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BIBLIOTECA
AUTORES ESPAÑOLES.
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*** BIBLIOTECA
AUTORES ESPAÑOLES,
DESDE LA FORMACIÓN DEL LENGUAJE HASTA NUESTROS DÍAS.
HISTORIADORES DE SUCESOS PARTICULARES.
Coiecfiou dirigida é ilustiadií
POR DON CAYETANO ROSELL
TOMO PRIMERO.
MADRID.
M. RIVAÜENEYRA — IMPRESOK ~ EDITOR ,
CALLE DE LA. MADERA, 8.
1858.
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NOTICIA
DE LAS OBRAS Y AUTORES QUE CONTIENE EL PRESENTE TOMO.
Este volumen da principio á la colección de historiadores que ha de ocupar en lo sucesivo gran
parte de nuestra Biblioteca. No se extrañe que comencemos por donde muchos acabarían, y an-
tepongamos á los escritores de historias generales las obras que solo versan sobre acaecimien-
tos determinados : con propósito de acierto concebimos este designio, y no estamos arrepenti-
dos de haberlo llevado á cabo.
Estos que llamamos historiadores de sucesos particulares (4) ofrecen mas comodidad para la
impresión, ingreso mas fácil á los estudios históricos propiamente dichos, y hasta atractivo ma-
yor á muchos de los lectores de nuestro tiempo. Acostumbremos el paladar á manjares que sue-
len estar desterrados de ciertas mesas, y tras la costumbre vendrá el gusto, y con el gusto la afi-
ción á lo que antes nos parecia insípido ó desabrido.
Entre concisas y difusas, siete obras van embebidas en las siguientes páginas : á muchos pare-
cerá porción demasiada para su apetito, y á estos les aconsejamos que usen de ella con modera-»
cion , no llegue á embargarlos el hastío ; mas los que por hábito y propensión conocen á lo que
sabe este alimento, hallarán la materia escasa, y nos culparán de demasiado avaros. Preferimos
las quejas de estos otros, y estamos seguros de su indulgencia.
De un cargo, sobre todo, tenemos que sincerarnos : de no haber guardado el orden cronológico
de autores ó de materias, según el uso adoptado comunmente. No nos ha sido posible , por el re-
traso inevitable que han sufrido algunas de las copias que hemos sacado; retraso que entorpecía
el progreso de la impresión. En cuanto á la elección de obras, dado el número de las que nos
propusimos incluir en la colección , tampoco hemos sido absolutamente arbitros : de tal combi-
nación resultaba un volumen extraordinario ; de tal otra, uno que nos parecía mezquino. Hemos
preferido infringir una formalidad , á trueque de no hacer mas irregular bajo oti*o aspecto esta
publicación.
¡Ojalá pudiésemos disculpar tan fácilmente la poca novedad que tendrá esta noticia de las
obras que aquí incluimos y de sus autores, y la precipitación con que por causas independientes
de la voluntad nos vemos obligados á escribirla! Prescindiendo de la parte de suficiencia, que
sin afectación de modestia confesamos que nos falta , bien merecían los autores , cuyos escritos
imprimimos, estudios detenidos acerca de su vida y de sus trabajos ; y bien merecían estos un
análisis recto y cabal , asi de sus perfecciones como de sus yerros , donde adquiriésemos la regla
de las primeras y aprendiésemos á evitar el escolio de los segundos. Hoy, que , para bien de la
sociedad y de las letras, parece despertarse la afición al cultivo de la historia, conviene poner la
advertencia junto al ejemplo , pues cuanto mas seductor es este, es mas eficaz aquella. Sin em-
bargo , abrigamos la esperanza de que no faltará quien con títulos mas legítimos emprenda esta
útilísima tarea.
El tiempo en que florecieron los escritores que forman esta colección se contempla, y con
justicia, como la época mas marcada del siglo de oro de nuestra literatura. Desde la Crónica ge-
neral, ó Historia de don Alonso el Sabio, desde la Crónica del Cid hasta la introducción de los li-
bros de caballería, median algunas generaciones, ocupadas, por una parte en constituir su nacio-
nahdad , por otra en crearse una literatura propia. Esta no podía tomar otras formas que las de
la poesía ó las de la historia ; y respecto á la segunda , poco fruto era dable sacar de las anti-
guas crónicas y leyendas , hijas de otros tiempos y costumbres , producto de otras necesidades.
Nació pues un género histórico, mas ó menos nacional, pero espontáneo al cabo, y cada gene-
ración tuvo sus anales, y cada soberano su cronista*
(i) Como don Nicolás Antonio en su Biblioteca.
H-. "
VI NOTICIA DE LAS OBRAS
Hiciéronse sucesivamente varios ensayos hasta el reinado de don Pedro de Caetilla. López de
Avala, versado en los estudios clásicos, traductor de Tito Livio, y hasta imitador del artificio an-
tiguo, no pudo, sin embargo, alterar las formas establecidas (tal era su carácter de originalidad);
y bien se refiriesen á épocas de alguna exteasion y á sucesos generales , como las de los reyes,
bien á hechos determinados, como el Paso honroso y e\ Seguro de TordesillaSt las crónicas si-
guieron siendo con leve alteración lo que fueron en un principio.
Pero las semillas de los principales ramos del saber humano, que de tiempo atrás se habían
esparcido por nuestro suelo , lograron en el siglo xvi y gran parte del xvii lozanos y sabrosos
frutos. Concretándonos á los adelantos de la historia, y dejando á un lado el ancho camino que
la general frecuentaba con tanto aplauso, hasta en el reducido pero ameno campo de las his-
torias particulares, rivalizábamos con los inmortales maestros de la antigüedad, y nada teníamos
ya que envidiar á sus modernos imitadores. Con la gloria de las armas se engrandecía el espíritu
de las letras ; nacían al propio tiempo Escipíones y Políbios ; el amor patrio, que entusiasmaba el
corazón, daba también alas al pensamiento, y émulo de un Tito Livio, que aplaudía la iniquidad
y lisonjeaba á los poderosos, levantaba su voz un Tácito para defender los derechos de la verdad
y de la justicia.
No entremos á examinar si este sistema, tomado al fin de otros tiempos, y aun en los que á la
sazón corrían, de una nación que nos miraba como opresores, era preferible ó no al que algún
día habíamos tenido como espontáneo y propio. Igual cuestión debió por entonces suscitarse en
Italia, donde el espíritu de regeneración, alimentado por el Dante y por Petrarca, se evaporó al
fuego fatuo de los retóricos procedentes de Constantinopla ; pero sí las instituciones humanas
recorren el círculo fatal que les trazaba Maquiavelo, no es mucho que sigan igual suerte las
obras de la inteligencia. Por otra parte, reacción puede haber que encamine á un gran progreso; y
no vemos qué mal puede ocasionar, sino pasajero, un procedimiento extraño que tal vez sugiera
la invención de otro propio , así como el error suele conducir al descubrimiento de las verdades.
Nuestra asistencia en Italia, el trato frecuente de nuestros ingenios con aquellos naturales, y
. el esplendor con que allí se cultivaban las letras y las artes , nos convirtieron en imitadores de la
literatura llamada clásica. Lo que Boscan y Garcilaso hicieron en la poesía , Mendoza y sus discí-
pulos lo aplicaron en cierto modo á la historia; y decimos en cierto modo, porque los unos fueron
imitadores, no solo de las formas, sino hasta de la parte intrínseca del sentimiento; y los otros al
menos adoptaron asuntos patrióticos, y hablaron y escribieron como españoles.
La sencillez de las antiguas crónicas, el escaso artificio de sus narraciones, el mismo estado de
la lengua, y mas que todo, la novedad y grandeza de los hechos que presenciaba el mundo, re-
querían en verdad proporciones mas épicas, formas mas^i^igorosas , otro arte, en una palabra,
fuese original ó extraño ; y como la antigüedad ofrecía, juntamente con la magnificencia de las
acciones , el modo de escribirlas y perpetuarlas , no hubo quien intentase siquiera arrojarse por
sendas desconocidas.
Aquí tropezamos con el inconveniente que arriba dejamos dicho , pues observando el orden
que debiéramos haber establecido, entre los escritores que siguieron la escuela clásica, Mendoza
precedería á Moncada , y no este á quien le sirvió de ejemplo ; pero hecha de nuevo esta adverten-
cia , pasaremos á referir en breves palabras lo que hemos podido averiguar respecto á cada uno de
los autores que comprende este primer volumen.
La nobleza española del siglo xvi continuaba siendo lo que fueron sus predecesores, limpio es-
pejo de nuestras armas y glorioso ornamento de nuestras letras. Como la sangre, los honores y
las riquezas, vinculábase entonces el saber en las familias ilustres, y de esta suerte se hacían
dignos los señores, por una parte del favor del trono, y por otra del respeto de la muchedum-
bre. Tal fué DON Francisco de Moncada, descendiente de una de las principales casas de Catalu-
ña , y autor de la Expedición de catalanes y aragoneses contra turcos y griegos, que es la que enca-
beza nuestro repertorio.
Como hijo y heredero del segundo marqués de Aitona, don Gastón de Moncada, vírey que fué
de Cerdeña y Aragón, y embajador en la corte de Koma, llevaba el título de conde de Osona,
vinculado en los primogénitos de aquella casa, cuando por primera vez se pubhcó su obra (1).
Su madre , doña Catalina de Moncada, era baronesa de Callosa. Debió nacer en diciembre de 1S86,
(1) Primera edición : Barcelona , por Lorenzo Deu , 1623, i." La segunda es de Madrid , por Sancba , 1777 , 8.°, qu*
Y AUTORES QUE CONTIENE EL PRESENTE TOMO. vii
pues consta que se bautizó en la parroquia de San Esteban de Valencia (i) el 29 del propio mes y
año. Cultivó desde muy joven los estudios, y con particular afición el de las lenguas latina y
griega (2), y tuvo por esposa á doña Margarita de Castro y Alagon , baronesa de Laguna y vizcon-
desa de Isla; de cuyo matrimonio nació su sucesor don Guillen Ramón de Moneada, virey que fué
de Galicia, gobernador de la corona en la minoría de Carlos 11, y conocido también por sus tra-
bajos literarios.
Prestó MoNCADA á su patria servicios importantes, ya como consejero de Estado y Guerra, ya
como gobernador y virey de Flándes, en cuyo cargo le sucedió el Cardenal Infante ; y representó
dignamente á su soberano en la corte de Alemania. Estas son las particularidades que leemos de
su vida, aunque podemos añadir otra que casualmente hemos averiguado. En diciembre de 4622
le confió el Rey una comisión secreta, á consecuencia de la resistencia que hablan hecho los cata-
lanes á admitir el virey nombrado por la corte, mientras no precediese el juramento que las leyes
de Cataluña exigían de los monarcas castellanos antes de entrar en posesión de aquel condado.
Incluimos este curioso documento en los añadidos á la presente noticia (letra A, pág. xxi) (3),
porque de él se deduce , no solo la prevención con que el gobierno español miraba ya el espü'itu
de los catalanes, sino la confianza que le inspiraba la fidelidad del Conde. No llegó este á cono-
cer el rompimiento en que algún tiempo después pararon aquellos recelos y aquellas provocacio-
nes, pues le sorprendió la muerte el año 1655 en el campo de Goch, población del ducado de
Cléves, cuando acababa de obtener dos señalados triunfos de sus enemigos.
La política y las armas debieron consumir el tiempo que hubiera podido consagrar á otras em-
presas literarias; y así, solo se conocen como suyos los escritos siguientes :
Vida de Anido Manilo Torcuato Severino Boecio , que se imprimió en Francfort por Gaspar Ro-
telio, 1642, y se conserva entre los manuscritos de la Biblioteca Nacional (4).
Antigüedad del santuario de Monserrate, según Rodríguez en su Biblioteca Valentina (5).
Genealogía de la casa de los Moneadas, que el mismo autor remitió á Paris al francés Pedro Mar-
ca (6) con dos cartas latinas.
Pero tampoco es creíble que no hubiese ejercitado antes su pluma en ensayos de aquel gé-
nero un escritor de estilo tan formado como el que muestra Moncada en su Expedición de ca-'
lalanes y aragoneses, pues el desempeñar con superior acierto obras que requieren tanto, ni es
efecto de la casualidad, ni don que pueda adquirirse con la lectura de cien modelos. No abun-
dan en aquellas páginas pensamientos elevados ni frases pomposas ni períodos atrevidos, e?
verdad ; pero la dicción es pura, las expresiones propias, y la construcción tan fluida y armo
niosa casi siempre , que forma un agradable constraste con los hechos que allí se pintan , harto
maravillosos de suyo para necesitar de mayor realce. Ocasiones hay, sin duda alguna , en que la
naturalidad con que está escrita la obra degenera en flaqueza y desaliño ; pero bien se deja co-
nocer que el autor no acabó de pulirla ; además de que en aquellos tiempos no se reputaban
como defectos muchos de los que ahora nos parecen tales, y lo son manifiestamente. Proezas casi
increíbles, caracteres exagerados, batallas desiguales y sangrientas , hambres, odios, ambiciones
y venganzas, eran el asunto que al escritor se le presentaba : cualquiera otro dotado de menos
gusto hubiera hecho de él un libro de caballería, y Moncada hizo una historia. Roger interesa
siempre, á pesar de sus defectos; interesa Berenguer de Entenza; interesan todos aquellos va-
hentes españoles, sin que se oculten jamás su indisciplina y sus crueldades; pero Rocafort ins-
pira aversión, como Andrónico indiferencia, y desprecio Miguel Paleólogo. Moncada, que siguió
los pasos de Mendoza, y aun le imitó muy á las claras en el proemio que antecede á su obra, no
se contentó, sin embargo, con aquel dechado , sino que acudió á los de la antigüedad ; y las fre-
cuentes citas que su memoria le sugiere prueban que era hombre de erudición nada vulgar, y
que sabia retener y aprovechar lo que había aprendido.
nica, preciosa de sujo, es doblemente interesante por ha-
ber é! militado en aquella célebre expedición.
(1) Por las partidas bautismales que se conservan en
aquella iglesia desde 1S42 hasta 1587.
(2) Auberto Mireo, De Scriptor. , cap. 387 , pág. 2^.
(3) Biblioteca Nacional , códice H. 3o , fol. 168.
(4) Códice Ce. ^.
(5) Pág. 142.
(G) Esta y las cartas insertó Marca en su Historia de
Bearne; Paris , 1640 , folio.
se repitió en 180o. Últimamente se publicó en Barcelona,
por Oliveres , en 1842 , con un prólogo y notas de don Jai-
me Tió.
En 1828 se imprimió en Paris una traducción de este li-
bro, hecha por el conde de Champfeu.
En nuestras notas á la obra de Moncada mencionamos las
ediciones de los autores que él consultó, entre los anti-
guos á ios historiadores bizantinos, y de los modernos á
Montaner y Desclot, que son los que trataron mas expre-
samente de este asunto , en especial Montaner, cuya eró-
vm NOTfCíA DE LAS OBRAS
El mencionar solamente la Guerra de Granada, escrita por don Diego Hurtado de Mendoza (i),
nos excusa de todo encarecimiento. Los grandes elogios, que en su prólogo é introducción hacen
de este libro Luis Tribáldos de Toledo y el conde de Portalegre (2) , se ven plenamente confir-
mados por el juicio de la posteridad , pues las censuras que algunos se han atrevido á hacer re-
caen principalmente sobre la demasiada afectación de su lenguaje y sobre la falta de originalidad
de un escritor que jamos aparta la vista de los antiguos clásicos, que hace traducir al Zaguer un
razonamiento de Tito Livio, y en el tristísimo cuadro que en Sierra-Bermeja contempló el duque
de Arcos y los que le seguían, encaminándose al fuerte de Calalui, copia el de Tácito en sus Ana-
les, cuando Germánico se detiene á considerar los cadáveres de las legiones de Varo. Mas en pri-
mer lugar estas imitaciones no están hechas tan servilmente que demuestren escasez de ingenio
en nuestro autor, sino todo lo contrario; y en segundo, aun suponiendo que no sean lícitas,
que lo son, y mas cuando en manera alguna pueden tildarse de inoportunas, Mendoza, escritor
de grandísima erudición, se veia involuntariamente asaltado de estos recuerdos, y no era extraño
que , tratando de introducir en toda su pureza la escuela clásica , se ciñese demasiado á los mo-
delos que tenia delante. Esto en cuanto á su mérito individual ; que considerado el punto abso-
lutamente, no hay ingenios menos originales que los que pretenden serlo.
No es la cuestión de formas la que puede menoscabar el mérito de la Guerra de Granada. Si
por alguna parte ílaquea esta producción , es por donde mas la ensalzan sus ciegos admiradores.
Como obra de estilo, es, á pesar de sus defectos , invulnerable ; como tipo de un género literario,
ofrece mas asidero al crítico que se proponga empequeñecerla. Pudiera demostrarse sin gran
trabajo que, como historia, no pasa de un buen bosquejo, pues adolece de falta de proporcio-
nes, y por lo mismo, de cierta confusión en el relato; que por afán de ostentar saber, es dema-
siado lato su autor en la exposición de ciertos antecedentes , y omite otros que son mas indis-
pensables; se extravía á veces en digresiones ociosas, y pasa por alto muchas de las conse-
cuencias que naturalmente se desprenden de los sucesos. Es, sin embargo, laudable la franqueza
con que censura á veces á los caudillos de las armas del Rey , á pesar de ser parientes cercanos
suyos; y la opinión que forma de aquellas fuerzas colecticias, de su indisciplina, de las compe-
tencias entre los multares, y entre estos y las autoridades civiles, así como de los desaciertos del
Gobierno, no deja duda acerca de su rectitud y la sagacidad de su claro ingenio. Muchos de los
defectos que se advierten en su obra provienen también, como el conde de Portalegre advierte en
(1) Laeflicion principe es de Madrid, hecha por Luis
Tribáldos de Toledo, 1610, 4.» Después se reprodujo en
Lisboa, por Craesbek, 1627; en Madrid, en la imprenta
Real, 1674, i°; en Valencia, por Cabrera, 1730, y por
Malleu y Berard , en 1830, 8."; y en Pans, en el Tesoro de
historiadores españoles, 1840. Pero la mas bella y correc-
ta es la de Valencia, deMonfort, 1776, 4.°, en que por pri-
mera vez se publicó el trozo que faltaba al fin del libro Z.°,
hallado por Luis Tribáldos el año 1628; trozo que suplió
en la primera edición el conde de Portalegre. (Véase la
nuestra, pág.llO.)
(2) Los del conde de Portalegre nos inspiran descon-
fianza , pues celebraba una producción que en algún tiem-
po habia creído que no era historia , y anadia con muchas
ponderaciones de modestia una relación que opinaba de-
bía hacerse aparte y secamente. Ignoramos qué motivo le
obligó á variar enteramente de dictamen ; pero en su re-
tractación no cabe duda , al verlo que escribía á don Her-
nando de Guzman en abril de 1598. Así decía :
« No juzgo tan profundamente los defectos de la Istoria
»de la guerra de Granada, de dox Diego de Mendoza, si
«bien ¡os conozco, y los confesara si la tuviera por histo-
»ría;raas paréceme una relación escrita en papeles viejos
«para hazer historia dellos, que él nunca hiziera; y assí,
í)le caben todos los loores que vuesamerced meda, porque
»lo malo es lo que muchos supieron enmendar, y lo bueno
«tienen tan pocos , que no conozco io ninguno.
»La quiebra del suceso de Galera y muerte de Luis Qui-
»xada deve faltar adrede, por no la querer publicar el que
»luvo el primer original , sí ía no se le antojó á dom Diego
D imitar la desgracia de Tito Livio, de cuias obras falla tan-
»to, ó la que Jovio finge con los papeles que le robaron : sí-
»gun él dice, será menester pedir prestado esto que falta,
»al jurado de Córdoba ó á un soldado, que será mejor, no
«paracontinuarlo con el texto, sino para referirlo secamen-
»te aparte.» {Cartas del conde de Portalegre, Diblioteca
Nacional, códice E. , 54.)
En el mismo tomo se halla otra carta del Conde á doña
Magdalena deBobadilla, y la respuesta de esta, en que
con nombres tomados de los libros de caballería aluden
ambos á personajes de la corle y á hechos que serian muy
curiosos sí tuviésemos la clave de aquel enigma. Es de
advertir que , pasados algunos folios, se lee otra corres-
pondencia de DON Diego de Mendoza á la misma doña Mag-
dalena , del mes de enero de 1579 , fecha que tal vez sea
la de la copia , ó yerro de pluma , porque don Diego falle-
ció cuatro años antes , según se dice y nosotros repeti-
mos. La carta, cuyo epígrafe es Don Diego á doña Magda-
lena deBobadilla, con qüentas de tutor y quexas de galán,
concluye así : ,
« Y por no perder el nombre de bien mandado, aun-
>' que vuesamerced nunca será sola sino quando quisiere
«serlo, la aviso que son cuatro los que la engañan : uno sus
«amigos, que la aconsejaron; otro sus criados, que la co-
«men; otro sus confesores, que la absuelven; otro vuesa-
» merced, que cree á todos cuatro.» (Biblioteca Nacional,
códice citado.) Doña Magdalena, por lo que se deduce de
las cartas, tenía relaciones íntimas con el Conde; don Die-
go no mostraba estar con ella en buena armonía. Si esto
da lugar á alguna consideración , deduzca cada cual la que
le pareciere.
Y AUTORES QL'E CONTIENE EL PRESENTE TOMO. w
su Introducción, de haberse corrompido miserablemente las copias que se sacaron de ella(l);
de lo cual podemos certificar nosotros , que hemos consultado algunas.
Aunque , mas ó menos extensamente , han procurado escribir varios la vida de este célebre
personaje, y se han publicado algunas (2), todas ellas discuerdan entre si respecto á fechas y
circunstancias muy importantes. Este asunto, habiendo intervenido don Diego en los sucesos mas
notables de su época, da margen á muchas y prolijas indagaciones; pero si, como nos han asegu-
rado, un erudito y laboriosísimo escritor, que ha dado ya hartas pruebas de serlo , acomete tan
loable empresa, lograremos conocer á Mendoza por sus hechos y carácter, como hoy le conoce-
mos por sus escritos. Entre tanto conténtese el benévolo lector con estos ligeros apuntes que le
ofrecemos.
Don Diego Hurtado de Mendoza, doscendiente del famoso marqués de Santillana, que tanto
ilustró la literatura patria en el reinado de don Juan II, é hijo de don Iñigo López de Mendoza,
segundo conde de Tendilla , primer marqués de Mondéjar , y de doña Francisca Pacheco, hija de
don Juan , marqués de Villena y primer duque de Escalona, nació en Granada el año 1503, según
las conjeturas mas probables. Afirman algunos (3) que sus padres le dedicaron á la Iglesia en
un principio ; pero el marqués de Mondéjar lo pone en duda , fundándose en el testimonio de Am-
brosio de Morales (4). Recibió las primeras lecciones del sabio Pedro Mártir de Anglería, á quien
los Mendozas habian siempre mirado con particular afecto (5) , y mas adelante fué discípulo de
Agustín Nifo y del famoso sevillano Montesioca , progresando notablemente en los estudios filo-
sóficos, en los de la jurisprudencia y humanidades, y en las lenguas latina , griega, hebrea y ára-
be. Como tan versado en estos conocimientos, Paulo Manucio le dedicó su edición de las obras
filosóficas de Cicerón , á que era Mendoza muy apasionado ; y sin embargo , no creía que debía
adoptarse el latín por base de la enseñanza de la juventud , ni aprenderse en él las ciencias, sino
en el idioma patrio.
Pasó su mocedad militando en Italia, y probablemente en las demás guerras que por entonces
conmovían á Europa; y los inviernos, en que se daba tregua á las armas, se dirigía á Padua, á
Bolonia, á Roma, adonde quiera que presumía encontrar escuelas y sabios que perfeccionasen
sus conocimientos ó le guiasen en la adquisición de otros nuevos. Era ya conocido en la corte; y co-
mo su cuna, su elevado talento, su instrucción y algunas otras circunstancias personales le consti-
tuyesen en aptitud de desempeñar comisiones diplomáticas, le nombró Carlos Vsu embajador en
Venecia, según Mondéjar, en 4527; según otros, y esto es lo mas creíble, después del año 30 y
antes del 38. Recordando lo que Venecia era en aquellos tiempos, y las relaciones que mediaban
entre su república y nuestra corte , se comprenderá el alto concepto que debía ya tenerse de la
capacidad de don Diego; y no era ciertamente exagerado , pues á su destreza se debió que la Se-
ñoría no concluyese sus paces intentadas con el Gran Turco , y que se descubriesen los tratos que
con el mismo Sultán traía el rey Francisco de Francia , dándose muerte á sus emisarios, que eran
un español llamado Antonio Rincón, y el genovés César Fragoso.
Esto bastó para que se le confiasen otras comisiones delicadas, principalmente cerca de^la Santa
Sede, y para que, habiéndose acordado resolver gravísimas cuestiones religiosas y políticas en
el concilio de Trento, le eligiese el Emperador como uno de sus representantes y embajadores en
aquella asamblea famosa. Referir cómo Mendoza desempeñó aquel cargo seria.hacer una histo-
(i) Dice Capmany, refiriéndose á las ediciones anti-
guas de esta obra , inclusa la de Valencia de 1776 :
« Admiro cómo se han hallado lectores que se confiesen
enamorados de las ideas y estilo de este historiador , sien-
do imposible que leyendo las cláusulas desatadas ó con-
fundidas por la perversa ortografía , comprehendan clara-
mente el sentido del escrito ni la mente del escritor. »
{Teatro histórico critico de la elocuencia española, tomo iii,
l'ág.9.)
(2) Las principales son la del marqués de Mondéjar en
la Historia de la casa de este nombre . que existe manus-
crita enla Biblioteca Nacional, códice K. 100, lib. 3, cap. 53,
fol. 271; la que precede á la edición de Monfortde la Guer-
ra de Granada, ya citada (Valencia, 1776), escrita, según
Ticknor, por don Ignacio (don Iñigo dice equivocadamen-
te) López de Ayala, y la que inserta Sedaño en su Parnaso
español (Madrid, Ibarra, 1770), al principio del lomo iv.
(3) Don Baltasar de Zúñiga, en la Breve memoria de la
vida y muerte de don Diego de Mendoza, que lleva la pri-
mera edición de la Guerra de Granada.
(4) « Habiendo estudiado vuestra señoría las tres len«
guas latina, griega y arábiga en Granada y en Salamanca,
y después allí los derechos civil y canónico , y habiendo
andado buena parte de España para ver y sacar fielmente
las piedras antiguas della , pasó á Italia , etc.» (Ambrosio
de Morales, en la dedicatoria que hizo á don Diego de sus
Antigüedades de España.) Mostrándose pues Morales tan
enterado de la vida de Mendoza , no hubiera omitido la
circunstancia de haberse dedicado á la Iglesia en sus prin-
cipios.
(o) Así se deduce de varias de las epístolas escritas en
tatin por el mismo Pedro Mártir, que pueden considerar-
se como unas preciosas efemérides de su época.
X NOTICIA DE LAS OBRAS
ria tan difusa del concilio mismo, como la que escribieron el cardenal Palavicino para defender-
le, y Pablo Sarpi para impugnar sus decisiones. Fué nombrado don Diego en 48 de octubre
de 4542, y se presentó en Trento el 8 de enero del siguiente año; exhibió sus poderes, procuró
por cuantos medios estaban á su alcance activar la reunión del concilio; pero las discordias que
sobrevinieron entre el rey Francisco y Carlos V, y la guerra con que el Turco atemorizaba á Ita-
lia, le obligaron á regresar á Venecia para trabajar en su propósito con nuevo empeño.
Después de algunos entorpecimientos, se verificó la reunión del concilio en diciembre del54S.
Mendoza dio en él grandes pruebas de dignidad, de tesón, de elocuencia, y hasta de valor, unas
veces detendiendo las prerogativas de su soberano en el asiento que debia ocupar, otras expo-
niendo luminosamente sus doctrinas, y granjeándose los aplausos de tantos hombres eminentes
como le oian, ya oponiéndose á la disolución del concilio cuando estalló la guerra entre el Em-
perador y los protestantes, y á la traslación á Bolonia cuando el Pontífice quiso mortificar el or-
gullo de Carlos V; ya, en fin, cuando protestando contra la decisión de la Santa Sede, trató de
imponerle silencio Paulo III , y Mendoza le replicó con la entereza propia de un castellano de
aquellos tiempos (1).
Cuatro años habian trascurrido en estas contiendas é indecisiones, que fueron para don Diego la
época mas afanosa de su vida , pues nombrado en aquel tiempo embajador de Roma y goberna-
dor y capitán general de Siena y demás plazas de la Toscana, ni podia asistir perennemente al
concilio , donde le reemplazó don Francisco de Toledo, pero sin eximirle absolutamente de aque-
lla atención, ni proseguir en los demás asuntos que dejaba comenzados. Sin embargo, la rebe-
lión de Siena, que tenia por objeto expulsar á los españoles que la guarnecian , quedó por enton-
ces apaciguada; bien que, reproduciéndose mas adelante, no consiguió don Diego el fruto de sus
desvelos; y por último pasó al dominio de los franceses, en virtud de capitulación, en 4S55; de
cuyo contratiempo se aprovecharon los émulos del Gobernador para empezará malquistarle en la
corte. De la embajada de Roma se le relevó en 4554, sustituyéndole don Juan Manrique de Lara,
hijo de los duques de Nájera; y en 4553 fué comisionado por el Emperador para estorbar la ida
del cardenal Poole á Inglaterra; lo que logró efectivamente al entrar este en el Palatinado.
Tantas fatigas y disgustos por una parte , y por otra unas cuartanas tenaces que padeció años
atrás, y le tuvieron muy á los últimos, quebrantaron su natural robustez y energía por algún tiem-
po , mas no la afición á los estudios , que era su pasión constante , su consuelo , y hasta el alivio
de sus dolencias. No hubo en su tiempo persona alguna distinguida por su saber, que no se hon-
rase con su amistad y trato ; Carranza le dedicó su Suma de los concilios; Lázaro Bonámico en-
salzó sus talentos y sus servicios ; don Martin Pérez de 'Ayala , y el doctor cronista Paez de Cas-
tro, encargado de escribir la historia de Carlos V (2), le debieron repetidos favores y atencio-
nes. Solo el pontífice Paulo III, resentido de su entereza, le miraba siempre con desvío, hasta
que, habiendo fallecido en 4549, le sucedió, con el nombre de Julio III , el cardenal Juan María
del Monte, legado que habia sido del concilio, y muy afecto al embajador de España, quien, por
mediación de este , dispensó algunos beneficios dignos de la piedad de un vicario de Jesucristo.
Disfrutaba don Diego la dignidad de confalonier ó alférez de la santa Iglesia romana desde la guer-
ra contra el duque de Castro, Horacio Farnesio; pero habiendo castigado albarrachelo ó alguacil
mayor de Roma por un desacato contra el Emperador, se indignó el Papa de manera que re-
clamó su destitución ; y Carlos V, que habia ya comenzado á variar de política y pensaba en reti-
rarse de los negocios, accedió á los deseos del Pontífice , llamando á don Diego á España en prin-
cipios del año 54.
No ignoraba Carlos V cuan provechosas eran en Roma la experiencia y luces de su embajador;
pero tampoco podia echar en olvido que en dos ocasiones, por los años de 4543, se habia atrevido
á aconsejarle con demasiada severidad; una por medio de un escrito que dejó en su cámara, en
(i) «Que parase mientes en que estaba en su casa, y
no se excediese », le dijo Paulo III ; y don Diego le respon-
dió a que era caballero, y su padre lo habia sido, y como
tal habia de hacer al pié de la letra lo que su señor le man^
daba , sin temor alguno de su santidad , guardando siem-
pre la reverencia que se debe á un vicario de Cristo; y
que siendo ministro del Emperador, su casa era donde
quiera que pusiese los pies, y allí estaba seguro».
Todos los biógrafos de Mendoza refieren este hecho y
trascriben estas palabras; pero no las de Pablo Sarpi,
cuando dice que amenazó al cardenal de Santa Cruz con
echarle al rio Adige si se obstinaba en aconsejar la diso-
lución del concilio.
(2) Entre los manuscritos de la Biblioteca Nacional
existen algunas obras de Paez de Castro, como por ejem-
plo, el Método para escribir la historia; papel dirigido al
Emperador.
Y AUTORES QDE CONTIENE EL PRESENTE TOMO. Xi
que , con la vehemencia del mas profundo convencimiento , le afeaba Mendoza el proyecto que
habia concebido de vender al Pontífice el estado de Milán , y otra , remitiéndole por medio de su
camarero don Luis de Avila y Zúñiga (1), una franca exposición sobre las materias que turbaban
mas entonces la tranquilidad del mundo (2). Prevaleció en el ánimo imperial el escozor de aquel
recuerdo, y volvió don Diego á España , no para reposar de sus trabajos, sino para experimentar
una nueva serie de cuidados y sinsabores.
Subió al trono Felipe II, que, al decir de algunos , no debia contemplar á Mendoza con mucho
afecto (3). Tuvo el nuevo monarca interés en nombrar para virey de Aragón una persona que
no habia nacido en aquel reino, cuyos fueros se oponían á esta innovación. Echó mano de Men-
doza para que persuadiera á los aragoneses á renunciar espontáneamente al privilegio ; pero no
pudo lograrlo, y quizás el Rey interpretaria como falta de celo, en el comisionado, lo que solo era
defensa propia en los naturales. Hubo un tiempo además , según se cree, en que el hijo de Car-
los V y el embajador de este monarca habían sido competidores en las preferencias de una da-
ma (4). Por fin, un día que don Diego se hallaba en palacio trabóse de palabras con un caballe-
ro de la corte. Este sacó un puñal, y arrancándoselo don Diego de las manos, lo tiró por una
ventana, y fué á dar en los corredores del alcázar; hecho que parece juzgó el Rey por gravísimo
desacato. Fuese por este último acontecimiento, ó por otra de las causas mencionadas, ó por
todas juntas, salió Mendoza desterrado (5). Vivió algún tiempo en Granada, dado á sus ocupa-
ciones literarias (6), y ya indultado , regresó á la corte , donde murió á poco tiempo, en 157S,
de resultas de una enfermedad que le provino del pasmo de una pierna.
De esta manera terminó sus días, olvidado de la gloría y de los honores, el que en medio de
ellos tantas envidias había engendrado; realizándose así los temores que ya en su gobierno de
Siena había concebido, pues necesitado entonces de auxilios, y conociendo como conocía á
los hombres, lamentaba su abandono presente y presagiaba igual suerte en lo sucesivo (7). No
desconfió, sin embargo, de la bondad divina, antes consagró á la religión los instantes mas tran-
quilos de su vida, buscando en el ejemplo y trato de almas tan fervorosas como la de santa Teresa
los consuelos que otros mas poderosos le habían negado (8).
De su indecible amor á las letras son un testimonio los grandes sacrificios que hizo siendo
embajador en Venecia. Comisionó á Nicolás Sofiano para que le copíase cuantos escritos de
algún interés pudiese haber á las manos en Tesalia, y al sabio griego Amoldo Ardenio para
que , sin reparar en gastos , hiciese lo propio respecto á los códices de varías bibliotecas , y
en particular de la que habia sido del cardenal Besaríon. Reunió de la literatura griega pre-
ciosos monumentos y muchas obras de los mas célebres autores, sagrados y profanos, como
san Basilio, san Gregorio Nacianceno, san Cirilo Alejandrino, Arquímedes, Heron, Apiano y
todas las de Josefo. Sabedor de que entre varios prisioneros habia un cautivo muy querido del
Gran Turco, le compró por una gran suma, y sin rescate alguno se lo devolvió á su dueño.
Agradeció Solimán la fineza, y no queriendo ser vencido ni aun en cortesanía, indagó qué dádiva
seria de mas gusto para don Diego , y en virtud de indicación suya permitió á los venecianos
comprar libremente trigo en sus estados, por la escasez que se padecía en la república, y añadió
áesta gracia un regalo de multitud de manuscritos griegos , cuyo número parece exagerar Scoto
y disminuir Iríarte (9), pues este los reduce á treinta y un volúmenes, y aquel afirma que consti-
(1) El autor de los Comentarios de la guerra de Ale-
mania , que incluimos en este tomo.
(2) Véanse ambas exposiciones en los documentos si-
guientes, letras B y C, páginas xxii y xxiii.
(3) Navarrete , Vida de Cervantes , edición de Madrid,
1819, pág. 441.
(4) Doña Isabel de Velasco, á quien obsequió Felipe 11
siendo principe, y á quien dio cédula de esposo después
de viudo de la princesa María. Al desistir doña Isabel de
aquellos amores , parece puso por mole en sus reposteros
las palabras es imposible y forzoso; y don Dieco las glosó
cu esta cuarteta :
Es imposible casarse
Vuesamerced con su alteza ,
Y forzoso el cabalgarse ,
So pena de ser simpleza.
(o) En la Biblioteca Nacional existen varias copias de
la carta que con motivo del suceso de palacio y en descar-
go de su culpa dirigió al cardenal Espinosa. Después la
hemos visto escrita mas amplia y correctamente en una
nota de la traducción del segundo tomo de la Historia de
nuestra literatura , de Ticknor , pág. 502, que han publi-
cado los señores Vedia y Gayangos, sacada de un manus-
crito que posee el último ; y la hemos incluido entre los
documentos, letra D, pág. xxvi.
(6) Refiere estas en sus Cartas á Zurita , que conservó
Dornier en los Progresos de la historia de Aragón; Zara-
goza, 1680, folio.
(7) Véase la carta á don Francisco de Toledo en los
mismos documentos, letra E, pág. xxvii.
(8) Documentos, letra F, pág. xxvn.
(9) Regiae Bibliothecae matriíensis códices graeci, MSSm
Matr., 1769, pág. 277.
»n NOTICIA DE LAS OBRAS
luyeron el cargamento de una nave; pero Ambrosio de Morales (4), hablando con el mismo
DON Diego, asegura, y esto parece lo mas verosímil, que fueron seis arcas llenas. Don Diego
ofreció á Felipe II este inestimable tesoro para su biblioteca del Escorial ; el Monarca aceptó la
oferta, y el mundo literario debe aun á la grandeza del embajador de Carlos V un monumento
de su gratitud.
«Fué DON Diego Hurtado de Mendoza (2) de grande estatura, robustos miembros, el color
moreno oscurísimo, muy enjuto de carnes, los ojos vivos , la barba larga y aborrascada , el as-
pecto fiero, y de extraordinaria fealdad de rostro... Fué asimismo dotado de grandes fuerzas per-
sonales , y de no menor valor y firmeza en las fuerzas del ánimo, como notado también de áspera
condición y riguroso genio , que le opinaron de algo arrojado é intrépido en la conducta de los
negocios del Estado.» Vivió soltero, pero dejó un hijo, que residía en Valladolid, muy parecido
áél en el rostro, según dice don Baltasar de Zúñiga, mas no en el entendimiento, porque era im-
bécil de todo punto.
Las obras que se citan de Mendoza son estas :
Obras poéticas del insigne caballero don Diego de Mendoza , recopiladas por frey Juan Diaz
Hidalgo. — Madrid , Juan de la Cuesta, 4610, 4,°
El Lazarillo de Tórmes (3).
Paraphrasis in totum Aristotelem.
Traducción de la mecánica de Aristóteles.
Comeiitarios políticos, manuscrito.
Conquista de la ciudad de Túnez.
Batalla naval ; citada por don Nicolás Antonio, que dice existia al fin de la Guerra de Granada,
en la librería del conde-duque de Olivares.
En la Biblioteca Nacional se conservan manuscritos con el nombre de este autor
Sus Representaciones.
Carta burlesca al capitán Pedro de Salazar, bajo el nombre del bachiller Arcadia (4).
Cartas al Rey y otras personas.
Notas á un sermón portugués , predicado después de la batalla de Aljubarrota.
Diálogo entre Caronte y el alma de Pedro Luis Farnesio.
Cartas sobre la vida de los Catariberas (5).
De Luis del Mármol Carvajal , autor de la Historia del rebelión y castigo de los moriscos ae
Granada (6), que insertamos á continuación, no tenemos mas noticias que las que, hablando de
sí, nos da él mismo en el prólogo de su Descripción general de África. Allí nos dice que su patria
era Granada ; que siendo aun mozo de pequeña edad salió de aquella ciudad para la jornada que
hizo Carlos V sobre Túnez el año 4S35 ; que después siguió las banderas imperiales en todas las
empresas de África por espacio de veinte y dos años, y padeció siete y ocho meses de cautiverio
en los reinos de Marruecos, Tarudante, Fez, Tremecen y Túnez, atravesando los arenales de
Libia hasta los confines de Guinea con el jerife Mahamete , cuando llevaba sus armas victoriosas
por África , apoderándose de las provincias occidentales ; que hizo otros viajes por mar y tierra,
así en cautiverio como en libertad, por toda Berbería y Egipto ; que añadió á estos principios
la continua meditación de historias escogidas, latinas, griegas, árabes y vulgares, y que tenia
mucha experiencia y práctica de la lengua árabe y africana , que son muy diferentes. Fué her-
(i) En la citada dedicatoria á Mendoza de sus Antigüe-
dades de España.
(2) Sedaño, Parnaso español, tomo iv, pág. 14.
(3) Véase el tomo ni de nuestra Biblioteca (Novelistas
anteriores á Cervantes).
(4) El señor don Pascual Gayangos opina que el libro
de Salazar á que alude en su sátira Mendoza no ha llega-
do hasta nosotros. Las razones en que se funda pueden
verse en la traducción del Tieknor, lomoif , pág. 504.
{")) En el mismo tomo de la citada obra , pág. 505, se
prueba , como antes lo habia hecho don Bartolomé José
Gallardo en el número 3.° de El Criticón, que los Catari-
beras se atribuyen falsamente á Mendoza. Su verdadero
autor es el doctor don Eugenio de Salazar y Alarcon.
(6) La edición original de Málaga, por Juan Rene,
año 1600, folio, la cual hemos tenido presente. Se repi-
tió en Madrid por Sancha, 1797; dos volúmenes, 4."
Sobre la Expulsión de los moriscos pueden consultarse
además , entre otras obras , las siguientes :
Verdú (fray Blas), De la expulsión de los moriscos. (Bar-
celona, 1612,8.")
Corral y Rojas (don Antonio de). Expulsión de los mo-
riscos del reino de Valencia. (Valladolid, 1612, 4.°)
Aguilar (Gaspar de ), Expulsión de los moriscos de Es-
paña. ( Valencia , 1610 , 4.")
Aznar y Embid de Cardona (don Jerónimo), Expulsión
jmtificada de los moriscos españoles. ( Huesca , 1612 , 8.°)
Vasconcellos (Juan Méndez de). Liga deshecha por la
expulsión de los moriscos. (1612 , 8.")
Ribera (Juan de), Instancias para la expulsión de loa
moriscos.
Guadalajara y Javier (fray Marcosde). Prodición y des-
Y AUTORES QUE CONTIENE EL PRESENTE TOMO. xni
mano de Juan Vázquez del Mármol, secretario del consejo de Castilla, que autorizó la fe de erratas
de la primera impresión. En las portadas de sus obras se llama andante en corte, y también comi-
sario y ordenador del ejército; y del desempeño de este cargo habla en su Historia del rebelión.
Aunque tuvo presente la obra de MENDOza, y le siguió á veces con escrupulosidad , dio á la suya
mayores proporciones y un carácter casi del todo opuesto. La Guerra de Granada es un diseño,
y la Historia del rebelioii un cuadro completo y vasto : en la una solo tienen cabida los hechos
principales , y en la otra se representa la acción con todos sus pormenores ; MEXDoza aspira á la
dignidad de historiador, y Mármol se contenta con la modesta pretensión de cronista ; y cuanto
mas resalta en el primero el estudio y el cuidado en mostrarse lacónico y sentencioso , mas pro-
cura el segundo la sencillez , la prolongada estructura de los períodos y la narración clara y fide-
digna de los sucesos. Asi es que la historia de Mármol puede considerarse como el complemento,
ó mas bien como un comentario de la de MENDoza ; y escrita con pureza de lenguaje , con la mi-
nuciosidad de un testigo de vista , produce mucho agrado é interés, no obstante la extensión que
da á los orígenes del asunto, y la monotonía que resulta á su estilo del abuso sistemático de la
conjunción. Tiene además el mérito de ser un copioso repertorio de documentos históricos , mos-
trando su autor á cada paso la erudición y experiencia de que no en vano se lisonjeaba (i).
La otra obra de Mármol que dejamos ya citada, y en que parece puso él su mayor empeño, es
la Descripción general de Afríca , sus guerras y vicisitudes , desde la fundación del mahometismo
hasta el año 1571. Consta de tres tomos : el primero y segundo componen la primera parte, y se
publicaron en Granada por Rene Rabut, 1573, folio ; el tercero, que es la segunda parte , en Má-
laga, por Juan Rene, 1599. Tradújola, pero compendiándola, al francés Nicolás Perrot , de Ablan-
court , y se imprimió en París en 1667 , 4.°
También atribuyen á Mármol una traducción de las Revelaciones de santa Brígida , y otra de las
Rúbricas del breviario romano.
Deseosos de incluir en esta colección algunas de las obras que permanecen todavía inéditas,
mas por casualidad ó descuido que porque sean merecedoras de semejante suerte, recordamos,
entre otras, la Crónica de las Comunidades, escrita por Gonzalo de Ayora, que solo conocíamos de
nombre y por las frecuentes citas que de ella se hacen. Sabíamos que se conserva entre los ma-
nuscritos de la Biblioteca Nacional , y hublmosla al punto á las manos , satisfechos de la idea que
se nos había ocurrido ; mas ¡ cuál fué nuestra sorpresa cuando hallamos una relación incongruente
y desaliñada, y prosiguiendo en su lectura, palabras, frases y aseveraciones terminantes, que libran
á Ayora de toda complicidad en aquel escrito (2) ! Entonces recordamos que el libro segundo
de la Historia de Carlos V, también inédita , que escribió Pedro Mejía , tiene por asunto exclusivo
la relación de las mismas Comunidades; y como el autor dejó incompleta su obra á los principios
del libro quinto, y este fragmento al fin forma un todo cabal y aislado, no vimos inconveniente
alguno en hacer este obsequio á nuestros lectores. De las dificultades que hemos tenido que ven-
cer, y que para en el caso de algún descuido alegamos como disculpa , decimos algo en la nota
puesta al principio de esta obra (pág. 367) (3).
Fué el sevillano Mejía uno de los escritores mas celebrados por su saber y su nacimiento, pues
tierro de los moriscos de Castilla hasta el valle de Ricote.
(Pamplona, 1613,4.")
Guadalajara y Javier (fray Marcos de), Memorable ex-
pulsión y justísimo destierro de los moriscos de España.
(Pamplona, 1613,4.")
González Alvarez (Vicente), La expulsión de los moris-
cos de Avila.
Pérez de Ciilla ( Vicente), De la expulsión de los moris-
cos del reino de Valencia. ( Valencia , Juan Bautista Mar-
sal, 163o, 4.")
Manuscritos. — Cartas originales del conde de Solazar
sobre su expulsión de España. ( Biblioteca Nacional , có-
dice S. 24. )
Informe contra los moriscos que quedaron en España.
(Id. id., X 20.)
Noticias pertenecientes á su expulsión.— Descubrimien-
to de su conjuración. ( Id. id. , í/. 4 , 7. )
Parecer del estado de los moriscos de Valencia é instruc-
ción que se trataba de darles por el obispo de Segorbe don
Martin de Salvatierra, año 1587. (Bib. Nac. , G. 98.)
Carta del marqués de los Vélez sobre el alzamiento de
los de Granada. (Id. id., Dd. 59.)
De los existentes en otras bibliotecas podemos citar los
de la particular del señor Gay angos , que , asi de estos co-
mo de impresos, reúne considerable número.
(1) Hasta muy adelantada la impresión de esta obra ,
no llegó á nuestras manos el Cartulario de Alonso del Cas-
tillo , opúsculo en que se contienen todos los escritos ára-
bes romanzados por él , de orden superior, durante la
guerra de los moriscos , publicado recientemente por la
Real Academia déla Historia. No se extrañe pues que solo
hayamos podido compulsar con dicho Cartulario los últi-
mos documentos que inserta Mármol.
(2) La supuesta Crónica de Ayora existe en el depar-
tamento de manuscritos de dicha Biblioteca , estante G,
núm. 69.
(3) De los manuscritos á que en ella nos referimos se
afirma que unos son del siglo xv, y los mas del xvi. Excu-
XIV NOTICIA DE LAS OBRAS
rara vez se habla de él sin aplicarle los dictados de muy docto y muy ilustre ó magnífico ca-
ballero. Hasta poco há se ignoraban generalmente los sucesos de su vida , y solo por conjetu-
ras podia formarse juicio de su carácter; pero en los años pasados apareció en uno de los pe-
riódicos mas acreditados de nuestros dias un curiosísimo artículo, que llevaba por epígrafe El
álbum de Francisco Pacheco (1), y en él tenemos cuantas noticias pudiéramos apetecer del cro-
nista de Carlos V. — Por la copia que abajo insertamos se verá que el buen Mejía llegó á pronos-
ticar , años antes que acaeciera , el punto y hora de su muerte ; pero, sin negar sus conocimien-
tos astrológicos, ni achacarle ilusiones que tan comunes eran en aquel tiempo, nos persuadimos
á que semejante conseja es solo una exageración del concepto en que se le tenia.
Si es exacta la fecha de su fallecimiento, en 15o2, emprendió la crónica del Emperador tres
samos añadir que ha sido un yerro de imprenta ; debe de-
cir siglo XVI y XVII.
En los archivos y bibliotecas abundan los papeles per-
lenecientes á las Comunidades, y de las mismas se trata
con mas ó menos extensión en todas las historias genera-
les y particulares relativas á esta época.
Como tratados especiales podemos atar :
Santa Cruz (Alfonso de), De lo que sucedió en Sevilla
en tiempo de las Comunidades.
Martin de Roa escribió, segundón Nicolás Antonio, con
el nombre de Andrés de Morales, Los procedimientos de
¡a ciudad de Córdoba en tiempo de las Comunidades.
Maldonado (Juan), De motu Hispaniae, etc. , traducida
y anotada por el actual bibliotecario del Escorial don José
Quevedo. (Madrid, Agnado, 1840 , 4.°)
Contienen también datos y juicios muy importantes so-
bre este asunto : \&s Epístolas familiares de fray Antonio
de Guevara, obispo de Mondoñedo ( véase el tomoxin de
naestra Biblioteca); las cartas y advertencias inéditas del
;ilmirante don Fadrique Enriquez; la Silva palentina, del
arcediano de Alcor Alonso Fernandez de Madrid, y las
Antigüedades de Simancas, de Antonio de Cabezudo, etc.
(1) Semanario pintoresco de 1844, pág. 405. Pacheco,
por lo visto, manejaba la pluma tan diestramente como el
pincel. Parece que dejó una preciosa colección de retratos
y elogios de hombres célebres, cuyo original regaló al
conde-duque de Olivares, y del cual lastimosamente se
conservan solo noticias. Algunos de los borradores fueron
á manos del excelentísimo señor don Martin Fernandez
Navarrete , el cual se los facilitó á los redactores del Se-
manario; y por este medio se ha salvado del olvidóla in-
teresante vida de Mejía, que dice así :
«Si alguna duda hubiera en el origen y patria del sa-
pientísimo varón Pedro Mejía , y si estuvieran en su anti-
gua prosperidad la docta Atenas y la triunfante Homa, no
dudo que contendieran entre sí , atribuyéndoselo cada una
por suyo ; y fuera no menos justa la causa que en las siete
ciudades de Grecia por Homero. Mas el generoso cielo se
le dio á esta ciudad Sevilla por hijo, siendo con él tan pró-
diga la naturaleza, que no le negó secreto suyo ni le dejó
de dar cosa de las que dan estimación á los hombres. El fué
caballero notorio y de tan singular ingenio , que alcanzó
lo que dirá brevemente este elogio. Aprendió la lengua
latina en esta ciudad, y prosiguió en Salamanca los estu-
dios de las leyes; y por ser de natural brioso y determina-
do, se aventajó tanto en la destreza de las armas, que nin-
guno le igualaba. Florecía en aquel siglo, entre otros va-
rones, la elocuencia de Luis Vivas (vives), á quien escribía
muchas cartas latinas con tanta elegancia, que vino á ser
del muy estimado. Entreteníase también en componer ver-
sos castellanos ; y por su agudeza y dulzura fué muchas ve-
ces premiado. Creciendo en años y moderando losbrios de
la juventud , le fué útilísimo el trato familiar con don Fer-
nando Colon, hijo del primer almirante de las Indias, y el
de don Baltasar del Rio, obispo de Escalas, que despertó
rn Sevilla las buenas letras; el cual le comunicó algunos
libros extraordinarios, y con este socorro se acrecentó
tanto, que era tenido de todos por varón eminentísimo.
Pero quien lo hizo mas admirable fué el uso de las mate-
máticas y astrología, en que era conocidamente el mas
aventajado, pues por excelencia fué llamado el Astrólogo,
como Aristóteles el Filósofo. Con este conocimiento pre-
dijo muchas cosas y su misma muerte veinte años antes.
Sobrevínole una grave enfermedad de la cabeza, que le
duró todo el tiempo que vivió, por donde parece increíble
haber leído tantos libros y compuesto las obras que divul-
gó, sin faltar al trato de sus amigos y de los caballeros y
señores desta ciudad y á los cargos que en ella adminis-
tró, porque fiíé alcalde de la hermandad del número de
los hijosdalgo, contador de su majestad en la casa déla
Contratación , y uno de los regidores que llaman veinti-
cuatro. Con tan contino trabajo vino á debilitarse de ma-
nera que en quince años jamás salió al sereno de la no-
che. En so manjar y bebida era muy templado y guardaba
mucha igualdad. El sueño no pasaba de cuatro horas, y si
1 1 ega ba á tres, no se tenia por descontento. Solo se hal laba
con fuerzas para estudiar y escribir y para los ejercicios
del alma, tanto mas despierta cuanto con mayor flaque-
za el cuerpo; la mañana asistía en la iglesia, y lo que le
sobraba del día gastaba en los ministerios que tenia á su
cargo; las noches eran todas de los libros, que como se
recogía temprano y salía tarde, dormía tan pocas horas,
que le sobraban muchas que gastar en sus estudios. Com-
puso primero la Silva de varia lección, y sirvió con ella
al emperador Carlos V, y fué recibida con tanto aplauso,
que luego se animó á ordenar la Historia de los empera-
dores, que salió á luz el año 159o, dirigida á don Felipe,
príncipe de España, que gustoso della, respondió á su car-
ta prometiéndole su favor. Dos años después publicó los
Diálogos, debajo del amparo de don Perafan de Rivera,
marqués de Tarifa ; luego se esparcieron estas obras tan
llenas de erudición, traduciéndose en diversas lenguas,
y en todas fueron recibidas con admiración de los hom-
bres sabios. Hallábase entonces el invitísimo César en Ale-
mania , glorioso con las victorias que había ganado , y lle-
garon á tan buen punto los libros de Pedro Mejía , que le-
yéndolos él y su confesor fray Domingo de Soto y otros
grandes personajes, se satisficieron tanto, que luego, por
orden de su majestad , le escribió el Comendador mayor
se emplease en escribir la vida del mismo emperador Car-
los V; y aunque se excusó con su poca salud , con todo eso
su majestad le envió el título de su cronista, desde la ciu-
dad de Augusta, el 8 de julio de 1548, y le dio licencia
()ara que , estándose en su casa , gozase del salario. Aten-
diendo pues á su nuevo cargo, comenzó á escribir con
tinta verdad y con tan copioso y elegante aparato de elo-
cuencia , que si se acabara esta historia, fuera sin duda
una de las mejores que jamás se compusieron; y aunque
fué heroica esta empresa , no fué de menos gloria la que
acometió en el fin de su vida , con puro celo de honra de
Dios. Habían ciertos malos teólogos comenzado á sembrar
por Sevilla los errores de Alemania , con demostración de
tan buenas costumbres y modestas palabras , que llevaban
tras si la gente. Descubrió Pedro Mejía con la sagacidad
Y AUTORES QUE CONTIENE EL PRESENTE TOMO. xv
años antes, pues él mismo asegura en el prólogo que comenzaba aquella escriptura en 1349 ; y no
es , por lo tanto, extraño que le sobrecogiese la muerte antes de concluirla. Las obras que tanta
reputación le dieron son las siguientes :
Silva de varia lección, Sevilla, Juan Cromberger, 1S42, folio. Tiene solo tres partes , en la
segunda edición añadió el autor la cuarta.
En Zaragoza se reimprimió en 1554 con quinta y sexta parte por un anónimo.
Publicóse además en Ambéres, por Martin Nució, 1555 y 1564; enLyon,1556; en Lérida, 1572;
en Madrid, 1602; en Ambéres, por los Belleros, 1604 ; en Madrid, por García de Olmedo, 1643
y 1673 , con la traducción de la Parénesis de Isócrates, y se tradujo en varias lenguas de Europa,
de su ingenio la ponzoña , y juntándose con fray Aguslin
Desbarroya y fray Juan Ochoa, excelentes teólogos, de la
orden de santo Domingo, todos tres se opusieron al bando
de la gente engañada, y libraron la república de tan mor-
tal peligro. En estas ocupaciones le halló la muerte, que
le sobrevino de una grave enfermedad del estómago. Com-
puso sus cosas con gran conformidad , consolando y dando
saludables consejos á los que tenia á cargo; y en aquellos
ocho dias que le duró la vida solo se ocupaba en las cosas
del cielo y en disponerse con los medios que usa la Igle-
sia en el negocio de la muerte, que fué al octavo dia de
esta reclusión , en 7 de enero de Í5S1 , de cincuenta y dos
años de edad, con tales demostraciones, que podemos
piadosamente creer que está gozando de Dios. Fué Pedro
Mejía de grande ánimo, y aunque colérico, de apacible
condición, compasivo, inclinado á socorrer á los afligi-
dos, y sobre todo, tan amigo de verdad , que ninguna cosa
aborrecía tanto como la lisonja. Fué muy devoto y obser-
vante de la religión ; frecuentaba los santos sacramentos,
comunicaba familiarmente con gente religiosa , y vivia con
tanto recato , que era tenido por escrupuloso : su muerte
fué tan sentida como habia sido estimada su vida. Sepul-
taron su cuerpo con solemne pompa en la capilla Mayor
de la iglesia parroquial de Santa Marina, entierro desús
antepasados de mas de ciento cincuenta años. Sabida su
muerte, mandó e! Emperador se entregase lo que habia
escrito , cerrado y sellado, al secretario Juan Vázquez de
Molina ; y aunque muchos ilustres ingenios han celebrado
las alabanzas deste doctísimo caballero, el doctor Benito
Arias Montano, singular ornamento de nuestro siglo, qui-
so mostrarse agradecido á la buena memoria de Pedro
Meji'a , de quien en sus primeros años fué amado y favore-
cido con oficio de padre y maestro; y así, compuso en
honra suya este epitafio , para que se esculpiese en la pie-
dra de su sepultura , donde se ve hoy :
Pelri Messiae Epiíaphtum.
D.G.
Petro Mesftiae Patricio Hispalen. Ex. Ord. XXIV.
Civitaíis Procer. An. LII. Et Dom. Am. Medinae, et Osario. Patriciae
Annor, LXII. Franciscus
Bíesia Parentib. Piiss.
Ac desideralis, et ex eodem
connubio Fraírib. Unicus superstcs.
Moer Pos,
Excessere vita VIH. idib. Januar.
MDLII. Vxor XVI. Kal. Sextil.
MDLXII. sit Gloria Defunctis.
Hocjacet exiguus Petrus Mesia sepulchro
Gratus Caesaribus , Begibus , et Populo ,
Qui causas rerum felix cognovit , et omnes ,
Ingenii adicitus dexteritate sui ,
Et qui Caesareos summa cum laude triumphos
Ediderat, clara tiobilitate potens.
Qui curas animo vicit fortes, qui fugaces
liisit, et aetemas conciliavit opes.^
Hasta aquí el elogio de Pacheco. Rodrigo Caro , en su
obra titulada Claros varones en letras, naturales de Se-
villa , connotas y adiciones de donjuán Nepomuceno Gon-
zález de León, natural de aquella ciudad (Manuscrito de
la Academia de la Historia), añade á las noticias de Pjiche-
co, que nació á principios del año 1500 en Sevilla; que
habia allí varones muy doctos que enseñaban buenas le-
tras y artes en todas las ciencias , y especialmente las len-
guas griega y latina ; que Mejía se aprovechó y se dio al
estudio de las matemáticas é historia, siendo tan aventa-
jado en ellas, que en su tiempo lo consultaban los pilotos
y mareantes, y no se desdeñaba en enseñarlos la cosmo-
grafía y la hidrografía , para que en sus difíciles viajes y
aventurados descubrimientos no se perdiesen.
«Extendióse su nombre por toda Europa, y le escribie-
ron de varias provincias los varones mas doctos de aque-
lla edad , entre ellos Juan Ginés de Scpúlveda y Erasmo
Rotorodamo , el cual le remitió juntamente una copia de
su retrato de mano de un excelente pintor, cuya obra dice
Caro que la vio en Sevilla en la selecta y curiosa librería
de Juan de Torres Alarcon.
«Respecto á la Historia del Emperador, dice el mismo
escritor que tenia gran parte de ella trabajada cuando mu-
rió, y añade : « Sacólo otro historiador en otros tiempos á
la letra, sin tomar en la boca al dueño verdadero ; y esto
consta por ser así, porque los mismos originales perma-
necían en poder de un hombre docto y muy conocido.»
«Fué sin duda esta obra de mucho mérito, pues alaban-
do su estilo Andrés Scoto, dice : Instar amnis labentisin
historia fluit : fidelis ac valde circunspectus , et quodam
modo ut de Messala Fabius referí, prae se ferens in dicen-
do nobilitatem.
«Argote de Molina en su discurso sobre la poesía caste-
llana (al fin de El conde Lucanor) hace expresa mención
del buen caballero Pedro Mejía, prodigándole mil elogios
y alabándole como poeta.
«Finalmente, respecto á su muerterefiere Rodrigo Caro
como cierto un heclio muy digno de copiarse aquí : «Ha-
bia adivinado, dice, Pedro Mejía por la posición de los
astros de su nacimiento , que habia de morir de un sere-
no , y andaba siempre abrigado con uno ó dos bonetes en
la cabeza debajo de la gorra que entonces se usaba, por
lo cual le llamaban Siete-bonetes ; sed non auguris potuit
depelere pestem; porque estando una noche en su apo-
sento, sucedió á deshora un ruido grande en una casa ve-
cina, y saliendo sin prevención al sereno, se le ocasionó
su muerte , siendo de no muy madura edad.»
»Este suceso, despojado de las buenas creencias astro-
lógicas de Caro, contraría la opinión de Pacheco respecto,
á que murió de dolor de estómago, como dice en su elogiO'.
«Fué sin duda Mejía uno de los hombres mas doctos de
su tiempo, sin que le embarazasen los muchos cargos que
desempeñó, para continuar asiduamente en sus trabajos
literarios. Escribió la vida de los emperadores , desde Ju-
lio César hasta Carlos V, la Silva de varia lección, que
va ya referida ; imitando al docto africano Lucio Apuleyo,
escribió también \:is Alabanzas del asno en estilo gracioso
y entretenido. Fueron sus obras muy apreciadas de los
doctos, imprimiéndose en España, Italia , Francia , Ale-
mania é Inglaterra, con mucho aprecio de todo el orbe
cristiano.»
XVI
NOTICIA DE LAS OBRAS
Los Cesares , desde Julio y Augusto hasta MaximUiano 1 de Austria ; Sevilla, 1544 y 1565, folio;
Basilea, 1547; Trujillo, 1564; Arabéres, 1578. Tradújose al italiano por Alfonso üUoa y Luis Dul-
cí, Venecia, 1664. , , .
Coloquios ó diálogos; Sevilla, 1547 y 15i8 ; Ambéres , 1547 ; Madrid , decima impresión, 1 /67.
Hay una versión francesa de un anónimo, y otra italiana por el citado Ulloa , Venecia, 1557.
La mencionada Parénesis de Isócrates , y otros fragmentos y escritos inéditos.
Mejía, fuera de las lisonjas que prodiga al César, y que le hacen llamar siervos á los vasallos (1),
considerado solo como historiador, adolece de cierto amaneramiento en la elaboración de los pe-
riodos y en el abuso de los sinónimos, con que sin duda pretende esclarecer mas las ideas ; pero
es buen hablista, escritor claro, vigoroso .y hábil en la manera de disponer su asunto. No deja
de ser feliz en la elección de las palabras , y no menos en el empleo de las metáforas y compara-
ciones, como al referir el incendio de Medina, cuyos vecinos dice que miraban arder sus casas
«como si fueran las de sus enemigos», y después,* « que quedaron mas encendidos en su furia
que la villa con el fuego.» Algunas veces incurre en afectación, y otras, por evitar este defecto,
se arrastra con demasiada languidez, pero no debe olvidarse que sus largos padecimientos nece-
sariamente hablan de debihtar su espíritu, y que no habiéndole dejado la muerte terminar su
obra, tampoco le daria tiempo para perfeccionarla.
Poco necesitamos detenernos en dar razón del Comentario de la guerra de Alemania, escrito por
DON Luis de Avila y Zúñiga. Es una obra sin pretensiones, una relación exacta de lo que el autor
vio por sus propios ojos , pero hecha con seguridad y soltura , llena de pormenores interesantes,
con un lenguaje llano, conciso y no exento de cierta originalidad, que la hace doblemente reco-
mendable.
La edición príncipe es de Ambéres, por Steels, 1550 (2). En el propio año se hizo una traduc-
ción francesa de esta obra, creemos que por Mathieu Vaulchier, y se imprimió en el mismo Am-
béres por Nicolás Torcy (fecha utsupra). La misma ú otra traducción en el propio idioma se pu-
blicó en Paris en 1551. También tiene versión latina.
Don Nicolás Antonio asegura que se reimprimió en España en 1547; mas no conocemos ejem-
plar alguno. Hemos sí tenido presentes el de Venecia , de Marcolini, 1552, y el de Madrid, por
Francisco Javier García, 1767.
Cítase como obra inédita de Avila y Zúñiga unos Comentarios de la guerra que hizo el empera-
dor Carlos Ven África; pero no hemos podido lograr ninguna noticia de ella.
De su patria solo sabemos , con referencia á don Nicolás Antonio , que fué Plasencia ; y esto lo
colige de una carta de Juan Verzosa ; de los cargos que desempeñó, además de la embajada de
Roma, que el mismo don Nicolás asegura que hizo en tiempo de Paulo IV y de Pió IV, únicamente
consta el de comendador mayor de Alcántara, como se expresa en la portada de su Comentario,
y el de camarero del Emperador, á quien acompañó en la guerra que describe , siendo entonces
y después uno de sus mayores parciales y favoritos. Casó con hija y heredera de don Fadrique
de Stúñiga y Sotomayor, y por este enlace poseyó los estados de Mirabel , Alcorchel y Brantevilla.
Llega su turno á la obrita de Gonzalo de Illescas , cura beneficiado de Dueñas , en la diócesis
de Palencia, y al parecer natural de esta ciudad, según opina el citado don Nicolás Antonio.
Hemos procurado hacer mas averiguaciones, mas por desgracia sin ningún fruto. Se presume que
murió antes del año 1633. ¡ Tremendo desengaño! De la vida de este hombre no se nos dice mas
que su muerte, como si esto únicamente íuese lo positivo de la existencia.
Lo que mas reputación le ha dado es la Historia pontifical y católica , en la cual se contienen
las vidas de los pontífices romanos. Las dos primeras partes son del autor, las restantes de sus
continuadores Luis de Bavia, fray Marcos de Guadalajara y don Juan Baños de Velasco. Cítan-
se ediciones mas ó menos completas; la primera de Salamanca, 1574, y las demás de Bur-
gos, 1578; Zaragoza, 1583; Burgos, 1592; Barcelona, 1596; Madrid, 1623, 1652 y 1678.
La traducción de la Imagen de la vida cristiana, original del portugués Héctor Pinto; Medi-
na, 1578 (primera parte), y Alcalá, 1580.
Y otra de la Mística teología de Sebastian Foscari ; Madrid, 1573.
(i) Véase el cap. n, pág. 371 , col. 2."
{i) En la nota puesta al pié de la primera página de
esta obra (410) hemos dicho que no habiamos podido ad-
quirir la primitiva edición de Ambéres. Posleriormcnle ,
nos la ha facilitado con su habitual desprendimiento
amabilidad el señor don Pascual Gayangos, y la hemos
hallado conforme en un lodo con la de Madrid de 1767.
Y AUTORES QUE CONTIENE EL PRESENTE TOMO. xvii
La obra menos conocida del doctor Illescas es la Jornada de Carlos V á Túnez, de que solamente
hemos visto la edición estereotípica hecha el año 1804 en la imprenta Real por la Academia Es-
pañola. Sus pequeñas proporciones parece que tienen por objeto concentrar mas su mérito y su
belleza , pues difícilmente podrá hallarse trabajo mas armónico y concluido, ni opúsculo en que
mas hábilmente estén resumidas todas las partes que constituyen una perfecta historia : plan bien
trazado y distribuido, estilo ameno, pintoresco, gallardo, digámoslo así, como la índole del
asunto lo requería ; descripciones oportunas y variadas ; la narración sostenida con grandísimo
interés, de tal modo, que parece una novela ó un poema; los personajes colocados en su ver-
dadero punto de vista ; en suma , el talento compitiendo con el arte , y produciendo un mo-
delo que, á pesar de su pequenez, no dejará de hallar panegiristas y admiradores. Ignoramos si
su autor hubiera manifestado igual acierto en obra de mas empeño y mayor escala ; pero sí nos
parece que supo realizar lo que se propuso, y por eso no hemos temido excedernos en sus elogios.
Llegamos ya al fin de nuestra tarea , y nos complacemos en coronarla con la joya de mas precio
que brilla en todo nuestro tesoro histórico. La sabiduría se asemeja á la virtud, y así, fructifican
ambas y se propagan por el ejemplo. Los esfuerzos de tantos hombres eminentes necesariamente
habían de engendrar imitadores, y tarde ó temprano era de esperar se alzase alguno que , ó fa-
vorecido por las circunstancias, ó dotado de recursos extraordinarios, sobrepujara á cuantos le
hubieran precedido, y fuese en adelante el numen y guia de sus sucesores. No tardó en reali-
zarse esta esperanza : en la postrera mitad del siglo xvi florecieron los modelos que admiramos
tanto ; Meló apareció á los principios del xvn.
Manteníase aun vivo en los corazones el recuerdo de las pasadas glorias, y como si el temor de
perder para siempre las de las armas hubiese despertado en nuestros ingenios el ansia de con-
quistar otros laureles, de emprendedora y guerrera, se convirtió la nación en pacífica y litera-
ria. Las artes de la imaginación cobraron de pronto vigoroso impulso : la corrección del Ticiano
se trasformó en las tintas de Murillo; la severidad de Herrera cedió el lugar á escuela mas atre-
vida; la poesía de fray Luis de León y Lope no se atrevió á rivalizar con Calderón ni Góngora.
Ante espectáculo tan animado tampoco pudo la historia permanecer impasible y muda ; y Meló,
que era el único capaz de representar aquella transición , acometió con denuedo y sagacidad tan
loable empresa.
Hijo de una familia ilustre (4), se consagró desde edad muy temprana álos estudios, haciendo
tan rápidos adelantos , que á los catorce años comenzó á dar muestras de su gran talento en al-
gunas composiciones poéticas y literarias, y en una obra cuyo título es Concordancias matemá-
ticas. Huérfano de padre al cumplir los diez y siete , determinó sentar plaza de soldado, y buscar
en los riesgos y batallas el incentivo que anhelaba su imaginación : así que, alistado en uno de los
tercios fijos próximos á dirigirse á Flándes , se embarcó en la escuadra que debía trasportarlos, y
en compañía de don Manuel de Meneses, que era el general que la conducía.
Don FnANCisco Manuel Meló nació en Lisboa el 23 de noviembre de 4611 , y como portu-
gués y mozo, y de ingenio naturalmente despierto, simpatizó fácilmente con el General, hom-
bre franco y aficionado al estudio déla hteratura. Conjuráronse los elementos contra aquella des-
dichada expedición , y navegando derecha á la Coruña, sufrió tan horrorosas tempestades, que se
dispersaron los navios, se perdieron las embarcaciones ligeras, y la capitana de Meneses fué á
dar en las aguas de San Juan de Luz , donde la amenazaba un naufragio inevitable. Dícese que
impávido el General, se adornó de todas sus galas para esperar la muerte, y mientras esta llega-
ba, sacó de entre los papeles que llevaba consigo un soneto de Lope en alabanza del cardenal
Barbarino , que el mismo autor le había dado poco antes en la corte ; y con admirable sangre fria
se lo leyó á Meló, discurriendo largamente con él sobre el mérito de aquella composición. Se-
millas eran estas muy á propósito para germinar en el corazón del joven aventurero. Viéronse en
salvo afortunadamente , y Meló fué el encargado de dar sepultura á mas de dos mil cadáveres que
nadaban sobre las ondas ; lo cual en un ánimo inexperto, lleno de ilusiones y ambición de gloria,
debió dar lugar á melancólicas y profundísimas reflexiones.
Malogrado así aquel proyecto , se dirigió don Francisco á la corte , y en ella y en Portugal resi-
dió alternativamente , deseando obtener alguna colocación. Los disturbios ocurridos en Evora
(i) La edición de la Historia de la guerra de Cataluña, I biografía de Meló, con todos los pormenores que pueden
hecha en Madrid por Sancha , 1808, contiene una extensa [ desearse , y que aquí no nos es dado reproducir.
xvín iNOTICIA DE LAS OBRAS
en 1637, con motivo de las nuevas imposiciones de tributos que se acordaron, resolvieron al duque
de Bragauza á enviar á la corte un comisionado que enterase minuciosamente al Rey y al Conde-
Duque de todo lo acaecido, y para este encargo se valió de nuestro autor, con quien, aunque le-
janas, tenia algunas relaciones de parentesco. En vista de sus informes, mandó Olivares al conde
de Linares, don Miguel de Noroña, que fuese á apaciguar la sublevación, y que llevase á Meló
en su compañía; pero siendo inútiles todas sus diligencias, se retiró el Conde á Lisboa, y envió á
DON Francisco á la corte con relación del estado en que dejaban aquel negocio.
Prescindiendo ya el de Olivares de miramientos, introdujo dos ejércitos en Portugal, que todo
lo llevaron á sangre y fuego, y ordenó asimismo que se hiciesen levas para formar cuatro regi-
mientos pagados por cuenta de los portugueses, y dos tercios de infantería voluntaria. Para man-
dar el primero de estos fué elegido don Francisco , que no pudiendo completar el número de
gente necesaria en los pueblos de Portugal, hubo de pasar á Castilla con igual objeto; pero entre
tanto el Cardenal Infante pidió desde Flandes socorros á toda priesa, y uno de los tercios que de-
terminaron enviarle, y que pusieron bajo las órdenes de Meló, salió inmediatamente parala Coruua.
Aquí se halló don Francisco en la embestida que el 46 de junio de 4639 dio á la plaza la escua-
dra del arzobispo de Burdeos, suceso de mas aparato que sustancia. Fué después comisionado
para ejecutar el embarque de la gente de guerra que había de ir en la numerosa armada reunida
contra los holandeses; y procedió con tal actividad, que embarcó en dos días de nueve á diez
mil hombres, de cuyas resultas contrajo dolencias que le duraron por espacio de tres años. Asis-
tió á los combates que se empeñaron entre la escuadra holandesa, mandada por Tromp, y la nues-
tra, regida por don Antonio Oquendo, y escapó dichosamente de los varios conflictos y pérdidas
que con este motivo ocasionó á nuestras armas la falacia inglesa.
Sirvió en seguida de maestre de campo en los ejércitos de Flándes , y una enfermedad le im-
pidió desempeñar la honrosa comisión que le confió el Infante Cardenal para Alemania con el
fin de disuadir la disposición del ejército de Alsacia, á consecuencia de la pérdida de Brisac. Fué
nombrado á poco tiempo gobernador de Bayona de Galicia ; mas como después ocurriese la su-
blevación de Cataluña , recibió orden de asistir al marques de los Vélez , elegido para caudillo
de aquella empresa. A su lado sirvió don Francisco con la mayor lealtad y celo, aconsejándole
en los casos mas arduos, y siendo, mas bien que subalterno, compañero y amigo suyo; tanto,
que habiendo mandado Felipe IV al Marqués que hiciese escribir aquella guerra por la per-
sona mas hábil que hubiese en el ejército, designó para ello á nuestro autor, con aplauso do
todo el mundo; y así pudo conseguir relaciones exactas de todo lo acaecido.
Desde este punto Meló, que no podia quejarse de la fortuna, comenzó á probar la amargura
de sus rigores, pues habiéndose en 4." de diciembre de 4640 levantado Portugal para emancipar-
se del dominio de Castilla, y coincidiendo esta inesperada nueva con los movimientos de Catalu-
ña , ó porque realmente creyera el Conde-Duque que los portugueses del ejército de Vélez cons-
piraban á la sombra de sus armas , ó por hacerse con rehenes que desde luego le diesen seguri-
dad de negociar con ventaja, mandó prender á don Francisco, y que se le condujese á la corte
con algunos de sus compatriotas. Nada justificaba semejante tropelía, y ninguna culpa pudo
achacársele mas que su amistad con el de Braganza ; así fué que á los cuatro meses de prisión
se le declaró inocente y hbre, y para reparar los perjuicios que se le habían ocasionado fué me-
nester asignarle una renta mayor que la que importaban sus bienes de Portugal, y restablecerle
en la opinión pública concediéndole un destino de mas suposición que los que hasta entonces ha-
bía gozado.
No quiso, sin embargo. Meló quedar expuesto á los golpes de un poder enconado y receloso; y
creyéndose por otra parte obhgado á tomar la defensa de su patria, partió primero para Lisboa, y
de esta ciudad á Londres; asistió al congreso de la paz celebrado entre Portugal y la corte de In-
glaterra; pasó á Holanda, y llevó consigo los socorros de gente, armas y vituallas que de aquella
parte se esperaban en Portugal; y tanto trabajó en favor de sus conciudadanos , que , repitiendo
las palabras de su biógrafo, pocos fueron los negocios de guerra y paz , embajadas, jurisdiccio-
nes, capitulaciones, regimientos, competencias, y otras cosas semejantes, de las que pasaron en
aquel reino, en sus tribunales, consejos, fronteras y conquistas, en que dejase de tener parte
Pero un hombre de tan extraordinario mérito habia de pagar su tributo al mundo en nuevas y
dolorosas vicisitudes. Injustamente se le imputó un asesinato en 4644 , é injustamente se le des-
terró al Brasil después de un largo encarcelamiento. A ruegos del rey de Francia y el cardenal
Y AUTORES QUE CONTIENE EL PRESENTE TOMO. xix
Mazarino, consiguió ser trasladado á Bahía en 1648, y pasados algunos años, regresó á Lisboa,
absuelto de toda pena; donde incesantemente dedicado á sus escritos y ocupaciones literarias,
falleció el 13 de octubre de 1667, de cerca de cincuenta y cinco años, dejando un hijo natural,
pues no llegó á contraer matrimonio, llamado don Jorge Manuel de Meló, que siendo capitán de
caballos , murió heroicamente en la batalla de Senef , el año 1674.
Si como hombre y como político pudo Meló tener émulos y perseguidores, como escritor re-
cibió siempre unánimes alabanzas de sus contemporáneos. Quevedo, el talento mas general y
profundo de su época, le profesó particular amistad, y la misma correspondencia mereció de los
sabios de otras naciones. Fué muy versado en las lenguas cultas de Europa, y se afirma que sus
obras, impresas repetidas veces en Italia, Francia, Portugal é Inglaterra, componían hasta cien
volúmenes, y poco menos las manuscritas, ya místicas, ya de historia, poesía, milicia, política,
moral y otras ciencias: número casi increíble tratándose de quien gastó su vida en viajes, guer-
ras, negociaciones é infortunios.
La colección de sus poesías se publicó en Lisboa en 1649, con el título de Las tres musas, y
en 166o las reimprimió en Lyon Horacio Boisat, con el de Obras métricas, aumentándole una
segunda parte.
Durante su prisión en Lisboa terminó la Historia de los movimientos, separación y guerra de
Cataluña (1), que dedicó al pontífice Inocencio X, encubriendo su verdadero nombre, y to-
mando el de Clemente Libertino. En este proceder tuvo mas parte la reflexión propia de su buen
juicio que la modestia. Debía manifestar sin empacho la culpa que el gobierno español tenia en
aquellos acontecimientos, y se hubiera creído que le censuraba por pasión y por ojeriza; graví-
simo obstáculo á la suprema autoridad de la historia. En su dedicatoria al Papa quizá mediaría
una razón análoga : el dirigirse á otro cualquiera príncipe se hubiera interpretado ó como des-
quite ó como lisonja, si ya al rendir tan respetuoso homenaje á la cabeza visible de la Iglesia no
pretendía desmentir alguna prevención ó calumnia contra sus opiniones religiosas.
Sin embargo, no por hacer responsable en cierto modo á la corte de los tumultos de Cataluña,
aprobaba Meló la insurrección, ni anteponía mezquinas consideraciones á los fallos solemnes de
la imparcialidad y de la justicia. En aquella contienda se reproducía el espectáculo que tantas ve-
ces ha presenciado el mundo , la lucha del despotismo con la anarquía, dándose recíprocamente
ayuda y mutuamente justificándose; y Meló, que no solo sabia referir los hechos como escritor,
sino contemplarlos como filósofo, acertó á calificarlos con exactitud, contentándose meramente
con establecer la prioridad de la culpa (2), y no excusar jamás á la parte en quien recayese.
Es en verdad admirable cómo, habiendo tratado tan de cerca á las personas que se proponía
juzgar, y borrando de la memoria cuanto tenia relación consigo y con sus agravios, hablara de
los primeros como de hombres enteramente extraños é indiferentes , y no dejara traslucir ni aun
la sombra mas leve de los segundos. La historia de Meló no parece un hbro contemporáneo : el
relieve en que se ve allí todo es el que da la lejanía del tiempo y de la distancia; y en cuanto á la
apreciación que hace de los sucesos, de tal manera está interpretado el juicio que se ha formado
de ellos, que nadie podría hoy desempeñarlo con mas acierto deduciéndolo á posteriori.
¿A qué extendernos mas en celebrar el mérito de una obra tan llena de perfecciones? Sí se
la considera por su estilo, nada hay superior á ella; si por la dicción , su lectura basta para sen-
tir los afectos que arrastran la pluma del escritor ; y ya se examine por partes , ya en conjunto ,
(1) En Lisboa se hicieron tres ediciones de esta obra :
la primera en 1643, la segunda en 1692, y en 1696 la ter-
cera. Sancha la reimprimió en Madrid en 1808, purgán-
dola de los muchos defectos de que las antiguas adolecían.
Brunet, en su Manual del librero (Paris 1842-1844) , cita
otra edición de Madrid de 1803. No sabemos cuál sea.
En Paris se publicó también en 1827, y en Barcelona en
el Tesoro de autores ilustres , por Oiiveres, el año 1842,
con una continuación de don Jaime Tió bástala conclu-
sión de la guerra en 1653.
(2) Asi lo expresa terminantemente, pues disculpando
á los catalanes de la manera algo libre con que exponían
"Bl Rey sus quejas, añade estas palabras (pág. 478, col. 2."):
« Pensaban los catalanes que escribían al Rey sus lásti-
mas, y hablaban eu aquel modo que la miseria halló para
rogar i la grandeza : el dolor sensible no sufre elegancias
ó decoros; á cualquier hora y por cualquier terminóse
queja el dolorido. Decían con sencillez sus trabajos, y co-
mo cosa natural en los hombres, acudían con la mano y
con el dedo á señalar la parte ofendida y la causa de la
ofensa ; escribieron á la Reina , al Príncipe y á los minis-
tros superiores; escribieron al mundo todo un papel im-
preso , á que llamaron Proclamación católica ; etc. »
Para que pueda formarse idea de lo que era este escri-
to, dicho Proclamación católica, extractamos de él algu-
nos trozos, que se verán en los documentos siguientes (le-
tra G, página xxvni). Esta obra se atribuye á fray Gaspar
Sala, abad de San Culgat de Valles, y fiié recogida por la
Inquisición. El Gobierno se defendió por medio de una vin-
dicación, titulada £/ i4m/arco , que se imprimió asimis-
XX NOTICIA DE LAS OBRAS Y AUTORES QUE CONTIENE EL PRESENTE TOiMO.
siempre satisface y embelesa, en términos de parecer imposible la imitación. Para mas recomen-
darla, se mencionan generalmente el prólogo, el vigoroso discurso del canónigo Claris (1), el
grave del conde de Oñate , la pintura del dia del Corpus Christi y la descripción del asalto de
Monjuich; pero donde todo es bello y magnífico no hay elección cuerda ni preferencia fácil.
Meló es un autor que escribe á la manera de los antiguos clásicos, y raciocina como un filó-
sofo moderno. Era gran poeta lírico, y así es admirable en el uso de los epítetos y las metáforas;
era pensador profundo , y lo muestra bien en sus sublimes sentencias ; comprendía la estética del
arte, y sabe colocarlas arengas natural y oportunamente, de modo que no parezcan un ornato
pueril y sistemático ; era, por último, excelente hablista, y no se dejó corromper por el mal gusto
que se introdujo en su época. Su libro, que debemos lamentar quedase tan á los principios, será
siempre para los que se dediquen á la historia, el modelo mas perfecto de aquel siglo ; y Meló,
aunque portugués, uno de los primeros escritores de nuestra patria.
Tales son las obras que comprende esta parte primera de nuestra colección : en el segundo vo-
lumen incluiremos otras también muy estimables, y daremos á luz alguna inédita que juzgamos
no merece yacer en tan prolongado olvido.
Para que la impresión saliese correcta, nuestros lectores verán que no hemos omitido diligen-
cia alguna , respetando siempre las ediciones mas esmeradas ó mas auténticas , hasta en las incon-
secuencias ortográficas en la manera de escribir los vocablos, porque estas irregularidades son
otros tantos datos útiles para la historia de nuestra lengua. Solo en los pocos casos en que es-
taba manifiesto el yerro, nos hemos creído obligados á rectificarlo, pero nunca sin el consejo
y aprobación de personas autorizadas. Esto decimos para inspirar confianza á los lectores , no
porque consideremos estos trabajos dignos de ningún género de alabanza.
mo, escrita, según afirman todos , por el célebre poeta
don Francisco Rioja, secretario del conde-duque de Oli-
vares ; de la que también copiamos algunos trozos. A mas
de la curiosidad natural que excitan estos documentos,
son interesantes porque pintan al vivo la exasperación
en que se hallaban no menos los catalanes que sus con-
trarios.
Entre la multitud de obras que se escribieron con mo-
tivo de esta rebelión de Cataluña, son notables las si-
guientes :
Boil ( fray Francisco), Bocina pastoril contra la Procla-
mación católica. ( Zaragoza.)
Vopis( Francisco), Ingenuidad catalana, corona délos
lirios. ( Barcelona , 1644 , en 4.°) Esta obra está escrita en
defensa de los catalanes.
Rius(fray Gabriel Agustín de), Cristal de la verdad,
espejo de Cataluña. (Zaragoza, 1646, en 4.") Escrita á fa-
vor de Felipe IV.
Sala (fray Gaspar). Además de la Proclamación católi-
ca, escribió : Epitome de los principios y progresos délas
guerras de Cataluña en los años de 1640 y 41. ( Barcelona,
1641, en 4.")
—Tradujo del francés la obra del señor de Sericiers con
este título : El héroe francés ó idea del Gran Capitán. Es
un elogio del conde de Harcourt, gobernador de Catalu-
ña por el rey de Francia. (Se imprimió en Barcelona, 1646,
en 4.")
Ros (Alejandro), Cataluña desengañada, discursos po-
líticos. (Se imprimieron en Ñapóles, 1646, en 4.", dedica-
dos á Felipe IV.)
Martí y Viladamor (Francisco), abogado de Barcelona
y cronista de Cataluña durante la rebelión, escribió :
Praesidiutn inexpugnabile principatus Cataloniae pro
jure eligendi Christianissimum fftynarcAíflOT. (Barcelona,
1644, en folio.)
Manifiesto de la fidelidad catalana y la integridad fran-
cesa; en unión con otra obra titulada :
Defensa de la autoridad real en las personas eclesiásti-
cas del principado de Cataluña sobre el hecho de tres ca-
pitulares de la catedral de Barcelona. (Barcelona, 164«,
en 4.")
Temas de la locura, ó embustes de la malicia, obra es-
crita, al parecer, por Gaspar Sala, autor de la Proclama-
ción católica. (Se imprimió en Barcelona , 1640, en 4.°)
Pellicer de Ossau (don José), Idea del principado de
Cataluña , recopilación de sus movimientos antiguos y mo-
dernos, y examen de sus privilegios. ( Ambéres, 1642,
en 4.") Se escribió contra la Proclamación católica, en cu-
ya defensa salieron el Manifiesto de la fidelidad catalana,
de Martí, y la Ingenuidad catalana , de Vopis.
Dalmau de Rocaberti (don Raimundo), conde de Pera-
lada, Presagios fatales del mando francés en Cataluña.
Dedicado á Felipe IV. (Zaragoza, 1646, en 4.")
ídem. Memorial ó defensa del marqués de Aitona. {Eni.")
Pellicery Ossau (Antonio), hermano del cronista, mi-
litó en las guerras de Cataluña y escribió un diariode ella»,
que no se ha impreso.
Gilabert( Alejo), Sucesos de Cataluña en 16S0. (Zara-
goza, 16S1 ,4.°)
Se conservan también gran número de papeles manus-
critos referentes á esta materia , pues como novedad que
tanto afectaba á las opiniones é intereses de la nación, pu-
so en movimiento á casi todos los escritores.
(1) No parecerá mal que copiemos aquí el retrato de
este personaje , hecho por su panegirista el mencionado
fray Gaspar Sala, que tomamos de la continuación de don
Jaime Tió en la edición ya citada de Barcelona.
«Era de buena estatura; el rostro algo tirado, el pelo
entrecano, el color trigueño y quebrado, los ojos vivos,
algo grandes y salidos ; la nariz un poco aguileña , los la-
bios gruesos; con que se mostraba á los fisionómicos va-
ron entero, firme, verdadero, discretamente severo, y
prudentemente arriscado. Era en el trato grave, pero ale-
gre ; en el hablar agradable , pero conceptuoso ; en el an-
dar fogoso, pero remirado. Era en el vestir modesto, pero
aliñado; en su proceder honesto , en aconsejar acertado,
en resolver maduro , en ejecutar prontísimo , en acariciar
amoroso, en agasajar urbano, en reprender severo, en
negociar astuto, en persuadir eficaz. Apropiósele este le-
ma, que pocos han merecido : Sibi nullus, ómnibus omni»
fuit; Nada para sí , todo para todos.»
DOCUMENTOS
QUE SE CITAN EN LA NOTICIA PRECEDENTE.
A.
ClRet.— Loque vos don Francisco de Moneada, conde de Osona,
habéis de hacer en Calaiuña.
\üs estáis informadn muy particularmente de todo lo
que ha pasado acerca dul juramento de! obispo de Bar-
celona, que lie nombrado porvirey de Cataluña, y de
las réplicas que allá se lian hecho, que aunque muestran
que han sido nacidas del amor que me tienen, y con
deseo de verme en aquel Principado , y yo así lo creo,
todavía ha sido con tanto exceso, que justamente pu-
diera desde luego, sin esperar á mas instancias , proce-
der al castigo de los culpados; pero queriendo usar de
lodos los medios suaves con vasallos que tan leales me
han sido, y que yo quiero y eslimo tanto, y habiéndo-
me también pedido el conde de Olivares, mi sumiller de
corps y caballerizo mayor, que suspenda el rigor hasta
ver lo que resulta de una diligencia que quiere hacer
por vuestro medio, he venido de buena gana en ello. Y
así, os encargo que luego parláis para la ciudad de Bar-
celona, sin deteneros un punto. Y por el camino iréis
con la mayor diligencia que fuere posible, con color que
vais acosas vuestras y negocios de vuestra casa, sin
que en ninguna manera se entienda que yo os envió ni
que la jornada es por mi orden.
Llegado allá, procuraréis veros con la mayor disimu-
lación que fuere posible con el obispo de Barcelona, y
le diréis á lo que vais , encargándole también el secreto
y dándole mi carta de creencia que le lleváis , y os in-
formareis del de todas las particularidades que convi-
niere tener entendidas, para encaminar el intento que
se lleva. Y habiéndoos enterado bien del negocio y el
estado que tiene, iréis encaminando la buena disposi-
ción del por los medios que con vuestra prudencia y
celo á mi servicio, y !a noticia que tenéis de las cosas y
humores de allá, tuviéredes por mas conveniente.
Los que acá han parecido, son en primer lugar fijar
la nobleza del Principado, y las villas y ciudades del , y
demás personas que sienten mal de la resistencia que
ha habido, deciéndoles, si fuere menester, que habéis
entendido acá cuan servido me hallo dellos y del celo
y buena intención que han mostrado en esta ocasión
y todo lo dcmá« que os pareciese conveniente, dando á
H-i.
las personas que os pareciese las cartas que lleváis en
esta sustancia del conde de Olivares.
Luego trataréis ( habiendo entendido las personas que
podrán ser á propósito para lo que se pretende, y que no
estuvieren también afectas al negocio) de reducirlas
por los medios que tuviéredes por convenientes , dicién-
doles particularmente la poca justicia que tienen en lo
que pretenden , y que lo que se ha mandado es confor-
me á sus privilegios y á lo que mas conviene á mi ser-
vicio, y buen gobierno de aquel Principado, á que he
mirado y miro siempre , sin que por ningún caso quie-
ra haccües ningún perjuicio en la observancia de sus
previ'egios.
Estando esto dispuesto, ó si os pareciese mas á pro-
pósito, hecha la primera diligencia con los bien afec-
tos, sin esperar á esta segunda, podréis dar las cartas
que lleváis del conde de Olivares para la ciudad de Bar-
celona y para los diputados del Principado, diciéndo-
les de su parte muy cumplidamente el deseo que tiene
de que estas cosas se asienten por su medio, así por lo
que toca á mi servicio, como al bien de aquel Principa-
do y de la ciudad de Barcelona; ofreciéndoles de su
parte que viniendo agora en lo que les escribe, él ten-
drá particular cuidado deque yo haga lo que ellos de-
sean, y no solamente en lo présenle, pero en las cosas que
adelante se ofrecieren tendrá á su cargo el represen*
tármelas y procurarlas conseguir.
Aunque he pensado en enviar alguno del consejo de
Aragón para tratar del castigo de los culpados, nomo
he resuello á ello por las razones que apunto al princi-
pio ; poro sirá bien que sin que salga de vos ni de nin-
gún ministro mío, corra esta voz allá, y vos os valdréis
della, ó bien acreditándola si os pareciese conveniente,
ó bien diciendo que no tiene fundamento, si así convi-
niere.
Luego que lleguéis y loméis noticia del estado de las
cosas, me avisaréis deüo con correo expreso, procu-
rándole despachar con toda disimulación; y en el dis-
curso de la negociación haréis lo mismo con lo que se es-
perare della, yenacabándose, con loque resultase, prc
curando que se gane todo el tiempo que se pudiere,
pues lleváis entendido lo que conviene la brevedad y no
perder hora de tiempo, para que conforme á lo que inc
,x„ DOCUMl
avisdrctles, tome la resolución mas conveniente. Todo lo
demás que se puede ofrecer os lo remito para fjuc con
vuestra prudencia lo encaminéis como lo tu viéredcs por
mas conveniente ; con que quedo seguro del buen su-
ceso.—Dafa en Madrid á 30 de diciembre de i 622 años-
— Yo el Rey. (Biblioteca Nacional, códice H. 35. — Es
original.)
B.
Papel de don Diego Hurtado de Mendoza , que se halló
en la cámara del Emperador.
Sacra, cesárea, católica majestad ; Julio César decia
que Sila dejó la ditadura porque no sabia letras. Mu-
cbas menos sabrá vuestra majestad si deja á Milán, pu-
diendo tener mas justamente este reino que Sila el de
su república. La razón y derecho que vuestra majestad
tiene á estos estados por virtud del feudo del imperio,
harto bien está disputado y determinado en favor de
vuestra majestad, si vos sois emperador y las leyes im-
periales se guardan. Y dejando esto aparte , quiero to-
mar la cosa mas estrecha , y digo que según los fun-
damentos de todos los señoríos del mundo y sucesión
de las cosas, el mismo derecho tenéis á Italia que á
Flándes y España, y por consiguiente á todo el mundo.
Pregunto á vuestra majestad : ¿qué razón hizo á los
romanos señores de casi todo el mundo, y después á los
godos de España, á los franceses de Francia, y á los
vándalos de África, á los hungos de Hungría, yálos an-
glos de Ingalaterra? Por ambición salieron estas gentes
de su casa, por pura valentía se hicieron señores de la
ajena, y por virtud y buen gobierno la han conservado
muchos dellos hasta agora.
Violenta fué la usurpación de lodos, violenta la re-
tención, violenta la continuación. ¿ Queréis que os lo
diga? Desde aquel mundo es mundo hasta agora. No
ha habido mas razón ni derecho á los reinos que la
fuerza ; de donde nació el proverbio Jus est in armis.
Si la religión os mueve á dejará Milán , por la mis-
ma razón y causa podéis dejar á España, si queréis des-
cargar la conciencia de vuestros predecesores, porque
no hay mas diferencia de la propiedad de un señorío á
otro, que ser la usurpación una mas antigua que otra.
, He dicho la razón por que vuestra majestad puede
tener á Milán por respeto del feudo del imperio, y lo
que la natura introdujo entre los hombres después que
Dios formó el mundo; diré agora la razón de vuestra
necesidad , que se suele decir que no tiene ley.
Claró está que si uno tiene dentro de un señorío ó
cerca de él una tierra por la que puede recibir daño
aquella provincia, justamente le puede quitar el seño-
río de aquella la entrada, y darle la equivalencia en otra
parte donde pueda estar sin sospecha. Y la mas justa
causa que los Reyes Católicos juzgaron para tomar á
Navarra, fué el daño que por aquella parte pudiera res-
cibir toda España, como hizo el rey de Francia en to-
mar á Borgoña , que es la llave de su reino ; y con darle
en otra parte lo que allí le tomaron, satisfacían la con-
ciencia y hacían justa la aplicación.
Entre los hombres doctos esto se tuvo entonces
por mejor derecho que el de la aprobación é investi-
dura por el cisma,
, Pues si las leyes permiten esto entre personas pri-
:ntos.
vadas, ¿ porqué nose permitirá entre príncipes, pues el
peligro es mayor?
Por la misma causa por que los Reyes Católicos to-
maron á Navarra por la seguridad de España , podéis
tomar á Milán por la de ItaUa , pues allende desta ne-
cesidad, concurren á vuestro favor el derecho del feudo
del imperio, y el que tenéis adquirido por la defensión
desta provincia.
Vuestra es Sicilia, vuestra es Ñapóles, vuestra es
Florencia, vuestra es Sena , vuestra es Luca, vuestra
Genova. Toda Italia os reconoce cierta manera de obe-
diencia y superioridad. La entrada para toda Italia es
Milán, como Borgoña para Francia. Adonde solía acos-
tarse Milán, toda Italia se inclinaba; y pues siendo Mi-
lán la entrada y cimiento sobre la cual lo demás de Ita-
lia se funda, y teniéndola vuestro enemigo, lastimado
de lo pasado, ¿qué seguridad podéis tener para asegu-
rar lo demás?
Luego que el francés haga fundamento en Milán, se
desharán todos los que habéis hecho en Italia; porque,
como no están fundados en verdadera obediencia , fi-
delidad y amor de los naturales , sino en puro interese
y odios crueles , fácil cosa será echallos todos por el
suelo.
Yo certifico á vuestra majestad que así acaecerá
como cuando de un mal edificio se quita una piedra del
cimiento, que todo lo al desmorona y cae. Porque, qui-
tada la piedra del cimiento de Italia , que es Milán , te-
ned por cierto que todo lo demás desta provincia, no
solamente caerá, pero nos faltarán manos é industria
para derribarlo mas presto.
Si dais la puerta á vuestro enemigo, ¿por donde ha-
béis de meter vuestros ejércitos por tierra, y las arma-
das por mar, dejando á Milán y perdiendo de necesidad
á Genova? Y si le ponéis vuestras armas en las manos,
¿con qué queréis combatir? Y finalmente, ¿qué medio
queréis tomar, perdiendo aquesto, para asegurar lo de-
más de Italia? Ninguno por cierto, si no apeláis para
la fortuna, que hasta aquí lo ha defendido todo.
Mirad, Señor, que es remedio incierto; porque al
fin es fortuna, y jamás nació un hombre tan venturoso,
que pusiese un clavo ala rueda della. Diez y seis años
fué madre de Aníbal ; al cabo le fué madrasta en su
propia patria. César por ella fué señor del mundo; al
cabo murió á manos de pocos. Jamás se vio constancia
en ella, y por esto, en tanto que dura es menester usar
del favor suyo.
Pues la necesidad es la que digo, vuestra majestad
defienda á Milán, pues podéis, y no deis lugar á que
justamente podamos decir que no sabéis letras ;pues yo
os certifico que muy pocas sabia vuesira majestad
cuando vio ejército, y prendió al rey de Francia, y no
usasteis de aquella ocasión de recuperar primero á
Borgoña y lo demás. Muy pocas , cuando tuvisteis el
santísimo templo de la Iglesia en vuestras manos, y lo
dejasteis , porque ninguna injuria hiciérades á Cristo,
quitando á su vicario el brazo temporal, que es llave de
abrir y cerrar las guerras; pues no la fundó Dios sino
en lo espiritual. Pocas letras tuvo vuestra majestad en
no usar dellas cuando lo de Viena y de Lautrec; y po-
cas cuando pasasteis en Francia y os tornasteis con
pérdida de tantos hombres y de tanta estimación. Para
abreviar, pocusletras ha sabido vuestra majestad hasta
DOCLMEMUS.
agora, pues habéis perdido las mayores, las mas gran-
des , las mas gloriosas ocasiones que jamás príncipe
tuvo para haceros monarca.
Otros hombres chicos contra fortuna se hicieron
grandes príncipes. Vos, con ella mayor que jamás nadie
tuvo, no habéis acrecentado una piedra á lo que here-
dasteis. Alejandro, siendo niño, lloraba cuando le con-
taban las victorias de su padre Filipo, temiendo que no
le dejarla á él qué ganar.
A vos viéncnseos los reinos y señoríos á las manos,
y queréislos dejar, y poner vuestra honra y señoríos en
compromiso con el Papa, sabiendo que anda puesto en
almoneda, que el que mas diere lo ganará.
Dirá por ventura vuestra majestad que es imposi-
ble resistir al turco y deshacer al francés. Yo digo que
es difícil, pero no imposible, porque sé que otras tan
grandes cosas ha acabado vuestra fortuna y santa y
buena intención, y también sé que algunos pocos de
los de Aragón resistieron en cierto tiempo al turco y
echaron á los franceses de Ñapóles.
Y pues vos , siendo señor de Alemania , d? España y
de Italia y de la mayor parte de Europa, y estando con-
federado para la resistencia del turco con el Papa y con
venecianos, ¿porqué habéis de desesperar hacer con
tanto aparejo lo que otros con casi ninguno acabaron?
Pensad, Señor, lo que valéis y podéis, y tendréis por
fácil cualquiera cosa que emprendiéredes Concluyo
que, pues por el derecho del feudo y por la costumbre
de los hombres y natura de las cosas, y por la necesi-
dad propia, os previene y conviene' tener á Milán, que
es la misma necesidad que constriñe al rey de PYancia
á no restituiros á Borgoña, por ser la entrada para Fran-
cia, vuestra majestad gobierne así el negocio, y no di-
gamos mas lo que dijo César por Sila. (Copiado de las
notas de don Adolfo de Castro al Buscapié de Cervan-
tes. Cádiz, 1848.)
c.
Al ilustre y muy ma|?nlflco señor el sffior don Luis Dávila ,
camarero de su majestad.
Ilustre y muy magnífico Señor : Enojado de las
cosas que pasan , me retruje á mi cuartel y escribí esta
letra á su majestad. Suplico á vuestra merced la vea ,y
si le pareciere digna de que su majestad la vea, se la
muestre, y si no , la rompa ; porque para mí bástame
iiabermedesencouado en haberlo fecho. Quién soy, otro
tiempo mas conveniente lo sabrá vuestra merced , cuya
muy magnífica persona y casa conserve nuestro Señor.
«Sacra , católica y cesárea majestad : Bien veo cuan
gran osadía es dar consejo á algún príncipe, en espe-
cial á vuestra majestad, que así por su divino juicio,
como por la grande experiencia de las cosas , tiene mas
prudencia para deliberar y mas ánimo que nadie pa-
ra ejecutar. Pero viendo tanto peligro de la república
cristiana, es justo que cada uno socorra con lo que pue-
de, y si no tiene caudal para ayudar á las cosas altas
y de importancia , ayude á las menores y mas bajas,
y haciéndolo desta manera se provee á toda la nece-
sidad y obligación común. Así yo, acordándome que
soy cristiano y vue tro vasallo, satisfaré en lo que
pudiere á mi obligación, y ya, cuando en otra cosa
DO aprovechare, á lo menos haré á mi ver lo que debo,
y si la obra no sucediere la intención quedará salva,
XMll
que es ver bien encaminadas las cosas de Dios y al con-
siguiente las vuestras, porque por experiencia de lo
pasado se puede justamente decir que siempre habéis
obrado por su mano: y así, confiado en esta buena
intención , digo, invictísimo Príncipe, que considera-
do el progreso de todos los príncipes y señores del
mundo, la experiencia ha dado á conocer cuánto mas
vale la reputación y opinión en las cosas de estado y
guerra que en otra. Mas hizo con ella Alejandro Magno,
César y Aníbal que con las lanzas; mas gente trajo á la
obediencia del imperio romano la reputación de Au-
gusto que las obras de los Scipiones, de los Mételas,
délos Camilos y de otros invictísimos capitanes, de
donde naci^ aquel proverbio : Bella fama constant;
y lo mismo ha acaecido á vuestra majestad ; porque
sin dineros, sin hombres y sin otras provisiohes , con
sola la grande opinión que de vos han tenido vuestros
enemigos, los habéis vencido y sujetado. Esta sola re-
sistió al turco en Viena; esta sola defendió á Ñápeles
de Lautrechc ; esta sola ganó á Milán, en contradicion
de todo el mundo; y últimamente, esta sola defendió á
Perpiñan , y por ella sola sois tenido por inmortal entre
los hombres. César, hablando dello , decía que mas
difícil era bajar del primer escalón al segundo que del
segundo al ínfimo. Luego que un príncipe baja de la
reputación un solo grado, los amigos d(ísconíian, los
enemigos se animan y la naturaleza de las cosas por
su curso ordinario le trae al ínfimo grado.
Siendo pues esto así, tened, invictísimo Príncipe,
gran cuidado de conservaros en aquella buena opinión
y crédito que tenéis, porque á mi ver ninguna otra
cosa os ha sustentado y sustenta. Creed, Señor, quo
todo el mundo sabe que tenéis empeñado vuestro es-
tado, consumido vuestro patrimonio, y vuestros vasa-
llos empobrecidos , y que en sola el áncora de la repu-
tación se sustenta vuestro estado; la cual no sola-
mente en estos tiempos podéis sustentar y mantener,
pero acrecentarla , porque á mi ver jamás estuvisteis
en mejor punto que ahora. Hasta aquí todo el mundo
estaba en duda de lo que valíadcs, y todos vuestros
buenos sucesos antes los atribuían al favor de la for-
tuna que á ninguna buena provisión de vuestra majes-
tad; antes á la poquedad del enemigo que al valor y
potencia vuestra. Pero viendo ahora que el rey de
Francia, después de nna cosa tan pensada, tan pro-
veída, tan asegurada, y con tanto consejo y prudencia
tontada , y por persuasión de Clemente y de Paulo
gobernada y guií.da, na hizo nada, y en lugar de ga-
nar, perdió; todo el mundo juzga lo poco que va!en
los dineros y las otras provisiones humanas , y lo mu-
cho que vale la reputación, pues con sola ella le ven-
cistes; y finalmente, pusistes las cosas en tan buen pun-
to, que todo el mundo conoce lo mucho que vos valéis,
y lo poco que vuestro enemigo puede. Con esta jornada
habéis asegurado los amigos y puesto terror y espanto
en los enemigos, y habéis quedado con tanta reputa-
ción, que ningima cosa tentaréis en esta ocasión, que
no salgáis con ella. ¿No ve vuestra majestad la poca
cuenta que el Papa y todos los otros príncipes de la
cristiandad hicieron de vos cuando el rey de Francia
os acometió , y vieron la cosa en duda? No veis cómo
después que lo vieron vencido , el mucho respeto que
todos os tienen? Todos miden sus fuerza? con las del
„,v DOCLMI
francés, y viendo que siendo aquellas las mayores no
pudo nada contra vos , ninguno coníia en las que tiene,
[¡ara ofenderos.
Por tanto, pues tenéis tantas armas de ventaja , sa-
bed usar dellas , mayormente en esta ocasión , y no
bajéis ningún escalón mas de la reputación , para cuya ,
conservación yo no hallo otra cosa mas al prepósito,
que es que no hagáis de Milán y Sena lo que hicisteis ;
de'Florencia; porque yo os cerlifico que en esta oca-
sión ningún error pudiérades hacer mayor que dejar
aquellas fortalezas al Duque; asi que, porque estando
en vuestro poderél eslaba mas seguro, y vos le entre-
leníades con respeto y temor, y temiendo, era forzado
de andar á vuestro gusto, y no al suyo ni de nadie;
como porque estando aquella provincia en el medio de
Italia, desde allí podíades poner freno al Papa y vene-
cianos, y proveer todas las otras cosas que se os po-
dían ofrecer. Siendo aquella ciudad república, metia á
barato á toda Italia ; siendo el señorío de tantos redu-
ciao á uno solo, y siendo vos el señor, pudiérades ha-
cer con ella una de las mas fuertes provincias de Ita-
lia, así por razón del sitio, como por las muchas,
grandes y inexpugnables fuerzas que tiene. No es tier-
ra que <le una batalla se puede sujetar, porque palmo
á palmo es menester ganarse. Hasta aquí , viviendo el
Duque con aquella sospecha, era forzado á serviros,
aunque no quisiese. Teniendo ahora «n sus manos las
fuerzas del Estado, siendo tan gran príncipe, que se
puede defender en cualquier necesidad, y no faltan-
do quien le ayude, tened, Señor, por cierto que aiv-
tes usará de las buenas ocasiones para asegurarse y
acrecentarse, que en la gratitud que os debe on haberle
hecho, de duque de burlas, duque de veras, como ordi-
nariamente lo hacen los hombres de su nación , que no
miden mas el honor ni la fe que por solo su interés 6
necesidad; y creed. Señor, que no será de mejor ni mas
constante condición que su padre Joanitin de Medi-
éis, que mudó mas formas que Proteo, especialmente
teniendo mas aparejo que el padre para salir con lo que
intentare. Y del florentin en njngun caso de interese
se puede ni debe confiar, mayormente pretendiendo
que la merced que le habéis hecho no ha sido graciosa,
sino una muy pura venta.
Teniendo pues vuestra majestad aquellas fortalezas
que pudiérades querer, de gente y de dineros, ¿qué
nlcanzíírades de él ahora que están en sus manos?
De sujetóse ha hecho libre, y pudiéndole vos absolu-
tamente mandar, os habéis necesitado á rogarle , y lu
que pudiera hacer en aquel estado el menor soldado
vuestro, no sé si podréis ahora alcanzarlo.
lie dicho todo esto para que vuestra majestad vea
cuan gran error hicistes en esto, y cuánto mayor le
haréis si diereis al Papa á Milán y á Sena; porque vien-
do todoslos principes de Italia que sin violencia os des-
poséis de lo vuestro, presumirán de quitaros lo que os
queda por fuerza, porque nadie podrá pensar que por
justificar vuestras cosas con el mundo lo hacéis, sino
por no tener ánimo ni fuerza para defenderlo.
Mire vuestra majestad que toda la seguridad que
tenéis de Italia pende de la detención de Milán , asi por
ser aquella provincia riquísima y tener tan conveniente
sitio para meter eiércitos forasteros por tierra y arma-
das por mar, por la vecindad de Genova , la cual en nin-
ATOS.
guna manera podéis sustentar dejando á Milán, como
por ser este estado la cosa sobre que se contiende, y tal,
que con él solo se podría adquirir lo demás ; y dejando
de cualquier manera la presa, es confesar que no podéis
mas y os dais por vencido ; y entrado así en esta opi-
nión, no solo abajaréis muchos grados de reputación,
pero venis á poneros en el último,' y desta manera
ninguna cosa tenéis segura en Italia , asi por la natura
desta provincia, inconstancia y poca fe de los natura-
les della , como por la poca satisfacción que hay de
vuestro gobierno.
Allende desto, teniendo todo el mundo por cierto
que solo el Papa os puso en los peligros pasados y tra-
bajos presentes, moviendo al francés, y por consi-
guiente al turco, contravos, por solo necesitaros y
traeros á este punto en que estáis, viendo ahora que
en lugar de venganza le gratificáis, y en lugar de
ofenderle os sometéis á bajezas y poquedades , ¿quién
estimará vuestra potencia, ni quién temerá de dañaros?
Pues del daño nace el provecho, y de la ofensa la grati-
ficación. Y por este ejemplo todo el mundo trabajará
de poneros en la misma necesidad para atraeros á su
propósito y hacer su provecho , como acaeció en Cas-
tilla al rey don Enrique el Cuarto , lo cual cuánto daño
traiga á un principe, aquellos tiempos lo dieron bien á
conocer; que vuestra majestad lo ha sentido bien des-
pués , pues por aquella vía os privó del patrimonio que
está ahora en poder de los grandes de Castilla.
Dejando pues á Milán, vengamos á Sena. ¿En qué
conciencia, invictísimo Príncipe, en qué razón, en qué
gratitud ni en qué humanidad puede caber quitará
aquella república la libertad y daría á vuestro enemi-
go? Acuérdese vuestra majestad de la gran fe, verda-
deros y singulares ánimos de aquellos ciudadanos; mi-
rad que , habiéndose conjurado todo el mundo contra
vos, en solos ellos quedó la fe. ¿ Qué oficio de leales va-
sallos, qué demostración de leales amigos, y finalmen-
te , qué obra de obedientísimos servidores dejaron de
hacer? Pues luego en satisfacción de la fe pagarles aho-
ra con infidelidad , y en pago del servicio con el daño,
ni bondad, ni razón, ni virtud, ni religión lo permi-
te, mayormente teniendo tanta causa y razón para
negar al Papa lo que os pide. ¿Qué príncipe ni señor
os ha ofendido mas que él? Ninguno por cierto ; por-
que, si queremos considerar las cosas generales, los
ciegos han visto que todo el daño que os procuró el
francés fué por su persuasión ; y por el consiguiente,
todo el mal que esperáis del turco nace y nacerá de
esta causa.
Siqueremos mirar las particulares, ¿quién no sabe las
ofensas que él os ha hecho, dejando menudencias apar-
te? ¿Qué mayor injuria jamás habéis recelado de nadie,
que la que él os hizo en destruir la casa Colona , estan-
do asegurada sobre otra fe, y estando fundada sobre
mucha sangre derramada en vuestro servicio y de
vuestros pasados? Qué mayor afrenta, ó por mejor
decir, qué mayor bofetada , dada delante de los ojos del
mundo, que la que él os dio cuando, contra la pala-
bra dada , no solo de sustentar , pero de restituir el es-
tado á Ascanio, derribó á Palomo porque presentó
vuestros poderes en el concilio? Y finalmente, ¿qué obra
buenajamásos hizo por voluntad, sino por necesidad
é interés? Tened, Señor, por cierto que si el rey de
Francia trae tres flores de lis en sus armas, él trae seis
en las suyas y seiscientas mil en el alma, y que jamás
hallará segura ocasión para demostrarlo, que no lo ha-
ga . Mucho mas os podéis asegurar del rey de Francia en
otras cosas que no en él ; porque el rey es nacido prín-
cipe, y procederá como príncipe, y estotro, de linaje
bajísimo, ha venido á la grandeza en que está, y jamás
dejará de obrar como quienes. ¿Quiréislo ver?¿Qué
mayor desvergüenza en el mundo se pudo hallar, que
habiéndoos ofendido como os ha ofendido , y sabiendo
que vos lo sabéis , no solamente no tiene vergüenza de
parecer ante vos , pero os demanda cosas que no seria
justo pedirlas habiéndoos redimido de turcos? Tiéneos
por hombre de poco discurso , usa mal de vuestra pa-
ciencia, tiéneos en tan poco crédito, que le parece que
está en su mano el mudaros en el sugeto que él quisie-
re; y pues esto es así, y tan verdad como la misma ver-
dad , estad , Señor, sobre vos , conservad lo que tenéis,
trabajad para adquirir lo demás y manteneros en vuestra
reputación. Porque yo certifico á vuestra majestad que
en esta coyuntura, con solo hallaros fuerte de palabras,
le podéis vencer, sin otras armas; porque el estado de
la Iglesia es mas vuestro que suyo. Cuanto á la afición,
no ven la hora de entender vuestra voluntad, para des-
echar el yugo que tienen. No hay príncipe en toda Italia
que no esté ofendido, no hay hombre que no esté mal
contento del. Usad en esta ocasión del hierro, y no del
ensalmo, porque sin duda conoceréis el provecho muy
manifiesto. Y que esto sea así , la experiencia lo ha
dado bien á conocer, después que comenzastes á tra-
tarle con poco respeto y á negociar con autoridad. No
podríades creer el grande miedo que le ocupó cuando
supo el mal recibimiento que hicistes al legado que fué
á España , y el que sintió cuando enviastes á Granvela
al concilio, y últimamente, el que ha concebido do
vuestra venida en Italia sin liaber hecho cumplimien-
to ni ceremonia con él. El temor de veros ahora venir
con gente nace de la mala conciencia , perversa y da-
ñada intención que contra vos tiene. En nada se ase-
gura, de todo teme; y pues le tenéis en estos términos,
otra vez exhorto á vuestra majestad que sepa usar de
las ocasiones; haced poco caso del, tratadle como á
tiombre cuya seguridad y grandeza pende de vuestra
voluntad ; poned ante los ojos el estilo que siempre han
tonido los papas en adquirir sus estados, que es sem-
brar discordias entre los príncipes cristianos, meterlos
f n revuelta , aspirando unas veces á una parte y otras
á otra, siguiendo siempre el negocio particular, y no el
común ; y así , por esta vía han necesitado á los prínci-
pes que contienden , que vengan á sus manos , y en-
grandecido sus estados y destruido la religión. Y pues
de aquí nace todo el fuego que siempre enciende la
cristiandad , y estas son las armas que mas os ofenden y
quitan la quietud común , trabajad. Señor, de ponerlas
tan bajas, que os aseguréis dellas. Entre tanto que el
Papa tuviere potencia para dañaros, ninguna seguri-
dad podéis tener en Italia ni fuera; abajada esta , todo
lo demás lo hallaré yo llano ; y pues os halláis en Italia,
y tenéis , como dicen , las piedras y la cuesta , no os
dejéis mas engañar; lomad de veras ya la espada en la
mano, y dad fin á tantas miserias como padece la cris-
tiandad. Y no vengáis á ninguna manera de concordia,
porque no durará mas de lo que le estará bien , y ya
DOCUMENTOS. xxv
que dure , será por solos sus dias , que serán pocos, se-
gún su edad, y ningún pontífice sucederá que no im-
pugne lo que él ha heclio, que para remediarse á sí y
á los suyos será menester deshacer estos , como ellos
hicieron á los pasados. Y no os mueva pensar que lo dais
á Madama , pues Milán es presa que aunque otra cosa
no dejásedes al Príncipe, lo dejábades bien heredado;
pues dará una hija bastarda lo que seria gran dádiva 6
vuestro hijo único heredero , no lo sufre la razón , ma-
yormente siendo el varón encasa Octavio Farnesio. Dirá
por ventura vuestra majestad que es difícil proveer á
tantas cosas ; antes á mi ver es fácil , porque venecia-
nos, viéndose tan gravemente ofendidos del francés,
dándoles seguridad de no ofenderlos y mantenerlos,
fácilmente les podréis tener pacíficos; teniéndolos
quietos, en un mesmo tiempo podéis mover contra
Homa y las tierras comarcanas, á Ñapóles y á los ursi-
nos y coloueses ofendidos, porque ellos darán buen
recaudo de aquello contra la Marca y Romanía , y du-
que de Florencia, seneses y luqueses. Cuanto á lo de
Lombardía, vuestra presencia lo podrá acabar.
Cuanto al rey de Francia, debéis en el mismo ímpetu
y tiempo acometelle por las parles que él os acometió,
con tres ejércitos , cada uno de trece mil infantes y dos
mil caballos, con artillería solamente de campo, sin
mujeres ni impedimento, y hacer que, dejando las
fronteras que sun fuertes, se metan en las entrañas de
Francia, que es débilísima tierra ; y que por todas par-
tes comiencen estos ejércitos á entrar, y con una orden
caminar hasta que se junten ; juntos los cuales , así por
el número de gente como por la flaqueza de las tierras
y fertilidad del país, fácilmente se podrán sustentar y
fortificarse donde puedan seguramente estar, y oprimir
de tal suerte al enemigo , que sea forzado á perderlo
todo, especialmente reforzando vuestra majestad la em-
presa el año siguiente , y teniendo siempre las fronteras
en sospecha, lo cual podéis lodo muy fácilmente hacer,
así por la virtud de vuestros soldados, como por el ter-
ror y miedo que aquellas gentes han conseguido de vos
y de las vuestras.
Abajado así por una vía y por otra el francés y el Pa-
pa, las cosas del turco las hallaréis después fáciles; y
por ahora , aunque él venga potentísimo , no queriendo
otra cosa que defender, fácilmente lo podéis hacer, así
por la gran fortaleza de Viena , como por la necesidad
en que está la gente alemana; la cual no podrá dejar
de defender su causa viéndose en peligro de perderla ;
y ya que estuviese en este peligro, yo Icrniaportan
justamente ganado lo de acá , como bien conservado lo
de allá , pues el Papa y el francés, olvidándose de la
obligación de cristianos por sus intereses y pasiones
particulares, os han necesitado á desampararlo y per-
derlo.
A un solo escrúpulo me queda de satisfacer, y es que
dirá vuestra majestad que es cosa grave quitar el estado
temporal al vicario de Jesucristo. A esto respondo que,
propuestos dos males , el menor se ha de elegir. Mal
seria quitar al Papa el estado temporal ; pero sin com-
paración es muy mayor el que de tenerlo á toda la cris-
tiandad se sigue ; porque pura engrandecer la carne ol-
vidan de lodo punto el espíritu, y de aquí nace revol-
ver el mundo y deshacer la casa de Dios por hacer las
suyas ; y así se ha visto que antes que los papas tuvie-
sxvi DOCLMENTOS
sen riquezas eran todos santos, y después que se dieron j
á tenerlas, han sido y serán como Paulo.
Allende desto , ¿qué mayor bien ni beneficios se po-
dría liaccr al mundo que reducir el pontificado á sus
principios? Cristo, que es verdadero Dios, suma sa-
piencia y suma potencia , bien le pudiera fundar en es-
tados , pues todos eran y son suyos; no lo fundó sino en
pobreza y santidad; con esta trajo todo el mundo á sí, y
lo mcsmo liicieron los santos ponlifices que siguieron
el mesmo camino; pues si ahora se hallase un príncipe
que constituyese un imperio y un pontificado como el
fintiguo , y por hacer un gran bien ú la cristiandad iii-
ciese un pequeño daño particular, como es quitar al
Papa el dominio temporal, ¿no baria una co?a muy acep-
ta á Dios y muy en beneficio de la religión cristiana?
Mayormenle teniendo los popas este señorío , ocupado
no por la donación de Constantino, que es falsa , pues
que no concurren los tiempos ni los autores ni las co-
sas, sino por pura maña y fuerza. Todas las historias
graves coacuerdan que, de'^pucs de la declinación dtl
imperio romano, discurriendo tantas inundaciones de
gentes, como fueron los hunos, los vándalos, los godos,
los francos , los longobardos y otras muchas gentes,
los emperadores, que tenían la silla imperial en Cons-
tantinopla, tuvieron tanto que hacer en defenderse allí,
que no pudieron proveer en las cosas de Italia y po-
niente; y así, viniendo unas gentes y echando á las
otras, pareciéndoles que no hacían nada si no ocupa-
ban y destruían á Roma , que era la cabeza del imperio,
todos combatian sus fuerzas, su saña, su venganza,
contra aquella ciudad que había sido señora de todas ;
por lo cual viéndose Italia afligida , cada ciudad viéndo-
se destruida y desamparada de socorro del Emperador,
comenzó á pensar y procurar el remedio; y de aquí na-
cieron la multitud de las repúblícis de Italia y la usur-
pación de! estado temporal, y la elección de los cléri-
gos de Roma, que ahora llamamos cardenales. Cosa
grande por cierto es considerar que hasta aquellos
tiempos ningún pontífice se tenia por papa si no fuese
confirmado por el Emperador ó su exarco , que residía
en Ravena ; y de allí adelante no solo no cuidaron de la
confirmación, pero en muy poco tiempo creció tanto
su autoridad , que privaron á los emperadores antiguos
del imperio , y lo dieron á los francos y á otros reyes de
sus reinos; los dieron á otros; y así, usando dcsta fin-
gida potencia, han traído la cosa á términos, que así
privan á un emperador y á un rey de su imperio y reino,
como privarían á un clérigo hereje de un beneficio.
De manera, invictísimo Príncipe, que considerado
el pontificado y su fundamento como lo dejó Cristo y
san Pedro, y lo continuaron aquellos santísimos pontí-
fices hasta esta usurpación del dominio temporal , y el
gran bien quo con la vida, costumbres, santidad y
ojemplo hicieron á la religión cristiana; y por el con-
trario, e! gran daño que se ha seguido y cada día se se-
guirá de la potencia temporal del Papa , pues toda se
convierte , no en beneficio común, como sería razón,
sin o en solo el particular, engrandeciendo sus hijos, nie-
tos y parientes , yo tengo por cierto que ningún benefi-
cio p^odeis hacer á Dios mas acepto , ni mafor á la re-
pública, que hacer lo que digo. (Historia de Carlos V,
por Sandoval; edición de Barcelona, 162o , tomo u,
página 389. Biblioteca Nacional , códice Ce. 59. )
D.
Carta de don Diego Ilurtado de Meadoza al cardenal Espinosa.
Ilustrísimo y reverendísimo señor : El gobernador
de Breda, estando el emperador Carlos V en palacio,
prendió al alcalde Ronquillo en Valladolid.
Gutierre López de Padilla desafió en palacio y mató
en Alcaudete á don Diego Pacheco.
El duque de Gandía y Luis de la Cueva pusieron ma-
no á las espadas delante del emperador Curios V, en
Zaragoza.
El marqués del Vasto y el virey de Ñápeles pusieron
mano á las espadas delante del emperador Carlos V.
El comendador de Alcántara y monsieur de la Relu ;a
(en otras copias Pa/wsa y Palissa) se acuchillaron en
el retrete , estando el Rey en su tienda en el campo do
Aix.
El duque del Infantado dio una gran cuchillada á un
alguacil delante del emperador Carlos V, yendo á caba-
llo en un acompañamiento, porque tocó á su caballo
con la vara, diciendo : «Andar, caballeros; que lo man-
da el César; » y habiendo mandado ir preso al Duque,
muchos señores del acompañamiento se salieron de él,
y fueron acompañando al Duque. A el alguacil mandó
el Emperador rapar y enviar á galeras sin sueldo , y por
interposición y súplica del Duque le perdonó, y al Du-
que le soltó; de que holgaron mucho los grandes, y be-
saron con el Duque á el Emperador, por la merced, su
real mano.
Don César de Avalos y don Juan de Avalos , su hijo,
liiiieron á Hernando de Vega a presencia de la reina
doña Isabel de Valois.
Don Baltasar de la Cerda y don Luis de Toledo, her-
mano de don Pedro de Toledo, marqués de Villafranca,
riñeron delante de la misma reina en Bayona, cuando
vino á España á casarse, conducida por el duque de
Alba, don Fernando el Tercero.
Juan de Vega , siendo presidente de Castilla , echó
mano á la espada contra don Diego Manrique en la an-
tecámara del Rey.
En Valladolid el conde deTendílla el viejo sacó auna
doncella de casa de don Juan de Mendoza, siendo en la
corte; y el marqués de Mondéjar, su hijo, siendo presi-
dente de Indias, trajo la novia á casa de la condesa de
Rivadavía en Valladolid, y el Conde y donjuán de Men-
doza se acuchillaron sobre el caso delante del Rey.
El duque de Frías y don Juan de Silva anduvieron en
desafío en el campo del Rey, junto á las puertas de
palacio.
Fígueroa, siendo del Consejo, se emborrachó en Ra-
lísbona, y porque le motejaron después de unos días
delante del Rey, embistió con un gentilhombre de la
cámara á puñada's, por no tener armas de que valerse.
El secretario Antonio de Eraso llamó de vos á Gu-
tierre López estando en el Consejo , y por esto se acu-
chillaron.
Podría traer aquí , ilustrísimo Señor , muchos ejem-
plos de hombres con quienes se ha disimulado y han
sido restituidos muy brevemente á sus casas, y no fue-
ron tenidos por locos; solo don Diego de Mendoza an-
da por puertas ajenas, porque de sesenta y cuatro
años, tornando por sí, echó un puñal en los corredo-
res de palacio (que es muy menor desacato), sin poder-
DOCUMENTOS.
xxvii
lo excusar, ni exceder de lo que bastaba. Y porque no
me tengan por historiador (que lo aborrezco), dejo de
poner otros ejemplares; y si estos no bastaren, allá irá
m mudo , que yo sé que hablará por todos.
No puedo dejar de acordar á vuestra ilustrísima có-
mo el añu pasad;) de lo31 el alcalde Morquecho pren-
dió al conde de Sástago ?n la antecámara del Rey por
un desacato é inobediencia que tuvo á un mandato
de la Reina. Este conde era capitán de la guarda; tu-
viéronle un dia preso , y no se le dio mas castigo.
En el mismo año de 1531 , miércoles, á 17 de sep-
tiembre por la mañana, en el patio de palacio tuvieron
pendencia dos regidores de Cádiz; el uno se llamaba
Francisco González de Ángulo, de mas de setenta años
de edad, por lo cual no traia espada, sino báculo. El
otro se llamaba don Esteban Chiston Santonis, de Flo-
rencia, que casó con una sobrina de un inglés que se
hizo rico en Cádiz, habiendo venido de Inglaterra muy
pol)re. Este le tomó á Francisco de Ángulo el báculo de
la mano y le dio de palos con él. No estaba lejos un hijo
del Ángulo, que se llamaba como su padre y era letra-
do; vino á la pendencia , y como vio que era con su pa-
dre, embestió con el don Esteban, y le dio algunos gol-
pes con el puñal en la cara. Metiéronlos en paz, y ba-
jando la guarda por mandato del duque del Infantado,
don Juan de Mendoza, mayordomo mayor , fueron pre-
sos á la cárcel el don Francisco y don Esteban, y al pa-
dre le dejaron ir libre á su casa. Condenaron al don
Francisco á muerte de cuchillo , y mas en cuatro mil
ducados. La pena de muerte llegó hasta sacarle de la
cárcel en la forma acostumbrada , y cuando en el ca-
dalso, vendados ya los ojos y alado en la silla, habia de
ejecutar el verdugo el golpe, llegó el perdón del Rey,
en atención á haber sido el lance en defensa de la hon-
ra de su padre, y le volvieron ala cárcel, de donde salió
brevemente , y le perdonaron la multa de los cuatro
mil ducados, y á todos tres hizo dar las manos y los
hizo amigos el duque del Infantado, juez de la causa.
Sobre estos ejemplares tan modernos y notorios, ex-
cuso decir á vuestra ilustrísima que hallándose deteni-
do en casa por mandato de su majestad, sin otra culpa
mas que la que vuestra ilustrísima sabe, un hombre de
tan conocidos abuelos como yo , y con la nota de que
se hable ya por las esquinas el que se ha de hacer con
mi persona una grande demonslracion, me ha sido
preciso referirlos todos, para que, con conocimiento de
ellos y de mi representación, se tome la resolución mas
condigna á todos. Vuestra ilustrísima atenderá , como
se lo suplico, á mis razones, y creo de su buen corazón,
virtud y letras, no pondrá en el de su majestad intento
contra mi reputación y persona , y malogrará (como lo
espero) los dañados deseos de los émulos que me han
granjeado las correspondientes atenciones de mis obli-
gaciones al servicio de su majestad. La del cielo guar-
de y prospere á vuestra ilustrísima en años bien col-
mados de virtudes, para ejemplo de todos y como yo
deseo. De mi posada, hoy lunes 20 de septiembre de
1579.
Postdata.— Todo este contenido es de mi mala nota
y cabeza , aunque no de mi pluma ; suplico á vuestra
ilustrísima lo tenga por tal. — Ilustrísimo y reverendísi-
mo Señor, de vuestra ilustrísima muy servidor. — Don
Diego de Mendoza.
E.
Don Diegu de Mendoza i duii Francisco de Toledo. Enero, 1518.
Dos de vuestra señoría he recebido, una de 2 de enere
yotrade 3de hebrero; yo sirvo lo mejor que sé al Empe-
rador, y él me lo paga lo mas ruinmente que sabe; lo
mismo hago con su hijo; quiera Dios no haga el hijo le
mesmoquesu padre. Cuanto á lo de aquí, me ha guiado
Dios de manera que estoy fuera del veneno de mis ému-
los; doyme toda la priesa que puedo en poner este castillo
en defensa de tierra; espero en Dios que cuando vieren
que es comenzado, terne dentro un par de compañías
en la guarda; labro con solos ochocientos hombres, por
la hambre, y esta es causa, con los fríos y nieves, que
no me dé tanta priesa como seria menester, y el andar
de contino el pié en la nieve y los grandes fríos me
ha dado no muy grande calentura continua, de que ya
estoy libre, y anteayer se me quitó, y hoy he ¡do á mi
obra.
Cuanto á lo del dinero, tengo tan buena cuenta como
conviene, y para inteligencia de vuestra señoría bien aeo
que su santidad lo sabe. Yo tengo dado la fe al Empera-
dor que el castillo no le costará un maravedí de principal
ni interés, y por esto su alteza podrá ayudarme de mejor
gana; del picar en fuera, pienso que será la mas fuer-
te cosa del mundo. •
Mucho mas holgaré con la encomienda que vale nue-
ve, que con la de seis, y podría ser arrancarla si vuestra
señoría diese un apretonal Emperador, mostrándole que
tengo solos cuatro mil ducadosde pensión, que me tor-
nan en tres, cinco mil de salario, que me tornan en cua-
tro, y ni menos gasto ni menos casa que otro embajador;
y cuando su majestad hizo demostración con todos sus
servidores la sede vacante, me dejó á mí sin merced,
para que todos me mirasen como abastardo ; suplicán-
dole de mi parte que no me tenga por afrentado en la
plaza del mundo.
Ya sé la obligación que tengo á Erasso por 1© que
vuestra señoría dice, y he hecho todo lo que yo he po-
dido; pero querría que se encerrase conmigo en algún
particular para que viese cómo le sé hacer placer ; el
caso es que nuestros amigos se saben poco aprovechar
del tiempo, y menos de mí, que estoy á mano para ello.
— Vuestro servidor. — {Carta manuscrita de don Die^
go de Mendoza. Biblioteca Nacional , códice E. 54, fo-
lio 329 vuelto.)
Al illuslrisimo señor don Diego de Mendoza, del consejo
de Estado de su majestad : Jesús.
i. Sea el Espíritu Santo siempre con vuestra seño-
ría. Amen. Yo digo á vuestra señoría que no puedo en-
tender la causa por que yo y estas hermanas tan tierna-
mente nos hemos regalado y alegrado con la merced
que vuestra señoría nos hizo con su carta. Porque aun-
que haya muchas, y estamos tan acostumbradas á reci-
bir mercedes y favores de personas de muclio valor, no
nos hace esto operación; con que alguna cosa hay se-
creta, que no entendemos. Y es ansí, que con adver-
tencia lo he mirado en estas hermanas y en mí.
2. Sola una hora nos dan de término para responder^
y dicen se va el mensajero ; y á mi parecer ellasquísieran
muchas, porque andan cuidadosas de lo que vuestra
jixvin DOCUMENTOS.
^ñoría les manda, y en su seso piensa su comadre de
vuestra señoría que lian de hacer algo sus palabras. Si
conforme á la voluntad con que ella las dice fuera el
efecto, yo estuviera bien cierta aprovecharan ; mas es
negocio de nuestro Señor, y solo su majestad puede mo-
ver ; y harta gran merced nos hace en dar á vuestra se-
ñoría luz de cosas y deseos ; que en tan gran entendi-
miento imposible es sino que poco á poco obren estas
dos cosas.
3. Una puedo decir con verdad, que fuera de nego-
cios que tocan al señor Obispo, no entiendo ahora otra
que mas alegrase mi alma que ver á vuestra señoría se-
ñor de sí. Y es verdad que lo he pensado, que á persona
tan valerosa, solo Dios puede henchirsus deseos; yansí,
ha hecho su majestad bien que en la tierra se hayan des-
cuidado los que pudieran comenzar á cumplir alguno.
4. Vuestra señoría me perdone; que voy ya necia.
Mas que cierto es serlo los mas atrevidos y ruines , y en
dándoles un poco de favor, tomar mucho.
5. El padre fray Jerónimo Graciam se holgó mucho
con el recaudo de vuestra señoría , que sé yo tiene el
amor y deseo que es obligado, y aun creo harto mas de
servirá vuestra señoría, y que procura le encomienden
personas de las que trata (que son buenas) á nuestro
Señor. Y él lo hace con tanta gana de que le aproveche,
que espero en su majestadie ha de oír; porque , según
me dijo un dia, no se contenta con que sea vuestra seño,
ría muy bueno, sino muy santo.
6. Yo tengo mas bajos pensamientos : contentarme
va con que vuestra señoría se conteníase con solo lo que
íia menester para sí solo, y no se extendiese á tanto su
caridad de procurar bienes ajenos; que yo veo, que si
vuestra señoría con su descanso solo tuviese cuenta, le
podía ya tener, y ocuparse en adquirir bienes perpetuos,
y servir á quien para siempre le ha de tener consigo,
iiose cansando de dar bienes.
7. Ya sabíamos cuando es el santo que vuestra se-
ñoría dice. Tenemos concertado de comulgar todas
aquel dia por vuestra señoría, y se ocupará lo mejor que
pudiéremos.
8. En las demás mercedes que vuestra señoría me
hace, tengo visto podré suplicar á vuestra señoría mu-
chas si tengo necesidad; mas sabe nuestro Señor que la
mayor que vuestra señoría me puede hacer, es estar
adonde no me pueda hacer ninguna desas, aunque quie-
ra. Con todo , cuando me viere en necesidad, acudiré
á vuestra señoría como á señor desla casa.
9. Estoy oyendo la obra que pasan María, Isabel y su
comadre de vuestra señoría para escribir : Isabelita, que
es la de San Judas , calla, y como nueva en el olicio, no
sé qué dirá. Determinada estoy á no enmendarles pa-
labra, sino que vuestra señoría las sufra, pues manda
las digan. Es verdad que es poca mortiíicacion leer ne-
cedades ; ni poca prueba de la humildad de vuestra se-
ñoría haberse contentado de gente tan ruin. Nuestro
Señor nos haga tales, que no pierda vuestra señoría esta
buena obra, por no saber nosotras pedir á su Majestad
la pague á vuestra señoría. — Es hoy domingo, no sé si
•20 de agosto. — Indigna sierva y verdadera hija de vues-
tra señoría. — Teresa de Jesús. — {Cartas de santa Te-
resa, tomo 1 , pág. 69. Madrid, 1793.)
G.
ProclamacliOn católica ala majestad piadosa de Felipe el Grande,
rey de las Españas y emperador de las Indias, nuestro scflor.—
Los cunselleres y consejo de Ciento de la ciudad de Barcelona
AQo 1610.
Consta este memorial de doscient» sesenta páginas
en 4.", y va dividido en párrafos. — Copiaremos alguno
do los que nos parecen mas notables ; y para que se ad-
quiera idea de los demás , pondremos los epígrafes con
que van encabezados.
El §. i.° trata de la fidelidad á los reyes, de los co.-
talanes.
El §. 2." del culto de la fe católica, de los catalanes.
El § . 3." Devoción catalana á la Virgen nuestra Se-
ñora.
El § . 4.° Devoción de los catalanes al Santísimo Sa-
cramento del altar.
Antes de copiar el §. 5." pondremos cl exordio de
este escrito, dice así :
«Señor : Los conselleres y consejo de Ciento de la
ciudad de Barcelona , cabeza y metrópoli seglar del
principado de Cataluña, dicen :
«Que los soldados de vuestra majestad que están en
Rosellon alojados, no contentos de los estragos y exor-
bitantes sacrilegios hasta ahora cometidos póblicamen-
te, amenazan universal ruina y saco general al Prin-
cipado, con introducción de nuevas costumbres en la
forma y con la impiedad que en Pcrpiñnn y en otros
pueblos se comienzan á ejecutar estos designios ; para
cuyo efeto esperan un socorro grande y copioso por
mar y tierra. Esta voz es tan común , este rumor es tan
general , que de tan grandes males se conduelen hasta
las provincias extrañas.
«Seria negar la piedad de padre á un monarca tan
católico, presumir en vuestra majestad permisión á ta-
les desafueros , sin preceder delitos que los motiven;
cuando en otra parte averiguados, los toleró la pruden-
cia. El señor rey don Pedro el Ceremonioso, por cier-
tas causas se resolvió, enojado, á la ruina de una ciudad
principal, bien distante de Barcelona. Quiso arrasar-
la, sembrar sobre ella sal y hacella inhabitable. Y pre-
meditando las consecuencias deste efeto, retrató el de-
creto por tres razones.
«La primera , por haber en ella muchos inocentes;
que no ha de ser general la pena, siendo singular el de-
lito. La segunda, por los pasados servicios que habían
hecho á los señores reyes; que la gratitud perfeta hace
presente lo pasado. La tercera , porque entrando á la
parle en los daños de la ruina», faltaba á su corona lo
que sobraba á su enojo ; y así , desató el ñudo dííicul-
toso de los negocios , no con la espada de la cólera, co-
mo Alejandro, sino con el cuchillo de la prudencia,
como Salomón. No han de perder con vuestra majes-
tad su fuerza estas razones , pues no son inferiores los
motivos que los catalanes á la real clemencia proponen.
§. 5." Agravios y sacrilegios ejecutados por los sol-
dados en el Principado.
Quemaron al fin los soldados de vuestra majestad
¡oh que dolor.' no solo altares, imágenes y templos,
pero redujeron á carbón y ceniza ¡oh sacrilegio horri-
ble! las formas reservadas, á quien estaba realmente
unido y en ellas existente el Hijo del eterno Padre,
Principo de lo visible é invisible, Hey de reyes y Señor
de señores, Jesucristo nuestro redentor.
Consta la verdad deste lamentable suceso por dos
sentenciasjurídicamente promulgadas en la curia ecle-
siáslica de aquel grande y celoso Prelado, obispo de
Gerona.
En la primera (cuya fecha es 12 de mayo de 1640)
se agravan, reagravan, maklicen y anatematizan los
soldados del tercio de don Leonardo Molas , atento que
jurídicamente consta haber saqueado la iglesia parro-
quial de Rio de Arenas, robando della ornamentos, va-
sos de plata, cálices y otras cosas sagradas; hurtando
los dineros que para celebrar misas y oficios divinos
estaban dentro los cepillos ó cajas de la obra de San
Isidro, de lasalmas del purgatorio, de la Virgen del Ro-
sario, que montan decientas y sesenta y nueve libras,
tltimamente , pegaron fuego á la iglesia, reduciendo á
polvo y ceniza todo lo que era combustible, señalada-
mente el altar mayor bajo la invocación de san Martin,
el altar de la Virgen del Rosario , el de san Isidro de
Madrid, del arcángel san Miguel y de san Ponce.
ítem, las pilas bautismales quedaron hedías peda-
zos, y últimamente las sacrosantas hostias consagra-
das, reservadas en una cajuela de plata, después del
incendióse hallaron del todo consumidas y quemadas,
como consta de la visura y de la relación que se hizo
al Obispo por las dignidades, canónigos y superiores de
los conventos.
Con la segunda sentencia (cuya fecha es á 22 junio
1640) se agravan, reagravan, maldicen y anatemati-
zan ( con votos y parecer de la junla de teólogos) á los
soldados de los tercios de Juan de Arce, y de don Leo-
nardo Molas , poniendo entredicho en todo el obispado,
maldiciendo y anatematizando á dichos cabos y sol-
dados , sin que calidad alguna los exima , atento que el
último dia de mayo, marchando los soldados hacia Ro-
sas, al pasar por el pueblo de Monliró saquearon di-
chos tercios la iglesia, y pegándole fuego, quemaron
altares y el sacrario, en el cual estaba reservado el
Santísimo Sacramento del altar.
Y hecha visura después del incendio, de las formas,
por el Obispo, canónigos y padres, convinieron en que
estaban convertidas en carbón , de tal suerte, que no
había allí especies de Sacramento. Ítem, quemaron di-
chos soldados los vasos sagrados, pilas bautismales,
etc. ítem, pasando por Castellón de Empurias, acuchi-
llaron una ¡mugen de Cristo crucificado, rompiéndole
pies y brazos.
Carta de los dcputndos de Cataluña al obispo de Gerona,
traducida de catalán en castellano.
Muy ilustre y reverendísimo Señor: El señor Deputa-
do militar nos ha relatado la merced y honra que de
vuestra señoría ha recebido, de que quedamos con per-
petua obligación de servir á vuestra señoría en todas
las ocasiones que quiera mandarnos muchas cosas de
su servicio.
Nuestros embajadores, por carfa de 28 del mes pa-
sado, nos refieren que hablando con el señor Conde-
Duque en materia de los incendios de las iglesias de Rio
de Arenas y Montiró , y del Santísimo Sacramento re-
servado dentro dellas, dijo : «No consta que los solda-
dos hayan quemado la iglesia de Rio de Arenas, ni hav
DOCUMENTOS. xxix
un solo testigo. Y replicando los embajaditres cómo
podiaserasí, constando por informaciones recibidas
por el obispo de Gerona , de las cuales resultaron dos
sentencias de excomunión , promulgadas contra Juan
de Arce y don Leonardo Molas, presentadas ya á su ma-
jestad, respondió el señor Conde-Duque : «No hubiera
constado , como consta ahora, si los hubieran dejado
en libertad, y no los hubieran tenido opresos ni a! Obis-
po ni á los testigos. Razones son estas que debe vues-
tra señoría, como tan grande prelado, celoso de la hon-
ra de Dios y de la propria conciencia, dar satisfacción,
volviendo por la reputación propria y por la del Princi-
pado.
En su nombre agradecemos á vuestra señoría los
procedimientos que con lauta justificación ha mandado
hacer en orden á dichos incendios y sacrilegios ; supli-
cando á vuestra señoría sea servido continuar en todo
loque haya lugar; porque, á mas del grande servicio
que á nuestro Señor se hace justilicaudo su causa,
nosotros , en nombre propio y de toda esta provincia,
lo tendremos á singular gracia y favor de vuestraseño-
ría, á quien nuestro Señor guarde, etc. 8 Agosto 1640.
— Los deputados deCataluña.
Respuesta del obispo de Gerona.
Muy ilustres señores : Por mano del síndico de esta
ciudad he recebido una carta de vuestras señorías, y
juntocon el favor y merced que en ella me hacen, recibo
el mayor dolor que me podía sobrevenir en esta ocasión;
pues cuando estaba esperando por horas el remedio des-
las pobres iglesias quemadas y saqueadas, parecién-
dome que por este camino comenzarían á convalecer
los ánimos tan justamente escandalizados de sus agra-
vios, y á tomar las materias del Principado mejor es-
tado, por la respuesta que me dice vuestra señoría ha
dado el excelentísimo señor Conde-Duque á los emba-
jadores del Principado, juzgo está algo mas atrasado
de lo que pide la necesidad de los tiempos. Y aunque
conozco que en materia tan grave , en que el arrojarse
ó errar puede ser tan notable perjuicio de la una ó otra
parte, es bien que el celo santo de su excelencia pro-
ceda con grande tiento y particular circunspección y
examen de la verdad; pero lastimóme mucho que á este
ni le valga lo procesado ni la autoridad de quien (aun-
que indignamente) tiene titulo de prelado.
«En dos puntos, me dic(! vuestra señoría, fundan los
que informaron á su excelencia: en no estar jurídica-
mente sustanciada la causa, y calificada la culpa con-
tra los soldados.
»La primera, que nohay testigo que por su deposición
pruebe nada contra ellos ; y la segunda, que la falta de
libertad y sobra de opresión del Obispo le ha obliga-
do á fulminar las censuras, y no la justificación de la
causa.')
De la primera duda podrá muy fácilmente salir su
excelencia mandando ver los procesos , pues están vi-
vos; y si ellos no bastan , ver los que ha hecho el tri-
bunal de la Santa Inquisición , de donde constará que
ni mi tribunal ha andado nimio ni desviado de sus obli-
gaciones, ni se ha atropellado por respetos humanos la
causa , atendiendo con suma pureza á solo descubrir
y castigar los culpados, en que estaba atravesada la
autoridad de la Iglesia, el servicio de Dios, y el respeto
ITT
al celo santo, que venero en su majestad (Dios le
gnarrle).
Y cuando en delito tan público y escandaloso, el
punto de la quema de las iglesias, estuviera reducido
& prueba de sola presunción, constando como consta
plenamente, no solo por testigos, sino porconfesion de
su mismo cubo, que los soldados habían quemado el
lugar de Rio de Arenas y robado so iglesia, ¿por quién
lia de quedar la presunción de la quema de dicha igle-
sia? ¿Por los soldados, que la robaron para enrique-
cerse, ó por los paisanos , que se empobrecieron para
enriquecerla y ornamentaria? ¿Quién habrá que es-
tando en dicha presunción, pueda disculpar los sol-
dados?
Lo segundo es lo que me tiene mas lastimado , de
que por ser yo tal, haya llegado á opinión de prelado
de quien siempre en las materias mas arduas y du-
dosas se ha esperado la mas desinteresada verdad, á
tan bajo punto , que se pueda presumir que la opresión
ó temor de perder la vida ó la quietud me haya obli-
gado á torcer la justicia en materia donde la pusilani-
midad no puede tener salida ni la malicia satisfacción.
¿Quién , señores, pudo pensar de otro prelado que no
sea yo, que llegue á descomulgar á tantos, poner en
lodo un obispado entredicho por tantos meses, privar
á la Iglesia de la solemnidad de sus oficios, á los fieles
de su consuelo, á tanto número de gente del ingreso de
la iglesia y eclesiástica sepultura, sin causa bastante,
sin justicia, sin prueba y sin calificación de ella, movi-
do solo déla opresión ó pusilanimidad, y de evitar el pe-
ligro de su vida ó quietud? Sin duda que los que sa-
ben cuan cerrado deja el camino esta injusticia para la
satisfacción , pensándolo así, ó me tendrán por total-
mente ignorante de mis obligaciones, ó por pródigo ñe
mi salvación. ¿Qué opresión ó respeto de violencia me
pudo mover, si al punto que supe en Barcelona la pri-
mera quema de la iglesia de Rio de Arenas , me partí
por la posta á visitar la iglesia , hacer el proceso y [¡ro-
ceder contra los culpados? ¿No envié monitorios á los
soldados estando en Blanes? No oí á su cabo y les di
tiempo para descargarse? No publiqué las censuras
estando todo el ejército alojado junto á las puertas de
esta ciudad, y dentro de ella la mayor parte de los ca-
bos y personas de puesto? Pues si el miedo de tantos
soldados (siendo á su parecer ofendidos) no me entor-
peció las manos, no solo para no proceder, pero ni aun
para dilatar la promulgación délas censuras, ¿cómo
puede nadie presumir que el respeto ó miedo de los
provinciales, siendo mis ovejas (que aunque malo su
pastor, deben conocer su voz en los trabajos), me habia
de obligar á hacer cosa tan fea , abusando de la autori-
dad de la jurisdicion de la Iglesia, con tan grande men-
gua de su reputación y de mi conciencia?
No acabaré, señores, jamás de llorar de que con esta
nota, que tan injustamente se me pone (tras haber con
las dos quemas ofendido á Cristo y ásu Iglesia dos ve-
ces ), vuelvan á padecer de nuevo en su opinión ; pues
en la de poco católicos, no tienen Cristo y su Iglesia
mas nombre del que le dan sus pastores, aventurando
la vida y cuanto tienen y esperan , por la integridad do
la fe , de la justicia y religión.
Vuestra señoría puede desengañar de esta verdad á
su majestad ( Dios le guarde) y ai excelentísimo señor
DOCUMENTOS.
Conde- Duque, asegurándoles que en mis procedi-
mientos solo puse la mira en Dios , que , junto con ser
el ofendido , ha de ser el juez y el testigo que en revis-
ta de tanta oposición ha de aprobar ó reprobar mis
sentencias y mi intención. Y que si (á trueque de que
el desagravio de estas pobres iglesias no ande en opi-
nión , y esté suspenso el socorro que esperan de su real
clemencia) fuere necesario que yo me vaya á presen-
tar y postrar á sus reales pies (dándome licencia), lo
haré, posponiendo todo lo que me puede ser de utilidad
y comodidad; y antes de levantarme de ellos, procura-
ré dar entera satisfacción de mis procedimientos, su-
puesto que no tenemos licencia los prelados, en mate-
ria en que peligra la reputación del gobierno de la
Iglesia , para ser remisos ó pródigos de nuestro crédito
y opinión. Guarde nuestro Señor á vuestra señoría , y
guie sus acciones en su servicio para bien de este prin-
cipado.— Gerona y agosto á d2, 1640. — Muy ilustres
señores. — Besa las manos de vuestras señorías su ma-
yor servidor, Don Gregorio, obispo de Gerona.
ÍNDICE DE LOS PÁRRAFOS SIGUIENTES.
§. G.° Valor de las amias catalanas en servicio de
sus condes y principes.
7." Liberalidad con que los catalanes sirven á sus
principes.
8.° Homicidios , hurtos , estupros , raptos , incen-
dios y sacrilegios cometidos por los soldados en el
Principado, desde el año 1626 hasta el presente 1640.
9." Jornada de Leocata.
10. Jornada de Salsas.
11. Conmoción de los segadores , día del Corpus
Christi.
12. Retiranse los tercios á Hosellon,
13. Siempre ha sido el Principado de mucha im-
portancia á la corona de sus príncipes.
14. Cataluña es siguridad y firmeza déla corona
de sus principes. — Descríbese su fortaleza.
15. Son los catalanes inteligentes.
16. No informan á vuestra majestad fielmente de
las calidades de Cataluña.
17. Pruébase con los sucesos del señor rey don Fer-
nando el Católico.
18. Confirmase con el señor rey don Alonso y el se-
ñor rey don Martin.
19. Concluyese esta verdad con lo que hizo y dijo
el señor rey don Pedro el Grande.
20. Conquistaron los moros á Barcelona , y los ca-
talanes la restauraron algunas veces.
21. Comenzó Ludovico, hijo de Carlos Magno , á
gobernar sus ejércitos.
22. Ultima restauración de Barcelona y su conda-
do por los catalanes.
23. Entra el emperador Ludovico en Barcelona.
24. Autos de la entrega.
23. Principio y conservación de las constituciones
y privilegios de Cataluña.
26. Establecimiento, pacto, juramento y obligación
en observancia de las constituciones y privilegios de
Cataluña.
27. Obligación del juramento y buena ley.
28. Por las libertades que gozan los catalanes to-
dos son hidalgos.
DOCUMENTOS.
29. No hay ley ni razón que contradiga á estas fran-
quezas de Cataluña.
Enel §. 30 se dice :
Los conselleres de Barcelona, con entrañas llenas
de amor, advierten á su rey y señor.
No se puede presumir del Príncipe que mande injus-
ticias , por ser concepto indecente á la majestad rea!.
Y así, todos infieren que proceden los daños de Cata-
luña y los malos sucesos de la monarquía de aquellos
ú quien vuestra majestad fia los negocios graves mien-
tras respira del peso de tantos reinos. Proponen á
vuestra majestad grandes fines, vestidos de convenien-
cias; ocultan á vuestra majestad los medios impíos y
escandalosos con que los pretenden, bajo el pretexto
de dar alivio á vuestra majestad en lo penoso del go-
bierno. Da vuestra majestad aprobación á solos los in-
tentos por el título de convenientes; y ellos, con la
aprobación del fin solo, dan apoyo á cualquiera opre-
sión en los vasallos, que vuestra majestad no sabe; y
cuando la sepa, llega vestida tan artificiosamente de
razones y títulos, traídos por los cabellos, que no deja
de ser extrañada.
Con esto ganan y confirman el crédito de celosos,
puntuales y atentos al manejo de los negocios. Pero lo
que pasa es , que el amor entre rey y vasallos declina y
se disminuye. Concibe vuestra majestad por bueno el
íin propuesto , y el vasallo por inico el medio con que
se alcanza.
De aquí nacen las quejas recíprocas de que vuestra
majestad no es bien servido y el vasallo es maltratado;
pero todo es en balde, porque ni vuestra majestad
asiste ú. las injusticias de los medios, ni el vasallo se
queja que le manden servir, porser esta acción en él tan
natural, como en vuestra majestad la de seguir el nivel
de la equidad. Con este artificio de tener á vuestra ma-
jestad quejoso de sus vasallos, y á estos lastimados y
afligidos, acreditan su valimiento, y desacreditan enor-
memente el amor recíproco de rey á vasallos, en que
consiste la armonía de un reino ; porque siendo vuestra
majestad padre y los vasallos bijos, el intentar la ruina
uno de otro , ya no se lia de llamar injusticia , dice Ca-
yetano, sino impiedad; porque destruye la unión mas
estrecbaque enlaza el padre con su liijo , entre los cua-
les la piedad y conservación no es gratuita, sino obli-
gación.
Viendo los conselleres de Barcelona , fidelísimos va-
sallos de vuestra majestad, que tanta turbación arguye
declinación en la monarquía , porque no titubea el edi-
ficio sino cuando está para caer; y lastimados , por otra
parte, de que el temor y respeto de no enojar á vali-
dos, cierra á todos los labios para decir su sentir en
servicio de su majestad, se ba resuelto avisar á vuestra
majestad de los daños emergentes á la real corona, con
las entrañas llenas de fe y lealtad, que aconsejaron á
otros reyes; porque, como seria traidor á su rey y se-
ñor el que no diese la muerte al que ve entrar en pala-
cio con la espada desnuda para ofendelle , así lo es , y
aun mayor, el que viendo á su rey y reino á pique de
perderse sin que el Rey lo sepa , no le avisase de estos
peligros.
No extrañe vuestra majestad que los conselleres de
Barcelona politicamente aconsejen; porque vuestra
majestad y los señores reyes, en negocios arduos per-
tenecientes al buen gobierno, los lian bonrado y hecho
merced de recibir su parecer y consejo. Y el señor rey
don Pedro les concede que no solo le den cuando los
señores reyes lo piden , sino siempre que á ellos les pa-
reciere conveniente. Por esta razón quisieron aconse-
jar al lugarteniente de vuestra majestad, el conde do
Santa Coloma , por las carnestolendas pasadas , sobre
un punto político, desaconsejándole los alojamientos
en la forma que se hacían , porque previan estos suce-
sos; pero no solo no las quiso admitir, sino que dijo
que los conselleres ni podían ni le babian de dar con-
sejo. Y para mas lastimar á los catalanes, informando
los abogados de la ciudad á un ministro sobre estos pri-
vilegios, alegándolos con ejemplares, respondió con
mofa y escarnio , que eso era en tiempo de las balles-
tas. Ha castigado Dios esta presunción, padeciendo y
pereciendo á manos de su consejo , por no admitir ni
escuchar el de los conselleres.
Vuestra majestad , Señor, reciba estos avisos y con-
sejo con el celo que los ofrecen; porque sin duda algu-
na obrarán los efetos del sosiego y paz deseada en la
monarquía, y servirán de consuelo á todos los vasallos,
que tiene enmudecidos el temor del poder, el cual les
tuerza á desmentir su corazón y sentir con lisonjas. Im-
porta que se diga á vuestra majestad , conviene que lo
sepa, lo advierta y lo pondere; que aunque han do
amargar estas verdades, por llegar á lo mas vivo del
corazón, pero cuando está librado en el desengaño el
remedio, menor mal es quedar nosotros con nombre de
molestos, que la monarquía en contingencia de per-
derse. El recelo de no incurrir en el enojo de los qua
con vuestra majestad pueden , ha causado el silencio
de estas verdades ; pero ya el amor que á vuestra ma-
jestad se debe, perentoriamente obliga, y seria vileza, y
aun alevosía, del vasallo que por temor de otro vasallo
faltase al amor de su rey y señor; porque los vasallos
que viven han de morir , pero los reinos y monarquía
de vuestra majestad han de permanecer para nuestro
serenísimo príncipe Baltasar Carlos (que Dios guarde),
el cual podría justificadamente quejarse de que hayan
faltado vasallos de valor para advertir á vuestra ma-
jestad estos males.
§.31. Los consejos obran sin culpa.
32. La novedad de arbitrios cánsalas novedades
déla monarquia.
33. Anda desestimada la sangre y los servicios.
3í. La nobleza catalana sin estimación.
El §.33 es este :
Hacen odiosos los vasallos á vuestra majestad.—^
Cargos y descargos del Principado.
No remunerar servicios puede ser omisión en el bien
intencionado; pero convertir el bien en mal, y trocar
en piedras los beneficios, arguye malicia y aborreci-
miento inveterado. Con los catalanes no solo se ha pre-
tendido ocasionar á vuestra majestad olvido de merce-
des, pero despertar el real enojo contra esta provincia,
alterando las relaciones de los sucesos, afectando las
ocasiones que pueden descomponerla con vuestra ma-
jestad. Quecuando se hallaran en ellos culpas, la ley de
Dios dicta que los que asisten á los superiores se des-
velen en la disculpa; aquí el desvelo ha sido sutilizarlos
negocios de suerte, que recayeran en culpas graves do
estos vasallos inocentes.
SXXil
DOCU.MEMOS.
Han sucedido en Cataluña los desastres referidos,
motivados de las vejaciones propuestas, de que queda
alborotada y sin sosiego ; lia propuesto con sana in-
tención las diligencias mas perentorias, pero sin pro-
vcclio. Ha supliendo (como medios mas eficaces de ¡a
paz de la provincia ) fuesen castigados los soldados in-
cendiarios de templos y sagrarios, y removidos algu-
nos ministros aborrecidos del pueblo por los excesos en
el gobierno, proveyéndose las plazas vacantes, para
que apadrinada la justicia por el amor en los principios,
cobrara lo que lia perdido por lo aborrecible de su si-
niestro ejercicio. Que sean estos los medios mas efica-
ces para conseguir lo que desea, se hace evidente con
lo que sucedió en el ingreso del duque do Cardona á lu-
garteniente de vuestra majestad inmediatamente des-
pués del conde de Sania Coloma; porque cuando esta-
ban mas crecidas las llamas del sentimiento del pue-
blo á vista de los sacrilegios y contrafacciones , apenas
supieron que venia con pleno poder de castigar á los
cabos y soldados descomulgados, y resarcir los daños
liedlos á las constituciones y privilegios de Cataluña,
cuando todos, no solo se sosegaron, pero querían se-
guirle á Perpiñan para dar mayores brios á la justicia,
á no estorbarlo el Duque, diciendo no ser necesario por
entonces. Pero llegó á Figueras , recibió nuevas orde-
nes, con los cuales cesó el favor del castigo de los sol-
dados. En la ocasión de esta variedad de órdenes enfer-
mó el duque de Cardona , y murió de este p sar en Per-
piñan, quedando suspenso el Principado del futuro su-
ceso en los negocios.
Esperaba lugarteniente de vuestra majestad que con
prudencia asentase las turbaciones (porque no liay
quien las ame), y tratase de las venganzas del Santísi-
mo Sacramento y refacción de graves daños. iNombrósc
al obispo de Barcelona, recebido de todos con aplauso
por su madurez, integridad y prudencia ; pero luego se
ochó de ver que esta provisión antes ponia estorbos á los
intentos que los efectuaba. Porque nombrar un obispo
por lugarteniente, sin de breve irregularidad , ha sido
atar las manos á lo punitivo de la justicia en la ocasión
mas urgente. Vea vuestra majestad quién tiene impedida
la justicia ; los catalanes que la interpelan , ó los que la
envían presa y sin poderes. ¿Cómo se pueden impedir
las acciones de quien no tiene poder para ejercitarlas?
Y pudiendo la ciudad de Barcelona en ausencia de] lu-
garteniente ejercitar la justicia por juy de Prohotns,
por este camino se ha extinguido todo su ejercicio,
abriendo paso franco á cualquier turbación y delito.
Hubieran sucedido muchos , á no unirse los ciudadanos
(con licencia del lugarteniente de vuestra majestad y
asistencia de un oficial real) para ocurrir á estos peli-
gros ; con que la ciudad goza de un concierto monásti-
co. Desto, que es declarada opresión, se hace cargo,
como si pudieran los catalanes conceder el breve al lu-
garteniente de vuestra majestad.
Verdad es que se funda este cargo en el retiro de al-
gunos ministros, que, por aborrecidos del pueblo, no
se atreven á salir sin manifiesto peligro de la vida. Di-
cen que es culpa de los que gobiernan el Principado y
la ciudad de Barcelona. Señor, la especulación mas
viva desde lejos no puede descubrir todas las dificulta-
des que se despiertan con la plática, porque solo hace
elección de los medios que le ocurren ; pero no puede
advertir los inconvenientes que sobrevienen. No todo
lo que se juzga por conveniente desde lejos , sucede con
acierto ; porque no implica discurrirse bien el negocio
y desacertarse la ejecución. Las dificultades y los .in-
convenientes de salir algunos ministros (que las comi-
siones varias hicieron odiosos ) , con la distancia pare-
cen menores; pero los que están aquí al pié de la obra,
como las experimentan , las recelan para mayor servi-
cio de vuestra majestad. Esto no es impedir la justi-
cia , s"no desear que su respeto se mejore , y que cobre
en unos lo que ha perdido en algunos. No consiste !a
exaltación de la justicia en que este ó aquel la admi-
nistre, sino en ser .ejercitada en nombre de vuestra
majestad por cualquier que sea , con tal que no le falte
el respeto y veneración debida. Con la remoción de al-
gunos ministros y provisión de plazas vacantes se con-
sigue este fin pretendido para la justicia , y con persis-
tir en que salgan , no solo se defrauda, pero se arriesga
su vida y la quietud de todo el Principado ; y en elec-
ción de extremos tan opuestos, mas ha de pesar la paz
general que la comodidad particular de algunos.
Sí la justicia pudiera responder por los catalanes, á
voces diera descargos, representando los agravios que
le han hecho en sacaria de la gravedad de sus consis-
torios, para rozaria entre soldados, carruajes y baga-
jes, que la hicieron odiosa , y cómo fuera de su esfera
desmedró su crédito en elemento extraño. El duque de
Feria (igualmente sagaz y prudentísimo), instado por
ministros superiores que intentase ciertas diligencias
contra el Principado , respondió que la justicia en Ca-
taluña, mientras trataba de oponerse á delitos particu-
lares se hacia muy amable; pero en hacer oposición á
sus leyes y privilegios se hacia detestable. Esto ha ex-
citado el pueblo contra algunos ministros, esto los tie-
ne retirados; por esta razón se ha suplicado á vuestra
majestad removiese los malquistos; pero no se ha po-
dido jamás conseguir.
En materia del castigo de soldados descomulgados,
no solo no ha sídoel parecer bien admitido, pero calum-
niado; y no solo disculpando á los soldados de los sa-
crilegios (delitos tan evidentes), sino que los alientan á
proseguir en las invasiones del Principado. La falta del
castigo de los soldados, que suplieron en parte los ve-
cinos de las iglesias quemadas, sirve de motivo para
hacer cargo á los catalanes de que han invadido las ban-
deras reales. Si ellas. Señor, supieran hablar, no solo
no se darian por ofendidas, sino por obligadas á los ca-
talanes de haberias desagraviado; valiéronse de ellas los
sacrilegos para invadir dos veces el Santísimo Sacra-
mento hasta la consunción de las formas reservadas;
y como por católicas nunca se han desplegado en ofen-
sa de los templos, sino en su defensa, se dieron por ser-
vidas deverca'»igados los sacrilegos que las forzaron
á ser testigos de incendios de templos y sagrarios. No
fué invadirlas , sino librarlas de la opresión y agravio
que les bacian ; de la suerte que si estuviesen en un es-
cuadrón de herejes, quien á estos persiguiese y mata-
se, no invadiría la bandera real, antes la ganaria; por-
que mientras el soldado obra contra la institución de las
banderas reales de vuestra majestad se hace indigno
de todo favor y digno de cualquier castigo, porque con
esta oposición se declara por su enemigo. Bástales, Se-
ñor, á las banderas de vuestra majestad el sentimiento
DOCLMENTOS.
de haber asisli Jo forzadas ú tales sacrilegios; no es me-
nester añadirles nueva pena, liaciéndolas apadrinará
sus ofensores; que invadir á sacrilegos ó invadir á ban-
deras reales no es equivocación decente á los fines ca-
tólicos de vuestra majestad.
Últimamente, pueden tanto las persuasiones conti-
nuas de los que aborrecen con odio interminable ú. los
catalanes, que no solo han procurado desviar de la rec-
titud y equidad de vuestra majestad los medios pro-
puestos de la paz y sosiego que debian ser admitidos,
siquiera para experimentarlos; pero para llegar al cabo
de la malicia proponen á vuestra majestad como obli-
gación forzosa que se prosiga en la opresión del Princi-
pado, acudiendo á él con ejército para entregarle li-
bremente al antojo de soldados de saco y pillaje univer-
sal, exponiéndole á que pueda decir (si no tuviera
tendencia al amor y íidelidad que á vuestra majestad ha
tenido , liene y tendrá siempre) que en virtud de tanto
rompimiento de contrato le dan por libre cosa que ni
la provincia la imagina, antes ruega á Dios no lo per-
mita. Y como el Principado sabe por experiencia que
estos soldados no tienen respeto ni piedad á casadas,
vírgenes, inocentes, templos, ni al mesmo Dios, ni á
las imágenes de los santos , ni á lo sagrado de los vasos
de las iglesias, ni al Santísimo Sacramento del altar,
que se ha visto este año dos veces entre llamas, aplica-
das por estos soldados, está puesto universalmente en
armas para defender (en caso tan apretado, urgente y
sin esperanza de remedio) la hacienda, la vida, la hon-
ra, la libertad, la patria, las leyes, y sobre todo, los
templos santos, las imágenes sagradas y el Santísimo
Sacramento del altar (sea por siempre alabado) ; que en
semejantes casos los sagrados teólogos sienten, no solo
ser lícita la defensa, pero también la ofensa para pre-
venir el daño, siendo lícito el servicio de las armas des-
de el seglar al religioso , pudiendo y aun debiendo con-
tribuir con bienes seglares y eclesiásticos; y por ser
esta causa universal, pueden unirse y confederarse los
invadidos, y hacer juntas para ocurrir con prudencia á
estos daños. Y claman los catalanes á Dios, á vuestra
majestad y á todo el mundo de la injuria que se les ha-
ce, alegando para pretexto de la invasión, que no quie-
ren la justicia, y que para su reintegración debe vues-
tra majestad depopularlos con ejército. Engañan, Se-
ñor, á vuestra majestad ; que Cataluña ama y quiere la
justicia, y para este efecto ha enviado á vuestra majes-
tad súplicas muchas veces ; no pide sino la provisión de
las plazas vacantes, la remoción de algunos particula-
res ministros , que por aborrecidos y sentidos del pue-
blo, han de turbar mas el ejercicio de la justicia.
El § . 36 es : Consejos que los consellcres y consejo de
Ciento de Barcelona, en virtud de las cartas reales y
privilegios, ofrecen con todo rendimiento á vuestra
majestad.
§. 37. Proclaman á vuestra majestad los consellc-
res y consejo de Ciento.
Señor, duélase vuestra majestad deste su principa-
do; no permite vuestra majestad que por antojo de va-
sallos se devaste patrimonio que ha sido tan glorioso
para todos los ascendientes de vuestra majestad , y que
ha de gozar gloriosamente el serenísimo príncipe Bal-
tasar Cnrlos. Obliguen á vuestra majestad los tnesmos
motivos que obligaron al señor rey don Pedro , de ino-
cencia , servicios y pérdidas de la corona. Ponga vues-
tra majestad los ojos en la fidelidad continuada de los
catalanes, confirmada con servicios tan grandes hechos
en tiempo de paz y guerra. No permila vuestra majes-
tad extinguir la gloria de una provincia que ha sido
cuna y patria de tantos santos, condes, príncipes y
reyes, restaurada por sus naturales, entregada libre-
mente ásus señores, adornada con leyes y privilegios
comprados á peso de sangre y oro. Al afligido no se han
de añadir aflicciones; y es añadirlas, si después de tan-
tos años de opresiones , trabajos y gastos en servicio do
vuestra majestad , se permilicse esta invasión , que so
amenaza y dispone con mayor crueldad, que si invadie-
ran á Cataluña herejes , turcos ó moros.
Qae vuestra majestad. Señor, tomara en la mano el
azote , no recelara tanto Cataluña , porque es vuestra
majestad nuestro padre y señor; pero disponiendo el
castigo dos ministros, crece con el miedo el enojo.
Cuando el padre castiga al hijo, aunque llora , se en-
mienda; pero si le azota el criado , le irrita y le eno-
ja ; porque del padre no presume odio como del criado.
Estos azotes. Señor, no saben á la mano piadosa de
vuestra majestad, sino á otra mano; porque no hay
padre que quiera á su hijo muerto , sino ajuslado á su
gusto.
El dueño de la heredad no es quien la devasta, sino
el vecino envidioso ó apasionado. A vuestra majestad,
que es nuestro señor, príncipe y padre, acuden por re-
medio y alivio. Delante vuestra majestad alegan su ino-
cencia, y cargan todos los males, daños, efusión de
sangre , muerte de inocentes y sacrilegios sobre las
conciencias de los que con dañado intento, y sin pre-
meditación de lo que puede seguirse en detrimento de
la monarquía, aconsejan á vuestra majestad como líci-
la una invasión tan injusta , y dicen ser obligación for-
zosa á la majestad real , á quien es propria la clemen-
cia, piedad y compasión para con vasallos afligidos, y
no la severidad inexorable. No es justo. Señor, que sol-
dados insolentes derramen la sangre catalana , hecha á
salir corriendo de las venas para ganar á vuestra majes-
tad coronas ; porque los numerosos rubíes que forman
á vuestra majestad tan hermosa diadema, con sangre
catalana derramada en las conquistas , quedaran tintas.
Para que vivan los señores reyes se desangran los cata-
lanes, no para morir infamemente como esclavos , que
no perdieron jamás la honra por la vida; la vida, sí,
^or la honra muchas veces. Y en servicio de sus reyes
está hecha la yerba de sus campañas á crecer con su
sangre derramada, y no verse marchitada con lágrimas
de cautividad.
A esta severa y audaz manifeslacion replicó un de-
fensor del Gobierno , sin duda por encargo de este, con
otro escrito , en que , párrafo por párrafo , se van refu-
tando los cargos y defensas que comprende la Procla-
mación. En la noticia que precede á este tomo, dejamos
dicho que todos los bibliógrafos atribuyen el citado es-
crito al poeta Rioja; y para que se tenga también idea
de este curioso documento, extractaremos los párrafos
que se refieren á los de la Proclamación que hemos co-
piado. Esta refutación impresa en 4.", pero sin lugar
ni año, tiene por título Aristarco, ó censura de la Pro-
XXXIV
clamacion católica de los catalanes. El exordio estú
concebido en estos términos :
«A las calumnias y falsedades que generalmente se pu-
blican, ó por inclinación ó por gusto, es prudencia no
responder ; porque reducir á leyes de razón á quien está
lejos de ella no es providencia para emprendida ; pero
disimular las injurias que con ninguna verdad se hacen
á la reputación de alguno, es una culpable modestia
con que se conliesa en silencio cuanto pretende el ene-
migo. Y ¿quién podrá, cumpliendo con las obligacio-
nes de vasallo y de cristiano, callar, cuando los conse-
lleres y consejo de Ciento de Barcelona pretenden per-
suadir al mundo su fidelidad, su religión, su valentía,
su largueza en servir, su respeto al Rey, su nobleza,
sus privilegios, y últimamente, las advertencias en que
& su parecer está librada la salud pública?»
Por el contexto de los períodos siguientes se cono-
cerá á qué párrafos de la Proclamación alude el Aris-
tarco , pues no los cita con exactitud. Estas son sus pa-
labras :
«Grandes exclamaciones hace el autor de este libro,
en el parágrafo 5.", por la honra del Santísimo Sacra-
mento amancillada, diciendo que quemaron los solda-
dos las especies. Y cierto, ningún encarecimiento fuera
bástanle á la ponderación de sacrilegio tan grande,
ningún castigo se ejecutara, que no pareciera menor
que el delito ; y ni lo que hizo Xatillon en Terlimon , ni
lo que refiere Ñicetas que hicieron los soldados de Bal-
duino, siendo católicos, dentro del templo de Santa
Sofía, en Constantinopla, puede igualar tan inaudita
atrocidad. Pero la inquisición de Barcelona, haciendo
exacta diligencia, averiguó que el delito que se impu-
taba á los soldados no era cierto, y no halló que en Rio
de Arenas ni en Montiró se hubiesen quemado las espe-
cies del Santísimo Sacramento ; y si hubiera sucedido,
el obispo de Gerona lo dijera en la carta que refiere suya
la Proclamación , que para disculparse de lo que ha
obrado, ninguna cosa pudiera referir, ni debiera, mas
«;íicaz ; pues si hablando en otras no habla en ellas, lue-
go no es cierto el delito que se imputa á los soldados.
Pero ¿cómo se ha de paliar haber muerto un virey á
puñaladas, y mas no habiendo sido cómplice en los in-
cendios que publican ? Arte es conocida de que se vale
el que ha cometido un gran delito, acusar de otro mayor
á quien ha ofendido , para que ó se avergüence ó se rin-
da. En Castilla, en Vizcaya, ha habido gran nútnero
de soldados castellanos y de otras naciones, y jamás se
ha oido una queja, ni en Cataluña en tantos años, has-
la la resolución de los alojamientos. Entonces por el
dolor de los privilegios no hubo atrocidad que los sol-
dados no hiciesen , ni medios que no intentasen los ca-
talanes para su defensa. Solicitaron predicadores que
en sus sermones moviesen la gente á la defensa de sus
constituciones; fingieron lágrimas en las imágenes; y
todo para levantar el pueblo. Y quien hace esto con
ellas, y con la pureza y verdad de la predicación, y lo
lia hecho otros tiempos , ¿cómo se puede creer que ha-
ble de los soldados de otra manera que levantándoles
ulrocidades y testimonios? Y si en las inmensas inju-
rias que recibieron de los catalanes obraron ellos con
indignación , no es culpa suya ; porque las injurias mas
lus comete quien las ocasiona que quien las hace. »
DOCUMENTOS.
«En el parágrafo 31 se dice que los conselleres de
Barcelona advierten á su rey y señor con entrañas lle-
nas de amor; y las advertencias son que á su majestad
se proponen grandes fines vestidos de conveniencias, y
se le ocultan los medios impíos y escandalosos con que
los pretenden , debajo del pretexto de dar alivio á su
majestad. El autor y los conselleres hablan en esto con
el celo y puntualidad que suelen en todo. El Rey poco
engaño puede recibir en lo que ha experimentado y ex-
perimenta, y en las injurias que ha sufrido su decoro,
que las han examinado sus ojos y senlimiento. ¿Qué
lugar podrán hacerse consejos de vasallos, cuyos in-
tentos se conocen, cuyos fines se ven? Las palabras
que no son de las acciones , no pueden tener lugar ni
en la estimación ni en el crédito de los hombres ; que
la herida de las obras, como es grande, arrebata los
sentidos , y les quita que atiendan al vano halago de las
razones. Toman las armas contra su rey los catalanes,
hácense jueces en su queja; cosa prevenida y condena-
da en la razón y el derecho de las gentes, y dan con-
sejos contra las leyes de prudencia ; que aconsejar al
amigo cuando no es solicitado para el consejo, es error;
pues ¿qué será que aconseje un alevoso á su príncipe?
Qué colores retóricos ó qué fuerza de arte bastará á
vestir de verdad su intención ? Los de Barcelona holga-
ran infinito que los relevaran de las obligaciones de va-
sallos, que les consintieran cuanto pudiera dictar su
antojo ó su libertad ; y esto , aunque el resto de la mo-
narquía cayese ; que así los ministros serian buenos,
los validos convenientes; los sucesos, por adversos que
fuesen , serian del caso , y no de la disposición. »
«En el parágrafo 36 se trata de los cargos y descargos
del Principado. En el 37 aconsejan los conselleres que
mude de aires el Gobierno. Y en el 38 proclaman á S. M.
conselleres y consejo de Ciento que no permita que por
antojo de vasallos se destruya su patrimonio. Los car-
gos y descargos que se hace un principado que ha co-
metido crimen de lesa majestad contra su rey , y que
forzosamente ha de desear vestir su culpa de manera
que parezca menor ó inexcusable , no parece que pue-
den traer consigo recomendación de ciertos. Hubo sol-
dados en Cataluña muchos años y sin queja de los ca-
talanes; fueron invadidos de Francia, y defendidos por
las armas de su Rey; era forzoso para recobrar lo que
tenia el francés del Principado mantener ejército, y para
entrar en Francia; modo de que se podía esperar con
seguridad que no acudiría con tanta gente á Flándes
ni al Piamonte; la necesidad del Rey era grande , como
se puede presumir de quien á un tiempo acudía á Flán-
des, á Italia, á Francia, á Alemania , á ambas Indias y
á las fronteras de África , esto por tierra; por mar á las
armadas de Francia , de Holanda y de turcos, convoca-
das de franceses. En tan urgente necesidad no era ex-
ceso que el Rey pidiese á los catalanes que crecieren el
alojamiento á los soldados que los habian de defender,
saliendo de los términos de su constitución , y esto por
entonces; porque el Rey nunca ha pretendido revocar
ningún privilegio suyo. Los catalanes, que, poco aten-
tos á la razón y á la diferencia que hay entre la necesi-
dad y el común orden de las cosas, anteponen sus le-
yes á las de la naturaleza cuando es en servicio de su
rey , comenzaron á tumultuar, mataron muchos sóida-
(los y cabos en los alojamientos, mataron al Virey , á
un ministro suyo en la clausura de las monjas , á otro
quemaron, los demás se escondieron; y la culpa que
tenían era haber ido con orden de su rey á ejecutar los
alojamientos. De aquí nació contra ellos el inextingui-
ble odio con que se hallan. Pregonaron que ninguno
tuviese escondido castellano , debajo de graves penas;
los que habia, huyendo de la muerte, buscaban segu-
ridad en los sepulcros, cuando los catalanes pasaban
con mas seguridad en Castilla y en suma estimación de
todos. Acometiéronse las banderas de su majestad, ma-
taron su caballería é infantería. Estas y otras muchas
cosas hicieron , como se ha dicho; y publican su fideli-
dad como cosa que desean suplir ; que la falta en las
obras siempre se solicita suplir con las palabras. En
cuanto á daño universal , ¿ con qué satisfarán los cata-
lanes el que han causado obrando la pérdida de Arras y
sucesos de Piamonte , con estorbar la entrada de los
españoles en Francia? Si esta es fidelidad , júzguenlo
los indiferentes y que saben lo universal y particular de
las gentes y de las cosas. Hiciéronles alguna ofensa sol-
dados particulares, por defenderse, que se puede ha-
cer sin culpa por el derecho de la naturaleza. Mataron
á algunos : comenzaron á publicar los catalanes que
lloraban y sudaban las imágenes, como sentidas y fati-
gadas de su injuria, y que se paró el sol antes de po-
nerse, el dia que se celebró la fiesta del Santísimo Sacra-
mento, transferida por el tumulto de los segadores del
dia del Corpus, y que se quemaron sus especies ; lodo
fingido para el ^olor de sus atrocidades y delitos , y que
no pudo probar la Inquisición, aun siendo catalanes los
testigos, ni lo dice el Obispo en la carta que escribe á
los conselleres, siendo para satisfacer en Madrid, y
siendo la cosa con que mas se pudiera disminuir la des-
templanza de sus procedimientos- Dicen que acome-
tieron las banderas reales por vengar al Santísimo Sa-
cramento y á las imágenes, y que toman las armas pa-
ra su defensa. Hacerse una persona juez en su causa no
puede por derecho, y menos hacerse inquisidor; luego
no han procedido conforme á razón humana ni divina.
Y haber muerto al Virey y á los ministros no puede ha-
ber sido porque quemaron al Santísimo Sacramento,
que ni lo mandaron ni lo permitieron ni supieron ; lue-
go fué porque obedecieron al Rey en la ejecución de
sus órdenes. Pues vasallos que le matan al Rey los mi-
nistros , sin mas culpa que la de su puntualidad, ¿cómo
se llaman fieles, cómo cristianos? Cómo piden piedad
sin confesar culpas? En cuantas palabras se vierten en
la Proclamación solo se oye que no vaya ejército á Bar-
celona , que no se destruyan tales vasallos; pero no se
pide perdón, ni aun se finge que algunos pocos se des-
mandaron contra la voluntad de todos; no quieren que
el Rey pueda nada, siendo contra el derecho de las gen-
tes. Y en lo que hacen dan á entender que son mas po-
derosos que él, pues quieren que quite sus ministros
porque le obedecieron; que se pongan los que ellos
quieren ; que saque los soldados cuando tiene guerra
con Francia, y que no se castigue ninguno de los cata-
lanes. A los vasallos toca responder al Rey cuando les
pregunta, no aconsejarle no consultados, porque no es
de las leyes del respeto. Poca es la fidelidad de quien
toma las armas contra su rey, y poco útil el Principado
que aun no sustenta los ministros que dispensan la jus-
DOCUMENTOS. xxxv
ticia. ¿En qué pactos se podrá venir seguramente cotí
vasallos que tantas veces han intentado matará sus re-
vesa traición , y hoy amenazan á voces al que tienen?
Y estos aconsejan que no haya juntas, cuando tienen
ellos tantas para todo lo que les ocurre en el estado pre-
sente. Las juntas son convenientes para la presta ejecu-
ción de las cosas; que en el embarazo ordinario de los
consejos por ventura no se pudieran expedir con la
presteza que pide la urgencia de los negocios; y en tan-
tos como han sucedido y suceden, estorbándose unos
á otros , ha sido convenientísimo para el breve cobro
de ellas el camino de las juntas. Demás que hay nego-
cios mixtosque no se pueden tratar en otra parte , y re-
mitirlos á un consejo ó á dos fuera de embarazo y tu-
viera imposibilidad. Las acciones no se han de culpar
por el antojo, ni son del examen de los enemigos; por-
que ninguna hay tan clara ni tan manifiesta que á la
sombra de la calumnia que le arrima el enemigo no pa-
rezca otra cosa; así transformad afecto los vicios en
virtudes, y las virtudes en vicios. Y también aconsejan
que mude ministros; dicen que el Protonotario es su
i enemigo , y esto mas es recato de la conciencia y noti-
l cía de la gravedad de sus culpas que razón ; porque aun-
j que están tan beneficiados de él y le deben tanto, juz-
j ganque por su fidelidad, por su limpieza , por el ardi-
I miento con que sirve al Rey, no puede dejar de ponerse
j de parte de su servicio ; y así , co mo conocen lo que ha
hecho y ven su correspondencia , temen lo que debe
hacer; y como suelen los que han faltado en la fea Dios
llamar á todos herejes cuando lo son ellos solamente,
así los catalanes publican fidelidades suyas , cuando ni
en otras edades ni en esta, ni han parecido fieles ni lo
son; y quieren ser creídos del Rey, y que el Conde-Du-
que no lo sea, ni admitido al gobierno ; pues no pueden
estar sin noticias de su blandura y de su inclinación,
que antes lo arrebata á perdonar injurias que á vengar-
las; pero aunque saben esto, no ignoran que tiene en
él mejor lugar el servicio del Rey que otro ningún res-
peto, y que solos son sus enemigos los que no le sirven;
pero como ven su causa en estado poco capaz de rue-
go , porque su obstinaci on nunca ha confesado culpa ni
solicitado perdón, y ven que no le merece su arroja-
miento, esparcen el humo de las injurias á los ojos del
Rey, por tur!)ar cuanto es de su parte la claridad con que
mira la voluntad, respeto yobediencia del Conde-Duquo
y el paso con que camina á su mayor servicio. Dicee]
concilio Cartaginense, en el canon 90, que en el juicio
se ha de inquirir de qué conversación y fe es el que acu-
sa y el acusado, y si se hace compíiracion del Conde f
Cataluña ; en cuanto á la antigüedad , mas antigua es la
sangre del Conde en Castilla que el principado de Ca-
taluña ; si de los servicios y lealtad , llenas están las his-
torias de Castilla y León de los servicios y fe de sus ma-
yores á los reyes, y bien lo testifican los casamieiilns
con sus hijas. De la persona del Conde-Duque quiero
excusar loque pudiera decir; porque la alabanza á per-
sona pública y por escrito no es para intentada , aunque
sea verdad; porque no está libre de los peligros de la
lisonja : hable Anastasio Germonio Saboyardo en el
modo de su ministerio, en sus costumbres , en su tem-
planza , en el puesto , en su celo , en su trabajo , en su
desinterés y limpieza , cuando por contrario á sus obras
lo aborrecen los catalanes. Las palabras son estas en el
xxxvi DOCUMENTOS,
libro De Icgatts, liahlaiulo del conde don Enrique, su pa-
dre : Cujus filius uiricus Gaspar ( cui parentem casus
abstulernt) á liberalissmo Philippo nuncrcgnante óm-
nibus approbantibus titiilum ( scilicet Grandalns) ob-
tinuit, apud quem magna qtioque pollet aucloritale ct
gratia , ad eo ut in ómnibus Ilispanicae dominctionis
provincijs, unus feré omnia posút , eo sané tanto dig-
nior honore , quo in ampHssimac potestatis usu conti~
nentior, ut qui maturo judicio omnia perpendcns , ad
ea, quac Dei gloriam, rcgisquc sui dignilatem cum
populorum beneficio conjunctam tantum rcspiciunt :
attentissi mus , mira cum humanitate ac dexteritate,
quoad ejus fieri potest , ómnibus salisfacit , nonsolum
cujuscumque coiidilionis hominibus , ct aulae et ma-
gistratibus ab ejus natu pendentibus, quos eiiam exem-
plo suo quomodo in suis se gerere munijs debeant , ta-
cite admonet verüm et ipsis magnorum principum le-
gatis. Vir certé ómnibus obvius, numquam cessator,
numquam fessus , semper vigilans , nec noeles ipsas á
laboribus eximens , nec in mensa, nec in ledo, nec in
via á piibücis abslinens negoliis ; ingenii item acumi-
ne ad omnia promptus , ubique opporlunus , simulque
ad publicum bonum ita propensus , ac nemini gratis,
ut quamvisurgentissimisprematur curis, á lucricupi-
dis fraudari timens , nulUus opera ulatur : á mune-
ribus insuper, etsi non suspectis , supra quam dici
potest, alienus atque abhorens, gravissimae adminis-
trationis molem tanta facilitate suslinet , ut nisi supra
vires oneralum summa Dei benignitas, assiduisque
apud Dewn precibus gloriosas Gnzmanae familiae
decus ac lumen dominicas , praestantissimo fulciaut
praesidio , pro miraculo sit hominem unum hominum
multorum munia tanta virlutc , tantoque omnium ap-
plausu explere posse. Desta manera y con este encare-
cimiento liabla un extraño, mirando las acciones dei
Conde-Duque como indiferente; que para sentir dellas
bien, no es menester otra disposición que la indiferen-
cia , y los mismos catalanes testifican lo mucho que le
deben, en la carta que le e«cribieron en 27 de junio de
este año de 40 , que dice así :
nExcelcntisimi Señor : Lo pare fra Bcrnardino de
Malleuy Pau fíoquet ,nostre embajador, ab diverses
caries nos au signi/ical la mercé i honra que vostra
excelencia los ha fet en totes les ocasioi^s que han agut
de tractar negocis desta ciutat axi ab sa majestad,
que Deu guarde, comab vostra excelencia, de quisem-
pre han tingada grata audiencia; y axi,speram nos
fura merced continuar en lo demés que scns offerirá.
Per estos favors donan á vostra excelencia infinides
gracias, essent las mayors que podcm significar, pus
estam ccrts que ab tal amparo com es lo de vostra ex-
celencia, totes les malcríes que per nostra part tractan
ditfra Dernardino i dit embajador, an de teñir lo suc-
ces jnes convcnicnt al servi de Deu , de sa majestad , y
benefici desta ciutat , la cual resta com sempre del ser-
vi de vostra excelencia , á qui nostre Señor guarde.
—Barcelona i juni TI , iñlO. — Excelentisimi Señor.
— De vostra excelencia molí affectats scrvidors , qui
ses mans besen , Los Consellers de Barcelona.
mEsIo que escriben del Conde los conselleres, confie-
san también los diputados, diciendo en carta de 31 de
julio de J640 que lo reconocen por su amparo; las pa-
labras de la carta son estas :
y^Esperam que ab lo favor de vostra excelencia ho
alcansará esta provincia ab la promptilul que la nc-
cesitat demana en mayor servey de sa majestad , i ho
estimará á vostra excelencia regonexentlo en totas las
ocasions per son amparo.
«Esto senlian del Conde-Duque conselleres y diputa-
dos; pero como mudaron de fe, mudaron de palabras.
Con que los catalanes, cuya sangre no es antigua, cuyo
principado , cuyo nombre , que las alevosías á sus re-
yes han sido tantas, que sus acciones para con Dios han
sido tales, que ni han respetado sus arzobispos ni sus
religiosos con vestiduras sacerdotales ; que han violado
con muertes las iglesias, arcabuceado el Santísimo Sa-
cramento; que han fingido milagros de lágrimas, de
sudores de imágenes y esparcido que el dia á que se
transfirióla fiesta del Corpus se detuvo el sol mucha»
horas en ponerse, y lodos para autorizar sus delitos y
atrocidades, teniendo estas costumbres y obrando de
esta manera desacreditan sus palabras y deshacen sus
calunmias y acusaciones; y todo argumento es ocioso
cuando las obras , como se ha dicho , siempre mas efi-
caces á persuadir que los escritos, publican lo contrario.
Y aunque bastara para conocer la diferencia que hay
entre el Conde-Duque y los catalanes haber referido sus
acciones y nobleza; pero porque se voa cómo los dife-
rencian los extranjeros de la demás gente de España,
pondré las palabras de Jacobo Bonaudo en el panegírico
á Francia y á su rey , que hablando con encarecimiento
de la ferlilidad de España y de sus letras, dice : Est la-
men ibi hominum genus elalissimum , el{quodpejus
est) a fide quandoque devium quam máxime; qui á Ca-
thalonia cathalani denominantur , quos vulgus mar-
rarlos {nescio quare) appellat, nisi ob id ipsi dicunt,
quod magisjudaels errent, aut majores in errore quam
judei infideles existant. Isti errorem aperlé prof filen-
tur ; illi judaei appelhri nolunt ; sed quamvis opera
christiana minimé faciant, christianos esse, et men-
daciler et palam profitenlur : quod est magis errare
quamjudaeum aperté se gerere, quia plus estpeccare
per hypocrisim , quam manifesté aberrare. Pareceque
habla este autor en el caso presente, pues ningunos
hombres blasonan tanto de religiosos ypios, y ningunos
han obrado tan inhumanas acciones ni cometido tan
atroces sacrilegios. Han negado la obediencia A su rey
y señor natural Felipe IV el Grande , y se han entrega-
do á Luis XIII , rey de Francia , y él los ha recibido por
sus vasallos. A los heridos del ejército del Bey mataron
en los hospitales con horrendas muertes. A la imagen
de Monscrrat robaron la plata yjoyas y quitaron la co-
rona de la cabeza ; á sus monjes desterraron y á sus er-
mitaños ; publicaron jubileos y concedieron gracias sin
ser pontífices. Estas son las acciones de los catalanes
cuando estampan papeles ensalzando su obediencia, su
piedad , su religión. Pero Dios , que se ofende tanto de
que le honre con los labios quien siempre le ofende con
las obras, les fabricará su castigo en sus acciones.»
»^S:5»»^^"^S^='^3S^«')SS^'«^^S:^°^S^^'^^*'^S^^'^S1"<€^o-»>^^^--\>S2<=')SSt«J^S^
EXPEDÍCÍON
tZLOS
CATALANES Y ARAGONESES COMA TURCOS Y CRIE
POa DOi\ FilAiXCISCO DE MOx\CADA, CONDE DE OSONA.
A DON JUAN DE MONCADA,
arzobispo de Tarragona , primado de la España Citerior, mi señor y mí tío.
Por obedecer á usía ¡lustrísima he puesto en orden esta breve historia, que la soledad de una
aldea me la puso entre las manos, con el deseo natural de conservar memorias cnsi muertas de la
patria que merecen eterna duración. Recogí lo que pude de papeles antiguos de Cataluña, y ayu-
dado de sus escritores y de los griegos, he procurado sacar esta Expedición que los nuestros hi-
cieron á Levante, libre de dos teiribles contrarios, descuido de los naturales y proprios hijos, y
malicia de los extranjeros, enemigos de nuestro nombre y gloria, que parece que andaban á por Ha
cual dellos seria el autor de su muerte. Hálleme desocupado; y así, reconocí por obligación el salir
á su defensa : si esta ha sido bastante, no lo puedo asegurar, porque las armas, que son las antiguas
memorias y autores, con que me opuse , andan tan confusos y faltos, que apenas me dieron el so-
corro necesario. Pero ya que no entera ni como ella fué se describa a la posteridad, quedará por lo
menos renovada con mas larga relación de la que los antiguos catalanes nos dejaron ; cuyo des-
cuido nació de parecelles que los hechos tan esclarecidos la fama los conservara con mayor esti-
mación Gue la historia , y que el tiempo no los pudiera cscurccer. Guárdeme Dios ú usía ilustrísi-
ma muy largos años.
Barcelona, 3 de noviembre de 1620.
Er. CONDE DE 0-OXA.
ü-i.
EXPEDICIÓN
D£ \JD^
CATAMIS Y ARAGONESES GOMA TURCOS Y GRIEGOS.
LIBRO PlilMERO.
PROEMIO.
Mi intento es escribir la memorable expedición y
jornada que los catalanes y aragoneses hicieron á las
provincias de levante cuando su fortuna y valor an-
daban compitiendo en el aumento de su poder y esti-
mación, llamados por Andrónico Paleólogo, empera-
dor de griegos , en socorro y defensa de su imperio y
casa : favorecidos y eslimados en tanto que las armas
de los turcos le tuvieron casi oprimido, y temió su per-
dición y ruina ; pero después que por el esfuerzo délos
nuestros quedó libre dellas, mal tratados y perseguidos
con gran crueldad y fiereza bárbara, de que nació la
obligación natural de mirar por su defensa y conser-
vación , y la causa de volver sus fuerzas invencibles
contra los mismos griegos y su principe Andrónico ;
las cuales fueron tan formidables, que causaron temor
y asombro á los mayores principes de Asia y Europa,
perdición y total ruina á muchas naciones y provincias,
y admiración á todo el mundo. Obra será esta , aunque
pequeña por el descuido de los antiguos , largos en ha-
zañas, cortos en escribirlas, llena de varios y extra-
ños casos, de guerras continuas en regiones remotas y
apartadas, con varios pueblos y gentes belicosas, de
sangrientas batallas y Vitorias no esperadas, de peli-
grosas conquistas acabadas con dichoso fin por tan po-
cos y divididos catalanes y aragoneses, que al principio
fueron burla de aquellas naciones , y después instru-
mento de ios grandes castigos que Dios hizo en ellas.
Vencidos los turcos en el primer aumento de su gran-
deza otomana, desposeídos de grandes y ricas provin-
cias de la Asia menor, y á viva fuerza y rigor de nues-
tras espadas encerrados en lo mas áspero y desierto de
los montes de Armenia; después, vueltas las armas
contra los griegos , en cuyo favor pasaron, por librar-
se de una afrentosa muerte , y vengar agravios que no
se pudieran disimular sin gran mengua de su estima-
ción y afrenta de su nombre, ganados por fuerza mu-
chos pueblos y ciudades, desbaratados y rotos podero-
sos ejércitos , vencidos y muertos en campo reyes y
príncipes, grandes provincias destruidas y desiertas,
m ucr tos j cautivos ó desterrados sus moradores, ven-
ganzas merecidas mas que licito<; ; Tracia , Maccdonia,
Tesalia y Bencla penetradas y pisadas , á pesar de to-
dos los príncipes y fuerzas del oriente ; y últimamente,
muerto á sus manos el duque de Atenas con toda la
nobleza de sus vasallos y de los socorros de franceses
y griegos , ocupado su estado , y en él fundado un
nuevo señorío. En lodos estos sucesos no fallaron
traiciones, crueldades , robos, violencias y sediciones;
pestilencia común, no solo de un ejército colecticio y
débil por el corto poder de la suprema cabeza, pero de
grandes y poderosas monarquías. Si como vencieron
los catalanes á sus enemigos, vencieran su ambición y
codicia, no excediendo los límites de lo justo, y se
conservaran unidos, dilataran sus armas hasta los úl-
timos fines del oriente, y viera Palestina y Jerusalen
segunda vez las banderas cruzadas. Porque su valor y
disciplina militar, su constancia en las adversidades,
sufrimiento en los trabajos , seguridad en los peligros,
presteza en lasejccucioues , y otras virtudes militares,
las tuvieron en sumo grado , en tanto que la ira no las
pervirtió; pero el mismo poder que Dios les entregó
para castigar y oprimir tantas naciones, quiso que
fuese el instrumento de su proprio castigo. Con la so-
berbia de los buenos sucesos , desvanecidos con su
prosperidad, llegaron á dividirse en la competencia del
gobierno ; divididos, á matarse ; con que se encendió
una guerra civil tan terrrible y cruel, que causó sin
comparación mayores daños y muertes que las que
tuvieron con los extraños.
CAPITULO PRIMERO.
Estado de los reinos y reyes de la casa de Aragón
por este tiempo.
Antes de dar principio á nuestra historia, importa
para su entera noticia decir el estado en que se halla-
ban las provincias y reyes de Aragón , sus ejércitos y
armadas, sus amigos y enemigos : principios necesa-
rios para couQcer dónde se fúndala principal causa desta
expedición. El rey don Pedro de Aragón, á quien la
grandeza de sus hechos dio renombre de Grande, liijo
de don Jaime el Conquistador, fué casado con Gostanza,
hija de Maufredo, rey de Sicilia, á quien Curios de
EXPEDICIÓN DE CATALANES Y ARAGONESES.
3'
Anjou, con ayiifla dd Pontifico romano, enenngo de la
sangre de Federico emperador, quitó el reino y la vida.
Quedó Carlos con su mué! te príncipe y rey de las Dos
Sicilias, y mas después que el infeliz Coradino, último
príncipe de la casa de Suevia, roto y deslicclio, vino
preso á sus manos, y por su orden y senlencia se le
cortó la cabeza en público cadahalso , para eterna me-
moria de una vil venganza, y ejemplo grande de la va-
riedad liLimuna. Don Pedro, rey de Aragón, no se hallaba
entonces con fuerzas para poder lomar salisfacion de
la muerte de Manfredo y Coradino, ni después de ser
rey le dieron kigar las guerras civiles ; porqne los mo-
ros de Valencia andaban levantados, y los barones y
ricoshombres de Cataluña estaban desavenidos y mal
contentos; y también porque mostrándose enemigo
declarado de Carlos, provocaba contra sí las armas
de Francia, y las de la Iglesia, formidables por loque
tienen de divinas ; los reinos de Sicilia y Ñapóles lejos
de los suyos, sus armas ocupadas en defenderse de los
enemigos mas vecinos. Todas estas dificultades dete-
nían el ofendido ánimo del Rey, pero no de manera que
borrasen la memoria del agravio. En unas vistas que
tuvo con el rey de Francia Filipe, su cuñado, entrevino
Carlos, hijo del rey de Ñapóles, y deseando el rey de
Francia que fuesen amigos y se hablasen, siempre don
Pedro se excusó, y mostró en el semblante el pesar y
disgusto que tenia en el corazón, deque lodos queda-
ron mal satisfechos y desabridos ; y sin duda oníonoes
Carlos se previniera y armara, si creyera que las fuer-
zas del rey de Aragón fueran iguales á su ánimo y
pensamiento. Pero el cielo se las dio bastantes para
tomar entera y justa salisfacion de la sangre inocente
de Coradino por medios tan ocultos, que no se supieron
hasta que la misma ejecución los publicó.
Los míseros sicilianos, incitados de la insolencia
francesa, desenfrenada en su afrenta y deshonor, to-
maron las armas, y con aquel famoso hecho que co-
munmente llaman Vísperas Sicilianas sacudieron de la
cerviz pública el insufrible yugo de los franceses y de
Carlos, que injustamente les oprimía, dejándoles al
arbitrio y sujeción de ministros injustos : causa que
las mas veces produce mudanzas en los estados y ca-
sos miserables en sus príncipes. Acudió luego Carlos
con poderoso ejército á castigar el atrevimiento y re-
beldía de los subditos. Ellos, viendo cerrada la puerta á
toda piedad y clemencia, pusieron la esperanza de su
remedio y amparo en don Pedro, rey de Aragón , que
en esta sazón se hallaba en África, como verdadero
príncipe cristiano, con ejército vitorioso y triunfante
de muchos jeques y reyes de Berbería, asistido de la
mayor parte do la nobleza y soldados de sus reinos.
Llegaron ante su presencia los embajadores de Sicilia,
llenos de lágrimas, de luto y sentimiento ; bastantes
con esta triste demostración á mover no solo el ánimo
de un rey ofendido por particular agravio, pero el de
cualquier otro que como hombre sintiera. Acordáronle
la muerte desdichada de Manfredo y la afrentosa de
Coradino; facilitáronle la venganza con ayuda de los
pueblos de Sicilia, tan aficionados á su nombre y ene-
migos del de Francia; últimamente le propusieron el
estado peligroso de su libertad , vidas y haciendas, si
no les amparaba su valor, porque ya Carlos estaba so-
bre Mesina, y amenazaba el rigor de su castigo un
lastimoso ñn á todo el reino. Movido destos razones y
de las que su venganza le ofrecía, acudió aiiles que su
faina á Trápana con todo su poder, y fué coa tanta
presteza sobre su enemigo , que apenas supo Carlos
que venia, cuando vio sus armas, y se halló forzado
á levantar el sitio y retirarse afrentosamente ú Cala-
bria.
Con este hecho el Pontífice como amigo, y el rey
de Francia como deudo, descubiertamente se mostra-
ron favorecedores de Carlos y enemigos de don Pedro,
y tomaron contra él las armas. El rey de Castilla,
que por el deudo y amistad debiera ayudallo.se salió
afuera, y se inclinó á seguir el mayor poder. Don Jaime,
rey de Mallorca, su hermano, también le desamparó,
dando ayuda y paso por sus estados á sus contrarios,
aunque se excusó con las débiles fuerzas do su reino,
desiguales ala defensa y oposición de tan poderoso
enemigo : disculpa con que muchas veces los príncipes
pequeños encubren lo mal hecho, atribuyendo á la
necesidad lo que es ambición. Don Pedro con esto se
halló sin amigos, solo acompañado de su valor, for-
tuna, y razón de satisfacer el ultraje y afrenta de su ca-
sa. Al tiempo que le juzgaron todos por perdido, ven-
ció á sus enemigos varias vec.es, reforzados de nuevas
ligas y socorros ; todo lo deshizo y humilló en mar,
en tierra; mantuvo el nombre de Aragón en gran re-
putación y fama , y fué el primer rey de España que
puso sus banderas vencedoras en los reinos de Italia,
sobre cuyo fundamento hoy se mira levantada su mo-
narquía. Echado Carlos de Sicilia, intentó con mayor
poder reducilla á su obediencia , y en esta hubo gran-
des y notables acontecimientos; pero siempre la casa
de Aragón se aseguró en el reino con Vitorias, no solo
contra el poder de Carlos, pero de todos los mayores
príncipes de Europa que le ayudaban.
Murieron ambos reyes competidores en la mayor
furia y rigor de la guerra, y por dereolio de sucesión
heredó á Cários, rey de Ñapóles, su hijo primogénito,
del mismo nombre, que en este tiempo se hallaba
preso en Cataluña. A don Pedro, rey de Aragón, su-
cedieron sus dos hijos, Alfonso mayor en los reinos
de España, Jaime en el de Sicilia. Prosiguióse la guer-
ra hasta la muerte de Alfonso, que por morir sin hi-
jos, fué don Jaime llamado á la sucesión, y hubo de ve-
nir á estos reinos , dejando en Sicilia á don Fadrique,
su hermano, para que la gobernase y defendiese en su
uQmbre. Después de su vuelta ú España, don Jaime, re-
cuperadas algunas fuerzas de sus reinos, renunció el
de Sicilia ala Iglesia, temiendo que las armas caste-
llanas, francesas y eclesiásticas á un mismo tiempo
no le acometiesen , y persuadido de su madre Gostan-
za , que como mujer de singular santidad , quiso mas
que su hijo perdiese el reino, que alargar mas tiempo
el reconciliarse con la Iglesia. Enviáronse á Sicilia,
para poner en efeto la renunciación , embajadores de
parte de don Jaime y de Goslanza, y entregar el reino
á los legados del Pontífice romano ; pero la gente de
guerra y los naturales, indignados de la facilidad con
que su reyrenuncipbalo que con tanto trabajo y sangre
se había adquirido y sustentado, y les entregaba tan
sin piedad á sus enemigos, de quien forzosamente
habían de terter servidumbre y muerte; pareciéndo-
les áíos sicilianos cierto el peligro, y á los catalanes y
I DON FRANCISCO
aTgnnpsc" mpngiia de reputación que lo que no pu-
dieron las armas do sus contrarios alcanzar en tantos
ouos, se alcanzase por una resolución de un rey mal
aconsejado, volvieron á tomar las armas, y oponién-
dose á los legados, persuadieron á don Fadrique, co-
mo verdadero sucesor del padre y del hermano , que
se Humase rey y tomase á su cargo la defensa común.
Fué fácil de persuadir un príncipe de ánimo levan-
tado, en lo mas florido de su juventud, y que por otro
medio no podia dejar de ser vasallo y sujeto á las leyes
del hermano : ocasión bastante, cuando no fuera ayu-
dada de tanta razón, á precipitar los pocos años de
don Fadrique. Llamóse rey, y como á tal le admitie-
ron y coronaron. Prevínose para la guerra cruel que
le amenazaba, asistido de buenos soldados y del )
pueblo fiel y pronto á su conservación, teniéndole por
segundo hbcrtador de la patria. Opúsose luego á Car-
los, su mayor y mas vecino enemigo; al Papa, que am-
paraba y defendía su causa , y al rey don Jaime , que
de hermano se le declaró enemigo ; cuyas fuerzas
juntas le acometieron y vencieron en batalla naval;
con que la guerra se tuvo por acabada, y don Fadri-
que por perdido. Pero por la oculta disposición de la
Providencia divina, que algunas veces fuera de las co-
munes esperanzas muda los sucesos para quQ conoz-
camos que sola ella gobierna y rige, don Fadrique se
mantuvo en su reino con universal contento de los
buenos, asombro y terror de sus enemigos, y gloria
de su nombre.
Desliízose poco después la liga, por apartarse della
don Jaime, rey de Aragón, con gran sentimiento y que-
jas de sus aliados , porque sin las fuerzas de Aragón pa-
recía cosa fatal y casi imposible vencer un rey de su
misma casa ; y la experiencia lo moslró , pues apartado
don Jaime de la liga , siempre los enemigos de don Fa-
drique fueron perdiendo , y él acreditándose con vito-
rías , hasta forzalles á tratar de paces, quedándose con
el reino : cosa que de solo pensalla se ofendían. Con-
cluyéronse después de algunas contradiciones, y se
establecieron con mayor firmeza con el casamiento que
luego se hizo de Leonor, hija de Carlos, coq don Fadri-
que; con que el reino quedó libre y sin recelo de vol-
ver á la servidumbre antigua, y el Rey pacífico señor
del estado que defendió con tanto valor. El rey don
Jaime, su hermano, sustentaba sus reinos de Aragón,
Cataluña y Valencia con suma paz y reputación , ama-
do de los subditos, temido de los infieles, poderoso en
la mar, servido de famosos capitanes, aguardando oca-
sión de engrandecer su corona, á imitación de sus pa-
sados. El rey de Mallorca, príncipe el menor de la casa
de Aragón , gozaba pacíficamente el señorío de Mom-
peller, condados de Rosellon, Cerdaña y Conflent , di-
fíciles de conservar, por estar divididos y tener vecinos
mas poderosos, entre quien siempre fueron fluctuando
sus pequeños reyes ; pero por este tiempo vivía con re-
putación, jf coa igual forluüa que los otros reyes de su
casa.
CAPITULO n.
Elección de general.
Tenían los reinos de Aragón , Mallorca y Sicilia el es-
tado que habernos referido , cuando los soldados viejos
y capitanes de opinioa que sirvieron al gran rey doo
DE MONCADA.
Pedro , á don Jaime su hijo , y últimamente á don Fa-
drique, en esta guerra de Sicilia, juzgándola ya por
acabada, hechas las paces mas seguras por el nuevo
casamiento de Leonor con Fadrique , vínculo de mayor
amistad entre los poderosos en tanto que el interés y
la ambición no le disuelven y deshacen , y deshecho,
causa de mas viva enemistad y odios implacables ; pa-
reciéndüles que no se podia esperar por entonces oca-
sión de rompimiento y guerra , trataron de emprender
otra nueva contra infieles y enemigos del nombre cris-
tiano en provincias remotas y apartadas. Porque era
tanto el esfuerzo y valor de aquella milicia, y tanto el
deseo de alcanzar nuevas glorias y triunfos, que tenían
á Sicilia porunestrecho campo para dilatar y engrande-
cer su fama; y así, determinaron de buscar ocasiones
arduas, trances peligrosos , para que esta fuese mayor
y mas ilustre.
Ayudaban á poner en ejecución tan grandes pensa-
mientos dos motivos, fundados en razón de su conser-
vación. El primero fué la poca seguridadque había de
volver á España, su patria , y vivir con reputación en
ella, por haber seguido las partes de don Fadrique con
tanta obstinación contra don Jaime, su rey y señor na-
tural; que aunque don Jaime no era príncipe de ánimo
vengativo, y se tenía por cierto que , pues en la furia
de la guerra contra su hermano no consintió que se die-
sen por traidores los que le siguieron , menos quisiera
castigar á sangre fría lo que pudo y no quiso en el
tiempo que actualmente le estaban ofendiendo , si-
guiendo las banderas de su hermano contra las suyas;
pero la majestad ofendida del príncipe natural , aun-
que remita el castigo , queda siempre viva en el ánimo
la memoria déla ofensa; y aunque no fuera bastante
para hacelles agravios, por lómenos impidiera el no
servirse dellos en los cargos supremos : cosa indig-
na de lo que merecían sus servicios, nobleza y car-
gos administrados en paz y guerra. El segundo motivo,
y el que mas les obligó á salir de Sicilia , fué ver al Rey
imposibilitado de potlelles sustentar con la largueza que
antes, por estar la hacienda real y reino destruidos per
una guerra de veinte años, y ellos acostumbrados á
gastar con exceso la hacienda ajena como la propria
cuando les fal taban despojos de pueblos y ciudades ven-
cidas. Como entrambas cosas cesaron hechas las paces
y fenecida la guerra , juzgaron por cosa imposible re-
ducirse á vivir con moderación.
El rey don Fadrique y su padre y hermano , con su
asistencia en la guerra, y como testigos de las hazañas,
industria y valor de los subditos, pocas veces se enga-
ñaron en repartir las mercedes, porque dieron mas
crédito a sus ojos que á sus oidos, y siempre el premio
á los servicios, y no al favor. Con esto faltaban en sus
reinos quejosos y mal contentos , pero no pudieron dar
á todos los que les sirvieron estados y haciendas ; con
que algunos quedaron con menos comodidad que sus
servicios merecían. Pero como vieron que los reyes
dieron con suma liberalidad y grandeza lo que lícita-
mente pudieron á los mas señalados capitanes, atribuye-
ron solo á su desdicha , y á la virtud y valor incompara-
ble de los que fueron preferidos, el hallarse inferiores.
Estas fueron las causas que movían los ánimos en
común para tratar de engrandecerse en nuevas empre-
sas y conquistas. Los mas principales capitanes que
EXPEDICIÓN DE CATALANES Y ARAGONESES.
S
aiiimalwn y alontnlian á los flemas fueron cuatro, dc-
Ijiijo de cuyas bíiiiiloras sirvieron : Roí^er de Flor, vi-
cealniiraníe de Sicilia; Berengiier de Eiilenza, Ferran
J mencz de Árenos, ambos ricosiiombrcs, y Bcrengucr
de Rocafort; todos conocidos y eslimados por soldados
de grande opinión. Comunicaron pus pcn>\amicnlf¡s en-
tre PUS valedores yamig'is, y hallándoles con buena dis-
posición y ánimo descguilk'S en cualquier jornai!a, se
resolvieron de emprender la que pareciese mas útil y
lionrosa. Para la conclusión de estelraloscjunlaron e;i
secreto, yantes de discurrir sobre su expedición, qui-
sieron dalle cabeza, porque sin ella fuera inútil cual-
quier consejo y determinación, faltando quien puede y
debe mandar. Con acuerdo común de los que para esto
re juntaron, fué nombrado por general Hoger de Flor,
vicealmirante, pí)deroso en la mar, valienle y estimado
soldado, platico y bien aftrtunada marinero; persona
que en riquezas y dinero excedia á todos los demás ca-
piluucs : causa principal de ser preferido.
CAPULLO III.
Quien fui Rogcr de Flor.
Rogorde Flor, á quien los nuestros eligieron por
general y suprema cabeza, nació en Brindiz, de pa-
dres nobles : su padre fué alemán , llamado Ricardo de
Flor, cazador del emperador Federico; su madre ita-
liana y natural del mismo lugar. Murió Ricardo en la
batalla que Carlos de Anjou tuvo con Coradino , cuyas
partes seguía , por ser nieto de Federico, su prínci{ie y
señor. Cários, insolente con la Vitoria, después de li.a-
ber cortado la cabeza á Coradino , confiscó las hacien-
das de todos los que tomaron las armas en su ayuda.
Con esta pérdida quedó Roger y su madre con suma po-
breza , y con la misma se crió hasta edad de quince
años, que un caballero francés , religioso del Temple,
llamado Vassaill, se le aficionó con ocasión de asistirán
Brindiz con el Alcon, nave del Temple, cuyo capitán
era. Navegó juntamente con él Roger algunos años, y
ganó tan buena opinión en el ejercicio que profesaba,
que la religión le recibió por suyo , dándole el hábito
de fray sargento, en aquel tiempo casi igual al de ca-
ballero. Con él Roger comenzó á ser conocido y temi-
do en todo el mar de levante, y al tiempo que Ptolemai-
de, dicha por otro nombre Acre, se rindió á las armas de
Melech Taseraf, sultán de Egipto, Roger, como refiere
Pachimer¡o(l ), era uno délos que asistían en un convento
del Temple ; y viendo que la ciudad no se podia defen-
der, recogió muclios cristianos en un navio, con la ha-
cienda que pudieron escapar de la crueldad y furia de
los bárbaros.
No le faltaron á Roger enemigos de su misma reli-
gión, que envidiosos de. sus buenos sucesos, le des-
compusieron con su maestre, haciéndole cargo que se
habia aprovechado por caminos no debidos á su profe-
sión, y defraudado los derechos comunes, y alzádose
con todos los despojos que sacó de Acre ; que como ya
esta célebre y famosa religión se hallaba en su última
vejez y cerca de su fin , sus partes se hablan enflaque-
cido con los vicios de la mucha edad y tiempo. La en-
vidia, la avaricia y ambición hablan ocupado sus áni-
(i) Pachymcres (Georg.'), Andronícus Palaeologus, sive historia
rerum ab Andronieo sfniore t» Imperio geslartm. Romae, 1668.
mos en lugar del antigo valor y de la muc'n confor-
midad y piedad cristiana que los hizo tan estimados y
venerados cu todas las provincias.
Quiso el Maestre con csfa primera acn«ac¡on pren-
del!e, pero Roger tuvo alguna noticia destos intentos;
y conociendo la codicia de su cabeza y ruindad de sus
hermanos, no le parcc'ó aguardar on Marsella, donde
á la sazón se hallaba, sino retirarse á lugar mas seguro,
y dar tiempo áque la f ha y siniestra acusación se des-
vaneciese. Retiróse á Genova, donde, aymlado de sus
amigos , y particularmente de Ticin de Oria, armó una
gilera, y con e!'a fué á Ñapóles y ofrecióse al servicio
do Roliet to, duque de Calabria , á tiempo que se preve-
n'a y arma! a pr.ra la guerra contra don Fiídrique. Hizo
Roberto poco cuso de su ofrecimiento y del ánimo con
que fc le ofrecía, juzgándole por tan corto como el so-
corro. Obligó á Roger este desprecio á que se fuese ú
servir á don Fadrique, su enemigo, de quien fué admi-
tido con muclms muestras de amor y agradecimiento:
efetos no solo de su ánitno generoso y condición apaci-
ble para con los soldados , pero de la fuerza de la nece-
sidad de la guerra ; porque no fuera cordura desechar
al que voluntariamente ofrece su servicio en tiempos
tan apretados como en los que cerrón riesgo la vida y
libertad, y cuando se apartan los mayores amigos y
obligados. El que llega á ser amigo en los peligros y
cuando el Principo es acometido de armas mas podero-
sas, sin obligación de naturaleza y fidelidad de subdi-
to, debe ser admit'do y honrado, aunque lo traiga su
proprio interés ó algún desprecio ó agravio del contra-
rio ; que cuanto mas ofendido , mas útil y seguro será
su servicio.
Fuese luego encendiendo la guerra entre Roberto y
Fadrique, y Roger acreditóse en ella con importantes
servicios , socorriendo diversas veces plazas apretadas
del enemigo, y con la pequeña armada que llevaba á
su cargo, impidiendo la libre navegación de los mares
ycostasdcNápolcs,con que llegó áser vicealmirante,
y en menos de tres años hizo cosas tan señaladas, que
fué una de las mas principales causas de conservar ú su
príncipe en Sicilia, alcanzando juntamente para ú
nombre inmortal y riquezas mas que de vasallo. En
este estado se hallaba Roger cuando le tomaron los
catalanes y aragoneses por general de la empresa quo
ÍQlentabuu.
CAPITULO IV.
Determinan los capitanes su jomada, y suplican al Rey
les favorezca.
Trataron con el nuevo general los capitanes cuál se-
ria la mas conveniente y provechosa empresa ,y resol-
vieron de común parecer de ofrecerse al emperador de
los griegos, Andrónico Paleólogo, casi oprimido de las
armas de los turcos; porque á mas de que Andrónico
se tenia por cierto que buscaba socorros de naciones
extranjeras, dudoso de la fidelidad de los suyos, era
príncipe que tenía poca correspondencia con el Papa,
á quien Roger temía por haber maltratado en tiempo
de guerra las provincias de la Iglesia , y siempre vivía
con recelos de que el Papa pidiese á don Fadrique su
persona como de religioso templario, para vengarse
dél, entregándole á su maestre y religión. Y aunque no
se podia esperar de la grandeza de don Fadrique hecho
e DON FRANCISCO
tan feo, pero como los royes algunas veces no miden
sus intereses con loque deben á su estimación y fama,
olvidan con facilidad los servicios por otras mayores
conveniencias. Ypudieraser que, rehusando don Fa-
drique el entregar áRoger, fuera ocasión de rompi-
miento y guerra ; y así, no quiso Roger poner á don Fa-
drique en nuevos cuidados, ni su libertad en peligro si
se quedara en Sicilia. Pacliimerio dice(lib. ii, capi-
tulo 13) que el Papa se le pidió á don Fadrique, y que
juzgando no ser justo entregará quien tan bien le lia-
Lia servido, ofreció entonces de escribir y rogar al
emperador Andrónico le trajese ásu servicio, porque
desia manera saldría honrado de sus tierras , y el Papa
no podria quejarse de que él amparaba los fugitivos de
las religiones. Pero ea este caso me parece dar mas
crédito á Montaner (1 ), porque al principio deste capítulo
escribe Pachimerio que si en esta relación se apartare
de la verdad , no tendrá la culpa el escritor, sino la fa-
ma de quien él lo supo ; y como la que corría entre los
griegos de nuestras cosas era siempre falsa, no se le
debe de dar crédito en lo que difiere de Montaner, y fa-
cilmente en este caso les podemos conciliar, porque solo
dilieren en que Pachimerio da por constante que el
Papa pidió la persona de Roger á don Fadrique, y
Montaner dice que se temió el caso , pero no que suce-
dió ; y así no fué mucho que la fama de tan lejos aña-
diese lo demás.
Después de haber resuelto todos la jornada , y pla-
ticado por algunos días los medios mas convenien-
tes para su ejecución , dieron cargo ú Roger que ha-
blase á don Fadrique y le descubriese sus intentos, y le
suplicase de parte de todos que los favoreciese, por-
que no fuera justo que se tratara públicamente sin ha-
ber precedido su consentimiento y gusto. Roger vino
á Mesina, donde el Rey estaba , poco después de con-
cluido su casamiento con Leonor, hija de Carlos; y
acabadas las fiestas y regocijos de las bodas, hablando
en secreto con el Rey , le dijo como los catalanes y ara-
goneses se querían salir de Sicilia y pasar á levante,
no tanto por el beneficio común de todos ellos, como
por la quietud y provecho que le resultaría si le deja-
ban un reino tan trabajado por las guerras pasadas, li-
bre de carga tan molesta y i>esada como eran ellos en
tiempo de paz ; que sus personas las tendría siempre á
su devoción, y que cuando importase le vendrían á ser-
vir de los últimos fines de la tierra; pero que por en-
tonces le suplicaban facilitase su jornada y les ayuda-
se coa su autoridad y fuerzas; paga bien merecida á
sus servicios.
Respondió el Rey que advirtiesen que la resolución
que habían tomado de salir de Sicilia, aunque le estaba
bien para su conservación, no para su fama, porque
muchos podrían entender que su salida era trazada
por su orden para quedar libre de sus obligaciones; y
que eran de tal calidad las que él reconocía , que por
este medio no se podia librar ddjas sin cjonocida nota
fl) Chronka, o descripch deis fels e hazanyes del Inclijt Mj Don
Jaume Primer Het) Darago, de Mallorques é de Valencia : Comple
de Barcelona éde Muntpesller: e de molls de sos descendenls.— VcUi
per lo raagnifich en Uamon Muntaner, lo qual sciui axi al dit In-
clyt Rey Don Jaumc, com a sos lilis e descendcnts : es troba prc-
scnt á les cosos conlcngudes en la pVcscnt historia. —Valencia,
por la viuda de Juan Mey, 1568.— Barcelona, en casa de Jaumo
Corlcy, líki'2.
DE MONCADA.
de ingrato. Pero si la esperanza de mayores acrecen-
tamientos les llamaba á nuevas empresas, y estaban
resueltos , que él les asistiría y ayudaría con sus fuer-
zas, con que ellos fuesen teslígos y publicasen la ver-
dad del hecho; y que primero aventurara el reino y la
vida, que ful tara ala obligación de tan señalados servi-
cios; pero que la estrecheza del tiempo, por los exce-
sivos gastos de la guerra, no daba lugar á que el pre-
mio igualase á su deseo. Digna respuesta de príncipe
tan esclarecido, tanto mas de estimar, cuanto es mas
rara en los príncipes la virtud del agradecimiento y sa-
tisfacer grandes servicios, cuando son tales que no se
pueden pagar con ordinarias mercedes. Roger estimó,
en nombre de todos, tan señalado favor y la honra que
les hacia , y fuese luego á dar razón ú los capitanes de
lo que el Rey había respondido ; y entendido por ellos,
lo celebraron y agradecieron con alabanzas.
Fué don Fadrique uno de los mas señalados prínci-
pes de aquella edad, por la grandeza de su ánimo y glo-
ria de sus hechos , cuyo valor deshizo y quebrantó las
fuerzas unidas para su ruina , de Italia, Francia y Es-
paña , y el que á pesar de todos sus competidores, que-
dó con el reino de Sicilia para sí y su posteridad, en
quien hoy felizmente se conserva. No pudo suceder á
don Fadrique cosa que mas le importase para la segu-
ridad y quietud de su nuevo reinado, que librar á su
pueblo de las contribuciones y alojamientos de hués-
pedes tan molestos como suelen ser los soldados mal
pagados. Después que las paces y parentesco desterra-
ron la guerra, por mantenella daban los pueblos de Si-
cilia con mucha liberalidad sus haciendas á los solda-
dos que los defendían y amparaban contra Carlos, á
quien temían ; pero después que con la paz se les quitó
este miedo, comenzaron asentir la mala vecindad do
los soldados y á desavenirse con ellos ; disgustos que
forzosamente habían de causar daños gravísimos, si la
nueva expedición no los atajara.
CAPITULO V.
Embijada de los nuestros al emperador AndrJnico,
y su respuesta.
Roger y las demás cabezas principales del ejército
resolvieron que luego se enviasen dos embajadores al
emperador Andrónico á proponelle su servicio. Hicié-
ronse las instrucciones, asistiendoá ellas, con otros ca-
pilanes, Ramón Montaner, uno de los escritoresde ma-
yor crédito , que intervino siempre en los consejos y
ejecuciones mas graves desta expedición. Entregá-
ronse á dos caballeros, cuyos nombres el tiempo y el
descuido dejaren envueltos en tinieblas, para que lue-
go partiesen á Constantinopla, y diesen su embajada
de parte de toda la nación. Llegaron en breves días
con una galera reforzada de Roger. Sabida su venida,
y con alguna noticia de la embajada que traían, fueron
recibidos de Andrónico con agradecido semblante y
muestras de mucho amor. Propuso uno de los dos em-
bajadores, el mas antiguo en años , su embajada : que
los catalanes y aragoneses , después de hechas las pa-
ces entre Carlos, rey de Ñápeles, y don Fadrique, rey
de Sicilia, á quien ellos servían, determinaron no- bus-
car reposo en su patria, sino acrecentar con nuevos
hechos la gloria militar y fama adquirida en las pasa-
das guerras ; que tenían para esto fuerzas bastantes en
EXPEDICIÓN DE CATAL
número y valor, soldados ejercitados por una larga y
peligrosa guerra , capitanes conocidos por sus vilo-
Tias y nobleza de sangre; que en nombre de todos ellos
le ofrjecian su ayuda contra los turcos con doblado gus-
to y afición , por ocupar sus armas en favor de la casa
de "los Paleólogos, amigos únicos de la de Aragón cuan-
do sus partes estaban muy caldas, y dilatar su imperio,
tlestruyendo jiuitamentc el de los enemigos del nom-
bre cristiano, que con tanta audacia y orgullo le que-
rían establecer en las provincias usurpadas al imperio
griego.
Quedaron los emperadores contentísimos con la no
esperada embajada y ofrecimiento de los catalanes, á
BU parecer tan importante para sus intereses, porque
entendieron que aquellos mismos que se les venían á
ofrecer eran los que con tanto espanto y temor de toda
Italia ganaron y sustentaron el reino de Sicilia. Agra-
deció con palabras magníficas el gusto con que toda la
nación le ofrecía servir, y con el mismo les recibió.
Quiso que luego se platicasen las condiciones con que
habían de milifar;yasí, los embajadores pidieron, con-
forme susinstruccione?, el sueldo para la gente de guer-
ra , y que á Roger se le diese el título de megaduque,
y por mujer una de sus nietas, porque quería con tales
prendas asegurarse mas en su servieio. Andrónico, sin
alterar ni mudar cosa de las que le pidieron, las conce-
dió , sin reparar en la calidad y estado de Roger, des-
igual al de su nieta; pero toda esta desigualdad pudo
igualar la reputación de la gente que como general go-
bernaba, y verse el griego tan oprimido de las armas
de los turcos, y poco seguro de la fidelidad de los suyos.
Vivía ciego y desterrado en una aldea de Bitinia Juan
Lascar, legitimo sucesor del iuiperío , y aunque inútil
para ocupalle, viviendo él era la posesión de Andró-
nico tiránica, y causa muy justificada para tomar las
armas los mal contentos del gobierno presente; y así,
lleno de temores y recelos, le fué forzoso valerse de
naciones extranjeras para la guerra y defensa de su
persona. Recibió en su servicio diez mil masagefas, a
quien el vulgo llama alanos, gente bárbara de costum-
bres, cristianos en la fe mas que en las obras. Tenian
su morada de la otra parte del Danubio , y reconocían
por señores ú los scitas de Europa. Enviaron primero
al Emperador su embajada ofreciendo serville. Ñicéforo
Gregoras (1), autor griego de aquellos tiempos, refiere
lo mucho que Andrónico la estimó, con estas mismas
palabras : «Fuéle tan agradable al emperador como si
viniera del cielo. » Decia que todos los griegos le eran
sospechosos y enemigos , y así continuamente procu-
raba amistades y ligas con los extraños, que ojalá nun-
ca lo hiciera. También recibió en su ejército muchas
compañías de turcoples (2), que dejaron á sultán Azan
y se bautizaron. Todas estas ayudas las deseaba An-
drónico y las eslimaba como grandes; y así la que los
nuestros le ofrecían , no se puede con palabras encare-
cer la estimación que hizo della, por ser de gente tan
(1) Niccplioii Grcgorae Historia byzanlina. Basileae, lS62.— ía-
dem gr. et lat., cum nolis Jo. Boivin. Parisiis, 1702 ;2 vol.
Cum nolis fjusd. Boivini, Hier. Wolfli, Ducangii etCoperonnerii;
cura Lud. Schupeni.—Tioxix, Weber, 1829 et 1830; 2 vol.
^2i Tunopiili, denominación que se aplicaba, según Ducange , á
los soldados de armadura ligera, y según otros, á los hijos de pa-
dre turco y madre griega, pero, como io Indica acjuí Moneada, tur-
coplet eran ios turcos convertidos, ^^
a:;es y aragoneses. t
aventajada á las demás que le «¡ervian, y tan temida cu
aquellos tiempos. Remitió Andrónico los dos embaja-
dores á Roger, concertado el casamiento, y le llevaron
las insignias de megaduque, que es lo mismo que entre
nosotros general de la mar ; dignidad grande de aque)
imperio, pero no de las mayores (3).
CAPITULO \L
Señala sueldo el Emperador á la gente de gBPrra, y hace muchas
honras y mercedes á sus capitanes.
Señaló Andrónico las pagas según la diferencia de
las armas y ocupación : cuatro onzas de plata cada mes
á los hombres de armas, á los caballos ligeros dos, y lo
mismo á los pilotos y gente de mando de la armada; á
los infantes y marineros una onza, y que siempre que
llegasen á la costa de alguna provincia del imperio se
les diesen cuatro pagas , y cuando quisiesen volver á
sus casas , juntos ó divididos , se les librasen dos para
el viaje. George Pachimerio, autor griego, cuyos frag-
mentos ilustran muclro esta relación, aunque enemigo
grande de los catalanes, dice que las pagas de los cata-
lanes eran doblado mayores que las de los turcop'es y
masagetas; con que claramente se muestra la eslima-
cion que se hizo de la milicia catalana y aragonesa,
pues con tan excesiva diferencia la aventajaron á todos
los que servían en su imperio. De la^agas, entreteni-
mientos y ventajas que ofreció á la nobleza y capilane?,
no señalan los historiadores cosa con particularidad;
solo el oficio y dignidad de megaduque en Roger, y el
de senescal en Corberan de Alet ; de donde sospecho
que su gusto era el que limitaba sus pagas y sueldo;
porque, según adelante veremos, los generales pedían
á su voluntad el dinero, con solo señalar la cantidad,
sin que para esto hubiesen de dar cuenta A los conta-
dores y ministros de la hacienda de Andrónico.
Los embajadores volvieron á Sicilia , y hallaron á Ro-
ger en Lícala , donde aguardaba su vuelta , y sabido el
buen despacho que traían, se fué luego á ver con el Rey,
a dalle razón del honroso acogimiento que Andrónico
hizo á sus embajadores, y cuáii largo andaba en ofrc-
celles mercedes. Publicóse la jornada, y los capitanes
recogieron su gente en Mesina , donde la armada se
aprestaba , que en pocos días estuvo en orden para na-
vegar. Era la armada de treinta y seis velas, y entre ellas
había diez y ocho galeras y cuatro naves gruesas, la
mayor parte armadas con dinero del Rey y de Roger,
que para la ejecución desta jomada gastó la hacienda
que adquirió en las guerras pasadas, y tomó veinte mil
ducados délos genoveses en nombre del emperador An-
drónico. Fué mucho menos el número de la gente de lo
que se creyó ; porque los dos Berengucres de Enten¿a
y Rocafort no pudieron juntarse con Roger ni seguirle,
porque difirieron su partida para el siguiente año. Be-
renguer de Entenza esperaba nuevas compañías de gen-
te de Cataluña para acrecentar sus fuerzas y pasar con
mayor reputación. Berenguer de Rocafort se detenía en
unos castillos de Calabria , y rehusaba el entregarlos al
rey Cáríos de Ñapóles hasta quedar enteramente sa-
tisfecho de lo que se le debía pol" razón de su sueldo.
Roger, aunque la falta'destos dos capitanes le pudiera
(3) El título de megaduque, 6 megádux en griego, y mngnndux
en latin, correspondía en el imperio bizantino al grado supremo
de la marina. Quem summa rei mutictte...praefeclura erat, dice el
gltfsai'iü de l)ucaD£c.
g DON FKANCISCO
con justa cansa detener, por ser una ríe !ns mas prínci-
p:¡los partes de su ejército, detcnninó partirse, y em-
bai'Cü su gonlc el (lia que tenia aplazado. El Rey, á mas
de ios navios y galeras que les dio pura su viaje, les
mandó prcvcer de vituallas y hastimenfos, y el dinero
que pudü un príncipe que del reinar solo conoció las
fatigas y peligros.
Este fue el premio que se dio á la milicia mas inven-
cible y vitoriosa de aquella edad , y que sirvió por largos
veinte años á tres reyes, Pedro, Jaime y Fadrique, al-
canzando de sus enemigos cinco Vitorias navales, tres
ca (ierra, sin otros encuentros notables, y sin las ex-
pugnaciünes de fuertes y grandes pueblos, y otros de-
fendidos ''on loable obsiinaciou y valor increil)le. Tal
era la moderación de aquellos tiempos, bien diferentes
de los que boy tenemos , pues vemos soldados que apo-
cas lian visto al enemigo cuando ya juzgan por cortas
las mayores mercedes.
CAPITULO VII.
Parte de Sicilia ta armada , y que gente y milicia fué la de los
aliuugavarcs.
Em.barcüsc toda la gente en el puerto de Mesina, y
antes de salir del Faro, se lomó muestra general, y se
hallaron, según» Wontaner, efectivos mil quinientos
liombres de cabo para el servicio de la armada, sin los
oficiales, y cuatro mil infantes almugavares. Nicéforo
Gregoras, autor poco fiel en algunos destos sucesos, dice
que Hogcr pasó solo mil hombres á Grecia ; pero Geor-
gc Pacliinicrioyaconcuerda con Monlaner, y afirma que
fueron ocl;o mil los que pasaron. Este, á. mi parecer, es
el verdadero número ; porque seis mil y quinientos soi-
("adcs de paga es cierto que llegaron hasta el número
de ocho mil con los criados y familia de los capitanes y
ricosliombros. Y aunque estos dos autores no concor-
daran , la fe de Nicéforo fuera siempre dudosa; porque
ó Rogcr, siendo capitán de soles mil hombres, no me
puedo persuadir que Andrónico le hiciera mogaduquc,
y le casara con su nieta sin haber precedido servicios.
Ño parecerá ajeno del intento, pues toda nuestra in-
fantería fue de almugavares, decir algo de su origen.
La antigüedad , madre del olvido, por quien han pe-
recido claros hechos y memorias ilustres, entre otras
que nos dejó confuFas, ha sido el origen de los almuga-
vares; pero según lo que yo he podido averiguar, fué
de aquellas naciones bárbaras que destruyeron el im-
perio y nombre de los romanos en España, y fundaron
el suyo, que largo tiempo conservaron con esplendor y
gloria de grande majestad , hasta que los sarracenos en
menos de dos años le oprimieron , y forzaron á las reli-
quias deste universal incendio que entre lo mas áspero
delosmontesbuscasensu defensa, donde las fierasmuer-
tas por su mano les dieron comida y vestido. Pero luego
su antiguo valor y esfuerzo, que ei regalo y delicias te-
nían sepultado , con el trabajo y fatiga se restauró , y les
hizo dejar las selvas y bosques, y convertir sus armas
contra moros, ocupadas antes en dar muerte á fieras.
Con la larga costumbre de ir divagando, nunca edi-
ficaron ca«as ni fundaron posesiones; en la campaña y
en las fronteras de enemigos tenían su habitación y el
sustento de sus personas y familias : despojos de sarra-
cenos , en cuyo daño perpetuamente sacrificaban las vi-
das , sin otra arte ni oficio mas que servir pagados en la
DE MOXCADA.
guerra , y cuando fallaban las que sus reyes liacian, con
cabezas y caudillos particulares conian las froiitenis, de
donde vinieron á llamar los antiguos el ir á las corre-
rías, ir en almugaveria. Llevaban consigo hijos y mu-
jeres, testigos de su gloria ó afrenta; y como lus ale-
manes en todos tiempos lo han usado, el vestido do
pieles de fieras, abarcas y antiparas de lo mismo. Las
armas, una red de hierro en la cabeza á modo de casco,
una espada , y un chuzo algo menor dé lo que se usa boy
en las conipaíúas de arcabuceros, pero la mayor parto
llevaban tres ó cuatro dardos arrojadizos. Era tanta la
presteza y violencia con que los despedían de sus mano'-,
que atravesaban l!-:mbres y caballos armados; cosa al
parecer dudosa, si Desclot (1) y Monfaner no lo rel¡r-¡i-
ran, autores graves de nuestras historias, adande lar-
gamente se trata de sus hechos , que pueden igualar coa
los muy celebrados de romanos y griegos.
Carlos, rey de Ñapóles, puestosantesu presencia al-
gunos prisioneros almugavares, admirado de la vilev:a
del traje, y de las armas, al parecer inútiles contra los
cuerpos de hombres y caballos armados, dijo con a'gun
desprecio que si eran aquellos los soldados con que el
rey de Aragón pensaba hacerla guerra. Replicóle uno
dellos, libre siempre el ánimo para la defensa de su re-
putación : «Señor, si tan viles te parecemos, y estimai
en tan poco nuestro poder, escoge un caballero de lo3
mas señalados de tu ejército, con las armas ofeiifivas
y defensivas que quisiere ; que yo te ofr-ezco con sola
mi espada y dardo de pelear en campo con él.» CJrlo?,
con deseo de castigar la insolencia del ahnugivar, apla-
zó el desalío, y quiso asistir y ver la batidla. Salió un
francés con su caballo armado de todas piezas, lanzi,
espada y maza para combatir, yelalmugavarcon sola
su espada y dardo. Apenas entraron en la estacada, cuan-
do le mató el caballo, y queriendo hacer lo mismo do
su dueño , la voz del Rey le detuvo, y le dio por vence-
dor y por libre.
Otro almugavar en esta misma gucn'a , á la lengua
del agua , acometido de veinte hombres de armas, mató
cinco antes de perder la vida. Otros muchos heclios so
pudieran referir, si no fuera ajeno de nuestra histo;¡a
el tratar de otra largamente. La duda que se ofrece solo
es del nombre, si fué de nación ó de milicia en sus
principios. Tengo por cosa cierta que fué de nación, y
para asegurarme mas en esta opinión, tengo á George
Pacliimerio, autor griego, cuyos fragmentos dan mucira
luz á toda esta historia, que llama á los almugavares
descendientes de los avares, compañeros de los hunos
y godos; y aunque no se hallará autor que opuesta-
mente lo contradiga, por muchas leyes áchs Partidas
se colige claramente que el nombre de almugavar era
nombre de milicia, y el ser esto verdad no contradice
lo primero, porque entrambas cosas pueden haber sido.
En su principio, como Pachimerio dice, fué de na-
ción, pero después, como no ejercitaban los almugava-
res otra arlo ni oficio, vinieron ellos á dar nombre á
todos los que servían en aquel modo de milicia, así como
muchas artes y ciencias tomaron el nombre de sus in-
ventores. Pero dudo mucho que hubiese quien se agre-
(1) Chronicas 6 conquestas de Catalunya , compostes é ordenades
per en Bernal de Sclut. Alias : Üe les histories de alr/uns conmles
de Barcelona , y Reis de Aragó. — Tradüjolo al castellano Uafacl
Ccrvera. Barcelona Sebastian de CormcUas, aüo 1G16; 4.°
EXPEDICIÓN DE CATAL
gato .i los nlmugavarcs, milicia do tanla fatiga y peli-
gro, sin ser (lo su nación, porqncla inclinación natural
les liacia seguir la profesión de los padres ; ni iiay hom-
bre que, pudiendü escoger, siguiese milicia que desde
la primera edad se ocupase con lauto riesgo de la vida,
descomodidad y contino trabajo. iNicéforo Grcgoras
dice que almugavar es nombre que dan á toda su in-
fantería los latinos (así llaman los griegos á todas las
naciones que tienen á su poniente); pero no !)ay para
qué contradecir con razones falsedad tan manifiesta , y
mas contra un autor tan poco adverüdo en nucstias
cosas como Niccforo,
Salió la armada de Mesina , y con próspera navegación
llegó ¡i Malvasía, puerto de la Morca, donde fueron bicü
ftícebidos y ayudados con algún refresco por orden del
Emperador. Antes de salir ¡legaron cartas suyas, en que
mandaba á Roger que apresurase la navegación. Parlió
alegre la gente con el refresco, y en pocos dias la armada
crribó á Conslantinopla , por el mes de enero, indicción
segunda, según Paeliimerio (lib. H,cap. d3), con
imiversiil regocijo de la ciudad viendo las armas que
les habían de amparar y defender. Andrónico y Miguel,
emperadores , y toda la nobleza griega, con mucho
amor y muestras de sumo agradecimiento les recibieron
y honraron. Mandó luego Andrónico desembarcar toda
la gente , y que alojase dentro de la ciudad en el barrio
que llamaban de Blanquernas , y el siguiente diu se re-
partieron cuulro pagas, como estaba coiicerludo.
CAPITULO VIIÍ.
Hogcrse casa. Pclcnn catalnncs y gcnovcscs
dentro de Constuntinoiila.
Parecióle al emperador Andrónico que convenía á su
sfiguridad y crédito dar á entender que los ofrecimien-
tos hechos á los nuestros se habían de cumplir con mu-
cha puntualidad , y para que esto so mostrase luego con
las obras, dio principio por lo que parecía mas difícil,
que fué el casanu'enlo de Rogercon su sobrina (i) iMaría;
con que todos quedaron satisfechos , juzgando por cier-
tas las demás mercedes, como inferiores y mas fáciles de
cumplir. Iliciéroníe las bodas con la solemnidad do
personas reales, porque el valor de Roger pudo igualar
la nobleza de la mujer. Era María hija de Azan, prín-
cipe de los búlgaros, y de Irene, hermana de Andrónico;
de quince años de edad, hermosa y por extremo cu-
tendida. Entre el mayor placer y gusto do la boda su-
cedió un alboroto y pendencia entre catalanes y gono-
veses, que casi fué batalla muy sangrienta, nacida, como
muchas veces acontece , de pequeña causa; y aunque
Pachimerío dice que fué sobre la"cobranza de los veinte
mil ducados que prestaron á Roger en Sicilia, y que
porsosegallos ofreció el Emperador de pagallos, pero
la mas cierta ocasión de la pendencia fué que ua al-
mugavar, discurriendo por la ciudad, dio ocasión á dos
genoveses, viéndote solo, que burlasen con mucha risa
de su traje y figura ; pero el ánimo militar del almu-
gavar, mal sufrido en los donaires y motes cortesanos,
mas osado de manos que de lengua, les acometió con
la espada y trabó la pendencia. Acudieron de una y
olra parle valedores y amigos , estando ya los ánimos
(1) ncfiriéndosp sin duda á día misma en la página precedente,
la llama niela. Andrónico era en efecto tio de María; y aquella
incuusccucucía prueba quo Moneada no corrigió su obra.
ANES Y ARAGOiNESES. 9
prevenidos y alterados como sospechosos, y con cslo
las fuerzas de entrambas naciones se encontraron para
su tolal ruina y perdición. Los genoveses sacaron su
bandera ó guión, y acometieron los cuarteles de los al-
mugavarcs repartidos en el barrio de Blanquernas.
Nuestracaballería, reconociendo el peligro desusalmu-
gavares, dividida en tropas, cerró con la gente geno-
vosa mal ordenada. Con esto se dio lugar á que los al-
mugavares saliesen de sus alojamientos y se juntasen
para tomar satisfacion de quien tan injustamente los
maltrataba. Peleóse de una y olra parte con obstina-
ción, hasta que los genoveses, muerto su capitán Ro-
seo del Final, se fueron retirando con notable pérdida
y daño.
Andrónico, de las ventanas de su palacio, atento y con
gusto miraba la pendencia, cuando los genoveses leve-
mente fueron maltratados y algunos muertos, y con
palabras mostró su ánimo mal afecto contra ellos ; pero
cuando vio que los nlmugavarcs con su acostumbrado
rigor iban degollando cuanto se les ponia delante, te-
mió que todos los genoveses de Constantinopla no mu-
riesen aquel día ; cosa peligrosa para su conservación,
porque dependía deilos la paz de su imperio. Tiéncse
por cierto que Andrónico quisiera sacudirse el } ugo do
genoveses si pudiera con seguridad, pero era diliiMI, por
tener ellos el poder dividido para quo se pudiera oiiri-
mir á un tiempo , y si consintiera que los de Constanti-
nopla perecieran, fuera irritar las otras fuerzas que
quedaban enteras ; y así, con ruegos y promesas pidió á
los capitanes que recogiesen y retirasen los suyos, y
Gcorgc Pachimerio refiere que mandó Andrónico á
Esteban Marzala, gran drungario (2) y almirante, que
fuese á quietar el tumulto y apaciguar las partes, y
que fué muerto y despedazado. Finalmente, la presen<ia
y autoridad de Roger y de los otros capitanes pudo lau-
to, que obedecieron todos, y con mucho peligro les re-
tiraron, porque habían sacado sus banderas con ánimo
de acometer á Pera y saquearla , juntando á su venganza
su codicia.
Era esta población de genoveses , dividida por un es-
trecho cerco del mar, de la ciudad de Constantinopla,
llamada de los antiguos Cuerno de Bisancio , y hoy, de
los turcos y griegos. Calata. Retirados y sosegados los
nuestros, les mandó el Emperador, en agradecimiento
de su puntual obediencia, librar una paga. Quedaron
muertos de los genoveses en la ciudad cerca de tres
mil , y aunque lo peor llevaron ellos entonces, fue causa
de mayores daños en lo venidero para los nuestros, por-
que con esto quedó irritada una nación emula y pode-
rosa, que importaba su amistad para conservar nues-
tras armas en aquel imperio ; porque en estos tiempos
era grande y temido su poder en todo el oriente , arbi-
tros de la paz y de la guerra. Tenían ilustres colonias y
presidios en Grecia , en Ponto, en Palestina; armadas
poderosas; poseían muchas riquezas adquiridas con su
industria y valor, y absolutamente eran dueños del trato
universal de Europa; con que mantenían fuerzas igua-
les á los de los mayores reyes y repúblicas. Con esto
llegaron á ser casi dueños del imperio griego. En esto
tiempo, cuando los catalanes llegaron á Constantinopla,
reconociendo las fuerzas que traían , les pareció á los
(2) Drungario era, después de megaduque, el jefe superior de la
marina, y la categoría siguiente era la de almirante.
10 DON FRANCISCO
penovescs po!!gro?a la vecindad de sus armas; y así
siempre se mantuvo entre estas dos naciones aborreci-
miento y enemistad implacable, que duró mucbas eda-
des, luiGta que el valor de entrambos se fué perdiendo,
juntamente con el imperio del mar, y cesó la emulación
por cuya causa muchas veces con varia fortuna se com-
batió.
CAPITULO IX.
Pj;a la nrmada i la Natolia , y echa la gente en el cabo de Altado.
Con el polipro de la pendencia entre catalanes y ge-
novescs advirtió Andrónico los que pudieran suceder,
por tener dentro de la ciudad diferentes y varias nacio-
nes armadas y ofendidas, que con menos ocasión que
la vez pasada vinieran sin duda á rompimiento. Llamó
á nuestros capitanes, y les explicó brevemente el gusto
que tendría de ver sus armas en el Asia, amparando sus
miserables y cristianos pueblos , oprimidos de los tur-
cos, y quitada la ocasión de nuevas pendencias y des-
órdenes. Roger, con sus capüanes, ofreció que embar-
caría su gente luego ; pero para que su partida fuese con
mas gusto, y el ejército quedase satisreclio y seguro de
tener en la armada ciertos los socorros y retiradas, le
suplicaron nombrase por general della algún caballero
ó capitán que fuese de su nación , para que dependiese
deüos, temiendo que Andrónico diese este cargo á grie-
gos ó gcnoveses; y fuera cosa peligrosa para su segu-
ridad tener el socorro en poder de gente extraña, con
quien siempre liay emulación y competencias : ocasión
de graves pendencias y daños, y mas en los socorros de
mar, tan sujetos á las mudanzas del tiempo , que puede
la ruindad y malicia de un general retardar el socorro,
y hallar razc-n que disculpe y apruebe lo mal hecho,
atribuyendo al tiempo y á peligros imaginados su tar-
danza. Andrónico cumplidamente satisíizo á la deman-
da, dando el cargo de general de la armada, con título
de almirante, á Fernando de Aones, caballero de cono-
cida sangre y gallardo por su persona, y juntamente
quiso que se casase con una parienta suya, para que el
nuevo parentesco diese mas autoridad á su cargo. El
título de almirante en aquel imperio no era tan supre-
mo como lo fué entre nosotros , porque estaba sujeto al
Megaduque y del recibíalas ordenes. Mandó el Empe-
rador que un insigne capitán de romeos ( i ), que se lla-
maba Marullí, hombre de sangre y estado, fuese si-
guiendo las banderas de Rogercon su gente, y Gregoiio
con la mayor parte de los alanos hiciese lo mismo. Em-
barcóse el ejército en los navios y galeras de su arma-
da , y atravesando el mar de Proponlide, dicho hoy de
Mármora, tomaron tierra en el cabo de Artacio,poco
mas de cien millas lejos de Constantinopla, lugar aco-
modado para la desembarcacion de la caballería. A este
cabo llama Montaner Artaquí,y los antiguos Artacío,
no lejos de las ruinas de la famosa ciudad de Cízíco.
Llegó Roger con la arm.ada,y supo que los turcos
aquel mismo día habían querido ganar una muralla ó
defensa de media milla de largo, puesta en la parte que
el cabo se continúa con la tierra firme , y que dejaron
el combate, mas por la fortaleza del sitio, que por el
valor de los que la defendían. Extiéndese este cabo
desde esta defensa ó muralla algunas leguas dentro del
( 1 ) Ducsnge, en vista fle varias autoridades , opina qne romeo
era siaóuimo de griego, sobretodo de griego bizantino.
DE MONCADA.
mar, y en él hay muchas poblaciones y abundantes
valles y fértiles colinas. Era en los tiempos antiguos is-
la, pero después se vino á cerrar con las arenas.
Con el aviso cierto que Roger tuvo de que los turcos
hablan acometido el reparo y defensa del cabo, y que
no podían estar muy lejos, dióse prisa á desembarcar
la gente, y envió luego á reconocer el campo de los
enemigos, y dentro de pocas horas se supo como esta-
ban alojados seis millas lejos entre dos arroyos, con sus
mujeres, hijos y haciendas. En aquel tiempo los turcos,
no olvidados aun de las costumbres de los sellas, de
quien se precian suceder, vivían la mayor parte y la mas
belicosa en la campaña, debajo de tiendas y barracas,
mudándose según la variedad del tiempo y comodida-
des de la tierra. Tenían puesta su mayor fuerza en la
caballería , gobernada por capitanes y príncipes de va-
lor, no do sangre, á quien obedecían mas por gusto
que por obligación. Tenían perpetua guerra con los ve-
cinos, sin orden militar, á imitación de los alárabe?,
que hoy poseen el África. Esta forma de vivir tuvieron
desde que dejaron las riberas del rio Volga y entraron
en la Asia menor, hasta que la vileza de las naciones
de la Asía y Grecia les dio crédito y reputación. A las
monarquías y naciones sucede lo mismo que á los hom.-
bres , que nacen , crecen y mueren. Nació Grecia cuan-
do se defendió de Jérjes, y cuando su valor deshizo el
poder de tan numerosos ejércitos y forzó al bárbaro
monarca que se retirase vencido y pasase el estrecho
del mar del Helesponto en una pequeña barca , que po-
co antes soberbio, y desvanecido humilló con puente.
Tuvo su aumento cuando las armas de Alejandro pasa-
ron mas allá del Ganges, y los límites y fines inmensos
de la misma naturaleza no lo fueron de su ambición.
Fué su muerte cuando las armas de los bárbaros, por
flojedad de sus príncipes y poca fidelidad de sus capita-
nes , la pusieron en dura servidumbre.
En este tiempo que Andrónico ocupaba el imperio de
Oriente , los turcos se dividieron, y hubo entre ellos al-
gunas guerras civiles; pero por ol consejo y autoridad
de Ortiiogules se sosegaron , remitiendo á la suerte sus
pretensiones , que , como refiere Gregoras y Clialchon-
dilas(2), se dividieron por suerte las provincias entre
siete capitanes, pretensores todos del gobierno univer-
sal. Dio la suerte á Caramano la parte mediterránea de
la provincia de Frígia hasta Cilicia y Filadelfia, aun-
que algún autor quiere que este no fuese de los siete
capitanes, y que solo reinó en Caria; á Carcano la
parte de Frígia que se extiende hasta Esmírna ; á Ca-
lami y á su hijo , Carasi. La Lidia hasta Misía, Bitinía
y las demás provincias junto al monte Olimpo cayeron
en la suerte de Otomano , que en aquella edad comen-
zó á ser temido , y á levantar poco después su monar-
quía, venciendo y sujetando los demás tiranos de las
provincias que vamos nombrando , con que quedó ab-
soluto señor y príncipe de todas ellas. La Paflagonia y
las demás tierras que caen á la parte del Ponto Euxi-
no las ocuparon los hijos de Amurat. En esta forma
hallaron los nuestros repartida el Asía, y á los turcos
señores della ; que fué grande ayuda para nuestras Vi-
torias el estar sus fuerzas divididas.
(2) Clialchondyla (Laonicus) , De origine etrebns gesíis turcarum
i graeco in lalitnim conversa ii Conrado Clausen. Basileac , lñS6.
Ei^d. hkt. libri 10, gr, et lat., ed. C—Ann. Fabrolo. París. 16í>0.
ESPEDICION DE CATALANES Y ARAGONESES.
11
CAPITULO X.
Vencen los catalanes y aragoneses ü los turcos.
Con el aviso que'Roger tuvo de como los turcos es-
taban cerca, temiendo perder tan buena ijcasion si, ad-
vertidos de la llegada de los nuestros, se previnieran ó
retiraran, juntó el campo, y en una breve plática les
dijo como el siguiente dia queria dar sobre los aloja-
mientos de los enemigos, fáciles de romper por estar
descuidados. Propúsoles la gloria que alcanzarian con
vencer, y quede los primeros sucesos nacia el miedo o
lu confianza , y que la buena ó mala reputación pcndia
dellos. Mandó que no se perdonase la vida sino á los ni-
ños, porque esto causase mas temor en los bárbaros, y
nuestros soldados peleasen sin alguna esperanza de que
vencidos pudiesen quedar con vida. Dispuesto el óidon
con que se habia de marcbür, dio íin á la plática. Oyé-
ronle con mucbo gusto , y aquella misma noche partie-
ron de sus alojamientos, á tiempo que al amanecer pu-
diesen acometer á los turcos. Guiaba Roger con Maru-
lli la vanguardia con la caballería , y llevaba solos dos
estandartes, en el uno las armas del emperador Andró-
nico, y en el otro las suyas. Seguia la infantería, lieclio
un solo escuadrón de toda ella , donde gobernaba Cor-
baran de Alet , senescal del ejército. Llevaba en la
frente solas dos banderas, contra el uso común de
nuestros tiempos , que suelen ponerse en medio del es-
cuadrón, como lugar mas fuerte y defendido. La una
bandera llevaba las armas del rey de Aragón don Jaime,
y la otra las del rey de Sicilia don Fadrique ; porque en-
tre las condiciones que por parte de los catalanes se pro-
pusieron al Emperador, fué de lasprimerasquesiempre
les fuese lícito llevar por guia el nombre y blasón desús
principes, porque querían que adonde llegasensusarmas
llegase la memoria y autoridad de sus re} es , y porque
las armas de Aragón las tenían por invencibles. De don-
de se puede conocer el grande amor y veneración que
los catalanes y aragoneses tenían á sus reyes, pues aun
sirviendo á príncipes extraños y en provincias tan
apartada?, conservaron su memoria ymiiiíaron deba-
jo della : íidelidad notable, no solo conocida en este
caso , pero en todos los tiempos ; porque no se vio de
nosotros príncipe desamparado, por malo y cruel que
fuese , y quisimos mas sufrir su rigor y aspereza que
entregarnos á nuevo señor. No fué llamado el herma-
no bastardo, ni excluido el rey natural; no fué preferí-
do el segundo al primogénito : siempre seguimos el or-
den que el cielo y naturaleza dispuso; ni se alteró por
particular aborrecimiento ó aOcion, con no haber ape-
nas reino donde no se hayan visto estos trueques y mu-
danzas. .
Pasaron los nuestros á media noche la muralla ó re-
paro que divide el cabo de tierra firme , y al amanecer
se hallaron sobre los turcos , que como en parte segura,
y á su parecer lejos de enemigos, estaban sin centine-
las , reposando dentro de sus tiendas con descuido y
sueño. Cerró Roger y Marullicon la caballería, me-
tiéndose por las tiendas y flacos reparos que tenían con
grande ánimo. Siguiéronle los almugavaresconel mis-
mo, dando un sangriento y dichoso principio á la nue-
va guerra. Los turcos á quien la furia y rigor de nues-
tras espadas no pudo oprimir en el sueño , al ruido de
las armas y voces despertaron , y con la turbación y
miedo que semejantes asaltos suelen causaren los aco-
metidos , tomaron las armas para su defensa ; pero fue-
ron pocos, divididos y desarmados; con que su resi;-
tencia fué inútil y sin provecho contra el esfuerzo y ga-
llardía de nuestra gente, que ya lo ocupaba todo. Pe-
learon los turcos con desesperación, viendo á sus ojos
despedazar y degollar á sus mas caras prendas de gen-
te que ni aun por el nombre conocían. Alcanzóse cum-
plidísima Vitoria , dejando en el campo muer-tos de ios
turcos tres mil caballos y diez mil infantes. Los que
quedaron vivos fueron los que, reconociendo con tiem-
po el desorden y pérdida , y que los catalanes -eraj im-
penetrables á los golpes de sus dardos, se pusieron en
seguro con la huilla; yelquerer muchos hacer lo mis-
mo después, les causó mas presto la muerte , porque
ocupados en retirar sus hijos y mujeres, dejaban la ba-
talla , y luego perecían. La presa fué grande, y los ni-
ños cautivos muchos. Refiere Nicéforo, griego de na-
ción y enemigo declarado de la nuestra, el espanto y
terror que causó en los turcos este primer acometimien-
to con estas mismas palabras : « Como los turcos vieron
el ímpetu feroz de los latinos (que así llama á los ca-
talanes), su valor, su disciplina miliíary sus lucidas
y fuertes armas, atónitos y espantados liuyeron, no
solo lejos de la ciudad de Conslantinopla, pero mas
adentro de los antiguos límites de su imperio, n Nues-
tra gente siguió el alcance poco rato , por no tener ¡a
tierra conocida, y volvieron aquella misma noche al
cabo , por tener el alojamiento reconocido y seguro.
CAPITULO XI.
Retirase el ejército, para invernar en el cabo de Artacio,
á sus alojamientos.
Dieron aviso al Emperador del buen suceso de su
Vitoria, enviando cuatro galeras con riquísimos pre-
sentes para entrambos príncipes , Andrónico y Miguel,
y en nombre de los soldados se envió á María , mujer del
megaduque Roger, lo mas precioso y rico de la presa.
Causó notable admiración entre los griegos la brevedad
con que se alcanzó tan señalada vítoría, y el pueblo la
celebró con alabanzas, libre del temor do los turcos,
que insolentes con las Vitorias alcanzadas de los grie-
gos de la otra parte del estrecho , amenazaban la ciu-
dad con los alfanjes desnudos; pero casi toda la noble-
za, que como fuera justo, debiera mostrarse mas agra-
decida á tan grande beneficio , manifestó el veneno de
sus ánimos , que la envidia de la ajena felicidad no dio
lugar á que se pudiese mas encubrir. Los privados de
Andrónico y las personas de mayor estimación de su
nación comenzaron á temer nuestras fuerzas, juzgán-
dolas por superiores á las que ellos tenían , y que dea-
tro de casa tanto poder en manos de extranjeros era
cosa peligrosa. Estas pláticas y discursos las alentaba
el emperador Miguel , incitado de un oculto sentimien-
to que causó en su ánimo la vitoria, porque algunos
meses antes habia pasado el estrecho con un ejército
poderosísimo , y por miedo de los turcos ó poca segu-
ridad de los suyos se retiró, con gran pérdida de su re-
putación , sin trabar ni aun una pequeña escaramuza
con el enemigo ; y como los catalanes, siendo tan poco?,
vencieron á los que él no se atrevió á aconieter con tan
excesivo número de gente, desto nació su corrimiento,
y del un grande aborrecimiento y deseo de nuestra
i 2 DON FRANCISCO
pcnlícinn. Lo<! príncipes sicnton mucIinquoli¡iy;iíjuion ;
se los ií,'iiiile en valnr, y aun en la dirlia ¡ihorrccon á j
quien Pe lesavciiíaja, porque el pmler no sufre virtud i
y parles aven! iijiulas cu ajeno sugí lo, y mas cuando on j
su conipelencia suceileel aventajarse. Si una baja y vil
emulación de un principe en liaccr versos causó la
muerte á Lucano, ¿cufmio mayor fuera si de valor y
fortuna se conipilieía? Y así, no se debe tener porca-
pitan cuerdo el que intenta una empresa errada por su
principe, si ya no quiere competir con él del imperio.
Con el buen sucrso que tuvieron, no traíaron de pa-
sar adelante ni scguT la Vitoria; cosa qiic les iii/.o
perder rcpulacion, y fué oca=¡on de hacer mnclins ex-
cesos c:i aquella comarca, que irritaron gravemente el
úuimo de los naturales y griegos. Cuando (|ui«¡eron en-
trar la tierra adentro, comenzó el primer día de no-
viembre á enlrar con tanto rigor el invierno, con vien-
tos frios y agua, que los detuvo. Los ríos por sus cre-
cientes sin poderse vadear, la campaña esléril llena de
enemigos , loscann'nos dificiles por donde se liabia de
marcbar para socorrerá Filadcliia, eran causas bastan-
tes para diferir cualíjuier empresa. Hoger, con el pa-
recer y consejo desús capüanes, se resolvió de inver-
nar en Cizico , lugar acomodado por la fortaleza del si-
lio y al)undanc¡a de las vituallas, y porque el año si-
puiente fuese menos embarazosa la salida, que si hubie-
ran de partir de Grecia y embarcar y desembarcar laca-
ballería tantas veces ; cosa de suyo tan molesta. Dieron
luego aviso al Emperador desta resolución, y aprobó-
la con mucho gusto, porque era lo que mas le conve-
nia, por tener el ejército alojado en la frente del ene-
nn'go, y apartado de Conslantinopla y de los demás
puebldS griegos , donde no faltaran quejas y pesadum-
bres, aunque corea de tres meses anduvieron alojados
por Asia sin efeto, trabajando la t'erra con insoportables
contribuciones. Mandó Andrónico que con mucha di-
ligencia se llevasen por mar las vituallas que no se ha-
llaban en el cabo; con que pasaron los nuestros un in-
vierno muy apacible, ti megaduque Roger envió con
cuatro galeras por su mujer Alaria. El orden que se
luvo en los cuartelc? para excusar pendencias entre los
soldados y sus huéspedes , fué el siguiente. Los solda-
dos nombraron seis de su parte , y los de la tierra otros
tantos, para que de común parecer y acuerdo se pu-
siese precio á las vituallas ; porque encareciéndose mas
de lo justo , fuera gran descomodidad para los soldados,
y dándose á precio muy bajo, no resultase en notable
daño de los huéspedes , á mas de que faltara el comer-
cio y provisión ordinaria, que acudía de todas partes
con abundancia. Ordenóse á Fernando Aones, almirante,
que con la arm'ida fuese á invernar á la isla de Xio,
puerto seguro y vecino de las costas enemigas. Es el
Xio isla de las mas señaladas del mar Egeo , por nacer
en ella sola el almaste (1), cosa que negó naturaleza á
las demás partes de la tierra.
CAPULLO XII.
Fcrran Jiménez de Árenos se aparta de los suyos.
Concertadas en la forma dicha las cosas de mar y
tierra, se pasaba el invierno con sosiego y mucha con-
formidad, pero luego nuestras fuerzas se fueron en-
flaqueciendo con algunas divisiones y discordias civi-
(IJ Alnmstec mas bien. 6 almáciga, especie de goma ó resina.
DE MONCADA.
les. Ferran Jiménez de Árenos, caballero de gran li-
naje y buen soldado , sq desavino con Roger sobre
el gobierno de sus gentes; y pareciéndole desigual
la competencia , se apartó del ejército con los suyos; y
volviéndole á Sicilia, pasando por Atenas, se quedó á
servir á su duque , que le recibió agradecido , y honró
con cargos militares; en cuyo servicióse detuvo basta
que la necesiJad de sus amigos en Galipoli le llamó, y
vnlvióá juntarse concllos, aventurando, comobuen ca-
ballero, la libertad y la vida. Pachimerio ílicc que !a
ocasión de apartarse Ferran Jiménez de Roger fué
porque muchas veces le advirtió que reprimiese y casi-
gase los soldados, y como vio que en esto no andaba
como debía, se apartó de su compañía con los que lo
quisieron seguir. ¡Notable fuerza de inclinación, que
apenas se apartaba el peligro de las armas extranjera*,
cuando ya las c.ompeleucias-y guerras civiles se encen-
dían entre ellos!
En abriendo el tiempo , el megaduque Roger y su
mujer María se fueron á Constanlinop!a con cuatro ga-
leras, á tratar con el Emperador de la jornada , y á pe-
diile dinero para hacer pagamento general antcis que el
ejército saliese en campaña. Miguel estaba en Conslan-
tinopla, y queriendo Roger visitalle y dalle razón délo
que se pensaba hacer aquel año, no le dio lugar, porque
se tenia por ofendido del mal tratamiento que había
hecho á los de Cizico, sus vasallos. Esto dice Pachime-
rio. Lo cierto es que Roger alcanzó de Andrónico el
dinero con tanta largueza , que pudo dar dobladas pa-
gas : liberalidad grande, si la falta de hacienda y dinero
con que se hallaba permitiera quese le pudiera dároste
nombre. Tiénese por virtud heroica en un principe la
liberalidad, si en ella concurren dos calidades, tenerque
dar, y que lo merezca á quien se da ; y cualquiera de es-
tas dos que falte no es liberalidad, sino injusticia ; y así,
aunque Andrónico repartió las mercedes en personas
de grandes merecimientos, como le faltó la primera
calidad , que es tener qué dar, túvose por muy excesivo
este donativo , y por yerro muy grave , porque es-
taba el ííscoy cámara imperial tan destruida, que no
podia acudirá las pagas ordinarias ni á otros gastos
forzosos del imperio. No hay cosa mas perniciosa que
el dinero recogido para la defensa común desperdi-
ciarle en gastos voluntarios, y cuando la necesidad
aprieta , acudir á nuevas imposiciones y pechos , dando
por razón y causa justa el aprieto y la falta que nace de
sus excesos y demasías. Las imposiciones son justas
cuando es forzosa la necesidad que obliga á ponerlas;
pero cuando el Príncipe consume la hacienda con dádi-
vas ó gastos impertinentes y excesivos , ninguna justi-
íicacion pueden tener, pues solo proceden de sus des-
órdenes ó descuidos.
Trataron Roger y el Emperador de cómo se había de
hacer la guerra aquel año , y Andrónico solo le encargó
el socorro de Filadelfia; lo demás dejó al arbitrio de
los demás capitanes y suyo; porque desde lejos y antes
de las ocasiones mal se puede ordenar lo que convie-
ne, ni tomar parecer cierto en cosas tan inciertas y va-
rias como se ofrecen en una guerra. Dejó Roger á su
mujer María en Conslantinopla, y navegó con sus
cuatro galeras la vuelta del cabo el primer día de mar-
zo del año de 1303. Luego que llegó se pasaron las
cuentas con los huéspedes, tomóse muestra general,
EXPEDICIÓN DE CATALANES Y ARAGONESES.
<3
y se linlló ino los soldados en [lOco mas de cuatro me-
ses, que fué el licrnpo que invernaron, Iiabian gas-
tado las pagas de odio, y algunos de un año. Sintió
Roger el exceso y desorden de los soldados , que como
capilan prudenle y plálico, conoció el mal, aunque
como dependía su autoridad del arbilrio de los solda-
dos, no se atrevió á poner el remedio que convenia,
porque no se disminuyese ó perdiese. Mal puede un ca-
pitán conservar un ejército con puntual y estrecha obe-
diencia si el poder y fuerzas con que los lia de casti-
gar le dan ellos mismos; de que nace la insoieucia y
libertad.
Roger, conociendo el tiempo, satisfizo los liuéspe-
des , pagando todo lo que liabian gastado en mantener
los soldados, y no quiso se les descontase de su sueldo;
y así les quedó libre el dinero de las cuatro pagas, que
luego les dio , y tomando Roger sus libros de las racio-
nes y cuentas, donde constaba de los gustos excesivos
que los soldados liabian hecho, los quemó en la plaza
pública de Cízico; con que quedaron todos obligados y
agradecidos á su liberalidad. Los autores griegos dicen
que Cízico y toda su comarca quedó destruida por las
crueldades y robos de los catalanes, y que temiendo e|
emperador Andrónico que Roger no alargase el salir en
campaña por la mala disciplina y poca obediencia de los
soldados, envió su hermanad los últimos de marzo á Cí-
zico para que exhortase á Roger, su yerno , saliese con
el ejército, pues el tiempo y la ocasión convidaban á la
guerra , y los soldados reclteu pagados saliesen con mas
guslo.
CAPITULO XIII.
Parte el ejército á socorrer á Filadcllla , y vencen 3 Carama-
no, turco, general de los que la tenían ciliada.
El deseo que tenia Roger de salir en campaña , ayu-
dado de la persuasión de su suegro, hizo que luego se
pusiese en ejecución la salida, y así se señaló para
los 9 de abril. Estando apercibiéndose ya todos para
el viaje, dos masagetas ó alanos esperando en un mo-
lino que les moliesen un trigo, llegaron algunos almu-
gavares á tratar con descompostura una mujer que es-
taba dentro á tomar la harina; salieron ala defensa los
alanos , y entre otras razones que dieron contra Ro-
ger, su capitán, fué decir que si les daban tales oca-
siones , harian del megaduque Roger lo que lucieron del
Gran Doméstico (1). Este fué Alejos Raúl , que en una
fiesta militar le mataron estos á traición, de un flechazo.
Refirieron estas palabras á Roger, y por su mando ó
Cinsentimiento aquella misma noche los almugavares
d eron sobre los alanos , y si la obscuridad de la noche
y el cuidado de los vecinos no les defendiera , los dego-
1 aran todos. Murieron muchos, y entre ellos un mozo
valiente hijo de George, cabeza de los alanos. A la ma-
ñana volvieron á toparse, y quedaron los catalanes su-
per^iores, habiendo muerto mas de trescientos alanos;
y si no se temiera á los vecinos de Cízico, á quien por
los malos tratamientos tenían irritados, que no toma-
sen las armas, y se pusiesen de parte de los alanos, los
hubieran sin duda degollado todos. Por este caso se
(i) El Oran Doméstico, en ffríe^o megadoméstico, parece qae era
respecto á la milicia de tierra lo que el megaduque en la marítima,
el grado supremo en el mando del ejército , asi como en la casa
iaptirial una de las primeras dignidades.
apartó la mayor parto de los alnno<; del ejército de Ro-
ger; solo queitiirnn con él hasta mil , que con promesas
y ruegos los detuvieron. Roger qui^o con dinero apla-
car al padre por la muerto del hijo , pero Gregorio me-
nospreció el dinero, y al agravio del hijo muerto se
añadióla afrenta del ofrecimiento; con que el bárbaro
quedó irritado, aunque encubrió la ofensa para mayor
venganza.
Es'e suceso alargó la partida ba^ta los primeros
de mayo, que salieron de Cízico seis mil con nombro
de catalanes, mil alanos y las compañías de romeos
debajo dul gobierno de Marulli; poro todos sujotos
y á orden de Roger. Iba también Nastago , gran pri-
miserio (2). Llegaron con estas fuerzas á Ancbírao, y
de allí con gran valor y confianza, que así lo dice Pa-
cliimerio, fueron á sitiar á Germe, lugar fuerte domlo
los turcos estaban ; y entendida por ellos la resolu-
ción , con sola la fama de su venida dejaron el lugar y
se retiraron ; pero no pudo ser esto tan á tiempo , que
su retaguardia no fuese gravemente ofendida de los
catahmes. De allí pasaron á otro lugar que la historia
de Pachimerio no le nombra; solo dice que estaba
dentro para su defensa Sausi Crisanislao, famoso sol-
dado y capilan de búlgaros, á quien mandó ahorcar
con doce de sus soldados los mas principales, sin de-
cir con certeza la ocasión deste castigo; solo se pre-
sume que habrían defendido mal algún lugar que
estaba á su cargo, ó entregado alguna fortaleza; y que-
riendo Sausi disculparse, atravesó razones con Roger,
que le movieron á meter mano á la espada y heririe,
y después fué entregado á los que le habían de ahor-
car. Los capitanes griegos detuvieron la ejecución y
alcanzaron de Roger el perdón , porque le advirtieron
el disgusto que tendría el emperador Andrónico si
castigase un hombre de tanta calidad y tan bocn sol-
dado sin liabelle dado razón. Era Crisanislao uno de
los capitanes búlgaros que prendió Miguel, padre de
Andrónico , en la guerra de la Chana ; y detenido gran
tiempo en prisión, fué puesto en libertad por Andró-
nico, y honrado en cargos militares y en gobiernos de
provincias, y entonces se hallaba en esta parte de Fri-
gia, ocupado en servicio del Emperador. Luego de ¡lli
pasó el ejército á Gelíana, camino de Filadellia, donde
le llegó aviso á Roger de algunos lugares fuertes que
ocupaban los turcos, sígnilicándole la violencia que
padecían, y por carta le suplicaban les ayudase, pues
eran romeos que se dieron á la fuerza del tiempo, y
que se querían levantar contra los enemigos. Roger
les respondió que estuviesen de buen ánimo , que él
les socorrería. Con esto pasó adelante ú meter el so-
corro en Filadelfia, que era el principal intento que lle-
vaban. Caramano Alísurio, que la tenia sitiada, cuyo
gobierno se extendía por esta provincia, con el aviso
que tuvo de la venida del ejército de los catalanes,
levantó el sitio con la mayor parte de su ejército, y
caminó la vuelta dellos, con deseo de vengar la rola
del año antes que los catalanes dieron a sus compa-
ñeros. Esto pareció que le convenia, y no aguardallos
sobre Filadelfia, ciudad grande y con gente arma-
da, que animada del ejército amigo, saldría á pekap.
Dejó algunos fuertes guarnecidos, con que le pareció
(2) Primicriu.i, título que, srgun la inlerpretacioa de la palabra,
equivalía al nuestro de vtayurdumu mayor.
{4 DON FRANCISCO
que los de la dudar) no intenta Han el salir; pero dos
millas iejüs, al amanecer se reconocieron de unay oira
parle, y se pusieron en orden para pelear. El ejércilo
lie los turcos llegaba á ocho mil caballos y doce mil in-
fantes, caramanos todos, los mas valientes y temidos de
toda la nación, superiores en número á los nuestros,
pero nuiy iníeriorcs en el valor, en la disciplina, en la
ordenanza militar y en las armas ofensivas y defensi-
vas; solo liahia igualdad en el ánimo y deseo de pelear.
Roger dividió en tres tropas su caballería, alanos,
romeos y catalanes; y Corbaran de Alet, á cuyo cargo
estaba la infantería, la dividió en otros tantos escua-
drones; y hecha señal de acometer, se embistieron
con gallardo ánimo y bizarría. Trabóse la batalla muy
sangrienta para los tarcos, porque los catalanes, mas
pláticos en herir, y mas seguros por las armas de ser
ofendidos, hacían grande daño en ellos con muy poco
suyo. Junto á los condutos de la ciudad fué donde mas
reciamente se embistieron. Pero los turcos, valientes y
atrevidos, no dejaban por todos los caminos que podían
de ofenderá los nuestros y poner en duda la vitoria,
que hasta al medio día anduvo varía; pero el valor
acostumbrado de los catalanes la hizo declarar por su
parte, con notable daño de los turcos. Escapáronse
huyendo hasta mil caballos, de ocho mil que entra-
ron en la batalla , y solos quinientos infantes , y Cara-
mano Alisurio se retiró herido. De los nuestros pere-
cieron ochenta caballos y cien infantes. Rehechos sus
escuadrones , pasaron la vuelta deFiladelíia, siguiendo
lentamente al enemigo, y temiendo alguna gran em-
boscada de sus copiosos ejércitos. Los turcos de los
fuertes, sai)ida la rota, los desampararon, y fueron
siguiendo su capitán vencido. Fué la presa y lo que
s.e ganó en esta batalla, según Montaner, de mucha
consideración.
Con esta vitoria comenzaron á levantar cabeza las
ciudades de Asia, viendo que los nuestros habían dado
principio á su libertad, que los turcos tenían tan opri-
mida. Llegó esta opresión á tanto extremo, que les
quitaban las mujeres y los hijos para iristruilles en su
' seta. Profanaban los templos y monasterios tan anti-
guos, donde habla depositados tantos cuerpos de san-
tos, y grande memoria de nuestra primitiva Iglesia,
que tanto floreció en aquellas provincias; trocando el
verdadero cuito en falsa y abominable adoración de su
profeta. Pero como por los justos juicios de Dios estaba
ya determinada la destruicion y servidumbre de todo
aquel imperio y nación, fué de poco provecho para al-
canzar entera libertad todo lo que los nuestros hicie-
ron; antes parece que se confirmó con esto su perdi-
ción, pues cuando los grandes remedios no curan la
dolencia por que se dan, es casi cierta la muerte. Nues-
tros capitanes se detuvieron antes de entrar en Fila-
delfia, reconociendo algunos lugares vecinos, adonde
se pudieron haber retirado y rehecho; pero todo lo
hallaron libre de los turcos, á quien el miedo hi:¿o
alargar muchas leguas.
CAPITULO XIV.
Entra en Filadclfia el ejército vitorioso. Gánanse algunos fuertes
que el enemigo tenia cerca de la ciudad, y dan segunda rota á
lus turcos junto á liria.
Libros los de Filadellia del sitio, que tan apretados
les tuvo, por el valor de las. armas de. los catalaaes
DE MORCADA.
salieron á recebir el ejército los magistrados y el pue-
blo, con Teolepto, su obispo, varón de rara santidad,
y por cuyas oraciones se dufendió Filadellia mas que
por las armas del ejército que la guardaba. Entraron
las tropas de nuestra caballería primero, con los es-
tandartes vencidos y ganados de los turcos. Seguían
después el carruaje lleno délos despojos enemigos, y
gran número de mujeres y niños cautivos, y algunoi
mozos reservados para el triunfo desta entrada. Las
compañías de infantería eran las últimas, y en medio
dellas las banderas y los capitanes mas señalados, coa
lucidísimas armas y caballos, que como cosa nunca
vista de los de Asía, les causó grande admiración. No
hubo en aquella entrada soldado, por particular qiio
fuese, que no vistiese seda ó grana, aunque en aquel
tiempo los turcos no usaban trajes costosos; pero en-
tre los despojos de los griegos habían alcanzado gran
cantidad de ropa y vestidos de mucho precio, que en
esta Vitoria se cobraron. Detuviéronse quince dias en
la ciudad , entretenidos con las tiestas y regocijos que
se les hicieron ; porque fué cosa notable el amor y el
respeto con que les trataron los naturales, como quien
reconocía dellos la libertad y la vida, que tan aventura-
das las tuvieron. La necesidad siempre es agradecida,
pero como con el benelicio que recibe, se acaba.
Roger salió de Filadellia á poner en libertad ú al-
gunos pueblos de que estaban apoderados los turcos, y
entre otros á Culla, algunas leguas mas adelante hacia
el levante de la ciudad ; pere sabida la retirada y huida
de su ejército , se retiraron los turcos. Los naturales
los recibieron abiertas las puertas, como quien esca-
paba de tan dura servidumbre ; pareciéndoles que con
esto alcanzarían perdón de haberse entregado antes
fácilmente á los turcos. Roger perdonó la multitud del
pueblo, pero castigó gravemente á muchos. Cortóla
cabeza al Gobernador, y al mas principal viejo del re-
gimiento condenó á la horca. Estuvo un rato pendiente
delia sin morir, y atribuyéndolo á milagro, cortaron la
soga los que estaban presentes, y le libraron.
Volvió el ejército á Fíladelfia, y según Pachimerio
dice, Roger recogió muchos ducados y se hizo con-
tribuir mas de lo que debiera, por sentirse ya en la
ciudad la falta de bastimentos, por ser muy populosa
de suyo y tener dentro el ey'ército, después de haber
padecido un largo sitio, que fué tan apretado , que una
cabeza de jumento se vendió por un precio increíble.
Nastogo, duque y prímiserio del imperio , que milita-
ba en este ejército con Roger, se apartó del y se fué
á Constantinopla, porque no podía ver, como griego,
maltratar álos naturales, y las demasías que Roger
hacia con ellos; y asi, llegado á Constantinopla, quiso
que el Emperador le oyese ; y como esto se le negó por
los deudos y amigos de la mujer del Megaduque, á la
que yo puedo entender, se fué al Patriarca, y por su
medio el Emperador dio oidos á las quejas que traía
contra Roger, de que se encendió en el palacio una
gran discordia entre los amigos y émulos del Mega-
duque.
Pareció á los capitanes del ejército que convenia
echar primero al enemigo de las provincias marítimas,
porque no quedase poderoso á las espaldas, y porque
la vecindad de su armada les diese mas fuerzas y segu-
ridad. Con esta determinación partieron luego deFir-
EXPEDICIÓN DE CATALANES Y ARAGONESES.
Wlclfia para Niza, ciudad de Licia, y de allí á Mug-
nesia, la que está en la ribera del rio Meandro , donde
apenas llegó Roger, cuando dos ciudadanos de Tiria
vinieron ú pedille socorro , diciendo que la ciudad no
estaba bastantemente fortificada que pudiese defen-
derse de los terribles asaltos del enemigo, y que si el
socorro se lardaba, era cierto el perderse ; que los
turcos con poco cuidado se podian coger á tiempo que
estuviesen derramados por aquellas vegas, y hacer al-
guna buena suerte, con grande honra del ejército y
provecho suyo ; que en llegando la noche se retiraban
á los bosques , y salido el sol volvían á talar y destruir
la campaña. Roger con la mayor presteza y diligencia
que pudo tomó la gente mas desembarazada y suelta, y
fué la vuelta de Tiria para meterse dentro della anles
del dia. Llegó á tan buen tiempo, que los turcos ni le
pudieron descubrir ni sentir, habiendo caminado trein-
ta y siete millas en diez y siete horas.
Vino la mañana, y los turcos comenzaron á bajar á
la llanura y llegarse á la ciudad, y ya estaban cerca
de las puertas para hacer sus acostumbrados acometi-
mientos, cuando Corbaran de Alet, senescal, salió á
rebalillos con doscientos caballos y mil infantes. Car-
gó sobre ellos con tanta gallardía, que les rompió y de-
golló la mayor parte, pero la que quedaba entera, en
reconociendo á los nuestros, se fué retirando húcia la
aspereza de la montaña. Corbaran les siguió con parlo
de la caballería; pero como los caballos de los turcos
estaban desembarazados, y los nuestros cargados con
el peso de las armas , llegaron á la falda del monte á
tiempo que los turcos, temerosos y cuidadosos solo de
sus vidas, habían dejado los caballos y mejorádose do
puesto, porque tomaron los altos, de donde mejor se
podian guardar y ofender, impidiendo la subida á sus
enemigos. El Senescal, con mejor ánimo que consejo,
mandó que se apeasen los suyos, y él hizo lo mismo , y
acometió segunda vez á los turcos; pero como ellos
estaban en lo alto y tenían algunos reparos, con pie-
■ dras y flechazos defendían la subida , y tiraban golpes
mas seguros y ciertos á los que mas se señalaban. Cor-
baran , como valiente y esforzado caballero , era de los
que mas les apretaban por su persona , y para subir con
mas ligereza y andar mas suelto se quitó las armas, y
después el morrión, ocasión de su muerte; porque le
dieronunfiechozo enla cabeza, de que luego murió;
con cuya pérdida los demás se retiraron.
Con la muerte de tal capitán trocóse la Vitoria des-
te dia en tristeza y sentimiento ; porque perder una
buena cabeza suele causar algunas veces inconvenien-
tes y daños de mayor consideración que no lo es el
provecho que resulta de la vitoria que se adquiere con
6u muerte. Sintiólo Roger mucho , que le tenia con-
cerladQ de casar con una hija suya, y puesta en su per-
sona su mayor esperanza. Perdió la vida Corbaran con
mas honroso íin que los demás capitanes, porque cayó
con la espada en la mano y en la misma vitoria , y no
por manos de traidores, como otros compañeros suyos.
Es corto el discurso de los hombres , que se tiene por
gran desdicha lo que se pudiera contar entre los prós-
peros sucesos de la vida. Prevínole á Corbaran una
muerte honrada á otra cruel y afrentosa, pues corrie-
ra, como es de creer, el mismo riesgo que los demás
capitanes. Enterráronle en un templo dos leguas de
lo
Tiria, adonde dice Montancr que estaba el cuerpo de
san Jorge. Hiciéronle compañía diez cristianos, que so-
los murieron en aquel encuentro. Levantáronle un se-
pulcro de mármol, y honráronle con grandes obse-
quias, pues solo para cumplir con su memoria se de-
tuvieron ocho días. De Tiria despacharon orden á su
armada , que estaba en la isla del Xio , para que lo mas
presto que pudiese pasase á tierra firme de la Asia, y
que se detuviese en Ania, aguardando segundo orden.
CAPITULO XV.
Llega Derengucr de Rocafortcon su gente á Constantinopla.y por
ói'den del Emperador se junta coa Itogci' en Efeso.
Llegó de Sicilia Berenguer de Rocafortpor este tiem-
po á Constantinopla con algunos bajeles y dos galeras,
y con doscientos hombres de á caballo y mil almuga-
vares, habiendo cobrado ya del rey Carlos el dinero quo
le debía, y restituido los castillos de Calabria que esta-
ban en su poder. Mandóle luego Andrónico que, nave-
gando la vuelta de la Asía, .procurase juntar sus fuer-
zas con las de Roger ; y así, con mucha brevedad llegó
al Xio, adonde halló á Fernando Aones de partida, y
juntos llegaron á Ania, de donde avisaron á Roger con
dos caballos ligeros de la venida do Rocafortcon los su-
yos. Llegó esta nueva antes de salir de Tiria, y causó ge-
neralmente en todo el campo grandísimo contento, así
pnr la gente que Rocafort traía, que era mucha y esco-
gida, como por la opinión que tenia de muy valiente y es-
forzado capitán. Envió luego Roger á visitarle con Ra-
món Montaner, y con orden de que se parliesc luego de
Ania y viniese á Efeso, dicha por otro nombre Altobosco.
Partió Montaner con una tropa de hasta veinte caballos
y con alguna gente plática para que le guiasen por ca-
minos desviados, por no encontrarse con los turcos, que
ordinariamente corrían la tierra y salteaban los cami-
nos mas pasajeros. Valióle á Montaner poco esta dili-
gencia y cuidado ; porque muchas veces hubo de abrir
camino con la espada : llegó al fin á la ciudad de Ania
libre destos peligros. Dio á Rocafort la bienvenida de
parte de los suyos , y le dijo lo que Roger ordenaba
acerca de su partida. Rocafort obedeció, y dejando para
la guarnición de la armada quinientos almugavares,
con lo restante de la gente tomó el camino de Efeso,
adonde llegó, acompañado de Montaner, dentro de dos
días. Esta ciudades una de las mas señaladas de toda el
Asia por su famoso templo dedicado á la diosa Diana.
Fué no solamente reverenciada de los romanos, pero de
los persas y macedones, que tuvieron antes el imperio,
y todos conservaron sus inmunidades y derechos , sin
que se mudasen jamás mudándose los imperios : tanto
era el respeto con que veneraban los antiguos las co-
sas que se persuadían que tenían algo de divinidad y
religión. Pero el mayor título que esta ciudad tiene para
ser famosa y celebrada, es haber puesto en ella el após-
tol y evangelista san Juan los primeros fundamentos de
la fe. Deste santo referiré lo que Montaner escribe, que
por referirlo en esta misma historia, no parece ajeno de
la nuestra.
Dicen que en esta ciudad de Efeso está el sepulcro
donde san Juan se encerró cuando desapareció de lo3
mortales, y que poco después vieron levantar una nube
en semejanza de fuego, y que creyeron que en ella fuó
arrebatado su cuerpo, porque después no pareció. La
15 eOn francisco
vor.lafl dcsto m tionc otro funrlamento mayor que la
Iraclk'ioii c!ü aquella gente, referida por Moiitancr. El
dia antes de San Juan, cuando se dicen las vísperas del
Santo, sale un mnnú por nueve agujeros de un mármol
que está sobre el sepulcro, y dura hasta poner del sol
del otro dia, y es en tanta cantidad, que sube un palmo
sobre la piedra, que tiene doce do largo y cinco de an-
clio. Curaba este maná de muchas y graves dolencias^
que con particularidad las refiere Montanor.
Después de cuatro dias que Rocafort y Montaner He-
laron á Efeso, entró también Roger con todo el ejérci-
to. Alegráronse todos de ver á Rocafort, amigo y com-
pañero en todas las guerras de Sicilia, por el socorro que
las traia, que hallándose lejosy en tierras enemigas, fué
de grande importancia , y aument(3 mucho las fuerzas
de los aragoneses. Diósele kiogo el oficio de senescal,
que vacó por muerte de Corbaran, y para que en todo
le sucediese, le dio Roger su hija por mujer, habiendo
sido primero concertada con Corbaran ; porque con este
nuevo parentesco aseguraba Roger la condición y as-
pereza de Rocafort, aparejada para intentar cosas nue-
vas. Dióle cien caballos para la gente que traia, con ar-
mas de ú caballo y cuatro pagas. En Efeso, dice Pa-
chimerioque Roger y los Catalanes hicieron notables
crueldades para sacar dinero, cortando miembros, ator-
mentando, degollando los desdichados griegos, y que
en Metellin un hombre rico y principal, llamado Macra-
jiíi, fué degollado porque prontamente no quiso dar
c.nco mil escudos que le pidieron : licencia militar y
atrevimiento ordinario en gente de guerra mal discipli-
nada.
Roger, todo el dinero, caballos y armas que recogió
de las contribuciones de las ciudades vecinas, envió á
Magnesia con una buena escolta ; porque en esta ciudad,
como la más fuerte de aquellas provincias, determinó
poner su asiento para invernar. De Efeso se fueron to-
dos juntos ala ciudad de Ania, adonde estaba Fernando
Aones con la armada. Hiciéronlos un granderecibimien-
to á Roger y á Rocafort los soldados que se hallaban en
Ania, saliéndoles á recibir con grande alegría y regoci-
jo; porque ya les parecía que juntos eran bastantes á
recuperar el Asia , echando della á los turcos. Roger
agradeció y satisfizo este buen recibimiento, dando una
paga á todos los soldados de la armada ; y porque Tiria
quedaba desarmada y sin defensa, determinaron que se
enviase alguna gente para su seguridad. Fué Diego de
Oros, hidalgo aragonés, buen soldado, con treinta ca-
ballos y cien infantes, porque con esto les parecía que
quedarla en defensa la ciudad y su comarca , fiando mas
en la reputación de sus armas que en el número de la
gente; que muchas veces alcanza la reputación lo que
uo pueden las fuerzas.
CAPITULO XVI.
neprimPD los nuestros el atrevimiento de Snrcnno Turco. Llppn
nuestras bundcras á lo» cuiiUncs de la Natolia y iciuo de Ar*
mullía.
Tuvieron nuestros capitanes consejo del císmino que
lomarían, y concordaron todos c:i que volviesen otra
vez hacia las provincias orienlules, y pasados los mon-
tes, entrasen en Panfila, adonde les pareció que estarían
las mayores fuerzas de los turcos y habría ocasión de
venir cou ellos ú bulullu ; que este fué siempre el inlculo
DE MOXCADA.
principal que so llevaba ; porque siendo nuestro ejército
tan pequeño , no se podía hacer la guerra á lo largo y
ocupar ciudades y lugares, habiendo de dejar en ellas
guarnición , porque era dividir y deshacer sus fuerzas;
y así, pareció siempre acertado caminar la vuelta de los
turcos y pelear con ellos. Pero en tanto que se trataba
de poner en ejecución la salida, Surcaño Turco, con sa-
ber que el ejército de los catalanes estaba dentro de la
ciudad, se atrevió acorrer su vega, llevando á sangre y
fuego cuanto se le puso delante. Pagó presto su atrevi-
miento y locura; porque salieron los nuestros sin aguar-
dar orden ni esperar los capitanes (tanto les ofendía la
osadía de este bárbaro), y dieron con tanta presteza
sobre él y los suyos, que aunque luego quiso retirarse,
no pudo sin mucho daño, porque se halló tan empeña-
do, que hubo de pelear para huir. Siguieron los nues-
tros el alcance hasta la noche, y volvieron á la ciudad
con nuevos bríos, dejando muertos en la campaña de
los enemigos mil caballos y dos mil infantes : cosa ape-
nas creída délos que quedaron dentro de la ciudad, por-
que la salida fué muy tarde y con mucho desorden.
Roger y los demás capitanes, considerando cuan da-
ñosa les pudiera ser la detención si los soldados advir-
tieran el peligro de la jornada y camino que intentaban,
con el gusto de la vitoria pasada, quisieron que dentro
de seis dias marchase el campo. Partieron de Ania, y
atravesaron la provincia de Caria y todo aquel inmenso
espacio de provincias que están entre la Armenia y el
mar Egeo, sin que hubiese enemigo que se les opusiese.
Marchaba el campo, según la comodidad de los lugares,
muy de espacio, consolando los pueblos cristianos y
animándoles á su defensa, y con universal admiración
de todos los fieles eran recebidos los nuestros, alegrán-
dose de ver armas cristianas tan adentro, las cuales los
que entonces vivían jamás vieron ea sus provincias,
aunque su deseo siempre las llamaba y esperaba; pero
la flojedad de los griegos nunca les dio lugar á que ka
vieran, hasta que el valor de los catalanes y aragoneses
se las mostró.
CAPITULO XVIL
Pclenn con todo el poder de los turcos los catalanes y aragonescí
en las faldas del moute Tauro, y alcanzan dcllos seüaladisima
Vitoria.
Poco antes quellegasen á las faldas del monto Tauro,
que divide la provincia de Cilicía de Armenia la me-
nor, hicieron alio, y trataron de que primero se reco-
nociesen las entradas y pasos peligrosos, sospechando
siempre, como sucedió, que el enemigo no les aguar-
dase. En tanto que esto se consultaba, nuestra caballe-
ría, que reconocía la campaña, descubrió el ejército
enemigo, que aguardaba el nuestro entre los valles do
las faldas del monte. Tocóse arma en ambos ejéqcito";;
y los turcos, viéndose descubiertos y que su traza había
salido vana y sin fruto, se resolvieron luego de salir á
lo llano, y acometer á los nuestros, que venían algo fa-
tigados del camino, antes que pudiesen descansar ni
mejorar de puesto. Había en el campo de los turcos
veinte mil infantes y diez mil caballos, y la mayor parlo
dellos eran de los que habían escapado de las rotas
pasadas. Tendióse su caballería por el lado izquierdo, y
la infantería por el de echo, la vuelta del campo cris-
tiano. Opúsose Roger con su caballería ú la del ciiemi-
l
EXPEDICIÓN DE CATAI
"O, que plrla fronfc y oosfarlo cerró con ia nuestra. Ro-
caforljCon su iiifaiilcría y Marulli, hizo lo mismo, lia-
liiondo primero los almugavares hecho su señal acos-
tumbrada en los encuentros mas arduos, que era dar
con las puntas de las espadas y picas por el suelo, y de-
cir : Despierta, hierro ; y fué cosa notable lo que hicieron
aquel dia, que antes de vencer se daban unos á otros la
norabuena, y se animaban con cierta confianza del buen
suceso.
Trabóse la batalla en puesto igual para todos, con
grandes y varias voces, peleándose valerosaniente, por-
que pendia la vida y libertad de entrambas partes de la
Vitoria de aquel dia. Si los nuestros quedaran vencidos,
por ser poco pláticos en la tierra y tener tan lejos la
retirada, fuera cierta su muerte, ó lo que se tuviera por
peor, quedar cautivos en poder de aquellos bárbaros
ofendidos. Los turcos tenian también Igual peligro;
porque los naturales de aquellas provincias cristianas
adonde estaban, viéndolos rotos y vencidos, les acaba-
ran sin duda, satisfaciendo en ellos una justa venganza.
En el primer encuentro, por la multitud y número inli-
nito de los bárbaros, se corrió gran riesgo y estuvo la
Vitoria muy dudosa ; pero cobraron nuevo ánimo y vi-
gor; porque los capitanes repitieron segunda vez el
nombre de Aragón, y desde entonces parece que esta
voz infundió en los enemigos temor, y en los nues-
tros un esfuerzo nunca visto. Y como ya de una y otra
parte se habia llegado á los golpes de alfanjes y espadas,
en que los nuestros tenian tanta ventaja por las armas
defensivas, luego se comenzó á inclinar la vitoria por
nuestra parte. Los catalanes ejecutaban en los vencidos
su rigor y furia acostumbrada en las guerras contra los
infieles, que aquel dia en los turcos todo fué desespe-
ración , ofreciéndose á la muerte con tanta determina-
ción y gallardía, que no se conoció en alguno dellos
muestras de quererse rendir, ó fuese por estar resueltos
de morir como gente de valor, ó porque desesperaron
de hallar en los vencedores piedad. En tanto que sus
brazos pudieron herir, siempre hicieron lo que debían,
ycuandodesfullecian, con el semblante y los ojos mos-
traban que el cuerpo era vencido, no el ánimo. Los
nuestros no contentos de haberlos hecho desamparar
el campo, les siguieron con el mismo rigor que pelearon
en la batalla. La noche y el cansancio de matar dio fin
al alcance. Estuvieron hasta la mañana con las armas
en la mano. Salido el sol , descubrieron la grandeza de
la Vitoria; grande silencio en todas aquellas campa-
ñas , teñida la tierra en sangre, por todas partes monto-
nes de hombres y caballos muertos , que a firma Monta-
ner que llegaron á número de seis mil caballos y doce
mil infantes, y que aquel dia se hicieron tantos y tan
señalados hechos en armas, que apenas se pudieran
ver mayores; y con encarecer esto no refiere alguno en
particular, con grande injuria y agravio de nuestros
tiempos, pues tales hazañas merecieran perpetua me-
moria.
Quedó con tanto brío nuestra gente después desla
Vitoria, y tan perdido el miedo á las mayores dificulta-
des, que pedían á voces que pasasen los montes y en-
trasen en la Armenia, porque querian llegar bástalos
últimos fines del imperio romano, y recuperar en poco
tiempo lo que en muchos siglos perdieron sus empera-
dores: pero loscapiluuesteuiplarou estadetermiuuciun
H-i.
LAÑES Y ARAGONESES. i1
tan temeraria, midiendo, como era justo, sus fuerzas
con la diücullad de la empresa.
CAPITl LO XVIII.
Con la rntratla del invlcnio vuelven los nuestros á las pravincias
niaritinias. Uebélanse los de Magnesia ; píinelos sitio Hogcr,
pero llamado de AiHlniíiico, le levanta, y llega á la boca del es-
trecho con todo el ejército.
Detuviéronse ocho días en el lugar de la vitoria , y
fueron pocos para recoger la presa. Prosiguieron su
camino hasta un lugar que Montaner llama Puerta del
Hierro, término y raya de la Natolia y Armenia. Delú-
vose tres días Rnger, dudoso del camino que touia-
rian ; pero al fin, viendo cerca el otoñó, y hallándose
tan adentro de las provincias que aun no estaban bien
aseguradas á su devoción, se resolvió, con el parecer do
sus capitanes, de volver á la ciudad de Ania y pasar en
ella el invierno, hasta que faese tiempo de salir en
campaña , pues aquel año se habia roto cuatro veces
al enemigo y recuperado tantas proviitcias. Nícéloro
dice que por faltar las espías y gente plática en la tierra
dejaron de pasar adelante, porque sin ella fuera cosa
muy peligrosa, y Roger era tan diestro capitán, que no
se aventurara temerariamente. Hacíanse las jornadas
muy cortas, porque no pareciese que la retirada era
por algún temor, caminando por los puestos que te-
nían ya reconocidos á la ida. En esta retirada cargan
los historiadores griegos á los nuestros de insolentes y
crueles, que hicieron mas daño en las ciudades de Asia
que los turcos enemigos del nombre cristiano; y aun-
que creo que fueron algunos los daños, pero no tantos
como ellos lo encarecen. Porque el tiempo que los
nuestros estuvieron en Asia fué muy poco , y este le
ocuparon siempre en vencer y alcanzar señaladas Vi-
torias de sus enemigos, do donde les resultaba infinita
ganancia de las presas que hacían, que eran tañías,
que algunas veces las dejaban, ó por no poderlas llevar,
ópor eslímarias en poco; pero yo doy por verdadero
lo que dicen los griegos , mas no pnr eso se les pueda
quitar la gloria de sus Vitorias. ¿Qué ejército se ha
visto que diese ejemplo de moderación y templanza , y
mas el que alcanza muy á tarde sus pagas? No hay duda
que un ejército amigo mal disciplinado es tan dañoso
en una provincia como el del enemigo ; y así los grie-
gos la mayor parte de sus historias entretienen en las
quejas destos daños , encareciéndolos mas de lo que
debe un historiador.
Veníase el ejército retirando hacia Magnesia, donde
Roger tenia la mayor parte de sus riquezas y tesoi^o,
cuando le llegó aviso de los de Magnesia como Atalio-
te, su capitán, se habia rebelado y degollado la guar-
nición de los catalanes que Roger habia dejado, y alzá-
dose con sus tesoros, que habia recogido dentro de la
ciudad. El caso pasó desta manera.
Magnesia era una ciudad fuerte y grande , y por en-
trambas cosas difícil de ganar si los ánimos de los na-
turales estaban unidos. Sucedió que Roger, mal adver-
tido , les enti ó á pedir que para cuando él volviese le
tuviesen á punto caballos y dinero para socorrer su
gente. Ellos, valiéndose del aborrecimíeiitoque los ala-
nos que estaban dentro tenian á los catalanes, y mo-
vidos de la codicia de hacerse dueños de los tesoros que
Roger habia recogido , se resolvieron de tomar las ar-
mas y rebelarse. Comunicadü su cousejo coü Ataliote,
I A DON FRA^'CISCO
y aprobado por él, les pareció ponelle on ejecución; i
porque corno aüles vivian á modo de ciudad libre , te- I
niian venir en sujeción. Los ciudadanos eran muchos |
y armados, les alanos también, y los graneros con abun-
di^ncia de trigo, armas, dineros y otros pertrecbos mi-
lilares; íinalmente, recibiendo fe y juramento eiilre sí I
de valerse unos á otros, pasaron á cuchillo parle de los
catalanes que estaban dentro , parte prendieron y los
pusieron en cárceles muy seguras. Con esto se confir-
maron en su rebelión, porque no hay cosa que mas la
asegure que un hecho semejante, cuaníio la atrocidad
quita la esperanza del perdón. Este hecho no le parece
al griego Pacliimerio, que lo rcíiere, digno de vitupe-
rio, antes lo aprueba y alaba ; con que claramente se
debe tener por apología mas que por historia la suya.
Subida la rebelión de los de Magnesia por Roger,
quií;o castigalla luego; y así, con parte de los alanos
que le seguían, de los romeos, y con todos los catalanes
fué á poner sitio á la ciudad para caslígalla, como me-
recía tan fea maldad. Hizo venir con notable diligencia
máquinas y artificios para batilla, y á pocos díasHlió
un asalto general, en que fueron rebatidos los nuestros
con grande mofa y escarnio de los cercados, y á Roger
con palabras injuriosas le afrentaban. Quisó Roger
nimpelles los conductos ; pero ellos, advertidos, hicie-
ron una salida con que irapidieron el efeto. El cerco se
continuaba, y en ese mismo tiempo les vino un despa-
cho de Andrónico en que les mandaba que, dejado el
í-ilio de Magnesia, viniesen á juntarse con Miguel, su
hijo , para socorrer al príncipe de Bulgaria, cuñado do
Roger, porque un tío suyo se le había levantado con
parte del estado, y estaba en punto de perderse si no se
le acudía presto con socorro. Tengo por muy cierto
<jue este levantamiento fué fingido por Andrónico , por
(lar alguna razón aparente para sacarlos nuestros de la
Asia, de quien temió siempre que, acreditados con tan-
tas Vitorias, se alzarían con ella, negándole la obedien-
cia ; y para obligar mas á Roger, le puso delante el pe-
ligro de su cuñado. A estos daños vive sujeto el capí-
tan que sirve á príncipes tiranos ó pequeños , en quien
siempre la sospecha y recelos tienen el primer lugar en
sus consejos. Dichoso el que obedece y sirve á grande
y poderoso monarca, en cuya grandeza no puede caber
ofensa nacida del aumento de su vasallo. Para tener
por ciertos estos molimientos me hace gran dificultad
el ver que no trata Nicéforo dellos, antes bien da dife-
rente causa porque los nuestros no pasaron adelante
con sus Vitorias, que fué el miedo grande de Andróni-
co, y sin duda esle fué el que detuvo la buena dicha de
los nuestros, y el que impidió que no se restaurasen
todas las ciudades y provincias del antiguo imperio de
los romanes. Estas son las mismas palabras de Nicé-
foro : «Roger, después de haberse juntado en consejo,
resolvió de replicar al Emperador, y en tanto ver si
podía ganar á Magnesia; pero la resistencia de los de
dentro fué de manera , que Roger se hubo de retirar
con pérdida de reputación y gente; y aunque llegó á
tratar de concierto con ellos , con solo que le volvie-
sen el dinero, no lo pudo alcanzar. Por esto , y porque
los alanos se despidieron, trató Roger de levantarse
del sitio, dando por disculpa que el Emperador se lo
mandaba ; pero muchos no dejaron de tener un oculto
seulimiento de salir de aquellas provincias sin casli-
DE MONCADA. ^
gar los magnesiotas y dejar lo que habíai^lnado ú
la furia y rigor de los bárbaros, que luego las habían
de ocupar viéndolas sin defensa. No faltaban entro
los soldados ordinarios algunos que, con secretas plá-
ticas , alteraban los ánimos para nuevos movimientos,
diciendo '. ¿Qué nos importa haber vencido tantas
veces si se nos quita el premio de las manos? ¿Para
esto salimos de nuestra tierra y del regalo de la patria,
para tener por recompensa del peligro de la vida,
tantas veces aventurada, una pequeña paga? ¿ des-
pués de ganada una provincia, sacarnos della y darnos
por galardón de tantos servicios una nueva y peli-
grosa guerra? Los capitanes y la demás gente de lus-
tre , aunque disimulaban y en lo exterior se dejaban
engañar, sentían mal d(3sta partida, y creyeron que
mas había nacido de los recelos de Andrónico (|ue de
los movimientos de Bulgaria. Llegaron los nuestros á
la ciudad de Ania, y de al!í tomaron el camino hasta
la boca del estrecho por todas aquellas provincias
marítimas, navegando siempre la armada al paso que
ellos marcliaban por tierra. Con esta orden llegaron al
cabo que está en el estrecho, en frente de Galípolí , que
Montaner llama Boca de Aner. Avisaron de aüí rl
Emperador cnnio estaban á punto para embarcarle,
aguardando nueva orden para partirse. Quedó con-
tentísimo Andrónico de que los catalanes le hubiesen
obedecido, y alabándoles por cartas su puntualidad
en cumplir sus órdenes, los hizo saber como los mo-
vimientos de Bulgaria con solo la fama de que venia
el ejército de los catalanes se sosegaron.» Esto es lo
que dice Montaner ; pero Pachímcrío parece que refiere
con mas verdad la ocasión que tuvo Andrónico en esta
segundo despacho de decir que ya estaba todo sose-
gado ; porque Miguel Paleólogo , su hijo , á persuasión
de los griegos ofendidos y de ios soldados de oirás na-
ciones que tenia en su servicio, que como iuferioresen
número y valor, temían á los catalanes, escribió á su
padre Andrónico que no quería que Roger se juntase
con su ejército, porque temía guerras civiles, y que la
insolencia de los catalanes no la pudiera sufrir sí con
la misma libertad que en Asía habían de proceder y
vivir, y que Gregorio, cabeza de los alanos, estaba con
él ofendido por la muerte de su hijo, y que viendo á
Roger yálos suyos seria ocasión de algún gran rom-
pimiento. Con esto Andrónico le parecióque seria con-
veniente buscar a!gun medio para que esto se compu-
siese; y así, mandó á su hermana Irene y á su sobrina
María que se fuesen luego á Galípolí , y tratasen coa
Roger que, dejando la mayor parte de su ejército en
Asia, con solos mil hombres escogidos pasase á jun-
tarse con Miguel. Consultó el caso Roger con los mas
principales capitanes, y á todos les pareció cosa peli-
grosa el dividir sus fuerzas, y sospecharon luego que
esto no fuese principio de alguna muy grande traición ;
y asi, Roger respondió á su suegra que él no se hallaba
con ánimo bastante de persuadir á los catalanes que se
dividiesen , pasando mil dellos á Grecia y que los de-
más quedasen en Asía. La suegra volvió al Emperador,
y le dio razón de lo que había pasado con su yerno.
Con esto se acabó la guerra de Asía en poco mas de dos
años; corto espacio de tiempo para tan señalados he-
chos, bastantes á ilustrar un siglo entero.
CAPÍTULO AiK.
EXPEDlCiOiN DE CATALANES Y ARAGONESES. 19
tentación de su majostad, y deja de acudir á cnta nl)li-
pacion, en la cual se funda y apoya h verdadera grau-
Alójasc d ejército en h Tracia Cliersoneso, y P.oircr parte
á Constantinopla.
Embarcóse ol ejército en las galeras y navios de su
armada, y siguiendo el orden que tonian del empera-
dor Andrónico, atravesaron el estrecho, y desembarca-
ron toda la gente en la Tracia Cbersnncso, tomando
por plaza de arma^; y principal cabeza de sus aíojnmien-
tos áGalípoli, ciudad en aquel tiempo tenida por la mas
principal de la provincia, puesta casi á la boca del es-
trecho que mira al norte. Extit'uidese este istmo ó Clier-
soneso de Tracia setenta millas á lo largo y seis en an-
cho, y en algunas partes menos de tres. Por la parte
del oriente le baña el mar del estrecho , llamado de los
antiguos Helesponto, que divide la Europa del Asia.
Ciñele el mar Egco por la parte del ocaso y mediodía ,
y por el setentrion el mar del Propóntide, llamado en
nuestros tiempos de Mármora. Fué en lo pasado este
istmo morada de los cruseos, y hubo en la parte que se
continúa con la tierra firme, Lisimacbia, célebre por su
fundador Lisimacho, que le dio el nombre, y Sexto, lu-
gar conocido por los amores de dos infelices amantes.
Pero al tiempo que los catalanes y aragoneses llegaron
á esta provincia, apenas parecían sus ruinas; solo en
las de la antigua Lisimacbia había un castillo llamado
Examille, y muchas aldeas y poblaci mes pequeñas,
adonde los nuestros se alojaron en tanto que pasaba el
rigor del invierno, tomando, como tengo dicho, ú G;i-
lípoli, ciudad de mediana población, por priucijal
íuerz-i y presidio para la defensa común. Guardóse el
mismo orden en los alojamientos que el año antes se
tuvo en elcaLie de Artacio, quedando al'parecer todos
satisfechos y sosegados. Se fué Roger á Constantinopla
con cuatro galeras y con parte de la infantería mas es-
cogida, á verse con el emperador Andrónico y darle la
norabuena de la restauración de tantas provincias del
Asia, y recibir jiinfamenie mercedes y honras debidas
á tantas Vitorias. Llegaron á la ciudad los nuestros
acompañando su general , y con universal admiración
de todos los recibieron y acompañaron hasta el palacio,
donde el Emperador, con demonstracionos y palabras
nunca antes usadas, le honró, y Roger, después de ha-
belle dado entera relación del estado de las provincias
que puso en libertad, le pidió dinero para hacer paga-
mento general. Respondió el Emperador con mucho
cumplimiento, diciendo que era muy debido á su vc-
lor no dilatar pagas tan bien ganadas, y que él so las
mandaría librar luego. Pero aunque esta respuesta en
lo exterio r fué la que Roger podia desear, quedó el Em-
perador muy desabrido desta demanda , porque des-
pués de tan grandes presas y despojos riquísimos de las
provincias conquistadas, pedirle luego una pequeña
paga, era señal de una codicia insaciable, y que difí-
cilmente todo el poder del imperio griego la pudiera
satisfacer. Lo que alcanza el soldado en premio de la
Vitoria sirve mas para el gusto que para la necesidad;
y así, se distribuye con mucha largueza en juegos, en
camaradas y en banquetes ; pero la paga se estima
siempre como cosa que se da en precio de su trabajo y
de su sangre, y acude con ella á su necesidad, y siente
mucho que esta se le niegue ó se dilate, y mas cuando
el Príncipe gasta con gran largueza en una vana os-
deza de los reyes.
CAPITULO XX.
lícrenínjcr de Entcrza con nuevo socorro llosa á Constantinopla,
donde se le dio el cargo de racgaduque, y á Uoger le oíreciii-oii
el de cesar.
Roger quedó en la ciudad algunos d.'as solicüando
al Emperador para su despacho, y á los ministros de su
hacienda, que maliciosamente ocullaban el dinero y
ponían dificultades y estorbos en los medios y arbitrios
que se daban para su cobranza ; arles usadas siempre
(lelos que manejan hacienda de príncipes, aunque en
esta detención concurría el Emperador.
En este medio llegó á Galipulí Rerenguer, hombre
conocido por su sangre y valar, llamado con grande
instancia del emperador Andrónico; que aunque Be-.
renguer tenia ya ofrecido que le vendría á servir, en-
vió segunda vez por él con embajada particular, ofre-
ciendo hacerle muy aventajadas mercedes. Partió de
Mesína Rerenguer, solicitado destc segundo llamamien-
to, y llegó á Grecia con algunas galeras y cinco bajeles
armados, y en ellos mil almugavares y trescientos
hombres de á caballo, toda gente muy lucida. Detúvose
enGalipoIi diez días, donde fué recibido con notable
gusto de toda la nación , hasta saber lo que Roger or-
denaba, á quien envió dos caballos para que le diesen
aviso de su llegada. Holgóse muchc Roger de tener á
Rerenguer do Enter.za en su compañía, porque había
entre los dos estrechísima amistad y grandes obligacio-
nes para conservaba. Escribióle que viniese luego á
Constantinopla, porque el Emperador quería honrar
su persona , como so contenia en dos cartas del mismo
Emperador con sellos pendientes de oro, que juntamen-
te con la suya le enviaba. Con esto Rjrenguer de Er-
t 'uza se fué á Constantino; la , y luego, acompañado
no solamente de Roger y do todos los de nuestra na-
ción , pero también de muchos griegos principales que
en público profesaban nuestra amistad, entró en el pa-
lacio imperial. Recibióle Andrónico con semblante
alegre, pero con ocultos temores y sospechas, porque
las catalanes se aumentaban no solo en reputación, pe-
ro con nuevos suplementos de gente ; y aunque Andró-
nico procuró con particular instancia que Rerenguer
viniese íí servirle , fué antes que los catalanes alcanza-
sen tañías vitorías de los turcos. Pero después que por
ellos creció su estimación , tuvo por sospechosa com-
pañía tan poderosa dentro de su casa ; y Pachimerio
dice que el Emperador no le quiso recibir á su sueldo
porque venia con mas compañías de gente que él pedia.
Roger de Flor, entre las muchas partes que le hicie-
ron famoso , fué el ser agradecido y reconocer en pú-
blico sus obligaciones á Rerenguer de Entenza, que
en los tiempos que pobre y desvalido llegó á Sicilia I.3
amparó y ayudó á levantar su fortuna. Pidió licencia
al Emperador para renunciar el olicío de raegaduqutí
en Rerenguer, dando por motivo su valor y nobleza,
igual á la de los reyes, y que caballero de tan alta san-
gre era justo que tuviese el primer lugar en el ejército.
Rerenguer de Entenza con igual correspondencia su-
plicó al Emperador que el título de cesar que le ofrecía
fuese servido de dalle á Roger, persona de tantos serví-
20 DON FRANCISCO
cios, y por el cnsamionlo de su nicln acloplado en la j
casa real ; que él quodiiria honrado si Roger lo qucxla- j
ba : competencia pocas veces usada, no solo en los |
tiempos presentes, pero ni en los antiguos, donde la
moderación y templanza parece que tuvieron alguna
estimación. Roger, poderoso en riquezas, acreditado
con Vitorias, eslimado por el nuevo parentesco; Beren-
guer, por sangre y por valor ilustre, parece que en-
trambos pudieran tener razón de pretender el supre-
mo lugar; pero las mismas calidades que les debieran
incitar á la emulación fueron las que les moderaron,
juzgando por muy aventajadas las ajenas y por muy in-
íeriores las proprias.
El «iguiente dia después de la llegada de Berenguer,
asistiendo toda la nobleza déla corte, así extranjeros
como naturales , Roger de Flor, liabida licencia de An-
drónico, se quilo el bonete , insignia de su dignidad de
■ mogaduque , y juntamente con el sello, bastón y estan-
darte de su oficio, le entregó á Berenguer : reliusólo, y
sin duda no lo admitiera si el Emperador resueltamen-
te no se lo mandara. Causó en los griegos gran admi-
ración la cortesía de Roger, y Andrónico la celebró y
honró con otra mas señalada merced , ofreciendo á
Roger título de cesar, uno de los mayores de su impe-
rio; con que entrambos quedaron obligados, y los grie-
gos ofendidos de ver que Andrónico diese el título de
cesar, desusado ya en aquel imperio por sospechoso á
los príncipes. En los tiempos antiguos , cuando flore-
ció el imperio romano, llamar á uno cesar era señalar-
le por su sucesor, como lo es entre los emperadores
occidentales el rey de romanos, en Francia el Delfín y
en nuestra España el Príncipe. Pero declinado ya el
poder de los romanos después de dividido el imperio,
los emperadores griegos daban solamente el título de
cesar, sin algún derecho de sucesión ; pero siempre
quedó estimado este oficio, puesto que solo sombra de
lo que fué. Túvose después por el primero hasta que la
dignidad de sebastocrator fué preferida cuando Alejos
Comneno dio su segundo lugar en el imperio á Isacio.
Esta también perdió después su precedencia y autori-
dad, cuando el mismo Alejos, porquedarsinhijo varón,
casó su hija primogénita Irene con Alejos Paleólogo,
dándole título de déspota, que es lo mismo que llamar-
le á uno señor, y fuera sin duda emperador si no mu-
riera antes que su suegro; de suerte que la dignidad
de cesar en aquel imperio es la tercera , por ser la pri-
mera la de déspota, y la segunda la de sebastocrator.
Dice Curopalales(1)que estas tres dignidades no tie-
nen particular ocupación áque acudir, y que al César
le llaman señor, palabra tenida por soberbia , y debida
solo á Dios en los tiempos antiguos , aun de los mismos
emperadores, pues leemos de Augusto, de Tiberio y de
algunos otros, que jamás consintieron que les llamasen
Sjñores. Tralábanle de majestad al César; el bonete
que llevaba ora de oro y grana, y su remate casi como
el del Emperador ; la capa de grana , las medias y zapa-
tos de color celeste, y la silla como la del mismo Empe-
(1) Georg. Codini Curopalatae De officUs magnae ecclesiae el au-
lae vonslanlinopolilanae. Paris., 1C4S; Vcnct., l'áO.
Esta en efecto parece que era la serie de categorías en el impe-
rio bizanlino, á saber: emperador, déspota, sebastocrator, cesar,
megaduque, paiiiprrsebasio y gran rioinéstico; mas como dignida-
des que solian reservarse ó inventarse para los individuos do la
familia imperial, cxpenuicntabau muchas alteraciones.
DE MONCADA. •
rador, pero sin águilas ; iba junto al Emperador en las
públicas entradas y acompañamientos , y vive dentro
de su palacio. Todo este suceso que se ha referido es
conforme se saca de lo que Montaner en su historia, y
Berenguer en sus relaciones , nos dejó escrito. Pero
George Pachimerio, en el cap. W del lib. 12, refiere
con alguna variedad este suceso ; y así me ha parecido
no confundillo con lo de arriba , ya que no los podia
conciliar, para que el que lo leyere pueda con claridad
hacer juicio de lo que le pareciere mas verdadero.
Determinado ya el Emperador de recibir á Beren-
guer de Entenza , le envió á llamar muchas veces , que
se decia estaba enGalípoli, y para asegurarle le envió
sus patentes con sellos pendientes de oro, en que le
prometía conjuramento que, queriéndose quedar, le
trataría con buena voluntad y ánimo amigable, y que
cuando se quisiese ir no lo impediría. Berenguer, re-
cibidos los despachos , con la fe y palabra del Empera-
dor se fué á Consf antinopla con dos navios; pero llega-
do, no quiso salir fuera dellos, y envió el aviso al Em-
perador de su llegada. Mandóle luego el Emperador
Iktmar, y le envió coches y caballos para que entrase
con mucha autoridad y honra; pero Berenguer ni qui-
so salir de los navios ni obedecer, pidiendo que el Em-
perador le enviase en rehenes á su hijo el déspota Juan.
Pareció esto mal , asi al Emperador comoá todos, pues
no se fiaba de su palabra y juramento; y así, le dejó
muchos días en los navios. Finalmente, llegándose el
dia de Navidad, le envió á llamar, diciéndolc que estu-
viese de buen ánimo , pues le había asegurado con su
fe y palabra. Estuvo dudoso mucho tiempo, hasta que
se desengañó, y se fué al Emperador, de quien fué
magníficamente recebido, pero sien)pne se retiraba á
los navios, adonde el EmpiTador tuvo siempre cuenta
deregalalle. El dia de Navidad le tomó el Emperador
el juramento de fidelidad , y con esto le dio la dignidad
de megaduque del Senado , y le dio la vara dorada, in-
vención nueva del Emperador, y le vistieron al modo y
uso de senador; con que dejó sus navios y se fué á po-
sar á Cosmidio, donde estaban sus catalanes , que algu-
nos dellos fueron también honrados con títulos y mer-
cedes grandes ; y desde entonces Berenguertuvo grande
autoridad con los privados y en los consejos de Andró-
nico. En el juramento de fidelidad que hizo Berenguer
disimuló su engaño, dando muestras de verdad y llane-
za, pues habiendo de jurar que seria amigo de los ami-
gos del Emperador, y enemigo de sus enemigos , ex-
ceptó á Fadrique de los enemigos , porque decia que le
había jurado antesamistad. Esto pareció álos inteligen-
tes que encerraba en sí algún gran secreto mas de lo
que exteriormente parecía ; ol^os lo tomaron bien, di-
ciendo que, como fué fiel á Fadrique, así lo seria al
Emperador; con que ganó opinión y gloría, siguiendo
la sentencia de Platón, de cuánta importancia sea el
parecer bueno y justo para ganar opinión y poder en-
gañar.
CAPITULO XXI.
Los genoveses persuaden al Emperador la guerra contra los cata-
lanes, y Miguel Paleólogo hace lo mismo, y alborótase en Galí-
pull la gente de guerra.
Los genoveses de Pera , que poco antes fortificaron y
engrandecieron con fosos y murallas, fueron los prime-
ros que hicieron sospechosas nuestras axmas y pusieron
EXPEDICIÓN DE CATALANES Y ARAGONESES.
21
diula en nncsIronr'HiV1nfl,f1icienflo al emperador Andró-
nico que leiiiati iiueviis de ponicnle que se preparaba
una grande y podernfa armada para acometer las pro-
vincias del imperio á la primavera , y que eslo lo tenian
por cierto por maniíiestas conjeturas, y que los cata-
lanes que antes eslaban en su servicio, y los que des-
pués con Berenguerde Entenza vinieron, estaban uni-
dos para su daño, y no para su defensa ; porque se cor-
respondían secretamente con los de Sicilia, y que el
hermano bastardo de don Fadrique, rey de Sicilia, se
entendia que venia con doce navios para juntarse con
ellos, y que para entonces aguardaban el declararse y
pmer en ejecución sus intentos. Estos lueron los em-
bustes con que los genovescs quisieron destruir Ins ca-
talanes, y ellos introducirse y liacerse muy confiden-
tes y celosos del bien común del imperio. Aconsejaron
ú Aiidrónico, según dice PacIi¡;i,erio, que acometiese
desde luego á los catalanes con guerra descubierta;
que ellos tenian cincuenta navios en orden , y que con
otros tantos que se armasen por el Emperador, ó se les
diese dinero á ellos, aunque fuese en largos plazos, los
pondrian ellos en la mar, y que á esto solo les muvia
verá los griegos maltratados, la tierra que ya tenian
por patria maltratada y destruida de los que vinieron
para defendella. No dio el Emperador por entonces
crédito á los genovescs , creyendo que eran quimeras
fingidas de su maldad y envidia, nacida desde que pu-
sieron los catalanes el pié en Grecia, La fe y juramento
prestado de los catalanes también lo aseguraba ; pero
respondióles que agradecía su cuidado y lo que se do-
lian de los trabajos de los griegos. Mandóles que calla-
sen, y que él consultaría lo que se debía hacer, y que
consultado , lo ejecutarla.
En este mismo tiempo' la honra y merced que An-
drónico hizo á Berenguer irritó el ánimo de Miguel
Paleólogo para nuestra ruina, y persuadido de los
griegos, comenzó luego á tratar della, intentando para
esto lodos los medios mas eficaces que pudo, atrope-
llando leyes divinas y humanas. Estaban los griegos
tan envidiosos y soberbios, que con rabia y furor in-
creíble, aunque con algún secreto, andaban maqui-
nando traiciones y alevosías ; con lengua y manos so-
licitaban á Miguel , ya mal afecto contra nosotros , en-
careciendo la gran reputación de las armas de los ca-
talanes, y que ocupaban los supremos cargos de su
imperio en grande mengua de su majestad y deshonor
suyo. Creyeron siempre los griegos que nuestros cata-
lanes fueran como los alanos y turcoples, que no se les
levantaban los pensamientos á mas que vivir con una
triste y miserable paga ; pero cuando vieron proveí-
dos en ellos los oficios de cesar, megaduque, senescal
y almirante , y que tenian bríos para aspirar á los que
quedaban , advirtieron su daño y comenzaron á sentir-
se de que las fuerzas y honras del imperio se pusiesen
en manos de extranjeros. Al tiempo que entre los grie-
gos corrían estas pláticas y sentimientos , los soldados
de los presidios, por parecerles que la paga se dilata-
ba , maltrataron á los griegos de los pueblos donde es-
taban alojados; mal forzoso de la guerra, y que difí-
cilmente el rigor militar de los mas insignes capitanes
lo ha podido atajar. Miguel Paleólogo, atento átodas las
ocasiones de calumniar toda nuestra nación, se valió
desta para persuadir á su padre, diciendo que si no se
atajaba luego la insolencia de los catalanes, =cria 1n 1 1-
tal perdición del imperio y de su casa; ponpie no con-
ten los con la paga y sueltlos tan excesivos y con los des-
pojos riquísimos del Asia, oprimían lospueblosaniigns
para satislaccrsu codicia; que no por haber vencido á
los turcos quedaba el imperio libre de servidumbre, sí
se esperaba mas insufrible y cruel de los catalanes, en
cuya mano estaba puesta la libertad común ; qne en
vano la había recuperado su abuelo Miguel Paleólogo,
ecliando á los latinos del imperio , si segunda vez se les
hab'a do entregar voluntariamente; que esto estaba
muy cerca de suceder si no se atajaba su insolencia;
que les quedaban aun fuerzas á los griegos , si sus tra-
zas saliesen vanas, para que de cualquier manera se
oprimiese á los catalanes ; que la obligación en que le
habían puesto con librar sus provincias de los turcos,
ya su arrogancia y mala correspondencia la bahía bor-
rado, y sus Vitorias merecían nomlire de agravios, no
de servicios, pues en vez de establecer sus armas m
una segura p:iz el imperio, bari;in nueva guerra á los
pueblos amigos con intolerables contribuciones y ma-
los tratamientos.
Andrónico , apretado de la persuasión del hijo y de
sus privados, que continuamente con quejas y senti-
mientos lloraban la miseria de los griegos en tanto des-
honor suyo, mostró luego contra los catalanes el efoto
desús pláticas, resp ludiendo á Rogeryá Berenguer,
que le pedían dinero para la guerra, que no les quería
pagar hasta que iiubíesen pasado á la Asia y diesen
principio á la guerra ; lenf-uaje nunca antes usado de
Andrónico, quehasla entonces fue mas largo en ha-
cerles merced y darles dinero que solícitos ellos en
pedille. La respuesta de Andrónico llegó á los oídos de
los de Galípoli , y fue tan grande el alboroto y motín
que causó en todo el campo , que forzaron á los capita-
nes á tomar las armas para acometer los lugares del
imperio, y apoderarse de algunas fuerzas y presidios.
En tanto que Andrónico dilataba el darles satisfacion,
mostraron gran sentimiento de sus dos capitanes Rogcr
y Berenguer, por parecerles que con su peligro y sangre
se querían engrauílecer, y que por no disgustar al Em-
perador, de quien esperaban sus mayores acrecenta-
mientos, no le apretaban como debieran para que se
les diese á ellos pagas tan bien merecidas. Estas sospe-
chas llegaron á tanto, que resolvieron de enviar emba-
jadores al Emperador, pidiendo que les pagasen , y que
continuarían su servicio con mucha fidelidad, casti-
gando los excesos de los que se atreviesen á ofender y
maltratarlos pueblos amigos. Esta embajada tan cor-
tés, dice Pachimerio que fue por el miedo que tuvieron
del ejército de Miguel Paleólogo, que se había juntado
para reprimir su atrevimiento y osadía. Recebida del
Emperador esta embajada, luego le pareció imposible
el satisfacer, por las grandes pagas que le pedían ; pero
por no llegará rompimiento y á una guerra declarada,
les remitió á Berenguer de Entenza para que por su
medio se quietasen con dalles parte del dinero que le
pedían. Contentáronse por entonces con el dinero que
se les dio, y con él se fueron á Galípoli, donde ya liabia
llegado Roger con su mujer, suegra y cuñado , que qui-
sieron acompañarle , y también, á lo que yo sospecho,
por tener Roger cerca de sí á Irene, su suegra y hermana
del Emperador, como en rehenes, por si acaso contra él
DON FRANCISCO DE MONCADA.
Si; quisiese proceder como rebelde cuando el alboroto
y iiioLiii pasara mas adelante.
CAPITULO XXll,
PájOEC la gente de guerra por orden de Andrónico cnn moneda
curta , de donde nacieron nuevos alborotos.
Andróiiico, forzado de la necesidad, con astucia y
fraude griega mandó librar la moneda de plata que se
dio á los embajadores para hacer el pagamento, muy
menoscabada y falta en mas del tercio de su antiguo
valor, y quiso que la recibiesen los soldados como si
fuera muy entera. Los capitanes, poco advertidos del
engaño, fácilmente se dejaron persuadir, y solicitados
de los soldados, que casi amotinados pedian sus pagas,
tomaron el dinero y le trajeron á Galípoli, donde se
toii:ó muestra y repartió con quejas y sentimientos;
pero al íin con solo el nombre de que los pagaban, aun-
que conocieron la falta, se sosegaron. Diferentemente
lo lucieron los genoveses poco después , que concerta-
dos con el Emperador por cierta cantidad de dinero de
enviar su armada contra los catalanes, pagándoles con
esta misma moneda, se la volvieron á enviar y dedii-
cieron la armada. Cuando los aragoneses y catalanes,
contentos con el dinero de las pagas, quisieron pagar los
huéspedes griegos y dalles entera satisfacion, rehusa-
ron recebir la moneda al precio que se les daba, y como
la comida y sustento necesario no sufre dilaciones, for-
zaban á los griegos á que se las diesen, y recibiesen la
moneda. Con esto se fueron alterando los griegos, y los
catalanes á buscar la comida con las armas; con que
todos los pueblos de aquella comarca queelaban desier-
tos. Andrónico, con infinitas quejas de los desórdenes y
demasías de los soldados, se inclinó á seguir el parecer
de su hijo, y poner remedio eíicaz y violento á tantos
daños. Pudiéranse atajar si la diversidad de cabezas
que habia en nuestro ejército tuvieran entera autori-
dad con los subditos, y ellos estuvieran unidos ; porque
siempre que un principe usa de trazas tan indignas de
su obligación, como fué dar á los catalanes moneda tan
falta por su antiguo precio, y no mandar con universa!
edicto que la recibiesen todos los subditos de su impe-
rio al mismo precio , es dar ocasión cierta de venir á
rompimiento el pueblo y la milicia. Tiénese por cierto
que este medio fué trazado por entrambos emperadores
Andrónico y Miguel, para que los catalanes maltratasen
& los griegos, y ellos, ofendidos, tomasen las armas para
su venganza; con que les pareció que los catalanes que-
darian perdidos, y ellos libres de su obligación. Salió
bien la traza; porque los nuestros, faltos de dinero, se
entraban por las aldeas y pueblos grandes, y se liacian
contribuir, y en hallando resistencia, con la acostum-
brada licencia militar maltrataban de manos y de len-
gua á quien se les oponía. Nicéforo, autor griego, como
de la parte ofendida, cuenta largamente los excesos de
aquella milicia, y muchos mas Jorge Pachimerio, que
dando lugar á su pasión, muerde con mayor maligni-
dad ; pero Montaner niega que los catalanes se mostra-
sen implacables y crueles con los griegos; antes dice
que les ayudaban y socorrian, porque con la furia de
los turcos, los fieles de las provincias de la Asía, huyen-
do de tan cruel servidumbre, se recogían á Constantí-
nopla , y perecían en los muladares de hambre y de
miseria, sin que á los griegos les moviese á lástima la
i
desdicha de los que tenían por compañeros y amigos;
y que los catalanes con mucha liberalidad y largueza
socorrian á muchos que padecían en este común tra-
bajo. El crédito que se debe dar á estos historiadores,
ei que leyere esta relación puede fácilmente ser juez,
precediendo primero la noticia de sus calidades. iÑícé-
foro y Pachimerio, griegos, y en muchas parles poco
cuidadosos de escribir la verdad , ofendidos por comu-
nes y particulares agravios de los nuestros , lejos de las
ocasiones ; Monlaner, español, testigo de visla de todos
estos sucesos, y que la llaneza de su estilo y del tiempo
que escribió parece que asegura la verdad de los acon-
tecimientos que refiere.
El emperador Andrónico, temiendo que Roger des-
cubiertauicnte no tómaselas armas contra él, y siguiese
la volunlad de los catalanes, ofendidos del engaño que
hubo en las monedas de sus pagas, quiso que el prín-
cipe Marulli, general de los romeos que militaban con
Roger en el oriente , fuese de su parte á traerle á Cons-
fantinopla , y le asegurase de su voluntad, que siempre
habia sido de hacelle merced y engrandecelle; y junta-
mente le ordenó que dijese á su hermana Irene que se
viniese con él , por parecelle que tendría autoridad con
el yerno para persuadille lo que importase. Llegó con
esta embajada Marulli á Galípoli, y Roger claramente le
respondió que no pensaba salir de Galípoli sin hacerse
mas sospechoso á los suyos con asistir en Constantino-
pla. Irene también se excusó por la falta de salud, que
no le daba lugar de ponerse en camino. Con esto Ma-
rulli volvió á Constantjnopla , y desengañó al Empera-
dor, que si no pagaba el ejército por entero, no habia
tratar de conciertos. Con todo este desengaño poríio
segunda vez, por medio de su hermana, á persuadille
que pasase al oriente con algún socorro que le envia-
ría, porque Filadelíia estaba en mayor aprieto que el
año antes , y que la necesidad que padecían no perdo-
naba aun á los muertos. Bien quisiera Roger obedecer
al Emperador; pero los soldados estaban mas irritados
que nunca , y si Roger entonces mostrara gusto de dár-
sele al Emperador, peligrara su autoridad y su vida.
En este mismo tiempo Berenguer de Enlenza, viendo
que todo estaba lleno de sospechas y miedos, y que Ios-
griegos le ñiiraban como catalán , y los catalanes entra-
ban en desconfianza de su fe porque estaba cabe el
Emperador en lugar tan supremo, y que aquello no po-
día ser sino estando de su parte , aprobando lo mal que
el Emperador lo hacía con ellos; finalmente, estando ya
las cosas de los catalanes y Andrónico en términos que
no se podia estar neutral ni ser medianero entre estas
diferencias sin gran riesgo de perdellos á todos, Beren-
guer se resolvió de acudir á su primera obligación , y
preferir á su particular acrecentamiento el público ho-
nor y estimación de la nación, que estaba cerca de per-
derse. Pidió licencia á Andrónico para volverse á Ga-
lípoli, y aunque el Emperador con ruegos y dádivas le
procuró detener, no dejó de embarcarse en dos galeras
que tenia al puerto de Blanquernas, por la puerta del
Emperador, y dice Pachimerio que se embarcó con el
semblante triste, y que mostraba el combate de pensa-
mientos que llevaba. De la galera volvió á enviar al Em-
perador treinta vasos de oro y plata que le habia dado,
y añade el mismo autor que las insignias de la digni-
dad de megaduque las arrojó en el mar, mostraudo que
EXPEDICIÓN DE CATALANES Y ARAGONESES.
23
desde entonces renunciaba la amistad del imperio. Esta
acción, que en los griegos se condena por muy infame y
vil, fué la mas digna de alabanza que este gran caba-
llero liizo en el oriente; porque ni las honras ni los car-
gos no le pudieron apartar de lo justo : ejemplo grande
para líis que quieren introducirse con daño del bien
público y reputación de la patria , como á muchos
acontece , que olvidados de lo que deben á su sangre y
á su naturaleza , la dejan maltratar por pequeños inte-
reses, que las mas veces dellos no les queda sino solo
la infamia por premio de su ruindad.
Estando ya para partirse Berenguer, el Emperador
le envió á llamar muchas veces, sin que pudiese creer
que Berenguer le dejariu. Ofreciéronle al Emperador
ciertos hombres de Maivasía de acometer las dos gale-
ras de Berenguer y vengar la poca estimación que ha-
cia de su amistad , y juntamente cobrar ellos una gale-
ra que tenian á partido en servicio de Berenguer; pero
el Emperailor no permitió que se ejecutase, porque
pensó reducille. Aquella noche Berenguer se hizo á la
vela y se vino á Galípoli, donde halló todas las cosas
llenas de mil sospechas y recelos.
CAPITULO XXIII.
Da el emperador Andrdnico en feudo á los capitanes catalanes
y aragoneses las provincias del Asia.
El Emperador deseaba dividir los catalanes entre sí,
para después podelles castigar mas ú su salvo. Volvió
á persuadir á Bogcr lo que antes por medio de Cana-
vurio, familiar ministro de Irene , su suegra, el cual,
después de ir y venir muchas veces de Coiistantinopla
á Galípoli, concertó el mayor negocio para los catala-
nes que se pudo desear para su grandeza y aumento, si
como se les ofreció se les cumpliera ; pero la insolencia
de los soldados, la envidia de los griegos, la inslancia
del hijo trocó el amor y afición que Andrónico tenia á
nuestras cosas en mortal aborrecimiento ; y así, se de-
terminó entre el emperador y su hijo dar aparente y
honrosa satisfacion á los catalanes, y ocultamente
trazar su perdición y ruina ; y aunque eslo no lo dicen
los historiadores, déjase fácilmente entender por lo que
después se hizo. Andrónico, por medio de este Canavu-
rio, y forzado del tem(»r de lasarmasde los catalanes y
del socorro que la fama había publicado que venia de Si-
cil'a, yque con tan largas pagas estaba el íisco y cámara
imporiíil destruida, yque las rentas del imperio noerün
sulicientes para los gastos ordinarios y forzosos, y que
como á principe le tocaba prevenir el remedio, y ellos,
■ como capitanes obligados y amigos, debían ayudalle á
poner en ejecución lo que á todos les importaba igual-
mente; al fin se concertó entre el Emperador y Roger,
después de largas y pesadas consultas, lo siguiente :
que desde luego diese Andrónico las provincias de
la Asia en feudo á los ricoshombres y caballeros cata-
lanes y aragon-^ses, con obligación que siempre que
fuesen llamados y requeridos por él ó por sus suceso-
res, acudiesen á serville á su costa, y que el Emperador
no estuviese obligado á dar después de la conclusión
de este trato sueldo ala gente de guerra; solo les había
de socorrer cada un año con treinta mil escudos y con
ciento y veinte mil modios de trigo , dándoles el dine-
ro de las pagas corridas hasta el dia deste concierto.
Con este trato quedaron nuestras cosas , al parecer, en
suma grandeza; porque los catalanes se vieron señores
de todas las provincias de Asia, así por .iúrselas el Em-
perador en paga de sus servicios, como porque las ga-
naron con las armas y libraron de la servidumbre de
lostur'cos ; títulos que cualquiera dellcs era bastante
á daries el derecho señorío de todas ellas. Esta fué una
de las cosas mas señaladas desta expedición y que mas
puede ilustrar la nación catalana y aragonesa ; pues
cuando los romanos, vencido Mitrídates, ganaron el
Asia, alcanzaron una de sus mayores glorias, y lo que
el valor de tantos famosos capitanes y ejércitos con-
quistó en muchos años, lo adquirieron los nuestros en
menos de dos; y si con engaños y traiciones no les ata-
jaran su fortuna, quedaran absolutos señores y prínci-
pes de la Asia, y quizá, si se conservaran, detuvieran
los turcos en sus principios, y no les dieran logará di-
latar ni engrandecer los limites inmensos del imperio
que hoy poseen.
Estos conciertos se juraron delante de la imagen de
la Virgen; costunbre antigua de aquel imperio. En esta
donación concuerdan Pachimerio y Montaner; solo el
griego difiere en una circunstancia, porque dice que
Andrónico exceptó algunas ciudades, que no quiso que
se incluyesen en la donación.
CAPITULO XXIV.
La gente de Ruerra con mayor furia que antes se alborota
porquu tiene aljjnna descouliauza de Ruger.
El emperador Andrónico, para cumplimfento del ju-
ramento hecho, envió á Teodoro Chuno que llevase á
Roger los conciertos firmados y sellados con sellos de
oro, y treinta mil escudos y las insignias de cesar, y
que el trigo estaba ya recogido para entregarie á quieu
Roger ordenase. Caminaba la vuelta de Uipi Teodoro,
y como cuerdo y platico, junto á Ripi se detuvo, porque
supo que las cosas de Galípoli y de los catalanes se iban
empeorando. Resolvió de no pasar adelante hasta sa-
ber de cierto el estado de las cosas, á mas de que tenn'a
á Roger por estar ofendido de un hermano suyo , que
estaba en Cancilio, de donde muchas veces había sali-
do con gente armada en su daño. Así parece que por
cierta providencia envió á Canavurio que fuese antes á
la hermana del Emperador , para que primero á ella le
diese aviso de lo que pasaba, y juntamente volviese á
significalle la disposición y estado del nuevo motín,
porque su persona y el dinero no lo quería aventurar
sin mas seguridad de la que tenia. Pasó adelante, ca-
minando siempre muy despacio, para dar tiempo á Ca-
navurio que se pudiese informar, y volvelle á encontrar
antes del peligro. Junto á Brachialio tuvo nuevas lle-
nas de sospechas, porque tuvo aviso que Roger no re-
cibiera las insignias de cesar por no hacerse mas sos-
pechoso á los suyos, de quien ya comenzaban á tener
alguna desconfianza, por velle rico y honrado, y ellos
defraudados de su sueldo. Temió Teodoro, y resolvió
de asegurarse, retirándose al fuerte de Ripi, donde es-
tuvo algunos dias. Como vio que no se sosegaba la
gente, temió que si los catalanes entendieran que él
estaba en Ripi con treinta mil escudos, no le acome-
tiesen para quitalle el dinero; y así, una noche con
gran secreto , con todos los recaudos que traia se fué á
Constantinopla, y dio razón al Emperador de lo que le
habia detenido y forzado 6 volver atrás sin ejecutar su
2Í
DON FRANCISCO
órdon. Roger juzgí que convenía para su reputación y
sepiiriflad satisíacer al ejército de las soppeclias viles
de su fe; y así, ordenó á las principales cabezas del ejér-
cito que se viniesen á Galípoli, dejando aseguradas las
plazas que Icuian á su cargo. Juntos todos, les dijo
que los trabajos y peligros que Iiabia padecido por el
aumento y bien de la nación catalana y aragonesa no
merecían tan mala correspondencia como tener duda
de su íidelidcd; que él Iiabia probado su intención en
la guerra de Sicilia , sirviendo al Rey y gobernando
siempre gente catalana, y con ser aquellos tiempos tan
sospeclmsos, nadie se atrevió á ofendelle; que en las
guerras del Asia Iiabia acudido á la obligación que fué
Humado, y que el Emperador aunque le Iiabia lieclio
muclias bonras, no las tenia él por iguales á sus servi-
cios, y cuando lo fueran, que él no era hombre que por
corresponder á ellas olvidaría las obligaciones que te-
nia en primer lugar; que el Emperador le quería hacer
cé?ar , y que él no qieria mas recibir honras sin que á
ellos seles diese entera satisfacion , y que por solo ve-
nirles á socorrer y animar había salido de Constanti-
nopla y dejado al Emperador, que le quería detener y
acrecentar ; que él estaba resuelto de correr la fortuna
que ellos, y que si el Emperador con su ejército les aco-
nieliero, procuraría, por el juramento hecho, ceder si
pudiese á su rigor, pero que cuando conviniese, forzo-
samente hablan de venir á las armas, y las suyas siem-
pre se liabian de emplear en la defensa común contra
los griegos. Con esta plática Roger aseguró su cré-
dito, y los catalanes , satisfechos de sus sospechas, con
el reconocimiento que siempre , le dieron disculpa de
los recelos mal fundados de algunos.
En este mismo tiempo sucedió, para mayor descré-
dito de nuestras armas, que los turcos acometieron la
isla del Xio, que estaba á cargo de Roger y los suyos, y
casi toda ella la tomaron , sino fueron algunos que se
pudieron retirar á la fortaleza en cuarenta barcos que
pudieron juntar, y estos también se perdieron lasti-
mosamente, rotos y deshechos de una furiosa tormenta
junto á la isla de Scíro. Con esta pérdida los ánimos
de los unos y de los otros se fueron irritando ; los grie-
gos porque les pareció que los catalanes, ya que les
molestaban tanto con las ordinarias contribuciones, no
fuesen bastantes para defendelles del rigor y sujeción
de los infieles; los catalanes también atribuyeron esta
pérdida á la dilación de Andrónico en no cumplílles
lo que tantas veces se les había ofrecido, y que si se
les pagara con tiempo, pudieran ellos acudir á su obli-
gación y defender lo que estaba á su cargo. La falta de
dinero les obligó á que con mayor desorden ie fuesen
á buscar por todos los lugares de Tracia.
CAPITULO XXV.
Concluyese el trato de pasar al oriente, y Roger recibe
las insignias de cesar y dinero.
Llegó á los oídos de los emperadores Andrónico y
Miguel lo que Roger públicamente dijo; y ofendidos
gravemente, quisieron con el ejército que tenían jun-
to en Andrinópolí acometer el de los catalanes; pero
Andrónico, á persuasión de Azan, cuñado de Roger, á
quien poco antes había dado la dignidad de paniper-
sebastor(l), mandó á su hijo que no lo ejecutase, espe-
(1) Traducido al latin, totus augustus : {\\,\¡\o de mero honor, re-
DE MONCADA.
rando siempre por medio de su sobrino roduoir ñ Ro-
ger, áquien Azan escribió la justa indignación del Em-
I)erador, y que la mayor disculpa que pndria dar seria
pasar el ejército en Asíaycomenzar la guerra, Re«p'.n-
dió Rogor á su cuñado, y al Emperador en la mí«ma
conformidad escribió, que la nccesidiid le había obli-
gado á dar de palabra satisfacían á todo ti ejército,
porque sí no lo hiciera, se acabaran de coníirniar en
sus sospechas, y que sin duda le mataran; que él siem-
pre seria fiel y reconocido á las muchas honras y mer-
cedes que de su mano había rccebido, y que si de len-
gua le había ofendido, fué porque los catalanes no lo
ofendieran con efeto , tomando por cabeza otro capi-
tán que libremente les dejara ejecutar su ímpetu; que
se sirviese de socorrelles con algo, porque de otra ma-
nera no se atrevía á reducillos, porque él apenas tenia
mil hombres que le obedeciesen. Con estacarla el Em-
perador volvió á mandar á su hijo que uo los ofendiese,
pero que impidiese sus correrías.
Azan, que deseaba conservará su cuñado Roger, per-
suadió al Emperador que le volviese á enviar lo que Teo-
doro Chuno poco antes le llevaba , y que con esto pasa-
ría á la Asia ; y así, el Emperador le envió las insignias
de cesar, y el dia de la resurrecion de Lázaro fué ves-
tido y aclamado por cesar, y se le dieron treinta y tres
mil escudos y cien mil medios de trigo; pero resuelta-
mente le mandó el Emperador que despidiese toda la
gente ; solo se quedase con mil hombres. Roger mostró
con aparentes demostraciones que obedecía, pero con
secreto disponía sus consejos para cualquier aconteci-
miento. Envió áBerenguer de Entenza parte de su gen-
te , que ya estaba declarado por rebelde y enemigo del
imperio; la otra envió á Cízíco Metellin, donde ya ha-
bía guarnición de catalanes. Recogió, á mas del trigo
que el Emperador le daba, otra mayor cantidad de la
que los catalanes recogieron de las contribuciones.
CAPITULO XXVI.
Pártese Roger i verse con Miguel Paleólogo ; contradicho Maria
su mujer y los demás capitanes.
En este tiempo , que los catalanes andaban llenos de
tantos temores y esperanzas, ya Andrónico y Miguel
trazaban de qué manera podían hacer un castigo seña-
lado en ellos y castigar con sumo rigor su atrevimien-
to; que aunque esto claramente no lo dicen los histo-
riadores griegos, el efeto Jo publicó, y descubrió su ale-
vosía. La desdichada suerte de Roger abrió el camino
para que esto se ejecutase con gran seguridad de los'
griegos y notable pérdida nuestra. Llegóse el tiempo de
la partida de Grecia para proseguir la guerra, y Roger
determinó de ir á verse con Miguel Paleólogo para darle
razón délo que se había tratado con su padre en mate-
ria de la guerra, y pedirle dinero , como Nicéforo dice.
Pero María, mujer de Roger, y su madre y hermanos,
que como ladrones de casa, conocían bien la condición
de los suyos , sentían muy mal desta ida ; y María, como
á quien mas le importaba , advirtió á su marido en se-
creto que no se fuese ni se pusiese voluntariamente en
las manos de Miguel , y que no ofreciese la ocasión á
servado, como dejamos dicho, para individuos de la familia im-
perial, desde que Alejo Comueno distinguió con él á Miguel Ta-
ronita, pariente suyo.
EXPEDICIÓN DE CATAT-
quien con tanto cuiclnflo la buscaba ; que advirtiese cuan
liuérLna quedaba ella , cuan desamparados los suyos si
fallase su gobierno ; que no se fiase tanto de su ánimo;
que no diese crédito á sus palabras, nacidas no solo de
su cuidado , pero de ciertas y seguras señaies que tenia
de que Miguel Paleólogo procuraba su ruina. Todas es-
tas razones, acompañadas con lágrimas y ruegos, dijo
María á su marido Roger, porque como griega y pcrso-
ra tan íülima de la casa del Príncipe , aunque se rece-
laban de ella porque no descubriese sus trazas, con to-
do este recato llegaban á su noticia muchas, que como
mujer cuerda y cuidadosa de la vida del marido, pudo
f.dvcrlir y descubrir algo de lo que se maquinaba con-
tra el. Hizo poco caso Roger de sus consejos, y ella,
cuanto menos recelo descubría en el marido , tanto mas
crecía su cuidado, y procuraba intentar a'gunos me-
dies para persuadirlo; y el que de'jicrascr maseíicaz,
fué llamar á los capitanes mas pnncipa'es del ejército,
y descubrióles sus justas sospeciías, para que pidiesen
& Roger que suspendiese su ida de Andriuópoli para vi-
sitar á Migue 1 Paleólogo. Al íin todos los capitanes jun-
tos, á instancia de María , cuy;is sospechas no les pare-
cían vanas, fueron á Roger y le pidieron que dejase ó
siquiera difiriese la jornada hasta estar mas asegurado
y satisfecho del ánimo de Miguel. Respondióles resuel-
tamente que por ningún temor que le pusiesen delante
dejaría de hacer su viaje y cumplir con obligación tan
forzo^'a como visitar á Miguel, álquicn debía el mismo
respeto que al Emperador su padre ; que sí antes de par-
tir de Grecia para la jornada de Asia no se le daba ra-
zón de todos sus consejos y determinaciones , era darle
ocasión de desavenirse con ellos; cosa de grande incon-
veniente para la conservación de todos ellos ; que los re-
celos de María, su mujer, nacían de amor y temor de per-
delle , y que pues eran sin otro fundamento, no era jus-
to que le detuviesen.
Llamado Roger de su fatal destino , ni advirtió su pe-
ligro, ni advertido, lo temió. Muchas veces, por mas
avisos que un hombre tenga, no puede escapar de la
muerte y fines desastrados ; y aunque Dios nos advierte
con señales manifiestos y claros, puede tanto una loca
confianza , que nos quita el discurso para que no vea-
mos los peligros donde está determinado nuestro íin y
castigo. En este caso de Roger, ni su buen discurso ni
el conocimiento grande de la naturaleza de los griegos,
ni los avisos de su mujer, ni los ruegos de los suyos pu-
dieron detenerle para que voluntariamente no se en-
tregase á la muerte. Resuelto ya de partirse , María su
mujer con todos los de su casa no quiso quedarse en
Galípolí , porque como tenía por cierta nuestra perdi-
ción, no le pareció aventurarse, pues la obligación de
asistir en Galípoli faltaba con ausentarse su marido.
Mandó Roger que Fernando Aones con cuatro galeras
la llevase á Constanlínopla , y él, con trescientos ca-
ballos y mil infantes , dejando en su lugar á Berenguer
de Entenza, caminó la vuelta de Andrinópolí , dicha por
otro nombre Orestiade, ciudad principal deTracia, y
corte de muchos emperadores y reyes , y que entonces
lo era de Miguel. Zurita quiere que Andrinópolí y Ores-
tiade sean lugares diversos, porque no llegó á su noti-
cia que esta ciudad tenía entrambos nombres. ISícéforo
la llamó Orestiade con el nombre mas antiguo, yMon-
tauer. Andrinópolí, que fué el mas moderno y el que
ANES Y ARAGONESES. ?-,
entonces le daban los griegos, y el que hoy conscivu
con poca diferencia.
Supo el emperador M'guel á 22 de abril como el ce-
sar Eoger venía , porque Azan , su cuñado, se lo hizo sa-
bor. Alteróse ex!niñ;;mcnte Miguel dcsta venida, y con
un caballero de su casa le envió á preguntar, una jor-
nada an!es que llegase , sí el Emperador su padre se lo
había mandado , ó él movido de su sola voluntad. Res-
pondió el Cesar con palabras lionas de humildad que
solo iba para darle obediencia ymoslrar la sorvílud que
le debía , y juntamente para conlctir con él el viaje que
hribia de hacer al oriente. Con esta respuesta se sosi'gó
Jüguel, y mostró que gustaba de su venida. Envió lue-
go á recibirle con la benignidad y cortesía que conve-
nia. Era miércoles de la segunda semana de la pascua
que llaman de Santo Tomás. Vióse aquella misma noche
ccn el Empe-at'or, de quien fué recibido y acariciado
con gi andes demosli aciones de amor.
CAPÍTL'LO XXVII.
Matan á Rngpr con gran crueldad los alanos, estando f omtrndo con
los cuiperadoris iMiguci y Maria , y á toüus los que tueíoQ cu so
comiiaOia.
Con el buen acogimiento que Miguel hizo & Rngcr y
ú los suyos, creyeron que las sospechas de María fue-
ron sin fundamento , y vivían tan sin cuidado ni recelo
del daño que tan vecino tenían , que divididos y sin ar-
mas discurrían por la ciudad como entre anu'gos y i ou«
.federados. Estaban dentro della los alanos con Geor-
ge , su general , cuyo hijo mataron en Asia los catala-
nes. Estaban también los turcoples, parte debajo del
gobierno del búlgaro Basíla ; la otra obedecía á Melecc.
Los romeos estaban debajo del gran prímiserio C;isia-
no y del duque y gran príncipe de compañías llamada
Etriarca (t). Todos estos tuvieron por sospechosa la ve-
nida de Roger, y que solo venia á reconocer las fuerzas
de Miguel, con pretexto de dalle la obediencia, y según
ellas disponer sus consejos. El que mas alteraba y mo-
vía los ánimos contra Roger y los catalanes era George,
cabeza de los alanos , que, con deseo de tomar satísf;i-
cion, intentaba todos los medios que podía; finuhnei:-
te, ó fuese por solo su motivo, ó con permisión y or-
den del emperador Miguel , el día antes de la partida de
Roger, estando comiendo con el emperador Miguel ylú
emperatriz María , gozando de la honra que sus prínci-
pes le hacían, entraron en la pieza donde se comía Geor-
ge, alano, Meleco, turcople, con muchos de los suyos, y
Gregorio : el primero cerró con Roger, y después de
muchas heridas, con ayuda de los suyos le cortó la ca-
beza, y quedó el cuerpo despedazado entre las viandas y
mesa del Príncipe, que se presumía había de ser prenda
segurísima de amistad , y no lugar donde se quitase la
vida á un capitán amigo y de tantos y tan señalados ser-
vicios , huésped suyo , pariente suyo , y como tal , hon-
rado en su casa, en su mesa y en presencia de su mujer
y suya. No se pudieron juntar, á mi parecer, mayores
circunstancias para acrecentar la infamia deste caso;
hecho por cierto indigno de lo que tiene nombre y obli-
gaciones de príncipe, que las mas principales son las
(i) Este, que parece un nombre propio, puede significar también
el cargo del Heteriarca, que era el jefe de las cohortes destinadas
I á la guardia de la persona del Emperador. yDuc. in not. ad Annae
i Alexiadae, edit. París., pág. 227.)
£0 DON FRANCISCO
que mas se apartan de parecer ingrato y cruel , aumjue
03 verdad cjuc lus [iríiicipes raras veces se reconocen
por obligados, venando se tienen por tales, aborrecen
la persona de quien les tiene obligados; pero esto no
licya á tanto que, perdiendo de todo punto el miedo á la
fama, descubieriainenle le acaben y destruyan. Lo cier-
to es que comunmente puede mas en un príncipe un
pequeño disgusto para castigar, que grandes y señal; -
dos servicios para perdonar ó disimular algunas ofen-
sas de poca ó ninguna consideración. Pero ¿qué mal-
dad hoy que no acomeía un príncipe injusto si se le ar>
t"ia ruó im¡ orta para su conservación? Porque el jui-
cio y castigo de Dios, á quien solo se sujetan y temen,
leñaran tan de lejos, que apenas le descubren, no
acordándose por cuan fiucos medios vienen también á
ser cí'.stigados, pues la mano de un hombre resuelto
suele quitar reinos y vidas.
Este desastrado ím tuvo Pioger de Flor , de edad de
treinta y siete años, hombre de gran valor y de mayor
fortuna, dichoso ccn sus enemigos y desdichado con
sus amigos; porque los unos le hicieron señalado y fa-
moso capitán, y los otros le quitaron la vida. Fué de
semblante áspero, de corazón ardiente, y diligenlisiuio
en ejecutar lo que detei minaba; magnílico, hberal, y
esto le hizo general y calveza de nuestra gente, pues con
las dúdivas granjeó amigos que le pusieron en este pues-
to, que fué uno de los mayores, fuera de ser empera-
dor ó rey, que hubo en aquellos tiempos. Dejó á su mu-
jer preñada , y derpués parió un hijo, que Montaner re-
licre que vivia en el tiempo que él comenzó su historia.
Kicélbro solo dice qr.e junto al palacio del emperador
Miguel le mataron , sin decir por cuyo orden fué ni quién
lo hizo; pero Pachimerio concuerda con Montaner en
lo mas esencial ; porque refiere que saliendo el César
fuera de la ci'mara imperial después de haber comido
con los Emperadores, ie embistieron los alanos de Geor-
ge, y que Koger, viéndose acometido, se retiró hacia
donde estaba la Emperatriz augusta, y cayó muerto
junto á el'a , atravesado de una estocada por las espal-
das ; y que cuando le llegó la nueva á Miguel , que es-
taba en otro cuarto de su palacio , del suceso de Rogcr,
y que todo estaba alborotado por las muertes que los
alanos ejecutaban en los catalanes descuidados , perdió
casi el sentido, y preguntó si la Emperatriz había re-
cibido algún daño y si estaba segura ; pero luego supo
la ocasión de la muerte de Roger , y mandó que George
viniese á su presencia, y le preguntó la ocasión que ha-
hia tenido para hacer la muerte de Roger , y que le res-
pondió que porque el imperio tuviese un enemigo me-
nos. Aú disculpa Pachimerio esta maldad; pero yaque
Wigucl expresamente no fué autor desla muerte, pero
por lo menos la consintió y dejó de castigalla; con que
se hizo participante del delito.
No se satis facieron los alanos con solo la muerte do
Rogcr; porque al mismo tiempo acometieron todos los
catalanes y aragoneses que estaban en su compañía , y
ccn atroces muertes los despedazaron; y dice Pachi-
me. ío que Miguel mandó á su tío Teodoro que detuvie-
se á los alanos y á las demás naciones, que encarniza-
drscon nuestra sangre, salieron de Andrinópolí á de-
{.'ollarlodos los que topasen de nuestra nación , que ha-
bía muchos alojados por aquellas aldeas , y que esto lo
lii/ü Miguel ponjue temió que los suyos no fuesen \eu-
DE MONCAÜA.
cidos y que su ímpetu no les perdiese. Con esto me pa-
rece que claramente se descu!;re el ánimo de Miguul,
que fué sin duda de acaballes á todos. Toda la gente de
¿caballo que estaba junta acometieron á todos los ca-
talanes y aragoneses dentro la ciudad y fuera della;
pero algunos heridos y maltratados tomaron las armus
y perdieron la vida que les quedaba con igual daño del
enemigo. Escaparr.n solo tres. caballeros desta lastimo-
sa tragedia, puesto que Niccforo dice que escapó la
mayor parte. El uno se llamaba Ramón Alqiier, hijo de
Gilabert Alqucr , natural de Castellón de Ampúrias; los
otros dos eran Guillen de Tous y Berenguer de Rou-
dor, de Llobregat; los denu'is, aunque no murieron
luego, fueron entonces puestos en hierros, y después
con mayor crueldad quemados , como después se refe-
rirá, por relación de Pachimerio. Estos tres caballeros,
defendiéndose valero^ídmamente, ganaron una igle'^ia,
y apretándoles mucho en ella, se hubieron de retirará
una torre della , peleando con tanta desesperación des-
de lo alto , que no fué posible , por mas que se procuró,
matarles ni rendirie;. Miguel , después de haber ejecu-
tado su crueldad, quiso ganar fama de piadoso y cle-
mente; y así, mandó que nadie les ofendiese, y dióles
salvoconducto para volver á Galípolí. Nicéforo diliere
algo de Montaner en este hecho, porque dice que Ro-
ger fué con solos doscientos caballos á Andrinópolí, y
no para solo, verse con Miguel y darie cuenta de lo que
se habia determinad* en materia de la guerra, como
Montaner escribe, sino para pedirie dinero, y cuando
lo rehusase , hacérselo dar por fuerza. Estas son pala-
bras de Nicéforo , y á lo que yo puedo entender, dichas
con poco acuerdo de lo que antes habia referido , que
Miguel estaba en Andrinópolí con un poderoso ejérci-
to ; y no parece que un capitán tan prudente como Ro-
ger, á quien los mismos griegos llaman, siempre que
se ofrece ocasión , hombre de gran prudencia , hiciese
tan gran desatino , como lo fuera ir con solos trescien-
tos de á caballo á amenazar un emperador que se ha-
llaba dentro de una ciudad grande y con un ejército
poderoso.
CAPITULO XXVIÍL
La gente de gupvra toma descubiertamente las armas contra los
griegos , y en diferenles panes del imperio se matan los cata-
lanes y aragoneses.
La gente de guerra que estaba con Berenguer de
Entenza y Rocafort les pareció tentar el último medio
para que Andrónico les pagase. Enviaron al Emperador
tres embajadores, para que resueltamente le dijesen
que si dentro de quince diasno se les acudía con parte
de lo mucho que se les debia, les era forzoso apartarse
de su servicio y dar lugar á que sus armas alcanzasen
lo que su razón y justicia nunca pudo. Recibió el Em-
perador estos tros embajadores, que fueron Rodrigo
Pérez de Santa Cruz , Arnaklo de Moncortcs y Ferre-
de Torrellas, y en presencia de la mayor parle desús
consejeros y ministros , y con mucha aspereza , les dijo
que el imperio de los griegos no estal a tan acabado y
destruido, que no pudiese juntar ejércitos poderosos
para castigar su atrevimiento y rebeldía, y aunque eran
muchos los servicios que le habían hecho en la guerra
de oriente , ya los habían borrado con sus excesos y
demasías y con la poca obediencia y respeto que te-
EXPEDICIÓN DE CATALANES Y ARAGONESES.
27
ijían á su corona ; que él haría lo que tocaba y fuese ra-
zón : en lo demás les aconsejaba que no se precipitasen
con desesperación á lo que tan mal les estaba, y que no
pidiesen con violencia lo que con la misma se les podía
i;cgar; que la íidelidad de que ellos tanto se preciaban
sf perdia, si las mercedes se pedían por fuerza á su
ncípe. Sin querer oirsu respuesta ni dar lugar á mas
isfacion , les mandó el Emperador que con mas
nerdo se resolviesen y ie hablasen. Después denlro de
(•üs dias llegó la nueva á Constantinopla de la muerte
de Roger y de algunas crueldades que los nuestros hi-
cieron en Galípoli , y el pueblo se levantó contra los
catalanes, según dice Pachimerio; pero Montaner rc-
íiereque en un mismo tiempo en todas las ciudades del
! imperio se degollaron ios catalanes por orden de Au-
dróníco y Miguel. Puede ser que en esto Montaner
ande algo apasionado , atribuyendo toda la culpa á los
Emperadores; pero lo que yo tengo por cierto, que el
pueblo irritado ejecutó esta maldad , y ellos no la
atajaron.
En Constantinopla se levantó el pueblo, y acometió
los cuarteles á do estaban los catalanes, v como sí fue-
ran á caza de fieras, les iban degollando y matando por
la ciudad. Después de haber degollado muchos, fue-
ron á casa de Raúl Paqueo , pariente de Andrónico
y suegro de Fernando Aones el almirante, y pidió el
pueblo que luego se les entregasen los catalanes
que habia dentro; y porque esto no se hizo tan pres-
to como ellos quisieron , pegaron fuego á la casa, con
que se abrasó todo cuanto habia dentro ; y aquí ten-
go por cierto que los tres embajadores y el Almirante
perecieron. El patriarca de Constantinopla salió á re-
primir lamultitird amotinada, y sin hacer efeto, con
mucho peligro se retiró. La mayor dificultad que se
ofreció para no poder oprímir á los catalanes todos á un
tiempo, fué por estar Galípoli bien defendido , y los que
estaban alojados en las aldeas con las armas en la ma-
no, y mas advertidos que los otros que estaban en dife-
rentes partes.
Miguel, temiendo que los de Galípoli, sabida la muer-
te de Roger, no le acometiesen, mandó que el Gran Prí-
míserio fuese con todo lo grueso del ejército sobre Ga-
lípoli. Ejecutóse luego, yconla caballería masligera se
enviaron algunos capitanes para que les acometiijsen
antes que pudiesen ser avisados. Cogieron á la mayor
parte divididos por sus alojamientos, en sus lechos y
en sumo descanso ; porque entre los que tenían por
amigos les parecía inútil el cuidado de guardarse. En-
tró esta caballería por algunos casales, pasando por el
rigor de la espada todos los aragoneses y catalanes que
toparon. Las voces y gemidos de losquecruelmente se
herían y mataban avisaron á muchos, que se pudieron
poner en seguro, y la codicia de los vencedores, que
ocupados en el robo dejaban do matar, también dio lu-
gar á que muchos se escapasen. En Galípoli, aunque
lejos , se sintió el ruido y voces confusas con que los
nuestros tomaron las armas , y quisieron salir á recono-
cer la campaña y certificarse del daño que temían; pero
Berenguerde Entenza y los demás capitanes detuvieron
el ímpetu de los soldados, que en todo caso querían
que se les diese franca la salida ; y como la obediencia
de aquella gente no estaba en el punto que debiera, no
se atrevió Derenguer á enviar algunas tropas á batir
! los caminos , y tomar lengua, porque temió que tras de
ellas seguiría el resto de la gente, y quedaría Galí-
poli sin defeijsay.de cuya conservación pendía la salud
! común.
I Discurríase variamente entre los nuestros la causa de
i tanto alboroto en las campañas y caserías vecinasde Ga-
I lípoli. Decían unosque los gríegos, oprimidos dala gen-
te militar, se habrían conjurado y tomado las armas
para alcanzar su libertad ; otros que, atravesando aquel
I angosto espacio de mar los turcos, acometían sin duda
' úl nuestros cuarteles; pero en esta variedad de discur-
I sosjamás pudieron atinar la verdad de caso tan inliu-
I mano. Con la noche y confusión del caso algunos de
I los nuestros llegaron á Galípoli libres, y solo dieron no-
ticia de que dentro de sus casas , en sus alojamientos,
hablan sido acometidos de gente militar y armada.
CAPITULO XXIX.
Berengner de Entenza y los que estaban dentro de Galípoli , sa-
bida la muerte de Rüger, degüellan todos lus vecinos de Galí-
poli, y el campo enemigo los sitia.
Estando en esta turbación, tuvieron aviso ciertodcla
muerte de Roger y de la universal matanza de los ca-
talanes y aragoneses en Andrínópoli , y juntamente de
la que en la comarca de Galípoli se ejecutaba por or-
den de Miguel. Fué tanta la rabia y coraje de los cata-
lanes, que dice Nicéforo , y concuerda con él Pachime-
rio, aunque Montaner lo calla, que mataron todos los
vecinos de Galípoli, no perdonando á sexo ni edad; y
Pachimerio encarece mas la inhumanidad del caso, d¡-
cíondo que hasta los niños empalaban : fiereza y mal-
dad abominable, si fué verdad, aunque se puede dudar,
por ser griego y enemigo este autor. Pero si en algún
exceso tiene lugar la disculpa, fué en este, pues con el
ímpetu de la cólera la ejecutaron contra los griegos que
tuvieron delante, en satisfacion de otra rnayor crueldad
hecha por ellos con mucho acuerdo y sin causa. Desde
este punto todo fué crueldad, rabia y furor de entram-
bas partes ; quc! parece que la guerra no se hacia entre
hombres, sino entre fieras. Pero sin duda que las cruel-
dades de los gríegos excedieron sin comparación a las
que hicieron los catalanes; porque nunca violaron el
derecho de las gentes ni ofendieron á sus enemigos
debajo de palabra ni seguro , aunque en otras cosas los
nuestros anduvieron muy sobrados, y no guardaron las
leyes de una guerra justa ; pero la ocasión desto fué
no quererlas guardar los gríegos, con que quedan bas-
tantemente disculpados los catalanes y aragoneses en
esta parte , pues forzosamente la guerra se hubo de ha-
cer con igualdad. Juntáronse los capitanes con harta
confusión y sentimiento á tratar de su remedio. Esta-
ban en un estado tan lastimoso, que aun los mismos
enemigos se podían compadecer de su miseria. Perdi-
dos todos sus servicios , con que algún tiempo pensa-
ban alcanzar quietud y descanso ; perdida la repuiucion
por el castigo, porque con él se habia dado ocasión
para que todo el mundo les tuviese en poco, pues lias
tantas vítorias merecían tal premio; muertos gran par-
te de sus amigos , y su muerte á los ojos.
Hallábase á la sazón Galípoli sin bastimentos y sin
fortificación alguna, cuando los enemigos, que allega-
ban al número de treinta mil infantes y catorce mil ca-
ballos, entre las tres naciones de turcoples, alauosy
28 DON FRANCISCO
griegos, se pusieron casi sobre sus murallas, amena- [
zando á los uueslros un lastimoso íin ; porque el em- !
porador Miguel juntó las fuerzas que pudo de Tracia y ■
Macedonia , á mas de la gente que ordinariamente líe- j
vaba sueldo del imperio ; y para dar mas calor se salió |
de Andriíiópoli, y se fué á Panlilo , y de allí envió al ,
gran duque lileriarca á Basiia, y al gran bausi (1) Umber-
tü Palor ii Brachialo, cerca de Galípoli, para apretar mas
los cercados. La primera resolución que se tomó fué
fortificare! arrabal , porque el enemigo no le ocupase,
y no llegase sin perder gente y tiempo , cubiei to délas
casas, á nuestros fosos y murallas , aunque en esto no
dejaba de liaber dificultad, por ser grande el espacio de
los arrabales , y desigual para su defensa el pequeño
número de nuestra gente. Hecho esto , determinaron
de enviar embajadores al emperador Andrónico,que en
nombre de toda nuestra nación se apartasen de su ser-
vicio, y le retasen para que ciento á ciento ó diez á diez,
conforme al uso de aquellos tiempos, combatiesen en
sutislacion de su agravio y de la muerte afrentosa de
Ríiger y de los suyos , liecba tan alevosamente por Mi-
guel su hijo y por los demás griegos. Enviáronse un
caballero que Montaner llama Sisear, y á Pedro López,
adalid, y dos almogávares y otros tantos marineros,
que eran de todas las diferencias de milicia que habia
en nuestro ejército ; y esto fué antes que se supiese en
Galípoli la muerte de los tres embajadores primeros que
fueron por orden de Berenguer de Entenza. En tanto
que se esperaba la última resolución de Andrónico por
medio destos embajadores, el enemigo, poderoso en
la campaña, apretó el sitio de Galípoli, y los nuestros
con su valor acostumbrado , con salidas y escaramuzas
ordinarias le fatigaban y detenían.
CAPITULO XXX.
Tienen los nuestros consejo; sigúese el de Berenguer de Entenza,
no por el mejor, pero por ser del mas poderoso.
Habia entre los capitanes de Galípoli diversas opi-
niones sobre el modo de hacer la guerra ; y así, convino
que las principales cabezas se juntasen en consejo para
resolverse. Berenguer de Entenza dijo : a Si el valor y
esfuerzo de hombres que nacieron como nosotros, ami-
gos y compañeros , en algún trabajo y desdicha pudie-
ra faltar, pienso sin duda que fuera en la que hoy pa-
decemos , por ser la mayor y mas cruel con que la va-
riedad humana suele aíligir los mortales, el ser per-
seguidos, maltratados y muertos por los que debiéramos
ser amparados y defendidos. ¿ De qué sirvieron las Vi-
torias , tanta sangre derramada, tantas provincias ad-
quiridas, si al tiempo que se esperabajusta recompensa
debida á tantos servicios , con bárbara crueldad se
ejecuta contra nosotros lo que vemos y apenas damos
crédito? Por mayor suerte juzgo la de nuestros com-
pañeros, que murieron sin sentir el agravio, que la
nuestra, que habernos de perecer con tan vivo senti-
miento ; porque dejar de tomar satisfacion de tantas
ofensas y retirarnos á la patria, fuera indigno de nues-
tro nombre y de la fama que por largos años habe-
rnos conservado; ni los deudos ni amigos nos recibie-
ran en la patria , ni ella nos conociera por hijos , si
(1) Dignidad de que no liallamos noticia en los historiadores
bizantinos que hemos consultado quizá por la manera viciosa de
escribir esta palabra.
DE MONCADA.
muertos nuestros compañeros alcvosamcnlc, no se in-
tentara la venganza, y se borrara con sangre enemiga
nuestra afrenta. Laspocas fuerzasquo nos quedan, avi-
vadas con el agravio, al mayor poder se podían opo-
ner, y mas favorecidas de la razón, que tan claran)ento
está de nuestra parte. Vuestro ánimo invencible en la
dilicultad cobra valor, y en el mayor peligro mayor es-
fuerzo. El A«;a quedó libre de la sujeción de los tur-
cos por nuestras armas; nuestra repntiicion y fama
también lo ha de quedar por ellas ; y si Grecia se admi-
ra de tantas Vitorias, hoy sentirá el rigor de vuestras
espadas, que no supo conservar en su favor y defensa.
Todos nos deben de tener por perdidos, ó por lo me-
nos navegando la vuelta do Sicilia con los navios y ga-
leras que nos quedan; pero su daño les desengañará,
que ni el ánimo les acobardó , ni el agravio antes de su
venganza permitió nuestra vuelta. Defender á Galípoli
es lo que ahora nos importa , por estar á la entrada ilel
estrecho, de donde se puede impedir la navegación y
trato destos mares siempre que no corrieren pore'los
armadas superiores á la nuestra; y así, es forzoso buscar
bastimentos y dinero para sustentalle. Los socorros
tenemos lejos, tardos y quizá dudosos, porque á nues-
tros reyes ocupan otros cuidados mas vecinos. Todos
los príncipes y naciones que nos rodean son de enemi-
gos; no hay que esperar otro socorro sino el que e«;tos
navios y galeras que nos quedan podrán alcanzar de
nuestros contrarios. Con esto haremos dos co^as im-
portantes, buscar el sustento que nos va ya faltando, y
divertir al enemigo del sitio que tanto nos aprieta; y
puesto que la guerra se deba hacer, como ya está de-
terminado , es bien que sea en parte donde los enemi-
gos no estén tan superiores, y se pueda mas fácilmente
alcanzar la vitoria, para que el crédito y reputación de
nuestras armas vuelva á su debido lugar y estimación.
Las costas destas provincias vecinas viven sin recelo,
pareciéndoles que nuestras fuerzas no son bastantes á
defendernos en Galípoli, y en tanto que el sitio durare,
no dejaremos estas murallas. Este descuido parece que
nos ofrece una ocasión cierta de hacelles mucho daño
si con nuestras galeras y navios acometemos estas islas
y costas de su imperio; y pues soy autor del consejo,
lo seré de la ejecución.» A las últimas palabras de Be-
renguer de Entenza, Rocafort se levantó con semblante
y voz alterada , señales de su ánimo ocupado de la ira y
venganza, y dijo : « El sentimiento y pasión con que me
hallo por la muerte de Roger y de nuestros capitanes y
amigos, no es mucho que turbe la voz y el semblante,
pues enciende el ánimo para una honrada y justa satis-
facion. Por el rigor de nuestro agravio , mas que por la
razón, debiéramos hoy de tomar resolución; porque en
casos semejantes la presteza y poca consideración sue-
len ser útiles, cuando de las consultas salen dificulta-
des. Retirarnos á la patria, mengua y afrenta de nues-
tro nombre seria, hasta que nuestra venganza fuese
tan señalada y atroz como lo fué la alevosía y traición
de los griegos; y así , en este punto siento con Beren-
guer de Entenza ; pero en lo que toca al modo de hacer
la guerra, opuestamente debo contradecille, porque pa-
réceme yerro notable dividir nuestras fuerzas, que jun-
tas son pequeñas y desiguales al poder del enemigo que
nos sitia. Yo doy por cierto y constante que Berenguer
robe, destruya y abrase las costas vecinas, como él
EXPEDICIÓN DE CATALANES Y ARAGONESES.
29
ofrece; pero ¿quién nos asegura que al tiempo que él
estuviere corriendo lus mares, los pocos que quedaren
en Galípoli no sean perdidos? Y entonces Berenguer,
¿adonde pondrá su armada, dónde los despojos de su
Vitoria? No le queda puerto ni lugar seguro hasta Si-
cilia; pues yo por mas cierto tengo el perderse Galípo-
li , si él sacare la gente que está en su defensa para
guarnecer la armada , que seguro da su vitoria. Todos
los capitanes famosos ponen su mayor cuidado en so-
correr una plaza que el enemigo tiene sitiada , y para
esto aventuran no solo lo mejor y mas entero de su cam-
po, pero todas sus fuerzas ; ¿y Berenguer estando den-
tro se ha de salir ? ¿ Quién asegura al soldado que su ida
lia de ser para volver? El miedo y recelo común no se
puede quitar, aunque su sangre y hechos claros son
seguras prendas para los que nacieron como él. Nues-
tra venganza ya no pide remedios tan cautos y dudo-
sos, ni á nosotros nos conviene el dilatar la guerra por
ser poca, antes de ser menos ; ejecutemos la ira ; aven-
túrese en un trance y peligro nuestra vida; y así , mi
último parecer es de que salgamos en campaña y demos
la batalla á los que tenemos delante. Y aunque por la
muchedumbre del ejército enemigo se puede tener la
muerte por mas cierta que la vitoria, la causa justa que
mueve nuestras armas y el mismo valor que venció á los
turcos, vencedores de los griegos, también pueden dar-
nos coníianza de romper sus copiosos escuadrones , y
abatir sus águilas como se abatieron sus lunas, y cuan-
do en esta batalla estuviere determinado nuestro fin,
será digno de nuestra gloria que el último término de
la vida nos halle con la espada en la mano y ocupados
en la ruina y daños de tan pérfida gente. » Prevalió este
último parecer en los votos de los que se consultaban,
por ser el mas prontb , aunque de mas peligro y de mas
gallardía ; pero el poder de Berenguer de Entenza, ma-
yor entonces que el de Rocafort , no dio lugar á que la
ejecución fuese la que determinó la mayor parte. Y
Ramón Montaner dice que las razones y ruegos de mu-
chos no le pudieron hacer mudar (fe parecer.
En este medio tuvieron aviso que el infante Don San-
cho de Aragón había llegado con diez galeras del rey
de Sicilia á Metellín , isla del Archipiélago y do las mas
vecinas á Galípoli. Berenguer de Entenza y los demás
capitanes enviaron luego ásuplicalle viniese á Galípoli á
tomalles los homenajes y juramento de fidelidad por el
rey de Sicilia. Encarecieron su peligro y el descrédito
del nombre de Aragón si no los socorría; subditos que
le habían hecho tan ilustre y grande. Don Sancho mos-
tró luego con su presta resolución el deseo de su bien
y conservación. Partió de Metellín con sus diez galeras,
y vino á Galípoli, donde fué recibido con universal
aplauso, creyendo que les ayudaría para tomar entera
satisfacion de sus agravios , sirviéndole con parte de
los pocos bastimentos y dinero que tcaian ; y sin pre-
cisa obligación de obedecelle, todos le reconocieron
por cabeza.
CAPITULO XXXI.
Los embajadores de nuestro ejército, á la vuelta de Constanüno-
pla, por orden del Emperador fueron presos y muertos cruel-
mente en la ciudad de Rodesto.
Los embajadores de nuestra nación enviados á fin
de romper los conciertos que tenían con el Emperador,
y hecho esto, desaíialle, con harto peligro llegaron á
Constantinopla, y puestos ante el bailío de Venecia y
la potestad de Genova, y de los cónsules de los anco-
nitanos y písanos, magistrados y cabezas destas na-
ciones que tenían trato y comunicación en las provin-
cias del imperio , dieron las manifiestas siguientes :
que habiendo entendido que por orden del emperador
Andróníco y su hijo Miguel , en Andrinópoli y en los
demás lugares de su imperio se habían degollado to-
dos los aragoneses y catalanes que se hallaron en ellos,
tanto soldados como mercaderes, viviendo ellos deba'o
de su protección y amparo, por cuya satisfacion los
catalanes y aragoneses de Galípoli estaban resueltos de
morir, y que eslijiiaban en tanto su fe y palabra , que
querían antes de romper la guerra , que concitase como
ellos, en nombre de todos los de su nación, se apartaban
de los conciertos y alianzas hechas con el Emperador, y
que así los públicos instrumentos de allí adelante fue-
sen inválidos y de ningún valor, y que le retaban de
traidor, y ofrecían de defender lo dicho en campo,
ciento á ciento ó diez á diez, y que esperaban en Dios
que sus espadas serían el instrumento con qiie su jus-
ticia castigaría caso tan feo , pues á mas do violar la fe
pública matando los extranjeros que pacíficos y des-
cuidados trataban en sus tierras , habían dado cruel y
afrentosa muerte á quien les había librado della, de-
fendido sus provincias, abatido sus enemigos y engran-
decido su imperio. Que la insolencia de los soldados
no era bastante causa para que contra ellos se ejecutara
tan inhumana resolución. Castigáranse -los soldados
culpados á medida de sus deütos, sin que sus servicios
les sirvieran de moderar la pena. Diéranles navios y
con que volverá la patria; que bastante castigo fuera
enviarles sin premio; pero sin perdonar á sexo ni edad,
llevando por un parejo inocentes y culpados, malos y
buenos, había sido suma crueldad. Dado el manifiesto,
el bailío de Venecia con los demás dieron razón al Em-
perador desta embajada, y queriendo tratar de algún
acuerdo, no se pudo concluir, estando los ánimos tan
ofendidos y cualquier palabraj fe tan dudosa; y. así, se
tuvo por mas conveniente para entrambas partes una
guerra declarada que una paz mal segura; que adon-
de falta la fe, el nombre de paz es pretexto y materia
de mayores traiciones. Respondió el Emperador que lo
sucedido contra los catalanes y aragoneses no había
sido hecho por su orden ; y que así, no trataba de dar
satisfacion ; siendo verdad que poco antes mandó ma-
tar á Fernando Aones el almirante y á todos los cata-
lanes y aragoneses que se hallaron en Constantinopla,
que habían venido con cuatro galeras, acompañando
á María, mujer del César, á su madre y hermanos; y aun
Montaner aprieta mas el hecho, pues dice que el pro-
prio día se ejecutaron estas muertes. Pidieron los em-
jadores que se les diese seguridad para su vuelta á Ga-
lípoli; fuéles luego concedido , dándoles un comisario:
con tanto se partieron á Rodesto, treinta millas lejos
de Constantinopla , y por orden del comisario que les
acompañaba fueron presos , y hasta veinte y siete, con
los criados y marineros, en las carnicerías públicas
del lugar les hicieron cuartos vivos. Esta maldad me
parece que puede disculpar todas las crueldades que se
hicieron en su satisfacion , porque ninguna pudo llegar
á ser mayor que violar con tan fiera demostración el
so DOiN FRA^'CISCO
derecho universal de las pcnles, defendido por leyes |
humanas y divinas , por iüviolahle costumbre de nacio-
nes políticas y bárbaras. Este desdichado fin tuvieron
las finezas de un capitán poco advertido. Dignas de ala-
banza son cuando hay seguridad en la fe y palabra del
príncipe enemigo, pero cuando está dudosa , por yerro
tengo el aventurarse. ¡Nuestro rey el emperador Car-
los V pasó por Paris, y se puso en las manos de su ma-
yor émulo; fué «u confianza tan alabada como la fe de
Francisco; pero si la reina Leonor no avisara (i Carlos,
su hermano, de lo que se platicaba , fuera la conlianza
juzgada por temeridad, y la fe por engaño; con que
claramente se muestra que alabamos ó vituperamos por
los sucesos, no por la razón. Berenguer de Eutenza hi-
zo notable yerro en enviar embajadores á príncipe de
cuya fey palabra se podia dudar; porque quien con tan-
ta alevosía y crueldad quitó la vida á Roger y á los su-
yos, de creer es que en todo lo demás no guardara fe,
ni diera por legítimos embajadores á los que venían
de parte de los que él tenia por traidores ; á mas de que
habiendo en los vecinos de Galípoli ejecutado tan gran
crueldad , se había de temer otra mayor siempre que
la ocasión se la ofreciera.
CAPITULO XXXIL
Envíanse embajadores á Sicilia , y sale Berenguer con sti armada ;
gana la ciudad de Recrea, y vence en tierra á Calo Juan, iiijo
deAndronico.
Luego que se supo en Galípoli la muerte de sus em-
bajadores, no se puede con palabras encarecer lo que
alteró los ánimos y encendió los corazones á la ven-
ganza el verse maltratar tan inhumanamente de los
que debieran sor amparados y defendidos. Cargaba to-
dos los dias sobre Galípoli gente de refresco, y apreta-
ban á los de dentro mas con el impedirles que no en-
trasen bastimentos por tierra, que con las armas. Be-
renguer de Entenza y todos los capitanes , con la reso-
lución que habían tomado de no salir de Grecia sin ha-
berse vengado , prevenían socorros; y así , les pareció
que hiciesen dueño de sus armas al rey don P'adrique,
,y que le jurasen fidelidad para obligalle masa su de-
fensa. Este fué su principal motivo , aunque al Rey con
razones de mayor consideración y de mayor utilidad
le persuadían. Recibió el juramento de fidelidad en
nombre del rey don Fadrique un caballero de su casa,
que se llamaba Carcilopez de Lobera , soldado que se-
guía las banderas de Berenguer, y juntamente le eli-
gieron por su embajador al Rey, con Ramón Marquet,
ciudadano de Barcelona, hijo de Ramón Marquet, ilus-
tre capitán de mar, á lo que yo presumo, del gran
rey don Pedro, y Ramón de Copons, para que fuesen
testigos del juramento de fidelidad que habían presta-
do en manos de Carcilopez de Lobera , y le diesen lar-
ga relación del estado en que se hallaban ; que si en su
memoria tenia sus servicios, se acordase de dalles
favor, pues en ello no solamente interesaban ellos,
pero su aumento y grandeza ; que advirtiese la puerta
que le abrian ellos para ocupar el imperio de oriente,
y que se valiese de su venganza y desesperación , pues
ellos ya estaban aventurados. Partiéronse los tres em-
bajadores ú Sicilia; con qué la gente quedó con algu-
nas esperanzas de que don Fadrique les socorrería ;
porque siempre, aunque sean muy flacas ^ animan y
DE MOXCADA.
alientan á los muy ncce<;it,ados. El infante don Sancho,
á la partida destos mensajeros ofreció, no solo de se-
guir y acompañar á Berenguer en la jornada que tenia
dispuesta, pero asislillescon sus diez galeras hasta que
se supiese el ánimo y voluntad del Rey. Entenza, en
nombre de todos, aceptó el ofrecimiento, y agradeció
al Infante el haber tomado tan honrada resolución,
digna de un hijo de la casa de Aragón. Con esto apre-
suró Berenguer su partida y embarcó la gente; pero
al tiempo que quiso salir, don Sancho mudó de pare-
cer, olvidado de la palabra que poco antes habla da-
do, y faltando á su mismo honor y reputación ; cosa
que causó en todos novedad , ver en tan poca distan-
cia tomar tan diversas y encontradas resoluciones, sin
haberse podido ofrecer, por la cortedad del tiempo,
nuevos accidentes que le pudieran obligar. Y si los
pudiera haber de tal calidad que obligaran á romper
palabras dadas con tanto fundamento y razón, no se
puede averiguar por lo que los antiguos nos dejaron es-
crito, la causa que pudo mover al infante á tomar re-
solución tan en descrédito suyo ; pero por lo que res-
pondió á Berenguer cuando le pidió que cmnpliese su
palabra, que fué decir solamente que así cumplía al
servicia de su hermano , se puede presumir que ad-
virtió el Infante que había paces entre Andrónico y don
Fadrique , y que sin expreso orden suyo no habia de
ocupar sus galeras en daño de un príncipe amigo. Esto
bien me parece que pudiera disculpar al Infante para
no quedarse cuando no lo hubiera ofrecido; pero em-
peñada su palabra , y viendo maltratar los mejores va-
sallos y subditos del Rey su hermano , grande descono-
cimiento y mengua fué el no asistilles y ayudulles;
porque ya Andrónico, degollando á Ins catalanes y
aragoneses que se hallaban en su imperio, rompió las
paces prkncro.
Berenguer, con el sentimiento que debia, según él
refiere en su relación que envió al rey don Jaime 11 de
Aragón, dijo al tiempo que se partía, cuando sus rue-
gos y razones no 15 pudieron detener, que el Infante
fué como le plugo , y no como hijo de su padre. No
perdieron his nuestros ánimo con la partida de don
Sancho , ni verse desamparados de la mayor fuerza les
hizo mudar parecer. Berenguer de Entenza embarcó
en cinco galeras, dos leños con remos, y diez y seis
barcos, ochocientos infantes y cincuenta caballos, y
salió de Galípoli la vuelta de la isla de Mármora, lla-
mada de los antiguos Propóntide. Llegó á ella, echó
su gente en tierra, y saqueó la mayor parte de sus pue-
blos, degollando sus moradores , sin perdonar edad ni
sexo, destruyendo y abrasando loque les pudiera ser
de algún provecho y comodidad ; porque como fué
esta empresa la primera que ejecutaron después de
tantos agravios , mas se dio á la venganza que á la co-
dicia. Con la misma presteza y rigor volvió Berenguei
á las costas de Tracia, y continuando los buenos suce-
sos, después de algunas presas de navios, acometió á
Recrea, ciudad grande y rica , y con poca pérdida de
los suyos la entró aviva fuerza. Ejecutóse en los ven-
cidos el rigor acostumbrado ; y recogido á los navios
y galeras lo mas lucido y rico de la presa , entregaron
ó la violencia del fuego los edificios , porque hasta las
cosas insensibles y mudas quisieron que fuesen testigos
y memoria de su venganza. Audrónic» tuvo aviso de
EXPEDICIÓN DE CATALANES Y ARAGONESES.
Si
la perdido de P.ocroa en tiempo que juzgaba (i los
pocos cutalaues Jiiiycndo la vuelta de Sicilia, y para
atajar les daños que Berenguer hacia de toda aquella
ribera de mar que los griegos llamaban de Natura,
mandó á Calo Juan , déspota, su liijo, que con cuatro-
cientos caballos y ia infantería que pudiese recogerse
opusiese á Berenguer , y le impidiese el echar gente en
tierra. Junto á Puente ílegia supo Berenguer que Calo
Juan venia, y el número y calidad de sus fuerzas, y
aunque en lo primero sojuzgó por muy inferior, en lo
segundo le pareció que aventajaba á su enemigo ; y así,
resolvió de echar su gente en tierra, y recibirá Calo
Juan , que, avisado también por sus corredores como
Berenguer con su gente habian puesto el pie en tierra,
apresuró el camino, temiendo que no se retirasen,
porque nadie pudiera creer que ricos y llenos de des-
pojos quisieran los nuestros aventurarse sino forzados.
Llegaron con igual ánimo á embestirse los escuadro-
nos , y en breve espacio se mostró claramente que el
valor es el qi:e da las Vitorias , y no la multitud , porque
los nuestros quedaron vencedores siendo pocos, y los
griegos rotos y degollados siendo muchos. Calo Juan
escapó con la vida, y llegó á Constantinopla destroza-
do. Andrónico hizo tomar las armas al pueblo , porque
toda la gente de guerra estaba sobre Galípolí , y temió
que Berenguer no le acometiese la ciudad. Esta rota se
dio el último día de mayo del año 1304. Fueron tan
prontas estas Vitorias, y alcanzadas en tan diversas
partes y tan á tiempo, que los griegos juzgaron por
mayores nuestras fuerzas , y que no era un solo Bcron-
guor el que les hacia el daño , sino muchos.
CAPULLO XXXIII.
Prisión (le Berenguer de Entenza , con nolablc pérdida
de los suyos.
Con tan dichoso principio como tuvieron nuestras
armas contra los griegos, gobernadas por Berenguer
de Entonza,prtreció pasar adelante y valerse de la for-
tuna y tiempo favorable , siendo el fin y remate de una
Vitoria el principio de otra. Resolvieron los nuestros
acometer los navios que estaban surgidos en los puer-
tos y riberas de Constantinopla , y quemar sus ataraza-
nas; empresa de mayor nombre que dificultad. Nave-
garon para ejecutar su determinación por la playa entre
Paccia y el cabo de Gano con buen tiempo; pero al
amanecer, descubriendo velas de la parte de Galípoü,
tomáronse pareceres sobre lo que se debía hacer, vién-
dose cortados para volver á Galípolí , y todos conformes
se metieron en tierra, y puestas en ella las proas lo mas
cerca que pudieron, las popas al mar, porque en aque-
llas que las proas no iban guarnecidas de artillería la
mayor defensa era lo alto de las popas. Tomaron las ar-
mas, y bien apercebidos aguardaron lo que las diez y
ocho galeras intentarían , que ya venían á dar sobre las
nuestras. Estas dioz y ocho galeras eran de genovescs,
que ordinariamente navegaban aquellos mares, porque
su valor ó codicia les llevaba por lo mas remolo de su
patria, como á los catalanes de aquel tiempo. Recono-
cidos de una y otra parte , los genovescs fueron los pri-
meros que les saludaron , con que los nuestros dejaron
las armas, y como amigos y aliados se comunicaron y
hablaron. Advirtieron luego los genovescs , por lo que
oyeron platicar do los sucesos que Berenguer había te-
nido, la mucha ganancia que les resultaría y el gusto
que darían al emperador Andrónico y á los griegos si
prendiesen á Berenguer y le tomasen sus galeras; y
juzgando por menor inconveniente romper su fe y pa-
labra que dejar de las manos tan importante y rica pre-
sa , enviaron á convidar á Berenguer de Entenza , dán-
dole palabra de parte de la Señoría que no se les haría
agravio ni ultraje alguno; que viniese á honrar su ca-
pitana, donde tratarían algunos negocios importantes
á todos. Con esto Berenguer, sin advertir en lo pasado
y en los daños en que su confianza le había puesto , se
fué á la capitana, donde Eduardo de Oria con otros
muchos cabciileros le recibió y acarició. Comieron y
cenaron juntos con mucho gusto y amistad; tanto, que
Berenguer se quedó á dormir en la capitana, prosiguien-
do hasta muy tarde algunas pláticas en razón de su
conservación. A la mañana, cuando quiso volverse á su
galera, Eduardo de Oria le prendió y desarmó, y otros
genovescs hicieron lo mismo con los demás que le
acompañaban, y las diez y oclio galeras dieron sobre
los nuestras, desapercebidas y descuidadas. Ganáronse
luego las cuatro con pérdida de doscientos genoveses;
pero la galera deBerenguer de Viilamarin, que tuvo al-
gún poco de tiempo para ponerse en defensa, la hizo de
manera, que con tener sobre sí diez y ocho proas, no
la pudieron entrar hasta que lodos los que la defendían
fueron muertos, sin escaparse un hombre snlo : tanta
fué la obstinación con que pelearon. Murieron en el
combate desfa sola galera trescientos genovescs, y
fueron muchos mas los heridos. Pacliímer io dice que
los genoveses aquella noche que llegaron á juntarse con
las galeras catalanas despacharon secretamente una de
sus galeras á Pera , dándoles aviso que estaban con los
catalanes, los cuales les decían que Andrónico estaba
indignado contra e!los y que les quería castigar, y que
les persuadían que juntq^ acometiesen á Constantino-
pla. Llegado el aviso á Pera, los genoveses dieron ra-
zón al Emperador, y que él les ordenó que les acome-
tiesen, ofreciendo de hacelles muchas mercedes; y así,
al otro día ojocutaron lo referido. Este lastimoso fin
tuvo la jornada de Berenguer, mal determinada, lien
ejecutada, digna de mayor fortuna ; poro ¡qué difícil-
mente los consejos humanos pueden prevenir casos se-
mejantes ! Discurrióse en la determinación dcsta jor-
nada entre los capitanes de los peligros que pudieran
sobreveníllc, y con ser tantos y tan vaiios los que se
propusieron, fué este accidente ni imaginado ni pre-
visto ; con que claramente se muestra que los juicios de
los hombres, aunque fundados en razón, no pueden
prevenir los de Dios. Al infante don Sancho se debe
culpar, porque fué la mas cercana causa de es! a pérdi-
da. Si como debiera, acompañara á Berenguer, fueran
las Vitorias que se alcanzaron mayores, los genoveses
no se atrevieran, y las fuerzas de Galípoli se aumenta-
ran ; con que la guerra se hiciera con mayores ventajas
y reputación. D(Tcnguer con serviles prisiones fué lle-
vado, con algunos caballeros de su compañía, á Pera ; y
porque temieron que Andrónico no se les quitase para
satisfíiccren su persona los daños rccebidos, le pasaron
ú la ciudad de Trapisonda, puesta en la ribera del mar
de Ponto , donde los genoveses tenían factoría, y le tu-
vieron en ella basta que las galeras volvieron. Los gc-
novo'óes hicieron una cosa bien hecha; porque luego
32 DON FRANCISCO
que tomaron las galeras caíalanas se vinieron á Pera, i
sin querer entregar ningún prisionero á los griegos ni |
vender cosa de la presa, aunque el Emperador les acá- I
rieló y lionró.
Con este buen sucesotratóel Emperador con lo'í mis- ¡
nios gcnoveses que emprendiesen de echar á los cata- |
lañes que estaban en Galípoli , y ellos se lo ofrecieron
con que les diese seis mil escudos. Fué contento An- i
drónico de dallos, y así se los envió; pero ellos, como |
genle atenta á la ganancia, pesaron el dinero, y liallán- i
dolé falto, se lo volvieron á enviar. Andrónico replicó
que les satislaria el daño, y entonces ya no quisieron,
porque informados mejor de lo que emprendían , no les
pareció igual paga. Supo el Emperador que traían áBe-
rengucr preso ; procuró con amenazas y ruegos que se
le entregasen , y últimamente ofreció por su persona
veinte y cinco mil escudos. T*odo se le negó, temiendo,
á lo que yo sospecho, que el rey de Aragón no hiciese
gran sentimiento si Berenguer, tan grande y principal
vasallo suyo, padeciera afrentosa muerte en poder del
emperador Andrónico; el cual tentó el medio mas efi-
caz que pudo , ofreciendo á ciertos patrones destas ga-
leras , para que con algún engaño se le entregasen, ocho
mil escudos y diez y seis pares de ropas de brocado ;
pero descubierto el trato, no quisieron que Andrónico
tentase alguna violencia ; y así , se partieron , dejando
muy desabrido al Emperador. A la entrada del estre-
cho Ramón Montaner, de parte de los que quedaban en
Galípoli, llegó con una fragata á pedir á Eduardo de
Oria le diesen la persona de Berenguer, y ofreció el di-
nero que pudieron recoger por su rescate, que fueron
Jiasta cinco mil escudos; pero los genoveses no quisie-
ron, ó por parecelles poca la cantidad, á lo que tengo
por mas cierto, ó por no irritar el ánimo de Andrónico
si ponían en libertad un enemigo suyo en puesto que
se tenia por sus mayores enegiígos , de donde con ma-
yor daño pudiese segunda vez destruir sus provincias
y asolar sus ciudades. Desesperado Montaner de alcan-
zar su libertad, dióle parte del dinero que traía, y le
ofreció que en nombre del ejército se enviarían emba-
\adori'S al rey de Aragón y al de Sicilia para que se sa-
tisfaciese agravio tan notable como prender debajo de
seguro un capitán de un rey amigo.
CAPITULO XXXIV.
Los pocos que quedaron en Galípoli dan barreno á todos los
navios de su armada.
Preso Berenguer de Entenza , y muertos los mejores
caballeros y soldados que le siguieron, quedaron solos
en Gíilípolí con Rocafort, su senescal, mil y doscientos
infantes y doscientos caballos, y cuatro caballeros, bue-
nos soldados, Guillen Sisear y Juan Pérez de Caldés,
catalanes , y Fernando Gori y Jímeno de Albaro, arago-
neses , y con ellos Ramón Montaner, capitán de Galípo-
li. Este tan poco número de gente defendió aquella
plaza, y cuando supieron que Berenguer con su armada
se había perdido , y que el sucorro que esperaban había
de venir por su mano ya no tenia lugar, y aunque reco-
nocieron el peligro cierto , no perdieron el ánimo; an-
tes cobrando de la adversidad mayor esfuerzo, dieron
ejemplo raro á los venideros de lo que se debe hacer en
casos donde el honor corre riesgo de que alguna mal
advertida resolución manclie su limpieza, conservada
DE MONCADA.
largos años sin nota de infamia. Tuvieron consejo, y en
él hubo diferenles pareceres. Hubo algunos que les pa-
reció forzoso el desamparar á Galípoli, y que tratar de
defendella era desatino; que se embarcasen en sus na-
vios y fuesen la vuelta de la isla de Metellin, p)rque
con facilidad la podrían ganar y con la misma defende-
lla, de donde correrían aquellos mares con mas seguri-
dad suya y daño del enemigo; y que sus pocas fuerzas
no daban lugar á mayor satisfacion. Fué tan nial reci-
bido este consejo de los mas, que con palabras llenas de
amenazas le contradijeron, y determinaron que Galí-
poli se defendiese , y que fuese tenido por infame y
traidor el que lo rehusase. Estimaron en tanto su de-
terminación, que por quitarse el poder de mudalla
barrenaron los navios; con que perdieron la esperanza
de la retirada por mar, quedándoles la que abriesen sus
espadas en los escuadrones enemigos. Siguieron el
ejemplo de Aga tóeles, en África, y le dieron á Hernan-
do Cortés en el nuevo mundo ; entrambos celebrados en
la memoria de los hombres por los mas ¡lustres que el
valor humano pudo emprender. Agatocles, rey de Si-
cilia, pasó con una armada á la África contra los car-
tagineses. Echada su gente en tierra, echó á fondo sus
navios, con que forzosamente hubo de vencer ó morir;
pero este tenía mas confianza y razón de vencer, por-
que llevaba consigo treinta mil hombres, y la guerra
solamente contra Cartago. Los catalanes se hallaron
pocos, lejos de su patria, y la guerra contra todas las
naciones del oriente. Superior á la mayor alabanza fué
la determinación de Cortés ; porque ¿quién pudo en ig-
notas provincias, distando inmenso espacio de su patria,
echar á fondo sus navios y escoger una muerte casi
cierta por una Vitoria imposible , sino un varón á quien
Dios con admirable provitlencia permitió que fuese el
que á su verdadero culto redujese la mayor parte de la
tierra? No quiero hacer juicio si este ó el de los cata-
lanes fué mayor hecho, porque pienso que son entram-
bos tan gandes, que fuera hacelles notable injuria si
para preferir al uno buscáramos en el otro alguna parte
menos ilustre por donde le pudiéramos juzgar por in-
ferior. Españoles fueron todos los que lo emprendieron ;
sea común la gloria.
CAPITULO XXXV.
Salen los nuestros de Galípoli á pelear con los griegos , y alcanzan
de ellos seflaladísima Vitoria.
Después de barrenados los navios, contentos de verse
fuera de peligro de perder la reputación con la retirada,
dispusieron su gobierno. Dieron á Rocafort doce con-
sejeros por cuyo parecer se gobernase. Esta elección se
hacia por los votos de la mayor parte del ejército, y su
poder en los consejos era igual al de Rocafort, y él eje-
cutaba lo que por parecer de los demás se resolvía. Hi-
cieron sello para sus despachos y patentes, con la ima-
gen de san George, y escritas en su orla estas letras: Sello
de la hueste de los francos que reinan en Tracia y Ma-
cedonia. Prudentemente, ámijuicio, pusieron en lugar
de catalanes, francos, por ser nombre mas universal y
menos aborrecido , y quisieron mostrar que aquel ejér-
cito era compuesto de casi tbdus las naciones de Euro-
pa contra los griegos, y que era causa común de todos
el socorrelles. Por grandeza de ánimo tengo no estre-
charse ios hombres al nombre de su patria, porque coQ
LXPEDICION DE CATALANES Y ARAGONESES.
33
este íinmlírc no so extrañíipeii los españoles de otras
provincias, iiuliaiio^ y tVaiicoses; sino (lilalalle por todo
c! rije de la tierra , patria común de lodos lus viviente^
El eueinif;o se voiiia llegando á las murallas de Galí-
poli y estreciiaba á los sitiados; y como en las ordinarias
escaramuzas, aunque con mayor daño de los griegos,
se perdia gente de nuestra parte , resolvieron de salir á
pelear con twlas sus fuerzas y aventurar en un trance
de una batalla su vida y libertad : consejo que le d?ben
seguir los que no pueden largo tiempo conservar la
guerra. No se hallaron en Galípoli para salir á pelear,
entre infantes y caballeros, mil y quinientos, puesto que
Nicéforo dice que fueron tres mil ; pero el autor escri-
bió por relación de los griegos, á quien el temor pudo
engañar, y parecer doblado el número de los ene-nigos.
Levantaron un eslandarle, antes de salirá pelear, con la
imagen de san Pedro ; pusiéronle sobre la torre princi-
pal de Galípoli con grandes demostraciones de piedad;
y puestos de rodillas, después de haber hecho una bre-
ve oración al santo, invocaron á la Virgen. Al tiempo
que empezaron la Salve con devotas aunque confusas
voces, eslando el cielo sereno, les cubrió una nube, y
llovió sobre ellos hasta que acabaron, y luego de im-
proviso se desvaneció. Quedaron admirados de tan gran
prodigio , y sintieron en sus corazones grandes afectos
de piedad y religión , con que les creció el ánimo , y tu-
vieron por cierla la vitoria , pues con tan claras señales
el cielo les ftivorecia. Reposaron aquella noche, no con
poco cuidado de que fuese la última de su vida. Sábado
por la mañana, que fué el siguiente, á los 21 de junio,
salieron de sus murallas y reparos. El enemigo, de-
jando por guarda de sus reales , que estaban en Bra-
cbialo, dos millas de Galípoli , parte de su ejército , con
ocho mil caballos y mayor número de infantes se ade-
lantó á pelear. Los nuestros echaron su caballería por
el lado izquierdo de su infantería, abrigándose por el
derecho del terreno algo quebrado. Guillen Pérez de
CaIJés, caballero anciano de Cataluña, llevaba el es-
tandarte del rey de Aragón ; Fernán Gori el de don Fa-
drique, rey de Sicilia; que olvidados de sus príncipes,
jamás olvidaron su memoria ; el de san George dieron á
Jimeno de Albaro, y Rocafort encomendó el suyo á Gui-
llen de Tous. Las centinelas que estaban en lo alto de
las torres de Galípoli dieron la señal de acometer, por-
que descubrían mejor al enemigo, que venia mejorán-
dose por los collados. Cerraron de una y otra parte con
gallardía, y fué tanta la furia del primer encuentro, que
afirma Montaner que los que quedaron dentro de Galí-
poli les pareció que todo el lugar venia al suelo, á se-
mejanza de terremoto. No pudieron los griegos contra
soldados tan pláticos y valientes , aunque con tanta des-
igualdad , salir con vitoria. Dieron luego la vuelta hacia
sus reales , donde pensaron rehacerse. Los que queda-
ron en su defensa, viendo su gente rota, salieron á de-
tener al enemigo, que con furia y rigor increible venia
ejecutando la vitoria. El nuevo socorro de gente des-
cansada detuvo algo á los vencedores, porque era la
mejor del ejército ; pero repetido el nombre de san Geor-
ge , cerraron con igual ánimo, y segunda vez vencieron
á los griegos, ganándoles sus alojamientos. Volvieron
las espaldas Umberto Palor, Basila y el grande Eteriarca.
Siguióse el alcance veinte y cuatro millas hasta Mono-
castuno; degollando siempre sin resistencia alguna, por-
ü-u
que la iiuida les hizo dejar l;is nrmns ron que nprf-tndos
pudieran defenderse de los nuestros, que esp¡i cidos,
rnnsados y pocos, les seguían ; pero la vileza de los grie-
gos era tnnla , que reliere un autor que p' r las heridas
en el rostro no osaban volvelle, aunque con solo osle
riesgo se pudieran defender; última nii!-eri!i á quepue<'e
llegar un hombre, cuando teme las heridas ma^ que tt
infamia. La mayor parte de los griegos vencidos mu-
rieron ahogados, porque seguidos de los catalanes, de
quien no esperaban buena guerra, sino afrenlay muer-
te , se arrojaban en los barcos y leños de la ribera , car-
gando en ellos mas gente de la que puilieran llevar; coa
cuyo peso, con la prie'^a de los que entraban , venían al
fondo y se abrian, ayudando á esta pérdida los proprins
catalanes, que metidos en el agua, á cuchilladas, y ¡isi-
dns de los bordes de los barcos, les forzaban á eclnirse
en el agua ó morir. Cnn la noche dejaron el alcance, y
cerca de la media volvieron á Galípoli, sin haber reco-
nocido los despojos que el enemigo les dejaba, juzgando
por mayor ganancia quitar vidas y derramar sangre de
los que con tanta impiedad quitaron las de sus coiiipa-
ñems y amigos. A la mañana salieron á recoger la pre-
sa, y fué de manera, que tardaron ocho dias en reti-
ralladeii tro de Galípoli ; vestidos de seda y oro (en aquel
tiempo mas eslimados por no ser tan comunes) en graa
cantidad, armas lucidas y joyas de mucho precio, tres
mil caballos de servicio, y bastimentos en tanta alnm-
dancia, que en muchos dias no se pudiera temer en Ga-
lípoli falla dellos. Murieron de los vencidos veinte mil
infantes y seis mil caballos , y de los nuestros un ca')a-
llo y dos infantes : no me atreviera á referillo, por pa:e-
cerme caso imposible, si autores de mucho crédito no
refirieran semejantes acontecimientos. Paulo Orosio,
escritor antiguo y cristiano, cuenta de Agatocles que
degolló con dos mil hombres treinta mil cartagineses
con su general Annon , y él perdió solos dos hombres.
CAPITULO XXXVL
Previénese Miguel Paleólogo para venir sobre Galfpoli; los nues-
tros salen á pelear con él tres jornadas lejos, y entre los luya-
res de Apros y Cipsela se da la batalla ; sale della Miguel ven*
cido y lierjdo.
La buena dicha de nuestras armas puso en cuidado
al emperador Andrónico y á Miguel su hijo , porque
nunca creyeron que gente tan poca se les pudiera dar,
y forzalles á poner todas las fuerzas del imperio para
su ruina. Con el suceso de Galípoli resolvieron lus Em-
peradores de juntar sus gentes, y dar sobre los nues-
tros antes que pudiesen de Cataluña ó de Sicilia llegar
socorros. Destas prevenciones y aparatos de guerra fue-
ron los nuestros avisados por una espía griega , que
Montaner envió con harto recelo de que volviese , por-
que otras de la misma nación, que á diversas partes se
enviaron, no volvieron. Catalanes no podían servir en
esta ocupación, porque siempre eran conocidos, aun-
que con traje y lenguaje griego se procuraban encu-
brir. Con este aviso se resolvieron todos de salir á bus-
car al enemigo la tierra adentro ; resolución tan gallar-
da como cualquiera de las otras que tomaron. No pienso
yo que tantas finezas y bizarrías se puedan haber leído
en otras historias; y así, algunas veces temo que mi cré-
dito y fe se ha de poner en duda ; pero advertido el
que esto leyere que Nicéforo Gregoras y Pachimerio,
3
31 DON FRANCISCO
autores griegos, y por serlo, enemigos, y Montaner, ca-
talán, concuerduii en lo que parece mas increíble, ten-
drá por verdad lo que escribunos. Montaner reíiereque
la principal causa que les movió á seguir este consejo
i'ué verse ya ricos y prósperos , y temer que la sobrada
aíicion de sus riquezas y el temor de perdellas no les
hiciera perder algo de su reputación. Siguiendo los con-
sejos mas cautos y menos honrosos, dejaron en Galípoli
de guarnición, donde quedaban su hacienda, mujeres
y familia , cien almugavares , y partieron la vuelta de
Andrinópoli , plaza de armas de aquel ejército que se
juntaba contra ellos, con firme determinación de pelear
con Miguel, aunque fuese asistido del mayor poder de
su imperio. Caminaron tres dias por Tracia , destru-
yendo y talando la campaña. Llegaron á poner una no-
che sus cuarteles á la falda de un monte poco áspero.
Las centinelas que pusieron en los altos descubrieron
de la otra parte grandes fuegos ; enviáronse reconoce-
dores, y poco después volvieron con dos griegos pri-
sioneros, de quien se supo la ocasión de los fuegos,
que fué por estar Miguel acuartelado con seis mil caba-
llos y mucho mayor número de infantes entre Agros y
Cipsela, dos aldeas pequeñas, aguardando lo restante del
campo. Quisieron algunos que aquella misma noche se
atravesase la montaña que les dividía , y diesen sobre
los enemigos descuidados; y no me parece que aproba-
ron este consejo , no sé por qué razón; porque , puesto
que forzosamente se liabia de pelear con ellos , mas fá-
cil fuera con la oscuridad y confusión de la noche aven-
turarse, que aguardar la mañana, cuando siendo tan
pocos pudieran ser mejor reconocidos. Después de ha-
berse todos confesado y recibido el sacramento de la
Eucaristía , hicieron un solo escuadrón de su infante-
ría , y la caballería dividen igualmente en dos tropas , á
cada lado del escuadrón la suya , y otro escuadrón de-
jaron en la retaguardia para socorrer adonde la nece-
sidad le llamase. Caminaron la vuelta del enemigo;
al salir del sol se hallaron de la otra parte de la monta-
ñuela, de donde descubrieron al enemigo, mas podero-
so de lo que la espía les dijo , y fué porque dos horas an-
tes llegó la mayor parte de su ejército, que le faltaba.
Reconoció el enemigo su venida; y como entre infantes
y caballos no llegaban á tres mil los nuestros , juzgaron
que venia á rendirlas armas y entregarse á la clemen-
cia de Miguel ; y esto lo tuvieron por tan cierto , que ni
querían tomar las armas ni salir de sus cuarteles. Pero
Miguel, que con tanto daño suyo conocía por experien-
cia el valor de sus enemigos, sacó su gente, y él se ar-
mó y puso á caballo, ordenando los escuadrones en
esta forma. La infantería, repartida en cinco escuadro-
nes, á cargo de Teodoro, tio de Miguel, general de toda
la milicia, que habia venido del oriente; en el cuerno
siniestro puso las tropas de caballería de los alanos y
turcoples, á cargo de Basila ; en el cuerno derecho se
puso la caballería mas escogida de Tracia y Macedonia,
con los valacüs y los aventureros, á orden del gran
Etriarca; en la retaguarda quedó Miguel con los de su
guarda y parte de la nobleza que asistía á su defensa.
Acompañábale el déspota su hermano, y Senacarip
Angelo, que este día no quiso tener gente de guerra á
su cargo, por hallarse ocupado en la defensa del Empe-
rador y tener cuidado de la seguridad de su persona.
Reconoció Miguel sus escuadrones y animados á la
DE MONCADA.
batalla , vinieron cerrando. Los nuestros , divididos cu
cuatro escuadrones, con grau ánimo y resolución , los
Pileros con quien setoparon fueron losalanos y turco-
pies, que su caballería (1) embistió el primer escuadrón
de almugavares, que invencible quebrantó su furia;
tanto, que dice Pachimerio que luego se retiraron hu-
yendo , aunque Nicéforo dice que los masagetas y tur-
copies, cuando tocaron las trompetas para embestir,
huydt'on, porque tenían resuelto los alanos de no ser-
vir al Emperador, y los turcoples tenían trato con ios
catalanes. De cualquier manera que ello fuese, ó des-
pués de haber embestido ó antes , ellos huyeron , y la
infantería, descubierta por el siniestro lado de toda la
caballería que le sustentaba , quedó , dice Nicéforo , co-
mo la nave sin árbol y sin velas en la mayor furia de la
tempestad. Parte de nuestra caballería , que se habia
juntado de almugavares y marineros, habia desmonta-
do y acometido á pié por aquella parte. La ocasión que
tuvieron para desmontar estas tropas fué solo por ha-
llarse inútiles en este género de servicio, y que si no
dejaran los caballos no pudieran pelear. Los demás
escuadrones de infantería, libres de la mayor parte de
la caballería enemiga que les pudiera dañar, cerraron
por la frente tan vivamente , que degolladas las prime-
ras hileras, donde estaban sus mas lucidos y valientes
soldados, todo lo demás de la infantería se puso en hui-
da, aunque la caballería de Tracia y Macedonia, como
la mejor y de mayor repuLicion de aquellas-provincias,
mantuvo por gran rato su puesto , peleando con nues-
tra caballería, y defendió uno de sus escuadrones qi:e
no fuese roto hasta que los almugavares le abrieren
por el otro costado y por la frente , y entonces su ca-
ballería con mucha pérdida dejó el puesto, huyendo la
vuelta de Cipsela. Miguel, como buen príncipe y va-
liente soldado, viendo sus escuadrones rotos, y su ca-
ballería parte retirada y parte deshecha, y en quien
tenía puesta la mayor esperanza de vencer, sacó su ca-
ballo la vuelta del enemigo , y luego repentinamente
quedó el caballo sin freno, y se arrojó la vuelta de los
enemigos. Detenido de los que estaban en su guarda,
hubo de subir en otro caballo, y sin tener por mal agüe-
ro el haber perdido el freno su caballo, se metía por lo
mas peligroso , y con gran presteza animaba á unos,
socorría á otros , cuándo con amenazas , cuándo con
ruegos, llamando á sus capitanes y maestres de campo
por sus nombres , que volviesen las caras , que resistie-
sen, que no perdiesen aquel día con tanta mengua la
reputación del imperio romano. Los soldados y capita-
nes, perdido una vez el miedo á su fama, y puesto en
ejecución caso tan feo como desamparar la persona del
Príncipe, también le perdieron á sus ruegos y quejas;
porque cuanto mayor es la infamia de un hecho , tanto
mas difícil es el arrepentimiento. Entonces Miguel qui-
so con el ejemplo, ya que no pudo con las palabras,
obligalles; y juzgando por grande afrenta no aventurar
su vida por la de los suyos, vuelto á los pocos que le
seguían, les dijo : «Ya llegó el tiempo, compañeros y
amigos, en que la muerte es mejor que la vida, y la
vida mas cruel que la misma muerte. Muérase con re-
(1) Cuya caballería , debiera decir, pues el que precedente no
puede interpretarse como causal ; pero este y otros descuidos que
advertirán los lectores, provienen de que Moscada no dio á su es-
crito la üiiima mano.
EXPEDICIÓN DE CATAL
pi;tnrinn,pí ce lia de vivir con iiifjimia.)) Y Itívanfaticloei
rostro alélelo, pidiéndole su a\uda, se arrojó con su
caballo en medio de ios nuestros. Siguiéronle liasta
ciento de los mas fieles, y por un grande espacio pu?o
la Vitoria en duda : tanto puede en semejantes occisio-
nes la persona del príncipe que se aventura. Hirió á
muchos y mató á dos. Un marinero catalán, llamado
Berenguer, que en la jornada deste dia se halló sobre
un buen caballo y con lucidas armas, despojos de la
Vitoria pasada , anduvo entre los enemigos tan bizarro,
que Miguel por entrambas causas le tuvo por algún se-
ñalado capitán de nuestra nación, y con deseo de mos-
trar su esi'uerzo, se fué para él y le dio una cuchillada
en el brazo izquierdo. Revolvió sobre Miguel el marinero
con tanta presteza, que sin darle tiempo de sacar su
caballo, agolpes de mázale hizo sallar el escudo, y le
hirió en el rostro, y al mismo tiempo le mataron á Mi-
guel el caballo, y le tuvieron casi rendido; pero algu-
nos de su guarda le socorrieron valientemente, y uno
dellos le dio su caballo, con que se salvó, quedando
muerto por librar á su principe. Miguel, perdida la
mayor parte de su gente , y libre del peligro por su va-
lor y porsudií-ha, se salió de la batalla, llevado mas
por la fuerza de los suyos que por su voluntad. Intentó
muchas veces volver á cobrar la reputación perdida;
pero siempre fué detenido, y su coraje reventó en lá-
grimas. Retiróse dentro del castillo de Apros, con que la
vitoriase declaró pornosotros. No se siguió el alcance,
porque entendieron siempre que á los griegos les que-
daban fuerzas enteras para volver segunda vez á pe-
lear, y temieron alguna emboscada, según Pachimerio
dice; y añade que fué particular providencia de Dios
el miedo que tuvieron los catalanes de la emboscada,
para detenelles que no ejecutasen la vitoria, donde
perecieran muchos mas, y Miguel llegara á sus manos.
Contentáronse con quedar señores del campo , y aguar-
dar la mañana, que les desengañarla desús sospechas.
Toda aquella noche se estuvo con las armas en la mano.
Llegó la mañana, y reconocieron que su vitoria habia
sido con entero cumplimiento. Acometieron á Apros el
mesmo dia, que defendido solo de sus vecinos, fácil-
mente se entró. En este lugar se detuvieron ocho dias
para que los heridos se curasen y los demás descansa-
sen del trabajo y fatiga de la batalla. Súpose luego co-
mo la gente que Miguel aguardaba , según las espías
refirieron , ya se le habia juntado antes de la batalla , y
que todo estaba veiicido. Perecieron, según Montaner,
del enemigo diez mil caballos y quince mil infantes; de
los nuestros veinte y siete, y nueve caballos. Retirado
Miguel dentro de Apros , no se tuvo por seguro , y aque-
lla misma noche se salió , y se fué á Panfilo, y de allí á
Didimoto, donde estaba su padre, de quien cuenta Ni-
céforo que fué reprehendido gravemente porque puso
su persona tan atrevidamente en tanto riesgo; que lo
que en un soldado ó capitán se debía de alabar, en un
emperador era digno de reprehensión : palabras naci-
das de la afición de un padre , mas de lo que debiera
aconsejar si no lo fuera ; porque no sé yo que tenga el
Príncipe mayor obligación de aventurarse que la que
Miguel se aventuró, cuando ve sus escuadrones deshe-
chos, su reputación en peligro, su gente muerta y sus
estados perdidos. ¿ Qué príncipe de los celebrados en
la memoria de Jas gentes dejó de poner su vida al raa-
ANES Y ARAGONESES. 3j
yor r'e<-go, cuando la importancia y grandeza del cuso
es de tal calidad?
Con esta vitoria la mayor parte de la provincia de '
Tracia quedó por de-pojnsde los nuestros. La«;ciuila-
des populosas y fuertes no padecieron en esta común
tempestad, porque siendo los catalanes tan pocos, no
se querían ocupar en asaltar murallas, donde forzosa-
mente habían de perder gente; y si algunas tomaron,
fué porque el descuido del enemigo les convidó para
que lo pudiesen hacer sin aventurarse mucho. Los
moradores de las aldeas y poblaciones de griegos de
toda la provincia, sabida la pérdida de su ejército, de-
jaron sus casas y sus haciendas y el trigo que estaba
ya para recoger, y peregrinando por reinos vecinos,
acrecentaron el temor de nuestra venganza; y dice Pa-
chimerio que entraba de todas partes inliniía gente
huyendo , y que parecia Constantinopla la esfera de Em-
pedüclcs(l). Fué ocasión esta vitoria de que sucediese
en Andrinópolí un caso lastimoso á los catalanes que
estaban presos desde la muerte de Roger, que llegaban
al número de sesenta. Tuvieron aviso de la vitoria de
Apros, animáronse á intentar su libertad. Estaban en
una cárcel fuerte de una torre ; rompieron los grillos,
y acometiendo una puerta, no la pudieron abrir; subie-
ron á lo alto de la torre para reconocer algún camino
de su libertad; no fué posible hallarle , y como deses-
perados de hallar piedad en los griegos, desde arriba,
con las armas que pudieron alcanzar, pelearon valien-
temente con los ciudadanos de Andrinópolí, que sitia-
ron la torre y la procuraron ganar á fuerza de armas;
pero fué tanto el valor de los que la defendían, que no
fué posible hacerles daño. Finalmente, después de mu-
chas heridas, los ciudadanos, desesperados de podelles
rendir , se resolvieron de quemar todo el edificio y tor-
re. Diéronle fuego por todas partes, y en poco ralo se
encendió con gran ruina del edificio. Por entre las lla-
mas y el fuego arrojaban piedras y dardos, y medio
abrasados peleaban. Despidiéronse , y abrazados unos
con otros , hecha la señal de la cruz ( así lo dice Pachi-
merio ) , se arrojaron en el fuego todos ; y entre ellos
dos hermanos de linaje ilustre y de ánimo valeroso,
abrasándose con gran lástima de los circunstantes, se ar-
rojaron de la torre, y escaparon del fuego, que con mas
piedad les perdonó que el hierro de los pérfidos griegos,
de quien fueron despedazados. Entre estos sesenta, so-
lo hubo uno que diese muestras de rendirse, á quien
los otros arrojaron de la torre. Después de haber des-
truida y talada la mayor parte de la provincia, volvie-
ron á Galípoli , acrecentados de reputación , de hacien-
da y de gente que se les juntaba de italianos, france-
(1) Este símil , usado en efecto por Pachyraeres, aanque no al
describir la batalla de Apros, sino en el lib. 6, cap. 25 de la His-
toria de Andrónico , creemos que necesita alguna interpretación.
La fráse es completamente metafórica, y alude á cierta secta de
ülüsofos que habia en Corinto , llamados ancmocelas , los cuales
suponían tener potestad sobre los vientos, guardándolos encerra-
dos y adormecidos en una especie de odre ó esfera, donde, como
en la cueva de Eolo, ó mas bien en las odres de Ulíses, se halla-
ban reducidos á una opresión rigorosa. A aquella secta pertenecía
Erapedocles, y á su odre ó esfera hace referencia el símil ; porque
verdaderamente las fuerzas de los griegos, agolpados y como suje-
tos en Constantinopla, parecían á las de los vientos metidas en tan
pequeño espacio. Quien desee aclaraciones mas amplias sobre la
expresión esfera de Empedocles puede consultar el Glosario de Pe-
dro Posin á ia Historia de Pachymeres, de Miguel Paleólogo, edi-
ción de Roma, de 1666, pág. 417,
3fi DON FRANCISCO
Pfs y eKpnñoIns , que pudieron escapar de la crueldad y
íunu de los griegos.
CAPÍTULO XXXVII.
Estado de las cosas de Andrónico y de los griegos.
En todos tiempos y edades se lia mostrado la igual-
dad de la justicia divina, pero en unos se lia señalado
mas que en otros con el azote de alguna pestilencia,
liambre ó guerra. Esta última se tomó para castigo de
Andrónico y de los griegos, que apartados de la obe-
diencia de la romana Iglesia , madre universal de los
qut^iilitan en la tierra, cayeron en mil errores, y por
ellos y por los demás pecados que antes se siguieron
permitió Dios que los catalanes fuesen los ministros de
su ejecución. Anadióse á los daños de la guerra males
y ilivisiones caseras, que entre los príncipes suele ser el
último y mayor de los trabajos , porque con él se con-
funden los consejos y se enflaquecen las fuer;cas, y es
un breve atajo para su ruina.
Irene, mujer del emperador Andrónico, jurgaba por
cosa indigna de su grandeza y sangre que sus tres hijos
Juan , Teodoro y Demetrio no tuviesen parte en el im-
perio (¡e su padt ej por* tener liijos de otra madre, llama-
dos primero á la sucesión , Miguel, ya nombrado por
emperador, y Constantino, déspota. Procuró por lodos
los medios posibles que su marido Andrónico dividiese
entre sus liijos algunas provincias de su imperio; no le
fué nnicedida esla demanda. Volvió segunda vez á tan-
tear oiro medio, mas perjudicial y dañoso para el impe-
rjii qtie el primero, y fué pedir que les declaraíe suce-
«on s y (•(impañer'í.s de Miguel, su liermano; negósele
también ; con que Irene, mujer ambiciosa, conociendo
(I amor grande de su marido, y que apartándole del
d()!)lara á «u constancia, y que el dusco de volvella á ver
fuera mas poderoso que lo liabian sido sus ruegos,
fílese á Tesalónica con gran contradicion de su mari-
do , aunque por no publicar males tan íntimos y secre-
tos, mostró en lo exterior que no le desplacía. Nunca
ausenciusetomó por medio para acrecenlaruna afición;
antes suele ser con que la mayor se desvanece, como
siempre suele experimentarse. El amor y afición de An-
drónico se fué perdiendo, y la mujer, al mismo paso
desesperando y cerrando la pueria á su pretensión,
trocó los ruegos en amenaziis. Admitió pláticas y tra-
tos de príncipes extranjeros enetr.igos de Andrónico;
envió á llamar á su yerno Cráles , príncipe de los triba-
los (O y de Servia, casado con su bija Simóníde, y le
dio todas las joyas y tanto dinero, que Nicéforo quiere
que con él se pudiera fundar renta para sustentar cien
galeras en defensa de los mares y costas del imperio.
Con esta división ¿qué poder no se deshiciera, qué
reino no se acabara, y mas sobreviniendo un ejército de
gente enemiga á quien el deseo de su venganza puso
eu la necesidad de morir ó vencer?
CAPITULO XXXVIII.
Los nuestros hacen algunas correrías, y toman á las ciudades
de Rüdesto y Pácela.
Retirados á Galípolí después de la vitoria, quedaron
dueños absolutos de la campaña, y Andrónico sin atre-
verse á salir de Constantinopla ni Miguel de Andriuó-
(1) Tribaloí ó tribalios, pueblos de la Misia inferior ; búlgaros.
(Valbucna, Dice. lat. esp.)
DE MONCADA.
poli : tan apretados les tuvieron nuestras armas. An-
drónico, á las quejas de tantos daños como baciaii los
catalanes en sus provincias, encogió los hombros, atri-
huyendo á sus pecados el castigo que Dios le enviaba,
y confesaba que no era poderoso para resístilles. Hasta
Maronea, Ródope y Bizia, ciento y setenta millas de
Galípolí, entraban haciendo correrías, con universal
temor y asombro de todas las provincias, porque no
había lugar que estuviese libre de su furia, por remoto
y apartado que fuese. Las ciudades que por su fortaleza
de muros no podían ?er acometidas, sentían estos ma-
les en sus vegas y en sus jardines, quemando y talando
lo mas estimado, y haciendo prisioneros á muchos, de
quien sacaban grandes y continuos rescates; y no solo
compañías enteras, pero cuatro ó seis soldados hacían
estos lances. Pedro de Maclftra, almogávar, que servia
en la caballería, hallándose una noche entre sus cama-
radas desesperado de haber perdido lo que tenia al
juego, resolvió de rehacer la pérdida y despicarse con
algún daño de sus enemigos, de que le resultase pro-
vecho. Subió á caballo, y con dos hijos que tenia, ca-
minando siempre entre enemigos, llegó á los jardines
que están pegados á Constantinopla, donde luego la
suerte le puso entre manos un padre y un hijo merca-
deres genoveses. Hízolos prisioneros, y dio con ello«en
Galípoli sin que persona alguna se lo estorbase, con ha-
ber veinte y cinco leguas de retirada. Hubo por su res-
cate mil y quinientos escudos, con que el almogávar
recompensó lo perdido y ganó reputación de valiente y
platico soldado. Estas y niuclias otras correrías refiere
Montaner que se hacían con igual felicidad y admira-
ción : á tanto llegó el atrevimiento de los catalanes.
Vió.-.e Roma cabeza del mundo , conocida entonces en
tanta grandeza y gloria , que desvanecida con sus vito-
rías y triunfos , se atribuyó el renombre de eterna ;
pero las armas de los godos y vándalos mostraron cuan
breves fueron sus glorias y cuan falso su atributo. Lo
mismo sucedió á Constantinopla, cabeza del imperio
oriental, en quien juntamente se levantaron y merecie-
ron el poder y la piedad por el grande Constantino , en
cuyos sucesores se conservó, hasta que la ira de Dios
ejecutó su castigo , entregándola por despojos á nacio-
nes extrañas, y en este tiempo casi forzada de pocos
catalcines y aragoneses á recibir leyes la que las daba
á tantos reinos y gentes.
Ardía en los corazones de los catalanes el deseo do
vengar la muerte afrentosa de sus embajadores en los
naturales y vecinos de Rodesto, donde tan inhumana-
mente fueron despedazados y muertos. Salieron á esta
jornada hasta los unios , en quien fué mas poderosa la
pasión de su venganza que la flaqueza de su edad. Es-
taba esta ciudad ribera del mar, sesenta millas de ca-
mino por tierra de Galípolí. Para llegiir á ella forzosa-
mente se habían dí dejar los nuestros pueblos enemi-
gos á las espaldas, y esta seguridad causó descuido en
los vecinos de Rodesto, porque nunca creyeron que los
catalanes se aventurarían sin tener la retirada llana y
sin peligro; pero estas dificultades fueran bastantes si
el agravio no las atropellara. Al amanecer escalaron
las murallas y la entraron sin hallar resistencia, ejecu-
tando muertes con tanta crueldad, que por este hecho
primeramente, y por los demás que fueron sucediendo,
quedó entre los griegos hasta nuestros días por refrán :
EXPEDICIÓN DE CATALANES Y ARAGONESES.
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«T.íi vppfrnnzn do mtn'anes te alcance.» Esta es la mayor
nialdicioii que entre ellos tienen agora la ira y el abor-
recimiento: tan viva se les repre'^enta siempre la me-
moria de aquel estrago. Dice Monlaner, eiicüreciendo
el desorden que hubo por nuestra parte, que los capi-
tanes y caballeros no pudieron detener ni impedir las
crueldades que los vencedores ejecutaron en los venci-
dos, porque perdido el temor de Dios y el respeto de-
bido á sus capitanes, y el de su misma naturaleza, des-
pedazaban cuerpos inocentes, por la edad incapaces de
culpa; basta los animales quisieron entregará la muer-
te, porque en el lugar no quedase cosa viva. De alli pa-
saron á Paccia, ciudad vecina, y la ganaron con la mis-
ma facilidad y trataron con el mismo rigor. Parecióles
á nuestros capitanes ocupar estos puestos, porque la
gente iba creciendo y era ya bastante para dividirse y
acercarse á Constanlinopla, cuya perdición y ruina era
el último fin de sus peligros y fatigas. A Montaner de-
jaron en Galípoli solo con algunos marineros, cien al-
mugavares y treinta caballos.
CAPULLO XXXIX.
Fernán Jiménez de Árenos llega á Galipoli, entra á correr la tierra,
y al retirarse rompe dus mil infantes y ochocientos caballuüdeí
enemigo.
Fernán Jiménez de Árenos, uno de los mas principa-
les capitanes aragoneses que vinieron con Roger en
Grecia, por algunos disgustos, como dijimos arriba, se
apartó de nuestra compañía. Con los pocos que le si-
guieron se fué al duque de Atenas , donde se detuvo
algún tiempo, sirviendo en las guerras que el Duque
tuvo con sus vecinos, que fueron muchas y varias; ac-
cidentes forzosos que padecen los estados pequeños que
tienen por vecinos príncipes poderosos. En todas ellas
Fernán Jiménez ganó reputación y ocupó lugar hon-
roso; pero el peligro desús amigos en su ánimo pudo
tanto, que dejó sus acrecentamientos seguros y ciertos
porsocorrelles con su persona. Habida licencia del Du-
que, con una galera, y en ella ochenta soldados viejos,
llegó á Galípoli. Fué de todos recibido con notables
muestras de agradecimiento. Diéronle muchos caballos
y arnias para poner su gente en orden , y con algunos
amigos que le quisieron seguir juntó trescientos infunles
y sesenta caballos, y con ellos entró la tierra adentro.
Después de haberse visto con los capitanes que estaban
en Rodesto y Paccia, y comunicado con ellossu resolu-
ción, caminó con su gente la vuelta de Constanlinopla,
y pasado el rio que los antiguos llamaron Batinia, sa-
queó y quemo muchos pueblos á vista de la ciudad.
Andrónico, de los muros nuVaba como se ardían las ca-
sas; y creyendo que todo nuestro campo era el que te-
nia delante, no quiso que saliese gente; antes la puso
en guarda y í-eguridad de Constanlinopla, repartida por
sus muros, esperando qne nuestras epadas se luibiau
de emplear aquel día eu su última rinna. Recelos fue-
ron estos de Andrónico bien fundados y advertidos,
porque el pueblo, lleno de pavor, acoslunibradoal ocio,
no trataba de lomar las armas para su propria defensa.
La gente de guerra mercenaria de turcoples y alanos,
ni por naturaleza ni por beneíicios obligada al servicio
de su principe , rehusaba y temía los peligros, á mas de
las sospechas del trato que tenían con nuestros capita-
nes. Entre estos temores y desconíianzas andaba mo-
lido Andrónico, cuando supo que Fernán Jiménez de
Árenos con solos trescíeníos era el autor de tantos da-
ños, y que Rocafortcon el grueso del ejército andaba
junto á Ródope. Entresacó Andrónico de su caballería
ochocientos, y con dos mil infantes les mandó salir á
cargar á Fernán Jiménez, que se retiraba con riquísima
presa. Salieron con buen ánimo y resolución, y pasando
aquella noche el rio', ocupando un puesto aventajado,
paso forzoso para los nuestros, se pusieron en embos-
cada. Descubriéronla luego los corredores de Fernán
Jiménez ; y como la retirada no podía ser por otra parte,
hecho alto, dijo á los suyos ; «Ya veis, amigos, que el
enemigo nos tiene cerrado el paso, y que solo puede
allanalle nuestro valor. Lo que en esto se interesa no
es menos que la vida, puesta en último peligro. Los
contrarios que tenemos delante son los mismos que ha-
béis vencido tantas veces con mayor desigualdad ; su
multitud solo ha servido siempre de aumentar nuestras
Vitorias; tan segura la tenemos en esta como en las de-
más ocasiones, pues se resuelven, según vemos, do
aguardarnos y pelear. El puesto aventajado les da con-
fianza, olvidados de que nuestras espadas penetran de-
fensas y reparos inexpugnables. Conozca esta gente
vil que donde quiera les ha de alcanzar el rigor de
nuestra justa venganza.» Diclioesto,hizo cerrar su in-
fantería dealmugavares, y él con sus pocos caballos
embistió las tropas de la caballería enemiga. Peleóse
valientemente; pero los dos mil infantes griegos, aco-
metidos de los trescientos almugavares, fueron- casi
todos degollados con tanta presteza , que tuvieron lu-
gar de socorrer á Fernán, que andaba peleando con la
caballería; y fué tan importante su ayuda , que luego
dejaron los enemigos el paso libre, con pérdida de seis-
cientos caballos entre muertos y presos. Vitoríosos y
llenos de despojos, pasaron adelante, y llegaron á Pac-
cia, donde Rocafortpoco antes había llegado de correr
de Ródop^.
CAPITULO XL.
Fernán Jiménez gana el castillo y lugar de Módico.
Parecíale á Fernán Jiménez que para asegurar sus
cosas importaba tomar alguna plaza donde pudiese te-
ner cuartel aparte del que tenía Rocafort, porque su
condición no daba lugar á que pudiesen vivir juntos.
La nobleza de sangre de Fernán y su trato llevaban tras
sí á muchos de los que seguían á Rocafort; pero te-
miendo su ira, como del mas poderoso, no osaban des-
cubiertamente dejarle sin tener la seguridad de alguna
plaza. Módico, lugar del enemigo mas vecino, puesto
á la parte del estrecho, al mediodía de Galípoli, fué el
que pareció intentar de ganalla por ínterpresa; y como
no les sucedió bien , pegados casi al lugar se fortifica-
ron y abrieron sus trincheras. Condenaban la ro'^olu-
cion de Fernán los bien entendidos del arle mililar,
porque con doscientos inf,m!es y ochenta caballos (|iiO
solos tenía no se podria emprender cosa tan d.Hcil co-
mo lo era ganar un pueblo, habiendo dentro «eíec:en-
tos hombres para lomar arma«; pero la vüeza de =us
ánimos y la constancia de los nuestros hizo fácil lo im-
posible. Cuando á una nación le falla la industria y el
valor, forzosamente ha de dar buenos su( esos al ene-
migo que la quisiere sujetar , porque ni el número de la
gente ni la defensa de las murallas le sirve de reparo.
gg DON FRANCISCO
L*s miseraliles priegos flrstepnoblo, con ser selccion-
tos, y l(is uuestrns apeiiiis trescientos, se encerraron
dentro de sus murallas , como si todo el campo de los
calalanes les sitiara, sin salir á pelear ni ú deshacerlo
que ?u enemigo trabajaba para fu ruina. Fernán Jimé-
nez levantó un Irabuco , y con él batió algunos días lo
que parecía mas flaco; pero tiraba piedras de tan poco
peso , que no hacia daño en sus murallas, iuertesy muy
levantadas. Arrimábanse escalas algunas veces, y todo
fué sin fruto. Montaner de Galipoli socorría con basti-
mentos y vituallas ; solo los nuestros cuidaban de ase-
gurarse dentro de sus fortificaciones, dando cuidado al
enemigo, y rendille á vivir mas descuidado. Con su asis-
tencia y pertinacia alcanzaron al fin lo que pretendían;
porque los griegos, después de largos siete meses de
sitio , creció en ellos el desprecio de sus enemigos, y al
mismo paso el descuido de guardarse. Las centinelas
eran pocas, y estas no muy ordinarias. El d." de julio
celebraron los griegos dentro de su pueblo con gran
solemnidad una de sus fiestas; y como el mayor de sus
deleites es el del vino , vicio que en todas las edades in-
famó mucho esta nación, bebieron de manera, olvida-
dos de que el enemigo estaba sobre sus murallas y aten-
to á las ocasiones de su daño, que unos bailando, otros
ala sombra durmiendo, dejaron de guarnecerlas mu-
rallas como solian. Fernán Jiménez , desesperado ya de
que Módico se le rindiese y de tomalle, estaba dentro
de su tienda dudoso de lo que liabia de hacer , cuando
las voces y algazara de los que bailaban le sacó de su
tienda. Poco á poco se arrimó á las murallas , y reco-
nociéndolas sin gente , mandó que ciento de los suyos
diesen una escalada , y él con lo restante acometeria
la puerta. Púsose con diligencia increíble esta ejecu-
ción en efeto. Los ciento arrimaron las escalas , y su-
bieron hasta setenta de ellos sin ser sentidos , y ocu-
paron tres torreones. Los griegos , despertando de sue-
ño tan dañoso, tomaron las armas, incitados mas por
la fuerza del vino que por su valor , y procuraron echar
de los torreones á los nuestros. En este combate ocu-
pados todos , no acudieron á la puerta que Fernán ha-
bía acometido; y así, sin tener quien la defendiese, la
puso por el suelo , y entró á pié llano por el lugar, dan-
do por las espaldas á los que combatían los torreones.
Fuéronse retirando y defendiendo en las torres estre-
chas de las calles, y últimamente pusieron su seguri-
dad en la huida , y con ella dejaron libre el lugar y el
castillo á Fernán con la mayor parte de sus haciendas.
Este fin tuvo el sitio de Módico y la dichosa pertinacia
de un aragonés en los ocho meses que duró este sitio.
No hallo cosa notable que escribir de los nuestros que
estaban en los demás presidios; solo ordinarias corre-
rías la tierra adentro para buscar el sustento forzoso.
CAPITULO XLI.
Divldense los nuestros en cuatro plazas ; Montaner rompe
á Gcorge de Cristopol.
Ganado el lugar y castillo de Módico , Fernán Jimé-
nez de Árenos le tomó por presidio y plaza suya. Ro-
cafort dividió su gente en Rodesto y Paccía , y Monta-
ner, escribano de ración, quedó gobernando en Gali-
poli , donde los bastimentos y armas de todo el campo
se juntaban y prevenían. Sí á los soldados de los demás
presidios les faltaban armas , caballos y vestidos, acu-
DE MONCADA.
dian á Galipoli. Allí residinn los mcrcndfres de todas
naciones, los heridos, viejos y otra gente inútil, que,
como lugar mas apartado del enemigo, se tenia por
mas seguro. Con este modo de gobierno se sustenta-
ron los nuestros cinco años, sin que en todas aquellas
comarcas se labrase campo ni viña , cogiendo solamen-
te lo que la tierra naturalmente producía. Esta manera
de hacer la guerra los tiempos la han mudado y mejo-
rado; porque el principal intento no es desolar y tro-
car en desiertos las campañas, sino conservallas para
el uso proprio; porque ganarse una provincia para des-
truilla y totalmente impedir la cultivación desuscam-
pos , es lo mismo que no ganalla , y mas cuando de sus
frutos necesariamente se han de valer sí quisieren sus-
tentarse en ella. Por no advertir estos inconvenientes
los nuestros y no moderarse en sus crueldades, que
eran las que desterraban de los pueblos los labradores,
se vieron en tanta necesidad, que con estar llenos de
Vitorias, la falta de los víveres les sacó de Tracia con
mucho peligro y daño. Jorge de Cristopol , caballero
rico y principal de Macedonia, venia de Salonique á
Constantinopla á verse con el emperador Andrónico,
con ochenta caballos. Tuvo noticia que Galipoli estaba
con poca gente, y pareciéndole que podría hacer algún
buen lance, dejó su camino , y con buenas espías llegó
cerca de Galipoli sin ser sentido , y encontróse luego
con algunos carros y acémilas que habían salido á ha-
cer leña. El que los llevaba á su cargo era Marco, sol-
dado viejo en la caballería. Viéndose acometido tan im-
provisamente , dijo á la gente de á pié que se retirasen
entre las paredes de un molino , y él tomó la vuelta de
Galipoli. La gente de Jorge, sin detenerse en ganar el
molino, fueron siguiendo al soldado, para que el aviso
y ellos llegasen á un tiempo ; pero como mas platico
Marco en la tierra, dio el aviso primero á Montaner,
capitán de Galipoli; con que todos tomaron las armas
y se pusieron á la defensa de sus murallas, y con ca-
torce caballos y algunos almugavares Montaner salió
á reconocer el enemigo y entretenelle , mientras la gen-
te esparcida fuera del lugar tuviese tiempo de retirar-
se. Topáronse luego, y Montaner, hecha una pequeña
tropa de sus catorce caballos, cerró con los ochenta, y
peleó tan valientemente, que Jorge se retiró con pér-
dida de treinta y seis de los suyos muertos ó presos.
Fuéle Montaner siempre cargando , hasta que llegó al
molino. Cobró las acémilas y salvó la gente. Vuelto á
Galipoli , se pusieron en libertad los prisioneros y re-
partieron la ganancia : á los hombres de armas veinte
y ochoperpres de oro (1), catorce á los caballos ligeros,
ysíeteá los infantes.
CAPITULO XLII.
Rocafort y Fernán Jiménez de Arenús toman al Estañara y cobran
sus cuatro galeras.
Al mismo tiempo que Montaner hizo tan buena suerte
contra Jorge, Rocafort y Fernán Jiménez de Árenos jun-
taron la gente que estaba dividida en Paccía , Rodesto
(1) Cuando la negociación del rescate deBerenguerde Entenza,
de que ya se ha hablado, dice el mismo Montaner en su crónica ci-
tada estas palabras : E yo enírel veure, e volgui donar X milia
perpres de oro, qui val hu X sous barceloneses, e quel nos lexas-
sen, e non volgren fer. Según don José Salat, en su Tratado de las
monedas de Cataluña , un sueldo de temo barcelonés equivalía á
veinte sueldos corrientes.
EXPEDICIÓN DE CATALANES Y ARAGONESES.
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y Móflico , y entraron por Trncia liácia el mar Mayor,
ijacieiido lo que siempre , pegando fuego á los lugares
después de saqueados , talar y abrasar los frutos de las
campanas , cautivar, matar; jamás aflojando en su ven-
ganza. Parecióles intentar de tomar Estañara , pueblo
de mucho trato , á la ribera del mar de Ponto, donde se
fabricaban la mayor parte de los navios de Tracia. Atra-
vesaron largas cuarenta leguas ; entraron el lugar sin
liallar resistencia, porque nunca temieron álos cata-
lanes, estando tan apartados de sus presidios para vivir
tíon cuidado. Ganado el lugar, acometieron los navios
"y galeras del puerto, que afirma Montaner que fueron
ciento cincuenta bajeles, y todo se les liizo llano en el
mar como en la tierra. Recogieron riquísima presa, y
cobraron sus cuatro galeras, que los griegos tomaron
en Constanlinopla cuando mataron á Fernando Aones,
su almirante. Fué notable el espectáculo de aquel dia,
porque , turbado el orden de la misma naturaleza, ane-
garon la tierra, rompiendo algunos diques que dete-
nían el agua de las acequias, y en el mar pegaron fuego
á los navios, sirviendo los elementos de ministros de
su venganza, y saliendo de sus límites y jurisdicion
para ruina de sus contrarios : parecía que volvían á su
primer confusión, según andaba todo trocado. Murie-
ron muchos quemados en el agua, otros ahogados en
la tierra ; solo reservaron del incendio sus cuatro gale-
ras , que estando cargadas de despojos y reforzadas de
gente , se enviaron á Galípoli. Pasaron por el canal de
Constantinopla con mayor espanto de los enemigos que
peligro suyo, porque no hubo quien se les opusiese. Ro-
cafort y Fernán tomaron el camino de sus presidios muy
poco á poco , corriendo por entrambos lados la tierra
para buscar el sustento forzoso y quitársele á su ene-
migo, que desamparando los lugares, se retiraba á lo
mas áspero de sus montañas. Andrónico, sabida la
pérdida , no le parecieron bastantes sus fuerzas para
podella restaurar, saliendo á cortalles el camino ; antes
desesperado, entregó sus provincias al rigor de las ar-
mas enemigas, desconfiando no tanto del valor como
de la fe de los suyos : daño que padecen todos los prín-
cipes que por su crueldad y tiranía hacen á los mas
fieles desleales. En el imperio griego se introdujeron
los príncipes mas por aclamación del ejército que por
derecho de sucesión ; y como temían perder el lugar
por las mismas artes que le ocuparon, andaban con
perpetuos recelos y temores, asi de los subditos que
se aventajaban á los demás en valor y consejo , de los
ricos, de los honrados, de los bienquistos, como de los
atrevidos y sediciosos, igualmente afligidos de las vir-
tudes de los unos y de los vicios de los otros. Desto na-
cieron las crueldades entre los desta nación de quitar
la vista, las orejas y las narices; proscripciones, des-
tierros, muertes por vanas sospechas imaginadas ó fin-
gidas para quitarse el miedo de la emulación , y las mas
veces fueron oprimidos de lo que nunca temieron. An-
drónico , tenido por príncipe de singular prudencia , á
lo último de sus años su nieto Andrónico le quitó el
imperio , prevenidos sus consejos por el atrevimiento
de un mozo : este lin tienen siempre los reinados é im-
perios que con razones políticas solamente se quieren
conservar y emprender.
CAPITULO XLIII.
Los catalanes y aragoneses, por dar cumplimiento S su venganza,
á las faldas del monte Hemo vencen á los masagetas.
No estaban los catalanes y aragoneses á su parecer
enteramente satisfechos si los masagetas con su gene-
ral Gregorio , principal ministro de la muerte del cesar
Rogery de los que con él iban, se retiraban á su pa-
tria sin llevar justa recompensa del agravio que de-
llos recibieron. Y como por los avisos que tuvieron se
supo que los masagetas, con licencia de Andrónico , se
volvían á su patria cansados de los trabajos y fatigas
de la guerra , prefiriendo la servidumbre y sujeción de
losscitas, sus antiguos señores, á la libertad que go-
zaban entre los griegos (tanlo puede el amor de la pa-
tria , que hace parecer dulce la sujeción y libertad, fue-
ra della insulriblo) ; parecíales á los nuestros lance for-
zoso, puesto que les liabian de buscar, salir luego en
su alcance ames que pasasen el monte Hemo , que di-
vide el imperio de los griegos del reino de Bulgaria;
porque fuera mal advertida resolución si dentro de Bul-
garia les siguieran , así por ser la retirada difícil , por
la angostura de los pasos , entradas y salidas del mon-
te, como por ser la gente de Bulgaria belicosa, y enton-
ces amiga de Andrónico. Juntos los capitanes en Pac-
cia , resolvieron que para esta facción se debía hacer
el mayor esfuerzo; y así, para poder sacar mas gente,
desampararon á Paccia, Módico y Rodesto ; solo que-
dó Galípoli , donde se retiraron todas las mujeres , de-
bajo del gobierno de Ramón Montaner, con doscientos
infantes y veinte caballos. Replicó Montaner diciendo
que no le estaba bien á su reputación faltaren la jor-
nada que todos se aventuraban; pero los ruegos del
ejército le obligaron á quedarse, y la confianza quede
su persona hicieron encargándole la defensa desús mu-
jeres, hijos y haciendas. Ofreciéronle del quinto de la
presa un tercio , y otro para sus soldados ; y c#n ser la
ganancia cierta y sin peligro , muchos de los soldados
la estimaron en poco, y quisieron mas seguir el ejérci-
to , saliendo de noche á juntarse con Rocafort ; ú otros
Ramón Montaner dio licencia, viéndoles resueltos de
partirse sin ella, y movido de algún interés, porque le
ofrecieron partir con él la parte de la presa que les cu-
piese. Con esto los doscientos infantes quedaron en
ciento treinta y cuatro , y los veinte caballos en siete.
Las mujeres eran mas de dos mil ; y así, dice el mismo
Montaner : Romangui mal acompanyat de homens , y
ben acompanyat de fembrcs. Enviáronse con buenas
escoltas á Galípoli todas las que estaban en los presi-
dios , y luego nuestros capitanes partieron de Paccia á
grandes jornadas la vuelta de los masagetas , que, avi-
sados del intento de los catalanes, apresuraron su par-
tida ; pero su diligencia no pudo ser mayor que su des-
dicha; porque sus enemigos, después de doce días de
camino, les alcanzaron antes de pasar el Hemo. Los
reconocedores del campo de los catalanes una tarde
descubrieron el de los masagetas, y por los de la tierra
se supo que eran tres mil caballos y sois mil infantes, y
el bagaje infinito, por llevar sus familias y haciendas.
Rocafort y Fernán Jiménez fuéronse mejorando con su
gente por asegurarse de que los masagetas no se les
fuesen por pies, y descansaron el dia siguiente dentro
de sus alojamientos. Al amanecer del otro, alentada su
40 DON FRANCISCO
gente con el repodo , presentaron la batalla al enemigo.
Los masugetas, gente la mas valiente de todas las na-
ciones de levante, admirados mas que atemorizados del
ca«o , tomaron las armas y salieron á recibir sus ene-
migos en la defensa de sus liijos y mujeres. Gregorio,
general, principal ministro de la muerte del cesar Ro-
ger, con mil caballos dio principio al terrible y espan-
toso combate, oponiéndose á nuestra caballería, que
iba á meterse entre los reparos que tenian heclios con
los carros. Trabóse sangrienta batalla, porque fueron
las demás tropas de una y otra parte cerrando con la
infantería. Viéronse notables hecbos en armas, porque
iguales en valor , aunque desiguales en número , com-
batían. El teatro desta tragedia era un llano que por es-
pacio de dos leguas se extendía á las faldas del Hemo.
La caballería, destrozadas las armas, muertos Ios-ca-
ballos, las espadas y mazas rotas, con las manos, con
los cuerpos se sustentaba en la pelea." A unos daba áni-
mo el deseo de venganza insaciable , á otros la nece-
sidad última de su propria defensa , y en todos gober-
naba el caso, porque los masagetas estaban ya todos
fuera de sus reparos peleando trabados y confusos con
los nuestros. Hasta mediodía anduvo la Vitoria du-
dosa y varia ; pero muerto Gregorio cabe sus banderas
con los mas valientes capitanes, se inclinó á nuestra
parte. Quisieron los vencidos rehacerse dentro de los
reparos , pero no fué posible , porque los vencedores
entraron juntamente con ellos , dándoles la muerte en-
tre los brazos de sus mujeres, a quien muchas veces
alcanzaba la espada , porque sin excepción de sexo ni
edad salían á la defensa de sus hijos y maridos, ofre-
ciendo sus cuerpos al rigor de la muerte. Acrecentó la
Vitoria el detenerse los masagetas en poner en los ca-
ballos á sus mujeres y hijos para huir; porque si de
solo sus personas cuidaran , pocos se dejaran de librar
huyendo; pero el amor natural, poderoso aun entre
losbárjiaros á despreciar la muerte, les detuvo para
mayor daño suyo. Esparcidos por la llanura , camina-
ban al guarecerse de la montaña, mas los caballos, can-
sados, poco ayudados de las mujeres, mas llenos de te-
mor é impedidos de los niños que en los pechos y en
los brazos sustentaban , no pudieron salvarse. En este
alcance perecieron casi todos, porque desesperados re-
volvían sobre los nuestros, a cuyas manos hechos pe-
dazos , rendían la vida por dar lugar á que sus mujeres
fie alargasen. No escaparon de nueve mil hombres que
tomaban armas, trescientos vivos, y en esto concuer-
dan Nicéforo y Montaner. Sucedió en este alcance un
caso tan extraño como lastimoso. Viendo la batalla per-
dida y que las armas catalanas lo ocupaban todo, un
masageta , mozo valiente y bravo, quiso acudir al re-
medio de la huida , más por librar á su mujer hermosa
y de pocos años que por temor de perder la vida. Con
la priesa que el peligro pedia sacó su mujer de los re-
paros y tiendas , donde todo andaba ya reviielto con la
sangre y con la muerte, y puesta soijre un caballo, el
primero que el caso le ofreció , y él en otro , tomaron
el camino del monte. Tres soldados nuestros , movidos
de su codicia ó quizá de la hermosura y bizarría de la
mujer, la fueron siguiendo. Reconoció el marido sus
enemigos y el cuidado con que le venían siguiendo.
Echó el caballo de su mujer delante, y con el alfanje
le iba ciando , y animaba con voces; pero el caballo se
DE MONCADA.
rindió al calor y cansancio. Con esto el ma«agetatuvo
por menor mal dejar la mujer que morir él , y dando
riendas y espuelas á su caballo , pasó adelante ; pero las
lágrimas y quejas tan justamente vertidas de su mujer
le detuvieron. Revolvió su caballo , y emparejando con
ella , le echó los brazos , y con besos y lágrimas se des-
pidió y apartó enternecido , y levantando luego el al-
fanje le cortó de una cuchillada la cabeza. Bárbara y
fiera crueldad y extraña confusión de accidentes , qua
puedan en un mismo tiempo andar juntos los abrazos
con el cuchillo, y los besos con la muerte ; efetos to-
dos de la pasión de un amante. Amor tierno dio los
abrazos y besos; celos insufribles el cuchillo y la muer-
te, porque sus enemigos no gozasen lo que él perdía,
y vencieron los celos : dos efetos igualmente poderosos
en el ánimo del hombre , amor y deseo de vivir. Al mis-
mo tiempo que cayó la mujer muerta del caballo , le
cogió por la rienda Guillen Bellver , uno de los tres que
la seguían; pero el masageta, bañado de sangre propria
vertida por sus manos , con increíble furia y braveza,
de una cuchillada quitó el brazo y la vida á Guillen , y
revolviendo sobre Arnau Miró y Berenguer Ventallo-
la, dando y recibiendo heridas, cabe el cuerpo difunto
de la mujer cayó muerto ; y no parece que cumpliera
con las leyes de amante si , como sacrificó la vida de su
mujer á sus celos, no sacrificara la suya á su amor. De
cualquier manera fué el caso indigno de hombre racio-
nal, cuando no cristiano. De Radamisto, hijo de Ta-
rasmanes , rey de Iberia , nos cuenta Tácito un suceso
semejante , cuando huyendo con su mujer Cenobia en
sendos caballos , junto al rio Araxes , viéndola rendida
por estar preñada , y temiendo que no llegase á manos
de su enemigo ofendido prenda en quien pudiese con
grande mengua y afrenta suya vengarse , le dio cinco
heridas y la echó en el rio ; pero Cenobia tuvo dife-
rente fin que la mujer del masageta , porque unos villa-
nos la sacaron del rio , la curaron y entregaron al rey
Tiridates , enemigo de Radamisto.
Los nuestros después de la vitoría recogieron la pre-
sa y los cautivos , y dieron la vuelta á sus presidios con
grande alegría y regocijo de haber dado fin á su ven-
ganza con tanto cumplimiento. El camino que llevaron
fué con fatiga y peligro, por ser largo , y la tierra ene-
miga, puesta en armas, retirados en lugares fuertes
los frutos recien cogidos de las campañas; con que la
comida las mas veces se compraba con sangre y vidas.
Hay entre Nicéforo y Montaner alguna diversidad en la
relación desta jornada. Nicéforo dice que los catalanes
la emprendieron á persuasión de los turcoples , porque
en el tiempo que juntos militaban debajo de las bande-
ras del imperio, los masagetas, como mas poderosos en
la reputación , de las presas siempre les trataron con
desigualdad, y les hicieron agravio, de que quisieron
los turcoples por este camino tomar satisfacion. Mon-
taner solo dice que fué pensamiento de los catalanes,
y déjase bien creer, porque en materia de venganza no
¡labia para qué solícítal les. Lo que yo tengo por cierto
es que los turcoples fueron los que les avisaron de la
partida de los masagetas , y que algunos siguieron á los
catalanes, pero no toda la nación junta, ni Meleco su
capitán ; porque después d«sta vitoria dejaron al em-
perador Andrónico, y vinieron á servir á los catalanes,
como en su lugar se dirá.
EXPEDICIÓN DE CATALANES Y ARAGONESES.
CAPITULO XLIV.
Acometen los genoveses á Galípoli, y retiranse con pérdida
de su general.
En el mismo tiempo que Rocafort y Fernán Jiménez
alcanzaron Vitoria de los masagetas, Ramón Montaner,
capitán de Galípoli, la alcanzó de genoveses. Fué el su-
ceso notable, y en que claramente se muestra cuan
varios son los accidentes de una guerra, pues algunas
veces las Vitorias y pérdidas nacen de causas ni pre-
vistas ni esperadas. Antonio Spínola con diez y ocho
galeras genovesas llegó á Constantinopla para traer al
marquesado de Monferrato á Demetrio, tercer hijo de
Andrónico y de la emperatriz Irene , y platicando con
el Emperador del estado de la cosas de los catalanes,
el Spínola, con mas temeridad que cordura, ofreció de
tomar á Galípoli y echar los catalanes de Tracia , si le
daba palabra de casará Demetrio, su hijo tercero, con la
hija de Apicin Spínola ; premio debido á tan señalado
servicio. Andrónico aceptó el partido y empeñó su pa-
labra que casaría á su hijo. Con esto el genovés arro-
gante con dos galeras llegó á Galípoli debajo de seguro.
Preguntó por el capitán, y llevado adonde estaba, con
semblante soberbio y descortés le dijo : «Yo soy Antonio
Spínola, general de mi república : vengo á ordenaros
que sin réplica y dilación dejéis libres estas provincias,
y os retiréis á vuestra patria; porque de otra manera os
echaremos con las armas, y estaréis sujetos á su rigor.»
Ramón Montaner, reconociéndose sin fuerzas, como
cuerdo y buen soldado respondió reportado con mucha
blandura y cortesía , que el salirse de Galípoli y de
Tracia no era cosa que tan arrebatadamente se podía
hacer como él quería , y que amenazalles con sus ar-
mas era cosa muy fuera de toda razón y de las paces
que tenían sus reyes y su república; queél estaba puesto
en guardalla mientras ellos la guardasen. Replicó An-
tonio , y segunda y tercera vez desafió á todos los cata-
lanes con palabras llenas de mil ultrajes , y quiso que
constase su desafío por fe pública de escribano. Mon-
taner, irritado de tanta insolencia, perdió el sufrimien-
to y respondió con valor , que la guerra que les de-
nunciaba de parte de su república era injusta; y que así,
protestaba delante de Dios y por la fe común que pro-
fesaban, que todos los daños , derramamiento de san-
gre, robos, incendios y muertes serian por su causa,
porque ellos forzosamente se habían de oponer á tan in-
justa ofensa; que la república de Genova no tenia ju-
risdicion para requerille saliesen de Tracia , no siendo
aquella tierra sujeta á su señorío; que si su derecho
solo le fundaban en su poder, viniesen á echarles ; que
el suceso mostraría la diferencia que hay del decir al
hacer ; que Andrónico era cismático , fementido , y que
sus armas se habían de emplear en su ruina á pesar de
genoveses. Luego con esta respuesta Antonio volvió sus
galeras , y con ellas á Constantinopla , y dio cuenta al
Emperador de lo que había pasado , y ofreció de dalle
luego ganado á Galípoli, por la poca defensa que tenia.
Andrónico , codicioso de ganar el presidio de sus ma-
yores enemigos , dio al Spínola siete galeras con su ca-
pitán Mandriol, genovés de nación, paraque,juntascon
las diez y siete, facilitasen masía empresa. Antonioem-
barcó á Demetrio, y con veinte y cinco galeras llegó al
di 1 siguiente á las dos, después de mediodía , á los Pa-
omares, cerca de Galípoli, y comenzó á desembarcar la
41
gente. Montaner con los pocos caoallosque tenia, arris-
cado y valiente, á la lengua del agua impedía la desein-
barcacion.Pero diez galeras, apartándose de las demás,
libremente pusieron en tierra la gente que traían. Hirie-
ron á Montaner y le mataron el caballo ; y creyendo los
genoveses que su dueño lo quedaba , dijeron á voces :
«Muerto es el capitán, y Galípoli nuestro;» pero socorri-
do de un criado , escapó de sus manos con cinco heri-
das. Retiróse dentro de Galípoli bañado en sangre pro-
pria y ajena, y causó alguna turbación, creyendo que
las heridas de su capitán eran mortales. Reconocidas
luego , fué de tan poco cuidado , que ni el pelear ni á
gobernarle impidieron. Guarneciéronse las murallas de
Galípoli con dos mil mujeres, siendo cabo de cada diez
un mercader catalán , y con chuzos , espadas y piedras
se pusieron á la defensa de su libertad , sucediendo no
solo en el cargo , pero en el valor de sus maridos. Due-
ños ya los genoveses de la campaña, ordenadas sus ha-
ces, llegaron á Galipoli, y arrimaron sus escalas, tirando
innumerables dardos; apretaron gallardamente el asal-
to, y mas cuando vieron las murallas solo defendidas
de mujeres. La resistencia mostró luego que solo en el
nombre lo parecían, y en el esfuerzo y constancia va-
rones invencibles. Rebatidos, con muchas muertes y
heridas, de las murallas, creyeron que la flaqueza na-
tural del sexo , si porfiadamente se combatía , se ren-
diría. Volvieron segunda vez al asalto, pero con mayor
dañóse retiraron. Miraba Antonio Spínola de su capita-
na el combate; y viendo su gente rendida , desesperado
de poder hacer algún buen efeto con sola la que tenia
en tierra, acudió con su persona y con cuatrocientos
caballos á dar calor al asalto. Llegó á las murallas, co-
nociendo el daño de cerca y tanta gente muerta. Qui-
siera no haberse empeñado ; animó á los suyos, y aco-
metieron con valor. Renovóse el combate, y en las
mujeres creció el ánimo con el peligro, llenas de san-
gre ylieridas, tan asistentes en sus postas, que alguna
de ellas con cinco heridas en el rostro no quiso dejar
la suya, juzgando que tan honrado puesto como ocu-
par el que el marido debiera tener , no se había de per-
der sino con la vida. Los genoveses, afrentados de ver-
se tan gallardamente rebatidos de mujeres, obstinada-
mente peleaban ; en caer uno muerto de las escalas,
había otro que se ofrecía al mismo peligro. Ramón
Montaner, visto el daño que habían recibido los geno-
veses , y que ya no tenían dardos que tirar , sus escua-
drones deshechos , la mayor parte heridos, los demás
cansados y rendidos al rigor del combate y del tiempo,
por ser el mes de julio, poco después del mediodía, con
cien hombres y seis caballos, sin armas defensivas, por
Irmas sueltos, salió á pelear. Abierta una puerta de
Galípoli, se arrojó con sus seis caballos sobre el ene-
migo, desalentado de la fatiga del calor y las armas; si-
guiéronle los cien hombres, y con poca resistencia todo
lo vencieron y degollaron. Tomaron los vencidos la
vuelta de sus galeras ; apretados siempre de sus enemi-
gos, perecieron casi todos en el alcance. Las galeras
tenían las escalas en tierra, y hubo algún catalán que si-
guiendo á su enemigo, llegó á darle muerte dentro de
la galera ; y si Montaner aquel día tuviera mas gente de
refresco , pudiera ser que muchas de las galeras geno-
vesas quedaran en su poder. Demetrio, hijo del Empe-
rador, y los demás capitanes que quedaban vivos se alar-
42 DON FRANCISCO
gáronííetíprra, temípnclo el atrevimiento y o?af1íadel
vencedor. Los cuatrocientos caballos murieron todos,
y su capitán Antonio en el mismo lugar donde de parle
de su república retó á todo nuestro ejército y le de-
nunció la guerra : fin justamente merecido de un hom-
bre tan arrogante , y que tan fuera de toda razón rom-
pió una guerra ; y su pérdida fué aviso para los que
ofrecen á los príncipes empresas sujetas á la incerti-
dumbre de la guerra por muy fáciles y seguras. En-
cendida una guerra y empuñada una espada, lo muy
cierto está dudoso, cuanto mas lo que está en duda.
Antonio Rocanogra, capitán genovés, bailando corta-
do el paso para sus galeras , con hasta cuarenta solda-
dos se puso en defensa en lo alto de un collado. Llegó
este aviso á Montaner después que los pocos genoveses
que quedaron se habian con tanta infamia y daño reti-
rado á sus galeras y alargado con ellas; revolvió con
la gente que tenia hacia donde el genovés estaba con
los suyos; peleó con ellos, y parte rendidos, parte
muertos, quedó solo Antonio Rocanegra con un mon-
tante , haciendo bravas y extremadas pruebas de su va-
lentía. Aficionado y obligado Montaner, aunque ene-
migo, de tanto valor , detuvo los soldados que le tira-
ban y procuraban matar, y con mucha cortesía le pidió
que se diese á prisión. Pero el genovés temerario , re-
suelto de morir antes que rendir las armas , menospre-
ció los ruegos y cortesía de Montaner, con que provocó
la ira á los vencedores, que cerrando con él , le hicieron
pedazos; con que los catalanes quedaron señores del
campo y de la vitoria. Las diez y siete galeras de ge-
noveses no osaron volverá Constantinopla, aunque la
necesidad y falta de gente les pudiera obligar; pero te-
miendo la indignación de Andrónico y la insolencia de
los griegos, desembocaron el estrecho y fueron la
vuelta de Italia, llevando en ellas á Demetrio. Las
otras siete galeras gobernadas por Mandriol , vueltas á
Constantinopla , avisaron á Andrónico del sucesd.
Llegó la voz del peligro en que estaba Galípoli á
nuestro ejército , que se venia retirando á sus presidios,
después de la vitoria que se alcanzó contra los masage-
tas; y temiendo perdelle antes de poder ser socorrido,
apresuró el camino , y llegó dos dias después que los
genoveses se embarcaron vencidos, fué el sentimiento
universal en todos por no haber llegado á tiempo á
castigar en los genoveses tanta deslealtad como rom-
per las paces con ellos estando ausentes, y acometer
su presidio defendido de mujeres. Acrecentaba rnas
este sentimiento el verlas heridas y maltratadas; pero
el gusto de la vitoria le quitó luego , y juntos celebra-
ron el contento y regocijo de entrambas Vitorias.
CAPITULO XLV.
Los turcos y turcoples vienen al servicio de los catalanes.
En tanto que las armas catalanas y griegas se ocupa-
ban en su misma ruina, los turcos, libres del miedo que
el ejército de entrambas les pudiera dar si concordes y
unidos prosiguieran la guerra, volvieron á seguir el
curso de sus Vitorias y ocupar las provincias del Asia,
no temiendo ejército que se les opusiese á la corriente
de su próspera fortuna. Porque , según cuenta Pachi-
raerio, el año veinte y cuatro del reino de Andrónico,
que fué el de Cristo 1306, los griegos desampararon de
todo punto el Asia, y esto fué tres años después que los
DE MONCADA.
nuestros salieron della; de donde se colige mnnifit'«ta-
mente el daño que resultó de la división y discordia de
los catalanes y griegos, pues con ella se perdió la oca-
sión de oprimir aquella soberbia nación en sus princi-
pios, que en este tiempo se pudiera haber hecho con
poca dificultad. Los turcos, absolutos señores de la Asia,
deseaban poner el pié en Europa y dilatar sus vencedo-
ras armasen poniente. Detuvo algunos años el cumpli-
miento de su deseo la falta de navios con que pasar
los que estaban de la otra parte del estrecho de Galí-
poli. Valiéndose de la ocasión presente de ver á los ca-
talanes enemigos de los griegos, enviaron á Galípoli sus
mensajeros á tentar el ánimo de los nuestros, y si admi-
ürian algún trato queriendo venilles á servir. Mostra-
ron que no les desplacia. Los catalanes con esto envia-
ron á los men':ajeros una fragata armada, y con ella vi-
no Ximelix, su capitán, con diez compañeros, á concluir
el trato. Ofreció de parte de los suyos venir con ocho-
cientos caballos y dos mil infantes , y prestar juramento
de fidelidad al general de los catalanes. Las condicio-
nes fueron que se les señalase cuartel á parte donde
pudiesen vivir juntos con sus familias; que de las pre-
sas se les diese la mitad de lo que se daba al soldado
catalán; que siempre que quisiesen volver á su tierra
pudiesen, sin que se les hiciese violencia para detene-
lles. Oído lo propuesto por el turco, de común consen-
timientolesadmítieron á su servicio, ofreciendo decum-
plir con las condiciones con juramento. Con esta res-
puesta Ximelix volvió á pasar el estrecho y á prevenir
su gente en tanto que la armada llegaba, y poco des-
pués, embarcados en los navios y galeras que se pu-
dieron juntar, llegaron á Galípoli dos mil infantes y
ochocientos caballos turcos, con sus hijos y mujeres y
haciendas. Este fué el hecho de los catalanes condenado
de los antiguos y modernos escritores por muy feo : pa-
sar en Europa á los bárbaros infieles enemigos del nom-
bre cristiano, manchando la gloria de aquella expedi-
ción con tan impío y detestable consejo, como lo fué
abrir el camino de Europa á tan gallarda y poderosa na-
ción. Injusto cargo fué sin duda el que estos escritores
ponen á los catalanes, dejándose llevar de la pasión ó
del descuido de no adverlillo : yerro en un escritor gra-
ve. Impío consejo fuera el de los catalanes, y pernicioso
para su libertad, si los turcos que admitieron en su fa-
vor fueran superiores en fuerzas, porque entonces libre-
mente pudieran introducir su seta y hacer daño á nues-
tra fe, y juntamente oprimir la libertad de quien los lla-
mó. Los socorros y ayudas no han de ser mayores que
las proprias fuerzas, porque no suceda lo que á un Sci-
pion en España , cuando treinta mil celtiberos con per-
fidia notable le desampararon, y él, como inferior, no los
pudo detener; de donde Livio sacó un importante do-
cumento. Los turcos no llegaban á tres mil, en número,
en armas, en valor inferiores á los catalanes; de mane-
ra que no se pudiera presumir que los turcos hicieran
más de lo que ordenaban los catalanes , y siendo ellos
cristianos, cierto es que su fe no pudiera peligrar que
aquellos bárbaros viéndose tan inferiores la ofendieran.
En las comunidades del reino de Valencia, en tiempo
de nuestros abuelos, los que mas fielmente sirvieron
fueron los moro.=i, y el servirse dellos contra cristianos
se tuvo por lícito y necesario. No de otra manera sir-
vieron los turcos á los catalanes en Grecia, á mas de
EXPEDICIÓN DE CATALANES Y ARAGONESES.
43
que la prnpna defensa disculpn cualquier yerro que en
esto se pudiera haber lieclio. No se liallará república
ni príiicip • apretado de guerras extranjeras ó civiles,
que haya dejado de llamar en su ayuda gentes de reli-
gión y costumbres diferentes, y muchas veces dieron
entrada en sus reinos á los mas poderosos por librarse
del presente daño, sin advertir que pudieran quedar
por despojos, vencidos ó vencedores. El peligro vecino
jlguna vez se ataja con otro mayor, y puesto que de
cualquiera manera se haya de perecer, bueno es dilata-
11o, y escoger el mas remoto y el que puede dejar de
ser. Si los catalanes hicieran lo que hizo Stilicon y Nar-
ses, el uno llamando á los godos, el otro á los longobar-
dos, para la ruina de Italia y del imperio, no pudieran
ser mas ofendidos de las plumas y lenguas de la histo-
ria: unos les llaman impíos, sacrilegos; otros piratas,
común pestilencia de las gentes, hombres sin Dios, sin
ley, sin razón ; y todo nace porque en su favor llamaron
á ios turcos, que entendido esto por mayor, ofende algo
las orejas cristianas ; pero bien advertido y averiguado,
no hay razón para culpalles levemente, cuanto más
para ofendellescon palabras tan descompuestas y llenas
de injurias y afrentas. Mil leguas de su patria , sus ca-
pitanes y embajadores muertos á traición, ¿qué sufri-
miento no irritara? Qué medio, por violento que fuera,
no intentara su afrenta? Cuando hubiera yerro, esto
pudieramoderar el juicio del escritor. Hállase también
. alguna dificultad acerca del tiempo en que pasaron los
turcos, porque Nicéforo dice que fueron llamados délos
catalanes antes de la batalla de Apros, cuando se supo
queMijruel venia sobre ellos, y que solos fueron qui-
nientos los que pasaron. Esta narración de Nieéforo la
tengo por falsa, porque Montaner en el número y en el
tiempo le contradice, y como testigo de vista se le debe
dar mas crédito, aunque catalán y ofendido; porque en
el discurso de su historia refiere muchas cosas contra
los de su nación, y condena lo mal hecho con libertad y
sin respeto, y no es de crecrque quien dice la verdad en
su daño, no la dijera en lo que tan poco importaba á su
gloria, como venir los turcos cuatro años antes ó des-
pués. Zurita, siguiendo la relación de Berenguer de En-
tenza, difiere también de Nicéforo; porque dice que el
mismo Berenguer de Entenza llamó á los turcos des-
pués que supo la muerte de sus embajadores, y que pa-
saron á Galipoli mil y quinientos caballos, y le presta-
ron juramento de fidelidad. Esto también lo tengo por
falso, porque parece imposible que en quince dias que
Berenguer se detuvo en Galipoli después que se declaró
por enemigo del imperio, llamase á los turcos que es-
taban en Asia, y se concertase con ellos , y se juntasen
mil y quinientos caballos, y se embarcasen y viniesen
á prestarle juramento de fidelidad; que son cosas que
aunque se hicieran con suma presteza, no pudieran
concluirse en quince dias. La verdad del tiempo en que
pasaron los turcos, la refiere claramente Montaner, que
fué cuatro años después desta jornada, y para teneresto
por cierto no se halla dificultad ni imposibilidad algu-
na, como las hay, y muy grandes, en lo que dicen Ni-
céforo y Zurita; y así, en materia de los hechos de los
turcos solo seguiré á Montaner, porque le tengo por mas
verdadero, y que intervino y asistió en todas estas jor-
nadas.
En este mismo tiempo los turcoples que servían al
Empera dor, declarados por rebeldes, porque á imitación
de los catalanes quisieron que se les pagase el sueldo ó
hacerse contribuir con las armas , no pudieron, por ser
pocos, mantenerse de por sí, y envianm á decir á los ca-
talanes que si les admitirían en su compañía. Respon-
dieron que viniesen seguros, que con ellos se usaría lo
mismo que con los turcos, y con mayores ventajas, por
ser cristianos. Vinieron Iiasta mil caballos buenos, y
prestaron juramento de fidelidad debajo de los mismos
conciertos que lo hicieron los turcos. Pusiéronse á or-
den de Juan Pérez de Caldés. Quedó el emperador An-
drónicosin la milicia extranjera, después quelos alanos
y turcoples se apartaron de su servicio, tan falto de sol-
dados, que libremente se podía acometer cualquier
empresa, por grande que fuese, en las provincias de su
imperio, sin tener quien se lo impidiese. Estas fuerzas
que perdió el Emperador acrecí ntaron las de Rocafort,
porque turcos y turcoples igualmente le respetaban y
reconocían por suprema cabeza, y con esta seguridad
de verse tan obedecido y amado dellos, se desvaneció
y se hizo odioso á muchos, por la insolencia y poder ab-
soluto con que lo gobernaba y mandaba todo.
CAPITULO XLVL
Sucesos de Berenguer de Entenza después de su prisión
basta su libertad, y su vuelta á Galipoli.
Con los nuevos socorros de turcoples y turcos, y de
muchos otros españoles que andaban antes encubiertos
en los lugares del imperio, como mercaderes ó debajo
del nombre de otra nación, se aumentaron los nuestros,
porque acreditados con tantas Vitorias, todos procura-
ban su amistad : movidos algunos con el deseo de ven-
ganza, los mas con su codicia, querían participar de las
riquezas que la fama publicaba que habían adquirido
en aquella guerra. En este mismo tiempo Berenguer de
Entenza, después de su larga y trabajosa prisión , y ha-
ber peregrinado en vano por las cortes de algunos prín-
cipes de Europa para dar calor á la empresa de los ca-
talanes, llegó á Galipoli con una nave y con quinientos
hombres, gente toda de estimación. Turbó la paz y so-
siego del ejército su venida, por las competencias del
gobierno que entre Rocafort y él se levantaron; pero
antes de escribir las causas y razones que los unos y los
otros tuvieron de competir, será bien dar una larga re-
lación de lo que sucedió á Berenguer desde que je pren-
dieron hasta su vuelta.
Después que Ramón Montaner, por orden de los capi-
tanes del ejército, intentó, sin podello concluir, el res-
cate de Berenguer cuando las galeras de genoveses
pasaron por el estrecho de Galipoli á la vuelta do Tra-
pisonda, se tuvo por cosa muy cíerla que en llegando á
Genova se pondría á Berenguer en libertad y se le da-
ría satisfacion, por ser vasallo y capitán de un rey ami-
go. No sucedió como pensaron ; antes bien la república
autorizó caso tan feo , ni castigando á su general , ni
dando libertad y enmienda de lo perdido á Berenguer;
porque siempre que el delito no se castiga, se aprueba.
Llegó á noticia de los catalanes de Tracia como Beren-
guer estaba detenido en Genova en cárceles indignas
de su persona, sin tratar de dalle libertad, y determina-
ron de común parecer, ya que por las armas no se podía
intentar, suplicar al rey de Aragón don Jaime interpu-
siese su autoridad con los de aquella república. Para
U DON FRANCISCO
estn se notnlrraron tre<; embajn dores , que fueron Gar-
cía de Vergua, Pérez de Arbe, Pedro Holdiin , eutram-
bosdel consejo de los Doce. Llegaron á Cataluña, y die-
ron al Rey su embajada : propusieron el agravio grande
que se les había hecho en prender debajo de fe y pa-
labra á Rerenguer, su capitán, y continuar lo mal he-
íbo alargando su libertad ; que de parte de todos ve-
nían ellos á echarse á sus pies, esperando de su clemen-
cia que, olvidados los disgustos pasados, daría el reme-
dio que conviniese, y buen despacho á su petición. Dié-
ronle particular relación de sus viturías y del estado
en que se hallaban sus cosas y las del imperio, cuyo
señorío le ofrecieron si se les ayudaba con calor, por
estar sus provincias sin defensa , expuestas al rigor y
arii:aa del que primero las acometiese; y que tendrían
por uno de sus mayores blasones poder, á costa de su
trabajo y de su sangre , acrecentar su corona y hacer
obedecer su nombre en lo mas remolo y apartado de
Europa y Asía. Respondió el Rey que por dar gusto á
tan buenos vasallos pondría su autoridad y las armas
cuando importase, y mas por Rerenguer de Entenza,
uno de sus mayores vasallos. En lo de dalles socorro se
excusó, por parecelle que al rey don Fadrique de Sicilia,
su hermano, le convenía mas el dársele; que él estaba
lejos, y que difícilmente se podrían darlas manosní sus-
tentar, cuando se ganasen las provincias de Grecia, con
Cataluña; pero agradeció y estimó su voluntad. Hecha
esta diligencia, los tres embajadores se fueron á Roma á
representar al Papa la ocasión que tenia de reduciraquel
imperio de Grecia á su obediencia si á los catalanes de
Tracia se les daba alguna ayuda grande, como lo seria
si á don Fadrique se le concediese la investidura para
que con su persona pasase á la empresa, con un legado
de la santa Sede, y se publicase la cruzada en favor oe
los que irían ó ayudarían con limosnas. El Papa no reci-
bió bien esta embajada ni le pareció ponella en trato, por-
que de suyo había grandes dificultades , y la mayor era
el temer que la casa de Aragón no se engrandeciese por
este medio. El rey don Jaime, para cumplimiento de su
promesa, envió su embajada á la república de Genova,
significando el sentimiento grande que había tenido de
la prisión de Rerenguer, uno de sus mayores y más prin-
cipales vasallos; y que esto había sido contravenir á los
tratados de paz sí con sabiduría de la Señoría se hubiese
ejecutado ; que les pedía pusiesen en libertad á Reren-
guer, y le diesen satisfacion del daño que habia reci-
bido, porque de otra manera no podía dejar de hacer al-
guna demostración. La república determinó de venir
en lo que el Rey mandaba, y respondió que habia sen-
tido lo que Eduardo de Oria, su general, hizo con Reren-
guer de Entenza, y que fué motín de la gente vil de las
galeras el que causó tan grande exceso ; que no se pudo
atajar por los capitanes y general hasta después de eje-
cutado; que ellos pondrían desde luego á Rerenguer en
libertad; y nombraron once personas para que se jun-
tasen con los diputados que el Rey enviaría en el lugar
donde fuese servido, para tratar de la enmienda que se
habia de dar á Rerenguer por los daños que había reci-
bido en la pérdida de las galeras y en su prisión. Con
este buen despacho se despidieron los embajadores del
Rey, y la república envió otros para que de su parte re-
presentasen lo mismo, y el vivo sentimiento que habían
tenido todos los della de que su general, aunque sin
DE MONCADA.
culpa,hubiese ofendido sus vasillos; y que luego queso
supo, mandaron que á Rerenguer le llevasen á Sicilia, y
le restituyesen lo que le habían tomado. Suplicáronle
después que mandase á los catalanes que dejasen la
compañía de los turcos, y se saliesen de aquellas pro-
vincias donde ellos tenían la mayor parte de su trato, y
que le iban perdiendo por los daños y correrías que
continuamente se hacían por ellas. El Rey ofreció que
se lo enviaría á mandar sí Rerenguer quedaba satisfe-
cho. Puesto Rerenguer en libertad, el Rey envió sus
diputados á Mompeller, lugar que se señaló para tratar
de la recompensa ; y la república envió á Señorino Don-
zelü, Meliado Salvagío, Gabriel de Sauro, Rogerío de
Savigniano, Antonio de Guíllelmis, Manuel Cigala, Ja-
como Rachonio, Rafo de Oria, Opísino Capsarío, Gui-
dero Pignolo y Jorge de Ronifacio, todos de su conse-
jo. Estos fueron los que se juntaron con los diputados
del Rey, y después de muchas juntas y acuerdos que se
propusieron, jamás por parle de la Señoría se vino bien
á ellos, hallando en todos ocasiones de dudar paracon-
cluir; y últimamente se deshizo la junta sin dar alguna
satisfacion por parte de la Señoría ; y con esto pareció
que la respuesta tan cortés que dieron al Rey fué para
que en este medio el Rey mandase á los catalanes que no
innovasen por el camino de las armas cosa contra ge-
noveses, pues amigablemente se ofrecieron á compone-
llo. Rerenguer, desesperado de poder alcanzar la recom-
pensa, se fué al rey de Francia y al Papa á tentar se- ,
gunda vez que diesen ayudadlos catalanes de Tracia,
proponiendo lo mismo que los tres emba/adores propu-
sieron; pero ni el Rey niel Papa quisieron dársele, y él
se hubo de volver á Cataluña, donde vendió parte de su
hacienda, y juntó quinientos hombres, todos gente co-
nocida y plática; y embarcado en un grueso navio, dejó
la quietud de su casa por acudir á los amigos que tenia
en Gahpoli.
CAPITULO XLVn.
Berenguer de Enteriza y Berenguer de Rocafort dividen
el ejército en bandos.
Rerenguer de Entenza luego que llegó á Galípoli
quiso ejercitar su cargo como solía antes de ser preso,
y Rerenguer de Rocafort dijo que ya las cosas estaban
trocadas, y que no tenía que gobernar mas de ¡os que
traía; que los demás ya tenían general. Alteráronse
los ánimos, pretendiendo todos que se les debía la su-
prema autoridad. Los amigos y allegados de cada cual
dellos, con palabras descompuestas y llenas de arro-
gancia, amenazaban que con las armas se harían obe-
decer. Dividido el ejército con esta competencia , todo
andaba desordenado y cerca de llegar á grande rompi-
miento, movidos de algunos chismes que se andaban
refiriendo. Estuvieron cerca de venir á las manos, por-
que no falta entre tantos quien gusta de revolver, por
hacer daño al enemigo ó acreditarse con el amigo. Es-
forzaban entrambas las partes su pretensión con razo-
nes muy bien fundadas. Por la de Rerenguer se decía
que antes de su prisión era general, y habia sido el pri-
mero que acometió felizmente las provincias del im-
perio, y que por la alevosía de los genoveses se habia
perdido, no por haber fallado á lo que debía. Después
de una larga prisión, padecida por ser su general, no
habia de ser ocasión de quitulie el cargo, antes bien de
EXPEDICÍON DE CATALANES Y ARAGONESES.
43
iionrnllficon él cunnrln no le hubiera tenido; que por
,l(>(licliado no hahia de perder lo que ganó pnr su va-
lor; que en viéndose lil)re vendió parf.e de su iiacienda
,);iru dalles socorro; y á e'^to se anadia lo que á Roca-
l'o l le ofendía mas, la diferencia tan desigual de la
calidad, trato y condición : Berenguer, ricohombre,
Rocafort, caballero particular; el uno cortés, liberal,
apacible; el otro áspero , codicioso, insolente. Por la
parte de Rítcafort esforzaban sus amigos su pretensión
con razones de gran consideración. Fundaban su de-
recho diciendo que Rocafort habia gobernado el cam-
po como supremo capitán seis años; que cuando lomó
ásu cargo el gobierno estaban nuestras partes de to-
do punto perdidas , y con su industria y valor lo liabia
restaurado, y que su nación en su tiempo se habia he-
cho la mas poderosa y eslimada de todo el oriente; que
seria cosa muy injusta quitarle el gobierno al tiempo
de la felicidad, habiéndole tenido en tiempos tan apre-
tados ; que muchas veces se deseó la muerte por me-
nor mal del que se esperaba ; que el fruto de los traba-
jos los habia de gozar quien los padeció , antes que los
demás, por nobles y grandes que fuesen, y que seria un
agravio muy notable si le quitaban el puesto en que
habia acrecentado su nombre con tan señaladas Vito-
rias y librado su gente de una triste y miserable muer-
te, que siempre tuvieron por ciiTta. Mientras de una y
otra jarte se trataba del caso, vinieron casiárompi
miento, remitiendo su pretensión á las armas; con que
muchas veces dentro de las murallas de Galípoli estu-
vieron para darse la batalla , porque como no habia
quien pudiese decidir la causa, por estar el ejército di-
vidido, llevados todos de las obligaciones y aíicion que
cada cual tenia, no se podian gobernar ni limitar como
convenia para el bien común. Hubo algunos bien in-
tencionados, que prefiriendo el bien público á sus par-
ticulares intereses , se mostraron neutrales y se pusie-
ron de por medio para concerlalles; cosa de mucho pe-
ligro cuando las parles están ya declaradas , porque
siempre se juzgan por enemigos los que no son ami-
gos, y vienen á ser aborrecidos de los unos y de los
otros. El bando de Berenguer de Entenza, si con este
medio no se llegara á impedir el venir á las armas, se
hubiera sin duda perdido, porque al de Rocafort seguia
i la mayor parte de los almugavares y todos los turcos
y turcoples, por haber jurado fidelidad en manos de
Rocafort, á quien ciegamente obedecían. Berenguer
jtenia mucha menos gente que Rocafort, aunque era la
'mejor, porque siempre los menos suelen ser los mejo-
res. Persuadieron á Rocafort los que trataban del con-
cierto que remitiese su justicia y su derecho en lo que
determinasen los doce consejeros del ejército, ponién-
dole delante los inconvenientes grandes si el negocio
llegaba á rompimiento; porque aunque se degollase
todo el bando de Berenguer, no pudiera ser sin gran
pérdida suya, y que después quedaría sin fuerzas para
/esistir tantos enemigos como por todas partes le cer-
.caban; que no eran tiempos aquellos que por intereses
particulares fuese reputación el venir á las armas , de
donde se podria seguir el perdella toda la nación ; que
ganaría mas gloría en ceder del derecho que pretendia
que si venciera á Berenguer. Últimamente, Rocafort
vino bien en esto , por temer los daños que se podrían
seguir, ó por parecelle que los doce consejeros esta-
rían mas de su parte que de la de Dcrenguer , á quien
fácilmente persuadieron lo mismo. Declararon los jue-
ces que Berenguer, Rocafort y Fernán Jiménez guber-
nasen cada cual de por sí , y que los soldados tuviesen
libertad de servir debajo del gobierno que mejtr les
pareciese, sin que para esto se les hiciese violencia por
ninguna de las partes. Fué el medio mas acertado que
en este caso se pudo tomar; porque declarar por capi-
tán general el uno, era sujetar el otro á su émulo y
competidor, y primero escogiera la muerte cualquier
de ellos que esta sujeción; además de que los doce no
tenían autoridad para mandar que se obedeciese á quien
ellos elegirían , porque no eran mas que medianeros
para concertar las partes. Quedaron por entonces en
lo exterior algo sosegados, pero los ánimos secreta-
mente muy alterados y sospechosos , deseando ocasión
devengarse del agravio que cada cual imaginaba que se
le hacia; que todo lo que no esalcanzar unosu pretensión
como la desea , lo juzga por agravio. Las mas veces se
imposibilitan las empresas por las competencias de los
que mandan , cuando no los gobierna algún príncipe
grande y poderoso que puede reprimirlas insolencias
de los atrevidos y ambiciosos; y por mucha moderación
que haya en los principios de una empresa, después de
los malos ó buenos sucesos siempre se siguen ruines in-
terpretaciones, de que toman mayor osadía los inquie-
tos , y muchos buenos se ven obligados á defenderse,
porque con esto se levantan tantas máquinas de rece-
los, envidias y aborrecimientos , que parece imposible
librarse; y así, se ha de tener por cosa muy notable
que durase ocho años esta empresa de los catalánes y
aragoneses libre deste daño. La empresa que Godofré
hizo á la Tierra Santa , con ser la mas ilustre de todas
lasque refieren las historias, en sus principios padeció
este daño , por las competencias entre Tancredo y Bal-
dovino , entre Boemundo y el conde de Tolosa; porque
siempre en algunos pudo mas la ambición que la pie-
dad, príncipal motivo de aquella empresa. Fernán Ji-
ménez de Árenos , aunque por el concierto pudiera
dividirse y gobernar solo por sí, no quiso apartarse de
Berenguer de Entenza, porque le pareció que no per-
día reputación en obedecer á un hombre igual en san-
gre y mayor de años, y también por ser muy pocos los
que le seguían , y temerse de Rocafort ; y así , Beren-
guer y Fernán unieron sus fuerzas por ser mas respe-
tados y temidos.
CAPITULO XLVIIL
Rocafort pone sitio á Nona, Berenguer á Megarix, y Ticin Jaque-
ria, geiiovés, con ayuda de gente catalana toma el castillo y lu-
gar de Fruilla.
Aunque por los conciertos hechos pareció que todo
quedaba en paz, no se aseguraron los unos de los otros,
ni dejaron de vivir llenos de recelos , acrecentando de
cada día mas el aborrecimiento, y cerrada de todo punto
la puerta á tratos de concordia; porque como todos se
hubieron de declarar, dejó de haber neutrales y media-
neros para averiguar algunas cosas que siempre ocur-
rían de jurisdicion ; el peligro les hizo apartar , ya que
otra razón no pudo. Berenguer fué á poner sitio sobre
Megarix , y Rocafort, en su emulación, fué á ponelleá
Nona, sesenta millas de Galípoli y treinta de Megarix;
y aun se tuvo por corta la distancia, según estaban los
40 DON FRANCISCO
unimos alterarlos, yparlicnlarmcnlc los ilel bando de
Rocaíort , que , como superiores, les parecía mengua
que lus otros se atreviesen á competir. Los turcos y
turcoples y los almugavares siguieron á Rocafort, y al-
gunos caballeros ; con Berenguer se fueron los arago-
nesesy toda la gente noble que servia en la mar. Monta-
ner, por su oficio de maestre racional , no tuvo por qué
declararse, por haberse de quedar en Galípoli; y así,
quedó solo por coníidente de entrambos.
En este mismo tiempo, Ticin Jaqueria, genovés, go-
bernador del castillo y lugar de Fruilla , vino al servi-
cio de los catalanes con un bajel de ochenta remos. La
causa de su venida l'ué deseo de satisfacer un agravio
con ayuda de los catalanes ; por(;[ue muerto un tio su-
yo , que se llamaba Benito Jaqueria , en cuyo nombre
liabia gobernado el castillo cinco años con cuidado y
fidelidad, según él decia, habíale heredado un otro lio
suyo, que luego vino á Fruilla, y sobre la averiguación
de ciertas cuentas tuvieron algunos disgustos ; y vuel-
to á Genova el tio, tuvo aviso Ticin que enviaba cuatro
galeras para prendelle. Sintió el agravio el genovés , y
quiso luego vengarse; pero no pudo hacerse dueño del
castillo , porque no tenia fuerzas para sustentarse solo
de por sí, ni bastante gente de confianza para echar
los amigos de su tio; y así , con esperanza de que ha-
llaría en los catalanes lo que deseaba, vino á Galípoli.
No halló á los generales , y dio razón á Montaner de la
ocasión que le traía. Ofreció servir con fidelidad; y así,
le asentó Montaner en los libros á él y á diez caballos
armados , para que todos ganasen sueldo en su prove-
cho. Esto se acostumbraba de hacer con algunos ca-
balleros y gente principal, asentalles el sueldo por mas
gente de la que traían, para hacelles esa comodidad.
Pidió luego Ticin á Montaner que le diese gente , que
él ofrecia de poner en sus manos el castillo y el lugar,
de donde le podría resultar grande provecho. Monta-
ner no trató de la justicia y razón del hecho, sino solo
de favorecer á quien pedia su ayuda y se ponía debajo
de su amparo. Uiéronle luego armas, caballos y las de-
más cosas para poner en orden los suyos, que llegaban
hasta cincuenta ; diole genle de socorro, porque Mon-
taner, como enemigo mortal de genoveses, no quiso
perder la ocasión de hacelles algún daño. A Juan Mon-
taner, su primo, y á cuatro consejeros catalanes se en-
comendó el socorro , con orden que no se hiciese co-
sa sin tomar parecer de Ticin Jaqueria. Partieron de
Galípoli al otro día del domingo de Ramos con una ga-
lera bien armada y cuatro bajeles menores. Navega-
ron la vuelta del castillo de Fruilla, donde se llegó vís-
pera de Pascua ya noche. El mozo Jaqueria, sentido
del agravio, ejecutó su determinación. Desembarcó su
gente con el silencio de la noche, y arrimaron sus es-
calas. Subieron por ellas treinta genoveses de los de Ja-
queria y cincuenta catalanes. Vino luego el día, con que
fueron descubiertos y se les defendió la entrada; pero
peleando valientemente , ganaron una puerta por la
parte de adentro, y abierta, dieron libre la entrada á
los demás que quedaban fuera. Hízose grande resisten-
cia al principio por los que defendían el castillo , que
pasaban de quinientos hombres, no tan bien armados
como los nuestros ni tan resueltos. Murieron hasta
ciento y cincuenta de los enemigos. Hubo algunos cau-
tivos, pero la mayor parte escapó coa la huida. El cas-
DE MONCADA.
tillo ganado, la vil'a , que era de griegos, sin defensa
alguna , se acometió luego, anlos que los Uiiturales pu-
diesen ponerse en resistencia ni esconder su hacienda.
Fué la presa riquísima, porque, á mas del oro y plata
y vestidos de precio que se ganaron , se tomaron tres
reliquias grandes que estaban en el castillo empeña-
das por lüs turcos al genovés Benito Jaqueria. Teníase
por tradición que san Juan Evangelista las había dejado
en el sepulcro, de quien arriba hicimos mención. Las
reliquias fueron un pedazo del leño de la Cruz, de la
parte donde Cristo reclinó su cabeza. Así lo refiere -
Montaner, y este san Juan le trujo siempre pendienlo
del cuello el tiempo que vivió entre los mor tules. Esta-
ba entonces con un engaste de oro, con joyas de mu-
cho precio ; una alba , con que el santo decia misa, la-
brada por las manos de la Virgen , y el Apocalipsis es-
crito por el mismo santo , con unas cubiertas de admi-
rable arte y riqueza. Pareció á Juan Montaner y áTícin
Jaqueria que Fruilla estaba lejos de los presidios para
podella sustentar; y así, la desmantelaron, satisfecho el
genovés de su tio, y todos los demás del oro que se ga-
nó; con que volvieron á Galípoli, y dieron á Ramoa
Montaner y á los demás la parte que les cupo, y de las
reliquias le cupo por suerte el leño de la Cruz , que sin
duda hubiera llegado á estos reinos si en Negroponte,
á vuelta de la demás hacienda, no le robaran este gran
tesoro. Animado con el suceso pasado Ticin Jaqueria,
le pareció acometer alguna empresa, y ganar algún lu-
gar donde pudiese estarde asiento. Dióle también para
esto Montaner alguna gente , y con ella poco después
ganó un castillo en la isla de Tarso , y le mantuvo, no
sin gran provecho de nuestra nación, como adelante
veremos.
CAPITULO XLIX.
El infante don Femando, hijo del rey de Mallorca, enviado del rey
don Fadriquc, llega á Galípoli para gobernar el ejército en su
nombre.
Divididos los capitanes en los sitios de Nona y Mega-
rix, el infante don Fernando, hijo del rey de Mallorca,
con cuatro galeras llegó á Galípoli, por orden del rey
de Sicilia , don Fadrique, porque juzgó que importaba
para el aumento de su casa enviar persona puesta por
su mano , que gobernase el ejército de los catalanes de
Tracia, pues ellos mismos le habían llamado y presta-
do juramento de fidelidad , no acordándose quizá de
que esto había sido cinco años antes, cuando la nece-
sidad les obligó , y que entonces pudiera haber dificul-
tad en admitirle. Tomó el Infante esta jornadaá su car-
go por servir al Rey solamente, y él se la encargó, con
palabra de que no se casaria en Francia sin su consen-
timiento, y que gobernaría aquellos estados en su nom-
bre. Tanta estimación se hizo de aquellas armas cuan-
do las vieron superiores á las del imperio , que no las
quisieron apartar de su obediencia los reyes, aunque
fuese para un infante de su misma casa. Don Fadrique,
príncipe de singular prudencia y maestro grande de la
arte del reinar, no quiso empeñar su reputación en
nuestras armas, porque las tuvo por perdidas cuando
le pidieron socorro, ni declararse por enemigo de An-
drónico hasta que le vio sin fuerzas para defenderse;
pero los accidentes fueron tan diferentes de lo que se
presumía , que la resolución del Rey , con lauta razón
determinada, vino, como veremos, á no tener el eíeto
EXPEDICIÓN DE CATAL
qiio tuviera si antes les socorriera. La venida del Infan-
te dio nolahle conleulo á los que entonces se hallaron
en Galipoli , particularmente á Moutaner, grande cria-
do y apasionado de su casa. Admitiéronle como á lu-
garteniente del Reysindiíicultad ni réplica todos los
que se hallaron presentes , que aunque fueron pocos,
por ser los primeros se les agradeció de parte del Rey.
Enviáronse luego correos á los tres capitanes principa-
les, Entenza, Rocafort y Fernán Jiménez, haciéndoles
saber la venida del Infante, y juntamente les remitieron
las cartas del Rey que vinieron para ello, dándoles ra-
zón de como venia á gobernalles en su nombre. Dio
Montaner para su servicio cincuenta caballos y mayor
número de acémilas que hubo menester para su casa;
y porque la posada de Montaner era de las mejores de
Galípoü, se salió della y se la dio al Infante. Berenguer
de Eutenza estaba sobre el sitio de Megarix, treinta mi-
llas de Galipoli, donde recibió el aviso de la venida del
Infante por los dos caballeros que Montaner envió para
que se la diesen, juntamente con la carta del Rey. Par-
tió luego con pocos y llegó á Galipoli el primero de los
capitanes , dio la bienvenida al Infante y le juró por su
general y suprema cabeza. Luego tras él vino Fernán
Jiménez de Árenos de Módico, y siguió en todo á Be-
renguer. Mejoróselesel partido á estos dos ricoshom-
bres, porque su bando, menos poderoso, siempre lemia
al de Rocafort , y con la venida del Infante parece que
todo se habia de sosegar, y las cosas, fuera de sus lu-
gares por la violencia de uno , volverían al suyo , y se-
rian todos estimados según sus merecimientos y cali-
dades. Fué el contento universal en todos, así del ban-
do de Berenguer como de Rocafort, á quien alteró mu-
cho la venida tan fuera de tiempo del Infante, y sin du-
da que desde luego le negara la obediencia, sí no fuera
porque conoció en loá suyos el gusto que les habia da-
do esta nueva. Hallóse en notable confusión; era hom-
bre sagaz y prevenido en todos sus consejos, pero no
pudo prevenir con sus artes acostumbradas lo que nun-
ca pudo temer. Después de haber consultado con sus
íntimos amigos el caso , pareció que convenía respon-
der mostrando mucho gusto de la venida del Infante,
único deseo de todos ellos, y que por estar el sitio tan
adelante no se atrevía á dejarle para ir á darle la obe-
diencia ; que le suplicase de parte de todos que viniese
á Nona, donde le esperaban con mucho gusto. En esta
sustancia se respondió al Infante, y él entre tanto, con
los deudos y amigos confidentes, dispuso los ánimos á
seguir su parecer y consejo. Llegó la respuesta de Ro-
cafort á Galipoli , y el Infante no quiso determínar«e
sin el parecer de Berenguer de Entenzayde Fernán Ji-
ménez, y de algunos otros capitanes bien afectos á su
servicio y de gran conocimiento de las trazas y desig-
niosde Rocafort. A todospareciópeligrosaladetencion,
y que debía el Infante partir luego, porque el ejército no
se enfriase en el gusto que tenia de su venida, y Rocafort
no tuviese tiempo de concluir ni mover nuevas pláticas
en deservicio del Rey , y excluir del gobierno su per-
sona. Con esta resolución dispuso el Infante su partida;
fué acompañado de la mayor parte de la gente de Be-
renguer de Entenza y de Fernán Jiménez; sus personas
no pareció llevallas, porque no fuera acertado , antes
de tener ganada la voluntad de Rocafort y los suyos,
pouerle delante por primera entrada sus competidores
ANES Y ARAGONESES. 47
en mejor lugar cabe el Infante; y así, difirieron la ida
estos dos ricoshombres cuando el Infante hubiese ju-
rado , porque entonces, estando con entera autoridad,
se podrían hacer las amistades.
CAPULLO L.
El Infante es excluido del gobierno por las maúas de Rocafort.
Partióse el Infante de Galípoü con el mayor acompa-
ñamiento que pudo , llevando consigo de los capitanes
conocidos solo á Ramón Montaner, y en tres días de ca-
mino por la costa llegó al campo, donde fué recibido
con universal regocijo , y Rocafort con grandes demos-
traciones de contento le festejó los diasque tardó á po-
ner en plática las órdenes de su tío. Esperaba el Infante
que Rocafort se comidiese sin volver segunda vez á
requerille; pero como víóque alargaba el obedecer al
Rey, y no se daba por entendido, le dijo que él quería
dar luego las cartas del Rey que venían para el ejército,
y decilles de palabra el intento de su venida, y que
para esto mandase juntar el consejo general. Obedeció
Rocafort con muestras de mucho gusto, y para el día
siguiente ofreció de tenelle junto; porque ya en los po-
cos días que tardó el Infante previno á sus amigos
que echasen voz por el campo que sería bien andar
con mucho liento en la resolución que se debía tomar
de admitir al Infante por el Rey, y que por lo menos no
se determinasen luego. Hízose esto con mucha arte,
porque siempre se temió que viendo el ejército al In-
fante, no aclamase luego al Rey y le admitiese. Pa-
reció á todos el consejo avisado y cuerdo, porque el
vulgo ignorante rarasveces penetra segundas intencio-
nes; y así; le siguieron. El día siguiente la confusa mul-
titud del consejo general, que constaba de todos los que
ganaban sueldo , junta en el campo , esperó al Infante.
Vino acompañado de los de su casa y de muchos ca-
pitanes; entregó las cartas á un secretario, y mandó que
en público se leyesen. Leídas, les declaró brevemente
como el Rey, movido de sus ruegos, habia admitido el
juramento de fidelidad que sus embajadores le hicieron;
y aunque para sus reinos no podiaser útil el encargarse
de su defensa, habia querido mostrar el amor que les
tonip , posponiendo su conveniencia á la dellos; y así,
le había mandado que con su persona viniese á gober-
nalles en su nombre, y les ofreciese que siempre acu-
diría con mayores socorros. Respondiéronle, según Ro-
cafort pretendió , que ellos tendrían su acuerdo sobre
lo que se debia hacer, y que tomado, le responderían.
Con esto los dejó el Infante y se fué á su posada. Que-
dó Rocafort con ellos , y poco seguro de la determina-
ción que tanta gente junta pudiera tomar, y temién-
dose de algunos caballeros, que aunque eran sus ami-
gos ^ deseaban que el Infante quedase á gobernalles, les
dijo que el caso de que se trataba no podía discurrirse
bien entre tantos, porque la multitud siempre trae
consigo confusión , la cual no da lugar á considerarse
por menudo las dificultades que suelen ofrecerse en
materia de tanto peso ; que se escogiesen cincuenta per-
sonas, las de mayorcrédito y confianza, para que estas
fuesen platicando y discurriendo el negocio con las con-
veniencias y contrarios que en él habia; y tomada la
resolución que les pareciese , la refiriesen á los demás,
para que juntos libremente la condenasen ó aprobasen;
con que se excusarían los inconvenientes de haberlo de
48 DON FRANCISCO
comunicar ron fnntns. Túvose por arerfado el pnrecer
de Rocalort; ijiiecuuiulo el vulgo se inclina á dar cré-
dito 8 uno, en todo le signe, sin hacer diferencia de
los buenos ó malos consejos, pnrqne mas se gobierna
con la volurilad que can la razón. Luego nombraron
cincuenta personas para qne juntamente con Rocafort
lo tratasen , no ndvir tiendo C(m cuánta mayor facilidad
se pueden coliecliar los pocos que Ins muchos. Con esto
tuvo hecho su negocio, porque los cincuenta fueron
casi iodos puestos por su mano, y á los pucos de quien
no podia fiar igualmente que de los demás, fué f;ícil el
persuadirles , á mas de no faltarles razones, y de mu-
cho fundamento, para esforzar la suya. Juntáronse los
cincuenta con Rocafurt, y él les dijo lo siguiente : «La
venida del señor Iiifanie, amigos y compañeros, ha si-
do uno de los mayores y mas felices sucesos que pudié-
ramos desear, al fin enviado purla poderosa mano de
quien hasta al presente dianos ha conservado con gran-
de aumento de nuestro nombre y confusión de nues-
tros enemigos; porque ya se ha dailo fin á nuestros
trabajos, y principio á una felicidad muy entera, por
tener prendas tan propriasde nuestros reyes, á quien
podemos entregar con seguridad la libertad y la vida,
recibiéndole, no como él quiere, por lugarteniente de
su tio, sino como á príncipe absoluto, y sin sujeción y
dependencia alguna. Por grande yerro tendría, si la
elección de príncipe pende de nosotros, escoger al que
vive ausente y ocupado en gobernar mayores estados,
y dejar al desocupado y libre de otras obligaciones, y
el que ha de vivir siempre entre nosotros y correr la
misma fortuna de los sucesos prósperos y adversos. Si
á don Fadrique recibimos por rey, á manifiesta servi-
dumbre nos sujetamos, porque con su persona no po-
drá asistirnos, y necesariamente habrá de enviar quien
en su nombre gobierne este vitorioso ejército y las
provincias que por él están sujetas. ¿Que mayor des-
dicha se podrá esperar, si por premio de nuestras vito-
rías venimos á ser gobernados por otra mano que la
propria de nuestro príncipe? Y el mismo rey don Fa-
drique procurará nuestra defensa en cuanto no le es-
torbare á la del reino de Sicilia. Pues ¿por qué se ha
de admitir tanta desigualdad? Los trabajos, los peli-
gros , las pérdidas para nosotros solos; pero la gloría y
provecho, no solo igual, pero mayor y mas segura para
el Rey. Si nos perdemos, quedando muertos ó en dura
servidumbre , libre don Fadrique y tan gran príncipe
como antes; pero si ganamos nuevas provincias y esta-
dos, todos han de venir á ser suyos. Pues ¿puede al-
gún cuerdo con esta desigualdad , hallándose libre para
escoger, dar la obediencia á principe con tales calida-
des? A mas deslo , ¿no se os acuerda la paga que nos
dio por tantos servicios al partir de Sicilia? ¿Qué fué
•mas que un poco de bizcocho, y otras cosas que no pue-
den negarse á los siervos y esclavos? No, amigos; no
nos conviene tomar por rey á don Fadrique , pues no se
acordó de nosotros al tiempo que le pediamos su ayu-
da y cuando nos importaba tanto el dárnosla, sino
cuando á él convino y á nosotros no nos es de prove-
cho. Esto se echa bien de ver agora , pues no nos envía
armas, gente, bastimentos ó dineros, ni otra cosa ne-
cesaria para la guerra , sino cabeza y general que nos
gobierne, como sí tuviéramos falta desto, y no se hu-
bieran alcanzado muchas Vitorias sin tenerle puesto por
DE MONCADA.
su mano. No ron=intnmo«! que el prem'n de nuncfros
servicios se distribuya por mano de sus ministros y
gobernadores, en quien siempre puede mas la pasión
que la verdad, mas su particular interés que la cuniun
utilidad; porque tratan las provincias como quien las
ha de dejar, y cotno en la posesión temporal de ajena
propriedad , gozan de lo presente sin ningún cuidado
de lo venidero, y mas estando el Rey tan apartado , á
qu'en nuestras quejas llegarán tarde cuando sean oí-
das, y los socorros tan á tiempo como el que ahora nos
envia, después de seis años que con grande instancia
se lo pedímos. En esto finalmente me resuelvo, queex-
cluyamos ádon Fadrique por don Fernando ; tengamos
presente al príncipe por quien aventuramos la vida, y
sea testigo , pues ha de ser juez, de loi servicios que le
hiciéremos , y cuide de nosotros como de sí mesmo,
pues nuestra conservación y vida corre parejas con ia
suya. Conténtese don Fadrique con SiciUa, ganada y
conservada por nuestro valor; deje á donFernaudo, •>u
sobrino, los tr-abajos de una guerra incierta y peligrosa,
estas provincias destruidas, y sola la esperanza de con-
quistar nuevos reinos y señoríos.» Con esta plática los
pocos dudosos que había se resolvieron con el parecer
de Rocafort, y luego dos de los cincuenta electos die-
ron razón de la determinación que habían tomado á to-
do el campo, refiriendo las mismas razones de Roca-
fort. Túvose con aplauso general de todos por acertada
aquella determinación, y quisieron que luego se diese
la respuesta al Infante. Fueron para esto los cincuenta,
y propusiéronle su embajada. Don Fernando, como
buen caballero, respondió que él venia de parte de su
tio, y que con su autoridad y fuerzas había tomado
aquella empresa á su cargo , y sería faltar á su obliga-
ción sí con puntualidad no ejecutaba las órdenes de
quien le enviaba, y que por ningún caso admitiría el
ofí-ecimiento que le hacían, sino recibiéndole como
lugarteniente de su tio don Fadrique. Rocafort siem-
pre publicó que el Infante, por tener alguna disculpa
con el Rey, no admitiría luego el ofrecimiento que le
hacían, y con esto engañó la mayor parte dei ejército;
porque sí hubiera quien les persuadiera y desengañara
que el Infante por ningún caso se quedara á goberna-
lles como á príncipe, sin duda que le admitieran por el
Rey. Quince dias se pasaron en este trato, y el Infante
creyó siempre que aquellas eran palabras de cumpli-
miento , y que á la último obedecerían al Rey. En este
medio Rocafort, como de su parte tenia todos los tur-
cos y turcoples á su disposición, y parte del ejército
que le seguía, la otra, como inferior, no le osaba con-
tradecir. Con esto quedó todo el ejército que estaba
debajo de su mano resuelto de no admitir el Infante
por el Rey; y á la verdad su intento no era excluir á
don Fadrique por don Fernando , porque con ninguno
de ellos se pudiera conservar; pero como hombre sa-
gaz y que conocía al Infante por uno de los mejores
caballeros de su tiempo , y que no tendría mala cor-
respondencia con el Rey su tío, le propuso al ejército
para que excluyesen al Rey , prefiriendo al Infante, de
quien estaba cierto que no lo admitiría ; y como la ma-
yor parte del ejército con este engaño de Rocafort se
declaró por el Infante contra el Rey, después no qui-
sieron elegir á quien una vez excluyeron. Todos estos
embustes tranoaba Rocafort , seguro que aunque des-
ESPEDICION DE CATALANES Y ARAGONESES.
49
pues se descubriesen, no le causarían daño, por tener
de su parte á los turcos y turcoples, que juntos con los
confidentes, era la mayor parte del ejército. No se pue-
de negar que en esta parte Rocafort podría tener al-
guna disculpa, aunque fuera de natural y condición
mas moderado; porque después de tantas Vitorias, y
haber gobernado un ejército cinco años, justamente
pudiera rehusar el no admitir un superíor,cuyo favor
liahian prevenido sus mayores enemigos Bcrenguer de
Entenza y Fernán Jiménez, que siempre serían prefe-
ridos por su calidad y mejor correspondencia. Y aun-
que el Infante, por quitar toda sospecha, les hizo quedar
enGalípoIi, no por eso se la quitó á Rocafort; antes •
ese mismo cuidado con que prevenían las ocasiones ex-
teriores de que pudiese tenerla, se la acrecentaba mas,
creyendo siempre que era tener sobrada confianza de
Borenguery de Fernán, y que ellos la tenian del In-
fante, pues no mostraban queja de no habelles admi-
tido en su compañía. No hay cosa que mas penetre y
descubra que los recelos y temores de perder un puesto
tan superíor como el que Rocafort tenia, y mas en un
sugeto de tantas partes y experiencia.
CAPITULO LI.
Rocafort, antes de partirse el Infante del ejército, ganó á Nona, y
de común acuerdo de los capitanes, deja el ejército los presi-
dios delracia y determina pasar á Macedonia,
La venida del infante don Fernando al ejército aca-
bó de poner en desesperación á los griegos que esta-
ban sitiados, y dentro de pocos dias se hubo de entre-
gar con mucha pérdida en las manos del vencedor,
porque aunque no perdieron las vidas , quedaron sin
haciendas. Berenguer de Entenza también tomó á Me-
garix. Sentíase ya en nuestro campo gran falta de vi-
tuallas, porque diez jornadas al contorno de Galípoli
estaba todo talado y destruido; que los cinco años úl-
timos , de los siete que estuvieron en esta provincia,
se mantuvieron de lo que la tierra sin cultivar produ-
cía , pues no llegaban ú los árboles y viñas sino para
quitarles el fruto. A lo último vino esto á faltar, y fué
forzoso tratar de buscar otras provincias donde entre-
tenerse y poder vivir. Habíase diferido esto por las ene-
mistades de Entenza y Rocafort , que estaban aun tan
vivas, que no se osaban mover de sus alojamientos ni
juntarse , por el recelo que se tenia que entrambas las
dos parcialidades no llegasen á rompimiento: tanto pue-
den disgustos é intereses particulares , que impiden el
remedio común, y quieren mas perecer con ellos que
vivir cediendo de sus locas y vanas pretensiones. Todos
fueron de parecer que desmantelasen á Galípoli y los
demás presidios, y en esto conformaron los capitanes
competidores juntamente con los turcos y turcoples ; y
así, suplicaron al Infante la gente buena y libre de pa-
siones, que fuese servido de no desampararies hasta
dejaríes en otra provincia , porque debajo de su auto-
ridad y nombre irían todos muy seguros, y en este me-
dio se podrían concertar las diferencias de Entenza y
Rocafort. El Infante tuvo su acuerdo por bueno, y
ofreció de hacello ; y á lo que yo puedo entender, movi-
do de lástima de que Berenguer de Entenza y Fernán
Jiménez de Árenos quedasen en las manos de Rocafort,
á quien el respeto del Infante parece que deteuia la
H-i.
ejecución de su ánimo vengativo, quiso tentar si con
esta detención podría concertar estas diferencias, y ile-
jalles con mucha paz y quietud, para que unidos y con-
formes pudiesen hacer mayores progresos, esperando
siempre que obedecerían al Rey, aunque por entonces
lo hubiesen rehusado. Juntó el infante las cabezas prin-
cipales del ejército, con todos los del consejo, y resueltos
ya de salir de aquellos presidios que tenian en Tracia,
por habelles forzado la necesidad y falta de viluallas,
trataron qué camino tomarían yqué ciudad en Macedo-
nia ocuparían. Hubo diferentes pareceres, y últimamen-
te pareció el mas acertado que se acometiese la ciudad
de Cristopol, puesta en los confines de Tracia y Ma-
cedonia, por tener la entrada de las dos provincias fá-
cil y la retirada segura , y los socorros de mar sin po-
dérselos impedir, como en Galípoli , que ocupado el es-
trecho con pocos navíosde guerra, impedianel libreco-
mercío que venia por mará dalles alguna ayuda. Orde-
nóse que Ramón Montaner con híista treinta y seis velas
que había en nuestra armada, y entre ellas cuatro gale-
ras, llevasen las mujeres, niños y viejos por mará la ciu-
dad de Crístopol, después de haber desmantelado todos
los presidios que en aquellas costas se tenian por noso-
tros, como Galípoli , Nona, Paccia , Módico y Megarix.
El Infante y los demás capitanes ordenaron en esta for-
ma su partida. Berenguer de Rocafort con los turcos y
turcoples y la mayor parte de los alnuigavares saliese
un día antes que Berenguer y Fernán Jiménez, y que
siempre se guardase este orden en el camino , siguien-
do siempre Berenguer á Rocafort una jornada lejos; y
esto se hizo por quitar las ocasiones que pudiera haber
de disgustos si los dos bandos juntos se alojaran, don-
de forzosamente sobre el tomar los puestos vinieran á
las manos. Púdose sin peligro dividir sus fuerzas, por
no tener enemigo poderoso en la campaña que les pu-
diese prontamente acometer, porque divididos el es-
pacio de un dia de camino, no se pudieran socorrer si
le tuvieran ; pero toda la gente de guerra atendía mas
á defenderse dentro de las ciudades que salir á ofender
nuestro ejército : cosa que tantas veces emprendieron
con notable daño suyo y gloria nuestra. Juntos en Ga-
lípoli , después de haber desmantelado todos los demás
presidios , partió Rocafort con su gente por el camino
mas vecino al mar, y al otro dia le siguió Berenguer de
Entenza y el Infante , ocupando siempre los puestos
que Rocafort dejaba. Después de haber caminado algu-
nos dias , comenzaron á entrar en lo poblado de la pro-
vincia, adonde sus armas antes no habían llegado. Los
griegos, con el pavor del nombre de catalanes, liuian la
tierra adentro , dejando en los pueblos bastimentos en
grande abundancia , con que los nuestros pasaban con
mucha comodidad , y libres del daño, que siempre cre-
yeron, de faltaries con qué vivir. Esta fué una de sus
empresas grandes, entrarse por tierras y provincias no
conocidas , sin tener seguridad de alguna plaza ó de al-
gún príncipe amigo. La expedición de los diez mil grie-
gos que cuenta Jenofonte, fué de las mayores que celebra
la antigüedad ; pero siempre los griegos llevaban por fin
llegará su patria, y parteconarmasatravesaban provin-
cias y naciones extrañas; pero los catalanes solo tenían
por fin de aquel viaje, no el descanso de su patria, sino
la expugnación de una ciudad grande y fuerte , que re-
solvieron de acometer antes de salir de Galípoli , y que
4
30 DON FRANCISCO DE MONCADA.
el fin de una fatiga y peligro grande fuese el principio
de otro mayor.
CAPITULO LII.
La vanguarda del campo del Infante y Berenguer alcanza la reta-
jiuarda de Ilocafort, y llegan casi á darse la batalla ; mata Ro-
cafort á Berenguer de Entenza; y Fernán Jiménez de Arenúí,
huyendo del mismo peligro, se pone en manos de los griegos.
Llegó Rocafort con su ejército á una aldea dos jor-
nadas lejos de la ciudad de Cristopol , pufista en un lla-
no abundante de frutas y aguas, las casas vacías de
gente, pero llenas de pan y vino y de otras cosas, no
solo necesarias , pero de mucho gusto y regalo. Detu-
viéronse en tan buen alojamiento mas de lo que debie-
ran soldados pláticos y bien disciplinados; cerca de
mediodía aun no habían partido, porque la gente der-
ramada por aquella llanura, con el regalo de la fruta
que se hallaba en los árboles, se entretuvo de manera
que no se pudo recoger antes. La vanguarda del campo
del Infante, donde iba Berenguer de Entenza, porque
salió mas temprano de lo que acostumbraba, alcanzó la
retaguarda de Rocafort. Por huir del calor del sol, par-
tieron antes del amanecer, y sin advertillo se hallaron
sobre los de Rocafort. Alteróse su retaguarda , y vuel-
tas las caras, viéndose tan cerca los de Berenguer, juz-
garon que venían á romper con ellos : tocóse arma con
grande confusión , y la vanguarda del uno con la reta-
guarda del otro se encontraron. Rocafort, luego que
reconoció la gente de su contrario, tuvo por cierto que
venia condoterminacion de ejecutar algún mal intento,
pues no pudiera ser otra la causa que á Berenguer le
obligara á romper los conciertos sin primero avisar. Un
hombre sospechoso nunca discurre ni piensa lo que le
puede quitar las sospechas, sino lo que se las acre-
cienta. Rocafort no consideró su descuido en diferir
la partida hasta mediodía, y acordóse que Berenguer
de Entenza había madrugado mucho. Al fin, ó por
pensarlo así, ó por tomar la ocasión de venir á las ma-
nos con él , mandó subir á caballo su gente , y él hizo
lo mismo armado de todas piezas , y partió con gran
furia contra la gente de Berenguer de Entenza, á quien
la suya había ya acometido, trabándose una cruel y
sangrienta escaramuza. Llegó también aviso al Infante
y á los demás capitanes del desorden. Salió Berenguer
de Entenza el primero á caballo y desarmado, con solo
una azcona montera, como persona de mas autoridad,
á detener los suyos y retirarlos. Gisbert de Rocafort,
hermano de Berenguer , y Dalmau de San Martin, su
tío , vieron á Berenguer que andaba metido en los pe-
ligros de la escaramuza : ó que les pareciese que ani-
maba su gente contra ellos , ó lo que se tiene por mas
cierto, viendo la ocasión de satisfacer su mal ánimo y
quitar el émulo á su hermano , Gisbert y Dalmau cer-
raron juntos con él, Berenguer de Entenza, que, como
inocente y buen caballero, viendo que los dos hermanos
se encaminaban para él , vuelto á ellos, les dijo : «¿Qué
es esto amigos?» Y en este mismo tiempo le hirieron
de dos lanzadas, con que aquel valiente y bravo caballe-
ro cayó del caballo, muerto, sin poderse defender, por
estar desarmado, descuidado y entre sus amigos. En-
cendióse mas vivamente la escaramuza después de
muerto Berenguer , y los Rocaforts ejecutaron su ven-
ganza matando muchos de su bando. No puede ser
mayor la crueldad que, después de haber vencido y
muerto su contrario , degollar y despedazar los venci-
dos, en quien no pudiera haber resistencia, después de
perdida su cabeza, en admitir á Rocafort y obedecelle;
pero su soberbia y arrogancia fué tanta, que no hacía ya
la guerra á sus enemigos, sino á su propría naturale-
za, y solicitaba á los turcos y turcoples para que inhu-
manamente acabasen todos los del bando de Beren-
guer, sin excepción alguna de persona. Fernán Jiménez
de Árenos, con el mismo descuido que Berenguer de
Entenza, iba desarmado, y retirando su gente á cuchi-
lladas, fué advertido de la muerte de Berenguer, y que
con cuidado le iban buscando para matalle ; y así, con
alguna gente que pudo recoger y llevar tras sí , se salió
del campo, y tuvo por mas seguro entregarse á los
griegos que á Rocafort, Fuese á un castillo que estaba
cerca , donde fué recibido debajo de seguro , con que
se presentase delante del emperador Andrónico. El In-
fante , por amparar y defender la gente del bando de
Berenguer, salió armado con algunos caballeros que le
siguieron , y se opuso con valor á los turcos y turco-
ples , que asistidos de Rocafort , todo lo pasaban por el
rigor de su espada. Pudo tanto la presencia del Infante,
que Rocafort , puesto á su lado porque los turcos no le
perdiesen el respeto, retiró su gente , después de haber
tan alevosamente muerto á Berenguer y tanta gente de
su bando. Quedaron muertos en el campo ciento y cin-
cuenta caballos y quinientos infantes, la mayor parte
de las compañías de Berenguer de Entenza y Fernán
Jiménez de Árenos. Sosegado el tumulto y retirada la
gente á sus banderas , el Infante y Rocafort vinieron
juntos á la plaza del lugar, donde tenian el cuerpo de
Berenguer tendido. Apeóse el Infante de su caballo , y
abrazado con el cuerpo difunto, dice Montaner que llo-
ró amargamente , y que le abrazó y besó mas de diez
veces, y que fué tan universal el sentimiento, que hasta
sus mismos enemigos le lloraron. Vuelto el Infante á
Rocafort, con palabras ásperas le dijo que la muerte
de Berenguer había sido malamente hecha por algún
traidor. Rocafort con palabras humildes respondió que
su hermano y lio no le conocieron hasta que le hubie-
ron herido. Con esto se hubo de satisfacer el Infante,
pues no tenia fuerzas para castigar tanto atrevimiento,
y sin duda que hiciera alguna demostración si no se
hallara con tan poca gente. Mandó que para enterrar el
cuerpo de Berenguer y hacerle sus obsequias se detu-
viese el ejército dos días, porque quiso honrarle con lo
que pudo ; y así se hizo. Enterráronle en una ermita de
San Nicolás que estaba cerca , junto del altar mayor;
sepulcro harto indigno de su persona si consideramos
el lugar humilde y poco conocido donde le dejaron,
pero célebre y famoso por ser en medio de las provin-
cias enemigas, cuya inscripción y epitafio es la misma
fama, que conserva y extiende la memoria de los varo-
nes ilustres que carecieron de túmulos magníficos en
su patria, por haber perecido en tierra ganada y ad-
quirida por su valor. Este fin tuvo Berenguer de Enten-
za , nobilísimo por su sangre y celebrado por sus ha-
zañas, y por entrambas cosas estimado de reyes natu-
rales y extraños. En sus primeros años sirvió á sus prín-
cipes, primero en Cataluña y después en Sicilia, coa
buena fama , donde alcanzó amigos y hacienda para se-
guir el camino que la fortuna le ofreció de engrande-
cerse y alcanzar estado igual á sus merecimientos; que
EXPEDICIÓN DE CATALANES Y ARAGONESES,
51
aunque on su patria le poseía grande, pero no de ma-
nera que su ánimo generoso y gallardo cupiese en tan
cortos límites como los de la baronía que hoy llama-
mos de Entenza. Fué Berenguer animoso y valiente con
los mayores peligros, fuerte en los trabajos, constante
en las determinaciones, igualmente conocido por los
sucesos prósperos y adversos, porque en medio de su
felicidad padeció una larga y trabajosa prisión, y ape-
nas salido dellay restituido á los suyos, cuando otra
vez la fortuna se le mostraba favorable, murió á trai-
ción á manos de sus amigos^ en lo mejor de sus espe-
ranzas.
El Infante , después de sosegado el alboroto, envió á
llamar á Fernán Jiménez, ofreciéndole que podía venir
seguro debajo de su palabra. Respondió que le perdo-
nase,, que ya no estaba en su libertad para cumplir sus
mandamientos, porque había ofrecido de presentarse
ante el emperador Andrónico con toda su compauía.
Túvole el Infante por disculpado, y Fernán Jiménez,
después de haber recogido los suyos, se fué á Constan-
tinopla, donde le recibió Andrónico con muchas mues-
tras de agradecimiento de que le hubiese venido á ser-
vir, y por mostrarlo con efeto , le dio por mujer una
nieta suya , viuda , llamada Tcotlora , y el oficio de me-
gaduque , que tuvo Roger y después Rerenguer de En-
tenza. Con esto quedó Fernán Jiménez de los mas bien
librados capitanes desta empresa, y el que solo perma-
neció en dignidad y escapó de fines desastrados.
CAPITULO LUÍ.
Deja el Infante nuestra compafiia,y ¡leva consigo á Montaner, des-
^ pues de entregar la armada.
En este medio que el Infante se detuvo en el lugar
donde mataron 6. Berenguer, llegaron sus cuatro gale-
ras con sus capitanes, Dalmau Serran, caballero, y Jai-
me Despaiau, de Barcelona ; y alegre de tener galeras
con que apartarse de Rocafort , mandó juntar consejo
general, y volvió segunda vez íl requerilles si le que-
rían recibir en nombre de su tío don Fadrique , porque
cuando no quisiesen, estaba resuelto departirse. Roca-
fort, autor de la determinación pasada cuando se les
propuso lo mesmo, como mas poderoso entonces, des-
pués que le faltaban sus émulos, en quien pudiera ha-
ber alguna contradicion , fuéle fácil tener á todo el
campo en su opinión , porque sus pensamientos ya eran
mayores que de hombre particular. Respondieron al In-
fante lo que la vez pasada , y con mayor resolución.
Con esto se tuvo por imposible y desesperado el nego-
cio; y asi, se embarcó el Infante con sus galeras, de-
jando á Rocafort absoluto sei~ior y dueño de todo, y na-
vegó la vuelta de la isla de Tarso, .seis millas lejos déla
tierra firme donde estaba el campo. Llegó el Infante á
la isla casi al mismo tiempo que Montaner con toda la
armada , y después de haberle referido la maldad de
Rocafort y pérdida de tan buenos caballeros como eran
Berenguer de Entenza y Fernán Jiménez de Árenos , le
mandó de parte del Rey y suya que no se partiese de
su compañía. Obedeció Montaner con mucho gusto,
porque estaba rico y temia á Rocafort, aunque era su
amigo. La amistad de un poderoso insolente siempre
s^ hade temer, porque la amistad fácilmente se pierde,
y queda el poder libre de respetos para ejecutar su fu-
ria y sus antojos. Suplicó ai Infante fuese servido de
detenerse mientras él con la armada daba razón ú los
capitanes del campo de lo que se le había encargado,
que eran la mayor parte de sus haciendas y todas sus
mujeres y hijos. Fué contento el Infante de aguardallc,
y con esto Montaner con la armada llegó á una playa
donde estaba alojado el ejército, una jornada mas ade-
lante de donde los dejó el Infante. No quiso que perso-
na alguna desembarcase basta que le aseguraron que
no se haría daño á las mujeres , hijos y haciendas de
los de Berenguer de Entenza y Fernán Jiménez , y que
les dejarían hbres para ir donde quisiesen. Con este se-
guro desembarcó todos los que quisieron ir al castillo
donde Fernán Jiménez se había retirado. Diéronles cin-
cuenta carros, y con doscientos caballos de turcos
y turcoples de escolta, y cincuenta cristianos, les
enviaron al castillo. A los que no quisieron quedarse ni
con Rocafort ni con Fernán Jiménez, se les dieron
barcas armadas hasta Negroponte. En esto se entretu-
vo el campo dos días; y Montaner, ya que se quería par-
tir , hizo juntar consejo general , y después de haberles
entregado los libros y el sello del ejército , les dijo q,ue
el infante don Fernando, de parte del Rey y suya, le ha-
bía mandado que le siguiese , á quien era forzoso obe-
decer, y que no lo había querido hacer antes hasta
haber dado descargo de loque se le encomendó; que
él se iba con grande sentimiento de dejarles , aunque
por su mal proceder dellos pudiera no tenelle, pues da-
ban tan mala recompensa álosque les habian gobernado
y sido sus generales; que Berenguer quedaba muerto por
sus excesos , y Fernán Jiménez entregado á la fe dudosa
de los griegos. Estas razones dijo Montaner por la se-
guridad que tenia de los turcos y turcoples, á quien
siempre trató con mucho amor, y ellos, reconocidos, le
llamaban Cata, que en su lenguaje quiere decir padre;
y aunque Rocafort lo mandara, no intentaran cosa con-
tra él. Toda la nación junta le rogó que se quedase , y
los turcos y turcoples hicieron lo mismo, solicitando
siempre á Rocafort que le detuviese ; pero como estaba
ya resuelto de partirse, y habló con alguna libertad en
favor de Berenguer de Entenza y Fernán Jiménez , no
quiso ponerse en peligro ni dar ocasión á Rocafort que
con pequeña ocasión le diese la muerte, como álos de-
más. Con esto se partió del ejército con un bajel de
veinte remos y dos barcas armadas, en que puso su ha-
cienda y la de sus camaradas y criados. Llegó á la isla
de Tarso, donde el Infante le esperaba, y en ella se de-
tuvieron algunos días para tomar bastimentos y con-
sultar la navegación que habian de hacer. Detúvoles
también el buen acogimiento que hallaron en Ticin Ja-
queria, aquel genovés que con ayuda de Montaner sa-
queó el castillo de Fruilla y después ocupó el de aque-
lla isla , donde con muestras de sumo agradecimiento
les entregó las llaves del castillo y les ofreció servir
con su vida y hacienda. Siempre el hacer bien es de
provecho , y la recompensa viene muchas yeces de quien
menos se pensó que la pudiera hacer; y lo que se per-
dió en muchos beneficios , de uno solo que se agradez-
ca se sigue mayor utilidad que daño de todos los que
se perdieron. Halló Montaner, con el Infante, seguridad
en el puerto, regalo en lo que se les dio para su susten-
to , por solo haber ayudado antes al genovés, aunque
fué con su mismo interés y proveíñio.
52
DON FRANCISCO DE MONCADA.
CAPITULO LIV.
Pasa el ejército á Macedouia.
Aparlado Montaner del campo, Bereiiguer de Enteri-
za muerto , y Fernán Jiménez liuido , quedó solo Roca-
fort absoluto señor y dueño de todo; y asi, mudaba á su
gusto y antojo las determinaciones de todo el consejo.
La resolución que se tomó entre todos los capitanes
antes que.saliesen de sus presidios fué de acometer ú
Cristopol y hacerse fuertes en él , como lo hicieron en
Galípoli , y tener las dos provincias de Tracia y Mace-
donia vecinas , para hacer sus entradas. Pareció al
principio fácil la empresa , porque creyeron coger álos
griegos descuidados y sin tiempo para prevenirse , y
sin duda que les saliera bien el pensamiento sien el ca-
mino no se detuvieran cuatro días en vengar sus par-
ticulares agravios ó pasiones; con que tuvieron los
griegosespacio y lugar bastante, no solo para defender-
,se , pero también para ofenderles y acabarles , si entre
los griegos hubiera homlre de valor y cuidado. La di-
lijcion de las ejecuciones en la guerra es muy perni-
ciosa , y muy útil cualquier presteza; que por faltarles
á muchos un dia, una hora, y aun menos tiempo, per-
dieron grandes lances y ocasiones.
Rocafort, después que supo que la ciudad estaba
puesla en defensa, se resolvió de pasar al estrecho de
Cristopol , que es la parte marítima del monte Ródopc,
y no detenerse en acometer el lugar. El siguiente dia
con todo el campo pasó el estrecho , no sin gran fatiga,
porque el camino era áspero, los bagajes muchos, y
ios niños, mujeres y enfermos. Los griegos, aunque ad-
vertidos del camino que llevaban los catalanes , no pu-
dieron ó no osaron atreverse á impedilles el paso.
Atravesado el monte Ródope , bajaron á los campos de
Macedonia cerca de ocho mil hombres de servicio entre
todas las naciones ; bastante ejército para cualquier
grande empresa si los ánimos estuvieran unidos , y la
muerte de Berenguer no hubiera hecho odioso á Roca-
fort aun á sus proprios amigos, porque desde entonces
él se desvaneció y ellos se ofendieron. Al fin del otoño
se hallaron en medio la provincia de Macedonia, los
pueblos enemigos poderosos, y aun no maltratados con
la guerra; pero los daños de Tracia, su provincia mas
vecina, les sirvió de escarmiento para prevenirse dentro
délas ciudades, y recoger los frutos de la campaña.
Cuidadosos pues los catalanes de poner su asiento por
aquel invierno en algún sitio acomodado , corrian toda
la tierra , reconociendo puestos que poder ocupar y re-
coger bastimentos y vituallas compradas con sangre y
con dinero. Últimamente, después do haber hecho
grandes daños en toda la provincia, se hicieron fuertes
en las ruinas de la antigua Casandria, uno de los me-
jores puestos de toda la provincia , por estar vecino al
mar, y toda la comarca de aquel cabo fértil y apacible,
por los rnuclij) senos y entradas que el mar íiace, y de
donde fácilmente, ó por lo menos con mas comodidad
que de otro cualquier lugar, podían hacer sus entradas
la tierra adentro, y tener la Tesalónica, cabeza déla
proviuciu,en continuo recelo de su daño.
CAPITULO LV.
Prisión del inlüite don Fernando en Netfroponte.
Partió el Infante de la isla de Tarso con Ramón Mon-
taner, y mandó que se le entregase á Montaner la me-
jor galera, que fué la que llamaban Española. Con estas
cuatro galeras, un leño armado y una barca deJion-
taner, fueron navegando por la costa de Tracia y
Macedonia, hasta el puerto de Almiro, lugar del
ducado de Atenas, donde el Infante habia dejado cua-
tro hombres cuando venia , para hacer bizcocho para
cuando se volviese. Halló el Infante que, contra la fe y
palabra común, le hablan tomado el bizcocho, y mal-
tratado los cuatro que lo hacian. Tomó el Infante lue-
go sal isfacion del daño que habia recibido, echando
gente en tierra y saqueando el lugar de Almiro, donde
todo se llevó á sangre y fuego. Después de haber sa-
queado, y satisfecho la pérdida pasada, de allí pasaron
á la isla que Montaner llama Éspol; yo entiendo que
fué la que hoy se llama el Sciro. Saqueó toda la isla
y combatió el castillo sin fruto. De allí tomaron el ca-
bo de la isla de Negroponte, y quiso el Infante entrar en
la ciudad, porque cuando vino á Romanía estuvo en
ella y fué muy bien recebido y festejado. Montaner y
los demás capitanes de experiencia le advirtieron que
no convenia poner á riesgo su persona y la de los que
con él iban, después de haber saqueado los lugares del
duque de Atenas , con quien los s»^ñores de Negroponte
tenían confederación. Ño dio crédito á sus buenos con-
sejos ; y usando de su poder absoluto , con evidente
peligro entró en la ciudad, y hallaron en el puerto diez
galeras de venecianos que habían venido á instancia de
Carlos de Francia , á quien dio el Papa la investidura
de los reinos de Aragón cuando el rey don Pedro ocu-
pó á Sicilia. Traían un caballero francés, llamado Ti-
baldo de Sipoys, para que en nombre de Cárjos, su prín-
cipe, tratase en Grecia nuevas confederaciones y amis-
tades, y particularmente de los nuestros, de quien es-
peraba Cários su remedio, porque tenia pensamiento de
venir en persona, por los derechos que pretendía al im-
perio, á echar del al emperador Andrónico. El Infante
ya no tuvo lugar de arrepentirse ni volver atrás, por-
que fuera dar mayor sospecha ; pero antes de desem-
barcar, quiso que le asegurasen y diesen palabra de no
ofendelle. Hiciéronlocon mucho gusto al parecer. Ti-
baldo el primero , y los capitanes de las diez galeras
venecianas, que se llamaban Juan Tarin y Marco Mi-
sot, y 185 tres señores de Negroponte. Con esto le pare-
ció al Infante que estaba seguro. Saltó en tierra, donde
le convidaron para aseguralle mas y quitar á las gale-
ras la mayor defensa, que era el estar allí su persona y
las de quien siempre le acompañaban, que entre ellas fué
la de Montaner. Apenas puso el Infante el pié en tierra,
cuando las diez galeras venecianas dieron sobre las del
Infante y el bajel tle Montaner, donde acudió mucha
gente, porque tenían noticia que habia dentro grandes
riquezas. Mataron al entrar cerca de cuarenta humbres
que se quisieron defender, y al mismo tiempo pren-
dieron al Infante, con hasta diez de los mas princi-
pales que estaban en su compañía. Tibaldo luego libró
la persona del Infante á micer Juan de Misi, señor de la
tercera parte de Negroponte, para que le llevase al du-
que de Atenas en nombre de Cários de Francia, cuya
orden se aguardaría para disponer de la persona del
infante. Lleváronle con ocho caballeros y cuatro es-
cuderos á la ciudad de Atenas, donde fué entregado al
Duque, y por su órdeu coü muclias guardas llevado al
EXPEDICIÓN DE CATALANES Y ARAGONESES.
53
castillo de San Tomcr, donde quedó prisionero algunos
dius.
CAPITULO LVI.
Uocafort y su gente prestan juramento de fidelidad á Tibaldo
lie áipoys, en nombre de Carlos de Francia.
En este tiempo ya Tibaldo trataba de traer al servi-
cio de Carlos á Rocafort y á toda la compañía , y pro-
curaba granjearles por todos los medios que pudo. No
faltó quien le advirtió que en ninguna cosa podia ganar
mas la voluntad de Rocafort , que entregándole dos de
aquellos prisioneros que tenia ; que el uno de ellos era
Montaner, y el otro Garci Gómez Palacin, enemigo
grande de Rocafort. Tibaldo dio crédito al aviso, y sin
mas averiguación embarcó en sus galeras á Montaner y
á Palacin, y él en persona partió la vuelta del cabo de
Casandria, donde estaban los nuestros con Rocafort; y
apenas hubo llegado á su presencia, cuando le presen-
tó los dos prisioneros, pareciéndole que liabian de ser
el medio de sus amistades, y así fueron ellas tan desdi-
chadas , pues se fundaron en la sangre y muerte de un
inocente. Entregáronse ambos prisioneros , pero con
diferente suerte; porque al uno le apartaron para qui-
tarle la vida, y al otro para darle libertad. Honraron
con grandes demostraciones de contento á Montaner,
y á Palacin mandó Rocafort cortarle luego la cabeza,
sin darle mas tiempo de vida de la que el verdugo tardó
ú darle la muerte, y sin que persona alguna se atrevie-
se á replicar sobre ello á Rocafort. Que se halle hombre
tan ruin como Rocafort entre tantos soldados y capita-
nes, no me causa admiración; pero ¡ que entre todos ellos
no se hallase un hombre de bien que detuviera ó repli-
cara á Rocafort, advirtiéndole siquiera que ofendiasu
fama y oscurecia sus hechos con ejecución tan inhuma-
na-y fuera de tiempo! Era Garci Gómez Palacin ara-
gonés, valiente sollado y honrado caballero, aunque
desdichado; principal capitán y valedor del bando de
Berengner de Entenza y Fernán Jiménez de Árenos.
Con este hecho, indigno de cualquier hombre que lo
sea, perdió Rocafort amigos y reputación , pues dar la
muerte á un caballero que se retiraba como vencido á
la patria, de donde no le pudiera ofender ni impedir su
grandeza , fué indicio y señal manifiesta de su crueldad
y fiereza. Montaner, como habia sido maestre racional
de nuestro ejército, y era el que mandaba todos los ofi-
ciales de pluma, tenia granjeados con su buen térmi-
no y verdad los ánimos de todos los soldados; y así , le
amaban como á padre : cosa raras veces vista , amar los
soldados la gente de pluma , á quien ordinariamente
aborrecen y murmuran , porque les parece que estando
descansados, con trampas y enredos, en daño de la mi-
licia se acrecientan y enriquecen, y ellos con mil tra-
bajos y peligros viven siempre en una miserable suerte.
Recibieron todos á Montaner con regocijo general, y
luego le dieron una posada de las mas honradas que
habia, y los turcos y turcoples los primeros le presen-
taron veinte caballos y mil escudos, y Rocafort un ca-
ballo de mucho precio y otras cosas de valor, sin que
liubiese persona de estimación en todo el ejército que
no le diese algo. Tibaldo de Sipoys y los capitanes ve-
necianos que le entregaron, quedaron corridos de ver
que se hiciese tanta honra á quien ellos habían robado
cuanto tenia , y temieron que no le hiciese daño en
desbaratar sus trazas y pretensiones; poro Montaner
era cuerdo, y como no le pareció cosa segura quedarse
en nuestro campo , ni las impidió ni las favoreció. Ro-
cafort, que hasta entonces habia estado dudoso en acep-
tar lo que por parte de Carlos de Francia le ofrecía Ti-
baldo de Sipoys , porque el respeto de la casa de Ara-
gón le detenia , pero cuando tuvo por cierto que por
no haber querido admitir al Infante por el rey don Fadri-
que, las casas de los reyes de Aragón, Sicilia y Mallor-
ca le serían enemigos , vino en lo que Tibaldo desea-
ba, que la compañía le recibiese por su general en nom-
bre de Carlos de Francia, ofreciéndoles el sueldo aven-
tajado y grandes esperanzas , que era lo que les podia
dar. Con esto le juraron fidelidad, forzados, á lo que yo
puedo juzgar, de la violencia de Rocafort, porque des-
echar á su príncipe natural y tomar al extraño y ene-
migo, no es posible que los catalanes y aragoneses vo-
luntariamente lo consintiesen , ni Rocafort lo intentase,
sino por la seguridad que tenían en los turcos y turco-
})les y parte de la almugavería , que ciegamente le obe-
decían; aunque lo que Rocafort hizo no parece que fue-
se traición, porque no tomó las armas contra sus prín-
cipes, sino solo se apartó de su servicio : cosa en aque-
llos tiempos lícita y usada, y mas cuando precedían
agravios. Ni menos fué por aborrecimiento que tuvie-
sen á la casa de Aragón y amor á la de Francia, sino
que quiso arrimarse por entonces al príncipe menos po-
deroso, para con mas facilidad apartarse del cuando
sus cosas llegasen al estado en que esperaba verse.
Porque corría una voz entre muchas, que Rocafort se
quería llamar rey de Tesalóníca ó Salónique, y no era
esto sin algún fundamento, pues hal)ia mudado el sello
del ejército, que era la imagen de san Pedro , y en su
lugar mandó poner un rey coronado : señales evidentes
de sus altos y atrevidos pensamientjs. Tales bríos co-
bra el que tiene en su mano un ejército vitorioso y ami-
go; y pienso que fueran masque pensamientos, y que
sin duda llegara á ser principe absoluto, si su grande
avaricia y soberbia no atajara los pasos de su próspera
fortuna, al tiempo que le ofrecía un estado con que pu-
diera fundar y engrandecer su casa. Que si Rocafort
viviera cuando los nuestros ocuparon los estados de
Atenas y Neopatría, tengo por sin duda que no llama-
ran al rey de Sicilia , sino que le recibieran por su prín-
cipe y señor, pues se pudiera hacer con muy justo títu-
lo, habiendo sido Rocafort su general tantos años, en
tiempo de tantos trabajos, y debajo de cuyo mando y
gobierno habían alcanzado tantas Vitorias y dado glo-
rioso fin á tan señaladas empresas.
Luego que las galeras venecianas vieron á Tibaldo
general del ejército en nombre de Carlos, partieron la
vuelta de su casa, y Ramón Montaner con ellas, aunque
le rogaron mucho que se quedase; pero como él cono-
cía la poca seguridad que había en la condición de Ro-
cafort , jamás quiso quedarse , ni aun pidiéndoselo muy
encarecidamente el mismo Tibaldo.
CAPITULO LVII.
Montaner con las galeras venecianas vuelve al Negroponte,
y en Atenas se ve con el infante don Fernando.
Juan Tari, general de las galeras venecianas, por or-
den de Tibaldo dio una galera á Montaner para que
llevase en ella sus camaradas, sus criados y su ropa, y
51 DON FRANCISCO
su persona se embarcó en la capitana con Tari, de
quien fué por extremo regalado y servido. A mas de esto,
Tibaldo dio cartas á Montaner para Negroponte , en que
mandaba que se le restituyese todo lo que se le habia
robado de su galera cuando prendieron al Infante , y
esto so pena de la vida y perdimiento de bienes si al-
guno lo ocultase. Con este buen despacbo partió Mon-
taner á Negroponte con las galeras venecianas, donde
llegaron con buen tiempo, y luego se notificaron las
cartas de Tibaldo al justicia mayor de venecianos. Hi-
ciéronse luego pregones con las penas dichas á los que
no restituyesen , y Juan Damici y Bonifacio de Verona,
como señores también de la isla, hicieron los mismos
pregones cuando vieron la carta de Tibaldo, supremo
ministro en aquellas partes del rey de Francia. Fueron
los pregones poco obedecidos, porque no se hicieron
sino solo para satisfacer y cumplir con esta demostra-
ción con Tibaldo ; porque Montaner no cobró cosa al-
guna de las perdidas ni se le dio otra satisfacion. Mon-
taner, como verdadero criado y servidor del Infante, pi-
dió á Juan Tari que le diese lugar para ir á la ciudad de
Atenas á verle y consolalle en su prisión; que como na-
ció subdito de los de su casa, no podia dejar de acudir
en caso tan apretado como el velle preso. Tari con mu-
cha cortesía le ofreció de aguardar cuatro dias en Ne-
groponte , en que tendria bastante tiempo para ir á vi-
sitar al Infante y volverse, porque de Negroponte á
Atenas habia solas veinte y cuatro millas. Partió Mon-
taner con cinco caballos, y en llegando á la ciudad qui-
so ver al Duque, y aunque le halló enfermo, le dio lugar
para que le viese, y le recibió con mucha cortesía, y
con palabras muy encarecidas le significó el sentimien-
to que habia tenido del suceso de Negroponte cuando
le robaron su galera, y ofreció que en todo lo que se le
ofreciese le ayudaría con veras. Montaner respondió
que estimaba mucho la merced y honra que le hacia;
pero que solo deseaba ver al infante don Fernando.
Dióle licencia el Duque con mucho cumplimiento, y
mandó que el tiempo que Montaner estuviese con el In-
fante , todos cuantos quisiesen pudiesen entrar en el
castillo y visitalle. Dieron luego libre la entrada de Sant
Ober ; y Montaner, en viendo al Infante, las lágrimas le
sirvieron de palabras , que mostraron el sentimiento de
ver su persona puesta en manos de extranjeros. El In-
fante, en lugar de recibir algún consuelo de Montaner,
fué él el que se le dio y animó con palabras de grande
valor y constancia. Dos dias se detuvo Montaner en su
compañía , platicando los medios mas necesarios para
su libertad , y últimamente , quiso quedarse para servi-
Ile y asistitleen la prisión; no lo consintió el Infante, por
parecelle mas conveniente que fuese á Sicilia á tratar
con el Rey de su libertad. Dióle cartas para el Rey , y le
encargó que, como testigo de vista, refiriese á su tío todo
lo que habia pasado en Tracia y Macedonia acerca de
admitillé en su nombre. Con esto se despidió Monta-
ner, y fué á tomar licencia del Duque para volverse, de
quien fué regalado con algunas joyas , que le fueron de
mucho provecho , porque todo el dinero que traía ha-
bia dejado al Infante , y repartido sus vestidos entre
los que le servían. Vuelto á Negroponte, se partieron
luego las galeras , y navegando por las costas de la Mo-
rea, llegaron á la isla de la Sapiencia, donde toparon
cuatro galeras de Riambau Dasfar, de quien ya tenia
DE MONCADA.
lengua Montaner. Los venecianos, sospechosos siempre,'
como gente de república, apartándose con Montaner,
le preguntaron si Riambau Dasfar era hombre que les
guardaría fe. Respondióles que era buen caballero, y
que él no seria enemigo ni haría daño á los amigos del
rey de Aragón, y que con seguridad podrían estar to-
dos juntos y honrar á Riambau. Con esto se sosega-
ron, y Montaner pasó á la galera de Riambau Dasfar, y
luego todas se juntaron, y se convidaron los capitanes
con mucha llaneza y seguridad. Llegaron á Clarencia,
donde se detuvieron las galeras venecianas, y entonces
Montaner se pasó á las de Riambau, en cuya compañía
llegó á Sicilia , y en Castronuevo se vio con el Rey, y le
dio larga relación de lo que pasaba , juntamente con la
carta del Infante. Mostró el Rey gran sentimiento , y
luego escribió al rey de Mallorca y al rey de Aragón
para que todos juntos ayudasen á la libertad de don
Fernando; y en este medio Carlos , hermano del rey de
Francia, escribió al duque de Atenas que enviase la
persona del Infante al rey Roberto de Ñapóles. Obedeció
el Duque ; y así, vino el Infante á Ñapóles preso , donde
estuvo un año en una cortés prisión ; porque salía á ca-
za y comía con Roberto y con su mujer, que era su
hermana. El rey de Mallorca , su padre, por medio del
rey de Francia le alcanzó libertad; conque el Infante
vino á Colibre á verse con su padre.
CAPITULO LVIII.
Prisión de Berenguer y Gisbert de Rocafort.
Los nuestros , después que admitieron por capitán
general á Tibaldo , y le juraron en nombre de Carlos,
hermano del rey de Francia , mantuvieron el puesto de
Casandria , sustentándose de las correrías y entradas
que hacían la tierra adentro, hasta llegar á Tesalónica,
donde estaba la Emperatriz con toda su corte, con to-
das las riquezas y tesoros del imperio de los griegos,
que esta ambiciosa mujer habia recogido para acre-
centar á sus hijos, en grave daño de Miguel, su entenado,
sucesor legítimo del padre. Mientras Rocafort, sin re-
celo de mudanza, trataba de su aumento y grandeza,
llegó el fin de su prosperidad y principio de su desdicha,
que las mas veces suele ser en la mayor confianza y se-
guridad del hombre, para que se conozca claramente
la instabilidad de las cosas humanas , y que no hay po-
der que pueda en sí proprio asegurarse, porque las cau-
sas de su acrecentamiento son las mismas de su ruina.
La primera causa y motivo que tuvieron sus enemigos
para derríballe fué conocer en él un grande descono-
cimiento de lo que debía á su propria naturaleza y san-
gre, pues á mas de ser cruel, era codicioso y lascivo :
insufribles vicios en los que mandan ; porque la vida,
honra y hacienda, bienes los mayores del hombre mor-
tal, andan siempre en peligro. El deseo de tomar sa-
tisfacion y venganza de los agravios recibidos de Ro-
cafort, con el miedo se encubrieron, hasta que tomaron
la ocasión del poco caso y respeto que Rocafort tenia á
Tibaldo, y secretamente pusieron en plática su libertad,
pareciéndoles que hallarían en Tibaldo, como en hom-
bre ofendido , el remedio de sus agravios , pues casi
eran comunes á todos. Dijeron á Tibaldo que les ayu-
dase á salir de tan dura servidumbre y que se repri-
miese la insolencia de Rocafort, pues olvidado de lo que
debía hacer un buen gobernador y capitán, atropellando
I
EXPEDICIÓN DE CATAL
las leyes naturales , usaba de su poder en cosas ilícitas
y fuera de toda razón , y de los subditos libres como de
sus esclavos, y de los bienes ajenos como suyos pro-
prios. Que ya era tiempo que las maldades de Rocafort
tuviesen castigo, y sus trabajos y peligros fin; que pues
él era la suprema cabeza , pusiese el remedio conve-
niente y diese satisfacion á tantos agraviados. Tibaldo,
como solo y forastero , temiéndose que no fueran echa-
dizos de Rocafort para descubrir su ánimo , respondió
con palabras equívocas, ni cargando á Rocafort ni des-
esperándoles á ellos. Era el francés hombre muy pru-
dente y de grande experiencia, y quiso, aunque agra-
viado de Rocafort, tentar el camino mas suave para
raoderalle ; porque como el principal motivo de su ve-
nida habia sido para tener de su parte nuestro ejército,
no reparaba en su particular autoridad, sino en lo que
había de ser de importancia para el príncipe cuyo mi-
nistro era. El primer medio que tomó fué hablar con
gran secreto á Rocafort y pedille que se fuese á la
mano en sus gustos, poniéndole delante los daños que
le podrían causar. Pero Rocafort, poco acostumbrado
á sufrir personas que pretendiesen detener y corregir
sus desórdenes , respondió á Tibaldo con tanta aspe-
reza, que le obligó aponer remedio mas violento; y des-
esperado de poder mantener á Rocafort en el servicio
de su príncipe si no se le consentían sus ruindades, de-
terminó vengarse del y dejar nuestra compañía. Pero
disimuló esta determinación hasta que un hijo suyo vi-
niese con seis galeras de Venecía, adonde le habia en-
viado algunos meses antes. Llegufon dentro de pocos
dias ; y Tibaldo, cuando se vio seguras las espaldas, en-
vió con gran secreto á decir á los capitanes conjurados
que le hiciesen saber en lo que estaban resueltos de los
negocios de Rocafort. Ellos respondieron que juntase
consejo, y que en él veria los efetos de su determina-
ción. Dióse Tibaldo por entendido, y al otro dia hizo
juntar el consejo , publicando que tenía cosas impor-
tantes que tratar en él. Vino Rocafort con la insolencia
y arrogancia que acostumbraba. A la primera plática
que se propuso, comenzaron todos á quejarse del; pero
como hasta entonces no habia tenido hombre que le
osase contradecir ni que descubiertamente se le atre-
viese, alborotóse extrañamente, y con el rostro airado
y palabras muy pesadas los quiso atrepellar, como so-
lia. Entonces los capitanes conjurados se fueron levan-
tando desús asientos; y llegándosele mas, multiplican-
do las quejas y acordándose de los agravios que á todos
hacia , diciendo y haciendo , le asieron á él y á su her-
mano , sin que pudiesen resistirse, porque los conjura-
dos eran muchos y resueltos. Luego que tuvieron pre-
sos á entrambos hermanos y entregados á Tibaldo,
acometieron la casa de Rocafort y la saquearon toda,
alargándose la licencia militar, como suele en casos
semejantes , sin detenelles el respeto que debían tener
á las paredes de quien habia sido su general tantos
años , y con su espada y valor haberles defendido tantas
veces.
CAPITULO LIX.
Tibaldo, llevando consigo los dos hermanos presos, deja el ejército»
y los lleva á Ñapóles, donde les dieron muerte.
La prisión de Rocafort causó diferentes efetos , por-
que sus amigos se entristecieron, como participantes de
ANES Y ARAGONESES, g^
sus delitos , y hubieran hecho alguna demostración de
libralle, sí no dudaran de que un caso tan grave no era
posible haberse emprendido sino con gran prevención
de ayuda y lados ; y mas, que aun no habían reconocido
cuáles eran amigos ó enemigos declarados : cosas que
muchas veces suele ser de importancia para los que
acometen casos tan repentinos y prontos. Los turcos y
turcoples, que eran los fieles á Rocafort, quedaron tan
pasmados y atónitos del hecho, que no pudieron tomar
resolución. Los almugavares estaban divididos : la ma-
yor parte le amaba , la otra le aborrecía ; pero toda la
gente de estimación y la nobleza, como la mas ofendi-
da , era la que procuraba con muchas veras su perdi-
ción. Aquella noche que Rocafort estaba preso fué
toda inquieta y llena de recelos. A la mañana ya pare-
ció que habia mas sosiego , porque supieron que Roca-
fort y su hermano estaban vivos. Pero cuando á Tibaldo
le pareció que tenia á todos los del ejército mas des-
cuidados y seguros , una noche con gran secreto em-
barcó á los dos herm'anos Rocaforts en sus galeras, y él
juntamente con ellos navegó la vuelta de Negroponte,
dejando burlada toda nuestra compañía. A la mañana,
cuando vieron partidas las galeras , y que Tibaldo se
llevaba en ellas á los dos hermanos, alteráronse todos
mucho, y decían que aunque Rocafort fuese de tan rui-
nes costumbres, era su capitán, y no les parecía justo
entregarle á sus enemigos para que hiciesen escarnio
del y de nuestra nación, dándole una muerte vil y afren-
tosa, en mengua de todos ellos ; que si Rocafort la me-
recía, que se la hubiera dado el ejército por sus manos,
y no ponerle en las de sus mayores enemigos. Con esta
plática se fueron encendiendo los ánimos, atizados de
los amigos íntimos de Rocafort, de suerte que llegaron
á tomar las armas los almugavares y turcos contra los
que se habian señalado en su prisión, y con una furia y
coraje increíble los iban buscando por sus alojamien-
tos y matando los que topaban , sin que hubiese soldado
ni caballero que se atreviese á resistirles : tanta fué la
afición y voluntad que la gente de guerra tuvo á Roca-
fort j que jamás la pudieron borrar sus maldades y ruin
correspondencia con los amigos , ni en esta ocasión
pudo sosegarse hasta vengarle y satisfacerse muy á su
gusto. Quedaron muertos deste alboroto ó motín ca-
torce capitanes de los mas conocidos enemigos de Ro-
cafort, y otra mucha gente de los aficionados y criados
destos capitanes, que quisieron al principio resistir:
cosa notable que los nuestros, puestos en medio de sus
enemigos , tres años continuos tuviesen ellos siempre
guerra civil, derramándose mas sangre que en todas
las demás que tuvieron con los extraños. Y aunque las
guerras civiles son de ordinario j)casion de no tenerlas
con los extranjeros , no sucedió esto á los nuestros, pues
á un mismo tiempo acometían al enemigo y se mataban
entre ellos.
Tibaldo llegó á Ñápeles con los dos hermanos Roca-
forts presos, y los entregó al rey Roberto, su mortal
enemigo. El origen desta enemistad fué no haberle que-
rido Berenguer de Rocafort entregar unos castillos de
Calabria, que por razón de las paces hechas entre los
reyes le pertenecían , hasta que le satisfaciesen lo cor-
rido de sus pagas á él'y á su gente ; y como los reyes
tienen por injuria y atrevimiento grande pedilles paga
de servicios por medios violentos, aunque por entonces
56
DON FRANCISCO DE MONCADA.
1
Síil islizo ñ Rocafnrt, qncflólc siempre vivo el sentimiento
desle agravio. Mandó luego que los llevasen á los dos
liermanos al castillo de la ciudad de Aversa , y que en-
cerrados en una obscura prisión, los dejasen sin darles
de comer liasla morir. Fué Berenguer de Rocafort el
mas bien afortunado ir valiente capitán que hubo en
muchas edades, y el mas digno de alabanza, si al paso
de su prosperidad no crecieran sus vicios. Sirvió al rey
don Pedro y á sus hijos don Jaimey don Fadrique, de ca-
pitán. Después con nuevos pensamientos se juntó con
Roger en la Asia , adonde fué con no pequeño socorro.
Por muerte de Corbaran de Alet fué senescal, maestre
de campo, general del ejército, y después de muerto
Roger, y Berenguer preso, le gobernó por espacio de
cinco años sin competidor alguno, y en este tiempo
destruyó muchas ciudades y provincias. Venció tres
batallas con muy desigual número de gente, y en una
dellas un emperador de oriente ; y mantuvo una guerra
tanto tiempo en el centro de las provincias enemigas; y
últimamente, atravesó con su ejército desde Galípoli á
Casandria , quemando y destruyendo cuanto se le puso
delante. Nunca fué vencido ni aun en pequeñas esca-
ramuzas. Triunfó de todos sus enemigos, y en todas las
guerras civiles y extranjeras fué siempre vencedor; pero
el remate de todas estas dichas paró en una triste pri-
sión y miserable muerte , aunque, al parecer de todos,
justísimo castigo del cielo, por la sangre inocente que
derramó de sus amigos y de otros muchos que injusta-
mente murieron á sus manos. Gishert de Rocafort siguió
la misma fortuna que su hermano ; pero, según se coUge
délos historiadores de aquellos tiempos, no procedió
tan disolutamente como él , aunque fué participante y
compañero en muchos de sus delitos, y particularmente
en la de Berenguer, y quizá por no tener el lugar de su
hermano fué menos notado ; porque los vicios se des-
cubren mas en la major fortuna. Quién fuesen estos ca-
balleros, ó de qué familia de las muchas que en Cata-
luña hubo deste apellido, Montaner lo calla, como de
muchos otros que se hallaron en esta grande empresa,
que ni aun escribió sus nombres : yerro por cierto ó
descuido muy notable y de grandísimo perjuicio para
las casas nobles que hoy permanecen en estos reinos,
cuyos pasados se hallaron en esta tan señalada expedi-
ción.
CAPITULO LX.
Eligen los catalanes gobernadores; y solicitados del duque
de Atenas, ofrecen de serville.
Después del miserable caso de Rocafort y de los que
por él se siguieron , quedó nuestro ejército , no solo sin
cabeza , pero sin personas capaces de tanto peso; por-
que el gobierno de tan varias gentes, acostumbradas á
obedecer famosos capitanes, y envejecidas debajo de
su mando, mal se pudiera entregar á quien no fuera
igual á los pasados en valor y nobleza de sangre. Roger
de Flor fué el que primero los gobernó , hombre , como
se dijo, señaladísimo entre todos los capitanes de su
tiempo; después Berenguer de Entenza , ilustre por su
bangre y hazañas; luego Rocafort, famoso por sus Vi-
torias; y aunque sin estos en nuestro campo había mu-
chos caballeros y capitanes de nombre que pudieran
ocupar este puesto , habían todos perecido por la cruel-
dad de Rocafort , que, como á émulos y competidores,
les procuró siempre su perdición; porque no hay ra-
zón que prevalezca en un hombre cuando so atraviesa
la conservación de un puesto grande , y los medios que
pone para adquirille y mantenelle no repara en si son
buenosó malos, á trueque de salir con su pretensión.
Juntáronse los del consejo para elegir cabeza, y consi-
derando la falta que tenian dellas , se resolvieron do
nombrar dos caballeros , un adalid y un almugavar, pa-
ra que por todos cuatro juntos , por consejo de los doce
se gobernase el campo. Con este gobierno se entretu-
vieron algún tiempo en Casandria, adonde tuvieron
embajadores del conde de Breña , que sucedió en el du-
cado de Atenas por la muerte de su duque , último des-
cendiente de Boemundo, que por faltarle sucesión de-
jó su estado al Conde, su primo hermano. Trajo esta
embajada Roger Deslau , caballero catalán , natural de
Rosellon, que servia al Conde. Con este se asentó el
trato, ofreciéndoles de parte de su señor que siempre
que le viniesen á servir, les daría seis meses de paga
adelantada y las mesmas ventajas que habian tenido en
servicio del emperador Andrónico. Pero dudábase mu-
cho que pudiesen ir á serville sino dándoles armada
con que pasar, porque por tierra parecía imposible, por
haber de atravesar tantas provincias, y casi todas de
enemigos , ríos caudalosos , montes ásperos , y todo es-
to sin haberlo reconocido. Con todas estas diíicullades
quedaron firmados todos los conciertos, por si en al-
gún tiempo le fuesen á servir.
Pasaron el siguiente invierno los nuestros con algu-
na falta de bastimentos ; y así, en abriendo el tiempo,
trataron de desamparará Casandria y acometerá Te-
salónica , cabeza de toda la provincia , y adonde estaba
la mayor fuerza della , porque se tenia por cierto que
ganada esta ciudad, podrían fundar con mucha seguri-
dad los catalanes y aragoneses su imperio en ella y al-
canzar las mayores riquezas del oriente, por residir allí
Irene , mujer de Andrónico , y María , mujer de su hijo
Miguel, con toda su corte. No fueron estos consejos
tan ocultos al emperador Andrónico como se pensaba,
y trató luego de prevenirse , porque conocía á los ca-
talanes con brios para emprender cosas tan grandes y
al parecer imposibles. Envió capitanes expertos á Ma-
cedonia á levantar gente para defender las ciudades
principales. Mandó que dentro dellas se recogiesen los
frutos de toda la campaña , para asegurarse del daño
que podij causar la falta dellos, y dejar al enemigo la
tierra de manera que no se pudiese mantener de lo que
en ella quedaba. Mandó también que desde Cristopol
hasta el monte vecino se levantase una muralla para
impedirles la vuelta de Tracia. Con esto le pareció al
Emperador que acabaría á los catalanes sin venir con
ellos á las manos ; que esto jamás quiso que se aventu-
rase, porque tenia por imposible vencerlos con fuerza
y violencia. Estuvo bien cerca de salirle bien estas tra-
zas á Andrónico, si el valor de nuestra gente no las lu-
ciera vanas y sin provecho.
CAPITULO LXI.
Sale el ejército de Casandria, y pasa á Tesalia.
Dejaron los nuestros á Casandria, y vinieron con to-
do su poder la vuelta de Tesalóníca, creyendo hallarla
en el descuido que ciudad tan grande y populosa pu-
diera tener, pero fué muy diferente de lo que se pensó;
porque bastecida de provisiones y de gente de guerra.
EXPEDICIÓN DE CATAL
estaba sobre el aviso. Tentaron de acometella A viva
fuerza de asaltos , pero las dos emperatrices que esta-
ban dentro, asistidas de los mas valientes capitanes del
imperio, libraron la ciudad; porque los catalanes, re-
conociendo tan gallarda defensa, dejaron la empresa,
y alojados en las aldeas mas vecinas , corrieron la tierra
1 ara buscar el sustento; pero como la vieron vacía de
gente y de ganado , sospecharon la traza del enemigo,
que ellos no hablan prevenido. Trataron luego de par-
tirse, porque ocho mil hombres, sin los cautivos, ca-
ballos y bagajes, era número grande para poder susten-
tarse y vivir de lo que el enemigo habia dejado de re-
coger. Viendo pues la ruina inevitable si se detenían,
determinaron volver á Tracia por el proprio camino que
trujeron á la venida; pero avisados de un prisionero
que el paso de Cristopol estaba cerrado con un muro y
bastante gente para su defensa, tuviéronse casi por per-
didos, porque creyeron también que tras esta preven-
ción , los macedones, tracios y lirios y acarnanes y los
de Tesalia, todos pueblos vecinos, juntas sus fuerzas,
les acometerían, ó por lo menos les defenderían el bus-
car el sustento ; con cuya falla forzosamente habían de
perecer. La última necesidad , como siempre acontece,
les hizo resolver de atravesar toda la provincia de Ma-
cedonia y entrar en Tesalia, cuyos pueblos vivían sin
recelo de sus espadas, porque creyeron que Macedonia
y las fuerzas que había dentro della fueran impenetra-
bles muros para que los catalanes los pudieran ofender.
Apenas acabaron de tomar este consejo cuando luego
le pusieron en ejecución , porque Andrónico no le pu-
diese prevenir ; y así , dejando á Tesalónica , recogien-
do todas sus fuerzas con increíble diligencia, porque
el enemigo no les impidiese la entrada de los montes,
caminaron por pueblos enemigos, tomando dcllos solo
el sustento forzoso; porque el temor del peligro fué
mayor entonces que su codicia, que por no detenerse
no la ejercitaban. Al tercero día llegaron á la ribera del
rio Peneo, que corre entre los montes Olimpo y Ossa,
y riega aquel amenísimo valle llamado Tempe, tan ce-
lebrado en la antigüedad. En las caserías y poblaciones
riberas de este río se alojaron , donde , convidados de
su regalo y templanza del cielo , pasaron el rigor del
invierno. Dióles ocasión para este reposo el tener llana
y segura la salida para Tesalia, y la abundancia de bas-
timentos que hallaron en las tierras, poco trabajadas
antes de gente militar. Fué este valle de Tempe tan es-
timado de los antiguos , así por la suavidad y templanza
del aire , como por la religión y deidades que creyeron
que habitaban entre aquellas selvas y bosques y en el
rio, que le tenían por un paraíso y propria habitación
de sus dioses. Los griegos , cuando supieron el camino
que los catalanes habían tomado , poco seguros de que
no volviesen, no los quisieron irritar, aunque la pres-
teza de su camino fué de manera, que aunque les qui-
sieran seguir no pudieran alcanzalles, y quedaron con
nuevos temores de gente cuya industria y valor excedía
todas sus fuerzas y consejos.
CAPITULO LXII.
Baja el ejército de los catalanes á Tesalia , y por concierto dejan
esta provincia y pasan á la de Acaya.
En entrando la primavera, salió el ejército del valle
y bajó á Tesalia, sin haber enemigo que se le opusiese;
ANES Y ARAGONESES. 57
con que libremente se hicieron contribuir de la mayor
parte de sus pueblos que viven en lo llano. Hallábase
entonces esta provincia sujeta á un príncipe de {)oca ca-
pacidad, casado con Irene, hija bastarda del empera-
dor Andrónico. Estaba desavenido con su suegro por-
que no quería reconocerla obediencia que debía al im-
perio ; porque ya en este tiempo aquella monarquía
oriental de los griegos estaba en su última declinación,
y la mayor parte de los principes sujetos no la querían
reconocer, porque la vieron sin fuerzas, y sin ellas cual-
quier derecho se pierde; que la sujeción no se da sino
al poderoso. Así el imperio de los romanos del occiden-
te ha venido á quedar en un título vano de su grande-
za, porque Italia, Francia, España é Inglaterra, que
un tiempo le rindieron tributo y recibieron sus leyes,
hoy se ven libres, porque declinó su poder, y con él se
perdió su derecho: los godos y demás naciones septen-
trionales le redujeron á esta miseria. Luego que el prín-
cipe de Tesalia supo las fuerzas que tenia en su estado,
y que eran superiores á las suyas , con los buenos con-
sejeros y ministros heles que tuvo, alcanzólo que otros
no pudieron con las armas , que fué persuadilles con dá-
divas y con ruegos que saliesen de su estado ; y así, con
una cortés embajada, después de haber fortílicadn al-
gunas ciudades y puestos en defensa, porque también
fuese esto ocasión de que los catalanes no dejasen lo
cierto por lo dudosjo , ofreciéronles bastimentos nece-
sarios y líeles espías para que los llevasen á Acaya ó A
donde mejor les pareciese, y juntamente les dieron
gran cantidad de dinero; porque cuando el poderes
muy inferior, no se puede tener por desvalor y mengua
redimir con dinero la vejación que se padece. Juntá-
ronse los gobernadores y consejeros del ejército , y pon-
derando las dilicultades y peligros que pudieran suce-
der de quedarse en la provincia , juzgaron por cosa úlil
y necesaria admitir los partidos y caminar adelahte,
porque cuanto mas se acercaban hacía al mediodía,
tanto se acercaban á tener cerca los socorros de Sicilia
y de España. Respondieron á los embajadores que ellos
admitían el partido , y con esto el negocio quedó con-
cluido ; y luego por parte del Principe se les entregó el
dinero y vituallas , y ellos con mucha puntualidad par-
tieron el día que ofrecieron de salir. Con esto Tesalia
quedó libre por su industria de gravísimos daños, y los
catalanes con la misma los evitaron ; porque la guerra
á todos es dañosa , y muchas veces el vencedor se di-
ferencia solo en el nombre del vencido. El camino que
los nuestros tomaron fué por la parte montañosa de la
provincia de Tesalia, llamada la Blaquia, que forzosa-
mente hubieron de atravesar parte della. Zurita, cuan-
do refiere el camii:o que hizo este ejército, recibió
grande engaño diciendo que la tierra que pasaron se
llamaba Valaquia, porque no llegó á su noticia que hu-
bia provincia que se llamase Blaquia; porque Monta-
ner, de donde él lo sacó, la llama Blaquia , y Zurita,
ignorando el nombre y corrigiendo á Montaner , la lla-
ma Valaquia , llevado de la semejanza del nombre ; pero
á la Valaquia no llegaron los nuestros con cien leguas.
La Blaquia se debe llamar, que es, según Nicétas, en el
fin de su historia , la tierra montañosa de Tesalia , que
viene bieti con el camino que los catalanes hicieron y
con el nombre que Montaner la llama. Sus naturales se
llaman blacos, gente belicosa y que tuvo muchos años
58 DON FRANCISCO
oprimidos á los emperodores orientales, y aun hoy en-
tre los turcos conservan su nombre y valor, puesto que
sujetó á'tan bárbara y poderosa gente. No acaba Moii-
taner de encarecer el trabajo que se tuvo en este cami-
no de la Blaquia , porque siempre fué con las armas en
la mano y peleando : tanta resistencia bailaron en los
naturales. Yo entiendo que una de las mayores empre-
sas que se hicieron en esta expedición fué el abrir ca-
mino por esta tierra, tan llena de gente plática y valien-
te. Al Gn la atravesaron á pesar suyo, con universal ad-
miración de los que conocieron el peligro, con las bue-
nas y fieles guias de los de Tesalia. Pasaron el estrecho
llamado Termopilas , célebre por los trescientos espar-
tanos que con Leónidas murieron defendiendo el paso
á Jérjes y la libertad de Grecia. De allí bajaron á la ri-
bera del rio Cefiso , que baja del monte Parnaso y cor-
re hacia el oriente , dejando á la parte del norte los
pueblos llamados de los antiguos locrenses, opuncios
y epieménides , y á mediodía Acaya y Beocia. Llega
este rio hasta Lebadia y Haliarte, donde se divide y
pierde el nombre, y le muda en el de Esopo y Ismeno.
Esopo corre por medio de la provincia Ática hasta que
entra en el mar; Ismeno junto de Aulide desagua en el
mar Euboico, llamado hoy de Negroponte. Por aque-
llas vecinas aldeas de locrenses se alojó nuestro campo
para pasar el otoño y invierno, y tomar resolución délo
que se liabia de hacer la primavera siguiente.
CAPITULO LXIII.
El duque de Atenas recibe á los catalanes.
El duque de Atenas, luego que supo que el ejército
de los catalanes habia pasado los montes y atravesado
la Blaquia, envió con mucha diligencia sus embajado-
res á las cabezas del ejército, temiendo que otros prín-
cipes vecinos recibiesen á los catalanes en su servicio ;
porque, como era milicia de tanta estimación, todos
procuraban tenerla en su favor ; y así , él con grandes
ofrecimientos de pagas y sueldos aventajados, les acor-
dó la palabra que le dieron eu Casandria de venille á
servir cuando él envió á Roger Deslau. Los catalanes,
oida la embajada del Duque , les pareció mas útil su
amistad que la de los otros príncipes vecinos; y así , se
concluyó el trato con él, que fué el mismo con que sir-
vieron al emperador Andrónico. Con estos nuevos so-
corros el Duque se puso en campaña á restaurarlo que
sus enemigos habian ocupado de su estado. El mas ve-
cino y poderoso enemigo era Angelo , príncipe de los
blacos, y el emperador Andrónico , que como príncipe
griego, aborrecía el nombre latino, y quería echar de su
estado al Duque y á los demás franceses que le seguían.
El déspota de Larta, llamada de los antiguos Andracia,
también le apretaba con sus armas. Contra las destos
tres enemigos, que aun divididos eran poderosos, co-
menzó la guerra el Duque; y fué tan dichoso en ella,
que no solamente reprimió la furia y rigor de sus ene-
migos y defendió su estado, pero también cobró treinta
fuerzas que le habian usurpado. Últimamente se trata-
ron y concluyeron paces con todos ; pero se hicieron
muy aventajadas por parte del Duque. Todos los suce-
sos desta guerra que los catalanes tuvieron c(jp los ene-
migos del Duque , no hay historiador que lo refiera sino
solo por mayor, ni ha quedado memoria ni papel alguno
de donde se pudiera sacar algo que ilustrara estos su-
DE MONCADA.
cesos, que fueron sin duda muy notables , porque los
enemigos con que se hizo eran poderosos en número y
valor. Gran desdicha de nuestra nación que haya en-
terrado el silencio hechos tan memorables, que pudie-
ran perpetuar su estimación en los siglos venideros.
CAPITULO LXIV.
Despide el Duque con suma ingratitud á los catalanes que le ha-
bian servido, sin quererles pagar; con que los unos y los otros
se previenen para la guerra.
Luego que el Duque se vio absoluto y pacífico señor
de su estado, no trató de cumplir su palabra pagando
lo que habia ofrecido á los nuestros cuando los llamó á
su servicio ; antes bien , tratándoles con poca estima-
ción, les fué maquinando su ruina : cosa al parecer im-
posible, olvidarse de tan reciente y señalado beneficio
como fué restituirle en su estado y reprimir tan pode-
rosos enemigos. Admiró extrañamente esta novedad
y mudanza á los catalanes y aragoneses, que espera-
ban de su mano vivir de allí adelante con honra y co-
modidad; porque como el Duque se criara en Sicilia,
en el castillo de Agosta, mostraba afición á los catala-
nes, y hablaba su lengua como si fuera natural y pro-
pria suya. Quedaron suspensos de velle tan trocado
cuando mas prendas y obligaciones corrían. La traza
que tuvo el Duque para librarse de las descomodidades
que la gente de guerra pudiera causar en su estado pa-
cífico, fué la siguiente : entresacó de nuestro ejército
doscientos soldados de á caballo, los de mayor servicio
y partes , y trescientos infantes , y repartió entre todos
ellos algunas haciendas, con harta moderación, por
todo su estado. Quedaron estos contentísimos, y los
demás también, esperando de que el Duque habia de usar
de la misma liberalidad con ellos. Pero al tiempo que
creyeron ver cumplidas sus esperanzas, les mandó el
Duque que dentro de un breve plazo se saliesen de su
estado, y que cuando no le obedec¡esen,los trataría co-
mo á rebeldes y enemigos. Los nuestros, aunque con-
fusos y turbados de golpe tan poco prevenido, con el
valor y determinación que solían , le respondieron que
obedecerían con mucho gusto si les pagaba el sueldo que
Se les debía, pues tan bien le habian servido, y los seis
meses adelantados que les ofreció cuando vinieron á su
servicio; que con este dinero podrían alcanzar bajeles
para volver á su patria seguros, aunque mal pagados.
Replicó á esto el Duque con tanta soberbia y con tanto
desconocimiento de los servicios pasados, que dijo que
se fuesen de su presencia y se saliesen de su tierra ; que
él ni les debia ni les queria pagar lo que con tanta des-
vergüenza le pedían ; que aprestasen luego su salida si
no querían verse muertos ó cautivos. Esta respuesta
obligó á los nuestros á que determinasen antes morir
que salir de su tierra sin que se les diese entera satis-
facion. Hiciéronle saber esta resolución, y entre tanto
se apoderaron de algunos puestos importantes , adonde
los pueblos , aunque por fuerza , les contribuían para
sustentarse. Luego que el Duque supo que los catala-
nes se querían defender, hizo grandes juntas de gentes,
así de naturales como de extrañas, para echarles por
fuerza de su estado , pudiéndolo hacer con menos gas-
to, menos peligro y menos nota de su ingratitud , sí les
despidiera dándoles las pagas que tan bien habian rae-
EXPEDICIÓN DE CATALANES Y ARAGONESES.
59
rccido, Al fin se resolvió de echarles por fuerza , y para
esto juntó un poderosísimo ejército, bien desigual con
nuestro corlo poder, porque de atenienses, tebanos,
platenses, locrenses, tocensesy n)agarenses, y ocho-
cientos caballos franceses, llegó á tener seis mil y cua-
trocientos caballos y ocho mil infantes, aunque Mon-
taner quiere que sean muchos mas ; pero en este caso
me ha parecido seguir á Nicéforo , que lo escribe harto
difusamente, y pudo tener mas noticia, por hallarse mas
cerca que Montaner, que ya no estaba presenté en esta
jornada, y el griego es muy neutral cuando no escribe
los sucesos de su nación, sino de las extrañas. Los dos-
cientos caballos y trescientos infantes á quien el Duque
habia dado las haciendas que se ha dicho, viendo el
peligro de sus compañeros, y creyendo que aquel mis-
mo rigor se habia también después de ejecutar en ellos,
fuéronse al Duque, y le dijeron cómo entendían que
aquel ejército que tenia junto era para contra sus com-
pañeros y amigos ; y que si esto era así verdad, ellos le
renunciaban las haciendas que les dio , porque tenían
por mejor suerte morir defendiendo á los suyos que
gozar riquezas en paz pereciendo ellos. El Duque, con-
fiado de sus fuerzas, que eran tan superiores á las
nuestras , les respondió con palabras tan pesadas y tan
llenas de mil ultrajes y afrentas , que cuando no vinie-
ran tan resueltos de apartarse de su servicio , solo esta
respuesta les obligara á procurar vengarse. Las pala-
bras en todos los hombres han de ser muy medidas , y
mas en los príncipes, porque de la descortesía no se
puede esperar sino aoorrecimiento, y las mas veces
deseo y cuidado de satisfacion y venganza. Palabras
descompuestas causan justa indignación , aun en los
mas humildes. La cortesía es lazo con que se prenden
los corazones, y usada con los enemigos, suele ser
medio para ablandarlos en el mayor ímpetu de su fu-
ria. Con esto se fueron los quinientos á juntar con los
demás catalanes y aragoneses , y les avisaron de la úl-
tima resolución del Duque; de quien dice Nicéforo que
estaba tan arrogante y soberbio , viendo debajo de su
mano tanta y tan lucida gente , que ya sus designios
eran mayores que destruir á los catalanes , porque esto
lo pensaba hacercomodepaso,y entrar después en las
provincias del imperio, haciendo una cruel y sangrien-
ta guerra hasta llegar á Constantinopla. Pero todas es-
tas trazas atajó Dios en sus principios ; porque la so-
brada confianza de sí mismo nunca se logra.
CAPITULO LXV.
Vitoria de los catalanes contra el duque de Atenas, y su muerte;
con que los catalanes se apoderaron de aquellos estados, y die-
ron ün á su peregrinación.
Los catalanes y aragoneses, luego que supieron que
el Duque venia marchando con todo su campo la vuel-
ta de sus alojamientos, hicieron lo que otras veces
cuando se vieron forzados de la necesidad , que fué po-
ner el remedio en solo su valor. Determinaron salirle
al encuentro, aunque se hubiese de pelear con tanta
desigualdad. Hallábanse en nuestro ejército, entre to-
das las tres naciones , tres mil y quinientos caballos y
cuatro mil infantes, cuando dejaron sus cuarteles para
salir á recibir al Duque. Llegaron á alojarse el primer
día en unos prados por donde atravesaba una acequia
muy grande, que les ofreció un ardid y traza impor-
tante para su ruina del enemigo. La yerba de los pra-
dos estaba crecida un palmo alta, bastante para encu-
brir el terreno. Empantanaron todos aquellos campos
vecinos, por donde juzgaron que la caballería enemiga
habia de hacer sus primeros acometimientos. Para la
suya dejaron algunos en seco, para que cuando fuese
menester pudiese salir y escaramuzar por lo enjuto y
firme. Sucedióles bien la traza; porque el Duque £Ü
otro día vino con todo el ejército , tan poderoso , que
fué ocasión de su descuido en advertir los ardides del
enemigo, y le pareció que solo el lucimiento de sus ar-
mas y galas bastaba para humillar sus enemigos. En
descubriendo á los nuestros ordenó sus escuadrones,
y porque tenia mayor confianza de la caballería , la pu-
so toda delante , y él en persona, con una tropa de dos-
cientos caballeros franceses y los mas lucidos de la
provincia , tomó la vanguarda. Nuestra gente, al tiem-
po que el Duque se disponía para la batalla , quiso ha-
cer lo mismo, mezclando los escuadrones y tropas de
los turcos y turcoples entre las suyas ; pero ellos se
salieron afuera, diciendo que no querían pelear, porque
tenían por imposible que el Duque viniese contra los
catalanes , de quien había sido tan bien servido , sino
que debía ser traza con que los querían destruir á ellos,
como á gente de diferente religión. No se turbaron los
catalanes y aragoneses en esta resolución de los turcos,
aunque por la brevedad no les podían desengañar, ni
quisieron rehusar la batalla ; antes con mas coraje sa-
lieron á escaramuzar y cebar al enemigo que viniese á
buscar su misma muerte. El Duque con la primer tro-
pa de vanguarda vino cerrando contra un escuadrón de
infantería que estaba de la otra parte de los campos
empantanados, y con la furia que la caballería llevaba
se metió sin poderlo advertir en medio dellos, y al mis-
mo tiempo los almugavares, sueltos y desembarazados,
con sus dardos y espadas se arrojaron sobre los que
cargados de hierro se revolcaban en el lodo y cieno con
sus caballos. Llegaron las demás tropas para socorrer
al Duque, y cayeron en el mismo peligro. El Duque,
como mas conocido , fué de los primeros que murieron
á manos de los que poco antes había menospreciado y
maltratado con palabras afrentosas. Este suele ser el
fin de los arrogantes y desvanecidos, que de ordinario
vienen á perecer donde creyeron que habían de triunfar.
Muerto el Duque y los que iban en su tropa , quedó
lo restante del campo lleno de miedo y confusión, por-
que ya los catalanes y aragoneses les habían acometido
por diversas partes, y los turcos y turcoples, satisfechos
de sus recelos , viendo que los nuestros degollaban
la gente del Duque, salieron de refresco contra ella, y
dieron cumplimiento á lavitoria. Pereció con el Duque
mucha gente principal; porque de setecientos caballe-
ros que entraron en la batalla solos dos quedaron vivos.
El uno fué Bonifacio de Verona, y el otro Roger Des-
lau, caballero de Rosellon y muy conocido en nuestro
ejército, por haber venido muchas veces con embajada
del Duque á nuestros capitanes cuando moraban en
Casandria. Fué la batalla muy terrible y sangrienta , y
duró mas el alcance y el matar que el vencimiento;
porque en siendo muerto el Duque, y empantanadas
las primeras tropas de la caballería, hubo gran desorden
en lo restante del ejército enemigo , con que fué fácil el
rompellcs Ganada tan señalada Vitoria, pasaron adelan-
60 DON FRANCISCO
te , y en pocos días se aporleraron do la ciudad de Té- j
bus, y luego de la de Atenas, con todas las fuerzas del ¡
estado del Duque , rendidas las mas sin esperar sitio, I
porque toda la defensa se liabia perdido en la batalla, j
Con esto quedaron nuestros catalanes y aragoneses se-
ñores de aquel eslado y provincia, al cabo de. trece
años de guerra; y con esto dieron fin á toda su pere-
grinación , y asentaron su morada, gozando de las ba-
ciendas y mujeres de los vencidos; porque después que
se vieron sin contradicion dueños de todo , la mayor
parte de los soldados se casaron con las personas mas
principales y mas ricas de la provincia, y quedó funda-
do en ella un nuevo estado y señorío, que nuestros
reyes de Aragón estimaron mucbo , por ser ganado, no
con sus proprias fuerzas ni con la bacienda común de
sus reinos, sino por bombres particulares subditos su-
yos : gran dicha de príncipes tener tales vasallos , que
los trabajos, los gastos y los peligros vayan por su
cuenta, y el fruto de las Vitorias, la conquista de los
reinos, la gloria de baberlos, adquirido, y el mando
y gobierno dellos sea por el príncipe en cuyos esta-
dos nacieron. Estaban los nuestros tan faltos de perso-
nas principales y caballeros que les gobernasen , que
pidieron á Bonifacio de Verona, uno de los dos caballe-
ros que quedaron vivos de la batalla, que fuese su ca-
pitán; pero Bonifacio, por parecelle que tendría la mis-
ma autoridad con ellos que tuvo Tibaut , no quiso ad-
mitir lo que le ofrecían. Dos cosas por cierto extrañas
hallo en este caso : la primera que pusiesen los ojos pa-
ra su capitán en extranjero y prisionero suyo; y la se-
gunda que él no lo quisiese ser. Desengañados de su
voluntad, hicieron capitán á Roger Deslau , y le dieron
por mujer la que lo habia sido del señor de Sola, mu-
jer principal y rica. Con este capitán se gobernó algún
tiempo aquel estado.
CAPITULO LXVI.
Los turcos, con el deseo de volver á la patria, dejan el servicio de
los catalanes, y por el mismo camino que vinieron, vuelven á
Galipoli.
Los turcos y turcoples , viendo que los catalanes y
aragoneses sus compañeros habían acabado su pere-
grinación , y que estaban resueltos de fundar en aquel
estado su asiento y vida, deseosos de volver á la pa-
tria, determinaron de apartarse de nuestra compañía;
y aunque les propusieron diferentes partidos para que
se quedasen , ofreciéndoles villas y lugares donde des-
cansadamente pudiesen vivir y participar igualmente
con ellos del premio de sus .Vitorias, ninguna cosa bastó
á detenerles , porque decían que ya era tiempo de vol-
ver á su tierra y ver sus amigos y deudos , y mas ha-
llándose con tanta prosperidad y riquezas como tenían,
con las cuales querían que su propria naturaleza fuese
el centro de su descanso. Con esta resolución se par-
tieron amigablemente los turcos y turcoples de nuestra
compañía la vuelta de su patria. Tomaron el proprío
camino que trujeron cuando vinieron con los catala-
nes desde Galipoli. Atravesaron toda Tracia, sin que
persona alguna les resistiese , talando y destruyendo
con grande inhumanidad todas las provincias por don-
de pasaron. Los turcoples, con Meleco, su capitán, eran
cristianos , pero mas en el nombre que en los hechos.
No quiso intentar nuevo trato para volver al servicio de
DE MONCADA.
Andrónico, ó porque dudó que no se lo admitirían , ó
ya que lo admitiesen , receló no fuese para después de
aseguralle darles la muerte ; porque sabían que los grie-
gos y su principe Andrónico estaban muy ofendidos
de que en la batalla que los catalanes ganaron cabe
A pros, ellos fueron los primeros que desampararon á
Miguel, y después dejaron las banderas imperiales de
Andrónico, á quien servían, y se juntaron con los cata-
lanes y aragoneses, sus mayores enemigos, y por siete
años continos destruyeron con ellos el imperio : causas
bastantes para temer cualquier reconciliación ; que tan
grandes ofensas nunca se olvidan. Desesperado Meleco
de tomar este camino , le abrió otro la suerte para que
descansase, porque el príncipe de Servíale ofreció buen
acogimiento, con condición que no habían de tomar
las armas , ni usarlas sino cuando él quisiese. Acep-
tólo Meleco , y quedaron en Servia él y los suyos en
vida sosegada y quieta, bien diferente de la que hasta allí
tuvieron. Calel, capitán de los turcos, que llegaban
al número de mil y trescientos caballos y ochocientos
infantes, entró en Macedonia, donde determinó de estar
muy de asiento, hasta que con seguridad pudiese volver
á su patria, y en este medio hizo tantos daños en aque-
lla provincia, que fué forzoso, ya que faltaban las fuer
zas para echarle con ellas, tratar de algunos conciertos
con que le obligasen á salir. El que pareció mas conve-
niente para entrambas partes fué que Calel desampara-
ría la provincia si le aseguraban el paso de Cristopol, y
le daban navios con que pudiese pasar el estrecho;
porque sin estas dos cosas, y falUndole cualquiera de-
l!as, era imposible volver á la Natolia, su patria. Los
turcos entonces platicaban poco el ser marineros, por-
que como tenían aun provincias que ganar en tierra
íirme, no cuidaban de las que estaban de la otra parte
del mar , y así, no pudo tener Calel esperanza en los
navios de los de su nación. El estrecho de Cristopol
era imposible atravesarle, por la muralla que en él
se había levantado después que los nuestros le pasa-
ron. Avisaron al emperador Andrónico de los pac-
tos con que los turcos daban palabra de salir de la
provincia; y ponderando como era justo el peligro y
riesgo que se ponía con su detención, y lo que toda
Macedonia padecería si los turcos , desesperados de
que el paso y camino de su patria se les impidiese, y
que podrían acometer á Tesalónica ó alguna otra era-
presa semejante, á que la desesperación obliga, y acor-
dándose cuan caro le costó el menospreciará los cata-
lanes, le hizo resolver presto en el negocio y aceptar
aquellos partidos, y ofrecerá los turcos el paso libre
de Cristopol , y navios para pasar el pequeño estrecho
del Helesponto. Y porque nadie los pudiese ofender,
envió tres mil caballos para guarda suya , con un famo-
so capitanllamado SenancripEstratepedarea(l),unade
las dignidades principales de aquel imperio. Con esta
gente Calel y los demás turcos pasaron el estrecho de
Cristopol y llegaron cerca de Galipoli , donde se les
había ofrecido que se les daría embarcación.
(1) Stratopedarcha, prefecto de la milicia, según Nicéforo, lib. 4.
EXPEDICIÓN DE CATALANES Y ARAGONESES.
CAPITULO LXVII.
Los griegos rompen la fe prometida á los turcos; y doscnbierta#
traición, ganan un castillo, donile se fortilicaron.
Estando ya aguardando los navios la gente y capi-
tanes de Senancrip, reconociendo las grandes riquezas
que les turcos se llevaban , y que eran despojos de sus
provincias , teniendo por gran vileza dejar aquellos bár-
baros, siendo tan pocos , volviesen á su patria con ellos,
determinaron quebrarlos el seguro y la palabra real,
juzgándolo por menos inconveniente que sufrir tanta
mengua. Tuvieron acuerdo de cómo y á qué tiempo
les acometerían: pareció que fuese de noclie , tiempo
oportuno para gente doecuidada. No se trató el negocio
con tanto secreto, que los turcos no tuviesen noticia.de
lo que contra ellos se maquinaba en tan gran ofensa
de la misma razón y justicia y del dcrecbo universal
de las gentes, que Iiace inviolable la fe prometida aun
al mismo enein'go. Levantáronse aquella noclie , y ocu-
paron un castillo el mas vecino que se les ofreció, y pu-
siéronse en defensa, con determinación de morir ven-
gados. Senancrip y sus capitanes, como se vieron des-
cubiertos , liubo gran confusión entre ellos si era bien
acometerles ó darav'soal Emperador de lo que pasa-
ba. Prevaleció este último parecer, y avisáronle luego.
Pero aunque el aviso llegó presto y á su tiempo, Andró-
nico tardó en resolverse : falta muy ordinaria délos prín-
cipes, y la mas perniciosa, dilatar los remedios hasta que
pasa la ocasión , y vienen á llegar cuando ya no es po-
sible que aprovechen ; y esto en. tanto es mas peligro-
so , cuanto el negocio es de mayor importancia , como
losonlos tocantes á la guerra, donde los yerros peque-
ños suelen ser causa de pérdidas de reinos y monar-
quías. Tardar en la elección de los pareceres que se han
de seguir es peor que ejecutar el que se tiene por
menos conveniente. Viósebien en este caso de cuánta
mayor importancia fuera para Andrónico , ó mandar
que luego se pelease con los turcos, ó darles navios pa-
ra pasar el estrecho; porque cualquiera destas dos
cosas que hiciera , que eranlas que le tenían supenso y
dudoso, fuera mas acertada que no con la tardanza do
resolverse darles tiempo para que les viniese socorro y
lugar de fortiíicarse y prevenirse, como lo hicieron.
Porque desengañados los turcos de que los griegos no
les guardarían palabra, como gente desesperada, hicie-
ron grande esfuerzo en avisar á los de su misma nación
que estaban de la otra parte del estrecho; y estos, como
supieron el peligro en que se hallaban Calel y los suyos,
y las grandes riquezas que tenían, con bajeles peque-
ños y en muchos viajes pasaron gran multitud de tur-
cos en su socorro; yviéndose tantos juntos, no solamen-
te trataron de defenderse, pero comenzaron á correr
la tierra como pláticos en ella.
CAPITULO LXVIII.
Los tarcos vencen á Miguel, y hacen grandes daños en Tracia.
Hasta que el emperador Andrónico,, temiendo que
aquellos pocos enemigos iban tomando fuerzas , se aca-
bó de resolver en acabarlos de una vez ; resolución que
por poco le costara la vida á Miguel Paleólogo su hijo,
porque él en persona emprendió la jornada con la gente
de guerra que tenia y gran multidud de villanos, que
los Uaia mas la codicia de recoger los despojos que de
61
pelear. Tenían todos por cierto que en viendo los tur-
cos al emperador Miguel y el fausto y vanidad de los
cortesanos se rendirían; y fué tanto el descuido de
los griegos, que como si fueran á caza vinieron la vuel-
ta de los turcos, sin ordenar escuadrones, olvidados
de todo punto del manejo ordinario de la guerra, ó fue-
se por ignorancia ó por parecerles inútil cualquier pre-
vención para tan poca gente. Los turcos, como no te-
nían otro remedio sino pelear ó morir vilmente , deja-
ron las mujeres, nii"ios y haciendas dentro los reparos
de sus fortilicaciones, con bastante número para su
defensa , y salieron á encontrarse con el enemigo sete-
cientos caballos. Venia el emperador Miguel muy des-
cuidado, pensando hallar á los turcos no en la campa-
ña, sino defendiendo el poco espacio de tierra que ha-
bían fortificado, y cuando descubrieron la tropa de los
setecientos caballos que les salían á recibir, fué tanta la
turbación de los griegos y desorden de los villanos,
que antes de ser acometidos fueron rotos. Cerríyunta
la tropa de los setecientos caballos turcos por la parte
donde vieron los estandartes y el guión del emperador
Miguel , que ni estaba en parte segura ni con la de-
fensa que debiera. Los villanos á este tiempo ya habían
vuelto las espaldas y desamparado el puesto que se
les encargó , y tras ellos muchos soldados de quien Mi-
guel tenia alguna confianza , y así se vio en un punto
sin pelear vencido. Perdió el guión ; y aunque con voces
y ruegos procuró detener los que huían , no fué oido ni
creído. Viéndose solo, y que los turcos le apretaban,
volvió las riendas á su caballo , lleno de lágrimas y tris-
teza, y huyó como los demás. Los turcos le siguieron,
y si algunos capitanes y soldados honrados no volvieran
el rostro al enemigo para entretenelle , hubiéranle sin*
duda alcaniíado; pero los turcos, detenidos destos pocos
que les hicieron resistencia, dejaron de seguir el al-
cance , y pusieron todas sus fuerzas en rendir á los que
se defendían , que á poco rato los acabaron , y con esto
dieron fin y remate á la Vitoria. Saquearon los alojamien-
tos y tiendas de Miguel , y en la que él estaba alojado
hallaron mucho dinero y joyas de grandísimo valor, y
entre ellas una corona imperial con piedras finísimas
de precio inestimable. Esta vino á las manos de Calel,
y haciendo donaire de la dignidad imperial , se la puso
en la cabeza, afrentando de palabra al que con tanto
deshonor suyo la había perdido. Una de las causas desta
rota de Miguel fué pelear con gente á quien había
quebrado la palabra ; que como el guardarla se debe
por derecho universal de las gentes, y todas las leyes
divinas y humanas nos obligan á ello , permite Dios ta-
les sucesos , y que los bárbaros triunfen de los cristia-
nos como en castigo de tan execrable maldad. Debieran
los griegos acordarse lo que les costó pocos años antes
no guardarla á los nuestros, pues estaba á pique de
perderse el imperio griego si los catalanes y aragone-
ses tuvieran algún príncipe que les alentara. Después
destolos turcos, soberbios y atrevidos con la vitoriatan
sin pensar alcanzada , corrieron por toda la provincia
de Tracia, talando y destruyendo lo que podían, sin que
Andrónico se les opusiese, y esto por el espacio de dos
años, con tanto temor de los naturales, que dejaron
de salir á cultivar la tierra.
C2
CAPITULO LXIX.
Files Paleólogo vence á los turcos ; con que todos quedaron
muertos y presos.
Mientras el Emperador procuraba traer milicia ex-
tranjera para levantar ejército , por no poderle formar
de la propria , Files Paleólogo^ pariente suyo, liombre
tenido hasta entonces por encogido , y que solo trataba
de estarso quieto en su casa, le pidió que le diese li-
cencia y poder para juntarla gente que quisiese, ofre-
ciéndose de tomar á su cargo la jornada. Andróiiico
advirtió la bondad del hombre ; y pareciéndole que de-
bia ser enviado de Dios para remedio de tantos dañoS)
determinó de encargalle la guerra , y dejársela hacer á
su modo ; porque tenia por cierto que sus pecados eran
causado tan malos sucesos, pues no bastó un grande
ejército para vencer tan poco número de turcos; y así,
puso solo su esperanza en la bondad de Files , á quien
dio .dineros , armas y caballos y la gente que quiso.
SalioTües en campaña , y antes encargó á todos que se
confesasen, porque de otra manera era imposible al-
canzar algún buen suceso. Distribuyó la mayor parte
del dinero en limosnas con los pobres y en los monas-
terios para que estuviesen en continua oración : re-
medios generales para todos los trabajos, con los cua-
les se aplaca la ira , y se alcanza la misericordia de Dios.
Hecho esto, envió por muchas partes a descubrir al
enemigo. Tuvo luego aviso que Calel con mil y dos^
cientos caballos corria las campañas de Bicia, donde
habia hecho una gran presa. Con esta nueva caminó
tres dias después que partió de las aldeas vecinas á
Constantinopla, y asentó su alojamiento cabe el rio que
los naturales de la provincia llaman Xerogipso. Y al ca-
bo de dos dias que allí estuvo , cerca de la media no-
che llegó el aviso como los turcos estaban cerca, car-
gados de grandes despojos. Reparóse Files para la ba-
talla , y al salir del sol se descubrieron clara y distinta-
mente de arabas partes. Los turcos con gran priesa
pusieron los carros al rededor de los cautivos y presa,
haciendo su acostumbrada oración (así lo cuenta Gre-
goras) y echándose polvos sobre la cabeza. Al tiempo
de pelear, Files acometió al enemigo; pero el que go-
bernaba el cuerno derecho , matando por sus proprias
manos dos turcos , fué herido en un pié de suerte,, que
se hubo de salir de la batalla. Esto turbó de manera la
gente que peleaba en aquel lado, que casi estuvo des-
baratada si Files con su valor no los animara y detu-
viera. Peleóse gran rato , pero la vitoria incHnó á la
parte de Files, y los turcos, desbaratados y vencidos,
habiendo gran parte dellos muerto en la batalla, huye-
ron. Siguióse el alcance hasta que los turcos llegaron á
un castillo donde se habían fortificado. Prosiguió su
Vitoria Files, y en pocos dias llegó á ponerles sitio. El
Emperador , cuando supo el buen suceso de la jornada,
envió algunas galeras de genoveses á guardar el estre-
cho, para que á los cercados no les pudiese venir so-
corro. Viéndose los turcos tan desesperados, por tener
todos los caminos de su remedio cerrados , determina-
ron salir del castillo de noche y morir como hombres.
A Files le llegaron dos mil caballos tribales y muchos
genoveses , con que se apretase mas el sitio. Los tur-
cos por ver á Files mas poderoso no mudaron de pare-
cer; antes con nuevo coraje y brío salieron de noche
DON FRANCISCO DE MONCADA.
y acometieron los cuarteles del campo, poro fufaron re-
batidos y echados «on gran pérdida suya. Otra noche
mlvieron á probar su fortuna, y dieron en las tiendas
y alojamientos de los tribales , de donde volvieron muy
mal tratados. Resolvieron por úllimo remedio desam-
parar el castillo y tomar la vuelta del mar, donde esta-i
han las galeras de los genoveses, en quien pensaban
hallar alguna misericordia, por no tenerlos ofendidos.
Era la noche muy obscura ; y así, muchos de los turcos
pensando ir hacia el mar , daban en manos de los grie-
gos, que los mataban sin piedad ; los demás llegaron á
la lengua del agua. Dice Nicéforo que los genoveses
mataron muchos dellos , y muchos cautivaron ; pero
Montaner añade que esto fué debajo de palabra que los
pasarían á la Natolia sin hacerles daño, y que cuando
los tuvieron dentro en sus galeras, les echaron en ca-»
dena y mataron. Como quiera que ello sea, los turcos,
compañeros de los catalanes y aragoneses acabaron en
esta jornada, después de haber ellos solos inquietado
el imperio cerca de tres años, retirándose quinientas
millas que hay, ó poco menos, desde Atenas hasta Ga-
lípoli; y aun para destruirles, con ser tan pocos, hubo
Andrónico de valerse de los tribales y latinos; y con
todo, se tuvo por milagro que Dios obró por medio de
Files, porque cuando vieron á Miguel desbaratado y
vencido, les pareció que ya no serian bastantes fuerzas
humanas para resistirles, sino que se habia de acudir
á las divinas.
CAPITULO LXX.
De algunos sucesos de los catalanes y aragoneses en Atenas.
Los catalanes y aragoneses, ya firmes y seguros en las
provincias de Atenas y Beocia, gobernáronse algua
tiempo por Roger Deslau, como arriba dijimos; pero
poco después, ó por muerte de Roger, porque se can-
saron de su gobierno y le arrimaron , enviaron embaja-
dores al rey don Fadrique , á quien amaban de corazón,
por mas agravios y menosprecios que del hubiesen re-
cibido, y le suplicaron fuese servido de darles príncipe
y señor que les gobernase. El Rey con esta embajada
túvose por satisfecho del sentimiento pasado por no
haber querido admitir al infante don Fernando , su so-
brino, en su nombre. Pero como Rocafort, de quien se
tenia por cierto que fué el autor deste consejo, era ya
muerto , y agora le ofrecían lo mesmo que entonces
pretendía, no pasó adelante con su enojo , aunque para
mí entiendo que por mas vivo que estuviera su desa-
brimiento , no dejara perder tan buena ocasión de acre-
centar á su hijo con un estado tan grande. Tuvo el rey
don Fadrique su consejo de la persona que les enviaría,
y pareció por entonces nombrar al infante Manfredo,
su hijo segundo, por príncipe y señor de aquellos esta-
dos , y por tal le juraron los embajadores en nombre de
toda la compañía. Pero por ser aun Manfredo de pocos
años , no quiso el Rey su padre que fuese por enton-
ces, sino enviar á Berenguer Estañol , hombre de min-
cho valor y prudencia, para que mientras el Infante
creciese les gobernase en su nombre. Contentáronse
con esto los embajadores, que también traían facul-
tad de la compañía de poderle admitir. Partió Beren-
ruer Estañol juntamente con ellos con sus galeras para
Atenas, donde fué bien recibido, por verse ya los cata-
lanes y aragoneses debajo de la protección de sus prín-
EXPEDICIÓN DE CATALANES Y ARAGONESES.
63
cipes naturales; y hubiéranlo procurado antes si Ro-
cafort por sus particulares intereses no impidiera estos
tan honrados pensamientos.
Llegado Berenguer Estaño! á tomar el círgo y go-
bierno de nuestra gente, tuvo luego guerra con los
príncipes comarcanos , cuándo con unos, cuándo con
otros ; porque lo tomó por medio conveniente para con-
servarse en aquellos estados , por ser cosa muy asenta-
da entre los catalanes que han de ocuparse siempre
en alguna guerra extranjera, por excusar las disensio-
nes domésticas y civiles que la ociosidad suele des-
pertar en la fiereza de su natural. Este consejo toma-
ron prudentísimamente los catalanes de Atenas como
á principal medio para su conservación. Tenian por un
lado al emperador Andrónico, con quien pocas veces
estuvieron en paz ; por otro , al príncipe de la Morea, y
por otros dos al déspota de Larta y al señor de Bra-
quia. Mientras peleaban con los unos, liacian treguas
con los otros ; y así se conservaron muchos años con
tanta reputación en oriente, que he leido en la Historia
delCantacuseno(d),sacadaá luz por el padre Pontano,
que rehusando el mismo Juan Cantacuseno, por no
dejar el lado de Andrónico el nieto , salir de Cons-
tantinopla á gobernar una provincia , dio por disculpa
que la provincia estaba vecina de los catalanes, y no
podía ir á ella sin mucha gente de guerra ; y esta dis-
culpa pareció bastante , y se la admitieron. Y en un
discurso que trae Zurita de un fraile dominico , ani-
mando al rey de Francia para la conquista de la Tier-
ra Santa, dice que los catalanes ya habian abierto el
camino, y que seria lo mas importante de la empresa
tenerles de su parte y alentarles para que también
emprendiesen la jornada. Mientras Berenguer Esta-
(1) Cantacucenus, Historiarum libri iv ex intervretatione Jacobi
Pontani, cum not. Jacobi Gretóerj,— París, 1643.
ñol vivió y fué cabeza y capitán en Atenas, tuvieron
guerras continuas, no con todos á un tiempo, pero
ya con unos, ya con otros, sin tener jamás ociosas
sus armas. Muerto Estañol , volvieron segunda vez á
pedir al rey don Fadrique gobernador y caudillo que
por el infante Manfredo les rigiese. Don Fadrique
quiso darles persona señalada ; y así , mandó venir de
Cataluña al infante don Alfonso, su hijo, y con diez
galeras le envió muy bien acompañado para que go-
bernase el Estado por su hermano Manfredo. Fué no-
table el contento que recibieron los catalanes y ara-
goneses por tener prendas de la casa real de Aragón
entre ellos. No gobernó mucho tiempo Alfonso por su
hermano Manfredo, que murió de allí á poco. Entonces
don Fadrique envió á decir á la compañía que admi-
tiesen por su príncipe y señor al mismo Alfonso que los
gobernaba. Con esto los catalanes y aragoneses queda-
ron del todo contentísimos, y tuvieron por seguro su
estado, pues habia de asistir con ellos su príncipe.
Pusieron gran cuidado en casarle, para que en sus hi-
jos y descendientes se conservase el señorío. Diéronle
por mujer la hija única heredera de Bonifacio de Vero-
na , á quien ellos amaron y honraron mucho todo el
tiempo que vivió, y después de muerto quisieron que
en su descendencia se perpetuase el mando y gobierno
de aquel estado. Tenia esta señora la tercera parte de
la isla de Negroponte y trece castillos en la tierra,
firme del ducado de Atenas. El infante don Alonso tuvo
en ella muchos hijos, y ella vino á ser una de las mu-
jeres mas señaladas de su tiempo , aunque Zurita no
siente en esto con Montaner, á quien yo sigo. Con esto
daremos fin á la Expedición de nuestros catalanes y
aragoneses, hasta que tengamos larga y verdadera no-
ticia de lo que sucedió en el espacio de ciento y cin-
cuenta años que tuvieron aquel estado.
i
GUERRA DE GRANADA
HECHi POR El REY DE ESPAÜ DON EIIIPE II
CONTRA LOS MORISCOS DE AQUEL REINO, SUS REBELDES;
HISTORIA ESCRITA EN CUATRO LIBROS
POR DON DIEGO DE MENDOZA,
DEL CONSEJO DEL EMPERADOR DON CARLOS V, SU EMBAJADOR EN ROMA Y VENECIA, Sü GOBERNADOR
Y CAPITÁN GENERAL EN TOSCANA.
Publicada por el licenciado LUIS TRIBALDOS DE TOLEDO , cronista mayor del Rey
nuestro señor por las Indias.
LUIS TRIBALDOS DE TOLEDO AL LECTOR.
Siendo don Diego de Mendoza de los sugetos de España mas conocidos en toda Europa, fuera
cosa superflua ponerme á describirle ; principalmente habiéndolo hecho en pocos pero elegan-
tes renglones el señor don Baltasar de Zúñiga. Tampoco me detendré en aiabar esta Historia, ni
en probar que es absolutamente la mejor que se escribió en nuestra lengua ; porque ningún docto
lo niega , y pudiéraseme preguntar lo qua Archidamo lacedemonio á quien le leia un elogio de
Hércules : Et quis vituperatf Solamente diré qué causas hubo para no publicarse antes; las^que
rae movieron á hacerlo agora; qué ejemplar seguí en esta edición, y qué márgenes.
Cuanto á lo primero, es muy sabido y muy antigo en el mundo el odio á la verdad, y muy or-
dinario padecer trabajos y contradiciones los que la dicen , y aun mas los que la escriben. Del
conocimiento deste principio nace que todos los historiadores cuerdos y prudentes emprenden
lo sucedido antes de sus tiempos , ó guardan la publicación de los hechos presentes para siglo
en que ya no vivan los de quien ha de tratar su narración. Por esto nuestro don Diego determinó
no publicar en su vida esta Historia, y solo quiso , con la libertad que no solo en él , mas en toda
aquella ilustrísima casa de Mondéjar es natural, dejar á los venideros entera noticia de lo que
realmente se obró en la guerra de Granada ; y pudo bien alcanzarla por su agudeza y buen juicio;
por tio del general que la comenzó , adonde todo venia á parar; por hallarse en el mismo reino,
y aun presente á mucho de lo que escribe. Afectó la verdad y consiguióla, como conocerá fácil-
mente quien cotejare este hbro con cuantos en la materia han salido ; porque en ninguno leemos
nuestras culpas ó yerros tan sin rebozo, la virtud ó razón ajena tan bien phitada, los sucesos todos
tan verisímiles : marcas por las cuales se gobiernan los lectores en el crédito de lo que no vieron.
La determinación de don Diego me prueban unas gravísimas palabras, escritas de su letra al prin-
cipio de un traslado desta Historia, que presentó á un amigo suyo, en que juntamente pronos-
tica lo que hoy vemos : Veniet , qui condüam , et saeculi sui maligñitate compressam veritatem, dies
publicet. Paucisnatus est, qui populum aetatis suae cogitat. Multa annorummülia, mulla populorum
supervenient : ad illa réspice. Etiamsi ómnibus tecum viventibus silentium íii'or indixerit, venient qui
sine offensa, qui sine gratia judicent. (Sénec, epístol. 79.) Dije que no quiso sacarla; añado que ni
pudo , porque no la dejó acabada , y le falta aun la última mano ; lo que luego se echa de ver en re-
petir cosas que bastaban una vez dichas, como la significación de atajar y atajadores, los daños de
la milicia concejil, y otras deste jaez ; y aun mas de algunas notables omisiones que hacen bulto y
muestran falta , cual la de la toma de Galera y muerte de Luis Quijada, advertida y elegantemente
suplida por el gran conde de Portalegre ; y otra no menor , cuando siendo encomendado lo de la
sierra de Ronda á los dos duques de Medina-Sidonia y de Arcos, cuenta muy extensamente el
progreso deste; pero en el otro hace tan alto silencio, que ni aun nos declara las causas de no
venir á la empresa ; siendo así que para ello debió un tan grande señor tenerlas, y aun muchas y
muy justificadas. Otras faltas apuntara, mas basten estas dos para ejemplo. Muerto don Diego,
viviendo aun personas que él nombraba , duraba el impedimento que en vida ; demás de que los
H-i. 5
66 DON DIEGO DE MENDOZA.
eruditos, á quien semejantes cuidados tocan, quieren mas ganar fama con escritos proprios que
aprovechar á la república con dar luz á los ajenos.
Cuanto á lo segundo, hoy, que son ya pasados cerca de sesenta años, y no hay vivo ninguno de
los que aquí se nombran , cesa ya el peligro de la escritura, no doliendo á nadie verse allí mas ó
menos lucido; y aunque hay dellos ilustrísimos descendientes ó parientes, por haber militado
en esta guerra "una muy gran parte de la nobleza de España , seria demasiado melindre y aun
desconfianza celar alguna faltilla del difunto que les toca, cuando ninguna de las que se notan
es mortal, ni de las que disminuyen la honra ó la fama; porque estas no las hubo ni se cometie-
ron, ni DON Diego, siendo quien era , se habia de olvidar tanto de sus obligaciones, que las per-
petuase, aun cuando se hubieran cometido. Porque la historia escríbese para provecho y utilidad
de los venideros, enseñándolos y honrándolos , no corriéndolos ó afrentándolos, aun cuando para
escarmiento quiera tal vez ensangrentarse la pluma. Tampoco me acobarda el quedar imperfecta;
pues si este Júpiter olímpico , estando sentado , toca con la cabeza el techo del templo , ¿ adonde
llegara con ella si se levantara en pié? Adonde si le colocaran y subieran en una básis?
En esta edición lo que principalmente procuré fué puntualidad, sin dar lugar a ninguna con-
jetura, ni emendar alguno por juicio proprio : cotejé varios manuscriptos , hallándolos entre si
muy diferentes (4), hasta que me abracé con el último, y sin dubda alguna el mas original, que es
uno del duque de Aveiro, en forma de 4.°, trasladado de mano del comendador Juan Baptista La-
baña, y corregido de la del conde de Portalegre, con el cual conocí cuan en balde habia cansá-
dome con otros. Este texto es el que sigo , sin alterarle en nada, y es el genuino y proprio de
quien en su introducción habla aquel gran conde. Deseaba yo ornar las márgenes con lugares de
autores clásicos, bien imitados por el nuestro, y no me fuera muy difícil juntarlos; mas guardan-
dolo para la postre , me sobrevino esta enfermedad tan larga y pesada, que me imposibilitó ; y
porque se me da mucha priesa, los guardo para segunda edición , si acaso la hubiere, que espero
serán muy gratos á los doctos. Dábame pesadumbre que fuese esta gran obra tan desnuda , que
ni unos sumarios llevase , hasta que se me acordó de los que leí en un manuscripto desta Historia
que há tres años me prestó aquí un caballero que agora está en Lisboa; adonde al amigo que
atiende á la edición encargué buscarlos y ponerlos ; y según veo en los veinte pliegos que ya están
impresos cuando esto escribo, podrán servir en el ínterin ; y esto es cuanto se me ofrece decir al
lector.
(i) Nueve existen, algunos con trazas de mucha antigüedad, en el departamento de manuscritos de la Biblioteca NV
cional ; y aunque creímos al principio que pudieran servirnos de mucho para la ilustración de esta obra por las conti-
nuas variantes que en ellos advertíamos, cotejados después con la primera edición, nos convencimos de que eran muy
inferiores á esta. Uno de ellos, sin embargo, de letra del siglo xvi, que se conserva en el estante G. ,núm. 106, parece
haberte compulsado con otros muchos, según se deduce de las enmiendas y aclaraciones marginales que en él abun-
dan. De este pues tomaremos algunas variantes que creemos útiles, anotándolas al pié de las correspondientes pági-
nas ; porque »o es justo alterar el texto ni aun en aquellos casos en que parezca defectuosa
INTRODUCCIÓN
DE
DON JUAN DE SILVA, CONDE DE PORTALEGRE,
GOBERNADOR Y CAPITÁN GENERAL DEL REINO DE PORTUGAL,
A LA HISTORIA DE GRANADA
DE DOX DIEGO DE MENDOZA.
Mostró don Diego de Mendoza en la Historia de la guerra de Granada tanto ingenio y elocuencia,
que, al parecer de muchos, adelantó un gran trecho los límites de la lengua castellana. Es el estilo
tan grave, y tan cubierto el artificio, que hizo competir una materia estrecha y humilde con las muy
finas de estado y con cuantos misterios quiere Macchiaveli colegir de Tito Livio. Fué niuy diestro
en la imitación de los antigos ; tanto, que sin perjuicio de nuestra lengua, con propriedad y sin
afectación se sirve de los conceptos , de las sentencias, y muchas veces de las palabras de los au-
tores latinos traducidos á la letra ; y se verán en esta obra cláusulas enteras y mayores pedazos de
Salustio y de Cornelio Tácito. Guardó con gran destreza el rigor ó la apariencia de la neutralidad,
loando enemigos y culpando amigos : en lo primero se igualó álos mejores, porque no alaba mas
ni de peor gana Salustio á Marco Tulio, que don Diego al duque de Alba; en lo segundo pienso que
excedió á todos, porque hablando de su padre y de su hermano como de extraños, y de su sobrino
cuasi como enemigo, allá no sé por dónde los torna á enderezar de manera, que vienen á quedar
como les cumple, amenazados á la cabeza, heridos en la ropa, y al fin alabados. Hasta de las imper-
fecciones , que no le hablan de faltar, puede ser loado , porque tiene gracia en ellas , no sabiendo
refrenar cierta travesura suya que le inclina á burlar con las veras á veces demasiado. Tuvo todavía
una gran desgracia esta historia, que por ser escrita en estilo tan diverso del ordinario, se corrom-
pieron miserablemente las copias que della se sacaron , y fueron muchas ; porque los que no la
entienden, ó á lo menos no la penetran , por la fama del autor la buscan y la estiman , obhgán-
dose á mostrar que gustan della. Y don Diego también no castigaba mucho sus obras en prosa ó
en verso, como suelen los grandes ingenios, que no liman con paciencia lo que labran. De aquí re-
sulta notarle algunos (con causa ó sin causa) que rompió los fueros de la historia, y que merece
mas loor por partes que por junto. Resultaron asimismo tantos yerros en la ortografía y en la pun-
tuación, que pasó el daño adelante á trocar, quitar y añadir palabras , sacando de su sitio las con-
junciones y ligaduras de la oración. Costó trabajo emendar de dos ó tres copias esta, religiosa-
mente como era justo; porque no se mudaron sino puntos, pasando pocas veces á otra parte las
mismas palabras si la cláusula no se puede entender bien de otra manera, ó quitando algunas,
muy pocas, cuando son notoriamente 'superfinas. Finalmente, entre esta copia y cualquiera de
los originales de donde se sacó , hay menos diferencia de las que ellas entre sí tenían.
GUERRA DE GRANADA
HECHA POR EL REY DON FILIPE II
CONTRA IOS MORISCOS DE AOÜEL REll, SUS REBELDES.
LIBRO PRIMERO.
Mi proposito es escribir la guerra que el rey católico
de España don Filipe el Segundo, liijo del nunca vencido
emperadordonCárloSjtuvoen el reino deGranada contra
los rebeldes nuevamente convertidos ; parte de la cual
yo vi, y parte entendí de personas que en ella pusieron
las manos y el entendimiento. Bien sé que muclias co-
sas de lasque escribiere parecerán á algunos livianas y
menudas para historia, comparadas á las grandes que
de España se hallan escritas : guerras largas de varios
sucesos, tomas y desolaciones de ciudades populosas,
reyes vencidos y presos, discordias entre padres y hi-
jos, hermanos y hermanas, suegros y yernos, desposei-
dos, restituidos, y otra vez desposeídos, muertos á hier-
ro; acabados linajes, mudadas sucesiones de reinos :
libre y extendido campo, y ancha salida para los escríp-
tores. Yo escogí camino mas estrecho, trabajoso, esté-
ril y sin gloria, pero provechoso y de fructo para los
que adelante vinieren : comienzos bajos, rebelión de
salteadores, junta de esclavos, tumulto de villanos,
competencias, odios, ambiciones y pretensiones; dila-
ción de provisiones, falta de dinero, inconvenientes ó
no creídos ó tenidos en poco; remisión y flojedad en
ánimos acostumbrados á entender, proveer y disimular
mayores cosas ; y así, no será cuidado perdido conside-
rar de cuan livianos principios y caufias particulares se
viene á colmo de grandes trabajos, dificultades y daños
públicos y cuasi fuera de remedio. Veráse una guerra,
al parecer tenida en poco y liviana dentro en casa, mas
fuera estimada y de gran coyuntura ; que en cuanto duró
tuvo atentos, y no sin esperanza, los ánimos de princi-
pes amigos y enemigos, lejos ycerca ; primero cubierta
y sobresanada, y al íin descubierta, parte con el miedo
y la industria, y parte criada con el arte y ambición. La
gente que dije, pocos á pocos junta, representada en
forma de ejércitos; necesitada España á mover sus fuer-
zas para atajar el fuego; el Rey salir de su reposo y
acercarse áella; encomendarla empresa á don Juande
Austria, su hermano, hijo del emperador don Cários, á
quien la obligación de las victorias del padre moviese
á dar la cuenta de sí que nos muestra el suceso. En íin;
pelearse cada día con enemigos , frió, calor, hambre',
falta de municiones, de aparejos en todas partes ; da-
ños nuevos, muertes á la continua; hasta que vimos á
los enemigos, nación belicosa, entera, armada, y con-
fiada en el sitio, en el favor de los bárbaros y turcos,
vencida, rendida, sacada de su tierra, y desposeída de
sus casas y bienes ; presos y atados hombres y mujeres;
niños captivos vendidos en almoneda ó llevados á ha-
bitar á tierras lejos de la suya : captiverio y transmi-
gración no menor que las quede otras gentes se leen
por las historias. Victoria dudosa y de sucesos tan pe-
ligrosos, que alguna vez se tuvo duda si éramos nos-
otros ó los enemigos los á quien Dios quería castigar;
hasta que el fin della descubrió que nosotros éramos
los amenazados, y ellos los castigados. Agradezcan y
acepten esta mi voluntad libre, y lejos de todas las cau-
sas de odio ó de amor, los que quisieren tomar ejemplo
ó escarmiento ; que esto solo pretendo por remunera-
ción de mi trabajo, sin que de mi nombre quede otra
memoria. Y porque mejor se entienda lo de adelante,
diré algo de la fundación de Granada, qué gentes la po-
blaron al principio, cómo se mezclaron, cómo hubo este
nombre, en quién comenzó el reino della, puesto que
no sea conforme á la opinión de muchos ; pero será lo
que hallé en los libros arábigos de la tierra, y los de Mu-
ley Hacen, rey de Túnez, y lo que hasta hoy queda en la
memoria de los hombres, haciendo á los autores cargo
de la verdad.
La ciudad de Granada , según entiendo, fué pobla-
ción de los de Damasco (724), que vinieron con Tarif,
su capitán, y diez años después que los alárabes echa-
ron á los godos del señorío de España , la escogieron
por habitación , porque en el suelo y aire parecía mas á
su tierra. Primero asentaron en Libira , que antigua-
mente llamaban lUibcris, y nosotros Elvira, puesta en
el monte contrario de donde ahora está la ciudad; lugar
falto de agua, de poco aprovechamiento, dicho el cerro
de los Infantes , porque en él tuvieron su campo los in-
fantes don Pedro y don Juan cuando murieron rotos
por Ozmín, capitán del rey Ismael. Era Granada uno de
los pueblos de Iberia , y habia en él la gente que dejó
Tarif Abentiet después de haberia tomado por luengo
cerco ; pero poca, pobre y de varías naciones, como so-
bras de lugar destruido. No tuvieron rey hasta Habuz
GUERRA DE
Aben Habuz (10^4), que juntó los moradores de uno y
otro lugar, fundando ciudad ^ la torre de San Josef, que
llamabande los Judíos, en el alcazaba; ysu morada (i) en
la casa del Galio, á San Cristóbal, en el Albaicin. Puso en
lo alio su estatua (2) á caballo, con lanza y adarga, que á
manera de veleta se revuelve á todas partes, y letras que
dicen : «Dijo Habuz Aben Habuz el sabio, 'que así se
debe defender el Andalucía.» Dicen que del nombre de
Naath, su mujer, y por mirar al poniente (que en su len-
gua llaman garb) la llamó Garbnaath, como Naath la
del poniente. Los alárabes y asíanos hablan de los si-
tios como escriben; al contrario y revés que las gentes
de Europa. Otros, que de una cueva á la puerta de Bi-
bataubín, morada de la Cava, hija del conde Julián el
traidor; y de Nata, que era su nombre propio, se llamó,
Garnata, la cueva de Nata. Porque el de la Cava, todas
las historias arábigas afirman que le fué puesto por
haber entregado su voluntad al rey de España don Ro-
drigo, y en la lengua de los alárabes cava quiere decir
mujer liberal de su cuerpo. En Granada dura este nom-
bre por algunas partes, y la memoria en el soto y torre
de Roma, donde los moros afirman haber morado ; no
embargante que los que tratan de la destruicion de Es-
paña ponen que padr§ y hija murieron en Ceuta. Y los
edificios que se muestran (3) de lejos á la mar sobre el
monte, entrelasCuejinasy Xarjel al poniente de Argel,
que llaman sepulcro de la Cava cristiana, cierto es haber
sido un templo de la ciudad de Cesárea, hoy destruida,
y en otros tiempos cabeza de la Mauritania, á quien dio
el nombre de Cesariense. Lo de la amiga del rey Aben-
hut, y la compra que hizo, á ejemplo deDido, lade Car-
tago, cercando con un cuero de buey cercenado el sitio ¡
donde ahora está la ciudad, los mismos moros lo tienen ¡
por fabuloso. Pero lo que se tiene por mas verdadero ¡
entre ellos, y se halla en la antigüedad de sus escripturas, ;
es haber tomado el nombre de una cueva que atraviesa \
de aquella parte de la ciudad hasta la aldea que llaman ;
Alfacar, que en mi niñez yo vi abierta y tenida porlu- ;
gar reUgioso, donde los ancianos de aquella nación cu- |
raban personas tocadas de la enfermedad que dicen de- !
monio (4). Esto cuanto al nombre que tuvo en la edad de
los moros : tanta variedad hay en las historias arábi-
gas, aunque las llaman ellos escripturas de la verdad. En
la nuestra, conformando el sonido del vocablo con la len-
gua castellana, la decimos Granada, por ser abundante.
Habuz Aben Habuz deshizo el reino de Córdoba, y puso
á Idriz en el señorío del Andalucía. Con esto, con el de-
sasosiego de las ciudades comarcanas, con las guerras
que los reyes de Castilla hacían, con la destruicion de
algunas, juntos los dos pueblos en uno, fué maravilla
en cuan poco tiempo Granada vino á mucha grandeza.
Desde entonces no faltaron reyes en ella hasta Abenhut,
que echó de España los almohades, y hizo á Almería ca-
beza del reino. Muerto Abenhut á manos de los suyos,
con el poder y armas-del rey santo don Fernando el Ter-
cero, tomaron los de Granada por rey á Mahamet Al-
(1) y morada para si, dice con mas elegancia el citado MS. de
la Biblioteca Nacional.
(2) De bronce, añade el mismo MS.
(3) y aquí añade también, en Berbería.
(4) Siguen en el MS. algunas conjeturas mas sobre la etimolo-
gía de la voz Granada, pero tan sutiles y coufusas, que sin duda
es esta una de las cláusulas notoriamente superfinas á que alude
«n su introducción el conde de Portalegre.
GRANADA. . 60
hamar, que era señor de Arjona, y volvió la silla del reino
de Granada (o), la cual fué en tanto crecimiento, que eu
tiempo del rey Buihaxix, cuando estaba en mayor pros-
peridad, tenia setenta mil casas, según dicen los mo-
ros ; y en alguna edad hizo tormenta , y en muchas puso
cuidado á los reyes de Castilla. Hay fama que Bulliaxix
halló el alquimia, y con el dinero della cercó el Albai-
cin; dividióle de la ciudad, y edificó el Alhambra, cotí
la torre que llaman de Gomares (porque cupo á los de
Gomares fundalla); aposento real y nombrado, según
su manera de edificio, que después acrecentaron diez
reyes sucesores suyos, cuyos retratos se ven en una sa-
la ; alguno dellos conocido en nuestro tiempo por los
ancianos de la tierra.
Ganaron á Granada los reyes llamados Católicos, Fer-
nando y Isabel (1492), después de haber ellos y sus pa-
sados sojuzgado y echado los moros de España, en guerra
continua de setecientos setenta y cuatro años, y cua-
renta y cuatro reyes; acabada en tiempo que vimos al
rey último Boabdelí (con grande exaltación de la fe
cristiana) desposeído de su reino y ciudad, y tornado á
su primera patria allende la mar. Recibieron las llaves
de la ciudad en nombre de señorío, como es costumbre
de España; entraron al Alhambra, donde pusieron por
alcaide y capitán general á don Iñigo López de Mendoza,
conde de TenJílla , hombre de prudencia en negocios
graves, de ánimo firme, asegurado con luenga expe-
riencia de rencuentros y batallas ganadas, lugares de-
fendidos contra moros en la misma guerra; y por pre-
lado pusieron á fray Fernando de Talavera , religioso
de la orden de san Hierónimo, cuyo ejemplo de vida y
santidad España celebra, y de los que viven, algunos
hay testigos de sus milagros. Diéronles compañía cali-
ficada y conveniente para fundar república nueva; que
había de ser cabeza de reino, escudo y defensión con-
tra los moros de África , que en otros tiempos fueron
sus conquistadores. Mas no bastaron estas provisio-
nes, aunque juntas, para que los moros (cuyos ánimos
eran desasosegados y ofendidos ) no se levantasen eu
el Albaicin, temiendo ser echados déla ley, como del
estado; porque los reyes, queriendo que en todo e!
reino fuesen cristianos , enviaron á fray Francisco
Jiménez, que fué arzobispo de Toledo y cardenal, para
que los persuadiese; mas ellos, gente dura, pertinaz,
nuevamente conquistada, estuvieron recios. Tomó-
se concierto que los renegados ó hijos de renegados
tornasen á nuestra fe, y los demás quedasen en su ley
por entonces. Tampoco esto se observaba, hasta que
subió al Albaicin un alguacil, llamado Barríonuevo, á
prender dos hermanos renegados en casa de la madre.
Alborotóse el pueblo, tomaron las armas, mataron al
alguacil, y barrearon las calles que bajan á la ciudad;
eligieron cuarenta hombres autores del motín para que
los gobernasen, como acontece en las cosas de justicia
escrupulosamente fuera de ocasión ejecutadas. Subió
el conde deTendilla al Albaicin, y después de habérsele
hecho alguna resistencia, apedreándole el adarga (que
es entre ellos respuesta de rompimiento), se la tornó á
enviar : al fin la recibieron , y pusiéronse en manos de
los Reyes, con dejar sus haciendas á los que quisiesen
quedar cristianos en la tierra, conservar su hábito y len-
gua , no entrar la Inquisición hasta ciertos años, pagar
(5) A Granada debiera decir, y dice en efecto el MS,
70 DON DIEGO
fardas y las guardas : dióles el Conde por seguridad sus
Lijos en rehenes. Hecho esto, salieron huyendo los cua-
renta electos, y levantaron á Guéjar, Lanjaron , Anda-
rax, y últimamente Sierra Bermeja, nombrada por la
muerte de don Alonso de Aguilar, uno de los mas ce-
lebrados capitanes de España, grande en estado y lina-
je. Sosegó el conde de Tendilla y concertó el motin de
Albaicin; tomó á Guéjar, parte por fuerza , parte ren-
dida sin condición , pasando á cuchillo los moradores y
defensores. En la cual empresa, dicen que por no ir á
Sierra Bermeja , debajo de don Alonso de Aguilar, su
hermano , con quien tuvo emulación , se halló á servir
y fué el primero que por fuerza entró en el barrio de
abajo, Gonzalo Fernandez de Córdoba , que vivia á la
sazón en Loja desdeñado de los Reyes Católicos, abrien-
do ya el camino para el título de Gran Capitán, que á
solas dos personas fué concedido en tantos siglos : una
entre los griegos, caido el imperio, en tiernpo de los em-
peradores Comnenos, como á restaurador y defensor del,
á Andrónico Contestefano, llamándole meyaduca, voca-
blo bárbaramente compuesto de griego y latino, como
acontece con los estados perderse la elegancia de las
lenguas ; otra á Gonzalo Fernandez entre los españoles
y latinos, por la gloria de tantas victorias suyas como
viven y vivirán en la memoria del mundo. Halláronse
allí, entre otros, Alarcon sin ejercicio de guerra, y An-
tonio de Leiva, mozo teniente de la compañía de Juan
de Leiva, su padre, y después sucesor en Lombardía de
muchos capitanes generales señalados, y á ninguno de-
Uos inferior en victorias. La presencia del Rey Católico
dio lin con mayor autoridad á esta guerra ; mas guar-
dóse el rincón de Sierra Bermeja para la muerte de don
Alonso de Aguilar, que ganada la sierra y rotos los mo-
ros, fué necesitado á quedar en ella con la oscuridad de
la noche, y con ella misma le acometieron los enemigos,
rompiendo su vanguardia. Murió don Alonso peleando,
y salvóse su hijo don Pedro entre los muertos : salió el
conde de Ureña, aunque dando ocasión á los cantares y
libertad española; pero como buen caballero.
Sosegada esta rebelión también por concierto, dié-
ronse los Reyes Católicos á restaurar y mejorar á Gra-
nada en religión, gobierno y edificios : establecieron el
cabildo, baptizaron los moros, trujeron la chancillería,
y dende á algunos años vino la Inquisición. Goberná-
base la ciudad y reino, como entre pobladores y compa-
ñeros, con una forma de justicia arbitraria , unidos los
pensamientos, las resoluciones encaminadas en común
al bien público : esto se acabó con la vida de los viejos.
Entraron los celos , la división sobre causas livianas en-
tre los ministros de justicia y de guerra, las concordias
en escrito confirmadas por cédulas; traído el entendi-
miento dellas por cada una de las partes á su opinión;
la ambición de querer la una no sufrir igual , y la otra
conservarla superioridad, tratada con mas disimula-
ción que modestia. Duraron estos principios de discor-
dia disimulada y manera de conformidad sospechosa
el tiempo de don Luis Hurtado de Mendoza (o), hijo de
don Iñigo , hombre de gran sufrimiento y templanza ; mas
sucediendo otros, aunque de conversación blanda y hu-
mana, de condición escrupulosa y propria, fuese apar-
tando este oficio del arbitrio militar, fundándose en la
{a) Este don Luis fué segundo marqués de Mondéjar y presi-
dente de Castilla. j j »- c»»
DE MEND07A.
legalidad y derechos, y subiéndose hasta el peligro de la
autoridad cuanto á laspregminenciasrcosasque cuando
estiradamente se juntan, son aborrecidas de los meno-
res y sospechosas á los iguales. Vínose á causas y pa-
siones particulares , hasta pedir jueces de términos, no
para divisiones ó suertes de tierras, como los romanos
y nuestros pasados , sino con voz de restituir al Rey ó al
público lo que le tenían ocupado, y intento de echar
algunos de sus heredamientos. Este fué uno de los
principios en la destruicion de Granada , común á mu-
chas naciones; porque los cristianos nuevos , gente sin
lengua y sin favor, encogida y mostrada á servir, veían
condenarse y quitar ó partir las haciendas que habían
poseído, comprado ó heredado de sus abuelos, sin ser
oidos. Juntáronse con estos inconvenientes y divisio-
nes, otros de mayor importancia, nacidos de principios
honestos, que tomaremos de mas alto.
Pusieron los Reyes CatóUcos el gobierno de la justi-
cia y cosas públicas en manos de letrados, gente media
entre los grandes y pequeños, sin ofensa de los unos ni
de los otros; cuya profesión eran letras legales, come-
dimiento, secreto, verdad, vida llana y sin corrupción
de costumbres; no visitar, no recebir dones, no pro-
fesar estrecheza de amistades ; n(\ vestir ni gastar sun-
tuosamente; blandura y humanidad en su trato; jun-
tarse á horas señaladas para oír causas ó para deter-
minallas, y tratar del bien público. A su cabeza llaman
presidente, mas porque preside á lo que se trata, y orde-
na lo que se ha de tratar, y prohibe cualquier desorden,
que porque los manda. Esta manera de gobierno, esta-
blecida entonces con menos diligencia , se ha ido ex-
tendiendo por toda la cristiandad, y está hoy en el col-
mo de poder y autoridad : tal es su profesión de vida en
común, aunque en particular haya algunos que se des-
víen. A la suprema congregación llaman Consejo Real,
y á las demás, chancillerías ; diversos nombres en Espa-
ña, según la diversidad de las provincias. A los que
tratan en Castilla lo civil llaman oidores, y á los que
tratan lo criminal alcaldes (que en cierta manera son
sujetos á los oidores): los unos y los otros por la mayor
parte ambiciosos de oficios ajenos y profesión que no
es suya, espeeialmente la militar, persuadidos del ser
de su facultad, que (según dicen) es noticia de cosas
divinas y humanas, y ciencia de lo que es justo é in-
justo; y por esto amigos en particular de traer por to-
do, como superiores, su autoridad , y apuralla á veces
hasta grandes inconvenientes y raíces de los que agora
se han visto. Porque en la profesión de la guerra se
ofrecen casos que á los que no tienen plática della pa-
recen negligencias; y si los procuran emendar (1), cáese
en imposibilidades y lazos, que no se pueden desenvol-
ver, aunque en ausencia se juzgan diferentemente. Es-
tiraba el Capitán General su cargo sin equidad , y pro-
curaban los ministros de justicia emendallo. Esta com-
petencia fué causa que menudeasen quejas y capítulos
al Rey; con que cansados los consejeros, y él con ellos,
las provísionessalíesen varias ó ningunas, perdiendo con
la oportunidad (2) el crédito ; y so proveyesen algunas
cosas de pura justicia, que atenta la calidad délos tiem-
pos, manera de las gentes, diversidad de ocasiones, re-
querían templanza ó dilación. Todo lo de hasta aquí se
(1) Emendar con rigor, pone el MS.
(2) El MS. , importunidad.
GUERRA DE GRANADA.
71
ha dicho por ejemplo y como muestra de mayores ca-
sos, con íin que se vea de cuan livianos principios se
viene á ocasiones de grande importancia, guerras, ham-
bres , mortandades, ruinas de estados, y á veces de los
señores dellos. Tan atenta es la Providencia divina á
gobernar el mundo y sus partes por orden de princi-
pios y causas livianas, que van creciendo por edades,
si los hombres las quisiesen buscar con atención.
Babia en el reino de Granada costumbre antigua,
como la hay en otras partes , que los autores de delitos
se salvasen y estuviesen seguros en lugares de seño-
río: cosa que mirada en común y por la haz, se juz-
gaba que daba causa á mas delitos , favoi* á los malhe-
chores, impedimento á la justicia, y desautoridad á
los ministros della. Pareció , por estos inconvenien-
tes, y por ejemplo de otros estados, mandar que los
señores no acogiesen gentes desta calidad en sus tier-
ras, confiados que bastaba solo el nombre de justicia
para castigallos donde quiera que anduviesen. Man-
teníase esta gente con sus oficios en aquellos lugares,
casábanse, labraban la tierra , dábanse á vida sosegada.
También les prohibieron la inmunidad de las iglesias
arriba de tres dias ; mas después que les quitaron los
refugios, perdieron la esperanza de seguridad, y dié-
ronse á vivir por las montañas, iiacer fuerzas , sal-
tear caminos, robar y matar. Entró luego la duda, tras
el inconveniente, sobre á qué tribunal tocaba el cas-
tigo, nacida de competencia de jurisdiciones ; y no
obstante que los generales acostumbrasen hacer estos
castigos, como parte del oficio de la guerra, cargaron,
á color de ser negocio criminal, la relación apasionada
6 hbre de la ciudad , y la autoridad de la audiencia, y
púsose en manos de los alcaldes, no excluyendo en parte
al Capitán General. Dióseles facultad para tomar á suel-
do cierto número de gente repartida pocos á pocos, á
que usurpando el nombre, llamaban cuadrillas, ni bas-
tantes para asegurar, ni fuertes para resistir. Del des-
den, de la flaqueza de provisión , de la poca experien-
cia de los ministros en cargo que participaba de guer-
ra,nació el descuido, ó fuese negligencia ó voluntad de
cada uno, que no acertase suémulo.Enfin, fué causa de
crecer estos salteadores (monfíes los llamaba la lengua
morisca) en tanto número, que para oprimillos ó para
reprimillos no bastaban las unas ni las otras fuerzas.
Este fué el cimiento sobre que fundaron sus esperanzas
los ánimos escandalizados y ofendidos , y estos hombres
fueron el instrumento principal de la guerra. Todo esto
parecía al común cosa escandalosa ; pero la razón de
los hombres, ó la Providencia divina (que es lo mas
cierto), mostró con el suceso que fué cosa guiada para
que el mal no fuese adelante , y estos reinos quedasen
asegurados mientras fuese su voluntad. Siguiéronse
luego ofensas en su ley, en las haciendas y en el uso de
Ja vida , así cuanto á la necesidad , como cuanto al re-
galo , á que es demasiadamente dada esta nación ; por-
que la Inquisición los comenzó á apretar mas de lo or-
dinario. El Rey les mandó dejar la habla morisca, y con
ella el comercio y comunicación entre sí ; quitóseles el
servicio de los esclavos negros, á quienes criaban con
esperanzas de hijos , el hábito morisco, en que tenían
empleado gran caudal; obligáronlosá vestir castellano
con mucha costa, que las mujeres trujesen los rostros
descubiertos, que las casas, acostumbradas á estar cer-
radas, estuviesen abiertas : lo uno y lo otro tan grave de
sufrir entre gente celosa. Hubo fama que les mandaban
tomar Ijs hijos y pasallos á Castilla ; vedáronles el uso
de los baños , que eran su limpieza y entretenimiento ;
primero les habían prohibido la música , cantares, fies-
tas , bodas conforme á su costumbre, y cualesquier jun-
tas de pasatiempo. Salió todo esto junto, sin guardia
ni provisión de gente, sin reforzar presidios viejos ó
firmar otros nuevos ; y aunque los moriscos estuviesen
prevenidos de lo que había de ser, les hizo tanta im-
presión, que antes pensaron en la venganza que en el
remedio. Años había que trataban de entregar el reino
á los príncipes de Berbería ó al Turco ; mas la grande-
za del negocio , el poco aparejo de armas , vituallas, na-
vios, lugar fuerte donde hiciesen cabeza, el poder
grande del Emperador y del rey Filipe, su hijo , enfre-
naba las esperanzas y imposibilitaba las resoluciones,
especialmente estando en pié nuestras plazas manteni-
das en la costa de África, las fuerzas del Turco tan le-
jos, las de los cosarios de Argel mas ocupadas en pre-
sas y provecho particular que en empresas difíciles de
tierra. Fuéronseles con estas dificultades dilatando los
designios , apartándose ellos de los del reino de Valen-
cia ; gente menos ofendida y mas armada. En fin, cre-
ciendo igualmente nuestro espacio por una parte , y
por otra los excesos de los enemigos, tantos en nú-
mero , que ni podían ser castigados por manos de jus-
ticia ni por tan poca gente como la del Capitán Gene-
ral , eran ya sospechosas sus fuerzas para encubiertas,
aunque flacas para puestas en ejecución. El pueblo de
cristianos viejos adivinaba la verdad; cesaba el comercio
y paso de Granada á los lugares de la costa : todo era
confusión, sospecha, temor, sin resolver, proveer ni
ejecutar. Vista por ellos esta manera en nosotros, y
temiendo que con mayor aparejo les contraviniésemos,
determinaron algunos de los principales de juntarse en
Cádiar , lugar entre Granada y la mar y el rio de Al-
mería, á la entrada de la Alpujarra. Tratóse del cuándo
y cómo se debían descubrir unos á otros, de la manera
del tratado y ejecución ; acordaron que fuese en la fuer-
za del invierno, porque las noches largas les diesen
tiempo para sahr de la montaña y llegar á Granada, yá
una necesidad tornarse á recoger y poner en salvo,
cuando nuestras galeras reposaban repartidas por los
invernaderos y desarmadas; la noche de Navidad, que
la gente de todos los pueblos está en las iglesias , solas
las casas, y las personas ocupadas en oraciones y sacri-
ficios; cuando descuidados, desarmados, torpes con el
frío, suspensos con la devoción, fácilmente podían ser
oprimidos de gente atenta , armada, suelta y acostum-
brada á saltos semejantes. Que se juntasen á un tiem-
po cuatro mil hombres de la Alpujarra con los del Al-
baicín , y acometiesen la ciudad y el Alhambra, parte
por la puerta, parte con escalas; plaza guardada mas con
la autoridad que con lafuerza; y porque sabían que el
Alhambra no podia dejar de aprovecharse de la artille-
ría, acordaron que los moriscos de la Vega tuviesen por
contraseño las primeras dos piezas que se disparasen ,
para que en un tiempo acudiesen á las puertas de la
ciudad , las forzasen , entrasen por ellas y por los porti-
llos , corriesen las calles, y con el fuego y con el hierro
no perdonasen á persona ni á edificio. Descubrir el
tratado sin ser sentidos y entre muchos, era dificulto-
72
DON DIEGO DE MENDOZA.
so : pareció que los casados lo descubriesen á los casa-
dos, los viudos á los viudos , los mancebos á los man-
cebos; pero atiento, probando las voluntades y el se-
creto de cada uno. Habian ya muchos años antes en-
viado á solicitar con personas ciertas, no solamente á
los príncipes de Berbería, mas al emperador de los tur-
cos dentro en Constantinopla, que-los socorriese y sa-
case de servidumbre , y postreramente al rey de Argel
pedido armada de levante y poniente en su favor ; por-
que faltos de capitanes , de cabezas, de plazas fuertes,
de gente diestra , de armas , no se hallaron poderosos
para lomar y proseguir á solas tan gran empresa. De-
más desto, resolvieron (1) proveerse de vitualla, elegir
lugar en la montaña donde guardalla , fabricar armas,
reparar las que de mucho tiempo tenían escondidas,
comprar nuevas, y avisar de nuevo á los reyes de Ar-
gel , Fez , señor de Tituan , de esta resolución y prepa-
raciones. Con tal acuerdo partieron aquella habla; gen-
te á quien el regalo , el vicio , la riqueza, la abundancia
de las cosas necesarias, el vivir luengamente en gobier-
no de justicia y igualdad desasosegaba y traía en conti-
nuo pensamiento.
Dende á pocos dias se juntaron otra vez con los prin-
cipales del Albaicin en Churriana , fuera de Granada, á
tratar del mismo negocio. Habíanles prohibido , como
arriba se dijo, todas las juntas en que concurría núme-
ro de gente; pero teniendo el Rey y el prelado mas res-
peto á Dios que al peligro, se les habia concedido que
hiciesen un hospital y confradía de cristianos nuevos,
que llamaron de la Resurrección. (Dicen en español con-
fradía una junta de personas que se prometen herman-
dad en oficios divinos y religiosos con obras.) Y en dias
señalados concurrían en el hospital á tratar de su rebe-
lión con esta cubierta, y para tener certinidad de sus
fuerzas, enviaron personas pláticas de la tierra por to-
dos los lugares del reino , que con ocasión de pedir li-
mosna , reconociesen las partes del á propósito para
acogerse, pararecebir los enemigos, para traellos por
caminos mas breves , mas secretos, mas seguros, con
mas aparejo de vituallas, y estos echasen un pedido á
manera de limosna; que los de veinte y cuatro años has-
ta cuarenta y cinco contribuyesen diferentemente de los
viejos, mujeres, niños y impedidos : con tal astucia re-
conocieron el número de la gente útil para tomar ar-
mas , y la que habia armada en el reino.
Estos y otros indicios, y los delitos de los raonfíes,
mas públicos, graves yá menudo que solían , dieron
ocasión al marqués de Mondéjar (a), al conde de Tendi-
11a, su hijo , á cuyo cargo estaba la guerra, á don Pedro
deDeza, presidente de la chancillería, caballero que ha-
bia pasado por todos los oficios de su profesión y dado
buena cuenta dellos, al Arzobispo, á los jueces de
Inquisición , de poner nuevo cuidado y diligencia en
descubrir los motivos destos hombres, y asegurarse
parte con lo que podían, y parte con acudir al Rey y pe-
dir mayores fuerzas cada uno, según su oficio, para ha-
cer justicia y reprímir la insolencia; que este nombre
le ponían , como á cosa incierta ; hasta que estando el
marqués de Mondéjar en Madrid, fué avisado el Rey
(1) En la 1.» edición falta la palabra resolvieron.
(o) El tercer marqués de Mondéjar es el que de aquf adelante
siempre se nombra : llamóse don Iñigo , y fué vircy de Valencia y
Ñapóles, y sobrino del autor.
mas particularmente. Partió el Marqués en diligencia,
y llevó comisión para crecer en la guardia del reino al-
guna poca gente, pero la que pareció que bastaba en
aquella ocasión y en las que se ofreciesen por mar
contra los moros berberíes. Mas las personas á cuyo
cargo era la provisión , aunque se creyéronlos avisos , ó
importunados con el menudear dellos, ó juzgando á
los autores por mas ambiciososque diligentes , hicieron
provisión tan pequeña, que bastó para mover las causas
de la enfermedad, y rio parareraedíalla, como suelen
medicinas flojas en cuerpos llenos. Por lo cual , vis-
tas por los monfíes y principales de la -conjuración las
diligencias que se hacían de parte de los ministros para
apurar la verdad del tratado, el temor de ser preveni-
dos , y la avilanteza de nuestras pocas fuerzas , los acu-
ció á resolverse sin aguardar socorro , con solo avisar
á Berbería del término en que las cosas se hallaban , y
solicitar gente y armas con la armada, dando por con-
traseño que entre los navios que viniesen de Argel y
Tituan trajesen las capitanas una vela colorada , y que
los navios de Tituan acudiesen á la costa de Marbella
para dar calor á la sierra de Ronda y tierra de Málaga,
y los de Argel á cabo de Gata, que los romanos llama-
ban promontorio de Carídemo, para socorrerá la Alpu-
jarra y ríos de Almería y Almanzora, y mover con la ve-
cindad los ánimos de la gente sosegada en el reino de
Valencia. Mas estos estuvieron siempre firmes , ó que
en la memoria de los viejos quedase el mal suceso déla
sierra de Espadan en tiempo del emperador Carlos, ó
que teniendo por liviandad el tratado y dificultosa la
empresa, esperasen á ver cómo se movía la generali-
dad, con qué fuerzas , fundamento y cerfeza de espe-
ranzas, en Berbería. Enviaron á Argel al Partal,que vi-
vía en Narila, lugar del partido de Cádiar, hombre ri-
co, diligente, y tan cuerdo, que la segunda vez que fué
á Berbería llevó su hacienda y dos liermanos, y se
quedó en Argel. Este y el Joniz , que después vendió y
mató al Abenabó, su señor , á quien ellos levantaron
porsegundo rey, estaban en aquella congregación co-
mo diputados en nombre de toda la Alpujarra; y pur
tener alguna cabeza en quien se mantuviesen unidos,
nuis que por sujetarse á otras sino á las que el rey de
Argel los nombrase, resolvieron en 27 de setiembre
(1568) hacer rey (6), persuadidos con la razón de don
Fernando de Valor, el Zaguer , que en su lengua quiere
decir el menor, á quien por otro nombre llamaban
Aben-Jauhar, hombre de gran autoridad y de consejo
maduro , entendido en las cosas del reino y de su ley.
Este, viendo que la grandeza del hecho traía miedo, di-
lación, diversidad de casos, mudanzas de pareceres,
los juntó en casa de Zinzan, en el Albaicin, y los ha-
bló :
« Poniéndoles delante la opresión en que estaban,
sujetos á hombres públicos y particulares, no menos
esclavos que si lo fuesen. Mujeres, hijos, haciendas y
sus proprias personas en poder y arbitrio de enemigos,
sin esperanza en muchos siglos de verse fuera de tal
servidumbre ; sufriendo tantos tíranos como vecinos,
nuevas imposiciones , nuevos tributos, y privados del
refugio de los lugares de señorío , donde los culpados,
puesto que por accidentes ó por venganzas (esta es la
(i) Algo diflere Mármol, lib. i, cap. 7. fV'éase.)
GUERRA DE
causa entre ellos mas. justificada), se aseguran ; echa-
dos de la inmunidad y franqueza de las iglesias , donde
por otra parte los mandaban asistir á los oficios divi-
nos con penas de dinero ; hechos sujetos de enriquecer
clérigos ; no tener acogida á Dios ni á los hombres;
tratados y tenidos como moros entre los cristianos para
ser menospreciados, y como cristianos entre los mo-
ros pura no ser creídos ni ayudados.— Excluidos de la
vida y conversación de personas, mándannos que no
hablemos nuestra lengua ; no entendemos la castella-
na : ¿en qué lengua habernos de comunicar los con-
ceptos, y pedir ó dar las cosas sin que no puede estar
el trato de los hombres? Aun á los animales no se ve-
dan las voces humanas. ¿Quién quita que el hombre de
lengua castellana no pueda tener la ley del Profeta, y
el de la lengua morisca la ley de Jesús? Llaman á nuc-
iros hijos á sus congregaciones y casas de letras ; en-
séñanles artesque nuestros mayores prohibieron apren-
derse , porque no se confundiese la puridad , y se hi-
ciese litigiosa la verdad de la ley. Cada hora nos ame-
nazan quitarlos de los brazos de sus madres y de lu
crianza de sus padres, y pasarlos á tierras ajenas, don-
de olviden nuestra manera de vida , y aprendan á ser
enemigos de los padres que los engendramos , y de las
madres que los parieron. Mándannos dejar nuestro há-
bito , y vestir el castellano. Vístense entre ellos los tu-
descos de una manera , los franceses de otra , los grie-
gos de otra, los frailes de otra, los mozos de otra, y de
otralosviejos; cada nación, cada profesión y cada estado
usa su manera de vestido, y todos son cristianos; y nos-
otros moros, porque vestimos á la morisca , como si trujá-
semos la ley en el vestido , y no en el corazón. Las ha-
ciendas no son bastantes para comprar vestidos para
dueños y familias; del hábito que traíamos no podemos
disponer, porque nadie compra lo que no ha de traer;
para Iraello es prohibido, para vendello es inútil. Cuando
enuna casa se prolúbiere el antiguo, y comprare el nue-
vo del caudal que teníamos para sustentarnos, ¿de qué
viviremos ? Si queremos mendigar, nadie nos socorrerá
como á pobres, porque somos pelados, como ricos ; na-
die nos ayudará , porque los moriscos padecemos esta
miseria y pobreza , que los cristianos no nos tienen por
prójimos. Nuestros pasados quedaron tan pobres en la
tierra de las guerras contra Castilla, que casando su
hija el alcaide de Loja, grande y señalado capitán que
llamaban Alatar, deudo de algunos de los que aquí nos
hallamos, hubo de buscar vestidos prestados parala
boda. ¿Con qué haciendas, con qué trato, con qué ser-
vicio ó industria, en qué tiempo adquiriremos riqueza
para perder unos hábitos y comprar otros? Quítannos
el servicio de los esclavos negros ; los blancos no nos
eran(l)permitidosporserdenuestra nación; habíamos-
los comprado , criado , mantenido : ¿esta pérdida sobre
las otras? ¿Qué harán los que no tuvieren hijos que los
sirvan , ni hacienda con que mantener criados, si enfer-
man, si se inhabilitan, si envejecen, sino prevenir la
muerte? Van nuestras mujeres, nuestras hijas, tapadas
las caras, ellas mismas á servirse y proveerse de lo ne-
cesario á sus casas; raándanles descubrir los rostros: si
son vistas, serán codiciadas y aun requeridas , y veráse
(1) El citado MS. corrige al margen el tiempo de este verbo,
diciendo no nos serán.
GRANADA. " 73
quién son las que dieron (2) la avilanteza al atrevimiento
de mozos y viejos. Mándannos tener abiertas las puertas
que nuestros pasados con tanta religión y cuidado tu-
vieron cerradas, no las puertas, sino las ventanas y res-
quicios de casa. ¿Hemos de ser sujetos de ladrones,
de malhechores, de atrevidos y desvengonzados adúl-
teros, y que estos tengan días determinados y horas
ciertas , cuando sepan que pueden hurtar nuestras ha-
ciendas, ofender nuestras personas, violar nuestras
honras?i\o solamente nos quitan la seguridad, la ha-
cienda, la honra, el servicio, sino también los entrete-
nimientos, así los que se introdujeron por la autori-
dad, reputación y demostraciones de alegría en las
bodas, zambras, bailes, músicas, comidas, como los
que son necesarios para la limpieza , convenientes para
la salud. ¿Vivirán nuestras mujeres sin baños, introduc-
ción tan antigua ?¿Veránlas en sus casas tristes, sucias,
enfermas, donde tenían la limpieza por contentamien-
to, por vestido , por sanidad? —
«Representóles el estado de la cristiandad, las divi-
siones entre herejes y católicos en Francia, la rebelión
de Flándes, Inglaterra sospechosa, y los flamencos hui-
dos solicitando en Alemania á los príncipes della. El Rey
falto de dineros y gente plática, mal armadas las galeras,
proveídas á remiendos, la chusma libre , los capitanes y
liombresde cabo descontentos, como forzados. Si previ-
niesen, no solamente el reino de Granada, pero parte del
Andalucía, que tuvieron sus pasados, y agora poseen sus
enemigos, pueden ocupar con el primer ímpetu, ó man-
tenerse en su tierra, cuando se contenten con ella sin
pasar adelante. Montaña áspera, valles al abismo , sier-
ras al cielo, caminos estrechos, barrancos y derrum-
baderos sin salida : ellos gente suelta, plática en el
campo, mostrada á sufrir calor, frío, sed, hambre;
igualmente diligentes y animosos al acometer, prestos
á desparcírse y juntarse ; españoles contra españoles,
muchos en número , proveídos de vitualla , no tan fal-
tos de armas que para los principios no les basten; y
en lugar de lasque no tienen, las piedras delante de los
pies, que contra gente desarmada son armas bastantes.
Y cuanto á los que se hallaban presentes, que en vano
se habían juntado, si cualquiera dellosno tuviera con-
fianza del otro que era suficiente para dar cobro á tan
gran hecho , y si, como siendo sentidos habían de ser
compañeros en la culpa y el castigo , no fuesen después
parte en las esperanzas y fructos dellas, llegándolas al
cabo ; cuanto mas que ni las ofensas podían ser venga-
das, ni deshechos los agravios, ni sus vidas y casas
mantenidas, y ellos fuera de servidumbre, sino por
medio del hierro, de la unión y concordia, y una deter-
minada resolucioncon todas sus fuerzas juntas; para lo
cual era necesario eligir cabeza dellos mismos, ó fue-
se con nombre de jeque , ó de capitán, ó de alcaide, ó
de rey, si les pluguiese que los tuviese juntos en justicia
y seguridad.»
Jeque llaman ellos el mas honrado de una genera-
ción, quiere decir, el mas anciano : á estos dan el go-
bierno con autoridad de vida y muerte. Y porque osla
nación se vence tanto mas de la vanidad de la astrolo-
gía y adivinanzas , cuanto mas vecinos estuvieron sus
pasados de Caldea, donde la ciencia tuvo principio , no
(2) Y del mismo modo, las que darán
n
DON DIEGO DE MENDOZA.
(iejó de acordalles á este propósito cuántos años atrás
por boca de grandes sabios, en movimiento y lumbre de
estrellas , y profetas en su ley, estaba declarado que se
levantarían á tornar por sí , cobrarían la tierra y reinos
que sus pasados perdieron, basta señalar el mismo año
después que Maboma les dio la ley (ablegira le llaman
ellos en su cuenta, que quiere decir el destierro, por-
que la dio siendo desterrado de Meca), y venia justo
con esta rebelión. Representóles prodigios y apariencias
extraordinarias de gente armada ei) el aire á las faldas
do Sierra-Nevada, aves de desusada manera dentro en
Granada , partos monstruosos de animales en tierra de
Baza , y trabajos del sol con el eclipse de los años pasa-
dos, que mostraban adversidad á los cristianos, á quien
ellos atribuyen el favor ó disfavor deste planeta, como
así el de la luna.
Tal fué la bablaquedon Fernando el Zaguer les bizo;
con que quedaron animados , indignados y resolutos en
general de rebelarse presto , y en particular de eligir
rey de su nación ; pero no quedaron determinados en el
cuándo precisamente, ni á quién. Una cosa muy de no-
tar calilica los principios desta rebelión : que gente
de mediana condición, mostrada á guardar poco secreto
y hablar juntos, callasen tanto tiempo, y tantos hom-
bres, en tierra donde hay alcaldes de corte y inquisido-
res, cuya profesión es descubrir delitos. Habia entre
ellos un mancebo llamado don Fernando de Valor, so-
brino de don Fernando el Zaguer, cuyos abuelos se lla-
maron Hernandos y de Valor, porque vivían en Valor
el alto, lugar de la Alpujarra puesto cuasi en la cumbre
de la montaña : era descendiente del linaje de Aben Hu-
meya, uno de los nietos de Maboma, hijos de su hija,
que en tiempos antigos tuvieron el reino de Córdoba
y el Andalucía ; rico de rentas, callado y ofendido, cuyo
padre estaba preso por delitos en las cárceles de Gra-
nada. En este pusieron los ojos , así porque les movió la
hacienda , el linaje , la autoridad del tío , como porque
habia vengado la ofensa del padre matando secreta-
mente uno de los acusadores y parte de los testigos.
Desta resolución, aunque no tan en particular, hubo
noticia y fué el Rey avisado ; pero estaba el negocio cier-
to y el tiempo en duda ; y como suele acontecer á las
provisiones en que se junta la dificultad con el temor,
cada uno de los consejeros era en que se atajase con
mayor poder; pero juntos juzgaban sorel remedio fácil
y las fuerzas de los ministros bastantes, el dinero poco
necesario, porque habia de salir del mismo negocio; y
menospreciaban esto, encareciendo el remedio de ma-
yores cosas ; porque los estados de Flándcs , desasose-
gados por el príncipe de Orange, eran recien pacificados
por el duque de Alba. Mas, puesto que las fuerzas del
Rey y la experiencia del Duque capitán, criado debajo
de la disciplina del Emperador, testigo y parte en siis
victorias, bastasen para mayores empresas, todavía lo
que se temía de parte de Inglaterra, y las fuerzas de los
hugotrotes en Francia, y algunas sospechas de príncipes
de Alemania y designios de Rafia, daban cuidado; y
tanto mayor, por ser la rebelión de Flándes por causas
de religión comunes con los- franceses, ingleses y ale-
manes , y por quejas de tributos y gravezas comunes
con todos los que son vasallos, aunque sean livianas, y
ellos bien tratados.
Esto dio á los enemigos mayor avilanteza , y á no-
sotros causa de dilación. Cumenzaron á juntar mas
al descubierto gente de todas maneras : si hombre
ocioso habia perdido su hacienda, malbaratádola por
redimir delitos; si homicida, salteador ó condenado
enjuicio, ó que temiese por culpas que lo seria; los
que se mantenían de perjurios, robos, muertes; los
que la maldad, la pobreza , los delitos traían desasose-
gados, fueron autores ó ministros desta rebelión. Si
algún bueno habia y fuera de semejantes vicios, con el
ejemplo y conversación de los malos brevemente se tor-
naba como ellos; porque cuando el vínculo de la ver-
güenza se rompe entre los buenos, mas desenfrenados
son en las maldades que los peores. En fin , el temor de
que eran descubiertos , y seria prevenida su determi-
nación con el castigo, movió á los que gobernaban el
negocio, y entre ellos á don Fernando el Zaguer, á pen-
sar en algún caso con que obfigasen y necesitasen al
pueblo á safir de tibieza y tomar las armas. Juntáronse
tercera vez la^ cabezas de la conjuración y otras , con
veinte y seis personas del Alpujarra , á San Miguel , en
casa del Hardon , hombre señalado entre ellos, á quien
mandó el duque de Arcos después justiciar; posaba en
la casa del Carcí, yerno suyo. Eligieron á don Fernando
de Valor por rey con esta solemoidad : los viudos á un
cabo, los por casar á otro, los casados á otro, y las
mujeres á otra parte. Leyó uno de sus sacerdotes, que
llaman faquíes, cierta profecía hecha en el año délos
árabes de... y comprobada por la autoridad de su ley,
consideraciones de cursos y puntos de estrellas en el
cielo , que trataba de su libertad por mano de un mozo
de linaje real , que habia de ser baptizado y hereje de su
ley, porque en lo púbüco profesaría la de los cristianos.
Dijo que esto concurría en don Fernando y concertaba
con el tiempo. Vistiéronle de púrpura, y pusiéronle á
torno del cuello y espaldas una insignia colorada á ma-
nera de faja. Tendieron cuatro banderas en el suelo , á
las cuatro partes del mundo , y él hizo su oración incli-
nándose sobre las banderas, el rostro al oriente (zalá la
Uaman ellos), y juramento de morir en su ley y en el
reino, defendiéndola á ella y á él y á sus vasallos. En
esto levantó el pié , y en señal de general obediencia,
postróse Aben Farax en nombre de todos, y besó la tier-
ra donde el jiuevo rey tenia la planta. A este hizo su
justicia mayor; lleváronle en hombros , levantáronle en
alto diciendo : «Dios ensalce á Mahomet Aben Humeya,
rey de Granada-y de Córdoba.» Tal era la antigua ce-
remonia con que efigian los reyes de la Andalucía, y
después los de Granada. Escribieron cartas los capita-
nes de la gente á los compañeros en la conjuración ; se-
ñalaron día y hora para ejecutalla ; fueron los que te-
nían cargos á sus partidos. Nombró Aben Humeya por
capitán general á su tío Aben Jauhar, que partió luego
para Cádiar, donde tenia casa y hacienda.
Pasaba el capitán Herrera á la sazón de Granada para
Adra con cuarenta caballos /y vino á hacer la noche en
Cádiar. Mas Aben Jauhar el Zaguer, vista la ocasión tan
á su propósito , habló con los vecinos, persuadiéndoles
que cada uno matase á su huésped. No fueron perezo-
sos ; porque pasada la media noche, no hubo dificultad
en matar muchos á pocos, armados á desarmados, pre-
venidos á seguros; y torpes con el sueño, con el cansan-
cio , con el vino , pasaron al capitán y á los soldados
por la espada. Venida la mañana, juntáronse y tomaron
GUERRA DE
U) ú::;pero de la sierra , como gente levantada , donde ni
Ijubü tiempo ni aparejo para castigallos. Este fué el pri-
mer exceso y mas descubierto con que los enemigos, ó
por fuerza ó' por voluntad, fueron necesitados á tomar
las armas, sin otra respuesta de Berbería mas de espe-
ranzas, y esas generales. Era entonces Selim el Segundo
emperador de íos turcos recien heredado, victorioso por
la toma de Zigueto, plaza fuerte y proveida en Hungría;
Labia liecbo nueva tregua con el emperador Maximilia-
no el Segundo, concertándose con el Sofí por la parte de
Armenia , y por la de Suria con los jeques alárabes que
le trabajaban sus confines, y con los genízaros, infante-
ría que se suele desasosegar con la entrada de nuevo se-
ñor. Tenia en el ánimo las empresas que descubrió con-
tra venecianos en Cipro , contra el rey de Túnez en Ber-
bería ; y que como no le convenia repartir sus fuerzas
en muchas partes, así le convenia que las del Rey Cató-
lico estuviesen repartidas y ocupadas. Dícese que en
este tiempo vino del rey de Argel respuesta á los mo-
riscos, animándolos á perseverar en la prosecución del
tratado, pero excusándose de enviar él armada con
que esperaba orden de Constantinopla. El rey de Fez,
como religioso en su ley, y del linaje de los Jarifes, te-
nidos entre los moros por santos, les prometió mas re-
soluto socorro. Todavía vinieron por medio de perso-
nas fiadas á tratar ambos reyes de la calidad del caso,
de la posibilidad de los moriscos ; y midiendo sus fuer-
zas de mar y tierra con las del rey de España , liallaron
no ser bastantes para contrastalle ; y aunque se confe-
deraron , solo fué para que el rey de Argel hiciese la
empresa de Túnez y Biserta , en tanto que el rey don
Filipe estaba ocupado en allanar la rgbelion de Grana-
da; y juntamente permitir que de sus tierras fuese al-
guna gente á sueldo, en especial de moros andaluces,
que se habían pasado á Berbería; y mercaderes pudie-
sen cargar armas, municiones, vitualla, con que los
moriscos fuesen por sus dineros socorridos.
Alpujarra llaman toda la montaña sujeta á Granada,
como corre de levante á poniente , prolongándose entre
tierra de Granada y la mar, diez y siete leguas en largo ,
y once en lo mas ancho, poco mas ó menos : estéril y
áspera de suyo , sino donde hay vegas ; pero con la in-
dustria de los moriscos (que ningún espacio de tierra
dejan perder), tratable y cultivada, abundante de fru-
tos y ganados y cria de sedas. Esta montaña, como era
principal en la rebelión, así la escogieron por sitio en
que mantener la guerra, por tener la mar, donde espe-
raban socorro, por la dificultad de los pasos y calidad
de la tierra , por la gente que entre ellos es tenida por
brava. Habían ya pensado rebelarse otras dos veces
antes; una Jueves Santo, otra por setiembre deste
año : tenían prevenido á Aluch Alí con el armada de
Argel ; mas él , entendiendo que el conde de Tendílla
estaba avisado y aguardándole en el campo, volvió, de-
jándose de la empresa , con el armada á Berbería, En
fin, á los 23 de diciembre, luego que sucedió el caso
de Cádlar, la misma gente, con las armas mojadas en
la sangre de aquellos pocos, salieron en público; mo-
vieron los lugares comarcanos y los demás de la Al-
pujarra y río de Almería, con quien tenían común el
tratado, enviando por corredores y para descubrir los
ánimos y motivo de la gente de Granada y la Vega, á
Farax Aben Farax con hasta ciento y cincuenta hora-
GRANADA. 73
bros, gente suelta y desmandada, escogida entre los
que mayor obligación y mas esfuerzo tenían. Ellos, re-
cogiendo la que se les llegaba, tomaron resolución de
acometer á Granada, y caminaron para ella con hasta
seis mil hombres mal armados , pero juntos y con bue-
na orden, según su costumbre.
En España no habia galeras ; el poder del Rey ocu-
pado en regiones apartadas, y el reino fuera de tal cui-
dado , todo seguro , todo sosegado ; que tal estado era
el que á ellos parecía mas á su propósito. Los ministros
y gente en Granada, mas sospechosa que proveida, co-
mo pasa donde hay miedo y confusión. Pero fué acon-
tecimiento hacer aquella noche tan mal tiempo y caer
tanta nieve en la sierra que llaman Nevada y antigu;-
mente Soloria, y los moros Solaira , que cegó los pa; es
y veredas cuanto bastaba para que tanto número de
gente no pudiese llegar. Mas Farax, con los ciento y
cincuenta hombres, poco antes del amanecer entró por
la puerta alta de Guadix, donde junta con Granada el
camino de la sierra , con instrumentos y gaitas, como es
su costumbre. Llegaron al Albaicin, corriéronlas ca-
lles, procuraron levantar el pueblo haciendo prome-
sas, pregonando sueldo de parte de los reyes de Fez y
Argel, y afirmando que con gruesas armadas eran lle-
gados á la costa del reino de Granada : cosa que escan-,
dalízó y atemorizó los ánimos presentes, y á los ausen-
tes dio tanto mas en que pensar, cuanto mas lejos se
hallaban; porque semejantes acaecimientos cuanto
mas se van apartando de su principio , tanto parecen
mayores y se juzgan con mayor encarecimiento. ¡ Y
que en un reino pacífico, lleno de armas, prudencia,
justicia, riquezas; gobernado por rey que pocos
años antes habia hecho en persona el mayor principio
que nunca hizo rey en España , vencido en un año dos
batallas , ocupado por fuerza tres plazas al poder de
Francia , compuesto negocio tan desconfiado como la
restitución del duque de Saboya, hecho por sus capi-
tanes otras empresas , atravesado sus banderas de Ita-
lia áFlándes (viaje al parecer imposible) por tierras
y gentes que después de las armas romanas nunca vie-
ron otras en su comarca ; pacificado sus estados con
victorias, con sangre, con castigos; dentro en el re-
poso , en la seguridad de su reino, en ciudad poblada
por la mayor parte de cristianos , tanto mar en medio,
tantas galeras nuestras ; entrase gente armada con es-
paldas de tantos hombres por medio de la ciudad , ape-
llidando nombres de reyes infieles enemigos! Estado
poco seguro es el de quien se descuida, creyendo que
por sola su autoridad nadie se puede atrever á ofemíe-
lle. Los moriscos, hombres mas prevenidos que dies-
tros, esperaban por horas la gente de la Alpujarra:
salían el Tagari y Monfarrix, dos capitanes, todas las
noches al cerro de Santa Helena por reconocer; y sa-
lieron la noche antes con cincuenta hombres escogidos
y diez y siete escalas grandes , para , juntándose con Fa-
rax, entrar en el Alhambra ; mas visto que no venían al
tiempo , escondiendo las escalas en una cueva , se vol-
vieron, sin salir la siguiente noche, pareciéndoles, co-
mo poco pláticos de semejantes casos, que la tempestad
estorbaría á venir tanta gente junta , con que pudiesen
ellos y sus compañeros poner en ejecución el tratado
del Alhambra; debiéndose esperar semejante noche
para escalarla. Mas los del Albaicin estuvieron sose-
70 DON DIEGO
gados en las casas, cerradas las puertas, como igno-
rantes del tratado , oyendo el pregón; porque, aunque
se hubiese comunicado con ellos, no con todos en ge-
neral ni particularmente, ni estaban todos ciertos del
dia (aunque se dilató poco la venida ), ni del número de
la gente , ni de la orden con que entraban , ni de la que
en lo por.venir ternian. Díjose que uno de los viejos
abriendo la ventana preguntó cuántos eran, y respon-
diéndole seis mil, cerró y dijo : «Pocos sois y venis
presto;» dando á entender que hablan primero de co-
menzar por el Alhambra, y después venir por el Al-
baicin, y con las fuerzas del rey de Argel. Tampoco se
movieron los de la Vega que seguían á los del Albai-
cin , especialmente no oyendo la artillería del Alhambra,
que tenían por contraseño. Había entre los que gober-
naban la ciudad emulación y voluntades diferentes;
pero no por esto, así ellos como la gente principal y
pueblo, dejaron de hacer la parte que tocaba á cada uno.
Estúvose la noche en armas ; tuvo el conde de Tendilla
el Alhambra á punto , escandalizado de la música mo-
risca; cosa en aquel tiempo ya desusada ; pero avisado
de lo que era , con mejor guardia. El Marqués, aunque
no tenia noticia del contraseño que los moros habían
dado á la gente de la Vega, y él le tenia dado á la gente
, de la ciudad que en la ocasión habia de disparar tres
piezas; temiendo que si se hacia pensasen los moros
que estaba en aprieto, y acometiesen el Alhambra , en
que habia poca guardia, mandó que ningún movimiento
se hiciese, ni se pidiese gente á la ciudad; que fué la
salvación del peligro , aunque proveído á otro propósi-
to; porque acudiendo los moriscos de la Vega al con-
traseño, necesitaban á los del Albaicín á declararse y
juntarse con ellos, y como descubiertos, combatir la
ciudad. Bajó el Conde á la plaza nueva y puso la gente
en orden : acudieron muchos de los forasteros y de la
ciudad, personas principales, al presidente don Pedro
de Deza, por su oficio, por el cuidado que le habían
visto poner en descubrir y atajar el tratado , por su afa-
bilidad, buena manera generalmente con todos, y al-
gunos por la diferencia de voluntades que conocían en-
tre él y el marqués de Mondéjar. Este con solos cuatro
dfi á caballo y el corregidor subió al Albaícin, mas por
reconocer lo pasado, que suspender el daño que se es-
peraba ó asosegar los ánimos que ya tenía por perdi-
dos; contento con alargar algún dia el peligro, mos-
trando confianza, y gozar del tiempo que fuese común
á ellos, para ver cómo procedían sus valedores, y á él
para armarse y proveerse de lo necesario y resistirá los
unos y á los otros. Hablóles : «Encareció su lealtad y
firmeza , su prudencia en no dar crédito á la liviandad
de pocos y perdidos, sin prendas, livianos, hombres
que con las culpas ajenas pensaban redimir sus delitos
¿adelantarse. Tal confianza se habia hecho siempre, y
en casos tan calificados, de la voluntad que tenían al
servicio del I'ey, poniendo personas, haciendas y vidas
con tanta obediencia á los ministros; ofreciéndose de
ser testigo y representador de su fe y servicios , inter-
cediendo con el Rey para que fuesen conocidos, esti-
mados y remunerados.» Pero ellos, respondiendo pocas
palabras, y esas mas con semblante de culpados y ar-
repentidos que de determinados , ofrecieron la ol5ra y
perseverancia que habian mostrado en todas las oca-
siones; y pareciéadole al Marqués bastar aquello , sin
DE MENDOZA.
quítalles el miedo que tenian del pueblo, se bajó & la
ciudad. Habia ya enviado á reconocer los enemigos;
porque ni del propósito ni del número ni de la cali-
dad dellos, ni de las espaldas con que habian entrado,
se tenia certeza , ni del camino que hacían. Refirieron
que habiendo parado en la casa de las Gallinas, atrave-
saban el Genil la vuelta de la sierra ; puso recaudo en
los lugares que convenia ; encomendó al Corregidor la
guardia de la ciudad; dejó en el Alhambra, donde habia
pocos soldados mal pagados, y estos de á caballo, el
recaudo que bastaba, juntando á este los criados y alle-
gados del conde de Tendilla , personas de crédito y
amistades en la ciudad. El, con la caballería que se ha-
lló , siguió á los enemigos, llevando consigo á su yerno
y hijos (a ) ; siguiéronle , parte por servir al Rey, parte
por ann'stad ó por probar sus personas, por curiosidad
de ver toda la gente desocupada y principal que se ha-
llaba en la ciudad. Salió con la gente de su casa el con-
de de Miranda don Pedro de Zúñíga (6), que á la sazón
residía en pleitos; grande, igual en estado y linaje:
eran todos pocos, pero calificados. Mas los enemigos,
visto que los vecinos del Albaicín estaban quedos y
l)s de la Vega no acudían, con haber muerto un sol-
dado, herido otro, saqueado una tienda y otra como en
señal de que habian entrado , tomaron el camino que
habian traído, y por las espaldas de la Alhambra pro-
longando la muralla , llegaron á la casa que por estar
sobre el rio llamaban los moros Dar-al-huet, y nos-
otros de lüs Gallinas, según los atajadores habían re-
ferido. Pararon á almorzar y estuvieron hasta las ocho
de la mañana : todo guiado por Farax, para mostrar que
habia cumplido con la comisión , y acusar á los del Al-
baicín ó su miedo ó su desconfianza, y aun con espe-
ranza que, llegada la gente de la Alpujarra, harían mas
movimiento. Pero después que ni lo uno ni lo otro le
sucedió, acogióse al camino de Nigüéles, arrimándose
á la falda de la montaña; y puesto en lo áspero, cami-
nó haciendo muestra que esperaba. Pocos de la com-
pañía del Marqués alcanzaron á mostrarse, y ninguno
llegó á las manos, por la aspereza del sitio; aunque le
siguieron por el paso del rio de Monachíl hasta atrave-
sar el barranco, y de allí al paraje de Dílar, por donde
entraron sin daño en lo mas áspero.
Duró este siguimíento hasta el anochecer, que pa-
reció al Marqués poco necesario quedar allí, y mucho
proveer á la guarda y seguridad de la ciudad; temero-
so que juntándose los moriscos del Albaicín con los de
la Vega, la acometerían, sola de gente y desarmada.
Tornó una hora antes de medía noche , y sin perder
tiempo comenzó á prevenir y llamar la gente que pudo,
sin dineros, y que estaba mas cerca; los que por ser-
vir al Rey, los que por su seguridad, por amistad del
Marqués, memoria del padre y abuelo, cuya fama era
grande en aquel reino, por esperanza de ganar, por
el ruido ó vanidad de la guerra, quisieron juntarse. Hi-
zo llamamientos generales , pidiendo gente á las ciu-
dades y señores de la Andalucía , á cada uno conforme
á la obligación antigua y usanza de los concejos, que
era venir la gente á su costa el tiempo que duraba la
(a) Era este yerno don Alonso de Cárdenas, que después, por
muerte de su padre , fué conde de la Puebla.
(í) Era este don Pedro conde de Miranda , hermano y suegro
del que en nuestros días fué presidente de Italia y de Castilla.
GUERRA DE
comida que podían traer á los hombros (talegas las lla-
maban los pasados , y nosotros ahora mochilas). Con-
lábase para una semana; mas acabada, servían tres me-
ses pagados por sus pueblos enteramente, y seis meses
adelante pagaban los pueblos la mitad, y otra mitad el
Rey : tornaban estos á sus casas, venían otros; manera
de levantarse gente, dañosa para la guerra y para ella,
¡)orque siempre era nueva. Esta obligación tenían como
[lobladores, por razón del sueldo que el Rey les repartía
por heredades, cuando se ganaba algún lugar de los
enemigos. Llamó también asoldados particulares, aun-
que ocupados en otras partes , á los que vivían al sueldo
del Rey, á los que, olvidadas ó colgadas las esperanzas
y armas, reposaban en sus casas. Proveyó de armas y de
vituallas, envió espías por todas partes á calar el moti-
vo de los enemigos , avisó y pidió dineros al Rey para
resistíllos y asegurar la ciudad. Mas en ella era el mie-
do mayor que la causa : cualquier sospecha daba desa-
sosiego, ponía los vecinos en arma; discurrir á diver-
sas partes , de ahí volver á casa; medir el peligro cada
uno con su temor , trocados de continua paz en conti-
nua alteración, tristeza , turbación y priesa ; no fiar de
persona ni de lugar; las mujeres á unas y á otras par-
tes preguntar, visitar templos : muchas de las principa-
les se acogieron al Alhambra , otras con sus familias
salieron, por mayor seguridad, á lugares de la comarca.
Estaban las casas yermas y las tiendas cerradas , sus-
penso el trato , mudadas las horas de oficios divinos y
humanos, atentos los religiosos y ocupados en oracio-
nes y plegarias , como se suele en tiempo y punto de
grandes peligros. Llegó en las primeras la gente de las
villas sujetas á Granada, la de Alcalá y Loja ; envió el
Marqués una compañía que sacase los cristianos viejos
que estaban en Restával, cierto que el primer acome-
timiento seria contra ellos; en Dúrcal puso dos compa-
ñías , porque los enemigos no pasasen á Granada sin
quedar guarnición de gente á las espaldas ; y á don Die-
go de Quesada , con una compañía de infantería y otra
de caballos, en guarda de la puente de Tablate, paso de-
recho de la Alpujarra á Granada. El Presidente, alivia-
do ya del peligro presente , comenzó ó pensar con mas
libertad en el servicio del Rey ó en la emulación con-
tra el marqués de Mondéjar : escribió á don Luís Fajar-
do, marqués de Vélez , que era adelantado del reino de
Murcia y capitán general en la provincia de Cartagena
(ciudad nombrada mas por la seguridad del puerto y
por la destruicíonque en ella hizo Scipion el Africano,
que por la grandeza ó suntuosidad del edificio), ani-
mándole á juntar gente de aquellas provincias y de sus
deudos y amigos, y entrar en el rio de Almería , donde
haría servícioiil Rey, socorrería aquella ciudad, que de
mar y tierra estaba en peligro, y aprovecharía á la gen-
te con las riquezas de los enemigos. Era el Marqués te-
nido por diligente y animoso ; y entre él y el marqués
de Mondéjar hubo siempre diferencias y alongamiento
de voluntad , traído dende los padres y abuelos. El de
Vélez sirvió al Emperador en las empresas de Túnez y
Provenza, el de Mondéjar en la de Argel; ambos tenían
noticia de la tierra dónde cada uno de ellos servia. Co-
menzó el de Vélez á ponerse en orden , á juntar gente,
parle á sueldo de su hacienda, parte de amigos.
Entre tanto el nuevo electo rey de Granada , en cuan-
to le duró la esperanza que el Albaicin y la Vega habían
GRANADA. 77
de hacer movimiento , estuvo quedo; mas como vio tiui
sosegada la gente, y las voluntades con tan poca de-
mostración, salió solo camino de la Alpujarra: encon-
tráronle á la salida de Lanjaron, á pié, el caballo del
diestro; pero siendo avisado que no pasase adelante,-
porque la tierra -estaba alborotada, subió en su caballo,
y con mas priesa tomó el camino de Valor. Habían los
moriscos levantados hecho de sí dos partes : una llevó
el camino de órgíba, lugar del duque de Sesa (que fué
de su abuelo el gran capitán) entre Granada y la entra-
da de la Alpujarra , al levante tierra de Almería, al po-
niente la de Salobreña y Almuñécar , al norte la misma
Granada , al mediodía la mar con muchas calas, donde
se podían acoger navios grandes. Sobre esta villa, como
mas importante, se pusieron dos mil hombres repartí-
dos en veinte banderas : las cabezas eran el alcaide do
Mecína y el corcení de Motril. Fueron los cristianos vie-
jos avisados, que serían como ciento y sesenta perso-
nas , hombres, mujeres y niños ; recogiólos en la torre
Gaspar de Saravia , que estaba por el Duque. Maslns
moros comenzaron á combatirla ; pusieron arcabucería
en la torre de la iglesia, que los cristianos, saltando fue-
ra, echaron della : llegáronse á picar la muralla con
una manta, la cual les desbarataron echando piedras y
quemándola con aceite y fuego ; quisieron quemar las
puertas, pero halláronlas ciegas con, tierra y piedra.
Amonestábalos á menudo un almuédano desde la igle-
sia con gran voz, que se rindiesen á su rey Aben-Hu-
meya. (Dicen almuédano al hombre que á voces los con-
voca á oración, porque en su ley se les prohibe el uso
de las campanas. ) Llamaron á un vicario de Poqueira,
hombre entre los unos y los otros de autoridad y crédito,
para que los persuadiese á entregarse , certificándoles
que Granada y el Alhambra estaban ya en poder de los
moros : prometían la vida y libertad al que se rindiese,
y al que se tornase moro la hacienda y otros bienes para
él y sus sucesores : tales eran los sermones que les ha-
cían. La otra banda de gente caminó derecho á Grana-
da á hacer espaldas á Farax-Aben-Farax y á los que en-
viaron, y á recebír al que ellos llamaban rey, á quien
encontraron cerca de Lanjaron, y pasaron con él ade-
lante hasta Dúrcal. Pero entendiendo que el Marqués
había dejado puesta guarnición en él , volvieron á Va-
lor el alto , y de allí á un barrio que llaman Laujar , en
el medio de la Alpujarra; adonde con la misma solem-
nidad que en Granada, le alzaron en hombros y le eli-
gieron por su rey. Allí acabó de repartir los oficios, al-
caidías, alguacilazgos por comarcas (á que ellos llaman
en su lengua tahas) y por valles , y declaró por capitán
general á su tío Aben-Jauhar, que llamaban don Fer-
nando el Zaguer, y por su alguacil mayor á Farax-Aben-
Farax. (Alguacil dicen ellos al primer oficio después de
la persona del Rey, que tiene libre poder en la vida y
muerte de los hombres sin consultarlo.) Vistiéronle de
púrpura ; pusiéronle casa como á los reyes de Granada,
según que lo oyeron á sus pasados. Tomó tres mujeres,
una con quien él tenía conversación y la trujo consigo,
otra del río de Almanzora, y otra de Tavernas, porque
con el deudo tuviese aquella provincia mas obligada,
sin otra con quien él primero fué casado, hija de uno
que llamaban Rojas. Mas dende á pocos días mandó ma-
tar al suegro y dos cuñados porque no quisieron to-
mar su ley ; dejó la mujer , perdonó la suegra porque
78
DON DIEGO DE MENDOZA.
la iiabia paritlo , y quiso gracias por ello como piadoso.
Comenzaron por el Alpujarra , rio de Almería, Boloduí
y otras partes á perseguir á los cristianos viejos, profa-
nar y quemar las iglesias con el Sacramento, martirizar
•religiosos y cristianos, que, ó por ser contrarios á su
ley, ó por iiaberlos dotriuado en la nuestra , ó por ha-
berlos ofendido, les eran odiosos. En Güécija, lugar
del río de Almería , quemaron por voto un convento de
frailes agustinos, que se recogieron á la torre, echán-
doles por un horado de lo alto aceite hirviendo; sir-
viéndose de la abundancia que Dios les dio en aquella
tierra, para ahogar sus frailes. Inventaban nuevos gé-
neros de tormentos : al cura de Mairena (t ) hincheron de
pólvora y pusiéronle fuego; al vicarío enterraron vivo
hasta la cinta, y jugáronle á las saetadas; á otros lo
mismo , dejándolos morir de hambre. Cortaron á otros
miembros, y entregáronlos á las mujeres que con agu-
jas los matasen ; á quién apedrearon, á quién acauave-
rearon, desollaron, despeñaron; y á dos hijos de Arce,
alcaide de la Peza , uno degollaron y otro crucificaron,
azotándole y hiriéndole en el costado primero que mu-
riese. Sufriólo el mozo , y mostró contentarse de la
muerte conforme á la de nuestro Redentor, aunque en
la vida fué todo al contrario , y murió confortando al
hermano, que descabezaron. Estas crueldades hicieron,
los ofendidos por vengarse; los monfíes por costumbre
convertida en naturaleza. Las cabezas, ó las persua-
dían ó las consentían ; los justificados las miraban y
loaban, por tener al pueblo mas culpado, mas obliga-
.do , mas desconfiado , y sin esperanzas de perdón ; per-
mitíalo el nuevo rey , y á veces lo mandaba. Fué gran
testimonio de nuestra fe , y de compararse con la del
tiempo de los apóstoles, que en tanto número de gente
como murió á manos de infieles, ninguno hubo (aun-
que todos ó los mas fuesen requeridos y persuadidos
con seguridad, autoridad y riquezas, y amenazados y
puestas las amenazasen obra) que quisiese renegar; an-
tes con humildad y paciencia cristiana, las madres con-
fortaban á los hijos , los niños á las madres , los sacer-
dotes al pueblo, y los mas distraídos se ofrecían con mas
voluntad al martirio. Duró esta persecución cuanto el
calor de la rebelión y la furia de las venganzas; resis-
tiendo Aben-Jauhar y otros tan blandamente , que en-
cendían mas lo uno y lo otro. Mas el Rey , porque no
pareciese que tantas crueldades se hacían con su auto-
ridad, mandó pregonar que ninguno matase niño de diez
años abajo, ni mujer ni hombre sin causa. En cuanto
esto pasaba envió á Berbería á su hermano (que ya lla-
maban Abdalá)con presente de captivos y la nueva
de su elección al rey de Argel, la obediencia al señorde
los turcos ; díóle comisión que pidiese ayuda para man-
tener el reino. Tras él envió á Hernando el Habaquí á
tomar turcos á sueldo, de quien adelante se hará me-
moria. Mas este , dejando concertados soldados , trajo
consigo un turco llamado Dalí , capitán , con armas y
mercaderes, en una fusta. Recibió el rey de Argel á
Abdalá como á hermano del Rey; regalóle y vistióle de
paños de seda; envióle á Constantinopla , mas por en-
tretener al hermano con esperanzas que por dalle so-
(i) De Terque, dice el HS. citado ; pero probablemente serla el
beneQciado Geuriqui, cuya muerte meuciona Mármol, lib. A,
cap. 17.
corro. En este mismo tiempo se acabaron de rebelar los
demás lugares del rio de Almería.
Estaba entonces en Dalias Diego de la Gasea , capi-
tán de Adra, que habiendo entendido el motín víspera
de Navidad (día señalado generalmente para rebelarse
todo el reino) , iba por reconocer á Ujíjar ; mas hallán-
dola levantada, fué seguido de los enemigos hasta en-
cerralle en Adra, lugar guardado á la marina, asentado
cuasi donde los antígos llamaban Abdera ; que Pedro
Verdugo , proveedor de Málaga, con barcos basteció dft
gente y vituallas luego que entendió la muerte del ca-
pitán Herrera en Cádiar. Pasaron adelante, visto el poco
efeto que hacían en Adra; y juntando con su misma
gente hasta mil y cuatrocientos hombres con un moro
que llamaban el Ramí, ocuparon el Chítre (Chutre le
dicen otros), sitio fuerte junto á Almería, creyendo
que los moriscos vecinos de la ciudad tomarían las ar-
mas contra los cristianos viejos : escribieron y enviaron
personas ciertas á solicitar, entre otros , á don Alonso
Venégas, hombre noble de gran autoridad, que con
la carta cerrada se fué al ayuntamiento de los regido-
res; y leida, pensando un poco cayó desmayado, mas
tornándole los otros regidores y reprendiéndole, res-
pondió: «Recia tentación es la del reíno;))y díóles la car-
ta en que parecía como le ofrecían tomalle por rey de
Almería. Vivió doliente dende entonces, pero leal y
ocupado en el servicio del Rey. Estaba don García de
Villarroel , yerno de don Juan , el que murió dende á
poco en las Cuajaras, por capitán ordinario en Almería,
y tomando la gente de la ciudad y la suya, dio sobre
los enemigos otro día al amanecer, pensando ellos que
venía gente en su ayuda : rompiólos , y mató al Ramí
con algunos. Los que de allí escaparon , juntándose con
otra banda del Cehel, y llevando á Hocaid de Motríl por
capitán , tomaron á Castíl de Ferro , tenencia del duque
de Sesa, por tratado, matando la gente, sino á Machín
el Tuerto, que se la vendió. Deahí pasaroná Motríl,jun-
taron(2)una parte del pueblo, y llevaron casas de moris-
cos , volviendo sobre Adra ; de donde salió Gasea con
cuarenta caballos y noventa arcabuceros á reconocellos,
y apartándose, llamó un trompeta, cuyo nombre era
Santiago , para enviar á mandar la gente ; mas fué tan
alta la voz, que pudieron oilla los soldados, y creyendo
que dijese Santiago, como es costumbre de España pa-
ra acometer los enemigos, arremetieron sin mas orden.
Juntóse Diego de la Gasea con ellos , y fueron cuasi ro-
tos los moros, retirándose con pérdida de cíen hombres
á la sierra. Iban estas nuevas cada día creciendo ; me-
nudeaban los avisos del aprieto en que estaban los de
la torreen órgiba; que los moros de Berbería habian
prometido gran socorro ; que amenazaban á Almería y
otros lugares, aunque guardados en la marina, proveí-
dos con poca gente. Temía el Marqués, sí grueso núme-
ro se acercase á Granada, que desasosegarían el Albai-
cin , levantarían las aldeas de la Vega, y tanto mayores
fuerzas cobrarían , cuanto se tardase mas la resisten-
cia ; daríase ánimo a los turcos de Berbería de pasar á
socórrenos con mayor priesa, confianza y esperanza;
fortificarían plazas en que recogerse, y no les faltarían
personas pláticas desto y de la guerra entre otras na-
ciones que les ayudasen , y firmarían el nombre de rei-
(2) El MS. mencionado, quemaron.
GUERRA DE
11,1, pucií?t:i que vano y sin fundamento, perjudicial y
odioso á ios oidos del señor natural , por grande y po-
deroso que sea ; daría^e avilanteza á los descontentos
para pensar novedades.
Estando las cosas en estos términos , vino Aben Hu-
iiicya con la ^ente que tenia sobre Tablate , y trabando
con don Diego de Quesada una escaramuza gruesa,
cargó tanta gente de enemigos, que le necesitó á dejar
la puente y retirarse á Dúrcal. Estas razones y el caso
de don Diego fueron parte para que el Marqués , con la
gente que se hallaba, saliese de Granada áresistillos,
hasta que viniese mas número con que acometellos á la
iguala; dejando proveído á la guarda y seguridad de la
ciudad y el Alhanibra á su hijo el conde de Tendilla por
80 teniente; al corregidor el sosiego , el gobierno, la
provisión de vituallas , la correspondencia de avisar al
uno y al otro, con el Presidente, de cuya autoridad se
valiesen en las ocasiones. .Salió de Granada á los 3 de
hebrero (1369) con propósito de socorrer á Órgiba : vino
á Alendin, y de allí al Padul. La gente que sacó fueron I
ochocientos infantes y doscientos caballos; demás des-
tos, los hombres principales que ó con edad ó con en-
fermedad ó con ocupaciones públicas no se excusaron,
seguíanle , mirábanle como á salvador de la tierra, ol-
vidada por entonces ó disimulada la pasión. Paró en
el Padul , pensando esperar allí la gente de la Andalu-
cía, sin dinero , siu vitualla , sin bagajes : con tan poca
gente tomó la empresa ; pero la misma noche á la se-
gunda guardia , oyéndose golpes de arcabuz en Dúrcal,
creyendo lodos que los enemigos hablan acometido la
guardia que allí estaba, partió con la caballería; halló
que , sintiendo su venida por el ruido de los caballos en
el cascajo del rio , se habían retirado con la escuridad
de la noche , dejando el lugar y llevando herida alguna
gente ; y el Marqués , para no darles avilanteza , tornan-
do al Padul, acordó hacer en .Dúrcal la masa. En tiem-
po de tres días llegaron cuatro banderas de Baeza, con
que crecía el Marqués á mil y ochocientos infantes y una
compañía de noventa caballos; y teniendo aviso del
trabajo en que estaban los de órgiba , y que Aben Hu-
meya juntaba gente para estorballe el paso de Tablate,
salió de Dúrcal.
Entre tanto el conde de Tendilla recebia y alojaba la
gente de las ciudades y señores en el Albaicin ; y por-
que no bastaba para asegurarse de los moriscos de la
ciudad y la tierra y proveer á su padre de gente , nom-
bró diez y siete capitanes, parte hijos de señores, parte
caballeros de la ciudad, parte soldados; pero todos
personas de crédito : aposentólos y mantúvolos sin pa-
gas con alojamientos y contribuciones. El Marqués, de-
jando guardia en Dúrcal , paró aquella noche en Elchi-
te , de donde partió en orden camino de la puente ; y
habiendo enviado una compañía de caballos con alguna
arcabucería á recoger la gente que había quedado atrás,
para que asegurasen los bagajes y embarazos, y man-
dado volver á Granada los desarmados que vinieron de
la Andalucía , tuvo aviso que los enemigos le esperaban,
parte en la ladera , parte en la salida de la misma puen-
te, y la estaban rompiendo. Eran todos cuasi tres mil y
quinientos hombres , los mas dellos armados de arca-
buces y ballestas , los otros con hondas y armas enhas-
tadas : comenzóse una escaramuza trabada; mas el
Marqués, visto que remolinaban algunas picas de su
GRANADA.
79
escuadrón, arremetió adelante con la gente particular,
de manera que apretó los enemigos íiasta forzarlos á
dejar la puente, y pasó una banda de arcabucería por
lo que della quedaba entero. Con esta carga fueron
rotos del todo, retrayéndose en poca orden á lo alto de
la montaña. Algunos arcabuceros llegaron á Lanjaron
y entraron en el castillo, que estaba desamparado ; re-
paróse la puente con puertas, con rama , con madera
que se trajo del lugar de Tablate , por donde pasó la ca-
ballería; el resto del campo se aposentó en él sin seguir
los enemigos, por ser ya tarde y haberse ellos acogido
á lo fuerte, donde los caballos no les podían dañar. El
día siguiente, dejando en la puente al capitán Valdi-
via con su compañía para seguridad de las escoltas que
iban de Granada á la Alpujarra , por ser paso de impor-
tancia, tomó el camino de Órgiba , donde los enemigos
le esperaban al paso en la cuesta de Lanjaron; y ha-
biendo sacado una banda de arcabucería con algunos
caballos , mandó á don Francisco, su hijo (a) , que con
ellos se mejorase en lo alto de la montaña, yendo él su
camino derecho sin estorbo; porque Aben Humeya,
con miedo que le tomasen los nuestros las cumbres que
tenia para su acogida , dejó libre el paso , aunque la
noche antes había tenido su campo enfrente del nues-
tro con muchas lumbres y música en su manera , ame-
nazando nuestra gente y apercibiéndola para otro dia á
la batalla. Llegado el Marqués á órgiba, socorrió la tor-
re, en término que si tardara, era necesario perderse
por falta de agua y vitualla , cansados de velar y resis-
tir. He querido hacer tan particular memoria del caso
de órgiba porque en él hubo todos los accidentes quo
en un cerco de grande importancia : sitiados comba-
tidos , quitadas las defensas , salidas de los de dentro
contra los cercadores, á falta de artillería picados los
muros , al Gn hambreados , socorridos con la diligencia
que ciudades ó plazas importantes; hasta juntarse dos
campos tales cuales entonces los habia , uno á estorbar,
otro á socorrer ; darse batalla, donde intervino persona
y nombre de rey. Socorrida y proveída Órgiba de vi-
tualla, munición y gente la que bastaba para asegurar
las espaldas al campo, mandando volver á Granada, á
orden del conde su hijo, cuatro compañías de caballería
y una de infantería para guarda de la ciudad (t), partió
contra Poqueira, donde tuvo aviso que Aben Humeya
habia parado resuelto de combatir : juntó con su gente
dos compañías, una de infantería y otra de caballos que
le vino de Córdoba. Cerca del rio que divide el camino
entre órgiba y Poqueira descubrió los enemigos en el
paso que llaman Altajarali. Eran cuatro mil hombres
ios principales que gobernaban apeados : hicieron una
ala delgada en medio ; á los costados espesa de gente,
como es su costumbre ordenar el escuadrón ; á la ma-
no derecha , cubiertos con un cerro , habia emboscados
quinientos arcabuceros y ballesteros ; demás desto,
otra emboscada en lo hondo del barranco , luego pasa-
do el rio, de mucho mayornúmero de gente. Laque
el Marqués llevaba serian dos mil infantes y trescientos
caballos en un escuadrón prolongado, guarnecido de ar-
fa) Este don Francisco es el almirante de Aragón, que después
de varios casos y fortunas se ordenó de clérigo y fué obispo de
Sigüenza.
(1) Aquí añade el MS. : de las que le habían alcanzado en Lan-
jaron de las ciudades de übeda y Baeza.
80
DON DIEGO DE MENDOZA.
cabucería y mangas, según la dificultad del camino ; la
caballería, parle en la retaguardia, parte al un lado,
donde la tierra era tal que podian mandarse los caba-
llos, pero guarnecida asimismo de alguna infantería;
porque en aquella tierra, aunque los caballos sirvan
mas para atemorizar que para ofender, todavía son pro-
vecliosos. Apartó del escuadrón dos bandas de arcabu-
cería y cien caballos , con que su hijo don Francisco
fuese á tomar las cumbres de la montaña : en esta or-
den bajando al rio, comenzó á subir escaramuzando
con los enemigos; mas ellos, cuando pensaron que
nuestra gente iba cansada, acometieron por la frente,
por el costado y por la retaguardia todo á uu tiempo;
de manera que cuasi una hora se peleó con ellos á todas
partes y á las espaldas , no sin igualdad y peligro ; por-
que la una banda de arcabucería estuvo en términos de
desorden, y la caballería lo mismo; pero socorrió el
Marqués con su persona los caballos, enviando socor-
ro á los infantes. Viendo los enemigos que les tomaba
los altos nuestra arcabucería , ya rotos se recogieron á
ellos con tiempo , desamparando el paso. Siguióse el
alcance mas de media legua basta un lugar que dicen
Lubien : la noche y el cansancio estorbó que no se
pasase adelante; murieron dellos en este rencuentro
cuasi seiscientos; de los nuestros siete; hubo jnuchos
heridos de arcabuces y ballestas. Don Francisco de Men-
doza, hijo del Marqués, y don Alonso Porlocarrero fue-
ron aquel dia buenos caballeros , entre otros que allí
se hallaron ; don Francisco, cercado y fuera de la silla,
se defendió con daño de los enemigos, rompiendo por
medio. Don Alonso, herido de dos saetadas con yerba,
peleó hasta caer trabado del veneno usado dende los
tiempos antiguos cutre cazadores. Mas porque se va
perdiendo el uso della con el de los arcabuces, como
se olvidan muchas cosas con la novedad de otras, diré
algo de su naturaleza. Hay dos maneras, una que se
hace encastilla en las montañas de Béjar y Guadarra-
ma (á este monte llamaban los antiguos Orospeda, y al
otro Idubeda), cociendo el zumo de vedegambre, á que
en lengua romana y griega dicen eléboro negro , hasta
que hace correa, y curándolo al sol, lo espesan y dan
fuerza (o) ; su olor agudo no sin suavidad , su color es-
curo, que lira á rubio. Otra se hace en las montañas
nevadas de Granada de la misma manera ; pero de la
yerba que los moros dicen rejalgar, nosotros yerbas,
los romanos y griegos acónito , y porque mata los lobos,
licoclónos; color negro, olor grave, prende mas pres-
to, daña mucha carne; los accidentes en ambas los
mismos, frió, torpeza, privación de vista, revolvi-
miento de estómago , arcadas , espumajos , desflaque-
cimiento de fuerzas hasta caer. Envuélvese la ponzo-
ña con la sangre donde quier que la halla, y aunque
toque la yerba á la que corre fuera de la herida, se re-
tira con ella y la lleva consigo por las venas al corazón,
donde ya no tiene remedio ; mas antes que llegue hay
todos los generales : chúpanla para tirarla afuera, aun-
que con peligro; psylos llamaban en lengua de Egipto
á los hombres que tenían este oficio (6). El particular
remedio es zumo de membrillo, fruta tan enemiga de
esta yerba , que donde quier que la alcanza el olor , le
(a) Algo (liQerc de lo que dice Laguna sobre OioscórideSi lib. 4,
cap. 79 y cap. 153.
(b) Piin., lib. 7, cap. 2, y lib. 8, cap. 25.
quita la fuerza; zumo de retama, cuyas hojas macha-'
cadas he yo visto lanzarse de suyo por la herida cuanto
pueden, buscando el veneno hasta topallo y tiralle afue-
ra : tal es la manera desta ponzoña, con cuyo zumo
untan las saetas envueltas en lino, porque se detenga.
La simplicidad de nuestros pasados, que no conocieron
manera de matar personas sino á hierro , puso á todo
género de veneno nombre de yerbas : usóse en tiempos
antiguos en las montañas de Abruzzo , en las de Can-
día , en las de Persia ; en los nuestros, en los Alpes que
llaman Monsenis hay cierta yerba poco diferente, dicha
tora , con que matan la caza , y otra que dicen autora,
á manera de díctamno , que la cunu
Entróse Poqueira, lugar tan fuerte, que con poca re-
sistencia se defendiera contra mucho mayores fuerzas.
Los moros, confiándose del sitio , le habían escogido por
depósito de sus riquezas, de sus mujeres, hijos y vitua-
lla : todo se dio á saco; los soldados ganaron cantidad
de oro , ropa , esclavos ; la vitualla se aprovechó cuanto
pudo; mas la priesa de caminar en seguimiento de los
enemigos, porque en ninguna parle se firmasen, y la
falta de bagajes en que la cargar, y gente con que ase-
guralla, fué causa de quemar la mayor parte, porque
ellos no se aprovechasen. Partió el Marqués el dia si-
guiente de Poqueira, y vino á Pitres , londe se detuvo
curándolos heridos, dando cobro á muchos captivos
cristianos que libertó , ordenando las escollas y toman-
do lengua. Alcanzáronle en este lugar dos compañías
de caballos de Córdoba y una de infantería : en él tuvo
nueva como Aben Humeya con mayor número de gen-
te lo esperaba en el puerto que llaman de Jubiles , lu-
gar , á su parecer dellos , donde era imposible pasar
sin pérdida. Mas queriendo los enemigos tenlar prime-
ro la fortuna de la guerra, saltearon nuestro alojamien-
to con cinco banderas , en que había ochocientos hom-
bres : el dia siguiente á mediodía, aprovechándose de
la niebla y de la hora del comer , acometieron por tres
partes, y porfiaron de manera, hasta que llegaron á los
cuerpos de guardia peleando ; pero en ellos fueron re-
sistidos con pérdida de gente y dos banderas : hubo al-
gunos heridos de los nuestros. Sosegada y refrescada
la gente, dejando los heridos y embarazos con buena
guardia, partió el Marqués ahorrado contra Aben Hu-
meya; y por descuidarle escogió el camino áspero de
Trevélez por la cumbre de la sierra de Poqueira, donde
algunos moros desmandados desasosegaron nuestra re-
taguardia sin daño. Pasóse aquella noche fuera de Tre-
vélez sobre la nieve, con poco apareje, y frío demasiado.
Había venido á Pitres un mensajero (t) de Zaguer, que
decían Aben-Jauhar, tio y general de Aben Humeya,
á.pedir apuntamientos de paz; pero llevándole el Mar-
qués consigo, le respondió «que brevemente pensaba
dalle la respuesta como convenia al servicio de Dios y
del Rey ». Dícese que ya el Zaguer andaba recatado de
que Aben-Humeya le buscase la muerte ; y continuando
su camino para Jubiles con una compañía mas de infan-
tería y otra de caballos de Ecija , cuyo capitán era Te-
11o de Aguilar, llegó á vista de Jubiles, donde salió un
(1) El siguiente trozo , que sin duda por formar un paréntesis
demasiado largo, se suprimió en el impreso, consta en el MS. Un
mensajero, cristiano viejo, llamado Hierónimo de Aponte , que por
ser bienquisto entre ellos, habia quedado vivo, de los que los moros
hubieron á las manos en Ujijar de la Algujarra,
GUERRA DE
cristiano viejo con tres moros á enfregalle el castillo.
Habia dentro mujeres y hijos de los moros que estaban
en campo con Aben Humeya ; gente inútil y de estorbo
para quien no tiene cuenta con las mujeres y niños, y
algunos moros de paz viejos; mas porque era necesa-
rio ocupar mucha gente para guardallos, y si quedaran
sin guarda se huyeran á los enemigos, mandó que los
llevasen á Jubiles. Acaeció que un soldado de los atre-
vidos llegó á tentar una mujer si traia dineros , y alguno
de los moriscos, ó fuese marido ó pariente, á defende-
11a, de que se trabó tal ruido , que de los moriscos cuasi
ninguno quedó vivo; de las moriscas hubo muchas
muertas; de los nuestros algunos heridos, que con la
escuridad de la noche se hacian daño unos á otros. Di-
cese que hubo gente de los enemigos mezclada para
ver si con esta ocasión pudieran desordenar el campo,
y que, arrepentidos de la entrega que el Zaguer hizo,
los padres, hermanos y maridos de las moras quisie-
ron procurar su libertad : la escuridad de la noche y la
confusión fué tanta , que ni capitanes ni oficiales pu-
dieron estorbar el daño.
LIBRO SEGUNDO.
En tanto que las cosas de la Alpujarra pasaban como
tenemos dicho , se juntaron hasta quinientos moros con
dos capitanes , Girón de las Albuñuelas y Nacoz de Ni-
güeles, á tentar la guardia que el Marqués habia dejado
en la puente de Tablate ; teniendo por cierto que si de
allí la pudiesen apartar, se quitarla el paso y el aparejo
á las escoltas , y nuestro campo con falta de vituallas se
desharía. Vinieron sobre la puente hallándola falta de
gente , y la que habia desapercebida acometieron con
tanto denuedo , que la hicieron retirar ; parte no paró
hasta Granada; muchos dellos murieron sin pelearen
el alcance; parte se encerraron en una iglesia, donde
acabaron quemados; con que la puente quedó por los
enemigos. Mas el conde de Tendilla , sabida la nueva,
envió á llamar con diligencia á don Alvaro Manrique,
capitán del marqués de Pliego, que con trescientos in-
fantes y oclienta caballos de su cargo estaba alojado dos
leguas de Granada. Llegó á la puente de Genil al ama-
necer , donde el Conde le esperaba con ochocientos in-
fantes y ciento y veinte caballos : avisado del número
de los enemigos , entrególe la gente, y dióle orden que
peleando con ellos , desembarazado el paso , le dejase
guardado, y él con el resto della pasase á buscar al
Marqués. Cumplió don Alvaro con su comisión, ha-
llando la puente libre y los moros idos.
En Jubiles llegó el capitán don Diego de Mendoza,
enviado por el Rey para que llevase.relacion de la guer-
ra, manera de cómo se gobernaba el Marqués, del es-
tado en que las cosas se hallaban; porque los avisos
eran tan diferentes , que causaban confusión en las pro-
visiones , como no faltan personas que por pretensiones
ó por pasión ó opinión ó buen celo culpan ó excusan las
obras de los ministros. Partió el Marqués de Jubiles,
vino á Cádiar, donde fué la muerte del capitán Herrera;
de allí áUjíjar : en el camino mandó combatir una cue-
va , en que se defendían encerrados cantidad de moros
con sus mujeres y hijos , hasta que con fuego y humo
fueron tomados. Estando en Ujíjar fué avisado que
Aben Humeya, juntas todas sus fuerzas, le esperaba en
H-i.
GRANADA. 81
el paso de Paterna , tres leguas de Ujíjar, y sin dete-
nerse partió. Caminando le vinieron dos moros de parte
de Aben Humeya con nuevos partidos de paz, mas el
Marqués sin respuesta los llevó consigo hasta dar con
su vanguardia en la de los enemigos; y en una quebra-
da junto á Iñiza pelearon con harta pertinacia, por ser
mas de cinco mil hombres y mejor armados que en Ju-
biles; pero fueron rotos del todo , tomándoles el alto y
acometiéndolos con la caballería don Alonso de Cárde-
nas, conde de ¡a Puebla : no se siguió el alcance por
ser noche. Envió el Marqués doscientos caballos, que
les siguieron hasta la nieve y aspereza de la sierra,
matando y captivando; y él á dos horas de noche paró
en Iñiza; otro día vino á Paterna; dióla á saco ; no ha-
llaron los soldados en ella menos riqueza que en Po-
queira. El rencuentro de Paterna fué la postrera jor-
nada en que Aben Humeya tuvo gente junta contra el
Marqués, el cual partió sin detenerse para Andaras en
seguimiento de las sobras de los enemigos , habiendo
enviado delante infantería y caballería á buscallos en el
llano y en la sierra que dicen el Cehel, cerca de la mar;
montaña buena para ganados, caza y pesca, aunque en
algunas partes falta de agua. Dicen los moros que fué
patrimonio del conde Julián el traidor, y aun duran en
ella y cerca memorias de su nombre: la torre , la ram-
bla Juliana y Castil de Ferro. Llegado á Andarax, envió
á su hijo don Francisco con cuatro compañías de in-
fantería y cien caballos á Ohánez, donde entendió que
se recogían enemigos ; mas por avisos ciertos del ca-
pitán de Adra supo que en él no habia cuarenta perso-
nas, y por alguna falta de vituallas le mandó tornar.
Recogió y envió á Granada gran cantidad de captivos
cristianos , á quien habia dado libertad en todos los
pueblos que ganó y se le rindieron : recibió los lugares
que sin condición se le entregaron. Estaba Diego de la
Gasea sospechoso en Adra que los vecinos de Turón,
lugar délos rendidos en el Cehel, acogían morosenemi-
gos , y queriendo él por sí saber la verdad para dar avi-
so al Marqués, fué con su gente ; mas no hallando mo-
ros, entró de vuelta á buscar cierta casa , de donde sa-
lió uno dellos, que le dio cierta carta de aviso fingida ,
y al abrirla le metió un puñal por el vientre ; hirió tam-
bién dos soldados antes que le matasen. Murió Gasea
de las heridas , y mandó en su testamento que las ga-
nancias que habia hecho en la guerra se repartiesen
entre soldados pobres, huérfanos, viudas, mujeres é
hijas de soldados ; era sobrino hijo de hermano de
Gasea, obispo de Sigüenza, que venció en una batalla
á los Pizarros y pacificó el reino del Perú. •
En el mismo tiempo don Luis Fajardo , marqués de
Vélez, gran señor en el reino de Murcia, solicitado,
como dijimos , por cartas del presidente de Granada,
habia salido con sus amigos, deudos y allegados á en-
trar en el rio de Almería : era la gente que llevaba
número de dos mil infantes y trescientos caballos , la
mayor parte escogidos. La primera jornada fué com-
batir una gruesa banda de moros que atravesaban des-
mandados en Illar; de allí fué sobre Fílix; tomóla y
saqueóla, enriqueciendo la gente ; peleóse con harto
riesgo y porfía; murieron de los enemigos muchos, pe-
ro mas mujeres que hombres , entre ellos su capitán,
llamado Futei, natural del Cénete. Hecho esto, por fal-
ta de vituallas se recogió á los lugares del río de Alme-
6
82
DON DIEGO DE MENDOZA.
ría , donde para mantenerla gente y su persona vino á
Cosar de Canjáyar, barranco de la Hambre le llaman por
otro nombre en su lengua, porque en él se recogieron
los moros cuando el rey católico don Fernando hizo la
empresa de Andarax en el primer levantamiento, donde
pasaron tanta hambre, que cuasi todos murieron.
La toma de Poqueira, Jubiles y Paterna puso temor
& los enemigos, porque tenian reputación de fuertes,
y indignación por la pérdida que en ellos hicieron de
todas sus fortunas : comenzaron á recogerse en luga-
res ásperos , ocupar las cumbres y riscos de las monta-
ñas, fortificando á su parecer lo que bastaba, pero no
como gente plática; antes ponian todas sus esperanzas
y seguridad en esparcirse, y dejando la frente al enemi-
go, pasar á las espaldas , más con apariencia de desca-
bullirse que de acometer. Pareció al Marqués con estos
sucesos quedar llana toda la Alpujarra; y dando la vuel-
ta por Andarax y Cádiar, tornó á órgiba, por estar mas
en comarca de la mar, rio de Almena, Granada y la
misma Alpujarra. Entre tanto, aunque la rebelión pare-
cía estar en la Alpujarra en términos de sosegada, echó
raices por diversas partes : á la parte de poniente , por
Jas Guájaras , tres lugares pequeños juntos que parten
la tierra de Almuñécar de la de Val de Leclin , puestos
en el valle que desciende al puerto de la Herradura,
desdichado por la pérdida de veinte y tres galeras ane-
gadas con su capitán general don Juan de Mendoza, hom-
bre de no menos industria y ánimo que su padre don
Bernardino y otros de sus pasados , que en diversos
tiempos valieron en aquel ejercicio. El señor de uno
de aquellos lugares, ó con ánimo de tenellos pacíficos,
ó de roballos y captivar la gente, juntando consigo has-
ta doscientos soldados desmandados de la costa, forzó
á los vecinos que le alojasen y contribuyesen extraor-
dinariamente. Vista por ellos la violencia, dilatándolo
hasta la noche, le acometieron de improviso, y necesi-
taron á retraerse en la iglesia, donde quemaron á él y
álos que entraron en su compañía. No dio tiempo á los
malhechores la presteza del caso para pensar en otro
partido mas llano que juntarse, llegandoási,dela gente
de los lugares vecinos, tres mil personas de todas edades,
en que habia mil y quinientos hombres (1) de prove-
cho, armados de arcabuces, ballestas, lanzas y gorgu-
ees, y parte hondas, como la ira y la posibiüdad les da-
ba; y sin tomar capitán , de común parecer ocuparon
dos peñones, uno alto, de subida áspera y difícil, otro
menor y mas llano. Aquí pusieron su guardia y se re-
pararon sin traveses, parte con piedra seca, parte con
mantasyjalmas como rumbadas, á falta de rama y tier-
ra. Estos dos sitios escogieron para su seguridad, jun-
tando después consigo algunos salteadores , Girón ,
Marcos el Zamar, capitanes, y otros hombres á quien
convidaba la fortaleza del sitio, el aparejo de la comar-
ca y la ocasión de las presas. Fué el Marqués avisado,
que andaba visitando algunos lugares de la tierra como
seguro de tal novedad ; y visto que el fuego se comen-
zaba por parte peligrosa de lugares importantes, guar-
dados á la costa con poca gente , recelando que saltase
á la sierra de Bentomiz ó á la Hoya y Jarquía de Mála-
ga, deliberó partir con cuasi dos mil infantes y doscien-
tos caballos, avisando al Conde que de Granada le re-
forzase con mas gente de pié y de caballo. Eran los mas
(1) El MS. dice mil y ochocientos.
aventureros ó concejiles : tomó el camino de las Guá-
jaras, dejando á sus espaldas lugares como Ohánez y
Valor el alto, sospechosos y sobresaltados, aunque solos
de gente, según los avisos. Algunos le juzgaban dicien-
do que pudiera enviar otra persona ó á su hijo el Con-
de en su lugar; pero él escogió para sí la empresa con
este peligro, ó porque el Rey, vista la importancia del
caso, no le proveyese de compañero , ó por entretener
la gente en la ganancia : tanto puede la ambición en
los hombres, puesto que sea loable, que aun de los hi-
jos se recatan. Sacar al Conde de Granada, que le ase-
guraba la ciudad á las espaldas y le proveía de gente y
de vitualla, parecía consejo peligroso, y partir la em-
presa con otro , despojarse de las cabezas, que si mu-
chas en número y calidad de personas, en experiencia
eran pocas. Estas dudas saneó con la presteza, porque
antes que los enemigos pensasen que partía, les puso
las armas delante. Halláronse en toda la jornada mu-
chas personas principales, asi del reino de Granada co-
mo de la Andalucía , que en las ocasiones serán nom-
brados. Partió el Marqués de Andarax , y sin perder
tiempo vino de Cádiar á Órgiba , y tomando vitualla á
Vélez de Benabdalá, pasó el rio de Motril, la infantería
á las ancas de los caballos, y llegó á las Guájaras, que
están en medio. Vino don Alonso Portocarrero con mil
soldados, ya sano de sus heridas, y otras dos banderas
de infantería, ciento y cincuenta caballos; gente hecha
en Granada, que enviaba el conde de Tendilla; el conde
de Santistéban con muchos deudos y amigos de su ca-
sa y vasallos suyos. Mas los enemigos, como de impro-
viso descubrieron el campo , comenzaron á tomar el
camino de los peñones , y víanse subir por la montaña
con mujeres y hijos. Viendo el Marqués que se reco-
gían á sus fuertes, envió una compañía de arcabuceros
á reconocerlos y dañarlos si pudiesen; pero dende á
poco le trajo un soldado mandado del capitán, que
por ser los enemigos muchos y su gente poca, ni se atre-
vía á seguillos porque no le cargasen, ni á retirarse por-
que no le rompiesen : pedia para lo uno y lo otro mil
hombres. Envióle alguna arcabucería, y él con la gente
que pudo llegar ordenada le siguió hasta las Guájaras
altas por hacerle espaldas, donde alojó aquella noche
con mal aparejo ; pero los unos y los otros sin temor;
los nuestros por la confianza de la victoria, los enemi-
gos de la defensa.
Entre los que allí vinieron á servir fué uno don Juan
de Viliarroel, hijo de don García de Villarroel, adelan-
tado que fué de Cazorla, y sobrino (según fama) de fray
Francisco Jiménez , cardenal y arzobispo de Toledo ,
gobernador de España entre la muerte del rey católico
don Fernando y el reinado del emperador don Carlos.
Era á la sazón capitán de Almería y servia de comisario
general en el campo ; hombre de años, probado en em-
presas contra moros, pero de consejos sutiles y peligro-
sos, que habia ganado gracia con hallar culpas en capi-
tanes generales^ siendo á veces escuchado, y al fin re-
munerado. Este, por abrirse camino para algún nombre
en aquella ocasión, gastó la noche sin sueño en persuadir
al Marqués que le mandase con cincuenta soldados á
reconocer el fuerte de los enemigos , diciendo que del
alojamiento no se descubría el paso del peñón alto.
Concurrió el Marqués, mostrando hacerlo mas por per-
misión y licencia que mandamiento, pero amonestan-
GUERRA DE GRANADA,
83
dolé que no pasase del cerro pequeño , que estaba en-
tre su alojamiento y la cuesta, y que no llevase consigo
mas de cincuenta arcabuceros ; blandura que suele po-
ner á veces á los que gobiernan en grandes y presen-
tes peligros. Mas don Juan, pasando el cerro, comenzó
á subir la cuesta sin parar , aunque fué llamado del
Marqués, y á seguillo mucba gente principal y otros
desmandados, ó por acreditar sus personas ó por codi-
cia del robo. Pasaban ya los que subian de ocliocienlos,
sin poderlo el Marqués estorbar ; porque don Juan ,
viéndose acrecentado con número de gente, y conci-
biendo en sí mayores esperanzas, teniéndose por señor
de la jornada, sin guardar la orden que se le dio ni la
que se debe en hechos semejantes , desmandada la
gente no con mas concierto que el quedaba su voluntad
á cada uno , comenzó la subida con el ímpetu y priesa
que suele quien va ignorante de lo que puede aconte-
cer, mas dende á poco con flojedad y cansancio. Vista
por los enemigos la desorden, hicieron muestra de en-
cubrirse con el peñón bajo, dando apariencia de esca-
par : pensaron los nuestros que huian, y apresuraron el
paso ; creció el cansancio, oíanse tiros perdidos de ar-
cabucería, voces de hombres desordenados; víanse ar-
remeter, parar, cruzar, mandar; movimientos según el
aliento ó apetito de cada uno : en ochocientas personas
mostrarse mas capitanes que hombres, antes cada cual
lo era de sí mismo; el hábito del capitán un capote,
una montera, una caña en la mano. No se estaba á
media cuesta cuando la gente comenzó á pedir muni-
ción de mano en mano : oyeron los enemigos la voz ,
peligrosa en semejantes ocasiones ; y viendo la des-
orden , saltaron fuera con el Zamar hasta cuarenta
hombres, esos con pocas armas y menos muestra de
acometer; pero convidados del aparejo, y ayudados de
piedras que los del peñón echaban por la cuesta , y de
alguna gente mas, dieron á los nuestros una carga har-
to retenida, aunque bastante para que todos volviesen
las espaldas con mas priesa que hablan subido^ sin que
hombre hiciese muestra de resistir ni la gente parti-
cular fuese parte para ello; antes los seguían mostrando
querelles detener : fueron los moros creciendo, ejecu-
tando y matando hasta cerca del arroyo. Murió don
Juan de Villarroel desalentado, con la espada en la cin-
ta , cuchilladas en la cabeza y las manos , según se re-
paraba; don Luis Ponce de León, nieto de don Luis
Ponce, que herido de muerte y caído, le despeñó un su
criado por sal valle, y Juan Ronquillo, veedor de las com-
pañías de Granada , y un hijo solo del maestre dg cam-
po Hernando de Oruña , viéndole su padre y todos pe-
leando. Fueron los muertos muchos mas que los que
los seguían, y algunos ahogados con el cansancio ; los
demás se salvaron, y entre ellos don Jerónimo de Padilla,
hijo de Gutierre López de Padilla, que herido y pelean-
do hasta que cayó, le sacó arrastrando por los pies un
esclavo á quien él dio libertad. El Marqués, vista la
desorden, y que los enemigos crecían y venían mejora-
dos, y prolongándose por la loma de la montaña á to-
marle las espaldas, encaminados á un cerro que le es-
taba encima, envió á don Alonso de Cárdenas con po-
cos arcabuceros que pudo recoger; hombre suelto y de
campo, el cual previno y aseguró el alto. Estaba el
Marqués apeado con la caballería, las lanzas tendidas,
guarnecido de alguna arcabucería , esperando los ene-
migos y recogiendo la gente que venia rota : pudo es-
ta demostración y su autoridad refrenar la furia de los
unos, detener y asegurar los otros, aunque con peligro
y trabajo. Otro día al amanecer llegó la retaguardia :
serian por todos cinco mil y quinientos infantes y cua-
trocientos caballos; compañía bastante para mayor em-
presa, si se hubiera de tener cuenta con solo el núme-
ro. Ordenó solo un escuadrón, por el temor de la gente
que el día de antes habia recebido desgracia, guarnecido
á los costados con mangas prolongadas de arcabuce-
ría. Era el peñón por dos partes sin camino, mas por la
que se continuaba con la montaña había salida menos
áspera : aquí mandó estar caballería y arcabucería
apartada , pero cubierta , porque vistos no estorbasen
la huida. Son los moros cuando se ven encerrados im-
petuosos y animosos para abrirse paso; mas abierto,
procuran salvarse sin tornar el pecho al enemigo; ypor
esto, si á alguna nación se ha de abrir lugar por donde
se vayan, es á ellos. Acometiólos con esta orden, y du-
ró el combatir con pertinacia hasta la escuridad de la
noche ; los unos animados , los otros indignados del
suceso pasado : mandó tocar á recoger, y alojó pegado
con el fuerte, encomendando la guardia á los que lle-
garon holgados. Puso la noche á los enemigos delante
de los ojos el peligro, el robo, la captividad, la muerte;
trájolesel miedo confusión y discordia, como en áni-
mos apretados que tienen tiempo para discurrir : unos
querían defenderse , otros rendirse , otros huir ; al íin,
salió la mayor parte de la gente forastera y monfíes con
los capitanes Girón y el Zamar, sacando las mujeres y
niños que pudieron, y quedó todavía número de gente
de los naturales; y aunque flacamente reparada, si
tuvieran esfuerzo y cabezas , con el favor de lo pasado
y el aparejo del sitio, solas mujeres bastaban á defen-
derse. Hicieron al principio resistencia , ó que el des-
deño de verse desamparados ó la ira los encendiese;
pero apretados, enflaquecieron , y dando lugar, fueron
entrados por fuerza : no se perdonó con orden delMar-
qués á persona ni á edad; el robo fué grande, y mayor
la muerte, especialmente de mujeres : no faltó ambi-
ción que se ofreciese á solicitalla como cargo de ma-
yor importancia. Escapó Girón; fué preso y herido de
un arcabucero por el muslo el Zamar por salvar una
hija suya doncella, que no podía con el trabajo del ca-
mino; y llevado á Granada, le mandó atenazar el conde
de Tendilla, que hizo calilicada la victoria.
Tomado el fuerte de las Guájaras , envió el Marqués
el campo con el conde de Santístéban, que le esperase
en Vélez de Benabdalá ; y fué á visitar á Almuñécar,
Salobreña, Motril, lugares á la marina ; guardados con-
tra los cosarios de Berbería, y quedó por entonces ase-
gurada aquella tierra hasta Ronda. Puso en el oficio de
don Juan de Villarroel á don Francisco de Mendoza, su
hijo; nombró veedores y otros oficíales de hacienda,
sin que el gobierno del campo no podía pasar, Pero no
dejaron perder sus émulos aquella ocasión de calum-
niarle, diciendo ser él mismo quien proveía, libraba,
pagaba, repartía las contribuciones, presasy depósitos,
pues sus hijos y criados lo hacían; cosa que los capita-
nes generales suelen y deben huir. Pero la necesidad
y la salida del negocio mostró haber sido mas prove-
choso consejo para la hacienda del Rey, en lo poco que
se gastó con mucha gente y en mucho tiempo. Llegado
84
DON DIEGO DE MENDOZA.
á Vélez, tornó á Órgiba; díóse á recebir gentes y pueblos
que se venian á rendir; entregaban las armas los que
habitaban por toda la Alpujarra y rio de Almería , y los
que en las montañas andaban alzados rendíanse á mer-
ced del Rey sin condición ; traian mujeres, hijos y ha-
ciendas ; comenzaban á poblar sus casas ; ofrecíanse á
ir con ellas á morar como y donde los enviasen; y si en
la tierra los quisiesen dejar, mantener guardia para de-
fensión y seguridad della, solamente que se les diesen
las vidas y libertad ; pero aun estas dos condiciones no
les admitió. No por eso dejaban de venirse: dábales sal-
vaguardia con que vivían pacíficos, aunque no del todo
asegurados; y hallando el campo lleno de esclavos y
cristianos que comían la vitualla, depositó quinientas
moriscas en poder de sus padres, hermanos y maridos,
y sobre sus palabras las recibieron en Ujíjar , y dende
á poco envió con alguaciles por ellas para volvellas á
sus dueños, que sin faltar persona las tornaron ; cosa
no vista en otro tiempo, ó fuese el miedo y la obedien-
cia , ó fuese que restituían las mujeres de que hallan
abundancia en toda parte, y por esto son estimadas co-
mo alliaja, y los hijos donde se los criasen, descargán-
dose de bocas inútiles y embarazo cojijoso; y aquí hizo
particulares justicias de muchos culpados.
Discurrian los soldados de veinte en veinte sin daño;
dábanse á descubrir personas y ropa escondida por la
montaña ; combatían cuevas donde habia moriscos al-
zados : todo era esclavos , despojos, riquezas. No eran
por entonces tantas las desórdenes, que los moriscos no
las pudiesen sufrir, ni tantos los autores, que no pudie-
sen ser castigados; pero fuéronse los unos con la ga-
nancia , vinieron otros nuevos codiciosos que mudaban
el estado de paz en desasosiego, y de obediencia en des-
confianza. Vióse un tiempo en el cual los enemigos (ó
estuviesen rendidos ó sobresanados) pudieran con fa-
cilidad y poca costa ser oprimidos, y venirse al término
que después se vino de castigo , de opresión ó de des-
tierro; ó sacándolos á morar en Castilla , poblar la tier-
ra de nuevos habitadores, sin pérdida de tanto tiempo,
gente y dineros, sin hambre, sin enfermedad, sin violen-
cia de vasallos. No son los hombres jueces de los pen-
samientos y motivos de los reyes ; pero mucho puede en
el ánimo de un príncipe ofendido por caso de rebelión
ó desacato , la relación, aunque interesada ó apasiona-
da, que le inclina á rigor y venganza; porque cualquier
tiempo que se dilata , aunque sea para mayor oportu-
nidad , le parece estorbo.
En esto la gente de Granada , libre del miedo y de la
necesidad , tornó á la pasión acostumbrada : enviaban
al Rey personas de su ayuntamiento ; pedían nuevo ge-
neral ; nombraban al marqués de Vélez, engrandecien-
do su valor, consejo, paciencia de trabajos, reputación:
partes que, aunque concurriesen en él, la mudanza de
voluntades y los mismos oficios hechos en su perjuicio
deude á pocos dias que entonces en su favor, mostraban
no haberse movido los autores con fin de loallas por-
que fuesen tales. Calumniaban al de Mondéjar que per-
mitía mucho á sus oficiales; que no se guardaban las
vituallas; que los ganados, pudiendo seguir el campo, se
llevaban á Granada ; que no se ponía cobro en los quin-
tos y hacienda del Rey; que teniendo presidente cabeza
en los negocios de justicia, tantas personas graves y de
consejo en la chancillería , un ayuntamiento de ciudad,
un corregidor solícito, tantos hombres prudentes; no
solamente no les comunicaba las ocasiones en general,
pero de los sucesos no les daba parte por escrito ni de
palabra ; antes indignado por competencias de jurisdi-
cíones, preeminencias de asientos ó maneras de mandar,
sabían de otros antes la causa porque se les mandaba,
que recibiesen el mandamiento. Loaban la diligencia
del Presidente en descubrir los tratados, los consejos,
los pensamientos de los enemigos; entretener la gente
de la ciudad, exhortar á los señores del reino que toma-
sen las armas, en particular al marquésde Vélez, y otras
demostraciones que, atribuidas al servicio del Rey, eran
juzgadas por honestas, y á su particular por tolerables:
empresas de reputación y autoridad, no desdeñando ni
ofendiéndola ; y que, en fin, como quiera, eran de suyo
provechosas al beneficio público ; que la guerra no es-
taba acabada , pues los enemigos aun quedaban en pié;
que las armas entregadas eran inútiles y viejas ; mos-
trábanse indignados y rebeldes, resolutos á no mandar-
se por el Marqués. Los alcaldes ( oficio usado á seguir
el rigor de la justicia, y aun el de la venganza, porque
cualquiera dilación ó estorbo tienen por desacato) cul-
paban la tibieza en el castigar, recebir á merced y am-
parar gente traidora á Dios y al Rey ; las armas en
mano de padre y hijo , oprimida la justicia y el gobier-
no , llena Granada de moros, mal defendida de cristia-
nos , muchos soldados y pocos hombres, peligros de
enemigos y defensores, deshaciendo por un cabo la
guerra y criándola por otro. Porel contrario, los amigos
y allegados del Marqués y su casa decian que la guerra
era libre, y los oficiales y soldados concejiles, y esos
sin sueldo , movidos de su casa por la ganancia ; los ga-
nados habidos de los enemigos ; que por todo se halla-
ría que la carne y el trigo y cebada se aprovechaba de
dia en día; que mal se podían fundar presidios para
guarda de vitualla con tan poca gente , ni asegurar las
espaldas sino andando tan pegados con los enemigos,
que les mostrasen cada hora las cuerdas de los arca-
buces y los hierros de las picas ; que los quintos te-
nían oficiales del Rey en quien se depositaban y pasa-
ban por almonedas; que los oficios eran tan apartados,
y los consejos de la guerra requerían tanto secreto, que
fuera della no se acostumbraba comunicarlos con
personas de otra profesión, aunque mas autoridad tu-
viesen ; porque como plática extraña de sus oficios , no
sabían en qué lugar se debía poner el secreto; que tras
el publicar venía el yerro , y tras el yerro el castigo ; y
que como el Presidente y oidores ó alcaldes no le co-
municaban los secretos de su acuerdo , así él no comu-
nicaba con ellos los de la guerra , ni se vían, ni habia
causas porque hubiese esta desigualdad , ó fuese auto-
ridad ó superioridad. De lo que tocaba al corregidor y
la ciudad burlaban, como cosa de concejo y mezcla de
hombres desigual. Que los que eran para entender la
guerra, andaban en ella , y servían ellos ó sus hijos al
Rey y obedecían al Marqués sin pasión (1); que los cum-
plimientos eran parte de buena crianza, y cada uno, si
quería ser malquisto, podía ser mal criado. Que trayen-
do tan á la continua la lanza en la mano, mal podía des-
embarazalla para la pluma. Que la guerra era acabada
según las muestras, y el castigo se guardaría para la vo-
luntad del Rey, y entonces temían su lugar la mano y la
(1) ; El MS.; y á los que no andal/cm faltaba capacidad.
GUERRA DE
indignación de I.is justicias; y si decían que sobresa-
nada, porque estaban los enemigos en pié y armados,
lo sobresanado ó acabado , lo armado y desarmado es
todo uno, cuando los enemigos ó se rinden ó están de
manera que pueden ser oprimidos sin resistencia, como
lo estaban á la sazón los del reino y la ciudad de Gra-
nada. Que de aquello servia la gente en el Albaicin y la
Vega, la cual, como entretenida con alojamientos y
sin pagas, no podia sino dar pesadumbre y desorde-
narse; ni como poco plática, saber la guerra tan de
molde que no se les pareciese que eran nuevos. Pero la
carga de lo uno y de lo otro estaba sobre los enemi-
gos , á quien ellos decian que se habia de dar riguroso
castigo, lo cual , aunque se diferia, no se olvidaba ; que
espantallos sin tiempo era perder el fin y las comodi-
dades que se podian sacar dellos; que las personas,
cuando eran tales , siempre serian provechosas , espe-
cialmente las que sirviesen á su costa , como la del
marqués de Vélez , probada para cualquier gran cargo
que estuviese sin dueño.
Mas el Marqués , hombre de estrecha y rigurosa dis-
ciplina, criado al favor de su abuelo y padre en gran
oficio, sin igual ni contradictor, impaciente de tomar
compañía, comunicaba sus consejos consigo mismo, y
algunos con las personas que tenia cabe sí, pláticas en
la guerra, que eran pocas; de las apariencias, aunque
eran comunes á todos, á ninguno daba parte; antes
ocasión á algunos , especialmente á mozos y vanos , de
mostrarse quejosos. Tomó la empresa sin dineros, sin
munición, sin vitualla, con poca gente, y esa conce-
jil, mal pagada, y por esto-no bien disciplinada, man-
tenida del robo , y á trueco de alcanzar ó conservar
este, mucha libertad, poca vergüenza y menos honra;
excepto los particulares que á su costa venían de toda
España á servir al Rey, y eran los primeros á poner las
manos en los enemigos. Tuvo siempre por principal fin
pegarse con ellos; no dejar que se afirmasen en lugar
ni juntasen cuerpo ; acometellos, apretallos, seguillos;
no dalles ocasión á que le siguiesen , ni mostrarles las
espaldas aunque fuese para su provecho ; recebir los
que dellos viniesen á rendirse; disminuillos y desárma-
nos, y á la fin oprimillos; para que poniéndoles guar-
niciones con un pequeño ejército , pudiese el Rey cas-
tigar los culpados , desterrarlos sospechosos, deshabi-
tar el reino , si le pluguiese pasar los moradores á otra
parte : todo con seguridad y sin costa , antes á la de-
llos mismos. Hizo muchas veces al Rey cierto del tér-
mino en que las cosas se hallaban; y aunque guiando
ejércitos no hubiese venido otras veces á las manos
con los enemigos, todavía con la plática que tenia de
la manera del guerrear destos, aprendida de padres
y abuelos y otros de su linaje, que tuvieron continuas
guerras con los moros , los trajo á tal estado y en tan
breve tiempo como el de un mes; no embargante que
muchas veces se le escribiese que procediese con ellos
atentamente. Puesta la guerra en estos términos, tú-
vola por acabada, facilitando lo que estaba por hacer;
con que se hizo mas odioso, pareciendo á hombres au-
sentes cuerdos y de experiencia , que habia de reto-
ñecer con mayor fuerza , como el tiempo diese lugar y
las esperanzas de Rerbería se calentasen , y los casti-
gos y reformaciones comenzasen á ejecutarse ; y tuvie-
ron por largo el negocio , por ser de montaña, contra
GRANADA. 85
gente suelta y plática dolía , y otras causas que por
nuestra parte se les habían de dar.
En este mismo tiempo comenzó á descubrirse la
guerra en el rio de Almería, con la ida del marqués de
Mondéjar á las Cuajaras y tierra de Almuñécar.Oliánez
es un lugar puesto entre dos ríos en los confines de la
Alpujarra, marquesado de Cénete y tierra de Almería:
aquí se recogieron moros que andaban huidos en la
montaña (sobras de los rencuentros pasados), convi-
dados de la fortaleza del sitio , y persuadidos por el
Tahalí, á quien tomaron por capitán. Pusieron mil hom-
bres á la guardia del lugar donde habian encerrado sus
hijos , mujeres y haciendas ; sin otro mayor número
que defendían la tierra , todos determinados á pelear.
Estaba el marqués de Vélez en el rio de Almería en-
tretenido con parte de la gente del reino de Murcia , y
la demás era vuelta , como es costumbre, rica de la ga-
nancia; esperaba orden del Rey si tornaría á la tierra
de Cartagena , que confina con el reino de Granada por
el rio de Mojácar, que los antiguos llamaban Murgis;
ampararía la tierra del Rey y la suya vecina á la mar;
defendería que los moros del reino de Granada no pa-
sasen por aquella parte á desasosegar los del reino de
Valencia , recelado y cuasi cierto peligro en la primera
ocasión de pérdida nuestra importante; y convenia
(ocupado el marqués de Mondéjar en las Cuajaras) ata-
jar el fuego alas espaldas. No habia en pié otras armas
tan cerca como estas , solicitadas por el presidente de
Granada , mas después con aprobación del Rey.
Los que igualmente juzgaban lo bueno que lo ma-
lo, atribuían á pasión esta diligencia, por excluir ó
dar compañero al marqués de Mondéjar; pero las per-
sonas libres, á buena provisión y en conveniente co-
yuntura. Movióse el marqués de Vélez con tres mil
infantes y trescientos caballos contra los enemigos, que
le esperaban á la subida de la montaña en un paso ás-
pero y dificultoso ; combatiólos y rompiólos no sin di-
ficultad; donde se mostró por su persona buen caba-
llero. Mas los enemigos, recogiéndose á Ohánez, estu-
vieron á la defensa. Acometiólos con pocas armas , y
rompiólos segunda vez; murieron cuasi doscientos
hombres, con Tahalí, su capitán, y en la entrada mu-
chas mujeres; de los nuestros algunos: salváronse de
los moros, por las espaldas del lugar, la mayor parte que
estaba á la defensa, sin ser seguidos; y pudieran, si al-
gún capitán platico los gobernara , hacer daño á los
nuestros, embebecidos y cargados con el saco. Fué
grande la importancia del hecho por la ocasión. A las
gradas de la iglesia halló el Marqués cortadas veinte
cabezas de doncellas , los cabellos tendidos , puestas
por orden, que los de aquella tierra, cuando el río de
Almería se rebeló , en una junta que tuvieron en Güé-
cija prometieron sacrificar juntamente con veinte sa-
cerdotes adoradores de los ídolos (que tal nombre dan
á las imágenes), porque Dios y su profeta los ayudase.
Poco antes que el Marqués entrase habian degollado
las doncellas ; los sacerdotes hicieron mayor defensa ;
mas con quemar veinte frailes ahogados en aceite hir-
viendo pagaron el voto en la misma Güécija ; cruel
y abominable religión , aplacar á Dios con vida y san-
gre inocente; pero usada dende los tiempos antiguos en
África, traída de Tiro, introducida en la ciudad de Car-
tago por Dido, su fundadora; tan guardada hasta núes-
86 DON DIEGO
tros tiempos entre los moradores de aquella región ,
que es fama que en la gran empresa que el empera-
dor don Carlos , vencedorde muchasgentes , hizo con-
tra Barbaroja , tirano de Túnez, sacriíicaron los moros
del cabo de Cartago cinco niños cristianos al tiempo
que descubrieron nuestra armada , á reverencia de
cinco lugares que tienen en el Alcorán, donde se incli-
nan porque Dios los ampare y defienda en los peligros.
El Marqués , habido este suceso en su favor, se recogió
con la gente que con él quiso quedar en Terque, lugar
del rio de Almería, corriendo por la tierra.
Las cosas de Granada estaban en el estado que tengo
dicho. El Rey habia enviado á don A ntonio de Luna, hijo
de don Alvaro de Luna, y á don Juan de Mendoza , hom-
bres de gran linaje, pláticos en la guerra, que hablan te-
nido cargos y dado buena cuenta dellos , para que asis-
tiesen con el conde de Tendilla como consejeros, es-
tando á la orden que él les diese en ausencia del Mar-
qués su padre; avisando al Conde de la provisión con
palabras blandas y comedidas, para que con ellos pu-
diese descargar parte del trabajo. Puso el Conde á don
Juan dentro en la ciudad con la infantería, cuyas armas
habia profesado, y á don Antonio á la guarda de la Ve-
ga con doscientos caballos y parte también de la infan-
tería.
Llegado el marqués de Mondéjar á órgiba continuan-
do su propósito, ocupóse en recibir pueblos y gente,
que sin condición venían á rendirse con las armas , y en
perseguir las sobras del campo de Aben Humeya, su per-
sona, parientes y allegados, que eran muchos, y con
61 andaban huidos por las montañas. Estaba aun Valor
el alto por rendirse , pero sosegado ; adonde tuvo aviso
que Aben Humeya se recogía con treinta hombres en las
casas de su padre,y en Mecína su tío Aben Jaubar. Envió
dos compañías de infantería, que no los hallando, se
tornaron con haber saqueado á Valor y Mecína; mas á
los de Mecína, que estaban con salvaguardia , mandó
volver la ropa y captivos dende á poco. Fué también
avisado que en el mismo lugar se escondía Aben Hume-
ya con ocho personas , y envió dos escuadras con sen-
dos adalides pláticos de la tierra con orden que vivo ó
muerto le hubiesen á las manos. Llaman adalides en
lengua castellana á las guias y cabezas de gente del
campo, que entran á correr tierra de enemigos, y á la
gente llamaban almogávares: antiguamente fué califi-
do el cargo de adalides; elegíanlos sus almogávares;
saludábanlos por su nombre, levantándolos en alto de
pies en un escudo ; por el rastro conocen las pisadas de
cualquiera fiera ó persona , y con tanta presteza, que no
se detienen á conjeturar, resolviendo por señales, á
juicio de quien las mira livianas, mas al suyo tan cier-
tas, que cuando han encontrado con lo que buscan,
parece maravilla ó envahimíento. No hallaron en Va-
lor el alto rastro de Aben Humeya , pero en el bajo
oyeron chasquido de jugar á la ballesta, músicas, canto
y regocijo de tanta gente, que no la osando acometer,
Fe tornaron á dar aviso. Envió dos capitanes , Antonio
de Avila y Alvaro Flores, con trescientos arcabuce-
ros escogidos entre la gente que á la sazón había queda-
do, que era poca , porque con la ganancia do los Cua-
jaras, y con tener por acabada la guerra, se habían ido
á sus casas; hombres levantados sin pagas, sin el son
de la caja, concejiles, que tienen el robo por sueldo,
DE MENDOZA.
y la codicia por superior. Fueron con estos trescientos
otros mas de quinientos aventureros y mochileros á
hurto, sin que guarda ó diligencia pudiese estorballo.
Llevaron los capitanes orden de palabra que tomasen
y atajasen los caminos , cercasen el lugar, y sin que la
gente entrase dentro, llamasen los regidores y principa-
les ; requiriésenlos que entregasen á Aben Humeya, que
se llamaba rey; y en caso que se excusasen, con per-
sonas deputadas por ellos mismos y por los capitanes
le buscasen por las casas^, y nopareciendo, trajesen los
regidores presos ante el Marqués , sin hacer otro daño
en el lugar. Partieron con esta resolución , y antes que
llegasen á Valor , donde se descubre la punta de Castil
de Ferro los alcanzó Ampuero, capitán de campaña,
y les dio la misma orden por escrito, añadiendo que si
gente de salvaguardia ó de Valor el alto la hallasen
en el bajo, la dejasen estar. Mas Antonio de Avila, que
ya traía consigo la mala fortuna , dicen que respondió
«que si en algo se excediese de la orden , todo seria dar
la culpa á los soldados » . Llegando á Valor, tomaron los
caminos, cercaron el lugar, salieron los principales á
ofrecer favor , diligencia , vituallas ; mas los que vinie-
ron al cuartel de Antonio de Avila fueron muertos sin
ser oidos. Alteróse el lugar, entraron los soldados ma-
tando y saqueando ; juntáronseles los de Alvaro Flores,
que para esto eran todos en uno ; murieron algunos
moriscos que no pudieron defenderse ni huir ; fué ro-
bada la tierra, y los soldados recogieron el robo en la
iglesia, diciendo los capitanes que su orden era llevar
los moriscos presos, y no podían de otra manera cum-
plir con ella. Mas los moriscos , visto el daño , hicieron
ahumadas á los suyos que andaban por la montaña y
á los que cerca estaban escondidos ; los nuestros al na-
cer del día, partiendo la presa, en que habia ochocien-
tos captivos y mucha ropa, las bestias y ellos carga-
dos , tomaron el camino de Órgiba , los embarazos y
presas en medio. Partida la vanguardia, mostróse á la
retaguardia Abenzaba, capitán de Aben Humeya en
aquel partido, con trescientos hombres como de paz;
requeríalos con la salvaguardia , que dejando las per-
sonas captivas llevasen el resto; mas viendo cuan poco
les aprovechaba , comenzaron á picallos y desordéna-
nos , hasta que á la cubierta de un viso dieron en la em-
boscada de doscientos hombres, y volviéndose alas mu-
jeres, les dijeron: «Damas, nováis con tan ruin gente.»
Juntamente con estas palabras, el Partal, hombre cuer-
doy valiente, uno de cinco hermanos, todos deste nom-
bre, que vivían en Naríla , acometió la retaguardia por
el costado ; mas los soldados por no desamparar la pre-
sa hicieron poca resistencia; la vanguardia caminaba
cuanto podía, sin hacer alto ni descargarse de la presa,
y todos iban ya ahilados; los delanteros por llegar á
órgiba , los postreros por juntarse con los delanteros ;
en fin, del todo puestos en rota sin osar defenderse ni
huir, muertos los capitanes y oficiales, rendidos los
soldados y degollados , con la presa á cuestas ó en los
brazos : salváronse entre todos como cuarenta ; los de-
más fueron muertos, sinrecebír á prisión, ni perder los
enemigos hombre, de quinientos que se juntaron. Co-
mo sucedió el caso , enviaron á excusarse con el Mar-
qués, cargando la culpa á los capitanes y ofreciendo
estar á justicia. Mas él, entendida la desgracia, puso en
órgiba mayor guardia, repartió los cuarteles á la caba-
GUERRA DE
Hería, como quien esperaba los enemigos. Llegó el mis- ]
mo dia el aviso á Granada, y el conde de Tendilla despa-
chó á don Antonio de Luna con mil infantes y cien ca-
ballos, y orden que llegado á Lanjaron, hasta donde
era el peligro, dejando la gente en lugar seguro y el go-
bierno al sargento mayor, tornase á Granada. Llegaron
á Órgiba dentro del tercero dia que el caso aconteció;
reforzó las guardias en el Alhambra , en la ciudad y la
Vega, porque los moriscos, favorecidos con este suceso,
no intentasen novedad.
Habia escrito el Rey al Marqués que temporizase
con los enemigos, no se poniendo en ocasión de peligro;
temeroso de nuestra gente, por ser toda número (1),
excepto losparticulares.Representábansele los inconve-
nientes que en una desgracia pueden suceder ; acabar-
se de levantar el reino , venir los de Berbería en oca-
sión que las armas del Gran Turco se comenzaban á
mostrar en Levante; incierto dónde pararía tan gran
armada, aunque se veia que amenazase á Cipro. Pare-
cíanle las fuerzas del Marqués pocas para mantener lo
de dentro y fuera de Granada; tenia lo pasado mas por
correrías, escaramuzas y progresos de gente desarma-
da que por guerra cumplida. El General calumniado
en la ciudad que le tenia de hacer espaldas, de donde
habia de salir el nervio de la guerra; la voluntad de al-
gunas ciudades y señores en Andalucía no muy confor-
mes con la suya , los soldados descontentos , y no falta-
ban pretensiones de personas que andaban cerca de los
príncipes, ó á las orejas de quien anda cerca dellos. Pare-
ció por entonces consejo de necesidad suspender las ar-
mas, y tanto mas cuando llegó la nueva de la desgracia
acontecida en Yálor. Escribióse al Marqués resolutamen-
te que no hiciese movimiento; y porque la autoridad que
tenia en aquella tierra era grande, y la costumbre de
mandar muy arraigada de padre y abuelo , y parecia
que en reino extendido y tierra doblada no podia dar
cobro á tantas partes, como la experiencia lo mostraba,
porque estando en órgiba, se levantaron las Guájaras,
y yendo á las Guájaras , Ohánez acordó dividir la em-
presa , dando al marqués de Vélez cargo de los ríos de
Almería y Almanzora, tierra de Baza y Guadix, y al de
Mondéjar el resto del reino de Granada ; enviar á ella
por superior de todo á su hermano don Juan de Austria,
por ventura resoluto á descomponer al uno y al otro, y
cierto de que ninguno dellos se temía por agraviado ,
pues con la autoridad y nombre de su hermano cesa-
ban todos los oficios, los pueblos se mandarían con
mayor facihdad, contribuirían todos mas contentos,
servirian mas listos teniendo cerca del Rey á su herma-
no por testigo , los soldados un general que los gratifi-
case y adelantase, la elección daría mayor sonido en-
tre naciones apartadas, suspendería los ánimos de los
bárbaros , quitaríales la avilanteza de armar , imposíbi-
litaríalos de hacer el socorro formado como empresa
difícil y sin efecto; ocuparía ádon Juan en hechos de
tierra, como lo estaba en los de mar; haríale platico en
lo uno y en lo otro: mozo despierto, deseoso de em-
plear y acreditar su persona , á quien despertaba la glo-
ría del padre y la virtud del hermano. Decíase también
que en esta empresa el Rey deseaba ver el ánimo del
marqués de Mondéjar, inclinado á mayores demostra-
ciones de rígor, por la venganza del desacato divino y
(1) El MS. , poca en numero.
GRANADA. -87
humano , por la rebelión, por el ejemplo de otros pue-
blos. Encendían esta opinión relaciones y pareceres
de personas que cualquiera cosa donde no ponen las
manos les parece fácil , sin medir tiempo ni posibilidad,
presente ó porvenir, y de otras apasionadas; no sin ar-
tificio y entendimiento de unas con otras. Mas los prín-
cipes toman lo que les conviene de las relaciones, de-
jando la pasión para su dueño.
Estando las cosas en tales términos, con el suceso
de Valor tomaron fos enemigos ánimo para descubrir-
se, y Aben Humeya entró con mayor autoridad y dili-
gencia en el gobierno , no como cabeza de pueblos ro-
gados ó gente esparcida sin orden, sino como rey y se-
ñor. Siguió nuestra orden de guerra , repartió la gente
por escuadras , juntóla en compañías , nombró capita-
nes* mandó que aquellos y no otros arbolasen bande-
ras, púsolos debajo de coroneles, y cada partido que
estuviese al gobierno de uno que dicen alcaide {tahas
llaman ellos á los partidos, de íai^ar,queen su lenguaje
quiere decir sujetarse): este mandaba lo de la guerra,
nombre entre ellos usado dende tiempos antiguos, y
puesto por nosotros á los que tienen fortalezas en guar-
da. Para seguridad de su persona pagó arcabucería de
guardia , que fué creciendo hasta cuatrocientos hom-
bres ; levantó un estandarte bermejo , que mostraba el
lugar da la persona del Rey, á manera de guión.
Del principio desta ceremonia en los reyes de Gra-
nada, olvidada por haber pasado el reino á los de Cas-
tilla, diremos ahora. Muerto Abcnhut, que tenia á Al-
mería por cabeza del reino, tomaron (como dijimos)
por rey en Granada á Mahamet Alhamar, que quiero
decir el Bermejo. Cuando elsanto rey don Fernando el
Tercero vino sobre Sevilla, hallóse con mucha caballería
este Mahamet á servir en aquella empresa, por haberío
ayudado el rey don Fernando á tomar el reino; pare-
cióle autoridad el uso de guión , agradecimiento y hon-
ra poner en él la color y banda que traen los reyes de
Castilla. Armóle caballero el Rey el dia que entró en
Sevilla; dióle el estandarte por armas para él y los que
fuesen reyes en Granada; la banda de oro en campo rojo
con dos cabezas de sierpes á los cabos, según la traen
en su guión los reyes de Castilla ; añadió él las letras
azules que dicen: «No hay otro vencedor sino Dios;»
por timbre tomó dos leones coronados que sobre las ca-
bezas sostienen el escudo ; traen el timbre debajo de
las armas , como nosotros encima , porque así escriben
y muestran los sitios , y cuentan las partes del cielo y la
tierra , al contrarío de nosotros. Mas las armas antiguas
de los reyes de la Andalucía eran una llave azul en
campo de plata, fundándose en ciertas palabras del Al-
coran, y dando á en tender que con la destreza y el hier-
ro abríeron por Gibraltar la puerta á la conquista do
poniente , y de allí llaman á Gibraltar por otro nombre
el monte de la Llave. Hoy duran sobre la príncípal
puerta de la Alhambra estas armas , con letras que de-
claran la causa y el autor del castillo.
Hacia con los suyos Aben Humeya su residencia en
los lugares de Valor y Poqueira y en los que están en
lo áspero de la Alpujarra; comiéndola vitualla que te-
nían encerrada y la que hallaban sin dueño , con mayor
abundancia y á mas bajos precios que nosotros. Las
rentas que para mantenimiento del reino le señalaron
fueron el diezmo de los frutos y el quinto de las presas,
DON DIEGO DE MENDOZA.
y mas lo que tiri'nicíimente quitaba á sus subditos. De
esta manera se detuvieron, el marqués de Mondéjar
reliaciéndose de gente en Órgiba , incierto en qué pa-
raría la suspensión de! Rey, y Aben Humeya gozando
del tiempo, cobrando fuerzas, esperando el socorro de
Berbería para mantener la guerra, ó navios en que
pasarse y desamparar la tierra.
Estando las armas en este silencio , porque el bulli-
cio no cesase en alguna parte , sucedió en Granada un
caso , aunque liviano , que por ser en ocasión y no pen-
sado escandalizó. Había en la cárcel de la chancillería
liasta ciento y cincuenta moriscos presos , parte por se-
guridad (que eran escandalosos), parte por delitos ó
sospecha dellos; todos como de los mas ricos y acredi-
tados en la ciudad , así de los mas inhábiles para las ar-
mas; gente dada á trato y regalo. Contra estos ser le-
vantó voz á medía noche, estando los hombres en sosie-
go, que procuriban quebrantar las prisiones, matar las
guardias, salir de las cárceles, y juntos con los moros
de la Vega y Alpujarra, levantar el Albaicin, degollar
]os cristianos, escalar el Alhambra y apoderarse de
Granada: empresa difícil para sueltos y muchos y ex-
perimentados, aunque con menos recatamiento se es-
tuviera. Mas no dejó de tener este movimiento algunas
causas; porque hubo información que lo trataban, y
deposiciones de testigos , que en ánimos sospechosos
lo imposible hacen parecer fácil. Acrecentaron la sos-
pecha algunas escalas, aunque de esparto, anchas y
fuertes, fabricadas para escalar muralla , que el Conde
halló en cierta cueva al cerro de Santa Elena ; pertrecho
que los moros guardaban para entrar en el Alhambra
la noche que vinieron al Albaicin, como está dicho.
Alborotado el pueblo, corrió á las cárceles con autori-
dad de justicia, acriminando los ministros el caso y
acrecentando la indignación ; mataron cuasi todos los
moriscos presos, puesto que algunos hiciesen defensa
con las armas que hallaban á mano , como piedras , va-
sos , madera , poniendo tiempo entre la ira del pueblo y
su muerte. Había en ellos culpados en pláticas y demos-
traciones, y todos en deseo; gente flaca, liviana , inhá-
bil para todo , sino para dar ocasión á su desventura.
No dejaban los moros en todo tiempo de procurar
algún lugar de nombre en la costa para dar reputación
á su en)presa, y acoger armada de Berbería; pero su
principal intento se encaminaba á tomar á Almería, ciu-
dad asentada en sitio mas á propósito que Málaga, y
después della la mas importante ; habitada de moris-
cos y cristianos viejos, cerca de los puertos de cabo de
Gata, y de abundancia de carne, pan, aceite , frutas;
puesta ala entrada de muchos valles, que unos llevan á
la parte del maestral á Granada , y otros á la del griego
al rio de Almanzora y tierra de Baza ; al levante la de
Cartagena, y al poniente Almuñécar y Vélez Málaga.
En tiempo de romanos y godos fué, como ahora, cabeza
de provincia llamada Virgi, y en el de los moros, de
reino, después que fueron echados de Córdoba. Poblá-
ronla los de Tiro que vinieron á Cádiz , poco apartada
de la mar; los moros por la comodidad del agua, pasa-
ron la población adonde ahora está. Destruyóla el em-
perador de España don Alonso el Sétimo, trayendo á suel-
do el conde de Barcelona, con sesenta galeras y ciento
y sesenta y tres (d) navios de genoveses, con Balduino
(1) Sesenta ; tre» navios solamente dice el citado MS.
y Ansaldo de Oria, generales de la armada, á qufen el
Rey dio, por cuenta de sus sueldos, el vaso verde que
hoy muestran en San Juan, y dicen ser esmeralda, y
puédese creer sin maravilla , vista la grandeza de las
que comienzan á venir del Nuevo Mundo y la que re-
fieren algunos antigos escriptores. Esto tratan nues-
tras historias , aunque las de genoveses refieren haberle
tomado en la conquista de Cesárea en Asia, siendo su
capitán Guillelmo, que llamaban Cabeza de Marlülo :
quede la fe desto al arbitrio de los que leen. Tornó á
restaurar la ciudad Abenhut. Cerca del nombre , apren-
dí de los moros naturales, que por la fábrica de espejos,
de que había gran trato , la llamaron Almería , tierra de
espejos quiere decir, porque al espejo llaman mcri.
Dicen los moros valencianos que por espejo del reino
le pusieron este nombre. Las historias arábigas, que
en gran parte son fabulosas , cuentan que en lo mas al-
tó habia un espejo semejante al que se tinge de la Coru-
ña, en que se descubrían las armadas. La memoria de
los antigos antes de los moros es que habia atalaya,
á que los latinos llamaban specula, como en la misma
Coruña, para encaminar y mostrar los navios que ve-
nían á la costa, y de allí le dieron el nombre. Pero el
autor que yo sigo , y entre los arábigos tiene mas cré-
dito, dice que cuando los moros, ganada España, se
quisieron volver á sus casas , para detenellos les dieron
á poblar á cada uno la tierra que mas parecía á la suya;
y á estas provincias llamaron Coras, que quiere decir
tanto como la redondez de la tierra que descubre la vis-
ta : horizonte la podrían llamar los curiosos de voca-
blos. Los de Almería (2), ciudad populosa en la provin-
cia de Frigia , donde fué cabeza la gran Troya , esco-
gieron á Virgi por habitación , porque les pareció se-
mejante á su ciudad , y le dieron su nombre , como di-
jimos que los de Damasco dieron el suyo á Granada.
Fué Almería la de Asia destruida por el emperador
Constancio , en tiempo de Mauhía IV, sucesor de Maho-
ma. Pues viendo el Rey que los moros insistían tanto
en la empresa de Almería , y si la ocupasen seria tener
la puerta del reino y fundar en ella nombre y cabeza,
según la tuvieron en otros tiempos, aunque por don
García de Villarroel se guardase con bastante diligen-
cia , quiso guardarla con mas autoridad. Mandó que por
entonces tuviese el cargo con mayor número de gente
don Francisco de Córdoba , que vivía retirado en su ca-
sa; hombre platico en la guerra contra los moros, y
que habia seguido al Emperador en algunas; criado
debajo del amaestramiento de dos grandes capitanes,
uno don Martin de Córdoba , su padre , conde de Alcau-
dete ; otro don Bernardino de Mendoza, su tío. Estando
en Almería don Francisco , llegó Gil de Andrada con las
galeras de su cargo y otras con que guardaba la costa;
y teniendo ambos aviso que en la sierra de Gador se re-
cogía gran número de moros con sus mujeres y hijos
(sobras de gente cornda (3) por los marqueses de Mon-
déjar y Vélez), acompañados de treinta turcos, temiendo
que juntos con otros le desasosegasen á Almería, juntó
gente de la tierra de la guardia della, y de las galeras
hasta setecientos arcabuceros y cuarenta caballos. Fué
sobre ellos, que estaban fuertes, y á su pensar defendi-
dos con algún reparo de manos y aspereza del lugar : á
(2) Amorío la llama en su Geografía Ptolomeo , lib. 5, cap. 2.
(3) El MS. , barrida.
GUERRA DE GRANADA.
la tierra llaman Alcudia , y al pueblo Inox , pocas leguas
de Almería. Estuvo detenido cuasi cuatro dias (por ser
malo el tiempo en fin de enero ) al pié de la montaña y
cuasi desconfiado de la empresa ; resolvióse á combati-
llos por dos partes, aunque era difícil la subida ; liicie-
ron la defensa que pudieron con piedras y gorguees,
porque en tanto número como mil y quinientos hom-
bres, había solos cuarenta arcabuceros y ballesteros :
fueron rotos ; murieron muchos y con mas pertinacia
que los de otras partes, porque hasta las mujeres me-
neaban las armas (1) ; hubo captivos cuasi dos mil perso-
nas; saliéronse los moros , y entre ellos el capitán lla-
mado Corcuz de Dalias, para caer después en las ma-
nos de los nuestros cerca de Vera , y morir en Adra sa-
cados los ojos, con un cencerro al cuello , entregado á
los muchachos, por los daños que siendo cosario habia
hecho en aquella costa. Tornó don Francisco la gente
á Almería rica y contenta ; dividió la presa entre los
soldados ; proveyó de esclavos las galeras; masdende
á pocos dias, entendiendo como el marqués de Vélez
venia por general de toda aquella provincia , y pare-
ciéndole que bastaba para la ciudad un solo defensor,
pidió licencia , y habida del Rey, tornó á su casa.
Crecía la libertad por todo y la permisión de los mi-
nistros , unos mostrando contentarse , otros no casti-
gando; hombres á quien las desórdenes de nuestros
soldados parecían venganzas, otros á quien no pesaba
que creciesen estas y se diese ocasión á que el resto de
los moriscos que estaba pacífico tomase las armas. Jun-
tábanseles los ministros de justicia, pertinaces de su
opinión , impacientes de esperar tiempo para el casti-
go, poco pláticos de temporizar hasta la ocasión ; el in-
terese de los que desean acrecentar los inconvenientes,
la avaricia de los soldados, y por ventura la indignación
del Príncipe , la voz del pueblo , y quién sabe si la de
Dios , para que el castigo fuese general , como habia
sido la ofensa.
Estaba por rebelarla vega de Granada, de donde y
de la tierra á la redonda cada día se pasaba gente y lu-
gares enteros á los enemigos , excusándose con que no
podían sufrir los robos de personas y haciendas , las
fuerzas de hijas y mujeres, los captiverios, las muer-
tes. Estaba sosegada la serranía y el habaral de Ronda,
la hoya y jarquía de Málaga , la sierra de Bentomiz, el
río de Boloduí, la hoya y tierra de Baza, Güéscar, el
rio de Almanzora , la sierra de Filábres , el Albaicin y
barrios de Granada poblados de moriscos. Había levan-
tados algunos lugares en tierra de Almuñécar, el Val
de Leclin , el Alpujarra , tierra de Guadíx , marquesado
de Cénete , rio de Almería, que en esto se encierra to-
do el reino de Granada poblado de moriscos. Mas Aben
Humeya no perdía ocasión de solicítallos por medio de
personas que tenían entre ellos autoridad, ó deudos de
las mujeres con quien se había casado : usaba de blan-
dura general ; quería ser tenido por cabeza , y no por
rey ; la crueldad , la codicia cubierta engañó á muchos
en los principios , pero no á su tío Aben Jauhar, que,
dejando parte del dinero y riquezas en poder del sobri-
no, llevando lo mejor consigo , resoluto de huir á Ber-
bería, mostró ir á solicitar el levantamiento de la sier-
ra de Bentomiz : vino á Pórtugos , donde murió de do-
lor de la ijada , viejo , descontento y arrepentido. Mos-
(1) Las manos, según el mismo MS.
tro Aben Humeya descontentamiento, mas por haberle
la enfermedad quitado el cuchillo de las manos que
por la falta del tío ; tomóle los dineros y hacienda con
ocasión de entregarse de mucha que había entrado en
su poder de diezmos y quintos. Tal fué la fin de don
Fernando el Zaguer Aben Jauhar , cabeza del levanta-
miento en la Alpujarra , inventor del nombre de rey en-
tre los moros de Granada , poderoso para hacer señor á
quien le quitó la hacienda y fué causa de su muerte;
tal el desagradecimiento de Aben Humeya contra su
sangre, que le habia dado señorío y título de rey , pu-
diéndolo tomar para sí. Mas así á los príncipes verda-
deros como á los tiranos son agradables los servicios
en cuanto parece que ^e pueden pagar; pero cuando
pasan muy adelante , dase aborrecimiento en lugar de
merced.
Acabó de resolverse el Rey en la venida de su her-
mano á Granada para emplealle en empresa que , puesto
que de suyo fuese menuda , era de muchos cabos peli-
grosa, por la vecindad de Berbería , y queriéndose lle-
var por violencia, larga; por ser guerra de montaña,
en ocasión que el rey de Argel estaba armado y la ar-
mada del Gran Turco junta contra venecianos. Hizo dos
provisiones : una en don Luis de Requesenes, que esta-
ba por embajador en Roma, teniente de don Juan de
Austria en la mar, para que con las galeras de su car-
go que habia en Italia, y trayendo las banderas del rei-
no , de que don Pedro de Padilla era maestro de campo,
viniese á hacer espaldas á la empresa , poniendo la gen-
te en tierra donde á don Juan pareciese que podía apro-
vechar; y juntando con sus galeras las de España, cuyo
capitán era don Sancho de Leiva , hijo de Sancho Mar-
tínez de Leiva, estorbase el socorro que podía venir de
Berbería á los enemigos , proveyese de vitualla y muni-
ciones las plazas del reino de Granada que están á la
costa, y al ejército cuando estuviese en parte á propó-
sito. Otra provisión (resoluto de hacer la guerra con
mayores fuerzas ) fué mandar al marqués de Mondéjar,
que estaba en Órgiba para salir en campo , que dejan-
do en su lugar á don Antonio de Luna ó á don Juan de
Mendoza, cual dellos le pareciese, con expresa orden
que no innovasen ni hiciesen la guerra , viniese á Gra-
nada para recibir á don Juan y asistir con él en conse-
jo , juntamente con los que hubiesen de tratar los nego-
cios de paz y guerra , no dejando el uso de su oficio,
como capitán general de la gente ordinaria del reino de
Granada ; ó si mejor le pareciese, quedase en Órgiba á
hacer la guerra , guardando en todo la orden que don
Juan de Austria, su hermano, le diese, á quien enviaba
por cabeza y señor de la empresa. Pareció al Marqués
escoger la asistencia en consejo , ó porque con la plá-
tica de la guerra pasada, con el conocimiento de la tier-
ra y gente y con el ejercicio de aquella manera de mi-
licia en que se habia criado ( aunque en todo diferente
de la ordinaña), esperaba que el crédito y el gobierno
pararía en su parecer y la ejecución en su mano , ó te-
miendo quedar debajo de mano ajena y ser mal proveí-
do, mandado y á veces calumniado ó reprendido como
ausente : dejó á don Juan de Mendoza contento , rega-
lado y honrado en Órgiba, por ser hombre platico, mas
desocupado , de su nombre, y con cuyos deudos tenia
antigua amistad (aunque algunos creen que en ello no
hizo su provecho), y vino á Granada. Salido de Órgi-
.^0 DON DIEGO
La , estuvo aquella frontera sosegada, sin hacer ni re-
cebir daño do los enemigos, discurriendo ellos á una y
otra parte con libertad.
Llegó don Juan de Austria , trayendo consigo á Luis
Quijada (platico en gobernar infantería, cuyo cargo ha-
bla tenido en tiempo del Emperador), hombre de gran
autoridad , por voluntad del Rey, que le remitió la su-
ma de todo lo que tocaba al gobierno do la persona y
consejo del hermano , y por la crianza que había hecho
en él por mandado del Emperador. Fué recebido don
Juan con grandes demostraciones y confianza, sin de-
jar ninguna manera de ceremonia, excepto las ordi-
narias que se suelen hacer á los reyes; y aun la lisonja
(que su verdad está en las palabras) se extendió á lla-
marle alteza , no embargante que hubiese orden expre-
sa del Rey para que sus ministros y consejeros le lla-
masen excelencia , y él no se consintiese llamar de sus
criados otro título. Posó en las casas de la audiencia,
por estar en medio de la ciudad; casas de la mala ven-
tura las llamaban en su tiempo los moros , y así dellas
salió su perdición. Llegó dende á pocos dias'Gonzalo
Hernández de Córdoba, duque de Sesa, nieto del Gran
Capitán, que después de haber dejado el gobierno del
estado de Milán, conformando mas su voluntad con la de
sus émulos que con la del Rey, vivía en su casa libre
de negocios, aunque no de pretensiones : fué llamado
para consejo y uno de los ministros desta empresa, co-
mo quien había dado buena cuenta de las que en Lom-
bardíu tuvo á su cargo. Lo primero que se trató fué
procurar que se asegurase Granada contra el peligro
de los enemigos declarados fuera y sospechosos den-
tro ; visitar la gente que estaba alojada en el Albaicin
yotraspartes, por la ciudad y la Vega, y en frontera con-
tra los enemigos; repartir y mudar las guardias, al pa-
recer con mas (;uriosidad que necesidad de los muros
adentro; y aun quedó muchos meses de parte del rea-
lejo sin guardia, á discreción de pocos enemigos. En el
campo andaban solas dos cuadrillas, ningunos atajado-
res por la tierra, que daba avilanteza á los contrarios
de inquietar la ciudad , y á nosotros causa de correr las
calles á un cabo y á otro, y algunas veces sahr desalum-
brados, inciertos del camino que llevaban. Atajadores
llaman entre gente del campo hombres de á pié y de á
caballo, diputados á rodear la tierra, para ver si han
entrado enemigos en ella ó salido. Era excusable esta
manera de defensa, por ser aventurera la gente, muchas
banderas de poco número, mantenidas sin pagas, con
solos alojamientos; la ciudad grande, continuada con
la montaña ; los pasos , como pocos y ciertos en tiempo
de nieve, así muchos y inciertos estando desnevada la
sierra ; un ejército en Orgiba , que los moros habían de
dejar á las espaldas viniendo á Granada , aunque lejos.
El propósito requiere tratar brevemente del asiento
de Granada por clareza de lo que se escribe. Es puesta
parte en monte y parte en llano : el llano se extiende
por un cabo y otro de un pequeño rio que llaman Dar-
ro, que la divide por medio; nace en la Sierra Nevada,
poco lejos de las fuentes de Genil, pero no en lo neva-
do; de aire y agua tan saludable, que los enfermos salen
á repararse, y los moros venían de Berbería á tomar sa-
lud en su ribera, donde se coge oro ; y entre los viejos
hay fama que el rey de España don Rodrigo tenia ri-
quisnnas minas debajo de un cerro que dicen del Sol.
DE MENDOZA.
Está lo áspero de la ciudad en cuatro montes : el Alhám-
bra á levante, edificio de muchos reyes, con la casa
real , y San Francisco, sepultura del marqués don Iñigo
de Mendoza, primer alcaide y general, humilde edifi-
cio, mas nombrado por esto; fuerza hecha para sojuzgar
la parte de la ciudad que no descubre la Alhambra, con
el arrabal de la Churra y calle de los Comeres, que todo
se continúa con la sierra de Guéjar ; el Antequeruela, y
las torres bermejas, que llaman Mauror, á mediodía ; el
Albaicin , que mira al norte, con el Hajariz , y como
vuelve por la calle de Elvira, la ladera que dicen Cene-
te por ser áspera ; el Alcazaba cuasi fuera de la ciudad,
á mano deredia de la puerta de Elvira, que mira al po-
niente. Con estos dos montes Albaicin y Alcazaba se
continúa la sierra de Cogollos y la que decimos del Pun-
tal. En torno destos montes y la falda dellos se ex-
tienden los edificios por lo llano hasta llegar al rio Ge-
nil, que pasa por defuera. Al principio de la ciudad, la
plaza Nueva sobre una puente ; y cuasi al fin , la de B¡-
barrambla, grande, cuadrada, que toma nombre de la
puerta; ambas plazasjuntadas con la calle de Zacatín;
antes la iglesia mayor, templo el mas suntuoso después
del Vaticano de San Pedro ; la capilla en que están en-
terrados los reyes don Fernando y doña Isabel, conquis-
tadores de Granada, con sus hijos y yernos; el Alcaice-
ría, que hasta ahora guarda el nombre romano de Cé-
sar (á quien los árabes en su lengua llaman Calzar),
como casa de César. Dicen las historias arábigas y al-
gunas griegas, que por encerrarse y marcarse dentro la
seda que se vende y compra en todo el reino la llaman
desa manera, dende que el emperador Justino concedió
por privilegio á los árabes scenitas que solos pudiesen
crialla y beneficíalla ; mas extendiendo debajo de Ma-
homa y sus sucesores su poder por el mundo, llevaron
consigo el uso della, y pusieron aquel nombre á las ca-
sas donde se contrataba ; en que después se recogieron
otras muchas mercaderías, que pagaban derechos á los
emperadores, y perdido el imperio á los reyes. Fuera
de la ciudad el hospital Real, fabricado de los reyes don
Fernando y doña Isabel, San Hierónimo, suntuoso se-
pulcro del gran capitán Gonzalo Hernández y memoria
de sus victorias; el rio Genil, que cuasi toca los edifi-
cios dichos de los antiguos Singília,que nace en la Sier-
ra Nevada, á quien llamaban Solaría y los moros Solai-
ra, de dos lagunas que están en el monte cuasi mas alto,
de donde se descubre la mar, y algunos presumen ver
de allí la tierra de Berbería. En ellas no se halla suelo
ni otra sahda sino la del río, cuyas fuentes tienen los
moradores por religión, diciendo que horadan el monto
por milagro de un santo que está sepultado en otro mon-
te contrario, dicho Sant Alcazaren. Va primero al norte,
y pequeño ; mas en poco camino, grande con las nieves
cuando se deshacen y arroyos que se le juntan. A una
y otra parte moraban pueblos, que agora aun el nombre
dellos no queda : ilíberitanos ó liberinos en tiempo de
los antiguos españoles, lo que decimos Elvira, en cuyo
lugar entró Granada ; ilurconeses , pequeños cortijos;
la torrecilla y la torre de Roma, recreación de la Cava
romana, hija del conde Julián el traidor : todo poblacio-
nes de los soldados que acompañaron á Baco en la em-
presa de España, según muestran los nombres y mu-
chos letreros y imágenes, en que se ven esculpidas pro-
cesiones y personajes que representan juegos y cere-
GUERRA DE
iDonias del mismo Baco, á quien tuvieron por dios: todo
osto en la Vega. Después Loja, Antequera, dicha Sin-
líilia, del nombre del mismo rio; Ecija, dicha Astígis :
«oioniasde romanos antiguamente, hoy ciudades po-
pulosas en el Andalucía, por donde pasa, hasta que ha-
ciendo mayor á Guadalquivir, deja en él aguas y nombre.
Cesaron los oficios de guerra y gobierno, e^jcepto de
justicia, con la presencia de don Juan. Su comisión fué
sin limitación ninguna; mas su libertad tan atada, que
(le cosa grande ni pequeña podia disponer sin comuni-
cación y parecer de ios consejeros y mandado del Rey,
salvo deshacer ó estorbar; que para esto la voluntad es
comisión : mozo afable, modesto, amigo de complacer,
atento á los oficios de guerra, animoso, deseoso de em-
plear su persona. Acrecentaba estas partes la gloria del
. padre, la grandeza del hermano, las victorias del uno
y del otro. Lo primero en que se ocupó fué en reformar
los excesos do capitanes y soldados en alojamientos,
contribuciones, aprovechamientos de pagas, estre-
chando la costa, aunque no atajando las causas de la
desorden. Enaquellos principios donjuán era poco ayu-
dado de la experiencia, aunque mucho del ingenio y ha-
bilidad. Luis Quijada, áspero, riguroso, atado á la le-
tra, que tuvo la primera orden de guerra en la postrera
empresa del Emperador contra el rey Enrico II de Fran-
cia, siempre mandado. El y el duque de Sesa, acostum-
brados á tratar gente plática, con menos licencia, mas
proveída, mayores pagas y mas ordinarias en Flándes,
en Lombardía, lejos cada uno de su tierra ; do convenia
esperar pagas, contentarse con los alojamientos; antes
que tornar á España , la mar en medio : todo aquí por
el contrario. El marqués de Mondéjar, también capitán
general antes que 'soldado, criado á las órdenes de su
abuelo y padre , al poco sueldo, á las limitaciones de la
milicia castellana, no guiar ejércitos, poca gente, me-
nos ejercicio de guerra abierta. El Presidente sin plá-
tica de lo uno y de lo otro ; la aspereza de unos, la
blandura de otros, la limitación de todos, causaba irre-
solución de provisiones y otros inconvenientes. No fal-
taron algunos de la opinión del marqués de Mondéjar,
que daban la guerra por acabada. Babia pocos oficiales
de pluma, perdían los soldados el respeto, hacíase cos-
tumbre del vicio, envilecíase el buen nombre y reputa-
ción de la milicia ; apocóse tanto la gente, que fué ne-
cesario tratar de nuevo con las ciudades no solo del An-
dalucía y Extremadura, mas con las mas apartadas de
Castilla, que enviasen suplemento della; y vinieron las
de mas cerca, con que parecía remediarse la falta.
Regalaba y armaba Aben Huraeya los que se iban á
él : tornó á solicitar con personas ciertas los príncipes
de Berbería, según parecía por las respuestas que fue-
ron tomadas; envió dineros, ropa , captivos; acercóse
á nuestros presidios, especialmente á Órgiba, donde
entendió que faltaba vitualla. Aunque don Juan de Men-
doza mantenía la gente disciplinada, ocupada en forti-
ficar el lugar, según la flaqueza del , mandó don Juan
que fuese del Padul proveído, y llevase la escolta á su
cargo Juan de Chaves de Orellana, uno de los capitanes
que trujeron la gente de Trujillo. Mas él, por estar en-
fermo, envió su alférez, llamado Moriz, con la compa-
ñía; hidalgo, pero poco próvido y muy libre : caminó
con doscientos y cincuenta soldados, hombres si tuvieran
cabeza. Entendieron los moros la salida de la escolta
GRANADA.
91
por sus atalayas ; juntáronse trescientos arcabuceros y
ballesteros, mandados por el Macox, hombre diestro y
platico de la tierra , á quien después prendió don Fer-
nando de Mendoza, cabeza de las cuadrillas, y mandó
justiciar el duque de Arcos en Granada. Emboscó parte
en la cuesta de Talera y un arroyo que la divide del lu-
gar, parteen las mismas casas; y dejándolos pasar la
primera emboscada, acometió á un tiempo á los que
iban en la rezaga y los delanteros. Peleóse en una y otra
•parte, pero fueron rotos los nuestroá, y murieron to-
dos; con ellos el alférez, por no reconocer, y aun dicen
que borracho, mas de confianza que de vino. Perdié-
ronse bagajes, bagajeros y la vitualla, sin escapar mas
de dos personas; hoy se ven blanquear los huesos no
lejos del camino. Túvose deste caso tanto secreto, que
primero se supo de los enemigos; mas porque muchos
moriscos de paz, especialmente de las Albuuuelas,se
hallaron con el Macox, y porque los vecinos de aquel lu-
gar acogían y daban vitualla á los moros, y con ellos
tenian continua plática , pareció que debían ser casti-
gados y el lugar destruido , así por ejemplo de otros,
como por entretener con algún cebo justificado la gente
que estaba ociosa y descontenta. Es las Albuñuelas lu-
gar asentado en la falda de la montaña, á la entrada de
Val de Lecrin, depósito de todos los frutos y riquezas
del mismo valle, cinco leguas de Granada, en tres bar-
rios, uno apartado do otro ; la gente mas polida y ciuda-
dana que los otros de la sierra ; tenidos los hombres por
valientes, y que pudieron resistir las armas del rey cató-
lico don Fernando hasta concertarse con ventaja. Man-
dóseádon Antonio de Luna , capitán de la Vega, que
con cinco banderas de infantería y doscientos caballos
amaneciese sobre el lugar, degollase los hombres, hi-
ciese captiva toda manera de persona, robase, quema-
se, asolase las casas. Mas don Antonio, hombre cuida-
doso y diligente, ó que no midiese el tiempo, ó que la
gente caminase con pereza , llegó cuando los vecinos,
parte eran huidos á la montaña, parte estaban preve-
nidos en defensa de las calles y casas, con un moro por
capitán, llamado Lope. Anduvo la ejecución tan espa-
ciosa, la gente tan tibia, que de los enemigos murie-
ron pocos, y desos los mas, viejos , perezosos y enfer-
mos; y de los nuestros algunos : captiváronse niños y
mujeres, los que no pudieron escapar á lo alto; fué sa-
queado el uno de los tres barrios , y el escarmiento de
los enemigos tan liviano, que saliendo por una parte
nuestra gente, entraba la suya por otra ; habitaron las
casas, segaron sus panes aquel año, y sembraron sin es-
torbo para el siguiente.
Estaban lascosas calladas y suspensas, sin el continuo
desasosiego que daban los moros en la ciudad ; gober-
nábalos en la parte que cae al valle y la Vega un capitán
llamado Nacoz (que en su lengua quiere decir campa-
na), mostrándose á todas horas y en todos lugares. Ya
se habían encontrado él y don Antonio de Luna con nú-
mero cuasi igual de gente de á pié, aunque con ventaja
don Antonio, por la caballería que llevaba : se partieron
con igualdad, cuasi sin poner manos á las armas, po-
niéndose el Nacoz en salvo, el barranco en medio de
su gente y nuestra caballería. Dicen que de allí atravesó
la sierra de la Almijara , y por Almuñécar, con su ha-
cienda y familia pasó á Berbería.
Visto por don Juan que los enemigos crecían en nú-
92 DON DIEGO
ircro y experiencia ; que eran avisados por los moris-
cos de Granada, ayudados con vitualla, reforzados con
parte de la gente moza de la ciudad y la Vega ; que no
cesaban las pláticas y tratados, el concierto de poner
cu ejecución el primero aun estaba en pié; que tenian
señalado el dia y hora cierta para acometerla ciudad,
número de gente determinado, capitanes nombrados,
Girón, Nacoz, uno de los Pártales, Farax, Chocon,
Rendati , moriscos ; Caracax y Hhosceni , turcos , y Da-
li, capitán general de todos, venido por mandado del
rey de Argel; dio aviso de todo, encareciendo el peligro
por parte de los enemigos si se juntaban con los de
Granada y la Vega, y de los nuestros por la flaqueza que
sentia en la gente común , por la corrupción de cos-
tumbres y orden de guerra.
Mandó el Rey que todos los moriscos habitantes en
Granada saliesen á vivir repartidos por lugares de Cas-
tilla y el Andalucía, porque morando en la ciudad, no
podían dejar de mantenerse vivas las pláticas y espe-
ranzas dentro y fuera. Había enire los nuestros sos-
pechas, desasosiego, poca seguridad ; parecía á los que
no tenian experiencia de mantener pueblos, oprimiendo
ó engañando á los enemigos de dentro y resistiendo á
los de fuera, estar en manifiesto peligro. Con tal reso-
lución, ordenó don Juan, á los 23 de junio, que en-
cerrasen todos los moriscos en las iglesias de sus par-
roquias. Ya era llegada gente de las ciudades á suel-
do del Rey , y se estaba con mas seguridad. Puso la
ciudad en arma, la caballería y la infantería repartida
por sus cuarteles; ordenó al marqués de Mondéjarque
subiendo al Albaicin, se mostrase á los moriscos, y con
su autoridad los persuadiese á encerrarse llanamente.
Recogidos que fueron desta manera, mandáronlos ir al
hospital Real, fuera de Granada un tiro de arcabuz ; an-
duvo don Juan por las calles con guardas de á caballo
y guión; viólos recoger inciertos de lo que había de ser
dellos; mostraban una manera de obediencia forzada,
los rostros en el suelo con mayor tristeza que arrepen-
timiento; ni desto dejaron de dar alguna señal, que
uno dellos hirió al que halló cerca de sí, dícese que
con acometimiento contra don Juan, pero lo cierto no
se pudo averiguar, porque fué luego hecho pedazos; yo
que me hallé presente, diría que fué movimiento de
ira contra el soldado, y no resolución pensada. Que-
daron las mujeres en sus casas algún dia, para vender
la ropa y buscar dineros con que seguir y mantener
sus maridos. Salieron, atadas las manos, puestos en la
cuerda, con guarda de infantería y caballería poruña
y otra parte, encomendados á personas que tuviesen
cargo de irlos dejando en lugares ciertos de Andalucía,
y guardallos , tanto porque no huyesen , como porque
no recibiesen injuria. Quedaron pocos mercaderes y
oficiales para el servicio y trato de la ciudad ; algunos á
contemplación y por interese de amigos. Muchos de
los mancebos, que adivinaron la mala ventura, huyeron
ála sierra, donde la hallaban mayor; los que salieron
por todos tres mil y quinientos ; el número de mujeres
mucho mayor. Fué salida de harta compasión para
quien los vio acomodados y regalados en sus casas ; mu-
chos murieron por los caminos, de trabajo, de cansan-
cio, de pesar, de hambre, á hierro, por mano de los
mismos (|ue los habían de guardar, robados, vendidos
por captivos.
DE MENDOZA.
Ya el Rey habia enviado personas que tuviesen cuen-
ta con su hacienda , porque antes no las habia , como
en negocio de que presto se vernia al fin; contador,
pagador, veedor general y particulares; dentro en
consejo al licenciado Muñatones, que habia servido de
alcalde de corte al Emperador en sus jornadas, y de su
consejo ; hombre hidalgo y limpio , y en diversos tiem-
pos de próspera y contraria fortuna. Como los moriscos
salieron de Granada , perdióse la comodidad de los sol-
dados , cesaron los alojamientos , camas , fuego , vasos :
cosas que se dan en hospedaje , sin que la gente no
puede vivir ni cómoda ni suficientemente. Aun parala
ciudad y soldados no estaba hecha provisión de vitua-
lla, pero entraron á mantener la gente con socorros,
mudando término y propósito. Fué mayor el aprove-
chamiento de los capitanes y oficiales de guerra con los
socorros y raciones, cuanto mas á menudo se tomaban
las muestras; entraban á ellas, en lugar de soldados, ve-
cinos del pueblo ; sucedieron á cumplir la hacienda del
Rey, en lugar de los moriscos, los bagajeros y vivan-
deros rescatados ; por todo se robaba á amigos como á
enemigos, á cristianos como á moros; padecían los
soldados, adolecían, íbanse, crecieron las desórdenes
y compasiones por la Vega. Nació una opinión entre
los ministros, la cual como provechosa donde el pueblo
es enemigo y la gente poca, así errada donde no hay
pueblo contrario ; y fué que no se debian tomar mues-
tras , porque los enemigos no entendiesen cuan pocos
eran los soldados; y que se debía permitir la licencia y
excesos , porque no se amotinasen ni huyesen. La gen-
te de la ciudad era mucha , buena y armada ; los moris-
cos fuera , los soldados no tan pocos , que no fuesen su-
periores, juntos con el pueblo, á los enemigos; guarda
de á pié y de á caballo en la Vega, armado en órgiba
don Juan de Mendoza , ¿qué temor ó recatamíento po-
día estorbar el remedio de inconvenientes que eran
causa de poner en peligro la empresa , y de que los
moros de la Vega, no pudiendo sufrir tanto maltrata-
miento, yéndose á la sierra acrecentasen el número de
los enemigos? Duró tantos meses esta manera de go-
bierno , que dio causa á intenciones libres y sospecho-
sas de pensar que no faltaban personas á quien con-
tentase que , creciendo los inconvenientes , fuese ma-
yor la necesidad.
Declaró el Rey, como estaba acordado , que el mar-
qués de Vélez tuviese cargo de los partidos de Almería,
Guadíx, Raza, rio de Almanzora, sierra de Filábres;
y queriendo salir contra los enemigos , parecióle ase-
gurar el puerto que dicen de la Ravaha , paso de la Al-
pujarrapara tierra de Guadíx y Granada; mandó que
con cuatrocientos hombres enviados de Guadix , Gon-
zalo Fernandez, capitán viejo, platico en las escara-
muzas de Oran , tomase lo alto del puerto, y se hiciese
fuerte hasta tener orden suya. Comenzó á subir la
montaña sin reconocer; mas los moros, que estaban
cubiertos en lo alto y en lo hondo del camino, dejando
subir parte de la gente , echaron cuarenta arcabuceros
que acometiesen la frente , y por el costado dieron cíen
hombres, hasta ponellos en desorden; y cargándolos en
rota, murió la mayor parte huyendo; perdiéronse las
armas, munición y vitualla que llevaban; poca gente
tomó áGuadix con el capitán. Don Juan, temeroso que
los enemigos cargasen á la parte de Guadix, proveyó
GUERRA DE
para guardia fli^lla á Francisco de Molina, que sirvió
de capiLua al Eiiiperaiior en las guerras de Alemania.
Con el suceso de la Ravalia se levantó la sierra de
Bentomiz y tierra de Yélez Málaga ; no hicieron los
excesos que en el Alpujarra ; antes contentándose con
recoger la ropa á lugares fuertes sin hacer daños,
echaron bando que ninguno matase ó captivase cristia-
no, quemase iglesia , tomase bienes de cristianos ó de
moros que no se quisiesen recoger con ellos ; fortifi-
caron para refugio y seguridad de sus personas un
monte llamado Frexiliana la vieja, á diferencia déla
nueva cerca del , deshabitado de muchos tiempos ; los
antigos españoles y romanos le llamaron Sexilirmum.
Estuvieron desta manera tanto mas sospechosos áVé-
iez, cuanto procedían mas justificadamente, sin co-
municación ó comercio en el Alpujarra. Mas Arévalo
de Suazo, corregidor de Málaga y Yélez, avisado pri-
mero por cartas de don Juan como los moriscos de
aquella sierra estaban para levantarse y ocupar áVélez,
movido por la razón de que se podia continuar aquel
levantamiento por la hoya y jarquía de Málaga, hasta
tierra de Ronda, si con tiempo no se atajase , y con al-
guna esperanza de pacificar los moros porvia de con-
cierto, partió de Málaga con cuatrocientos infantes y
cincuenta caballos , llegó á Vélez, y hizo salir del fuerte
la gente del pueblo que habia desamparado lo llano ;
puso el lugar en defensa, socorrió el castillo de Cani-
les, lugar del marqués de Gomares, que estaba en
aprieto , echando los moros de la tierra , los cuales y los
de Sedella se fueron á juntar con los de toda la sierra,
y á un tiempo descubrieron el levantamiento que tengo
dicho. Volvió á Vélez Suazo juntando mil y quinientos
infantes con la caballería que se hallaba; y entendiendo
queso recogían y fortificaban en la sierra, quiso irá
reconócenos y en ocasión combatillos. Hallólos en Fre-
xiliana la vieja fortificados : el general dellos era Go-
mel , y tenia consigo otros capitanes ; todos se manda-
ban por la autoridad de Bonaguazil. Pero en la subida
de la montaña , creyendo que bastaria mostralles las
armas, trabó la gente desmandada una escaramuza, y
siguieron dos banderas de infantería sin ó.f-den , y sin
podellos Arévalo de Suazo retirar, harto ocupado en
estorbar que el resto no saliese tras ellos. Mas los mo-
ros , que habían hecho rostro á la escaramuza , viendo
la gente que cargaba de nuevo, y conociendo la desor-
den , comenzáronse á retirar hasta sus reparos, y sal-
tando fuera golpe de arcabuceros y ballesteros, apre-
taron nuestra gente cuasi puesta en rola, ejecutándola
hasta lo llano. Arévalo de Suazo , parte acometiendo,
parte retirando y amparando la gente, volvió con ella,
algunos muertos y pocos heridos, á Vélez , donde es-
tuvo á la guarda del lugar y la tierra ; y los moros vol-
vieron á continuar su fuerte. Don Juan, visto el caso, y
pareciéndole dar dueño á la empresa que la hiciese á
menos costa y con mas autoridad , aunque en Arévalo
de Suazo no hubiese, como no hubo, falta, ofreció aque-
lla jornada por mandado del Rey á don Diego de Cór-
doba, marqués de Gomares, gran señor en el Andalucía,
y fuera della de mayores esperanzas, que tenia parte
de su estado en aquella montaña pacífico y guardado ;
pero fué la oferta de manera, que justificadamente pu-
do excusarse.
En este tiempo se declararon los preparamientos del
GRANADA. 93
rey de Ar»¿el ser canlra el de Túnez Muley Hamida ; y
el rey de Fez se quietó. Partió el de Argel con siete mil
infantes turcos y andaluces y doce mil caballos, parte
de su sueldo, y parte alárabes que labraban la tierra :
juntáronse á una legua de Beja , ciudad grande, y vein-
te de Túnez; mas el rey de Túnez fué roto , y salvóse
con doscientos caballos hacia la tierra que dicen de los
Dátiles. Perdió á Beja y Túnez, que ahora está en po-
der de turcos, y á Biserta, que comenzaron á fortificar;
lugar de comarca provechoso para quien lo ocupare y
pudiere mantener; Hippon Diarritos le llamaron los
griegos, á diferencia de Boua: púsole el nombre Agató-
cles, tirano de Sicilia, en la gran empresa que tuvo
contra los cartagineses. Mas por quitar duda y oscuri-
dad, diré lo que entiendo destos reinos. El de Fez fué
reino de Sil'ax , que tuvo guerra con los romanos , de
quien tanta memoria hacen sus historias. Después de
varias mudanzas, edificó la ciudad Idriz, del linaje de Ali,
que conquistó á Berbería, y en memoria tienen su alfanje
colgado en el templo principal con gran veneración.
Dióle el nombre del rio que pasa por medio , llamado
entonces Fez. Juntó los edificios Jusef Miramarazo-
hir Aben Jacob , del linaje de los de Benimerin , que
fué vencido del rey don Alonso en la batalla de Tarifa;
y por la comodidad de guerrear contra el rey de Tre-
mecen,Ia hizo de nuevo cabeza del reino poseído ai
presente por los hijos de Jarife; hombre que , de pre-
dicador y tenido por santo y del linaje de Mahoma , vi-
no, juntando las armas con la religión, al señorío de
Marruecos y Fez, como lo han hecho muchos de su
secta en África, comenzando de Mahoma hasta los al-
morávides, los almohades, los benimerines, los beni-
oaticis, jarifesque hoy son; todos religiosos y arma-
dos, y que por este medio vinieron á la alteza del reino.
El de Túnez tuvo mayor antigüedad, por fundarse en
las sobras de la gran Cartago, destruida por Seipion
Africano, y vuelta á restaurar, primero por los cónsules
romanos y por Tiberio Graco, después mudado el sitio
á lo llano por César Augusto, y habitada de romanos;
poseída de los emperadores, ganada por los vándalos, y
recuperada por Belisario, capitán del emperador Justi-
niano; siempre tenida por la tercia parte del imperio
griego hasta el tiempo de los alárabes, que fué por
OccubaBen-Nafic, capitán de Mauhía, sojuzgada, ven-
ciendo y matando al conde Gregorio, lugarteniente del
emperador Constantino, hijo de Constante, con setenta
mil caballeros cristianos, en la gran batalla junto á Áfri-
ca que los moros llaman Mehedia (del nombre de un su
príncipe dicho Moahedin); y los romanos Adrumentum,
agora lugar destruido por el ejército del emperador
don Carlos. Las armas con que se halló el conde Grego-
rio, á quien los alárabes llaman Groguir, dicen que
fueron muchas mujeres en torno bien aderezadas y
hermosas; él en una litera de hombros, con piedras pre-
ciosas, cubierta de paño de oro , y dos mancebos que
con mosqueadores de plumas de pavo le quitaban el
polvo. Mahuía ocupó á Cartago por entrega de Mana,
hija del conde Gregorio, con pacto que casase con ella;
mas, descontento del casamiento, la dejó. Deshabitó á
Cartago, pasó la población donde ahora es Túnez, que
entonces era pequeño lugar y siempre del mismo nom-
bre. Quedaron repartidos los romanos en doce aldeas,
que hoy son de labradores moros en el cabo que lia-
94 DON DIEGO
mande Caríago, donde fué la ciudad competidora de
Roma; el nombre della dura en un pequeño pueblo,
y ese sin gente : tantas mudanzas hace el mundo, y tan
poca seguridad hay en los estados. Gobernóse Túnez en
forma de república hasta los tiempos del miramamolin
Jusef,que envió á Abdeluahhed, su capitán, natural de
Sevilla, que los gobernó y sujetó con ocasión de defen-
dellos contra los alárabes; cuyo hijo quedó por señor y
fué el primero rey de Túnez hasta Muztancoz, que enno-
bleció la ciudad, y dende él á Hamida, que hoy reina,
sin perderse la sucesión, según la verdad de sus histo-
rias, cegando ó matando los padres á los hijos, ó los
hijos á los padres, como hizo IIamida,que cegó á Muley
Hacen, su padre, y le quitó el reino, en que el empera-
dor don Carlos, vencedor de muchas gentes, le liabia
restituido , echando á Barbaroja , tirano del , puesto
por mano del gran señor de los turcos.
Menores fueron los principios del señorío de Argel,
que hoy está en mayor grandeza : al lugar llaman los
moros Algezair por una isla que tenia delante ; noso-
tros le llamamos Argel; antiguamente se pobló de los
moradores de Cesárea , que ahora se llama Xargd. Es-
tuvo siempre en el señorío de los reyes godos de Espa-
ña hasta que vinieron los moros, y en tiempo dellos
fué lugar de poco momento, regido por jeques; mas
después el rey don Fernando el Católico hizo tributario
al señor y ediíicó el Peñón. Muerto el Rey , el carde-
nal fray Francisco Jiménez , gobernador de España en
los principios del reinado del emperador don Carlos,
tomó á Bugía (casa real del rey Bocho deMauritania, di-
cha por esto de su nombre, según los alárabes), y qui-
so crecer el tributo moviendo nuevo concierto con el
Jeque : ofendidos los moros , reprendido y arrepentido
el señor, se retiró. El Cardenal , hombre de su condi-
ciouarmígero y aun desasosegado, armó contra él, ha-
ciendo capitanes á Diego de Vera y Juan del Rio : jun-
tóse esta armada á manera de arrendamiento ; que to-
dos los que tenían oficios menores, si los querían pasar
en sus hijos por una vida , fuesen á servir , ó llevasen ó
diesen en su lugar tantos hombres, según la impor-
tancia del oficio. Perdióse la armada por mal tiempo,
confusión y poca plática de los que gobernaban , y esta
fué la primera pérdida que se hizo sobre Argel. Mas el
Jeque, temiendo que con mayores fuerzas se renovaría
la guerra, trajo por huésped y soldado á Barbaroja,
hermano del que fué tirano de Túnez, que entonces era
su lugarteniente y secretario ; venidos á la grandeza
que tuvieron, de capitanes de un bergantín. Había ten-
tado Barbaroja Horux (que así se llamaba el mayor) la
empresa de Bugía, perdido el tiempo, la gente, un bra-
zo y el armada; recogídose con cuarenta turcos á un
pequeño castillo , de donde el Jeque otra vez le trajo al
sueldo; mas él, juntándose con los principales, mató al
jeque llamado Selin Etenrí estando comiendo en un
baño ; hizose señor y llamóse rey. Dende ú poco salió
para la empresa de Tremccen, y ocupado aquel reino,
quedó por señor, y su hermano Harradin por goberna-
dor en Argel; mas echado después de Tremecen por
los capitanes del alcaide de los Donceles , abuelo de
este marqués de Gomares, que era entonces general de
Oran , y muerto huyendo , quedó el reino de Argel en
poder del hermano. Había don Hugo de Moneada he-
cho tributarios los Gelves después algunos años de
DE MENDOZA.
la pérdida del conde Pedro Navarro y muerte de don
García de Toledo, hijo del duque de Alba don Fadri-
que, padre del duque don Fernando, que hoy gobierna
los estados de Flándes ; y tornando con el armada por
mandado del emperador sobre Argel , con intento de
destruílla y asegurar la marina de España , tentó desdi-
chadamente la venganza de Diego de Vera y Juan del
Rio ; porque con tormenta perdió mucha parte de la
armada , y echando gente en tierra para defender los
que se iban á ella con miedo de la mar, perdió también
lo uno y lo otro. Crecieron las fuerzas de Barbaroja;
extendióse por la tierra adentro su poder ; deshizo el
Peñón, que era isla, continuóla con la tierra firme, ocu-
pó los lugares de la mar,Xargel,Guijan, Brisca y el reí-
no de Túnez, aunque pequeño. Vino á noticia del señor
de los turcos que pretendía por seguridad y paz desús
hijos ocupar á África y poner en Túnez á Bayaceto, que
se mató á sí mismo : adelantó á Barbaroja en fuerzas
y autoridad por conseguir este fin y poner al Empera-
dor en estrecho y necesidad. Díóle mayor armada con
que ocupase y afirmase el reino de Túnez , de donde
echado por el Emperador, pasóá Constantínopla; quedó
general de la armada del Turco , y después favorecido y
lionrado hasta que murió , tenido en mas por haberle
vencido el Emperador; porque los vencedores honra-
dos honran á los vencidos. Quedó el reino de Argel
en poder de gobernadores enviados por el Turco; mas
el Emperador, temiendo la poca seguridad que tenía en
sus estados con la grandeza de los turcos en Argel , y
hallándose en Alemania al tiempo que el Gran Turco
venía sobre ella, mal proveído de dineros para resístille,
no quiso obligarse ala empresa. Quedar sin salir á ella
en Alemania era poca reputación : tomó por expedien-
te la de Argel , donde fué roto de la tormenta; retiróse
por tierra á Bugía, perdiendo mucha parte de la arma-
da , pero salvó el ejército y la reputación, con gloria de
sufrido, de diestro y valeroso capitán. De allí crecieron
sin resistencia las fuerzas de los señores de Argel ; to-
maron á Tremecen , á Bugía ; y por su orden los cosa-
ríos á Jayona , de los moros, á Trípol , de la orden de
san Juan ; rompieron diversas armadas de galeras, sin
otra adversidad mas que la pérdida que hicieron de su
armada en la batalla que don Bernardíno de Mendoza
ganó á Alí Hamete y Cara Mami, sus capitanes , sobre
la isla de Arbolan. Por este camino vino el reino de Ar-
gel á la grandeza que ahora tiene,
LIBRO TERCERO.
Entretenía el Gran Turco los moros del reino de Gra-
nada con esperanzas por medio del rey de Argel , para
ocupar, como dijimos, las fuerzas del rey don Felipe en
tanto que las suyas estaban puestas contra venecianos;
como quien (dando á entender que las despreciaba) nin-
guna ocasión de su provecho , aunque pequeña , dejaba
pasar. Entre tanto el comendador mayor don Luis de
Requesenes sacó del reino y embarcó la infantería es-
pañola en las galeras de Italia, dejando orden á don Al-
varo de Bazan que con las catorce de Ñapóles que eran
á su cargo, y tres banderas de infantería española, cor-
riese las islas y asegurase aquellos mares contra los co-
sarios turcos. Vino á Cívitavieja ; de allí á Puerto Santo
Estéfuno, donde juntando consigo nueve galeras y una
GUERRA DE
galeota del duque de Florencia, estorbado de los tiem-
pos, entró en Marsella. Dendeá poco , pareciendo bo-
nanza, continuó su viaje; mas entrando la nocbe, co-
menzó el narbonés á refrescar, viento que levanta gran-
des tormentas en aquel golfo y travesía para la costa de
Berbería , aunque lejos : tres días corrió la armada tan
deshecba fortuna, que se perdieron unas galeras de
otras; rompieron remos, velas , árboles , timones ; y en
íin, la capitana sola pudo lomar á Menorca, y dende allí
áPalamós, donde los turcos forzados, coníiándose en
la flaqueza de los nuestros por el no dormir y continuo
trabajo , tentaron levantarse con la galera; pero sen-
tidos, hizo el Comendador mayor justicia de treintn.
Nueve galeras de las otras siguieron la derrota de la
capitana; cuatro se perdieron con la gente y chusma;
la una, que era de Estéfano de Mari , gentilhombre ge-
novés, en presencia de todas, en el golfo embistió por el
costado á otra , y fué la embestida salva , y á fondo la
que embistió; acaecimiento visto pocas veces en la mar:
las demás dieron al través en Córcega y Cerdeña , ó
aportaron en otras partes con pérdida de la ropa, vitua-
lla, municiones y aparejos , aunque sin daño de la gen-
te. Luego que pasó la tormenta, llegó don Alvaro de Ra-
zan á Cerdeña con las galeras de Ñapóles; puso en or-
den cinco de las que habían quedado para navegar; en
ellas y en las suyas embarcó los soldados que pudo; lle-
gó á Palamós, y juntándose con el Comendador ma-
yor, navegaron la costa del reino de Granada á tiem-
po que poco había fuera el suceso de Bentomiz y otras
ocasiones , mas en favor de los moros que nuestro.
Llevó consigo de Cartagena las galeras de España que
traía don Sancho de Leiva; y tornando don Alvaro á
guardar la costa de Itaha, él partió con veinte y cinco
galeras para Málaga ; mas al pasar, avisado por Arévalo
de Suazo de lo sucedido en Bentomiz , envió con don
Miguel de Moneada á comunicar con don Juan su inten-
to, y el peligro en que estaba toda aquella tierra si no
se ponía remedio con brevedad , sin esperar consulta
del Rey. Puso entre tanto sus galeras en orden; armó
y rehizo la infantería , que serian en diez banderas mil
soldados viejos y quinientos de galera ; juntó y armó de
Málaga , Vélez y Antequera , por medio de Arévalo de
Suazo y Pedro Verdugo , tres mil infantes. Volvió don
Miguel con la comisión de don Juan, y partió el Comen-
dador mayor á combatir los enemigos. Llegado á Tor-
rox, envió á don Martin de Padilla, hijo del adelantado
de Castilla, con alguna infantería suelta para reconocer
el fuerte de Frexiliana, y volvió trayendo consigo algún
ganado. Púsose al pié de la montaña, y después de ha-
ber reconocido de mas cerca, dio la frente á don Pedro
de Padilla con parte de sus banderas y otras, hasta mil
infantes, y mandóle subir derecho. A don Juan de Cár-
denas (a), hijo del conde de Miranda, mandó subir con
cuatrocientos aventureros y otra gente plática de las
banderas de Italia por la parte de la mar , y por la otra
á don Martín de Padilla con trescientos soldados de ga-
lera y algunos de Málaga y Vélez ; los demás , que aco-
metiesen por las espaldas del fuerte, donde parece que
la subida estaba mas áspera, y por esto menos guarda-
da , y estos mandó que llevase Arévalo de Suazo con
alguna caballería por guarda de la ladera y del agua.
(a) Este don Juan de Cárdenas fué después conde de Miranda,
weyde Ñapóles, presidente de Italia y Castilla.
GRANADA. 93
Mas don Pedro, aunque do su niñez criado á las armas
y modestia del Emperador, soldado suyo en las guer-
ras de Flándes, despreciando con palabras la orden del
Comendador mayor, la cual era que los unos esperasen
á los otros hasta estar igualados ( porque parte dellos
iban por rodeos), y entonces arremetiesen á un tiem-
po, arremetió sin él y llegó primero por el camino de-
recho.
Los enemigos estuvieron á la defensa , como gente
plática, y juntos resistieron, con mas daño de los nues-
tros que suyo ; pero al fin , dado lugar á que nuestros
armados se pegasen con el fuerte , y comenzasen con
las picas á desviarlos y á derribar las piedras del , y
los arcabuceros á quitar traveses , estuvieron firmes
; hasta que salió un turco de galera enviado por el Co-
I mendador mayor á reconocer dentro, con promesa de la
I libertad. Este dio aviso de la dificultad que había por
I la parte que eran acometidos, y cuánto mas fácil sería
la entrada al lado y espaldas. Partió la gente , y com-
batiólos por donde el turco decía : lo mismo hicieron
los enemigos para resistir, pero con mucho daño de los
nuestros, que eran herid|i y muertos de su arcabuce-
ría al prolongarse por el reparo. Todavía, partidas las
fuerzas con esto , aflojaron los que estaban á la frente,
y don Juan de Cárdenas tuvo tiempo de llegar; lo mi?
mo la gente de Málaga y Vélez , que iba por las espal-
das. Mas los moros, viéndose por una y otra parte apre-
tados, saheron por la del maestral, que estaba mas ás-
pera y desocupada , como dos mil personas , y entre
ellos mil hombres los mas sueltos y pláticos de la tier-
ra : fué porfiado por ambas partes el combate hasta ve-
nir á las espadas , de que los moros se aprovechan me-
nos que nosotros, por tener las suyas un filo y no herir
ellos de punta. Con la salida destos y sus capitanes
tuvieron los nuestros menos resistencia ; entraron por
fuerza por la parte mas difícil y no tan guardada que
tocó á Arévalo de Suazo, donde él fué buen caballero y
buena la gentede Málagay Vélez; pero no^entraron con
tanta furia, que no diesen lugar á los que combatían de
don Pedro de Padilla y á los demás para que también
entrasen al mismo tiempo. Murieron de los enemigos
dentro del fuerte quinientos hombres , la mayor parte
viejos; mujeres y niños cuasi mil y trescientos con el
ímpetu y enojo de la entrada y después de salidos en el
alcance, y heridos otros cerca de quinientos. Captivá-
ronse cuasi dos mil personas : los capitanes Carral y el
Melilu, general de todos, con la gente que salió, vinie-
ron destrozados á Valor, donde Aben Humeya los re-
cogió , y mandó dende á pocos días tornar al mismo
Frexiliana. Mas el Melilu, rico y de ánimo, hizo ahorcar
á Chacón, que trataba con los cristianos, por una carta
de su mujer que le hallaron , en que le persuadía á de-
jar la guerra y concertarse. Dícese que en el fuerte los
viejos de concierto se ofrecieron á la muerte porque
los mozos se saliesen en el entre tanto ; al revés de lo
que suele acontecer y de la orden que guarda naturale-
za, como quier que los mozos sean animosos para eje-
cutar y defender á los que mandan , y los viejos para
mandar, y naturalmente mas flacos de ánimo que cuan-
do eran mozos. De los nuestros fueron heridos mas de
seiscientos , y entre ellos de saeta don Juan de Cárde-
nas, que fué aquel día buen caballero. Entre otros, mu-
rieron peleando don Pedro de Sandoval , sobrino del
9ñ DON DIEGO
obispo de Osma , y pasados de trescientos soldados,
parte aquel dia, y parte de heridas en Málaga, donde los
mandó el Comendador mayor , y vender y repartir la
presa entre todos , á cada uno según le tocaba , repar-
tiéndoles también el quinto del Rey.
Es el vender las presas y dar las partes costumbre de
España, y el quinto, derecho antigo de los reyes dende
el primer rey don Pelayo, cuando eran pocas las facul-
tades para su mantenimiento ; agora, porque son gran-
des , llévanlo por reconocimiento y señorío ; mas el
hacer los reyes merced del en común y por señal de
premio á los que pelean, es causa de mayor ánimo; co-
mo, por el contrario, á cada uno lo que ganare, y á to-
dos el quinto generalmente cuando vienen á la guerra,
ocasión para que todos vengan á scFvir en las empresas
con mayor voluntad. Pero esta se trueca en codicia , y
cada uno tiene por tan proprio lo que gana, que deja por
guardallo el oficio de soldado, de que nacen grandes
inconvenientes en ánimos bajos y poco pláticos ; que
unos huyen con la presa , otros se dejan matar sobre
ella de los enemigos , impedidos y enflaquecidos; otros,
desamparadas las banderas , vuelven á sus tierras con
la ganancia. Viénense por este camino á deshacer los
ejércitos hechos de gente natural , que campean den-
tro en casa : el ejemplo se ve en Italia entre los natu-
rales, como se ha visto en esta guerra dentro en España.
El buen suceso de Frexiliana sosegó la tierra de Má-
laga y la de Ronda por entonces : el Comendador ma-
yor se dio á guardar la costa, á proveer con las galeras
los lugares de la marina; mas en tierra de Granada, el
mal tratamiento que los soldados y vecinos hacían á
los moriscos de la Vega, la carga de alojamientos, con-
tribuciones y composiciones, la resolución que se tomó
de destruir las Albuñuelas flacamente ejecutada , dio
ocasión á que muchos pueblos, que estaban sobresana-
dos, se declarasen y subiesen á la sierra con sus fami-
lias y ropa. Entre estos fué el rio de Boloduí á la parte
de Guadix, y'á la de Granada Guéjar, que en su calidad
no dio poco desasosiego. La gente della, recogiendo
su ropa y dineros , llevando la vitualla , y dejando es-
condida la que no pudieron, con los que quisieron se-
guillos se alzaron en la montaña , cuasi sin habitación
por la aspereza, nieve y frió. Quiso don Juan recono-
cer el sitio del lugar , llevando á Luis Quijada y al du-
que de Sesa : tratóse si lo debia mantener ó dejar; no
pareció por entonces necesario para la seguridad de
Granada mantenerle y fortificarle, como flacoy de po-
ca importancia , pero la necesidad mosLró lo contrario;
y en fin, se dejó, ó porque no bastase la gente que en la
ciudad habia de sueldo á asegurar á Granada todo á un
tiempo y socorrer en una necesidad á Guéjar, como la
razón lo requeria ; ó que no cayesen en que los enemi-
gos se atreverian á fundar guarnición en ella tan cerca
de nosotros, ó, como dice el pueblo (que escudriña las
intenciones sin perdonar sospecha, con razón ó sin
ella), por criar la guerra entre las manos , celosos del
favor en que estaba el marqués de Vélez, y hartos de la
ociosidad propria y ambiciosos de ocuparse, aunque con
gasto de gente y hacienda : decíase qu3 fuera necesa-
rio sacar un presidio razonable á Guéjar, como después
se hizo lejos de Granada para mantener los lugares de
en medio : cada uno, sin examinar causas ni posibili-
dad, se hacia juez de sus superiores.
DE MENDOZA.
Mas el Rey, viendo que su hermano estaba ocupado
en defender á Granada y su tierra, y que teniendo la
masa de todo el gubierno era necesario un capitán que
fuese dueño de la ejecución, nombró por general de to-
da la empresa al marqués de Vélez, que entonces esta-
ba en gran favor, por haber salido á servir á su costa.
Sucedióle dichosamente tener á su cargo ya la mitad
del reino, calor de amigos y deudos ; cosas que cuando
caen sobre fundamento , inclinan mucho los reyes. A
esto se juntó haberse ofrecido por sus cartas á echar á
Aben Humeya el Tirano , que así se llamaba , y acabar
la guerra del reino de Granada con cinco mil hombres
y trescientos caballos pagados y mantenidos , que fué
la causa m.as principal de enco¡nendalle el negocio. A
muchos cuerdos parece que ninguno debe de cargar
sobre sí obligación determinada que el cumplilla ó el
estorbo della esté en mano de otro. Fué la elección del
Marqués ( á lo que el pueblo de Granada juzgaba y al-
gunos colegian de las palabras y continente) harto con-
tra voluntad de los que estaban cerca de don Juan, pa-
reciéndoles que quitaba el Rey á cada uno de las ma-
nos la honra desta empresa.
Habían crecido las fuerzas de Aben Humeya y ve-
nídole número de turcos y capitanes pláticos, según
su manera de guerra ; moros berberíes , armas , parte
traídas, parte tomadas á los nuestros, vituallas en
abundancia , la gente mas y mas plática de la guerra.
Estaba el Rey con cuidado de que la gente y las provi-
siones se hacian de espacio; y pareciéndole que llegar-
se él mas al reino de Granada seria gran parte para
que las ciudades y señores de España se moviesen con
mayor calor y ayudasen con mas gente y mas presto,
y que con el nombre y autoridad de su venida los prín-
cipes de Berbería andarían retenidos en dar socorro,
ciertos que la guerra se habia de tomar con mayores
fuerzas , acabada, con todas ellas cargar sobre sus es-
tados , mandó llamar cortes en Córdoba para dia seña-
lado, adonde se comenzaron á juntar procuradores de
las ciudades y hacer los aposentos.
Salió el marqués de Vélez de Terque por estorbar el
socorro que los moros de Berbería continuamente traían
de gente , armas y vitualla , y los de la Alpujarra rece-
bían por la parte de Almería. Vino á Berja (que anti-
guamente tenía el mismo nombre), donde quiso espe-
rar la gente pagada y la que daban los lugares de la
Andalucía. Mas Aben Humeya , entendiendo que esta-
ba el Marqués con poca gente y descuidado , resolvió
corabatílle antes que juntase el campo. Dicen los mo-
ros haber tenido plática con algunos esclavos que es-
condiesen los frenos de los caballos, pero esto no se
entendió entre nosotros; y porque los moros, como
gente de pié y sin picas, recelaban la caballería, quiso
combatille dentro del lugar antes del dia. Llamó la
gente del río de Almería, la del Boloduí, la de la Alpu-
jarra, los que quisieron venir del río de Almanzora,
cuatrocientos turcos y berberíes : eran por todos cuasi
tres mil arcabuceros y ballesteros y dos mil con armas
enhastadas. Echó delante un capitán, que le servia de
secretario, llamado Mojajar, que con trescientos arca-
buceros entrase derecho á las casas donde el Marqués
posaba, diese en la centinela (lo que ahora llamamos
centinela , amigos de vocablos extranjeros , llamaban
nuestros españoles, en la noche escucha, en el dia ata-
GUERRA DE
raya : nombres liarlo mas proprios para su oficio), lle-
gando con ella á un tiempo el arma y ellos en el cuerpo
de guardia : siguióle otra gente , y él quedó en la reta-
guardia sobre un macho y vestido de grana. Mas el
Marqués, que estaba avisado por una lengua que los
nuestros le trujeron, atravesó algunas calles que da-
ban en la plaza, puso la arcabucería á las puertas y ven-
tanas, tomó las salidas, dejando libres las entradas por
donde entendió que los enemigos vendrían, y mandó
estar apercebida la caballería y con ella su hijo don
Diego Fajardo; abrió camino para salir fuera , y con
esta orden esperó á los enemigos. Entró Mojajar por la
calle que va derecha á dar á la plaza , al principio con
furia ; después, espantado y recatado de hallar la villa
sin guardia , olió humo de cuerdas, y antes que se re-
catase, sintió de una y otra parte jugar y hacerle daño
la arcabucería ; mas queriendo resistir la gente con al-
guna otra que le habia seguido, no pudo ; salióse con
pocos y desordenadamente al campo. El Marqués, con la
caballería y alguna arcabucería, aun tiempo saltó fuera
con don Diego , su hijo , don Juan , su hermano , don
Bernardino de Mendoza , hijo del conde de Coruua,
don Diego de Leiva , hijo natural del señor Antonio de
Leiva, y otros caballeros ; dio en los que se retiraban y
en la gente que estaba para hacelles espaldas : rompió-
los otra vez; pero aunque la tierra fuese llana , impe-
dida la caballería de las matas y de la arcabucería de
los turcos y moros, que se retiraban con orden , no pu-
do acabar de deshacer los enemigos. Murieron dellos
cuasi seiscientos hombres : Aben Humeya tornó la
gente rota á la sierra , y el Marqués á Berja. El Rey dio
noticia, pero á don Juan poca y tarde; hombre precia-
do de las manos mas que de la escritura , ó que quería
darlo á entender, siendo enseñado en letras y estudio-
so. Comenzó don Juan, con orden del Rey, á reforzar el
campo del Marqués; antes formallo de nuevo : puso
con dos mil hombres á don Rodrigo de Benavides en
la guarda de Guadix ; á Francisco de Molina envió con
cinco banderas á la de órgiba; mandó pasarádon Juan
de Mendoza con cuasi cuatro mil infantes y ciento y
cincuenta caballos adonde el Marqués estaba, y al Co-
mendador mayor , que tomando las banderas de don
Pedro de Padilla (rehechas ya del daño que recibieron
en Frexiliana) , las pusiese en Adra , donde el Marqués
vino de Berja á hacer la masa. Llegó don Sancho de
Leiva á un mismo tiempo con mil y quinientos catala-
nes de los que llaman delados , que por las montañas
andan huidos de las justicias, condenados y hacien-
do delitos , que por ser perdonados vinieron los mas
dellos á servir en esta guerra : era su cabeza Antic Sar-
riera, caballero catalán; las armas, sendos arcabuces
largos y dos pistoletes , de que se saben aprovechar.
Llegó Lorenzo Tellez de Silva , marqués de la Favara,
caballero portugués , con setecientos soldados , la ma-
yor parte hechos en Granada y á su costa ; atravesó sin
daño por el Alpujarra entre las fuerzas de los enemi-
gos, y por tenerlos ocupados en el entre tanto que se
juntaba el ejército, y las guarniciones de lábrate, Dúr-
cal y el Padul seguras (á quien amenazaban los moros
del valle y los que habían tornado & las Albuñuelas);
por impedir asimismo que estos no se juntasen con los
que estaban en la sierra de Guéjar y con otros de la
Alpujarra; por estorbar también el desasosiego en que
H-i.
GRANADA. 07
ponían á Granada con correrías do poca gente , y por
quitalles la cogida de los panes del valle , mandó don
Juan que don Antonio de Luna con mil infantes y dos-
cientos caballos fuese á hacer este efecto, quemando y
destruyendo á Restával, Pinillos , Melejix, Concha, y,
como dije , el Valle hasta las Albuñuelas. Partió con iá
misma orden y á la misma hora que cuando fué á qiie-
mallasla vez pasada, pero con desigual fortuna; por-
que llegando tarde, halló los moros levantados por el
campo y en sus labores con las armas en la mano : tu-
vieron tiempo para alzar sus mujeres, hijos y ganados,
y ellos juntarse , llevando por capitanes á Rendati,
hombre señalado , y á Lope el de las Albuñuelas , ayu-
dados con el sitio de la tierra barrancosa. Acometieron
la gente de don Antonio , ocupada en quemar y robar,
que pudo con dificultad, aunque con poca pérdida,
resistir y recogerse , siguiéndole y combatiéndole por
el valle abajo , malo para la caballería. Mas don Anto-
nio, ayudándole don García Manrique, hijo del mar-
qués de Aguilar, y Lázaro de Heredia, capitán de in-
fantería , haciendo á veces de la vanguardia retaguar-
dia, á veces, por el contrario , tomando algunos pasos
con la arcabucería, se fué retirando hasta salir á lo ra-
so , que los enemigos con temor de la caballería le de-
jaron. Murió en esta refriega, apartai'o de don Anto-
nio, el capitán Céspedes á manos de Rendati, con vein-
te soldados de su compañía peleando , sesenta huyen-
do; los demás se salvaron á Tablate, donde estaba de
guardia. No fué socorrido) por estar ocupada la infan-
tería quemando y robando , sin podellos mandar don
Antonio. Tampoco llegó don García (á quien envió con
cuarenta caballos), por ser lejos y áspera la montaña,
los enemigos muchos. Pero el vulgo ignorante, y mos-
trado á juzgar á tiento, no dejaba de cidpar al uno y al
otro; que con mostrar don Antonio la caballería de lo
alto en las eras del lugar, los enemigos fueran retenido?
ó se retiraran ; que don García pudiera llegar mas á
tiempo, y Céspedes recogerse á ciertos edificios viejos
que tenia cerca ; que don Antonio le tenia mala volun-
tad dende antes, y que entonces habia salido sin orden
suya de Tablate, habiéndole mandado que no saliese.
A mí, que sé la tierra, paréceme imposible ser socorri-
do con tiempo, aunque los soldados quisieran mandar-
se, ni hubiera enemigos en medio y á las espaldas. Tal
fué la muerte de Céspedes, caballero natural de Ciu-
dad-Real , que había traído la gente á su costa , cuyas
fuerzas fueron excesivas y nombradas por toda España;
acompañólas hasta la fin con ánimo, estatura, voz y ar-
mas descomunales. Volvió don Antonio con haber que-
mado alguna vitualla, trayendo presa de ganado á Gra-
nada, donde menudeaban los rebatos; las cabezas de
la milicia corrían á una y otra parte , mas armados que
ciertos donde hallar los enemigos; los cuales, dando
armas por un cabo, llevaban de otro los ganados. Ha-
bia donjuán ya proveído que don Luis de Córdoba con
doscientos caballos y alguna infantería recogiese á Gra-
nada y á la Vega los de la tierra ; comisión de poco mas
fruto que de aprovechará los que los hurtaron; por-
que no se pudiendo mantener, fué necesario volvellos
á sus lugares faltos de la mitad, donde fueron comunes
á nosotros y á los enemigos.
Hallábase entre tanto el marqués de Vélez en Adra
(lugar antiguamente edificado cerca de donde ahora es,
7
98
DON DIEGO DE MENDOZA.
que llamaban Abdera ) con cuasi dos mil infantes y
setecientos caballos : gente armada, plática, y que nin-
guna empresa rehusara por difícil; extendida su reputa-
ción por España con el suceso de Berja , su persona su-
bida en mayor crédito. "Venían muchos particulares á
buscar la guerra, acrecentando el número y calidad del
ejército ; pero la esterilidad del año, la falta de dinero, la
pobreza de los que en Málaga fabricaban bizcocho, y
la poca gana de fabricarlo, por las continuas y escrupu-
losas reformaciones antes de la guerra ; la falta de re-
cuas por la carestía, la de vivanderos, que suelen entre-
tener los ejércitos con refrescos, y con esto las resacas
de la mar, que en Málaga estorban á veces el cargar, y
las mesmas el descargar en Adra , fué causa que las ga-
leras no proveyesen de tanto bastimento y tan á la con-
tinua. Era algunas veces mantenido el campo de solo
pescado , que en aquella costa suele ser ordinario ; ce-
saban las ganancias de los soldados con la ociosidad;
faltaban las esperanzas á los que venían cebados dellas ;
deteníanse las pagas ; comenzó la gente á descontentar-
se, á tomar hbertad y hablar como suelen en sus ca-
bezas. El General , hombre entrado en edad , y por esto
. mas en cólera , mostrado á ser respetado y aun temi-
do, cualquiera cosa le ofendía : dióse á olvidará unos,
tener poca cuenta con otros , tratar á otros con aspe-
reza; oía palabras sin respeto, y oíanlas del. Un cam-
. po grueso, armado, lleno de gente particular, que bas-
. taba á la empresa de Berbería , comentó á entorpecer-
se nadando y comiendo pescados frescos, no seguirlos
enemigos habiéndolos rompido , no conocer el favor de
la victoria, dejarlos engrosar, afirmar, romper los pasos,
, armarse , proveerse, criar guerra en las puertas de Es-
paña. Fué el Marqués juntamente avisado y requerido
de personas que v^ian el daño y temían el inconve-
niente , que con la vitualla bastante para ocho días sa-
liese en busca de Aben Humeya. Por estos términos
comenzó á ser mal quisto del común , y de allí á pe-
garse la mala voluntad en los principales; aborrecerse
él de todos y de todo , y todos del.
Al contrarío de lo que al marqués de Mondéjaracon-
teció , que de los principales vino á pegarse en el pue-
blo; pero con mas paciencia y modestia suya, dicen
que con igual arrogancia. Yo no vi el proceder del uno
ni del otro ; pero á mi opinión ambos fueron culpados,
sin haber hecho errores en su oficio y fuera del, con
poca causa , y esa común en algunos otros generales
de mayores ejércitos. Y tornando á lo presente, nunca
el marqués de Vélez se halló tan proveído de la vitua-
lla, que le sobrase en el comer ordinario de cada día para
llevar consigo cuantidad que pudiese gastar á la lar-
ga; pero vista la falta della, la poca seguridad que se
tenia de la mar ; pareciéndole que de Granada y el An-
dalucía, Guadíx y marquesado de Cénete, y de allí
por los puertos de la Ravaha y Loh, que atraviesan la
sierra hasta la Alpujarra , podía ser proveído, escribió
ó don Juan (aunque lo solía hacer pocas veces) que le
mandase tener hecha la provisión en la Calahorra , por-
que con ella y la que viniese por mar se pudiese man-
tener el ejército en la Alpujarra y echar della los ene-
migos.
El Comendador mayor , según el poco aparejo , nin-
guna diligencia posible dejaba de hacer, aunque fuese
con peligro, hasta que tuvo en Adra puest^ vitualla de
respeto por tanto tiempo, que ayudado el Marqués con
alguna de otra parte (aunque fuese habida de los ene-
migos), podía guerrear sin hambre y esperar la de Gua-
díx; mas viendo que el Marqués , incierto de la provi-
sión que hallaría en la Calahorra, se detenía, dábale
priesa en público , y requeríale en consejo que saliese
contra los enemigos. Mas dando el Marqués razones por
donde no convenia salir tan presto , dicen que pasó tan
adelante , que en presencia de personas graves y en un
consejo le dijo que no lo haciendo, ternaria él la gente
y saldría con ella en campo.
En Granada ninguna diligencia se hizo para proveer
al Marqués, porque pues no replicaba , tuvieron creído
que no tenia necesidad, y que estaba proveído bastante-
mente en Adra, de donde era el camino mas corto y se-
guro : tenían por dificultoso el de la Calahorra ; los ene-
migos muchos , las recuas pocas , la tierra muy áspera,
de la cual decían que el Marqués era poco platico. Mas
el pueblo, acostumbrado ya á hacerse juez, culpábale
de mal sufrido en palabras y obras igualmente con la
gente particular y común; á sus oficíales de liberales
en distribuir lo voluntario, y en lo necesario estrechos;
detenerse en Adra buscando causas para criar la guer-
ra, tenido en otras cosas por diligente ; escribíanse
cartas, que no faltaba adonde cayesen á tiempo; dis-
minuíase por horas la gracia de los sucesos pasados ;
decían que dello no pesaba á don Juan ni á los que le
estaban cerca : era su parcial solo el Presidente , pero
ese algunas veces, ó no era llamado, ó le excluían de
los consejos á horas y lugares, aunque tenia plática de
las cosas del reino y alteraciones pasadas. Pasó este
apuntamiento (1 ) hasta ser avisado el Consejo por cartas
de personas y ministros importantes ( según el pueblo
decía), y aun reprendido que parecía desautoridad y
poca confianza no llamar un hombre grave de expe-
riencia y dignidad. Pero no era de maravillar que el
vulgo hiciese semejantes juicios , pues por otra parte
se atrevía á escudriñar lo intrínseco de las cosas, y exa-
minar las intenciones del Consejo.
Decían que el duque de Sesa y el marqués de Vélez
eran amigos, mas por voluntad suya que del Duque, no
embargante que fuesen tío y sobrino. El marqués de
Mondéjar y el Duque, émulos de padres y abuelos sobre
la vivienda de Granada , aunque en público profesasen
amistad; antigua la enemistad entre los marqueses y
sus padres, renovada por causas y preeminencias de
cargos y jurisdíciones; lo mismo el de Mondéjar y el
Presidente, hasta ser maldicientes en procesos el uno
contra el otro. Luis Quijada, envidioso del de Vélez,
ofendido del de Mondéjar porque siendo conde de Ten-
dilla no quiso consentir al Marqués su padre que le
diese por mujer una hija que le pidió con instancia;
amigo intrínseco de Eraso y de otros enemigos de la
casa del Marqués. El duque de Feria , enemigo atre-
vido de lengua y por escrito del marqués de Mondéjar;
ambos dende el tiempo de don Bernardino de Mendoza,
cuya? autoridad después de muerto los ofendía. El du-
que de Sesa y Luis Quijada, á veces tan conformes
cuanto bastaba para excluir los marqueses , y á veces
sobresanados por la pretensión de las empresas , ha-
blábanse bien, pero huraños y recatados, y todos sos-
pechosos á la redonda. Eutreteníase Muñatones, mos-
(l) Cu el MS. se lee apartamiento.
GUERRA DE
trado (1) á sufrir y disimular, culpando las faltas de pro-
veedores y aprovecliamientos de capitanes , lo uno y lo
Giro sin remedio. Don Juan, como no era suyo, conten-
tábale cualquiera sombra de libertad ; atado á sus co-
misiones, sin nombramiento de oficiales, sin distribu-
ción de dinero, armas y municiones y vituallas , si las
libranzas no venian pasadas de Luis Quijada; que en
esto y en otras cosas no dejaba con algunas muestras
de arrogancia de dar á entender lo que podia, aunque
fuese con quiebra de la autoridad de don Juan , que
entendía todos estos movimientos , pero sufríalos con
mas paciencia que disimulación : solamente le parecía
desautoridad que el marqués deMondéjar ó el Conde, su
hijo, usasen sus oficios, aunque no estaban excluidos ni
-suspendidos por el Rey. Tampoco dejaron de sonarse
cosquillas de mozos y otros, que las acrecentaban entre
el Conde y ellos : tal era la apariencia del Gobierno. Pero
no por eso se dejaba de pensar y poner en ejecución lo
que parecía mejor al beneficio público y servicio del
Rey; porque los ministros y consejeros no entran con
las enemistades y descontentamientos al lugar donde
se juntan, y aunque tengan diferencia de pareceres,
cada uno encamina el suyo á lo que conviene ; pero los
escriptores, como no deben aprobar semejantes juicios,
tampoco los deben callar cuando escriben con fin de
fundar en la historia ejemplos por donde los hombres
huyan lo malo y sigan lo bueno.
Dende los 10 de junio á los 27 de julio (1569) estuvo
el marqués de Vélez en Adra sin hacer efecto; hasta
que entendiendo que Aben Humeya se rehacía, partió
con diez mil infantes y setecientos caballos, gente,
como dije, ejercitada y armada, pero ya descontenta :
llevó vitualla para ocho días ; el principio de su salida
fué con alguna desorden. Mandó repartir la vanguardia,
retaguardia y batalla por tercios ; que la vanguardia lle-
vase el primer día don Juan de Mendoza , el segundo
don Pedro de Padilla; y habiendo ordenado el número
de bagajes que debía llevar cada tercio , fué informado
que don Juan llevaba mas número dellos; y puesto que
fuesen de los soldados particulares, ganados y mante-
nidos para su comodidad, y aunque iban para no vol-
ver á Adra , mandó tornar don Juan al alojamiento con
la vanguardia, pudiéndole enviar á contar los embara-
zos y reformarlos; cosa no acontecida en la guerra sin
grande y peligrosa ocasión ; con que dio á los enemigos
ganado tiempo de dos días, y á nosotros perdido. Salió
el dia siguiente con haber hallado poco ó ningún yerro
que reformar; llevó la misma orden , añadiendo que la
batalla fuese tan pegada con la vanguardia , y la reta-
guardia con la batalla, que donde la una levantase los
pies , los pusiese la otra, guardando el lugar á los im-
pedimentos ; la caballería á un lado y á otro ; su perso-
na en la batalla , porque los enemigos no tuviesen es-
pacio de entrar. Vino á Rerja , y de allí fué por el llano
que dicen de Lucainena, donde al cabo del vieron al-
gunos enemigos , con quien se escaramuzó sin daño de
las partes , mostrando Aben Humeya su vanguardia, en
quehabia tres mil arcabuceros, pocos ballesteros; pe-
ro encontínente subió á la sierra : la nuestra alojó en el
llano , y el Marqués en üjíjar , donde se detuvo un dia,
y mas el que caminó; dilación contra opinión de los
pláticos , y que dio espacio á los enemigos de alzar sus
(1) Véase la nota que acompaüa i esta palabra ea la pág. 105.
GRANADA. 39
mujeres, hijos y ropa, esconder y quemar la vitualla,
todo á vista y media legua de nuestro campo. El dia
siguiente salió del alojamiento; los enemigos mostrán-
dose en ala , como es su costumbre, y dando grita, aco-
metieron á don Pedro de Padilla , á quien aquel dia'to-
caba la vanguardia, con determinación, á lo que se
veía , de dar batalla. Eran seis mil hombres entre ar-
cabuceros y ballesteros, algunos con armas enhasta-
das; víase andar entre ellos cruzando Aben Humeya,
bien conocido , vestido de colorado, con su estandarte
delante; traía consigo los alcaides y capitanes moris-
cos y turcos que eran de nombre. Salió á ellos don Po-
dro con sus banderas y con los aventureros que llevaba
el marqués de la Favara , y resistiendo su ímpetu , los
hizo retirar cuasi todos ; pero fueron poco seguidos,
porque al marqués de Vélez pareció que bastaba resis-
tillos, ganalles el alojamiento y esparcillos. Retiráronse
á lo áspero de la montaña con pérdída^de solos quince
hombres : fué aquel dia buen caballero el marqués de
la Favara , que apartado con algunos particulares que
le siguieron , se adelantó, peleó y siguió los enemigos :
lo mismo hizo don Diego Fajardo con otros. Aben Hu-
meya, apretado, huyó con ocho caballos á la montaña, y
dejarretándolos , se salvó á pié ; el resto de su gente se
repartió sin mas pelear por toda ella : hombres de pa-
so , resolutos á tentar y no hacer jornada , cebados con
esperanzas de ser por horas socorridos ó de gente para
resistir, ó de navios para pasar en Berbería ; y esta fla-
queza los trujo á perdición. Contentóse el Marqués con
rompellos, ganalles el alojamiento y esparcillos, te-
niendo que bastaba , sin seguir el alcance , para saca-
llos de la Alpujarra, ó que esperase mayor desorden,
ó que le pareciese que se aventuraba en dar la batalla
el reino de Granada , y que para el nombre bastaba lo
hecho : hallóse tan cerca del camino , que con doscien-
tos caballos acordó pasar aquella noche á reconocerla
vitualla á la Calahori'a, donde no hallando qué comer,
volvió otro dia al campo , que estaba alojado en Valor
el alto y bajo. Detúvose en estos dos lugares diez días,
comiendo la vitualla que trajo y alguna que se halló da
los enemigos , sin hacer efecto , esperando la provi-
sión que de Granada se había de enviar á la Calahorra,
y teniendo por incierta y poca la de Adra; y aunque
los ministros á quien tocaba afirmasen que las galeras
habían traído en abundancia , resolvió mudarse á la Ca-
lahorra , fortaleza y casa de los marqueses de Cénete ,
patrimonio del conde Julián en tiempo de godos, que
en el de moros tuvieron los Céneles venidos de Berbe-
ría, una de las cinco generaciones descendientes de los
alárabes que poblaron y conquistaron á África. Tuvo
el Marqués por mejor consejo dejar á los enemigos la
mar y la montaña , que seguíllos por tierra áspera y sin
vitualla, con gente cansada , descontenta y hambrien-
ta, y asegurar tierra de Guadíx, Baza, rio de Alman-
zora, Filábres , que andaba por levantarse, y allanar el
río de Boloduí, que ya estaba levantado, comer la vi-
tualla de Guadíx y el marquesado.
Mas la gente , con la ociosidad , hambre y descomo-
didad de aposentos, comenzó á adolecer y morir. ¡Nin-
gún animal hay mas delicado que un campo junto, aun-
que cada hombre por sí sea reei« y sufridor de trabajo;
cualquier mudanza de aires, de aguas, de manteni-
mientos, de vinos; cualquier frío, lluvia, falta de lim-
400 DON DIEGO
p¡<'za , de sueño , de cnmas , le adolece y deshace; y al
fin todas las eiileniiedadesie son contagiosas. Andaban
corrillos, quejas, libertad, derramamientos de solda-
dos por unas y otras partes, que escogían por mejor
venir en manos de los enemigos; íbanse cuasi por com-
pañías, sin orden ni respeto de capitanes. Como el pa-
radero destos descontentamientos ó es amotinarse, ó
un desarrancarse [i) pocos á pocos, vino á suceder así,
hasta quedarlas banderas sin hombres; y tan adelante
pasó la desorden, que se juntaron cuatrocientos arca-
buceros, y cou las mechasen las serpentinas salieron
avista del campo : fué don Diego Fajardo, hijo del Mar-
qués, por detenerlos, á quien dieron por respuesta un
arcabuzazo en la mano y el costado, de que peligró y
quedó manco. La mayor parte de la gente que el Mar-
qués envió con él se juntó con ellos y fueron de com-
pañía : tanto en tan breve tiempo habia crecido el odio
y dt sacato.
En fin, llegado y alojado en el lugar, temiendo de
su persona , pasó á posar en la fortaleza ; la gente se
► aposentó en el campo , comiendo á libra escasa de pan
por soldado, sin otra vianoa; pero dende á pocos días
dos libras por dia, y una de carne de cabra por sema-
na, los dias de pescado algún ajo y una cebolla por hom-
bre, que esto tenían por abundancia : sufrieron mu-
cho las banderas de Ñapóles con el nombre de soldados
viejos y la gente particular; quedaron en pié cuasi so-
Jas estas compañías y doscientos caballos. Tal fué el
suceso de aquella jornada, en que los enemigos venci-
dos quedaron con la mar y tierra, mayores fuerzas y
reputación, y los vencedores sin ella, faltos de lo uno
y de lo otro.
En el mismo tiempo los vecinos del Padul , á tres le-
guas de Granada, se quejaban que habían tenido y man-
tenido mucho tiempo gruesa guarnición, que no podían
sufrir el trabajo ni mantener los hombres y caballos.
Pidieron que ó se mudase la guardia, ó se disminuye-
se, ó los llevasen á ellos á vivir en otro lugar. Vínose
en esto, y salidos ellos, la siguiente noche, juntándo-
se con los moros de la sierra, dieron en la guarnición,
mataron treinta soldados y hirieron muchos acogién-
dose á lo áspero ; cuando el socorro de Granada llegó,
halló hecho el daño y á ellos en salvo.
La desorden del campo del Marqués puso cuidado á
don Juan de proveer en lo que tocaba á tierra de Baza,
porque la ciudad estaba sin mas guardia que la de los
vecinos. Envió á don Antonio de Luna con mil infantes
y doscientos caballos, que estuvo dende medio agosto
hasla medio noviembre sin acontecer novedad ó cosa
señalada , mas del aprovechamiento de los soldados,
mostrados á hacer presas contra amigos y enemigos.
Puso en su lugar á don García Manrique á la guardia
de la Vega , sin nombre ó título de oficio. Vióse una vez
con los enemigos, matándoles alguna gente sin daño
de la suya.
Entre lanto no cesaban las envidias y pláticas contra
los marqueses, especialmente las antiguas contra el de
Mondéjar; porque aunque sus compañeros en la sufi-
ciencia fuesen iguales, vióse que en el conocimiento
de la tierra y de la gente donde y con quien habia he-
cho la vida , y en las previsiones , por el luengo uso de
proveer armadas , era su parecer mas aprobado que
(i) Desrancharte, según el MS.
DE MENDOZA.
apacible; pero siempre seguido (2), hasta que el marqués
de Vélez subió en favor y vino á ser señor de las armas.
Entonces dejaron al de Momléjar, y tornaron á desha-
cer las cosas bien hechas del de Vélez. Mas cuando este
comenzó á faltar de la gracia particular y general , tor-
naron sobre el de Mondéjar ; y temiendo que las armas
de que estaba despojado tornasen á sus manos, clara-
mente le excluían de los consejos, calumniaban sus pa-
receres, publicaban por una parte las resoluciones, y
por otra hacíanle autor del poco secreto ; parecíales que
en algún tiempo habia de seguirse su opinión cuanto al
recebir los moriscos y después oprimillos; que cesarían
las armas , y por esto la necesidad de las personas por
quien eran tratadas.
Estaban nuestras compañías tan llenas de moros al-
jamiados, que donde quiera se mantenían espías : las
mujeres, los niños esclavos, los mismos cristianos vie-
jos daban avisos, vendían sus armas y munición, calza-
do, paño y vituallas á los moros. El Key por una parle
! informado de la dificultad de la empresa, por otra dando
j crédito a los que la lacililaban, vistos los gastos que se
I hacían, y pareciéndole que el marqués de Mondéjar,
t émulo del de Vélez y de otros, aunque no daba oca-
í sion á quejas, daba avilanteza á que se descargasen de
I culpas, diciendo que por tener él mano en los negocios
I eran ellos mal proveídos, y que la ciudad descontenta
del, y persuadida por el corregidor Juan Rodríguez de
Villafuerte, que era interesado, y del Presidente, que le
hacia espaldas, de mejor gana contribuiría con dinero,
gente y vitualla hallándose ausente que presente; que
de ninguno podia informarse mas clara y particular-
mente; envióle á mandar que con diligencia viniese á
Madrid : algunos dicen que en conformidad de sus com-
pañeros; el suceso mostró que la intención del Rey era
apartalle de los negocios. Mas porque se vea como los
príncipes, pudiendo resolutamente mandar,quieren jus-
tificar sus voluntades con alguna honesta razón, he
puesto las palabras de la carta :
((Marqués de Mondéjar, primo, nuestro capitán ge-
«neral del reino de Granada : Porque queremos tener re-
Mlacion del estado en que al presente están las cosas dése
«reino, y lo que converná proveer para el remedio de-
))llas, os encargamos que en recibiendo esta os pongáis
»en camino, y vengáis luego á esta nuestra corte para
«informarnos de lo que está dicho, como persona que
«tiene tanta noticia dellas ; que en ello, y en que lo ha-
«gais con toda la brevedad, nos tememos por muy ser-
«vido. Dada en Madrid, á 3 de setiembre de 1569.»
Llegó el Marqués y fué bien recibido del Rey, y al-
gunas veces le informó á solas : de los ministros fué tra-
tado conmasdemonstracion de cortesía que de conten-
tamiento; nunca fué llamado en consejo, mostrando
estar informados á la larga por otra vía. Muñatones>
platico de semejantes llamamientos y falto de un ojo,
dijo, como le mostraron la carta, ((que le sacasen el otro
si el Marqués tornaba de allá durante la guerra.» An-
duvo muchos dias como suspendido y agraviado, cierto
que siempre habia seguido la voluntad del Rey y de solo
ella hecho caudal. Mas entre los reyes y sus ministros,
la parte de los reyes es la mas flaca : no embargante la
información que el Marqués dio, eran tantas y tan con-
trarias unas de otras las que se eaviaoaü, que pareció
i^) El KS., perseguido.
GUERRA DE
juntor con ellas la de don Enrique Manrique, alcaide
que fué del castillo de Milán , y liabiéndolo él dejado,
estabadescansandoensu casa. Pasó por Granada en-
tendiendo lo de allí ; vino á do el marqués de Vélez es-
taba , y partió sin otra cosa de nuevo mas de errores en
Ja guerra, cargos de unos ministros á otros, dados por
via de justificación, necesidad de cargar con mayores
fuerzas, crecidas las de ios enemigos con la diminu-
ción de las nuestras.
Pareció á los ministros la gente con que el Marqués
habia ofrecido ecliar á los enemigos de la tierra, poca,
y la oferta menos pensada , pues con doblado número
no se bizo mayor efeto, y no dejaron de desbacelie el
buen suceso con decir que los moros muertos babian
sido menos de lo que se escribió. Pero el Rey, tomando
la parte del Marqués, respondió «que babia sido im-
portante desbaratar y partir los enemigos, aunque no
con tanto daño dellos como se dijo » ; y esto mas por re-
primir alguna intención que se descubría contra el Mar-
qués, que por alaballe, como se vio dende á poco. De-
cía el Marqués que la falta de vitualla habia sido causa
de haberse deshecho su campo ; cargaba á don Juan, al
consejo de Granada : quedó la suma de todo su campo
en pocos mas de mil y quinientos infantes y doscientos
caballos; en fin, fué necesitado á recogerse dentro en el
lugar, atríncherarse, y aun derribar casas, por parecerle
el sitio grande. Mas dende á pocos días enviaron de
Granada tanta provisión, que no habiendo á quien re-
partilla ni buena orden, valían cien libras de pan un
real.
No estaba Granada por esto roas proveída de vitua-
lla, ni se hacían los partidos della con mayor reoa-
tamiento, aunque el Presidente remediaba parte del
daño con industría, ni en lo que tocaba á la gente y pa-
gas se guardaban las órdenes de don Juan, á quien tam-
poco perdonaba el pueblo de Granada , hbre y atrevido
en el hablar, pero en presencia de los superiores siervo
y apocado, movido á creer y afirmar fácilmente sin dife-
rencia lo verdadero y lo falso ; publicar nuevas ó perju-
diciales ó favorables, seguillas con pertinacia; ciudad
nueva , cuerpo compuesto de pobladores de diversas
partes, que fueron pobres y desacomodados en sus tier-
ras, ó movidos á venir á esta por la ganancia ; sobras de
Jos que no quisieron quedar en sus casas cuando los Re-
yes Católicos la mandaron poblar, como es en los luga-
res que se habitan de nuevo. No se dice esto porque en
Granada no haya también nobleza escogida por los mes-
mos reyes cuando la república se fundó, venida de per-
sonas excelentes en letras , á quien su profesión hizo
ricos, y los descendientes de unos y otros nobles de li-
naje ó de ánimo y virtud, como en esta guerra lo mos-
traron no solamente ellos, pero el común; mas porque
tales son las ciudades nuevas, hasta que, envejecién-
dose la virtud y riqueza, la nobleza se funda. Discurrían
las intenciones libres por todos, sin perdonar á ninguno,
y las lenguas por los que osab;in, y no sin causa; por-
que en guerra de mucha gente, de largo tiempo, varía
de sucesos, nunca faltan casos que loar ó condenar. Las
compañías de Grunada eran tan faltas y mal disciplina-
das, que ni con ellas se podia estar dentro ni salir fue-
ra; pero la mayor desorden fué que, habiendo mandado
el Rey castigar con rigor los soldados que se venían del
marqués de Vélez, y procurando don Juan que se pu-
GRANADA. m
siese en ejecución , cansados los ministros de ejecutar, y
donjuán de mandar, visto lo poco que aprovechaba, se
tomó expediente de callar, y por no quedar del todo sin
gente, consentir que las compañías se hinchiesen de la
que desamparaba las banderas del Marqués, no sin al-
gunasombra de negligencia ó voluntad; la cual fué causa
de que viniese el campo á quedar deshecho, y los ene-
migos señores de mar y tierra, campeando Aben Hume-
ya con siete mil hombres , quinientos turcos y berbe-
ríes, sesenta caballos , mas para autoridad que necesi-
dad.
Ya Jergal, en el rio de Almería, Jugar del conde de la
Puebla, se habia levantado á instancia de Portocarrero,
mayordomo suyo : ó por la habilidad ó por el barato
ocupó la fortaleza con poca artillería y armas, y echando
della al Alcaide, puso gente dentro; mas él dende apoco
dio en las manos del conde de Tendilla, y fué atenazado
en Granada. Estaba también levantado el valle y rio de
Boloduí, paso entre tierra de Guadix, Baza y la mar
confinante con el Alpujarra. El Marqués, por tener ocu-
pada la gente, daríe alguna ganancia , mantener la re-
putación de la guerra, determinó ir en persona sobre él,
habiéndolo consultado con el Rey, que le remitió la ida
ó á allí, ó á tierra de Baza en caso que la gente no fuese
tan poca, que no llegase á número de los cinco mil hom-
bres. I. levando pues á don Juan de Mendoza sin gente,
con la de don Pedro de Padilla y parle de la qtie don
Rodrigo de Benavídes tenia en Guadix , alguna otra de
amigos y allegados que seguían la guerra, doscientos y
cincuenta caballos, partió á deshací-r una masa de gente
que entendió juntarse en Boloduí, temiendo que dañase
tierra de Baza, y pusiesen á ditn Antonio de Luna en
necesidad , y juntándose con ellos Aben Humeya, pa-
sase el daño adelante. Partió de la Calahorra, vfnoá Fí-
ñana, llevando la vanguardia don Pedro de Padilla coa
las banderas de Ñápeles. Habia nueve leguas de Fiuana
al lugar donde los enemigos se recogían ; mas no pu-
diendo caminará pié los soldados tan gran trecho, fue-
ron necesitados á quedarla noche cansados y mojado?
(porque el río se pasa muchas veces), á dos leguas da
liis enemigos ; inconveniente que acontece á los que no
miden el tiempo con la tierra, con la calidad y posibi-
lidad de la gente. Los moros , apercebidos de la venida
de los nuestros, dieron avisos con fuegos por toda la
tierra, alzaron la ropa y personas que pudieron. Había-
se adelantado con la caballería el Marqués, tomando
consigo cuatrocientos arcabuceros á las ancas de los ca-
ballos y bagajes; mas cansados unos y otros, dejaron la
mayor parte. Los enemigos , aguardando ora á un paso
del río, ora á otro, según viau que nuestra caballería se
movía, ora haciendo alguna resistencia, se acogieron á
la sierra. Dejaban muchos bagajes, mujeres y niños, en
que los soldados se ocupasen; y viéndolos embarazados
con el robo, sin espaldas de arcabucería, hicieron vnel ta,
cargando de manera, que los nuestros fueron necesita-
dos á retirarse con pérdida , no sin alguna desorden,
aunque todavía con mucho de la presa. Parte de la ca-
ballería se acogió fuera de tiempo, disculpándose que
no se les hubiese dado la orden ni esperado la arcabu-
cería que dejaban atrás. Pero el Marqués, viendo que la
retirada era por conservar el robo (causa que puede cou
la gente mas que otra), envió porsona con veinte caba-
llus y algunos urcubuccros, quu con uulorídad de jusli-
102 DON DIEGO
cia quitase á la caballería la presa, para que después se
repartiese igualmente, llamando á la parte los soldados
de don Pedro de Padilla que quedaron atrás. El Comi-
sario, hallando alguna contradicción, compró tres es-
clavas, una de las cuales se ofreció á descubrille gran
cantidad de ropa y dineros; mas ella, viéndose en la
parte que deseaba, hizo señas, á que se juntaron mu-
chos moros; mataron algunos caballos y todos los ar-
cabuceros; salvóse el Comisario á la parte contraria del
MarquéSjCorriendo hasta Almería, diez leguas de donde
comenzó á salvarse, y todas por tierras de enemigos:
quedaron los caballos con la presa, pero tan ocupados,
que fueron de poco provecho, y el Marqués por esto
tornó retirándose con orden (aunque cargándole los
enemigos), hasta juntar consigo la gente de don Pedro,
Dende alU vino á Fiñana con mucha parte de la cabal-
gada y con igual daño de muertos y heridos. Mas en-
tendiendo que los moros de la sierra de Baza y rio de
Almanzor andaban en cuadrillas y desasosegaban la
tierra, temiendo que llevasen tras sí los lugares de aque-
lla provincia y Filábres, donde tenia su estado, grue-
sos y fuertes, y que las fuerzas de don Antonio de Luna
no serian bastantes á resistillos, partió en principio de
invierno, con mil infantes y doscientos y cincuenta ca-
ballos que tenia, para Baza. Pero don Antonio, hombre
prevenido (dicen que con orden de don Juan ), dejóla
gente antes que llegase el Marqués, y volvió á servir su
cargo en Granada, ó por haber oído que no se entendía
blandamente con las cabezas de la gente , ó porque tuvo
por mas á propósito de su autoridad ser mandado de
don Juan, que entonces gastaba su tiempo en mantener
á Granada á manera de sitiado, contra las correrías de
los enemigos, descontento y ocioso igualmente, mas
deseando y procurando comisión del Rey para emplear
su persona en cosa de mayor momento. Las cabezas de
su gente con cualquier liviana ocasión no dejaban de
mostrarse en todas partes de la ciudad , corriendo las
calles armados (puesto que vacía de enemigos), incier-
tos á qué parte fuese el peligro, siguiendo esos pocos
por las mismas pisadas que sahan, sin haber atajado la
tierra, hasta dejallos en salvo y recogidos á la monta-
ña. Llaman atajar la tierra en lengua de hombres del
campo, rodealla al anochecer y venir de día para ver por
los rastros qué gente de enemigos y por qué parte ha
entrado ó salido. Esta diligencia hacen todos los días
personas ciertas de pié y de caballo, puestos en postas,
que cercan á la redonda la comarca, y llámanlos ataja-
dores; oficio de por sí y apartado del de los soldados.
Por qué no se hacia esta dihgencia en tierra escura y
doblada, y en lugar que, aunque grande, no era el cir-
cuito extendido, y eran los pasos ciertos, no pude en-
tender la causa.
Aben Huineya, viéndose libre del marqués de Vélez,
con los siete mil hombres que tenia se puso sobre Adra
con ánimo de tomar el lugar, que pensaba estar de-
samparado; mas viendo que perdía el tiempo, pasó á
Berja, y quísola batir con dos piezas; pero levantóse
de allí, corrió y estragó la tierra del marqués de Vé-
lez, el lugar de las Cuevas, quemólos jardines, dañó
los estanques, todo guardado con curiosidad de mucho
tiempo para recreación ; acometiendo llegar á los Vé-
lez en sierra de Filábres , tornó á Andarax , donde, co-
mo asegurado de la fortuna, vivía ya con estado de rey,
DE MENDOZA.
pero con arbitrio de tirano, señor de las haciendas
personas; tenido por manso, engañaba con palabras
blandas , mas para quien recatadamente le miraba, os-
curas y suspensas, de mayor autoridad que crédito ; co-
dicia en lo hondo del pecho , rigor nunca descubierto
sino cuando había ofendido, y entonces sosegado, como
si hubiera hecho beneficio, quería gracias dello. Con-
taba el dinero y los días á quien mas familiar trataba
con él, y algunos destos, á que pensaba ofender, esct-
gia por compañeros de sus consejos y conversación.
Tal era Aben Humeya, y puesto que entre nosotros
fuese tenido por inocente y llamado don Hcrnandillo
de Valor, el oficio descubrió cuál es el hombre. Con
todo esto , duró algunos dias que le hacian entender que
era bienquisto, y él lo creia, ignorante de su condi-
ción; hasta que el vulgo comenzó á tratar de su mane-
ra , de su vida , de su gobierno , todo con hbertad y
desprecio , como riguroso y tenido en poco. Apartá-
ronse de su servicio descontentas algunas cabezas, que
tomaron avilanteza; en tierra de Granada, elNacoz;
en la de Baza, Maleque; en la de Almuñécar, Girón;
en la de Vélez, Carral; en el rio de Almería, Mojájar;
en el de Almanzora , Aben Mequenun , que decían Por-
tocarrero, hijo del que levantó á Jergal; y al fin Fa-
rax, uno de los principales que fueron en hacelle rey.
Cargábanle culpas, escarnecíanle , burlaban de su con-
dición sus mismos consejeros; señales que por la ma-
yor parte preceden á la destruicion del tirano. Quejá-
banse los turcos, entre otros muchos, que habiendo
dejado su tierra por venir á serville , no los ocupaba
donde ganasen ; descontentos y entretenidos con suel-
dos ordinarios. Mas él, espacioso, irresoluto hasta su
daño, tanto dilató la respuesta, que se enemistó con
ellos , habiéndolos traído para su seguridad , y después
proveyó fuera de tiempo. Traia en el ánimo quemar y
destruir á Motril, lugar guardado con alguna ventaja
de como solía ; pero grande , abierto , llano y á la ma-
rina. Mas por descuidar los nuestros , acordó enviar
fingidamente los turcos ( para mandallos tornar ) á las
Albuñuelas , frontera de Granada , mostrando querer
que fuesen regalados y mantenidos en el vicio y abun-
dancia del Val de Lecrin , el uno de tres barrios fuer-
tes , las espaldas á la sierra. Entre los amigos de quien
mas fiaba, era uno Abdalá Abenabó,de Mecina de Bom-
baron, primo suyo, y también de la sangre de Aben
Humeya, alcaide de los alcaides, tenido por cuerdo y
animoso , de buena palabra , comunmente respetado,
usado al campo, y entretenido mas en criar ganados
que en el vicio del lugar. A este mandó ir por comisa-
rio general para que los alojase y mandase, y los ca-
pitanes estuviesen á su obediencia; dióle orden que
donde le tomase otro mandado suyo, tornase con ellos
y la mas gente que pudiese juntar , trayendo vitualla
para seis dias; que él avisaría del lugar donde debia ü".
Partieron seiscientos hombres , cuatrocientos turcos y
doscientos berberíes, en el mismo hábito, todos arca-
buceros; eran sus capitanes á la sazón Hhusceni y Ca-
ravaji. Apenas llegaron á Cádiar, cuando Aben Hume-
ya despachó un correo dando gran priesa que volvie-
sen aquella noche á Ferreira. De aquí se tramó su
muerte. Trataré de mas lejos la verdadera causa della,
por haberse publicado diferentemente.
El principio fué descontentamiento de los turcos,
J
GUERRA DE
mostrados á mandar su rey en Berbería; temor que del
tenían sus amigos , poca seguridad de las personas y
haciendas , sospechas que se entendía con nosotros.
Y el tratado fué tal luego que le eligieron , que ningu-
no en su compañía tuviese morisca por amiga , sino
'por legítima mujer, y guardábase esto generalmente.
Mas había entre las mujeres una viuda , mujer que fue-
ra de Vicente de Rojas, pariente de Rojas, suegro de
Aben Humeya; mujer igualmente hermosa y de linaje,
buena gracia, buena razón en cualquier propósito,
ataviada con mas elegancia que honestidad, diestra en
tocar un laúd , cantar, bailar á su manera y á la nues-
tra ; amiga de recoger voluntades y conservallas. A es-
ta se llegó un primo suyo, como es costumbre entre
parientes, después de muerto el marido en la guerra,
de quien Aben Humeya se fiaba , llamado Diego Algua-
cil; vivían juntos , comunicábanse mas que familiar-
mente; trataba él con Aben Humeya loando sus buenas
partes y conversación , tanto, que á desearla ver le in-
clinó ; y contento della, por no ofender al amigo, di-
simulábalo; ausentábale con comisiones; pudo en fin
mas el apetito que el respeto , y mandó al primo que, no
embargante que fuese casado con otra , la tomase por
mujer; rehusándolo , trujóla el Rey como en depósito
á su casa, y usó della por amiga. Avisó dello la viuda á
su primo, mostrando descontentamiento, ofendida en-
tre tantas mujeres de no ser tenida por una dellas , es-
tar forzada, y holgar de verse fuera de sujeción, ha-
biendo aparejo; que Aben Humeya, celoso del y sos-
pechoso de venganza , buscaba ocasión para matalle.
Huyó Alguacil, y juntándose con una cuadrilla de mo-
zos ofendidos por otras causas , andaba recatado sin
entrar en Valor. Mas dende á pocos dias supo de la
misma como Aben Humeya enviaba los turcos á cierta
empresa, yendo á juntarse con ellos por la ganancia;
trujóle á las manos el caso al mensajero, y sabiendo del
como iba á llamar los turcos , le mató ; y tomándole las
cartas usó de semejante ardid que el conde Julián con
los capitanes del rey don Rodrigo en Ceuta. No sabia
escribir Aben Humeya , y firmar mal en arábigo; pero
servíale de secretario y firmaba algunas veces por él un
sobrino del Alguacil , que á la sazón se halló con su tío,
él también agraviado. En lugar de la carta escribieron
otra para Abenabó, en que le mandaba que tornando
aquella noche con los turcos á Mecína , y juntándose
con la gente de la tierra y cien hombres que llevaría
consigo Diego Alguacil, los degollase con sus capita-
nes durmiendo y cansados; lo mismo hiciese de Algua-
cil, después de haberse valido del. Envió con esta car-
ta un hombre de confianza, midiendo el tiempo de ma-
nera que llegasen él y el mensajero á Cádiar cuasi á
una misma hora. Dio el hombre la carta poco antes, y
llegó Diego Alguacil , hallando confuso y maravillado á
Abenabó : dijóle como traía la gente consigo; mas que
no pensaba hallarse en tal crueldad, por ser personas
que habían venido á favorecer su casta fiados del, y
ellos puesto la vida por sus haciendas, por su hbertad
y por sus vidas; cansados ya de servir á un hombre vo-
luntario, ingrato, cruel, ¿qué podían esperar sino lo
mismo? Bueno de palabras, mas de ánimo malo y per-
verso; que no había mujeres, no haciendas, no vidas
con que hartar el apetito , la sed de dinero y sangre.
Pasó Hhusceni , capitán de los turcos (persona de cré-
GRANADA. -103
dito entre ellos, tenido por cuerdo, valiente y amigo
del Rey), antes que Abenabó le respondiese; quísole
hablar alterado; y Abenabó, ó porque el otro no le
previniese, ó con temor que le matasen los turcos, ó
con ambición y cebo del reino , mostró la carta á Cara-
vají y Hhusceni, en que hacía compañero suyo en la
traición á Diego Alguacil y de los turcos en la muerte.
Dicen que todo á un tiempo sacó el mesmo Alsuacíl
una conficíon que suelen usar para salir de sí cuando
han de pelear y á veces para emborracharse , hecha con
apio y simiente de cáñamo , fuerte para dormir sueño
pesado : esta dijo que habían de dar á los capitanes y
cabezas en la cena con el beber , sedientos y cansados
del camino, á manera de la que llaman los alárabes al-
haxix. Entendiendo el hecho , resolvieron entre s¡ de
descomponer y matar á Aben Humeya , parte por ase-
gurarse, parte por roballe, persuud ndose que tenia
gran tesoro , y hacer á Abenabó cabeza. Juntaron con-
sigo la gente de Diego Alguacil, y con silencio cami-
naron hasta Andarax, donde Aben Humeya estaba:
aseguraron la centinela, como personas conocidas y
que se sabia habellos enviado á llamar. Pasaron el cuer-
po de guardia, entraron en la casa, que era en el barrio
llamado Laujar; quebraron las puertas del aposento:
halláronle desnudo, medio dormido, y vilmente cnlre
el miedo y el sueño , y dos mujeres , embarazado ddlas,
especialmente de la viuda amiga de Diego Alguacil, que
se abrazó con él; fué preso en presencia de los que él
trataba familiarmente, hombres bajos (que á tules te-
nia mayor inclinación y daba crédito), criados suyos,
el Mejuar, Barzana, Deliíir, Juan Cortés de Pliego y su
escribano, que era del Deire. Teniendo veinte y cuatro
hombres dentro en casa , cuatrocientos de guardia,
mil y seiscientos alojados en el lugar , no hizo resisten-
cia; ninguno hubo que tomase las arnias ni volviese
de palabra por él. Mus como solo el que es rey puede
mostrar á ser rey un hombre, así solo el que es hom-
bre puede mostrar á ser hombre un rey. Faltó maestro
á Aben Humeya para lo uno y lo otro; porque ni supo
proveer y mandar como rey ni resistir como hombre.
Atáronle las manos con un almaizar ; juntáronse Abe-
nabó , los capitanes y Diego Alguacil delante de la
mujer á tratar del delito y la pena en su presencia; le-
yéronle y mostráronle la carta, que él, como inocente
y maravillado, negó: conoció la letra del pariente de
Diego Alguacil ; dijo que era su enemigo ; que los tur-
cos no tenían autoridad para juzgalle; protestóles de
parte de Mahoma, del emperador de los turcos y del
rey de Argel, que le tuviesen preso, dando noticia dello
y admitiendo sus defensas. Mas la razón tuvo poca
fuerza con hombres culpados y prendados en un mis-
mo delito, y codiciosos de sus bienes : saqueáronle la
casa , repartiéronse las mujeres , dineros , ropa ; desar-
maron y robaron la guardia , juntáronse con los capi-
tanes y soldados, y otro día de mañana determinaron
su muerte. Eligieron á Abenabó por cabeza en públi-
co , según lo^habian acordado en secreto , aunque mos-
tró sentimiento y rehusallo , todo en presencia de Aben
Humeya , el cual dijo que nunca su intención habia
sido ser moro; mas que habia aceptado el reino por
vengarse de las injurias que á él y á su padre habían
hecho los jueces del rey don Felipe , especialmente
quitándole un puñal y tratándole como á un villano,
104
DON DIEGO DE MENDOZA.
siendo caballero de tan gran casta; pero que él estaba
vengado y satisfeclio , lo mismo de sus enemigos, de
los amigos y parientes dellos, de los que le habían acu-
sado y atestiguado contra él y su padre , ahorcándolos,
cortándoles las cabezas, quitándoles las mujeres y ha-
ciendas; que pues habia cumplido su voluntad, cum-
pliesen ellos la suya. Cuanto á la elección de Abenabó,
que iba contento, porque sabia que baria presto el
mismo fin ; que moria en la ley de los cristianos , en que
habia tenido intención de vivir si la muerte no le pre-
viniera. Ahogáronle dos hombres, uno tirándole de
una parte y otro de otra de la cuerda que le cruzaron
en la garganta ; él mismo se dio la vuelta como le hicie-
sen menos mal , concertó la ropa , cubrióse el rostro.
Tal fin hizo Aben Humeya , en quien después de tan-
tos años revivió la memoria de aquel linaje , que fué
uno de los en cuya mano estuvo la mayor parte de lo
que entonces se sabia en el mundo. La ocasión convida
á considerar que , como todo lo que en él vemos se
mantenga por partes, que juntas le dan el ser , y una
dellas sea las castas ó linajes de los hombres, estas co-
mo en unos tiempos parece estar acabadas hasta venir
á pobres labradores , así en otros salen y suben hasta
venir á grandes reyes. Pero muchas veces el Hacedor
de todo, no hallando sugeto aparejado, produce cosas
diminuidas semejantes á las grandes , como fruto en
tierra cansada ó olvidada, ó como queriendo hacer hom-
bre, hace enano , por falta de sugeto, de tiempo, de lu -
gar. No habia en el pueblo de Granada moriscos , fuer-
zas , ocasión ni aparejo para crear y mantener rey : salió
de un común consentimiento de muchas voluntades
juntas (hombres que se tenían por agraviados y ofen-
didos hecho un tirano con sombra y nombre de rey,
y este , descendiente de casta olvidada , mas que tanto
tiempo habia señoreado. Dicen que de una sola hija
que tuvo Mahoma llamada Fátima , y de Hali Abenseib,
vinieron dos linajes, uno de Aben Humeya (d), otro de
Abenhabet, cuya cabeza fué Abdalá Abenhabet Mira-
mamolin , señor de España , que echó los berberíes del
reino della, y el postrero Jusef Hali Atan, á quien
echó del reino Abdurrabi Menhadali, cabeza del linaje
de Aben Humeya, hasta el último Hiscen, que reinó en
discordia; que habiéndole los de Córdoba echado del
reino con ayuda de Habuz, rey de Granada, uno del
mismo hnaje escogió ser electo rey por un solo dia, con
condición que le matasen pasadas las veinte y cuatro
horas; eligiéronle y matáronle, y acabaron juntos el
liniíje de Aben Humeya y el reino de Córdoba. Los que
descendían deste rey, de un dia vinieron á poblar las
montañas de Granada , y los moros establecieron por
ley que ninguno del linaje de Aben Humeya pudiese
reinar en Córdoba. Porque si después reinaron en el
Andalucía los almorávides y almohades y el linaje de
Abenhut, ya no tuvieron á Córdoba por cabeza del rei-
no, hasta que vino á poder del santo rey don Fernan-
do el Tercero. Estose ha dicho por muestra , y acordar
que no hay reino perpetuo, pues vinoá desvanecerse
un reino tan poderoso como fué el de Córdoba.
Tomado por cabeza Abdalá Abenabó , diéronle man-
do sobre todo por tres meses , hasta que viniese confir-
mación del rey de Argel y título de rey : envió con Ben
(fi En lo que aquí dice Mendoza del origen de Aben Humeya,
difiere mucbo de Garibajr, Mármol y otros.
Dnud, morisco tintorero en Granada, inventor y tra-
mador del levantamiento , á dar nueva de su elección
al rey de Argel; dióle dineros y oro para presentar;
diéronle los capitanes cada uno por su parte ayuda con
que fuese, y quedó allá; y envió la aprobación mucho
antes del tiempo. Hicieron con Abenabó la ceremonia,
pusiéronle en la mano izquierda un estandarte y en la
derecha una espada desnuda , vistiéronle de colorado,
levantáronle en alto y mostráronle al pueblo , diciendo :
« Dios ensalce al rey de la Andalucía y Granada, Abdalá
Abenabó. » Diéronle generalmente la obediencia los
pueblos de moriscos que no la habían dado á Mahomet
Aben Humeya, y los capitanes , excepto Aben Meque-
nun , que llamaban Portocarrero , hijo del que levantó
á Jergal con cuatrocientos hombres en el rio de Alman-
zora, que también el duque de Arcos mandó justiciar
en Granada ; y en tierra de Almuñécar y Almijara , Gi-
rón el Archidoni, que murió reducido y perdonado en
Jayena. Hizo repartimiento de las alcaidías y gobierno
en hombres naturales de las mismas tahas; escogió pa-
ra su consejo seis personas demás de los capitanes tur-
cos Caracax y Don Dalí, capitán ; porque Caravaji , lue-
go como se hizo la elección , partió á Berbería con oca-
sión de traer gente. Eligió por capitán general para los
ríos de Almería, Boloduí y Almanzora, sierras de Baza
y Filábrcs , tierra del marquesado de Cénete y Guadix
al que llamaban el Habaquí (2) , por cuyo parecer se go-
bernaba en todo; otro de Sierra -Nevada, tierra de Vé-
lez, el valle, el Alpujarra y Granada, á quien decían
Joaibi de Güéjar : á estos obedecian los otros capitanes
de tahas ; por alguacil, que después del Rey es el su-
premo magistrado , á su hermano Muhamet Abenabó.
Envió á Hoscein con otro presente de captivos al rey de
Argel , pidiéndole gente y armas; juntó un ejército or-
dinario de cuatro mil arcabuceros , que alojase la cuarta
parte cerca de su persona ; la guardia de doscientos ar-
cabuceros; fuera del lugar las centinelas apartadas y
perdidas, que ni se acogen al cuerpo de guardia, sino
á lo alto ó lejos, ni se les da otro nombre mas de un
contraseño de los caminos, que es dejar pasar sola-
mente al que viniere por parte señalada , y á los que
vinieren por otra parte detenellos ó dar arma ; dende
allí avisan por donde vienen los enemigos. Tienen siem-
pre atalayas de noche y de dia por las cumbres; llaman
al sargento mayor alguacil de la guardia, que reparte
y requiere las centinelas , ordena la gente , alójala, hace
justicia en el cuerpo de guardia; dentro en la casa re-
siden veinte arcabuceros, á que dicen porteros. Fué
poco á poco comprando y proveyéndose de armas traí-
das de Berbería ó habidas de las presas en gran cuanti-
dad, que repartió á bajos precios entre la gente; llegó
desta manera á tener ocho mil arcabuceros; el sueldo
de los turcos eran ocho ducados al mes, el de los mo-
riscos la comida. Con estos principios de gobierno, con
la necesidad de cabeza , con la reputación de valiente
y hombre del campo , con la afabilidad , gravedad , au-
toridad de la presencia, con haber padecido en la per-
sona por tormentos siendo esclavo, fué bienquisto,
respetado, obedecido, tenido como rey generalmente
de todos.
Mandó en este tiempo don Juan que Pedro de Men-
(2) Hierónimo el Melech dice Mármol , porque el Habaquí fué
embajadora Berbería,
GUERRA DE
doza fuese a visitar cl presidio de órgiba, con orden
que sirviese en lugar de Francisco de Molina , porque
entendía estar indispuesto, sabiendo que Abenabó, nue-
vo rey, juntaba gente para venir sobre la plaza. Mas
sucedió una novedad trasordinaria, siendo siete leguas
de Granada , como las que suelen acontecer en las In-
dias , á tres mil de España ; que de cinco banderas, sola
una, con su capitán don García de Montalvo, quedó libro
sin amotinarse, y acusando á Francisco de Molina á una
voz de estar loco, pedian por cabeza á Pedro de Men-
doza. Las señales que daban de su locura, que los apre-
taba con rigor á las guardias, que estando enfermo los
requería, que no dormía de noche, hombre rico y re-
catado, que falto de gente particular, ayudaba con di-
neros á los que enviaba con licencia por cobrar crédi-
to para que viniesen otros; repartía la vitualla por tasa,
como quien sospechaba cerco. Pero visto que se enca-
minaba á motín, quiso prender los capitanes; y sose-
gándolos , procuró que Pedro de Mendoza saliese de
órgiba; mas por satisfacer la gente que estaba ociosa
y descontenta y proveerse de vitualla, envió la compa-
ñía de Antonio Moreno con su alférez Vílches á correr
en el Celiel; que atajados por los moros en el barranco
de Tarascón, fueron todos muertos, sin escapar mas
de tres soldados.
Abenabó con esta ocasión proveyó á Caslil de Ferro
de armas, artillería y vitualla; puso dentro cincuenta
turcos con su capitán , llamado Leandro , para que pu-
diese recibir el socorro que traería Caravají con el ar-
mada de Argel, y en persona vino sobre Órgiba, mo-
vido por quejas de los pueblos comarcanos y daños que
continuamente recibían de la guarnición que en ella
residía. Eran los capitanes moros Berbuz, Rendati, Ma-
cox ; y turcos, Dalí , capitán á quien dejó cabeza de la
empresa y de la gente. Apretaron el lugar, mostraron
quererle hambrear; fuéronse con trincheas llegando
hasta las casas; vínoles gente, y entraron en ellas ; se-
ñoreáronlas de manera , que descubrían la plaza, y los
nuestros no atravesaban ni estaban á los reparos sin ser
enclavados; tomaban por dias el agua peleando; era la
hambre y la sed mayor que el temor de los enemigos.
Dio Francisco de Molina aviso , y pareció á don Juan
que el duque de Sesa la socorriese, por la experiencia,
por la gracia y autoridad con la gente , ser del consejo
y el lugar suyo; detúvose algunos dias esperando la vi-
tualla con harta dilación; partió con seis mil infantes y
trescientos caballos, mas número de gente que de
hombres, la mayor parte concejil ; pero en Acequia le
tomó la gota, enfermedad ordinaria suya, y tan recia,
que le inhabilitaba la persona , aunque dejándole libre
el entendimiento. Trató don Juan de enviar á Luis Qui-
jada en su lugar, no sin ambición; pero el Duque me-
joró, y en príncipío de noviembre envió dende Acequia
á Vílches , que por otro nombre llamaban Pié de palo,
buen hombre de campo , platico de la tierra, que con
cuatro compañías de infantería, en que había ochocien-
tos hombres, dejando á la mano derecha a Lanjarou,
hiciese el camino por lo áspero de la montaña, desusa-
do muchos años, pero posible para caballería; y que
reconociendo el barranco que atraviesa el camino de
órgiba , tomase lo alto de la montaña y estuviese que-
do adonde el camino de Lanjaron hace la vuelta cerca
de Órgiba , de allí diese aviso á Francisco de Molina; y
GRANADA. i05
por asegurar á Vílches, envió á sus espaldas otros ocho-
cientos hombres, siguiendo él con el resto de la gente y
caballería, sospechoso que los unos y los otros habrían
menester socorro.
Mas los moros, que tenían no solamente aviso de la
salida de Acequia , pero atalayas por todo , que con se-
ñas contaban á los nuestros los pasos, dándolas de una
en otra hasta órgiba, hicieron de sí dos partes; ui:a
quedó sobre Órgiba, y otra de la demás gente salió con
sus banderas á esperar al Duque. Estos fueron Hhuscení
y Dalí, encubriéndose parte de la gente. Comenzó Dali,
capitán, á mostrarse tarde y entreteneríe escaramu-
zando. Entre tanto apartaron seiscientos hombres, cua-
trocientos con Rendati, que se emboscó á las espaldas
de Vílches, y Macox adelante al entrar de lo llano to-
mando el camino de Acequia de las Tres Peñas ( llaman
los moros á aquel lugar Calat el Hhajar en su lengua);
cosa pocas veces vista y de hombres muy pláticos en la
tierra, apartarse tanta gente escaramuzando, y em-
boscarse sin ser sentida ni de los que estaban en la
frente ni de los que venían á las espaldas. Cayó la tar-
de, y cargó Dali, capílan , reforzando la escaramuza á
la parte del barranco cerca de la agua; de manera que
á los nuestros pareció retirarse adonde entendían que
venía el Duque, pero con orden. Descubrióse la prí-
mera emboscada, y fueron cargados tan recio, que ha-
llándose lejos del socorro y que apuntaba la noche, cuasi
rotos se recogieron á un alto cerca del barranco , con
propósito de esperar, hechos fuertes , donde pudieran
estar seguros , aunque con algún daño , si el capitán
Perea tuviera sufrimiento; pero viendo el socorro,
echóse por el barranco, y la gente tras él ; donde segui-
do de los moros, fué muerto peleando con parte de los
que iban con él, y pasando adelante, cargaron hasta lle-
gar á dar en el Duque ya de noche , que los socorrió y
retiró; pero dando en la segunda emboscada de Macox,
apretado por una parte de los enemigos , y por otra in-
cierto del camino y de la tierra con la escuridad, y con-
fuso con el miedo que la gente llevaba , que le iban fal-
tando , fué necesitado á hacer frente á los enemigos por
su persona ; quedaron con él don Gabriel , su tío , don
Luis de Córdoba , don Luis de Cardona , don Juan de
Mendoza y otros caballeros y gente particular , muchos
dellos apeados con la infantería, dando cargas y siendo
seguidos hasta cerca del alojamiento : dicen que si los
moros cargaran como al príncipío , estuviera en peligro
la jornada. Pero el daño estuvo en que Pié de palo par-
tiese á hora que el día no le bastó al Duque para lle-
gar á órgiba con sol ni para socorrerle. Engaña el
tiempo en el reino de Granada á muchos hombres que
no le miden por la aspereza de la tierra, hondura de
los barrancos y estrecheza de los caminos. Murieron do
los nuestros cuatrocientos hombres , y perdieron mu-
chas armas, según los moros, gente vana que acrecien-
ta sus prosperidades ; mas según nosotros (que en esta
guerra nos mostramos (1) á disimular y encubrir las pér-
didas) , solos sesenta; lo uno ó lo otro con daño de los
enemigos y reputación del Duque. De noche , sospe-
choso de la gente , apretado de los enemigos, impedido
de la persona, tuvo libertad para poner en ejecución lo
que se ofrecía proveer á toda parte, resolución para
apartar los enemigos , y autoridad para detener los
(1) o según el MS., no$ enseñamos.
106 DON DIEGO
nucslros, que liabian comenzado á huir, recogiéndose
á Ace(}uia cuasi á media noche : larga y trabajosa re-
tirada de tres grandes leguas , dos siendo cargada su
gente."
Y considerando yo las causas por qué nación tan
animosa, tan aparejada á sufrir trabajos, tan puesta
en el punto de lealtad , tan vana de sus honras (que no
es en la guerra la parte de menos importancia), obrase
en esta al contrario de su valentía y valor , truje á la
memoria numerosos ejércitos disciplinados y repu-
tados en que yo me hallé, guiados por el emperador
don Carlos, uno de los mayores capitanes que hubo en
muchos siglos ; otros por el rey Francisco de Francia,
su émulo , y hombre de no menos ánimo y experien-
cia. Ninguno mas armado, mas disciplinado, mas cum-*
plido en todas sus partes, mas platico, abundado de
dinero, de vituallas, de artillería, de munición, de sol-
dados particulares, de gente aventurera de corte, de
cabezas, capitanes y oficiales, me parece haber visto
ni oido decir, que el ejército que don Felipe 11, rey de
España, su hijo, tuvo contra Enrique II de Francia,
hijo de Francisco, sobre Durlan, en defensión de los
estados de Flándes , cuando hizo la paz tan nombrada
por el mundo, de que salió la restitución del duque Fi-
liberto de Saboya; negocio tan desconfiado : como por
el contrario, ninguno he visto hecho tan á remiendos,
tan desordenado, tan cortamente proveído , y con tanto
desperdiciamiento y pérdida de tiempo y dinero; los
soldados iguales en miedo , en codicia , en poca perse-
verancia y ninguna disciplina. Las causas pienso haber
sido comenzarse la guerra en tiempo del marqués de
Mondéjar con gente concejil aventurera, á quien la co-
dicia, el robo, la flaqueza y las pocas armas que se
persuadieron de los enemigos al principio , convidó á
salir de sus casas cuasi sin orden de cabezas ó bande-
ras: tenían sus lugares cerca; con cualquier presa tor-
naban á ellos ; salían nuevos á la guerra , estaban nue-
vos, volvían nuevos. Mas el tiempo que el marqués de
Mondéjar, hombre de ánimo y diligencia, que conocía
las condiciones de los amigos y enemigos, anduvo pe-
gado con ellos, á las manos, en toda hora, en todo lu-
gar, por medio de los hombres particulares que le se-
guían , estuvieron estas faltas encubiertas. Pero des-
pués que los enemigos se repartieron, acontecieron des-
gracias por donde quedaron desarmados los nuestros y
armados ellos; comunicábase el miedo de unos en
otros ; que como sea el vicio mas perjudicial en la guer-
ra, así el mas contagioso : no se repartían las presas en
común; era de cada uno loque tomaba , como tal lo
guardaba; huían con ello sin unión, sin respondencía ;
dejábanse matar abrazados ó cargados con el robo, y
donde no le esperaban, ó no salían , ó en saliendo tor-
naban á casa; guerra de montaña, poca provisión,
menos aparejo para ella, dormir en tierra , no beber
vino , las pagas en vitualla, tocar poco dinero ó ningu-
no : cesando la codicia del interese , cesaba el sufrir
trabajo; pobres, hambrientos, impacientes, adolecían,
morían, ó huyéndose los mataban; cualquier partido
destos escogían por mas ventajoso que durar en la guer-
ra cuando no traían la ganancia entre las manos. De
los capitanes, algunos, cansados ya de mandar, repren-
der, castigar, sufrir sus soldados, se daban á las mis-
mas costumbres de la gente, y tales eran los campos
DE MENDOZA.
que della se juntaban. Pero también hubo algunos
hombres entre los que vinieron enviados por las ciuda-
des , á quien la vergüenza y la hidalguía ora freno.
También la gente enviada por los señores, escogida,
igual, disciplinada , y la que particularmente venia á
servir con sus manos, movidos por obligación de vir-
tud y deseo de acreditar sus personas, animosa, obe-
diente, presente á cualquiera peligro: tantos capita-
nes ó soldados como personas; y en fin autores y mi-
nistros de la victoria. Los soldados y personas de Gra-
nada todos aprobaron para ser loados. No parecerá
filosofía sin provecho para lo porvenir esta mi conside-
ración verdadera , aunque experimentada con daño y
costa nuestra.
Envió el Duque á dar noticia délo que pasaba á Fran-
cisco de Molina, mandándole que en caso que no se pu-
diese detener, desamparase la plaza y se retirase por
el camino de Motril ; porque el de Lanjaron tenían ocu-
pado los enemigos, y no le podía socorrer. Mas ellos
no curaron de tornar sobre órgiba, así porque en ella
y en la refriega que tuvieron habían perdido gente y
muchos heridos , como porque les pareció que bastaba
tener á Francisco de Molina corto con poca gente , y
ellos hacer rostro á la del Duque, estorbar el daño que
podía hacer en los lugares del Valle, que tenían como
propríos. Francisco de Molina, con la orden del Duque,
conforme á la que él tenia de don Juan, teniendo por
cierto que si volvieran sobre él, se perdería sin agua
ni vitualla, enclavó y enterró algunas piezas que no
pudo llevar, recogió los enfermos y embarazos en me-
dio, tomó el camino de Motril, libre de los enemigos;
donde llegó con toda la gente que salió , y con poca
pérdida en el fuerte , dando harto contraria muestra
del suceso en el cerco y retirada , de lo que la desver-
güenza de los soldados había publicado ; desamparó-
se por ser corta la provisión de vituallas, lugar que ha-
bía costado muchas, mucho tiempo, mucha gente y
trabajo mantener y socorrer ; fué el primero y soloqua
los enemigos tomaron por cerco : deshicieron las trin-
cheas, quemaron y destruyeron la tierra, llevaron dos
piezas, aunque enclavadas. Tomáronse dos moros con
cartas que los capitanes escribían á la gente de las Al-
buñuelas y el Valle y otras partes, certificándoles la
venida del Duque á socorrer á órgiba , y animándolos
que siguiesen su retaguardia ; porque ellos con la gente
que tenían se les mostrarían á la frente, como le estor-
basen el socorro ó les combatiesen con ventaja. No
estuvieron ociosos el tiempo que él se detuvo en Ace-
quia; porque bajaron por Güéjar y el Puntal á la Vega,
llevaron ganados, quemaron á Mairena hasta media le-
gua de Granada, acogiéndose sin pérdida y con la pre-
sa, por divertir ó porque la guerra pareciese con igual-
dad. Esperó en Acequia por entender el motivo de los
enemigos y entretenellos que no diesen estorbo á la re-
tirada de Francisco de Molina, y por su indisposición,
con falta de vitualla y descontentamiento de la gente:
por esto y la ociosidad, y por ser ya el mes de noviem-
bre y la sementera en la mano, se comenzó á deshacer
el campo. Mas llamado por don Juan, salió por las AI-
buñuelas con poca gente, y esa temerosa por lo suce-
dido (trataban los turcos de ponerse de guarnición en
aquel lugar), y caminando el dia , los enemigos al cos-
tado, llegó temprano sin acercarse los unos á los otros.
GUERRA DE
dando culpa á las guias : quemó el un barrio, y des-
pués de íjaber enviado á don Luis de Córdoba á quemar
á Restával , Melejix , Concha , y otros lugares del Valle
que don Antonio de Luna dejó enteros, y dejado á Pe-
dro de Mendoza con seiscientos hombres alojado en el
otro barrio, tornó á Granada, donde halló á don Juan
ocupado en la reformación de la infantería, provisio-
nes de vitualla y otras cosas, por medio y 'industria de
Francisco Gutiérrez de Cuéllar, del Consejo, á quien el
Rey envió particularmente á mirar por su hacienda;
caballero prudente , platico en la administración della,
bueno para todo.
Habian las desórdenes pasado tan adelante, que fué
necesario para remediallas hacer demostración no vista
nileidaen los tiempos pasados en la guerra; suspen-
der treinta y dos capitanes de cuarenta y uno que ha-
bía, con nombre de reformación ; pero no se remedió
poreso; que el gobierno de las compañías quedó á sus
mismos alféreces , de quien suele salir el daño. Porque
como se nombran capitanes sin crédito de gente ó di-
neros, encomiendan sus banderas á los alféreces y ofi-
ciales que les ayudan á hacer las compañías, gastando
dinero con los soldados, de quien no pueden desquitar-
se tomándoselo de las pagas, porque se les desharían
las compañías, y procuran hacello engañando en el nú-
mero. Pero los capitanes y oficiales cuasi todos enga-
ñan en las pagas, aunque unos las ponen en calificar
soldados y entretenellos con pagar ventajas ó darles
de comer, y estos son tolerables ; otros son perniciosos
y aun tenidos como traidores, porque engañan á su se-
ñor en cosa que le hacen perder la honra, el estado y
la vida, fiándose dellos , y estos son los que para sí ha-
cen ganancia con las compañías, teniendo menos gente
6 robando los huéspedes, ó componiéndolos : la misma
reformación se hizo en los comisarios, partidos, y dis-
tribución de vituallas, armas y municiones.
En el tiempo que el duque de Sesa partió para el so-
corro de órgiba, y don Juan entendía en reformar las
desórdenes , se alzó Galera , una legua de Güéscar, en
tierra de Baza; lugar fuerte para ofender y desasosegar
la comarca , en el paso de Cartagena al reino de Granada,
y no lejos del de Valencia. Mas los de Güéscar, enten-
diendo el levantamiento , fueron sobre el lugar con mil
y doscientos hombres y alguna caballería ; estuvieron
hasta tercero día ; y sin hacer mas de salvar cuarenta
cristianos viejos que estaban retirados en la iglesia , se
tornaron. Habian entrado en Galera por mandado de
Abenabó cien arcabuceros turcos y berberíes con el
Maleh, alcaide del partido, y era capitán dellos Cara-
vajal, turco, que saltó fuera cargando en la retaguar-
dia, y poniéndolos en desorden les quitó la presa de
ganados y mató pocos hombres, de que los de Güéscar,
indignados, mataron algunos moriscos por la ciudad
y en la casa del Gobernador, donde se habían reco-
gido , quemaron parte della , saquearon y quemaron
otras en Güéscar, ciudad de los confines del reín'ode
Murcia y Granada, patrimonio que fué del rey católico
don Fernando , y dada en satisfacción de servicios al
duque de Alba donFadrique de Toledo; pueblo rico,
gente áspera y á' veces mal mandada , descontenta de
ser sujeta á otro sino al Rey; y desasosegada con este
estado que tiene , procura trocalle con otros, que á ve-
ces desasosiegan mas.
GRANADA. 107
Levantóse de ahí á pocos dias Orce, unalegua de Ga-
lera, que los antiguos llamaron Urci; y estando los dé
Güéscar preparándose para ir á allanarla q destruirla,-
los vecinos cristianos nuevos que habian quedado, in-
dignados , metieron de noche sin ser sentidos al Malelí
con trescientos hombres en sus casas, que dejó embos-
cados en los lavaderos hasta dos mil , y en ellos tres-
cientos turcos y berberíes, que se habian. juntado para
defecto; mas los de la ciudad, que tuvieron noticia,
vueltas contra ellos las armas , peleando los echaron
fuera con daño y rotos , y dando con el mesmo ímpetu
en la emboscada, la rompieron, matando seiscientos"
hombres. Fuera la victoria del todo si los turcos y ber-
beríes no resistieran, reparando la gente y haciendo
retirar parte della con alguna orden. Y'a Abenabó ha-
bía hecho declarar todo el río de Almanzora (que en
arábigo quiere decir de la Victoria) con Purchena (en
otro tiempo llamada de los antiguos Illipula grande , á
diferencia de otra menor, ribera de Guadalquivir), la
sierra de Filábres y los lugares de tierra de Baza.
Quedaban Serón y Tíjola, del duque de Escalona; Tijola
inexpugnable, pero falta de agua. Envió sobre Serón,
y saliéndose la guardia, prendió el Alcaide (algunos
dicen que por voluntad), tomó armas, munición, vi-
tualla, doce piezas de bronce. Tíjola siguió á Serón:
de esta manera quedaron levantados todos los moriscos
del reino , sino los de la hoya de Málaga y serranía de
Ronda.
Estos motivos, y la priesa que el Rey daba á reforzar
el campo del marqués de Vélez, que estaba en Baza,
enviando caballeros principales de su casa por las ciu-
dades á solicitar gente , que saliese antes que los ene-
migos tomasen fuerzas, apresuró al Marqués con la
gente que 'trajo de la Peza y la que don Antonio de Lu-
na dejó en Baza, y la que se juntó de Güéscar y otras
partes, por todos cuatro mil infantes y trescientos y
cincuenta caballos, á ponerse sobre Galera : el Maleh y
su hijo desampararon el lugar, desconfiados que se pu-
diese mantener. Caravajal, turco, dende á dos dias que
el Marqués llegó, juntó el pueblo ; persuadiólos que sal-
vasen la gente, la ropa y á sí mismos, pues tenían apa-
rejo y la sierra cerca ; y dicíéndole que dentro en sus
casas querían morir, les respondió que aun no era lle-
gado el tiempo, ni era su oficio morir; que se salvasen
y dejasen aquello para otros que vernían brevemente á
morir por ellos. Mas visto que estaban pertinaces, cea
ciento y treinta turcos y berberíes, dando una arma de
noche á los nuestros, se salió con su gente y dinero sin
recebir daño; y vino por mandado de Abenabó á resi-
dir en Güéjar con los otros capitanes.
Habían los enemigos (como dijimos) entrado en ella,
fundado frontera , atajado con una trinchea de piedra
seca, de monte á monte, el trecho que llaman la Silla;
manteníanse contra Granada, hacian presas, solicitan-
do pueblos que se levantasen, recogiendo y regalando
los que se alzaban. A veces estaban en ella cuatro mil,
á veces menos, y de ordinario seiscientos hombres, se-
gún las ocasiones : eran capitanes Joaibi, natural del
lugar, por otro nombre llamado Pedro de Mendoza
(que este apellido tomaban muchos por la naturaleza
que tenía en la tierra la casta del marqués don Iñigo
López de Mendoza , primer capitán general) , Hocein,
Caravajal, turco, Chocon (que en su lengua quiere de-
108
DON DIEGO DE MENDOZA.
cir degollador), Macox, Mojájar y otros. Grecia el desa-
sosiego de la ciudad y parecia estarse con menos segu-
ridad , pero en nada se via acrecentada la manera de
la defensa, descubierta la parte déla ciudad que llaman
Realejo, frontera á los enemigos, el barrio de Anteque-
ruela no sin peligro muchos meses, muy á menudo los
aperccbimientos, que se liacian de persona en personay
con secreto, mostrando que los enemigos vernian cada
noche á dar en la ciudad, las mas veces por esta parte.
Al íin se achicó la puerta que dicen de los Molinos y
se puso una compañía de guardia en Antequeruela,
pero no que se atajasen los caminos del Facar, Veas, el
Puntal; maravillándose los que no tienen noticia de las
causas ó licencia de escudriñallas , cómo se encarecían
tanto las fuerzas de los enemigos y el peligro , y se es-
taba con tan flaca guardia; en íin , se puso una conce-
jil en la puerta de los Molinos, reforzóse la de Anteque-
ruela , púsose guardia en los Mártires y en Pinillos y
Cenes (presidios todos contra Güéjar), y á don Jeróni-
mo de Padilla mandaron estar en Santa Fe con una
compañía de caballos para asegurar el llano de Loja,
demás de la guardia de la Vega. Púsose caballería en
Iznalloz; pero todo no estorbaba que hasta las puertas
de Granada se hiciesen á la continua presas.
Estando en estos términos, comenzó el marqués de
Vélez á batir á Galera con seis piezas de bronce y dos
bombardas de hierro, de espacio y con poco fruto. Sal-
taban fuera los moros á menudo, haciendo daño sin
recebillo.
Cargó don Juan la mano con el Rey, como agraviado
que le hubiese mandado venir á Granada en tiempo
que todos estaban ocupados, por tenelle ocioso, siendo
el que menos convenia holgar : mostrábale deseo de
em[ lear su persona ; hijo y hermano de tan grandes
príncipes, en cuya casa habían entrado tantas victo-
rias ; mozo no conocido de la gente; el espacio con que
se trataba la guerra en Almanzora , el atrevimiento de
los enemigos , la Alpujarra sin guarniciones , la mar
desproveída , los moros en Güéjar, lo que convenia to-
mar el negocio con mayores fuerzas y calor. Pareció al
Rey apretar los enemigos , acometiéndolos á un tiem-
po con dos campos ; uno por el rio de Almanzora á car-
go de don Juan, con quien asistiesen el marqués de Vé-
lez, el comendador mayor de Castilla y Luís Quijada;
otro por el Alpujarra con el duque de Sesa; y por no
dejar embarazo tan importante como enemigos á las
espaldas, mandó que antes de su partida viniese sobre
Güéscar. El nombre de la salida fué (porque el de Vélez
no se hubiese por ofendido ) dar orden en lo que toca-
ba á Guadix y Baza , como había sido con el marqués
de Mondéjar darla en lo de Granada. Estando Güéjar
y Galera por los enemigos, cualquier otra empresa pa-
recería difícil y el peligro cierto ; en Güéjar, por de-
jarlos á las espaldas; en Galera, porque podía saltar la
rebelión en el reino de Valencia , y con la tardanza
conservarse los moros en sus plazas, Purchena, Serón,
Tíjola, Jergal , Cantoria, Castil de Ferro y otras. Par-
tió el Comendador mayor de Cartagena , por orden de
don Juan , con ocho piezas de campo , trescientos car-
ros dii vitualla, munición y armas. El Marqués, aun-
que entendiendo la ida de don Juan mostraba algún
sentimiento, no dejó de verse con el Comendador ma-
yor, que proveyéndole de vitualla y munición , pasó ú
esperar á don Juan en Baza. Dicen, y confiésalo el Co-
mendador mayor , que escribió al Rey como el Mar-
qués no le parecia á propósito para dar cobro á la em-
presa del reino de Granada, y que las cartas vinieron á
las manos del Marqués primero que á las del Rey ; mas
leyólas y disimulólas, ó fuese pensando que la necesi-
dad había de traelle tiempo á las manos en que diese
á conocer lo contrarío, ó cansado y ofendido , dando ú
entender que la peor parte seria de quien no le em-
please. Eran ya los 15 de diciembre (l.o69), y no pare-
cia señal ni esperanza de que se hiciese efecto contra
Galera. Mas el Rey solicitaba con diligencia los seño-
res de la Andalucía y las ciudades de España, pidiendo
nueva gente para la empresa y salida de don Juan, y
enviando personas calificadas de su casa á procurallo.
Llegó la orden para que don Juan hiciese la jornada
de Güéjar primero que partiese para Guadix y Baza :
habíase enviado muchas veces á reconocer el lugar con
personas pláticas ; lo que referían era que dentro esta-
ban siete mil arcabuceros y ballesteros resolutos á ve-
nir una noche sobre Granada (número que si de mu-
jeres y hombres ellos lo tuvieran , y no les faltaran ca-
bezas y experiencia , era bastante para forzar la ciu-
dad); que estaban fortificados y empantanaban la Ve-
ga; que allanaban el camino que va por la sierra á la
Alpujarra para recebir gente. Tanto mas puede e] re-
celo que la verdad , aunque cargue sobre personas sin
sobresalto. Todavía no fueron creídos del todo los que
daban el aviso; pero reforzáronse las guardias con mas
diligencia, y dilirióse la ida de don Juan hasta que mas
gente de las ciudades y señores fuese llegada. Por ha-
cer la jornada con mas seguridad envió á don García
Manrique y Tello de Aguilar que reconociesen el lugar
de noche y la mañana hasta el día : lo que trujeron fué
que dentro había mas de cuatro mil infantes, no haber
visto fuego á las trinclieas ni en el cuerpo de guardia,
no humo aun para encender las cuerdas, en el corazón
del invierno, tierra frígidísima y á la falda de la nieve;
no trocar les guardias, no cruzar á la mañana gente de
las casas á la trinchea ó de la trinchea alas casas; no
acudir con el armaálatrinchea : atribuíase todo á seña-
les de gran recatamiento; pero, ajuicio de algunas per-
sonas pláticas , de lugar desamparado. Notaban que en
tanto tiempo , tan cerca , lugar abierto y pequeño , se
sospechase y no se supiese cierto el número de la gen-
te, pudiéndose contar por cabezas ó por la comida , y
que todos afirmasen pasardeseismilhombres, y los re-
conocedores, de cuatro mil, llegando tan cerca y trayen-
do señales de poca gente ó ninguna. Pareció que seria
conveniente servirse de los capitanes que habían sido
suspendidos , porque la gente se gobernaría mejor por
ellos, y los mas eran personas de experiencia. Mandá-
ronles tomar sus compañías, y todos lo quisieron ha-
cer, pudiendo emplear sus personas, sin volverá los
cargos de que una vez fueron echados.
Habia costumbre en el Alhambra de salir los capita-
nes generales y alcaides cuando se ofrecía necesidad,
dejando en la guardia della personas de su linaje y su-
ficientes. Mostraba el conde de Tendilla títulos suyos,
de su padre , abuelo y bisabuelo, de capitanes genera-
les de la ciudad sin el cargo del reino, y pretendía salir
con la gente della. Pero Juan Rodríguez de Víllafuer-
te, que entonces era tenido por enemigo suyo declara-
GUERRA DE
(lo , pretendía que como corregidor le tocase : traia ]
ejemplo de Málaga , donde el Corregidor tenia cargo
de la gente, no obstante que el Alcaide tuviese título de
capitán de la ciudad; mas, ó fuese mandamiento expre-
so ó inclinación á otros, ó desabrimiento particular con
la casa ó persona del Conde, no obstante las cédulas, y
que la profesión de Juan Rodríguez fuese otra que ar-
mas, liízo don Juan una manera de pleito de la preten-
sión del Conde, y remitió el negocio al consejo del Rey,
quitándole el uso de su oficio y dándole á Juan Ro-
dríguez, que aquel día llevó cargo de la gente de la
ciudad , y le tuvo otros muchos. Partió á los 23 de
diciembre con nueve mil infantes, seiscientos ca-
ballos, ocho piezas de campo. Había dos caminos de
Granada á Giíéjar; uno por la mano izri^üerda y los
altos, y este llevó él con cinco mil infantes y cuatro-
cientos caballos : llevaba Luis Quijada la vanguardia
con dos mil , donde iba su persona; á don García Man-
rique encomendó la caballería; y la retaguardia, con la
artillería^ munición y vitualla (donde iba su guión), al
licenciado Pedro López de Mesa y á don Francisco de
Solís , ambos cabai eros cuerdos , pero sin ejercicio de
guerra; lo cual dio ocasión á pencar que la empresa
fuese ungida , y don Juan cierto que el lugar estaba
desamparado , pues encomendaba á personas pacíficas
lugar adonde podía haber peligro y era menester expe-
riencia; dando al Duque el camino del río mas breve
con cuatro mil infantes y trescientos caballos, en que
iba la gente de la ciudad. Aquella noche se aposentó
en Veas, dos leguas de Granada y otras tantas de Güc-
jar, con orden que juntos , por diversas partes, llega-
sen á un tiempo y combatiesen los enemigos, para que
los que del uno escapasen, diesen en el otro; pero que-
dóles abierto el camino de la sierra. Don Diego de Que-
sada , á quien tenía por platico de la tierra , iba por
guia del campo de don Juan, aunque otros hubiese en
la compañía tan soldados, criados en aquella tierra y
mas pláticos en ella, según lo mostró el suceso. Esta-
ban ála guardia del lugar cíenlo y veinte turcos y ber-
beríes con Cara vajal, que estuvo en Galera, cuatrocien-
tos y treinta de la tierra , todos arcabuceros ; la cabeza
era Joaibí; los capitanes Cholon, Macox y Rendati, y
el Partal por sargento mayor, venidos, según se enten-
dió, solo por la ganancia de las presas, con la seguri-
dad déla montaña, y mudábanse por meses; muchas
mujeres , muchachos y viejos de los lugares vecinos,
que no querían apartarse de sus casas , proveídos de
pan y carne en abundancia; y dicen ellos que nunca
hubo mas gente ordinaria. Entendieron días antes la
ida de don Juan , y tuvieron tiempo de salvar lo mejor
de su ropa, sus personas y ganados. El día antes, que
don García y Tello de Aguilar fueron á reconocer avi-
sando la gente, partieron los turcos á la Alpujarra;y
de los moros, el día anles que don Juan llegase, salie-
ron cuatrocientos hombres con Partal y el Macox y
Rendati en ocasión de correr nuestras espaldas, y hi-
cieron daño el mismo día que llegó don Juan : queda-
ron en Güéjar ochenta hombres con Joaibí para retirar
el removiente de la gente inútil y ropa. Partieron á un
tiempo de Granada el Duque y don Juan de Veas al
amanecer. Hay pocos homares del campo que sepan
caminar bien de noche la tierra que han visto de día;
esta era toda de uu color igual, aunque doblada, que
GRANADA. 109
dio causa á la guia de engañarse cuasi on la salida del
lugar, y á don Juan de gastar tiempo. Con todo se" de-
tuvo, esperando el di.'i, incierto del camino que haría el
Duque, y avisando las atalayas de los moros con fue-
gos á los suyos de lo que ambos hacían. Mas el Duque
caminó por derecho; envió delante á don Juan de Men-
doza, que halló la trínchea desamparada sino de diez ó
doce viejos, que de pesados escogieron quedará morir
en ella; estos fueron acometidos y degollados. Entrado
y saqueado el lugar por la gente que don Juan de Men-
doza llevaba de vanguardia, vieron subir por la sierra
mujeres y niños, bagajes cargados, con espaldas de se-
senta arcabuceros y ballesteros , que haciendo vuelta
sobre los nuestros en defensa de su ropa, se salvaron
de espacio, aunque seguidos poco trecho y detenida-
mente ; pero lo que se pudo , y con mas daño nuestro
que suyo: murieron, entre hombres y mujeres, sesenta
personas, y fueron cautivas otras tantas; la demás gen-
te por la sierra fueron á parar en Valor y Poqueira y
otros lugares de la A'pujarra ; húbose mucho trigo y
gnnado mayor : de nuestra gente murieron cuarenta
soldados, porque los moros en lo áspero de la tierra y
entre las matas, cubiertos con las tocas de las mujeres,
esperaban á nuestros soldados, que pensando ser mu-
jeres , llegasen á captívallas y los arcabuceasen. Entre
ellos murió el capitán Quijada, siguiendo el alcance,
desatinado de una pedrada que una mujer le dio en la
cabeza. Don Juan, ora apartándose del lugar dos leguas,
ora acercándose á menos de un cuarto por camino que
todo se podía correr, se halló pasado mediodía sobre
Güéjar, dentro de la trínchea de los enemigos, en ti
cerro que llaman la Silla : llevó la gente ordenada , y á
los que nos hallamos en las empresas del Emperador
parecía ver en el hijo una imagen del ánimo y provisión
del padre, y un deseo de hallarse presente en todo, en
especial con los enemigos. Descubrió de lo alto á la
gente del Duque delante del lugar en escuadrón, y tan
de improviso , que Luis Quijada envió con don Gómez
de Guzman de mano en mano á pedir artillería , pen-
sando que fuesen enemigos, ó dando á entender que
lo pensaba. Esta voz se continuó con mucha priesa; y
caminando con dos pezezuelas, llegó don LuisdeCór-
doba, de parte del Duque, con el aviso que los enemi-
gos iban rotos y los nuestros estaban dentro en el lu-
gar. Quedamos espantados cómo Luis Quijada no co-
noció nuestras banderas y orden de escuadrón dende
tan cerca, hombre platico en la guerra y de buena vis-
ta , y cómo el Duque enviaba á decir que los enemigos
iban rotos, no habiendo enemigos. Mostró don Juan
contentamiento del buen suceso, y queja del agravio
de que le hubiesen guiado por tanto rodeo, que no al-
canzase á ver enemigos. Pero don Diego de Qúesada
se excusaba con que en consejo se le mandó que guía-
se por parte segura, y Luis Quijada le dijo que por don-
de no peligrase la persona de don Juan; que él no sa-
bia cómo cumplir su comisión mas á la letra que guían-
do siempre cubierto y dos leguas de los enemigos. Tu-
vo la toma de Güéjar mas nombre lejos que cerca, mas
congratulaciones que enemigos. Volvieron la misma
noche á Granada don Juan y el duque de Sesa; mandó
quedar á don Juan de Mendoza en Güéjar con gruesa
guardia por algunos dias, y después á don Juan de Alar-
con con las banderas de su cargo; dende á pocos dias
liO DON DIEGO
á don Francisco de Mendoza, reparado y trincheado un
fuente , pero con poca gente. Decían que si cuando los
moros desampararon el lugar y don Juan fué á reco-
nocelle, se hubiera hecho el fuerte (que podia en una
noche) y puesto en él una pequeña guardia , como se
hizo en Tablate, se salvaran pasadas de tres mil perso-
nas , que murieron á manos de los enemigos , mucha
pérdida de ganado, reputación y tiempo, el nombre de
guerra , desasosiego de noche y dia ; todo hecho por
mano de poca gente.
Dende este dia parece que don Juan , alumbrado, co-
menzó á pensar en las gracias de victoria tan fácil, y
buscadas las causas para conseguilla , hacer y proveer
por su persona lo que se ofrecía con mayor beneficio y
mas breve despacho. Extendióse por España la fama de
su ida sobre Galera, y movióse la nobleza della con tan-
to calor , que fué necesario dar el Rey á entender que
no era con su voluntad ir caballeros sin licencia á ser-
vir en aquella empresa. Enviaron las ciudades nueva
gente de á pié y de caballo ; crecieron algunas que no
tenian proprios los precios á las vituallas para gas-
tos de la guerra ; otras entre cinco vecinos mantenían
un soldado. Entraron el tiempo que duró la masa pasa-
das de ciento y veinte banderas con capitanes natura-
les de sus pueblos, personas calificadas , sin la gente
que vino al sueldo pagado por el Rey , que fué la tercia
parte : tanta reputación pudo dar á los enemigos la vo-
luntad de venganza. Mandó don Juan , que ya era señor
de sí mismo y de todo , que una parte de la masa se
hiciese en el mismo campo del marqués de Vélez, pa-
sando la gente por Guadix ; y otra pasando por Grana-
da en las Albuñuelas , donde estuviese don Juan de Men-
doza á recogella y hacer provisión de vitualla. Ordenó
que el duque de Sesa quedase su lugarteniente en Gra-
nada, pasase á posar en el mismo aposento que él te-
nia en la chancillería, y que formado su campo, par-
tiese por órgiba contra el Alpujarra, á un mismo tiem-
po que él para Galera , por divertir las fuerzas de los
enemigos.
Mas Abdalá Abenabó, indignado del suceso de Güé-
jar, quiso recompensar la fortuna y la reputación, pro-
curando ocupar algún lugar de nombre en la costa. Es-
cogió tres mil hombres , y en un tiempo con escalas y
como pudo acometieron de noche á Almuñécar , que
los antiguos llamaban Manoba, y á Salobreña, que lla-
maban Selarabina ; pero el capitán de Almuñécar resis-
tió retenidamente por ser de noche , y con algún daño
de los enemigos , que dejando las escalas, se acogieron
á la sierra , donde corrían de continuo la comarca : lo
mismo hicieron los que iban á Salobreña , que , rebo-
tados por don Diego Ramírez, alcaide della, con difi-
cultad, por aguardarse con menos gente, se retiraron,
juntándose con la compañía. Visto Abenabó que sus
empresas le salían inciertas y que las fuerzas de Espa-
ña se juntaban contra él , envió de nuevo al alcaide Ho-
ceni á Argel, solicitando gente para mantener, ó navios
para desampararla tierra y pasarse ; y juntamente con
él un moro suyo á Constantínopla. Dicen que llegados
á Argel, hallaron orden del señor de los turcos para que
fuese socorrido.
En el mismo tiempo batía el Marqués á Galera con
poco efecto, defendíanse los vecinos, y reparaban el
daño fácilmente; saltaban algunas veces fuera , y entre
DE MENDOZA,
ellas, trabando una gruesa escaramuza, cargaron nues-
tra gente de manera , que matando al capitán León y
veinte soldados , cuasi pusieron en rota el cuartel ; pe-
ro retiráronse cargados sin daño ; colgaron de la mu-
ralla la cabeza del capitán y otras, y el Marqués partió
á Güéscar un dia por rehacerse de gente; volviendo,
trajo consigo pocos soldados. Mas don Juan partió de
Granada con tres mil infantes y cuatrocientos caballos
á juntarse con el Marqués ; vino á Guadix, que los anti-
guos llamaban Acci , pueblo en España grande y cabe-
za de provincia, como agora lo es : adoraban los mora-
dores al sol en forma de piedra redonda y negra ; aun
hoy en día se hallan por la tierra algunas dellas con ra-
yos en torno. La nobleza y gente de la ciudad han man-
tenido el lugar, viéndose á menudo con los moros y
partiéndose clelíos con ventaja. De Guadix vino de es-
pacio á Baza , que llamaban los antiguos , como los mo-
i ros Basta , cabeza de una gran partida de la Andalu-
cía, que del nombre de la ciudad decían Bastetania, en
que había muchas provincias (1); y de allí á Güéscar,
(1) Aqui termina en todas las ediciones antiguas el libro tercero de
la obra de Mendoza : lo que se añade tiasta la conclusión de él, y los
párrafos 2.» y 4." del libro siguiente, son las faltas de que adolecia
el primitivo original; trozos recuperados después, como dejamos
dicho en el prólogo de este tomo ; mas para que se vea de qué manera
llenó el conde de Portalegre estas lagunas, añadimos á continuación
su suplemento tal como se fué trasmitiendo desde la primera impre-
sión á las sucesivas , asi como el preámbulo con que el mismo Conde
lo encabezaba. Dice asi :
«Hemos llegado á un peligroso paso, donde don Diego deja la
historia rota por desgracia, si no fué de industria para ganar
honra con la comparación del que la pretendiese continuar. Por-
que sea quien fuere, lo añadido seria de estofa mucho menos ti-
na ; y aunque se hallarán cuando esto se escribe testigos vivos
y de vista, por cuya relación se pudiera proseguir cumplidamente
lo que falta, será lo mas seguro hacer sumario desta quiebra, y
no suplemento, imitando antes á Floro con Livio, que i Hirtio
con César ; pues no le bastó ser tan docto, tan curioso , testigo
de sus empresas, y camarada (como dicen los soldados), para
que no se vea muy clara la ventaja que hace el estilo de los co-
mentarios al suyo. En el trozo que se corta se contiene la segunda
salida del señor don Juan en campaña , el sitio peligroso y por-
fiado de la villa de Galera, la expugnación de aquella plaza, la
muerte de Luis Quijada desgraciada y lastimosa, el suceso de Se-
rón y de Tíjola: cosas todas de gran consecuencia y considera-
ción si don Diego las escribiera, haciendo á su modo anatomía
de los afectos de los ministros y de las obras de los soldados.
Mas pues no se puede restaurar lo que se perdió (si algún dia no
se descubre) , contentémonos con saber que :
«De Baza fué el señor don Juan á Güéscar, de donde salió el
marqués de los Vélez á encontrarle , y tornó acompañándole con
muestras de mucha cortesía y satisfacción , hasta ponerle á la
puerta de la posada donde había de alojar. De allí tomó licencia
sin apearse , admirándose los presentes ; y con un trompeta de-
lante y cinco ó seis gentileshorabres se retiró (sin detenerse) á
su casa , de donde no salió después ; porque, según se decia , no
se quiso acomodar á servir con cargo que no fuese supremo.
»De Güéscar fué don Juan á reconocer á Galera con Luís Quijada
y el Comendador mayor : reconocida , hizo venir el ejército , si-
tióla por todas partes , y alojóse en el puesto de donde el Mar-
qués se habia levantado. El sitio de aquella villa la hace muy
fuerte , porque está en una eminencia sin padrastros , y estre-
chándose, va bajando hasta el rio, acabando en punta con la figura
de una proa de galera , de que toma el nombre, dejando en lo alto
la popa. Están las casas arrimadas á la montaña , y esta es su for-
taleza y la razón por que puede excusar la muralla; porque sien-
do casa-muro, la bala que pasa las casas sale y métese en la mon-
taña , y así viene á ser lo mismo baUr aquella tierra que batir
un monte. No se habia esto experimentado con la bateria del Mar-
qués, porque no tenia sino cuatro lombardas antiguas del tiempo
del rey don Fernando (como se dijo atrasa que con balas de pie-
dra blanda no hacían efecto ninguno; por lo cual hizo don Juan
venir algunas piezas gruesas de bronce de Cartagena , Sabiole f
Cazorla. AtrindieíJse con gran cuantidad de saca» de lana, por-
GUERRA DE GRANADA.
111
donde el Marqués estaba con su gente , la cual junta
con la de la ciudad y tierra, hicieron gran recebimiento
y salva , mostrando mucha alegría con la venida de don
Juan. Solo el Marqués salió descontento á recebirle,
por ver que habia de obedecer , siendo poco antes obe-
decido y temido. Mas don Juan le recebió con alegre y
blando acogimiento , y aunque sintió su disgusto , le
saludó y abrazó con mucha serenidad , diciéndole :
«Marqués ilustre, vuestra fama con mucha razón os
engrandece , y atribuyo á buena suerte haberse ofreci-
do ocasión de conoceros. Estad cierto que mi autoridad
* no acortará la vuestra, pues quiero que os entretengáis
conmigo y que seáis obedecido de toda mi gente, ha-
ciéndolo yo asimismo como hijo vuestro, acatando vues-
tro valor y canas, y amparándome en todas ocasiones
de vuestros consejos.» A estas ofertas respondió el Mar-
qués por los términos extraños que siempre usó , aun-
que medido con su grandeza , diciendo : « Yo soy el que
mas ha deseado conocer de mi rey un tal liermano , y
quien mas ganara de ser soldado de tan alto príncipe,
mas si respondo á lo que siempre profesé , irme quiero
á mi casa, pues no conviene á mi edad anciana haber
de ser cabo de escuadra. » Fué la respuesta muy nota-
da, así de sentenciosa y grave, cuanto aguda; y así, el
Marqués fué breve en su jornada , porque tarde ó nunca
mudó de consejo. Entró don Juan en consejo sobre lo
que fallaba tierra, y sobraba lana de los lavaderos que tenían en
Gúéscar los ginoveses que la compran para llevar á Italia ; no po-
niendo las sacas por costado sino de punta , por hacer mas ancha
la trincbea : sucedió con lodo alguna vez penetrar una bala de es-
copeta turquesa la saca , y matar al soldado que estaba detrás, con
seguridad á su parecer. Batióse Galera con poco efecto , porque
teniendo la muralla delgada , no hacían las balas ruina , sino agu-
jeros , pasando de claro ; los cuales servían después á los enemi-
gos de troneras. Diósele el asalto por dos partes, y fueron rebo-
tados los nuestros con notable daño en la superior, por no se ha-
ber hecho buena batería ; y en la mas baja , por la eminencia de
los terrados, de donde los ofendían los moros con gran ventaja,
como también lo hicieron en algunas salidas , que costaron mu-
cha sangre nuestra y suya ; y en una degollaron cuasi entera la
compañía de catalanes que traía don Juan Buil. Con estos sucesos
pareció que no se podía ganar la plaza por batería , y comenzóse á
minar secretamente ; pero no se les pudo esconder á los enemi-
gos la mina ; la cual reconocieron, y la publicaban á voces de la
muralla ; visto esto, se ordenó que se hiciese otra juntamente,
por consejo, según dicen, del capitán Juan Despuche, con intento
de hacer demostración que se arremetía, moviéndose los escuadro-
nes hasta ciertas señales que estaban puestas^ para que volando
la primera, se engañasen los moros, creyendo que era pasado el
peligro, y saliesen á la defensa. Sucedió ni mas ni menos, y dio-
sa fuego á la segunda; la cual hizo tanta obra , que los voló hasta
la plaza de armas, sin dejar hombre vivo de cuantos estaban á la
frente: subieron los nuestros con trabajo, pero sin peligro , y
plantaron las banderas en lo mas alio, que fué la ocasión de des-
conüarlos del todo, y de rendirse sin resistencia : degolláronlos,
sin excepción de sexo ni edad , por espacio de dos horas. Cansó-
se el señor don Juan, y mandó envainar la furia de los soldados
y que cesase la sangre. Murieron sobre esta fuerza veinte y cuatro
capitanes: cosa no vista hasta entonces ; después dicen los de
Flándes que compraron al mismo precio las villas de Harlen y
Mastrich, con que se conQrma la opinión de los antiguos, que
llaman á nuestra nación pródiga de la vida y anticipadora de la
muerte.
»De Galera caminó el campo á Caniles la vuelta de Serón. Pasó
Luis Quijada con la vanguardia á reconocerle , y hallándole des-
amparado, porque la gente se subió á la montaña, se desmanda-
ron algunos délos nuestros, y entraron sin ordena saquearla
tierra ; los moros los vieron, y bajaron de lo alto, dieron sobre
ellos, y pusiéronles en huida, toni¿ndolos de sobresalto ocupa-
dos en el saco. Llegó Luis Quijada á recogerlos, y amparándo-
los y metiéadolos en escuadrón, fué herido desde arriba, de un
de Galera, y después de haberla reconocido^ se deter-
minó de ir sobre ella y ponerle cerco.
LIBRO CUARTO.
Luego que don Juan salió de Granada, fué A posar el
Duque en casa del Presidente , conforme á la orden que
tenia de don Juan. Comenzóse á entender en la provi-
sión de vitualla en Guadix , Baza y Cartagena, lugares
de Andalucía y la comarca , para proveer el campo de
don Juan, y en Granada y su tierra el del Duque ; pero
de espacio y con alguna confusión , por la poca plática
y desórdenes de comisarios y tenedores , inclinados to-
dos á hacer ganancias y extorsiones con el Rey y parti-
culares ; y aunque Francisco Gutiérrez fué parte para
atajarla corrupción, no lo era él ni otro para remedia-
11a del todo. Salió el Duque de Granada á 21 de hebrero
de 1570, quedando por cabeza y gobierno de paz y
guerra el Presidente ; y por ser eclesiástico , quedó don
Gabriel de Córdoba para el de guerra y ejecutar lo que
el Presidente mandase , que daba el nombre ; y hacia el
oficio de general un consejo , formado de tres oidores,
auditor general Francisco Gutiérrez de Cuéllar, el cor-
regidor de Granada ; quedaron á la guarda de la ciu-
dad cuatro mil infantes : hacíase con la misma diligen-
cia con el Aibaicin despoblado, Güéjar en presidio nues-
arcabuzazo en el hombro, de que murió en pocos dias. Era hijo de
Gutierre Quijada, señor de Villa García, famoso justador al mo-
do castellano antiguo ; sirvió al Emperador de paje, subiendo por
todos los grados de la casa de Borgoña hasta ser su mayordomo,
y coronel de la infantería española que ganó á Teruana, plaza
muy nombrada en Picardía ; y solo este caballero escogió, cuan-
do dejó sus reinos, para que le sirviese y acompañase en el mo-
nasterio de Yuste, haciendo el oficio de mayordomo mayor de
pequefia casa y de gran principe. Dejóle encargado secretamente
á don Juan de Austria, su hijo natural ; crióle sin decirle que lo
era, hasta el tiempo en que quiso el Rey su hermano que le des-
cubriese, siendo entonces Luis Quijada caballerizo mayor del
principe don Carlos , y después del consejo de Estado, y presiden-
te de las Indias. La desgracia subió de punto por no dejar hijos.
Sintió y lloró su muerte el señor don Juan , como de persona que
le había criado y á quien tanto debía. Detúvose en aquel aloja-
miento algunos dias con muchas necesidades : los moros se reco-
gieron en Tíjola y Purchena , y representáronse en este tiempo á
nuestro campo tres ó cuatro veces con cuatro mil peones y cua-
renta ó cincuenta caballos, extendiendo las mangas hasta tiro de
escopeta de los nuestros. Ordenóse que, so pena de la vida, ningu-
no trabase escaramuza con ellos ; y así , tornaron siempre sin ha-
cer ni recebir daño; y el campo se movió para ir sobre Tíjola, y
ellos se retiraron á Purchena , dejando á 'fijóla bien guarnecida
de gente y municionada. Sitióse á la redonda ; mas la tierra es
tan áspera, que hubo gran dificultad en subir la artillería donde
pudiese hacer efecto : en fln, se subió con grande industria , y se
les quitaron las defensas con ella ; habíase de batir mas de pro-
pósito el día siguiente, pero los moros no lo esperaron, y salié-
ronse alas diez de aquella noche por diversas partes, habiendo
hurtado el nombre al ejército (cosa muy rara); y dándole todos á
las primeras postas á un mismo tiempo, rompieron por los cuer-
pos de guardia y salieron á la campaña. Perdiéronse tantos eu
esta salida, que los menos se salvaron. Por la mañana se siguió
el alcance á los desmandados hasta Purchena , que se rindió sin
resistencia, porque la gente estaba ya fuera, y no habia sino mu-
jeres, pocos hombres y alguna ropa. Algunos de los nuestros
quedaron dentro, los mas pasaron, siguiendo á los enemigos has-
ta el rio de Macad. Don Juan pasó de Tíjola á Purchena, y guar-
necióla : de allí fué, dejando presidios en Cantoria, Tavernas,
Frexiliana y Almería , y llegó áAndarax, donde se juntaron el
duque de Sesa y el Comendador mayor. Venia el Duque de hacer
su jornada , que concurrió con la misma de Galera que se ha re-
ferido en este sumario ; tornando á atar el hilo de la historia de
don Diego en el libro siguiejite.».
í;2 dondiego
t.-o, guardada la Yoga con las mismas centinelas, las
postas, los ciiorpos de guarda, los presidios en Cenes
yPinillos, que cuando la Vega estaba sospechosa, el
Álbaicin lleno de enemigos, Güéjar en su poder; y duró
esta costa y recato Iiasta la vuelta de don Juan , ó fuese
por olvido , ó por otras causas el guardar contra los de
dentro y los de fuera. ¡Qué cosa para los curiosos que
vieron al señor Antonio de Leiva teniendo sobre sí el
campo de la liga, cuarenta mil infantes, nueve mil ca-
ballos y la ciudad enemiga; él , con solos siete mil in-
fantes enfrenalia , resistir los enemigos, sitiar el casti-
llo y al íin tomailo , echar y seguir los enemigos, fuer-
tes , armados , unidos , la flor de Italia , soldados y capi-
tanes ! Vino al Padul (1) el mismo dia que saliade Grana-
da, donde en Acequia se detuvo muchos dias esperando
gente y vituallas, y haciendo reducto en Acequia y las
Albufiuelas para asegurarse las espaldas y asegurar á
Granada en un caso contrario ó furia de enemigos , y el
paso á las escoltas que partiesen de la ciudad á su cam-
po ; otro fuerte en las Guájaras para asegurar aquella
tierra y los peñones, donde otra vez los echó el mar-
qués de Mondéjar; y por dar tiempo á don Juan para
que juntos entrasen en el rio de Almanzora y Alpujar-
ra. Allí le fué á visitar el Presidente y dar priesa á su sa-
lida ; tomó el camino de Órgiba con ocho mil infantes y
trescientos y cincuenta caballos. Iban con él muchos
caballeros de la Andalucía , muchos de Granada , parte
con cargos, y parte por voluntad. Llegó sin que los
enemigos le diesen estorbo, aunque se mostraron po-
cos y desordenados , al paso de Lanjaron y de Cañar.
Mientras el Duque se ocupaba en esto, salió don Juan
de Austria de Baza con su campo para Galera , adonde
puso su cerco, enviando á reconocella; y considerando
primero el daño que de un castillo que estaba en la
parte alta les podia venir, se trató de minalla; y ha-
biendo hecho algunas minas, les pusieron fuego, con
que cayó un gran pedazo del muro con muerte de al-
gunos de los moros cercados. Algunos soldados de los
nuestros, de ánimos alborotados, arremetieron luego
por medio del humo y confusión , sin aguardar tiempo
ni orden conveniente, á los cuales siguieron otros mu-
chos y al íin gran parte del ejército , procurando em-
bestir la fortaleza por el destrozo que las minas habían
hecho , todo sin hacer efecto , por estar un peñón de-
lante. Los enemigos estaban puestos en arma y hacien-
do á su salvo mucho daño en los cristianos con muchas
rociadas de arcabuces y flechas, sin ser necesaria la
puntería, porque no echaban arma que diese en vacío,
sin que esto fuese parte para hacer retirar los ánimos
obstinados de los soldados, ni ninguna prevención ni
diligencia de oficiales y capitanes; tanto , que necesitó
i'i don Juan de Austria á ponerse con su persona al re-
medio del daño , y no con poco peligro de la vida ; por-
que andando con suma diligencia y valor persuadiendo
a los soldados que se retirasen , sin olvidarse de las ar-
mas , fué herido en el peto con un balazo, que aunque
no hizo daño en su persona , escandalizó mucho á todo
el campo, particularmente á su ayo Luis Quijada, que
nunca le desamparaba , cuyas persuasiones obligaron á
don Juan á retirarse, por el inconveniente que se sigue
en un ejército del peligro de su general. Mas ordenó al
capitán don Pedro de Rios y Sotomayorque condili-
( 1} El US. afiade oportunamente el Duque.
DE MENDOZA.
j gencia hiciese retirar la gente porque no se rcM'biese
i mas daño ; el cual entró por medio de los nuestros con
¡ una espada y rodela , á tiempo que se conocía alguna
i mejoría de nuestra parte , diciendo : « Afuera , solda-
I dos , retirarse afuera ; que así lo manda nuestro prínci-
i pe. » Había ya cesado algún tanto el alarido y voces, de
suerte que se oían claro las cajas á recoger, y todo junto
, fué parte para que tuviese fin este asalto tan inadverti-
do. Aquí se mostró buen caballero don Gaspar de Sá-
mano y Quiñones, porque híibiendo con grande es-
fuerzo y valentía subido de los primeros en el lupar
; mas alto do! muro y sustentado con la mano el cuerpo
i para hacer un salto dentro , le fueron cortados los de^
dos por un turco que se halló cerca del : sin que esto
; le perturbase nada de su valor, echó la otra mano y
porfió á salir con su intento y saltar del muro adentro;
mas no dándole lugar los enemigos , le fué resistido de
■ manera , que dieron con él del muro abajo. No fué parte
este daño para que á los nuestros les faltase voluntad
de continuarle segunda vez otro dia , y así lo pidieron á
don Juan; el cual, parecíéndole no ser bien poner su
gente en mas riesgo con tan poco fruto , y tratádose en
consejo, mandó que hiciesen un par de minas para que
en este tiempo se entretuviesen y descansasen los sol-
dados. Los enemigos, considerando su peligro cerca-
no y la tardanza de socorro, despacharon á Abenabó
pidiéndole favor, á lo cual Abenabó cumplió con solas
esperanzas, porque la diligencia del Duque en lo del
Alpujarra le traía sobre aviso, temeroso y puesto en
arma. Acabadas las minas, mandó don Juan que se en-
cendiesen la una una hora antes que la otra. Hizose , y
la primera rompió catorce brazas de muralla, aunque
con poco daño de los cercados , por estar prevenidos en
el hecho ; y así , seguros de mas ofensa , se opusieron á
la defensa de lo que estaba abierto , unos trayendo tier-
ra , madera y fagina para remediarlo , y otros procuran-
do ofender con mucha priesa de tiros continuos; y es-
tando en esto sucedió luego la otra mina , que derri-
bando todo lo de aquella parte , hizo gran estrago en
los enemigos, y tras esto, cargando la artillería de
nuestra parle , se comenzó el asalto muy riguroso ; por-
que no teniendo los moros defensa que los encubriese y
amparase , eran forzados á dejar el muro con pérdida
de muchas vidas; adonde se mostró buen caballero por
su persona don Sancho de Avellaneda , herido del dia
antes, haciendo muchas muestras de gran valor en-
tre los enemigos , hasta que de un flechazo y una bala
todo junto murió. Siguióse la victoria por nuestra parte
hasta que del todo se rindió Galera , sin dejar en ella
cosa que la contrastase que todo no lo pasasen á cuchi-
llo. Repartióse el despojo y presa que en ella había,
y púsose el lugar á fuego , así por no dejar nido para
rebelados , como porque de los cuerpos muertos no re-
sultase alguna corrupción ; lo cual todo acabado, ordenó
don Juan que el ejército marchase para Baza, adonde
fué recebido con mucho regocijo.
Hallábase Abenabó en Andarax, resoluto de dejaral
Duque el paso de la Alpujarra, combatille los aloja-
mientos , atajarle las escoltas , cierto que la gente can-
sada , hambrienta , sin ganancia , le dejaría. Este dicen
que fué parecer de los turcos , ó que le tuviesen por mas
seguro , ó que hubiesen comenzado á tratar con don
Juan de su tornada á Berbería, como lo hicieron, y Qo
GUZUnA DE
quisiesen dcspertnr ocasiones cm que se rompiese el
tratado. Pero á quien considera la manera que fin esta
guerra se tuvo de proceder por su parle desde el prin-
cipio hasta el fin , pareceránle hombres que procuraban
detenerse, sin hacer jornada, por falla de cabezas y
gente diestra, ó con.esperanza de ser socorridos para
couservarse cu la tierra, ó de armada para irse á Ber-
bería con sus mujeres , hijos y haciendas; y asi , tenien-
do muchas ocasiones, las dejaron perder como irreso-
lutos y poco pláticos. Partió de Órgiba el Duque , des-
pués de haberse detenido en fortificarla y esperar la
entrada de don Juan treinta días , la vuelta de Poquei-
ra; mas Abenabó, teniendo aviso que el Duque partia,
y que de Granada pasara una gruesa escolta al cargo
del capitán Andrés de Mesa, con cuatrocientos solda-
dos de guarda y algunos caballos, púsose delante en
el camino que va á Jubiles, por donde el Duque iiabia
de pasar, haciendo muestra de muclia genle y tener
ocupadas las cumbres ; trabó una gruesa escaramuza
con la arcabucería del Duque, haciendo espaldas con
cuasi seis mil hombres en cuatro batallas. Reforzó el
Duque la escaramuza apartando los enemigos con la
artillería, y tomó el camino de Poqueira por el rodeo.
Los enemigos, creyendo que el Duque les tomaba las
espaldas, desampararon el sitio ; mas en el tiempo que
duró la escaramuza acometieron á la escolta de Andrés
de Mesa, en la cuesta de Lanjaron, Dalí, cíipitan tur-
co, y el Macox, con milhombres, y rompiéronla sin ma-
tar ó captivar mas de quince ; solo se ocuparon en der-
ramar vituallas , matar bagajes, escoger y llevar otros
cargados; pelearon al principio, pero poco; mataron
el caballo á don Pedro de Velasco, que aquel dia fué
buen caballero y salvóse á las ancas de otro. Enviá-
bale el Rey á dar priesa en Ja salida del Duque y llevar
relación del campo y mandar lo que se había de l;acer.
Súpose de un moro á quien captivaron tres soldados
que solos siguieron el campo de Abenabó, como su in-
tento solo había sido entretener al Duque; pero él,
luego que entendió el caso de Andrés de Mesa , mas por
sospechas que por aviso , envió caballería que le Iiiciese
espaldas , y llegaron á tiempo que hicieron provecho
en salvar la gente ya rola y parte de la escolta. Hecho
esto, se siguió el camino de los aljibes, entre Ferreira
y rio de Cádiar, por el de Jubiles, y aquella noche tar-
de hizo alojamiento en ellos. Tenia la guardia Joaibi
con quinientos arcabuceros, que viendo alojar los nues-
tros tarde y con cansancio, y por esto con alguna des-
orden, dio en el campo , y túvole en arma gran parte
déla noche, llegando hacia el cuerpo de guardia y ma-
tando alguna gente desmandada ; pero fue resistido, sin
seguillo por no dar ocasión á la gente que se desorde-
nase de noche. Dicen que si los enemigos aquella no-
che cargaran, que se corría peligro, porque la confu-
sión fué grande, y la palabra entro la gente común,
viles , que mostraba miedo; mas valió el ánimo y la re-
solución de la gente particular y la provisión del Du-
que, enderezada á deshacer los enemigos sin aventu-
rar un dia de jornada, en que parecían conformarse
Abenabó y él, porque cada uno pensaba deshacer al
otro y rompelle con el tiempo y falta de vitualla , y sa-
lieron ambos con su pretensión. Envió Abenabó á reti-
rar á Joaibi , siguiendo el parecer de los turcos , y des-
pués por bando público mandó que sin orden suya no
H-i
GRANADA. 113
se escaramuzase ni desa'5osegasen nucslro campo. Vino
el Duque á Jubiles por el camino de Fcrroira , «donde
halló el castillo desamparado; y comenzado á reparar,
envió á don Luis de Córdoba y á don Luis de Cardona
con cada mil infantes y ciento y cincuenta caballos que
corriesen la tierra á una y otra parle; pero no hallaron
sino algunas mujeres y niños ; y llegó á Ujíjar sin dejar
los moros de moslrarse á la retaguardia, y de allí sin
estorbo á Valor , donde se alojaron.
Salió don Juan de Baza la vuelta de Serón con intento
de combalilla, y llegando con su campo á vista de Ca-
niles, Fecibió carias del Duque pidiéndole con grande
instancia la brevedad de su venida , proponiéndole ser
toda la importancia para que hubiese íin la guerra del
Alpujarra, dando por último remedio que se juntasen
los dos campos y cogiesen en medio á Abenabó. Pare-
ciéndole á don Juan este buen medio,y sin masdelenerse,
caminó la vuelta del campo del Duque , y marchando el
suyo, llegaron á visla de Serón, donde algunos pocos
soldados desmandados, viendo los moros tan puestos en
defensa, no lo pudiendo sufrir, se movieron á quererlos
combatir, contra el presupuesto de don Juan, diciendo
en alia voz : «Nuestro príncipe piensa vanamente si pre-
tende pasar de aquí sin castigar esla desvergüenza; » y
diciendo : «Cierra , cierra , Santiago, y á ellos,» los si-
guieron otros muchos , incitados de su ejemplo, y tras
ellos toda la demás genle, sin que valiese ninguna resis-
tencia; y sin mas autoridad ni orden embistieron el lugar
con tan grande ímpetu, que aunque salieron los moros
de Tíjola, no fué parle para que dejasen de allanar el lu-
gar del primer asalto, y le metiesen á sacomano; aunque
no les salió á algunos tan barata esla jornada, la cual
lo poco que duró fué bien reñida, y adonde entre otros
fué herido Luis Quijada de un peligroso balazo que le
quitó la vida con grande sentimiento de don Juan , con-
forme al mucho amor que le tenia. No tuvo aun casi lu-
gar don Juan de atender á este sentimiento, provocado
de mil moros que se metieron en Serón, y le dieron oca-
sión de mas batalla ; y no la rehusando, volvió sobre
ellos con deseo de acabar esta ocasión por acudir á las
cosas del Alpujarra, lo cual hizo después de algunas di-
ficultades livianas con un asalto que fué el remate
desta victoria. Este dia se señaló don Lope de Acuña,
mostrando bien el gran ser de que siempre estuvo acom-
pañado en muchas ocasiones.
Abenabó, visto que el duque de Sesa estaba en el co-
razón de la Alpujarra, repartió su campo y la gente de
vecinos que traía consigo; puso ochocientos hombres
entre el duque y órgiba, para estorbar las escoltas de
Granada ; envió mil con Mojajar á la sierra de Gador, y
á lo de Andarax , Adra y tierra de Almería; •seiscien-
tos con Carral á la sierra de Bentomiz, de donde había
salido don Antonio de Luna, dejando proveído el fuerte
de Competa, para correr tierra de Vélez ; envió parte de
su gente á la Sierra-Nevada y el Puntal, que corriesen
lo de Granada ; quedó él con cuatro mil arcabuceros y
ballesteros, y destos traía los dos mil sobre el campo
del Duque, que con la pérdida de la escolta estaba en
necesidad de mantenimientos, pero enlrclúvose con
fruta seca, pescado y aceite, y algún refresco que Pedro
Verdugo le enviaba de Málaga, hasta que viendo por to-
das partes ocupados los pasos, mandó al marqués de la
Favara que con mil iiombres y cien caballos y gran
8
Ai DON DIEGO
núiiipro fie bagnjcsaf.rayesa<;e el puerto, de la Ravalia,
y cargase de vilualia en la Calahorra (porque fuese dos
veces nombrada con hambre y hierro en daño nuestro),
adoiide había hecha provisión , y tan poco camino, que
en un dia se podia ir y venir. Dicen que el Marqués re-
husü'la gente que se le daba, por ser la que vino de Se-
villa , pero no la jornada ; y siendo asegurado que fuese
cual convenia , partió antes de amanecer con las com-
pañías de Sevilla y sesenta caballos de retaguardia, y
él con trescientos infantes y cuarenta caballos de van-
guardia, los embarazos de bagajes y bagajeros, enfer-
mos, esclavos en medio, la escolta guarnecida de una y
otra parte con arcabucería. Mas porque parece que en
la gente de Sevilla se pone mácula, siendo de las mas
calibeadas ciudades que hay en el mundo , base de en-
tender que en ella, como en todas las otras, se juntan
tres suertes de personas : unas naturales, y estos cuasi
así la nobleza como el pueblo son discretos, animosos,
ricos, atienden á vivir con sus haciendas ó de sus manos;
pocos salen á buscar su vida fuera , por estar en casa
bien acomodados; hay también extranjeros , á quien el
trato de las Indias, la grantleza de la ciudad, la ocasión
de ganancia , ha hecho naturales, bien ocupados en sus
negocios, sin salir á otros; mas los hombres forasteros
que de otras partes se juntan al nombre de las armadas,
al concurso de las riquezas; gente ociosa, corrillera,
pendenciera, tabora, hacen de las mujeres públicas
ganancia particular, movida por el humo de las vian-
das; estos, como se mueven por el dinero que se da de
mano á mano, por el sonido de las cajas, listas de
las banderas, así fácilmente las desamparan con el
temor dellas en cualquier necesidad apretada, y á veces
por voluntad : tal era la gente que salió en guardia de
aquella escolta. El Marqués, sin noticia de los enemigos
ni de la tierra, sin ocupar lugares ventajosos, y confiado
que la retaguardia baria lo mismo, como quien llevaba
en el ánimo la necesidad en que dejaba el campo, y no
que la diligencia fuera de tiempo es por la mayor parte
dañosa, comenzó á caminar aprisa con la vanguardia;
pero aun los últimos que aun sin impedimento suelen
de suyo detenerse y hacer cola, porque el delantero no
espera , y estorba á los que le siguen , y el postrero es
estorbado y espera , abrieron mucho espacio entre sí,
y la escolta hizo lo mismo entre sí y la vanguardia. Mas
Abenabó, incierto por dónde caminaría tanto número
de gente, mandó al alcaide Alarabi, á cuyo cargo es-
taba la tierra del Cénete, que siguiese con quinientos
hombres (Cénete llaman aquella provincia, ó por ser
áspera ó por haber sido poblada de los Cenetes, uno de
cinco linajes alárabes que conquistaron á África y pa-
saron en£spaña, que es lo mas cierto). Partió el Ala-
rabi su gente en tres partes : él con cien hombres quiso
dar en la escolta; al Piceni de Güéjar, con doscientos,
ordenó que acometiese la retaguardia por la frente , y
al Marte! del Cénete, con otros doscientos , la rezaga de
la vanguardia, entrando entre la escolta y ella, al tiem-
po que él diese en la escolta, y en caso que no le viesen
cargar con toda la gente, que estuviesen quedos y em-
boscados, dejándola pasar. Los nuestros, parándose
á robar pocas vacas y mujeres , que por ventura los
enemigos habían soltado para dividirlos y desordenar-
los, fueron acometidos del Alarabi con solos cuatro ar-
cabuceros por la escolta, cargados dg otros treinta que
DE MENDOZA.
les hacían espaldas, y puerros en confusión; tras c'lo
cargó el resto de la gente del Alarabi, que rompió del
todo la escolta, sin hacer resistencia los que iban á la
defensa. Dio el Piceni en la caballería, que era de reta-
guardia, la cual rompió, y ella la infantería; lo mismo
hizoMartel con los últimos déla vanguardia del Mar-
qués al arroyo de Vayárzal; lo uno y lo otro tan ca-
llando, que no se sintió voz ni palabra. Iba el Piceni
ejecutando la retaguardia de manera, que parecía á los
nuestros que lo vían ir ejecutando al Martel. Siguieron
este alcance sin volver la caballería ni rehacerse la in-
fantería hasta cercado la Calahorra, lodos á una, ma-
tando el Alarabi enfermos y bagajeros, y desviando ba-
gajes; llegó el arma, con el silencio y miedo de los nues-
tros, al Marqués tan tarde, que no pudo remediar el in-
conveniente, aunque con veinte caballos y algunos ar-
cabuceros procuró llegar; murieron muchos enfermos
que iban en la escolta, muchos de los moros y bagaje-
ros, entre estos y soldados cuasi mil personas ; quitaron
setenta moriscas captivas , y lleváronse mas de tres-
cientas bestias sin las que mataron; captivaron quince
Irombres, no perdieron uno : aconteció es!a desgracia
en 16 de abril (1370). Llevó el Marqués las sobras de la
gente rota y lo demás de lo que pudo salvar á la Calahor-
ra, y reformándose de gente en Guadix, salió adonde es-
tuba don Juan, Los enemigos, habiendo puesto la presa
en cobro , quedaron seis días en el paso y por la sierra.
Mas el Duque, entendiendo la desgracia y el poco
aparejo de proveerse por la parte de Guadix, fiando
poco de la gente , quiso acercarse mas á la mar por ha-
ber vitualla de Málaga ; y por ser el abril entrado, y dar
el gasto á los panes, quitar á los enemigos el paso para
Berbería , vino á Berja ya después de haber talado la
cogida en el Alpujarra ; y hizo lo mismo en el campo
de Dalias, donde tenían las esperanzas de cebada y gra-
no. Al alojar en Berja hubo una pequeña escaramuza,
en que murieron de los nuestros algunos; de los moros,
según ellos, cuarenta. Mas la hambre y poca ganancia,
y el trabajo de la guerra, y la costumbre de servir á su
voluntad, y no á la de quien los manda , pudo con los
soldados tanto , que sin respeto de que hubiesen sido
bien tratados de palabra y ayudados de obra, con di-
nero, con vitualla , quitando lo uno y lo otro á la gente
de su casa, y á veces á su persona, se desranchaban,
como habían hecho con el marqués de Vélez ; pero
acostumbrado á ver y sufrir semejantes vueltas en los
soldados, vino de Berja á Adra, donde tuvo mas vi-
tualla, aunque no mas sosiego con la gente: parecía-
les desacato culparle , y volvíanse contra don Juan
de Mendoza, y decían palabras sin causa; acriminá-
banle la muerte de un soldado de quien hizo justicia
como juez, porquedebia ser loado; amenazaban, pro-
testaban de no quedar á su gobierno ; excusábanse de
don Juan , que ya andaba entre ellos recalado ; no deja-
ban de poner bolatines (llaman ellos bolatines las cé-
dulas que de noche esparcen con las quejas contra sus
cabezas cuando andan en celo para amotinarse, enquo
declaran su ánimo, y mueven los no determinados con
quejas y causas de sus cabezas); saliéronse de Adra tres-
cientos arcabuceros, ó fuese , según ellos publicaban ,
haciendo escolta á un correo ; y dando en los enemigos,
fueron los doscientos y treinta muertos por el alcaide
Alabari y el Mojajar, y captivos setenta : no se supo
^ GUERRA DE
mas ñe lo que los moros refieren, y que entendiendo de |
uno de los captivos como nuestro campo liabia desalo-
jado de Ljíjar con pérdida y desorden, y dejado muni-
ciones escondidas, sacaron de un aljibe cantidad de
plomo, municiones y embarazos. En el mismo tiempo
mataron los moros que Abenabó enviaba la vuelta de
Bentomiz, gente de sus casas que iban á Salobreña , y
entre ellos mercaderes italianos y españoles, tomándo-
les el dinero ; y los que envió hacia Granada captivaron
peleando con muchas heridas á don Diego Osorio , que
venia de con despachos del Rey para don Juan y el Du-
que, en que se trataba la resolución de la guerra, y
concierto que se habia platicado con los moros y tur-
cos por mano del Habaqui ; matáronle veinte arcabu-
ceros de escolta, y él tuvo manera como soltarse; y
aunque herido, vino sin las cartas á Adra.
Ya don Juan trataba con calor la reducción de los
moros y la ida de los turcos a Berbería ; mas algunos
de los ministros, ó que les pareciese hacer su parte y
prevenir las gracias á don Juan , ó que mas fácilmente
se podia acabar cuanto por mas partes se tratase con
ellos, metiéronse á platicar de conciertos (dicen que
algunos sobresanadamente), y dejaban (1) de condenar
la manera del trato que don Juan traia, holgando que se
publicasen por concedidas las condiciones que los ene-
migos pedian, aunque exorbitantes. Por otra parte, en
Granada, cuanto á la guerra se procedía con toda segu-
ridad en el gobierno del Presidente ; pero cuanto á la
paz , con licencia en el tratamiento que se hacia á los
moriscos reducidos y que veaian á reducirse, y po-
niendo algunos impedimentos, y mostrando celos de don
Alonso Venegas, enviaban m.oriscos á toda Castilla : sa-
caban los ministros muchos para galeras ; denostaban
álos que se iban á rendir, y por livianas causas los da-
ban por captivos, su ropa perdida; trataban del en-
cierro como perjudicial; ayudábanse porvias indirec-
tas del cabildo de la ciudad, que estaba oprimido y su-
jeto á la voluntad de pocos, todo en ocasión de estorbo;
no dando cuenta particular á don Juan para que él la
diese al Rey, haciendo cabeza de sí mismos ; escribien-
do primero por su parte con palabras sobresanadas,
tocaban á veces en su autoridad, ó fuese (según el
pueblo) para que las armas no les saliesen de las manos,
ó ambiciones de su opinión , por excluir toda manera
de medios que no fuese sangre, ofendidos que pasase
algo sin darles cuenta particular. Los efectos manifies-
tos daban licencia para que fuesen juzgados diversa-
mente, y todos en daño del negocio ; y aun anadian que
estando el Rey en Córdoba , no faltaba atrevimiento
para escribir trocadamente y hacer negociación del
estorbo, sospechando él alguna cosa : atrevimiento que
suele acontecer á los que andan por las Indias, con los
que desde España los gobiernan; por donde hay mas
que maravillar de la disimulación que los reyes tienen
cuando siguen sus pretensiones, que pasan por los es-
torbos sin dar á entender que son ofendidos.
Tein'a el Duque avisos, ansí por espías como por car-
tas tomadas , que los turcos se armaban para socorrer
á Abenabó por la parte de Castil de Ferro, aunque pe-
queño, á proposito para desembarcar gente, y por el
aparejo de la Rambla juntarse seguramente con los
enemigos. Parecíale que si estose hacia, deshacién-
(1) No dejaban, según el MS.
GRANADA. m;;
dose por lioias de su gente , podia ser ofendido , ó á lo
menos encerrado, con poca reputación nuestra y mu-
cha dellos. Acordó combatir aquella plaza, y los enemi-
gos si viniesen á socorrerla, y trujo por mar de Alme-
ría piezas de batir; púsose sobre ella, repartió los cuar-
teles, vinieron las galeras en ayuda y para impedir el
socorrrode Argel; encomendó la batería al marqués
de la Favara, que puso diligencia en asentarla. Llegó-
se y combatió por mar con las galeras, y por tierra con
tanta priesa, que abrió portillo para batalla. Murieron
dentro algunos con la artillería , y entre \o< principales
Leandro , á cuyo cargo estaba el castillo, sin otro daño
nuestro mas del poco que sus piezas hicieron en una
galera. Los soldados turcos y moros que estaban á la
defensa, que eran cincuenta y dos, desconliados del so-
corro de Berbería, sus armas en las manos y una mu-
jer consigo, salieron por la batería y nuestras centine-
las, con la oscuridad de la noche y confusión de la ar-
ma, guiándolosMevaebal, su capitán, que dos diasantes
habia entrado. Es fama que de los nuestros procedió,
que dellos murieron doce , pero no se vieron en nues-
tro campo, y reíieren los moros que todos llegaron al
de Abenabó, algunos dellos heridos. Desamparado Cas-
til de Ferro, envió por la mañana á don Juan de Men-
doza y al marqués de la Favara y otros que se apode-
rasen del. Hallaron dentro algunos viejos y berberíes
y turcos mercaderes, hasta veinte hombres, y diez y
siete mujeres de moriscos que las tenían para embar-
car; alguna ropa, veinte quintales de bizcocho y la
artillería que antes estaba en el castillo, poca y ruin.
Entendióse por uno dostos moros que estándole ba-
tiendo, llegaron catorce galeras de turcos con socorro,
y se tornaron oyendo el ruido de la artillería. Sonó la
toma de Ca^il de Ferro, tanto por el aparejo y la im-
portancia del sitio, por haber sido perdido y recupe-
rado , por ser en ocasión que los enemigos veniau á
darle socorro , cuanto por la calidad del hecho.
En el mismo tiempo envió don Juan á don Antonio
de Luna con mil y quinientos infantes de la tierra, las
Compañías del duque de Sesa y Alcalá, y la caballería
de los duques de Medina Sidonia y Arcos , para que ase-
gurase la tierra de Vélez Málaga contra los que en Fre-
xiliana se habían recogido. Salió de Antequera con esta
gente , mas con poco trabajo , escaramuzando á veces,
unas con ventaja suya, otras de los moros, comenzó
un fuerte en Competa, legua y media de Frexiliana ; lu-
gar que fué donde antiguamente se juntaban de la co-
marca en una feria, y por esto le llamaban los roma-
nos Comptío ; agora piedras y cimientos viejos, como
quedaron muchos en el reino de Granada : otro hizo en
el Sallar; y con haber enviado mil hombres á correr el
rio de Chillar, y tornado con poca presa y pérdida igual,
dejando en los fuertes cada dos compañías, volvió la
geute á Antequera , y él á su casa con licencia. Reco-
gióse el Duque con su campo en Adra, esperando en
qué pararía la plática que se traia con el Habaqui ,
donde fué proveído de Málaga por Pedro Verdugo
bastantemente y con algún regalo. Pasaban seguras
las escoltas de su campo al de don Juan; pero los sol-
dados, gente libre y disoluta , á quien por entonces la
falta de pagas y vitualla habia dado mas licencia y
quitado á los ministros el aparejo de castigarlos , estas
bancon igual descoülenlamiento en la abundancia que
H6 DON DIEGO
en la hambre; luiían como y por donde y siempre
que podían : de tantas compañías quedaron solos mil y
quinientos hombres, los mas dellos particulares y ca-
balleros, que seguían al Duque por amistad ; con ellos
mantenía y aseguraba nwr y tierra. Tornó el Rey á
Córdoba por Jaén y por Ubeda y Baeza, remitiendo la
conclusión de las Cortes para Madrid, donde llegó.
No era negocio de menos importancia y peligro lo de
la sierra de Ronda , porque estaba cubierto, y los áni-
mos de los moriscos con la misma indignación que los
de la Alpujarra y rio de Almería y Almanzora : monta-
ña áspera y difícil, de pasos estrechos, rotos en mu-
chas partes, ó atajados con piedras mal puestas y ár-
boles cortados y atravesados; aparejos de gente preve-
nida. El consejo mas seguro pareció al Rey, antes que
se acabasen de declarar, asegurarse, sacándolos fuera
de la tierra con sus familias, como á los demás. Para
esto mandó á don Juan que enviase á don Antonio de
Luna con la gente que le pareciese , y que por halagos
y con palabras blandas , sin hacerles fuerza ni agravio
ó darles ocasión de tomar las armas, los pusiese en
tierra de Castilla adentro, enviando con ellos guarda
bastante. Recibida la orden de don Juan, partió don An-
tonio de Antequera á 20 de mayo (1570), llevando con-
siffo dos mil y quinientos infantes de guardado aquella
ciudad, y cincuenta caballos. Era toda la gente que don
Antonio sacó de Ronda cuatro mil y quinientos infan-
tes y ciento y diez caballos. El día que partió envió á
Pedro Bermudez , á quien el Rey había enviado á la
guardia de aquella ciudad, para que con quinientos in-
fantes en Jiibrique, pueblo de importancia y lugar á
propósito, estuviese haciendo espaldas á los que ha-
bían de sacar los moriscos ; juntamente repartió las
compañías por otros lugares de la tierra, dándoles or-
den que en una hora todos á un tiempo comenzasen á
sacar los moros de sus casas. Partieron el sol levan-
tado á las ocho horas de la mañana. Mas los moros,
que estaban sospechosos y recatados, como descu-
brieron nuestra gente, subiéronse con sus armas á la
montaña, desamparando casas, mujeres, hijos y gana-
dos : comenzaron á robar los soldados, como es cos-
tumbre, cargarse de ropa, hacer esclavos toda ma-
nera de gente, hiriendo, matando sin diferencia á
quien daba alguna manera de estorbo. Vista por los
moros la desorden , bajaban por la sierra , mataban los
soldados, que codiciosos y embebidos con el robo, des-
ampararon la defensa de sí mismos y de sus banderas :
iba esta desorden creciendo con la oscuridad de la no-
che ; mas Pedro Bermudez, hombre usado en la guer-
ra, dejando alguna gente en la iglesia de Jubrique ala
guarda de las mujeres, niños y viejos que allí tenia
recogidos, escogió fuera del lugar sitio fuerte donde
se recogiese; entraron los moros en el lugar, y com-
batiendo la iglesia, sacaron los que en ella estaban en-
cerrados, quemándola con los soldados, sin que pu-
diesen ser socorridos: luego acometieron á Pedro Ber-
mudez, que perdió cuarenta hombres en el combate,
y hubo algunos heridos de unayotra parte; y con tanto,
se acogieron los enemigos á la sierra.
Vista por don Antonio la desorden y lo poco que se
había hecho, retiró las banderas con hasta mil y dos-
cientas personas; pero con muchos esclavos y esclavas,
ropa y ganado en poder de los soldados , sin ser parte
DE MENDOZA.
para estorbarlo : recogióse á Ronda, donde y en la co-
marca la gente públicamente vendía la presa, como si
fuera ganada de enemigos. Deshízose todo aquel pe-
queño campo, como suelen los hombres que han hecho
ganancia y temen por ello castigo; pues enviando la
gente que sacó de Antequera á sus aposentos, y cuasi
las mil y doscientas personas á Castilla, sin hacer mas
efecto , partió para Sevilla á dar al Rey cuenta del su-
ceso. Cargaban á don Antonio los de Ronda y los moros
juntamente : los de Ronda , que habiendo de amanecer
sobre los lugares, había sacado la gente á las ocho del
dia y que la había dividido en muchas partes; que ha-
bía dado confusa la orden, dejando libertad á los capi-
tanes; los moros, que les habían quebrantado la segu-
ridad y palabra del Rey, que tenían como por religión ó
vínculo inviolable; que estando resueltos de obedecer
á los mandamientos de su señor natural, los habían
por este acatamiento y sacrificio que hacían de sus ca-
sas, mujeres y hijos, y de sí mismos, robado y deja-
do por hacienda y libertad las armas que tenían en
las manos y la aspereza y esterilidad de la montaña,
donde por salvar las vidas se habían acogido , apare-
jados á dejarlo todo si les restituían las mujeres y
hijos y viejos captivos, y ropa que con mediana dili-
gencia pudiese cobrarse. Había tantos interesados,
que por solo esto fueron tenidos por enemigos; no
embargante que se hallase haberse movido provo-
cados y en defensión de sus vidas. Excusábase don
Antonio con haber repartido la gente como convenia
por tierra áspera y no conocida; poderse caminar
mal de noche ; que partida la gente , á ciegas , deshi-
lada, fácilmente pudiera ser salteada y oprimida de
enemigos avisados , pláticos en los pasos y cubiertos
con la escuridad de la noche ; la gente hbre, mal man-
dada, peor disciplinada, que no conoce capitanes ni ofi-
ciales, que aun el sonido de la caja no entendían; sin
orden, sin señal de guerra ; solamente atentos al regalo
de sus casas y al robo de las ajenas : fueron admitidas
las razones de don Antonio, por ser caballero de ver-
dad y de crédito, y dada toda la culpa á la desorden
de la gente, confirmada ya con muchos sucesos en daño
suyo.
Ido don Antonio, salió la gente de la comarca, cris*
tíanos viejos, á robar por los lugares mujeres , niños,
ganados; sobras de la de don Antonio, que fué, como he
dicho, creído por tenerse buen crédito de su persona
y por no tenerse bueno por entonces de los soldados en
común. Mas los enemigos, persuadidos de los que ha-
bían huido de la Alpujarra, y libres de todos los emba-
razos, despojados de lo que se suele querer bien y dar
cuidado , comenzaron á hacer la guerra descubierta-
mente, recoger las mujeres, hijos y vitualla que les
había quedado ; fortificarse en sierra Bermeja y sierra
de Istan, tomar la mar á las espaldas para recibir so-
corro de Berbería y bajar hasta las puertas de Ronda;
desasosegar la tierra, robar ganados, captivar, matar
labradores, no como salteadores, sino como enemigos
declarados. Estaba, como tengo dicho, á la sazón el rey
don Felipe en Sevilla, suplicado por la ciudad que vi-
niese á recebir en ella servicio.
Sevilla es en nuestro tiempo de las célebres, ricas y
populosas ciudades del mundo ; concurren á ella mer-
caderes de todo poniente , especialmente del Nuevo
GUERRA DE
SJunflo , que llamamos Indias, con oro , plata , piedras,
esmeraldas poco menores que las que maravillaba la
antigüedad en tiempo de los reyes de Egipto, pero en
gran abundancia; cucrosyazúcar, y la yerba que sucede
en lugar de púrpura , ó por usar del vocablo arábigo y
común , carmesí (cocbinilla la llaman los indios, donde
ellasecria). Fué Sevilla la segundaescalaquepobladores
de España bicieron cuando con el gran rey y capitán
Baco (á quien llamaban Libero por otro nombre) vinie-
ron á conquistar el mundo. La ocasión nos convida, tra-
tando de tan gran ciudad, á declarar nuestra opinión,
como en cosa tan dudosa por su antigüedad, acerca de
la fundación de ella y del nombre de toda España. Dése
la autoridad á los escritores y el crédito á las conjetu-
ras. Marco Varron, autor gravísimo y diligente en bus-
car los principios de los pueblos, dice, según Plinio
reíiere, que en España vinieron los persas, iberos y
lenices, todas naciones de oriente , con Baco. Por es-
te se entiende también haber sido hecha la empresa de
la India, según los escritos de Nono, poeta griego, que
compuso de los hechos de Baco, y llamó Dionisiaca,
porque se llamaba, demás del nombre de Baco y Libe-
ro, Dionisio. Dice también Salustio en sus historias
haber él mismo pasado en Berbería y dado principio á
muchas naciones. Con este Baco vinieron capitanes,
hombres señalados, y mujeres que celebraban su nom-
bre; uno de los cuales se llamó Luso, y una de las mu-
jeres Lissa , que dice el mismo Marco Yarron haber
üado el nombre á la parle de Portugal, que antigua-
mente llamaban Lusitania. Tuvo Baco un lugartenien-
te que dijeron Pan , hombre áspero y rústico , á quien
la antigüedad honró por dios de los pastores , ó (Juizá
eran conformes en el nombre; pero por intervenir en
las procesiones ó íiestas de Baco el pan, se puede creer
ser el mismo : este Pan dice Varron que dio nombre á
toda España, y lo m smo Appiano Alejandrino en sus
historias, en el libro que llaman Español, y en griego
Iberice. Pajiios quiere decir cosa de pan , y el Iñ que
tiene delante, dice el artículo, que juntado con el pu-
nios, dirá la tierra ó provincia de Pan : quedó á los es-
pañoles el vocablo griego ni más ni menos que los grie-
gos lo pronuncian, ambiciosos de dar nombre en su
lengua á las naciones hispánicas, y pronunciárnoslo
nosotros España : de aquí vino á decirse que Hispan, ó
el Pan que los griegos llaman lugarteniente, fué sobri-
no de Hércules y que dio el nombre á España. Lo cier-
to es que Baco dejó por aquella comarca lugares del
nombre de los que le seguían , y que dos veces vino el
que llamaron Hércules, ó fuesen dos Hércules, en aque-
lla parte de España. El nombre pudo venir á Sevilla de
haber sido poblada cuando la segunda vez Hércules, ó
fuese Baco, ó fuese Hércules tebano, vino en España;
y si así fué, presupuesto que en la lengua griega palin
quiere decir otra vez, y Id la , el nombre de Hispalis
querrá decir la de otra vez, porque los griegos son fá-
ciles en acabar en la letra s.
Demás del concurso de mercaderes y extranjeros,
moran en Sevilla tantos señores'y caballeros principales
como suele haber en un gran reino : entre ellos hay dos
casas, ambas venidas del reino de León, ambas de grande
autoridad y grande nobleza , y en que unos ó otros tiem-
pos no faltaron grandes capitanes; una la casa de Guz-
nian , duques de Medina Sidonia, que en tiempo antiguo
GRANADA. H7
fué población de los de Tiro , poco después de poblada
Cádiz, destruida por los griegos y gente de la tierra,
restaurada por los moros, según el nombre lo muestra;
porque en su lengua mediría quiere decir lo que en la
nuestra puebla , como si dijésemos la puebla de Sido-
nia: este linaje moró gran tiempo en las montañas de
León , y vinieron con el rey don Alonso el Sexto á la
conquista de Toledo, y de allí con el rey don Fernando
el Tercero á la de Sevilla, dejando un lugar de su nom-
bre, de donde tomaron el nombre con otros treinta y
ocho lugares de que entonces eran ya señores. El fun-
dador de la casa fué el que , guardando á Tarifa , echó
el cuchillo con que degollaron á su hijo , que tenia por
hostaje , por no rendir él la tierra á los moros. La otra
casa es de los Ponces de León, descendientes del con-
de Hernán Ponce , que murió en el portillo de León
cuando Almanzor, rey de Córdoba, la tomó : dicen traer
su origen de los romanos que poblaron á León, y su
nombre de la misma ciudad; duques en otro tiempo de
Cádiz hasta el que escaló á Alliama y dio principio á la
guerra de Granada ; y después que sus nietos fueron en
tutorías despojados del estado por los reyes don Fer-
nando y doña Isabel, se llamaron duques de Arcos , que
los antiguos españoles decían Arcobrica, población de
las primeras de España antes que viniesen los de Tiro
á poblar Cádiz. Los señores de aquestas dos casas siem-
pre fueron émulos de aquella ciudad, y aun cabezas á
quien se arrimaban otras muchas de la Andalucía : de
la de Medina era señor don Alonso de Guzman, mozo de
grandes esperanzas; de la de Arcos don Luis Ponce de
León, hombre que en la empresa de Durlan había segui-
do sin sueldo las banderas del rey don Felipe , inclina-
do y atento á la arte de la guerra : á estos dos grandes
encomendó el Rey el sosiego y paciíicacion de la sier-
ra de Ronda, por tener á ella vecinos sus estados. Gran-
des llaman en España los señores á quien el Rey mata-
da cubrir la cabeza, sentar en actos y lugares públicos,
y la Reina se levanta del estrado á recibir á ellos y á si;s
mujeres, y les manda dar por honra cojín en que se
sienten ; ceremonias que van y vienen con los tiempos
y voluntades de los príncipes ; pero firmes en España
en solas doce casas, entre las cuales estas dos son y
fueron de grande autoridad. Después que creció el fa-
vor y la riqueza, por merced de los reyes han acrecei-
tádose muchas. Dio poder el Rey á estos dos príncipes
para que en su nombre concertasen y recogiesen los
moriscos y les volviesen las mujeres, hijos, muebles,
y los enviasen por España la tierra adentro, pues no
iiabian sido partícipes en la rebelión , y lo sucedido
había sido mas por culpa de ministros que por la su-
ya. Tenia el duque de Arcos una parte de su estado
en la serranía de Ronda, que hubo su casa por des-
igual recompensa de Cádiz, en tiempo de tutorías ; pa-
recióle por aprovechar llegarse á Casares, lugar suyo,
y dende mas cerca tratar con los moros; envió una len-
gua, que fué y volvió no sin peligro : lo que trajo es que
á ellos les pesaba de lo acontecido; que por personas
suyas vendrían á tratar con el Duque donde y como él
mandase , y se reducirían y harían lo que se les orde-
nase con ciertas condiciones. Esto afirmaron, en nom-
bre de todos, el Alarabique y el Ataifar, hombres de
gran autoridady porquienellosse gobernaban ; bajó el
Alarabique y el Ataifar á una ermita fuera de Casares, y
i\n DON DIEGO
con ellos unn persona en nombre de cada pueblo de los
levantados. Mas el Duque, por escandalizarlos menos
y mostrar confianza, vino con pocos; osadía de que
suelen suceder inconvenientes á las personas de tanta
calidad. Hablóles, persuadióles con eficacia, y ellos
respondieron lo mismo, dando firmados sus capítulos,
y con decir que daria aviso al Rey, se partió dellos;
mas antes que la respuesta del Rey volviese , le vino
mandamiento que, juntando la gente de las ciudades
de la Andalucía vecinas á Ronda, estuviese á punto
para hacer la guerra en caso que los moros no se qui-
siesen reducir ; mandó apercibir la gente de Andalucía
y de los señores della, de á pié y de á caballo , con vi-
tualla para quince dias,que era lo que parecía que bas-
tase pura dar fin á esta guerra. En el entre tanto que la
gente se juntaba , le vino voluntad de ver y reconocer
el fuerte de Calalui, en Sierra Bermeja, que los mo-
ros llaman Gebalhamar, adonde en tiempos pasados se
perdieron don Alonso de Aguilar y el conde de üreña;
don Alonso señalado capitán , y ambos grandes prínci-
pes entre los andaluces; el de Ureña abuelo suyo de
parte de su madre, y don Alonso bisabuelo de su mujer.
Salió de Casares descubriendo y asegurando los pasos
de la montaña; provisión necesaria por la poca seguri-
dad en acontecimientos de guerra y poca certeza de la
fortuna. Comenzaron á subir la sierra, donde se decía
que los cuerpos babian quedado sin sepultura ; triste y
aborrecible visla y memoria: había entre los que mira-
ban, nietos y descendientes de los muertos, ó personas
que por oídas conocían ya los lugares desdichados. Lo
primero dieron en la parte donde paró la vanguardia
con su capitán, por la escuridad de la noche, lugar har-
to extendido y sin mas fortificación que la natural, en-
tre el pié de la montaña y el alojamiento de los moros :
blanqueaban calaveras de hombres y huesos de caba-
llos amontonados , desparcidos , según, como y donde
habían parado ; pedazos de armas, frenos, despojos de
jaeces ; vieron mas adelante el fuerte de los enemigos,
cuyas señales parecían pocas y bajas y aportilladas; iban
señalando los pláticos de la tierra donde habían caido
oficiales, capitanes y gente particular; referían cómo y
dónde se salvaron los que quedaron vivos, y entre ellos
el conde de Ureña y don Pedro de Aguilar , hijo mayor
de don Alonso; en qué lugar y dónde se retrajo don
Alonso y se defendía entre dos peñas; la herida que el
Ferí, cabeza de los moros, le díó primero en la cabeza
y después en el pecho , con que cayó ; las palabras que
le dijo andando á brazos : «Yo soy don Alonso;» las
que el Feri le respondió cuando le hería : « Tú eres
don Alonso, mas yo soy el ferí de Benastepar ; » y que
no fueron tan desdichadas las heridas que díó don
Alonso como las que recibió. Lloráronle amigos y ene-
nn'gos , y^en aquel punto renovaron los soldados el sen-
timiento; gente desagradecida, sino en las lágrimas.
Mandó el General hacer memoria por los muertos, y ro-
garon los soldados que estaban presentes que reposa-
sen en paz, inciertos si rogaban por deudoso por ex-
traños; y esto les acrecentó la ira y el deseo de hallar
gente contra quien tomar venganza.
Yista la importancia del lugar si los enemigos le ocu-
pasen, envió dende á poco el Duque una bandera de
infantería que entrase en el fuerte y lo guardase. Vino
en este tiempo resolución del Rey que concedía á los
DE MENDOZA.
moros cuasi todo lo que le pedían que tocaba al prove-
cho dellos, y comenzaron algunos á reducirse, pero
con pocas armas , diciendo que los que en su campo
quedaban no se las dejaban traer. Había entre los mo-
ros uno, llamado el Melqui, hombre atrevido y escan-
daloso, imputado de herejía, y suelto de las cárceles
de la inquisición , ido y vuelto á Títuan : este, ó que le
parecía que perdía el crédito de hasta entonces, ó que
fuese obligado al príncipe de Títuan, juntó el pueblo,
que ya estaba resoluto á reducirse, disuadiéndole y afir-
mando lo que con ellos trataba el Alarabíque ser enga-
ño y falsedad ; haber recibido del Duque nueve mil du-
cados, vendido por precio su tierra, su costa y los hi-
jos, mujeres y personas de su ley; venidas las galeras
á Gibraltar , la gente levantada, las cuerdas en las ma-
nos apunto, con que los principales habían de ser ahor-
cados ; y el pueblo atado y puesto perpetuamente al re-
mo para sufrir hambre, frío y azotes, y seguir forzados
la voluntad de sus enemigos , sin esperanza de otra li-
bertad sino la muerte. Tuvieron estas palabras y la per-
sona tanta fuerza , que se persuadió el pueblo igno-
rante, y tomando las armas, hicieron pedazos al Alara-
bique y á otro compañero suyo berberí que era de la
misma opinión ; con esto mudaron de propósito y que-
daron mas rebeldes que estaban ; algunos que quisie-
ran reducirse, estorbados por el Melqui con guardas
y espantados con amenazas, dejaron de hacello ; los de
Benahabíz, lugar de importancia en aquella montaña,
enviaron por el perdón del Rey con propósito de redu-
cirse : llevólo un moro, llamado el Barcoquí, junta-
mente con carta del Duque para Marbella y los que guar-
daWin el fuerte de Montemayor, que tuviesen cuen-
ta con él y sus compañeros , acompañándolos hasta de-
jarlos en lugar seguro; mas la gente, ó por codicia do
algO;, sí lo llevaban, ó por estorbar la reducción, con
que cesaría la guerra , híciéronlo tan al contrario, que
mataron al Barcoquí ; esta desorden mudó á los de Bc-
nababíz , y confirmó la razón del Melqui de manera, que
no fué parte el castigo que el Duque hizo de ahorcar y
echar en galeras los culpados para estorbar el motín
general. Apercebída la gente, vino el Duque á Ronda,
donde hizo su masa , y salió con cuatro mil infantes y
ciento cincuenta caballos á ponerse algo mas camino
que dos leguas de la sierra de Istan, donde los enemi-
gos le esperaban fortificados; lugar asperísimo y difi-
cultoso de subir, las espaldas á la mar; dejando en Ron-
da á Lope Zapata , hijo de don Luis Poncc , para que
en su nombre recogiese y encaminase los moros que
viniesen á reducirse. Vinieron pocos ó ningunos, es-
candalizados del caso del Barcoquí y espantados, por-
que en Ronda y Marbella el pueblo había rompido la
salvaguardia del Duque y fe del Rey , matando cuasi
cien moros al salir de los lugares. No le pareció al Du-
que detenerse á hacer el castigo; pero envió por juez
al Rey, que castigó los culpados como con venia; y él
caminó á la Fuenfría , donde se encendió fuego en el
campo, que puso en cuidado, ó fuese echado por los
enemigos ó por descuido de alguno; el autor (1) y el
fuego cesó por industria y diligencia del Duque.
El día siguiente con mil infantes y alguna caballería
reconoció el fuerte de los enemigos desde la sierra de
(1) El autor no se supo, y el fuego cesó, etc. Así se lee, enmen-
dado el descuido de la impresión , en el citado MS.
GUERRA DE
Arbolo, puesta enfrente dél , juntanriente con el aloja-
miento y el lugar de la agua ; y aunque se mostraron los
enemigos algo mas abajo fuera de su fuerte, no fueron
acometidos, ansí por ser cerca de la noclie, como por
esperar áArévalo de Suazo con la gente de xMálaga. En-
tre tanto puso su guardia en la sierra de Arboto con har-
ta contradicción de los enemigos, porque juntamente
acometieron el alojamiento del Duque y trabaron una
escaramuza tan larga, que duró tres horas, no muy
apriesa, pero bien extendida. Eran ochocientos hom-
bres arcabuceros y ballesteros, y algunos con armas
enhastadas ; mas visto que con dos banderas de arca-
buceros les lomarían la cumbre, se retiraron á su fuer-
te con poco daño de los nuestros y alguno de los suyos.
Reforzóse la guardia de aquel sitio, por ser de impor-
tancia, con otras dos banderas; y era ya llegado Aré-
valo de Suazo con dos mil infantes de Málaga y cien
caballos, con que se tomó resolución de combatir los
enemigos en su fuerte al otro dia : á la parte del norte,
que la subida era mas difícil , envió el Duque á Pedro
Bermudez con ciento y cincuenta infantes, que tomase
las dos cumbres que suben al fuerte con dos banderas
de arcabuceros , haciéndoles espaldas con el rostro á la
mano derecha Pedro de Mendoza con otra tanta gente
y la mesma orden , dejando entre sí y Pedro Bermudez
una parle de la montaña que los moros habían quema-
do , porque las piedras que desde arriba se tirasen cor-
riesen por mas descubierto y con menos estorbo. Aré-
valo de Suazo con la gente de su cargo se seguía á la
mano derecha , y con dos banderas de arcabucería de-
lante; mas á mano derecha de Arévalo de Suazo, Luis
Ponce de León con seiscientos arcabuceros por un pi-
nar, camino menos embarazado que los otros. El Du-
que escogió para sí, con el artillería y caballería y mil y
quinientos infantes, el lugar entre Pedro de Mendoza y
Arévalo de Suazo , como mas desembarazado así mas
descubierto; mandó á Pedro de Mendoza con mil infan-
tes y algún número de gastadores que fuese adelante
aderezando los pasos para la caballería , y que todos al
pasar se cubríesen con la falda de la montaña y que-
brada hacia el arroyo, que á un tiempo comenzasen á
subir igualmente y á pequeño paso, guardando el alien-
to para su tiempo. Quedaba con esta orden la montaña
cercada, sino por la parte de Istan, que no podía con
la aspereza recebir gente. Víanse unos á otros, y todos
se podían cuasi dar las manos : quedó resoluto comba-
tir los enemigos otro dia á la mañana; mas los moros,
viendo que Pedro de Mendoza estaba mas desviado y
en parte donde no podía con tanta diligencia ser socor-
rido, acometiéronle al caer de la tarde con poca gente
y desmandada, trabando una escaramuza de tiros per-
didos. Pedro de Mendoza, confiado de sí mismo, sol-
dado de mucho tiempo y no tanta experiencia , pudien-
do guardar la orden y contentarse con estar quedo y
sin peligro, saltó á la escaramuza con demasiado calor.
Desliízose la gente por la montaña arriba sin orden, sin
aguardar unos á otros, y los moros unas veces retirán-
dose, otras reparándose, parecían ir cerrando (i) á. los
nuestros. Visto el peligro y no pudiéndolo ya estorbar,
Pedro de Mendoza (ó fuese recelo ó desconfianza de su
poca autorídad con la gente, aunque la había tenido
(1) El MS. cebando.
GRANADA. Í!9
para meterla adelante) , envió ú avisar al Duque, pero
á tiempo que, puesto que hubiese enviado á retiraría
tres capitanes, fué necesitado á tomar lo alto para re-
conocer el lugar ; el Duque, con los que con él se halla-
ban y los que pudo retirar, atravesó donde estaban los
que subían, y valió tanto su autorídad, que la gente
desmandada se detuvo , y los moros, que ya habían co-
menzado á desemboscarse y se mostraban á los enemi-
gos , vista la determinación del Duque , se recogieron
á su fuerte en ocasión de que estaba cerca la noche y la
gente de Pedro de Mendoza cansada y desordenada, y
se temían de algún desastre , especialmente los que
traían á la memoria el acontecimiento de don Alonso
de Aguilar por los mismos términos.
Hallóse el Duque tan adelante, que vistas las celadas
descubiertas y los moros puestos en orden de cargar á
la gente que subía, y que era imposible retirallos todos,
quiso aprovecharse de la desorden; y con la gente que
traía consigo y la que habia recogido , todo á un tiem-
po acometió á los enemigos, y pegóse con el fuerte de
manera , que fué de los primeros al entrar. Mas los mo-
ros, que no osaron esperar el ímpetu de los nuestros,
so descolgaron por lugares de la montaña, que era
luenga y continuada; y de allí se repartieron, unos á
Rioverde, otros á la vuelta de Istan , otros á la de Mon-
da, y otros á la de sierra Blanquilla, dejando de sus
mujeres y hijos como cuatrocientas personas; embara-
zo de guerra y gente inútil que les comían los basti-
mentos , quedando mas ahorrados para hacer la guerra
por aquellas montañas. Todavía envió á seguir el alcan-
ce con poco fruto, por ser la noche y tierra tan cerra-
da; él pasó en el fuerte de los enemigos sin ropa ni vi-
tualla, y visto que todos se habían esparcido y que la
montaña quedaba desamparada , dejó el fuerte ; y dando
licencia á la gente de Málaga con orden de correr la
tierra á una y otra parte , pasó con la resta de su campo
á Istan , y envió cuatro compañías sin banderas. El efec-
to que hicieron las tres fué quemar dos barcas grandes
que tenian fabricadas para pasar á Tituan ; la cuarta,
con su capitán Morillo , á quien el Duque mandó que
corriese Rioverde, no guardando la orden, dio en los
enemigos no lejos de Monda , en un cerro que los de la
tierra llaman Alborno, á vista de Istan; y seguido y rota
la gente, se retiró. Era el lugar tan cerca del campo,
que se oyeron los golpes de arcabuces, y con sospecha
de lo que podía ser, se ordenó al capitán Pedro de Men-
doza socorriese y recogiese la gente; mas llegando á
vista de los enemigos, contentóse con solo recoger al-
gunos que huían , y estuvo sin pasar adelante , ó fuese
temiendo alguna emboscada, aunque el lugar era gran
trecho descubierto, ó arrepentido de la demasiada di-
ligencia del dia antes en la sierra de Istan : murió la
mayor parte de la compañía y su capitán peleando. El
mismo dia los moros que andaban repartidos encontra-
ron con el alcaide de Ronda y capitán Ascanio, que
con ciento y cincuenta soldados y otra gente había sa-
lido sin orden y sabiduría del Duque, como hombres
que no estaban a su cargo ; matáronlos con la mayor
parte de la compañía. El mismo acometimiento hicie-
ron contra un correo que partió del campo para Grana-
da con escolta de cien soldados, aunque con pérdida
de algunos se recogió en Monda. Entendiendo pues el
Duque que por la sierra andaba cuantidad de moros,
120 DON DIEGO
envió orden á Arévalo de Suazo que con la gente de Má-
laga tornase á Monda , y á don Sancho de Leiva , gene-
ral de las galeras de España , que enviase ochocientos
infantes de la gente que andaba á su cargo , y á Pedro
Bermudez que viniese con la de Honda , y él con la que
había quedado se vino á esperarlos á Monda, de donde
junta la gente partió ahorrado sin estorbos la vuelta de
Hójen , y allí le encontró don Alonso de Leiva , hijo de
don Sancho , con ochocientos soldados de galera. En-
tendíase que los moros esperaban á una legua, y con
este presupuesto ordenó el Duque á Pedro Bermudez
que con mil arcabuceros de los de su cargo tomase la
mano izquierda , y á don Alonso con la gente que había
tenido fuese derecho á Hójen por un monte que dicen
el Negral; él con lo demás del campo siguió derecho
el Corvachin , tierra de grande aspereza. Con esta orden
se llegó á un tiempo al lugar donde los enemigos ha-
bían estado, y de allí bajando hasta llegar avista de la
Fuengírola, sin hallar otra cosa sino rastro de gente y
sobras de comida (porque los moros, recelándose que
serian descubiertos, se habían esparcido como es su
costumbre y extendido por todas las montañas ), dio el
Duque licencia á don Alonso que tornase á embarcarse,
y á Arévalo de Suazo á Málaga, corriendo primero la
tierra : él volvió á Monda , y de allí á Marbella. Este lu-
gar es el que los antiguos llaman Barbésola ; mas el que
agora llamamos Monda pienso que fué poblado de los
habitadores de Monda la vieja, tres leguas mas acá,
donde parecen señas y muestras mas claras de haber
sido la anLíga Monda , siguiendo los moros que con-
quistaron á España su antiga costumbre de pasar los
moradores de unos lugares á otros con el nombre del
lugar que dejaban. En Ronda y otras partes se ven es-
tatuas y letreros traídos de Monda la vieja, y en torno
della la campaña , atolladeros y pantanos en el arroyo
de que Hirtio hace memoria en sus historias.
Había ya cumplido la gente de las ciudades y seño*
res el tiempo que eran obligados á servir por el llama-
miento , y las aguas hartado la tierra para sembrar :
faltaba el provecho de la guerra, por la diligencia que
los moros ponían en las guardas por todo, en alzar y
esconder la ropa, mujeres y niños, en esparcirse po-
cos á pocos en las montañas, y gran parte dellos pasar
á Berbería , donde con cualquier aparejo tenían la tra-
viesa corta y mas segura, no podían ser seguidos con
ejército formado, y el que había se iba poco á poco des-
haciendo. Pareció consejo de necesidad enviar la gente
á sus casas , y el Duque volver á Ronda , guarnecer los
lugares de donde con mayor facilidad los enemigos pu-
diesen ser perseguidos y echados de la tierra , y andar
tras dellos en cuadrillas , sin dejarlos reformar en algu-
na parte ; mas detuvo la gente de su estado ya diestros
y ejercitados, que servían á su costa, sin sueldo ni ra-
ciones; dejó gente en Hójen, Istan, Monda, Tollox,
Guaro, Cartagima, Jubrique y en Ronda, cabeza de
toda la sierra. Había ya el Rey avisado al Duque como
se determinaba á un tiempo sacar los moros de Grana-
da á poblar Castilla, y que estuviese apercebido para
cuando le llegase la orden de don Juan de Austria.
Cuando esto pasaba llegaron las cartas de don Juan, en
que decía como la salida de los moros de todo el reino
seria el postrero día de olubre; encomendábale el se-
creto hasta el dia que el bando se publícase ; aperce-
DE MENDOZA.
bíale para la ejecución en tierra de Ronda ; enviábale la
patente en blanco para que el Duque hinchiese la per-
sona que le pareciese mas á propósito.
Echando el bando, mandó recoger en el castillo de
Ronda los moros de paces con su ropa, hijos y muje-
res, y en la patciíte hinchió el nombre de Flores de
Benavides, corregidor de Gibraltar, ordenándole con
seiscientos hombres de guarda llevar cuasi mil y dos-
cientas personas que serian los reducidos , hasta deja-
lloseníllora, para quejuntos fuesen áCastíllacon otros
de la vega de Granada. Era ya entrado el mes de no-
viembre, con el frío y las aguas en mayor cuantidad.
Los enemigos, creyendo que por ir los ríos mayores y
las avenidas en las montañas dificultar mas los pasos,
ellos podían extenderse por la tierra , y nuestra gente
ocupada en labrar la suya , se juntaban con dificultad ;
en todas partes y á todas horas desasosegaban la tierra
de Ronda y Marbella , cautivando labradores , llevando
ganados, y salteando caminos hasta cuasi las puertas
de Ronda : acogíanse en las vertientes de Rioverde, á
quien los antígos llamaban Barbésola , del nombre de
la ciudad que agora llamamos Marbella , y de allí en las
cumbres y contorno de sierra Blanquilla. El Duque, por
el menudear de los avisos y por excusar los daños,
que aunque no fuesen señalados, eran continos; por
castigar los enemigos que habían en Rioverde y en la
sierra de Alborno muerto nuestra gente ; porque de la
Alpujarra por una parte , y por otra con la vecindad de
Berbería, no se criase en aquella montaña nido, deter-
minó rematar la empresa, combatir los enemigos y
desarraíganos ó acaballos del todo. Salió de Ronda con
mil y quinientos arcabuceros de la guardia della , y
gente de señores , y mil de sus vasallos, y con la caba-
llería que pudo juntar improvisamente; mas antes que
llegase , entendió por avisos de espías y algunos que se
pasaron de los enemigos, que el número poco masó
menos era de tres mil, los dos mil dellos arcabuceros
gobernados por el Melquí , hombre entre ellos diligen-
te, animoso y ofendido, ido y venido á Títuan; que
tenían atajados los pasos con grandes piedras, árboles
atravesados; que estaban resolutos de morir defen-
diendo la sierra. Ordenó á Pedro de Mendoza que con
seiscientos arcabuceros camínase derecho á la boca
del rio Verde por el pié de la sierra , y á Lope Zapata
con otros seiscientos á Gaimon , á la parte de las vi-
ñas de Monda : iban estos dos capitanes el uno del otro
media legua, y entre ambos iba el Duque con el resto
de la infantería y caballería. Ordenó á Pedro Bermu-
dez y á Carlos de Villegas, que estaba á la guarda de Is-
tan y Hójen con dos compañías y cincuenta caballos,
que se saliesen á un mismo tiempo, y con doscientos
arcabuceros tomasen lo alto de la sierra y la§ espaldas
de los enemigos; que Arévalo de Suazo partiese de Má-
laga, y con mil y doscientos soldados y cincuenta ca-
ballos acudiese á la parte de Monda. Todos á un tiem-
po partieron á la noche para hallarse á la mañana con
los enemigos ; mas ellos , avisados por un golpe de ar-
cabuz que habían oído entre la gente de Setenil , mu-
dáronse del lugar, mejorándose á la parte de Pedro de
Mendoza , que era el postrero , por tener la salida mas
abierta : comenzó á subir el Duque, y Pedro de Men-
doza, que estaba mas cerca, á pelearcon igualdad, y ellos
á mejorarse. El Duque, aunque algo apartado, oyendo
GUERRA DE
! > goípes de arcabuz, y visto que se peleaba por
aquella parte de Pedro de Mendoza, se mejoró; y por la
ladera descubriendo la escaramuza , con la caballería y
con lo que pudo de arcabucería acometió los enemi-
gos, llevando cerca de sí á su liijo , mozo cuasi de trece
HÍios, don Luis Pouce de León : cosa usada en otra
edad en aquella casa de los Punces de León , criarse los
mucliaclios peleando con los moros y tener á sus pa-
dres por maestros. Porfiaron algún tanto los enemigos,
mas lio pudiendo resistir, tomaron lo alto de la sierra,
y de allí se repartieron á unas y otras parles. Murieron
mas de cien bombres, y entre ellos el Melqui, su capitán;
y si Pedro Bermudez y Villegas salieran á la íiora qu^
se les ordenó, biciérase mayor efecto. Habido este buen
suceso , repartió el Üuque la gente que pudo por cua-
drillas para seguir el alcance; captivaron á las muje-
res y niños y ropa que les liabia quedado, mataron en
este seguimiento otros ochenta. Quedaron los moros
tan escarmentados , que ni por engaño ni por fuerza los
pudieron bailar juntos en parte de la montaña, y bus-
caron también la sierra que llaman de Daidin, y el mis-
mo Duque repartió el campo en cuadrillas, pero lam-
poco se hallaron personas juntas; con esto, él se tornó
á Ronda, y aquella guerra quedó acabada, la tierra li-
bre de los enemigos, parte muertos y parte esparcidos
6 idos á Berbería.
He querido tratar tan particularmente desta guer-
ra de Pvonda , lo uno porque fué varia en su manera y
hecha con gran sufrimiento del Capitán General , y cou
gente concejil, sin la que los señores enviaron , y la ma-
yor parte del mismo duque de Arcos; y aunque en ella
no hubo grandes rencuentros ni pueblos tomados por
fuerza, no se trató con menos cuidado y determina-
ción que la de otras partes deste reino, ni hubo me-
nos desórdenes que corregir cuando el Duque la tomó
á su cargo ; guerra comenzada y suspendida por falla
de gente , do dineros , de vitualla, tornada á restaurar
sin lo uno y sin lo otro; pero sola ella acabada del to-
do, y fuera de pretensiones, emulaciones ó envidias.
Lo otro por haberse en tiempos antigos recogido en
aquellas partes las fuerzas del mundo, y competido
César y los hijos de Pompeyo, cabezas déí, sobre cuál
quedaría con el señorío de todo , hasta que la fortuna
determinó por César, dos leguas de donde está agora
Ronda, y tres de la que llamamos Monda, en la gran
batalla cerca de Monda la vieja, donde boy día, como
tengo dicho , se ven impresas señales de despojos, de
armas y caballos , y ven los moradores encontrarse por
el aire escuadrones ; óyense voces como de personas
que acometen : estantiguas llama el vulgo español á
semejantes apariencias ó fantasmas, que el vaho de la
tierra, cuando el sol sale ó se pone, forma en el aire ba-
jo, como se ven en el alto las nubes formadas en varias
figuras y semejanzas (1).
Estaba don Juan en Granada con el Duque (a) y el
Comendador mayor, acudiendo á lo que se ofrecía; y
por dar remate á cosas y fin de los enemigos que que-
daban , ordenó que el Comendador mayor, con la gente
que se pudo juntar , parte de la propria ciudad y parte
de los que se hablan venido de su campo y del campo
(1) Aquí terminan todos los manuscritos que hemos examinado,
(fl) Este duque es necesariamente el de Sesa , porque el de Ar-
cos no se viócoiHloD Jiiau.
GRAJS'ADA. • 121
del Duque, que por todos serian siete mil personas,
llevasen delante y ante todüs las cosas bastimento y
munición que bastase para das meses , y que esto se
guardase en Órgiba, y con esta prevención partió el
campo la vuelta de la Alpujarra. Llegados á Lanjaron,
por mandado del General se dio un rebato falso, porque
la gente no estuviese descuidada ; otro dia llegaron á
Üigiba, y en ella reposó el campo tres dias, tomando
la orden que se había de tener para hallar los enemi-
gos , porque andaban esparcidos por la tierra. El cuarto
dia salió la gente hechas dos mangas de á mil hombres
cada una, con orden que la una de la otra fuese des-
viada cuatro leguas, guiando la una á la mano derecha
y la otra á la siniestra , y el resto del campo por medio :
desta suerte corrieron la tierra hasta llegar á Pitres
de Fcrreira, y dejando allí presidio de quinientos hom.-
bres, pasaronadelanle hasta Pórlugos, yailí dejaron cien
hombres, y enCádiar trescientos con el capitán Berrío.
Aquí tuvo nuevas el Comendador mayor que los moros
se habían retirado al Cehel, costa de la mar, porser tier-
ra áspera y de muchos jarales : mandó á don Miguel de
Moneada que con mil y doscientos hombres corriese
aquella tierra ; halló parte deüos , y matando siete mo-
ros , captivo doscientas personas entre moras y mucha-
chos, y ropa y despojos ; perdió solo un soldado, que en-
gañado de una mora, le hizo entender que en una choza
tenia mucha riqueza, y al entrar en ella le dio con una
almarada por debajo del brazo y lo mató. Volvió don
Miguel con la cabalgada á Cádiar, donde quedó el cam-
po ; de aquí envió el Comendador mayor mil hombres á
Ujijar de la Alpujarra, para que en ella hiciesen presi-
dio, y dejando en él trescientos soldados, fuesen á Don-
duron y dejasen allí una compañía de cien hombres
con su capitán, y en Ayator oíros ciento, y en Berja
otros ciento, con orden que todos corriesen la tierra
cada dia, dejando guarda en los presidios. Mandó á don
Lope de Figueroa que con mil y quinientos infantes y
algunos caballos corriese el rio de Almería y toda
aquella sierra, con el Boloduí y tierra de Gueneja, y
que juntando consigo la gente que salia de Almería,
corriese la tierra de Jerez á Fiñana y río de Alínanzora :
volvió á Granada , dejando presidio en las Cuajaras al-
tas y bajas y en Vélez de Benaudalla, y en todos los
presidios bastimento y munición para algunos dias.
Luego que llegó á Granada, proveyó don Juan otros
capitanes de cuadrillas, que fueron Juan Carrillo Pa-
nlagua, Camacho, Reinaldos y otros; y hecho esto,
dtn Juan con el Duque y el Comendadormayorse partió
á Madrid , y de allí á ¡a armada de la liga, dejando á
don Pedro de Deza, presidente de Granada , con título
de capitán general , y en Almería por general de la in-
fantería á don Francisco de Córdoba , descendiente áa
aquella cama de leones del conde don Martin. Corrían
la tierra á menudo las cuadrillas, metían en Granada
moros y moras , y no había semana que no hubiese ca-
balgada. Al entrar en la puerta délas Manos hacían sal-
va, subiendo por el Zacatín arriba, hasta llegará la
chancillería; daban noticia al Presidente para que viese
lo que traían, y entregaban los moros en la cárcel , y de
cada uno les daban veinte ducados , como está dicho :
atenazaban y ahorcaban los capitanes y moros señalados,.
y los demás llevaban á galeras, que sü'viesen al remo
esclavos del Rey.
122
DON DIEGO DE ¡MENDOZA.
Entre estos trujeron un moro natural de Granada
llamado Farax. Este, como supiese la voluntad de Gon-
zalo el Xeniz, alcaide sobre los alcaides, y de sus sobri-
nos Alonso y Andrés el Xeniz, y otros muchos, que era
dé entregarse y reducirse si se les concediese perdón,
llamó á Francisco Barredo, dándole parte de la volun-
tad y propósito que muchos moros tenian , y aun de
matar á su rey si no se quisiese reducir con ellos ; para
lo cual convenia que procurase verse con Gonzalo el
Xeniz, que era uno de los quemas lo deseaban. Sabido
esto, Francisco Barredo se fué á las Alpujarras,yen
llegando al presidio de Cádiar sacó de una bóveda del
castillo un moro que tenian preso (í), y le dio una car-
ta para Gonzalo el Xeniz, en que le liacia saber la causa
de su venida ; que viese la orden que habia de tener
para verse con él : recibida la carta, respondió que otro
tlia al amanecer se viniese á un cerro media legua de
Cádiar, y que adonde viese una cruz en lo alto le
aguardase, soltando la escopeta tres veces por contra-
seña : fué, y hecha la seña, llegó el Xeniz, sus sobrinos y
otros moros mostrando mucha alegría de velle : lo que
trataron fué que si le traía perdón del Rey para «1 y los
que se quisiesen reducir, que les entregarla á Abena-
bó,su rey, muerto ó vivo : con esto sj despidió, prome-
tiéndoles de haccllo y ponello por obra , y avisallos de
la voluntad del Rey. Vino á Granada Francisco Barre-
do, dio cuenta al Presidente de lo que habia pasado
con Gonzalo el Xeniz , y lo que le habia prometido : dio
el Presidente aviso al Rey , que visto lo que prometía el
Xeniz, le concedió perdón á él y á todos los que con
él viniesen : vino la cédula real al Presidente, que visto
que no habia quien con veras lo pudiese hacer, hizo
llamar á Barredo, y entregándole la cédula, le pidió con
las veras y recato que en tal negocio convenia, lo hi-
ciese.
Recibida la cédula, se partió, y llegó á Cádiar con el
moro que antes habia llevado la carta : avisóle como
tenia lo que pedia ; que se viese con él en el sitio y lu-
gar que antes se habian visto. Llegado el Xeniz, y
vístala cédula y perdón, la besó y pusosobre su cabe-
za : lo mismo hicieron los que con él venían ; y despi-
diéndose del, fueron á poner en ejecución lo concerta-
do. Francisco Barredo se volvió al castillo de Bérchul ,
porque allí le dijo el Xeniz que le aguardase; Gonzalo el
Xeniz y los demás acordaron, para hacello á su salvo,
que seria bien que uno dellos fuese á Abdalá Abenabó,
y de su parte le dijese que la noche siguiente se viese
con él en las cuevas de Bérchul , porque tenia que pla-
ticar con él cosas que convenían á todos. Sabido por
Abenabó , vino aquella noche á las cuevas solo con un
moro, de quien se liaba mas que de ninguno; y atites
que llegase á las cuevas despidió veinte tiradores que
de ordinario le acompañaban , todo á íin de que no su-
piesen adonde tenia la noche. Saludóle Gonzalo el Xe-
niz, dicíéudüle: «Abdalá Abenabó, lo que te quiero de-
cir es que mires estas cuevas , que están llenas de gen-
io desventurada , asi de enfermos como de viudas y
',1) Zatahañ le llama Mármol , como veremos en su lugar.
huérfanos, y ser las cosas llegadas á tales términos,
que sí todos no se daban á merced del Rey, serian
muertos y destruidos; y haciéndolo, quedarían libres
de tan gran miseria.» Cuando Abenabó oyó las palabras
del Xeniz, díó un gritó que pareció se le había arranca-
do el alma, y echando fuego por los ojos ledijo : « ¡Co-
mo, Xeniz! ¿Para esto me llamabas? ¿Tal traición me
tenias guardada en tu pecho? No me hables más ni te
vea yo;» y diciendo esto, se fué para la boca de la cue-
va ; mas un moro que se decía Cubayas le asió los
brazos por detrás, y uno de los sobrinos del Xeniz le
dio con el mocho de la escopeta en la cabeza y le atur-
dió , y el Xeniz le dio con una losa y le acabó de matar :
tomaron el cuerpo, y envuelto en unos zarzos de cañas
le echaron la cueva abajo, y esa noche le llevaron sobre
un macho á Bérchul, adonde hallaron á Francisco Bar-
redo y á su hermano Andrés Barredo : allí le abrieron
y sacaron las tripas, hinchiendo el cuerpo de paja. He-
cho esto, Francisco Barredo requirió á los soldados del
presidio y á su capitán que le diese ayuda y favor para
llevarle á Granada. Visto el requerimiento, le acompa-
ñaron, y en el camino encontraron con doscientos y
cincuenta moros de paz, que sabida la muerte de Abe-
nabó , y el nuevo perdón que el Rey daba , llegaron á
reducirse. Vinieron á Armilla , lugar de la Vega, y allí
le pusieron caballero en un macho de albarda , y una
tabla en las espaldas, que sustentaba el cuerpo, que
todos le viesen ; los moros de paz iban delante y los
soldados y Francisco Barredo detrás. Llegados á Gra-
nada, al entrar de la plaza de Bíbarrambla hicieron
salva; lo proprio en llegando á lachancillería: allí á
vista del Presidente le cortáronla cabeza , y el cuerpo
entregaron á los muchachos , que después de habello
arrastrado por la ciudad, lo quemaron ; la cabeza pu-
sieron encima de la puerta de la ciudad, la que dicen
puerta del Rastro , colgada de una escarpía á la parte
de dentro, y encima una jaula de palo, y un rétulo en
ella que decía :
ESTA ES LA CABEZA
DEL TRAIDOR DE ARENADO.
NADIE LA flüITE,
SO PENA DE MUERTE.
Tal fin hizo este moro, á quien ellos tuvieron por rey
después de Aben Humeya : los moros que quedaban,
unos se dieron de paz y otros se pasaron á Berbería ; y
á los demás las cuadrillas y la frialdad de la sierra y
mal pasar los acabó ; y feneció la guerra y levanta-
miento.
Quedó la tierra despoblada y destruida ; vino gente
de toda España á poblarla, y dábanles las haciendas de
los moriscos con un pequeño tributo que pagan cada
un año : á Francisco Barredo le hizo el Rey merced de
seis mil ducados, y que estos se los diesen en bienes
raíces de los moriscos , y una casa en la calle de la
Águila, que era de un mudejar echado del reino : des-
pués pasó en Berbería algunas veces á rescatar capti-
vos, y en un convite le mataron.
HISTORIA
DEL
REBELIÓN Y CASTIGO DE LOS MORISCOS DEL REINO DE GRANADA,
DiaiGlDA
A DON JUAN DE CÁRDENAS Y ZÜÑIGA,
conde de Miranda , marqués de la Bañeza , del consejo de Estado del Rey nuestro señor, y tu presidente
en los reales consejos de Castilla y de Italia;
POR LUIS DEL MARMOL CARVAJAL,
ANDANTE EN CORTE DE SU MAJESTAD.
DEDICATORIA.
Los antiguos y graves escritores procuraron siempre arrimar sus obras debajo de la protección
y amparo de los príncipes mas excelentes y estimados de sus tiempos; y con este ejemplo, ha-
biendo yo escrito la Historia del rebelión y castigo de los moriscos del reino de Gitanada , puse los
ojos en darle el favor de vueseñoría, en quien tanto florecen religión y milicia : dos cosas de que
particularmente trata; y también por ser el real consejo de Castilla, donde vueseñoría preside,
autores de un tan grande triuníb*como fué desarraigar los moros de aquel reino, que tantos si-
glos tuvieron hecho torpe abismo de maldades , y haber vueseñoría derramado su sangre com-
batiendo por su persona el fuerte peñón de Fregiliana, donde herido de saeta mostró el invicto
valor de sus antepasados, haciendo oficio de prudente capitán y de valeroso soldado. Poníame
temor ser juzgado tan ignorante como atrevido en poner mi bajo estilo en manos de vueseñoría,
tra vendo consigo tanta desproporción ; mas aseguróme su mucha afabilidad y nobleza, adornada
de linaje , riquezas y letras : cuanto al linaje , Zúñiga, Avellaneda, Bazan y Cárdenas, nobilísimas
y antiquísimas casas en los reinos de Castilla y de Navarra; cuanto á riquezas, conde de Miran-
da, marqués de la Bañeza y señor de las casas de Avellaneda y Bazan; pues cuanto á las le-
tras, la buena gobernación del principado de Cataluña y del reino de Ñapóles, donde vueseñoría
fué visorey, y el consejo de Estado del Rey nuestro señor, y las presidencias de los dos reales con-
S(!Jos de Castilla y de Itaha, en que reside, lo testifican. Consideradas todas estas cosas, determiné
de hacer atrevida elección, y escrebí á Pedro Zapata del Marmol, mi hermano, escribano do
cámara del real consejo de Castilla , que besase á vueseñoría las manos y le suplicase se dignase
de dar á la Historia su favor. Kespondióme haber hallado en vueseñoría todo mi deseo con de-
mostración de contento, el cual tengo tan grande en ver la hija de mi pobre entendimiento tan
bien puesta , que no sé cómo poderlo explicar en los años que me quedan de vida sobre setenta
y seis de mi edad. Los que fueren ofrezco al servicio de vueseñoría, cuyo criado y servidor me
pubüco de hoy mas, en comemoracion de tanta merced y favor.
Luis dei Mármol Carvajal.
124 LUIS DEL MARMOL CARVAJAÍ,.
PROLOGO.
Es costumbre antigua, que aun dura el diada hoy entre los doctos varones y de buen entendi-
miento , escrebir y sacar á luz las cosas que por su ingenio ó por documento de otros hallaron
ser provechosas á sus repúblicas. Hubo muchos de singular doctrina que compusieron obras mo-
rales para instruir los ánimos en la virtud. Otros declararon á sus naturales las cosas extrañas y
peregrinas por interpretación , y perpetuaron las proprias para un claro ejemplar en la memoria
de las letras, dando á cada cual su medida, como jueces de la fama y testigos de la verdad. Los
que juntando esta diligencia con la obligación para común aprovechamiento , y pesando los he-
chos de la fama , según lo que valieron y pesaron , procuraron dejar á sus sucesores fiel memoria,
con razón deben ser loados, y tenido en mucho su trabajo, por eí amor que tuvieron á su proprio
ser. Todas las cosas en su modo trabajan por perpetuarse. Las que son naturales, en que sola-
mente obra naturaleza, y no la industria humana, tienen en sí mesmas una virtud generativa, que
cuando debidamente son dispuestas, aunque peligren en su corrupción, la mesma naturaleza las
vuelve á renovar y les da nuevo ser, con que se conservan en su propria especie ; mas las que no son
naturales , sino hechos humanos, como no tienen virtud animada para engendrar cosa semejante
á sí, porque con la brevedad de la vida del hombre no acabasen con su autor, fué necesario que
elmesmo hombre, para conservar su nombre en la memoria dellas, buscase este divino artificio
de las letras, que representase en futuro sus obras. Porque la habla, siendo animada, no tiene mas
vida que el instante de su pronunciación, y pasa, á semejanza del tiempo, que no tiene regreso.
Y las letras, siendo caracteres muertos, contienen en sí espíritu de vida , y lo dan entre los hom-
bres á todas las cosas, multiplicándolas en la parte memorativa por uso de frecuentación tan es-
piritual, en hábito de perpetuidad, que por medio dellas en fin del mundo serán tan presentes
nuestras personas, hechos y dichos á los que entonces fueren, como lo son el dia de hoy, y
vemos que vive lo que hicieron y dijeron los que fueron al principio del por la literal custo-
dia. Siendo pues el fruto de los hechos humanos muy diferente del natural , producido de la si-
miente de las cosas que fenecen en el mesmo hombre , para cuyo uso fueron criadas , y el de las
obras eterno , por proceder del entendimiento y voluntad , donde se fabrican y aceptan , que por
ser partes espirituales las hacen eternas; de aquí nos queda natural y justa obligación á ser tan
diligentes y solícitos en conservar la memoria de nuestros hechos , para con ellos aprovecharnos
en buen ejemplo, como prontos y constantes en hacerlos, por el común y temporal provecho
de nuestros naturales. ¿Qué fuera de los hechos de los caldeos , asirlos, medos, persas , griegos,
romanos, siBeroso Caldeo, Metastenes, Diodoro Sículo, Procopio, Trogo Pompeyo, Herodoto,
Halicarnasio, Justino, y Tito Livio y otros no los escribieran? Considerando pues que esta dili-
gencia de encomendar las cosas con fieldad al archivo de las leíras , conservadoras de todas las
obras, es tan necesaria en nuestra España, cuanto los españoles son prontos y diligentes en los he-
chos que competen por milicia, y descuidados en escrebirlos ; porque no se perdiese la memoria
de muchos y muy gloriosos sucesos, que estaban ya casi olvidados , recopilamos y pusimos todo
lo que pareció digno de memoria en el segundo libro de nuestra Descripción de África, que
salió á luz en el año de la redención del mundo 4573, y la dirigimos al católico rey don Fe-
lipe nuestro señor, segundo deste nombre, que la mandó poner en su librería delEscurial;
y después , prosiguiendo en la aceptación del peligroso trabajo de la historia , escribimos el
Rebelión y castigo de los moriscos del reino de Granada , con todas las cosas memorables del :
lo cual pudimos hacer con mas comodidad que otro , por haber asistido desde el principio
hasta el fin en el ejército de su majestad. Y trazada y dibujada la obra, la presentamos en el
supremo consejo de Castilla, porque siendo la materia que en ella se trata uno de los mayores
triunfos destos reinos, se publicase con licencia y autoridad de los autores del. Y vista y exami-
nada por el licenciado Juan Díaz de Fuenmayor, del consejo y cámara de su majestad, y última-
mente por el licenciado Rivadeneyra, oidor que fué en la audiencia real de Granada durante esta
guerra, que ya lo era del supremo Consejo , a quien fué cometida, con sus relaciones y pareceres
se mandó imprimir. Cuanto á mí, fué un fruto voluntario que, imitando á la madre tierra , quise
dar con mas cuidado y diligencia que si me fuera encomendado, movido de natural obligación, y
con celo casi envidioso de la gloria que los fieles cristianos que derramaron su sangre v pa-
decieron martirio por nuestro Redentor, merecieron. Va repartida en diez libros. En el primero
se contiene la descripción del reino de Granada, y la conquista que los catóUcos reyes don Her-
nando y doña Isabel hicieron en él , y la conversión de los moros á nuestra santa fe católica, y las
alteraciones que sobre ello hubo; siguiendo en este particular á Hernando de Ribera, y Alonso de
Palencia, y á Hernando del Pulgar, y á Luis de Carvajal , y á otros autores, y tomando de algunos
libros arabos, que pudimos conformar con certidumbre. El segundo trata de los medios que los
REBELIÓN Y CASTIGO DE LOS MORISCOS DE GRANADA. 125
príncipes cristianos procuraron con los nuevamente convertidos para que dejasen las costumbres
y ceremonias de moros. El tercero trátalas contradiciones que aquellas gentes hicieron con ra-
zones morales para no dejar de usar de aquellas cosas en que conservábanla memoria de suera y
seta; y como revolviendo sus pronósticos ó jofores, que tenian de tiempo de moros, trataron de
hacer novedad. En el cuarto se pone el principio del rebelión, y entrada que los principales au-
tores hicieron en el Albaicin , y como declarándose por moros , hicieron elección de caudillo de
su nación en el Alpujarra , y con bárbara crueldad pusieron hierro y fuego en los templos sagra-
dos y en los sacerdotes de Jesucristo que moraban en sus alearías. En el quinto se trata de la
jornada que el marqués de Mondéjar hizo contra estos rebeldes, y la entrada del marqués de los
Vélez por la parte del reino de Murcia, y el progreso que estos dos campos hicieron, y la venida
del serenísimo don Juan de Austria , hermano del rey nuestro señor , á Granada, para con su au-
toridad dar fin á la importuna guerra ; y como se comenzaron á reducir los alzados. El sexto trata
de las desórdenes de nuestra gente de guerra , que molestaron tanto los reducidos, que la mayor
parte dellos se volvieron á la sierra; y como su majestad mandó retirar la tierra adentro los mo-
riscos del Albaicin y vega de Granada, para asegurarlos, y asegurarse dellos. En el sétimo se con-
tiene la entrada del marqués de los Vélez en el Alpujarra, y la victoria que hubo de Aben Humeya
en Valor, y la muerte de aquel tirano, y como los alzados nombraron en su lugar á Aben Aboo,
y el progreso del campo del marqués de los Vélez. El octavo trata la jornada que don Juan de Aus-
tria hizo por su persona sobre la fuerte villa de Galera, y por los rios de Almanzora y Almería , y
la entrada del duque de Sesa en la Alpujarra, y la saca de los moriscos que habían quedado en la
vega de Granada. En el noveno se contienen los tratos que hubo sobre la reducion general, y
la jornada que don Antonio de Luna hizo en la serranía de Ronda para despoblar aquellos lugares.
Y el deceno trata la reducion de los moriscos de la dicha sierra de Ronda, y la entrada que don
Luis de Zúñiga y Requesenes, comendador mayor de Castilla, hizo en la Alpujarra contra los
que no se habían querido reducir, y el progreso que este campo hizo, y la saca de los moriscos
reducidos que estaban en el reino de Granada, y la muerte de Aben Aboo, y fin desta guerra.
Muchas particularidades hallará el lector en estos diez libros; y sí todavía le pareciere que falta
algo de lo que él sabe, tome lo que hallare ; porque siendo tan general y de tan varios sucesos,
en tantas partes y á un mesmo tiempo, obligación tendrá de suplirlo con buena discreción , con-
siderando que no nos faltaría diligencia para saberlos, y que se pudieron pasar algunas cosas por
alto. — Vale.
HISTORIA
EEBEIION Y CASTIGO DE LOS MORISCOS DEL RSDÍO DE GRANADA.
LIBRO PRIMERO.
CAPITULO PRIMERO.
Qiie tiata de la provincia de la Andalucía, que los antiguos llama-
ron Bélica, y cómo el reino de Granada es una parte della.
La provincia Bélica , tan celebrada de los antiguos
cícritores en España , es propriamente la que después
l¡;i.maron Vandalia ó Vandalocia, del nombre de una ge-
tseracion de gentes llamados vándalos , que moraron y
tuvieron señorío en ella. Estos eran de nación alemanes
y entraron en la Galia,que llaman eldiade hoy Francia,
con el cónsul Estilicon, dos años antes que Alarico, rey
godo, saquease la ciudad de Roma, en el año 4i2 de
nuestra salud, que se contaron 12G4 de su fundación por
Rómulo ; los cuales , acompañados con los borgoñones,
alanos y suevos, que también eran alemanes, guerrearon
con los francos, pueblos de la provincia de Franconia
que ocupaban la Galia ; y echándolos della por fuerza
de armas, les hicieron dar vuelta á su provincia , y se
quedaron ellos en la tierra, robándola á su voluntad.
Contentándose pues los borgoñones con aquella parte
que llamamos Borgoña, los vándalos, alanos y suevos
pasaron á la provincia de Aquitania, que es en la de Nar-
bona, y destruyendo y robando todas las comarcas, lle-
garon á los montes Pireneos; mas no pudieron pasar
por entonces á España, porque se lo defendió nuestra
gente en la aspereza y fragosidad de aquellas monta-
ñas. Sucedió en este tiempo que un capitán del impe-
rio romano, llamado Gracian, se apoderó tiránicamen-
te de la isla de Bretaña , donde era natural , y duramlo
poco en su tiranía , los mesmos soldados del ejército le
mataron, y saludaron por emperador á un soldado par-
ticular llamado Constantino, el cual pasó luego á la Ga-
lia contra los vándalos, alanos y suevos, que estaban
apoderados della, y guerreando fuertemente, nunca
pudo sujetarlos , y al íin hubo de hacer paz con ellos,
aunque con este nombre de paz le burlaron muchas
veces. Envió también este emperadora España sus go-
bernadores , que llamaban jueces , para que rigiesen y
gobernasen la tierra en su nombre; los cuales fueron
muy bien recebidos en todas las provincias, y solamen-
te dejaron de obedecer los dos nobles caballeros her-
manos, naturales de la ciudad de Palencia, llamados
Dindino y Veroniano, que siendo ricos y muy empa-
rentados, tomaron la voz de Honorio, legítimo empera-
dor romano , y por conservarle aquel reino resistieron
mucho tiempo á su costa el ímoetu de los enemigos, y
les defendieron la entrada en España por los Pireneos.
Viendo Constantino la resistencia que los dos herma-
nos hacían á sus gentes, envió contra ellos á su hijo
Constancio, que siendo fraile le había tomado por com-
pañero en el imperio , con las escuadras de los pitios,
que por otro nombre llamaban honoricianos , porque
habían militado en Bretaña en servicio del emperador
Honorio, el cual pasó á fuerza de armas los montes
Pireneos, y llevando consigo los vándalos, alanos y
suevos, que, como queda dicho, ocupaban toda la pro-
vincia de Aquitania , entró en España y peleó con ¿in-
dino y Veroniano, y los venció y mató, y destruyó toda
la tierra de los palentinos. Desta vez quedó abierta la
entrada á estas gentes, y pasando mucho número, an'
vándalos como alanos y suevos, usaron en España in-
sultos, muertes y crueldades jamás oidas ni vistas. Sa-
quearon la ciudad de Astorga, cercaron á Toledo, y no
la pudiendo tomar, destruyeron toda su comarca, y ar-
rimándose al rio Tejo , pasaron á la ciudad de Lisbona
y la cercaron ; aunque no pararon allí mucho tiempo,
porque los ciudadanos les dieron gran suma de dine-
ros y se fueron á otras partes. Discurriendo pues vic-
toriosos por España, andando el tiempo vinieron á ser
señores de las provincias y á repartirlas entre sí. La
Lusitania, que es Portugal , cupo á los suevos; Galicia
y Mérida á los alanos, y la Bélica á los vándalos, que
también extendieron su señorío después por África.
Esto dice Osorio, y papa Pío, en el compendio que hizo
de la historia del Blondo de Forl¡,lo trata largamente.
Estos vándalos dieron nuevo nombre á nuestra Bélica,
y por ellos fué después llamada Vandalia ó Vandalocia,
y agora la llamamos corruptamente Andalucía. Los es-
critores africanos hacen mucha mención de los vánda-
los, y los llaman nindeluz , y debajo deste nombre com-
prenden todos los moradores de la Bélica y todo lo que
poseyeron los vándalos en África, conviene ú saber, la
tierra que cae desde la sierra Morena hasta el mar Me-
diterráneo , y las dos Mauritanias, Tingitania y Cesa-
riense , y parte de la Numidia y de la África propria,
especialmente lo que cae hacia nuestro mar; los cuales
destruyeron á Cartago , como lo dice el Johorí en su
Loga, y Mahomete Aben Jouhor en su Geográfica. Y
aunque este nombre nindeluz se ha ido perdiendo en-
tre los moradores de Berbería, en España se ha con-
servado y conservó siempre entre los moros, y los cris-
REBELIÓN Y CASTIGO DE
tlanos naturales desta provincia los llaman andalu-
ces. No dejaré de decir en este lugar como algunos
escritores árabes llaman por^probrio á los vándalos
nindelez, nombre derivado de delez, que en su latini-
dad árabe significa cosa de poca confianza ó falsa, im-
putándolos de falsos ; y si bien se considera, las gran-
dísimas crueldades, la poca fe y sobra de malicia que
los vándalos usaron en Francia, en España y en Áfri-
ca, sin respetar cosa divina ni humana, parecerá ha-
berles aplicado los alárabes tan satíricos aquel nombre
con alguna manera de razón , siendo poco diferente
del proprio. Pasando después los vándalos en África
con Genserico , su rey, so color de socorrer á Bonifa-
cio contra Sisulfo, los visogodos, que habían movido las
armas contra ellos, ocuparon la provincia Bélica y la
poseyeron hasta que los acabes destruyeron á España;
los cuales pusieron la silla de su imperio y seta en la
ciudad de Córdoba, y la hicieron cabeza de la Bética
6 Vandalia. Mas, declinando después las cosas de los
alárabes, hubo entre ellos muchos reyes, y siendo po-
co poderosos, guerreando con ellos cuarenta y cuatro
reyes cristianos por espacio de setecientos setenta y
tres años, al fin les fueron ganando las ciudades, villas
ycastillos que tenían, yéndolos arrinconando siempre
hacia la costa del mar Mediterráneo , donde está el
reino de Granada, última parte de la provincia Bética.
Con los moros que huían de las armas de los príncipes
cristianos se ennobleció y pobló este reino, y floreció
la famosa y gran ciudad de Granada , y su rey se hizo
rico y poderoso de gente, armas y municiones; y tanto,
que pudo sustentarse largos tiempos. Esta noble ciu-
dad dio nombre á todo el reino , mas no por eso per-
dieron los moradores della y del el nombre de anda-
luces ó nindeluces, como los otros pueblos de la Bé-
tica ó Andalucía ; y así los llaman todavía los africanos.
CAPITULO II.
Que trata de la descripción del reino de Granada, como lo poseía
el rey moro Abul Hacen cuando los católicos reyes don Her-
nando y doña Isabel comenzaron á reinar en Castilla y en León.
El reino de Granada, como queda dicho, cae en la
última parte de la provincia Bética sobre el mar Me-
diterráneo, y fué lo postrero que los moros, enemigos
de nuestra santa fe, sustentaron en España, y de lo
primero que los alárabes ocuparon en su primera en-
trada, los cuales le llaman Beletel Nindüuz, como si
dijésemos la tierra de los andaluces; mas algunos an-
tiguos le llamaron provincia de Iliberia, por una famo-
sa ciudad que allí habia , de que haremos particu-
lar mención en esta historia. Los límites deste reino,
cuando los católicos reyes don Hernando y doña Isa-
bel reinaron por divina permisión en Castilla y en León,
eran en esta manera. A la parte de poniente comen-
zaba desde los términos marítimos mas orientales de
la ciudad de Gibraltar, que los alárabes llaman Gibel
Feloh, que quiere decir monte de la entrada de la vic-
toria, desde una señal que hoy día llaman los morado-
res de aquella tierra las Tres Piedras , y extendiéndose
largamente sobre el Mediterráneo, llegaba ala parte
de levante hasta el reino de Murcia, bañándole los ma-
res Hercúleo , Iberio y parte del Sardoo , que cae en el
occidente del Mediterráneo. Al cierzo confinaba con
Otros lugares de la Andalucía que los reyes cristiatios
LOS MORISCOS DE GRANADA. i 27
1 habían cobrado en diferentes tiempos y ocasiones de
guerras, como son las villas de Castellar, Jimena, Es-
pera, Zara, la Torre el Haquin, Olvera, Villa Martín, Ca-
ñete, Hardales, Estepa-, el Pontón de Don Gonzalo, Lu-
cena. Cabra, Baena, Rute, Luque-, Mártos, Torrejime-
na , Torre el Campo , la ciudad de Jaén , la Guardia,
Pegalajar, Torres Jimena, Belmar, Jódary Quesada. Y
pasando mas adelante, confinando con los lugares del
adelantamiento de Cazorla, y por las faldas de la sierra
de Segura se iba á juntar con el reino de Murcia. Todo
loque cae en este ámbito comprendía el reino de Gra-
nada, y era poseido por el rey moro en aquel tiempo, y
habia algunas ciudades y villas en él, que siendo ocu-
padas por los reyes cristianos , la sustentaban y tenían
en ella sus fronteras. Estas eran Antequera y Alcalá la
Real y la villa de Archidona , y otras que no se com-
prenden aftora en el reino de Granada , sino en la otra
parte de la Andalucía ; no embargante que todas las vi-
llas y castillos que no son de la antigua jurisdicción
de las ciudades de Córdoba y Sevüla , fueron antigua-
mente de la provincia ó reino de Iliberia, como lo dice
Aben Baxid en un libro que hizo en Córdoba por man-
dado del halifa de Damasco , intitulado Departimiento
délas tierras de España, y entrada y conquista que los
alárabes hicieron en ella. Volviendo pues á nuestra
descripción, atraviesan por el reino de Granada, de
poniente á levante , dos sierras, la una mayor, mas alta
y mas fragosa que la otra. La que es mayor cae hacia
el mar Mediterráneo , y tomando principio cerca de la
ciudad de Gibraltar, hace las serranías de Ronda, y
prosiguiendo entre las ciudades de Málaga y Anteque-
ra , deja la hoya y la jarquía á mano derecha, y va por
entre Vélez y Alhama. En este paraje hace el puerto
que llaman de Zalia ó Cailia, llamado así del nombre de
una fuerte villa que habia junto á él en aquel tiempo
hacía la parte de mediodía, la cual fué despoblada des-
pués que los Católicos Reyes ganaron aquel reino, y allí
lucieron una fortaleza por bajo del sitio antiguo , don-
de hubo muchos años gente de guerra para la seguri-
dad de aquel paso; y aun se ven el día de hoy los mu-
ros en pié , yendo por el camino que va de Vélez á Al-
bania sobre mano izquierda. Desde este puerto vuelve
una cordillera de sierra , que procede de la mayor y va
hacia la mar; llámanla tierra de Tejeda por los muchos
tejos que hay en ella, que son unos árboles derechos y
altos como el aciprés, y la madera es semejante al pi-
no , y se aprovecha rolliza sin aserrar para enmaderar
las casas y para otras muchas labores. Bajando pues por
la cordillera desla sierra , que es alta y muy fragosa,
á la mano derecha está pegada con ella otra sierra mas
baja, que la va acompañando hasta la mar, y la llaman
sierra de Bentomiz , del nombre de una villa antigua
que fué edificada en ella por los alárabes primeros que
conquistaron en España , y por un linaje de ellos lla-
mado Beni Tumi, que también pobló en la provincia
de Argel en Berbería, y señoreó aquella ciudad muchos
tiempos. En esta sierra de Bentomiz poblaron los mo-
ros muchos lugares, y vivían en ellos ricamente por la
cría de la seda, y por las pasas , higos y almendras que
allí se cogen. Hacia la mar se hace un peñón alto y
muy fragoso, que llaman el peñón de Fixiniana, del
nombre de otro lugar que está cerca del, que los cris-
tianos llaman corruptamente Fixiniana , del cual haré-
123
LUIS DEL MARMOL CARVAJAL.
mos paríicuiar mención cuando tratemos de la jorna-
da qn<i don Luis de Requesones, comendador mayor de
Casliiía, iiizo sobre él. Volviendo pues al puerto de Za-
lla , donde se hace en lo alto de la sierra una hermosa
dehe?a de yerba y de encinares, que los moros llaman
Hesfaaraaya, que quiere decir campo de pastores, y los
nuestros Safarraya , prosigue todavía esta sierra ma-
yor , dejando á mano derecha la ciudad de Almuñécar
en la costa de la mar, y á la izquierda la de Alhama, y
va á dar á otro peñón que esLá encima de los lugares
de las Cuajaras, no menos fragoso y fuerte que el de Fi-
xiniana, donde también hubo empresa memorable en
esta guerra; y quedando á la marina en este paraje el
fuerte castillo y villa de Salobreña, va á dar la sierra al
valle de Lecrin. A mano izquierda del proprio valle está
la fértil y espaciosa vega de Granada , y á la derecha la
villa de Motril y su tierra. Luego se vuelve á levantar
en mayor altura y prosigue todavía para levante , te-
niendo al mediodía las sierras de Lanjaron y la taa de
órgiba, y á la parte del cierzo la nombrada y gran ciu-
dad de Granada. Desde aquí para adelante llaman esta
sierra Sierra Nevada , por la continua nieve que hay en
ella , y los antiguos la llamaron Oróspeda , los alárabes
Xolair ; y en las vertientes della que caen hacia la mar
están las taas de la Alpujarra, que Aben Raxid llama
tierra del Sirgo, por la mucha seda que allí se cria.
Los alárabes llaman esta tierra Abujarra, que quiere
decir la rencillosa y pendenciera, porque, como dicen
sus escritores, muchos tiempos después de haber con-
quistado los alárabes en España, se defendieron los
cristianos en la aspereza de aquellas sierras, y si los su-
jetaron, fué con que los dejasen vivir en nuestra fe ; la
cual fueron después dejando poco á poco , y vinieron á
tomar los ritos y ceremonias de su seta ; y esta sober-
bia de ser invencibles en sus sierras les duraba hasta
nuestros tiempos. Dice Aben Raxid , exagerando la for-
taleza de España : « Esta provincia está cercada de tres
fuertes muros, que naturaleza le dio para guarda y de-
fensa de sus naturales : al mediodía tiene las asperísi-
mas sierras del Sirgo, que mucho tiempo estuvieron
por los cristianos; á levante los montes Pireneos; á
septentrión otras montañas, donde también se encas-
tillaron los moradores de la tierra contra el poder de
los romanos, de los godos y de los alárabes. » Hasta
aquí dice Aben Raxid. Nueve leguas á levante de Gra-
nada, en los llanos que se hacen al pié de Sierra Ne-
vada , á la parte del cierzo está la ciudad de Guadix, y
otras ocho leguas mas adelante la de Baza, en el para-
je de la cual hace la sierra mayor un valle que llaman
rio de Almanzora , por un rio que corre por él con aquel
nombre; y á la mano derecha, sobre la costa de la mar,
está la ciudad de Almería, que en un tiempo compitió
con Granada en riquezas y población. Proceden de la
sierra mayor muchos ramos que van á dar á la mar con
nombres de las poblaciones que han en ellos, como son
Gádor , Filábres y otros muchos. Y aunque la sierra
pnncipal se quiebra en el rio de Almanzora, después se
vuelve á levantar y prosigue no con tanta altura; y de-
jando á la marina las ciudades de Vera y Mojácar, se va
á meter en el reino de Murcia, donde la dejaremos, por
no hacer mas al propósito de nuestra historia. Toda
esta sierra que hemos dicho, y las otras que proceden
della, son muy fragosas, y por la mayor parte habita-
bles las haldas y senos dellas , donde tieiicu los mora-
dores muchas y muy buenas tierras de pan y mucha
yerba para la cria de los^^anados, especialmente en los
llanos que caen de una parte y otra de la sierra mayor;
de la cual proceden muchas fuentes de aguas frias que
bajan por los valles y quebradas , con las riberas llenas
de arboledas de toda suerte, y convirtiéndose después
en diferentes rios, corren diferentemente unos á la mar
y otros á la parte del cierzo ; y por todas partes tenían
los moros muchos lugares poblados de gente rica por
la cria de la seda y del ganado, que es la principa! gran-
jeria de aquella tierra. La otra sierra menor cae á la
parte del cierzo , en los confínes que ahora llamamos
Andalucía. Esta es la sierra de íliora, que los moros
llaman Barbandara, y no es tan fragosa como la que
hemos dicho. Hay en ella muchas villas y castillos fuer-
tes, donde los reyes de Granada tuvieron grandes tiem-
pos su frontera contra los cristianos; y la tierra es muy
apropriada para labores, y se coge por toda ella mucho
pan, porque se quiebra muchas veces, y hace valles,
lomas y cerros bajos , que todo se puede romper con el
arado; y desta manera va prosiguiendo por los mis-
mos parajes que la sierra mayor de poniente hacia le-
vante con diferentes nombres, según la población de
las villas y castillos que hay en ella. Entre estas dos
sierras está la nobleza de todo el reino de Granada, en
las ciudades de Ronda, Antequera, Alhama, Loja,
Granada, Guadix y Baza; y sobre la costa de la mar es-
tán otras ciudades marítimas, como son Marbella, Má-
laga, Vélez, Almuñécar, Almena, Mojácar, Vera ; y en
todas ellas hay muchos caballeros y gente noble, que
proceden de los conquistadores de la tierra, á quien los
Católicos Reyes dieron largos repartimientos en pago
y remuneración de sus servicios. Otras tres poblacio-
nes hay también con título de ciudades en este reino,
llamadas Ujíjar y Cobda en la Alpujarra, y Purchena en
el rio de Almanzora , que son menos nobles que las
otras. Esto es loque en general se puede decir del rei-
no de Granada; adelante le iremos describiendo mas
en particular en los lugares que tocaremos en el dis-
curso de la historia.
CAPITULO III.
Que trata de la antigua ciudad de Iliberia , que fué en este reino
de Granada.
La antigua ciudad de Iliberia, de quien hacen men-
ción algunos escritores antiguos, según lo que ade-
lante diremos, fué en la provincia Bélica. Aben Raxid,
en aquel libro que dijimos que hizo en Córdoba , ha-
blando desta provincia , dice desta manera : « Iliberia »
(aunque otros leen Eliberia , porque como en la gra-
mática árabe son las vocales puntos, fácilmente se to-
ma la e por la í, y la o por la u, porque diferencian
poco en los lugares de los caracteres donde se ponen,
como se hace también en lo hebraico , que se diferencia
la vocal solamente en ser un punto ó dos puntos puestos
en un mesmo lugar); finalmente. Aben Raxid dice :
«Iliberia, ciudad grande y rica por el mucho sirgo que
de allí sale á todas partes de España, está sesenta mil
pasos de Córdoba hacia el mediodía, y seis mil pasos
de la sierra de la Helada hacia el cierzo; están en sus
términos los castillos siguientes: Jaén, Baeza, donde
se labran ricas alhombras; Loja, Almería y Granada,
REBELIÓN Y CASTIGO DE LOS MORISCOS DE GRANADA.
que antiguamente se l!/imó villa de los Judíos, porque
la poblaron judíos, y es la mas antigua población del
término de lliberia, por medio de la cual pasa el rio
Salón, que nace en el monte del Arrayan , y entre sus
arenas se hallan granos de oro fino. Y con él se junta
luego otro rio mayor, llamado Singilo, que baja del
monte de la Helada. Y en estos términos está el castillo
^ de Gacela, que ninguno semeja tanto á la ciudad de Da-
masco en riqueza como él ; y en su término hay ricas
piedras de mármol fino , blancas y negras y matizadas
de diversas colores. » Hasta aquí dice Aben Raxid. De
donde se colige haberse llamado Gacela en algún tiem-
po las alcazabas antiguas de la ciudad de Granada , que
sin duda fué población de alárabes y la primera que hi-
cieron en aquella ciudad, por lo que se dirá adelante,
la cual hallamos haberse también llamado Hizna Ro-
mán. Por estas razones se deja bien entender haber sido
la antigua-ciudad de lliberia cerca de la ribera del rio
Cubila, que pasa al pié de la sierra que los modernos
llaman sierra Elvira, á la parte del cierzo, donde he-
mos visto muchos vestigios y señales de edificios anti-
quísimos. Y los moradores de los lugares comarcanos
se fatigan en vano cavando en ellos, pensando hallar
tesoros, y han hallado allí medallas muy antiguas de
tiempo de gentiles. Y lo que mas arguye que sea esto
así, es la distancia que hay de allí á Córdoba y á la sierra
de la Helada, que es la mesma que dice Aben Raxid.
Finalmente, lliberia fué ciudad populosa, cabeza de
obispado , y san Cecilio fué obispo della en la primitiva
iglesia, y la iglesia catedral de la ciudad de Granada
celebra su fiesta el día de hoy. Y el concilio iliberitano
parece mas verisímil haber sklo en esta ciudad que en
Iberia, ciudad de, Cataluña, llamada hoy Colibre, de
quien trata Pomponio Mela. Los que llamaron esta ciu-
dad Elibería dicen que la fundó Eliberia, hija de Ispan,
y que le puso su nombre; á lo cual no contradigo, por
la facilidad con que se pudo trocar aquella letra primera
en tantos siglos ; mas si bien se consideran los nombres
que Tito Livio y otros escritores antiguos nos dan de
las^ciudades que florecían en aquellos tiempos en Es-
paña, hallaremos que la mayor parte dellos comienzan
en /, que es la letra primera del nombre de Ispan , que
la pobló , como son Iliturgi , Ilerda , Ilegita , Hipa , ¡lu-
cia , Ibera y otras muchas. Y aun los nombres de las
ciudades de África que eran principales comenzaban
todas en T, muchas de las cuales mantienen todavía los
nombres antiguos, como son Taftana, Taculet, Ta-
gaost, Tarudant, Tazarot, Tamarrocx y otras muchas.
Y la lengua antigua africana se llama tamazegt , y los
moros en lo arábigo interpretan lengua noble , y la lla-
man quelem amañe, tomando aquella T por epíteto,
por ser la primera letra del nombre del primer pobla-
dor, que fué Tut , nieto de Noé. Volviendo pues á nues-
tra IHberia, aquel escritor árabe dice que los gentiles,
á quien ellos llaman gehela, destruyeron esta ciudad
antes que los alárabes conquistasen en España, y que
los vándalos la ennoblecieron, y estuvo próspera en su
tiempo , y que los alárabes la ganaron por fuerza de ar-
mas, y la destruyeron y asolaron gran parte della; fi-
nalmente , fueron ellos los que la acabaron de destruir,
mudando la población que habla quedado á la ciudad
de Granada, de la cual diremos adelante : solamente se
advierte al lector que Elvira es nombre corrompido al
H-i.
i29
gusto de nuestra lengua vulgar, porque los moros lla-
maii la sierra donde fué esta ciudad de lliberia Gehel
Elbeira , que quiere decir sierra desaprovechada ó de
poco fruto, porque no tiene agua ni leña ni aun yerba.
Otros la llaman sierra de los Infantes, porque á un lado
delia, á la parte de Granada, junto á un lugar que lla-
man el Atarfe, tuvieron asentado su real los infunles
don Juan y don Pedro, su sobrino, hijo y nieto del rey
don Alonso el Sabio; y siendo desbaratados por Odmaa
ó Hozmin , alcaide de Ismael , rey de Granada , murie-
ron entrambos á dos en el año del Señor 1320. Despo-
blada lliberia, solamente quedó en pié el castillo y al-
gunos barrios en la ribera del rio, y los reyes moros
daban aquella tenencia á deudos suyos ó á personas de
cuenta. Y estando en Granada el año de 1571, nos
mostró un morisco dos títulos de aquella alcaidía, que
habia sido de sus pasados, los cual^ estaban en un
papel grueso como de estraza, muy bruñido y colora-
do, y algunas letras mayúsculas de oro, que cierto fué
contento verlos por su antigüedad y por el estilo de las
patentes de aquellos reyes. Este castillo estuvo mu-
chos tiempos en pié , hasta que los Reyes Católicos le
derribaron en las entradas que hicieron en la Vega.
Vense todavía allí junto al rio dos barrios, que llaman
Pinos de la Puente.
CAPITULO IV.
En que se declara dónde fué la villa de los Judíos que Raxid dice.
Conforme á lo que Raxid dice, la villa de los Judíos
fué en aquella parte de la ciudad de Granada que está
en lo llano entre los dos ríos referidos , que los natura-
les llaman por Salón Darro , y por Singilo Genil , desde
la parroquia de la iglesia Mayor hasta la de Santo Ma-
fia, donde se hallan cimientos de fábricas muy anti-
guas; y la fortaleza debió ser donde ahora están las tor-
res Bermejas, porque según fuimos informados de los
naturales de la tierra, el muro que baja destas torres,
rolo y aportillado en muchas partes, es el edificio mas
antiguo desta ciudad; y los demás que cercaban la vi-
lla debieron de irse deshaciendo como se fué acre-
centando la población. Conforme á esto trae verisimili-
tud lo que el curioso Garibay, escritor moderno, dice
en su Compendio historial, que Granada se llamó Car-
nal, que en lengua hebrea quiere decir la Peregrina,
porque la poblaron los judíos que vinieron á España en
la segunda dispersión de Jerusalen. Cuanto á esto, en-
tiendo que debieron ser los de Nabucodonosor, que
vinieron muchos años antes, y estos eran de Fenicia,
de Tiro y Sidon, y se llamaron mauros mauroforos.
Poblaron en esta costa y en la de África las ciudades li-
bias fenicias , y dellos tomaron nombre las Maurilanias
Tingilania y Cesariense. En los altos pues que caen so-
bre Granada parece que pudo estar fundada la antigua
ciudad de Illipa, que refiere Tito Livio en el quiato li-
bro de la cuarta década cuando dice que cerca della
Publio Cornelio Escipion, procónsul romano, venció á
los lusitanos que andaban robando aquella tierra, y les
mató quince mil hombres y les quitó la presa que lle-
vaban ; y llegándose á la ciudad de Illipa , lo puso todo
delante de las puertas para que los dueños conociesen
lo que les habían robado , y se lo restituyó. Y conforme
á esto los judíos debieron de poblar entre los dos ríos
referidos, y no en los altos, donde Dios habriapermiti-
9
130
LUIS DEL MARMOL CARVAJAL.
du la destriiicion de aquella ciudad, como de otras mu-
chas deste reino. No lie podido hallar mas claridad, en
cuanto á esta villa de los Judíos, de la referida; mas en
lo que toca á la población que los alárabes y moros hi-
cieron en la ciudad de Granada , en qué tiempos y por
qué razón , y los nombres de las fortalezas y barrios de-
lla, y de la manera que se fué aumentando y ennoble-
ciendo, todo esto diremos con mucha certidumbre,
porque pusimos diligencia en saberlo, así por relacio-
nes de moriscos viejos, como por escrituras árabes y
letreros esculpidos en piedras antiguas que viuíos en
las ruinas de los soberbios edificios desla ciudad.
CAPITULO V.
En el cual y en los que se siguen se trata de la descripción
de la ciudad de Granada y de su fundación.
El sitio de la 'ciudad de Granada como se ve el dia
de hoy es maravilloso y harto mas fuerte de lo que
desde fuera parece , porque está puesta en unos cerros
muy altos, donde á mi juicio fué la antigua Illipa, que
proceden de otros mayores que la ciñen á la parte de
levante y del cierzo ; y ocupando los valles que hay
entre ellos, se extiende largamente por un espacioso
llano á la parte de poniente , donde está una hermosí-
sima vega llana y cuadrada, llena de muchas arboledas
y frescuras , entre las cuales hay muchas alearías po-
bladas de labradores y gente del campo , que todas ellas
se descubren desde las casas de la ciudad. A las espal-
das destos cerros está una sierra , que se alza desde el
rio de Aguas Blancas , que corre entre ella y la de Güé-
jar, y va hacia el cierzo con diferentes nombres. Al prin-
cipio la llaman sierra de Güete de Santillana, luego
sierra del Albaicin, y al cabo sierra de Cogollos y de
Hiznaleuz ; por manera que estando cercado el sitio des-
ta ciudad por esta parte de sierras ásperas y muy fra-
gosas , llenas de muchas quebradas, y teniendo al me-
diodía la sierra Mayor y la Alpujarra , jamás fueron po-
derosos los reyes cristianos para poderla cercar, sino
fué por la parte de la Vega, donde pusieron algunas
veces su real para solo talar y destruir los panes y ar-
boledas que había en ella y necesitar á los moradores
con hambre. Estaba esta ciudad en tiempo de moros
cercada de muros y torres de argamasa tapiada , y te-
nia doce entradas al derredor, en medio de fuertes tor-
res con sus puertas y rastillos , todo doblado y guarne-
cido de chapas de hierro , y sus rebellines y fosos á la
parte de fuera ; y habia tanto número de gente de guer-
ra dentro y en los lugares de las sierras sus comarca-
nas, que con razón la podemos poner en el número de
las muy fuertes y poderosas; mas después acá se ha
tenido y tiene menos cuenta con su fortificación , go-
zando los conquistadores de la dorada paz. La primera
fundación desta insigne ciudad, como dijimos en el ca-
pítulo antes deste, fué la que llama Raxid villa de Ju-
díos, que debió ser cerca de la antigua Illipa, como
queda dicho en el capítulo antes deste. Después desto,
cuando Tarique Aben Zara ganó á España, unos alá-
rabes de los que vinieron con él de Damasco edificaron
cerca della un castillo fuerte sobre un cerro que agora
cae dentro de la ciudad , llamado el cerro de la Alcaza-
ba antigua. A este castillo llamaron Hizna Román, que
quiere decir el castillo del Granado , porque debía de
haber allí algún granado, de donde tomaron la deno-
minación, y desto dan testimonio las escrituras anti-
guas, que hemos visto en aquella ciudad, de posesión*"^
que están dentro del ámbito del; y aunque está des-
mantelado á la parte de la ciudad por razón de la po-
blación de casas que fué después creciendo , lo que cae
afuera se tiene todavía los muros en pié , y los moriscos
le llaman Alcazaba Cádima , que quiere decir castillo ó
fortaleza antigua. También nos mostró un morisco unas
letras árabes , escritas en una tapia deste proprio muro '
antiguo, que parecía haber sido hechas con algún hier-
ro ó palo delgado, estando la argamasa blanda , al tiem-
po que tapiaban , en las cuales se contienen palabras
del Alcorán , que es testimonio de haberse hecho en
tiempo de alárabes selarios, y no antes. El mesmo nos
certificó que podía haber cuarenta años que habia visto
unas letras árabes esculpidas en una piedra antigua,
que estaba sobre la boca del algibe de la iglesia de San
Jusepe , que decían como los vecinos de Hizna Román
habian hecho aquel algibe de limosnas para servicio de
los morabitos de aquella mezquita, porque en esta igle-
sia y al pié de la torre antigua que está en ella estaba
una ermita ó rábita , que llamaban Mezquit el Morabi-
tin, y era de las primeras que los alárabes edificaron
en aquella tierra, la cual estaba fuera de los muros de
Hizna Román , y lejos del rio Darro , en la mitad de la
ladera del cerro. Y porque los morabitos tenían trabajo
en haber de bajar por agua al rio , acordaron de hacer-
les allí aquel algibe , y que Diego Fustero , mayordomo
de aquella iglesia , habia quitado de aUí la piedra, que-
riendo hacer un aposento sobre el proprio algibe. Otros
nos dijeron que cuando el emperador don Carlos fué á
la ciudad de Granada el año del Señor 1526, un mo-
risco principal , llamado el Zegrí , habia hecho quitar
todas las piedras de letreros árabes que habia en el Al-
baicin y en la Alcazaba , y que habia quitado aquella
piedra entre las otras. Baste esto para testimonio de
que se llamó esta Alcazaba Hizna Román. Creció des-
pués su población hacia el rio Darro , y en el año del
Señor 1006 habia ya otra nueva Alcazaba entre la vieja
y el rio , que tenia mas de cuatrocientas casas , la cual
llamaron Alcazaba Gidid , que quiere decir Alcazaba
Nueva. Esta segunda población dicen que hizo un afri-
cano , natural de las sierras de Vélez de la Gomera, lla-
mado el Bedicí Aben Habuz, y que la llamó Gacela, to-
mando la denominación de un animal que hay en Áfri-
ca, muy bien compuesto y de grande ligereza, que an-
da siempre tan recatado , que no se asegura sino en las
cumbres y lugares altos de donde descubra y señoree
la tierra , y le llaman los africanos gacela; porque este
hombre guerrero la mucha experiencia le daba á en-
tender que para sustentarse en aquella tierra era me-
nester estar siempre en vela. En el ámbito de la Alca-
zaba nueva hay tres barrios, que parece haber sido cer-
cados cada uno de por sí en diferentes tiempos, y todcs
estaban inclusos debajo de un muro principal. El pri-
mero y mas alto está, junto con la Alcazaba antigua, en
la parroquia de San Miguel, y alií fueron los palacios
del Bedicí Aben Habuz, en las casas del Gallo, donde
se ve una torrecilla , y sobre ella un caballero vestido á
la morisca sobre un caballo jinete, con una lanza alta
y una adarga embrazada , todo de bronce , y un letrero
al través de la adarga que decía desta manera : Calet
el BHici Aben Habus guidate habes Lindibw; que
REBELIÓN Y CASTIGO DE LOS MORISCOS DE GRANADA.
quiere decir : Dice el Bedicí Aben Habuz que desta ma-
nera se ha de bailar al andaluz. Y porque con cualquier
pequeño movimiento de aire vuelve aquel caballo el
rostro , le llaman los moriscos Dic rch, que quiere de-
cir gallo de viento , y los cristianos llaman aquella casa
lacafeadel Gallo. El segundo, donde babia la mayor
contratación antiguamente, cuando florecía-Gacela, es
el de la parroquia de San Josef. Allí estaba la mezquita
de los morabitos, y tenían sus casas los mercaderes y
tratantes. Y el tercero era el de la parroquia de San
Juan de los Reyes, iglesia edificada por los Reyes Ca-
tólicos en el sitio de una mezquita que los moros lla-
maban mozc/iií el Teibin, que quiere decir mezquita
de los Convertidos : llamábanle barrio de la Cauracba
por una cueva que allí había, que entraba debajo de
tierra muy gran trecho, porque caura en arábigo quie-
re decir cueva. De aquí fabularon algunos, diciendo que
una señora llamada Nata moraba en IHbería y encer-
raba su pan en aquella cueva , y que de allí se tomó el
nombre de Garnata , porque gar quiere decir cueva ó
cosa honda. Andando pues el tiempo, vino á extenderse
la población de la Alcazaba Nueva hasta llegar al pro-
prío rio Darro, donde se pobló otro barrio agradable y
muy deleitoso, <|ue llamaron el Haxariz, que quiere de-
cir la recreación y deleite , el cual es muy celebrado en
los versos de los poetas árabes por las muchas fuentes,
jardines y arboledas que los regalados ciudadanos tie-
nen dentro de las casas. Este barrio comienza desde
San Juan de los Reyes , y llega hasta el rio Darro, donde
está la parroquia de San Pedro y San Pablo, y hasta
llegar al monasterio de Nuestra Señora de la Victoria»
que cae en él.
CAPITULO vr.
En que prosigue la descripción y fundación de la ciudad
de Granada.
Todas estas poblaciones vinieron después á incluir-
se debajo de un solo muro , cuyos vestigios y señales se
ven en muchas partes entre las casas de los ciudada-
nos, y por defuera se está todavía en pié el muro desde
la puerta de Guadix, por el cerro arriba , hasta bajará
la puerta Elvira por la otra parte. Algunos quisieron
decir que por estar los barrios cercados cada uno de
por sí, inclusos en el muro principal , de la manera que
están los cascos dentro de la granada, y la Alcazaba
antigua puesta en la corona del cerro , se llamó la ciu-
dad Granada; lo cual yo no apruebo ni repruebo, aun-
que trae harta similitud la ciudad con el nombre. Po-
blóse también otro barrio por bajo de las casas del Ga-
lio y fuera de los muros de la Alcazaba, á manera de
un arrabal llamado el Cénete , donde moraban una ge-
neración de moros africanos llamados Beni Ceneta, que
venían á ganar sueldo en las guerras , y los reyes moros
se servían dellos como de milicia segura , para guar-
dia de sus personas ; y por tenerlos cerca de sí , cuando
sus palacios eran en las casas del Gallo les dieron aquel
sitio donde poblasen, el cual es áspero, y se extiende
por una ladera abajo hasta llegar á lo llano. Despoblóse
después la ciudad de Uiberia por los daños que los cor-
dobeses hacían á los vecinos que habían quedado en
ella, ó por mejorarse en la nueva población que flore-
cía y se iba cada día aumentando, y en todo se hacía
muy semejante á la ciudad de Fez, que pocos años an-
i31
tes había sido edificada en!a Mauritania Tingitaiiiü, y
ennoblecida por los setaríos de la casa de Idrís, como
dijimos en nuestra África , y las gentes que dclla vinie-
ron poblaron aquel llano , que está debajo del barrio del
Cénete y á la parte de la Vega hasta la plaza Nueva, y
andando el tiempo vino á henchirse de casas el espacio
que habia vacío entre la Alcazaba y la villa de los Ju-
díos, que eran huertas y arboledas. Hecho un cuerpo
y una ciudad, los Reyes la ciñeron de muros y torres,
como se ve el día de hoy; en la cual hay catorce puer-
tas principales , sin las dos que están en el barrio del
Albaicin , para el uso de los moradores , que todas tie-
nen nombres moriscos, aunque corruptos: la primera
y principal llamaron Bib Elbeira; esta es la puerta de
Elvira , que cae á la parte de la sierra Elvira , donde es-
taba la ciudad de Ilíbería ; y volviendo hacia poniente
está Bib el Bonaita, que quiere decir puerta de las Eras,
y agora se llama puerta de San Jerónimo , porque se
sale por ella al monasterio de señor ^an Jerónimo.
Luego sigue Bib el Marstan , que quiere decir puerta
del hospital délos Incurables, porque donde agora está
Sant Lázaro habia un hospital de incurables , y los cris-
tianos la llaman Bib Almazan/ Adelante está la puerta
de Bibarrambla , que los moros llamaban Bib Ramela,
puerta del Arenal. Luego está Bib Taubín, puerta de
los Curtidores, y adelante Bib Lacha ó puerta del Pes-
cado; luego siguen Bib Abulnest, que llaman puerta
de la Madalena ; Bib el Lauxar , que hoy es la puerta del
Alhambra, ó de la calle de los Comeres ; Bib Gued Aix,
puerta de Guadix; Bib Adam, puerta del Osario, y ago-
ra puerta del Albaicin; Bib el Bonut , puerta de los Es-
tandartes, porque en la torre que estaba sobre ella se
arbolaba el primer estandarte cuando habia elección de
nuevo rey ú otra cosa señalada en Granada. Y pasando
mas adelante, está deshecha la puerta que llamaban del
Beiz , que quiere decir del Trabajo ó de los Trabajado-
res ; luego está Bib Cieda, puerta de la Señoría, la cual
estuvd grandes tiempos cerrada, por un pronóstico que
tenían los moros , que les decía que por allí había de
entrarla destruícion del Albaicin , que es otro barrio
muy grande , de que haremos mención adelante ; y
la mandó abrir el año de i 5^3 don Pedro de Deza , pre-
sidente de la real audiencia de Granada, que después
fué cardenal de la santa Iglesia de Roma. La otra es
Bib el Alacaba, que quiere decir la puerta de la Cues-
ta, la cual sale á la cuesta que baja por defuera del
muro de la Alcazaba, encima de la puerta Elvira , y es
de las mas antiguas puertas de Granada. Este barrio
del Albaicin se comenzó á poblar en tiempo que reina-
ba en Castilla el rey don Hernando el Santo, cerca de
los 1227 años de Cristo. Poblóse de los moros que des-
poblaron las ciudades de Baeza y de Ubeda , los cuales,
por no ser mudejares del Rey, se fueron á vivir á Grana-
da , y Aben Hut, rey de aquella ciudad, los recogió y les
dio aquel sitio donde poblasen. Los primeros fueron los
de Baeza, y siete años después los de Ubeda. Tomó
nombre de sus primeros pobladores, y creció tanto con
las gentes que acudían de todas partes huyendo las
armas de los príncipes cristianos, que vino á competir
en riquezas , en nobleza de edificios y en contratacio-
nes con los antiguos ciudadanos de Granada.
132
CAPITULO Vil.
En que prosigue la descripción de Granada, y trata del reino
délos Alaliamares, y de los cdilicios que edilicaron.
Sucedieron después desto grandes guerras entre los
moros de España, levantándose muchos caudillos con
tílulo de reyes, mas molestos que poderosos, y en-
tre ellos uno IlaYnado Maliamete Abuzaid Ibni Aben
Alaluimar, de quien hacemos particular mención en
nuestra historia de África, que se apoderó de todo el
reino de Granada, y reinaron en él sus descendientes
basta el año de i492. Estosreyes sehicieron ricos y po-
derosos con las ocasiones délos tiempos, y ennoblecie-
ron su ciudad unos á porfía de otros; renovaron lo*s
muros, y acrecentáronlos por muchas partes; cerca-
ron el Albaicín, hicieron castillos y fortalezas, y edifi-
caron suntuosos palacios para su morada. Reinando
pues Abí Abdilehi, hijo de Abuzaid, segundo rey des-
ta casa de los Alhamares, y siendo muy victorioso con-
tra sus enemigos , se comenzó á edificar líi fortaleza del
Alhambra, y le puso nombre de su mesmo apellido. Su
primera fundación fué en el lugar donde agora está la
torre que jdicen de la Campana, en la cumbre de un
alto cerro que señorea la ciudad, opuesto al cerro de
la Alcazaba , y tan cerca del , que solo el rio Darro los
divide. Este mesmo rey edificó otro castillo pequeño
con su torre de homenaje en las ruinas de otra fortale-
za antigua , que debió ser la de la villa de los Judíos, y
la llaman agora las Torres Bermejas. Edificó ansimesmo
una fuerte torre en la puerta de Bib Taubin, sobre la
cual hicieron los reyes católicos don Hernando y doña
Isabel un pequeño castillo; y demás desto hizo cinco
torres en el campo al derredor de la ciudad á la parte de
la Vega , donde se pudiesen recoger los moros que an-
daban en las labores en tiempo de necesidad. A este
rey imitaron otros que le sucedieron con mayor fuer-
za y riqueza, los cuales, prosiguiendo en el edificio del
Alhambra, la ensancharon y ennoblecieron maravillo-
samente, en especial Abil Hagex Jucef, hijo de Abil Gua-
lid, que reinó cerca de los años de Cristo 1336, que
fueron 743 de la hijara , y labró los suntuosos edificios
de los alcázares, donde gaáló mucha parte de sus teso-
ros, en veinte y dos años que reinó felicemente gozando
de una larga paz. Estos alcázares ó palacios reales son
dos . tan juntos uno de otro, que sola una pared los di-
vide. El primero y mas principal llaman cuarto de Co-
múres , del nombre de una hermosísima torre labrada
ricamente por de dentro de una labor costosa y muy
preciada entre los persas y surianos , llamada Comara-
gia. Allí tenia este rey los aposentos del verano , y des-
de las ventanas defia , que responden al cierzo y al me-
diodía y á poniente, se descubren las casas de la Al-
cazaba, del Albaicin y de la mayor parte de la ciudad,
y toda la ribera del rio Darro, y la Vega, con hermosa y
agradable vista de jardines y arboledas, que recrean
grandemente á quien lo mira. A la entrada deste pala-
cio está un pequeño patio con una pila baja á la usanza
africana , muy grande y de una pieza, labrada á mane-
ra de venera, y de un cabo y de otro están dos saletas
labradas de diversos matices y oro , y de lazos de azu-
lejos, donde el Rey juntaba á consejo y daba audiencia;
y cuando él no estaba en la ciudad, üia en la que está
juuto á la puerta el Cadí ó Justicia mayor á los nego-
LLTS DEL MARMOL CARVAJAL.
ciantes, y á la puerta dclla está un azulejo puesto en la
pared con letras árabes que dicen : «Entra y pide: no
temas de pedir justicia ; que hallarla has. » El segundo
palacio, que está á la parte de levante, llaman el cuar-
to de los Leones, por una hermosa fuente que tiene en
medio de un patio i;nlosado todo de alabastros, y con
muy ricos pilares alderredor, que sustentan los sopór-
tigos de los palacios y salas. Esla fuente tiene una gran
pila de alabastro, alta sobre doce leones de lo mesmo
puestos en rueda , tamaños como becerros, y por tal ar-
tificio horadados, que responde el agua de uno en otro,
y todos la echan á un tiempo por las bocas , y por en-
cima de la pila sale un golpe muy grande , que vierte y
baña todos los leones. En este cuarto están los aposen-
tos, alcobas y salas reales, donde los reyes moraban de
invierno, no menos costosos de labor que los de la tor-
re de Gomares. Allí tenían su baño artificial solado de
grandes alabastros y con sus fuentes y pilas , donde se
bañaban. A las espaldas del cuarto de los Leones, ha-
cia mediodía, estaba una rauda ó capilla real, donde
tenían sus enterramientos, en la cual fueron halladas
el año del Señor 1574 unas losas de alabastro que,
según parece, estaban puestas á la cabecera de los
sepulcros de cuatro reyes desta casa;. y en la parte
dellas que salía sobre la tierra , porque estaban hin-
cadas derechas , se contenían de entrambas partes epi-
tafios en letra árabe dorada puesta sobre azul , en pro-
sa y en verso , en loa y memoria de los yacentes. De las
cuales sacamos un traslado que poner en esta nuestra
historia , por ser estilo peregrino diferente del nuestro,
y por no interromper el orden de la descripción de la
ciudad , lo pornémos al cabo della en un capítulo de
por sí.
CAPITULO VIH.
Que contiene la materia del pasado, y trata de las recreaciones
que tenian los reyes moros en esta ciudad.
Demás destos dos ricos alcázares, tenian aquellos re-
yes infieles otras muchas recreaciones en torres, ea
palacios, en huertas y enjardines particulares, ansí
dentro como fuera de los muros de la ciudad y de la
Alhambra, como era el palacio y huerta de Ginalarife,
que quiere decir huerta del Zambrero , que está como
un tiro de herradura de la puerta falsa de aquella for-
taleza , á la parte de levante , y tiene dentro grandes ar-
boledas de árboles frutales y de plantas y flores oloro-
sas , y mucha abundancia de agua de una acequia que
se toma del rio Darro, y se trae por lo alto de la loma
de aquel cerro muy gran trecho , con la cual se rega-
ban las huertas y cármenes que estaban en aquella la-
dera hasta llegar a! rio. Tenian asimesmo otro pala-
cio de recreación encima deste , yendo siempre por el
cerro arriba, que llamaban Darlaroca , que quiere de-
cir palacio de la Novia ; el cuál nos dijeron que era uno
de los deleitosos lugares que había en aquel tiempo en
Granada, porque se extiende largamente la vista á to-
das partes, y agora está derribado, que solamente se
ven los cimientos. A las espaldas deste cerro, que co-
munmente llaman cerro del Sol ó de Santa Elena, se
ven las reliquias de otro rico palacio, que llaman los
Alijares , cuya labor era de la propria suerte que la de
la sala de la torre de Gomares , y al derredor del habla
grandes estanques de agua y muy hermosos jardines.
REBELIÓN Y CASTIGO DE LOS MORISCOS DE GRANADA.
133
verjeles y huertas ; lo cuál todo está al presente des-
truido. Yendo pues el cerro abajo al rio de Genil, que
cae de la otra parte hacia mediodía, estaba otro pala-
cio ó casa de recreación para criar aves de toda suer-
te , con su Ifuerta y jardines , que se regaba con el agua
de Genil , iJamüdo Darluet , casa de rio , y hoy casa de
las Gallinas. Ydem.ás de todos estos palacios y jardines,
tenían las huertas reales en la loma y campo de Abul-
nest, donde llaman agora campo del Príncipe, que lle-
gaban desde la halda del cerro donde está la ermita de
los Mártires, hasta el rio Genil . En estos jardines estaban
los veranos los reyes, por ser al derredor de la Alham-
bra; y aunque tenían otros palacios en la Alcazaba con
jardines y huertas á la parte de la Vega, no moraban
en ellos, por quitarse del tráfago y comunicación del
pueblo escandaloso y amigo de novedades; y por esto
comenzaron y acabaron aquella fortaleza fuera de los
muros de la ciudad y cerca della,á imitación de los
reyes de Fez, que hicieron otro tanto por la mesma ra-
zón pocos años antes; los cuales, dejando los palacios
que tenían en la alcazaba de Fez el viejo, ediíicaron la
fortaleza de Fez el nuevo, que llamaron la Blanca,
donde vivían mas seguros con sus casas y familias,
porque los reyes de Granada siempre fueron imitando
á los de Fez , y las ciudades en sitio , aire , cdííicíos y
gobierno , y en todo lo demás, fueron muy semejantes.
CAPITULO IX.
Qne prosigue la materia dei pasado , y trata de otras poblaciones
y de los ríos Darro y Genil.
Reinando Abí Abdilehi Abil Hagex Jucef, en tiempo
del reydon Alonso el Onceno, cerca de los i 304 años de
Cristo , se pobló el barrio que hoy llaman la calle de los
Comeres, de una generación de africanos naturales de
las sierras de Vélez de la Gomera, llamados Comeres,
que venían á servir en la milicia; ypor la mesma razón
que los Cenetes poblaron el otro barrio, hicieron ellos
allí su morada cerca de los alcázares de la Alhambra.
Loqueagora llaman la Churra se llamó en otro tiempo
el Mauror , que quiere decir el barrio de los Aguadores,
porque moraban en él hombres pobres que llevaban á
vender agua por la ciudad. Después desto, en el año
del Señor d410, los moros que vinieron huyendo de la
ciudad de Antequera cuando el infante don Hernando,
que después fué rey de Aragón, la ganó , siendo tutor del
rey don Juan el Segundo, poblaron el barrio de Ante-
queruela, que está en la loma de Ahabul, cerca déla
ermita de los Mártires. En esta loma se ven grandes maz-
morras y muy hondas, donde antiguamente, cuando
los reyes de Granada no eran tan poderosos , encerraban
los vecinos su pan , por tenerlo mas seguro ; y después
las hicieron prisión de cristianos captivos para encerrar-
los de noche , y detenerlos de día cuando no los llevaban
á trabajar ; y la católica reina doña Isabel, en comemo-
racion del martirio que padecieron en aquel captiverio
muchos líeles cristianos por Jesucristo, ganada la ciu-
dad, mandó edificar allí una ermita de la advocación de
los Mártires, y la dotó, y hizo aneja á su capilla real.
Y en el año del Señor 1573 un bendito padre llamado
fray Jerónimo Gracian de Antísco , hijo de Diego Gra-
dan, secretario de su majestad, siendo provincial de
la orden de los carmelitas de Nuestra Señora de Monte
Carmelo de la Observancia, favorecido de las limosnas
que el conde de Tendilla y la condesa doña Catalina do
Mendoza, su mujer, hicieron para la obra ysustento de
los frailes, fundó en aqueilaermila un monasteriodefrai-
les de su orden, andando edificando otros muchos por
Castilla ypor la Andalucía en compañía del padre Maria-
no, de nación senes , hombre religioso y de santa vida,
que fué el primero que en España la resucitó. Había en
Granada cuando la poseían los moros, y especiaJmcn-
leen tiempo de Abil Hascen, cerca de los iil6 años
de Cristo, treinta mil vecinos, ocho mil caballos y mas
de veinte y cinco mil ballesteros , y en solos tres días se
juntaban de los lugares de la Alpujarra , sierra, valle y
vega de Granada mas de otros cincuenta mil hombres
de pelea. Los muros que la rodean tienen mil y trescien-
tas torres ; las salidas hacia la partede la Yega son lla-
nas y muy deleitosas de arboledas , y lasque respondea
á la parte de la sierra , no con menor recreación se sale
por ellas entre cármenes y huertas de muchas frescu-
ras, especialmente saliendo por la puerla del Albaicin,
que llaman Fex el Leuz , donde están los cármenes de
Aynadamar,y por la ribera del río Darro arriba. Este río
nacecuatro leguas á levante de la ciudad, de unafuento
muy grande que sale de la sierra del Albaicin, donde
están los lugares de Güetor , Veas y Cortes, y con mu-
chas frescuras de huertas , que toman mas de dos le-
guas. Corre por entre dos cerros muy altos , y va á me-
terse en la ciudad por junto á la puerta de Guadix. Sá-
canse del las acequias con que se riegan los cármenes
y huertas que están en las laderas de los dos cerros; una
de ellas va á Ginalarífe , y de allí á la Alhambra y á otras
partes; otra va á entrar en la ciudad por la falda del cerro
déla Alcazaba, donde está el monasterio de Nuestra Se-
ñora de la Victoria , y pasa derecha á San Juan de los
Reyes , y proveyendo las fuentes de las casas del barrio
del Haxariz , va á los pilares públicos y casas de parti-
culares. Demás destas dos acequias, hay otra que se
toma del mesmo rio , y la llaman acequia de los molinos ;
la cual á la parte de la Alhambra y por bajo del barrio
déla Churra vaá la parroquia de Santa Ana , y de allí
se reparte de manera , que no se tiene por casa princi-.
pal la de este barrio que no tiene agua propria dentro.
El restante del rio atraviesa por medio de la ciudad , y
llevándose las inmundicias, va á meterse en el rio Genil
fuera de la puerta de Bibarramlda. El agua y el aire desle
rio Darro es muy saludable. Hállanse en él , como queda
dicho, granos de oro ííno entre las arenas, que según
dicen los moriscos, las trae la corriente de las raíces del
cerro del Sol, que está detrás de Ginalarífe , en el cual
se entiende que hay mineros de oro, por lo mucho que
rebervera allí el sol cuando sale y cuando se quiere po-
ner. Llamóse antiguamente este rio Salón, y algunos
escritores le llamaron Dáureo ; mas los moros le llama-
ron Darro , y dicen que es nombre corrupto derivado de
Darrayhan, porque nace en aquella sierra del Albaicin
de un monte que llaman Darrayhan ; otros dicen que es
nombre derivado de Diarcheon , como le llamaron los
griegos: finalmente, llámese como quisiere, él es un
rio muy provechoso, y los ciudadanos se sirven de su
agua dentro y fuera de la ciudad, asi para beber, co-
mo para regar los campos. Por la otra parte, hacia el
mediodía, cercado los muros pa¿a el otro rio mayor
llamado Genil, á semejanza dclNilo. Los antiguos le lla-
maron Singilo ; su fuente es en Sierra Nevada en una
Í3Í
LUIS DEL MARMOL CARVAJAL.
umbría que está encima del lugar de Güéjar, y los mo-
ros la llaman Hofarat Giliena , que quiere decir valle del
Infierno ; y procedo esta agua de una laguna muy grande
que está en la mas alta cumbre de la sierra junto al puerto
Loh. De allí se despeña por valles fragosísimos de pe-
ñas entre aquellas sierras y la de Güéjar, y en él se ha-
llan ricos mineros de jaspes matizados de diversas colo-
res , de donde el rey don Felipe nuestro señor hizo sa-
car las ricas piedras verdes de que está hecho su sepul-
cro en San Lorenzo el Real ; y sale al lugar de Pinos, y
de allí á Cenes y á Granada, llevando consigo otros siete
ríos , cuyas fuentes nacen de la mesma umbría , llama-
dos Huet Aquila, Huet Tuxar, Huet Vado, HuetAl-
guaar , HuetBelchitat, Huet Beleta y Huet Canales. De-
más destos, entra después en el otro rio, que llaman
de aguas blancas, que viene de mas lejos, y corre al
norte de la sierra de Güéjar por los lugares de Dudar y
Quéntar. Con todas estas aguas pasa Genil por defuera
de los muros de Granada ; y tomando consigo á Darro
y al rio de Monachil , que los antiguos llamaron Flum, y
al de Dílar , dejando regada toda la Vega con el agua de
sus acequias, que la hacen fértilísima de trigo , cebada,
panizo , alcandía , lino , frutas y hortalizas de todas ma-
neras , corre hacia ponieníe ; y recogiendo el rio Cubila
por bajo de la puente de Pinos de la Vega , deja la villa
de í llora y la sierra de Barbandara á la mano derecha,
y va á la ciudad de Loja ; y haciendo fértiles aquellos
campos y valles por do pasa , se va después á meter en
Guadalquivir , rio caudaloso , á quien este y otros que
no conocen la mar encomiendan sus aguas.
CAPITULO X.
Que prosigue la materia de los pasados, y trata de la fuente de
Alfacar, y de otras fuentes y huertas fuera de Granada.
Todas estas aguas que hemos dicho no alcanzan á la
Alcazaba ni al barrio de Albaicin , mas no por eso deja
de haber abundancia de agua muy buena bacía aquella
parte , de una fuente que nace en la sierra del Albaicin.
Está en esta sierra una cueva muy honda á manera de
sima , y en lo mas bajo della sale un golpe de agua
tamaño como dos bueyes , la qual se divide á diferen-
tes partes, y especialmente proceden de allí tres fuen-
tes principales y muy notorias. La una es la fuente del
Rey, que está junto al lugar de Güete ; la otra la de Day-
fontes, que sale junto á una venta , donde en tiempo de
moros había una casa fuerte, que llamaban Dar Alfun,
y está cuatro leguas de Granada, en el camino que va á
la villa de Hiznaleuz ; y la tercera la de Alfacar, que
nace una legua de Granada, encima de una alearía del
mesmo nombre, y en su nacimiento echa tanta agua
como un buey. Ser estas tres fuentes de una mesma agua
se ha visto por experiencia, echando aceite ó paja en la
fuente principal , porque responde luego á las otras, y
así nos lo certiíicaron moriscos viejos del Albaicin. Con
el agua de la fuente de Alfacar, que recogen los mora-
dores en una acequia , y la llevan por las laderas y cum-
bres délos cerros que hay desde allí á Granada, se rie-
gan las huertas y liazas de Alfacar, Bíznar y Mora, y
buena parte de viñas de la "Vega, y los cármenes y jar-
dines de Aynadamar , donde los regalados ciudadanos,
en tiempo que la ciudad era de moros , iban á tener los
tres meses del año que ellos llaman la azir , que quiere
decir la primavera ; imitando también en esto á los de
Fez , que en el mesmo tiempo se van á los cármenes y
huertas deCingifor, que esotro pago de arboledas y
frescuras, en que tienen sus casas y verjeles con muchas
recreaciones. Ocupan los cármenes de Aynadamar le-
gua y media por la ladera de la sierra del Albaicin que
mira hacia la Vega , y llegan hasta cerca de los muros
de la ciudad ; y es de saber que este nombre está cor-
rompido, porque los moriscos llaman aquel pago Xyna-
doma, que quiere decir fuente de lágrimas; y dicen al-
gunos que antes que los vecinos llevasen la acequia de
Alfacar á Granada no había en él mas que una fuente-
cica que destila gota á gota como lágrimas, la cual se
ve eldia de hoy, y es buena aquella agua para mal de
ijada; mas otros curiosos del Albaicin nos certiíicaron
que por las muchas penas, achaques y calumnias que
los administradores de las aguas y las justicias llevan
á los que tienen repartimientos de aquella agua en el
campo ó en la ciudad, si la hurtan , ó toman mas de la
que les pertenece , ó echan inmundicias en la acequia ,
la llamaron fuente de lágrimas. Finalmente, entrando
esta acequia por bajo de la puerta del Albaicin, tiene sus
tomaderos y cauchiles, por donde se reparte á las ca-
sas de los vecinos y á los algibes públicos que están en
jas parroquias para servicio de los que no tienen repar-
timientos ; y provee todo el Albaicin y la Alcazaba bas-
tantemente, y se riegan con ella algunas huertas y jar-
clines que hay dentro de los muros. Fuera de la ciudad,
á la parte de la Vega, hay grandes huertas y arboledas
que se riegan con el agua de las acequias que proce-
den de los dos ríos arriba referidos ; con las cuales mue-
len también muchos molinos de harina; por manera
que de todas partes es Granada abundantísima de agua
de rios y de fuentes. Desde las casas se descubre una
vista jocunda y muy deleitosa en todo tiempo del año.
Si miran á la Vega, se ven tantas arboledas y frescuras,
y tantos lugares metidos entre ellas , que es contento ;
si á los cerros, lo mesmo ; y si á la sierra , no da menor
recreación verla tan cerca , y tan cargada de nieve la
mayor parte del año , que parece estar cubierta con una
sábana de lienzo muy blanca.
CAPITULO XI.
Que prosigue la materia del pasado, y trata de la fertilidad y abun-
dancia de Granada. Pónense aquí los cuatro epitafios que esta-
ban en la rauda de la Alhambra, y la computaciop del año ára-
be lunar con el latino solar.
Es Granada abundante de frutas de toda suerte, muy
proveída de leña, bastecida de carnes, regalada de pes-
cados frescos, de mucha pasa, higo , almendra, que le
traen de los lugares de la costa ; tiene mucho aceite,
vino y muy hermosas hortalizas, y toda suerte de agro,
como son naranjas, limones y cidras ; y lo que mas im-
porta es estar en muy buena comarca de pan , trigo
y cebada ; porque demás de lo que se coge en sus tér-
minos, donde entran las villas de íllora, Montefrio, Mo-
dín, Colomera, Hiznaleuz, Guadahortuna , Monte-
xicar, y otras que tienen grandes cortijos y rozas, se
provee ordinariamente de la ciudad de Loja, y de Al-
hama, y de Alcalá la Real, y de los lugares de la Anda-
lucía que confinan con ella. El trato de la cría de la seda
es tan rico en aquel reino , que se arrienda el derecho
que pertenece á su majestad en sesenta y ocho cuentos
de maravedís cada año, que valen ciento y ochenta y
REBELIÓN Y CASTIGO DE LOS MORISCOS DE GRANADA.
135
un mil y quinientos ducados de oro. Todos los térmi-
uos de Granada que caon á la parte de la mar, aunque
son sierras ásperas y fragosas , no por eso dejan de ser
fértiles y abundantes de muchas aguas de fuentes y de
rios, con que riegan los campos , huertas y sembrados ;
y las frutas y carnes de las sierras son mejores, mas
sabrosas y de mas dura que las de la Vega ; y por el
consiguiente el pan es de mas peso y mejor, las aguas
muy frescas, y los aires por extremo saludables. Esta-
ban las casas desta ciudad tan juntas en tiempo de mo-
ros, y eran las calles tan angostas, que de una ventana
á otra se alcanzaba con el brazo , y habia muchos bar-
rios donde no podian pasar los hombres de á caballo coa
las lanzas en las manos, y tenian horadadas las casas de
una en otra para poderlas sacar; y esto dicen los mo-
riscos que se hacia de industria para mayor fortaleza de
la ciudad. Tenia algunos edificios principales labrados
á la usanza africana, muchas mezquitas, colegios y
hospitales, y una muy rica alcaicería como la de la ciu-
dad de Fez, aunque no tan grande , donde acudía toda
la contratación de las mercaderías de la ciudad. En lo
espiritual había un all'aquí mayor y otros menores, y
en lo temporal sus cadís y jueces civiles y criminales ;
y ansí en esto como en loque toca á la policía y buena
gobernación , era Granada muy semejante á la ciudad
de Fez. Los moradores muy amigos y conformes, y los
reyes deudos y confederados tan setaríos los unos co-
mo los otros, y tan enemigos del nombre cristiano.
CONTIÉNENSE LOS EPITAFIOS ÁRABES, QUE FUERON HALLA-
DOS EN LAS LOSAS DE LOS SEPULCBOS DE LOS REíES MOROS
DE GRANADA.
Estaban escritos los epitafios de las losas de los cua-
tro sepulcros délos reyes moros, que dijimos que se
hallaron en la rauda en los alcázares de la Alhambra,
en letra árabe muy hermosa por ambas partes, por la
una en prosa , y por la otra en versos de metro mayor,
en loa y memoria de cuatro reyes llamados Abí Abdi-
lehi, hijo de Mahamete Abuceyed, segundo rey de la
casa de los Alahamares , que reinó en tiempo del rey
don Alonso el Sabio ; Abil Gualíd Ismael, hijo de Abí
Ceyed Farax , que reinó en tiempo del rey don Alonso
el Onceno (fué cuarto Rey de la casa de los Alaha-
mares ); Abíl Hagex Jucef, hijo de Abíl Gualíd, que rei-
nó en tiempo del sobredicho rey don Alonso el Onceno,
y fué sexto rey de la casa de los Alahamares; y Abil
Hagex Jucef, llamado por sobrenombre Ganem Bílehí,
que reinó en tiempo del rey don Juan el Segundo, sien-
do su tutor el infante don Hernando, que ganó á Ante-
quera ; y fué treceno rey de la casa de los Alahamares.
Y lo que en cada una dellas decía es lo siguiente :
La losa mas antigua decía por la una haz en prosa :
«Con el nombre de Dios piadoso y misericordioso.
»Este es el sepulcro del rey virtuoso, valeroso y justo,
»el mas alto de los temerosos de Dios, único, religioso,
Msabio, escogido , el muy respetado , el que guerreaba
wen servicio de Dios, contento, devoto y muy amigo de
))Díos altísimo en público y en secreto ; el que siem-
»pre pensaba en sus grandezas y legloriGcaba por su
wlengua ; el que atendía y se ocupaba de ordinario en
Bla salud y gobierno de sus vasallos , y en administrar
«verdad y justicia ; el dechado de la religión de gracia
))el que procuraba el bien de las gentes , y miraba por
«ellos con piedad y buen celo , para darles toda liber-
»tad , sosiego y descanso, con celo de su buena inten-
))cion , bondad y lealtad en sus obras y luz de su espi-
«ritu ; el que siempre se ocupaba en hacer cosas me-
wdiante las cuales entendía hallar luz manifiesta conco-
«mitanteeldia del juicio. El rey de esclarecidos hechos
»y santas y altas obras ; el victorioso en la conquista de
))los descreídos , con esfuerzo , ánimo y limpia inteu-
))cion ; el que administraba el peso de la justicia y
«continuaba la manera y uso de la clemencia ; el defen-
»sor de las gentes y ensalzador de la ley del escogido
«Profeta; el dechado del valor de sus predecesores, los
«socorredores victoriosos adelantados de santa inten-
«cion ; el que presumió y juró de hacer en servicio de
«Dios, y en demonstracion ejemplar de sus antepasa-
«dos, santas obras y altas hazañas en la conquista de
«sus enemigos y salud y conservación de sus tierras
«y de sus vasallos; el'gobernador de los moros-, y de-
«chado de los creyentes , y abatidor de los descreídos,
«Abí Abdilehi , hijo del adelanlado belicoso guerrero'
«en servicio de Dios, y victorioso mediante su gra-
«cia, Mahamete Abuzeyed Ibni Nacer, gobernador de
«los hijos de salvación y ensalzador de la ley, Alum-
«bre Dios su sepulcro, y déle todo su descanso me-
«diante su gracia y misericordia. Nació, Dios le dé su
«gloria, en 23 días de la luna de Maharam, año 633,
«y fué alzado por rey la primera vez en la entrada de
«la luna de Xahaban, año de 635, y confirmaron su
» alzada los moros á 6 días de la luna de Xahaban, año
«de 671. Falleció (glorilique Dios su espíritu) aca-
«bando la oración de la ocultación del sol última, la
«noche del domingo, 8 días de la luna de Xahaban el
«acatado año de 701. Subióle Diosa la mas alta man-
«sion de los bienaventurados, y colocóle con los prin-
«cipales que siguieron la verdad, á quien prometió
«descanso y bienaventuranza.»
Dé la otra parte de la mesma losa decía en versos ó
metros árabes:
«Con el nombre de Dios piadoso y misericordioso.
«Este es el lugar de alteza, honestidad y bondad, else-
«pulcro del adelantado, valeroso, limpio, único. A Dios
«sea el sacrificio que en este hueco se oculta de alteza,
«valor y virtud. En él yacen la crueldad, bondad y cle-
«mencia ; no la crueldad de las fierinas fuerzas, ni me-
«nos la liberalidad que nace de insensibilidad y falta
«de discreción, sino el dechado y ejemplo de toda ho-
«nestidad y religión ; la honra y presunción de los re-
«yes , el señor de limpio ser y hechos ; el que se ocu-
«paba en todo tiempo en dispensar su magnificencia y
»en extirpar á sus enemigos, así como la pluvia en
«la tierra ó el león en su morada. Desto son testigos
«sus mesmas obras, y con verdad lo testifican todas
«las lenguas de los hombres, pues jamás salió en ejér-
«cíto, que ante su poder no se mostrasen angostas las
«tierras de los alárabes y agámes(l), y jamás en el acto
«de la milicia salió al encuentro de sus enemigos , sin
«que en tal ocasión observase su bondad y esfuerzo , y
«alegria de rostro ; ni menos consintió, en ejemplo de
»su valor, que los suyos subiesen en caballos que be-
(1) De la voz arábiga agem, cuyo significado es el barburus la-
tino, es decir, el extranjero; y asi poco mas ó menos lo ipterpreta
el autor mas adelante,
136
LUIS DEL MARMOL CARVAJAL.
Mbicscn el ogua menos que en las albercas y hoyos do
Bsangre ; ni monos consintió que se hiciese juicio en su
»goi)emacion en ofensa ó agravio del menor de sus
))súbd¡tos, Y ansí, los que no saben dcstas virtudes ni
)ydc la gran defensa que en él tuvo la ley de Dios, ex-
Mcluyenrlo y abatiendo á sus enemigos, oigan la voz de
»sus hechos, que es mas notoria y maniíiesta que un
»fuego encendido en la cumbre de una sierra. Siempre
j)se humillarán al sepulcro que á este señor contiene
»las nubes de misericordia con su rocío y descanso.»
La segunda losa en antigüedad decía por la una haz
en prosa :
«Con el nombre de Dios piadoso y misericordioso.
«Este es el sepulcro do yace el rey glorioso que mu-
»rió en defensa de la ley de Dios ; el conquistador de
»los Anzares, ensalzador de la ley del escogido y ama-
»do Profeta; el resucitador de la santa intención de
«sus predecesores los conquistadores victoriosos : el
«gobernador justo,, valeroso, animoso señor de lami-
«licia y decreto de la ley ; el de claro linaje y hechos;
«el mas venturoso en era de todos los reyes, y el mas
«celoso de la honra de Dios en dicho y en hecho ; cu-
«cliillo de la milicia , luz de las ciudades ; el que siem-
«pre afiló su espada en defensa de la ley ; el que tuvo
«llenas las entrañas del amor del piadoso Dios ; el be-
«licoso y triunfante por la gracia de Dios ; el goberna-
«dor de los moros, Abil Gualid Ismael, hijo del valero-
«so, excelente, de limpio ser y linaje, en obra, mayor
«de los halifas, ensalzador de la ley y fortaleza de la
«era triunfante, glorioso difunto, Abiceyed Farax, hijo
«del único de los únicos escogidos defensores de la ley
«de la salvación, progenie del gran gobernador ventu-
»roso,y su dechado en hechos de alto nombre, difunto,
«Abil Gualid Ismael , hijo de Nacer. Glorifique Dios su
«buen espíritu , y le hincha de salubérrimo socorro de
«su misericordia, que le aproveche con la milicia y
«confesión deque no hay otro dios, y le cumpla de su
«gracia. Guerreó en defensa de la ley de Dios y pbr su
' «amor en toda perficion militar. Y dióle Dios victoria
«en la conquista de las tierras y en la muerte de los
«reyes descreídos sus enemigos ; que es lo que hallará
«reservado el día que fuéremos llamados ante el acata-
«miento de Dios, hasta que fué servido de dar fin á sus
«días , los cuales acabó estando en la mayor gracia de
«su buen vivir, y en ella le llamó para lo que le estaba
«aparejado por su inmensa misericordia, teniendo el
«pol^o de la milicia en los dobleces de sus vestiduras.
»Y fué muerto en servicio de Dios, habiendo dado con
«furia en sus enemigos, de tal manera que por él se re-
«conoció notable ventaja entre los confesantes de la ley
«de Dios á todos los reyes que han precedido, y con ella
»en esta gracia alzó bandera de guerrero del inmenso
«Dios. Nació (cúmplale Dios de su gracia) en la felice
«hora del alba del día viernes 17 días del mes de Xa-
«guel , año de 677. Fué alzado por rey jueves 27 días
«delmes de Xaguel, año de 713. Falleció en la milicia
«lunes 26 días del mes de Argeb el Fard , año de 72o.
«Bendito y ensalzado sea el Rey verdadero , que queda
«después del acabamiento de todos los nacidos.».
De la otra parte desta mesma losa decía en metros
árabes ;
« Con el nombre de Dios piadoso y m iserícordioso. ¡Oh
»el mejor de los reyes ! Comprehenda tu sepulcro salu-
«bérrima salutación , que ansí como la dulce aurora de
»la mañana conmixta con fragrantísimo olor de almíz-
))cle, te conhopte. En este sepulcro yace un adelantado
«grande en bondad de los reyes de Nacer, alto en dig-
«nidad y en estado temporal y espiritual, Abil Gualid.
«¡Qué alteza de rey ! Verdaderamente terror y espanto á
«sus enemigos, triunfante magnificencia, temor de Dios
«altísimo, condición y conversación muy amorosa. A
«Dios sea el sacrificio de la alteza que la muerte aquí ha
«encerrado, el secreto de generosidad que en él oculta,
«la lengua tan ejercitada en nombrar á Dios y el cora-
«zon tan aposentado en su amor. Este es el que dispen-
«saba el arte de la milicia y el uso de los preceptos de-
«Ila que Dios manda guardar ; guerrero verdadero, que
«alcanzó en el estado de los creyentes el martirio por
«Dios en tan supremo grado, que con él resucitará con
«muy aventajado premio. Pasó desta vida con muertn
«semejante á la del halifa Odmen, á las primeras horas
«de la mañana; buena y dulce muerte , como la deste
«Odmen, que á tal hora fué alanceado dentro de su ca-
usa, teniendo el polvo de la milicia en su rostro, el cual
«le alimpiarán en el paraíso de la eternidad las damas
«celestiales con sus manos, y le darán á beber de la sa-
«brosísima agua que corre por cima de los alcázares del
«paraíso. Y al que lo mató darán los demonios á comer
«en el infierno, donde estará perpetuamente encarce-
«lado, del fruto de los árboles endemoniados , y le da-
«rán á beber de la hediondez de las inmundicias que se
«derriten de los vientres de los condenados. Endechen
ȇ este rey los pueblos, y todos los nacidos juntamente
«con diversas maneras de llantos; aunque deben con-
«solarse con que este es juicio de Dios tan poderoso,
«que del hemos de tomar con paciencia todo cuanto su
«alta providencia ordenare, por ser señor que manda y
«ordena lo que es servido. La misericordia deste sumo
«Dios de los nacidos sea con este rey de verdad, que en
este sepulcro yace.»
La tercera losa en antigüedad decia por la una haz, en
prosa :
« Con el nombre de Dios piadoso y misericordioso.
«Este es el sepulcro del rey que murió en servicio de
«Dios, descendiente de alto y honroso linaje. Su ser y
«condición fué conveniente ásu reinado. Es notorio en -
«tre las gentes su fortaleza, virtud y gracia, señor de
«ilustre progenie y de felice y próspera ; era de buenas
»y agradables costumbres y de condición amorosa,
«adelantado grande, cuchillo del reino, único de los
«grandes reyes en quien resplandece la gloria de Dios;
«el que tuvo los tiempos buenos y acomodados en la
«tranquiüdad y gobernación de su reino; polo de bon-
«dad y de crianza, progenie y linaje del imperio de los
«Anzares socorredores. El defensor del estado de sal-
«vacion con su consejo y esfuerzo, el encumbrado en
«el trono de toda alteza sumamente , el que fué acom-
«pañado de toda felicidad y privanza desde que co-
«menzó á reinar hasta su fin; el gobernador de los mo-
«ros, Abil Hagex Jucef , hijo del gran rey adelantado,
«llamado león de la ley de Dios, á cuyo gran poder los
«enemigos se sujetaron, y los tiempos se mostraron
«benévolos á su querer y mando; el que extendió el
«velo de la verdad en el universo ; el defensor del es-
«tado de la ley con las lanzas agudas, el conservador
«de los libros de los oíicios divinos, perpetuos en la al-
REBELIÓN Y CASTIGO DE LOS MORISCOS DE GRANADA.
«leza perdurable. El que murió por Dios , venturoso y
«glorioso rey Abil Gualid, liijo del esforzado, alto y de
*))Conocido linaje y valor, en prosperidad , grandeza y
«honra, muy notorio en ser y hechos; el mayor del rei-
»nado de los de Nacer, y fuera déla era triunfante, glo-
«rioso difunto, Abí Ceyed Farax, hijo de Ismael, hijo de
«Nacer. Cúbrale Dios con su piedad de su parte, y pón-
«gale en la gloria junto á Zahade Aben Obeda, su claro
«linajCj porque aproveche su loable ventura, su buen
«celo y esfuerzo á la ley de salvación y á los hijos de-
«lia. Gobernando el cargo déla gobernación délos mo-
«ros, gobernación aprobada, y asegurándoles con tran-
«quilidad el curso de los tiempos, les manifestó la haz
«de la paz y quietud que en hermosura resplandece, y
«dispensó con ellos todo ejemplo manifiesto de su liu-
«raildad y virtud, hasta que Dios fué servido de dar fin
»á sus dias, estando en la mejor disposición y gracia de
«su buen vivir, y le cumplió de su felicidad, acomodán-
«dole este acabamiento en lo último del mes de Rama-
«dan, en gracia y beneficio de su felicidad , porque en
«él le recibió en su gloria, estando en la oración que á
«Dios poderoso se debe, y confiado en él, contrito y hii-
«miliado ante sus manos, salvo y seguro en aquel ser y
«acto que mas cercano y propicio puede estar el hom-
»bre á su Dios. Y esto fué por mano de un hombre pe-
«cador, de bajo ser y condición, que Dios permitió fuese
«causa de que en él se campliese lo que en su alta pro-
«videncia le tenia reservado, escondiéndosele entre los
«paños y atavíos de su aposento y estrado, donde tuvo
«buen aparejo la ejecución de su traición , mediante la
«voluntad de Dios y el aparejo que tuvo, hallándole
«ocupado adorando á Dios altísimo. Lo cual fué en la
«humillación postrera de la oración pascual á la ealra-
»da de la luna de Xevel del año 755. Dios le aproveche
«con tan salubérrima muerte, pues con ella fueron di-
«chosos tal tiempo y lugar, y le prescribió y manifestó
«con ella su gracia y perdón, y le colocó con la gencra-
«ciofl de los Anzares de INacer, defensores de su ley,
«con los cuales la ley de salvación fué honorificada, y
«están en el descanso que Dios les aparejó por ello. Fue
«alzado por rey en 14 dias de la luna Dilhexa año 733,
«y nació en i 8 dias de la luna de Orbea el último del
«año 718. Soberano y ensalzado sea el que para sí es-
«cogió la perfeta eternidad, y proveyó el acabamiento
» á lodos los nacidos que son sobre la haz de la tierra,
»á los cuales después juntará en el dia de la cuenta y
«justificación , que es el verdadero Dios , que no hay
«otro sino él, que para siempre vive y reina.»
De la otra parte desta losa decía en metros árabes :
« Con el nombre de Dios piadoso y misericordioso.
«Saluden al que en este sepulcro yace, la gracia de Dios
«con descanso y gloria perpetuamente, hasta el dia que
«resucitaren los muertos, humillando sus rostros ante
«el acatamiento de Dios en el consistorio del juicio.
«Verdaderamente este no es sepulcro, sino jardín fruc-
«tífero de flores de fragrantísimo olor. Y si la verdad
«he de decir, aquí no hay otra cosa sino pimpollos de
«azahar y perlas clarísimas. ¡ Oh lugar donde yace toda
íverdad y temor de Dios ! Oh lugar donde descansa la
«alteza ! Oh lugar donde ha venido á esconderse la lu-
«na! En tí ha depositado el carruaje de la muerte un
«adelantado de ilustre casa, uno de los reyes de Nacer.
»En tí moran generosidad, alteza y honra, y el que de
137
«todo temor se ha asegurado, ¿Quién otro como Abil
«Hagex defendió el jsstado de la honestidad? Quién co-
«mo Abil Hagex confundió la escuridad de la herejía?
«Estema (1) y progenie de Zaha.de Aben Obeda el Hazra-
»gí. ¡Oh qué perficiony grandeza de casa valerosa! Ha-
«blar de la vergüenza, caridad y amor de Dios, y de la
«grandeza deste rey, es hablar de las maravillas incom-
«prehensibleíde la mar. Salteóle la ocasión del tiempo, y
«no vemos perpetuidad de cosa viva, ni firmeza en nin-
«gun estado. Es el tiempo señor de dos haces, del ser
«presente y del porvenir, y el que desta manera es, con
«dureza nos saltea. Mas hallóle conociendo á Dios, hu-
«míllado en su oración y en resplandeciente gracia,
«su lengua humedecida en nombrar su santo nombre,
«conociendo el felice mes y el valor de los bienes que
«en él dispensó, y sintiendo la pascua de los ácimos su
«ocasión y desgracia, dándole el cáliz de tan salubérrima
«muerte por almuerzo. A Dios sea sacrificio de muer-
«te tan viva, y á los progenitores deste gloria y honra.
«Permitióse, siendo alto en estado, que hubiese fin por
«manos de tan bajo hombre pecador, por quien tanto
«bien le vino, siendo tan malo ; correspondió á su hecho
«tan detestable, y no se debe sentir tanto la maldad del
«bajo en los grandes, pues las maravillas ocultas del
«juicio de Dios no se pueden comprehender ni preve-
«nir. Póngase esta muerte con la del halifa Alí , que
«siendo tan gran señor, le mató el vilísimo Aben Mue-
«jam, y con la del escogido en valor Abil Hascen , que
«acabó por manos de una fiera. Ponemos terror con los
«afilados alfanjes muxarafies, y cuando la voluntad de
«Dios ocurre, la mas mínima ocasión nos mata. Por
«tanto, el que en este mal mundo estuviere muy con-
«fiado,yfirme le pareciere con soberbia, hallarse ha
«perdido. Pues ¡oh rey del reino que jamás se acabará!
«¡Oh aquel que de veras tiene el mando y juicio sobre sus
«criaturas! cubre con el velo de tu piedad nuestras cul-
«pas, pues no tenemos otro amparo en ellas mas que tu
«misericordia, y cubre y amortaja al gobernador délos
«moros con tu piedad y gracia , con la cual merezca
«el aposento de tu sosiego por gualardon, pues tu mi-
«sericordia es la que nos ha de valer, y esta vida em-
«prestada del hombre es cebo de quien á lo poco se afi-
«ciona. Dios por su piedad le ponga en descanso con sus
«grandes predecesores, y le cumpla de su gracia.»
La cuarta losa y última en antigüedad decia por la
una haz en prosa :
«Con el nombre de Dios piadoso y misericordioso.
«Este es el sepulcro del rey generoso, de limpio ser y
«linaje, cumplido en crianza, victorioso, misericordio-
«so, caritativo y prudentísimo entre los reyes de la mo-
«risma. Adornado de gracia y temor de Dios, maestro
«de toda elocuencia, dispensador de todo juicio, virtud,
«justicia y bondad ; dotado de su divina gracia, que es
«su alto ser y valor. Polo de la crianza y vergüenza, en
«quien lúcela hermosura del temor de Dios, y el que
«dispensó todo género de venganza contra los que ofon-
«dian á sus vasallos. Defensor de la bandera de la ley,
«el de excelente linaje, progenie de los Anzares defen-
«sores. El gobernador de los moros, ensalzador de la
«ley de Dios, Abil Hagex Jucef, hijo del rey alto, go-
«bernador valeroso, piélago de los sabios y verjel de
(1) Slemma en latin , corona ó guirnalda.
138
LUIS DEL MARMOL CARVAJAL.
«prudencia; el muy acatado entre reyes, defensor de
Mías ciudades con su valor y esfuerzo, fortaleza de las
))gentes con su prudencia y saber, el dispensador de los
«bienes que poseyeron sus liberales manos , el que ad-
wministraba todas sus fuerzas en la guerra de sus ene-
wmigos. El valiente, animoso y glorioso difunto gober-
wnador de los moros, y rico en Dios, Abil Hagex Jucef,
))lujo del rey alto , grande nombrado , ePmayor délos
«reyes, el aniquilador con la luz de su justicia, de la
Mobscuridad délos reyes descreídos, con la felicidad de
wsu ventura y correspondencia de los planetas celes-
wtiales, que todo buen suceso le disponían para los aba-
))t¡r. El que poseyó los dos aquendes sin contradicción.
wAquel cuyo estado Dios ensalzó, y por ello y por su
«amor y temor se apartó y recogió de las cosas del mun-
))do, y se bumilló á Dios. El conquistador de los prin-
wcípales reinos, el que aprovechó á la ley y á sus pre-
))ceptos,cl que en sus conquistas hizo maravillas, el
«adornado con el temor de Dios, el de alto estado yprós-
))pera era, el gobernador de los moros, el rico en Dios,
))Abí Abdilehi, hijo del rey de conocida virtud y con-
Mquista venturosa en la exclusión del enemigo de la ley,
»el de probada intención, y el atento y ocupado en en-
«salzar la honra de Dios ; el que hizo en favor y defensa
de todas las ciudades grandes cosas con su bondad,
wmisericordia y honestidad. El glorioso gobernador de
))los moros, adestrado y guiado por Dios, Abil Hagex Ju-
))cef, hijo del rey adelantado mayor de los reyes, auxi-
))lio de toda misericordia, el mas alto del estado y casa
))de Nacer, y el mas hermoso pimpollo deste árbol, cu-
wyas raíces son firmes y bien plantadas, y sus ramas al-
wcanzan al cíelo. El conquistador de las tierras y paci-
wficador de los Anzares, dechado de las costumbres de
wsus antepasados, los ensalzadores de la ley. El guer-
wreadoren servicio de Dios, el venturoso gobernador
))de los moros, Abil Gualid Ismael Farax,hijo de Nacer.
«Recibióle Dios en su gracia, y colocólo en lo alto del
«paraíso en su gloria, y recibióle para aquella honra y
«descanso que le estaba aparejado, en el alba del dia
«martes 29 días de la luna de Ramadan del año de 820.
«Fué alzado por rey domingo 16 días de la luna de Díl-
«hexa, año de 810. Nació (Dios le haya) viernes 27dias
«de la luna de Zafar á media noche, año de 798. Ben-
wdito y ensalzado sea aquel que escogió para sí elrei-
«nar y permanecer para siempre, y proveyó á todas sus
«criaturas el acabamiento y fin , que es el verdadero
«Rey, que no hay otro dios sino él.»
De la otra parte de la losa decia en metros árabes :
«Con el nombre de Dios piadoso y misericordioso.
«Vivifican la tierra deste sepulcro el espíritu y el ro-
«cío délas nubes, y comunícale el verjel celestial la
«fragrancia de sus licores, pues la[fertil¡dad y socorro es
«lo que aqueste hueco incluye, y el mérito y perdón es
«para quien aqueste lugar visitare. La gracia de Dios,
«el paraíso del descanso es su paradero, pues toda esta
«gracia con entrambas manos la recibe, por manera que
«esta es la riqueza que en esta tierra yace, el adelantado
«de los únicos. Glorifique Dios su espíritu. SucedióJu-
«cef , estema del adelantado Jucef, ciertamente en la
«casa de los trabajos, y salteóle la vida la condición
wdesta casa. Ella es fenecimiento, y fenecerá por mas
«que resista, pues que pretendió fenecer su memoria,
»y le escondió, según su condición de fortuna , debajo
» le la tierra, estando las pleyes(l) celestiales en mas ba-
»jo lugar que á él se debe. Mas es la providencia delsu-
«rao Dios, que así proveyó su suerte, yquisoquesurei-*
«nado y señorío se comutase en este polvo, salvo que la
«claridad de su nombre , el resplandor de su lealtad y
«lo mejor de sus hechos quedó todo muy encumbrado,
«muy espléndido y muy claro; porque Abil Hagex es
«lucero y guia de salud; cuando se ponía el sol suplía
«su buena cara y alegría de rostro. Era Abil Hagex so-
«corro de pluvias, y por ellas sus liberalísimas manos
«suplían. Faltó ya su hartura, cesaron sus maravillas,
«secóse su pasto, paró su liberalidad, enflaqueciéronse
«sus ejércitos, enmudecieron sus consejos, deshicié-
«ronse sus alcázares, callaron sus razones, escurecióse
«su hemisferio, alejóse su favor y amparo, y finalmente
»se deshizo su morada. Empero con la gracia del pia-
«doso Dios ( ensalzada sea su alteza) escapó en la eter-
«nidad cuando se presentó delante de sus manos. ¡Oh
«lástima digna de ser sentida , que á tal gobernador,
«dotado de tantas gracias, le faltaron los días de la ví-
»da! Aposentóse con descanso entre las paredes del
«hueco deste sepulcro, y de veras quedó mas aposen-
«tado en los corazones de los hombres. Su socorro su-
«plia cualquier abundancia y liberalidad ; por la luz
«de vida suplió su alegría y honestidad, y sus manos
«eran semejantes á laspluvias. Veamos : ¿no era este rey
«un hemisferio de alteza? No era su virtud y bondad luz,
«ante la cual presentándose la luz del sol, temblaba? Su
«celo ¿no era extirpar el mal y enseñar la virtud y la ho-
«nestidad?La curiosidad de las letras ¿no eran parte
«de su honestidad y virtudes, vergüenza, temor de
«Dios, magnificencia y generosidad? Veamos: ¿no era
«único en todas las partidas del mundo, y siempre que
«hubo en ella dificultades , las declaraba con su pru-
«dencia ? Veamos : ¿no se mostraba la crianza en su lia-
«blar mas resplandeciente que los claros luceros? Vea-
«mos : ¿no era la poesía una de sus partes, con la cual
«adornaba las delanteras de su tribunal mejor y mas
«hermosamente que con finasy escogidas piedras? Vea-
«mos : ¿no era protección y amparo de sus continos y
«privados, y en las guerras sus fuerzas y valor defensa
«muy bastante? Veamos: ¿no era de valeroso esfuerzo
«en la guerra, pues tantas fuerzas de enemigos desba-
«rató y venció el valor de su espada? Este pues era el
«buen rey y señor que presumió de cumplir siempre su
«palabra, y el que sin faltar en ella le faltó y fué adver-
»sa la ocasión del mundo.»
Hasta aquí dicela letra délos epitafios, y por si el
lector quisiere computar los tiempos en que nacieron,
reinaron y murieron estos cuatro reyes , se advierte
que los moros tienen año solar y año lunar. El solar
es conforme al nuestro latino , y nombraron los do-
ce meses como los latinos , y generalmente se sirven
dcsla cuenta para las cosas de agricultura en toda Áfri-
ca; porque tienen un libro dividido en tres cuerpos,
que llaman el Tesoro délos agricultores, y este pare-
ce haber sido traducido de latin en lengua árabe en
la ciudad de Córdoba, y por él se gobiernan cuanto
al sembrar, plantar, cavar, engerir, y en todo lo de-
más , y comprehenden en él trece lunas. Mas los teó-
logos árabes y los legistas y escritores cuentan el año
diferentemente, porque le hacen de docelunas enteras,
(1) Pléyades.
REBELIÓN Y CASTIGO DE LOS MORISCOS DE GRANADA.
seis dea veinte y nueve, y seis de á treinta dias,que
vienen á ser trescientos cincuenta y cuatro dias , once
dias y seis minutos menos que el año latino, y estos ha-
cen volver atrás el año luYiar en treinta años uno, me-
nos cuarenta y cinco dias. El primer mes del año es la
luna que nace en julio, y le llaman ij/a/íarran, que es tan-
to como si dijésemos canícula; el segundo Zafar, el ter-
cero Arbea el Aul , el cuarto Arbea el Teni , el quinto
Gumen el Aul, el sexto Guiñen el Teni,' el sétimo Ar-
geb, el octavo Zaaban, el noveno Arromadan, el deceno
Jevel, el onceno Delcaada, el doceno Delhexa. Oíros
que cuentan trece lunas en los doce meses latinos, aña-
den la una al principio del año, y hacen luna de Mahar-
ran primero y Maharran segundo. Sus fiestas son mo-
vibles, y lo mesmo los ayunos ; sola la fiesta que cele-
bran del nacimiento de su Mahoma, que llaman elMau-
lud, es la tercera luna del año á los doce dias della, por-
que en tal dia dicen que nació. Esto baste para la com-
putación, contando siempre el milésimo de los moros
desde el año de Cristo 621,por la luna de julio, que se-
gún se cuenta, fueron seiscientos cincuenta y siete años
de la era de César, y no desde 613 de Cristo, como di-
jimos en la primera impresión de nuestras/rico, por-
que hubo yerro ; y así lo emendamos en la segunda,
que saldrá con brevedad.
CAPITULO XII.
De la conquista que tos católicos reyes don Hernando y doña
Isabel hicieron en el reino de Granada desde el año 1482 hasta
el de 1483.
La Última guerra que los príncipes cristianos tuvie-
ron en España con los reyes moros , fué la conquista
que los católicos reyes don Hernando y doña Isabel
hicieron en el reino de Granada , de la cual hacemos
mención en esta historia , por no dejar atrás cosas de
lasque faltando podrían desguslar al lector. Todas las
otras que fueron antes della se hallarán escritas en
nuestra general historia de África, en el segundo libro
del primer volumen. Siendo pues rey de Granada un
valeroso pagano del linaje de los Alahamares, llamado
AbilHascen, cerca de los años de Cristo 1480, y del im-
perio de los alárabes 892, en la ocasión de la guerra que
los Reyes Católicos tenían con el rey de Portugal, jun-
tó sus gentes , y hizo grandes daños en los lugares de
la Andalucía y del reino de Murcia. Y como no pudie-
sen acudir á todas partes , hicieron treguas con él , du-
rante las cuales, en el año de nuestra salud 1482, sien-
do el moro avisado por sus espías que los cristianos
fronteros de Zara, confiados en la tregua, estaban
descuidados , y que era buena coyuntura para ocupar
aquella fortaleza^, rompió la tregua, y juntando sus ada-
lides y escuchas, secretamente les mandó que fuesen á
escalarla una noche de grande escuridad. Sucediendo
pues el efeto conforme á su deseo, entraron los adali-
des dentro , y ocupando la fortaleza juntamente con la
villa , mataron al alcaide y captivaron cuantos cristia-
nos hallaron con muy pequeña resistencia. Esta pérdi-
da sintieron mucho los Reyes Católicos ; y porque el
daño no fuese mayor , acudieron luego hacia aquella
parte, proveyendo en la seguridad de sus estados ; y po-
niendo después sus invictos ánimos contra los de aque-
lla nación , que tan molestos eran al pueblo cristiano,
determinaron de no alzar mano de la guerra hasta aca-
139
barios de conquietar , desterrando el jwnbre y seta de
Mahoma ele aquella tierra. En el m^o año que los
moros tomaron á Zara, el marqués de Cádiz, don Pe-
dro Ponce León, y Diego de Merío, asistente de Sevilla,
y los alcaides de Antequera y Archidona y otros cau-
dillos cristianos de la frontera fueron sobre la ciudad
de Alliama , y por industria de un escudero morisco
llamado Juan de Baena la escaló un Ortega escalador,
y la entraron y ganaron por fuerza postrero dia del mes
de hebrero. Por otra parte el rey moro juntó toda su
gente, creyendo poderla cobrar luego, y á 11 dias del ■
mes de julio de aquel año peleó con los cristianos que
iban á socorrerla. Y siendo los nuestros vencidos , mu-
rieron en la pelea don Rodrigo Girón, hijo de don Die-
go de Castilla, alcaide de Cazalla, que después fué co-
mendador mayor de Calatrava , y otros caballeros. Mas
no por eso el moro hizo el eleto á que iba, porque los
cristianos que estaban dentro se defendieron, y el
rey don Hernando los socorrió ; y siguiendo al enemigo
la vuelta de Granada, entró en la Vega, y taló y destru-
yó los sembrados y las huertas dos veces aquel año , y
ganó la villa de Tájora y la asoló, y tomó la torre de la
puente de Pinos , donde fué Iliberia , y dejando la fron-
tera muy bien proveída, y á don Iñigo López de Men-
doza, conde de Tendilla, por alcaide y capitán de Al-
hama, volvió victorioso á la ciudad de Córdoba. En este
tiempo pues que los moros tenían mas necesidad de con-
formidad , permitió Dios que sus fuerzas se disminuye-
sen con división , para que los Católicos Reyes tuviesen
mas comodidad en hacerles guerra. Era Abil Hascen
hombre viejo y enfermo, y tan sujeto á los amores de
una renegada que tenia por mujer, llamada la Zoraya
(no porque fuese este su nombre proprio, sino por ser
muy hermosa, la comparaban á la estrella del alba, que
llaman Zoraya) , que por amor della había repudiado
á la Ayxa, su mujer principal , que era su prima herma-
na , y con grandísima crueldad hecho degollar algunos
de sus hijos sobre una pila de alabastro , que se ve hoy
dia en los alcázares de la Alharabra en una sala del
cuarto de los Leones , y esto á fin de que quedase el
reino á los hijos de la Zoraya. Mas la Ayxa , temiendo
que no le matase el hijo mayor, llamado Abí Abdilebi
ó Abí Abdala, que todo es uno, se lo liabia quitado de
delante, descolgándole secretamente de parte de noche
por una ventana de la torre de Gomares con una soga
hecha de los almaizares y tocas de sus mujeres ; y unos
caballeros llamados los Abencerrajes habían llevádole á
la ciudad de Guadix , queriendo favorecerle, porque es-
taban mal con el Rey á causa de haberles muerto cier-
tos hermanos y parientes , so color de que uno dellos
con favor de los otros había habido una hermana suya
doncella dentro de su palacio; mas lo cierto era que los
quería mal porque eran de parte de la Ayxa, y por esto
se temía dellos. Estas cosas fueron causa de que toda
la gente principal del reino aborreciesen á Abil Hacen,
y contra su voluntad trajeron de Guadix á Abí Abdi-
lebi , su hijo, y estando un dia en los Alijares , le metie-
ron en la Alhambra y le saludaron por rey ; y cuan-
do el viejo vino del campo no le quisieron acoger den-
tro , llamándole cruel , que había muerto sus hijos y la
nobleza de los caballeros de Granada. El cual se fué
huyendo con poca gente al valle de Lecrin, y se metió
en la fortaleza de Mondújar; y favoreciéndose del va-
140
leroso esfuerztM*|un hermano que tenia, llamado tam-
bién Abí Abdelffi Abdüehi , guerreó cruelísimamen-
te con su hijo. En esta guerra murieron muchos caba-
lleros y gente principal , y con estas muertes fué cre-
ciendo tanto la enemistad , que aunque las partes se
veian consumir, no paraban, ni monos quiso ninguno
dellos favorecerse de los Reyes Católicos, por la ene-
mistad grande que tenían al nombre cristiano; antes
les hacian también guerra cada uno por su parte. Es-
tando pues las cosas en este estado, por el mes de marzo
del año del Señor 1483 y del imperio de los alárabes 895,
el marqués de Cádiz y don Alonso de Cárdenas , maes-
tre de Santiago , y otros muchos caballeros entraron
con sus gentes á correr el término de la ciudad de Má-
laga, que cae ¿ la parte de levante, donde llaman la
Jarquía; y recogiéndose los moros de aquellos lugares,
que son muchos, cuando ya volvían con gran presa, die-
ron en ellos y los desbarataron , y mataron á don Die-
go, don Lope y don Beltran, hermanos del Marqués,
y á don Lorenzo y don Manuel, sus sobrinos, y con
ellos otros muchos parientes y criados suyos; y pren-
dieron al conde de Cifuentes y á don Pedro de Silva,
su hermano , y á otros muchos caballeros. Esta fué la
batalla que dicen de las lomas de Cútar, la cual fué
á 21 de marzo, viernes por la mañana; y en ella fue-
ron muertos y presos la mayor parte de los cristianos
que allí se hallaron. Con esta victoria se ensoberbe-
ció tanto el nuevo rey Abí Abdilehi, que determinó
de hacer una entrada por su persona en los lugares de
la Andalucía, pareciéndole que toda aquella tierra esta-
ría sin defensa, por la mucha gente que se habla perdido
en la Jarquía ; y juntando el mayor número de caba-
llos y de peones que pudo, llevando consigo al Alatar,
alcaide de Loja, y muchos caballeros de Granada, fué
á poner su real sobre Lucena, villa del alcaide de los
Donceles. Contáronnos algunos moros antiguos que
saliendo el rey de Granada por la puerta Elvira , topó el
hasta del estandarte que llevaba delante en el arco de
la puerta y se quebró, y que los agoreros le dijeron
que no fuese mas adelante, sino que se volviese, por-
que le sucedería muy mal; y que llegando á la rambla
de Beiro, como un tiro de ballesta de la ciudad, atra-
vesó una zorra por medio de toda la gente, y casi por
junto al proprio Rey, y se les fué sin que la pudie-
sen matar; lo cual tuvieron por tan mal agüero, que
muchos moros de los principales se quisieron volver á
la ciudad, diciendo que había de ser su perdición aque-
lla jornada ; mas el Rey no quiso dejar de proseguir su
camino, y llegando á Lucena, hizo talar los panes, vi-
ñas y huertas de la comarca , y robar toda la tierra.
Estaba á la sazón en la villa de Baena el conde de Ca-
bra, y sabiendo la entrada del enemigo y el daño que
hacia , recogió á gran príesa la mas gente que pudo
y caminó con ella la vuelta de Lucena para juntarse
con el alcaide de los Donceles; lo cual sabido por el
rey moro , a\'¿6 su real , y con gran presa de captivos
y de ganados se fué retirando la vuelta de Loja; y los
cristianos, con mas ánimo que fuerzas, porque eran
muy pocos en comparación de los enemigos , siguieron
luego al alcance, y en descubriéndolos, los acometie-
ron en un arroyo que llaman de Martin González, le-
gua y media de Lucena, por el mes de abril deste año;
y siendo Dios servido darles victoria, prendieron al
LUIS DEL MARMOL CARVAJAL.
rey Abí Abdilehi, y matando al aicaide Alatar y otros
muchos caballeros moros, cobraron la presa que lleva-
ban, y cargados de despojos, con nueve banderas que
ganaron aquel dia , volvieron alegres y victoriosos á sus
villas. No fué de poco momento la prisión del rey moro
para la conquista de aquel reino , porque estando las
cosas de los moros turbadas, entró el rey don Hernando
aquel año con su ejército en la vega de Granada, y ha-
ciendo grandes talas en los sembrados, huertas y viñas
y en los términos de las villas de íllora y Montefrio,
cercó la villa de Tájora, que los moros habían vuelto á
fortalecer, y la combatió y ganó por fuerza; y hacién-
dola destruir y asolar otra vez, volvió á invernar á Cór-
doba. Nació una competencia honrosa entre el conde
de Cabra y el alcaide de los Donceles sobre á cuál de-
llos pertenecía el prisionero rey; y los Reyes Católicos,
gratificándoles cumplida y graciosamente aquel servi-
cio , mandaron que se lo llevasen á Córdoba ; los cual es
lo hicieron ansí. Y estando en aquella ciudad , trató el
moro con ellos por medio de algunos caballeros que si
le ponían en libertad seria su vasallo y les pagaría tri-
buto en cada un año , y haría en su nombre guerra á
los otros moros que no lo quisiesen ser. Sobre esto hubo
diversos pareceres entre los consejeros , y al íin se tuvo
por buen consejo hacer lo que el moro pedia, conside-
rando que mientras hubiese dos reyes enemigos en el
reino de Granada tendrían los cristianos mejor dispo-
sición de hacerles guerra ; y no solamente le conce-
dieron los Reyes Católicos lo que pedía, mas ofrecié-
ronle que le favorecerían para que guerrease con sti
padre y con los pueblos que durante su prisión se le
hubiesen rebelado; y dándole hbertad, le enviaron á su
tierra. Llegado pues el moro á Granada, no fué tan
bien recibido de los ciudadanos como se pensaba ; por-
que cuando supieron las capitulaciones que dejaba he-
chas con los reyes cristianos, y que había de ser su
vasallo, los proprios que habían puéstole en el reino
fueron los primeros que se alzaron contra él, y favore-
ciendo la parte de Abí Abdilehi, su tío, que tenia el ban-
do del rey viejo, determinaron de hacer nueva guerra á
los cristianos. Y porque el tío y el sobrino tenían un
mesmo nombre, para diferenciarlos, y aun por opro-
brío del sobrino que había estado captivo , le llamaron
el Zogoybi, que quiere decir el desventuradillo, y al
tío, Zagal, que es nombre de valiente; y desta manera
los llamaremos de aquí adelante en el discurso de la
historia. Los granadinos pues juntaron luego quince
alcaides de los mas principales de aquel reino, y con
gran número de caballos y peones entraron por las fron-
teras de la Andalucía , diciendo que su rey estando en
prisión no los podía obligar á paz ni á otro ningún gé-
nero de condición ; mas no les sucedió la empresa como
pensaban , porque Luis Hernández Puertocarrero , se-
ñor de Palma , les salió al encuentro con la gente de la
frontera y los venció , y matando y prendiendo gran nú-
mero de moros, y entre ellos los alcaides mas principa-
les, les ganó quince banderas. También alcanzó parte
del despojo desta victoria el marqués de Cádiz, el cual,
yendo en busca de los enemigos, encontró con los que
huían del desbarate , y prendiendo y matando muchos
dellos, pasó sobre la villa de Zara y la escaló y tomó
por fuerza de armas; y matando al Alcaide y á los que
con él estaban, la fortaleció y pobló de cristianos. To-
REBELIÓN Y CASTIGO DE LOS MORISCOS DE GRANADA.
dos estos sucesos eran causa de que el aborrecimiento
de los granadinos creciese contra el Zogoybi , el cual no
se teniendo por seguro en la ciudad , tomó sus mujeres
y liijos y se fué á meter en Almería. Viendo esto los gra-
nadinos, enviaron luego por Abil Hascen, que estaba en
Mondú jar , y recibiéndole otra vez por rey, comenzó una
cruel guerra entre padre y hijo. El año del Señor i 484,
y del imperio de los alárabes 896, juntaron sus gentes
nuestros príncipes, y entrando el Católico Rey en tierra
de Málaga , taló y destruyó los sembrados , huertas y vi-
ñas de la comarca , y ganó por fuerza de armas la villa de
Alora por San Juan de junio , aunque algunos dicen que
adelante por julio, y las 4e Alozaina y Setenil se le die-
ron á partido después. Setenil se le dio día de San Ma-
teo, 21 de setiembre. En el mesmo tiempo envió á re-
conocer la villa de Cazarabonela al conde Lozano, el
cual fué muerto por los moros. Y porque en el siguien-
te año había de proseguir la guerra por aquella parte,
que es donde llaman la Hoya de Málaga , se fué á inver-
nar á Sevilla, y este año fué el Rey Católico á cierto
ardid pura ocupará Loja, y no se hizo. Yenida la pri-
mavera del año 485 , que fueron 897 del imperio de los
alárabes, el rey don Hernando volvió á entraren la Hoya
de Málaga, y hizo otra tala como la del año pasado, y
•por el mes de mayo le entregaron los moros la fortaleza
de Coin y la de Cártama , donde murió Pedro Ruiz de
Alarcon, capitán de sus altezas. Ganó también & Be-
namaquex. Churriana, Pupiana, Campaniles, Fadala,
Laudin y Guaro ; y poniendo en todas ellas sus alcaides,
pasó sobre la ciudad de Ronda y le dio tan recios com-
bates, que aunque parecía inexpugnable por su sitio y
bahía dentro mucha y muy buena gente de guerra , se la
entregaron los moros á partido domingo día de Pascua de
Pentecostés. Ganada la ciudad, el alcaide moro que esta-
ba en el castillo no lo quiso rendir, mas el Rey lo man-
dó escíilar y ganó por fuerza , siendo el primero que su-
bió por la escala Alonso Hernández Fajardo , á quien los
Católicos Reyes hicieron muchas mercedes. Luego se
entregaron las villas y fortalezas de Junquera, Burgo,
Monda , Tolox , Montejaque , Hiznalmara , Cárdela , Be-
naojan, Montecorto , Audita, y otras de las serranías y
Havaral ; y los moros que vivían en ellas se holgaron de
ser mudejares y vasallos de los Reyes Católicos , porque
los recibían con muy honestas condiciones, y juraron
en su ley que les serian leales vasallos, y cumplirían
sus cartas y.mandamientos, y harían guerra por su
mandado, y les acudirían con todos los tributos, pe-
chos y derechos que acostumbraban pagar á los reyes
moros bien y fielmente, sin fraude ni engaño. También
los Reyes Católicos aseguraban á todos los moros igual-
mente, así á los que venían á darse por sus vasallos
como á los que se les rendían , tomando sus personas y
bienes debajo de su amparo real , y les prometían que los
dejarían vivir en su ley; que no les liarían ni consenti-
rían hacer opresión alguna, y que sus lites y causas se-
rian juzgadas por sus cadís y jueces, y por la ley que
ellos llaman del xara; y les daban licencia que pudiesen
tratar y contratar en cualesquier partes y lugares de sus
reinos libremente , con que no entrasen en las fortale-
zas ni en las villas cercadas con una hora antes de pues-
to el sol , sí no fuese por su mandado ó de los alcaides y
gobernadores dellas. Permitían ansimesmo que todos
los que üo quisiesen vivir en la tierra pudiesen vender
sus bienes, y pasarse con sus mujeres y hijos y familias
á Berbería, y les daban navios en que pasasen seguros,
ordenando á todos los alcaides y gobernadores de las
fronteras que les hiciesen buen tratamiento. El mesmo
año pues y con las mesmas condiciones se entregaron
á los Reyes Católicos diez y nueve villas del Havaral , y
diez y siete de la serranía de Gausin , y doce de la ser-
ranía de YiJlaluenga y la villa de Cazarabonela. V á ti
de junio, dia de San Bernabé, se le dio la ciudad de Mar-
bella con las villas de Montemayor, Cortes y Alarizatc,
y otros diez lugares que estaban al derredor de la ciu-
dad. Y el Rey pasó á reconocer á Málaga, y dejiindo
derribada la fortaleza de Benalmadala , puso sus alcai-
des en las otras y volvió aquel año á invernar á Córdo-
ba. Estaba en este tiempo el Zogoybi en la ciudad de
Almería, y los Reyes Católicos, viendo lo mucho que
importaba mantener la guerra por aquella parte pura
que las fuerzas del enemigo se dividiesen , hacían pro-
veerle de dineros y de todas las otras cosas necesarias, y
mandaban á los alcaides y gobernadores de las ciuda-
des y villas-de aquella frontera que le favoreciesen con-
tra los lugares que no quisiesen obedecer, y con este
favor guerreaba cruelmente con su padre y tío. Suce-
dió pues que estos mesmos dias los granadinos, vien-
do que Abil Hascen estaba ciego , impedido de vejez y
de enfermedades , y no hábil para gobernar el reino en
tantos trabajos de guerra, le dejaron ; y conociendo el
valor y esfuerzo del Zagal, se llegaron á él todos los
principales y le saludaron por rey, declarando por in-
digno de aquella sucesión al Zogoybi , por haberse alia-
do con los príncipes cristianos enemigos de su ley; y
sacando de la ciudad á Abil Hascen con su familia, le
metieron en la fortaleza de Mondújar. De aquí comenzó
la última perdición de los moros de aquel reino, porque
el Zagal , deseando reinar solo , trató con unos alfaquís
de Almería que le diesen entrada una noche secreta-
mente en la ciudad, para matar ó prender á su sobrino ;
el cual fué avisado, y la mesma noche que los traido-
res pusieron en obra su traición tomó un ligero caba-
llo, y se fué huyendo á tierra de cristianos. El Zagal
entró en Almería, y ocupando el castillo, corrió luego
al palacio, pensando hallar en él á su enemigo; y no
le hallando, con cruelísima rabia mató á otro hermano
suyo niño , que el Zogoybi habia llevado consigo porque
el cruel viejo su padre no le matase, como habia hecho
á los demás; y hizo degollar á todos los del bando con-
trario que pudo haber á las manos. Esta traición y
crueldad sintió tanto el Zogoybi , que jamás se pudo aca-
bar con él que se confederase adelante con su tío , ni se
fió del, aunque se ofrecieron muchas ocasiones en que
le pudiera ser provechoso. Dende á pocos dias que esto
acaeció, murió Abil Hascen en el castillo de Mundújar;
y el Zagal , juntando las fuerzas de aquel rdno, comen-
zó á hacer guerra á los cristianos, y en el mesmo año
tuvo algunas victorias, entre las cuales fué una por el
mes de setiembre, que yendo el rey don Hernando so-
bre la villa de Modín, salió el rey de Granada , y peleó
cerca della con el conde de Cabra, j matando á don Gon-
zalo de Córdoba, su hermano, le desbarató. De cuya
causa el Rey dejó la conquista por aquella parte, y da
vuelta cercó las fuertes villas de Cambil y Havaral, don-
de tenían los moros su frontera contra Jaén, y comba-
tiéadolas con artillería, se le rindieron^ y el alcaide moro
ií2
LUIS DEL MARMOL CARVAJAL.
y la gente de guerra que liabia dentro se fueron á Gra-
nada. También el clavero de la orden de Alcilntara, que
estaba en la ciudad do Alhama , escaló y tomó por fuerza
la villa de Zalía,en término de Vélez, y mandando el
Rey fortalecer aquellas villas, fué aquel año á invernar
á Toledo y á Alcalá de Henares.
CAPITULO XIII.
De lo que los Reyes Católicos liicieroii en la conquista del reino
de Granada el año de 80.
El siguiente año de 1486 volvió á entrar el Rey Cató-
lico en el reino de Granada , y cercó la ciudad de Loja ;
y aunque los años pasados la habia tenido cercada y
no la habia podido tomar, y hablan los moros muerto
en el cerco á don Rodrigo Tellez Girón , maestre de Ca-
latrava, de una saeta con yerba, á 3 de julio del año
de -1482, desta vez perseveró tanto en el cerco y le
dio tan recios combates , que el alcaide moro que la te-
nia se la entregó lunes 9 dias del mes de mayo del
mismo año. Luego que Loja se hubo entregado, las vi-
llas de íllora, Moclin, Montefrio y Colomerd se le rin-
dieron; y dejándolas los moros desamparadas, se fue-
ron ájneter en la ciudad de Granada. Su alteza puso
guarnición de gente de guerra en todas ellas , y las en-
tregó á sus alcaides, y se volvió victorioso á Córdoba.
Mientras el rey don Hernando hacia estas entradas con
su ejército , la católica reina doña Isabel era su provee-
dora, y andaba de una parte á otra proveyendo y en-
viando todo lo necesario al real; y con esto habia siem-
pre en él muchos bastimentos, armas, municiones y
gente, porque era grandísima su solicitud y diligencia.
Andando pues estos Católicos Reyes en la conquista
que tanto placía á Dios y á su bendita Madre, los moros
guerreaban entre sí cruelmente. El Zogoybi, estando
recogido en Vélez el Dlanco, y siendo favorecido de los
cristianos de la frontera , guerreaba por aquella parte
con el Zagal , el cual , apoderado de Granada y de las
otras ciudades de aquel reino, era mas poderoso que él,
y hacia morir á los que tenían su voz; mas no lo era
contra el poder del Católico Rey, por estar sus fuerzas
divididas en dos parciahdades; cosa que importaba
mucho á sus altezas para poder hacer la guerra mas á
su voluntad. Y como era negocio guiado por Dios, lue-
go ordenó su divina Majestad que hubiese otra mayor
disensión entre los moros , poniéndose el Zogoybi en
aventura de un hecho no menos temerario que peligro-
so. Viendo este rey que su enemigo estaba apoderado
de la mejor y mayor parte del reino , que no le obede-
cían á él en ninguna de las ciudades , y que los caballe-
ros que le habían seguido y servido iban ya dejándole,
aventurándose á la muerte mas cierto que á salir con
la empresa que llevaba, acordó de meterse una noche
secretamente en la ciudad de Granada con algunos ca-
balleros que le habían quedado; y atravesando por sier-
ras ásperas y fragosas fuera de camino, llegó de im-
proviso al Albaícin, y dejando la gente algo arredrada
(le los muros, se arrimó á la puerta de Fax el Leuz con
solos cinco hombres; y hablando con las guardas, supo
decirles tales cosas, que sin haber entre ellos trato ni
concierto , pudo tanto la presencia de su rey, que obe-
decieron cuanto les quiso mandar; y abriéndole las
puertas, lo metieron dentro con su gente : el cual an-
duvo aquella noche de puerta en puerta por las casas
de los mas principales , que tenía por amigos y entendía
que le habían de favorecer ; y rogando á unos , prome-
tiendo á otros, los movió á que tomasen las armas. Lo
mcsmo hicieron todos los vecinos ; y otro día de maña-
na se pusieron en arma, cerrando las bocas de las calles
y los portillos por donde los de la ciudad podían subir,
y proveyendo todas las cosas necesarias á su defensa.
Por otra parte el Zagal , luego que corrió la voz por la
ciudad que su sobrino estaba en el Albaícin , con el ma-
yor número de gente que pudo comenzó á pelear con
él ; y saliendo los unos y los otros al campo, hubo entre
ellos una reñida pelea , en que murieron muchos de en-
trambas partes; y siendo inferior el Zogoybi, porque te-
nia menos número de gente , le fué necesario retirarse
al Albaícin y meterse dentro de susreparos. El Zagal
puso sus estancias contra él , y desta manera estuvieron
mas de cincuenta dias peleando con tanta crueldad, que
por ninguna cosa se tomaba hombre á vida. El Zogoybi
envió luego á pedir socorro á los Reyes Católicos, que
habían ido aquel año en romería á Santiago de Galicia,
y cobrado de camino á Ponferrada y á otras villas y for-
talezas ; y sus altezas mandaron á don Pedro Henri-
quez, adelantado de la frontera, que le fuese á socor-
rer con su gente. El cual juntó el mayor número de ca-
ballos y peones que pudo , y fué la vuelta de Granada ; y •
peleando con los moros del Zagal que le salían al en-
cuentro , metió quinientos escopeteros cristianos en el
Albaícin, para que con su calor se mantuviesen en leal-
tad los de la parte del Zogoybi ; y sin recebir daño se re-
tiró á la frontera. Mientras esto se hacía en Granada, el
rey don Hernando , en el año de 1487, partió de Córdo-
ba , y fué á cercar la ciudad de Vélez Málaga , llamada
ansí porque está cerca de Málaga, y no porque sea de su
jurisdicion; y la cercó un día después de pascua de Re-
surrecion, á 19 dias del mes de abril. Y como los alfa-
quís y ancianos de Granada vieron que mientras ellos pe-
leaban en sus casas los cristianos ocupaban las ciuda-
des y villas de aquel reino y las fortalecían , juntándose
los mas principales dellos , subieron un día á la Alham-
bra, y haciendo un largo razonamiento al Zagal, le dije-
ron desta manera : «Señor, ¿para qué trabajas por ser
rey, sí dejas perder la tierra de que lo has de ser? Los
cristianos han ido á cercar la ciudad de Vélez, y si la
pierdes, Málaga y todas las otras del reino se perderán.
Tu sobrino está en el Albaícin, y con las fuerzas de los
enemigos de nuestra ley te entretiene, mientras se hace
mas poderoso el rey cristiano. Apiádate deste pueblo,
y haz alguna paz ó tregua con él mientras se expele el
enemigo común, aunque pierdas algo de tu derecho.»
Estas razones movieron á tanta compasión al Zagal, que
les respondió que luego fuesen á tratarlo con su sobri-
no, porque holgaba mucho hallar algún medio como
hacer paces con él , y le obedecería y se pondría de-
bajo de su bandera. Esta respuesta fué luego referida al
Zogoybi por los mesmos alfaquís y ancianos ; mas él les
respondió resolutamente que eran tantas las traiciones
y crueldades que su tío había usado con él y con sus
amigos , que no se aseguraría jamás de sus palabras, ni
quería paz ni treguas con ningún género de condición ;
y con esto los despidió harto desconsolados. Viendo
pues los alfaquís y ancianos que el rey don Hernando
apretaba reciamente la ciudad de Vélez, y que no po-
dían conformar los dos reyes, hicieron granelísima ins-
REBELIÓN Y CASTIGO DE LOS MORISCOS DE GRANADA.
U3
tancia con el Zagal para que la socorriese ; y aunque es-
taba suspenso, no osando desamparará Granada, fue-
ron tantas las persuasiones y exclamaciones del pueblo,
que por darles contento y tenerlos gratos , se determinó
de ir á socorrer aquella ciudad. Y dejando muy bien
proveida la Alliambra , y reforzadas las estancias que
tenia puestas contra el Albaicin , salió con alguna can-
tidad de gente de á caballo y mas de veinte mil peo-
nes , entendiendo hallar el real de los cristianos desaper-
cebido , y por lo mas áspero y fragoso de la sierra Ma-
yor fué á dar de improviso sobre él. Mas el rey don Her-
nando estaba sobre el aviso , y con sus escuadrones
puestos en muy buena orden , dejando los alojamientos
bien proveídos , salió á recebirle y le desbarató , y hizo
retirar con mucho daño á la ciudad de Almuñécar. Y no
se teniendo alli el moro por seguro , pasó luego á la ciu-
dad de Almería, y despj.iés dio vuelta á Guadix, sin osar
volver á Granada , porque los granadinos, como supie-
ron que iba desbaratado, deseando ya tener paz, salu-
daron por rey al Zogoybi y le entregaron la Alhambra
y las otras fortalezas ; el cual hizo degoliarluego cuatro
moros de los mas principales que le habian sido contra-
rios; y avisando ú los Reyes Católicos del suceso, les
pidió seguro para que todos los moros de Granada y de
los otros lugares del reino que viniesen á su obediencia,
pudiesen ir seguramente á sus labores y tratar y coa-
tratar en tierra de cristianos. Y porque se les concedie-
se esto con mas calor, conlirmóloque secretamente ha-
bla ya prometídoles , que si ganaban las ciudades de Al-
mería, Raza y Guadix, donde se habla recogido el Za-
gal, les entregarla también , dentro de treinta dias, la
ciudad de Granada , con que le diesen ciertas villas y
lugares donde viviese. Los Reyes holgaron de compla-
cerle en todo cuanto pedia , y mandaron luego despa-
char sus cartas de seguro para los alcaides y goberna-
dores de las fronteras, mandándoles que hiciesen todo
buen tratamiento á los vasallos del Zogoybi, y los deja-
sen ir á tratar libremente por toda la tierra. Demás
desto, mandaron notilicar á las ciudades y villas que es-
taban por el Zagal , que dentro de seis meses se entre-
gasen al Zogoybi, con apercebimiento que si no lo cum-
plían , les harían guerra y las conquistarían para sí.
CAPITULO XIV.
Cómo los Reyes Católicos, prosiguiendo en la conquista del reino
de Granada, ganaron las ciudades de Vélez Málaga y otras.
Por otra parte los moros de la ciudad de Vélez , ha-
biendo perdido la esperanza del socorro, y viéndose
muy apretados, entregaron la ciudad al rey don Her-
nando, viernes á 27 dias del mes de abril del año de
nuestra salud 1487 , y del imperio de los alárabes 899 ;
aunque otros dicen que fué á 10 dias de aquel mes. Está
esta ciudad puesta en la halda de la sierra de Bentomiz,
media legua de la mar, y es la que los antiguos llamaron
Meneba ; mas no está en el mesmo sitio, porque Meneba
era en otro promontorio mas á poniente , donde se ven
algunos edificios antiguos. Ganada la ciudad de Vélez,
donde el Católico Rey hizo oficio de animoso y esfor-
zado caballero, llegando en una escaramuza hasta la
puerta de la ciudad, y alanceando un moro qiíe le había
muerto un paje, las villas y castillos de Bentomiz, Go-
mares, Canillas, Narija, Competa, Almojía,Mainate,
Iznate , Benaque , Abní Alia , Ben Adalid, Chimbechin-
les, Pedupel, Bairo, Sinatan, Benicnrram, Carjix,
Búas, Casamur, Abistar, Jararax, Curbila, Rubite, La-
cuz ol Hadara, Alcuchaida, Daimas , el Borge ,- Borga-
za. Machar, Hajar, Cotetrox, Alliadac, Almedita, Apri-
na , Alautin, Periana y Maro, y otras muchas de la jar-
quía de Málaga y de la tierra de Vélez, se rindieron ; y
á los unos y los otros concedieron los Católicos Reyes
las mesmas condiciones que á las ciudades de Ronda y
Marbella, y villas y lugares de su tierra. Y dejando sus
alcaides y gente de guerra en las fortalezas , fué luego
el Rey Católico á cercar la ciudad de Málaga, que está
cinco leguas á poniente de Vélez, y la cercó á 17 dias
del raes de mayo deste año. Esta ciudad se defendió
mucho, y recibió mas daño que otra ninguna de aquel
reino, porque habia dentro rifccha gente de guerra;
mas al fin se rindió, y el rey don Hernando y la reina
doña Isabel, que se hallaron en el cerco, entraron en
ella dia de San Luis, á 19 días del mes de agosto de .
aquel año, habiendo setecientos y setenta años que la
poseíanlos moros, y fueron tomados todos los moros
que allí había por captivos. Luego se rindieron todas
las villas y castillos de la Jarquía y de la Hoya que hasta
entonces no se habian rendido ; y dejando en ellas sus
alcaides y gente de guerra , poblaron la ciudad de cris- '
fíanos, y se fueron victoriosos á invernar á Zaragoza de
Aragón.
CAPITULO XV.
Cómo los Reyes Católicos prosiguieron en su conquista, y lo que
hicieron á la parte oriental de aquel reino el año de li88.
Habiendo pues los Católicos Reyes dado fin á la guer-
ra por la parte occidental deste reino , el año del Se-
ñor 1488 tornaron á juntar su ejército en Murcia ; y en-
trando el rey don Hernando por la parte oriental , don-
de están las ciudades de Vera, Mojácar, Güéscar, Al-
mería, Baza y Guadix , que todas estaban por el Zagal,
hizo cruelísima guerra en todas aquellas comarcas. Y
como el moro no fuese poderoso para salir en campaña,
las ciudades de Vera y Mojácar se rindieron luego ; y lo
mesmo hicieron las villas y castillosde Las Cuevas, Iluér-
cal , Sagena , Albarca , Bedar, Serena , Cabrera , Lubrel,
Ulula, (jvera, Sorbas, Teresea, Lozaina, Torrillas,
Huyunque, Suebro , Beleíic, Níjar , Vercal, Vélez el
Blanco, Vélez el Rubio, Cantería , Oria, Jércos, Albox,
Alboreas, Beni Andadala, Beni Taraf Atahelid , Alar-
dia , Alhabia, Beni Alguacil, Beni Libre , Beni Zanon,
Beni Mina, Almarchez, Cotobao,- Beni Calgad, Leujar
y Fines, y otras muchas. Y los moros quedaron por mu-
dejares y vasallos de sus altezas con las mesmas condi-
ciones que los demás. Hecho esto , pasó el Rey á reco-
nocer la ciudad de Almería, y dio vuelta á Baza , y en
el camino se le dieron á partido las villas de Cueca, Or-
ce, Galera , Castilleja y Bena Maurel , en las cuales puso
luego sus alcaides. Estaba el Zagal en Baza ; y como la
gente del Rey llegó á reconocer la ciudad, los moros sa-
lieron fuera , y trabaron una grande escaramuza con los
cristianos, en la cual murió don Felipe de Aragón, maes-
tre de Montesa , sobrino del rey don Hernando, hijo bas-
tardo del príncipe don Carlos, su hermano; mas todavía
se hizo el reconocimiento. Y el Rey pasó hacia Güés-
car, y los moros le entregaron luego la ciudad ; y de-
jando proveídas las fortalezas, se fué á invernar á Me-
dina del Campo, para dar orden en muchas cosas que
rti
LUIS DEL MARMOL CARVAJAL.
conyenian á la buena gobernación de sus reinos. Y en
lin de este año, á 10 de octubre, cobraron á Plasencia
por mano de los Carvajales y de otros caballeros.
CAPITULO XVI.
Cómo los Reyes Católicos ganaron las ciudades de Baza y Guadix,
y hicieron otros muchos cfetos en el año del Señor l-i89.
Rendidas las villas y castillos arriba dicbos, y reco-
nocidas las ciudades en la manera que bemos diclio,
en la primavera del año de 1489 sus altezas, viendo lo
mucbo que les importaba proseguir la guerra contra
los moros, vinieron a la ciudad de Jaén , y mandando
juntar toda su gente en las ciudades de Baeza y Ubeda
y en el adelantamiento de Cazorla , porque babia de ser
la entrada poraquella paf te, cuando estuvo todo á punto,
partió el Católico Rey sobre la ciudad de Baza , y de
camino combatió la fortaleza de Cúllar y la ganó,
dándosela los moros á partido después de mucbos com-
bates. Y por no dejar á las espaldas cosa que pudiese
bacer impedimento á los Carvajales , que babian de lle-
var basümentos al real, ocupólas fortalezas de Froila,
Bazos, Canilles y Benzulema , y luego cercó la ciudad
de Baza. Estaba dentro CidiYabaya, alcaide de Almena
■ y primo del Zagal , hombre de mucba estima y valor,
el cual defendió la ciudad seis meses y veinte dias va-
lerosamente y con grandísima resistencia , y murió en
escaramuzas y combates mucha gente de entrambas
parles; y al fin los cercados, viendo la perseverancia
de nuestro ejército , y que no hacia mudanza , antes
Grecia cada hora mas , y los apretaban con nuestros
reparos de torres y cavas, para que no pudiesen entrar
ni salir sin peligro manifiesto , y que no tenian de don-
de esperar socorro, porque el rey Zagal estaba encer-
rado en Guadix, y no se lo podia dar, pidieron al alcai-
de Yahaya que tratase de partido , y con muy honestas
condiciones entregó la ciudad á sus altezas, y todas
las torres y fortalezas, y la ocuparon nuestros cristia-
nos á 4 dias del mes de diciembre de aquel año. Ga-
nada Baza , todas las villas y castillos del valle de
Purchena y rio de Almanzora, que basta entonces no
se habian rendido, se rindieron, y entregaron las for-
talezas á sus altezas, ofreciéndose por sus mudejares
y vasallos. Lo mesmo hicieron los de la ciudad y rio de
Almería y de las serranías de Gádor y Filábres. Que-
daba la ciudad de Guadix por rendir, y el alcaide Ya-
haya , que procuraba que todos hiciesen lo que él ha-
bla hecho, trató con el Zagal que la rindiese; el cual
viendo cuan poco le aprovechaban sus armas, hizo sus
capitulaciones con los Reyes Católicos , y les rindió la
ciudad y las nueve villas del Cénete y las que están en la
serranía entre Guadix y Granada. Y después hizo que
se rindiesen las taas de los dos Cébeles, Andarax,
Dalias , Berja, Ujíjar, Jubiles, Ferrcira y Poqueira,que
todas son en la Alpujarra , y la taa de órgiba y el
valle de Lecrin, solicitando á los pueblos para ello,
porque holgaba mas verlos en poder de cristianos que
(le su sobrino. Y sus altezas le dieron para él la taa de
órgiba y el valle de Lecrin, y la mitad de las salinas
de la Malaha , y otros muchos heredamientos para su
sustento, y anduvieron él y el alcaide Yahaya en su ser-
vicio en la guerra hasta el fin della. Y después les pidió
licencia para pasará Berbería, diciendo que no quería
vivir en tierra doude había sido rey, pues ya no podia
serlo ni tenia esperanza dello ; y el rey de Fez lo mata-
do aprisionar ; y siendo convencido enjuicio por la di-
sensión que había causado en el reino de los moros, le
hizoabacilar(l)ycegarconunavacía de azófar ardiendo
puesta delante de los ojos. Y después se fué á la ciudad
de Vélez de la Gomera , donde vivió ciego y miserable
mucho tiempo, dándole de comer y de vestir el rey de
Yéloz, y encima del vestido traía siempre un r¿tulo en
arábigo que decía : «Este es el desventurado rey de
los andaluces.» Cuando el Zagal se fué á Berbería , sus
altezas hicieron merced á los iníiintes Ali y Acre, hi-
jos del rey Abulhacen y de la Zoraya, que después fue-
ron cristianos y se llamaron don Juan y don Hernan-
do, de las taas de órgiba y del Jubilein ; y las poseye-
ron hasta que, alzándosela Alpujarra en el año de li93,
los quitaron sus altezas de allí , y les dieron en recom-
pensa un cuento y cuatrocientas mil de juro, y la te-
nencia del castillo de Monleon y el gobierno del reino
de Galicia. Convirtióse también Cidi Yahaya y un hijo
suyo á nuestra santa fe , y se llamó don Pedro, y el hi-
jo don Alonso, que fueron muy esforzados caballeros,
y hicieron cosas muy señaladas en la conquista de Gra-
nada ; y sus altezas les hicieron ntjerced de la otra mi-
tad de las salinas de la Malaha, y en su recompensa
después les dieron la taa de Marchena y otros mu-
chos heredamientos. Este era hijo de Aben Celin Aben
Abrahem Abuzacari , infante de Almería y nieto de
Brahem Aben Almao Abuzacari , á quien, en diferencia
del rey Izquierdo, llamaron el Nayar, que reinó en Gra-
nada en tiempo del rey don Juan el Segundo y con su
favor. El cual traía también su descendencia del rey
Aben Hut , descendiente de los reyes de Aragón, que
echó á Ios-Almohadas de España, como dijimos en el
segundo de nuestra África. Los descendientes de los
infantes don Juan y don Hernando tienen por apellido
de Granada , y traen por armas dos granadas en campo
azul , y un letrero atravesado que dice : LagaleUUa,
que quiere decir : «No hay vencedor sino Dios;» y los
que vienen de don Pedro y don Alonso tomaron ape-
llido de Venegas y también de Granada. Traen cin-
co granadas en campo azul. Primero traían una sola,
y por un desafío que vencieron padre y hijo en la vega
de Granada, en que mataron cinco moros, pusieron
cinco granadas y el mesmo letrero. Honráronlos sus
altezas mucho y fueron sus padrinos, y casaron á don
Alonso con doña Juana de Mendoza, dama de la Reina
Católica , hija de don Francisco Hurtado de Mendoza,
su mayordomo. Tuvieron por su hijo á don Pedro de
Granada Venegas, caballero del hábito deSantiagoy al-
guacil mayor de Granada, padre de do n Alonso de Grana-
da Venegas, señor de Campotéjar y Jayena, de quien
diremos adelante. Volviendo pues á nuestra historia, no
les quedando ya á" los Reyes Católicos que conquistar
en aquel reino mas que la ciudad de Granada y algu-
nos lugares que debajo de paces se habian mantenido
por el rey Zogoybi, enviaron a decirle que cumpliese
loque les habia prometido, y dentro de treinta diasles
entregase aquella ciudad con todas sus fortalezas, y
le darian cierta cantidad de dinero y los lugares de las
taas de la' Alpujarra , donde se fuese á vivir; el cual,
(l) Aíacinar debiera escribirse, como se escribe en italiano. El
Glosario de Ducange explica la signilicacion de este verbo, que e;,
como aqui se dice, cegar con hierro bccbo ascua.
REBELIÓN Y CASTIGO DE LOS MORISCOS DE GRANADA.
U'S
lurbado de oir semejante embajada, les respondió que
la ciudad de Granada era grande y muy populosa de
gente , porque demás de los vecinos naturales , se ha-
bian recogido en ella muchos de otras partes, enti'e los
cuales babia diferentes pareceres, y ansí no podia ni
era parte para cumplir lo que se le pedia , y mucho me-
nos siendo el tiempo tan breve para tratar de negocio
en que habian de condescender las voluntades de tanta
diversidad de pueblo. Sabida esta respuesta, sus alte-
zas le ofrecieron mas dineros y mas lugares, aunque
; no todos los que él pedia , porque hiciese que los
granadinos dejasen luego las armas y desocupasen
algunas casas señaladas en sitios fuertes dentro de la
ciudad, donde se metiesen los cristianos. Mas tampoco
lo quiso hacer; antes se declaró luego por enemigo,
solicitando los de la Alpujarra ,. sierras y valle á que se
alzasen. Y saliendo de Granada, cercó la fortaleza del
Patlul , y la combatió y ganó antes que el rey don Her-
nando la pudiese socorrer, porque se hallaba á la sazón
á la parte de Guadix. Y porque iba el año ya muy ade-
lante, mandó proveer las fronteras de Alendin,. Colo-
mera , Moclin , íllora, Montefrio, Alcalá la Real, Loja y
Albania , que todas cercan la vega de Granada ; y se fué
á invernar á la ciudad de Sevilla , para dar orden en lo
que se habia de proveer para la entrada de la primavera.
CAPITULO XVII.
Cómo los Reyes Católicos volvieron á la conquista ,
y lo que hicieron el año de 1490.
El año siguiente , que se contaron 1490 de Cristo,
tornó el Rey á entrar en la vega de Granada, llevando
consigo al Zagal y al alcaide de Baza y otros moros prin-
cipales. Y andando la gente talando los sembrados y las
huertas junto á la ciudad, salieron los granadinos mu-
chas veces á defendérselo con escaramuzas ; y en una
dellas mataron á don Alonso Pacheco, hermano del mar-
qués de Yillena, y á él le hirieron de una lanzada en
un brazo , y mataron muchos caballeros que iban con
él; masnp por eso dejó de hacerse la tala, y el Rey
proveyó sus fronteras y se volvió 5 Córdoba. Aun no
era bien retirada la gente del Rey, cuando el Zogoybi
salió de Granada y cercó la fortaleza de Alhendin , que
está dos leguas pequeñas de la ciudad ; y aunque era
fuerte y habia dentro buena gente de guerra , la com-
batió con los ingenios y máquinas que usaban en aquel
tiempo, tan reciamente, que el alcaide, viendo los mu-
ros cavados por los cimientos y apuntalados con mucha
madera y leña debajo para darles fuego , la hubo de
rendir ; y el moro la mandó derribar por el suelo , y
llevó á Granada captivos los cristianos que alli habia.
A la fama desta victoria los moros de la Alpujarra, sier-
ra y vallo se levantaron contra los alcaides que tenian
las fortalezas por el Rey; y el Zogoybi con mucho nú-
mero de gente fué á las taas de Narchena y Boloduí,
que son entre Guadix y Almería, y hallando aquellas
villas desapercebidas, las combatió y tomó por fuerza de
armas. Decíanos un moro viejo de mas de ciento y diez
años , que estaba en el Albaicin de Granada cuando
escribíamos nuestra historia de África , que de esta vez
se rebelaron todas las taas y lugares de la Alpujarra,
sierra y valle de Lecrin , y se perdieron las fortalezas
que tenían ya los cristianos , sino fueron dos ó tres ;
una de las cuales fué Mondújar, que la defendió vale-
H-i.
rosamente una noble dueña llamada doña María de
Acuña, mujer del Alcaide, estando su Ynarido fuera.
También procuró el moro haber el castillo de Salobre-
ña, que estaba por el Rey, por la comodidad de aquel
portichuelo , donde pudiesen acudir los navios de Ber-
bería ; y trató con los moros de paces que moraban en
la villa que le diesen entrada una noche , para que con
mas facilidad le pudiese hacer escalar ; los cuales lo hi-
cieron ansí ; mas el Alcaide se defendió valerosamente,
aunque le pusieron en tanto aprieto , que si el rey don
Hernando no le socorriera , se hubiera de perder. Soli-
citó ansimesmo el Zogoybi á los moriscos de paces que
moraban en las ciudades de Guadix , Baza y Almería,
para que se alzasen ; y finalmente tuvo trato con la
mayor parte de los que ya eran mudejares , y ellos con
él. A esta guerra acudió luego el Rey Católico ; y en-
trando con su ejército en la vega de Granada , fué cau-
sa que el moro acudiese á poner cobro en aquella ciu-
dad, y se interrompiesen sus designios. Y dejando ta-
lados los panizos della , que tenian sembrados los gra-
nadinos-, siendo ya por el mes de setiembre, se volvió
á Córdoba ; mas no se detuvo mucho en aquella ciudad,
porque como se entendió el trato que los moros de Ba-
za , Guadix y Almería traían con el Zogoybi , y como le
pedían socorro para alzarse , queriendo poner remedio
en ello con la brevedad que el caso requería, caininó
luego á grandes jornadas hacia aquella parte, y me-
tiéndose en la ciudad de Guadix , lo aseguró todo con
su presencia, y mandó que todos los moros que vi-
vían dentro de las ciudades y villas cercadas se salie-
sen á vivir á las alearías y lugares abiertos, y á los que
quisieron irse á Berbería les dio licencia para ello y
para vender sus haciendas. Con esta diligencia reme-
dió este prudentísimo y católico rey el rebelión y guer-
ra que se esperaba , y se volvió á Sevilla para dar or-
den en el cerco que pensaba poner en el siguiente año
á la ciudad de Granada.
CAPITULO XVIII.
Cómo los Reyes Católicos tornaron á la conquista el año de 1491,
y cercaron la ciudad de Granada.
Venida la primavera del año de nuestro Salvador 1491 ,
los Católicos Reyes, habiendo estado el principio del
año en Sevilla, partieron de alli pasada pascua Florida
para ir á cercar á Granada. El rey don Hernando entró
en la Vega, y mandó al marqués de Villena que con tres
mil caballos y diez mil peones fuese al valle de Lecrin,
y destruyese todos los lugares que se habian alzado. Y
porque, si acaso los moros viniesen sobre él con ma-
yor pujanza , no recibiese daño en la aspereza de aque-
llos cerros (como aquel que en nada se descuidaba),
partió luego en su seguimiento con el resto del ejérci-
to. El marqués de Villena entró en el Valle , y destru-
yendo los lugares bajos que estaban mal apercebidos,
volvió al Padul con muchos captivos y despojos; mas
encontrándole allí el Rey, le mandó volver; y pasando
mas adelante , destruyó toda aquella tierra, porque esto
era lo que convenia que se hiciese antes de poner cerc»
á Granada. Y aunque el Zogoybi, sabido el camino que
el rey don Hernando llevaba, envió algunos alcaides
con mucha gente de á pié para que ocupasen los pasos
de Tablate y Lanjaron , por donde necesariamente ha-
bian de pasar los cristianos , no fueron parte para de-
10
U6
LUIS DEL MARMOL CARVAJAL.
fendérselo , porque los capitanes del Rey acometieron
el barranco de'Tablate por la puente, y por otro paso
dificultosísimo que estaba á la parte de arriba una le-
gua de allí; y echando á los moros de las cumbres de
aquellos cerros, que tenian ocupadas, pasó el Rey basta
Lanjaron, y allí estuvo mientras la gente destruía los
lugares del valle y de la taa'de Órgiba y otros de aque-
llas sierras. Heclio esto , y talados todos los sembra-
dos de la comarca , volvió el Rey con todo su ejército al
Padul, y por aquella parte entró en la vega de Grana-
da , y asentó su real junto á unas fuentes que llaman los
Ojos de Huércal, y están dos leguas de aquella famosí-
sima ciudad, con determinación, siendo Dios servido,
de no le alzar hasta ganarla. Duró este cerco ocho me-
ses y diez dias con gran contienda de entrambas par-
tes, desde 26 dias del mes de abril hasta 2 de enero del
año del Señor 1492. En el cual tiempo hubo hechos
muy notables de caballeros y peones , así cristianos co-
mo moros, que procuraban señalarse en presencia de
sus reyes , unos por fama, y otrospor premio, y muchos
por religión. A este cerco vino la católica reina doña
Isabel, que en todas las cosas graves y de mayor im-
portancia se quería hallar , para animar con su real pre-
sencia á sus vasallos ; y trajo consigo al príncipe don
Juan y á la infanta doña Juana, sus hijos. Y porque una
noche se pegó fuego á la tienda de la Reina con una
vela que descuidadamente dejó encendida una moza de
cámara, y se quemaron otras tiendas que estaban par
della, los Reyes mandaron hacer en el roal casas de ta-
pias cubiertas de teja , donde se metiese la gente, pues-
tas por su orden con sus calles ordenadas en medio , y
después tomando las ciudades y los maestrazgos á su
cargo de fortalecer cada cual su cuartel, hicieron una
ciudad cercada de muros y de torres con una honda
cava , dejando dos calles principales en medio derechas,
puestas en cruz, que van á dar á cuatro puertas, que
responden á los cuatro vientos, quedando en medio una
plaza de armas espaciosa y ancha, dondepoderse juntar
la gente del ejército. Cada edificador dejó una piedra
con su epitafio en la parte del muro que le cupo edifi-
car, puesta en el lugar mas preeminente de su cuartel,
las cuales ver4 todavía el curioso que anduviere al der-
redor dellos por la parte de fuera. A esta ciudad llama-
ron los Católicos Reyes Santa Fe , nombre digno de su
conquista; y con ella quedó el real seguro de fuegos, y
fuerte contra cualquier ímpetu de los enemigos, los
cuales desmajaron luego que la vieron edificada, en-
tendiendo que el cerco era de propósito , y con presu-
puesto de no levantar de allí el real hasta ganarles á
Granada.
CAPITULO XIX.
Cómo los moros acordaron de rendir á Granada, y las capitula-
ciones que sobre ello se hicieron.
Cuando el Zogoybi vio que no tenia la ciudad de Gra-
nada defensa ni esperanza de socorro, condescendien-
do con la voluntad de la mayor parte del pueblo , que
no podían ya sufrir tanto trabajo, envió á pedir treguas
á los Reyes Católicos, durante las cuales se pudiese en-
tender en las condiciones y capítulos de paz con que se
habia de rendir. Dio ante todas cosas en rehenes á un
hijo suyo, y otros de alcaides y hombres principales
de la ciudad y del Albaicin , que fueron llevados á la
fortaleza de Modín. Y siéndole concedida tregua por
sesenta dias, los caballeros y ciudadanos moros se jun-
taron diversas veces á tratar de su negocio , yendo y
viniendo muchos dellos á conferir lo que acordaban pe-
dir con las personas del consejo de sus altezas que
fueron diputadas para ello. Y aunque la que trataban
era con demasiada importunidad, los vencedores, que
ninguna cosa querían mas que acabar de vencer, se lo
concedieron todo. Hechos los capítulos y asentadas las
condiciones , los granadinos enviaron con la resolución
de todo á un ciudadano noble , llamado Abí Cacem el
Maleh , con poderes bastantes para que otorgase lo que
sus altezas pedían. Y porque el lector quede satisfecho,
pornémos aquí los capítulos á la letra como se conce-
dieron, ansí al Rey y á las Reinas , como a la ciudad y
lugares de aquel reino :
« Que sus altezas hacen merced por juro de heredad,
para siempre jamás, al rey Abdilehi, de las villas y lu-
gares de las taas de Berja, Dalias, Marchena, Bolo-
duí. Juchar, Andarax, Jubiles, Ujíjar, Jubilein, Fer-
reira , Poqueira y órgiba , que son en la Alpujarra, con
todos los heredamientos, pechos, derechos y otras
rentas que en cualquier manera pertenezcan á sus al-
tezas en las dichas taas , para que sea suyo y lo pueda
vender ó empeñar y hacer dello lo que quisiere , con
tanto que cuando lo quisiere vender ó empeñar sean
primero requeridos sus altezas si lo quieren ; y tomán-
dolo , le mandarán pagar por ello lo que se concertare.
))Que sus altezas puedan labrar y tener fortaleza en
Adra ó en otras partes donde quisieren en la Alpujarra,
y hacer y tener torres en la costa de la mar. Y si labra-
ren nueva fortaleza en Adra junto á la mar , en tal caso
quede la fortaleza vieja por el dicho rey Abdilehi , des-
pués de reparada y puesta en defensa la de sus altezas,
el cual no ha de pagar cosa alguna para la guardia ni
para los reparos de las dichas fortalezas y torres, sino
que le ha de quedar su renta toda libre.
» Que luego como entregare la Alhambra y las otras
fortalezas , le mandarán dar sus altezas treinta mil cas-
tellanos de oro , qu'e valen catorce cuentos y quinien-
tos cincuenta mil maravedís en dinero de contado.
» Que sus altezas le hacen merced de todos los here-
damientos, molinos de aceite, tierras y hazas que tuvo
y poseyó desde el tiempo del rey Abil Hacen su padre,
y tiene y posee agora , ansi en los términos de la ciudad
de Granada como en las Alpujarras. '
» Que sus altezas hacen merced á la reina Ayxa, su
madre, y á sus hermanas y mujer, y á la mujer de
Muley Abí Nacer , de todas las huertas , tierras , hazas,
molinos, viñas y otros heredamientos que tenian en la
dicha ciudad de Granada y en las Alpujarras; lo cual
todo sea franco y libre de cualquier derecho , como lo
eran hasta aquí. Y ansimésmo liacen merced al dicho
rey Abdilehi, y á las dichas reinas é infantes , y al Haxi
Romaimi, de todos los heredamientos que tenian en
Motril , con la mesma libertad.
«Que después de firmado este concierto, cuales-
quier villas ó lugares de la dicha Alpujarra que se die-
ren y entregaren á sus altezas antes de la entrega de la
Alhambra, las mandarán volver y restituir libremente
al dicho rey Abdilehi , y que serán por él bien tra-
tados.
» Que no mandarán sus altezas ai dicho rey Abdilehi
REBELIÓN Y CASTIGO DE LOS MOUISCOS DE GRANADA.
ni á sus criados volver, para siempre jamás, lo que liu-
bieren tomado á cristianos en su tiempo ni á moros,
ansí bienes muebles como raíces. Y si sus altezas liu-
bieren de mandar volver algunas de las tales cosas ó
beredades qne se bayan tomado, por algún asiento ó
capitulación que tengan con alguna persona, lo paga-
rán , y mandarán que sobre esto no tenga poder ningún
cristiano ni moro, ora sea mucbo ó poco; y á quien
fuere contra ello le mandarán castigar, y que en con-
trario dello no será juzgado por ninguna ley de cristia-
nos ni de moros.
» Que cada y cuando que el dicbo rey Abdilebi, ó su
madre, bermanas y mujer, y Ja mujer del dicbo Abí Na-
cer, y sus alcaides , criados , escuderos y gente de su
casa y servicio, quisieren pasarse á Berbería, sus al-
tezas les mandarán dar dos carracas de ginoveses íle-
tadas, en que pasen, si las bubiere al tiempo que se
quisieren ir, y si no, cuando las bubiere, sin que pa-
guen flete ni otro derecbo; en las cuales puedan llevar
sus personas, ropas, mercaderías, oro, plata, joyas,
bestias y armas con que no lleven tiros de pólvora, por-
que estos ban de quedar para sus altezas; y que por
embarcar ó desembarcar, ni por otra cosa alguna, no
les ban de llevar derecbos de ninguna suerte, ni flete,
y los barán llevar seguros , bonrados y guardados , á
cualquier puerto de levante ó de poniente, de Alejan-
dría ó de la ciudad de Túnez ó de Oran , ó del reino
de Fez , donde ellos mas quisieren ir á desembarcar.
» Que si al tiempo que se embarcaren no pudieren
venderlas rentas que tuvieren en el dicbo reino de Gra-
nada, puedan dejar y dejen sus procuradores que las
cojan , lleven ó envíen donde estuvieren , sin que en ello
se les ponga embargo alguno.
»Que si el dicbo rey Abdilebi quisiere enviar algún
alcaide ó criado con mercadería á Berbería , lo pueda
bacer libremente, sin que á laida, estada ó vuelta le
sea pedida cosa alguna por razón de derecbos.
» Que pueda enviar á cualquiera parte de los reinos
de sus altezas seis acémilas por cosas de su manteni-
miento y provisión franca y libremente , sin que por
ello le sean llevados derecbos en ninguna parte.
» Que saliendo de Granada , pueda irse á vivir donde
quisiere en cualquiera de los lugares que se le dan, y
salir de la ciudad con sus criados, alcaides, sabios, ca-
balleros, y común que quisiere llevar ó irse con él, los
cuales lleven, sus caballos y bestias de guia , y sus
mujeres y bijos, criados y criadas, cbicos y grandes,
y sus armas en las manos ó como quisieren llevarlas,
que no les será tomado, exceptólos tiros de pólvora ; y
que agora ni en ningún tiempo para siempre jamás se
les pornán señales en sus personas ni en (ftra manera,
á ellos ni á sus descendientes ; y que gocen de todas las
capitulaciones que están becbas ó se hicieren con los
vecinos de la dicba ciudad de Granada.
«Que sus altezas mandarán dar al dicho rey Abdilebi
y á su madre , mujer y hermanas , y á la mujer de Abí
Nacer, el día que se les entregare la fortaleza de la Al-
hambray las otras fortalezas, sus cartas de privilegios,
fuertes y firmes de todo lo susodicho , rodados y sella-
dos con su sello de plomo pendiente en filos de seda,
confirmados por el príncipe don Juan y por el carde-
nal de España y por los maestres de las órdenes , ar-
zobispos, obispos y otros prelados, y por los grandes.
duques, marqueses, condes, adelantados y notarios
mayores destos reinos.»
Esta capitulación fue hecha y concluida en el real de
Santa Fe á 2o días del raes de noviembre del año do
nuestra salud 1491 , y tres días después se concluyeron
los capítulos que sus altezas concedieron generalmente
á la ciudad de Granada y lugares de aquel reino que se
viniesen á rendir , cuyo tenor es este :
«Primeramente , que el rey moro y los alcaides y
alfaquís, cadís , meftis, alguaciles y sabios , y los cau-
dillos y hombres buenos, y todo el común de la ciudad
de Granada y de su Albaicin y arrabales , darán y en-
tregarán á sus altezas ó á la persona que mandaren,
con amor, paz y buena voluntad , verdaderaen trato y
en obra , dentro de cuarenta días primeros siguientes,
la fortaleza de la Albambra y Albizán, con todas sus tor-
res y puertas, y todas las otras fortalezas, torres y puer-
tas de la ciudad de Granada y del Albaicin y arraba-
les que salen al campo , para que las ocupen en su
nombre con su gente yá su voluntad, conque se man-
de á las justicias que no consientan que los cristianos
suban al muro que está entre el Alcazaba y el Albaicin,
de donde se descubren las casas de los moros; y que si
alguno subiere , sea luego castigado con rigor.
))Que cumplido el término de los cuarenta días, todos
los moros se entregarán á sus altezas libre y espontá-
neamente , y cumplirán lo que son obligados á cumplir
los buenos y leales vasallos con sus reyes y señores na-
turales ; y para seguridad de su entrega , un día antes
que entreguen las fortalezas darán en rehenes al al-
guacil Jucef Aben Comixa , con quinientas personas
hijos y hermanos de los principales de la ciudad y del
Albaicin y arrabales , para que estén en poder de sus
altezas diez diás, mientras se entregan y aseguran líis
fortalezas, poniendo en ellas gente y bastimentos; en el
cual tiempo se les dará todo lo que hubieren menester
para su sustento ; y entregadas, los pornán en libertad.
«Que siendo entregadas las fortalezas, sus altezas y
el príncipe don Juan , su hijo, por sí y por los reyes sus
sucesores, recibirán por sus vasallos y subditos natura-
les , debajo de su palabra , seguro y amparo real , al rey
Abí Abdilebi , y á los alcaides , cadís , alfaquís, meflís,
sabios, alguaciles, caudillos y escuderos, y á todo el co-
mún, cbicos y grandes, así hombrescorao mujeres, ve-
cinos de Granada y de su Albaicin y arrabales , y de
las fortalezas, villas y lugares de su tierra yde la Alpu-
jarra , y de los otros lugares que entraren debajo deste
concierto y capitulación , de cualquier manera que sea,
y los dejarán en sus casas, haciendas y beredades, en-
tonces y en todo tiempo y para siempre jamás , y no
les consentirán hacer mal ni daño sin intervenir en ello
justicia y haber causa , ni les quitarán sus bienes ni
sus haciendas ni parte dello; antes serán acatados,
bonrados y respetados de sus subditos y vasallos, co-
mo lo son todos los que viven debajo de su gobierno y
mando.
«Que el día que sus altezas enviaren á tomar posesión
déla Albambra, mandarán entrarsu gente porla puer-
ta de Bib Lacha ó por la de Bibnest, ó por el campo
fuera de la ciudad , porque entrando por las calles no
haya algún escándalo.
«Que el día que el rey Abí Abdilehi entregare las
fortalezas y torres , sus altezas le mandarán entregar
US
LUIS DEL MARMOL CARVAJAL.
ásu hijo con todos los rehenes, y sus mujeres y cria-
dos , excepto los que se hubieren vuelto cristianos.
»Que sus altezas y sus sucesores para siemprejamás
dejarán vivir al rey Ahí Abdilehi y á sus alcaides, ca-
dís,nieftís, alguaciles, caudillos y hombres buenos y
á todo el común , chicos y grandes , en su ley , y no les
consentirán quitar sus mezquitas ni sus torres ni los
almuédanos , ni les tocarán en los habices y rentas que
tienen para ellas, ni les perturbarán los usos y costum-
bres en que están.
«Que los moros sean juzgados en sus leyes y causas
por el derecho del xara que tienen costumbre de guar-
dar, con parecer de sus cadís y jueces.
»Que rio les tomarán ni consentirán tomar agora ni
en ningún tiempo para siempre jamás, las armas ni
ios caballos , excepto los tiros de pólvora chicos y gran-
des, los cuales han de entregar brevemente á quien sus
altezas niandaren.
»Que todos los moros , chicos y grandes , hombres y
mujeres , así de Granada y su tierra como de la Alpu-
jarra y de todos los lugares, que quisieren irse á vivirá
Í3erbería ó á otras partes donde les pareciere , puedan
vender sus haciendas, muebles y raíces, de cualquier
manera que sean , á quien y como les pareciere , y que
sus altezas ni sus sucesores en ningún tiempo las qui-
tarán ni consentirán quitar á los que las hubieren com-
prado ; y que si sus altezas las quisieren comprar, las
puedan tomar por el tanto que estuvieren igualadas,
aunque no se hallen en la ciudad, dejando personas con
su poder que lo puedan hacer.
»Que á los moros que se quisieren ir á Berbería ó á
otras partes les darán sus altezas pasaje libre y seguro
con sus familias , bienes muebles , mercaderías , joyas,
oro , plata y todo género de armas , salvo los instru-
mentos y tiros de pólvora ; y para los que quisieren pa-
sar luego, les darán diez navios gruesos que por tiempo
de setenta días asistan en los puertos donde los pidie-
ren, y los lleven libres y seguros á los puertos de Ber-
bería , donde acostumbran llegar los navios de mer-
caderes cristianos á contratar. Y demás desto , todos
los que en término de tres años se quisieren ir , lo pue-
dan hacer, y sus altezas les mandarán dar navios donde
los pidieren , en que pasen seguros, con que avisen cin-
cuenta días antes, y no les llevarán fletes ni otra cosa al-
guna por ello.
«Que pasados los dichos tres años, todas las veces
que se quisieren pasar á Berbería lo puedan hacer, y se
les dará licencia para ello pagando á sus altezas un du-
cado por cabeza y el flete de los navios en que pasaren.
«Que si los moros que quisieren irse á Berbería no
pudieren vender sus bienes raíces que tuvieren en la
ciudad de Granada y su Albaicin y arrabales , y en la
Alpujarra y en otras partes, los puedan dejar encomen-
dados á terceras personas con poder para cobrar los
réditos , y que todo lo que rentaren lo puedan enviar
á sus dueños á Berbería donde estuvieren, sin que se les
ponga impedimento alguno.
«Que no mandarán sus altezas ni el príncipe don
Juan su hijo, ni los que después dellos sucedieren, para
siemprejamás, que los moros que fueren sus vasallos
traigan señales en losvestidos comolostraenlos judíos.
«Que el rey Abdilehi ni los otros moros de la ciudad
de Granada ni de su Albaicin y arrabales no pagarán
los pechos que pagan por razón de las casas y posesio-
nes por tiempo de tros años primeros siguientes, y que
solamente pagarán los djezmos de agosto y otoño, y el
diezmo de ganado que tuvieren al tiempo del dezmar,
en el mes de abril y en el de mayo, conviene á saber,
délo criado, como lo tienen de costumbre pagar los
cristianos.
«Que al tiempo de la entrega de la ciudad y lugares,
sean los moros obligados á dar y entregar á sus altezas
todos los captivos cristianos varones y hembras , para
que los pongan en libertad, sin que por ellos pidan ni
lleven cosa alguna ; y que si algún moro hubiere ven-
dido alguno en Berbería y se lo pidieren diciendo te-
nerlo en su poder, en tal caso, jurando en su ley y dan-
do testigos como lo vendió antes destas capitulacio-
nes, no le será mas pedido ni él esté obligado á darlo.
«Que sus altezas mandarán que en ningún tiempo se
tomen al rey Abí Abdilehi ni á los alcaides, cadís,
meftís, caudillos, alguaciles ni escuderos lasbestias de
carga ni los criados para ningún servicio, si no fuere con
su voluntad , pagándoles sus jornales justamente.
«Que no consentirán que Pos cristianos entren en las
mezquitas de los moros donde hacen su zalá sin licen-
cia de los alfaquís, y el que de otra maneraentrare será
castigado por ello.
«Que no permitirán sus altezas que los judíos tengan
facultad ni mando sobre los moros ni sean recaudado-
res de ninguna renta.
«Que el rey Abdilehi y sus alcaides, cadís, alfaquís,
meftís , alguaciles , sabios, caudillos y escuderos, y
todo el común de la ciudad de Granada y del Albaicin y
arrabales, y de la Alpujarra y otros lugares, serán res-
petados y bien tratados por sus altezas y ministros , y
que su razón será oída y se les guardarán sus costum-
bres y ritos, y que á todos los alcaides y alfaquís les
dejarán cobrar sus rentas y gozar de sus preeminen-
cias y libertades , como lo tienen de costumbre y es
justo que se les guarde.
«Que sus altezas mandarán que no se les echen hués-
pedes ni se les tome ropa ni aves ni bestiasni bastimen-
tos de ninguna suerte 4 los moros sin su voluntad.
«Que los pleitos que ocurrieren entre los moros serán
juzgados porsuley y xara, que dicen déla Zuna, y por
sus cadís y jueces, como lo tienen de costumbre, y
que si el pleito fuere entre cristiano y moro , el juicio
del sea por alcalde cristiano y cadí moro, porque las
partes no se puedan quejar de la sentencia.
«Que ningún juez pueda juzgar ni apremiar á ningún
moro por delito que otro hubiere cometido , ni el padre
sea preso por el hijo, ni el hijo por el padre, ni her-
mano contra hermano , ni pariente por pariente, sino
que el que hiciere el mal aquel lo pague.
«Que sus altezas harán perdón general á todos los
moros que se hubieren hallado en la prisión de Hamete
Abí Alí , su vasallo, y así á ellos como á los lugares de
Cabtil , por los cristianos que han muerto ni por los
deservicios que han hecho á sus altezas , no les será
hecho mal ni daño , ni se les pedirá cosa de cuanto han
tomado ni robado.
«Que si en algún tiempo los moros que están capti-
vos en poder de cristianos huyeren á la ciudad de Gra-
nada ó á otros lugares de los contenidos en estas capi-
tulaciones, sean libres, y sus dueños no los puedan pe-
REBELIOiN Y CASTIGO DE I
dir ni los jueces mandarlos dar, salvo si fueren ca-
narios ó negros de Gelofe ó de las islas.
»Que los moros no darán ni pagarán á sus altezas
mas tributo .que aquello que acoslurabrun á dar á los
reyes moros.
))Que á todos los moros de Granada y su tierra y de
la Alpujarra, que estuvieren en Berbería, se les dará
término de tres anos primeros siguientes para que si
quisieren puedan venir y entrar en este concierto y go-
zar del. Y que si hubieren pasado algunos cristianas
captivos á Berbería, teniéndolos vendidos y fuera de
su poder, no sean obligados á traerlos lú á volver nada
del precio en que los hubieren vendido.
))Que si el Rey ú otro cualquier moro después de
pasado á Berbería quisiere volverse á España , no le con-
tentando la tierra ni el trato de aquellas partes, sus al-
tezas les darán licencia por término de tres años para
poderlo hacer, y gozar destas capitulaciones como to-
dos los demás.
))Que si los moros que entraren debajo destas capi-
tulaciones y conciertos quisieren ir con sus mercade-
rías á tratar y contratar en Berbería , se les dará licen-
cia para poderlo hacer libremente, y lo mesmo en todos
los lugares de Castilla y de la Andalucía , sin pagar por-
.tazgos ni los otros derechos que los cristianos acos-
tumbran pagar.
))Que no se permitirá que ninguna persona maltra-
te de obra ni de palabra á los cristianos ó cristianas
que antes destas capitulaciones se hobieren vuelto
moros; y que si algún moro tuviere alguna renegada
por mujer, no será apremiada á ser cristiana contra
su voluntad , sino que será interrogada en presencia dé
cristianos y de moros , y se seguirá su voluntad ; y lo
mesmo se entenderá con los niños y niñas nacidos de
cristiana y moro.
))Que ningún moro ni mora serán apremiados á ser
cristianos contra su voluntad; y que si alguna donce-
lla ó casada ó viuda, por razón de algunos amores,
se quisiere tornar cristiana , tampoco será recebida
hasta ser interrogada ; y si hubiere sacado alguna ropa
ó joyas de casa de sus padres ó de otra parte, se res-
tituirá á su dueño, y serán castigados los culpados por
justicia.
»Que sus altezas ni sus sucesores en ningún tiempo
pedirán al rey Abí Abdilehi ni á los de Granada y su
tierra, ni á los demás que entraren en estas capitula-
ciones, que restituyan caballos, bagajes, ganados, oro,
plata, joyas, ni otra cosa de lo que hubieren ganado
en cualquier manera durante la guerra y rebelión , asi
de cristianos como de moros mudejares ó no mudeja-
res; y que si algunos conocieren las cosas que les han
sido tomadas, no las puedan pedir; antes sean castiga-
dos si las pidieren.
«Que si algún moro hobiere herido ó muerto cristia-
no ó cristiana siendo sus captivos , no les será pedido
ni demandado en ningún tiempo.
«Que pasados los tres años de las franquezas, no pa-
garán los moros de renta de las haciendas y tierras rea-
lengas mas de aquello que justamente pareciere que
deben pagar conforme al valor y calidad dellas.
))Que los jueces, alcaldes y gobernadores que sus al-
tezas hubieren de poner en la ciudad de Granada y su
tierra, serán personas tales que honrarán á los moros
.OS MORISCOS DE GRANADA. fí9
y los tratarán amorosamente , y les guardarán estas
capitulaciones ; y que si alguno hiciere cosa indebida,
sus altezas lo mandarán mudar y castigar.
«Que sus altezas y sus sucesores no pedirán ni de-
mandarán al rey Abdilehi ni á otra persona alguna de
las contenidas en estas capitulaciones, cosa que hayan
hecho, de cualquier condición que sea, hasta el día
de la entrega de la ciudad y de las fortalezas.
»Que ningún alcaide, escudero ni criado del rey Za-
gal no terna cargo ni mando en ningún tiempo sobre
los moros de Granada. . •
))Que por hacer bien y merced al rey Abí Abdilehi
y á los vecinos y moradores de Granada y de su Albai-
cin y arrabales , mandarán que todos los moros capti-
vos, así hombres como mujeres, que estuvieren en po-
der de cristianos, sean libres sin pagar cosa alguna, los
que se hallaren en la Andalucía dentro de cinco meses,
y los que en Castilla dentro de ocho ; y que dos días
después que los moros hayan entregado los cristianos
captivos que hubiere en Granada, sus altezas les man-
darán entregar doscientos moros y moras. Y demás des-
to pondrán en libertad á Aben Adrami, que está en
poder de Gonzalo Hernández de Córdoba, y á Hozmin,
que está en poder del conde de Tendilla, y á Reduan,
que lo tiene el conde de Cabra , y á Aben Mueden y
al hijo del alfaquí Hademí, que todos son hombres
principales vecinos de Granada , y á los cinco escuderos
que fueron presos en la rota de Brabera Abencerrax,
sabiéndose dónde están.
«Que todos los moros de la Alpujarra que vinieren á
servicio de sus altezas darán y entregarán dentro de
quince dias todos los captivos cristianos que tuvieren
en su poder, sin que se les dé cosa alguna por ellos;
y que si alguno estuviere igualado por trueco que dé
otro moro, sus altezas mandarán que los jueces se lo
hagan dar luego.
«Que sus altezas mandarán guardar las costumbres
que tienen los moros en lo de las herencias, y que en
lo tocante á ellas serán jueces sus cadís.
«Que todos los otros moros, demás de los contenidos
en este concierto , que quisieren venirse al servicio de
sus altezas dentro de treinta dias , lo puedan hacer y
gozar del y de todo lo en él contenido , excepto de la
franqueza de los tres años.
«Que los habices y rentas de las mezquitas, y las li-
mosnas y otras cosas que se acostumbran dar á las mu-
darazas y estudios y escuelas donde enseñan á los ni-
ños, quedarán á cargo de los alfaquís para que los des-
tribuyan y repartan como les pareciere, y que sus al-
tezas ni sus ministros no se entremeterán en ello ni en
parte dello , ni mandarán tomarlas ni depositarlas en
ningún tiempo para siempre jamás.
«Que sus altezas mandarán dar seguro á todoslos na-
vios de Berbería que estuvieren en los puertos del rei-
no de Granada, para que se vayan libremente, conque
no lleven ningún cristiano captivo, y que mientras
estuvieren en los puertos no consentirán que se les
haga agravio ni se les tomará cosa de sus haciendas ;
mas si embarcaren ó pasaren algunos cristianos capti-
vos , no les valdrá este seguro , y para ello han de ser
visitados á la partida.
«Que no serán compehdos ni apremiados los moros
para ningún servicio de guerra contra su voluntad, y
150
LUIS DEL MARMOL CARVAJAL.
si sus altezas quisieren servirse de algunos de á caba-
llo, llamándolos para algún lugar de la Andalucía, les
mandarán pagar su sueldo desde el dia que salieren has-
ta que vuelvan á sus casas.
»Que sus altezas mandarán guardar las ordenanzas
de las aguas de fuentes y acequias que entran en Gra-
nada , y no las consentirán mudar , ni tomar cosa ni
parte dellas; y si alguna persona lo hiciere , ó ecliaro
alguna inmundicia dentro, será castigado por ello.
wQue si algún captivo moro, habiendo dejado otro
moro en prendas por su rescate, se hubiere huido á la
ciudad de Granada ó á los lugares de su tierra , sea
libre, y no obligado el uno ni el otro á pagar el tal res-
cate, ni las justicias le compelan á ello.
«Que las deudas que hubiere entre los moros con re-
caudos y escrituras se mandarán pagar con efeto, y
que por virtud de la mudanza de señorío no se con-
sentirá sino que cada uno pague lo que debe.
))Que las carnicerías de los cristianos estarán apar-
tadas de las de los moros, y no se mezclarán los basü-
mentos de los unos con los de los otros; y si alguno lo
hiciere, será por ello castigado.
»Que los judíos naturales de Granada y de su Albai-
ciny arrabales, y los de la Alpujarra y de todos los
otros lugares contenidos en estas capitulaciones, go-
zarán dellas, con que los que no hubieren sido cristia-
nos se pasen á Berbería dentro de tres años , que cor-
ran desde 8 de diciembre deste año.
))Y que todo lo contenido en estas capitulaciones lo
mandarán sus altezas guardar desde el dia que se en-
tregaren las fortalezas de la ciudad de Granada en ade-
lante. De lo cual mandaron dar , y dieron su carta y
provisión real firmada de sus nombres , y sellada con
su sello, y refrendada de Hernando de Zafra, su secre-
tario , su fecha en el real de la vega de Granada, á 28
dias del mes de noviembre del año de nuestra salva-
ción 1491.»
Estas capitulaciones acompañaron sus altezas con
una carta misiva, á manera de provisión, porque fueron
avisados que el rey Abdilehi estaba arrepentido, y de
secreto impedia el efeto dellas, como acontece á los
que ven que han de mudar estado de señor á vasallo,
que cuantas horas tiene el dia, tantas mudanzas hace
su corazón; y no era solo él, porque muchos de los
ciudadanos, especialmente la gente de guerra, lo esta-
ban ya. Mas la carta fué de tanto efeto, que entre mie-
do y vergüenza no pudieron dejar de hacer lo capitu-
lado por Abí Cacem el Maleh , especialmente viendo,
como en efeto veian , que á gente vencida ningunas
condiciones se podían dar mas honrosas ni con menos
gravamen ; y todos deseaban ver ya llegada la hora de
la entrega de las fortalezas, para poder gozar de la paz,
que tan necesaria les era. El tenor de la carta decia
desta manera :
«Don Hernando y doña Isabel, por la gracia de Dios,
«reyes de Castilla, de León , de Aragón, de Cicilia, de
«Toledo, de Valencia , de Galicia, de Mallorca, de Se-
wvilla, de Cerdeña, de Córdoba, de Murcia, de Jaén,
«de los Algarbes, de Algecira y Gibraltar; conde y con-
«desa de Barcelona ; señores de Vizcaya y de Molina ;
«duques de Atenas y deNeopalria; condes de Ruise-
»!lon y de Cerdania ; marqueses de Oristan y de Gozia-
»lio , etc. A los alcaides , cadís, sabios , letrados, alfa-
«quís, alguaciles, escuderos, ancianos y hombres buc-
«nos, y gente común , chicos y grandes, de la muy
«gran ciudad de Granada y Albaicin, hacérnosos ?a-
«ber como estamos determinados tener esa ciudad cer-
«cada desde estaque mandamos edificar, y poner este
«ejército en la parte de la Vega que fuere necesario,
«hasta que, Dios queriendo, nuestra intención y volun-
«tad se cumpla. Esto tened por cierto. Y juramos por
«el alto Dios que es verdad , y quien otra cosa en con-
«trario os dijere, es vuestro enemigo. Nos por la pre-
«sente os amonestamos que con brevedad vengáis á
«nuestro servicio , y no seáis causa de vuestra perdi-
«cion, como lo fueron los de Málaga , que no quisieron
«creernos, y estuvieron en su pertinacia , siguiendo la
«via de los simples, hasta que se perdieron. Si con bre-
«vedad viniéredes á nuestro servicio , remuneraros lo
«hemos con bien; y si nos entregáredes las fortalezas,
«aseguraremos vuestras personas y bienes; y el que
«quisiere pasar á las partes de África, vaya con bien, y el
«que quisiere quedar , estése en su casa con todos sus
«bienes y hacienda, como lo estaba antes de agora . Esto
«hacemos porque los granadinos sois buena gente, no-
. «bles y principales , y os queremos por nuestros servi-
«dores, y tenemos intención de haceros mercedes, y os
«prometemos y juramos por nuestra fe y palabra real
«que si con brevedad y de vuestra voluntad nos qui-
«siéredes servir y entrar debajo de nuestro poderío
«real , y nos entregáredes las fortalezas , podrá cada
«uno de vosotros salir á labrar sus heredades, y andar
«por do quisiere en nuestros reinos á buscar su pro
«donde lo hubiere ; y os mandaremos dejar en vuestra
«ley y costumbres, y con vuestras mezquitas, como
«agora estáis ; y el que quisiere pasar allende , podrá
«vender sus bienes á quien quisiere y cuando qui-
«siere ; y le mandaremos pasar con brevedad , querien-
«do ir en nuestros navios, sin que por ello sea obligado
ȇ pagar cosa alguna. Y pues nuestra voluntad es de
«haceros todo bien y merced, y es vuestra utilidad y
«provecho, determinaos con brevedad , y venid á nues-
«tro servicio, y enviad presto uno de vosotros que nos
«venga á hablar, asentar, capitular y concluir estas
«cosas, que para ello os damos veinte dias de término,
«dentro de los cuales se efetúen. Ved agora lo que es
«vuestro provecho, y libertad vuestros cuerpos de
«muerte y captiverio. Y si pasado el dicho término no
«hubiéredes venido á nuestro servicio , no nos culpa-
«réis, sino á vosotros mesmos, porque os juramos por
«nuestra fe que pasado, no os admitiremos ni oiremos
«mas palabra sobre ello. En vuestra mano está el bien ó
«el mal : escoged lo que os pareciere ; que con esto
«alimpiarémos nuestra faz con Dios altísimo. Fecha
«en nuestro real de la vega de Granada, á 29 dias del
«mes de noviembre, año de 1491. —Yoel Rey.— Yo la
«jReina.— Por mandado del Rey y de la Reina, Her-
nnando de Zafra.»
CAPITULO XX.
Cómo los moros entregaron la ciudad de Granada y sus fortalezas
á los Reyes Católicos.
Llegado el dia señalado en que el rey moro había de
entregar las fortalezas de la ciudad de Granada á los
Reyes Católicos , que fué á 2 dias del mes de enero del
año de nuestra salvación 1492 , y del imperio de los ala-
REBELIÓN Y CASTIGO Dtí LOS MORISCOS DE GRANADA.
rabes 902, y de la era de César 1533, conforme á la
computación árabe , que cuentan cuarenta y un años
desde la era de César basta el nacimiento de Cristo, el
cardenal don Pedro González de Mendoza , arzobispo
de Toledo , fué á tomar posesión dellas , acompañado de
mucbos caballeros y de un suíiciente número de infan-
tería debajo de sus banderas. Y porqué, conforme á las
capitulaciones, no babia de entrar por las calles de la
ciudad , tomó un nuevo camino , que ocbo dias antes
se babia mandado bacer , á manera de carril , para po-
der llevar las carretas de la artillería; el cual iba por
defuera de los muros á dar al lugar donde está la ermita
de San Antón , y por delante de la puert» de los Molinos
al cerro de los Má- tires y á la Albambra. Partido el Car-
denal con la gente que babia de ocupar las fortalezas,
luego partieron los Reyes Católicos de su real de Santa
Fe con todo el ejército puesto en ordenanza , y cami-
nando poco á poco por aquella espaciosa y fértil vega,
pasaron á un lugar pequeño , llamado Arniilla, que está
media legua de Granada , donde paró la Reina con to-
das las ordenanzas. Llegado el Cardenal al cerro de las
mazmorras de los Mártires , ^jue los moros llaman Ha-
bul , salió á recebirle el rey Abdilebi , bajando á pié de
la fortaleza de la Albambra , dejando en ella á Jucef
Aben Comixa , su alcaide ; y babiendo bablado un poco
en secreto con él , dijo el moro en altavoz : « Id , señor,
y ocupad los alcázares por los reyes poderosos , á quien
Dios los quiere dar por su mucbo merecimiento y por
los pecados de los moros ; » y por el mesmo camino que
el Cardenal babia subido fué á encontrar al rey don
Hernando para darle obediencia. El Cardenal entró lue-
go en la Albambra , y bailando todas las puertas abier-
tas, el alcaide Aben Comixa se la entregó y se apoderó
della, y á un mesmo tiempo ocupó las torres bermejas
y una torre que estaba en la puerta de la calle de los
Comeres; y mandando arbolar la cruz de plata que le
traían delante, y el estandarte real sobre la torre de la
campana , como sus alte¿!is se lo babian mandado , dio
señal de que las fortalezas estaban por ellos. Habíase
adelantado á este tiempo el rey don Hernando , y cami-
naba bácia la ciudad en resguardo del Cardenal, y la
reina doña Isabel estaba con toda la otra gente en el lu-
gar de Armilla con grandísimo cuidado , porque le pa-
recía que se tardaba en bacerle la señal ; y cuando vio
la cruz y el estandarte sobre la torre, bincando las ro-
dillas en el suelo con mucba devoción, dio mucbas gra-
cias á Dios por ello , y los de su capilla comenzaron á
cantar el bimno de Te Deum laudamus. El rey don
Hernando paró sobre U ribera del río Geníl en el lugar
donde agora está la ermita de San Sebastian, y allí
llegó el rey moro , accrm panado de algunos caballeros y
criados suyos, y así á caballo como venia, porque su
alteza no consintió que se apease, llegó á él y le besó
en el brazo derecbo. Hecbo este acto de sumisión, se
apartaron los reyes; el Católico se fué á la Albambra,
y el pagano la vuelta de Andarax. Algunos quieren de-
cir que volvió primero á la ciudad y que entró en una
casa donde tenia recogida su familia en la Alcazaba;
mas unos moriscos muy viejos que, según ellos de-
cían, se hallaron presentes aquel día, nos certificaron
que no babia hecbo mas de hacer reverencia al Rey Ca-
tólico y caminar la vuel ta de la Alpujarra , porque cuan-
do salió de la Albambra habia enviado su tamilia de-
151
lante, yque en llegando ú un viso que está cejca del
lugar del Padul , que es de donde últimamente se des-
cabre la ciudad , volvió á mirarla, y poniendo los ojos
en aquellos ricos alcázares que dejaba perdidos , co-
menzó á sospírar reciamente , y dijo Alabaquibar, que
es cpmo si dijésemos Domimis Deus Sabaoth, pode-
roso Señor , Dios de las batallas ; y que viéndole su ma-
dre sospírar y llorar, le dijo : «Bien haces, hijo, en
llorar como mujer lo que no fuiste para defender como
hombre. » Después llamaron los moros aquel viso el
Fex de Alabaquibar en memoria deste suceso. Volvien-
do pues á nuestros cristianos , que caminaban la vuelta
de la ciudad , el Rey y la Reina y todos los caballeros
y señores subieron á la Albambra, y á la puerta cíe la
fortaleza les dio el alcaide Jucef Aben Comixa las llaves
della, y sus altezas las mandaron dar luego á don Iñigo
López de Mendoza , conde de Tendilla , primo hermano
del cardenal don Pedro González de Mendoza', que fué
el primer alcaide y capitán general de aquel reino, cuyo
valor tenían sus altezas conocido por los grandes ser-
vicios que les había hecho, ansí en esta guerra siendo
alcaide y capitán de la frontera de Albama , y después
en Alcalá la Real , como cuando en el año de 1486 fué
por su mandado á tratar de conformar al rey don Fer-
nando de Ñapóles con papa Inocencio VIII, y los con-
formó, y dejó en paz todos los potentados de Italia,
que se habían movido para esta guerra. Entrando pues
sus altezas en la Albambra , los capitanes de la infante- •
ría ocuparon las otras fortalezas , torres y puertas pa-
cíficamente, sin alboroto ni escúndalo. Los moros de
la ciudad se encerraron en sus casas , que no pareció
ninguno sino eran los que necesariamente babian de
servir en alguna cosa. Luego subieron los mas princi-
pales ciudadanos á hacer reverencia y besar las manos
á sus altezas, mostrando mucbo contento de tenerlos
por señores. Y dende á pocos días, viendo la equidad
de aquellos reyes, y que les hacían guardar cuanto les
habían prometido, acudieron á bacer lo mesmo algu-
nos lugares de la sierra y de la Alpujarra y todos los de-
más que hasta entonces no babian venido á darles obe-
diencia.
CAPITULO XXI.
Cómo los Reyes Católicos proveyeron por arzobispo de Granada á
don fray Hernando de Talavera , y comenzó á tratar de la comi-
sión de los moros.
Habiéndose tomado posesión de la ciudad de Grana-
da y de todas las fortalezas, y asegurádolas con gente
de guerra, los Católicos Reyes comenzaron á dispensar
su magnificencia , haciendo mercedes en general y en
particular á todos los que babian servídoles en aquella
guerra. Repartieron la tierra que habían ganado, y pro-
veyeron en las cosas de justicia y buena gobernación,
así para la quietud de los moros , que ya eran sus vasa-
llos , como para la población y aumento de los nuevos
pobladores que de todas partes acudían; lo cual todo
hacían con tanta resolución , que parecía bien ser ne-
gocio guiado por Dios para honra y gloria suya. Anda-
ba su corte llena de ilustres y esforzados caballeros, sa-
bios y ejercitados en las cosas de la guerra , de mucbos
y muy doctos letrados en las cosas de justicia y gober-
nación , y de!*Famosísimos teólogos de santa vida y ejem-
plar doctrina ea las cosas de la le ; porque de tales per-.
152
LUIS DEL MARMOL CARVAJAL.
sonas como estos se arreaban mas para sus consejos,
que de las pompas y cerimonias de los otros reyes; y
ansí acertaban en todo lo que bacian, y nada bailaban
invencible contra su espada. Entre otros religiosos que
traían en su consejo , babia uno llamado don fray Her-
nando de Talayera , fraile profeso de la orden del glo-
rioso padre san Jerónimo , natural de la villa de Tala-
vera , que es en el arzobispado de Toledo , bombre de
maravilloso ingenio y pronteza, grandísimo predica-
dor, muy docto en las letras sagradas y ejercitado en
la filosofía moral , y sobre todo muy estimado de los Re-
yes por su bondad de vida y doctrina. Este padre fué
mas de veinte años prior del monasterio de Santa Ma-
ría de Prado, cerca de Valladolid, y aun lo ediíicó; y
teniendo sus altezas noticias del , enviaron á llamarle
y le lucieron su confesor y de su consejo , y después le
dieron el obispado de Avila, y trayéndole consigo á la
conquista del reino de Granada , no fué la menor parte
de sus buenos sucesos la industria , consejo y oración
deste santo varón , el cual , viendo que ya la ciudad co-
menzaba á poblarse de cristianos, y que allí tenia bue-
na comodidad de plantar viña al Señor celestial , acordó
de dejar la corte temporal , donde era favorecido y re-
galado , y tomar otra vida trabajosa y de mucbo peligro
para el cuerpo ; y suplicando á los Reyes Católicos pro-
veyesen el obispado de Avila á quien fuesen servidos,
pidió que le dejasen acabar en servicio de Dios en la
nueva iglesia de Granada con aquella nueva gente. Sien-
do pues electo arzobispo de Granada , fué confirmada
su elección por papa Alejandro VI, el cual le envió el
palio, insignia arzobispal, y se le dio con gran solem-
nidad don Luis Osorio, obispo de Jaén, á quien vino
cometido, asistiendo á ello'don Pedro de Toledo, obis-
po de Málaga, y don fray García Quijada, obispo de
Guadix. Y porque nadie pudiese decir que codicia de
mas renta le movía á dejar el obispado de Avila por el
arzobispado de Granada, no quiso que se le diese mas
de lo. que para vivir moderadamente sin pompa era ne-
cesario ; y así , le señalaron solos dos cuentos de mara-
vedís en cada un año , siendo mucbo mas la renta del
obispado de Avila. Bien se dejó entender la intención
deste buen prelado , porque desde el dia que tomó po-
sesión se apartó de los negocios de la corte de tal ma-
nera, que jamás se pudo acabar con él que se ocupase
en otra cosa sino en lo que cumplía á la salvación de las
almas de los fieles y conversión de los infieles y en el
edificio de las iglesias y buen regimiento dellas. Bueno
fué por cierto el consejo que tomaron los Católicos Re-
yes, como todas sus cosas eran buenas, en encomen-
dar aquel nuevo ganado cerril , no usado al yugo suave
de Dios, á pastor tan antiguo y tan ejercitado en su ley,
para que por medio suyo viniesen á juntarse con su re-
baño. Felice triunfo , dichosa victoria la que en tales
tiempos concedió el Señor á la insigne ciudad de Gra-
nada. Bien pudiera ella ganarse en otro tiempo para los
príncipes cristianos; mas por ventura no se ganara para
Jesucristo , como se ganó, mediante la buena diligen-
cia, el trabajo, la industria, las vigilias, las oraciones,
el ejemplo de santa vida y dulce conversación de tan
buen prelado ; porque estas tales obras , poniendo Dios
su gracia en ellas, ocuparon de tal manera los ánimos
de los moros , que ninguna cosa mas estimada , mas ve-
nerada ni mas amada llegaba á sus oídos que el nombre
del Arzobispo, á quien ellos llamaban el alfaquí mayor
de los cristianos. De donde nació que bubo muchos que
se vinieron á convertir espontáneamente de su propria
voluntad, por ventura con mejor celo de lo que lo hi-
cieron después otros. Demás deste j)rovecho tan gran-
de que se siguió á los moros, fué también muy nece-
sario en aquella ciudad este prelado para los cristianos,
porque como la mayor parte de la gente que acudía á
poblarla eran hombres de guerra ó gente advenediza,
había tantos tan desenfrenados en los vicios que la li-
cencia militar traen consigo, que fué bien menester su
trabajo y buena diligencia y grandísima industria para
reformarlos. Obmenzó cuanto á lo primero á enseñar á
los moros las cosas de la fe de Dios , dándoselas á en-
tender con tan dulces y amorosas palabras , que no so-
lamente no recebian pesadumbre los mesmos alfaquís
si los llamaban para que oyesen su doctrina, mas aun
se venían muchos dellos á oírla sin ser llamados; y para
los que se querían convertir tenia casas particulares,
que llamaban casa de la doctrina , donde iba de ordina-
rio á predicarles y á enseñarles las buenas costumbres
por medio de fieles intér^etes ; y aun para este efeto
procuró con mucho cuidado que algunos clérigos apren-
diesen la lengua arábiga , y él mesmo á la vejez quiso
aprenderla , á lo menos tanta parte della que bastase
para poderles enseñar los mandamientos , los artículos
de la fe y las oracignes, y oír sus confesiones. Tuvo el
arzobispado don fray Hernando de Talavera quince
años, y murió año de 1507 de pestilencia. Sucedióle
don Antonio de Rojas, que fué presidente del consejo
real y patriarca ; y en su tiempo, acerca de los años í 523,
dia de Nuestra Señora de Marzo , se puso la primera
piedra en la iglesia Mayor; y por su muerte vino al ar-
zobispado de Granada don Francisco de Herrera , que
presidió en la audiencia real , y murió el año del Se-
ñor Í52S. Fué electo en su lugar don Pedro Puerto-
carrero , que murió antes de tomar posesión del arzo-
bispado. Y estando el Emper'ador en Granada en el año
de 526 , proveyó aquella silla á fray Pedro Ramírez de
Alva, prior de San Jerónimo de Granada. Este hizo el
colegio de los clérigos del coro , que son treinta , y mu-
rió el año del Señor 529. Luego sucedió don Gaspar de
Avalos , siendo obispo de Guadix , que hizo el colegio
Real y la universidad, donde se lee teología y leyes.
También hizo el colegio de los niños hijos de moriscos,
donde les daban de comer y de vestir y estudio y casa
de Umosna. Fué proveído por arzobispo de Santiago, y
sucedió en Granada don Hernando Niño de Guevara,
presidente de aquella audiencia , que después lo fué del
real consejo, y obispo de Sigüenza y patriarca, y tuvo
el arzobispado cinco años. Sucedió don Pedro Guerre-
ro, que lo poseyó veinte y nueve años , y se halló en el
concilio Tridentino. Y por su muerte fué electo don
Juan Méndez de Salvatierra, siendo canónigo de Cuen-
ca, y tomó posesión por él el licenciado Mejía de Lasar-
te, inquisidor de Granada, á 19 de diciembre del año
de 1577. Y por su fin y muerte vino al arzobispado doii
Pedro Vaca de Castro , que era presidente de la au-
diencia de Valladolid , y lo había sido primero en la de
Granada, que hoy vive; y en su tiempo ha sido Dios
servido que se manifiesten al mundo las reliquias de
mártires que padecieron por su santísima fe en tiempo
de la gentilidad de Nerón, en el monte Illipolitano, que
HEBELION Y CASTIGO DE LOS MORISCOS DE GRANADA,
llaman monte Santo. Todos estos prelados , escogidos
en doctrina y costumbres, procuraron los Reyes dará
los nuevamente convertidos , para que tomasen mejor
los documentos de la fe. Baste esto cuanto á los arzo-
bispos : volvamos á nuestra bistoria.
En el año del Señor 1493 se pasó el rey Zogoybi á Ber-
bería , y vendió á los Reyes Católicos los lugares y renta
que le babian dado en la Alpujarra , babiéndolo poseído
y gozado poco mas de dos años. Esta venta efectuó aquel
alcaide que dijimos, llamado Jucef Aben Comixa, que
tenia sus poderes, por precio de ocbenta mil ducados,
estando sus altezas en Aragón. El cual recibió luego el
dinero, y lo cargó en acémilas, y lo llevó al Lauxar de
Andarax, donde estaba su señor, y poniéndoselo de-
lante, le dijo desta manera : «Señor, vuestra hacienda
traigo vendida, veis aquí el precio deila. lie querido
quitaros del peligro, porque mientras los moros os tu-
vieren presente no dejarán de intentar cosas que os den
pesadumbre y desasosieguen esta tierra, de manera
que ni vuestra persona ni los que os sirvieren tengan se-
guridad, ni puedan dejar de perder lo poco que les queda
en ella con cualquier pequeña ocasión que se ofrezca.
Con este dinero podréis comprar mejor hacienda en
Berbería , y allí podréis vivir con mas seguridad y des-
canso que en esta tierra, donde fuistes rey , y no tenéis
esperanza de poderlo ya ser.» Contábannos algunos
moros antiguos que cuando el Zogoybi vio efetuada la
venta , mostró tanta pena dello , que matara al Alcaide si
no se lo quitaran de delante. Y al fin viendo cuan mal
remedio había para deshacer lo hecho , recogió su dine-
ro , y dende á pocos días se fué con su casa y familia á la
ciudad de Fez en una urca que sus altezas le manda-
ron dar, y allí moró mucho tiempo, hasta que después,
yendo con Muley Hamete el Merini á la guerra contra
losXerifes hermanos , reyes de Marruecos, le mataron
en la batalla del rio de los Negros, en el vado que di-
cen de Buacuba. Escarnio y gran ridículo de la fortu-
na , que acarreó la muerte á este rey en defensa de
reino ajeno, no habiendo osado morir defendiendo el
suyo.
CAPITULO XXIL
Cómo se comenzó á tratar de que los moros de Granada se
convirtiesen á la fe, ó los enviasen á Berbería.
Cuando los Reyes Católicos hubieron ganado la ciu-
dad de Granada y los lugares de aquel reino , algunos
prelados y otras personas religiosas les pidieron con mu-
cha instancia que , pues nuestro Señor les habia hecho
tan señaladas mercedes en darles una victoria como
aquella, como celosos de^su honra y gloria, diesen órtlen
en que se prosiguiese con mucho calor en desterrar el
nombre y seta de Mahoma de toda España, mandando
que los moros rendidos que quisiesen quedar en la tier-
ra se baptizasen , y los que no se quisiesen baptizar
vendiesen sus haciendas y se fuesen á Berbería, di-
ciendo que en esto no se les quebrantaban los capítu-
los que se les babian concedido cuando se rindieron ;
antes era mejorarles el partido en cosa que tanto con-
venia á la salvación de sus almas , y particularmente
á la quietud y pacificación perpetua de aquel reino ;
porque era cierto que jamás los naturales del terniarí
paz ni amor con los cristianos, ni perseverarían en
lealtad con los reyes, mientras conservasen los ritos y
íl)3
cerimonías de la seta de Mahoma, que les obligaba á
ser crueles enemigos del nombre cristiano. Mas aunque
estas consideraciones eran santas y muy justas , sus al-
tezas no se determinaron en que se usase de rigor con
los nuevos vasallos, porque la tierra no estaba aun ase-
gurada ni los moros habían dejado de todo punto las
armas ; y si acaso venían á rebelarse con opresión de
cosa que tanto sentirían , sería haber de volver á la guer-
ra de nuevo. Y demás desto, teniendo, como tenían,
puestos los ojos en otras conquistas , no querían f[ue en
ningún tiempo se dijese cosa indigna de sus reales pa-
labras y firmas, especialmente que los mesmos moros
lo iban dejando, y habia esperanza que con la comu-
nicación doméstica que tendrían con los cristianos , tra-
tando y disputando de las cosas de la religión, enten-
derían el error en que estaban, y dejándolo, vernian en
verdadero conocimiento de la fe , y la abrazarían , como
otras muchas naciones bárbaras lo habían hecho en
tiempos pasados, siguiendo la voluntad de los vencedo-
res y queriendo ser coiíio ellos ; y para que esto se hi-
ciese con amor y benevolencia , mandaban que los go-
bernadores, alcaides y justicias de todos sus reinos favo-
reciesen á los moros, y que no consintiesen hacerles
agravio ni mal tratamiento, y que los prelados y reli-
giosos blandamente y con demostración de amor procu-
rasen enseñar las cosas déla fe á los que buenamente
quisiesen oirías, sin hacerles opresión sobre ello.
CAPITULO XXIII.
Cómo los Reyes Católicos, sabiendo que los moros se convertían á
la fe, mandaron ir á Granada á don fray Francisco Jiménez de
Cisneros , arzobispo de Toledo , para que ayudase en tan santa
obra al arzobispo de Granada.
Habiendo comenzado el buen arzobispo de Granada
á regir y gobernar sus nuevas plantas, para que, quita-
das del error en que estaban , brotasen frutos de salva-
ción, los Católicos Reyes, para darle quien le ayudase
en tan santa obra, enviaron á llamar á don fray Fran-
cisco Jiménez de Cisneros, fraile de la orden del será-
fico padre san Francisco, y natural de la villa de Tor-
delaguna , á quien por merecimiento de muchas virtu-
des , de profunda elocuencia y de santidad de vida y
costumbres , siendo provincial de su orden , le habían
elegido arzobispo de Toledo en el año del Señor i49i),
por fin y muerte del cardenal don Pedro González de
Mendoza, que falleció domingo á I i de enero de aquel
año. Estabaá la sazón ocupado este prelado en la fábrica
del colegio que fundaba en la villa de Alcalá de llenare?,
y dejándola encomendada á Baltanasio, su compañero,
partió luego para Granada, donde sus altezas habían
ido por el mes de julio del año de i499, y estuvieron
hasta mediado el mes de noviembre , que fueron á Se-
villa, y le dejaron encomendado que juntamente con
el arzobispo de Granada prosiguiese en la conversión
de los moros, procediendo mansamente y de manera
que no se alborotasen. El medio que tuvieron los pre-
lados para negocio tan importante fué mandar llamar
á los alfaquísy morabitos de mas opinión entre los mo-
ros, y con ellos solos en buena conversación disputa-
ban , y les daban á entender las cosas tocantes á la re-
ligión cristiana, no con fuerza ni con violencia, sino
con buenas razones y sentencias; y trataban el negocio
con tanta modestia y mansedumbre, que habiendo dis-
134
LUIS DEL MARiMOL CARVAJAL.
puUido gran rato con ellos , los enviaban contentos ,
dándoles vestidos y otras muchas cosas porque no se
extrañasen de volver otras veces á las disputas. Viendo
pues los alfaquís y morabitos la mansedumbre cnn que
los trataban los prelados, las buenas obras que les ha-
cían , y que los convencían con sentencias , reprobando
su seta , deseando asimesmo gozar de la libertad con
los vencedores, comenzaron algunos dellos á tomar
los documentos de la fe y á ensenarlos al pueblo, amo-
. nestando que era vanidad la seta de Mahoma, y que
les convenia abrazar la fé de Jesucristo. Estas amones-
taciones fueron de tanto efeto, que dentro de pocos
dias vinieron muchos hombres y mujeres á pedir el
santo baptismo con autoridad de sus proprios alfaquís,
y en un solo dia se baptizaron mas de tres mil perso-
nas ; y fué tanta la priesa , que no pudiéndolos baptizar
á cada uno de por sí , fué necesario que el arzobispo de
Toledo los rociase con hisopo en general baptismo ; y
en la fiesta de nuestra Señora de la O consagró la mez-
quita del Albaicin, y quedó iglesia colegial de la advo-
cación de San Salvador. Y fuera el negocio muy ade-
lante sin escándalo ni alboroto , si algunos escandalo-
sos , á quien pesaba de ver tan buena obra , no alboro-
taran el pueblo y la impidieran por entonces , aunque
después entre ruego y fuerza se vino á concluir, como
agora diremos.
CAPITULO XXIV.
Cómo el arzobispo de Toledo mandó prender al Zegrí porque im-
pedia la conversión de los moros, y cómo se vino á convertir.
Había muchos moros en el Albaicin y en la ciudad
que públicamente contradecíanla conversión, parecién-
doles cosa dura haber de dejar la ley que sus antepasa-
dos les habían enseñado , y doliéndose de ver que la an-
tigua seta de Mahoma se perdiese de todo punto en
España. Y entendiendo el arzobispo de Toledo que los
autores dello eran algunos de los principales, temiendo
no le impidiesen con novedad el efeto que se hacia,
mandó prender los que se entendió que eran mas con-
tradictores de las cosas de la fe. Entre los cuales fué
preso uno llamado el Zegrí Azaator, hombre principal y
dotado de buen entendimiento cuanto á las cosas mo-
rales, aunque por otra parte arrogante y soberbio , por
ser de linaje de los reyes de Granada. Este contradecía
reciamente que los moros no se convirtiesen (i), y don
fray Francisco Jiménez determinó, dejada aparte toda
humanidad, de traerle por fuerza al yugo de Dios , pues
no aprovechaban buenas razones con él; y haciéndole
poner en una estrecha prisión , mandó que se encerrase
con él, para que con cuidado le metiese por camino,
un capellán suyo llamado Pedro de León, el cual con áni-
mo de león se llevó de tal manera con el Zegrí, que de
indómito y soberbio que era cuando se lo entregaron,
le tornó manso y humilde, y en todo muy conforme á
la voluntad de los prelados ; y dentro de pocos dias,
fuese por fuerza , ó lo mas cierto por inspiración divi-
na , pidió con instancia que le llevasen al alfaquí de
los cristianos. Y llevándole aprisionado delante del ar-
zobispo de Toledo , pidió licencia para poderle hablar
en su libertad, diciendo que le mandase quitar las pri-
(1) Está de sobra la negación, pero seguimos Delmente el texto
de la edición primitiva ; además de que son muy comunes en
nuestros escritores estas contradicciones de palabras que usaban
para dar mas énfasis á las ideas.
siones, porque estando con ellas no se le podria agra-
decerlo que dijese y hiciese; y siéndole mandadas qui-
tar, se hincó de rodillas," y besando la tierra , y luego la
mano al Arzobispo , según la costumbre de los moros, le
dijo : ((Señor, yo quiero ser cristiano, y bagólo de bue-
na voluntad , porque he tenido revelación de Dios, que
molo manda, y soy cierto que me llama para sí por
este camino. » El Arzobispo recibió grandísimo con-
tento de verle convertido , y mandó vestirle luego de
paños nuevos, y le baptizó, y quiso el Zegrí llamarse
Gonzalo Hernández, como Gonzalo Hernández de Cór-
doba hermano de don Alonso de Aguílar , cuyo esfuerzo
y valor tenia bien conocido y experimentado en aque-
lla guerra , y demás desto , sabia que el arzobispo de
Toledo le quería mucho. De aquí vino á que otros mo-
ros hiciesen lo mesnio ; y así se fueron de día en dia
convirtiendo , sin que los alfaquís ni otra persona se lo
osase estorbar, á lo menos descubiertamente. Y el ar-
zobispo de Toledo les tomó gran copia de volúmenes de
libros árabes de todas facultades , y quemando los que
tocaban á la seta, mandó encuadernarlos otros, y los
envió á su colegio de Alcalá de Henares, para que los
pusiesen en su librería.
CAPITULO XXV.
Cómo los moros del Albaicin de Granada se rebelaron la primera
vez; sobre la conversión, y la orden que se tuvo eu apaciguarlos.
Parecia cosa recia á los prelados, y especialmente al
arzobispo de Toledo , que siendo la ciudad de Granada
y todo el reino da cristianos, poseído y conquistado por
príncipes tan católicos, hubiese hombres y mujeres re-
negados y hijos de renegados, á quien los moros llaman
elches , que viviesen en la seta de Mahoma. Y como
procurasen atraerlos á la fe con amor y buena doctri-
na, y hubiese algunos tan endurecidos que no la qui-
siesen abrazar por no dejar sus vicios y torpezas , acor-
daron de usar de rigor con ellos; y mandando á los al-
guaciles que prendiesen algunos pertinaces, sucedió
que subiendo un dia al Albaicin Sacedo, criado del ar-
zobispo de Toledo , y un alguacil real llamado Velas-
co de Barrionuevo , á prender una mujer hija de un
elche, trayéadola presa por la plaza de Bib el Bonut,
comenzó á dar grandes voces, diciendo que la lleva-
ban á ser cristiana por fuerza, contra los capítulos de
las paces; y juntándose muchos moros, y entre ellos al-
gunos que aborrecían aquel alguacil por otras prisio-
nes que había hecho, comenzaron á tratarle mal de pa-
labra; y como les respondiese soberbiamente, á furia
de pueblo pusieron las manos en él y le mataron, arro-
jándole una losa sobre la cabeza desde una ventana , y
después de muerto le metieron en una necesaria; y ma-
taran también á Sacedo, si no le librara una mora de-
bajo de su cama , donde le tuvo escondido aquel dia y
parte de la noche, hasta que pudo enviarle seguro á la
ciudad. Muerto el alguacil, los moros se pusieron en
arma y comenzaron á llamar á Mahoma, apellidando li-
bertad y diciendo que se les quebrantaban los capítulos
de las paces; y tomando las calles, las puertas y las en-
tradas del Albaicin , se fortalecieron contra los cris-
tianos de la ciudad y comenzaron á pelear con ellos , y
sobreviniendo la noche , creció el escándalo. Y enten-
diendo que la ocasión de todo era el arzobispo de To-
ledo, como hombres que estaban estomagados de ver
REBELIÓN Y CASTIGO DE
la sobrada diligencia que ponia en hacer que fuesen
cristianos , corrieron á su posada , que era en la Alca-
zaba, y le cercaron dentro , el cual se defendió valero-
samente. Y aunque hubo algunos que le aconsejaron
que saliese de allí , porque lo podia muy bien hacer, y
se subiese á la fortaleza de la Alhambra , no quiso , di-
ciendo que no habia de desampararlos, y que habia de
esperar el suceso de aquel negocio en el peligro co-
mún. Desta manera estuvieron todos los de su casa
puestos en arma aquella noche, y otro dia de mañana
bajó de la fortaleza de la Alhambra el conde de Tendi-
11a con buen número de gente , y acudió luego á favo-
recer al Arzobispo, el cual le encomendó la ciudad y la
gente de. guerra que tenia consigo , que serian como
docientos hombres, y que particularmente procurase
aplacar aquella furia popular; mas por mucha diligen-
cia que puso , duró el alboroto, sin poderlo apaciguar,
(fiez dias, duranfe los cuales los prelados y el Conde,
cada uno por su parte , trabajaron con mucha pruden-
cia por todas las vias posibles como se quietase aque-
lla gente bárbara , llamando á los alfaquis y á los prin-
cipales ciudadanos , y dándoles á entender el yerro que
hablan hecho en levantarse contra reyes tan podero-
sos, y la pena en que hablan incurrido y el castigo que
se haria si llegaba la gente de Andalucía antes que se
apaciguasen. Mas ellos daban colora su negocio, di-
ciendo que el Albaicin no se habia alzado contra sus
altezas, sino en favor de sus firmas, y que sus minis-
tros eran los que hablan alborotado la tierra, querien-
do quebrantar á los moros los capítulos de las paces
con que se hablan rendido , y que todo se apaciguaría
con que se los guardasen , sin hacerles opresión en las
cosas de la ley. Algunos habia tan indignados y con
tanta determinación de ponerse en libertad, que no
querían oír razón , pareciéndoles que había treinta rao-
ros para cada cristiano, y que estaban bien pertrecha-
dos de armas con que defenderse. En tanta revolución
pasara el negocio mas adelante, si el arzobispo de Gra-
nada , confiado mas en la misericordia de Dios que en
la fuerza de las armas, no los apaciguara con un heroi-
co hecho ; porque no liabiendo querido oir al conde de
Tendillani recebir su adarga, que se la enviaba en se-
ñal de paz, habiéndosela apedreado y tratado mal al
escudero que la llevaba, cosa que mostraba tener gran-
de indignación , cuando mas bravos y soberbios esta-
ban , tomó consigo un solo capellán con su cruz delan-
te y algunos criados á pié y desarmados, y se fué á me-
ter entre los moros en la plaza de Bíb el Bonut, donde
se habían recogido , con tan buen semblante y rostro
tan sereno como cuando iba á predicarles las cosas de
la fe. Ved pues cuánta fuerza tiene la virtud y la tem-
planza, que así como le vieron los moros, olvidando el
rigor y la saña que tenían , se fueron humildes para él
y le dieron paz, besándole la halda de la ropa , como lo
solían hacer cuando estaban pacíficos. Luego llegó el
conde de Tendilla con sus alabarderos, y quitándose un
bonete de grana que llevaba en la cabeza, lo arrojó en
medio de los moros , para que entendiesen que iba en
hábito de paz. Los cuales lo alzaron y besaron , y se lo
volvieron á dar; y con esto se aseguraron los unos y los
otros, y el Arzobispo y el Conde estuvieron gran rato
en la plaza amonestándoles yrogándoles que dejasen las
armas , y prometiéndoles que por lo sucedido no se les
LOS MORISCOS DE GRANADA. 135
daría pena ni serian habidos por culpados generalmente,
y que ellos les alcanzarían perdón y la gracia de sus al-
tezas, pues se debia entender, como ellos decían, que
mas se habían movido en favor de sus reales firmas que
con voluntad de hacer novedad; y que demás desto, les
serian guardadas sus capitulaciones. Y para que se ase-
gurasen mas, hizo el Conde un hecho verdaderamente-^^
digno de su nombre, que tomó consigo á la Condesa su
mujer y á sus hijos niños, y los metió en una casa en el
Albaicin junto á la mezquita mayor, á manera de re-
henes. Y con esto se apaciguó la ciudad , ayudando
también de parte de los moros un cadí ó juez suyo, lla-
mado Cidí Ceibona , hombre de buen entendimiento y
muy respetado entre aquellas gentes , el cual ofreció
que entregaría á la justicia de sus altezas los que ha-
bían sido en malar al alguacil , para que fuesen casti-
gados. Y en efeto lo cumplió, y los hizo prender y pu-
so en manos del licenciado Calderón , corregidor de
Granada, el cual mandó ahorcar cuatro dellos en la
rambla de Beyro , y soltando otros muchos por bien de
paz , dejaron los moros las armas y comenzaron á en-
tender en sus labores.
CAPITULO .XXVI.-
Cómo el Rey Católico se enojó con el arzobispo de Toledo cuan-
do supo la causa del rebelión de los moros, y oido su descar-
go, le mandó proseguir en la conversión.
El demonio, enemigo del género humano, que siem-
pre vela en daño de las almas y persigue á los que pro-
i;uran salvarlas á su Criador , hubiera interrompido la
buena obra comenzada, y hecho perder al arzobispo de
Toledo la gracia con los Reyes , y cayera en gran falla
c'.ni ellos, si el soberano Señor no le ayudara y favore-
ciera. En el capítulo antes desle se dijo como el re-
belión del Albaicin duró diez dias. El tercero dia puQS
que los moros se rebelaron, el arzobispo de Toledo es-
cribió á sus altezas, que estaban en la ciudad de Sevi-
lla , dándoles cuenta de lo que pasaba ; y teniendo ya
cerrado el pliego para despachar un correo que fuese
hombre de mucha diligencia , se ofreció un ciudadano
llamado Cisneros, que daría un esclavo canario que ca-
minaba veinte leguas cada dia, y si fuese menester, se
pornia en menos de dos dias naturales en Sevíllíl. El
Arzobispo se persuadió fácilmente á creerlo, y venido
el canario ante él , le encargó que con toda diligencia,
caminando de dia y de noche, fuese á Sevilla, y diese
aquel pliego en manos de la Reina Católica ó del se-
cretario Almazan. El cual, habiendo prometido de cum-
plir cuanto se le mandaba , partió de Granada luego;
mas como era hombre vil y bajo , acordó de emborra-
charse en el camino, y fué tan despacio, que tardó cin-
co dias en llegará Sevilla. En este tiempo llegaron otros
avisos á sus altezas ; y como el Rey Católico no vio car-
ta del arzobispo de Toledo, entendió que por su causa
habia sucedido tan gran desorden ,. y culpándole , se
enojó también con la Reina , diciendo que había sido
causa de que viniese aquel hombre á Granada, que ha-
bia alborotado y puesto en condición el reino que tan-
to habia costado conquistar; y aun la propria Reina casi
lo creía , no viendo letra suya , y mandó al secretario
Almazan que luego le escribiese imputándole tan gran
descuido, y diciéndole que con toda brevedad enviase
relación de lo sucedido. Estaba el Arzobispo bien des-
150
LUIS DEL MARxMOL CARVAJAL.
cuidado, entendiendo que sus carias liabian llegado á
tiempo, y viendo lo que el secretario Almazan le escre-
Lia , para satisfacer á sus altezas envió á fray Francisco
Ruiz, su compañero, á que les informase de todo el
suceso , ofreciendo de ir luego personalmente á darles
mas particular cuenta del negocio. Este fraile les hizo
relación de todo lo sucedido en Granada , y de tal ma-
nera se lo dio á entender, que perdieron parte del eno-
jo que tenian, aunque mucho mas se aplacaron después
cuando el prbprio Arzobispo llegó; el cual con su mu-
cha elocuencia y discreción lo allanó todo, dándoles á
entender que lo que habia hecho y hacia era por ser-
vicio de Dios , y no por otro interés , y desculpándose
con tan buenas razones, ^que los Reyes quedaron satis-
fechos, y él en mayor gracia con ellos. Y viendo tan
buena ocasión como de preséntese ofrecía, les acon-
sejó que no partiesen mano de la conversión de los mo-
ros, que ya estaba comenzada, y que pues liabian sido
rebeldes y por ello merecían pena de muerte y perdi-
miento de bienes , el perdón que les concediese fuese
condicional , con que se tornasen cristianos ó dejasen
la tierra. Este consejo tuvieron por bueno los Reyes
Católicos, aunque tardó la resolución del mas de ocho
meses : en el cual tiempo los del Albaicin hicieron gran-
des diligencias para estorbarlo, y enviaron al soldán de
Egipto, quejándose que les querían, hacer que fuesen
cristianos por fuerza , y suplicándole los favoreciese
con enviar su embajada á España , dando á entender
que baria él lo mesmo con los cristianos que tenia en
su imperio, compeliéndolos á que fuesen moros. Y el
Soldán envió sus embajadores á los Reyes CatóHcos,
diciendo que no se sufria hacer fuerza á los moros ren-
didos para que fuesen cristianos; y que si esto se hacia
en España, baria él otro tanto en toda Asia con los cris-
tianos subditos de su imperio. Los Reyes recibieron
muy bien á los embajadores, y respondieron que ellos
no querían cristianos por fuerza, ni menos querían te-
ner moros en sus reinos , por la poca seguridad que se
podía tener de su lealtad ; y que á los que de grado se
convertían se les hacía todo bien y merced, y á los que
se querían ir á Berbería les daban lugar para ello y li-
cencia para vender sus bienes , muebles y raíces, y los
enviaban con toda seguridad á los puertos donde que-
rían ir. Y demás desto, enviaron á Pedro Mártir (1),
clérigo mílanés, hombre docto y de muy buena vida,
que fué el primer prior de la iglesia catedral de Grana-
da, á que diese á entender al Soldán lo que en este
particular había, y las causas que les habían movido á
hacer lo que hacían. El cual fué á Egipto y á Persia , y
llevó consigo los testimonios de los alcaides de los lu-
gares marítimos de Berbería, en que certificaban como
los ministros de los reyes de España que llevaban los
moros, los ponían en tierra con toda seguridad con
sus mujeres y hijos y familias, sin hacerles molestia ni
mal tratamiento; porque sus altezas mandaban siem-
pre á los alcaldes y alguaciles que iban con los moros,
que tomasen testimonios de donde los dejaban , para
satisfacion de que habían cumplido su mandado. Vien-
do pues los moros del reino de Granada cuan poco
(I) Escribui su embajada en latin Anglería, y se imprimió con
oirás obras suyas en Sevilla en líill. Es muy curiosa y rara, y aun-
que en la edición de Sandia de 17ü7 se prometió incluirla por via
de apéndice, no llegó á realizarse.
aprovechaban sus diligenc¡as,.hubo muchos que se pa-
saron á Berbería, y los que no quisieron dejar la tierra,
acordaron de hacerse cristianos.- Esta conversión hizo
el bendito arzobispo de Granada , dándoles el sagrado
baptismo sin prevención de catecismo y sin instruirlos
primero en las cosas de la fe, porque acudía tanta mul-
titud de gente á convertirse, y era tan grande la ne-
cesidad que había de brevedad, que no daba lugar á po-
derlos instruir ; mas la diligencia y cuidado de los pre-
lados lo habían suplido, si los moriscos quisieran olvi-
dar las cerimouias, trajes y costumbres que .tenían
juntamente CQn la seta, y se preciaran ser y parecer
en todo cristianos : cosa que jamás se pudo' acabar con
ellos.
CAPITULO XXVIL
Cómo los Reyes Católicos allanaron algunas alteraciones que hubo
en el reino de Granada sobre la converuion de los moros. •
Luego que la fama corrió por los lugares del reino de
Granada como los moros granadinos se tornaban cris-
tianos, los de las sierras y de la Alpujarra, por consejo
de algunos de los mas principales del Albaicin, que se
veían opresos y querían hacer su negocio con el peligro
de cabezas ajenas, comenzaron .á alborotarse; y en
aquel año y en el siguiente , que fué de ISOO, se rebe-
laron algunos lugares, diciendo que les quebrantaban
los capítulos de las paces con que se habían entregado;
y que pues no habían sido culpados en el rebelión, tam-
poco eran obligados á pasar por lo que los otros hacían
para su descargo. Sabidos estos alborotos en Sevilla, el
Rey Católico partió para Granada á 27 de enero, y man-
dó al conde de Tendílla y á Gonzalo Hernández de Cór-
doba que fuesen sobre el castillo de Güéjar, donde se ha-
bían recogido algunos moros de los alzados ; los cuales
fueron luego sobre él, y ganándole le destruyeron, no sin
gran daño de la gente de armas que llevaban; porque
los enemigos de Dios araron de dos ó tres rejas las ha-
zas que estaban al derredor del lugar ; y echando toda el
agua de las acequias por ellas, empantanaron el campo
de manera, que atollaban los caballos hasta las cinchas;
y viéndolos embarazados en aquellos atolladeros , car-
gaban sobre ellos de todas partes los peones sueltos por
las lindes y veredas que sabían , y los herían y mataban.
El conde de Lerin, que tenia su estado en el reino de
Navarra, fué sobre Andarax, porque los moros de aque-
lla taa se habían hecho fuertes en el castillo del Lauxar;
y ganándole por fuerza de armas, voló con pólvora la
mezquita mayor, donde se habían recogido las mujeres
y niños de aquellos lugares. Y el rey don Hernando entró
por el valle de Lecrin , y cercó y ganó el castillo y lugar
de Lanjaron , viernes á 7 días del mes de marzo, llevando
consigo al alcaide de los Donceles, al conde de Cifuen-
tes, al comendador mayor de Calatrava,á Gonzalo Mejía,
señor de Sanctofimía, y á otros muchos señores y ca-
balleros; y un moro negro, que tenían los alzados por
capitán , no queriendo venir á poder de cristianos ni
dejar de morir moro , se echó de la torre ebajo, y se hizo
pedazos, cuando vio que los otros se rendían. Siendo
pues opresos los rebeldes con increíble presteza, y alla-
nadas las cosas de la Alpujarra, volvió el Rey á Sevilla;
y trayendo consigo á la Reina, tornaron á Granada sá-
l3ado 23 días del mes de julio. Y en los meses de agos-
to, setiembre y octubre se convirtieron todos los rao-
REBELIÓN Y CASTIGO DE LOS MORISCOS DE GRANADA.
io7
ros de la Alpujarra y de las ciudades de Almería , Ba-
za , Guadix , y de otras muchas villas y lugares del reino
de Granada. Y en este tiempo se alzaron los moros de
Belefique , y en el siguiente año de 501, al principio
del, fueron presos y muertos por justicia, y las mujeres
dadas por captivas. Los de Níjar y Güevéjar se dieron y
fueron esclavos, excepto los niños de once años abajo,
que los tornaron cristianos. Y en el mesmo año se alza-
ron ciertos lugares de moros de la serranía de Ronda
y sierra Bermeja y Villaluenga , y sus altezas enviaron
contra ellos al conde de Ureña y á don Alonso de Agui-
lar. Mas no les sucedió tan prósperamente, porque fue-
ron desbaratados en un lugar llamado Calalui , cerca de
Ginalguacil , martes en la noche, á 16 dias del mes de
marzo ; y muriendo la mayor parte de nuestra gente,
murió también don Alonso de Aguilar á manos de un
moro llamado el Feri, vecino de Ben Estepar. Escapó
don Pedro, su hijo, con los dientes quebrados de una pe-
drada , y el conde de Ureña y los demás con grandísimo
trabajo. Por esta rota fué necesario que el proprio Rey
Católico saliese de Granada, y con su presencia se alla-
nó luego toda la tierra ; y dejando ir á Berbería á los que
no quisieron ser cristianos, se convirtieron los demás
allí y en todo el reino ; y lo mesmo hicieron dentro de
pocos dias los moros mudejares que vivían en Avila,
en Toro y en Zamora y en otras partes de Castilla , que
aun hasta entonces no se habivín convertido.
LIBRO SEGUNDO*
CAPITULO PRIMERO.
Cómo los nuevamente convertidos sintieron siempre mal de la fe.
Trata de los nombres de moro y mudejar.
Apaciguadas las alteraciones del reino de Granada,
y convertidos los moros á nuestra santa fe católica de
la manera que hemos dicho, los Católicos Reyes los fue-
ron regalando con nuevas mercedes y favores , gober-
nándolos con amor, y haciéndoles todo buen tratamien-
to , y mandando á sus ministros de justicia y guerra que
los favoreciesen y animasen. Mas luego se entendió lo
poco que aprovechaban estas buenas obras para hacer-
les que dejasen de ser moros; porque si decían que eran
cristianos , veíase que tenían mas atención á los ritos y
cerimonias de la seta de Mahoma que á los preceptos
de la Iglesia católica, y que cerraban de industria las
orejas á cuanto los prelados, curas y religiosos les pre-
dicaban ; y siendo ricos y mas señores de sus haciendas
de lo que eran en tiempo de los reyes moros, jamás se
tuvieron por contentos, sospirando siempre con la me-
moria de su antigua era ; y confiados en unas ficciones
vanas , llamadas jofores ó pronósticos, solo en ellas po-
nían su esperanza , porque les decian que habían de
volver á ser moros y á su primer estado. Esto duró al
principio, mientras duraron los viejos con alguna ma-
nera de libertad por su barbarismo; y después, aunque
con el trato comenzaron á. sosegarse los que les suce-
dieron , sintiendo menos regalo y mayores opresiones
de las justicias , como hombres que entendían ya cual-
quier cosa con la prática que tenían, empezaron á con-
gojarse demasiadamente y ú endurecerse con su mala
inclinación ; de donde les crecía cada hora mas la ene-
mistad y el aborrecimiento del nombre de cristiano ; y
si con fingida humildad usaban de algunas buenas cos-
tumbres morales en sus tratos, comunicaciones y tra-
jes , en lo interior aborrecían el yugo de la religión cris-
tiana, y de secreto se doctrinaban y enseñaban unos á
otros en los ritos y cerimonias de la seta de Mahoma.
Esta mancha fué general en la gente común, y en par-
ticular hubo algunos nobles de buen entendimiento que
se dieron á las cosas de la fe, y se honraron de ser
y parecer cristianos , y destos tales no trata nuestra
historia. Los demás, aunque no eran moros declarados,
eran herejes secretos , faltando en ellos la fe y sobrando
el baptismo ; y cuanto mostraban ser npudos y resabi-
dos en su maldad, se bacian rudos é ignorantes en la
virtud y doctrina. Si iban á oir misa los domingos y
dias de liesta, era por cumplimiento y porque los cu-
ras y beneíiciados no los penasen por ello. Jamás halla-
ban pecado mortal , ni decian verdad en las confesio-
nes. Los viernes guardaban y se lavaban , y hacían la
zalá en sus casas á puerta cerrada , y los domingos y
dias de fiesta se encerraban á trabajar. Cuando habían
baptizado algunas criaturas, las lavaban secretamente
con agua caliente para quitarles la crisma y el olio san-
to , y hacían sus cerimonias de retajarlas, y les ponían
nombres de moros ; las novias, que los curas les hacian
llevar con vestidos de cristianas para recebír las bendi-
ciones de la Iglesia , las desnudaban en yendo á sus ca-
sas, y vistiéndolas como moras, hacian sus bodas á la
morisca con instrumentos y manjares de moros. Sí al-
gunos aprendían las oraciones , era porque no les con-
sentían que se casasen hasta que las supiesen , y mu-
chos huían de saber la lengua castellana, por tener ex-
. cusa para no aprenderlas. Acogían á los turcos y moros
berberiscos en sus alearías y casas, dábanles avisos para
que matasen, rpbasen y captívasen cristianos, y aun
ellos mesmos los captivaban y se los vendían ; y así, ve-
nían los cosarios á enriquecer á España como quien va
á una India ; y muchas veces se iban las alearías enteras
con ellos ; aunque este era el menor mal y de que me-
nos pena habían de sentir los cristianos, porque les
acontecía anochecer en España y amanecer en Berbe-
ría con sus vecinos y compadres. Para remedio destos
males proveyeron los Reyes de Castilla algunas cosas
de justicia y buena gobernación , y entre otras , la reina
doña Juana , hija y heredera de los Católicos Reyes, en-
tendiendo que seria de mucho efeto quitarles el hábito
morisco para que fuesen perdiendo la memoria de mo-
ros, mandó quitárselo, dándoles seis años de tiempo para
romper los vestidos que tenían hechos, y se disimuló
con ellos otros diez años , hasta que fué mandada cum-
plir por el emperador don Carlos en el año de 1318, que
vino á reinar en Castilla , y suspendida á suplicación de
los moriscos el mesmo año por el tiempo que fuese su
voluntad. Después el licenciado Pardo, abad mayor de
la iglesia de San Salvador del Albaícin , y los canónigos
158
LLIS DEL MARMOL CARVAJAL.
beneíiciados della , que sabían bien cómo vi viau los mo-
riscos, informaron de nuevo ásu majestad que guarda-
jjan los ritos y cerimonias de moros ; y en el año de d 526,
estando en la ciudad de Granada, proveyó visitadores
eclesiásticos por toda la tierra, y fueron nombrados para
ello don Gaspar de Avalos , obispo de Guadix ; fray An-
tonio de Guevara, el licenciado Utiel, el doctor Quin-
tana y el canónigo Pero López. En el siguiente capítulo
diremos lo que en esto hubo, porque en este lugar nos
ocurre liacer una breve relación , para que el letor en-
tienda loque es moro y mudejar, y. de donde vinieron
estos nombres. Los setarios secuaces de Mahoma pro-
priamente deben ser llamados con dos solos nombres,
alárabes ó agemes : los alárabes son los originarios , y
los agemes los advenedizos que de otras naciohes y pro-
vincias abrazaron su opinión. A estos llaman general-
mente los mahometanos entre sí mucelemin, y nosotros
los llamamos moros, nombre improprio, porque mauros
fueron unos pueblos fenicios que vinieron de Tiro á po-
blar en África, y edificaron la ciudad de Útica, y des-
pués la de Cartago , setenta y dos años antes de la fun-
dación de Roma , cuya historia es esta. Los fenicios fue-
ron valerosos en las arles bélicas, y dieron después nom-
bre á las dos Maurilanias , Tingitana y Cesariense , y
tuvieron grandes victorias debajo las conductas de sus
capitanes Macheo , Magon , Asdrúbal primero , Amílcar
segundo, Annone, Gisgon , Aníbal, Asdrúbal segundo.
Safo, y otros que refieren las liistorias de Trogo Pom-
peyo y de otros que escribieron después del. Estos en-
traron al principio en África por vía de paz y so co-
lor de contratar con los peños pastorales ó núinidas ;
después hicieron sus colonias y guerrearon con ellos ;
y haciéndose poderosos con los buenos sucesos, con-
quistaron y ocuparon la mayor parte de Berbería y las
islas de Cicilia y Sardeña ; y pasando en tierra firme de
Italia, pusieron temor á los poderosos romanos, que
entre envidia y codicia dieron después fin á su prospe-
ridad, destruyendo y asolando la famosa ciudad de Car-
tago. Los mauros, fenicios ó cartaginenses, como los
quisiéremos llamar , que escaparon do la ira de los ro-
manos, derramándose por África entre los peños , cons-
tituyeron señorío en algunas partes, especialmente en
las Mauritanias, y dellos vienen los que agora llaman
azuagos; y porque así estos como los otros mauros de
Fenicia abrazaron la seta de Mahoma en el número de
los agemes, el vulgo cristiano los llama comunmente
á todos moros ; y así los que lo son se honran mucho de
aquel nombre, entendiendo por mucelemines, que es el
nombre que ellos tienen por epíteto de santimonía,
interpretado hijos de salvación. Los nmdejares vienen
de los alárabes y de los agemes africanos y de otras
naciones, y son los que se quedaron en España en los
lugares rendidos por vasallos de los reyes cristianos, á
los cuales, porque servían y hacían guerra céntralos
otros moros, los llamaron por oprobrio mudegelin, nom-
bre lomado de Degel, que es en arábigo el Antecristo;
y no por ser de casta do judíos, como algunos han que-
rido decir. Esto baste para la etimología destos nom-
bres , que todo se pone aquí por curiosidad.
CAPITULO IL
Cómo el emperador don Carlos mandó liacerjiínta de prelados en
! la ciudad de Granada para reformación de los moriscos.
Habiendo hecho los visitadores por todos los luga-
res de moriscos del reino de Granada su visita , y sien-
do informado el -cristianísiino emperador don Carlos
cuan conveniente cosa era, pura que fuesen buenos
cristianos, que dejasen el trato y costumbres que tenian
de tiempo de moros, juntando la aparéncia con las
obras, estando todavía su majestad en Granada , man-
dó hacer junta de los mas estimados teólogos que á la
sazón se hallaban en el reino, á quien encomendó aquel
negocio, para que tratasen del remedio que se podría
tener para hacérselo dejar. Juntáronse en la capilla
real que los católicos reyes don Hernando y doña Isa-
bel fundaron para su enterramiento en la iglesia Mayor
de aquella ciudad , don Alonso Manrique , arzobispo
de Sevilla y inquisidor general de España , don Juan Ta-
vera, arzobispo de Santiago, presidente del real con-
sejo de Castilla y capellán mayor de su majestad ; don
fray Pedro de Álava, electo arzobispo de Granada ; don
fray García de Loaysa , obispo de Osma ; don Gaspar de
Avalos, obispo de Guadix ; don Diego de Villalar, obis-
po de Almería; el doctor Lorenzo Galindez de Carvajal
y el licenciado Luis Polanco, oidores del real consejo;
don García Padilla, comendador de la orden de Cala-
trava ; don Hernando de Guevara y el licenciado Valdés,
del consejo de la general Inquisición, y el comendador
Francisco de los Cobos , secretario de su majestad y de
su consejo. En esta junta se vieron las informaciones
de los visitadores, los capítulos y condiciones de las
paces que se concedieron á los moros cuando se rin-
dieron, el asiento que tomó de "nuevo con ellos el ar-
zobispo de Toledo cuando se convirtieron, y las cédu-
las y provisiones de los reyes , juntamente con las rela-
ciones y pareceres de hombres graves. Y visto todo, ha-
llaron que mientras se vistiesen y hablasen como mo-
ros conservarían la memoria de su seta y no serian
buenos cristianos, y en quitárselo no se les hacia agra-
vio, antes era hacerles buena obra, pues lo profesaban
y decían. Mandáronles quitar la lengua y el hábito mo-
,riscoy los baños; que tuviesen las puertas de sus ca-
sas abiertas los días de fiesta y los días de viernes y
sábado ; que no usasen las leylas y zambras á la morisca ;
que no se pusiesen alheña en los pies ni en las manos
ni en la cabeza las mujeres; que en los desposorios y
casamientos no usasen de cerimonias de moros, como
lo hacían, sino que se hiciese todo conforme á lo que
nuestra santa Iglesia lo tiene ordenado ; que el dia de
la boda tuviesen las casas abiertas y fuesen á oír mi-
sa; que no tuviesen niños expósitos; que no usasen de
sobrenombres de moros, y que no tuviesen entre ellos
gacís de los berberiscos , libres ni captivos.
Todas estas cosas se pusieron por capítulos, con las
causas y razones que los habían movido á ello; y con-
sultado á su majestad , los mandó cumplir. Mas los mo-
riscos acudieron luego á contradecirlos, informando
con sus razones morales, como gente que ninguna cosa
sentían tanto como haber de dejar su traje y lengua
natural, que era lo que mas sentían; y dieron sus me-
moriales, y hicieron sus ofrecimientos, y al fin alcanza-
ron con su majestad , antes que saliese de Granada , que
mandase suspender los capítulos por el tiempo que fue-
REBELIÓN Y CASTIGO DE LOS MORISCOS DE GRANADA.
1S9
se su voluíitad ; y con esto, cesó la ejecución por en-
tonces. Y aunque después en el año de í530, estando
el Emperador ausente destos reinos, la Emperatriz
nuestra señora mandó despachar sus reales cédulas al
arzobispo de Granada , y al Presidente y oidores , y á
losproprios moriscos, encargándoles y mandándoles
que diesen orden como se quitase aquel traje desho-
nesto y de mal ejemplo , y que las moriscas trajesen sa-
yas y mantos y sombreros como cristianas , acudieron
otra vez al Emperador, y le suplicaron mandase sus-
pender aquellas cédulas, representando los grandes in-
convenientes que habiá en la ejecución , la pérdida de
las rentas reales y el desasosiego del reino ; y ansí
mandó su majestad suspender los capítulos segunda
vez, hasta que viniese á España. No ponemos en este
lugar los capítulos, porque van adelante con la contra-
dicion que los moriscos hicieron á los que se hicieron
en la villa de Madrid , que fué todo una cosa , y resultó
de allí el rebelión deque trata esta historia.
CAPITULO III.
Cómo se quitó á los moriscos que no pudiesen servirse de esclavos
negros, y se les mandó á los que tenían licencias de armas
que las llevasen á sellar ante el capitán general.
En el año de nuestra salud 1560, estando ya retirado
á la contemplación de las cosas divinas el cristianísimo
emperador Jon Carlos nuestro señor en el monasterio
de Yuste , habiendo dejado el gobierno de todos sus es-
tados al católico rey don Felipe su hijo, segundo deste
nombre , en las primeras cortes que celebró en la ciu-
dad de Toledo elmesmo año, los procuradores de Cor-
tes , informados del daño que se seguía de que los mo-
riscos del reino de Granada tuviesen esclavos negros
de Guinea en su servicio , porque los compraban boza-
les para servirse dellos, y teniéndolos en sus casas, les
enseñaban la seta de Mahoma y los hacían á sus cos-
tumbres, y demás de perderse aquellas almas, crecía
cada hora la nación morisca, con menos confianza de
fidelidad , supHcaron á su mnjestad se los mandase qui-
tar; y á su pedimento se mandó que ningún morisco
tuviese esclavos negros en su casa ni en sus labores,
cometiendo la ejecución dello á las justicias ordinarias
del reino. Deste mandato se agraviaron todos en ge-
neral, diciendo que se tenia poca confianza dellos y de
su trato, y que en caso que se les hubiesen de quitar
los esclavos, había de entenderse solamente con los
hombres sospechosos, y no con toda la nación , donde
había muchos nobles que se trataban como cristianos y
se preciaban de serlo , estando emparentados con ellos,
y que no había causa ni razón para que les hiciesen un
agravio tan grande. Y su majestad, con acuerdo del
real Consejo, por una declaración que sobre ello se hi-
zo, mandó que no se entendiese lo proveído con las
personas particulares, de quien no se debía tener sos-
pecha, ni con los que estuviesen casados ó se casasen
con cristianas. Desto suplicaron segunda vez los moris-
cos del reino, diciendo que los esclavos negros eran el
servicio de sus casas y de sus labores , y era destruir-
los si se los quitaban ; y con grandísima instancia pi-
dieron que se entendiese la limitación con toda la na-
ción , sin eceptar personas , pues eran todos cristianos
y vasallos de su majestad. Luego acudieron á don Iñigo
López de Mendoza, conde de Tendilla, que ya era al-
caide de la fortaleza de la Alhambra y capitán general
del reino de Granada , en vida de don Luis Hurtado de
Mendoza , marqués de Mondéjar, su padre , que á la sa-
zón era presidente del consejo real de Castilla ; y po-
niéndole delante los beneíicíos que los naturales de
aquel reino habían recebído de sus antepasados , y los
servicios que la nación les había hecho, le suplicaron
que tomando la mano en aquel negocio, los favoreciese,
y procurase con su majestad la suspensión de aquel
capítulo de cortes , de que tanto daño les venía. El Con-
de les ofreció que haría lo que pudiese, como lo había
hecho siempre en las cosas que se les ofrecían, y ansí
lo hizo. Mas viendo aquella gente sospechosa que no
sucedía el negocio conforme á su deseo, entendiendo
que lo había tratado tibiamente , ó por ventura les ha-
bía sido contrario, comenzaron algunos dellos á des-
gustarse, procurando favorecerse de otras personas, y
hicieron revocar una merced que de pedimiento del
reino le había hecho su majestad en la renta de la farda,
de dos mil ducados de ayuda de costa en cada un año ;
y de aquí nació que también el conde de Tendilla les
diese poco gusto de su parte. Entraron luego los celos
de la división entre la Audiencia real y él sobre cosas
harto livianas, torciendo el entendimiento délas con-
cordias que estaban hechas y confirmadas por los Re-
yes , y trayéndolas cada cual á su opinión, no queriendo
tener igual y procurando conservar superioridad. Pre-
tendía el Audiencia por su parte quitar el conocimiento
de las causas al Capitán general, ó á lo menos emendar
lo que hacía. Estiraba él su cargo cuanto podía, y de
aquí vino á pasiones particulares, que redundaron des-
pués en daño de muchos que estaban bien descuida-
dos. Porque luego con voz de restituir al público con-
cejil lo que tenían ocupado algunos de la Audiencia y
otras personas del cabildo de la ciudad , se dio noticia
á su majestad, y se proveyó juez de términos contra
ellos; lo cual fué causa de echar á las vueltas algunos
moriscos de sus haciendas; gente encogida y miserable,
que viéndose desposeer de las heredades y tierras que
habían heredado, comprado ó poseído, no menos sen-
tían este gravamen que losotros. Demás desto, el conde
de Tendilla, viendo que se le habían desvergonzado y
•cobrado alas con otros favores , para tenerlos mas su-
jetos trató con el fiscal de la Audiencia real y con el
cabildo de la ciudad de Granada que pidiesen á su ma-
jestad confirmación de una cédula que el emperador
don Carlos había dado el año del Señor 1553, en que
mandaba que todos los moriscos del reino de Granada,
de cualquier estado y condición que fuesen , que tu-
viesen licencias para traer armas , las llevasen á regis-
trar ante el Capitán general , para que las mandase se-
llar, y que no las pudiesen traer ni tener de otra mane-
ra. Esta cédula se mandó luego confirmar en el Conse-
jo, con relación que algunos moriscos, so color de tener
licencias de armas , compraban mas cantidad de lasque
habían menester , y las vendían ó daban á los monfís y
hombres escandalosos. Y aunque hubo contradicion de
su parte , no les aprovechó , y fué tanto lo que lo sintie-
ron, que muchos dejaron de traer las armas por no
ponerse en aquella sujeción, y pocos fueron los que las
llevaron á registrar y sellar ; todos quedaron desconten-
tos , indinados y con poco sosiego. De allí adelante , ha-
biendo poca conformidad entre los superiores, menú-
iíiO LLIS DEL MAR
deaban queja'; ú su mnjpslofl, con que cansados los oí-
dos de los de su consejo, y él con ellos, las provisiones
no tuvieron cfeto , y salieron varias ó ningunas, per-
diendo con la importunidad el crédito, y se proveyeron
muchas cosas de pura justicia, que conforme á la cali-
dad de los tiempos so pudieran dilatar, ó llevar con
menos rigor.
CAPITULO IV.
Cómo se mnndó que los moriscos delincuentes no se acogiesen á
lugares de señorío ni gozasen de la inmunidad de la iglesia mas
de tres dias.
Estos mesmos dias las justicias y los concejos de los
lugares del reino de Granada que eran cabezas de par-
tidos informaron á los oidores y alcaldes de la Audien-
cia real como en los lugares de señorío se acogían y
estaban avecindados muchos moriscos que andaban
huidos de la justicia por delitos, y teniendo allí seguri-
dad, salían á saltear y robar por los caminos, y que los
señores cuyos eran los lugares los favorecían y ampa-
raban por tenerlos poblados, y desta manera crecía
el número de malhechores y habia poca seguridad en
la tierra , y convenia mandar que no los acogiesen y
que las justicias realengas entrasen á prenderlos donde
los hallasen. Pareciendo pues á la Audiencia que no
convenia que los delincuentes tuviesen aquella guari-
da, informaron sobre ello á su majestad en su real con-
sejo, y con él consultado , se mandó despachar provi-
sión para que los señores no recogiesen gente desta
calidad en sus pueblos, y las justicias realengas pudie-
sen entrarlos & prender donde quiera que los hallasen.
Habia muchos moriscos que habiendo sido perdonados
de.las partes, y estando sus negocios olvidados muchos
años habia, vivían en lugares de señorío y estaban ave-
cindados y casados en ellos. Estaban con alguna ma-
nera de quietud entendiendo en sus oficios y labores
del campo, y como los escríbanos comenzasen á revol-
ver papeles, buscando causas, y las justicias los apreta-
sen con rigor, perdiendo la confianza que tenían del
favor de l.os lugares de señorío , y viendo que tampoco
se podían entretener en las iglesias ni estar retraídos
mas de tres dias en ellas, porque así se habia proveído
también estos días, comenzaron á darse á los montes,
y juntándose con otros monfís y salteadores, cometían
cada dia mayores delitos, matando y robando las gen-
tes , y andando en cuadrillas armados y tan á recau-
do, que las justicias ordinarias eran ya poca parte para
prenderlos, por no traer gente de guerra consigo.
I.uego entro la duda de la competencia de jurisdicion
que dijimos, sobre si pertenecía al Capitán general,
í|ue solia hacer semejantes castigos por razón del ofi-
cio de la guerra , ó á las justicias , por ser negocio de
rigor de ley ; y al fin se cometió á las justicias, dando
facultad á don Alonso de Santillana , que á la sazón era
presidente en la audiencia real de Granada , y á los al-
<'aldes del crimen, para que á costa de los moriscos re-
cogiesen cierto número de gente á sueldo que andu-
viesen en seguimiento de los delincuentes, no exclu-
yendo en parte al Capitán general, sino que también él
prendiese y castigase. La Audiencia hizo dos cuadrillas
pequeñas de á ocho hombres cada una , que ni eran
bastantes para asegurar la tierra ni fuertes para resis-
rUOL CARVAJAL.
tira los monfís; y ansí se acrecentó con ellos el daño.
Porque por nuestros pecados el dia de hoy van los ne-
gocios mas enderezados al interés particular que al
bien público, y aunque la intención del Consejo Real fué
santa y buena, la sobrada diligencia y el modo de pro-
ceder fué dañoso , porque los alguaciles y escribanos,
que eran los ejecutores, queriendo enriquecer en esta
ocasión , no solo perseguían á los que entendían ser
culpados, mas aun molestaban á los que estaban quie-
tos y pacíficos en sus casas; y extendieron la codicia
tanto, que pocos moriscos había ya en el reino que no
los hallasen culpados. Con estas opresiones, siguién-
dolos también d capitán general por su parte y la In-
quisición y el Arzobispo, no teniendo donde poderse
guarecer en poblado, se dieron á los montes muchos
que hasía entonces no lo habían hecho. Ayudó también
por su parte la desorden de los soldados que se aloja-
ban en las alearías en las casas de los moriscos ; y de-
más de la costa ordinaria que les hacían , que era mu-
cha, usaban de las codicias y deshonestidades que la
licencia militar trae consigo cuando no precede el te-
mor de Dios; y por ventura, como después se entendió,
eran mas los delitos que ellos cometían que los delin-
cuentes que prendían. Desta manera fué creciendo el
mal con la medicina y el número délos monfís, muchos
de los cuales se recogían en la ciudad de Granada, y
metiéndose en el Albaicin, salían á saltear de noche,
mataban los hombres , desollábanles las caras , sacá-
banles los corazones por las espaldas y despedazábar-
los miembro á miembro; y de junto á los muros de la
ciudad y dentro captivaban las mujeres y los niños y los
llevaban á vender á Berbería. De aquí tomó principio
la esperanzado los ánimos escandalosos y ofendidos,
y estos mismos fueron instrumento principal del rebe-
lión, como se entenderá por el discurso desta historia.
CAPITULO V.
Cómo su majestad mandó hacer junta en la villa de Madrid sobre
la reformación de los moriscos, y se mandaron ejecutar los ca-
pítulos de la junta del año de 1ÍJ2G.
Como los moriscos anduviesen tan desasosegados y
acudiesen de hora en hora avisos á la ciudad de Gra-
nada de los daños que hacían , viviendo como moros y
comunicándose coo los moros de Berbería , don Pedro
Guerrero, arzobispo de Granada, yendo al concilio de
Trente , llevó tan á su cargo este negocio , que trató
del con muchas veras. Y papa Paulo III le encargó
que dijese de su parte al rey don Felipe nuestro señor,
que pusiese remedio como aquellas almas no se per-
diesen. Y en un sínodo que hizo, donde se juntaron los
obispos de Málaga, Guadix y Almería, sufragáneos al
arzobispado de Granada, se trató de lo que convenia
para que los nuevamente convertidos tratasen con in-
tegridad las cosas de la fe. Y hallando el remedio en la
ejecución de los capítulos de la junta de la capilla real,
informaron dello á su majestad , y él lo remitió á su
real consejo, presidiendo en él el licenciado don Diego
de Espinosa, que también era inquisidor general y
obispo de Sígüenz'a, y después fué cardenal en la santa
iglesia de Roma ; y habiendo visto las relaciones del
arzobispo y de los prelados, y que los remedios pasados
no habían aprovecliado mas que para un principio de
venganza , como es costumbre de los malos convertir
REBELIÓN Y CASTIGO DE LOS MORISCOS DE GRANADA.
las cosas que se procuran para su emienda en nuevos
géneros de delitos y ofensas, acordaron ante todas co-
sas que las provisiones que se hiciesen se ejecutasen
con elelo, sin admitir demandas ni respuestas. Y para
proveer en ello mandó su majestad el año de lb76 ha-
cer una junta en la villa de Madrid, en la cual inter-
vinieron el presidente don Diego de Espinosa, el du-
que de Alba , don Antonio de Toledo , prior de San
Juan; don Bernardo de Borea, vicechanciller de Ara-
gón; el maestro Gallo, obispo de Orihuela; el li-
fisnciado don Pedro de Deza, del consejo de la ge-
neral Inquisición; el licenciado Menchaca y el doctor
Velasco, oidores del Consejo Real y de la cámara; y to-
dos estos caballeros y letrados se resolvieron en que,
pues los moriscos tenian baptismo y nombre de cris-
tianos, y lo hablan de ser y parecer, dejasen el hábito y
la lengua y las costumbres de que usaban como moros,
y que se cumpliesen y ejecutasen los capítulos de la
junta que el emperador don Carlos habia mandado ha-
cer el año de 26 ; y ansí lo consultaron á su majestad,
encargándole la conciencia ; y para excusar importuni-
dades, no se publicaron hasta que los enviaron al pre-
sidente de Granada que los ejecutase. Pornémos en
este lugar los capítulos, y luego las contradiciones que
los moriscos hicieron , porque no quede cosa que el
lector pueda desear.
CAPITULO VI.
En que se contienen los capítulos que se hicieron en la junta
de la villa de Madrid sobre la reformación de los moriscos.
Primeramente se ordenó que dentro de tres años de
como estos capítulos fuesen publicados, aprendiesen
los moriscos á hablar la lengua castellana, y de allí ade-
lante ninguno pudiese hablar, leer ni cscrebir en pú-
blico ni en secreto en arábigo.
Que todos los contratos y escrituras que de allí ade-
lante se hiciesen en lengua árabe fuesen ningunos, de
ningún valor y efeto, y no hiciesen fe enjuicio ni fuera
dél , ni en virtud dellos se pudiese pedir ni demandar,
ni tuviesen fuerza ni vigor alguno.
Que todos los libros que estuviesen escritos en len-
gua arábiga, de cualquier materia y calidad que fue-
sen, los llevasen dentro treinta diasante el presidente
de la audiencia real de Granada para que los mandase
ver y examinar; y los que no tuviesen inconveniente, se
los volviese para que los tuviesen por el tiempo de los
tresaños, ynomas.
Cuanto á la orden que se habia de dar para que apren-
diesen la lengua castellana , se cometía al presidente y
al arzobispo de Granada , los cuales , con parecer de
personas práticas y de experiencia, proveyesen loque
les pareciese mas conveniente al servicio de Dios y al
hien de aquellas gentes.
Cuanto al hábito, se mandó que no se hiciesen de
nuevo marlotas, almalafas, calzas, ni otra suerte de
vestido de los que se usaban en tiempo de moros; y que
todo lo que se cortase y hiciese fuese á uso de cristia-
nos. Y porque no se perdiesen de todo punto los vesti-
dos moriscos que estaban hechos, se les dio licencia
para que pudiesen traer los que fuesen de seda ó tuvie-
sen seda en guarniciones, tiempo de un año, y los que
fuesen de solo paño, dos años ; y que pasado este tiem-
po, en ninguna manera trajesen los unos ui los otros
H-L
<C1
vestidos. Y durante los dos años, todas las mujeres que
anduviesen vestidas á la morisca llevasen las caras des-
cubiertas por donde fuesen, porque se entendió que por
no perder la costumbre que tenian de andar con los
rostros atapados por las calles, dejarían las almalafas y
sábanas, y se pondrían mantos y sombreros, como se
habia hecho en el reino de Aragón cuando se quitó el
traje á los moriscos dél. •
Cuanto á las bodas, se ordenó que en los desposorios,
velaciones y fiestas que hiciesen, no usasen de los ritos,
cerimonias, fiestas y regocijos de que usaban en tiempo
de moros, sino que todo se hiciese conformándose con
el uso y costumbre de la santa madre Iglesia , y de la
manera que los fieles cristianos lo hacían; y que en los
días de las bodas y velaciones tuviesen las puertas de
las casas abiertas , y lo mesmo hiciesen los viernes en
la tarde y todos los días de fiesta ; y que no hiciesen
zambras, ni leilas con instrumentos, ni cantares moris-
cos en ninguna manera , aunque en ellos no cantasen
ni dijesen cosa contra la religión cristiana ni sospe-
chosa della.
Cuanto á los nombres , ordenaron que no tomasen,
tuviesen ni usasen nombres ni sobrenombres de mo-
ros , y los que tenian los dejasen luego, y que las muje-
res no se alheñasen.
En cuanto á los baños, mandaron que en ningún
tiempo usasen de los artificíales, y que los que habia
se derribasen luego ; y que ninguna persona, de nin-
gún estado y condición que fuese, no pudiese usar de
los tales baños, ni se bañasen en ellos en sus casas ni
fuera del las.
Y cuanto á los gacis , se proveyó que los que fuesen
libres , y los que se hubiesen rescatado ó se rescata-
sen , no morasen en todo el reino de Granada , y dentro
de seis meses de como se rescatasen saliesen dél ; y
que los moriscos no tuviesen esclavos gacis, aunque
tuviesen licencias para poderlos tener.
Cuanto á los esclavos negros, se ordenó que todos
los moriscos que tenian licencias para tenerlos, las
presentasen luego ante el presidente de la real audien-
cia de Granada, el cual viese si los que las tenian eran
personas que sin impedimento ni otro peligro podían
usar dellas, y enviase relación á su majestad dello, para
que lo mandase ver y proveer ; y en el ínterin la perso-
na en cuyo poder se exhibiesen las licencias las detu-
viese , proveyendo en ello el Presidente lo que mas viese
que convenia.
Esta fué la resolución que se tomó en aquella junta,
aunque algunos fueron de parecer que los capítulos no
se ejecutasen todos juntos, por estar los moriscos tan
casados con sus costumbres, y porque no lo sentirían
tanto yéndoselas quitando poco á poco; mas el presi-
dente don Diego de Espinosa, fabricado de los avisos
que venían cada día de Granada, y abrazándose con la
fuerza de la religión y poder de un príncipe tan católi-
co, quiso y consultó á su majestad que se ejecutase»
todos juntos.
CAPITULO VIL
Cómo su mnjestad proveyó por presidente de la audiencia real
de Granada al licenciado don Pedro de Deza , y se le enviaron
los capítulos.
Luego proveyó su majestad por presidente de la an-
dleucia real de Granada al licenciado don Pedro de
11
1C2
LUIS DEL MARMOL CARVAJAL.
Deza , oidor de la general Inquisición, que lioy es car-
denal en la santa iglesia de Roma , natural de la ciudad
de Toro , y que iiabia sido uno de los de la junta de la
villa de Madrid , como queda dicho. El cual habiendo
recebido la cédula de su provisión en la villa de Madrid,
á 4 dias del mes de mayo del año de 1S66, á los 25
del estaba ya en la ciudad de Granada , y el mcsmo dia
que llegó se juntó el Acuerdo y tomó la posesión de
la presidencia. Luego le envió el presidente don Diego
de Espinosa los capítulos en forma de premútica, para
que con parecer del Acuerdo, comunicándolo también
con el arzobispo de aquella ciudad , los hiciese publi-
car y procediese en la ejecución dellos, sin embargo
de cualesquier contradiciones que se hiciesen de parte
de los moriscos , procurando primero algunos medios
para que sin mucho apremio se cumpliesen; y por otra
parte, su majestad mandó al presidente don Diego de
Espinosa que dijese á don Iñigo López de Mendoza,
marqués que era ya de Mondéjar , por muerte de don
Luis Hurtado de Mendoza, su padre, que aun estaba en
la corte, que fuese á hallarse presente á la publicación
de los capítulos , por si fuese menester dar calor con su
presencia. Luego como llegaron á Granada los capítu-
los, el Presidente los mandó imprimir secretamente,
para que hubiese copia que enviar á un mesmo tiempo
por todo aquel reino , porque se acordó que se prego-
nasen el primer dia del mes de enero luego siguiente,
por ser dia señalado , víspera de la fiesta que con gran
solenidad celebra aquella ciudad en memoria del dia
en que los Reyes Católicos la ganaron. Y mientras esto
se hacia, deseando que de los proprios moriscos, que
ya tenían noticia de lo que se trataba y le habían ha-
blado sobre ello, naciese alguna manera de consenti-
miento , hizo llamar á un Alonso de Horozco , canónigo
de la iglesia colegial de San Salvador del Albaicin, hom-
bre que tenia amistad y trato con los moriscos , porque
habia sido muchos años beneficiado en la Alpujarra , y
sabia muy bien la lengua arágiba, y le encomendó que
hiciese juntar los mas principales en la iglesia, y por
via de amistad les dijese que tenia aviso cierto como
su majestad, cansado de oír las quejas que de ordinario
le iban de los nuevamente convertidos de aquel reino,
diciéndole que eran moros y se trataban como moros, y
que la principal causa para no ser cristianos eran el há-
bito y la lengua morisca , y las otras costumbres y ce-
rimonias que tenían de tiempo de moros , habia tomado
resolución de mandar que lo dejasen todo; y que sien-
do ansí, seria cosa muy acertada que ellos lo pidiesen
con su comodidad, y por la orden que les estuviese me-
jor, porque gustaría dello y les agradecería su buen
deseo ; y que dejando aparte los inconvenientes que ha-
llaban en lo del hábito y la lengua , pidiesen que todas
las mujeres que se casasen y las niñas se vistiesen co-
mo cristianas; y no haciendo de nuevo ropas á la mo-
risca, fuesen gastando las que tenían hechas, y que
desta manera se iria dejando aquel traje, que con razón
debian aborrecer siendo cristianos, pues no era hones-
to, y se compadecía mal que las cristianas anduviesen
vestidas como moras ; y que asimesmo pidiesen que los
muchachos aprendiesen á hablar castellano, y se pu-
siesen escuelas para enseñarles á leer , y que lo mesmo
hiciesen los de mediana edad, y con los viejos se disi-
mulase , pues era cosa imposible poderlo hacer. Y
cuanto á los libros árabes, ellos mesmos hablan de hol-
gar que no los hubiese , pues siendo cristianos, como
lo profesaban, les era de ningún provecho tenerlos, y
muy escandaloso á las conciencias. Que dejasen las bo-
das y los otros regocijos y placeres que acostumbraban
hacer á la morisca por el ruin ejemplo y gran nota que
daban de sí, y por el daño que se les seguía gastando
sus haciendas mal gastadas, y por los escándalos y
deshonestidades que en ellas se hacían. Todo lo cual
habían de procurar ellos mesmos sin que se les man-
dase, y especialmente lo que tocaba á los baños artifi-
ciales, que estaba averiguado ser un vicio malo, de
donde resultaban muchos pecados en ofensa de Dios,
y una costumbre deshonesta para sus mujeres y hijas;
y les diesen á entender con su buen término que de-
jando todas estas cosas, y viendo que se trataban co-
mo los otros cristianos destos reinos, serian honrados,
favorecidos y respetados , y su majestad se serviria de
sus personas como de los otros sus vasallos, y vernian
adelante sus hijos y nietos á ser constituidos en hon-
ras y dignidades y en oficios de justicia y de gober-
nación, como lo eran los nobles y virtuosos del reino.
Estas y otras muchas cosas que el Presidente mandó
al canónigo Alonso de Horozco que les dijese, las dijo
á los mas principales del Albaicin ,que hizo juntar en
San Salvador ; mas ellos le respondieron que no osa-
rían tratar de semejante negocio, porque tenían por
cierto que los apedrearían. Viendo pues el canónigo la
sequedad con que le habían respondido , y parecién-
düle que por ventura no creían ser cierto lo que les ha-
bia dicho de la determinación de su majestad, por no
haberles dado autor cierto, fué aquel mesmo dia al
Presidente, y dándole cuenta de loque había pasado,
le pidió licencia para poderle dará él por autor; el cual
se la dio, y dende á dos dias volvió á juntar los moris-
cos en la mesma iglesia, y les declaró como lo que les
habia dicho habia sido por mandado del Presidente, y
como de nuevo le habia mandado qne les dijese como
su majestad quería que se ejecutasen los capítulos de
la junta del año de i 526, y que seria bien que ellos lo
pidiesen por la orden que viesen que les estaría mejor,
y que él les favorecería para que se hiciese con su co-
modidad; mas no por eso se quisieron allanar, y como
el canónigo les rogase que fuesen con él algunos dellos
á hablar al Presidente , tampoco lo quisieron hacer por
entonces.
CAPITULO vm.
Cómo se pregonaron los capítulos de la nueva premútica , y del
sentimiento que hicieron los moriscos.
Habiéndose acabado de imprimir la nueva premáti-
ca, el presidente don Pedro de Deza , con parecer del
acuerdo, mandó que se pregonase en la ciudad de Gra-
nada y en las otras de aquel reino, el i." dia del mes
de enero del año del Señor 1567. Este dia se junta-
ron los alcaldes del crimen de la real Chancillería,
y el Corregidor con todas las justicias de la ciudad, y
con gran solenidad de atabales, trompetas, sacabuches,
ministriles y dulzainas la pregonaron en las plazas y
lugares públicos de la ciudad y de su Albaicin. Luego
incontinente se mandó que las justicias hiciesen der-
ribar todos los baños artificiales, y se derribaron, co-
menzando primero por los de su majestad, porque los
REBELIÓN Y CASTIGO DE LOS MORISCOS DE GRANADA.
ÍC3
dueños de los otros no se agraviasen. ¿ Qué diremos del
sentimiento que los moriscos hicieron cuando oyeron
pregonar los capítulos en la plaza de Bib el Bonut, sino
que con saberlo ya , fué tanta su turbación, que ningu-
na persona de buen juicio dejara de entender sus da-
ñadas voluntades? Tanta era la ira que manifestaban,
provocándose los unos á los otros con cierta demos-
tración de amenazas. Decían que su majestad habia sido
mal aconsejado , y que la premática habia de ser causa
de la destruícion del reino; y queriendo descubrir con
mansedumbre sus fuerzas, antes de tomar las armas
con rústica fiereza, comenzaron á hacer juntas en pú-
blico y en secreto , dando por una parte materia de ha-
blar á los mozos con ejemplo de los mas viejos, que no
les era menor aquel yugo que la propria muerte; y por
otra parte acordaron que los principales resistiesen la
furia de aquel efeto, que ellos llamaban malaventura,
con fingida humildad, aprovechándose de la moral
prudencia para pedir suspensión ; y para ello nombra-
ron personas que informasen á su majestad y á los de
su consejo.
CAPITULO IX.
Cómo los moriscos contradijeron los capítulos de la nueva pre-
mática , y un razonamiento que Francisco Nuñez Muley hizo al
Presidente sobre ello.
Los moriscos de las ciudades, sierras y marinas y
Alpujarra enviaron luego como se pregonó la premá-
tica , á la ciudad de Granada á entender los ánimos de
los del Albaicin, y ver cómo lo hablan tomado. Y ha-
llándose todos conformes en una mesma voluntad, acor-
daron que se contradijesen por reino , y para ello acu-
dieron á Jorge de Bacza , su procurador general, y le
pidieron que en nombre de la nación pidiese suspen-
sión , como se habia hecho otras veces. Y antes de ha-
cer camino á la corte de su majestad , acordaron de ha-
blar al presidente don Pedro de Deza , y informarle de
palabra y por escrito , para ver si podrian ablandarle. A
esto fué un morisco caballero llamado Francisco Nuñez
Muley, que por edad y experiencia tenia mucha prá-
tica de aquel negocio, y lo habia tratado otras veces en
tiempo de los reyes pasados , el cual puesto delante del
Presidente, con la voz baja y humilde le dijo desta
manera :
«Cuando los naturales deste reino se convirtieron á
la fe de Jesucristo, ninguna condición hubo que les obli-
gase á dejar el hábito ni la lengua, ni las otras costum-
bres que tenian de regocijarse con sus fiestas, zambras
y recreaciones ; y para decir verdad, la conversión fué
por fuerza, contra lo capitulado por los señores Reyes
Católicos cuando el rey Abdilehi les entregó esta ciu-
dad ; y mientras sus altezas vivieron , no hallo yo, con
todos mis años, que se tratase de quitárselo. Después,
reinando la reina doña Juana, su hija, pareciendo con-
venir (no sé por cierto á quién), se mandó que dejáse-
mos el traje morisco; y por algunos inconvinientes que
se representaron, se suspendió, y lo mesmo viniendo á
reinar el cristianísimo emperador don Carlos. Sucedió
después que un hombre bajo de los de nuestra nación,
confiado en el favor del licenciado Polanco, oidor desta
real audiencia, á quien servia, se atrevió á hacer capí-
tulos contra los clérigos y beneficiados , y sin tomar
consejo con los hombres principales, que sabían lo que
convenia disimular semejantes cosas, los firmó de algu-
nos amigos suyos, y los dio á su majestad. A esto acu-
dió luego por los clérigos el licenciado Pardo, abad de
San Salvador del Albaicin , y á vueltas de su descargo,
informó con autoridad del prelado que los nuevamente
convertidos eran moros, y que vivían como moros, y
que convenia dar orden en que dejasen las costumbres
antiguas, que les impedían poder ser cristianos. El Em-
perador, como cristianísimo príncipe, mandó ir visita-
dores por todo este reino, que supiesen cómo vivían los
naturales del. Hízose la visita por los mesmos clérigos,
y ellos fueron los que depusieron contra ellos , como
personas que sabían bien la neguílla que habia quedado
en nuestro trigo ; cosa que en tan breve tiempo era im-
posible estar limpio. De aquí resultó la congregación
de la capilla real : proveyéronse muchas cosas contra
nuestros prevílegios, aunque también acudimos á ellas,
y se suspendieron. Dende á ciertos años, don Gaspar de
Avalos, siendo arzobispo de Granada , de hecho quiso
quitarnos el hábito, comenzando por los de las alearías,
y trayendo aquí algunos de Güéjar sobre ello. El presi-
dente que estaba en el lugar que está agora vuestra se-
ñoría, y los oidores dosla audiencia, y el marqués de
Mondéjar y el Corregidor se lo contradijeron , y paró
por las mesmas razones; y desde el año de 1540 se ha
sobreseído el negocio, hasta que agora los mesmos clé-
rigos han vuelto á resucitarlo, para molestarnos por
tantas vias á un tiempo. Quien mirare las nuevas pre-
máticas por defuera, pareceránle cosa fácil de cumplir;
mas las dificultades que traen consigo son muy gran-
des, las cuales diré á vuestra señoría por extenso, para
que compadeciéndose deste miserable pueblo, se apiade
del con amor y caridad, y le favorezca con su majestad,
como lo han hecho siempre los presidentes pasados.
Nuestro hábito cuanto á las mujeres no es de moros;
es traje de provincia como en Castilla y en otras partes
se usa diferenciarse las gentes en tocados, en sayas y
en calzados. El vestido de los moros y turcos, ¿quién
negará sino que es muy dife rente del que ellos traen ? Y
aun entre ellos mesmos diferencian ; porque el de Fez
no es como el de Tremecen, ni el de Túnez como el de
Marruecos , y lo mesmo es en Turquía y en los otros
reinos. Si la seta de Mahoma tuviera traje proprío, en
todas partes habia de ser uno; pero el hábito no hace
al monje. Vemos venir los cristianos, clérigos y legos
de Suría y de Egipto vestidos á la turquesca, con tocas
y cafetanes hasta en píes; hablan arábigo y turquesco,
no saben latín ni romance, y con todo eso son cristia-
nos. Acuerdóme, y habrá muchos de mi tiempo que se
acordarán, que en este reino se ha mudado el hábito di-
ferente de lo que solía ser, buscando las gentes traje
hmpío, corto, liviano y de poca costa, tiñendo el lienzo
y vistiéndose dello. Hay mujer que con un ducado anda
vestida, y guardan las ropas de las bodas y placeres para
los tales días, heredándolas en tres y cuatro herencias.
Siendo pues esto ansí, ¿ qué provecho puede venir á na-
die de quitarnos nuestro hábito, que, bien considera-
do, tenemos comprado por mucho número de ducados
con que hemos servido en las necesidades de los reyes
pasados? ¿ Por qué nos quieren hacer perder mas de tres
millones de oro que tenemos empleado en él, y destruir
á los mercaderes, á los tratantes, á los plateros y á
otros oficiales que viven y se sustentan con hacer ves-
Í64
ti(los,cnIznrlrt y jnyns & la morisca? Si docicntas mil
mujeres que liny en este reino, ó mas, se lian de vestir
de nuevo de pies ú cabeza, ¿qué dinero les bastará ? Qué
pérdida será la délos vestidos y joyas moriscas que ban
de desliacer y ecliar á perder? Porque son ropas cortas,
Iieclias de girones y pedazos , que no pueden aprove-
cbar sino para lo que son, y para eso son ricas y demu-
cba estima ; ni aun los tocados podrán aprovecbar, ni
el calzado. "Veamos la pobre mujer que no tiene con que
comprar saya, manto, sombrero y cbapines , y se pasa
con unos zaragüelles y una alcandora de angeo teñido,
y con unasábana blanca, ¿qué bará?¿De qué se vestirá?
¿De dónde sacarán el dinero para ello? Pues las rentas
reales, que tanto interesan en las cosas moriscas, donde
se gasta un número infinito de seda, oro y aljófar, ¿por
qué ban de perderse? Los bombres todos andamos á la
castellana, aunque por la mayor parte en bábito pobre:
si el traje liiciera seta, cierto es que los varones babian
de tener mas cuenta con ello que las mujeres , pues lo
oícanzaron de sus mayores, viejos y sabios. He oido de-
cir muclias veces á los ministros y prelados que se ba-
ria merced y favor á los que se vistiesen á la castellana,
y basta agnra, de cuantos lo ban becbo, que son mucbos,
ninguno veo menos molestado ni mas favorecido : todos
somos tratados igualmente. Si auno bailan un cucbi-
llo, écbanle en galera , pierde su bacienda en pedios,
en coliecbos y en condenaciones. Somos perseguidos
de la justicia eclesiástica y de la seglar; y con todo eso,
siempre leales vasallos y obedientes á su majestad,
prestos á servirle con nuestras baciendas, jamás se po-
drá decir que bayamos cometido traición desde el dia
que nos entregamos.
«Cuando el Albaicin se alborotó, no fué contra el Rey,
sino en favor de sus íirmas, que teníamos en veneración
de cosa sagrada. No estando aun la tinta enjuta, que-
brantaron los capítulos de las paces las justicias, pren-
diendo las mujeres que venian de linaje de cristianas,
para liacerles que lo fuesen por fuerza. Veamos, señor:
¿en las comunidades levantáronse los deste reino? Por
cierto, en favor de su majestad acompañaron al mar-
qués de Mondéjar y á don Antonio y don Bernardino
de Mendoza, susbermanos, contra los comuneros don
Hernando de Córdoba el Ungi, Diego López Aben Axar
y Diego López Hacera, con mas de cuatrocientos bom-
bres de guerra de nuestra nación, siendo los primeros
que en toda España tomaron armas contra los comune-
ros. Y don Juan de Granada, bermano del rey Abdilebi,
también fué general en Castilla de los reales, trabajó y
opaciguó lo que pudo, y bizo lo que debia á buen va-
sallo de su majestad. Justo es pues que los que tanta
lealtad ban guardado sean favorecidos y bonrados y
aprovecbados en sus baciendas, y que vuestra señoría
los favorezca, bonre y aprovecbe, como lo han hecho
los predecesores que lian presidido en este lugar.
«Nuestras bodas, zambras y regocijos, y los placeres
de que usamos, no impide nada al ser cristianos. Ni sé
cómo se puede decir que es cerimonia de moros; el
buen moro nunca se bailaba en estas cosas tales, y los
nlfaquís se salían luego que comenzaban las zambras á
tañer ó cantar. Y aun cuando el rey moro iba fuera de
la ciudad atravesando por el Albaicin, donde había mu-
cbos cadís y alfaquís que presumían ser buenos moros,
mandaba cesar los instrumentos basta salir á la puerta
LL'IS DEL MARMOL CARVAJAL.
de Elvira, y les tenia este respeto. En África ni en Tur-
quía no hay estas zambras; es costumbre de provincia,
y si fuese cerimonia de seta, cierto es que todo había
de ser de una mesma manera. El arzobispo santo tenia
mucbos alfaquís y meftís amigos, y aun asalariados,
para que le informasen de los ritos de los moros, y si
viera que lo eran las zambras, es cierto que las quitara,
óá lo menos no se preciara tanto dellas, porque hol-
gaba que acompañasen el Santísimo Sacramento en las
procesiones del dia de Corpus Cbristi, y de otras solem-
nidades, donde concurrían todos los pueblos á porfía
unos de otros, cual mejor zambra sacaba, y en la Alpu-
jarra, andando en la visita, cuando decía misa cantada,
en lugar de órganos, que no los habia, respondían las
zambras, y le acompañaban de su posada á la iglesia.
Acuerdóme que cuando en la misa se volvía al pueblo,
en lugar de Dominus vobiscum, decía en arábigo Ybo-
ra ficun, y luego respondía la zambra.
»Menos se hallará que alheñarse las mujeres sea ce-
rimonia de moros, sino costumbre para limpiarse las
cabezas, y porque saca cualquier suciedad dellas y es
cosa saludable. Y si se ponían encima agallas, era para
teñir los cabellos y hacer labores que parecían bien.
Esto no es contra la fe, sino provecbnso á los cuerpos,
que aprieta las carnes y sana enfermedades. Don fray
Antonio de Guevara, siendo obispo de Guadíx, quiso
hacer trasquilar las cabezas de las mujeres de los na-
turales del marquesado del Cénete, y rasparles la alhe-
ña de las manos ; y viniéndose á quejar al Presidente y
oidores y al marqués de Mondéjar, se juntaron luego
sobre ello, y proveyeron un receptor que le fuese á no-
tiíícar que no lo hiciese , por ser cosa que bacía muy
poco al caso para lo de la fe.
wVeamos, señor : hacernos tener las puertas de las ca-
sas abiertas ¿de qué sirve ? Libertad se da á los ladrones
para que hurten, á los livianos para que se atrevan á
las mujeres, y ocasión á los alguaciles y escríbanos para
que con achaques destruyan la pobre gente. Sí alguno
quisiere ser moro y usar de los guadores y cerimonias
de moros, ¿no podrá hacerlo de noche? Sí por cierto;
que la seta de Mahoma soledad requiere y recogi-
miento. Poco hace al caso cerrar ó abrir la puerta al
que tuviere la intención dañada ; el que hiciere lo que
no debe, castigo hay para él, y á Dios nada es oculto.
))¿ Podráse pues averiguar que los baños se hacen por
cerimonia? No por cierto. Allí se junta mucha gente,
y por la mayor parte son los bañeros cristianos. Los
baños son minas de inmundicias; la ceremonia ó rito
del moro requiere limpieza y soledad, ¿Cómo han de ir
abacería en parte sospechosa? Formáronse los baños
para limpieza de los cuerpos, y decir que se juntan allí
las mujeres con los hombres, es cosa de no creer, por-
que donde acuden tantas, nada habría secreto; otras
ocasiones de visitas tienen para poderse juntar, cuanto
mas que no entran hombres donde ellas están. Baños
hubo siempre en el mundo por todas las provincias, y
sien algún tiempo se quitaron en Castilla, fué porque
debilitaban las fuerzas y los ánimos de los bombres para
la guerra. Los naturales deste reino no han de pelear,
ni las mujeres han menester tener fuerzas, sino andar
limpias : si alh no se lavan , en los arroyos y fuentes y
rios, ni en sus casas tampoco lo pueden hacer, que les
está defendido, ¿dónde se han de ir ú lavar? Que aun
REBELIÓN Y CASTIGO DE LOS MORISCOS DE GRANADA.
para ir á lo«; bnnos naturales por vía de medicina en sus
enfermedades les ha de costar trabajo, dineros y pér-
dida de tiempo en sacar licencia para ello.
«Pues querer que las mujeres anden descubierlas las
caras, ¿qué es sino darncasion á que los hombres ven-
gan á pecar, viendo la hermosura de quien suelen afi-
cionarse? Y por el consiguiente las feas no habrá quien
se quiera casar con ellas. Tápanse porque no quieren
ser conocidas, como hacen las cristianas : es una hones-
tidad para excusar iiiconvinientes, y por esto mandó el
Rey Católico que ningún cristiano descubriese el rostro
á morisca que fuese por la calle, so graves penas. Pues
siendo esto ansí, y no habiendo ofensa en cosas de la fe,
¿porqué han de ser los naturales molestados sobre el
cubrir ó descubrir de los rostrus de sus mujeres?
» Los sobrenombres antiguos que tenemos son para
que se conozcan las gentes; que de otra manera per-
derse han las personas y los linajes. ¿Deque sirve que
se pierdan las memorias? Que bien considerado, au-
mentan la gloria y ensalzamiento de los Católicos Re-
yes que conquistaron este reino. Esta intención y vo-
luntad fué la de sus altezas y del Emperador, que está
en gloria ; para estos se sustentan los ricos alcázares
de la Alhambra y otros menores en la mesma forma
que estaban en tiempo de los reyes moros, porque siem-
pre manifestasen su poder por memoria y trofeo de los
conquistadores.
» Echar los gacis deste reino , justa y santa cosa es;
que ningún provecho viene de su comunicación á los
naturales; mas esto se ha proveído otras veces, y ja-
más se cumplió. Ejecutarse agora no deja de traer in-
conviníente, porque la mayor parte dellos son ya natu-
rales, casáronse , naciéronles hijos y nietos, y tiénenlos
casados ; y estos tales seria cargo de conciencia echar-
los de la tierra.
«Tampoco hay inconvinienle en que los naturales
tengan negros. ¿Estas gontes no han de tener servicios?
¿han de ser todos iguales? Decir que crece la nación
morisca con ellos, es pasión de quien lo dice , porque
habiendo informado á su majestad en las cortes de
Toledo que había mas de veinte mil esclavos negros
en este reino en poder do naturales, vino á parar en
menos de cuatrocientos , y al presente no hay cien li-
cencias para poderlos tener. Esto salió también de los
clérigos, y elloá han sido después los abonadores de
los que los tienen, v los que han sacado interese
dello.
«Pues vamos á la lengua arábiga, que es el mayor
iaconviniente de todos. ¿Cómo se ha de quitar alas
gentes su lengua natural, con que nacieron y se criaron?
Los egipcios, surianos, maltesesy otras gentes cristia-
nas, en arábigo hablan, leen y escriben, y son cristia-
nos como nosotros; y aun no se hallará que en este
reino se haya hecho escritura , contrato ni testamento
en letra arábiga desde que se convirtió. Deprenderla
lengua castellana todos lo deseamos, mas no es en ma-
nos de gentes. ¿Cuantas personas habrá en las villas y
lugares fuera desta ciudad y dentro della , que aun su
lengua árabe no la aciertan á hablar sino muy diferen-
te unos de otros, formando acentos tan contrarios, que
en solo oír hablar un hombre alpujarreño se conoce de
qué taa es? Nacieron y criáronse en lugares pequeños,
donde jamás se ha hablado el aljamia ni hay quien la
entienda, sino el cura ó el beneficiado ó el snrri tan,
y estos liablim siempre en arábigo: dificultoso será y
casi imposible que los viejos la aprendan en lo que les
queda de vida , cuanto mas en tan breve tiempo como
son tres años, aunque no hiciesen otra cosa sino ir y
venir á la escuela. Claro está ser esle un artículo in-
ventado para nuestra deslruicion, pues no habiendo
quien enseñe la lengua aljamia, quieren que la apren-
dan por fuerza, y que dejen la que tienen lan sabida, y
dar ocasión á penas y achaques , y á que viendo los na-
turales que no pueden llevar tanto gravamen, de mie-
do de las penas dejen la tierra, y se vayan penlidos á
otras partes y se hagan monfíes. Quien esr.o ordenó
con fin de aprovecliar y para remedio y salvación de
las almas, entienda que no puede dejar de redundar
en grandísimo daño, y que es para mayor condenación.
Considérese el segundo mandamiento, y amando al
prójimo, no quiera nadie para otro lo que no querría
para sí; que si una sola cosa de tantas como á nosotros
se nos ponen por premática se dijese á los cristianos
de Castilla ó del Andalucía, morirían de pesar, y no sé
loque sellarían. Siempre los presidentes destaaudien-
cía fueron en favorecer y amparar este miserable pue-
blo: si de algo se agraviaban, á ellos acudían , y reme-
diábanlo como personas que representaban la persona
real y deseaban el bien de sus vasallos ; eso mesmo es-
peramos todos de vuestra señoría. ¿Qué gente hay en
el mundo mas vil y baja que los negros de Guinea? Y
consiénteseles hablar, tañer y bailar en su lengua, por
darles contento. No quiera Dios que lo que aquí he di-
cho sea con malicia , porque mí intención ha sido y es
buena. Siempre he servido á Dios nuestro señor, y á la
corona real, y á los naturales deste reino, procurando
su bien; esta obligación es de mi sangre, y no lo puedo
negar, y mas há de sesenta años que trato dcstos nego-
cios ; en todas las ocasiones he sido uno de los nombra-
dos. Mirándolo pues todo con ojos de misericordia, no
desampare vuestra señoría á los que poco pueden, con-
tra quien pone toda la fuerza de la religión de su par-
te; desengañe á su majestad, remedie tantos males co-
mo se esperan, y haga lo que es obligado á caballero
cristiano ; que Dios y su majestad serán dello muy ser-
vidos, y esle reino quedará en perpetua obligación.»
CAPITULO XI.
De lo que el Presidente respondió á ios morisfos, ycrtmn avisó á
su majestad dello, y de algunas cosas que cunvenia proveerse.
Oído el razonamiento de Francisco Nuñez Muley, el
Presidente le respondió que todo cuanto él pudieso
hacer para que los vasallos de su majestad no fuesen
molestados , lo haría ; y que si algunas justicias les hi-
ciesen algún agravio ó les llevasen dineros mal lleva-
dos, acudiesen á él, porque luego lo remediaría y cas-
tigaría con rigor. Que lo que su majestad quería dellos
era que fuesen buenos cristianos, en todo semejantes á
los otros cristianos sus vasallos , y que haciéndolo ansí,
ternian causa de pedirle mercedes, y él razón de ha-
cérselas; mas que tuviesen por cierto que la nueva
premática no se había de revocar, pues era tan santa
y justa, y había sido hecha con tanta deliberación y
acuerdo. Que sí alguna cosa había en ella de que po-
derse agraviar, se lo dijesen ; porque en lo que él pu-
diese darle declaración . lo liariu de muy buena volun-
J66
LUIS DEL MARMOL CARVAJAL.
tad ; y en lo que no pudiese darla, enviaría á consultarlo
luego con su majestad, y procuraría el remedio con
toda brevedad. Que fuera desta orden no gastasen sus
liaciendas al aire, ni enviasen A la corle sobre ello;
porque las razones que daban se babian dado otras
veces y no eran bastantes para que por ellas se revoca-
se la premática; porque en lo que tocaba á la lengua,
estaba cometido al arzobispo de Granada y á él, para que
lo proveyesen por la vía que mejor pareciese convenir,
y así lo harían; y en lo del hábito, estaba el remedio
en la mano , deshaciendo las ropas moriscas , y hacien-
do dellas sayas , faldellines y sayuelos al uso de las cris-
tianas, y desta manera no se perdería tanto como de-
cía; y que los maestros y oficiales que hacían vestidos
y joyas ala morisca podían también hacerlo á la cas-
tellana , y los mercaderes y tratantes tener el mesmo
trato que tenían. Y como le replicase que no estaban
examinados, y que los almotacenes les llevarían la pe-
na, le respondió que desde luego les daba licencia pa-
ra que los pudiesen cortar y hacer, aunque no estuvie-
sen examinados; y que en lo que tocaba á las mujeres
pobres, se pediría á su majestad que de limosna les
mandase dar sayas y mantos, y andando vestidas como
cristianas, cesaría el inconviniente que decía de las
justicias ; y al fin concluyó con decirle resolutamente
que su majestad quería mas fe que farda, y que precia-
ba mas salvar una alma que todo cuanto le podían dar
de renta los moriscos nuevamente convertidos , porque
su intención era que fuesen buenos cristianos, y no
solo que lo fuesen , mas que también lo pareciesen,
trayendo á sus mujeres y hijas vestidas como andábala
Reina nuestra señora , y que por su parte en nengun
tiempo los favorecería para que, siendo cristianos, tra-
jesen á sus mujeres vestidas como moras. Con estas y
otras muchas razones despidió el Presidente á este mo-
risco aquel día , y siendo informado que querían enviar
á la corte á Jorge de Baeza á hacer contradicion en
nombre del reino , le hizo llamar y le mandó que por
ninguna vía fuese á tratar de aquel negocio, porque su
majestad no gustaría dello ; y que si alguna cosa pre-
tendían , lo pidiesen por petición, y se proveería en lo
que hubiese lugar, y en lo demás se consultaría con su
majestad. Luego se mandó pregonar por toda la ciudad
que todos los maestros y oficiales de cosas moriscas que
quisiesen hacerías á la castellana , lo hiciesen libre-
mente, aunque no estuviesen examinados por los vee-
dores, y que no les llevasen penas ni achaques por ello.
Que los que quisiesen examinarse, los examinasen sin
llevarles interés por el examen ; y que los tejedores de
almalafas , almaizares y cortinas , y de otras cosas mo-
riscas, dentro de cierto término acabasen las obras que
tenían comenzadas, y de allí adelante no hiciesen otras
de nuevo , sino que guardasen el tenor de la premáti-
ca. Y porque había muchos que tenían tiendas arren-
dadas para sus tratos y oficios , y empleado su caudal
en ropas y cosas moriscas , y cesando , como había de
cesar, el trato dellas, no podían pagar los alquileres de
vacío , mandó llamar los dueños dellas, y les rogó que
las tomasen en sí , y diesen por libres de los arrenda-
mientos á los moriscos , los cuales holgaron de hacer-
lo. Mandóles avisar que todas las cuentas que tenían
en arábigo se feneciesen y acabasen dentro de un año,
porque de allí adelante , guardando la premática , no
habían de leer ni escrebir mas en aquella lengua, sino
en la castellana. Ordenóse alas justicias que si pren-
diesen algunas mujeres sobre el hábito y traje , las re-
prehendiesen y amonestasen dos y tres veces antes de
llevarías á la cárcel; y si algunas prendían, mandaba
luego soltarlas sin costas; y en todo el primer año no
consintió que se ejecutase pena que viniese á su noti-
cia. Y porque los alguaciles ordinarios hacían dema-
sías, señaló personas que con menos rigor lo hiciesen,
mandándoles respetar y hacer cortesía á las moriscas
que encontrasen vestidas á la castellana. Y por carta de
27 de febrero dio aviso á su majestad, y le informó de
lo que había pasado con los moriscos , y del estado en
que estaban sus negocios, y lo que le parecía deberse
proveer para atajar los males y daños que los monfíes
salteadores hacían en aquel reino, certificando que era
el mayor inconviniente para la quietud y seguridad del,
especialmente de los lugares de la costa de la mar,
adonde acudían bajeles de Berbería, que con la indus-
tria y favor que les daban, hacían grandísimos daños.
En esta conformidad se informó por acuerdo y por ciu-
dad, cada uno por su parte, fundando el remedio mas
en legalidad que en fuerza , pidiendo que se cometiese
á los alcaldes de la real Audiencia, sin que en ello, por
ser negocios de justicia, se entremetiese el Capitán Ge-
neral , á cuyo cargo solamente habían de estar los pre-
sidios de los lugares de la costa. También informaron
como los moriscos del Albaicín avisaban que se ve-
nían á meter con ellos muchos moriscos forasteros, y
pedían que hubiese alguna gente pagada á su costa que
rondase de noche, tanto por la seguridad de sus per-
sonas y haciendas, como para que los malhechores fue-
sen presos y castigados. Lo cual todo visto en el real
Consejo , y consultado á su majestad , se respondió al
presidente don Pedro de Deza , por carta de 30 de mar-
zo, que estaba bien la respuesta que había dado á los
moriscos que le habían ido á hablar; y en cuanto á lo
que decía de las mujeres pobres, que no tenían de que
vestirse como cristianas , su majestad les hacía mer-
ced que del dinero procedido de dos casas de baños de
su real patrimonio , que se habían desbaratado y ven-
dido aquellos días en el Albaicín, se comprasen paños
y añascóles con que vestirlas, y les diesen oficiales
que les hiciesen ropas á uso de cristianas, sin llevarles
hechura , como en efeto se hizo. Y que en cuanto á la
seguridad de los lugares de la costa de la mar, ya su
majestad había mandado venir suficiente número de
galeras para la guardia della, y se proveería gente de
guerra, que con asistencia del Capitán General la guar-
dasen, y con esto cesarían los daños que hacían los
monfíes y salteadores ; y también él por su parte prove-
yese de manera que cesasen por los medios que pare-
ciesen mas convenientes. Y en lo que tocaba á la ciu-
dad , parecía no ser necesario hacer mas prevención
que tener gran cuenta los alcaldes de chancíllería y las
justicias ordinarias, con rondar de noche, repartiendo
entre sí el tiempo y horas y los cuarteles, de manera
que en todas partes y en cualquiera hora de la noche
se rondase , creciendo , sí pareciese necesario , el nú-
mero de los alguaciles y de la gente que había de andar
con ellos ; y porque parecía que en el Albaicín impor-
taría mas la ronda, se pondrían dos alguaciles acom-
paaados de mas gente que los otros, ayudando para es-
REBELIÓN Y CASTIGO DE LOS MORISCOS DE GRANADA.
167
te gasto y para lo demás los moriscos, como decía que
Jo habian prometido ; y que con esto, no habiendo co-
mo no habia que temer otro movimiento ni alteración,
estaría bien proveído, sin hacef provisiones de mas
costa ni sonido, para excusar los daños que se podían
hacer de noche. Y en cuanto á los moriscos forasteros
que decían que se metían á vivir en el Albaicín, lo pro-
veyesen allá como pareciese, y se enviase relación al
Consejo de lo que se hiciese.
CAPITULO XII.
De lo que el marqués de Mondéjar informó 3 su majestad
acerca de los capítulos que se mandaban ejecutar.
Estuvo el marqués de Mondéjar algunos días en la
corte , después que el presidente don Diego de Espinosa
le habló, procurando como hacer que se suspendiese el
efeto de los capítulos que tanto sentían los moriscos
del reino de Granada ; y en las relaciones que hacia se
quejaba de que se hubiese tomado resolución precisa
en negocio tan grave y de tanta consideración sin pe-
dirle su parecer, como se había hecho siempre con los
capitanes generales de aquel reino , ansí por la confian-
za que dellos se tenía, como por la prática y experiencia
que tenían de las cosas del ; y no los contradicieiido,
representaba los inconvinientes que traía consigo la
ejecución dellos, diciendo lo muclio que convenía que
en el despacho de las provisiones que para el efeto se
hubiesen de hacer hubiese mucha brevedad, por los
inconvinientes que de la dilación podrían resultar , los
males que habría en el reino , y los daños inreparables
que se seguirían si los moriscos venían á desvergonzar-
se, por tener los turcos tan á la mano en los lugares
marítimos de Berbería, con navios y gente, y ser el pa-
saje tan breve de su costa á la nuestra, que podrían
atravesar en poco espacio de tiempo , y venir donde
habia grandísimo número de enemigos de las puertas
adentro, todos moriscos, gente liviana, amigado no-
vedades , sospechosos en la fe y en la lealtad que como
buenos vasallos debían á su majestad como á rey y se-
ñor natural, en tanta manera, que con razón se podría
presumir y temer dellos cualquiera alteración, espe-
cialmente con la ocasión presente. Decía mas, que
aunque el celo de las personas con cuya intervención
y consejo se habían hecho los capítulos era santo y
bueno, las cosas de aquel reino no estaban en estado
que de su parecer se hiciese novedad , experimentando
hasta dónde llegaba la lealtad de los moriscos. Y en
caso que su majestad resolutamente mandase que se
ejecutasen , convendría que se le diese cantidad de
gente con que tenerlos enfrenados de manera que no se
alborotasen , como temía que lo habian de hacer , sin-
tiendo terriblemente aquel yugo; y que sin esto, su
ida en aquel reino seria de poco efeto, teniendo tan
poca gente como tenia, y tan falta de todas las cosas
necesarias. A estas y otras muchas razones que el mar-
qués de Mondéjar daba, don Diego de Espinosa le res-
pondió que la voluntad de su majestad era aquella y que
se fuese al reino de Granada , donde seria de mucha
importancia su persona, atrepellando, como siempre,
todas las dificultades que le ponían por delante. Ver-
daderamente fué cosa determinada de arriba para des-
arraigar de aquella tierra la nación morisca. Hepresen-
tábaseles á los del Consejo lo que el marqués de Mon-
déjar decía; y aunque tenía otros avisos y sospechas,
no estando ciertos el cómo y cuándo sería, dudosos,
temiendo por una parte y dificultando por otra , juz-
gaban ser muy necesario el remedio con brevedad ; mas
tenían gran confianza en que las provisiones hechas á
las justicias y la gente del Capitán General seria bas-
tante, por ser los moriscos gente vil, desarmados, fal-
tos de iridustría , de fortalezas , no asegurados de so-
corro ; y por estas razones no se proveyó á las preten-
siones del marqués de Mondéjar mas que mandarle
que se fuese luego á Granada con acrecentamiento de
solos trescientos soldados extraordinarios, que pusiese
en los lugares de la costa donde le pareciese , y que la
visitase y residiese en ella cierto tiempo del año.
CAPITULO XIII.
De algunas cosas que el presidente de Granada proveyó estos dias,
y cómo los moriscos se agraviaron dellas.
Acercábase ya el tiempo en que las moriscas habian
de dejar las ropas que tuviesen seda , que era el postrer
día de diciembre del año de 1S67. El presidente y el arzo-
bispo de Granada ordeníPron á los curas y beneficiados
de las iglesias de los lugares de los moriscos de todo el
reino , que en la misa mayor del día de año nuevo les
avisasen dello para que supiesen que de allí adelante no
las podían traer, y se ejecutaría la pena de la premá-
tíca; y que asímesmo empadronasen todos los niños y
niñas hijos de moriscos que habia en Granada, desde
edad de tres años hasta quince , para ponerlos en es-
cuelas donde aprendiesen la lengua y la doctrina cris-
tiana. Pregonóse también que todos los moriscos de la
Vega y del Valle y de las Alpujarras que habían entrá-
dose á vivir en Granada con sus casas y familias, salie-
sen luego fuera, y volviesen á poblar los lugares, so
pena de la vida. Estas cosas quisieron contradecir los
moriscos, y juntándose algunos dellos, acudieron lue-
go al Presidente , creyendo que les podría hacer algún
favor, y con mucho sentimiento le dijeron que, sien-
do , como eran , vasallos de su majestad , y pudiendo vi-
vir libremente en cualquiera parte del reino , se les ha-
cia agravio en mandarles que no viviesen dentro de
Granada; que no era cosa nueva venirse los de las al-
earías á vivir á la ciudad, ni los de la ciudad salirse á
morar á las alearías; y que asímesmo habian sabido
como estaba mandado á los curas que les empadrona-
sen sus hijos para llevárselos á Castilla ; que por amor de
Dios los favoreciese de manera que no se les hiciesen
tantos agravios y molestias. Y él les respondió que mi-
rasen muy bien lo que decían, pues veían cuan justa
cosa era que los moriscos forasteros volviesen á vivir á
sus casas , porque de otra manera seria despoblar la
tierra; que á ellos les estaba bien volverse, pues era
cierto que los que se habian metido en la ciudad eran
de los honrados y mas pacíficos, y como tales tenían
obligación á estar en sus lugares , para que no sucediese
algún desorden entre la gente inquieta y desasosega-
da. Que en lo que tocaba á los niños, no era mas que
dar orden como fuesen enseñados y doctrinados en la
fe; y porque habiendo su majestad mandado que cesase
el uso de la lengua arábiga á los hombres de treinta
años arriba , que se ei^tendia que no podían dejarla tan
fácilmente, se les prorogaría el término; y para los
niños y mozos era bien que hubiese escuelas donde
i68
aprendicsenlaicnguayla doctrina cristiana; que supie-
sen que los maestros no les liabian de llevar nada por
ensenarlos, antes se daría orden como' fuesen pagados
ú cosía de su majestad. Que si los empadronaban á to-
dos, era porque se viese los que faltaban , y para que sus
padres y madres tuviesen cuidado de enviarlos á la es-
cuela y diesen cuenta dellos; porque como los maes-
tros y maestras no les hablan de llevar interés, podrían
descuidarse. Que considerasen bien lo que se hacia, y
lo tuviesen en mucho , pues se tenia tan particular cui-
dado de lo que tocaba á su bien y á la salvación de sus
almas; y que, como les habia dicho otras veces, la in-
tención de su majestad era , haciendo lo que eran obli-
gados, servirse dellos en paz y en guerra, y aprovechar-
los en las cosas eclesiásticas y seglares , sin hacer dife-
rencia dellos á los otros cristianos sus vasallos. Por tan-
to, que se animasen unos á otros y diesen muestras de
crisliaudad con obras; y en lo demás perdiesen cuida-
LUIS DEL MARMOL CARVAJAL.
do , porque él lo ternia siempre de favorecer sus cosas.
Y como los moriscos, á quien no fallaban réplicas, di-
jesen que habia entre ellos mtichos pobres que no po-
drían tener sus hijos efi escuelas, porque estaban pues-
tos á oficios y aprendían y ayudaban á sustentar á sus
padres, y les servían, no teniendo ni habiéndoles jue-
dado otro servicio, les respondió que no tuviesen pe-
na , porque él lo comunicarla con el Acuerdo, para que
se diese alguna buena orden, de manera que los ni-
ños aprendiesen y sus padres consiguiesen lo que pre-
tendían, no dejando de aprender oficios y ayudarles
con su trabajo, como decian. Y con esto se salieron
no menos confusos que la otra vez , viendo lo poco que
les aprovechaban sus pláticas , aunque entendimos des-
pués de algunos dellos, que siempre tuvieron esperan-
za que con la sospedia de que se hablan de levantar,
aplacaría aquel rigor y se suspenderla la preraática.
LIBRO TERCERO.
CAPITULO PRIMERO.
Cómo flftn Juan Enriqucz y con él algunos moriscos principales
fueron á la corte sobre la suspensión de la premállca.
Los moriscos pues acordaron todavía de enviar estos
dias á la corte sobre estos negocios, sin embargo de lo
que el presidente don Pedro de Deza les habla dicho.
Y porque para cosa de tanta importancia convenia que
fuese persona de calidad, á quien diese su majestad
grata audiencia, pidieron con mucha instancia á don
Juan Enriquez el de Baza, que después fué mayordomo
de la Reina nuestra señora, que lo aceptase en nombre
del reino , como aquel que sabia bien cuánto importaba
ú la quietud y sosiego de los naturales del que no se
ejecutase la premálica; el cual procuró excusarse, por
entender que el Presidente estorbaba por todas las vías
posibles que nadie fuese á importunar sobre ello á su
majestad; y don Enrique Enriquez, su hermano, que
tenia lugares poblados de moriscos , le aconsejó que por
ninguna manera lo dejase de hacer , pues conocía los
ánimos de aquellas gentes, y sabia cuan mal recebian
aquellas opresiones, y los inconvinientes que se podrían
recrecer dellas. Finalmente, fué á la corte, y sin dar
parte de su ida al Presidente, llevó consigo dos moris-
cos de buen entendimiento, llamados Juan Hernández
Mofadal, vecino de Granada, y Hernando el Habaquí,
alguacil de Alcudia, lugar de lajurísdicionde la ciudad
de Guadix, con poderes del reino; mas ya cuando lle-
garon el Presidente luibia escrito á su majestad y al
cardenal don Diego de Espinosa , diciendo como por
liaberse encargado don Juan Enriquez de favorecer á
los moriscos en aquel negocio, se habían inquietado y
andaban alborotados, estando ya llanos en el cumpli-
miento de la premática. Siendo pues avisado don Juan
Enriquez de lo que el Presidente habia escrito , dio
parte á don Antonio de Toledo , prior de San Juan, del
negocio & que iba y de las causas que le movían á ello,
para que supiese de su majestad si seria servido le in-
formase; y siéndole dada audiencia , le dijo en nombre
del reino , como habiéndose pregonado la nueva pre-
mática y mandado ejecutar, se habían escandalizado
los moriscos , parecíéndoles que no se podría cuniplir.
Que suplicaba á su majestad considerase como en tiem-
po que habia mejor comodidad las habia mandado sus-
pender el cristianísimo Emperador su padre, por ser
1 )s inconvinientes muchos y tan grandes , que conven-
dría mandar que se mirase mucho en ello ; y que como
fiel vasallo habia encargádose de aquel negocio, enten-
diendo que con venia á su real servicio que se su pen-
diesen, á lo menos en lo del traje y lengua , que era lo
quemassentian los nuevamente convertidos. Dicho es-
to , le dio un memorial de todo lo que tenía que decir en
este particular de palabra; y el Rey lo tomó en sus ma-
nos, y le dijo que él habia consultado aquel negocio con
hombres de ciencia y conciencia , y le decian que estaba
obligado á hacer lo que hacia; que veria su memorial,
y proveería en él lo que mas conviniese al servicio de
Dios y suyo. Después desto dijo el prior don Antonio
á don Juan Enriquez que su majestad mandaba que acu-
diese al cardenal Espinosa , porque él le daría resolu-
ción en su negocio. El cual acudió á él , y apartándole
en un aposento, mandó que le leyese su secretario el
memorial que había dado, y después de leído , le dijo :
«Su majestad ha mandado hacer la premática con
acuerdo de muchos hombres reli^iíosos que le encargan
la conciencia sobre ello , diciéndole que aquellas almas
son á su cargo, y que son moros y viven como moros;
y para remedio desto no se ha hallado otro mejor me-
dio que el que se ha tomado; y maravillóme mucho
que una persona de tanta calidad como vuestra merced
haya querido ponerse en hacer por ellos ; porque en-
tendiendo que se movía para venir á esta corte, han
tomado alas y puéstose en contradecir lo que estaba ya
llano.» A esto respondió don Juan Enriquez que te-
ner la calidad que decía le habia hecho tomar la mano
en cosa que tanto importaba al servicio d'e su majestad
y al bien de aquel reino ; porque sí los hombres de su
calidad no lo hacían, ¿quién habia que mejor lo pudie-
se hacer? Y el Cardenal le replicó que era verdad,
REBELIÓN Y CASTIGO DE LOS MORISCOS DE GRANADA.
mas que hnhia de ser en cosa de mas justificación. Que
el negocio de la premática esfaba determinado , y su
majeslad resoluto en que se cumpliese ; y así , le pare-
cía que se podria volver á su casa, y no tratar mas del.
Con lodo eso informó don Juan Enriquez á todos los
del consejo de Estado, y dio á cada uno dellos su me-
morial, representándoles los inconvinientes que traía
consigo la ejecución de la nueva premática. Y aunque
el duque de Alva y don Luís de Avila , comendador ma-
yor de Alcántara, y otros, eran de parecer que se so-
breseyese por algún tiempo, á lo menos que se fuese
ejecutando poco á poco, jamás pudieron persuadir al
cardenal Espinosa á ello.
CAPITULO 11.
Cómo los moriscos fueron con el memorial remitido al presidente
de Granada , y lo que pasaron cou él.
Otro dia salió el memorial decretado, que acudiesen
al presidente don Pedro de Deza. Y dejando de tratar
mas de aquel negocio don Juan Enriquez, se volvió á
su casa, y los moriscos que habían ido con él tomaron
lo decretado y lo llevaron á Granada. Y volviendo
otra vez á suplicar al Presidente por el remedio, les di-
jo que lo que liabian pedido á su majestad era que
mandase revocar la premática, y que no era cosa que
se podía hacer , porque se había hecho por su bien y
para su salvación. Que mirasen bien en ello , y halla-
rían que era la cosa que mas habían de desear ; pues
era cierto que andando vestidos y tratándose como
los otros cristianos del reino, no habría en que diferen-
ciarse los unos de los otros, y sus mujeres andarían
mas honradas. Que se juntasen ellos mesmos , y confi-
riesen y tratasen entre sí la mejor orden que se podía
dar en lo tocante á la ejecución , para que no fuesen
molestados , cohechados ni robados , y diesen sus de-
claraciones de la manera que les parecía que se podría
mejor cumplir lo uno y lo otro ; que él también pensa-
ría en ello por su parte, y lo que acordasen se lo lleva-
sen por escrito, para que de allí se tomase el mejor me-
dio. Mas aunque después se tornaron á juntar y trata-
ron de algún medio , no les pareció que era bien pedir
cosa en particular, antes volvieron á casa del Presi-
dente, y le dijeron que pues su majestad le había co-
metido aquel negocio, proveyese lo que en ello se había
de hacer. Y desahuciados ya del, comenzaron á revol-
ver algunos jofores ó pronósticos que tenían ; y disimu-
lando unos, otros mas atrevidos, que tenían menos que
perder, comenzaron á convocar rebelión. Pongamos
primero los jofores traducidos á la letra de arábigo, y
después diremos la orden que tuvieron para convocar-
se, y el secreto que guardaron en ello.
CAPITULO III.
En que se contienen los pronósticos ó ficciones que los moriscos
del reino de Granada tenían cerca de su liberrad.
Tenían los moriscos de Granada ciertos jofores ó
pronósticos, ó por mejor decir, unas ficciones, que de-
bieron hacer algunos gramáticos árabes para consuelo
de los espectanles cuando nuestros cristianos hubie-
ron acabado de conquistar aquel reino, en los cuales
ponían alguna manera de confianza á los rtisticos ig-
norantes, haciéndoles creer los que les leian que sería
infalible lo que allí se contenia; y porque esta vana con-
1C9
I lianza les causó harta parte de su desasosiego , los po-
I nomos en este lugar á la letra , tales como fueron tra-
I ducidos por el licenciado Alonso del Castillo, traductor
¡ del santo oficio de la Inquisición de Granada , y por su
I mandado. El cual nos dijo que los había hallado mal
escritos, porque los que los habían trasladado de los
origínales no debieron de entenderlos bien , y así es-
taban varios , y no correspondían ni conformaban en
las sentencias, y aun del sugeto y materia dellos parer
cia estar torcidos á voluntad de los desconsolados v
afligidos moros, que se veían despojados de su libertad y
de su tierra. La lengua árabe es tan equívoca, que mu-
chas veces una mesma cosa, escrita con acento agudo
ó luengo, significa dos cosas contrarias; y lo mesmo
hace estando escrita con un acento y con una ortogra-
fía en diversas oraciones ; y no es de maravillar que los
moriscos , que no usaban ya de los estudios de la gra-
mática árabe, sino era á escondidas, Ieyese»y enten-
diesen una cosa por otra. Finalmente los juicios ó jofo-
res que les engañaron fueron tres : los dos primeros se
hallaron entre unue libros árabes que estaban en el
santo oficio de la Inquisición de Granada, y el tercero
halló un soldado en la cueva que dicen de Gastares, en
la Alpujarra. Los cuales, de la manera que fueron tra-
ducidos, son como se sigue :
PRONÓSTICO ó FICCIÓN QUE SE DALLÓ EN INOS LIBUOS ÁRA-
BES EN EL SANTO OFICIO DE LA INQUISICIÓN DE LA CIUDAD
DE GRANADA.
Con el nombre de Dios misericordioso y piadoso.
Este es el metro divino que compuso mi señor Zayd el
Guerguali , que Dios perdone, y dice así : a¡ Oh cuanto
há que aguardo lo prometido en las profecías acerca de
lo que el verdadero Profeta prometió, y Dios tiene pro-
veído! Lo cual le fué revelado, no por lengua de gen-
tes, y se lo declaró; y no faltará letra de la providen-
cia de nuestro buen Dios, y será como él lo dice. De
la novena generación quiero hablar , por quien el legis-
lador rogó muchas veces á Dios que hubiese piedad;
cuya oración oyó Dios, y ha parecido. ¡Oh varones! quie-
ro especificar lo que el Profela adivinó de la isla encer-
rada entre los mares, que es la isla del Español, cuyo
juicio ha parecido por su dicho y por dichos de pro-
fetas y varones, escrito todo maravillosamente por adi-
vinación antigua , en lo cual se ha tenido la ley y en
el dicho de Ali, que declaró lo que había de ser hasta
agora, y todos lo han tenido , y íes ha parecido que es
lo que Odeifa anunció y por él está divulgado , y ansi-
mesmose lee por autoridad de Zahabe y de Daniel,
porque en lo que Ali dijo no hay duda ; á él dan crédito
todas las gentes, y del se han leído grandes hazañas
que han acaecido como él lo dijo. El cual, hablando del
poniente y de la Andalucía en sus profecías, dijo que
sin duda la habían de poseer los descreídos; y esto es
cierto haber sido ansí, y todos lo han visto , así los de
buen juicio, como los que tienen advertencia en lo que
pasa. Pues el año 96 se tornará á conquistar cumpli-
damente, y todas sus ciudades se poblarán , alzando en
ellas un príncipe; y antes que esto se quiera comen-
zar, con parecer del común todos los ciudadanos irán
á poblar los campos, y sembrarán la tierra , y la sazón
será cuando pareciere un cometa anunciador del bien
y libertad. Asosegarúnse los alborotos, y los de Meca
no-
LUIS DEL MARMOL CARVAJAL.
saldrán , y vendrá el enemigo de los crueles de las tier-
ras del Haraje , que son en el levante en los reinos del
Yámen, y conquistará la tierra de Ceuta, Alcázar y
Tánger, y la tierra de los negros , y con grandes ejér-
cllos de turcos bajará al poniente, y conquistará á sus
moradores, señores injustos é infieles, que adoran
muchos dioses; y volverá todo el reino á la sujeción
del mensajero de Dios, y la ley será ensalzada, y la
generación de los que adofan un solo Dios poseerá á
Gibraltar , que fué dellos su origen y entrada, y á ellos
ha de volver. Y en la sucesión décima se cumplirá nues-
tra dicha, y lo que hubiere en ella de trabajos será de
losjudíos. Grandes infortunios vendrán á la casta mal-
dita judaica y álos que adoran las imagines; y gran-
des misterios habrá en el poniente y en las tierras del
Cinh en el levante, y en las tierras de Azasate, y con
Vitoria y exaltación se excluirá todo escándalo. De
allá de Taíior, que son tierras en levante , y de la pro-
vincia del Xem , ha de venir el conquistador á la forta-
leza de las Damas , y vendrán con él grandes capitanes
de bárbaros, el Xerife, Eidar, Zaide<el Moreno, Yahaya
el Earid, y Abdul Ceiem, que con su brazo desnudo se
mostrará entre todas las gentes. Y el castigo de Gra-
nada será historia admirable, porque en alboroto de
guerra quedarán sus casas asoladas por el hierro que
se hará en ella con mentira y engaño, hasta venir á
punto de muerte la generación de los naturales , por
mandado de los descreídos. Y cuando venciere el vino
los juicios de los gobernadores, entonces mandarán
asolar las alearías, y al cabo todas las gentes se aten-
drán á hacer paces. En estas paces, grandes pueblos y
fortalezas-se perderán por traición, y en año 92 y 93 se
verán grandes comunidades entre dos partes. Málaga
se perderá totalmente; y no será ella sola, sino todas
las ciudades, porque el levantamiento de las honras
hace perder los reinos ; y los que no se rigen con pru-
dencia, acompáñalos toda tristeza y pesar. En esta
comunidad de guerra de gentes faltará la fe , y la ley
será desamparada; los hombres sabios vendrán áser
escarnio de todos, y ocuparse han los gobernadores en
sacar las gentes de sus pueblos y en asolar los luga-
res con perder los pechos, sin poder ofender la África,
dejándola atrás. Y luego incontinente tras desto suce-
derá á los infieles guerra , y en el reino de Granada no
ífuedará pueblo. Y en el año largo crecerá la discordia,
y serán muy pocos en número los que escaparen de tra-
bajo y abatimiento, y habrá muertes ; y el trono y Vito-
ria del poniente aguardadlo de los africanos, porque lo
que el verdadero Profeta dijo , necesariamente se ha de
ver en las gentes : «Huirán de los poblados; y cuando er-
rare el hijo desobediente, serán buenos los viajes; y
cuando el término de Dios allegare de noche antes que
de dia, se aparejará la mar para que corran por ella los
navios sin peligro.» Y lo que Dios reveló no faltó ni
faltará. Los climas de los cristianos serán rompidos
de la ley de los moros; y cuando reinare el encorvado,
siempre irá en diminución, y vendrán los negros á
conquistar á Ceuta, y las tierras de Murcia, y la forta-
leza de las Palomas la labrarán los judies. Los turcos
caminarán con sus ejércitos á Roma, y de los cristia-
nos no escaparán sino los que se torauren á la ley del
Profeta ; los demás serán cativos y muertos. Esta vuelta
será forzosameute en ponieate y al mediodía y en las
tierras de los negros, y parecerá este suceso por todos
los reinos , y de la tierra del Tibar saldrán conquista-
dores contra los descreídos.)) Y dice mas: «Oh sierra de
Taríc, tu entrada y conquista es la verdadera estrena.»
Habéis de entender en esto, que en Ceuta, y en Tánger,
y en los alcázares, y en todas sus comarcas, de nece-
sidad no quedará rama , y serán conquistadas. Y que
la isla de 'España y Málaga se tornará á labrar y edifi-
car con esta vuelta, y será dichosa con la ley de los
moros , y que á Vélez y Almuñécar les será abajada la
soberbia que tienen en la herejía , y á Córdoba sus vi-
cios y pecados ; y que harán callar su campana los
almuédanos, de pura necesidad; y por el consiguiente
serú expelida la herejía de Sevilla , y se remediará la
destruicion que hubo en ella en tiempo de su pérdida,
con la aparencia de los fieles; y se cumplirá la profe-
cía del profeta Daniel , que dijo que se habia de liber-
tar después de perdida por un rey tirano ; y vimos su
salida : plega á Dios se verifique en ella lo dicho. Dijo
Dios allísimo en su divino libro : «¿Por ventura no ha-
béis visto á los cristianos vencer en el cabo de la tier-
ra, y después de haber vencido, ser ellos vencidos pro-
pincuamente en pocos días ?» De Dios es este juicio;
antes y después fueron los creyentes gozosos en la Vi-
toria ; él es el que ayuda á quien es servido , y no fal-
tará de la promesa de Dios un punto. La primera de las
señales que habrá en esta profecía , oh varones , será
una muy grande señal, que parecerá un cometa muy
grande en medio del cielo, que dará mucha luz, y des-
pués della ganará el rey de los turcos una ciudad con
su gente y rey. Y después desto muy cerca poseerá
la isla grande de Rodas, la cual, poseída por los moros
perpetuamente, habrán otras Vitorias los cristianos,
que es de las grandes señales que habrá desto. Y acu-
dirán sus ejércitos y crecientes por la Andalucía, hasta
tanto que pensarán dar fin á sus moradores , y de es-
panto muchos se volverán á su ley. Mas después desto
se levantará entre ellos un amigo de verdad , el cual
les aconsejará que se alcen con la ley de Dios ; y en-
tonces vendrá la creciente de los turcos sobre los cris-
tianos y sobre toda ciudad, lugar y fortaleza; y habrá
acerca desto tres levantamientos. El primero será de
abatimiento y pérdida ; el segundo será de engaño y
mentira, que los porná en el punto de la muerte; el
tercero de honra y gracia, puerta y entrada para ga-
nar todas las ciudades y reinos. Y será tan grande este
rompimiento que harán los turcos sobre los cristianos,
que entrarán y conquistarán todos sus reinos y ciuda-
des, desde el mar de Dallan hasta el de Marcad, y no
quedará mas memoria dellos ni se oirán sino sus llan-
tos ; y desta manera se perderá esta isla con su gente,
y laconquista della bajará, y manará como la lluvia de
las nubes , y cualquier señor será esclavo. Dios altísi-
mo nos deje ver esta sucesión, que es el alto dador. Y
dijo mas el autor sobre esto : «Cuando el tiempo te es-
pantare con los enemigos , y te hiriere la conciencia y
disensión de tus amigos , y te comprehendiere el temor
por todas partes, advierte en el artificio de nuestro
Dios, cómo acudirá con lo que deseas de libertad muy
propincua , y empezarán á parecer los luceros y estre-
llas de ventura , y te vendrán mensajes de descanso y
de albricias.» Por tanto, no desesperes.; que en lo se-
creto y mas oculto de la providencia de Dios hay gran-
REBELIÓN Y CASTIGO DE LOS MORISCOS DE GRANADA.
il\
des maravillas y secretos ; y si entre tanto tu corazón se
deshiciere con miedo, y no te parecieren señales de lo
que esperas ni oyeres nuevas del amigo que esperas,
di ansí : «Olí mi Dios, dame la misericordia de tu mano
y ten compasión de mí ;» que en esto hay maravilloso se-
creto; porque, ¡ohcuantosnegocioshayque confunden
los corazones, y sucede después en alegría y descanso!
Muchos trabajos, después de bien encumbrados, traje-
ron tras sí quietud y reposo ; y cuando la escuridad de
la noche viene, se descubren estrellas y parecen luce-
ros. Por tanto esperad en Dios y procurad su gracia, y
recebid alegremente de su mano lo qiie os hubiere ya
proveído, y decid , estando conformado con su volun-
tad : Recibo de tí, mi Dios, lo que me has ordenado,
Diosmio, que eres el sabidor de las cosas futuras.»
Hasta aquí decía literalmente este pronóstico ó fic-
ción, que, como dijimos, fué hallado entre unos libros
árabes que estaban en el santo oficio de Granada ; y el
componedor parece alegar por autor á un morabito lla-
mado Cidi el Guerguali, natural de Guergala, ciudad de
Libia, de adonde los almorabidas ó morabitines vinie-
ron cuando conquistaron en Berbería , y después en
España; y según ^rece , es una recopilación de todas
las cosas que se contienen en la zuna , ó teología árabe,
cerca de la conquista que aquellas gentes hicieron en
nuestra Andalucía, alegando autoridad desde lo que es-
cribieron Alahabar , Caabi, Odeifa, Alí, y otros Halifas
de los de la seta de los morabitos, que, como dijimos,
en nuestra África tienen muchas opiniones diferentes
de las de los legistas de la seta de Mahoma , no embar-
gante que á todos los abraza un mesmo nombre y seta
generalmente.
SEGUNDO PRONÓSTÍCO Ó FICCIÓN, QUE TAMBIÉN FUÉ HALLA-
DO EN LOS LIBROS QUE HABÍAN SIDO RECOGIDOS EN EL
SANTO OFICIO DE GRANADA.
Con el nombre de Dios piadoso y misericordioso.
Léese en las divinas historias que el mensajero de Dios
estaba un dia asentado, pasada la hora de la oración que
se hace al mediodía , hablando con sus discípulos , que
están todos aceptos en gracia , y á la sazón sobrevino
el hijo de Abí Talid y Fátima Alzahara , que están asi-
raesmo aceptos en gracia, y asentándose par del, le di-
jeron : «¡Oh mensajero de Dios! haznos saber cómo ha
de quedar el mundo á tu familia en fin del tiempo, y
cómo se ha de acabar. » El cual les dijo : « El mundo se
ha de acabar en el tiempo que hubiere la gente mas
perversa y mala ; y presto habrá generación de mi fa-
milia en una isla en los últimos confines del poniente,
que se llamará la isla de la Andalucía , y serán los últi-
mos moradores della de mi familia , que son los huér-
fanos de la familia desta ley y la última sucesión della.
Dios se apiade dellos en aqueste tiempo, » Y diciendo
esto se le hinchieron los ojos de lágrimas, y dijo : «Son
los perseguidos, son los atribulados, son los destrui-
dores de sí mesmos, son los afligidos, de quien Dios
dijo : —No hay lugar que perezca, que no sea por nues-
tra permisión. — Léase hasta el cabo toda la zuna lo
que acerca de esto hay escrito, en lo cual alude Dios
soberano á esto que he dicho ; y esto será por el olvido
que terna la gente de la Andalucía de las cosas de la
ley, siguiendo sus aficiones y deseos, amando mucho al
muüdo y desamparando las oraciones, defendiendo las
limosnas y negándolas , y atendiendo solamente á la
lujuria y á los alborotos y muertes; y porque entre ellos
crecerá el mentir, y el menor no reverenciará al mayor,
ni el mayor se compadecerá del menor, y crecerá entre
ellos la sinrazón, la sinjusticia y los juramentos falsos.
Y los mercaderes comprarán y venderán con logro y
con falsedad y engaño en lo que vendieren y compraren,
todo por cudicia de alcanzar el mundo; cudiciando
acrecentar las haciendas y guardarlas, sin parar mieu-
tes cómo lo adquieren , y lo que tienen , si lo han ad-
quirido bien ó mal.» Y diciendo esto, se le hinchieron
otra vez los ojos de lágrimas y lloró, y todos juntamente
lloramos á su lloro. Y después dijo : «Cuando parecie-
ren en esta generación estas maldades , sujetarlos ha
Dios poderoso á gente peor que ellos , que les dará á
gustar cruelísimos tormentos , y estonces pedirán so-
corro alosmas justos dellos, y no se lo darán; y enviará
Dios sobre ellos quien no se compadezca del menor ni
haga cortesía al mayor, porque cada cual hade ser con-
denado por su culpa y ha de padecer su castigo. Jamás
hemos visto que haya permanecido logro en ninguna
generación, ni engaño en compras y ventas, pesos y
medidas, que Dios altísimo haya dejado de castigarlo,
defendiendo ó deteniendo el agua de sobre la haz de la
tierra. No ha permanecido ni extendídose la lujuria,
sin que les haya enviado fenecimiento y muerte; y ja-
más ha permanecido en alguna familia logro en las com-
pras y ventas, y juramentos falsos en la ambición y so-
berbia, que Dios todopoderoso no los haya castigado
con diversos géneros de enfermedades endemoniadas.
Jamás parecieron en ninguna familia muertes malas y
públicos homicidios, sin que Dios los sujetase y entre-
gase en manos de sus enemigos; jamás pareció en nin-
guna gente la obra de la familia de Lot, sin que Dios
los castigase, envíándoles destruiciones y hundimiento
de sus pueblos ; jamás pareció en familia alguna la po-
ca caridad y misericordia , y el poco temor de Dios en
cometer todo mal y ofensa, sin que Dios los castigase
con no oír sus oraciones y plegarias en sus tribulacio-
nes y fatigas; porque cuando parece el pecado en la tier-
ra , envía el Señor soberano el castigo que debe tener
desdeelcielo. Yno maldice Diosa ninguno de los de mi
familia hasta que ve perdida la misericordia entre ellos,
ni castiga á su siervo en este mundo con mayor mal que
la dureza de su corazón ; y así , cuando se endurece el
corazón del hombre , su Dios le maldice , y no oye su
demanda ni ha misericordia del. Y cuando mas enojado
estará Dios con sus siervos , será cuando se querrá acer-
car el juicio; y esto por el exceso de sus vicios, por el
olvido que ternán del bien, y por ir apartados del caini-
no de la verdad.» Y á esto lloró, y dijo : «Dios se apia-
de dellos en esta isla, cuando parecieren en ellos estos
vicios y pecados, y dejaren de hacer y cumplir los conse-
jos del Alcorán; porque los mas dellos en aqueste tiem-
po, so color de devoción y religión, buscarán el mundo
y se vestirán de pellejos humildes de ovejas, y sus len-
guas serán mas dulces que la miel ni el azúcar, mas sus
corazones serán de lobos y sus hechos de hombres vi-
les y malvados; y por ellos les enviará Dios su castigo,
y no oirá sus oraciones, porque dan favor á la injusti-
cia, y no entrarán en el colegio de mi familia los injus-
tos damnificadores perpetuamente. Y el que se sonrie-
re en faz de algún injusto, ó le hiciere lugar donde se
172
LUIS DEL MARMOL CARVAJAL.
siente, ó le ayudare ó diere favor para hacer mal, cier-
tamente rasga el velo de la salvación de su garganta.
Y si algiin rey tiranizare en su tierra y no guardare jus-
ticia á sus subditos, mostrará Dios sobre él en su rei-
no diminución en los panes, en las frutas y en todos los
demás bienes ; y cuando juzgare con verdad y con jus-
ticia , y no hubiere en su reino crueldad ni injusticias,
enviará Dios allísimo su bendición en su reino y fami-
lia, y en todo bien habrá aumento. Y ansí , cuando en
esta isla pareciere en la gente della la injusticia y el
desamparo de la verdad y la iníidelidad , y reinare la
soberbia y traiciones , haciendo mal á los huérfanos,
tiranizanúo en sus tratos, saliendo de los preceptos de
la misericordia de Dios y obedeciendo al demonio , si-
guiendo los vicios , atestiguando con mentira y false-
dad, humillándose á los ricos y ensoberbeciéndose con
Ls pobres, por la dureza de su corazón y soberbia, y su
habla fuere dulce y la obra amarga , entonces les en-
viará Dios su castigo.» Y ú esto lloró otra vez, y dijo :
«Por la misericordia de Dios y grandeza de sus nom-
bres, si no fuese por las palabras de la confesión de que
no hay otro Dios sino Dios, y que yo soy Mahoma, su
mensajero , y por el amor que Dios me tiene, él envia-
rla sobre ellos su castigo en todo extremo y rigor. » Y
lloró mas agrámente , y dijo : «¡Oh mi Dios! habed mi-
sericordia dellos;» repitiendo estas palabras tres veces.
«Mas por esto enviará Dios sobre ellos gobernadores
crueles, y tan perversos, que les tomarán sus hacien-
das sin razón, liaeerlos han sus cativos, mataránios, y
meterlos han en su ley , haciéndoles que adoren con
ellos las imagines de los ídolos, y les harán comer con
ellos tocino ; y sirviéndose dellos y de sus trabajos , los
atormentarán tanto, hasta hacerles echar la leche que
mamaron por las puntas de las uñas de los dedos , y
vernán á tanta opresión en este tiempo , que pasando
alguno por la sepultura donde estuviere su hermano ó
su amigo enterrado, dirá : ¡Oh, quién estuviera yacon-
tigo ! Y perseverarán en esto hasta venir á perder to-
da la coníianza de poderse salvar en la ley de salvación,
y los mas dellos vernán en desesperación y renegarán
de la ley de la verdad.» A esto lloró mas gravemente, y
dijo : «Apiadarse ha Dios soberano dellos con su mise-
ricordia , y volverles ha el rostro misericordioso, mi-
rándolos con ojos de clemencia , piedad y compasión;
y esto será cuando mas se encendiere en ellos la pon-
zoña de sus enemigos, cuando vinieren á quemar mu-
chos delloscon fuego ardiendo, ansí hombres como mu-
jeres, y niños de tierna edad, y viejos ancianos, y cuan-
do los sacaren y desterraren de sus pueblos; á esta sazón
sealborotarán losángeles en loscielos, y todos con gran-
de ímpetu irán ante el acatamiento de Dios, y le dirán:
¡ Oh nuestro Dios ! unos de la familia de vuestro ami-
go y mensajero Mahoma se están abrasando en el fue-
go, siendo vos el poderoso vengador. Y á esto enviará
Dios poderoso quien los socorra, y los sacará deste
grandísimo mal y castigo.» Y á esto lloró Alí, que está
acepto en gracia, y todos juntamente lloramos con él.
Y le dijo : «¿En qué año enviará Dios este socorro y re-
mediará sus corazones atribulados?» Al cual respondió
en esta manera : «¡Oh Alí! será esto en la isla de la An-
dalucía, cuando el año entrare en ella en el dia del sá-
bíido; y la señal que habrá desto es que enviará Dios
una nube de aves , y en ella parecerán dos aves seña-
ladas , que la una será el ángel Gabriel y la otra el án-
gel Miguel, y será el origen de líis demás aves de tier-
ras de los papagayos, las cuales darán á entender la ve-
nida de los reyes de levante y de poniente al socorro de
esta isla de la Andalucía, con señal que primero aco-
meterán á los primeros del poniente. Y si hablaren
aquestas aves, dan á entender que á la parte que ha-
blaren habrá grande alboroto de guerra en el poniente,
y á todos sucederán temores grandes y alborotos. Ha-
brá escándalos y comunidades entre la ley de los mo-
ros y la ley de los cristianos , y volverá todo el mundo
á la ley de los "moros; mas será después de grande
aprieto. Este año habrá muchas nieblas, pocas aguas,
los árboles llevarán muchos frutos , los agostos del pan
serán mas abundantes en los montes frios que en las
costas, y las abejas henchirán sus colmenas en este año
bendito. » Hasta aquí es la letra deste jofor.
TERCERO PRONÓSTICO Ó JOPOR QUE FUÉ HALLADO
EN LA CLEVA DE GASTARES.
Con el nombre de Dios piadoso y misericordioso.
Las alabanzas sean á Dios solo, que no hay otro sino él.
Este es un juicio sacado del dicho^el mensajero que
Dios santificó y salvó, llamado Taúca el Hamema , que
quiere decir pecho de la paloma , comparando su com-
posición y elegancia á la hermosura de las colores del
pecho de la paloma ; y dice desta manera : « Dejad de
contar las burlas y los atavíos preciosos y las dignida-
des; no olvide vuestra memoria la muerte, que la vida
se va concluyendo ; vuestras culpas son mas graves que
los montes; convertios á Dios, y no os durmáis; que
amaneceréis sepultados entre las penas. Dejad de con-
tar los ricos verjeles de los edificios suntuosos y de las
damas coronadas y arreadas, y traed á vuestra memoria
los alborotos del dia del juicio y la furia del infierno y
sus incendios. En aquella hora precederán estas seña-
les : movimiento y temblor de tierra , espanto y terror
grandísimo, y otras señales que los humanos no pueden
declarar. El que mas habló deltas fué Odeifa , y son
mas de setenta las que dijo haber oído decir al guiador
profeta de Dios , de las cuales son ocho las mas nota-
bles, y las otras menores que las siguen. Preguntaron
muchos al escogido por todas ellas, y él les declaró al-
gunas de las nombradas, de las cuales dijo ser : la apa-
rencia del mensajero de Dios, el descendimiento de la
una en el verjel de Tuhema después de salir el sol hen-
dido. Estas son las señales del juicio, de quien el Alco-
rán alega y habla, y las demás semejantes son muchas,
y el día de hoy notorias en este mundo, mas aparentes
que la luz resplandeciente. Dijo el escogido que le se-
guía la nube : — Cuando vieres las mujeres ir tras los
hombres pidiéndolos sin empacho ni vergüenza , y ra-
beando como las muías de lujuria; cuando creciere el
logro y lo mal ganado en los hombres , y tomaren por
ley la lujuria y los homicidios, y multiplicare la desobe-
diencia de hijos á padres ; cuando vieres abatido al buen
creyente y ser los sabios perseguidos hasta venir á ser-
vir á los malos ; cuando vieres poblados todos los en-
cuentros de tu casa de lo ilícito y mal ganado; cuando
tu suegro te viniere á ser mas cercano pariente que tu
hermano legítimo, y desamparares á tu hermano y
obedecieres á tu amigo ; cuando vieres la madre caduca
ganar con sus hijas entre los hombres, y salir el hijo de
REBELIÓN Y CASTIGO DE LOS MORISCOS DE GRANADA.
la oberlienria de sus padres y obedecer á su mujer en
todo negocio ; cuando vieres las pinturas en los tem-
plos y las mujeres darse á las costumbres pravas y vicios
malos; cuando vieres los hombres de religión vivir en
ricos y suntuosos edificios, y crecer los soberbios mal-
hechores y diminuirse el número de los justos, y los
temerosos de Dios solos como huérfanos, y los malos
con las cabezas mas pertinaces y duras que las aploma-
das sierras; cuando vieres las colas preceder á las cabe-
zas, y el amigo muy allegado negar á su amigo, y no
osarse fiar el hombre de aquel con quien se junta;
cuando vieres empobrecer la gente liberal y enriquecer
y subir los avarientos, y las manos liberales hacerse
duras y crecer el número de los mendigantes; cuando
vieres la ley desamparada y sus secuaces tan pocos
como lunares blancos en cabellos prietos, y los hombres
hechos lobos cubiertos con vestiduras de hombres, y
que el que fuere lobo comerá con los lobos y al que no
fuere lobo le comerán los lobos ; y cuando vieres crecer
las discordias con agudeza y ser las lluvias sobre la
tierra pocas, en este tiempo será fin. — Y cada vez que el
mensajero de Dios la nombraba, se le henchian los ojos
de lágrimas, y decia : — ¿Qué tal será la vida del que en
esta era naciera ? — Otras señales decia asimesmo ser
fuegos que se encenderán en Roma, que correrán entre
las gentes y entre las a^uas y la tierra, y será un humor
sutil que se alzará un estado sobre la haz della y abra-
sará los pechos de los herejes. Y nombraba hundimien-
tos de pueblos que habría en el Hixecen levante y en
otros mas abajo de Sacera, la demostración de la puen-
te de Alcázar de la pasada , y nombraba señales por la
virtud cumplida. Cuando se tomare á fuerza de armas
Conslantina por los romanos, y cuando viéredes á los
moros, tan pujantes en Vitoria, conquistar á Roma y ga-
nar á Portugal, entonces crecerán entre ellos las rique-
zas de piedras preciosas y monedas hasta las partir con
el escudo de Cacim. Y cuando el mundo viniere á esta
pedición, es señal que vendrá la diminución después de
su cumplimiento, y los corazones vendrán en desaso-
siego, y el mundo les huirá de entre las manos. Masan-
tes deslo quiero que sepáis que mandará Dios salir en
el poniente un rey tirano que lo atajará y sujetará, cuyo
rostro no tendrá señal de vista humana; maltratará y
juzgará con toda maldad á las gentes; entre sus manos
perecerán ellos con todos sus bienes. Después del cual
solevantará otro de gran valor, que se llamará Jacob,
cuyos infortunios y calamidades crecerán y morirán de
necesidad. Esto veréis en el poniente con grande inco-
modidad y alboroto, y las gentes vendrán en mucha di-
minución. El Andalucía quedará huérfana sin rey ni
quien en ella sea obedecido , y estará algún tiempo en
este trabajo negra, confusa y escura, hasta llegarla
nueva dello á Roma. De allí saldrá un rey en quien
no habrá falta, rey hijo de rey. ¡ Oh varones ! embar-
carse ha con grandes ejércitos que le acudirán de ne-
cesidad y con él vernán á Granada la candida y clara,
donde le dirán :— Vos sois nuestro rey forzoso y nuestro
gobernador en todo caso.— El cual subirá con sus ejér-
citos y compañas á los alcázares de la Alhambra, y allí
estará algunos días encubierto ; y desde allí conquistará
muchas y muy grandes fortalezas, climas y provincias
de los de poco en continuación ; y veréis pujante el ce-
tro y corona de los moros. Poseerán sin duda á Sevilla,
173
y tomarán noventa ciudades á los herejes, y por sus ma-
nos deste, á quien mejorarán, todas las ciudades del
poniente serán dichosas con él. En la primera salida
tomará la ciudad de Antequera, subiendo por sus mu-
ros, y rompiéndolos á fuerza de armas. Siete años du-
rará esta Vitoria, y las riquezas se llevarán de tierra de
herejes. Bendito sea el señor Dios, que esta justicia
hará , dando á gustar á los infieles estos cálices de
amargura cuando la hora de esta ensalzacion llegare y
el poderío de Dios altísimo. Enderezará este señor su
viaje á Segovia, y en el mes de Ramadan la entrará en
todo caso ; y ansí irá prosiguiendo su vitoria , que será
continua, tomando con maña las fortalezas de los cris-
tianos. A esto sucederán diferencias entre los gobciníi-
dores y el Rey. Y saldrá Dolarfe,rey de cristianos, y re-
belarse ha contra todo el pueblo, y romperlos ha, y
llevarálos hasta hacerles que se encierren en Fez ; y
cuando vinieren á pasar por Gibraltar, estorbarlos ha el
mar, y cercarlos han por todas partes grandes ejércitos
de cristianos del rey Dolarfe. Los de las riquezas esca-
parán huyendo en los navios, y los que no pudieren pa-
sar morirán la mayor parte á cuchillo, y otros ahoga-
dos en la mar. Y á la sazón enviará Dios un rey de alia
estatura , encubierto , mas alto que las sierras , el cual
dará con la mano en la mar, y la henderá, y saldrá de
ella una puente que es nombrada en esta historia , y las
dos partes del pueblo escaparán nadando , y la tercera
quedará al cuchillo y agua hasta proseguir los cristia-
nos su Vitoria. Y en uh punto entrarán en Fez á fuerza
de armas, y entrando en la ciudad, buscarán su rey, y le
hallarán encubierto en la mezquita, con la espada de
Idris en la mano, convertido moro ; lo cual visto, to-
dos los cristianos se volverán con él moros. Luego su-
birá á la casa de Meca , y hará su oración hasta ver lo
claro del pozo de Zemzem y su agua. Y luego nacerá el
maldito viejo Anticristo, y se levantará. En este tiempo
enviará Dios grandísima esterilidad , que durará siete
años; en los cuales no parecerá pan ni semilla ni agua,
si no fuere loque este viejo maldito mostrare; el cual
sembrará el trigo á mediodía y lo cogerá á vísperas ,
plantará los árboles y plantas con la mano derecha y
cogerá los frutos con la izquierda. Dirá al muerto que
resucite , y levantarse ha , y presumirá ser él el resuci-
tador de los muertos y el Dios y señor que no tiene se-
mejante; y el que le siguiere y obedeciere no alcanza-
rá bien alguno y morirá hereje sepultado en los infier-
nos. Irá tras las gentes mostrándoles muchos y diver-
sos mantenimientos y fuentes de aguas; y en su frente
llevará escrito : Tiranizó y pecó. Su figura de rostro
será espantable, porque no terna mas que un ojo, y
sobre la cabeza llevará un librillo lleno de manjar, re-
dondo como la redondez de la luna. Veréis las gentes
tras del en tanto número, que no cabrán en los luga-
res con sus hijos y familias. Subirá en su cabalgadura
de espantable hechura, y tenderá el paso tanto como
alcanzare con la vista; y en siete días dará una vuelta
á todo el mundo. Tendrá dos ríos señalados, uno de
agua y otro de fuego ; y si los que vinieren con él be-
bieren del agua, hallarla han ardiendo como fuego.
Verná con todas las familias délos judíos, con las cua-
les hará obscura la clara luz de la mañana. Entonces
enviará Dios altísimo á Jesucristo, hijo de María, que le
saldrá al encuentro en las tierras de Heien, y en vién-
Í74
LUIS DEL MARMOL CARVAJAL.
dolé se desliará ante él como un cobarde afeminado; y
dirán las piedras y lugares: —Entrado ha el enemigo de
Dios debajo de nosotros;— y quedará el guiador Cristo,
en cuya virtud el lobo andará con la oveja en amor.
Los niños jugarán con las serpientes y víboras ponzo-
ñosas, y no les empecerán, obligando á la ley de nues-
tro profeta y juzgando rectamente en ella; y pondrá
para las oraciones y horas una dignidad del linaje de
Malioma perpetuamente, y en su tiempo todo hereje se
convertirá á Dios. Y hallando los de la tierra este co-
nocimiento, subirá Cristo al monte Tabor, y romperá
los muros de Juje y Mejigue, que son los pigmeos cuyo
número excederá á las arenas del mar, y sus hechuras,
rostros y facciones serán diferentes : unos tamaños
como plumas de escrebir, otros mas altos que las sier-
ras, y otros teman las orejas tan grandes, que se asen-
tarán sobre ellas, y con parte dellas cubrirán la tierra ,
y desto será su andadura de ochenta años.»
Otros muchos disparates decia este jofor, que no
ponemos aquí por no hacer á nuestra historia; y si pu-
simos estos tan por extenso, fué por dar un rato que
reir al lector, y porque siendo una de las principales
cosas en que estribaron los moriscos para su perdi-
miento, fuera cortedad dejarlos de poner. Revolvien-
do pues estos jofores, que veneraban como cosa sa-
grada , y buscando entre ellos algún consuelo, los se-
tarios alcoranistas que por ventura los habían com-
puesto se los glosaban, trayéndolos por los cabellos
al propósito de su pretensión , que era levantar el rei-
no. Farax, Abenfarax y Daud y otros fueron los que
comenzaron á mover el ignorante vulgo, diciendo que
ya era llegada la hora de su libertad que los jofores de-
cían ; porque la ponzoña de los cristianos , sus verda-
deros enemigos, jamás había estado tan encendida en
sus corazones como al presente estaba; que los ángeles
del cielo, viendo la desventura y trabajo en que estaban
los naturales de aquel reino , pedían delante del acata-
miento de Dios que se apiadase dellos con misericor-
dia, y venían á sacarlos de tan gran sujeción y captive-
rio, y que muchas gentes los habían visto andar en nu-
bes en forma de aves volando por encima de la Alpu-
jarra, guiándolas dos mayores y mas vistosas que las
otras ; que el año largo tan deseado entraba en sábado,
y era el proprio en que Mahoma había dicho á su yerno
Alí que enviaría Dios socorro á su familia; que ya no
les faltaba otra cosa ni tenían que esperar sino eran
los alborotos y escándalos que los jofores decían , por-
que los temores y aflicciones presentes los tenían ; que
las diferencias y comunidades sobre cosas de religión
entre moros y cristianos, y las que había entre losmes-
mos cristianos, eran cierta señal de su remedio ; y que
tomando luego las armas animosamente, fuesen ciertos
que serian con brevedad socorridos de los reyes de le-
vante y deponiente; y que ellos mesmos se ofrecían
de irlos á solicitar. Hubo otros que, so color de la as-
trología judiciaria, les decían rail desatinos, fingiendo
haber visto de noche señales en el aire , mar y tierra,
estrellas nunca vistas, arder el cielo con llamas y mu-
chas lumbres, haciendo bultos por el aire, y rayos te-
merosos de estrellas y cometas , que siempre se atri-
buyen á mudanza de estado. Dando pues á entender
torcidamente todas estas cosas , y catando otros agüe-
ros, á que demasiadameate es dada aquella uacíon,
afirmaban ser pasados todos sus trabajos, y que los
cristianos comenzaban ya á temer su felicidad, espe-
cialmente viendo á su rey tan ocupado en guerras con
luteranos sobre la posesión de sus proprios estados, y
con otras naciones poderosas, contra quien no podría
prevalecer. Todo esto divulgaban aquellos herejes,
acreditándose con encargar al vulgo el secreto ; y era
tan grande la eficacia con que lo certificaban , que aun
ellos mesmos, que lo habían inventado, lo creían, y te-
nían por cierto que les sucedería como lo decían.
CAPITULO IV.
Cófflo se tuvo aviso en Granada que los moriscos déla Alpujarra
trataban de alzarse, y lo que se previno en ello.
Si bien procuraban los moriscos del Albaicin aplicar
con humildad la furia de la ejecución de la nueva pre-
mática , con que por tan ofendidos se tenían , en lo to-
cante á la seta , á las haciendas y al uso de la vida,
tanto á la necesidad cuanto al regalo de sus personas,
no por eso dejaban de intentar otros medios. Y ha-
biendo buscado entre los mayores pefigros algún reme-
dio , acordaron que seria bien hacer con los moriscos
de la Alpujarra que tratasen de levantarse ; y para mo-
verlos á ello les daban á entender ser negocio guiado
por Dios para su libertad, animándolos con las ficcio-
nes vanas de los jofores; y exagerando la sujeción que
tenían, les traían á la memoria sus fuerzas, diciendo
que había ochenta y cinco mil casas de moriscos em-
padronadas para farda en el reino de Granada , sin otras
mas de quince mil que encubrían los repartidores, de
donde por lo menos saldrían cien mil hombres de pe-
lea , que pondrían en condición á España siempre que
fuese menester, y que cuando otra cosa no hiciesen,
no les faltaría lo que tanto deseaban , que era la sus-
pensión de la premática por vía de paz. Estas y otras
muchas cosas les decían aquellos herejes, persuadién-
dolos á que se levantasen ellos los primeros, porque
el principal intento de los hombres ricos del Albaicin
no era que hubiese rebelión general ni que entrasen
berberiscos en la tierra, ni querían ser sujetos á rey
moro ; que ninguno les estaba tan bien como el que te-
nían: solamente querían estarse como estaban, y ha-
cer su negocio con peligro de cabezas ajenas , hallando
los ánimos de los bárbaros serranos tan aparejados pa-
ra ello. No dejaron de darles á entender que luego se
levantarían todos , y que no quedaría ciudad ni alca-
ría en el reino de Granada que no se levantase ; mas ha-
cíanlo con grandísimo recato , temiendo ser descubier-
tos, y representándoseles la prisión, el examen, el tor-
mento y los duros y ocultos suplicios del riguroso im-
perio de los alcaldes de chancillería , en que se habían
de ver. Y por esta causa, ningún hombre de entendi-
miento se osaba declarar ni hacer cabeza, aunque
echaron mano de algunos principales y ricos ; solo Fa-
rax Aben Farax , nacido del linaje de los abencerrajes,
tomó el negocio á su cargo , teniéndose por ofendido
de las justicias; y holgaron los demás dello, por ser
liombre aparejado para cualquiera sedición y maldad,
y mas diligente que otro. Este era tintorero de tinta de
arrebol , y teniendo trato por todo el reino , comunicó
el negocio con los que sabia que estaban mas ofendí-
dos , y particularmente con don Hernando el Zaguer,
alguacil de Cádiar, llamado por otro nombre Aben
REBELIÓN
Jouliar, y con Diego López Aben Aboo , vecino de Me-
cina de Bombaron, y con Miguel de Rojas, vecino de
Ujíjar de Albacete, y con otros moriscos principales
de la Alpujarra , que estaban siguiendo pleitos crimi-
nales en Granada ; y viniendo todos en ello , concluye-
ron queel rebelión fuese el jueves santo del año del Se-
ñor 1568, porque en tal dia como aquel estarían los
cristianos descuidados, ocupados en sus devociones , y
se podría hacer bien cualquier efeto. Esto se divulgó
luego de unos en otros por las alearías , y comenzó á
venir gente á Granada para saber de los autores , y es-
pecialmente de Farax Aben Farax, lo que se habia de
hacer; el cual no los dejaba parar mucho, porque no
fuesen descubiertos ; y les decia que se fuesen á sus ca-
sas, y que hiciesen lo que viesen hacer á sus vecinos,
porque ya estaba todo concertado; y tenian en su favor
armas, gente y socorros de ginoveses y de turcos y
moros de Berbería. Estas nuevas acrecentaron los ma-
los , y las cuadrillas de los monfíes con mayor desver-
güenza comenzaron á andar por toda la tierra armados
de ballestas, con banderas tendidas, matando y ro-
bando á los cristianos que podían haber á las manos;
y eran pocos los dias que no traían á la ciudad de Gra-
nada hombres muertos que hallaban en los campos con
lascaras desolladas, y algunos con los corazones saca-
dos por las espaldas. Hubo muchos religiosos y otras
personas particulares que dieron aviso á su majestad y
á los de su consejo, del desasosiego que traía aquella
gente con señales tan evidentes de rebelión; mas nadie
sabia decir el cómo ni cuándo, ni poner remedio en
ello , porque solo consistía en la suspensión de la pre-
málica, que todos juzgaban por santa y buena. El que
mejor y mas cierto aviso dio fué Francisco de Torri-
jos, beneíicíado de Darrical, que era también vicario
de las taas de Berja y Dalias y del Cehel , y después
fué canónigo de la catedral de Granada ; y púdolo bien
hacer, porque siendo muy ladino en la iengua árabe,
por este y por otros respetos le hacían amistad y le
respetaban. El cual, avisado por algunos moriscos sus
amigos de lo que se trataba entre ellos, por fin del año
de 1568 escribió al Arzobispo de Granada y al marqués
úe Mondéjar , que aun se estaba en la corte , avisándo-
les como habia sabido por cosa cierta que los moris-
cos de la Alpujarra tenían tratado de alzarse el Jueves
Santo. Esta nueva y la carta del beneficiado Torrijos
envió luego el Arzobispo á su majestad para que man-
dase poner remedio con brevedad; la cual fué causa de
apresurar la venida del marqués de Mondéjar á Grana-
da , con orden que visítase la Alpujarra y la costa , y se
informase particularmente de lo que el beneficiado Tor-
rijos decía. Por otra parte, poniendo recaudo Qn la ciu-
dad y en las fortalezas, el conde de Tendilla metió en
la Alhambra al capitán Lorenzo de Avila con la gente
de las siete villas, y apercibió y armó toda la gente de
la ciudad , previniendo á los unos y á los otros de ma-
nera, que los moriscos del Albaicin entendieron que
había sido descubierto el negocio por los alpujarreños;
y desdeñados de ver el poco secreto que habían guar-
dado , les avisaron que no hiciesen movimiento , por-
que la ciudad estaba prevenida.
Y CASTIGO DE LOS MORISCOS DE GRANADA.
CAPITULO V.
Cómo los moriscos del Albaicin mostraron sniliminito de que se
dijese que se querían rebelar, y délo que se previno.
Como no se tratase de otra cosa en las plazas y calles
de la ciudad de Granada sino de que los moriscos se
andaban por rebelar, juntándose algunos de los mas
ricos y principales del Albaicin, con muestra de gran-
dísimo sentimiento fueron á casa del Presidente, y
uno dellos le hizo su razonamiento desta manera : «La
prosperidad de fortuna que debajo del felicísimo im-
perio de su majestad tenemos, se nos va convirtiendo
en deshonra á los que por edad entera y madura sabe-
mos lo que es mantener verdadera fe, y aun deseamos
la muerte antes que el fin della. Sienten mucho los na-
turales deste reino ver que se trate de sus honras en
las calles y plazas públicas, llamándolos de traidores,
y diciendo que se quieren rebelar, siendo fieles vasa-
llos de su majestad, y estando , como estaban, quietos
y pacíficos, y muy contentos con la merced que Dios
nuestro señor les ha hecho en traerlos á verdadero co-
nocimiento de su santa fe católica, y en haberles dado
un príncipe cristianísimo que con tanto cuidado pro-
cura su bien y su salvación, y que los proprios ciuda-
danos sus compadres y amigos , que eran los que ha-
bían de favorecerlos y animarlos, sean los que los quie-
ren destruir y asolar. Y no sabiendo qué remedio se
tener para que esta su fidelidad y quietud se conozca y
entienda , para satisfacción desto decimos los que esta-
mos presentes, en nombre de los naturales, que siendo
su majestad servido, nos pondremos en las fortalezas ó
prisiones que mandare , docientos ó trecientos hom-
bres de los mas principales, hasta tanto que se averi-
güe nuestra inocencia , y la calumnia que los malos y
codiciosos nos imponen , con menos deseo de quietud
que de llevarnos nuestras haciendas. Hecho esto, será
muy justo que se provea como los infamadores escan-
dalosos sean castigados con rigor, para que sirviéndo-
se Dios y su majestad en ello, se consiga el efeto de
quietud que se pretende y desea , y con tanto cuida-
do procura vuestra señoría, en quien tenemos puesta
toda la esperanza del remedio. » Hasta aquí dijo el mo-
risco, y el Presidente, disimulando el aviso que se te-
nia, le respondió que era verdad lo que decia de ha-
berse publicado por la ciudad que los moriscos anda-
ban alborotados y con algún desasosiego ; mas que
también se entendía que lo debían causar algunos
monfis y hombres livianos, que deseaban semejantes
ocasiones para tener aprovechamiento de las haciendas
ajenas; que en cuanto á sí , él estaba satisfecho de que
los del Albaicin no trataban cosa contra el servicio de
su majestad, porque los tenia por hombres honrados,
cuerdos y que sabían bien lo que les cumplía. Que no
dejaba de" haber alguna ocasión de sospecha, aunque él
no la tenia, viendo que se metían en el Albaicin tanto
número de moriscos forasteros con sus mujeres y hijos,
dejando sus labores y granjerias del campo , y en ha-
berse hallado cantidad de ballestas en poder de algunos
ballesteros, y averíguádose que las hacían para moris-
cos, como quiera que también podia ser que fuesen
para monfís. Y finalmente , concluyó con decirles que
no habia para qué ofrecerse los vasallos de su majestad
á que los pusiese en prisión como por rehenes , porque
aquello se haría cuando pareciese que convenia á su
i 76
LLIS DEL MARMOL CARVAJAL.
roiii servicio, y que diesen sus peticiones, piJiendo lo
que viesen que les coiivenia, porque lo comunicaría
con el Acuerdo, y se proveerla en lodo loque hubiese
lugar, justicia mediante. Salidos los moriscos de las
ca?as de la Audiencia , el Presidente mandó llamar á los
alcaldes de chancillería; y entendiendo que seria de
provecho hacer algunas prisiones con que tener en-
frenada aquella gente, tomando aviso del ofrecimiento
que hacían, les mandó que hiciesen que los escribanos
del crimen buscasen todos los procesos que habia con-
tra moriscos, así delincuentes como hadores, y los
prendiesen poco á poco, sin que se entendiese que era
por causa del rebelión. Y desta manera hicieron pren-
der los alcaldes muchos hombres sospechosos, y entre
ellos algunos de ios mas ricos , cuya prosperidad les fué
ni cabo deshonra, tomándoles la muerte con apresura-
do pasóla delantera, como se dirá en su lugar. Prove-
yóse ansimesmo comisión á los alcaldes de chancille-
ría para que quitasen los arcabuces y ballestas á todos
los moriscos que tenían licencias para poder traer ar-
mas , y que solamente se entendiesen y extendiesen á
una espada y un puñal y una lanza cuando saliesen al
campo, conforme á una provisión que el emperador
don Carlos habia mandado despachar sobre ello; y ha-
ciéndolos prender, los mandaba soltar debajo de lian-
zas; de donde resultó tenerse por agraviados muchos
hombres , á quien por servicios de sus pasados y suyos
se habían dado aquellas licencias.
CAPÍTULO VL
De un razonamiento que íl conde de Tenililla hizo á los moriscos
del Albaicin estos dias.
Estando las cosas en este estado , y entendiendo el
conde de Tendilla que haría particular servicio á su ma-
jestad en persuadir y aconsejar á los moriscos que re-
cibiesen con buen ánimo la premática y cumpliesen lla-
namente lo que se les mandaba, sin alterarse ni causar
escándalos, á 5 dias del mes de abril, domingo por la
mañana, subió al barrio del Albaicin, acompañado de
algunos caballeros y de la gente de su guardia, y fué
á misa á San Salvador, donde estaban recogidos la ma-
yor parte de los moriscos , y cuando el preste hubo aca-
bado el oficio , les mandó decir que se estuviesen que-
dos , porque les quería hablar. Y estando todos atentos,
desde la peaña del aliar les dijo desta manera :
«Lo que agora hago, hubiera hecho muchas veces,
que es veniros á ver ; y sí lo he dejado de hacer algunos
años, ha sido porque tampoco vosotros habéis acudido
ácasa del Marqués mi señor, y á mí, como solíades;
y así , no hemos querido tratar de vuestros negocios.
Mas teniendo consideración á la voluntad y amor que
os tuvieron siempre nuestros pasados, y á la que yo os
tengo , me he movido á hablaros sobre tres cosas. Lo
primero es podiros y rogaros que en lo que toca á la
premática que su majestad manda que guardéis , os
determinéis de guardarla y cumplirla, pues el celo con
que lo manda es tan santo y bueno, como de un prín-
cipe tan católico se puede pensar, y para entremeteros
con los otros cristianos sus vasallos y servirse de vos-
otros en todo y haceros las mercedes que á ellos. La
otra es, que mucho número de moriscos se han venido
de todas las alearías á vivir á este Albaicin; y aunque
«e os ha mandado que los eciieis fuera , no lo habéis
hecho; de que se ha tomado alguna sospecha. Bien se
entiende que se han venido huyendo de los malos tra-
tamientos que se les hacen , y temiendo que ha de ve-
nir gente de guerra á embarcarse y de camino alojarse
en sus casas ; mas todavía es negocio que da materia de
hablar á las gentes; y así, conviene que luego se vayan
á sus lugares, y que no los consintáis mas entre vos-
otros; que yo les certifico de mi parte que no serán
maltratados. Lo tercero es, que algunos de vosotros
me subistes á hablar á la Alhambra estotro día , y me
dijisteis como los curas y beneficiados andaban empa-
dronando vuestros hijos y hijas , y que se decía que os
los querían quitar ; y porque entonces no estaba infor-
mado de aquel negocio , no respondí á él; después acá
lo he tratado con el Arzobispo, y sabed que Ip que se
hace es por vuestro bien y por mandado de su majes-
tad, que quiere que haya escuelas donde todos los ni-
ños sean enseñados en la doctrina cristiana y aprendan
la lengua castellana , pues pasados los tres años no se
ha de hablar mas la arábiga : estad ciertos que no es
para otro efeto ; y esto , antes lo habíades de desear y
procurar, que alteraros por ello. Haced el deber y lo
que sois obligados al servicio de su majestad , que él os
hará muchas mercedes ; y en lo que en mí fuere, os fa-
voreceré con mi persona y hacienda , como lo veréis
por la obra acudiendo á mí. » Acabado su razonamien-
to , los moriscos principales se levantaron , y dijeron á
Jorge de Baeza, su procurador general, que respon-
diese por todos; el cual dijo al Conde que le besábalas
manos en nombre del reino por la voluntad que siem-
pre habia mostrado de hacerles merced , y por la que
esperaban todos que les haría en tantos trabajos como
se ofrecían á la nación, y que ellos acudirían á valerse
de su favor siempre que se los ofreciese ocasión ; y así,
le pidieron por merced tuviese cuenta con sus cosas.
Desta vez quisiera el conde de Tendilla poner una
compañía de infantería de guardia en el Albaicin y alo-
jarla en las casas de los moriscos, so color de asegu-
rarlos y asegurarse dellos , como capitán general ; y
habiendo hecho venir al capitán Cárnica con su gente
para este eíeto , los moriscos acudieron al Presidente y
al Corregidor , diciendo que sin duda seria la destrui-
cion del Albaicin si se alojaban soldados en las casas
donde tenían sus mujeres y hijas. Y el Presidente le
envió á decir que su majestad no seria servido de aquel
alojamiento, y que lo mandase sobreseer, porque se-
ria acabar de alborotar aquellas gentes; y con estóce-
se, mandando que el capitán Cárnica se fuese á alojar
á Churriana, alearía de la Vega, donde estuvo hasta
la víspera de pascua de flores, que se le mandó des-
pedir la gente.
CAPITULO VIL
Cómo se tocó rebato la víspera de Pascua en Granada, pensando
que se alzaba el Albaicin, y el escándalo que hubo en la ciudad.
A 16 días del mes de abril del año de 1568 , víspera
de pascua de Resurrección, entre las ocho y las nueve
horas de la noche se tocó un rebato en la fortaleza de
la Alhambra , que hubiera de ser causa que los cristia-
nos saquearan el Albaicin y piataran los moriscos que
habia en él, porque con la sospecha que se tenia, cre-
yeron que se alzaban. La causa deste rebato fué que ua
alguacil de los que tenían cargo de rondar, llamado
REBELIÓN Y CAS'IIGO DE LOS MORISCOS DE GRANADA.
Bartolomé de Santa María , envió á la hora que anoche-
cía cuatro soldados á liaccr centinela en la torre del ,
Aceituno, que esiá puesta en la cumbre alta del cerro [
del Albaicin ; y porque hacia muy escuro y llovía, 11c- ■
vaba cada soldado un hacho de atocha ardiendo en la
mano para liacer?e lumbre; y como llegaron al pié de
la torre , que tenia la subida dificultosa y descubierta,
los que iban delante meneaban los hachos para hacer
lumbre á los que iban subiendo, y luego echábanlos
abajo , de'manera que parecía que hacían almenaras de
aviso. Viendo esto la vela de la torre de la fortaleza de
la Alhambra , tocó á rebato, creyendo que había alguna
novedad , y fué á dar mandato al conde de Tendilla , el
cual envió luego veinte soldados á que supiesen qué
fuegos eran aquellos. El soldado de la torre que tocaba
la campana comenzó á dar grandes voces, diciendo :
«Cristianos, mirad por vosotros; que esta noche ha-
béis de ser degollados.» Y con esto causó tan grande
alboroto en la ciudad , que las mujeres casadas y don-
cellas , dejando sus proprias casas , unas iban corrien-
do tí las iglesias , otras á la fortaleza. Los hombres, so-
bresaltados, salían por las calles y plazas, unos armando
los arcabuces y las balleslas, y otros abrochándose los
jubones y los sayos ; ninguno sabia lo que era ni adonde
había de acudir : tanta era la turbación que todos traían.
Finalmente, toda la ciudad se alborotó, y hasta los
frailes del monasterio de San Francisco dejaron sus
celdas , y se pusieron en la plaza armados. Otros acu-
dieron á la plaza Nueva , y delante la puerta de la Au-
diencia hicieron su escuadrón de piqueros y alabarde-
ros, como buenos milites de Jesucristo, creyendo que
era cierto el levantamiento de los moriscos. El Presi-
dente y el Corregidor , cada uno por su parte , envia-
ron á saber de las guardias del Albaicin lo que había en
él; y entendiendo que había nacido el rebato de la in-
advertencia de aquellos soldados, y que estaba todo
quieto y pacífico , se sosegaron; y el Corregidor tomó
luego las bocas de las calles por donde se podía subir á
las casas de los moriscos, y puso en ellas algunos ca-
balleros que no dejasen pasar á nadie, porque no las
saqueasen ; y fuera poca parte esta diligencia para ex-
cusar el saco , sí una tempestad muy grande de agua
que cayó del cielo no lo estorbara á los cudiciosos ciu-
dadanos. Crecieron en vm momento los arroyos por las
calles de manera , que á caballo no se podían pasar, y
fué necesario que la furia de la gente plebeya aplaca-
se. Pasada la tempestad, el Corregidor, acompañado
de algunos caballeros, dejando otros en guardia de
aquellos pasos , subió al Albaicin , y anduvo todo lo que
quedaba de la noche rondando ; y cuando fué de día
claro reconoció por defuera todas las murallas hasta
llegar á la asomada del rio Darro , y viendo que estaba
todo seguro , bajó á la ciudad , y de allí adelante todas
las noches rondaba con cantidad de gente armada, ansí
para que los moriscos no recibiesen daño, como para
asegurarse dellos. No fué de poco momento el rebato
desta noche, aunque falso, porque los ciudadanos se
pusieron mejor en orden , y los que no tenían armas se
proveyeron dellas, y el cabildo compró mucha canti-
dad , y las repartió entre los vecinos, haciéndolas traer
de fuera. Los veinte soldados que envió el conde de
Tendilla lleváronlas centinelas de la torre del Aceituno
á la Alhambra, y teniéndolos presos, llegó el marqués
H-i.
177
de Mondéjar do la corte , y los mandó soltar á todos,
como entendió la ocasión que había habido.
CAPITULO VIIL
Cómo e! marqués de Mondéjar vino á Granada, y don Alonso de
Granada Venegas fué á informar á su majestad de los negocios
de aquel reino.
Llegó á Granada el marqués de Mondéjar á t7 dias
del mes de abril , que venia de la corte, y luego el si-
guiente día se juntaron los moriscos mas principales
del Albaicin con su procurador general , y subieron á la
fortaleza de la Alhambra á dar el parabién de su veni-
da , y le dieron grandes quejas , diciendo que los habían
puesto en términos de perderse por haber tocado aquel
rebato con tan pequeña ocasión, estando quietos y pa-
cíficos todos los vecinos ; y al cabo de su plática le su-
plicaron los favoreciese y amparase , como lo habian
hecho siempre el marqués don Luis y el conde don Iñi-
go, sus antecesores. El Marqués mostró sentimiento y
haberle pesado mucho de lo que había sucedido en su
ausencia, y les prometió que ternia particular cuenta
con sus cosas y con procurar que no fuesen agraviados.
Con la venida del marqués de Mondéjar pareció liaberse
•quietado algún tanto los moriscos; y don Alonso de
Granada Yenegas, de quien dijimos en el libro prim.ero,
capítulo 16 desta liistoria , movido de celo cristiano , y
siguiendo los honrosos ejemplos de sus pasados, que
sirvieron lealmenfe á los reyes de Castilla desde el día
que se convirtieron á nuestra santa fe católica , acordó
de ir á informar á su majestad y á los de su consejo de
las cosas de aquel reino , porque se quejaban los moris-
cos de malos tratamientos que se les hacían cada dia en
hechos y en dichos y del poco remedio que se ponía en
ello, y de que los malos é inquietos, que eran muchos,
desacreditando á los pacíficos, tomaban alas contra
ellos. Creyendo pues poder hallar algún remedio de lo
que tanto se deseaba en el Albaicin , con la nueva rela-
ción del capitán general presente , y sin dar parte de su
ida á otra persona que se lo pudiese impedir, partió de
Granada á 24 dias del mes de abril , y el primer dia del
mes de mayo entró en la villa de Madrid , y andando en
su negocio, le llegó un correo de los moriscos del Al-
baicin con una carta para su majestad en nombre de
todos los de aquel reino, la cual, según parece, no la
había querido llevar consigo , ó no se la habian osado
dar en su partida, porque no se supiese de algunas espías
á lo que iba. Lo que la carta contenia era significará
su majestad que los escándalos y alborotos que había
en aquella ciudad eran sin causa ni fundamento que
hubiese sido de su parte, solo por la inadvertencia de
los gobernadores y ministros de justicia , mediante lo
cual habían estado todos á punto de ser destruidos en
personas, vidas y haciendas; y lo que peor era, habian
sido infamados de infieles de la fe de Jesucristo y de
traidores á su rey , y publícádose y dádose dello muy
concluyentesaparencías y señales, en perjuicio de sus
honras. Que cuando se hallase haber sido culpados al-
gunos dollos, seria justo que se mandasen castigar con
rigor, como la gravedad del delito lo requería; mas si
pareciese no ser la culpa suya , seria bien que su ma-
jestad mandase castigar á los que la tuviesen , prove-
yendo para en lo de adelante como mas fuese su real
servicio, de manera que semejantes ocasiones cesasen.
.12
il!^
LUIS DEL MARxMOL CARVAJAL.
Qv,i' coma dosfavorcciflos y amoflrentatlos del rigor que
en ellos se podría usar, uo habían osado juntarse á
tn.lur de su remedio ; yagora, que parecía estar las co-
sas con alguna quietud, por la venida del marqués de
Mondé jar , también les babia asegurado poderlo hacer,
para ocurrir á su rey y señor natural y suplicarle lo
mandase remediar con justicia; y que por no poder
acudir todos, enviaban algunos particulares á quien se
remilian, y especialmente á la relación que de su parte
baria don Alonso de Granada Venegas, á quien todos
tenían obligación de reconocer y anteponer en todas
sus cosas por el valor de su persona y de sus antopa^a-
dos. j'or tanto, qu^! suplicaban á su majestad humil-
liieiile 1(! oyese y creyese de su parle, y mardan-do que
la verdad se supiese , proveyese como los culpados fue-
sen caslígados, y los buenos y leides reliluidos en su
honra y buena Lina y desagraviados de los agravios
recebidos. Hasta af|uí decía la carta, la cual dio don
Alonso de Granada Venegas á su majestad , y le informó
Jirgamente del negocio. Y siendo remitido al cardenal
Espinosa, platicatlo en el Consejo, se acordó que se
de pidiese la gente de las cuadrillas que estaba en el
Albaicin á cosía de los moriscos, pues ya parecía estar
pacíficos, y que en lo demás acudiesen al presidente de
üranada, á quien estaba cometido aquel negocio, por-
que él proveería cómo fuesen desagraviados. No mu-
cho después el presidente don Pedro de Deza, viendo
que se n)andaban despedir los alguaciles y rondas del
Aliíaicin, con parecer del acuerdo y de los alcaldes de
cbancillería y de otras personas graves , envió relación
6 su majestad, diciendo que no convenia hacer nove-
dad , antes era muy necesario que los alguaciles ronda-
sen, por ser, como eran, hombres de bien y casados;
y que con andar la ronda todas las noches, estaban los
vecinos quietos, y resultaban muchos efetos buenos
que la experiencia había mostrado, porque los monfís
y malhechores naturales del Albaicin se habían ido,
y los extranjeros no se recogían allí, y los que se aco-
gían eran luego descubiertos y presos. Que los dueños
de los ganados estaban muy contentos, porque ya no
se los hurtaban. Las mujeres mal casadas tenían reco-
gidos sus maridos, los padres á sus hijos, losamos á
sus criados. Que ya no parecía persona en el Albaicin
después que anochecía, ni apedreaban las ventanas de
los clérigos. Que los borrachos, de que antes había gran
número, y hacían de noche grandes alborotos y delitos,
habían cesado; y era tanto el miedo que tenían cobrado
alas guardias , que todos estaban pacííicos y quietos,
sin osarse á menear. Que aquellos alguaciles eran los
que hacían que se guardase la premátíca en lo que re-
quería ejecución , que era en que las mujeres anduvie-
sen con los rostros desatapados, y que tuviesen abier-
tas las puertas de sus casas los viernes y días de fiesta;
y esto con amor y cristiandad , sin otro ningún género
de interés ni molestia. Que los demás alguaciles no
daban un solo paso si no se les seguía algún provecho,
antes holgaban hallar de qué denunciar y cómo encar-
celar y llevar costas. Que después que andaba aquella
ronda no se pregonaban niños perdidos ni hurtados,
como solía, porque no los osaban llevar á esconder al
Albaicin, por temor de ser descubiertos; y que por es-
tas razones y otras muchas que se pudieran decir,
coavernia que no se hiciese novedad , antes seles diese
todo favor para proseguir lo qnn tenían comenzailo. Y
al íin se proveyó que se disimulase en lo quo locaba á
los alguaciles, con moderación de li gente que hubiu
de andar con ellos.
CAPULLO IX.
Cdmo yendo el marqués de Slondéjar ú visitar la costa de la mar,
se entendió mas cl.iramente el desasosiego de los moriscos por
unas cartas que se tomaron á Uaud , uno de los autores del re-
belión, que iba á procurar favores á Berbería.
Estos dias salió el marqués de Mondéjar de Granada,
y llevando consigo al conde de Tendilla, su hijo, fué
á visitar la costa de la mar con la gente ordinaria de
á caballo. Y andando en la visita, parece que los auto-
res del rebelión acordaron que sería bien que fuese
A'ien Daud á Berbc^ria ¡i p-ocu-ar algún socorro de na-
vios y gente, como lo había ofrecitlo muclias vece-; ; y
llevamio consigo otro> moriscos del Albaicin, se fué
á juntar con las cuadrillas de monfís que andaban en
la sierra de Bujol, entre Órgiba y el Zucbel, hacia la
mar, para esperar que pasase por allí alginia fu'-^ta
en que poderse ir; y como vio que no la había, tra-
tó con un morisco pescador, vecino de Adra la vie-
ja, llamado Nobayla , que le vendiese una barca que
.tenía en la playa, con que pescaba, que era de Ginés
de la Rambla, armador ; el cual no solo se la ofreció,
mas prometió de irse con él. En este tiempo los mo-
riscos de aquellas cuadrillas captivaron tres cristianos,
y queriéndolos malar, los deíendió Daud, dándoles á
entender que no se permitía en la ley de Alaboma
matar los cristianos rendidos ; mas hacíalo porque se
los diesen para llevarlos á Berbería, y presentarlos á
algún alcaide principal que le favoreciese en su nego-
cio. Llegada pues la noche aplazada en que se habían
de embarcar, Daud y sus compañeros se fueron á casa
de Nobayla, y llevando consigo algunas moriscas, que
deseaban irá poder ser moras con libertad, bajaion
al lugar donde estaba ¡a barca, que era junto á la puerta
de Adra , y echándola con luucho silencio á la mar, se
metieron dentro todos. Este morisco dueño de la barca,
temiendo que , si el negocio se descubría , le habían de
castigar por ello , usó de un trato doble , cosa muy or-
ditiaTia entre los moros; y dando aviso al dueño de la
barca, y al capitán de Adra, de como unos moriscos
^ela habían pedido para irse á Berbería, les dijo que
les avisaría el proprío día que se hubiesen de embarcar,
para que saliesen á ellos y los prendiesen; y por otra
parte no fué á dar aviso el día cierto de la partida , an-
tes dijo que seria un día señalado, y él se embarcó
con toda la gente tres dias antes, llevando consigo al-
gunos monfís y los tres cristianos captivos, y muchas
moriscas y muchachos; mas no tenía la barca tan se-
gura como pensaba, porque el Ginés de la Rambla, sos-
pechando la cautela del morisco , le había hecho dar de
parte de noche unos barrenos, y tapándolos livianamen-
te con cera, la había dejado estar. Por manera que ha-
biendo navegado Daud un rato en ella , comenzó á en-
trar el agua por los lados y por los barrenos , y temien-
do anegarse, le fué forzado volver á tierra ; y como
hacían ruido las mujeres y los niños al desembarcar,
las guardas de Adra, que estaban sobre aviso , los sin-
tieron , y salió luego la gente, y prendiendo á un tur-
co y algunas mujeres, dieron libertad á los tres cris-
REBELIÓN Y CASTIGO DE LOS MORISCOS DE GRANADA.
179
tianns, y toda la olra gente se les embreñó en la sierra.
Yendo pues huyendo los monfis, se cayó á uno dellos
una talega de lienzo, en que llevaba un libro grande
de letra arábiga, y dentro del se hallaron una carta y
una lamentación , que del tenor de lo uno y de lo otro
pareció ser cosa ordenada por el mesmo Duud, signi-
licando quejas de los moriscos á los moros de África,
para qae apiadándose dellos les enviasen socorro.
Este libro envió luego el capitán de Adra al marqués
de Mondéjar, que andaba visitando la Alpujarra , y jun-
tamente con él los tres cristianos , para que le diesen
razón de lo que hablan visto; los cuales le dieron no-
ticia de Daud , porque le habian conocido en Granada
siendo geliz de la seda, y le dijeron como iban con
él oíros moriscos del Albaiein, que no supieron sus
nombres; y que aquel libro era suyo , y loia cada noche
en él , y predicaba á los otros la seta de Mahnma , y
que acabando de predicar, llegaban lodos á besar el
libro y decian : « Esta es la ley de Dios y en esta cree-
mos, y todo lo demás es aire. » Queriendo pues el
Marqués saber lo que se contcnia en aquel libro y en
los papeles sueltos que iban dentro del , envió ú Gra-
nada por el licenciado Alonso del Castillo para que lo
declarase, sospechando que liabia allí alguna cosa por
donde se entendiese lo que los moriscos trataban. El
licenciado Castillo fué luego al lugar de Berja , donde
había llegado ya el Marqués visilanilo, y tomando el
libro, lo hojeó, y halló que era de un autor árabe lla-
mado el Lollor¡,que trataba de la seta de Mahoma , y
Iraia muchas autoridades de historias antiguas; y los
papelíjs sueltos que había dentro eran de letra del pro-
prio Daud, porque la conoció luego. En el uno dellos
se contenia una carta misiva, que decia desta manera :
CARTA QUE SE TOMÓ Á DAUD EN LA COSTA DE ADRA.
« Con el nombre de Dios piadoso y misericordioso. La
Jjsanliíicacion de Dios sea sobre el mejor de sus escogi-
«dos, y después la salud de Dios cumplida sea conaque-
»Ilos que Dios honró , y no los desamparó el bien , que
M.^oneneste mundo dichosos; estoes, á todos los prín-
«cipes y allegados señores y amigos nuestros, á quien
«Dios hizo merced de dar vitoria y libertad y ensancha-
«míento de reinos, los moradores del poniente (ture
wDios sus honras y guarde sus vidas), deseamos salud
«los moradores de la Andalucía, los angustiados de co-
wrazon , los cercados de la gen te infiel , aquellos á quien
»ha locado el mal de la ofensión. Y después desto ,
«señores y amigos nuestros , hermanos en Dios, somos
«obligados de haceros saber nuestros trabajos y nego-
»cíos y lo que nos ha venido de la mudanza de nues-
»tra era y fortuna, que es parte de nuestro mucho mal :
»por tanto, socorrednos y hacednos limosna ; que Dios
wgualardonará á los que bien nos hicíéredes. Sustenlad-
))nos con vuestro poderío y abundancia de que á vos-
»otros hizo Dios merced, aunque á nosotros no seáis
»en cargo ; mas confiados en vuestras personas magní-
«íicas y en vuestra virtud , porque el magnífico y vír-
wluoso desea hacer bien , os encargamos por Dios po-
«deroso que nos sustentéis con oraciones, para que
))D¡os nos junte con vosotros. Habéis de saber, señores
«nuestros , que los cristianos nos han mandado quitar
»la lengua arábiga, y quien pierde la lengua arábiga
«pierde su ley; y que descubramos las caras vergouzo-
»sas; que no nns saludemos, siimdo la mas noble vir-
))tud la salutación. Hannos abierto las puertas para que
«entre nosotros haya mas males y pecados; hannos acre-
»cenlado el tNbuto y la pena, y han intentado de mu-
»dar nuestro traje y qijitar nuestras costumbres. Apo-
Msénlanse en nuestras casas, descubren nuestras hon-
»ras y vergüenzas, y con seniejanle mal que este ^^e
«debe deshacer todo corazón de pesar : lodo esto des-
Mpués de tomar nuestras haciendas y caplivar nuestras
«personas, y sacarnos con destierro de los pueblos, llá-
«cennoscaer en grande abatimiento y pérdida, apár-
«tannos de nuestros hermanos y amigos, y somos mez-
«quinos desamparados, atenidos á la misericordia de
«Dios, porque nos han rodeado grandes males y de-
«sasosiegos por todas partes. Suplicamos á vuestra bon-
«dad, de parte de Dios allísinio, que contempléis nues-
«Iros negocios y los miréis con ojos de misericordia,
»y os apiadéis de nosotros con amor de hermanos , por-
«que todos los creyentes en Dios son unos. Por tanta,
«haced bien á vuestros hermanos; ensalzadnos, en-
«salzaros ha Dios; apremiada los cristianos que allá
«tenéis, para que, avisando á los suyos, sepan que con
«la pena que os fatigaren, con aquella los habéis de
«atormentar ; aunque sobre todo la paciencia es ma-
«yorbien á losque es|)e¡"an. Enviad esto al rey de le-
«vante , que es el que ha sujetado á los enemigos y en-
««alzado la ley , y no deis lugiir á que entre vosotros
«haya discordias, porque la discordia es mayor mal que
«la muerte; y no tenemos saber ni poderío, inteligeti-
«ría ni fuerzas, para tratar de un remedio tan grande.
«Vivimos de contino en lomor ; rogad á Dios que per-
«done al que esto escribió. Esto es lo queqneremosde
«vuestra virtud, que es escrita en noches de angustia
«y de lágrimas corrientes, sustentadas con esperanza,
«y la esperanza se deriva de la amargura. «
El otro papel era en metros árabes y parecía ser la-
mentación, en que se quejaban los moriscos de opre-
siones que los cristianos les hacían , y literalmente de-
cía desta manera :
«Con el nombre de Dios piadoso y misericordio'^o.
Antes de hablar y después de hablar sea Dios loado
para siempre. Soberano es el Dios de las gentes, so-
berano es el mas alto de los jueces, soberano es el
L'no sobre toda la unidad , el que crió el libro de la
sabiduría; soberano es el que crió los hombres, sobe-
rano es el que permite las angustias, soberano es el
que perdona al que peca y se enmienda, soberano es
el Dios de la alteza, el que crió las plantas y la tierra,
y la fundó y díó por morada á los hombres ; soberano
es el Dios que es uno , soberano el que es sin compo-
sición, soberano es el que sustenta las gentes con agua
y mantenimientos , soberano el que guarda , soberano
el alto Rey, soberano el que no tuvo principio, sobe-
rano el Dios del alto trono, soberano el que liace lo
que quiere y permite con su providencia, soberano el
que crió las nubes, soberano el que impuso la escri-
tura, soberano el que crió á Adán y le díó salvación,
y soberano el que tiene la grandeza y crió las gentes
y á los santos , y escogió dellos los profetas, y con el
mas alto dellos concluyó. Después de magnificar á
Dios, que está solo en su cielo, la santificación sea
con su escogido y con sus discípulos honrados. Co-
mienzo á contar una liístoria de lo que pasa en la An-
im
LUIS DEL MARMOL CARVAJAL.
(lalucía, que el enemigo ha sujetado , según veréis por
escrito. El Andalucía es cosa notoria ser nombrada
en todo el mundo , y el dia de hoy está cercada y ro-
deada de herejes , que por todas partes lá han cerca-
do : estamos entre ellos avasallados como ovejas per-
didas ó como caballero con caballo sin freno ; han-
nos atormentado con la crueldad; enséñannos enga-
ños y sutilezas, hasta que hombre querría morir con
la pena que siente. Han puesto sobre nosotros á los
judíos, que no tienen fe ni palabra; cada dia nos bus-
can nuevas astucias , mentiras, engaños, menospre-
cios, abatimientos y venganzas. Metieron á nuestras
gentes en su ley , y hiciéronles adorar con ellos las
figuras, apremiándolos á ello, sin osar nadie hablar.
¡ Oh cuántas personas están afligidas entre los des-
creídos ! Llámannos con campana para adorar la fi-
gura ; mandan al hombre que vaya presto á su ley re-
voltosa; y desque se han juntado en la iglesia, se le-
vanta un predicador con voz de cárabo y nombra el
vino y el tocino , y la misa se hace con vino. Y si le oís
humillarse diciendo : «Esta es la buena ley,» veréis des-
pués que el abad mas santo dellos no sabe qué cosa es
lo lícito ni lo ilícito. Acabando de predicar se salen , y
hacen todos la reverencia á quien adoran , yéndose
tras del sin temor ni vergüenza. El abad se sube so-
bre el altar y alza una torta de pan que la vean todos,
y oiréis los golpes en los pechos y tañer la campana
del fenecimiento. Tienen misa cantada y otra rezada,
y las dos son como el rocío en la niebla : el que allí se
hallare, veráse nombrar en un papel, que no queda
chico ni grande que no le llamen. Pasados cuatro
meses , va el enemigo del abad á pedir las aibalas en
las casas de la sospecha , andando de puerta en puer-
ta con tinta, papel y pluma , y al que le faltare la cé-
dula, ha de pagar un cuartillo de plata por ella. To-
maron los enemigos un consejo , que paguen los vivos
y los muertos. ¡ Dios sea con el que no tiene que pa-
gar! ¡Oh qué llevará de saetadas! Zanjaron la ley sin
cimientos , y adoran las imagines estando asentados.
Ayunan mes y medio , y su ayuno es como el de las
vacas, que comen á mediodía. Hablemos del abad
del confesar, y después del abad del comulgar; con
esto se cumple la ley del infiel , y es cosa necesaria
que se haga, porque hay entre ellos jueces crueles que
toman las haciendas de los moros , y los trasquilan
como trasquiladores que trasquilan el ganado. Y hay
otros entre ellos, examinados , que deshacen todas las
leyes , y un Horozco y otro Albotodo. ¡ Oh cuánto cor-
ren y trabajan con acuerdo de acechar las gentes en
todo encuentro y lugar ! Y cualquiera que alaba á Dios
por su lengua no puede escaparse de ser perdido, y
al que hallan una ocasión, envían tras del un adalid,
que, aunque esté á mil leguas, lo halla, y preso, le
echan en la cárcel grande , y de dia y de noche le
atemorizan dícíéndole : Acordaos. Queda el mez-
quino pensando con sus lágrimas de hilo en hilo en
dícíéndole acordaos, y no tiene otro sustento mayor
que la paciencia; mótenle en un espantoso palacio, y
allí está mucho tiempo, y le abren mil piélagos, de
los cuales ningún buen nadador puede salir, porque
es mar que no se pasa. Desde allí lo llevan al aposen-
to del tormento, y le atan para dárselo, y se lo dan
hasta que le quiebran los huesos. Después desto, es-
tán de concierto en la plaza del Hatabin, y hacen allí
un tablado, que lo semejan al dia del juicio, y el que
dellos se libra, aquel dia le visten una ropa amarilla,
y álos demás los llevan al fuego con estatuas y figuras
espantosas. Este enemigo nos ha angustiado en gran
manera por todas partes , y nos ha rodeado como
fuego; estamos en una opresión que no se puede su-
frir. La fiesta y el domingo guardamos, el víérnesyel
sábado ayunamos, y con todo aun no los aseguramos.
E^ta maldad ha crecido cerca de sus alcaides y go-
bernadores , y á cada uno le pareció que se haga la ley
una; y añadieron en ella, y colgaron una espada cor-
tadora , y nos notificaron unos escritos el día de año
nuevo en la plaza de BibelBonut, los cuales desper-
taron á los que dormían y se levantaron del sueño en
un punto, porque mandaron que toda puerta se abrie-
se. Vedaron los vestidos y baños y los alárabes en la
tierra. Este enemigo ha consentido esto , y nos ha
puesto en manos de los judíos , para que hagan de
nosotros lo que quisieren, sin que dello tengan culpa.
Los clérigos y frailes fueron todos contentos en que la
ley fuese toda una y que nos pusiesen debajo de los
pies. Esto es lo que ha cabido á nuestra nación , como
sí le diesen por honra toda la infidelidad. Está sañudo
sobre nosotros , háse embravecido como dragón ,,y es-
tamos todos en sus manos como la tórtola en manos
del gavilán. Y como todas estas cosas se hayan per-
mitido, habiéndonos determinado con estos males,
volvimos á buscar en los pronósticos y juicios, para
ver si hallaríamos en las letras descanso ; y las perso-
nas de discreción que se han dado á buscar los ori-
gínales nos dicen que con el ayuno esperemos reme-
diarnos ; que afligiéndonos , con la tardanza habrán
encanecido los mancebos antes de tiempo ; mas que
después deste peligro , de necesidad nos han de dar el
parabién y Dios se apiadará de nosotros. Esto es lo
que tengo que decir; y aunque toda la vida contase
el mal , no podría acabar. Por tanto en vuestra vir-
tud, señores, no tachéis mi orar, porque hasta aquí
es lo que alcanzan mis fuerzas; desechad de mí toda
calumnia, y el que endechare estos versos, ruegue á
Dios que me ponga en el paraíso de su holganza.»
Por estos papeles se entendió ser verdad lo que se de-
cía del alzamiento de los moriscos, y el Marqués envió
los originales y un traslado romanzado á su niajestad;
y habiendo estado algunos días en el lugar de Berja, fué
á visitar á Adra, y de allí á la ciudad de Almería , don-
de estuvo mes y medio, sin que se le ordenase cosa de
nuevo, y de allí volvió .á la ciudad de Granada, dejan-
do todas las plazas de la costa visitadas y proveídas lo
mejcñr que pudo.
REBELIÓN Y CASTIGO DE LOS MORISCOS DE GRANADA.
181
LIBRO CUARTO.
CAPITULO PRIMERO.
Cómo los moriscos del Albaicin que trataban del negocio de
rebelión se resolvieron en que se luciese, y la orden que
dieron en ello.
El recaudo que siempre hubo en la ciudad de Granada
fué causa que los moriscos del Albaicin diesen alguna
aparencia de quietud, aunque no la teuian en sus áni-
mos. Disimulando pues con humildad, estuvieron algu-
nos meses , después de la venida del marqués de Mon-
déjar y de la ida de don Alonso de Granada Venegas á
la corte, tan sosegados, que daban á entender estar ya
llanos en el cumplimiento de la premática , y ansí lo
escribió el Presidente á su majestad y á los de su con-
sejo. Mas como después vieron que se les acercaba el
término de los vestidos, y que no se trataba de suspen-
der la premitica con alguna prorogacion de tiempo,
ciegos de pura congoja y faltos de consideración y de
consejo, haciendo fucia en sus fuerzas, que si bien eran
sospechosas para encubiertas, no dejaban de ser flacas
para puestas en ejecución, acordaron determinada-
mente que se hiciese rebelión y alzamiento general , y
que comenzase por la cabeza del reino , que era el Al-
baicin. Juntándose pues algunos dellos en casa de un
morisco cerero, llamado el Adelet, tomaron resolución
en que fuese el dia de año nuevo en la noche , porque
demás de que los pronósticos les hacian cierto que el
proprio dia que los cristianos hablan ganado á Grana-
da se la hablan de tornar á ganar los moros , quisieron
desmentir las espías y asegurar nuestra gente , si por
caso se hubiese descubierto ó descubriese un concierto
que tenían para la noche de Navidad. Y ansí, advirtie-
ron que no se diese parte de la última determinación á
los de la Alpujarra hasta el dia en que se hubiese de
hacer el efeto, porque temieron que , como gente rús-
tica, no guardarían secreto, y tenían bien conocido de-
llos que en sabiendo que el Albaicin se alzaba, se alza-
rían luego todos. La orden que dieron en su maldad
fué esta : que en las alearías de la Vega y lugares del
valle de Lecrin y partido de órgiba se empadronasen
ocho mil hombres tales, de quien se pudiese fiar el se-
creto , y que estos estuviesen á punto para , en viendo
una señal que se les baria desde el Albaicin , acudir á
la ciudad por la parte de la Vega con bonetes y tocas
turquescas en las cabezas , porque pareciesen turcos ó
gente berberisca que les venia de socorro. Que para
que se hiciese el padrón con mas secreto , fuesen dos
oficiales por las alearías y lugares, so color de adobar y
vender albardas, y se informasen de pueblo en pueblo
délas personas á quien se podrían descubrir, y aque-
llos empadronasen, encargándoles secreto; que de los
lugares de la sierra se juntarían dos mil hombres en un
cañaveral que estaba junto al lugar de Cenes , en la ri-
bera de Genil, para que con ellos el Partal de Narila,
famoso monfí , y el Nacoz de Nigüéles, y otros que es-
taban ya hablados, acudiesen á la fortaleza del Alham-
bra , y la escalasen de noche por la parte que responde
á Ginalarífe. Y para esto se encargó un morisco alba-
ñir, que labraba en la obra de la casa real, llamado Ma-
se Francisco Abenedem , que daría el altor de los mu-
ros y torres para que las escalas se hiciesen á medida,
y se hicieron diez y siete escalas en los lugares de Güé-
jar y Quéniar con mucho secreto ; las cuales vimos
después en Granada, y eran de maromas de esparto
con unos palos atravesados, tan anchos los escalones,
que podían subir tres hombres á la par por cada uno
dellos. Que los mancebos y gandules del Albaicin acu-
dirían luego con sus capitanes en esta manera :
Miguel Acís, con la gente de las parroquias de San
Gregorio, San Cristóbal y San Nicolás, á la puerta de
Frex el Leuz, que cae en lo mas alto del Albaicin á la
parte del cierzo, con una bandera ó estandarte de da-
masco carmesí con lunas de plata y fluecos de oro, que
tenia hecha en su casa y guardada para aquel efeto;
Diego Nígueli el mozo, con la gente de San Salvador,
Santa Isabel de los Abades y San Luís , y una bandera
de tafetán amarillo, á la plaza Bib el Bonut; y Miguel
Mozagaz, con la gente de San Miguel , San Juan de los
Reyes, y San Pedro y San Pablo, y una banderado da-
masco turquesado, á la puerta de Guadix, Que lo pri-
mero que se hiciese fuese matar los cristianos del Al-
baicin que moraban entre ellos, y dejando cada uno
una parte de la gente de cuerpo de guardia en los lu-
gares dichos, acometiesen la ciudad por tres partes, y
aun mesmo tiempo la fortaleza de la Alhambra. Que
los de Frex el Leuz bajasen por un camino que va por
fuera de la muralla á dar al hospital Real, y ocupando
la puerta Elvira, entrasen por la calle adelante, matan-
do los que saliesen al rebato; y llegando ú las casas y
cárcel del Santo Oficio, soltasen los moriscos presos,
y hiciesen todo el daño que pudiesen en los cristianos.
Que los de la plaza de Bib el Bonut, bajando por las ca-
lles de la Alcazaba, fuesen á dar á la calle de la Calde-
rería y á la cárcel de la ciudad, y quebrantándola, pu-
siesen en libertad á los moriscos, y pasasen á las ca-
sas del Arzobispo y procurasen prenderle ó matarle.
Que los de la puerta Guadix entrasen por la calle del
rio Darro abajo á dar á las casas de la Audiencia real, y
procurando matar ó prender al Presidente, soltasen
los presos moriscos que estaban en la cárcel de cban-
cíllería, y se fuesen á juntar todos en la plaza de Bi bar-
rambla, donde también acudirían los ocho mil hombres
de la Vega y valle de Lecrin, y de allí á la parte donde
hubiese mayor necesidad, poniendo la ciudad á fuego
y á sangre. Y que puestos todos apunto, sedaría aviso
á la Alpujarra para que hiciesen allá otro tanto. Este
fué el concierto que Farax Aben Farax, y Tagari, y Mo-
farrix, y Alatar, y Salas , y sus compañeros hicieron,
según pareció por confesiones de algunos que fueron
presos, que nos fueron mostradas en Granada, y de
otros de los que se hallaron presentes ; y fuera dañosí-
simo para el pueblo cristiano si lo pusieran en ejecu-
ción; mas fué Dios servido que habiendo los albarde -
ros empadronado ya los ocho mil hombres antes de
llegar á Lanjaron, y estando los demás todos aperce-
i-sa
LUIS DEL MARMOL CARVAJAL.
bidos.v & punto pnra acnrlirá Ins pnrtfisqne lesliabian
sido senuladus, los iiionlís de la Alpujarra se anticipa-
ron por cudicia de matar unos cristianos que iban de
rjíjarde Albacete á Granada, y otros que pasaban de
Granada & Adra, y desbarataron su negocio. Y porque
se entienda cuan prevenidos y avisados estal)an para el
efeto, ponerlos aqui dos cartas traducidas de arábigo,
de las que Aben Farax y Daud escribieron á los moris-
cos de los lugares con quien se entendían, y ú los cau-
dillos de los monfís, sobre este negocio.
CARTA DE FARAX ABEN FARAX Á LOS LUGARES,
SOBRE EL REBELIÓN.
«Con el nombre de Dios piadoso y misericordioso.
»Santiíicó Dios á nuestro profeta Malioma, y á su geu-
))te, familia y aliados salvó salvación gloriosa. Herma-
»nos nuestros y amigos, viejos, ancianos, caudillos, al-
Mguaciles, regidores y otros nuestros liermanos, y á to-
»do el común de los moros : ya sabéis por nuestros pru-
Mnósticos y juicios lo que Dios nos ba prometido ; la
»bora de nuestra conquista es llegada para ensalzar en
«libertad la ley de la unidad de Dios, y destruir ladei
Macompañamiento de los dioses. Estad unánimes y
wconformes para lodo lo que os dijere é informare de
»nuestra parte nuestro procurador Mabomad Aben Mo-
»zud, que tiene nuestro poder y cargo para esto. Y lo
«que él os dijere baced cuenta que nos lo decimos,
«porque con el ayuda y favor de Dios estéis todos pre-
«venidos y á punto de guerra para venir á Granada á
«dar en estos dcscreidus el dia señalado. Los que no
«estuvieren aperccbidos , baced que se aperciban, y á
«los que no lo supieren , avisadlos dello, que para este
«efeto están ya prevenidos todos desde el lugar de la
«Jauría y del Gatucin , basta Canjáyar de la Jarquía.
«La salud de Dios sea con vosotros. — Farax Aben Fa-
nrax, gobernador de los moros, siervo de Dios allí-
«simo.»
CARTA DE DAUDÁ CIERTOS CAPITANES DÉLOS MONFÍS.
«Con el nombre de Dios piadoso y misericordioso.
«La salud de Dios buena, comprebendiente, deseo á
«aquel que el soberano bonró, é no le desaniparó el bien,
«que es mi señor Cacim Abenzuda y sus compañeros,
»y á mi señor el Zcyd, y á todos los amigos juntamen-
«fe deseo salud : vuestro amigo el que loa vuestras vir-
«tudes, el que tiene gran deseo de veros, el que ruegíi
ȇ Dios por el buen suceso de vuestros negocios, Ma-
«liaiiiPte, liijodeMaliamete Aben Daud, vuestro berma-
«iKt en Dios. Hágoos saber, bermanos mios, que estoy
«bueno, loado sea Dios por ello, y tengo puesto mi
«cuidado con vosotros muy muclio. Súbelo Dios que
«me ba pesado de vuestro trabajo; el parabién os doy
«del buen suceso y salvamento. Roguenios á Dios por
«su amparo en lo que queda. Hágoos saber, bermanos
«mios, que los granadinos me enviaron á buscar des-
«pués que de vosotros me parti, y no supieron dónde
«estaba, y esla nueva tuve en el Rubite; masnoalcan-
«cé d(! quién era la mensaje/ ía , basta que lo vine á sa-
«l.er de unos de Lanjaron, que me dijeron como losde
«Granada andaban resucitando el movimiento en que
«entendían por el mesde abril ; y como supe esto, bable
«con mí señor Hamete, y me aconsejó que subiese á
«Granada, y que supiese lu certidumbre deste negocio,
))y que le avisase dello. Yo subí al Albaícin, y bailé el
"movimiento muy grande , y la gente determinada á lo
))que se debía determinar. Entonces me junté con las
"Cabezas que entienden en este negocio , y me dijeron
»que enviase á la gente que estaba en las sierras , y les
"luciese saber esta nueva , para que elJos la publicasen
»de unos en otros, y que se juntasen; porque juntos
"Consultaríamos y veríamos lo que se babia de liacor.
"Enestoquedamosyenviamosá los de las alearías , y les
«bicimos saber la nueva ; y todos dijeron : Querria-
«mos que este negocio fuese boy antes que mañana,
«porque mas queremos morir , y nos es mas fácil , (>ue
"vivir en este trabajo en que estamos ; y lo mesmo
«dijeron las gentes de la Garbia y de la Jarquía, di-
"ciendo : Veisnos aquí muy prestos con nuestras per-
"sonas y bienes. Y como contase esto á los granadinos,
"acordaron de enviar por todo el reino, avisándoles que
"apercibiesen la gente, y se aparejasen lo mejor que
"pudiesen. A esta sazón acordamos de enviará los mon-
"hs , adonde quiera que estuviesen , para que se junta-
"sen y avisasen unos á otros para el dia que fuese
"menester. Este dia están aguardando todos, cbicos y
"grandes, y esto es necesario que se baga, siendo Dios
"servido, ob amigos mios. En recibiendo mi carta, aper-
"cebíos á la obra como bombres , porque mejor os será
"defender vuestros bijos y bermanos, y alzar el yugo
">le servidumbre de nuestro reino, y conquistar al ene-
"migo, y morir en servicio de Dios, que pasaros á Ber-
>d)eria para dejar desamparados á vuestros bermanos
"los moros ; porque el que esto luciere de vosotros y
«muriere, morirá sin premio ; el que viviere , y matare
"alguno de los moros, será juzgado ante las manos
"de Dios el dia del juicio ; el que muriere peleandocon
"los herejes, morirá mártir; y el que viviere, vivirá
"bonrado ; y las razones acerca deslo se podrian alar-
"gar; por tanto acortemos esta razón. Esto es, ber-
«manos mios, lo cierto que os hacemos saber; por tanto
"aparejaos, y enviad á nuestro caudillo Hamete á ba-
"cerle saber esta nueva, y él os avisará aquello que se
"ileba hacer; porque nosotros enviamos un hombre con
"la nueva, y no hemos sabido mas lo que hizo. Enviada
"la gente y avisadlos donde quiera que estén, y avisé-
»monos de contino, porque siempre sepamos unos de
ootrospara lo que se ofreciere. Y por amor de Dios
"OS encargo el secreto que pudiéredes, mientras Dios
"aliísimo nos provee de su libertad, la cual será muy
"propincua mediante él. La gracia y bendicionde Dios
"sea con vosotros, que es escrita en 23 de otubre. Y
"la íirma decía -.Mahameie, hijo deMahumete Abeil
«Daud, siervo de Dios.»
CAPITULO IL
Cómo se liicieron nuevos apercebimiontos en Granada
con sospecha del rebelión.
Todo esto que los moriscos hacían en su secreto era
de manera que causaba una sospecha y confusión muy
grande en Granada y en todo el reino. Veíase que los
monfís andaban cada dia mas desvergonzados, despre-
ciando y teniendo en poco á las justicias ; que los moris-
cos mancebos, á quien no cabía en el pecho lo que estaba
concertado, publicaban que antes que se cumpliese el
término de la premálica habría mundo nuevo. La ciu-
dad estaba llena de moriscos forasteros, que so color
REBELIÓN Y CASTIGO DE LOS MORISCOS DE GRANADA.
Kf
^a
de vender su -seda y compnir sayas y mantos para sus
mujeres, liabian acudido de muchas partes del reino á
saber lo que se trataba y cuáudo liabia de ser el levan-
nn'ento. Tenia el marqués de Mondéjar avisos del de-
asosiego que Iraian ; publicábase entre el vulgo que la
noche de Navidad habían de entrar á levantar el Albai-
cin seis mil turcos, y aunque estas parecían ser cosas á
que se debia dar poco crédito, traían alguna aparencia.
Entendióse después que ellos habían echado aquella fa-
ma, para que cuando acudiesen los ocho mil hombres
que estaban empadronados en el Valle y Vega, entendie-
sen que eran turcos, y no quedase morisco en todo el
reino que no se aJzase. Con todo esto no acababan de
persuadirse los ministros de su majestad á que fuese
rebelión general, sino que algunos perdidos andaban
inquietando y alborotando la tierra, y que estos n5 po-
drían permanecer muchos días , no siendo todos en la
conjuración ; y era ansí que los hombres ricos y que vi-
vían descansadamente, creyendo que sola la sospecha
del rebelión seria parle para que los del Consejo hicie-
sen con su majestad que mandase suspenderla premá-
tica, holgaban que se alborotase la gente ; mas no que-
rían que se entendiese ser ellos los autores ; y por otra
parle, los ofendidos de las justicias y de la gente de guer-
ra, y con ellos los pobres y escandalosos , queriendo
venganza y enriquecer con haciendas ajenas, avivaban
la voz de la libertad y encendían el fuego de la sedición.
Hubo algunos de los autores que se arrepintieron en el
punto, considerando el poco fundamento con que se
movian, y avisaron dello, aunque por indirectas y no sin
falta de malicia, á los ministros. Cno destos fué aquel
Mase Francisco Abenedem que dijimos , el cual se fué
al padre Albotodo el jueves 23 días del mes de diciem-
bre, y como en confesión, le dijo que había entendido
de unos moriscos gandules que pasaban por delante la
puerta de su casa , como se quería levantar el reino la
noche de Navidad, por razón de la premática; mas no le
declaró otra cosa en particular. Con este aviso se fué
luego Albotodo al maestro Plaza, su retor, y dándole
cuenta de lo que el morisco le había dicho, se fueron
juntos al Arzobispo, y con su licencia lo dijeron al Pre-
sidente y al marqués de Mondéjar y al Corregidor; los
cuales no quisieron que se publícase, porque la ciudad
no se alborotase, y solamente mandaron reforzar las
guardias y doblar las centinelas y rondas, tanto para se-
guridad de los cristianos como délos moriscos. El mar-
qués de Mondéjar puso buen recaudo en la fortaleza de
la Alhambra, y el Corregidor, acompañado con mucho
número de gente armada, rondó aquella noche y la si-
guiente las calles y plazas del Albaiciu y de la Alcazaba.
CAPITULO III.
Cdrao los caudillos de los monfís comenzaron el rebelión en la Al-
pujarra por cudícia de matar unos cristianos en la taa du fo-
qocira y en Cádiar.
Teniendo pues Farax Abenfarax apercebidos todos
sus amigos y conocidos en los lugares de moriscos, con
cartas y personas de quien podía liar el secreto, y viendo
que se acercaba el día señalado, envió al Partal de Na-
rila á que juntase las cuudríllas de los monl'ís, y las tra-
jesen á las taas de Poqueira y Ferreira y Órgiba, para
que alzasen aquellos pueblos en sabiendo que los del
Valle y de la Vega iban la vuelta de Granada, y alravc-
sanda luego la Sierra Nevada, ncudie'en íi favorecer la
ciudad. Este Partol liabía eslado preso en el santo oii-
cío de la Inquisición, donde se le había mandado que no
saliese de Granada ; el cual, so color do que padecía ne-
cesidad, habia pedido licencia íí los inquisidores para
ir á vender su hacienda á la Alpujarra , y con esia oca-
sión se había pasado á Berbería, y después volvió á es-
tas partes á dar calor al rebelión, ofreciéndose de traer
grandes socorros de África, exagerando el poder de
aquellos infieles; y mientras esto se trataba, estuvo es-
condido algunos dias en su casa, y no veía la hora de
comenzar su maldad, como la comenzó antes de tiempo,
por lo que agora diremos.
Acostumbraban cada año los alguaciles y escribanos
de la audiencia de Ujíjar de Albacete , que'los mas de-
llos estaban casados en Granada, ir á tener las pascuas
y las vacaciones con sus mujeres, y siempre llevaban
de camino, de las alearías por donde pasaban, gallinas,
pollos, miel, fruta y dineros, que sacaban á los moris-
cos como mejoi^üdian. Y como saliesen el martes 22
días del mes de diciembre Juan Duarte y Pedro de Me-
dina, y otros cinco escríbanos y alguaciles de Ujijar
con un morisco por guia , y fuesen por los lugares ha-
ciendo desórdenes con la mesma libertad que sí la tie'na
estuviera muy pacífica , llevándose las bestias de guia,
unos moriscos cuyas eran, creyendo no las poder co-
brar mas, por razón del levantamiento que aguardaban,
acudieron á los monfís, y rogaron al Partal y al Seniz
de Bérchul que saliesen á ellos con las cuadrillas y se
las quitasen ; los cuales no fueron nada perezosos , y el
jueves en la tarde, 23 días del dicho mes, llegando los
cristianos á una viña del término de Poqueira, salieron
á cortarles el camino y las vidas juntamente, sin consi-
derar el inconvinientequede aquel hecho se podría se-
guir á su negocio; y matando los seis dellos, huyeron
Pedro de Medina y el morisco,' y fueron á dar rebato á
Albacete de Órgiba; y demás destos, á la vuelta toparon
con cinco escuderos de Motril, que también habían ve-
nido á llevar regalos para la Pascua , y los mataron , y
les tomaron los caballos. El mesmo día entraron en la
taa de Ferreira Diego de Herrera, capitán de la gente
de Adra, y Juan Hurtado Docampo, su cuñado, vecino
de Granada y caballero del hábito de Santiago, con cin-
cuenta soldados y una carga de arcabucesque llevaban
para aquel presidio, y como fuesen haciendo las mes-
mas desórdenes que los escribanos y escuderos, los
monfís fueron avisados dello, y determinaron de matar-
los como á los demás, parecíéndoles que no era íncon-
víniente anticiparse, pues estaban ya avisados todos y
prevenidos para lo que se habia de hacer. Con esta
acuerdo fueron á los lugares de Soporlújar y Ciiñar.que
son en lo de órgiba, y recogiemlo la gente que pudie-
ron, siguieron el rastro por donde iba el cai)it,an Her-
rera, y sabiendo que la siguiente noche habían de ilor-
mir en Cádiar, comunicaron con don Hernando el Za-
guer su negocio, y él los dio orden como las mala'^on,
haciendo que cada vecino del lugar lleva-'c un soldado
á su casa por huésped, y metiendo á media noche los
monfís en las casas, que se las tuvieron abiertas los
huéspedes, los mataron todos uno á uno; qui; s.ilos tres
soldados tuvieron lugar de huir la vuelta de Adra, y
juntamente con ellos mataron á War¡')lanca, ama del
beneficiado Juan de Ribera, y otros vccíuüs del luyar.
184
Hecho esto, los vecinos de Cádiar se armaron cenias
armas que les tomaron, y enviando las mujeres y los
bienes muebles y ganados con los viejos á Jubiles , se
fueron los mancebos la vuelta de Ujíjar de Albacete con
los monfís, y don Hernando el Zaguer y el Partal fueron
ádar vuelta por los lugares comarcanos para recoger
gente, y otro dia se juntaron lodos en Ljíjar, donde
los dejaremos agora hasta que sea tiempo de volver á su
historia, que ellos harán por donde no podamos ol\^i-
darlos aunque queramos. Y si acaso el letor echare me-
nos alguna cosa que él sabe ó desea saber, vaya con pa-
ciencia ; que adelante en el discurso de la historia lo
hallará; que como fueron tan varios los sucesos y en
tantas partes, es menester que se acuda á todo.
CAPULLO IV.
Cómo en Granada se supo las muertes que los monfís hablan
hecho, y cómo Abenfarax quiso alzar el Albaichi.
Celebróse la íiesta del nacimiento de nuestro Salva-
dor Jesucristo en Granada el viernes en la noche con la
solenidad que se solia hacer otros años- en aquella in-
signe ciudad, aunque con mas recato, porque anduvo
mucha gente armada rondando las calles. El sábado
por la mañana llegaron dos moriscos de Órgiba con dos
cartas, una del alcaide Gaspar de Sarabia, y otra de Her-
nando de Tapia, cuadrillero de los que andaban en se-
guimiento de los monfís que habia guarecidos en la
torre de Albacete , como adelante diremos. Estas car-
tas eran, la una para el Presidente, la otra para don Ga-
briel de Córdoba, tio del duque de Sesa, cuya era aque-
lla villa, dándoles aviso de las muertes que los moris-
cos hablan hecho, y como se hablan alzado luego, y te-
nían cercados los cristianos en la torre, para que lo di-
jesen al marqués de Mondéjar y le pidiesen que les en-
viase socorro. Don Gabriel de Córdoba tomó las dos
cartas y las llevó luego al Presidente, y después al mar-
qués de Mondéjar, el cual sospechando que algunos
moros berberiscos hablan desembarcado en la costa, y
juntádose con los monfís para llevarse algún lugar, co-
mo lo habian hecho otras veces, solamente proveyó que
se apercibiesen los jinetes, por si fuese menester hacer
algún socorro; y no segundando otra nueva, se enfrió la
primera , y la gente de la ciudad se descuidó; y como
estaban todos cansados de las rondas pasadas, y hacia
aquella noche un temporal asperísimo de frió con una
agua nieve muy grande, no hubo quien acudiese á casa
d<;l Corregidor para salir á rondar con él ; y si algunos
caballeros acudieron , fueron pocos y lan tarde, que se
hubo de dejar de hacer la ronda cuando mayor necesi-
dad hubo della. Los moriscos del Albaicin habian tenido
mas cierta nueva de lo que habia en la Alpujarra, y an-
dando todos turbados, unos se holgaban que los alpu-
jarreños hubiesen comenzado el levantamiehto con
riesgo de sus cabezas; y otros, que deseaban rebelión
general, les pesaba de ver que los monfís se hubiesen
anticipado por cudicia de matar aquellos pocos cristia-
nos, y que no hubiesen tenido sufrimiento de aguar-
dar á que el Albaicin comenzase, como estaba acorda-
do. Farax Abenfarax, que estaba á la mira, viendo que
la ciudad y la Alhambra se apercebian cada hora, tomó
consigo el sábado en la tarde, primer dia de pascua de
Navidad, al Nacoz de Nigüéles y al Seniz de Bérchul,
capitanes de monfís, y á gran priesa se fué con ellos á
LUIS DEL MARMOL CARVAJAL.
los lugares de Guéjar, Pinos, Cenes, Quéntar y Dudar,
y recogió como ciento y ochenta hombres perdidos de
los primeros monfís que pudieron atravesar la sierra el
viernes por la mañana, porque los otros no les pudieron
acudir, ni menos les acudieron los de aquellos lugares,
diciendo que los del Albaicin les habian enviado á de-
cir aquella mañana que no hiciesen novedad hasta que
ellos les avisasen. Con esta gente quiso Farax comeuzar
á matar cristianos. En Quéntar le escondieron al bene-
ficiado los proprios moriscos del lugar, y el de Dudar
se le defendió en la torre de la iglesia; y aunque le puso
fuego, no le aprovechó nada. De allí pasó la vuelta de
Granada, determinado de alzar el Albaicin; y bajando á
unos molinos que están sobre el rio Darro, hizo tomar
los picos y herramientas que habia en ellos, y llegando
al muro de la ciudad que está por cima de la puerta de
Guadix, rompió una tapia de tierra con que estaba cer-
rado un portillo, y dejando allí veinte y cinco hombres,
entró con los demás por cima del barrio llamado Rabad
Albaida, á media noche en punto, y se metió en su casa
junto á Santa Isabel de los Abades, y al entrar del por-
tillo hizo que todos los compañeros dejasen los sombre-
ros y monteras que llevaban, y se pusiesen bonetes co-
lorados á la turquesca, y sus toquillas blancas encima,
para que pareciesen turcos. Luego envió á llamar algu-
nos de los autores del rebelión, y les dijo que, pues el
levantamiento estaba ya comenzado en la Alpujarra,
convenia que los del Albaicin hiciesen lo mesmo antes
que los cristianos metiesen mas gente de guerra en la
ciudad; que los ocho mil hombres que habian de acu-
dir del Valle y Vega y los capitanes de las parroquias no
estaban tan dcsapercebidos, que en sintiendo el levan-
tamiento dejasen de acudir, aunque fuese antes de tiem-
po, y que lo mesmo harían los de los lugares de la sier-
ra, y se podria hacer el efeto de la Alhambra ; los cua-
les, no aprobando su determinación tan inconsiderada,
le dijeron que no era buen consejo el que tomaba; que
habiendo de venir con ocho mil hombres, venia con
cuatro descalzos ; y que no entendían perderse , ni le
podían acudir, porque venia antes de tiempo y con poca
gente; y ansí se fueron á encerrar en sus casas, no con
menor contento de lo que Farax quería liacer que de lo
que habian hecho los de la Alpujarra, creyendo que lo
uno y lo otro seria parte para que por bien de paz se
diese nueva orden en lo de la premática, sin aventurar
ellos sus personas y haciendas. De la respuesta de los
del Albaicin se sintió gravemente Farax, y comenzó á
quejarsedellos, diciendo: «¿Cómo habeisme hecho per-
der mi casa , mi familia y mi hacienda , y darme á las
sierras con los perdidos, por solo poner la nación en
libertad; y agora, que veis el negocio comenzado, los
que mas habiades do favorecernos y ayudarnos os salís
afuera, como si nos quedase otra manera de remedio, ó
esperásemos alcanzar perdón en algún tiempo de nues-
tras culpas? Debiérades avisarnos antes de agora; y pues
ansí es, yo haré que el Albaicin se levante, ó perezcáis
todos los que estáis en él.» Con estas amenazas salió
de su casa dos horas antes que amaneciese, llevando la
gente en dos cuadrillas, y por la calle de Rabad Albaida
arriba se fué derecho á la placeta que está delante la
puerta de San Salvador, donde fué avisado que estaban
seis ó siete soldados haciendo guardia , y llegando á la
boca de la calle, los monfís delanteros quisieran no des-
REBELIÓN Y CASTIGO DE LOS MORISCOS DE GRANADA.
cubrirse Iiasta que llegaran todos, porque vieron un
soldado que se andaba paseando por la placeta. Este
soldado estaba haciendo centinela , y cuando sintió el
ruido de la gente que subia por la calle arriba, creyendo
que era el Corregidor que andaba rondando, quiso ha-
cer del bravo, y poniendo mano á la espada, se fué de-
recho á losmonfís, diciendo : «¿Quién vive?» Respon-
diéronle con las ballestas, que llevaban armadas , y hi-
riéndole en el muslo, dio vuelta á los compañeros, huyen-
do y tocando arma ; loscuales eslaban durmiendo al der-
redor de un fuego que tenian encendido junto á la pared
de la iglesia, porque hacia mucho frió , y no fueron tan
prestos á levantarse como convenia ; por manera que los
monfís mataron uno dellos y hirieron otros dos. Final-
mente, los sanos y los heridos huyeron, y los enemigos
fueron siguiéndolos por unas callejuelas angostas, hasta
dar en la plaza de Bib el Bonut, y llegando á unas casas
grandes donde moraban los padres jesuítas, llamaron
por su nombre al padre Albotodo, y le deshonraron de
perro renegado, que siendo hijo de moros, se habia he-
cho alfaquí de cristianos; y como no pudieron romper
la puerta , que era fuerte y estaba bien atrancada de parte
de dentro, derribaron una cruz de palo que estaba puesta
sobre ella, y la hicieron pedazos. La otra cuadrilla que
venia atrás con el Nacoz, en llegando á la placeta tomó
á mano derecha, y á la entrada de una calle que llaman
la plaza Larga, derribaron las puertas de la botica de un
familiar del Santo Oficio, llamado Diego de Madrid, pen-
sando que estaba dentro, porque solía dormir alli cada
noche; y no le hallando, vengaron la ira en los botes y
redomas, haciéndolo todo pedazos. De alli pasaron al
portillo de San Nicolás, que está junto á la puerta mas
antigua de la Alcazaba Cadima , en un cerrillo alto , de
donde se descubre la mayor parlo del barrio del Albai-
cin, y tocando los atabalejos y dulzainas que llevaban,
con dos banderas tendidas y un cirio de cera ardiBndo,
comenzó uno dellos á dar grandes voces en su algara-
bía, diciendo desta manera : « No hay mas que Dios y
Mahoma, su mensajero. Todos los moros que quisieren
vengar las injurias que los cristianos han hecho á sus
personas y ley, vénganse á juntar con estas banderas,
porque el rey de Argel y el Jerife, á quien Dios ensalce,
nos favorecen , y nos han enviado toda esta gente y la
que nos está aguardando allí arriba. Ea, ea, venid, ve-
nid ; que ya es llegada nuestra hora , y toda la tierra de
los moros está levantada. » Este pregón fué oído y enten-
dido por muchos cristianos que moraban en el Albaicin
y en el Alcazaba ; mas no hubo morisco ni cristiano que
saliese de su casa ni hiciese señal de abrir puerta ni
ventana, aunque dos hombres nos dijeron que habían
oido que desde una azotea les habían respondido : «Her-
manos, idos con Dios; que sois pocos y venís sin tiem-
po.» "Viendo pues Farax Abenfarax que nole acudía na-
die, y que las campanas de San Salvador tocaban á reba-
to, porque el canónigo Alonso de Horozco, que vivía á
las espaldas de la sacristía , se había metido dentro por
una puerta falsa y las hacia repicar, recogiendo todos
sus compañeros, se salió de entre las casas , y se fué á
poner en un alto de la ladera, por donde se sube á la
torre del Aceituno, y desde allí hizo dar otro pregón de
la mesma manera; y como no le acudió nadie, comenzó
á deshonrar á los del Albaicin, diciéndoles : «Perros,
cornudos, cobardes , que habéis engañado las gentes
185
y no queréis cumpHr lo prometido.» Y saliéndose por
el portillo que había entrado, se fué la vuelta de Cenes
siendo ya el alba del día, sin que en aquellas dos horas
hubiese quien le diese el menor estorbo del mundo ; por
manera que se deja bien entender que sí Farax trajera
consigo la gente toda , y los del Albaicin le acudieran,
pudiera hacer terrible espectáculo de muertos en la
ciudad aquella noche ; y tanto mas, si llegaran las cua-
drillas de los monfís que venían de la Alpujarra, que por
hacer la noche tempestuosa de nieve se habían desba-
ratado, no pudíendo atravesar la sierra ; y lo mesmo ha-
bían hecho algunos mancebos sueltos que estuvieron
apercebídos para ello , y habían avisádole que serian
con él la noche de Navidad, entendiendo que lo podriati
hacer.
CAPITULO V.
De lo que los cristianos hicieron cuando supierofi la entrada
de los monfís en el Albaicin.
Los soldados que dijimos que huyeron del cuerpo do
guardia, fueron luego á dar aviso á Bartolomé de San-
ta María, que era uno de los alguaciles señalados por
el Presidente, y bajando á la ciudad, iban por lascalles
dando voces y tocando arma ; mas estaban los vecinos
tan descuidados, que muchos no creían que fuese arma
verdadera, y asomándose á las ventanas, les decían que
callasen, que debían de venir borradlos. Otros salieron
turbados con las armas en las manns, no sabiendo lo
que habían de hacer ni adonde habían de acudir. Lle-
gados pues á las casas de la Audiencia, donde estaba
el Presidente, y dándole cuenta de lo que pasaba, aun-
que confusamente, como hombres que no habían he-
cho mas que huir, envió uno dellos al marqués deMon-
déjar y otro al Corregidor , y mandó al alguacil que
volviese al Albaicin y entendiese mas de raíz lo que
habia en él. El soldado que fué al marqués de Mondé-
jar se detuvo un rato en la puerta del Alhambra , que
nole quisieron abrir hasta que el conde de Tendilla,
que andaba rondando, lo mandó; el cual habia ya oido
¡as voces y los instrumentos desde los muros; y que-
riéndose informar mejor, le preguntó qué ruido habia
sido aquel , y él le contó lo que habia pasado , y le dijo
que el Presidente le enviaba á que avisase al Marqués.
Entonces le llevó el Conde consigo al aposento de su
padre, para que le informase de lo que le había dicho á
él ; mas el Marqués no podía creer que fuese tanto co-
mo el soldado decía , sino que algunos hombres per-
didos habían hecho aquel alboroto. Y como todavía I.í
afirmase que eran moros vestidos y tocados como mo-
ros, y el proprio Conde, su hijo, le dijese que habia oido
las voces y los instrumentos, entonces se paró á consi-
derar el caso con mas cuidado y á pensar en lo que
convenia hacer. Hallábase con solos ciento y cincuenta
soldados, y cincuenta caballos que poder sacar y dejar
en la fortaleza; parecíale que seria gran yerro salir
della de noche, no sabiendo la cantidad de moros que
eran los que habían entrado en el Albaicin, que podrian
ser muchos, habiendo tanto número de moriscos en la
tierra. Vcia que en la ciudad habia muy poca gente
útil y bien armada de que poderse valer para acometer-
los en la angostura de las calles y casas, donde habia
mas de diez milhombres para poder tomar armas; y al
fin, resolviéndose de no dejar la fortaleza, tampoco con-
186
LlIS DEb MARMOL CARVAJAL.
siiilid que so fOM?o rebato, porque habiendo cesado ya
el ruido en el Albaiciii , parecia eslar todo sosegado , y
no quiso dar ocasión á que los ciudadanos subiesen á
saquear las ca^as de los moriscos; en lo cual estuvo
muy atentado, porque según la gente estaba cudiciosa,
no fuera mucho que lo pusieran por la obra. Por otra
parte, el Corregidor, luego que el otro soldado llegó á él
con aviso, poniéndose á caballo con algunos caballeros
que le acudieron , fué á las casas de la Audiencia , y en
la plaza Nueva, que está delante dellas, comenzó á re-
coger gente de la que venia desmandada, y procuróes-
torbar que no subiese nadie al Albaicin. También acu-
dieron don Gabriel de Córdoba y don Luis de Córdo-
ba, su yerno , alférez mayor de Granada , y otros caba-
lleros, que estuvieron en aquella plaza armados lo que
quedaba de la noche, esperando si el negocio pasaba
mas adelante. El alguacil luego que entró por las ca-
lles del Albaicin entendió que los moros se hablan ido,
porque no halló persona sospechosa en todas ellas; y
juntando la* mas gente que pudo, fué la vuelta del por-
tillo por donde habían entrado, pensando tomar len-
gua (lellos,y hallando allí un costal de bonetes colora-
dos, que según parece, traían para dará los mozos gan-
dules que se juntasen con ellos, y algunas herramientas
que habían dejado, lo recogió todo , y no se atreviendo
á pasar mas adelante , se volvió á la ciudad. Siendo
pues ya de dia claro , el marqués de Moiidéjar dejó en
la fortaleza de la Alhambra á don Alonso de Cárdenas,
su yerno, que después fué conde déla Puebla; y llevan-
do consigo al conde de Tendílla y á don Francisco do
Mendoza, sus hijos, bajó á la plaza Nueva, donde estaban
el Corregidor y don Gabriel de Córdoba, y se recogieron
luego los marqueses de Villena y Víllanüeva, y don Pe-
dro de ZúFiiga, conde de Miranda; que todos habían ve-
nido á seguir sus pleitos en la Audiencia real , y otros
muchos caballeros y escuderos armados, y los dijo
que se asosegasen, p irque sin duda Ins que habian en-
trado en el Albaicin y hecho aquel alboroto deb'an
de ser monfís y hombres perdidos, que habian salídose
luego huyendo, y que brevemente se entendería lo que
había sido. Yestándules diciendo esto, llegó á él u:i
hombre, y le dio aviso como los moros iban con dos
banderas tendidas por detrás del cerro del Sol, á dar á
la casa de las Gallinas, llamada Darluet, que está como
media legua de la ciudad sobie el rio Genil. Con esta
nueva se alborotaron todos aquellos caballeros. Hubo
algunos que dijeron al marqués de Mondéjar que seria
bien envíarseseiita caballos con otros tantos arcabuce-
rosá lasancas, que procurasen entreteneraquollos mo-
ros mientras llegaba el golpe de la gente; el cual no
loconsínlíó, diciendo que primero quería informarse
qué gente eran y el camino que llevaban, y la segu-
ridad que quedaba en el Albaicin. Desto se desgusta-
ron muchos de los que allí estaban , entendiendo que
cuanto mas se dilatase la salida, tanto mas lugar y
tiempo Icniían los moros para meterse en la sierra,
domie después no se pudiesen aprovechar dellos, co-
mo sucedió. Luego mandó el marqués de Mondéjar á
un escudero criado suyo, llamado Ampuero, que íuese
á reconocer qué gente era la que aquel hombre decía
que había visto, y que llevase consigo otro compañero,
y en descubriéndolos, le dejase sobre ellos y tornase
con diligenciad darle aviso; y viendo el mal recaudo y
poco caudal de gente con que se hallaba para , si fuese
menester, oprimir con fuerza á los del Albaicin, y (jue
para estorbarles que no se rebelasen convenia usar con
ellos de industria, dejando en la plaza al conde de Ten-
dílla en compañía de los otros caballeros, y algunos
veinlícuatros en las bocas de las calles, acompañado
del Corregidor, y con treinta caballos y cuarenta arca-
buceros y los alabarderos de su guardia, subió al Al-
baicin, y atravesando por él sin topar gente, porque
losmoriscos se habian encerrado y hecho fuertes en
las casas, de miedo no los robasen, llegó á la iglesia de
San Salvador ; y preguntó á algunos cristianos que
estaban allí recngidos qué era la causa que no pare-
cían moros, los cuales le dijeron que estaban todos
encerrados en sus casas. Entonces mandó á Jorge de
Baeza que llamase algunos de los mas principales,
porque les quería hablar; y trayendo ante él veinte y
cinco ó treinta hombres, les preguntó qué novedad
había sido aquella , y qué gente era la que había en-
trado en el Albaicin á desasosegarios; los cuales res-
pondieron con mucha humildad que no sabían nada;
que ellos habian estado metidos en sus casas, y eran
buenos cristianos y leales vasallos de su majestad, y
como tales no habian de hacer cosa que fuese en su
deservicio; y que sí alguna gente habia entrado á po-
ner la ciudad en alboroto, serian enemigos suyos y per-
sonas que querían hacerles mal. A esto les respondió el
marqués de Mondéjar que por cierto así lo habían mos-
tiado como decían, y que procurasen conservarse en
!e;dtad; porque siendo los que debían, él procuraria
que no se les hiciere agravio, y escribiria á su majestad
en su recomendación, suplicándole que les hiciese to-
da merced y favor. Con esto quedaron los moriscos , al
piirecer, de temerosos que estaban, muy contento'^, y
prometieron de estar y perseverar en la lidelidad y obe-
diencia que debían como buenos y leales vasallos. He-
cha esta diligencia, bajó el marqués de Mondéjar por
la cuesta de la Alcazaba, y entrando en la ciudad pur la
puerta Elvira, volvió á la plaza Nueva, donde estaban
todavía aquellos caballeros aguardándole; y apartán-
dose con el Corregidor y con el conde de Tendílla, es-
tuvieron buen rato dando y tomando sobre lo que con-
venia hacer, y al fin se resolvieron en que, venido Am-
puero, ysabido el camino que llevaban los moros, se
podría ir en su seguimiento, porque habiendo de rodear
por el valle de Lecrin , no se podrian meter tan presto
en las sierras, que la caballena no los alcanzase prime-
ro; y con este acuerdo dijo á los señores y caballeros
que allí estaban que se fuesen á sus casas y estuvie-
sen á punto para cuando sintiesen tirar una pieza de
artillería; y él se volvió con sus hijos á la Aliíanibía.
CAPITULO VI.
Cómo el marqués de Mondéjar salió en busca de los monfís
que habian entrado en el Albaicin.
El mesmodia el Corregidor y los veinlícuatros, vien-
do que tardaba mucho la orden del marqués de Mon-
déjar, acordaron de salir ellos por ciudad en segui-
miento de los monfís, y habiéndolo tratado en su ca-
bildo, le enviaron á decir con dos veinticuatros, que le
suplicaban fuese servido de salir luego por su persona,
porque le acompañarían todos, ó que les diese licencia
'para que ellos lo pudiesen hacer; el cual les respondió
REBELIÓN Y CASTIGO DE LOS MORISCOS DE GRANADA.
187
que les íipradecia mucho el cuidado que tenían de las
cosas que tocaban al servicio de su niíijostad, y queso-
lamente esperaba tener aviso cierto del camino que
llevaban los monfís para ir en su seguimiento, y que
no podia tardar muclio. Era grande el deseo que todos
tenian de ir en seguimiento de los moros , y cada mo-
mento que tardaban se les hacia un año ; mas el mar-
qués" de Mondéjar no se queria determinar de dejar
atrás la fortaleza y la ciudad, hasta estar bien cierto
qué gente era aquella , que pudiera ser mucha y estar
emboscada detrás de aquellos cerros; y por esta razón
aguardaba los escuderos que habia enviado á recono-
cer. Estando pues hablando con él unos moriscos dd
Albaicin, que hablan ido á darle las gracias en nombre
del reino por la merced que les habia hecho en animar-
los con su presencia, y á suplicarle que en lo de ade-
lante no los desamparase, llegó Ampuero, y le dijo
como no erauínasdc hasta doscientos hombres los que
iban con las banderas, y que llevaban el camino de Dí-
lar por la halda de la sierra. Entonces mandó tocar una
trompeta y disparar una pieza de artillería y tocar la
campana del rebato, todo á un tiempo ; y poniéndose á
caballo, acompañado de sus hijos y de don Alonso de
Cárdenas y de algunos escuderos , salió de la Alhambra
á media rienda, y desde el camino envió á decir al Pre-
sidente que mandase que la gente de la ciudad le fuese
siguiendo , porque no pensaba detenerse en ninguna
parte. En este tiempo los moros proseguían su camino,
y sin detenerse en los lugares de Dudar y Quéntar, ha-
bían pasado por ellos, y de allí bajado á Cenes , donde
estuvieron almorzando; y viendo que un cristiano los
habia descubierto , aunque algunos dellos nos dijeron
que habían oído las piezas de artillería de la Alham-
bra, tomaron el camino su poco á poco por la halda de
la Sierra Nevada, la vuelta de Dílar, vendóles á las es-
paldas bien á lo largo el escudero que habia salido con
Ampuero. Luego que partió el marqués de Mondéjar,
el Presidente se puso á la ventana de su aposento, y
viendo al conde de Miranda, y á don Gabriel de Córdo-
ba, y á don Luis de Córdoba, y & otros caballeros en la
plaza Nueva, que habían salido armados en oyendo la
señal del rebato, les envió á decir que fuesen á alcímzar
al marqués de Mondéjar con toda la gente de á pié y de
á caballo que tenian, y ordenó al Corregidor que an-
duviese por la ciudad y pusiese algunos caballeros y
veinticuatros en las bocas de las calles, que no dejasen
subir á nadie sin orden al Albaicin, y que enviase algu-
na gente arriba para asegurarse de los moriscos, en-
comendándola á personas de confianza, porque no hu-
biese alguna desorden. Hecho esto, todos los que acu-
dían á la plaza los enviaba en seguimiento de los mo-
ros. El marqués de Mondéjar tomó por cima de Güétor
hacia Dílar, y llegando al campo que dicen de Gueni, á
la asomada del descubrieron los caballos delanteros
á los moros que iban de corrida á tomar la sierra. Don
Alonso de Cárdenas puso las piernas al caballo, y con
é! algunos jinetes , creyendo poderlos alcanzar antes
que se embreñasen en ella ; mas estorbóselo una cuesta
muy agria que se les puso delante en el barranco del
rio de Dílar, donde se detuvieron tanto en bajar y tor-
nar á subir, que los moros tuvieron lugar de tomar un
cerro alto y muy áspero sobre mano izquierda : allí so
hicieron una muela, y poniendo las banderas en medio.
comenzaron á dar voces y á tirar con las escopetas.
Llegaron cerca dellos algunos escuderos, que los aco-
metieron con escaramuza , pensando entretenerlos
hasta -que llegase la infantería; uno de los cuales se
desmandó tanto, que le mataron el caballo de un esco-
petazo, y le mataran también á él si no fuera socorrido.
De allí fueron tomando lo mas áspero de la sierra,
donde los caballos no podían subir, yéndoles siempre
tirando con las escopetas desde lejos. Viendo pues el
conde de Miranda V los otros caballeros cuan mal los
podían seguir á caballo, acordaron de apearse; y están-
dose apercibiendo para ir tías dellos á pié, llegó el
marqués de Mondéjar y los detuvo, porque ya estaba
puesto el sol ; y demás de que los enemigos llevaban
granventaja de camino, hacia untiempo muy trabajoso
de frío y de agua nieve ; y haciendo tocar á recoger,
mandó á don Diego de Quesada, vecino del lugar de la
Peza , que siguiese aquellos monfís con la infantería y
algunos caballos, y dio vuelta hacia la ciudad , y encon-
trando en el camino al capitán Lorenzo de Avila, á
cuyo cargo estaba la gente de guerra de las siete villas
de la jurisdicion de Granada , que iba con un golpe de
gente, le ordenó que se fuese á j^mtar con él para el
mesmoefeto. Los dos capitanes, y con ellos algunos
caballeros, los fueron siguiendo, hasta que con la escu-
ridad los perdieron de vista ; y como habia en la siemí
tanta nieve y hacia tan recio frío, porque la gente no
pereciese «o recogieron aquella noche á la iglesia del
lugar de Dílar, y allí les llevaron de cenarlos moriscos;
y en riendo el alba , creyendo que los moros habían de-
tenídose también en alguna parte, los fueron siguiendo
por las pisadas que alejaban señaladas en la nieve ; mas
ellos habían caminado toda la noche sin parar, por ve-
redas que sabían , y bajando al valle de Lecrin , iban
alzando los lugares por do pasaban, dándoles á enten-
der que dejaban levantado el Albaicin, y que Granada
y la Alhambra estaba ya por los moros. Por manera
que cuando nuestra gente bajó al valle, ya ellos iban
muy adelante; y dejándolos de seguir, porparecerles
que' iba poca gente y mal apercebída para entrar la
tierra adentro, pararon en el lugar de Dúrcal, y allí es-
tuvieron el tercero día de Pascua, esperando si llegaba
mas gente. Dejémoslos agora aquí , y digamos de don
Hernando de Valor quién era, y como le alzaron los re-
beldes por rey ; que á tiempo seremos para volver á
ellos.
CAPULLO VIL
Que trnfa de don Hernando de Córdoba y de Valor,
y cómo los rebeldes le alzaron por rey.
Don Hernando de Córdoba y de Valor era morisco ,
hombre estimado entre los de aquella nación porqus
traía su origen del halífa Maruan ; y sus antecesores,
según decían, siendo vecinos de la ciudad de Damasco
Xam , habían sido en la muerte del halífa Hucein , hijo
de Alí, primo de Mahoma,y venídose huyendo á África,
y después A España, y con valor proprio habían ocupado
el reino de Córdoba y poseídolo mucho tiempo con
nombre de Abdarrabamanes , por llamarse el primero
Abdarrabaman ; mas su proprio apellido era Aben
Humeya. Este era mozo liviano, aparejado para cual-
quier venganza, y sobre todo, pródigo. Su padre se de-
cía don Auloaio de Valor y de Córdoba, y andaba des-
lí.S
LUÍS DEL MARMOL CARVAJAL.
temido en las galeras por un crimen de que habia sido
acusado; y aunque eran ricos, gastaban mucho, y vi-
vían muy necesitados y con desasosiego ; y especial-
mente el don Hernando andaba siempre alcanzado , y
estaba estos dias preso , la casa por cárcel , por haber
metido una daga en el cabildo de la ciudad de Grana-
da, donde tenia una veinticuatría. Viéndose pues en
este tiempo con necesidad , acordó de venderla y irse á
Italia ó á Flándes, según él decia , como hombre des-
esperado ; y al íin la vendió á otro morisco , vecino de
Granada, llamado Miguel de Palacios, hijo de Jerónimo
de Palacios, que era su fiador en el negocio sobre que
estaba preso, por precio de mil y seiscientos ducados ;
el cual, la mesma noche que habia de pagarle el dinero,
temiendo que si quebrantaba la carcelería , la justicia
echarla mano del y del oficio por la general hipoteca,
y se lo haría pagar otra vez, avisó al hcenciado Santa-
ren, alcalde mayor de aquella ciudad, para que lo man-
dase embargar, y en acabando de contar el dinero ,
llegó un alguacil y se lo embargó. Hallándose pues don
Hernando sin veinticuatría y sin dineros, determinó de
quebrantar la carcelería y dar consigo en la Alpujarra ;
y con sola una mujer morisca que traia por amiga, y un
esclavo negro, salió de Granada otro dialuego siguiente,
jueves 23 de diciembre, y durmiendo aquella noche en
la almacería de una huerta , caminó el viernes hacia el
valle de Lecrin, y en la entrada del encontró con el
beneficiado de Béznar, que iba huyendo la vuelta de
Granada; el cual le dijo que no pasase adelante, porque
la tierra andaba alborotada y habia muchos monfís en
ella; mas no por eso dejó de proseguir su viaje, y llegó
á Béznar y posó en casa de un pariente suyo , llamado
el Válori, de los principales de aquel lugar, á quien
dio cuenta de su negocio. Aquella noche se juntaron
todos los Váloris, que era una parentela grande, y acor-
daron que pues la tierra se alzaba y no habia cabeza,
seria bien hacer rey á quien obedecer. Y diciéndolo á
otros moros de los rebelados, que habían acudido allí
de tierra de órgiba, todos dijeron que era muy bien
acordado, y que ninguno lo podía ser mejor ni con mas
razón que el mesmo don Hernando de Valor, por ser de
linaje de reyes y tenerse por no menos ofendido que
todos. Y pidiéndole que lo aceptase, se lo agradeció
mucho; y así, le eligieron y alzaron por rey, yendo, se-
gún después decia , bien descuidado de serlo , aunque
no ignorante de la revolución que habia en aquella
tierra. Algunos quisieron decir que los del Albaicin le
habían nombrado antes que saliese de Granada, y aun
nos persuadieron á creerlo al príncipio ; mas procu-
rando después saberlo mas de raíz, nos certificaron que
no él , sino Farax , habia sido el nombrado , y que los
que trataban el levantamiento no solo quisieron encu-
brir su secreto á los caballeros moriscos y personas de
calidad que tenían por servidores de su majestad, mas
á este particularmente no se osaran descubrir, por ser
veinticuatro de Granada y criado del marqués de Mon-
déjar, y tenerie por mozo liviano y de poco funda-
mento. Estando pues el lunes por la mañana, á hora
de misa, don Hernando de Valor delante la puerta de
la iglesia del lugar con los vecinos del , asomó por un
viso que cae sobre las casas á la parte de la sierra, Farax
Aben Farax con sus dos banderas, acompañado de los
monfís que habían entrado con él en el Albaicin , ta-
ñendo sus instrumentos y haciendo grandes algazaras
de placer, como si hubieran ganado alguna granvítoria.
El cual , como supo que estaba allí don Hernando de
Valor y que le alzaban por rey, se alteró grandemente,
diciendo que cómo podía ser que habiendo sido él
nombrado por los del Albaicin, que era la cabeza , eli-
giesen los de Béznar á otro; y sobre esto hubieran de
llegar á las armas. Farax daba voces que habia sido
autor de la libertad, y que habia de ser rey y goberna-
dor de los moros, y que también era él noble del linaje
de los Abencerrojes. Los Váloris decían que donde es-
taba don Hernando de Valor no había de ser otro rey
sino él. Al fin entraron algunos de por medio , y los
concertaron desta manera : que don Hernando de Va-
lor fuese el rey, y Farax su alguacil mayor, que es el
oficio mas preeminente entre los moros cerca de la per-
sona real. Con esto cesó la diferencia, y de nuevo alza-
ron por rey los que allí estaban á don Hernando de Va-
lor, y le llamaron Muley Mahamete Aben Humeya, es-
tando en el campo debajo de un olivo. El cual, por qui-
tarse de delante á Farax Aben Farax , el mesmo día le
mandó que fuese luego con su gente y la que mas pu-
diese juntar á la Alpujarra, y recogiese toda la plata,
oro y joyas que los moros habían tomado y tomasen, así
de iglesias como de particulares , para comprar armas
de Berbería. Este traidor, publicando que Granada y
toda la tierra estaba por los moros , yendo levantando
lugares, no solamente hizo lo que se le mandó, mas
llevando consigo trecientos monfís salteadores, de los
mas perversos del Albaicin y de los lugares comarcanos,
á Granada, hizo matar todos los clérigos y legos que
halló captivos, que no dejó hombre á vida que tuviese
nombre de cristiano y fuese de diez años arriba, usan-
do muchos géneros de crueldades en sus muertes ,
como lo diremos en los capítulos del levantamiento de
los lugares de la Alpujarra.
Bien se deja entender que este don Hernando supo
lo que se trataba del levantamiento, ansí por la priesa
que se dio en vender su veinticuatría, como porque,
según nos dijo el licenciado Andrés de Álava, inquisi-
dor de Granada , con quien profesaba mucha amistad,
que estando de camino para visitar la Alpujarra por or-
den particular de su majestad , que le mandaba que
visitando la tierra, en el secreto del Santo Oficio procu-
rase entender silos moriscos trataban alguna novedad,
había ido á él pocos dias antes que se alzase el reino , y
aconsejádole por via de amistad que no se pusiese en
camino hasta que pasase la pascua de Navidad , porque
para entonces estaría ya la gente mas quieta, y le acom-
pañaría él por su persona ; y había hecho tanta instan-
cia sobre esto, que se podía presumir que ya él lo sa-
bia, y por ventura quiso excusar la ida del inquisidor,
pareciéndole que si le tomaba el levantamiento dentro
de la Alpujarra, se pornia de nuestra parte mucha dili-
gencia en socorrerle , aunque también pudo ser que
quiso apartarle del peligro en que veía que se iba á me-
ter, por la amistad que con él tenía. Sea como fuere,
esta es la relación mas cierta que pudimos saber deste
negocio.
REBELIÓN Y CASTIGO DE LOS MORISCOS DE GRANADA.
489
CAPITULO YIIL
Que trata del levantamiento general de los moriscos
de la Alpujarra.
Congoja pone verdaderamente pensar, cuanto mas
haber de escrebir, las abominaciones y maldades con
que hicieron este levantamiento los moriscos y monfís
de la Alpujarra y de los otros lugares del reino de Gra-
nada. Lo primero que hicieron fué apellidar el nombre
y seta de Mahoma , declarando ser moros ajenos de la
santa fe católica, que tantos años liabia que profesaban
ellos y sus padres y abuelos. Era cosa de maravilla ver
cuan enseñados estaban todos, chicos y grandes, en
la maldita seta; decían las oraciones á Mahoma, hacian
sus procesiones y plegarias, descubriéndolas mujeres
casadas los pechos, las doncellas las cabezas ; y tenien-
do los cabellos esparcidos por los hombros, bailaban
píiblicamente en las calles , abrazaban á los hombres,
yendo los mozos gandules delante haciéndoles aire con
ios pañuelos, y diciendo en alta voz que ya era llegado
el tiempo del estado de la inocencia, y que mirando en
la libertad de su ley, se iban derechos al cielo, llamán-
dola ley de suavidad, que daba todo contento y deleite.-
Y á un mesmo tiempo, sin respetará cosa divina ni hu-
mana , como enemigos de toda religión y caridad , lle-
nos de rabia cruel y diabólica ira , robaron, quemaron
y destruyeron las iglesias , despedazaron las venera-
bles imagines, deshicieron los altares, y poniendo ma-
nos violentasen los sacerdotes de Jesucristo, que les
enseñaban las cosas de la fe y administraban los sacra-
mentos, los llevaron por las calles y plazas desnudos y
descalzos, en público escarnio y afronta. A unos asae-
tearon , á otros quemaron vivos, y á muchos hicieron
padecer diversos géneros de martirios. La mesma
crueldad usaron con los cristianos legos que moraban
en aquellos lugares, sin respetar vecino á vecino, com-
padre á compadre ni amigo á amigo ; y aunque algu-
nos lo quisieron hacer, no fueron parte para ello, por-
que era tanta la ira de los malos, que matando cuantos
les venían á las manos , tampoco daban vida á quien se
lo impedia. Robáronles las casas, y á los que se reco-
gían en las torres y lugares fuertes los cercaron y ro-
dearon con llamas de fuego , y quemando muchos de-
llos , á todos los que se les rindieron á partido dieron
igualmente la muerte, no queriendo que quedase hom-
hre cristiano vivo en toda la tierra, que pasase de diez
años arriba. Esta pestilencia comenzó enLanjaron,y
pasó á Órgiba el jueves en la tarde en la taa de Poquei-
ra, y de allí se fué extendiendo el humo de la sedición
y maldad en tanta manera, que en un improviso cubrió
toda la faz de aquella tierra , como se irá diciendo por
su orden. Y porque juntamente con la historia deste
rebelión hemos de hacer una breve descripción de las
taas de la Alpujarra y lugares dellas , para que el letor
lleve mejor gusto en todo, diremos primero en este lu-
gar qué cosa es taa, y lo que significa este nombre ber-
berisco.
Taa es un epíteto de que antiguamente usaron los
africanos en todas las ciudades nobles , como dijimos
atrás en el capítulo tercero del primer libro, y taa quie-
re decir cabeza de partido ó feligresía de gente natu-
ral africana , aunque otros interpretan pueblos avasa-
llados y sujetos. Dicen algunos moriscos antiguos ha-
ber oido á sus pasados , que por ser las sierras de la
Alpujarra fragosas y estar pobladas de gente bárbara,
indómita y tan soberbia , que con dificultad los reyes
moros podían averiguarse con ellos, por estar confia-
dos en la aspereza de la tierra , como acaece también
en las serranías de África, que están pobladas de bere-
beres, tomaron por remedio dividirla toda en alcaidías
y repartirlas entre los niesmos naturales de la tierra; y
después que estos hubieron hecho castillos en sus par-
tidos , vinieron á meter en ellos otros alcaides granadi-
nos y de otras partes, con alguna gente de guerra, para
poderlos avasallar. Y como había en cada partido des-
tos un alcaide, á quien obedecían mil ó dos mil vasa-
llos, también había un alfaquí mayor que tenia lo espi-
ritual á su cargo, y aquel distrito llamaban taa. Final-
mente , es lo mesmo que en África nueiba , que quiere
decir partido de bárbaros pecheros del magacen del
Rey; una de las cuales es la tierra de Órgiba, que aun-
que cae fuera de la Alpujarra, está en la entrada della,
de' donde comenzaremos, pues los moriscos comenza-
ron por allí su maldad , y por la mesma orden iremos
prosiguiendo en las demás taas como se fueron alzando.
Luego como en Lanjaron , lugar del valle de Lecrin,
se entendió el desasosiego de los moriscos, el licencia-
do Espinosa y el bachiller Juan Bautista, beneficiados
de aquella iglesia, y Miguel de Morales, su sacristán, y
hasta diez y seis cristianos, se metieron en la iglesia, y
llegando Abenfarax, les mandó poner fuego, y el benefi-
ciado Juan Bautista se descolgó por una pleíta de es-
parlo y se entregó luego al tirano, el cual le hizo matar
á cuchilladas, y prosiguiendo en el fuego de la iglesia,
la quemó y se hundió sobre los que estaban dentro. Y
haciéndolos sacar de debajo de las ruinas, los hizo lie-
varal campo, y allí no se hartaban de dar cuchilladas
en los cuerpos muertos : tanta era la ira que tenían con-
tra el nombre cristiano. Luego pasaron á la taa de ór-
giba , llevando consigo á los mancebos del lugar.
CAPITULO IX.
De la descripción de la taa de Órgiba, y cómo se alzaron los lo-
gares della, y cercaron los cristianos en la torre de Albacete.
La taa de órgiba tiene á poniente á Lanjaron , lugar
del valle de Lecrin , y á Salobreña y Motril ; al cierzo
confina con Sierra Nevada ; al levante con las taas de
Poqueira y Ferreíra y con la del Cehel, que cae hacia la
mar, que todas están en la Alpujarra; y al mediodía
tiene el mar Mediterráneo , donde está en la lengua del
agua un castillo fuerte de sitio, que los moros llaman
Sayona, y los cristianos Castil de Ferro. Por medio des-
ta taa atraviesa un rio que baja de la Sierra Nevada, y
corriendo hacía la mar con algunas vueltas, va á juntar-
se con el rio de Motril. Es tierra fértil, llena de muchas
arboledas y frescuras, y por ser templada, se crian na-
ranjos, limones, cidros y todo género de frutas tem-
pranas, y muy buenas hortalizas en ella. La cria de la
seda es mucha y muy buena, y hay hermosísimos pas-
tos para los ganados, y muchas tierras de labor, donde
los moradores de los lugares cogen trigo, cebada, pa-
nizo y alcandía , y la mayor parte dellas se riegan con el
agua del río y de las fuentes que bajan de aquellas sier-
ras. Hay en esta taa quince lugares , que los moriscos
llaman alearías , cuyos nombres son : Pago , Benizalte,
Sórtes, Cañar, el Fex, Bayárcar, Soportújar, Caratanuz,
100
LUIS DEL MARMOL CARVAJAL.
Benizcycd, Lcxiir, Barx.'ir, Gnarro«;, Liillar, Faragenit,
y Albacelí! de ürgiija, (¡ua os el lugar principal, donde
está una forre , que estaba ciueste tiempo algo mejor
proveída cjue otras veces, porque habiéndose llevado
aquel lugar los moros de Berbería, pocos anos aJi les se
había puesto mejor recaudo en ella. La mayor parle
destos lugares están en las haldas de las sierras, y los
oíros en una vega llana que se hace entre ellas, dunde
está el lugar de Albacete de Órgiba.
El día que el Parlal y el Seniz mataron aquellos cris-
líanos que dijimos de L'jíjar, los dos hombres que esca-
paron de sus manos fueron huyendo al lugar de Alba-
cete de órgiba y dieron aviso á Gaspar de Sarabia , que
estaba por alcaide y gobernador de aquella taa, el cual
luego otro día viernes bien de mañana envió á Cama-
cho , alguacil mayor, con ocho cristianos arcabuceros,
y con ellos algunos moriscos desarmados, á que supie-
sen qué novedad liabia sido aquella. Y mientras ellos
iban , vino á él un morisco, alguacil de Benizalle , lla-
mado Alvaro Abuzayet, y le dijo que hiciese recoger
con brevedad todos los cristianos chicos y grandes á la
torre, porque estaba la tierra levantada. Con este avi-
so se recogieron luego Alonso de Algar, cura de Alba-
cete , y los otros clérigos, beneficiados y vecinos cris-
tianos que moraban en los lugares de aquella taa , sin
rccebir daño , sino fueron Ids de Soporiújar y algunos
perezosos. Los ocho arcabuceros coi rieron peligro de
perderse, porque estando en el lugar de Barxar enter-
rando los cristianos que habían sido muertos el día an-
tes, dieron los monfis en ellos , y haciéndolos huir , los
fueron siguiendo hasta cerca de la torre , llamándolos
de perros, y diciéndoles que ya era llegado su día, y les
quita ronalgunasarmas, y los proprios moriscos de paces
que iban con ellos fueron los que mas los persiguieron.
Viendo pues Gaspar de Sarabia lo que pasaba, recogió
& gran priesa las moriscas y muchachos que pudo ha-
ber en el lugar y las metió en la torre, entendiendo que
si se viese en necesidad, no fallaría quien se compade-
ciere, padres, maridos ó hermanos, y que secretamen-
te les proveerían de agua y de bastimentos mienlras le
venia socorro. Finalmente , se encerró en la torre con
cientoy ochenta personas y algunos hombres esforza-
dos entre ellos, uno de los cuales se llamaba I^edro de
Vilches, y por otro nombre Pié de palo, porque tenien-
do corlada una pierna á cercen, la traia puesta de pa-
lo, y era hombre animoso y muy platico en aquella tier-
ra; y otro Lfandro, que era gran cazador, y acaso ha-
bía llegado allí aquella noche con dos cargas de conejos
y perdices y un cuero de aceite; que cierto pareció ha-
berlo enviado Dios para la salud de aquella gente; por-
que demás de ^ue él era buen arcabucero, y llevaba su
arcabuz con cantidad de munición para poder pelear,
ia caza suplió la necesidad y hambre algunos días, y el
aceite fué de mayor importancia para quemará los ene-
migos una manta de madera que les arrimaron al mu-
ro de la torre, entendiendo poderlo picar por debajo.
No fueron bien recogidos los cristianos cuando se le-
vantó el lugar, y en un barrio que está cerca del arbo-
laron una bandera, y tuniulluosamente se recogieron
á ella los mancebos gandules, y no mucho después pa- ;
recieron otras seis banderas, la mayor dellas colorada, i
con unas lunas de plata en medio , y las otras todas de ;
«eda de diferentes colores, y atravesando por un viso ú ¡
vista de la torre, fueron á ponerse en los olivares, acom-
pañados de mucha gente armada de arcal.'ucesy balles-
tas. De allí enviaron á recoger los lugares que estaban
en lo llano, y saliendo hombres y mujeres con bagajes
cargados de ropa y de bastimentos, y los ganados por
delante, se subieron á la sierra de Poqueira , y la gente
armada cercó la torre donde estaban nuestros cr.stia-
nos. Luego que se alzaron los lugares de Soporiújar y
Cañar y los demás de las sierras, lo primero que hicie-
ron aquellos herejes fué de'^truirlas iglesias, y saquear
lo que hab.'a en ellas y en las casas de los cristianos. En
Soporiújar prendieron por engaño al vicario de Ojeda,
beneficiado de aquel lugar, y después de tenerle preso
á él y á un muchacho criado suyo, llamado Marlin,
ofreciéndole de darle libertad un mori<;co que tenia p; r
amigo, que se decía Bartolomé Aben Moguid , hijo del
alguacil del lugar, le sacó de donde e'^taba y le ccon-
dió en casa de otro morisco, llamado Miguel de Jerez, y
allí estuvo cuatro días, al cabo de los cualoS vino Fa-
rax Abenfiírax, que, como queda dicho, iba recorrie i-
do los lugares por mandado de Aben Humeya, y don-
dequiera que llegaba bacía pn^gonar que, so pena de
la vida, ningún moro fuese osado de esconder cristiano
de ninguna edad que fuese, sino que luego se losmani-
festasen, y de miiulo del declaró Aben Mogu'd como
lenía aquellos dos cristianos. Y enviando Abenfarax d' s
moros por ellos , los sacaron de donde estaban y los
desnudaron en cueros, y atándoles las manos atr-ás, les
i'ntregaron á Zacarías de Aguilar, enemigo del beneli-
i'iado, el cual los llevó á la plaza del lugar, y tomán-
dolos los vecinos en medio, les dieron muchos bofeto-
nes y puñadas, y después los llevaron á unmnntecillo
que está como media legua de allí, para miliarios y de-
¡ar los cuerpos en el campo, porque Abenfarax manda-
ha que no les diesen sepultura. Y juntamente llevaron
una cristiana, llamada Beatriz de la Peña, con cinco hi-
jos niños, y teniéndolos ya para matar, acertó á pasar
por aquel camino Aben Humeya, que venia de Béznar,
y condoliéndose de la mujer y de los niños, les mandó
(fue solamente matasen al vicario , y que los demás los
volviesen al lugar y se los guardasen hasta que enviase
por ellos. Luego cargaron los enemigos de Dios sobre
aquel sacerdote, que invocaba su santísimo nombre, y
dándole uno dellos con la verga de la ballesta en la ca-
beza un gran golpe, que le aturdió y dio con él en el
suelo , le hirieron luego los otros con las lanzuelas y
espadas, hasta que le acabaron de malar. \' encendi-
dos en aquella ira , hirieron también á Martin, su cría-
do, de una cuchillada en la cabeza, que se la hendieron,
dicíéndole el que le hirió : «Toma, perro , porque eres
hijo del alguacil de Órgiba.» Ved cuánta enemistad era
la que tenían con los ministros espirituales y tempora-
les, que aun á sus hijos niños no perdonaban. La mu-
jer con sus criaturas llevaron á Soporiújar, y después
al castillo de Jubiles , donde alcanzaron libertad cuan-
do el marqués de Mondéjar lo ganó , con otras muchas
cristianas que había recogido allí Aben Humeya.
CAPITULO X.
Cómo se alzaron los lugares de las taas de Poqueira y Feíreira,
y la descripción dellas.
Las taas de Poqueira y Ferreira están en la entra-
da de la Alpujarra ; las cuales confinan á poniente con
REBELIÓN Y CASTIGO DE LOS MORISCOS DE GUAXADÁ.
V..\
\n fna de órfíiba, á levante con la de Jubiles, al me-
diorlíacon el Celio), y á tramontana con Sierra Neva-
da. En la taa de Poqueira liay cuatro hilares llama-
dos Capelcira, Alguazta, Pampaiieira y Bubion; y en
ladeFerreiraliay once, que son : Pitres, Capelcira de
Forreira, Aylácar, Eomlúles, Fcrrcirola , Mecina de
Fondi', les, Portillos, Liiaxár, Biicfiiní^tar, Dayarcul y
Ilarat el Bayar. Toda esta tierra es muy fresca, abini-
danle de muclias arboledas; críase en eila caniidad do
seda de morales; hay muchas manzanas , peras, camue-
sas de verano y do invierno, que llevan los moradores á
vender á la ciudad de Granada y á oirás partes todo el
año, y mucha nuez y castaña ingerta. El pan, trigo,
cebada, centeno y alcandia que allí se coge es todo de
riego , y lo mejor y de mas provecho que hay en el rei-
no de Granada. Está una sierra entre estas dos taas,
donde se crian hermosas viñas y huertas , y en ella na-
cen muchas fuentes de agua fría y saludable , con que
se riegan , y son todas la frutas, hortalizas y legumbres
que allí se cogen muy buenas. Es tan grande la fertili-
dad dcsfa tierra, que si siembran los garbanzos blan-
cos en ella, los cogen negros; y son los castaños tan
grandes, que en el lugar de Bubion liabia uno donde
una mujer tenia puesto un telar para tejer lienzo entre
las ramas, y en el hueco del pié hacia su morada cou
sus hijos ; y cuando el comendador mayor de Castilla
entró con su campo en la Alpnjarra , estando en aquel
lugar, vimos seis escuderos con sus caballos dentro del.
hueco de aquel árbol , y á la partida le pusieron fuego
unos soldados y le quemaron. De verano hay en estas
sierras hermosísimos pastos para los ganados ; y de
invierno, porque es tierra muy fría , los llevan á lo de
Dalias, ó hacia Motril y Salobreña , que es mas caliente
y templado por razón de los aires de la mar. Están estas
dos taas á manera de península, entre dos rios quo
bajan de la Sierra Nevada ; el primero y mas ocidental
nace sobre la mesma taa de Poqueira, y corriendo por
entre asperísimas y altas sierras, la cerca por aquella
parte, y se va á juntar con el rio do Motril antes de lle-
gar á la puente Tejali, donde está el puerto de Jubi-
leiu , que es la eutrada de Órgibaá la Alpujarra yenda
pitr el riodeCádiar, que se pasa en este camino, en es-
pacio de cuatro leguas, mas de sesenta veces por pasos
dificultosos y puertos fragosísimos de peñas. El otro rio
nace también en la Sierra Nevada, á levante del y á po-
niente del lugar de Trevélez , y con la mesma aspereza
y fragosidad cerca las dos taas hacia oriente y medio-
día. Por bajo del lugar de Ferreirola hace dos brazos,
y entrambos se juntan con el rio que baja de Alcázar,
y se van después á meter en el rio de Motril en la gar-
ganta del Dragón, que los moriscos llaman Alcazaubin.
Recógense en aquel lugar tantas aguas de verano , por
razón de las nieves que se derriten de las sierras, que
parece un mar tempestuoso el ruido que lleva el rio.
Esta tierra decían los moriscos haber oído decir á sus
pasados que jamás liabia sido conquistada por fuerza
de armas, y así tenían mucha confianza en el sitio y
fortaleza dolía,- creyendo que ningún ejército aco-
metería la entrada, habiendo quien defendiese los as-
perísimos pasos, donde poca gente era fuerte y pode-
rosa; y por esta razón eligieron aquel sitio donde se
recoger del primer ímpetu con sus mujeres , hijos y ga-
nados.
Alzáronse los lugares de la taa de Poqueira viernes
por la mañana á 24 días del mes do diciembre. Los cris-
tianos que había en ellos corrieron luego á favorererse
en la torre de la ig'esia del lugar de Burburon , que al
parecer cr-a fuerte, ainique no estaba acabada, y los
herejes traidores (que a- i merecen que lus llamemos
de aquí adelante), viendo que se d'fendian, fuerm á
saquearles las casas , y cercando la ig'esia, altrieronuna
puerta que estaba tapiada, encubierta de la torre, y
entrando furiosamente por ella , destruyeron y robaron
todas las cosas sagradas , y luego jinitaron muchos
zarzos y tascos untados" con aceite para poner fuego ú
la puerta de la torre. Viendo esto los cristianos, y ha-
llándose sin defensa, sin agua y sin mantenimientos,
tomaron por medio rendirse antes que morir abrasa-
dos en crueles llamas; y fuérales menor mal, si los ene-
migos no usaran después otras mayores crueldades cun
ellos; porque los desnudaron y ataron, y les dieron
muchos palosy bofetadas; y habiéndolos tenido apri-
sionados diez y nueve dias, los sacaron á justiciar por
mandado de Aben Humeya auna huerta cerca del lugar,
un día antes que el marqués de Mondéjar llegase á Ór-
giba; y allí hicieron pedazos con las espadas al licen-
ciado Qiiirós, cura del lugar de Concha, y al benefi-
ciado Bernabé de Montanos, y á Godoy, su sacristán, y
á otros veinte legos ; y dejando los cuerpos á las aves y
á los perros quo se los comiesen , á solas las mujeres y
á los niños de diez años abajo tomaron por captivos.
Al bachiller Baltasar Bravo, beneficiado y vicario de
aquella taa, porque sabían que tenia mucho dinero, no
le mataron, y dándole tormento, le sacaron tres mil du-
cados de oro y mucha plata labrada, y con esperanza
que les había de dar mas, le dejaron con la vida.
Los de la taa de Ferreira se alzaron en el mesmo día
y hora que los de Poqueira , especialmente los de Pór-
tugos y de los otros lugares junto á él. Los cristianos,
en sintiendo el alzamiento, fueron luego á favorecerse
en la torre de la iglesia de aquel lugar con sus nuijeres
y hijos. Los moros les saquearon las casas, y entrando
en la iglesia por una puerta pequeña , la robaron y des-
truyeron, y pusieron fuego á la torre, amenazando á los
que se habían encastillado dentro con cruel muerte si
luego no se rend ian . Hubo algunos ani mosns que mostra-
ban querer mas morir que verse en poder de aquellos
infieles; otros, viéndose quemar vivos, y oyendo las pia-
dosas lamentaciones do sus mujeres y hijos, conside-
rando que ni ntruna crueldad se podia usar con ellos ma-
yor que la del fuego, y teniendo alguna esperanza de que
no los matarían, determinaron de rendirse; y al fin
persuadieron á los demás á que se diesen á partido,
con promesa de que no les harían otro mal sino tomar-
los por captivos. Habiéndose pues tardado en deter-
minarse, el fuego fué creciendo cada hora mas y ocu-
pó la escalora de la torro; y siéndoles forzado descol-
garse con sogas por la parte de fuera , donde no habían
aun llegado las llamas, el recebimíento que les hacían
aquellos enemigos de Dios era desnudarlos en ponien-
do los pies en el suelo, y darles muchos palos y bofe-
tones , y atándoles las manos atrás , los llevaban á me-
ter de pies en un cepo. Al beneficiado Juan Diez Galle-
go, que residía en Pitres , y acertó aballarse allí aquel
día , mataron de una saetada , estando asomado á una
ventana de la torre. Prendieron ó los beneüciudos Juan
Í92 LliS DEL MAU
Vela y Baltasar de Torres , y á su pariré, y á otros mu-
chos legos, y á las mujeres y riiuos que tuvieron lugar
de poderse descolgar; y cuando fué aplacada la llama,
retirando la brasa, entraron dentro, y á todos los hom-
bres que bailaron vivos los mataron ; y por atormen-
tar mas á los cristianos presos con pena y vituperio,
les bicieron sacar de la torre los cuerpos muertos , y
que con sogas á los pescuezos los llevasen arrastrando
fuera del lugar y los echasen en un barranco; y des-
pués los mataron á ellos, sacándolos de cuatro en cua-
tro, para que durase mas la fiesta, llevándolos des-
nudos y descíilzns, dándoles de pescozones y puñadas.
Poníanlos sentados por su orden en el suelo en una ba-
za , y luego comenzaban su venganza ; el que llevaba la
soga con que iba el cristiano atado, era el primero
que le beria ; luego llegaban los otros y le daban tan-
tas lanzadas y cuchilladas, basta que le acababan de
matar ; algunos entregaron á las moriscas antes que es-
pirasen, para que también ellas se regocijasen. Uno de
estos fué Juan de Cepeda , hafiz de la seda , el cual lle-
vó su martirio , si en aquel punto supo gozar de Dios,
por mano de mujeres con piedras y almaradas. Mataron
también este dia una morisca viuda, que habia sido
mujer de un cristiano , llamada Inés de Cepeda , porque
no quiso ser mora como ellos, y les decia que era cris-
tiana y que no queria mayor bien que morir por Je-
sucristo. En esta constancia la degollaron , y dio el al-
ma á su Criador, encomendándose muchas veces á la
gloriosa virgen María. No podían los descreídos llevar
á paciencia que los cristianos cuando se veían en aquel
punto se encomendasen á Dios y á su bendita Madre.
Y como herejes y malos les decían : « Perros , Dios no
tiene madre; » y los herían cruelísímamente. Al benefi-
ciado Baltasar de Torres rogaron mucho que se torna-
se moro dos herejes llamado Pedro Almalqui y Juan
Pastor, y le prometían que le darían su hacienda y le
casarían. Y como les respondiese que era sacerdote
de Jesucristo y que había de morir por él , le dieron
de bofetadas y puñadas ; y diciéndole por escarnio :
« Perro , llama agora al Arzobispo y al Presidente y á
Albotodo que te favorezcan.» Cuando hubieron sacado
por engaño á su madre docíentos ducados que tenía
escondidos, con promesa de que no le matarían, le des-
nudaron en cueros, y maniatado con una soga á la gar-
ganta, le llevaron á la plaza, y apartándole á un cabo,
donde llaman el Lauxar, le cortaron los pies y las ma-
nos, y luego le ahorcaron juntamente con otros dos
cristianos mancebos, que el uno no tenía edad de ca-
torce años; y porque lloraba un niño sobrino del bene-
ficiado viendo matar á su lío , le mataron también á él.
Murieron en este lugar veinte y ocho cristianos entre
clérigos y legos , y dos niños de edad de tres años , ó
poco mas. Los autores destas crueldades que Farax
Aben Farax mandaba hacer , fueron Luís el Hardon y
Miguel de Granada Xaba, juntamente con las cuadrillas
de los monfís.
Alzóse el lugar de Mccina de Fondáles el mesmo dia
viernes en la noche , y tomando á los cristianos que
vivían en aquel lugar descuidados, los prendieron á
todos en sus casas y los robaron. Luego acudieron á
la iglesia, y como si en aquello estuviera toda su felici-
dad , destruyeron todas las cosas sagradas , y se lleva-
ron los ornamentos y cosas de precio que allí habia.
MOL CARVAJAL.
Fueron muchos los malos tratamientos y afrentas que
hicieron á los cristianos captivos en estelugar; y des-
pués de bien hartos de ultrajarlos, mataron diez y seis
personas, y entre ellos dos beneficiados , liamadosLuis
de Jorquera y Pedro Rodríguez de Arceo, y á Diego
Pérez, sacristán, y á Pedro Montañés , hombre rico , y
á su mujer y á una criatura que llevaba en los brazos.
Sacábanlos á todos desnudos, las manos atadas, fuera
del lugar, dándoles de palos y de bofetadas, y después
los herían cruelmente con lanzas, espadas y con pie-
dras.
El lugar de Pitres de Ferreira se alzó la noche de Na-
vidad, viernes á 24 de diciembre, como los demás desta
taa. Los cristianos que allí vivían, y otros que se halla-
ron en él acaso , en sintiendo el alboroto de la gente se
metieron en la torre de la iglesia , y los moros les sa-
quearon las casas y los cercaron. Teniéndolos pues
cercados , y viendo que se defendían , un moro de los
principales de aquel lugar, llamado Miguel de Herrera,
les persuadió con buenas palabras á que se rindiesen,
diciendo que no los matarían ; los cuales lo hicieron
ansí, viendo lo poco que podía durar su vana defensa.
Luego saquearon y robaron la iglesia y deshícierou
los altares. Miguel de Herrera llevó á su casa y á otras
de particulares á los prisioneros, dándoles esperanza
que no morirían; y habiéndolos tenido allí tres días,
llegó el traidor de Farax, y dejándole mandado que los
matase, los llevaron á todos maniatados á casa de Die-
go de la Hoz el viejo , que era un cristiano rico que vi-
vía en aquel lugar, y haciendo pregonar que todos los
moros y moras que quisiesen regocijarse con la muerte
de sus enemigos saliesen á la plaza á ver como los ma-
taban, en un punto se hinchó toda de gente. El primero
que sacaron fué al beneficiado Jerónimo de Mesa , y
poniendo una garrucha con una gruesa soga en lo alto
de la torre de la iglesia , le ataron los brazos atrás asi-
dos della, y subiéndole arriba, le dejaron caer tres ve-
ces de golpe en el suelo con los brazos descoyuntados,
y de los golpes que daba sobre una losa , se le hicieron
pedazos las canillas de los píes y de los muslos en pre-
sencia de su madre, que era morisca de nación y buena
cristiana ; la cual viendo hecho pedazos á su hijo , lle-
gó á él con ánimo varonil , y besándole muchas veces
el rostro , le dijo : «Hijo mío, esforzad en Dios y en su
bendita Madre, que son los que han de favorecer vues-
tra alma; que los tormentos presto pasarán.» El cual
alzando los ojos al cielo, daba infinitas gracias á Jesu-
cristo , derramando lágrimas de contemplación con
tanto ánimo como si no sintiera aquel tormento. Vién-
dole pues los herejes en esta constancia, y que tan de
corazón se encomendaba á Dios, llegaron á él, y por es-
carnecerle le decían : «Perro, di agora el Ave María;
veamos si te quitará de aquí.» Y tornándole á subir
otra vez alo alto, le dejaron caer cuatro veces, y luego
lequítaron;y echándole una soga á la garganta, le en-
tregaron alus moras para que también ellas tomasen su
venganza en él ; las cuales le llevaron arrastrando fuera
del pueblo, y hiriéndole con almaradas, lanzuelas y
piedras, le acabaron de matar ; y volviéndose contra su
madre, le escupían en la cara, llamándola de perra cris-
tiana ; y mesándola , y dándole de bofetadas , le dieron
tantas heridas y pedradas , que la derribaron muerta
sobre el cuerpo de su hijo. Acabado este espectáculo,
REBELIÓN Y CASTíGO DE LOS MORISCOS DE GRANADA.
•113
sacaron á Diego de la Hoz el viejo , y al gobernador de
Torviscon, yá Francisco de Campnzano, y con ellos
otros muchos cristianos, y los llevaron donde los ha-
bían de matar; y porque algunos, teniendo las manos
otadas, hacian la cruz con los dedos pulgares y la be-
saban, llegaban á ellos y se los corlaban. Hubo enlre
estos cristianos dos muchachos , que el mayor seria de
trece años, y era hijo de Antón Martin, familiar del
•Santo Oficio, en quien el señor puso su mano aquel
dia, porque no bastaron con ellos ruegos, promesas
ni amenazas para que renegasen. Y queriéndolos sacar
á malar con los demás, se llegó uno llamado Pedro,
hijo de Diego de Hoz, á su madre, y con semblante alegre
le dijo : «Señora madre, rogad á Dios por mi.» Y como
le respondiese llorando : «Hijo mió, lú eres el que has
derogar por todos,» le replicó el muchacho: «Por
cierto, señora, yo lo haré, y no tengáis pena de mi
muerte; que voy muy alegre y contento á morir por
Jesucristo.» Y con grandísimo esfuerzo llegaron en-
trambos adonde estaban los otros cristianos muertos,
y hincando las rodillas en el suelo, sin terrier de aquella
muerte breve , fueron á gozar de la vida perdurable,
ensangrentando en ellos sus espiidas los enemigos de
Jesucristo : cosa por cierto de admiración, y para dar
gracias al Omnipotente, que no hubo en todo este al-
zamiento cristiano, hombre ni mujer, grande ni peque-
ño , sacerdote ni lego, que negasen la fe; antes hubo
algunos moriscos y moriscas que holgaron de morir
por ella, y se ofrecían de buena gana al sacrilicio con
tanto mas ánimo, cuanto mayores crueldades veían ha-
cer. Padecieron en este lugar veítite y tres cristianos
por sentencia de Miguel de Herrera, que como juez los
condenaba. Los principales ejecutores del mal que allí
se hizo fueron Lorenzo de Murcia, Lorenzo Campanari,
Miguel de Montero y Miguel Zenin y el Mehme. Otras
muchas crueldades se hicieron en los otros lugares
destas taas, que dejo de poner, porque para liaberlo
de contar todo, seria menester gran volumen y cansar
al letor,
CAPITULO XI.
Cómo se alzaron los lugares de la taa de Jubiles ,
y la descripción della.
La taa de Jubiles confina á poniente con las taas de
Poqueira y Ferreira, á tramontana tiene la Sierra Ne-
vada, al mediodía el Cehel , y á levante la taa de Ujíjar
de Albacete. Es tierra de muchas sierras y peñas, es-
pecialmente á la parte de Sierra Nevada. Hay en ellas
veinte lugares, llamados Valor, Viñas y Exen, Mecinade
Bombaron, Yátor, Narila, Cádiar, Timen, Portel, Cor-
eo, Cuxurio, Bérchul, Alcútar, Lóbras, Nieles, Gas-
taras, Notaes, Trevélez y Jubiles, que es la cabeza.
Hacia la parte de Bérchul hay grandes cuevas , que
naturaleza hizo y fortaleció entre las peñas en lugares
muy secretos, donde los moriscos tenían recogidos mu-
chos bastimentos para el tiempo de la necesidad. A la
parte de levante y mediodía cerca esta taa un rio que
nace en lo mas alto de Sierra Nevada , junto al puerto
de Loh, que quiere decir puerto de la Tabla, porque
está una tabla de tierra llana en lo mas alto del , por
donde se atraviesa la Sierra Nevada, yendo de Guadix á
la Alpujarra. Este rio es el que llaman de Cádiar, y en-
tre él y •:! que dijimos que baja de junto á Trevélez y
H-i.
cerca las taas de Poqueira y Ferreira, está lalaa de Ju-
biles, la cual es abmidiinte de pan, trigo, cebada , pa-
nizo y alcandía, y de mucho ganado; mas tiene muy
pocas arboleda»?, y la seda que allí se eria no es tan bue-
na como la de las otras taas, especialmente la delpro-
prio lugar de Jubiles.
Jubiles es el lugar principal desta taa, donde se ven
líis ruinas de un castillo antiguo, en un sitio aeaz gran-
de y fuerte, en el cual dicen los moriscos antiguos que
había en tiempo de moros un alcaide y gente de guer-
ra para tener sujetos los lugares de aquel partido, que
eran los nías inquietos de la Alpujarra, bárbaros y bes-
tiales sobremanera. Levantáronse los moriscos deste
lugar y de los otros desta taa el viernes víspera de Na-
vidad , cuando los mnnfís hubieron muerto los cris-
tianos que fueron á alojarse á Cádiar con el capitán
Herrera, y lo primero que hicieren fué robar la iglesia
y destruir cuanto había en ella. Luego corrieron á las
casas de los cristianos que moraban en el lugar, y no
con menor cudicia que ira las saquearon, y prendién-
dolos, los metieron en la iglesia con gente de guardia,
y allí los tuvieron algunos días , predicándoles su seta
y amonestándoles que se volviesen moros, hasta tanto
que volvió Farax, y mandó que los matasen á todos-; y
por su orden los mataron el jueves 30 días del mes de
diciembre. Los primeros fueron el Jíencficiado Salva-
dor Rodríguez y el cura Martín Homero , y su sacristán
Andrés Monje. Lleváronlosdesnudos en cueros, las ma-
nos atadas atrás, á una haza que estaba cerca déla
iglesia, y allí los acabaron á cuchilladas, y con ellos
otros dos legos. Y teniendo ya en aquel lugar para ha-
cer lo mesmo de otros cristianos de los que tenían
presos, acertó á pasar por allí don Hernando el Za-
guer, que andaba requiriendo aquellos pueblos , y se los
quitó y los entregó á un morisco del lugar, para que
tuviese cargo de guardarlos hasta que se los pidiese.
Estas crueldades que Aben Farax bacía , no aplacian
nada al Zaguer; antes le aborrecía por ello á él y á los
que con él andaban ; mas no osaba contradecírselo,
porque temía que los moros rebelados se lo temían á
mal , y dirían que favorecía á los cristianos, ó que se
apiadaba dellos ; y por el mesmo caso, haciéndose á la
parte de Aben Farax, le alzarían por su gobernador,
por ser hombre enemigo y perseguidor del nombre
cristiano.
Los del lugar de Alcútar se alzaron el mesmo día que
los de Jubiles , robaron la iglesia , hicieron pedazos los
retablos y imagines, destruyeron todas las cosas sa-
gradas, y no dejaron maldad ni sacrilegio que no co-
metieron en compañía de los monfis y de Esteban
Parlal, su capitán. Fueron á casa del vicario Diego de
Montoya , beneficiado de aquel lugar, y entrándola por
fuerza, le mataron de una saetada. Prendieron al li-
cenciado Montoya, su sobrino, y corláronle una mano;
saquearon cuanto tenían. Tomaron vivos á Juan de Mon-
toya , beneficiado del lugar de Cuxurio de Bérchul , quo
se halló allí á la sazón, y á otros cristianos y cristianas
que vivían en él, y llevándolos después á matar al lu-
gar de Cuxurio con otros captivos, como se dirá ade-
lante , mostraban gran sentimiento de pesar por no ha-
ber prendido al vicario Diego de Montoya, porque qui-
sieran tomar muy de espacio venganza en él.
También se alzaron los del lugar de Narila el viernes
43
194
LUIS DEL MARMOL CARVAJAL.
en iii noclic, los cna1e«; rlcstriiyeron y robaron la igle-
sia y las cusas de los cristianos, y prendiéndolos á to-
dos, y entre ellos ú un clérigo de misa llamado Cebrian
Sancbez, los llevaron maniatados al lugar de Alcútar;y
liabiciidolos tenido allí predicándoles su seta y per-
suadiéndolos á fjue se tornasen moros, y amenazándo-
les que si no lo liacian les darian cruelísimas muertes,
cuando vieron que les aprovechaban poco sus persua-
siones y amenazas, desnudaron todos los hombres en
cueros , y los llevaron, las manos atadas atrás, al lugar
de Cuxurio, donde los mataron; siendo autores desla
maldad Lope y Gonzalo Seniz , vecinos de Cuxurio de
Bércliul, que fueron crueles perseguidores de cristia-
nos, y caudillos de moni'ís.
El lugar de Cuxurio de Bérchul se alzó cuando los
otros desta taa , y los rebeldes diclios con cruelísima
rabia entraron lo primero en la iglesia, y haciendo pe-
dazos los retablos y las imagines y la pila del santo
Laptismo, quebraron el arca del Santísimo Sacramen-
to, y no hallando la sagrada hostia de la Eucaristía,
que la había consumido el beneficiado Pedro Crespo,
arrojaron con menosprecio y desden tedas las cosas sa-
gradas por el suelo. Luego fueron á saquear las casas
délos ciistianos,y prendieronal beneliciado, que se
habia escondido en casa de un morisco su amigo, y le
mataron cruelísiiiyimenle. A este lugar llevaron los
cristianos que habían caplivado en el lugar de Alcútar
y Narila , y los mataron á todos delante de la iglesia.
Al beneliciado Juan de Monloya, que habia sido preso
en Alcútar, sacó uno de aquellos herejes el ojo dere-
cho con un puñal, y luego les tiraron á todos al terrero
son las ballestas y con los arcabuces, estando presen-
tes á ello Esteban Parla! y Lope el Seniz y otros capi-
tanes de monfís.
Los de Mecina de Bombaron se alzaron también el
viernes en la noche, saquearon luego la iglesia, que-
braron los retablos, despedazaron las venerables ima-
gines, deshicieron los altares , y finalmente destruye-
ron y robaron todas las cosas sagradas; y hallando á
los cristianos descuidados, los prendieron á todos y
les saquearon las casas. En este lugar arbolaron los re-
beldes una bandera de tafetán carmesí bordada de hilo
de oro , y en medio un castillo con tres torres de plata,
que la tenían guardada de tiempo do moros, y el que
la tenia se llamaba Andrés Hamí, vecino del mesmo lu-
gar. Prendieron al beneficiado Francisco de Cervilla
en su casa, y atándole las manos atrás, le dieron mu-
chos bofetones y palos, y le llevaron de aposento en
aposento , hasta que les entregó el dinero y la ropa que
tenia ; y después sacándole fuera, se adelantó un moro
que solía ser grande amigo suyo , y haciéndose encon-
tradizo con él en el umbral de la puerta, le atravesó
una espada por el cuerpo diciéndole : « Toma, amigo ;
que mas vale que te mate yo que otro;» y allí le aca-
baron de matar los sacrilegos á pedradas y cuchilladas.
Y no contentos con esto, tomó uno de los que allí es-
taban un palo, y le quebrantó todo el cuerpo á palos
desde los píes hasta la cabeza ; y otro día de mañana le
sacaron arrastrando fuera del lugar, y le echaron en
un barranco. No mucho después mataron todos los
cristianos que tenían captivos , y entre ellos al bene-
ficiado Juan Gómez el viejo y al cura Juan Palomo,
haciendo en ellos mil géneros de vituperios y cruelda-
des. Fué cruel perseguidor de cristianos en este lugar
Miguel Daloy, alguacil del.
El lugar de Valor está en dos barrios, el alto y el ba-
jo; entrambos se alzaron el viernes en la noche. Los
cristianos clérigos y legos que allí moraban se reco-
gieron, en sintiendo el alboroto, á la torre de la iglesia
del barrio bajo, donde estuvieron con harto cuidado
aquella noche. Los moros saquearon y robaron la igle-
sia del barrio alto y las casas de los cristianos; y otro
día de mañana los cercaron en la torre , y asegurán-
doles Bernardino Abonzaba que no les harían ningún
mal, los capLívuron ú todos; y desque hubieran des-
truido y robado también aquella iglesia, los llevaron
maniatados á unas casas, y allí les predicaron algunos
dias la seta de Mahoma ; y viendo que aprovechaba pa-
co su predicación , porque todos decían que eran cris-
tianos y que habían de morir por Jesucristo, sacaron
los herejes á los hombres desnudos y maniatados fuera
del lugar, y poniéndolos á terrero, les tiraron con ar-
cabuces y ballestas. Los primeros que mataron fueron
tres beneficiados, llamados el bachiller Delgado, Alon-
so García y Tejerina , y dos sacristanes , que el uno se
decía Francisco de Almansa. Deste lugar era natural
don Hernando de Valor, mas no se halló allí aquel dií¡;
y si bien se hallara , no dejaran de hacerestas cruelda-
des, á las cuales no quería contradecir, por tener el
pueblo mas culpado , mas obligado, y con menos con-
fianza de perdón ; y por esta razón , sí unas veces las
permitía, otras muchas las mandaba hacer, porque le
tuviesen por enemigo de cristianos.
El mesmo día y en la mesma hora que se alzó Valor,
se alzaron los lugares de Yégen y Yálor , en los cuales
no fueron menores las crueldades que usaron los ene-
migos de Dios. Destruyeron y robaron las iglesias y las
casas de los cristianos, capliváronlos á todos, y ha-
ciéndoles muchos malos tratamientos, vinieron después
á darles cruelísima muerte; y entre ellos mataron al
b-ichiller Bravo y á su sacristán, y un vecino que se
decía Juan de Montoya,que se escapó herido de una
saetada en la cabeza, fué á parar á Ljíjar , donde tam-
bién fué muerto con otros muchos cristianos que allí
habia.
CAPITULO XII.
Cómo se alzaron las taas de los dos Celieles, y la descripción
deltas.
Los Cébeles son dos taas que están juntas en la cos-
ta de la mar; la que cae á poniente llaman Zueyhel,
nombre diminutivo, porque es mas pequeña que la
otra. Esta confina á poniente con las sierras de Jubi-
lein, en la entrada de la Alpujarra, donde están los lu-
gares de Rubite , Bárgíx y Alcázar, y con la taa de Ór-
gíba. El Cehel grande tiene á levante la tierra de Adra;
y á entrambas taas las baña al mediodía el mar Medi-
terráneo, y á la parte del cierzo confina con la taa de
Ferreira, con la de Jubiles y con parte de la de Ujíjar.
Hay en ellas once lugares, llamados Albuñol, Torbís-
con, Turón, Mecina de Tedel, Bordemarela, Déliar,
Cojáyar, Forónon, Murtas, Jorayrata y Almejíjar. Esta
tierra es de grandes encinares y de mucha yerba para
los ganados ; cógese en ella cantidad de pan. Lo que cae
hacia la costa de la mar, es muy despoblado, y por eso
es muy peligroso , porque acuden de ordinario por allí
REBELIÓN Y CASTIGO DE LOS MORISCOS DE GRANADA.
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muchos bnjeles de cosarios Hircos y moros de Berbería.
Cercan estas laas dos ríos ; á la parte de levante el que
llaman rio de Adra, y á-poniente otro que nace en el
proprio Zueyliel cerca de la niar ; y corriendo la tierra
adentro liácia tramontana, dando muchas vueltas, se
va á juntar con el rio de Alcázar , que baja de las sier-
ras de Jubilein, poi»bajo del lugar de Escariantes, que
es de lataa de Ljíjar.
Todos los vecinos dcstos lugares que liemos diclio,
se alzaron viernes en la tarde, destruyeron y robaron
las iglesias, captivarou y mataron todos los cristianos
que vivían entre ellos , y dejando sus casas, se subieron
otro día á la aspereza de las sierras con sus mujeres y
hijos y ganados, y la mayor parte dellos se metieron
en uoas cuevas muy grandes y muy fuertes que están
media legua encima del lugar de Jorayrala.
En el lugar de Jorayrata, cuando los herejes sacri-
legos hubieron saqueado la iglesia, y con manos vio-
lentas hecho mil géneros de sacrilegios y maldades,
recogieron todos los prísioneros dentro, y entre ellos
al beneficiado Francisco de Navarrete y á su sacris-
tán ; y habiéndoles tenido allí tres dias, llegó orden de
Farax Abenfarax para que los matasen; y un moro lla-
mado Lope de Guzman , alguacil del lugar, dijo al be-
neficiado que supiese que habían de morir él y todos
los que allí estaban , y que en su mano estaba darle al-
guna hora de vida ; el cual le rogó que por amor de
Dios le diese aquella tarde y la noche siguiente de tér-
mino para ordenar su alma. El moro se lo concedió,
porque había sido su amigo, riéndose de 'oírle decir
que quería ordenar su alma. Este clérigo, viendo que
habían de morir aquellos cristianos tan en breve, los
confesó á todos y les predicó los misterios de la pasión
de Cristo, redemptor nuestro ; y todo el tiempo que le
sobró de la noche estuvo de rodillas puesto en ora-
ción, pidiendo á Dios misericordia de sus culpas. Sien-
do ya de día, volvió el alguacil á él y le dijo que ya
era llegada su hora ; que viese qué muerte quería mo-
rir, porque aquella se le daría. El beneficiado le rogó
que le cortasen la cabeza , porque no estuviese mucho
penando, y que en acabando de espirar, le hiciese en-
terrar en la iglesia. A esto respondió el moro escarne-
ciendo : «Cortarte la cabeza yo lo haré; mas quedar
tu cuerpo en la iglesia no puede ser, porque la he me-
nester para corral de mí ganado*. » Entonces se hincó
el sacerdote de Jesucristo de rodillas delante del altar,
que ya estaba deshecho y derribado , y estando orando
al Señor, le alzó el hereje por la mano , y llevándolo á
la puerta de la iglesia, donde había mucha gente reco-
gida, le entregó á los herejes sayones , juntamente con
el sacristán , diciéndoles desta manera : «A este perro
liellaco del alfaquí os entrego para que le cortéis la ca-
beza, porque subiéndose en el altar, nos hacia estar
hasta mediodía ayunos, después de haberse él comido
una torta de pan yemborrachádoseconvíno; y cuan-
do se la hayáis cortado , dalde una lanzada por el cora-
zón, porque nos decía que no teníamos fe ni corazón
con Dios, Y al sacristán, que con mucho cuidado apun-
taba las faltas de los que no íbamos á misa los domin-
gos y dias de fiestas, y castigaba á los muchachos que
no querían aprender la dotrína cristiana cuando estaba
borracho , quitadle asimesmo la cabeza y echadla en
una tinaja de vino, y entregad después el cuerpo á los
muchachos para que le den tantas pedradas como él
les dio azotes. » Dicho esto , los enemigos de Dios eje-
cutaron luego la inicua sentencia; y siendo ya tarde,
fueron algunas mujeres cristianas al alguacil, y le ro-
garon que les diese licencia para enterrar aquellos
cuerpos , porque no se los comiesen los perros. Él cual
les respondió que los dejasen estar en el campo ; que
ellos eran tan grandes perros, que los mesmos perros
habrían asco de comerlos.
Los vecinos del lugar de Murtas se alzaron cuando
los de Jorayrata , mas fué de manera que no hicieron
aquel dia mal á los cristianos, antes les dieron lugar
que se metiesen en la iglesia, y con ellos el beneficiado
Juan Gómez de Perespada. Después llegó al lugar Bar-
tolomé el Fetén con una cuadrilla de moiifís y su ban-
dera tendida blanca, que llevaba Lorenzo Mehgua, y
juntándose con ellos los mozos gandules , cercaron y
combatieron la iglesia, y derribándoles las puertas,
entraron dentro y hicieron pedazos los retablos, las
cruces y la pila del sagrado baptismo y saquearon la
sacristía. Y por asegurar á los que se defendían ani-
mosamente en la torre, no quisieron saquearles las ca-
sas, antes les persuadieron con buenas palabras á que
se diesen, diciéndoles que se podian fiar muy bien
dellos, pues eran sus vecinos y amigos, y que si les en-
tregaban las armas, les aseguraban sobre sus cabezas
que no les seria hecho mal ni daño. Viendo pues los
pobres cercados que de ninguna manera podian esca-
par de muerte sí perseveraban en su vana defensa,
acordaron de rendirse , y bajando deHa torre , los ma-
niataron á todos en el cuerpo de la iglesia. Luego su-
bió uno de los monfís á lo alto de la torre, y arbolando
una bandera morisca, pregonó la seta de Mahoma,
como cuando los moros llaman á su oración ó zalá. Los
otros fueron á las casas de los cristianos y las robaron,
y mataron algunos enfermos que estaban en las camas
tan flacos, que no se habían podido levantar; aunque
no duraron muchos dias mas los unos que los otros,
porque los rebeldes herejes, juntándose como quien se
junta para alguna fiesta solene , los sacaron á matar
con gran regocijo, tañendo sus atabalejos y dulzainas;
y poniendo á los cristianos en una hilera en el cimen-
terio de la iglesia, desnudos y descalzos, con las
manos atadas atrás, les tiraron á terrero con los arca-
buces y ballestas, y los mataron á todos cr.uelisima-
mente, comenzando por el beneficiado, y luego por el
sacristán Esteban de Zamora. Mataron también á Ca-
talina de Arroyo, morisca, madre del beneficiado Oca-
ña, porque dijo que era cristiana ; la cual llevándola las
mujeres á matar, iba rezando la oración del Anima
Cliristi, y murió invocando el dulce nombre de Jesús.
Al contrario desto hicieron los del lugar de Turón ,
los cuales recogieron diez y ocho cristianos que allí
vivían, y porque los monfís no los matasen , los acom-
pañaron hasta Adra, y los pusieron en salvo con todos
sus bienes muebles.
CAPITULO XIII.
Cómo los lugares de la taa de Ujíjar se aliaron, y la descripción
della.
La taa de Ujíjar está en medio de la Alpujarra : es
tierra quebrada, aunque no tan fragosa como las otras
taas que hemos dicho; la cual confina á poniente con
195
LUIS DEL MARMOL CARVAJAL.
la ina de Jubiles, íí Iramonfana con la Sierra Nevarla,
al mediodía con el Celiel grande y con tierra de Adra,
y á l'jvaiile con la tua de Andarax. Cógese en esla
tierra cantidad de pan , trigo , cebada , panizo y alcan-
día, y lietie muy buenos pastos para ganados mayores
y menores. La cria de la seda no es tanta en Ujíjar ni se
Lace tan fina como en las otras taas , ni tienen los
moradores tantas arboledas. A levajite y á mediodía
cerca esta taa un rio que procede de unas fuentes que
salen de la laguna grande que se hace en la cumbre
nlta de Sierra Nevada, cerca del puerto de la Ravali,
que en arábigo quiere decir recogimiento de aguas.
Éste rio liace al principio dos brazos; el mayor corre
liácia poniente, y va baciendo muchas vueltas y ense-
nadas sin llegar á lugar poblado hasta Escariantes, y
allí se juntan con él oíros dos rios que proceden tam-
bién de la mcsma sierra. El otro brazo corre hacia le-
vante, y atravesando la taa, viene á pasar á poniente de
Ijíjar de Albacete, que así llaman los moros este lugar,
el cual tuvo título de ciudad, siendo el rey Abdilebi
Zogdybi señor de la Alpujarra. De la mesma fuente que
sale el rio que hemos dicho , procede otro que lleva su
corriente rnás á levante, y vaá pasar junto con el lugar
de Laróles, y de allí vuelve á Ujíjar, y se junta con otro
brazo que procede de otra fuente que nace ii levante
do la laguna dicha , en unas sierras mas bajas, al cual
llaman después los moradores rio de Paterna, del nom-
bre de un lugar por donde pasa. Estas aguas todas ,
corriendo hacia el mar Mediterráneo, toman en medio
^ Ujíjar, y después se van á juntar par del lugar de
Darrícal, y de allí van á entrar en la mar cerca de la
villa de Adra, y por esta razón llaman aquel rio, cuando
ya van las aguas todas ¡untas, rio de Adra.
Hay en la taa de Ujíjar diez y nueve lugares, llama-
dos Darrícal, Escariantes, Lucainena, Chirin, Soprol,
Umqueira, Pezcina, Laróles, Unduron, Jugar, Mairena,
Cargelina , Almocela , el Fex, Necbit, Mecina de Alfa-
liar, Torrillas, Anqueira y Ujíjar de Albacete, que,
como queda dicho, es el principal y tiene título de ciu-
dad , y allí reside de ordinario el juzgado civil y crimi-
nal, alguaciles y escribanos, y un alcalde mayor que
pone el corregidor de Granada para que administre
justicia en toda la Alpujarra.
Estaba en este tiempo por alcalde mayor en la Alpu-
jarra un letrado natural de la villa de Curiel , llamado
el licenciado León , el cual había sido avisado del alza-
miento que los moros quedan hacer tres días antes
que se comenzasen á levantar, porque el licenciado
Torríjos, beneficiado de Darrical , les habia dicho se-
cretamente á él y al abad mayor de Ujíjar, que se lla-
maba el maestro don Diego Pérez y era natural de Ules-
cas, como unos moriscos amigos suyos le habían cerli-
ílcado que sin duda resucitaban los granadinos el rebe-
lión pasado, y que seria con mucha brevedad; y con
este aviso habia mandado pregonar que, so pena de la
vida, todos los cristianos del pueblo se recogiesen luego
á la iglesia, por estar en sitio asaz fuerte para batalla
de manos; y porque esto se hiciese con brevedad y sin
escándalo, habia echado fama que tenía nueva cierta
que vcnian mas de mil turcos y moros de Berberiaá
llevarse aquel lugar. Los cristianos pues , no se pu-
diendo persuadir á que esto fuese verdad , habían he-
cho burla del pregón, diciendo que cómo habían de
llegar turcos á Ujíjar, cosa que jamas habían hecho,
especialmente en invierno, con tan rocíos temporales
como hacía ; y como sucedió eñ tan breve el rebato que
les dieron el viernes los monfís, que dejaban muerto al
capitán Diego de Herrera en Cádiar, hallándose todos
desapercebidos, unos desarmados, v muchos desnudos
en camisa , se fueron á meter en la iglesia y en dos
torres que tenían en sus casas dos vecinos, que la mayor
era de Miguel de Rojas, morisco, y la otra estaba en
casa de Pedro López, difunto, escribano mayor que ha-
bia sido de aquel juzgado. En la iglesia, que era grande
y muy fuerte, se metieron el alcalde mayor y el abad
mayor, y los canónigos y mucha gente armada de ar-
cabuces y ballestas ; en la torre de Miguel de Rojas , el
alguacil mayor, llamado Diego de \ illaizan , y con él
algunos moriscos y cristianos ; y en la de la casa de
Pero López, otros vecinos particulares. Estas tres tor-
res estaban en triángulo, puestas de manera que los de
dentro no dejaban asomar á nadie por las Cidles, que
los enclavaban luego con los arcabuces, y tenían mu-
cha munición que tirar, porque les habían traído dos
días antes catorce arrobas de pólvora de Málaga , y el
alcalde mayor habia reparlídola entre los arcabuceros,
y desla causa los monl'ís no habían hecho otro efcto mas
de quebrantar la cárcel y soltar los moriscos presos, y
quebrarlas puertas de los escritorios de los escribanos, y
quemar todos los procesos. Luego el siguiente día, que
fué sábado primero día de Pascua, recogieron lodos los
moriscos y moriscas del lugar, y se fueron los hom-
bres de guerra á poner en la rambla de Burburon, dos
tiros de arcabuz de allí, donde no los descubrían los de
las torres , aguardando á que llegasen don Hernando el
Zaguer y el Partal de Narila, que habían ido á recoger
la gente de los lugares comarcanos para combatirlas
de propósito, no se atreviecJo con ellas los que allí
estaban.
CAPITULO XIV.
Cómo d capitán Diego Gasea tuvo aviso que habia moros en la
tierra, y partió de Dalias en su busca, y como llegó á Ujijar es-
tando alzado el lugar.
Estaba en este tiempo alojado en Dalias el capitán
Diego Gasea, vecino de Málaga, y tenia consigo cua-
renta caballos de los de su compañía; el cual siendo
avisado el viernes por uno de los soldados que dijimos
que escaparon de Cádiar, cómo había moros enemigos
en la tierra, y del estrago que dejaban hecho en la gente
del capitán Herrera, determinó de ir luego en su busca ;
y porque le pareció que seria menester mas golpe de
gente de la que llevaba, despachó una carta á don Gar-
cía de Villaroel, capitán de la gente de guerra de la
ciudad de Almería, dándole aviso como iba en busca dfe
aquellos moros la vuelta de Ujíjar, para que se apres-
tase y le saliese á favorecer. Don García no lo pudo ha-
cer, porque tenia mas cierta nueva que él del rebe-
lión; y habiendo tan poca gente en la ciudad y tantos
moriscos vecinos, no se atrevió á dejarla sola en aquella
ocasión. Diego Gasea fué á la villa de Adra, y no ha-
llando nueva que hubiesen desembarcado moros de
Berbería, pasó á Berja, y de allí á Darrícal, donde sa-
bia que moraba el licenciado Torríjos, para tomar len-
gua del; y cuando llegó al lugar, que sería mas de
media noche, halló la gente toda ida y la casa del Tor-
REBELIÓN Y CASTIGO DE LOS MORISCOS DE GRANADA.
rijos sola; y enfenrliendo que estaba en la torre de la
iglesia, fué allá; y hallando la puente levadiza alzada
y alguna ropa puesta por las ventanas, hizo dar voces
Mamándole; mas era por demás, porque no estaba allí ,
que habiéndose recogido dentro con su familia, habia
venido á él un morisco del lugar de Lucaiuena, vecino
y amigo suyo, á prima noche, y hecho que se fuese con
él antes que los alzados llegasen ú cercarle, y le habia
llevado á una cueva en la falda de la sierra de Gádor,
donde le pareció que estarla mas seguro, hasta ver en
qué paraban los negocios ; y de industria habia dejado
la puente levadiza alzada y aquella ropa puesta por las
ventanas, para que entendiesen los que viniesen que
estaba dentro. Diego Gasea, creyendo que no quería
responder, comenzó á deshonrarle, y pasando adelante,
llegó á vista de üjíjar el domingo pnr la mañana , y se
puso en un viso adonde le podían descubrir muy bien
los cristianos de las torres; los cuales comenzaron á
hacer gran fiesta y regocijo, tendiendo las banderas y
campeándolas , y tirando con los arcabuces á los ene-
migos; porque viendo gente de á caballo , entendieron
que les iba socorro. Los moros, creyendo lo mesmo, se
pusieron en huida por aquellas sierras; mas prestóse
lesaguó á los nuestros su contento, porque Diego Gasea,
viendo que la tierra estaba alzada y que los moros á
gran priesa tomaban las sierras, entendió que iban á
atajar el paso por do habia de volver; y sin haber para
qué, se fué retirando la vuelta de Adra, con un escu-
dero menos, que le mataron en el camino. Este socorro
habia sido muy á tiempo , y se salvara toda la gente
cristiana que liabia éij Ujíjar si nuestros caballos en-
traran en el pueblo, porque se juntaran con ellos los
peones, que eran ¡nuchos, y pudieran retirarse segura-
mente á la villa de Adra. Y aun por ventura hicieran
algún buen efeto, con que los rebeldes no pasaran ade-
lante con su maldad ; porque, según entendimos de al-
gunos hombres fidedignos, don Fernando el Zaguer,
arrepentido del daño hecho , y viendo su perdición en
las manos, habia dicho á los alpujarreños que con él
estaban aquel mesmo día : «Hermanos, nosotros va-
mos perdidos; engañado nos han los monfís; los gra-
nadinos quieren hacer su negocio con nuestras cabe-
zas; busquemos otros remedios.» Y casi tenían conver-
tidos algunos de los principales á que se volviesen á sus
casas.
CAPITULO XV.
Cómo los rebeldes volvieron á Ujíjar, y cómo batieron las torres
donde estaban los cristianos, y se les rindieron.
Vuelto pues Diego Gasea á la villa de Adra, los al-
zados tornaron á ponerse en la rambla de Burburon , y
desde allí fueron de parte de noche á las casas , y hora-
dando de unas en otras , porque no osaban descubrirse
por las calles, por miedo de los arcabuceros délas tor-
res, llegaron á casa de Pero López , y entrando por ella,
cercaron la torre , que era toda hecha de madera, y po-
niéndole fuego , quemaron la puente levadiza, y creció
la llama tanto , que los de dentro pidieron que se que-
rían dar á partido; y siendo admitidos, mientras des-
colgaban las mujeres con sogas, que no podían salir
por la puerta , que ocupaba el fuego , se quemaron casi
todos los hombres, sin poderlos remediar. Vista esta
crueldad, los déla otra torre de Miguel de Rojas, don-
197
de estaban algunos moriscos sus parientes, y An;ré3
Alguacil , hombre rico y de los principales de la Alpu-
jarra, y el alguacil mayor y otros veinte crislíauos,
hubieron por bien de rendirse , entregando á los moros
la torre el proprío alguacil mayor ; el cual fué luego
por su mandado á tratar con el alcalde mayor que rin-
diese la de la iglesia, diciendo que le harían cualquier
honesto partido ; y para que se pudiese hacer con toda
seguridad, se dieron rehenes de una parle á otra : los
moros dieron dos hijos y un sobrino de Miguel de Ro-
jas , y los cristianos á Bartolomé Quijada y á un hi-
jo suyo, y á Gonzalo Pérez , canónigo de aquella igle-
sia, hermano del abad mayor, y á Juan Sánchez de Pi-
nar y á un hijo suyo, y á Jerónimo de Aponte, pro-
curador, y á Bartolomé Quijada, escribano público de
aquel juzgado. Lo que se capituló fué : «que los cris-
tianos pagasen á ciento y diez ducados por cada cabeza,
y que dejasen las armas, y los dejarían ir donde qui-
siesen ; y los moros prometieron de llevarlos sanos y
salvos á tierra de Guadix ó de Baza; y que en este con-
cierto entrasen el licenciado Torrijos, y el dotor Bra-
vo, abogado, que estaba en el lugar de Pezcina, que no
había querido encerrarse en la torre. » Dados los rehe-
nes, entraron muchos moros en la iglesia, y comenza-
ron á tratarse amigablemente con los cristianos , abra-
zándose unos á otros; y cierto parecía estar ya todo con-
cluido y acabado, sí el proprío alcalde mayor no lo des-
baratara. Porfiaba este hombre con los rehenes que no
le habían de llevar á él nada por su cabeza ni por las
de su mujer y hijas, sino que los habían de poner li-
bremente en Guadix ; y como no quisiesen venir en ello
los moros, diciendo que lodos habían de ir por un ra-
sero , y que habia de pagar él el primero , comenzó 6.
dar grandes voces, diciendo : «Afuera, afuera; tiradles,
tiradles á estos perros descreídos, que no mantienen fe
ni palabra; que estos rehenes me asegurarán la cabeza
liasla que me venga socorro;» y metiéndose en la torre,
hizo alzar la puente levadiza y se puso en defensa. Y
si advirtiera desde el principio en defender toda la igle-
sia, pudiera ser que no se perdiera , porque demás de
que era fuerte , tuvo lugar de meter dentro agua y bas-
limento para mas de un mes, y los moros no pudieran
llegar á quemar la torre, como lo hicieron; mas como
hombre mal platico en cosas de guerra, entendiendo
que no podía durar aquel negocio muchos días , y que
resistiría allí mejor el ímpetu de los alzados mientras
le iba socorro, y aun porque los cristianos, hecho el
concierto, no se le huyesen , como lo habian comenza-
do á hacer algunos, dejó el cuerpo de la iglesia y un
reducto que estaba delante de la puerta, y se metió en
la torre con toda la gente. Los moros llegaron de gol-
pe , y por las espaldas de la iglesia rompieron la sacrís-
tía'con picos y barras de hierro, y entraron dentro sin
hallar mas resistencia que la de un pobre cristiano quo
mataron, y hicieron pedazos las cruces y los retablos
y el arca del Santísimo Sacramento; y robando los or-
namentos sagrados, en escarnio de nuestra santa fe to-
maban las casullas y las albas, y se las vestían al revés,
y después hicieron bonetes, calzones y ropetas de todo
ello. Ganada la iglesia , fueron mejorándose por aquella
parte de.^»tara , que vinieron á estar tan fuertes como
los nuestros^n su torre, y cavando muchos hoyos de-
bajo la puente levadiza, los hinchieron de aceite, y
198
LUIS DEL MARMOL CARVAJAL.
arrimaron sobre ellos muchos haces de leña y la ma-
dera de los retablos , escaños y bancos de la iglesia , y
gran cantidad de zarzos de cañas y tascos untados con
aceite, y le pusieron fuego. Los cristianos tapiaron
con barro y piedra la puerta de la torre de manera, que
aunque se quemó la puente levadiza, no podia entrar
la llama dentro ; mas era tan grande el calor del fuego,
que traspasando las paredes , causaba gran sequedad y
sed á los que estaban faltos de agua y de todo refrige-
rio, acompañados del clamor de las mujeres y niños.
Hubo algunos hombres esforzados que quisieron salir á
pelear con los enemigos, entendiendo poder romper por
ellos y ponerse en libertad; y con esta determinación
el abad mayor consumió el Santísimo Sacramento , y se
confesaron'y encomendaron todos á Dios; y pusiéran-
lo en efeto si las piadosas lágrimas de las mujeres que
dejaban desamparadas no lo estorbaran y les hicieran
tomar otro partido, al parecer mas seguro, aunque me-
nos honroso; porque al fin se hubieron de rendir con
el partido que les habían ofrecido los moros , y no hu-
biera sido tan mal remedio para asegurar ias vidas, si
los rebeldes , faltos de fe y caridad, les guardaran la pa-
labra que les dieron. Habiendo pues veinte y cuatro ho-
ras que los combatia la llama, creciendo cada hora mas
la violencia del fuego , y el número de la gente que de
toda la comarca venia, por hallarse en aquel sacrificio,
los pobres cristianos comenzaron á descolgarse de la
torre por una soga, no pudiendo salir por la puerta, que
ardia; y siendo tantos, fué necesario que tardasen mas
de veinte horas, por el embarazo de las mujeres y de
los niños; y como llegaban al suelo, el regalo que aque-
llos enemigos de Dios les hacían, era darles muchos pa-
los y puñadas , y desnudando á todos los hombres , les
ataban las manos atrás y los encerraban en la iglesia.
Luego entraron en la torre , y apagando el fuego , sa-
quearon lo que hallaron dentro; y como herejes y ma-
los, que no querían carecer de culpa ni excusarla , an-
tes obligarse unos á otros con mayores delitos y exce-
sos para que todos desconfiasen de poder alcanzar per-
don, hicieron grandísimos sacrilegios y maldades, sin
respetar á cosa divina ni humana.
CAPITULO XVI.
Cómo los alzados mataron los cristianos que se les habían ren-
dido en las torres de Ujíjar; y cómo el Zaguer, arrepentido de
lo beclio, quisiera que no pasara adelante el negocio del re-
belión.
Cumpliendo pues los herejes rebeldes el cruel man-
dato de Farax Abenfarax , como si en ello estuviera su
felicidad, otro día bien de mañana se pusieron los mon-
fís y gandules en el cimenterio de la iglesia, y diciendo
á los cristianos que los llevaban á juntar con los de
la torre de Miguel de Rojas , los sacaron de la iglesia
de dos en dos con las manos atadas atrás, desnudos y
descalzos , y los mataron cruelmente á lanzadas y cuchi-
lladas. Quedaron algunos con las vidas, porque tuvie-
ron amigos que los favorecieron en aquel punto, espe-
cialmente oficiales herreros, alpargateros, carpinteros
y sastres, y entre ellos el hermano del Abad mayor, y
Francisco Jerónimo de Aponte, y Juan Sánchez de Pi-
nar, y otros de los rehenes, que después hizo matar
el solene traidor de Abenfarax. Solo á Jerónimo de
Aponte y Juan Sánchez de Pinar los tuvo el Zaguer
en parte segura, porque no se los matasen, entendiendo
que le serian de provecho algún día, por la mucha amis-
tad que tenia con ellos. Viendo pues el Abad mayor sa-
car á matar aquellos cristianos , y considerando que
lo mesmo harían del y de todas las mujeres que allí
estaban, anduvo de unas en otras exhortándolas á que
osasen morir por Jesucristo, díciéndoles que fuesen
constantes en su santa fe católica, que huyesen de las
tentaciones del demonio , y que confiasen en la bondad
de Dios , que les había de dar vida eterna. Y andando
derramando muchas lágrimas con estas y otras pala-
bras dignas de su buena vida y dotrina , llegó á él un
moro gandul , y le dio una puñada en el rostro con tan-
ta fuerza, que le hizo saltar un ojo , y acudiendo otro
con una espada , le mató, y abriéndole el pecho con un
puñal, le sacó el corazón, y llevándolo alto en la ma-
no, comenzó á dar grandes voces, diciendo : «Gracias
doy á Mahoma, que me dejó ver en mis manos el co-
razón deste perro cristianazo. » Al licenciado León y
al alguacil mayor encerraron en la capilla de la pila
delbaptismo el Zaguer y Diego López Aben Aboo, su
sobrino , para tomar venganza dellos , y allí los tuvie-
ron hasta las diez del día, que los mataron. Y porque
no quede atrás cosa que desear saber al letor, dire-
mos en este lugar la causa por que estos dos moriscos,
de los mas principales de la Alpujarra, estaban aira-
dos contra las justicias de Ujíjar. Dos hermanos, de
quien esta historia hace mención , llamados Lope el Se-
níz y Gonzalo el Seniz, vecinos de Bérchul, grandes
monfís, que salteaban y robaban por los caminos, ha-
bían muerto pocos meses antes á un mercader llamado
Enciso y á otros cristianos que venían de una feria,
por quitarles el dinero que llevaban ; y como los con-
cejos de los lugares en cuyos términos acaecían seme-
jantes delitos estaban obligados por provisión real á
darlos dañadores ó pagar los daños, habían aguarda-
do á matarlos en una mojonera entre términos, donde
alindan cinco concejos, que son Cádiar, Narila, Bér-
chul , Mecina de Bombaron y Jériz , del marquesado del
Cénete. El alcalde mayor de la Alpujarra, que era este
licenciado León, siendo avisado del delito , había pro-
cedido contra todos aquellos concejos , pidiéndoles los
delincuentes , y que pagasen el daño que habían hecho;
los cuales procuraron descargarse cada cual por su par-
te , diciendo que no había sido en su término , y sin
embargo, tuvo presos muchos días los alguaciles y regi-
dores, y los condenó. Y parecíéndole que cincuenta
mil maravedís que tenia de pena cada concejo por
cualquier cristiano que faltase en su término, era muy
poca condenación, y que convendría que fuese mayor
para que temiesen , mandó que pagase cada concejo mil
ducados, y que los alguaciles y regidores estuviesen pre-
sos, depositadosen las galeras, hasta que diesen los mal-
hechores. Desta sentencia apelaron para Granada, don-
de estuvieron también presos hasta que se entendió su
negocio , y pareciendo á los alcaldes del crimen que
había sido recia cosa querer el alcalde mayor traspasar
la ley y alterarla de su propria autoridad, mandaron
darlos á todos en fiado. Viendo esto los hijos de Enci-
so, acudieron al consejo real de su majestad, y pidie-
ron un juez pesquisidor contra ellos. Estaba á la sazón
el licenciado Molina de Mosquera, alcalde de chancille-
ría de Granada, en la Calahorra, procediendo por co-
misión de la Audiencia real contra otros monfís que
REBELIÓN Y CASTIGO DE LOS MORISCOS DE GRANADA.
Iiabion muerto & un iiijo de Pedro Díaz de Montoro y á
un fraile de la orden de San Francisco, llamado fray
Diego de Viljamayor, el dia de Santa Catalina de aquel
año de 1368, y el Consejo Real mandó que se le come-
tiese aquel negocio. De aquí vino que los monfís apre-
suraron la rebelión por temor de venir á sus manos, por-
que liabia prendido mas de sesenta dellos, y aliorcado
algunos , cuando se rebelaron. Volviendo pues á nues-
tro propósito , entendiendo Aben Aboo y el Zaguer que
todo el daño y mal que les liabia venido Iiabia sido por
la rigurosa sentencia del alcalde mayor de Ujíjar, vinién-
doles á la memoria que cuando estaban presos habian
dádole muclias peticiones, pidiendo que los mandase dar
en fiado para poder salir á buscar los malliecbores , y no
1 j liabia querido proveer, respondiendo que las pusiesen
en el proceso, cuando lo tuvieron á él y á su alguacil
mayor, quisieron vengarse dellos; y llegándose á la reja
de la capilla donde los tenian encerrados. Aben Aboo
les dijo : «Perros, ¿acuérdaseos cuando mandastesque
trajésemos los monlís que liabian muerto á los cristia-
nos? Véislos aquí, estos que tenéis delante son : vos-
otros nos babeis destruido. Y tú, mal juez, porque otra
vez no bagas injusticia, teniéndonos presos sin baber
cometido delito, y nos lleves nuestras haciendas, to-
ma.» Y allegándose al alcalde mayor, le hendió la cabeza
con una bacheta , y dio con él muerto en tierra , y car-
gando los otros sobre el alguacil mayor, le mataron á
cncliilladas, y sacándolos arrastrando de la iglesia, los
llevaron al pié déla torre; y hallando allí los tocinos
de un puerco cebón , que habían arrojado los moros
desde arriba, como cosa desaprovechada y que no co-
men, metieron los cuerpos de los cristianos entre ellos,
y poniendo al derredor mucha leña los quemaron. Mu-
rieron este dia en Ujíjar docientos y cuarenta cris-
tianos clérigos y legos , y entre ellos seis canónigos de
aquella iglesia, que es colegial. Las mujeres cristianas,
viendo matar delante de sus ojos ásus maridos, á sus
hijos y á sus padres y hermanos , entre miedo y do-
lor estaban como encantadas , mirándose las unas á las
otras , sin poder llorar ni hacer otro sentimiento , es-
perando la muerte, y echando secretas plegarias con-
tra los crueles verdugos. Acabada de solenizar la mal-
dad con derramamiento de tanta sangre cristiana , los
traidores, hechos de siervos señores , repartieron las
cristianas por los lugares comarcanos para que las man-
tuviesen, mientras Aben Humeya mandaba lo que se ha-
bía de hacer dolías; y acabaron de robar y destruir la
iglesia , como gente bárbara , indignada contra todo
amor, fe y caridad, desnudos del temor de Dios y ves-
tidos de crueldad. Hecho esto, don Hernando el Zu-
guer, que cada hora conocía mas su perdición, juntan-
do segunda vez los moros mas principales, les tornó á
rogar que pusiesen fin al levantamiento, díciéndoles
que mirasen que iban todos perdidos; que lo que se
había hecho habia sido ceguedad muy grande por las
ocasiones que habían tenido para ello; que su remedio
estaba solamente en decir que los monfís habían sido
autores de todo el mal , pues había tantos y era la ver-
dad, y que sería mas sano á los de la Alpujarra que el
rey don Felipe mandase ahorcar treinta ó cuarenta mo-
riscos, aunque fuese él el uno dellos , que no que per-
diesen la tierra , y juntamente los hijos, las mujeres y
todas sus haciendas. Mas no bastaron todas estas per-
Í99
' suasíones con los bárbaros airados, y que scntinn va sus
I conciencias tan cargadas, que les parecía no lialicr lu-
j gar de misericordia para ellos ; y así, le respondieron
! que sí temía á los cristianos , hiciese de sí lo que le pa-
reciese; que no faltarían hombres en la Alpujarra quo
la defendiesen.
No me parece justo dejar de tratar en este lugar de
un niño que los moros mataron este dia , lo cual dire-
mos conforme á una información que el arzobispo de
Granada mandó hacer sobre ello, que estuvo en nuestro
poder, y á lo que algunas cristianas de las que so halla-
ron presentes nos dijeron. Estaba en la iglesia de Ujíjar
un niño de edad de diez años, llamado Gonzalo, hijo de
Gonzalo de Valcácer, vecino de Mairena ; el cual viendo
que sacaban á matará su padre, hincólas rodillas en el
suelo delante del altar mayor, y llorando tiernamente,
rezó el Credo, y rogó á Dios diese esfuerzo ú todos aque-
llos cristianos para morir por su santa fe católica ; y le-
vantándose déla oracioncon tanto ánimo que admiraba,
pasó por junto á su padre, y fué adonde estaba su ma-
dre con las otras mujeres, y le dijo : «Señora madre,
sea vuesamerced constante en la fe de Jesucristo , y
muera por ella, como lo hace mi señor padre.» Y es-
tándola animando áella y á las otras cristianas, lle-
garon á él dos monfís, y le dijeron que sí quería ser
moro le harían mucho bien, y que llamase á Mahoma,
como hacían ellos ; el cual les respondió que era
cristiano, hijo de cristianos, y había de morir por Jesu-
cristo. Y aunque le pusieron una ballesta armada con
una jara á los pechos , amenazándole que le matarían
sí no llamaba á Mahoma, jamás quiso hacerlo. Y enton-
ces dijo uno de los monfís : «Saquémosle fuera, y muera
con su padre, que tan perro es como él.» Y viendo el
niño que las mujeres lloraban por ver que le querían
llevar á matar, volvió el rostro á ellas diciendo : «Se-
ñoras, ¿porqué lloran vuestras mercedes? Sepan que
todos los cristianos que mueren hoy, son mártires que
padecen por Jesucristo y van á gozar del.» Y volviendo
á su madre con un semblante piadoso, le dijo : «Señora
madre, de buena gana voy á morir con estos cristiano?;
solo me da pena que la dejo sola, porque ciertamente
viendo morir unas muertes tan lindas como estas, no sé
quien desea quedaren el mundo.» Y diciendo estas y
otras palabras de consolación y piedad , que parecían
excederá su capacidad, llegaron otros herejes á él, y
atándole las manos atrás , le sacaron azotando de la
iglesia, y el niño iba diciendo : «Señores , sálganme á
ver morir por Jesucristo; que voy á gozar de su reino.
Señora madre no tenga pena.» Y teniéndole fuera de la
iglesia, volvieron los morosa persuadírie que se tornase
moro, y no le matarian; y viendo cuan poco les aprove-
chaba, le llevaron al lugar de Lucainena, que esíá me-
dia legua de Ujíjar, y allí le mataron acuchilladas, y
después le jugaron á la ballesta. Cerliíícónos un moro
de los que se hallaron presentes, que hasta que dio el
alma á Dios, no dejó de llamar á Jesucristo, j Ejemplo
grande de su divina providencia, y triunfo glorioso de
sus enemigos, que pensaban triunfar del !
CAPITULO XVII.
Cómo Laróles y los otros lugares de la taa de Ujíjar se alzaron.
Alzóse el lugar de Laróles el mesmo dia viernes, vís-
pera de pascua de Navidad : los cristianos hubieron sen-
200
tiiiiienfo ílello, y rccogifinflo sus mujeres y hijos, se me-
tieron en la iglesia y se iiicioron fuertes en la torre fiel
campanario. Luego acudieron los moros de Bayárcal y
dolos otros lugares comarcanos, y reliando las casas de
los criílianos, fueron á la iglesia, y hallando poca de-
fensa, porque los nuestros se habían recogido en la tor-
re, entraron dentro, y con cruel rabia deshicieron los
altares, rompieron las aras y los retablos, y saquenron
cuanto iiabia dentro, y arrastraron y trajeron por el
suelo todas las cosas sagradas. Mientras unos se ocu-
paban en estos sacrilegios, otros cercaron la torre , y
requirieron á los cercados que se rindiesen y les entre-
gasen las armas, pues veianqiie no se podian defender,
prometiéndoles que no les harian mal ninguno ; donde
un, que supiesen que los hablan de quemar vivos; los
cuales, creyéndose de sus falsas prome;-as, se rindieron
luego. Mas los herejes descreídos no les guardaron la
palabra, antes en abajando déla torre, y entregándolas
armas, los desnudaron á todos encamisa, y dándoles
de palos y de puñadas , los maniataron y los metieron
dentro de la iglesia, donde les hicieron muchos malos
tratamientos, escarneciéndolos por vituperio; y vinienuo
por alli los monfis de la compañía de Abenfarax, entra-
ron en la iglesia, y delante de los clérigos que tenían
pre«üs y maniatados se vistió uno dellos una casulla, y
se puso un pedazo del frontal del altar en el brazo, co-
mo por manípulo, y otro pedazo en la cabeza ; y toman-
do otro moro la cruz al revés, vueltos los brazos para
übiijo, fueron donde estaban los cristianos, y comenza-
ron á deshonrarlos diciéndoles : a Perros, veis aquí lo
que vosotros adoráis, ¿como no os ayuda agora en la
necesidad en que estáis?» Y diciendo esto, escupían la
cruz y á los cristianos en las caras. Y por mas escarnio
asaetearon y acuchillaron las cruces y las imagines de
bulto, y poniendo los pedazos de todo ello y de los reta-
blos en medio la iglesia, le pegaron fuego y lo quema-
ron. Hecho esto, sacaron de allí el día de los Inocentes á
los sacerdotes, que eran tres clérigos beneliciados, lla-
mados Bartolomé de Herrera, Deliran de las Aves y Ro-
drigo de Molina , y al sacristán Alonso García, y á dos
hijos suyos, y á otros muchos legos que tenían presos
de aquel lugar y de los otros cercanos ; y antes de ma-
tarlos untaron á los clérigos los pies con aceite y pez, y
poniéndolos sobre un brasero ardiendo, les dieron crue-
lísimos tormentos. Después los ataron á todos en una
trailla, desnudos y descalzos, y los llevaron á una haza
en el camino del lugar de Pezcina, y allí les tiraron á
terrero con los arcabuces y ballestas, y los despedaza-
ron con las espadas , y dejaron los cuerpos á las fieras.
El lugar de Ncchit se alzó la mañana del primer día
de Pascua antes que amaneciese, y los cristianos tuvie-
ron lugiir de recogerse en casa del beneficiado Juan
Diaz, creyendo poderse defender, mas los moros cer-
caron la casa y la entraron , y los prendieron á todos
dentro antes de las ocho del día. Luego robaron la igle-
sia y las casas con igual rabia que los demás herejes,
ponjue todos tenían unamesma voluntad y una ira con-
tra las cosas divinas y humanas. Después fueron unos
vecinos del mesmo lugar, llamados los Mendozas, á la
casa donde tenían los cristianos aprisionados, y sacán-
dolos de allí, los llevaron la vuelta de Ujíjar. Iba por el
cammouno de aquellos herejes diciéndoles que se tor-
nasen moros y los soltarían; y porque el beneficiado
LUIS DEL MARMOL CAUYAJAL.
les decía que diesen gracias á Jesucristo y estuviesen
firmes en la fe, airándose contra él , le hirió el traidor
en la cabeza con una hacha de partir leña, y se la hen-
dió en dos parles ; luego mató á Pedro Valera, su cuña-
do, y poniendo todos mano á las espadas y á los alfan-
jes, mataron todos los cristianos que llevaban delante
de las proprias mujeres, y desnudándolos en cueros,
echáronlos cuerpos en un barranco, que no consintie-
ron que se les diese sepultura.
El mesmo día que se alzaron los de Nechit, se rebe-
laron también los del lugar de Jugar ; los cristianos se
metieron en la iglesia, mas no se pudieron defender, y
luego los prendieron. El bachiller Diego de Almazan,
bencíiciadode Laróles, salió huyendo del lugar, cre-
yendo poderse guarecer en la torre de la ig'esia, mien-
tras los rebeldes andaban embebecidos en robar, y lle-
gando al lugar de ünduron, salió á él un moro que ha-
bía tenido por amigo , llamado Gaspar, y lo llevó á su
casa, diciéndole que no pasase adelante, porque es-
taba toda la tierra alboroladn ; que él le escondería y le
pornia después en salvo. Y cuando le tuvo en casa fué
el solene traidor á llamar otros herejes co¡no él, y
sacándole arrastrando de donde estaba, le llevaron ma-
niatado á Jugar á su mesma casa , para que les diese el
dinero que tenía escondido; y desque se lo hubo dado,
le sacaron á un cerro allí cerca, descalzo y desnudo,
dándole de bofetones y puñadas, y dejándole allí con
gente de guardia , fueron á traer á su ama y á una so-
brina que tenia consigo, y llegadas donde estaba , hi-
cieron un gran fuego y le metieron dentro desnudo en
cueros, diciéndole que muriese por Mahoma; el cual
les respondió animosamente que no moría sino por Je-
sucristo y por su bendita Madre. Entonces le saca-
ron del fuego medio quemado, y le dieron muchas he-
ridas, y se le entregaron á las moras , que le acabasen
de matar con cuchillos y almaradas en presencia de
aquellas dos cristianas que habían traído allí por darles
mayor pena, y después mataron cruelmente los otros
cristianos que tenían presos.
El lugar de Mairena se alzó cuando Jugar : los moros
robaron y destruyeron la iglesia y las casas de los cris-
tianos, y los prendieron á lodos, y luego el mesmo dia
los soltaron, smo fué al beneficiado Geurígui, que le
encerraron en un aposento. Estos ciistianos, viendoque
no podían defenderse en el lugar, se salieron del hu-
yendo , y ciertos moriscos de los que los habían sollado
dieron aviso á los de ünduron para que les saliesen al
camino y los prendiesen ; los cuales lo hicieron ansí , y
presos, los llevaron á Ujíjar de Albacete, donde los ma-
taron con los demás que hemos dicho. Desle lugar era
aquel niño Gonzalico que dijimos en el capítulo de
Ujíjar. Volviendo pties al beneficiado Geurigui, habién-
dole tenido encerrado en aquella cámara sin dejarle
hablar con nadie , echándole pedazos de pan de alcan-
día que comiese como á perro, cuando estuvieron en-
fadados de tenerle allí guardado , le sacaron desnudo
encueres con las manos atadtis atrás, y dándole de bo-
fetadas y escupiéndole en la cara, le llevaron á las eras
del lugar para matarle. Decíanle los herejes por escar-
nio : «Perro, ¿porqué no nos llamas agora á misa, y di-
ces á las moras que no se alapen las caras?» Y atán-
dole al pié de una higuera, le hirieron con una lanza,
en el costado derecho, estando invocando el dulce nom-
REBELIÓN Y CASTIGO DE LOS MORISCOS DE GRANADA.
20i
bre (le Jesús ; luego le tiraron do saetadas, y estando
aun vivo, llegó un moroá él, llamado Gavia Melga, y
le desjarretó con un alfanje , y derramándole un frasco
de pólvora en la boca y sobre la cabeza y en la cara,
le puso fuego, y después le tiraron al terrero con los
arcabuces y ballestas, y no consintiendo enterrar el
cuerpo, se lo dejaron en el campo.
No fué menor la crueldad que usaron los de Pezcina
que los de los otros lugares : alzáronse cuando supie-
ron que los de Maircna se hablan alzado; y como los
cristianos se recogiesen en la iglesia, pensando poder-
se defender algunos dias , los enemigos de Jesucristo
les robaron las casas, y los cercaron luego; y que-
riendo poner fuego al templo y quemarlos dentro , dos
moros, llamados Francisco de Herrera y Diego de Her-
rera Alliander , les dijeron que rindiesen las armas y
se diesen á prisión si no querían morir quemados.
Viendo pues la poca defensa que tenían, tuvieron por
buen consejo rendirse , y los herejes entraron en la
iglesia, y despedazando los retablos, imagines , cruces
y la pila del baptisnio, derribaron también el arca del
Santísimo Sacramento por aquel suelo, y hicieron gran-
des abominaciones y maldades. Después maniataron á
los cristianos , y los sacaron á una ladera fuera del lu-
gar, donde les dieron cruelísimas muertes. Al dotor
Bravo, clérigo, colgaron de los brazos en un moral tan
bajo, que llegaba con las rodillas al suelo, y dándole
muchas bofetadas , le persuadían con amenazas á que
se tornase moro; y como les dijese que era cristiano
y que había de morir por Jesucristo, le dieron tantas
pedradas y cuchilladas , hasta que le mataron. Luego
desnudaron á un viejo de mas de sesenta años, y le lle-
varon en cueros, azotándole y escupiéndole en la cara,
y atándole aun árbol, le jugaron ala ballesta. Después
sacaron al beneficiado Pedro de Ocaña y á su sacris-
tán , y en presencia de las mujeres cristianas , que ha-
bían llevado para que viesen aquel espectáculo por
darles mayor dolor , arcabucearon al beneíiciado ; y
cuando estuvo muerto, entregaron á su madre, que
era ya mujer mayor, alas moras que la matasen, d¡-
ciéndole : «Anda, perra, vete con tus amigas; que
ellas te darán carta de horra.» Las cuales la tomaron
enmedio con gran regocijo y la llevaron á un barran-
co; y cuando la hubieron mesado, abofeteado y dudólo
muchas puñadas, la hirieron con almaradas y cuchi-
llos, y antes que acabase de espirar la echaron del bar-
ranco abajo , yéndose siempre encomendando á Dios y
á su bendita madre. También despenaron vivo al sa-
cristán, arrojándole en otro barranco tan hondo, que
cuando llegó abajo iba ya hecho pedazos.
CAPITULO XVIII.
Cómo los lugares de la tierra de Adra se alzaroa ,
y la descripción della.
La tierra de Adra cae en la costa del mar Mediter-
ráneo : á poniente tiene la taa de Cehel , á levante la
deBerja,á tramontana la de Ujíjar,y al mediodía el
mar Mediterráneo. Por esta tierra de Adra atraviesa el
rio que dijimos que pasa junto al lugar de Darrícal, y
se va á meter en la mar cerca de Adra la nueva , que
es una fortaleza donde reside ordinariamente presidio
de gente de á pié y de á caballo para seguridad de
aquella costa. Los lugares deste partido son cuatro :
Adra la vieja , donde había antiiíuamente una fortaleza
; que los moros llamaban la Alcazaba; Salalobra, Mar-
i bella y Adra la nueva : están en la ribera del rio, donde
I tienen huertas y arboledas, y buenos pastos para gana-
I dos, y algunas tierras de pan ; todo lo demás es tierra
I estéril y arenales, especialmente hacía la mar. Las
; granjerias do los moradores ^^on aquellas huertas y al-
guna seda que crian, y la pesca de la mar, que es bue-
na. Alzáronse los de Adra la vieja, Salalobra y Marbcüa
cuando los déla taa de Ujíjar y los moriscos se subieron
á las sierras con sus mujeres y hijos ; mas no hicieron
daño á los cristianos que vivían entre ellos, porque sc
recogieron con tiempo á la villa de Adra la nueva. Lue-
go que el capitán Diego Gasea volvió de Ujíjar, querien-
do poner coliro en aquella plaza , se metió dentro con
los caballos de su compañía; y viendo la falta de gente
y de bastimentos que había para poderlo defender si
los enemigos le cercasen, y cuan mal podría ser socor-
rido por tierra , por estar alzada la Alpujarra , despa-
chó á gran priesa una barca á la ciudad de Málaga , pi-
diendo que le socorriesen por mar el Corregidor y Pe-
dro Verdugo, proveedor de las armadas de su majestad.
Envió el Corregidor luego al capitán Hernán Vázquez
de Loaísa con cíen homl3res en bergantines, y el pro-
veedor los bastimentos y municiones que pudo apres-
tar para socorro de la presente necesidad; y llegando
también una fragata con gente de Almería , se aseguró
la plaza, y se pudieron salvar en ella muchos cristia-
nos que huyeron de Berja y de Dalias y de otras par-
tes. Y corriendo Diego Gasea los lugares de aquella
comarca con la gente que le acudía de la ciudad de
Málaga, hizo algunos buenos efel;os contra los alzados.
CAPITULO XIX.
Cómo.los lugares de la taa de Berja se alzaron ,
y la descripción della.
La taa de Berja confina á poniente con la tierra do
Adra, á levante con la taa de Dalias, ;il mediodía con el
mar Mediterráneo, y á tramontana tiene la sierra de
Gádor y parte de la taa de Andarax. Es toda ella tierra
fértil, de mucho pan, trigo y cebada, y de mucha
yerba para los ganados. La cría de la seda es allí muy
Ijuena, y tienen los moradores muchas huertas de ar-
boledas de frutas tempranas, que se riegan con el agua
de los arroyos que proceden de fuentes que nacen en
la sierra de Gádor. Hay en ella catorce lugares, llama-
dos Rio Chico, Benínar, Rígualte, Berja, Inavid, Bena
Haxin , Pago , Virgualta , Almentolo, Alcobra , Gástala,
Ciipileira, ílar yJerea. En el lugar de Gástala nos cer-
tificaron muchos moriscos y cristianos que no se crian
gorriones, y que si los llevan allí vivos, mueren lue-
go ; y que algunas veces se ha visto pasar por cima de
las casas volando y caerse muertos; y que en el de
Bena Haxin no pueden las zorras asir las gallinas con la
boca, y las ven muchas veces andar tras dellas dándo-
les con las manos, porque no pueden abrir la boca
para morderlas; cosa que parecería ridiculosa sí m
hubieran certiíicádolo personas de mucho crédito, clé-
rigos y legos; mas no saben decir la causa porque esto
sea : solamente entienden que es por encantamiento
que hizo allí un moro antiguamente.
Berja es el lugar principal desta taa : está media le-
gua de la orilla de la mar ; alz3se el primer dia de pas-
202
LL'FS DEL MARMOL CARVAJAL.
día de Navidad : algunos de los cristianos que allí vi-
vian se acogieron luego á la villa de Adra, y otros, con-
üados en unas torres fuertes que tenian lieclias en sus
casas por miedo de los cosarios turcos , se metieron
dentro con sus mujeres y hijos ; y los que no tuvieron
comodidad de hacer lo uno ni lo otro, se fueron ¡i re-
coger á la torre de la iglesia. Los que fueron á Adra
se salvaron, y todos los demás se perdieron, porque los
enemigos de toda verdad los aseguraron con buenas
palabras, diciendo que no les harían mal , y desque los
luvieron en su poder , los desnudaron y trataron crue-
lísimamente : solos Celedron de Eiiciso y Juan Muñoz
se pudieron escapar descolgándose de sus torres y
acogiéndose á Ailra. Siendo pues ganadas las torres,
los enemigos de Cristo, y especialmente los monfís y
gandules, destruyeron y robaron la iglesia, deshicieron
los altares, patearon lasaras, los cálices y los corpo-
rales, derribaron el arca del Santísimo Sacramento, to-
maron un Cristo crucificado , y con voz de pregonero
le anduvieron azotando por toda la iglesia , y hacién-
dole pedazos á cuchilladas, le arrojaron después en un
fuego, donde tenian puestos los retablos y las imagines.
Y derribando una imagen de bulto de Nuestra Señora,
que estaba sobre el altar mayor, la arrojaron por las
gradas abajo, diciendo los herejes por escarnio : «Guár-
date no te descalaiíres.» Y á las cristianas que estaban
allí presentes les decían que por qué no favorecían á su
Madre de Dios, y otras muchas blasfemias, deshonrán-
dolas de perras y amenazándolas con la muerte. Luego
el siguiente día hincaron muchos palos en la plaza del
lugar, y con grande fiesta de atabalejos y dulzainas
sacaron á ajusticiar á los cristianos, llevándolos de
cualroén cuatro; y atándolos en aquellos palos, les li-
raban á terrero con los arcabuces y ballestas, escar-
neciéndolos y haciendo burla porque se encomenda-
ban á Jesucristo y á su bendita Madre ; y desta manera
los fueron matando á todos , sin dejar ninguno que pa-
sase de doce años. Duró el justiciar á los legos hasta la
oración, y entonces sacaron á los clérigos, que eran
cuatro beneficiados, llamados Pedro Venegas, Martin
Caballero, Francisco Juez y Luis de Carvajal. A estos
llevaron desnudos , las manos atadas atrás , por donde
estaban las mujeres cristianas, azotándolos con voz de
pregonero , hasta los palos donde los habían de poner ;
y porque iban rezando y encomendándose á Dios, les
daban de bofetadas y de puñadas en la boca , y les de-
cían que llamasen á Mahoma , y verían cómo los libra-
ba de allí mejor que su Cristo, y otras muchas blas-
femias. Llegados á los palos , los ataron , y les tiraron
con los arcabuces , y después llegaron ellos con las es-
padas, y los hicieron pedazos á cuchilladas. Habían los
crueles herejes dejado cinco cristianos que enterrasen
á los muertos, y desque los hubieron enterrado, los
sacaron á matar á ellos, y con sogas á los pescuezos
los entregaron á los muchachos, que los llevasen arras-
trando hasta unos barrancos fuera del lugar. No sé có-
mo exagerar la bestialidad destos bárbaros enemigos-
de Cristo , que aun no se preciaban de poner las ma-
nos en los cristianos muertos , haciendo asco dellos.
Fué cruel perseguidor de nuestra gente en este lugar
y en los de su taa un moro vecino de allí , llamado el
Rendedi. No hacemos mención de lo que hicieron en
los otros lugares , porque todos iban por un rasero ; y
siendo este el príncipal ,acudió casi toda la gente á él ;
Solo diremos que todos desampararon los pueblos, y
so subieron con sus mujeres y hijos y bienes muebles
á la sierra de Gádor, y se llevaron las crístianas captivas
luego que hubieron hecho justicia de los hombres.
CAPITILO XX.
Cómo los lugares de la taa de Andarax se alzaron
y la descripción della.
La taa de Andarax está entre dos grandes sierras: á
poniente confina con la taa de Ujíjar, á tramontana tie-
ne la Sierra Nevada y la parte della que cae sobre el
marquesado del Cénete, donde está el puerto de Gue-
víjar, no menos dificultoso de atravesar que el de la
Raguaha, por su aspereza y altura y por la mucha y
continua nieve que carga en las cumbres del. Al me-
diodía tiene las taas de Berja y de Dalias, y á levante
la de Luchar y parte de la sierra de Gádor. Por medio
desta taa atraviesa un rio que baja de la Sierra Neva-
da, que pasando por ella, le llaman río de Andarax.
Después va á la taa de Luchar , y juntándose con otro
rio que baja de la sierra que está sobre el lugar de
Ohanez, cerca del lugar de Rague , entra por la taa de
Marcheua y se va á meter en la mar, dando muchas
vueltas, con nombre de rio de Almería , junto ala pro-
pría ciudad , llevando consigo otras aguas. Esta taa de
Andarax es la mejor tierra de toda la Alpujarra, y así lo
significa el nombre árabe , que quiere decir la era de la
vida, porque es muy fértil de pan de toda suerte, abun-
dante de yerba para los ganados, el cielo y el suelo muy
saludable y templado , y tiene muchas fuentes de agua
fresca y muy delgada, con las cuales se riegan hermo-
sas arboledas de frutas por extremo lindas y sabrosas,
y especialmente la cria de la seda es mucha y muy bue-
na. Hay en ella quince lugares, llamados Dayárcal, Al-
cudia, Paterna, Harat Alguacil, Iñiza , Harat , Albolot,
Harat Aben Muza, Guarros, Alcolaya, Lauxar Al Hican,
Codbaa , Hormica , Beni Aíl y el Fondón ; de los cuales
Codbaa tiene título de ciudad; y en el Lauxar estaba
antiguamente una fortaleza grande, en sitio fuerte, á
un lado del camino por donde se sube al puerto de Gue-
víjar, que agora está destruida.
Los lugares de Iñiza y Guarros fueron los primeros
que se alzaron en esta taa el viernes víspera de pascua
de Navidad. Lo primero que los rebeldes hicieron fué
ir á casa de su beneficiado , que se decía el bachiller
Biedma, y no le hallando allí , porque en oyendo el al-
boroto se había escondido en casa de uu vecino que te-
nia por amigo, le saquearon la casa. Luego fueron á la
iglesia , y la destruyeron y robaron, sin perdonar cosa
sagrada , y la quemaron ; y con deseo de vengar su ira
en el sacerdote de Jesucristo , fueron á la casa donde
estaba, y rompiendo las puertas, le sacaron y le llevaron
desnudo y descalzo, las manos atadas atrás, por las ca-
lles, haciéndole muchos malos tratamientos; y presen-
tándole delante de los monfís y de los regidores de
aquellos lugares, le dijeron dos dellos, llamados Benito
de Abla y Diego de Abla , si quería ser moro, y que le
dejarían la vida. Y como les respondiese que tenian po-
ca necesidad de daríe tan mal consejo , porque él era
cristiano sacerdote de Jesucristo, y que había de morír
por su santa fe catóhca , le hicieron asentar en el suelo
delante dellos, y mandaron á los moros mancebos que
REBELIÓN Y CASTIGO DE LOS MORISCOS DE GRANADA.
m
le jugaí?eii á hi ballesta, y después de haberle asaelea-
do, le dierun imiclias cuchilladas y lanzadas , y eclián-
dole una soga al pescuezo, le entregaron á los mucha-
chos , que lo llevasen arrastrando hasta un barranco
fuera del lugar.
Los moriscos del lugar de Alcudia y de Paterna se
alzaron el primer dia de pascua de Navidad, y como los
cristianos que alií moraban entendieron el alboroto que
traian, y que se querían rebclar, tomando sus mujeres
y hijos consigo, se fueron á guarecer ala torro de la
iglesia, que era fuerte. Y los moros , viendo que no se
podían aprovechar dellos, los aseguraron diciendo que
se volviesen á sus casas, porque los del lugar no que-
rían alzarse, y que ellos mesmos los defenderian cuan-
do fuese menester; los cuales, confiados en sus falsas
palabras, se salieron de la torre; y porque no pareciese
que dejaban de cumplir lo que les habían prometido,
cuando los vieron vueltos á sus casas enviaron á lla-
mar á los monfís forasteros , los cuales los prendieron
y les robaron cuanto tenian, y los unos y los otros con
grandísima ira entraron en la iglesia, y la saquearon y
robaron , y destruyeron todas las cosas sagradas. El
beneficiado Arcos se escondió en casa de un moro que
soUa tener por amigo, llamado Agustín el viejo, el cual
le pagó la amistad con entregarle luego á sus enemi-
gos, y ellos le llevaron desnudo y descalzo á la iglesia,
adonde estaban los otros captivos que tenian presos , y
después los sacaron á matar. Los primeros fueron el
beneficiado y Diego López de Lugo, hombre muy rico,
señor de la mayor parte del lugar. A estos los desnu-
daron encueres, y dándoles muchas bofetadas y puña-
das, porque se encomendaban á Dios y á su bendita Ma-
dre , los llevaron desde el lugar á una cruz que está en
el camino que va á Iñiza, y atándolos al pié della , los
asaetearon, y después les dieron muchas estocadas y
cuchilladas, hasta que los acabaron de matar; y de la
mesma manera mataron á todos los otros cristianos que
tenian presos: hubo algunos que tuvieron lugar de huir
por las sierras antes que los prendiesen, y estos se sal-
varon. Fueron crueles perseguidores de cristianos en
este lugar cuatro moriscos, llamados Gaspar Rojo,
Hernando de Málaga , Pedro de Escobar y Bernardino
de Escobar.
Codbaa, como queda dicho, tiene título de ciudad,
porque moró allí el rey Abí Abdilehi el Zogoybí , que
rindió á Granada. Están tres lugares juntos , que pare-
cen barrios, que son Codbaa, Lauxary el Fondón : to-
dos los cristianos que vivían en estos lugares y en otros
allí cerca , se recogieron á la iglesia de Codbaa en sin-
tiendo que los otros lugares se levantaban , y querién-
dose ir á guarecer en la ciudad de Almería , por parc-
cerles que no estaban allí seguros, un morisco regidor,
llamado Pedro López Aben Hadami, que era de los mas
ricos y principales de la taa, les aconsejó que no se fue-
sen hasta ver en qué paraba el negocio : llevó á su casa
al beneficiado Juan Lorenzo y á un hermano suyo con
toda su familia, y los tuvo el lunes en la noche hacién-
doles mucho regalo. Luego el siguiente dia , que fué
martes 28 de diciembre, entraron en el lugar mu-
chos moros de Alcolea y de otras partes, y los monfís
que iban alzando la tierra; y Aben Hademi, pareciéndo-
le que no estaban seguros los cristianos que tenia en
su casa , porque aun hasta entonces debía de tener vo-
luntad de salvarles la vida, los metió en un aposenüllo
bajo que estaba junto al corral , y echándoles unos ha-
ces de cañas de alcandía á la puerta , se fué á la plaza á
ver lo que se hacia, y halló muchos moros forasteros y
del lugar , que andaban con banderas tendidas roban-
do las casas de los cristianos; los cuales le dijeron co-
mo el reino todo estaba alzado, y que Granada y sus for-
talezas eran de moros. Entonces , viendo que la cosa
debia ir de veras, entró con ellos en la iglesia y hizo
prender todos los cristianos clérigos y legos que ailí ha-
bía, y haciendo pedazos los retablos y las cruces y el ar-
ca del Sanlísimo Sacramento, le pu-^ieron á todo fuego
y lo quemaron. No mucho después Hernando el Gorri,
queeraelprineipal caudillo de aquel partido, y vecino de
Lauxar, y Alonso Aben Cigue y el mesmo Pedro López
Aben Hademi mandaron que matasen todos los cris-
tianos que tenian presos , como se había hecho en los
otros lugares ; y juntándose en la plaza mucha gente,
tocando sus alabalejos y dulzainas, cantando canciones
á contemplación del dia tan deseado que veían, sacaron
Ins primeros á Diego Ortiz y á Juan Ortiz, su hermano,
y desnudos en cueros los llevaron ante el Gorri, el cual
mandó que los arcabuceasen, y que lo mesmo se hicie-
se de todos los demás. De allí los llevaron á una ram-
bla que está antes de llegar al Fondón, y les tiraron
con los arcabuces y ballestas, y después los acabaron
con las espadas y alfanjes. Desta manera mataron los
cristianos que habían prendido en los tres lugares , y á
los de Guénija , lugar del marquesado del Cénete, que
también los trajeron allí. Solos los huéspedes de Aben
Hademi no murieron por entonces, mas desde á quin-
ce días, enfadado detenerlos escondidos tanto tiempo,
ó por miedo de Abenfarax, alguacil mayor de Aben Hu-
meya , que habia venido á lo de Andarax , y mandaba
que, so pena de muerte, nadie fuese osado de dar vida
á hombre cristiano, denunció dellos ante él, el cual
mandó al Iloceni y á otros sus compañeros llevasen
luego ante él al beneficiado Juan Lorenzo, y haciéndo-
le desnudar en cueros , atados los pies y las manos, le
mando poner de pies sobre un brasero de fuego ar-
diendo en casa de Lanxi , y desta manera le asaron de
las rodillas abajo ; y porque llamaba á Jesucristo y á su
bendita Madre y se encomendaba á ellos, el hereje
traidor le hizo dar con una suela de una alpargata su-
cia en la boca y muchos palos y puñadas en la corona,
y escarneciendo del , decía : «Perro, di agora la misa;
que lo mesmo hemos de hacer del Arzobispo y del Pre-
sidente, y hemos de llevar sus coronas á Bcrberia.» Y
para darie mayor tormento trajeron allí dos hermanas
doncellas que tenia , para que le viesen morir , y en su
presencia las vituperaron y maltrataron, y por escarnio
les preguntaban si conocían aquel hombre que se es-
taba calentando al fuego. Y habiéndole tenido desta
manera un buen rato, le llevaron arrastrando con una
soga fuera del lugar, y en un cerrillo lo entregaron á
las moras, para que también ellas se vengasen, las cua-
les le sacaron los ojos con cuchillos y le acabaron de
matar á pedradas. Luego fueron á traer á su hermano,
y junto á él le hicieron pedazos , y un hereje le hizo
abrir la boca antes que espirase , y le echó dentro un
huen golpe de pólvora y le puso fuego , de enojo de ver
que se encomendaba á Dios tan de veras, glorificán-
dole por su lengua. También mataron al sacristán Fran-
204
LUIS DEL MARMOL CARVAJAL
cisco de Medina , entregándole á los muchaclios que le
apedreasen, porque les enseñaba la doctrina cristiana, y
hicieron una grandísima crueldad en Luis Montesino
de Solís, de quien diremos a leíanle en el capítulo de
Guécija. A Diego Beltran, mocito de edad de catorce
años, martirizaron dos herejes, llamados el Huceni y
el Caicerani, el cual , estándole atando para lievarle al
lugar del martirio , preguntó á su madre que dónde le
querían llevar; y ella respondió varonilmente : «¡Hijo,
á ser mártir! muere por Jesucristo. Bienaventurado
tú, que le gozarás presto ; encomiéndate á él, y no te-
mas de morir por tan buen señor.» Y ansí lo hizo el
mocito, y lo mataron los sayoi>es á cuchilladas,
CAPITILO X.KL
Cómo los lugares de la t;ni de Dolías se alzaron, y la descripción
dclla.
La taa de Dalias es en la co-.la del mar Mediterrá-
neo : á poniente confina con la taa de Berja, á levante
con tierra de Almería, al mediodía tiene la mar, yá
tramontana parte de la sierra de Gádor, que cae entre
ella y la taa de Andarax , y es también de Almería.
Toda esta taa está en tierra llana, donde hay hermo-
sísimoscamposparaapacentar ganados de invierno. Có-
gese en ella mucha cantidad de pan , trigo y cebada , y
liay grandes arboledas , y la cria de la seda es buena.
Hay en ella seis lugares, llamados Asúbros, Odba,
Célita , Elchitan , Almecet y Dalias , que es el principal,
donde están los campos que dicen de Dalias , famosos
por el mucho ganado que allí se cria.
Contáronnos algunos moriscos , y aun cristianos, que
el mesnio día que se alzaron los de Berja fué al lugar
de Dalias aquel moro que dijimos, llamado el Bende-
di , y que estando todos los vecinos á la puerta de la
iglesia para entrar en misa, llegó con cuatro banderas
y mucha gente armada, y se puso á vista del lugar, en
un viso que se hace en una scrrczuela que cae por bajo
de la sierra de Gádor á la parte de levante ; y que á un
raesmo tiempo hablan asomado otras cuatro banderas
á la parte de poniente sobre una punta de la mesma
sierra, y que los vecinos se alborotaron con aquella
novedad; yjuntándose los regidores, que todos eran mo-
riscos, salieron con alguna gente á ver qué banderas
eran aquellas , y que el Rendedi bajó á ellos con cin-
cuenta tiradores, y les dijo que se alzasen luego, por-
que todos los lugares de la Alpujarra estaban alzados ;
y como le respondiesen que ellos no entendían hacer
mudanza por entonces, el moro se enojó mucho, y les .
dijo que no habia venido á otra cosa, y que se habían
de alzar mal de su grado ; el cual entró con toda la gente
en el lugar, y mandó pregonar por todo él que, so pena
de lavida, todos los vecinos saliesen luego ú la plaza con
sus armas los que las tuviesen ; y porque algunos hom-
bres ricos no salieron tan presto, los hizo matar y sa-
quearles las casas, diciendo que eran cristianos ene-
migos de Mahoma. Corriendo pues los rebeldes con
grandísimo ímpetu á la iglesia, entraron en ella, y la
saquearon y robaron, y haciendo pedazos los retablos
y las imagines que estaban en los altares, y la pila del
baptismo, destruyeron todas las cosas sagradas y le
pusieron fuego. Y porque unu mujer morisca de las
principales de la taa les reprendió los sacrilegios y
maldades que hacían, y quitó á los muchachos las ho-
jas de un misal que traían haciendo pedazos, le cortó
un hereje de aquellos la cabeza. Algunos cristianos, así
clérigos como legos, fueron presos y muertos en sus
mesmas casas ; otros muchos se habían idQ con tiempo
ii la villa de Adra. A los beneíiciados Antonio de Cue-
vas y maestro Garavito mataron luego dentro de sus
casas, l'n hermano del maestro Garavito, y con él al-
gunos cristianos de aquel lugar y de los otros de la taa
se metió en la fortaleza vieja de Dalias la alta , y allí se
defendieron tres días ; mas los enemigos de Dios junta-
ron mucha leña, y zarzos de cañas y tascos, y les pusie-
ron fuego; y al hn viéndose sin defensa y sin remedio de
socorro, y que se quemaban vivos, pidieron que los re-
cibiesen á partido; mas los traidores, haciendo burla
dellos, y deseando matarlos con sus manos, les dije-
ron que se echasen de la torre abnjo, que ellos los re-
cogerían , pues no podían bajar por la escalera ; los cua-
les, huyendo del fuego, que los cercaba ya par todas
partes, se arrojaron de arriba, así hombres como mu-
jeres. Unos se perniquebraban, otros se descalabraban;
y quedando aturdidos del golpe, porque la torre era
muy alta, el refrigerio que hallaban era el cuchillo de
lósemeles verdugos, que los acababan de matar. Des-
ta manera los mataron á todos , y fueron muy pocas
las mujeres y niños que tomaron captivos, y con la mes-
ma crueldad trataron á los de los otros lugares que se
alzaron en el mesmo tiempo. Digamos agora la entra-
da que hizo Aben Humeya en la Alpujarra, y lo que pro-
veyó en ello; que luego diremos cómo se alzaron los
lugares de las otras taas.
CAPITULO XXII.
Cómo Mafiamet Aben Huraeya entró en la Alpujarra después de
electo en Béznar, y lo que proveyó en ella.
Partido Abenfarax de Béznar, luego le siguió Aben
Humeya, acompañado de muchos moros , con temor de
que se haría alzar por rey en la Alpujarra ; y llegan-
do á l.anjaron, halló que habia quemado la iglesia y
muerto unos cristianos que estaban dentro. De allí pa-
só á Órgiba, donde los cercados de la torre se defen-
dían, y les requirió con la paz; y viendo que no que-
rían oir su embajada , repartió la gente en dos partes :
la una dejó en el cerco con el Corceni de Ujíjar, car-
pintero, y con él Dalay; y la otra se llevó consigo á
Poqueira y á Ferreira. El día de los Inocentes estuvo
en su casa en Valor, y á 29 de diciembre entró en Ují-
jar de Albacete , con deseo , á lo que él decia después,
de salvar la vida al Abad mayor, que era grande ami-
go suyo, y á otros que también lo eran; y cuando lle-
gó y^ lo habian muerto. Allí repartió entre los moros
las armas que habían tomado á los cristianos , y el mes-
mo dia fué al lugar de Andarax , y hizo que confirma-
sen su elección los de la Alpujarra. Y siendo jurado
de nuevo por rey, dio sus patentes á los moros mas
principales de los partidos y mas amigos suyos , para
que con su autoridad gobernasen las cosas convinien-
tes al nuevo estado y nombre real , aunque vano y sin
fundamento : mandándoles que tuviesen especial cui-
dado de guardar la tierra , puliendo gente en las en-
tradas de la Alpujarra ; que alzasen todos los lugares
del reino , y que los que no quisiesen alzarse los ma-
tasen y les conliscason los bienes para su cámara. He-
cho esto, volvió á Ujíjar, dejando por alcaide de Anda-
REBELIÓN Y CASTIGO DE LOS MORISCOS DE GRANADA.
20:
rax á Aben Zigui, de los principales de aquella tao ;
y allí dio sus poderes á Miguel de Rojas , su suegro, y
fe hizo su tesorero general , porque , demás del deudo
que con él tenia , era hombre principal del linaje de los
Moliayguajes ó Cariines, antiguos alguaciles de aquella
taa en tiempo de moros; y por ser muy rico y de
aquel linaje , le respetaban los moros de la Alpujarra ;
el cual no se tenia por menos ofendido de las justicias
que Aben Humcya, porque deniás de haberle tenido pre-
so muchos dias sobre delitos de monfís, le hablan de-
fendido que no trújese armas teniendo licencia para
poderlas traer, y no le habían dejado acabar una torre
fuerte que hacia en su casa; antes se la habían querido
derribar. Finalmente Aben Hunieya hizo todas las dili-
gencias dichas en üjíjar en un día , y aquella mesma
noche se fuéá dormir á Cúdiar, y dio patente de su
capitán general á don Hernando el Zaguer, su tío; y
dejando gente de guarnición en la frontera de Poquci-
ra y Ferreira, donde pensaba residir, á 30 dias d<'l
mes de diciembre estuvo de vuelta en el valle de Le-
crín , para sí fuese menester defender la entrada de la
Alpujarra por aquella parte al marqués de Mondéjar, y
nombró por alcaide principal de aquel partido á Miguel
de Granada Xaba el de Ferreira.
CAPITI LO XXIII.
Cómo los lugares de la taa de Lucharse alzaron, y la doscripcioii
della.
La taa de Luchar confina á poniente con la taa de
Andarax,á tramontana con la Sierra Nevada , á medio-
día tiene la sierra de Gádor , y á levante la taa de Mar-
chena. Hay en ella diez y siete lugares, llamados Béy-
res, Almoazata, Mulura, Rogairaira, Muleira, Nieles
de Luchar, Aleóla, Padúles , Bolinebar, Canjáyar,
Ohanez , Cumanotolo , Capeleira de Luchar, Pago, Ju-
lina, Guibídique, Benihíber y Rooches. Esta taa es
'tierra fértil porrazon del rio de Andarax, que alravic?a
por ella, y de otro que baja de la sierra de Ohanez y
se va á juntar con él cerca de Rague , lugar de la taa
de Marchena, Hay por toda ella muy buenos pastos para
los ganados, y muchas arboledas, fi úfales y morales
para la cria de la seda ; y en el lugar de Rogairaira hay
una herrería, donde se labra el hierro que sacan de
una mina que está allí cerca.
Estos lugares se alzaron el tercer día de Pascua , y
estando los cristianos que vivían en ellos descuida-
dos, los prendieron á todos y les robaron las casas;
también robaron las iglesias y destruyeron los alta-
res , y hicieron pedazos los retablos y las cruces y las
campanas , y no dejaron maldad ni sacrilegio que no
cometieron.
En el lugar de Canjáyar, que es el principal desfa
taa, pregonaron los herejes p(»r mandado de Abenfa-
rax con instrumentos y grandes regocijos, que, so pena
de muerte, ninguna persona diese vida acristiano que
pasase de diez años ; y para solenizar la fiesta , degolla-
ron luego á un niño cristiano de nueve años, que se
llamaba Hernandíco , y corlándole la cabeza , la pusie-
ron en la carnicería en una esportilla , donde el corta-
dor ponía el dinero de la carne que vendía á los cristia-
nos , y el cuerpo desollado sobre el tajón , y hinchendo
el pellejo de tascos , le quemaron. Desque hubieron
acabado un hecho tan inhumano en una criatura ino-
cente , desnudaron en cueros á Francisco de la Torre
y á Jerónimo do San Pedro, vecinos de Granada , y pe-
lándoles las barbas, les quebraron también los dientes
y las muelas á puñadas, y muy de su espacio les cor-
taron las orejas y narices, y les salearon los ojos y len-
gua , y después les dieron muchas cuchillarlas y esto-
cadas , no pudiendo llevar á paciencia los descreídos ver
que se encomendaban á Jesucristo y á su Madre glo-
riosa. Y no contentos con esto, cuando los vieron muer-
tos los abrieron por las espaldas, y les sacaron los co-
razones, y un moro se comió crudo á bocados delante de
todos el corazón de Francisco la Torre. Luego desnu-
daron al beneficiado Marcos de Soto y á su sacristán
Francisco Nuñez, y los llevaron á la iglesia ; y hacien-
do al beneficiado que se asentase en una silla de cade-
ras, en el lugar donde se solía poner para predicar,
pusic!on junto áél al sacristán con el padrón de todos
los vecinos en la mano, y tañendo una campanilla para
que todos los del lugar acudiesen á la iglesia ; y cuando
estuvo llena de gente, mandaron al sacristán que lla-
mase por aquel padrón , como solia, para ver si falta-
ba alguno ; el cual los comenzó á llamar, y como solían
por su orden, ansí hombres como mujeres, llegaban
al beneficiado y le daban de bofetadas y de puñadas en
la corona, y algunos le pelaban las barbas y las cejas.
Cuando hul)íeron pasado todos chicos y grandes, lle-
garon á él dos sayones con dos navajas , y coyuntura
por coyuntura le fueron despedazando , comenzando de
los dedos de los pies y de las manos. Y porque el sa-
cerdote de Jesucristo invocaba su santísimo nombre y le
glorificaba, le sacáronlos ojos , y se los dieron á comer,
y luego le cortaron la lengua ; y cuando hubo dado el
alma á su Criador, le abrieron , y le sacaron el corazón
y las entrañas , y las dieron á comer á los perros. Y no
contentos con esto , llevaron el cuerpo arrastrando con
una soga al pescuezo, y poniéndole al pié de un olivo,
ataron par del al sacristán , y les tiraron á terrero con
las ballestas , y después hicieron una hoguera muy gran-
de , donde los quemaron. Y con la mesma crueldad ma-
taron veinte y cuatro personas hombres y mujeres, que
aun estas no quisieron perdonar, y entre ellos algunos
de los que habían captivado en el Boloduí.
CAPITULO XXIV.-
Cdmo los lugares de la taa de Marchena se nizaron,
y la descripción della.
La taa ó condado de Marcliena confina á poniente
con la taa de Luchar, á tramontana con la Sierra Ne-
í vada, á levante con tierra de Almería, y al mediodía
I con la sierra de Gádor. Hay en ella doce lugares, Ra-
' gue, Instíncíon, Ragol, Alhabia, Guécija, Alicum, Sur-
gena, Alhama la Seca, Gádor Hor, Terque, Ahentarí-
que, ílar, el Soduz, Santa Cruz y el Hizan. Esta tierra
\ no es tan fértil de arboledas como la de arriba , espe-
I cialmente de morales. Críanse en ella muchos ganados,
i y por medio pasa el río que dijimos que atraviesa por
i ia taa de Luchar, el cual de aquí para adelante hasta
la mar llaman río de Almería. Alzáronse estos lugares
cuando los de Luchar saquearon y destruyeron los
templos y las casas- de los cristianos y hicieron grandí-
simos sacrilegios y crueldades en ellos, y especialmente
en el lugar de Guécija, que es el principal de ia taa, del
20«
LUIS DEL MARMOL CARVAJAL.
cual diremos solamente en este capítulo, por excusar
prolijidad.
El segundo dia de pascua de Navidad llegó á Guócija
una carta de don García de Villaroel, que, como queda
dicho, estaba por cabo de la gente de guerra de la ciu-
dad de Almería, para el licenciado Gibaja, alcalde ma-
yor desta taa, que es del duque de Maqueda; por la
cual le enviaba á decir muy encarecidamente que reco-
giese todos los cristianos que había en aquellos luga-
res, y se fuese á meter en Almería antes que los moros
los degollasen, porque tenia aviso cierto, por cartas de
la costa, que el reino se levantaba y no tenia gente con
que poderle socorrer. El cual, entendiendo que no po-
día pasar el negocio muy adelante, le respondió que no
desampararía aquellos vasallos, antes pensaba vivir ó
morir con ellos, por no perder en un día lo que había
ganado en sesenta años; y luego mandó que todos los
cristianos se recogiesen con sus mujeres y lujosa una
torre fuerte que había en el lugar, arredrada un poco
de la esquina de un monasterio de frailes augustínos,
y que metiesen consigo agua y todo el bastimento que
pudiesen, por si fuese menester defenderse algunos
días en ella. Con esta orden se encerraron en la torre
mas de doscientas personas de los lugares de la taa; y
no habían bien acabildóse de recoger, cuando Mateo
el Rami, llamado por otro nombre el Rubini, alguacil
del lugar de Inslíncion , llegó con las cuadrillas de los
raonl'ís y con otra mucha gente, tocando atabalejos y
dulzainas, y con banderas tendidas que andaban levan-
lando la tíeira ; y lo primero que hicieron en entrando
en el lugar fué robar y destruir las casas de los cristia-
nos y la iglesia. Luego fueron á combatir la torre, y
entrando en el monasterio , que hallaron desamparado,
porque los frailes se habian recogido con el alcalde
mayor, robaron los ornamentos, cálices y frontales,
deshicieron los altares y los letablos, y no dejaron mal-
dad que no cometieron, como si en aquello estuviera su
felicidad. Otro dia de mañana enviaron á requerir los
cercados que se rindiesen y les entregasen las armas
y que los dejarían ir libremente adonde quisiesen. Este
partido pareció bien á muchos de los que allí estaban ;
mas luego se entendió que los moros les trataban en-
gaño, porque yendo á salir de la torre dos doncellas
nobles, llamadas doña Francisca Gibaja y doña Leonor
Yanegas, les tiraron un arcabuzazo, y mataron á Pe-
dro de Horozco, hombre viejo que iba acompañándo-
las. Viendo esto los cristianos, cerraron á gran priesa
la puerta de la torre, dejándose fuera á doña Fran-
cisca Gibaja, que no la pudieron recoger, y se pusieron
en defensa. Ao mucho después los moros acordaron de
poner fuego á la torre, y para poderlo hacer mas á su
salvo echaron algunos tiradoresdescubiertos al derre-
dor del monasterio, y mientras los cristianos estaban
embebecidos en tirarles desde las troneras y desde las
almenas, llegaron á una esquina de la torre, y hora-
dándola con picos, sin ser sentidos de los nuestros
ocuparon la bóveda baja, y metiendo en ella la madera
de los retablos y de las imagines que habían deshecho,
y mucha leña y tascos untados con aceite revueltos en
ella , le pusieron fuego : por manera que cuando los
cristianos, mal pláticos y poco avisados, sintieron el
humo y la llama , ya el primer sobrado y la escalera de
la torre ardía. Viéndose pues quemar vivos, comenzó
el llanto de las mujeres y niños : unas llamaban á su^
padres, otras á sus maridos ó hermanos, y muchos
hombres, que estando solos fueran animosos, desma-
yaron, venciéndolos la piedad de sus mujeres y hijos, y
á gran priesa comenzaron á descolgarlas con sogas ó
como mejor podían, á la parle que no ocupaba el fuego,
entregándolas, y entregándose también ellos, á merced
de los crueles enemigos, que como iban bajando los
desnudaban, y dándoles muchos palos y puñadas, los
maniataban. El alcalde mayor y los frailes y otros mu-
chos que no quisieron rendirse , viendo que el fuego
crecía cada hora mas , se confesaron y se encomenda-
ron á Dios , y trayendo el alcalde mayur un Cristo cru-
cificado en los brazos, anduvieron gran rato peleando
con el fuego, procurando apagarlo con tierra y ropa
que echaban encima ; mas aprovechábales poco , por-
que los enemigos de Dios lo cebaban con mas leña y
aceite; y fué creciendo el humo y la llama de manera
que, cercando y cubriendo la torre por todas parles,
perecieron de diferentes muertes, unos ahogados y
otros abrasados del fuego; solo un fraile y dos mozos
del monasterio acertaron á quedar vivos, y estos hin-
chados y llenos de vejigas. Murieron dentro de la torre
el alcalde mayor, los beneficiados de aquel lugar y de
Alhama la Seca, el capellán de Inslíncion y muchos
legos, y algunas mujeres y criaturas que no hubo lugar
de poderlas descolgar. No libraron mejor los que íq
rindieron que los que se quemaron en la torre, porque
los moros los degollaron en la alberca de un molino de
aceite del monasterio, que estaba allí cerca. A Luis
Montesino de Solís, de quien hicimos mencionen el
capítulo de Andarax, llevaron con las cristianascaplívas
á la sierra de Gádor y después á Codbaa, donde envia-
ron á doña María de Solís, su hija, y á doña Francisca
Gibaja, hija del alcalde mayor; y teniéndolas en casa
de un moro muy rico, llamado Zacaría, apartadas de
otras cristianas , con cuarenta moros de guarda , para
enviarlas presentadas al rey de Marruecos, dieron en su
presencia cruelísima muerte á Luís Montesino de Solís.
Desnudáronle encueres, y colgándole de los dedos pul-
gares de los píes, de una ventana que estaba frontero
do la casa donde lenian presa á su hija, allí fueron cor-
tándole los miembros con una navaja, coyuntura por
coyuntura, hasta los hombros; y porque glorílícaba á
Jesucristo , le sacaron la lengua y los ojos y le cortaron
las narices y las orejas, y dándole humo y después fuego,
le quemaron. Volviendo pues á los moros de Guécija,
luego que hubieron quemado la torre recogieron la
gente de los lugares de la taa, y con sus mujeres y hijos
y bienes muebles se subieron á la sierra de Gádor, lle-
vando por delante los bagajes y ganados : dejaron qui-
nientos moros que aguardasen hasta que el fuego se
apagase, por ver sí había qué robar en la torre ; los cua-
les entraron otro dia dentro, y hallando aquellos tres
cristianos que dijimos, medio quemados^ no los quisie-
ron malar luego, sino llevarlos consigo la vuelta de la
sierra ; y al vadear del rio de Canjáyar, que se pasa
muchas veces en aquel camino, les hicieron que los
pasasen á todos á cuestas; y siendo ya noche, nopu-
diendo dilatar mas el deseo de venganza , mataron á
cuchilladas al fraile , desollaron vivo al uno de los mo-
zos, y del otro no supimos lo que hicieron : solo se
presume que lambien le matarían ; por manera que de
REBELIÓN Y CASTIGO DE LOS MORISCOS DE GRANADA.
207
todos los cristinnos que Iiabia en los lugares desta taa
solos tres escaparon con las vidas, que los escondieron
unos moriscos sus amigos , y los pusieron después en
salvo.
En el lugar de Terque se recogieron los cristianos
con sus mujeres y Iiijos en la torre de la iglesia , pen-
sando poderse delénder en ella ; mas los moros le pu-
sieron luego y los quemaron á todos juntamente con la
iglesia y con la torre. Hacian después mucho senti-
miento las moras de pesar que tenian , porque se habla
quemado en este lugar el haíiz de la seda de aquella
taa , no por lástima que tenian dél , sino porque qui-
sieran mucho poderle atormentar de so espacio, per-
qué le querían muy mal.
CAPITULO XXV.
Cómelos lugares riel rio de Colorluí se alzaron,
y la descripción dél.
El rio del Boloduí nace en la parte mas alta y mas
oriental de la Sierra Nevada : á poniente tiene la taa de
Marchena , á mediodía la tierra de Almería , á levante
las sierras de Baza , y á tramontana las de Cuadix y los
lugares de Abla y Lauricena. Hay en este rio cinco lu-
gares, llamados Alliizan, Santa Cruz, Cocliuelos, Bi-
lumbin y Alhabia ; baja entre Abla y Lauricena , y va á
dar á Santa Cruz, que es el lugar principal, y después
se va á juntar con el rio de Almena, entre Alhabia y
Guécija. Es tierra de muchas arboledas , y los morado-
res tienen muy buena cria de seda ; cogen cantidad de
pan , trigo y cebada , y tienen muchos ganados, y siem-
bran la alheña, que es una hoja como la del arrayan,
mas delgada , y la precian mucho los moros. Era alcal-
de mayor destos lugares, que son de don Diego'de Cas-
lilla, señor de Gor, el licenciado Blas de Biedma, el
cual tenia su casa en Santa Cruz, y pudiera muy bien
ponerse en cobro con todos los cristianos de aquel par-
tido , si la confianza que tenia en que los moriscos de
aquel partido no se levantarían, no le engañara, porque
don García de Villaroel le escribió también á él, cuan-
do al licenciado Gibaja , rogándole, y aun requiriéndo-
le, que se retirase con tiempo á la ciudad de Almería,
y tampoco lo quiso hacer.
Alzáronse estos lugares el segundo día de pascua de
Navidad, y los del lugar de Santa Cruz corrieron á las
casas de los cristianos, y prendiéndolos, les robaron
cuanto tenian, y destruyeron la iglesia. Al alcalde ma-
yor hicieron morir cruelísimamente : siguiendo el
ejemplo de los de Canjáyar le desnudaron en cueros de-
lante de cuatro doncellas cristianas, que las tres eran
hijas suyas y la otra del jurado Bustos, vecino de Al-
mería, y su sobrina ; y atándole las manos atrás, llegó
un hereje á él, y le cortó las narices, y se las clavó con
un clavo de hierro en la frente; luego le cortó las ore-
jas y se las dio á comer ; y porque loaba á Dios mien-
tras le estaban martirizando , le cortaron la lengua y
las manos y los pies; y abriéndole la barriga, se los
metieron dentro ; y un sayón le abrió el pecho, y le sa-
có el corazón, y comenzó á dar bocados en el, dicien-
do : « Bendito sea tal día , en que yo puedo ver en mis
manos el corazón deste perro descreído.» Y después
desto quemaron el cuerpo , y á los demás cristianos, así
hombres como mujeres , los llevaron al lugar de Can-
jáyar, donde también los mataron después.
Alzáronse los de Alhizan cuando los de Santa Cruz , y
el beneíiciadoJuan Rodríguez recogió todos los crislia-
nos en una torre que tenia en su casa. Los moros saquea-
ron las casas y la iglesia , y destruyendo todas las cosas
sagradas, fueron luego ala torre y le pusieron fuego
por todas partes , y quemaron vivos á todos los que se
habían metido dentro, excepto al beneficiado y á tres
doncellas sobrinas suyas. Mas después, queriendo rego-
cijar el pueblo con la muerte de aquel sacerdote de Je-
sucristo , le desnudaron en cueros, y se lo entregaron
á las mujeres moras para que ellas le matasen; las cua-
les le sacaron los ojos con almaradas, y le hirieron con
cuchillos y piedras , hasta que dio el alma á su Criador,
encomendándose siempre á Jesucristo, y glorilicando
su santísimo nombre. Lleváronse las captivas cristianas
á Canjáyar, donde las mataron después con otras mu-
chas , cuando el marqués de los Vélez hubo vencido á
los moros de Filíx , como diremos en su lugar. Dejemos
agora de tratar de los otros lugares que se alzaron,
que á su tiempo volveremos á ellos, y digamos lo que
en este tiempo se hacia en la ciudad de Granada.
CAPITULO XXVI.
De lo que se lincia en este tiempo en la ciudad de Granada para
aseguiarse de los moriscos, y las desculpas que daban ellos.
Mucho sentimiento hubo en M ciudad de Granada
cuando se supo que la gente que había ido con el mar-
qués de Mondéjar no había podido alcanzar á los mon-
fís, y crecia cada hora mas con las nuevas que venian
dé los sacrilegios y crueldades que iban haciendo en los
lugares que alzaban en la Alpujarra ; y movido el vulgo
á ira con deseo de venganza , hablaban con libertad,
culpando y desculpando á quien les parecía, y al fin
buscando todos el remedio. Unos le hallaban en la equi-
dad , otros en el rigor de la justicia, y todos en la fuer-
za de las armas. Habiéndose pues juntado el Acuerdo
con el presidente don Pedro de Deza en la sala de la
real Audiencia este día , como lo habían hecho otros,
para tratar del negocio, el licenciado Alonso Nuñez de
Bohorques, oidor del real consejo de Castilla y de la
general Inquisición , que entonces lo era de la dicha
audiencia , propuso que el camino mas breve para ata-
jar la maldad de los moriscos alzados , y que los demás
no se alzasen , consistía en sacar todos los que moraban
en el Albaicin y en los lugares de la vega de Granada , y
meterlos veinte leguas la tierra adentro , donde no pu-
diesen acudirles con avisos , con gente , armas y conse-
jo; cosa que no se podría excusar teniéndolos en la ciu-
dad , donde venían y entendían cuanto se hacia y trata-
ba. Este parecer fué bien recebido de todos los que allí
estaban; mas hallaron dificultad en la ejecución dél,
pareciendo cosa grave y peligrosa querer echar tanto
número de gente de sus casas. Al fin se díó noticia á su
majestad ; y si por entonces no hubo cfeto , después vi-
no á hacerse con menor escándalo y peligro del que se
representaba, como se dirá en su lugar. Por otra par-
te , el marqués de Mondéjar, queriendo usar el rigor de
las armas, avisó á las ciudades y señores de la Anda-
lucía y reino de Granada que con brevedad aprestasen
la gente de guerra, por sí fuese menester acudir á
oprimir el rebelión, y el Acuerdo despachó provisiones
en conformidad de lo que el Marqués pedia. Y porque
se tenia ya nueva que c! alzamiento pasaba hacía Jos
sos
LUIS DEL MARMOL CARVAJAL.
it gares del reino fie Murcia, acordaron que seria bien
avisar á don Luis Fajardo, marques de los Vélez y ade-
Imlado de aquel reino, para que haciendo junta de
^ente de guerra por aquella parte , estuviese apercebi-
í'o para lo que su majestad enviase á mandar , á quien
so daria luego aviso de aquella diligencia, Temian mu-
cho los moriscos al marqués de los Vélez, y parecía
que solo oir su nombre bastarla para ponerlos en razón ;
y con este acuerdo el presidente don Pedro de Deza
mandó llamará un licenciado Carmona, abogado de la
Audiencia real, que solicitaba los negocios del marqués
de los Vélez, y le dijo que le despachase luego un correo
avisándole de su parte como los moros hablan en-
trado á levantar el Albaicin de Granada, y pregonado
en él la seta de Mahoma con instrumentos de guerra y
banderas tendidas, y que seria de mucha importancia
que se acercase al reino de Granada con el mayor nú-
mero de gente de á pié y de á caballo que pudiese jun-
tar, y que brevemente temía orden de su majestad de lo
r|ue habiade hacer con ella, porque él le escrebia so-
bre ello. Luego como esto se publicó en la ciudad, los
moriscos se turbaron ; y viendo tantas prevenciones
como se hacian , procuraron por todos los medios de
humildad echar de si la sospecha que se tenia, cargan-
do la culpa á los monfís. Juntándose pues los principa-
les del Albaiciii el tercer dia de Pascua, fueron con su
procurador general á hablar á todos los ministros, yá
cada uno por si les hicieron su razonamiento , signifi-
cando estar inocentes de lo que se les imputaba , y exa-
gerando el atrevimiento de aquellos perdidos , que ha-
blan entrado en el Albaicin á hacerles tanto mal, y di-
ciendo que si los prendieran luego, se entendiera quién
eran los culpados, y castigando aquellos, se apagara
el fuego de la sedición antes que pasara tan adelante.
Decian mas : que la premática no habia alterádolos á
ellos , y si la hablan contradicho , habia sido con buen
celo, y que ya estaban contentos con ella, sabida la vo-
luntad de su majestad , y viendo que se ejecutaba con
tanta equidad, que cesaban los inconvenientes que ha-
blan tenido; y que estaban prestos de servir á su ma-
jestad con sus haciendas, para que los malos fuesen
castigados y los buenos honrados, como se habia he-
cho en aquel reino en tiempos mas trabajosos, estando
recien ganado y poco después. A estas y otras cosas
que los moriscos decian , les respondieron mansamente
y con amor, especialmente el Presidente, cargando la
culpa á los que trataban mal de sus honras, y diciendo
que siempre hablan sido tenidos por leales vasallos de
su majestad, y ansí se lo hablan escrito, y volverianá
escrebírselo de nuevo; y les ofreció de su parle que
mirarla por ellos , y no daria lugar que recibiesen agra-
vio en el cumplimiento de la premática, encargándoles
que perseverasen en la fe y lealtad que decian, pues de
lo contrario no podría venirles menos que destruicion
general, ofendiendo á Dios y á un príncipe tan pode-
roso, que siendo necesario, haría en un mesmo tiempo
guerra por mar y por tierra á todos los príncipes del
universo. Con las cuales razones, y con otras muchas
desta calidad , procuraban quietarlos lo mejor que po-
dían, proveyendo por otra parte las cosas que parecía
convenir para la seguridad de aquella ciudad y del rei-
no. Y con todas las sospechas y temores, solo un dia se
dejó de hacer audiencia eo las salas , y todos los demás
durante e! rebelión los oidores y alcaMos hicieron su>
oficios á las horas acostumbradas; lo cual fué de tanta
importancia, que los moriscos no osaron hacer nove-
dad en la ciudad ni en las alearías comarcanas , te-
miendo tanto y mas la horca que la espada. Luego se
dio órdon que las coÍTipañías de las parroquias hiciesen
cuerpo de guardia en la audiencia, de donde sulla el
Corregidor tres y cuatro veces cada noche á rondar el
Albaicin y la Alcazaba ; y porque habia poca gente, y no
poco temor, para que los moriscos no lo entendiesen,
se usaba de un ardid, que algunas veces suele aprove-
char , y era, que después de haber entrado los soldados
acompañando sus banderas por la puerta principal,
volvían á irse uno á uno por otra puerta falsa, y torna-
ban á entrar en otras compañías. Esto se hacía una y
mas veces con tanta destreza, que aun los propríos ciu-
dadanos no lo entendían. Y porque los capitanes y
gentileshombres tuviesen alguu entretenimiento, ha-
cia el Presidente ponerles mesas de juego, y les man-
daba dar de cenar y colaciones; mas con tpdas estas
prevenciones los malaventurados, que ya se habia n des-
vergonzado, no dejaban de proseguir en su maldad,
como se entenderá por el discurso desta historia.
CAPITULO XXVII.
Cómo los lugares de tierra de Salobreña se alzaron,
y la descripción della.
S.ilobrcña es una villa muy fuerte por arte y por na-
turaleza de sitio : está en la orilla del mar Mediterráneo,
puesta sobre una peña muy alfa ; adelante tiene una is-
leta, y á poniente deila una pequeña playa abrigada de
levante, donde llegan á surgir los navios. La villa está
cercada de muros; no se puede minar, porque es la peña
viva marmoleña, ni menos se puede batir, por ser muy
alta y tajada al derredor, sino es á la parte de levante,
donde está la puerta principal. En lo mas alto hacia el
cierzo tiene un fuerte castillo, que solamente desde las
casas de la villa se puede combatir, y por allí le fortale-
cen dos muros anchos y terraplenados con sus barba-
canas; todo lo demás cerca la peña tajada , y hay den-
tro un pozo de agua manantial, que no se le puede qui-
tar en ninguna manera. Esta tenencia era de don Diego
Ramírez de Haro, vecino de la vjlla de Madrid, y fué de
sus antepasados, que se la dieron los Reyes Católicos
cuando conquistaron el reino de Granada. Tiene Salo-
breña á levante la villa de Motril, á poniente la ciudad
de Almuñécar, al mediodía el mar Mediterráneo, y á
tramontana el valle de Lecrin. Hay en sus términos seis
lugares, llamados Lóbras , Ilrabo, Mulví zar, Guájar la
alta, Guájar de Alfaguit y Guájar del Fondón. Todos es-
tos lugares estaban poblados de moriscos, mas los veci-
nos de la villa eran cristianos , la cual fuera capaz de
seiscientas casas si estuviera toda poblada , mas en
este tiempo no tenia mas de ochenta vecinos. Es tierra
áspera y muy fragosa á poniente y á tramontana, y có-
gese en ella poco pan. Los lugares altos están en una
quebrada que hace la sierra, por donde baja un rio que
procede de unas fuentes que nacen en ella, y después
se va á juntar con el rio de Motril. Hay muchas arbole-
das de huertas, olivos y morales por aquellos valles, y
tienen los moradores muy buena cria de seda , aunque
la principal granjeria es agora la de azúcar, porque en
una vega que está á levante hacia Motril tienen mu-
REBELIÓN Y CASTIGO DE LOS MORISCOS DE GRANADA.
209
chas liazas de cañas dulces, y abundancia de agua con
que regarlas, y junto á losmuros un ingenio muy gran-
de, y otros en las alearías allí cerca, donde se labran las
cañas.
Los moriscos de las Cuajaras se alzaron el primero y
segundo dia de pascua de Navidad, cuando los del Va-
lle; mas no hicieron daño en las iglesias ni á los cris-
tianos, antes dijeron al beneficiado que dijese su misa,
y el alguacil del lugar, llamado Gonzalo el Tartel, que
era su amigo, le prometi(rque no le enojaría nadie, y
que si fuese menester, le pondría en salvo, como en efeto
lo hizo. Los de Lóbras y Trabo y Mulvízar se subieron
luego á las sierras de las Cuajaras, y desampararon sus
casas por huir de los daños que los vecinos de Salobre-
ña y Motril les hacían; los cuales podremos decir que
los alzaron, ó á lo menos les dieron priesa á que se al-
zasen, porque luego que se supo lo que habían hecho los
de órgiba, salían en cuadrillas á robarles las casas y los
ganados, y les hacían otros malos tratamientos, y tam-
poco hicieron daño en las iglesias por entonces. Cuando
comenzaron estas revoluciones don Diego Ramírez es-
taba con su casa y familia en la villa de Motril, y siendo
avisado por carta del marqués de Mondéjar, se fué á
meter en su fortaleza, y viendo que en la villa no había
bastante número de gente, ni él tenía consigo mas que
sus criados, hizo con el concejo que enviasen un veci-
no llamado Claudio de Robles á Arévalo de Zuazo, cor-
regidor de la ciudad de Málaga, pidiéndole alguna gente
de guerra que meter en la villa, entendiendo que los al-
zados procurarían ocuparla por causa de la fortaleza y
de la comodidad de aquel puerto; el cual envió á Diego
Barzana con cincuenta tiradores, que aseguraron algo
á los vecinos. Finalmente, don Diego Ramírez puso la
fortaleza en defensa, encabalgó la artillería, que estaba
toda por aquel suelo sin cureñas ni ruedas, y proveyó
en todo lo que á buen alcaide convenía. Y no solo de-
fendió la plaza, mas salió muchas veces en busca de los
enemigos, y hizo muchos y muy buenos efetos, como se
dirá en su lugar.
CAPITULO XXVIII.
Cómo los moros combatieron la torre de Órgiba.
El domingo, segundo dia de pascua de Navidad, & 26
de diciembre, acordaron los moros de combatirla torre
de órgiba, y para este combate juntaron muchos haces
de leña y zarzos de cañas untados con aceite, pensando
quemar los cristianos dentro. El alcaide Gaspar de Sa-
rabia echó luego fuera veinte hombres, que mataron al-
gunos moros y quemaron todos aquellos haces en el
lugar donde los tenían recogidos. Los enemigos corrie-
ron á la iglesia, y hallándola sin defensa, entraron den-
tro, y con grandísima ira quebraron los retablos , des-
hicieron el altar, rompieron la pila del baptísmo, der-
ramaron el olio y la crisma , arcabucearon la caja del
Santísimo Sacramento , con enojo de que no hallaron
allí la santa forma de la Eucaristía , que los beneficia-
dos la habían consumido en todos aquellos lugares; y
arrojando todas las cosas sagradas por el suelo, no de-
jaron abominación ni maldad que no hicieron. Luego
subieron á la torre del campanario, y en lo mas alto del
pusieron un reparo de colchones y mantas, para desde
él arcabucear á los cristianos, y aquella noche les en-
viaron un moro del lugar de Benizalte, llamado el Fer-
za, hijo de Alonso el Ferza, para que les dijese de su
parle que se rindiesen, y que entregasen las armas y el
dinero y les dejarían las vidas , porque de otra manera
no podían dejar de morir. Este moro llegó con una ban-
derilla blanca á la torre, y propuso su embajada di-
ciendo que Granada era perdida, que los moros te-
nían ya la fortaleza del Alhambra por suya, que el rey
don Felipe no les podía enviar socorro, porque estaba
cercado de luteranos, y que las cosas de los moros iban
tan prósperas, que esperaban muy en breve llegar vi-
toríosos á Castilla la Vieja. Y como un clérigo de los
que estaban en la torre le preguntase si hablaba como
cristiano ó como moro, respondió el hereje que co-
mo moro, porque ya no había en aquella tierra mas que
Dios y Mahoma, y que harían cuerdamente los que allí
estaban en tornarse moros si querían tener libertad.
Estas palabras sintieron mucho los nuestros, y no pu-
diendo oír semejante blasfemia, le respondieron que se
alargase luego de allí, sí no quería que le matasen con
los arcabuces, apercibiéndole que ni él ni otro no vol-
viesen con aquel recaudo, porque no les iría bien dello;
mas no por eso les dejaron de acometer otras veces con
la paz, por ver si los podrían engañar. No mucho des-
pués acordaron de hacer dos mantas de madera para
picar el muro por debajo y dar con la torre en el suelo;
mas los cercados se dieron tan buena maña , que les
quemaron la una, teniéndola á medio hacer; la otra
acabaron, y cuando estuvo puesta en orden , hicieron
reseña de toda la gente, y se apercibieron al combate.
Esta manta era hecha de maderos gruesos, cubierta de
tablas aforradas por defuera de cueros de vaca, y sobre
los cueros y la madera colchones de lana mojada , para
que resistiesen las piedras y el fuego ; y estando asen-
tada sobre cuatro ruedas bajas , los propríos que iban
dentro dclla la llevaban rodando, y de un cabo yde otro
iban arrastrando grandes haces de cañas y de leña seca
y tascos, untado todo con aceite para poner con ellos
fuego á la torre cuando el muro estuviese picado y
apuntalado con maderos. Fué la determinación de los
enemigos tan grande, teniendo presente el odio y la ira,
que aunque los cristianos mataban muchos dellos con
los arcabuces, no dejaron de arrimar su ma-nta. Los
nuestros procuraron deshacérsela arrojando gruesas
piedras sobre ella desde arriba; y viendo que no apro-
vechaba, porque la madera era recia, y los reparos que
llevaba encima despedían la piedra, tomaron unos la-
drillos mazarís que acertó á haber en la torre, y arro-
jándolos de esquina donde se descubrían los colchones,
rompieron el lienzo, y echando sobre ellos dos calderas
de aceite hirviendo de lo que Leandro había traído, y
cantidad de tascos de cáñamo y de lino ardiendo, pren-
dió el fuego de manera, que en breve espacio se quema-
ron los colchones y la manta; y los que habían ya co-
menzado á picar el muro, se salieron huyendo con harto
peligro de sus vidas. No se halló Aben Humeya en este
asalto porque había pasado de largo, como queda dicho,
á Pitres de Ferreíra á proveer en otras cosas, y cuando
supo el ruin suceso que había tenido, mandó que cesa-
sen los asaltos, y que solamente tuviesen la torre cer-
cada, para que no le entrase bastimento ; y desta ma-
nera estuvo diez y siete días hasta que el marqués de
Mondéjar la socorríó, como diremos adelante.
i4
210
LUIS DEL MARMOL CARVAJAL.
CAPULLO XXIX.
De lo qne se hizo estos dias á la parte de Almería , y la descrip-
ción de aquella tierra y de algunos lugares que se alzaron en
ella.
La ciudad de Almería aníiguamente se llamó Viji :
está puesta sobre la costa de la mar, sus términos son
muy grandes; tienen á poniente las taas de Dalias y de
Andarax, á tramontana las de Luchar, deMarchena y
del Boloduí; á levante el rio de Almanzora y las ciu-
dades de Mojácar y Vera , y al mediodía compreliende
en la costa del mar Mediterráneo desde una torre lla-
mada Rábita, que está en el paraje de Fílix á la parte
de poniente , hasta la mesa de Roldan , que está á le-
vante. Hay en estos términos de Almería treinta y siete
lugares y villas, cuyos nombres son : íiiix, Fíüx, Vi-
car, Turrillas, Obrcvo, Iiiox, Carbal , Alquitan , Pe-
dregal, Alluidara, Viátor, Güércal, Alguayan, Bena-
haduz, Becliina, Alhama de Berchina, Rioja, Gádor,
Guyciliana , Santa Fe , Níjar , Mondújar , Guézhen,
Alocainona, Sorbas, Líela del Campo, Ulela de Cas-
tro, Belelique, Biibrin, Alhamilla, TaverníS, Jergal,
Castro, Bacáres, Elbeire , Bayarca y Macael. Airaviesa
por esta tierra el rio de Andarax, el cual pasando por la
laa de Marchena se va á juntar con otro rio que sale
por bajo del castillo de Jergal , y por ¡as faldas meri-
dionales de la sierra de Baza va al lugar de Rioja, en
cuya ribera están Tavernas, Alhamilla y la rambla de
Tavernas , y por Gádor y Benahaduz se mete en el Me-
diterráneo cerca de la ciudad de Almería; la cual está
puesta en sitio hermoso y agradable, y tenia en este
tiempo mas de dos mil y quinientos vé^os, aunque el
ámbito de los muros es capaz de mayor número de ca-
sas, porque tienen de circuito seis mil seiscientos y cin-
cuenta pasos, y á un cabo una fortaleza en un sitio inex-
pugnable, sentada sobre una peña viva muy alta, que
no da lugar á minas , baterías ni asaltos por las tres par-
tes, y por la otra tiene un solo padrastro hacia la sier-
ra; mas está en medio entre él y la fortaleza un valle
muy hondo, y toda está cercada de peña tajada muy al-
ta, y la muralla terraplenada. A levante de la ciudad
hay una playa espaciosa y larga , y muy segura de le-
vante , donde pueden surgir dos mil navios y mas , y á
poniente tiene otra, que no es tan segura, aunque hay
algún abrigo con las sierras que despuntan en la mar
hacia aquella parte. Son todos estos términos abun-
dantes de yerba para los ganados ; tienen los morado-
res mucha y muy buena cria de seda, y en las riberas de
los rios grandes arboledas. Cógese en ellas alguna can-
tidad de pan , aunque no es tanto, que les baste para to-
do su año; mas provéense de la comarca. Fué Almería
ciudad muy populosa en tiempo que la poseían los mo-
ros , y tan eslimada, que quiso competir con Granada,
y asi , la llamaban Almereya , que quiere decir el espe-
jo. Solía tener grandes arrabales y armar mucha canti-
dad de navios de remos; mas después se fué disminuyen-
do en población, en trato y en todo lo demás; y cuando
comenzó la guerra dcste levantamiento , moraban en
ella muchos caballeros y gente principal , y tenia mas de
seiscientas casas de moriscos de los muros adentro , y
dos compañías de gente de guerra ordinaria, la una de
caballos y la otra de infantería , para correr los reba-
tos de la costa y tener cargo de la guardia della. Vien-
do pues los moriscos de las alearías de la taa de Mar-
chena y lugares comarcanos á Almería , que su negocio
iba muy adelante y que los turcos no acudían á su pre-
tensión , determinando de hacerlo ellos, escogieron
ciento y cincucnla hombres de hecho, á quien tuvieron
duda orden que con cargas de harina y de otros basti-
mentos se fuesen á la albóndiga de la ciudad, que estaba
junto á la fortaleza , y descargando allí , como lo solían
liacer de ordinario, pasasen diez ó doce dellos con car-
gas de leña y de paja , so color de llevarlas presentadas
al alcaide , y al entrar de las^uertas de la fortaleza se
atravesasen de manera, que los cristianos no las pu-
diesen cerrar, y acudiendo los de la albóndiga, se me-
tiesen dentro, y matando al alcaide y á los que con él
hallasen, se hiciesen fuertes en ellas, y diesen aviso
con humo, para que los lugares de la tierra les acudie-
sen luego ; y para tener entendido por dónde podrían
entrar sin que los de la ciudad lo estorbasen . había ne-
gociado aquellos dias Mateo el Rami, alguacil de Ins-
tincion, que era grande amigo de Alvaro de Sosa, que
le llevase un día á comer conél ala fortaleza, porque de-
seaba irse á holgar á Almería con su mujer , y con esta
ocasión había reconocido los muros, los adarves y las
torres andando con el alcaide por toda ella ; aunque no
le habia dejado entrar en la torre del Homenaje, di-
ciendo que solo el Rey y él la podían ver. Y como el
astuto moro vio al alcaide con mas recato que otras
veces y aquella escuadra de soldados en la primera puer-
ta, sospechando que habían sentido los cristianos algo
de lo que trataban, acordó de dejar aquel consejo, y
tomar otro que pudiera ser mas dañoso á la ciudad,
porque mostrando querer vencer de cortesía y libera-
lidad á su amigo , le rogó que fuese otro día á holgar-
se con él á su alearía, y que llevase todos sus amigos
y parientes, porque le quería festejar y dar de comerá
su usanza; y habiéndolo el alcaide aceptado, y convi-
dado el moro de su parle todos los hombres de valor,
de quien entendió que podían defender la ciudad , los
hubiera hecho matar aquel día , sí no sucediera una re-
vuelta entre algunos de los que habían sido convidados,
por donde el alcaide mayor los tuvo encarcelados ; y así,
no hubo efeto el convite. Estando pues las cosas en este
estado , el segundo día de pascua de Navidad llegó á él
la guarda de una de las torres de la costa de poniente,
y le dio la carta de aviso que dijimos que le envió el
capitán Diego Gasea, que decía desta manera : «A la
))hora que esta escribo, que serán las once del dia, hoy
» primero de pascua de Navidad, he teñidora viso que van
» trescientos moros la vuelta de üjíjar de la Alpujarra.
»Voy en su seguimiento; vuestra mercedme socorra.
» Fecha en Dalias ut supra. » Esta carta puso en mucha
confusión á don García de Villaroel, porque entendió
que no eran moros los que Diego Gasea decía , ni era
posible serlo , á causa de que habia mas de quince días
que andaba la mar muy brava con tiempo de mediodía,
que no tiene abrigo en nuestra costa ; tuvo por cierto
que eran moriscos de la tierra que se alzaban; y parán-
dose á considerar el inconveniente que habia en salir de
la ciudad, y lo poco que podría aprovechar su ida, par-
que en caso que fueran moros de Berbería los que Diego
Gasea decía, cuando él llegase estarían ya embarcados,
solamente hizo demostración de salir de los muros, con
intento de no apartarse mucho dellos. Mandando pues
tocar á recoger, dio priesa para que los soldados salic-
REBELIÓN Y CASTIGO DE LOS MORISCOS DE GRANADA.
2H
sen; y e'^fondo ya fuera , ordenó á la ¡iifüntería que lu-
ciese alto en la cantera á vista de la ciudad, y él con los
caballos se estuvo quedo , entreteniendo la gente cerca
de los muros; y luego se volvic) á meter dentro de la ciu-
dad , parcciéndole mas conveniente atender á la guar-
dia della que ir en socorro do Diego Gasea á cosa in-
cierta. Vuelto don García de Villaroel á la ciudad,
la justicia y regimiento lucieron diligencia, y hacién-
dola él por su parte , despacharon luego un soldado al
marqués de Mondéjar, pidiéndole socorro de gente y
bastimentos y municiones , porque de todo había fal-
ta en Almería ; y entendiendo que no podría socorrer
con la brevedad que el caso pedia , despacharon tam-
bién al marqués de los Vélcz , y á las ciudades del rei-
no de Murcia , y á Gil de Andrada , á cuyo cargo an-
daban las galeras de España , certificándoles que era
cierto el levantamiento de los moriscos de todo el rei-
no, para que socorriesen aquella plaza. Hicieron tam-
bién diligencia con los cristianos clérigos y legos de los
lugares de tierra de Almería, para que se recogiesen
con tiempo á la ciudad , mediante la cual se salvaron
muchos; y escribieron á los alcaldes mayores del con-
dado de Marchena y del Boloduí que hiciesen lo mis-
mo. Este dia á las cuatro de la tarde llegaron á Alme-
ría dos escuderos de la compañía de Diego Gasea, y di-
jeron que estando en un lugar de la taa de Ltjchar, los
habían querido matar los moriscos, y que habían esca-
pado por gran ventura á uña de caballo, porque de to-
dos los lugares por donde pasaban les salia gente arma-
da para atajarles el camino. Luego despacharon otros
dos correos á los dos marqueses , tornándoles á certifi-
car el levantamiento , y se puso mas gente de guerra en
la puerta de la fortaleza , y mandaron pregonar por los
lugares comarcanos que todos los moriscos que qui-
siesen recogerse á la ciudad con sus mujeres y hijos, lo
hiciesen ; y se ordenó á Pedro Martin de Aldana , te-
niente de la compañía de caballos de don García de Vi-
llaroel , que fuese al campo de Níjar , y hiciese que los
pastores cristianos se recogiesen con tiempo con sus
ganados, y metiesen en Almería los que hallase ser de
moriscos, para provisión de la ciudad. Andando en es-
to, llegó otra nueva el tercero día de Pascua, como Ují-
jar de Albacete se había alzado, y que los cristianos
estaban cercados en la torre de la iglesia ; y luego el
martes 28 de diciembre se supo como eran ya perdidos,
y que desde allí hasta Almería estaba toda la tierra le-
vantada. Entonces se juntaron las justicias y regidores
en su cabildo, según lo que don García de Villaroel
nos contó : nombraron personas que fuesen á su majes-
tad , y de camino llegasen donde estaba el marqués de.
los Yélez y le diesen una carta, en que le pedían que
fuese á socorrerlos con brevedad, por estar aquella pla-
za en mucho peligro. El mesmo dia se comenzaron á
recoger á la ciudad y á las huertas y arrabales muchos
moriscos de los lugares de la tierra con sus mujeres y
hijos; y porque había mucha gente entre ellos que po-
dían tomar armas, los cristianos se recogieron á la Al-
medína . También vino aquel dia en ¡a tarde otra espía de
Güécija, y avisó como los moros tenían cercado el mo-
nasterio y la torre, y que había encontrado álosdeíníx,
Fílix y Vícar, que iban á juntarse con ellos, y le habían
dicho que Granada y todo el reino era ya de moros ; que
noles quedaba mas que Almería por ganar, mas que pres-
to la ganarían , porque en tomando la torre de Guécija
y el castillo de Jergal, se había de juntar mucha gente
para ir sobre ella ; y por señal de que había estado cou
ellos, trajo las hojas rotas de un misal que habían he-
cho pedazos en la iglesia de Albania la ^ca. Esta nueva
confirmó luego otra espía que llegó el mesmo día , que
puso un poco de mas cuidado á la ciudad, por verse sin
bastimentos y con tan poco remedio de proveerse por
tierra; mas esto se remedió muy brevemente, porque
los soldados que fueron con Pedro Martin de Aldana al
campo de Níjar, trajeron mil vacas y mucha cantidad
de ganado nienudo de lo que había de moriscos , con
que se reparó la gente y tuvieron que comer muchos
días. Fué también de mucha importancia osla salida,
porque se recogieron todos los ganados de cristianos
y los pastores que andaban con ellos en aquella tierra,
y pudieron salir seguros con tiempo por las sierras de
Níjar y Fílábres y Tavernas ; porque como el marqués
de los Vélez comenzaba á juntar gente por aquella par-
te , no osaron los moriscos de aquellas sierras levantar-
se, y lo mesmo hicieron los de la hoya de Baza , del rio
de Almanzora , de Vera y Mojácar y de toda la jarquía;
que si se levantaran, fuera grandísimo el daño que hi-
cieran, por ser mucho número de gente. Alzáronse al-
gunos lugares de la tierra de Almería que es*:;ban ha-
cia la parte de la Alpujarra, como fueron íiix, Fílix,
Vícar y Jergal , y otros donde ejercitaron los herejes sus
crueldades , no con menor rabia que en los otros luga-
res que hemos dicho, de los cuales diremos agora.
Los lugares de ínix, Fílix y Vícar caen á poniente de
la ciudad de Almería, en una rinconada que hace la
sierra de Gádor cuando va á despuntar sobre el mar
Mediterráneo, y los moradores dellos se alzaron cuan-
do los de Guécija ; y cuando hubieron robado y des-
truido las iglesias, y muerto algunos cristianos y pren-
dido otros , fueron muchos dellos en favor de los que
combatían la torre de Guécija. La cual ganada, como
queda dicho, volvieron á sus lugares, y ordenaron de
dar cruel muerte al bachiller Salinas, su beneficiado, y
á dos sacristanes que tenían presos. Hiciéronlo vestir
como cuando decía misa, y asentándole en una silla
debajo de la peaña del altar mayor, pusieron los sacris-
tanes á los lados con las matrículas de los vecinos en
las manos, mandándoles que llamasen por su orden,
como cuando querían saber si había faltado alguno pa-
ra penarle ; y como iban llamándolos , llegaban hom-
bres y mujeres, chicos y grandes, al beneficiado ,»y le
daban de bofetones ó puñadas , y le escupían en la ca-
ra, llamándole de perro. Y cuando hubieron llamado á
todos, llegó un hereje á él con una navaja y le persig-
nó con ella , hendiéndole el rostro de alto á bajo y por
través , y luego le despedazó coyuntura por coyuntura
y miembro á miembro , de la mesma manera que ha-
bían hecho á su beneficiado los de Canjáyar; y porque
el sacerdote de Cristo glorificaba su santísimo nombre,
le cortaron la lengua. Después los llevaron arrastrando
fuera del lugar y los asaetearon juntos. Hecho esto,
se recogieron todos á un cerro alto que está junto á
Fílix, con sus mujeres y hijos y ganados, creyendo po-
derse defender allí por la disposición del sitio , que es
fuerte.
Luego que los lugares de la taa de Marchena y del
Boloduí se alzaron, el Gorri y el Rami enviaron seis
212
LUIS DEL MARMOL CARVAJAL.
buiuleras de monfís y de otros hombres sueltos y bien
armados , á que alzasen los lugares del rio de Almería
y recogiesen toda aquella gente. Los cuales llegaron al
lugar de Jergal, que es del conde de la Puebla, el ter-
cero día de Pascua, y el alcaide del castillo, que tam-
bién era alcaide mayor del lugar, estando ya prevenido
en su traición , dijo ú los cristianos que se recogiesen
luego á la fortaleza con sus mujeres y hijos, porque allí
se podrían guarecer, y cuando los tuvo dentro, hizo que
los matasen á todos. Degolló al vicario Diego de Acebo
y á su madre, que era ya mujer mayor, y al beneficiado
Paz y á su hermana, y á Bernal García, escribano de
su juzgado, y á todos los otros cristianos y cristianas,
chicos y grandes, cuantos allí vivían, y mandó echar
los cuerpos en el campo. Quedaron dos mujeres mal
degolladas , que estuvieron siete días desnudas en el
campo, sin comer ni beber, sustentándose con sola
nieve ; y estas fué Dios servido que se salvasen, porque
llegaron por allí acaso unos soldados de Baza, que iban
á correr la tierra , y hallándolas de aquella manera , las
recogieron y abrigaron, y las enviaron á la ciudad, don-
de fueron curadas y sanaron délas heridas. Este hereje
se llamaba en lo exterior Francisco Puerto Carrero, y
en lo interior Aben Mequenun, nombre de moro; el
cual, en sintiendo que el marques de Vélez entraba por
aquella parte, no osó aguardar, y desamparando el cas-
tillo, se fué con toda la gente á la Alpujarra, como ade-
lante se dirá.
CAPITULO XXX.
Cómo se alzaron AblayLauricena, lugares de tierra de Guadix,
y la descripción dalla.
La ciudad de Guadix, que los moros llaman Guet
Aix, que quiere decir rio de la Nída, está nueve leguas
á levante de Granada : su sitio es una loma pequeña
que baja de un cerro , y en las faldas delante del tiene
una vega espaciosa y llana, por la cual atraviesa un rio,
de donde tomó el nombre delaciudad, cuya fuente está
en lo alto de Sierra Nevada , cerca del puerto de Lob ,
y bajando por entre Jériz y Alcázar , va á dar al Quif y
á la Calahorra, lugares del marquesado del Cénete, y á
Alcudia y Zalabin y á Ixfiliana, y á los muros de la ciu-
dad de Guadix , llevando siempre su corriente hacia el
cierzo , y con hermosísimas riberas de arboledas de un
cabo y de otro riega las huertas y hazas de la Vega, y
saliendo della, vuelve aponiente, haciendo algunos se-
nos jí se va á juntar con el rio de la Peza , y por entre
aquellas sierras recogiendo otras aguas, correa jun-
tarse con el rio de Genil, una legua á levante de la ciu-
dad de Granada, donde está al pié de la sierra de Güé-
jar la puente del río de Aguas Blancas. Tiene Guadix á
poniente y al cierzo los términos de la ciudad de Gra-
nada , al mediodía el marquesado que dicen del Cénete,
que es tierra de señorío, y la Sierra Nevada; y á levan-
te la ciudad de Baza. Caen en sus términos veinte y
cuatro lugares, sin los del marquesado del Cénete, cu-
yos nombres son estos : la Peza, los Baños, Veas, Alá-
res, Purrillena, Almadiar, Cortes, Greyena , Lúbros,
Fonélas, Lopera, Darro, Diezma, Moreda, Alcudia , el
Sigení, Salabin, Cogollos de Guadix, Paulanza, Ixíilia-
na, Fiñana, Gor, Abla y Lauriccna. Toda esta tierra
es muy fértil, abundante de pan y de muchos ganados;
críase eu ella mucha seda de morales, y los lugares es-
taban poblados por la mayor parte de moriscos, y aua
en la propria ciudad había mas de cuatrocientas casas
dellos, en medio de la cual está un castillo antiguo y
maltratado , puesto en lo mas alto della. Solos dos lu-
gares de los que hemos dicho se alzaron en esta rebe-
lión, que eran de señorío, llamados Abla y Lauricena,
y estos están á la parte de Sierra Nevada, de los cuales
diremos en este lugar, porque adelante diremos de los
del marquesado del Cénete.
Abla y Lauricena se alzaron el tercero día de Navi-
dad, porque llegaron á levantarlos dos cuadrillas de
monfís y moros alzados que el Gorri, capitán del parti-
do de Ohanez, envió para aquel efeto; los cuales des-
truyeron las iglesias y mataron los cristianos que pu-
dieron haber á las manos. Y los de A!)la , cuando hu-
bieron desbaratado el altar y quebrado los retablos de
la iglesia, tomaron un puerco que tenia un cristiano en
su casa , y lo degollaron sobre el altar mayor , y hicie-
ron otros muchos sacrilegios y maldades. Hecho esto,
recogieron sus mujeres y hijos y los enviaron la vuelta
de la Alpujarra, y ellos fueron á levantar la villa de Fi-
ñana, pensando ocupar la fortaleza , porque sabían que
no había gente de guerra dentro; mas no hicieron por
aquella vez efeto , porque los moriscos que allí vivían
no quisieron irse con ellos; y lo mesmo hicieron los de
los lugares del marquesado del Cénete, que tampoco se
quisieron alzar , hasta que después volvió mas gente á
llevarlos , como se verá en su lugar.
CAPITULO XXXI.
Cómo don Diego de Qucsada fué á ocupar á Tablate , lagar del
valle de Leerin, y los moros le desbarataron, y la descripcioa
de aquel valle.
Llámase valle de Leerin la quebrada que hace la
sierra mayor, tres leguas á poniente de Granada, don-
de comienza á levantarse la Sierra Nevada. Tiene á po-
niente la sierra de Manjara, que confina con el rio de
Alhama; al cierzo la vega de Granada y los llanos del
Quempe; al mediodía confina con las Cuajaras, que
caen en lo de Salobreña , y con tierra de Motril ; y á
levante con Sierra Nevada y con la taa de Órgíba. Hay
en este valle veinte lugares, llamados Padul, Dúrcal,
Nigüélas, Acequia, Mondújar, Harat, Alarabat, el Chi-
te, Béznar, Tablate, Lanjaron, Ixbor, Concha, Guzbi-
jar, Melegix, Múlchas, Restábal, las Albuñuelas, Sala-
res , Lujar, Pinos del Rich ó del Valle. Es abundante
toda esta tierra de muchas aguas de ríos y de fuentes,
y tiene grandes arboledas de olivos y morales y otros
árboles frutales, donde cogen los moradores diversidad
de frutas tempranas muy buenas, y muchas naranjas,
limones, cidrasy toda suerte de agro, que llevan á vender
á la ciudad de Granada y á otras partes. Los pastos para
los ganados son muy buenos, y cogen cantidad de pan
de secano y de riego en los lugares bajos, y la cria de la
seda es mucha y muy buena. Corren por este valle seis
ríos, que proceden de la sierra mayor. El primero nace
á la parte de poniente , y llámanle rio de las Albuñue-
las, porque nace de dos fuentes junto al lugar de las
Albuñuelas; el cual pasa cerca de los lugares de Sala-
res y Pinos del Valle, y se va después á juntar con el rio
de Motril. El segundo nace par del lugar de Melegix, y
se va á juntar con el de las Albuñuelas por bajo de Res-
tábal. Él tercero nace de la Sierra Nevada , y va á dar
REBEL'.O-N Y CASTIGO DE
en una laguna granrle que se hace entro los lugares del
Padul y Dúrcal, y de allí va á juntar¿e con el rio de las
Alhuñuelas. El cuarto nace también en la Sierra Ne-
vada, en el paraje del lugar de Acequia , y antes quo
llegiie al lugar se parte en dos brazos, y tonnándole en
medio, va el uno á dar al lugar del Cliite y el otro á
Tablate, y de allí al rio de las Albuñuolas y al de Mo-
tril. El quinto baja también de la Sierra Nevada y va al
lugar de Lanjaron, y de alli al rio de Motril, Y el sexto,
que nace mas á levante de la mesma sierra , es el que
divide los términos del valle y de la taa de órgiba , el
cual se va á meter en el rio de Motril por los lugares de
Sórtes, Benizalley F»ago, que caen en lo de Órgiba. Los
lugares bajos del valle de Lecrin se alzaron el segundo
dia de Pascua, cuando Abenfarax y los otros moniís
que venían de Granada llegaron á Béznar, porque lii-
cieron encreyente á los moriscos que la ciudad y el Aí-
hambra era suya, y que el Albaicín quedaba levantado,
y como hubieron robado las iglesias y muerto muchos
cristianos de los que vivian en ellos, pasaron á levantar
los otros lugares de la Alpujarra; mas los que moraban
en el Padul , Dúrcal , Nigüéles , las Alhuñuelas y Sala-
res, que son los mas cercanos á Granada, no se alzaron
por entonces, aunque se fueron muchos dellns á la sier-
ra , que hicieron después harto daño en busca de su
perdición. Uno de los lugares alzados fué Tablate, que
está puesto cerca de un paso importante, por donde de
necesidad se habia de ir para pasar á la Alpujarra. Que-
riendo pues el marqués de Mondéjar tenerle ocupado
para cuando fuese menester , mandó á don Diego de
Quesada que, con la gente que tenia en Dúrcal y la que
le enviaba para aquel efeto, se fuese á poner en Tabla-
te, y que el capitán Lorenzo de Avila volviese á Grana-
da, y de allí fuese á recoger la gente de las siete villas,
porque entendía salir con brevedad á castigar los re-
beldes. Luego que llegó esta orden á Dúrcal , don Die-
go de Quesada , con toda la gente de á pié y de á caba-
llo que allí habia, se fué al lugar de Béznar^ y hallando
las casas solas y la iglesia destruida y quemada, pasó á
Tablate, donde halló también las casas solas y los mo-
radores subidos á la sierra. A este lugar llegó la gente
muy fatigada, así la gente como los caballos, y como se
desmandasen luego por las calles y casas desordenada-
mente , sin poner centinela á lo largo, y con harto me-
nos recato del que convenía á gente de guerra, los mo-
ros, que los estaban mirando desde lo alto de los cer-
ros, vieron buena ocasión para acometerlos, y juntán-
dose muchos dellos, bajaron lo mas encubierto que pu-
dieron, y los acometieron impetuosamente en las casas
y calles, y mataron y hirieron muchos cristianos. Hubo
algunos escuderos que no teniendo tiempo de enfrenar
los caballos, que estaban comiendo , se los dejaron , y
salieron del lugar huyendo á pié; y hicieran los moros
mucho mas daño, si no fuera por unos soldados que se
habían desmandado sin orden á buscar qué robar por
aquellos cerros ; los cuales , viendo que bajaban de la
sierra desde lejos , y sospechando lo que iban á hacer,
dieron grandes voces á los nuestros, y les capearon con
una capa , para que se pusiesen en arma , y hicieron
tanto, hasta que el proprío don Diego de Quesada, que
andaba por la plaza del lugar con algún tanto de cuidado
mas que los otros, oyó las voces , y entendiendo lo que
podía ser, hizo tocar á arma á gran priesa, y con la
LOS MORISCOS DE GRANADA. 213
gente que pudo recoger de presto, salió al campo y or-
denó un escuadrón , donde guareciesen los que salían
huyendo del lugar ; y cuando le pareció que convenia,
se retiró, y dejó el paso que se le habia mandado guar-
dar, teniendo poca confianza en aquella gente tímida,
mal plática y poco experimentada que llevaba consigo,
y por los lugares de Béznar y de Dúrcal pasó al Padul,
yendo siempre escaramuzando con los moros; los cua-
les le siguieron hasta el barranco de Dúrcal , y de allí
se volvieron, no osando pasar adelante, por ser tierra
donde era superior la caballería.
CAPITULO XXXII.
Délos apercebímientos que el marqués de Mondéjar y la ciudad
de Granada hicieron estos dias.
Con el suceso de Tablate cobraron los rebeldes ma-
yor ánimo ; y el marqués de Mondéjar, sabido que don
Diego de Quesada se habia retirado al Padul sin su or-
den, envió á mandarle que se viniese á Granada, y en
su lugar fueron el capitán Lorenzo de Avila con la gen-
te de las siete villas, y el capitán Gonzalo de Alcánta-
ra, hombre platico, criado en Oran , con cincuenta ca-
ballos, y orden que se metiesen en Dúrcal , y procura-
sen mantener aquel lugar y los otros comarcanos del
valle de Lecrin , que aun no se habían alzado , en leal-
tad, mientras llegaba la gente que se aguardaba de las
ciudades de la Andalucía y reino de Granada. Porque
viendo que los rebeldes hacían demostración , no solo
de defender sus casas , mas aun de ofender á los cris-
tianos en las suyas, y que andaban en la Alpujarra y
cerca de Granada con banderas tendidas, levantando
los lugares por do pasaban, y no dejando hombre á vida
que tuviese nombre de cristiano , quería formar ejér-
cito con que poderlos oprimir; y hallándose falto de
gente, de artillería y de municiones, y de todas las
otras cosas necesarias para ello, porque en Granada no
la había, ni menos se podía valer de la gente de guer-
ra que estaba en los presidios de la costa , por ser poca
y estar donde era bien menester, habia despachado
correos á toda diligencia á los grandes y á las ciudades
y villas del Andalucía, dándoles aviso del levantamien-
to, y de como quería salir á allanarlo en persona, y la
falta con que se hallaba de gente de á pié y de á caba-
llo para poderlo hacer , ordenándoles de parte de su
majestad que le enviasen el mayor número que pudie-
sen. Yporque los corregidores y alcaldes mayores tar-
daban en hacerlo , pareciéndoles que debía de ser lo
que otras veces, que habían sido apercebídas las ciuda-
des, y se habia vuelto la gente sin ser menester, el Acuer-
do habia despachado provisiones con grandes penas,
mandándoles que con toda díhgencía cumpliesen las ór-
denes del marqués de Mondéjar. El cual mientras sa
juntaba esta gente díó orden en aprestar vituallas y
municiones dentro de la ciudad de Granada y fuera de-
lla, y hizo apercebir todas las cosas necesarias para
formar un campo; lo cual todo se aprestó y puso á
punto desde 26 dias del mes de diciembre hasta 2 de
enero, no embargante que de presente no habia dinero
de su majestad de que poderlo hacer, proveyéndose de
otras partes lo mejor que pudo; y porque los lugares
de la costa estaban faltos de gente y de bastimentos, y
no se podían proveer por tierra, escribió á la ciudad de
Málaga, y al proveedor Pedro Verdugo, encargándoles
214
LUIS DEL MARMOL CARVAJAL.
que con toda brevedad los proveyesen en bergantines y
barcos por mar, ó como mejor pudiesen. Era corregi-
dor de aquella ciudad y de la de Yélez Francisco Aré-
valo de Zuazo, caballero del bábito de Santiago , hom-
bre prático por la edad, y muy cuidadoso de las cosas
de su cargo ; el cual envió luego á Castil de Ferro, don-
de no liabia mas que el alcaide y dos mozos, á Sancliíz-
nar con veinte hombres y algunos mosquetes; á Salo-
breña á Diego Barzana con cincuenta tiradores, yá
Motril á Diego de Mendoza con otros sesenta; y el pro-
veedor proveyó aquellas plazas y la de Almuñécar, y las
que hay hasta Almería, de bastimentos y municiones lo
mejor que pudo para reparo de la necesidad presente.
También se acordó en el cabildo de Granada que, pues
la gente de guerra ordinaria era poca, y el peligro gran-
de y común, seria bien que se armasen todos los veci-
nos, y se hiciese una milicia deüos, sin reservará na-
die , y que en cada parroquia se nombrase un capitán
que arbolase una bandera , á la cual se recogiesen to-
dos los parroquianos, ordenándoles que rondasen y
velasen cada noche la ciudad por sus parroquias y cuar-
teles, y que el cuerpo de guardia se hiciese en las casas
de la Audiencia real por estar cerca de la plaza Nueva,
donde habia de ser la plaza de armas; lo cual se puso
luego por la obra; y porque estaban desarmados los
ciudadanos, se buscaron las armas que se pudieron ha-
ber, y se las dieron; y en un punto se mudaron todos los
oficios y tratos en soldadesca , tanto , que los relatores,
secretarios, letrados, procuradores de la Audiencia, en-
traban con espadas en los estrados, y no dejaban de pa-
rescer muy bien en aquella coyuntura. También hi-
cieron los mercaderes ginoveses que moraban en aque-
lla ciudad una compañía de por sí, que en armas y
aderezos de sus personas hacia ventaja á las demás. Y
desde luego se comenzó la ronda , y se pusieron los
cuerpos de guardia y centinelas en las partes y lugares
que pareció ser conveniente; y el presidente y oidores
mandaron pregonar que todos los vecinos estantes y
habitantes en Granada acudiesen á lo que el Corregi-
dor les mandase ; aunque esto no duró mucho tiempo,
porque su majestad escribió á la Audiencia y al Corre-
gidor agradeciéndoles el cuidado que de la guardia
de la ciudad tenían, y mandándoles que obedeciesen al
marqués de Mondéjar, su capitán general , y estuviese
todo lo de la guerra á su orden ; y lo mesmo escribió al
cabildo, porque así convenia á su servicio.
CAPITULO XXXIII.
Córao don Juan Zapata fué con ciento y cincuenta soldados á fa-
vorecer el lugar de Cuajaras del Fondón , y los moros los ma-
taron.
El lugar de Cuajaras del Fondón era de don Juan
Zapata, vecino de Granada, el cual se hallaba estos dias
en la villa de Motril ; y queriendo asegurar aquellos ve-
cinos que no recibiesen daño de los moiifís que anda-
ban levantando la tierra, juntó ciento y cincuenta ti-
radores de los sollados do ia costa , y el jueves 30 dias
del mes de diciembre, entre las cuatro y las cinco de la
tarde , se fué con ellos á su lugar. Los moriscos se al-
borotaron luego que le vieron venir con aquella gente
armada, y rogaron al beneficiado que le dijese como
los lugares estaban alborotados y llenos de moriscos
lorasteros que habian venídose huyendo de otros lu-
gares, y andaban de mala manera, y que seria bien que
se volviese á Motril antes que le sucediese alguna des-
gracia. El beneficiado fué á hablarle, y con él Gonzalo
Tertel , alguacil, y algunos de los regidores del lugar;
los cuales le pidieron ahincadamente que se volviese á
Motril, porque su estada allí no era para mas que aca-
bar de alborotar la tierra ; mas él les respondió que
aquellos soldados los traia á su costa para defenderlos
de los monl'ís, si acudiesen por allí á hacerles daño , y
que era menester que los pagasen y les diesen de co-
mer, y que le trajesen luego docientos ducados, y pan
y vino y carne á la iglesia , donde se recogerían , por-
que no quería que diesen pesadumbre en las casas. Y
como le replic ¡■^en que no habia orden de cumplir nada
de lo que pedia , por estar la tierra de la manera que
veía, los amenazó que si no le daban lo que pedia, sa-
quearía las casas donde se habian recogido los moris-
cos forasteros, y podría ser que á las vueltas fuesen las
haciendas de los vecinos. Con esta respuesta se volvie-
ron los mon'scos al lugar, quedándose con él el benefi-
ciado, el cual le importunó mucho que se fuese antes
que anocheciese , porque había diez moros para cada
cristiano, y podría ser que le hiciesen daño. Y vien-
do que no aprovechaban los ruegos ni temores que
le ponia , le dejó, y se fué al lugar de Cuajar la alta,
donde tenia su casa; que no quiso quedarse con él aque-
lla noche, por mucho que se lo rogó. Los moros pues,
indignados de ver la respuesta que don Juan Zapata les
habia dado, determinaron de matarle á él y á los solda-
dos que traia consigo, y para esto juntaron toda la gen-
te armada, y caminaron la vuelta de la iglesia. El algua-
cil tomó consigo al beneficiado y á su gente, porque no
los matasen, y los encerró en un aposento de su casa
debajo de llave, y con ellos otros cristianos del lugar.
Lo primero que hicieron los moros fué tomar las puer-
tas de la iglesia, para que los cristianos, que inconside-
radamente se habian metido dentro, no pudiesen sa-
lir á pelear ; y haciendo traer muchas haces de leña,
cañas y tascos untados con aceite, le pusieron fuego á
hora que anochecía. Los soldados viéndose cerca-
dos de llamas , quisieran salir al campo , mas los arca-
buceros y ballesteros que estaban puestos delante de
las puertas , y el grandísimo fuego que ardía al der-
redor, se lo defendía; y si algunos atrevidos se aven-
turaron, fueron luego muertos. Creciendo pues la lla-
ma por todas partes , los techos de la iglesia se encen-
dieron, y se fueron quemando hasta que vinieron abajo,
y cayendo tierra, tejas, ladrillos y maderos quemados
encima dellos, perecieron todos de diferentes muertes:
unos ahogados de humo y del polvo , otros aporreados,
y otros abrasados entre llamas ; por manera que en el
espacio de una hora perecieron todos, excepto tres
que tuvieron lugar de poderse descabullir. Don Juan
Zapata fué muerto queriendo hacer camino á los de-
más para que saliesen á pelear, y con él algunos ani-
mosos soldados que le siguieron. Este infelice caso es-
tuvieron mirando el beneficiado y los cristianos que
estaban con él en casa de Gonzalo Tertel desde una
ventana , bien temerosos de que irían luego los moros á
hacer otro tanto dellos; mas el morisco les acudió, y
los aseguró dende á tres dias con enviarlos á Motril
acompañados de cincuenta moriscos sus amigos, que
los llevaron hasta cerca de aquella villa, donde entraron
REBELIÓN Y CASTIGO DE LOS MORISCOS DE GRANADA.
215
salvos y seguros con los bienes muebles que pudieron
llevar ; y no solamente hicieron esla buena obra, pero
antes desto, viendo la determinación de los moros y el
peligro en que estaba don Juan Zapata , envió á gran
priesa un morisco al marqués de Mondéjar , avisándole
de lo que piisaba,paraque proveyese con tiempo de al-
gún socorro, antes que se perdiese ; el cual envió lue-
go á mandar al capitán Lorenzo de Avila , que estaba
alojado en Dúrcal , que fuese á socorrerle con quinien-
tos arcabuceros. Y partiendo otrodia á hacer el socor-
ro, cuando llegó á una venta que está en la cuesta que
llaman de la Cebada, donde se aparta el camino que va
de Granada á Motril, supo como eran perdidos todos
los cristianos, y se volvió sin hacer efeto ásu aloja-
miento.
CAPITULO XXXIV.
Cómo los moros quisieron alzar los lugares del rio de Almanzora,
y la causa porque no se alzaron.
Luego que se levantó el lugar de Jergal, el Gorri en-
vió á dar aviso á los lugares del rio de Almanzora de
como la tierra estaba toda levantada, para que hiciesen
ellos lo mesmo, apercibiéndoles que si luego no lo ha-
cían, iria sobre ellos y los destruirla. Andando pues las
espías que había enviado persuadiendo á los moriscos
á rebelión, el viernes, postrero dia del mes de diciem-
bre, aquella mesma noche acertó á venir allí Diego Ra-
mírez de Rojas, alcaide de Almuña, que con el alboroto
de la Alpujarra había ido á llevar su mujer y familia á la
villa de Oria; y llegando cerca del lugar, encontró con
unos cristianos que por aviso de ciertos moriscos sus
amigos se ihaná guarecer en la misma fortaleza; délos
cuales supo cerno habían llegado moros de Jergal y de
otras partes á levantar la tierra por mandado del Gorri;
y aunque le rogaron que no pasase adelante por el pe-
ligro que habia , no lo quiso hacer. Y prosiguiendo su
camino, entró en Almuña antes que amaneciese ; y sin
apearse del caballo se fué derecho á la plaza, y dando
voces de industria para que le oyesen los vecinos, llamó
al tendero, que tenía cargo de vender pan amasado, y
le preguntó la cantidad de harina que tenia en casa ; y
como le respondiese que era muy poca, le dijo que
fuese luego á su casa y le daria veinte hanegas , y que
las amasase, porque eran menester para provisión del
campo del marqués de los Vélez, que llegaba aquel
mesmo dia al rio con mas de quince mil iiombres; y
apeándose en su posada, tomó luego tinta y papel, y
delante de los moriscos del lugar escribió cuatro cartas
á los concejos de Bacáres, Serón , Tíjola y Purchena ,
avisándoles que tuviesen prevenidos muchos bastimen-
tos para aquel efeto, y se las envió con cuatro moris-
cos. Luego se publicó la nueva por todos los lugares
del rio y sierras de Baza , de como el marqués de los
Vélez entraba poderoso por aquella parte; y los moros
que el Gorri había enviado, teniéndola por cierta, die-
ron vuelta hacia la Alpujarra, echando ahumadas por
las sierras, y algunos dellos llegaron á Jergal y lo di-
jeron á Puerto Carrero; el cual, no se teniendo por se-
fíuro en aquel castillo, lo desamparó, y se fué con toda
la gente á la laa de Marchena. Este ardid de Diego Ra-
mírez de Rojas, intentado con tanta determinación,
fué causa de que los moriscos de aquellos lugares de-
jasen de alzarse por entonces. Y no les engañó en lo
que les dijo, porque el miércoles víspera de la fiesta de
los Reyes llegó el marqués de los Vélez al lugar de Olula
con tres mil infantes y trescientos caballos; y de allí
pasó á dar calor á lo de Almería, y se alojó en Taver-
nas ; por manera que si el alcaide acrecentó el número
de la gente, no dejó de decirles verdad en cuanto á su
venida.
CAPITULO XXXV.
Que trata de la descripción de Marbella y su tierra , y cómo
los moriscos del lugar de Istan se alzaron.
Está la ciudad de Marbella puesta en la costa del mar
Mediterráneo iberio, cercada de muros y torres con un
castillo antiguo : su sitio es en tierra llana ; tiene ocho-
cientas casas de población. Llamóse antiguamente il/ar-
billi, y los moros no le mudaron el nombre. Sus térmi-
nos son todos de sierras ásperas y muy fragosas : sola
una campiña llana tiene delante, que se extiende cua-
tro leguas hacia poniente , donde hacen sus simenteras
los vecinos y los de los otros lugares de su tierra. Son
las sierras, aunque ásperas, abundantes de viñas y de
arboledas de morales, castaños, nogales y de otros ár-
boles desta suerte, y de mucha yerba para los ganados.
La granjeria principal desta tierra es la de la pasa y del
vino que van á cargar cada año en aquel puerto los na-
vios que vienen de Flándes, de Bretaña y de Inglaterra,
y la cria de la seda. Solía haber en tiempo de moros
muchos lugares de su jurisdicion metidos entre aque-
llos valles, la mayor parte de los cuales despobló Nar-
vaez, alcaide de Gíbraltar, en tiempo de guerra, lleván-
dose los moradores captivos; y otros so despoblaron
para irse después á Berbería , habiendo los Reyes Ca-
tólicos ganado el reino de Granada. Solos cinco luga-
res han quedado en pié, que son Hojen, Istan , Daidin,
Benahaduz y Estepona. Tiene Marbella á poniente la
ciudad de Gíbraltar, al mediodía la mar, á levante la
ciudad de Málaga, y al cierzo la de Ronda. En los tér-
minos de Marbella tiene principio la Sierra Bermeja, la
cual prosigue hacia poniente por la tierra de Ronda
mas de seis leguas, hasta los postreros lugares del Ha-
varal ó Garbia, llamados Casares y Gausin, yendo siem-
pre apartada una legua poco mas ó menos de la mar.
Solo un rio atraviesa por la tierra de Marbella , que es
el rio Verde, tan celebrado por una notable rota que
allí hubo nuestra gente ; el cual nace cuatro leguas de
la mar en otra sierra alta que le cae al cierzo , llamada
Sierra Blanquilla , del cual y de otros que nacen en ella
haremos mención cuando tratemos de la descripción
de la ciudad de Ronda. Este rio baja por unos valles
muy hondos, y sale á las huertas de Istan ; y dejando el
lugar á la mano izquierda, y la sierra de Arboto, prin-
cipio de Sierra Bermeja, á la derecha, se mete en la
mar una legua á poniente de Marbella.
Istan fué siempre lugar rico , y en este tiempo lo era
mas que otro ninguno de aquella comarca. Levantóse
el dia de año nuevo, y la causa del levantamiento fué
un morisco vecino de allí, llamado Francisco Pacheco
Manxuz. Este habia estado seis meses pleiteando en la
chancillería de Granada sobre la libertad de un sobrino
suyo; y entendiendo la determinación de los del Al-
baicín por comunicación de Farax Aben Farax y de
otros, se habia ofrecido á hacer que se levantasen los
moriscos de los lugares de Sierra Bermeja; y el solune
216
LUIS DEL MARMOL CARVAJAL.
traidor le había dado orden por escrito de lo que liabia
de hacer, y patente de capitán de su partido. Con estos
recaudos llegó el Manxuz á Istan muy ufano , y dando á
entender á los vecmos del lugar, que todos eran moris-
cos, que Granada y todo el reino se alzaba, y que el ne-
gocio de los moros iba próspero, los movió á rebelión ,
confiados en la sierra de Arbolo, sitio fuerte por su as-
pereza, donde se pensaban recoger; y para que los ga-
nados y bagajes pudiesen subir arriba cuando fuese
menester, les hizo desmontar y abrir las antiguas ve-
redas, que de no usadas, estaban ya cerradas de monte
y deshechas. Estando pues los vecinos movidos por las
persuasiones de aquel mal hombre, á 31 dias del mes
de diciembre llegaron sesenta monfis que enviaba Fa-
rax Aben Farax para dar calor á su traición ; los cua-
les, coníirmando lo que el Manxuz les habia dicho,
hicieron que se levantasen luego , solicitándolos de
uno en uno aquella noche, de manera que cuando
fué de dia estaban todos fuera del lugar; que no que-
daron dentro sino solos dos moriscos, llamados Pedro
de Rojas Huzmin y Lorenzo Alazarac, que no quisieron
irse con ellos. Era beneficiado deste lugar el bachiller
Pedro de Escalante , el cual habia poco que estaba en
él ; y por no tener casa propria, moraba en una torre an-
tigua de tiempo de moros, que estaba hecha á manera
de fortaleza ; y queriéndole prender los moriscos al
tiempo que se alzaban para matarle, fué uno dellos ú
llamarle muy de priesa, diciendo que saliese á confesar
una morisca que se estaba muriendo ; el cual receló de
salir, no porque sospechase la .maldad del rebelión ,
como nos lo dijo después, sino por ser de noche y no
morar en el lugar otro cristiano mas que él ; y respon-
diendo al que le llamaba que esperase hasta que ama-
neciese, y que no se moriría tan presto la mujer, que no
tuviese lugar para confesar de dia, dende á un rato vol-
vieron con otro recaudo , y le dijeron que por amor de
Dios abriese la puerta de la torre , porque la gente de
Marbella venia á matarlos y querían meter las doncellas
dentro; y tampoco le pudieron engañar. No mucho
después llegaron á una ventana del aposento donde
dormia los dos moriscos que dijimos que hablan que-
dado en el lugar, y le rogaron que los dejase entrar
dentro, porque todos los vecinos iban huyendo al cam-
po y no querían ir con ellos; mas no por eso se quiso
liar hasta que fué de dia claro, y entonces llegó un cris-
tiano sastre que acaso se halló allí aquella noche y ha-
bia sentido el alboroto de la gente cuando se iban, y
juntándose con él, fueron hacia la iglesia para enten-
der qué novedad era aquella ; y encontrando en el ca-
mino á Huzmin y á su mujer, que todavía iban á reco-
gerse á la torre, estando hablando con ellos, vieron un
golpe de mancebos armados de ballestas y arcabuces,
que venían á atajarles la calle por donde iban , uno de
los cuales encaró el arcabuz contra el beneficiado , y
no le saliendo, tuvo lugar de meterse de presto con su
compañero en la casa de Huzmin ; y apenas habían cer-
rado la puerta y echado una aldaba recia que tenía ,
cuando los herejes estaban ya dando golpes para rom-
pería, diciendo á grandes voces ; « Sal fuera , perro al-
faquí.» Entonces dijo el Huzmin al beneficiado que mi-
rase por sí , porque le querían matar ; el cual arrojó la
ropa y la vaina de la espada que llevaba por bordón , y
9)udáudoles el morisco, subieron él y el sastre por una
pared arriba, y pasando por los terrados de otras casas
quisieron tomar una puerta que salia al barrio de la
torre; y viendo que los moros la tenían ya tomada, con
temor de la muerte se metieron en una caballeriza. No
se descuidó Huzmin en ayudarles todo lo que pudo para
que se salvasen, y cuando vio apartados de la puerta
los que la querían derribar, buscando los dos cristia-
nos , fué á ellos, y los bajó por la mesma pared donde
habían subido, y abriéndoles la puerta , les dijo que no
convenia parar en el lugar, porque los matarían ; h s
cuales no fueron perezosos en tomar el campo, sal-
tando vallados y peñas, como si fueran por tierra llana,
por los bancales délas huertas abajo, hasta que toma-
ron la sierra que está entre el lugar y Marbella. Allí los
devisaron los mancebos gandules , y saliendo una cua-
drilla tras dellos, los siguieron mas de una legua;
mas no los pudieron alcanzar, porque los unos iban
huyendo y los otros corriendo. Llegaron á la ciudad
dos horas antes de mediodía faltos de aliento y llenos
de sudor y de rascuños, que aun hasta entonces no ha-
bían sentido , de las zarzas y espinos que habían atro-
pellado. El beneficiado fué el primero que llegó y dio
rebato , diciendo que los moriscos de Islán se habían
alzado y querídole matar ; y apenas habia quien lo cre-
yese: tanto era el crédito que los ciudadanos tenian de
ía gente de aquel lugar, po» ser rica , que no podían
persuadirse á que se hubiesen querido perder; y antí
liabia muchos que le consolaban con decir que debían
de haberle tomado entre puertas con alguna mujer.
Habia dejado el beneficiado en la torre una sobrina
doncella que tenia consigo, llamada Juana de Escalan-
te, y una moza de servicio ; y mientras él iba huyendo,
los moros hallando la puerta abierta , como él la habia
dejado, entraron dentro, y robando trigo y aceite y otras
cosas que habia en la primera bóveda , prendieron la
moza, que acertó á hallarse abajo; la cual comenzó á
llorar y les rogó que la dejasen subir arriba con su se-
ñora. Tenia la torre una escalera angosta, alta y muy
derecha, y la sobrina del beneficiado, que veía el peli-
gro en que estaba , habia puesto en el postrer escalón
una gran piedra, y junto á ella otras muchas que acertó
á haber en el sobrado alto para una obra que se habia de
hacer en él ; y como tuvo la moza consigo , determinó
de no dejar subir á nadie arriba. Los hombres carga-
ron del despojo y salieron de la bóveda; y como unos
mozuelos quisiesen ir donde ellas estaban, poniéndose
en defensa, echó á rodar la piedra por la escalera abajo,
y matando al uno, los otros dieron á huir. La doncella
pues, que vio la torre desocupada , sin perder tiempo
bajó á gran priesa, y cerrando la puerta, la atrancó con
una fuerte viga y tornó á subirse arriba. No tardaron
mucho los moros en volverá llevarlas á ella y ásu com-
pañera, y hallando la puerta cerrada, quisieron derri-
baría con un vaivén ; mas defendióselo animosamente
la doncella, como lo pudiera hacer cualquier esforzado
varón, arrojándoles gruesas piedras por el ladrón y por
encima del muro, con que los tuvo arredrados y desca-
labró algunos dellos; y aunque le dieron una saetada,
que le atravesó un brazo por junto al hombro , no dejó
de pelear ni se paró á sacar la saeta en mas de tres
horas que duró la pelea, deshaciendo las paredes para
sacar piedras que poder tirar cuando hubo gastado las
que habia sueltas. A este tiempo llegó Barto'omé Ser-
r.EBELION Y CASTIGO DE LOS MORISCOS DE GRANADA.
sn
rano, alférez de la compañía de caballos de don Gómez |
Hurtado de Mendoza, capitán de la gente de guerra de \
Marbella , que había salido al rebato con treinta escu- |
deros y trecientos infantes ; y siendo ya dos horas des-
pués de mediodía , halló los moros combatiendo la
torre, y escaramuzando con ellos, los retiró , mas no
los pudo romper, porque se subieron á unas peñas que
están entre el lugar y el rio, donde no podían hacer
efeto los caballos ; y habido su acuerdo, se volvió aque-
lla noche á Marbella , llevando la doncella y la moza
consigo, y dejando la tierra alzada.
CAPITULO XXXVI.
Crtmo las ciudades de Ronda, Marbella y Málaga acudieron luego
contra los alzados, y de las prevenciones que Málaga hizo en
sus lugares.
El domingo 2 días del mes de enero se juntaron
en Marbella al pié de tres mil hombres, y habiendo en-
viado aviso á las ciudades de Ronda y Málaga como
los moriscos se habían alzado , volvieron en su deman-
da; los cuales no se teniendo por seguros en las peñas
donde se habían retirado aquella mañana , habían su-
bídose á la sierra por las veredas que tenían abiertas,
llevando los ganados y los bagajes cargados por delan-
te, y se iban á meter en el fuerte de Arbolo , que está
al norte del rio Verde, una legua de Istan. nuestra
gente no pudo tampoco acometerlos este día, por la as-
pereza y fragosidad de la sierra donde estaban metidos,
y tomando por el rio abajo camino de Ronda, fueron á
poner su campo en el proprio lugar de Arboto, que es-
taba despoblado, al pié de Sierra Bermeja, donde llegó
otro día el licenciado Antonio García de Montalvo, cor-
regidor de Ronda y Marbella, con mas de cuatro mil
hombres ; y por discordia que hubo entre él y don Gó-
mez Hurtado de Mendoza , á cuyo cargo venia la gente
de Marbella, no acometieron aquel día á los alzados,
dejándolo para el martes siguiente. Los moros no osa-
ron aguardar, y desamparando bien de mañana el fuer-
te, huyeron todos, hombres y mujeres, dejando puesto
fuego á las barracas y á los bastimentos que tenían
dentro. No gozaron desta caza los que la levantaron,
porque fueron á dar en manos de otra gente que iba de
Monda , Guaro, Tolos, Cazarabonela, Teba, Bardales,
Campiho, Alora, Coin , Cártama y Alhaurin á juntarse
con ellos, y encontrando las mujeres, niños y viejos,
que iban derramados huyendo por aquellas sierras,
los captivaron á todos, y solamente se les fueron los
hombres sueltos y libres de embarazo.
Luego que sucedió el levantamiento de Istan, la ciu-
dad de Málaga , confiando poco en los moriscos de su
hoya , ordenó que los cristianos de Coin se metiesen en
Monda, los de Alora en Tolox, por ser lugares sospe-
. chosos, para que no los dejasen alzar , y que ocupasen
dos casas fuertes que elmarquésdeVillena, cuyas son
aquellas villas, tenía en ellas; avisó á don Cristóbal de
Córdoba , alcaide de Cazarabonela, que fuese á meter-
se en su fortaleza, por ser aquel paso importante y es-
tar maltratado, y la ciudad la hizo reparar luego, y le
(lió ciento y cincuenta soldados que tuviese en la villa ;
y como no fuesen allí menester, por estar aquellos
moriscos pacíficos, los enviaron después á Yunquera,
donde hicieron una desorden muy grande , que saquea-
ron la villa , y captivaron todas las mujeres moriscas ; y
trayéndolas la vuelta de Alozaina, en las cuestas que
dicen de Jorol , encontró con ellos Gabriel Alcalde de
Gozon, vecino de Cazarabonela, que andaba asegurando
la tierra con cincuenta arcabuceros por mandado de
Arévalo de Zuazo, y se las quitó y prendió algunos sol-
dados, que fueron castigados. A la torre de Guaro, quo
está junto á Monda, fué Gaspar Bernal con cien hom-
bres; y haciendo reparar la fortaleza de Almoxía, man-
dó que se metiesen dentro los cristianos vecinos del lu-
gar , avisó á los alcaides de las fortalezas de Alora, Alo-
zaina y Cártama, que estuviesen apercebidos, y que
los vecinos de aquellas villas las velasen y rondasen por
su rueda. El marqués de Gomares envió una compañía
de infantería y veinte y cinco caballos á la fortaleza de
Gomares, con que la aseguró, porque aquella villa es-
taba toda poblada de moriscos ; y habiendo puesto los
ojos en ella los alzados, tenian hecho trato con ellos
para ocuparla, según lo que después se supo. Con es-
tas prevenciones se aseguró aquella tierra, y los de Is-
tan, dejando captivas las mujeres y los hijos, y juntán-
dose con otros quevenian huyendo de tierra de Ron-
da y 'de la hoya de Málaga, quedaron hechos monta-
races por aquellas sierras. Volvamos á lo que en este
tiempo se hacia á la parte de levante.
CAPITULO XXXVII.
Cómo los moriscos de los lugares del marquesado del Cenote
se alzaron , y la descripción de aquella tierra.
El marquesado del Cénete está en la falda de la Sier-
ra Nevada que mira hacia el cierzo; á la parte de me-
diodía confina con las taas de Ujíjar y de Andarax, que
son en la Alpujarra ; y por todas las otras tiene los tér-
minos de la ciudad de Guadix. Es tierra abundante tic
aguas de fuentes caudalosas que bajan de las sierras.
Atraviesa por ella el rio que después pasa por junto á
la ciudad de Guadix , y por eso le llaman rio de Guadix ;
aunque mas verisímil es haber dado el rio nombre á la
ciudad, porque Gued Aix, como le llaman los moros,
quiere decir rio de la Vida. Hay en él nueve lugares, lla-
mados Dólar, Ferreira , Guevíjar , el Deyre , Lanteira,
Jériz, Alcázar, Alquif y la Calahorra. Los moradores
dellos eran todos moriscos, gente rica y muy regalada
de los marqueses del Cénete, cuyo es aquel estado ; vi-
vían descansadamente de sus labores y de la cria de la
seda y del ganado, porque tienen muchas y muy bue-
nas tierras, pastos y arboledas en la sierra y en lo lla-
no, donde poder sembrar y criarlos. La nueva de como
los moriscos de la Alpujarra se levantaban , y del daño
que hacían en los cristianos y en las iglesias, llegó á la
Calahorra el primero día de pascua de Navidad ; y el
alcalde Molina de Mosquera, que estaba entonces en
aquel lugar procediendo contra los monfís, como queda
dicho, se subió luego á la fortaleza con su mujer, que
tenia consigo, y con sus criados y veinte arcabuceros
que llevaba para guarda de su persona y ejecución de
la justicia , y metió dentro sesenta monfís moriscos que
tenia presos, haciéndolos encarcelar en unas bóvedas
del castillo, porque no se tuvo por seguro con ellos don-
de estaba. De todo esto holgó el gobernador del estado,
llamado Juan de la Torre, vecino de Granada, porque
entendió que estaria la fortaleza mas á recaudo con la
presencia del alcalde, y seria mejor socorrida si se
viese en aprieto ; y cada uno por su parte escribieron
218
LUIS DEL MARMOL CARVAJAL.
iuego á las ciudades de Guadix y Baza , avisando dei
rebelión y del peligro en que estaban aquella fortaleza
y la de Finana , para que les enviasen gente de guerra
que se metiese dentro y las asegurase. Ordenaron á
los concejos de los lugares del Cénete que les prove-
yesen de leña y bastimentos, y que los cristianos que
moraban en ellos se recogiesen á la fortaleza con sus
mujeres y hijos. Los vecinos del Deyre, temiendo que si
venia mayor número de gente déla Alpujarra, levan-
tarian los lugares por fuerza, acudieron al Gobernador,
y le pidieron docientos soldados , y que ellos los pa-
garían á su costa para que los defendiesen, por estar
desarmados. El cual, como no los tenia, ni orden como
podérselos dar, procuró asegurarlos con buenas pala-
bras, amonestándoles que fuesen leales, y ofreciéndo-
les que cuando fuese menester socorrerlos les acudi-
ría con la gente de Guadix ; y para que estuviesen mas
seguros, les mandó que recogiesen las mujeres y los
niños en la fortaleza, los cuales holgaron dello; y lo
mesmo hicieron los de la Calahorra, y hicieran después
todos los demás lugares, si pudieran caber dentro, por-
que fueron grandes los robos y malos tratamientos que
la gente de Guadix les hacian , so color de irlos á favo-
recer, y los moros de la Alpujarra porque se alzasen.
Finalmente, siendo mal defendidos , el dia de año nue-
vo envió el Gorri gente de la Alpujarra con orden que
los alzasen, y si no se quisiesen alzar, los robasen y
matasen. Y llegando á Guevíjar y á Dólar á tiempo que
la mayor parte de los vecinos andaban en el campo en
sus labores , alzaron aquellos lugares , y luego los de
Jériz, Lanteira, Alquif y Ferreira ; y álos del Deyre no
hicieron fuerza, por tener las mujeres en la fortaleza ;
mas ellos se dieron buena maña para sacarlas de allí ;
porque, como viesen que todo iba ya de rota batida, to-
maron por intercesor al alcalde Moüna de Mosquera
para con el Gobernador, que no queria dárselas, di-
ciendo que mientras allí estuviesen no se alzarían sus
maridos y padres. El cual le porfió tanto , que se las hu-
bo de entregar, y juntamente con este yerro, que fué
muy grande , se hizo otro de mayor importancia para
el desasosiego de aquellos lugares , y fué que el Go-
bernador, temiendo que los sesenta monfís que esta-
ban presos en las bóvedas de la fortaleza podrían al-
zarse una noche con ella , por no tener la guardia que
convenia , requirió al alcalde Molina de Mosquera que
los sacase de allí, y los enviase á la cárcel de Guadix ó
á otra parte. El cual los mandó bajar al lugar y meter
en una casa al parecer fuerte , de donde después los
sacaron los alzados cuando cercaron aquella fortaleza ;
y viéndose en libertad , usaron estos de grandísimas
crueldades contra los cristianos que pudieron haber á
las manos, en venganza de su injuria; que por tal tenían
aquella prisión yel tratamiento que se les habia hecho.
CAPITULO XXXYIIL
Cdmo los moros alzados acabaron de levantar los lugares del rio
de Almena, y se juntaron en Benahaduz para ir á cercar la ciu-
dad.
Luego que la taa de Marchena se alzó, los moros al-
zados de aquella comarca, habiendo levantado los luga-
res altos del rio de Almena, comenzaron á juntarse para
ir á cercar la ciudad, no les pareciendo dificultoso ga-
narla, por kt falta de gente, de bastimentos y de muni-
ciones de guerra que sabían que había dentro. Teníase
aviso por momentos en Almería de lo que los alzados
hacian y del desasosiego con que andaban los que no se
habían aun declarado, porque demás de su poco secre-
to, como había en la ciudad mas de seiscientas casas
de moriscos, iban y venían cada hora con seguridad á
las alearías y sierras, so color de entender el estado en
que estaban sus cosas, y traían avisos ciertos ; y aun los
mesmos alzados, como hombres bárbaros de poco saber,
que no les cabia el secreto en los pechos ocupados de
ira, enviaban soberbiamente recaudos para poner miedo
á los cristianos, acrecentando las cosas de su vanidad y
poco fundamento. Un morisco que venia de Guécijadijo
un día á don García de Villaroel públicamente como
Brahem el Cacis, capitán de aquel partido, se le enco-
mendaba y decía que el dia de año nuevo se vería con
él en la plaza de Almena, donde pensaba poner sus ban-
deras; que tomase su consejo y diese la ciudad á los
moros, pues no les quedaba otra cosa por ganar en el
reino de Granada, y excusaría las muertes y incendios
que se esperaban entrándola por fuerza de armas. Otro
le trajo una carta del alguacil de Tavernas, llamado
Francisco López, en que cautelosamente le decía co-
mo se iba á recoger en aquella ciudad con la gente de
su lugar y de otros que, como buenos cristianos fieles al
servicio de su majestad, querían abrigarse debajo de
su amparo, y que por venir su mujer en días de parir,
se deternia tres ó cuatro días en los baños de Alhami-
lla. Mas luego se entendió el engaño deste mal hombre
por aviso de una espía, que certificó sermucba la gente
que traía consigo, y que venia entreteniéndose mien-
tras se juntaban los moros de Jergal , Guécija , Boloduí
y de la sierra de Níjar para ir luego á cercar la ciudad.
Estos y otros avisos tenían á los ciudadanos con cuida-
do ; fatigábales la falta de pan, aunque tenían carne, y
mucho mas la de las municiones y pertrechos; y con
todo eso, ayudados de la gente de guerra, hacían sus ve-
las y rondas ordinarias y extraordinarias, y salían cada
día á dar vista á los lugares comarcanos, así para pro-
veerse, como para mantenerlos en lealtad, ó á lo menos
entretenerlos que no se alzasen de golpe. Sucedió pues
que el dia de año nuevo, habiendo salido don García de
Villaroel con algunos caballos y peones á correr los
lugares del rio, llegando cerca del lugar de Gádor, vie-
ron andar los moriscos fuera del apartados por los cer-
ros, que no querían llegarse á los cristianos como otras
veces ; y como se entendiese que andaban alzados, qui-
siera don García de Villaroel hacerles algún castigo,
si no se lo estorbaran los moros de Guécija , que á un
tiempo asomaron por unos cerros con once banderas, y
se fueron á meter en el lugar. El cual, desconfiado de
poder hacer el castigo que pensaba , se volvió á poner
cobro en la ciudad, temeroso de algún cerco que la pu-
siese en aprieto , porque veía que había dentro de los
muros al pié de mil moriscos qne podían tomar armas,
y de quien se podía tener poca confianza; que los cris-
tianos útiles para pelear no llegaban á seiscientos , y
esos mal armados; y que de necesidad se habían de jun-
tar muchos moros, y teniendo tan largo espacio de mu-
ros rotos y aportillados por muchas partes que defen-
der, de fuerza habían de poner la ciudad en peligro.
Vuelto pues don García de Villaroel á Almería, los al-
zados se alojaron aquella noche en Gádor, y otro dia de
REBELIÓN Y CASTIGO DE LOS MORISCOS DE GRANADA,
mañana se bajaron el rio abajo, y se fueron á poner una
legua de la ciudad en el cerro que dicen de Benaliaduz,
donde traían acordado de juntarse; y como nuestros
corredores de á caballo, que andaban de ordinario en el
rio, avisasen dello, hubo muchos pareceres en la ciu-
dad sobre lo que se debia hacer. Unos decian que se
atendiese solamente á la defensa de los muros mien-
tras venia socorro de gente, pues la que habia en la ciu-
dad era poca para dividirse ; y otros, con mas animosa
determinación, querían que se fuese á dar sobre los ene-
migos, que estaban en Benahaduz, para desbaratarlos
antes que se juntasen con ellos los demás , afirmando
que solo en esto consislia su bien y libertad. Finalmente
se tomó resolución en que don García de Villaroel con
algunos caballos y infantes fuese á reconocerlos, y á ver
el sitio donde estaban puestos, y el acometimiento que
seles podria hacer; y con esto se fué la gente á sus
posadas aquella noche, donde los dejaremos hasta su
tiempo.
CAPITULO XXXIX.
Cómo los lugares de las Albufiuelas y Salares se alzaron.
Las Albuñuelas y Salares son dos lugares muy cerca-
nos el uno del otro en el valle de Lecrin , y hablan de-
jado de alzarse cuando la elección de Aben Humeya en
Béznar, por consejo de un morisco de buen entendi-
miento, llamado Bartolomé de Santa María, á quien te-
nian mucho respeto, el cual, siendo alguacil de las Al-
buñuelas , los habia entretenido con buenas razones
diciéndoles que escarmentasen en cabezas ajenas , y
considerasen en lo que habían parado las rebeliones pa-
sadas, el poco fundamento que tenían contra un prín-
cipe tan poderoso, y lo mucho que aventuraban perder,
la poca confianza que se podía tener de los socorros de
Berbería, y el gran riesgo de sus personas y haciendas
en que se ponían. Y como después vio que la gente an-
daba desasosegada, que los lugaresse henchían de mo-
ros forasteros de los alzados de tierra de Salobreña
219
y Motril , que crecían cada día los malos y escandalosos,
y que no era parte para estorbarles su determinación
precipitosa, porque iba todo de mala manera, llamando
al bachiller Ojeda, su beneficiado, que aun hasta enton-
ces no se habia ido del lugar, le dijo que recogiese los
cristianos que pudiese y se fuese á poner en cobro,
si no quería que le matasen los monfís, certificándole
que si lo habían dejado de hacer, había sido por te-
nerle á él respeto, sabiendo que era su amigo; y porque
pudiese irse con seguridad y los monfís no le ofendie-
sen en el camino, le dio cincuenta hombres, que lo
acompañaron dos leguas hasta el lugar de Padul, donde
le dejaron en salvo el día de año nuevo. No fué poco
venturoso el beneficiado en tener tal amigo; porque
dentro de dos días, sobrepujando la maldad, se alzaron
aquellos lugares, y en señal de libertad, aunque vana,
sacáronlos vecinos de los Albuñuelas una bandera an-
tigua, que tenían guardada como reliquia de tiempo de
moros, y arbolándola con otras siete banderas que te-
nían hechas secretamente para aquel efeto,de tafetán y
lienzo labrado, se recogieron á ellas todos los mance-
bos escandalosos, y lo primero que hicieron fué destruir
y robar la iglesia y todas las cosas sagradas. Luego
robaron las casas del beneficiado y de los otros cristia-
nos, y dejando las suyas yermas y desamparadas, por
no se osar asegurar en ellas, se subieron á Ins sienas
con sus mujeres y hijos y ganados. No les faltó aun en
este tiempo el alguacil Santa María con su buen conse-
jo, el cual viendo idos la mayor parte de los monfís,
persuadió al pueblo á que se volviesen á sus casas y
procurasen desculparse con los ministros de su majes-
tad, diciendo que los malos les habían hecho que se al-
zasen por fuerza y contra su voluntad, y que desta ma-
nera podrían aguardar hasta ver en qué paraban sus
cosas, y tomar después el partido que mejor les estu-
viese, como adelante lo hicieron. Vamos agora á loque
el marqués de Mondéjar hacia en este tiempo.
LIBRO QUINTO.
CAPITULO PRIMERO.
Cómo el marqués de Mondéjar formó su campo contra
los rebeldes.
Estaban en este tiempo los ciudadanos de Granada
confusos y muy turbados , casi arrepentidos del deseo
que habían tenido de ver levantados los moriscos, por
las nuevas que cada hora venían de las muertes, robos
émcendiosque hacían por toda la tierra; y cansados
losjuicios con estos cuidados, perdida algún tanto la cu-
dicía, solamente pensaban en la venganza. El marqués
de Mondéjar daba priesa á las ciudades que le enviasen
gente para salir en campaña , porque en la ciudad no
había tanta que bastase para llevar y dejar, certificán-
doles que de su tardanza podrían resultar grandes in-
convenientes y daños, si los rebelados, que estaban he-
chos señores de la Alpujarra y Valle, lo viniesen tam-
bién á ser de los lugares de la Vega, por no haber can-
tidad de gente con que poderlos oprimir, antes que sus
fuerzas fuesen creciendo con la maldad. Habiendo pues
llegado las compañías de caballos y de infantería de las
ciudades de Loja, Alhama, Alcalá la Real, Jaén y Ante-
quera, y pareciéndole tener ya número suficiente con
que poder salir de Granada, partió de aquella ciudad
lunes á 3 días del mes de enero del año de d5G9, dejan-
do á cargo del conde de Tendilla , su hijo , el gobierno
de las cosas de la guerra y la provisión del campo; y
aquella tarde caminó dos leguas pequeñas, y fué al lu-
gar de Alhendin, donde se alojó aquella noche , y reco-
giendo la gente que estaba alojada en Otura y en otros
lugares de la Vega, la mañana del siguiente día caminó
la vuelta del Padul, primer lugar del valle de Lecrin,
pensando rehacer allí su campo. Llevaba dos mil infan-
tes y cuatrocientos caballos, gente lucida y bien arma-
da, aunque nueva y poco disciplinada. Acompañábanle
don Alonso de Cárdenas, su yerno, que hoy es conde de
la Puebla , don Francisco de Mendoza , su hijo , don
Luis de Córdoba, don Alonso de Granada Venegas, don
Juan de Villaroel, y otros caballeros y veinte y cuatros,
220
LUIS DEL MARMOL CARVAJAL.
y Antonio Moreno y Hernando de Oruña , á quien su
majestad liabia mandado que asistiesen cerca de su
persona por la prática y experiencia que tenian de las
cosas de guerra, y otros muchos capitanes y alféreces,
soldados viejos entretenidos con sueldo ordinario por
sus servicios. De Jaén iba don Pedro Ponce por capitán
de caballos, y Valentín de Quirós con la infantería. De
Antequera Alvaro de Isla, corregidor de aquella ciudad,
y Gabriel de Treviñon, su alguacil mayor, con otras dos
compañías. Capitán de la gente de Loja era Juan de la
Ribera, regidor; de la de Albania, Hernán Carrillo de
Cuenca, y de Alcalá la Real, Diego de Aranda. Iba tam-
bién cantidad de gente noble popular de la ciudad de
Granada y su tierra, y las lanzas ordinarias, cuyos te-
nientes eran Gonzalo Chacón y Diego de Leiva , y la
mayor y mejor parte de los arcabuceros de la ciudad,
cuyos capitanes eran Luis Maldonado, y Gaspar Mal-
donado de Salazar, su hermano. Con toda esta gente
llegó el marqués de Mondéjar aquella noche al lugar del
Padul, y antes de entrar en él salieron los moriscos mas
principales á suplicarle no permitiese que los soldados
se aposentasen en sus casas, ofreciéndole bastimentos y
leña para que se entretuviesen encampana , porque te-
mían grandemente las desórdenes que harían; y aun-
que el Marqués holgara de complacerles, no les pudo
conceder lo que pedían, porque el tiempo era asperísi-
mo de frío, la gente no pagada, y acostumbrada á poco
trabajo, y se les hiciera muy de mal quedar de noche en
campaña ; y diciendo á los moriscos que tuviesen pa-
ciencia, porque sola una noche estaría allí el campo, y
que proveería como no recibiesen daño, los aseguró de
manera, que tuvieron por bien de recoger y regalar á
los soldados en sus casas aquella noche , aunque no la
pasaron toda en quietud, por lo que adelante diremos.
CAPITULO 11.
C(5mo estando el marqués de Mondéjar en el Padul, los moros
acometieron nuestra gente , que estaba en Dúrcal , y fueron des-
baratados.
La propria noche que el marqués de Mondéjar llegó
con su campo al lugar del Padul , los moros acometie-
ron el lugar de Dúrcal , una legua de allí, donde esta-
ban alojados el capitán Lorenzo de Avila con las com-
pañías de las siete villas de la jurisdicion de Grana-
da, y el capitán Gonzalo de Alcántara con cincuenta
caballos. No pudo séroste acometimiento tan secreto,
que dejasen de tener aviso los capitanes , porque el mes-
mo día que el marqués de Mondéjar salió de Granada,
los soldados de aquel presidio habían tomado dos espías,
al uno de los cuales hallaron quebrando los aderezos de
un molino, donde se molía el trigo para las raciones de
los soldados, y el otro era un muchacho hijo de cris-
tianos, criado desde su niñez entre moriscos y hecho
á sus mañas , que le enviaba Miguel de Granada Xaba ,
capitán de los moros del Valle, á que espiase la canti-
dad de la gente que había en aquel lugar y el recato
con que estaban. El espía que fué preso en el molino
jamás quiso confesar, aunque le hicieron pedazos en el
tormento; el muchacho, á persuasión del doctor Ojeda,
vicario de Nigüéles,que era el que le había hecho pren-
der, entre ruego y amenazas, vino á confesar y declarar
todo el hecho de la verdad , y el efeto para que los ha-
bían enviado. Este dijo que los de las Alhuñuelas ha-
bían hecho reseña cuando se quisieron alzar, y que
se habían hallado docientos tiradores escopeteros y
ballesteros entre ellos , y trecientos con armas enbas-
tadas y espadas ; que los moriscos forasteros y monfís
habían quemado la iglesia , y que después se habían
arrepentido los vecinos , viendo que los del Albaícín y
déla Vega se estaban quedos; y que queriéndose tornar
á sus casas por consejo del alguacil, se lo habían estor-
vado otros de los alzados, dícíéndoles que no era ya
tiempo de dar excusas ni de pedir perdón, porque los'
cristianos no les creerían ni se fiarían mas dellos,
viendo la señal que habían dado ; y que el alcaide Xaba
había juntado de los lugares de órgíba y del Valle, y
de Motril y Salobreña mucha cantidad de moros , y en-
tre ellos mas de seiscientos tiradores, para ir á dar so-
bre el lugar de Dúrcal , y que sin falta daría la siguiente
noche sobre él. Con este aviso fué luego aquella tarde
el capitán Lorenzo de Avila al marqués de Mondéjar, y
llevó el muchacho consigo; y siendo ya bien de noche,
se volvió á su alojamiento con cuidado de lo que podía
suceder, y en llegando hizo echar bando que ningún
soldado quedase desmandado por las casas ; que todos
se recogiesen á la iglesia , donde estaba el cuerpo de
guardia. Reforzó las postas y centinelas , y puso otras
de nuevo donde le pareció ser necesarias ; y el capitán
Gonzalo de Alcántara apercibió la caballería, que es-
taba alojada en Margena, que es un barrio cerca de
Dúrcal, para que en sintiendo dar al arma, saliesen to-
cando las trompetas desde el alojamiento hasta una
haza llana delante de la plaza de la iglesia; porque este
hombre experimentado entendió el efeto que se po-
dría seguir animando á los soldados y desanimando á
los enemigos, con ver que tocaban las trompetas hacia
donde estaba el campo del marqués de Mondéjar, que
de necesidad habían de presumir que venía socorro.
Andando pues los animosos capitanes haciendo estas
prevenciones y apercibimientos, el Xaba, que no dor-
mía , venia caminando á mas andar cubierto con la es-
curidad de la noche , y llegando cerca del lugar, repar-
tió seis mil hombres que traía en despartes: con los tres
mil fué en persona á tomar un barranco muy hondo
que se hace entre el Padul y el barrio de Margena , por
donde había de ir el socorro de nuestro campo ; los otros
tres mil envió con otros capitanes , para que unos aco-
metiesen por el camino que va entre Margena y Dúr-
cal , y otros por otra parte hacía la sierra , ordenándo-
les que excusasen todo lo que pudiesen el salir á lo lla-
no, porque los caballos no se pudiesen aprovechar
dellos. Desta manera llegaron dos horas antes que ama-
neciese con un tiempo asperísimo de frío y muy es-
curo. Nuestras centinelas los sintieron, aunque tarde;
y tocando arma, con estar apercebídas, casi todos en-
traron á las vueltas en el lugar, no siendo menor el
miedo de los acometedores que el de los acometidos.
Los capitanes, que andaban á esta hora reí^uiriendo las
postas , acudieron luego á hacer resistencia ; mas pres-
to se hallaron solos. Lorenzo de Avila se opuso contra
los que venían á entrar de golpe por una haza adelante
con sola una espada y una rodela, y los fué retirando
con muertes y heridas de muchos dellos ; y siendo he-
rido de saeta, que le atravesó entrambos muslos, fué
socorrido y retirado á la iglesia. Gonzalo de Alcántara
se puso á la parte del camiao de Margena á resistir un
REBELIÓN Y CASTIGO DE LOS MORISCOS DE GRANADA.
pran golpe de enemigos que venían entrando por allí;
y fué tanta la turbación de nuestra gente en aquel pun-
to , que ni bastaban ruegos ni amenazas para hacerles
salir de la iglesia, como si la aspereza y tenebrosidad
de la noche fuera mas favorable á los enemigos que á
ellos; y para castigo de semejante flaqueza no dejaré
de decir que hubo muchos que, soltando las armas
ofensivas, se metieron huyendo en la iglesia , tomando
por escudo otros , para que los moros no los matasen á
ellos primero ; ni menos callará mi pluma el valor de los
animosos capitanes y soldados que pusieron el pecho
al enemigo por el bien común, acudiendo, no todos
juntos , que hicieran poco efeto , por ser muchas las
entradas , sino cada uno por su parte , y reparando con
su mucho valor un gran pehgro ; porque los moros, ha-
llando aquella resistencia y sintiendo grande estruen-
do de armas , no creyendo que eran de la gente que bula,
sino de la que se aparejaba contra ellos, aflojaron su
furia, y aun se comenzaron á retirar. A este tiempo el
capitán Alcántara , viendo que Lorenzo de Avila, herido
como estaba , procuraba sacar la gente de la iglesia
animándolos á la pelea , con doce ó trece soldados , que
no le siguieron mas , volvió á su puesto , porque los ene-
migos ciaban de nuevo carga por allí. Acudiéronle tam-
bién ocho religiosos , cuatro frailes de San Francisco
y cuatro jesuítas, diciendo que querían morir por Je-
sucristo , pues los soldados no lo osaban hacer; mas no
se lo consintió , rogándoles de parte de Dios que ha-
ciendo su oficio, acudiesen á esforzar la gente que es-
taba á las bocas de las calles que salían á la plaza, por-
que no las desamparasen. Viendo pues los moros que
no eran seguidos , tornaron á hacer su acometimiento,
y adelantándose uno con una bandera en la mano , lle-
gó á reconocer la plaza por junto aun mesón que es-
taba á la parte del cierzo ; y como no vio gente por allí,
comenzó á dar grandes voces en su algarabía , diciendo
á los compañeros que allegasen , porque los cristianos
habían huido. A esto acudió Gonzalo de Alcántara, y
emparejando con el moro de la bandera, le hirió con
la espada en el hombro izquierdo , y dio con él muerto
en tierra ; mas cargando sobre él otros que venían de-
trás, le hubieran muerto, si no fuera por las armas y
poruña adarga que llevaba embrazada, y con todo eso
le dieron una estocada en el rostro y le derribaron de
espaldas en el suelo, con otros muchos golpes que re-
cibió sobre las armas. No le faltó en este tiempo el fa-
vor de un buen soldado, llamado Juan Ruiz Cornejo,
vecino de Antequera, que le acudió, y no dio lugar á
que los moros le acabasen de matar; antes con sola la
espada en la mano y la capa revuelta al brazo le de-
fendió , y mató dos moros de los que mas le aquejaban.
Levantándose pues Gonzalo de Alcántara , volvió con
mayor saña á la pelea; y llegando á él un fraile fran-
cisco con un Cristo crucificado en la mano , diciendo-
le : « Ea hermano , veis aquí á Jesucristo , que él os fa-
vorecerá;» estándoselo mostrando, y diciendo estas y
otras palabras, le dio uno de aquellos herejes con una
piedra en la mano tan gran golpe , que se lo derribó en
el suelo. Creció tanto la ira á Gonzalo de Alcántara
viendo un tal hecho , que se metió como un león entre
aquellos descreídos , y acompañado de su buen amigo
Cornejo, mató al moro que había tirado la piedra y
otros que le quisieron defender; y alzando el crucifijo
221
del suelo , lo puso en las manos del fraile , jurando por
aquella santa insignia que habla de pasar por la espada
aquella noche todos cuantos herejes le viniesen por de-
lante. No estaba ocioso en este tiempo el capitán Alon-
so deContreras, que también estaba de presidio en este
lugar con una compañía de gente de Granada; mas no
le sucedió tan felicemente como á los demás , porque
defendiendo la entrada de una calle , fué herido de saela
con yerba , de que murió. También nuirió Cristóbal
Márquez, alférez de Gonzalo de Alcántara, peleando
como esforzado. Estando pues nuestra gente en harto
aprieto, y bien necesitada de ánimo, si los enemigos
le tuvieran para proseguir su empresa, la caballería,
que había tardado en salir de su alojamiento , comenzó
á entrar por las calles, y no pudiendo romper, porque
estaban llenas de moros, salió lo mejor que pudo al cam-
po tocando las trompetas. Este aviso fué importante y
valió mucho á los nuestros, porque el Xaba, que esta-
ba en el barranco entre Dúrcal y el Padul, creyendo
que la caballería del campo del marqués de Mondéjar
había pasado de la ol.ra parte, ó que estaba alojado en
Dúrcal, comenzó á dar grandes voces á su gente di-
ciendo : «A la sierra , á la sierra ; que los caballos vie-
nen sobre nosotros ; » y luego dieron todos los unos
y los otros vuelta. A este tiempo habían sentido las
centinelas del campo disparar arcabuces en Dúrcal, y
siendo avisado dello Antonio Moreno, que andaba ron-
dando, había dado noticia al marqués de Mondéjar; el
cual , sospechando loque podría ser por la relación que
tenia , mandó recoger la gente á gran piesa , y enviando
delante á Gonzalo Chacón con las lanzas de la compa-
ñía del conde de Tendilla, que estaba á su cargo, salió
en su seguimiento con la otra caballería, dejando or-
den á Antonio Moreno y á Hernando de Oruña , que
servían de superintendentes de la infantería, que mar-
chasen á la sorda con todas las compañías la vuelta de
Dúrcal ; mas ya cuando el marqués de Mondéjar llegó
eran idos los moros , y nuestra gente estaba algo teme-
rosa en la plaza de la iglesia, blasonando de la Vitoria
algunos que no merecían el prez ni el premio della.
Murieron aquella noche veinte soldados, y hubo mu-
chos heridos, aunque no todos por mano de los enemi-
gos ; antes se mataron y hirieron unos á otros, salien-
do con la escuridad de la noche y encontrándose por
las calles, y estos eran de los que se habían (juedado
sin orden fuera del cuerpo de guardia , que no se ha-
bían querido recoger á las banderas. Llegado el mar-
qués de Mondéjar á Dúrcal, agradeció mucho á los ca-
pitanes lo hien que lo habían hecho , y mandó llevar
los heridos á Granada para que fuesen curados ; y para
aguardar la gente que le iba alcanzando, y los basti-
mentos y municiones que el conde de Tendilla enviaba
de Granada, se detuvo cuatro días en aquel alojamien-
to , porque no le pareció entrar menos que bien aper-
cebido en la Alpujarra.
El capitán Xaba volvió medio desbaratado á Poqueí-
ra con pérdida de decientes moros; y Aben Hume-
ya, que le estaba aguardando para tras de aquel efeto
hacer otros mayores , viéndole ir de aquella manera,
quiso cortarle la cabeza ; mas él se desculpó , diciendo
que si había retirado la gente habia sido porque en-
tendió que la caballería del marqués de Mondéjar ha-
bia pasado por otra parte el barranco y tomádole lo
222
LUIS DEL MARMOL CARVAJAL.
llano; y que lo que él líabia liecho, liiciera cualquier
hombre alentado, oyendo tocar lanías trompetas Inicia
la parte donde estaba el enemigo. Y no dejaba de tener
alguna razón el moro , porque demás de las trompetas
de la compañía de Gonzalo de Alcántara, que salieron
de Margena , liabia mandado el marqués de Mondéjar
que se adelanlasen dos trompetas, y fuesen solas to-
cando la vuelta de Dúrcal, para que los nuestros enten-
diesen que les iba socorro ; y como no liabia visto el
Xaba pasar caballos aquella tardo, entendiendo que to-
dos debían de estar alojados en Dúrcal, quiso retirarse
con tiempo antes que le atajasen , porque los tres mil
hombres que tenia consigo eran ruin gente y desar-
mada, que solamente llevaban hondas para tirar pie-
dras y algunas lanzuelas; y si los caballos los hallaran
en tierra llana, no dejaran hombre dellos ávida.
CAPITaO IIL
Cómo la grille de Almería salió á reconocer los moros que se
hablan puesto en Benahaduz, y cómo después volvió sobre
ellos y los desbarató.
A gran priesa se juntaban los moros de la comarca
de la ciudad de Almería para ir á cercarla; y demás de
los que dijimos que se hablan puesto en Benahaduz,
habia ya oíros recogidos en el marchal de la Palma,
cerca de allí, para juntarse con ellos, cuando don (lar-
cía de Villar.iel , queriendo liacfr el efeto de recono-
cerlos y ver el í-itio que tenían y por dónde se les po-
dría entrar, salió de Almería con cuarenta soMidos ar-
cabuceros y treinta caballos, y dejando airas los peo-
nes, se adelantó con la gente do á cal)aMo;'y para haber
de hacer el reconocimiento entre paz y guerra, sin que
•sospechase aquella gente tan conocida y vecina el in-
tento que llevaba, envió delante un regidor de aquella
ciudad, llamado Juan de Ponte, á que les preguntase la
causa de su desasosiego, y reconociese qué gente era,
y la orden que tenían en el asiento de su campo. El
regidor llegó tan cerca de los moros, que pudo muy
bien preguntarles lo que quiso, y con seguridad, por ir
solo; y cuando le hubieron oído, le respondieron sober-
biamente que volviese á su capitán y le dijese que otro
día de mañana, cuando tuviesen puestas sus banderas
en la plaza de Almería , le darían razón de lo que de-
seaba saber. Y como les tornase á replicar, aconseján-
doles que dejasen las armas y se redujesen al servicio
de su majestad, que era lo que mas les convenia, algu-
nos dellos le comenzaron á deshonrar, llamándole perro
judío, y diciéndole que ya era todo el reino de Grana-
da de moros, y que no liabia mas que Dios y Malioma.
Con esto volvió Juan de Ponte al capitán, el cual tornó
A enviarles otro recaudo con el maestrescuela don
Alonso Marín , á quien los moriscos de aquella tierra
tenían mucho respeto ; el cual llamó algunos conoci-
dos, y les rogó que dejasen el camino de perdición que
llevaban. Y viendo que era tiempo perdido aconsejar-
les bien, se retiró, y don García de ViÜaroel se les
fué acercando lo mas que pudo en son de guerra, para
ver qué tiradores tenían ; y como no tirasen mas que
con un mosquete y dos ó tres escopetas, entendi(^ue
se podría hacer el efeto antes que se juntasen mís de
los que allí estaban, especialmente cuando hubo reco-
nocido el sitio que tenían , que , aunque era fuerte, su
mesma fortaleza mostraba ser favorable á nuestra gen-
te ; porque si la aspereza de una penda, por donde se
habia de subir, impedia el poder llegar de golpe á los
enemigos, esa mesma era defensa para que tampoco
ellos pudiesen bajar juntos ádar en los cristianos. So-
bre la mano derecha habia otra entrada, por donde so
les podia también entrar, hacia un cerro que estaba
junto al de Benahaduz , lugar áspero para hollar con
caballos, y no muy fácil para gente de á pié. Callando
pues su concepto, y diciendo á los moros que en la ciu-
dad los aguardaba, aunque los tenia por tan ruin gen-
te que no cumplirían su palabra, se volvió aquel dia á
Almería, donde halló que le aguardaban con cuidado
de saber lo que se habia hecho; que cierto le tenían to-
dos muy grande, por ser poca gente la que habia lle-
vado consigo. Deste reconocimiento llevó don García
de Villaroel determinado de dar á los moros una en-
camisada la mesma noche al cuarto del alba; y no S3
osando declarar, según lo que nos certificó, temiendo
que la justicia y regimiento lo contradiría por el peli-
gro de la ciudad , si por caso le sucediese alguna des-
gracia, para tener ocasión de poder salir sin que se
entendiese su desinio, dejó una espía fuera de la mu-
ralla entre las huertas con orden que á media noche
hiciese una almenara de fuego, para que viéndola las
centinelas de la ciudad, tocasen arma. Sucedió la oca-
sión y el efeto conforme con su deseo; porque en vien-
do la almenara , toda la ciudad se puso en arma , y
acudiendo también él al rebato, reforzó los cuerpos de
guardia ; y siendo ya después de media noche, dijo que
quería salir á ver qué rebato había sido aquel, y si an-
daban moros en las huertas. Y mandando á los solda-
dos que saliesen con las camisas vestidas sobre las ro-
pas , para que en la oscuridad de la noche se conocie-
sen, partió de Almería dos horas antes del dia con cien-
to cuarenta y cinco arcabuceros de á pié y treinta y
cinco caballos, y entre ellos algunos caballeros y gen-
te noble; y andando un rato cruzando de una parte á
otra, por desviarse de las huertas y de los lugares don-
de le pareció que los enemigos podrían tener alcruna
espía ó centinela, se arrimó hacia el rio, y cuando vio
que ya era tiempo paró el caballo , y haciendo alto , es-
tando toda la gente junta, les declaró la determinación
que llevaba, la causa porque lo había tenido secreto, la
importancia que seria desbaratar los moros que esta-
ban en Benahaduz antes que se juntasen con ellos los
del Marchal de la Palma y otros , que no podrían dejar
de ser muchos; diciendo que él habia reconocido los
enemigos, gente desarmada y harto menos de la que se
presumía ; que el sitio donde estaban les era mas per-
judicial que favorable , y que haciendo lo que debían,
con el favor de Dios fuesen ciertos que temían vitoría,
en la cual consistía el remedio y seguridad de los veci-
nos de Almería, y los que allí estaban serían aprove-
chados de los despojos de los moros en premio de su
virtud. No fué pequeño el contento que recibió nuestra
gente cuando supo el efeto á que iban, y loando mu-
cho aquel consejo, movieron todos alegremente la vuel-
ta de Benahaduz. En el camino prendieron tres moris-
cos, de quien supieron como estaban todavía los mo-
ros donde los habían dejado : esto les hizo alargar el
paso , y llegando ya cerca , se repartió la gente en dos
partes. Julián de Pereda , alférez de la infantería , con
cien arcabuceros se apartó por uHa vereda encubierta
REBELIÓN Y CASTIGO DE LOS MORISCOS DE GRANADA.
223
sobre la mano dereclia , y se puso en el cerro que esUi
junto con el de Benahaduz, donde estaban los enemi-
gos alojados, y llevó orden que en sintiendo disparar la
arcabucería, que pelearla por frente, saliese impetuo-
samente y les diese Santiago", y el capitán con el resto
de la gente, llevando los arcabuceros delante y la ca-
ballería de retaguardia , se fué acercando al enemigo
por el camino derecbo, y llegó á descubrir su aloja-
miento cuando ya esclarecía el alba. A este tiempo las
centinelas de los moros hablan ya descubierto el bulto
de los soldados que llevaba Pereda, y como iban bajos
y encamisados, y no se recelaban de cristianos que acu-
diesen por aquella parte, juzgaron ser ganado oveju-
no que traían algunos moros para provisión del cam-
po, y con esto se aseguraron, hasta que vieron venir ca-
ballos por la otra parle. Entonces comenzaron á dar
voces y á tocar los atabalejos á gran priesa, y se pusie-
ron lodos en arma, aunque confusos, como gente mal
prática, que no sabían cuál les sería mejor , salir á pe-
lear ó defenderse. Dejando pues don García de Villa-
roél la caballería atrás, como un tiro de honda fuera
de un arboleda que llegaba hasta el proprio cerro , cu-
yas ramas impedían el efeto de las saetas y piedras que
tiraban de arriba, metió la infantería por debajo de los
árboles , y se fué mejorando hasta ponerla detrás de
un4S tapias, cerca del vallado de una acequia y de una
pena tajada que había hacia aquella parte , donde se
tomaba una angosta senda, la cual estorbaba también
á los moros poder bajar de golpe á hacer acometimien-
to. Y cmndo le pareció que Julián de Pereda habría
llegado á su puesto, sin aguardar mas, mandó que
los arcabuceros disparasen por su orden , dando una
carga tras de otra. Solas dos cargas habían dado, y en-
tonces comenzaba la tercera, cuando los cien soldados
hicieron animoso acometimiento por su parte; y como
don García de Villaroel oyó el estruendo de los arca-
buces, hizo que los peones subiesen por el cerro arriba,
siguiéndolos la gente de á caballo , y pasaron por una
puentecilla harto angosta, que estaba sobre el acequia.
Al principio mostraron los moros ánimo y hicieron al-
guna resistencia ; mas cuando vieron la otra arcabu-
cería á las espaldas, creyendo que matas, árboles y pie-
dras lodo era cristianos , como suele acaecer á los tí-
midos, luego desmayaron. No faltó ánimo en este pun-
to á Brahem el Caéis , el cual hacia á un tiempo oficio
de capitán y de soldado, peleando por su persona, y es-
forzando su gente con ruegos y con amenazas ; y cuan-
do vio que todo le aprovechaba poco, apeándose del
caballo , con unaJanza en la mano se metió entre los
cristianos, y hizo tales cosas, que algunos le volvieron
las espaldas; mas yendo tras de un soldado que le huía,
otro mas animoso le salió de través , y le dio un arca-
buzazo y le mató. Con la muerte de su capitán, los po-
cos moros que hacían armas acabaron de desbaratarse,
poniendo mas confianza en los pies que en las manos,
y nuestra gente los siguió, y fueron muertos los que
pudieron alcanzar, sin tomar hombre á vida ; solos sie-
te moros fueron presos , que se quedaron metidos en
una cueva en su alojamiento , y los hallaron unos sol-
dados escondidos. De nuestra parte hubo un solo es-
cudero herido y dos caballos muertos. Perdieron los
moros todas sus banderas, con las cuales y ct«i la ca-
beza de Brahem el Cacís, en cuyo lugar sucedió Diego
Pérez el Gorri , volvió don García do Villaroel aquel
día á la ciudad de Almería, donde fué alegremente rc-
cebido del Obispo y de toda la clerecía, y del común,
chicos y grandes, dando gracias al Omnipotente por
tan buen suceso, mediante el cual los moros perdieron
la esperanza que tenian , y se abrió el camino á otros
muchos y buenos efetos. Y bien considerado, Brahem
el Cacis cumplió su palabra, pues su cabeza y sus ban-
deras se vieron en la plaza de Almería cuando él dijo. Se-
ñaláronse este día don Luis de Rojas Narvaez, arcediano
de aquella santa iglesia, el dotor don Diego Marín,
maestreescuela, el racionero Paredes, don Alonso Ha-
biz Venegas, Pedro Martin de Aldana, Juan de Aponte,
Francisco de Bolvís , y otros muchos escuderos y sol-
dados particulares. Este don Alonso Habiz Venegas era
regidor de Almería y de los naturales del reino, aun-
que bien diferente dellos en su trato y costumbres, y los
moriscos le estimaban mucho, por ser fama que venia
del linaje de los reyes moros de Granada; y deseando
hacerle rey en este rebelión , le había escrito Mateo el
Rami sobre ello, rogándole de su parte que lo acepta-
se ; el cual tomó la carta y la llevó al ayuntamiento de
la ciudad, y la leyó á la justicia y regidores, diciéndo-
les que no dejaba de ser grande tentación la del reinar.
Y de allí adelante vivió siempre enfermo, aunque leal
servidor de su majestad , procurando enriquecer mas
su fama con esfuerzo y virtud propria que con cudicia
y nombre de tirano. Súpose después de aquellos siele
moros que llevaron presos , todo el intento que tenian
de ocupar la ciudad de Almería, y otras muchas cosas
que confesaron en el tormento; y al fin se les dio la so-
ga que andaban buscando, mandándolos ahorcar de las
almonas* de la ciudad. Volvamos al mnrqués de Mondé-
jar, que dejamos alojndo en Dúrcal.
CAPITULO IV.
Cómo se fué engrosando e! campo del marqués de Mondéjar,
y cómo los moros de las Albuüuclas se redujeron.
En este tiempo iba juntándose la gente de las ciuda-
des del Andalucía en Granada ; y estando el marqués de
Mondéjar en el alojamiento de Dúrcal, llegó don Ro-
drigo de Vivero, corregidor de Ubeda y Baeza, con la
gente de aquellas dos ciudades. Iban de Ubeda tres com-
pníiías de á trecientos infantes y dos estandartes de á
setenta y cinco caballos. De Baeza eran novecientos y
ochenta infantes en cuatro compañías y cuatro estan-
dartes de cada treinta caballos, toda gente lucida y bien
arreada á punto de guerra, que cierto representaban la
pompa y nobleza de sus ciudades y el valor y destreza
desús personas, ejercitados en las guerras externas y
civiles. Los capitanes eran todos caballeros, veinticua-
tros y regidores; la infantería de Ubeda gobernaban
don Antonio Porcel , don Garcí Fernandez Manrique y
Francisco de Molina; y la caballería don Gil de Valen-
cia y Francisco Vola de los Cobos. De la infantería do
Baeza eran capitanes Pedro Mejía de Benavides, Juan
Ochoa de Navarrete, Antonio Flores de Benavides y
Baltasar de Aranda, que llevaba la compañía de los ba-
llesteros que llaman de Santiago. De los caballos eran
capitanes Juan de Carvajal, Rodrigo de Mendoza, Juan
Galeote y Martín Noguera, y por cabo Diego Vázquez
de Acuña, alférez mayor, con el pendón de la ciudad.
De toda esta gente que hemos dicho , volvieron á Gra-
224
LUIS DEL MARMOL CARVAJAL.
nada laf5 cuatro compañías de caballos de Baeza y la de
Francisco de Molina de Ubeda, porque el conde deTen-
dlüa, que liacia oficio de capitán general en lugar del
Marqués su padre , las pidió para guardia de la ciudad
mientras llegaba otra gente : todas las demás pasaron
al campo, y con ellas mas de sesenta caballeros aventu-
reros de los principales de aquellas ciudades , que sir-
vieron á su costa toda aquella jornada , basta que el
marqués de Mondéjar les mandó volver á sus casas.
Viendo pues los moriscos de las Albuñuelas que nues-
tro campo se iba engrosando, y por ventura temiendo
no descargase la primera furia en ellos , acordaron de
aplacar al marqués de Mondéjar con bumildad. Esta
embajada llevó Bartolomé de Santa María el alguacil,
que dijimos que les aconsejaba que no se alzasen; el
cual, siendo acepto y muy servidor del Marqués, vino
por su mandado á tratar con él este negocio, y le su-
plicó admitiese aquellos vecinos debajo la protección
y amparo real, y los perdonase, certificándole que si se
habían alzado no habia sido con su voluntad, sino for-
zados á ello por los monfís y moros forasteros, y que
todos estaban con pena y les pesaba de lo hecho. El
Marqués, que deseaba asegurar las espaldas antes de
pasar adelante , holgó de admitirlos, y mandó que les
dijese de su parte que se quietasen, y volviendo á sus
casas, procurasen conservarse en lealtad, noreceptando
los malos entre ellos: y que le avisasen de todo lo que
les ocurriese, porque haciendo lo que debían como bue-
nos vasallos de su majestad , los favorecería y no con-
sentiría que se les hiciese agravio. Luego se volvieron
los moriscos al lugar, y el alguacil envió por su bene-
ficiado , que aun estaba en el Padul , para que asistiese
en su iglesia y les dijese misa; mas él paró poco entre
gente tan liviana, que ya se habían comenzado á des-
vergonzar, y tanto mas viendo que les reprehendia ha-
ber puesto las manos en las cosas sagradas. Finalmen-
te, no se teniendo por seguro, quiso volverse al Padul, y
el alguacil le dio escolta de amigos que le acompaña-
ron. Este morisco anduvo siempre bien con los cristia-
nos, y cuando después se puso gente de guerra en el
Padul, hizo con los moriscos de su lugar que llevasen
cada semana veinte cargas de pan amasado de contri-
bución, para que comiesen los soldados, y dio avisos
imporlantesycíertos de lo que losmoros trataban; mas
nunca pudo conservar el pueblo en lealtad, y no fué
merecedor de la muerte que después se le dio ni del
captiverio de su familia, si en alguna manera no lo cau-
saran nuestros soldados furiosos, teniendo poco respeto
& estos servicios , como se dirá en la destruicion que
don Antonio de Luna hizo en este lugar. Digamos loque
en este tiempo hacia el marqués de los Vélez.
CAPITULO V.
Cómo el marqués de los Vélez, por los avisos que tuvo, juntó
cantidad de gente y entró en el reino de Granada á oprimir los
rebeldes.
El aviso que el presidente don Pedro de Deza envió,
la necesidad y peligro grande que representaban las
ciudades de Almería, Baza y Guadix, que todas pedían
socorro, fueron causa que el marqués de los Vélez apre-
surase su partida antes de llegarle orden de su majes-
tad para poder entrar con campo formado en el reino
de Granada, ateniéndose á lo que dice una ley tercera,
título diez y nueve de la Segunda Partida, que deben
hacer los vasallos por sus reyes en casos de rebelión , y
aun queriendo satisfacer á la no vana opinión de quien
había hecho elección y confianza de su persona para
negocio tan grave y de tanto peso. Viendo pues que la
gente ordinaria de su casa sería poca, y que podría ha-
cer poco efeto con ella, según iban las cosas encamina-
das, y que seria menester tiempo para recogerla dd
reino de Murcia, envió á llamar á gran priesa á sus ami-
gos y vasallos y avisó á algunos pueblos comarcanos á
la raya que le acudiesen. A don Juan Fajardo, su her-
mano, envió á Lorca , y mientras venía con la gente de
aquella ciudad , atreviéndose á su hacienda , pues no
tenía orden de gastar de la de su majestad, proveyó
Ixistimentos y municiones y todas las cosas necesarias.
Acudióle la gente con tanta presteza, que á 2 días del
mes de enero tenía ya en su villa de Vélez el Blanco dos
mil y quinientos infantes y trecientos caballos. De
Lorca vinieron mil y quinientos hombres de á pié y
ciento de á caballo muy bien en orden , como lo suelen
siempre estar los de aquella ciudad. Capitanes desla
gente eran Juan Mateo de Guevara , Pedro Hélices ,
Alonso del Castillo, Martin de Loríta y Luis Ponce. De
Caravaca vinieron los capitanes Andrés de Mora, Her-
nando de Mora y Pedro Martínez, con trecientos infan-
tes y veinte caballos ; de Moratalla, Juan López, con
docientos infantes y treinta caballos; de Hellín, Pablo
Pinero , con ciento y cincuenta infantes y quince caba-
llos; de Zehegín , Francisco Fajardo, con docientos y
cincuenta infantes y veinte caballos; de Muía, Diego
Melgarejo, con docientos infantes. Con esta gente es-
cogida y voluntaria y la que salió de los Vélez Blanco y
Rubio y de Librilla y Alhama con el capitán Hernando
de León, partió el marqués de los Vélez á 4 días del
mes de enero de 1569 años, dejando apercebídos los
otros lugares de aquel reino para que le siguiesen , y
fué á poner aquella noche su campo en la casa del Mar-
gen, donde llaman la Boca Oria. En el camino le al-
canzaron este día Jaime Prado y otros caballeros de
Orihuela, ciudad del reino de Valencia, que venían á
hallarse con él en la jornada. Allí llegó un correo del
presidente don Pedro de Deza, con cartas en que le de-
cía que había sido muy buena prevención la que habia
hecho, y que recogiendo la mas gente que pudiese,
procurase entretenerla á costa de los pueblos , como se
hacía en los lugares de la Andalucía, mientras venía la
orden que se aguardaba de su majestad ; mas el mar-
qués délos Vélez, viendo cuan mal la podía sustentar de
aquella manera, y que había de ser á su costa, tomando
por achaque los avisos que de hora en hora tenía , y
juzgando que ningún servicio mayor se podría hacer
en aquella coyuntura á su majestad que socorrer á la
necesidad presente, sin aguardar mas orden, partió
luego otro día con determinación de dar socorro y calor
á lacíudad de Almería, porque no sabia él la rotadeBe-
nahaduz, aunque algunos creyeron haberse dado tanta
priesa para que cuando llegase la orden le tomase dentro
del reino de Granada. Y como después tu viese nueva del
desbarate de aquellos moros , viendo que la ciudad es-
taba sin peligro, quiso ir sobre el castillo de Jergal ; y
tomando lo alto de aquel valle , se fué á alojar aquella
noche al lugar de Ulula, que es en el rio de Almanzora.
Allí llegó al campo don Juan Enriquez el de Baza con
REBELIÓN Y CASTIGO DE LOS MORISCOS DE GRANADA.
cien hombres entre caballos y peones.- Otro dia de ma-
ñana, partiendo de aquel alojamiento, atravesó por en-
cima de la sierra de Filábres con un tiempo asperí-
simo de frió , agua y viento cierzo, que traspasaba los
hombres y los caballos, y caminando siete leguas por
veredas de sierras ásperas y fragosas, fué á alojarse á la
villa de Tavernas, donde se detuvo hasta i3 diasdel
mes de enero, así para que la gente descansase, como,
según él nos dijo, para aguardar orden de su majestad
y las compañías que habían de venir del reino de Mur-
cia. No dejó de ser importante su estada en aquel lugar,
porque los moros de la comarca mientras allí estuvo
no se osaron levantar, como lo hicieron después. Esta
entrada del marqués de los Vélez en el reino de Gra-
nada no fué bien recebida, especialmente de los que le
tenían poca afición , aunque el vulgo y los que estaban
ofendidos de los moros se alegraron con ella, enten-
diendo que lo había de llevar todo por el rigor de la es-
pada y no reducir los lugares alzados, como lo hacia el
marqués de Mondéjar. De aquí nacieron diferentes opi-
niones éntrela gente noble, atribuyéndoselo unos á mal
y otros á servicio muy señalado. Esta competencia duró
mientras duró la guerra, que cuando unos se alegraban
otros se entristecían, y por el contrario, según los su-
cesos destos dos generales, aumentando ó diminuyen-
do sus hechos, cOmo acaece donde envidia ó enemis-
tad reinan ; y lo peor era que las relaciones iban á su
majestad y á los de su real consejo tan diferentes, que
causaban confusión en las resoluciones que se habían
de tomar.
CAPITULO VI.
Cómo los moros del marquesado del Cénete cercaron la fortaleza
de la Calahorra, y Pedro Arias de Avila la socorrió.
Habiendo entregado Juan de la Torre las moriscas
que tenia en la fortaleza de la Calahorra á sus maridos,
padres y hermanos, como queda dicho, el día de los Re-
yes se juntaron muchos monfís y moros de la Alpujarra
con los del marquesado del Cénete, y con veinte y seis
banderas tendidas y muchos escopeteros bajaron de la
sierra, y dando grandes alaridos, entraron qu el lugar de
la Calahorra, y sin hallar resistencia, pusieron en liber-
tada los monfís que el alcalde Molina de Mosquera te-
nia presos, y cercaron la fortaleza con mas de tres mil
hombres, y sin perder tiempo comenzaron á combatir-
la, y pasaron tan adelante, que horadando unas paredes
del rebellín, entraron animosamente por ellas, y se lle-
varon el ganado y los bagajes que allí había sin que los
cristianos se lo pudiesen defender Este cerco duró tres
días peleando siempre, aunque desde lejos, con los ar-
cabuces y escopetas. Y el alcaide Juan de la Torre en
este tiempo mandó hacer ahumadas de dia, y de noche
almenaras, y tiró algunas piezas de artillería para que
la ciudad de Guadix, que está tres leguas de allí el rio
abajo, le socorriese. La ciudad lo entendió luego, y se
juntó para tratar del socorro ; y aunque hubo diferen-
tes pareceres en el cabildo, Pedro Arias de Avila, que era
corregidor, se arrimó á los mas animosos, y con tre-
cientos infantes y sesenta caballos que pudo juntar, y los
caballeros y ciudadanos nobles, de que siempre estuvo
adornada aquella ciudad, con mas ánimo que fuerzas, por
ser tan pocos en comparación de los enemigos, partió de
Guadix á 8 días del mes de enero, y el mesmo diallegó
H-i.
225
á la Calahorra. Por otra parte, los moros, viendo ir el
socorro, dejaron atrás sus estancias, y haciéndose to-
dos un tropel , salieron al encuentro en el cuchillo de
un cerro donde está puesta la fortaleza, para defender
á los nuestros la entrada de aquel camino que traían;
lugar á su parecer seguro por ser áspero y no poderle
hollar caballos ; mas no lo era, por tener á las espaldas
un torreón de la fortaleza , de donde los descubrían y
tiraban con los arcabuces y con algunos esmeriles. Allí
aguardaron que llegase la gente de la ciudad, y mien-
tras los arcabuceros peleaban con los de la vanguardia,
los que estaban descubiertos á la ofensa de la torre
desampararon el sitio que tenían, y desordenándoselos
unos y los otros, como gente mal plática, dieron todos
confusamente á huir la vuelta de la sierra, por donde los
caballos no los pudiesen seguir. Un golpe dellos entró
por el lugar, y poniendo fuego á las casas, quemaron la
iglesia ; otros se acogieron á una sierra que está fron-
tero de la fortaleza á la parte de la Alpujarra, y se pu-
sieron encobro, no sinmucho daño, porque los caballos
y algunos soldados que pudieron seguirlos mataron mas
de ciento y cincuenta inoros, y hirieron muchos mas.
Con esta vitoria quedó la fortaleza descercada , y Pedro
Arias de Avila volvió alegre y vitorioso á Guadix, don-
de fué muy bien recebido; y por si los moros tornasen
á cercar la fortaleza, dejó dentro al capitán Mellado con
algunos arcabuceros y cantidad de municioQ.
CAPITULO VIL
De las diligencias que el conde de Tendilla hizo para proveer
de bastimentos el campo del Marques su padre.
Luego como el marqués de Mondéjar partió de Gra-
nada, el conde de Tendilla, á cuyo cargo había quedado
la provisión de las cosas de la guerra, envió á las villas
de la jurísdícion de aquella ciudad por quinientos hom-
bres de guerra, y los metió en la fortaleza de la Alham-
bra, porque había poca gente dentro; y para que el
campo estuviese bien proveído de bastimentos , demás
de los que iban con las escoltas ordinarias, proveyó dos
cosas importantes y muy necesarias. Repartió los luga-
res de la Vega en siete partidos, y mandóles que cada
uno tuviese cuidado de llevar diez mil panes amasados
de á dos Hbras al campo el dia que le tocase de la se-
mana, y que los vendiesen á como pudiesen, sin que se
les pusiese tasa en el precio, por manera que acu-
diendo cada día diez mil panes al campo , estaba sufi-
cientemente proveído. La otra fué mandar llamar á to-
dos los regatones de la ciudad que trataban en cosas de
bastimentos, y juntándose mas de ciento dellos, les
mandó que según el trato de cada uno llevasen al campo
tocino, queso, pescado, vino y legumbres, y otras cosas
de provisión, y para que con mas voluntad lo hiciesen,
hizo prestarles seis mil ducados por cuatro meses, y les
dio licencia para que pudiesen traer de retorno lo que
les pareciese , sin que incurriesen en pena de contra-
bando, porque había orden que los que se viniesen del
campo con despojos, los desbalijasen y castigasen. Con
esto y con lo que hallaban los soldados en los lugares
por donde iban, estuvo el campo bien proveído.
13
226
LUIS DEL MARMOL CARVAJAL.
CAPITULO VIII.
Cómo se mandó alojar la gente de guerra que acudía á Granada
en las casas de los moriscos, y el sentimiento que dello hicie-
ron.
Acudía ya á mas andar la gente de las ciudades y vi-
llas de la Andalucía que el marqués de Mondéjar ha-
bía enviado á apercebir, y la ciudad de Granada se iba
hinchendo de soldados y de caballeros particulares que
venían á hallarse en la jornada á su costa ; y el Conde
de Tendilla, cuidadoso de su cargo, no hallando mejor
orden para poderlos regalar y entretener, mandó que
los alojasen en las casas de los moriscos, donde les die-
sen camas y de comer el tiempo que allí estuviesen , y
á los que no querían comer en sus posadas, les mandaba
dar sus contribuciones en dinero, ordenando á los pa-
gadores que venían con ellos que guardasen el dinero
que traían para adelante, porque deteniendo en la ciu-
dad solamente las compañías necesarias para la guardia
della, todas las dem᧠enviaba luego al campo del mar-
qués de Mondéjar. Este alojamiento, que comenzó á 9
días del mes de enero, era la cosa que mas temían los
moriscos, y la mas grave opresión que se les podía ha-
cer, y ansí lo sintieron extrañamente , no tanto por la
costa que seles hacía, como por ser muy celosos de sus
mujeres y hijas, y amigos de su regalo. Y sintiendo ya su
desventura en casa, acudieron luego los principales del
Albaicin con su procurador general almesmo conde de
Tendilla, y viendo el poco remedio que lesdaba, acudie-
ron al presidente don Pedro de Deza, y le significaron con
muchas razones los inconvenientes que de aquel aloja-
miento se seguían, diciendo que se continuasen las
guardas que al principio se habían puesto en el Albai-
cin , y si pareciese necesario, se acrecentasen otras á
costa de los moriscos, y que la otra gente de guerra que
venia de fuera de la ciudad la alojasen en las iglesias
y en casas yermas, como lo había hecho el marqués de
Mondéjar, y que los moriscos por sus parroquias les
llevarían camas y de comer. Parecíéndole pues al Pre-
sidente que se podría hacerlo que decían, mandó á Jorge
de Baeza que fuese al conde de Tendilla y le dijese lo
que los moriscos le habían diclio^ y la orden que daban
en el alojamiento de la gente de guerra, y que le parecía
que debía tomarse el menor inconveniente, teniendo
consideración á lo de adelante , para que aquel aloja-
miento se pudiese conservar , como era razón que se
conservase, pues los negocios de la guerra se alargaban.
Con este recaudo fué Jorge de Baeza al conde de Ten-
dilla, acompañado de aquellos moriscos, los cuales con
palabras de humildad le representaron el agravio que
se les hacía, poniéndole nuevos inconvenientes por de-
lante, como era la poca seguridad de sus mujeres y hi-
jas, y aun de sus personas y haciendas , si maliciosa-
mente tocando alguna arma falsa de noche, les robaban
las casas; todo lo cual cesaba con mandarlos aposentar,
como se había hecho hasta allí. Mas el conde de Ten-
dilla les respondió que la gente de guerra había de es-
tar alojada en casas pobladas , y no yermas ; y que los
soldados habían de ser regalados y muy bien tratados,
porque no se fuesen ; y se les había de dar posadas y
contribuciones, pues no había orden de poderlos entrete-
ner de otra manera ; que al servicio de su majestad con-
venia que los moriscos no tuviesen libertad de poder
meter moros de fuera ni hacer juntas secretas en sus
casas, sino que estuviesen los soldados siempre delante
para que viesen y entendiesen lo que decían y hacían
diez mil moriscos que había en el Albaicin para poder
tomar armas; y que sí alguna desorden hiciesen, en
tal caso lo remediaria castigando á los culpados; y con
esta respuesta los despidió bien descontentos y tristes,
y de allí adelante se alojó toda la gente de guerra en las
casas pobladas , donde fué poca parte el castigo para
que la licencia militar no soltase la rienda con mas cu-
dicia y menos honestidad de lo que aquí podriamos de-
cir. Pasó este negocio tan adelante, que muchos moris-
cos, afrentados y gastados, se arrepintieron por no ha-
ber tomado las armas cuando Abenfarax los llamaba, y
otros enviaron á decir á Aben Humeya que mientras el
marqués de Mondéjar estaba fuera de Granada se acer-
case por la parte de la sierra con alguna cantidad de
gente, y se irian con él. El conde de Tendilla en este
tiempo, usando de la preeminencia decapitan general,
y viendo la necesidad que había de gente de ordenanza,
nombró siete capitanes y les díó sus condulas para que
la hiciesen. Hizo comisario y sargento mayor á Lorenzo
de Avila, que ya estaba sano de las heridas que le die-
ron enDúrcal, mandándole que se alojase en el Albai-
cin para reparar las desórdenes de los soldados. No mu-
cho después mandó su majestad irá Granada á don An-
tonio de Luna, señor de Fuentídueña, y á don Juan de
Mendoza Sarmiento , para las cosas que ocurriesen de
la guerra, y el conde de Tendilla díó cargo de la gente
de guerra de á pié y de á caballo que se alojase en los
lugaresdelaVegaádon Antonio de Luna, y á don Juan
de Mendoza dejó en Granada, hasta que después fué con
orden al campo, estando ya de vuelta en órgíba > como
se dirá en su lugar.
CAPITULO IX.
Cómo nuestro campo ocupó el paso de Tablate.
Teniendo ya el marqués de Mondéjar suficiente nú-
mero de gente con que pasar á la Alpujarra, domingo
por la mañana, á 9 dias del mes de enero, partió del lu-
gar de Dúrcal con todo el campo puesto en sus orde-
nanzas, la vuelta del lugar de Tablate, donde se habían
juntado los rebeldes, creyendo poderle defender el paso
que allí hay, y tenían recogidos tres mil y quinientos
hombres con Gironcíllo, Anacoz y el Randatí, sus capi-
tanes, y con otros sediciosos y malos, respetados, no
por prátíca de cosas de guerra ni por autoridad de
personas, sino por sacrilegios y crueldades que habían
hecho en este levantamiento. Aquella noche se alojó el
marqués de Mondéjar en el lugar del Chite, dos leguas
de Dúrcal , que estaba despoblado, y el campo estuvo
puesto en arma , por ser el lugar dispuesto para cual-
quiera acometimiento; y el lunes bien de mañana ca-
minó la vuelta de Tablate , donde sabía que le aguar-
daban los enemigos. Este lugar es pequeño de hasta
cien vecinos, aunque nombrado estos días por la rota
de don Diego de Quesada , y por el paso de una puen-
te, por donde se atraviesa un hondo y dificultoso bar-
ranco, que con igual hondura y aspereza, sin dar en-
trada por otra parte en mas de cuatro leguas arriba y
abajo de la puente , atraviesa desde encima del lugar de
Acequia hasta el rio de Melejíx. Los moros tenían des-
baratada la puente de manera, que no podían pasar ca-
ballos ni aun peones sin grandísima dificultad y pe-
REBELIÓN Y CASTIGO DE LOS MORISCOS DE GRANADA.
ligro , porque solamente habían dejado unos maderos
viejos, (Jue debieron ser estantes de la cimbra, al un
lado, y sobre ellos un poco de pared taij^ angosta, que
apenas pedia ir por ella un liombre suelto ; y aun este
poco paso que para ellos liabian dejado, ofreciéndoseles
necesidad de pasar, le tenían descavado y solapado -por
los cimientos de manera, que si cargase mas de una
persona fuese abajo ; y era tan grande la hondura del
barranco por esta parte , que mirando desde arriba des-
vanecía la cabeza y quitaba la vista de los ojos. El mar-
qués deMondéjar iba muy bien apercebido, aunque uo
avisado de la rotura de la puente ; llevaba la gente pues-
ta en escuadrón , sus mangas de arcabuceros á los lados»
y los corredores delante descubriendo el campo. Con
esta orden llegó la vanguardia á unos visos que descu-
bren el lugar y la puente que está antes de llegar á él.
Luego se descubrieron los moros que estaban de la otra
parte, y muchas banderas blancas y coloradas que cam-
peaban por los cerros con aparencia de querer defender
el paso. El Marqués, mandando que las mangas de los
arcabuceros se adelantasen , dejó la caballería en bata-
lla, y pasó á la vanguardia, para que los animosos sol-
dados lo fuesen mas con la presencia de su capitán ge-
neral ; y llegando al barranco y á la puente , los tirado-
res de entrambas partes comenzaron á tirar: los mo-
ros no pudieron resistir la furia de nuestras pelotas, y
se arredraron, teniendo entendido que no habia hom-
bre tan animoso que osase acometer á pasarla desbara-
tada puente, que tenian por bastante defensa contra
nuestro campo ; mas un bendito fraile de la orden del
seráfico padre san Francisco , llamado fray Cristóbal
de Molina, con un crucifijo en la mano izquierda y la
espada desnuda en la derecha , los hábitos cogidos en
la cinta , y una rodela echada á las espaldas, invocando
el poderoso nombre de Jesús, llegó al peligroso paso, y
se metió determinadamente por él ; y haciendo camino,
no sin grandísimo trabajo y peligro, estribando á veces
en las puntas de los maderos ó estantes de la cimbra,
y á veces en las piedras y en los terrones que se le des-
moronaban debajo de los pies, pasó á la parte de los
enemigos, que aguardaban con atención cuando le ve-
rían caer. Siguiéronle luego dos animosos soldados,
aunque el uno con ínfelíce suceso , ¿lorque faltándole la
tierra y un madero, fué dando vueltas por el aire,
y cuando llegó abajo ya iba hecho pedazos. El otro pa-
só, y tras del otros muchos, no cesando de tirar siem-
pre nuestros arcabuceros ni los moros , que estaban de
mampuesto en un cercano cerro sobre la puente : fi-
nalmente cargó nuestra gente de manera, que los mo-
ros fueron retirándose, cediendo al riguroso ímpetu de
los que reconocían ser suya la vítoría. Ganada la puente
y el lugar con poco daño nuestro y mucho de los mo-
ros , los soldados trajeron maderos y puertas, y con ha-
ces de picas, rama y tierra adobaron la puente de ma-
nera, que pudo pasar aquel dia el carruaje , caballos y
artílleria, y aquella noche se alojó el campo en el lugar.
Cebáronse tanto este dia los arcabuceros de las man-
gas en los enemigos que iban huyendo, que dejando
muertos mas de ciento y cincuenta, fueron siguiéndo-
los hasta llegar al rio que está de la otra parte de Lan-
jaron. Allí reconocieron ser poca gente la que los se-
guía, y revolvieron sobre ellos con grandes alaridos, y
los apretaron tanto, que se hubieron de retirar á las
227
casas del lugar; y no se teniendo por seguros en él, to-
maron algunas vasijas con agua y cosas de comer que
hallaron , y se fueron á guarecer en los antiguos edifi-
cios de un castillo despoblado, puesto sobre una alta
peña, donde solía en otro tiempo ser la fortaleza del
lugar , por sí fuese menester defenderse entre los cai-
dos muros mientras nuestro campo llegaba. En este
tiempo el marqués de Mondéjar, alegre con la vítoría,
no tanto por las muertes de los enemigos , como por
haber ocupado aquel paso, que pudiera quedar famoso
en aquel dia con su muerte, sí no acertara á llevar un
peto fuerte , que resistió la pelota de una escopeta , que
le venía á dar por los pechos , porque no sucediese al-
guna desgracia á los arcabuceros que iban delante, que
le aguase el buen suceso, envió un diligente soldado,
con su anillo, á que dijese al capitán Caícedo Maldo-
nado, vecino de Granada , que iba con ellos, que se re-
tírase luego , y mandó al capitán Luis Maldonado que
con cuatrocientos arcabuceros le asegurase el camino.
Y como se acercase la noche, los moros, enemigos de
pelear en aquella hora, se retiraron á las sierras,. y
nuestra gente toda se recogió á su alojamiento.
CAPITULO X.
Cómo nuestro campo pasó á Lanjaron , y de allí á Órgiba,
y socorrió la torre.
Toda aquella noche estuvo nuestro campo en Tabla-
te con muchas centinelas por los cerros al derredor, por
ser sitio dispuesto para poder hacerlos enemigos cual-
quier acometimiento ; y otro dia, martes 1 1 de enero,
dejando el marqués de Mondéjar en aquel presidio una
compañía de infantería de la villa de Porcuna, cuyo
capitán era Pedro de Arroyo, para que la gente y las es-
coltas pudiesen ir y venir seguramente , caminó la vuel-
ta de Lanjaron, que está legua y media mas adelante,
en el camino de Órgiba. Este dia tuvo nuestra gente
algunas escaramuzas ligeras con los enemigos, que
viendo marchar el campo, bajaron de las sierras, y ten-
taron de hacer algunos acometimientos en la vanguar-
dia; mas luego se retiraron hacia una sierra que está
á la parte de levante del lugar en el proprio camino
real, donde se habían juntado muchos dellos con pro-
pósito de defender un paso áspero y dificultoso por
donde de necesidad habia de pasar nuestro campo el
siguiente dia. Teníanle fortalecido con reparos de pie-
dras y peñas sueltas , puestas en las cumbres y en las
laderas que venían á dar sobre el camino , para echarlas
rodando sobre los cristianos cuando fuesen subiendo
la cuesta arriba. El marqués de Mondéjar llevaba tanto
deseo de socorrer la torre de órgiba, que no quisiera
detenerse aquel dia; mas húbolo de hacer, porque lle-
gó la retaguardia tarde, y llovía y hacía el tiempo tra-
bajoso ; y demás desto, no estaba determinado si pasa-
ría adelante con la gente que llevaba, ó si esperaría que
llegase la otra que venia de las ciudades. Estuvo allí
aquella noche á vista de los enemigos, que teniendo
ocupado el paso con grandes fuegos por aquellos cer-
ros, no hacían sino tocar sus atabalejos, dulzainas y ja-
becas, haciendo algazaras para atemorizar nuestros
cristianos , que con grandísimo recato estuvieron todos
con las armas en las manos. Al cuarto del alba llegó á
la tienda de don Alonso de Granada Venegas un sol-
dado que venia de la torre de órgiba , y dio nueva como
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LUIS DEL MARMOL CARVAJAL.
los cercados se defendían. Otro dia miércoles, antes
que amaneciese, mandó el marqués de Mondéjar á don
Francisco de Mendoza, su hijo, que con cien caballos y
docientos infantes arcabuceros subiese una ladera ar-
riba, donde habia una sola senda áspera y muy fragosa,
y fuese á tomar las espaldas á los enemigos , llevando
algunos gastadores con picos y bazadones que la alla-
nasen, porque se entendió que puestos en lo alto, baila-
rían disposición en la tierra para poderla bollar. Y sien-
do el dia claro, partió el campo, yendo los escuadrones
proporcionados y bien ordenados, conforme á la dispo-
sición de la tierra, y dos mangas de arcabuceros delan-
te, que por las cordilleras de los cerros de una parte y
otra del camino que bacia el campo, iban ocupando
siempre las cumbres altas. Desta manera fué caminan-
do nuestra gente la vuelta del enemigo, que estuvo un
rato suspenso entre miedo y vergüenza , no se deter-
minando si pelearla , ó si, dejando pasar á nuestro cam-
po, le seria mas seguro romperle las escoltas y necesi-
tarle con hambre; mas aun esto no supieron hacer los
bárbaros ignorantes, porque en viendo que los caballos
habían subido con la escuridad de la noche por donde
apenas entendían que pudiera andar gente de á pié, en-
tendiendo que no Iiabria sierra , por áspera que fuese,
que no hollasen, perdieron la esperanza de lo uno y de
lo otro , y determinaron de tentar otra fortuna retirán-
dose á la aspereza de las sierras , donde no les pudiese
enojar la caballería; mas no lo pudieron hacer tan
presto , que dejasen de recebir daño de los que ya les
iban en el alcance ; y dejando el paso y el camino deso-
cupado, pasó nuestro campo á Orgiba, y aquella tarde
se alojó en el lugar de Albacete con grande alegría de
todos, mayormente de los cercados, que habían estado
diez y siete dias peleando noche y día con grandísimo
trabajo y peligro. Habíales faltado ya el bastimento, y
si no fuera por algunos moros padres y maridos de las
mujeres que el alcaide habia metido en la torre, que
secretamente le habían dado agua y otras cosas de co-
mer, poniéndolo de noche en parte que los cristianos
lo pudiesen recoger, hubieran perecido muchos de
hambre. También les habían traído munición de Motril,
que les hubiera faltado sí un animoso soldado natural
de órgiba , llamado Juan López , no se aventurara á ir
por ella ; el cual aprovechándose de la lengua árabe, en
que era muy ladino , y del hábito de los moros, salió á
media noche secretamente de la torre, y pasando por
medio de su campo , fué á la villa de Motril y trajo un
gran zurrón de pólvora y cantidad de plomo y cuer-
da á cuestas , con que se defendieron de aquellos lo-
bos rabiosos ciento y sesenta almas cristianas, y entre
los otros, cinco sacerdotes. El marqués de Mondéjar dio
muchas gracias á Dios por tan buen suceso, y despachó
luego correo con la nueva, que no fué menos bien re-
cebida que la de Tablate. Y parecíéndole tener suficien-
te número de gente para allanar la tierra, escribió á
don Francisco Hurtado de Mendoza, conde de Monta-
gudo , asistente de Sevilla, que no le envíase la gente de
aquella ciudad ni la de la milicia de Sevilla, Gibraltar,
Carmona, Utrera y Jerez, que ya se habia juntado para
hacer la jornada. Esta carta llegó estando en Alcalá de
Guadayra, y con él Juan Gutiérrez Tello, alférez mayor
de Sevilla , con dos mil infantes arcabuceros con que
servia la ciudad á su costa; y Gonzalo Argote de Molina,
alférez mayor de la milicia de la Andalucía, con los ca-
pitanes y gente della. Luego despidió el Conde* los dos
mil arcabuceros de Sevilla, y mandó á Gonzalo Argote
que con la gente de la milicia fuese á embarcarse en
las galeras del cargo de don Sancho de Leiva , para
guarnición dellas; de cuya causa no acudió la gente de
Sevilla mientras el marqués de Mondéjar estuvo en
campaña, hasta que adelante se le envió nueva orden
para que la enviase, como se dirá en su lugar.
CAPITULO XL
Cómo el marqués de Mondéjar pasó á la taa de Poqueira y la ganó.
Siendo avisado el marqués de Mondéjar por algunas
espías como Aben Humeya y Aben Joubor juntaban
á gran priesa los moros de la Alpujarra y los que se ha-
blan retirado del paso de Lanjaron para defender la
entrada de la taa de Poqueira, aunque llevaba la gente
fatigada del camino , otro dia de mañana , que fué jue-
ves á 13 dias del mes de enero, salió de Albacete de
órgiba , dejando de presidio en aquel lugar al capitán
Luis Maldonado con cuatrocientos soldados, para que
recogiese los bastimentos y municiones que viniesen de
Granada, y los fuese enviando al campo. Llevaba el
marqués de Mondéjar su campo copioso de gente muy
lucida y bien armada, porque habían llegado á él mu-
chos caballeros , que dejando sus casas, iban á servir á
su costa, deseosos de hacer ejemplar castigo en aque-
llos rebeldes por los sacrilegios que hablan cometido;
y crecíales cada hora mas el deseo con ver los incendios
y crueldades que hallaban por los lugares do pasaban.
Sacó la infantería en tres escuadrones y la caballería
á los lados, de manera que podía salir y acometer sin
turbar las ordenanzas : las mangas de los arcabuceros
iban de un cabo y de otro ocupando las cumbres, y de-
lante iban las cuadrillas de la gente del campo suelta
descubriendo la tierra. Desta manera caminaba nuestro
campo con paso lento y reposado, cuando llegaron á él
cuatro caballeros veinticuatros de Córdoba con cuatro
compañías de gente de aquella ciudad , las dos de ca-
ballería y las dos de infantería , que enviaba el conde
de Tendilla desde Granada. De las primeras eran capi-
tanes don Pedro Ruiz de Aguayo y Andrés Ponce, y de
las otras dos Cosme de Armenta y don Francisco de
Simancas. Con esta gente holgó el marqués de Mondé-
jar mucho, y fué prosiguiendo su camino; mas aunque
entendían todos que su intento era ir á echar los mo-
ros de aquellos lugares fuertes donde se habían me-
tido, su fin no era por entonces otro sino tomar un si-
tio fuerte y acomodado para su alojamiento cerca de
los lugares de aquella taa, donde le parecía poder estar
con seguridad y poder ser proveído de vituallas , como
sí estuviera en Albacete de Órgiba, y desde allí turbar
á los enemigos con correrías , porque para la entrada
de aquella tierra le parecía convenir mayor número de
gente. Habiendo pues caminado las escuadras tres
cuartos de legua , y llegado á un llano que llaman el
Faxar Alí , los moros, que dejando atrás los pasos y lu-
gares fuertes donde estaban, se habían puesto en tres
emboscadas para recebir á nuestro ejército en la an-
gostura de las sierras , cuando les pareció tener bien
tendidas sus redes , salieron á las mangas de los arca-
buceros que iban de vanguardia, y acometieron la que
iba mas alta tan determinadamente , que fué necesario
REBELIÓN Y CASTIGO DE LOS MORISCOS DE GRANADA.
reforzarla con mas DÚmero de gente. Pasando pues el
marqués de Mondéjar adelante para guiar algunos ca-
ballos que se liallaron en la vanguardia, le convino ha-
cer alto , y formar escuadrón á tiro de arcabuz de los
enemigos, y desde allí socorrió á todas partes, porque
cargaban de manera , que en todas era bien menester
socorro. La manga delantera , que llevaba Alvaro Flo-
res, alguacil mayor de la inquisición de Granada, venia
ya retirándose á mas andar, dejando á su capitán con
solos doce ó trece soldados haciendo rostro, cuando don
Francisco de Mendoza, á cuyo cargo iba la caballería,
partió con una banda de caballos en su socorro ; mas
era tan grande la aspereza de la sierra , que cuando
llegó á socorrerle no llevaba mas de cuatro de á caba-
llo consigo ; que los demás no le habian podido seguir.
Con estos hizo rostro , y dando vuelta , puso tanto áni-
• mo á los soldados, que venían medio desbaratados, que
se juntaron con su capitán, y sobreviniéndoles mas
gente de socorro, no solo resistieron el ímpetu de los
enemigos, mas aun los desbarataron y pusieron en hui-
da , subiendo tras dellos por lugares que aun para
huir parecían dificultosos. Lo mesmo hicieron los de
la retaguardia , siendo socorridos por don Alonso de
Cárdenas. Este recuentro fué muy peligroso al princi-
pio, mas después tuvo felice suceso por el mucho va-
lor de los caballeros y de los capitanes que acudieron
al peligro. Salieron heridos don Francisco de Mendoza
de una pedrada que le dio un moro en la rodilla , al
cual mató allí luego, y á don Alonso Portocarrero le
dieron dos saetadas en los muslos. Hubo solo un escu-
dero cristiano muerto, y de los moros murieron mas
de cuatrocientos y cincuenta : los nuestros siguieron el
alcance por donde la aspereza y fragosidad de las sier-
ras les daba lugar. Alvaro Flores, con los soldados que
pudo recoger y algunos caballos, tomó por las cordille-
ras altas, yendo siempre superior á los enemigos, has-
ta llegar al lugar de Bubíon; y hallándole solo, porque
Aben Humeya no osó aguardar en él , entró dentro , y
desde un reducto ó mirador que estaba delante de la
puerta de la iglesia comenzó á capear, llamando nues-
tra gente para que caminase á la vitoria, porque el mar-
qués de Mondéjar , recelando la dificultad del camino,
había juntado á consejo , y estaba parado tratando del
alojamiento que se había de tomar aquella noche; el
cual , como vio el lugar ocupado por los cristianos,
mandó que marchase todo el campo hacia él. Ganá-
ronse las cuatro alearías de aquella taa, sin hallar quien
las defendiese, siendo la disposición de la tierra tan fa-
vorable á los moros , que si tuvieran ánimo de defen-
derla, fuera menester mas tiempo y mayor número de
gente para ganárselas. Llegado el campo á Bubíon, los
soldados subieron en cuadrillas por la sierra arriba, y
captivando muchas mujeres y niños, mataron los hom-
bres que pudieron alcanzar , y les tomaron gran canti-
dad de bagajes cargados de ropa y de seda , que lleva-
ban á esconder por aquellas breñas. Cobraron la de-
seada libertad en Bubíon el vicario Bravo y ciento y
diez mujeres cristianas, que tenían aquellos herejes
captivas. Elsiguiente día, viernes 14 de enero, estuvo el
campo en aquel alojamiento , y desde allí envió eJ mar-
qués de Mondéjar una escolla con los heridos y enfer-
mos á Granada, con orden que á la vuelta acompañase
los bastimentos y municiones que había en órgiba , y
229
envió á dar aviso al capitán Luis Maldonado del cami-
no que pensaba hacer, para que de allí adelante supie-
se por dónde había de encaminar la gente y el basti-
mento que viuie'se al campo. Dijese aquel día misa con
grandísima solenídad , y oyéronla todos los cristianos
con mucha devoción puestos en sus ordenanzas debajo
délas banderas; que cierto era contento verles glori-
ficar al Señor por la vitoria y por la libertad de tantas
almas cristianas como se habian redimido.
CAPULLO XII.
Cómo los moros degollaron la gente que habla quedado
de presidio en Tablate.
Arriba dijimos como el marqués de Mondéjar dejó
de presidio en Tablate al capitán Pedro de Arroyo con
la compañía de infantería de la villa de Porcuna , para
asegurar aquel paso á las escoltas que fuesen de Gra-
nada, con orden que no dejase pasar los soldados que
se iban del campo sin licencia. Pudíendo pues hacer al-
gún reducto donde meterse de noche, y tener su cuer-
po de guardia y centinelas, como es costumbre de gen-
te de guerra , estuvo tan descuidado, que los moros de
la comarca tuvieron lugar de ofenderle á su salvo, por-
que su fin solo era salir al paso á los soldados que se
iban del campo sin licencia, para quitarles por de con-
trabando los ganados, las esclavas y los bagajes que
llevaban. Estando desta manera, el Anacozy Gironcíllo,
que andaban atalayando por aquellos cerros, por ver si
podrían romper alguna escolta , viendo el descuido de
los nuestros, juntaron mil y quinientos moros, y los
acometieron á medía noche por tres partes ; y entran-
do el lugar y la iglesia , degollaron todos los soldados
que allí había, y los despojaron de armas y vestidos y
de todas las cosas que tenían ellos tomadas por de con-
trabando ; y no se teniendo por seguros entre las vi-
les tapias de las casas, se tornaron á subirá la sierra.
Esta nueva llegó á un mesmo tiempo á Granada y al
campo del marqués de Mondéjar, y fué volando á la
corte de su majestad, y con ella se aguó algún tanto la
Vitoria de aquellos días , porque juzgaban los contem-
plativos el daño y el peligro harto mayor de lo que era,
diciendo que había sido ardid de guerra del enemigo
dejar pasar nuestro campo á la Alpujarra, y cortar á
las espaldas el paso por donde les habia de entrar el
bastimento, para necesitarle á que se retirase ó pere-
ciese de hambre. Mas luego cayó esta quimera, yse
supo como Tablate estaba por los cristianos, porque el
marqués de Mondéjar, sabiendo que los moros no ha-
bian osado parar allí , ordenó que la primera compa-
ñía que llegase, quedase en el lugar de presidio; y lle-
gando Juan Alonso de Reínoso con la gente que envia-
ba la ciudad de Andújar , guardó la orden del Marqués
y el paso con mucho cuidado; y hallando á Pedro de Ar-
royo caído entre los muertos con muchas heridas mor-
tales, le hizo curar; mas él estaba tan debilitado , por
haber estado tres días sin refrigerio, que llevándole á
Granada murió en el camino. No se descuidó el conde
de Tendilla en este socorro, porque luego que supo la
rota de Tablate, aquella mesma noche envió á llamar á
don Alvaro Manrique, hijo del conde de Osorno, caba-
llero del hábito de Calatrava , que estaba alojado en
una alearía de la Vega con ochenta caballos y trecien-
tos infantes de las villas de Aguilar. Montilla y Pliego;
230
LUIS DEL MARMOL CARVAJAL.
el cual llegó antes que fuese de dia á la puente Genil,
donde ya el Conde le estaba aguardando con ochocien-
tos infantes y ciento yveinte caballos; y entregándole
toda aquella gente, le envió á poner 'cobro en aquel
paso, con orden que, dejando buena guardia en él , pa-
sase á juntarse con el campo del Marqués su padre; el
cual partió luego, y hallando el lugar desembarazado,
cumplió la orden del Conde, y se fué á juntar con nues-
tro campo en Jubiles. El tiempo nos llama ya á que
volvamos al marqués de los Vélez , que dejamos en el
lugar de Tavernas.
CAPITULO XIII.
Cómo el marqués de los Vélez tuvo orden de su majestad para acu-
dir á lo de Almería, y fué sobre los moros que se habían jun-
tado en Guécija y los desbarató.
Estaba todavía el marqués de los Vélez con su campo
en Tavernas, y á 1 1 de enero, el dia que el marqués de
Mondéjar partió de Tablate, tuvo orden de su majes-
tad , en conformidad de su ofrecimiento, para que con
la gente que tenia junta acudiese á la parte de Almería
por la seguridad de aquella comarca. Túvose por bue-
na esta provisión , por hallarse ya dentro del reino de
Granada con campo formado y recogido á su costa,
aunque no dejaba de parecer que se hacia agravio al
marqués de Mondéjar y á la razón de la guerra, habien-
do en una provincia dos capitanes generales , que nin-
guno dellos quería igual. Hubo muchas personas que
lo atribuyeron á permisión divina, que quiso que con-
viniesen á un mesmo tiempo en esta guerra dos perso-
najes de voluntad tan contrarios, que cuando con equi-
dad uno intercediese por los rebeldes, procurando me-
dios para reducirlos, otro con rigor y aspereza los per-
siguiese; de manera que siendo dignamente castigados,
desocupasen el reino de Granada, donde pudíendo ser
moros encubiertos, mantenían con menor dificultad la
seta de Mahoma. Luego otro dia partió el marqués de
los Vélez de aquel alojamiento en busca de algunos
enemigos; y siendo avisado que los moros de Guécija se
fortalecían en aquel lugar, y que habían soltado las ace-
quias del rio para empantanar los campos , y cortado
gruesos árboles que atravesar en los caminos y vere-
das, y hecho otros impedimentos para que por ninguna
pártelos caballos les pudiesen entrar, enderezó su ca-
mino hacia ellos. Llevaba cinco mil infantes, la mayor
parte arcabuceros y ballesteros, gente ejercitada en los
rebatos de la costa del reino de Murcia y acostumbra-
da á los trabajos de la guerra , y trescientos de á caba-
llo muy bien armados ; y habiendo hecho reconocer el
camino y los impedimentos que los enemigos le habían
puesto , tomó la halda de la sierra un poco alta , por
donde entendió que la podría mejor hollar, y con sus
ordenanzas tendidas caminó la vuelta del lugar, donde
aun todavía se devisaba desde lejos el incendio y ruina
de la torre y del monasterio en que los moros habían
quemado tantos religiosos cristianos. No se mostraron
los moros perezosos en salirle á recebir con dos escua-
drones de gente tan bien ordenados, como lo pudieran
hacer soldados viejos muy prá ticos , y haciendo alto á
vista de nuestro campo , degollaron cruelmente todos
los cristianos captivos que tenían. Era caudillo destos
herejes el Gorri, principal autor de tanta crueldad, el
cual hizo muestra ó representación de batalla; y el Mar-
qués, que con honrosa envidia deseaba hacer hechos
dignos de su nombre , teniendo reconocido el sitio en
que estaban y por donde se le podría entrar, hizo poco
caso dellos; y enviando delante al capitán Andrés de
Mora, sargento mayor, con quinientos arcabuceros por
la halda de la sierra, y en su resguardo á don Diego Fa-
jardo, su hijo, con sesenta caballos, les mandó que los
fuesen entreteniendo con escaramuza mientras llegaba
con el golpe de la gente. El Gorri hizo rostro animosa-
mente y mantuvo un buen rato la pelea ; mas al fin , no
pudíendo resistir la furia de la arcabucería, se comen-
zó á retirar antes que la caballería le cercase; y toman-
do por delante la gente inútil, llevando á las espaldas
nuestros soldados, se encaramó en las peñas de la sier-
ra de ílar que estaba cerca , donde tenía en un reduc-
to de piedras que está en la cumbre de un alto cerro
recogidos los ganados y bastimentos ; y rehaciéndose
en él para tornar á pelear, tampoco le aprovechó nada,
y al fin se metió por las sierras de Fílix. Hubieron li-
bertad este día muchas cristianas captivas que se que-
daron escondidas en las casas del lugar , y otras que
dejaron los moros en las sierras cuando iban huyendo.
El marqués de los Vélez se alojó en campaña , porque
los soldados no entrasen á cargar de despojos y se fue-
sen , cosa muy ordinaria en esta guerra ; aunque fué en
vano su diligencia, porque luego se comenzaron á des-
mandar en cuadrillas por los lugares del Boloduí y del
condado de Marchena, y cargados de ropa, yendo bien
proveídos de esclavas y de bagajes, se volvían á sus ca-
sas ; y así, hubo de estar el campo en aquel alojamien-
to mas de lo que el General quisiera.
CAPITULO XIV.
De una entrada que la gente de Guadix hizo en el marquesado
del Cénete.
Mejor les hubiera sido á las moriscas del Deyre y de
lá Calahorra que sus maridos las hubieran dejado es-
tar quedas en la fortaleza, donde el alcaide las tenía re-
cogidas, que no sacarlas con el engaño que las sacaron;
porque habiéndolas traído algunos días de sierra en
sierra necesitadas de hambre , les fué forzado meterse
en las casas del Deyre, confiadas en la guardia que Je-
rónimo el Maleh les hacía con la gente del marquesa-
do, ó como después nos dijeron algunas dellas, en la
palabra que Juan de la Torre les había dado, díciéndo-
les que se asegurasen en sus casas , porque no recibi-
rían daño. Sea como fuere , Pedro Arias de Avila, cor-
regidor de Guadix , fué avisado como el lugar estaba
lleno de mujeres, y que había con ellas gente de guer-
ra, y con parecer del cabildo acordó de ir á dar sobre
él. No lo pudo hacer tan secreto, que los moros dejasen
de ser avisados por los moriscos de paces que moraban
en aquella ciudad. Juntando pues toda la gente de á
pié y de á caballo, salió de Guadix sábado, 13 días del
mes de enero, y á gran priesa fué la vuelta de la sierra,
recelándose de algún aviso ; y con todo eso , cuando
llegó á vista del Deyre ya los moros y moras iban hu-
yendo la sierra arriba. Adelantáronse don Hernando
de Barradas, don Juan de Saavedra, don Cristóbal de
Benavides , don Pedro de la Cueva y Hernán Valle de
Palacios, Lázaro de Fonseca, y otros caballeros y ciu-
dadanos , que por todos fueron catorce de á caballo,
para alcanzarlos antes que encumbrasen el puerto de la
REBELIÓN Y CASTIGO DE LOS MORISCOS DE GRANADA.
Havaha ; ios cuales, dejando atrás las mujeres y baga-
jes que iban alcanzando, subieron la sierra arriba bas-
ta llegar á un llano que se hace en la cumbre alta del
puerto. Allí habla reparado el Maleh con tres banderas
y un golpe de gente armada para hacer rostro, mien-
tras se ponían en cobro las mujeres y los bagajes ; el
cual resistió á nuestros caballos, y cargando animosa-
mente sobre ellos, los hubiera puesto en aprieto, si en
la mayor necesidad no les acudiera el doctor Fonseca
con cuarenta arcabuceros. Viendo los moros este so-
corro y otros que iban llegando, comenzaron á reti-
rarse, no del todo huyendo, sino haciendo vueltas so-
bre nuestra gente , y en una montañeta se entretuvie-
ron mas de media hora peleando , hasta que del todo
fueron desbaratados y puestos en huida , dejando de
los suyos mas de cuatrocientos hombres muertos y dos
mil almas captivas entre mujeres y niños, y mil baga-
jes cargados de ropa. Esta fué una de las mejores pre-
sas que se hicieron en esta guerra y con menos peli-
gro; con la cual Pedro Arias de Avila volvió muy con-
tento á Guadix, y los moros quedaron bien lastimados.
CAPITULO XV.
Cómo el marqués de Mondéjar pasó á Pitres deFerreira,y de una
plática que don Hernando el Zagucr hizo á los alzados.
El mesmo dia que Pedro Arias de Avila hizo la en-
trada en el marquesado del Cénete , partió el marqués
de Mondéjar de la taa de Poqueira , para ir en segui-
miento de Aben Humeya y del Zaguer, que tuvo nueva
se iban retirando la vuelta de Pitres de Ferreira; y de-
jando el camino derecho, tomó la cordillera alta de una
sierra que se hace entre estas dos taas, llevando la ar-
tillería y los bagajes, no sin grandísimo trabajo, por ha-
cer el tiempo áspero de frío y estar las sierras cubier-
tas de nieve. Mas entrando en la taa de Ferreira, no
halló enemigos con quien pelear; y lo que hubo nota-
ble en este camino fué que^ pasando por junto al lugar
de Pórtugos, se vio un gran humo que salía de la igle-
sia, y era que unos cristianos captivos, queriéndolos
matar sus amos, se habían recogido y hecho fuertes en
la torre del campanario , y los herejes le habían puesto
fuego para quemarlos dentro. Luego sospechó el Mar-
qués lo que debía ser, y mandó á don Luís de Córdoba
y á don Alonso de Granada Venegas que con doscien-
tos infantes y cincuenta caballos fuesen á ver qué era;
los cuales llegaron á la iglesia sin impedimento , por-
que los moros se habían ido huyendo en viéndolos aso-
mar. Contáronnos estos caballeros como llegaron á la
iglesia, y entrando dentro, hallaron cinco mujeres cris-
tianas muertas de heridas, tendidas por aquel suelo, y
en la peaña del altar mayor un niño que parecía de
hasta tres años , las manecítas atadas con un cordel y
un puñal metido por el lado izquierdo, y la sangre tan
fresca, que aun no estaba resfriada, y los ojitos abier-
tos mirando tan tiernamente hacia el cíelo, que pare-
cía quejarse a su Criador del bárbaro sacrificio que de
sus tiernos miembrecitos habían hecho aquellos here-
jes ; y era tanta la hermosura del blanco y colorado
rostro , que en la tierra mostraba bien el reposo con
que el alma, libre de los temores desta guerra , glorifi-
caba entre los ángeles al Señor; y que viendo aquel es-
pectáculo de crueldad, movidos á compasión, les crecía
igualmente tanta ira, que no vían la hora de tomar la
231
venganza por sus manos, diciendo contra aquellos rús-
ticos : «¡Oh herejes descreídos! ¡No osáis aguardar á pe-
lear con los hombres, que decís haberos ofendido, y
como viles y cobardes tomáis venganza en las mujeres
y en los niños, ensuciando vuestras viles y torpes espa-
das en su inocente sangre!» Había el fuego consumido
una parte de los edificios de la torre, y sí tardara el
socorro un poco mas , se acabara de quemar ; mas los
cristianos se habían metido en parte donde aun no los
calentaba la llama, y uno dellos fué tan grande su de-
terminación con el deseo de la libertad, que en viendo
llegar nuestra gente , sin buscar la puerta por donde
salir, se arrojó de la torre abajo, y no pudiendo las fla-
cas canillas de las piernas sustentar la carga del pesa-
do cuerpo , se quebraron entrambas , y todavía fué re-
cogido por los soldados y llevado á las ancas de un ca-
ballo, y puesto con los demás en libertad. En este tiem-
po caminaba nuestra gente la vuelta de Pitres, lugar
principal de aquella taa, el cual habían dejado los mo-
ros despoblado , y en la iglesia estaban ciento y cin-
cuenta cristianas captivas, que fueron puestas en liber-
tad , no habiendo consentido Miguel de Herrera , al-
guacil de aquel lugar, que losmonfís y gandules las mata-
sen. Había entre estos algunos hombres nobles de buen
entendimiento, á quien parecían mallas crueldades que
se hacían , y ver que los alpujarreños perseverasen en
el levantamiento viendo que los del Albaícín se estaban
quedos, cargándoles la culpa , y aun pidiendo que fue-
sen castigados con rigor ; y estos tales, por echar de sí
la furia de la guerra , atribuyendo el mal á los sedicio-
sos y á la ignorancia de aquellos pueblos, no deseaban
mas que la paz y quietud desús casas, y así hacían algu-
nas obras que entendían serles provechosas algún día.
El que hacia mas instancia en que la tierra se apacigua-
se era don Hernando el Zaguer, á quien Aben Humeya
había hecho su capitán general; el cual, viendo que los
moros se liabian retirado del paso de Lanjaron, y des-
pués de Poqueira, sin dar batalla á nuestro campo, y
conociendo su perdición , juntó los alguaciles y hom-
bres principales de las taas que tenia por amigos , y
queriéndoles persuadir á que , pues no eran poderosos
contra su majestad , buscasen algún buen medio para
que los perdonase, les hizo una plática desta manera:
«No sé cómo poderos decir, hermanos míos, el poco
cuidado que tenemos de nuestra salud. Si no podemos
hacer tanto como seria menester en favor de nuestras
casas, mujeres y hijos, siendo, como querríamos ser,
defensores de nuestra libertad, ¿por qué no seguiremos
el consejo de los cuerdos, cediendo á la contraría for-
tuna, que tan enemiga se nos muestra, pues los que pu-
dieran ser mas poderosos que nosotros y que nos po-
nían mas confianza, aun no se atrevieron á probarla*
Cuerpos tenían como nosotros los granadinos, y ánimos
para dar y recebir heridas, y la mesma indignación que
nosotros tenemos; mas no se quisieron arrojar precipi-
tosamente por los despeñaderos de la ira, falta de con-
sideración. Veamos agora, ¿qué nos aprovechará á nos-
otros el sacrificio de nuestra sangre en caso que una y
mas veces seamos vencedores, sí al rey Felipe jamás le
faltarán armas para combatirnos con mayor fuerza
cuanto mas indignado le tuviéremos? Por mejor tengo
irnos á su clemencia y entregarle nuestras armas y
banderas , que realmente son suyas , pidiendo perdón
232 LUIS DEL MARMOL CARVAJAL
de nuestras culpas , pues somos ciertos que nos admi-
tirá , y tanto mejor agora, que la fortuna de la guerra
parece estar algo dudosa , que no perseverar en una li-
viandad tan grande como hemos intentado , agravada
de tantos delitos y excesos como se han hecho, á nues-
tro parecer con justas causas; aunque , si bien lo consi-
deramos , no fueron sino desatinos de gente de poco
entendimiento, que nos sujetamos luego á nuestra vo-
luntad y deseo de venganza. Estemos á cuenta con los
cristianos , que cierto nos la tomarán bien estrecha.
¿Podremos negar que no tenemos agua de baptismo
como ellos? ¿Negaremos que no somos vasallos subdi-
tos naturales del rey Felipe? Pues tampoco podemos
negar sino que la premática que tanto nos ha alboro-
tado fué hecha á buen fin , aunque nos ha parecido
grave. ¿Vosotros no veis que ni somos bien moros ni
bien cristianos? Pues si esto es ansí, cierto es haber
ofendido con este levantamiento á Dios primeramente,
y después á nuestro rey. Las cosas sagradas en cual-
quier parte se deben respetar; nosotros hemos violado
los templos con incendios y destruiciones , robando y
matándolos sacerdotes; queremosobedecerá otro rey,
como si lo hubiéramos de hallar mejor; procuramos so-
corrernos de gente berberisca , so color de ser moros
como ellos : pues sed ciertos que ni podremos susten-
tarnos con otro gobierno , aunque toda África nos fa-
vorezca, ni los berberiscos vernán á favorecernos por
nuestro bien, sino por cudicia de robarnos, porque son
tiranos ejercitados en robos y en latrocinios; y cuando
mas no puedan, se volverán cargados de los despojos
de nuestras casas, dejándonos deshonradas nuestras
mujeres y hijas, como lo han hecho en otras partes.
No plega á Dios que tenga yo en tanto mi vida, que
por calvarla cometa traición á mi nación ni deje de
decir verdad. Esta que llamáis libertad será muy bien
trocada por la paz. No sé qué pensamos sacar de la
guerra, que ni sabemos ponerle el pecho ni volverle las
espaldas, faltos de experiencia, de armas , de caballos,
de navios y de muros donde podernos asegurar, y que
de necesidad habemos de andar de cueva en cueva y
de sierra en sierra , cargados de mujeres y niños y hu-
yendo de la fiereza de la gente española que nos sigue;
y al fin ha de ser la hambre la que nos ha de rendir,
como rindió á Granada y á otras muchas ciudades des-
te reino, cuando aun habia mejor comodidad de poder-
le defender nuestros pasados. Yo sé que el marqués de
Mondéjar nos admitirá en gracia del rey Felipe si acu-
dimos á él con humildad ; y no serán vergonzosas las
condiciones con que nos recibiere quien tan gravemen-
te ha sido ofendido de nuestra parte, aunque haga cas-
tigo ejemplar en algunos de nosotros , y sea yo el pri-
mero; que dichosa me será tal muerte , si con ella pa-
gare las culpas de toda mi nación.» Hasta aquí dijo el
Zaguer ; y aprobando su considerado parecer los ancia-
nos que allí estaban, llamó á Jerónimo de Aponte y Juan
Sánchez de Pina, á quien dijimos que habia salvado las
vidas en Ujíjar, y dándoles parte de lo que tenían acor-
dado, les rogó que fuesen á tratar el negocio de la re-
ducción con el marqués de Mondéjar, y le informasen
del arrepentimiento que tenían los moriscos de la Al-
pujarra, y le suplicasen de su parte intercediese con su
majestad para que perdonase aquel yerro, y se hubiese
piadosamente con aquellos pueblos que humilmente se
querían poner en sus manos ; y que mientras esto se
negociaba, rendirían las armas y las banderas, dándole
una cédula firmada de su nombre, por la cual le ase-
gurase su persona y familia. Con esta embajada, y una
carta del Zaguer para el Marqués, en que se desculpa-
ba de lo hecho y cargaba la culpa á los monfís, partie-
ron Jerónimo de Aponte y Juan Sánchez de Pina de Ju-
biles, y llegaron á Pitres el mesmo dia que entró el
campo , y dieron su recaudo al marqués de Mondéjar;
el cual , para responder á ella y dar orden en enviar las
cristianas á Granada con escolta, por el estorbo que ha-
cían, y poder informarse de los adahdes del campo có-
mo se podría desechar un paso dificultoso que tenía por
delante en el camino de Jubiles, se hubo de detener
en aquel alojamiento el día siguiente. La respuesta quo
dio á Jerónimo de Aponte fué que tornase al Zaguer y
le dijese que, rindiendo las armas y las banderas, como
decía, y dándose llanamente á merced de su majestad,
holgaría de ser su intercesor para que se hubiese mi-
sericordiosamente con ellos ; mas que se resolviesen,
porque no suspendería un solo momento la ejecución
del castigo que llevaba comenzado. Y disimulando la
cédula de seguro que pedia, le despachó luego.
CAPITULO XVf.
Cómo los moros acometieron á entrar en Pitres estando nuestro
campo dentro del lugar.
Está el lugar de Pitres en la falda de la Sierra Nevada
que mira hacía el mediodía, repartido en tres barrios,
poco distantes uno de otro : en el principal está la igle-
sia, y delante della una plaza llana de mediana gran-
deza ; todo lo demás del lugar son cuestas y barrancos,
y al derredor ásperas sierras , aunque fértiles de arbo-
ledas, por la abundancia de fuentes que bajan de los va-
lles. Los moros, que siempre andaban á vista de nuestro
campo con mas ánimo de espantar que de representar
batalla , fuese con propósito de hacer algún efeto con
la ocasión de una cerrada niebla que amaneció el do-
mingo por la mañana , ó porque, como después decían
algunos dellos, entendieron que unas cuadrillas que
el Marqués enviaba á reconocer el camino, era todo el
campo que marchaba , y quisieron guarecerse en las ca-
sas de la tempestad del frío, pareciéndoles que estaban
yermas , bajaron á gran priesa de los cerros , y por dos
partes fueron á meterse en el lugar, y llegaron á él sin
ser sentidos ni vistos por las centinelas : tanta era la es-
curídadde la niebla. Los que entraron por la parte baja
hacia el rio dieron en unas casas algo apartadas, don-
de se habia metido una escuadra de soldados, y hallán-
dolos desapercebidos, los degollaron; solo un mucha-
cho se les fué , que comenzó á dar voces y á tocar ar-
ma por una cuesta arriba, hasta fiegar al cuerpo de
guardia y á la posada del Marqués , el cual se puso luego
á caballo y salió á la plaza de armas ; y sospechando
que debía ser ardid de guerra llamar al enemigo por la
parte baja, para acudir de golpe por arriba y diviilír
desta manera nuestra gente , mandó recoger todas las
compañías en sus cuarteles, y á los caballos que acu-
diesen á la plaza de armas. Ordenó á Juan Ochoa do
Navarrele y á Antonio Flores de Benavides , capita-
nes de la infantería con que servía la ciudad de Baeza,
que con sus compañías se metiesen en el barrio que es-
taba á la parte de levante algo apartado del de la iglc-
REBELIÓN Y CASTIGO DE LOS MORISCOS DE GRANADA.
sia, un gran barranco en medio, por si los enemigos
viniesen á entrar por allí; y no le engañó su sospecha,
porque no eran bien llegados los capitanes al puesto,
cuando los moros, que con las armas teñidas en sangre
subian el barranco arriba , y otros que bajaban de la
sierra , se encontraron con ellos. Peleóse al principio
animosamente de entragibas partes ; mas acudiendo
gente de parte de los moros , aunque menos de la que
parecía con la oscuridad de la fosca niebla , y con la pre-
sencia del peligro los soldados, gente nueva, aflojaron,
y á un tiempo volvieron las espaldas , dejando solos á
suscapitanes. Los enemigos no fueron perezosos ease-
guirlospor un lado del barranco , hasta meterlos en el
barrio principal. A esto acudió luego el Marqués, acom-
pañado de muchos caballeros y capitanes, y reparando
el peligro, hizo que los moros volviesen huyendo por
donde hablan entrado, quedando algunos dellos muer-
tos. Señaláronse este dia doce soldados que se hallaron
en la boca de una calle por donde venia el golpe de los
enemigos, y defendiendo la entrada, mataron y hirie-
ron muchos; quitáronles tres banderas , y sobrevinién-
doles socorro , los hicieron volver huyendo. Una dellas
era un" estandarte de damasco carmesí con Huecos de
seda y oro, que solia ser guión delante del Santísimo Sa-
cramento en üjíjar , y lo traían los herejes por insignia
de su traición y maldad. Retiráronse los enemigos de
Dios a la sierra , viendo lo mal que les iba en el lugar;
y pasando por entre las casas , mataron un pobre atam-
bor que hallaron solo tocando á gran priesa arma con
su caja. Juntándose pues con el golpe de la otra gente,
que aun no se había descubierto, volvieron segunda vez
al lugar para ver si podrían hacer algún efeto; mas lue-
go quebrantaron los rayos del sol aquella niebla y die-
ron claridad al dia de manera, que pudieron ser vistos:
con todo eso, no dejaron de hacer su acometimiento y
de llegar tan adelante, que con las piedras que tiraban
á brazo alcanzaban á la plaza de armas ; mas fué tanto
el efeto que nuestros arcabuces hicieron por esta parte,
que hubieron por bien de retirarse , entendiendo que
cuanto mas aclarase el dia les iría peor, y por la orilla
de la nieve volvieron á su alojamiento. Aquí murieron
dos esforzados soldados, Juan de Isla, sobrino de Al-
varo de Isla, corregidor de Antequera, y Jerónimo de
Avila , vecino de Granada , y otros cuyos nombres no
supimos. No siguió nuesira gente el alcance, por serva
tarde y caer una agua menuda mezclada con nieve,
que impedia el tirar de los arcabuces.
CAPITULO XVII.
C({mo el campo del marqués de Mondéjar partió de Pflres
en seguimiento del enemigo.
El siguiente día, que fué lunes i 7 de enero, partió
el marqués de Mondéjar del alojamiento de Pitres , y
con un temporal recio de agua y nieve , dejando el ca-
mino derecho que iba á Jubiles , tomó la vuelta de Tre-
vélez. No había caminado legua y media , cuando se
descubrió el campo de los moros que iban hacia Jubiles
por la cordillera del cerro de la otra parte del rio , don-
de había estado alojado aquella noche; los cuales en-
tendiendo que nuestra gente hacia el mesmo camino y
que les tomaría la delantera , enviaron seiscientos hom-
bres con tres banderas, que entretuviesen con escara-
muz!\s mientras se adelantaban los demás. Viéndolos
2.r.
venir el marqués de Mondéjar, mandó á los capita)its
Diego de Aranda y Hernán Carrillo de Cuenca que fue-
sen con sus compañías á darles carga. Los moros, pa-
reciéndoles que era poca gente, hicieron rostro, y los
nuestros, aunque hacían muestra de ir hacia ellos, no
se alargaron todo lo que era menester. Entonces el Mar-
qués envió á don Hernando y don Gómez de Agreda,
hermanos , vecinos de Granada, y otros gentileshom-
bres que se hallaron par del , á que reforzasen las dos
compañías con quinientos arcabuceros; mas luego ad-
virtió que era entretenimiento que procuraba el enemi-
go, para tener lugar de ponerse en salvo; y haciéndo-
los retirar , caminó con los escuadrones á paso largo,
enviando delante á los capitanes Gonzalo Chacón y Lo-
renzo de Leiva, y Gonzalo de Alcántara con sus caba-
llos y algunos peones sueltos, á que atajasen el campo
át los moros , que iban á mas andar por aquella loma.
La caballería pasó el rio y ,fué tomando lo alto ; mas
por mucha priesa que los capitanes se dieron , cuando
llegaron arriba ya habían pasado, y solamente pudie-
ron alancear algunos que se quedaron rezagados, y por-
que cerraba la noche , dejaron de seguirlos. Llegó nues-
tro campo á alojarse por bajo del lugar de Trevélez en-
tre unos chaparros, cerca de un alcornocal y del rio, por
la comodidad del agua y de la leña tan necesaria para
guarecer la gente del frío que hacia. Los moros toma-
ron lo alto de la sierra , y no pararon hasta meterse en
la nieve, donde perecieron cantidad de mujeres y de
criaturas de frío , y aun de los cristianos amanecieron
helados á la mañana tres ó cuatro, y algunos caballos
reventaron de comer una maldita yerba que hallaron
por aquellos valles.
CAPITULO XVIII.
Cómo el marqués de Mondéjar pasó al castillo de Jubiles, y los
caudillos de los moros se fueron huyendo sin pelear.
Los moros que iban huyendo delante de nuestro cam-
po fueron á parar aquella noche á Jubiles , donde tenían
recogidas las mujeres y la riqueza de aquellas taas, pen-
sando defenderse en el sitio de aquel castillo antiguo
que dijimos, el cual era asaz fuerte para cualquier ba-
talla de manos. Su intento era entretenerse allí algunos
días, mientras se trataba de medios de paz , porque Je-
rónimo Aponte les había dado esperanza dello , por
lo que había entendido en Pitres de la voluntad del
Marqués , aunque el Zaguer y los otros caudillos esta-
ban temerosos de ver que no les había querido dar se-
guro firmado de su nombre , y sospechaban lo que por
ventura llevaban en pensamiento, que haría algún cas-
tigo ejemplar en los autores del rebelión. Dando pues
y tomando sobre este negocio de reducirse, hubo varias
opiniones entre los moros aquella noche. Los malos, á
quien las culpas hacían perder la esperanza del perdón,
decían que degollasen todas las mujeres cristianas que
tenían captivas , y que se pusiesen en defensa y pelea-
sen todo su posible, y cuando mas no pudiesen , deja-
rían el sitio y se meterían por las sierras ; lo cual po-
drían hacer fácilmente, por haber disposición para ello,
á causa de la aspereza dellas , que era tanta, que no la
podrían hollar caballos; y los que no se tenían por tan
culpados, movidos del amor de sus mujeres y hijos,
que veian padecer hambre , frío , cansancio y otras in-
comodidades, con esperanza de poder tener algún so-
234
LUIS DEL MARMOL CARVAJAL.
siego en sus casas, arrimándose ala opinión del Zaguer,
no quisieron que las matasen ; antes pensando apla-
car, con ponerlas en libertad, la indignación de los
cristianos, las sacaron aquella mesma noche de las cue-
vas donde las tenian metidas en el castillo, y les dije-
ron que se fuesen á las casas del lugar y esperasen á
sus parientes , que llegarían presto. Hubo muchas mo-
ras que las recogieron en sus casas y las acariciaron, á
íin de que ellas las favoreciesen cuando los soldados
entrasen. Siendo pues informado el marqués deMondé-
jar del camino que el enemigo habia hecho aquella no-
che , el martes , 18 días del mes de enero, bien de ma-
ñana levantó el campo , y caminó la vuelta de Jubiles.
No habia bien entrado por aquella taa , cuando jlegó
Jerónimo de Aponte , y con él Juan Sánchez de Pina , y
le dieron otra carta del Zaguer , en que repetía lo de
la primera, pidiendo todavía un seguro por escríto para
su persona y la de Aben Humeya. Estos cristianos re-
lirieron al Marqués la voluntad que aquellos moros
mostraban tener, y lo que habian tratado en sus jun-
tas, y cómo habian defendido que los monfís no mata-
sen las cristianas, certificándole que ellos habian sido
la principal causa del mal que se habia hecho en los
templos y en los sacerdotes y en los vecinos cristia-
nos , y procurando descargar al Zaguer y á Aben Hu-
meya. El cual les respondió que volviesen á ellos, y les
dijesen que se viniesen luego á rendir , porque él los
admitirla , y á todos los que se viniesen con ellos , co-
mo se lo habia dicho en Pitres; mas que entendiesen
que no les habia de dar una sola hora de tiempo , disi-
mulando lo del seguro por escrito ; y sospechando que
era todo entretenimiento para sacar la ropa y las muje-
res que allí tenian , mandó marchar mas apriesa la gen-
te. Vueltos los dos cristianos con la respuesta, los cau-
dillos moros no se satisficieron nada della ; y recogien-
do la gente de guerra y algunas cosas de precio que pu-
dieron llevar, dejando orden que hiciesen todos lo mis-
mo, dejaron el castillo y se fueron por las sierras hacia
Bérchul. El marqués deMondéjar, llegando cerca del
lugar , hizo alto con los escuadrones, y envió á reco-
nocerle á Gonzalo de Alcántara con algunos caballos,
mandándole que no dejase entrar los soldados en las ca-
sas , porque no se desmandasen á robar y sucediese al-
guna desgracia. No tardó mucho que volvieron los dos
cristianos, y dijeron al Marqués como los dos caudillos
y toda la gente de guerra se habian ido la vuelta de Bér-
chul y de Cádiar , y con ellos la mayor parte de las mu-
jeres, y que quedaban como quinientos hombres en el
castillo, viejos y impedidos, y muchas moras que no se
habian podido ir. Luego mandó marchar hacia el lugar,
y junto á unas peñas que están cerca de las casas á la
parte alta hacia poniente , salieron á recebirie las cris-
tianas captivas con un piadoso llanto verdaderamente
digno de compasión ; las mas dellas llevaban sus hijitos
en los brazos , y otros algo mayores que las seguían por
sus pies , y todas con las cabezas descubiertas y los ca-
bellos tendidos por los hombros , y los rostros y los pe-
chos bañados de lágrimas, que entre gozo y tristeza
destilaban desús ojos. No habia consuelo que bastase
consolarlas viendo nuestros cristianos, y acordándose
de los maridos , hermanos , padres y hijos que delante
de sus ojos les habian sido muertos con tanta crueldad,
y dando voces, decían : «No tomen, señores, á vida
hombre ni mujer de aquestos herejes, que tan malos han
sido y tanto mal nos han hecho , y sobre todos nues-
tros trabajos nos persuadían á que renegásemos de la fe
con ruegos y amenazas.» El Marqués se enterneció de
ver aquellas pobres mujeres tan lastimadas , y consolán-
dolas lo mejor que pudo, hizo que se apartasen á un
cabo , y envió gente á tomar los pasos por donde le
pareció que tenian la retirada los moros, á unas partes
peones y á otras caballos, conforme al sitio y disposi-
ción de la tierra, y con el golpe de los soldados caminó
la vuelta del castillo.
CAPITULO XIX.
Cómo el beneficiado Torrijos, y con él muchos alguaciles déla
Alpujarra, vinieron á nuestro campo á tratar de reducir la tierra.
Aun no habian llegado nuestras gentes á ocupar el
castillo de Jubiles, cuando el beneficiado Torrijos, y
con él Miguel Abenzaba, alguacil de Valor, y otros
diez y seis alguaciles de los principales de la Alpujarra,
llegaron á tratar de medios de paz con el marqués de
Mondéjar. Este Torrijos, como atrás dijimos, era bene-
ficiado de Darrícal , y tan querido de un morisco del
linaje de los antiguos alguaciles de Ujíjar, llamado An-
drés Alguacil, que muchos creyeron ser su hijo; su ma-
dre era morisca ; el cual y todos sus parientes por su
respeto le favorecieron en este levantamiento , para que
los monfís no le matasen. Y porque se entienda su his-
toria mejor , que no fué la menos memorable, haremos
aquí una breve digresión della. Dicho queda en el ca-
pítulo del levantamiento de la taa de Ujíjar como un
morisco su amigo le sacó de la torre donde se habia
metido, y le escondió en una cueva de la sierra de Gá-
dor. Teniéndole pues en la cueva, fué avisado Andrés
Alguacil dello, y le llevó á Ujíjar á su casa, donde le
tuvo algunos días , y allí le fueron á hablar el Zaguer
y el Partal y otros , que le aseguraron la vida ; y mien-
tras estos y Miguel de Rojas, suegro de Aben Humeya,
estuvieron en el pueblo no tuvo de qué temer ; mas
después que se fueron , y entraron otros no tan ami-
gos, Andrés Alguacil lo llevó al lugar de Nechitecon
intento de enviarie una noche á Guadix. Sucedió pues
que en la hora que le habían de llevar hizo tan gran
tempestad y cayó tanta nieve, que no se pudo atrave-
sar la sierra; y después llegó allugar Abenfarax, que
andaba haciendo las crueldades dichas; y sabiendo que
estaba allí, hizo pregonar que, so pena de la vida, nin-
gún moro le encubriese , ni á otro cristiano , y que ma-
nifestasen luego el dinero , plata , oro y joyas que les
hubiesen tomado , como lo hacia en todos los lugares
donde llegaba. Díjéronle como Torrijos estaba malo en
la cama, y que tenia seguro de Aben Humeya y del Za-
guer; y con todo eso aprovechara poco, si cuatro mil
ducados que llevaba en dineros y plata labrada no apla-
caran la ira del tirano, poniéndoselos en las manos; y
todavía le mató tres criados cristianos y otros dos mo-
citos que se habian librado de la muerte en Ujíjar, y
los tenian sus madres en aquel lugar. Ido Abenfarax,
los amigos de Torrijos le fievaron á Valor á casa de Mi-
guel Abenzaba , hombre cuerdo y de los mas ricos del
lugar, y allí comenzaron á tratar del negocio de la re-
ducion con él y con otros parientes suyos. Y llevándole
después Andrés Alguacil á Nechite para el mesmo efe-
to , vinieron á verse con él todos los alguaciles que agora
REBELIÓN Y CASTIGO DE LOS MORISCOS DE GRANADA.
le acompañaban, llevándole por intercesor para con el
marqués de Mondéjar , y otros muchos que dejaban
apalabrados ; y trayéndole á la memoria los benelicios
que dellos habia recibido, le rogaron que , apiadán-
dose de aquella tiefra , por cualquier via que pudiese
la procurase remediar, porque conocían muy bien su
perdición, y él les liabia hecho grandes ofrecimientos y
animádolos de su parte. Llegaron á nuestro campo con
unas banderillas blancas en las manos en señal de paz;
y luego que entendió el Marqués á lo que iban , man-
dó que los dejasen llegar á él. Los alguaciles se echa-
ron á sus pies y pidieron misericordia y perdón de sus
culpas, y el beneficiado le dijo quien eran , y como, co-
nociendo el yerro cometido, venian á darse á merced
de su majestad y á ponerse debajo de su protección
y amparo , como lo harian los demás vecinos de sus lu-
gares teniendo seguridad para poderlo hacer; y que
le suplicaban humilmente fuese intercesor con su ma-
jestad para que los perdonase. Estas y otras palabras
de descargo refirió Torrijos al Marqués de parte de los
alguaciles, y él las recibió alegremente, y los aseguró,
y mandó que se tuviese cuenta con que no se les hiciese
mas daño , porque los soldados no podian llevar á pa-
ciencia ver que se tratase de medios con los rebeldes,
maldiciendo á Torrijos y á los que andaban en ello,
como si les quitaran de las manos el premio de una
cierta Vitoria; y cuando otro dia se supo que los admi-
tía, fué tan grande la tristeza en el campo como si
hubieran perdido la jornada.
CAPITULO XX.
Cómo los cristianos ocuparon el castillo de Jubiles , y de la
mortandad que hicieron aquella noche en la gente rendida.
Está el castillo de Jubiles en la cumbre de un cerro
muy alto , arredrado de las casas á la parte de levante ;
y aunque tiene los muros por el suelo, es sitio en que
ios enemigos se pudieran defender si su desconformi-
dad no se lo estorbara. Caminando pues nuestra gente
hacia él, á la media ladera del cerro bajaron tres mo-
ros ancianos con bandera de paz delante ; y siendo ase-
gurados para poder llegar , dijeron al marqués de Mon-
déjar como los caudillos con la gente de guerra se ha-
bían ido huyendo, y que ellos por sí y por los que
dentro del castillo estaban, le suplicaban los quisiese
recibir á merced. Entonces mandó á don Alonso de
Cárdenas, y á don Luis de Córdoba, y á don Rodrigo
de Vivero y á otros caballeros, que se adelantasen y
se apoderasen del castillo y de lo que hallasen en él ;
los cuales lo hicieron luego , no sin murmuración de
los soldados , parecíéndoles que lo aplicaría todo para
sí; mas el Marqués les dio á saco todo el mueble, en
que habia ricas cosas de seda, oro, plata y aljófar, de
que cupo la mejor y mayor parte á los que habían ido
delante. Fueron los rendidos trecientos hombres y
dos mil y cíen mujeres; y porque tenia aquel sitio algu-
nas veredas por donde poderse descolgar los que qui-
sieran de parte de noche sin ser vistos , mandó que ba-
jasen los captivos al lugar, y metiendo las mujeres en
la iglesia, pusiesen los hombres por las casas. Estose
comenzó á poner luego por obra; y como el cuerpo de
la iglesia era pequeño , y la gente mucha , de necesidad
hubieron de quedarse fuera mas de mil ánimas en la
placeta que estaba delante de la puerta y en los ban-
23o
cales de unas hazas allí cerca, poniéndoles gente de guer-
ra al derredor. Seria como media noche, cuando un
mal considerado soldado quiso sacar de entre las otras
moras una moza: la mora resistía, y él le tiraba re-
ciamente del brazo para llevarla por fuerza, no le ha-
biendo aprovechado palabras; cuando un moro man-
cebo, que en hábito de mujer la habia siempre acom-
pañado, fuese su hermano ó su esposo ú otro bien
queriente, levantándose en pié, se fué para el soldado,
y con una almarada que llevaba escondida le acometió
animosamente y con tanta determinación, que no so-
lamente la moza, mas aun la espada le quitó de las
manos, y le dio dos heridas con ella ; y ofreciéndose al
sacrificio de la muerte, comenzó á hacer armas contra
otros que cargaron luego sobre él. Apellidóse el cam-
po , diciendo que habia moros armados entre las mu-
jeres, y creció la gente, que acudía de todos los cuarte-
les con tanta confusión, que ninguno sabia dónde le
llamaban las voces , ni se entendían , ni veían por dónde
habían de ir con la escurídad de la noche. Donde el ai-
rado mancebo andaba, acudieron mas soldados, y allí fué
el principio de la crueldad, haciendo malvadas muertes
por sus manos ; y ejecutando sus espadas en las débiles
y flacas mujeres, mataron en un instante cuantas ha-
llaron fuera de la iglesia; y no quedaran con las vidas
las que esta an dentro , sí no cerraran presto las puer-
tas unos criados del Marqués que se habían aposen-
tado en la torre, por ventura para mirar por ellas. Hu-
bo muchos soldados heridos , los mas que se herían
unos á otros , entendiendo los que venían de fuera que
los que martillaban con las espadas eran moros , porque
solamente les alumbraba el centellar del acero y el
relampaguear de la pólvora de los arcabuces en la te-
nebrosa escurídad de la noche ; y estos eran los que ma-
yor estrago hacían, queriendo vengar su sangre en
aquellas cuyas armas eran las lágrimas y dolorosos ge-
midos. En tanta desorden el Capitán General envió á
gran priesa los capitanes Antonio Moreno y Hernando
de Oruña y los sargentos mayores á que pusiesen al-
gún remedio, y todos no fueron parte para ponerlo,
por haberse movido ya todo el campo á manera de mo-
tín, indignados los soldados por un bando que se había
echado aquel dia, en que mandaba el Marqués que no
se tomase ninguna mujer por captiva , porque eran li-
bres. Duró la mortandad hasta que, siendo de dia, los
mesmos soldados se apaciguaron, no hallando mas san-
gre que derramar los que no se podian ver hartos della,
y conociendo otros el yerro grande que se habia he-
cho. Luego comenzó á proceder el licenciado Ostos
deZayas, auditor general, contra los culpados, y ahor-
có tres soldados de los que parecieron serlo por las in-
formaciones. Este mesmodia el Zaguer, que se había
retirado á Bérchul, envió á decir al marqués de Mon-
déjar que se quería reducir ; el cual envió á don Fran-
cisco de Mendoza y á don Alonso de Granada Venegas
con un estandarte de caballos y una compañía de in-
fantería á recoger los que quisiesen venir; mas después
se arrepintió el Zaguer, temiendo que se haría alguu
riguroso castigo en él , y se embreñó en las sierras ; y
don Francisco de Mendoza llevó consigo á su mujer y hi-
jas y familia, y obra de cuarenta cristianas captivas que
estaban con ellas; y con esto se volvió á Jubiles, infor-
mado que Aben Humeya se habia ido á meter en üjíjar.
236
LUIS DEL MARMOL CARVAJAL.
CAPITULO XXI.
Cómo el marqués de Mondéjar comenzó á dar salvaguardia á los
moros reducidos, y envió las cristianas captivas á Granada.
Luego mandó el marqués de Mondéjar dar sus salva-
guardias á los moros reducidos que habían venido con
el beneficiado Torrijos , y les ordenó que fuesen á los
lugares y hiciesen de manera que los vecinos se volvie-
sen á sus casas, no consintiendo que se les hiciese mal
tratamiento, porque otros se animasen viendo el acogi-
miento que se hacia á estos, y el rigor de que se usaba
con los demás que estaban en su pertinacia. Estoque
el General hacia no placía á los capitanes y soldados
enemigos de la paz ni á los que se veían ofendidos de las
tiranías de aquellos rebeldes, pareciéndoles que era
demasiada misericordia la que usaban con ellos ; y quien
mas lo sentia eran las cristianas que habían sido capti-
vas j que con lágrimas y sollozos tristes contaban las
crueldades que habían hecho, los regocijos con que
habían apellidado el nombre y seta de Mahoma, y el es-
carnio y menosprecio con que habían tratado las cosas
de nuestra santa fe delante dellas ; mas todo lo atro-
pellaba el marqués de Mondéjar, entendiendo ser aque-
llo lo que mas convenia. Habiendo pues de pasar el
campo adelante, porque iba en él mucha gente inútil,
envió á Tello de Aguilar con la compañía de caballos
de Ecija y dos compañías de infantería á Granada, con
las cristianas captivas y con los heridos y enfermos.
Detuviéronse seis dias en, el camino, porque iban las
mujeres á pié y eran ochocientas almas. Al entrar de la
ciudad metió la infantería de vanguardia y los caballos
de retaguardia, y ellas en medio á manera de procesión ;
los escuderos les llevaban cada dos niños en ios arzones
y en las ancas de los caballos, y algunos tres, dos en los
brazos y el mayor en las ancas. Salió gran concurso de
gente á verlas entrar por la puerta de Bibarrambla , y
entre alegría y compasión, daban todos infinitas gracias
á Dios, que las había librado de poder de sus enemigos.
Llegándolas á saludar, habla muchas que en queriendo
hablar les faltaban las palabras y el aliento : tan grande
era el cansancio y congoja que llevaban. Había entre
ellas muchas dueñas nobles, apuestas y hermosas don-
cellas, criadas con mucho regalo, que iban desnudas y
descalzas , y tan maltratadas del trabajo del captiverio
y del camino, que no solo quebraban los corazones á
los que las conocían, mas aun á quien ñolas había visto.
Desta manera atravesaron toda la ciudad hasta el mo-
nasterio de Nuestra Señora de la Victoria, que está en-
cima de la puerta de Guadíx, donde llegaron á hacer
oración, y de allí fueron á la fortaleza de la Alhambra á
que las viese la marquesa de Mondéjar. Y volviendo á
las casas del Arzobispo, las que tenían parientes las lle-
varon á sus posadas, y las otras fueron hospedadas con
caridad entre la buena gente , y de limosna se les com-
pró de vestir y de calzar.
CAPITULO XXII.
De la entrada que el marqués de ios Vélez hizo estos dias
contra los moros de Filix.
Estuvo el marqués de los Vélez cinco dias en Gué-
cija, después de haber desbaratado al Gorri, sin deter-
minarse hacia donde iría. Dábale priesa el licenciado
Molina de Mosquera desde la Calahorra que fuese al
n^arquesadodel Cénete, porque seria de mucha impor-
tancia su ida para la seguridad de toda aquella tierra.
Decíanle las espías que los moros tenían dos cuerpos
de gente, uno en Andarax y otro en Fílix , y deseaba ir
á deshacerlos ; y á 1 8 dias del mes de enero, martes, el
mesmo día que el marqués de Mondéjar fué á Jubiles,
partió con su campo de aquel alojamiento, y aquella
noche fué á dormir en lo alto de la sierra de Gádor,
casi á la mitad del camino de Fílix, para dar el miérco-
les, víspera de San Sebastian, sobre él. La nueva de esta
partida llegó luego á Almería , y don García de Vílla-
roel , hombre mañoso y cudícioso de honra, querién-
düie ganar por la mano, salió de la ciudad con setenta
arcabuceros á pié y veinte y cinco hombres de á caba-
llo, y el mesmo día miércoles bien de mañana se puso
en un puerto que está un cuarto de legua de Fílix, á
vista del lugar por donde de necesidad había de entrar
el campo del marqués de los Vélez. Su fin era que los
moros, viéndole asomar, entenderían ser la vanguardia
del campo y huirían, y podría robarle antes que el
Marqués llegase; mas no le sucedió como pensaba,
porque siendo descubierto. Jos moros se pusieron en
arma; y dejando el lugar atrás , tocando sus atabales
y jábecas, salieron á esperarlos puestos en escuadrón
con dos manguillas de escopeteros delante. Primero
enviaron cincuenta hombres sueltos á reconocer, y tras
de ellos otros quinientos á que tomasen un cerro alto,
que está á caballero del puerto ; y para que se enten-
diese que tenían mucho número de gente , hicieron
otro escuadrón de muchachos y mujeres cubiertas con
las capas, sombreros y caperuzas de los hombres, y
puestos al pié del sitio antiguo de un castillejo que allí
había. Viendo pues don García de Villaroel tan gran
número de gente como desde lejos parecía y la orden
con que habían salido , cosa nueva para los de aquella
tierra , entendió que debía de haber turcos ó moros
berberiscos entre ellos ; y teniendo su juego por desen-
tablado, volvió hacía donde iba nuestro campo, por ser
aquel el camino mas seguro para su retirada. No tardó
mucho de verse con el marqués de los Vélez , y dán-
dole cuenta de lo que pasaba, le preguntó sí entendía
que osarían aguardar los enemigos; y diciéndole que
creía que sí, porque tenia aviso que estaba allí el Fu-
tey y el Tezi, y Puerto Carrero el de Jergal, con mas
de tres rail hombres de pelea , y que tenían el lugar
barreado y puesto en defensa, le pidió cincuenta solda-
dos de los que llevaba, hombres sueltos y plátícos en
la tierra; y dándoselos, se volvió aquella noche á la
ciudad de Almería , y el marqués de los Vélez prosi-
guió su camino con los escuadrones muy bien ordena-
dos , mil tiradores delante , la mayor parte dellos ar-
cabuceros, y él con toda la caballería á un lado. Los
moros, que ya se habían vuelto á meter en el lugar,
entendiendo que eran los que habían visto retirar, tor-
naron á salir fuera, y por la mesma orden que la otra
vez aguardaron en medio del camino ; y llegando la
vanguardia á tiro de arcabuz de la suya, se comenzó
una pelea harto mas reñida y porfiada de lo que se pu-
diera pensar, porque los moros se animaban y hacian
todo su posible ; aunque al fin, cuando entendieron que
peleaban contra el campo del marqués de los Vélez, ú
quien los moros de aquella tierra solían llamar luiliz
Arráez el Ha did, que quiere decir diablo cabeza de
hierro, perdieron esperanza de Vitoria. Estando pues
REBELIÓN Y CASTIGO DE LOS MORISCOS DE GRANADA.
la escaramuza trabada, nuestra caballería cargó por un
lado, Y haciendo perder el sitio á los enemigos, que era
asaz fuerte, los llevó retirando hasta las casas del lu-
gar. Allí se tornaron á rehacer y pelearon un rato ; y
siendo arrancados segunda vez, los fué la infantería
siguiendo por la sierra arriba, que está á la parte alta,
hasta encaramarlos en la cumbre, donde habia buena
cantidad de piedras crecidas , que naturaleza puso á
manera de reducto; en las cuales hicieron rostro y co-
menzaron á pelear -de nuevo , mostrando hacer poco
caso del ímpetu de la infantería, por verse libres de los
caballos ; mas los arcabuceros , que fueron de mucho
efeto este día , les entraron valerosamente , y matando
muchos dellos, los desbarataron y pusieron en huida.
Los que cayeron hacia donde estaban los caballos mu-
rieron todos, y los que tomaron lo alto de la sierra se
libraron. Quedaron muertos en los tres recuentros y
en el alcance mas de setecientos moros, y entre ellos
algunas mujeres que pelearon como animosos varones
hasta llegar á herir con las almaradas en las barrigas
de los caballos; y otras, faltándoles piedras que poder
tirar, tomaban puñados de tierra del suelo y los arro-
iaban á los ojos de los cristianos para cegarlos y que
llegasen á perder la vida y la vista juntamente. Murie-
ron peleando el Tezi y Futey, y fué preso un hijo de
Puerto Carrero con dos hermanas doncellas y mucha
cantidad de mujeres. De los cristianos murieron algu-
nos, y hubo mas de cincuenta heridos. Ganóse un rico
despojo de bagajes cargados de ropa y de seda y mu-
cho oro y aljófar, con que los soldados fueron satisfe-
chos de la Vitoria ; aunque su demasiada ganancia fué
dañosa, porque con deseo de ponerla en cobro, dejaron
muchos las banderas y se volvieron á sus casas. Desto
se quejaba después el marqués de los Yélez , diciendo
que al tiempo que mas los habia menester le habían
faltado, y que por esta causa se habia detenido en Fíüx.
proveyendo no se le fuesen los que quedaban. Estando
en este alojamiento le llegó la gente de Murcia, que
hasta entonces no se la habia querido enviar el licen-
ciado Artiaga , juez de residencia de aquella ciudad,
sin que su majestad se lo mandase. Vinieron tres re-
gidores por capitanes, don Juan Pacheco con un estan-
darte de cincuenta caballos, y Alonso Gualtero y Nofre
de Quirós condes compañías de docientos y cincuenta
arcabuceros y ballesteros cada una. Llegaron también
don Pedro Fajardo, hijo de don Alonso Fajardo, señor
de Polope, y don Diego de Quesada, que después de la
rota de Tablate estaba en desgracia del marqués de
Mondéjar, con ochenta soldados arcabuceros y veinte
caballos aventureros que traían de Granada; con los
cuales atravesaron el rio de Aguas Blancas , y por el
marquesado del Cénete y el Boloduí fueron á dar á Fí-
lix , donde los dejaremos agora para volver al otro
campo, que está en Jubiles.
CAPITULO XXIII.
Cómo el campo del marqués de Mondéjar pasó á Cádlary á Ujíjar,
y combatió algunas cuevas donde se habían recogido cantidad
de moros.
El domingo 23 días del mes de enero partió nuestro
campo de Jubiles, y aquel día llegó al lugar de Cádiar,
siu que en el camino hubiese cosa memorable, porque
los moros se habían retirado hacia Ujíjar; y si algunos
237
bajaron de las sierras á escaramuzar, luego se volvieron
á ellas, no osando acometer mas que con alaridos.
Aquella noche, queriéndose don Alonso de Granada Ve-
negas señalar en alguna cosa que fuese grata al mar-
qués de Mondéjar, viendo los tratos que andaban sobre
la reducion, lepidio licencia para escrebir sobre ello á
Aben Humeya, y siéndole concedida, le despachó luego
un moro de los reducidos; mas no llegó la carta á sus
manos esta vez, porque los soldados mataron al men-
sajero que la llevaba, y ansí no tendremos para qué ha-
cer mención de lo que en ella se contenia, en este lugar,
reservándolo para otra que después le escribió. El lu-
nes bien de mañana salió el campo de Cádiar, y en el
camino de Ujíjar se vinieron á reducir algunos moros,
y entre los otros vino Diego López Aben Aboo , primo
de Aben Humeya y sobrino del Zaguer, y trajo consigo
al sacristán de la iglesia de Mecina de Bombaron, don-
de era vecino, para que certiücase al marqués de Mon-
déjar como había defendido que losmonfís no quema-
sen la iglesia, y le habia tenido escondido á él y á su
mujer y hijos en una cueva hasta aquel dra porque no
los matasen. El Marqués holgó mucho con la relación
del sacristán, y loó al moro delante de los otros, di-
ciendo que no todos los de la Alpujarra se habían re-
belado con su voluntad ; y le mandó dar luego una sal-
vaguardia muy favorable para que nadie le enojase, y
pudiese reducir todos los vecinos de aquel lugar y de
fuera del que quisiesen venir al servicio de su majes-
tad. Caminó aquel día nuestra gente la vuelta de Ujíjar
puesta en sus ordenanzas, porque se entendió que ha-
llarían allí el golpe de los enemigos con quien pelear.
Habíase recogido en este lugar Aben Humeya cuando
huyó de Jubiles, y juntando los caudillos de los alzados
para ver lo que debían hacer, trataron de elegir un lu-
gar fuerte, que lo pudiese ser por arte y por naturaleza
de sitio, donde meterse para aguardar á nuestro cam-
po, y probar la fortuna de las armas, defendiendo y
ofendiendo, mientras la gente de los partidos hacia sus
acometimientos á las escoltas que iban á los campos
délos marqueses, que de necesidad habían de estar
divididos. Sobre esta elección hubo pareceres diversos.
Miguel de Rojas y los naturales de Ujíjar querían que
fuese allí, porque andaban ya en tratos sobre las paces,
y decían que Ujíjar era lugar fuerte de sitio, y que con
facilidad se podría hacer mucho mas , y que estando
en medio de la Alpujarra , se podría acudir á todas las
otras partes con brevedad. El Gorri y otros, que aborre-
cían la paz que se compraba con sus cabezas, puessien-
do principales caudillos y autores de la maldad, tenian
por cierto que se había de ejecutar en ellos el rigor de
la justicia, no querían ponerse en parte que pudiesen
ser acorralados ; y teniendo mas confianza en la frago-
sidad de las sierras que en los viles muros y reparos en
que se podían meter, querian irse á Paterna, lugar
puesto en la falda de la sierra entre Ujíjar y Andarax,
donde no podrían ser cercados, y tenían la retirada se-
gura siempre que quisiesen irse; y como Miguel de
Rojas tenia autoridad entre ellos, y era mucha parte en
aquella tierra, atropellando los pareceres, hizo con
Aben Humeya que se resolviese de hacer el fuerte en
Ujíjar, y así se determinó en aquella junta. Mas el Cor-
rí y el Partal y el Seniz le tomaron luego aparte , y entre
temor y malicia le hicieron creer que su suegro le en-
238
LUIS DEL MARMOL CARVAJAL.
ganaba ; y que teniendo trato hecho con el marqués de
Mondéjar, andaba por meterlos á todos en parte donde
los pudiese coger en una red, y quedarse él con el di-
nero y plata que tenia en su poder; y pudo ser que di-
jesen verdad. Finalmente el miedo le hizo mudar pro-
pósito, y se fueron á Paterna; y no contentos con esto,
le indignaron tanto, que sin mas averiguación, violan-
do la ley del parentesco, acordó de matar á su suegro ;
y enviándole á llamar á su casa, le aguardó con una ba-
llesta armada á la puerta , acompañado de los otros
malvados, y errando el tiro , porque el Miguel e Rojas,
en viéndole encarar hacia él, se metió despavorido de-
bajo de la ballesta, y la saeta fué por alto , el Seniz acu-
dió con otro tiro, que le atravesó entrambos muslos, y
luego todos con las espadas le acabaron de matar. De
aquí nacieron grandes enemistades entre los parientes
del muerto y Aben Humeya, el cual repudió luego la
mujer, y juró que no habia de dejar hombre dellos á
vida ; y el mesmo dia del homicidio siguió también á
Diego de Rojas, su cuñado, por unas barranqueras aba-
jo para matarle , y todos los demás parientes suyos y
de los alguaciles de Ujíjar anduvieron de allí adelante
recatados del. Mató á Rafael de Arcos, mancebo de
aquel linaje, y á otros, de donde se recreció tratarle la
muerte á él y dársela , como diremos en su lugar. Vol-
viendo pues á nuestro campo, que iba marchando en
ordenanza la vuelta de Ujíjar, cuando llegó cerca del
lugar halló que los moros se habian ido ; y algunos,
que no habian querido ir á Paterna , no se teniendo
tampoco por seguros en los campos, se habian hecho
fuertes en cuevas que tenían proveídas de bastimentos
para aquel efeto, hechas las bocas y entradas entre ro-
quedos y peñas tajadas tan altas, que no se podia subir
á ellas sin largas escalas. Alojóse nuestro campo en Ují-
jar, con determinación de pasar luego en seguimiento
del enemigo, por no darle lugar á que se pudiese reha-
cer ni fortalecer en ninguna parte ; mas fuéle forzado
al marqués de Mondéjar detenerse , porque fué avisado
que desde algunas de aquellas cuevas, los moros que
estaban metidos dentro , como hombres que el temor
del mal que esperaban los hacia arriscar el peligro, de-
cían palabras contra nuestra santa fe católica, vanaglo-
riándose de que eran moros y querían morir por Ma-
homa. Esto indignó grandemente al marqués de Mon-
déjar, y mucho mas cuando supo que desde una dellas
habian arrojado hacia los cristianos, como por escarnio,
la figura de un Cristo crucificado hecha pedazos, di-
ciendo : «Perros, tomad allá vuestro Dios;» y otras
cosas que no merecían menos que riguroso castigo,
como en efeto se hizo, combatiéndolas y ganándolas
por fuerza de armas, y justiciando á todos los hombres
que hallaron dentro. En una destas cuevas se metieron
dos moros con sus mujeres y hijos y con nueve cris-
tianas captivas, con fin de huir el rigor de los soldados
y darse á partido después ; los cuales se rindieron lue-
go que nuestro campo llegó ; y el Marqués no solamen-
te los admitió, mas se sirvió dellos después para espías,
y aprovecharon mucho en cosas que se ofrecieron. Re-
luciéronse en este alojamiento muchos moros de los
principales, y todos eran admitidos graciosamente, y
se les daban salvaguardias para que se volviesen se-
guramente á sus pueblos. Pero esta humanidad acre-
centaba la ira á los caudillos monfís, porque veían que
cargándoles á ellos toda la culpa, no les dejaban lugar
de perdón; y aun los propríos cristianos, que sabían
poco de la disensión que andaba entre los moros, juz-
gaban que los que se reducían eran compelidos de
necesidad y de miedo, por verse metidos entre dos ejér-
citos enemigos en tiempo que no podían durar mas en
las sierras á causa de los duros frios y grandes nieves
que caían. Desde Ujíjar escribió otra carta don Alonso
de Granada Venegas á Aben Humeya en conformidad
de la primera, diciéndole que le pesaba mucho que un
caballero de su calidad y de tan buen entendimiento
hubiese tomado camino de tan gran perdición para
sí y para toda la nación morisca ; que compadecién-
dose del y de su nobleza , le aconsejaba como amigo
lo remediase con darse llanamente á merced de su
majestad , pues estaba á tiempo de poderlo hacer ;
que le certificaba que hallaría lugar de misericordia,
porque era príncipe tan humano , que no miraría al
yerro , sino al arrepentimiento ; y que dejando aque-
lla quimera vana y odiosa á los oídos de su señor y rey
natural, tomase resolución breve ; que mucho le con-
venia, porque él sabia del marqués de Mondéjar que
le seria buen intercesor. Hasta aquí decía la carta,
la cual fué luego á sus manos , y le tuvo harto suspen-
so y casi determinado á rendirse, si fijando el ánimo
entre temor y esperanza, no le cegara otro suceso que
diremos adelante.
CAPITULO XXIV.
Cómo el campo del marqués de Mondéjar fué á Ifíiza y á Paterna
en busca de los enemigos , y de los tratos que hubo para que
Aben Humeya se redujese.
Avisado el marqués de Mondéjar como los moros es-
taban en Paterna, y que se habian juntado mas de seis
mil hombres, la mayor parte dellos del marquesado del
Cénete, y puéstose en la cuesta de Iñiza, que está me-
dia legua de Paterna, con demostración de querer de-
fender el paso , aunque la subida era áspera y tan difi-
cultosa, que poca gente parecía poderla defender á mu-
cha, quiso ir luego en su demanda antes que se forti-
ficasen mas. Haciendo pues reconocer el sitio del ene-
migo, que tenia dos retiradas, la una á la parte de Sier-
ra Nevada, que no se le podia quitar por tenerla á las es-
paldas y ser de calidad que no la podían hollar caba-
llos, y la otra á la sierra de Gádor hacia la mar, que
para ir á tomarla se habia de atravesar un gran llano
que está entre Paterna y Andarax ; mandó á los capita-
nes Gonzalo Chacón y Lorenzo de Leiva que con sus
estandartes de caballos y trecientos arcabuceros, á
orden del capitán Alvaro Flores, fuesen hacía Codbaa,
que era uno de los lugares ya reducidos, á poner cobro
en las cristianas captivas que allí habia , antes que los
moros de guerra las matasen ó se las llevasen á otra
parte; y haciendo dar municiones y bastimento para
marchar á toda la gente, el miércoles 26 días del mes
de enero partió de Ujíjar con todo el campo puesto en
su ordenanza, aunque le faltaban muchos soldados que
se habían vuelto desde la desorden de Jubiles. Y llegan-
do cerca del lugar de Chirin, que está una legua peque-
ña de Ujíjar, vinieron á él tres moros con una banderi-
lla blanca de paz, y le dieron una carta de Aben Hume-
ya, en que decía que procuraría hacer que los alza-
dos se redujesen, y lo mesmo haría de su persona,
REBELIÓN Y CASTIGO DE LOS MORISCOS DE GRANADA.
dándole tiempo para ello , y que entre tanto que esto
se hacia, no permitiese que pasase el campo adelan-
te, porque alterando la tierra con desórdenes, no se
interrumpiese el negocio de las paces. A esto le res-
pondió el marqués de Mondéjar que lo que liabia de
iiacer y mas le convenia, era abreviar y venirse á
rendir llanamente con la gente, armas y banderas que
tenia consigo, porque los demás cada uno mirarla por
su cabeza; y que haciendo lo que era obligado por su
parte, le seria tan buen tercero, como veria por la
obra; mas que si tardaba en determinarse, entendie-
se que le faltarla lugar de misericordia. Estas pala-
bras, y dos cartas que le escribieron don Luis de Cór-
doba y don Alonso de Granada Venegas, rogándole que
tomase el buen consejo, llevaron los tres moros por
respuesta; mas nuestro campo no por eso dejó de pro-
seguir su camino, yendo -marchando siempre su poco á
poco. No mucho después llegó otro moro con otra carta
del mesmo Aben Humeya en respuesta de la que don
Alonso de Granada Venegas le habla escrito desde Ují-
jar, diciendo que tomarla su consejo y se reduciría,
y que para que hubiese efeto y se tratase de la segu-
ridad que habla de haber, le rogaba diese orden como
se viesen tres á tres. Esta carta mostró kiego don
Alonso Venegas al marqués de Mondéjar , y le suplicó
que no pasase aquella noche el campo de Iñiza, y que
le diese licencia para verse con Aben Humeya como de-
cía; el cual holgó delloy se la dio; y con esto volvió
el moro á Paterna. Llevaba el Marqués determinado de
noparar hasta llegar al enemigo, y con esta novedad
acordó de quedarse en Iñiza; y como para haberse de
alojar el campo fué necesario que las mangas de la ar-
cabucería pasasen delante del alojamiento para hacer
escolta, como es orden de guerra, los moros, que esta-
ban á la mira encima de la cuesta y del camino, puestos
en dos escuadrones de cada tres mil hombres , enten-
dieron que todo el campo iba la vuelta dellos, y mayor-
mente cuando vieron que los arcabuceros cristianos
tomaban lo alto de la sierra hacia donde tenían su reti-
rada. No se habla aun alojado el campo, mas quería el
Marqués volver á tomar alojamiento en el lugar de Iñi-
za , que ya lo habla dejado atrás, cuando la manga de
la mano izquierda, que llevaba el capitán Juan de Lu-
jan y el sargento mayor Pedraza, se encaramó tanto,
que llegó á escaramuzar con el escuadrón de los moros,
que estaban hacia aquella parte; y acudiéndoles otra
arcabucería , les hicieron perder el sitio, y los pusieron
en huida. Sucedió pues que cuando la escaramuza co-
menzó, Aben Humeya acababa de oir la respuesta del
Marqués , y tenia las cartas en las manos, que las abría
ya para leerlas ; y como vio que los cristianos iban la
sierra arriba, y que los suyos huían desvergonzada-
mente, entendiendo que todo lo que don Alonso Vene-
gas trataba era engaño, echó las cartas en el suelo, y
subiendo á gran priesa en un caballo, dejó su familia
atrás, y huyó también la vuelta de la sierra; luego lo
siguió la otra vil gente , procurando cada cual ponerse
en cobro. Nuestras mangas iban ya tan encumbradas
con el suceso de la vitoria, que le fué necesario apre-
surar el paso, y le hicieron dejar el caballo para em-
breñarse á pié por lo mas áspero con solos cinco moros
que le quisieron seguir, uno de los cuales dejarretó el
caballo porque no hubiesen del provecho los cristia-
239
nos. Los demás todos, despertándolos el temor de la
ira, hicieron lo mismo; y los soldados, siguiendo el al-
cance, mataron muchos dellos, y les tomaron gran can-
tidad de mujeres y de bagajes cargados de ropa ; y al-
gunos se adelantaron tanto, que entraron en Paterna,
y captivaron la madre y hermanas de Aben Humeya, y
á su no legítima esposa y á otras muchas moras, y pu-
sieron en libertad mas de ciento y cincuenta cristianas
que'tenian captivas. El Marqués , que todavía quisiera
aguardar á que se dieran á partido, viendo el efeto que
se habla hecho, llegó con su guión hasta unos encina-
res que tenían á caballero el lugar ; y haciendo alio,
mandó que la gente volviese á Iñiza, donde habia de ser
el alojamiento; y el siguiente dia fué á Paterna, sin ha-
llar quien le hiciese estorbo en el camino. Sobre este
alto del encinar que el marqués de Mondéjar hizo , hu-
bo hartas pláticas, como suele acaecer entre los que,
sin saber los desiníos de los superiores , juzgan las co-
sas conforme á sus apetitos. Decían algunos que por
hacer alto se había dejado de acabar la guerra aquel
dia, quitándoles de la mano una cumplida vitoria, y
que detener los soldados había sido que del todo no
diesen cabo de los moros, que de tanta utilidad eran en
aquel reino después de reducidos; y otros que sabían
el fin por que se habia hecho, y la voluntad de su ma-
jestad, que era allanar el reino con el menor daño que
ser pudiese de sus vasallos, con mejor juicio aprobaban
lo que se habia hecho.
CAPITULO XXV.
Cómo partid el campo de Paterna y fué á Andarax, y cdmo sin pa-
sar adelante volvió á Ujijarpara hacer la jornada de las Cua-
jaras.
Estuvo nuestro campo en Paterna aquella noche, don-
de los soldados fueron abundantemente bastecidos de
harina, aceite, queso, carne y cebada, de lo que los mo-
ros dejaron en sus casas, y fué harto menos lo que co-
mieron que lo que desperdiciaron. Otro dia, viernes 28
de enero, se fué á alojar á Lauxar de Andarax, donde es-
taban ya Alvaro Flores y los otros capitanes, menos con-
formes de lo que convenia en semejante ocasión. La
causa de la discordia habia sido cudicia, porque los ca-
pitanes de la caballería quisieran tomar por esclavos
todos los moros y moras que se habían venido á gua-
recer en las casas de los reducidos, diciendo que no se
entendía con ellos la salvaguardia; y Alvaro Flores so
lo habia contradicho con la orden que llevaba del Mar-
qués para conservar los que se hubiesen ya reducido y
todos los que se viniesen á reducir ; el cual mandó que
no tocasen en los unos ni en los otros, sino que los de-
jasen estar libremente en sus casas, sin daríes pesadum-
bre. Cobraron hbertad en estos tres lugares, Codbaa,
Lauxar y el Fondón , mas de trecientas mujeres crís-
tíanas, y los reducidos presentaron al marqués deMon-
déjar un niño, hijo de don Diego de Castilla, señor de
Gor, que le habían captivado en el Boloduí. Estos di-
jeron como la gente que habia huido de Paterna iba
derramada por aquellas sierras , y que sin falta se re-
duciría la mayor parte della , y que á la parte de Ohánez
se habia recogido otra mucha gente, que los mas eran
viejos y mujeres y muchachos, que también se reduci-
rían enviándoselo á requerir. Teniendo pues dada orden
el marqués de Mondéjar á don Francisco de Mendoza y
240
LUIS DEL MARMOL CARVAJAL*
á don Juan de Villaroel, que con mil hombres entre
infantes y caballos partiesen el sábado 29 de enero la
vuelta de Oliánez, después la suspendió, por entender
que se liabia ido de allí la gente de guerra, y que sola-
mente sirviera aquella ida de dar que robar á los sol-
dados y hacer que captivasen gente inútil, que con rús-
tica simpleza no sabian determinarse en lo que hablan
de hacer; y juntando los de su consejo para ver lo que
mas convenia, conforme á las órdenes de su majestad,
se acordó que lo mas seguro para allanar la tierra seria
poner presidios en los lugares reducidos, y particular-
mente en Andarax, Ujíjar, Berja y Pitres de Ferreira, y
que se llevasen alli todos los bastimentos que se pudie-
sen juntar de los otros lugares, y recogiendo á los que
se viniesen á reducir buenamente , hubiese cuadrillas
de soldados hombres del campo que corriesen la tierra
y persiguiesen á los pertinaces. Para este efeto se man-
dó que Alvaro Flores con seiscientos, soldados fuese
luego á la sierra de Gádor, donde dijeron las espías que
andaban muchos moros de los que habían huido de las
rotas del marqués de los Vélez, persuadiendo y estorban-
do á los demás que no se viniesen á reducir, y allanase
aquella tierra. Desde Andarax escribió el marqués de
Mondéjar una carta al marqués de los Vélez, haciéndole
saberlo que se había hecho en aquella guerra. Decíale
como Aben Humeya había sido desbaratado cuatro ve-
ces, que no había osado parar en la Alpujarra, ycon so-
los cincuenta ó sesenta hombres que le seguían an-
daba huyendo de peña en peña , y que entendiendo que
seria de mas importancia poner presidios y enviar mil
hombres sueltos en cuadrillas que deshiciesen algunas
juntas de hombres perdidos que andaban desmanda-
dos, que traer campos formados, habia acordado de lo
hacer ansí; y le avisaba dello para que le enviase su pa-
recer, conformándose con la orden que de su majestad
tenia. Esto todo era á fin de que teniendo el marqués
de los Vélez por acabado el negocio de la guerra con la
reducion, se dejase de proseguir en ella ; el cual res-
pondió después de la de Ohánez bien diferente de lo que
el marqués de Mondéjar pretendía, condescendiendo á
su mesmo efeto, que era acabar él por la vía del rigor la
guerra. Habíanse recogido en este tiempo en los luga-
res de las Cuajaras, que son tierra de Salobreña , mu-
chos moros de los lugares comarcanos á la fama de un
fuerte peñón que está por cima de Cuajara alta, y de
allí salían á correr la tierra, y salteando por los campos
y caminos hacia la parte de Alhama , Guadix y Grana-
da, mataban los caminantes, quemaban las caserías de
los cortijos y llevábanse Jos ganados. Estas y otras cor-
rerías que los moros hacían á diferentes partes indig-
naban grandemente á los ministros de su majestad que
residían en Granada, y á los ciudadanos, pareciéndolcs
que todo lo que decían los moros cerca de la reducion
era fingido, para entretener y asegurar á los cristianos
pues por una parle mostraban quererse reducir, y por
otra salían á hacer robos y salteamientos. Sospechando
pues el marqués de Mondéjar que si se detenia mucho
darían otro dueño á aquel negocio, y aun siendo avi-
sado que el proprío conde de Tendilla, su hijo, quería
salir á hacer aquella jornada, teniendo ya por acabado
lo de aquella parte donde andaba , dio vuelta á Ujíjar,
suspendiendo por entonces el hacer' de los presidios,
hasta tener allanadas los Cuajaras. Cinco dias estuvo en
aquel lugar, dando orden en la jornada que habia de ha-
cer y aligerando el campo de la gente inúlíl , que sola-
mente servia de embarazar los bagajes y comerse los
bastimentos. Entre las otras cosas que proveyó , fué
mandar entregar mil moriscas de las que hablan que-
dado vivas en Jubiles y captivádose después en Pater-
na, á tres alguaciles reducidos que estaban en el campo,
llamados Miguel de Herrera, alguacil de Pitres de Fer-
reira; García el Baba, de Ujíjar, y Andrés el Adrote,
deNechite; las cuales se les entregaron por mano del
beneficiado Torrijos, con orden que las diesen á sus ma-
ridos, padres y hermanos , y les notificasen que las tu-
viesen en depósito para volverlas cada y cuando que les
fuesen pedidas. El viernes vifio á este alojamiento Al-
varo Flores, habiendo corrido la sierra de Gádor y de
Níjar y hecho poco efeto. También llegó el capitán
Juan Rico con trecientos infantes que enviaba el mar-
qués de Gomares á su costa para servir en esta guerra.
CAPÍTULO XXVL
Cómo el marqués de los Vélez partió con su campo liácia lo de
Andarax, y desbarató los moros que se hablan recogido en la
sierra de Ohánez.
Desde i 9 de enero, que el marqués de los Vélez llegó
á Filíx, no mudó el campo ni hizo cosa memorable,
aguardando, según él decía, á que los soldados y caba-
llos se restaurasen del cansancio del camino; hasta que
á 30 del dicho mes se mudó para hacer algún efeto, con
ocasión de una carta de su majestad, en que le avisaba
como los rebelados habían enviado á pedir socorro á
Berbería, y se tenia aviso cierto que para la luna de fe-
brero les vendrían navios de ArgdydeTetuancongente
y municiones, y que convenía que estuviese sobre aviso.
Queriendo pues ir á la sierra de hiox, donde tenía nueva
que había un buen golpe de enemigos que se habían
recogido en compañía de los de Níjar y de los otros lu-
gares de la comarca , fué avisado como don Francisco
de Córdoba , hijo de don Martin de Córdoba, conde de
Alcaudete, que por mandado de su majestad había tres
dias que se había metido en Almería, iba allá con la
gente de tierra y de las galeras del cargo de Gil de An-
drada. Y pareciéndoleque no habia que hacer en aque-
lla parte, por no estar ocioso acordó de ir la vuelta de
Andarax, ó por mejor decir, á Ohánez, donde se habían
juntado aquellos moros que dijimos en el capítulo pre-
cedente, no teniendo aviso, ó disimulándolo, de lo que
el marqués de Mondéjar dejaba hecho. Con este presu-
puesto llegó á Canjáyar, lugar de la laa de Luchar, á 31
días de enero ; y como los corredores que iban delante
volviesen á decirle que en una loma de Sierra Nevada,
cerca del lugar de Ohánez, habían visto gran cantidad
de moros,^iandó enderezar hacia ellos el siguiente día,
víspera de la Purificación de Nuestra Señora. Llevaba
las ordenanzas muy bien repartidas, conforme á la dis-
posición de la tierra, que es áspera; y apartándose obra
de una legua del rio, por laderas y cuestas difíciles de
hollar con caballos, llegó la vanguardia á alcanzar la
retaguardia de los enemigos en otro sitio mas áspero
y mas fragoso del que primero tenían , porque en la
hora que vieron nuestro campo procuraron tomar lo
mas alto de la sierra, echándolas mujeres y bagajes por
delante , y quedándose los hombres de guerra atrás,
obedeciendo á su capitán Tahalí , que animosamente
REBELIÓN Y CASTIGO DE LOS MORISCOS DE GRANADA.
541
hizo rostro, represenlanclo forma de batalla con las ban-
deras tendidas y el sonido de los atabales y dulzainas y
alaridos que atronaban aquellos valles ; el cual los ani-
mó para la pelea con estas razones : «Adelante, valero-
sos hombres y hermanos mios ; que no nos importa
menos el vencer que librar nuestras personas y las de
nuestras mujeres y hijos de muerte y captiverio. Los
que decis que por mi respeto os levantastes, pelead en
esta ocasión; libraréis vuestra causa de culpa, lo que
no podréis hacer siendo vencidos, porque ningún ven-
cido es tenido por justo, quedando por juez della el ven-
cedor enemigo.» No esperaron los animosos bárbaros á
que nuestra gente llegase, favorecidos del sitio ; los cua-
les, tomando ánimo con las palabras que el moro les de-
cía,aunque eran muchos menos y estaban peor armados,
se vinieron á nuestros escuadrones, y los acometieron
por el lado izquierdo, cargando á un mesmo tiempo por
diferentes partes. Era este lugar y sitio donde los moros
se hablan juntado asaz fuerte para poderse defender,
aunque de agüero infelice á su nación, porque alli se
hablan juntado en la rebelión pasada en tiempo de los
Reyes CatóUcos, y siendo cercados y acosados por el
conde de Lerin, hablan perecido de hambre, y por eso
le llamaban el Cosar de Canjáyar, como si dijésemos,
el lugar de la hambre. Serian los moros como dos mil
hombres de pelea , sin la gente inútil, que era mucha ;
mas los nuestros eran cinco mil infantes, los mil y do-
cientos arcabuceros, y mas de ochocientos ballesteros;
los otros iban armados con lanzas, alabardas y espadas
y rodelas, y cuatrocientos caballos muy bien en orden.
Con esta gente resistió el marqués de los Vélez el ím-
petu de los enemigos, que fué muy grande , y subiendo
de abajo para arriba, se trabó una reñida y sangrienta
pelea, en la cual comenzó nuestra vanguardia á aflojar,
porque los moros peleaban con tiros, saetas y piedras
tan determinadamente, que sin temor holgaban de tro-
car sus vidas con muerte de los que tenian delante. Con-
vino que el marqués de los Vélez acudiese personal-
mente al peligro común, acompañado de muchos caba-
lleros, gente valerosa, con los cuales socorrió y reparó
la flaqueza de los suyos , acometiendo á los enemigos
por el lado derecho ; y peleando con ellos y con la as-
pereza de la tierra que no menor resistencia le hacia,
los desbarató y puso en huida, y apretó de manera, que
no les dejó lugar de rehacerse, siguiendo el alcance mas
de una legua la sierra arriba, por donde parecía impo-
sible poder subir con los caballos. Murieron este dia mil
moros, y perdieron muchas banderas , y fueron capti-
vas mil y seiscientas almas entre mujeres y niños; y el
despojo de bagajes cargados de ropas y joyas de precio,
y de ganados, fué muy grande. Cobraron libertad treinta
cristianas que llevaban captivas, habiendo degollado
con bárbara crueldad el día antes otras veinte, y entre
ellas algunas doncellas hermosas y nobles, que las pro-
prias moras las habían hecho matar y vítuperádolas
con mil géneros de vituperios^ mas no quedaron sin
castigo, porque los soldados mataron algunas en la pe-
lea y otras en el alcance, que, aunque moras, hacían
lástima por ser mujeres; la cual se convirtió en ira luego
que se entendió la maldad que habían hecho. Los mo-
ros que escaparon desta rota, unos se embreñaron por
las sierras, otros se metieron en unas cuevas muy fuer-
tes que están sobre aquel rio, y allí se pusieron en de-
H-i.
fensa, y todos los que fueron presos, no habiendo osado
morir peleando, fiteron ahorcados. Cristianos hubo al-
gunos muertos y muchos heridos de arcabuz y de sae-
tas con yerba , y otros de pedradas y de cuchilladas, y
peligraron hartos dellos. Habida esta vítoria , se alojó
nuestro campo en Ohánez, donde fué otro día celebrada
la fiesta de la gloriosa Virgen Señora nuestra con gran
solenidad, yendo el marqués de los Vélez y todos los ca-
balleros y capitanes en la procesión armados de todas
sus armas, con velas de cera blanca en las manos , que
se las habían enviado para aquel dia desde su casa , y
todas las cristianas en medio vestidas de azul y blanco,
que por ser colores aplicadas á nuestra Señora , mandó
el marqués que las vistiesen de aquella manera á su
costa. Anduvo la procesión por entre las escuadras ar-
madas, que le hicieron muy hermosas salvas de arca-
bucería , y entró en la iglesia cantando los clérigos y
frailes del ejército el cántico de Te Deum laudamus, y
glorificando al Señor en aquel lugar donde los herejes
le habían blasfemado. Desta vítoria concibió luego el
marqués de los Vélez que sí el marqués de Mondéjar,
lio queriendo gastar mas tiempo en la Alpujarra , se sa-
lía della, así por tener la gente y los caballos fatigados
del largo y fragoso camino por donde había andado,
como por parecerle que estaba ya todo acabado, po-
dría entrar él con cualquiera ocasión con su campo, que
estaba descansado y brioso con el refresco de Ohánez,
y hacerse dueño del negocio de aquella guerra para aca-
barla por su mano ; y al finio consiguió, aunque no desta
vez, porque se fueron la mayor parte de los soldados
con los despojos, y hubo de levantar su campo de Ohá-
nez y volver por la taa de Marcbena á Terque , donde
estuvo muchos días suspenso, hasta que después pasó
á Borja ; y con este intento escribió al marqués de Mon-
déjar en respuesta de la de Andarax , diciendo que los
moros que habían huido de la rota de Ohánez eran mu-
chos , y que le parecía ser necesario mas que cuadri-
llas para deshacerlos, y que hiciese por su parte lo que
pudiese, porque ansí haría él de la suya.
CAPITULO XXVII.
Cómo don Francisco de Córdoba fué sobre el faerto
de la sierra de Inox.
Estando el campo del marqués de los Vélez en Fí-
lix, don Francisco de Córdoba entró en Almería , y fué
avisado como Francisco López, alguacil de Tavernas,
y otros habían fortalecido un fuerte peñón que está so-
bre el lugar de Inox, y metídose dentro con las muje-
res y muchos bastimentos, y que estaban con ellos mo-
ros de Berbería y turcos, que habían venido aquellos
días en unas fustas, no enviados por sus reyes , sino
aventureros ; los cuales hablan prendido poco antes
una espía que enviaba don García de Villaroel , y dá-
dole cruel muerte, espetado en un asador de hierro.
Queriendo pues hacer esta jornada, y parecíéndole que
había poca gente en la ciudad para poder llevar y dejar,
escribió al marqués de los Vélez á Fílix, que le enviase
alguna, conforme á la orden que de su majestad tenia
para ello; porque cuando se mandó á don Francisco de
Córdoba que fuese á meterse en Almería , y se le en-
comendó la guardia de aquella ciudad, se le avisó que
el marqués de los Vélez tenía orden para proveerle de
gente y de todo lo que hubiese menester; mas él no le
16
2í2
respondió sí ni no. Y viendo don Francisco de Córdo-
ba que tenia mal nícaudo en él, desbuchó un correo á
Pedro Arias do Avila, corregidor de Gnadix , y aun avi-
só ú su majestad como aquellos alzados aguardaban
por lloras doce bajeles con setecientos turcos , y le en-
vió una carta árabe que un moro escribía á un morisco
de Almería , en que le decia que Aben Humeya había
despachado dos moros para Argel pidiendo socorro.
Estos despuchos partieron de Almería á 28 de enero
en la noche, y otro dia de mañana llego á la playa Gil
de Andrada con nueve galeras y cantidad de bastimen-
tos y municiones para provisión de la ciudad; y dándole
parte don Francisco de Córdoba del negocio de Inox,
le pidió trecientos soldados para con ellos y la gente
de la ciudad hacer la jornada ; el cual se los dio, y por
cabodellos á don Juan Zanoguera , aunque difineron
ol principio sobre la manera como se había de repartir
la presa y sacar el quinto y diezmo della ; que por
nuestros pecados en esta era reinaba tanto la cudicia,
que escurecía la gloría de las Vitorias; mas al fin se
conrormaron en que se hiciese dos partes della , y que
la una llevase la gente de tierra, y la otra la de la mar,
sacando primero el quinto y el diezmo para el Capitán
General. Luego se apercibieron de todo lo necesario
para el camino, y aquella mesma tarde partieron de
Almería, pensando hacer el efeto amaneciendo otro
dia sobre Inox , y volver á la noche á la ciudad ; mas
no fué posible, porque la guia los llevó rodeando, y
cuando llegaron á vista de los enemigos, eran las nue-
ve horas de la mañana, domingo 30 días del mes de
enero. Este peñón tiene la entrada tan dificultosa y
áspera , que parece cosa imposible poderlo expugnar,
habiendo quien le defienda ; y tiene otra montaña enci-
ma del , de donde procede , que la fortalece por aquella
parte , donde hace una bajada fragosísima de peñas y
piedras , que no tiene mas de una angosta senda para
subir ó bajar de la una parte á la otra ; y como nues-
tros capitanes vieron los moros puestos en sitios tan
fuertes, juntándose aconsejo, trataron lo que se debria
hacer, y hubo entre ellos diferentes pareceres. A los
que parecía que habría dilación, se les representaba
haber dejado la ciudad y las galeras en peligro , y á esto
añadían otras muchas razones, que al parecer eran su-
ficientes para dejar la jornada y volver á poner cobro
en lo uno y en lo otro ; mas al fin se resolvieron y con-
formaron en que se difiriese el acometimiento del
fuerte hasta otro dia, por ser tarde y parecerles que
era bien comenzar desde la mañana. Y porque no que-
dase diligencia por hacer, don Francisco de Córdoba,
queriendo entender el intento de los moros , y si se re-
ducirían sin pelear, les envió & apercebir con un moris-
co de paces , diciendo que si se quietaban y se volvían
á sus casas , dejando las armas y dándose ú merced de
su majestad , los favorecería para que no fuesen mal-
tratados. Mas los bárbaros, mal confiados ysospecho-
sos, teniendo por consejo poco seguro el de su enemi-
go, y pareciéndoles que el morisco iba con aquel acha-
que á espiar y ver la fortificación que tenían hecha, le
prendieron y hicieron morir empalado, poniéndole en
una alta peña á vista de nuestra gente. Había amane-
cido este dia claro y sereno, ycomo hacia la tarde car-
gasen nublados con tempestad de agua y vientos, los
soldados, que por ir ó la ligera no llevaban canas ni
LUIS DEL MARMOL CARVAJAL.
con que abrigarse, después de haber resistido un gran
rato, esperando que pasasen unos turbiones tras de
otros, se fueron á guarecer en las casas del lugar de
Inox. No habían aun acabado de entrar dentro, cuan-
do á gran priesa se tocó arma, porque vieron venir de-
rechos á las mesmas casas un tropel de moros, que con
ser el tiempo fosco, representaban mayor número de
gente de laque era; los cuales no pasaban de treinta
hombres, y venían bien descuidados de que hubiese
cristianos en aquel pueblo, huyendo de los soldados
del campo del marqués de Mondéjar ; y acercándose
adonde andaban tres hombres desmandados , antes de
reconocidos, les mataron uno de los compañeros; y co-
mo reconocieron el peligro , volvieron las espaldas la
vuelta de la sierra. Don García de Villaroel los siguió,
aunque tarde y de espacio, y el efeto que hizo fué re-
coger dos cristianas doncellas, hijas de un vecino de
Almería, y un hijo del gobernador de Boloduí , quejle-
vaban cautivos. Este día, con toda la tempestad que
hacia, mandó don Francisco de Córdoba que fuesen los
bagajes á la ciudad por bastimentos , y don García de
Villaroel con docientos arcabuceros de su compañía
les hizo escolta, hasta ponerlos un cuarto de legua de
allí, donde está un paso que necesariamente habian de
pasar los enemigos queriendo atravesar de su fuerte al
camino de Almería ; y viendo andar en un barranco
que está hacia el fuerte, cantidad de ganado con unos
pastores, envió á Julián de Pereda con ocho soldados,
que recogieron parte dello; con que la gente satisfizo á
la necesidad humana aquella noche. Otro dia de ma-
ñana , sospechando que los moros querrían restaurar
aquella pérdida , dando en los bagajes cuando volvie-
sen cargados de bastimentos, don García de Villaroel
se puso en el mismo paso con sesenta arcabuceros y
veinte caballos; y cuando los bagajes hubieron pasado
al campo, queriendo él reconocer las fuerzas del ene-
migo y entender si tenia mucha escopetería, y qué
turcos había, pasó el barranco, y mandó á dos cabos de
escuadra que con cada doce soldados tomasen dos ve-
redas fragosas , por donde los moros podían bajar del
peñón hacia el mediodía, que era la parte donde él es-
taba , porque no tenían otra bajada por donde poderle
acometer, sino era con mucho rodeo. Puso á Julián de
Pereda con la otra infantería docientos pasos atrás ,
cerca de donde hizo alto con la caballería, para dudes
calor y orden de lo que habian de hacer. Los moros ba-
jaron luego de su fuerte, dando grandes alarídos; y
siendo mas de quinientos hombres, echaban á rodar
grandes peñas sobre los nuestros , que estaban libres
de aquel peligro, cubiertos de dos peñascos muy altos
y derechos, que hacían pasar de vuelo las peñas y pie-
dras sin ofenderlos. Tampoco les podían hacer daño
con los arcabuces y saetas, porque las pelotas pasaban
por alto y las saetas no llegaban; antes eran ellos
ofendidosde la arcabucería, que les tiraba de abajo para
arriba con mas seguridad y mejor puntería. Andando
pues la escaramuza trabada , los moros , que veían su
pleito mal parado , comenzaron á desmayar, y muchos
dellos volvían huyendo hacia el peñón , cuando un ca-
pitán turco llegó en su favor con algunos escopeteros,
y haciendo volverá palos á los que huían de la escara-
muza, cerró determinadamente con los soldados , di-
ciendo á voces : « Eq vano fuera mi venida de África
REBELIÓN Y CASTIGO DE LOS MORISCOS DE GRANADA.
2i3
si pensara que cuatro cristianos se me habian de de-
fender detrás de una piedra, en medio del campo, te-
niendo tanto número de valerosos mancebos alderre-
dor de mí. Ea pues, amigos mios , seguidme ; que con
las cabezas destos pocos que tenemos delante asegura-
remos nuestro partido.» Con estas palabras se anima-
ron, y llegaron con gran determinacioná lossoldadosde
los cabos de escuadra, que aunque eran pocos, defendie-
ron su puesto y les hicieron perder la furia que traian.
No aprovecharon las palabras, las obras, ni las amena-
zas del turco, ni muchos palos y cucliilladas que daba
á los que Imian de nuestra arcabucería, que ya estaba
toda junta, á hacerles que bajase la vil canalla á pelear,
hasta que vieron venir cuatro de á caballo y seis arca-
buceros que don García de Villaroel había enviado á
otro barranco que está á la parte de levante , con mas
dedos mil cabezas de ganado mayor y menor. Enton-
ces movidos mas del interés que por miedo de las bra-
vatas del capitán turco, hicieron un acometimiento tan
determinado, que se entendió que llegaran & las ma-
nos con nuestra gente; val íin , siendo las veredas an-
gostas, y hallándolas ocupadas de la arcabucería , que
los hacia tener á lo largo no cesando de tirar, hubieron
de retirarse con daño. Volvió don García de \ilIaroel
úlnox, y refirió que á su parecer tenían los enemigos
pocos tiradores , y que seria bien acometerlos antes
que les acudiesen de otra parte. Solo habia un incon-
veniente, que era no haber cesado la tempestad del
viento, antes ido en crecimiento ; mas , bien considera-
do, era igualmente fastidioso á los unos y á los otros ; y
así se determinaron los capitanes de subir el miércoles,
dia de la Puriíicacion de nuestra Señora, al peñón , que
fué elmesmodia que el marqués de los Yélez celebró la
tiesta en Obánez. Aquella noche se juntaron á consejo
para la orden que se habia de tener en el combate, y !o
que acordaron fué , que antes que amaneciese partie-
sen don Francisco de Córdoba y don Juan Zanoguera
con la gente de á caballo y parte de la infantería de
vanguardia; y luego don García de Villaroel y don
Juan Ponce de León marchando poco á poco con la
otra gente toda de retaguardia; porque los primeros,
á la hora que encumbrasen el cerro, habían de tomar
un rodeo bacía la parte de levante, donde había mejor
disposición para bajar al peñón y quitar al enemigo la
retirada; por manera que, compasando el camino, lle-
gasen todos á un mesmo tiempo. Y con esta resolución
mandaron dar ración y munición á la gente, y que se
apercibiesen para el combate.
CAPITULO XXVIll.
Ctímo se combatió y ganó el fuerte de la sierra de Inox.
Cesó la tempestad del viento aquella noche, y al
cuarto del alba salió nuestra gente de Inox, dejando
cien soldados en el lugar con dos esmeriles que habian
llevado de Almería , pensando poderse aprovechar
dellos. Allí quedó el bagaje y el ganado ; y toda la otra
gente, que serian seiscientos tiradores, docienlos
hombres de espada sola y cuarenta caballos, puesta en
dos escuadrones, fueron la vuelta del enemigo. La
vanguardia , que llevaba don Francisco de Córdoba ,
comenzó á subir por una vereda áspera y tan angosta,
que con dificultad podían ir por ella mas que un hombre
tras de otro, y coa trabaío, por la grande escuridad que
hacia; el cual fué rodeando hacia Gfiobro, lugar de Al-
mería que está á la parte de levante desta sierra, que,
como dijimos, está á caballero sobre el peñón, donde
tenían los enemigos hecho su alojamiento ; los cuales,
recelando la entrada délos cristianos por aquella parte,
habian puesto su cuerpo de guardia y centinelas en la
cumbre mas alta; y siendo sentidos los que subían con
el ruido que llevaban, comenzaron á saludarlos con las
escopetas. Don Francisco de Córdoba recogió sus sol-
dados lo mejor que pudo, y aunque era de noche, pa^ó
adelante, siguiendo á los adalides del campo que guia-
ban , y fué á ocupar lo alto por el mas conveniente lu-
gar, para bajar por allí á dar en el enemigo, como es-
taba acordado. Don Gjrcía de Villaroel, que llevaba la
retaguardia, aunque oyó los tiros de las escopetas, no
pudo ver con la escuridad lo que la vanguardia bacía;
y dándose priesa á caminar, cuando llegó cerca de unas
peñas altas, halló obra de treinta cristianos que daban
Santiago en unos turcos escopeteros que estaban de-
trás dellas ; y creyendo que eran de los que iban con
él, se adelantó y los fué animando hasta llegará otras
peñas tan altas y fragosas , que le compelieron á dejar
el caballo para subir á ellas. En esto se detuvo tanto
espacio, según lo que después nos decia , que cuando
volvió á juntarse con los treinta cristianos, ya ellos an-
daban á las manos con los turcos ; mas como era la no-
che tan escura, los unos ni los otros sabían qué número
de gente era la que tenían delante, y todos estuvieron
de buen ánimo, hasta que, riendo el alba, los nuestros
se reconocieron y se tuvieron por perdidos, viéndose
tan pocos, opuestos á tan grande número de enemigos,
que pasaban de quinientos hombres entre turcos y mo-
ros los con quien peleaban ; y ellos eran por la mayor
parle clérigos y acólitos de la iglesia mayor de Almería,
y procuradores y papelistas , que ninguno habia sido
soldado, sino era un viejo de mas de sesenta años, na-
tural de Almazarrón, manco de las dos manos. Este
viejo, con el ánimo ejercitado en las armas, se puso de-
lante de todos con un lanzon en la mano y los comenzó
á esforzar como lo pudiera hacer un animoso y fuerte
capitán; y fué bien menester, porque á la mayor parte
de arcabuceros se les habian apagado las mechas, por
estar mal cocidas, cudicia diabólica y tan perjudicial
de los maestros que la hacen , que porque pese mas no
la dejan bien cocer, y aun de los proveedores que se la
compran por mas barata. No se defendían los nuestros
va sino con piedras , y piedras eran las que los ofen-
dían; y era bien menester estirar los brazos y reparar
las cabezas, porque caían sobre ellos como granizo las
que los enemigos les enviaban , cargándolos tan deno-
dadamente, que se tuvieron dos veces por perdidos;
mas defendiólos el bienaventurado apóstol Santiago,
invocando su vitorioso y santo nombre. Estando pues
la pelea suspensa, siendo ya claro el dia, los enemigos
dieron á huir; y sabida la causa, fué porque don Fran-
cisco de Córdoba, peleando con los que le defenditm el
otro paso , los había desbaratado y acudían á juntarse
con los otros hacia el peñón , donde pensaban defen-
derse, por ser sitio mas fuerte. Retirados los moros y
ganada la sierra, nuestros capitanes los fueron siguien-
do hasta el peñón, en el cual hallaron mayor resis-
tencia de la que se pudiera pensar. Allí pelearon los
enemigos como hombres determinados á perder las vi-
244
das por la libertad de sus mujeres y hijos, que tenían
por compañeras en la presencia del peligro; y resis-
tiendo valerosamente el ímpetu de nuestros soldados,
mataron algunos y hirieron mas de docientos de esco-
peta, saeta y piedra. Al alférez Juan de las Eras hirió
un moro de una puñalada ; á don Diego de la Cerda
dieron una mala pedrada en el rostro, y á Julián de
Pereda le hicieron pedazos la bandera entre las manos
y le molieron el cuerpo á pedradas ; y llegó á tanto el
negocio , que los soldados , olvidados de que eran aco-
metedores, sin tener respeto á sus capitanes, volvieron
las espaldas, dejando atrás las banderas, y el estandarte
de caballos á discreción del enemigo ; lo cual todo se
perdiera si Dios no lo remediara , esforzando á los que
pudieron ser parte para detener la gente que se retira-
ba, y para resistir la furia de los enemigos. Estos fue-
ron don Francisco de Córdoba, don Juan Zanoguera,
don García de Villaroel , don Juan Ponce de León, Pe-
dro Martin de Aldana y Juan de Ponte , escudero par-
ticular; los cuales atajando una parte de la gente , so-
corrieron las banderas á tiempo que fué bien menester.
Andando pues los capitanes recogiendo los soldados y
haciéndolos volver á pelear, se acercaron & unas peñas
que estaban á la mano izquierda del peñón , donde les
pareció que habia poca gente , no porque entendiesen
que podian subir por ellas, porque eran muy ásperas,
sino por ver si podrían divertir al enemigo llamándole
hacia aquella parte. Mas sucedióles la ocasión en todo
favorable, porque los moros, no pudiendo creer que pu-
diera subir por allí criatura humana, confiados en la
fragosidad de las peñas, se habían descuidado de poner
en ellas la guardia conveniente ; y cuando pareció á los
capitanes que era tiempo, subieron con tanta presteza,
que no dieron lugar á los enemigos de poderles resis-
tir; los cuales comenzaron luego á desmayar, y dando
libre entrada á nuestra gente, se pusieron en huida,
dejando muertos mas de cuatrocientos hombres de pe-
lea, no sin daño de los cristianos, porque mataron siete
soldados y quedaron heridos mas de trecientos. Murió
peleando valerosamente el capitán de los turcos, lla-
mado Cosali; fué preso Francisco López, alguacil de
Tavernas; captiváronse algunos moros, que don Fran-
cisco de Córdoba dio para las galeras, y dos mil y sete-
cientas mujeres y muchachos ; y fué tanta la ropa , di-
neros, joyas, oro, plata, aljófar y los bastimentos gana-
dos y bagajes, que á la estimación de muchos valió mas
de quinientos mil ducados la presa. Sola una bandera
se tomó á los moros, porque el turco no habia consen-
tido que se arbolase mas que la suya, y aquella habia
tenido siempre arbolada en lugar que los cristianos la
pudiesen ver. Habida esta Vitoria, don Francisco de
Córdoba volvió á Inox, y de allí á Almería, donde fué
alegremente recebido, y se repartió la presa conforme
al concierto : digo que solamente se repartieron las
mujeres y muchachos; que lo demás fuera imposible
traello á partición, y aun desto hubo hartas piezas
hurtadas. Gil de Andrada embarcó su parte y sus sol-
dados, y se fué con las galeras á correr la costa ; mas
entre los capitanes de tierra quedó harta desconformi-
dad sobre el repartir de la suya , y sobre el quinto y
diezmo, de donde vinieron á desgustarse y á darse poco
contento. Llegaron á Almería en 5 días del mes de fe-
brero don Cristóbal de Bena vides, hermano de don
LUIS DEL MARMOL CARVAJAL.
García de Villaroel , con trecientos soldados de Baeza
y su tierra, á su costa, para hallarse en esta jornada, y
el capitán Bernardino de Quesada con ciento y treinta
soldados que Pedro Arias de Avila enviaba á don Fran-
cisco de Córdoba para el mesmo efeto, y Andrés Ponce
y don Diego Ponce de León, y don Francisco de Aguayo;
mas ya hallaron hecha la jornada, y solamente les cupo
parte del regocijo, aunque adelante hicieron otros mu-
chos buenos efetos.
CAPITULO XXIX.
Cómo el marqués de Mondéjar partió de Ujíjar para ir á las
Cuajaras , y la descripción de aquella tierra.
El sábado 5 dias del mes de febrero partió nuestro
campo del alojamiento de Ujíjar, y fué á Cádiar; otro
dia á órgiba , para pasar de allí á las Cuajaras , y des-
pués á la Sierra de Bentomiz; porque el marqués de
Mondéjar tenia no vana sospecha de que habían de le-
vantar aquella tierra y la jarquía y hoya de Málaga
los proprios cristianos , y por esta causa no habia osa-
do enviar á nadie hacia aquella parte , temiendo algu-
na desorden , según estaba la gente cudiciosa , y los
ejecutores délas armas envidiosos de los despojos que
habian otros ganado ; plaga de este tiempo , queriendo
con celo de virtud y cristiandad encubrir sus intereses
proprios, y honrarse, no con los medios por donde se
gana la verdadera honra , sino con tratos y negociacio-
nes que adquieren hacienda. Pareciendo pues á nues-
tro capitán general que llevaba poca gente para el efeto
que se habia de hacer, porque se le habían ido mucha
parte de los soldados con lo que habían ganado, así
para rehacer sucainpo , como para atajar una sospecha
que se tenia de que en Granada se trataba de enviar
persona que hiciese la jornada, con ocasión de estar él
ocupado en la Alpujarra, despachó un correo al conde
de Tendilla desde el alojamiento de órgiba , mandán-
dole que le enviase mil y quinientos infantes y cien ca-
ballos de los que estaban alojados en la ciudad y en las
alearías de la Vega, y para esperarlos se detuvo un dia
en aquel alojamiento. Y el mesmo día despachó á don
Alonso de Granada Venegas para la corte , á que infor-
mase á su majestad del estado en que estaban las cosas
de la guerra, y la reducíon de los alzados ; y le supli-
case de su parte los admitiese, habiéndose misericor-
diosamente con los que no fuesen muy culpados , para
que él pudiese cumplir la palabra que tenía ya dada á
los reducidos , entendiendo ser aquel camino el mas bre-
ve para acabar con ellos por la via de equidad. Esto
que el marqués de Mondéjar decía, bien considerado ,
era lo que mas convenia á la quietud general de todo el
reino , y quedaba la puerta abierta para ejecutar el cu-
chillo de la justicia en las gargantas de los malos , cuan-
do se pudiese hacer sin escándalo ; aunque tenia por
opósito el parecer de otros hombres graves, que juzga-
ban ser mas necesario y seguro el rigor; y estos tales
decían que en ningún tiempo podrían ser opresos los
rebeldes mejor que en aquel, estando faltos de fuerzas,
acobardados, discordes, y tan menesterosos de todas
las cosas necesarias á la vida humana, que andaban ya
buscando los frutos silvestres proprios de los animales,
y raíces de yerbas que poder comer, con la pena y fa-
tiga que á los malhechores suele dar su propria con-
ciencia. Otro dia martes partió el campo de órgiba, y
REBELIÓN Y CASTIGO DE LOS MORISCOS DE GRANADA.
fué á Vélez de Benaudalla. El miércoles marchó la vuelta
de las Cuajaras; y porque se entendió que liabia enemi-
gos con quien pelear aquel dia , mandó el Marqués á los
escuderos que pasasen los soldados á las ancas de los
caballos el rio de Motril, para que no se mojasen , que
fuera de mucho inconveniente , según el frió que hacia.
Pasado el rio , caminóla gente toda en sus ordenanzas,
y llegando á Cuajar del Fondón , donde se veian las re-
liquias del incendio que los herejes habían hecho en la
iglesia cuando mataron á don Juan Zapata, haHaron
el lugar desamparado , aunque tenia un sitio fuerte don-
de se pudieran defender los moradores. De allí fué el
campo á Cuajar de Alfaguit , que también estaba solo ,
y allí se alojó aquel dia. Siendo pues informado el Mar-
qués que los enemigos habían tomado dos derrotas,
unos hacia el lugar de Cuajar el alto, que también lla-
man del Rey, y otros por el camino de la cuesta de la
Cebada la vuelta de la Alpujarra, envió luego dos ca-
pitanes con cada trecientos arcabuceros , que los si-
guiesen y procurasen atajar. El capitán Lujan llegó á un
paso por donde de necesidad habían de pasar los que
iban hacia la Alpujarra, y atajándolos, mató muchos
dellos, y se recogió sin recebir daño, y el capitán Alva-
ro Flores siguió á los que iban hacia Cuajar el alto , y
alcanzando la retaguardia, cargaron tantos enemigos
de socorro , que hubo de enviar un soldado á diligencia
al Marqués á pedirle mas gente, porque la que llevaba
era poca para poderlos acometer ; el cual mandó aper-
cebir algunas compañías; y porque los soldados tarda-
ban en recogerse á las banderas , ocupados en robar las
casas, fué necesario ponerse á caballo para que no se
perdiese la ocasión ; y dejando orden á Hernando de
Oruña que recogiese el campo, y marchase luego tras
él, caminó hacia donde andaba Alvaro Flores escara-
muzando con los moros. Fueron delante don Alonso de
Cárdenas y don Francisco de Mendoza con un golpe de
soldados que pudieron recoger de presto ; los cuales
dando calor á n;;estra gente, acometieron á los ene-
migos , y los desbarataron y pusieron en huida ; y ma-
tando algunos les ganaron dos banderas; los otros se
recogieron á un fuerte peñón, que está medialegua en-
cima de Cuajar el alto, donde tenían recogida la ropa
y las mujeres. Este es un sitio fuerte en la cumbre de
un monte redondo , exento y muy alto , cercado de to-
das partes de una peña tajada, y tiene sola una vereda
angosta y muy fragosa , que va la cuesta arriba mas de
un cuarto de legua á dar á un peñoucete bajo , y de allí
sube por una ladera yerta , hasta dar en unas peñas al-
tas, cuya aspereza concede la entrada en un llano ca-
paz de cuatro mil hombres, que no tiene otra subida
á la parte de levante. A la de poniente está una cordi-
llera ó cuchillo de sierra , que procede de otra mayor ,
y hace una silla algo honda , por la cual con igual difi-
cultad se sube á entrar en el llano por entre otras pie-
dras, que no parece sino que fueron puestas á mano
para defender la entrada , sí humanos brazos fueran po-
derosos para hacerlo. En este peñón tenía puesta toda
su confianza Marcos el Zamar, alguacil de Jáfar, cau-
dillo de los moros de aquel partido , y en él metieron
todas las mujeres con la riqueza de aquellos lugares, y
mas de mil hombres de pelea , cuando vieron que nues-
tro campo iba sobre ellos ; y haciendo reparos de pie-
dra, de colchones, albardasy otras cosas, tenían por
243
bastante fortificación aquella para su defensa. Nuestros
capitanes dejaron de seguir los enemigos; y volviendo
á Cuajar el alto, hallaron al marqués de Mondéjar en él
con alguna gente de á paballo ; el cual, por sermuy tar-
de, y el camino muy áspero y dificultoso para andarle
de noche, envió á mandar á Hernando de Oruña que
no marchase hasta que fuese de dia , y con la gente que
allí tenía se quedó alojado en aquel lugar. Estando nues-
tro campo en Cuajar de Alfaguit, llegó de Granada el
conde de Santistéban, acompañado de muchos caballe-
ros deudos y amigos suyos , que iba á hallarse en esta
jornada , y don Alonso Portocarrero , que ya estaba sano
de la herida de Poqueíra, con la infantería y caballos
que había enviado el marqués de Mondéjar á pedir al
conde de Tendilla.
CAPITULO XXX.
Cómo algunos caballeros de nuestro campo quisieron ocupar el
peñón de las Cuajaras, so color de irle á reconocer, y los mo-
ros los desbarataron, y mataron algunos dellos.
Aquella noche pidió don Juan de Víllaroel al mar-
qués de Mondéjar le diese licencia para ir otro día á re-
conocer el peñón con alguna gente suelta, y á mucha
importunación suya se lo concedió, mandándole que
llevase consigo cincuenta arcabuceros , y que hiciese
el reconocimiento de manera que no hubiese desorden.
Era don Juan de Víllaroel ambicioso de honra , y pa-
recíéndole que los moros no habrían osado aguardaren
el fuerte , ó que en viéndole ir, entenderían que iba to-
do el campo y liuírían , ó se le darían á partido antes
quellegase, comunicando su negocio con algunos caba-
lleros y soldados particulares , que correspondieron á su
deseo , salió del campo con solos los cincuenta soldados
que había de llevar; mas luego le siguieron otros mu-
chos, unos por cudicia , y otros por mostrar valor, en-
tendiendo que se haría efeto. No fué bien desviado del
lugar, cuando la vanguardia comenzó á escaramuzar
con algunos moros que estaban en las lomas de la sier-
ra. Tocóse arma, y corrió la voz al lugar, llamando
caballería de socorro; y el marqués de Mondéjar, te-
niendo aviso de la desorden , recibió tanto enojo , que
envió á decirle que no era bien socorrer desórdenes , y
que se volviese ; y viendo que no aprovechaba , y que
pasaba adelante , salió él en persona con la caballería
que se pudo recoger de presto , como sí adevinara lo
quesucedió. Los moros pues que andaban fuera del pe-
ñon , y los que habian comenzado á trabar la escara-
muza , se retiraron luego á su fuerte ; y cuando el mar-
qués de Mondéjar llegó á una loma que está delante
del peñón , ya íos soldados iban por la ladera arriba á
ocupar el cerro que dijimos que está por bajo dél , don-
de se habian puesto también otros moros á defenderlo.
Iban con don Juan de Víllaroel don Luís Ponce de
León, vecino de Sevilla, don Jerónimo de Padilla, Agus-
tín Venegas, Gonzalo de Oruña, hijo de Hernando de
Oruña, y el veedor don Juan Velazquez Ronquillo, y
otros hombres de cuenta y mas de cuatrocientos sol-
dados; y dejando los caballos los que los llevaban , por
no se poder aprovechar dellos , subieron todos á pié
por la cuesta arriba, y llegaron tan adelante, que lan-
zando á los enemigos del peñoncete , hubo algunos
animosos soldados que llegaron á arrimarse con los
proprios reparos del fuerte. Y sí todos llegaran tan ade-
Sin
LUIS DEL MARMOL CARVAJAL.
.iiiilc, piiflíera ser que lo ganaran ; mas no fueron sc-
¿.'uidos , como fuera razón que lo hicieran los amigos,
muchos (le los cuales se quedaron á media cuesla, y
otros abiijo ct'rca del arroyo, remolinando y reparan-
do donde hallaban peñas ó cibanoos con que poderse
cijcnbt ir de las piedras que los enemigos echaban desde
arriba. Habiendo pues durado el temerario asalto mas
de una hora, gastando nuestra arcabucería la munición
sin hacer efeto , por estar los moros encubiertos detrás
de sus reparos, un soldado, mas animoso que prático,
comenzó á pedir munición de mano en mano; cosa muy
peligrosa en semejantes ocasiones , porque no es mas
que advertir al enemigo, y dar á entender al amigo
que está cerca de huir el que aquello dice. Y así suce-
dió este dia, que los soldados que estaban abajo cerca
del arroyo, sintiendo aquella flaqueza, fueron los pri-
meros que huyeron ; luego los otros de mas arriba , y á
Ja postre los que estallan delante, maravillados de ver
tan gran novedad, y creyendo que la debia causar al-
gún acometimiento grande de enemigos hacia otra par-
te, porque bien veían que no había para qué huir de
los que tenían delante. Eu tanto desorden aun no osa-
ban salir los que estaban en el fuerte , si Marcos el Za-
mar, que había muerto aquel dia dos moros porque
huian , asomándose á la parte de fuera y viendo lo que
pasaba, no los animara. Saltaron fuera de los reparos
cuarenta animosos mancebos de los mas sueltos, arma-
dos de piedras y de lanzuelas, que hicieron un mise-
rable espectáculo de muertos. Mataron este dia á don
Luis Ponce , y á Agustín Venegas , y á Gonzalo de Gru-
ña, y al veedor Ronquillo, y á don Juan de Viliarocl,
y hirieron á don Jerónimo de Padilla, y acabárale un
moro que le iba siguiendo, sino le acudiera un esclavo
cristiano; el cual apretándole reciamente entre los bra-
zos, y echándose á rodar con él por una peña abajo,
no paró hasta dar en el arroyo, donde fué socorrido.
Viendo pues el marqués de Mondéjar el desbarate de
aquella gente liviana , y como los moros pasaban á cu-
chillo cuantos alcanzaban, sin poderlos favorecer con la
caballería , porque ni tenia por donde pasar el barranco
del arroyo, ni la tierra era para poderla hollar caballos,
apeándose del caballo con una rodela embrazada y la
espada en la mano , acompañado de los caballeros y es-
cuderos que coa él estaban , que todos se apearon , y
de los alabarderos de su guardia y obra de cuarenta sol-
dados arcabuceros, tomó un sitio fuerte donde poder
recoger á los que venían huyendo , porque no los mata-
sen los moros, que á gran priesa habían salido del fuer-
te y los seguían por todas partes; y como eran gente
suelta y sabían la tierra , fueran pocos los que se les es-
caparan. Llegaron tan adelante los bárbaros este dia en
el alcance, que hirieron de dos escopetazos á dos ala-
barderos de los que estaban cerca del Marqués, y hicie-
raa mayor daño si no temieran á la caballería. Al fin
se retiraron á su salvo ; y el Marqués se volvió al lugar,
dejando la ladera y el barranco sembrado todo de cuer-
pos muertos. A este tiempo venia Hernando de Gruña
marchando con todo el campo; mas no fué posible lle-
gar á hora que se pudiese combatir el fuerte aquel día,
por ser el camino tan áspero y angosto , que de necesi-
dad habían de ir los hombres y los bagajes á la hila uno
detrás de otro, y cuando llegó era ya muy tarde, y por
esta, causa se difirió hasta el siguiente dia viernes.
CAPITULO XXXI.
Cómo se combatió y ganó el fuerte de las Guájara.
Cuando estuvo el campo todo junto, el marqués de
Mondéjar mandó dar por escrito á los capitanes la orden
que se había de guardar en el combate , la cual fué des-
ta manera : que Alvaro Flores y Gaspar Maldonado sa-
liesen con seiscientos soldados á tomar un camino que
va hacia la mar, y subiendo por él , fuesen ganamlo lo
alto de la sierra entre mediodía y poniente. Que Ber-
nabé Pizaño y Juan de Lujan con cuatrocientos arca-
buceros, tomando la ladera del peñón, llegasen ú ocu-
par el cerro que está por bajo del fuerte. Que Andrés
Ponce de León y don Pedro Ruiz de Aguayo con las
ciento y veinte lanzas de la ciudad de Córdoba , y Mi-
guel Jerónimo de Mendoza y don Diego de Narvaez
con sus dos compañías de infantería, y con ellos el ca-
pitán Alonso de Robles, tomasen la parte del norte, y
dejando la caballería abajo , en lugar que pudiese apro-
vecharse de los enemigos, si quisiesen hurlarse la vuel-
ta de la Alpujarra , procurasen subir la sierra arriba , lo
mas alto que pudiesen , hasta ponerse á caballero del
enemigo; y que él con todo el resto del ejército iria
por el camino derecho. Y porque los sitios donde ha-
bían de ponerse estas gentes no se descubrían desde el
lugar donde estaba el campo , y convenia que el asalto
se diese á tiempo que el peñón estuviese cercado, man-
dó que la señal de aviso se hiciese con una pieza de ar-
tillería de campaña. Había de tomar Alvaro Flores dos
grandes leguas de rodeo para irse á poner en su pues-
to, y por ser la tierra tan áspera no pudo llegar hasta
después de mediodía. A esta hora descubrieron los mo-
ros la gente que iba tomando lo alto, y saliendo á gran
priesa á defender el paso del sitio, donde se iban á po-
ner los capitanes Pizaño y Lujan, no fueron parte para
estorbárselo, antes se hubieron de retirar con daño.
Estando pues el peñón al parecer muy bien cercado pnr
todas partes , el Marqués mandó dar la señal del asalto,
y la infantería subió el cerro aiTÍba, donde aunse veian
los regueros de la sangre cristiana , que destilaba p( r
las heridas de los cuerpos desnudos; y hallando el pri-
mer peñoncete desocupado , porque los moros que es-
taban en él le dejaron viendo que Alvaro Flores se les ha-
bía puesto á caballero en lo alto de la sierra , de donde
les hacia mucho daño con los arcabuces, fueron retirán-
dose hacia el fuerte. Comenzóse á pelear desde ICjOS con
los tiros de una parte y de otra , venciendo los ánimos
de nuestros soldados la dificultad y aspereza de la tier-
ra. Duró el combate hasta puesto el sol , defendiéndose
los moros en sus reparos , ejercitando los brazos los
hombres y las mujeres en arrojar grandes peñas y pie-
dras sobre los que subían. Desta manera resistieron
tres asaltos , no con pequeño daño de nuestra parte,
hasta que el marqués de Mondéjar, viendo que ya era
tarde, mandó retirar la gente y difirió el combate para
el siguiente día. Quedaron los bárbaros ufanos, aunque
no poco temerosos, por conocer que la cercana noche
les había alargado la vida; y cuando entendieron que
podría haber algún descuido en nuestra gente, oque re-
posarían los soldados del trabajo pasado, llamando el
rústico Zamar á Gironcillo y á otros moros de cuenta que
allí estaban, les dijo desta manera : « Los antiguosnues-
tros que ganáronla tierra que agora perdemos, metí-
REBELIÓN Y CASTIGO DE LOS MORISCOS DE GRANADA.
247
dos entre estas sierras celebraron este peñón y sitio,
donde leniau cierta guarida de cualquier ímpetu de cris-
tianos, estando la comarca poblada de moros, y tenien-
do á su disposición la costa de la mar ; mas agora no sé
si le tuvieran en tanto , desconfiados de socorro como
nosotros estamos, y que de necesidad nos ha de consu-
mir la sed , la hambre y las heridas destos enemigos,
que tan valerosamente hemos expelido cuatro veces de
nuestros reparos. La que tenemos por vitoria es propria
indignación, para que con mayor crueldad pasen las
espadas por nuestras gargantas, perseverando, como as
cierto que perseverarán en los combates; y lo que mas
siento es que pasarán por el mesmo rigor estas muje-
res y criaturas inocentes. Tratar de rendirnos en esta co-
yuntura también será la postrera parte de nuestra vida;
porque ¿quién duda sino que el airado Marqués querrá
sacrificarnos á todos en venganza de las muertes de sus
capitanes? Ea pues, hermanos, guardémonos para otros
mejores efetos; y pues la noche nos cubre con su oscu-
ridad , y los cristianos están descuidados pensando te-
nernos en la red , sirvámonos de las encubiertas vere-
das que sabemos , guiando á nuestras familias Ja vuelta
de la sierra. » Todos aprobaron este parecer, y siendo
su capitán el primero, salieron lo mas calladamente que
pudieron , llevando tras de sí mucha cantidad de muje-
res que tuvieron ánimo para seguirlos , bajando por des-
peñaderos que aun á cabras pareciera dificultoso ca-
mino , y sin ser sentidos de las guardas de nuestro cam-
po que rodeaban el peñón , se fueron hacia las Albu-
ñuelas. Quedaron en el fuerte los viejos y mucha parte
de las mujeres con esperanza de salvar las vidas , dán-
dose á merced del vencedor; y antes que esclareciese
el día dijeron á un cristiano sacerdote que tenían cap-
tivo, llamado Escalona, que llamase á los cristianos y
les dijese como la gente de guerra toda se había ido, y
los que allí quedaban se querían dar á merced. El cual
se asomó sobre uno de los reparos , y á grandes voces
dijo que subiesen los cristianos arriba , porque no había
quien defendiese el fuerte ; mas aunque le oyeron las
centinelas y se dio aviso al Marqués , no consintió subir
á nadie hasta que fué claro el dia. Entonces mandó á
ios capitanes don Diego deArgote y Cosme de Amienta
que con cuatrocientos arcabuceros de Córdoba fuesen
á ver si era verdad lo que aquel hombre decía ; y hallan-
do ser ansí, ocuparon el fuerte, y dieron aviso dello.
Este dia alancearon los caballos cantidad de moros y
moras que iban huyendo ; y el Zamar, que llevaba una
hija doncella de edad de trece años en los hombros por
aquellas sierras , porque se le habia cansado , vino á
parar en poder de unos soldados , que le prendieron , y
en Granada hizo el conde de Tendilla rigorosa justicia
después del. Fué tanta la indignación del marqués de
Mondéjar, que , sin perdonar á ninguna edad ni sexo,
mandó pasar á cuchillo hombres y mujeres cuantos ha-
bia en el fuerte , y en su presencia los hacia matar á los
alabarderos de su guardia , que no bastaban los ruegos
de los caballeros y capitanes ni las piadosas lágrimas
de lasque pedían la miserable vida. Luego mandó aso-
lar el fuerte , dando el despojo á los soldados ; y así para
esto como para enviar una escolta á Motril con los en-
fermos y heridos, que eran muchos , se detuvo hasta el
lunes 14 de febrero , que envió al conde de Santistéban
con el campo & que le aguardase en Vélez de Benauda-
lla , y él se fué con sola la caballería á visitar los presi-
dios de Almuñécar, Motril y Salobreña; y tornando á
juntarse con él, volvió á órgiba para proseguir en la re-
duciondeloslugaresdela Alpujarra. Por la tomadeslo
peñón se hicieron alegrías en Granada, aunque mezcla-
das con tristeza por los cristianos que habían sido muer-
tos , y lo mesmo fué en otras muchas partes del reino.
CAPITULO XXXII.
Cómo se declaró que los prisioneros en esta guerra fuesen
esclavos con cierta moderación.
Habia duda desde el principio desta guerra si los
rebelados , hombres y mujeres y niños presos en ella,
habían de ser esclavos ; y aun no se había acabado de
determinar el Consejo hasta en estos días, porque no
falfaban opiniones de letrados y teólogos que decían
que no lodebianser; porque aunque por la ley general
se permitía que los enemigos presos en guerra fuesen
esclavos, no se debia entender ansí entre cristianos; y
siéndolo los moriscos, ó teniendo , como tenían, nom-
bre dello , no era justo que fuesen captivos. Y su ma-
jestad estando suspenso , mandó al Consejo Real que le
consultase lo que les parecía , y escribió al presidente
y oidores de la audiencia real de Granada que trata-
sen dello en su acuerdo (que es una junta general que
ordinariamente hacen dos días en la semana), y le en-
viasen su parecer. Habiéndose pues platicado sobre
negocio de tanta consideración, se resolvieron en que
podían y debían ser esclavos, conformándose con un
concilio hecho en la ciudad de Toledo contra los judíos
rebeldes que hubo en otro tiempo , y por haber apelli-
dado á Malioma y declarado ser moros. Este parecer
aprobaron algunos teólogos , y su majestad mandó que
se cumpliese y ejecutase el concilio contra los moris-
cos, de la mesma manera que se habia hecho contra
los judíos, con una moderación piadosa, de que quiso
usar como príncipe considerado y justo : «que los va-
rones menores de diez años, y las hembras que no lle-
gasen á once, no pudiesen ser esclavos, sino que los
diesen en administración para criarlos y dotrinarlos en
las cosas de la fe.» Y sobre ello se despachó provisión
en forma de premática, que se pregonó y divulgó por
todo el reino ; y aun el dia de hoy se guarda con aque-
llos que han sabido y saben pedir su justicia, porque
en esto hubo desde el principio mucha desorden , her-
rando á los niños inocentes y vendiéndolos por es-
clavos. Hubo también otra duda sobre si se habían do
volver los bienes muebles que los rebeldes habían to-
mado á los cristianos , porque los dueños, conociendo
sus proprias alhajas en poder de los soldados que las
habían ganado en la guerra, se las pedían por justi-
cia, y sobre ello habia muchos pleitos y diferencias ; y
se determinó por el mesmo acuerdo que no se las de-
bían volver, por ser ganadas en la guerra , y porque el
marqués de Mondéjar, yendo á entrar con su campo en
la Alpujarra para animar los soldados que iban sin suel-
do, habia mandado echar un bando al pasar déla puen-
te de órgiba, declarando que la guerra era contra ene-
migos déla fe y rebeldes á su majestad, y que se habia
de hacer á fuego y á sangre.
248
LUIS DEL MARMOL CARVAJAL.
CAPITULO xxxiir.
Cómo se prosiguió la reduclon de la Alpujarra, y de las
contradiciones que para ello hubo.
Vuelto nuestro campo á ór^iba , los moros de la Al-
pujarra, que se vieron reducidos á extrema necesidad
y desventura, porque con habérseles beclio la guerra
en lo recio del invierno y cebadólos de sus lugares, no
tenían otra guarida sino las sierras, y perecían de bam-
brey de frió, andando cargados de mujeres y niños,
con peligro de muerte y de captiverio delante de los
ojos, tomando el mejor consejo, comenzaron á venirse á
reducir y darse á merced de su majestad sin condi-
ción , para que liiciese dellos y de sus bienes lo que
fuese servido , como lo babian liecbo los alguaciles de
Jubiles, Ujíjar y Andarax y de los otros pueblos que
dijimos. Prometíales el marqués de Mondéjar que in-
tercedería por ellos para que su majestad los perdona-
se; y como iban viniendo , los recibía debajo del am-
paro y seguro real, y les daba sus salvaguardias para
que la gente de guerra no les hiciese daño. Mandaba
que trajesen al campo las armas y banderas los que
eran de por allí cerca , y á los de mas lejos señalaba
iglesias particulares y personas que las recogiesen.
Luego comenzaron á acudir de todas partes; aunque
las armasque traían venían tan maltratadas, que se de-
jaba entender no ser aquellas las que tenían para pe-
lear, porque entregaban ballestas, arcabuces, chuzos y
espadas, todo mohoso y hecho pedazos, y gran cantidad
de hondas de esparto ; y si les preguntaban dónde
quedaban las buenas armas, decían que losmonfísy
gandules, que no querían rendirse, las habían llevado.
Finalmente, los desventurados daban ya algunas mues-
tras de quietud , y de consentir , no solo las premáti-
cas, mas cualquier pecho que se les echara en sus ha-
ciendas ; y en muy breve tiempo vinieron á Órgiba to-
dos los lugares de la Alpujarra por sus alguaciles y re-
gidores ó por sus procuradores, siendo persuadidos é
inducidos á ello por los dos moriscos de quien atrás
hicimos mención, llamados Miguel Aben Zaba el viejo,
vecino de Valor , y Andrés Alguacil , vecino de Ujíjar ;
los cuales habiendo hecho todo su posible en este
particular, pidieron al marqués de Mondéjar con mu-
cha instancia que los metiese la tierra adentro con
sus mujeres y hijos, porque veían claramente que sí
quedaban en la Alpujarra no podían dejar de perder-
se; y él deseó mucho hacerles tan buena obra; mas
no se atrevió á enviarlos, temiendo que según estaban
los negocios enconados en Granada, luego como llega-
sen los prenderían los alcaldes de chancíllería y los
mandarían ahorcar. Y al fin murieron entrambos en
la Alpujarra : al Miguel Aben Zaba mataron unos sol-
dados que iban á hacerle escolta, y Andrés Alguacil,
que era ya muy viejo , murió de enfermedad. Desde
Órgiba envió el marqués de Mondéjar al beneficiado
Torríjos con trecientos soldados á que redujese los lu-
gares de la sierra de Filábres ; el cual los redujo todos,
y otros muchos de aquellas taas al derredor, y recogió
las armas y las banderas que rendían , y las envió al
campo , sin hallar quien le pusiese impedimento en
ello. También redujeron muchos lugares los cuadrille-
ros Jerónimo de Tapia y Andrés Camacho, aunque
estos hicieron hartas desórdenes, hurtando muchachos
y bagajes á los reducidos; y lo mesmo hacían otras
cuadrillas de soldados desmandados, que salían á cor-
rer la tierra, sin orden, de los presidios de la costa, del
campo del marqués de los Vélez , de órgiba y de otras
partes. Para excusar estos daños hubo algunos conce-
jos que pidieron al marqués de Mondéjar soldados que
estuviesen con ellos y los defendiesen, y les daban de
comer y dos reales de salario cada dia ; y demás desto,
enviaba de ordinario al capitán Alvaro Flores con su
compañía á que corriese la tierra y retirase la gente
que hallase desmandada haciendo desórdenes ; por ma-
nera que ya estaba la Alpujarra tan llana, que diez y
doce soldados iban de unos lugares en otros sin hallar
quien los enojase, y no eran quinientos hombres los
que dejaban de acudir á sus casas debajo de salvaguar-
dia.
En este tiempo mandó el marqués de Mondéjar no-
tificar á los moriscos depositarios de las esclavas de
Jubiles que las llevasen luego á órgiba; y Miguel de
Herrera sacó cuatrocientas dellas de poder de sus ma-
ridos, padres y hermanos, y las llevó á entregar ; y co-
mo los factores del Marqués le apretasen para que las
entregase todas, viendo que seria imposible poderlas
dar, porque algunas se habían muerto, y otras laS ha-
bían captívado de nuevo los soldados que andaban des-
mandados sin orden , por excusar su vejación , trató de
componerse por todas las de la taa de Ferreira; y se
efectuara sise pusieran con él en una cosa conveni-
ble, porque el moro daba veinte ducados por cabeza, y
las personasá quien se cometió el negocio no quisieron
menos dea sesenta ducados por cada una. Y al fin hubo
de traer las que pudo recoger, y se vendieron muchas
dellas en Granada en pública almoneda por cuenta de
su majestad , y otras murieron en captiverio ; lo cual
todo era argumento de que los mal aventurados desea-
ban ya paz y sosiego ; y así lo escribía el marqués de
Mondéjar á su majestad y á los de su real consejo , te-
niendo el negocio ya por acabado. Mas otras muchas
personas graves hubo que con diferente consideración
juzgaban que no podía permanecer aquella paz , di-
ciendo que los malos eran muchos, y que en viniéndo-
les socorro de Berbería , volverían á inquietar á los
otros; que los moriscos, gente mañosa, habiendo hecho
tantos males, y viendo que se usaba misericordia con
ellos, tomando experiencia en la condición del Capitán
General, cuando viesen cesar el rigor de las armas to-
marían mayor atrevimiento para cometer otros mayo-
res delitos ; que se sabía por nueva cierta que Aben
Humeya había enviado un hermano suyo con cartas para
Aluch Alí, gobernador de Argel, pidiéndole socorro de
navios, gente, armas y municiones, y ofrecídose por
vasallo del Gran Turco ; que en caso que esto no hu-
biese efeto, y después de reducidos losalzados, hubiese
de entrar la justicia de por medio á castigar los princi-
pales autores del rebelión, como era justo se hiciese,
eran tantos y tan emparentados en la tierra , que no
podría dejar de haber nuevas alteraciones en ella; y que
concediéndoseles perdón general, tampoco sería cosa
conveniente á la reputación de un rey y de un reino
tan poderoso como el de Castilla, dejar sin castigo
ejemplar á quien tantos crímenes habian cometido con-
tra la majestad divina y humana. Estas cosas se plati-
caban en Granada, en la corte y por todo el reino, que-
REBELIOiN Y CASTIGO DE
jándose del marqués de Mondéjar como autor de aque-
lla paz, y diciendo que lo que hacia era por su parti-
cular interese, porque si la tierra se despoblaba, vernia
á perder mucha parte de la hacienda que tenia en aquel
reino, y el provecho que sacaba del servicio que los
moriscos le hacian , que era muy grande ; y á los que
peor parecía esta paz , eran aquellos á quien los rebel-
des habian lastimado cont«jitos géneros de crueldades,
y á otros que esperaban haber buena parte del despojo
de la guerra, porque la cudicia no mira masque al in-
terés.
CAPITULO XXXIV.
Cómo el marqués de Mondéjar fué avisado dónde se recogían Aben
Humeya y el Zaguer, y envió secretamente á prenderlos.
En estos términos estaban las cosas de los alzados,
cuando Miguel Aben Zaba el de Valor, y otros deudos
suyos, enemigos de Aben Humeya, y que le andaban
espiando para hacerle matar ó prender , avisaron al
Marqués de Mondéjar como él y el Zaguer andaban por
las sierras de los Bérchules , y que de dia estaban es-
condidos en cuevas y de noche acudían á los lugares
de Valor y Mecinade Bombaron ; y lo mas ordinario era
recogerse en Mecina , en casa de Diego López Aben
Aboo, por razón de la salvaguardia que tenia. El cual
deseando haberlos á las manos, así por la quietud déla
tierra, como porque sabia ya que su majestad trataba
de enviará don Juan de Austria á Granada, y quería
tener hecho aquel efeto antes que llegase , hizo llamar
á los capitanes Alvaro Flores y Gaspar Maldonado, y
les mandó que con seiscientos soldados escogidos , lle-
vando consigo las espías, que les habian de mostrar las
casas sospechosas , fuesen á los dos lugares y los cerca-
sen, y procurasen prender aquellos dos caudillos, ó ma-
tarlos sise les defendiesen, y traerle sus cabezas, sig-
nificándoles la importancia de aquel negocio; y advir-
tiéndoles que lo primero que hiciesen fuese cercar la
casa de Aben Aboo, donde habia mas cierta sospecha
que estarían. Están estos dos lugares en la falda de la
Sierra Nevada , que mira ú. la Alpujarra y al mar Me-
diterráneo , apartados una legua el uno del otro; y co-
mo los capitanes llegaron áCádiar, deseosos de acertar,
acordaron de partirla gente en dos partes, y dar á un
mesmo tiempo en ellos ; porque les pareció que sí to-
dos juntos llegaban á Mecina, y acaso no estaban allí,
antes de pasar á Valor corría peligro de ser avisados.
Con este acuerdo, aunque no era bastante razón para
pervertirla orden de su capitán general , repartieron la
gente en dos partes : Alvaro Flores fué á dar sobre Va-
lor con cuatrocientos soldados , y Gaspar Maldonado
con los otros docientos, que para cercar la casa de
Aben Aboo bastaban, caminó la vuelta de Mecina de
Bombaron. Sucedió pues que aquella noche, que no era
la última de su vida ni el fm de los trabajos de aque-
lla guerra , Aben Humeya y el Zaguer y otro caudillo,
alguacil de aquel lugar, llajmado el Dalay, no menos
traidor y malo que ellos, acertaron á hallarse en casa
de Aben Aboo , los cuales, habiendo estado todo el dia
escondidos en una cueva, en anocheciendo se habian
recogido al lugar, como inciertamente y á deshora lo
habian hecho otras veces , confiados en que no irian á
buscarlos allí, por estar de paces y tener salvaguardia.
Gaspar Maldonado llegó lo mas encubiertamente que
LOS MORISCOS DE GRANADA. 2Í9
I pudo, haciendo que los soldados llevasen las mechas
de los arcabuces tapadas , porque con la escuridad de la
noche no las devisasen desde lejos ; mas no bastó su
diligencia, ni el hervor del cuidado que le revolvía en
el pecho, para que un inconsiderado soldado dejase de
disparar su arcabuz al aire, y le ínterrompiese aque-
lla felicidad , que tan á la mano le estaba aparejada. Es-
taban los moros bien descuidados , la casa llena de mu-
jeres y críados, y la mayor parte dellos durmiendo;
y el primero que sintió el temeroso golpe fué el Dalay,
que, como mas astuto y recatado, estaba con mayor
cuidado; el cual temeroso , sin saber de qué , recordó á
gran priesa al Zaguer, y corriendo hacia una ventana
no muy baja que respondía á la parte de la sierra, en-
tre sueño y temor se arrojaron por ella , y maltratados
de la caída , se subieron á la sierra antes que los solda-
dos llegasen. Aben Humeya, que dorinia acompañado en
otro aposento aparte, no fué tan presto avisado, y cuan-
do acudió á la guarida ya los diligentes soldados cru-
zaban por debajo de la ventana ; por manera que si
se arrojara como los otros, no pudiera dejar de caer en
sus manos. Turbado pues, sin saberse determinar, dan-
do muchas vueltas por los aposentos de la casa , y acu-
diendo muchas veces á la ventana, la necesidad, que le
hacia revolver el entendimiento buscando alguna ma-
nera de salud, le puso delante un remedio que le acre-
centó la perdida confianza y le aseguró la vida , guar-
dándole para mayores desventuras. Habia llegado Gas-
par Maldonado á la puerta de la casa , y viendo que los
de dentro dilataban de abrirle , procuraba derribarla,
dando grandes golpes en ella con un madero , cuando
Aben Humeya, no hallando cómo poderse guarecer, lle-
gó muy quedo á la puerta, y poniéndose disimulada-
monte enhiesto, igualado entre el quicio y la puerta, qui-
tó la tranca que la tenia cerrada , para que con facilidad
se pudiese abrir ; la cual abierta, los soldados entraron
de golpe, y el se quedó arrimado, sin que ninguno
advirtiese lo que allí podía haber : tanta priesa lleva-
ban por llegar á buscarlos aposentos, donde hallaron
á Aben Aboo, y con el otros diez y siete moros, que
algunos eran criados del Zaguer y los otros vecinos
del lugar. El capitán los mandó prenderá todos, y pre-
guntándoles sí sabían de Aben Humeya ó del Zaguer,
dijeron que no los habian visto, y que los que allí es-
taban se habian reducido con la salvaguardia que Aben
Aboo tenia ; y como no pudiesen sacar dellos otra co-
sa, conociendo que no le decían verdad, hizo ponerá
tormento á Aben Aboo, mandándolo colgar de los tes-
tículos en la rama de un moral que estaba á las espal-
das de su casa ; y teniéndole colgado , que solamente se
sompesaba con los calcañales de los píes, viendo que
negaba, llegó á él un airado soldado, y como por des-
den le dio una coz , que le hizo dar un vaivén en vago
y caer de golpe en el suelo , quedando los testículos y
las binzas colgadas de la rama del moral. No debió de
ser tan pequeño el dolor , que dejara de hacer perder el
sentido á cualquier hombre nacido en otra parte; mas
este bárbaro, hijo de aspereza y frialdad indomable, y
menospreciador de la muerte, mostrando gran descui-
do en el semblante , solamente abrió la boca para de-
cir : « Por Dios que el Zaguer vive , y yo muero; » sin
querer jamás declarar otra cosa. Mientras esto se ha-
cía, y los soldados andaban ocupados en robar la casa,
2ü0 LUIS DEL MARMOL CARVAJAL
Aben Humeja tuvo lugar de salir detrás de la puerta ,
y arrojándose por unos peñascos que caen á la parle
baja, se fué sin que le sintiesen. Gaspar Maldonado dejó
á Aben Aboo en su casa como por muerto , y se llevó
los diez y siete moros presos; con los cuales, y con
otros que después prendieron en el camino , y mas de
tres mil y quinientas cabezas de ganado que recogie-
ron de aquellos lugares reducidos, y porque no pudie-
ron hacer otro efeto los soldados que habían ido á
Valor, se volvieron luego los unos y los otros á órgi-
ba, donde siendo reprehendidos de su capitán gene-
ral , les fué quitada la presa por de contrabando , man-
dando poner en libertad á los moros que tenian su sal-
vaguardia.
CAPULLO XXXV.
Cómo nuestra gente saqueó el lugar de Laróles, csiaMíto de paces.
Entre las otras provisiones que el conde de Tendilla
hizo estando en lugar de su padre en la ciudad de Gra-
nada, fué enviar á la fortaleza de la Peza al capitán
Bernardino de Villalía , vecino de Guad¡x,con inia com-
pañía de infantería, porque estaba á su cargo aque-
lla tenencia ; el cual viendo que los negocios de la re-
ducion estaban en el estado que hemos dicho, querien-
do hacer alguna entrada de provecho hacia la parte don-
de él estaba, socolor de ir á prenderá Aben Humeya,
pidió licencia y gente al Conde, diciendo que unas
espías le habían prometido de dársele en las manos. El
Conde le dio para este efeto tres compañías de infan-
tería, cuyos capitanes eran don López de Jexas, An-
tonio Velazquez y Hernán Pérez de Sotomayor , y vein-
te caballos con el capitán Payo de Ribera. Toda esta
gente se juntó con Bernardino de Villalta en Alcudia,
cerca de Guadix, el postrer día del mes de febrero del
año de 1560; y á 4." de marzo partieron de aquel lu-
gar, y atravesando el marquesado de Cénete, fueron á
cenar y á dar cebada á los caballos al Deyre. Y entrando
por el puerto de la Ravaha antes que amaneciese , die-
ron en el lugar de Laróles, que era uno de los reduci-
dos , y se habian recogido á él muchos moros y moras
de los otros pueblos, entendiendo estar seguros por ra-
zón de la salvaguardia que tenian del marqués de xMon-
déjar. Y como estuviesen descuidados de aquel hecho,
entrando impetuosamente por las calles y casas, mata-
ron mas de cien moros , y captivaron muchas mujeres,
y les tomaron gran cantidad de ropa y ganados. Otro
día de mañana, viernes á 2 de marzo, habiendo sa-
queado las casas y quemado la mayor parte dellas,
llevando la presa por delante , volvieron á gran priesa á
tomar el puerto de la Ravaha antes que los moros lo
ocupasen ; porque los que habian escapado de las ma-
nos de los soldados hacían grandes ahumadas por los
cerros, apellidando la tierra, y comenzaba ya á descu-
brirse mucha gente que acudía á favorecerlos. No fué
depequcña importancia esta diligencia, porque apenas
liabian comenzado á encumbrar la sierra, cuando los
acometieron por la retaguardia con tanta determina-
ción y denuedo, que la tuvieron desordenada por dos
veces ; y corrieran peligro de perderse todos , si el ca-
pitán Bernardino de Villalta, que iba de vanguardia,
no les acudiera con algunos amigos, resistiendo ani-
mosamente con harto peligro de sus personas ; porque
en una vuelta que hizo sobce un moro que acababa de
matará un soldado y corría en el alcance de otro, ca-
yó del caballo, y hubiérale muerto á él también, si no
fuera socorrido con mucha presteza. Desta manera
fué subiendo nuestra gente hasta lo alto del puerto, y
los moros, habiendo muerto diez y ocho soldados y he-
rido otros muchos, quedando ellos no menos lastima-
dos, dejaron de seguirlos, y se volvieron á la Alpujarra,
con determinación de irse para Aben Humeya y jun-
tarse con él para que renovase la guerra. Estaba este
dia en la Calahorra un morisco llamado Tenor , con
quien tenian concertado Juan Pérez de Méscua y Her-
nán Valle de Palacios, vecinos de Guadix, que sí daba
vivo ó muerto á Aben Humeya, ó le traía á parte que
pudiese ser preso , le rescatarían á su mujer y á dos hi-
jasque tenia captivas; yestándoles diciendo cómo de-
jaba tratado con Diego Barzana, vecino de Guadix»
casado con tía de Aben Humeya , y persona de quien
mucho coníiaba , que le traína á un encinar de Sier-
ra Nevada, y que poniéndole dos ó tres emboscadas
en los pasos por donde había de pasar, le prenderían,
vio venir á nuestra gente con tan grande presa de mu-
jeres captivas y de ganados y bagajes, y comenzando
á llorar , les dijo : « Señores , Dios no quiere que yo
vea libres á mí mujer y hijas. Esta cabalgada ha de des-
baratar mi negocio ; y de hoy mas no ha de haber quien
se ose fiar, y habrá cada dia mas mal , antes volverán
á levantárselos reducidos. » Y cierto dijo verdad , por-
que con este suceso quedó la tierra puesta en arma , y
juntando Aben Humeya de nuevo gente, interrompió
la reducion. Sintieron mucho el marqués de Mondéjar
y el Conde esta desorden , y mandando el Marqués pren-
der á Bernardino de Villalta, fuera castigado rigurosa-
mente si no se descargara con que había hallado gente
de guerra en aquel lugar, y con algunas otras causas,
al parecer justificadas ; por donde las indefensas mu-
jeres perdieron su libertad y fueron vendidas por es-
clavas.
CAPITULO XXXVI.
De las diferencias que hubo en la ciudad de Almería entre los
capitanes sobre el partir de la cabalgada de Inox.
Tenia don García de Villaroel comisión del marqués
de Mondéjar para todas las cosas tocantes á la guerra
en la ciudad de Almería ; y como no se le revocase por
la cédula de su majestad, que don Francisco de Córdo-
ba llevó, pretendia perteneceríe la jurísdicion civil y
criminal, y por el consiguiente, el repartir de la presa
de Inox. Por otra parte don Francisco de Córdoba ,
usando de las preeminencias como capitán general,
quería que se hiciese todo por su orden, y pretendía ser
suyo el quinto y el diezmo de la presa. Andando pues
en estas competencias, don Francisco de Córdoba, que
no queria que se diiese del cosa que oliese á cudicía,
dejó á don García de Villaroel que hiciese el reparti-
miento, y aun se lo requiríó por escrito ; el cual, cuando
hubo sacado el quinto y el diezmo aparte, proveyó un
auto, al parecer justificado , en que declaró que por
cuanto los soldados de la costa del reino de Granada de
tiempo inmemorial tenían merced de los quintos de las
cabalgadas , y los capitanes generales no estaban en
costumbre de' llevar los diezmos, se deposítaselo uno y
lo otro en poder del depositario general de aquella ciu-
dad hasta que su majestad mandase lo que se había de
REBELIÓN Y CASTIGO DE LOS MORISCOS DE GRANADA.
251
liacfir dello en la presente ocasión. Desto se enojó
don Franciáco de Córdoba , y haciendo poco caso de
aquel auto, mandó al capitán Bernardino de Quesada
que con los soldados de su compañía fuese á la casa
donde estaban recogidas las esclavas y fhs llevase á las
atarazanas; y llevándolas, no con pequeño escándalo,
las repartió él por su persona, sacando primero el quinto
y el diezmo. De aquí pudiera suceder grande mal, por
estar la gente toda repartida en dos voluntades y liaber
algunos que quisieran que don García de Vilkiroel se
pusiera en defenderlo; mas al fin miró por su cabeza,
temiendo la indignación de su majestad. En este tiempo
los del consejo de guerra, pareciéndoles que no conve-
nia que para unmesmo efeto hubiese dos cabezas en la
ciudad de Almería, despacharon cédula , mandando á
don García de Villaroel que obedeciese á don Francisco
de Córdoba en todas las cosas tocantes á la guerra, y
su majestad le hizo merced del quinto de las esclavas,
que estaba depositado, y de las que se captivasen; mas
venida la ley, luego salió la duda, porque don Cristóbal
de Benaviiles, hermano de don García de Villaroel, que
tenia en Almería trecientos soldados que había llevado
á su costa, pretendiendo que no se habia de entender
con él ni con su gente aquella cédula , no acudía á las
órdenes de don Francisco de Córdoba , y si alguna ca-
balgada hacia , no se la ponía en las manos ni le daba
parte della, de donde vinieron á tener descontentos
y á darse poco gusto. Por otra parte el marqués de los
Vélez, que no holgaba de ver á don Francisco de Cór-
doba en el partido que le había sido cometido , no de-
jaba de dar calor á los dos hermanos, y lo mesmo el
marqués de Mondéjar, como dueño del negocio, mayor-
mente cuando entendió, por unas informaciones que don
García de Villaroel le euvió, como en los bandos que se
echaban en Almería don Francisco de Córdoba se hacia
llamar capitán general. Menudeando pues quejas por
via de agravio de todas partes, vino á estar don Fran-
cisco de Córdoba tan mohíno, que así por esto como
por su indisposición, suplicó iísu majestad le diese li-
cencia para irse á su casa, y se la dio por carta de 28 de
febrero, en que decía : «Vista la instancia con que nos
wpedis licencia para iros á vuestra casa , hemos tenido
»por bien de dárosla; y así, podréis ir á ella cuando os
«pareciere; que al marqués de los Vélez hemos escrito
«que envíe á esa ciudad la gente que le pareciere que
«será menester.» Y por otra de la mesma data envió á
mandar al cabildo de la ciudad y al alcaide de la forta-
leza y á don García de Villaroel que obedeciesen las
órdenes del marqués de los Vélez. Recebidas estas car-
tas en 6 días del mes de marzo, don Francisco de
Córdoba se fué luego de Almería, y el marqués de los
Vélez envió comisión á don García de Villaroel para to-
dos los negocios de guerra civiles y criminales ; y que-
dando solo en Almería, lo primero que hizo fué ahor-
car á Francisco López , alguacil de Tavernas , que es-
taba todavía preso ; mandó subir dos piezas de artillería
y algunas municiones á la fortaleza , de las que habian
traído de Cartagena las galeras; dio orden en algunos
reparos necesarios en los muros y hizo una plaza de
armas en la Almedina. Y saliendo don Cristóbal de Be-
navides algunas veces á hacer entradas por aquellas
sierras, se trajeron muchas y muy buenas presas, de
esclavas, ganados y otros bastimentos á la ciudad, y se
mataron muchos moros; aunque no fueron pequeñas
las desórdenes que los soldados desmandados hicieron
en los lugares reducidos.
CAPULLO XXXVIL
Cómo su majestad acordó de enviar á Granada á don Juan do
Austria, su hermano, y de otras provisiones que se hicieron
estos dias.
Mientras estas cosas se hacían en el reino de Grana-
da, ¿quién podrá decir las diferencias de relaciones que
iban al consejo de su majestad, cargando á unos y des-
cargando á otros? Estaba todavía don Alonso de Gra-
nada Venegas en la corte, esforzando el negocio de !a
reducioncon muchas razones, y era tan mal oído de
algunos de los del Consejo, que apenas sabia por donde
poderles entrar, que no les hallase los pechos llenos de
contradicion ; y no hallando otro mejor medio , decía
que su majestad hiciese merced á aquel reino de irle á
visitar por su persona, porque con su presencia se alla-
naría todo , pararían las desórdenes, temerían los ma-
los, y temían seguridad los que deseaban quietud , y
cesarían tantas muertes, robos y fuerzas como habla
en él, poniendo por ejemplo que ios Reyes Católicos
habian hecho otro tanto en las rebeliones pasadas, y las
habian apaciguado luego. Mas aun esto, que les pudie-
ra ser de algún provecho en lo de adelante, no lo me-
recieron las culpas de aquellos malaventurados , pare-
ciendo al Consejo que ni era conveniente á la autori-
dad de un príncipe tan poderoso, ni daban lugar á ello
las grandes ocupaciones de negocios que ocurrían de
otras partes. Concurrieron enque su majestad no debía
hacer mudanza el cardenal don Diego de Espinosa ,
por quien corrían estos negocios, y la mayor parle de
los del Consejo; mas juntamente con esto fueron da
parecer que fuese á Granada don Juan de Austria, su
Iiermano, mancebo de grande esperanza, y que con su
autoridad se formase en aquella ciudad un consejo de
guerra , y en él se proveyesen todas las cosas de aquel
reino, con que no se determinase en el mesmo punto sin
consultarlo con el supremo consejo : adición grande ,
que causó inconveniente por la dilación que después
hubo en cosas que requerían brevedad y resolución pre-
cisa. Resuelto pues su majestad en que don Juan de
Austria fuese á Granada, hizo dos provisiones , una á
don Luis de Requesenes, comendador mayor de la or-
den de Santiago en el partido de Castilla, que estaba
por embajador en Roma y era teniente de capitán ge-
neral de la mar por don Juan de Austria, que con las
galeras de su cargo que habia en Italia y el tercio de los
soldados viejos españoles de Ñápeles viniese luego á
España, y juntándose con don Sancho de Leiva, estor-
basen el pasaje de bajeles de Berbería y proveyesen por
mar los presidios de nuestra costa; y otra al marqués
de Mondéjar, mandándole por carta de 17 de marzo que,
dejando en 'la Alpujarra dos mil infantes y trecientos
caballos á orden de don Francisco de Córdoba , ó de
don Juan de Mendoza, ó de don Antonio de Luna, el
que dellos le pareciese, coa toda la otra gente de su
campo se viniese á Granada , porque habia acordado
que don Juan de Austria, su hermano , fuese allí para
los negocios de aquel reino , y convenía que estuviese
cerca de su persona por la mucha noticia qm dellos
tenia. Esta provisión, divulgada antes de ser puesta en
232
LUIS DEL MARMOL CARVAJAL.
ejecución , causó mucho daño , porque los soldados,
aguardando la venida de un príncipe de tanta autori-
djd, y no curando ya de las salvaguardias de los lugares
de moriscos, se desmandaron á hacer entradas en los
pueblos reducidos, alteraron la tierra, armaron los ene-
migos y pagaron muchos dellos con las vidas; y lo
que peor es, que los mesmos que iban con orden eran
los que hacian las mayores desórdenes, como adelante
diremos. Ordenóse también al marqués de los Vélez
que, guardando las órdenes que don Juan de Austria le
diese, enviase luego á Granada relación del estado en
que estaban las cosas de aquel partido , para que mejor
pudiese dar orden en lo que convendría al bien y paci-
íicacion de aquel reino. Muchos hubo que entendieron
que esta ida de donjuán de Austria á Granada habia de
ser para descomponer, con autoridad honrosa, á los
dos marqueses; masellin de su majestad no fué otra cosa
sino que, juntándose con él el duque de Sesa , el mar-
qués de Mondéjar, Luis Quijada , presidente de Indias,
el presidente don Pedro de Deza y el arzobispo de Gra-
nada , cuando ocurriesen negocios de conciencia bus-
C-ison los mejores medios para allanar la tierra, si fuese
posible, sin rigor de guerra, considerando que los unos
y los otros todos eran sus vasallos. Mas tampoco hubo
conformidad en esto; que Dios no quería que la nación
morisca quedase en aquel reino,
CAPITULO XXXVIIL
Cómo mataron los moriscos que estaban presos en la cárcel
de chancilieria.
Estábanse todavía presos en la cárcel de chancilieria
los moriscos del Albaicin que el Presidente , tomando
aviso de su ofrecimiento, habia hecho encarcelar, co-
mo dijimos en el capítulo quinto del libro tercero dcsta
historia ; y como creciese cada hora mas la indignación
en la gente de la ciudad contra la nación morisca, por
ver los incendios, muertes y crueldades que hacian, no
faltó ocasión para degollarlos á todos dentro de la cár-
cel. Hubo algunos contemplativosque les pareció cosa
acordada entre los superiores ministros de la justicia,
para con castigo ejemplar poner temor á los demás, de
manera que no se osasen rcbelar ; mas según lo que
después se averiguó con mucho número de testigos , la
causa de aquellas muertes fué la que agora diremos.
Habíase divulgado una fama en Granada, diciéndose
que Aben Humeya hacia instancia con los del Albaicin
que le acudiesen con gente para acrecentar su campo,
y daria vista á la ciudad y haría algún buen efeto ;
y que algunos se le habían ofrecido en haciéndoles se-
ñal de su venida desde la falda de Sierra Nevada con
fuego de parte de noche; y demás de acudirle, habían
ofrecídole que pornian en libertad á su padre y herma-
no, que estaban presos en la cárcel de chancilieria , y á
los moriscos que estaban presos con ellos. Con esta
sospecha andaba la gente recatada, y se tenia especial
cuidado con las centinelas y rondas del Albaicin y de
la ciudad , y cada noche se juntaban los caballeros ca-
pitanes y ciudadanos honrados en el cuerpo de guar-
dia que se hacia en las casas de la Audiencia y en la
sala del Presidente, donde su negocio era tratar desta
sospecha, como acontece muy de ordinario cuando
hay que temer ó desear. Estando pues en buena con-
versación una noche, que fué jueves á 17 dias del mes
de marzo, don Jerónimo de Padilla bajó del Albaicin,
y se llegó al Presidente y le dijo de manera que nadie
le pudo oír, como en una ladera de Sierra Nevada se
habían visto fuegos que parecían señales, y que de
ciertas ventanaíy terrados del Albaicin habíanrespon-
dido con otras lumbres; y aunque disimuló porque los
que allí estaban no se alborotasen , no tardó mucho
que don Juan de Mendoza Sarmiento , que estaba alo-
jado en el Albaicin , y era cabo de la gente de guerra
que allí había, le envió el mesmo aviso con Bartolomé
de Santa María, cuadrillero , que le dio el recaudo que
todos lo pudieron oír. Entonces dijo el Presidente que
era bien apercebir la gente, por si hubiese algo, no los
tomase descuidados; y sospechando que debían de
querer juntarse para soltar los moriscos que tenia pi e-
sos en la cárcel , mandó al proprio Bartolomé de San, a
María que fuese á ver el recaudo que tenían, y si esta-
ban con don Antonio de Valor y don Francisco, i\i
hijo, un alguacil y seis soldados que les tenían puestos
de guardia, y que dijese al alcaide de la cárcel de su
parte que no se descuidase con los presos. Con este
aviso tan particular llamó el alcaide algunos amigos y
deudos suyos , y les rogó que le acompañasen aquella
noche con sus armas , y buscando las que pudo haber
prestadas, las repartió entre los cristianos que estaban
presos. Estando pues todos prevenidos, lávela de la Al-
liambra, que estaba enla torre déla Campana, que otros
llaman del Sol, acertó á tocar el cuarto de la modor, a
mas tarde y mas apresuradamente que otras veces, re-
picando á menudo, como si tocara á rebato ; y creyen-
do que lo era, toda la ciudad se alborotó. También se
alborotaron los cristianos de la cárcel , y los moriscos
juntamente, teniendo algún aviso ó sospecha; y fué
de manera el alboroto, que vinieron á las manos. Los
moriscos peleaban con piedras , ladrillos y palos que
sacaban de los calabozos, y los cristianos con las ar-
mas que el alcaide les había dado , ó con los mástiles
de los grillos, procurando cada cual deshacer la pared
que le venia mas amano para sacar material que arrojar
á su enemigo. Acudiendo pues el alcaide, se renovó la pe-
lea con muertes y heridas de entrambas partes, sin que
en mas de dos horas se sintiese fuera. Contábanos des-
pués el corregidor Juan Rodríguez de Villafuerte que,
estando él reposando sobre una silla en la sala de la
Audiencia que responde á la cárcel, habia sentido gran
ruido, y que salió corriendo á las ventanas que salen á
la plaza Nueva, y como vio los soldados del cuerpo de
guardia sosegados , tornó á sentarse ; y dende á poco
rato, oyendo el mesmo ruido, y pareciéndole que era
en la cárcel , envió allá un soldado, que volvió á decir-
le como andaban los presos revueltos , peleando los
moros con los cristianos , y que unos decían « viva la fe
deJesucristo», y otros «viva Mahoma»; y que habia ido
luego á dar aviso al Presidente , el cual mandó que la
compañía de infantería que hacia cuerpo de guardia en
la plaza Nueva cercase la cárcel, porque no se fuesen
los presos. Mas ya á este tiempo la gente de la ciudad
habia acudido al rebato y muchos soldados á las vuel-
tas ; y entrando en la cárcel , combatían los calabozos
y otros aposentos, donde los moriscos se habían retira-
do para defenderse ; muchos de los cuales, declarando
lo que tenían en el pecho, invocaban la seta. Otros, co-
mo desesperados, que ni querían carecer de culpa ni
REBELIÓN Y CASTIGO DE LOS MORISCOS DE GRANADA.
excusar la muerte en aquella última hora de su vida,
juntando esteras, tascos y otras cosas secas que pu-
diesen arder, se metían entre sus mesmas llamas, y las
avivaban , para que , ardiendo la cárcel y la audiencia,
pereciesen todos los que estaban dentro. Mas aun esto
no pudieron ver, porque los cristianos apagaron el fue-
go, y entre polvo y Ijumo los mataron á todos, sin dejar
hombre á vida , sino fueron los dos que defendió la
guardia que tenian. Duró la pelea siete horas , y mu-
rieron ciento y diez moriscos que estaban presos , y
muchos dellos se hallaron estar retajados ; las culpas
de los cuales debieron ser mayores de lo que aquí se
escribe, porque después pidiendo las mujeres y hijos
de los muertos sus dotes y haciendas ante los alcaldes
del crimen de aquella Audiencia , y saliendo el fiscal á
la causa, se formó proceso en forma; y por sentencias
de vista y revista fueron condenados, y aplicados todos
sus bienes al real fisco. Murieron cinco cristianos en
esta refriega y hubo diez y siete heridos, y el alcaide
fué bien aprovechado de los despojos de los muertos,
porque como eran gente rica, tenian buena cantidad de
dineros consigo. A este rebato acudió el conde de Ten-
dilla cuando ya era de día, y estando diciendo al Pre-
253
sidente que queria ir á poner algún remedio en la cár-
cel, llegó el licenciado Pero López de Me«a, alcalde del
crimen de aquella audiencia , que venia de la cárcel , y
dijo que no habia para qué ir allá, porque ya los mo-
riscos quedaban muertos. No mucho después mandó
su majestad llevar á don Antonio y á don Francisco de
Valor, su hijo, donde les dióconquepodersesustentar,
porque pareció no ser culpados en el rebelión, sino que
el alcaide mayor de Osuna los habia prendido viniendo
del puerto de Santa María, donde estábanlas galeras, á
Granada, con orden. Estemesmo día el conde de Ten-
dilla, queriendo poner en efeto lo que mucho deseaba,
que era juntar gente y salir en campaña á la parte de
Bentomiz, envió á llamar al capitán Lorenzo de Avila,
que con la gente de las siete villas estaba alojado en
los lugares de Béznar , Alfacar y Cogollos; y teniendo
apercebida la que habia en Granada y los lugares de la
Vega, la Audiencia y la ciudad lo contradijeron, y paró
con enviar á don Juan de Mendoza Sarmiento á Orgiba
con trecientos hombres de la gente de las villas. En el
siguiente libro diremos la causa por que no se prosiguió
en la reducion , y cómo se tornaron á alzar todos los lu-
gares de la Alpujarra que ya estaban reducidos.
LIBRO SEXTO.
CAPITULO PRIMERO.
C(5mo estando ya reducidos los lugares de la Alpujarra , Alvaro
Flores y Antonio de Avila saquearon á Valor, y se perdieron
con la gente que llevaban.
Procuraba el marqués de Mondéjar por todas las vias
posibles como acabar el negocio de la reducion, y pren-
der ó matar á Aben Humeya y al Zaguer; y habiendo
errado de prenderlos Gaspar Maldonado, traía espías
sobre ellos, especialmente á los Aben Zabas de Valor,
que eran sus enemigos. Estando pues con este cuidado,
fué avisado como acudían algunas noches á aquel lugar,
y que Aben Humeya había de venir á celebrar una bo-
da á las casas de su padre, donde podría ser con facili-
dad preso si á deshora daban sobre él cuarenta ó cin-
cuenta hombres de hecho, porque eran pocos los moros
que le acompañaban. Y mandando llamar á Jerónimo
de Tapia y á Andrés Camacho cuadrilleros, hombres del
campo y muy plátícos en aquella tierra , les encargó
que con toda diligencia procurasen hacer aquel efeto
con cuarenta soldados escogidos de sus cuadrillas. Par-
tieron de Órgiba á 2o días del mes de marzo, y llegan-
do de parte de noche á Valor el alto, dejaron la gente
emboscada entre unas matas, y ellos dos solos llegaron
alas casas; y hallando las puertas abiertas, entraron
dentro y encendieron lumbre , y anduvieron todos ios
aposentos, y no hallando gente ni señal de haber mora-
do allí nadie muchos dias habia , tornaron á salirse , y
se fueron hacía donde habían dejado los soldados. En el
camino oyeron ruido en Valor el bajo, y sintiendo cru-
jidos de ballestas, y estando escuchando, vieron salir de
las casas un moro con dos bagajes menores cargados;
y aguardándole en un paso del camino, salieron á él y
le prendieron, para saber qué gente era aquella que ti-
raba con las ballestas ; el cual les dijo como Aben Hu-
meya quedaba dentro del lugar en casa de un morisco
su amigo haciendo la zambra de una boda, y que esta-
ban con él muchos ballesteros y escopeteros, monfís y
gandules, y otros que le habían ido á buscar después
de la entrada de Laróles. Con esta nueva se volvieron
los cuadrilleros, no se atreviendo á entrar en el lugar
con tan poca gente, porque estaba muy poblado, á cau-
sa de haberse reducido en él los vecinos del lugar alto
y de otras partes ; y llegados á Órgiba , informaron al
marqués de Mondéjar de todo lo que el moro les había
dicho ; y preguntándoles qué gente bastaría para cer-
car el lugar y hacer el efeto que se pretendía, le dije-
ron que cuatrocientos hombres sería ntímero sufi-
ciente para ello. Aquella noche vino Alvaro Flores de
fuera, y el Marqués les mandó á él y al capitán Antonio
de Avila, vecino de Madrid, que con seiscientos arca-
buceros escogidos de todas las compañías, llevando
consigo los dos cuadrilleros, fuesen á Valor el bajo; y
cercando de parte de noche el lugar de manera que no
fuesen sentidos, avisasen á cualquiera de los Aben Za-
bas, para que les mostrasen las casas donde podja estar
Aben Humeya; y cercándolos á un tiempo , trabajasen
por prenderle ó matarle ; y no le hallando, se informa-
sen si habia estado allí aquellos dias, y donde se habia
recogido. También se entendió que mandó á Alvaro
Flores que pidiese á los regidores le entregasen las mo-
riscas de su majestad, que se les habían dado en depó-
sito en Jubiles, y que las llevase á Órgiba, donde se
recogían las demás. Con esta orden salieron los capita-
nes del campo miércoles 30 dias del mes de marzo , y
al pasar de la puente que está junto al lugar de Albace-
te, hicieron su reseña, y hallaron que llevaban seis-
cientos y cincuenta hombres , sin otros que los siguie-
ron después sin orden, entendiendo que iban á hacer
iU
LUIS DEL MARMOL CAUVAJAL.
n:;4tin burn ofofo, y algunos aventureros que llevaban
canliflud do dineros para emplear en esclavas, ropa y
joyas, porque cu semejantes jornadas que estas siem-
pre tenían los soldados aprovechamiento de buena ó
de mala guerra; y hallando al pié de la obra quien se
lo comprase, lo daban por poco dinero. Juntándose pues
al pié de ochocientos hombres, caminaron todo aquel
dia hacia la mar, dejando á Yálor ú la mano izquierda,
por desmentir las espías. Otro dia encontraron cuaren-
ta soldados del presidio de Motril , que estaban en una
rambla bien descuidados esperando que llegasen otros
compañeros para ir á saquear un lugar ; y llevándoselos
consigo, prosiguieron su camino, dando vueltas á una
parte y á otra; y el viernes bien de mañana vieron ba-
jar por un cerro abajo otros cincuenta soldados huyen-
do, y muchos moros que bs venian siguiendo dando
grandes alaridos. Estos eran de Adra , y habían salido
mas do ciento juntos, y repartidos en dos cuadrillas,
para saquear á un tiempo los lugares de Murtas y Tu-
rón. En Turón se habían defendido los moros, y muerto
o icedellos; y en Murtas se habían aposentado la no-
che en la iglesia, y los vecinos les habían dado de cenar,
y de almorzar á la mañana , y á la partida , en pago del
hospedaje, les habían saqueado las casas, y cargados
del despojo, iban huyendo, y los moros tras dellos dan-
do voces ; y sí no acertara & llegar nuestra gente, los
degollaran á todos. Recogiéndolos pues los capitanes
con la otra gente, fueron haciendo un gran rodeo has-
ta Valor, donde iiogaron sábado en la noche á 2 días
del mes de abril; y antes de llegar al lugar repartieron
la gente en dos partes para poderlo cercar á un tiem-
po. Antonio de Avila y Jerónimo de Tapia tomaron la
ladera poruña vereda que iba derecha á las casas, y
Alvaro Flores y Camacho fueron por un barranco que
se había de pasar para tomar lo alto á la parte de la
sierra. Habían de llegar todos á un tiempo ; y como
Alvaro Flores tenía mas camino que andar y mas im-
pedimento, por ser el barranco grande y hondo , llegó
Antonio de Avila á su puesto primero que él. Los mo-
ros tenían su cuerpo de guardia en el camino junto á
«na cruz, portemor de los soldados que andaban ha-
ciendo daño ; y adelantándose Jerónimo de Tapia, lle-
gó á ellos y les dijo que no se alborotasen, porque
eran soldados de Alvaro Flores que andaban visitando
la tierra; y conociéndole uno de los Aben Zabasque
estaba con ellos, se fué para él y le abrazó, y le rogo
que entretuviese la gente mientras iba á verse con Al-
varo Flores, porque ya tenía aviso ce lo que iban á ha-
cer. Sucedió pues que , yendo Aben Zaba el barranco
arriba por defuera de las casas en busca de Alvaro Flo-
res, llamándole por su nombre, y con la salvaguardia
que tenia del marqués de Mondéjar en la mano, como
hacía luna y se devisaba el bulto desde lejos, un solda-
do le tiró un arcabuzazo, y no le errando, le derribó
muerto en tierra. Los moros que iban con él dieron lue-
go voces , y los cristianos tocaron arma ; y dando los
de Antonio de Avila en los que estaban de guardia en
la cruz, los unos y los otros entraron de tropel en el
lugar, y matando cuantos moros les venian por delan-
te , saquearon las casas, captívaron las mujeres, y co-
mo sí fueran muy de propósito á hacer aquel efeto, re-
cogieron la presa en la iglesia. No era bien amanecido,
cuando los moros que habían podido huir de los solda-
dos comenzaron á echar ahumadas por la tierra, y los
dos cuadrilleros, como hombres prá ticos, dijeron á los
capitanes que de su consejo dejasen la presa y se re-
cogiesen con tiempo, porque tenían ocho leguas de ca-
mino áspero y fragoso hasta llegar á órgiba , y si car-
gaban enemigos, correrían riesgo de perderse. Alvaro
Flores quisiera tomar su consejo ; mas Antonio de
Avila burló del, diciendo que con la gente que allí te-
nia atravesaría toda África, llevando mayor presa que
aquella. Con este no menos cudicioso que soberbio pa-
recer se conformaron todos los soldados y aventure-
ros , y sacando las moras de la iglesia siendo ya alto el
día , hicieron dos escuadrones; con el uno tomó la van-
guardia Alvaro Flores, y el otro quedó de retaguardia á
orden de Antonio de Avila; y metiendo las moras en
medio , que pasaban de mil y docienlas almas , con al-
gunas mangas de arcabuceros á los lados, mientras
marchaban los unos y los otros, Antonio de Avila con
docientos y cincuenta soldados hizo alto junto á las
casas, por si los enemigos, que ya acudían dando ala-
ridos por aquellas laderas, quisiesen hacer algún aco-
metimiento á la bajada de una loma, por donde nece-
sariamente había de ir la gente á dar al camino real.
A este tiempo los moros, despojados de sus mujeres y
hijos y de sus haciendas, conociendo haber sido de-
sorden la que se había hecho, enviaron dos hombres
delante , que dijo'^en á los capitanes que mirasen que
tenían salvaguardia del marqués de Mondéjar y esta-
ban reducidos, y que no había causa por donde hacer-
les tanto mal ; que sí había sido inadvertencia de algu-
nos soldados, lo pasado fuese pasado, y les dejasen sus
mujeres y hijos, porque ellos querían paz y quietud en
sus casas, y de lo contrario, tomaban á Dios por testi-
go. A los cuales respondió Antonio de Avila con pala-
bras injuriosas, llamándolos de perros traidores á Dios
y al Rey, que teniendo al tirano en sus casas, le habían
avisado para que se fuese; y les mandó tirar de arca-
buzazos. Viendo esto los moros, acudieron como qui-
nientos, la mayor parte desarmados, y acometieron co-
mo hombres desesperados á los docientos y cincuen-
ta soldados al tiempo que iban bajando la cuesta de la
ladera: y desbaratándolos, mataron á Antonio de Avila
y mas de treinta dellos; los otros dieron todos á huir
vilmente hacia el escuadrón. Estaban todos los reduci-
dos alterados por los daños que la gente desmandada
les hacia desde la entrada de Laróles, y cuando corrió
la fama por los lugares convecinos de lo que habían he-
cho en Valor, y como se llevaban todas las mujeres cap-
tivas, no se mostraron nada perezosos en acudir á las
ahumadas, y ejecutando animosamente por donde veían
mejor entrada en los desordenados soldados, que á un
tiempo les faltó consejo, disciplina y ánimo , como iban
caminando, les salían de través por los pasos y veredas
que sabían, y los herían y mataban á su salvo. Un gol-
pe de moros cortó por medio de los escuadrones donde
iban las mujeres captivas, y matando mas de cincuenta
soldados, les quitaron mas de trecientas dellas y se
las llevaron. Trasdestos entraron otros y otros, hasta
que no dejaron ninguna , yéndose peleando tan floja-
mente de nuestra parte, que parecía ira del cielo la que
perseguía aquellos cudiciosos soldados. Caminando
pues cuanto podían, llegó la vanguardia á una angostura
que se hace entre dos sierras, donde forzosamente ha-
REBELIÓN Y CASTIGO DE LOS MORISCOS DE GRANADA.
2o 5
blíiii de pa>ar desordenados; y dejando de tomar las
cordilleras altas, como gente de disciplina, se metieron
por un valle angosto y hondo, donde apenas podian ir
apareados ; y como los delanteros se diesen priesa á ca-
minar por salir del mal paso , dejando á los traseros en
el peligro, lucieron un hilo tan largo , que tuvieron lu-
gar los moros de atajarlos; y entrándoles por muchas
partes, los acabaron de romper, matando al capitán
Arrieta, que animosamente había resistido gran rato,
haciendo algunas vueltas sobre los enemigos. Mientras
la gente se alargaba, el capitán Alvaro Flores y Cama-
cho trabajaron su posible por detener los soldados que
huian; y viendo que el trabajo era en vano, porque los
moros crecían y los cristianos desmayaban cada hora
mas, acordaron de ponerse encobro embreñándose por
aquellas sierras hacia la parte que la fortuna los echase,
y para ir mas ligeros fueron dejando las armas y los
vestidos. Camacho se salvó, y Alvaro Flores, faltándole
el aliento, se arrimó á una peña, y allí le alcanzaron
los enemigos y le mataron. Este fué un infelice suce-
so con que los moros tomaron ánimo, porque se per-
dieron aquel día al pié de mil cristianos y mucha can-
tidad de armas y de dineros que llevaban, con que se
satisficieron bien del dañorecebido en Laróles. Y ver-
daderamente pareció ser juicio de Dios, porque debien-
do bastar un soldado para diez moros viles y desarma-
dos, hubo moro que mató diez cristianos, hallándolos
tan cargados de miedo y de cudicia juntamente, que
aun en la presencia del peligro no querían soltar la pre-
sa que llevaban en las manos. Sesenta soldados se apar-
taron por un valle abajo, y fueron á parar á la villa de
Adra , porque tuvieron buena guia. Otros cincuenta se
hicieron fuertes en la torre de una iglesia, y allí los cer-
caron los moros y los quemaron vivos ; pocos fueron
los que pudieron escapar con los cuadrilleros por la
sierra; los otros todos perecieron. Acabado de seguir el
alcance, que duró mas de cuatro leguas, porque como
llegaban en paraje de los lugares cansados y fatigados
de sed , salían de refresco los moradores dellos y los
iban degollando, luego se retiraron ios de Valor, y en-
viaron un hombre al marqués de Mondéjar, descargán-
dose de la culpa que se les podría imputar, y cargando
á los capitanes, diciendo que estaban prestos de entre-
gar luego las "armas que habían tomado á los cristianos,
porque no deseaban mas que quietud. El cual quiso
cirios y admitir su descargo ; mas fué tanta la indigna-
ción de todos los del campo , chicos y grandes, que no
hubo razón que bastase para aplacarlos, diciendo que
cuanto trataban era engaño y maldad , y que el marqués
de Mondéjar se dejaba engañar de aquellos herejes,
que tenia como por vasallos; y no faltaron personas
particulares que ocurrieron á su majestad con memo-
riales de quejas, tomando por ocasión esta gran pér-
dida.
CAPITULO 11.
Cómo los moros de Turón mataron al capitán Diego Gasea,
y sus soldados saquearon el lugar.
Dos días después desto el capitán Diego Gasea qui-
so tomar satisfacion de los de Turón por los once sol-
dados que le habían muerto , inducido á ello de algu-
nos vecinos que solían ser de aquel lugar; amaneció
sobre él una mañana con la gente de á pié y de á ca-
ballo de Adra, y le cercó. El alguacil y los regidores sa-
lieron luego á mostrarle la salvaguardia que tenian, y
le dijeron que los de aquel pueblo liabian sido leales
al servicio de Dios y de su majestad , y puesto en li-
bertad á los cristianos que moraban entre ellos, y no
habían consentido quemar la iglesia; y cuando habían
podido, habían acudido á reducirse, porque antes no
lo habían osado hacer por miedo de los monfís; y que
le pedían por merced los favoreciese y amparase, y no
diese lugar á que se les hiciese agravio, como lo ha-
bían querido hacer ciertos soldados desmandados que
los días pasados habían estado allí y querídoles saquear
las casas. Diego Gasea les respondió que no iba á lia-
cerles daño , sino á buscar las armas que tenian escon-
didas , y las que habían quitado á los cristianos que ha-
bían muerto, y aprender á los matadores para que fue-
sen castigados por justicia; y entrando en el pueblo,
sin embargo de los requerimientos que los reducidos le
hacían con la salvaguardia que tenian , comenzaron á
desmandarse los soldados por las casas , buscando lo
que convenia para su aprovechamiento. Y como Diego
Gasea entrase en un zofí bajo, donde estaban escondidos
unos moros sospechosos , uno dellos se le descomidió de
palabras, diciendo que lo que hacia no era buscar mal-
hechores, sino robar las gentes; y como él le quisiese
dar de mojicones, sacando el moro un puñal que tenia
escondido, se lo escondió en el cuerpo. Los soldados
que se h;dlaron presentes mataron luego al matador y
á los que con él estaban ; y se airaron tanto , viendo el
desdichado suceso de su capitán , que sin otra conside-
ración tocaron arma á gran priesa , y dando igualmente
en los vecinos armados y desarmados, mataron ciento
y veinte dellos, y robaron el lugar, captívaron todas
las mujeres y niños , y dejando ardiendo las casas , vol-
vieron ásu alojamiento, y repartieron la presa, como
si hubieran llevado orden particular para aquel efeto,
que todo lo disimuló la muerte de su capitán. Era Diego
Gasea mancebo animoso , y había desbaratado tres ve-
ces á Aben Humeya yendo sobre Adra , estando él den-
tro : la primera vez á 8 días del mes de enero del año
de 1569 , en la cual llevando el moro ocho mil hombres,
y hallándose él con sesenta caballos y trecientos infan-
tes, le desbarató, y mató docíenlos moros; la segunda
á 24 del dicho mes , que volviendo otru vez sobre aquel
presidio , también le rompió, y le mató otros docientos
y veinte moros; y la tercera y última, cuando lleván-
dole el ganado de Adra, salió á él y se lo quitó y hizo
retirar con daño; y así por estas Vitorias como por
otras entradas que había hecho la tierra adentro con
felices sucesos, estaba bienquisto de la gente de guer-
ra, y sintieron mucho su muerte, especialmente sus
soldados , á quien procuraba siempre aprovechar cuan-
to podía ; cosa con que mucho se gánala benevolencia.
CAPITULO III.
De otras desórdenes que la gente desmandada hizo estos dias
en los lugares reducidos.
En este mesmo tiempo los soldados que habían ido
con el beneficiado Torríjos á reducir los lugares de la
sierra de Fílábrcs , enfadados de ver tanta paz , le deja-
ron ir; y desmandándose docientos y cincuenta dellos,
cuando^bubieron andado rescatando los pueblos, llega-
ron al lugar de Bayarca, y le saquearon para salirse por
2"fi
LUIS DEL MARMOL CAUVAJAL.
aquella pnrfe de la Alpujarra ; mas los moros de la co-
marca se juntaron y dieron en ellos , y los degollaron á
todos el mesmo día que sucedió lo de Turón. Salió
también estos días del campo del marqués de los Ve-
jez una compañía de infantería de los de Lorca, que
anduvo por las taas de Berja y Dalias robando todos
aquellos lugares, y llegando liasta Pezcina, donde esta-
ban dos soldados de guardia que liabia dado el marqués
de Mondéjar á los vecinos , para que si acudiese alguna
gente desmandada mostrasen la salvaguardia y no de-
jasen hacerles daño, aunque salieron á recebirlos con
el alguacil del lugar y se la mostraron , como si no fue-
ran obligados á guardarla por no ser del marqués de
los Vélez, entraron airadamente en las casas y las sa-
quearon, y captivaron mil y quinientas almas entre mu-
jeres y niños , y mataron el uno de los dos soldados
porque se lo reprehendía , y mas de treinta moros de los
reducidos. Los otros , que eran muchos , huyeron á las
sierras, y juntando mas gente de los lugares comarca-
nos , les salieron al camino , y con la ocasión de una
niebla muy espesa y de una aguanieve que se les ofre-
ció favorable, los acometieron por diferentes parles
dando grandes alaridos; y como los soldados no se pu-
diesen aprovechar de sus arcabuces, porque á unos se
les apagaron las mechas que llevaban encendidas , y á
otros en descubriendo la cazoleta del fogón se les moja-
ba el polvorín, yendo ansimesnio embarazados con una
presa tan grande de gente , ganados y bagajes, tuvieron
lugar los moros de entrarles, y desbaratándolos, los
degollaron á todos, y les tomaron mucha cantidad de
arcabuces , ballestas y espadas , con que se acabaron de
armar los que no lo estaban. Con esta vitoría y con la
presa que cobraron, volvieron los moros á sus lugares
menos contentos de lo que lo suelen estar los vencedo-
res, porque los hombres de buen entendimiento veían
que era dar espuelas á su destruícion. No sucedió ansí
á don Diego Ramírez de Haro , alcaide de la fortaleza
de Salobreña, que yendo á Mulvízar, lugar de aque-
lla jurisdícíon , donde se habían recogido muchos de los
reducidos, y con ellos otros moros de guerra , hallán-
dolos cortando cañas dulces á jornal en unas hazas, los
prendió á todos; y pasando al lugar, lo saqueó y trajo
captivas las mujeres , sin hallar quien le hiciese resis-
tencia á la ida ni á la vuelta. Esla presa partieron en-
tre don Sancho de Lcíva y él, porque iba gente de mar
y de tierra. Los moros se llevó don Sancho para las ga-
leras , y las moras fueron vendidas por esclavas. No me-
nos que esto hacían los capitanes y soldados de los pre-
sidios hacia la parte que les tocaba con pequeñas oca-
siones, buscando sus aprovechamientos entre paz y
guerra , antes que la tierra se acabase de allanar.
CAPITULO IV.
Cómo los moros de la Alpujarra se tornaron á levantar, y juntán-
dose con Aben Humeya renovaron la guerra ; y de algunas pro-
visiones que su majestad hizo estos dias.
Estas desórdenes y otras muchas que sucedieron, es-
tándose todavía el marqués de Mondéjar en Orgiba, es-
perando que don Juan de Austria partiese de la corle,
fueron causa que los ya rendidos pueblos se alterasen
de nuevo, dando crédito á los sediciosos, que les repre-
hendían haberse fiado tan de ligero y rendido las ar-
mas y las banderas , como si la hambre y la necesidad,
que es la que suele rendir los lugares fuertes , no los
hubiera combatido y doblado. «Cruel condición, de-
cían, es la de nuestros enemigos para ponernos en sus
manos, teniéndolos tan ofendidos. Apresuremos el pa-
so, y tomemos la delantera con varoniles ánimos á una
honrosa muerte , defendiendo nuestras mujeres y hijos,
y haciendo lo que somos obligados por salvar las vidas
y las honras que naturaleza nos obliga á defender. » Es-
tas y otras muchas razones que decían á la gente rús-
tica acrecentaron los enemigos ánimos y dieron nue-
vas fuerzas á Aben Humeya; y cuando pensábamos te-
nerle ya vencido y deshecho, tornó á renovar la guerra
con mayor confianza , viéndose rodeado de mucha gen-
te que de todas partes le acudía , armados de las armas
que quítabanjuntamenteconlas vidas á nuestros cudi-
cíosos soldados. Hízose poderoso para entre aquellas
sierras brevemente, y poniendo su ánimo en defender
la Alpujarra y en levantar los otros lugares que hasta
entonces no se habían levantado, con vana hinchazón
imaginaba como poder ofender á Granada y á las otras
ciudades de aquel reino; mas la fortuna de su acelera-
da muerte le entregará presto á las tinieblas, y la guerra
tomará castigo de los que la despertaron , haciéndoles
pagar con las gargantas los alborotos y las muertes que
hicieren en ella. Cuando ya su majestad fué bien in-
formado de tantas desórdenes, de los daños que los re-
beldes habían hecho y de los males que había en aquel
reino, apresurando la partida de don Juan de Austria,
en que parecía consistir el remedio, mandó proveer di-
neros, bastimentos y municiones, no de otra manera
que si hubiera de ir su real persona á dar fin á la guer-
ra. Avisó á las ciudades y señores para que le obedecie-
sen y guardasen sus órdenes, mandándoles que rehi-
ciesen sus compañías de gente, porque estaban ya casi
deshechas, y á los que no las habían enviado, que las
enviasen ; y así , envió luego á Granada la ciudad de Se-
villa los dos mil infantes con que se había ofrecido á
servir en esta guerra á su costa , y docíentos caballos.
Capitanes de la infantería fueron don Pedro de Pine-
da , escribano mayor del cabildo, don Alonso de Arella-
no, don Pedro Niño, Alonso Ochoa de Rivera, Pedro de
Vergara, Diego Orliz Melgarejo y el jurado Alonso de
Arauz; y de la caballería don Juan de Velasco, hijo del
conde de Nieva , y don Juan Portocarrero ; y lo mismo
hicieron las otras ciudades y villas de la Andalucía que
no habían acudido. Era grande el contento de los sol-
dados enemigos de la paz , pareciéndoles que resucitaba
la guerra , y viendo que con estas nuevas apenas había
ya quien osase mentar la reducion. Juzgaban que la ida
de don Juan de Austria á Granada era dar fin de la na-
ción morisca, por las nuevas muertes de aquellos solda-
dos, y que para este efelo se había mandado al marqués
de Mondéjar que saliese de la Alpujarra. Por otro cabo,
los moriscos de Granada mostraban haber perdido mu-
cha parte del temor, creyendo que con su presencia se-
rían desagraviados y temían fin sus trabajos, tenien-
do seguridad en las vidas y en las haciendas ; porque
no osaban salir á labrar los campos ni á trabajar en sus
oficios , por miedo que no los matasen ó por no de-
jar sus mujeres y hijas solas y las casas llenas de hués-
pedes. No menos conformes que esto estaban los áni-
mos de los unos y de los otros en Granada , esperando
que don Juan de Austria viniese, cuando el marqués de
REBELIÓN Y CASTIGO DE LOS MORISCOS DE GRANADA.
Mondéjar , avisado como habia salido de Madrid, par-
tió del alojarniontode Órgiba á 8 dias del mes de abril,
dejando en él á don Juan de Mendoza Sarmiento con dos
mil infantes y cien caballos ; y con toda la otra gente
entró en la ciudad la víspera de pascua de Resurrección,
acompañado de muchos caballeros y ciudadanos nobles
que le salieron á recebir. Metió la caballería delante con
las banderas que habia ganado ú los moros , arrastrán-
dolas por el su<ilo ; luego iban los bagajes cargados de
las armas que le habían rendido ; tras deStos iba su per-
sona rodeada de los alabarderos de su guardia ordina-
ria , y de retaguardia toda la infantería puesta en sus
ordenanzas : entrada cierto de mucho regocijo , si la
demasiada alegría de algunos no despertara el dolor en
los corazones lastimados de los que habían perdido sus
padres, maridos , hijos y hermanos , y los encendiera en
mayor ira ; porque se les representaba que los rebeldes
quedarían sin castigo, y que el Capitán General era autor
de que fuesen perdonados. Salido el marqués de Mon-
déjar de la Alpujarra, Aben Humeya tuvo lugar de exten-
derse por ella ú su voluntad ; y perdiendo la vergüenza
á toda crueldad, porque no le quedase á quien temer,
hizo morir muchos hombres principales, alguaciles y
regidores de los que se habían reducido , diciendo que
por haberlo hecho sin autoridad suya. Y enviando sus
mensajeros á Berbería á que publicasen de nuevo Vi-
torias y grandes muertes de cristianos , movió los áni-
mos de muchos hombres inquietos , que hasta allí no se
habían determinado, teniendo por cosa de aire el re-
belión , para que le viniesen á socorrer , unos con sus
personas y bajeles , y otros con armas y municiones por
sus dineros.
CAPULLO V.
Del recebimiento que se le hizo á don Juan de Austria
cuando entró en Granada.
A 6 días del mes de abril partió don Juan de Austria
de los jardines de Aranjuez, donde habia ido á besar las
manos á su majestad y á despedirse para proseguir su
camino , llevando consigo á Luis Quijada ; y tomando
postas por jornadas motleradas, llegó en seis dias á la
villa de Hiznaleuz , que está cinco leguas de Granada.
Alborotóse la ciudad con regocijo cuando supo su lle-
gada y que habia de entrar otro día siguiente, deseosos
todos de festejar un príncipe hermano de su rey y señor
natural, que tan de corazón amaban. El marqués de
Mondéjar salió el mesmo día con la compañía de caba-
llos de Juan de Carvajal y algunos capitanes entreteni-
dos y caballeros , deudos y amigos suyos, y estuvo con
él en IJiznaleuz aquella noche , y otro día de mañana,
viniendo juntos la vuelta de Granada , se adelantó para
dar lugar á los otros recebimientos que se habían de
hacer, y se subió á la fortaleza de la Alhambra. El
conde de Tendilla fué el primero que salió á recebir á
don Juan de Austria con docientos jinetes muy bien
aderezados, ciento de la compañía de Tello González de
Aguilar, y ciento de la suya, cuyo teniente era Gonzalo
Chacón, Estos iban todos vestidos á la morisca, y los
otros con ropetas de raso y de tafetán carmesí á nues-
tra usanza , y los unos y los otros bien armados de co-
razas, capacetes, adargas y lanzas; de manera que en-
tre gala y guerra hacían hermosa y agradable vista.
Llegó hasta el lugar de Albolote , legua y media de la
2S*7
cmdad , y hecho su cumplimiento , se volvió para dar
también lugar á otros caballeros y señores que iban al
mesmo efeto. Ya el Presidente tenía orden de su ma-
jestad de la que se habia de tener en el recebimiento de
su hermano, que era que saliesen con él solos cuatro
oidores y los alcaldes del crimen, y con el Corregidor
cuatro veinticuatros y sus tenientes, y con el Arzobispo
cuatro personajes del cabildo , los que él señalase. Y
como supo que venía ya cerca, salió á juntarse con el
Arzobispo en una encrucijada que se hace á la entrada
de la calle Elvira, junto al pilar del Toro ; y tomando el
Arzobispo la mano izquierda, salieron al hospital real , ■
y pasaron un tiro de ballesta mas adelante hasta el ar-
royode Beyro, donde se habia de hacerelrecebimiento.
Llegando don Juan de Austria á un mesmo tiempo, se
adelantó el Presidente el primero, cuando le vio venir
cerca, y llegó humilmente á hacer su cumplimiento;
el cual lo recibió muy bien y con el sombrero en la
mano, y le tuvo un rato abrazado. Y apartándose á un
lado, llegó el Arzobispo y hizo lo mismo con él; y luego
llegaron por su antigüedad los oidores y alcaldes, y las
dignidades de la iglesia, y el Corregidor y los veinti-
cuatros por esta orden, y á la postre los caballeros y
ciudadanos particulares. Y el Presidente le decía quien
era cada uno , y él los recebia con tanto amor, que to-
dos quedaban satisfechos. Acabado este recebimiento,
el conde de Miranda, que venia al lado de don Juan de
Austria, se adelantó , y el Presidente y el Arzobispo le
tomaron en medio , yendo el Presidente á la mano de-
recha. Desla manera caminaron á la ciudad con in-
creíble concurso de gente que cubría todos aquellos
campos. Estaba hecho un escuadrón de toda la infan-
tería en el llano de Beyro ; y en llegando á emparejar
con las primeras hileras, comenzó la arcabucería á dis-
parar por su orden, y tan sin intervalo, que haciendo
una hermosísima salva, pareció muy bien, no solo á los
que no habían visto otra cosa semejante, mas aun á los
soldados prálicos que habían sido muy experimenta-
dos en ello. Y el belicoso ánimo del mancebo para
quien estaba guardado el triunfo de la vítoria naval, no
podía apartar los ojos de sobre aquella infantería, que
pasaba ol número de diez mil hombres. No hubo pa-
sado muy adelante , cuando le salió otro recebimiento ,
espectáculo piadoso y digno de compasión, aunque in-
dustriosamente hecho para provocarle á ira contra los
moriscos. Salieron mas de cuatrocientas mujeres cris-
tianas, de las que habían sido captivas en la Alpujarra,
todas juntas, faltas de atavíos y colmadas de tristeza,
rociando el suelo con sus lágrimas y esparciendo por él
sus rubios y mesados cabellos; y cuando le tuvieron
cerca , poniendo algunas dellas silencio á sus doloro-
sos llantos, no sin falta de sollozos ygemidos, abrazan-
do consigo su dolor, le dijeron desta manera : «Justi-
cia, señor, justicia es la que piden estas pobres viudas
y huérfanas, que aman el lloro en el lugar de sus ma-
ridos y padres; que no sintieron tanto dolor con oír los
crueles golpes de las armas con que los herejes los ma-
taban á ellos y á sus hijos, hermanos y parientes, conK)
el que sienten en ver que han de ser perdonados.» .Y
como prosiguiesen en sus quejas, hablando unas y otras
tumultuosamente, don Juan de Austria, enternecido de
verlas de aquella manera, les dijo que callasen, y las
consoló con que tuviesen paciencia y fuesen ciertas que
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2o8
LL1S DEL MARMOL CARVAJAL.
favorecería su justicia cuanto fuese posible. De allí en- \
tro en la ciudad, donde vio menos lástimas y mas galas ¡
y regocijos, porque estaban las ventanas de las calles
por donde habia de pasar entoldadas de paños de oro y
de seda, y mucho número de damas y doncellas nobles
en ellas, ricamente ataviadas, que habían acudido de
toda la ciudad por verle. El cual pasó mirando á una
parte y á otra, no menos hermoso que bien compuesto,
hasta las casas de la Audiencia, donde le tenia hecho el
Presidente su aposento en unas salas ricamente adere-
zadas, conformo á quien se habia de hospedar en ellas.
Y antes que se apease se despidieron del el Arzobispo
y el conde de Tendilla , y el Presidente le acompañó
hasta dejarle en su aposento.
CAPITULO VL
Cómo los moriscos del Albaicin diputaron personas que fuesen á
besar las pianos á don Juan de Austria y á darle cuenta de sus
trabajos.
Cuando pareció á los moriscos que don Juan de Aus-
tria habría ya descansado del trabajo del camino , jun-
tándose los mas ricos y principales, diputaron cuatro
personas entre ellos de los mas ladinos, que con su
procurador general fuesen á besarle las manos por toda
la nación y á darle cuenta de sus trabajos ; los cuales
fueron á su posada, y después de haberle hecho humil-
de reverencia, el Procurador general habló desta ma-
nera : « Grande es el contento que todas estas gentes
tienen de ver á vuestra excelencia en esta ciudad para
elremedio de tantos malescomo hayon ella, que cierto
les representaban su destruicion. Temen que algunos
habrán desatado las lenguas y dado falsas nuevas de su
fidelidad , diciendo ser autores del mal ó favorecedores
de los malos ; mas confian en Dios y en la bondad y cle-
mencia de su majestad, que los que hubieren sido lea-
les serán favorecidos y bien tratados, como es justo sean
rigurosamente castigados los que pareciere haber sido
culpados en el levantamiento. Quéjanse que son moles-
tados por los ministros de las cosas de justicia y de
guerra con cohechos; que los soldados les roban sus
haciendas y les deshonran sus casas , y que hasta agora
los superiores no han puesto remedio en ello ; y supli-
can á vuestra excelencia lo mande remediar de manera
que, desagraviados de lo pasado, previniendo á lo por-
venir, cese el alojamiento de la gente de guerra en sus
casas, y tengan libertad de poder ir seguros á sus labo-
res. Bien saben que en esta ciudad cada uno da fuerza á
la ruin opinión ó la acrecienta de manera que muchos
temen lo que ellos mesmos inventaron ; mas asegúralos
la presencia de vuestra excelencia, en cuya protección
y amparo ponen sus vidas, honras y haciendas.» Hasta
aquí dijo el Procurador general. Y don Juan de Austria,
con una serenidad agradable que Dios puso en su ros-
tro, les respondió estas palabras : « El Rey mi señor me
mandó venir á este reino por la quietud y pacificación
del ; sed ciertos que todos los que hubíéredes sido
leales al servicio de Dios nuestro señor y de su majes-
tad, como decís , seréis mirados, favorecidos y honra-
dos, y se os guardarán vuestras libertades y franque-
zas ; pero también quiero que sepáis que juntamente
con usar de equidad y clemencia con los que lo mere-
cieren , los que no hubieren sido tales serán castigados
con grandísimo rigor. Y en cuanto ú los agravios que
vuestro procurador general dice que habéis recebido,
darme heís vuestros memoriales, que yo lo mandaré
ver y remediar luego; y quiéroos advertir que lo que
dijéredes sea con verdad , porque de otra manera ha-
brjades hecho daño á vosotros mesmos.» Con esto se
despidieron los moriscos, y don Juan de Austria nom-
bró luego por asesor y auditor general al licenciado Pe-
dro López de Mesa, alcalde de aquella real audiencia ,
á quien cometió todas las quejas de los moriscos ; y para
los bienes confiscados y negocios tocantes á la hacien-
da de su majestad dio comisión al licenciado Rodrigo
Vázquez de Arce y al licenciado Montenegro Sarmiento,
oidores della.
CAPITULO VII.
Cómo don Juan de Austria comenzó á entender en el negocio
del rebelión , y las relaciones que el marqués de Mondéjary el
Presidente hicieron en el Consejo.
Estuvo don Juan de Austria en Granada esperando á
que llegase el duque de Sesa algunos dias sin hacer
consejo, porque, como queda dicho, era uno de los
consejeros que habían de asistir cerca de su persona ;
y en este tiempo visitó el Albaicin y todas las murallas
de la ciudad por de dentro y por de fuera ; ordenó los
cuerpos de guardia, las centinelas y rondas en lugares
necesarios y convenientes , así para la guardia y segu-
ridad de la ciudad , como para que los moriscos no re-
cibiesen daño ; lo cual todo se hacía con asistencia del
marqués deMondéjar y de Luis Quijada. A 21 dias del
mes de abril llegó el duque de Sesa, y se comenzó á
tratar de negocios. Luego el siguiente día se tomó
muestra general para saber el número de gente de á
pié y de á caballo que habia en la ciudad y en los lu-
gares de la Vega , así de vecinos , como de forasteros.
Hecho esto , se juntaron á consejo para tomar resolu-
ción en lo que mas convendría hacer, y porque su ma-
jestad mandaba que ante todas cosas se viesen las re-
laciones del marqués de Mondéjar y del Presidente, que
eran los que mejor podían informar en aquel negocio.
El marqués de Mondéjar fué el primero que propuso,
explicando muy en particular el suceso de toda la guer-
ra, y lo que de su parte habia hecho hasta poner el ne-
gocio en el estado en que estaba, facilitando el efeto de
la reducion con la disciplina de la gente de guerra , y
loándola por el mas breve y seguro remedio. Decía
que la orden y traza que se podría dar para que hu-
biese brevedad, consistía en uno de tres medios. El
primero y principal ponía en que la reducion pasase
adelante, pues los lugares de la Alpujarra todavía lo
deseaban y pedían ; y que reducidos , le diese orden co-
mo recogerlos todos en las taas de Berja y Dalias, por-
que, según estaban obedientes , se podría hacer sin di-
ficultad, y él se proferia á ponerlos allí; y puestos en
aquella tierra llana, con tomarles la parte de las sier-
ras con la gente de guerra , teniendo, como tenían , la
mar del otro cabo , podría ejecutarse en ellos lo que
su majestad mandase fácilmente. El segundo era , no
satisfaciendo el primero , que se pusiesen presidios de
gente de guerra en los lugares convenientes , como él
lo habia pensado hacer, porque los pueblos lo pedían
con instancia, y se obligaban á sustentarlos á su costa,
para que los defendiesen de los males y daños que la
gente desmandada les hacia ; y que á la hora que estos
REBELIÓN Y CASTIGO DE
presidios estuviesen puestos , con un alguacil se po-
dían enviar á prender los mas culpados , y los que pa-
reciese que merecian algún castigo. Y el tercero, pa-
reciendo que se debia usar de mayor rigor con ellos,
seria darle licencia para volver á entrar en la Alpu jar-
ra con mil soldados y docientos caballos ; porque con
ellos y con los que habia dejado en órgiba destruiría
los panes y quemaría todos los bastimentos que te-
nían ; lo cual liabia dejado de hacer por poderse apro-
vechar dello ; y que proveyéndole á él de los que hu-
biese menester, de necesidad vendrían á darse las ma-
nos atadas. Hasta aquí dijo el marqués de Mondéjar ;
y don Juan de Austria, que habia estado atento á lo que
decía, volviéndose hacia el Presidente , le dijo que di-
jese también lo que le parecía que se debia hacer para
que aquel negocio se acabase con brevedad . El cual
propuso desta manera : « Aunque su majestad manda
que asista yo aquí al lado de vuestra excelencia , nun-
ca entendí que habia de ser para dar parecer en cosas
de guerra, porque ni la he usado ni las entiendo, y
son muy fuera de mi profesión , especialmente estando
aquí quien tan bien las entiende, como son el duque
de Sesa y el marqués de Mondéjar y Luis Quijada ; mas
pues soy mandado, diré lo que siento y la experiencia
me ha mostrado en estos días. Dos cosas son, excelente
señor, las que á mi parecer se deben hacer antes que
se trate de ningún medio para que estos negocios ten-
gan buen fin : la una, sacar estos moriscos del Albai-
cin y los de las alearías de la Vega y de la sierra , y
meterlos la tierra adentro; porque mientras los tuvié-
remos aquí no han de dejar de favorecer y ayudar á los
alzados con avisos, con armas y con gente , y será di-
ficultoso querérselo estorbar, no se pudiendo poner
puertas al campo ; y la otra , que para aplacar á Dios
nuesitro Señor 'de tantos sacrilegios y maldades como
los herejes traidores han hecho, convendrá que se ha-
ga un castigo ejemplar, y este será bien se comience
porellugar delasAlbuñuelas, donde hay muchos de
los que mayores daños han hecho en los templos , me-
nospreciando y destruyendo todas las cosas sagradas,
y se han recogido allí so color de que se vienen á redu-
cir; y acogiéndolos los vecinos en sus casas con esta
disimulación, para poderlos mejor favorecer, salen jun-
tamente con ellos á saltear y robar á los cristianos por
toda la comarca ; y dello tenemos bastante relación.
Estas dos cosas son de mucha importancia, y hechas,
se podrá tomar resolución con mas acuerdo en lo que
vuestra excelencia viere que conviene al servicio de
Dios y de su majestad.» Con esto se acabó el Consejo
este día , y en otros que adelante se hicieron se trató
mas largamente del negocio, como se dirá en el si-
guiente capítulo.
CAPITULO VIII.
De los pareceres que hubo en Granada sobre sacar de allí los
moriscos , y de algunas provisiones que don Juan de Austria
bizo.
Estas dos relaciones, no menos desconformes que
lo estaban los que las hacían, tuvieron suspensos á los
del Consejo muchos días, y en otros consejos, donde
se trató del mesmo negocio, no dejó de haber diversos
pareceres y opiniones sobre ello. El duque de Sesa
aprobaba la saca de los moriscos del Albaicin ; dificul-
LOS MORISCOS DE GRANADA. 259
tábanlo mucho el Arzobispo y Luis Quijada, parecién-
doles que seria imposible echar tanto número degenje
de sus casas sin que hubiese grandísimo escándalo ;
y el marqués de Mondéjar lo contradecía , diciendo
que cómo se habia de despoblar un reino como aquel,
donde se perderían los frutos de la tierra, que tan apro-
priada era para aquella nación, acostumbrada á vivir
entre sierras, y á sustentarse con muy poco , y tan im-
propria para los cristianos. Estos días vino á Granada
el licenciado Birviesca de Múñatenos, del consejo y cá-
mara de su majestad , para asistir también cerca de la
persona de don Juan de Austria ; al cual al principio
no le parecía buen medio haber de echar los moriscos
de la tierra , por los inconvenientes de adelante ; mas
después el Presidente y el licenciado Bohorques le tra-
jeron á su opinión con muchas razones. Y el marqués
de Mondéjar , viendo que ya su voto era solo , no se
apartando del primerjparecer, vino á querer lo que to-
dos, porque cierto eran muy grandes los daños que los
moros hacían en este tiempo , saliendo de los lugares
que habían sido reducidos ; mas era su conformidad
de manera , que no contradiciendo , procuraba estor-
barlo con grandes inconvenientes. Decía que no se po-
día negar sino que los moriscos habían cometido
atrocísimos delitos, especialmente los que se habían
alzado ; mas que echar del reino todos los que habia en
él no lo tenia por seguro ; antes entendía que se de-
jarían hacer todos pedazos primero que dejar sus ca-
sas y recogerse donde se les mandase ; que no era bien
que dejasen de ser castigados los culpados con rigor;
pero que había muchos entre ellos que ni habían co-
metido los delitos que los otros , ni se habían levanta-
do; y muchos lo habían hecho contra su voluntad, sien-
do forzados á ello por los malos ; y que siendo esto an-
sí , seria bien tomar uno de los medios que habia dicho,
y no usar con estos tales de tanto rigor ni darles igual
pena; y en caso que pareciese al Consejo otra cosa, el
camino que habia mas breve para acabar con todos,
era el postrero que habia propuesto ; y al fin viendo
cuan mal le acudían á sus pareceres, poniéndolos por
escrito, los envió á su majestad con don Iñigo de Men-
doza, su hijo segundo. Sobre esto hubo dares y toma-
res, y alongamiento de tiempo, en el cual los rebeldes
tuvieron lugar de rehacerse , como queda dicho ; y
añadiendo un daño á otro, se tomó resolución en que
lo que mas convenia era apretarlos con el rigor de las
armas, hasta que viniesen á hacer lo que se les manda-
se. No se descuidaba don Juan de Austria en este tiem-
po, proveyendo en la seguridad de aquel reino ; y cuan-
do tuvo resolución que la guerra se prosiguiese, aun-
que la dilación della le habia tenido ocioso, con mu-
cha presteza hizo apercebir todas las cosas necesarias
para ella. Solicitó con nuevas órdenes á las ciudades y
señores que servían con gente , que enviasen dineros
con que pagar los soldados, porque no se fuesen ; y en
el entre tanto ordenó como fuesen socorridos de ha-
cienda de su majestad , queriendo sobrellevar la costa
que los moriscos del Albaicin y de la Vega tenían con
ellos. Proveyó de nuevo capitanes que fuesen á levan-
tar infantería y caballos á sueldo ; formó tres tercios,
y diólos á tres capitanes antiguos , para que con cabos
tuviesen cargo dellos. Estos fueron Antonio Moreno,
Hernando de Oruña , y don Francisco de Mendoza , ve-
260
LUIS DEL MARMOL CARVAJAL.
ciño de Alcalá de Henares. Proveyó asi mesmo los pre-
sidios : en algunos dejó los capitanes que los tenían, y
á otros envió nuevos gobernadores. El partido de Baza
cometió ú don Enrique Enrique?. ; la ciudad de Alme-
ría encomendó á don Diego de Yíllaroel; lo de Salo-
breña á don Diego Ramirez de Haro ; á Almuñécar en-
vió á don Lope deValenzuela, vecino de Baeza , que
servia el oficio de comisario general en el Albaicin por
el marqués de Mondéjar; y lo de Motril dejó á cargo de
don Luis de Valdivia ; avisándoles á todos que estu-
viesen con mucho cuidado , porque se tenia nueva que
habian llegado navios de Berbería á la costa de la Al-
pujarra con gente , armas y municiones en favor de los
alzados. También proveyó en las fortalezas y castillos
yen la seguridad de los caminos; porque los moros,
con la comodidad del verano , que tan favorable les era
para su pretensión, sallan atrevidamente á llevárselos
hombres y los ganados, y á dar en las escoltas que iban
al campo del marqués de los Vélez y á órgiba. En la
fortaleza de la Calahorra puso al capitán Navas de Pue-
bla, y en la de Fiñana á Juan Pérez de Vargas , vecino
de Granada ; la de Gor encomendó á don Diego de Cas-
tilla, señor de aquel lugar, que moraba en él ; en el
Padul puso á Diego Ponce, vecino de Sevilla. La gente
de Alhama encomendó al capitán Hernán Carrillo de
Cuenca, con orden que hiciese algunas entradas á la
parte de las Cuajaras para asegurar aquella tierra. A
don Alonso Mejia, veinticuatro de Granada, encargó
la gente de las siete villas, y le mandó que se alojase
en la villa de Hiznaleuz, y asegurase el camino de Gra-
nada y de Guadix, donde ios moros bajaban de las
sierras á hacer muchos saltos ; y al capitán don Her-
nando Alvarez de Bohorques, vecino de Villa-Marlin,
que había venido á la fama del rebelión desde los pri-
meros con veinte caballos y algunos peones á su costa,
y tenia ya cumplida una compañía de docientos y cin-
cuenta soldados , mandó que se alojase en el lugar de
Guevíjar, cerca de la sierra de Cogollos, y que corriese
aquella comarca, y hiciese las entradas que le parecie-
se á la parte de aquella sierra por donde salían los mo-
ros de noche á llevarse los ganados de la Vega, y á ha-
cer otros daños. Hechas todas estas provisiones y otras
muchas que dejamos de decir, se ordenó á don Fran-
cisco de Solís, vecino de Badajoz, que por mandado
de su majestad servía el oficio de comisario y provee-
dor general , y á Francisco de Salablanca , contador
general del ejército, que diesen orden en comprar bas-
timentos , armas y municiones , y todas las otras cosas
necesarias para la gente de guerra ; y se mandó prego-
nar segunda vez que todos los moriscos que se habian
venido al Albaicin, de las alearías de la sierra y de la Ve-
ga, se volviesen luego á sus casas, so pena de la vida ; y
finalmente, se dio orden en todas las cosas necesarias
para formar un ejército suficiente con que proseguir la
guerra muy de propósito. Y porque los alzados no tu-
viesen aprovechamiento de los ganados de los moris-
cos de paces de los lugares comarcanos á Granada,
mandó retirarlos todos á la Vega. A esto fueron don
Antonio de Luna y don Luis de Córdoba , cada uno por
su parte. Don Luis- de Córdoba retiró los de la sierra
de Cogollos , y envió á Gonzalo Argote de Molina con
treinta arcabuceros de á caballo , con que servia á su
costa, después de haber dejado la gente de la milicia
en las galeras , como queda dicho , y con otras treinta
lanzas, áque retirase los de los lugares de la sierra; y
don Antonio de Luna retiró los de los lugares que caen
á la parte del valle de Lecrin. Digamos agora lo que se
hacia en este tiempo hacia la parte del marqués de los
Vélez.
CAPITULO IX.
Cómo el marqués de los Vélez quiso meter su campo en la Alp«-
Jarra y hacer un fuerte en el puerto de la Ravaha, y cómo se le
estorbó la entrada, y los moros desbarataron los soldados que
hacían el fuerte.
Habiendo estado el marqués de los Vélez en Terque
muchos días , deseoso de hacer algún buen efeto , sin
consultar ú don Juan de Austria su desinio hasta haber
movido con su campo de aquel alojamiento, caminó la
vuelta de Andarax , enviando delante á don Juan Enri-
quez con la relación del estado de los negocios de la
guerra que su majestad mandaba que le diese, y con
aviso de su partida ; y para que las escoltas que le ha-
bian de llevar bastimentos pudiesen pasar con seguri-
dad desde Guadix, envió á Pedro Arias de Avila, corre-
gidor de aquella ciudad, orden que hiciese un fuerte en
lo alto del puerto de la Ravaha, adonde pudiesen estar
dos compañiasdeinfantería de presidio, que asegurasen
aquel paso. Luego que don Juan de Austria supo la mu-
danza del campo y el desinio que llevaba , con parecer
del Consejo despachó un correo á diligencia al marqués
de los Vélez con orden que donde quiera que le alcan-
zase hiciese alto y no pasase adelante, porque así con-
venia al servicio de su majestad ; dándole á entender
que si entraba por aquella parte en la Alpujarra , los
enemigos se retirarían á la parte de órgíba.j' darían
sobre el campo de don Juan Mendoza, que estaba flaco de
gente, y podría ser que le desbaratasen ; aunque no era
esto lo que daba cuidado, sino por quitarle aquella en-
trada que con autoridad propria quería hacer. Final-
mente, paró en alcanzando el correo, y dejando el ca-
mino que llevaba, se fué á poner en el lugar de Berja
para estar mas cerca de su pretensión , so color de dar
calor á la ciudad de Almería y valerse de los panes que
había en aquella taa y en la de Dalias. Tampoco hubo
efeto lo del fuerte, porque habiendo enviado Pedro
Arias de Avila al capitán Gonzalo Hernández, hombre
animoso, nacido y criado en Oran, á que le hiciese con
tres compañías de infantería, las dos de gente de Ubeda,
cuyos capitanes eran Jorge de Ribera y Arnaldos de
Ortega, y la otra de Juan de Benavides, vecino de Gua-
dix , y habiendo comenzado la obra y hecho algunas pa-
redes bajas á manera de trincheras, donde poderse en-
cubrir la gente, en 3 días del mes de mayo se juntaron
tres capitanes moros, el Hanon de Guevíjar, el Futey
de Lanteyra y el Zerrea de Zújar, y con poca mas gente
que la nuestra acometieron el fuerte á tiempo que los
soldados andaban ocupados en dar priesa á la obra. Las
centinelas tocaron arma y dieron aviso como venían mo-
ros , y Gonzalo Hernández sacó una manga de ciento y
cincuenta arcabuceros , y la puso en el cuchillo de la
sierra; y dejando orden á las banderas que se pusiesen
en escuadrón fuera del fuerte , pasó á reconocer los
enemigos con algunos soldados. Venían repartidos,
aunque eran pocos, en muchas partes : unos por el ca-
mino real, hacia donde iba Gonzalo Hernández, y otros
por veredas que ellos sabían ; y acometiendo á un mes-
REBELIÓN Y CASTIGO DE LOS MORISCOS DE GRANADA.
261
mo tiempo á los que estaban con las banderas, dando
grandes alaridos, creyeron que era mayor número de
gente. Juan de Benavides quiso que se recogiesen den-
tro de los viles reparos contra la voluntad de algunos
soldados viejos, que decían que en ningún tiempo se ha-
bía de mostrar flaqueza al enemigo ; y fué así , que en
volviendo la cara y las banderas al fuerte , los moros
fueron tan prestos, que entraron á las vueltas con ellos,
y los nuestros se turbaron de manera, que no hubo
quien les hiciese rostro. Mataron á Juan de Benavides y
al alférez Pedrosa, que llevaba cargo de la compañía de
Arnaldos de Ortega, que estaba enfermo en Guadíx, y
poniéndose los demás en huida , llevaron tras de sí los
de la manga , sin que Gonzalo Hernández los pudiese
detener : afrenta grande de nuestra nación. Los moros
siguieron el alcance, mataron ciento y setenta soldados,
ganaron la bandera de Juan de Benavides ; las otras dos
salvaron con harto trabajo Feliciano Chacón, alférez de
Jorge de Ribera , la suya, y un negro libre la de Arnal-
dos de Ortega, que era abanderado. Gonzalo Hernán-
dez se escapó milagrosamente , como acaece muchas
veces huir la muerte de quien menos la teme, porque
atravesando por medio de los enemigos , ninguno le
pudo ofender. Toda la otra gente llegó á Guadíx desar-
mada , que para aligerar la carga soltaron los arcabuces
y las espadas, y aun les pesaban los vestidos. Sabida
esta desgracia en Granada , don Juan de Austria quiso
poner persona de su mano en Guadix, pareciéndole que
el Corregidor pudiera excusar lo que había hecho,
mientras no tenía orden suya ; y proveyó por cabo de
la gente de guerra de aquel partido al capitán Fran-
cisco de MoHna, vecino de Ubeda. Y porque no suce-
diese alguna desgracia á la parte de Órgiba, donde es-
taba don Juan de Mendoza Sarmiento, envió á reforzar
aquel campo á don Luís de Córdoba con cantidad de
gente de á pié y de á caballo; el cual partió de Granada
lunes á i3 de junio, y aquel mismo día llegó á Órgiba,
donde estuvo hasta que se dividió aquel campo , como
se dirá en su lugar.
CAPITULO X.
De los apercebimientos y prevenciones que Aben Humeya hacia en
este tiempo en la Alpujarra, y cómo alzó el lugar de la Peza.
De cuanto se hacía en Granada tenía avisos Aben
Humeya por moriscos del Albaícin que iban cada día á
la Alpujarra; el cual, entendiendo que todo su negocio
consistía en apresurar el socorro de Berbería, hacia
grandísima diligencia , enviando presentes á los alcai-
des y alfiiquís que sabía que eran privados del jarife
Abdalá y de Aluch Alí , gobernador de Argel , para te-
nerlos gratos y que les persuadiesen á ello; y aunque el
socorro no venía, ni aun creo que les pasaba por pensa-
miento enviarlo , todavía no dejaban de darles buenas
esperanzas. En Tetuan se disimulaba con algunos mer-
caderes y soldados aventureros moros, que pasaban á
la Alpujarra con armas y municiones y otras mercade-
rías de su provecho ; y Aluch Alí decía que solamente
aguardaba cuarenta galeras que el Gran Turco su señor
le enviaba de levante , para con ellas y con la armada
de Argel ir luego á socorrerle. Esta? cosas hacia divul-
gar Aben Humeya harto mas grandes de lo que eran,
para que los moros alzados se animasen viendo que el
Gran Turco los socorría , y los que no lo estaban se al-
zasen luego , pues en la Alpujarra no había ejército de
cristianos que les pudiese ofender ; dándoles á entender,
como era verdad, que en órgiba había muy poca gente
y que el marqués de los Vélez se sustentaba con sola la
opíuíondesu nombre, habiéndosele deshecho el campo
y vuéltosele la mayor parte de los soldados que tenia
enTerque. Finalmente, los alpujarreños comenzaron a
poblar sus casas y á labrar de propósito los campos , y
salían á correr la tierra en cuadrillas, como lo solían
hacer sus pasados antes que aquel reino se ganase; y
en la ciudad de Ujíjar de Albacete vinieron á tener mer-
cado, donde se vendían armas, municiones, bastimen-
tos y otras mercaderías , en tanta abundancia como en
la ciudad de Tetuan. Viendo pues Aben Humeya la mu-
chedumbre de gentes que de todas partes le acudía,
vanaglorioso y soberbio con el vano nombre de rey de
la Alpujarra, tan odioso á los oídos de los leales vasallos
de su majestad, quiso establecer de propósito un nuevo
estado, proveyendo alcaides y oficiales de la guerra y
ministros de justicia. A Jerónimo el Maleh, alguacil de
Ferreira, encomendó el marquesado del Cénete y rio de
Almanzora, y la frontera de Guádix y Baza; á Diego
López Aben Aboo, que ya estaba sano de las binzas, el
partido de Poqueira y Ferreira; á Miguel de Granada
Xaba, la frontera de órgiba ; á Aben Mequenun , el de
Jergal, las taas de Luchar y Marchena, sierras de Fílá-
hres y Gádor, con el río de Almería ; y á Gíroncillo y al
Rendati, lo del valle de Lecrín y la frontera de Almu-
ñécar. Salobreña y Motril, y á otros diferentes partidos,
dándoles patentes firmadas de su nombre para que los
moros les obedeciesen, y mandándoles que con toda di-
ligencia levantasen los lugares ; y á los que no quisie-
sen obedecer los matasen y les coníiscasen los bienes
para su cámara ; y que cobrasen el quinto de todas las
presas que se hiciesen para los gastos de la guerra ; y
para de su consejo dejó á don Hernando el Zaguer , al
Dalay, á Moxarraf Calderón, vecino de Ujíjar, y á Her-
nando el Habaquí , que se había ido á la sierra estos
días, porque habiendo estado preso en Guadíx por sos-
pecha de rebelión , ó como él nos dijo después , porque
había ido á contradecir las premáticas á la corte , y ha-
biéndole soltado en fiado el corregidor de aquella ciu-
dad, supo que le mandaban prender de nuevo. Todos
estos y otros muchos que ya le acompañaban daban ca-
lor al nuevo estado, que ellos llamaban renovado y re-
formado por la gracia de Dios. Solo Aben Farax faltó
en esta junta , que andaba huyendo de Aben Humeya,
temiendo que le mandaría ahorcar, como en efeto lo
hiciera si le pudiera haber á las manos, porque le albo-
rotó muchas veces la gente y hizo grandes desafueros,
queriendo ser obedecido por gobernador de los moros.
Adelante diremos en lo que paró este traidor, porque
no quede atrás cosa que pertenezca á la historia. Jun-
tando pues Aben Humeya mas de cinco mil hombres,
fué á levantar el lugar de la Peza , y se llevó todos los
moradores á la Alpujarra , la mayor parte dellos por
fuerza maniatados, porque no querían levantarse; mas
no esperó á combatir la fortaleza, ni el alcaide salió
della hasta que se hubo retirado el enemigo. Entonces
acabó de llevarse lo que había quedado en las casas, y
se proveyó de muchos mantenimientos que no pudie-
ron llevar los moriscos, y lo metió en la fortaleza.
262
LUIS DEL MARMOL CARVAJAL.
CAPULLO XI.
Cómo el Maleh fué á levantar la villa de Flñana, y Francisco de
Molina socorrió la fortaleza con la gente de Guadix.
Estos mesnios días fué Jerónimo el Malelí sobre la
villa de Fiñana, pensando ocupar aquella fortaleza, por
ser el paso de las escoltas que iban con bastimentos al
campo del marqués de los Vélez , y llevando consigo
los moriscos del marquesado del Cénete y otros muchos
de la Alpujarra, llegó á la hora que amanecía sobre ella,
y recogiendo todos los vecinos, liombres y mujeres, con
sus bagajes cargados y los ganados por delante , los
envió la vuelta de la Alpujarra. No pudo ocupar la for-
taleza ni hacer daño á los cristianos , porque no se te-
niendo por seguros entre sus vecinos, se hablan metido
dentro y la defendieron, hiriendo y matando algunos
moros. Estaba una escuadra de soldados en la iglesia ,
allí junto, que guardaba los bastimentos que descarga-
ban las escoltas que iban de Guadix , mientras venia la
gente de guerra que los habia de acompañar para ir
adelante; y teniendo los moros mejor comodidad de
poderla combatir, derribaron una pared por donde les
podian entrar á pié llano; y así fué necesario que los
nuestros la dejasen y se recogiesen por una puerta alta
que respondía á la fortaleza, y los enemigos, descon-
fiados de poderla ganar, pusieron fuego al templo y se
volvieron á la sierra. Habia tenido aviso Francisco de
Molina aquel mesmo día en Guadix como el Maleh iba
sobreestá villa, y con ochocientos arcabuceros y dos
estandartes de caballos salió luego á socorrerla; y ca-
minando toda la noche, llegó otro día cuando amanecía,
y hallando los moros idos , no quiso seguirlos , porque
le parecía que le llevaban mucha ventaja , y dejando
gente de guerra en la fortaleza , dio vuelta á la ciudad
de Guadix. Después proveyó don Juan de Austria alca-
pitan Juan Pérez de Vargas, como queda dicho, en guar-
dia della con una compañía de infantería y algunos ca-
ballos; el cual la guardó mientras duró la guerra, y
saliendo algunas veces de allí, hizo buenos efetos por
aquella comarca.
CAPITULO XIL
Como los lugares de Guéjar, Dudar y Quéntar se alzaron, y don
Juan de Austria mandó retirar los vecinos de Pinos y de Mona-
chil á la vega de Granada.
El lugar de Guéjar cae tres leguas á levante de la ciu-
dad de Granada , y entre él y la Sierra Nevada corren
las primeras aguas del rio Genil. Está repartido en tres
barrios , y en el de en medio está un peñoncete , donde
solía haber antiguamente un castillo. Cércanle por to-
das partes sierras altas, y queda metido en una hoya;
y para ir á él , yendo de Granada, hay dos caminos ás-
peros y muy fragosos : el que sube á la mano derecha
por el lugar de Pinos es el mas corto y mas áspero; y
el otro que va por el rio de Aguas Blancas á la mano iz-
quierda , y por los lugares de Dudar y Quéntar, sube
dando vueltas la sierra arriba á la parte del cierzo. Es-
tos lugares , y los demás que están cerca dellos meti-
dos en las quebradas de las sierras , estuvieron siempre
á la mira esperando lo que los moriscos del Albaicin
hacían para seguir su fortuna. Hubo algunos vecinos
que dejando sus casas , se fueron á juntar con los alza-
dos al principio del rebelión , hallándose cargados de
culpas, porque, como queda dicho, allí se hablan he-
cho las escalas para escalarla fortaleza de la Alhambra,
y dellos eran la mayor parte de los que entraron á pre-
gonar la seta de Mahoma en el Albaicin, y estos eran
los que persuadieron á Aben Humeya que fuese*á al-
zar aquellos lugares; el cual envió estos diasjá Pedro
de Mendoza el Husceni con mucho número de gente á
que los levantase. Sabido esto en Granada , don Juan
de Austria hizo dos provisiones : la una fué que don
Antonio de Luna con la gente de su cargo retirase los
moriscos de Monachil y Pinos y de los otros lugares
comarcanos, porque , como ellos decían , no los lleva-
sen los moros á la sierra , y que los llevase á la Zubia
y á Ujíjar, lugares de la Vega , donde parecía que esta-
l3an mas seguros ; la otra fué que se reconociese el pe-
ñon de Guéjar, para ver si se podría hacer en él algún
fuerte donde poner presidio, porque bajaban por aque-
lla parte los moros , y llegaban á correr hasta el lugar
de Cenes, una legua de Granada, y hacían mucho da-
ño. A esto quiso ir él personalmente , y mientras don
Antonio de Luna recogía los lugares , pasó con la caba-
llería y un tercio de infantería hacia Guéjar; mas no
se efetuó lo del fuerte por entonces, porque Luis Qui-
jada y el capitán Hernando de Oruña fueron de pare-
cer que no se podría proveer ni socorrer sin grandí-
sima dificultad á causa de la aspereza del camino, y que
seria mas la costa y el embarazo que el provecho, y así,
se volvieron aquel mesmo día á Granada. Don Antonio
de Luna recogió la gente de aquellos lugares en las igle-
sias, no con pequeño desorden de los capitanes y sol-
dados , porque hicieron que los moriscos y las moriscas
encerrasen sus bienes muebles en dos casas grandes,
so color de que estarían mejor guardados para cuando
se fuesen ; y después, sin dejárselo tomar , caminaron
con ellos la vuelta de la Vega , y partiendo entre sí el
despojo, hubo muchos que escondieron doncellas y mu-
chachos , y se los llevaron por esclavos : tan grande era
la cudicia de nuestra gente en este tiempo , que cuanto
veían delante de los ojos, así de amigos como de enemi-
gos, todo se lo querían apropriar , y les pesaba porque
no se acababa de levantar todo el reino para tener que
captívar y robar. Luego como nuestra gente salió de
Guéjar , los moros que se habían ido á la Sierra Nevada
bajaron á poblar sus casas, y Aben Humeya mandó á
Pedro de Mendoza que se metiese en el lugar y le for-
taleciese y guardase , como lo hizo , hasta que donjuán
de Austria fué sobre él y lo ganó, como se dirá ade-
lante.
CAPITULO XIII.
Cómo los moros robaron una escolta que iba de Granada á Gua-
dix , y Francisco de Molina salió á ellos, y los desbarató y se
la quitó.
En este mesmo tiempo salieron de la Alpujarra do-
cientos moros , y bajando por la sierra que cae sobre
el río de Aguas Blancas, fueron á dar por cima del lu-
gar de la Peza , y por una punta de sierra que está en-
tre Hiznaleuz y Guadix, llamada el Puntal, llegaron á
la venta de Tejada , y se pusieron en emboscada en unas
quebradas que están allí cerca , aguardando que pasase
alguna escolta de cristianos, porque está en el cami-
no real que va de Guadahortunaá Guadix. Y acertan-
do á pasar Feliciano Chacón con una escuadra de sol-
dados y hasta cuarenta bagajes cargados de bastimen-
REBELIÓN Y CASTIGO DE LOS MORISCOS DE GRANADA.
263
tos , y una mujer recien casada con todo su ajuar, die-
ron en ellos, y matando ocho soldados, huyeron los
otros, y les tomaron los bagajes y caminaron la vuel-
ta de la sierra. Este aviso llegó luego á Guadix , y po-
niéndose á caballo Francisco de Molina con algunos
ciudadanos que acudieron , salió en busca de los moros,
dejando orden que la caballería y la infantería le siguie-
se ; y tomando el rastro por donde iban , llegó á alcan-
zarlos cerca de la Peza , que se iban metiendo ya en la
sierra; y aunque no llevaba mas que trece de á caballo,
porque los otros no habían podido seguirle , parecién-
dole que con ellos podria entretenerlos mientras lle-
gaba el golpe de la gente , puso las piernas al caballo , y
apellidando el nombre de los bienaventurados Santiago
y santa Bárbara , que tenia por sus abogados , los aco-
metió animosamente; mas hubiérase de hallar burlado,
porque entendiendo que los compañeros le seguían,
cuando volvió la cabeza vio que solos tres estaban á
su lado, que eran el dolor Fonseca, Hernán Valle de Pa-
lacios y Juan del Castillo, vecinos de Guadix, los cua-
les peleando como hombres de honra , fueron todos tres
heridos, y les mataron dos caballos, y los mataran á
ellos si no fuera porque Francisco de Molina, hallán-
dose armado de todas armas, atravesó por medio del
escuadrón de los moros dos veces, y revolviendo sobre
ellos, los socorrió , ayudándose con mucho valor los unos
á los otros , y turbando á los enemigos , alancearon al-
gunos dellos, y los entretuvieron hasta tanto que los
caballos que venían atrás y los que no habían querido
acometer se juntaron; y haciendo sus entradas diver-
sas veces, rompieron por el escuadrón de los moros, y
los desbarataron y pusieron en huida. Murieron este
dia veinte y siete moros, y fueron muchos heridos, y
perdieron una bandera y los ¡bagajes que llevaban con
toda la presa , y de los cristianos no hubo ningún muer-
to; y con esta vitoría volvieron aquella tarde á la ciu-
dad de Guadix, donde fueron alegremente recebidos.
CAPITULO XIV.
Cómo el comendador mayor de Castilla, viniendo de Italia con
veinte y cuatro galeras cargadas de infantería, corrió tormenta
y aportó á Palamós.
Mientras estas cosas se hacían en el reino de Grana-
da, el comendador mayor de Castilla, que en cumpli-
miento de la orden de su majestad había embarcado á
gran priesa la infantería española del tercio de Ñapó-
les , y venia navegando hacia poniente con veinte y cua-
tro galeras, llegó al puerto de la ciudad de Marsella,
en la costa de Francia ; y partiendo con bonanza de
allí , en entrando la noche comenzó á refrescar el vien-
to narbonés, y se levantó una tormenta de mar tan
grande, y con tanta fuerza de viento, que las galeras
Imbieron de disparar cada una por su cabo. La galera
de Estéfano de Mar, ginovés, embistió en medio del
golfo con otra galera por un costado, y salvándose la
embestida , se abrió esta y se fué á fondo. Perdióse
toda la gente desfa galera y de otras tres que dieron
al través. Otras aportaron á Cerdeña , donde , pasada la
torment^i, llegó don Alvaro Bazan, marqués de Santa
Cruz, con las galeras de Ñapóles de su cargo , que ha-
bía quedado para asegurar con ellas la costa de Italia;
ej cual reparó con brevedad cinco galeras de las que es-
taban destrozadas de la tormenta , y en ellas y en las su-
yas embarcó los mas soldados que pudo , y navegó la
vuelta de Palamós, donde halló al Comendador mayor
con su capitana y otras nueve galeras que habían se-
guido su derrota. Duró esta tormenta tres días sin ce-
sar, y fué necesario aligerar, hasta venir á echar los
soldados las armas y los vestidos á la mar; y llegó tan
destrozada la capitana á Palamós , que los turcos y mo-
rosforzados tuvieron atrevimiento de quererse alzar con
ella; mas fueron sentidos, y el Comendador mayor
mandó hacer justicia de los mas culpados; y proveyen-
do á la necesidad de los soldados , lo mejor y mas bre-
vemente que pudo partió la vuelta de poniente , y el
marqués de Santa Cruz le dejó la infantería que traía de
aquel tercio en sus galeras, y se tornó á levante. Traía
el Comendador mayor en estas galeras doce compañías
de soldados viejos, diez del tercio de Ñapóles, una del
de Píamente y otra del de Lombardía. Los capitanes de
las del tercio de Ñapóles eran el maese de campo don
Pedro de Padilla , don Alonso de Luzon, Pedro Ber-
mudez de Santis, Ruy Franco de Buitrón, Pedro Ra-
mírez de Arellano, Antonio Juárez, el capitán Martí-
nez, Alonso Beltran de la Peña, el marqués de Espe-
jo y el capitán Orejón. Destos diez capitanes llegaron
á España siete, porque los dos postreros se quedaron
en Ñapóles , y enviaron sus compañías con sus alfére-
ces; y el capitán Martínez se ahogó en la mar, y se
dio su compañía á Carlos de Antillon, que era sargento
mayor del tercio. De la de Piamonte era capitán Mar-
tin de Avila , y de la de Lombardía don Luis Gaitan.
Demás desta gente traía muchos caballeros y soldados
aventureros, que venían á su costa por solo hallarse en
esta jornada; los cuales habían llegado atierra tan des-
nudos y desarmados , que fué bien menester tiempo y
diligencia para repararlos y rehacer las compañías de
gente, armas y vestidos. Siendo pues avisado el mar-
qués de los Veloz de la venida desta gente y de la cali-
dad della, tuvo tiempo de escribir á su majestad, su-
plicándole se la mandase dar, ofreciéndose que con ella
y con la que tenia en Berja daría fin al negocio del re-
belión; y su majestad le envió una orden en que man-
daba que en llegando el Comendador mayor á surgir á
la villa de Adra , dejase toda aquella infantería en tier-
ra, para que la juntase con su campo; mas no hubo
efeto esto, porque el Comendador mayor llegó á la pla-
ya de Adra el primer día del mes de mayo , y no se de-
teniendo allí mas que una sola hora, pasó la vuelta de
Almuñécar y á Vélez, donde hizo el efeto del fuerte
peñón de Fregilíana, como diremos en su lugar. De-
jémosle ir navegando , y vamos á los movimientos que
Imbo estos días en la sierra de Bentoraiz.
CAPITULO XV.
Que trata la descripción de la sierra de Bentomiz, y como los mo-
riscos de Canilles de Aceituno comenzaron á levantar la tierra
y cercaron la fortaleza.
La sierra de Bentomiz cae en los términos de la ciu-
dad de Vélez, y como atrás dijimos, es un brazo que se
aparta de la sierra mayor por bajo de los puertos de Za-
lla, y va atravesando hacia el mar Mediterráneo. Tiene
de largo desde su principio hacia la mar ocho leguas, y
de ancho seis, mas ó menos por algunas partes. Toda
esta tierraes fragosísima, aunque fértil, poblada de mu-
clías arboledas , abundante de fuentes frías y saluda-
264
LUIS DEL MARMOL CARVAJAL.
bles, de donde proceden muchos arroyos de aguas cla-
ras, que bajan acompañados entre las peñas y piedras
de aquellos valles ; y sacándolos en acequias por las la-
deras, riegan sus huertas y hazas los moradores. Es
buena la cria del ganado en esta sierra porque gozan
Jjermosos pastos de verano y de invierno. Cuando car-
gan losfrios y las nieves , los apacientan por los otros
términos de la ciudad de Vclez , que son espaciosos y
muy templados, los cuales tienen á poniente la jarquía
de Málaga, á levante la tierra de Almuñécar, al cierzo la
de la ciudad de Albania y villa de Archidona, y al me-
diodía el marMediterráneo iberio. Hay por toda la sierra
grandísima cantidad de viñas, y de la uva hacen los
moradores pasa de sol y de lejía, que venden á los mer-
caderes^eptentrionales, que vienen á la torre de lámar
de Véiez cada año á cargar sus navios, y la llevan á Bre-
taña, Inglaterra y á Flándes, y de allí la pasan á Ale-
maña y á Noruega y á otras partes. Demás desto, la co-
secha del trigo y de la almendra les vale mucho dinero,
y cogen tanto pan , que les basta para su sustento. La
cria de la seda es en cantidad y tan tina, que iguala con
la mejor que entra en la alcaicería de Granada. Alcanza
un cielo tan claro y tan saludable, que haciéndola ame-
nísima, cria los hombres ligeros, recios y de tan grande
ánimo, que antiguamente los reyes moros los tenían por
los mas valientes, mas sueltos y de mayor eieto que ha-
bía en el reino de Granada, y ansí se servían dellos en
todas las ocasiones importantes. Tenia veinte y dos lu-
gares poblados de gente rica, cuyos nombres, comen-
zando á la parte de la mar, son estos : Torrox, Lautin,
Periana, Algarrobo, Cuheíla, Arenas, Bentomiz, Daima-
los , Nerja, Competa , Fregíliana , Sayalonga , Salares,
Curumbila, Batarjix, Arches, Canilles de Albaide , Be-
nesscaler, Sedella, Rubite, Canilles de Aceituno y Alcau-
cin. Está en Canilles de Aceituno una fortaleza impor-
tante, y el marqués de Gomares, cuya es, tenia por al-
caide della áunGonzalo de Cárcamo, hombre cuidadoso
y de mucha confianza , noble, de los Careamos de Cór-
íloba ; el cual siendo avisado del alzamiento de la Alpu-
jarra, y teniendo la fortaleza mal reparada, aportillados
los muros por muchas partes, escribió luego al marqués
de Gomares sobre ello, y mientras le venia gente y or-
den para repararla, metió dentro los cristianos que mo-
raban en el lugar con sus mujeres y hijos. El marqués
le envió sesenta soldados y cantidad de munición, y or-
den para que hiciese á los moriscos que reparasen los
muros , los cuales lo hicieron dando peones y bestias
que trabajasen en traer materiales, por manera que en
poco tiempo la puso en defensa, sin que liubiese el me-
nor estorbo del mundo, porque había entre aquellos
serranos muchos hombres de buen entendimiento, que
disimulando su negocio, mostraban estar llanos en el
cumplimiento de las prcmáticas , aunque les fatigaba
demasiadamente lo de la lengua. Estando pues con
muestra dé pacificación y quietud, parece que vino á
ilesasosegarlos un moro <le los que escaparon de las
Guájaras, llamado Alnuieden. Este tenia su mujer cap-
tiva en poder de un cristiano vecino de Canilles de
Aceituno, y con deseo de verla y de tratar de su resca-
te, por intercesión de algunos amigos fué con una cua-
Urilla de moros á un molino que estaba cerca del lugar,
en el camino de Sedella, encubierto hacia la parte de la
sierra, donde le fueron á ver los vecinos de aquellos lu-
gares, unos por conocimiento, y otros por saber lo que
pasaba en la Alpujarra. Viniendo pues á tratar de ne-
gocios del rebelión, el moro que los vio inclinados á no-
vedad, los persuadió mucho á que se alzasen, ofrecién-
doles que haría con Aben Humeya que les enviase so-
corro, y aun se lo traería él mismo si fuese menester ; y
contándoles fabulosamente prósperos sucesos, muertes
de tantos cristianos como habían nuierto los moros en
Valor y en otras partes, y grandes socorros de Berbería,
despertó los ánimos de aquellas gentes, y los alborotó
de manera, que no veían la hora de estar ya con ellos.
Solo un morisco, regidor de Canilles de Aceituno, lla-
mado Luis Méndez , entre deseo y temor les aconsejó
que por ninguna manera se alzasen mientras el Albai-
cín estuviese en pié, porque seria destruirse ; mas aun-
que se conformaron con su parecer, no dejaron los
mancebos de quedar alborotados. Estaba con Almue-
den otro monfí natural de Sedella, llamado Andrés el
Xorairan, y deseando haceralgunsaltoantesque se fue-
sen, preguntaron dónde podrían ir que le hiciesen á su
salvo; los de Canilles le dijeron que en la venta de Pe-
dro Mellado, que estaba al pié del puerto de Zalia , había
un ventero rico que tenia mucho dinero ; mas que seria
menester ir cantidad de gente , porque andaba por allí
una cuadrilla de soldados de Vélez, y podría ser topar
con ella ; y ofreciéndosele que le irian á acompañar así
ellos como los de Sedella y de otros lugares convecinos,
con acuerdo que solamente entrasen los forasteros en la
venta, se juntaron mas de sesenta hombres armados de
ballestas y escopetas. Y im sábado en la noche, á 23 días
del mes de abril de 1369 años, fueron á emboscarse en-
tre unos cerros , no muy lejos de la venta, y otro dia
domingo, ya bien tarde, viendo buena ocasión para ha-
cer su salto, dejando la gente de la sierra en atalaya,
bajó el Xorairan con veinte monfís forasteros á dar en la
venta, y hallando las puertas abiertas, y á Pedro Ruiz
Guerrero, que así se llamaba el ventero, y á otro soldado
llamado Domingo Lucero, sentados en un poyo con sen-
dos arcabuces en las manos, creyendo que toda la cua-
drilla estaba dentro, tornaron á salirse fuera, y los dos
cristianos tuvieron lugar de subirse á un sobrado, donde
se hicieron fuertes, llevando consigo á la ventera y á
una hija suya niña, porque no pudieron recoger á los
demás. Luego tardaron los moros á entrar, y á vuelta
dellos alguno de los do Canilles de Aceituno, y pusieron
fuego á la venta, amenazando á los venteros que si no les
daban el dinero que tenían los quemarían vivos. La ven-
tera, con temor de la muerte, bajó luego y les dio una
arquilla con cien ducados; y teniéndolos en su poder el
Xorairan, echó mano della y le dijo que si no le daban
también las armas, la matarían; la cual con muchas lá-
grimas las pidió á su marido, mas no las quiso dar, di-
ciendo que habia de morir con ellas en las manos. Es-
tando pues en este debate, llegó la cuadrilla de Gaspar
Alonso, vecino de Vélez, que andaba asegurando aquel
peso, y comenzando á disparar algunos arcabuces con-
tra los moros que estaban en atalaya , trabaron una li-
gera escaramuza con ellos, que solamente aprovechó á
que los que estaban dentro de la venta se saliesen fuera,
llevando robado lo que en ella había. En este tiempo
los dos cristianos tuvieron lugar de salir al campo : el
soldado tomó de la mano la niña y la escondió detras
de una mata , y él se escapó lo mejor que pudo , y lo
REBELIÓN Y CASTIGO DE LOS MORISCOS DE GRANADA.
265
mesmo pudiera hacer el ventero ; mas oyó dar voces ú
su mujer que la estaban hiriendo los enemigos de Dios,
y queriéndola favorecer le mataron también á él , y no
les quedando mas que hacer, se retiraron á la sierra,
dejando nueve personas muertas en la venta. Era al-
calde mayor de la justicia en la ciudad de Vélez el ba-
chiller Pedro Guerra , vecino de Málaga , el cual luego
como supo lo que los monfís hablan hecho en la venta,
hizo información desle delito, y resultando culpa con-
tra muchos vecinos de Canilles de Aceituno y de Sc-
della, Salares y Curumbila, procedió contra ellos, y va-
liéndose de la provisión que dijimos que ganaron los
alcaldes de la cíiancillería de Granada para que las jus-
ticias realengas pudiesen entrar á prender los delin-
cuentes en lugares de señorío, determinó de ir á pren-
der los de Canilles de Aceituno, y llevando consigo al
capitán Luis de Paz con los caballos de su compañía, y
otra mucha gente por ciudad, fué á amanecer entre dos
albas sobre el lugar, sin haber prevenido al alcaide Gon-
zalo de Cárcamo, que también era alcalde mayor de la
justicia, del negocio que iba á hacer. Teníase aviso en
Granada como Aben Humeya enviaba siete mil moros
hacia poniente en favor de Ins de la sierra de Bentomiz,
jarquía y hoya de Málaga , para que alzasen todos aque-
llos pueblos, y que había echado fama que tenia cartas
dé Aluch Alí, gobernador de Argel por el Gran Turco,
en que prometía de venirle á socorrer brevemente. Y
porque se entendía que para recebir los navios de los
turcos procuraría ocupar alguna plaza marítima, había
escrito don Juan de Austria á la ciudad de Vélez que
estuviese sobre aviso, por ser aquel lugar cómodo para
la pretensión del enemigo, y con esto el cabildo había
hecho diligencia con los alcaides de los castillos de su
partido , y especialmente había escrito á Gonzalo de
Cárcamo, diciéndole como mandaba poner doce hom-
bres en la cumbre de un alto cerro junto con el castillo
de Bentomiz, de donde se descubre la ciudad y la for-
taleza de Canilles de Aceituno, para que estuviesen de
día y de noche en centinela ; y que si acaso viniesen mo-
ros á cercarle, ó supiese que entraban por aquella parte,
siendo de día hiciese tres ahumadas en la torre del ho-
menaje y de noche tres fuegos ; y que en respondién-
dole los del cerro, entendiese tener la ciudad aviso para
socorrerle ; y que siéndolos moros muchos hiciese mu-
chas ahumadas ó eclui'^e abajo muchos hachos ardien-
do, y que lo mesmo entendiese que había de hacer si
supiese que se levantaba la tierra ; y él había mandado
á los moriscos que pusiesen cada noche centinelas al
derredor del lugar, y que si viesen venir algún golpe de
gente, le avisasen; los cuales lo hacían con toda dili-
gencia , dando á entender que les pesaba que viniese
gente forastera á desasosegarlos. Llegando pues el li-
cenciado Pedro Guerra con mas de seiscientos hom-
bres á la hora (fue dijimos, con intento de cercar el lu-
gar y entrar á hacer sus prisiones, los que iban delante
dieron con el cuerpo de guardia de los moriscos , que
estaba par de auna cruz donde se juntan los caminos
que van de "Vélez y de Granada , y sospechando mal de
aquella diligencia, sin mas aguardar dieron en ellos, y
hiriendo á uno, hicieron ir huyendo á los demás , y no
parara el negocio en tan poco si el Alcalde mayor y el
capitán Luis de Pazy Beltran de Andia, regidor de aque-
lla ciudad, que llevaba ej cargo de la infantería, no de-
tuvieran la gente con grandísimo trabajo de sus perso-
nas, porque cierto saquearan y destruyeran el lugar,
según la indignación con que iban. El alcaide luego que
sintió el rebato se puso en arma con la poca gente que
tenía en la fortaleza, entendiendo que había moros fo-
rasteros en la tierra ; y cuando supo que era la justicia
de Vélez, procurando apaciguar el pueblo, requirió al
Alcalde mayor que no entrase dentro , ni quebrantase
la jurisdicion del marqués de Gomares , ni le alborotase
los vecinos que estaban quietos , haciéndole muchas
protestaciones sobre ello, y con todo eso no pudo aca-
bar que dejase de entrar con alguna gente, y prendiendo
ocho nmriscos, se volvió con ellos á Vélez. Luego los
examinó en riguroso tormento, y de sus confesiones re-
sultaron mucho número de culpados, así de Canilles
como de otros lugares de la sierra ; y haciendo prender
algunos dellos y darles tormento, comenzó á hacer jus-
ticia. Y procediendo en el castigo á 22 días del mes de
mayo de aquel año, envió su requisitoria al alcaide de
Canilles de Aceituno, pidiéndole que prendiese cuatro
moriscos que resultaban culpados, y los entregase á
Alonso González Enriquez, vecino de Vélez, que concua-
renta soldados de su cuadrilla iba á traerlos; el cual los
prendió luego y se los entregó, uno de los cuales era
aquel morisco regidor llamado Luís Méndez , que diji-
mos que se halló en la junta del Molinillo, y otros viejos,
cuya prisión sintieron tanto todos los vecinos, que al-
gunos convocaron gente para salirlos á quitar en el ca-
mino; mas el cuadrillero puso tanta diligencia, que sa-
lió de aquellas sierras con ellos antes que llegasen á ha-
cer el efcto. Estando pues la tierra alterada con estas
prisiones, otro día lunes, viniendo un soldado de hacía
la ciudad de Vélez con su arcabuz en el hombro, le ti-
raron una saetada desde una mata, que le cosieron las
dos faldas del capotillo con la saeta , y el íin desto fué,
que dos moriscos de los que andaban ya alborotados
se pusieron en aquel paso aguardando algún cristiano
desmandado de los que iban y venían á Vélez, para ma-
tarle y quitarle el arcabuz, y armarse el uno dellos con
él. Mas no les sucedió como pensaban, porqne el sol-
dado les hizo rostro, y pasó por ellos sin que le enoja-
sen, y fué á dar aviso á Gonzalo de Cárcamo, el cual,
queriendo reconocer si había gente de mal vivir en la
tierra, envió un cabo de escuadra llamado 5Iartin Nu-
ñez con catorce arcabuceros, mandándole que no se
alargase mucho, por si fuese menester retirarse con
tiempo á la fortaleza. Los soldados fueron á dar con un
morisco mancebo que estaba echado debajo de un
olivo con una espada en la mano, y caminando bacía él,
se levantó, y subió huyendo por una loma arriba que
llaman EmbarcAlahauyz, dando vocesenalgarabíu y di-
ciendo : (i Valientes, favorecedme.» Luego salieron de la
hoya de una umbría mas de doscientos moros, y delante
dellos el Xorairan y otro capitán llamado Aben Audalla,
con una bandera nueva de tafetán colorado, y cargando
sobre los nuestros, los fueron siguiendo la vuelta del lu-
gar. El cabo de escuadra y los que guiaron tras del, por
trochas y veredas que sabia, se salvaron en la fortaleza,
y cuatro cristianos que tomaron por diferente camino
fueron muertos. Entrando pues los moros de golpe por
las calles, las moriscas comenzaron á llorar y á dar vo-
ces viendo que les decían los monfís que dejasen sus
casas y caminasen á la sierra, y muchos moriscos se de-
266
LUIS DEL MARMOL CARVAJAL.
fendieron diciendo que los dejasen estar, porque no
querian alzarse ni ir á otra parle. En este tiempo el al-
caide tuvo lugar de recoger los vecinos cristianos que
estaban fuera de la fortaleza, y entre ellos algunas ca-
sas de moriscos que acudieron á favorecerse del ; y
echando fuera veinte peones que andaban en el reparo
de los muros, se puso en defensa. Entendióse no haber
sido cosa acordada entre todos los vecinos este levanta-
miento, y estar la mayor parte dellos ignorantes del,
sino que ios ofendidos , juntándose con aquellos honi-
bresperdidos, lo comenzaron; porque si otra cosa fuera,
cuando el cabo de escuadra y los otros soldados entra-
ron huyendo por las calles del lugar, perdidos todos de
cansancio y sin aliento, pudieran matarlos á su salvo y
tomarles las armas; y no solamente no lo hicieron, an-
tes los ayudaron y favorecieron hasta ponerlos en la
fortaleza. Aun no era bien acabado de alzar el pueblo,
cuando pareció en la plaza del lugar una bandera de
tafetán colorado, ya deslucida de vieja, con unas lunas
verdes muy grandes, y después se supo que la tenia
guardada Francisco de Rojas, morisco de aquel lugar,
que habia sido de sus pasados en tiempo de moros, y la
hablan traido en las guerras de la serranía de Ronda ;
y al mesmo punto pareció otra bandera blanca que pu-
sieron en un peñón alto que está sobre el lugar á la parte
de Sedclla, donde llaman Haxar el Aocab, que quiere
decir la piedra del Águila, para desde allí dar aviso en
viendo que acudía la gente de Vélez ; y por bravosidad
se pusieron todos los mancebos y gandules las mangas
de las marlotas de las moriscas en la cabeza, y tocas
blancas al derredor para parecer turcos, y enviando las
mujeres con los muebles y ganados al peñón que está
encima del lugar de Sedella , cercaron el castillo, y le
combatieron todo aquel día hasta que vino la noche,
defendiéndose el alcaide valerosamente con treinta y
dos cristianos que tenia dentro, los vehite soldados, y
los doce de los vecinos del lugar, porque los demás se
habían ido. Elste mesmo día se alzaron los de Sedella y
Salares y se juntaron.
CAPITULO XYI.
Cómo Arévalo de Zuazo , corregidor de Vélez, socorrió
la fortaleza de Canilles de Aceituno.
No se descuidó Gonzalo de Cárcamo en hacer ahu-
madas luego que los moros alzaron el lugar ; mas como
hacia el sol recio y el día muy claro , no las determina-
ron los soldados de Vélez que estaban de centinela en
el cerro que dijimos , ó por ventura estuvieron descui-
dados. Y viendo que no le acudían con el contraseño,
las mujeres, que se veían cercadas, comenzaron á afli-
girse , y con muchas lágrimas le pidieron que enviase
algún hombre de los que allí estaban á dar aviso á la
ciudad para que les fuese socorro ; y aun ellas mesmas
rogaron á un morisco llamado Juan Navarro , que es-
taba preso por deudas, que fuese á hacer aquel efeto,
prometiéndole mucha gratificación por ello , el cual se
ofreció de ir y volver con la respuesta. Y el alcaide, pa-
recíéndole que en caso que no hiciese lo que prometía
se aventuraba poco tener un enemigo mas en el campo,
escribió una carta al cabildo de la ciudad de Vélez , y
encargándole que hiciese el deber , porque haría bien
su negocio, se la cosió en las espaldas en el aforro del
sayo ; y mientras los moros andaban embebecidos en
sacar los muebles de las casas y enviar las mujeres al
fuerte de Sedella , tuvo lugar de echarle por el postigo
de la puerta de la fortaleza, diciéndole que si los moros
le preguntasen algo, dijese que iba huyendo. El cual
entró corriendo por las calles del lugar como hombre
que se había soltado de la prisión ; y encontrando tres
moros, que le preguntaron cómo venia de aquella ma-
nera, les dijo que por amor de Dios le favoreciesen, que
iban los soldados tras del ; y con esto no solamente le
dejaron pasar, mas animándole á proseguir su camino,
le encaminaron á la plaza , donde estaba otro hermano
suyo con la bandera de los moros, y diciéndoles que
quería ir primero por una ballesta que tenia escondida,
tomó por el rio de Laguiz abajo , y fué á salir al camino
de Vélez ; y avisando á los cristianos de los molinos y á
otras personas como la tierra estaba alzada , llegó á la
ciudad y dio la carta á Arévalo de Zuazo, que habia
venido allí de Málaga á poner cobro en la ciudad por
otra carta de aviso que de don Juan de Austria tenia, y
andaba entendiendo en hacer algunos reparos , donde
se asegurasen los vecinos dentro de los aportillados
muros. El cual , deseando saber si era el levantamiento
de solos los vecinos , ó si habían venido forasteros á le-
vantar la tierra , antes que se determínase de hacer el
socorro quiso enviar el proprio morisco á Gonzalo de
Cárcamo para que le avísase qué gente era la que habia
en la sierra; mas él no se atrevió á ir aquel día porque
venia muy cansado. Estando pues todo el cabildo sus-
penso por no tener certinidad de cosa tan importante,
temían por un cabo que si salía la gente de guerra á
hacer el socorro de Canilles, que está tres leguas gran-
des de allí, podrian los moros de los otros lugares de
la sierra acudir á la ciudad á tiempo que hiciesen algún
efeto; y por otro deseaban socorrer aquella fortaleza,
porque no se perdiese delante de sus ojos. Queriendo al
fin saber lo que habia, á trueco de esperar un dia mas,
mandó el concejo de Bena Mocarra que enviase luego
dos moriscos de confianza con una carta del Corregi-
dor para Gonzalo de Cárcamo , en que le decía que avi-
sase si los que habían alzado el lugar eran los moros
que se aguardaban de la Alpujarra, ó si eran solos los
vecinos , y qué gente le parecía que seria menester para
socorrerie. Con esta carta fueron dos moriscos veci-
nos de aquel lugar, llamados Hernando el Zordi y otro,
con orden que llegasen de noche por la parte baja de la
fortaleza y la diesen al alcaide ; y para que con mas
seguridad lo pudiesen hacer, les mandaron que lleva-
sen dos arcabuces y sus espadas. Llegando pues cerca
del lugar por la parte que les pareció que serian menos
sentidos, dieron en el cuerpo de guardia y centinela
que los monfís forasteros tenían ; y aunque les iiablaron
en su lengua y les dijeron que eran de los alzados, dán-
doles poco crédito, quisieron matados, diciendo que
iban con algún engaño ; y libraran mal si no acertara á
llegar allí un moro del proprio lugar de Canilles, llama-
do Francisco Tauz, el cual conoció al Zordi y le abo-
nó , diciendo que era hombre de crédito, y que no seria
acertado hacerles mal , porque por la mesma razón no
habría quien osase venirse á ellos. También el Zordi,
hombre astuto , les dijo que los de Bena Mocarra los
enviaban á saber si era verdad que la sierra estaba al-
zada, porque querian hacer ellos lo mismo si les envia-
ban alguna gente de socorro que les hiciese escolta,
REBELIÓN Y CASTIGO DE LOS MORISCOS DE GRANADA.
267
porque como estaban desarmados, tenían miedo de los
de Vélez. Oyendo estas palabras el Tauz, comenzó á
dar saltos de regocijo , preguntándole muchas veces si
era verdad lo que decia ; y como le afirmase que sí, dijo
á los monfís que mejor ni mas alegre día no podia venir
á los moros que saber que Bena Mocarra se quería le-
vantar , porque no quedaría lugar en la jarquía y hoya
de Málaga que no hiciese luego otro tanto. Y aplacán-
dose con esto los forasteros, llevaron los dos moriscos
á su capitán Xoraíran, los cuales le dieron su recaudo
fingido , que no les valió menos que las vidas ; y supie-
ron decírselo de manera, que les dio crédito; y ale-
grándose con ellos, les mandó que volviesen á Bena
Mocarra y dijesen á los vecinos que dentro de tres días
les daba su palabra de socorrerlos con mas gente de la
que pensaban. Cuando el Zordi le oyó decir aquellas
palabras, entendiendo que esperaba alguna gente de
fuera, le replicó : «Señor, no entiendo que podrán
aguardar tanto , porque tienen ya liada la ropa ; y si los
de Vélez los sienten, los degollarán.» Al moro pare-
ció bien lo que decia, y estuvo un rato suspenso; y
luego dijo que se fuesen , y les dijesen que otro dia por
la mañana les haría escolta con docíentos gandules va-
lientes , que ninguno volvería el rostro á diez de los de
Vélez, y que no habría falla en ello; y que por señas
pornia en amaneciendo una bandera colorada encima
del molino que dicen del Poaype para que supiesen que
estaba aguardándolos; y haciéndoles dar muy bien de
cenar , los despidió con aquella buena nueva. Otro dia
amaneció en el lugar un silencio tan grande , que pare-
cía no haber quedado criatura viva en él, y los soldados
quisieran salir de la fortaleza á recoger lo que los mo-
riscos habían dejado en las casas; mas el alcaide, re-
celando algún engaño , no lo consintió, por mucho que
\e importunaron; y enviando otro morísco que se habia
recogido con su mujer y hijos á la fortaleza ú que viese
si los enemigos se habían ido, en entrando por la puerta
del lugar fué preso y llevado al Xoraíran, diciendo que
era cristiano, pues se habia recogido con los cristianos;
el cual mandó que le llevasen al fuerte de Sedella yque
le entregasen al cadí que ya tenia puesto de su mano
para ejecución de la justicia. Queriiíndo pues cumplir
la palabra que habia dado á los de Bena Mocarra , en-
vió delante su bandera colorada con diez moros á que
la pusiesen en el viso de Fax Alaviz sobre una piedra
que llaman Uaxar Alabracana, que quiere decir la pie-
dra de la Cornicabra , lugar alto y relevado , adonde se
podia devisar muy bien; y recogiendo mas de quinien-
tos moros , bajó luego á juntarse con ellos para en vi-
niendo la noche ir á emboscarse sobre el molino del
Poaype , como habia dicho. Dejó en el lugar á un mo-
ro , llamado Alonso Montical , con otro golpe de gente
del pueblo y de Sedella y de otras partes, que habían
acudido allí sabiendo que Canilles se habia alzado, con
orden que no cesase de combatir los cercados mientras
iba á hacer el efeto de Bena Mocarra y volvía. Este com-
bate fué muy recio y duró mas de dos horas, defen-
diéndose el alcaide y los que con él estaban valerosa-
mente , y al fin se retiraron los moros del con daño dos
horas antes del mediodía. Habíanse tardado el Zordi y
su compañero mas de lo que quisieran en llevar la nue-
va de lo que pasaba á la ciudad de Vélez , deteniéndo-
los la importunidad de los moros que acudían á certi-
ficarse dellos si era verdad que se querían alzar los de
Bena Mocarra , porque era grande el contento que to-
dos tenían dello , y estaba el Corregidor con cuidado,
sospechando sí los habían muerto ó si se habían que-
dado con los moros. Y haciendo llamar al morísco que
habia llevado la carta del alcaide , le dio otra del tenor
de la que le habían dado , y le encargó mucho que pro-
curase darla con toda brevedad, y volver luego con la
respuesta. El cual llegó al tiempo que los moros se re-
tiraban del combate; y poniéndose detrás de un olivo,
algo arredrado de la fortaleza, hizo señal con la capa
para que le asegurasen hasta llegar á ella; y el alcaide
le entendió y le aseguró, mandando poner los arcabu-
ceros hacía aquella parte , de manera que pudo llegar
seguro á un lienzo del muro, donde estaba una ventana
grande; y subiéndole con una soga arriba, el alcaide
leyó la carta que llevaba, y luego le envió con otra en
respuesta della, avisando á Arévalo de Zuazo que no ha-
bia mas moros que los de la tierra y pocos forasteros
con ellos hasta aquel punto. Mas ya cuando el morisco
llegó á la presa del rio de Vélez , íe encontró que iba á
hacer el socorro con mas de quinientos hombres de á
pié y de á caballo, porque los dos moriscos de Bena Mo-
carra habían llegado y dádole cuenta muy particular de
lo que pasaba. Descubrieron nuestra gente los cerca-
dos y los cercadores á un mesmo tiempo , y abatiendo
los moros la bandera blanca que tenían puesta en la
peña del Águila, el Montical y los que con él estaban
dejaron el cerco y salieron huyendo la vuelta de la sier-
ra; y el Xoraíran se volvió al puerto de Sedella , y de
allí se fué á meter en el peñón; por manera que cuando
el socorro llegó ya no había moros con quien pelear;
mas pudiérase hacer mucho efeto si los siguieran, por-
que iban todos desbaratados y perdidos de miedo. Un
escudero, llamado Diego Moreno, con otros compañe-
ros se adelantó y pasó buen rato ; mas el Corregidor le
mandó que se retirase, contento con haber socorrido la
fortaleza; y haciendo sacar cien mujeres y niños que
había dentro , dejó veinte soldados al alcaide , y volvió
aquella noche á Vélez, y los moros se metieron en su
fuerte.
CAPITCLO XVII.
Cómo Competa y los otros lugares de la sierra de Bentomíz se
alzaron , y se recogieron al fuerte peüon de Fregiliana.
Alzados los vecinos de Canilles de Aceituno, Sede-
lla y Salares, los de Competa y de los otros lugares de
la sierra de Bentomíz hicieron lo mismo, movidos por
Martin Alguacil, vecino de Competa, hombre noble y
de mucha autoridad entre ellos, por ser el principal del
linaje de los Alguaciles, que en tiempo de moros tu-
vieron mando en aquella tierra. Este morísco daba á
entender que era buen cristiano y muy servidor de
su majestad ; y con este nombre se hacia confianza de
él, y se le encomendaba el repartimiento de la farda
que pagaban los. moriscos de aquel partido; y el pre-
sidente don Pedro de Deza les habia cometido á él , y
á Bernardino de Reina , regidor de Vélez , que también
era de su nación, y tenia cargo de repartir la farda en la
jarquía de Málaga , que distribuyesen los mantos y sa-
yas de la limosna de su majestad entre las viudas y mu-
jeres pobres, encargándoles que animasen aquellos pue-
blos á que dejasen el traje y ^lübito morisco, y se con-
268
LUIS DIÍL MARMOL CARVAJAL.
formasen con las premátioas. Los cuales en esto liabian
hecho buen oficio, y se tenia entendido que por res-
peto de Martin Alguacil estaba la sierra de Bentomiz en
pié ; el cual habia venido aquellos dias á Véiez , y de su
propria autoridad habia hecho un protesto ante la jus-
ticia, diciendo que era buen cristiano, y que protesta-
ba de vivir y morir en la fe de Jesucristo, y de servir
bien y fielmente, como leal vasallo de su majestad , en
todo lo que se le mandase. Mas era con engaño, por-
que supo que la ciudad trataba de traer algunos veci-
nos de los principales de la sierra , y detenerlos para que
los otros no se alzasen; y sabiendo que habia de ser él
uno dellos, hizo aquella diligencia para poderse des-
cabullir ; y así fué que se tornó luego á Competa; y
enviándole después á llamar Arévalo de Zuazo , para
animarle á que perseverase en lealtad, y lo procurase
con los vecinos, no quiso ir, y trató de levantar la tier-
ra ; y juntándolos vecinos de Con)peta y de otros pue-
blos comarcanos, les hizo un razonamiento desta ma-
nera : «Hermanos y amigos, que pensábades estar li-
bres de los trabajos desta malaventura que los alpu-
jarreños lian movido : bien veis el pago que se nos da
en premio de nuestra lealtad, pues por un desatino
que hicieron los monfís forasteros en compañía de al-
gunos mozos livianos y de poco entendimiento en la
venta de Pero Mellado, quiere la justicia do Vélez des-
truirnos á todos, no se contentando con haber hecho
morir muchos de nuestros amigos y parientes , que sa-
bemos que ni fueron en ello ni aun lo supieron, ha-
ciendo que se condenasen ellos niesmos con crueles
invenciones de tormentos ; y como si les pesase de ver
que estando toda la nación morisca alborotada, solo
nosotros estemos quietos en nuestras casas, veis aquí
una carta en que me envia á llamar el Corregidor. Yo
entiendo que es para prenderme y bacerme morir , por-
que no tiene otro negocio conmigo , ni yo con él. Tam-
bién envia á llamará Hernando el Darra. La muerte es
cierta : yo pienso emplearla donde á lo menos no que-
de sin venganza, defendiendo nuestra libertad. Si mu-
riésemos peleando , la madre tierra recibirá lo que pro-
dujo ; y al que ñtltare sepultura que le esconda , no le
faltará cielo que le cubra. No quiera Dios que se diga
que los hombres de Bentomiz no osaron morir por su
patria. Aben Humeya está poderoso ; ha tenido mu-
chas Vitorias contra los cristianos ; viénele gente de
África en socorro ; el gran señor de los turcos le ha
prometido su favor; espéralo por momentos. Toda Ber-
lieríase mueve á defendernos. Venga pues, señorée-
nos á todos , y démosle obediencia ; que los cristianos
por moros declarados nos tienen ; y no demos lugar á
que rompiendo la equidad de las leyes , ejecuten sola-
mente el rigor , llevándonos ala horca uno á uno.» Has-
ta aquí dijo Martin Alguacil; y loando todos su parecer,
le respondieron que demasiada paciencia había sido
la que liabian tenido , sujetos á tantos agravios como se
les habían heclio ; y sin mas aguardar, tomaron lasarmas
que tenían escondidas, y ataviándole á él con ricos al-
maizares de seda y oro, como á hombre santo, le pu-
sieron sobre una muía blanca, y llegaron todos á besarle
la mano y la ropa. El cual declaró luego su corazón con
las manos puestas y los ojos fijos en el cielo, diciendo:
«Bendito y loado seáis vos, Señor, que me dejastes ver
este día. » Allí nombraron capitanes particulares de ca-
da lugar; y pareciéndoles que estarían mejor todos jun-
tos en el peñón de Fregílíana , que era muy fuerte y
cerca de la mar, enviaron á decir á los del fuerte de
Sedella que se viniesen á juntar con ellos. Los cuales,
confiados en la vana devoción que tenían con los sepul-
cros de cuatro morabitos que decían estar enterrados
en la Habita de Canilles de Aceituno, que está junto
al fuerte, no querían desamparar el sitio hasta que,
enviándolcs gente y bagajes, los obligaron á no hacer
otra cosa contra la voluntad de un moro viejo , llama-
do el Jorron de Leimon , que les decía que por ningu-
na cosa lo dejasen , porque era lugar dichoso, donde
habían tenido siempre felices sucesos los moros con la
protección de aquellos santos , y que esto se hallaba
por sus escrituras. El cual, viendo quenole aprovecha-
ban sus amonestaciones , y que holgaban mas de obe-
decer á la voluntad de Martin Alguacil, dio tantas vo-
ces sobre ello, que vino á perder el juicio y juntamente
la habla y el sentido. Habiéndose pues juntado todos en
Competa , nombraron por su caudillo y capitán general
á Hernando el Darra , que tenia entre ellos opinión de
muy noble, porque sus pasados en tiempo de moros
eran alcaides y alguaciles de Fregílíana. Nombraron
tres alfaquís para consejeros en las cosas temporales y
de religión , uno de Sedella y otro de Salares, y el ter-
cero de Daimalos. No hicieron daño estas gentes en los
cristianos sus vecinos, porque con la sospecha que se
tenia, se habían puesto todos en cobro; y los benefi-
ciados que liabian quedado entre ellos los enviaron á
Vélez, entre los cuales fué uno Cristóbal de Frías, be-
neficiado de Competa , el cual se había metido en la
torre de la iglesia con otros tres ó cuatro cristianos. Y
Martín Alguacil , queriéndose desculpar de aquel he-
cho con los de Vélez, y darles á entender que el levan-
tamiento había sido contra su voluntad , forzados de
los moros forasteros, y que habia muchos en la tierra,
para que la ciudad no saliese á ellos hasta ponerse en
cobro, hizo pasar la gente al derredor de la iglesia,
haciéndoles mudar las armas y los vestidos porque
pareciesen mucbos; y cuando hubo hecho esto tres ó
cuatro veces, llegándose á la torre, llamó al beneficia-
do, y le dijo que estuviese de buen ánimo , porque no
consentiría que se le hiciese agravio á él ni á los que con
él estaban ; que se fuesen á Vélez seguramente y dije-
sen á los ciudadanos que Gíroncillo con gente foras-
tera había levantado la tierra , y que á los de Bentomiz
les pesaba mucho , porque siendo buenos cristianos y
leales servidores de su majestad, no quisieran que de
su parte hubiera novedad ; y que les certificasen que
no les harían daño á ellos ni á sus cosas, antes procu-
rarian todo su bien como amigos y vecinos. Y dándo-
les algunos hombres armados que los acompañasen ,
los envió á la ciudad de Vélez , y él con todas las muje-
res , ganados y ropa se fué á meter en el fuerte de Fre-
gílíana.
CAPITULO XVIII.
Cómo Arévalo de Zuazo juntó la gente de su corregimiento y fué
contra los alzados de la sierra de Bentomiz ; y la descripción
del peñón de Fregiliana.
Cuando el beneficiado Cristóbal de Frías se vio en
Vélez, dio muchas gracias á Dios por haberle librado
del peligro en que se habia visto ; y hallando la ciudad
REBELIOiN Y CASTIGO DE LOS MORISCOS DE GRANADA.
alborotada , que se andaba la gente aprestando para sa-
lir aquella noche á la sierra, no teniendo aun perdido
el miedo , exageraba las fuerzas de los alzados mucho
mas de lo que eran , diciendo que estaba la tierra llena
de moros forasteros. Y aunque algunos de los compa-
ñeros que venian con él deshacían aquel temor, afir-
mando que la gente que había pasado al derredor de la
iglesia tantas vecesestando ellos dentro , eran unos mes-
mos hombres, que hablan conocido muchos dellos ,
y que el astuto moro lo habla hecho de industria para
que la ciudad entendiese que habia venidoles socorro
de la Alpujarra; el Corregidor suspendió la salida por
aquella noche, no se determinando á quién daria mas
crédito. Mas otro dia luego siguiente, haciendo ins-
tancia la ciudad sobre ello , y habiendo venido dos com-
pañías de la ciudad de Málaga, cuyos capitanes eran
don Pedro de Coalla, y Hernando Duarte de Barríen-
tos,con esta gente y la déla ciudad, que eran otros
ochocientos infantes y cien caballos, y capitanes de la
infantería Alonso Zapata , Beltran de Andia , Marcos
de la Barrera y Juan Moreno de Villalobos, y de la ca-
ballería Luis de Paz , los unos y los otros regidores de
aquellas ciudades, partió de la ciudad de Vélez á 27
días del mes de mayo de este año , y aquella noche fué
al lugar de Torrox, que está en la marina, donde des-
punta la sierra de Bentomiz en la mar, y los moriscos
deste lugar se habían recogido con su ropa, mujeres
y hijos en la iglesia , diciendo que eran cristianos ; y
cuando vieron asomar las banderas con tanto número
de gente, quisieron meterse en el castillo ; y no los que-
riendo acoger los cristianos que habia dentro, cami-
naron la vuelta de la sierra y se fueron á juntar con
los alzados. iNuestra gente se alojó aquella noche en
Torrox , y allí llegaron ciento y sesenta soldados de Al-
muñécar, que , según ellos decían , habían salido á co-
brar una manada de ganado que les llevaban los moros ;
y alargáronse tanto, que no se atrevían á volver, por
lemor de alguna emboscada. Otro dia bien de mañana
partió Arévalo de Zuazo la vuelta del peñón de Fregí-
liana, que estaba legua y media de allí; y llegó al pié
del á las diez horas del día por la parte de una fuente
que llaman del Álamo, que cae entre poniente y me-
diodía , doude está un llano espacioso para poderse re-
volver la caballería. Allí hallaron algunos bagajes, ro-
pa y bastimentos , que no habían tenido lugar de po-
derlo subir arriba los moros que iban á meterse en el
fuerte ; de donde se entendió que si los de Vélez no
se detuvieran tanto en salir, los alcanzaran fuera del
peñón , y con cualquier número de gente se pudiera
hacer mucho efeto. Este peñón está entre el lugar de
Competa y la mar; tiene á levante el rio de Chillar, que
corre por asperísimas quebradas de sierras; á poniente
el de Lautin, que con igual aspereza se va á meter en
la mar ; á tramontana hace la sierra de Bentomiz una
quebrada muy honda , de donde comienza á subir el
peñón en mucha altura ; y al mediodía vuelve á bajar
con otra descendida muy áspera, que se parte en dos
lomas : la una va entre levante y mediodía á dar al lu-
gar de Fregiliana , y la otra, mas á poniente, al castillo
de Nerja ; y quedando el peñón mucho mas alto que
ellas, sin padrastro que de ninguna parte le señoree, tie-
ne las entradas tan fragosas de riscos y de peñas tajadas,
que poca gente puesta arriba las puede defender ú. cual-
269
quier numeroso ejército. Por la parte del rio de Chillar
se saca una acequia de agua con que se regaban las tier-
ras y hazas de Fregiliana, que estaba en este tiempo
despoblada , y pasa la acequia al pié del peñón , que
era la ocasión principal que los movió á meterse allí,
porque no se les podía quitar el agua sin grandísima di-
lícuítad; y la fuente del Álamo, que está á estotra par-
te , entre poniente y mediodía, les caía algo arredrada.
En lo alto del peñón se hace un espacioso ámbito no
muy llano ni muy áspero , donde pudieran caber todos
los moradores de la sierra de Bentomiz , y mayor nú-
mero , si lo hubiera. Los moros pues, habiéndose reti-
rado á lo alto , se pusieron en defensa , entendiendo que
los cristianos, como hombres de guerra, asentarían su
campo y después harían su requerimiento ; y según
nos certificaron algunos dellos, estuvieron tan des-
conformes y confusos cuando vieron ir tanto número
de gente , que la mayor parte quería darse á partido ;
y por ventura se rindieran todos , y no costara tanta
sangre cristiana como costó. Estando pues Arévalo de
Zuazo tratando de lo que se debía hacer, una manga
de soldados que habia enviado á reconocer se alarga-
ron mas de lo que convenía la cuesta del peñón arriba,
escaramuzando con algunos moros que les salieron al
encuentro ; los cuales fueron luego retirándose hacia
lo alto, peleando lan tibiamente, que parecía ceder la
entrada á los nuestros. A este tiempo Arévalo de Zuazo
hizo caminar la demás gente , y comenzaron á pelear,
siguiendo á los que se retiraban; mas luego acudieron
hacia aquella parte los caudillos, que se habían puesto
á hacer su consejo, cuando vieron ir los cristianos á
ellos , y el Uarra vistoso delante de todos con un paleen
la mano , dando grandes voces y muchos palos á los
que se iban retirando. Entre miedo y vergüenza los hizo
volver sobre los nuestros, que todavía porfiaban por ir
adelante con tan peligrosa como inconsiderada deter-
minación, porque estaban mas de tres mil moros pues-
tos en ala á la parte alta; y aunque habia entro ellos
pocos escopeteros y ballesteros , tenían muchos hon-
deros , y arrojaban tanta piedra , que parecía estar so-
bre nuestra gente una nube de granizo ; y era tan gran-
de el crujido de las hondas, que semejaba una hermosa
salva de arcabucería; y las piedras venian con tanta fu-
ria, que aun las armas ofensivas eran poco reparo con-
tra ellas. Vimos una rodela que pasó un moro este día
con una piedra, teniéndgla un soldado embrazada, y
estaba una guija larga tan gruesa como el puño metida
por ella, que pasaba la mitad de la otra parte. Acudien-
do pues gente de un cabo y de otro , cargaron los ene-
migos de manera , que se hubieron de retirar los nues-
tros sin orden , dejando algunas banderas en peligro de
perderse ; y sin duda se perdieran las de Alonso Zapata
y Juan Moreno de Villalobos, sí ellos propríos no las
socorrieran y retiraran peleando y resistiendo el ím-
petu de los enemigos. Valió mucho á nuestra infantería
no osar salir los moros de la aspereza de su peñón por
miedo déla caballería, que veían estar puesta en escua-
drón, esperando que bajasen á lugar donde poderse
aprovechar dellos, porque pelearon determinadamen-
te hasta llegar á las espadas ; y aunque murieron mu-
chos de arcabuzazos , bajando descubiertos á la ofensa
de nuestra arcabucería, que les tiraba de mampuesto,
todavía mataron ellos veinte cristianos y hirieron mas
270
LUIS DEL MARMOL CARVAJAL.
de ciento y cincuenta, y hicieran mayor daño si tuvie-
ran armas y osaran seguir el alcance. Retirada la gen-
te y curados los heridos , Arévalo de Zuazo mandó to-
car á recoger, y sin intentar mas la fortuna de la em-
presa , volvió aquella noche bien tarde á Vélez con poco
contento y mucho deseo de castigará aquellos bárbaros.
CAPITULO XIX.
Cómo tuvo aviso el marqués de los Vélez en Berja que Aben Hu-
meya iba sobre él, y se apercibió para esperarle.
Estaba el marqués de los Vélez con un pequeño cam-
po en Berja, porque, como atrás queda dicho, se le ha-
bla ido la mayor parte de la gente, unos por ir á poner
en cobro lo que habian ganado , y otros no pudiendo
sufrir el trabajo y la grande necesidad que allí se pasa-
ba. Y como era hombre cuidadoso de su cargo, procu-
raba siempre saber lo que el enemigo hacia, y habien-
do algunos dias que no tenia nueva cierta del, fué avi-
sado como en la cumbre de un cerro cerca del aloja-
miento se veia cada noche un fuego , que parecía ser
señal que los moros hacian; y mandando á un cuadri-
llero, llamado Francisco de Cervantes, que con veinte
soldados de su cuadrilla fuese de parte de noche á ver
lo que era, puso tan buena diligencia, que le trajo pre-
so un moro espía de Aben Humeya, que, según lo que
después se entendió, hacia de noche aquel fuego, y de
dia se escondía en el cañón de la chimenea de una casa
en Dalias. Traido este moro á Berja, el Marqués le man-
dó dar tormento, y confesó como Aben Humeya había
juntado toda la gente de guerra de la Alpujarra en el
lugar de Valor, y que había hecho reseña general y pa-
saban de diez mil moros los que tenia juntos, mucha
parte dellos armados de arcabuces y ballestas , y que
tenia acordado de dar con toda aquella gente una albo-
rada en Berja ; porque habiendo enviado á decir á los
moriscos del Albaicin de Granada y de la Vega y á los
del rio de Almanzora que cómo se sufría ver á su rey
con las armas en las manos por su libertad , y estarse
ellos quedos , teniendo obligación de ser los primeros,
y que si no se alzaban luego, había de dar orden como
los cristianos los destruyesen á todos ; le habian res-
pondido que mientras el marqués de los Vélez estuvie-
se con campo formado en la Alpujarra no osarían de-
terminarse , y que cuando le tuviese muerto ó preso
ellos se levantarían ; y que en tanto que se aprestaba
para hacer aquella jornada, queriendo saber sí el cam-
po se mudaba de Berja, tenía puesta aquella espía, y la
señal de que se estaba todavía quedo eran aquellos fue-
gos que hacía cada noche. Habian prendido los moros
aquellos días cinco espías de nuestro campo, y el mar-
qués de los Vélez estaba muy con cuidado, teniendo
por ruin señal la demasiada diligencia que ponían ; y
viendo la confesión del moro, entendió que sin duda de-
cía verdad, y que daban orden en algún acometimien-
to ; y deseando tener mas certidumbre de lo que tanto
convenia saber , el capitán Tomás de Herrera , á cuyo
cargo estaba la gente de á caballo de Adra después de
la muerte de Diego Gasea, salió de parte de noche con
algunos compañeros, y prendió tres moros, y los trajo
maniatados al campo. El marqués de los Vélez se lo
agradeció mucho , y mandando al licenciado Navas de
Puebla, su auditor general, que les diese tormento,
los dos dellos no quisieron confesar nada, y el tercero
declaró ser verdad lo que la espía había dicho , y dijo
que le ahorcasen si Aben Humeya no venía á dar so-
bre el campo dentro de tres ó cuatro días, y que traería
consigo toda la gente que tenía recogida en Valor, re-
partida en tres mangas, y con la una acometería el lu-
gar por lo llano , para tirar la caballería hacia aquella
parte y poder acometer mas á su salvo con las otras
dos los alojamientos; porque desta manera entendía
dividir á los cristianos, para que en ninguna parte fue-
sen poderosos ni le resistiesen; y que todos los moros
que venían con él era gente escogida, que el mas mozo
pasaba de veinte años y el mayor no llegaba á cuaren-
ta. Estas confesiones acrecentaron el cuidado al mar-
qués de los Vélez, y mucho mas un dia que llegaron los
moros á correr á Berja y se llevaron ciertos bagajes de
mozos que andaban haciendo yerba para los caballos;
cosa que hasta entonces no habían osado acometer,
entendiendo que su venida era ensayo para ver sí la
gente acudía de golpe al rebato , y qué tanto trecho se
alargaba la caballería de la infantería. Queriendo pues
hacer reseña y ver los soldados que tenia , sin que se
entendiese para el fin que se hacía, mandó que saliesen
caballos y infantes, como por vía de regocijo, á escara-
muzar al campo, y después, siendo bien tarde, hizo lla-
mar á don Juan Enriquez, que ya había vuelto de Gra-
nada , y á don Diego , don Juan y don Francisco Fajar-
do, y á don Diego de Leiva, y á otros caballeros y capi-
tanes que intervenían en su consejo; y cuando los tuvo
juntos en su posada anduvo un gran rato paseándose
por un aposento sin decirles nada , no sabiendo qué se
hacer. Consideraba que si publicaba la venida de Aben
Humeya se le iría la mayor parte de la gente que allí
tenía, que no llegaban á dos mil y quinientos hombres
de á pié y de á caballo ; sí lo encubría, temía que le ha-
llaría el enemigo desapercebído ; y al fin, habiendo es-
tado vacilando en su entendimiento, les dijo desta ma-
nera : «Pensarán , señores , que lo que se ha hecho hoy
ha sido por regocijo; pues quiero que sepan que fué
para entender qué soldados tenemos , porque no he
querido hacer muestra general , y hallo infantería muy
ruin y caballos pocos y no muy buenos. Sin falta han
de dar los moros esta noche en nuestro alojamiento :
vean lo que les parece que hagamos ; que demás de ser
la gente de la calidad que digo , ya habernos visto el si-
tio en que estamos ; no es fuerte ni seguro ni lo pode-
mos defender. Sí nos vamos de aquí, perdernos hemos,
y si esperamos, también. » Y repitiendo estas últimas
palabras muchas veces , don Juan Enriquez le respon-
dió que, pues sabía cuan poco fuerte era aquel sitio,
¿cómo no había mandado hacer un reducto en él y for-
tíficádole, en un mes que había que estaba allí alojado?
A lo cual respondió el Marqués muy enojado : «A eso
no puedo decir nada hasta que estotro se haya acaba-
do con bien ó con mal. » Y pasando la plática adelante,
se tomó resolución que el mejor remedio en tanta bre-
vedad sería mandar que los soldados se recogiesen á
sus banderas y estuviesen con las armas para las ma-
nos, porque no los tomasen los enemigos descuidados.
Este consejo pareció bien al Marqués; mas no quiso
que se publícase el fin para qué lo hacía , sino que se
les dijese que quería mudarse á otro alojamiento cerca
de aquel en un sitio llano, apacible para los caballos.
Con este acuerdo mandó al capitán Rodrigo de Mora,
REBELIÓN Y CASTIGO DE
que servia el oficio de sargento mayor , que hiciese to-
car á recoger, y que pusiese la gente toda en sus orde-
nanzas, y hiciese cargar los bagajes, diciéndoles que
para mudar alojamiento ; y por otra parte dijo á los del
consejo que secretamente avisasen á los capitanes del
intento, porque no se descuidasen y estuviesen aperce-
bidos con los soldados. Hubo algunos que dieron el
aviso tan diferente de lo que se habia tratado, que sola-
mente dijeron que, aunque viesen tocar las cajas, no
se alborotasen, porque no era para mas que recoger la
gente; cosa que hubiera de costarles á todos caro. Fi-
nalmente el Marqués hizo reforzar los cuerpos de guar-
dia, doblar las centinelas y poner gente de á caballo á
lo largo, para que pudiesen avisar con tiempo; y con
las armas á cuestas , que siempre las traia á prueba de
arcabuz, y el caballo ensillado y enfrenado, estuvo lo
que faltaba de la noche aguardando al enemigo.
CAPITULO XX.
Cómo Aben Humeya acometió el campo del marqués de los Vélez
en Berja.
Habían partido aquella tarde de Ujíjar Aben Humeya
y don Hernando el Zaguer y Jerónimo el Maleh y Aben
Mequenun y Juan Gironcillo, y otros muchos capitanes
moros, con mas de diez mil hombres; y llegando cerca
de Berja á tiempo que los atambores del campo tocaban
á recoger, aunque sospecharon que hablan sido senti-
dos, no por eso dejaron de proseguir su camino. Lleva-
ban delante muchos moros con las camisas vestidas so-
bre los sayos, á manera de encamisada, para conocer-
se en la oscuridad de la noche ; luego seguían al pié
de dos mil hombres, entre los cuales iban muchos ber-
beriscos con guirnaldas de flores en las cabezas , por-
que habían jurado de vencer ó morir muxehedines, que
quiere decir mártires por la ley de Mahoma. Estos des-
venturados, engañados del demonio, que no temen la
muerte, con vana esperanza de gloria eterna, se meten
en grandes peligros de la vida, y llegaron tan determi-
nadamente á nuestras centinelas, que no les dieron lu-
gar á retirarse con tiempo , y entraron todos revueltos
en el lugar, los unos tocando arma , y los otros dando
el asalto con tanta furia de escopetería y tan grandes
voces y alaridos á su usanza, que atronaban todos aque-
llos campos. Su entrada fué por el cuartel donde esta-
ba el capitán Barrionuevo, vecino de Chinchilla, con
una compañía de los manchegos de los lugares redu-
cidos, que fueron del marquesado de Villena; y no ha-
llando la defensa que fuera razón que hubiera en gen-
te prevenida, pasaron tan adelante, que apenas se pudo
el marqués de los Vélez poner á caballo para salir á la
plaza de armas, que estaba junto con su posada, cuan-
do ya estaban bien cerca del. En este tiempo hubiera
de ser dañoso el consejo del Marqués, porque los sol-
dados se embarazaban con los bagajes , y los l>agajes
embarazaban las calles ; y si los enemigos acertaran á
entrar por la puerta por donde iban á salir, mataran
mucha gente y pudiera ser que desbarataran el campo.
Pasado pues el primer ímpetu del temor, que los había
hecho retirar á los cuerpos de guardia, los caballeros
Fajardos , y los capitanes Gualtero , Mora y León, que
tenían á cargo la infantería, con hasta quinientos sol-
dados resistieron, y acudíéndoles la gente que aun no
se habia acabado de recoger á las banderas , pelearon
LOS MORISCOS DE GRANADA. 271
valerosamente con los porfiados enemigos , que traba-
jaban por salir con la vitoria, y matando muchos de-
llos, los hicieron detener. Estaba á todo esto quedo el
marqués de los Vélez en la plaza con la caballería sin
hacer acometimiento, esperando ver buena ocasión pa-
ra poder salir, porque tenia puesta su confianza en ella,
y no quiso oponerla al primer ímpetu de los enemigos ;
y Aben Humeya, viendo lo que le importaba salir con
la Vitoria, enviaba siempre gente de refresco ; la cual,
aunque no era tan furiosa como la primera , su gran
número suplía la furia, y eran tantas las pelotas y sae-
tas que caían sobre los alojamientos, que no había parte
segura en todo el lugar. Creciendo pues los ánimos con
las nuevas fuerzas, la pelea se renovó de manera, que el
marqués de los Vélez hubo de acudir en persona á fa-
vorecer á los suyos , dejando á don Francisco Fajardo
en la plaza con un escuadrón de infantería; y saUendo
por un portillo que hizo romper en una tapia, porque
la calle estaba tan llena de bagajes, que no podían pasar
los caballos, acometió por dos veces á embestir con los
enemigos. Mas don Juan Enriquez se le puso delante,
díciéndole que se acordase de lo que la espía habia di-
cho, y se detuviese hasta ver si por lo llano acudía ma-
yor golpe de gente ; el cual envió á don Alonso Habiz
Venegasáque reconociese si habia alguna polvareda ó
señal de mas moros al derredor del lugai'. A este tiem-
po ya nuestra gente llevaba lo mejor de la pelea y los
moros se ponían en huida ; y dando su proprio desbara-
te mayor osadía á los soldados , los acabaron de rom-
per; y siguiendo á don Diego Fajardo ya de dia claro,
fueron tras dellos por las huertas, hasta llegar á unas
puntas que bajan de Sierra Nevada. Don Juan Fajardo
subió por la sierra arriba con quinientos arcabuceros,
y el capitán León fué con otros docíentos por el cami-
no de Dalias. Quedaron atajados dentro del lugar en
una calle sin salida sesenta y seis de los muxehedines,
y allí fueron todos muertos. Murieron este dia mil y
quinientos moros , y perdieron diez banderas y algunos
caballos y yeguas que llevaban con sillas y frenos , y
muchos bagajes cargados de bastimentos. De los nues-
tros murieron veinte y dos soldados y dos escuderos , y
hubo muchos heridos. Fué de mucha importancia este
buen suceso ; porque sí el enemigo saliera de allí con
opinión , no quedara morisco que no se alzara en todo
el reino de Granada. Los que escaparon huyendo por
las sierras llegaron á la taa de Andarax tan cansados 5
faltos de aUento, que sí el marqués de los Vélez no de-
tuviera la gente que los seguía, pudieran degollarlos
con facilidad; mas no les consintió pasar adelante, te-
miendo siempre que Aben Humeya haría algún aco-
metimiento por otra parte; y recogiendo toda la gente,
se volvió á su alojamiento. Fué luego avisado que cier-
tos soldados , cuando los moros acometieron el lugar,
se habían metido en unas torres mientras los compa-
ñeros peleaban; y haciéndolos traer ante sí, les pre-
guntó de qué compañías eran ; y díciéndole que de la
de la Mancha, no poco temerosos que los mandaría cas-
tigar, se rió, y les dijo desta manera : « No me mara-
villo que los que no conocéis la condición de los moros
ni os habéis visto con ellos, temáis sus gritos y algaza-
ras; mas pues sois españoles, y no os falta otra cosa
para ser soldados sino haber tratado con moros, la pe-
nitencia que os quiero dar por el descuido que ha-
272
LUIS DEL MARMOL CARVAJAL.
beis tenido es que recojáis todos los cuerpos muertos,
y los amontonéis y queméis, porque desta manera per-
deréis el miedo que tenéis cobrado.» Y mandando al
auditor Navas de Puebla que fuese con ellos, juntaron
mil cuatrocientos noventa y cuatro cuerpos de moros
muertos, y los quemaron. Quemó también el auditor
noventa moros que se hicieron fuertes en unas casas
de molinos fuera del lugar; y porque el campo no es-
taba ya bien en aquel alojamiento, donde se padecía
tanta necesidad de vituallas, se pasó á la villa de Adra
ocho dias después de la viloria. Allí se entretuvo mu-
chos dias con el trigo que los soldados traiandel cam-
po de Dalias, hasta que después se le envió mas gente,
y se le dio orden para entrar en la Alpujarra , que no
fué poca parte para ello este suceso.
CAPITULO XXI.
Cómo don Antonio de Luna fué sobre el lugar de las Albuñuelas,
estando de paces, porque recetaban moros de guerra.
Hacian los moros tantos dai*ios en este tiempo á la
parte de Granada, Loja y Alliama, captivando, ma-
tando y robando los cristianos , que no habia ya cosa
segura en todas aquellas comarcas ; y de ordinario se
ponían los de los lugares del Valle á esperar en el bar-
ranco de Acequia las escoltas que iban con bastimen-
tos á los presidios de Tablate y de Órgiba ; y algunas
veces mataban los soldados y bagajeros, y se las lleva-
ban, no embargante que decian estar reducidos. Y por
que se entendió que se hallaban en ello muchos de los
vecinos del lugar de las Albuñuelas , que estaba de pa-
ces, y que allí se acogian los otros, tomando don Juan
de Austria el parecer del presidente don Pedro de De-
za, determinó que se hiciese castigo ejemplar en ellos,
diciendo que si jamás habia sido guerra gobernada
con severidad, en esta era necesario y líiuy conveniente
reducir la diciplina militar á su antigua costumbre,
para que los demás pueblos temiesen. Consultado pues
con su majestad, se mandó á don Antonio de Luna,
que con la gente de á pié y de á caballo que estaba alo-
jada en las alearías de la Vega, y con las cien lanzas de
Ecija , del cargo de Tello González de Aguilar, fuese á
hacer el efeto del castigo que se pretendía ; y porque el
alguacil Bartolomé de Santa María habia servido con
avisos ciertos y de importancia, y no era justo que lle-
vase igual pena que los malos , envió al beneliciado
Ojeda , que era grande amigo suyo , y con la gente á
que mirase por él. Llegó don Antonio de Luna al Pa-
dul el primer dia del mes de junio, y allí supo cómo un
dia antes se habia pregonado en las Albuñuelas que
ningún vecino recogiese moro forastero , y que los que
habia en el lugar se saliesen luego fuera ; y parecién-
dole que debían de estar avisados, no quiso partir aquel
dia , hasta dar noticia á don Juan de Austria ; el cual le
envió á mandar que sin embargo ejecutase lo acorda-
do. Con esta segunda órdfen partió del alojamiento de
parte de noche , llevando consigo á don Luis de Cardo-
na, hijo mayor del duque de Soma; y encontrando en
el camino cuatro moriscos , que venían de las Albuñue-
las al Padul con las cargas de pan que daban cada se-
nmna de contribución para la gente de guerra de aquel
presidio, los mandó alancear, y sin detenerse pasó ade-
lante , y dio sobre el barrio del lugar principal siendo
ya de dia. Lope, famoso monfí , que estaba dentro con
gente de guerra , tuvo lugar de huir á la sierra; y que-
dándose la mayor parte de los vecinos disimuladamente
en sus casas , como hombres que les parecía no haber
cometido delito, y que bastaría para su disculpa haber
echado fuera los moros forasteros , en sintiendo el es-
truendo de los soldados , que entraban furiosos por las
calles, salieron algunos á dar su descargo; mas así ellos
como los demás fueron muertos , sin que el beneficia-
do Ojeda tuviese tiempo de poder guarecerá su amigo
el alguacil. La gente inútil huyó la vuelta de la sierra,
pensando poderse salvar hacia aquella parte; mas Te-
llo González de Aguilar, que iba de vanguardia con
los caballos, los atajó por una ladera arriba, y hizo
volver hacia abajo mas de mil y quinientas mujeres y
gran cantidad de bagajes , que todo ello vino á poder de
la infantería. Y hubiérase de perder él en este alcance,
porque yendo la sierra arriba se le metió el caballo en-
tre dos peñas en una angostura tan grande, que ni lo
pudo revolver ni pasar adelante , y le fué necesario
apearse y dejarlo; mas luego acudieron dos escuderos
de su compañía, y no lo pudíendo sacar, lo despeñaron
por un barranco abajo ; y dando sobre un montón de
arena que tenia recogida la corriente del agua, se man-
có de un brazo , y todavía bajaron por él y se lo lleva-
ron, manco como estaba, no queriendo que en ningún
tiempo se dijese que los moros habían tomado el ca-
ballo de su capitán. Este dia un animoso moro se hizo
fuerte en su casa con una ballesta en las manos , y por
la ventanilla de un aposento mató al abanderado de la
compañía de don Pedro de Pineda , que con la bandera
entraba á buscar qué robar ; y lo mismo hizo á otros dos
soldados que quisieron retirar á cobrar la bandera. A
esto acudió luego don Pedro de Pineda, y un soldado
de su compañía, llamado Zayas, vecino de Sevilla, se
lanzó animosamente con el moro cubierto de una rode-
la y una celada, que fué bien provechosa; y como el
moro errase su tiro , Zayas le atravesó de una estocada ;
y el moro, pasado de parte á parte, cerró con él, y bre-
gando le quitó una daga que llevaba en la cinta, y le
hirió con ella sobre la celada tan reciamente, que se la
hendió, y le matara si no fuera por ella. Mas al fin, no
pudiendo resistir el desmayo de la muerte , cedió , y
cayendo en el suelo, le cortó el soldado la cabeza , y el
capitán retiró su bandera. Hecho esto, los capitanes y
soldados quisieran saquear las casas , porque estaban
llenas de muclias riquezas que hablan traído de otros
lugares , á causa de estar aquel de paces, y no les parecía
que era bien dejarlas á los enemigos ; mas don Antonio
de Luna no lo consintió, diciendo que tenia aviso que
venían de las Cuajaras mas de seis mil moros á las ahu-
madas, y que no convenia detenerse ; y aunque hubo har-
tos requerimientos sobre ello, se hubieron de quedar las
casas llenas. Volvió nuestra gente aquel dia al Padul,
que está dos leguas de allí , con mas de mil y quinientas
alma captivas , y gran cantidad de bagajes y de ganados
de toda suerte. Esta presa mandó don Juan de Austria
que se repartiese entre los soldados , dando las moras
por esclavas; y dio libertad á la mujer y hijas y sobri-
nas de Bartolomé de Santa María, pagando por ellas á
los que les habían cabido por suerte seiscientos duca-
dos de la hacienda de su majestad ; y demás desto, les
dio licencia para que pudiesen vivir en Granada, ó don-
de quisiesen en aquel reino.
REBELIÓN Y CASTIGO DE
. CAPITULO XXII.
Cílmo el compndador mayor de Castilla Ilegii á la playa de Vélez,
y avisado del suceso del pciioii de Kregiliana, determinó de ha-
cer la empresa por su persona con la (fen'e que llevaba.
El comendador mayor de Caslüla Ileg(3 á Adra á i."
de mayo , y no se deteniendo allí mas de una hora, pa-
só con veinte y cinco galeras que llevaba á la ciudad de
Almuñécar, donde fué avisado de todo loque liabia su-
cedido á nuestra gente en el peñón de Frcgiliana, en la
sierra de Bentomiz. Y navegando hacia la playa de Vé-
lez, llegó ala torre de la Mar, que está poco mas de me-
dia legua de la ciudad , á tiempo que Arévalo de Zuazo
estaba con harto cuidado de deshacer los moros que
allí se habían juntado ; el cual acudió , luego que vio
las galeras, ala marina. Y como el Comendador ma-
yor, deseoso de saber en particular lo que había pasa-
do , y el estado en que estaban las cosas de aquel par-
tido, envíase una fragata á tierra , Arévalo de Zuazo se
metió luego en ella, y fué á verse con él á la galera
real, donde trataron del negocio, y de lo mucho que
convenia deshacer aquellos moros antes que se hicie-
sen mas fuertes con socorros forasteros , expugnando
aquel peñón , donde estaba recogida la gente y riqueza
déla sierra de Bentomiz. El Comendador mayor, que
ninguna cosa deseaba mas que emplear aquellos solda-
dos tan aventajados donde pudiesen ser de provecho,
dijo que holgara de tomar la empresa por su persona ;
mas que no traía orden para ello, ni venia proveído de
bastimentos ni de las otras cosas necesarias; y que le
parecía , según la cantidad de enemigos le decían que
había juntos en sitio tan fuerte, que sería menester
mayor número de gente, y una provisión muy de pro-
pósito. Mas al fin satisfizo á todas estas dificultades su
buen deseo, y entender del Corregidor la cantidad de
caballos y peones que se podrían juntar de su corregi-
miento , y la provisión de bagajes y bastimentos que se
podría hacer en él. Solo faltaba la orden ; y mientras
se aprestaban las otras cosas , envió por la posta á don
Miguel de Moneada, caballero catalán, su primo, á Gra-
nada , á que informase á don Juan de- Austria de aquel
negocio , y se la pidiese. Partido don Miguel de Mon-
eada , mandó el Comendador mayor desembarcar la
gente, y haciendo reseña, halló que tenia dos mil y seis-
cientos soldados de los de Italia, y cuatrocientos de los
ordinarios de las galeras ; y por no perder tiempo, mien-
tras le venía la orden de don Juan de Austria, envió á
donMartindí Padilla, que después fué adelantado de
Castilla y general de las galeras de España, con do-
cientos arcabuceros de los de Vélez y sesenta caballos,
á reconocer el fuerte y á ver sí andaban los moros des-
mandados fuera del, de quien poder tomar lengua. Don
Miguel de Moneada llegó á Granada, y hizo relación en
el Consejo del negocio á que iba ; y con orden que el
Comendador mayor hiciese la jornada , volvió con la
mesma diligencia á la ciudad de Yélez. Y luego envió el
Consejo á mandar á don Gómez de Figueroa , corregi-
dor de Loja, Alhamay Alcalá la Keal, y al licenciado
Soto, alcalde mayor de Archidona, que con el mayor
número de peones y caballos que pudiesen recoger en
sus gobernaciones fuesen á juntarse con él , enten-
diendo que sería menester mas fuerza de gente de la
que tenia para hacer aquel efeto ; mas cuando llegaron
fué ya tarde, por mucha priesa que se dieron.
II-u
LOS MORiSCOS DE GRANADA. 273
CAPITl LO XXIIL
Cómo el Comendador mayor juntó toda la gente en Torrox, y de
allí fué á poner su campo sobre el peflon de Frcgiliana.
Estando pues apercibido todo lo necesario para la
jornada, á O del mes'de junio del año de i 569 partió
Arévalo de Zuazo de Vélez con dos mil y qu'nientos
infantes y cuatrocientos caballos de las dos ciudades
de su corregimiento, y fuéá poner su campo cnrca del
lugar- de Torrox, en unsítio fuerte cerca del rio. El mes-
mo dia saltó en tierra el comendador mayor de Castilla,
y acompañado de don Juan de Cárdenas , que agora es
conde de Miranda, y de don Pedro de Padilla y de doa
Juan de Zanoguera, y de otros caballeros y capitanes,
fué á reconocer el fuerte , y de vuelta vio la gente de las
ciudades, que le dio mucho contento verla tan bien en
orden. Aquella noche se volvió á las galeras, y otro dia
desembarcó su infantería en la playa del castillo de Tor-
rox ; y puestos los unos y los otros en sus ordenanzas,
caminaron los dos campos, apartado el uno del otro, la
vuelta delosenemígos. ElComendador mayor fué apo-
ner su campo en la fuente del Álamo, y el Corregidor
de la otra parte, donde llaman la fuente del Acebuchal,
en una umbría que cae entre cierzo y levante , cerca
del puerto Blanco. Capitanes de la infantería de Málaga
eran Hernán Duarte de Barrientes, don Pedro de Coa-
lla, Gómez Vázquez, Luis de Valdivia y el jurado Pe-
dro de Villalobos; y de la de Vélez Antonio Pérez, Mar-
cos de la Barrera y Francisco de Villalobos ; y de la ca-
ballería Luís de Paz; y sargentos mayores el capitán
Berengel Cáncer de Omos y Martín de Andía , vecinos
de Vélez. Don Martin de Padilla reconoció el peñón, y
refirió que era muy fuerte , y que no se podría subir á
él sin grandísimo trabajo y peligro; y aunque al Comen-
dador mayor le pareció lo mesmo, su mucha prudencia
y gran valor le hizo dar á entender á los soldados que
habia menos dificultad de la que parecía, dícíéndoles
que no habia cosa tan áspera, donde la virtud y el es-
fuerzo del buen soldado no hiciese camino. Era el si-
tío que el Corregidor tenia, áspero y poco seguro ; mas
convenía mucho tenerle ocupado, por ser aquella la en-
trada por donde podía ser socorrido el enemigo, de la
gente de la Alpujarra ; y para ver cómo se habia aloja-
do el campo , y dar orden en lo cfue se había de hacer,
pasó luego el Comendador allá , y vuelto á su aloja-
miento, estuvieron aquella noche todos puestos en ar-
ma, sin que hubiese cosa notable. Otro día de mañana
se trabaron dos escaramuzas, la una con la gente de
Vélez Málaga, defendiendo á los moros el agua del
acequia , y la otra con don Miguel de Moneada, que fué
á reconocer el peñón por la parte de levante con sete-
cientos arcabuceros y cincuenta caballos; el cual an-
duvo al pié del hasta llegar á la loma de Frcgiliana, y
subió tanto por ella escaramuzando con algunos moros,
que llegó á descubrir el llano que se hace en la cumbre
del peñón, y vio tantas tiendas y chozas de rama , que
parecía estar junto en aquel sitio un ejército numeroso
de gente. En estas escaramuzas murieron algunos mo-
ros, y se retiraron los cristianos á sus alojamientos sía
daño. Estando apercebidos los ánimos y las armas para
el asalto tan deseado de nuestra gente, la víspera de Saa
Bernabé en la noche dio orden el Comendador mayorá
los capitanes de lo que cada uno habia de hacer. Por la
18
274
LUIS DEL iMARMOL CARVAJAL.
loma de los Pínillos, que cae entre poniente y me-
diodía, donde primero luibia estado Arévalo de Zua-
zo, mandó que fue«e don Pedro de Padilla con tres
mangas de infantería de su tercio, reforzadas á manera
de escuadrones; por la otra, que llaman de Frogiliana,
que cae á la mano derecha, don Juan de Cárdenas, her-
mano de don Pedro de Zúñiga, conde de Miranda , á
quien después sucedió en el estado, con cuatrocientos
aventureros y alguna gente de Italia; don Martin de
Padilla, que agora es adelantado de Castilla y conde
de Santa Gadea , por otra lomilla que se hace entre es-
tas dos, con trecientos soldados de los de Galera y al-
guno de Málaga y Vélez , y una compañía de los del ter-
cio de Ñapóles; y por la parte de Puerto Blanco , ha-
cia la umbría que dijimos, mandó que subiese la gente
de las dos ciudades que estaba alojada hacia aquella
parle, por la loma que dicen de Conca. Y porque el asal-
to había de ser á un mesmo tiempo, y no se descu-
brían los unos á los otros, les ordenó que llegando á
sus puestos hiciesen ahumadas , y que no se moviesen
hasta oír tirar una pieza de artillería de su cuartel. En
el siguiente capítulo diremos cómo se combatió y ganó
el fuerte.
CAPITULO XXIV.
Cómo se combatió y ganó por fuerza de armas el fuerte
de Fregiliana.
Cuando estuvo la gente apercebida y puesta en sus
lugares para en oyendo la señal dar el asalto, los sol-
dados de Italia que iban con don Pedro de Padilla,
queriendo llevarse la honra y el premio de la vitoria, se
anticiparon, y comenzaron á subir animosamente por
el cerro arriba; mas presto fueron pocos los que que-
daron libres de muertes ó de heridas, porque los mo-
ros los aguardaron metidos detrás de sus reparos, y
tirando muchas saetas y piedras, aunque pocas esco-
petas, porque no las tenían, los tuvieron arredrados
con daño. Y aun se comenzaron á retirar, cuando el
Comendador mayor, viendo la desorden, mandó dar la
señal del asalto , para que no se acabasen de perder
aquellos soldados atrevidos; lo cual se hizo con tanta
furia y presteza , que daba bien á entender nuestra
gente el deseo que tenia de llegar á las manos con los
bárbaros infieles, subiendo por laderas tan ásperas y
fragosas , que aun huyendo temieran otros de ir por
ellas. Hubo muchos que antes de llegar arriba iban ven-
cidos del cansancio, que les doblaba la necesidad de
irse apartando y encubriendo délas peñas y piedras que
los enemigos echaban rodando sobre ellos, que no era
el menor peligro. A este se les juntaba otro inconve-
niente muy grande , y era que la loma por donde su-
bían no tenia buena arremetida , y los moros industrio-
samente habían arrancado las matas y cortado los es-
tribos que hacían las peñas , porque no hallasen los
soldados donde estribar con los pies ni de qué asir con
Jas manos ; mas aunque estas dificultades aguaban el
ímpetu de los animosos veteranos , muchos las vencie-
ron con valor proprio, hasta llegar á pegarse con los re-
paros de los enemigos. Allí se trabó una pelea harto
reñida y porfiada de entrambas partes, no se oyendo
mas que un horrible estruendo de armas y los doloro-
sos gemidos de los que caían con desigualdad de las
partes, por ser el sitio mas favorable á los moros que á
los nuestros. Ya comenzaban á salir del fuerte animo-
sos bárbaros, que con pronta ligereza herían y mataban
cristianos, y nuestra gente se retiraba para tornarse á
rehacer, viendo que se peleaba con adversa fortuna,
cuando las compañías de las ciudades de Málaga y Vé-
lez, en oyendo la arcabucería, comenzando á subir por
la loma ó cuchillo de Conca, donde había una larga le-
gua de cuesta, vinieron á conseguir la deseada Vito-
ria, ayudados de la desorden de los soldados de Italia.
Estaban confiados los enemigos de la natural fortaleza
que sin artificio de hombres tenía el peñón por aquella
parte, atajando la entrada una peña tajada tan sin ca-
mino ni vereda , que parecía imposible poderla hollar
hombre humano; y desta causa había acudido el golpe
de la gente hacía donde les pareció haber mas necesi-
dad de resistencia. Iba la infantería repartida por tres
partes , unos por la loma de Puerto Blanco , otros por
la mesma umbría, y el mayor golpe de gente por el cu-
chillo que dije de Conca, y el Corregidor con los ca-
ballos, de retaguardia; solos docientos soldados que-
daron de guardia de los alojamientos. Llegando pues
los delanteros á la peña que dijimos, aunque hallaron
alguna resistencia, comenzaron á subir á gatas y como
mejor podían, ayudándose unos á otros, no sin muer-
tes de algunos animosos , que señalaron con su sangre
el camino por donde habían de ir los compañeros. Gon-
zalo de Bozmediano, vecino de Vélez , alzó arriba una
tobaja blanca en la punta de la espada, y los alféreces
Hernando de Caraveo, vecino de Málaga , y Gaspar Ce-
rezo, vecino de Vélez, cada uno por su parte, fueron los
primeros que arbolaron sus banderas y las campearon
sobre el fuerte, acompañados de sus capitanes y solda-
dos, que animosamente vencieron la dificultad de la
subida y la ofensa de los enemigos, siendo bien servi-
dos de piedras y saetas por aquella parte, y fueron ocu-
pando tanto espacio del fuerte , que la otra gente tuvo
lugar de subir arriba. Luego subieron los trompetas á
pié y comenzaron á tocar el son de vitoria, con que se
acobardaron y perdieron el ánimo los enemigos, y lo
cobraron los esforzados del tercio de Ñapóles, que ha-
bían tornado á renovar el asalto , y les iba tan mal en él
como en el primero, y el Comendador mayor los man-
daba ya retirar. Cobrando pues nuevo aliento, no de
otra manera que si entonces se comenzara la pelea,
de docientos moros ó mas que habían salido á darles
carga, ninguno volvió al fuerte , que todos los pasaron
á cuchillo; y hallando desocupada la entrada, carga-
ron á los otros de manera, que arrojándose por aque-
llos despeñaderos abajo , pusieron su esperanza en los
pies , buscando lo mas fragoso de la sierra, donde po-
derse guarecer huyendo. El mayor golpe de los enemi-
gos fué dar á dos cañadas que caen , la una cerca de la
loma de Fregiliana, y la otra hacia Puerto Blanco,
donde los caballos que llevaba Arévalo de Zuazo dieron
en ellos, y mataron muchos; otros acudieron á otras
partes, que también cayeron en manos de la infantería.
Finalmente , de cuatro mil moros que había en el pe-
ñon murieron los dos mil ; los otros pudieron irse á la
Alpujarra , y muchos dellos tan heridos , que murieron
en el camino. Hubo algunas moras que pelearon como
esforzados varones , ayudando á sus maridos , herma-
nos y hijos ; y cuando vieron el fuerte perdido, se des-
peñaron por las peñas mas agrias , queriendo mas mo-
REBELIÓN Y CASTIGO DE LOS MORISCOS DE GRANADA.
275
rlr hechas pedazos que venir en poder de cristianos.
A otras no les faltó ánimo para ponerse en cobro con
sus hijos en los hombros, saltando como cabras de pe-
ña en peña. Fueron captivas tres mil almas, y el despo-
jo de seda , oro , plata y aljófar valió mucho precio. To-
móse gran cantidad de ganado mayor y menor, trigo,
cebada y otros bastimentos que tenian recogidos en el
fuerte en tanta cantidad , que pudieran sustentarse con
ello muchos dias. No hubieron los nuestros la vitoria
sin sangre , porque murieron en los asaltos mas de cua-
trocientos hombres, y entre ellos don Pedro de Sando-
val , sobrino del obispo de Osma , y hubo mas de ocho-
cientos heridos, la mayor parte dellos soldados de Italia,
y casi todos los capitanes, y entre ellos don Juan de
Cárdenas, don Antonio Luzon, don Luis Gaitan, Carlos
de Anlillon y otros caballeros. Ganado el fuerte y sa-
queado lo que había en él, el Comendadormayorse es-
tuvo quedo en su alojamiento aquella noche, dejando
encargadas las esclavas y el despojo que allí había al ca-
pitán don Alonso Luzon; y el siguiente día, habiendo
hecho desbaratar los reparos y destruir los bastimen-
tos y las otras cosas que no se podian llevar, y dado
orden en curar los heridos , caminó la vuelta de Tor-
rox, y de allí se embarcó para Málaga , donde fué bien
recebido, y los ciudadanos con mucha caridad y amor
recogieron los caballeros y soldados, y los acariciaron
y hicieron curar, que lo habían bien menester, según
el trabajo que habían pasado en la mar y en la tierra.
Arévalo de Zuazo con la gente de su corregimiento se
fué á Vélez , y los soldados que quedaron sanos fueron
bien aprovechados; y lo fueran todos si el repartimiento
de las esclavas que cupieron á los soldados del tercio
de Ñapóles se hiciera luego ; mas dilatóse algunos me-
ses, hasta que se consumieron , como se suelen consu-
.mir las cosas de comunidad; y cuando vinoá darse al-
guna parte , ya los que la habían de haber eran muertos
ó idos. No era bien acabado de ganar el fuerte de Fre-
giliana, cuando la gente de Loja, Alhama, Alcalá la
Heal y Archidona, que serian ochocientos hombres de
á pié y de á caballo , llegaron á la sierra de Bentomiz,
y viendo que no había qué hacer , la pasearon muy á su
voluntad, y recogieron los ganados que pudieron haber
en los campos, y de las casas de los moros sacaron mu-
chos silos de ropa y joyas, que habían dejado escondí-
do cuando se subieron al peñón ; y no con menor des-
pojo que los que habían combatido se volvieron á sus
casas.
CAPITULO XXV.
Cómo Aben Humeya envió á levantar los lugares del rio Almanzora,
y la descripción de aquella tierra.
Rio de Almanzora quiere decir rio de la vitoria. Tie-
ne principio de una fuente que nace en el camino que
va de Canilles de Baza á Serón , llamada Fuencalíente,
y corriendo por un valle lleno de arboledas, va á dar á
la villa de Tíjola , dejando en los cerros de la mano de-
recha, algo apartadas del rio, á Serón, el Deyre, Bayar-
ca, Lúcar, Sierro , Sofloy, Almuña, Purchena, que tie-
ne título de ciudad, Olula, Fínix, Lanteyra, Cantona,
Lijar, Códbar, Errax, el Borx, Alboleas , Sujura ó Sur-
gena. Overa, las Cuevas , Lubrin, Urriecal, Ante, Ve-
dar, Serena, Teresea, Cabrera, Benitagla, Albánchez ;
y en la torre de Montroy, una legua á poniente de la
ciudad de Vera , se mete en el mar Mediterráneo, En las
sierras que son á levante del yendo hacia la mar están
Lúcus, Somontin, Partaloba, Códbar, Oria, Albox, Vé-
lez el Rubio y Vélez el Blanco. Tiene á poniente la
sierra de Bacáres y la de Fílábres, cuyo lugar principal
se llama Tahalí. Los otros son Senes, Chércos, Alcu-
dia, Alhabra, Benalguacil el alto, Benalguacil el bajo,
Benicanon, Senimina, Xenecit, Castro, Ulela de Castro
y Ulela del Campo. Y á tramontana, la hoya y comarca
de Baza, donde están las villas de Canilles, Benamaurel,
Zújar , Freyla, Cúllar, Güéscar, Castilleja, Orce, Gale-
ra, Cortes y otras ; á levante tiene las sierras de los Vé-
lez y deMojácar, yá mediodía el mar Mediterráneo.
Toda esta tierra es abundante de pan y de legumbres;
crían los moradores mucha seda y muy buena , y tienen
muchos ganados. En las laderas de las sierras de una
parte y otra del rio hay hermosas arboledas de huertas,
que se riegan con el agua de las fuentes que nacen de-
llas y corren á dar al río principal, y las frutas todas
son tempranas y muy sabrosas. La mayor parte de las
villas tienen castillos antiguos puestos en sitios fuertes
por naturaleza , y algunos son de calidad que con poco
trabajo se podrian hacer inexpugnables. Quisieron los
rebeldes levantar todos los pueblos deste rio cuando .
levantaron á Jergal, y por temor del marqués de los
Vélez, que, como atrás dijimos, entraba por aquella
parte, lo dejaron de hacer. Este miedo les duró todo el
tiempo que estuvo alojado en Terque ; y como después
salió el marqués de Mondéjar de la Alpujarra, y el mar-
qués de los Vélez se recogió en Berja y después en Adra,
acudiendo los moros por las sierras de Jergal y de Ba-
cáres, comenzaron á hacer algunos saltos en el rio de
Almanzora, De aquí tomó atrevimiento Aben Humeya de
enviar á levantar aquella tierra; y andándolo tratando,
un moro de los que estaban con él fué al lugar de Al-
muña , y queriendo consolar á la mujer y hijas de Jeró-
nimo el Maleh , que las tenia captivas el alcaide Diego
Ramírez, les dijo que estuviesen de buen ánimo, por-
que dentro de quince dias tendrían libertad , y que el
proprio Maleh venia con mucha gente á levantar aque-
llos pueblos, Habia hecho Diego Ramírez muy buen
tratamiento á estas moriscas , y teníalas recogidas -en
casa de un morisco amigo suyo; y queriendo gratificar-
le la buena obra , le dijeron lo que el moro les habia
dicho, para que se pusiese con tiempo en cobro. El
cual envió luego un correo á don Juan de Austria , su-
plicándole que enviase alguna gente de guerra con que
poder asegurar aquella tierra antes que los moros en-
trasen en ella, porque de otra manera se perderia. Y
como esto no se pudo hacer tan presto como la necesi-
dad pedia, á i2dias del mes de junio deste año de i 569
bajaron de la Alpujarra el Gorri de Andarax y el Peli-
gui de Jergal, y con ellos el Maleh y otros capitanes
moros con mas de cuatro mil hombres de pelea ; y dan-
do primero en Purchena, se hubieran de perder los
cristianos que allí habia , sí él bachiller Román, beneG-
ciado de Macaela, que venia de captiverío de la Alpu-
jarra y habia llegado la noche antes , no les avisara
como dejaba junta aquella gente para venir á amane-
cer sobre ellos. Los cuales , viendo que en la fortaleza
no había alcaide ni gente de guerra, aunque de sitio
era muy fuerte, no osaron meterse dentro; y dejándola
desamparada , se fueron huyendo á Oria y á Vera y á
276
LUIS DEL MARMOL CARVAJAL.
otras partes ; por manera que cuando llegaron los mo-
ros liubia solas tres horas que se liabian salido de la
ciudad , y solamente hicieron qre los moriscos que mo-
raban en ella se rebelasen , y á los que no querian hacer-
lo , les daban muchos palos y los llevaban consigo ma-
niatados. Hubo tres moriscos de los principales , que
por no alzarse dejaron sus mujeres y hijos ; los dos de-
ilos se metieron en Oria, y el uno en Cantería ; los otros
todos, cual de grado, cual por fuerza, se fueron con sus
mujeres y hijos á la Alpujarra. Los moros robaron y
destruyeron la iglesia , luego saquearon las casas de los
cristianos, y mataron una mujer vieja que no habia
querido irse con los demás ; y no queriendo dejar aque-
lla fortaleza desamparada, por ser de la calidad que
era, metieron gente de guerra dentro para sustentar-
la, y de la madera de los techos de la iglesia , que des-
barataron, hicieron aposentos y reparos en ella, y le-
vantaron una torre de tapiería hacia aquella parte.
Hecho esto pasaron á Olula y á los otros lugares , y le-
vantando los moriscos dellos, saquearon y destruyeron
las iglesias y las casas de los cristianos ; mas no mata-
ron ninguno , porque se hablan puesto todos en cobro
con el aviso de la mujer y hijas del Maleh. Los moris-
cos de Serón estuvieron tres dias que no se alzaron,
porque los entretuvo Diego de Mirones, vecino de Ma-
drid, que tenia la tenencia de aquel castillo por el mar-
qués de Villena, cuya es aquella villa ; el cual, habien-
do enviado su mujer y hijos á Castilla con los soldados
que tenia de guarnición y con los vecinos cristianos
que viviaii en aquel lugar , que por todos serian ciento
y treinla hombres, se velaba con mucho cuidado; y
cuando supo que los moros andaban alzando los luga-
res del rio, recogió todas las mujeres cristianas en el
castillo. Eslando pues los alcaides moros en el rio, le
enviaron ú decir que por tenerle buena voluntad y pe-
sarles de su trabajo, le aconsejaban que les entregase
aquella fortaleza; y que si esto hacia, le dejarían ir con
toda la gente que tenia dentro, y le acompañarian has-
ta ponerle en lugar seguro cerca de Baza ; mas que si no
lo hacia , supiese que no podían dejar de pasar él y los
que con él estaban por el rigor de la muerte. Diego de
Mirones recibió la embajada con alegre semblante, y
hizo dar de comer á dos moros que la llevaban , y sen-
dos pares de alpargates que le pidieron ; y después les
respondió que él agradecía mucho á los alcaides la
voluntad que mostraban á sus cosas; mas que el cas-
tillo le tenia por el marqués de Villena, á quien habia
escrito para ver loque mandaba que hiciese del; y que
venida la resolución, quesería muy en breve, podría
responderles con mas certidumbre. Vueltos los dos mo-
ros con la respuesta , los alcaides entendieron que era
dilación, y dende á dos dias el Maleh y el Hanon fueron
con todo el golpe de la gente sobre él ; y alzando los
moriscos de la villa, le tuvieron cercado doce días ; y
al fin, viendo que se les defendía, y que no tenían arti-
llería con que poderle batir, ni se podía ganar á batalla
de manos, levantaron el cerco y fueron sobre Tahalí,
lugar de don Enrique Enriquez ; y alzándose los moris-
cos del lugar, cercaron y combatieron el castillo, donde
estaba don Alvaro de Luna, vecino de Baza, con cin-
cuenta soldados. Lo primero que hicieron fué acome-
ter el reducto ó rebellín , y picándole , hicieron un por-
tillo, y entraron dentro, y sacaron dos caballos que es-
taban en una caballeriza. Luego enviaron á requerir al
alcaide que se rindiese, diciendo que por ser aquel lu-
gar de don Enrique Enriquez harían todo buen trata-
miento á los que estaban dentro con él, y los dejarían
ir libremente con sus armas y bienes muebles donde
quisiesen; y aunque sobre esto hubo demandas y res-
puestas, estando el alcaide suspenso entre temor y es-
peranza, al fin aceptó el partido con que le diesen so-
los dos dias de término, y los moros alzaron el cerco.
Esto hizo don Alvaro de Luna contra la voluntad de un
morisco llamado Juan Alguacil y de un hijo suyo, de
los mas ricos de aquel lugar , que se habían recogido
con él en el castillo ; los cuales le requirieron que no
lo rindiese, porque ellos se ofrecían á defenderle con la
gente que allí habia; mas no le pudieron convencer,
antes se enojó con ellos y los metió en una mazmorra;
y dentro del término que los alcaides le habían dado
salió del con todos los soldados y cinco mujeres vesti-
das en hábito de hombres, y se fué á la ciudad de Al-
mería. Los moros entraron en el castillo, y hallando en
la mazmorra aquellos dos moriscos , los sacaron fuera
y los ahorcaron luego, no sin grandísima nota del que
los habia dejado allí. Certificáronnos personas que di-
jeron haberse hallado presentes, que murieron cristia-
nos, diciendo que morían por no ser traidores á Dios ni
al Rey. Ganado el castillo de Tahalí, los moros pasaron
á Cantória, y teniendo cercada aquella villa solo un día,
se les díó, porque eran todos los vecinos moriscos. Y
por esta orden fueron levantando todos los otros luga-
res del río, excepto á Oria, las Cuevas y Serón, que se
defendieron los castillos por entonces.
CAPITULO XXVI.
Cómo los moros volvieron á cercar el castillo de Serón, y yendo á
socorrerle don Alonso de Carvajal, se le mandó que uo fuese, J
se volvió á su villa de Jódar.
Queriendo pues Aben Humeya acabar de ocupar to-
dos los lugares del rio de Almanzora para hacer la
guerra por aquella parte, recogió el mayor número de
gente que pudo, y se fué á poner en la sierra de Saca-
res, y desde allí envió un alcaide, llamado el Mecebe,
sobre el castillo de Serón; el cual le cercó con cinco
mil moros , á 10 dias del mes de junio deste año , con
grandes regocijos y algazaras. El alcaide Diego de Mi-
rones envió luego un soldado á Baza para que desde
allí se diese aviso á su majestad y á don Juan de Aus-
tria del estado en que estaba ; el cual salió de parte de
noche, y pudo hacer el efeto á que iba sin que los mo-
ros se lo estorbasen. Mas ya en este tiempo don Juan
de Austria sabia por algunas espías como los moros se
aprestaban para ir sobre el castillo , y se habia tratado
del remedio , y tomádose resolución en el Consejo en
que convendría que fuese á socorrerle suficiente nú-
mero de gente, por si fuese menester pelear con el ene-
migo en campaña; y porque no la habia de ordenanza
que pudiese ir con la brevedad que el negocio reque-
ría, acordaron de cometerlo á don Alonso de Carvajal,
señor de Jódar, encargándole que juntase el mayor ni?
mero de gente que pudiese de sus deudos , amigos y
vasallos, y hiciese aquel socorro. Este acuerdo había
sido muy acertado, si otra provisión no lo interrom-
piera; porque su majestad , siendo avisado del cerco,
escribió aquellos mesmos dias al marqués de los Vélez
REBELIÓN Y CASTIGO DE LOS MORISCOS DE GRANADA.
que procurase socorrer aquella fuerza , pareciéndole
que por tener su campo junto en Adra, nadie lo podria
Jiacer con mas brevedad. El aviso desta orden llegó á
don Juan de Austria á tiempo que don Alonso-de Car-
vajal iba la vuelta de Baza con mil y quinientos arca-
buceros y ciento y cincuenta caballos, y muclios caba-
lleros y bijosdalgo de Lbeda y de Baeza, amigos y alle-
gados de su casa. Y casi á un mesmo tiempo , estando
un dia donJuan de Austria con los del Consejo, le llegó
un correo con carta del marqués de los Vélez , en que
decia que habiéndole su majestad cometido el socorro
del castillo de Serón, y viendo cuan mallo podía hacer,
por la distancia que habia desde Adra, le había pareci-
do que podria ir á hacerlo en su lugar una de tres per-
sonas, Juan Rodríguez de Víllafuerte Maldonado, cor-
regidor de Granada, don Luis de Córdoba ó don Rodri-
go de Benavídes, con mil y quinientos infantes y tre-
cientos caballos, que era número suficiente y necesa-
rio para aquel efeto. Esta carta puso en confusión á los
del Consejo por el inconveniente que traia, y estuvieron
suspensos, no se determinando si pasaría adelante don
Alonso de Carvajal con la orden que llevaba de don Juan
de Austria , ó si se le mandaría que parase. Luis Qui-
jada decía que no se debía hacer otra provisión sobre
la que su majestad había hecho en el marqués de los
Vélez ; el Presidente porfiaba que la que don Juan de
Austria había hecho en don Alonso de Carvajal , pues
el Consejo supremo no proveyera lo contrario si supie-
ra lo que él tenia proveído, era la que se habia de guar-
dar, porque tenia poder y facultad para poderlo hacer,
como capitán general ; mayormente que se había de
mirar el inconveniente que se presentaba de perder
aquel castillo con cualquiera dilación , poniendo ejem-
plo en que en tiempo del emperador don Carlos , ha-
biendo él mesmo proveído la plaza de maese de campo
del tercio de Ñapóles, que estaba vaca, en un caballero
particular, teniéndola proveída el vísorey don Pedro de
Toledo en otro, se había determinado que la provisión
del Vísorey se había de cumplir, pues siendo capitán
general, habia podido proveerla. Oeste parecer fueron
la mayor parte del Consejo ; mas don Juan de Austria
se arrimó á lo que Luis Quijada decia, y se resolvió en
que don Alonso de Carvajal se volviese, porque llegó
luego otra carta del marqués de los Vélez, avisando co-
mo, por parecerle que había dificultad en ir á hacer
aquel socorro uno de los tres caballeros que había se-
ñalado, lo habia cometido á don Enrique Enriquez, su
cuñado, que estaba mas á la mano en Baza. Toda esta
dihgencía que el marqués de los Vélez hacía, se enten-
dió que era para deshacer la provisión de don Alonso
de Carvajal, de que ya estaba avisado, queriendo en-
viar persona de su mano. Era el marqués de los Vélez
valeroso y esforzado caballero y muy discreto; mas no
se podía determinar cuál era en él mayor extremo , su
esfuerzo, valentía y discreción, ó la arrogancia y ambi-
ción de honra , acompañada de aspereza de condición,
á que demasiadamente era inclinado. Volviendo puesá
nuestra historia , don Juan de Austria escribió luego á
don Alonso de Carvajal , mandándole que en el lugar
que le alcanzase aquella carta parase y se volviese á su
casa, y agradeciese de su parte á la gente que llevaba
la voluntad con que se habían movido á hacer aquella
jornada, la cual convenia que parase por algunos res-
277
petos que había parecido al Consejo ; y alcnnz.indole el
correo en Cúllar , una legua antes de llegar á Baza, se
volvió bien. desgustado, por no dejarle llegar á hacer el
efeto para que habia salido. Dejemos agora el socorro
deste castillo, que hubo hartas controversias en él, por
encontrarse las dos provisiones , y vamos á echar los
moriscos del Albaicín dé Granada; cosa en que hacían
grandísima instancia el Presidente y el duque de Sesa,
pareciéndoles que aquella gente no era de provecho, y
podria ser muy dañosa teniéndola en la ciudad.
CAPITULO XXVII.
Cómo se sacaron los moriscos del Albaicin de Granada,
y los metieron la tierra adentro.
Todas las ocupaciones del Consejo eran estos días eil
tratar de la orden que se ternia para echar los moriscos
del Albaicín , viendo que los negocios de la guerra iban
cada día empeorándose ; porque los moros ya no alza-
ban los pueblos para sacar gente, como lo habían hecho
hasta allí, sino para defenderlos, poniendo el ánimo y
la confianza en mayores cosas; lo cual parecía causar
la remisión que había de nuestra parte, no se acabando
de resolver en cosa de cuantas se tratajjan. Al fin vino
orden de su majestad para que con el menor escándalo
que ser pudiese se metiesen la tierra adentro todos los
moriscos de Granada y del Albaicín que fuesen de edad
de diez años arriba y de sesenta abajo , y que los lleva-
sen á los lugares de la Andalucía y á otros pueblos co-
marcanos fuera de aquel reino, y los entregasen por sus
nóminas á las justicias para que tuviesen cuenta con
ellos; y que para que esto se hiciese sin alboroto se les
diese á entender conío los apartaban de peligro por su
bien y quietud , y que , allanada la tierra , se ternia
cuenta con ellos , y serían remunerados los que hubie-
sen sido leales. Tomado pues acuerdo de la manera
que esto se había de hacer, la víspera de San Juan de
junio don Juan de Austria mandó apercebir la gente de
guerra que habia en la ciudad y en los lugai^s de la Ve-
ga. Luego se echó bando general que todos los moris-
cos y mudejares que moraban en la ciudad de Granada
y en su Albaicin y Alcazaba , así vecinos como foraste-
ros, se recogiesen á sus parroquias; los cuales con har-
to miedo, como personas que sabían muy bien la pena
en que habían incurrido , y temían que los encerraban
para hacer algún castigo ejemplar en ellos, no pudíen-
do hacer otra cosa, obedecieron. Y viéndolos tan afli-
gidos el padre Albotodo , fué al presidente don Pedro
de Deza, y le dio parte del temor y aOicíon con que es-
taban aquellas gentes; el cual le dijo que fuese de su
parte á decirles que no temiesen, porque él les asegu-
raba las vidas ; y que sí para ello quisiesen una cédula
firmada de su nombre, se la daría ; el cual escribió lue-
go la cédula y se la dio que la firmase, y se la firmó por
solo asegurarlos. Y con esto tomaron algún consuelo,
porque entendieron que siendo clérigo no los engaña-
ría; aunque lo que mas les aseguró fué la palabra que
don Juan de Austria les dio, estando ya encerrados en
las iglesias, en nombre de su majestad, diciendo que
los tomaba debajo del amparo y seguro real ,'y les cer-
tificaba que no les sería hecho daño ; y que sacarlos de
Granada era para desviarlos del peligro en que estaban
puestos entre Ja gente de guerra. También don Alonso
de Granada Venegas les certificó que lo que se hacia era
278
LUÍS DEL MARMOL CARVAJAL.
para su bien ; y con esto se aseguraron los hombres de
buen entendimiento, y estos tales aseguraron á los de-
más. Estuvieron aquella noche con algunascorapañías
de infantería de guardia en las puertas de las iglesias;
y otro dia de mañana, estando apercebida y puesta en
sus escuadrones toda la gente de guerra en el llano que
se hace entre la puerta de Elvira y el hospital Real, don
Juan de Austria, el duque de Sesa, el marqués de Mou-
déjar, Luis Quijada y el licenciado Birviesca de Muña-
tones, cada uno por su parte, porque no hubiese algún
escándalo , los sacaron de allí, y llevándolos recogidos
en medio de las ordenanzas de los arcabuceros, los fue-
ron encerrando poco á poco en el hospital Real , donde
estaba Francisco Gutiérrez de Cuéllar, caballero del
liábito de Santiago y teniente de contador mayor de
cuentas, que por mandado de su majestad había venido
aquel dia á Granada, y con él algunos contadores y es-
cribanos, tomando por memoria los nombres y edades
de los que encerraban , para que hubiese cuenta y ra-
zón con los que iban y quedaban, y se pudiesen entre-
gar por sus listas á los corregidores de los partidos
donde habían de ir. Fué un miserable espectáculo ver
tantos hombres de todas edades, las cabezas bajas, las
manos cruzadas y los rostros bañados de lágrimas, con
semblante doloroso y triste viendo que dejaban sus re-
galadas casas, sus familias, su patria, su naturaleza,
sus haciendas y tanto bien como tenían, y aun no sa-
bían cierto lo que se baria de sus cabezas : ejemplo
grande para que los subditos entiendan cuan bien les
está ser leales vasallos á sus reyes y señores naturales,
pues al fin son ellos los que los han" de amparar y de-
fender; y por el contrarío, nadie se paga del traidor.
Con toda cuanta diligencia pusieron don Juan de Aus-
tria y los del Consejo en recoger los moriscos sin escán-
dalo , este dia se ofreció ocasión con que los hubieran
de matar á todos, y fué que don Alonso de Arellano, uno
de los capitanes de infantería de Sevilla, queriendo ha-
cer una invención á diferencia de las otras compañías,
puso un crucifijo en una asta de una lanza , cubierto
con un velo negro , y le hizo llevar delante de su com-
pañía ; y viniendo por la calle Elvira con los moriscos
de dos parroquias en medio de los soldados, viendo los
desventurados aquella insignia , entendieron que los
llevaban á matar, y aun las moriscas, que iban llorando
tras dellos, creyeron lo mesmo; una de las cuales víraos
dar grandes voces , mesándose los cabellos y diciendo
en aljamía : «¡Oh desventurados de vosotros, que os
llevan como corderos al degolladero! ¿Cuánto mejor os
fuera morir en las casas donde nacistes?» Llegando
pues con este miedo á la puerta del hospital Real, su-
cedió que un barrachel de campaña, llamado Velasco,
dio un palo á un morisco mancebo algo falto de juicio,
que llevaba medio ladrillo debajo del brazo ; el cual se
lo tiró y le hendió una oreja. A esto acudieron luego los
alabarderos de la guardia , y matando al morisco , no
parara allí el negocio, porque los mataran los soldados
á todos, creyendo que era don Juan de Austria el heri-
do, que iba vestido de las mismas colores que el Velas-
co, sí el valeroso Príncipe no acudiera á detener la gen-
te metiéndose en medio y diciendo á voces : « ¿ Qué es
esto, soldados? Vosotros no veis que si á Dios desplace
la maldad del infiel, por mas ofendido se tiene de aque-
llos que profesan su ley; porque están mas obligados á
guardar verdad á todo género de gentes , principal-
mente en cosas de confianza. Mirad pues lo que hacéis;
no quebrantéis el seguro que les he dado; porque hasta
agora no hay cosa que lo pueda innovar; y si la justicia
de Dios tardare , no disimulará el ejemplo de su casti-
go.» Con estas y otras razones de ruego y amenazas los
apaciguó ; y porque no se alborotase la ciudad y mata-
sen los moriscos que venían por las calles, mandó á don
Francisco de Solís y á mí que nos fuésemos á poner en
las puerta^ de la ciudad y no dejásemos entrar á nadie
dentro ; y demás desto, dijo al barrachel que se fuese lue-
go á curar, y dijese que no le había herido nadie, sino
que su mesmo caballo le había dado una cabezada. Final-
mente, se quietó el negocio, y fueron encerrados todos
los moriscos en aquel hospital , que es un edificio muy
suntuoso y muy grande, que la católica reina doña Isabel
mandó hacer poco después de haber ganado aquella
ciudad, para curar enfermos de todas enfermedades y
recoger los locos ; y de allí los llevó la gente de guerra
á los lugares de la Andalucía, dejandopor entonces,
demás de los muchachos y viejos, muchos oficiales que
eran menester en la ciudad, y otros que tuvieron favor.
Quedaron también los mudejares, porque alegaban no
deber ser ellos tratados igualmente que los moriscos,
por haber venido en vasallaje del pueblo cristiano en
su prosperidad, y no opresos de necesidad como ellos,
y haber servido sus antepasados en las guerras á los
príncipes cristianos, en tiempo que pudieran servirá
los reyes moros; y así, se disimuló con ellos por enton-
ces. Hecho esto, comenzó á sentirse mas seguridad en
la ciudad , aunque quedó grandísima lástima á los que,
habiendo visto la prosperidad, la policía y el regalo de
las casas, cármenes y huertas, donde los moriscos te-
nían todas sus recreaciones y pasatiempos, y desde á
pocos días lo vieron todo asolado y destruido, y tan mal
parado, que parecía bien estar sujeta aquella felicísima
ciudad á tal destruicion; para que se entienda que las
cosas mas espléndidas y floridas entre la gente están
mas aparejadas á los golpes de fortuna. Tenían los del
Albaicin cierto pronóstico que , según nos dijeron al-
gunos dellos, les decía que vernia tiempo en que verían
bajar por la cuesta de la Alcazaba un arroyo de sangre
morisca, que cubriría una gran piedra que estaba á un
lado de aquella calle, junto al pilar de la Merced. V pu-
dieron decir que se les cumplió este día , porque por
toda aquella cuesta abajo vimos bajar tantos moriscos,
que cubrieron la calle y la piedra ; y si bien se consi-
dera, ellos eran la verdadera sangre que su pronóstico
decía. Dejémoslos pues con su mala ventura, que los
que quedan irán presto tras dellos; y volvamos al rio de
Alraanzora, donde dejamos cercado elcastillo de Serón.
CAPITULO XXVIII.
Cómo don Enrique Enriquez envió á don Antonio Enriquez.su
hermano, en socorro del castillo de Serón , y ios moros le des-
barataron.
En este tiempo los moros apretaban reciamente á
los cristianos que tenían cercados en el castillo de Se-
rón; y don Juan de Austria, siendo avisado que don
Enrique Enriquez estaba mal dispuesto , y que no po-
día ir á hacer aquel socorro por su persona , como el
marqués de los Vélez decía, acordó de enviar á ello á
don Luis de Córdoba , uno de los tres caballeros que
REBELIÓN Y CASTIGO DE LOS MORISCOS DE GRANADA.
279
Labia señalado al principio; y mientras se aparejaba
la gente que había de ir, y se daba orden en las cosas
necesarias para la jornada, envió delante al capitán
Antonio Moreno ; el cual adoleció en Baza , de cuya
causa se procedió en el socorro mas lenta y espaciosa-
mente de lo que convenia, y sucedieron los inconve-
nientes que adelante diremos; porque viéndose el al-
caide Diego de Mirones en granflísimo trabajo por la
falta de agua para tanta gente como tenia dentro , á
culpa de los mesmos soldados y vecinos , que por ocu-
parse en robar las casas del lugar cuando se fueron
los moriscos, no habían querido henchir el aljibe, que
les fuera de mas provecho que los viles despojos que
metieron en el castillo, hizo que se descolgasen por el
muro de parte de noche tres soldados grandes arábi-
gos , y les mandó que lo mas encubiertamente que
pudiesen pasasen por el campo de los enemigos cada
uno por su parte , y fuesen á dar aviso á la ciudad de
Baza del estado en que le dejaban , y dijesen á don
Enrique Enriquez que le enviase socorro; y que de
vuelta procurasen traer alguna pólvora á cuestas, como
mejor pudiesen; avisándoles que cuando tornasen, si
viesen que no podían llegar al castillo con seguridad,
hiciesen una ahumada de dia en el cerro del Javea, que
está dos leguas de Serón á la parte de Baza; y si les
respondiesen á ella desde la torre del homenaje, llega-
sen ; y si no, se volviesen. Salieron estos tres soldados
del castillo, de la manera que hemos dicho, dia de San
Pedro, á 29 de junio, y fueron tan venturosos, que pa-
saron por medio del campo de los moros sin ser cono-
cidos, y llegaron á Baza y dieron su recaudo á don En-
rique; el cual no fué á hacer el socorro, por estar en-
fermo , ni lo envió por entonces, porque no tenia can-
tidad de gente para ello y estaba aguardando que le
viniese de fuera ; y haciendo dar á cada uno dellos un
zurrón de pólvora, los despidió, mandándoles que di-
jesen al alcaide Mirones que con mucha brevedad le
socorrería, y que se entretuviese lo mejor que pudiese.
Sucedió pues que los moriscos que moraban dentro
la ciudad de Baza vieron los tres soldados, y supieron
lo que iban á tratar, porque tenían espías dentro de la
casa del proprio don Enríque ; y para dar aviso á los
moros tomaron las señas dellos, y despacharon un
morisco al alcaide Mecebe, avisándole que si acudie-
sen al campo, tuviese cuenta con prenderlos; el cual
usó de un ardid de guerra que le pudiera aprovechar,
y fué mandar que algunos moros aljamiados se llega-
sen al castillo , y dijesen como los tres cristianos que
habían enviado á Baza eran muertos, y diesen las pro-
prias señas que tenían , y les persuadiesen á que se
rindiesen, pues ya no tenían remedio, sino que se habían
de perder. Mas los cercados entendieron luego que no
era verdad lo que decían , porque los soldados habían
hecho la ahumada que se les había mandado en el cer-
ro del Javea, y no les habían respondido, y entendieron
claramente que se habían vuelto á Baza , conforme á la
orden que llevaban; antes tomaron alguna manera de
consuelo, por entender que habrían pasado á dar su
recaudo. Ño mucho después don Enrique acordó de
enviar el socorro con don Antonio Enriquez, su herma-
no , aunque fué muy flaco , porque no'llevó mas de
quinientos arcabuceros y sesenta caballos , con orden
que entrase por el paraje de Lúcar , que cae tres le-
guas de Serón en el mesmo rio. Con esta gente llegó
don Antonio Enriquez á Lúcar , y hallando solas las
mujeres en las casas, y doce moros que se habían he-
cho fuertes en el castillo, no quiso detenerse en com-
batirle; antes viendo que hacían grandes ahumadas,
apellidando la tierra, y entendiendo que se juntaría
mucha gente contra él, dio vuelta hacia Baza sin lle-
gar á Serón ; y no se engañó mucho, porque el Mecebo
con toda su gente acudió luego á las ahumadas. Y es-
tando en el cortijo del Jauca , que apenas acababan de
llegará él, dieron sobre ellos; y hallándolos desaper-
cebidos , con improviso acometimiento los desbarata»
ron; y matando mas de docientos soldados , pusieron
los demás en huida; y cargados de armas y despojos,
volvieron aquel día á Serón, haciendo grandes alegrías
por la Vitoria. Luego envió el Mecebe un recaudo á
Mirones, diciendo que no porfiase mas en su vana de-
fensa, que le había de aprovechar poco , porque le ha-
cia saber como todos los cristianos que iban á socor-
rerle eran muertos, y ofreciéndole cualquier partido
que pidiese si determinaba de entregarle aquel cas-
tillo.
CAPITULO XXIX.
Cómo Diego de Mirones salló á buscar socorro, y fué preso, y los
cercados rindieron el castillo de Serón.
Entendiendo pues los cercados que debía de haber
alguna rota de nuestra parte, porque la pólvora con
que los moros tiraban era de mejor respuesta que la
con que habían tirado hasta allí, así por esto, como por
ver los grandes regocijos que por todo el campo ha-
cían, comenzaron á desmayar; y estando en gran con-
fusión , vieron asomar cincuenta de á caballo, que don
Enrique enviaba á que diesen vista al castillo desde le-
jos para entretener á los cercados en esperanza , mien-
tras llegaba don Luis de Córdoba con la gente que iba
de Granada ; porque tenia aviso que le enviaba don
Juan de Austria á hacer aquel socorro. Estos caballos
los pusieron en mayor confusión , porque como dieron
luego la vuelta sin llegar al castillo , entendieron que
iban huyendo. Creciendo pues cada hora el temor y la
falta del agua, que los aquejaba mucho, Diego de Miro-
nes determinó de salir en persona con treinta arcabu-
ceros de parte de noche, y rompiendo por medio del
campo de los enemigos, ir á buscar socorro antes que
la gente pereciese de sed. Con este acuerdo salió, y ar-
cabuceándose con los moros, pasó por todos ellos sin
perder hombre ; y pusiéranse en salvo con mucha fa-
cilidad si los soldados , que iban muertos de sed, no se
detuvieran tanto en el rio bebiendo , que los moros tu-
vieron lugar de alcanzarlos; los cuales tomándoles los
pasos por diferentes partes, siguiendo el rastro de las
cuerdas que llevaban encendidas , dieron con catorce
dellos, y los mataron; los otros diez y seis pudieron
salvarse con la escuridad de la noche, y llegaron otro
dia á Baza. Diego de Mirones, que iba á caballo, andu-
vo toda la noche perdido de un barranco en otro, con
un solo mozo que le pudo seguir ; y como no era prá-
ticoen la tierra, después de cansado de dar vuellas,
dejó ir el caballo por donde quiso; y cuando creyó es-
tar cerca de Canilles , en la hoya de Baza , se halló en
las viñas de Serón, porque como el caballo habia sido
criado en aquel lugar, volvió á la querencia. Y descu-
2?p
LUIS DEL MARMOL CARVAJAL.
briéndole los moros que estaDan «KÍas atalayas, baja-
ron á él y le tomaron los pasos ; y al fin, no se pudien-
do menear ya el caballo de cansado, le prendieron. Con
esta prisión fueron los enemigos muy alegres, porque
entendieron que se les entregarían luego los cercados ;
y llevándole á la tienda del Mecebe, donde estaba tam-
bién el Maleb, que bahía venido aquellos dias al campo,
trataron con él que si bacia que los cristianos rindie-
sen el castillo, les darían libertad á él y á cuantos ba-
bia dentro, diicos y grandes , bombres y mujeres , con
que dejasen las armas y no llevasen consigo mas de
cada ocho reales ; y entre ruego y amenazas le dijeron
que si no lo bacian, le darían cruelísima muerte. Vién-
dose Diego de Mirones preso , y sabiendo el trabajo
que babía dentro del castillo , y cuan mal se podía ya
sustentar , creyendo que los moros cumplirían su pa-
labra , tuvo este medio por razonable ; y llevándole
maniatado auna casa junto á la puerta del castillo, lla-
mó á González, su escribano, y á otros cristianos por sus
nombres, y les dio cuenta de su desventura, y les rogó
que saliese uno dellos debajo de seguro á tratar de par-
tido, porque los alcaides le bacian tal , que le parecía
que no era de desechar. Luego salió el escribano, y
con él otros tres cristianos , que bícieron sus capitula-
ciones con los alcaides de la manera que dijimos,
con aquellas condiciones; y á M de julio deste año
de loC9 entregaron el castillo á los moros; maslos ene-
migos de Dios no les guardaron nada de cuanto les
prometieron , porque lomaron las mujeres y niños por
esclavos, y mataron cruelmente todos los hombres, y
entre ellos dos clérigos de misa , y cuatro mujeres vie-
jas. Y como dijese un moro vecino de Serón al Maleh
que cómo permitía que se hiciese un tan mal becho
como aquel , mostró una carta de Aben Humeya , por
la cual le mandaba que no diese vida á cristiano que
pasase de doce años, y que luego le envíase á Diego
de Mirones y á todas las mujeres á Bacáres. Mataron
este dia ciento y cincuenta cristianos, y fueron captivas
ochenta mujeres. Otro día siguiente llegaron á vista
de Serón don Antonio Enriquez y el capitán Antonio
Moreno, que llevaban la vanguardia del socorro ; y ha-
llando las calles llenas de cuerpos de cristianos muer-
tos yel castillo ocupado de moros, se volvieron; y lo
mismo hizo don Luis de Córdoba desde el camino,
cuando supo que era perdido Serón.
CAPITULO XXX.
Cdrao don Juan de Austria mandó proveer de gente las fortalezas
de los Vélez y Oria, y encomendó aquel partido á don Juan de
Uaro.
Siendo el castillo de Serón perdido, los moros que-
daron por señores de todos los lugares del rio de Alman-
zora. Y como las villas de los Vélez y Oria estuviesen
en peligro, por haber en ellas muchos moriscos y po-
cos cristianos, y la fortaleza de Vélez el Blanco , donde
estaban las hijas del marqués de los Vélez, mal proveída
de gente que la pudiese defender, y falta de agua , por-
que un aljibe que había dentro no la detenia, que es-
taba hendido, el presidente don Pedro de Deza pidió
con mucha instancia á don Juan de Austria mandase
proveer aquellas villas de manera que el enemigo no
biciese algún daño en ellas, estando , como estaba , el
marqués de los Vélez metido en la Alpujarra, donde no
podía socorrerlas, porque podría ser que fuese sobre
ellas para ocuparlas y alzar aquellos niuríscos; ó á lo
menos, cuando otra cosa no pudiese hacer, sacarle de
la Alpujarra llamándole hacia aquella parte; cosa que
seriado mucho inconveniente. A esto proveyó luego don
Juan de Austria que se escribiese al licenciado Pedro
del Odio , alcalde de corte do la Audiencia real , que es-
taba en la ciudad de horca haciendo justicia sobre un
delito , que con toda brevedad proveyese aquellas villas
de gente, bastimentos y municiones, y de todas las otras
cosas necesarias para su defensa; y se envió orden á
donjuán de Haro, capitán de los caballos del marqués
del Carpió, que venia de camino bacía Granada , que con
su compañía se metiese en Vélez el Blanco, y tuviese
cuidado de guardar aquel partido, procurando que los
moros no hiciesen daño en él. Pedro del Odio envió so-
los cuarenta soldados con Diego Ramírez , alcaide de
Almuña, porque no pudo sacar mas gente de Lorca;
con los cuales y con otros sesenta arcabuceros que en-
vió la ciudad de Murcia , se metió en la fortaleza de Oria;
y parecíéndole no estar allí muy seguro, sacó cantidad
de munición de pólvora , cuerda y plomo, y muchas es-
clavas moras, que el marqués de los Vélez tenia den-
tro , y lo llevó todo á Vélez el Blanco. Y con esta gente
y la que don Juan de FLiro llevó , se aseguraron aquellas
villas por entonces, que no estaban en poco peligro si
los moros fueran sobre ellas antes que este socorro les
llegara, porque el Maleb con mas de tres mil bombres
intentó de ocupar la fortaleza de Oria; y hallando resis-
tencia en los soldados que había dentro, alzó el lugar
y se llevó todos los vecinos moriscos á la sierra, día de
señor Santiago deste año de 1569.
CAPITULO XXXI.
Cómo Aben Humeya escribió á don Juan de Austria pidiéndole
que le rescatase á su padre y hermano, que estaban presos en
Granada.
Habiendo Aben Humeya apoderádose de las fortale-
zas del río de Almanzora , dejó por general de aquel
partido al Maleb , y se fué al Laujar de Andarax, y des-
de allí envió la gente á sus partidos; y vanaglorioso con
aquel suceso, acordó que sería bien tratar de la liber-
tad de su padre y de su hermano, que, como dijimos,
estaban todavía presos en la cárcel de la chancillería
de Granada. Para esto despachó un mozuelo cristiano,
que había sido preso en Serón , con tres cartas , una
para don Juan de Austria , otra para don Luís de Cór-
doba, y la tercera para el marqués de los Vélez, en la
cual le rogaba que encaminase aquel mozo á Granada
con el despacho que llevaba. Y porque los moros no le
hiciesen algún mal en el camino , le díó un pasaporte
en arábigo , que traducido en romance decía desta ma-
nera : «Con el nombre de Dios misericordioso y piado-
so. Del estado alto, ensalzado y renovado por la gracia
de Dios, el rey Muley Mahamete Aben Humeya, haga
Dios con él dichosa la gente afligida y atribulada del
poniente. Sepan todos que este mozo es cristiano de los
de Serón , y va á la ciudad de Granada con negocios
míos, tocantes al bien de los moros y de los cristianos,
como es costumbre tratarse entre los reyes. Todos los
que le vieren y encontraren déjenle pasar libremente
y seguir su camino , y ayúdenle , y denle todo favor
para que lo ctunpla; porque el que lo contrarío hicie-
r.EBELÍON Y CASTIGO DE LOS MORISCOS DE GRANADA.
re , y le estorbare.ó prendiere , condenarse lia en perdi-
miento de la cabeza. » Y abajo decia : ((Escribiólo por
mandado del Rey, Aben Cliapela.» Y á la mano iz-
quierda , debajo de los renglones , estaban unas letras
grandes, que parecían de su mano, que decian : ((Esto
es verdad ; » imitando á los reyes moros de África , que
no acostumbran firmar sus nombres sino por aquellas
palabras, por mas grandeza. Llegado el mozo coneldes-
paclio á la Calahorra , el marqués de los Vélez lo enca-
minó á Granada, y él se fué derecho á la fortaleza de
la Alhambra, y lo dio al marqués de Mondéjar, y le dijo
como Aben Humeya le enviaba á solo llevar aquellas
cartas, y que para aquel efeto le habia dado libertad;
mas que no sabia lo que se contenia en ellas. Y el Mar-
qués, llevando consigo al mozo, se fué luego á don Juan
de Austria , y juntándose los del Consejo, algunos qui-
sieran que el proprio mensajero entrara á dar su recau-
do ; mas el licenciado Birviesca de Muñatones dijo que
ncTconvenia á la autoridad de don Juan de Austria dar
audiencia á la embajada de un hereje y traidor que es-
taba con las armas en las manos , sino que se cometie-
se á uno de los que allí estaban , que viese las cartas y
examinase aquel mozo, y hiciese después relación en el
Consejo. Cometiéndoselo pues al proprio licenciado Mu-
ñatones , abrió las cartas , y lo que se contenia en la que
venia para don Juan de Austria era que habia sabido
que habia dado tormento á don Antonio de Valor, y á
don Francisco su hermano ; los cuales no tenían culpa ,
de lo que él hacia , y que la causa de aquel levantamien-
to solamente había sido por los agravios que los minis-
tros de justicia habían hecho ; que le rogaba mucho
mandase hacerles buen tratamiento, porque de otra
manera mataría cuantos cristianos tenia en su poder;
y que queriéndoselos dar por rescate ó trueque , daría
ochenta captivos por ellos; y si fuese menester dar al-
gunos de los que estaban en Berbería, los haría traer
para aquel efeto , aunque estuviesen en poder del Gran
Turco. Esto se contenía en la carta de don Juan de Aus-
tria; y en la de don Luis de Córdoba solamente le enco-
mendaba que tratase aquel negocio con don Juan de
Austria. Haciendo pues relación en el Consejo de lo que
se contenía en las cartas, se acordó que no se le res-
pondiese, sino que el proprio don Antonio de Valor le
escribiese, certificándole como se les hacia buen tra-
tamiento, y que no se les había dado tormento , y lo que
mas á él le pareciese, aconsejándole como padre que
se apartase de aquella liviandad en que andaba ; lo cual
se hizo así , y dende á pocos días tornó á escrebir otra
carta en respuesta de la de su padre, por la vía de Gué-
jar, y la encaminó al alcaide Xoaybí, que estaba de
guarnición en aquel presidio, con otra para él, quede-
cía desta manera : (( Los loores á Dios del estado gran-
ja de, venturoso, renovado por Muley Mahamete Aben
«Humeya, que Dios haga vitorioso; salud en Dios, y
»su gracia y bendición, que desea á su especial amigo
»el alcaide Xoaybí de Guéjar. Hermano mío, lo que os
«ruego es que enviéis luego á Granada esta carta, que
))os será dada escrita en castellano; y guardaos no al-
» ceis mas alearía ninguna hasta que venga respuesta
» della ; que después desto yo os daré orden de lo que
» habéis de hacer. Y por Dios os encargo seáis hombre
K de secreto ; que presto iré á veros y proveeré todo lo
«que os cumpliere. La salud y bendición de Dios sea
281
» sobre vos. >) Hasta aquí decía la carta del alcaide Xoay-
bí, la cual hallamos originalmente en su posada cuan-
do después don Juan de Austria ganó el lugar de Gué-
jar; y según parece , el traidor no envió la otra á Gra-
nada, antes la debió de abrir , y visto lo que se conte-
! nía , la guardó para calumniarle con ella. Y así , parece
' 'que los moros, gente sospechosa, entendiendo que tra-
; taba de su daño , se indignaron contra él , persuadidos
\ por algunos ofendidos que le aborrecían por las cruel-
! dades que había hecho en los hombres mas principales
de su nación, y de secreto comenzaron á tratarle la
muerte; y al fin se la dieron , como se dirá en su lugar,
CAPITULO XXXII.
Cámo Aben Humeya juntt) su campo en Andarax para ir sobre Al-
mería , y cómo don García de Villaroel áió sobre Guécija , y le
desbarató el desinio que llevaba.
En el capítulo treinta y seis del quinto libro dijimos
como don García de Villaroel hizo ahorcar á Francisco
López, alguacil de Tavernas, luego que volvió al car-
go de la gente de guerra de Almería ; porque se temió
que el marqués de los Vélez enviaba por él á ruego de
unos moriscos deudos suyos, que andaban de paces y
habian hecho que se redujese otro moro no menos va-
leroso que él , llamado Alonso López , con un hijo suyo
que se decía Pedro López , que andaban estos días en
nuestro campo , y después huyeron á la sierra ; y jun-
tando número de moros, hicieron grandes daños á los
cristianos, corriendo la tierra ; y captivundo y matando
mucha gente, fortalecieron el castillo de Tavernas, y
lo sustentaron hasta que don Juan de Austria ocupó las
fortalezas del río de Almanzora, como diremos ade-
lante ; los cuales hacían instancia , pidiendo á Aben
Humeya que fuese sobre Almería, facilitándole aque-
lla empresa con decir que no había gente de guerra den-
tro suficiente para defenderla , en especial habiendo
tanto número de moriscos de los muros adentro , coa
quien ellos tenían sus inteligencias. Y no se engañaban,
porque por el mes de marzo pasado había pedido el
marqués de los Vélez á don García de Villaroel su com-
pañía de caballos para cierto efeto, y le habia enviado
á Juan de las Heras, su alférez, con treinta escuderos
escogidos y una compañía de infantería del capitán Ber-
nardino de Quesada, y no le había vuelto mas la gen-
te, y la que quedaba era poca , y la ciudad estaba como
cercada, y era tan molestada de los enemigos, que no
osaban salir de los muros , especialmente que tenían
aviso como Aben Humeya habia tratado de sacados por
una parte , y teniéndolos arredrados de los muros, dar
él por otra, y atajados fuera de la ciudad ; y aun lo ha-
bía ya intentado dos veces, enviando mas de mil mo-
ros de parte de noche á que se metiesen en las huertas;
los cuales se llevaron los moriscos de paces que mora-
ban en ellas , y mataron algunos que no quisieron ir
con ellos. Finalmente Aben Humeya, con determina-
ción de poner cerco sobre Almería y ocupar aquel puer-
to, tan importante para recebir los navios de África,
juntó mucho número (Je gente en Andarax ; y siendo
avisado dello don García de Villaroel por sus espías,
aunque no con certidumbre de loquequeria hacer, por-
que unos le decian que la junta era para dar sobre Al-
mería, otros sobre Adra, para entender el desinio que
282
LUIS DEL MARMOL CARVAJAL.
tenia, ó interrompérsele, s¡ pudiese, salió de Almería
á 23 de julio con docientos arcabuceros y treinta ca-
ballos ; y sin declarar lo que iba á hacer, porque los mo-
riscos de la ciudad no lo sintiesen y diesen aviso á sus
parientes, caminó aquel dia la vuelta de Inox , que está
á levante de Almería , y cuando anochecía hizo alto ; y
recogiendo la gente, les dijo el fin para que los había*
sacado de la ciudad, y como iban á dar sobre Guécija,
donde sabia que estaban moros de guerra , y esperaba
en Dios hacer algún buen efeto. Está el lugar de Guéci-
ja cuatro leguas de Andarax, donde tenía Aben Humeya
recogida su gente, y desta causa quisieran algunos de
los que iban con don García de Viliaroel que se dejara la
empresa para mejor ocasión , cuando el campo del ene-
migo estuviese mas apartado; mas él los persuadió de
manera, que hubieron de proseguir su camino. Y vol-
viendo sobre el norte, caminaron toda aquella noche
coa grandísimo trabajo , porque demás de ser el cami-
no áspero y muy fragoso , hacia grande escuridad ; y al
reír del alba fueron á dar sobre el lugar, y quedándose
á la parte de fuera don García de Viliaroel con cien ar-
cabuceros y quince caballos puestos en su escuadrón,
don Cristóbal de Benavides, su hermano, acometió con
los demás el lugar; y matando muchos moros, salió
de la otra parte con algunos soldados, siguiendo á los
que se subían huyendo á la sierra. A este tiempo don
García de Viliaroel mandó tocar á recoger, porque se
desmandaban mucho yendo cebados en los enemigos,
y sabía que estando Aben Humeya tan cerca, no deja-
ría de acudir á las ahumadas que hacían por las sierras.
Habiéndose pues recogido nuestra gente, dio vuelta ha-
cia Almería con ciento y treinta esclavas y muchos ba-
gajes cargados de ropa. No tardó mucho en llegar el
socorro que enviaba Aben Humeya , y en el barranco
que dicen del Ramón, dos leguas y media de Almería,
los moros mas ligeros alcanzaron la retaguardia, donde
iban don García y don Cristóbal de Benavides y otros
caballeros y soldados de honra; los cuales se pusieron
en emboscada detrás de un cerro, aguardando á que los
enemigos se acercasen para darles un Santiago ; mas
ellos se desviaron, y tomaron lo alto de una loma sobre
mano izquierda , y desde allí comenzaron á escopetear
á nuestra gente. Venía delante de todos un moro ani-
mando á los otros , y dando grandes voces que acome-
tiesen sin miedo ; al cual derribó un soldado de un ar-
cabuzazo , y muerto aquel , todos los demás aflojaron y
se fueron quedando por aquellos cerros ; y no siendo los
cristianos mas seguidos , prosiguieron su camino con
toda la presa, y entraron en Almería una hora antes de
mediodía. Desta jornada se consiguió mucho efeto; por-
que Aben Humeya mudó parecer, entendiendo que le
habían mentido los moriscos de Almería y que había en
la ciudad mas gente y mejor recaudo del que le habían
dicho; y quedó tan enojado con ellos de allí adelante,
que hacía matar cuantos le venían á las manos con sola
información de que los hubiesen visto hablar con don
García de Viliaroel , creyendo que eran espías , y en po-
co tiempo faltaron veinte y tres moriscos de la ciudad
y su tierra, que hizo morir cruelisímamente. A unos ha-
cia enterrar basta la cinta y tiraries con las ballestas; á
otros descuartizaban vivos, y á uno hizo aserrar por
medio con una sierra. Y fué tanto el miedo que de allí
adelante tuvieron, que muchos dejaron el oficio, y sí
no era con grande interés , no se hallaba quien quisiese
ser espía.
CAPITULO XXXIII.
De ana entrada que don Antonio de Luna hizo en el valle de Le-
crin, donde murió el capitán Céspedes, y de algunos recuentros
que hubo estos dias con los enemigos á la parte de Salobreña.
Habíanse vuelto los vecinos de Pinillos del Valle á sus
casas estos dias , y como hubiese entre ellos algunos
moros de guerra que hacían daño, don Juan de Austria
mandó á don Antonio de Luna que con las compañías
que estaban alojadas en la vega de Granada, y tomando
de camino alguna gente de la que estaba en el presidio
de Tablate, fuese á dar una alborada sobre aquel lugar,
el cual recogió tres mil y docientos infantes y ciento
y veinte caballos, con que llegó á Tablate la víspera áe
señor Santiago. Y porque no halló allí al capitán Cés-
pedes , cabo y gobernador del presidio, que era ido á
uno de los lugares reducidos allí cerca, dejó orden al
capitán Juan Díaz de Orea que en viniendo le dijese que
dos horas antes que amaneciese envíase dos compañías
de infantería de tres que allí tenia por el camino derecho
de Pinillos, y fuesen á amanecer sobre el lugar, porque
lo mesmo haría él con toda la otra gente. Y porque en-
tendió que los moros que le habían visto llegar estaban
sobre aviso para desmentir las espías, acordó de volverse
pordonde había venido, para que entendiesen queeraes-
colta que había traído bastimentos, y se volvía á Granada;
y se fué á emboscar aquella noche en lo de Béznar, has-
ta que vio que le quedaba de la noche el tiempo que había
menester para ir á amanecer sobre Pinillos. Apenas se
había vuelto don Antonio de Luna , cuando el capitán
Céspedes vino á Tablate, y vista la orden que había de-
jado, quiso ir él con la gente, no embargante que algu-
nos amigos le aconsejaron que no hiciese la jornada,
pues no tenia orden de don Juan de Austria para ello,
ni estaban bien él y don Antonio de Luna. Otro día de
mañana, que fué la fiesta de señor Santiago, á 23 de ju-
lio, al reír del alba, se halló toda nuestra gente sobre el
lugar de Pinillos; mas no se pudo hacer el efeto, por-
que estaban los moros avisados y habían subídose con
sus mujeres y hijos á las sierras. Y viendo que había
errado el tiro don Antonio de Luna, dio vuelta hacía los
lugares de las Albuñuelas y Salares, y llegando á Restá-
val, que todos estos pueblos están juntos, ordenó al ca-
pitán Céspedes que fuese por el camino arriba que sube
hacia las Albuñuelas , con docientos arcabuceros, y con
él Francisco de Arroyo con los soldados de la cuadrilla
de Pedro de Vilches, y él con toda la otra gente pasó al
lugar de Salares, á fin de cercar aquellos dos lugares á
un tiempo. Llegando pues el capitán Céspedes á lo alto
de la sierra que está entre Restával y las Albuñuelas,
vio estar un golpe de moros en un cerro redondo que
está á la mano izquierda en medio de un llano, y á las
espaldas del tenían las mujeres, bagajes y ganados en el
valle de la sierra que está sobre Restával. Dejando pues
el camino que llevaba, y enderezando hacía ellos, los
tiradores comenzaron á trabar escaramuza , y á la pri-
mera rociada le dieron un escopetazo por los pechos,
que le pasó un peto fuerte que llevaba, y le derribó
muerto en tierra. Acudieron tantos moros de los que
andaban derramados por aquellas sierras sobre los cris-
tianos que con él iban, que hubieron de retirarse des-
REBELIÓN Y CASTIGO DE LOS MORISCOS DE GRANADA.
283
ordenadamente , dejando muertos algunos soldados, y
entre ellos uno llamado Narvaez de Jimena , que peleó
esle día como buen español al lado de su capitán por
retirarle. No pudo don Antonio de Luna socorrerlos,
hallándose de la otra parte de un barranco que se hace
entre los dos cerros, y la caballería que estaba abajo en
el rio con don Alvaro de Luna, su hijo, se retiró luego
desbaratada. Algunos dijeron que don Antonio de Lu-
na no habia querido socorrer al capitán Céspedes, mas
no se debe presumir semejante crueldad en caballero
cristiano, ni aunque le socorriera llegara á tiempo de
poderle salvarla vida, porque le mataron luego como
comenzó la escaramuza; antes se entendió haber sido
causa de su muerte su demasiado ánimo y quererse
meter donde estaban los moros de todo el valle, por
ventura con deseo de hacer algún efeto importante. Fi-
nalmente, don Antonio de Luna no quiso pasar el bar-
ranco que estaba entre él y el cerro de la escaramuza;
el cual, habiendo saqueado á Salares, juntó los capitanes
á consejo para ver lo que se haria; y después de haber
dado y tomado gran rato sobre ello, viendo que el nú-
mero de los moros crecia,se fué retirando la vuelta
del Padul por diferente camino del que habia llevado,
quedando el capitán Lázaro de Heredia, esforzado man-
cebo, de retaguardia con su compañía para recoger la
gente, que venia medio desbaratada. Los moros siguie-
ron el alcance todo lo que les duró la aspereza de la
tierra, que no osaron pasar adelante por miedo de los
caballos, y volviendo á Salares, mataron algunos sol-
dados que se habían quedado saqueando las casas. El
alférez de Céspedes se hizo fuerte en la iglesia con tres
soldados, y se defendió allí tres días hasta que les pu-
sieron fuego y los quemaron dentro. Solamente lleva-
ron los escuderos algim ganado que toparon desman-
dado, y cantidad de bagajes y ropa que sacaron del lu-
gar y seis moras captivas. El suceso deste día puso ma-
yor ánimo á los alzados , y luego la semana siguiente,
yendo el alférez Moriz con la infantería de la ciudad de
Trujillo, cuyo capitán era Juan de Chaves de Orellana,
acompañando una escolta que iba del Padul á Tablate,
el Macox envió trecientos escopeteros á esperarla en
el barranco de Talará, y saliendo de una emboscada en
que se habia metido, la desbarataron, y mataron al al-
férez y á todos los soldados que iban con ella; mas luego
envió don Juan de Austria otra mas á recaudo con el
capitán Iñigo de Arroyo Santistéban y Pedro de Vil-
ches, Pié de palo, los cuales dejando el paso de Talará,
donde se entendía que estarían los moros , fueron de
parte de noche á pasar por otro paso mas arriba, que
llaman de los Nogales , y los burlaron de manera , que
cuando era de día estaban de la otra parte del barran-
co, y llegaron seguramente á Tablate, donde quedó la
mitad del bastimento, y la otra mitad llevó el capitán
Gaspar de Alarcon, que vino por ello desde órgiba. No
mucho después se mandó sacar el presidio de Tablate,
y se pasó á Acequia, lugar mas conveniente para la se-
guridad del camino y de las escoltas.
Habíanse juntado algunas veces los moros del valle
de Lecrin y de las Cuajaras , y llevádolos Gironcillo á
correr hacía lo de Motril y Salobreña, y saliendo á ellos
los caballos, aunque pocos, les habían hecho mucho
daño. Juntando pues el moro seiscientos tiradores es-
tos días, fué á emboscarse detrás del cerro que llaman
del Hacho, cerca de Salobreña, y andando unos cristia-
nos desmandados en el campo, salió á ellos y mató uno
y hirió otro ; los demás volvieron huyendo á la villa. Y
como las centinelas tocasen rebato, don Diego Ramí-
rez de Haro hizo disparar una culebrina para dar aviso
en Motril, que está una legua de allí y es todo tierra
llana; y saliendo don Luis de Baldívía con sesenta ca-
ballos de su compañía, y de la de los contiosos de Ar-
jona que estaban con él de guarnición en aquella villa,
fué en busca de los enemigos, los cuales en sintiendo
disparar la pieza de artillería se habían retirado hacia
la sierra ; y alcanzándolos en las cuestas de Termay, que
están á poniente de Salobreña, andando peleando con
ellos, salió don Diego Ramírez con solos siete caballos
que tenía consigo, y acometiéndolos animosamente, los
desbarataron y hicieron huir. Y pasando los capitanes
hasta junto á Itrabo, pusieron fuego á los panes y que-
maron todos aquellos montes; y como no llevaban in-
fantería para combatir el lugar, se volvieron á sus pre-
sidios. Sucedió aquel día que un moro de á pié se abrazó
con un escudero, y derribándole del caballo, se lo quitó
y subió en él para llevárselo ; mas otro escudero de Mo-
tril, llamado Diego Pérez Treviño, viendo que se iba con
el caballo del cristiano, arremetió con el suyo contra
él, y alcanzándole, le echó mano de los cabezones, y el
moro asió del tan recio, que entrambos vinieron al sue-
lo, y bregando un buen rato, al fin mató Treviño al
moro, y cobró el caballo y lo volvió á dar á su dueño.
LIBRO SÉPTIMO.
CAPÍTULO PRIMERO,
Cómo su majestad mandó reforzar el campo del marqués de los
Vélez, y se le ordenó que allanase la Alpujarra.
Estábase todavía el campo del marqués de los Vélez
en Adra sin hacer efeto porque tenia muy poca gente,
y gran falta de bastimentos, por haber consumido ya el
trigo y cebada que habia hallado en el campo de Da-
lías, y deseoso de salir de allí, pedía que le engrosasen
el campo, proveyéndole de gente y de toáas las otras
cosas necesarias con que poder deshacer al enemigo y
allanar la tierra. Y habiéndose platicado largamente
sobre su comisión en el consejo de su majestad, se tomó
resolución en que se pusiese luego por la obra, no siendo
tiempo de poderse dilatar mas el negocio. Ordenóse al
comendador mayor de Castilla que con las galeras que
traía á su orden llevase al campo del marqués de los Vé-
lez los soldados plátícos de Italia y la gente que don Juan
de Mendoza tenia en órgiba,que iría á embarcarse ála
playa de Motril, y cinco compañías que iban á orden del
marqués de la Favara, las cuatro de la ciudad de Córdo-
ba , cuyos capitanes eran don Francisco de Simancas,
284
LUIS DEL MARMOL CARVAJAL.
Cosme de Armenia, don Pedro de Acevedo y don Diego
deArgote, y la otra suya; y á don Sandio de Leiva, que
fuese á traer mil catalanes que estaban hechos en Tor-
tosa, cuyo cabo era un caballero del hábito de Santia-
go, de aquella nación, llamado Antic Sarriera. Al capi-
tán Francisco de Molina se mandó que entregase Iív
gente de guerra que tenia en Guadix á don Rodrigo de
Benavides , hermano del conde de Santistéban, y que
con rail infantes y cincuenta caballos que se le darian
en Granada, se fuese á meter en Órgiba, y que don Luis
de Córdoba, general de la caballería que allí estaba, se
viniese á Granada ; todo lo cual se puso luego por la
obra. El Comendador mayor llevó los soldados viejos
y toda la otra gente á la villa de Adra, y hizo tres via-
jes desde Motril, cargado de bastimentos, municiones y
bagajes ; y don Sancho de Leiva llevó el tercio de los
catalanes. Los proveedores de Granada y Málaga apres-
taron mucha cantidad de bastimentos; el de Granada
Jos envió á Órgiba, y el de Málaga por mar á Adra. So-
lamente se dejó de poner bastimento en la Calahorra,
cosa que el marqués de los Vélez pedia con instancia,
entendiendo que no seria menester, ó por los fines que
al Consejo pareció; que, según lo que después sucedió,
fuera de grande importancia, y fué de mucho daño no
haberlos puesto allí. Tampoco se le proveyeron todos
los bagajes que pedia, porque se habían con grandísima
d¡ficultad,á causa de que los bagajeros los huían, y mu-
chos los desjarretaban ó les dejaban morir de hambre
por no servir con ellos : tantos eran los cohechos, ro-
bos y malos tratamientos que los alguaciles y comisa-
rios les hacían. Había opiniones diferentes en el con-
sejo de Granada en este tiempo sobre la orden que se
había de dar al marqués de los Vélez : algunos querían
que pasase á Vera para asegurar la sospecha que había
délos moriscos de los reinos de Murcia y Valencia y
de toda aquella costa, y allanar lo del rio de Almanzora ;
otros que se estuviese quedo en Adra , y saliese de allí
á hacerlos eí'etos necesarios para allanar la Alpujarra
y deshacer al enemigo. Y estando un día tratando so-
bre ello don Juan de Austria, dijo que le parecia que no
podría ser bien proveído el campo en Adra, porque por
tierra era muy largo el camino para las escoltas, ha-
biendo de ir desde Granada á Órgiba, y desde allí á Adra,
y por mar tampoco había seguridad de poder enviar los
navios, por los inciertos temporales; y que le parecía
debía ponerse en parte donde estuviese mas cerca del
enemigo y fuese proveido con menos dificultad, y que
sería bien que se pusiese en üjíjar dé la Alpujarra, lu-
gar puesto entre las taas y en buen comedio para salir
á conseguir el efeto que se pretendía ; cosa que se podía
hacer muy mal desde Vera, por estar á trasmano ; y es-
tando todos deste acuerdo, al marqués de Mondéjar se
le representó un inconveniente á su parecer grande , y
era que para pasar de Adra á Ujíjar se había de ir for-
zosamente á Berja, y entre Berja y Ujíjar había un paso
por donde de necesidad se pasaba la sierra por una
peña horadada , que no podía ir mas que un hombre
tras de otro ; y si se ponían allí los enemigos, que habían
de acudir á las ahumadas en viendo marchar el campo,
podrían recebir mucho daño los cristianos. Esta difi-
cultad tuvo algo suspensos á los del Consejo, enten-
diendo que no había otro camino por donde poder ir sino
aquel, y mandando venir los adalides allí delante del los,
se informaron muy particularmente si había otra parle
por donde se pudiese ir, queriendo desechar el paso que
el marqués de Mondéjar decía ; los cuales dijeron que
rodeando una legua se podía excusar, yendo á dar á Lu-
cainena, y de allí á Ujíjar; aunque también había otro
mal paso en un barranco, que los moros llamaban Hau-
dar el Bacar, que quiere decir el arroyo de las vacas,
dificultoso no tanto como el de la Peña Horadada. Final-
mente se concluyó aquel consejo con que se escribiese al
marqués de los Vélez que tomase el camino que los ada-
lides decían, y se fuese á poner en Ujíjar, no perdiendo
el tiempo ni la ocasión en lo que se había de hacer ; por-
que en lo que tocaba á las provisiones se harían las di-
ligencias posibles para proveerle. En el siguiente capí-
tulo diremos lo que le sucedió en el camino.
CAPITULO II.
Cómo el marqués de los Vélez partió con su campo de Adra, y
cómo los moros le salieron al camino y los desbarató , y pasó á
Ujíjar.
Siendo avisado el marqués de los Vélez dónde habia
de ir y el camino que había de llevar, y teniendo apres-
tadas todas las cosas para la partida , mandó dar cinco
raciones á la gente de guerra ; y haciendo cargar to-
dos los bastimentos y las municiones que pudieron ir
en los bagajes, partió de la villa de Adra á 26 diasdel
mes de julio de 1569 años con doce mil infantes y cua-
trocientos caballos. Llevaba su campo puesto en orde-
nanza, repartida la infantería en tres escuadrones, el
uno á vista del otro. La vanguardia llevaba el marqués
de la Favara; de batalla iban don Pedro de Padilla y
don Juan de Mendoza y don Juan Fajardo , á cuyo cargo
estaba la infantería que el marqués de los Vélez tenia
en Adra ; y de retaguardia Antic Sarriera ; el bagaje
iba en medio , y el marqués de los Vélez detrás de todo
el campo con la caballería. Aquella tarde llegaron al
lugar de Berja , donde estuvo tres días alojado el cam-
po; y habiéndose informado muy bien el marqués de Ic.^
Vélez del camino que se habia de tomar para huir el
paso de Peña Hjoradada , partió otro día de mañana la
vuelta de Ujíjar por el camino de Lucaínena , llevando
la mesma orden que cuando salió de Adra, excepto que
los tercios iban trocados. De vanguardia iba don Juan
de Mendoza , luego el marqués de la Favara ; seguíale
el marqués de los Vélez con la caballería, y detrás del
Antic Sarriera y don Juan Fajardo; y de retaguardia de
todos don Pedro de Padilla. Tenia ya aviso Aben Hu-
meya del poderoso ejército que se aparejaba contra él,
y hizo tres provisiones. A Hernando el Habaquí envió
con cartas á Argel para que procurase traerle algún so-
corro; á don Hernando el Zaguer hizo ir á recoger el
mayor número de gente que pudiese en los partidos de
Almería, rio de Almanzora y sierras de Baza y Filábres;
y á Pedro de xMendoza el Hoscein , con cinco mil hom-
bres, mandó que defendiese la entrada de la Alpujarra
á nuestro campo , aunque el proprio Hoscein nos dijo
después que no llevaba orden de pelear, sino de espan-
tar, porque tenían acordado de no pelear hasta tener
toda la gente junta. Caminando pues nuestros escua-
drones poco á poco , llevando sus mangas de arcabuce-
ría sueltas á los lados, y algunos caballos y peones des-
cubriendo delante , á las ocho horas de la mañana los
descubridores llegaron á unas vertientes de sierras que
REBELIÓN Y CASTIGO DE LOS MORISCOS DE GRANADA.
28o
están á la mano derecha del paso de las Vacas , donde
descubrieron los moros , que estaban derramados por
aquellos cerros haciendo grandes algazaras. Don Juan
de Mendoza prosiguió su camino y llegó á un llano que
se hace junto al barranco, y allí hizo alto, tomando
por frente á los enemigos, los cuales comenzaron á
deshonrar á los soldados , diciendo y haciendo las des-
honestidades que semejantes bárbaros acostumbran.
Metiéronse algunos soldados en el barranco con deseo
de arcabucearse con ellos á tiempo que el marqués de
los Yélez asomaba por un_ cerro con la caballería ; el
cual, viendo trabada la escaramuza sin orden suya,
envió á mandar á don Juan de Mendoza que parase , y
pasando á la vanguardia , le reprehendió, diciendo que
habia sido atrevimiento , con el cual pudiera poner el
campo en condición de jferderse; y mostrando estar
enojado con él , mandó á don Juan Fajardo que pasase
adelante con dos mil infantes , y que acometiendo á los
enemigos, procurase echarlos de aquellos lugares; y
por otra parte envió á don Juan Enriquez con algunos
caballos el barranco arriba á buscar paso por donde
pudiese pasar la caballería. Los moros comenzaron á
remolinar, y dende un puco se fueron retirando ; mas
luego dieron vuelta, mostrando querer hacer algún aco-
metimiento , como gente que presumía defender aquel
paso; y cuando vieron subir otra manga de arcabuce-
ros, y entre ellos caballería que los iba cercando, no
osando aguardar, dieron luego á huir. A este tiempo
los soldados delanteros comenzaron á llamar la caba-
llería para que los siguiese, y el marqués de los Vélez,
dejando sobre el barranco á don Juan Enriquez con las
banderas de los catalanes y del tercio de Ñapóles, pasó
y fué en su seguimiento. Iban ya los moros huyendo
por aquellos cerros la vuelta de Lucainena, y no osan-
do aguardar en ninguna parte , pasaron á Ujíjar y á Va-
lor, donde estaba Aben Humeya, dejando muertos mas
de cincuenta dellos que pudo nuestra gente alcanzar; y
matáranse muchos mas si no fuera el calor que liacia
tan grande , que desmayaba los hombres y los caballos;
y hubo algunos soldados que perecieron de sed en el
alcance. Aquella noche se alojó nuestro campo en Lu-
cainena tan desordenadamente , que el marqués de los
Yélez, viendo la mala orden del alojamiento , se apeó
fuera del lugar al pié de una encina. A este tiempo don
Juan Enriquez , que vio el paso del barranco desemba-
razado , hizo pasar la infantería adelante , y se quedó
con los caballos de resguardo mientras pasaba el baja-
je, por si acudiesen enemigos; y fué bien que no los
hubiese, según el embarazo y la confusión grande que
hubo , porque cayendo los bagajes cargados unos sobre
otros en el barranco , murieron muchos ; y siendo ne-
cesario poner cobro en la munición y bastimentos que
llevaban, se detuvieron tanto, que sobrevino la noche;
y juntándose los capitanes á consejo, acordaron de que-
darse allí hasta otro dia, y enviaron dos escuderos que
avisasen al marqués de los Vélez para que mandase po-
ner dos ó tres compañías de guardia en el camino, que
hiciesen escolta á los bagajes que iban enviando poco á
poco ; mas no hubo esto efeto, porque los escuderos no
le hallaron aquella noche, por haberse apeado de la ma-
nera que dijimos. Otro dia los capitanes hicieron car-
gar los bagajes , y los aviaron lo mejor que pudieron,
no con pequeño trabajo , haciendo que los escuderos
llevasen la pólvora , plomo y cuerda y pelotas de los
bagajes que quedaban muertos delante, en los arzones
de los caballos , porque no se quedase allí aquella mu-
nición. Recogida toda la gente , partió el Marqués del
alojamiento de Lucainena, y fué aquel diaá Ujíjar, y
se metió dentro á vista de los enemigos, que estaban
puestos en ala por las laderas de las sierras ; los cuales
se retiraron luego á Valor sin hacer acometimiento.
Esta mesma noche llegó don Hernando el Zaguer con
mucha gente que traia recogida de los lugares por don-
de habia andado; y cuando vio nuestro campo en Ují-
jar y supo cuan poca defensa habia hecho el Hoscein
en el paso que habia ido á defender , y que tampoco ha-
bia osado acometer el segundo dia , desconfiado del
negocio de la guerra , dijo que no era ya tiempo de
aguardar mas , y se fué la vuelta de Murtas ; y en un lu-
gar llamado Mecina de Tedel murió de enfermedad
dentro de cuatro días. Estuvo el marqués de los Vélez
en Lljíjar dos días, y siendo avisado que Aben Humeya
habia juntado la gente de la Alpujarra en Valor, y que
estaba con determinación de pelear, pareciéndole que
no habia mas que aguardar para deshacerle, quiso in-
formarse del camino que podría llevar para que la caba-
llería fuese superior y pudiese ejecutar el alcance. Y
como las guías le dijesen que de ninguna manera se
podría ir por tierra llana , sino era rodeando una jorna-
da y haciendo noche en el camino en parte donde no
habia agua , quiso ir él en persona á reconocerlo ; y pa-
reciéndole que el camino derecho que va por el rio ar-
riba no era tan dificultoso como decían las guias, acor-
dó de ir por él en busca del enemigo.
CAPITULO HI.
Cómo nnestro campo fué en busca del enemigo , y peled
cou él en Valor, y le venció.
Habiendo reconocido el marqués de los Vélez el ca-
mino , y determinado de ir por él , á 3 días del mes de
agosto, después de haber oído misa y encomendádose
todos los fieles á Dios , comenzó á marchar con todo su
campo en la mesma orden que habia venido hasta allí.
Llevaba la vanguardia don Pedro de Padilla con los sol-
dados viejos de su tercio y la mayor parte de la gente
del tercio de los pardillos , mezclados unos con otros.
Luego seguía el marqués de los Vélez con la caballería,
armado de unas armas negras de la color del acero , y
una celada en la cabeza llena de plumajes , ceñida coa
una banda roja, que daba una lazada muy grande atrás,
y una gruesa lanza en la mano, mas recia que larga. El
caballo era de color bayo , encubertado á la bastarda,
con muchas plumas encima de la testera ; el cual iba
poniéndose con tanta furia, lozaneándose y mordiendo
el espumoso freno con los dientes , que señoreando
aquellos campos, representaba bien la pompa y feroci-
dad del Capitán General que llevaba encima. Detrás de
la caballería iba el bagaje , y en la batalla el marqués de
la Favara con sus compañías y algunas del reino de
Murcia ; y de retaguardia Antic Barriera con los catala-
nes,y luego don Juan de Mendoza. Todos estos escua-
drones llevaban sus mangas de arcabuceros á los lados,
ocupando las laderas y las cumbres de los cerros de
donde parecía que los enemigos podrían hacer daño; y
desta manera caminaban poco á poco , guardando sus
ordenanzas por el rio arriba. Habíase puesto el enemi-
l
286
LUIS DEL MARMOL CARVAJAL.
go con tocia su gente en la ladera de un cerro que está
por bajo de Valor con las banderas tendidas, tocando
los atabalejosy las dulzainas con tanta armonía, que
atronaban aquellos valles; ven un cerrillo que está á
caballero del rioy del camino por donde forzosamente
Jiabia de pasar nuestra gente , tenia puestos quinientos
escopeteros escogidos que defendiesen aquel paso. Lle-
gando pues nuestra vanguardia á este cerrillo, don Pe-
dro de Padilla y otros caballeros sus amigos, que se
babian apeado de los caballos y puéstose en la primera
hilera de la vanguardia, acometieron animosamente á
los enemigos, los cuales esperaron y resistieron como
si fuera gente de ordenanza ; y de tal manera pelearon,
que hubieron bien menester los nuestros las manos un
buen rato; mas al fin se valieron tan bien dellas, que
les entraron, matando mas de docientos moros, aun-
que murieron también de los nuestros treinta cristia-
nos. Y fué bien menester que les acudiese la caballería,
porque andaba Aben Humeya vistoso delante de todos
ea un caballo blanco con una aljuba de grana vestida y
un turbante turquesco en la cabeza discurriendo de un
cabo á otro, animando su gente y diciendo que fue-
sen adelante, y peleando animosamente tomasen ven-
ganza de sus enemigos ; que no temiesen el vano nom-
bre del marqués de los Vélez , porque en los mayores
trabajos acudía Dios á los suyos; y cuando les faltase,
no les podría faltar una honrosa muerte con las armas
en las manos, que les estaba mejor que vivir deshonra-
dos. Por otra parte, el marqués de los Vélez, viendo
que los de la vanguardia pedían caballería de mano en
mano, mandó á don Diego Fajardo, su hijo^ que pasase
con los caballos adelante; el cual pasó por una acequia
ala mano izquierda del rio, yendo un caballo tras de
otro , porque, siendo el paso angosto , no desbaratasen
las hileras de la infantería. Siguiéronle don Jerónimo
de Guzman con algunos caballos de Córdoba , y don
Martín de Avila con los de Jerez de la Frontera, y su-
bieron por la halda del cerro, y fueron á salir con harto
trabajo á unas viñas que estaban á medía ladera , y por
allí acometieron á los enemigos; los cuales, viéndolos
subir por donde jamás pensaron que pudiesen correr
caballos, comenzaron á desmayar, y teniéndose por
perdidos , dejaron el sitio y el lugar y se pusieron to-
dos en huida. Viendo pues Aben Humeya él desbarate
de su gente, y que no podía hacerlos detener, volvien-
do también él las espaldas, llegó á un barranco donde
se hacia una quebrada de peñas , entre Valor y Mecina;
y apeándose del caballo , le hizo desjarretar, y se em-
breñó en las sierras con solos seis moros que le siguie-
ron , dejando ahorcados á Diego de Mirones , alcaide
de Serón , y á un alguacil de la sierra de Filábres lla-
mado Juan Alguacil, que llevaba preso porque no que-
ría ser contra nuestra santa fe, para con aquel espec-
táculo entretener nuestra gente. Los caballos subieron
buen rato por la sierra arriba hasta encaramar á los
enemigos en lo mas alto della, donde no eran ya de
provecíio. La infantería llegó cerca de Valor;, y pasan-
do de largo , fué siguiendo el alcance hasta el proprio
barranco donde Aben Humeya había hecho desjarretar
el caballo , que estaba casi una legua mas arriba , y allí
se alojó aquella noche por haber agua y leña de chapar-
ros en abundancia. Al marqués de los Vélez le reventó
el caballo al subir de la cuesta , y tomando otro subió
á mano derecha, y llegó al puerto de Loh con don Al-
varo Bazan , marqués de Santacruz, y don Jorge Vique
y otros caballeros, y obra de cincuenta caballos.Y sien-
do ya las cinco horas ó mas , pasó la sierra y se fué á la
fortaleza de la Calahorra, no le pareciendo que seria
acertado volver de noche con los caballos cansados por
donde andaban los enemigos , ó, como después decía,
porque en el campo no había bastimentos mas que para
aquella noche y para otro dia , cuando mucho ; y espe-
cialmente les faltaban á los catalanes, que por no llevar
las raciones á cuestas se habían dejado la mitad dellas
en Adra; y quiso ir á dar orden en el despacho de los
que hallase en aquella fortaleza, y no los habiendo, re-
mediar con su presencia como se llevasen de otra par-
te; y como no halló ningunos que poder llevar, des-
pachó luego á la hora á Guaáix y á Baza y á Granada,
para que con brevedad le proveyesen de algunos. Otro
dia de mañana fueron el obispo de Guadix y don Rodri-
go de Benavides á visitarle , y le llevaron mas de dos-
cientos bagajes cargados de pan y de bizcocho, con que
volvió aquel mesmo dia al campo , que halló alojado en
Valor, donde se detuvo dos dias aguardando otras es-
coltas; y como vio que no venían, ni tenia nueva que
fuesen , dejando puesto fuego á las casas que Aben Hu-
meya tenia en aquel lugar, se fué á poner en lo mas
alto del puerto de Loh. En este alojamiento se comen-
zaron á ir los soldados sin orden , que no fué posible
detenerlos en viendo la tierra llana ; y desde allí fueron
á Guadix los marqueses de Santacruz y de la Favara y
otros caballeros. Enfermó mucha gente con los aires
delgados de la sierra; y fué tanto lo que aquejó la ham-
bre á los que quedaban , que fué necesario bajar con
todo el campo á la Calahorra , confiado en que , con las
vituallas que traerían vianderos, se podría entretener
mientras le proveían los ministros de su majestad.
Puesto el campo en la Calahorra , comenzaron á irse
los soldados mas de veras, pudiéndolo hacer mejor; y
aunque don Juan de Austria envió luego al licenciado
Pero López de Mesa , alcalde de la chancillería de la
ciudad de Granada, á que le proveyese de bastimentos
con diligencia desde la ciudad de Guadix , no se pudo
enviar tanta cantidad junta, que bastase á suplir la ne-
cesidad presente ; y así se estuvo en aquel alojamiento
muchos dias consumiendo poco á poco los bastimentos
de aquella comarca, sin hacer efeto. Estando pues el
marqués de los Vélez en la Calahorra, don Enrique
Enriquez , su cuñado , falleció en Baza de enfermedad,
y don Juan de Austria envió en su lugar á don Antonio
de Luna con mil infantes y docientos caballos ; el cual
estuvo en aquella ciudad desde i 4 dias del mes de agos-
to hasta 15 del mes de noviembre ; y en la vega de Gra-
nada quedó en su cargo don García Manrique, hijo del
marqués de Aguilar. Vamos alo que Hernando el Ha-
baquí negoció en la ciudad de Argel con Aluch Alí so-
bre el socorro que Aben Humeya le pedia.
CAPITULO IV.
Cómo Hernando el Haboquí pasó á Berbería por socorro, y cómo
Aben Humeya se rehizo con los socorros que le vinieron de
Argel y de otras partes.
Partió Hernando el Habaquí de España á 3 dias del
mes de agosto , el proprio dia que Aben Humeya fué
desbaratado en Valor, y llegando á Argel dentro de
REBELIÓN Y CASTIGO DE LOS MOIlISCOS DE GRANADA.
287
OCHO días, Iiizo instancia con Aluch Alí para que lo diese
socorro de navios y gente, poniéndole por intercesores
algunos morabitos que le moviesen á ello por via de
religión; el cual mandó pregonar que todos los turcos
y moros que quisiesen pasar á socorrer á los andalu-
ces, que así llaman en África á los moros del reino de
Granada , lo pudiesen hacer libremente. Mas después,
viendo que á la fama desle socorro habia acudido mu-
cha y muy buena gente, acordó que seria mejor llevarla
consigo al reino de Túnez , y así lo hizo , dejando in-
dulto en Argel para que todos los delincuentes que an-
daban huidos por delitos y quisiesen ir á España en fa-
vor de los moros andaluces, fuesen perdonados. Destas
gentes recogió Hernando el Habaquí cuatrocientos es-
copeteros debajo la conduta de un turco sedicioso y
malo llamado Hoscein ; y embarcándose con ellos en
ocho fustas, donde metieron algimos particulares mu-
cha cantidad de armas y municiones para vendérselas
á los moros, vino con todo ello á la Alpujarra. Con este
socorro y con el de otras fustas que vinieron también
de Tetuan con armas y municiones que traían merca-
deres moros y judíos, los enemigos de Dios tomaron
ánimo para proseguir en su maldad y se hicieron mas
fuertes , no habiendo en toda la Alpujarra ejército de
cristianosque poder temer. Luego tornó Aben Humeya
á proveer sus fronteras; y los moros, habiéndose reco-
gido á sus pueblos , sembraban sus panes y labraban
sus heredades y criaban la seda, como si estuvieran ya
seguros y muy de reposo en sus casas. El Hoscein,
hinchéfldolos de esperanza con decirles que Aluch Alí
le enviaba por mandado del Gran Turco á que viese la
disposición y calidad de la tierra y el número de gente
morisca que había en ella para poder tomar armas,
quiso ver los ríos de Almanzora y Almería , y la sierra
de Filábres y todos los lugares de la Alpujarra, y des-
pués entró secretamente en la ciudad de Granada y en
la de Guadix y en la de Baza, y las reconoció. Y siendo
informado de todo lo que quiso saber de los morado-
res dellas, diciendo que deseaba tener alas para ir
volando á dar cuenta de lo que habia visto al Gran
Turco su señor, para que luego les enviase su pode-
rosa armada de socorro , se tornó á Berbería cargado
de preseas, joyas y captivos que le dieron en aquellos
partidos donde anduvo. Vamos á loque se hacia en este
tiempo á la parte del valle de L"crin, y como los mo-
ros fueft)n sobre el lugar del Padul para alzarle y des-
baratar el presidio que allí habia para seguridad de las
escoltas.
CAPITULO V.
Cómo los moros del valle de Lecrin combatieron el fuerte que los
naestros tenian hecho en el Padul, y quemaron parte de las ca-
sas del lugar.
Con la nueva del socorro de África tornaron los al-
zados á su vana porfía, y los moriscos del Padul, que
ya no podían sufrir la costa ordinaria y las molestias y
vejaciones de la gente de guerra que tenian alojada en
sus casas, teniendo aviso que andaban dando orden de
irlos á levantar, y gobernándose por algunos hombres
de buen entendimiento que habia entre ellos, determi-
naron de pedir ucencia á don Juan de Austria para irse
á Castilla con sus mujeres y hijos. Y andando en esto ,
les aconsejó un clérigo beneficiado del lugar de Gójar
que pidiesen que los dejase ir á poblar aquel lugar, que
estaba despoblado y los moradores del se babian iilo á
la sierra; lo cual les fué luego concedido, y con mucha
brevedad mudaron sus casas á Gójar. No eran bien idos
del lugar, cuando los moros del valle de Lecrin y de las
Cuajaras y de otros lugares comarcanos se juntaron; y
siendo mas de dos mil hombres de pelea, en que había
muchos escopeteros y ballesteros, determinaron de ir
á dar una madrugada sobre el Padul, y degollando los
cristianosque estaban en él de presidio, llevarse los
moriscos á la sierra. Con esta determinación partieron
de las Albuñuelas á 21 días del mes de agosto deste
año de 1569, y caminando toda aquella noche, fueron
la vuelta de Granada para engañar las centinelas y po-
der tomar á los nuestros descuidados ; y volvieron luego
por el camino real que va desde aquella ciudad al Pa-
dul, puestos en su ordenanza, y caminando poco á
poco, como lo solían hacer las compañías que iban
acompañando alguna escolta. Desta manera llegaron al
esclarecer del dia cerca del lugar, y como la centinela
que estaba puesta en lo alto de la torre de la iglesia los
descubrió, aunque tocó la campana á rebato, diciendo
que por el camino de Granada venían muchos moros,
no por eso se alteraron los soldados ni se pusieron en
arma; antes hubo algunos que le dijeron que debía de
estar borracho, que cómo podía ser que viniesen moros
de hacia Granada. Estando pues en esto, asomaron por
un viso donde estaba un humilladero, no muy lejos de
las casas, con once banderas tendidas; y acometiendo
el lugar con grande ímpetu , antes que los nuestros se
acabasen de recoger á un fuerte que tenian hecho al
derredor de la iglesia, mataron treinta y seis soldados
y tomaron treinta caballos de una compañía de gente
de Córdoba que estaba allí de presidio, cuyo capitán
era don Alonso de Valdelomar, y saqueando la mayor
parte de las casas, se llevaron hartos despojos y dine-
ro, y con la misma furia acometieron el fuerte, cre-
yendo hallar poca defensa en él ; mas el capitán Pedro
de Redrovan , vecino del Corral de Almaguer, que es-
taba allí por gobernador, y don Juan Chacón, vecino de
Antequera, que por mandado de don Juan de Austria se
habia metido en aquel presidio con ciento y cincuenta
soldados de su compañía dos días habia, y otros dos ca-
pitanes, llamadosPedro de Vilches, vecino de la ciudad
de Jaén, y Juan de Chaves de Orellana, natural de la
ciudad de Trujillo, que después de la rota del barranco
de Acequia habia vuelto á rehacer su compañía, se de-
fendieron valerosamente, y matando buena cantidad de
moros, los arredraron de sí. Los cuales, viendo que no
eran poderosos para entrarlos á batalla de manos, en-
viaron nras de quinientos hombres á traer de las viñas
cantidad de rama, espinos y paja , y pusieron fuego á
todas las casas del lugar, creyendo poder también que-
mar las que estaban dentro del fuerte; y estando las
unas y las otras cubiertas de llamas y de humo, no ce-
saban de dar asaltos por donde entendían poder tener
entrada, horadando las casas y las paredes por muchas
partes ; lo cual todo resistía el notable valor y esfuerzo
de los capitanes y soldados, no sin gran daño de los
enemigos. Habia una casa grande fuera del pueblo ,
donde vivía un vizcaíno , natural de Vergara , llamado
Martin Pérez de Arozlíguí, el cual, habiendo llevado su
mujer y hijos á Granada, acertó á hallarse aquella no-
^í?8 LUIS DEL MARMOL CARVAUL
che en su casa con cuatro mozos cristianos y tres mo- -
riscos amigos suyos , de los que se liabian ido á vivir á
Gójar, que se quisieron recoger con él; y como el aco-
metimiento de los moros fué tan de improviso por aque-
lla parte, no teniendo lugar de recogerse dentro del
fuerte , se fortaleció en la casa, atrancando las puertas
con maderos y piedras. Y viéndose en manifiesto peli-
gro, porque no liabia dentro mas que una sola escope-
ta, dijo á los moriscos que tenia consigo que hablasen
á los moros y les rogasen que no le hiciesen daño en la
persona ni en la hacienda, pues sabian que era su amigo
y los habia favorecido siempre en sus negocios en
tiempo de paz; los cuales respondieron que así era
verdad, y que les diese el dinero y la escopeta si queria
que le dejasen ir libremente á Granada; mas él no lo
quiso hacer, diciendo que dineros no los tenia, y que la
escopeta habia de ir juntamente con la cabeza. Enton-
ces los enemigos combatieron la casa, y poniéndole
fuego á todaspartes, procuraron también hacer un por-
tillo con picos y hazadones en una pared que respondía
al campo. No faltó ánimo á Martin Pérez para defen-
derse, viéndose combatido del fuego y de las escopetas
y ballestas, que no le daban lugar de poderse asomar
& tirar piedras desde las ventanas, y acudiendo á la
mayor necesidad, hizo echar agua en la puerta de la
casa que ardia; y echando grandes piedras al peso de
la pared , donde los moros hacían el agujero, procu-
raba también ofenderlos con la escopeta , porque hasta
entonces no lo habia osado hacer, creyendo poderlos
entretener con buenas palabras mientras llegaba el so-
corro. Finalmente se dio tan buena maña , que no hizo
tiro que no derribase moro; por manera que cuando
tuvo muertos siete de los que mas ahincaban el com-
bate, los otros tuvieron por bien de retirarse afuera.
A este tiempo, habiendo ya mas de cuatro horas que
duraba la pelea en el fuerte y en la casa, la atalaya que
los enemigos tenían puesta á la parte de Granada les
avisó cómo venia gente de á caballo, y sin hacer mas
efeto del que hemos dicho, se retiraron la vuelta del
valle. Habia salido del Padul un escudero de los de Cór-
doba cuando los moros llegaron, y pasando por medio
dellos, habia ido á dar rebato á don García Manrique,
que estaba en Otura , alearía de la vega de Granada, y
pasando á la ciudad , habia también dado aviso á don
Juan de Austria. Y la gente que los moros descubrieron
eran sesenta caballos que se habían adelantado con
don García Manrique ; los cuales, juntándose con once
escuderos que habían quedado en el Padul , se pusie-
ron en su seguimiento y alancearon algunos que que-
daron atrás desmandados. También acudió al socorro
el duque de Sesa desde Granada con mucha gente de á
pié y dea caballo; pero llegó tarde, á tiempo que ya
llevaban los moros mas de una legua de ventaja ; y pro-
veyendo la plaza de gente, que la habia bien menester,
porque habían sido muertos cincuenta soldados y mu-
chos mas heridos, loó á los capitanes lo bien que se
habían defendido de tanto número de gente y de una
violencia tan grande del fuego, que era lo que mas se
temía, y aquella noche volvió á Granada.
CAPITULO VI.
De las pláticas que hubo sobre la salida que el marqués de los
Vélez hizo á la Calahorra, y cómo el marqués de Moudéjar fué
llamado á corte.
Aunque el marqués de los Vélez desbarató á Aben
Humeya en Valor de la manera que hemos dicho, algu-
nos contemplativos no le atribuían gloria entera de la
Vitoria, por salir como salió á la Calahorra, dejándole
en la Alpujarra, donde con facilidad pudo tornar á jun-
tar gente y rehacerse, especialmente viendo que no ha-
bia vuelto ú entrar luego para acabarle de deshacer. Y
como en los consejos suele siempre haber humores di-
versos y aficiones particulares que despiertan los jui-
cios delicados á dar justas causas y sospechas de su
desacuerdo, formando queja de lo que porventura po-
dría merecer loor, estando sanas y conformes las vo-
luntades, no fallaba quien decía que los enemigos ha-
bían sido menos de los que había escrito; que se le
había dado mas gente al doble de la con que se habia
ofrecido á allanar la tierra ; que habia perdido ocasión
por salir de la Alpujarra antes de tiempo; que la salida
había sido mas para dar á entender que se podia hollar
la Alpujarra con caballos, cosa que se habia dificultado
en el consejo de don Juan de Austria algunas veces ,
que por necesidad de bastimentos; y que habiendo
consumido un campo tan numeroso , se estaba en el
alojamiento consumiendo los bastimentos y la gente
que le habia quedado sin hacer cfeto. Estas cosas agua-
ban la Vitoria al marqués de los Vélez , el cual se que-
jaba que cuarenta días antes que partiese de Adra ha-
bia avisado al consejo de Granada que le pusiesen bas-
timento y municiones en la Calahorra, porque entendía
acudir hacía aquella parte y proveerse de allí; y por no
lo haber hecho , le habia sido necesario sacar la gente
á parte donde pereciese de hambre ; ni menos le pro-
veían para poder salir de donde estaba, de cuya causa
se le iban cada dia los soldados , y cargaba la culpa de
todo ello al marqués de Mondéjar y al duque de Sesa
y á Luis Quijada, entendiendo que le hacían poca
amistad ; el marqués de Mondéjar, por pasiones anti-
guas, renovadas por razón del cargo y preeminencia en
que se habia metido; el duque de Sesa, por tenerle
por su enemigo, aunque era su sobrino; y Luís Quija-
da, según él decía, por ser su émulo y envidioso de su
felicidad, y que habia acrimínádole la entrarl» en el
reino de Granada sin orden de su majestad. Y porque
nuestro oficio no es condenar ni asolver estas cosas,
sino apuntarlas para los que esta historia leyeren, sola-
mente diremos como su majestad, príncipe discretísi-
mo, vistos los cargos que por vía de justificación se da-
ban unos á otros, dijo que aunque no era tanto el daño
de los moros como se habia dicho , había sido impor-
tante cosa desbaratarlos y esparcirlos; y dende á pocos
días, para mejor se informar, mandó al marqués de
Mondéjar, por carta de 3 de setiembre, que fuese luego
á la corte , y que el Consejo enviase relación de todos
los bastimentos y municiones que se habían llevado á
la Calahorra. El cual partió de Granada á 12 días de
dicho mes , y llegado á la villa de Madrid, satisfizo al
negocio para que había sido llamado; y su majestad le
mandó ir con él á la ciudad de Córdoba, donde habia
llamado á cortes; y ansí no volvió mas al reino de Gra-
REBELIÓN Y CASTIGO DE LOS MORISCOS DE GRANADA.
289
ñafia, porque le proveyó por visorey de Valencia, y des-
pués le envió por visorey de Ñapóles.
CAPITULO VIL
Cómo el capitán Francisco de Molina se fortaleció en Albacete de
Órgiba, y de una escaramuza que hubo con los moros sobre el
quitar el agua.
Habiéndose metido Francisco de Molina en Órgiba
de presidio con la gente que dijimos, luego comenzó
á fortalecerse en Albacete, lugar principal de aquella
t.aa , atajándole de manera que se pudiese defender con
menos gente; y porque tenia orden de don Juan de
Austria para meter la torre y la iglesia en el reducto
que hiciese, á causa de que se liabian de encerrar den-
tro cantidad de bastimentos y municiones que estuvie-
sen de respeto, y no se podia bacer la fortiíicacion tan
aventajadamente como convenia, por tener muchos
padrastros que señoreaban desde fuera la plaza y el
muro, fué necesario que se hiciesen dos murallas de
tapia , la una á la parte de fuera , y la otra á la de den-
tro , para que entre ellas pudiesen estar los soldados en-
cubiertos, y algunas trincheas por donde pudiesen
atravesar de una parte á otra. Y porque no había agua
dentro del lugar, ni se podia hallar ea pozos á cincuen-
ta ni á sesenta brazas , habiéndose de proveer necesa-
riamente de una acequia que los moros podian quitar
á todas horas, mandó cavar unos hoyos muy grandes
al derredor del muro donde echarla, para tenerlos lle-
nos si acaso le cercasen. Queriendo pues Aben Hume-
ya irsobre este presidio , el proprio diaque se acabaron
de hacer los hoyos envió once banderas de moros que
quitasen el agua de la acequia , y procurasen tomar al-
gún prisionero de quien saber la gente que habia que-
dado dentro y en qué términos estaba la fortificación ;
los cuales llegaron cerca del lugar y quitaron luego
el agua, pudiéndolo hacer fácilmente, porque se toma-
ba á media legua de alli. Francisco de Molina pues,
sospechando el desinio del enemigo , y viendo ir las
banderas hacia el tomadero de la acequia , envió al ca-
pitán Diego Nuñez, vecino de Granada, con docientos
arcabuceros, á que se pusiese sobre el tomadero del
agua , y se la defendiese de manera , que no dejase de
ir su camino ; el cual procuró de hacerlo así ; mas eran
los moros tantos , que no se atrevió á pasar de unas
peías, donde estuvo arcabuceándose con ellos gran ra-
to. Entendiendo esto Franci<;co de Molina , envió lue-
go al capitán Lorenzo de Avila con otro golpe de gen-
te, y después, pareciéndole que todo era poco para ar-
rancar á los enemigos de donde se habían puesto , de-
jando encomendado el fuerte á don Gabriel de Montalvo,
vecino de Granada , que era capitán de infantería y sar-
gento mayor de aquel presidio , salió él con cíen arca-
buceros y piqueros y veinte caballos, y llegando cerca
délas peñas, halló que los dos capitanes estaban pe-
leando con los moros; los cuales, viendo venir aquel
socorro cargaron de manera, que matando algunos, los
arredraron de sí tanto, que tuvieron lugar de volver la
acequia hacia el lugar, y estuvieron guardando el to-
madero hasta que fué de noche, escaramuzando siem-
pre con ellos. A esta hora Francisco de Molina se reti-
ró; y porque entendiesen los moros que todavía se es-
taba quedo, y no osasen bajar á quitar otra vez el agua,
hizo dejar muchos cabos de cuerdas encendidas á los
ñ-u
soldados entre las matas y al derredor de las peñas, y
con este ardid de guerra los entretuvo burlados tiran-
do toda la noche á los fuegos, y el agua corrió á los fo-
sos hasta que se hincheron; y como fué de dia, los ene-
migos entendieron el engaño, y tornando á quitar el
agua, se fueron la vuelta de la sierra sin hacer otro
efeto. Francisco de Molina , queriendo ver si los hoyos
detenían algunos días el agua, halló que so secaron á
segundo dia ; entonces sacó una parte del fuerte mas ú
fuera hasta un barranco que cae sobre el rio , y desde
allí hizo un camino cubierto á manera de trinchea , por
donde los soldados pudiesen ir á tomar agua sin que
los enemigos se lo estorbasen ; y con esto aseguró aque-
lla plaza por entonces.
CAPITULO VIH.
Cómo Aben Humeya alzó el lugar de las Cuevas y fué á cercar
á Vera , y cómo Lorca socorrió aquella ciudad.
Estaba por alcaide mayor en la ciudad de Lorca el
doclor Matías de Huerta Sarmiento, natural de la ciudad
de Sigüenza ; el cual, debajo de profesión de letras, era
también soldado y habia estado muchos días en Oran
en tiempo que era allí capitán general don Alonso de
Córdoba , conde de Alcaudete, y tenia prática y expe-
riencia en cosas de guerra. Y deseando conservar los
lugares de su jurisdicion y saber el desinio de los ene-
migos, enviaba algunas espías al rio de Almanzora ; y
puso tan buena diligencia en esto y en prender las de
los enemigos, que á i7 días del mes de setiembre deste
año le vinieron á las manos dos espías de Aben Hume-
ya, y dándoles tormento, confesaron como se quedaba
aprestando para ir á ocuparla ciudad de Vera, donde
tenia pensado esperar el socorro de Berbería, por ser
plaza á su propósito para aquel efeto, y quesería su
venida sin falta á la entrada de la luna de otubre , que
era al íin de setiembre , con toda la gente que pudiese
juntar , y que los moriscos de las villas de los Vélez se
liabian ofrecido de enviarle encubiertamente bastimen-
tos ; y demás desto declararon quién habían sido los
moros que hablan captivedo aquellos días ciertos cris-
tianos de María y de Caravaca , y de los otros lugares
sus comarcanos. Estas confesiones envió luego á don
Juan de Austria y al marqués de los Vélez, y al Co-
mendador mayor, que todavía andaba por la costa con
las galeras , para que estuviesen todos apercebidos, si
fuese menester hacer algún socorro por mar ó por tier-
ra. Avisó también á la ciudad de Vera con tres de á ca-
ballo que estuviesen sobre aviso, porque sin duda irian
los moros á cercarla, y envió al cabildo el traslado de
las confesiones de las dos espías, ofreciéndose queso-
correría con la gente de Lorca siempre que fuese me-
nester. Y para tener aviso cierto y poder acudir con
tiempo, hizo poner atalayas que se descubriesen uiias
á otras desde Lorca á Mojácar, y ios de Mojácar hicie-
ron lo mismo hasta Vera, para que de dia con ahuma-
das, y de noche con almenaras de fuego , se correspon-
diesen y avisasen cuando llegase el enemigo; advir-
tiéndoles que en el punto enviasen tres de á caballo
con toda diligencia con el aviso , por si acaso faltase
alguna atalaya. Y para ver como correspondían, á 23 de
setiembre se hizo el ensayo y prueba de las ahumadas
de dia y de las almenaras de noche; las cuales pasa-
ron de mano en mano desde Vera á Mojácar , y al Como
19
290
LUIS DEL MARMOL CARVAJAL.
dt) Cali , y al cerro de Enmedio, y al cerro Gordo, y á
la torre de Alfonsi de Lorca. No se engañaron los cris-
tianos en hacer esta diligencia, porque Aben Humeya,
viendo que el marqués de los Yélez se estaba quedo en
la Calahorra, y que no habia campo que le pudiese eno-
jar, deseando ocupar la ciudad de Vera en aquella oca-
sión , bajó con cinco mil hombres al rio de Almanzora,
y juntando con ellos mas de otros cinco mil de aquellos
lugares, fué sobre la villa de las Cuevas, que es del
marqués de los Vólez, y haciendo que se alzasen los
vecinos, que eran todos moriscos, en venganza de las
casas que le habia hecho quemar en Valor, le hizo
destruir y talar una hermosa huerta que alli tenia ; y no
pudiendo tomar el castillo, porque lo defendían los cris-
tianos que se hablan metido dentro , pasó á la ciudad
de Vera , y el dia de San Mateo, á 24 de setiembre, pu-
so su campo sobre Vera la vieja , y desde allí hizo una
gran salva de arcabucería contra la ciudad de Vera la
nueva , que está á la parte de abajo. Era alcalde mayor
desta ciudad el licenciado Méndez Pardo, el cual salió
á reconocer el campo con treinta de ú caballo; y ha-
biendo escaramuzado un rato con los enemigos, se re-
tiró ala ciudad, y dio luego aviso á las ciudades de
Lorca y Murcia por las atalayas y con gente de á ca-
ballo, como estaba tratado. Queriendo pues Aben Hu-
meya poner temor á los ciudadanos, plantó dospece-
zuelas de artillería de bronce que llevaba, y comenzó á
batir un lienzo de muro viejo, tirando asimesmoálas
casas que se descubrían por aquella parte; mas luego
reventó la una dellas , y un arcabucero hirió desde una
tronera al artillero que tiraba la otra , y paró la bate-
ría. En este tiempo las atalayas daban priesa con las
ahumadas, que se alcanzaban unas á otras; y estando
la gente de Lorca en el sermón poco antes de mediodía,
llegó la guardia de la atalaya de la torre del Alfonsin
con el aviso al alcalde mayor; el cual, sospechándolo
que debía ser , hizo luego tocar á rebato , y haciendo
alarde de la gente de la ciudad, proveyó de armas á los
que no las tenían , y juntando á cabildo , se nombraron
por capitanes de la infantería Juan Navarro de Álava y
Alonso de Ortega Salazar, y de los caballos, Diego Ma-
teo Jerez, todos regidores. Y estando haciendo el nom-
bramiento, llegó un escudero de Vera, que habia cor-
rido nueve leguas, á dar aviso como habían llegado
domingo de mañana mas de doce mil moros , y como
tiraban con dos piezas de artillería á la ciudad, pidien-
do que fuese luego el socorro. Y siendo todos de con-
formidad que se hiciese así, entre las dos y las tres de
la tarde se juntaron en el campo que dicen de Nuestra
Señora de Gracia , novecientos y setenta y dos infantes
y ochenta caballos muy bien en orden ; y antes que par-
tiesen de allí, envió el alcalde mayor sus cartas requi-
sitorias y notiíicatorias á la ciudad de Murcia, y á las
villas de Cehegin , Caravaca, Calasparra, Morataíla, Se-
villa, Alhamay Alumbres del Almazarrón, avisándoles
como iba á socorrer á Vera con la gente de Lorca, y re-
quiríéndoles de parte de su majestad que hiciesen lo
mesmo. Y prosiguiendo su camino, anduvo toda aque-
lla noche, yal amanecer entró en la ciudad de Vera,
que son nueve leguas de camino ; mas cuando él llegó,
los moros habían tenido aviso del socorro que iba, y
estando para picar el muro , porque no tenian ya con
que batir, hablan dejudo la obra y retiráduse hádalas
(huevas. Juntándose pues la gente de Lorca con la de
Vera, fueron en su seguimiento hasta el rio de las Cue-
vas. De allí se volvieron los de Lorca, porque los pare-
ció que no convenia ir mas adelante con tan poca gen-
te, siendo tan grande el número de los enemigos, y
habiendo conseguido el efeto que se pretendía, que era
descercar á Vera; y en el camino encontraron la gente
de Murcia que iba al socorro, y eran tres mil infantes y
trecientos caballos. Y juntándose los alcaldes mayores
y capitanes á consejo sobre si sería bien ir todos en se-
guimiento del enemigo , aunque hubo algunos que de-
cían que no había para qué , pues Vera estaba descer-
cada , los mas votos fueron de parecer que le siguie-
sen, porque no hiciese daño en otra parte. Y estando
con esta determinación, nació entre ellos una diferencia
honrosa : los de Lorca decían que les pertenecía por
privilegio antiquísimo llevar en la guerra del reino de
Granada la vanguardia yendo hacia el enemigo, y la
retaguardia á la retirada ; y los de Murcia querían lle-
varla ellos, por ser cabeza de reino y de aquel corregi-
miento , y sobre ello hubieran de llegar á las armas ; y
viendo esto los alcaldes mayores, mudaron parecer, y
recogiendo su gente, se volvieron á las ciudades. Aben
Humeya tornó á Purchena , y de allí al Laujar de Anda-
rax ; y envió la gente á sus partidos.
CAPITULO IX.
Cómo unos soldados que se iban sin orden del campo del marqués
de ios Vélez hirieron á don Diego Fajardo queriéndolos volver
al campo.
Era tan grande el desgusto que nuestra gente tenia
en verse acorralada en el alojamiento de la Calahorra
sin salir á hacer efeto, que no habia reparo que bastase
á detener los soldados; y aun los mesmos capitanes
por ventura holgaban que se les deshiciesen las com-
pañías, por tener ocasión de salir de allí so color de
tornarlas á rehacer ; y ansí habia muchas banderas que
no habían quedado diez hombres con ellas. El marqués
de los Vélez hacia sus diligencias , y no le pareciendo
tener suficiente número de gente , ni la provisión de
vituallas que habia menester para volver á entrar en la
Alpujarra , de necesidad habia de estarse quedo gas-
tando las que el licenciado Pero López de Mesa le en-
viaba de un día para otro desde Guadix. Culpábanle
mucho de remiso, y no los que sabían qué cosa era go-
bernar ejércitos, yaventurarlos tan á costa de la auto-
ridad y reputación de los capitanes generales. Estando
pues no con pequeño cuidado y congoja en ver que se le
iba cada dia deshaciendo mas el campo, y que apenas
tenia de quien poder liar las rondas y centinelas, que
cada noche mandaba poner dobladas , mas para guar-
dar que la gente no se fuese que por temor del enemigo,
fué avisado que tenian concertado de irse juntos mas
de cuatrocientos soldados; y encomendando á don Ro-
drigo de Benavides , que había venido de Guadix con
la compañía de caballos del duque de Osuna, y á don
Diego Fajardo, su hijo, con un estandarte de caballos de
Córdoba, que estaba á cargo de don Jerónimo de Guz-
man, la ronda de la noche en que le habían dicho que
setenian de ir, sucedió que andando rondando don Die-
go Fajardo , y con él don Jerónimo de Guzman y el
capitán Castellanos, comisario de la caballería, al cuar-
to Je la modorra sintieron salir gente por hacia dpiíd^
HEBELION Y CASTIGO DE L
don Rodrigo de Beriavides andaba , que era á la parte
de levante del lugar ; y volviendo el capitán Castella-
nos por los escuderos.de Córdoba, que habían quedado
en el cuerpo de guardia, fueron los dos hacia donde es-
taba otra compañía de caballos de Osuna , y llamándo-
los, acudió también don Rodrigo de Benavides , y jun-
tos se metieron por los soldados fugitivos, que iban
atropellados sin orden, y hicieron volver muchos de-
llos á sus alojamientos. Otros, que no quisieron dejar
de proseguir su camino, subieron por un cerro arriba
que cae hacia aquella parte de levante , y ú paso largo
procuraron tomar lo alto y mas agrio del , donde los
caballos no pudiesen aprovecharse dellos. Los capita-
nes se pusieron en su seguimiento , y llegando cerca
don Diego Fajardo, les dijo que no hiciesen cosa tan fea
como era dejar las banderas, y que se volviesen á sus
cuarteles, porque él les daba su palabra que no les se-
ria hecho mal ni daño por aquella salida; mas ellos no
le quisieron oir ni responder, prosiguiendo siempre su
camino á la sorda con las mechas de los arcabuces en-
cendidas. De ver esto se airó mucho don Rodrigo de
Benavides , y llamando á voces á don Diego Fajardo,
para que los soldados le conociesen y temiesen , dijo :
((Corramos, señor don Diego ; por esta ladera atajarlos
hemos, y cerrando con ellos, caiga el que cayere; que
desta manera se han de tratar estos bellacos traido-
res.» Estas palabras indignaron á los determinados
soldados de tal manera, que como hombres agraviados
dellas, respondieron que el que las decía y los que
con él iban eran los traidores y malos caballeros, y
que se hiciesen adelante, verían cómo les iba. De aques-
te desacato se enojó don Rodrigo de Benavides; y
aunque no eran mas de catorce de á caballo los que
estaban juntos para poder acometer, porque los otros
se habían quedado muy atrás, hizo con don Diego Fa-
jardo que los acometiesen , apellidando don Rodrigo
de Benavides el nombre de señor Santiago ; y pasando
por ellos los que estaban á la parte alta, pareciéndoles
que los trataban como á moros , dispararon sus arca-
buces. Don Diego Fajardo se fué metiendo á media la-
dera, yendo par del don Jerónimo de Guzman y un es-
cudero de Córdoba , y allí le dieron un arcabuzazo, que
le pasó la rodela acerada que llevaba por junto á la em-
brazadura, y le quebró un dedo de la mano izquierda,
y pasó la balaá la tetilla derecha, donde paró. Fué tan
grande el golpe, que el caballo cayó y echó por cima
de la cabeza á don Diego Fajardo medio •aturdido; y
apeándose don Jerónimo de Guzman y el escudero , le
alzaron del suelo. Era don Diego Fajardo esforzado ca-
ballero , afable y muy amigo de soldados , y viéndose
herido de tan mala manera , pidió su rodela para ver si
estaba pasada, y cuando vio el agujero que había he-
cho la bala, entendió que le habían muerto; y sintien-
do en sí un estímulo de virtuosa congoja , que no le
dejaba descansar en otra cosa, dijo que le llegaba al
alma que cristianos le hubiesen puesto en aquel esta-
do ; y subiendo lo mejor que pudo en su caballo, se vol-
vió á la Calahorra. Encontróle en el camino el marqués
de los Vélez, que había salido con toda la caballería en
oyendo tocar al arma ; el cual viéndole de aquella ma-
nera recibió tanta alteración , que no le pudo hablar ;
y mandando ádon Juan Fajardo, su hermano, y á don
Rodrigo de Benavides, que también se había vuelto,
OS MORISCOS DE GRANADA. 201
que diesen orden de atajar aquellos soldados por tres ó
cuatro partes con caballos y infantes, se subió ala for-
taleza. Los soldados se fueron , que no bastó nada á
detenerlos , y de allí adelante se fueron otros muchos;
por manera que vino á quedar aquel campo, en que ha-
bla doce mil hombres, en menos de tres mil , la mayor
parte dellos del tercio que llamaban de los pardillos y
del de don Pedro de Padilla, que como gente obligada
y de ordenanza vieja, tuvieron mas sufrimiento.
CAPITULO X.
De una Vitoria que don García Manrique hubo del Anaooi
en el valle de Lecrin.
Andaba en el valle de Lecrin el Anacoz con mas de
mil hombres haciendo daño en las escoltas que iban
de Granada á Órgiba ; el cual había muerto los do-
cientos soldados de la compañía de Juan de Chaves de
Orellana, que dijimos, entre Acequia y Lanjaron,y he-
cho otros muchos daños en la Vega y en lo de Allia-
ma. Y queriendo el Consejo refrenar la insolencia de
aquel hereje, mandaron llamará Pedro de Vilches,por
sobrenombre Pié de palo , porque tenia una pierna
cortada de la rodilla para abajo, y en su lugar otra do
madera, hombre platico en toda aquella comarca y
muy animoso. Y preguntándole qué orden se podria
tener para hacer una emboscada al Anacoz, dijo que
le dejasen ir á él de parte de noche á las Albuñuelas y
á Salares, donde se recogían aquellos moros, y que les
daría un arma, y se ven(lria retirando á la mañana en-
treteniéndolos, hasta sacarlos de día al río , porque do
noche era cierto que no saldrían; y que estuviese la ca-
ballería metida en emboscada en los llanos que caen
entre la laguna del Padul y Dúrcal,y qufe él se los pon-
dría en las manos de manera que los pudiesen alancear
á todos. Este consejo pareció bien á don Juan de Aus-
tria y á los del Consejo , y luego se mandó á don Gar-
cía Manrique- que apercibiese la gente de la Vega, y
dejando ir delante á Pedro de Vilches, se pusiese él
en emboscada con la caballería en el lugar que le se-
ñalase ; el cual partió de Otura con cíen caballos y cua-
trocientos arcabuceros de los que estaban alojados en
las alearías de la Vega, llevando consigo á Tello Gonzá-
lez de Aguilar con las cien lanzas de Ecija , que fué
para aquel efeto desde Granada, y se fueron á meter
antes que amaneciese en unas huertas que están por
bajo del barraiico del rio de Dúrcal. Pedro de Vilches
se fué derecho á los lugares de los Albuñuelas y Sala-
res con los soldados de las cuadrillas, y ellos se estuvie-
ron quedos esperando á que viniese huyendo de los
enemigos, como había dicho ; lo cual se hizo con tan-
to recato, que las centinelas que tenían puestas los mo-
ros hacia aquella parte no lo sintieron , y las nuestras
las veían á ellas. Pedro de Vilches tocó su arma al ama-
necer del día; luego comenzaron las ahumadas, y los
moros salieron á él con grande grita : hizo un poco de
resistencia, y dando á entender que tenia miedo, co-
menzó á retirarse con orden hacia la emboscada. Los
moros fueron creciendo cada hora en tanto número,
que cubrían aquellos cerros, y apretaron tanto á Pedro
de Vilches, que cuando llegó cerca del socorro, ya le
habían muerto dos soldados y herido algunos; y ve-
nían tan cerca del, que fué necesario que don García
Manrique, viendo venir alas vueltas moros y oristia-
202
LUIS DEL MARMOL CARVAJAL.
nos, saliese á ellos, sin aguardar que bajasen todos á
lo llano , como estaba acordado; y matando seis tur-
cos, que venian delante de todos , y mas de docientos
moros, el Anacoz con todos los demás se pusieron en
huida , metiéndose por los barrancos y despeñaderos
del rio, donde no pudieron los caballos seguirlos , ni la
gente dea pié, que no llegó á tiempo de poderlos alcan-
zar. Mas adelante llevó la pena de sus maldades; por-
que siendo preso, le mandó justiciar el duque de Arcos
en Granada. Ganaron los nuestros en esta Vitoria tres
banderas , y para regocijar la ciudad entraron por ella
arrastrándolas y llevando los escuderos las cabezas y
las manos de los moros en los hierros de las lanzas.
Estando pues todos muy contentos en Granada con este
suceso, solo el animoso Vilches se quejaba de don Gar-
cía Manrique, diciendo que por haber salido la caba-
llería tan presto á favorecerle, no habían alanceado
aquel día todos aquellos moros; y como le dijese el
Presidente que si había salido antes de tiempo , había
sido porque no le matasen los moros á él , siendo hom-
bre impedido , y trayéndolos tan cerca á las espaldas,
le respondió muy enojado : «Bien entiendo yo, señor,
que lo hizo por eso ; mas ¿qué iba en ello que matasen
un hombre como yo , á trueco de alancear dos mil mo-
ros?» Respuesta de hombre leal , que no estimaba la
vida por el servicio de Dios y de su rey.
CAPITULO XI.
De algunas provisiones que su majestad hizo estos días
para el breve despacho déla guerra.
Hizo SU majestad estos días dos provisiones muy im-
portantes para la brevedad que se pretendía en esta
guerra , con parecer de don Juan de Austria y de los
consejeros que quedaron cerca de su persona. Launa
fué mandar que acabasen de sacar los moriscos que ha-
bían quedado en Granada , y los metiesen la tierra
adentro, por sospecha que dellos se tenia que daban
avisos á Aben Humeya de todo lo que se hacia , tenien-
do sus inteligencias con los que andaban levantados ;
y la otra mandar que se publicase la guerra á fuego y
á sangre ; cosa que aun hasta este tiempo no se había
publicado, porque solamente se trataba en el supremo
consejo de Guerra con nombre de castigo en los rebel-
des, no les queriendo dar otra autoridad ; y aun se ofen-
dían con muy justa razón los señores del reino de que
llamasen rey, ni aun tirano , á Aben Humeya , á quien
mejor cuadraba el nombre de traidor, pues lo era con-
tra su rey y señor natural y dentro de su proprio rei-
no. Concedió ansímesmo campo franco á todos los cris-
tianos que sirviesen debajo de bandera ó estandarte, y
que aprehendiesen en sí todos los bienes muebles, di-
neros, joyas y ganados que tomasen á los enemigos, y
que no pagasen quinto ni otra cosa alguna de las per-
sonas que captívasen , haciéndoles de todo ello gracia
y merced por esta vez y presente ocasión , para animar
la gente, que andaba ya muy desgustada, á que sirvie-
sen voluntariamente, sin que fuese menester otro ri-
gor, porque estaban escandalizados los pueblos de la
Andalucía de oír las quejas que daban los soldados
que se iban huyendo del campo del marqués de los Vé-
lez. Y para que mejor se pudiesen entender con la paga
ordinaria , les mandó acrecentar el sueldo á respeto de
como se acostumbraba pagar la gente de guerra en Ita-
lia, que es^cuatro escudos de oro cada mes al coselete
y al arcabucero, y tresal piquero, que llaman pica seca.
Y porque los cabildos, concejos y señores, á quien se
mandó que rehiciesen las compañías con que servían,
y las acrecentasen á mayor número, estaban ya muy
gastados, no les bastando los propríos ni las sisas que
con licencia del Consejo Real echaban sobre los basti-
mentos , para pagar la gente, ordenó que desde el pri-
mero día del mes de noviembre luego siguiente se pa-
gase toda la infantería del dinero de su real hacienda,
y que los cabildos , concejos y señores pagasen sola-
mente la gente de á caballo. Lo cual todo se publicó
en la ciudad de Granada por bando general á 19 de
otubredeste año de 1569; y luego se enviaron traslados
autorizados á todas las ciudades y señores del Andalucía
y reino de Granada, para que se supiese en todas partes
las gracias y mercedes que su majestad hacia á la gen-
te de guerra. Dejemos agora el provecho que resultó
destas provisiones, que fué muy grande, y digamos có-
mo Aben Humeya pagó la pena de sus crímenes y mal-
dades por mano de los proprios rebeldes que le orde-
naron la muerte.
CAPITULO XIL
Cómo los moros mataron á Aben Humeya , y nombraron en su lugar
á Diego López Aben Aboo.
Mientras estas provisiones se hacían de nuestra par-
te, Diego Alguacil , vecino de Albacete de Ujíjar, y otros
deudos suyos, enemigos de Aben Humeya , que anda-
ban ausentes del por rniedo que los mandaría matar,
trataban de darle ellos la muerte por librarse de aquel
temor y tomar venganza de las crueldades que había
usado con los naturales de la tierra , y especialmente
con Miguel de Rojas , su suegro , y Rafael de Arcos, y
con otros alguaciles y hombres principales de aquella
taa y de la de Jubiles, que había hecho morir por consejo
de los capitanes de los monfís que traía consigo; y al
fin vinieron á tomar venganza del matándole por sus
proprias manos , como agora diremos. Entre otras co-
sas que Aben Humeya había hecho, de que se sentía
muy agraviado Diego Alguacil , era haberse llevado de
Ujíjar una prima suya viuda , con quien estaba aman-
cebado , y traerla consigo por amiga contra su volun-
tad , aunque otros entendieron que la causa del enojo
que tenía con él no eran celos , sino punto de honra,
afrentado de que, siendo mujer principal , que podía ca-
sar con ella," la traía por manceba. Mas desto nos des-
engañó después el tiempo cuando la vieron casada á ley
de maldición con el proprio Diego Alguacil en Tetuan,
seis años después de aquesta guerra. Finalmente, sea
como fuere , él tuvo buena ocasión para conseguir el
efeto que deseaba , siendo la mesma mora la secretaria
de su enemigo y el instrumento de su mal. Era ya Aben
Humeya extrañamente aborrecido y casi tenido por sos-
pechoso en toda la Alpujarra, después que se supo lo
que había escrito á don Juan de Austria y al alcaide
Xoaybi de Guéjar , entendiendo que andaba en tratos
para entregar la tierra á los cristianos , procurando so-
lamente su particular seguridad y aprovechamiento , y
por ventura tenia aquel deseo; mas era tan pusílánimo
y hallábase tan cargado de culpas , que no se osaba fiar,
teniendo por cierto que la culpa del rebelión había de
ser atribuida á pocos, y necesariamente castigado el
REBELIÓN Y CASTIGO DE LOS MORISCOS DE GRANADA.
que liubiese sido cabeza dél ; y como hombre que tenia
poca seguridad de su persona , tenia en Laujar de An-
darax, donde se liabia recogido después de la jornada
de Vera , los caudillos y capitanes mas amigos con dos
mil moros, que repartían la guardia cada noche por su
jueda, y tampoco se descuidaban de dia , teniendo bar-
readas las calles del lugar de manera, que nadie pu-
diese entrar en él sin ser visto ó sentido. Y porque no
se fiaba de los turcos ni estaba bien con ellos , ó por
ventura no tenia con qué pagarles el sueldo mientras
estuviesen ociosos , por apartarlos de sí los habia en-
viado á la frontera de Órgiba á orden de Aben Aboo.
Sucedió pues que como estos hombres viciosos eran to-
dos cosarios, ladrones y homicidas, donde quiera que
llegaban hacían muchos insultos y deshonestidades,
forzando mujeres y robando las haciendas á los moros
de la tierra. Y como fuesen muchas quejas dellosá Aben
Humeya , escribió sobre ello á Aben Aboo , encargán-
dole que lo remedíase; el cual le respondió que los tur-
cos no hacían agravio á nadie, y que sí alguna desor-
den hiciesen , él lo castigaría. Sobre esto fueron y vi-
nieron correos de una parte á otra ; y ansí de lo que se
trataba , como de la indignación que Aben Humeya te-
nía contra los turcos , avisaba por momentos la mora á
Diego Alguacil ; y de aquí tuvo principio la traición que
le urdió , revolviéndole con ellos para que viniesen á
descomponerle y matarle, como lo hicieron; porque
queriendo estos dias ir á alzar los moriscos que vivían
en Motril y saquear la villa, sin dar á entender su de-
sinio á Aben Aboo , le envió á decir que recogiese los
turcos y camínase con ellos la vuelta de las Albuñuelas,
y que en el camino le alcanzaría otro correo con la or-
den de lo que habia de hacer ; y como estos correos
pasaban forzosamente por Ujíjar, y la mora avisaba á
Diego Alguacil de los despachos que llevaban, saliendo
á esperar en el camino al postrero en compañía de Die-
go de Arcos y de otros sus amigos, le mataron y le
quitaron la carta que llevaba , y contrahaciéndola Die-
go de Arcos, que había servido de secretario á Aben
Humeya y firmado algunas veces por él, como decía
que volviese luego con los turcos á dar sobre Motril,
puso que los llevase á Mecina de Bombaron , y que des-
pués de tenerlos alojados de manera que no se pudie-
sen juntar con la gente de la tierra y con cien hombres
que llevaba Diego Alguacil , los desarmase y hiciese
degollar á todos , y que lo mesmo hiciese de Diego Al-
guacil después que se hubiese aprovechado dél. Esta
carta enviaron luego á Aben Aboo con persona de re-
caudo; el cual, maravillado de tan gran novedad, en-
tendió que sin duda era verdad lo que se decia que
Aben Humeya andaba en tratos para entregar la tierra.
Y estando suspenso sin poderse determinar en lo que
haría , Diego Alguacil , que habia medido el camino y
el tiempo, llegó con los cíen hombres á su puerta; y
hallándole alborotado, le dijo como Aben Humeya le
habia enviado á mandar que fuese con aquella gente á
bailarse en la muerte de los turcos ; mas que no pensa-
ba intervenir en semejante crueldad , por ser personas
que habían venido á favorecer á los moros y puesto las
vidas por su libertad; antes, cansado de servir un hom-
bre ingrato , voluntario , de quien no se podía esperar
otra mejor paga , pensaba avisarlos dello para que mi-
rasen por sí. Y estándole diciendo estas palabras, acertó
293
á pasar por delante de la puerta donde estaban Huscein,
capitán turco; y como Diego Alguacil quisiese hablar-
le , Aben Aboo se adelantó porque no le previniese, te-
miendo que le matarían los turcos , ó por ventura que-
riendo ganar él aquellas gracias ; y llamándole á él y 4
Caracax , su hermano , les mostró la carta ; los cuales
avisaron luego a Nebel , y á Alí arráez , y a Mahamcte
arráez , y al Hasccn y á otros alcaides turcos ; y alboro-
tándose todos entre temor y saña, comenzaron a bra-
vear, cargando las escopetas y diciendo que aquello me-
recían los que habian dejado sus casas , sus mujeres y
sus hijos por venirlos á socorrer; y apenas podía Aben
Aboo apaciguarlos, diciéndoles estuviesen seguros por-
que no se les haría el menor ¡agravio del mundo. Diego
Alguacil , viendo los turcos alterados y su negocioi.bíen
encaminado, para acreditarle mas sacó una yerba que
llaman haxiz, que los turcos acostumbran á comer cuan-
do han de pelear, porque los hace borrachos, alegres
y soñolientos , y dijo que se la había enviado Aben Hu-
meya para que se la diese estando cenando á los capita-
nes , porque se adormeciesen y pudiesen matarlos aque-
lla noche. Tratóse allí que no convenia que reinase
aquel hombre cruel que mataba toda la gente noble,
sino que le matasen á él y criasen otro rey. Diego Al-
guacil decia que lo fuese el Huscein ó Caracax ; mas
ellos, aunque aprobaban en lo de la muerte , no quisie-
ron aceptar la oferta, diciendo que Aluch Alí los ha-
bía enviado , no á ser reyes, sino á favorecer al rey de
los andaluces , y que lo mas acertado era poner el go-
bierno en manos de alguno de los naturales de la tierra
que fuese hombre de linaje , de quien se tuviese con-
fianza que procuraría el bien de los moros, mientras
venía aprobación del reino de Argel. Esto pareció á to-
dos bien , y sin perder tiempo nombraron á Aben Aboo,
harto contra su voluntad', á lo que mostró al principio;
mas al fin aceptó el cargo y honra que le daban, con que
le prometieron de matar luego á Aben Humeya y de
prender todos los alcaides y hombres principales que
tenia por amigos , y de no soltarlos hasta que llana-
mente fuese obedecido. Era Caracax hombre escanda-
loso y malo , y por muchos delitos que habia cometido
andaba desterrado de Argel cuando su hermano el Hus-
cein vino con el socorro que trajo el Habaquí; y po-
niendo luego por obra lo que Aben Aboo pedía , hizo
primeramente que todos los que allí estaban le obede-
ciesen por gobernador de los moros por tres meses,
mientras venía aprobación de Argel. Luego se puso en
camino la vuelta de Andarax con docíentos turcos y
otros tantos moros , y con él Aben Aboo y Diego Algua-
cil , y Diego de Rojas con los cien moros que llevaban.
Y llegando á media noche al Laujar , aseguró las guar-
das con decirles que eran turcos que iban á hablar con
el Rey ; y dejándolos pasar , llegaron á la posada de
Aben Humeya , y haciendo pedazos las puertas , entra-
ron dentro; y hallándole que salía á la puerta con una
ballesta armada en la mano, le prendieron. Algunos
dicen que estaba acostado durmiendo entre dos muje-
res , y que la una era aquella prima de Diego Alguacil,
y que ella mesma se abrazó con él hasta que llegaron á
prenderle. No sé cómo puede ser esto , porque habia
sido avisado á prima noche, y tenia dos caballos ensi-
llados y enfrenados para irse , y por no dejar una zam-
bra, en que estuvieron gran rato de la noche, no ha-
2S4
LUIS DEL JIARMOL CARVAJAL.
biíi querido decir nada; y después, cansado de festejar,
se había ido á su posada, donde tenia veinte y cuatro
escopeteros y mas de trecientos moros de guardia al
derredor del lugar para caminar antes que amaneciese.
Seii como fuere, ninguno de ios que con él estaban le
acudió la hora que le vieron preso ; y atándole las ma-
nos con un cordel Aben Aboo y Diego Alguacil , le hi-
cieron luego cargo de sus culpas y le mostraron la car-
la; y conociendo la firma, dijo que su enemigo la ha-
bla hecho , y que no era suya , y les protestó de parte
deMahoma y del Gran Turco que no procediesen contra
él , sino que le tuviesen preso , porque no eran ellos sus
jueces ni tenian autoridad de juzgarle, y que era buen
moro y no tenia trato con los cristianos; y envió á ila-
mar^l Habaquí para justiíicar su negocio. Mas la razón
tuvo poca fuerza entre aquella genle bárbara indignada
y llena de cudicia , porque le saquearon la casa; y me-
tiéndole en un palacio , Diego Alguacil y Diego de Ar-
cos se encerraron con él so color de guardarle, porque
no se les fuese; y antes que amaneciese , echándole un
cordel á la garganta , le ahogaron , tirando uno de una
parte y otro de otra. Dicen que él mesmo se puso el
cordel como le hiciese menos mal, concertó la ropa,
cubrió la cabeza , y que dijo que iba bien vengado y que
era cristiano, Desta manera dio lin aquel desventurado
á su desconcertada vida y á su nuevo y temerario esta-
do, en conformidad de moros y de cristianos. Hubo al-
gunos que afirmaron haberle oido decir muchos dias
antes que le traia desasosegado un sueño que habia so-
ñado tres noches arreo, pareciéndole que unos hom-
bres extranjeros le prendían y le entregaban á otros
que le ahogaban con su propria toca , y que por esta
causa andaba imaginativo y se recelaba de los turcos;
de donde se puede colegir que el espíritu del hombre
en las cosas que teme , el hervor que le eleva á la con-
templación dellas le hace pronosticar en futuro parte
de su suceso, porque como los cuidados del día hacen
que el espíritu entre sueños esté do noche imaginando
muchas cosas, que después vemos puestas en efeto
por razón de una simpatía natural á que la naturaleza
obedece, ansí en futuro la mesma simpatía, que está
obediente á las influencias celestiales, hace afirmar, no
por fe, sino por temor, parte de lo que se teme. Y no
liay duda sino que Aben Humeya tenia entera noticia de
los reyes moros á quien los turcos habían favorecido
al principio en África para ponerlos en estado; y des-
pués los habían ellos mesmos muerto y quedádose con
todo lo que les habían ayudado á ganar , y estaba con
temor de que harían otro tanto del. Volviendo pues á
nuestra historia, otro día de mañana le sacaron muer-
to y le enterraron en un muladar con el desprecio que
merecían sus maldades; saqueáronle la casa, cobró
Diego Alguacil su prima , y los otros alcaides repartie-
ron entre sí las otras mujeres; y dando el gobierno y
mando á Aben Aboo con término limitado de tres me-
ses, envió por confirmación de su elección al goberna-
dor de Argel , como á persona que estaba en lugar del
Gran Turco. A esto fué Mahamete Ben Daud, de quien
al pnncipio desta historia hicimos mención, con un pre-
sente de cristianos captivos y de cosas déla tierra; y
no mucho después Daud le envió el despacho, y se que-
dó allá; que no osó volver mas á España. De allí ade-
lante se intituló el hereje Muley Abdalá Aben Aboo, rey
de los andaluces , y puso en su bandera unas letras que
decían : «No pude desear mas ni contentarme con me-
nos.» Los turcos prendieron todos los alcaides que no
querianobedecerle, y hicieron que lediesenobedíencia,
sino fué Aben Mequenun , hijo de Puertocarrero , que
se apartó con cuatrocientos moros en el río de Almería,
y á la parte de Almuñécar Gironcillo, llamado por otro
nombre el Archídoni. Nombró Aben Aboo por general
de los ríos de Almería, Boloduí, Almanzora y sierra de
Baza y Filábres y tierra del marquesado del Cénete, á
Jerónimo el Maleh ; al Xoay bi y al Hascein de Guéjar en-
cargó el partido de Sierra-Nevada , tierra de Vélez, Al-
pujarra y valle y sierra de Granada, con patentes que
les obedeciesen todos los otros capitanes; y dende á
poco tiempo despachó al alcaide Hoscein, turco, con
segundo presente para el gobernador de Argel y para el
mefti de Constantinopla , encargándole que por vía d-í
religión encomendase sus negocios al Gran Turco, pa-
ra que le mandase dar socorro de gente , armas y muni-
ciones mientras bajaba su poderosa armada ; y orde-
nando una milicia ordinaria de cuatro mil tiradores,
mandó que los mil dellos asistiesen por su rueda cerca
de su persona, los docientos hiciesen cada diaguardií',
y pusiesen centinelas de noche dentro y fuera del lugar
donde se hallase , como personas en quien tenia puesta
su confianza y que pensaba gobernarse por su consejo.
CAPITULO XIIL
Cómo Aben Aboo juntó la gente de la Alpujarra y fué á cercar
á Órgiba.
Cuando Aben Aboo hubo asentado las cosas de la Al-
pujarra , juntando el mayor número de gente que pudo,
fué á reconocer el valle de Lecrin, y dio vuelta áLó-
bras y vista á Salobreña, y se alojó en la boca del rio de
Motril, y de allí ordenó de ir á combatir el fuerte de
órgiba. Habían salido de aquel presidio aquellos dias
ochenta soldados de la compañía de Antonio Moreno á
hacer una entrada con Vilches, su alférez , y engañados
por una espía que los llevaba vendidos, habían dado en
una emboscada de moros , que los aguardaba en el bar-
ranco de la Negra , y los habían muerto á todos; y en-
tendiendo el moro que debía quedar poca gente dentro,
y que podría ocupar aquella plaza, partió del lugar de
Cádiar á 26 días del mes de otubre con diez mil hom-
bres de pelea, y entre ellos seiscientos turcos y moros
berberiscos. Y el siguiente dia, víspera de San Simón y
Judas, en la noche llegó cerca de nuestro fuerte ; y em-
boscando toda la gente en unas ramblas que se hacen
dos tiros de arcabuz , el otro día domingo de mañana
echó cuatro moros delante que disimuladamente, como
que andaban cazando , procurasen sacar á lo largo una
escuadra de soldados que salían de ordinario á descu-
brir la tierra para poder tomar lengua. Mudábase cada
mes la gente de guerra deste presidio , porque los sol-
dados huían de ir á él por causa del mucho trabajo que
padecían; y don Juan de Austria enviaba desde Gra-
nada con las escoltas las compañías que habían de que-
dar , y con los bagajes vacíos se volvían las que habían
estado su temporada ; y esto era cada mes. Con esta or-
den habían llegado poco antes que los moros matasen
al alférez Vilches y á los ochenta soldados , en una es-
colta seis compañías de infantería , las tres con sus pro-
prios capitanes, llamados Gaspar Maidonado, don Alón-
REBELIOiN
so de Arellano y Gaspar Delgado , sobrino del obispo de
Jaén , que servia á costa de su tio con trecientos arca-
buceros; y las otras tres , que eran de Antonio Moreno
y Francisco de Salante y Alonso de Arauz , capitán de
ios de Sevilla, llevaban sus alféreces, porque quedaban
ellos ocupados en Granada; y dos estandartes de caba-
llos, el uno de Juan Alvarez de Boborques, y el otro
que servia Lorenzo de Leiva por don Luis de la Cueva;
y con el inlelice suceso de aquella gente estaba Fran-
cisco de Molina muy recatado, y no dejaba salir del
fuerte á nadie sin primero descubrir y reconocer muy
bien toda la tierra al derredor, entendiendo que con la
vanagloria de aquellas muertes no dejarían los moros de
venirle á correr y á poner emboscadas. Y como aquel
dia saliese una escuadra á descubrir hacia la parte don-
de los cuatro moros andaban, y ellos diesen luego á
huir, el caporal que iba con ella, llamado Francisco
Hidalgo , sin considerar lo que podía haber en las ram-
blas , se puso en su seguimiento , y fué cebándose tanto
en ellos, que dio de golpe en una de las emboscadas; y
saliéndole los moros de muy cerca, le cercaron por todas
partes y le mataron, y con él otros cuatro soldados que
iban delante; los otros se retiraron con mucho peligro
al fuerte y dieron aviso á Francisco de Molina del suce-
so. El cual envió luego á Lorenzo do Leiva con seis ca-
ballos suyos y cuatro del capitau Juan Alvarez de Bo-
borques, que estaban alojados fuera del fuerte, á que
reconociese qué gente era aquella , con los cuales llegó
al lugar donde Ins moros habian estado emboscados, y
hallándolos retirados, pasó tan adelante, que llegó
adonde estaba el proprio Aben Aboo con el guipe de la
gente; y deteniéndose para reconocer bien, se hubiera
de perder , porque le cargaron tantos escopeteros, que
matando el caballo á un escudero, le hirieron el suyo,
y se hubo de retirar con harto trabajo, yéndole siguien-
do siempre los enemigos con grandes alaridos hasta
meterle dentro del fuerte. Y este dia, que fué 28 dias
del mes de otubre, cercaron el sitio que tenían los
nuestros por todas partes, ocupando todos los lugares
que le tenían á caballero para poderlos ofender con las
escopetas; y haciendo un recio acometimiento, mata-
ron algunos cristianos , y entre ellos á Cristóbal de Za-
yas, alférez de don Alonso de Arellano, y á un escude-
ro de la compañía de Juan Alvarez de Boborques , lla-
mado Pescador. Viendo pues nuestra gente la determi-
nación que traían los enemigos, y que los muros del
fuerte eran tapias de tierra y paredejas de piedra seca
tan bajas que en algunas partes no cubrían un hombre,
acudiendo animosamente al reparo con sus personas y
con la arcabucería puesta de mampuesto en las saete-
ras y traveses, mataron y hirieron muchos dellos, y
les hicieron perder la furia que traían. Juan Alvarez de
Boborques con sus escuderos se puso á defender un
portillo que aun no estaba acabado de cerrar , entre el
cuartel de Salante y el de don Alonso de Arellano , por
donde á pié llano pudiera entrar un buen golpe de gen-
te. Y cierto fué provisión divina la inadvertencia de los
moros este dia, porque si acometieran por tres ó cuatro
CASTIGO DE LOS MORISCOS DE GRANADA. 29o
cuatro partes; y quitando el agua de la acequia , co-
menzó á dar orden en los combates. En estg tiempo re-
partió Francisco de Molina los cuarteles, señalando á
cada compañía lo que habian de defender. A la parte
del norte, donde sale el camino que va á Granada, puso
la compañía de Arauz, y con ella á Jerónimo Casaus, su
alférez; y á la mano izquierda del á Gaspar Maldonado
con la suya, teniendo á las espaldas la iglesia; á la parte
del rio que responde hacia poniente la de Salante con
Alonso Velazquez de Portillo , su alférez ; á la parte de
mediodía, donde sale el camino para Motril, á don Alon-
so de Arellano; y entre él y el cuartel de Arauz á Gaspar
Delgado. Los capitanes de caballos quedaron sobresa-
lientes para acudir á pié donde viesen ser mas necesa-
rio, y con ellos para el dicho efeto don Antonio Enri-
quez, Gonzalo Rodriguel , el capitán Medrano y Fran-
cisco Jiménez, soldados práticos entretenidos por ha-
ber tenido cargos en la milicia, á quien su majestad
había mandado irá servir en esta guerra, y don Juan
de Austria los había enviado aquellos dias á Órgiba. Lo
primero que los enemigos hicieron fué ocupar la casa
de un horno que estaba tan cerca, que sola una callo
habia entre ella y el muro; y mandando juntar mucha
fagina, la echaron por una ventana en otra casa qno
estaba incorporada en el proprio muro para ponerlo
fuego y quemarla , porque donde unos tnivcses bajos
que había hechos en ella les hacían daño los nuestros
con los arcabuces, y porque también entendieron quo
quemando aquella casa les quedaría la entrada llana por
aquella parte. Mas no les sucedió como pensaban , por-
que antes que hubiesen arrojado tanta fagina que bas-
tase para hacer el efeto que pretendían, nuestros capi-
tanes hicieron echar sobre ella muchas esteras ardien-
do untadas con aceite , y se les quemó toda ; y arrojan-
do cantidad de alcancías de fuego por las ventanas en
la otra casa del horno , les fué necesario desampararla
y que se retirasen con daño. No por eso dejaban do
acercarse los enemigos por otras paj-tes haciendo im-
petuosos acometimientos; y eran tantas las piedras quo
echaban sobre los que estaban en las troneras y en los.
traveses, que fué menester que el capitán Juan Alvarez
acudiese hacia aquella parte, y cubriendo los soldados
con las adargas y rodelas de los escuderos, resistió el
ímpetu y furia de piedras; y los moros, viendo cuan
poco les aprovechaba , tomaron unos cerros al derre-
dor que descubrían el ámbito del fuerte ; y poniéndose
algunos escopeteros en un palomar alto y en unas casas
que habian sido de los Abulmestes , entre los cuarteles
de Gaspar Maldonado y don Alonso de Arellano , mata-
ron ocho caballos y hirieron algunos soldados y escu-
deros que atravesaban de una parte á otra ; y para re-
parar este daño fué necesario hacer trincheas por don-
de atravesase nuestra gente encubierta. Hicieron tam-
bién los moros cuatro minas, que respondían á dife-
rentes partes. La que iba hacia el cuartel de Gaspar
Maldonado pensaron meter debajo de la iglesia , donde
entendían que estaban los bastimentos y municiones;
mas el capitán levantó luego un caballero alto para su-
partes el fuerte , según los muros estaban bajos y mal | jetar á los trabajadores y poderies descubrir en la obra
reparados, y la muchedumbre que eran, fácilmente pu- que hacían ; y acudiendo hacia aquella parte los capí-
dieran entrade. Viendo pues Aben Aboo la resistencia tañes Juan Alvarez de Boborques y Lorenzo de Leiva,
que habia en nuestros cristianos, retiró su gente, y re- fueron también de mucha importancia las adargas este
partiémlola en cuatro cuarteles, cercó el fuerte por día, porque resistieron con ellas la furia de las piedras
296
LUIS DEL MARxMOL CARVAJAL.
que los de fuera tiraban. La otra mina enderezaron ha-
cia el cuartel del capitán Delgado, la cual pasó tan ade-
lante , que llegaron á encontrarse con los soldados en
una contramina que les Iiicieron; y peleando con ellos,
mataron algunos moros dentro y se la hicieron des-
amparar, y les tomaron las herramientas con que ca-
vaban. Las otras dos, que respondían al cuartel de
don Alonso de Arellano, no hubieron efeto, porque
toparon luego con una peña viva que las atajó. Dejando
pues la obra de las minas porque vieron el ruin suceso
dellas, los turcos comenzaron á hacer un terrapleno de
tierra , fagina y piedra en una casa junto á la muralla,
que no habian tenido lugar los cristianos de derribarla.
Desde allí señoreaban otra casamata que habia entre
los cuarteles de Gaspar Maldonado y Aruuz; y fué tanta
la presteza con que lo hicieron , que los nuestros no tu-
vieron otro remedio sino retirarse al segundo muro de
la casamata, dejando el primero desamparado y el ám-
bito della hecho plaza. Allí hicieron nuevos travesé?,
porque los enemigos les cegaron los que tenían á la
parte de fuera, hinchendo la calle de tierra, piedra y
rama de manera, que entendían poder entrar á pié lla-
no por encima de los terrados. Como vio Aben Aboo que
los cristianos habian desamparado la casamata, creyen-
do que también habian dejado el muroyrecogídoseá la
torre y á la iglesia , mandó que se les diese por allí un
recio combate; y juntándose hacía aquella parte los
turcos y toda la mejor gente de los moros, con muchos
sones de atabalejos y dulzainas y grandes alaridos á su
usanza acometieron el fuerte, día de Todos Santos. Fué
lanía la presteza de los bárbaros , que antes que Fran-
cisco de Molina y los otros capitanes que andaban visi-
tando los cuarteles acudiesen, habian entrado ya mu-
chos dellos dentro del fuerte; y aunque Jerónimo de
Casaus, alférez de Arauz, que guardaba aquel cuartel,
resistió su ímpetu animosamente, andando envuelto en
polvo y sangre de los enemigos, no fuera parte para
defenderles la entrada , porque los soldados se retiraban
si no llegara Francisco de Molina, el cual , armado de
un coselete dorado , con la espada en la mano se opu-
so valerosamente á los enemigos; y acudiéndole Juan
Alvarez de Bohorques y Lorenzo de Leiva y el alférez
Portillo, y con ellos muchos animosos escuderos y sol-
dados, resistieron su acometimiento. Este día hizo Fran-
cisco de Molina oficio de capitán y valiente soldado, el
cual, discurriendo de una parte á otra, animaba á los
unos y amenazaba á los que veía que aflojaban; y pe-
leando por su persona donde veia que era menester,
retiró y echó fuera á los enemigos, que tenían ya ar-
boladas dos banderas sobre el muro , la una de damas-
co blanco , y la otra de tafetán carmesí con una media
luna blanca en medio bordada de oro y las borlas
guarnecidas de aljófar ; y cayendo los alféreces moros
que las traían, se las quitaron, y mataron mas de do-
cientos moriscos. Cerca dellas un alférez destos quedó
caído á la parte de fuera del muro con los muslos atra-
vesados de un arcabuzazo , el cual , viendo huir su gen-
te, comenzó á dar grandes voces díciéndoles que volvie-
sen á pelear, porque mas valia morir como hombresque
huir como mujeres ; y viendo que no acudían á retirar-
le, los comenzó á deshonrar de perros cobardes, y ro-
gó á los cristianos que bajasen y le acabasen de matar,
porque mayor honra le seria morir á sus manos , que
vivir entre gente tan vil ; y no tardó mucho que bajó
un soldado del fuerte y le cortó la cabeza. Después des-
to, queriendo Aben Aboo dar tercero asalto, mandó
que se metiesen mas de dos mil moros en unas casas
que estaban destechadas par del muro, los cuales, es-
tando cubiertos con las paredes de la ofensa de los ar-
cabuces , comenzaron á tirar por encima dellas tanta
multitud de piedra , que apenas se podían defender de-
lla los soldados, porque les caía de peso encima; y
estando Francisco de Molina cerca de la puerta de Gra-
nada , quitada la celada de la cabeza , le descalabra-
ron. Fué tanta la furia de las piedras este día , que der-
ribaron mucha parte de la pared de una casa donde
posaba el capitán Delgado, con ser de cal y ladrillo,
y hicieron portillos en otras , por donde pudieran en-
trar á placer si los soldados no los repararan luego.
Acudiendo pues á esta parte el capitán Juan Alvarez de
Bohorques, tomó por remedio ofender á los enemigos
con sus mesmas armas; y juntando el mayor número
de soldados y mozos que pudo, les m.andó que volvie-
sen á arrojar contra las casas donde se habian metido
los enemigos las mesmas piedras que ellos tiraban; y
como no tenían adargas ni celadas con que cubrir las
cabezas, como los cristianos , fuéles forzado salir hu-
yendo y dejarlas desamparadas; y con esto cesó aquel
asalto , y de allí adelante no osaron llegar mas á tirar
piedras. Este capitán Juan Alvarez de Bohorques era
natural de Villamartin , hermano del otro capitán don
Hernando Alvarez de I3ohorques, de quien hice men-
ción, y servia con una compañía de caballos de su mes-
mo pueblo, y don Juan de Austria le había mandado
que llevase á Orgiba la escolta última que dijimos. Y
porque estaba enfermo y tenia necesidad de curarse,
le habia dado licencia para que en llegando al presidio
dejase allí sus escuderos y se volviese á Granada ; el
cual , como supo que habia sospecha de cerco , no le
pareciendo que convenía á su honra dejar la gente y
volverse á Granada, dijo á Francisco de Molina que no
quería usar de la licencia , sino esperar la común fortu-
na; el cual se lo tuvo en mucho, porque todos huían
de estar en aquel presidio ; y cierto fué su quedada im-
portante, porque era hombre animoso y de muy buen
entendimiento. Viendo pues Aben Aboo el poco efeto
que hacían los suyos en los asaltos , y que cada día ha-
bía mayor defensa en los cercados, determinó de tomar
el fuerte por hambre. Veia que tomando los pasos por
donde habian de venir las escoltas de Granada , de ne-
cesidad les habia de faltar el bastimento, y que quitán-
doles el agua del rio y de la acequia , perecerían de sed
en acabándoseles la que tenían en los fosos, los cuales
se secaban luego al principio, mas después se habia ido
apretando la tierra y detenían ya el agua; y poco an-
tes que el campo de los enemigos llegase, los habian
henchido , y de allí bebían los soldados , aunque salían
á tomaria con peligro, hasta que se hizo una mina por
de dentro para poder llegar encubiertos á ellos, y no
les quedaba ya aguapara dos días. Por otra parte Fran-
cisco de Molina, en retirándose los moros del asalto,
dio orden como aquella noche saliesen del fuerte dos
soldados que sabían la lengua arábiga y eran muy prá-
ticos en la tierra, y tocando arma por diferentes partes,
para pervertir al enemigo y que tuviesen lugar de pa-
sar adelante encubiertos , los envió á Granada con una
REBELIÓN Y CASTIGO DE LOS MORISCOS DE GRANADA.
■Lr.
carta para don Juan de Austria. Y por si acaso los pren-
diesen en el camino , porque no se entendiese la fla-
queza que había en el fuerte , decia en ella que no tu-
viese su alteza pena , porque aunque los moros eran
muchos , con mil y quinientos hombres que allí había,
y cantidad de bastimentos y municiones que le queda-
ban para mas de un mes , estaba seguro el presidio , y
aun entendía salir á ofender al enemigo. Y por otra
parte mandó á los dos soldados que dijesen de palabra
la falta que había de lo uno y de lo otro, y lo mucho
que convenía socorrer con brevedad. Estos dos solda-
dos se dieron tan buena maña , que pasando por medio
del campo de los moros , fueron á Granada y dieron
aviso á don Juan de Austria del estado del cerco ; mas
ya se tenían otros avisos por espías , y se aparejaba el \
duque de Sesa para ir á hacer el socorro , como diré- i
mes en el siguiente capítulo. j
CAPITULO XIV. ¡
Cómo el duque de Sesa salió á socorrer á Órgiba, y cómo Aben
Aboo alzó el cerco y le fué á defender el paso. i
Como se supo en Granada el aprieto en que estaba I
órgiba, el duque de Sesa, á quien estaba cometido el I
socorro, salió con la gente de guerra que había en la !
ciudad y en los lugares de la Vega, y fué al Padul, y de |
allí pasó al lugar de Acequia. Por cabo de la infantería |
iba don Pedro de Vargas , y de los caballos don Miguel |
de León; y capitanes eran don Jerónimo Zapata y Ruy I
Díaz de Mendoza. En este alojamiento se detuvo mu- I
chos días, así por aguardar que llegase la gente de la '
Andalucía que don Juan de Austria había enviado á pe-
dir aquellos días para que llevasen los moriscos que ha-
bían quedado en Granada, como porque le dio la en-
fermedad de la gola , y don Juan de Austria quiso en-
viar á Luis Quíjadií en su lugar, mas luego mejoró.
Siendo pues avisado Aben Aboó que el Duque estaba
en campaña y que iba á socorrer aquel presidio, al oc-
tavo día acordó de alzar el cerco y salir á esperarle en
el paso de Lanjaron para defenderle la entrada y pelear
con él con ventaja de sitio. Y porque los cercados no le
sintiesen partir, levantó el campo á medía noche, y tan
á la sorda , que no se entendió en el fuerte hasta otro
día de mañana, que Francisco de Molina, viendo que no
bulha cosa viva en el campo, hizo abrir una puerta que
salía á los fosos del agua, y envió al alférez Portillo á
reconocer las trincheas de los enemigos , el cual refirió
cómo se habían ido. Esta fué una alegre nueva para los
cercados, y dando muchas gracias á Dios por verse li-
bres de aquel peligro , salieron á los alojamientos,
donde hallaron muchos cuartos de carne y otras cosas
de comer que se habían dejado con la priesa de la par-
tida, y lo recogieron todo ; y echando la acequia en los
fosos, los tornaron á henchir de agua, porque, como
queda dicho, tenían ya mucha falta della. Luego en-
vió Francisco de Molina otros dos soldados con segundo
aviso á don Juan de Austria de como el enemigo había
alzado el cerco , y entendía que se iba á poner en la
sierra de Lanjaron para defender el paso á la gente del
socorro. En este tiempo, los dos soldados que habían
ido primero á Granada volvieron á órgiba con la res-
puesta de don Juan de Austria , en que decia que se
había tratado en el Consejo de retirar aquel presidio y
dejar el fuerte, y que no se había acabado de tomar re-
solución hasta ver su parecer; por tanto, que avisase
luego, y si le parecía que convenia defenderle, enviase
las causas, con relación de la gente y de las otras cosas
que serían menester para ello. A esto respondió Fran-
cisco de Molina que al servicio de Dios y de su majes-
tad convenia que aquel fuerte se sustentase por mu-
chos respetos, y especialmente porque los moros co-
brarían ánimo viéndole retirar; que conforme á esto le
parecía que se debía socorrer con brevedad, y llegando
la gente del socorro, podría quedar el número que pa-
reciese suficiente para defenderle. Mas este parecer no
fué aprobado; antes el Consejo se resolvió en que se
desamparase, retirando la gente que había dentro, por
ser lugar mas costoso que provechoso , y no de mo-
mento para el enemigo. Después desto tuvo otra carta
del duque de Sesa con los segundos soldados, en que
decia que, habiendo llegado hasta el lugar de Acequia
para socorrer aquella plaza, estaba aguardando que lle-
gase la gente que venía de las ciudades para ir adelan-
te, y que le avisase luego para cuantos dias tenia de
comer, porque para el día y hora que le dijese iria á sa-
carle de allí , como estaba acordado, advirtiéndole que
estuviese á punto para retirarse con brevedad , porque
no llegaría mas que hasta el barranco de Lanjaron. El
cual le respondió que tenia solo pan para cinco días, y
que para cualquiera hora que fuese menester estarín
apercebído ; mas que habia en el fuerte ochenta solda-
dos heridos y enfermos, y algunas mujeres y niños, y
otras muchas cosas de munición , que para llevarlo se-
ria necesario llegar hasta el lugar de Órgiba con algu-
nos bagajes. Dejemos agora á Francisco de Molina en
Órgiba, y digamos lo que sucedió en Acequia al campo
del duque de Sesa estos días.
CAPITULO XV.
Cómo Aben Aboo, procurando que nuestro campo no pnsnso
á socorrer á Órgiba, peleó con él entre Acequia y Lanjaron.
Usaba de muchas mañas Aben Aboo para entretener
al duque de Sesa que no pasase á socorrerá órgiba,
porque entendía que los cristianos que estaban dentro
no podían dejar de perderse muy en breve, faltándoles
los bastimentos. Hacía grandes representaciones de
gentes por aquellos cerros, fingía cartas exagerando el
poder de los moros, y aun echaba fama que ya era per-
dido el fuerte y que eran muertos todos los cristianos
de hambre. Estas cosas divulgaban los moriscos de paz
en Granada, las espías en el campo, y los unos y los
otros tan disimuladamente, que tenían suspenso al du-
que de Sesa, no se determinando sí pasaría con la gente
que allí tenia, ó si esperaría la que venia de las ciuda-
des, que no acababa de llegar. Estando pues con esto
cuidado , deseoso de prender algún moro de quien to-
mar lengua, Pedro de Vilches, Pié de palo, se le ofreció
que se lo traería, dándole licencia para ello. Quisiera
el Duque excusarle de aquel trabajo, por ser hombre
impedido y hacer la noche escura y tempestuosa de
agua y viento ; mas el animoso Vilches porfió tanto con
él, y la necesidad era tan grande, que hubo de darle la
hcencia que pedía, enviando con él á Francisco de Ar-
royo, otro cuadrillero, con su gente. Los cuales salieron
á prima noche , y emboscándose con los soldados en
unas trochas que sabían , cuando vino el día tenían ya
presos seis moros que venían hacia donde estaba Aben
20S
LUIS DEL MARMOL CARVAJAL.
Aboo con carfas suyas. Con esta presa volvieron al
campo; y queriendo saber el duque de Sesa lo que se
conícnia en aquellas cartas, porque estaban en arábigo
y no habia allí quien las supiese leer, escribió luego al
IVesidente que le enviase un romanzador que las decla-
rase; el cual envió al licenciado Castillo, que las ro-
manzó, y eran, según lo que después nos dijo, para los
alcaides de Guójar, Albuñuelas y Cuajaras, diciéndoles
que al bien de los moros convenia que recogiesen luego
toda la gente de sus partidos, y se fuesen á juntar con
él, porque queria dar batalla al duque de Sesa, que es-
taba en Acequia con íin de pasar á socorrer á Orgiba,
y sin duda le desbaratarían ; y que se habia dejado de
proseguir en el cerco de Órgiba para venirle á esperar
rn el paso; y que los cristianos quedaban ya de manera,
que no podrían dejar de perderse brevemente. Y en la
<'arta que iba para el alcaide Xoaybi de Cuéjar decia
otra particularidad mas: quesalicse con seis mil moros
(ic los que allí tenia, y tomando el barranco entre Ace-
quia y Lanjaron, cuando el campo del Duque hubiese
pasado, cortase el camino á las escoltas, que de necesi-
dad habian de ir con bastimento, porque esto solo bas-
taría para desbaratarle. Por otra parte había hecho
que se divulgase en Granada que el fuerte era ya per-
dido y que los cristianos habian sido todos muertos,
para que don Juan de Austria mandase al duque de
Sesa que retirase el campo, ó á lo menos le entretuviese
en aquel alojamiento; y habíalo sabido hacer de ma-
nera que, para que se diese mas crédito, habia escrito
que lo dijese algún morisco á un religioso en forma de
confesión; y estando un día don Juan de Austria solo
en su aposento, llegó á él un fraile á decírselo por cosa
muy cierta. Esta nueva puso en harto cuidado al ani-
moso Príncipe, y mandando juntar luego consejo, pro-
puso lo que el fraile le habia dicho, para ver el remedio
fjue se podría tener; y dando y tomando sobre el ne-
gocio, jamás se pudo persuadir el presidente don Pedro
de Deza á que fuese verdad, diciendo que sin duda era
algún trato de moros ; porque si otra cosa fuera, nó era
posible dejar de haber venido alguna persona que de-
pusiera de vista ; y tanto mas dejó de creerlo cuando
don Juan de Austria le dijo de quién y cómo lo habia
sabido. Dando pues todavía priesa al duque de Sesa
que pasase adelante, determinó de hacerlo ; y enviando
á Pedro de Yilches con ochocientos infantes á que re-
conociese el barranco que atraviesa el camino real y
baja á dará Tablate, le mandó que tomase lo alto del,
y se pusiese donde el camino de Lanjaron liace vuelta
cerca de Órgiba, y desde allí diese aviso á Francisco
de Molina ; y para asegurarle envió luego en su res-
guardo ochocientos hombres, y él siguió con todo el
resto del ejército , que serian poco mas de cuatro mil
infantes y trecientos caballos, sospechando que los
unos y los otros habrían menester socorro. Luego que
los enemigos vieron caminar nuestra gente , repar-
tiendo la suya en dos partes, el Huscein y el Dalí , ca-
pitanes turcos, fueron á encontrará nuestro cuadrillero
con la una , y la otra quedó de retaguardia ; y encu-
briéndose los delanteros, antes de llegar á ellos co-
menzó Dali á mostrarse tarde y á entretenerse escara-
muzando; y entre tanto apartaron seiscientos hombres,
trecientos con el Rendati, para que se emboscase á las
espaldas, y trecientos con el Macox, que fuese encu-
biertamente á ponerse junto al camino de Acequia ,
donde dicen Ca/aíeí Ilaxar, que quiere decir atalaya de
las piedras: cosa pocas veces vista, y de hombres muy
práticos en la tierra, apartarse con gente estando es-
caramuzando, y emboscarse sin ser sentidos delosqi:(5
estaban á la frente ni de los que venian á las espaldas.
Cayó la larde, y cargó Dali reforzando la escaramuz;i
á la parte del barranco cerca del agua, de manera qu*'
á los nuestros pareció retirarse hacia donde entendió n
que venia el Duque. A este tiempo se descubrió el Ren-
dati, y fué cargando sobre ellos ; los cuales, hallándose
lejos del socorro y viendo que cerraba ya la noche, se
retiraron á un alto cerca del barranco con propósito
de parar allí hechos fuertes ; y pudieran estar seguros,
aunque con algún daño, si el capitán Perca, natural de
Ocaña , tuviera sufrimiento ; mas en viendo el socorro
que les iba, desamparó el cerró, y bajando el barranco
abajo, fué seguido de los enemigos y muerto peleando
con parte de los soldados que iban con él. Los otros
pasaron adelante, siguiéndolos los moros, hasta que
llegaron donde estaba el Duque ya anochecido , el cual
los socorrió y retiró; mas dando en la segunda embos-
cada del Macox , y hallándose por una parte aprelado
de los enemigos, y por otra incierto del camino y de la
tierra, con la escuridad y confusión, y con el miedo de
la gente que le iba faltando, fué necesario hacer frente
al enemigo con su persona. Quedaron con ei Duque
don Gabriel de Córdoba y don Luis de Córdoba , y don
Luis de Cardona, Pagan de Oria, hermano de Juan An-
drea de Oria, y otros caballeros y capitanes, muchos
de los cuales se apearon con la infantería, y con la
mejor orden que pudieron se retiraron al alojamiento
casi á media noche. Hubo algunas opiniones que si los
moros cargaran como al principio, corrieran peligro
de perderse todos los nuestros ; mas el daño estuvo en
que Pedro de Vilches partió á hora que no le bastó al
Duque el día para llegar á órgiba ni para socorrer,
porque le faltó el tiempo: cosa que engañó á muchos
en el reino de Granada, que no le median bien por la
aspereza de la tierra, hondura de barrancos y estre-
chura de caminos. Murieron cuatrocientos cristianos y
hubo muchos heridos, y perdiéronse muchas armas,
según lo que los moros decían; pero según nosotros,
que en esta guerra nos enseñamos á disimular y encu-
brir la pérdida, solos sesenta fueron los muertos, no
con poco daño de los enemigos y con mucha reputación
del Duque, que de noche, sospechoso de la gente,
apretado de los enemigos, impedido de la persona,
tuvo libertad para poner en ejecución lo que se ofrecía
proveer á todas partes, resolución para apartar los ene-
migos y autoridad para detener á los soldados, que ha-
bian ya comenzado á huir.
CAPITULO XVI.
Cómo Francisco de Molina dejó el fuerte de Órgiba , y se retiró
con toda la gente á Motril , y el duque de Sesa se volvió á Gra-
nada.
En este tiempo Francisco de Molina , viendo qiie los
cinco días en que el duque de Sesa había enviado &
decir que le socorrería eran ya pasados, y otros cinco
mas, considerando que, pues su entrada no era para
mas efeto que para sacarle de allí , podría excusarse
con salir él; el proprio día que recibió ia carta última,
REBELIÓN Y CASTIGO DE LOS MORISCOS DE GRANADA.
209
tomando consigo á los capitanes Juan Alvarez de Bo-
liorques y Gaspar Maldonado y otros tres de á caballo,
salió á reconocerel sitio donde se habia puesto el cam-
po del enemigo ; y pasando por muclias centinelas de
moros que estaban puestas por aquellos cerros , lle-
gó basta el castillo de Lanjaron, dos leguas de Órgiba,
donde habia una escuadra de soldados á su orden ; á
los cuales preguntó qué nuevas tenían del campo délos
moros ; y diciéndole que no sabian mas de que todos
aquellos cerros estaban cubiertos dellos , considerando
que su intento no era mas que defender aquella entra-
da , volvió luego al fuerte por otro camino ; y aquella
misma noche hizo calentar con las astas délas picas y
alabardas de la munición unas piezas de artillería de
campaña que habia dentro ; y haciéndolas pedazos, en-
terró el metal y otras cosas de peso, que entendió que
no se podían llevar. Y haciendo subir ios enfermos y
heridos y algunas mujeres en los caballos de los escu-
deros, lo mejor que pudo, tomando por estandarte un
crucifijo , á quien todos se encomendaron con mu-
cha devoción, sin hacer ruíilo con las cajas, sacó toda
la gente del fuerte á las diez de la noche , y caminó la
vuelta de Motril, llevando las cruces , los retablos y los
ornamentos de la iglesia consigo. Dejó cuatro soldados
en la torre de la campana, con orden que tañesen siem-
pre, como se tenia de costumbre, hasta que la gente se
hubiese alargado de la otra parte del rio; y que en
viendo cierta señal que se les baria con fuego , se re-
tirasen. Desta manera se fueron todos por el camino de
Motril , sin hallar quien les hiciese estorbo , donde lle-
garon otro día de mañana ; y se excusó la entrada del
duque de Sesa por entonces, dejando burlado al ene-
migo. Llegada nuestra gente á vista de Motril , los de
la villa estuvieron harto temerosos , creyendo que eran
moros, porque la mesma noche que salieron de órgi-
ba liabian venido los enemigos de Dios á dar en lasca-
ses del barrio de los moriscos, y se los habían llevado
á la sierra , á unos por fuerza y á otros de grado , y ha-
bían peleado buen rato con los cristianos, que tenían
barreadas las bocas de las calles , y las mujeres y niños
metidos en ía iglesia , que es á manera de una fortale-
za. Mas cuando supieron que eran los soldados de ór-
giba, no se puede encarecer el contento que recibieron,
así por verlos libres del cerco, como por entender que la
villa estaría guardada ; y porque tenían falta de basti-
mentos, y los nuevos huéspedes llevaban pocos, acorda-
ron luego de salir á buscar qué comer á los lugares de
Lóbras, Patabra y Mulvízar. Otro día siguiente salió el
capitán Juan Alvarez de Bohorques con la gente de á
caballo y algunos arcabuceros de á pié , y dando sobre
ellos , los saqueó , y recogió muchas cosas de comer y
cantidad de paja , que era lo que mas habían menester
páralos caballos; mas no Uizo daño á los moros en sus
personas, porque tuvieron aviso de como iba , y se su-
bieron á la sierra. Cuando don Juan de Austria supo lo
que Francisco de Molina habia hecho, loó mucho su
buena diligencia; y mandándole que se quedase en Mo-
tril por cabo de la gente de guerra que allí había , hizo
hartos buenos efetos en los moros ; y cuando hubo de
ir al rio de Almanzora , le mandó que fuese á servir
aquella jomada. Por otra parte, el duque de Sesa, que
todavía estaba con su campo en Acequia , viendo que
ya no habia para qué pasar adelante dio vuelta hacía
las Albuñuelas, donde se habían recogido muchos mo-
ros, y acabando de desiruir aquellos lugares , dejó allí
mil hombres de presidio, y se fué á Granada. El pri-
mero que dio aviso cómo Francisco de Molina habia de-
jado á órgiba y retirado la gente á Motril, fué un cris-
tiano captivo que acudió á la Calahorra, y dijo al mar-
qués de los Vélez como los moros habían hecho gran-
des alegrías por toda la Alpujarra, y que era tan grande
su regocijo , que se habia descuidado su amo con él ,
y había tenido lugar para poder huir ; el cual despachó
kiego con la nueva á su majestad y á don Juan de
Austria.
CAPITULO XVII.
Cóííio Jerónimo el Maleh alzó I» villa de Galera, y cómo los do
Güéscar fueron á socorrer unos soldados que se hicieron fuer-
tes en la iglesia.
La villa de Galera era de don Enrique Enriquez, ve-
cino de Baza ; el cual á pedimento de los proprios veci-
nos, que todos eran moriscos, para defenderlos si vi-
niesen algunos moros á hacerles que se alzasen , habia
enviádoles sesenta arcabuceros con Almarta, su criado,
encargándoleque no los alojase en las casas, porque no
diesen pesadumbre á los moriscos ; el cual estaba alo-
jado con ellos en la iglesia , que está fuera de la villa á
la parte del cierzo, en un llano que se hace entre las ca-
sas y el rio. La torre del campanario era fuerte , y en
ella tenia su centinela de noche y de dia. Andaba en
este tiempo Jerónimo el Maleh con otro campo de mo-
ros á la paríe del rio de Almanzora y Baza, solicitando
todos los pueblos de moriscos á rebelión , y haciendo el
daño que podía en los cristianos, y traía consigo un ca-
pitán turco llamado Caravajai con docientos escopete-
ros berberiscos; y queriendo levantar á Galera, para
recoger allí la gente de Orce y Castilleja , por ser sitio
fuerte, del cual haremos adelante mención, los vecinos
se excusaban con decir que no podían alzarse mientras
Almarta estuviese allí con aquellos soldados ; y para
quitárselos de delante, habia metido secretamente en
!a villa docientos moros armados que los matasen;
cosa que pudiera hacer coii mucha facilidad, según
estaba Almarta confiado de que no le harían traición,
porque subían cada mañana los soldados de dos en dos
y de tres en tres ala plaza á comprar bastimentos, tan
descuidados como si todos fueran unos, ellos y los ve-
cinos. Ordenaron pues los enemigos de Dios de poner-
se una mañana á trechos por las calles y por las casas,
y como fuesen subiendo los soldados , matarlos, y acu-
dir luego á la iglesia y ponerle fuego para quemar á los
que hubiesen quedado dentro. Estando pues con esta
determinación la noche antes del dia que liabian de ha-
cer el efeto, un moro llamado Anrique, natural de Pur-
chena , de los cfiie el Maleh habia enviado , que habia
sidomonfí en tiempo de paces, pareciéndole que era
buena coyuntura la que se ofrecía para alcanzar gracia
y perdón de sus culpas, determinó de meterse en la igle-
sia , y dar aviso á los cristianos del engaño que les te-
nían ordenado ; y arrojándose por la ventana de una
casa , aunque fué sentido de las centinelas y de otros
moros sus compañeros, que salieron en su seguimien-
to y le descalabraron , todavía corrió mas que ellos, y
se metió con los cristianos en la iglesia , y les descubrió
lo que tenían acordado para matarlos, y cómo habia
300
LUIS DEL MARMOL CARVAJAL.
en la villa docientos moros que el Malelí había euviudo,
y que él era uno dellos. Almarta le agradeció mucho
el aviso, y envió luego dos soldados á Güéscar, que es-
tá una legua de allí, pidiendo al alcaide Francisco de
Villa Pecellin , caballero del hábito de Calatrava y go-
bernador de aquel estado, que es del duque de Alba, y
al doctor Huerta, alcalde mayor, que le socorriesen con
alguna gente para poderse retirar con la poca que te-
nia consigo. Los cuales juntaron á gran priesa los ca-
ballos y peones, y fueron á Galera ; mas ya cuando lle-
garon la villa estaba alzada y los moros tenían cerca-
da la iglesia , y la habían combatido y puéstole fuego
para quemarla ; y como los de Güéscar llegaron , se
retiraron escaramuzando hacía la villa; de manera que
los cercados tuvieron lugar de poder salir por unas ven-
tanas que salían hacía el río con igual trabajo que peli-
gro ;ysin hacer olro efeto mas que retirar aquella
gente , se volvieron el mesmo día á Güéscar, dejando
aquella villa alzada y puesta en arma, con propósito de
volver mejor apercebidos sobre ella.
CAPITULO xviir.
Cómo la gente de Güéscar volvió sobre Galera , y volviendo desba-
ratados, quisieron matarlos moriscos que viviaii en Güéscar.
Vuelta nuestra gente á Güéscar, creció tanto la ira
popularen ver la insolencia con que se habían alzado
los de Galera , y el trato que aquellos moros tan regala-
dos de su señor tenían hecho para matar á los soldados
que les había enviado para que los defendiesen, que
indignados contra toda la nación morisca, quisieron ma-
tar á los que vivían entre ellos, y saquearles las casas
antes que viniesen á hacer otro tanto. Y como anduvie-
se este ruido entre la gente común, el comendador Pe-
cellin recogió todos los moriscos en las casas de las
tercias, que son unos alholís muy grandes, donde se en-
cierra el pan que pertenece al duque de Alba de sus ren-
tas , dejando solas las moriscas en las casas. Apaciguó-
se el pueblo por entonces con esperanza de saquear á
Galera ; y enviando á llamar á los vecinos de la villa de
Bolteruela para que los acompai'iasen , fueron luego á
hacer el efeto , aunque confusa y desordenadamente,
como hombres que llevaban menos celo y mas cudicia
de la que era menester en aquella coyuntura. Llegados
á Galera , pelearon dos días con los moros sin hacer na-
da ni quererse retirar ; y viendo la resistencia que les
hacían , y que sería menester mas fuerza de gente, en-
viaron á pedir socorro á don Antonio de Luna, que,
como queda dicho, estaba por cabo de la gente de guer-
ra de Baza. En este tiempo doña Juana Fajardo viuda,
mujer de don Enrique Enriquez, porque no le saquea-
sen aquellos vasallos , entendiendo poderlos apaciguar,
envió á don Antonio Enriquez, su cuñado, con algunos
caballos, á que les hablase de su parte, y les persuadie-
se á que dejasen las armas y se redujesen al servicio
de su majestad ; el cual llegó á la villa estando sobre
filos los de Güéscar; y acercándose á las casas, llamó
por sus nombres á algunos de los vecinos que cono-
cía, y les dijo que se maravillaba mucho de ver no-
vedad tan grande en gente que siempre habían sido
leales, y que bien se dejaba entender no ser ellos los
autores de la maldad , sino los moros forasteros
que habían hecho que se alzasen por fuerza ; que el
remedio estaba en la mano, porque él venia á defen-
derlos, y á dar orden como tampoco recibiesen daño
de la gente de guerra ; por tanto les rogaba que , ase-
gurando sus cabezas, volviesen al servicio de su majes-
tad , y que él haría con los de Güéscar que se volviesen
á sus casas sin que el daño pasase mas adelante. Des-
tas palabras escarnecieron los bárbaros ignorantes,
engañados de su propria confianza y de la que les
ponian los turcos que estaban con ellos ; y sin dejar
hablar á los llamados, algunos de los moros berbe-
riscos respondieron que los de aquella villa no cono-
cían mas que á Dios y á Mahoma , y que se quitase de
allí , porque le tirarían con las escopetas. Con esta res-
puesta se airaron nuestros cristianos de manera , que
quisieron luego combatir la villa contra la voluntad
de los capitanes , á quien don Antonio Enriquez hacía
muchos requerimientos que no lo consintiesen, di-
ciendo que él haría con los moriscos que se rindie-
sen , porque no eran los vecinos , sino los moros fo-
rasteros los que habían respondido de aquella manera;
y al fin pudo tanto la ira en la gente común , poco
acostumbrada á obedecer , que sin aguardar orden se
fueron determinadamente hacia las casas; y subiendo
unos tras de otros por las calles, llegaron hasta cerca
de la plaza con voz de declarada Vitoria ; y si fueran
seguidos de toda la etra gente , pudiera ser que toma-
ran la villa en aquel día, y no costara la sangre que
cosió después ganarla; mas como los capitanes estaban
suspensos , no sabiendo cómo se tomaría aquel hecho,
y detenían la gente, fué necesario que los atrevidos se
retirasen , y á la retirada mataron y hirieron los moros
muclios dellos; los cuales no salieron de la villa, con-
tentándose con lo hecho y con defender sus paredes,
porque tenían mucho temor á los de á caballo. Los cris-
tianos volvieron tan desbaratados á Güéscar y con tan-
ta indignación contra la nación morisca, que entrando
en la ciudad, así hombres como mujeres , comenzaron
á dar voces , diciendo que por qué habían de quedar
vivos los moriscos que Pecellin había recogido en las
tercias, pues los de Galera sus parientes habían muer-
to y herido tantos cristianos, y apellidado el nombre y
seta de Mahoma ; añadiendo á esto que quien los de-
fendía era peor que ellos; y á furia de pueblo corrieron
unos á combatir las tercias, y otros á saquear las casas
de la morería. Los que fueron á las tercias pusieron
fuego á las puertas, porque las hallaron cerradas; y
tirando con los arcabuces por las lumbreras de los só-
tanos, donde los moros estaban metidos, mataron al-
gunos dellos ; y los mataran á todos si el mesmo fue-
go encendido en su daño ne les fuera favorable , por-
que creció tanto la llama con la fuerza del trigo y de la
cebada que allí había , que estando ardiendo las puer-
tas , umbrales y techos, hecho todo una llama, no hu-
bo cristiano que osase entrar dentro, y se quedaron
los moriscos metidos en las Bóvedas. A este tiempo los
que habían acudido á robar las casas de la morería se
llevaron cuanto había en ellas, sin haber quien se lo
contradijese; y como acudiesen también á la fama del
despojo los que combatían las tercias, Pecellin tuvo
lugar de favorecer los moriscos ; y haciendo apagar el
fuego, los sacó de las bóvedas y los llevó á casa de don
Rodrigo de Balboa , y de allí á unos sótanos que había
en el rebellín del castillo, donde los tuvo encerrados
muchos días por miedo que se los matarían, has-
ÍIEDELION Y CASTIGO DE LOS MORISCOS DE GRANADA
ta que su majestad mandó que los metiesen la tierra
adentro con los demás de aquel reino.
CAPITULO XIX.
Cómo el marqués de los Vélez fué avisado que Jerónimo el Maleh
iba á cercarla fortaleza de Oria, y cómo fue luego socorrida.
Sabiendo Jerónimo el MaleJí que en la fortaleza de
Oria habia mucha gente inútil y falta de bastimentos
y de municiones, quisiera mucho ocuparla, por ser plaza
importante para su pretensión; y como anduviese jun-
tando gente y haciendo otras prevenciones, el marqués
de los Vélez fué avisado dello, el cual escribió desde la
Calahorra á Baza á don Juan Enriquez, y á Vélez el
Blanco á don Juan de Haro, ordenándoles que cada uno
por su parte procurasen bastecer con toda brevedad
aquella fortaleza, y que sacasen las mujeres y gente inú-
til que habia ^ientro, y los llevasen á los Vélez y á otros
lugares apartados del peligro, y que si el capitán Va-
lentin de Quirós , cabo del presidio, hubiese menester
mas gente de la que tenia, se la dejasen. Don Juan En-
riquez salió de Baza con ciento y cuarenta de á caballo,
y dando vista al campo del enemigo que andaba junto á
Canilles, envió á don Antonio, su hermano, con ciento y ,
veinte escuderos, y otros tantos costales de harina en i
las ancas de los caballos, la vuelta de Oria, mientras \
hacia representación con los otros veinte, y burlando
desla manera á los moros, hizo el efeto del socorro.
También envió don Juan de Haro cuarenta de á caballo
desde Vélez el Blanco, y con ellos cien arcabuceros, los
cuales entraron en Oria el primero dia del mes de no-
viembre conalgunos bastimentosy municiones, y orden
de retirarla gente inútil que allí habia ; y siendo el Maleh
avisado dello, tomó consigo dos mil moros escogidos,
y á gran priesa fué á tomarles un paso, donde llaman
la boca de Oria, por donde forzosamente hablan de vol-
ver á Vélez el Blanco, Y pudiera ser que hiciera mucho
daño, si no fuera por la diligencia de un clérigo llamado
Martin de Falces, beneficiado de Vélez el Blanco, hom-
bre aficionado á la caza de montería, y por esta razón
muy platico en toda aquella tierra; el cual quiso ir á
reconocer el camino antes que partiese la gente de Oria,
y dando con la emboscada de los moros, volvió luego á
los capitanes, y les requirió que no partiesen de allí
hasta tanto que el paso estuviese desembarazado, ó hu-
biese mayor número de gente con que poder pasar. Con
este aviso se detuvo la escolla, y los capitanes escri-
bieron luego á don Juan de Haro el estado en que que-
daban, para que diese orden como asegurarles el ca-
mino. Luego escribió don Juan de Haro al cabildo de
la ciudad de Lorca , avisando del peligro en que esta-
ban aquellos cristianos, y pidiendo que le acudiesen con
el mayor número de gente que ser pudiese, porque con-
venia socorrer aquella fortaleza, y desocupar el paso que
el enemigo tenia tomado á la escolta. Y como la carta
fuese con alguna manera de superioridad, los regidores,
enfadados de ver el término con que escribía , respon-
dieron que enviarían primero á Murcia y á Caravaca,
para que se recogiese la gente, y que venida, harían el
socorro. Luego se entendió en Vélez el Blanco la causa
porque no habían acudido los de Lorca , y las hijas del
marqués de los Vélez, doncellas discretas y de mucho
valor, escribieron por su parte á la ciudad y al doctor
Huerta Sarmiento, alcalde mayor, representando la rau-
30i
cha necesidad que había de que fuese socorrida la gente
que estaba en Oria, y encargándoles que fuese con toda
brevedad. Y juntándose sobre ello otra vez á cabildo,
aunque de doce regidores fueron los ocho de parecer
que todavía se dilatase el negocio hasta que la gente
de Murcia y de Caravaca viniese, el alcalde mayor no
quiso arrimarse á los mas votos, sino acudir á la nece-
sidad presente ; y luego hizo avisar á las villas de los
Alumbres, Totana y Librilla, para que fuesen á espe-
rarlo en Vélez el Blanco, y recogiendo la gente de líi
ciudad, partió de Lorca á 5 días del mes de noviembre,
con ochocientos infantes y cien caballos. Capitanes
de la infantería eran Juan Navarro de Alba, Juan Hé-
lices Gutiérrez y Diego Mateo de Guevara, y de los ca-
ballos Juan Hernández Manchíron. Con esta gente llegó
el alcalde mayor á Vélez el Blanco, y se alojó fuera de
la villa en el arrabal, en las casas de los moriscos, que
según pareció, tenían liada la ropa para caminar á la
sierra, y habia dentro de las casas algunos moros de
los alzados de las Cuevas , que aguardaban un capitán
moro llamado Francisco Chelen , que habia de ir á le-
vantarlos. En este alojamiento estuvieron los de Lorca
hasta que llegó la gente de los Alumbres, Totana y Li-
brilla; y á 10 días del mes de noviembre partieron con
toda la gente en ordenanza, y fueron á dormir aque-
lla noche á Chíríbel , llevando cantidad de bagajes car-
gados de bastimentos y municiones para dejar en
Oria. Enviaron delante dos hombres pláticos en la tier-
ra, que reconociesen aquel paso, con orden que vol-
viesen luego al amanecer del día por el mesmo cami-
no. Estos hombres pasaron tan adelante, que cuando
quisieron tornar á dar aviso, no pudieron, porque los
moros les tomaron el paso; y metiéndose por aquellas
sierras, fueron á parar desde á cuatro días á Lorca. El
alcalde mayor, viendo que no venían, como se les habia
ordenado, llevando sus descubridores delante, prosi-
guió su camino, y cuando llegó al paso, halló que los
moros se habían retirado aquella noche ; y entrando pa-
cíficamente en Oria, metió los bastimentos y municio-
nes que llevaba, y sacó toda la gente inútil que allí ha-
bía, y la envió á los Vélez y á otros lugares ; y dejando
la plaza proveída, fué de vuelta sobre Cantería, y que-
mó á los moros una casa de munición que allí tenían, y
peleó con ellos y los venció, como se dirá en el siguiente
capítulo.
CAPITULO XX.
Cómo la gente de Lorca, habiendo socorrido á Oria, y pasando á
Cantória, quemado á los moros la casa de munición que allí te-
nían, de vuelta pelearon con ellos y los vencieron.
Habiendo los de Lorca socorrido la fortaleza de Oria,
y sacado la gente inútil que allí había, quisieran mu-
cho ir luego sobre la villa de Galera, sabiendo que los
moriscos della estaban alzados, y el daño que habían
hecho en los de Güéscar ; y juntándose con los capita-
nes á consejo, no vinieron en ello, diciendo que no ha-
bían salido por aquel efeto, ni era bien poner el estan-
darte de su ciudad debajo del de don Antonio de Luna
sin orden de su majestad. Y siendo avisados que en la
villa de Cantória había muchas mujeres, ropa y gana-
dos, y que tenían los moros una casa de munición,
donde hacían pólvora, acordaron de ir sobre ella ; y re-
partiendo munición álos arcabuceros^ á media noclití
302
salieron de Oria con propósito de llegar á darles una
alborada, por estar Cantória cuatro leguas de allí; mas
es tan áspero el camino, que no pudieron llegar hasta
que ya ora alto el dia , porque les amaneció en Parta-
loba, y bailando los moros apercebidos, pasaron con la
gente en ordenanza por las huertas, y caminando por
el rio abajo, descubriéronla fortaleza de Cantória, y vie-
ron estar en la muralla y sobre los terrados mucha gente
haciendo algazaras con instrumentos y voces que atro-
naban aquella tierra, y muchas banderas tendidas por
las almenas; los cuales comenzaron luego á tirar con
dos tirillos de artillería que tenian. El alcalde mayor
envió una compañía de arcabuceros por una ladera ar-
riba i'i que tomase un peñón que está á caballero de la
fortaleza ; y con toda la otra gente se arrimó á la puerta
del rebellin , y comenzó á pelear con los de dentro, que
se defendían con escopetas y ballestas y hondas. Duró
la pelea desde las siete de la mañana hasta las dos de
la tarde. En este tiempo nuestra gente ganó el peñnn,
y teniendo desde allí la muralla y los terrados á ca-
ballero, que no se podía encubrimadie de los que anda-
han de dentro, mataron algunos moros, y tuvieron lu-
gar de poder llegar los que estaban con el alcalde ma-
yor á desquiciar las puertas primeras del rebellin con
rejas de arados y con hazadones y hachas , donde los
moros tenian metido todo el ganado. Y entrando den-
tro, aunque de las saeteras y traveses del muro princi-
pal herían algunos soldados, se metieron en la casa de
la munición que estaba entre los dos muros, y desbara-
taron el ingenio de reíinar el salitre y de hacer la pól-
vora, y pegaron luego al edificio y lo quemaron todo.
Y porque no se podia entrar la fortaleza sin artillería
ó escalas, sacaron dos mil y setecientas cabezas de ga-
nado menudo y trecientas vacas, y se retiraron. Y en-
viando delante á Martin de Molina con treinta caballos
y trecientos peones , que se alargase con la cabalgada y
procurase llegar aquella noche al lugar de Giiércal de
Lorca, porque se tuvo entendido que acudirían mu-
chos moros, según las grandes ahumadas que hacían,
llamándose unosá otros por todo el rio de Almanzora,
caminó luego el alcalde mayor con toda la otra gente;
y como cerca del lugar de Alboreas se descubriesen
cantidad de enemigos, que venian al socorro de Cantória ,
del rio de Alaianzora, y hallando nuestra gente relira-
da, la seguían, estuvo un rato hecho alto para que el
ganado tuviese lugar de alargarse ; y entre tanto envió
algunos caballos á reconocer qué gente era la que pa-
recía, y tras del los fué él proprio, y reconoció cuatro
banderas de moros que iban algo arredradas, y parecía
que caminaban á meterse en las huertas de Alboreas,
donde habla un paso peligroso por la espesura de las
arboledas y de las acequias que cruzaban de una parte
á otra sin puentes. Y temiendo que si los moros toma-
ban aquel paso podrían hacerle daño, porque de nece-
sidad habían de ir las hileras desbaratadas, hizo mues-
tra de aguardarlos para pelear á la entrada de las huer-
tas. A este tiempo habia pasado ya la presa de la otra
parte de las huertas, y los moros, teniendo entendido
que pues aquella gente hacia alto para pelear, debía te-
nerles armada alguna emboscada, dejando el camino
del rio, que llevaban, subieron á gran priesa por emcíma
de una venta que dicen de Bena Romana , y desde allí
comenzaron á arcabuceará nuestra retaguardia. En este
LüIS DEL MARMOL CARVAJAL.
lugar quisieran los do Lorca dar Santiago en los enemi-
gos; mas el alcalde mayor no lo consintió, diciendo que
pasasen adelante; que 61 les daría orden para ello en
hallando disposición de sitio donde los caballos se pu-
diesen revolver. Y habiendo pasado la venta y atrave-
sado el rio y un lodazar grande que se hacia par della,
llegando como medía legua adelante cerca de donde
dicen el Corral, puso toda la gente en orden de batalla.
Los enemigos llegaron hechos una grande ala, y como
práticos en la tierra, enviaron tres turcos de á caballo
y cinco moros de á pié que descubriesen nuestras orde-
nanzas y viesen la orden que llevaban y el sitio y dispo-
sición en que estaban puestos; porque, como habían ve-
nido hasta allí algo arredrados, aun no sabían bien con
quién habían de pelear. Y habiéndolos reconocido y
descubierto una emboscada de infantería y de caballos
que el capitán Diego Mateo les habia puesto á un lado
del camino, pareciéndoles que era poca gente, según
la mucha que ellos traían , acometieron con grandes
alaridos, disparando sus escopetas y ballestas; mas los
hombres de Lorca, acostumbrados ano temer, habiendo
hecho su oración yencnmendádoseá Dios, dieron San-
tiago en ellos, y la caballería procuró atajados y entre-
tenerlos con su acometimiento mientras llegaba la in-
fantería ; y fué tan grande el ímpetu de los unos y de
los otros , que no tuvieron lugar de tirar mas que una
rociada de arcabucería, porque llegaron luego á las ma-
nos; y peleando esforzadamente caballos y peones,
mataron algunos turcos y moros que venian de vanguar-
dia, y pusieron los otros en huida, y les tomaron cinco
banderas. Peleó este dia un moro que llevaba la una
destas banderas admirablemente , el cual estando pa-
sado de dos lanzadas y teniéndole atravesado con la
lanza el alférez de la caballería, con la una mano asida
de la lanza del enemigo, y la otra puesta en la bandera,
estuvo gran rato Udiando, hasta que el alcalde mayor
mandó á un escudero que le atropellase con el caballo,
y caido en el suelo, jamás pudieron sacaríe de las ma-
nos la bandera mientras tuvo el alma en el cuerpo. Es-
tas banderas eran de los lugares de Códbar, Lijar, Al-
bánchez , Purchena , Serón , Tavernas, y Benitagla, y
venia con ellas un hijo del Maleh. Siendo pues los mo-
ros vencidos, y muertos mas de cuatrocientos y cincuen-
ta dellos, los otros se derríbaron por unas ramblas abajo,
y por ser ya noche, no pudieron seguir los nuestros el
alcance. Murieron de nuestra parte dos soldados, y hu-
bo herídos treinta y siete, y entre ellos cinco escu-
deros y catorce caballos muertos : algunos desbarrígó
un moro al pasar por junto á una paredeja de piedra,
estando cubierto con ella, con una lanzuela en la mano.
Y siendo ya anochecido, caminaron á paso largo hasta
alcanzar á Martin de Molina, y aquella noche se aloja-
ron en Güércal de Lorca con buenas guardas y centi-
nelas. Allí recibió el alcalde mayor una carta de su ca-
bddo, encargándole que volviese á poner cobro luego en
aquella ciudad, porque habia cada hora rebatos de mo-
ros; á la cual no quiso responder más de enviará Mar-
tin de Molina y á Pedro de Oliver con las nuevas del
buen suceso. Otro día á 13 de noviembre caminó la
vuelta de Lorca, donde fueron todos alegremente re-
cebidos de los ciudadanos; y las banderas que se gana-
ron á los moros quedaron por trofeo en aquella ciudad
en memoría desta Vitoria, y votó el cabildo de los regi-
UEDELION Y CASTIGO DE LOS MORISCOS DE GRANADA.
303
(lores de celebrar cada ano la fiesta de señor sanMi-
llan, por haber sido en el dia de su festividad.
CAPITULO XXI.
De algunas provisiones que don Juan de Austria hizo á la parte
de Granada estos días, por los daños que los moros de Guéjar
hacían.
La dilución en las provisiones de la guerra que de
nuestra parte se habian de hacer , causaba mayor atre-
vimiento á los rebeldes. Habíanse recogido en Guéjar
con Pedro de Mendoza el Hoscein tantos moros , que
demás de la gente del presidio que allí tenia , que eran
seiscientos hombres, se juntaban algunas veces tres y
cuatro mil con los capitanes Xoaybi , Choconcillo , el
Macox y el Mojájar, y otros que se mudaban á tempo-
radas, por la comodidad que tenían en la aspereza de
aquellas sierras para salir á robar y poderse retirar á
su salvo ; y como desasosegasen á Granada , llegando á
todas horas cerca de los muros de la ciudad , don Juan
de Austria puso alguna gente de guerra en presidios, con
que asegurar la tierra y excusar los daños que hacían.
A los lugares de Pinos y Cenes, que están en la ribera
de Geni!, envió dos compañías de infantería. En el cer-
ro del Sol se pusieron dos cuadrillas de las ordinarias,
porque desde aquella cumbre alta se descubren todos
los cerros que hay hasta la sierra de Guéjar. Hizo alzar
un muro de tapias, que atravesaba por la ermita do los
Mártires , y cerraba toda la entrada de la loma por aque-
lla parte; y en la ermita hacia cuerpo de guardia una
compañía , otra en Antequeruela , y otra en la puerta
de los Molinos. Y porque se tardaba en salir , cuando
habia rebatos, la caballería, aguardando orden , mandó
& Tello González de Aguilar que en sintiendo rebato,
á cualquiera bora que fuese , saliese con sus caballos en
busca de los enemigos, y que no perdiese tiempo en es-
perar órdenes. Y para asegurarlas entradas de la Vega,
demás de la gente de guerra que estaba alojada en las
alearías, envió á don Jerónimo de Padilla, hijo de Gu-
tierre López de Padilla , á que se alojase en Santa Fo
con una compañía de caballos, y otra á la villa de Iliz-
naleuz para que asegurase aquel paso. Desta manera
estaba la ciudad de Granada rodeada de presidios, por
razón de la molestia de los moros de Guéjar , cuando don
Juan de Austria propuso un dia en el Consejo cuan im-
portante cosa seria que el marqués de los Vélez, pues
estaba consumiendo los bastimentos en la Calaliorra sin
hacer efeto , fuese á expugnar aquella ladronera con la
gente que allí tenia; y que á la parte de Granada podría
salir otro campo que atajase los enemigos que respon-
diesen por allí, porque no podían en ninguna manera
atravesar la sierra , que estaba cargada de nieve. Y co-
mo pareciese á todos que seria cosa acertada , y fuese
el marqués de los Vélez avisado dello , proviniendo á
la orden, quiso hacer la jornada , y envió secretamente
á Tomás de Herrera á que reconociese el lugar y la can-
tidad de gente que había dentro ; y mientras iba y ve-
nía, escribió á don Rodrigo de Benavides que , dejando
buena guardia en la ciudad de Guadix, se viniese con
toda la otra gente á la Calaliorra, porque pensaba hacer
una importante entrada. Hizo reseña general, y aperci-
bió todas las cosas necesarias para ella; mas venido To-
más de Herrera, fué de calidad la relación que le trajo
que le hizo mudar parecer, fuese por tener poca gente,
siendo menester mucha para cercar y acometer el lu-
gar por diferentes partes, como era necesario que se
hiciese, por estar repartido en tres barrios arredrados
uno de otro , y metidos entre asperísimas sierras, ó por-
que entendió que don Juan de Austria saldría luego do
Granada, y llevando consigo á Luis Quijada, vendrían á
juntarse de necesidad; cosa que él procuraba excusar
todo lo posible. Sea como fuere , él despidió la gente de
Guadix, agradeciendo la voluntad con que habian ve-
nido , y dijo á don Rodrigo de Benavides que breve-
mente le enviaría á llamar para otra cosa de mayor im-
portancia ; y ansí, se dejó de hacer la jornada de Guójar
por entonces, hasta que después hubo de hacerla don
Juan de Austria por su persona.
CAPITULO XXII.
De la entrada que el marqués de los Vélez hizo en el Boloduf.
Cuatro diiis después desto vinieron unas espías al
marques de los Vélez con aviso como Aben Aboo ha-
bia enviado gran número de mujeres á coger la aceitu-
na en los lugares del rio del Boloduí, y ocbocientos
moros de guardia con ellas; y tornando á enviará lla-
mar á don Rodrigo de Benavides con su gente, y á los
caballeros de la ciudad de Guadix, juntó un campo áe.
dos mil y quinientos infantes y trecientos caballos,
con el cual partió de la Calahorra dos horas antes de
mediodía, sin dar parte á nadie de lo que iba á hacer.
Aquella tarde llegó á la villa de Fiñana, y á las nueve
de la noche, cuando entendió que la gente babia ya ce-
nado, mandó tocar las cajas y las trompetas á recoger,
y que luego marchasen los escuadrones de la infantería,
llevando don Pedro de Padilla la vanguardia y donjuán
de Mendoza la retaguardia ; y con la caballería y las
guias por delante tomó la vuelta de Santa Cruz del Bo-
loduí, donde decían las espías quedaban las moras y
los moros que Aben Aboo habia enviado. Este camino
quisiera hacer el marqués de los Vélez con mucha bre-
vedad para ir á amanecer sobre los enemigos , que es-
taban cinco leguas de allí ; mas iban los soldados tan
desmayados de hambre y de enfermedad, y hacia una
noche tan áspera de frío , que no fué posible, especial-
mente habiendo de pasar el rio mas de diez veces por
aquel camino. El cual, viendo que la infantería se iba
quedando y que aclaraba ya el dia, envió á decir á don
Pedro de Padilla que anduviese todo lo que pudiese; y
poniendo las piernas á su caballo, corrió al galope has! a
meterse en la rambla donde están aquellos lugares del
Boloduí y Santa Cruz ; mas con toda esta diligencia,
cuando llegó habian descubierto las atalayas y comen-
zado á hacer ahumadas por las sierras, apellidando la
tierra. Viendo pues que había sido sentido, envió á don
Rodrigo de Benavides con cien caballos por la rambla
abajo ; y atajando él por una vereda harto áspera y fra-
gosa, fué á ponerse encima del lugar del Boloduí sobre
el proprio rio, en un cerro alto que descubría toda aque-
lla tierra. Desde allí hizo ir los caballos en seguimiento
de los moros , que iban huyendo por aquellas sierras ar-
riba, llevando las mujeres por delante; los cuales alcan-
zaron algunos hombres y los mataron, y captívaron
mucba cantidad de moras y tomaron muchos bagajes.
Don Rodrigo de Benavides fué siguiendo el alcance por
la rambla abajo hasta cerca de Guécija , y recogió mu-
chas mujeres, y mató algunos moros de los que habian
304 LUIS DEL MARMOL CARVAJAL.
acudido liácia aquella parte ; porque siendo sobresalta-
dos de aquella manera, huian cada cual hacia donde la
fortuna le echaba , y andaban los cristianos como en
montería tras dellos. En este tiempo los moros que ha-
bla enviado Aben Aboo en guardia de las mujeres acu-
dieron á las ahumadas, y entreteniendo la caballería
con escaramuza, hicieron alguna resistencia , y dieron
lugar á que se pusiesen en cobro muchas dellas. Lle-
gó la infantería como á las nueve de la mañana , y vien-
do el marqués de los Vélez que no era ya de efeto , y
podría serlo si los moros acudiesen , mandó que hiciese
alto en la rambla, puesta en su ordenanza, y que ningún
soldado se desmandase de las banderas, so pena de la vi-
da , hasta que, siendo ya mas de mediodía, hizo que las
trompetas tocasen á recoger. Venia á este tiempo don
Rodrigo de Benavides retirándose poruñas lomas abajo
á dar á un paso , por donde forzosartiente había de bajar
al rio ; el cual era tan angosto , que de necesidad ha-
bían de pasar los caballos uno á uno á la hila, y ve;iían
siguiéndole muchos moros con tanta determinación, que
algunos llegaban á echar mano de las colas de los caba-
llos. Y como el Marqués los vio venir de aquella mane-
ra, mandó á gran priesa que veinte soldados arcabuce-
ros tomasen un cerro, donde le pareció que estarían bien
para asegurar el paso á los nuestros ; los cuales llega-
ron á tan buen tiempo , que repararon el daño , y don Ro-
drigo de Benavides y los que con él venían se pudieron
retirar. Recogida la gente y la presa , mandó el marqués
de los Vélez al auditor Navas de Puebla que con trein-
ta de á caballo fuese á tomar un paso de la vereda , por
donde dijimos que había entrado, temiendo que se irían
por allí los soldados desmandados con las moras, y cau-
sarían algún desorden ; el cual llevó consigo al capitán
Juan Zapata , vecino de Albacete , y otros capitanes sus
amigos ; y deteniéndose en el camino mas de lo que con-
venia , cuando llegó á lo alto halló que los moros le te-
nían tomado el paso; y queriendo romper por ellos para
juntarse con la otra gente , al pasar mataron de un es-
copetazo en la frente al capitán Juan Zapata , y desba-
rataron á los demás. Hubo algunos que acudieron á la
retaguardia de la infantería, donde iba don Pedro de
Padilla; y otros, tomando por guía un escudero que sa-
bia la tierra, volvieron el rio abajo y fueron á parar á la
ciudad de Almería , y con ellos el licenciado Navas de
Puebla. El marqués de los Vélez no pudo volver á socor-
rerlos, aunque se tocó arma , porque iba muy adelante
y se daba priesa por subir á tomar lo alto antes que fue-
Be de noche , y dejar aquellos lugares angostos , donde
no podían los caballos rodearse. Y no siendo mas se-
guido de los enemigos, fué á alojarse aquella noche á la
venta de Doña María, donde estuvieron los soldados con
las armas en las manos, y con una tempestad de nieve
y de viento tan grande , que perecieron de frío algunas
criaturas de las que llevaban las moras. Otro dia pasó á
Fiñana, y allí se detuvo dos días, y al tercero llegó á
la Calahorra. Murieron en esta jornada docíentos mo-
ros , y fueron captivas ochocientas mujeres y niños , y
tomáronse mucha cantidad de bagajes. De los cristia-
nos faltaron diez y ocho, y hubo algunos heridos.
CAPITULO XXIII.
Cómo el marqués de los Vélez tuvo orden de su majestad para
acudir al partido de Baza , y cómo el Malelí fué sobre Güéscar,
y lo que sucedió estos días hacia aquella parte.
Vuelto el marqués de los Vélez á la Calahorra, tuvo
orden de su majestad para ir á lo de Baza , y que con la
gente que allí tenia , y la que había en aquella ciudad á
orden de don Antonio de Luna , y mil hombres que el
marqués de Camarasa había enviado aquellos días de las
villas del adelantamiento de Cazorla , procurase poner
freno al enemigo, que andaba campeando. El cual par-
tió de aquel alojamiento á 23 días del mes de noviem-
bre deste año de 1569, con mil infantes y docientos
caballos, porque ya no le habían quedado mas. Don An-
tonio de Luna salió de Baza con orden de don Juan de
Austria , y volvió á servir su oficio de general de la
gente que estaba alojada en la vega de Granada. El mar-
qués de los Vélez estuvo algunos días en aquella ciudad
apercibiendo las cosas necesarias para ir adelante. Y
en este tiempo Jerónimo el Maleh fué con mas de seis
mil hombres á la villa de Orce , y sacando todos los mo-
riscos que vivían en ella , los envió con sus mujeres y
hijos y bienes muebles á la villa de Galera ; y no pu-
diendo ocupar la fortaleza de Oria , que se la defendió
el alcaide Serna, y le mató algunos moros , pasó á Cas-
tilleja y recogió también los moriscos de aquella villa,
y los metió en Galera; y pensando hacer allí la masa de
la guerra , encerró dentro gran cantidad de trigo , ce-
bada y harina y otros bastimentos. Ordenó un molino
de pólvora , y atajando las calles, comenzó á fortalecer
aquella villa con toda diligencia, entendiendo en la
fortificación aquel capitán turco que dijimos , llamado
Caravajal , que era hombre ingenioso en cosas de guer-
ra; y pareciéndole buena ocasión para ocupar á Güés-
car, fué á ponerse una noche en emboscada en unas
viñas cerca del pueblo con mas de cinco mil hombres,
para en amaneciendo , antes de ser sentido , hallarse en
las calles y casas, y ponerles fuego y cercar la forta-
leza, donde sabía que estaban los moriscos encerrados
en los sótanos ; y cuando no los pudiese sacar de allí
ni ganarla , hacer todo el daño que pudiese en los cris-
tianos y llevarse las moriscas. Sucedió pues que á 18
días del mes de diciembre entre las siete y las ocho ho-
ras de la mañana , estando veinte de á caballo foraste-
ros en la plaza , que habían madrugado para irse á la
fortaleza de Orce , vieron venir corriendo la calle ade-
lante un fraile de santo Domingo , revestido para decir
misa , tocando arma y diciendo que los moros entraban
por las calles; y como se hallaron á punto, juntándose
con ellos otros diez ó doce de á caballo de los vecinos,
corrieron hacía donde les dijo que venían , y cuando ¡le-
garon , andaban ya muchos moros poniendo fuego á las
casas, y apenas habían sido sentidos, porque Güéscar
es un pueblo grande , llano y desparramado , y no tiene
cercado mas que la villa vieja y el castillo , y habían po-
dido llegar encubiertos y entrar por las calles , donde
no había guardias ni defensa de muros que se lo impi-
diese. Mas presto acudió el verdadero muro, que son los
ánimos de los hombres esforzados, y recogiéndose obra
de docientos arcabuceros con calor de la gente de á
caballo, se les opusieron, y pelearon valerosamente
con ellos mas de tres horas , acudiendo siempre gente
REBELIÓN Y CASTIGO DE LOS MORISCOS DE GRANADA.
30:
de refresco en favor de los cristianos, que peleaban por
sus proprias casas , mujeres y liijos ; y al fin los enemi-
gos fueron desbaratados y puestos en huida, con muerte
de mas de cuatrocientos dellos y de solos cinco cristia-
nos. Traia el Maleh docientos turcos escopeteros, que
fueron siempre haciendo rostro mientras su gente se re-
tiraba, y si no fuera por ellos recibiera mucho mas daño ;
el cual se recogió á Galera , y dejando bastante núme-
ro de gente dentro , y á Caravajal con ciento y cuarenta
turcos, pasó con la otra gente al rio de Almanzora.
Los de Güéscar quedaron alegres y muy regocijados,
dando infinitas gracias á Dios por haberlos librado de
aquel peligro y dádoles tan señalada vitoria. Tres dias
después desto les llegó el socorro de Caravaca , Cehegin
y Morataila, que eran cuarenta de á caballo y quinien-
tos infantes muy bien en orden ; y queriendo el alcalde
mayor ir á cercará Galera, le envió á mandar el mar-
qués de los "Vélez que no fuese. Y dende á ocho dias
partió él de Baza con cuatro mil infantes y docientos
caballos , y pasando por junto á Galera , dejó allí al ca-
pitán Diego Alvarez de León con cantidad de gente,
entendiendo que los moros se irían y no osarían aguar-
dar el cerco; y fué á media noche á Güéscar á dar or-
den en las cosas que le pareció convenir. Y dende á tres
dias , viendo que se estaban quedos los moros , salió con
todo el campo y cercó aquella villa, y la batió con seis
piezas de bronce y dos lombardas de hierro, aunque
con poco efeto, porque salían los moros fuera cada dia,
y hacian daño sin recebirlo , y no hubo asalto ni cosa
memorable. Dejémosle agora aquí, y vamos alo que se
hacia á la parte de Granada.
CAPITULO XXIV.
Cómo Tello González de Aguilar desbarató los moros de Guéjar
que venían á correr á Granada.
Estos mesmos dias salieron de Guéjar cuatrocientos
moros con el Choconcillo, y llegaron hasta la casa de
las Gallinas cerca de la ciudad de Granada , dia de San
Nicolás, á 16 de diciembre. Y como las centinelas del
cerro del Sol los descubrieron y tocaron arma, Tello
González de Aguilar salió con los escuderos de Ecija, de
su cargo, por la puerta de Fraxal Leuz, y bajando al rio
Darro, subió luego al cerro donde estaban las cuadri-
llas, y siendo avisado que los moros se iban retirando
la vuelta de Guéjar y que iban cerca de allí, tomó con-
sigo veinte arcabuceros y se puso en su seguimiento.
Los moros iban recogidos, caminando poco á poco , y
como descubrieron los caballos, comenzaron á echar
ahumadas por los cerros, y dando muestras de querer
pelear, reparar en la cumbre de un cerro, haciendo
las algazaras que suelen. Tello de Aguilar, porque ve-
nían los escuderos atrás , que no le habían podido se-
guir mas de veinte caballos , hizo también alto, y man-
dó tocar las trompetas para que se diesen priesa á ca-
minar. No tardó mucho que se juntaron ochenta de á
caballo; y porque algunos decían que detrás del cerro
donde los moros se habían parado había emboscada,
envió dos escuderos que le reconociesen , el uno hacia
el rio Genil , donde habia grandes quebradas, y el otro
á la parte alta del cerro, los cuales partieron sin saber
uno de otro. Y venido el que habia ido á la parte de
Genil , dijo que no habia en todo aquello mas moros de
los que se descubrían; y el segundo diferentemente
H-i.
refirió que habia mas de cuatro mil moros emboscados
detrás del cerro; mas luego se entendió que el prímero
decía verdad , porque si hubiera gente emboscada , era
cierto que los enemigos no hicieran ahumadas; y que
sí las hacian, era llamando socorro. Poniendo pues Te-
llo de Aguilar los caballos en orden , mandó tocar las
trompetas y dio Santiago. Los moros hicieron rostro,
y en la primera rociada de las escopetas, porque no se
les dio lugar á tirar otra, hirieron dos escuderos y ma-
taron tres caballos , y á él le pasaron el adarga por la
embrazadura ; mas luego los atropello la caballería, y
desbaratándolos, mataron cincuenta moros y hirieron
muchos : los otros dieron á huir echándose por aque-
llas quebradas hacia Genil , y dejaron muchas escopetas
y ballestas por ir mas ligeros. Los caballos los siguie-
ron gran rato, y del pié de las sierras de Guéjar les to-
maron cien vacas y treinta bagajes vacíos^ y con esta
presa no pensada se retiraron la vuelta de Granada.
A este tiempo acudieron muchos moros á las ahumadas,
y cargando á nuestra gente, fueron escaramuzando cori
ellos , y les necesitaron á que dejasen parte de la presa,
no la pudíendo guiar toda por aquellos lugares ásperos
y fragosos ; mas llegando al cerro del Sol , donde los ca-
ballos podían mejor revolverse , no osaron pasar ade-
lante. Este efeto fué importante para refrenar los mo-
ros del presidio de Guéjar , porque de allí adelante sa-
lían menos veces, y no se atrevían llegar á hacer daño
tan cerca de la ciudad.
CAPITULO XXV.
Cómo su majestad mandó formar dos campos contra los alzados,
y que don Juan de Austria fuese con el uno.
El poco efeto que nuestro campo hacía en Galera, y
la dilación del castigo de los alzados, dio materia á que
don Juan de Austria , mancebo belicoso y de grande
ánimo , cargase la mano con su majestad , como agra-
viado de que le hubiese enviado á Granada , y le tuviese
allí metido en tiempo que todos andaban ocupados , y
él solo estaba ocioso , siendo el que menos convenia
holgar. Representábale el deseo que tenia de emplear
su persona , el entretenimiento de los moros en la Al-
pujarra , el espacio con que se hacia la guerra en el
río de Almanzora , el peligro que habia de que el rebe-
lión pasase á los reinos de Murcia y Valencia si los ene-
migos se afirmaban en las plazas de Serón, Tíjola, Pur-
chena. Tahalí, Jergal, Cantória, Galera y otras que
tenían ocupadas, lo mucho que convenia tomar el ne-
gocio de la guerra con calor, y la merced tan particu-
lar que recibiría en que se le diese licencia para salir de
Granada y ir á acabaría por su persona. Considerando
pues su majestad todas estas cosas, y condescendiendo
con tan buenos deseos, ordenó que se formasen de
nuevo dos campos, uno á la parte del rio de Almanzora,
donde andaba el marqués de los Vélez , y que fuese en
su lugar don Juan de Austría , y otro á la parte de Gra-
nada , para que entrase en la Alpujarra el duque de Sesa
por aquella parte. Hiciéronse grandes prevenciones, y
proveyéronse muchos bastimentos , armas y municio-
nes para esta jornada. Salieron alcaldes de corte y de
chancillería á proveer en las comarcas todíis las cosas
necesarias, y á mí se me ordenó que fuese á las ciuda-
des de Ubeda y Baeza y al adelantamiento de Cazoría,
á dar orden en la provisión de bastimentos y municio-
20
300
LUIS DEL MARMOL CARVAJAL.
ne?, que de allí liabian fie ir, y los cabildos nombraron
conii arios de sus ayuntamientos, y se les dejó dinero
para ellos y para los bagajes. El comendador mayor de
Castilla fué á traer de Cartagena artillería, armas y mu-
niciones, y muclia cantidad de bastimentos por tierra.
Nombráronse nuevos capitanes con condutas para ba-
cer gente. Apercibióse á las ciudades que reluciesen las
compañías con que servían , y á las que no las liabian
enviado, que las enviasen. Fué grande el regocijo de la
gente de guerra cuando se publicó la salida de don Juan
de Austria en campana. Acudieron al campo niucbos
caballeros y soldados particulares que basta entonces
no se liabian movido : bincbiéronse los ánimos de las
gentes de buena esperanza , y temieron los moros, pro-
nosticando su perdición, por ver que con la autoridad
de un tan gran príncipe cesaría la dilación que los en-
tretenía y les era tan favorable. Y porque, habiendo de
salir de Granada don Juan do Austria, no era bien dejar
atrás á Quejar, determinó de ir por su persona á ex-
pugnar aquella ladronera antes que partiese; y aunque
tuvo algunas contradiciones en ello , la expugnó, como
diremos adelante. Vamos á lo que en este tiempo se
hacia á la parte de Bentomiz.
CAPITULO XXVL
Cómo los moros de la sierra de Bentomiz volvieron á poblar sus
casas, y quemaron la fortaleza de Torrox, y hicieron otros da-
flos en la tierra.
Luego como el comendador mayor de Castilla ganó
el fuerte de Fregiliana, Martin Alguacil y Hernando el
Darra y los otros caudillos de los moros de la sierra
de Bentomiz se recogieron á la Alpujarra; los cuales
anduvieron muchos días con Aben Humeya, y después
con Aben Aboo , ganando sueldo ; y todo lo que hay
desde 11 de junio hasta 13 de diciembre estuvo des-
poblada la sierra, y tan segura, que andaban los de Ve-
jez por ella sin peligro ni sospecha del, buscando las
cosas que habían dejado los alzados escondidas ; y co-
mo había ganancia, á esta fama acudió tanta gente á
la ciudad , que parecía haber en ella un grueso presi-
dio , de cuya causa los moros no osaban volver á la tier-
ra ; y ansí padecían trabajo y hambre los que estaban
en la Alpujarra ; y andaban ya tan necesitados por tier-
ras ajenas, que el Xorairan se determinó de ir con se-
senta compañeros á reconocer la sierra y ver cómo
estaba; y hallándola sola y llena de frutos , volvió á ellos
y les dijo como sus casas estaban solas, los árboles que
se desgajaban de fruta , y que aun pájaros no había que
les enojasen; y con esta nueva se vino luego el Darra
con toda la gente á Competa, y de allí se repartieron
el Xorairan á Sedella, y los capitanes cada uno á su lu-
gar. Lo primero que hicieron con ejemplo de lo que ha-
bían visto en la Alpujarra, fué quemar las iglesias, y
corriendo la tierra , de allí adelante hicieron grandes
daños, captivando y matando cristianos , y llevándoles
los ganados; y demás desto, pusieron en tanto aprieto
la fortaleza de Canilles de Aceituno, que era menester
gruesa escolta para proveerla, y obligaron á que el mar-
qués de Comáres viniese en persona con mas de rail
hombres de la villa de Lucena á requerirla y proveerla,
porque el Darra vino á tener mas de siete mil hombres
de pelea en la sierra, con que desasosegaba á todas ho-
ras la ciudad de Vélez, llegando hasta las proprias ca-
sas , y retirándose á su salvo , por serles el tiempo y la
disposición de la tierra favorables. Luego se publicó
que fortalecían á Competa para poner allí su frontera
contra Vélez, y que no aguardaban otra cosa los luga-
res déla jarquía y hoya de Málaga para alzarse; mas
fué nueva fabricada por personas á quien pesaba de ver
aquellos pueblos pacíficos, por el provecho que de su
inquietud les podía venir. Arévalo de Zuazo, enten-
diendo ser verdad lo que le decían de Competa , juntó
mil y seiscientos infantes y ciento y sesenta caballos
de su corregimiento , y trecientos soldados de las ga-
leras, que le dieron don Sancho de Leiva y don Beren-
guel Domos, y con toda esta gente fué á amanecer so-
bre aquel lugar; mas los moros fueron avisados con
tiempo, y no osando aguardar, se retiraron á la sierra.
Tomáronseles muchos bastimentos, bagajes y gana-
dos; y no consintiendo que la gente pasase del puerto
Blanc en su seguimiento, mandó destruir el lugar,
donde no había fuerte ni señal de quererle hacer, y se
volvió á Vélez. No mucho después envió el Darra nove-
cientos moros, que quemaron el lugar de Alfarnatejo,
y devuelta mataron veinte soldados que el alcaide de
Canilles enviaba de escolta con un alguacil , donde di-
cen la Tinajuela de Canilles. Y teniendo aviso como los
cristianos que vivían en Torrox se recogían en la for-
taleza, y que de día salían á hacer las labores en el
campo, y dejaban un hombre solo con las mujeres, en-
vió cantidad de moros que de parte de noche se em-
boscasen en las casas del lugar, y aguardando á tiempo
que estuviesen fuera los cristianos, la ocupasen. Los
cuales se emboscaron , y cuando les pareció tiempo,
hicieron ladrar un perro, y saliendo á ver qué ruido era
aquel un hombre poco avisado, llamado Hernando de la
Coba, le mataron de una saetada; y poniendo fuego á
la puerta de la fortaleza, las temerosas mujeres, que no
tenían quien las defendiese, se rindieron, y las llevaron
captivas á la Alpujarra ; y no les pareciendo que po-
drían defender la fortaleza , le pusieron fuego y se vol-
vieron á la sierra.
CAPITULO XXVII.
Cómo donjuán de Austria fué sobre el lugar de Guéjar,y lo ganó.
Quejar es un lugar grande , que , como queda dicho,
está repartido en tres barrios , metidos en el seno de
una sierra muy fragosa que procede de la b. rra Ne-
vada, al pié de la umbría que los moros llaman HofaraX
Gihenen, de donde proceden las fuentes principales deí
río Qenil; el cual corriendo por entre aquellas sierras,
baja por asperísimas peñas con el lecho pedregoso y
desigual , hasta llegar al lugar de Pinillos , y poco mas
abajo se junta con Aguas Blancas , que viene por los lu-
gares de Quéntar y Dudar, por un valle mas llano y
apacible ; y juntos van á dar á la alearía de Cenes, y de
allí á la ciudad de Granada ; y sale á una vega llana, la
mas fresca y graciosa que puede ser para el deleite de
la vista , porque sus huertas y arboledas parecen un so-
lo jardín en que naturaleza , con la diversidad de fru-
tas que aUí puso , se quiso deleitar en su pintura ; por
manera que la sierra de Quejar es la que cae entre estos
dos ríos, y fenece donde se vienen á juntar. Queriendo
pues don Juan de Austria salir en campaña á la parte de
Baza y rio de Almanzora, y estando acordado que se hi-
ciese primero la empresa de Quejar, nacieron algunas
REBELIÓN Y CASTIGO DE LOS MORISCOS DÉ GRANADA.
307
dificultades en ol Consejo. Los que estaban diputados
para el efeto principal quisieran desviarla , como cosa
que podría ser menos útil que dañosa ; porque, si suce-
día bien, paraba en solo expugnar aquel presidio , y no
habia donde ir adelante por aquella parte ; y si mal , se
venia á perder muclia reputación, siendo aquella la
primera jornada que don Juan de Austria liacia por su
persona. Y el presidente don Pedro de Deza, á cuyo
cargo babia de quedar lo de Granada, decia que conve-
nia ante todas cosas quitar de allí aquella ladronera
para asegurar la ciudad de correrías y no dejar enemi-
go atrás; que no era tanta la aspereza del sitio, la for-
tificación que los moros babían liecbo, ni el presidio
era tan grande como se publicaba, y que parecía cosa
impertinente querer ir á buscar al enemigo á otra parte
tan lejos, dejándole cerca de casa. Era negocio de mu-
clia consideración este, especialmente en aquella co-
yuntura; y por dificultarse tanto, don Juan de Austria
mandó llamar al Consejo á don Antonio de Luna, y á
don Juan de Mendoza Sarmiento, y á don Diego de Que-
sada, bombre nacido y criado entre aquellas sierras y
muy platico en todas ellas, para que , juntamente con
los del Consejo, platicase lo que mas convenia bacer en
él. Y como no se acabasen de resolver, por no tener
certidumbre de lo que habia en Guéjar, don Diego de
Quesada se ofreció de traerles dos ó tres moros delpro-
prio lugar, que pudiesen dar razón de lo que se desea-
ba; y como don Juan de Austria le dijese que no queria
ponerle en aquel peligro, respondió que peligro no lo
habia, trabajo sí; mas que los pies lo pagarían. Esto
pareció muy bien á todos, y quedando á su cargo la di-
ligencia, se mandó también á don García Manrique y
á Tello González de Aguilar que con docientos caba-
llos fuesen á reconocer el lugar por el camino de Aguas
Blancas; mas este reconocimiento solamente sirvió
para aventar parte del presidio que allílKibía, como
adelante diremos. Don Diego de Quesada tomó consi-
go doce hombres bien sueltos, y rodeando por la villa
de Híznaleuz, y por las sierras de la Peza, donde era
natural, fué á pié á dar á unas trochas que él sabia á
las espaldas déla sierra de Guéjar, y prendiendo tres
moros que venían del mesmo lugar, dio luego vuelta
con ellos á Granada. Estos dieron noticia de la fortifi-
cación que los moros hacían , y dijeron como estaba
dentro el Xoaybi con cuatrocientos escopeteros de la
tierra y sesenta turcos y moros berberiscos, con aquel
capitán turco llamado Caravajal, que dijimos que anda-
ba con el Maleh ; el cual se habia salido estos días de
Galera, diciendo á los moros que la desamparasen, por-
que se perdería ; y que también estaba allí el Rendati y
el Partal, y otros capitanes moros con sus cuadrillas;
que lodos se velaban con mucho cuidado, y tenían ata-
jado el camino que sube de Aguas Blancas con una
trinchea de piedra ancha y mas alta que un estado, que
atajaba la silla del portichuelo de un cerro á otro , que
está como un tiro de ballesta del primer barrio á la
parte del cierzo ; y que en el barrio de en medio , don-
de antiguamente estaba el castillo , andaban haciendo
un muro de tapias en la frente del cerro, por donde era
menos dificultosa la entrada, por estar todo lo demás
cercado de una alta peña tajada que asómbralas aguas
de Genil. Habiéndose pues tomado lengua de los tres
moros, que fueron conformes en lo que dijeron, cosa
pocas veces vista en esta guerra, don Juan de Austria
mandó llamar los adalides y algunos hombres pláticos
en la tierra; de los cuales se entendió que, poniéndose
un poco de mas trabajo, se podría entrar en el lugar
por dos partes , sin tocar en los caminos ni en la trin-
chea, partiendo la gente de manera, que mientras los
unos subiesen por el cuchillo de la sierra que sube de
la parte del río de Aguas Blancas, los otros, tomando
un largo rodeo, viniesen á entrar por la parte de levan-
te á un mesmo tiempo , salvando los unos y los otros la
entrada de la Silla, y bajando entre ella y el lugar por
las laderas de los dos cerros, sin que los eiiemigos die-
sen en ello, estando confiados en que no era posible
entrarles por otra parte que por los caminos. Final-
mente, se tomó resolución en que la jornada se hicie-
se, y porque se ofreció una diferencia honrosa entre el
conde de Tendilla y el corregidor Juan Rodríguez de
Villafuerte sobre cuál habia de llevar á su cargo la
gente de la ciudad, el uno como alcaide, y el otro como
corregidor, y se hubo de remitir esta duda al supremo
Consejo, se dilató hasta que vino orden que el Corregi-
dor fuese con ella. Estando pues todo puesto á punto pa-
ra partir, don Juan de Austria hizo dos partes de la gen-
te de guerra, que eran nueve mil infantes y setecientos
caballos; y con la una, en que iban cinco mil infantes
y cuatrocientos caballos, salió de Granada viernes á 23
días del mes de diciembre á las tres de la tarde, para
tomar el rodeo que se habia de hacer, y entrar por la
parte de levante ; y por el lugar de Veas, donde cenó y
reposó un rato-aquella noche, prosiguió su camino. La
otra dejó á cargo del duque de Sesa con cuatro mil in-
fantes y trecientos caballos, y con orden que partiese
á medía noche , porque tenia menos camino que andar.
Iban con don Juan de Austria los tercios de la infantería
pagada y parte de la gente de la ciudad. Llevaba la
vanguardia Luis Quijada con dos mil infantes, y él con
ella ; don García Manrique iba con la caballería, y en la
retaguardia , donde iba su guión , el licenciado Pedro
López de Mesa , y con la artillería y bagaje don Fran-
cisco de Solís, proveedor general. El duque de Sesa
llevaba las compañías de milicia de la ciudad ; de van-
guardia iba don Juan de Mendoza y su persona ; el Cor-
regidor con la caballería; erartillería y bagaje á mi
cargo, y algunas compañías de infantería de retaguar-
dia , y delante de todo el campo las cuadrillas de la
gente suelta. Detúvose un gran rato el duque de Sesa
en el camino para que don Juan de Austria tuviese lu-
gar de hacer su rodeo, y cuando le pareció tiempo, por
junto á la puente que dijimos, que está donde el rio de
Aguas Blancas se junta con Genil, tomó una cordillera
y cuchillo de la sierra de Guéjar, yendo siempre por
las cumbres mas altas, y mandando hacer almenaras
de fuegos para que don Juan de Austria, que iba de la
otra parte, viese dónde llegaba, y hiciese la diligencia
de manera, que por las señales de los fuegos pudiesen
llegar á un tiempo. Los adaUdes que don Juan de Aus-
tria llevaba guiaron por camino tan fragoso y rodea-
ron tanto, que no fué posible llegar al cerro de levante
de la Silla hasta que ya el día iba bien alto ; y en este
tiempo los soldados de las cuadrillas que guiaban la
vanguardia del Duque , como tuvieron menos que an-
dar y por mejor camino, llegaron mas presto al cerro
de poniente, por donde habia de bajar; y entre dos al-
308
LUIS DEL MARMOL CARVAJAL.
bas fueron á dar con las centinelas de los moros que
estaban en la cumbre dé! ; y por la parte de dentro, co-
mo si les fueran mostrando ellos mesmos el camino por
donde liabian de entrar, fueron liuyendo á dar rebato
en el cuerpo de guardia que tenian puesto en la trin-
chea. Siguiéronlos los soldados sin orden y con tanta
determinación, que no les dieron lugar á poder resistir,
y dieron todos á buir la vuelta del lugar. Cargando pues
toda nuestra gente, caminaron al otro fuerte, que tam-
bién desampararon luego los moros; y llevando por de-
lante las mujeres y algunos bagajes cargados de ropa,
se subieron á la Sierra Nevada, cuya guarida tenian tan
cerca, que no bay masque el cristalino Genil en medio.
El Duque, viendo ^trado el lugar y el fuerte, pasó al
barrio bajo y al vado del rio, donde los moros escope-
teros bacian rostro para dar lugar á que las mujeres se
adelantasen. Aquí mataron al capitán Quijada de una
pedrada en la cabeza, y treinta y cinco soldados que
con cudicia de atajar las moras y los bagajes que iban
huyendo se desmandaron ; y fuera mayor el daño si el
dia que llegó don García Manrique no se bubieran ido
los turcos, y después el Rendati y el Parta 1 y los otros
caudillos con la mayor parte de los tiradores ; porque
estos bombres ladrones, que no buscaban mas que ro-
bar, y para esto babian ido allí por la comodidad de las
sierras, no quisieron ponerse en peligro de defender el
lugar, tomando por ocasión que iban á recoger mas
gente para dar en las espaldas de nuestro campo, si fue-
se sobre él. Murieron este dia cuarenta moros, y fué
poca la presa que nuestros soldados hicieron, habien-
do poco que saquear. Con todo eso se les tomó canti-
dad de ganado mayor y menor, y algunos bastimentos
y ropa que tenian metido en silos. En la casa donde
posaba el alcaide Xoaybi, hallé yo muchos papeles, y
entre ellos la carta que Aben Humeya le habia escrito
mandándole que no alzase mas alearías hasta que se lo
mandase , como queda dicho atrás. Ya los moros eran
idos y el lugar ganado cuando don Juan de Austria
asomó por el cerro donde habia de bajar; y viendo que
no le había dejado el Duque nada que hacer, mostró
mucho sentimiento dello. Pusiéronsele los ojos encen-
didos como brasa, de puro coraje ; no sabía si culparía
á los adalides por haberle guiado mal, ó al Duque por
no haber aguardado á que llegase; el cual se desculpó
y satisfizo muy bien con que desde el camino le había
enviado un billete con un soldado, diciendo que le pa-
recía que se detenia mucho, y si aclaraba el dia y los
moros babian sentimiento, podría perderse ocasión;
que viese lo que era servido que hiciese; y le había
respondido que hiciese lo que mejor le pareciese ; no
embargante que tampoco había sido en su mano , por-
que los soldados de las cuadrillas habían dado de im-
proviso sobre las centinelas de los enemigos, y no se
había podido dejar de seguirlos. Con todo eso don Juan
de Austria no quiso detenerse allí, y mandando á don
Juan de Mendoza que se quedase en el fuerte que los
moros habían comenzado á hacer en el barrio de en me-
dio, mientras se proveía quien había de estar en él de
presidio, sin comer bocado en todo aquel día se volvió á
la ciudad de Granada. No mucho después fué allí don
Juan de Alarcon, señor de Buenache, con cuatro com-
pañías de su cargo y algunos caballos ; el cual estuvo
hasta que don Luis de Córdoba y el capitán Oruña re-
dujeron el fuerte en menor ámbito, y quedó en él don
Francisco de Mendoza con quinientos infantes.
CAPITULO XXVIII.
Del fin que hubo el traidor de Farax Aben Farax.
Bien vemosque habrá ido pidiendo cuenta el letor de
lo que hacía en este tiempo Farax Aben Farax, babiendo
sido principal autor deste rebelión , creyendo que nos
liemos olvidado del; y porque no quede atrás cosa que
se pueda desear, diremos su discurso en este lugar, que
no será lo menos agradable desta historia. Ya dijimos
como Aben Humeya, cuando en el valle le dieron los
deBéznar el vano nombre de rey, por descebar de sí
este mal hombre, le envió á que recogiese la plata, oro
y dinero que los alzados hubiesen tomado á los cristia-
nos de la Alpujarra y de las iglesias ; el cual hizo tan-
tas tiranías y crueldades por toda la tierra, con favor
de docíentos monfís que traía consigo , que temió que
se le alzaría con el gobierno y mando de los moros. Y
haciéndole venir al lugar de Laujar, le mandó que en-
tregase todo el dinero, oro y plata que tenia recogido,
á Miguel de Rojas, su suegro, que , como queda dicho, le
habia hecho su tesorero ; y enviando los docíentos mon-
fís á diferentes partes, so color de servirse dellos y apro-
vecharlos, le mandó á él que no se partiese del campo
sin su licencia y mandado, so pena de la vida; y desta
manera le trajo consigo muchos días, hasta tanto que
el marqués de Mondéjar desbarató el campo de los mo-
ros y se comenzó á reducir la tierra. Entonces el so-
lene traidor, hallándose tan aborrecido de los moros
como de los cristianos , por las insolencias y crueldades
que con los unos y con los otros habia usado, se retiró
al lugar de Guéjar, y allí estuvo encubierto hasta que
Aben Humeya se rehizo con nuestras desórdenes y
tornó á resucitar la guerra. Y viendo que si volvía á él
le iría mal , y si se iba á los cristianos peor, no sabien-
do á qué parle se echar, tomó por remedio presentarse
en el santo oficio de la Inquisición y pedir misericor-
dia de sus culpas, entendiendo que allí no le matarían,
dándole alguna pena corporal. Dando pues cuenta de
su determinación á un mal cristiano tintorero que an-
daba en su compañía, le dijo desta manera : « Herma-
no, nosotros andamos ya aborrecidos de las gentes;
nuestro negocio no ha correspondido como pensába-
mos , porque los moros , malamente conformes , no se
han sabido gobernar ; bannos despreciado , y traemos
el cuchillo de Aben Humeya cerca de las gargantas.
Sí los cristianos nos prenden ó nos vamos á ellos, tam-
poco nos faltará la soga. Solo un remedio tenemos para
sustentar algunos días esta miserable vida , y es irnos
á poner en manos de la Inquisición , donde si nos die-
ren algún castigo en penitencia de nuestras culpas, no
nos matarán. Yo soy muy conocido en Granada , y no
podrá ser menos sino que entrando por la ciudad me
maten ó prendan , y lo mesmo harán á tí yendo con-
migo. Pues para evitar este inconveniente , me parece
que vayas tú solo delante, y presentándote ante los in-
quisidores, les pidas de mi parte que manden venir un
familiar ó dos por mí, con quien pueda ir seguro.» Esto
pareció bien al compañero, y quedaron de acuerdo que
en anocheciendo partiría de una cueva donde estaban
escondidos, y iría á Granada. Mas en este tiempo , Fa-
rax Aben Farax se echó á dormir, y el compañero, en-
REBELIÓN Y CASTIGO DE LOS MORISCOS DE GRANADA.
309
fadado de traerle tanto tiempo consigo , ó por ventura
pensando ganar el perdón mas fácil con su muerte, de-
terminó de acabar con él y con sus maldades; y alzan-
do una piedra muy grande que lialló par de sí , le dio
en la cabeza tantos golpes, que le quebró los dientes y
las muelas y las quijadas, y le deshizo las narices y la
boca y los ojos y toda la cara ; y creyendo que le dejaba
muerto, se fué derecho á Granada, y no parando hasta
la sala del aposento del Arzobispo , dijo á un paje que
entrase á su señoría, y le dijese como estaba allí un sol-
dado que quería darle parte de cierto negocio impor-
tante en confesión ; el cual le oyó , y le envió luego á
los inquisidores, en cuyo poder le dejaremos . Volviendo
pues á Aben Farax, estuvo dos noches y un día en lacue-
va sin sentido, como hombre muerto, hasta que llegan-
do acaso por allí unos moros de Guéjar , y viendo aquel
hombre tendido con la cabeza y la cara hinchada, y las
heridas llenas de gusanos, llegaron á reconocer si era
moro ó cristiano, y hallándole vivo y relajado, le lle-
varon á su lugar sin poderle conocer; y siendo cura-
do, vino á sanar de las heridas, y quedó como monstruo
tan disforme, que no tenia después semejanza de hom-
bre humano; y cuando había de comer ó beber, le ha-
bían de echar el agua y el mantenimiento con un ca-
ñuto de caña por un pequeño agujero que le había que-
dado en el lugar de la boca. Y cuando don Juan do
Austria ganó á Guéjar, como queda dicho en el capí-
tulo precedente , estaba allí , y huyó con los otros mo-
ros, y anduvo después por la Alpujarra pidiendo limos-
na; y enlareducíon general se redujo con los moros
del valle de Lecrin , y con ellos le metieron la tierra
adentro. No pudimos saber lo que fué del ni en qué
paró, aunque lo procuramos con toda diligencia entre
los que fueron con él.
LIBRO OCTAVO.
CAPITULO PRIMERO.
Cómo don Juan de Austria fué á la jornada del rio de Almanzora,
y el marques de los Vclez alzó el cerco de sobre Galera.
Para la salida queden Juan de Austria había de hacer
seapercibierony aprestaron muchas cosas. Hiciéron-
se gran cantidad de provisiones en los pueblos comar-
canos al reino de Granada , cometiéndolas á los pro-
prios concejos, y enviándoles dineros para ello, por ex-
cusar los robos , sobornos y cohechos, que con mayor
disolución de lo que aquí podríamos decir hacían los
comisarios y los alguaciles de las escoltas. Y porque
convenia quedar recaudo en la ciudad de Granada , an-
tes de su partida diputó cuatro mil infantes que le guar-
dasen ; con los cuales, estando ya los moriscos fuera,
Guéjar por nosotros, la Vega con su guarda, y andando
las cuadrillas corriendo la tierra, quedó suficientemen-
te asegurada, y lo estuvo todo el tiempo que duró la
guerra. Partió don Juan de Austria á 29 días del mes
de diciembre del año del Señor 1569 con tres mil in-
fantes y cuatrocientos caballos, llevando consigo á
Luis Quijada y al licenciado Birviesca de Muñatones,
del consejo y cámara de su majestad, que por su man-
dado asistía en el Consejo, y dejando lo de aquella ciu-
dad á cargo del duque de Sesa hasta que fuese tiempo
de salir con el otro campo; el cual se pasó luego á su
aposento , y comenzó á dar orden , juntamente con el
Presidente , en la provisión y en las otras cosas nece-
sarias para la expedición de la guerra. El primer día
fué don Juan de Austria ala villa deHíznaleuz, que está
cinco leguas de allí, el segundo á Guadix, que los anti-
guos llamaron Adurge , y los moros Guer Aix , el ter-
cero á Gor, donde hallaron á don Diego de Castilla con
todas las moriscas del lugar encerradas en el castillo,
porque no se las llevasen á la sierra , y aun para tener
seguridad de los moriscos que no se alzasen. El cuarto
día llegó á la ciudad de Baza , que los moros llaman
Batha, y los antiguos Basta, y á la provincia bastetana.
Allí estaba el comendador mayor de Castilla esperan-
do ; el cual habia venido de Cartagena , y traído la ar-
tillería , armas, munición y bastimentos que dijimos , y
de paso se había visto con el marqués de los Vélez y
proveídole de algunas cosas destas, que le había pedi-
do. Estuvo don Juan de Austria en aquella ciudad po-
cos días, esperando gente y proveyendo otras cosas que
convenían, siendo mucha la priesa que llevaba; y por-
que para ir á combatir á Galera se habia de hacer la
máquina de la guerra en Güéscar, envió delante, dos
dias antes que partiese, todos los carros y bagajes que
habia en el ejército, cargados de los bastimentos y mu-
niciones, con orden que volviesen luego á llevar lo que
quedaba en su partida. Toda esta diligencia se hacía
con recelo que el marqués de los Vélez , agraviado de
la idea de don Juan de Austria , en sabiendo que partía
de Baza, alzaría el cerco de sobre Galera ; y por ven-
tura le habían oído decir algunas palabras personas
que habían avisado dello; porque fué ansí, que la noche
antes que partiese la primera escolta de Baza , despojó
aquel alojamiento , donde con adverso favor de la for-
tuna había estado muchos dias , y alzó el campo y se
retiró á Güéscar, dejando á los moros libres para poder
salir donde quisiesen; y pudiera correr riesgo de per-
derse la escolta, donde iban setecientos carros y mil y
cuatrocientos bagajes cargados de armas y municiones
sí tuvieran aviso de dar en ella, porque no llevaba mas
de trecientos caballos de guardia y ninguna infantería.
Esta escolta iba á mi cargo, y siendo avisado en el ca-
mino de la retirada del marqués de los Vélez y de co-
mo los moros andaban fuera de Galera , no quise aven-
turarme á pasar sin que se me envíase mayor número
de gente de guerra , y me recogí aquella noche al cor-
tijo de Malagon sobre el rio de Benzulema y avisé á
donjuán de Austria y al marqués de los Vélez, para
que me asegurase el paso de una atalaya que estaba
cerca de Galera; y con dos compañías de infantería,
que estaban alojadas en Benamaurel, y una de caballos
que don Juan de Austria rae envió, proseguí otro día
bien de mañana mi camino ; por manera que en me-
dio día de dilación se aseguró la escolta; y llegando á
Güéscar aquella noche , torné á enviar luego los carros
310
y bagajes á Baza. Partió don Juan de Austria con todo
el campo, y en una jornada fué á Güéscar, que son siete
leguas por el camino derecho, y nueve por el carril.
Pasóse grandísimo trabajo este día, porque los moros,
soltando las acequias, habían empantanado todas las ye-
pas, y hécliose tan grandes atolladeros, que no podían
salir los carros ni los bagajes. Salió el marqués de los
Vélez á recebir á don Juan de Austria como un cuarto
de legua con algunos caballeros , dejando mandado á
sus criados que mientras iba y volvía cargasen su re-
cámara para irse á su casa, porque aun no había deso-
cupado los aposentos del castillo, donde había de apo-
sentarse don Juan de Austria, y había entretenido al li-
cenciado Simón de Salazar, alcalde de casa y corte,
que tres días antes había ido á liacer el alojamiento.
No podía el marqués de los Vélez disimular el senti-
miento que tenia de la ida de don Juan de Austria; y
aunque se había visto con el comendador mayor de
Castilla y dádose buenas palabras de ofrecimientos,
sabía muy bien que le hacia poca amistad, y que habia
escrito á su majestad que no le parecía á propósito
para dar fin á aquella empresa; y por ventura habian
venido á su noticia las cartas primero que á las de su
majestad, y lo habia disimulado; y por esta causa huía
de hallarse en un consejo con él y con Luis Quijada , y
solamente quiso hacer el cumplimiento de salir á rece-
bir á don Juan de Austria , y sin apearse tomar el ca-
mino para su casa, como en efeto lo hizo; porque ha-
biendo llegado á besarle las manos y á darle el para-
bién de su venida , volvió con él hasta la puerta de la
fortaleza , dándole cuenta del estado de las cosas de la
guerra ; y sin apearse se despidió del y de todos aque-
llos caballeros que le acompañaban , y se fué de camino
á la villa de Vélez el Blanco con la gente de su casa y
una com pañía de cabal los de Jerez de la Frontera , cuyo
capitán era don Martin de Avila-
CAPITULO IL
Cómo don Juan de Austria fué sobre la villa de Galera,
y la cercó.
Habiéndose acrecentado el campo á número de doce
mil hombres, don Juan de Austria mandó al capitán
Francisco de Molina, que había venido de Motril por su
mandado á serviren la jornada, que con diez compañías
de infantería se fuese á poner en la villa de Castilleja,
una legua de Galera, que estaba despoblada, porque
era importante tenerle tomado á los enemigos aquel
paso, por donde habia de ser la entrada del socorro ó se
habian de retirar. Luego partió con el resto déla gente,
y á 19 días del mes de enero de 1370 años caminó la
vuelta de Galera. Esta villa era muy fuerte de sitio : es-
taba puesta sobre un cerro prolongado amanera de una
galera, y en lo mas alto del, entre levante y mediodía,
tenía los edificios de un castillo antiguo cercado de tor-
ronteras muy altas de peñas, que suplían la falta de los
caídos muros. La entrada era por la mesma villa ; la
cual ocupando toda la cumbre y las laderas del cerro, se
iba siempre bajando entre norte y poniente hasta llegar
aun pequeño llano, donde á la parle de fuera estaba la
iglesia que dijimos, con una torre nueva muy alta, que
señoreaba el llano, y m rio que bajando de la villa de
Orce, se junta con el de Güéscar, y viene 4 romper las
aguas en la punta baja de Galera, y desviándose luego.
LLIS DEL MARMOL CARVAJAL.
cerca el llano donde estaba la iglesia , y poco a poco
corre hacia la villa de Castilleja. No estaba cercada de
muros, mas era asaz fuerte por la dificultosa y áspera
subida de las laderas que habia éntrelos valles y las ca-
sas, las cuales estaban tan juntas, que las paredes eran
bastante defensa para cualquier furioso asalto , no se
pudiendo hacer en ellas batería que fuese importante,
porque estaban puestas unas á caballero de otras en las
laderas , de manera que los terrados de las primeras
igualaban con los cimientos de las segundas , y el fun-
damento era sobre peñas vivas, alzándose hasta la mas
alta cumbre ; y por esta causa eran los terrados tan des-
iguales, que no se podía subir ni pasar de uno en otro
sin muy largas escalas; y teniendo los moros hechos
muchos reparos y defensas en las calles , tampoco se
podía andar por ellas sin manifiesto peligro. Habia dos
calles principales que subían desde la puerta de la villa
que salia á la iglesia , hasta el castillo ; las cuales , de-
más de ser muy angostas, las tenían los moros barrea-
das de cincuenta en cincuenta pasos, y hechos muchos
traveses de una parte y de otra en las puertas y pare-
des de las casas , para herir á su salvo á los que fuesen
pasando; y para poderse socorrer los unosá los otros
en tiempo de necesidad , las tenían horadadas y hechos
unos agujeros tan pequeños , que apenas podía caber
un hombre á gatas por ellos : por manera que aunque
faltaban los muros, no se tenían por menos fuertes con
esta fortificación que si los tuvieran muy buenos. Y
porque dentro no habia pozos ni fuentes , habian hecho
una mina , que iba cubierta desde las casas bajas hasta
el rio, donde salían á todas horas á tomar agua, sin que
se les pudiese defender. Habiendo pues de cercar don
Juan de Austria esta fuerte villa, donde habia mas de
tres mil moros de pelea, y algunos turcos y berberiscos
entre ellos, antes de asentar su campo quiso recono-
cerla por su persona ; y tomando consigo al comenda-
dormayordeCastillayá Luis Quijada, con toda la gente
dea caballo y algunos arcabuceros sueltos, la rodearon
por unos cerros altos que la señorean á lo largo. Y pues-
tos en una cumbre, donde mejor se descubría , enten-
dieron que para tenerla bien cercada convenia repartir
la gente en tres partes y ponerle tres baterías : la una
hacía el mediodía, por la parte del castillo; la otra hacia
levante, donde habia un padrastro que tomaba la villa
por través; y la tercera al norte, hacia la iglesia. Y
para que se pudiesen socorrer mejor estos cuarteles , y
los alojamientos estuviesen mas acomodados, asento
el campo poco mas arriba de donde el marqués de los
Vélez habia tenido el suyo , cubierto con un corro que
cae á la parle de levante cerca del rio , y seguro de los
tiros de los enemigos; y mandando al maese de campo
don Pedro de Padilla que se pusiese con su tercio á la
parte del norte por bajo de la iglesia, quedó la villa cer-
cada por todas partes. Estemesmo día murió en Güés-
car el licenciado Birviesca de Muñatones, de enferme-
dad; cuya muerte se sintió mucho en el campo, porque
era hombre de valor y de consejo; y habiendo andado
mucho tiempo fuera destos reinos en servicio del cris-
tianísimo emperador don Carlos, había dado buena
cuenta de los cargos que habia tenido , y era muy prá-
tico y experimentado en las cosas de la guerra y de
gobernación.
REBELIÓN Y CASTIGO DE LOS MORISCOS DE GRANADA.
3H
CAPITULO III.
Cuino se plantaron las baterías contra la villa de Galera y se dieron
dos asaltos , uno á la iglesia y otro á la villa.
Teníanse todavía los enemigos la iglesia y la torre
del campanario ; y porque liacian daño en el cuartel de
don Pedro de Padilla con las escopetas, y convenia
echarlos luego de allí, don Juan de Austria mandó que
ante todas cosas Francisco de Molina, que ya servia
el olicio de capitán de la artillería , y en su lugar liabia
ido á Castilleja don Alonso Porcel de Molina , regidor
de Ubeda, liiciese traer de Güéscar la artillería que ha-
bía venido de Cartagena y estaba á cargo de Diego
Vázquez de Acuña, y les plantase batería ; el cual puso
tanta diligencia en hacer lo que se le mandó, que en
una noche hizo un carril desde Güéscar á Galera, y dos
pontones de madera sobre el rio, por donde pasaron las
carretas, y una plataforma cubierta con sus cestones de
rama terraplenados ; y antes que amaneciese comenzó
á batir la iglesia con dos cañones gruesos. A pocos ti-
ros se hizo en la pared un portillo alto y no muy grande,
y juntándose con don Pedro de Padilla, el marqués de
la Favara y don Alonso de Luzon y otros caballeros
animosos, dieron el asalto y la entraron con muerte de
los moros que la defendían , y no sin daño de los cris-
tianos ; y metiendo en la torre dos escuadras de arca-
buceros, hicieron una trinchea, por donde podian lle-
gar los soldados encubiertos de los tiros de los enemi-
gos. Luego se puso en obra otra trinchea á la parte de
mediodía, que bajaba por la ladera abajo, dando vueltas
hasta el valle cerca del castillo, donde se hizo otra pla-
taforma y se plantaron seis piezas de artillería para
batir un golpe de casas que estaban á las espaldas del,
puestas sobre la torrontera que le cercaba ú la parte de
fuera. A esta obra atendía personalmente y con gran-
dísimo cuidado donjuán de Austria, haciendo oficio
de soldado y de capitán general, porque habiéndose do
ir por la atocha de que se hacia la trinchea á unos
cerros algo apartados, á causa de que los enemigos ha-
bían quemado la que había por allí cerca, para que los
soldados se animasen al trabajo , iba delante de todos
á pié, y traía su haz acuestas como cada uno, hasta
ponerlo en la trinchea. Demás desta plataforma se
puso otra con diez piezas de artillería en el padrastro
que dijimos , que tomaba la villa por través á la parte
de levante, para batir por allí las casas y unos paredo-
nes viejos del castillo, y quitar las defensas á los ene-
migos, echándoles los edificios encima cuando se diese
el asalto por las otras baterías , porque por esta no ha-
bía arremetida, aunque se tenia todo el costado déla
villa á caballero, porque había en medio un valle muy
hondo fragoso. Estando pues las cosas en estos térmi-
nos, no faltaron animosos pareceres que importunaron
á don Juande Austria que mandase dar un asalto por el
cuartel de don Pedro de Padilla, diciendo que pues los
de Güéscar habían entrado por aquella parte hasta cer-
ca de la plaza, lo mesmo harían nuestros soldados; y
seria de mucha importancia ir ganando á los moros
algunas casas, y llevarlos retirando á lo alto. Este con-
sejo parecía ir fundado en alguna manera de razón á lo
que-^veia desde fuera , porque todas las casas que es-
taban delante de la iglesia eran de tapias de tierra y
no se descubría otra defensa ; mas entrando dentro,
estaba la fortiíicacion bien diferente de lo que parecía,
porque ni la artillería podía hacerles daño ni los nues-
tros ir adelante; y ellos podian hacer mucho mal á los
que iban entrando, con las escopetas y con piedras des-
de lo alto, estando siempre encubiertos. Dióse elinfe-
lice asalto, habiendo hecho algunos portillos en las pa-
redes con la artillería ; y como los capitanes y soldados
hallasen los impedimentos dichos, y grandísima resis-
tencia en los enemigos, después de haber peleado un
buen rato, se hubieron de retirar con daño, dejando
dentro acorralados muchos hombres principales, que
porfiaron por ir adelante. Uno dellos fué don Juan Pa-
checo, caballero del habito de Santiago y vecino de la
villa de Talavera de la Reina , el cual fué preso por los
eAemigos, y viendo el hábito que llevaba en los pechos,
le despedazaron miembro á miembro con grandísima
ira. Había llegado este caballero al campo dos horas
antes que se diese el asalto, y no había hecho mas de
besar las manos á don Juan de Austria en la trinchea, y
bajará visitar á don Pedro de Padilla , que era su deu-
do y de su tierra ; y hallando que querían dar el asalto,
quiso hacerle compañía ; y pasó tan adelante, que cuan-
do se hubo de retirar no pudo.
CAPITULO IV.
Cómo se dio otro asalto á la villa de Galera, en que murió
mucha gente principal.
Con el infelice suceso deste asalto no se alteró nada
don Juan de Austria ; antes viendo que la artillería ha-
cia poco efeto en las casas, y que solamente horadaba
las paredes de tapias, y no derribaba tanta tierra que
pudiese hacer escarpe por donde poder subir la gente,
acordó de ha cer una mina al lado derecho de la bate-
ría alta, que entrase por debajo dellas y alcanzase par-
te del muro del castillo ; porque se veía que volando
todo aquel trecho, haría escarpe suficiente la ruina,
por donde la infantería pudiese subir arriba y tomar á
caballero á los enemigos en la villa. Esta obra se co-
metió al capitán Francisco de Molina, el cual hizo la
mina con mucha diligencia; y habiendo acabado el
horno y metido dentro cantidad de barriles de pólvora,
y algunos costales llenos de trigo y de sal para que el
fuego surtiese con mayor furia, á 20 días del mes de
enero se mandó á las compañías de la infantería que
bajasen á las tríncheas, y diesen muestra de querer
acometer á subir por unos portillos que había hecho la
artillería , y por las casas que estaban á las espaldas
del castillo, que caían encima de la mina, para llamará
los enemigos hacia aquella parte y poderlos volar ; y
por si fuese menester acudir con mayor fuerza para
cualquier suceso, se puso don Juan de Austria con un
escuadrón de cuatro mil infantes á la mira de lo que se
hacia por frente del enemigo. Estaban los moros muy
descuidados de que los nuestros pudiesen minar por
aquella parte, donde había tan grande altura de peñas,
que parecía cosa imposible poderlas levantar el fuego;
los cuales, viendo entrar las banderas en las tríncheos
y ponerse las otras en escuadrón , entendieron que siti
duda querían darles algún asalto por los portillos de la
batería ; y acudiendo luego á la defensa , se metieron
mas de setecientos escopeteros y ballesteros en las ca-
sas que estaban sobre la mina , y comenzaron á tirar
con las escopetas á unos soldados que andaban descu-
312
biertos. Cuando pareció ser tiempo, dio señal para que
se pusiese fuego á la mina , la cual disparó con tanta
violencia , que voló la peña y las casas y mató mas de
seiscientos moros, y hizo una ruina tan grande de la
tierra, piedras y maderos que voló, que parecía que el
escarpe daba entrada larga y capaz para cualquier nú-
mero de gente. Luego envió los reconocedores, por si
fuese menester quitar algunas defensas antes que la
gente acometiese el asalto ; y habia sido bien acordado,
si los animosos soldados que estaban en las trincheas
no quisieran serlo ellos mismos. Era gran contento ver
salir algunos moros de entre el polvo, como cuando se
cae alguna casa vieja; mas presto se aguó, porque los
soldados se desmandaron tras dellos, y comenzaron á
subir por la ruina de la mina sin orden , hasta llegar^al
muro del castillo. A este tiempo don Juan de Austria
mandó dar la señal del asalto, y acometiendo los alfé-
reces con las banderas en las manos, se comenzó una
pelea menos reñida que peligrosa. Los nuestros traba-
jaban por ocupar un portillo que la artillería habia he-
cho en el muro del castillo, no liallando entrada por
otra parte, porque la mina no habia pasado tan adelante
como convenia, y solamente habia voladíj^la peña y las
casas que estaban á la parte de fuera, dejando los ene-
migos mas fortalecidos ; los cuales estaban prevenidos
de manera, que para cada casa era moiesterun com-
bate, según las tenian atajadas y puestas en defensa.
Acudiendo pues los enemigos á la defensa del portillo,
y siendo forzoso que los alféreces y soldados reparasen
al pié del muro, era grande el daño que recebian de los
traveses y de las piedras que les arrojaban á peso des-
de un reducto alto donde estaban los moros berbe-
riscos, y entre ellos algunas moras que peleaban co-
mo varones, siendo bien proveídas de piedras de las
otras mujeres y de los muchachos, que se las traian y
daban á la mano. Habiendo pues estado detenida nues-
tra gente recibiendo el daño que hemos dicho, los ani-
mosos alféreces se adelantaron , y subiendo á raíz del
muro uno tras de otro , porque no podían ir de otra
manera, fueron á entrar por el portillo , siendo el de-
lantero el de don Pedro Zapata, que puso su bandera
sobre el enemigo muro con tanto valor , que si la dis-
posición de la entrada diera lugar á que le pudieran
seguir dos ó tres de los otros, se ganara la villa aquel
dia; mas como no pudo ser socorrido, los moros car-
garon sobre él, y dándole muchas heridas, le derri-
baron por la batería abajo, llevando siempre la ban-
dera entre los brazos , que no se la pudieron quitar,
aunque le tiraban reciamente della. Luego cerraron á
gran priesa el portillo con maderos, tierra y ropa, y le
fortalecieron de manera , que no se pudo llegar mas á
él. Estaba en este tiempo don Juan de Austria mirando
lodo lo que se hacia, y pareciéndole que se podía en-
trar la villa por los terrados de las casas que caían á la
parte de levante, mandó á los capitanes don Pedro de
Sotomayor, don Antonio de Gormaz y Bernardino de
Quesada , que con los arcabuceros de sus compañías
fuesen á intentarlo , y que procurasen quitar del reduc-
to del castillo los moros y moras que hacían daño con
las piedras; los cuales, aunque conocían el peligro que
llevaban, rindiéndole las gracias por la merced que les
hacía en darles muerte tan honrosa, se adelantaron
luego, y llegando á la batería, procuraron hacer lo
LUIS DEL MARMOL CARVAJAL.
que se les mandaba, tentando la entrada por diferentes
partes; mas era por demás su trabajo, porque los ene-
migos, esperándolos encubiertos con sus reparos, los
herían de mampuesto desde los traveses con las esco-
petas y ballestas, y matando mas de ciento y cincuen-
ta soldados, fueron también los capitanes heridos.
Estando pues nuestra gente con esta dificultad descu-
biertos á la ofensa de los enemigos sin hacer otro efeto,
y habiendo durado el asalto mas de dos horas, don
Juan de Austria, viendo la resistencia que habia, y que
convenia hacer mayor batería , mandó tocar á recoger,
y se retiró la gente á tiempo que no iba mejor á los
soldados del tercio de don Pedro de Padilla , que lia-
bian acometido á entrar por su cuartel. Murieron este
dia muchos moros , aunque fué mayor el daño de los
cristianos, porque mataron cuatrocientos soldados y
hubo mas de quinientos heridos, y entre ellos muchos
hombres de cuenta , que como el ánimo es de personas
nobles que desean honra , mataban y herían en ellos
como en hombres destroncados, antes de poder llegará
mostrar su valor. Murieron los capitanes Martín de
Lorite, Juan de Maqueda, Baltasar de Aranda, Alonso
Beltran de la Peña, Carlos y Fadrique de Antillon , her-
manos, y Pedro Mirez, alférez de don Antonio de Gor-
maz, y otros ; y fueron heridos don Juan de Castilla, de
escopeta en un brazo; don Antonio de Gormaz, vecino
de Jaén, de muchas pedradas, y el capitán Abarca , de
otra escopeta en el rostro , y murieron dentro de pocos
días de las heridas. Fueron también heridos don Pedro
de Padilla y su alférez Bocanegra , el marqués de la Fa-
vara, don Luis Enriquez, sobrino del almirante de
Castilla ; Pagan de Oria, don Luis de Ayala, y los capi-
tanes don Alonso deLuzon, Juan deGalarza, Lázaro
de Heredía, don Antonio de Peralta, y su alférez y sar-
gento don Pedro de Sotomayor, y don Diego Delga-
dillo, su alférez; Bernardino de Quesada, Diego Vázquez
de Acuña, don Luís de Acuña, su hijo; Bernardino
Duarte, Bernardino de Víllalta y su hermano Melchor
de Víllalta, Francisco de Salante y su alférez Portillo,
Alonso de Alvarado, alférez de don Alonso de Vargas;
Velasco, alférez de don Juan de Avila Zimbron, y otros
muchos que por excusar prolijidad no ponemos aquí.
CAPITULO V.
Cómo don Juan de Austria mandó hacer otras dos minas en la
villa de Galera, y la combatió y ganó por fuerza de armas.
No paró en lágrimas ni en gemidos el dolor que don
Juan de Austria sintió cuando víó tantos cristianos
muertos y heridos; antes, furioso, con justa y santa
piedad hizo enterrar á los unos y llevar á curar los
otros. Y mandando juntar luego á los del Consejo , les
dijo desta manera : « La llaga de hoy nos ha mostrado
la cierta medicina. Yo hundiré á Galera y la asolaré y
sembraré toda de sal , y por el riguroso filo de la espa-
da pasarán chicos y grandes, cuantos están dentro, por
castigo de su pertinacia y en venganza de la sangre
que han derramado. Apercíbanse luego los ingenieros,
y el capitán de la artillería no repose hasta tener he-
chas otras dos minas, que entren tanto debajo del cas-
tillo, que vuelen el rebellín de donde hemos recebido
el daño, por manera que quede la entrada abierta á
nuestra infantería por aquella parte; que sin duda no
habrá resistencia que se lo impida. Y sí se pone la dilí-
REBELIÓN Y CASTIGO DE LOS MORISCOS DE GRANADA.
gencía que conviene en ello, yo espero en Dios que con
la infelice nueva llegará juntamente la de la viloria á
oidos del Rey mi señor.» Diciendo estas palabras el ani-
moso mancebo, su voz fué recebida del consentimiento
de todos y muy loada ; y acrecentó tanto el ánimo y
ardor del ejército, que los capitanes y soldados, menos-
preciando el peligro, no deseaban cosa mas que volver
á las armas con los enemigos para tomar entera ven-
ganza por sus manos. Mientras de nuestra parte se tra-
bajaba en las minas, los cercados no se descuidaban en
la obra de sus reparos y en todo aquello que entendían
serles necesario para su defensa; mas faltábales ya la
munición , que era lo principal , habiéndola gastado en
los asaltos, y hablan perdido la mayor parte de la gen-
te de guerra ; y con todo eso pensaban poderse defen-
der, confiados en la vana promesa que el Maleh les
había hecho, de que los vendría á socorrer con todo el
poder de los moros. Salieron una noche docientos mo-
ros á impedir la obra de una de las minas, donde acer-
tó á hallarse el capitán Francisco de Molina, y con él
el alférez Rincón y obra de veinte soldados , que todos
hubieron menester menear bien las manos, porque lle-
garon determinadamente á la boca della y hirieron al-
gunos de los nuestros; mas como se tocase luego ar-
ma, fueron retirados con daño, y no se atrevieron á sa-
lir mas, ni contraminaron, teniendo por imposible que
la pólvora pudiese volar un monte tan grande y tan alto
como aquel sobre que estaba edificado el castillo, y
entendieron que reventaría por lo mas flaco antes de
llegará él. Esto es lo que después nos dijeron algunos
moros , aunque lo mas cierto fué que no se atrevieron
á hacer la contramina , porque fuera necesario cavar
mas de cuarenta estados en hondo para ir á dar con
ella. Sea como fuere, ellos no hicieron diligencia en
este particular , habiendo hecho muchas en las otras
defensas. Estando ya á punto las minas para poderlas
volar, don Juan de Austria mandó batir con la artillería
todas las defensas por cuatro partas. Don Luis de Aya-
la batió con cuatro cañones á la parte de mediodía las
casas y los muros del castillo que se podían descubrir.
Los capitanes Bernardino de Villalfa y Alonso de Bena-
vides batieron con otras cuatro piezas el castillo por
través, y las casas que se descubrían de un cerro algo
relevado que está á la parte de poniente. Don Diego
de Leiva, con dos piezas, las casas y defensas bajas por
el cuartel de don Pedro de Padilla, á la parte del norte;
y Francisco de Molina con diez piezas de artillería ba-
tía por través el castillo y unos paredones antiguos de
la torre del homenaje, donde los enemigos tenían pues-
ta la cabeza del capitán León de Robles, natural de Ba-
za, que lo habían muerto estando allí el marqués de los
Vélez, y todas las casas de la villa que caían en la lade-
ra que responde á la parte de levante. Habíase salido de
Galera huyendo estos dias un muchacho morisco, y da-
do muy cierto aviso del estado en que estaban las co-
sas de los moros, y de la fortificación que tenían hecha,
certificando á don Juan de Austria que la mina pasa-
da había muerto mas de setecientos moros escopeteros
y ballesteros. El cual, entendiendo que acudirían á po-
nerse á la defensa en parte que las nuevas minas pu-
diesen volar, los que quedaban, á 10 dias del mes de
febrero mandó que toda la infantería bajase á las trin-
cheas, y que la gente de á caballo se pusiese al derre-
313
dor de la villa, por si los enemigos acometiesen á salir;
y estando todos á punto con las armas en las manos,
los que tenían cargo de las minas pusieron fuego á la
primera, que estaba junto con la mina vieja; la cuiil
salió con tanta furia, que voló peñas, casas y cuanto ha-
lló encima ; mas no llegó al castillo ni hizo daño en los
moros,que, escarmentados de lo pasado, se habían reti-
rado á la parle de dentro en una placeta que se hacia
allí junto, dejando solos tres hombres de centinela en
lo alto, echados de pechos, que no podían estar de otra
manera, con orden que en viendo subir á nuestra gen-
te les diesen aviso, para acudir con tiempo á la defen-
sa. Volada la una mina, la artillería no dejó de tirar sin
intervalo, y dende á un rato salió la otra, que estaba
hacía poniente ; la cual hizo tanta ruina , que los ene-
migos, atemorizados del gran terremoto y temblor de
tierra que hizo estremecer todo el cerro, no subieron á
descubrir al castillo, creyendo por ventura que aun no
eran acabadas de saUr todas las minas, ni las centine-
las osaron aguardar en lo alto , porque venían tan es-
pesas las pelotas sobre ellos de todas partes, que no te-
nían donde poderse guarecer. A este tiempo envió don
Juan de Austria tres soldados á que reconociesen si las
minas habían hecho suficiente entrada para el asalto,
y si quedaba algún impedimento que lo estorbase; uno
de los cuales llegó hasta el proprio muro del castillo,
donde á la parte de poniente tenian los enemigos pues-
ta una bandera grande colorada ; y sin hallar quien se
lo impidiese, la tomó y se bajó con ella en la mano has-
ta la trinchea. Viendo pues los soldados que el capitán
Lasarte, que así se llamaba el que trajo la bandera á la
trinchea, había subido hasta arriba y tomádola sin re-
sistencia, pareciéndoles que no había para qué perder
tiempo, sin esperar otra señal salieron de las trinchea*;
y subiendo por las baterías, antes que los enemigos
acudiesen ala defensa, ya tenían ocupado lo alto del
castillo; y tomándolos á caballero, les fueron ganando
las calles y las casas, saltando de unos terrados en otros
por los mesmos pasos que ellos se retiraban. Ayudó
mucho para divertirlos y desanimarlos el acometimien-
to que á un mesmo tiempo hizo por la parte baja don
Pedro de Padilla con su tercio; el cual pasando á largo
de la villa por la ladera de poniente, entró animosa-
mente por los portillos que la artillería había hecho en
las paredes de las casas ; por manera que siendo los
moros cercados y combatidos por muchas partes, desa-
tinados con la niebla del temor, se iban á meter huyen-
do por las armas de nuestros soldados; y temiendo de
caer en ellas, daban ellos mesmos consigo en la muer-
te. Estaba una placeta junto á la puerta principal, don-
de se iban recogiendo , y en ella acabaron de morir la
mayor parte dellos. Fueron de mucho efeto las diez
piezas de artillería con que batía Francisco de Molina,
porque entró por allí el golpe de la gente; y como se
descubrían los terrados por través, no dejaban parar
moro en ellos, y los soldados, con las proprias escalas
que tenian los enemigos aparejadas para ir de unos ter-
rados en otros , subieron y se los fueron ganando ; y
horadando los techos de las casas con maderos, los ar-
cabuceaban y se las hacían desamparar, y les fueron
ganando la villa palmo á palmo, hasta acorralar mas de
dos mil moros en aquella placeta que dijimos. Reco-
giéronse algunos en una casa pensando darse á parli-
3Í
LUIS DIX MARMOL CARVAJAL.
do ; mas todos fueron muertos, porque aunque se ren-
dian, no quiso don Juan de Austria que diesen vida á
ninguno; y todas las calles, casas y plazas estaban lle-
nas de cuerpos de moros muertos , que pasaron de dos
mil y cuatrocientos hombres de pelea los que perecie-
ron acuchillo en este dia. Mientras se peleaba dentro
en la villa, anclaba don Juan de Austria rodeándola por
defuera con la caballería ; y como algunos soldados, de-
jando peleando á sus compaíieros, sahesen á poner co-
bro en las moras que habían captivado , mandaba á los
escuderos que se las matasen; los cuales mataron mas
de cuatrocientas mujeres y niños; y no pararan hasta
acabarlas á todas, si las quejas de los soldados á quien
se quitaba el premio de la Vitoria, no le movieran; mas
esto fué cuando se entendió que la villa estaba ya por
nosotros , y no quiso que se perdonase á varón que pa-
sase de doce años : tanto le crecia la ira, pensando en
el daño que aquellos herejes hablan heclio, sin jamás
haberse querido humillar á pedir partido ; y ansí hizo
matar muchos en su presencia á los alabarderos de su
guardia. Fueron las mujeres y criaturas que acertaron
á quedar con las vidas cuatro mil y quinientas, así de
Galera como de las villas de Orce y Castilleja y de
otras partes. Hallóse tanta cantidad de trigo y cebada,
que bastara para sustento de un año, y ganaron los ca-
pitanes y soldados rico despojo de seda , oro y aljófar,
y otras cosas de precio, que aplicaron para sí. Luego
despachó don Juan de Austria correo con la segunda
nueva de la vitoria , que no fué menos bien recebida
en la corte de lo que liabia sido mal oída la primera.
Alcanzó á su majestad en Nuestra Señora de Guadalu-
pe, que iba de camino para la ciudad de Córdoba, don-
de habia hecho llamamiento de cortes con deseo de ver
los pueblos de la Andalucía, cosa que no habia podido
hacer hasta esfa ocasión desde que el cristianísimo Em-
perador su padre le habia hecho dejación de los reinos,
por las muchas y grandes ocupaciones que habia teni-
do; mas no se hicieron por ello alegrías ni otra demos-
tración de placer ; solo dar gracias á Dios y á la glorio-
sa Virgen María, encomendándoles el católico Rey
aquel negocio , por ser de calidad que deseaba mas
gloria de la concordia y paz que de la vitoria sangrien-
ta. Don Juan de Austria me mandó á mí que hiciese
recoger el trigo y cebada que tenían allí los moros, y
que la villa fuese asolada y sembrada de sal, y partió con
todo el campo la vuelta del rio de Almanzora.
CAPITULO VI.
Cómo don Juan de Austria fué á Baza y envió á reconocer
á Serón.
Habiendo mandado don Juan de Austria asolar todas
las casas de Galera y sembrarlas do sal, partió de aquel
alojamiento con toda la gente de guerra para el lugar
de Cúllar. Mas comenzando á caminar la vanguardia,
se entendió que no podrían ir por aquel camino las car-
retas de la artillería ni los bagajes , porque habia llovi-
do y nevado mucho la noche pasada, y estaba la tierra
hecha pantanos y barrizales, y habia grandes atollade-
ros; y así fué necesario que las tiendas y todo el car-
ruaje del campo se llevase á Güéscar; y dejándolo á mi
cargo, prosiguió su camino con sola la infantería y ca-
ballos, mandándome que se enviase pan y cebada para
sola aquella noche , y que otro dia luego siguiente jun-
tase carros y bagajes en que fuese todo el bastimento,
armas y municiones que allí habia , y lo llevase á la
ciudad de Baza, donde le hallaría. Alojóse aquella no-
che en Cúllar, y allí le envié cantidad de pan y cebada;
y llegando el dia siguiente á la ciudad el carruaje, se
juntó allí todo el campo, y se dio luego orden en la ida
del rio de Almanzora. Lo primero fué mandar á don
García Manrique y á don Antonio Enriquez y á Tello
González de Aguilar, que con ciento y sesenta lanzas y
cincuenta arcabuceros de á caballo de la compañía de
don Alonso Portocarrero , llevando consigo los capita-
nes Jordán de Valdés y García de Arce , fuesen la vuel-
ta de Serón , que era la primera plaza que se habia de
combatir, y reconociesen la disposición de la tierra y
el sitio de aquella villa y el lugar donde se podría poner
bien el campo ; porque, aunque se habia enviado á re-
conocer desde Galera , no se habia podido hacer el re-
conocimiento, á causa de que acudieron muchos moros
á defenderlo. Estos capitanes llegaron al lugar de Ca-
nilles de Baza al anochecer, y á las nueve de la noche,
después de haber dado cebada á los caballos , camina-
ron la vuelta de Serón; mas era tan grande la escuri-
dad que hacia , que la guia que llevaban perdió el tino
de la tierra ; y viendo que iba perdido, tomó por reme-
dio descabullirse de la gente y dar á huir por los mon-
tes. Sucedió pues que apartándose don García Manri-
que á beber en una laguna de agua que estaba junto al
camino con solos dos de á caballo, y no acertando des-
pués á volver á él , convino que diesen voces, y que la
otra gente les respondiese para atinar adonde estaban,
y por esta causa vinieron á ser sentidos de los moros,
según lo que después se entendió. Hallándose don Gar-
cía sin guia con una escuridad tan grande, acordó de
hacer alto hasta que amaneciese en un monte que está
antes de llegar á la Fuen Caliente ; y en siendo de dia
claro, comenzó á caminar, enviando delante sus ata-
jadores. Y como no parecía moro por todo el camino,
entendiendo que habían dejado á Serón, pasaron ios
corredores tan adelante, que llegaron cerca de la villa,
yendo siempre el rio abajo. Tenían los enemigos hecha
una empalizada en la entrada del camino , por donde se
sube al rio de Serón; y estando puestos allí de embos-
cada, habían echado doce vacas y seis bagajes hacia el
rio, para mientras los cristianos fuesen á tomarlas sa-
lir á ellos; mas luego fueron descubiertos, porque lle-
gando los atajadores al ganado , los moros salieron de
la emboscada y los fueron retirando el rio arriba hasta
la otra gente. Estos eran doce escuderos de la compa-
ñía de Tello de Aguilar ; los cuales refirieron á don Gar-
cía Manrique como detrás de aquella empalizada ha-
bia mucho número de enemigos ; y entendiendo que
debían de tener mas emboscadas que aquella, no quiso
pasar adelante ni volver por donde habia entrado; y
tomando una vereda que don Antonio Enriquez sabia,
dieron vuelta por la halda de la sierra hacia Canilles,
dejando de retaguardia los arcabuceros de á caballo de
don Alonso Portocarrero y los escuderos de Ecija.
Los moros saltaron fuera de aquellos valles, viendo re-
tirar nuestra gente , y con grandes alaridos fueron si-
guiéndolos hasta que salieron de la sierra ; mas aunque
tenían ochenta de á caballo , no osaron apartarse de la
escopetería , temiendo que nuestra caballería daría la
vuelta sobre ellos ; lo cual quisieron hacer muchas ve-
REBELIÓN Y CASTIGO DE LOS MORISCOS DE GRANADA.
3i;
ce?, mas los capitanes no se lo consintieron. Esta reti-
rada por diferente Ccimino del que los nuestros habían
entrado fué de mucha importancia ; y si salieran por
el camino derecho, hubieran bien menester las manos,
porque les hablan ya tomado el paso mas de dos mil
moros; de donde se entendió que habían sido senti-
dos aquella noche cuando don García Manrique se
apartó déla gente. Este día un escudero de los de la
compañía de Tello de Aguilar, llamado Leí va, yendo á
retirar unos compañeros que habían quedado hacien-
do atalaya sobre un cerro, vio estar en una ladera diez
ó doce hombres de á caballo, vestidos de colorado; y
entendiendo que eran escuderos de su compañía , por-
que traían todos aquella divisa , se fué para ellos y les
dijo : «Ea, compañeros, retiraos; que hay embosca-
da. » Los cuales le rodearon, y tomándole en medio, le
prendieron y le llevaron á Serón, porque eran turcos y
moros berberiscos ; y no quisieron matarle. Retirado
don García Manrique sin hacer el reconocimiento, vol-
vió á puesta de sol al lugar de Canilles, donde estaba ya
^on Juan de Austria con todo el campo esperándole pa-
ra irá cercará Serón; y viendo que habían dejado de
reconocerla villa porir poca gente,se acordóenel Con-
sejo que fuesen mayor número de caballos y de infan-
tes á hacer aquel efeto.
CAPITULO VII.
Cómo don Juan de Austria fué á rcconoecr á Serón y los moros
le desbarataron, y la muerte de Luis Quijada.
La propria noche que don García Manrique volvió á
Canilles, se tomó resolución de que fuesen á recono-
cer á Serón dos mil arcabuceros escogidos y docienlos
caballos, porque convenía mucho entender bien la dis-
posición que había, para cercar la villa de manera que
no le pudiese entrar socorro , y que los cuarteles se pu-
diesen socorrer los unos á los otros cuando fuese me-
nester; cosa que dificultaban mucho todos los que ha-
bían estado en aquel pueblo , diciendo que era tierra
muy quebrada , y que por haber falta de agua en algu-
nas partes , no se podía bien cercar. Don Juan de Aus-
tria quiso ir personalmente con esta gente, y acompa-
ñado del comendador mayor de Castilla y de Luís Qui-
jada y de otros caballeros y gentíleshombres de su
casa, partió del lugar de Canilles á las nueve de la no-
che. Llevaba tres compañías de caballos , una del du-
que de Medína-Sidonia , cuyo capitán era Francisco de
Mendoza , vecino de Gibraltar ; otra de la ciudad de Je-
rez de la Frontera , que llevaba don Luis de Avila , por
indisposición de don Martin de Avila, su hermano, que
era el capitán; y la tercera del adelantamiento de Ca-
zorla , y capitán della Hernando de Quesada. Con la
infantería iban el maese de campo don Lope de Fígue-
roa , y don Miguel de Moneada , y Juan de Espuche , y
otros capitanes y gentíleshombres de cuenta. Cami-
nando pues toda aquella noche sin parar, á la hora que
amanecía se emboscó la infantería en unas quebradas
que están antes de llegará Serón en la propria falda de
la sierra ; y pasando adelante don García Manrique con
cien lanzas de la compañía del duque de Medina , se le
dio orden que entrase al galope por el rio abajo, dando
muestra á los enemigos que iba á reconocer la villa,
porque si hubiese algunos moros emboscados , saliesen
á él ; el cual llegó desta manera basta la empalizada que
dijimos; y viendo que no salía nadie, volvió búcia don-
de había dejado la otra gente. Viendo pues don Juan
de Austria que los moros no habían salido , como la
otra vez , mandó á don Francisco de Mendoza que con
sus cien lanzas y algunos caballos mas fuese por el rio
abajo, y se pusiese de la otra parte de Serón en el paso
por donde podian venir moros de lijóla y de Purche-
na. Y haciendo de la int'autería dos escuadrones, el
uno dio á Luis Quijada para que fuese por la ladera de
la mano derecha del rio , y con él Juan de Espuche; y
el otro dio al comendador mayor de Castilla para que
fuese ocupando la otra parte del rio hacía la maiio iz-
quierda, y con él don Lope de Figueroa; y por el le-
cho del rio mandó ir la gente de á caballo consu guíoii,
quedándose él con los alabarderos de la guardia y al-
gunos gentíleshombres, y obra de cien soldados, en
un cerro que descubría toda aquella tierra ; porque el
Comendador mayor y Luis Quijada no le consintieron
pasar adelante , hasta que se entendiese que estaba to-
do el rio seguro de emboscada, y que podría llegar
cerca de la villa sin peligro de su persona, que era lo
que mas se procuraba. Con esta orden caminó toda la
gente, y comenzando los moros á hacer ahumadas, acu-
dieron muchos de todos aquellos cerros con sus bande-
ras; y así los de Serón como los que venían de otras
partes, poniéndose en los recuestos , comenzaron á ti-
rar de mampuesto con las escopetas á la gente de á ca-
balloque iba por medio del rio; de cuya causa mand-')
don Juan de Austria que se subiese su guión donde
él estaba , porque recebian daño los que le acompaña-
ban, tirándoles los enemigos como á terrero. Tello
González de Aguilar, que iba esta jornada con solos
cuatro escuderos de su compañía cerca de la persona de
don Juan de Austria , y acompañaba el estandarte , con
otros caballeros y gentíleshombres, pasaron adelante,
y fueron á juntarse con el escuadrón de Luís Quijada,
que marchaba poco á poco buscando lugar dispuesto
para poder acometer á los moros, que ocupaban las
cumbres de aquellos cerros; el cual llegando en el pa-
raje de una atalaya antigua, que estaba frontero de la
villa en un cerro antes de llegar al camino que sube del
rio, repartió la gente en dos partes : la una dio á Tello
González de Aguilar para que subiese derecho á la
torre; y con la otra subió él por cerca del camíjio que
va á Serón. Y subiendo animosamente los soldados es-
caramuzando con los enemigos, fueron retirándolos
hasta la propria villa; y no osán.lolos tampoco aguar-
dar allí , la desampararon , y se subieron á una sierra
alta que está por cima de las casas. Las moras corrie-
ron luego á meterse en el castillo, donde estaban mu-
chos moros, que no cesaban de hacer ahumadas lla-
mando socorro. A este tiempo llegó la gente del escua-
drón que llevaba don Lope de Figueroa , y entrando
los soldados por las casas, comenzaron á desmandarse,
y algunos fueron por las calles hasta llegar á las puer-
tas del castillo y captivaron muchas moras de las que
iban á meterse dentro ; y muchos cudiciosos, teniendo
mas cuenta con el interese que con la honra de la na-
ción, se encerraron en las casas para guarecer la pre-
sa que habían ganado. Mientras esto se hacia , el Co-
mendador mayor y Luis Quijada comenzaron á recono-
cer la villa, y andando mirando la disposición de aque-
lla tierra, se descubrieron mas de seis mil moros, que
316
LUÍS DEL MARMOL CARVAJAL.
acudieron á las ahumadas de Tíjola y de Purcheua y
de los otros lugares del rio, con Hernando el Habaquí
y el Maleh y otros capitanes moros ; los cuales llegaron
donde estaba el capitán Francisco de Mendoza á tiem-
po que la mayor parte de los escuderos se le hablan
ido á saquear las casas de la villa ; y no se hallando
poderoso para resistir á tan gran golpe de enemi-
gos, comenzó á retirarse, tocando arma, por el rio arri-
ba. El Comendador mayor y Luis Quijada enviaron á
don Miguel de Moneada con cantidad de caballos y de
infantes á que le socorriese y reforzase la guardia de
aquel paso; mas ya cuando llegó era tarde, porque en-
contró los caballos que venian retirándose á mas andar;
y los unos y los otros se retiraron , dejando libre el pa-
so á los enemigos. A esto acudió luego el Comendador
mayor en persona , y con mucha brevedad y presteza
hizo un cuerpo de los soldados y caballos que pudo re-
coger, donde se favorecieron los que venian desmanda-
dos. Por otra parte los moros , hallando el paso deso-
cupíido , subieron hacia Serón; y juntándose con ellos
los que hablan salido huyendo de la villa, entraron por
la parte alta; y hallando á nuestra gente desordenada,
ocupados los soldados en robar, mataron muchos de los
que se les opusieron ; otros arrojaron vilmente las ar-
mas y dieron á huir, no siendo parte los mas animosos
para detenerlos. Don Lope de Figueroa fué herido de
un escopetazo en un muslo; y matáranle si los escude-
ros de Ecija no le retiraran. Estos escuderos libraron
también al compañero , que los turcos de á caballo ha-
blan captivado y le tenían en una mazmorra. Fué tanto
el temor y poca vergüenza de algunos soldados este
dia , que pareció ira del cielo , porque sin aguardarse
unos á otros, no sabiendo por dónde poner las espaldas
á losenemigos huyendo, ni por dónde el pecho pelean-
do, iban de corrida hasta el rio un buen cuarto de le-
gua, y aun allí no se tenían por seguros. En tanta de-
sorden don Juan de Austria bajó del cerro donde esta-
ba , y acudió animosamente á mostrarse á nuestros
cristianos , para que hiciesen rostro , ó á lo menos se
retirasen con orden, diciéndoles : «¿Qué es esto, espa-
ñoles? ¿De qué huis? ¿Dónde está la honra de España?
¿No tenéis delante á don Juan de Austria , vuestro ca-
pitán? ¿De qué teméis? Retiraos con orden, como hom-
bres de guerra, con el rostro al enemigo, y veréispres-
to arredrados estos bárbaros de vuestras armas. » Con
estas y otras palabras animaba y recogía los soldados,
metido en el común peligro , porque los moros crecían,
yendo siempre ejecutando su Vitoria. Este dia, andando
Luis Quijada recogiendo la gente y poniéndola en es-
cuadrón , fué herido de un escopetazo en el hombro,
que le entró la pelota en lo hueco , y don Juan de Aus-
tria mandó retirarle luego y que Tello González de
Aguilar con loscaballos de Jerez de la Frontera le lleva-
se á curar á Ciuiílles ; y con toda la otra gente se fué
retirando lo mejor que pudo con grande ejemplo de su
invicto valor, acudiendo á todas las necesidades con
peligro de su persona, porque le dieron un escopetazo
en la cabeza sobre una celada fuerte que llevaba, que á
no ser tan buena, le mataran. Finalmente los moros,
habiendo seguido mas de un cuarto de legua á nuestros
cristianos y hecho poco daño en la retaguardia , se vol-
vieron aquella noche á Serón, y don Juan de Austria
pasó á Canilles. Hubo algunos soldados de los que en-
traron en la villa, que no se pudiendo retirar, se hicie-
ron fuertes en las casas y en las iglesias , y pelearon
tres dias con los moros, defendiéndose hasta que les
pegaron fuego y los quemaron dentro. Murieron este
dia seiscientos hombres de nuestra parte y de los ene-
migos hubo fama que cuatrocientos, y hubo muchas
moras captivas. Perdimos con la reputación mas de mil
arcabuces y espadas. Teniendo ganada la villa , los mo-
ros quedaron ufanos por aquella vi toria, y hicieron gran-
des regocijos. Estuvo nuestrocampoalgunosdiasen Ca-
nilles ; y en este tiempo murió Luis Quijada de la herida,
cuya muerte sintió don Juan de Austria tiernamente,
porque era muy buen caballero, y habla servido al Em-
perador su padre desde niño, y halládose con él en todas
las ocasiones de las guerras que se le hablan ofrecido, y
por la mucha confianza que de su virtud tenia, se lo
habla encomendado y lo había criado desde su niñez,
cuando aun no sabia cuyo hij o era, y así le llamaba tío, y él
á él sobrino. La nueva deste suceso tuvo su majestad en
Córdoba por carta de don Juan de Austria de 19 de fe-
brero, dándole cuenta como por la desorden de los sol-
dados se había dejado de ganar la villa de Serón , y pi-
diendo mayor número de gente con que poder prose-
guir adelante; y luego se despachó correo á las ciuda-
des de Ubeda y Baeza y Jaén, por donde habían de pa-
sar dos mil infantes que iban de Castilla y del reino de
Toledo, con orden que donde quiera que los alcanzase,
parasen ; y dejando de ir á Granada , como les había si-
do ordenado , fuesen al campo de don Juan de Austria.
Y al duque de Sesa se le escribió que le enviase el ma-
yor número de gente que pudiese, quedando él proveí-
do de manera que por falta della no dejase de hacer los
cfetos que se pretendían por aquella parte ; encargán-
dole brevedad en su entrada en la Alpujarra, por ser
cosa que daría mucho calor á lo que don Juan de Aus-
tria había de hacer en el río de Almanzora. Mas ya cuan-
do le hegó este mandato liabia salido de Granada, y
estaba recogiendo su campo en el lugar del Padul, co-
mo diremos en el siguiente capítulo. Dejemos agora á
don Juan de Austria rehaciendo su campo, y vamos á
lo que se hizo en este tiempo á la parte de Granada.
CAPITULO VHL
De lo que proveyó el duque de Sesa en Granada, y cómo salió á
juntar su campo en el lugar del Padul para entrar en la Alpu-
jarra.
Antes que el duque de Sesa saliese de Granada , por-
que en la ciudad y presidios comarcanos hubiese la guar-
dia y seguridad que convenia , proveyó las cosas siguien-
tes : que en la fortaleza de la Alhambra quedasen los
capitanes Lorenzo de Avila y Gaspar Maldonado con sus
compañías , y Antonio Martínez Camacho, con cincuenta
soldados, á orden del conde de Tendílla ; en la ciudad
seis compañías de infantería , capitanes Juan Nuñez de
la Fuente, don Cristóbal de León , don Diego de Vera,
Francisco Montesdoca , don Lope Osorio y Bartolomé
Pérez Zumel , capitán y cabo de toda esta gente , y Juan
Franco , sargento mayor ; y tres estandartes de caba-
llos del marqués de Mondéjar, de don Bernardino de
Mendoza y de Martín Noguera , y Jerónimo López de
Mella con su gente. Este era vecino de Medina de Rio-
seco , hombre caudaloso en aqueha tierra , y había veni-
do con un hermano suyo , llamado Blas López de Mella,
REBELIÓN Y CASTIGO DE LOS MORISCOS DE GRANADA.
317
ciento y sesenta leguas, á servir en esta guerra á su cos-
ta con ocho escuderos de á caballo y diez arcabuceros
de á pié, y después se le habia acrecentado el número
de la gente. En la Vega mandó quedar las compañías de
Antonio de Baena y Pedro Navarro, con seiscientos in-
fantes , y con orden que en la ciudad de Santa Fe pu-
siesen cincuenta soldados, que estuviesen allí de ordi-
nario con la caballería del duque de Arcos. Quedaron
asimesmo en la Vega dos estandartes de caballos de Lá-
zaro de Briones y de Gaspar de Aguilera. En Alfacar,
la Zubia y Gójar Hernán López con trecientos hombres
de las cuadrillas. En Guéjar cuatro compañías de infan-
tería , capitanes Pedro de la Fuente , Luis Coello de
Vílche<!, Hernando Becerra de Moscoso y don Francisco
Hurtado de Mendoza , capitán y cabo del presidio ; el
cual pusiese cien soldados en Pinillos para guardia de
aquel paso, y en Níbar la compañía de don Francisco,
del partido de Alcántara. Dio orden al corregidor Juan
Rodríguez de Villafuerte, que apercibiese de nuevo los
capitanes de cada colación, para que tuviesen la gente
de la ciudad á punto, así la de á pié, como la de á caba-
llo, señalando por cabo de las compañías de infantería
á don Pedro de Vargas , veinticuatro de aquella ciudad,
y por sargento mayor á Jorge de Baeza ; y que las guar-
das , rondas y centinelas se hiciesen de la mesma mane-
ra que hasta allí. Quedó el gobierno de paz y de guerra
al presidente don Pedro de Deza, y que don Gabriel de
Córdoba , como superintendente de la gente de guerra,
asistiese en el Consejo con él, y se ejecutase lo que allí
se ordenase, haciendo oficio de capitán general; asis-
tiendo asimesmo con ellos el Corregidor y los que mas
pareciese al Presidente , según las ocasiones que se
ofreciesen. Todas estas cosas proyectó el duque de Sesa
antes de salir de Granada ; y cuando le pareció tiem-
po, á 21 dias del mes de febrero deste año de 1570,
partió de aquella ciudad, y aquel proprio dia llegó al
Padul, donde se habia de juntar toda la gente. Estaba
don Juan de Mendoza en las Albuuuelas, que habia ido
& recoger las compañías que iban viniendo de las ciu-
dades y señores ; el cual vino al Padul á 23 de febrero.
Detúvose el Duque en aquel alojamiento muchos dias
con harta importunidad, esperando gente y vituallas y
armas , que hablan de venir de Málaga , y haciendo re-
ductos en Acequia y en las Albuñuelas y en las Cuaja-
ras. En las Albuñuelas puso de presidio á don Gutierre
de Córdoba con mil infantes y un estandarte de caba-
llos; á las Cuajaras envió al capitán Antonio de Berrio
con quinientos arcabuceros, sin caballería, por no ser
la tierra dispuesta para ella ; y en el Padul y Acequia
ordenó otros presidios para en su partida. A Jayena en-
vió á don Alonso de Granada Venegas con cincuenta ar-
cabuceros y el estandarte de caballos de Baeza de Juan
de Carvajal , porque su majestad habia mandado que se
pusiese allí con alguna caballería, para que por su me-
dio , como persona de confianza , de quien la podían te-
ner los rebeldes, se pudiese tener alguna inteligencia
con ellos para que se redujesen, como él lo habia ofre-
cido , que era el lenguaje que mas se trataba ; porque
su majestad , como atrás dijimos, deseaba mas la con-
cordia que la Vitoria de sus vasallos. Y porque la gente
no estuviese ociosa comiendo el bastimento en el Pa-
dul, mientras se engrosaba el campo, y llegaban los
bastimentos, armas y municiones que esperaba de Gra-
nada y de Málaga y de otras partes , mandó hacer el
Duque algunas correrías, y se pusieron emboscadas á
los moros que andaban por el valle, y fueron presos al-
gunos, de quien se entendió el desinio del enemigo, y
como habia enviado al Habaquí á lo del rio de Almauzo-
ra con autoridad de capitán general, y puéstose él con
toda la gente de la Alpujarra en Andarax, no con pro-
pósito de defender la entrada á nuestro campo , sino
para molestarle , dando en la retaguardia y en las escol-
tas de los bastimentos, y necesitándole á que, fatigado
de hambre, de cansancio, y sin ganancia, le dejasen,
porque deste parecer eran el Habaquí y los capitanes
turcos. Y que á la parte de poniente habia enviado cua-
tro mil moros con el Rendati y el Macox y con otros,
la mayor parte de los cuales eran de aquellas comarcas
y de la sierra de Bentomiz , para el mesmo efeto ; man-
dándoles que metiesen cuatrocientos hombres en ol cas-
tillo de Lanjaron , y procurasen defenderle , para desde
allí salir á hacer sus saltos cuando el campo del duque
de Sesa pasase , ofreciéndoles que los socorrería con
todo su poder cuando fuese menester, y que estaba con-
fiado en el socorro que le prometía su esperanza que ha-
bia de venirle de Argel. En este lugar ponemos dos car-
tas, una que Aben Aboo escribió al menfti (1) de Cons-
tantinopla , que es como obispo ; y otra del secretario
de Aluch Alí , á fin de que se entienda que no se des-
cuidaba en este particular; y luego volveremos á nues-
tra historia.
CARTA DE ABEN ABOO AL MENFTI DE CONSTANTINOPLA, PI-
DIENDO SOCORRO DEL GRAN TURCO.
«Loores á Dios. Del siervo de Dios, que está confiado
»en él , y se sustenta mediante su esfuerzo y poderío. El
wque guerrea en servicio de Dios, el gobernador de los
«creyentes , ensalzador de la ley, y abatidor de los he-
»rejes descreídos , y aniquilador de los ejércitos que
»ponen competencia con Dios , que es Muley Abdalá
»Aben Aboo ; ensálcele Dios ensalzamiento honroso, y
»haga señor de notorio estado y señorío. El que susten-
»ta el alzamiento déla Andalucía, á quien Dios ayude y
»haga vitorioso, mediante la fuerza de su brazo, que es
»el que tiene el cuidado y el poderío para ello ; á nues-
»tro amigo y especial querido nuestro , el señor engran-
«decido, honrado,* generoso, magnífico, adelantado,
Mjusto , limosnero y temeroso de Dios , á quien Dios gua-
))lardone con la felicidad del perdón, y después desto la
«salud de Dios general y comprehendiente sea con vues-
))tro estado alto , y la gracia y bendición abundante de
«Dios. Hermano y amigo muy preciado nuestro , ya lie-
«mos tenido noticia de vuestro estado alto y ser tan
«generoso, y como de compasión que habéis tenido de
«la desamparada y abatida gente, habéis siempre pre-
«guntado con cuidado por nosotros para certificaros de
«nuestros sucesos, y os habéis dolido de todo nuestro
«trabajo y aprieto en que nos han puesto estos cristia-
«nos ; y también nos envió una carta el alto y poderoso
«Rey, sellada con su sello, prometiéndonos socorro de
(1) Mofli, ó mufíi mas bien. Otras veces escribe Mármol mefH,
como ya hemos visto. Según la interpretación de esta palabra que
hace el Cartulario de Alonso del Castillo, publicado por la Real
Academia de la Historia, de que hablamos en el prólogo de este
tomo, muflí era una especie de juez supremo en cuestiones canó-
aicas y legales.
31«
LUIS DEL MARMOL CARVAJAL.
))gran número de gente con su armada, y todo lo que
«mas liubicsemos menester para sustentar esta tierra.
))Y porque estamos con estos malos en gran congoja,
«ocurrimos de nuevo á las altas y muy poderosas Piier-
wtas, y pedimos el socorro de vuestra parte y la vito-
«ria por vuestra mano. Por tanto socorrednos; socorre-
«ros ha Dios altísimo sobre todas las gentes. Y vuestra
«soñoría informe de nuestro negocio al Rey poderoso,
«y le haga saber de nuestro ser y estado , y de la gran-
«dísima guerra que de presente tenemos entre las ma-
wnos. Y dígasele á su alteza que si es servido de nos
"favorecer, nos socorra presto y se dé muclia priesa,
«antes que perezcamos , porque vienen dos ejércitos po-
»derosos contra nosotros para acometernos pordospar-
«tes ; y si nos perdemos , le será pedida cuenta de nos-
«otros , y terna largo juicio el dia de la resurrección ; y
«la razón dcslo se podría alargar en esta parte; y por-
«queel hombre no tiene mas poder ni esfuerzo para lia-
«blar, ceso. La salud de Dios y su gracia y bendición
«os acompañe. Que es escrita martes á i i días de la lu-
«na de Xaliaban el acatado del año de 977;» que con-
forme á nuestra cuenta, fué á H dias de la luna de fe-
brero en el año del370. Ydeciaen el sobrescrito : «Sea
«dada al señor alto vicario y consejero mayor de Cons-
«tantinopla, que está debajo del amparo de Dios.» El
registro desta carta se tomó en la cueva de Gastares
eulre los papeles de Aben Aboo , y se mandó romanzar
después en Granada, dándola el comendador mayor de
Castilla á don Juan de Austria ; el cual la envió al presi-
dente don Pedro de Deza para aquel efeto.
CARTA DEL SECRETARIO DEL REY DE ARGEL
PARA ABEN ABOO.
«Con el nombre de Dios poderoso y misericordioso.
«Guarde Dios el estado alto , cumplido , generoso , ven-
«turoso del rey Mahamete Abdalá Aben Aboo. La sa-
«lud de Dios sea con vos, y su gracia y bendición. Ha-
«cémoos saber que recibimos el recaudo que nos en-
«viastes acerca de los negocios de vuestro estado y de
«los enemigos de nuestra ley , y entendimos lo que nos
»diji:ites que dijo el señor de España, que está deter-
«minado de acabaros. Nosotros seremos aquellos que
«con el ayuda de Dios le acabaremos á él; y para esto
«os enviamos las armas , escopetas , pólvora y plomo que
«veréis, en lo cual hicimos de presente toda nuestra po-
«sibilidad; y en lo que decís, que no os hemos socorri-
«do porque las ciudades que tenemos están flacas de
«gente , juro por Dios que tal acá no he sabido que se
«haya dicho; antes os queremos socorrer por el grande
«amor que os tenemos, y por el grande amor que el Rey,
«Dios le ensalce, os tiene. Por tanto no temáis, que el
«Rey tuvo necesidad de irá las ciudades de África , que
«es la ciudad de Túnez, y no se partió hasta que en-
«vió una galeota á la costa de Turquía á la casa alta del
«Rey, que Dios ensalce, haciéndole saber el estado en
«que estáis ; y nuestro rey, que Dios conserve su estado,
«acabado este viaje partirá luego para esa tierra, me-
«diante Dios. Hemos sabido que se ha visto con el rey
«de Túnez sobre una ciudad que se llama Bexa, y que le
«echó de ella , y dio Dios la viloria á nuestro rey y le
«rompió su ejército , y le mató cantidad de dos mil hom-
»bres , y huyó el rey die^ Túnez con número de docien-
«tos de á caballo, y entró el rey nuestro en Túnez, y
«prestamente vendrá á esta ciudad y irá á socorreros,
«y enviará la armada que baja para vuestro intento y
«socorro, mediante Dios. Hemos oído decir que capti-
«vastes al hermano del Marqués : si es así y ha venido
«á vuestra mano , enviadlo al Rey , y enviad con él otra
«cosa antes que venga , para que el dia que llegare se lo
«presentemos , diciéndole : Veis aquí el presente que os
«envía el rey de la Andalucía ; y con esto le aumentaré-
«mos el descoque tiene de ayudaros, porque vosotros
«el dia de hoy sois un cuerpo con nosotros. Y por Dios
«os encargo que lo hagáis ansí, y esta es la verdad que
«os certiíicamos ; y lo demás os informará nuestro ami-
»go Cacim , criado nuestro ; y no sigáis las palabras de
«las gentes, y haced lo que Cacim os dijere. Esto es lo
«que os hacemos saber. Dios os haga saber lodo bien.
«La salud sea con vuestra alteza , y la gracia y bendi-
«cion de Dios. El que tiene necesidad de su socorro,
«secretario de nuestro señor el Rey, que Dios ensalce.»
Estaba puesto en la carta el sello de Aluch Alí, que co-
nocimos ; y decía en el sobrescrito : « Guarde Dios al
«gobernador grande, ensalzado, acatado, Mahamete
«Abdalá Aben Aboo. » También vino esta carta original-
mente á poder de don Juan de Austria , y la romanzó el
hceuciado Castillo en Granada por su mandado.
CAPITULO IX.
Cómo don Antonio de Luna corrió la sierra de Bentomiz y puso
presidio en Zalia , y retiró los moriscos de algunos lugares de
la jarquía de Málaga.
Demás de las provisiones que dijimos que hizo el du-
que de Sesa cuando salió de Granada, fué una, que
pudiera ser muy importante si la gente no faltara al
mejor tiempo, que fué enviará don Antonio de Luna
á correr y asegurar la sierra de Bentomiz y la tierra de
Vélez-Málaga , donde el Darra y los otros caudillos de
los moros hacían muchos daños, y á recoger los mo-
riscos de paces de los lugares del Borge , Gomares , Cú-
tar y Benamargosa , y enviarlos la tierra adentro , y ha-
cer tres fuertes, y poner presidios en Zalia, Competa
y Nerja, y entrar luego corriendo la costa hacia Almu-
ñécar para divertirá los enemigos, y quemarles los bas-
timentos y necesitarlos con hambre. Para este efeto
se ordenó á los corregidores de Antequera y Málaga
que le acudiesen con su gente de á pié y de á caballo ;
los cuales acudieron luego , don Fadrique Manrique con
la de Antequera, don Gómez Mejía de Fígueroa con la
de Loja , Albania y Alcalá la Real , y Arévalo de Zuazo
con la de Málaga y Vélez , y el licenciado Soto con la de
Archidona , que serían todos al pié de cinco mil hom-
bres. Y juntándose en Canilles de Aceituno á d." de
marzo, fué á Competa, pensando hallar alguna resis-
tencia; y no hallándola, pasó á Nerja, y de camino cor-
rió el fuerte de Fregiliana, donde se mostraron al pié
del hasta cien moros, que escaramuzaron con los sol-
dados sueltos déla vanguardia; y volviendo luego hu-
yendo al fuerte con una bandera , subieron tras dellos
ios nuestros , y matando seis moros, se derrocaron los
otros por aquellas sierras , de manera que no fueron mas
vistos, y captiváronse doce moras. Aquella noche dur-
mió el campo en Nerja, y estuvo el siguiente dia en
aquel alojamiento, aguardando las vituallas que ibarir
de Vélez y de Loja ; y en este tiempo envió don Auto-
REBELIÓN Y CASTIGO DE LOS MORISCOS DE GRANADA. ni 9
j -16 de marzo. Y porque no llevaba gente que poder de-
nlo de Luna dos mangas de arcabuceros & correr la
sierra por dos partes , que mataron otros dos ó tres mo-
ros ycaptivaronotras seis mujeres. Y siendo avisado
que el Darra tenia lieclia una fusta para pasarse á Ber-
bería, llevando el moro que le dio el aviso áque se la
mostrase , la halló en una rambla metida , y en otra
rambla bailó otra comenzada á labrar, y una caldera
de brea para brearla, y madera , y lo bizo quemar to-
do. El sábado 4 de marzo, queriendo partir de allí,
bailó que se le babia ido casi toda la gente, unos con
achaque que les faltaba la comida , y otros por enten-
der que era jornada de poca ganancia , por haber ya
poco que saquear en aquella tierra. Decía después don
Gómez Mejía de Figueroa que don Antonio de Luna
le babia mandado que se fuese á Loja con la gente de
aquellas tres ciudades , pareciéndole que bastaba la de
Antequera, Málaga y Vélez, por el poco bastimento
que babia. Sea como fuere , hallándose con solos mil
hombres, determbió pasar adelante con ellos por el ca-
mino de la marina derecho á Almuñécar ; y porque no
se podía ir por otra parte con los caballos y bagaje, hi-
zo noche en el camino en la boca del rio de la Miel.
Llegado á Almuñécar, tomó algún refresco de vitualla
para ir al lugar de Lentejí , donde dijo una espía que
había mas de cinco mil moros , y era mentira , porque
no babia sino obra de quinientas almas. Estuvo la
gente algo temerosa con esta nueva , y ton)ando do-
cientos soldados de los de aquel presidio , fué aquella
noche á alojarse legua y media de allí en la mitad del
camino. Otro día martes, á 7 de marzo, tomó la mañana,
y llegó á las nueve al lugar, donde pensaba hallar los
enemigos ; mas halló que habían huido de media noche
abajo. Mataron los soldados cinco que hallaron en el
lugar, y captivaron uno, y tomáronse alguiios baga-
jes. Los soldados de Almuñécar, que estaban algo las-
timados de aquellos moros, pusieron fuego al lugar y
le quemaron todo. Hallóse cantidad de pasa y mucho
aceite, y poco pan en las casas y cuevas, que todo se
quemó y derramó ; y lo mesmo se hacia en los lugares
donde llegaban, destruyendo y quemando todos los bas-
timentos. Súpose del moro que se prendió como los
moros iban la vuelta de los prados de Lopera , y por
ser temprano, determinó don Antonio de Luna de ir tras
dellos, y fué ádormíraquella noche aun cortijo del mar-
qués de Mondéjar. Los moros que iban delante echa-
ron sobre mano izquierda antes de llegar á los prados,
y fueron la vuelta de Almijar. Aquella noche, estando
en el cortijo, se le fueron mas de quinientos hombres , y
cuando quiso partir, hallándose solamente con obra
de seiscientos soldados de Vélez y de Málaga, y pocos
de los de Antequera, pasó á la ciudad de Alliama , don-
de llegó á 9 de marzo ; pidió á la ciudad bastimentos
y docíentos hombres ; y con ellos , y con otros do-
cientos que escribió al corregidor de Loja que le en-
víase , y la gente que le había quedado , volvió al cas-
tillo de Zalia , donde dejó al capitán Cristóbal de Re¡-
noso con los caballos contiosos de Andújar y alguna in-
fantería ; y entrando en la Jarquía , retiró los moriscos
de los lugares sospechosos sin escándalo ni alboroto,
porque los hallaron descuidados. A los del Borge reti-
ró Arévalo de Zuazo, donFadrique Manrique á los de
Gomares , y don Antonio de Luna á los de Cútar y Be-
namargosa ; los cuales caminaron la tierra adentro á
jar en Competa , no se puso aquel presidio desta vez.
CAPITULO X.
Cúmo se comenzó á hacer negociación pafa que los alzados
se redujesen.
Deseaba su majestad mucho que se efetuase la re-
ducion de los alzados, movido de su natural clemen-
cia, y por ver que babia muchos entre ellos que ni se
habían alzado con voluntad, ni cometido los sacrile-
gios y delitos que otros ; y demás desto se trataba de
la liga y confederación de los príncipes cristianos con-
tra el Gran Turco, que amenazaba los pueblos de levan-
te con su poderosa armada; y habiendo de ir don Juan
de Austria por generalísimo del ejército de la liga,
convenia que diese fin á lo que tenia entre manos ; por-
que papa Pío V, de felice memoria, había enviádole
su embajada con el maestro don Luis de Torres , natu-
ral de la ciudad de Málaga, que después fué arzobispo
do Monreal, exhortándole, como verdadero pastor, ala
general concordia y defensa del pueblo católico. Con
este aviso fué al campo Juan de Soto , y á servir de
secretario á don Juan de Austria. Y entendida la vo-
luntad de su majestad , se trataba con calor el negocio
déla reducion; y hubo algunas personas principales,
que solían tener amistad con los caudillos de los mo-
ros antes que se alzasen , que se ofrecieron á reducir-
los, especialmente don Alonso de Granada Venegas,
que, como dijimos, se había ido á poner de presidio
en Jayena, para desde allí procurar alguna inteligencia
con ellos ; y don Hernando de Barradas , vecino de
Guadix, y otros que deseaban hacer algún buen efeto
en este particular, y con la paz y reducion excusarla
saca que se trataba de los moriscos de paces del reino.
Don Hernando de Barradas había tenido licencia de
don Juan de Austria para poder escrebir á Hernando el
Ilabaquí, que era grande amigo suyo, y aun se ha-
bía visto con él en 15 días del mes de febrero en un
monte de Sierra-Nevada sobre el lugar del Deyre, vi-
niendo el moro hecho ya capitán general en lugar de
Jerónimo el Maleb , que era fallecido de enfermedad ,
con quinientos escopeteros , y entre ellos cien turcos
con un sanjaque ó estandarte colorado ; y llevando don
Hernando de Barradas solos cinco de á caballo , babia
tratado con él del negocio , y aconsejádole que ganase
perdón y gracia con su majestad , pues tenia buena
ocasión para ello; y él le había prometido que lo tra-
taría con sus amigos por los mejores medios que pu-
diese, ydádole á entender que nadie lo deseaba mas
que él, y que había muchos de esta opinión entre los
alzados; y con estos principios se hicieron algunas di-
ligencias para atraerlos á este propósito por algunas
vías. El presidente don Pedro de Deza, para que ge-
neralmente entendiesen los alzados que tenían lugar
de misericordia con su majestad sí dejaban las armas,
cosa que les desviaban de creer los monfís y los que
tenían las conciencias cargadas de gravísimos delitos,
industriosamente mandó al licenciado Castillo que es-
cribiese en lengua árabe una carta persuatoría , dismi-
nuyéndoles el ayuda y favor de los turcos, deshacien-
do los pronósticos que tenían, encareciendo mucho
el poder y clemencia de su majestad, y aconsejándo-
les con buenas razones que tratasen de algún medio
320
para reducirse ; el cual la escribió , y sin poner en ella
nombre de autor, porque entendiesen que era algún
morabito ó alfaquí que se condolía de sus trabajos y
de ver su perdición, se sacaron muchos traslados della,
que llevó una espía á los lugares de la Alpujarra, y eclió
en parte donde pudo ser hallada y leida. La cual fui-
mos después informados que hizo mucho efeto en los
hombres de buen entendimiento, y generalmente en to-
dos los que deseaban quietud ; y por esta razón la por-
némos en este lugar, que traducida en lengua castellana
á la letra, decía desta manera :
CARTA PEKSüATORIA.
«Con el nombre de Dios piadoso y misericordioso.
»No hay esfuerzo ni poderío sino en Dios , y la santifi-
»cacion sea sobre el mejor de sus mensajeros y sobre
»su gente y familias. La salud cumplida sea con aque-
»llos que honró, y no les desamparó el bien; que son
))en este mundo dichosos, y en el otro serán con su
«ayuda gozosos. Los caudillos, ancianos, alcaides, al-
»guaciles belicosos, y otros señores y amigos, vecinos
«y conquistadores de la Alpujarra y de sus anejos, sa-
«luden Dios, y gracia y bendición sea con todos nos-
wotros, y nos esfuerce con su favor y ayuda. Esto es lo
»que os desea un especial amigo vuestro, que de nues-
wtro general bien y conservación de nuestras vidas y
«honras está muy solícito y congojoso ; el cual ha leni-
»do siempre cuidado de considerar los sucesos desta
«nuestra guerra, y lo que della pretendemos sacar, an-
«dando siempre entre vosotros tanteando las cosas que
«suceden y las que podrán suceder adelante, para am-
»paro de nuestras vidas y honras. Y habiéndome des-
«vclado para hallar manera como se pueda sustentar y
«continuar lo comenzado , es verdad que me obliga
«vuestro grande amor, y lo que debo al servicio de
«Dios altísimo , á que os declare lo que en realidad de
«verdad siento dello, mediante lo cual pienso alcanzar
«gracia ante el acatamiento divino, en el dia que á nin-
«guno aprovechará la hacienda ni las familias , sino
«limpieza de corazón de toda mácula y culpa. Y lo
«que con mis fuerzas he alcanzado á saber es , que an-
«damos muy errados y fuera del camino de la verdad
«en esta conquista que pretendemos todos, confiados,
«miserables y desventurados de nosotros, en razones
«flacas , y fuerzas inválidas y vanas promesas , que no
«pueden guiarnos al fin que pretendemos. Ysinosaten-
«demos á ellas, sed ciertos que nos perderémosconfian-
«doenel socorro de los turcos, y asegurándonos de-
«Ilos ; los cuales vemos claramente que nos burlan y
«engañan y desean nuestra perdición ; porque ellos no
«pretenden mas que aprovecharse de nuestras rique-
«zas y de nuestras mujeres y hijas, como lo hemos vis-
«to ; y cuando se hallaren ricos, se irán á sus tierras, y
«nos dejarán cargados de molestias y vejaciones, usan-
»do de su acostumbrada tiranía y maldad , que lleva su
«natural condición; y después se reirán de nosotros,
«como lo han hecho y hacen muy de ordinario donde
«llegan. Y ciertamente os digo que ha pasado así en
«efeto , y que muchos dcllos me han dicho , que si no
«ven en nosotros mas provecho del que han visto hasta
«agora, nos han de saquear y tomar cuanto tenemos, y
«se han de ir, y que mas vale que lo lleven ellos que
»no que quede ú los cristianos. Y no dudéis eJi ello,
LLIS DEL MARMOL CARVAJAL.
«que ya lo han comenzado á hacer, por ser, como son.
«estas gentes extranjeras , bárbaras , y que carecen de
«toda lealtad y misericordia, y de condición tiranos y
«muy avarientos; lo cual es muy ordinario en los le-
«vantiscos y en la gente de Berbería; y asi dice nues-
«tro antiguo proverbio, que tenemos acerca desto,
«que todo lo que viene de levante es bueno, salvo el
«hombre y el aire. Esto es ansí , y se comprueba por
«lo que vemos que hacen cada dia y por lo que han
«hecho en otras partes, como fué en Argel, que, so co-
«lor de socorrer el Rey de aquella ciudad , vimos todos
«que se le alzaron con el reino, y sujetaron toda la gente
«del , y hasta hoy está debajo de su dominio , tiranía y
«tributo ; y es cierto que los naturales querrían mas
«ser tributarios de otro cualquier rey cristiano que de-
«llos. Lo mesmo hicieron en Túnez en tiempo de Hay-
«redinBarbarroja ; el cual, fingiendo querer socorrer á
«un rey de aquella ciudad, se alzó con el reino, y fué
«causa de la destruicion de los moros, como todos sa-
«bemos. Estas y otras cosas semejantes se han hecho
«en nuestros días. Y pues lo sabemos , y entendemos lo
«que se puede fiar de los turcos, miremos bien lo que
«hacemos y loque nos cumple; no se venga á cum-
«plir en nosotros lo que nuestra profecía dice, que
«nuestra generación ha de perecer beyn barbar y
nagem, que quiere decir entre bárbaros y advenedi-
«zos (i). Asimesmo me parece que las causas que nos
«movieron á seguir esta conquista, como son lospro-
«nósticos que nos prometen los juicios que tenemos
«della, no son ciertas ni bastantes; porque en estos
«pronósticos mas se promete nuestra perdición que
«otra cosa. Y los socorros que dicen que tememos no
«consta cómo ni cuándo , ni hay en ellos tiempo limi-
«tado; y lo que dicen unos, deshacen y contradicen
«otros. Y en cuanto al año que ha de entrar en sábado,
«también hubo yerro y falta por nuestro poco saber ;
«porque el año que dice el pronóstico es conforme
«á nuestra computación lunar, y no á la computación
«del año solar, como lo fué el año que comenzamos esta
«guerra, que es año de los cristianos, del cual nohabla
«nuestro pronóstico. Y dado caso que entrase el año
«en sábado , no hay razón que satisfaga á que fuese
«aquel dia mas que otros muchos sábados, en que ha
«comenzado muchas veces el año, y comenzará de aquí
«adelante ; en los cuales no nos movimos á comenzar
«esta guerra. Demás desto , vemos claramente la con-
«tradicion que hay en los pronósticos, y no se hade
«dar crédito á cosas semejantes, contrarias y diferen-
«tes en todo género de contradicion ; porque en uno
«de los juicios dice que en esta nuestra conquista no
«perecerá mas de un solo hombre de nosotros, de ofi-
«cio bajo, y que será molinero; y el otro, que es el jui-
«cio de Zaid el Guergali, que es el mas cierto de los
«juicios que tenemos , dice que serán muy pocos en
«número los que de nosotros quedarán en esta con-
(1) Asi la edición de Sancha; la primitiva, Beyn Barbar y Agem.
En el citado Cartulario de Alonso del Castillo se halla también la
presente carta , aunque bastante diferente de como aquí la leemos,
pues sin duda la alteró Mármol al transcribirla, con el objeto de
hacerla mas inteligible. La frase arábiga es beyn barbar gua ajem,
que no quiere decir entre bárbaros y advenedizos, sino entre ber-
beriscos y cristianos {séase el Cartulario, pag. 17) ; y la idea de la
palabra ajem corresponde á la significación que en otra parte atii-
buimos á la voz ágeme, castellanizada así por MÁimot.
REBELIÓN Y CASTIGO DE LOS MORISCOS DE GRANADA.
»21
«quista. Otras contradiciones y repugnancias hay, y
Mcosas imposibles, que parecen fabulosas ficciones para
«engañar á los que saben poco , como es lo de las nu-
»bes y de las aves , y del arcángel Gabriel y de Miguel,
»y de la mano de Josef , y de la espada de Idris, rey de
«Fez , y otras fábulas que se refieren en ellos ; y no es
»de creer que sean profecías ni dichos de nuestro Pro-
wfeta ni de olro ninguno que tuviese espíritu de profe-
Mcía; antes deben ser consuelo y entretenimiento que
«algunos alffiquís modernos compusieron para entre-
«tener con esperanza á nuestros antepasados y á nos-
«otros en estos reinos de la Andalucía. Y por Dios todo
«poderoso os juro que esto me certificaron personas
«de grande erudición y saber , diciendo que esta fué la
«intención y la razón destos pronósticos. Y si otra cosa
«fuera, no hubiéramos dejado de hallar alguna mincion
«dellos en el Alcorán ó en alguna otra dotrina de la
«Zuna y ley que tenemos aprobada por los halifasy su-
«cesores denuestro Profeta ; la cual no se halla, yes lo
«que totalmente quita la devoción de darles crédito en
«poco ni en mucho ; antes es en contrario dellos lo que
«se halla en la Zuna acerca desto , porque es nuestra
«total destruicion, y triunfo perpetuo que los cristianos
«teman de las tierras de Europa, como se refiere por
«estas palabras que nuestro Profeta dice : — Sacaros han
«los rumís (1) della en diversas juntas á las partes mas
«ásperas de sus tierras. — Demás desto, no sé yo quién po-
»ne duda en el poder del gran rey de España, y en que
«nosotros comparados con él somos como la mosca
«con el elefante. Y por el descomedimiento que le he-
«mos hecho podría decirnos , como nos lo dice la len-
«gua de la representación desta guerra, lo que el gran-
«dísimo roble dijo al mosquito, que habiendo susurra-
«do dentro del un buen rato, pidiéndole perdón por el
«ruido que le parecía que halDÍa hecho , le respondió el
«roble : — Porcierto no tienesque pedirme perdón, por-
«que ni sentí cuando entraste entre mis ramas ni cuan-
«dosaUstedellas. — En verdad os digo, hermanos, que si
«este poderosísimo rey no tuviera en mas nuestra lo-
«cura que el ruido del mosquito , y pretendiera de no-
«sotros alguna venganza , que en una hora diera cabo
«de nuestras vidas , aunque no enviara de sus pueblos
«mas que los cojos. Y si nos confiamos en los socorros
«que estos mentirosos burladores nos prometen, tanto
«mas le enojaremos, y daremos causa para que hágalo
«que hizo Hércules con los Pigmeos, que los hizo pe-
«dazos á todos, viendo su contumacia de querérsele
«poner encima estando durmiendo. También os quiero
«desengañar, que aunque todos los socorros de turcos
»y árabes y reyes de África vengan , no podrán ganar
«nada con el rey de España , porque es invencible, y el
«día de hoy le temen todos los reyes de levante y de
«poniente , y ninguno hemos visto que le haya osado
«acometer ; antes piensan no hacer poco en guardarse
«y defenderse del , y les ha ganado sus fronteras ; las
«cuales no han podido recuperar con todo el poderío
«que tienen , estando dentro de los límites de sus rei-
«nos. Pues si esto es así, ¿qué confianza tenemos, ó en
«qué podemos fundarnos, para pensar que le han de
«ganar las tierras que él tiene y posee dentro de sus lí-
(11 Ttum, rumi, rom, subdito del imperio romano; cristiano.
(£/ mismo Cartulario , pág. 18.)
H-i.
«mites en España? Considerando pues estas tan váli-
«das y convencibles razones , me parece, hermanos
«mios, que miremos muy bien lo que hacemos, y que
«alcemos la mano de la guerra, procurando algún me-
«dio que menos dañoso nos sea , siguiendo la dotrina
))de los cuerdos, que dicen que «de dos males se debe
wescogerel menor», que «mas vale tuertos que ciegos.»
«Yo entiendo, por la mucha equidad y templanza que
))hemos visto en este rey, que se nos concederá , pro-
Mcurándolo con tiempo y no enojándole mas; porque la
i »culpa del yerro hecho inconsideradamente , cuanto al
I Mprincipio tiene la puerta del remedio abierta , la tiene
i «después cerrada con la perseverancia y contumacia;
I )>y como dice nuestro refrán antiguo, «el que no pudiere
! "ganar el juego, bien es que lo haga maña» . Bien sé que
I »nos concederá esta maña , por lo que hemos visto que
»nos ha esperado; porque si otra cosa hubiera preten-
»dido , en un almuerzo ó cena nos despachara ; y á mi
; »juicio debe de haberlo hecho de lástima y de compa-
«sion que de nosotros tiene , á lo menos de algunos
«que entiende no haber sido participantes deste mal
»en poco ni en mucho , como en efeto es la verdad.
«Atengámonos pues á la buena razón y al buen conse-
»jo, y alcemos este juego antes que nos dé mate , y tal,
«que no podrá ser mayor ni mas malo ni de tanta per-
«dicion, porque será pérdida de haciendas, de honra y
«de cabezas ; y por ventura valdrá mas mi consejo que
«las vanas promesas de los turcos y moros de Berbería
»y que los pronósticos en que tan neciamente hemos
»puesto nuestra confianza. Por ventura podrá ser que
«este rey, á cuyo cargo estábamos, terna compasión
«de nosotros , especialmente de los que entiende y es
«informado que están inocentes desta liviandad que
«hemos intentado, como lo ha hecho con los granadi-
«nos ; á los cuales ha mandado amparar y recoger en
«sus tierras, no permitiendo que se les haga mal ni da-
Ȗo en poco ni en mucho , por la constancia que tu-
»vieron en no alzarse ni venir á estos desesperaderos
«de sierras á padecer tanta malaventura como padece-
«mos, esperando la miel del vientre de las hormigas.
«Dios sea el que nos guie por el camino que mas sea
«servido , y nos esfuerce para ello , y agradezca la vo-
«luntad con que os significo todas estas cosas , y se
«apiade de nosotros y de nuestros hijos. Y perdonadme
»que no os declaro quién soy, declarándoos mi inlen-
«cion, porque lo hago de miedo de la calumnia de los
«que quieren seguir esta mala ventura, y porque la
«verdad fué siempre odiosa á los que no se precian
«della. Que es escrita en esta Alpujarra por uno de vues-
«tros especiales amigos, que el bien general de todos
«desea, á 20 días de la luna de Ramadan el grande M
»año de 977. Dios nos haga participantes de sus bie-
«nes y bendición por su infinita misericordia.» Y en el
sobrescrito decía : «A los señores caudillos, alguaciles,
«regidores de la Alpujarra', que Dios altísimo tenga
«debajo de su amparo.» Esto es lo que decia la carta.
Volvamos al campo de don Juan de Austria.
CAPITULO XI.
Cómo don Juan de Austria fué sobre la villa de Serón y la ganó.
Cuando don Juan de Austria hubo reforzado su
campo en Canilles de Baza , donde estuvo algunos dias,
y proveídose de bastimentos , artillería y municione»
2i
3$S
pnrn ir al rio de Almanzora , sobiendo que ya el duque
de Sesa liiibia salido de Granada con el otro campo,
partió de aquel alojamiento con ocho mil infantes y qui-
nientos caballos. La primera jornada que hizo fué á la
Fuen Caliente , y á la iiora que llegó , que seria á víspe-
ras, mandó á Teilo González de Aguilar que con los
caballos de su cargo diese vista á Serón desde unos cer-
ros que están de la otra parte del rio por frente de la
villa , y que no se quitase de allí hasta que el campo es-
tuviese alojado. Los moros pensaron hacer lo que la
vez primera, y en descubriendo la caballería salieron
huyendo la vuelta de la sierra para aguardar el socorro
y volver á dar sobre nuestra gente; mas como vieron
que no iba nadie á ocupar la villa, volvieron aquella
noche á meterse dentro. Otro dia de mañana marchó
nuestro campo en su ordenanza por el rio abajo , lle-
vando la vanguardia de la infantería el capitán Antonio
Moreno con el tercio de su cargo , y la caballería de-
lante ; y como los enemigos entendieron que se les iba
á poner cerco de propósito , no se asegurando en la vi-
lla ni en el castillo , le pusieron fuego de parte de no-
che ; y dejándole ardiendo , tornaron á subirse á la sier-
ra, como de primero. "Viendo pues don Juan de Austria
que el castillo ardía , y entendiendo que los moros le
habían desamparado, mandó á Tello González de Agui-
lar que fuese á ponerse en el proprio paso donde había
estado Francisco de Mendoza , y á don García Manrique
que con mil y quinientos arcabuceros tomase lo alto
de la sierra sobre la villa á la parte de Tíjola , que eran
los pasos por donde los moros habían de entrar con el
socorro. Habíanse recogido á las almenaras que toda
la noche habían hecho los de Serón , mas de siete mil
moros en Purchena , donde había venido Hernando el
Habaquí; y al tiempo que nuestra gente caminaba la
vuelta de la villa, comenzaron á descubrirse como ve-
nían el rio arriba puestos en sus escuadrones , con sus
banderas tendidas, tocando sus atabalejos y dulzainas»
á manera de representación de batalla. Don Juan de
Austria envió luego á don Martin de Avila que fuese á
reconocerlos con las cien lanzas que servia Jerez de la
Frontera; el cual los reconoció, y reíirió que era mucha
gente , y que le parecía traer determinación de pelear.
Entonces mandó cesar el alojamiento , y ordenó sus es-
cuadrones y exhortó los capitanes y soldados ; y apeán-
dose del caballo , se puso en la vanguardia delante del
escuadrón de la infantería. El Habaquí traía la vanguar-
dia de su campo con ochenta caballos, y luego seguía
un escuadrón de infantería ú veinte y cinco por hilera,
puestos en tan buena orden como si fueran soldados
muy prátícos , y dos mangas de escopeteros sueltas,
que fueron acercándose hacía nuestra caballería, tiran-
do con las escopetas para provocar á que los nuestros
liiciesen algún acometimiento desordenadamente. Y hi-
ciérale Tello González de Aguilar si don Juan de Aus-
tria quisiera darle licencia para ello; el cual le mandó
que se estuviese quedo ; y haciendo apartar el escua-
drón de la vanguardia sobre mano izquierda para que
pudiese tirar la artillería contra los enemigos, bastó
aquello para que dejasen el camino que llevaban y to-
masen la vuelta de la sierra hacia donde don García
Manrique estaba ; y cargándole con grandísima furia,
comenzaban ya nuestros soldados á aflojar y muchos
dellos á huir; y perdiéranse todos si don Juan de Aus-
LUfS DEL MARMOL CARVAJAL.
tria , viendo ir al enemigo la vuelta dellos, no enviara
dos mil arcabuceros en su socorro, los cuales reforza-
ron la pelea por nuestra parte cargando animosamente
á los enemigos, que firmes se sustentaron mas de una
hora. En este tiempo mandó don Juan de Austria á Te-
llo González de Aguilar que con sus cien lanzas subiese
la sierra arriba , y con él dos adalides que guiasi^ n, por-
que era tan fragosa , que apenas parecía poderia hollar
caballos : tardó en subir mas de media hora por la parte
hacia donde nuestra gente peleaiía ; y cuando llegó ar-
riba no llevaba mas de cuarenta caballos con su estan-
darte, porque no le habían podido seguir los otros. Y
siendo á tiempo que don García Manrique tenia frente
á los enemigos y los comenzaba á arrancar con la gente
del socorro, hizo tocar las trompetas y los acometió.
Fué tanta la turbación de los moros en ver caballería
donde entendían que no podía subir, que perdiendo la
furia y el ánimo juntamente , dieron á huir. Siguióse el
alcance por nuestra parte, matando y hiriendo muchos
dellos, y prendiendo algunos, les tomaron siete bande-
ras, y el Habaquí, dejando muerto el caballo, se esca-
pó huyendo á pié. Habida esta Vitoria , la villa y el cas-
tillo quedó por nosotros : alojóse nuestro campo en
unas viñas junto al rio, y mandóse á los gastadores que
enterrasen los cuerpos de los cristianos muertos, que
aun estaban tendidos por aquellos campos desde la rota
pasada. Detúvose don Juan de Austria allí algunos
días, porque comenzaban á faltar los bastimentos para
ir adelante , mandándome á mí que fuese á las ciuda-
des de übeda y Baeza y al adelantamiento de Cazorla á
proveer el campo , como lo hice. Y cuando fué tiempo,
partió sobre Tíjola , dejando de presidio en Serón al ca-
pitán Antonio Sedeño con cuatro compañías de infan-
tería y una de caballos para asegurar las escoltas, y en
el castillo á Cristóbal Carrillo , criado del marqués de
Villena , con docientos soldados que habia enviado á
su costa para aquel efeto. Vamos á lo que en este tiem-
po hacia el duque de Sesa.
CAPITULO xn.
Cómo el duque de Sesa fué con su campo á Órgiba , y de algunas
escaramuzas que tuvo con Aben Aboo estando en aquel aloja-
miento.
Treinta días estuvo el duque de Sesa en el primer
alojamiento aguardando la gente, armas y bastimen-
tos, que con harta importunidad se le enviaba desde
Granada ; tanto, que fué necesario dar por coadjutores
al Proveedor general, al licenciado Pedro López de Me-
sa y al Corregidor Juan Rodriguez de Villafuerte. Y co-
mo todo estuviese ya aprestado , y su majestad diese
prisa por razón de que don Juan de Austria estaba ya
en el rio de Almanzora , y cualquiera dilación era muy
dañosa, especialmente que enfermaba la gente y se
consumían los bastimentos, don Pedro de Deza fué á
visítarie y á solicitar su partida ; y á 9 días del mes de
marzo , yendo con él el contador Francisco Gutiérrez
de Cuéllar, marchó con todo el campo, en que iban
diez mil infantes y quinientos caballos y doce piezas de
artilleria de campaña y muchos caballeros del de Anda-
lucía y de Granada , parte con cargos, y otros que de su
voluntad le acompañaban. Aquella noche se alojó en
Béznar, donde llegó la retaguardia muy tarde, por ser
piuciio el bagaje y el camino malo. Estuvo en a^iuel alo-
REBEIION Y CASTIGO DE LOS MORISCOS DE GRANADA.
323
jumiento dos dias, y en este tiempo se descubrieron al-
gunas banderas de moros, con mas ánimo de espantar
y entretener que de pelear, porque en cargándoles
nuestra gente, se retiraron y fueron á meterse en el cas-
tillo de Lanjaron, flaco de muros, aunque de sitio fuer-
te para batalla de manos. Y como fuesen algunos de pa-
recer que lo combatiesen , el duque de Sesa no lo con-
sintió , diciendo que los moros no tenian agua ni basti-
mento dentro, y que de necesidad se hablan de ir de
allí aquella noche, y le dejarían el paso libre y desem-
barazado, que era lo que se pretendía , como en efoto
lo hicieron. Pasó otro día, 12 de marzo, nuestro campo
á Lanjaron , y los moros mostraron querer hacer algún
acometimiento; mas don Martín de Padilla con]a ca-
ballería de la vanguardia les dio la carga hasta el lugar
de Cánar , y los escarmentó de manera , que no pare-
cieron mas. Y de un moro que se prendió se supo como
Aben Aboo había encomendado el castillo de Lanjaron
al Rendedí con cuatrocientos moros , con orden que lo
sustentase , mas no se atrevió á parar en él ; antes en
viendo llegar nuestra vanguardia , salieron huyendo los
que estaban dentro, y se pusieron á dar grita á los cris-
tianos desde la otra parte del río. No pudo llegar la re-
taguardia aquella noche á Lanjaron , y para esperar la
escolta que iba de Acequia se detuvo un día en este
alojamiento , y á 14 de marzo caminó la vuelta de Ór-
giba. Desde este alojamiento fué Francisco Gutiérrez
de Cuéllar á informar á su majestad del estado de las
cosas de la guerra , y volvió luego á Granada con la or-
den de lo que se había de hacer, y asistió en el Consejo
con el Presidente hasta que se acabó de allanar la tier-
ra. Llevaba el Duque su campo bien ordenado confor-
me á la disposición de la tierra por donde iba, que era
difícil de hollar por su aspereza. Iban los escuadrones
de la infantería prolongados de á once soldados por hi-
lera para formarlos con brevedad cuando fuese menes-
ter, y las mangas de arcabucería ocupando de un cabo
y de otro las cumbres y los pasos peligrosos ; el bagaje
muy recogido, y guarnecidos los lados de arcabucería,
y la caballería puesta siempre en parte que pudiese sa-
lir á hacer sus acometimientos sin turbar las ordenan-
zas, y las cuadrillas de la gente del campo sueltas de-
lante descubriendo la tierra, y algunos caballos con
ellas. Y llegando al paso donde se entendía que habría
alguna resistencia, el Rendedí y otros capitanes con él,
que tenian tomadas las cumbres de las sierras, se des-
cubrieron con mas de tres mil moros; y dando mues-
tra de querer defender el paso , comenzaron á desver-
gonzarse y á hacer algunos acometimientos animosos,
aunque de poco efeto , porque el Duque les mandó dar
una fuerte carga ; y se les dio tal , que no pararon hasta
meterse en las sierras, recibiendo daño y haciendo po-
co , y dejando algunas armas , y entre ellas la mas her-
. mosa escopeta turquesca que se había visto en estas
partes , porque tiraba onza y cuarta de pelota, y tenia
diez palmos de cañón. Desocupado el paso , nuestro
campo fué á alojarse á Albacete de Órgíba , donde es-
tuvo mas de veinte días haciendo un fuerte en que po-
der dejar mil hombres de presidio, por causa de las es-
coltas. En este tiempo Aben Aboo llegó algunas veces
á desasosegar nuestro campo : envió cuatrocientos es-
copeteros, á 19 dias del mes de marzo , á que procura-
sen prender algua cristiano para tomar lengua ; los cua-
les llegaron á tiempo que pudieran hacer algún efeto si
el duque de Sesa no previniera, enviando luego cien
caballos y docíentos arcabuceros , que pelearon con
ellos un buen rato y los desbarataron; y matando diez
y siete moros, les ganaron una bandera y captivaron
dosalpujarreños, de quien se supo la cantidad de gente
que Aben Aboo tenia en Poqueíra, y como pensaba pe-
lear en aquel paso y le tenía reparado. Dos dias después
desto envió dos mil hombres ; y estando el duque de
Sesa en misa , que quería recibir el Santísimo Sacra-
mento, hincado de rodillas delante el preste, se des-
cubrieron de la otra parte del río como trecientos mo-
ros escopeteros con una bandera blanca, puestos en
tan buena orden como si fueran soldados práticos. Y
como los alambores tocasen arma y los soldados se re-
cogiesen alborotadamente á las banderas viendo que
llegaban los enemigos cerca de los alojamientos, el Du-
que, conociendo del sacerdote que se habia alterado, le
dijo mansamente que se reportase y que prosiguiese en
el oficio sin alteración ; y cuando hubo comulgado con
mucha devoción, salió luego á poner su gente en or-
denanza. Mandó á don Jorge Morejon , vecino de Ante-
quera , que con la caballería de su cargo y algunos ar-
cabuceros á las ancas fuese la vuelta de los moros , los
cuales les hicieron rostro, y hechos una muela sobre
un cerrillo, comenzaron á escaramuzar con ellos, sa-
liendo de diez en diez con tan buena orden , como si
fuera gente disciplinada en la milicia. Desta manera
tuvieron suspenso y puesto en arma nuestro campo
hasta las cuatro de la tarde, y áesta hora, dando mues-
tra que se retiraban á la sierra que cae á la parte de
mediodía, asomaron las banderas con el golpe de la
gente húcia Poqueíra. Mas ya á este tiempo el duque
de Sesa, sospechando el ardid del enemigo, y que lla-
maba por una parte para acometer por otra , se había
puesto á su frente ; y mandando á don Jorge Morejon
que se retirase, estaba con sus ordenanzas aguardando
á que los enemigos bajasen. Luego se entendió que no
venían á pelear y que aquella representación que hacían,
solamente era para desasosegar nuestro campo y para
que no se entendiese la flaqueza que de su parte habia.
Desta manera estuvieron los unos y los otros puestos
en arma. Los moros hicieron gran cantidad de fuegos
por todos aquellos cerros al derredor, y estuvieron ha-
ciendo algazaras hasta medía noche y tocando los ata-
balejos y dulzainas , y al cuarto del alba se retiraron á
Poqueíra. El duque de Sesa estuvo siempre puesto en
arma hasta que supo que el enemigo estaba retirado,
y entonces mandó que se fuesen las banderas á sus
cuarteles. Dejemos agora al duque de Sesa ; que ade-
lante diremos otras cosas que sucedieron en este aloja-
miento , y digamos la orden que se tuvo en este tiempo
en sacar los moriscos de paces de la vega de Granada.
CAPITULO XIII.
Cómo se sacaron los moriscos de paces de los lagares de la veg>
de Granada , y los llevaron la tierra adeairo , y la orden que e»
ello se tuvo.
Para necesitar á los rebeldes y reducirlos á extrema
miseria , ninguna cosa convenia mas que quitarles los
moriscos de paces que quedaban en el reino de Grana-
da ; porque metiéndolos la tierra adentro , se les quita-
ba de todo punto la comodidad de poderse rehacer de
32*
LUIS DEL MARMOL CARVAJAL.
gente , y especialmente de avisos , armas y bastimentos,
que les daban secretamente. Deste parecer habla sido
siempre el licenciado Alonso NuFiez de Boliorques , y
lo estaban ya los del Consejo, y especialmente el duque
de Scsa y don Pedro de Deza ; y habiéndose dado y to-
mado sobre el negocio, y consultádolo á su majestad, se
resolvió en que se hiciese ansí. Quisiera mucho su ma-
jestad que don Juan de Austria sacara los de Guadix y
Baza y de los lugares de su jurisdicion antes de en-
trar en el rio de Almanzora ; y asi lo habia escrito por
carta de 24 de febrero , que los recogiese con el menor
escándalo que ser pudiese , dándoles á entender que se
hacia por su bien, y dejándoles llevar sus mujeres y hi-
jos y bienes muebles ; el cual habia dejado de hacerlo
por liallarse ya en el alojamiento de Serón cuando reci-
bió la carta , y parecerle que no convenia volver atrás
ni dividir el campo, y que se podría hacer con mejor
comodidad cuando llegasen las banderas de los dos mil
infantes que venían de Castilla y del reino de Toledo á
cargo de don Juan Niño de Guevara , deteniéndolos al-
gún dia en aquellas ciudades con achaque de tomarles
muestra , porque de necesidad los hablan de encerrar
en las iglesias en un mesmo dia , como se habia hecho
con los del Albaicin de Granada , para quitaríes la co-
modidad de poderse ir á las sierras ; cosa que ninguno
dejara de hacer pudiendo , según lo mucho que sentían
haber de dejar sus casas ; y ansí lo escribió á su majes-
tad. Después de esto , por carta de 5 de marzo su ma-
jestad replicó que le habia parecido bien lo que decia ;
y que después de haberle enviado la primera orden , se
habia acordado en el Consejo que en todo el reino de
Granada no quedase morisco de paces ; y que parecién-
dole, lo remitiese al presidente don Pedro de Deza, dán-
dole calor y gente para que lo ejecutase, por estar menos
ocupado que él ni el duque de Sesa. Y aunque todavía
donjuán de Austria dificultaba el negocio por el poco
número de gente que habia fuera de los dos campos, y
decia que en la forma de ponerlo el Presidente en eje-
cución se le representaban las mesmas dificultades que
á él , y que en ninguna manera se podia desmembrar
parte de la gente que llevaba, sin la fuerza de la cual
no se debía intentar negocio tan arduo como era sacar
los moriscos de sus casas; y que todavía seria bien
aguardar á que llegase la gente de Castilla , como habia
dicho, y á que se hiciese algún buen efeto en lo que
traia entre manos , como hombre que deseaba hacerlos
todos por su persona , todavía su majestad , resuelto en
que no convenía dilación , por otra carta de 21 de mar-
zo le avisó como , por excusar que no se dividiese el
campo , se habia cometido al Presidente que lo hiciese
él con la gente de las ciudades y de los señores que es-
taban cerca de Granada ; y que por no perder ocasión
habia parecido no aguardar á la que venia de Castilla.
Con esta carta se le envió la orden para que la enviase
al Presidente y le advirtiese de lo que le ocurría sobre
ello. Hubo duda si quedarían algunos moriscos princi-
pales regidores, y que tenían privilegios particulares
para traer armas, y otros que no las traían y habían ser-
vido extraordinariamente después del levantamiento , ó
si seria el llevarlos cosa general, de manera que no que-
dase ninguno; y su majestad, como príncipe justo,
quiso guardar las preeminencias á los que lo merecían,
y ansí mandó que se hiciese. Llegada esta orden á don
Pedro de Deza , luego puso eji ejecución lo que tocaba
á despoblar las alearías de la vega de Granada. Nombró
por comisarios , regidores y personas principales de la
ciudad, que fuesen á encerrarlos en las iglesias, y les
dijesen como su majestad , por hacerles bien , los que-
ría apartar del peligro en que estaban , y meterios la
tierra adentro, donde viviesen seguros mientras se aca-
baban aquellos trabajos ; y mandó que les dejasen ven-
der todos sus bienes muebles, y que no les consintie-
sen hacer molestia ni vejación alguna. Y para que tu-
viesen mejor despacho en el pan y ganados , que no po-
dían llevar consigo, mandó al Proveedor general que lo
tomase para provisión de la gente de guerra, pagándo-
les el trígo y cebada de contado á la tasa, y los ganados
á precios justos y moderados. Con estas cosas s^ ase-
guraron, y con igual quietud y desconsuelo se encerra-
ron en las iglesias domingo de Ramos, 19 días del mes
de marzo deste año de 70 , y los llevaron al hospital
real de Granada. Juan Sánchez de Obregon , veinte y
cuatro de aquella ciudad, sacó los de Otura con la gente
que allí estaba alojada. Los de üjíjar, la alta y la baja,
retiró don Pedro de Vargas con la gente que estaba alo-
jada en las proprias alearías y otra que se le dio de la
ciudad ; y don Martín de ^.oaysa , con una compañía de
infantería de Yillanueva de la Serena , recogió los de
Churriana. Este fué el primer tercio , y en el segundo
fueron para el mesmo efeto Pedro Ñuño, con infantería
de la ciudad, á Albolote; Alonso López de Obregon,
con la gente de la hermandad y la de su parroquia, fué
á Armilla ; Juan Moreno de León , á Belicena , y don
Diego Zapata al Atarfe; y á Pinos, LuisdeBéjar, al-
guacil mayor de Granada , con gente que á todos estos
se dio de la que habia en la ciudad y la que don Diego
Zapata traia consigo. En el otro tercio fueron el capiíaa
don Antonio de Tejeda, vecino de Salamanca, con su
compañía de infantería , á Alhendín , y don Pedro y don
Miguel de León, con la gente de Medina del Campo, á
Gábia la Grande. Hecho esto se echó un bando ge-
neral , que todos los moriscos que habían quedado en
Granada y en las otras alearías y cortijos de su juris-
dicion, saliesen luego del reino, so pena de la vida. Los
del primer tercio se juntaron en Churriana, y el si-
guiente dia fueron con escolta á Santa Fe, y de allí á
íllora y á Alcalá la Real con otra escolta de gente de la
tierra. En esta ciudad los detuvieron un dia, esperando
que llegasen los del segundo tercio, que se habían jun-
tado en el Atarfe y salido por Pinos á Modín, y con la
gente de aquella villa y de sus cortijos, volviéndose la
escolta , los llevaron á Alcalá la Real , donde se juntaron
con ellos, y juntos fueron á Aleándote, á la Torre de don
Jimeno, á Mengíbar, á Linares, á las ventas de Arqui-
llos, á Santistéban del Puerto, al Castellar, áVíllaman-
rique , á Valdepeñas , á Almagro y á Ciudad Real , don-
de los entregaron á las justicias para que tuviesen cuenta
con ellos, y allí quedaron hechos moradores. El pos-
trer tercio de los de Alhendín y Gábia fueron el siguiente
dia con escolta á Colomera, y los de aquella villa los
llevaron al Campillo de Arenas , y de mano en mano á
Jaén, á Baeza, á la torre Perogil , á Villacarrillo, y á la
Torre de Juan Abad, donde los entregaron al goberna-
dor del partido de Montiel para que los repartiese en
aquellos lugares. Esta nueva llegó á su majestad estan-
do en Córdoba, y holgó extraatunente de ver la facili-
REBELIÓN Y CASTIGO DE LOS MORISCOS DE GRANADA.
325
dad con queseliabia heclio, porque le ponian mil in-
convenientes, y loó la buena diligencia y la resolución
que se liabia tenido en la ejecución de aquel negocio.
Dejemos agora la saca de los otros moriscos de paces,
que á tiempo seremos, y vamos á don Juan de Austria,
que ha rato que nos espera en el rio de Almauzora.
CAPITULO XIV.
Cómo don Juan de Austria fué sobre la villa de Tíjola , y cómo el
capitán Francisco de Molina y don Francisco de Córdoba tuvie-
ron pláticas coo el Habaqui , persuadiéndole á que se redujese.
Partió don Juan de Austria del alojamiento de Serón,
donde se detuvo algunos dias dando orden en la provi-
sión de los baslimentos , á H dias del mes de marzo , y
fué el mesmo dia á poner su campo sobre Tíjola. Esta
villa está una legua de Serón, yendo el rio abajo en la
propria acera. Fug antiguamente edificada por los mo-
ros sobre un monte áspero y fragoso, cercado todo de
peñas muy altas, que no dan mas de una entrada bien
dificultosa á la parte de la sierra ; y los moradores, por
caerles tan á trasmano la morada antigua para sus labo-
res, babian bajádose ú vivir al pié del monte, cerca de
las huertas y del rio. Los cuales en la ocasión de este le-
vantamiento repararon los caidos muros , y se recogie-
ron á lo alto con sus mujeres y hijos; y fortaleciéndose
lo mejor que pudieron , cuando supieron que don Juan
de Austria iba sobre ellos, metieron dentro á Caracax
con cincuenta turcos de guarnición ; y estando confia-
dos en la fortaleza del sitio, y proveídos de bastimen-
tos, pensaban defenderse dentro de cualquier impe-
tuoso acometimiento. Alojóse nuestro campo en el lu-
gar bajo y las huertas ; y para tener cercados á los ene-
migos y quitarles el socorro , mandó luego don Juan de
Austria que don Pedro de Padilla con su tercio ocupase
la montaña que cae á la parte de Purchena , por donde
les podia venir ; y que mil arcabuceros del tercio de don
Lope de Figueroa ocupasen otra montaña que cae ha-
cia Serón , donde se hablan de poner las balerías. Ha-
bía dentro del fuerte mil moros de pelea, y entre ellos
trecientos escopeteros; los demás todos eran de ar-
mas enhastadas de poca importancia; los cuales salie-
ron algunas veces á escaramuzar , queriendo defender
el alojamiento, y siempre se retiraron con daño. Aten-
dió donjuán de Austria á plantarles la artillería por dos
partes , y no se pudo comenzar á batir hasta 2t de mar-
zo, por ser muy dificultoso el subirla á lo alto; tanto, que
fué necesario desencabalgar cuatro piezas de bronce, de
lasque llamaban de la nueva invención, de peso de diez
y ocho quintales cada una , para subirlas con un nuevo
artificio en el aire, arrimando dos árboles gruesos y muy
largos á una peña tajada , y por cima de ellos tiraban
las piezas arriba con carruchas y maromas : tanto pue-
de el ingenio y la fuerza de los hombres; y de la mcs-
ma manera subieron las cureñas y las ruedas , y los ta-
blones y maderos para hacer la plataforma. Mientras
esto se hacia, el capitán Francisco de Molina , que te-
nia conocimiento con Hernando el Habaqui, general
de los moros , y había posado en su casa en el lugar de
Alcudia siendo cabo de la gente de guerra de Guadix,
y hedióle algunas buenas obras antes que se fuese á la
sierra, pidió licencia á don Juan de Austria para escri-
birle una carta aconsejándole que se redujese, porque
nitendia que tomaría su consejo. Estaba el Habaqui en
Tíjola poco antes que nuestro campo llegase ; y como
hombre poco amigo de estar cercado, liabía ídose á
meter en Purchena , y allí tenia recogida la fuerza de
los moros del rio de Almnnzora ; y como Francisco de
Molina sabia los tratos que había entre él y don Her-
nando de Barradas, quisiera que se efectuara el nego-
cio por su mano , confiado en la amistad que con él te-
nia. Y siéndole concedida la licencia que pedía, le es-
cribió luego que holgaría mucho que se viesen , coa
ocasión de tratar algunas cosas convenientesy muy ne-
cesarias al bien de los cristianos y de los moros, y de
dar orden en lo de los prisioneros, porque los turcos se
quejaban que en prendiendo alguno dellos le ahorca-
ban , y que se les hacia mala guerra , siendo soldados
aventureros, y no vasallos rebelados. Esta era la letra
de la carta ; mas el moro , qiie tenía buen entendimien-
to, coligió el fin á que se le escribía, y respondió que
el siguiente dia saldría media legua de Purchena con
cuarenta de á caballo y cincuenta escopeteros de á pié,
y que fuese de su parte con otros tantos, porque allí tra-
tarían de lo que decía. Salió Francisco de Molina al
puesto con cuarenta caballos , y entre ellos algunos ca-
balleros y capitanes, que holgaron de acompañarle por
ver al Habaqui y á los turcos que venían con él; y ha-
llando al moro que le estaba esperando con cuarenta de
á caballo y quinientos peones escopeteros, le envió á
decir que no era razón que llegase con mas gente de la
que él llevaba ; que dejase atrás los peones, y se adelan-
tase con sola la caballería. El moro holgó dello, y
adelantándose los dos capitanes, el nuestro solo, y el
Habaqui con dos turcos aljamiados á los lados, que co-
mo gente sospechosa, no se fiando de su capitán, qui-
sieron hallarse presentes y oír lo que trataban , estu-
vieron un rato hablando en conformidad de lo que Fran-
cisco de Molina había escrito , y concluyeron su .plática
con que era cosa razonable hacer buena guerra á los
prisioneros , y lo contrario crueldad ; y que se hiciese
ansí, porque ellos holgarían mucho dello. Queriendo
pues Francisco de Molina apartar al Habaqui de los tur-
cos para decirle el negocio principal, como por vía de
amistad le dijo : « Estos gentileshombres turcos ten-
drán gana de beber; á mí me traen ahí unas conservas:
comámoslas y bebamos en buena conversación; que no
es inconveniente para que mañana dejemos de darnos
de lanzadas.» El moro entendió el fin á que lo decía , y
dijo que le placía ; y haciendo traer allí Francisco de
Molina una acémila en qué llevaba cosas de comer y
unos frascos de vino , llegaron los turcos á comer y be-
ber de lo que iba en los cestones. Y mientras comían y
bebían tuvo lugar de apartar al Habaqui , y le dijo des-
ta manera : «Señor Hernando el Habaqui, sabed que
no me trae aquí otro negocio sino el amor que os tengo
por el regalo que recebí en vuestra casa ; y como amigo
os aconsejo que volváis al servicio de su majestad, te-
niendo consideración cuan estrecha cárcel es la en que
están los que sirven á tiranos sí se quieren conservar en
la tiranía , y á que los que sirvieron á los Reyes Cató-
licos y perseveraron en lealtad se les hizo mucha mer-
ced , y los que dellos descienden están hoy en dia ri-
cos y muy honrados. Y pues tenéis buena ocasión para
entrar en este número, no será bien que la dejéis pa-
sar.» A esto respondió el moro que le agradecía mucho
el buen consejo que como verdadero amigo le daba , y
32S
que holgaría de tomarle ; mas que había de ser de ma-
nera que los turcos ni los moros no recibiesen daño por
su respeto. «Muchos medios habrá, dijo Francisco de
Molina, por donde eso se pueda conservar, y el servicio
que de presente podréis hacer, es que aconsejéis á los
moros que dejen las fuerzas del rio de Almanzora y se
recojan todos á la Alpujarra; y después de juntos po-
dréis persuadirlos á que se reduzgan , pues ven cuan
mal pueden sustentarse contra el poder de un rey tan
poderoso, que tan aparejado está para usar con ellos
de clemencia si se ponen libremente en sus manos,
siendo, como son, sus vasallos y naturales de su reino.»
El Habaquí le respondió que en cuanto á las fortalezas,
él baria de manera que su majestad entendiese que le
deseaba servir , y en cuanto á lo demás se veria con
Aben Aboo y con sus deudos y amigos , y le responde-
rla dentro de diez dias. Y con esto se despidieron el
uno del otro sin que los turcos entendiesen la materia
de que hablan tratado , según nos certificó después el
Habaquí ; el cual escribió á 20 dias de marzo otra carta
á Francisco de Molina , diciéndole que se tornasen á
ver; y por estar ocupado en plantar la artillería, mandó
don Juan de Austria á don Francisco de Córdoba , que
por mandado de su majestad habia venido aquellos dias
al campo para asistir en el Consejo en lugar de Luis
Quijada , fuese á ver lo que quería ; el cual se fué á ver
con él , y confirmó el moro lo que habia prometido á
Francisco de Molina , y quedó muy contento de la oferta
que don Francisco de Córdoba le hizo de parte de don
Juan de Austria.
CAPITULO XV.
Cómo don Juan de Austria combatió y ganó la villa de Tijola.
Vuelto el Habaquí á Purchena á 21 dias del mes de
marzo , hizo pregonar que todos los moros se recogie-
sen á la Alpujarra, diciendo que no les convenia defen-
derse en las fortalezas, porque los cristianos los dego-
llarían á todos , como habían hecho á los de Galera,
y harían á los de Tijola si no se sahan con tiempo an-
tes que les echasen los muros encima ; y despachó aque-
lla noche un nioro á los cercados , á que les dijese que
se saliesen del fuerte lo mas secretamente que pudie-
sen , porque en ninguna manera los podia socorrer. En
este tiempo estuvo toda la artillería á punto para poder
batir, y se tuvo aviso cierto del estado de los cercados
por un renegado siciliano, natural de la ciudad de Trá-
pana, llamado Felipe, y en turquesco Mami , que se vino
á nuestro campo. Este dijo la gente que habia dentro,
y como estaban los moros tan acobardados, que á pa-
los no podían los turcos hacerlos ir á la muralla, por
miedo de la artillería. Que habían intentado de huir la
noche pasada cuando llegó el hombre del Habaquí; y
no habiendo podido, pensaban salir huyendo la siguien-
te noche por la puerta del lugar que sale al rio, descon-
fiados del socorro de Purchena; aunque algunos habia
que no tenían perdida la esperanza de ser socorridos.
Que tenían trigo y cebada en abundancia, y unos mo-
linillos de mano en que lo molían; carne poca, y no otro
género de bastimentos. Que bebían del agua de una cis-
terna después que se les había quitado poderla tomar
del rio , y la repartían por una medida pequeña ; y ha-
bia tanto número de mujeres y niños, que no les podía
durar dos dias, y que los moros estaban inclinados á
LUIS DEL MARMOL CARVAJAL.
rendirse, sí no fuera por\os turcos que se lo defendían.
Habían batido los nuestros este día , que fué miércokiS
déla Semana Santa, 22 dias del mes de marzo, la villa
y el castillo por seis partes desde la mañana hasta la tar-
de ; y aunque la una batería , que estaba puesta á la par-
te del castillo, habia hecho muy grande efeto, y parecía
que se podría entrar por ella , no se resolvió don Juan
de Austria en que se hiciese, por los inconvenientes que
suelen suceder en los asaltos que se dan de noche ; y
como el principio de la presente fuese con muy grande "
niebla y oscuridad y con alguna agua, los moros, que se
vieron perdidos, aprovechándose de la ocasión del tiem-
po , salieron por diferentes partes del lugar , y se repar-
tieron, huyendo perlas cañadas y quebradas de los mon-
tes , cada cual hacía donde su fortuna le echaba , de-
jando las riendas de su huida al antojo, que guíase por
do quisiese. La gente que estaba d^ guardia sintió e
ruido, y tocando arma, cuando entendieron que los mo-
ros se iban, corrieron los soldados á la batería, y entra-
ron por ella sin hallar quien la defendí ese ; de manera
que en muy poco espacio el lugar fué 11 eno de cristia-
nos; y de los enemigos que cayeron en manos de las
guardas que estaban puestas á todas partes por el aviso
del renegado , fueron muertos muchos ; captiváronse
muchas mujeres , y ganóse un rico despojo que habían
recogido los moros en aquel lugar fuerte. Y hiciéraseles
mucho mayor daño sí la escuridad de la noche no fue-
ra tan grande, que con ella y con tomar el nombre y
contraseño á los cristianos, se salvaron muchos moros
aljamiados , ellos y sus compañeros. Hubo muy grande
desorden en nuestra gente , porque dejó la artillería y
los cuarteles, y se fué á saquear el lugar; coyuntura
bien importante al enemigo , si llegara con algún so-
corro; aunque don Juan de Austria mandó recoger los
mas soldados que se pudieron haber, y envió personas
de recaudo que estuviesen en la artillería; y porque se
iban muchos con la presa , proveyó luego cuarenta ca-
ballos que corriesen la vuelta de Serón , con orden que
no dejasen pasar ningún soldado. Escribió á don Juan
Enriquez á Baza, y á Antonio Sedeño á Serón, que todos
los que acudiesen hacía aquella parte los prendiesen
y se los enviasen; lo cual todo proveyó con increibte
presteza aquella noche. Otro día en amaneciendo subió
al lugar , y al parecer era tan fuerte, que si se hubiera
de tomar por asalto, no pudiera ser sin gran daño de
nuestra gente. Luego se entendió como los moros que
se habían ido habia sido por ciertas quebradas que
fuera imposible podérselo estorbar los soldados ; cwi
todo eso fueron muertos y captivos mas de cuatrocien-
tos , y los que huyeron aportaron á Purchena con tan-
to miedo y espanto , que fué causa que huyesen la ma-
yor parte de los que allí habia, como lo hicieron ; y los
que quedaron se dieron á merced de su majestad á don
García Manrique, á quien don Juan de Austria envió con
la gente de á caballo á saber lo que pasaba ; el cual se
metió luego en la fortaleza , y recogió dentro todas las
mujeres y ropa , pareciéndole pertenecerle por haber-
se rendido á él; mas don Juan de Austria gustó poco
de aquella diligencia, y envió á don Jerónimo Manri-
que que se fuese á poner en ella con cuatro compañías
de infantería mientras llegaba el campo ; y ordenó á
Lorenzo del Mármol , mi hermano , que se apoderase
de todas las moras y de los bienes muebles que había
HEBELION Y CASTIGO DE LOS MORISCOS DE GRANADA.
en la fortaleza, en nombre de su majestad, para repar-
tirlo todo por su mano , como lo hizo.
CAPITULO XVI.
Cómo don Juan de Austria pasó á Purchena.
Súbado víspera de pascua de Resurrección , á 2o dias
del mes de marzo, partió don Juan de Austria con su
campo de Tíjola, dejando destruida y asolada aquella
villa , y fué á alojarse en las huertas que están debajo
de Purcliena: parecióle el lugar tan fuerte, que holgó
de ver que los enemigos hubiesen hecho tan buena
obra en dejarle y irse. Hablan quedado dentro como
docientas personas, los mas dellos impedidos, que no
pudieron huir. Señaló cuatro compañías de infantería
y una de caballos para la guardia della y seguridad de
las escoltas, a orden de Antonio Sedeño, que mandó
venir allí de Serón , y en su lugar envió al capitán Her-
nán Vázquez de Loaysa. Mandó repartir las moras y
todos los bienes muebles que había dentro de la forta-
leza entre los capitanes y gentileshombres que andaban
cerca de su persona , y el siguiente día envió á don Fran-
cisco de Córdoba con dos mil infantes y algunos caba-
llos á la fortaleza de Oria, donde fué avisado que el al-
caide no había querido recebir ciertos moros que se le
venían á reducir , por no concederles las vidas; aunque
lo mas cierto era que los entretenía hasta dar aviso á
algunos capitanes sus amigos que saliesen á esperarlos
en el camino, y los captívasen cuando fuesen á redu-
cirse. Esto se entendió luego en nuestro campo, y don
Juan de Austria mandó á los capitanes que estaban apa-
rejados para ir á correr , que no fuesen, y á don Fran-
cisco de Córdoba que se informase si había alguna cau-
tela ó engaño en el negocio; y si acaso viniesen á re-
ducirse, los admitiese, y no consintiese hacerles daño,
porque no convenía que se siguiese tan grande incon-
veniente en coyuntura de la reducíon que el Habaquí
comenzaba á tratar. Llegó don Francisco de Córdoba á
Oria , y halló en una rambla junto al castillo algunos mo-
ros, que se le dieron luego llanamente á merced de su
majestad con sus mujeres y hijos ; y queriendo saber
del alcaide con qué orden trataba de reducir los moros,
y cómo no había dado aviso á don Juan de Austria , dio
por descargo que ellos mesmos se le habían ofrecido , y
que entendiendo que no le decían verdad , no había da-
do noticia. Luego entendió don Francisco de Córdoba
la malicia, y llevando el negocio cuerdamente admi-
tió aquellos moros, y dejó orden al alcaide que los re-
cogiese allí husta que se le enviase á mandar lo que ha-
bía de hacer dellos, y que admitiese todos los que vi-
niesen á reducirse, y les hiciese iodo buen tratamiento.
Y con esto, viendo que los moros habían desamparado
la fortaleza de Cantória , volvió aquel día á Purchena,
donde dejaremos agora á don Juan de Austria, para acu-
dir á lo que hacia en este tiempo el duque de Sesa con
el otro campo que tenia en la villa de órgiba , y decir lo
que don Diego Ramírez, alcaide del castillo de Salo-
breña , y don Juan de Castilla hicieron sobre el castillo
de Vélez de Ben Audalla y el fuerte de Lentejí.
CAPITULO XVII.
Cómo se ganaron estos dias el castillo de Vélez de Ben Audalla y
el fuerte de Lentejí.
Estando el duque de Sesa en el alojamiento de órgi-
ba , supo como los moros habían puesto gente de guar-
327
nicion en el castillo de Vélez de Ben Audalla , y que
salían á hacer daño á los que pasaban por el camino de
Motril y por toda aquella costa ; y luego envió sobre él
á don Juan de Castilla con mil infantes y docientos ca-
ballos, y escribió á don Diego Ramírez, alcaide de Sa-
lobreña, avisándole del efelo para que enviaba aquella
gente, y pidiéndole con mucha instancia que fuese á
hacer aquella jornada por su persona, porque convenia
mucjio al servicio de su majestad quitar de allí aquella
ladronera. Llegado don Juan de Castilla á Salobreña,
don Diego Ramírez puso en orden dos piezas de ba-
tir, una culebrina y un canon reforzado, y otras dos
pequeñas, para tirar á las defensas; y porque los mo-
ros no se fuesen antes que llegase, mandó á Francis-
co de Arroyo el cuadrillero que se adelantase con la
gente de su cuadrilla y una compañía de caballos, y se
fuese á meter de parte de noche en las casas del lu-
gar, que estaban despobladas, por bajo del castillo al
pié del cerro; y con toda la otra gente partió de Salo-
breña á 26 dias del mes de marzo cuando anochecía. Y
porque no podía ir la artillería encabalgada, á causa de
la nmcha aspereza del camino , la hizo desencabalgar
y llevar arrastrando sobre tablones á fuerza de brazos
al pié de dos leguas por el río de Motril arriba. Fran-
cisco de Arroyo se metió harto encubiertamente en las
casas , conforme á la orden que llevaba ; mas los solda-
dos no tuvieron el silencio que convenia , y fueron sen-
tidos por los moros, que estaban escandalizados de ha-
ber visto pasar la gente que llevaba don Juan de Casti-
lla ; mas luego se aseguraron , porque Francisco de
Arroyo tuvo habla con ellos, y les dijo que era una es-
culta grande que iba por bastimentos. No pudo alle-
gar nuestra gente hasta otro día, por el embarazo de la
artillería, y aquella noche despachó don Juan de Casti-
lla al duque de Sesa un peón pidiéndole mas gente y vi-
tuallas; el cual le envió quinientos arcabuceros con los
capitanes Juan de Borge , Iñigo de Arroyo Santistéban
y Luis Alvarez de Sotomayor. Y poniendo luego cerco
al castillo, que está sobre un cerro redondo , alto y fra-
goso , tan exento, que no se podía subir arriba sin ma-
nifiesto peligro, fueron luego los capitanes á recono-
cerle, y determinaron de plantar la arüllería en lo alto
del cerro, en un sitio harto llano á cincuenta pasos del
muro; y porque no podia subir en las carretas, la lle-
varon los soldados sobre los tablones y puertas que hi-
cieron quitar de las casas del lugar , allanando con fa-
gina y piedra algunos pasos dilicultosos. Plantada la
artillería, comenzaron á batir la mesma tarde, siendo
ya la oración; y estando repartiendo la pólvora á sus
soldados el capitán Luis Godinez deSandoval, prendió
fuego en ella, y se quemaron él y los que estaban allí
cerca. Los moros se defendían, y mataron dos solda-
dos desde los traveses con las escopetas ; y viendo que
les aprovechaba poco su vana defensa, tuvieron habla
con algunos soldados de los que hacían guardia delante
de la puerta del castillo, y dándoles buena suma de dine-
ros , los dejaron irá media noche con sus mujeres y ro-
pa. Esto se entendió ser trato, porque aunque las cen-
tinelas tocaron arma, los que iban guiando á los moros
les dijeron que era la ronda que andaba requiriendo las
centinelas, y desta manera pasaron, dejando burlados
á los capitanes, sin que se pudiese saber quién fueron
los autores del negocio , aunque hubo algunos indicia-
328
LUIS DEL MARMOL CARVAJAL.
dos, que después los tuvo presos el duque de Sesa sobre
ello'. Otro dia de mañana, viendo que los moros no ti-
raban , envió don Juan de Castilla á reconocer el casti-
llo ; y hallándole solo , que no liabian quedado dentro
sino un moro viejo y tres moras que no se podian me-
near le ocuparon ; y dando aviso al duque de Sesa del
suceso , holgó que no le hubiesen batido , y mandó me-
ter cien soldados dentro de guarnición, por estar en paso
conveniente, dando orden á Juan González Castrejon
que levantase ciento y cincuenta hombres para aquel
efeto , porque no fuese menester dejar allí la gente del
campo. No fué pequeño el daño que hicieron los codi-
ciosos en dejar ir aquellos moros ; porque, demás de es-
tar dentro siete capitanes de cuadrillas, en quien se pu-
diera hacer ejemplar castigo , en saliendo de allí fue-
ron á tomar los pasos por donde habían de volver nues-
tros soldados al campo del duque de Sesa ; y como fue-
sen muchos desmandados , dieron en ellos , y mataron
y captivaron tantos, que se pagaron bien del daño recc-
bido. En este mesmo tiempo el capitán Antonio de Ber-
rio, que estaba de presidio en las Cuajaras, fué sobre
el lugar de Lentejí , donde los moros tenían hecho un
fuerte, en que se habían metido algunos dellos , y aco-
metióle con tanta determinación , que no osaron aguar-
dalle. Desmandáronse los soldados con cudicia de cap-
tivar cantidad de moras que iban huyendo ; y hubié-
ranse de perder, sí el capitán , como hombre prático y
experimentado, no mantuviera cuerpo de gente junta,
porque los moros, viendo sus mujeres y hijas captivas,
tornaron á rehacerse , y dando en los desordenados, ma-
taron y hirieron algunos dellos ; mas Berrio socorrió ani-
mosamente su gente, y desbaratando á los enemigos,
recogió la presa y se retiró con ella á su alojamiento.
CAPITULO xvin.
De un ardid que usó Aben Aboo para romper «na escolta que iba
al campo del duque de Sesa con bastimentos.
Estaba el duque de Sesa á punto para arrancar de
órgiba con un hermoso campo bien armado y de gente
muy lucida; solamente le faltaban bastimentos, porque
había consumido una infinidad dellos en aquel aloja-
miento ; y para efeto que viniese una gruesa escolta,
envió al capitán Andrés de Mesa con quinientos arca-
buceros y algunos caballos y todos los bagajes, á que los
hiciese cargaren Acequia y en el Padul, y acompañase
los que venían cargados de la ciudad de Granada. Sien-
do pues avisado el enemigo como iba tan grande es-
colla la vuelta del Padul, parecíéndole que ninguna co-
sa haría mas á su propósito que romperla , determinó
de dar en ella; y para poderlo hacer mas á su salvo,
mandó á Pedro de Mendoza el Xoaybi y al Macox y al
Dali que fuesen á meterse en emboscada con dos mil
moros y le atajasen el camino á la vuelta; y mientras
ellos hacían el efeto, fué con la otra gente que tenía á
dar vista á nuestro campo para entretener al duque de
Sesa. Había nueve días que no se descubría moro ni se
tenia nueva cierta de donde estaba el enemigo; yaque-
lia mañana una cuadrilla que había ido á correr trajo
dos moros presos, de quien se supo como estaba toda-
vía en Poqueira , y que se habían venido para él mu-
chos moros del rio de Almanzora. Este día, 4 de abril,
á las cuatro de la tarde se descubrieron los enemigos
en tres emboscadas , á la parte de la sierra de Bujol y
sobre el camino á la mano derecha que va al puerto de
Jubíley. El Duque envió á don Jorge Morejon con algu-
nos caballos y arcabuceros de ú pié á que los alargase de
donde estaban ; con los cuales tramó escaramuza, y los
moros se fueron retirando á lo alto, yendo tan cebados
en ellos los caballos, que entendiendo el duque de Sesa
lo que fué , mandó que les hiciesen espaldas mayor nú-
mero de arcabuceros; porque los moros, reconociendo
su ventaja y que los de á caballo no se podian aprove-
char en la tierra donde estaban , acometieron á darles
una carga ; mas no les fué bien dello, porque nuestros
arcabuceros se hubieron valerosamente con ellos y los
retiraron con daño, quedando un solo cristiano herido.
En este tiempo parecieron hacía Poqueira gran canti-
dad de enemigos, tan tarde , que no había ya una hora
de sol , y hasta tres ó cuatro caballos con ellos ; y co-
menzando á bajar hacia donde los otros estaban, dieron
muestra de querer ceñir nuestros alojamientos. Por
otra parte el Duque hizo poner en orden los escuadro-
nes ; reforzó unos cerrillos donde tenía gente y arlille-
ría, y asestándola contra los enemigos, trabó la arca-
bucería una buena escaramuza con ellos, habiendo un
solo valle en medio. Los moros estuvieron arredrados;
que no se osaron acercar hasta que , siendo ya tarde,
nuestra gente pasó el barranco ; y cargándoles la sierra
arriba, los fueron siguiendo gran rato , matando y hi-
riendo muchos dellos ; y como fuese ya muy tarde , el
Duque mandó tocar á recoger, y Aben Aboo, sin hacer
otro efeto, se retiró á la sierra, dejando mas de cincuen-
ta moros muertos. Hernando de Oruña , capitán viejo
por edad y por larga experiencia , sospechando el de-
sinío del enemigo , dijo al duque de Sesa este día que
sin duda aquel había sido ardid de guerra, y que debía
de haber enviado gente á tomar el paso á la escolta , y
convenía enviar luego infantería y caballos que la ase-
gurasen. Esto confirmó luego un moro que captivaron
tres soldados que siguieron el campo de Aben Aboo ; el
cual dijo como su intento había sido entretener al Du-
que. Y luego que se entendió, envió á don Martín de
Padilla con quinientos arcabuceros y ochenta caballos
á que reforzase la escolta , y tras del otros quinientos
arcabuceros , porque fué avisado que se habían des-
cubierto como ciento y cincuenta moros. Había Andrés
de Mesa escrito al duque de Sesa aquel día desde Ace-
quia avisándole como venía , y habíanle dado tan tarde
la carta , que , según estaba confiado en la gente que
había llevado, pudieran hacerlos enemigos mucho efe-
to ; los cuales , bajando por la sierra de Órgiba , se ha-
bían puesto en cuatro emboscadas 'en el paso entre
Acequia y Lanjaron, y esperaban á que pasase para dar
en la escolta, la cual había partido del Padul la propría
mañana con dos mil y quinientos bagajes cargados , y
venido aquella noche al lugar de Acequia. Y otro día
de mañana , yendo la vuelta de Lanjaron , en llegando
al paso del barranco , los. moros de las emboscadas sa-
lieron por cuatro partes, y acometieron con tanto ímpe-
tu, que los soldados que iban repartidos en vanguardia y
retaguardia no pudieron defender que no atajasen por
medio y la rompiesen. Ocupáronse los enemigos lue-
go en derramar vitualla, matar bagajes y escoger otros
que llevarse cargados la vuelta de la sierra. El capitán
Andrés de Mesa, viendo cuan mal podía pasar á favore-
cer la vanguardia ni remediar en tanta confusión el ep-
REBELIÓN Y CASTIGO DE LOS MORISCOS DE GRANADA.
ligro presente, porque ocupaba la escolta mas de una
grande legua de camino, tomando por delante los ba-
gajes que pudo recoger, dio vuelta al lugar de Acequia,
y puso en cobro todos los que no habian pasado del
barranco, Don Pedro de Velasco, que por mandado de
su majestad iba ádar priesa en la partida del Duque y
á tomar relación del campo, peleó como esforzado ca-
ballero este dia; y lo mesmo liicieron Juan de Porras,
vecino de Zamora , y Alonso Martin de Montemayor,
vecino de Córdoba, y Lázaro Moreno de León, capitán
de arcabuceros de á caballo y vecino de Granada , por
defender hacia la parte que les tocaba ; y matándole el
caballo entre las piernas, se hubiera perdido don Pedro
de Velasco , si no lo socorriera don Antonio de Soto-
mayor, hijo del licenciado Sotomayor, alcalde de clian-
cillería de Granada. En esta refriega murieron doce
moros y fueron heridos muchos, y de los cristianos hu-
bo dos muertos y cuatro heridos. Y fuera mucho ma-
yor el daño, si don Martin de Padilla no llegara á tiem-
po que pudo socorrer la gente y cobrar la mayor parte
de los bagajes que llevaban los enemigos ; y trayendo
consigo los que se habian recogido en Acequia, dio
vuelta con todos ellos al campo aquella noche bien tar-
de. Lleváronse los enemigos cuarenta bestias mulares
cargadas de harina y de bizcocho; y hicieron tanto re-
gocijo con ellas, como si hubieran ganado una grande
Vitoria. Prendió nuestra gente dos moros , el uno del
Albaicin de Granada y el otro del lugar de Dílar ; estos
dijeron en el tormento que habian sido mas de dos mil
hombres los que habian dado en la escolta ; que Aben
Aboo tenia mas de doce mil hombres , y docientos tur-
cos escopeteros entre ellos , y que habia fortalecido el
paso de la puente de Poqueira , que está por bajo del
lugar de Capileira, y en toda la cuesta habia hecho
grandes reparos y trincheas, y atravesado gruesos ár-
boles en los caminos y veredas para que la caballería no
pudiese pasar. Recogida la escolta en órgiba, el duque
de Sesa determinó de partir el siguiente dia , y dando
raciones y municiones á la gente , se puso todo en or-
den para marchar.
CAPITULO XIX.
Cómo el duque de Sesa partió de Órgiba y fué á alojarse al
aljibe de Campuzano , y de una refriega que tuvo con la gente
de Aben Aboo.
Con el aviso que tuvo el duque de Sesa de la fortifi-
cación del enemigo, acordó de hacer diferente cami-
no del que pensaba; y dejando mil hombres de presidio
en el fuerte que habia hecho en Albacete de órgiba,
partió de aquel alojamiento á 6 de abril , yendo en su
comparáa el conde de Orgaz, el conde de Bailen, el
marqués de la Favara , don Juan de Mendoza Sarmien-
to, don Martin de Padilla , don Luis de Cardona, don
Luis de Córdoba, don Ruy López de Avalos y don Gon-
zalo Chacón, y otros muchos caballeros aventureros.
Llevaba en el campo ocho mil infantes, los seis mil y
ochocientos tiradores , y quinientos y cincuenta caba-
llos , sin la gente de los sei'iores y de particulares , que
era mucha; doce piezas de artillería de campaña y mil y
quinientos bagajes; porque los demás envió luego á que
fuesen trayendo bastimentos, y con ellos se volvió don
Pedro de Velasco á Granada , para ir á dar cuenta á su
majestad de lo que se le habia cometido. Comenzó á
329
subir nuestro campo por la sierra de Poqueira arribo,
donde se habia puesto el enemigo haciendo represen-
tación de mucha gente y de tener ocupadas las cum-
bres, caminando los escuadrones poco á poco, á paso
tan lento, que habiendo partido bien de mañana, era
ya hora de vísperas cuando llegó la vanguardia á vista
de Poqueira , legua y media de camino, bien cerca de
donde Aben Aboo estaba aguardando con toda la gente
en el paso, creyendo que nuestro campo entraría por
aquella parte ; mas el Duque tomó diferente camino el
rio abajo por el rodeo, para ir entre Ferreira y el rio Cá-
diar por el de Jubiles, á un aljibe que llaman de Campu-
zano, que está á la asomada de Pórtugos. Hallándose el
moro burlado, mandó hacer grandes ahumadas llaman-
do los moros que acudiesen bacía donde marchaba nues-
tra gente, para que ocupasen otro paso de la sierra de
Pitres, por donde forzosamente habia de pasar, y hicie-
sen diversos acometimientos por muchas partes. Detú-
vose nuestro campo en pasar el rio, que tenia las entra-
das y el lecho barrancoso y muy fiagoso de peñas y pie-
dras, tanto espacio, que los enemigos tuvieron lugar de
llegar á tomar la delantera, á tiempo que el marqués do
la Favara, habiendo pasado con la vanguardia, subia
por el cerro arriba con la compañía de herreruelos de
Sancho Vélez de Teran Montañés, y los caballos del
conde de Tendilla y cuatrocientos arcabuceros, á ocu-
par la cumbre alta, que tenia á caballero el sitio donde
se habia de alojar el campo; el cual llegó peleando con
los enemigos á unos peñascos tan ásperos y fragosos,
que no pudo pasar; y estando los enemigos de la otra
parte, le fué forzado hacer alto y esperar que llegase la
batalla. A este tiempo los moros, que bajaban por las la-
deras délas sierras, acometieron la retaguardia, y fué
por tantas partes, que el Duque hubo de volver con la
artillería y parte de la gente de á caballo , y acudiendo
por su persona á todas las necesidades , con un tiempo
frío, ventoso y lleno de nieblas, se entretuvo hasta
puesto el sol , que llegó don Juan de Mendoza con la
batalla bien tarde al lugar del alojamiento ; y dando
carga con la arcabucería á los moros que hacian mues-
tra de quererse defender, los hizo retirar con daño,
aunque hicieron muchos acometimientos. Quedaron
los capitanes Centeno , vecino de Ciudad Rodrigo , y
Luis Alvarez de Sotomayor, con sus compañías de in-
fantería, de retaguardia de todo el campo en unos casa-
rones que habia en un llano y en un cerrillo junto á
ellos, para hacer cuerpo mientras nuestra gente pasa-
ba el rio , y allí fueron acometidos por el Xoaybi con
mas de quinientos escopeteros y otra mucha gente de
honda y asta ; mas los capitanes defendieron su par-
tido animosamente ; y siendo socorridos por don Luis
de Córdoba y Hernando de Oruña, que llevaban la reta-
guardia, retiraron los enemigos y mataron y hirieron
muchos dellos , y llegada nuestra gente al rio , los mo-
ros los acometieron de nuevo por muchas partes ; y lo
mesmo hicieron á la subida de la cuesta del aljibe,
aunque con poco daño, porque les acudieron el Duque
y don Martin de Padilla y otros caballeros, que trabaja-
ron harto este dia. Y viendo los enemigos que no po-
dían hacer efeto con sus acometimientos , subieron á
gran priesa á tomar el cerro que cae sobre el aljibe á
la parte de Pórtugos; mas el Duque, sospechando algún
acometimiento por allí, mandó asestar la artillería con-
330
LUIS DEL MARMOL CARVAJAL.
tra ellos; con la cual , y con la caballería y gente de á
pié que cargó liácia aquella parte les defendió que no
le ocupasen, y le ocupó él. Ya comenzaba nuestro cam-
po á alojarse y se ponian las centinelas, cuando el mar-
qués de la Favara se retiró. Hubo alguna desorden en
el hacer del alojamiento , por ser de noche y el tiempo
áspero; y fué herido don Gonzalo Chacón, que iba con
el marqués de la Favara , y otros muchos soldados.
Aben Aboo recogió su gente y se fué á poner frontero
de nuestro alojamiento, el rio en medio, tan cerca, que
las escopetas alcanzaban á placer de una parte á otra,
y hacian daño. Encendió muchos fuegos, y estuvieron
los moros escopeteando á nuestra gente mas de dos
horas; y eran tantas las pelotas y las jaras que tiraban
desde aquellas laderas, que no habia seguridad en nin-
gún cabo. El Duque se fortaleció con la arcabucería lo
mejor que pudo hacia aquella parte, y anduvo siempre
á caballo requiriendo los cuerpos de guardia y las cen-
tinelas; siendo la noche tan escura, que solamente se
veían los hombres con el resplandor del fuego de los
arcabuces. Duró el tirar desta manera hasta media no-
che, y de allí adelante el cansancio y las tinieblas hicie-
ron treguas ; y dejando los fuegos encendidos , cami-
naron los moros antes que amaneciese la vuelta de Ju-
biles sin hacer mas efeto ; y si queremos decir verdad,
ellos acometieron como muy buenos soldados este día;
mas enflaquecieron y desbaratáronse como ruines. En-
tendióse que si cargaran de golpe aquella noche, cor-
riera peligro nuestro campo, porque la confusión fué
muy grande, y las palabras entre la gente común tan
viles, que mostraban miedo, metiéndose muchos deba-
jo de los bagajes, porque no les diesen las pelotas y ja-
ras que volaban por el aire ; mas valió mucho la reso-
lución de los capitanes, caballeros y gente particular,
y la provisión del Duque, enderezada á deshacer el ene-
migo sin aventurar un día de batalla ; en lo cual pare-
cía conformarse Aben Aboo y él, porque cada uno pen-
saba deshacer al otro, y romperle con el tiempo y falta
de vituallas.
CAPITULO XX.
Cómo pasó el duque de Sesa á Pórtugos, y envió á correr
las sierras.
El duque de Sesa veló toda la noche, y la pasó con
' Larto trabajo de su persona ; y luego en siendo de día
claro , queriéndose apartar de aquellos lugares ásperos
y fragosos, mandando que toda la gente se pusiese en
orden para caminar, y teniendo aviso de dos cristianos
que vinieron huyendo del campo de los moros aquella
noche , como el enemigo iba la vuelta de Jubiles , y que
tenia fortalecido el castillo, pensando defenderse en él,
tomó por la loma de la sierra de Jubiles , y sin llegar á
Pórtugos, caminó todo aquel día hasta las tres de la tar-
de, que llegó al lugar de Gastares; y en un prado que
está encima del , donde habia agua , aunque poca , alo-
jó el campo , y mandó estar toda la gente en arma , cre-
yendo que los enemigos harían algún acometimiento,
porque estaba el alojamiento al pié de la sierra. Aque-
lla mesma noche mandó á don Jorge Morejon que con
sus caballos y los del conde de Tendilla , y cuatro com-
pañías de infantería, cuyos capitanes eran don Hernan-
do Alvarez de Bohorques , Juan Fernandez de Luna,
don Garios de Samano y Iñigo de Arroyo Sanlistéban,
fuese á reconocer á Jubiles ; el cual lo reconoció , y ha-
llando que los moros lo habían dejado desamparado , y
que no habia nadie en el castillo , dio luego vuelta al Du-
que. Otro día siguiente partió el campo de Gastares, y
fué á ponerse en Pórtugos, y en el camino las cuadri-
llas que iban delante descubrieron muchos moros , que
hacían poca demostración de querer huir; mas el Du-
que llevaba la gente tan recogida , que no se desmandó
nadie á escaramuzar con ellos. Desde este alojamiento
fueron don Juan de Mendoza y don Luis de Córdoba con
dos mil infantes y docientos caballos á correr la tierra;
los cuales pasaron por lo alto de la sierra que cae sobre
Ferreira, y dando de improviso en el lugar de Poquei-
ra, le saquearon, y captivaron como cien personas que
hallaron dentro. Derribaron el reparo y Irinchea que
tenia hecho el enemigo , que estaba muy curioso y fuer-
te; y corriendo toda aquella sierra, mataron y captiva-
ron algunos moros, y se volvieron al campo sin hallar
quien les hiciese estorbo, porque el enemigo, no habien-
do podido conseguir su intento el dia del aljibe , tam-
poco habia osado aguardar en Jubiles, y se habia reti-
rado con todo el campo á Mecina de Bombaron y á
otros lugares dentro de la Alpujarra. Algunos enten-
dieron que lo hizo por consejo del Habaquí , que decía
que no se pusiese á riesgo de batalla con el Duque, que
en todo le era superior, sino que le cansase acometién-
dole con escaramuzas y necesitándole con hambre;
porque aunque le desbaratase , habría ganado poco si
formando su majestad mayor ejército , tornaba á en-
viarle sobre él ; y que lo mejor seria entretenerie hasta
que le viniese algún socorro de gente forastera. Esto
mesmo nos dijo después en Andarax, Caracax , que le
habia aconsejado él, y que de esta causa no habían aco-
metido el campo del Duque aquella noche. Desde este
alojamiento mandó el duque de Sesa al licenciado Cas-
tillo, que iba con él, que escribiese algunas cartas en
arábigo á sus amigos y conocidos, persuadiéndolos á
que se redujesen y no perseverasen en el camino de
perdición que llevaban , y dándoles á entender que su
majestad usaría de clemencia con ellos ; una de las
cuales llegó á manosdel Darra ; el cual, no se queriendo
reducir ni quedar en la tierra , se embarcó en unas fus-
tas con su mujer y hijos y amigos , que pudo llevar, y
se pasó á Tetuan.
CAPITULO XXL
Del progreso qoe el campo de don Juan de Austria hizo desde que
partió de Purchena hasta que se alojó en Santa Fe de Rioja ; y
las diligencias que se hicieron cerca de la reducion de los mo-
ros.
Habiendo don Juan de Austria mandado asolar y des-
truir á Tíjola , y puesto presidios en Serón y en Purche-
na, pasó la vuelta de Cantona, y dejando de presidio
en aquella fortaleza , que halló despoblada , al capitán
Bernardino de Quesada con una compañía de infantería
y otra de caballos, partió de aquel alojamiento á 3 de
abril, y fué á Surgena de Aguilar, donde puso de guar-
nición á don Luis Ponce de León con su compañía de
caballos y otra de infantería. Otro dia á las cuatro de lu
mañana partió de allí, y fué al rio de Aguas, que son
mas de cuatro leguas. En este alojamiento se detuvo un
dia esperando vituallas, y á los 6 de abril pasó á Sor-
bas, donde se detuvo hasta los quince. Desde este alo-
jamiento envió á don García Manrique y á Juan de Es-
REBELIÓN Y CASTIGO DE LOS MORISCOS DE GRANADA.
puche con quinientos infantes arcabuceros y docientos
caballos á la sierra de Filábres , con orden que se me-
tiesen en Tahalí , y dejando allí presidio , pasasen á re-
conocer á Jergal. Era el intento de don Juan de Aus-
tria quitar á los moros que no se proveyesen de aquella
parte de trigo y cebada , como se entendía que lo ha-
cían, por no tener otra de donde llevarlo , y que de ham-
bre viniesen á tomar algún término de los que se pre-
tendían con ellos. Hallaron los capitanes el castillo de
Tahalí solo, y pusieron dentro al capitán Juan Garrido
de Salcedo con una compañía de infantería y algunos
caballos, y pasaron á reconocer á Jergal, y en todo el
camino no hallaron moros juntos, aunque muchos es-
parcidos buscando de comer. Tomóseles mucho gana-
do, y hallaron muchos silos de trigo y de cebada, de
donde se sacó cantidad para los presidios ; y lo que no se
podia recoger , mandaba don Juan de Austria que le
echasen agua ó lo quemasen , porque los moros no se
aprovechasen dello. Y porque en este tiempo iba muy
adelante el negocio de la reducion con el Habaquí , y se
entendía que la mayor parte de los alzados lo deseaban,
mandó á don Alonso de Granada Venegas que , dejan-
do en Jayena á don Jerónimo Venegas, su hermano, fue-
se luego donde quiera que estuviese el campo , para
tratar de aquel negocio , por ser persona á quien los
moros daban mucho crédito. También quisiera que en-
tendiera en esto don Gonzalo el Zegrí, vecino de Gra-
nada ; mas él se excusó, diciendo que pelear con los
moros él lo haría , mas que reducirlos , no ; porque no
estaba tan bien con sus cosas, que le •pareciese que me-
recían perdón de tan graves delitos como habían come-
tido. Hecha esta diligencia , y otras que pareció conve-
nir para el fin de que se trataba, partió nuestro campo
la vuelta de Ta venias, dejando en Sorbas de presidio ai
capitán Salido de Molina con otra compañía de infante-
ría y algunos caballos , y por cabo y superintendente
de todos los presidios del rio de Almanzora, en Purche-
na para abajo, á don Diego de Leiva. El siguiente día
estuvo en aquel alojamiento, esperando que llegasen
las escoltas que iban con bastimentos. Envió todos los
bagajes del campo á la ciudad de Almería para que car-
gasen los que allí había , con una gruesa escolta , en que
fué el comendador mayor de Castilla á curarse de unas
tercianas que le habían dado estos días. Aquí tuvo aviso
don Juan de Austria como el campo del duque de Sesa
se le venia acercando ; y porque convenia pasar luego
al rio de Almería para apretar los enemigos por aquella
parte , sin aguardar que volviese la escolta , hizo cargar
todo el fardaje del ejército , y los bastimentos y muni-
ciones, en los bagajes de los capitanes y gentileshom-
bres que habían quedado. Y dejando en aquella plaza
por gobernador al capitán Peña Roja con infantes y ca-
ballos, fué aquel día, lunes 17 de abril, á dormir al pago
de Rioja , donde se detuvo con harta necesidad de bas-
timento, por no haberse podido proveer por mar, á
causa del mal tiempo ; mas esto se remedió luego con
las escoltas que yo le envié de Ubeda y Baeza y del ade-
lantamiento de Cazorla. Remediada esta necesidad, pasó
el campo á Santa Fe, y en estos días se mataron algu-
nos moros y se tomaron otros captivos , que declara-
ron ser extrema la necesidad que pasaban de hambre.
Ya en este tiempo había su majestad enviado comisión
á don Juan de Austria para que admitiese á los que vi-
3ril
niesen á reducirse llanamente ; y en este alojamienlo
mandó divulgar un bando general en la forma siguiente:
BANDO EN FAVOR DE LOS QUE SE REDUJESEN.
«Habiendo entendido el Rey mi señor que la ma-
yor parte de los moriscos deste reino de Granada que
se han rebelado , fueron movidos , no por su voluntad,
sino compelidos y apremiados , engañados é inducidos
por algunos principales autores y movedores, cabezas
y caudillos, que han andado y andan entre ellos; los
cuales por sus fines particulares , y por gozar y ayudar-
se de las haciendas de la gente común del pueblo, y no
para hacerles beneficio alguno , procuraron que se al-
zasen ; y habiendo mandado juntar algún número de
gente de guerra para castigarlos, como lo merecían sus
culpas y delitos, y tomádoles los lugares que tenían en
el rio de Almanzora y sierra de Filábres y en la Alpu-
jarra, con muerte y captiverio de muchos dellos, y re-
ducídolos, como se han reducido , á andar perdidos y
descarriados por las montañas, viviendo, como bestias
salvajes, en las cavernas y cuevas y en las selvas , pade-
ciendo extrema necesidad ; movido por esto á piedad,
virtud muy propría de su real condición, y queriendo
usar con ellos de clemencia , acordándose que son sus
subditos y vasallos , y enterneciéndose de saber las vio-
lencias, fuerzas de mujeres, derramamiento de sangre,
robos y otros grandes males que la gente de guerra usa
con ellos , sin se poder excusar , nos dio comisión para
que en su nombre pudiésemos usar de su real clemencia
con ellos, y admitirlos debajo de su real mando en la
forma siguiente :
«Prométese á todos los moriscos que se hallaren re-
belados fuera de la obediencia y gracia de su majestad,
así hombres como mujeres , de cualquier calidad , gra-
do y condición que sean , que si dentro de veinte días,
contados desde el día de la data deste bando, vinie-
ren á rendirse y á poner sus personas en manos de su
majestad, y del señor don Juan de Austria en su nom-
bre , se les hará merced de las vidas , y mandará óir y
hacer justicia á los que después quisieran probar las vio-
lencias y opresiones que habían recibido para se levan-
tar ; y usará con ellos en lo restante de su acostumbra-
da clemencia , ansí con los tales , como con los que , de-
más de venirse á rendir, hicieren algún servicio parti-
cular, como será degollar ó traer captivos turcos ó mo-
ros berberiscos de los que andan con los rebeldes , y do
los otros naturales del reino que han sido capitanes y
caudillos del rebelión, y qué obstinados en ella, no quie-
ren gozar de la gracia y merced que su majestad les
manda hacer.
«Otrosí : á todos los que fueren de quince años arri-
ba y de cincuenta abajo , y vinieren dentro del dicho
término á rendirse, y trajeren á poder de los ministros
de su majestad cada uno una escopeta ó ballesta con
sus aderezos , se les concede las vidas y que no puedan
ser tomados por esclavos , y que demás desto puedan
señalar para que sean libres dos personas de las que
consigo trajeren , como sean padre ó madre , hijos ó mu-
jer ó hermanos ; los cuales tampoco serán esclavos,
sino que quedarán en su primera libertad y arbitrio,
con apercebimiento que los que no quisieren gozar
desta gracia y merced, ningún hombre de catorce años
arriba será admitido á ningún partido j antes todos pa-
332
sarán por el rigor de la muerte, sin tener dellos nin-
guna piedad ni misericordia. »
ueste bando fueron diversos traslados por todo el
reino de Granada , y don Juan de Austria envió órdenes
á todos los ministros de su majestad para que en virtud
del admitiesen cuantos moros viniesen á reducirse. Y
para que supiesen donde habían de acudir, les señaló
su campo y el del duque de Sesa, y los lugares princi-
pales y mas cercanos de donde se hallasen. Y porque
fuesen conocidos, y la gente de guerra no les hiciese
daño, se les mandó que trajesen una cruz de paño ó
lienzo de color en el hombro izquierdo cosida sobre el
vestido , tan grande , que se pudiese bien divisar desde
lejos. Echóse otro bando este mesmo dia, mandando
que no se hiciesen correrías, porque no se inlerrompie-
se el negocio de la reducion, que se trataba con desór-
denes, como se había hecho la primera vez.
CAPITULO XXII.
Del progreso que hizo el campo del duque de Sesa desde que par-
tió de Pórtugos hasta llegará üjijar, y cumo Aben Aboo repar-
tió su gente.
Hallábanse los alzados en este tiempo en tal estado,
que ni podían hacer guerra ni estaren paz. Faltában-
les fuerzas para sustentar ejército; y aunque muchos
dellos deseaban la paz , no se podían inducir á ella, por
el dolor de las mujeres y hijos y haciendas que hablan
perdido. Aben Aboo pues, sin perder un punto de áni-
mo, luego que vio el campo del duque de Sesa dentro de
la Alpujarra , repartió su gente á que tomasen los pasos
á las escoltas. Mil y quinientos moros puso entre Ujíjar
y Orgiba, mil en la sierra de Gádor, mil y docientos
hacía Adra y Almería, y ochocientos á la parte de la
sierra de Bentomiz. Otro golpe de gente envió á Sier-
ra-Nevada y hacia el Puntal, que corriesen los caminos
de Granada y de Guadix ; y dejando para sí cuatro mil
tiradores, traía los dos mil dellos siempre sobre el cam-
po del duque de Sesa por lo alto de las sierras y lugares
fragosos, porque desta manera pensaba entretenerse,
aprovechándose de los frutos de la tierra con mejor co-
modidad, y necesitar á nuestro campo con hambre. Por
otra parte, el duque de Sesa , entendiendo el desinio
del enemigo , y lo mucho que importaba quitarle los
bastimentos, y que no había cuchillo queloacabase tan
presto como la falta dellos, en toda la comarca donde
llegaba hacía talar y destruir los sembrados , enviando
cuadrillas de gente aunas partes y á otras, que corriesen
la tierra con tanta orden y recato, que los enemigos no
eran parte para enojarlos, ni aun osaban hacerles ros-
tro. Esta orden tuvo nuestro campo desde 12 días del
mes de abril que partió de Pórtugos, hasta que llegó
á Ujíjar. En la primera jornada, que fué á Jubiles, se
descubrieron algunos moros que mostraban tener gana
de pelear; mas luego se recogieron á la sierra, y el Du-
que se alojó en el lugar, que estaba despoblado, porque
no se habían asegurado en él ni en el castillo, que ha-
bían comenzado á reparar y fortalecer, y tenían ya he-
chos bastiones con sus casamatas y tríncheas de tapias
gruesas, y dos aljibes grandes para recoger el agua de
las lluvias, y un horno de pan, y una casa para muni-
ción y morada de Aben Aboo , con intento de defender
aquella plaza, que cierto era fuerte de sitio, porque te-
nia una sola entrada por dos puertas que habian co-
LUIS DEL MARMOL CARVAJAL.
menzado á hacer. El Duque subió á verla fortificación,
y parecióle tal , que si los enemigos osaran defenderla,
le dieran bien en qué entender para ganársela, porque
con una pieza de artillería que pusieran en la entrada pu-
dieran hacer grandísimo daño. Y no estaban sin ella, que
Aben Aboo la había pedido al gobernador de Argel , y
se la había dado por setecientos ducados de oro, y en-
viádosela eu una galeota; mas no habia tenido tiempo
ni aun industria para subirla al castillo, y teníala aba-
jo en el rio, media legua de allí, con todos sus aderezos.
Desto dio aviso un moro berberisco que se vino hu-
yendo á nuestro campo, y envió el Duque por ella ; y no
la pudiendo sacar de donde estaba , la mandó enclavar
y enterrar demanera que el enemigo no la hallase. Des-
de este alojamiento fueron á correr la sierra don Luis
de Cardona y don Luis fie Córdoba con dos mil infan-
tes y ciento y cincuenta caballos, y volvieron con al-
gunas mujeres y muchachos que captivaron, y canti-
dad de ganado. En este tiempo mandó deshacer el Du-
que los reparos del caslillode Jubiles, y recogida la
gente, fué á Cádiar, y sin detenerse pasó aquella noche
á Yátor. Este dia se descubrieron los moros por lo alto
de las sierras de Bérchul , y el Duque no quiso alojar
e! campo en el lugar, por estar muy pegado con la sier-
ra , sino abajo en el rio , entre unos cerros que mandó
luego ocupar á las cuadrillas para que el campo estu-
viese mas seguro. Y siendo ya bien tarde , los enemigos
se acercaron y hicieron grandes fuegos en las cumbres
de las sierras , con que tuvieron toda la noche en ar-
ma nuestro campo , sospechando que querían hacer al-
gún acometimiento. Este era Aben Aboo con sus cua-
tro mil escopeteros y los turcos y moros berberiscos y
otra mucha gente de hondas y armas enhastadas, que
venia con mas ánimo de espantar que de pelear, di-
ciendo á los que le aconsejaban que pelease, que no
habia para qué probar el salitre de la pólvora de los ar-
cabuces de los cristianos, porque ellos se hartarían de
andar y dejarían la tierra mal de su grado. Y cierto fué
providencia divina no acometer algunas destas noches,
porque pudiera ser que hiciera daño. Partió el campo
deste alojamiento otro dia viernes por la mañana , y sin
estorbo llegó á Ujíjar, que también estaba despo-
blada, y se alojó dentro del lugar de Albacete. Aquí
trajo un moro de Jubiles á don Diego Osorío , que
por mandado de su majestad iba con despachos al du-
que de Sesa , en que se trataba la resolución de la guer-
ra y lo que se había de hacer en la reducion que se pla-
ticaba; el cual habia salido de Órgiba con quince es-
cuderos de la compañía de Osuna de escolta , creyendo
hallar el campo en Jubiles; mas había ya una hora que
era partido. Y como llegó cerca del lugar, y víó las ca-
lles llenas de gente , entrando dentro , no halló el hos-
pedaje que pensaba, porque no eran cristianos, sino
moros, que en viendo salir nuestro campo habian ba-
jado de las sierras ; los cuales le dejaron entrar, y cer-
cándole, le prendieron con todos los escuderos, y
le tomaron los despachos ; y después de haberle ator-
mentado , lo dieron en guarda á este moro , que te-
nia á su mujer y una hija captivas; el cual fué tan hom-
bre de bien , qiie le regaló y le tuvo sin prisiones, y le
dijo que si se atrevía á irse con él, le llevaría á nues-
tro campo, como le prometiese de darle á su mujer y
hija. El cual, maravillado de ver en moro aquella corte-
REBELIÓN Y CASTIGO DE LOS MORISCOS DE GRANADA.
sía , rindiéndole las gracias por tan buen tratamiento
como le hacia , siendo su captivo, prometió de darle lo
que pedia , y hacer con su majestad que le hiciese otras
muchas mercedes. El moro le replicó que no le tenia
por prisionero , antes lo era él suyo, y sabia que habia
menester su favor, según el desatino que los moriscos
hablan hecho en levantarse con la tierra que no podían
sustentar. Y diciendo y haciendo, otro diade mañana
le llevó al campo del duque de Sesa, que estaba en Ujíjar;
y llegando de parte de noche, porque las centinelas no
los dejaron entrar, se detuvieron hasta ser de dia. Don
Diego Osorio dijo al Duque la cortesía que el moro le
habia hecho , y le suplicó le hiciese merced y favor ; el
cual le loó mucho aquel hecho, diciéndole que pidiese
gratificación , porque se le haría de muy buena volun-
tad; y él pidió que le diesen ásu mujer y á su hija,
que las habían captivado en la correduría que-don Luis
de Córdoba habia hecho, y una salvaguardia para po-
der ir y venir libremente al campo , porque entendía
poner en libertad algunos cristianos de los que habían
sido captivos con don Diego Osorio, y reducir mucho
número de los alzados á merced de su majestad. El Du-
que prometió de darle á su mujer y hija, que las habían
llevado á la Calahorra, y le dio luego la salvaguardia,
y le despachó al campo de don Juan de Austria con
avisos; y antes de llegar allá le prendieron unos mo-
ros de Aben Aboo , los cuales, hallándole la salvaguar-
dia y el despacho en el seno, le llevaron ante él , y le
mandó ahorcar de un olivo, y muerto, le hizo jugará
la ballesta. No mucho después desto el Habaquí su-
plicó á don Juan de Austria por la libertad de aquellas
mujeres, que eran sus parientas, y pagó docientos
ducados por el rescate dellas, y las puso en libertad,
CAPITULO XXIII.
Cdmo don Antonio de Luna volvió á correr la sierra de Bentomiz,
y puso presidios en Competa y en Nerja.
Mientras estas cosas se hacían en los dos campos,
su majestad, á instancia del duque de Sesa, mandó á
don Antonio de Luna, que se había recogido ya á Hué-
tor Tajar, después de haber despoblado los cuatro lu-
gares de la jarquía de Málaga, y puesto alguna gente
de presidio en ellos, por estar en el paso por donde se
va de la Alpujarra y sierra de Bentomiz á los otros lu-
gares de la hoya de Málaga y serranía de Ronda, que
tornase á entrar en la sierra de Bentomiz , y dando el
gasto en la tierra , hiciese un fuerte en Competa, y pu-
siese presidio en él y en el castillo de Nerja, por ser pla-
za de importancia para la segundad de aquella costa
y del paso de Almuñécar; y hecho esto, pasase ade-
lante hasta el Cehel, donde se tenia aviso que los mo-
ros habían recogido muchos bastimentos para entrete-
nerse en la aspereza de aquellos montes mientras les
venia socorro de Berbería. Para esta jornada mandó
su majestad á los corregidores de las ciudades comar-
canas, que recogiendo la gente de sus corregimien-
tos, se volviesen á juntar con él y estuviesen á su
orden , guardando don Antonio de Luna la que el du-
que de Sesa le diese; y porque no se siguiese el in-
conveniente de volverse los soldados si acaso fuese
menester mas de diez días, se mandó á Pedro Verdu-
go, proveedor de Málaga, que los proveyese de los
baslimentos necesarios. Era el intento del duque de
S33
Sesa desbaratar eldesinio de los enemigos y quitar-
les la esperanza de levantar de nuevo lugares , despo-
blándolos y necesitándolos con hambre y trabajo de
guerra; y hacia instancia con su majestad en que
mandase meter la tierra adentro todos los moriscos de
paces de la jarquía y hoya de Málaga y serranías de
Ronda, para que los alzados no pudiesen valerse dellos.
Don Antonio de Luna aceptó la jornada ; mas temia ha-
cerla con gente de ruego y poco disciplinada, y pidió
soldados de ordenanza , diciendo que no era bien tor-
nar á arrojar su honra y crédito á la ventura ; y que le
pusiesen vitualla en la ciudad de Vélez, en Nerja, en
Almuñécar y en Motril. El duque de Sesa le dio dos
compañías de infantería, una suya y otra del duque
de Alcalá, y dos estandartes de caballos de los duques
de Medína-Sidonia y Arcos ; ordenó á los proveedores
que pusiesen bastimentos en los lugares que decía ; y
con esta gente y la de las ciudades volvió don Antonio
de Luna á entrar en la sierra de Bentomiz, y con poco
trabajo dio el gasto á la tierra, escaramuzando con los
moros , que andaban como salvajes por aquellas sier-
ras , matando y captivando algunos dellos ; y perdien-
do á las veces soldados, comenzó el fuerte en Compe-
ta. Y habiendo enviado mil hombres á correr el rio de
Chillar, con poca presa y pérdida igual, sin hacer otro
efeto, dio fin á la jornada, dejando de presidio en Com-
peta al capitán Antonio Pérez, regidor de Vélez, con
docientos soldados, y en el castillo de Nerja á Diego
Vélez de Mendoza con otra compañía de infantería, y
fué á la ciudad de Antequera, donde se vino á ver con
él Pedro Bermudez , cabo de la gente de guerra que es-
taba en Ronda , para dar orden en cómo se habían de
despoblar los lugares de aquellas serranías , porque su
majestad, informado que algunos andaban alborotados,
le pareció sacallos de allí antes que se acabasen de
declarar, y cometió la ejecución dello á don Antonio de
Luna.
CAPITULO XXIV.
Cómo los moros desbarataron la escolta que llevaba el marqués
de la Favara á la Calahorra.
Comenzaba ya á faltar bastimento á nuestro campo
en Ujíjar; y no le viniendo tan á cuento proveerse del
que Pedro Verdugo enviaba por mar desde la ciudad de
Málaga á la villa de Adra , el duque de Sesa mandó jun-
tar todos los bagajes , y que fuese una gruesa escolta
con ellos á traerlo de la Calahorra , camino mas corto,
que se podía ir y volver en un dia , aunque áspero y
peligroso, por estar las fuerzas del enemigo hacia aque-
lla parte, y haber de pasar el puerto de la Ravaha.
Mas estas dificultades previno con diligencia y fuerza
de gente , encomendando el viaje al marqués de la Fa-
vara; y dándole mil infantes y cien caballos que le
acompañasen, partió del alojamiento de Ujíjar á 16 días
del mes de abril, una hora antes que amaneciese, yen-
do él de vanguardia con docientos infantes y cuarenta
caballos : luego seguía el bagaje con algunos arcabu-
ceros sueltos á los lados, y de retaguardia dejó la in-
fantería de Sevilla y sesenta caballos. Desla manera
comenzó á subir nuestra gente por la sierra arriba, sin
noticia de los enemigos ni de la tierra, y aun sin ocu-
par lugares aventajados, para asegurar el bagaje. Y co-
mo se adelantase demasiadamente la vanguardia, y el
334
LUIS DEL MARMOL CARVAJAL.
embarazo de las mujeres, enfermos y heridos impidie-
se poder seguirla, fué necesario quedar entre ellos y el
bagaje mucho espacio de tierra. No fué menor descui-
do el de la retaguardia , caminando á paso tan lento, y
deteniéndose en recoger algunos ganados, que por
ventura los enemigos les echaron á las manos, que hu-
bieron de hacer el mesmo intervalo entre ellos y el ba-
gaje. Estaba Aben Aboo á la mira , y viendo salir de
nuestro campo tanto número de bagajes juntos, no sa-
biendo para dónde caminaban, mandó al alcaide Ala-
rabi , que tenia cargo de aquel partido , que los siguie-
se. Traia este moro quinientos hombres, y muchos ti-
radores entre ellos; y repartiéndolos en tres escuadras,
tomó la una para sí con obra de cien escopeteros, otra
dio al Picení de Guéjar con docientos hombres, y la
tercera al Martel del Cénete , mandándoles que mien-
tras él daba en el bagaje , acometiesen el uno la reta-
guardia por frente, y el otro la rezaga de la vanguardia,
metiéndose por entre ella y el bagaje. Con este acuer-
do se emboscaron en partes que pudieron estar bien
encubiertos; y dejando pasar la vanguardia, cuando
tuvieron la escolta en la mayor angostura del camino,
el Alarabi salió á ella con sus cien hombres en tres cua-
drillas. Con la primera, en que llevaba cuarenta esco-
peteros, acometió el bagaje^ cargando luego la segun-
da y la tercera; y hallando poca defensa, porque los
arcabuceros, poco cuidadosos de lo que llevaban á car-
go , se hablan desmandado á buscar algún aprovecha-
miento , rompió por medio, poniendo á los bagajeros,
enfermos y heridos en confusión. A un mesmo tiempo
dio el Piceni en la caballería de la retaguardia, y des-
baratándola, desbarató ella la infantería; lo mesmo
hizo el Martel en el rezago de la vanguardia : lo uno y
lo otro con grandísima presteza y tanto silencio , que
no parecía ser moros , sino soldados de disciplina an-
tigua. Iba el Picení siguiendo la retaguardia de mane-
ra, que parecia que los nuestros huían. El Martel hizo
otro tanto, y entrambos siguieron su alcance sin que
los caballos ni los soldados se rehiciesen. El Alarabi
fué matando bagajeros, enfermos y bagajes, y todos á
una mataban soldados y escuderos. Llegó e! arma con
silencio y temor de los nuestros al marqués de la Fa-
vara tan tarde , que no pudo remediar el daño; aun-
que con obra de veinte caballos y algunos arcabuceros
procuró llegar á tiempo, porque se lo impedia la frago-
sidad del camino, bagajes caídos y otros impedimentos
que había en él; y al íin prosiguió su camino, yendo
los moros á las espaldas hasta cerca de la Calahorra.
Murieron este día al pié de ochocientos cristianos, los
seiscientos enfermos y heridos, que iban á curarse á
Guadix. Lleváronse los moros seiscientas moriscas que
iban captivas, y trecientos bagajes escogidos, sin
otros muchos que mataron, y captivaron quince hom-
bres, sin perder uno ni mas de los suyos. Fué tanta la
turbación de los bagajeros y soldados que escaparon de
allí, que en llegando á la Calahorra se fueron huyendo
la mayor parte dellos ; y así no hubo quien volviese con
la escolta al campo. La nueva destc suceso llegó á
Ujíjar aquella mesma noche, porque el marqués de la
Favara en llegando á la Calahorra envió al capitán Lá-
zaro Moreno de León con seis caballos á dar aviso al
Duque, el cual pasó por el mesmo camino sobre los
cuerpos muertos, y llegó antes que amaneciese con la
desastrada nueva, que sintió gravemente el duque de
Sesa. Y hallándose sin bagajes y sin bastimento , ani-
mosamente determinó de ir luego la vuelta de Valor
para entender de mas cerca lo que había , y pelear con
el enemigo si le aguardase , y con los bagajes que pu-
diese juntar, enviar por bastimento ó ir por ello ; por-
que habían quedado muchos enfermos , y faltándole la
gente que había llevado el marqués de la Favara, le
quedaba poca que enviar para aquel efeto.
CAPULLO XXV.
Cómo el duque de Sesa fué á poner su campo en la villa de Adra.
Otro día de mañana , 17 de abril , partió el duque de
Sesa de Ujíjar con todo el campo puesto en ordenanza,
y fué á Valor harto congojado de ver la flaqueza de nues-
tra gente : halló el lugar solo; que los moros se hablan
recogido.á las sierras. Desde allí despachó espías á Gua-
dix y á Granada , encargando al presidente don Pedro
de Deza que diese orden como el marqués de la Favara
recogiese la gente , y juntase otra de nuevo con que irle
luego á buscar donde quiera que estuviese. Aquella
noche tuvo toda la gente puesta en arma y mucho re-
caudo de centinelas y cuerpos de guardia á la parte de
la sierra, por si los enemigos hiciesen algún acometi-
miento de noche ; los cuales habían soltado las acequias
y empantanado los barbechos y sembrados al derredor
del lugar, para que los caballos atollasen y no fuesen
de provecho , y se habían puesto á la mira en la halda
de Sierra-Nevada. Contónos un moro de los que se ha-
llaron con Aben Aboo este día, que cuando iba cami-
nando nuestra gente hacia Valor, estaba mirando des-
de la cumbre de una sierra á los soldados que subían
por aquellas cuestas arriba ; y pareciéndole que iban
muy cansados , había dicho que era hermosa procesión
aquella, y muy buena ventana la en que él estaba mi-
rando como pasaba , y que con sola la vista pensaba
desbaratarlos, sin hacer otro acometimiento. El duque
de Sesa, considerando el daño que se le podía seguir de
salir á la Calahorra, porque se le deshiciera el campo,
y el enemigo viéndole fuera de la Alpujarra le tomaría
los puertos , y le sería dificultoso tornarlos á cobrar,
así por esto , como porque en opinión de moros y cris-
tianos no faltaría quien dijese que salia roto y desbara-
tado , acordó de dar vuelta ú la villa de Adra, donde
entendía hallar recaudo de bastimentos. Para esto jun-
tó los caballeros y capitanes á consejo , y como hubiese
algunos de contrario parecer, don Juan de Mendoza
Sarmiento se les opuso, diciendo que no se sacaba otro
fruto de salir á la Calahorra sino perder reputación,
pues era cierto que en viéndose los soldados fuera de
la Alpujarra, harían lo que habían hecho en el campo
del marqués de los Vélez. El Duque pues, arrimándose
al mas sano consejo , hizo un razonamiento á los ca-
pitanes y soldados , encomendándoles que guardasen
las ordenanzas y no se desmandasen , y dio vuelta ha-
cia Ujíjar. Los moros, viendo el camino que tomaba,
bajaron á gran priesa de la sierra ; y habiendo pasado
el rio nuestra vanguardia y batalla, dieron en la reta-
guardia, y escaramuzaron mas de tres horas con los
soldados para entretener el campo. Llegaba el duque
de Sesa á la ermita de San Sebastian, cerca de Ujíjar,
cuando sintió tocar arma ; y mandando hacer alto , acu-
dió á reforzar la retaguardia. Y porque la.escararauza
REBELIÓN Y CASTIGO DE LOS MORISCOS DE GRANADA.
era en lugar donde la caballería no podía aprovechar,
liizo cargar á los enemigos con dos mangas de arcabu-
ceros , que les hicieron volver las espaldas , y en parte
se pagaron del daño recebido en el puerto de la Ravaha;
con todo eso, se llevaron una carga de moneda que ha-
llaron desmandada. Llegó la gente áüjíjar, donde ha-
llaron muertos algunos soldados y bagajeros que ha-
bían quedado enfermos en el hospital , que estaba en
una mezquita que los moros habian hecho de nuevo pa-
ra su zalá, y algunos bastimentos robados que había
dejado el tenedor en la casa de la munición , por no te-
ner bagajes en que poderlos cargar. Esto habian hecho
unos moros que andaban por aquellos montes ; los cua-
les, viendo salir el campo , habían bajado á las casas del
lugar. Sintiólo mucho el duque de Sesa , y reprehendió
gravemente á los capitanes y comisarios á cuyo cargo
había sido recoger el campo aquel día ; y sin detenerse
allí, pasó á Lucaínena, enviando gente delante que re-
conociese el camino por donde había de ir. Llegando
cerca de Lucaínena , tuvo aviso que tenían tomado el
paso los enemigos , y no por eso dejó de pasar adelante.
Los moros, viendo la determinación que llevaba, deja-
ron el lugar que tenían tomado , y se fueron retirando á
Darrícal. Pasó el campo por Lucaínena, y poniendo
fuego los soldados á las casas, como lo hacían en todos
los lugares donde llegaban , fué á alojarse aquella no-
che á un aljibe tres leguas y media de Adra , donde
llegó la gente cansada , mojada y bien muerta de ham-
bre, tanto, que, sin querer hacer franqueza, hubo sol-
dados que compraron un pan por seis reales y una
azumbre de vino por ducado y medio. Hicieron los ene-
migos algunos acometimientos á la parte de Berja ; pero
el Duque mandó asestar la artillería contra ellos, y se
retiraron luego. Otro día miércoles de mañana marchó
el campo la vuelta de Berja con tanta hambre , que aun-
que se caminaba por tierra llana , no podían los hom-
bres ni los bagajes andar, y hubo muchos que se caye-
ron de su estado. Y pasando por el lugar á mediodía,
llevando siempre á vista los enemigos, fuéá los aljibes
de Adra hacia la costa de la mar; y llegando á repechar
en la cuesta que baja hacia la villa, halló á Hernando
de Narvaez, capitán del presidio, que le habia salido á
recebir con cincuenta caballos. Alojóse el campo aque-
lla noche en las huertas fuera de los muros, y allí man-
dó armar el Duque sus tiendas; que no quiso entrar
dentro de la villa. Era tanta la hambre de la gente y de
las bestias , que en término de una hora no quedó cosa
verde que no cortasen y destruyesen en las huertas y en
las hazas ; pero remedióse otro día con el bizcocho y
harina que habia de respeto en lo 5 almacenes de su ma-
jestad.
CAPITULO XXVI.
De lo que se hizo en Adra mientras el campo del duque de Sesa es-
tuvo en aquel alojamiento ; y cómo se apercibió para ir sobre
Castil de Ferro.
Llegado el duque de Sesa á Adra , corrió con la ca-
ballería las taas de Dalias y Berja y parte de la sierra
de Gádor , hacia donde entendió que andaban moros;
y volviendo al alojamiento con algunas presas, estuvo
aguardando que llegasen las galeras del cargo de don
Sancho de Leíva para embarcarse en ellas y dar sobre
Castil de Ferro , donde tenia puestos los ojos , y los mo-
335
ros su esperanza. Este castillo está en la marina en el
paraje de la taa de órgiba , y era del duque de Sesa.
Habíale vendido un mal cristiano , hijo de una morisca,
por cuatrocientos ducadosá el Hoscein de Motril; y para
hacerlo á su salvo, había muerto á traición al alcaide,
ó como algunos decían , lo habían ganado con embos-
cadas los moros; y deseaba mucho el duque de Sesa co-
brarle antes que le fortaleciesen mas de lo que estaba, y
para este efeto solicitaba las galeras ; porque habiendo
de ir por tierra, eran siete leguas de camino áspero y
muy trabajoso para llevar las carretas de la artillería.
; En este tiempo llegaron á la playa de Dalias tres galeo-
tas cargadas de trigo y arroz, y de armas y municiones
que traían de Berbería ; y habiéndolo ya desembarcado
los arráeces turcos , supieron como los alzados andaban
en tratos para rendirse ; y blasfemando dellos , qui-
sieron tornarlo á embarcar y volverse á su tierra ; pero
no lo pudieron hacer tan ásu salvo, que dejasen de perder
la mayor parte del trigo y de las otras cosas que tenian
fuera, porque los descubrieron nuestras atalayas; y
' acudiendo la gente de á caballo, no les dio mas lugar
de cuanto pudieron embarcar las personas y hacerse
á largo. Tomóseles, entre las otras cosas , un costal de
angeo encerado lleno de libros árabes, en que venían
I algunos Alcoranes y un libro intitulado Instrucción de
i la guerra y ardides della, que según pareció, los en-
viaban los alfaquís de Argel á los moros; y decía el tí-
tulo que venía en el encerado Habices para los anda-
luces , como que los enviaban en limosna. Esto fué á 26
' días del mes de abril , y aquella mesma noche tocaron
en tierra otras siete galeotas , en que venia el alcaide
Hoscein , hermano de Caracax , con cuatrocientos tur-
cos de socorro y muchas armas y municiones ; el cual,
avisado asimesmo de los conciertos en que andaban de
moros de la tierra , se volvió luego á la ciudad de Argel.
Tenia el duque de Sesa ya en su poder dos días habia el
bando y la orden de don Juan de Austria para admitir
los moros que se viniesen á reducir, y habia hecho que
el licenciado Castillo sacase traslados de todo ello tra-
ducido en arábigo , y enviádolos á diversas partes de la
Alpujarra con un morisco llamado el Zambori , para que
se divulgase á un tiempo por todas las taas. Y como se
publicasen en Adra á 27 días del mes de abril , aquel
mesmo día se le fueron mas de cien soldados, diciendo
que ya había paces; y pudiera ser que se fuera la mayor
parte de la gente , si no llegaran las galeras aquella no-
che, y se embarcara luego otro día para Castil de Fer-
ro, donde le iremos á buscar cuando sea tiempo. Va-
mos á lo que se hacía en el negocio de la reducion.
CAPITULO XXVII.
Cómo don Alonso de Granada Venegas escribió á Aben Aboo per-
suadiéndole á que se redujese ; y lo que el moro le respondió.
Por el discurso de esta historia se ha entendido la ins-
tancia que don Alonso de Granada Venegas hacia , in-
tercediendo con su majestad y con los de su consejo
por los moriscos del reino de Granada que no habian
sido culpados, y les habían hecho otros que se rebela-
sen por fuerza , ofreciéndose á que haría con ellos que
se redujesen. Para este efeto había su majestad manda-
do á don Juan de Austria que le pusiese de presidio en
Jayena con alguna gente de á pié y de á caballo , yel
duque de Sesa le habia proveido de la que dijimos ; el
336
cual liabia hecho estos dias algunas entradas, y carteá-
dose con algunos caudillos de los alzados, amigos y co-
nocidos suyos, persuadiéndolos á que dejasen las ar-
mas y conociesen su desatino, y la merced que su ma-
jestad les hacia. Y como se comenzase á encaminar el
negocio bien, en 18 dias del mes de abril deste ano,
antes de ir al campo, escribió unacartaá Aben Aboo del
tenor siguiente :
CARTA DE DON ALONSO DE GRANADA VENEGAS
PARA ABEN ABOO.
((Señor Aben Aboo : Muy espantado he estado que
))una persona tan cuerda y de tan buena casta como
«sois , haya venido á parar en un camino de tan gran
«perdición , así para el alma como para la vida, y des-
«truicion de toda esa tierra y gente della. Y porque
wmepesa mucho dello, y deseo vuestro bien y el de
))todos, y poner remedio en ello, os pido por merced
)>que me enviéis algunas personas de confianza con quien
«tratarlo; que yo prometo como cristiano y caballero de
»lesdar toda seguridad, como de presente se la doy,
))para que puedan ir y venir libremente á Jayena , don-
»de me hallarán ; porque quiero tratar con ellos cosas
«que podrían ser muy convenientes al servicio de Dios
«nuestro Señor y de su majestad , y para el bien deto-
»da la gente. Y creedme que digo verdad sin ninguna
«malicia y engaño ; y espero la respuesta , la cual venga
«luego. Y al que esta lleva se le haga todo buen tra-
«tamiento por amor de mí , pues lo que me mueve á
«enviarlo es el bien que á todos deseo ; y querría mu-
«cho que nos viésemos para tratar destos negocios.
«Fecha en Jayena, á 8 dias del mes de abril.»
Y juntamente con la carta dio una salvaguardia al
mensajero, encargando á don Gutierre de Córdoba,
gobernador de las Albuñuelas, que le dejase ir y vol-
ver libremente, porque iba á negocio que cumplía al
servicio de su majestad. Esta carta recibió Aben Aboo
en Mecina de Bombaron , estando ya el duque de Sesa
en Adra ; y por consejo de Hernando el Habaquí , que
se halló presente cuando se la leyeron, le respondió
desta manera :
LUIS DEL MABMOL CARVAJAL.
«la causa de haberse encendido este fuego fué malos
«consejeros; y á estos tales se les debe echar la culpa,
«que ordenaron tantas liviandades , que los del reino no
«podían ya vivir ; y como entre ellos hay hombres, qui-
«sieron tragar la muerte antes que padecer tantos
«trabajos y sí njusticias como se les hacían. Esto ha sido
«la causa de tanto mal y daño como ha venido , y de
«tantas muertes de criaturas ¡nocentes ; y por esta ra-
»zon no se ha de hacer culpa á ninguno de los naturales,
«sino á los que fueron causadores ; porque si los agra-
Mvios que se hacían á estas gentes se hicieran al mas
«cuerdo hombre que hay en la cristiandad, no se con-
«tentara con hacer lo que ellos hicieron , sino que hicie-
»ra mucho mas mal. Cuanto á lo que decisque envíe dos
«hombres de quien mucho me confie á Jayena debajo
«de vuestro seguro y palabra , bien tengo entendido
«que como caballero lo cumpliréis ; mas habrá otros de
«diferente opinión , que harán lo contrarío ; y hasta que
«haya comisión del Rey ó de don Juan de Austria no
))se atreverán á ir. Don Hernando de Barradas escribió
«á Hernando el Habaquí , que es general desta tierra
«levantada, los dias pasados, pidiendo que se juntase
«con él en el marquesado del Cénete, y juntos trataron
«del remedio para que este fuego se apague ; y de allí
«se fué el Habaquí al rio de Almanzora, donde también
«le escribió Francisco de Molina, y se viócon él; y des-
«pués fueron á verse con él don Francisco de Córdoba
«y otros caballeros, y el Habaquí nos vino á dar cuenta
«de lodo, como hombrea quien tenemos dadacomi-
«síon para estos negocios. Si quisiéredes veros con él,
«enviadle seguro del Rey paraél y los que fueren de nues-
«tra parte con él, porque de la nuestra aseguramos á
«vos y á los que vinieren con vos. Y para tratar des-
«te negocio, y que venga á tener efeto, nos parece
«que se podrá negociar por la vía de Guadix , pues está
«allá comenzado y puesto en buenos términos ; y si no,
«en órgiba os podréis ver con él , porque es persona que
«holgaréis de verle y de tratar con él cualquier ne-
«negocio. Fecha en la Alpujarra, á 22 del mes de abril
«de 1570 años. — Muley Abdalá Aben Aboo.»
RESPUESTA DE ABEN ABOO.
«Señor don Alonso : Por vuestra carta entendí el buen
Bcelo que tenéis del sosiego deste reino y del ser-
«vicio de nuestro rey, como buen cristiano; y esto os
«obliga procurar el remedio , para que cese tanto mal
«y daño como ha venido por la cristiandad y por los
«deste reino , y la pacificación y sosiego del. En lo que
«decís que estáis espantado que yo me pusiese en tan
«gran peligro del alma y del cuerpo , en lo que toca al
«alma , Dios sabe lo mejor; en lo del cuerpo, ya tene-
»mos entendido que el rey don Felipe es poderoso y
«puede mucho; mas también se ha de entender que le
«podemos hacer mucho daño mas del que se le ha he-
«cho , porque á los deste reino no les queda ya qué
«perder, y lo que les puede venir agora ya lo tienen
«tragado. Y todo lo que ha venido y viniere á los unos
«y á los otros cuelga de quien no lo ha remediado con
«tiempo, creyéndose de livianos juicios, y no de los
«caballeros que le informaron de lo que convenía al ser-
Dvicio de Dios y suyo. No hay de qué hacerme á mí cul-
vpado Di á los deste reino acerca deste negocio , pues
CAPITULO xxvni.
Del progreso del campo de don Juan de Austria desde que partió
de Santa Fe hasta que se alojó en Padúles de Andaras , y cómo
se prosiguió en la reducion de los alzados.
Publicado el bando y hechas otras diligencias en el
alojamiento de Santa Fe , así para apretar á los moros
como para reducirlos, don Juan de Austria pasó con
su ejército á Terque ; y siendo informado que en Fínix
había algunos moros y turcos berberiscos con los de
la tierra, y que hacían daño á la parte de Almería,
envió contra ellos á Jordán de Valdés con dos mil in-
fantes, y á Tello González de Aguilar con las cíen lan-
zas de Ecija , ordenándoles que diesen antes que ama-
neciese sobre el lugar, y procurasen degollarios , porque
los otros temiesen y se apresurasen á tomar el buen
consejo. Partieron del alojamiento cuando anochecía,
ycaniinando de noche, llegaron á hora que pudieran
hacer efeto si las diligentes atalayas y centinelas de
los moros no los sintieran y fueran á dar rebato ; por
manera que cuando nuestra gente llegó, ya los moros
iban la sierra arriba con las mujeres por delante cami-
nando cuanto podían ; y poniéndose la caballería en su
REBELIÓN Y CASTIGO DE LOS MORISCOS DE GRANADA.
alcance, pelearon un buen rato con ellos, hasta que
cargó la arcabucería y los desbarataron y mataron. Mu-
rieron al.pié de cien moros , y captivaron cuatrocientas
mujeres. Y pareciendo á los capitanes que no era bien
meterse mas adentro en la sierra, porque los enemigos
apellidaban la tierra y se rehacían , dieron vuelta hacia
el lugar , y entrando dentro, le saquearon; y cargados
de despojos , con mil cabezas de ganado que pudieron
recoger de presto tornaron aquel mesmo dia bien tarde
á Terque. A este alojamiento vino don Alonso de Gra-
nada Venegas, que, como atrás dijimos, le babia en-
viado á llamar don Juan de Austria para que tratase
el negocio de la reducion con los moros; y vista lares-
puesta de Aben Abooá su carta, se le mandó que con-
tinuase la plática que habia comenzado con él, y le
volviese á escrebiren el negocio. El cual despachó lue-
go un morisco con otra carta , en que le decia que
conforme á lo que le habia escrito los dias pasados, con
el deseo que tenia de excusar tan gran perdición como
la gente de aquella tierra traia, se habia dado la priesa
posible en suplicar á su majestad usase con ellos de
clemencia, entendiendo lo mucho que deseaban redu-
cirse á su servicio y ponerse en sus reales manos ; y
que para efetuar aquel negocio , como se lo habia pro-
metido, habia venido á Terque, y deseaba verse con él
y con el Habaquí , y con las demás personas que qui-
siese , y donde él señalase ; porque habiendo tantas lar-
gas de simparte , en cosa que solo aquel remedio les que-
daba para no ser muerte general , no podia don Juan de
Austria dejar de darse la priesa que era justo para eje-
cutarla en todos con mucho rigor : por tanto, que se
aprovechase de tan buena coyuntura , pues teniendo la
espada en la mano , deseaba también usar de la clemen-
cia que su majestad les concedía, como lo hablan en-
tendido por los bandos que se hablan publicado. La cual
singular gracia y merced debian estimar y recebir con
alegría , y creer que habia sido mucha parte la buena
intercesión de donjuán de Austria, y lo que él habia
ofrecido de parte de todos los de la nación morisca, con-
fiado en el arrepentimiento que les habia conocido ; avi-
sándoles asimesmo como el bando que se habia publica-
do no era para suspender la guerra sola una hora , sino
con aquellos que se fuesen á reducir dentro del térmi-
no en él contenido ; y que estos tales , aunque hubiesen
sido capitanes , alcaides ó caudillos de los alzados, su
majestad los admitía en su gracia, y no consentiría que
se les hiciese mal ni daño. Que estuviese cierto que las
palabras del bando se habían de cumplir, diciéndolas
don Juan de Austria de parte de su majestad, que tan
inviolablemente las guardaba ; y que para que mejor
entendiese esta verdad , y la llaneza y bondad con que
don Juan de Austria trataba de su negocio, holgaría
mucho se viese con él y con otras personas de crédito
que pudiesen satisfacer. Esto todo decía don Alonso
de Granada Venegas, porque Aben Aboo y los que con
él estaban entendían diferentemente el bando, y ha-
bia escrito el Habaquí sobre ello á don Hernando de
Barradas, entendiendo que se suspendía la guerra con
todos mientras se trataba de la reducion, y aun parecía
que no aseguraba á los caudillos. También habia escri-
to Hernando el Habaquí que los de la Alpujarra , en-
tendiendo que se trataba de sacar los moriscos de las
ciudades de Guadix y Baza , que no se habían rebelado,
H-i.
337
estaban escandalizados, y don Alonso de Granada Ve-
negas satisfizo en esta propria curta, diciendo que
entendiesen el buen celo con que su majestad lo hacia,
y verían que solo era para apartarlos de las molestias y
malos tratamientos de la gente de guerra , que ni se po-
dían reparar ni sufrir; y que no iban tan lejos do sus
casas, que cuando los negocios tuviesen buen término
dejasen de volver á ellas acrecentados de mercedes que
su mnjestad les haría ; y que él habia suplicado á don
Juan de Austria que detuviese el campo en aquel alo-
jamiento algún dia para tratar del negocio, y se lo ha-
bia concedido por seis dias : por tanto, que envíase los
que habían de verse con él con la verdad y llaneza que
era justo , pues habia entendido la voluntad de su ma-
jestad , y no debian dar lugar á que de todo punto cer-
rase la puerta do su clemencia. Estos mesmos dias se
tornó á ver don Hernando de Barradas con el Habaquí
en el castañar de Lanteira, y le dijo como tenia en
buenos términos el negocio déla reducion, y que su-
plicase á don Juan de Austria de su parte, mandase que
no llevasen los moriscos de Guadix la tierra adentro,
porque habia sabido que los tenían ya encerrados en
las iglesias para dar con ellos en Castilla ; y que él se
ofrecía á hacer de manera que todos los de la Alpujarra
rindiesen las armas y se diesen á merced de su majes-
tad, y que Aben Aboo viniese también en ello. Don
Juan de Austria, aunque entendió que era negociación
de losproprios moriscos para que no los sacasen de sus
casas , no embargante que muchos dellos habia dias
que pedían se les señalase donde pudiesen irse, que
estuviesen seguros de los trabajos de la guerra , fuera
del reino de Granada, por atajar inconvenientes mandó
que los dejasen estar mientras otra cósase proveía. Y
porque se habían de juntar con el Habaquí y con los
caudillos moros que viniesen á tratar de la reducion
algunos caballeros de nuestra parte , mandó venir á don
Juan Enriquez,de Baza, don Alonso Haibz Venegas, de
Almería, y don Hernando de Barradas, de Guadix, y
les díó orden y comisión para que, juntamente con don
Alonso de Granada Venegas, entendiesen en ello ; y á
30 dias del mes de abril partió con todo el campo de
Terque. Aquel dia se alojó en el lugar de Instincion,
y el siguiente fué á la Rambla de Canjáyar, donde vino
á darse un moro conforme al bando , y dijo como los
alzados perecían de hambre, y que valia entre ellos la
hanega de trigo ocho ducados y la de cebada seis, y
que no se hallaba. Desde este alojamiento se enviaron
algunos traslados del bando, escritos y traducidos ea
lengua árabe, á diferentes partes para que lo entendie-
sen mejor ; y porque acabado lo del rio de Almería ha-
bia de ir efcampo á los Padúles de Andarax, donde
don Juan de Austria pensaba detenerse algunos días,
por ser lugar cómodo para tratar la paz ó proseguir la
guerra , ordenó á todos los proveedores y comisarios
que teníamos cargo de enviar bastimentos al campo,
así de Granada, como de Jaén, Baza, Ubeda, Cazoria
y otras partes , que los encaminásemos por la vía de
Guadix , y que los proveedores de Málaga y Cartagena
los enviasen por mar á la villa de Adra. Dejando pues
el río de Almería á la mano izquierda, yendo por ca-
mino harto áspero y trabajoso , por ser la mayor parte
del cuestas , á 2 dias del mes de mayo fué á poner el
campo en los Padúles, dos leguas pequeñas de Anda-
22
338
LUIS DEL MARMOL CARVAJAL.
rax, cinco de Ujíjar, tres del puerto la Ravalia, cin-
co de Fifiana , ocho de Almería , y otras cinco de Berja
y de Dalia?. Aquí liizo asiento, pareciendo á los del
Consejo que no convenia pasar adelante por el mucho
impedimento de bagajes, aspereza de la tierra, y ven-
taja que podían tener los enemigos, que perdido un
sitio, se podían pasará otro sin daño , y hacerle á nues-
tro campo ; y por ser muy á propósito, según el estado
de las cosas y lo que se pretendía; y demás desto era
tierra acomodada de árboles, abundante de aguas, y
tenia un sitio apto para poderle fortalecer á poca costa,
que era lo que mucho hacia al caso para recoger dentro
los bastimentos y el campo , cuando los tercios salie-
sen á correr ó fuesen á hacer escoltas, que de nece-
sidad habían de ser grandes y muy acompañadas de
gente de guerra, para quitar á los alzados la esperanza
de poderlas romper y valerse de los bastimentos que
tomasen, como lo habían hecho otras veces.
Eldcsiniode don Juan de Austria era enviar desde
este alojamiento cuatro ó cinco mil hombres de á pié
con docientos de á caballo, sin bagajes, y con mochilas
para cinco ó seis días , á que corriesen la sierra por la
parte que mas pareciese convenir, y entrasen adentro
todo lo que fuese posible, haciendo á los alzados el daño
que pudiesen sino se venían luego á reducir; el cual no
podía dejar de ser mucho, hallándose, como se hallaba,
el duque de Sesa en Adra , tres leguas de Ujíjar, cua-
tro de Valor, tres de Lucainena, y cuatro dePoquei-
ra , que podía con gente suelta hacer el mesmo efeto en
la Alpujarra; y si viesen que convenía, darse los unos
á los otros la mano. El día que llegó el campo á Pa-
dúles, se hallaron cantidad de moros metidos en cue-
vas sobre el río, y por bajo del lugar y del proprio alo-
jamiento; y como se defendiesen dentro por ser fuer-
tes y estar puestos en torronteras de peñas muy altas
don Juan de Austria les hizo combatir con humo , con
bombas de fuego, con artillería y con escalas, confor-
me á la disposición de cada uno, y todos los moros que
había dentro fueron muertos ó presos, no sin daño de
los combatidores. A 6 dias del mes de mayo llegó á
Padúles un moro con una carta del Habaquí para don
Alonso de Granada Venegas, en conformidad del nego-
cio que se trataba de la reducion ; la conclusión de la
cual fué que el Habaquí con los caudillos principales
de los alzados viniese al lugar del Fondón de Andarax,
una legua de Padúles, y dando rehenes de su parte,
irían los caballeros que estaban diputados á verse con
ellos. Otro dia luego siguiente fué avisado don Juan de
Austria como en la sierra de Bazay Filábres había mu-
chas cuadrillas de moros, y que andaban con ellos Aben
Mequenun , hijo de Puertocarrero el de Jergal , y el
Moxahali , y el negro de Almería , que llamaban An-
drés de Aragón ; los cuales corrían la tierra y hacían
daños; y para castigados envió á don Pedro de Padilla
con mil y docientos soldados de su tercio , y á don Die-
go de Argote con setenta lanzas de Córdoba y treinta
de las de Ecija, á que corríesen la sierra y les hicie-
sen todo el daño que pudiesen. Esta gente anduvo tres
dias de una parte á otra, sin que las guias pudiesen ati-
nar á dar sóbrelos enemigos, hasta que una noche aca-
so descubríeron lumbres en un valle muy hondo ; y ca-
minando hacia ellas, al amanecer del dia fueron á dar
cerca de unas fuentes, donde estaban mas de tres mil
moros y mucha cantidad de mujeres, bagajes y gana-
dos. Los hombres hicieron rostro y trabaron una asaz
reñida pelea en que murieron algunos soldados y fue-
ron muchos heridos; pero al íin se hubieron* tan va-
lerosamente los capitanes , que matando al pié de cua-
trocientos moros, los desbarataron y pusieron en hui-
da, y les tomaron las mujeres, bagajes y ganados; y
recogiendo la presa , dieron luego vuelta al campo, lle-
vando mas de cinco mil almas captivas. Mas no les su-
cedió como pensaban , porque los moros se rehicieron;
y acometiendo la retaguardia, mataron doce escuderos,
siete de Córdoba y cinco de Ecija , y muchos y muy
buenos soldados, y cobraron la mayor parte de la presa,
que por ser tan grande y ocupar tanto camino , no pu-
dieron guarecerla toda ; y fuera mayor el daño deste
dia , si los capitanes no acudieran á resistir tan grande
ímpetu como los enemigos traían, y los retiraran. To-
davía salvaron mil y cien esclavas que iban en la van-
guardia, y alguna cantidad de bagajes y de ganados,
con que volvieron á Padúles.
CAPITULO XXIX.
Cómo el duque de Sesa ocupó á Castil de Ferro.
En el capítulo xxvi deste libro dijimos cómo el du-
que de Sesa se embarcó en Adra para ir sobre Castil de
Ferro. Llevando pues la gente en diez y nueve galeras
del cargo de don Sancho de Leiva y en una nao, salió
de aquel puerto á 28 dias del mes de abril ; y el mesmo
dia le dio un soldado una carta escrita en arábigo, que,
según él dijo , la había tomado á un moro , y era del
alcaide de Castil de Ferro, que la enviaba á Berbería,
en la cual daba cuenta de la artillería y gente que tenia
en el castillo y de la fortificación que hacia para que no
le pudiesen batir, pidiendo con instancia á los arráeces
moros y turcos que llegasen con las fustas á hacer es-
cala en aquel puerto, diciendo que allí estarían segu-
ros de los cristianos y podrían poner sus contratacio-
nes. El Duque holgó mucho con la carta, y llegando
aquel mesmo día á Castil de Ferro, echó la gente en
tierra en la playa que está á la parte de levante , donde
llaman el Pararique , lugar cubierto de la artillería del
castillo. Luego mandó ocupar una montañeta que le
tiene á caballero , donde los enemigos habían comen-
zado á hacer un baluarte y tenían cantidad de cal , are-
na y piedra recogida para él ; y haciendo subir dos pie-
zas de artillería con harto trabajo, por ser la tierra ás-
pera, comenzó á batir las defensas. Los moros mostra-
ron gran determinación de no quererse rendir, tirando
con una pieza gruesa y con otros tirulos pequeños que
tenian; y el Hoscein, que, como dijimos, había com-
prado el castillo, conociendo flaqueza en un moro que
decía que no se podían defender, y que seria bien que
se rindiesen, le despeñó vivo por cima de las almenas,
diciendo que haría lo mesmo á todos los que tratasen
de dar el castillo á los cristianos. Otro día siguiente
mandó el Duque subir otras dos piezas gruesas de ba-
tir, con que se prosiguió en la batería mas de propósi-
to, y se quebró á los enemigos la pieza principal con
que tiraban. A este tiempo faltó la munición , y mandó
hacer dos mantas de madera de las arrumbadas de las
galeras para picar el muro del castillo ; y enviando á re-
conocer el lugar donde se habían de arrimar, á las diez
de la noche lo? recopocedores se encontraron, coo el
REBELIÓN Y CASTIGO DE LOS MORISCOS DE GRANADA.
339
ílosceín; el cual, desengañado de poderse defender,
salia con treinta moros para irse á la sierra; y pren-
diendo algunos dellos, se echaron otros á la mar, y
fueron nadando liácia una serrezuela que despunta en
la playa á la parte de Motril ; el Hoscein y otro moro
viejo granadino , llamado el Taibili , fueron muertos.
Aquella mesma noche tuvieron los nuestros habla con
los moros que hablan quedado dentro del castillo, los
cuales trataron luego de rendirse; y el Duque, por no
acabar de echarle por el suelo, holgó de concederles
las vidas y que no los echarla en galeras. Y mandando á
don Juan de Mendoza y al marqués de la Favara y á don
Juan Niño de Guevara , capitán de la infantería con que
servia la ciudad de Toledo, que subiesen á ocuparle,
fué restaurado y vuelto á poder de cristianos en 2 dias
del mes de mayo. Los turcos que hahia dentro repartió
el Duque entre los capitanes y gentileshombres que le
pareció que habían trabajado; los moros de la tierra
remitió á la Inquisición para que los castigase confor-
me á sus culpas; y á los que habían intentado de irse,
para ejemplo de otros los hizo ahorcar, y que á cuenta
de su majestad se pagase veinte ducados por cada uno
á los que los habían tomado ; y las moras y todo el mue-
ble mandó repartir entre la gente de guerra. Ganado
Castil de Ferro, don Sancho de Leiva fué con las gale-
ras á traer bastimentos de Málaga para ellas y para el
campo , que ya faltaban ; y como se detuviese en el viaje
cinco días, hubiera de deshacerse de todo punto el cam-
po, según la necesidad que pasaban los soldados , espe-
cialmente de agua , porque era menester ir por ella á
una fuente que está media legua de allí , y no eran parte
el Duque ni los capitanes para detenerlos que no se fue-
sen desmandados en cuadrillas la vuelta de Órgiba y de
Motril , y los moros mataban muchos dellos en el cami-
no. En este tiempo llegaron de parte de noche dos fus-
tas de turcos á vista de Castil de Ferro, y hicieron señal
con los eslabones, creyendo que estaba todavía por los
moros ; y aunque no les respondieron , llegaron á la pla-
ya y saltaron en tierra , sin que las centmelas echasen
de ver en ello, porque como vieron bajar aquellos dos
bajeles , creyeron que eran algunos barcos de los que
el mesmo día habían venido de Almuñécar, Motril y Sa-
lobreña con refresco. Subieron hacia el castillo quince
turcos; y cuando llegaron á las centinelas y reconocie-
ron que eran de cristianos , dieron vuelta huyendo á las
fustas , y metiéndose dentro , tomaron una barca que
venía de Motril , y se fueron sin recebu' daño , dejando
nuestro campo todo puesto en arma; el cual se embarcó
para volver á Adra á 8 días del mes de mayo, quedando
de guarnición en aquel castillo el capitán Juan de Borja
con cien soldados.
CAPITULO XXX.
Del progreso que hizo el campo del duque de Sesa desde que vol-
vió á Adra hasta que se juntó con el de don Juan de Austria.
Vuelto el duque de Sesa á Adra, no fueron menores
inconvenientes que los pasados los que allí tuvo por falta
de bastimentos, enfermedades y fuga de soldados, que
se le iban cada día por mar y por tierra sin poderlos de-
tener. Estaban los moros en este tiempo tan divísos,
que si unos, compelidos de necesidad , venían á rendir-
se, otros muchos andaban haciendo daños, no perdiendo
coyuntura ni ocasión en que poder ofender á los cris-
tianos; por manera que no salia hombre ni bagaje fuera
del campo desmandado que no lo captivusen ó mata-
sen. Y el mayor daño de todos era el descontento que
nuestra gente tenia de ver que no les dejaban hacer
correrías, las cuales estorbaba el Duque, no porque le
faltaba voluntad de castigar los rebeldes, que siempre
había sido de aquel parecer, sino por excusar el daño
que podían hacer en los rendidos. Vínose á disminuir
en tanta manera el campo con estas cosas , que de mas
de diez mil hombres que había metido en la Alpujarra,
no le quedaban cuatro mil, y destos se le iban cada día
á mas andar. Pasóse al lugar de Dalias , donde estuvo
algunos dias , y vinieron muchos moros de todas las taas
de la Alpujarra á rendirse conforme al bando ; y los que
no podían ir luego , daban sus poderes al Habaquí , co-
mo autor de aquella paz. En este alojamiento se refres-
có la gente con la frescura y delicadeza de las aguas de
las fuentes de aquel lugar ; mas pasando de allí á Berja,
donde era necesario que estuviese el campo para que
las escoltas que pasaban con bastimentos desde Adra al
campo de don Juan de Austria fuesen con mas seguri-
dad, las aguas malasy calientes de aquella taa y los calo-
res, que iban creciendo cada día mas, causaron muchas
enfermedades , de que vino á morir mucha gente ; y por
esta razón deseaba el Duque extrañamente que los dos
campos se juntasen, y hacia instancia en ello antes que
el suyo se le acabase de deshacer. En este tiempo su-
cedió que un moro berberisco , espía de Aben Aboo,
que hablaba muy bien la lengua castellana y estaba por
soldado en una compañía de infantería, persuadió á
unos soldados que andaban movidos para irse del cam-
po , diciendo que sabía muy bien la tierra y que los lle-
varía por toda la Alpujarra seguros de moros y de cris-
tianos ; y para acreditarse mas con ellos les pidió inte-
reses por su trabajo é industria. Los soldados, que eran
mas de setenta , creyéndose de sus palabras, le ofrecie-
ron que le daría cada uno un real , y el solene traidor,
cuando los tuvo apalabrados, dio aviso á Aben Aboo
del camino que pensaba hacer para que les tomase los
pasos. Salieron á la hora que anochecía del alojamien-
to, y guiólos el moro hacia Mecina de Bombaron. El
Duque tuvo aviso de como se iban , y envió dos estan-
dartes de caballos y dos compañías de infantería tras
dellos; mas aunque los alcanzaron, no fueron parte
para que por bien ni por mal quisiesen volver; antes se
defendieron con tanta determinación , que las compa-
ñías, no queriendo derramar su mesma sangre, hubie-
ron de tornarse al campo sin hacer efeto ; y ellos, guia-
dos de su falso consejero , llegando cerca de Mecina de
Bombaron, dieron en una emboscada que Aben Aboo
les tenia puesta , y fueron todos muertos ó captivos.
Estos dias vino un capitán moro llamado el Pícení, na-
tural de Berja, con trecientos escopeteros al campo
del Duque, á tratar de rendirse y á desculparse de que
le habían dicho que estaba informado que enviaba él
moros de noche á que matasen y robasen los cristianos,
caballos y bagajes que se desmandaban del campo ; el
cual ofreció al Duque reduciría al servicio de su majes-
tad cinco ó seis mil ánimas, y le certificó que los daños
no eran con su consentimiento , antes había ahorcado
dos moros de los que los hacían con muy pequeña in-
formación. El Duque le mandó hacer muy buen trata-
miento, y cuando hubo de volver donde habían dqado
3í0
LUIS DEL MARMOL CARVAJAL .
su gente , envió con él cincuenta de & caballo que le hi-
ciesen escolta; pero el Piccní no quiso después redu-
cirse, pareciéndole que los negocios iban encaminados
de mtinera que no le podia suceder bien dello; y jun-
tando sus compañeros , les dijo : « Hermanos , los cris-
tianos nos miran con odio terrible ; la tierra está per-
dida ; malo es estar en ella como enemigos, y peor co-
mo amigos. Mi parecer es que nos pongamos en cobro;
que sí mujeres y liijos perdiéremos, otras mujeres ha-
llaremos , y otros hijos podremos tener donde quiera
que fuéremos. » Y dende á pocos dias se pasó con ellos
á Berbería en unas fustas de turcos que vinieron á la
costa. Estando el Duque en este alojnmiento, lo escri-
bió don Juan de Austria que tenia necesidad de verse
con él para tratar de algunas cosas que convenían al
servicio de su majestad ; y él le respondió que iría á be-
sarle las manos ; y ansí , hubieron de partir el camino,
y se juntaron en el cortijo que dicen de Leandro ó de
Juan Caballero, donde comieron y trataron de los nego-
cios, y de allí se volvieron á sus alojamientos. Donjuán
de Austria se fué á Padúles de Andarax, y el duque de
Sesa á Berja , y no mucho después partió de aquel alo-
jamiento , y fué á juntarse con él en Pudúles, y de allí
adelante asistió cerca de su persona.
LIBRO NOVENO.
CAPITULO PRIMERO.
Cómo el Habaquí y otros alcaides moros se juntaron en el Fondón
de Andarax con los caballeros comisarios para tratar del nego-
cio de la reducion.
Dábase mucha priesa don Juan de Austria por con-
cluir el negocio de la reducion mientras los alzados
padecían hambre, porque entendía que pasado el mes
de mayo, hallarían en cada parte la mesa puesta de los
frutos que producía la tierra , y que sería menester en-
grosar de nuevo el ejército á mucha costa y con gran-
de embarazo , especialmente que el Habaquí lo traia ya
en buenos términos, y venían muchos á reducirse. A
unos traia el temor de morir y la esperanza del per-
don , á otros el amor de las mujeres y hijos que tenían
captivos, pensando rescatarlos ; y por la mayor parte, á
todos el deseo de quietud y paz , cansados de tantos
trabajos y desventuras. Habiéndose pues juntado en el
alojamiento de Padúles los caballeros diputados que
don Juan de Austria había mandado venir para tratar
del negocio, á 4 3 dias del mes de mayo vinieron al Fon-
don de Andarax Hernando el Habaquí , y Hernando el
Galíp , hermano de Aben Aboo , y Pedro de Mendoza
el Hosceni, y un hijo de Jerónimo el Maleh, y Alon-
so de Velasco el Granadino , y Hernando el Corrí , y
doce turcos délos principales con ellos, y mil escopete-
ros de guardia. El mesmo día escribió el Habaquí á don
Alonso de Granada, avisándole como había venido á
cumplir lo prometido , para que suplícase á don Juan de
Austria mandase ir luego los caballeros que habían de
tratar del negocio, significándole que ninguna cosa de-
seaban mas que paz y volver al servicio de su majestad,
concediéndoseles algunas cosas fuera de las contenidas
en el bando. Luego que don Juan de Austria supo la ve-
nida del Habaquí al Fondón de Andarax con los alcaides
moros y turcos , mandó que los caballeros diputados
fuesen á ver lo que querían, y con ellos el doctor Ma-
rín y los beneficiados Torríjos y Tamarin. Lo primero
que trataron fué ponderar con arrogancia cuan mal se
podían guardar las premáticas , los daños que dellas se
les seguía, y los malos tratamientos que recebían de las
justicias y de los ministros ejecutores'dellas. Quejában-
se de no haberles guardado nada de cuanto se había
asentado con ellos desde que se quisieron reducir al
marqués de Mondéjar, refiriendo lo de Alvaro Flores
en Valor, lo de Villalta en Laróles, y las mujeres que
habían tomado por esclavas en la Calahorra yéndose á
reducir; y mostraban mucho sentimiento de que lleva-
sen á Castilla los moriscos que no se habían alzado, di-
ciendo que si aquello se hacía con los que habían sido
leales, qué podían esperar les rebelados. Finalmente
dijeron que su pretensión era que don Juan de Austria
nombrase personas de quien ellos se fiasen , que reci-
biesen y amparasen á los que se fuesen á reducir , reco-
giendo á cada uno en su partido ; que se diese paso libre
á los de Berbería , porque como gente que había veni-
do á ayudarlos , querían que no se les hiciese daño por
ninguna manera. Que se los ayudase para el rescate de
las mujeres y hijos , y no se consintiese sacarlas de Cas-
tilla , y que darían luego todos los cristianos que tenían
captivos en su poder ; que los dejasen vivir en el reino de
Granada, y que volviesen los que habían metido la tierra
adentro; que se les guardasen las provisiones que te-
nían antiguas , y que una vez perdonados y reducidos
hasta aquel día , había de haber perdón general , sin
que hubiese recurso contra ellos por ninguna persona.
Esta relación enviaron luego los caballeros comisarios
con Hernán Valle de Palacios á don Juan de Austria, el
cual llegó al campo á medía noche, y aquella mesma no-
che se juntó el Consejo ; y visto lo que pedían los moros,
se les respondió que ante todas cosas trajesen poder de
Aben Aboo y de los otros caudillos en cuyo nombre se
venían á rendir, y que presentasen, juntamente con él,
su memorial en forma de suplicación , pidiendo lo que
viesen que les convenia, tratando solamente de aque-
llas cosas que fuesen pertinentes. Y porque se entendió
que por falta de estilo no lo habían hecho , Juan de So-
to , secretario de don Juan de Austria , que también lo
era del Consejo , les envió la orden que habían de tener
en lo que quisiesen pedir. Con este despacho volvió
aquella noche Hernán Valle de Palacios al Fondón, y los
moros holgaron de hacerlo ansí. Y para que el negocio
fuese mas acertado , suplicaron á don Juan de Austria
mandase á Juan de Soto que fuese también á hallarse
en la conclusión del , ofreciéndose de volver luego con
los poderes. Y con esto se partieron los unos y los otros,
y el Habaquí prometió de hacer que dentro de ocho dias
viniesen con los recaudos al mesmo lugar.
REBELIÓN Y CASTIGO DE LOS MORISCOS DE GRANADA.
34!
CAPITULO II.
Cdmo volvieron los caballeros comisarios al Fondón de Andaras,
y concluyeron el negocio de la reducion.
El Habaquí cumplió su palabra, y el viernes 19 dias
del mes de mavo volvió al Fondón de Andaras y con él
los otros alcaides, excepto Hernando el Galip, que ma-
liciosamente, de envidia de ver que hacian los caballe-
ros cristianos mas cuenta del Habaquí que del , no qui-
so volver con ellos. Sabida su venida en el campo, don
Juan de Austria mandó que fuesen luego las personas
que habían intervenido en las pláticas pasadas, y con
ellos el secretario Juan de Soto y García de Arce; los
cuales partieron el mesmodia del campo, y encontran-
do en el ca.mino diez moros que el Habaquí enviaba en
rehenes, los entregaron á don Martin de Argote, que
con los caballos de su compañía iba haciendo escolta,
y ellos pasaron adelante. Llegados al lugar del Fondón,
el Habaquí presentó sus poderes, y hizo sus memoria-
les en la forma que Juan de Soto le dijo que habían de
ir; y con ellos partió luego Hernán Yalle de Palacios al
campo, y los presentó en el Consejo. Aquella noche que-
daron los caballeros comisarios en buena conversación
con los moros, y cenaron todos juntos; aunque se hu-
biera de convertir aquel placer en mayor desasosiego
por la inadvertencia de un capitán de caballos del cam-
po del duque de Sesa, llamado Pedro de Castro, que es-
cribió una carta al Habaquí, conque los alteró áél y
á todos los que habían venido á tratar del negocio de
las paces, porque cierto en aquella coyuntura pudiera
excusar los términos della. Salían los escuderos del
campo del duque de Sesa & buscar de comer para los
caballos, y desmandábanse tanto algunas veces, que
llegaban hasta cerca de Andarax; y el Habaquí, por qui-
tar inconvenientes, entendiendo que hacía servicio, ha-
bía mandado pregonar en su campo que ningún moro
fuese osado de hacerles daño , y había escrito sobre ello
al Duque, avisándole de la diligencia que había hecho,
para que mandase á los escuderos que no pasasen de
ciertos límites que señalaba en la carta, porque hasta
allí llegarían seguros. Desto hizo poco caso el duque de
Sesa , y Pedro de Castro , ofendido que hubiese tenido
atrevimiento aquel moro de querer poner límites á su
capitán general, le respondió por su parte que bien sa-
bia él que todas las veces que el Duque había querido
pasear la Alpujarra , lo había hecho á pesar suyo y de
todos los moros della , y que lo mesmo haría de allí ade-
lante, y otras palabras á este propósito. Esta carta aca-
baba de recebir el Habaquí cuando Hernán Valle de
Palacios entró por el lugar con la resolución del Conse-
jo ; el cual le llamó desde la ventana de su aposento, es-
tando con él el Maleh y Pedro de Mendoza y Alonso de
Velasco, tan indignados todos, que tenían acordado de
matar á los comisarios , y no hablar mas en el negocio,
entendiendo que cuanto se trataba con ellos era enga-
ño. Mas Hernán Valle los aplacó, mostrándoles el des-
pacho que les traía, y con buenas razones los persuadió
á que no hiciesen caso de las palabras de Pedro de Cas-
tro , dicíéndoles que confiasen de los caballeros que
allí estaban , pues eran los mayores amigos que tenían,
y tales , que ellos proprios los habían escogido para tra-
tar con mayor confianza de su bien; y que mü-asen que
cualquiera desorden que hiciesen les seria tan dañosa,
que jamas tornarian á enristnir su negocio ni hollarían
lugiir de clemencia en su majestad. El Habaquí le dio
la carta para que la fuese á mostrar á Juan de Soto, y
le prometió que no dejaría salir de aquel aposento á
ninguno de los que con él estaban basta que los comi-
sarios se juntasen. Los primeros que vieron la carta
fueron don Juan Enriquez y Juan de Soto; los cuales
entraron luego en la posada del Habaquí , y enviando á
llamar los compañeros, trabajaron tanto con él y con
los otros alcaides , que los pusieron en razón , y sin sa-
lir de allí concluyeron el negocio desta manera : que el
Habaquí, en nombre de Aben Aboo y de los otros cu-
yos poderes tenia , fuese á echarse á los pies de don
Juan de Austria pidiendo misericordia de sus culpas, y
le rindiese las armas y la bandera, y que su alteza los
admitiría en nombre de su majestad , y daría orden
como no fuesen molestados, cohechados ni robados, y
enviaría á los que se redujesen con sus mujeres y hi-
jos y bienes muebles á las partes y lugares donde ha-
bían de vivir, porque no habían de quedaren la Alpu-
jarra. Con estas cosas y otras particulares que el Haba-
quí pidió para Aben Aboo y para ios amigos y para sí
mismo, que todas se le concedieron, partió aquel día
para los Padúles, llevando consigo á Alonso de Velas-
co y trecientos escopeteros, y fué á hacer la sumisión
á don Juan de Austria en nombre de su majestad. En-
tró en nuestro campo acompañado de los caballeros co-
misarios y sus trecientos escopeteros moros puestos
en orden á cinco por hilera , á los cuales tomaron en
medio cuatro compañías de infantería que los estaban
aguardando. Luego entregó la bandera de Aben Aboo,
por mandado de don Juan de Austria , á Juan de Soto,
y él la cogió en el hasta ; y pasando por medio de los
escuadrones de la gente de á pié y de á caballo, que
estaban puestos en sus ordenanzas tocando sus instru-
mentos de guerra, hicieron una hermosa salva de arca-
bucería , que duró un cuarto de hora. Estaba don Juan
de Austria en su tienda acompañado de todos los caba-
lleros y capitanes del ejército , y llegando el Habaquí
cerca, se apeó del caballo y fué á echarse á sus píes,
diciendo : «Misericordia, señor, misericordia nos con-
ceda vuestra alteza en nombre de su majestad, y per-
don de nuestras culpas, que conocemos bal)er sido gra-
ves ; » y quitándose una damasquina que llevaba ceñi-
da , se la dio en la mano, y le dijo : « Estas armas y ban-
dera rindo á su majestad en nombre de Aben Aboo y de
todos los alzados cuyos poderes tengo ; » y Juan de Soto
arrojó á sus pies la bandera de Aben Aboo. Don Juan
de Austria estuvo á todo esto con tanta serenidad , que
representaba bien la majestad del cargo que tenia; y
mandándole que se levantase, le tornó á dar la damas-
quina, y le dijo que la guardase para servir con ella á su
majestad, y después le hizo mucha merced y favor. Los
trecientos moros se volvieron á Andarax , y el Habaquí
quedó en el campo. Llevóle á comer á su tienda don
Francisco de Córdoba, y sobrecomida se trataron algu-
nas cosas concernientes al bien de los negocios, que
quedaron apuntadas. Otro díale llevó á comer el obispo
de Guadix , que no holgó poco de verle con demostra-
ción de arrepentimiento y contento de haber hecho
aquel servicio á Dios y á su majestad. Y á 22 de mayo
volvió á la Alpujarra á dar cuenta á Aben Aboo y á los
otros caudillos de lo que dejaba efetuado. Este mesmo
342
LUIS DEL MARMOL CARVAJAL.
día partió don Juan de Austria de Padúles, y se fué á
poner ea Codbaa de Andarax.
CAPITCLO IIL
C<5mo don Antonio de Luna fué á despoblar los lugares
de la sierra de Ronda.
La ciudad de Ronda, que los moros llamaron Hizna
Rand, que quiere decir castillo del laurel, está en la
parte mas occidental del reino de Granada : fué funda-
da por los alárabes sectarios en lugar algo apacible, aun-
que rodeada de asperísimas sierras , donde se acaba la
sierra mayor. A poniente tiene los términos de las ciu-
dades de Gibraltar, Jerez de la Frontera y Sevilla , al
cierzo los lugares de la tierra llana de Andalucía, al me-
diodía la de Marbella, y al levante la de Málaga. Su sitio
es fuerte por naturaleza, porque la rodea por las tres
partes una muy honda cava de peña tajada , por la cual
corre un rio, que la mayor parte del nace debajo de la
puente de la mesma cava; la demás que viene por aquel
lugar son juntas de arroyuelos que bajan de las sierras,
y se secan á tiempos en el año ; por manera que la ver-
dadera fuente está debajo de la propria ciudad, donde
no se le puede quitar por cerco el agua. Donde no la
cerca la cava ni el rio, que es entre poniente y medio-
día, la fortalece un castillo, bastante defensa para guar-
dar aquella entrada. Sus términos son fértiles, vestidos
de arboledas, de olivares y de viñas; y tiene grandes
montes para cria de ganados, y muy buenas tierras pa-
ra sembrar pan. Los lugares de su jurisdicion son mu-
chos; están metidos en los valles de las sierras , donde
corren aguas frescas y saludables de fuentes y de ríos
que nacen en ellas. Atraviesa por esta tierra de levante
á poniente la sierra mayor con nombre de Sierra Ber-
meja; aunque los moradores la llaman diferentemente,
conforme á las poblaciones que están en ella. Su prin-
cipio es en la sierra de Arboto, cerca delstan, y fenece
en Casares y Gausin, últimos pueblos del Havaral ó al-
garbe de Ronda, que está á poniente de aquella ciudad.
El rio que sale de la cava llaman al principio Guadal
Cobacin, y cuando va mas abajo Guadiaro, y con este
último nombre se mete en la mar entre Gibraltar y la
torre de la Duquesa, llevando consigo las aguas de otros
ríos que le acompañan. Sobre Igualeja, que es el mas
alto lugar desta sierra , nace otro rio que corre por el
valle del Havaral, donde hay muchos lugares de una par-
te y otra del, y le llaman Genal. El primer lugar que está
en la ladera á mano derecha es Parauta, luego Carta-
gima, Júscar, Faraxam, Pandeire, Atájate, Benadalid,
BenaIabría,Benamaya,Algatucin,Benarrabá y Gausin,
donde fenece el Havaral. En la otra ladera de la mano
izquierda están Pujerra, Moción, Jubrique, Botillas,
Benameda, Ginalguacil, BenesteparyCasáres, que está
en el paraje de Gausin. En Júscar hay una torre anti-
gua, labrada, de cuatro esquinas, que sirve de campa-
nario en la iglesia, que en tiempo de moros fué mez-
quita ; la cual con fuerza de un hombre puesto sobre
el pretil alto, donde está la campana, se menea tanto,
que se tañe sin llegar á ella. No hallamos quien nos
dijese la causa de su movimiento ; mas puesto arriba,
consideré que es la delicadeza de la fábrica; y ansí di-
cen unas letras árabes que están en ella, que la hizo el
maestro de los maestros del arte de albañilería. Vol-
viendo á nuestro propósito, el rio corre siempre á po-
niente hasta llegar á Casares, y allí vuelve hacia me-
diodía ; y dejando á mano izquierda aquella villa , se va
á meter en la mar entre Gibraltar y Estepona. Vadéan-
se estos dos rios por todas partes,, sino es dos ó tres
leguas de la mar, que Guadiaro se pasa en barca. Casa-
res y Gausin son villas fuertes por naturaleza de sitio.
Casares está cercada de una cava de peña tajada, de la
manera que Ronda , y también Gausin , aunque la cava
no es tan alta; y en tiempo de moros era la llave del
Havaral. Otra serranía está tres leguas desviada del
Havaral á la parte del cierzo, que llaman de Villaluen-
ga, la cual solía ser de Ronda, y agora es de señorío , y
en ella hay siete villas. Esta sierra es alta y prolonga-
da, y tiene cinco leguas de largo del norte á mediodía.
Tornando pues ala parte de levante de Ronda , donde
llaman la Jarquía , encima de la villa de Tolox, que es
de la hoya de Málaga, cuatro leguas de la mar, está la
Sierra Blanquilla, mas alta que otra del reino de Grana-
da, fuera de la Sierra Nevada; en la cual están las fuen-
tes de tres rios. El uno es Rio Verde , que , como diji-
mos en la descripción de Marbella , corre hacia aquella
parte. El otro llaman Rio Grande, sale entre Tolox y
Yunquera, y por bajo de Alozaina pasa á Casapalma ; y
juntándose con el rio que baja de Alora, va á entrarse
en la mar una legua á poniente de Málaga junto á Chur-
riana. El tercero rio, que baja de Sierra Blanquilla, na-
ce á la parte del Burgo; y pasando junto á la villa, va al
castillo de Turón, fortaleza importante cuando la tier-
ra estaba por los moros , y á la villa de Bardales; yjun-
tándose con él otros rios en unas sierras , se va á des-
peñar entre dos peñas tajadas de grandísimo altor, que
están media legua abajo de la junta, donde llaman el des-
periadero : allí entra el rio por una angostura ó gollizo
muy largo , donde antiguamente estaban dos grandes
poblaciones, cuyas reliquias se ven el día de hoy apar-
tadas media legua del rio, la una hacia el mediodía y
la otra hacia el norte. La de mediodía llaman los mo-
dernos Villaverde y la otra Abdelagiz, donde está una
población pequeña que corruptamente llaman Audala-
jix. De allí va el rio á Alora, y en Casapalma, dos leguas
mas abajo, se junta con el Rio Grande que dijimos.
Estando pues su majestad y los de su consejo resuel-
tos en que se despoblasen todos los lugares de moriscos
de paces que estaban por alzar en el reino de Granada,
para que los alzados acabasen de perder la esperanza que
en ellos tenían, y se rindiesen ó deshiciesen presto,
aunque con la ocasión de la reducion que se trataba en
Andarax, había don Juan de Austria suspendido la saca
de los de Guadix y Baza, no se asegurando de los de la
serranía y Havaral de Ronda, por haber algunos levan-
tados en aquellas sierras, mandó á don Antonio de Lu-
na que , valiéndose del corregidor de aquella ciudad y
de Pedro Bermudez de Santis , á cuyo cargo estaba la
gente de guerra de la guardia della, y de los corregido-
res de las otras ciudades comarcanas, con el mayor nú-
mero de gente que pudiese fuese á sacarlos de allí, y los
llevase la tierra adentro á los lugares de Andalucía y
hacia la raya de Portugal con la menor molestia que
fuese posible , porque no tuviesen ocasión de resistir el
mandato y orden que se les daba. Para este efeto partió
don Antonio de Luna de Antequera, donde había veni-
do Pedro Bermudez de Santis á comunicar la jornada
con él, á 20 de abril , y llevando dos mil infantes y se-
REBELIÓN Y CASTIGO DE LOS
sonta de á caliallo, fué á la ciudíid de Ronda, donde
cumplió el número de cuatro mil infantes y cien caba-
llos; luego puso en ejecución la orden que llevaba ; y á
un mesmo tiempo juntó Arévalo de Zuazo la gente de
su corregimiento, y fué á despoblar á Monda y áTolox,
que confinan por aquella parte con la serranía de Ron-
da, ansí porque no liabia muclia seguridad de los mo-
riscos que moraban en ellos, como para tomar el paso á
los déla Hoya y Jarquía, en caso que quisiesen hacer
alguna novedad. Siendo avisado don Antonio de Luna
que para el buen efeto del negocio convendría ocupar
ante todas cosas la parle alta de la sierra antes que los
moriscos entendiesen lo que se iba á hacer, mandó á
Pedro Bcrmudez de Sanlis que con quinientos soldados
se fuese á poner en el lugar de Jubrique, sitio á propó-
sito para asegurar las espaldas á los que habían de ir á
despoblar los otros lugares del Havaral. Hecho esto,
repartió las compañías, dándoles orden que á un tiem-
po y en una hora los encerrasen en las iglesias y los
comenzasen á sacar. Partieron á las ocho de la maña-
na, no pareciendo cosa conveniente ir de noche, por la
aspereza délos caminos poco conocidos; y los moros,
que estaban sospechosos y recatados , en descubriendo
nuestra gente se subieron con sus armas á la sierra, de-
jando las casas, las mujeres, los hijos y los ganados á
discreción délos soldados ; los cuales, como gente bi-
soña y mal disciplinada, comenzaron á robar y cargar-
se de ropa y á recoger esclavos y ganados , hiriendo y
matando sin diferencia á quien en alguna manera daba
estorbo á su codicia. Viendo los moros esta desorden,
movidos de ira y de dolor, bajaron de la sierra, y aco-
metiendo á los que andaban embebecidos en robar, los
desbarataron. Creció esta desorden con la oscuridad
de la noche, y como algunos soldados desamparasen la
defensa de sí y de sus banderas , Pedro Bermudez , de-
jando alguna gente en la iglesia de Genalguacil en
guardia de las mujeres, niños y viejos que tenia allí re-
cogidos, tomó fuera del lugar un sitio fuerte donde
guarecerse. Entraron los moros determinadamente por
las casas, y cercando la iglesia, la combatieron, y sa-
cando los que había dentro, le pusieron fuego y la que-
maron, y á los soldados, sin que pudiesen ser socorri-
dos. Luego acometieron á Pedro Bermudez , el cual se
defendió animosamente, y al fin le mataron cuarenta
soldados; y quedando muchos heridos de una parte y
de otra, se recogieron los enemigos á la sierra. Vista la
desorden y el poco efeto que se había hecho, retiró
don Antonio de Luna las banderas con obra de mil y
quinientos soldados , bien cargados de moriscas y de
muchachos y de ropa y ganados , que vendían después
en Ronda, como si fuera presa ganada de enemigos.
Luego se deshizo aquel pequeño campo, yéndose cada
uno por su parte, como lo suelen hacer los que han he-
cho ganancia y temen por ella castigo; y don Antonio
de Luna, dando licencia á la gente de Antequera, y en-
viando los moriscos que habia podido recoger la tierra
adentro, sin hacer mas efeto partió para Sevilla , donde
habia su majestad ido aquellos días , á darle cuenta de
sí y del suceso, porque los de Ronda y los moros le
cargaban culpa; los unos diciendo que, habiendo de
dar al amanecer sobre los lugares, habia dado en ellos
alto el sol y dividida la gente en muchas partes , y que
liabia dado confusa la orden, dejando en libertad á los
MORISCOS DE GRANADA. 313
capitanes y oficiales; y los otros, que había quebran-
tado el seguro y palabra real , que tenían como por re-
ligión , y qne estando resueltos en obedecer lo que se
les mandaba, les habían robado las casas, las mujeres,
los hijos y los ganados, y que no les quedando mas que
las armas en las manos y la aspereza de las sierras , se
habían acogido á ellas por salvar las vidas; y que toda-*
vía estaban aparejados á dejarlas, y volverían á obe-
diencia tornándoles las mujeres, hijos y viejos que les
habían llevado captivos, y la ropa que con mediana di-
ligencia se pudiese cobrar. A lo primero decía don An-
tonio de Luna haber repartido la gente como convenia
en tierra áspera y no conocida ; que si caminara de no-
che, fuera repartir á ciegas y llevarla desordenailay
deshilada; de manera que fácilmente pudiera ser desba-
ratada, por estar los enemigos avisados , saber los pa-
sos, y serles la escuridad de la noche favorable. Y á lo
segundo, aunque parecía no ir los moros fuera de ra-
zón, eran tantos los interesados, que por solo esto fue-
ron habidos por enemigos, no embargante la demostra-
ción de haberse movido provocados y en defensa desús
vidas; por manera que las razones de don Antonio de
Luna fueron admitidas, y se dio culpa á la desorden de
los soldados Y en efeto, no sirvió esta jornada mas que
para acabar de levantar aquella tierra y dejarla puesta
en arma.
En este tiempo Arévalo de Zuazo llegó á la villa de
Tolox con la gente de su corregimiento, y mandó en-
cerrar los moriscos de aquella villa en la iglesia con al-
guna manera de quietud ; mas teniendo puestas guar-
das al derredor de la villa, los soldados se descuida-
ron , y tuvieron muchos moriscos lugar de irse á la
sierra con sus mujeres y hijos ; y recogiendo el gana-
do que tenían en ella, fueron á juntarse con los demás
alzados que andaban á la parte del Rio Verde. Despo-
blada aquella villa, dejó en ella al capitán Juan de Paja-
riego con ciento y treinta hombres , mientras se reco-
gían los bienes muebles; el cual, siendo avisado como
los moros que habían huido á la sierra tenían mas de
tres mil cabezas de ganado y muchas mujeres y niños,
y que se podrían desbaratar fácilmente, por ser gente
desarmada, juntó ciento y veinte hombres de Alhau-
rin y de Alozaina y de otros lugares, que andaban aven-
tureros , y fué á buscarlos ; y llegando al puerto de las
Golondrinas , vieron el ganado cabrío en unas ramblas
junto á la majada que dicen de la Parra, con tres moros
que lo andaban guardando. Habían los enemigos pues-
to allí aquel ganado de industria cuando vieron ir los
cristianos, y puéstose en emboscada; y como el capi-
tán hiciese alto en un cerrillo y enviase cuatro mozos
ligeros que lo recogiesen, salieron de la emboscada
dando grandes alaridos, y á gran priesa subieron a to-
mar los puertos mas altos para revolver sobre ellos.
Viendo esto algunos temerosos cristianos, dieron á
huir; que no bastaban los ruegos del capitán ni del al-
férez ni de los otros oficiales á detenerlos , ni las ame-
nazas que les hacían. Algunos hombres de vergüenza
repararon y comenzaron á hacer un escuadrón mal or-
denado, porque ya los enemigos venían tan cerca, que
no tuvieron lugar de poderlo formar ; y fueron acome-
tidos con tanta determinación , que los rompieron , y
matando siete cristianos , hirieron treinta y les hicie-
roo pedazos el tafetán de la bandera y la caja del atara-
3Í1
LUIS DEL MARMOL CARVAJAL.
bor. Yéndose retirando desta manera , llegaron á la lo-
ma de Corona , que es una cordillera alta que da vista
á todas aquellas sierras; y alli salió otra manga de mo-
ros que los fué cercando ; y renovando la pelea , mata-
ron otros cuatro cristianos y hirieron veinte. Y como
ya estuviesen cansados y faltos de munición, se arroja-
ron la sierra abajo, que es fragosa y sin arboleda ; y los
moros, yendo á la parte alta , echaban á rodar sobre
ellos peñas y piedras grandes con que los iban apocan-
do. Quedábase atrás el capitán Pajariego metido entre
unas matas , y un hijo suyo volvió animosamente en
busca de su padre, y pasando por medio de los enemi-
gos, con catorce soldados llegó al lugar donde estaba y
le retiró. Y sin duda se perdieran todos si el capitán
Luis de Valdivia, vecino de la ciudad de Málaga, no los
socorriera con veinte caballos y la gente de á pié que
habia en Tolox; el cual los retiró; y llevando los lieridos
á curar á Alozaina, dejaron á Tolox despoblado. Idos los
cristianos de allí , los moros bajaron luego á la villa , y
quemaron la iglesia y las casas de los cristianos que
vivían entre ellos.
CAPÍTULO IV.
Cómo el Habaquí volvió al campo de don Juan de Austria con re-
solución , y se dio orden á los caballeros comisarios que habían
de recoger los moros que viniesen á reducirse.
El dia de Corpus Christi , que fué este año á 2b de
mayo, volvió el Habaquí al campo de don Juan de Aus-
tria con resolución de lo que se habia platicado con él,
y con el consentimiento de Aben Aboo y de los otros
caudillos principales de los alzados y de los turcos , y
especialmente de la gente común, que no deseaban
cosa mas que verse en quietud. Y porque á la hora que
llegó andaba la procesión del Santísimo Sacramento,
salieron á entretenerle mientras se acababa, don Her-
nando de Barradas y Hernán Valle de Palacios , los
cuales estuvieron con él hasta que se acabó la fiesta ,
que fué muy solene, porque anduvo la procesión por una
calle hecha de alamedas y frescuras al derredor de la
tienda donde se pouia el altar para decir misa, estando
los escuadrones de la infantería y la gente de á caballo
de un cabo y de otro con sus banderas tendidas to-
cando los instrumentos de guerra, y se hicieron tres
salvas de arcabucería, que duró cada una un cuarto de
hora. Iban en la procesión el obispo de Guadix con los
clérigos y frailes que habia en el campo , y todos los
caballeros, capitanes y gentileshombres con hachas y
velas de cera ardiendo en las manos. Llevaban las va-
ras delanteras del palio del Santísimo Sacramento don
Juan de Austria y el comendador mayor de Castilla , y
las traseras don Francisco de Córdoba y el licenciado
Simón de Salazar, alcalde de la casa y corte de su ma-
jestad. Cierto era cosa de ver el abatir de los estandar-
tes y banderas, las gracias que todos daban al Sobera-
no, loando su infinita bondad y misericordia en aquel
lugar, donde tantas abominaciones y maldades habían
cometido los herejes rebeldes contra la majestad di-
vina y humana. Aquel dia predicó un fraile de san
Francisco, el cual con muchas lágrimas alabó á nues-
tro Señor por tan gran bien y merced como habia he-
cho al pueblo cristiano en traer aquellas gentes á co-
nocimiento desu pecado; y sobre esto dijo hartas cosas
con que se consoló la gente. Acabada de solenizar la
fiesta deste dia, el Habaquí entró en el campo, y se lo
dieron luego los recaudos que hacían al caso para el
despacho de su negocio, y un bando firmado de don
Juan de Austria en confirmación del pasado con algu-
nas declaraciones y prorogacion de tiempo. Riéronse
comisiones á los caballeros comisarios á cuyo cargo
habia de ser el recoger los moros que se viniesen á re-
ducir, para que fuesen luego á los partidos donde ha-
bia de estar cada uno. A don Juan Enriquez se cometió
lo de Baza y su hoya, rio de Alraanzora, sierra de Filá-
bres y tierra de Vera ; á don Alonso de Granada Vene-
gas , todo lo de la Alpujarra , sierra , vega de Granada ,
taa de Órgiba, costa de la mar, valle deLecrin y rio de
Albania; á don Hernando de Barradas , lo de Guadix,
!a Peza, Fiñan;i, Abla, Lauricena, Guécija, Dílar, Fer-
reira y la Calahorra ; á don Alonso Habiz Venegas, lo
de Almería y su rio; á Juan Pérez deMéscua, lo del
Deyre, Elquif, Nanteira y Jériz; y á Tello González do
Aguilar y Hernán Valle de Palacios se mandó recoger
todos los que viniesen á reducirse al campo de don Juan
de Austria. Y porque Hernando el Darra y los de la
sierra de Bentomiz trataban también de rendirse, y ha-
bían enviado á don Alonso de Granada Venegas dos
moriscos llamados Gonzalo Gaytan, vecino de Competa,
y Jorge Abul Hascen , vecino de Canilles , por toda la
sierra , se envió comisión á Arévalo de Zuazo para
que él y Alonso Vélez de Mendoza, vecino de Vélez,
los recogiesen. La orden que se les dio á todos fué
que los dejasen ir á morar en las partes y lugares
donde pareciese que habia mas comodidad, á su libre
voluntad, con que fuese en tierra llana fuera de
las sierras, y apartados de la costa de la mar todo lo
que fuese posible, haciendo Hsta de todos los hom-
bres de quince años arriba y de sesenta abajo , con re-
lación del dia en que se reducían, de las armas que en-
tregaban , y del lugar donde querían ir á vivir; y que
les dejasen vender ó llevar los bienes muebles, sin que
se les pusiese impedimento en ello. Ofrecióse el Haba-
quí á reducir también los de la serranía de Ronda y
Marbella que anduviesen alzados ; y con ánimo de ir
encaminando luego los de la Alpujarra, diciéndoles
adonde habían de acudir y por qué caminos habían de
ir seguros, se partió del campo con orden de embarcar
los turcos y moros berberiscos que andaban en la tierra,
y enviarlos á Berbería; cosa que aunque al parecer era
áspera de sufrir, bien considerado, fué importante para
quitar á los alzados la esperanza que de su socorro te-
nían, y quien los pudiese persuadir á que no se reduje-
sen; porque aunque eran pocos, podían mucho en este
particular, y era una cosa en que el Habaquí habia he-
cho instancia por quitar este inconveniente que podía
interromper su negocio , aunque también le debió de
mover á ello haberlos traído él de Argel, y por ventura
persuadídolos á que se volviesen con ganancia y segu-
ridad antes que todo se perdiese.
CAPITULO V.
Cómo don Alonso de Granada Venegas fué á vcrs€ con Aben Aboo.
Había de ir don Alonso de Granada Venegas á po-
nerse en Otura, lugar de la vega de Granada, para re-
coger los moros que viniesen á reducirse de su partido ;
y porque diese esperanza á Aben Aboo de todo lo que
el Habaquí le habia dicho, don Juan de Austria le man-
REBELIÓN Y CASTIGO DE LOS MORISCOS DE GRANADA.
3iS
dó que hiciese camino por el Alpujarra y fuese á verse
con él, y que de su parte le dijese la merced que en
nombre de su majestad le hacia, y como, condoliéndose
de verle embarazado en cosa tan íuera de su buena in-
clinación, entendiendo su inocencia y sencillez, como
se lo liabia significado el Habaquí, le liabia tomado de-
bajo de su protección y amparo para suplicará su ma-
jestad, como se lo suplicarla, que le hiciese toda mer-
ced y favor ; y que debajo desto podria estarse en su
casa sin salir della , pues aunque se ordenaba á los de-
más que estaban en la Alpujarra que saliesen, no se de-
bia esto entender con su persona ni con algunos parti-
culares de los que él quisiese nombrar, teniendo por
cierto que haria el servicio que habia ofrecido. Y por-
que llevaba también orden de ir á Mecina de Bomba-
ron árecoger las armas de todos los que se redujesen, y
enviarlas á Granada , se mandó que en este particular
no hiciese novedad con Aben Aboo, pues ya el Habaquí
habia hecho el auto de sumisión con poder suyo. Peli-
grosa comisión era la que don Alonso de Granada Ve-
negas llevaba entre gente bárbara indignada, y holgara
harto poder excusar aquel camino, temiendo algún de-
satino de quien tantos habia hecho, con el cual venia
á desbaratarse el negocio ; y diciéndolo ansí á don Juan
de Austria, el animoso Príncipe le respondió que no
habia que parar en el peligro , porque en los grandes
hechos grandes peligros habia de haber. Viendo pues
don Alonso Venegas la determinación de don Juan de
Austria, domingo á 28 de mayo, á mas de las cuatro de
la tarde, partió de Codbaa de Andarax; y llevando con-
sigo al beneficiado Torrijos y al alférez Serna y otras
once ó doce personas, llegó á puesta de sol á Alcolea ,
donde estaba Pedro de Mendoza el Xoaybi, que le salió
á recebir con des de á caballo y cincuenta arcabuceros
yballesteros. Quedó allí aquella noche, y no quiso pre-
gonar el bando que llevaba , por ser el distrito de otro
comisario ; mas dijo de palabra á los vecinos las partes
donde habían de ir á rendirse , la seguridad con que lo
podían hacer, la confianza del buen acogimiento que
hallarían en todos los caballeros que estaban diputados
para aquel efeto, y lo mucho que les convenia reducirse
con brevedad. Los moros forasteros de Granada y de
otras partes que estaban en el lugar mostraron estar
en el cumplimiento del bando llanos; mas los de la
tierra sentían mucho haber de dejar sus casas ; y con
todo eso le dijeron que harían lo que se les mandaba.
Y porque se temían de írcon sus mujeres y hijos y ropa
por entre los monfís , le rogaron que escribiese á don
Juan de Austria que, como el Habaquí tenia comisión
de poder traer gente, la tuviesen algunos particulares,
como Pedro de Mendoza el Xoaybi y otros, que asegu-
rasen los caminos y los acompañasen hasta ponerlos en
salvo; el cual les dijo que lo haría ansí , y les avisó que
ninguno fuese al campo sin orden , y que llevándola ,
entrasen de día, y no de noche, por el inconveniente que
podria haber. Otro día de mañana partió de Alcolea y
llegó á Albacete de Ujijar, donde fué bien recebido, y
mandó pregonar y fijar el bando en una puerta; y di-
ciendo á los moros que halló en el lugar lo que había
dicho á los de Alcolea, fué por el camino derecho á Cá-
diar, donde supo que le aguardaban Aben Aboo y el
Habaquí. Y era verdad que le habían estado aguardan-
do el domingo , y se lo habían enviado á decir ansí; y
porque el mensajero no había tornado con la respuesta,
se habían vuelto á Mecina de Bombaron, y enviaron á
Alonso de Vclasco con seis de á caballo el camino ade-
lante que le fuese á encontrar; el cual le topó media
legua de aquel cabo de líjíjar, y se fué con él á Cádibr.
Habia en aquel pueblo mucha gente de Cogollos y de
los lugares de la vega y sierra de Granada, que le reci-
bieron con mucho contento y le aposentaron y regala-
ron mucho , regocijándose todos con la nueva de las
paces. Aquel mesmo día vinieron á Cúdiar Aben Aboo
y el Habaquí con trecientos moros escopeteros y cin-
cuenta turcos, y se fueron á apeará la posada de don
Alonso de Granada Venegas; y apartándose con ellos el
beneficiado Torrijos, toda la plática de Aben Aboo fue-
ron descargos, dando á entender que no habia tenido
culpa en el levantamiento; antes habia amparado á ios
cristianos de su lugar y defendido á los alzados que no
quemasen la iglesia , aconsejándoles que no hiciesen
semejante maldad. Que después desto habia sido de
los primeros que se habían reducido al marqués de
Mondéjar y hecho que se redujesen otros muchos; que
por fuerza y contra su voluntad habia aceptado el cargo
de la gobernación de los moros , y que siendo cristiano
de corazón , no habia permitido que se hiciesen cruel-
dades en los cristianos captivos , y habia comprado los
que habia podido , á fin de que no los matasen. Y últi-
mamente concluyó con decir que venía allí á que don
Juan de Austria hiciese del , y de sus armas, y de todo
lo demás, loque fuese servido; y que ordenándosele ,
illa con los de la Alpujarra donde se le mandase, aun-
que le parecía que serviria mas en encaminar la gente
á sus distritos, sin que hubiese desorden que pudiese
impedir lo que tanto deseaba , y en hacer embarcar los
turcos y moros berberiscos, que era la cosa que de pre-
sente mas cuidado le daba , por ser gente tan ocasio-
nada para cualquier mal efeto, y tan desconfiados, que
dañaban á los demás, de cuya causa los traía consigo á
fin de no dejarlos desmandar, por ser mozos y los que
mas mano tenían en la tierra con los malos ; y que
desde el día que su majestad habia abierto la puerta
de la misericordia , habia hecho cuanto habia podido
para dar á entender á los alzados lo mucho que les im-
portaba reducirse, aunque habia tenido hartas contra-
diciones en ello. Conestas y otras cosas que Aben Aboo
decía daba á entender que tenía voluntad de reducir-
se; mas no se asegurando de susmesmas culpas, como
si tuviera el cuchillo á la garganta , temía la muerte.
Don Alonso de Granada Venegas le dijo que don Juan
de Austria estaba muy satisfecho de su persona , y que
se diese priesa en concluir aquel negocio, que era lo
que mas le convenia para su quietud y descanso; pues,
como el Habaquí le habia dicho, el dejar la tierra y las
armas no se entendía con su persona ni con algunos de
los que él nombrase. Con estas y otras razones que le
dijo,quedó Aben Aboo al parecer algo mas asegurado,
y prometió de hacer todo cuanto don Juan de Austria
le mandase ; solamente pidió á don Alonso de Granada
Venegas que no tratase de recoger las armas, como se
lo mandaba por su instrucción, diciendo que la gente
que traía consigo era para servir á su majestad y hacer
el efeto que tenia prometido ; el cual holgó dello, y le
dijo que no habia ya para qué traer banderas ni otra in-
signia; y en su presencia las mandó luego Aben Aboo
I
348
LUIS DEL MARMOL CARVAJAL.
quitar, y con esto se volvió aquel mesmo dia á Mecina
de Bombaron.
CAPITULO VL
Cdmó don Alonso de Granada Venegas avisó á don Juan de Austria
de lo que había pasado con Aben Aboo.
Estuvo don Alonso de Granada Venegas en Cádiar
dos dias inquiriendo las voluntades de aquellas gentes;
y aunque no liizo pregonar públicamente el bando, por-
que Aben Aboo le rogó que lo suspendiese basta que los
turcos fuesen embarcados, no dejó de liacer muclio efe-
to divulgándolo de palabra , y asegurando á los que se
fuesen á reducir. Y luego avisó á don Juan de Austria,
y particularmente como el Habaquí decia que estaban
ya los turcos á punto para embarcarse en sabiendo que
habia navios en que poderse ir; y que convenia mucho
despacharlos con brevedad, porque no alterasen la tier-
ra, porque andaban diciendo que los cristianos debian
de tratar cómo meterlos á todos juntos en parte donde
los pudiesen degollar en una hora; y que pedian navios
de remos en que pasar, no se asegurando en otros de
otra suerte. Avisó mas : que seria bien que se hallase
presente al embarcar alguna persona particular, que
tuviese cuenta con que no llevasen moriscas ni moros
de la tierra, ni cristianos captivos, ni otras cosas de las
que estaban prohibidas ; y porque la ocasión de los cris-
tianos que tenian captivos no los entretuviese , procu-
rando embarcarlos á escondidas en fustas ó en otros
navios, fuese servido mandar enviar algún dinero que
se les diese por ellos, pues Aben Aboo y los otros alza-
dos no los rescataban, ni tenian con qué poderlo ha-
cer ; y el Habaquí se ofrecía á concertarlos en muy po-
co precio. Hechas estas diligencias, y otras que pare-
cieron convenir al bien del negocio, don Alonso de
Granada Venegas pasó á la vega de Granada , y hacien-
do su asiento en Otura y en Zubia , comenzó á recoger
los que se iban á reducir, que fueron muchos. Repar-
tíalos por los lugares como iban viniendo , asegurába-
los, y proveíalos de bastimentos; todo esto con gran-
dísimo trabajo , por las desórdenes de nuestra gente,
que sallan á los caminos y los mataban y robaban, y
hacían esclavas las mujeres, escondiéndolas y llevándo-
las á vender la tierra adentro. No fué menor inconve-
niente el que hubo en los otros partidos , donde por la
mesma orden los recogían los otros caballeros comisa-
rios, sin que se pudiese reparar ni remediar, aunque
algunos soldados fueron castigados ejemplarmente; y
su majestad envió á mandar á los corregidores de las
ciudades y á los cabos de la gente de guerra, que die-
sen orden como no recibiesen agravio y fuesen bien
tratados los que se viniesen á reducir, castigando á los
transgresores
CAPITULO VIL
De algunas entradas que los capitanes hicieron estos dias en di-
ferentes partes del reino contra los que no se iban á reducir.
Tenían orden general los capitanes de la gente de
guerra, en que se les mandaba que no cesasen de correr
la tierra á la parte que sintiesen haber moros de guer-
ra, para quitarles los mantenimientos, necesitándolos á
que con hambre se diesen priesa á reducir, mandán-
doles asimesmo que no hiciesen correrías, porque no
se siguiese algún estorbo ó inconveniente que inter-
rumpiese lo que estaba asentado con ellns ; mas esto se
disimukiba con los que las hacian en parle donde an-
daban moros inobedientes. Con este calor se hicieron
muchas entradas entre paz y guerra en diferentes par-
tes del reino , algtnias de las cuales pornémos en este
capitulo, porque fueron espuelas para traerá obedien-
cia la mayor parte de los alzados, aunque lo pudieran
ser para lo contrario. Había enviado el presidenfe don
Pedro de Deza desde Granada una gruesa escolta con
muchos bagajes cargados de bastimentos á Guadix con
Bartolomé Pérez Zumel y Jerónimo López de Mella;
los cuales de vuelta fueron por encima del lugar de la
Peza á dar á Valdeinfierno sobre Guéjar, donde sabían
que se habían recogido muchos moros con sus mujeres,
hijos y ganados; y llegando de improviso sobre ellos,
captivaron sin resistencia ciento y trece personas, y les
tomaron mucha cantidad de ganado. Eran los nues-
tros seiscientos infantes y cien caballos, y no osando
aguardar los moros, dieron á huir por aquellas sierras.
Fué de mucho efeto el daño que se les hizo este dia,
porque la mayor parte de los que huyeron fueron lue-
go á reducirse, pareciéndoles que pues los habian ido
á buscar en aquella umbría, temían poca seguridad en
otra parle; y porque se averiguó que de allí bajaban á
correr á Guéjar y hacian otros daños , fueron dadas por
esclavas las personas que captivaron. Don Diego Ra-
mírez y don Alonso de Leiva fueron en este tiempo
con la gente de Motril y Salobreña y alguna de las ga-
leras al lugar de Itrabo, donde habia muchos moros
juntos; mas hicieron poco efeto, porque fueron avisa-
dos y huyeron á la sierra. Supieron que estos y otros
muchos se habian puesto en Pinillos de Rey, seis leguas
de Salobreña y cinco de Granada; y avisando á don
Juan de Austria como, estando reducidos los de Restá-
val y Melejíx allí cerca, se estaban quedos ellos, con-
íiados en la aspereza del sitio de aquel lugar, les mandó
que fuesen en su busca, y sin tocar en los lugares re-
ducidos, porque no se alborotasen, procurasen des-
truirlos. Con esta orden , y con dos mil infantes y cien
caballos, partieron nuestros capitanes de Salobreña una
tarde, y fueron aquella noche á la garganta del Dragón,
que es una angostura de peñas muy larga , por donde
el rio de Motril sale al lugar de Pataura y á la mar.
Otro dia pasaron á Vélez de Ben Audalla, donde tuvie-
ron aviso del alcaide de la fortaleza como andaba por
allí un capitán moro llamado Moxcalan, que hacia mu-
cho daño con una cuadrilla de moros forasteros y na-
turales de la tierra; el cual venia de ordinario á las ca-
sas del lugar, y hablaba con los soldados, y les decia
que se quería reducir. Con este aviso acordaron los ca-
pitanes de detenerse allí aquel día puestos en embos-
cada hasta que fuese tarde , para ir á amanecer sobre
Pinillos; mas el moro, que habia estado en atalaya y
vístolos partir de la boca del río, bajó luego á la angos-
tura, y encontrando tres soldados que venían de Mo-
tril en busca de nuestra gente, mató al uno, al otro
captivo, y el tercero fué huyendo, y dio rebato en Vélez
de Ben Audalla á nuestra gente. Entendiendo pues los
capitanes que el captivo habría descubierto á los mo-
ros el desinio que llevaban, mandando tocarlas cajas, á
gran priesa recogieron la gente y caminaron la vuelta
de Pinillos, pensando poder llegar á dar sobre el lugar
antes que el Moxcalan avisase; mas aprovechó poco su
HtíBELION Y CASTIGO DE LOS MORISCOS DE GRANADA.
347
diligencia, porque los moros estaban ya avisados y se
liabian comenzado á ir. Don Diego Ramirez puso la ca-
ballería á la parte alta para tomarles el paso de la sier-
ra , y con la infantería cercó el lugar por las otras par-
tes donde habia disposición de poderle cercar, porque
está en un sitio muy fragoso , y á la parte baja, que cae
sobre el rio deMelejix, tiene grandes barranqueras y
despeñaderos. Era tanta la gente que liabia en este lu-
gar, que aunque fueron avisados, no se pudieron poner
todos en cobro; la mayor parte dellos, los cuales salie-
ron tarde y acudieron hacia la sierra, dieron en manos
de la caballería y se perdieron ; los otros se arrojaron
por aquellas barranqueras abajo con sus mujeres y hi-
jos, y fueron á meterse en Restával y en Melejix, que,
como dijimos, estaban de paces, y allí se guarecieron
porque don Diego Ramirez no consintió que los solda-
dos pasasen adelante. Ochenta moras que no pudieron
descabullirse fueron captivas y dadas por esclavas ;
toda la demás gente que allí habia se redujo luego, y
dejando saqueado el lugar, con muchos bagajes carga-
dos de ropa volvió la gente á Salobreña. Estaba en lo de
Almuñécar otro moro llamado Cacera el Mueden, que
en la furia de la guerra traia ochocientos hombres de
pelea, la mayor parte dellos escopeteros, y habia hecho
mucho daño por toda aquella comarca, corriendo la
tierra hasta las puertas de la ciudad; el cual viendo que
le iba dejando la gente para irse á reducir, iiabia reco-
gídose en la sierra de Mínjar con ciento y cincuenta
moros y las mujeres, y de allí salia algunas veces á ha-
cer saltos. Destofué avisado don Diego Ramirez, y con
cien soldados de los que tenia en Salobreña, y cincuen-
ta que don Luis de Valdivia le envió de Motril, y doce
de á caballo, partió una tarde de Salobreña, y fué á po-
nerse antes que amaneciese bien cerca de donde esta-
ban los moros metidos en una rambla ; y para tomarles
los pasos por donde se le podían ir hizo tres partes de
la gente. Los soldados de Motril mandó que se adelan-
tasen y fuesen á ocupar un paso por donde de necesi-
dad los enemigos habían de salir á tomarlas otras sier-
ras , y cincuenta de los de Salobreña envió por la cor-
dillera de la propria sierra, que fuesen siempre á caba-
llero, y acudiesen á la parte donde viesen que podían
hacer mejor efeto ; y con los otros cincuenta soldados
y los doce caballos se puso él en la boca de la propria
rambla, que sola aquella entrada tenia por llano. Sien-
do pues ya claro el día, los moros descubrieron la gente
que iba por la cordillera de la sierra; y reconociendo ser
cristianos, dieron rebato al Mueden, que estaba muy de
9u espacio almorzando con las mujeres; el cual, viendo
que le tenían tomada la sierra, y que la importancia de
su negocio consistía mas en tomar la aspereza de los
montes que en hacer armas, dijo á los compañeros que
le siguiesen ; y tomando una vereda en la mano, co-
menzó á subir la sierra arriba, hacia donde estaban los
cincuenta soldados de Motril, llevando consigo las mu-
jeres. Tenia este moro una cueva muy secreta junto á
la vereda por donde iba , metida entre unas peñas, y la
boca della salia entre unas matas tan espesas, que por
ninguna manera se podía ver ; y emparejando con ella,
dejó pasar toda la gente adelante; y haciendo que las
mujeres se metiesen dentro, quebrándose también él
entre las matas, hizo lo mesrao Los otros moros fue-
ron á dar donde estaban los soldados de Motril, y rom-
piendo determinadamente por ellos , tuvieron lugar de
escaparse y de subirse á las otras sierras; y lo mesmo
pudiera hacer el Mueden , si no se tuviera por mas se-
guro en su cueva. Mas no le sucedió como pensaba,
porque un soldado le vio quedar entre aquellas matas,
y teniendo cuenta con él, como no le vio salir hacia nin-
guna parte, dio aviso á otros, que entraron á buscarle y
toparon con la boca de la cueva ; y entrando dos dellos
dentro, anduvieron buen rato por ella sin encontrar con
nadie; y queriéndose ya salir, el trasero volvió la cabe-
za, y vio el rostro de un hombre en lo último de la cue-
va. Estaba el Mueden con la ballesta armada en las ma-
nos, y entendiendo que habia sido descubierto , dispa-
ró y dio una saetada en los lomos al soldado; mas no le
hirió, porque acertó á dar la saeta en unos alpargates
de cáñamo que llevaba en la cinta. A este tiempo llegó
don Diego Ramirez, y viendo aquel moro puesto en de-
fensa, porque no matase algún cristiano, hizo que le
dijesen en arábigo que se rindiese, y que le salvaría la
vida; y al fin se rindió, y le llevó preso al castillo de Sa-
lobreña, donde le tuvo algunos días, hasta que el pre-
sidente don Pedro de Deza y los del Consejo que esta-
ban en Granada enviaron por él ; y porque tan graves
delitos como habia hecho no quedasen sin castigo, le
mandaron entregar al auditor de la guerra , que hizo
justicia del. Las mujeres que se hallaron en la cueva
fueron captivas , y la mayor parte de los moros que de
allí escaparon, hallándose desarmados, porque unos no
habían tenido lugar de tomar las armas, y otros las ha-
bían soltado para huir, fueron á reducirse. Andaban los
turcos y moros berberiscos en este tiempo con volun-
tad de pasarse á Berbería, desconfiados de las cosas de
la Alpujarra ; y aunque algunos confiaban de las pala-
bras del Habaquí, que les ofrecía navios en que pudie-
sen pasar seguros, otros no se aseguraban de ir en ba-
jeles de cristianos, y aguardaban fustas de Berbería en
que meterse. Estando pues muchos dellos y de los re-
belados en el cabo de Gata con el negro de Almería y
cincuenta cristianos captivos para pasarse, don García
de Villaroel con orden de don Juan de Austria fué á
dar sobre ellos, llevando docientos soldados y veinte y
cinco dea caballo. No se pudo hacer tan secreto, que
los enemigos dejasen de ser avisados: el negro huyó
con parte de la gente armada de la tierra ; los turcos y
moros berberiscos, y con ellos algunos de los rebela-
dos, con los cincuenta cristianos, se mudaron á otra
parte, y la gente inútil se fué luego toda á reducir ; por
manera que cuando don García de Villaroel llegó don-
de tenia aviso que estaban, no halló mas de seis perso-
nas que habían quedádose durmiendo ; mas prendió en
el camino dos moriscos de los de Almería , que habían
ido con el aviso, de quien supo como se habían ido
aquella noche. Y entendiendo que no podían estar muy
lejos, por los rastros que halló nuestra gente, fué á dar á
los Frailes del cabo de Gata , que son unas peñas cerca
de la mar; y tomando los pasos aquella noche, otro
día 9 de junio repartió ciento y veinte soldados en cua-
tro cuadrillas, que subiesen por cuatro partes en busca
de los enemigos, que parecía no haber pasado adelan-
te, y fuesen á juntarse en lo alto del fraile mayor al sa-
lir del sol. El caporal Pedro de Aguilar fué el primero
que se encontró con ellos, que iban retirándose de ía
cuadrilla que llevaba Villaplana, porque le habían visto
348
LUIS DEL MARMOL CARVAJAL.
ir subiendo el cerro arriba hacia donde estaban; los
cuales dejaron muertos en el camino siete cristianos de
los cincuenta que llevaban captivos, porque no podiun
caminar con las cargns que llevaban á cuestas. Y como
se descubrieron los unos y los otros, comenzaron á pe-
lear valerosamente ; y aunque los enemigos eran mas
de docientos hombres escogidos, todavía los treinta
soldados, ayudados del sitio que tenian tomado, que
era fuerte, y con esperanza de socorro , les daban bien
en qué entender. A este tiempo asomó Villaplana con
su cuadrilla, que iba siguiendo el rastro; y creyendo
los treinta soldados de Pedro de Aguilar que los unos y
los otros eran moros, comenzaron á aflojar, y algunos
volvieron las espaldas. No falló Pedro de Aguilar con
palabras y obras de animoso soldado á su gente, tanto,
que les hizo disponerse á morir ó vencer; y tornando á
renovar la pelea, tuvieron rostro al enemigo, hasta que
llegó Villaplana á juntarse con ellos, y se mejoró su par-
tido. No tardaron mucho que llegaron las otras dos
cuadrillas, que llevaban Julián de Pereda y Diego de
Olivencia, y todavía los turcos peleaban animosamente,
hasta que los nuestros cerraron con ellos, y viniendo
á las espadas, mataron al capitán turco y los pusieron
en huida. Murieron algunos en el alcance , fueron cap-
tivos treinta y cinco , y entre ellos un chauz del Gran
Turco, por quien se gobernaba Aben Aboo, y treinta y
tres moros de los de la tierra, con Alonso el Gehecel,
natural de Tavernas, y cincuenta mujeres y mucha-
chos; y lo que en mas se tuvo, que se dio la deseada U-
bertad á cuarenta y tres cristianos que estaban para
perecer de hambre, y hablan querido matarlos un dia
antes los moros porque no tenian qué darles de comer,
y los turcos no lo hablan consentido, diciendo que era
inhumanidad matar los captivos; y tenian acordado
que si dentro de tres dias no venian navios de Berbe-
ría en que poderse embarcar, que los matasen ó hicie-
sen lo que les pareciese dellos. Esta jornada fué impor-
tante para que los otros turcos abreviasen su partida
con menos condiciones de las que pedian. Otros mu-
chos efetos dejamos de poner que se hicieron estos
dias, excediendo los capitanes en !a orden que de don
Juan de Austria tenian para que castigasen á los rebel-
des pertinaces, de manera que no recibiesen daño los
obedientes; y excusábanse con decir que en son de
amigos hacian mas daños que cuando eran enemigos,
y que era imposible castigar á los unos sin hacer daño
á los otros, estando todos juntos, pues los soldados
que hablan de ser ministros del castigo no los cono-
cían , y cuando los conociesen ó tuviesen orden de po-
derlos conocer, no habla tanta justificación en gente de
guerra, que, pudiéndolo hacer, dejasen de vengarlos
daños que hablan recebido de sus enemigos, hasta tan-
to que estuviesen apartados los reducidos de los re-
beldes; y ansí se disimulaban muchas cosas que en
otros tiempos y ocasiones merecieran riguroso castigo.
CAPITULO VIII.
Cámo el Ilabaquí embarcó los turcos, y vinieron otros de nuevo
en socorro de los alzados ; y cámo Aben Aboo mudó parecer.
Acudían en este tiempo á todas horas navios de Ber-
bería á nuestra costa, cargados de bastimentos, gente,
armas y municiones que los moros andaluces que ha-
bían pasado á Teluan y á Argel procuraban enviar á
los alzados para enf retonerlos que no se redujesen , sa-
biendo los tratos en que andaban compelilos de pura
necesidad. Venian también otros muchos cosarios tur-
cos y moros berberiscos á pasar gente á Berbería por
su flete; y estos tenian mas ganancia, porque tomaban
la mitad de los muebles, joyas y dineros que lltívabaa
los pasajeros ; y algunas veces se lo quitaban todo , co-
mo hombres que no tenian mas lin que al interés. Y
aunque don Sancho de Leiva ponia diligencia en qui-
tarles estos socorros, andando de dia y de noche por la
costa con las galeras de su cargo , no se podía excusar,
siendo el pasaje tan breve, que dejasen de llegar algu-
nos navios á tierra, y desembarcasen la gente y lo que
traían. En este mes de junio les tomó trece fustas eu
diferentes partes de la costa. El proprio día que don
García de Villaroel fué al cabo de Gata, como dijimos
en el capítulo antes deste, llegaron á la playa de Castil
de Ferro de parte de noche dos fustas, en las cuales se
embarcaron secretamente algunos turcos de los que el
Habaquí tenia recogidos para enviar con salvoconduto
á Berbería, por llevarse los cristianos captivos que te-
nian consigo ; pero el alcaide del castillo fué avisado
dello, y disparó una pieza de artillería de aviso por si
las galeras estuviesen donde la pudiesen oír ; y no es-
tando muy lejos, acudieron hacia aquella parte, y las to-
maron yendo navegando ; y poniendo en libertad aque-
llos pobres cristianos, fueron los turcos y moros cap-
tivos. El Habaquí pues, que ninguna cosa deseaba mas
que acabar el negocio que había comenzado, de donde
pensaba sacar honra y provecho , daba grande priesa
que le diesen navios en que embarcar los turcos que
quedaban en la tierra antes que viniesen otros que los
alborotasen ; y aunque le pedian bajeles de remos , di-
ciendo que no sabían navegar en otros, hizo tanto con
ellos, que los embarcó en navios mancos , haciéndoles
dejar todos los cristianos captivos que tenian, y los en-
vió á Berbería. Estando pues los turcos embarcados y
á pique para partirse , llegaron á la propria playa cinco
fustas con gentes, bastimentos y municiones; y aun-
que nuestras galeras las tomaron , fué después de ha-
ber dejado docientos turcos y moros berberiscos en
tierra , que subieron á la sierra y fueron en busca de
Aben Aboo , y se juntaron con él , y le dieron nueva co-
mo en Argel esperaban por momentos navios de levante
con que socorrerle. Era Aben Aboo hombre mudable,
aunque de mediano entendimiento ; deseaba reducirse,
quedando con honra y con provecho ; y pareciéndole
que esto lo procuraba el Habaquí para sí mesmo y para
sus deudos, y que no se hacia tanto caudal de su ne-
gocio como él quisiera , estaba envidioso del y aun
sospechoso de que no le trataba verdad en lo que le de-
cía; y teniendo el lobo por las orejas, no osaba soltarle,
ni sabia como tenerlo asido, de miedo que en reducién-
dose le habían de matar. Y creciendo cada hora mas en
él esta envidia y sospecha , aunque no impedia pública-
mente á los que se querían ir á reducir, favorecía á los
turcos y moros berberiscos, y á los escandalosos de la
tierra, y entretenía á los demás con decir que se ha-
cian malos tratamientos á los reducidos, que se guar-
daba mal lo capitulado en el Fondón de Andarax, y
que el Habaquí habia mirado mal por el bien común,
contentándose con lo que solamente don Juan de Aus-
tria le habia querido conceder, y procurando el bien y
REBELIÓN Y CASTIGO DE
l>rovccIio para sí y para sus deudos. Y según lo que
d'?3pués nos dijeron personas con quien comunicaba su
peclio, su fin era, viendo al Habaquí hecho tan señor
del negocio de la reducion , quilárselo de las manos y
hacerlo él , para asegurar mas su partido con servicio
tan particular ; mas el vulgo todo entendió haberse ar-
repentido con el nuevo socorro de Berbería , y hacér-
sele de mal dejar la seta y el vano nombre de rey mien-
tras le durase la vida. Lo primero mostró en las cartas
que después escribió á particulares que tenia por ami-
gos, rogándoles que intercediesen con don Juan de Aus-
tria de manera que hubiese efeto la paz que se preten-
día ; y lo segundo, por otras que escribió á Berbería,
que las unas y las otras irán en esta historia para satis-
facion de los que la leyeren. Por manera que cuando el
Habaquí pensó tener acabado el negocio con haber
echado los turcos de la tierra, que tenia por amigos,
se le puso de peor condición , y sobre todo se le recre-
ció ignominiosa muerte, como adelante diremos.
CAPITULO IX.
Cómo el Habaquí quiso prender -á Aben Aboo viendo que mudaba
parecer, y cómo Aben Aboo lo hizo prender y matar á él.
Luego que los turcos fueron embarcados , el Habaquí
fué á dar cuenta de lo que había hecho á don Juan de
Austria ; y aunque entendió la mudanza de Aben Aboo,
estaba tan confiado en sí y teníale en tan poco ya , que
no haciendo caso del, ofreció al Consejo que le haría
cumplir lo que había prometido, ó le traería maniatado
al campo : solamente pedia quinientos arcabuceros
cristianos, para con ellos y con los moros deudos y
amigos suyos ir á dar sobre él cuando mas descuidado
estuviese. Don Juan de Austria no quiso dar la gente
que pedia, por parecerle que no seria bienaventurarla;
y mandándole dar ochocientos ducados de oro, con que
levantase cuatrocientos moros de quien pudiese tener
confianza para el efeto que decía, partió el Habaquí con-
tento de Andarax la vuelta de Bérchul , donde tenía á
su mujer y á sus hijas , para sacarlas de allí y llevarlas á
la ciudad de Guadíx primero que comenzase á levantar
la gente. Era el Habaquí astuto , pero muy confiado de
sí mesmo ; y viéndose tan favorecido de don Juan de
Austria , que cierto le hacía mucha merced , entendía
que nadie seria parte para ofenderle ; el cual llegando
al lugar de Yégen el segundo dia que partió de Anda-
ras , y viendo estar parados en la plaza muchos moros,
llegó á ellos y soberbiamente les dijo que á qué aguar-
daban, por qué no se iban á reducirá los partidos que
les estaban señalados, como lo hacían los demás. Y co-
mo le respondiese uno dellos que aguardaban orden de
Aben Aboo , replicó que la reducion estaba bien á to-
dos , y que cuando Aben Aboo de su voluntad no lo hi-
ciese, le llevaria él atado á la cola de su caballo. Estas
palabras llegaron el mesmo dia á oídos de Aben Aboo,
y acrecentando con ellas su indignación , envió luego á
que le prendiesen los ciento y cincuenta turcos que te-
nia consigo, y dos cuadrillas de moros de los de su
guardia ; los cuales le espiaron, sabiendo que estaba en
el lugar de Bérchul , le cercaron la casa de parte de no-
che, estando bien descuidado de aquel hecho y de pen-
sar que hubiese en la Alpujarra quien osase acometer-
le ; y sintiendo el ruido de la gente, tuvo lugar de salir
hacia el arroyo del lugar sin que le sintiesen; y hubié-
LOS MORISCOS DE GRANADA. 349
rase escapado del peligro si sus propríos vestidos no le
acusaran ; porque estando en una quebrada otro dia de
mañana , devisaron los que le buscaban el cafetan de
grana que llevaba vestido y el turbante blanco de la
cabeza ; y aunque iba bien lejos, le siguieron por aque-
llas peñas y le prendieron junto á unos molinos, y le
llevaron á Cujurío, donde estaba Aben Aboo, el cual le
tomó luego su confesión ; y como le preguntase el Ha-
baquí la causa por qué le habia mandado prender, pues
nunca le habia hecho deservicio, le dijo que por trai-
dor, que le habia tratado mentira , procurando el bien
y la honra para sí y para sus parientes tan solamente.
Esto fué jueves , y el viernes siguiente lo hizo ahogar
secretamente, y mandó echar el cuerpo en un muladar,
envuelto en un zarzo de cañas, donde estuvo mas de
treinta días, sin saberse de su muerte; y para disimu-
larla, envió luego á decir á su mujer y á sus hijas que se
fuesen á Guadix , y que no tuviesen pena , porque él le
tenia preso y brevemente le soltaría. Muerto el Haba-
quí, Aben Aboo despachó á su hermano Hernando el
Galípe á las sierras de Vélez y Ronda á que estorbase la
reducion , y animase á los que no se habían alzado p;ira
que se alzasen. Y para disimular mas escribió luego á
don Hernando de Barradas una carta en letra arábiga,
que traducida en nuestro romance castellano, decía
desta manera :
CARTA DE ABEN ABOO Á DON HERNANDO DE BARRADAS.
« Las alabanzas sean á Dios solo antes de lo que quie-
»ro decir. Salvación honrada al que honró el que da la
«honra. Señor y amigo mió, el que yo mas estimo , don
"Hernando de Barradas : Hago saber á vuestra honrada
«persona que si quisiéredes venir á veros conmigo,
«vernéis á vuestro proprio hermano y amigo muy segu-
«ramente , y lo que de mal os viniere será sobre mi lia-
«cienda y fe ; y si quisiéredes tratar destas benditas
«paces, lo que tratáredes tratarlo heis conmigo, y haré
«yo todo lo que vos quisiéredes con verdad y sin trai-
«cíon. Paréceme que el Habaquí , de todo lo que hacía
«ninguna parte me daba, antes encubría de mí la ver-
«dad, porque todo lo que pidió lo aplicaba para sí y
«para sus parientes y amigos. Esto hago saber á vues-
«tra honrada persona, y conforme á ello podrá hacer lo
«que le pareciere , y lo que viere que estará bien á los
«cristianos y á nosotros ; y Dios permita este bien en-
«tre nosotros , y que vuestra honrada persona sea causa
«dello. Y perdonadme, que por no haber tenido quien
«me escribiese no he escrito antes de ahora. La sal-
«vacion sea con nosotros, y la misericordia de Dios y su
«bendición. Que fué escrita dia martes. «
A esta carta respondió luego don Hernando de Bar-
radas que holgaría mucho de verse con él para efetuar
el negocio de la reducion por la orden que decía, y que
le hiciese placer de avisarle dónde estaba el Habaquí y
lo que se habia hecho del. Y Aben Aboo le tornó á es-
crebir otra carta en castellano, del tenor siguiente:
OTRA CARTA DE ABEN ABOO Á DON HERNANDO DE BARRADAS.
«Muy magnífico señor : la de vuestra merced recebí;
«y en cuanto me envía á decir por ella de la prisión del
«Habaquí y si hubo causa para ella , digo que las cau-
»sas que hubo para prenderle fueron estas que ahora
»diré. La primera, que andaba engañando á vuestra
356
LUIS DEL MARMOL CARVAJAL.
»mercefl y á mí ; porque cosas que yo le decía no las
»íba él á decir allá , ni menos me daba parte de lo que
»£e hacia ni qué era lo que trataba; porque sí yo le hu-
>)b¡era dado mí sello, entendiera vuestra merced que
»yo lo sabia y que pasaría por lo que él hiciese ; mas
«entendí que andaba engañando á una parte y á otra, y
»halléle que también había hecho una barca para irse
«con sus hijos á Berbería ; y por estas razones y otras
))le tengo preso hasta que estas paces se acaben de efe-
»tuar. Y de mi parte ruego á vuestra merced las acabe,
»y que se apague este fuego para que se quite tanto
«mal. Hecho esto, yo le soltaré. Y entienda vuestra mer-
«ced que no tiene mal ninguno, porque sí al presente
«estuviera aquí cerca , él escribiera á vuestra merced
«de su mano. Vuestra merced consuele á sus hijos, y
«les diga como está bueno , y que yo les doy la palabra,
«como quien soy, de no tratarle mal, sino que le terne
«preso por algunos días. Y vuestra merced acabe lo que
«ha comenzado ; que todo se hará como vuestra mer-
«ced manda.»
No mucho después, viendo Aben Aboo que la ida de
don Hernando de Barradas á verse con él se dilataba,
escribió otra carta á don Alonso de Granada Venegas,
que decía ansí :
CARTA DE ABEN ABOO Á DON ALONSO DE GRANADA
VENEGAS.
« Señor : Sabrá vuestra merced que de pocos días á es-
»ta parte me ocurrieron ciertas cosas en los negocios de
«las paces, y fué que los de la Alpujarra sospecharon
«naal en Hernando el Habaquí, por donde pensaron que
«los había de engañar y que les hacía traición; y co-
»mo les vino á notificar el bando que salgan de la tier-
«ra dentro de seis días, sintiéronlo tanto, que enten-
«dieron ser traición , y luego le prendieron ; y creo que
«sucedió mal : nuestro Señor lo remedie. Y quisíe-
«ra mucho que vuestra merced estuviera cerca; por-
«que quizá se pudiera remediar, porque, después de
«Dios, entendemos que vuestra merced podrá remediar
«mucho en este negocio; y pues ha hecho lo mucho,
«es menester que se haga alguna diligencia para que
«se acabe esta buena obra; y esto sea con brevedad,
«porque así cumple al servicio de su majestad. Y si
«acaso no pudiere venir por acá , escriba á don Juan de
«Austria, para ver si remedía algo. Y sí determinare
«de venir hacia Órgiba ó hacia el campo , y le pareciere
«traer en su compañía al beneficiado Torrijos y á Pedro
«de Ampuero, hágalo; que podrá ser que aprovechen
«harto ; y si recelan de algo , para su seguridad les en-
«viaré la gente que fuere menester.»
Hasta aquí decía la carta de Aben Aboo, la cual en-
vió luego don Alonso de Granada Venegas á don Juan
de Austria , que todavía estaba en el alojamiento de
Andarax aguardando el efeto de la reducion , aunque
harto suspenso de ver que ya no venían moros á redu-
cirse. Y porque no se podía acabar de entender bien
por las cartas de don Hernando de Barradas, ni por
otros avisos, el encantamiento del Habaquí , si era vivo
ó muerto , se acordó en el Consejo que don Hernando
de Barradas diese buena esperanza á Aben Aboo , y
procurase verse con él, como se lo pedia en su carta.
Y porque su ida no hubo efeto , se tomó resolución que
Hernando Valle de Palacios fuese en su lugar , y que
entendiese del qué era lo que quería , y supiese lo quo
se había hecho del Habaquí, y procurase espiar con
mucho cuidado el estado en que estaban las cosas do
los moros; qué desinío era el de Aben Aboo , la canti-
dad de gente armada que tenía , ansí de naturales co-
mo de extranjeros , y á qué parte estaba la mayor fuer-
za dellos, y todas las otras cosas que le pareciese con-
venir. Diósele para este efeto una instrucion de lo que
había de tratar con Aben Aboo, y una carta de don
Hernando de Barradas en respuesta de la última suya,
remitiéndose á Hernán Valle de Palacios, con quien
podría tratar sus negocios como con su mesma perso'
aa. Y para que mejor se entienda la dobladura con que
Aben Aboo andaba, y su disimulación y maldad , por-
némos en el siguiente capítulo una carta que escribió
en el mesmo tiempo á unos alcaides turcos sus amigos,
que estaban en Argel , y después diremos lo que Hernán
Valle de Palacios hizo en su viaje.
CAPITULO X.
Cómo Aben Aboo escribió á unos alcaides turcos de Argel ,
dándoles cuenta de la muerte del Habaquí.
Estos mesmos días tomaron nuestras galeras una
fusta de moros andaluces que iban á Berbería , y entre
otras cosas, les hallaron una carta escrita en arábigo,
que según el tenor della pareció ser de Aben Aboo , que
la enviaba á unos alcaides turcos amigos suyos, que es-
taban en Argel , dándoles cuenta del suceso de sus ne-
gocios y pidiéndoles todavía socorro ; y porque el lector
se vaya entreteniendo, la pornémosen este capítulo,
traducida en lengua castellana:
« Los loores sean á Dios , que es uno solo. Del siervo
«de Dios soberano á los alcaides Bazquez Aga , Con-
«coxari , Albazquez Husten y Aga Baxa , y á todos los
«otros turcos nuestros amigos y confederados : Hacé-
«moos saber como estamos buenos, loado sea Dios, y
«que para nuestro contentamiento no nos falta mas que
«ver vuestras presencias. Habéis de saber que Nebel y
«el alcaide Caracax nos han destruido ya todo este rei-
»no , porque ellos vinieron á decirnos que se querían
«ir á sus tierras ; y aunque no quisimos darles licencia
«para que se fuesen, esperando el socorro de Dios y de
«vosotros , todavía trataron de irse y se fueron. Los que
«allá dijeren que yo di licencia á los andaluces para
«hacer paces y rendirse á los cristianos, tenedlos por
«mentirosos y por herejes, que no creen en Dios ; por-
«que la verdad es que el Habaquí y Muza Cache y
«otros fueron á los cristianos, y se concertaron con
«ellos de venderles la tierra, y estos se conformaron
«después con Caracax y con Nebel y con Alí arráez y
«con Mahamete arráez; y ellos y los otros mercaderes
«les dieron sesenta captivos de los que tenían en su po-
«der, porque les diesen navios en que pasasen segura-
«mente á Berbería. Y habiendo hecho este concierto,
«vino el Habaquí á los moros andaluces, y les dijo que
«habían de entregarse todos á los cristianos , y retirarse
«á Castilla; y pensando yo que andaba procurando el
«bien de los moros, hallé después que nos andaba ven-
«diendo á todos , y por esta causa le hice prender y de-
«gollar (1). Lo que acá ha sucedido después que Caracax
(1) El citado Cartulario de Castillo, que contiene también esta
carta (pág. 112), aunque en otros términos, no dice »qüí prender y
degollar, sino detener y t^risioifar.
REBELIÓN Y CASTIGO DE LOS MORISCOS DE GRANADA.
»y sus compañeros se fueron, es que los cristianos nos
jjacometieron , y hubo entre nosotros y ellos muy gran
«pelea , y matamos muchos dellos (1); por manera que
»ya no les queda ejército en pié con que podernos ofen-
»der; mas tememos que su rey juntará otro campo y lo
wenviará contra nosotros. Por tanto, socorrednos con
«brevedad, socorreros ha Dios; y ayudadnos, ayudaros
»ha Dios. Y por amor de Dios nos avisad qué nueva te-
wneis de la armada de levante. Y si no hay aprestados
»en esa costa navios, alquilad los que pudiéredes, en
»que pasemos las mujeres y los hijos , porque nosotros
«queremos quedar guerreando con nuestros enemigos
«hasta morir. Y mirad que si no nos socorréis, os lo
«demandaremos en el dia del juicio ante el acatamiento
«divino. Conmigo está Alí, é Válquez con ciento y cin-
«cuenta turcos y muchas mujeres y criaturas desam-
«paradas (2) : tened piedad dellas, pues á vosotros mas
«que á otra persona del mundo toca este socorro, como
«cosa en que pusistes las manos.» Que es fecha esta car-
ta á i 5 dias del mes de Zafar del año de la hixara 987 (3)
(que á nuestra cuenta fué en 17 dias del mes de julio
del año del Señor i 570). Y abajo decia la firma : Maha-
mud Aben Aboo.
CAPITULO XI.
Cómo los vecinos de Alora mataron al Galipe , hermano de Aben
Aboo , que iba á recoger los alzados de la sierra de Ronda.
Habia enviado Aben Aboo estos dias al Galipe, su
hermano, á levantar los moros que nose hablan alzado,
y hacer que los alzados no se redujesen , dándoles á en-
tender que esperaba socorro de Berbería , y la armada
del Gran Turco en su favor. Este moro habia sido uno
de los de la junta de Andarax para el negocio de la re-
ducion; y pareciéndole que los caballeros cristianos
Ijabian hecho mas caso del Habaquí que del , se habia
ido muy enojado y procuraba estorbar todo cuanto se
hacia ; y para este efeto se partió con docientos esco-
peteros la vuelta de la serranía de Ronda, y llegó á la
sierra de Bentomiz, estando Arévalo de Zuazo, corre-
gidor de Málaga , en la ciudad de Vélez tratando con los
de aquella tierra que se redujesen al servicio de su ma-
jestad. Y como supo que un morisco , vecino de la villa
de Gomares , llamado Bartolomé Muñoz, andaba en
ello , y que estaba allí , mandó luego prenderle , y que-
riéndole justiciar, acudieron áél los amigos que tenia,
y le dijeron que no permitiese que se hiciese mal ni
daño á aquel hombre, que debajo de su palabra habia
venido á tratar del bien de los moros, y á rescatarles
sus mujeres y hijas , que tenían captivas , á trueco de
unos mozos cristianos; y pudieron tanto con él, que
le mandó soltar y que luego se fuese de la sierra, y
hizo pregonar que ninguno se redujese, so pena de la
vida. No fué perezoso Bartolomé Muñoz en ponerse en
la ciudad de Vélez, y dando aviso á Arévalo de Zuazo
de la venida de aquel moro , y como traía docientos
escopeteros, y entre ellos algunos berberiscos, y que
(1) Ocho mil, según la traducción de Castillo ; pero el caudillo
morisco exageraba este número, sin duda para mejorar su causa.
{% «Cincuenta turcos é ciento cincuenta muchachos» , se lee
en el Cartulario.
(3) En dicha traducción la fecha está enmendada así: « en
quince dias de la luna de Zafar del año de novecientos e setenta
y ocho años.»
3bl
habia de pasar á lo de Ronda, despachó luego á la ciu-
dad de Málaga y á las villas de su jurisdicion , para que
enviasen gente que tomase los pasos por donde se en-
tendía que habia de pasar para ir á Ronda; y particu-
larmente encomendó esta diligencia á Hernando Duar-
te de Barrientos , vecino de Málaga. Estando pues toda
la tierra apercebida, el Galipe partió de Bentomiz con
su gente y algunos de la sierra que le quisieron acom-
pañar, llevando su guia que le guiase por los caminos
y trochas de las sierras que caen sobre la hoya de Má-
laga, por donde entendía pasar seguro. Esta guia se le
murió en el camino, y llegando los moros en el paraje
de la villa de Almoxia, captivaron un cristiano que an-
daba requiriendo unos lazos, y preguntándole si sabría
guiarlos á Sierra-Bermeja, dijo que sí, porque sabia
muy bien los caminos y las trochas de aquellas sierras.
Y diciéndole el Galipe que guiase hacia un lugarito pe-
queño de cristianos que le habían dicho que estaba allí
cerca, los guió la vuelta de Alora , y llevándolos por las
viñas para ir á dar en el río , el moro oyó campanas ; y
pareciéndole que no eran de lugar pequeño , preguntó
al cazador qué vecindad tenia ; el cual le dijo que hasta
noventa vecinos ; y no se fiando del, envió dos renegados,
uno valenciano y otro calabrés, á reconocer, los cuales
llegaron á Alora, y como los vecinos andaban sobre avi-
so, luego echaron las guardas de ver que no eran hom-
bres de la tierra, y los prendieron, y se supo como los mo-
ros quedaban en el arroyo que dicen del Moral. Luego se
tocó á rebato, y en siendo poco mas de media noche,
salieron trecientos hombres repartidos en tres cuadri-
llas á buscarlos. Por otra parte el Galipe, viendo que
los renegados tardaban y que las campanas repicaban
todavía, entendió que el cazador le llevaba engañado,
le hizo matar, y tornó á tomar el camino por donde iba.
Habíase puesto Hernando Duarte de Barrientes con su
gente en una trocha muy cierta, por donde entendía
que habían de pasar los moros, y como llegasen las es-
cuchas que llevaban delante, y hacía tan grande escu-
ridad , entendieron las centinelas que era el golpe de
los moros que venian juntos. Y saliendo á ellos, los ha-
llaron tan arredrados, que tuvieron lugar de apartarse
de aquella trocha , y tomando otra , fueron á dar en ma-
nos de la gente de Alora; y como se vieron cercados de
cristianos, luego desmayaron, y muriendo algunos que
hicieron defensa , los otros dieron á huir. Un vecino de
Alora, llamado Alonso Gavilán, prendió al Galipe, que
se habia escondido en unas matas, y llevándole preso,
lo mató Melchior López, alférez de la gente de la villa,
que no bastó decirle que era el Rey, diciendo que no
conocía él otro rey sino á don Felipe, ni tenía cuenta
con moros. De todos los que iban con el Galipe, solos
veinte quedaron vivos ; los doce captivaron aquel mes-
mo dia y después los vendieron, y del precio hicieron
una ermita á la advocación de la Veracruz , que hoy está
en pié en piemoria desta vítoria, no poco celebrada en
aquella villa. La mesma noche sucedió que unos veci-
nos de Alozaína, que iban á la ciudad de Antequera,
llegaron al rio de Cazarabonela , donde dicen el paso
del Saltillo , y unos moros que aguardaban la venida del
Galipe los mataron y captivaron , que no escaparon
mas que tres dellos. Y como fuese el uno á dar rebato
á Alora , luego enviaron dos escuderos á dar aviso á
los de Alozayna, pera que saliesen á tomarles el paso
35?
LUIS DEL MARMOL CARVAJAL.
por la Iroclia que llevaban , y saliendo doce caballos y
cincuenta peones, fueron la vuelta de la villa de Tolox,
y bailando por aquellos cerros mucbas cuadrillas de
moros que babian bajado de las sierras á recebir al Ga-
lipe , arbolaron una banderilla blanca en señal de pa-
ces, y les preguntaron si querían rescatarlos cristianos
que babian captivado en lo de Cazarabonela; mas ellos
respondieron con las escopetas, y los cristianos co-
menzaron á retirarse por el camino que va de Tolox á
Coin, yendo los moros en su seguimiento. Un animo-
so escudero, llamado Martin de Erencia, fué parte este
dia para detenerlos, revolviendo sobre los enemigos y
exbcrtando ú los amigos de manera, que siendo los
nuestros como sesenta bombres, y los moros mas de
trecientos, los desbarataron, y mataron muclios dellos,
y entre los otros, á un mal moro, natural de la villa de
Yunquera, llamado León. Este moro, teniéndole pa-
sado de una lanzada un escudero llamado Juan de Mo-
ya , se le metió por la lanza , y con un chuzo que llevaba
lebirió el caballo, y le matara á él si la muerte le die-
ra un poco de mas lugar. Entre otras cosas que gana-
ron los soldados este dia , fué una haquita en que venia
un moro santo al recebimiento de su nuevo rey y á
echarle la bendición , porque era grande la confianza
que aquellos serranos bárbaros tenian en él, y pensa-
ban hacer grandes cosas con su presencia.
CAPITULO XII.
Cómo los moros de la sierra de Ronda fueron sobre la villa
de Alozaina y la saquearon.
No estaban muy quietos en este tiempo los moros al-
zados de la serranía de Ronda ; los cuales , habiéndose
juntado en Sierra Bermeja, salían á correr la tierra , y
desasosegaban los lugares comarcanos, llevándose los
ganados mayores y menores ; y no podíu:i los cristianos
salir á segar sus panes ni recoger sus esquilmos sin
manifiesto peligro, porque eran mas de tres mil hom-
bres de pelea los que se habían juntado con Alfor , Lo-
renzo Alfaquí , y el Jubeli, sus caudillos, aguardando
al Galipe, hermano de Aben Aboo, con cuya presencia
esperaban hacer mayores daños. Juntándose pues el Ju-
beli y Lorenzo Alfaquí con seiscientos hombres de pe-
lea en la villa de Tolox, á 5 días del mes de julio, acor-
daron de ir sobre Alozaina , lugar pequeño , de hasta
ochenta vecinos, que está una legua de allí, y eran to-
dos cristianos, gente rica de ganados y de pan ; y to-
mando por el camino de Yunquera para ir mas encu-
biertos por la sierra de Jurol , fueron á dar sobre él.
Llevaban doce moros por delante á trechos, de cuatro
en cuatro , que iban descubriendo la tierra , y antes que
amaneciese llegaron al arroyo de las Viñas, donde es-
tuvieron emboscados el miércoles 7 días del mes de ju-
lio con sus centinelas en el portichuelo de los Olivares,
como tres tiros de ballesta del lugar. Desde allí descu-
brían toda la tierra y veían los que entraban y salían;
y viendo que los vecinos se iban á segar los panes, bien
descuidados de que estuviesen ellos en la tierra , baja-
ron el jueves á las nueve de la mañana puestos en su es-
cuadrón de ocho por hilera, con seis caballos á los la-
dos , que parecían cristianos que venían del Burgo á ha-
cer alguna entrada ; y ansí aseguraron á las atalayas
que los del lugar tenian puestas en lo alto de las bar-
rancas. Y pudieran hacer mucho mas daño del que hi-
cieron, sino se pararan í matar dos cristianos que an-
daban segando cerca de las casas : al uno, llamado Luis
del Campo, mataron de un arcabuzazo, que alborotó el
lugar; el otro, llamado Francisco Hernández, dio á huir,
y siguiéndole un moro de á caballo, revolvió sobre él
y le ganó la lanza ; y estando bregando para sacársela de
las manos , llegó otro moro , que por mal nombre llama-
ban Daca Dinero, y le desjarretó ; y juntamente mata-
ron á su mujer, que había ido á llevarles el almuerzo á
la siega aquella mañana. Luego como se entendió que
eran moros los que entraban por el lugar, comenzaron
á tocararmayá repicar las campanas; y acudiendo dog
escuderos que estaban con sus caballos en el campo,
porque otros ocho , de diez que allí había de presidio,
se habían ido con su capitán á Coin , el uno partió la
vuelta de Alora á dar rebato , y el otro , llamado Cines
Martin, entró en el lugar; y rompiendo una y mas veces
por el escuadrón de los moros , pasó animosamente ade-
lante ; y si , como era uno solo, fueran los diez que allí
estaban de presidio, hicieran mucho efeto ; mas él hizo
harto en recoger la gente hacia el castillo. Es Alozaina
lugar abierto , y tiene un castillo antiguo y mal repara-
do, donde está la iglesia y algunas casas, y allí se pu-
dieron recoger tumultuosamente las mujeres y níños^
llevándolas por delante don Iñigo Manrique, vecino de
Málaga , que se halló allí este día. También se halló allí
el bachiller Julián Fernandez, beneficiado de Cazara-
bonela, que servía el beneficio de Alozaina aquel año;
el cual acudió luego ásu iglesia para consumir el Santí-
simo Sacramento sí los enemigos entrasen dentro,
porque no había en el lugar mas de siete hombres. Mas
las mujeres , animándolas aquel caballero y el benefi-
ciado, suplieron animosamente por los hombres, ha-
ciendo el oficio de esforzados varones , y acudiendo á la
defensa de los flacos muros , con sombreros y monteras
en las cabezas y sus capotillos vestidos, porque los
enemigos entendiesen que eran hombres; y otras pues-
tas en el campanario no cesaban de tocar las campanas
á rebato. Los moros se repartieron en tres partes para
acometer á un tiempo : el Jubeli con dos banderas fué
hacia la puerta del castillo , y Lorenzo Alfaquí con otras
dos fué á la plaza del Burgo , y la tercera con los de á
caballo cercó el pueblo para atajar los que saliesen ó
viniesen á meterse en él ; y dieron tres asaltos á los mu-
ros, en los cuales perdieron diez y siete moros que les
mataron, y fueron heridos mas de setenta. Aquí me
ocurre por buen ejemplo decir el valor de una doncella
llamada María de Sagredo ; la cual viendo caído á Mar-
tin Domínguez, su padre, de un escopetazo que le ha-
bía dado un moro , llegó á él y le tomó un capotillo que
traía vestido, y se puso una celada en la cabeza, y con
la ballesta en las manos y el aljaba al lado subió al mu-
ro,, y peleando como lo pudiera hacer un esforzado va-
rón , defendió un portillo , y mató un moro , y hirió otros
muchos de saeta , y hizo tanto este dia , que mereció que
los del consejo de su majestad le hiciesen merced de
unas haciendas de moriscos en Tolox para su casamien-
to. Fué tanta la turbación de las pobres mujeres este
dia , que yendo una mujer al castillo con un niño en los
brazos, y un moro de á caballo tras de ella para capti-
varla , se metió en una casa , y en un poco de estiércol
que allí había escondió el niño; y como tirasen desde el
castillo una saeta al moro y le pasasen el muslo, se
REBELIÓN Y CASTIGO DE LOS MORISCOS DE GRANADA.
liubo de retirar, y la mujer tuvo lugar de volver poi^su
liijo y ponerse en cobro. Otra mujer tenia una niña de
tres meses en la cuna , y turbada, lomó un lio de paños
en ios brazos, entendiendo que llevaba su bija, y se fué
liuyendo al castillo ; y entrando un moro en la casa,
liallü la niña en la cuna , y la tomó por los pies para dar
con ella en una pared ; y como otro moro , que era ami-
go de su padre , se la quitase de las manos , la arrojó en
el suelo ; y cuando la mujer volvió á buscar su hija,
siendo ya idos los moros, la halló viva Viendo pues los
enemigos la resistencia que habia en la villa , y que no
podian conseguir el efeto que pretendían , acordaron de
retirarse , porque acudia ya la gente del campo, y las
mujeres con sogas subian algunos hombres por donde
estaba el muro mas bajo ; y dejando quemadas mas de
treinta casas en el arrabal, y robado y destruido cuanto
liabia en ellas, se retiraron, llevando cuatro mozas cap-
tivas y una vieja , que después mataron , porque enten-
día su algarabía, y mas de tres mil cabezas de ganado
que acaso tenian los vecinosjunto para llevar parte dello
á la feria de Antequera ; y volviéndose á Tolox , repar-
tieron entre ellos la presa , y se fueron á sus partidos,
Lorenzo Alfaquí á la sierra de Gaimon , y Diego Jubeli
á la de Ronda. Llegó el socorro de los lugares aquel
mesmo dia, aunque tarde para poder hacer algún efe-
to. De Cazarabonela llegó el beneficiado Juan Antonio
de Leguizamo con cuarenta hombres que envió don
Cristóbal de Córdoba; de Alhaurin, don Luis Manrique
con mucha gente de á caballo , y dende á un cuarto de
hora llegó la gente de Alora , y luego los de Coin. Y es-
tando toda esta gente junta, y sabiendo el camino que
los moros llevaban j se trató de ir en su seguimiento;
mas como eran muchas cabezas, no se conformaron.
Y otro diaá las nueve de la mañana llegó Arévalo de
Zuazo con la gente de Málaga , y dejando algunos sol-
dados de presidio , se volvió á la ciudad.
CAPITULO XIII.
Cómo Hernán Valle de Palacios fué á verse con Aben Aboo en lu-
gar de don Hernando de Barradas , y lo que trató con él.
Teniendo ya Hernán Valle de Palacios instrucción y
orden para lo que habia de hacer, partió del alojamien-
to de Andarax á 30 dias del mes de julio, llevando con-
sigo á Mendoza el Jayar, vecino de Granada, que ha-
bia servido de secretario al Habaquí, y otros moris-
cos de los que se hablan venido ya á reducir. Aquella
noche fué al lugar de Sopron , y posó en casa de un al-
caide llamado el Mohahaba ; y desde allí despachó un
moro á Aben Aboo , avisándole como iba á tratar con él
negocios de parte de don Hernando de Barradas, para
que le diese seguro. Y otro dia luego siguiente vino á
Sopron un moro llamado el Roquemí con cuarenta es-
copeteros, que le hizo escolta hasta el lugar de Almau-
zata, donde halló orden de Aben Aboo y seguro para
pasar adelante, y fué á dormir á Valor el alto. En este
lugar estaba un moro , primo de Aben Humeya, llama-
do don Francisco de Córdoba , enemigo capital de Aben
Aboo, así por la muerte de su primo, como por otras
cosas que liabia entre ellos ; el cual, aunque no habia
tralído á Hernán Valle de Palacios, pareciéndole hom-
bre de buena razón, hizo confianza del, y se le des-
cubrió , y le dio entera noticia de todo lo que quiso sa-
ber del hecho de los moros. Cuanto á lo primero le dijo
H-i.
333
con certidumbre la muerte del Habaquí , y el ruin pro-
pósito que Aben Aboo tenia de reducirse , y como que-
daban cinco mil hombres de pelea en la Alpujarra bien
armados á su devoción ; porque aunque se habia publi-
cado que no les quedaban armas , en efeto tenian mas
de doce mil arcabuces y ballestas , y las que habían ren-
dido eran las inútiles. Díjole mas: que todos estos mo-
ros estaban dentro de siete leguas, y tenian ochocien-
tos hombres de presidio en Pitres , y que para cualquier
suceso habían de acudir á ciertas ahumadas que tenian
por señal ; y que habiendo ya cogido en lo del Cehel los
panizos y alcandías , con esto y con algunos silos de tri-
go y de cebada que les quedaban , habia bastimento
para mas de tres meses , y que los turcos hacían pólvo-
ra , y tenian la que habían menester; y estaban confia-
dos en que les vendría socorro , porque no habia mas
que seis dias que habían llegado siete turcos de Argel,
y les habían certificado que parte de la armada tur-
quesca bajaba de levante en su favor, y que si Aben
Aboo habia callado la muerte del Habaquí , era temien-
do que don Juan de Austria entraría luego en su busca,
y por dar lugar al tiempo y poderse entretener algunos
días hasta ver cómo se ponían los negocios. Con estos y
otros avisos que el moro dio á Hernán Valle , quedó muy
satisfecho de que le trataba verdad, y le ofreció de in-
terceder con don Juan de Austria pura que le hiciese
merced; yotrodiademañanapartieronjuntosdeaquel
lugar, y fueron á Yátor, donde habia enviado á decir
Aben Aboo que le hallarían ; y llegando cerca del lu-
gar, encontró dos moros que le iban á buscar para de-
cirle que pasase á Mecina de Bombaron. Y pasando ade-
lante, cuando llegó cerca, antes de entrar en el lugar,
salieron quinientos escopeteros moros hacía él en son
de guerra tirando con las escopetas; mas luego les man-
dó Aben Aboo que dejasen llegaraquel cristiano para ver
el recaudo que traía, porque solamente hacía estas de-
mostraciones á fin de que se entendiese que aun estaba
poderoso. Luego se apartaron los turcos, y entre ellos
algunos moros bien aderezados , que por todos serian
hasta trecientos tiradores puestos en su ordenanza ; y
poniendo una bandera en la ventana del aposento de
Aben Aboo, tomaron las bocas de todas las calles al
derredor ; y cuando Hernán Valle de Palacios llegó, en
apeándose para entrar en el aposento donde el moro es-
taba, le quitaron las armas y le buscaron si llevaba al-
gunas secretas. Recibióle Aben Aboo con autoridad
bárbara arrogante , sin levantarse de un estrado donde
estaba sentado , cercado de unas mujercillas que le can-
taban la zambra; y desta manera estuvo escuchando las
razones que Hernán Valle de Palacios decía, con muchos
ofrecimientos de parte de don Juan de Austria , para
persuadirle á que se redujese al servicio de su majes-
tad y no fuese causa de la total destruícion de la nación
morisca, sin darle respuesta por entonces. Luego hizo
que se juntasen los turcos y moros con quien se acon-
sejaba, y respondiendo por escrito á la carta de don
Hernaiído de Barradas que Hernán Valle de Palacios
le llevaba , le dijo también á él de palabra que Dios
y el mundo sabían que no había procurado ser rey , y
que los turcos y moros le habían elegidlo y querido que
lo fuese ; que no habia impedido ni iría á la mano á nin-
guno de los que se quisiesen reducir; mas que enten-
diese don Juan de Austria que liabia de ser él el pos-
23
3U
LUIS DEL MARMOL CARVAJAL.
iroro. Que ciinrulo no qnerlníe olro sino él en ia AIpii-
jarra, con sola la Ciimisu que lenin vestida, estimaba mas
vivir y morir moro que lorias cuantas mercedes el rey
Felipe le podía hacer; y que fuese cierto que en nin-
gún tiempo ni por ninguna manera se pondria en su
poder; y cuando la necesidad lo apretase, se metería
en una cueva que tenia proveida de agua y bastimentos
para seis años , durante los cuales no le fallaría una
barca en que pasarse á Berbería. Con esta respuesta se
despidió Hernán Valle de Palacios de Aben Aboo, y don
Francisco de Córdoba dio orden como llevase seis cris-
tianos captivos entre los moros que iban á hacerle es-
colla hasla el puerto del Rejón, que cae por encima del
lupar deJeriz. Hacíase en este tiempo un fuerte en e'
lugar de Codbaa de Andarax , donde dejar suficiente
presidio de infantería y caballos que corriesen toda aque-
lla tierra, porque su majestad había enviado á mandar
que de nuevo se formasen dos campos , que entrasen por
dos partes en la Alpujarra : el comendador mayor de
Castilla con el uno por la parte de Granada , y don Juan
de Austria y el duque de Sesa porGuadix; los cuales
fuesen áencontrarse en medio de la Alpujarra , talando
y quemando los panes, alcandías y panizos á los moros
de guerra , viendo la remisión que había en la reducion.
Y estando ya el fuerte puesto en defensa , bastecido de
todas las cosas necesarias, dejando en él doce compa-
iiías de infantería y un estandarte de caballos á orden
de don Lope de Figueroa , parlió don Juan de Austria á
2 días del mes de agosto de aquel alojamiento, y por
el puerto de Guécija fué á la ciudad de Guadix, donde
liabia de reliacerse de gente , porque era poca la que le
habia quedado en su campo. Tres días después desto
llegó Hernán Val!e de Palacios con relación cierta de lo
que había en la Alpujarra y de lo que le liabia parecido
de la resolución de Aben Aboo ; y ansí se tomó luego de
que se le hiciese la guerra , para castigarle como mere-
cían sus culpas. Escribióse al consejo de Granada que
se diesen priesa en hacer provisiones para juntar la
gente que había de llevar el Comendador mayor ; y ha-
ciéndose la mesma diligencia en Guadix , se comenzó á
levantar nuevo campo de los lugares mas numerosos de
la Andalucía y reino de Granada.
CAPITULO XIV.
Cdmo Aben Aboo tomó á escrebir diciendo que se queria reducir;
y orno se acabó de entender el Un por que lo bacia, y se dio or-
den en la entrada de la Alpujarra.
Luego que Hernán Valle de Palacios partió de Meci-
na de Bombaron, Aben Aboo y los otros moros que le
aconsejaban , entendiendo que su majestad mandaría
que don Juan de Austria juntase nuevo ejército contra
ellos, para entretener y dilatar esta entrada con espe-
ranza de que se irian á reducir, acordaron que se escri-
biese una carta á Juan Pérez de Méscua , por la cual le
encargase cuan encarecidamente pudiese que interce-
diese en el negocio de las paces, diciendo que se que-
ria reducir por su intercesión, y que fuese á verse con
él al lugar de Lanteira, donde le hallaría y podría lle-
gar con toda seguridad. Esta carta se escribió luego, y
la envió Aben Aboo á Guadix coa seis moros de los
principales que hablan quedado con él, con poder su-
yo y de otros particulares, para que se les diese mas
crédito; los cuales dieron la carta á Juan Pérez deMés-
cua, y él ia llevó á don Juan de Austria; y leída en el
Consejo, causó hurta confusión, viendo cuan diferente
era aquello que decía de lo que Hernán Valle de Pala-
cios había referido. Y mandándole llamar, para en-
tender del sí era posible aquella mudanza en Abea
Aboo, les dijo que no era determinación la que había
visto en él para que hiciese nada de lo que decia en la
carta. Estando en esto llegó otro moro con una carta de
don Francisco de Córdoba, aquel primo de Aben Hume-
yaque dijimos, para Hernán Valle de Palacios, en la
cual declaraba el trato de los moros , y le decia que
avisase luego dello á don Juan de Austria, porque su txa
solamente era entretener tí los cristianos mientras reti-
raban las mujeres al Cehel , porque Aben Aboo no ha-
bía mudado propósito de lo que había visto y entendi-
do del; y que para mas certidumbre cotejasen las car-
tas, y verían como eran entrambas escritas de su mano
y letra, porque se había comunicado el negocio con él.
Con esto se verificó lo que don Francisco de Córdoba
decía, y se entendió que todas las pláticas que había
traído Aben Aboo estos dias eran falsas, y que su fin
era morir tan moro como nació y había vivido; y que
lo que convenía era atender á dar fin al negocio coa
castigar rigurosamente á los rebeldes pertinaces, pues
no habían querido gozar del bien y merced que su ma-
jestad les hacia , no cerrando la puerta á los que se fue-
sen reduciendo, y prorogándoles los términos del ban-
do ; porque se entendió, que muchos dejaban de hacer-
lo por ignorancia, ó por temor que tenían de poca se-
guridad en los caminos. La orden que se dio en esta
última entrada de la Alpujarra fué que el Comendador
mayor levantase la gente de la ciudad de Granada, que
estaba descansada de algunos dias atrás; y con ella y la
que se juntaba de las ciudades convecinas entrase por
la parte de órgiba ; y que don Juan de Austria no en-
trase mas en la Alpujarra , sino que se pusiese en Jeriz
ó en otro lugar de los del marquesado del Cénete, don-
de pudiese valerse de vituallas, para desde allí enviar á
hacer correrías á los enemigos. Mas después se acordó
que no partiese de Guadix, y que los tercios de la infan-
tería con los estandartes de caballos entrasen por el
puerto de Loh ; y dando el gasto á la tierra , talasen los
panizos y alcandías que había nacidos, y fuesen ¿jun-
tarse en Cádiar con el campo del Comendador mayor,
y estuviesen á su orden. Queriendo pues don Juan de
Austria gratificar á don Francisco de Córdoba el servi-
cio que había hecho á su majestad en dar tan ciertos avi-
sos, mandó dar una salvaguardia á Hernán Valle de Pa-
lacios para que se la enviase, y le escribiese que viniese á
reducirse solo, cuando no pudiese traer otra gente
consigo, porque deseaba hacerle merced. El cual, de-
jando de tomar tan buen consejo , respondió que enten-
día hacer mas servicio á su majestad en el lugar donde
estaba, que reducido ; y al fin vino después á rendirse
en una cueva que combatieron los soldados del campo
del Comendador mayor, y de allí fué llevado á servirá
las galeras, como adelante diremos.
REBELIÓN Y CASTIGO DE LOS MORISCOS DE GRANADA.
tíSS
LIBRO DÉCIMO.
CAPITULO PRIMERO.
Cí5mo su majestad cometió al duque de Arcos la rcducion de los
moros de la seirania de Honda > y lo que se trató con ellos.
Luego que don Antonio de Luna partió de la ciu-
dad de Ronda, como dijimos en el capítulo in del no-
veno libro, los soldados que quedaron desmandados en
compañía de la gente de la ciudad comenzaron á salir
por la tierra á robar las alearías y lugares; y los moros,
por liuir estos daños , indignados y persuadidos de los
que iban huyendo de la Alpujarra , hallándose libres de
todo embarazo , comenzaron á hacer la guerra descu-
bierta. Recogieron las mujeres y hijos y los bastimen-
tos que les habían quedado ; y subiéndose á lo mas ás-
pero déla Sierra Bermeja, se lorlificaron en el fuerte
de Arbole cerca de Islán, tomando la mar á las espal-
das para recebir el socorro que les viniese de Berbería.
Deallípasaban hasta las puertas deRonda, desasosegan-
do la tierra, robando ganados, matando cristianos, no
como salteadores, sino como enemigos declarados. Su
majestad pues, como príncipe considerado y justo, in-
formado que estas gentes no habían sido participantes
en el rebelión, y que lo sucedido había sido mas por
culpa de los ministros, cometió á don Luis Cristóbal
Ponce de León , duque de Arcos, gr¿in señor en la An-
dalucía, que los redujese á su servicio, volviéndoles
las mujeres, hijos y muebles que les habían tomado;
y que recogiéndolos, los enviase la tierra adentro por
la orden queden Juan de Austria le daría. Tenia el du-
que de Arcos una parte de su estado en la serranía de
Ronda, y por aprovechar mas se llegó ala villa de Casa-
res, que era suya , para tratar desde cerca con los al-
zados el negocio de la rcducion. Luego les envió una
lengua que le refirió como mostraban deseo de quie-
tud, y pesar de lo sucedido, y que enviarían personas
que tratasen del negocio de las paces donde y como se
les mandase , y se reducirían. No tardó tnucho que en-
viaron dos hombres principales y de autoridad entre
ellos, llamados el Alarabique y el Atayfar; los cuales
bajaron á una ermita que estaba fuera de Casares, y
con ellos otros particulares de las alearías levantadas.
El Duque, por no escandalizarlos y mostrar confianza,
salió á hablarles con poca gente; y persuadiéndoles
con eficacia , respondieron lo mesmo que le habian en-
viado á decir, y le dieron ciertos memoriales firmados,
de cosas que habían de concedérseles ; y con decirles
que avisaría á su majestad se partió dellos, dejándolos
llenos de buena esperanza. Luego despachó correo á su
majestad , dándole aviso del estado en que estaban las
cosas, y le envió los memoriales que habian presenta-
do; y antes que volviese la respuesta, le vino orden
para que , juntando la gente de las ciudades de la An-
dalucía comarcanas á Honda , estuviese á punto, por si
hubiese de hacer la guerra por aquella parte , en caso
que los moros no quisiesen reducirse, porque había su
majestad enviado sus reales cédulas de 21 de agosto á
las ciudades y á los señores do la Andalucía , mandán-
doles que acudiesen ú orden de don Juan de Austria
con toda la gente de á pié y de á caballo que pudiesen
recoger, y vitualla para quince días, que era el tiempo
que parecía bastar para dar fin al efeto que se preten-
día. Mientras la gente se juntaba, acordó el duque de
Arcos que sería bien ir al fuerte de Calaluy, por si con-
vendría ocuparle en caso que se hubiese de hacer guer-
ra , antes que los enemigos se metiesen dentro ; y vista
la importancia del , envió dende á pocos días una com-
pañía de infantería que lo guardase. Vínole en este
tiempo resolución de su majestad , que concedía á los
alzados casi todo lo que pedían en sus memoriales. Lue-
go comenzaron algunos á reducirse, aunque con pocas
armas, diciendo que los que quedaban en la sierra no
se las dejaban traer. Estaba entre los moros uno escan-
daloso y malo llamado el Melchi, imputado de herejía,
y suelto de las cárceles de la Inquisición, ido y vuelto
á Tetuan ; el cual, juntando el ignorante pueblo, que ya
estaba resuelto en reducirse, les hizo mudar de propó-
sito, afirmando que cuanto trataban el Alarabique y el
Atayfar era todo engaño ; que habían recebído nueve
mil ducados del duque de Arcos , y vendido por precio
su tierra , su nación y las personas de su ley; que las
galeras habian venido á Gíbrallar; que la gente de las
ciudades y señores de la Andalucía estaba levantada; y
que los cordeles estaban á punto con que los principa-
les habian de ser ahorcados, y los demás atados y pues-
tos perpetuamente al remo, á padecer hambre, azotes
y frío, sin esperanza de otra libertad que la de la muer-
te. Con estas palabras tales, y con ser la persona que
las decía tan acreditado con los malos, fácilmente se
persuadieron aquellos rústicos; y tomando las armas
contra el Alarabique , le mataron, yjuntamente con él &
otro moro berberisco que era de su opinión ; y de allí
adelante quedaron mas rebeldes de lo que habian esta-
do ; y si algunos querían reducirse , el Melchi se lo es-
torbaba con guardas y con amenazas. Los de Bena Ha-
biz enviaron por el bando y perdón de su majestad,
con propósito de reducirse , á un moro llamado el Bar-
cochi , á quien el duque de Arcos dio una carta para el
cabo déla gente, que estaba en el fuerte de Montema-
yor, mandándole que tuviese cuenta con él y con sus
compañeros, y les hiciese escolta hasta ponerlos en lu-
gar seguro; mas nuestra gente, por cudiciade loque
llevaban , ó por estorbarla reducion, con que cesaba la
guerra , le mataron en el camino. Esta desorden moviíS
á los de Bena Habiz y confirmó la razón del Melchi ; de
manera que no fué parte el castigo que el duque de Ar-
cos hizo, ahorcando y echando á galeras los culpados,
para que no se alzasen todos y quedasen de mala mane-
ra. Dejemos agora esta historia, que á su tiempo vol-
veremos á ella, y digamos cómo el comendadormayor
de Castilla hizo la entrada en la Alpujarra.
CAPITULO II.
Cómo cl comendador mayor de Castilla juntó la gente con qu«
habla de entrar en la Alpujarra. •
Mientras en Guadix se aprestaban las vituallas y mu-
niciones para la gente que habia de entrar por aquella
3Uf^
LUIS DEL MARMOL CARVAJAL.
1
parte en la Alpiijarra , el cornenrlador mayor de Casti-
Iki fué á hacer Iü inc^mo en la ciudad de Granada, don-
dellcgó á U) dias dt¡i mes de-agosto. Aposentóse en las
casas de la Audiencia, y allí fué muy regaladt) del pre-
sidente don P.idro de Deza, que en este particular era
muy cumplido con los ministros de su majestad. Fue-
ron'con él don Miguel de Moneada, don Bernardino de
Mendoza, hijo del conde de Coruña; don Lope Hurtado
de Mendoza, y otros caballeros deudos y amigos suyos.
Llevaba poder y facultad de su majestad para levantar
gente en la ciudad, llamar la déla comarca, y hacer
todaa las otras provisiones necesarias para la expedi-
ción de la guerra, como teniente de capitán general,
y como tal presidió en el Consejo mientras allí estuvo;
nombró capitanes y cabos de la infantería y todos los
demás oliciales, y encargóme ú mí el oficio de provee-
dor de su campo. Y cuando tuvo toda la gente apcrce-
Lida y hecha una gruesa provisión de vituallas y muni-
ciones , y puesta buena parte della en Órgiba y en el
Padul, partió déla ciudad de Granada á 2 dias del mes
de setiembre deste año de 1570, y aquella tarde á
puesta de sol fué al lugar del Padul, donde le alcanzó la
gente de las ciudades, y engrosó su campo á número
de cinco mil hombres lucidos y bien armados. Los ca-
bos de la infantería que sacó de Granada eran don Pe-
dro de Vargas y Bartolomé Pérez Zumel, y de la de las
siete villas de su jurisdicion don Alonso Mejía. Con la
gente de Loja, Alliama y Alcalá la Real iba don Gómez
de Figueroa, corregidor de aquellas ciudades. Don Fa-
drique Manrique con la de Antequera, y una compañía
de infantería de la villa de Archidona con Iñigo Del-
gado de San Vicente, su capitán. Iban también Fran-
cisco de Arroyo, Leandro de Palencia, Juan López, Lo-
renzo Rodríguez, Diego de Ortega y Juan Jiménez, con
sus cuadrillas de gente ordinaria, y el capitán Lorenzo
de Avila con trecientos arcabuceros de los que el conde
de Tendilla tenia en la fortaleza de la Alhambra ; y de-
más de los estandartes de las ciudades iba una compa-
ñía de herreruelos de Lázaro Moreno de León , vecino
de Granada. Solo un dia se detuvo el Comendador ma-
yor en el Padul para hacer paga, y me mandó que hi-
ciese dar cuatro raciones á la gente, que llevasen para
cuatro dias en sus mochilas, porque no ocupasen los
bagajes que habían de llevarla vitualla y municiones
del campo ; y á 4 dias del mes de setiembre bien tarde
se alojó en el lugar de Acequia. De allí fué á Lanjaron
y á Orgiba, sin hallar impedimento en el camino ; y en
este alojamiento se detuvo un dia, para que descansase
la gente y esperar la que le iba alcanzando, y poder to-
nyir resolución del camino que habia de hacer. Aquel
dia llegaron los estandartes de caballos de Córdoba,
que estaban en las Albuñuelas, y setecientos y treinta
soldados de las Cuajaras, Almuñécar y Salobreña, y por
cabo el capitán Antonio de Berrio. Estando pues el
campo en Órgiba, á 7 dias del raes de setiembre partió
don Juan de Austria de la ciudad de Guadix, y fué á la
Calahorra , donde estaba junta la gente que habia de
entrar por aquella parte para aviarla ; y aquel dia bien
de mañana fueron á dormir al puerto de Loh tres mil y
docientos infantes y trecientos caballos, con raciones
parar cuatro dias en las mochilas, y mil y quinientos ba-
gajes mayores cargados de bastimentos y municiones.
Los cabos desta gente eran don Pedro de Padilla, maese
de campo del tercio de Ñapóles, Juan de Solís, vecino
de Badajoz, maese de campo del tercio que llamaban
de Francia, porque hablan servido aquellas banderas al
rey de Francia contra los luteranos, con orden de su
majestad, y después se habían venido á juntar con el
campo de don Juan de Austria en Andarax, Antonio Mo-
reno y don Rodrigo de Benavídes, y los capitaties de
la caballería Tello González de Aguilar y don Gómez (Je
Agreda, vecmo de Granada. Otro dia fueron á Valor,
donde vino don Lope de Figueroa con ochocientos sol-
dados y cuarenta caballos de los que tenia en Andarax.
Llevaban orden por escrito de lo que habían do hacer,
y porque no hubiese diferencias entre los cabos, mien-
tras sejuntabancon el campo del Comendador mayor,
ú quien todos habían de obedecer, se les mandó que
cada uno gobernase un día, y los demás le obedeciesen
como á capitán general. Hízose esto con mucha con-
formidad, enviando todos los dias infantería y caballos
que corriesen la tierra y talasen los panizos y alcan-
días, y hiciesen todo el daño que pudiesen á los ene-
migos. En estas correrías captivaron y mataron mucha
gente y recogieron gran cantidad de ganados; y ven-
diendo luego la presa en almoneda, la repartían entre
los capitanes y soldados, y al gobernador del dia en que
llegaban con la presa al campo daban el quinto, como
á capitán general. Habiendo pues enviado una gruesa
escolta desde este alojamiento á la Calahorra, y traido
buena cantidad de bastimentos y municiones, pasó el
campo al lugar de Cádiar, donde llevaba orden de aguar-
dar al Comendador mayor; y desde allí hicieron otras
muchas corredurías, en que los capitanes y soldados
fueron bien aprovecliados, sin hallar quien les hiciese
resistencia. En este tiempo partió el Comendador ma-
yor de órgiba , y porque tuvo aviso en el camino que
los moros de guerra se recogían á la umbría de Valde-
infierno, avisó al presidente don Pedro de Deza que
mandase á don Francisco de Mendoza, gobernador del
presidio de Guéjar, que con el mayor número de gente
que pudiese acudiese hacia aquella parte. Llegó nues-
tro campo á Poqueira á 8 dias del mes de setiembre, y
mataron las cuadrillas tres moros y talaron todos los
mijos, panizos y alcandías de aquella taa ; y el siguiente
dia bien de mañana pasó á Pitres de Ferreira. Fueron
las cuadrillas á correr la tierra, mataron cinco moros
y captivaron cinco mujeres, y gastóse todo aquel dia en
talar y cortar las mieses. Y porque se entendió que en
saliendo el campo de Poqueira habían vuelto los moros
á meterse en las casas, así para esto como para acabar
de talar los sembrados , fué un buen golpe de gente á
amanecer sobre aquella taa, que hicieron algún efeto.
Estuvo el campo en Pitres desde 9 días del mes de se-
tiembre hasta los diez y siete : hallóse en las casas de
los lugares de aquella taa mucha uva pasada, higos,
nueces, manzanas, castañas y otras frutas de la tierra,
y miel, y algún trigo y cebada, aunque poco ; y los sol-
dados no se daban á manos á ¡Duscar silos de ropa que
los moros habían dejado escondida. Desde este aloja-
miento fueron dos gruesas escoltas por el bastimento
que habia de respeto en órgiba, y no perdiendo el Co-
mendador mayor tiempo en lo que mas importaba, que
era hacer la guerra de alli adelante con cuadrillas de
gente suelta que corriesen les sierras buscando los
enemigos, y poner presidios en los lugares importan-
REBELIÓN Y CASTIGO DE LOS MORISCOS DE GRANADA.
3b7
tes, mientras se hacia un fuerte al derredor de la igle-
sia de Pitres, donde liabia de dejar quinientos soldados
de guarnición, á i2 dias del mes de setiembre envió
á.amanecer sobre el lugar de Trevélez mil y quinientos
infantes y ciento y veinte caballos, divididos en dos
bandas , coa orden que se detuviesen por allá dos dias
talando la tierra y procurando degollar los moros que
hallasen. Con esta gente fué don Miguel de Moneada.
Don Alonso Mejía fué á combatir unas cuevas que es-
taban de la otra parte del rio que pasa por bajo de Pi-
tres, y otros capitanes á otras partes; que todos hicie-
ron buenos efetos y volvieron con presas de moras y
ganados, dejando muertos algunos moros de los que
andaban desmandados, y talada toda la tierra, y tra-
yendo algunos captivos, entre los cuales vino un moro
que dio aviso de una cueva que estaba en un monte
donde no bastara á hallarla nadie. Hallóse en ella algún
trigo, cebada y harina, que tenian los moros escondido,
y iiabiéndose ofrecido de descubrir otras , y prometí-
dole el Comendador mayor Hbertad por ello, unos sol-
dados queiban con él, sintiendo tocar arma, le mataron;
cosa que dio harto desgusto al Comendador mayor,
porque no podia dejar de haber muchas cuevas secre-
tas , y no habria de quien se liase para ir á mostrarlas.
Estando pues el fuerte en defensa, y habiendo traido de
órgiba y del Padul el bastimento y munición que habia
quedado, dejó en aquel presidio al capitán Hernán Váz-
quez de Loaysa , vecino de Málaga, con quinientos sol-
dados y orden que corriese y diese el gasto á la tierra
por aquella comarca ; y á i8 dias del mes de setiembre
partió la vuelta de Jubiles, y aquel dia envió mil y do-
cientos infantes y setenta caballos que tornasen á cor-
rer lo de Trevélez y toda aquella sierra, porque se en-
tendió que los moros hablan vuelto hacia aquella parte
al calor de los moriscos de paces, que siempre les ayu-
daban con algún bastimento. Dejando pues las taas de
Poqueira y Ferreira y Jubiles tan taladas y destruidas,
que muy pocas mazorcas de panizos y alcandías podían
ser de provecho , aunque los moros quisiesen valerse
dellas, y el presidio en Pitres, para acabar de desarrai-
garlos que no volviesen á su querencia, y degollarlos
que hallasen, fué á juntarse con el otro campo, que le
estaba aguardando en Cádiar ; y este mesmo dia se dio
orden en otras corredurías de que adelante diremos,
porque nos llama el duque de Arcos, que en este tiem-
po no estaba de vagar en Ronda.
CAPITULO III.
Cómo el duque de Arcos salió contra los alzados de la sierra
de Ronda, y los echó del fuerte de Arbolo.
En el mesmo tiempo que se hacían estas cosas en la
Alpujarra, el duque de Arcos, á quien su majestad ha-
bia cometido lo de la serranía de Ronda, aprestaba
tercero campo en aquella ciudad ; y teniendo juntos
cuatro mil infantes y ciento y cincuenta de á caballo,
y cantidad de bastimentos y municiones para quince ó
veinte dias, á 16 dias del mes de setiembre salió en
campaña , y fué á alojarse una legua del fuerte de Ar-
boto. Allí estaba recogida la fuerza de los enemigos,
lugar áspero y dificultoso de subir, donde naturaleza
en la cumbre mas alta de aquel monte puso una com-
posición y máquina de peñas cercadas de tantos tajos
y despeñaderos, que parece una fortaleza artificial, ca-
paz de mucho número de gente. Dejó el duque en Ron-
da á Lope de Zapata, hijo de Luis Poiice, para que en
su nombre recogiese y encaminase los moros que vi-
niesen á reducirse, porque nunca su majestad quiso
cerrarles la puerta, teniendo solamente fin á la pacifi-
cación y seguridad de aquel reino. Vinieron pocos, por
estar escandalizados de la muerte de Barcoclii, y de ver
que en Rondayen .Marbella hubiesen los cristianosque-
brantado la salvaguardia del duque de Arcos y muerto
al pié de cíen moros reducidos al salir de los lugares.
No se detuvo el Duque en este castigo, porque era da-
ñosa cualquier dilación al negocio principal; mas dio
luego aviso á su majestad, que envió juez que castigó
los culpados. La noche primera, estando el Duque alo-
jado donde llaman la Fuenfria, se encendió fuego en el
campo, no se entendió de dónde vino , y atajóse con
mucho trabajo. Luego el siguiente dia reconoció el Du-
que el fuerte con mil infantes y cincuenta caballos, y
vio el alojamiento de los enemigos y el lugar del agua,
desde la sierra de Arboto, que está puesta enfrente del ;
y aunque se mostraron fuera de sus reparos, no los
acometió, por ser ya tarde y aguardar que llegase la
gente que venia de Málaga. Otro dia puso guardia de
gente en aquella sierra , no sin resistencia de los ene-
migos, que á un tiempo acometieron la guardia y el
alojamiento, y trabaron una escaramuza lenta y espa-
ciosa , que duró mas de tres horas. Los moros eran
ochocientos tiradores, y algunos con armas enhastadas,
los cuales viendo que dos mangas de arcabuceros les
tomaban la cumbre, se retiraron á su fuerte con poco
daño de los nuestros y alguno suyo. El Duque reforzó
la guardia de aquel sitio con dos compañías de infan-
tería, por ser de importancia, y á 18 dias del mes de se-
tiembre llegó Arévalo de Zuazo , corregidor de la ciu-
dad de Málaga , con dos mil infantes y cien caballos.
Con su venida mejoró el Duque el alojamiento, y sé
puso mas cerca de los enemigos, cuyas fuerzas se pre-
sumían harto mas de loque eran, porque habían procu-
rado dar á entender que estaban poderosos de gente.
Luego se tomó resolución de combatir el fuerte , y á
20 días del mes de setiembre repartió el duque de Ar-
cos la gente, y dio la orden que habian de tener los
capitanes en la-subida de la sierra, señalándoles los lu-
gares por donde habian de ir. A Pedro Bermudez de
Santis mandó que con una manga de gente reforzada
tomase las cumbres de dos lomas que subían al sitio
del enemigo , y que el capitán Pedro de Mendoza , con
Otro buen golpe de gente, le hiciese espaldas á la mano
izquierda. Tomó el Duque para sí, con la artillería y ca-
ballos y mil y quinientos infantes, á la mano derecha
de Pedro Bermudez, lugar menos embarazado y nías
descubierto, quedando entre ellos un espacio de breñas
que los moros habian quemado para que rodasen mejor
las piedras desde arriba. Ordenó á Arévalo de Zuazo
que con la gente de su corregimiento y dos mangas de
arcabuceros delante subiese á la mano derecha del Du-
que; y adelante del , hacía el mesmo lado, Luis Ponce
con seiscientos arcabuceros por un pinar, camino mas
desocupado que los otros. La orden era que, saliendo
del alojamiento, fuesen todos encubiertos por la fa Ida de
la montaña donde estaba el sitio del enemigo, y poruña
quebrada que hacia un arroyo hondo que estaba al pié de
ella , y subiendo poco á poco para guardar el aliento,
3SS
LUIS DEL MARMOL CARVAJAL.
á un tiempo diesen el asalto en sintiendo una señal que
se baria. Desta manera quedaba cercada toda la mon-
taña, sino era por la parte de Istan, que no se podia
cercar por su aspereza; y nuestra gente iba tan junta,
que parecía poderse dar las manos los unos ú los otros.
Habiendo pues repartido munición á los arcabuceros y
apercebido á los capitanes para el siguiente dia, el Du-
que mandó á Pedro de Mendoza que con la gente de su
cargo y algunos gastadores fuese delante á aderezar
ciertos pasos por donde babia de ir la caballería; y
como los moros le vieron desviado en parte donde les
pareció que no podia ser socorrido tan presto, al caer
de la tarde salieron cantidad de tiradores desmanda-
dos, quedando el golpe de la gente á manera de em.-
boscada, y trabaron una escaramuza de tiros perdidos
con él; el cual, confiado en sí mesmo, podiendo guar-
darla orden y estarse quedo sin peligro, acudió (x la es-
caramuza con demasiado calor, desmandándose los
soldados por la sierra arriba desordenadamente , y sin
aguardarse unos á otros, yéndose los enemigos unas
veces retirando y otras reparando , como si los fueran
cebando para meterlos en alguna emboscada. Viendo
Pedro de Mendoza el peligro, y no lo pudiendo reparar,
porque ya no era parte para detener la gente , envió á
dar aviso al duque de Arcos á tiempo que, puesto que
habia enviado tres capitanes á retirarle, fué necesario
tomar con su persona lo alto para reconocer el lugar de
la escaramuza, y con los que con él iban y los que pudo
recoger, atravesó por medio de los que subían, y pudo
tanto su autoridad, que los desmandados se detuvieron,
ylosmoros, que ya babian comenzado á descubrirse, se
recogían al fuerte , en ocasión que por ser cerca de la
iiocbe pudieran bacer liarte daño. Hallóse el Duque tan
adelante cuando descubrió el golpe de los enemigos,
que teniendo por imposible poder detener los soldados
que subían desmandados , quiso aprovecharse de su
desorden , y con el mayor número de gente que pudo
juntar, todo á un tiempo acometió y se pegó con el
fuerte, de manera que fué de los primeros que entraron
en él. Los moros no osaron aguardar, y se descolgaron
por diferentes partes de la sierra , que era larga y con-
tinuada, y de allí se repartieron : unos fueron á Rio
Verde, otros la vuelta de Istan, otros á Monda , y otros
á Sierra Blanquilla, dejando quinientas mujeres y niños
en poder de los cristianos. Desta manera se ganó el
fuerte de Arboto , tan nombrado y temido , aunque no
con tan buena orden como el Duque quisiera ; y ansí le
mataron alguna gente , habiendo peleado tres horas ó
mas. Y por ocuparse en recoger la presa los soldados y
sobrevenir la noche, no se siguió el alcance, hasta que
en saliendo la luna fueron mil y quinientos arcabuceros
por la parte que se entendió que habían huido ; mas no
ios pudiendo hallar, se volvieron al campo.
CAPITULO IV.
pe lo que el duque de Arcos liizo en prosecución desta guerra
hasta que volvió á Ronda.
Ganado el fuerte de Arboto , el duque de Arcos dio
licencia al corregidor de la ciudad de Málaga para que
se fuese, con orden que corriese la tierra, y con el resto
del campo pasó á Istan á 22 días del mes de setiembre,
porque le pareció conveniente dejar presidio en aquel
lugar, donde podría ser fácilmente proveído de la ciu-
dad de Marbella y de la de Málaga. Aquel día envió
cuatro compañías de infantería divididas, sin bande-
ras ni alambores, á correr la sierra, bacía donde pa-
reció que podrían estar los moros ; las tres dellas les
quemaron tres barcas grandes que tenían hechas para
pasar á Berbería , 7 mataron algunos ; y la otra, que iba
con el capitán Morillo , á quien mandó que corriese el
Río Verde, no guardando la orden que llevaba, fué á
dar con la gente del Melclii , no lejos de Monda , en un
cerro que los de la tierra llaman Alborno , y siendo in-
ferior, fueron desbaratados los nuestros. El capitán so
vino retirando hasta llegar á vista de Islán , tan cerca
del campo, que se oyeron los arcabuces y escopetas; y
el Duque , sospechando lo que era , envió á Pedro de
Mendoza á que le socorriese; el cual llegó á descubrir
los enemigos , y contentándose con recoger algunos de
los soldados que venían huyendo , no quiso pasar ade-
lante, temiendo alguna emboscada. El capitán Morillo,
que con calor del socorro había dado vuelta sobre los
moros, murió peleando , y con él la mayor parte de su
gente. En el mesmo tiempo el capitán Francisco Asca-
nio, á quien Arévalo de Zuazo había dejado en Monda
para que fuese á correr la tierra en compañía de los de
Alora, codicioso de hacer alguna buena presa, sin
aguardarle, con solos sesenta soldados y el alcaide de
la fortaleza, que quiso acompañarle, fué la vuelta de Ho-
jen ; y cerca del puerto que está sobre aquel lugar die-
ron los moros en ellos, y matándole á él y al alcaide y
mas de treinta soldados, escaparon huyendo los otros.
También desbarataron una compañía de cien hombres
de Jerez de la Frontera, que enviaba el duque de Ar-
cos á que hiciese escolta á un correo que iba desde Is-
tan á Monda , para que de allí fuese con despachos á
su majestad ; y matando algunos soldados , tuvo lugar
de favorecerse el correo en Monda. El Duque pues,
viendo que hacia aquella parte estaba el golpe de los
enemigos, envió ordena Arévalo de Zuazo que con la
gente de Málaga y Vélez volviese á Monda , escribió á
don Sancho de Leiva que le enviase ochocientos sol-
dados de los de Galera, y envió á Pedro Bermudez por
la gente de Ronda , y él con la que había quedado en el
campo fué á esperarlos en Monda , y habiéndose jun-
tado todos, partió para Hojen. En el camino le encon-
tró don Alonso de Leiva , hijo de don Sancho de Leiva,
con los ochocientos soldados. Entendióse que los mo-
ros esperarían una legua de allí, y mandando á Pedro
Bermudez que con mil arcabuceros tomase á la mano
izquierda, y que don Alonso de Leiva fuese derecho á
Hojen por un monte que llaman el Negral , con toda la
otra gente caminó él hacia el Corvachin, tierra de gran-
de aspereza y espesura ; y con esta orden llegaron to-
dos á un tiempo á Hojen , donde babian estado los mo-
ros; y no los liallando, fueron calando la sierra hasta
llegar á vista de la Fuengírola , sin hallar mas que ras-
tros de gentes á diferentes partes , porque los moros se
habían esparcido á la parte de las sierras. Y como no
hubiese qué hacer, don Alonso de Leiva se volvió con
su gente á las galeras, y Arévalo de Zuazo fué corrien-
do la tierra de Málaga, dejando orden á Gabriel Alcalde
de Gozon, vecino de Cazarabonela, hombre diligente
y cuidadoso del servicio de su majestad , para que, re-
cogiendo gente de aquellos lugares , anduviese á la mira
pqr las caras de Rio Verde , por si algunos moros reven-
REBELIÓN Y CASTIGO DE LOS MORISCOS DE CHANADA.
3:59
tasen Iiícia aquella parte, poderlos opritnir; el cual con
veinte caballos y cantidad de peones anduvo aseguran-
do la tierra, y hizo al^'unos efetos de iniportanc'a,
siendo muy prálico en ella. Habiendo estado el duque
de Arcos a'gunos d as en Monda , porque Uovia mucho
para tenerla gente en ciimpana , dejó presidios en Ca-
ialuy , Istan , Monda , To!ox , Guaro, Cartágima y Jubri-
que , y fué á Marbella , y de allí á Ronda , á esperar or-
den de su majestad para lo que adelante se liabia de
Iiacer, donde estuvo á 5 dias del mes de otubre. Vol-
vamos al campo del Comeiidador mayor, que dejamos
en la Alpujarra.
CAPITULO V.
Del progreso del carapo del comendador mayor de Castilla desde
que se juntaron los dos campos basta que volvió á Cádíar.
El mesmo dia que el comendador mayor de Ca'ililla
llpgó á Cádiar , envió los tercios de Juan de Solís y Bar-
tolomé Pérez Zumel y don Pedro de Vargas á hacer
escolta á los bagajes que iban á traer bastimentos de
Adra, donde ya habían ido dos veces don Pedro de Pa-
dilla y Antonio Moreno antes que llegase , y saqueando
el lugar de Lucaínena, la orden que les dio fué que
mientras Bartolomé Pérez Zumel volvía con la escolta
hasta Berja , porque se habían de detener un dia en car-
gar, amaneciesen los otros dos tercios el jueves en Da-
lías, y procurasen degollar los moros que allí hubiese
y talar la tierra , y el viernes se juntasen con la escolla
en Berja , para volver el sábado al campo. Volvieron los
que habían ido á correr segunda vez á Trevélez , y tra-
jeron ciento y veinte moras y dos mil cabezas de ga-
nado y cien vacas y cincuenta bagajes, y mataron can-
tidad de moros. El mesmo dia vinieron don Lope de
Fígueroa y don Rodrigo de Benavídes , que habían ido
& correr el Cehel, con otras ochenta moras, dejando
muertos algunos moros, y quemadas tres barcas muy
buenas que tenían hechas para pasarse á Berbería. Vi-
nieron también otros que habían ídoá otras partes, con
dejar hechos tanbuenos efetos, que á los 22de setiembre
habían ya traídose al campo mil y cien esclavas y muér-
tose al pié de quinientos moros, y tomádoles gran can-
tidad de ganados y bagajes , y taládoles la comarca al
derredor, asegurando la tierra de manera que á 24 de
setiembre pudieron ir dos escoltas juntas en un dia, una
á órgiba y otra á Pitres, á traer los bastimentos que allí
habían quedado, teniendo fuera en correrías ocho ter-
cios de diez que había en el campo. Corrióse toda la Al-
pujarra , sin dejar Cehel ni Dalias , y mucha parte della
dos y fres veces ; talaron y quemaron los soldados infi-
nitos panizos y alcandías, y hallaron gran cantidad de
trigo y cebada en las cuevas. Este día se trajeron al
campo decientas moras, dejando al pié de ochocientos
moros muertos. Hizo arcabucear el Comendador mayor
veinte moros , y el dia de antes cuatro de los mas prin-
cipales, y entre ellos á Miguel de Herrera el de Pitres , á
quien dijimos que el marqués de Mondéjar había enco-
mendado las esclavas de Jubiles; y á ninguno de cuantos
se prendían de veinte años arriba se daba vida. Comen-
záronse á hacer los fuertes en Cádiar, Cujurio, Bérchul,
Mecina de Bombaron y en Jubiles , para dejar gente de
guarnición en ellos, que corriesen siempre la tierra, por-
que no quedase á los moros donde habitar. Traían estas
corredurías tan corridos y acosados á los malaventura-
dos, que ya no tenían sierra, cueva ni barrunco segu-
ro. A 29 de setiembre fué una escolta á traer-basti-
mento de la Calahorra , llevó mas de mil moras, y que-
daron pocas menos en el campo, habiéndose degollado
otros cuatrocientos moros y hecho justicia de treinta
y«eis. En la cueva de Mecina de Bombaron se toma-
ron docientas y sesenta personas, y se ahogaron de hu-
mo que se les dio otras cíenlo y veinte. En otra cueva
cerca de Bérchul se ahogaron sesenta personas, y en-
tre ellas la mujer y dos hijas de Aben Aboo; y estando
él dentro, se salió por un agujero secreto con solos dos
hombres que le pudieron seguir. En la cueva de Gamita-
res murieron treinta y siete personas, y en la de Tíar
se tomaron vivas sesenta y dos, y en todas fe hallaron
muchas armas, vituallas y ropa. Ganáronseles otras
cuevas menores por fuerza de armas, y elbs desampa-
raban algunas cuando veían la pérdida de sus vecinos;
y finalmente, la procesión que ellos decían que pasaba
cuando veían pasar nuestros ejércitos, les fué quila 11-
do el último refugio. Cuando hubo el Comendador ma-
yor acabado los cuatro fuertes, dejándolos bastecidos
de gente y de vituallas para un mes, á 3 dias del mes
de otubre pasó á Ujíjar; y dejando allí un tercio, otro
en Laróles , haciendo dos fuertes , pasó á Be?ja y á Da-
lías á hacer otros dos , para que á un mesmo tiempo se
acabasen todos cuatro, como se había hecho en los
otros; y á los 13 de otubre los tuvo acabados y avitua-
llados y con gente. Desde el alojamiento de l);dias en-
vió el Comendador mayor á don Pedro de Padilla con
su tercio y las cien lanzas de Ecija á correr los lugares
de Inix , Fílix y Vícar , con orden que , habiendo dego-
llado unos moros que andaban en aquel partido , pasa-
sen á Canjáyar y corriesen la sierra de Gádor. Esta
gente llegó al amanecer del día á Fílix, donde tenían
aviso que estaban cantidad de moros, y antes que lle-
gasen á él , salieron todos con sus mujeres y hijos, y ca-
minaron la vuelta de la ciudad de Almería á fin de que-
rerse reducir; nuestra gente entró en el lugar y le sa-
queó , y captívaron algunas mujeres y muchachos que
se habían quedado en las casas. Y unos escuderos de los
de Ecija , siendo avisados como aquellos moros iban ba-
cía Almería , fueron tras dellos , y habiéndose alargado
gran rato de los compañeros sin poderlos alcanzar, qui-
sieran volverse; mas andaban tantos moros apellidando
la tierra, que determinaron de ir adelante , y llegaron
á la ciudad á tiempo que don García de Víllaroel aca-
baba de recoger los moros y moras que llevaban por de-
lante; y queriendo que se los diese todos por esclavos,
don García de Víllaroel no lo quiso hacer, diciendo que
eran libres conforme al bando de su majestad , pues se
iban á reducir y tenía comisión para admitirlos , y so-
bre esto hubo algunas demandas y respuestas, de don-
de resultó descomedirse los escuderos y mandarlos
prender. Destose quejó Tello González deAguíIará don
Juan de Austria, y envió un juez á determinar aquel
negocio, el cual soltó los escuderos, y los adjudicó to-
dos aquellos moros por esclavos. Estuvieron don Pe-
dro de Padilla y Tello González de Aguilar en Canjáyar
algunos días, y corrieron toda aquella tierra aseguran-
do los pueblos reducidos, hasta que se les dio orden
que los metiesen la tierra adentro. En este tiempo don
Sancho de Leiva, que andaba discurriendo por la costa
360
LUIS DEL MARMOL CARVAJAL.
con las galeras, puso gente en la Rábita y en Castil de
Ferro y en Albuñol , conforme á la orden que se le en-
vió. C6ntinuábanse siempre las correrías, y captivá-
ronse mas de tres mil moras y muchachos, y fueron
muertos al pié de mil y quinientos moros; ganáronse-
Íes seis cuevas muy grandes , que en solas dos dellas
hubo al pié de ochocientas personas , y en la postrera,
que se rindió á 10 de otubre , que fué la de Détiar, ha-
bla cien moros de la tierra y treinta de Berbería , y un
turco, todos muy bien armados, y mas de trecientas
mujeres y niños ; y en otra que estaba sobre el lugar de
Murtas hacia la mar, se rindió don Francisco de Cór-
doba, aquel primo de Aben Humeya que dijimos en el
capítulo XIV del Ubro noveno, y otro hermano suyo
y dos capitanes turcos , y un sobrino de Aben Aboo, que
después se les huyó á los soldados que le llevaban : con-
cedióles el Comendador mayor las vidas, y después los
mandó llevar á las galeras. Acabados los fuertes arriba
referidos sin contradicion del enemigo , que andaba
ya reducido á extrema miseria, huyendo de cueva en
cueva con algunos tan pertinaces como él , y donde es-
taba un rato de la noche no osaba aguardar el dia, el
Comendador mayor volvió corriendo la tierra con sus
tercios repartidos á todas partes ; y visitando los presi-
dios, ú i6deotubreestuvoenUjijar de vuelta, y á 19 en
Cádiar.-Diüseles otra mano á los moros tal y tan buena
como las pasadas ; tomáronseles muchas cuevas , y vol-
vían los soldados al campo con las manos llenas de los
moros y moras que prendían , que eran muchos, y unos
enviaba el Comendador mayor á las galeras , otros ha-
cia justicia dellos, y los mas consentía que los vendie-
sen ios soldados para que fuesen aprovechados. La ma-
yor parte de los moros que se prendieron y mataron es-
tos días fueron de los que habían ido á reducirse al mar-
quesado del Cénete, que se volvían ya muchos, y les
hallaban las salvaguardias en el seno ; y aunque decían
que venían á encaminar á sus parientes y amigos á que
se redujesen , les aprovechaba poco , por los avisos que
de allá se tenían en contrario. Estos días yendo don
Diego de Leiva visitando los lugares que estaban á su
cargo, y llevando nueve arcabuceros á pié y cincuenta
caballosde la compañía de Diego Merlin de Avalos, García
el Zaycal, y elBayzi de Jergal y el Naguar, con docíen-
tos moros de sus cuadrillas, se pusieron en embosca-
da y le aguardaron en un paso antiguo entre Tavernas
y Jergal , á la bajada de la rambla que dicen de Belel-
che, y saliendo de improviso á los nueve arcabuceros
que iban delante, los pusieron en huida, y luego tras
dellos siguieron los caballos. Bien pudiera don Diego
de Leiva retirarse este día , si quisiera; mas como ani-
moso y buen caballero, hizo rostro, y procuró detener la
gente y recoger los bagajes , donde iba cantidad de di-
nero de su majestad ; y no le aprovechando su trabajo
y diligencia, que fué mucha , porque la vereda que lle-
vaba era angosta, y los caballos no podían correr por
ella, ni los bagajes dar vuelta, herido de dos escopeta-
zos, uno en un brazo y otro en los lomos, le retiró dOn
Felipe de Leiva , su hermano, bien contra su voluntad;
y poniéndose un paje en las ancas de su mesmo caballo,
le fué teniendo , porque no cayese , hasta la ciudad de
Almería, donde murió de las heridas. Este dia probó
nuestra gente tan mal, que si no fueron don Felipe de
Leiva y el bachiller Soler, su auditor, y seis caballos,
todos los demás huyeron , dejando á su capitán solo en
poder de los enemigos.
CAPITULO VI.
Cómo su majestad mandó sacar todos los moriscos que habla en
el reino de Cranada , ansí de paces como reducidos, y meter-
los la tierra adentro.
Ya en este tiempo su majestad había enviado á man-
dar á don Juan de Austria , y al presidente don Pedro
de Deza , y al duque de Arcos , á cada uno por su par-
te, que con toda brevedad y diligencia posible ejecuta-
sen las órdenes que tenían de sacar todos los moriscos
del reino de Granada , ansí los nuevamente reducidos,
como los que no se habian alzado , y los metiesen la
tierra adentro, porque los pocos que quedaban en la
sierra, perdiendo la confianza de poderse valer dellos,
acabasen de reducirse ó de perderse. Estando pues las
cosas de la Alpujarra y de la serranía de Ronda en los
términos que hemos dicho, por carta de 28 días del mes
de otubre, fecha en la villa de Madrid, tuvo don Juan
de Austria segunda orden y última resolución sobre ello;
y por ser negocio de tanta importancia, comunicándo-
se los consejos, se acordó que antes que el Comendador
mayor saliese de la Alpujarra, pues los moriscos deja-
ban ya de venirse á reducir, y se volvían muchos de los
reducidos á la sierra, se pusiese en ejecución el man-
dato de su majestad, y ansí se hizo por la orden siguien-
te : que los de Granada y de la vega y valle de Lecrin,
sierra de Bentomiz, jarquía y hoya de Málaga y serra-
nías de Ronda y Marbella, saliesen encaminados la vuel-
ta de Córdoba, y de allí fuesen repartidos por los luga-
res de Extremadura y Galicia y por sus comarcas. Los
de Guadix , Baza y rio de Almanzora fuesen por Chin-
chilla y Albacete á la Mancha , al reino de Toledo , á los
campos de Calatrava y Montiel, al priorato de San Juan,
y por toda Castilla la Vieja hasta el reino de León; y
los de Almería y su tierra por mar, en las galeras del
cargo de don Sancho de Leiva , á la ciudad de Sevilla ;
y que no fuesen ningunos para quedar en el reino de
Murcia ni en el marquesado de Villena, ni en los otros
lugares cercanos al reino de Valencia, donde habia
grande número de moriscos naturales de la tierra , por-
que no se pasasen con ellos, y por el peligro de la co-
municación de los unos con los otros ; ni menos que-
dasen en los pueblos de la Andalucía, por haber en ellos
muchos de los que se habian llevado primero , y estar
la tierra trabajada; y demás desto había inconveniente
por poderse volverá las cercanas sierras los que quisie-
sen huir. La orden que se dio á los que los habian de
llevar fué que la primera escala , fuera del reino de
Granada, la hiciesen en los lugares que fuesen mas á
propósito para llevarlos de allí donde habían de parar
con seguridad y comodidad suya; de manera que no se
fuesen, ni los hurtasen, ni llevasen á otras partes, y
así ellos como sus bienes fuesen seguros ; no permi-
tiendo que los hijos se apartasen de los padres ni las
mujeres de los maridos por los caminos ni en los luga-
res donde habian de quedar, sino que las casas fuesen
y estuviesen juntas ; porque, aunque lo merecían poco,
quiso su majestad que se les diese este contento, man-
dando que, demás de la gente de guerra, fuesen con
ellos comisarios, personas de autoridad y confianza, con
lista y memorial de los que cada uno llevaba á su car-
REBELfON Y CASTIGO DE LOS MORISCOS DE GRANADA.
361
go, para que los llevasen- de unos lugares á otros y pro-
veyesen vituallas y gente que los acompañase , presu-
puesto que la que liabia de salir del reino de Granada
no habia de pasar de la primera escala. Dando pues su
majestad priesa , y no estando don Juan de Austria de
vagar, despachó correos en diligencia á todas partes,
solicitando las personas que habían de hacer el efeto, y
Handándoles que para primero dia de noviembre , dia
en que la Iglesia católica celebra la fiesta de Todos los
Santos, aun mesmo tiempo encerrasen todos losmoris-
íos, de cualquiera calidad y condición que fuesen , en
las iglesias de los lugares de sus partidos, y acompaña-
dos de la gente de guerra que para ello estaba repar-
tida, los metiesen la tierra adentro; y para que se hi-
ciese con mas seguridad ^e proveyeron algunas co-
sas necesarias. Ordenóse que tres mil hombres de la
Andalucía y de otras partes , que venían ya camino
para quedarse de presidio en los fuertes que el Comen-
dador mayor dejaba hechos, se ocupasen primereen
sacar los moriscos del reino de' Granada. Que el Co-
mendador mayor, para el dia en que se habían de re-
coger, tuviese tomados los pasos de las sierras por
donde se podrían volver á ellas. Que don Francisco
Zapata de Cisneros, señor de Barajas, que después
tuvo título de conde y fué presidente del supremo con-
sejo de Castilla , y á la sazón era corregidor de Córdo-
ba, con la gente de aquella ciudad acudiese á la vega
de Granada ; y que don Alonso de Carvajal , señor de la
villa de Jódar, haciendo otra junta de gente como la
que habia hecho para el socorro de Serón, fuese al par-
tido de Baza. La gente de la Andalucía llegó á un mes-
mo tiempo á lo de Granada y de Guadíx, repartida en
dos partes. El Comendador mayor pasó con su campo
desde Cádiar á Pitres de Ferreira , y el primer dia del
mes de noviembre tuvo tomados catorce pasos de las
sierras con gruesas mangas de arcabucería. Don Fran-
cisco Zapata de Cisneros, con docientos caballos y
mil infantes de su corregimiento partió de aquella ciu-
dad á 28 días del mes de otubre en la tarde , y á los 30
estuvo en Alhendin, lugar de la vega de Granada. Ca-
pitanes de la caballería eran don Luis Ponce y Alonso
Martínez de Ángulo, y de la infantería Gutierre Muñoz
de Valenzuela , Hernando Cebico , Pero Hernández de
Monegra y don Luis de Córdoba, y Luis Hernández de
Córdoba , que servia el oficio de sargento mayor. Iba
toda esta gente tan bien aderezada y proveída de armas
y de caballos, que representaban bien la pompa de su
ciudad y de su capitán. Llevaban los estandartes y ban-
deras con las armas de la ciudad, que son un león ras-
pante leonado en campo blanco, y castillos y leones por
orla. Los escuderos iban vestidos de marlotas colora-
das , y los trompetas y ministriles que acompañaban al
capitán, con ropetas de terciopelo carmesí y capotillos
de saya entrapada , guarnecidos de franjas y pasamanos
de oro; y los atambores y pifaros con libreas de seda de
colores azul y amarillo ; y lo que mas hubo que notar
en esta gente fué su buena orden y disciplina. Habia
ya enviado á mandar don Juan de Austria á don Alonso
de Granada Venegas y ú los otros comisarios que tenían
cargo de los moros reducidos que retirasen los que te-
nían alojados cerca de la sierra á otros lugares mas
apartados , dándoles á entender que lo hacían porque
no recibiesen daño cuando saliese de la Alpujarra la gen-
te del Comendador mayor. Estando pues todo preveni-
do, el dia de Todos Santos á un mesmo tiempo en todo
el reino de Granada se encerraron todos los moriscos,
ansí hombres como mujeres y niños , en las iglesias y
lugares diputados, aunque en algunas partes con me-
nos orden de la que convenia Los que habían quedado
en la ciudad de Granada y los que estaban recogidos en
los lugares del valle de Lecrín y de la Vega los encerra-
ron sin escándalo ni alboroto, y los llevaron al hospital
Real de Granada y los entregaron á los capitanes que los
habían de llevar. Don Francisco Zapata llevó cinco mil,
y don Luis de Córdoba, alférez mayor de aquella ciu-
dad , los demás. Fueron divididos en dos partes, y cada
parte hechas escuadras de á mil y quinientos moriscos,
sin los viejos , mujeres y niños, y con cada escuadra
iban docientos soldados y veinte caballos y un comisa-
rio. Los primeros llevó Luís Hernández de Córdoba á
Extremadura y tierra de Plasencia , y los otros fueron
al reino de Toledo. Habia algunos moriscos granadinos
que habían sido reservados la otra vez ; y pretendiendo
serlo también en esta ocasión , hicieron diligencia con
el presidente don Pedro de Deza , suplicándole que es-
cribiese sobre ello á don Juan de Austria ; el cual res-
pondió que, sin embargo de que aquellos tales hubiesen
mostrado voluntad de servir á su majestad, no tenia
orden suya para mostrarles gratificación de presente,
ni era de parecer que dejasen de salir del reino de Gra-
nada ; y que , dando fianzas que dentro de tres días sal-
drían de todo él , los dejasen ir solos á las partes y lu-
gares que quisiesen con sus familias y bienes muebles;
y que estando fuera del reino, intercedería con su ma-
jestad y le suplicaría les diese licencia para volver á sus
casas. Por la mesma orden y á un mesmo tiempo se en-
cerraron los de la ciudad de Guadíx y de los lugares de
su jurisdicíon y los de las villas del marquesado del Cé-
nete. También el duque de Arcos recogió los que pudo
en los lugares de las serranías de Ronda y Marbella , y
los envió con Antonio Flores de Benavídes, corregidor
de Gibraltar, á (llora, y allí los juntaron con los que
iban de Granada á la ciudad de Córdoba. Don Alonso
de Carvajal , señor de la villa de Jódar, se gobernó tan
bien con los del partido de Baza , que siendo gente de
quien menos seguridad se tenia , por haber andado la
mayor parte dellos alzados y en las sierras, los recogió
en las iglesias pacíficamente , metiendo gente de parte
de noche en los lugares donde entendió que habia mo-
riscos sospechosos , y publicando que les quería repar-
tir trigo y bueyes con que sembrasen aquel año ; y con
esto, y con mandar soltar libremente algunos moriscos
que los soldados le traían presos por haberlos encon-
trado que se iban con sus armas á la sierra , los aseguró
de manera , que muchos de los que estaban ya allá se
volvieron á sus lugares , y caminó con ellos la vuelta de
Albacete, donde habían de ir, conforme á su instruc-
ción. Arévalo de Zuazo, corregidor déla ciudad de Má-
laga , con la gente de su corregimiento recogió también
pacíficamente los que quedaban en los lugares del, aun-
que dificultó el negocio harto al principio, y quiso in-
terceder por algunos de los que no se habían alzado;
mas no hubo lugar, y conforme á la orden que se le
envió, los llevó á la ciudad de Antequera , y de allí pa-
saron á Extremadura y á Plasencia ; y á las ciudades do
Ecija y Carmona llevó Gabriel Alcalde de Gozon los de
302
LOS DEL MARMOL CARVAJAL.
Tolox y de Cazarabonela. Don Juan de Alarcon y don
Miguel de Moneada , á quien don Juan de Austria habia
proveido eslos días por cabo de los presidios del rio de
Almanzora , estuvieron tan desconformes en la saca de
los moriscos de aquel partido, que hubo notable des-
orden , y los soldados con mano armada comenzaron á
matar y á captivar la gente reducida; y viendo esto, se
pusieron muchos moros en arma y se subieron á la
sierra de Bacáres. Don Pedro de Padilla recogió los de
su partido casi con igual desorden , porque estando re-
partidos en muchas partes , fué dificultoso poderlos en-
cerrar á todos en las iglesias sin que algunos lo enten-
diesen; y los dol Boloduí huyeron á la sierra de Bacá-
res. Habianso de recoger los otros todos en tres luga-
res , y en el uno , donde estaba el capitán Diego Vene-
gas, hubo tan grande desorden, que dio materia á que
los moriscos se alborotasen ; y poniéndose los soldados
en arma, mataron al pié de docientos hombres , no sin
dafio suyo, porque también hubo dellos muchos muer-
tos y heridos. Los que pudieron huir se subieron á la
sierra de Bacdres , y allí se juntaron con los otros y co-
menzaron á hacer nuevos daños; saquearon los solda-
dos las casas del lugar y tomaron todas las mujeres por
esclavas; cosa que dio harta sospecha de que la desor-
den habia nacido de su codicia ; mas don Pedro de Pa-
dilla lo atajó con poner las moriscas en libertad y en-
viarlas con los reducidos de los otros lugares , que fue-
ron llevados á la ciudad de Almería , y de allí á Vera y á
Albacete; y don Sancho de Leiva embarcó los de Alme-
ría y su tierra en las galeras de su cargo , y los llevó á la
ciudad de Sevilla. Desla manera se despobló el reino de
Granada de la nación morisca, y si no acaecieran las
desórdenes dichas, fueran muy pocos los montaraces
que quedaran en él ; como quiera que después los que
se fueron huyendo ó la mayor parte dellos tornaron á
reducirse , entendiendo el buen tratamiento que se ha-
cia á los que iban la tierra adentro , y fueron admitidos
y llevados con ellos, y los que no quisieron tomar el
buen consejo se perdieron. Muchos fueron los que se
pasaron á Berbería, que sirvieron á Abdul Malic, rey
de Fez , en su milicia , con nombre de andaluces, que no
fueron poca parte para desbaratar y vencer á don Se-
bastian , rey de Portugal , en la batalla cerca del rio de
Alcázar Quibir, donde murió, yendo á restituir en aque-
llos estados á Mahamete Xerife, hijo de Abdalá, á quien
Abdul Malic habia desposeído, como lo diremos en la
segunda impresión de nuestra África , que saldrá bre-
vemente á luz con el favor divino.
CAPITULO VIL
Cdmo don Juan de Austria y el eomendador mayor de Castilla
despidieron la gente de guerra , y se di6 orden cómo se acaba-
sen los rebeldes que habían quedado en la sierra.
Retirados los moriscos del reino de Granada de la
manera que hemos dicho, y metidos la tierra adentro,
el Comendador mayor encaminó la gente que habia de
quedar en los presidios de la Alpujarra , y los dejó pro-
veídos, y con orden que no dejasen de hacer correrías
á todas partes; y mandó que Francisco de Arroyo y
Luis de Arroyo, y Reinaldos y Leandro de Palencia,
y Juan López y Diego Rodríguez, y Diego de Ortega y
Juan Jiiíienez con sus cuadrillas de gente del campo,
corriesen la tierra. Estas cuadrillas sirvieron &. orden
de don Hernando Hurtado de Mendoza, que hoy es ca-
pitán general de la costa del reino de Granada, de quien
podemos decir que dio fin al rebelión de la Alpujarra,
siguiendo á los rebeldes pertinaces por su persona de
noche y de día, yendo á pié con las cuadrillas como
cualquier soldado particular, hasta que dio fin dellos
en las sierras y en las cuevas donde se habían metido.
Dejando pues el Comendador mayor prevenido lo de
la Alpujarra, á 3 días del mes de noviembí e fué á la ciu-
dad de Granada , y en llegando , dio licencia á la gente
de las ciudades que se fuesen á sus casas. También
partió don Juan de Austria de Guadix cinco días des-
pués , y á los once entró en la ciudad de Granada , y
con él el duque de Sesa; fué alegremente recebido de
todos los tribunales y gente' de guerra, porque cierto
le amaban mucho. Y mientras estuvo en Granada, que
fueron diez y nueve días , se ocupó en dar orden como
acabar los moros rebelados que quedaban en las sier-
ras, y en reformar capitanes y oficiales de los que ha-
bían servido á sueldo de su majestad y no eran ya me-
nester, mandándoles pagar lo que se les debía , y ha-
ciéndoles otras mercedes mas conformes á la posibi-
lidad presente, que al deseo que tenia de que no fuesen
menores que los servicios que habían hecho en aquella
guerra; y dejando ordenadas las escoltas que habían
de proveer los presidios para aquel invierno, y las cua-
drillas que de ordinario corriesen las sierras en segui-
miento de Aben Aboo y de otros rebeldes, quedó en su
lugar el comendador mayor de Castilla , y á 30 días del
mes de noviembre partió de la ciudad de Granada
para la corte de su majestad.
No mucho después el duque de Arcos juntó de nue-
vo gente en la ciudad de Ronda para acabar de des-
hacer los moros que hacían daños en aquella tierra , y
partió en su busca con mil y quinientos arcabuceros
de los soldados y gente de señores , y otros mil de sus
vasallos, y con los caballos que pudo juntar. Eran los
enemigos tres mil hombres, los dos mil escopeteros
acaudillados por el Melchi, y mostraban determinación
de morir ó defender la sierra ; y siendo el duque de Ar-
cos avisado dello , ordenó á Pedro de Mendoza que con
seiscientos arcabuceros fuese á la boca del Rio Verde
por el pié de la sierra , y á Lope Zapata , que con otros
seiscientos caminase hacia Gaimon, á la parte délas vi-
ñas de Monda, yendo el uno del otro medía legua , y
con el resto de la gente comenzó á caminar por aquel
espacio que quedaba entre ellos. Pedro Bermudez, que
llevaba la mano derecha , dio mandato á Carlos de Vi-
llegas, que estaba en la guardia de ístan y de Hojen con
dos compañías de infantería y cincuenta caballos , que
con docientog arcabuceros 'tomase á un tiempo lo alto
de la sierra y las espaldas del sitio del enemigo; y á
Arévalo de Zuazo, que partiendo de Málaga con mil y
docientos soldados y cincuenta caballos, acudiese á la
parte de Monda. Partieron todos á un tiempo de no-
che, para hallarse á la mañana con los enemigos, los
cuales avisados por unos tiros de arcabucería que ha-
bían oído ó por alguna espía, dejaron el lugar que te-
nían , y se-mejoraron á la parte de Pedro de Mendoza,
que era el postrero, por tener la salida mas abierta.
Comenzó el Duque á subir la sierra, y Pedro de ¡Mendo-
za á pelear con igualdad , yéndose los moros siempre
mejorando; y aunque el Duque iba algo apartado del,
REBELIÓN Y CASTIGO DE LOS MORISCOS DE GRANADA.
3«3
en oyendo la arcabucería, entendió que se peleaba por
aquella parte, y se le acercó por la ladera de la sierra; y
en descubriendo la escaramuza, con los mas arcabu-
ceros y caballos que pudo juntar, acometió á los ene-
migos, llevando cerca de sí á don Luis Ponce, su hijo.
Porfióse buen ruto de entrambas partes, y no pudien-
do los moros resistir , tomaron lo alto, y de allí se par-
tieron desbaratados, quedando muertos mas de ciento,
y entre ellos el Melchi ; y si acudieran á salir á la hora
que se les ordenó Pedro Bermudez y Curios de Ville-
gas, se hiciera mayor efeto. Repartió luego el Duque la
gente en cuadrillas, que anduvieron siguiendo á los mo-
ros, y mataron otros ochenta, que no so hallaron mas;
y con esto se volvió á Ronda, y se dio fin á la guerra
por aquella parte. Y porque el Comendador mayor ha-
bla de ir á la jornada de la Uga que los príncipes cris-
tianos hacían contra el Gran Turco, como teniente de
capitán general de la mar por don Juan de Austria,
mandó su majestad al duque de Arcos que fuese á dar
fin en lo que quedaba por hacer en Granada ; el cual
entró en aquella ciudad á 20 días del mes de enero del
año del Señor 1371. Estúvose allí algunos días el Co-
mendador mayor informándole de los negocios de la
Alpujarra, como persona que tan bien los entendía. Re-
forzáronse las cuadrillas de la gente del campo del car-
go de don Hernando Hurlado de Mendoza, y dióse
orden en otras cosas del servicio de su majestad, con
asistencia y parecer del presidente don Pedro de Deza ;
y por febrero de aquel año se fué á la corte, donde llegó
también el duque de Sesa, habiendo estado algunos
días en su estado. En Baza quedó por capitán y cabo
de la gente de guerra don Juan Enriquez por orden de
su majestad , y en el rio de Almanzora don Miguel de
Moneada, donde se hicieron después buenos efetos
contra los moros que quedaban derramados, desha-
ciéndolos con hierro, hambre y desventura. Solo nos
queda por decir el fin y muerte de Aben Aboo , cuya
sangre hubo al fin de derramar el torpe Seníz, famoso
monfí, de quien mucho se fiaba.
CAPITULO VIH.
Que traía de la muerte de Aben Aboo y fln desla guerra.
Andaba en este tiempo Aben Aboo huyendo por las
sierras que caen entre Bérchuly Trevélez, en lomas
agrio de la Alpujarra, y escondiéndose de cueva encue-
va, porque ya no le quedaban sino cuatrocientos hom-
bres que le siguiesen ; y las personas de quien mas se
fiaba eran un Bernardino Abu Amer, su secretario , y
Gonzalo el Seníz, famoso monfí, de quien habernos he-
cho mención otras veces. Este habla estado cuatro años
preso en la cárcel de chancillería de Granada por muer-
te de un hombre , y un año antes del rebelión se había
soltado y dádose á la sierra con los monfís, donde ha-
bía cometido otros muchos delitos ; y viendo su perdi-
ción , había hecho una barca secretamente para irse á
Berbería, y Aben Aboo se la había hecho quemar, y
mandádole que no bajase hacia la marina, sino que an-
duviese en la sierra con los otros compañeros ; y así por
esto, como por otrascosas que habían pasado entre ellos,
teniéndose por muy agraviado, mantenía enemistad se-
creta con él ; y aun deseaba, según lo que nos certificó,
que se ofreciese ocasión en que poderse vengar. Suce-
dió pues que, estando Galaso Rotulo , natural de Ciu-
dad Real, por gobernador de los presidios de Cádiar y
Bérchul, y teniendo presos ciertos moros para hacerles
justiciar, llegó allí un platero vecino de Granada, lla-
mado Francisco Barredo , que solía tener mucha amis-
tad y conocimiento con los moriscos de la Alpujarra
antes que se levantasen, y les llevaba á vender cosas do
plata y de oro; el cual, confiado en que no le harían
mal por este respeto , iba también en tiempo de guer-
ra á comprarles seda , oro y aljófar y otras cosas ; y an-
dando un día mirando unos moros que Galaso Rotulo
quería hacer arcabucear, uno dellos,que era muy su
amigo y se llamaba Bernardino Zataharí , corrió á to-
marle las manos para besárselas, y le comenzó á contar
sus trabajos. El Barredo le consoló, y hizo con los sol-
dados que se lo dejasen llevar á su posada aquel día ; y.
preguntándole por Aben Aboo, y por jos que andaban
con él , y el lugar donde se recogían , le contó el moro
con verdad todo lo que pasaba , y como Bernardino
Abu Amer y el Seníz de Bérchul eran las personas do
quien mas se fiaba. Era este Bernardino Abu Amer
muy grande amigo suyo, y luego concibió en sí que si,
le enviaba á hablar, ofreciéndole perdón de sus culpas
y otras mercedes de parte de su majestad, no dejaría
de hacer algún señalado servicio, persuadiendo á Aben
Aboo á que se redujese, ó entregándole muerto ó vivo;
y preguntando al Zataharí si se atrevería á hacer un
hecho de hombre, por donde viniese á ganar libertad,
le respondió que por salvar la vida haría cualquier
cosa que le mandase. « Has de ir ( dijo entonces el pla-
tero) á llevarme una carta á Bernardino Abu Amer, y á.
decirle que se venga á ver conmigo entre Bérchul y
Trevélez. Y si esto cumples como hombre de bien, y me
traes respuesta , yo haré que tengas libertad y que su
majestad te haga mercedes.» Y como el moro prome-
tiese de servir fielmente, Barredo lo comunicó con Ga-
laso Rotulo, y lepidio que mientras iba á Granada á
liablar con los del Consejo no hiciese justicia del ; el
cual holgó dello, y partiendo luego para Granada, tra-
tó con el Comendador mayor, que aun no era ido, y
con el duque de Arcos, el negocio , ofreciéndose que
daría orden por medio de aquel moro como Aben Aboo
se redujese ó fuese preso ó muerto. Los del Consejo
tuvieron el negocio por incierto al principio, y no to-
maban resolución, hasta que viendo la instancia que
Barredo hacia, y lo poco que se aventuraba en soltar un
moro, acordaron que se le diese orden para que Gala-
so Rotulo se lo entregase ; el cual se lo entregó , y lo
envió con una caria para Bernardino Abu Amer, ad-
virtiéndole que si le prendiesen otros moros en el ca-
mino, dijese que iba huyendo y que se había soltado
de la prisión de Cádiar. Tenia Gonzalo el Seníz pues-
tas sus atalayas al derredor de las sierras donde estaba
su cueva ; y como el Zataharí llegó cerca dellas, salieron
quince moros á él , y le prendieron , y lo llevaron ante
él ; y preguntándole de donde venía, dijo que iba hu-
yendo de Cádiar; mas el solene monfí entendió luego
quele mentía, y le amenazó con la muerte si no le decía
la verdad. El moro no osó decir otra cosa , y sacan-
do la carta que llevaba, se la dio , y le contó todo lo que
pasaba. Entonces dijo el Seniz que no tuviese miedo,
porque mejor negocio haría con él que con Abu Amer;
el cual, en oyendo semejante embajada , era cierto que
le había de malar, y que si Barredo quisiese tratarle
364
verdad , seria mas parte para su pretensión que nadie;
y encargándole el secreto, para cumplir con los moros
que le liabian visto prender hizo llamar allí á Abu
Amer, y le dio la carta de Barredo; el cual se enojó
tanto, que quiso matar al moro que la llevaba; y le
matara si no se lo quitara de delante el Seniz , diciendo
que no le liabia de liacer mal , porque lo que liabia lie-
ebo liabia sido por salvar la vida. Luego habló secre-
tamente coa Zatahari , y le dijo que fuese á Cádiar, y
dijese de si> parte á Rarredo que aquel negocio no
iba bien encaminado por aquella via; que él lo baria
mejor si le traia perdón de su majestad generalmente
de todas sus culpas, y le daban á su mujer y á una hija
que tenia captivas. El moro fué á Cádiar, y refiriendo
á Barredo lo que el Seniz le habia dicho que le dijese,
fué luego á verse con él entre Bérchul y Trevélez ; y
después que hubieron platicado largamente en el ne-
gocio, escribió el Seniz una carta en arábigo para el
Presidente, ofreciéndose de reducir á Aben Aboo,ó
darle muerto ó vivo, si veia seguridad de la merced
que su majestad le hacia ; y pidiendo que para satis-
facion desto y de que no se le trataba engaño, lo que
se acordase y la orden ó carta que se hubiese de en-
viar fuese en letra árabe de mano del licenciado Cas-
tillo, que conocía muy bien. "Viendo pues el duque de
Arcos y el Presidente y los del Consejo que con el
ofrecimiento del Seniz se daba fin á la guerra , manda-
ron al licenciado Castillo que le escribiese como su
majestad le concedía lo que pedia ; y que cumpliendo lo
que prometía^ demás de su merced particular, tendrian
libertad los moros que trajese consigo, y se les harían
otras mercedes. Con este recaudo, y una carta de
creencia para Leonardo Rotulo Carrillo , que en este
tiempo asistía por cabo y gobernador de aquellos presi-
dios, por ausencia de Galaso Rotulo, su hermano, partió
Barredo de Granada á 13 dias del mes de marzo del año
de 1571; y enviando desde Cádiar á avisar al Seniz,
se fueron á ver luego con Leonardo Rotulo en el pro-
prio lugar donde se hablan visto la otra vez; el cual
holgó mucho del buen despacho que le llevaban, vien-
do la carta de letra del licenciado Castillo, y una orden
que iba firmada del Presidente, cuya firma conocía,
porquela habia visto otras veces ; y prometiéndoles que
cumpliriabrevementeloqueá él tocase, volvieron á Bér-
chul. Restas vistas del Seniz con Barredo fué avisado
Aben Aboo, y como hombre sospechoso, queriendo sa-
ber lo que trataba, tomó consigo á Abu Amer y una
cuadrilla de escopeteros, y se fué á la cueva del Seniz ,
que era fuerte en la sierra, llamada el Huzúm, entre
Bérchul y Mecina de Bombaron , á media noche; y de-
jando la gente á la parte de fuera , entró con solos dos
moros, por mejor disimular con él , y le preguntó que
con qué licencia habia hablado con Barredo. El cual
le respondió: «Señor, con la vuestra; y agora queria
ir á daros parte de lo que tratamos. Sabed que nuestra
platicaba sido para bien vuestro y de todos los que
aquí estamos ; porque el Presidente nos envía á decir
quenosreduzgamosal servicio de su majestad ,yque
nos hará merced de perdonarnos, y que nos dejará ir
libremente á vivir donde quisiéremos; y demás desto
nos hará otras muchas mercedes , que nos envía firma-
das de su nombre en este papel.» Y sacando los des-
pachos que Barredo le habia llevado ^ara mostrárselos,
LUIS DEL MARMOL CARVAJAL.
Aben Aboo se airó grandemente , diciendo que todo
era maldad y traición , y quiso salir á llamar á Abu
Amer; pero cuando llegó á la boca de la cueva , donde
habia dejado los dos moros y á un sobrino del Seniz lla-
mado Rartolomé,y otro cunado suyo, habían muerto
el uno dellos, y el otro habia salido huyendo. Tenia el
Seniz consigo seis hombres de hecho , todos parientes
suyos, los cuales, viendo la determinación de Aben
Aboo, quisieron detenerle , y estando bregando con él,
llegó el Seniz por detrás y le dio con el mocho de la es-
copeta tan gran golpe en la cabeza, que le derribó en
el suelo, y allí le acabaron de matar. Y porque Abu
Amer y los que "con él estaban entendiesen que no te-
nían ya á quien defender, arrojáronles luego el cuerpo
muerto desde una peña alta que estaba delante de la
cueva; mas no estaban allí los moros que habia dejado,
porque habian ido á visitar amigos por las otras cue-
vas allí cerca. Esta ocasión fué tan á propósito del Se-
niz como lo pudiera desear , viniéndosele á las manos;
aunque no era cosa nueva para Aben Aboo irse las mas
noches de cueva en cueva con dos ó tres compañeros.
Finalmente el primer aviso que Abu Amer tuvo fué ver
el cuerpo muerto, y como hombres inconstantes , sos-
pechosos de sí mesmos, se fué cada uno por su parte, y
los mas se juntaron luego con el Seniz , para gozar del
indulto que tenia. Abu Amer no quiso reducirse , y
después le prendieron las cuadrillas , y murió arrastra-
do y hecho cuartos. Muerto Aben Aboo , el Seniz avisó
á Leonardo Rotulo y á Francisco Rarredo, que estaban
en Bérchul , y les pidió una acémila en que llevar el
cuerpo , y siéndole enviada , lo llevó al presidio y se lo
entregó. De allí lo llevaron á Cádiar, y porque no olíe-
se mal, habiéndole de llevar á Granada, le abrieron y
hincheron de sal. Luego avisaron al duque de Arcos, y
tornando á la sierra , recogieron los moros y moras que
se venían á reducir, que eran muchos; y cuando vol-
vieron á Cádiar, hallaron á Juan Rodriguez de Villa-
fuerte Maldonado, corregidor de Granada, y del Conse-
jo, que por orden del Duque iba á asistir á la reducion
desaquellas gentes ; el cual quedó en el lugar para aquel
efeto, y mandó que Leonardo Rotulo y Barredo lleva-
sen á Granada el cuerpo de Aben Aboo y los moros
reducidos. Entraron por la ciudad con gran concurso
de gente , deseosos de ver el cuerpo de aquel traidor,
que había tenido nombre de rey en España. Delante iba
Leonardo Rotulo, y luego Francisco Barredo á la mano
derecha , y á la izquierda el Seniz con la escopeta y al-
fanje de Aben Aboo ; todos tres á caballo. Luego se-
guía el cuerpo sobre un bagaje, enhiesto y entablado de-
bajo de los vestidos , de manera que parecía ir vivo ; y
de un cabo y de otro los parientes del Seniz con sus ar-
cabuces y escopetas. Detrás de todos iban los moros
reducidos con sus bagajes y ropa ; los que llevaban ba-
llestas, quitadas las cuerdas; y los que escopetas, las
llaves ; y á los lados la cuadrilla de Luís de Arroyo, y
de retaguardia Jerónimo de Oviedo , comisario de la
gente de guerra de aquellos presidios, con un estandar-
te de caballos. Desta manera entraron por la ciudad, ha-
ciendo salva los arcabuceros y respondiendo la artille-
ria de la Alhambra, y fueron hasta las casas de la Au-
diencia, donde estaban el duque de Arcos, y el presi-
dente don Pedro de Deza, y los del Consejo, y gran nú-
mero de caballeros y ciudadanos. Apeáronse Leonardo
REBELIÓN Y CASTIGO DE LOS MORISCOS DE GRANADA.
33S
Rotulo y Francisco Barrerlo y el Seniz, y subieron á
besar las manos al Duque y al Presidente, á quien el
Seniz bizo su acatamiento y entregó el alfanje y la es-
copeta de Aben Aboo, diciendo queiíacia como el buen
pastor, que no pudiendo traer á su señor la res viva, le
traía el pellejo. Tomó el Duque las armas, agradecién-
doles á todos tres lo bien que se habían gobernado en
aquel negocio, y ofreciéndoles que intercedería con su
majestad para que les hiciese particulares mercedes.
Mandó luL'go arrastrar y hacer cuartos el cuerpo de
Aben Aboo, y la cabeza fue puesta en una jaula de hier-
ro sobre el arco de la puerta del Rastro, que sale al
camino de las Alpujarras, donde hoy está. Estuvo el du-
que de Arcos en aquella ciudad hasta diez y siete de no-
viembre de aquel año, que partió para su casa proveído
por visorey de Valencia ; y quedó á cargo de don Pedro
de Deza la presidencia de todos los negocios de justi-
cia , de guerra , de hacienda y de población. Fuese po-
blando la tierra de cristianos con alguna dificultad al
principio ; mas la codicia de las haciendas, que su ma-
jestad mandó repartir éntrelos nuevos pobladores, y
las franquezas que les dio, lo facilitó adelante; y desta
manera, habiendo sido la mudanza de aquel reino el
quicio sobre que toda España dio la vuelta, y hachóse
la guerra por la religión y por la fe, el premio de los
trabajos y de tanta sangre cristiana como en ella se
derramó, fué desterrar la nación morisca que ha-
bla quedado en él. ¡Oh cuan felice hora fué para tí,
insigne ciudad de Granada, cuando los católicos re-
yes don Hernando y doña Isabel te sacaron de la suje-
ción del demonio! Ellos te ennoblecieron con suntuosos
edificios, aumentáronte. y adelantáronte en religión di-
vina y estado temporal , haciendo tus ceremoniosas
mezquitas , en que se veneraba el falso Mahoma , tem-
plos sagrados , donde fuese glorificado el Redentor del
mundo. En lugar de los raenftis y de los sectarios ¡ilfu-
quís, y desús guadores y zalaes, cobraste arzobispos
santos, sacerdotes y religiosos celosos de la verdadera
fe, que celebrasen el culto divino, y administrando los
sacramentos á tus moradores, le hiciesen parroquiana
del cielo. Juntándote pues con el pueblo crístiano , te
hicieron hija de quien siempre habías sido enemiga;
metiéronte en el gremio de la santa Iglesia romana;
conformáronte con los príncipes católicos y con los va-
rones escogidos, por quien esclarece el sagrado Evan-
gelio; apartáronte de la confusión de los alcoranistas;
y siendo maestra de las setas y de errores, te hicieron
discípula de verdad. En lugar de los carlís, que te re-
gían y gobernaban con leyes frivolas y de poco funda-
mento, te dieron gobernacíonaprobada, un corregidor,
un cabildo , un tribunal de la fe , una audiencia supre-
ma , donde las leyes de verdad igualan á chicos, media-
nos y mayores, con el juicio de hombres escogidos, pro-
fesores de letras legales , y un presidente, que presi-
diendo á loque se hace , ordena lo que se ha de hacer.
Harto mas debes, Granada, á estos católicos príncipes
que á los que edificaron tus primeros fundamentos ; que
no han sido mayores los trabajos bélicos que has pade-
cido que la paz cristiana de que al presente gozas me-
diante el felice gobierno del cristianísimo rey don Feli-
pe, su biznieto, que extirpando la herejía, que había
quedado en los corazones de los nuevamente convertí-
dos de moros en tu reino, te ha dejado en nuestros
tiempos al cristianísimo rey don Felipe, su hijo, libre
y desembarazada de aquella nación, para que mejor te
goces con el pueblo crístiano. Dios, por su misericor-
dia, que tanto bien y merced te ha hecho, guarde,
ampare y defienda tan esclarecido príncipe, y tu noble
y virtuosa república conserve.
RELACIÓN
OE LAS
COMUNIDADES DE CASTILLA
w
ESCRITA
POR EL MUY ILUSTRE CABALLERO PERO AIEJU,
eronilta del invictísimo emperadoi* doa Carlos V.
PROEMIO.
Üos años y medio liabia, y aun no cabales, que el Em-
perador liabia venido á estos reinos, y gobernádolos por
su persona y presencia, y los tenia en mucha tranquili-
darl, paz y justicia, cuando el demonio, sembrador de
zizanas, comenzó á alterar los pensamientos y volun-
tades de algunos pueblos y gentes, de tal manera, que
se levantaron después tempestades, alborotos y sedi-
ciones ; de que se siguieron grandes daños y aun muer-
tes y guerras en la mayor parte de Castilla, que dura-
ron hartos dias : lo cual considerando yo, y acordán-
dome de la quietud y sosiego en que este reino estaba
enlonces, y de la bondad y humanidad deste príncipe, y
cuan sin causa ni razón se movieron estas cosas, me pa-
rece que buenamente podré alegar aquel verso del se-
gundo salmo de David : Quare fremuerunt gentes, et
populi medüatisunt inania? Que quiere decir : «¿Por
qué murmuraron y se alborotaron las gentes, y los pue-
blos pensaron y acometieron cosas vanas?» Que muya
propósito lo puedo yo aplicar á mis castellanos, como
(i) De esta obra, inédita hasta hoy, como dejamos dicho, existen
varios ejemplares entre los manuscritos de la Biblioteca Nacional
(estante G, números 57, 64, 66 y "O, y estante Aa , numero 45i. El
cOdice G, 64, comprende solo la Relación de las comumdadeii,
pups torios ios demás son copias de la vida 6 historia de! empe-
r.idor Carlos V, que escribió y dejó imcorapleta al principiar el
libro V el cronista Pedro Mejía. El libro ii, que es el que aquí
trasladamos, se reliere únicamente á lo ocurrido durante la guer-
ra rie las comunidades, y por lo mismo se puede considerar como
obra integra y separada de la principal. Para la impresión hemos
tenido presentes y confrontado entre si, además de los citados
manuscritos, que algunos sun del siglo xv, y los mas del xvi, otro
que hemos debido á la benévola amistad del señor don Aureliano
Fernandez Guerra y Orbe, perteneciente á su escogida librería, y
no rl peor de todos seguramente. El cotejo de l;is referidas co-
pias i tarea prolija y penosa como la que mas) nos ha dado el pre-
sente texto, que si no está literalmente conforme con ninguna de
aquellas en su conjunto, conviene con todas en la esencia, y siem-
pre con alguna en particular, pues cuando en una hemos trope-
zado con erraias ó frases desaliñadas, que las tienen á cada pa-
so , hemos hallado en otra la corrección que necesitábamos. Y
como el mencionado libro ii de la obra general de Mejía no lleva
titulo especial, hemos puesto aquí el que nos ha parecido mas
adecuado i la Índole del escrito.
David lo dijo por los judíos; pero, como digo, fué obra
del demonio; el cual, pesándole de los buenos sucesos
deste rey, y de la paz y justicia que en Castilla liabia, se
dio tan buena mam ( permitiéndolo Dios por nuestros
pecados, y por ventura para castigo del mesino pue-
blo, y para prueba de la paciencia y clemencia del Em-
perador, y por otros fines que él sabe ), que en lugar de
quietud y tranquilidad, puso desasosiego y temor; don-
de había justicia , agravios y insultos ; en lugar de paz,
guerra y alborotos; finalmente, en pocos dias las cosas
se mudaron de bien en mal en aquellas partes y pue-
blos que quisieron seguir csfa vanidad , que este nom-
bre merece bien por cierto ; y para encaminar esto, aun- .
que no hubo causa ni razón, nunca faltaron imagina-
ciones y ocasiones, que bastaron á levantarlos livianos
corazones , y después creciendo la tempestad , llevaron
tras de sí & los demás; lo cual, según entonces pude
entender y asentarlo en mi memoria, y por relaciones
verdaderas lo pude colegir, se comenzó y prosiguió en
la forma que se sigue.
CAPITULO PRIMERO.
Del principio y origen de las comunidades de Castilla, y cdmo co-
menzaron en Toledo, y quién fueron sus principales caudillos,
y de las primeras diligencias que hicieron escribiendo cartas á
todas las ciudades , y del llamamieuto de cortes para la ciudad
de Santiago.
Luego que se publicó poY el reino la determinación de
la partida del Emperador para Alemana á su corona-
ción, á todos comunmente pesó della, por celo que se
tenía de los inconviníentes y daños que podría causar
su ausencia ; y como este justo pesar, si no pasara á mas
que sentillo, vino sobre la injusta querella y odio que
de atrás se tenia de que monsieur de Xebres y los oíros
extranjeros tuviesen el aceptación que tenían acerca
del Rey, y el descontento de su gobernación, abrióse ca-
mino y tomóse atrevimiento para murmurar y tratar de-
11o por muchos en común, diciendo que era recia cosa que
el Einperador se fuese ansí y dejase desamparados estos
reinos, y que manda«e llamar acortes para Galicia, quo
era fuera de los términos deslos reinos, y que se le ütor-
368 PERO MEJIA.
gil se agora servicio para gastarlo y llevarlo en reinos ex
trunos, no habiéndose aun acabado de cobrar lo que se
liabia otorgado en las cortes pasadas; y á vueltas destos
descontentos, que parecían tener alguna color aparente,
la liviandad del pueblo y malicia de algunos malditos
y escandalosos ánimos comenzaron á añadir sospechas
y falsedades, como'era decir que se iba de España el
iíey para nunca volver á ella, y para desfrutarla y lle-
varse las rentas reales y servicios; que agora en estas
cortes queria pedir nuevas sisas é imposiciones muy
graves, y ansí otras cosas como estas, que á los simples
y sencillos y sospechosos eran fáciles de persuadir, y
los movian y alteraban. Estas cosas, aunque eran así
en c5mun, y se hablaban por muchos, era en murmu-
ración privada y particular ; pero no que en los cabil-
dos y ayuntamientos de las ciudades se tratase dello; y
á lo que yo he podido alcanzar, donde primero se puso
en público acuerdo fué en la ciudad de Toledo, la cual,
ansí como es grande y poderosa , y su sitio es natural-
mente fuerte y arriscado , ansí produce los ánimos del
pueblo y común della levantados y osados, y acomete-
dores de cualquier cosa rigurosa.
Tratándose allí pues esta plática por ventura mas
que en las otras ciudades, los regidores della, movi-
dos con engañado celo ó por pasiones particulares que
tenían, ó porque nunca pensaron que la cosa llegase
á lo que después llegó (siendo los pr^icipales y cau-
dillos dello Juan do Padilla y don Pero Lasso de la
Vega, hijo de Garcilasso, comendador mayor de Cas-
tilla de la orden de Santiago, y Hernando de Avalos, al
cual cargan la mayor culpa deste hecho) ; después de
habello comunicado ellos entre sí, lo pusieron en pú-
blica consulta, y propusieron en su ayuntamiento y
ciudad las cosas que tengo dichas, y otras algunas, pon-
derándolas y encaresciéndolas mucho , representando
los daños que se siguirian de la partida del Rey, y la
mala orden que á ellos les parecía que habría en la go-
bernación, y los naturales destos reinos eran desfa-
vorecidos y agraviados, y que los extranjeros goza-
ban de las mercedes y favores ; que en todo había des-
orden y turbación , y se esperaba cada dia mayor si
no se atajaba, y que á aquella ciudad, por su grandeza
y preeminencia , competía procurar y buscar el reme-
dio de tantos daños, y que el que parecía mas conví-
niente era escribir luego á todas las ciudades del reino
que suelen tener voto y juntarse en cortes, informándo-
les de lo que pasaba, para que se juntasen en algún lu-
gar señalado á platicar en el remedio dello; y que se
había de enviar á suplicar al Emperador que no se aven-
turase á ausentarse destos reinos, y pusiese orden y re-
medio en las cosas; que no haciéndolo ansí su majes-
tad , el reino entendiese en poner el remedio necesario
á su servicio y al bien general de sus reinos.
Estas y otras cosas semejantes se propusieron aquel
dia, y como tenían muestra y apariencia de bien públi-
co, á la mayor parte del ayuntamiento agradaron, y les
pareció que hacerse ansí era conviniente; pero no fal-
taron algunos, aunque fueron los menos, que enten-
dieron el desacato y atrevimiento que en esto se come-
tía, en querer juntar ciudades sin licencia del Rey, y
cuan escandaloso era, y también conocieron la poca
razón que había para algunas de las querellas propues-
tas; y estos fueron de voto y parecer que no se escri-
biese á las ciudades, ni sobre aquello se hiciese junta
pública ni particular, y que si alguna cosa pareciese
que requería enmienda, que se buscase alguna hones-
ta y humilde manera de suplicarlo al Rey. A lo cual los
de la opinión contraria replicaron , y desta manera se
porlíó y altercó la cosa gran pieza de tiempo , y al cabo
los de mas sano consejo, que fueron, como digo y como
suele acontecer, los menos , hicieron una protestación
y requerimiento á la ciudad , conforme á lo que habían
votado, y lo mismo hicieron al corregidor que allí á la
sazón estaba,. que era el conde de Palma; el cual, ó
porque le pareció que ansí convenia, ó porque era ca-
sado con hermana de don l>ero Lasso de la Vega, que
tenia la parte contraria, no puso resistencia ninguna
á lo que se platicaba, aunque le fué requerido; antes
estuvo callado á todo. Pero todavía se embarazó la cosa
de manera, qOe por aquel día no se tomó resolución
alguna, y la porfía que en el Ayuntamiento se tuvo se
publicó luego, y toda la ciudad se dividió en aquellos
dias en dos opiniones ; pero la mayor parte se alicionó
á la nueva proposición, cebado el pueblo con el falso
título del provecho común y bien del reino.
Los menos y que habían bien sentido enviaron lue-
go á hacer saber al Emperador lo que en Toledo pasa-
ba, que fué al tiempo que venía de Aragón á Vallado-
lid; mas luego en otro ayuntamiento que se hizo, se pasó
por ciudad, por votos de la mayor parte, que se escri-
biesen cartas á todas las ciudades, como el primer dia
se había platicado, y que al Emperador se enviasen dos
regidores y dos jurados á le pedir y suplicar lo que aquí
se dirá'; y aunque se conlrarlijo y requirió lo contrario
por los mesmosque el día pasado, fueron nombrados
mensajeros don Pedro Lasso de la Vega y don Alonso
Suarezde Toledo, regidores, y dos jurados; los cuales
aderezaron su viaje , y en breve se partieron ; y las car-
tas para las ciudades se escribieron y enviaron con to-
da diligencia, aunque antes que las recibiesen, ya en
algunas de las de Castilla andaba la misma plática ; que
en las del Andalucía llegó tarde esta enfermedad, y
prendió en pocas dellas.
En esta misma sazón había llegado á Toledo el lla-
mamiento que el Emperador había mandado hacer de
procuradores de cortes , y conforme á la costumbre que
hat)ía en Toledo de elegirse por suerte, le cupo á don
Juan de Ribera, caballero muy principal y regidor,
que después fué marqués de Montemayor, y á Alonso de
Aguírre, jurado; á los cuales, porque tenían la parte
y opinión contraría , no les quiso dar la ciudad el po-
der cumplido y general, como el Rey enviaba á mandar,
sino especial y limitado solamente para ir á cortes y
suplicar algunas cosas, y no para otorgarservicio ni otra
cosa alguna. El cual poder, don Juan de Ribera no qui-
so aceptar ni partió para las cortes, esperando que se le
diese poder ordinario y bastante, y que el Emperador
ansí lo envíase á mandar ; y la cosa se embarazó de ma-
nera , que ni el poder se les dio ni ellos fueron á las
Cortes.
Las cartas que Toledo envió á las ciudades fueron
por las mas de Castillaakgrementerecebídas, y respon-
dieron favora blemente; porque á los mas de los regidores
dellas les parecían bien lascosas que se pedían, noconsi-
derando lo que podía suceder; aunque Burgos no alabó
el consejo, y Granada también respondió que se debía
COMUNIDADES
dejar nqnelln pláüca para otra coyunfura , y llevar oira
forma; Sevilla no quiso re«;pon(ler;i Toledo; y así, hu-
bo otras que respondieron con disimulaciones, pero
dieron l)uena respuesta, y mas que otras. Salamanca
y Murcia se señalaron en promesas y ofrecimientos.
En lo de juntarse en lugar señalado no se resolvie-
ron ; poro respondieron unas á tiempo, y otras después,
que mandarían á sus procuradores que se conforma-
sen y pidiesen lo que los procuradores y embajadores
de Toledo suplicasen ; y así, las que tuvieron esta opi-
nión y lofliabian ya nombrado, les enviaron A mandar
que ansí lo hiciesen; lo cual luego se publicó por la
ciudad de Toledo, y los de aquella opinión se ensober-
becieron y favorecieron mucho, y procuraban persua-
dir al pueblo y tenerlo de su parte para lo que se ofre-
ciese, ayudándose del favor de Hernando de Avalosy
de Juan de Padilla, principales cabezas deste negocio;
lo cual estorbaban algunos de sana y acertada inten-
ción. El principal dellos era don Hernando de Silva, her-
mano de don Juan de Ribera, que estaba nombrado
por procurador de cortes, que con gran determinación
resistía y contradecía todas estas cosas; yasí áél, como
á los demás que favorecían esta causa, escribió el Em-
perador respondiendo á las cartas que ellos habían es-
crito avisando de lo que pasaba , que se tenía por muy
servido dellos en lo que hacían y habían hecho, encar-
gándoles que perseverasen en ello, pero que fuese con
el menos escándalo que pudiese ser; y también mandó
escrebir al Corregidor, que era el conde de Palma, re-
prehendiénilole su tibieza en lo pasado, y mandándole
la orden que había de tener en lo de adelante ; aunque
él después no acertó á tener la manera que convenía;
por lo cual el Emperador le mandó desde á pocos días
revocar el poder, y envió á Toledo por corregidor á don
Antonio de Córdoba , hermano del conde de Cabra , el
cual vino á tiempo que no pudo tener remedio ; y así,
las cosas se fueron empeorando cada día mas, y crecien-
do los atrevimientos, haciéndose grandes juntas y ligas
en favor de lo que ya llamaban Comunidad, por orden
de Hernando de Avalos y Juan de Padilla, que eran los
que mas calor y favor daban á todo; y llegada la cosa
á este estado, vino al rompimiento que adelante se di-
rá, cuando se diga primero el camino y partida del Em-
perador de Valladolíd, y lo que hicieron y trataron con
él los mensajeros de Toledo. Pero ante todas cosas diga-
mos aquí la sustancia de su embajada y las cosas que
peilian, porque se vea sobre qué fundaron la justiíica-
cion de su causa los movedores destos escándalos, y exa-
minarlo hemos en pocas palabras.
Lo primero, y en que mas insistían ellos, era en que
el Emperador no se fuese ni "ausentase dcslos reinos,
representándole los ¡nconvínienfes que podrían resultar
de su ausencia, y aun con algunas razones inconsidera-
das, como fué decir que los reinos de Castilla no podían
vivir sin su rey, ni teiiian costumbre de ser regidos por
gobernadores.
Que no se daría oficio ni cargo ninguno en estos rei-
nos á extranjeros, y que los ya dados se les quitasen.
Pedían mas, que ninguna moneda se pudiese sacar
di'l reino por persona del mundo, porque de haberla
sacado estaba pobre y falto della.
Que en las cortes que ag' ra quería hacer no pi-
diese que se le otorgase servicio alguno, mayormente
Il-i.
DE CASTILLA. 36&
si el Rey se determinaba en su partirla, y que las Cortes
se dilatasen y hiciesen en tierra llana de Castilla, y no
en Santiago ni en Galicia.
Que los oficios no se vendiesen ni diesen por dineros.
Que en la Inquisición se diese cierta orden como el
servicio y honra de Dios se mirase , y que nadie fuese
agraviado.
Pedían mas, que las personas particulares destos
reinos que estaban agraviadas fuesen oidas y desagra-
viadas.
Esto era lo principal que Toledo acordó de enviar á
suplicar, aunque después con los atrevimientos y de-
sacatos crecieron las peticiones , como se hallará ade-
lante. Destose enamoraron las otras ciudades, que con-
sintieron en ello entonces, y no se puede negar que
esta petición no contenia algunas cosas que parece
fueran provechosas, y otras que en sí son buenas; pero
no por eso quedan libres de culpa los que las pedían , ni
se le puede cargar al Rey por no concederlas, porque
no todos los provechos son siempre lícitos, ni se deben
pedir ni conceder, ni todas las cosas que son buenas
lo son á todos tiempos ni lugares , ni permitidas á to-
das personas; y por excusar prolijidad de traer otros
ejemplos, con los mismos desta suplicación lo vamos pro-
bando, ayudándonos de las razones necesarias.
Provechoso cierto es, y aun necesario, que elReyresi-
da personalmente en sus reinos, como estos pedían, para
que mejor los pueda regir y gobernar; pero no es esta
regla tan rigurosa y inviolable que no tenga sus limita-
ciones, porque por causas grandes y honrosas lícito es al
Rey salir de sus reinos; y así, leemos de algunos santos
y excelentes reyesque hicieron grandes ausencias, no
solo por conservar sus estados y señoríos , pero por con-
quistar los ajenos, como fué el rey y profeta David en las
guerras de los filisteos, y san Luis, rey de Francia, que
por hacer guerra á los infieles dejó muchas veces sus
reinos, y al fin murió fuera dellos; y ansí podría decir
de otros mil que lo liícícron, que no solamente no fue-
ron reprehendidos ni murmurados, pero fueron y hoy '
son alabados por ello; de manera que aunque el Em-
perador no tuviera otros reinos sino los de España , era
tan justa y honrosa la jornada del imperio , y aun nece-
saria, como arriba apunté, que todos sus subditos no
solamente no debieran estorbársela , pero fuera justo y
razonable que le ayudaran y encaminaran á hacerla, y
sufrieran con paciencia esta ausencia ; cuanto mas que
su justificación es mayor que la común de los otros re-
yes, porque no menos le había Dios encomendado i
él la gobernación de los estados de Flándes, Austria,
Borgoña , i\ápoles y .Sicilia, y los demás (|Uo había he-
redado, que los de Castilla, y á todo-; era obligado á asis-
tir y acudir, y todos tenían el mismo titulo que Toledo
pretendía; por lo cual, para la conservación y amparo
de todos ellos, ninguna cosa parecía entonces mascon-
vinienle que el imperio, y así se ha visto y pareció des-
pués por experiencia; y pues los de Alemania y Flán-
des sufrieron con paciencia su ausencia cuando en Es-
paña vino, y ayudaronconsus navesyaun dineros para
su venida, no debiera de haber en estos reinos quien
pudiera quejarse de volver á visitar aquellos que lo ha-
bían criado y donde nació, y los había heredado de su
padre; y esto con tanto rigor y sequedad, que hubo vo-
tos tan" desacatados (y lo añadió por capítulo cierta
24
370 PERO
ciudad), que si su majestad se fuese, no se permitiese
sacar las rentas reales de Castilla ni enviárselas, sino
que se hiciese arca y deposite dellas, do se guardasen
hasta su venida.
Pues pedir que no se le otorgase servicio en las Cor-
tes no era menos contra el derecho y preeminencia real
que lo dicho, pues por ley divina y humana se les deben
á los reyes los servicios como á ministros de Dios , y así
lo dice y manda san Pablo, escribiendo á los romanos,
y los judíos imponían falsamente a Cristo por muy grave
delito que prohibía que no se pagase el pecho á César,
y por costumbre inmemorial antiquísima destos rei-
nos se le dan á los reyes los pechos y servicios, con-
forme á.las causas y necesidades, y no á tiempos limita-
dos; y de las letras también de los llamamientos de
cortes y otorgamiento de servicios , vemos darse dos y
tres juntos, según la causa se ofrecía, y no podía ser
mas justa que la jornada del imperio ; de la cual compe-
lido, se anticiparon algunos días estas cortes, visto que
no se podían celebrar en su ausencia, y no fué tanto, que
no había mas dedos años que eran hechas las pasadas.
La petición que no se sacase la moneda del reino,
justa era por cierto , pero muy excusada , porque por
las leyes destos reinos está dispuesto y vedado , las cua-
les siempre el Emperador ha mandado y manda guar-
dar; y querer meter en esta cuenta sus rentas y dine-
ros que se llevaban para sus gastos y necesidades, fué
terrible atrevimiento, y parece crimen lesee majestatis;
y la falsa murmuración de que había sacado dineros y
tesoros destos reinos, enviándolos á Flándes, era ma-
licia sin consideración , pues aunque quisiera haber-
lo hecho, nunca había sido posible, porque apenas ha-
¿ia podido cumplir los gastos que se le habían ofre-
cido , lo primero en aderezar su venida y en el arma-
da para ello, y en la que se hizo para llevar al Infan-
te, y antes desto en la que don Hugo de Moneada per-
dió sobre Argel y después en rehacerla, y en la gente
que se envió contra Barbaroja, y la otra armada y gentes
•de guerra que úllímamente había llevado don Hugo,
con que conquistó la isla de los Gelves, y la que agora
tenia aderezada para su partida; en las cuales y en sus
ordinarios gastos se habían consumido mas que sus
rentas ordinarias; de manera que está clara la falsedad
desta sospecha; pero antigua querella y malicia es es-
ta, porque yo me acuerdo del tiempo del Rey Católico,
que decían y murmuraban del que sacaba los tesoros
de Castilla y los llevaba á Aragón, y los tenia en una for-
taleza de Játiva, y después murió, y no se halló que ha-
bía llevado ni tenía un solo ducado.
Pues en lo que pedian que no se diesen oficios , te-
nencias ni cargosa extranjeros, verdaderamente el Em-
perador siempre en esto ha guardado tal moderación,
que no había razón por do se quejar , y lo que en esto
se ha alargado , antes es en favor y gracia de españoles,
porque en Milán , Ñapóles y Sicilia y otros estados ha-
llarán muchos españoles colocados en cargos de oficios,
y muy pocos ó ningunos de aquellas tierras en España.
En lo que tocaba á la Inquisición , yo no he podido
saber lo que pedían ; pero sé que hay tan buena orden
en aquel Santo Oficio , que ninguna mudanza podían
pedir que no fuese mala, y ninguno pudiera tener atre-
vimiento de entremeterse á reformar lo que la santa
madre Iglesia tiene tan bien ordenado.
MEJÍA.
Lo que pedían que los oficios y regimientos no se
vendiesen, también está así mandado por las leyes rea-
les, pero con mañas y malicias se va contra ellas, se-
gún el tiempo, y por su clemencia y mansedumbre , y
por no apretar á sus subditos , lo disimularon sus abue-
los y lo ha disimulado su majestad.
Pedir también que fuesen oídos los que estaban
agraviados fué díhgencia demasiada, porque nunca se
hallará que entonces, ni antes ni después, el Empera-
dor haya negado el audiencia al que pidiese justicia y
se sintiese agraviado, aunque fuese contra «u propia
persona y hacienda lo que pidiese; por do parece que
mas era esto por atraer y alterar las voluntades de los
que injustamente se hacían agraviados, y por dar buen
nombre y color á lo que hacían, y porque viesen que en
esto había falta.
Ansí que, bien mirado y considerado , todo lo que se
hacia era errado y malo, y ansí lo mas de lo que se pedía;
lo cual , aunque lodo- fuera santo y bueno, erróse tanto
en la forma y manera como se intentó , que hizo toda la
causa injusta, y ansí mereció el suceso y fin que tuvo ; y
agora , que esto se ha dado á entender, volvamos á
nuestro cuento.
CAPITULO II.
De cómo pasó lo de la partida del Emperador deValladolid á ha-
cer las cortes de Santiago, y lo que los mensajeros de Toledo
hicieron, y de las otras cosas que pasaron en aquella ciudad.
El Emperador, como tengo dicho, había venido á
Valladolid el i.° día de marzo, y en aquella villa no de-
jaba de haber muy grandes pláticas y murmuraciones
sobre el mismo propósito que en Toledo, porque, allen-
de de las que dentro de casa se habían criado , las car-
tas de TolecO escritas al consejo della habían desper-
tado y movido otras, porque hallaron dispuesto el hu-
mor para ello, y aun también las que Salamanca ha-
bía escrito , que contenían muchas cosas ; por lo cual el
Emperador, en los pocos días que allí estuvo, mandó
hablará los regidores y procuradores de aquella villa,
para hacer entender las justas causas que le movían y
compelían á ausentarse destos reinos, y para les desen-
gañar de las sospechas que tenían ; y aunque en esto se
puso la diligencia que fué posible , y aprovechó con los
que gobernaban, todavía no cesaba el miedo y murmu-
raciones del pueblo ; y habiendo once días que allí ha-
bía llegado, determinó de partirse á los 12 del dicho
mes, y ir de camino á Tordesíllas á visitar á la Reina,
su madre ; y sabido por la villa que el Rey se partía , el
común y vecinos della hubieron gran pesar y sentimien-
to, y comenzaron por el pueblo á tratar dello ; y los pro-
curadores generales y los de las cuadrillas y otros regi-
dores habiendo entendido mejor lo que debían hacer,
se juntaron en San Pablo, monasterio de frailes domi-
nicos, para dar orden en el poder general á sus procu-
radores para otorgar el servicio en las Cortes , y tam-
bién para suplicar al Emperador algunas cosas de su
servicio , y para le enviar á besar las manos antes de su
partida; y estando ellos en este ayuntamiento, don Pe-
dro Lasso de la Vega y sus compañeros mensajeros de
Toledo, que aquel mesmo día habían llegado á Vallado-
lid, queriendo diligentemente hacer lo que su ciudad les
había encargado, antes de subirá besar las manos al
Emperador, que fuera el mas derecho camino, acom-
COMUNIDADES
panados de algunos del pueblo y procuradores de las
cuadrillas, que sabiendo que eran llegados, los fueron
á ver y comunicar su propósito , que era el mismo que
ellos traian , fueron al dicho monasterio de San Pablo
á hablar con el regimiento y procuradores de la villa,
á los cuales les hicieron una habla, en que les signifi-
caron las causas de su venida y lo que pensaban pedir
en nombre de Toledo al Emperador, justificándolo y
vistiéndolo de las mejores palabras que pudieron; y al
cabo les pidieron que, como lo hablan escrito y ofreci-
do á Toledo , enviasen juntamente con ellos sus mensa-
jeros y procuradores que pidiesen lo mesmo, como Sa-
lamanca y otras ciudades lo hacian, para que pedido por
muchos, tuviese mas fuerza; y acabada su habla , con
acuerdo de todos les respondió don Hernando Enriquez,
hermano del almirante de Castilla , que ellos no estaban
determinados de lo que hablan de hacer; y queallí jun-
tos estaban para ello, y que en lo que se determina-
rían seria lo que fuese servicio del Rey y bien de sus
reinos ; que ellos hiciesen lo que les pareciese.
Los mensajeros de Toledo , pareciéndoles que no ha-
llaban el recaudo que pensaban , desde allí se fueron de-
rechos al palacio del Emperador , y después de haberle
besado las manos, le suplicaron les mandase dar audien-
cia , porque le querían suplicar é informar de muchas
cosas. El Emperador les respondió que él estaba de ca-
mino, como veian ; que no había tiempo para le poder
bien informar : ellos replicaron , señaladamente el don
Pedro Lasso, que mucho mas iba en que su majestad
les hiciese merced de oírlos, dilatando su partida, y
mas siendo el día que era , muy llovioso ; y que le que-
rían informar y suplicar algunas cosas que convenían
mucho Á su servicio y al bien de sus reinos ; y así, in-
sistió mucho en pedir que no se partiese. El Empera-
dor, que tenia ya entendido lo que le venían á pedir, y
no se tenia por servido de la forma con que se lo pedían,
les respondió que no había persona en el mundo que
mas cuidado tuviese de lo que cumplía á sus reinos que
él ; que se fuesen al primer lugar adelante de Tordesí-
llas, camino de Santiago , que allí les oiría ; y con esto
se despidieron los mensajeros de Toledo.
En tanto que esto pasaba, comenzóse á publicar
por el pueblo que los embajadores habían otorgado
ya allí el servicio y pecho al Emperador, y que él se
iba , y pensaba llevar á la Reina su madre consigo fue-
ra del reino; y como el vulgo cree fácilmente lo que
teme, andaban todos turbados y indignados desto,
por unas partes y otras diciendo que se debía suplicar
al Emperador no se partiese. En esta disposición, algún
hombre escandaloso, que no se pudo saber quién fuese,
tocó una campana de la iglesia de San Miguel , que en
los tiempos pasados de guerra se solía tocar á los re-
batos y armas que se daban ; la cual luego que fué oí-
da, sin entender ni saber para qué , tomaron las armas
con que se pudieron hallar cinco ó seis mil hombres del
pueblo; y viéndose así armados, muchos quisieran,
según pareció, estorbar la partida del Emperador, y
esto fué á tiempo que él salía ya de su posada para ca-
minar; y cuando llegó á la puerta de la villa, llegó allí
parte de la gente que se habia juntado , que por lo mu-
cho que llovía, se había algo detenido, y algunos dellos
acometieron á cerrar la puerta, y por la guarda del Em-
perador les fué resistido; y ansí prosiguió su camino, y
DE CASTILLA. 37!
el lugar quedó muy escandalizado y alborotado de lo
que habían hecho , y otros de verlo hacer; pero como la
cosa no había llevado fundamento ni causa , luego se
acabó y amansó el tumulto, y quedaron confusos y ata-
jados del desacato que habían hecho.
El Emperador llegó á Tordesillas , y deteniéndose allí
un solo dia , prosiguió su camino, y á la primera jornada,
que fué en Villalpando, dio audiencia á los mensajeros
de Toledo, que se habían allí adelantado á esperarlo;
juntándose con ellos los procuradores de cortes de Sa-
lamanca , que eran don Pedro Maldonado , que después
fué degollado, y Antonio Hernández, regidores , ytara-
bien sus mensajeros, que eran Juan Alvarez Maldonado
y Juan Arias y Antonio Enriquez , que particularmente
venían á pedir lo que Toledo pedia ; y los unos y los
otros tenían instrucción que se conformasen con los
mensajeros de Toledo, á los cuales solo el Emperador
dio allí audiencia en presencia de monsieur de Xevres,
y de su caballerizo mayor don Carlos de Lanoy, y del
maestro Mota , obispo de Palencia , y de don García de
Padilla y del secretario Francisco de los Cobos , que
ya era parte en los negocios y consejos; y ellos le lu-
cieron una larga habla, pidiéndole lo que ya tenemos
dicho arriba, insistiendo principalmente en que no de-
bía su majestad partirse deslos reinos, y concluyendo
en este articulo con decir que, si todavía se determinaba
en su partida, que mandase dejar tal orden en la go-
bernación , que diese parte della á las ciudades del rei-
no , y también que fuese servido de no pedir que se
otorgase servicio ninguno por ahora.
El Emperador, aunque tenia suficientes respuestas
con que confundirlos y convencerlos , templando su
justa indignación, no quiso entrar enjuicio con sus sier-
vos ; antes dijo que les habia oído y les mandaría respon-
der, y lo mismo respondió á los de Salamanca, que des-
pués le hablaron por su parte, y ensustancia pidieron lo
mesmo , y le significaron cómo tenían orden de su ciu-
dad que en todo se conformasen con los mensajeros de
Toledo; á los cuales el Emperador mandó responder por-
el obispo de Palencia y don García de Padilla , que poc
que los de su consejo estaban en la villa de Benavente,
para donde él partiría otro dia , que se fuesen allí , por-
que allí con su acuerdo les mandaría responder; y ellos
lo hicieron ansí.
Venido el Emperador á Benavente, por donde era su
camino, y estando don Pedro Lasso y su compañero es-
perando por la respuesta de su embajada, mandó jun-
tar los de su consejo de Justicia y Estado, y todos ellos»
considerando la forma y el tiempo y origen della , les
pareció que antes merecían castigo, que ninguna buena
respuesta ni satisfacción á lo que pedían ; por lo cual
el Emperador los mandó después llamar á su cámara,
y con rostro algo severo , según hoy dia lo cuenta
don Pedro Lasso, les dijo él proprio que él no se tenia
por servido de lo que hacian , y que sí no mirara á cu-
yos hijos eran , los mandara castigar, por entender en
lo que entendían ; y que acudiesen al presidente de su
consejo , que él les diría lo que convenia que hiciesen;
y ellos comenzaron ase disculpar y decir algunas causas
y razones; pero el Emperador paró poco á oíllas, antes
se entró en otra pieza, y luego los tomó don García de
Padilla y les reprehendió de lo que hacian, dícíéndoles
que no era servicio del Emperador insistir tanto en im-
372 PliliO
pedir su pnriifla , pues fon imporfanfe era á su honra y
á la repulaoiüii de su persona, y aun á la seguridad y
conservación de su eslado, y que eran ocasión de al-
terar y desasosegarlas voluiilades de los procuradores
de corles y de las mismas ciudades, por la autoridail
que Toledo tenia acerca dellas ; que lo mirasen y consi-
derasen bien ; y después desto fueron también al presi-
dente del Consejo Real, que era el arzobispo de Gra-
nada, como el Emperador se lo habia mandado, y él les
dijo que lo que podian tomar por respuesta , era que su
majestad iba á hacer corles á la ciudad de Santiago,
donde todos los procuradores del reino se juntarian;
que Toledo enviase allí los suyos, con memoria de las
causas que ellos habían suplicado, y que vistas y exa-
minadas, el Emperador proveería lo que mas convinie-
se á su servicio y al bien general de todos sus subditos,
y lo que ellos debían hacer era dejar de entender en
aquellas cosas, y acabar con su ciudad enviase sus pro-
curadores , como lo hacían todas las demás destos rei-
nos , y no insistiesen en las novedades que habían co-
menzado.
Ellos respondieron lo que les pareció , diciendo que
no eran parte n)as de para suplicar aquello, y no acep-
taron el consejo que les daba; antes tenían ya por caso
de honra porfiar, y bien, en lo que habían comenzado,
que es una cosa que á muchos ha traído de pequeños
errores ú muy grandes. Siguieron al Emperador hasta
Santiago, y allí anduvieron solicitando é induciendo á
todos los procuradores de las ciudades, que allí eran ya
venidos, á su propósito y opinión y á que pidiesen lo mes-
moque Toledo pedia, como muchas dellas lo habían
enviado á ofrecer, siendo ayudados en todo de los men-
sajeros do Salamanca, que los seguían y acompañaban.
Entrando pues el Emperador en la ciudad de Santia-
go con muchos grandes y señores de Castilla, las Cor-
tes se comenzaron i° día de abril, y fué presidente
dellas Hernando de Vega , que hoy es vírey en Sicilia, y
por letrados don García de Padilla y el licenciado Za-
pata, y el Emperador se quiso hallar el primero dia en
ellas, y mandó hacer la proposición en su presencia ; la
cual fué manifestando las justas y grandes causas que
tenia para la jornada que hacía, y los muchos gastos
que se le habían ofrecido y esperaba tener, pidiéndo-
les le socorriesen con el servicio acostumbrado , y que
en su ausencia guardasen la paz y fidelidad que de tan
leales vasallos se esperaba; y por su acatamiento, al-
gunos de los procuradores estaban en otorgar el ser-
vicio y manifestar aquel día su propósito, sino fue-
ron los de Salamanca, que descubiertamente no qui-
sieron hacerla solemnidad del juramento ordinario, sin
que primero su majestad otorgase loque le habían pe-
dido : lo cual , tenido por desacato, les fué mandado que
no entrasen mas en las Corles ni fuesen admitidos, y
ansí se hizo; y otro día siguiente ellos se juntaron con
los mensajeros de Toledo, y determinaron de hacer un
requcf ¡miento á los. procuradores de cortes, que por
cuanto los procuradores de la ciudad de Toledo no eran
venidos, y los de Salamanca no eran admitidos, que
hasta hallarse presentes los unos y los oíros no se de-
terminase ni concediese cosa alguna; donde no, que
protestaban que no parase perjuicio á sus ciudades ; y
llevando esto escrito á la larga, fueron á San Francisco,
doQdd se liaciun las Corles, y pidieron que les fuese
iMEJlA.
dada audiencia en ellas; y aunque sobre ello hubo di-
versos votos y algunas dilerencias, al cal)o les fué ne-
gada la entrada , y ellos liicieron su protestación y au-
tos; lo cual sabido por el Emperador, resultó dcllo que
aquella mesma noche el secretario Francisco de los
Cobos y Juan Ramírez , secretario del Consejo, vinieron
á hablará los mensajeros de Toledo de parle del Empe-
rador, y á cada uno de por sí les mandaron y notifica-
ron : á don Alonso Snarez, que otro dia lunes en todo
el dia saliese de su corte , y dentro de dos meses se fuese
á servir y residir en la capitanía de hombres de armas
que tenia, do quiera que estuviese, hasta que pnr su
majestad le fuese mandado otra cosa , so pena de per-
dimiento de todos sus bienes y de la dicha capilain'a;
y á don Pedro Lasso, que ansimesmo saliese de !a corte
el dia siguiente, y dentro de cuarenta días se fuese á
residir en la tenencia deGibrallar, que del Rey tenia,
y della no saliese sin su licenia y mandado, so pena
de perderla, con lodos los demás bienes que tuviese.
Notificado este mandado, ellos lo sintieron mucho, y
por vía de monsieur de Xebres y por todos los que mas
pudieron, trataron de quedar en la corte ; pero no lo pu-
dieron acabar, y hubiéronse de salir della á un lugar lla-
mado el Padrón, animando y solicitando primero al-
gunos de los procuradores de cortes á su opinión, y
de allí procuraron el alzamiento de su destierro; pero
el Emperador jamás lo quiso conceder, y el don Alonso,
conociendo que acertaba en ello, cumplió lo que le fué
mandado, y no entendió después en cosa de las que se
ofrecieron en Castilla ; lo cual le fué tenido á buen seso
y cordura ; y dicen que don Pedro Lasso estuvo tam-
bién en obedecer, que le fuera harto honroso y prove-
choso; pero sus cosas se ordenaron después de otra ma-
nera, como se verá; y este fin hubo la embajada de To-
ledo, tan porfiada y que tan poco fruto y provecho hizo.
Estando el Emperador en la ciudad de Santiago, don-
de tuvo la pascua de Resurecion de aquel ano de 20, que
fué á 8 de abril, y pasada la Pascua, por estar mas á
punto y tiempo para su navegación, se partió para la
Coruña, donde también mandó. ir los procuradores de
cortes de las ciudades, para las concluir y acabar, como
después se hizo.
CAPITULO IIL
De qué manera pasó el levantamiento de Toledo,
y las cosas que en él pasaron.
Las cosas de Toledo no so habían mejorado nada en
el entre tanto que se entendía en lo que acabo agora
de contar; antes se habían empeorado y iban en creci-
miento , porque los que las habían movido y levantado,
sabiendo que los mensajeros enviados al Emperador no
fueron tan bien oidos como quisieran , comenzaron á
temer ; y para su seguridad y fuerza , y también con de-
seo de salir con sus intentos , procuraron de levantar y
alterar el pueblo contra la justicia y contra los que les
hacían contradícion, haciéndoles entender que el ne-
gocio era bien público, y que de su interese y provecho
se trataba; y para este fin echaban personas disímu-.
ladas que dijesen y publicasen grandes desórdenes y
agravios que por los que gobernaban se hacían, siendo
todo falsedad y fingido , y de la misma suerte los pechos
y servicios que decían se querían echar sobre el pueblo;
y que ansimesmo alabasen y encareciesen las cosas que
COMUNIDADES
se pedían y no se qncrian otorgar, y llegó la cosa á que
sobornaríin predicadores, induciéndolos para que lo
alabasen y publicasen en Io> púlpilos. Y como todo esto
no sucedía tan bien como ellos pensaron, ansí porque
el nuevo corregidor don Antonio de Córdoba ponía toda
su posibilidad para apaciguar al pueblo y quietar los
ánimos de la gente, como porque ellos proprios se mo-
ví;.n de mala gana ai rigor y rompimiento, aunque an-
daban bulliciosos y alterados, acordaron entre sí buscar
forma cómo hacer una gran junta de gente popular,
para que de-de allí resultase quedar ansí unidos y ani-
mados ,ó que naciese algún escándalo ó alboroto contra
los que lo quisiesen estorbar, y ansí quedase la gente
prendada é indignad'!, y ellos poderosos; y para esto or-
denaron que se hiciese una muy solemne procesión en
nombre de la cofradía de la Caridad , que es en aquella
ciudad muy antigua y principal cosa , y en que hay muy
gran nínnero de colrudes , y no suele salir así de propó-
sito, sino á cosas muy señaladas; y que saliese desde la
iglesia de Santa Justa hasta la iglesia mayor, con muy
grande fiesta de músicas y aderezos, y que el intento
de los de ia letanía y procesión fuese porque nuestro
Señor alumbrase el entendimiento y voluniad del Rey
para bien regir y gobernar sus reinos ; porque aquesto
es ansí muy ordinario, que nunca se persuade una cosa
muy mala sino con titulo y colores honestas. Tomada
resolución , la publicaron luego y comenzaron á dar or-
den cómo se hiciese, y fué el consejo aceptado y apro-
bado mucho por la nayor parte del pueblo, que uatu-
ralmenle es amigo de juntas y regocijos.
Sabido esto por los que tenían la parte y opinión con-
traria, y por don Hernando de Silva, que era el caudillo
y cabeza dellos, entendieron luego el propó'^ito con que
se hacía, y procuraron cuanto pudieron de lo estorbar;
y el don Hernando envió á decir á los cofrades que no
juntasen ni alborotasen á los cofrades ni al pueblo, so
color de devoción, en deshonor del Emperador y des-
acato de su justicia ; si no, que les hacia saber que él con
sus amigos y criados se lo había de estorbar y resistir.
Enviado este recado, y oído por los que esto habían
enoaminado, fué muy alegre cosa para ellos, porque fué
camino para su deseo ; porque el pueblo , que tenia su
opinión, se levantó y determinó mas con la resistencia,
íomo es cosa natural, y don Hernando y los de la suya
se hicieron malquistos y odiosos á ellos , diciendo que
no solamente estorbaban y contradecían el bien del pue-
blo, pero las cosas divinas y de devoción. Finalmente , la
cósase puso en términos, que don Hernando se hubo
de apartar de su determinación á instancia del Corregi-
dor, por evitar el grande escándalo que estaba apareja-
do, y por consejo de sus amigos, aunque estaba muy
determinado. De manera que la procesión se hizo el
día que estaba señalado con muy gran placer del pueblo
y favor, y con muchos menosprecios y mormuraciones
de los contrarios ; de lo cual quedaron de allí adelante
tan desvergonzados y atrevidos los de la Comunidad ,
que la justicia tenia muy poca fuerza, y en todo había
desorden y confusión , y comunmente se liacia y orde-
naba lo que Hernando de Avales y Juan de Padilla que-
rían , en el regimiento y aun fuera dél. Don Hernando
de Silva se determinó de se ir de Toledo , y se fué para
donde el Emperador estaba ; lo cual sabido por el Em-
perador antes que partiese de Santiago, y entendiendo
DE CASTILLA. 373
que estos eran los que principalmente liahinn estorbado
que á don Juan de Ribera y á su compañero, p.ocura-
dores que habían sido por suerte elegidos, como aniba
tengo dicho, no se les diese el poder general tan cum-
plido, y que poroso no liabian ido ellos, paresciólequo
convenia de mandarlos salir de Toledo, para que con su
ausencia se curasen mejor los males comenzados, co--
mo se cree que se hiciera si ellos cumplieran senci-
llamente su mandamiento. Pero pasó ansí , que siéndo-
les notificadas por el Corregidor las cédulas del Empe-
rador, que aun creo que eran segundas, y de las pri-
meras habían suplicado, en que lüs mandaba parecer
ante él dentro de cierto y breve término , ellos dijeron
que las obedecían y estaban prestos de las cumplir, y
Ungiendo que lo querían hacer ansí, aderezaron luego
su partida ; y habiendo primero secretamente juntado
gente, y incitado el pueblo para lo que se hizo, en 16
días de abril salieron de sus casas aderezados de cami-
no, como si muy de veras se partieran, y llegando á
pasar por la iglesia mayor, ó según otros cuentan , ha-
biéndose apeado en ellaá hacer oración, donde ya los
estaban esperando los que hablan de hacer el hecho,
salieron á ellos con grande ímpetu y alboroto, convo-
cando á todos los que podían, y diciendo que no se ha-
bía de permitir que aquellos caballeros se fuesen de
Toledo; que aquello era perdición de todo el pueblo,
y muy grande desagradecimiento y crueldad dejarlos
ir á padecer. Los prendieron y detuvieron , hacieiido
ellos grandes ademanes y apariencias de que eran for-
zados y que querían proseguir su camino ; y esto se co-
menzó con tanto bullicio, que en muy poco espacio
acudieron y concurrieron mas de seis ó siete mil hom-
bres, los mas dellos con armas; y dando voces y al-
borotos, los llevaron á sus posadas, y les pusieron guar-
dias y penas que no saliesen deltas ni se fuesen ; y lue-
go se fueron á la posada del Corregidor; el cual, visto
loque pasaba, andaba mandando díir pregonesque lo-
dos se fuesen á sus casas, y haciendo otros mandados
sin fruto ni efeto ; antes unos le querían matar, y estu-
vo muy á punto de hacerse, y otros qnitalles las varas
á él y á sus oíiciales, y que las tomasen por la Comuni-
dad; y estando él en este peligro confuso, le prendie-
ron , ó por mejor decir, le forzaron á que repusiese el
mandato y notificación de las cédulas que había hecho
á Juan de'Padilla y á Hernando de Avalos, y él lo hizo ;
y por evitar la furia del pueblo se re trujo á su posada, y
así estuvo no sé qué días después sin fuerza ni autori-
dad, y al cabo se salió de la ciudad, de temor de ser
muerto.
Hecho lo de Juan de Padilla , el pueblo anduvo como
bestia fiera, apellidándose y discurriendo de uní parte
á otra ; y vista esta furia por los pacíficos que tenían y
habían tenido la parte contraria, como eran los menos
y la fuerza tan desigual , no solamente no se atrevieron
á hacer resistencia , pero ni aun á parecer ni esperar el
fin desto ; y ansí, unos se escondieron en sus casas, y
otros se ausentaron déla ciudad. Las personas mas se-
ñaladas, en que habia algunos regidores y jurados, se
metieron en el alcázar con don Juan de Ribera, que
tenia la tenencia dél y de las puertas; el cual luego
se retrujo á él con algunos de sus hijos y hermanos,
y alguna gente que de sus villas mandó venir con la pro-
visión que pudieron , que fué muy poca ; y los de la Co-
374 • PERO
munidad, que este nombre se llamaba ya, por santo y
agradable, que era todo lo restante, siguiéndose por los
quepresumian de mas bulliciosos, entendieron luego
en fortiíicarse en su ciudad , de temor de fuerza de fue-
ra, ya que dentro ninguna tenian; y por esto acordaron
de apoderarse de las puertas y puentes que don Juan de
Ribera , como digo , tenia ; de las cuales , aunque en la
que llaman de San Martin hubo alguna defensa, en tres
ó cuatro dias se apoderaron , parte por combate , par-
te por partido, y pusieron sus guardas , tratando tam-
bién en el mismo tiempo con don Juan de Ribera, que
le tenian cercado en el alcázar, sin le dejar entrar man-
tenimiento alguno, que saliese del y se fuese de la ciu-
dad ; lo cual él, forzado de hambre y de sed intolerable,
con los que dentro estaban lo hubo de liacer, con par-
tido que dejase en ella teniente que la tuviese en su nom-
bre por el Rey ; y dando este asiento él con todos los
caballeros y regidores , y otras gentes que allí se habían
entrado , se salió públicamente de Toledo sábado , á 21
dias del mes de abril, y se fueron á un lugar suyo, llama-
do Villaseca , adonde recogió á los que con él quisieron
ir, y estuvo después siempre en servicio del Rey ; pero
los de la Comunidad no cumplieron ni guardaron lo
asentado , antes tuvieron forma cómo se apoderaran
del alcázar.
Ido ansí don Juan, y ausentado después el Corregi-
dor, quedaron libres y señores, y hicieron sus dipu-
tados , y comenzaron á querer poner forma de gobier-
no á su voluntad, nombrando y diciendo que se hacia
en nombre del Rey y de la Reina y de la Comunidad ;
y Juan de Padilla y Hernando de Avalos enviaron á dar
sus fingidas disculpas al Emperador, diciendo que ha-
bían sido presos y no habían podido ir á su llamamien-
to, y que de todo lo sucedido les habia pesado. Y esta
es en suma la manera cómo la ciudad de Toledo se alzó
y dio principio á lo que las otras hicieron después; y en
lo que en Toledo se hacía y después se hizo, era la prin-
cipal parte en lo mover y sostener doña María Pacheco,
mujer de Juan de Padilla, hermana del marqués de Mon-
déjar, que fué una mujer de muy inquieto y bullicioso
ánimo, y que presumió siempre de muy valerosa y de
altos pensamientos; que es una pasión que ha hecho á
muchos hombres hacer grandes desatinos y atrevimien-
tos.
CAPITULO IV.
De la resolución que el Emperador tomó, sabida la alteración de
Toledo, y cómo se concluyeron las Cortes, y él se embarcó y
partió, y á quién dejó por gobernador en Castilla.
La nueva y movimiento del escándalo de Toledo le
tomó al Emperador en la Coruña, donde estaba para se
embarcar, aunque las Cortes aun no se habían concluí-
do. Hubo dello grandísimo sentimiento, y puso en plá-
tica de venir luego personalmente á castigarlo, y como
inozo animoso, que entonces había cumplido veinte
años, tuvo grande gana de hacerlo; pero fué apartado
desle propósito por Xebres y los del Consejo, por respe-
tos que tuvieron , de temor de mayor desacato sí el
Emperador iba á ello, teniendo entendido la fortaleza
y sitio de aquella ciudad, y estar aquella cosa en prin-
cipio de su furia, y que sería muy mal si se desvergon-
zaban contra su persona, como temían que lo harían,
asi de temor de lo que habían cometido, como por es-
tar, como digo, aun en la fuerza del primer furor; lo
MEJIA.
cual se tenia esperanza que el tiempo amansaría y tem-
plaría, pasados aquellos ímpetus del pueblo, que, como
se suele encender con poco fundamento, así acontece
apagarse y deshacerse presto, teniendo fresco ejemplo
dello en el alboroto pasado de Valladolíd, que comenzó y
acabó en un día. Juntábase también con esto la necesi-
dad que su majestad tenía de no dilatar su camino, por la
priesa que del Imperio y de sus estados de Flándes le
daban , y porque le convenia verse con el rey de Ingla-
terra en Picardía antes que él y el rey de Francia se vie-
sen, como tenia concertado, para 1.° de junio, cerca de
Calés, villa del rey de Inglaterra; por lo cual se acordó
esperar el tiempo y lugar de hacer otros mas seguros
remedios, de los cuales algunos intentaron luego, de
cartas y apercebimientos,y que el Emperador, conclui-
das las Cortes, que ya estaban en esto, prosiguiese su
viaje, confiando, como digo, que lo de Toledo no iría en
crecimiento, antes se curaría presto; y en esto se re-
solvieron, no adivinando lo que después sucedió, por-
que á la verdad fueron cosas que no pudieran caber en
consideración ni ordinario juicio; y así se acabaron las
Cortes, en que se ordenaron algunas cosas cumplideras
á la justicia y gobernación, y las ciudades otorgaron el
servicio ordinario al Rey, que fueron ducientos cuentos
en tres años, aunque hubo algunos procuradores que no
lo otorgaron ni votaron, que fueron los de Salamanca,
Toro, Madrid, Murcia , Córdoba y Toledo, cuyos pro-
curadores nunca vinieron ; y los de León el uno negó y
el otro concedió, y los unos y los otros se fueron á
sus casas ; y el Emperador, siendo ya entrado mayo, y
no esperando otra cosa sino tiempo para su navegación,
con acuerdo de los de su consejo y su presidente don
Antonio de Rojas, arzobispo de Granada, ordenó de-
jar por gobernador destos reinos de Castilla al cardenal
Adriano , para evitar las invidias y parcialidades si de-
jara algún grande de Castilla juntamente con su real
consejo, y que fuesen á residir en la villa de Valladolíd.
Y porque Toledo quedaba alterada y las cosas sospecho-
sas, dejó por capitán general á Antonio de Fonseca,
señor de Coca y Alaejos , para sí algún hecho de armas
fuese necesario ; y ordenado esto, plugo á Dios que des-
de á pocos días, que fueron 20 del dicho mes de mayo,
vino eí viento que se deseaba, y la noche siguiente el
Emperador se embarcó, acompañado de los señores ex-
tranjeros que acá andaban en su servicio, y del duque de
Alba don Fadrique de Toledo, y del marqués de Villa-
franca don Pedro de Toledo, y de su hijo, y de algunos
deudos suyos, y de algunos otros señores y caballeros
españoles de menor estado. Hízose su navegación de-
recha á Inglaterra, y en seis dias llegó y tomó puerto en
Dobla, frontera de Calés, en el estrecho entre Francia
y Inglaterra ; y luego el mesmo día , que fué víspera de
la pascua del Espíritu Santo, desembarcó allí con toda
su corte, donde ya estaba el cardenal de Inglaterra, que
era gran privado del Rey y por quien se gobernaba. Y
luego la misma noche, siendo avisado de su venida , vi-
no allí por la posta el rey de Inglaterra, y fueron muy
grandes las muestras de amor con que habló y recibió
al Emperador, y las fiestas y alegre recibimiento que á
él y á toda su corte hizo, y luego otro dia los dos reyes
fueron á Santo Tomé de Contarberi, donde la reina doña
Catalina de Inglaterra , mujer del Rey y tía del Empe-
rador, estaba y tenia riquísimamente aderezado el apo-
COMUNIDADES
sentó, en el cual estuvieron los tres dias de la Pascua, y
se hicieron muy grandes y muy solemnes fiestas. Pasa-
da la Pascua, y habiendo estos dos príncipes tratado las
cosas que les convenían, y ratificado y confirmado las
paces y deudos que entre ellos habia, con buena gracia
y amor, el Emperador se despidió de su tia y del Rey su
marido, y se vino á una playa en aquella mesma isla, y
se tornó á embarcar en su armada, que allí se habia pa-
sado ; y prosiguiendo su navegación, fué á tomar puerto
en la isla de Holanda , en la villa de Freguelingas , y de
su llegada, los naturales de aquellos estados, luego co-
mo fué publicada , recibieron increíble alegría , y ansi-
mismo en toda Alemania, en la cual también era muy de-
seado. De Holanda, sin se detener, pasó á Flándes, y
en las villas de aquellos estados, por do pasaba, le fue-
ron hechos muy solemnes recebimientos, señaladamen-
te en Gante, donde le esperaron madama Margarita,
su tia , y el infante don Hernando, su hermano, que ya
era duque de Austria, y fué dellos alegremente recebi-
do, y de allí se acercó á la villa de Calés para tornarse
á ver con el rey de Inglaterra; el cual , después que del
Emperador se habia apartado, se pasó en Calés, y cerca
del habia hecho sus vistas muy solemnes con el rey y
reina de Francia, de donde habiéndose" ido el de Fran-
cia, el Emperador se acercó, como digo , con el rey y
reina de Inglaterra, que también vino allí, y trataron sus
ligas y oíros negocios grandes que no han venido ámi
noticia, porque es cierto que el rey de Francia procu-
raba mucho que el de Inglaterra se declarase por él, si
fuese menester, contra el Emperador, de cuya potencia
y acrecentamiento á él no le placía nada; antes le era
odiosa y sospechosa, y le hacía todos los estorbos que
podía. Concluidas estas vistas, el Emperador se volvió á
la villa de Gante á se aderezar y ponerse á punto para ir
á recebir su corona en la ciudad de Aquísgran, donde le
dejamos agora hasta su tiempo, y digamos las cosasque
pasaron en estos reinos luego que se ausentó el Empe-
rador dellos, que fueron harto extrañas.
CAPITULO V.
De las cosas que sucedieron en Castilla luego que el Emperador
partió dalla , y cómo fueron en crecimiento los alborotos y es-
cándalos populares.
La partida del Emperador fué diversamente sentida
en España porque los que tenían sana y buena inten-
ción y ánimos quietos, que la habían aprobado y tenido
por justa, sintieron con ella mucha soledad y pena, do-
liéndose de lo que luego sucedió, temiendo y adivinan-
do lo que después vino;. pero los que eran bulliciosos y
levantados no la tomaban ansí , antes parecía que anda-
ban regocijados con una vana esperanza que en los
ánimos semejantes se suele criar de acrecentar sus es-
tados y estimación con las disensiones y mudanzas; y
de los desta calidad no hubo pocos, y cierto fueron
grandes ocasiones de los males que sucedieron. Señala-
damente en la gente popular de algunas ciudades de
Castilla creció sin parar el atrevimiento , trocando las
murmuraciones y desvergüenzas pasadas, ya dichas, en
desacatos y osadías intolerables, coloreando los unos y
los otros lo que se hacía y decía con el nombre y título
de bien común y defensión de sus repúblicas. Los co-
razones é intenciones Dios las sabe, y solo las conoce
DE CASTILLA. 37S
y entiende ; pero los hechos que se hicieron y la fami
dellos claramente fué mala, como en el cuento destai
historia severa, y así permitió Dios que fuesen en daño
y destruícion de los que las ordenaron y ejecutaron.
Partido pues el Emperador, al tiempo que tengo di-
cho, del puerto de la Coruña, los grandes y señores que
allí habían quedado se fueron á sus casas y tierras , y
el cardenal de Tortosa con algunos dellos y los del Con-
sejo Real tomaron su camino para Valladolid, como se
habia ordenado; y antes que allí llegasen, tuvieron
nuevas de algunos de los movimientos que pasaron;
porque en muchtis ciudades habían concebido tan gran-
de odio contra los procuradores de cortes que otorgaron
el servicio, juntándose con ello las mentiras y fama
de cosas que decían haber otorgado , que en las mas
dellas, luego que los procuradores llegaban, hacían
contra ellos atrevimientos é insultos nunca pensados.
Las primeras, después de lo que en Toledo estaba he-
cho, fueron Zamora y Segovía, cuyas poblaciones casi
en un día se levantaron en comunidad , y se pusieron
en armas con grandísimo escándalo, ejecutando la pri-
mera furia en sus procuradores de cortes , que fué el
nombre y ocasión con que se levantaron , llamándolos
traidores y vendedores de la patria , porque habían
otorgado el servicio á su rey; y los procuradores de la
ciudad de Zamora escapáronse de la muerte que les
iban á dar, porque huyeron por maña y mandamiento
del conde de Alba de Liste, que era vecino y parte prin-
cipal en aquella ciudad; pero con aquel ímpetu que los
iban á matar, les fueron á derribar las casas, y lo co-
menzaron á hacer, y dejaron de acabarlo por ruego y
acatamiento de la condesa de Alba, que salió á se lo pe-
dir y estorbar. Tomóse allí no sé qué medio de ponerles
dos estatuas en memoria de lo que ellos llamaban trai-
ción. Este conde fué muchos dias freno y remedio para
templar las cosas de aquella ciudad , para que, aunque
tenia voz de comunidad , no se hiciesen en ella insultos
y desatinos , como en las otras.
En Segovia fué mas cruel y abominable el hecho, por-
que habiéndose juntado el común de aquella ciudad en
la iglesia de Corpus Christi á elegir ciertos oficiales,
como lo habían de costumbre , en martes, día de pas-
cua de Espíritu Santo , estaba allí acaso con ellos un
hombre llamado Fulano Melena, allegado ó criado de la
justicia, con la cual tenían ya grande odio y enojo; y
como el Melena pareciese que la quería disculpar, co-
menzándolo algunosque particularmente lequerian mal,
súbitamente se alborotaron todos, y con grandes vo-
ces y escándalo le prendieron, y sin mas razón ni dila-
ción" fué llevado por el pueblo, que luego acudió todo al
campo , á la horca , adonde llegando el Melena casi
muerto, lo ahorcaron de los pies; y viniendo de hacer
este cruel hecho , toparon con otro hombre, y porque
le vieron escrebir en un pliego de papel , y á uno dellos
le pareció, ó lo quiso decir, que estaba escribiendo los
nombres de los que aquello habían hecho, comenza-
ron á decir : «Muera , muera ; » y con la mesma orden
de proceso que al otro, volvieron con él á la horca, y
pusiéronlo en ella , donde desde á poco murió con
grande inhumanidad : con que gastado el dia en estas
extorsiones, luego al siguiente , que fué miércoles , se
juntaron en su ayuntamiento los regidores de aquella
ciudad á tratar de lo que habia pasado; al cual ansimes-
376 PEHO
mn vino el rcgiflnr Torflcsillas.prociiMdnr rio cortes
que liíibia sido, á dar cuenla de lo que allí se lialjia he-
dió, aunque fué aconsejado que no lo hiciese; y es-
tando así en el dicho ayuntaniiento, vino grande nú-
mero de gente del pueblo, armada , con grande gritería
y alboroto, y comenzaron á pedir que les fuese entre-
gado el traidor Tordesillas, y como no lo hiciesen,
luego escalaron y subieron por diverjas parles á las ca-
sas del cabildo, sin que nadie se atreviese á resistilio;
de manera que se le entregaron por fuerza; y ansí lo
llevaron preso, y aunque en el camino el deán de aquella
iglesia, y muchos clérigos y religiosos salieron á es-
torbarlo con el Santo Sacramento en las manos , no
fueron parte para que no le llevasen arrastrando y des-
pedazándole, y con una soga ú la garganta, hasta la
mesma horca donde habían llevado á los otros, y pusié-
ronle en medio dellos también colgado de los pies , que
fué un harto fiero y lastimoso espectáculo, y ansí acabó
la vida este pobre caballero , y la acabara también el
otro procurador su compañero, llamado Juan Vázquez,
EÍ hubiera venido á Segovia ; pero escapóse huyendo,
siendo avisado de lo que pasaba antes que allí viniese.
Habiendo el pueblo hecho esto, eligieron sus dipu-
tados de comunidad , y quitaron las varas á la justicia
del Rey , y diéronlas á otros que las tuviesen por la
Comunidad, y apoderáronse de las puertas de la ciu-
dad , y pusiéronse tan en armas y vela como si estuvie-
ran cercados de enemigos, y dende á pocos días pusie-
ron también cerco sobre la fortaleza, cuya tenencia era
de don Hernando de Bobadilla, conde de Chinchón, y
teníala por él su hermano don Diego. Escribieron asi-
mismo sus cartas á la ciudad de Toledo, haciéndoles
saber lo que pasaba, y pidiéndoles que si les viesen en
necesidad les enviasen socorro; y esta orden de quitar
y poner las varas y hacer diputados, siguieron en Za->
mora y en las otras ciudades que también tomaron esta
voz; de lo cual algunos caballeros y personas princi-
pales dellas mesmas se encargaron al principio, algu-
nos, aunque pocos, con buena intención , pensando
ser medio y camino por do la furia del pueblo se tem-
plase. Otros que ciegos y con malicia y ambición lo
aceptaron, queriendo gozar del tiempo, como arriba se
tocó, y no entendiendo ni considerando el suceso y fin
que podían esperar, y aun algunos que del temor de la
muerte ó de ser desterrados, lo hicieron , y los otros
nobles y caballeros que sin cargos ni oficios quedaron
en esta y en otras ciudades y villas que se alzaron, tam-
bién fueron movidos por algunos destos respetos, aun-
que al cabo los mas dellos vinieron á ser tan sospe-
chosos al pueblo y tan mal tratados del, que si no fueron
aquellos que desvergonzadamente consintieron en esta
vanidad , casi todos los demás se desterraron de sus ca-
sas y patrias, y se fueron á aquellas partes y lugares
donde pudieron estar seguros.
La nueva destas cosas acaecidas en Zamora y Se-
govia tomó al cardenal gobernador, y al Presidente y
& los del Consejo antes de llegar á Yailadolid ; y si no
se dieran priesa á entrar en aquella villa, lo mesmo
aconteciera luego en ella, según andaba ya el pueblo
bullicioso y desasosegado; pero venido el Consejo, y
luego el Cardenal, bastó su presencia y acatamiento
para diferirlo algún ticmgo, que fué mucho para como
estaban.
MEJIA.
Pero en los otros lugares no hubo este respeto, y
no tardó nada en prenderse el fuego y pestilencia;
porque, como si se hubieran concertado para ello ó co-
mo si se entendieran por almenaras ó ahumadas, co-
mo suele acontecer en fierras de las costas de España
ó en fronteras de enemigos , asi se movieron casi á un
mismo tiempo muchos lugares. Porque en el mismo
principio del mes de junio se levantaron también en la
ciudad de Burgos con voz de comunidad , y con grande
alboroto y mano armada tomaron la fortaleza y quita-
ron las varas á la justicia y hicieron sus diputados , y
dieron la de corregidor á un caballero vecino llamado
don Diego Osorio , y luego fueron á casa de Garci Ruiz
de la Mola , procurador que había sido en aquellas cor-
tes, hermano del maestro Mota, obispo de Badajoz,
para lo matar; y como no pudo ser habido, que fu6
avisado y huyó, derribáronle y quemáronle la casa y to-
das las escripturas y previlegios, y otros instrumentos
tocantes al Rey y al reino, que él tenia en su poder y á
su cargo. Y con el mismo ímpetu fueron y derribaron
la casa de un aposentador del Rey llamado Garci Jofré,
el cual, aunque era natural de Francia, había gran
tiempo que servia al rey don Fernando el Católico y al
Emperador, su-nieto, y era casado y vecino en aquella
ciudad ; contra el cual se indignaron solamente porque
el Emperador le había confirmado la tenencia de la casa
y castillo de Lara, que Burgos pretendía ser suya ; y no
paró en esto la furia comenzada contra él, porque ha-
biendo el mismo Jofré halládose allí aquel día, que iba
con el embajador del rey de Francia por mandado del
Emperador, despuésde haberse comenzado el derri-
bamiento de su casa se habiaido su camino ; y acordán-
dose de enviar en su alcance cierta gente de á caballo,
alcanzáronle en un pequeño lugar tres leguas ya de
Burgos, donde le prendieron , sacándolo de una iglesia
y del sagrario della, adonde se habla acogido; y así
preso, fué traído á la ciudad de Burgos y puesto en la,
cárcel, en la cual con golpes y heridas lo mataron, y
luego ansí muerto, lo sacaron por las calles arrastrando
y lo ahorcaron. Sabido esto por el condestable don Iñi-
go de Velasco, que había venido al rebato, se entró en
la ciudad , y pensando amansar el pueblo por esta vía,
se encargó de tomar la vara de la justicia, como se lo
pidieron, y tuvo muchos días aquella ciudad con su
presencia con mediana quietud , y sucedió después lo
que adelante se dirá.
En estos proprios dias se alborotó toda la comunidad
y villa de Madrid, y se puso también en armas y se
asentó cerco sobre la fortaleza, y hicieron sus diputa-
dos y forma de comunidad como en las otras ciudades
se habia hecho. Y en la ciudad de Valencia, que días
habiaque tenia desterrados á los nobles y caballeros,
en esta mesma sazón se alzó el pueblo contra la justi-
cia, y echó fuera al viso rey de aquel reino, que era don
Diego de Mendoza, hermano del marqués de Cañete,
y se puso en la forma y manera que las otras. Y á su
ejemplo, en pocos dias se alzaron en voz de comunidad
la ciudad de Sigüenza y de Guadalajara y Salamanca y
otros lugares, y se escribieron y conjuraron de ayudar
las unas á las otras, y en todas ellas y lasque después se
alzaron pasaron grandes escándalos y insultos y tira-
nías que hacían , que no puedo contar en particular.
Daslacscrcbir en general y común lo que en nombre de
COMUNIDADES
todas ellas y contra ellas se hizo, así de guerras romo de
juntas y tratos , y otras cosas de las mas señaladas.
CAPITULO VI.
Cómo el Rey fué avisado de lo que en Castilla pasaba, y lo que
proveyó sobre ello, y lo que el Cardenal Gobernador hizo, y las
otras cosas que sucedieron.
Sabidos por el Emperador los movimientos ya dichos
que en Castilla habían sucedidodespuésdesu ausencia,
hubo gran pesar y mostró gran sentimiento dello, y ha-
bido su consejo , y usando de su natural clemencia y
bondad , con deseo de reducir á su servicio á los que
estaban alterados, y de confortar y remunerar á los
que habían perseverado en él y no se habían alzado,
antes del rigor y justicia , quiso usar de clemencia y li-
beralidad, y envió á mandar que el servicio que se le
liabia otorgado en las cortes de la Coruña no se co-
brase de las ciudades qile estaban en su obediencia ni
de las que á ella se redujeren , porque él les hacia gra-
cia y merced del dicho servicio. Asimesmo hizo mer-
ced á todo el reino de que las rentas reales del se die-
sen por encabezamiento de la manera que estaban en
tiempo de los Reyes Católicos, sus abuelos, y quiso
perder y hacer suelta de las fujas que se le habían he-
cho, que eran grandes, por los arrendadores, para que
no fuesen mas gravados sus vasallos. Envió asimesmo
á ofrecer y certificar que ningún oficio se proveería en
estos sus reinos sino á los que fuesen naturales dellos ;
y con ser estas tres cosas las mas principales é impor-
tantes de que la ciudad de Toledo y las otras de su
liga se agraviaban, y lo habían pedido, y lo daban por
descargo y disculpa de sus levantamientos, no fueron
bastantes para los asosegar y traer á obediencia , por-
que los que eran movedores y habían inducido á los
pueblos á ello, no solamente estorbaban que no se acep-
tase, pero procuraban que no se supiese ni publicase,
y no se diese crédito á ello. Y á la villa de Valladolid,
por estar en su servicio y estar en ella su gobernador y
consejo real, no solamente le hizo merced de la parte
que deste general beneficio y gracia le cabia, pero par-
ticularmente le otorgó feria franca, que tenían en cier-
to tiempo, y los derechos de la venta del trigo y pes-
cado; lo cual fué todo mal empleado, como adelante
se verá , en los unos y en los otros , y prueba bastante
que el propósito de ios que esto encaminaron no fué
celo del bien común , como publicaban.
Habiendo pues asentado en la villa de Valladolid el
Cardenal Gobernador con los del Consejo Real y Presi-
dente, y entendiendo la dureza de los pueblos que se ha-
bían alzado, parescióle que se debía ya usar de remedios
y medicinas mas fuertes, viendo que las blandas no
habían aprovechado , pensando curar con ellas lo pasa-
do y estorbar lo que sucedió , aunque el consejo no sa-
lió como pensaba ; y para esto acordó enviar á Segovía,
donde la fuerza y desacato había sido mayor, al licen-
ciado Ronquillo, alcalde de corte, para allanar y traer
á obediencia aquella ciudad, y castigar á los mas cul-
pados en aquel liecho. Para fuerza y autoridad déla jus-
ticia, enviaron con él mil hombres de á caballo, los mas
de los cuales eran de las guardias que poco había eran
venidos de la jornada de mar que don Hugo deMoncada
había hecho de los Gélves; y por capitanes desta gen-
te fueron enviados don Luis de la Cueva, caballero prin-
DE CASTILLA. 377
¡ cipal de la ciudad de Bacza, y Ruy Diaz de Rojas, ca-
j pilan esforzado y de mucha experiencia, porque sí el
alcalde no fuese recebido ni obedecido en la ciudad , é\'
procediese contra ellos en rebeldía, hasta compeli-rlos
á obedecer; pero andaba ya esta furia infernal tan suel-
ta, que cuando se esperaba que el temor deste casti-
go, que se publicaba, escarmentaría á losque no habían
pecado, se levantaron otros de nuevo ; y ansí en estos
dias tomaron voz de comunidad Toro, León, Avila,
Murcia y otros lugares; y la ciudad de Toledo, como
inventora que había sido desta tragedia , acordó de pro-
curar que se hiciese junta general de las ciudades que
tenían su opinión, y escribió carias A todas ellas, pi-
diéndoles que enviasen sus procuradores al lugar que
la ciudad de Burgos señalase, para tratar y asentar ¡o
que convenia que todos hiciesen para su defensa y con-
servación, y para lo que ellos decían bien común del
reino; ú lo cual los que estaban ya alzados respondie-
ron aprobando su consejo , y asi lo pusieron por obra ,
como se dirá adelante; pero Sevilla, Granada, Córdo-
ba y otros lugares de Andalucía, no solamente no lo
quisieron hacer ni enviaron sus mensajeros , pero algu-
nas dellas no respondieron, y otras lo hicieron repre-
hendiendo lo que se hacia.
El pueblo y comunidad de Segovia, perseverando en
su desatino , como endurecidos y obstinarlos , no qui-
sieron recebir al alcalde Ronquillo níobedecelle,anlos
se pusieron enarmaspiira resisliilo, y hicieron sus capi-
tanes, y apercibimiento de su gente para defenderse.
El cual y los capitanes que con él iban, vista la fuerza y
fortaleza de aquella ciudad, y porque la orden y propó-
silo que llevaban era tratarel negDciosin sangre, si ser
pudiera, pararon con sus gentíos en un lugar seis leguas
de Segovia, llamado Santa María de Nieva, y el alcalde
hizo allí sus protestaciones, y comenzó por pregone-^á
hacer sus autos y procesos contra los seguvianos, requi-
riéndolos hiciesen la ciudad llana á la justicia rt-al.ópa-
resciesen á dar razón porqué no lo hucian ; y á esto los de
Segovia, como ya no era parte en la ciudad hombre de
honra ni de cuenta , sino el pueblo bravo y furioso , no
solamente no obedecieron ni respondieron, pero pasados
algunos dias en tratos y en pláticas sin tomo ni funda-
mento, con la mejor orden que pudieron salieron un dia
al campo tres ó cuatro mil hombres, casi todos á pié, con
vozy propósito depelearconRonquilloy sugente;yasí
llegaron á un lugar cerca de donde el alcalde estaba, el
cual con los dichos capitanes salió á ellos, y según afir-
man, pudiera bien romperlos, porque, aunque eran mas
en número, era gente popular y mal diciplínada; pero él
quiso estorbar esto por excusar muertes y rigores, ó
por ventura dudando el fin; y pasó la cosa en algunas
livianas escaramuzas, en que el alcalde Ronquillo les
tomó parte del fardaje y prendió algunos delios, en los
cuales ejecutó pena de muerte , ahorcando á unos y
dando á otros otras penas ; de manera que los de Se-
govia con poco efeto y algún daño se hubieron de vol-
ver á sus casas, y de allí adelante el alcalde Ronquillo
apret;P mas el sitio con quitarles el trato y manteni-
miento, pero no cuanto pudiera, porque siempre se te-
nia esperanza de algún buen medio. Los de Segovía,
viéndose ansí apretados, enviaron á Toledo y á las otras
ciudades sus confederadas á dar priesa por el socorro
que habían pedido; las cuales todas respondieron que
378 ERO
con toda diligencia lo harían ; y los de Toledo y Ma-
drid, como mas vecinos y determinados, y porque se
temiaa que si Segovia se sojuzgaba , corrian ellos el
mismo peligro , con toda presteza eligieron capitanes
y mandaron hacer gente para el socorro , y en Toledo
fué señalado por capitán general Juan de Padilla, prin-
cipal movedor destos negocios; al cual dieron comisión
para hacer mil hombres, para los cuales nombraron ca-
pitanes, y cien jinetes, cuyo capitán fué Hernando de
Ayala, y algunas piezas de artillería de campaña. De la
villa de Madrid mandaron hacer socorro de cuatro-
cientos hombres y cincuenta de á caballo, y por cabo y
capitán que log gobernase Juan Zapata.
Ya en estos dias habian venido las respuestas á To-
ledo de las ciudades á quien habian escrito que se hi-
ciese junta general, y de consentimiento de lasque es-
taban confederadas se asentó que la dicha junta fuese
en Avila , para la cual nombró Toledo por sus procu-
radores á don Pedro Lasso de la Vega , que era teni-
do en aquella ciudad en grande veneración, por la ins-
tancia con que habiatralado la embajada pasada, como
se ha dicho , con su majestad ; de la cual venido á To-
ledo, se le hizo solemnísimo recibimiento, llamándole
libertador de la patria, y con él enviaron á don Pedro
de Ayala y dos jurados y los diputados del común; y
acertaron á salir de Toledo á este efeto el mismo dia
que salieron los otros capitanes al socorro de Segovia,
y los unos se fueron á Avila, do se h'zo el ayuntamien-
to, y los -otros á juntarse con los de Madrid ; y así jun-
tos, se fueron al Espinar, adonde vino Juan Bravo,
capitán de la gente de guerra de Segovia, que había
salido á recibiiíos con ella, que serian por todos , según
se contaba entonces, dos mil infantes y ciento y cin-
cuenta de á caballo; y todos tres capilanes acordaron
de acercarse á Santa María de Nieva, donde Ronquillo
estaba pensando hacer algún efeto , en tanto que la
gente de Salamanca y de otras partes se juntaba , y hi-
ciéronlo así como lo acordaron. Mas el alcalde Ron-
quillo y sus capitanes , perseverando en su propósito,
aunque salieron al campo , no quisieron pelear, y con
muy buena orden se desviaron dellos , mudando su alo-
jamiento; de manera que los enemigos se aposentaron
en el que ellos dejaron, y ellos en otro.
Sabida por el cardenal de Tortosa la junta destos ca-
pitanes, acordó de acrescentar las fuerzas de su gente, y
hac'ir forma de campo para reprimir con él la furia de
los pueblos; y para esto mandó á Antonio de Fonseca,
señor de las villas de Coca y Alaejos , capitán general,
que con la gente de la corte y conlinos de la casa del
Rey, y con la mas que pudiese haber de á pié y de á
caballo , se fuese á juntar con Ronquillo , y de la arti-
llería que en Medina del Campo estaba del Rey tomase
la que le pareciese ; y á Ronquillo envió á mandar que
por ninguna manera viniese á las manos con los dichos
capitanes, sino que buenamente se juntase con Antonio
de Fonseca para el efeto ya dicho, y á los que estaban
en Avila envió á mandar y requerir que no hiciesen
junta , pues estaba vedado por ley y derecho , sin licen-
cia de sus príncipes, y si algo quisiesen pedir, viniesen
á Valladolid , que el Consejo y él lo suplicarían á su
majestad juntamente con ellos; lo cual no quisieron
oir ni dieron buena respuesta, y estuvieron tan desa-
catados y pertinaces, que habiéndoles desde á pocos
MEJIA.
dias enviado el Gobernador al comendador Hineslrosa
con la mesma embajada, no solamente no lo quisieron
cumplir ni obedecer, pero ni le permitieron entrar en
la ciudad ni tuvieron por bien de darle audiencia.
Este consejo de la ida de Fonseca no pudo ser tan
secreto, que el pueblo de Valladolid, donde se acordó,
no lo entendiese ; de lo cual se alborotaron mucho mas
de lo que estaban , que no era poco , pues cada dia ha-
cían juntas y cabildos sin que se lo osase prohibir el
Cardenal ni el Consejo , que con su autoridad, y con la
presencia y diligencia del conde de Benavente, que era
mucha parte en aquella villa, y de don Alonso Enriquez,
obispo de Osma, hermano del Almirante, y de .otros ca-
balleros que amaban el servicio del Rey, los entrete-
nían y sobrellevaban; pero sabido que Antonio de Fon-
seca hacia gente para lo dicho, con tanta furia se albo-
rotaron los del pueblo, que habiéndose juntado en sus
ayuntamientos , enviaron á suplicar al Cardenal que no
consintiese que en aquella ^\sl se sacase gente ni ar-
mas contra Segovia ; antes enviase á mandar á Ron-
quillo que se retirase con la que en su comarca tenia.
El Cardenal, conformándose con el tiempo, mandó
prover en lo de la gente con pregón público que sobre
ello se dio, y á lo de la retirada de Ronquillo respon üó
con dulces palabras, dilatando la determinación dello
para adelante. Pero no obstante esto, Antonio de Fon-
seca, habiéndose salido disimuladamente de Vallado-
lid, se fué á Arévalo con la gente que había podido jun-
tar de á pié y de á caballo; donde vino el Ronquillo , y
los capitanes que con él estaban , con la suya , y de allí
con la mayor parte y la mejor acordó de ir ala villa de
Medina del Campo á tomar el artillería por fuerza, si de
grado no se la quisiesen dar, como ya lo habian negado
habiéndoles sido mandado que la diesen al alcalde. Y
madrugando mucho Antonio de Fonseca, martes á 21
de agosto, tres meses después que el Emperador par-
tió de Castilla, en los cuales pasó todo lo susodicho,
amaneció sobre Medina del Campo , donde estaban ya
avisados y puestos en armas , con acuerdo de negar el
artillería, como lo hicieron; y como Fonseca tuviese
servidores y parte en aquella villa, y el Corregidor, que
era Gutierre Quijada , un buen caballero, estuviese de
buena voluntad , comenzó á tratar por bien y por me-
dios que se la diesen , mostrando las provisiones y man-
damientos que traían para ello. En estas pláticas se pa-
só gran parte del dia , habiendo dentro algunos que
eran de buen parecer; pero sidndo todo el resto de la
gente del lugar en lo contrario, no solamente no qui-
sieron obedecer las provisiones, pero puestos en la pla-
za del lugar, pusieron el artillería en las bocas de !as
calles; lo cual visto por Fonseca, comenzó á mandar
á su gente entrase peleando, y los de la villa dispararon
algunas de las dichas piezas, y mataron á ciertos de los
de Fonseca , y murieron también algunos dellos, y de-
fendieron valerosamente la entrada. A este tiempo la
gente de Antonio de Fonseca puso fuego á ciertas ca-
sas cerca de la plaza, con pensamiento de que con acu-
dir los de la villa á matar el fuego aflojasen en la defen-
sa; lo cual no se sabe si fué mandamiento de Antonio
de Fonseca, ó que acaso se hiciese; pero fué ansí que
el fuego comenzó con tanta fuerza, que luego comenzó
á quemar las casas enteras, porque los edificios de aque-
lla tierra son muy aparejados para ello ; mas los veciuos,
COMUNIDADES DE CASTILLA.
379
como si fueran las casas de sus enemigos las que así ar-
dían, no hicieron caso dello, ni aflojaron un punto de
pelear ni de defender la entrada : tanta era la dureza y
pertinacia que andaba en sus corazones. De manera
que*, visto por Antonio de Fonseca que la villa se abra-
saba toda, y que no podia hacer el efeto á que era veni-
do , recogió su gente y cesó de combatirlos, y partióse
luego de allí para dalles lugar de atajar el fuego , y que
la villa no se abrasase toda ; pero esto fué á tiempo que
no se pudo excusar que lo mejor della no fuese que-
mado ; porque ardió la mayor parte de la plaza y el mo-
nasterio de San Francisco y la iglesia de San Anto-
lin, y gran parte de las calles comarcanas, con toda
la riqueza de ropa, oro y plata de los mercaderes que
en ellas estaban, que fué una suma inumerable. Asi-
mesmo fueron quemadas algunas mujeres y niños; de
manera que fué una de las mas lastimeras y tristes co-
sas que se han visto. Antonio de Fonseca , muy enojado
por el daño hecho, y mas por no haber salido con la em-
presa de sacar el artillería , fué aquella noche á parar á
Arévalo , de do había salido, y con él Gutierre Quijada,
corregidorde Medina del Campo, que en medio de la fu-
ria dicha, vista la resistencia que hacían, y no querien-
do élconsentir en ella , se había salido á juntar con él.
Los vecinos de Medina, quedando mas encendidos
en su furia que la villa con el fuego , apellidaron luego
comunidad, y tomó el pueblo la forma del regimiento
que las otras ciudades habían tomado, y escribieron
luego á Juan de Padilla y á los otros capitanes dellas,
llamándolos en su socorro, y á la junta de Avila envia-
ron á quejarse del daño que se les hizo , y á pedir ayu-
da para vengarse de los culpados ; para cuyo principio,
en medio destos acuerdos y alborotos, se levantó entre
ellos un tundidor, llamado Bobadilla, hombre cruel y
perverso; y siguiéndole mucha gente popular, fué al
Consistorio, donde estaban ayuntados los regidores, y
sin osarle á resistir nadie , mató á cuchilladas á Gil
Mentó , que era uno de los principales dellos , cuyo
criado había sido, por señalarse como Judas en malar
á su señor. Después mató á un librero y á otro regidor,
llamado Lope de Vera, y así mataron después á los que
les parescieron que habían sido en que Antonio de Fon-
seca viniese á pedir el artillería y en querérsela dar, y
derribaron las casas que allí tenia don Rodrigo Mejía ,
y hicieron otras crueldades y desatinos, Deste atrevi-
miento quedó el tundidor Bobadilla tan reputado cerca
del pueblo, que de allí adelante no se hacía mas en Me-
dina de lo que él mandaba y quería, y podemos decir
que era tirano della ; y lo mesmo pasaba en las otras
ciudades , porque en cada una se levantaba y señalaba
uno, el mas facineroso y atrevido del común, y por se-
mejantes hechos que este , alcanzaba tanta autoridad,
que después gobernaba y mandaba lo que quería. Así
fué un Villoría, pellejero, en Salamanca, y un Antón
Collado en Segovia, y otros tales en las otras partes, y
por ellos y sus favorecedores se hacían insultos y agra-
vios intolerables, matando y desterrando á las perso-
nas que querían , y levantándoles que se carteaban ó
trataban con los que andaban en el servicio del Empe-
rador , ó por otra ocasión que les parecía ; de manera
que á la voluntad destos tales estaban sujetos los mas
principales caballeros que seguían esta opinión y vívian
en los lugares de comunidad , y con mañas y halagos
se sustentaban y vallan con ellos ; que era un narto mi-
serable y triste estado.
CAPITULO VII.
Del levantamienfo de Valladolid, y de lo que hicieron los de la
junta y capitanes de la Comunidad después de la quema de Me-
dina del Campo.
Con la quema de la villa de Medina verdaderamente
se avivó y encendió mas el fuego que en las comunida-
des de las ciudades y villas de Castilla estaba prendido,
y se extendió y alcanzó á otras donde no había aun lle-
gado. Los secretos de Dios son muy escondidos y muy
grandes : él sabe por qué fué servido que este consejo
y acuerdo no saliese como se pensaba, y que donde
iban á apagar y remediar, encendiesen y dañasen mu-
cho mas que estaba.
La mala nueva de la quema de Medina se supo el mes-
mo día en Valladolid , á las cinco de la tarde , y con
tanta furia como allá el fuego, se levantaron acá los
corazones, y sin ningún respeto del Cardenal Goberna-
dor ni de la justicia y Consejo Real, y sin memoria ni
agradecimiento de lo que el Rey hacia con ellos, toca-
ron luego la campana de concejo , y el pueblo todo se
puso en armas, y corriendo de todas partes, se juntaron
en la plaza; que ninguna cosa aprovechó el conde de
Benavente ni el obispo de Osma , que salieron al reba-
to y trabajaron por asosegallo ; y así juntos cinco ó seis
mil hombres, se fueron á las casas de Pedro de Porti-
llo, procurador de la villa y riquísimo mercader, y la
combatieron para le matar, y él escapóse huyendo ; le
quemaron todo cuanto en la casa hallaron, que era mu-
cha riqueza, y así comenzaron á hacer lo mesmo en
la casa ; pero, por evitar el daño de las cercanas á ella,
lo apagaron. Hecho este sacriíicio, se fueron á la casa
de Francisco de la Serna, que había sido procurador
y otorgado el servicio en las cortes pasadas de la Coru-
ña , y no pudiéndole haber á él para le matar, comen-
zaron á derríballe la casa , y no cesaron de la obra, si-
no que los frailes de San Francisco vinieron con el San-
tísimo Sacramento á pedirles que lo dejasen de hacer,
siendo ya casi media noche ; y de allí se fueron á casa
de Gabriel de Santistéban, que también había sido pro-
curador, y pasó lo mesmo que en la de Portillo y la de
Antonio de Fonseca, y no tuvo tan buenos padrinos;
antes fué quemada toda y dos ó tres de las vecinas á
ella, y en esto gastaron toda aquella noche. Otro dia
miércoles se juntaron los principales comuneros en el
monasterio de la Santísima Trinidad, y eligieron nue-
vos procuradores y diputados, y de allí enviaron á lla-
mará todos los principales caballeros que se hallaban
en Valladolid, y les hicieron que jurasen la Comunidad,
y ellos, con temor de la muerte, lo hicieron; y de la
mesma manera aceptó el infante de Granada el nom-
bramiento que del fué hecho de capitán general y go-
bernador de las armas, con otros cinco capitanes; por-
que él era un muy buen caballero y gran servidor del
Rey; y hecho esto, enviaron sus mensajeros luego á
Medina del Campo á ofrecerles su socorro , y para ello
mandaron hacer á sueldo dos mil hombres , y nombra-
ron también sus procuradores para enviar á la junta de
la ciudad de Avila, que llamaban ya santa junta, como
lo hicieron, yéndose á ella.
El Cardenal y el Presidente, con los del Consejo Real,
380 PERO
en lanto que esfo posaba , no solamente no probihieron
ni mandaron cosa, pero ni aun osaron juntarse en nin-
guna p:irte para bahiar en lo que se liabia de liacer,
ni pjrecia cosa posible; antes, como en tormenta de
mar, que es tan furiosa, que no bay modo ni manera
como se pueda resistir al viento, tienen por último re-
medio los que gobiernan y rigen la nao abajar sus ve-
las y dejarla ir donde los vientos la quieran llevar ;
an«í al Gobernador le pareció que convonia antes dar lu-
gar á la furia del pueblo que encenderla mas con resis-
tirle. Y porque estaban tan furiosos que cualquiera
fuerza y desacato se presumía que acometieran , les en-
vió á dar salvas y disculpas, que nunca babia mandado
lo que en Medina del Campo se bizo, antes le pesaba
de lo sucedido ; y siéndole pedido por el común de la
villa de Valladolid, y aun pareciéndole que ansí conve-
nia , mandó pregonar por toda la villa que toda la gen-
te que con el generalAntonio do Fonseca estaba , le de-
jasen y se fuesen á sus tierras, y le envió su provisión,
mandándole que despidiese la que tenia á sueldo, y
diese licencia á las gentes de las guardias de Castilla
qrese fuesen á sus aposentamientos, dejando la que
para guarda y compañía de su persona liubiese me-
nester; porque no quería que por entonces, no lia-
bicndo, como no babia, orden ni manera, se bicie?e co-
sa ninguna, pues no babia modo para tener campo en
aquella comarca, ni donde se sacase dinero para las
pagas de los soldados y gastos que se (ifrecian; por-
que aunque Sevilla, Córdoba, Granada y otras ciuda-
des del Andalucía, y algunas de Castilla, estaban en
servicio del Roy, no podían ansí cómodamente apro-
vecbarse de su ayuda y favor, lo uno por oslar tan lejos
y apartadas, lo otro, porque como en tiempo enfermo y
cuando anda aire contagioso , también se curan y pre-
vienen los sanos como los enfermos , ansí en esla sazón,
no queriendo los que gobernaban apremiar ni enojar á
pueblo ninguno de los que estaban en servicio del Roy,
con recelo que no se alterasen ni desobedeciesen, los
regalaban y les aliviaban los pedios y servicios, aunque
después las ciudades principales del Andalucía sir-
vieron, como se verá, y lo babian preferido; y en esta
sazón lo ofrecieron Vizcaya y Asturias; Galicia, por el
contrario, se alzó en comunidad lo mas de la tierradella,
y procuraron matar al conde de Fuensalida, que era go-
bernador de Galicia ; el cual escapó con la diligencia y
favor de don Alonso de Fonseca, arzobispo de Santiago,
y con alguna gente de á caballo se salió del reino, por-
que toda aquella tierra le era contraria , y noquiso de-
jarse cercar de sus enemigos en Arévalo, ni en sus villas
de Coca y Alacjos; antes dejando á don Hernando, su
hijo, en Coca, aportó á Portugal, y después por mar
se fué á Flándes, adonde estaba el Emperador, y llevó
consigo al alcalde Ronquillo, que también le acompa-
ñó en sus peregrinaciones.
El mesmo día que pasó lo que tengo dicho en Valla-
dolid, que fué miércoles, llegaron á Medina del Cam-
po los capitanes Juan de Padilla, Juan Bravo y Juan Za-
pata, con las gentes que de Toledo, Segovia y Madrid
traían, y con ellas les hicieron los de aquella villa muy
gran favor y consuelo del daño recebido, y los acogieron
y aposentaron con muy gran voluntad en lo que el fuego
no babia consumido, y ellos se detuvieron allí seis ó sie-
te días, en los cuales, entendido lo que en Yalladolid
MEJIA
babia pasado, y cómo las gentes de Antonio de Fonse-
ca eran derramadas y desparcidas, y viniéndoles cada
dia á Medina embajadas de ofrecimientos y favores, des-
pués de haber platicado con los de aquella villa en la
venganza que se debía tomar de los que tanlo estrago
habían beclio en ella, determinaron de hacer uno délos
mas atrevidos becbos que se pudieran pensar.
El becbo fué apoderarse de la persona déla reina doña
Juana, que oslaba en la villa de Tordesillas á cargo y
guarda del marqués de Denia, don Bernardinode Ho-
jas Sandoval, pareciéndolesque con esto su causa toma-
ría grande autoridad y reputación; para lo cual luvieron
plática y trato con algunos vecinos y aun regidores de
aquella villa, donde ya babia voz y nombre de comu-
nidad, y poniendo en eftto este atrevimiento, bacién-
dolo primero saber á la junta de Avila, partieron de Me-
dina con cuatro piezas mas de artillería de las que ellos
traían (las cuales les dieron allí, habiéndolas negado al
capitán general del Emperador, -su rey y señor natural);
y llegaron á Tordesillas miércoles, á 29 de dicho mes de
agosto, en la cual no bailando resistencia ninguna, por-
que el Marqués no era parle para poderla bacer, se en-
traron con sus banderas y alambores; y llegando á la
plaza delante del palacio do la Reina posaba los di-
chos capitanes, y otros con ellos, se apearon, fingiendo
y diciendo que su alteza les había hecho señas desde
un corredor que se apeasen y subiesen. Entraron por
su palacio, y se apoderaron del y subieron adonde
la Reina estaba, y después de besarla las manos, le
hablaron muy largo y muy libre y atrevidamente, y
el intento y lin de su habla fué procurar de indinarla
contra el Emperador y su hijo y contra sus privados y
los de su consejo, diciendo que se habían hecho por
ellos en sus reinos grandes tiranías y agravios, y que
sobre ello babia grandes escándalos y movimientos;
á cuya causa eran venidos allí á hacérselo saber y á
darle aviso dello, y para suplicarle mandase entender
y proveer en el remedio, y que, porque sus manda-
mientos fuesen cumplidos y obedecidos, traían aquella
gente y ejército, y que para tratar y platicar sobre
ello, estaban juntos en la ciudad de Avila los mas de los
procuradores de las ciudades y villas destos reinos que
tenían voto en cortes; que le suplicaban los mandase
venir allí , porque con su autoridad y mandamiento se
ordenasen las cosas que ellos pedían.
La Reina estaba oyendo, extrañándose mucho de la
nueva visita, y acabada su plática, les respondió, confor-
me á su natural condición y costumbre antigua suya,
palabras humanas y generales, pero no que alase ni con-
cluyese cosa alguna en ellas, como aquella que, por su
enfermedad y falta de juicio, no tenia cuenta en cosa
que tocase á gobernación y regimiento; pero ellos, por
seguir su opinión, interpretáronlo que había dicho, y
añadiendo lo que no dijo, como les pareció, escribie-
ron muchas cartas y publicaron por el reino que la Rei-
na se babia holgado con su venida, y que mandaba que
los procuradores de las ciudades que estaban en Avila
viniesen allí ; y enviaron falsos testimonios de notarios
y escribanos que para ello llevaban.
Aposentando aquella noche sus gentes en las aldeas
cerca de la villa , se vinieron otro día á ella con los que
les pareció que bastaban, y siendo recebidas sus cartas
por los de la Junta, mostrando que daban entero crédito
COMUNIDADES
¡5 lo que les era escrito, después de algunas diferencias
que entre ellos liubo, se partieron para Tordesillas, y
de camino quisieron visitar á los de Medina, donde se
detuvieron tres dias; y tratando ya las cosas como ad-
ministradores y gobernadores del reino, platicaron con
ellos, porque ellos se lo pidieron, de que tomarían las
villas de Coca y Alaejos, que eran de Antonio de Fon-
seca, para lo cual los de Medina del Campo hacian gran-
des aparejos y municiones, por el estrago y daño que
el señor de aquellas villas les liabia heclio. Y estando
también allí, vinieron algunos vecinos de Tordesillas,
los ma!; dellos solicitados por Juan de Padilla y los otros
capitanes, según es do creer, ó por su malicia y ruin-
dad, ase quejar del marqués de Denia, y á informar
que liabia hecho algunos agravios, y que !a Reina no
era servida como convenia, y los de la Junta , haciendo
de los muy celosos de su servicio y de justicia, prove-
yeron de elegir entre sí tres que luego fuesen delante á
se informar desto y diesen su parecer en lo que conve-
nia hacer, y fueron nombrados para ello el maestro fray
Pablo, procurador de León, y el comendador Almaraz,
procurador de Salamanca , y al bachiller de Guadalaja-
ra ', procurador de Segovia ; los cuales con gran pres-
teza fueron allá, y haciendo sus informaciones como
les pareció , y comunicando con los dichos capitanes,
se resolvieron en decir que lo que convenia al servicio i
de la Reina y á la salud de su persona era que el Mar- \
qués ni la Marquesa no estuviesen en su servicio ni !
compañía, y que ellos habían alcanzado que esta era su \
voluntad ; y ansí lo enviaron á decir á los otros procura- :
dores al camino, y ellos, que holgaron de oírlo, y querían
cuando llegasen hallar ya echado el Marqués de allí, les ;
enviaron luego nueva provisión para que de su parte ;
mandasen requerir al Marqués y á su mujer que luego :
se saliesen del palacio de la Reina y de la villa , y pu-
siesen en su compañía las mas principales mujeres que '
en la villa se hallasen ; lo cual ellos cumplieron á la letra
como se lo cometieron, y el Marqués, sufriendo con seso ;
y paciencia la fuerza que le hacian, se hubo de salir lue-
go; que no le dieron una hora de término ni para sacar su
casa ni hacienda, haciendo primero sus autos y protes-
taciones cómo él no dejaba la guardia de la Reina ni de
la Infanta de su voluntad, sino forzado y compelído y
por no poder mas, porque via la villa ocupada con gente
de guerra, á la cual no podía resistir; y salido ansí el
Marqués y Marquesa á una aldea donde ya eran llegados i
los procuradores, quedó en compañía de la Reina doña í
Catalina de Figueroa, mujer de Juan de Quintanilla, |
con las otras mujeres de su servicio ordinario y algunas i
de la villa. La administración de la casa tomaron los :
tres diputados ya dichos, y el dicho Quintanilla con !
ellos, que fué un muy hermoso trueque. i
Otro día, á 10 de setiembre , entraron en la villa los j
otros procuradores; y queriendo autorizar lo que ha- ;
cían, fueron á besar las manos á la Reina, y procuraron j
por todas las vias que pudieron que íirmase cartas y |
provisiones ; pero jamás lo pudieron acabar con ella ,
como gran tiempo había que no lo había querido ha-
cer; y que mandase llamar y juntar los procuradores
que faltaban del reino , pero plugo á Dios que á ningu-
na cosa acudió la Reina , antes les dijo que no había ne-
cesidad dello; pero ellos, no obstante esto, publicando
y diciendo que ella lo mandaba , y teniendo formas y
DE CASTILLA. gsi
maneras como ciertos escribanos diesen testimonio que
ella mandaba y quería que entendiesen en la goberna-
ción del reino , comenzaron luego á gobernar como re-
yes, aunque en nombre de ¡a Reina, on la forma que
adelante se dirá. Y el Cardenal Gobernador, que do to-
das las cosas de importancia daba por sus cartas aviso
al Emperador, de la toma de Tordesillas y de la Reina,
como mas importante, se le envió luego particular-
mente.
CAPITULO VIII.
De las cosas que pasaron estos dias en diversas partes.
Con haber lomado así la tenencia de la persona de la
Reina, la voz y parte de la Comunidad creció en gran
manera, y los qué la meneaban tomaron mayores pen-
samientos y atrevimientos , y las cosas eran ya tantas y
en tantas partes, que no se pueden contar todas, ni aim
las que son necesarias escrcbírse, ni se puede guardar
la orden ni forma que conviene. Los de la Junta proce-
dían en confirmarse en su trono, y las ciudades comu-
neras en echar de dentro de sí y de su vecindad los que
les eran contrarios, y en traerá su opinión cuantos po-
dían, y favorecían lo posible á los que de nuevo se le-
vantaban. Ansí en Patencia el pueblo quiso matar al
hermano del obispo Mota, y estuvieron por hacer lo
mismo á los canónigos y vecinos de aquella ciudad, por-
que habían dado la posesión de aquel obispado al dicho
obispo, que el Emperador le había proveído, por el
odio que con él tenían. En Alcalá de Henares echaron
al vicario gobernador que allí estaba por el arzobispo
de Toledo, por persuadirlos á la quietud. En Extre-
madura se alzó Cáceres y su comarca y íierras.
En Andalucía, donde no había llegado esta pestilen-
cia, pocos dias antes destos había tentado voz de co-
munidad la ciudad de Jaén, aunque don Rodrigo Me-
xía, señor de Santa Eufimia, que tenía mucha parte y
naturaleza en aquella ciudad, trabajó mucho por lo es-
torbar, y no pudiéndolo hacer, á fin de refrenar el pue-
blo se encargó de la justicia por la Comunidad , como
el Condestable había hecho en Burgos, y de allí á pocos
dias se levantó la ciudad de Ubeda y Baeza, y el bando
de los Benavides, que parecía favorecer la Comunidad,
echó fuera al de los Carvajales, y hubo muertes y es-
cándalos y derribamientos de casas, y otras cosas se-
mejantes.
De la mesma manera y tiempo se alzó la ciudad de
Badajoz, y tomaron la fortaleza al que la tenía por el
conde de Feria; y en la ciudad y reino de Valencia
pasaban ansí muy grandes alborotos que las comuni-
dades hacían contra los que les eran contraríos , y las
de Castilla, que no lo habían hecho hasta allí, Bur-
gos, Salamanca, Avila y León eligieron sus capitanes,
y mandaron hacer gente para la enviar á la empresa
.que Medina quería hacer contra Coca y Alaejos, villas
de Antonio de Fonseca ; en lo cual todas consentían
alegremente, porque deseaban hacer sobre aquello tal
escarmiento, que no se atreviesen á cometer contra
ellos otro semejante castigo; aunque lo que se presu-
mía era que el principal respeto para que querían tener
ejército era para fuerza y consolación suya; pero, en
conclusión, el cerco se puso dende á pocos dias sobre
Alaejos con Ins capitanes y gente de Medina del Campo,
Avila y Segovia, que duró juuchos dias, y hubo i)ate-
382
PERO MEJÍA.
rías y combates, en que murieron mas de docientos
hombres. El alcaide anduvo en todo como esforzado
caballero y muy leal hombre, y como tal defendió su
fortaleza con gran daño y muerte de los cercadores y
muy poco de los suyos; eu que hubo señalados ardides
y avisos para ello , de contraminas y otras cosas nota-
bles que les hizo.
Los de la ciudad de Burgos, al tiempo que para este
cerco se convocaban, porque el Condestable, que dentro
estaba , como tengo dicho , templaba las cosas de allí,
y queria entretener y estorbar esta gente que enviaban,
porque su hijo el conde de Haro quiso encargarse de
la capitanía dclla, y por otras cosas que se ofrecieron,
vinieron en tanto aborrecimiento suyo y en tanta des-
vergüenza, que en ninguna cosa los querían obedecer,
y llegó á término que el dia de Nuestra Señora déla Na-
tividad, que esa 8 de setiembre, se levantó toda la co-
munidad contra él de manera, que le quisieron matar,
y él se hubo de retraer á su casa , donde le cercaron
con mucha gente armada , y así le tuvieron cerca de dos
días á él y al conde de Salinas don Diego Sarmiento,
y & la Duquesa y Condesa, sus mujeres; y no pudién-
do allí sustentarse sin peligro de muerte , ó á lo menos
de prisión , vino á concierto con el pueblo que le deja-
sen salir libremente con toda su casa, y ansí se hizo, y
se fué á una villa suya llamada Briviesca. Deste desa-
cato contra él hecho en Burgos, y favorable suceso que
parecía llevaba la parte de la Comunidad, comenzaron
algunos lugares de señores á alzarse también contra
ellos en nombre de comunidad y del Rey, y ansí se alzó
la villa de Haro al Condestable, su señor, y Najara al
duque della, y Dueñas al conde de Buendía, su señor,
y otros lugares acometieron lo mismo. Las villas "de
Haro y Najara en breve las cobraron cuyas eran, con ir
con sus personas y con muchas gentes y con mucha
presteza sobre ellas ; lo de Dueñas duró mas en defen-
derse, pero al íin se entregó.
Estando las cosas en este estado , que ni regalos ni
fuerzas bastaban para sustentar en la fe del Rey á los
mas de los lugares de Castilla, guardaba la ciudad de
Sevilla, do yo esto escribo ysoy natural, tanta lealtad y
fidelidad con él , que no fueron parte cartas ni ofreci-
mientos ni requerimientQS y protestaciones de Toledo y
de otras ciudades, que no faltaron, para apartarla della;
antes siempre estuvo obediente en todo á los manda-
mientos del Rey y de sus gobernadores , y con su auto-
ridad y ejemplo estuvieron firmes y constantes en el
mismo propósito las ciudades de Córdoba , Jerez , Ecija
y Málaga , y Granada y otras ciudades y villas desta co-
marca; eu lo cual perseveró desde el principio hasta el
íin, aunque fué muy inducida, como parecerá por lo
que en ella aconteció en esta sazón; que por ser cosa
notable, quiero contar, aunque sea hacer digresión
no muy necesaria.
Don Juan de Figueroa, hermano de don Rodrigo
Poncede León, duque de Arcos, inducido y aconse-
jado por algunas personas bulliciosas, y movido de am-
bición y vanagloria, estando el Duque su hermano au-
sente de la villa de Marchena, quiso alzar la ciudad y
pueblo de Sevilla en comunidad, pensando ser él capi-
tán y gobernador ; para lo cual , teniéndolo antes ama-
sado y concertado con los que eran con él en este trato,
un domingo después de mediodía, á 16 de setiembre
del dicho año de 20 , él y algunos caballeros desta ciu-
dad, deudos y criados del Duque su hermano, se fue-
ron á la misma casa del Duque, que es en la parroquia
de Santa Catalina ; y convocados allí mas de seiscientos
hombres de los criados y allegados suyos, y de los que
estaban hablados y pechados para este propósito, ar-
mándose todos, y poniéndose á caballo él y los otros
caballeros, y la otra gente á pié, tomando cuatro pie-
zas de artillería que en la misma casa estaban, salieron
por las calles apellidando : «Viva el Rey y la Comuni-
dad ; » y así caminaron hasta la plaza de San Francisco,
sin que el pueblo se alterase ni juntase con ellos, mas
de á ver lo que pasaba ; y en el camino hizo don Juan
de Figueroa quitar las varas á algunas justicias, y pú-
solas en otras personas suyas en nombre de la Comuni-
dad. Habiendo así llegado á dicha plaza, la gente del
duque de Medina Sidonia, que al rebato se hablan jun-
tado, comenzaron á venir contra él por la calle de la
Sierpe, viniendo por capitán Valencia de Benavides, ca-
ballero esforzado , natural de Baeza , que era cuñado
del duque de Medina, casado con su hermana bastarda,
y estuvieron muy á punto de pelear los unos con los otros,
y fué por entonces estorbado por algunos caballerosque
amaban la paz, que se atravesaron entre ellos; de ma-
nera que los del duque de Medina Sidonia se hubieron
de volver, y el don Juan con su gente pasó adelante , y
llegando á la puerta del alcázar real, que es una casa
llana y sin defensa, determinó de se apoderar della, y
iiallándola cerrada, hizo tirar algunos tiros, con los
cuales derribaron las puertas y entró dentro Con sus
gentes, y prendió á don Jorge de Portugal , conde de Gél-
ves, que teníala tenencia; y estando en ella y siendo ya
noche, se aposentó allí, pensando que viniera el común
y pueblo desta ciudad á le favorecer y á aprobar lo que
había hecho; y no solamente no le acudió ansí, pero
de los que con él habían venido , los mas le desampa-
raron y se fueron á sus casas aquella noche.
Otro dia muy de mañana don Hernando Enriquez de
Ribera, hermano del marqués de Tarifa don Fadrique,
que era ido á Jerusalen en romería, y padre de donPe-
rafan de Ribera, que hoy es marqués de Tarifa y vein-
te y cuatro desta ciudad de Sevilla, y los otros veinte
y cuatros y la justicia se juntaron en el cabildo, y co-
menzaron á tratar de que el pendón real se sacase por
mandado de la ciudad , y por todos se combatiese el al-
cázar, y se restituyese al alcaide que por el Rey le te-
nia ; y tomado este acuerdo, acudió allí don Francisco de
Zúñiga, conde de Benalcázar, y muchos caballeros de
la ciudad y algunos del pueblo. Pero en tanto que esto
se trataba, los capitanes y gente del 'duque de Medina
Sidonia , siendo su general el dicho Valencia de Benavi-
des, por orden de la duquesa de Medina doña Ana de
Aragón y de don Juan Alonso de Guzman (que hoy
es duque y marido suyo, y estaba aquel dia y mucho
antes enfermo en la cama; el cual, por la natural in-
habilidad del duque don Alonso, su hermano , gober-
naba y mandaba las cosas de su estado), se juntaron y
convocaron á muy gran priesa , y sin esperar que el
pendón real ni la gente de la ciudad viniese, con grande
ánimo y determinación fueron al alcázar y comenzáronlo
á combatir; y aunque don Juan de Figueroa y los que
con él habían quedado lo defendieron esforzadamente,
en menos de tres horas le entraron por fuerza, y en el
COMUNIDADES
combate y entrada murieron quince ó diez y seis hora- |
b'res de los unos y de los otros, y hubo algunos heridos,
y el don Juan de Figueroa fué preso con dos heridas que
le fueron dadas al tiempo de su prisión, y fué entre-
gado sobre su fe y palabra al arzobispo don Diego de
Deza , que lo pidió con grande instancia , y el alcázar
fué restituido á don Jorge de Portugal , y así se deshizo
en menos de veinte y cuatro horas este nublado, que
tanta tempestad amenazaba. En lo cual dos cosas prin-
cipalmente se deben considerar : la una es el señalado
servicio que el duque de Medina y su casa hicieron ú la
corona real, en se determinar tan presto en rematar
este hecho con tanta determinación, que cierto fué muy
grande y señalado; la otra es la lealtad del común y los
otros estados de la ciudad de Sevilla, pues en tiempo
que la mayor parte del reino estaba alzada en voz de
bien común , como ellos decian , ni con halagos ni ame-
nazas pudieron atraerlos á sí las otras ciudades; ella,
por el contrario , rogada y convidada y casi forzada , co-
mo acabo de contar, jamás quiso consentir ni apartarse
de la obediencia de su rey y de su justicia ; en lo cual
guardó, cierto, la antigua y maravillosa lealtad suya; por-
que no se hallará que jamás se haya rebelado ni desobe-
decido á su rey por guerras ni contrastes que hubiese
en el reino , aunque otras muchas lo hiciesen, como se
verá por las crónicas de Castilla; antes en tiempo del
rey don Alonso el Sabio , habiéndose apartado de su
obediencia todo el reino , y dado la gobernación al rey
don Sancho, su hijo, solo Sevilla y Murcia permanecie-
ron en su servicio, y en Sevilla fué acogido y obedecido
basta que en ella murió ; que es hecho de lealtad no-
table. Y lo mismo ha mostrado y guardado siempre con
todos los reyes que en Castilla han reinado ; por lo cual
dignamente merece el nombre de Muy Leal , que tiene
y ellos le dieron; y aunque nunca se le hubieran dado,
lo merecía por solo este hecho , en que todos juzgaban
entonces que si Sevilla se alzara en esta sazón, las otras
ciudades de Andalucía le siguieran en esto, como mas
principal y cabeza, y los de Castilla se esforzaran mas
en su pertinacia , y apenas hubiera con qué resistirles ;
de manera que por ello merece Sevilla perpetua fama y
renombre.
Por este servicio mandó el Emperador restituir al
duque de Medina las fortalezas de Niebla , Saniúcar y
Huelva , que desde el tiempo del Rey Católico estaban
por el Rey, cuando fué saqueada Niebla por mandado
del Rey Católico, y le hizo otras mercedes y favores, co-
mo tan gran lealtad merecía. La ciudad de Sevilla se lo
agradeció y alabó mucho, y ha tenido respeto y memoria
de hecho tan señalado, y así lo ha mostrado, y espera-
mos que lo mostrará en obras y en palabras ; y entonces
le escribió cartas de mucho favor y encarecimiento.
Desta manera pues quedó Sevilla en servicio del Rey
como antes lo estaba , aunque después pasaron en ella
algunos desasosiegos que causaba la competencia y ene-
mistad tan antigua que entre las dos casas del duque
de Medina Sidonia y del duque de Arcos había ; por don-
de en esta sazón el duque de Medina intentó estorbar
la entrada en la ciudad al duque de Arcos y á sus deu-
dos y parciales, y pasaron después sobre esto cosas
que no hacen á mi historia.
Agora volvamos á la Comunidad y general della, aun-
que DO será mucho rodeo poner aquí antes una carta
DE CASTILLA. 383
que el Emperador envió á la ciudad de Sevilla , prime-
ro aun que pudiese saber el servicio que le había hecho
en apaciguar el escándalo que acabo de contar; que
por ser mi propria patria y naturaleza , me lo sufrirá el
lector en paciencia; la cual es laque se sigue :
«Concejo, justicia, asistente, alcaldes, alguacil
» mayor, veinte y cuatros, caballeros, jurados, escude-
» ros , oficiales , hombres buenos de la muy noble y muy
))leal ciudad de Sevilla: Por cartas de! muy reverendo
«cardenal de Tortosa, mi gobernador desos reinos de
.» Castilla, he sido informado de la buena voluntad y obras
» que en esa ciudad he hallado después de mi partida
» para las cosas de mi servicio , y cómo ha estado y está
» en toda paz y sosiego y obediencia de nuestra justi-
» cía ; que todo ello ha sido como de la mucha nobleza
)) y lealtad que desa ciudad se esperaba ; y vos lo agra-
)) dezco mucho y tengo en servicio ; que por haber si-
» do en tal coyuntura , razón es de lo estimar como yo
» lo estimo, y así lo terne siempre en la memoria , para
))que esa ciudad sea remunerada y gratificada en todo
))loque se ofreciere, como su mucha lealtad y servicios
))lo merecen; y así, os encargo y mando que durante
»mi breve ausencia desos reinos, continuando vuestra
«antigua lealtad, estéis en toda paz y sosiego, y obe-
«diencia de nuestra justicia, y guardéis y cumpláis lo
«que nuestros visoreyes y gobernadores de nuestra
«parte os enviaren á mandar, y que esa ciudad, demás
«de lo hacer ansí , como tan principal, trabaje en que
« los otros pueblos del Andalucía y su comarca no hagan
«novedades, y para el remedio dello cumplan loque los
» dichos visoreyes y los de nuestro conseju y chancille-
« rías de nuestra parte lesmandaren ; que en ello, demás
«de hacerlo que deben y son obligados, recebiré mu-
«cho placer y servicio, como de mi parte os lo escrebirá
«el dicho reverendo cardenal de Tortosa, mi goberna-
«dor. — De Malinas ú veinte y dos días de setiembre de
«mil quinientos y veinte años. — Yo el Rey.»
CAPITULO IX.
De cómo el Rey proveyó para Castilla de nuevos gobernadores, y
los desacatos y enormidades que dijeron y hicieron los de la
junta que en Tordesilias estaban, y las cartas que escribieron
al Emperador, y qué tales eran los capítulos que ordenaron
para le enviar.
Estando el Condestable en la villa de Briviesca, que
podría ser mediado el mes de setiembre ya dicho , vino
á él Lope Hurtado de Mendoza, gentilhombre del Em-
perador, con provisiones y despachos suyos , en que le
hacia visorey y gobernador destos reinos, juntamente
con el cardenal de Tortosa, que ya lo era, y con el al-
mirante de Castilla ; por cuanto siendo avisado de que
los levantamientos de las ciudades iban en crecimiento,
recibió dello la pena y enojo que como buen rey ama-
dor de sus vasallos debia ; y viéndose imposibilitado de
poder venir luego por su persona á remediarlo, como
quisiera, por estar tan á punto de recebir la primera co-
rona del imperio, acordó de enviar su poder á los grandes
que tengo dicho, porque la gobernación tuviese mayor au-
toridad, y porque le pareció que ya la cosa no podía dejar
de llevarse por armas, y para esto era necesario que los
que las gobernasen fuesen personas que pudiesen y su-
piesen ejecutar; y para este fin envió á nombrar por ca-
pitán generala don Pedro de Velasco, conde de Haro,
hijo primogénito del Condestable. Recebidos por el
3Í?Í P^f^O
Condestable estos despaclios, aceptó luego con gran-
de determinación la goheniücion destos reinos de Casti-
lla; y porque el poder venia para todos tres, ó los dos de-
llos, que se juntasen luego á ejercitar su gobernación ,
y por cuanto el cardenal de Tortosa estaba en Vallado-
lid, como se ha visto, y el Almirante á la sazón estaba
en Cataluña, donde era ido á visitar cierto estado
Buyo , allí le fueron los despachos ; y pareciéndole
que debia dilatarla aceptación hasta venir en Castilla
y probar algunos medios de concordia, como lo hizo,
entendida esta dificultad por el Emperador, envió á
mandar dentro de pocos dias por sus cartas , hechas
en 7 dias del mes de otubre, al Condestable, yendo de
camino para Aquisgran á coronarse , que llamados algu-
nos del Consejo, él solo entendiese en la gobernación
en tanto que se juntaba con el dicho cardenal de Tor-
tosa y con el Almirante , por el desmán que habia en"
los negocios, por estar ansí divididos; y ansí lo hizo al
.tiempo que se dirá.
Pero en tanto que esto venia, ensoberbecidos del
suceso que tengo dicho ios procuradores de las ciu-
dades que tenían voz de comunidad , y estaban juntos
en Tordesillas, llegó á tanto su osadía y soberbia, que
no solamente no se contentaban con gobernar y man-
dar desde allí á los que les querían obedecer de la ma-
nera que tengo contado , pero determinaron de procu-
rar que no hubiese en el reino otro nombre de gober-
nación por el Rey, que gobernase, sino ellos , y deshacer
el visorey y gobernador real y los de su consejo, y
para esto enviaron á "Valladolid un día del fin de se-
tiembre á Francisco de Anaya , procurador de Sala-
manca, y á otros procuradores, con poder de la Santa
Junta , que ellos llamaban , á requerir en forma con
grandes protestaciones al Cardenal Gobernador que no
entendiese mas en la gobernación destos reinos, y que
señalase un lugar do él quisiese residir para ejecutar el
oficio de inquisidor mayor solamente ; y el mismo re-
querimiento hicieron al Presidente arzobispo de Grana-
da y á los del Consejo; y allende de les requerir esto,
les citaron y dijeron que mandaban que dentro de cier-
tos dias pareciesen en Tordesillas ante la Reina , á dar
razón de cómo habían usado de sus oficios, y estar á
justicia con quien algo les quisiese demandar; y dichas
estas blasfemias, á las cuales ellos no osaron respon-
der, mas que oírlas, mandaron y requirieron también
de parte de la Junta , á los oficíales de Hacienda y con-
taduría , de previlegios y mercedes, que entregasen los
libros y registros y el sello real , y ellos por sus perso-
nas fuesen á usar sus oficiosa dicha villa de Tordesi-
llas, donde los de la Junta tenían asentado su trono,
con color y nombre de la Reina.
Visto por el Cardenal Gobernador el desacato tan
grande, y el desmán que habia enlodas las cosas, deseó
y procuró irse de Valladolid á alguna tierra de algún
grande, donde estuviese seguro; y queriéndolo poner
en eftíto , un dia , que fué 1." de oiubrc deste año , sa-
lió de su posada con su guardia y algunos del Consejo,
con ánimo de irse á Medina de Rioseco, villa del Al-
mirante, y llegando á la puente que está en el río Pí-
suerga, salió mucha gente del pueblo armada, y con
ellos don Pedro Girón, primogénito del conde de Urc-
ña, que ya profesaba seguirla Comunidad, y por fuerza
y coülra su voluntad, aunque con buenas palabras que
MEJIA.
el dicho don Podro Girón le dijo, le compelieron á tor-
nar á su posada ; de manera que ni él era obedecido en
Valladolid, ni le consentían salir de allí porque no pu-
diese usar de su oficio en otra parte. Y los de la Junta,
creciendo en su soberbia con tantos sucesos á su volun-
tad y con las exorbitancias que hacían , después do
muy platicado y conferido entre ellos, acordaron de
enviar á Valladolid á prender al Presidente y los del
Consejo; y para ejecutar este tan nefando hecho fue-
ron señalados Juan de Padilla, capitán de Toledo, que
era el que en estos días tenia el primer lugar y el que
I mas se nombraba, y Juan Bravo, capitán de Segovia,
i y Juan Zapata , capitán de Madrid, y Suero de Avila ; los
i cualeSj con la gente de guerra de á pié y de á caballo,
; fueron á aquella villa para lo hacer; y aunque no publi-
¡ carón el propósito que llevaban, no dejó de ser enten-
I dido por el Presidente y los del Consejo, y antes que
! ellos llegasen y al mismo tiempo , se salieron y huyeron
I lo mas presto y secreto que pudieron, mudando los liá-
! bitos y compañías , y por algunas maneras harto Iraba-
¡ josas aportaron á diversas partes y lugares de señores;
\ pero todavía fueron tomados y alcanzados cuatro ó cin-
co dellos, los cuales llevaron presos estos capitanes pú-
blicamente, con grande estruendo de alambores y trom-
petas, la vía de Tordesillas; aunque en el camino, una
legua antes que allá llegasen, los de la Junta enviaron
á mandar que los soltasen , con requerirles y mandar-
les primero , so graves penas, que no usasen mas de sus
i oficios.
i Idos desta manera de Valladolid , quedó el Cardenal
¡ detenido en la forma que tengo dicha , y los de la Jun-
j ta habían tenido por muy importante hacer esto de
; dividir y deshacer el Consejo Real desta manera ; y víén-
I dose ya con los sellos reales y con los libros y registros,
! y como de diez y ocho ciudades y villas que tenían voto
i en cortes, se hallasen allí procuradores de trece ó ca-
torce delias, aunque en la verdad propriamenteno se
debia llamar procurador á aquel que no se enviaba de
I común consentimiento, porque todas las ciudades es-
¡ taban divididas , y faltaban en ellas los señores y mu-
í clios caballeros vecinos; pero, como quiera que sea,
I losqueibanallí eran de Burgos, León, Toro, Zamora,
i Salamanca , Avila, Segovia , Valladolid , Soria , Toledo,
Murcia, Guadalajara , Madrid, y aun creo que también
los de Cuenca, y con esto tuvieron su trono y tiranía
por firme. Y perdiendo la vergüenza del todo, solta-
ron la rienda á los desacatos y atrevimientos, comen-
zando á mandar y proveer como reyes, publicando fal-
samente que la Reina lo mandaba y quena, y que habia
mejoria en su salud y se entendía en curalla ; y hicieron
grandes fiestas de toros y juegos de cañas, y otras de-
j mostraciones de grande alegría y seguridad , usurpati-
! do totalmente la jurisdicíon y preeminencia real, y alri-
1 huyéndola á sí mesmos con nombre de la Reina; y par-
¡ lieron entre sí los oficios y justicias, nombrando en
I particular personas del real consejo de Justicia y de
! Guerra, y presidentes dellos, y otros oficiales para la
I hacienda y contadurías y para tener el sello y regis-
I tros, y proveían y despachaban provisiones, cartas y
i mandamientos, como el Rey y sus gobernadores lo acos-
tumbraban á hacer; y enviaron por auto solemne con-
vocando gente ú requerir al Condestable , que en su
villa do Briviesca estaba llamando á algunos del Coa-
COMUNIDADES
sejo para comenzar á entender en la gobernación del
reino, con grandes protestaciones, que no usase del
poder que le era venido , y escribieron á todo el reino
que no obedeciesen á sus mandamientos ni de otro go-
bernador alguno; y lo que peor es, mandaron prego-
nar en la plaza de Valladolid que ninguno fuese osado
de obedecer ni cumplir carta ni provisión del Empe-
rador, sin primero la llevar á presentar y notificar á la
villa de Tordesillas ante la Santa Junta. Y subiendo su
soberbia al mas alto grado que pudo subir, pusieron en
plática de quitar al Emperador el nombre de rey, y hu-
130 algunos que fueron en ello ; y mandaron ansimesmo
de nuevo ocupar y tomar todas las rentas reales, y li-
braban y gastaban dellas en la gente de guerra y en los
acostamientos y partidos de los. capitanes y de los otros
oficiales que nombraron y señalaron , y mandaron sus-
pender todas las mercedes y quitaciones que el Empe-
rador habia becho y dado después de la muerte del rey
don Fernando el Católico , su abuelo. Y porque enten-
dían y sabian que los grandes y caballeros destos reinos
se querían y trataban de juntarse en servicio y voz del
Rey, comenzaron de propósito á tratar que sus villas y
tierras se les alzasen en comunidad , y á favorecer y
ayudar á los que se habían alzado ; y ansí daban calor
á las meríndades de Castilla la Vieja para levantarlas
contra el Condestable, y les enviaron cartas y provisio-
nes de favor, y favorecían la villa de Dueñas alzada con-
tra el conde de Buendía, y de la mesma manera al cerco
que Segovia tenia puesto á su alcázar, en el cual hubo
muchas muertes de hombres; y á otros lugares y for-
talezas que también se levantaban y desobedecían á sus
señores, y á los caballeros y otras personas que en las
ciudades alzadas eran vecinos y llevaban acostamiento
del Rey y de otros señores, enviaron á notificar y man-
dar que no les acudiesen ni fuesen á sus llamamientos,
si no, que les derribarían las casas y destruirían las ha-
ciendas, y lo mismo enviaron á decir á las gentes de los
guardias que de don Antonio Fonseca y de Ronquillo
habían quedado, y que nuevamente habían venido de
África ; porque sabian que el Condestable los procuraba
traer al servicio del Rey, y que fuesen donde él estaba.
Y ansimesmo contra los grandes que habían castiga-
do á algunos de sus vasallos porque se les habían al-
zado, soltaban muchas palabras y hacían muchas ame-
nazas, diciendo que por ello los habían de mandar des-
truir. Y mandaron dar cartas y mandamientos contra el
conde de Benavente, que de Valladolid habia salido,
y para otros grandes y caballeros ; por las cuales les
requerían y mandaban que se juntasen con ellos , con
sus personas, casas y estados, en favor de la Santa
Junta y bien del reino , so pena que los que así no lo
hiciesen serian habidos por traidores y enemigos , y
que como á desleales les harían cruda guerra. Y asi-
mesmo mandaron continuar y apretar el cerco que so-
bre la villa de Alaejos tenían puesto. Y usando también
de todo género de persuasión é inducimiento , enviaron
predicadores y personas hábiles para aquel oficio , pú-
blicas y secretas con cartas y provisiones , que procu-
rasen mover y levantar los pueblos y ciudades que no
estaban alzadas. Señaladamente para esto enviaron á un
caballero de Salamanca, llamado Francisco de Anaya,
arriba nombrado, con instruicíones y provisiones muy
largas para todas las ciudades y para algunos señores
H-i.
DE CASTILLA. 38á
que pensaban tener favorables , el cual fué con intento
de hacer lo que le era encargado; pero no sucediéndole
como él pensó, se volvió sin hacer efeto , habiendo sido
bien reprehendido en la ciudad de Ecija del conde de
Palma, por haber aceptado aquella empresa y andar en
ella; el cual , aunque en lo de Toledo se habia habido
descuidadamente, en la respuesta que dio á este caba-
llero y en conservar y tener aquella ciudad , donde era
mucha parte en servicio del Emperador y su justicia, se
mostró muy buen caballero y muy leal á su servicio.
Enviaron después desto los de la Junta otra embajada
con el deán de la iglesia mayor de Avila, al rey don Ma-
nuel de Portugal , dándole cuenta de todo lo que pasa-
ba, colorando y justificando con palabras su causa, su-
plicándole les ayudase y favoreciese ; y llevaba el deán
comisión que moviese plática de casamiento con el
príncipe don Juan, que es hoy rey, y la infanta doña
Catalina, que ellos tenían en su poder, pensando atraer-
los por este casamiento á su propósito; pero el Dean
no halló allí el acogimiento que pensaba, porque el rey
de Portugal^ como buen hermano y amigo del Empe-
rador, les envió á reprehender lo que hacían, y les acon-
sejó se dejasen dello ; ofreciéndoles que sí ellos pidie-
sen al Emperador con el acatamiento que debían cosas
que cumpliesen al bien del reino, que él les ayudaría;
y en lo demás que le apuntaban del casamiento, no quiso
ni permitió que le fuese dicho ni se tocase en ello. Y
hechas estas diligencias y atrevimientos exorbitantes,
como tengo dicho, acordaron de hacer otro, el cual fué
escrebír una carta al Emperador firmada de todos los
procuradores de la Junta , cuya fecha era á 20 de otu-
bre deste año , para descargarse con el nombre y tí-
tulo della de todo lo que habían hecho , en la cual le
confesaban y contaban este proceso, y en lugar de pedir
perdón y misericordia dello y prometer enmienda para
adelante, pedían desvergonzadamente aprobación de
lo hecho por las ciudades y por ellos, y poder y autori-
dad para lo que adelante hiciesen; porque todo decían
haberlo hecho por servirle y por remediar los intolera-
bles males que por los de su consejo y gobernador se
habían cometido en estos reinos. Y allende de tratar
esto ansí, ponían muchos desacatos y descomedimien-
tos, como fué contar que habían quitado y dividido los
del Consejo que en Valladolid estaban, y decir que lo
mesmo hicieran con los otros que con su majestad esta-
ban sí acá estuvieran, y que le suplicaban luego los man-
dase quitar de su consejo, y revocase el poder que ha-
bia enviado al Condestable y al Almirante para gober-
nadores destos reinos, y el que habia dejado al cardenal
de Tortosa, porque el reino no los podía sufrir ni con-
sentir; y ansí otras cosas y palabras desta manera, como
por la mesma carta parece , que ellos mandaron impri-
mir y publicar ; la cual enviaron á su majestad con un
caballero de Avila, llamado Antonio Vázquez , al cual
sucedió allá lo que diremos. Todo esto decían habcrl©
hecho por su servicio y por el bien público, significandf
antes merecer mercedes por ello que castigo ni perdón;
y que obligados y forzados por las leyes destos reinos y
de la lealtad que á su rey y señor natural debían , lo ha-
bían hecho ; que es una soberbia intolerable. Y ansi-
mismo decían en la carta que quedaban ordenando cier-
tos capítulos para enviar á suplicar á su majestad las
cosas que convenía hacer y remediarse como después
26
386 PERO
]os enviaron; y aunque tardaron algunos dias en ello,
no será inconvenienle que me anticipe acontar algunos
de los dichos capítulos , pues fueron tan públicos , que
ellos mismos los mandaron imprimir y estampar.
Primeramente pedian lo mesmo que habían hecho en
la carta , que luego quitase su majestad al Cardenal y
los otros gobernadores que en Castilla tenia , y los que
pusiese fuesen naturales, elegidos á contento del reino,
y que desto se hiciese ley para sus sucesores.
Que el gobernador flue así fuese puesto , pudiese
proveer y dar todo lo que la persona real puede, de en-
comiendas, tenencias, justicia y gobernación y todo lo
demás, salvo que no pudiese hacer merced del patri-
monio real, y ansí pedían otras cosas, que era poco
menos que hacerlo rey, y de mas á mas puesto de su
mano.
Pedian ansimesmo que ningún grande ni señor pudie-
se tener oficio ni usarlo en la casa real, y otras cosas
contra los nobles y caballeros.
Pedian ansímesmo que no se pudiesen echar huéspe-
des en ningún tiempo, y solamente se diesen al Rey y
á su casa y á los de su consejo y oficiales sesenta posa-
das, y que estas se pagasen á los dueños de las casas,
y lo que montase se repartiese por sisa entre exemptos
y no exemptos; lo cual cualquiera juzgará cuan inicua
é injusta petición era.
Pedian mas : que las alcabalas y tercias se diesen
por encabezamiento al reino , al precio en que se ha-
bían dado en el año de 1444, y que fuese perpetuo, sin
poder crecer mas, y que jamás se pudiesen arrendar;
queriendo privar al Rej injustamente de su derecho
y de la mejoría y acrecentamiento que hay en todas las
cosas con las altas y bajas que da el tiempo.
Estas y todas las otras rentas reales, pedian en otro
capítulo que se pusiesen en arcas y depósitos, y que de
allí sesacase y gastase solamente lo necesario para el es-
tado del reino, y este era el que ellos tenían, y para el
servicio de la Reina y el gasto de su casa , y de la casa y
criados del Rey, y para la gente de guardias y chanci-
Uerías y consejo ; y lo demás que se guardase y ateso-
rase hasta la venida del Rey ; de manera que lo hacían
menor y pupilo, y á ellos tutores y gobernadores.
Pedian también que el servicio que se había otorga-
do en las cortes de la Coruña no se cobrase, y que ja-
más se pudiese pedir por el Rey ni por su sucesor otro
servicio ; que fué blasfemia y deslealtad conocida, como
arriba eotá dicho y mostrado.
Querían asimesmo que los procuradores de las ciu-
dades que tienen voto en cortes se pudiesen juntar de
tres en tres años perpetuamente donde quisiesen, en
ausencia de los reyes, para que allí juntos proveyesen
y tratasen lo que tocaba al servicio del Rey y al bien
público; lo cual claramente era una perpetua comuni-
dad y deshacer el poder real.
Juntamenle con esto d^cian que, cuando por man-
dado del Rey se juntasen corles, que tuviesen facultad
los procuradores dellas para se juntar en ellas sin pre-
sidente puesto, como el ordinario del Consejo Real lo
es; lo cual era , cierto , quitar á los miembros la cabe-
za , y pervertir la orden y concierto natural, que siem-
pre se ha tenido tan bien ordenado en estos reinos.
En otro capítulo pedían quitase todos los de su con-
sejo y presidente, y pusiese otros, y queestosnopudie-
MEJIA.
sen ser perpetuos ; de manera que no querian que que-
dase nadie que no les fuese acepto, ni durase el que no
saliese á su voluntad.
Metíanse también en lo eclesiástico y espiritual , en
desacato y menosprecio de la Iglesia y de la inmunidad
della, pidiendo que no se echasen ni publicasen bulas
sino con cierta forma que ellos ponían, y también la
daban en el gasto y cobranza de los dineros dellas; lo
cual no dejaba de tener sabor de infidelidad y blasfe-
mia ; como era también que quitase el Emperador el
arzobispado de Toledo al cardenal Guillermo deCroy,
sobrino de su privado monsieur de Xebres ; y desta ma-
nera daban la orden que debían guardar los obispos en
sus obispados y en los entredichos y excomuniones.
Por otros capítulos demandaban que todas las mer-
cedes que.se hubiesen hecho después de la muerte de
la reina doña Isabel la Católica, por el rey don Felipe
y por el Emperador, fuesen revocadas y de ningún efe-
to; que era descubiertamente decir que no habían te-
nido jurisdicion ni poder real para poderlas hacer á los
que las recibieron.
Al cabo concluían pidiendo aprobación de todo lo
que las comunidades habían hecho, y perdón general
y particular para todos los que las habían seguido. Y
desta manera trataban otras semejantes cosas, que aun-
que todas fueran honestas y buenas, la forma con que
se pedian las hacía muy malas, porque era con sober-
bia , y puestos en armas contra el Emperador, su rey y
señor natural.
Y aun con ser ansí , se les otorgaban las justas por
concierto ; pero ellos lo querían todo, y ansí nunca se
concertaron ; y la ambición de los que en esta junta de
Tordesillas estaban era tanta , que á algunas de las
ciudades que los habían enviado les parecía mal lo que
hacian ; y ansí, la ciudad de Burgos les escribió repre-
hendiendo la prisión de los del Consejo y algunas de las
cosas dichas , y no tardó mucho después de enviar á lla-
mar á sus procuradores; y la misma reprehensión hizo,
según dicen , Guadalajara , Soria y Zamora por sus car-
tas, y aun entre los regidores de las ciudades hubo al-
gunos que no vinieron ni fueron en las cosas contadas;
pero yo veo que la mayor parte consintió, y los otros
pasaron por ello , sin los dejar ni apartarse de su liga
y compañía.
CAPULLO X.
Cómo el Condestable comenzó á usar la gobernación, y cómo los
de la Junta hicieron capitán general y juntaron sus gentes, y lo
que los grandes ansimesmo hicieron.
Todas estas diligencias hizo la Santa Junta desde fin
de setiembre hasta fin de otubre, en cuyo principio
había sido la prisión de los del Consejo; en el cual es-
pacio de tiempo el Condestable , nuevo gobernador, es-
tando todavía ausente el Almirante, no se había descui-
dado en cosa alguna, antes había hecho todas las dili-
gencias posibles ; pero aunque pasaron diversas cosas,
á un mesmo tiempo no pueden contarse; y así, irán di-
vididas.
Primeramente envió á notificar sus provisiones de
visorey y gobernador, con el Cardenal y el Almirante, á
todas las ciudades y villas del reino que cómodamente
se pudo hacer; las cuales me acuerdo yo que en Sevilla
fueron obedecidas , y se pregonaron á 8 dias de otubre
COMUNIDADES
deste dicho año de d520; y ansí lo fueron en todas las
otras ciudades y lugares que estaban en la obediencia
y fidelidad del Rey. Comenzó ansimismo á llamar deudos
y amigos y á juntar gentes, y escribió á los grandes y ca-
balleros del reino, animándolos y convocándolos á que
se juntasen y favoreciesen; y sabido que los del Con-
sejo y Presidente se hablan salido huyendo , de la ma-
nera que tengo dicho, de Valladolid , les escribió que se
viniesen para él, como lo hizo el Presidente y algunos
dellos. Y como recibió la carta del Emperador, en que
le mandaba que en tanto que se juntaban él y el Carde-
nal y el Almirante, que él con los del Consejo que pudie-
sen venir para él, entendiese en la gobernación, luego
lo comenzó á hacer con los que allí le eran llegados en
tos lugares que no estaban alzados, y comenzó á buscar
dineros para hacer y pagar la gente de guerra, porque
ya sin fuerza de armas no parecía posible de hacer efeto
ninguno , y para ello enviaron á pedir dineros presta-
dos al Rey de Portugal, y él les prestó liberalmente cin-
cuenta mil ducados, con los cuales y con los de su casa
y otras partes que pudo el Condestable juntar, hizo al-
guna infantería , y escribió al duque de Najara, don An-
tonio Manrique , visorey que era en Navarra, que le en-
viase alguna infantería de la ordinaria que en aquel
reino había, y el Duque le envió quinientos buenos sol-
dados y alguna artillería , que también le pidió con
grande instancia.
Envió ansimesmo á llamar y solicitar las gentes de las
guardias de Castilla que tengo dicho que nuevamente
habían venido de los Gélves, parte de los cuales acu-
dieron al servicio del Rey, y los demás se fueron á ser-
vir á los de la Junta, inducidos por don Pedro Girón,
que ya trataba de ser capitán general , y también por
el obispo de Zamora don Antonio de Acuña , grande
favorecedor y protector de la santa comunidad de los
procuradores, como ellos llamaba en todas ocasiones ,
fomentando su causa y ensalzamiento. Comenzó ansi-
mesmo á tratar con los de Burgos, y pedirles que le
dejasen entrar en la ciudad, y se redujesen al servicio
del Rey con ciertos partidos de que no les fuesen echa-
dos huéspedes, y que las alcabalas se redujesen á la
tasa antigua, y otras algunas cosas; y el trato se con-
cluyó, y el Condestable les prometió de traerlas confir-
madas del Emperador, y les dio en seguridad y rehenes
deque se cumpliría así á su hijo don Juan Sánchez de
Tovar, y también les dio á su hijo menor don Bernar-
dino de Velasco.
En tanto que el Condestable hacia estas diligencias
tan provechosas y necesarias, el cardenal de Tortosa,
gobernador, que en Valladolid estaba detenido en la
forma que tengo dicho , pudo tener manera como una
noche, que fué la de 20 del mes de otubre, con un solo
paje de cámara suyo, se salió de Valladolid muy encu-
bierta y disimuladamente, y á la mas priesa que pudo
se fué á Medina de Rioseco, adonde asimesmo estaban
y acudieron luego algunos del Consejo, y hízolo saber
con mucha diligencia al Condestable y á algunos de los
grandes comarcanos, pidiéndoles que enviasen sus
gentes, y ellos con sus personas viniesen á les asegu-
rar y ¿vorecer; los cuales lo hicieron ansí, y de los
primeros que vinieron fueron don Alonso Pimentel,
conde de Benavente y don Alvaro Osorio, marqués de
Astorga , con muclia gente de á caballo y de á pié ; y
DE CASTILLA. 387
ansí se juntaron allí después los que se dirán, en diversos
días, y se esperaba al Almirante , Señor de aquella villa
de Rioseco, que ya habia escrito que venia.
El Condestable hubo gran placer de la salida del
Cardenal Gobernador, de la villa de Valladolid , y con-
forme lo asentado con los de Burgos , se entró en la
ciudad á 1." de noviembre , y por algunos contrastes se
apoderó de lo mejor que pudo della , y comunicándolo
con el Cardenal Gobernador y con los que en Rioseco
estaban, se acordó que, pues otro remedio no habia,
se llevase la cosa por armas , y que allí en Rioseco se
juntase el campo y todos ellos , por estar mas en co-
marca y frontera cercana de Tordesillas, donde ya se
comenzaba á formar el del enemigo. Para esto acordó
el Condestable quedarse en Burgos con la gente que le
pareció, para hacer rostro á las merindades que estaban
alzadas, de las cuales don Pero de Ayala, conde de
Salvatierra , con poca prudencia y saber, se habia hecho
capitán; y siendo llegada la gente y artillería ya dicha
de Navarra, envió con ella y con la demás de á pié y de
á caballo que él habia juntado, á don Pero de Velasco,
conde de Haro, su hijo mayor (que habia sido nombrado
capitán general para estas ocasiones por el Emperador),
á Medina de Rioseco ; el cual, poniendo en efeto su par-
tida , salió de Burgos con su campo y fuese á la villa de
Melgar , ocho leguas de allí, donde esperó á recoger to^
da la gente, y juntáronse allí con él don Pedro Vélez de
Guevara, conde de Oñate, don García Manrique, conde
de Osorno, don Alonso de Peralta, marqués de Falces,
don Luis de Benavides, mariscal de Fromesta, y algu-
nos otros caballeros que no vinieron á mi noticia, cada
uno con la gente que [podía, y de allí prosiguieron su
camino á Rioseco, donde cada día llegaban caballeros y
señores con gentes de guerra para ir en esta jornada.
Los contrarios de la junta de Tordesillas no se olvi-
daban de proveer lo que convenia hacer para los pen-
samientos que tenían y para resistir lo que sabían que
contra ellos se aparejaba, como hombres que tenían
avisos ; para lo cual ordenaron lo siguiente :
Primeramente mandaron apercebir y aderezar los ca-
pitanes y gentes que allá tenían, y escribieron á las
ciudades y villas de su bando que no lo habían hecho»
que enviasen las m as gentes de guerra que pudiesen,
advírtíéndoles las necesidades que tenían; y efias así lo
hicieron con gran puntualidad.
Concluyóse también el trato que con don Pedro Giren
se traia, y fué elegido por capitán general con título de
la Reina y del reino, paresciéndoles que por ser hom-
bre tan principal y deudo de tantos grandes, ganaba
su parte gran reputación , y de don Pedro creyeron to-
dos entonces que habia aceptado y seguido aquella
opinión, teniendo por fin que en las alteraciones se
descubriría camino para poder haber el ducado de
Medina Sidonia, que , como arriba está dicho, preten-
día pertenecerle.
Desta elecion pesó mucho á Juan de Padilla, que
en la común opinión era tenido por capitán general, y
tenia presunción de serlo , y por su causa no fueron en
ella los procuradores de Toledo ni de Madrid; y Juan
de Padilla, sabido lo que pasaba, antes que don Pedro
Girón viniese, fingió no sé qué causas que le movian á
ello, y partióse para Toledo por la posta , y la gente
que tenia , viendo ido á su capitán , comenzó otro día
388 PERO
álmcer lo mismo. Pero, no obstante esto, don Pe-
dro Girón aceptó el cargo, y vino á Tordesillas con
ochenta lanzas suyas, y comenzó á dar gran priesa y
orden como el ejército se juntase; y ayudado de la in-
dustria y diligencia de don Antonio de Acuña, obispo
de Zamora, trujo á servicio de la Junta casi quinientos
hombres de armas de las gentes de las guardias ; que
los demás, como está dicho, fueron al llamamiento del
Condestable. El Obispo trujo otros setenta ó ochenta
lanzas suyas y casi mil peones, y mas de los cuatrocien-
tos dellos eran clérigos de misa de su obispado, sin la
gente de Zamora que venia á su disposición y volun-
tad. El cual con el favor de la Junta habia forzado al
conde de Alba de Liste á salir de la ciudad de Zamora ,
después de grandes debates y escándalos que hubo én-
trelos dos. Allende destas gentes, cada dia venian com-
pañías de las ciudades comuneras , y todas contribuían
y enviaban gente de á pié y de á caballo para esta guer-
ra, y algunas enviaban capitanes principales con ellas,
como de Salamanca, que vino don Pedro Maldonado
con mil hombres.
Otras ciudades eligieron por capitanes á algunos
de los procuradores que tenían en la Junta, como la ciu-
dad de León á Gonzalo de Guzman, hijo de Ramiro
Nuñez de Guzman; Toro, á don Hernando de UUoa , y
desla manera otros de otras partes ; y ansí se hacían mas
poderosos los de la Junta , que pensaban llevar su nego-
cio por fuerza de armas, y era muy grande su soberbia,
y la significaban con muchos fieros y amenazas , espe-
cialmente la gente popular, llamándoles traidores y
enemigos del reino, y diciendo que los habían de des-
truir y quitarle los estados; y atrevíanse á poner en plá-
tica que seria bien que la reina doña Juana casase con
don Fernando de Aragón , duque de Calabria , y lo alza-
sen por rey , y lo trataron y movieron algunos destos
procuradores ; y en los pregones y mandamientos, no
nombraban al Emperador, sino á la Reina y al reino,
de manera que el odio y enemistad iba creciendo, y de
cada parte se hacían grandes diligencias y preparativos,
y ya no restaba á los de la Junta sino mandar salir á cam-
pear su ejército, como lo tenían determinado. Y estan-
do las cosas en estos términos , podría ser el mes de
noviembre mediado cuando llegó á Medina de Rioseco
el Almirante, llamado, como está dicho, para la go-
bernación destos reinos, que no habia aceptado. Salie-
ron á recebirle los grandes y caballeros que allí esta-
ban, con el cardenal de Tortosa, gobernador, y todos
los del Consejo, aderezados para la guerra, los cuales
eran : el conde de Benavente, el marqués de Astorga,
don Pedro Osorio, su hijo mayor; don Diego de Tole-
do, prior de San Juan, hijo del duque de Alba ; donBer-
nardino de Rojas y Sandoval, marqués de Denia ; don
Diego Enriquez de Guzman, conde de Alba de Liste ;
don Francisco de Quiñones, conde de Luna; don En-
rique Enriquez, conde de Ribadavia, hermano del Al-
mirante; don Hernando de Silva, conde de Cifuentes,
alférez mayor de Castilla; don Juan de Moscoso , conde
de Altamíra ; don Fadrique Enriquez , señor de Cañiza-
res ; Diego de Rojas , señor de Santiago de la Puebla y
de la villa de Poza ; don Pedro Bazan , vizconde de Val-
duerna ; don Juan de Ulloa , señor de la Mota ; Hernan-
do de Vega, comendador mayor de Castilla, de la or-
den de Santiago, señor de Grajales; don Juan Manrique,
MEJIA.
marqués de Aguilar ; y otros caballeros cuyos nombres
no he podido saber; los cuales todos se alegraron mu-
cho con la venida del Almirante , ansí por el valor y ca-
lidad de su persona y estado , como por ser amabilísi-
mo y ser uno de los gobernadores ; el cual , aunque hol-
gó de ver tantos grandes y señores y caballeros juntos,
y la buena gente de guerra que tenían, como traía es-
peranza y pensamiento de procurar algún medio de
paz, procuró de entretener por pocos días el rompi-
miento y guerra, y comunicándolo con aquellos seño-
res , concertó de verse con los de la Junta para tratar de
medios de concordia ; á los cuales sobre lo mismo habia
escrito desde la villa de Cigales, viniendo de camino; y
aunque él quisiera muchojr en persona á Tordesillas á
hablarles á todos juntos, jamás ellos lo quisieron ha-
cer; pero asentóse plática en la villa de Torre de Loba-
ton, donde vinieron tres ó cuatro de los procuradores,
y aun no de los mas principales, porque como todos
ellos estaban ya tan resueltos en su propósito, más ha-
cían aquello por cumplimiento y por autoridad del Al-
mirante, que por voluntad que tuviesen deque en los
negocios se diese algún buen asiento. Con los cuales
procuradores el Almirante comenzó la plática, y en vis-
tas y cartas y respuestas gastó cinco ó seis días con
poco efeto, en los cuales los dejaremos agora, y asi-
mesmo las cosas de Castilla en el estado que tengo mos-
trado , que los comuneros ya querían sacar su gente en
campo, y que en Medina de Rioseco estaban ya á punto
de guerra los grandes y caballeros ya dichos , y se es-
peraba cada dia al conde de Haro, á quien todos holga-
ban de tener por capitán general, y el Condestable esta-
ba en Burgos con el Presidente y algunos del Consejo ,
donde también se juntaron algunos grandes y caballeros
que adelante se dirán ; y contemos lo que su majestad
hizo en tanto, en otubre y parte de noviembre, y cómo
tomó la posesión y corona del imperio ; lo cual conta-
do brevemente, volveremos á nuestra contienda y
guerra de la Comunidad.
CAPITULO XL
Cómo el Emperador partió de Flándcs para Alemana, y de qué
manera pasó su coronación , y lo que acaesció á los que le lleva-
ban las cartas y capítulos de la Junta.
Después de haber el Emperador enviado á Lope Hur-
tado de Mendoza en Castilla con las provisiones de vi-
soreyes y gobernadores suyos para el Condestable y el
Almirante, con el Cardenal , que ya lo era , como está
dicho, se dio la mayor priesa que le fué posible para
efetuar su coronación y lo demás que convenía hacer
en aquellas partes, para que mas brevemente fuese á es-
tas de Castilla su venida ; y no perdiendo punto ni cui-
dado de lo que convenía, envió nuevamente á otro ca-
ballero, que fué don Alvaro de Ayala, con cartas para
los gobernadores y los de su consejo, y para los gran-
des y señores de Castilla, haciéndoles saberla priesa
que se daba, y certificándoles que en breve seria su ve-
nida, aunque después no pudo ser tan presto como de-
seaba , por las cosas que acontecieron ; y encargándoles
asimesmo con grandes encarecimientos y graciosas pa-
labras las cosas de por acá.
Hecha esta diligencia , y poniendo en efeto lo que
prometía , en principio del mes de otubre ya dicho se
partió de Fiándes para Aquísgran, ciudad principal de
Alemana , en la comarca de Colonia', donde habia de re-
COMUNIDADES DE CASTILLA.
cebir su primera corona, acompañado del cardenal Gui-
ileimo de Croy, arzobispo de Toledo, y de muchos seño-
res y caballeros principales , borgoñones y flamencos , y
del duque de Alba y otros caballeros españoles que con
él habian ido , y de la gente de armas ordinaria de guar-
da de Flándes y otra buena copia de las fronteras , to-
dos muy ricamente aderezados de guerra, y de tres mil
infantes alemanes muy en orden. Iba también con él el
infante don Fernando , su hermano , archiduque de
Austria , para celebrar sus bodas con madama Ana, her-
mana del rey de Hungría , como se hizo en el mes de
abril del año siguiente. El Emperador por sus jornadas
llegó á 21 de otubre á dormir á un castillo dos leguas
de Aquisgran , y porque la su coronación se habia de
hacer á los 23 , hizo otro dia su entrada , que fué una de
las mas solemnes del mundo, así por los aderezos yapa-
ratos de los que iban con él , de armas, vestidos y caba-
llos , que fué cosa maravillosa , como de los que á rece-
birle salieron, que no lo fueron menos. Estaban allí es-
perando, y salieron á este recebimiento, cuatro prínci-
pes de los electores, que fueron los arzobispos de Ma-
guncia de Colonia, y de Tréveris , y el conde Palatino
del Rin. Salieron los embajadores del rey de Bohemia y
duque de Sajonia y marqués de Brandenburg, que son
los otros tres electores, que por la priesa del Emperador
y por justas ocupaciones no pudieron hallarse presentes,
y ansí enviaron sus embajadores con poderes bastantes
para que por ellos se hallasen en la coronación. Otros
muchos príncipes alemanes, y los gobernadores y bur-
go-maestre de la ciudad, salieron á recebirlo media le-
gua del lugar, y por su orden llegaron todos á besarle
las manos con grande alegría y acatamiento , y el Em-
perador les habló y trató con grande benevolencia y
mucho amor.
La orden que se tuvo en la entrada Otro dia fué, que
en la delantera venían los tres mil infantes alemanes en
su orden , á siete por hilera , muy pláticamente vesti-
dos de calzas y jubones de colores, á los cuales seguían
los gobernadores y gente de la villa, y luego un Huque
alemán con trecientos y cincuenta caballos del impe-
rio vestidos de negro , y un guión negro con la divisa
del Emperador ; á estos seguían cuatrocientas lanzas
del conde Palatino, y tras dellas docientos ballesteros
de á caballo, vestidos de colorado, de la guarda del
arzobispo de Maguncia , y luego la guarda del arsíbbis-
po de Tréveris, que eran ciento y cincuenta, y luego
otros docientos cincuenta de á caballo, también de la
guarda del arzobispo de Colonia ; después destas guar-
das entraron dos mil y docientos caballos de las guar-
das que el Emperador traía , y luego venia el mayor-
domo mayor monsieur de Biberri , con otro muy her-
moso escuadrón de los gentilhombres y estados de la
casa del Emperador, muy rica y hermosamente adere-
zados y armados , salvo las cabezas, como iba la demás
gente de armas. Al escuadrón de la casa del Rey seguían
todos los grandes señores y caballeros , así flamencos
como españoles y alemanes y borgoñones , vestidos to-
dos de brocados y de telas dfe oro y escarlata , recama-
das de bordados y otros géneros de galas y primores
muy grandes, ansí en sus personas como en sus caba-
llos , como en las libreas de sus criados , entre los cua-
les iban mucha copia de ministriles y trompetas y ata-
bales del Emperador y de los príncipes electores. Tras
389
esta caballería venia la caballeriza del Emperador, que
era gran número de caballos maravillosos, ricamente
aderezados á la brida y á la jineta, y en cada uno uu paje
suyo con su librea de tela de oro y plata, y raso carme-
sí ; á los cuales seguían seis reyes de armas en la forma
ordinaria, derramando moneda de oro y de plata por el
campo y por las calles de la villa, y junto á estos re-
yes de armas llegaba la gente de la guarda de á pié del
Emperador con su librea , en medio de la cual venia él
armado de hombre de armas en un gran caballo , la cu-
bierta del cual y el sayo de armas eran de brocado blan-
co recamado de perlas : llevábanlo en medio los arzobis-
pos de Colonia y de Maguncia , y á la mano diestra el de
Colonia , por entrar en su diócesis , aunque fuera della ,
en Alemana le prefiriera el de Maguncia ; y delante, y en
derecho del Emperador, iban el arzobispo de Tréveris
y el conde Palatino, y los embajadores lugartenientes
del duque de Sajonia y del marqués de Brandenburg;
y junto á la persona del Emperador, detrás del , iba el
embajador del rey de Bohemia, conforme á la orden y
costumbre antigua que en estas precedencias se tiene,
y después del iban el cardenal de Croy, arzobispo de
Toledo, y el cardenal Colona, legado del Papa, y otros
prelados y embajadores. Después destos venian los ar-
cheros y guardia de á caballo del Emperador, de la li-
brea y colores de los pajes.
Llegado á la puerta de la ciudad, salió la clerecía y
cruces en procesión, y también unas andas ricamente
aderezadas con el casco de la cabeza del emperador
Carlo-Magno, que allí se tiene en gran veneración, y el
Emperador se apeó allí y adoró las cruces , y dio paz
á la cabeza del emperador Carlo-Magno , y mudó otro
caballo, porque el de que se apeó era por costumbre
antigua de las guardas de la puerta de aquella ciudad ;
y recebida la procesión dentro de la guarda de á pié ,
el Emperador entró por la ciudad y se fué apear al tem-
plo de Nuestra Señora , y hecha oración delante del
Santísimo Sacramento, se vino á su palacio, y todos
los demás á sus posadas.
El dia siguiente , que fueron 23 días del mes de otu-
bre, que estuvo señalado para la coronación, los prínci-
pes y electores , y todos los demás en la forma y manera
susodicha, lo llevaron al templo. Iba su majestad ves-
tido de ropa larga de brocado y un collar muy rico al
cuello, en un caballo á la brida ricamente aderezado, y
todos los demás príncipes y señores muy galanes y cos-
tosamente vestidos , de manera que habia mucho que
ver, y llegaron al templo donde se habia de hacer el ofi-
cio y coronación.
Comenzáronse los divinos oficios ; y estando el Em-
perador en su asiento entre los arzobispos de Maguncia
y de Tréveris, el de Colonia, á quien tocaba hacer la
consagración, dijo lamísa; y dicha la epístola y pasadas
otras ceremonias , el mismo Arzobispo se volvió hacia
el Emperador, y en alta voz le hizo ciertas protestacio-
nes y preguntas. Las principales dellas fueron las si-
guientes :
Si tenia y quería defender la santa fe católica en
obras y palabras.
Si tenia propósito de ser fiel tutor y defensor de la
santa Iglesia y de sus ministros.
Si quería regir y con eficacia y ahinco defender el
imperio romano y reino que Dios le daba,
390 PERO
Si pensaba guardar y conservar las leyes y previle-
gios y patrimonio del imperio, y cobrar lo usurpado y
perdido de los que lo tuviesen.
Si quería ser piadoso, y defender como patrono al rico
y al pobre , al huérfano y á la viuda.
Si quería y prometía tener y guardar al sumo Pontí-
fice romano y á la sacra romana Iglesia la sujeción y obe-
diencia que debia.
A las cuales cosas el Emperador á cada una respon-
día : « Quiérelo y promételo. »
Acabado esto, los dos arzobispos dichos, de una
parte uno y otro de otra, acercaron al Emperador hasta
junto al altar, donde con solemnidad de juramento pro-
metió de guardar y cumplir todo lo dicho; y entonces
el arzobispo de Colonia, que decía la misa, alzando la
voz dijo al pueblo una vez en latín y otra en alemán :
«¿Queréis sujetaros á tal príncipe como este, y defen-
der y conservar y confirmar su imperio , y guardarle
fe y lealtad , y obedecer sus mandamientos como á
señor natural y emperador vuestro ?»
A lo cual á voces respondieron : Fiat; «todos lo que-
remos.»
Y entonces el arzobispo de Colonia con el olio y cris-
ma bendita le ungió en la cabeza , diciendo en latín :
«Yo te unjo por emperador y rey en el nombre del
Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.» Y hecha esta
ceremonia con grande aplauso y alegría del pueblo , los
arzobispos de Maguncia y Tréveris metieron al Empe-
rador en la sacristía, junto al altar, donde pasaron otras
ceremonias , y dende á poco le sacaron vestido con la
ropa imperial , que es una dalmática como de diácono,
y capa rica de brocado y piedras; y tornando á su asien-
to, ellos mismos le trujeron y dieron una espada, que
dicen que fué del emperador Carlo-Magno, que para
este auto se guarda en gran reverencia en la sacristía
desta iglesia ; diciéndole :
«Recibe esta espada , con la cual ejercites justicia y
equidad, y destruyas la iniquidad, y defiendas y ampares
la Iglesia, y álos falsos cristianos oprimas y castigues.»
Después le pusieron el mundo en la mano izquierda,
y en la derecha ceptro de oro, y al cabo todos tres le pu-
sieron una rica corona de oro en la cabeza; cada cosa
destas con ciertas palabras en latín, y todas las cere-
monias muy al propósito : y ansí ungido y coronado,
fué traído á una silla de piedra del emperador Carlo-
Magno, que en el mismo templo se ha conservado en
gran veneración, donde siendo asentado , fué el rema-
te desta fiesta y coronación. Y estando allí armó caba-
lleros á muchos de los grandes y señores y caballeros
que allí estaban, así españoles como de otras naciones.
Y pasado esto y vueltos al altar, el arzobispo de Colo-
nia prosiguió su misa con grande solemnidad y espacio,
durante la cual, antes y después de lo dicho , se hicie-
ron muchas ceremonias, que seria muy largo cuento
referirlas.
Tuvieron las insignias imperiales estos señores : el
conde de Salemburgo, procurador del rey de Bohemia,
tuvo la corona; el del duque de Sajonia, el estoque ó
espada ; el conde Palatino, el mundo ; el embajador del
marqués de Brandenburgo el ceptro ; y dando fin á la mi-
sa, el Emperador, acompañado de la manera que había
venido , volvió al palacio y casa de la ciudad, en el cual,
por antigua costumbre, come el Emperador el día de su
MEJIA.
coronación , estando aparejadas las mesas para su per-
sona y para cada uno de los siete electores , conforme
á sus preeminencias y lugares ; conviene á saber :
A la mano derecha del Emperador en el mas preemi-
nente lugar, estaba la silla del arzobispo de Colonia, y
luego cabe la suya la del procurador del rey de Bohe-
mia, y tercera en orden la del conde Palatino. En la
mano izquierda la silla del arzobispo de Maguncia, que
siendo el convite fuera fie aquella diócesis, fuera la suya
en mejor lugar ; luego estaba la del embajador del du-
que de Sajonia, y luego la del embajador del marqués
deBrandenburg; todas estas iguales. La del arzobispo
de Tréveris estaba en medio, enfrente de la del Empe-
rador, también igual. Esta es la orden que se guarda
en los asieníos cuando comen á una mesa el Empera-
dor y los electores del imperio.
Apartadas de la mesa del Emperador había ansi-
mesmo otras pequeñas para otros grandes y procurado-
res de las ciudades del imperio. Asentándose el Empe-
rador á la mesa, el conde Palatino le sirvió el primer
manjar, y el embajador del rey de Bohemia le sirvió la
copa la primera vez, que es preeminencia y oficio suyo,
y después lo que duró la comida le sirvieron muchos
señores de diversas naciones ; y acabado el convite , el
Emperador armó caballeros á muchos ; y de á poco de
hora volvió á la iglesia , y desde allí á palacio con la
pompa y compañía que había venido ; y desta manera
se hizo esta coronación.
En este mismo día, en la ciudad de Constantinopla,
se coronó por emperador de los turcos Solimán, por
muerte de Selim, su padre.
Acabada la fiesta de la coronación, el Emperador se
partió de Aquisgran para Colonia , y con él vinieron al-
gunos de los señores y príncipes , y los demás se fueron
á sus casas. Y siendo ya el mes de noviembre del mismo
año de 1520, mandó convocar y llamar cortes, que en
aquellas partes llaman dietas, de todos los príncipes y
ciudades del imperio, como á nuevo principe y empe-
rador convenia, para la ciudad de Bórmes, en Alemania;
y él se partió luego para ella, con propósito de, en sien-
do concluidas, partirse para España, si las cosas que se
ofrecieron no lo estorbaran ; y así lo escribió , y dio
cuenta de lo que pasaba de su coronación , y lo que le
parecía que se debia hacer en los reinos de Castilla; y
lue^ que fué venido á Bórmes, llegó allí Antonio Váz-
quez , el caballero de Avila que dijimos que llevaba la
carta de la Junta ; al cual el Emperador mandó prender
y lo quiso mandar degollar, como merecía ; y por pare-
cer del obispo Mota y de otros de su consejo difirió esta
ejecución, y lo mandó tener preso en un castillo hartos
días; y al cabo, usando de su clemencia, le hizo mer-
ced de la vida. Y dende algunos días después desto vi-
nieron á Flándes los que traían los capítulos que los de
la Junta enviaban al Emperador, para ir también á Bór-
mes, adonde entonces estaba , los cuales eran el maes-
tro fray Pablo, procurador de la ciudad de León, y
Sancho de Cimbrón , procurador de Avila; mas siendo
en Bruselas avisados de lo que le había sucedido á An-
tonio Vázquez , que había ido con la carta, no se atre-
vieron á ir ellos con los capítulos, y volviéronse desde
allí á España, que fué cierto mejor consejo que haberse
encargado de llevarlos; que yo no sé en qué entendi-
miento de hombres habia cabido el hacerlos.
COMUNIDADES
CAPITULO xir.
Cómo los de la Junta sacaron su ejército al campo y se acercaron
á Rioseco, y cómo los grandes juntaron el suyo, y las cosas que
pasaron hasta que el campo real fué sobre Tordesülas.
Bien se acordará el lector que en la orden de nuestro
cuento dejamos á los grandes ayuntados con gente de
guerra en Medina de Rioseco, y á los de la Junta hecho
ejército , y que lo querían sacar en campo contra ellos,
y que el Almirante, procurando medios de paz, si fuese
posible haberla con ellos, tenia determinado de no
aceptar la gobernación hasta haber probado todas las
vías que pudiese para dar algún asiento y concordia
sin llegar á las manos. Pasó pues ansí, que el almi-
rante de Castilla, en vistas y embajadas que con los
de la Junta tuvo , gastó muchas palabras y razones, así
por cartas como de boca, que él tenia muy agudas y
discretas, dándoles á entender el yerro grande que ha-
cían y la injusta causa que defendían , y la peor forma
que llevaban en ella, y ofreciéndoles muy razonables y
favorables partidos y medios porque dejasen las armas
y inquietudes, y viniesen á la obediencia del Empera-
dor. Pero todo su trabajo fué en balde y aprovechó po-
co, porque no solamente no quisieron venir en con-
cierto alguno , pero para hablar en él pedían ante todas
cosas que el Condestable renuncíase y sobreseyese el
oficio de vísorey y gobernador que ya había comenza-
do; y andando en estas pláticas con el Almirante, man-
daron dar pregones contra el Condestable y contra el
conde de Alba de Liste y otros grandes, y sacar su ar-
tillería al campo y mover gente; por lo cual el Almiran-
te, desesperado ya de la paz , les hizo un grande y bien
ordenado requerimiento y protestación , y vínose á
Rioseco con propósito de aceptar la gobernación, ya
que los medios no eran posibles. Los de la junta de
Tordesülas, desechando la paz con soberbia y osadía,
habiendo dado órdenes como don Pedro Girón, su capí-
tan general , sacase su ejército y se acercase con él á la
villa de Rioseco , donde los grandes estaban , fingiendo
justificaciones, que en la verdad eran delitos, enviaron
un trompeta con un rey de armas , con voz y nombre de
la Reina y en nombre dellos, al Cardenal gobernador y
á los del Consejo con un requerimiento en forma, en que
les requerían y mandaban que dejasen luego la gober-
nación, y no se entremetiesen en cosa tocante á ella ; y á
los grandes que allí estaban juntos, que no les obedecie-
sen, antes luego les mandasen salir de la villa de Río-
seco, y que despidiesen y deshiciesen luego la gente de
guerra que tenían junta; donde no, que ellos, en nom-
bre de la Reina , enviarían su ejército contra ellos á los
prender y castigar. Enviada esta embajada, á la cual
ellos no quisieron dar audiencia, como era razón , antes
fueron presos los que la llevaban, el campo de Torde-
sillas, que era de la Comunidad, comenzó á moverse, ha-
biendo sacado alguna artillería y gente de la que tenia
sobre la villa de Alaejos, y con él fueron algunos de los
de la Junta, allende de los que dije que habían hecho
capitanes, ansí por ambición y autoridad como porque
tenían sospecha de don Pedro Girón, por haberse visto
con el Almirante sin comunícarío con ellos; el principal
de los cuales era don Pedro Lasso de la Vega. Para la
guarda y defensa de Tordesülas y los de la Junta que allí
quedaron, dejaron los cuatrocientos clérígos que el
obispo de Zamora había traído, y otras compañías de
DE CASTILLA. 39i
soldados y alguna gente de á caballo; y por en pitan de
todas estas gentes dejaron á Hernando de Porras , ua
caballero vecino y procurador de Zamora, y también á
don Suero del Águila y á Gómez de Avila y á otros ca-
balleros. El número de las gentes que el campo de la
Comunidad llevaba fueron diez mil infantes y nove-
cientos de á caballo; los quinientos jinetes, y el resto
hombres de armas.
Con este campo pues se aposentó don Pedro Girón,
su capitán general, una legua y medía de Rioseco, á
los 27 de noviembre , en tres lugares pequeños lla-
mados Vülagarcía, Villabrájima y Tordehumos, que
estaban á media legua el uno del otro. El artillería é in-
fantería y fuerza de su campo, aposentaron en Villa-
brájima, que era el mas cercano á Rioseco, de donde
empezaron algunas escaramuzas entre ellos y los otros ;
y don Pedro Girón, á instancia de don Antonio de Acu-
ña,obispo de Zamora, y de algunos otros capitanes,
hizo luego grandes muestras de querer haber batalla
con los grandes antes que el conde de Haro, hijo del
Condestable, viniese sacando su gente al campo , y
acercándose á la villa de Rioseco dos ó tres días arreo.
Los grandes que allí estaban tenían entonces trecien-
tos hombres de armas y trecientos caballos ligeros,
cuatrocientos y cincuenta jinetes y tres mil y quinien-
tos infantes; gente toda, la una y la otra, tan buena,
que aunque eran menos en número que la de la Comu-
nidad, bastaban á esperar la batalla y alcanzar la vic-
toria. Pero aunque esto era ansí, excusaron de hacer
jornadacon los comuneros, ansí porque esperaban cada
día al conde de Haro, capitán general, como porque
tenían por mas prudente y seguro consejo no aventurar
el negocio , antes procurar vencerlos sin sangre , dila-
tándolo si pudiesen, considerando que la de los con-
trarios era gente poco plática la mas della, y que en-
tre los que la regían había ya algunas sospechas y com-
petencias; y también tenían por inconveniente pelear
cabe el lugar, por los ejemplos y experiencias que se
tiene de que la gente flaca , sí tiene cerca la guarída,
pelea mal con esperanza de acogerse á ella ; pero mo-
lestábanlos con rebatos y escaramuzas de día y de no-
che, sin dejarlos reposar á ninguna hora; con que los
traían cuidadosos y afligidos. Lo cual entendido por
los comuneros , acordaron antes que el conde de Haro
viniese, trabajar por venir á batalla, ó á lo menos ganar
reputación con hacer gran demostración dello, y para
esto un día hicieron alarde general de su gente en la
villa de Tordehumos; y otro siguiente, que á mi cuenta
fué postrero de noviembre , sacáronla toda al campo , y
puesta en orden con su artillería , caminaron para Rio-
seco , y la órilen que llevaron fué esta.
Sanabría, procurador de Valladolid, con treinta ji-
netes iba descubríendo el campo de la gente de guerra;
de la vanguardia iba por capitán don Pero Lasso de la
Vega; de los jinetes, don Pedro y Francisco Maldonado,
capitanes de la ciudad de Salamanca ; del escuadrón de
infantería de la vanguardia iba por capitán don Antonio
de Acuña, obispo de Zamora; iban con él don Juan de
Mendoza, capitán de Valladolid, hijo del cardenal don
Pedro González de Mendoza, y Gonzalo de Gnzmaii, ca-
pitán de León , y don Hernando de Ulloa , capitán de la
ciudad de Toro, y otros capitanes. En la batalla iba el
capitán general don Pedro Girón, entrando y saliendo
392
PERO MEJIA.
cuando le parecía; y iba asimesmo don Juan de Figue-
roa , hermano del duque de Arcos , que aquel dia llegó
al ejército, habiendo salido de la prisión donde diji-
mos que estaba en Sevilla sobre su fe, con cierto alza-
miento della que los de lu Junta enviaron en nombre de
la Reina ; y ansí, en buena manera y mostrando mucho
denuedo, y con grande estruendo de pífanos y atambo-
res, llegaron á tiro de culebrina de Rioseco ; y hacien-
do allí alto, mandaron á sus corredores que dijesen á
los de los grandes , que se acercaron á compás de po-
derse hacer mal ó bien, que hiciesen saber al Almiran-
te y al conde de Benavente y á los otros grandes y ca-
balleros que en Medina estaban, cómo allí era venido el
ejército de la Reina, su señora, por su mandado á eje-
cutar en ellos las penas en que habian incurrido en go-
bernar el reino contra su voluntad y mandamiento, y
en estar así en su servicio y desacato asomados y pues-
tos en armas, y para este fin les presentaban la batalla,
y los esperaban en aquel llano ; y habiendo dicho esto
mal dicho y peor entendido, se estuvieron así parados
en el campo, sin hacer movimiento alguno hasta casi
el sol puesto, que se fueron. Pero de parte de los gran-
des , aunque estuvieron puestos en armas y sobre aviso,
no se hizo muestra ninguna de batalla , ni aun permi-
tieron aquel dia escaramuza ; sino que perseverando en
el consejo que tenían acordado, los dejaron estar per-
diendo el tiempo.
Don Pedro Girón, paresciéndole que era hora de reti-
rarse con su campo , se volvió con la orden que había
venido á sus alojamientos , y al tiempo que partieron
del puesto que habian tomado , hicieron disparar la
mayor parte de su artillería , y algunas pelotas llegaron
cerca de los muros de la villa, aunque no hicieron daño
alguno. Llegó pasado esto, después de pocos días, el
conde de Haro con sus gentes por la otra parte de la vi-
lla, que tenían aviso de la venida de don Pedro Girón, y
se habian dado mucha priesa con deseo de llegar á
tiempo, por si alguna necesidad se ofreciese, aunque
ya sabían que no había propósito de pelear, y aquellos
señores le salieron á recebir á punto de guerra adere-
zados , y él traía quinientos hombres de armas y cua-
trocientos caballos ligeros , y dos mil y quinientos in-
fantes á sueldo , toda muy útil y buena gente , deseosa
de llegar á las manos con el enemigo , y doce piezas de
artillería.
La misma noche entraron en Rioseco don Francisco
de Zúñiga y Avellaneda , conde de Miranda y muy ser-
vidor del Rey; don Beltran de la Cueva, hijo primogé-
nito del duque de Alburquerque; don Luis de la Cueva,
su hermano; don Bernardino de Rojas y Sandoval, mar-
qués de Denia y conde de Lerma, y don Luis de Rojas,
su hijo ; también llegó don Francisco de Quiñones,
conde de Luna : todos con la gente de á pié y de á ca-
ballo que pudieron juntar de sus criados y vasallos ; de
manera que el campo de los grandes se hizo de mas de
dos mil y ciento de á caballo , entre hombres de armas
y caballos ligeros y jinetes , y seis mil infantes , sin
otra buena copia de la gente de á pié de sus vasallos ;
ansí que notoriamente se tenían por mas poderosos que
los comuneros, sus enemigos. Y luego otro día que el
Conde llegó, se juntaron en consejo todos, y hubo di-
versos pareceres entre ellos sobre lo que se debía de
hacer, porque á algunos les páresela que debían ir luego
en busca de los contrarios, y pelear con ellos y desha-
cerlos, porque, deshecho aquel campo, tenían por
cierto que todo el reino se reduciría al servicio del Em-
perador, y no osarían hacer resistencia alguna ; y otros
decían que era mejor entretener la guerra y no poner-
lo todo en aventura de una batalla, y procurar la victo-
ria sin derramamiento de sangre; porque el ejército de
la Comunidad era de muchas partes y voluntades, y
que no podía ser permanente ni durar mucho en con-
cordia ni orden , y que inquietándolos con rebatos y
emboscadas , y quitándoles los mantenimientos, como
lo hacían, ellos mesmos se desharían de todo punto,
huyéndose de sus capitanes. Otros eran de voto que
ante todas cosas se procurase cobrar á Tordesíllas , y
sacar de su poder á la Reina, que era grande ignominia
y vergüenza tenerla ellos; y si para ello fuese menester
pelear, que lo.hicíesen.
En lo que se resolvieron, al cabo de algunos debates,
fué en salir al campo , acercarse á los enemigos , y
usar de la oportunidad y ocasión que el tiempo y ellos
les diesen; y gastando dos ó tres días en acordar esto
y en ponerlo á punto para ponello en ejecución y efe-
to, Don Pedro Girón y los capitanes comuneros no sa-
lieron, como solían, al campo, ni vinieron á dar vista á
los grandes de Rioseco ; antes , sintiéndose faltos de
mantenimientos y cansados de los rebatos que los con-
trarios les daban, hubieron por consejo de mudarse de
donde estaban, y irse á parte donde tuviesen mas liber-
tad y provisión; y por ganar reputación y ofender al
Condestable, acordaron de irse á Villalpando, villa cer-
cada del condestable de Castilla , que era cinco ó seis
leguas de allí, y apoderarse por fuerza della ; y cOn este
acuerdo, que no les salió tan bien como pensaron, par-
tieron un domingo de mañana, á 2 de diciembre, y pro-
siguieron su camino ; lo cual fué luego sabido por el
conde de Haro y los grandes; y enviados sus corredo-
res aquel dia, entendiendo el camino que llevaban,
luego el lunes siguiente salieron con su campo de Rio-
seco, muy ricamente aderezadas sus personas , y cria-
dos y gentes con grandes libreas de diversas colores,
y dejando al Cardenal y á otros prelados que allí se ha-
llaban con la guardia necesaria, se fueron aquella no-
che á alojar á los mismos tres lugares en que los ene-
migos habian estado, y fué menester tomar por com-
bale la fortaleza de Villagarcía, lugar de Gutierre Qui-
jada, que era uno de los que los commieros habían de-
jado con buena guardia de escuderos y alcaide.
El mismo dia llegó don Pedro Girón á Villalpando, y
la villa se le dio sin esperar mas combate, con ciertas
condiciones, por ser sobrino del Condestable, su señor;
y ansí , se aposentó dentro con su ejército, y se le en-
tregó también la fortaleza, sin que sus personas ni ha-
cienda recibiesen daño notable ; lo cual aquella mesma
noche fué sabido por el conde de Haro y los demás se-
ñores.
Otro día, martes, muy.de mañana se juntaron todos
en Villagarcía para acordar lo que se debia hacer ; y
aunque hubo algunos de parecer que se debía ir contra
los enemigos y echarlos por fuerza de armas de la villa
que habian tomado, y ponerse en guarnición sobre ella,
porque parecía que se perdía reputación en que ansí en
su haz hubiesen ocupado aquella villa, siendo del Con-
destable , que tan bien servia y habia servido á su ma-
COMUNIDADES
¡estad , el conde de Haro y los demás señores fueron
de parecer que ante todas cosas se fuese sobre Torde-
sillas y se combatiese, y sacase la Reina de poder de
los comuneros, y al cabo en esto se conformaron to-
dos , porque tenian también entendido que esta era la
voluntad del Emperador.
Tomada esta determinación , partieron luego para
allá; y aquella noche, dividiéndose, fueron á alojarse
en diversos lugares que estaban casi en el camino. El
conde de Haro , con parte de la gente , se aposentó en
Peñaflor ; el artillería y parte de la infantería fué á pa-
rar tres leguas de Tordesillas , con orden que otro día
de mañana todos partiesen de donde habían dormido, y
se fuesen á juntar cerca de la villa de Tordesillas , con
determinación de la combatir muy reciamente, como
se hizo.
Del camino que los grandes habían llevado y de su
propósito fueron aquella noche avisados el general don
Pedro Girón y sus consortes, en Villalpando, donde es-
taban ; y cayendo tarde en el yerro que habían hecho
en dejar á Tordesillas, y en apartarse del camino don-
de podían estorbar la pasada para allá , enviaron á muy
gran priesa á un Luís de Herrera con algunos caballos
ligeros y una compañía de arcabuceros, que se metie-
sen dentro, y determinaron de partir luego con su cam-
po para allá ; pero Luis de Herrera no hizo el socorro
que le mandaron , porque no pudo llegar á tiempo.
CAPITULO xm.
De cómo el ejército real y los grandes fueron sobre la villa de
Tordesillas y la combatieron, y cómo pasó el combate y toma
deila.
Otro día, miércoles S días del mes de diciembre del
dicho año de 1520, todos aquellos grandes y caballe-
ros, y el conde de Haro, su capitán general, madru-
gando lo que fué posible , partieron con sus gentes de
sus alojamientos para la villa de Tordesillas, con el áni-
mo y voluntad que tales personas como ellos debían te-
ner; y esperándose los unos á los otros en el lugar que
estaba concertado, llegaron allá casi á las dos horas
después de mediodía, que no pudieron antes; y como
juzgasen que el buen suceso de aquel hecho que tenian
acordado, consistía en la presteza, por no dar lugar
á los que en la villa estaban para se fortificar y proveer,
y porque los enemigos estaban muy cerca y se enten-
día que habían de hacer todo su poder para lo estor-
bar, y el invierno estaba ya tan adelante, que no con-
venia ni parecía posible asentar sobre ella ni ponelle
cerco, determinaron con cualquier riesgo de ejecutar-
lo luego ; y por hacer el cumplimiento que con Dios y
con las gentes se debía , el conde de Haro mandó ir á
un rey de armas que de su parte y de aquellos señores
y caballeros requiriesen á los de la villa que los acogie-
sen en ella, porque ellos venían á besar las manos á la
Reina y á ponella en libertad , y sacalla de poder de
aquellos que se habían apoderado por fuerza della. A
esto los áe la villa de Tordesillas dieron por respuesta
que acordarían lo que habían de hacer y responder.
Visto esto , se les tornó á requerir con el mismo rey
de armas, y no se pudo hacer , porque los de la villa co-
menzaron á tirar saetadas y piedras, mostrando grande
determinación de defenderse ; en lo cual no estaban
menos determiiiados los vecinos de la villa que los pro-
DE CASTILLA. 393
curadores y gentes que allí habia quedado, publicando
que no habían de ser ellos para menos que los de Me-
dina del Campo , que tan bien se habían defendido ;
viendo lo cual el conde de Haro, mandó por pregón que
luego se combatiese la villa, dando campo franco á la
gente ; y como no se habia podido bien reconocer cuál
era la parte del muro mas flaca, para coiTibatilla por
ella , acertóse á señalar para ello el lugar que hay desde
la puerta que llaman de Valladolid hasta la puerta que
llaman de Santo Tomás , que era lo mas fuerte, por ser
el muro casi ciego; y puesta la gente de á caballo en
el lugar que pareció , con el estandarte real , que tenia
don Fernando de Silva, conde de Cifuentes, como al-
férez mayor del reino, mandó á dos compañías de hom-
bres de armas que se apeasen para combatir juntamen-
te con los soldados de infantería , y á Ruy Díaz de Rojas
que con ciertos jinetes hiciese la guardia del campo
hacía do estaban los enemigos , camino de Villalpando.
Dada pues la señal y tomadas las escalas, porque
el artillería que traían era de campo y podía poco ba-
tir, se comenzó el combate y batalla de manos y á es-
cala vista, con muy grande furia y determinación , con
grande estruendo de campanas y voces de dentro de
la villa , y de arcabucería y alambores dentro y fuera,
y con muchas muertes y heridas de los unos y de los
otros ; pero por la disposición del lugar y por la resis-
tencia de los cercados , los de fuera recebian mucho
daño y hacían poco efeto. Lo cual reconocido por el
conde de Haro y aquellos señores, mandaron mudar el
combate de aquella parte á otra, lo cual se hizo con
mucha presteza y buena orden, pero no con mas ven-
tura que la primera vez, aunque pusieron en el comba-
te muchos caballeros de los que allí venían las manos;
y andando en esto , siendo ya muertos mas de cíenlo y
cincuenta hombres de los que combatían, y pocos de los
de dentro , procurando el conde de Haro batir una
puerta que estaba cerrada con el artillería de campo,
allegó Dionís de Deza, caballero navarro, sabio y ex-
perimentado en semejantes trances (al cual el conde
de Haro habia enviado á reconocer el muro de la villa
en torno), y dio aviso que á la otra parte habia visto un
boquerón en la muralla que tenian cerrado con una ó
dos tapias al parecer flacas y fáciles de batir, aunque
la subida le parecía dificultosa por haber un poco de
cuesta; lo cual entendido por el Conde, sin aflojar del
combate, hizo pasar allá cuatro falconetes, y comen-
zando á tirar al portillo, dando á veces lugar á los sol-
dados que llegasen, para que con sus picas, ó como pu-
diesen , cavasen y gastasen las tapias, plugo á Dios que
se dio tal maña , que fué el portillo abierto con poca
defensa de los de dentro, que, ocupados en el otro
combate que les daban , se descuidaron de aquello, así
por se confiar en la gran subida que había, como por
haber aviso que aquel boquerón, allende de las ta-
pias que le cercaban por defuera, estaba cubierto con
ciertas casas por la parte de dentro; mas habíatise
tardado tanto en esto, que ya era cerca de la noche
cuando se hizo , y abrióse solamente lugar por donde
pudiesen entrar dos hombres. De verla tardanza y gen-
te que moría, habia habido algunos, y no pocos, de
opinión que dejasen el combate para otro día ; pero per-
severando el Conde y los principales caballeros que allí
estaban en su determinación y en descubrir mas el lu-
394
PERO MEJIA.
gar que digo , se entró por él con grande esfuerzo un
soldado natural de Medina del Campo ^ llamado Nieto,
con una espada y rodela, y tras del entraron un grande
tropel de gente y algunos alféreces con sus banderas,
de las cuales la primera que pareció encima del muro
fué la del conde de Alba de Liste. A este tiempo los
que habían entrado y todos los de afuera comenzaron
á apellidar victoria, victoria, con grande estruendo de
trompetas y atabales , de que los de la villa se turbaron
mucho, y los combatientes se animaron, y entraron
luego muchos de los hombres de armas que estaban
apeados , y pusieron sus banderas en una torre que es-
taba allí cerca; y aunque los de la villa pelearon algo
con los que hablan entrado , y pusieron fuego á las ca-
sas que estaban cerca, no bastó su resistencia para que
no entrasen mas, y desde á poco de hora por mas ade-
lante cerca de la puente entró gente del marqués de
Falces y de otros caballeros, con que los de dentro co-
menzaron á desamparar sus estancias , y á desesperar
de la defensa de la villa.
El conde de Haro , visto que por el agujero entraban
con dificultad , mandó á gran priesa traer picos y aza-
dones, y abrir una puerta que tenian muy tapiada, y
puesto que al principio la defendieron los que la guar-
daban, al cabo se abrió, aunque con mucho trabajo, y
por la dilación que en esto habia, aquellos señores se
entraron por el dicho agujero , que habían hecho ya
mayor , y los soldados y gente suelta entendieron en
saquear las casas de la villa, sin herir ni matar á nadie,
porque así les fué mandado, y ellos lo obedecieron con
gran puntualidad.
Los grandes y señores se fueron derechos al palacio
de la Reina á le besar las manos , la cual hallaron en el
patio del con la Infanta su hija, que se volvía á su apo-
sento , de donde la habia sacado don Pedro de Ayala,
procurador de la ciudad de Toledo, durante el comba-
te, unos decían que para que desde las almenas man-
dase á los de fuera que no combatiesen la villa, otros,
que á fin de sacarla de allí y llevarla á Medina del Cam-
po por la parte de la puente; y como esta salida de la
Reina fué á tiempo que el lugar se entraba , el don Pe-
dro de Ayala la desamparó, y se fué huyendo á Medina.
Aquellos señores le besaron la mano y la acompañaron
hasta su aposento, y ella les mostró alegre y amoroso
semblante , conforme á su natural condición, aunque
por su enfermedad y falta de juicio tenia poca cuenta y
cuidado en las cosas que pasaban. Solamente afirman
que , estando combatiendo la villa, le fueron á decir al-
gunos de los procuradores que allí estaban que enviase
á mandar á los grandes que no lo hiciesen, y respondió
ella : o Abrildes vosotros las puertas y dejaldos entrar,
con que excusaré tal mandado.»
El conde de Haro se detuvo en abrir la puerta y me-
ter el artillería y gente de á caballo hasta media noche,
y á esta hora fué también á besar la manos á la Reina,
donde halló á todos los otros señores, y de allí se fue-
ron adormir á las posadas que tomaron; y el conde de
Haro , como general , anduvo toda aquella noche po-
niendo la guardia y recaudo que convenia en las puer-
tas y muros de la villa. De los procuradores de la Jun-
ta que estaban en aquella villa de Tordesillas , que de
cada ciudad eran dos ó tres, fueron solamente presos
nueve ó diez , y los otros fueron huyendo cuando la
villa se entraba , y aportaron á diversas partes. Los pro-
curadores presos fueron entregados por el Conde ge-
nerala Ortega de Bañuelos, alcaide de Briviesca, salvo
Suero de Vega y Gómez de Avila, procuradores de Avi-
la, y el doctor Zúñiga, procurador de Salamanca , que
se encargaron dellos y los pidierou algunos de los gran-
des.
Desta manera fué entrada y rendida la villa de Tor-
desillas, aunque, habiendo durado el combate mas de
cinco horas, con gran trabajo y muertes de casi decien-
tes hombres, salieron heridos muchos mas, entre ellos
algunos caballeros principales, don Diego Osorio, hijo
del marqués de Astorga, de una saetada en un brazo;
don Francisco de la Cueva de una pedrada en el rostro,
y al conde de Benavente le dieron otra saetada en el
brazo , pero no le tocó en la carne, y al conde de Alba
de Liste le mataron el caballo , y el estandarte real fué
pasado y rompido de dos escopetazos teniéndolo en las
manos el conde de Cifuentes. Fué esta jornada que es-
tos caballeros hicieron, en la buena ventura del Empe-
rador muy señalada é importante, y digna de perpetua
memoria , así por la dificultad y determinación con
que se hizo, como por el valor é importancia della ; por-
que en la verdad , fué el principio y camino para desha-
cerse la rebelión y tiranía de las comunidades, y qui-
tarles el descuido y disculpa que fingida y falsamente
daban los que la gobernaban, diciendo que lo que ha-
cían era por voluntad y mandamiento de la Reina, su
señora , y sobre todo, fué cosa muy honrosa y digna de
todos los que la hicieron; porque era grande ignominia
y vergüenza sufrir que en haz de la nobleza y caballería
de Castilla tuviesen su reina y señora natural los que
eran sus deservidores y estaban rebeldes y alzados con-
tra ella; era la cosa que mas sentía y había sentido el
Emperador, su hijo , de todas las que habían pasado, y
que mas deseaba remediar, y así lo habia escripto y
significado. Por lo cual , la primera cosa que aquellos
grandes y caballeros hicieron, fué restituir la tenencia
y cargo de la Reina, en la forma y manera que la tenia
de antes, al marqués de Denia, y á toda díhgencia hi-
cieron saber al Emperador lo que pasaba ; de lo cual él
recibió muy grande alegría y se tuvo por bien servido
dellos, y así se lo escribió en la respuesta de su carta
con grandes agradecimientos.
CAPITULO XIV.
De lo que el campo de la Junta hizo sobre la toma de TordesillaSi
y asiraesmo los grandes que en ella estaban con el suyo, y es-
tado en que se puso la guerra de ambas partes.
La nueva del combate y entrada de la villa de Torde-
sillas y de la libertad de la Reina llevó luego la fama con
la Hgereza que suele por todas las ciudades de Castilla,
y á los servidores del Rey y leales y pacíficos ánimos
puso mucha alegría y esfuerzo, y en los de contraria
opinión obró contrarios efetos, causándoles pesar y
miedo notable , aunque en estos , como estaban endu-
recidos y obstinados en sus malos propósitos , no hubo
la enmienda que fuera razón ; antes el nuevo temor los
trujo luego á caer en nuevos errores y delitos. Luego
otro día que Tordesillas se tomó, y lo supo Quintanílla,
que habia quedado por capitán sobre la fortaleza de
Alaejos, se alzó de sobre ella, y se fué á toda priesa
con la gente á la villa de Medina del Campo, no osando
COMUNIDADES
estar mas allí á peligro tan cercano , quedando el al-
caide con honra y fama perpetua de leal y esforzado ca-
ballero.
A don Pedro Girón y al campo de la Comunidad les
tomó la nueva el mismo dia en Viliagarcía, de donde
habiau partido cuando fueron á YillaJpando, que venian
á toda priesa á socorrer á Tordesillas; de lo cual la
gente que traia sintió tanta alteración y desmayo, que
no solamente no se atrevió á caminar con ella para
Tordesillas^ pero con poca orden y con harto temor
acordaron de se ir para Yalladolid, porque señalada-
mente la gente de aquella villa , que eran mas de dos
mil hombres, no quisieron parar ni reposar hasta allá;
por lo cual don Pedro Girón , por estar cerca della , se
fué á aposentar ú. Villanubla con su campo, y parte de
su gente puso en la villa de Saldaña y Zaratán, lugares
cercanos á Valludolid. Pero este aposentamiento duró
poco ; porque recelándose del ejército y gentes del Em-
perador, acordaron de se entrar todos en Yalladolid,
donde metierMisu artillería, y recogiéndose todos los
procuradores de las ciudades que hablan huido de Tor-
desillas, con los que venian en el ejército , escribiendo
á las ciudades cuyos eran los presos que enviasen otros,
trataron de hacer junta con el nombre de Santa , como
de antes, en las casas que el almirante de Castilla tiene
en aquella villa, y empezaron á Hbrar y despachar car-
tas y provisiones, como reyes, para las ciudades que
estaban alzadas; las cuales acordaron de enviar nuevas
gentes para reforzar su campo.
Don Pedro Girón, general de la Comunidad, no fué
recebido con la voluntad y confianza que cuando de allí
había salido; antes pública y secretamente murmuraba
la gente y pueblo del, cargándole la culpa de la toma de
Tordesillas, por haberse descuidado con su campo y
ídose á Villalpando , diciendo que habia sido concier-
to y trato suyo ; por lo cual era poco obedescido, y se
recelaban y temían ya del, y este recelo duró en tan-
to que los comuneros se pusieron en la forma que ten-
go dicho arriba.
El campo y ejército del Emperador, y los grandes que
allí venian , lo primero que hicieron , que hasta ver el
camino y propósito que el de la Comunidad llevaba, es-
tuvieron muy á punto y sobre aviso dentro de Tordesi-
llas, porque se tuvo por muy cierto que con la deses-
paracion y enojo de haber perdido á la Reina vernian
á buscarlos ; pero como ellos pasaron á Yalladolid , co-
mo tengo dicho, con consejo y voluntad de aquellos se-
ñores, el cardenal goberaador, se vino en un dia desde
Rioseco á Tordesillas con la gente de guardia que con
él habia quedado, que fué bieu recebido, y con él vino
don Rodrigo de Mendoza , conde de Castro , con gente
de á caballo suya; el cual no habiendo podido alcanzar
el ejército cuando fué sobre Tordesillas, se habia entra-
do en Rioseco. Los del Consejo se fueron á la ciudad de
Burgos con el Condestable, que estaban allá con el Pre-
sidente la mayor parte dellos , y para la buena gober-
nación convenia no andar divididos.
Venido el Cardenal á Tordesillas, el almirante don
Fadrique Enriquez determinó aceptar la gobernación
del reino, y así lo hizo por aucto, habiendo primero
tentado todas las vias posibles para dar algún asiento
en la paz, y reducir al servicio del Emperador las ciu-
dades y tierras qiie estaban alzadas ; porque , aun
DE CASTILLA. 303
después de tomada Tordesillas, y llegado don Pedro
Girón con su campo á Yillanubla , como tengo dicho,
por él y por aquellos señores fué enviado allá Gómez
de Avila, procurador de Avila, preso en Tordesi-
llas (tomado pleito homenaje que volvería á la pri-
sión), á procurar y tratar concordia; el cual se volvió
sin poder concluir cosa alguna. Hecho esto, y visto que
no había esperanza de paz, y que la junta y fuerza de
las comunidades se habia toda pasado y puesto en Ya-
lladolid, que era cinco leguas de Tordesillas, y que no
habia ejército en campo á quien ya ellos pudiesen bus-
car, y que alejarse ni ir sobre otra ciudad no conve-
nia, y mas dejando los enemigos á las espaldas; los go-
bernadores, con acuerdo de todos aquellos señores,
determinaron, de la gente que tenían, de la cual se
les habia ido buena parte de soldados, dejar guarnición
en la comarca, porque mas á su salvo y daño de los ene-
migos se pudiese hacer la guerra , con deseo y espe-
ranza de los traer por fuerza á la obediencia del Rey ; y
ansí , quedando el conde de Raro, capitán general , en
guardia y compañía de la Reina , con la parte de la
gente que les páreselo necesaria, fué enviado á Siman-
cas don Pedro Yélez de Guevara con una buena banda
de infantes y caballos; porque aunque la tenencia era
de Hernando de Yega , comendador mayor de Castilla,
por ser del consejo de Estado del Emperador, conve-
nia que residiese en Tordesillas; pero cada vez que pá-
resela que habia necesidad, iba allá por su propria per-
sona, á cualquier hora que fuese. A la villa de Portillo,
lugar fuerte del conde de Renavente, fué por capitán
donHierónimo de Padilla, primo hermano del mismo
conde de Benavente y hermano del adelantado de Cas-
tilla. A Torre de Lobaton, villa del Almirante, entre
Tordesillas y Rioseco , que era uno de los pasos por
donde les venian los bastimentos, fué un caballero lla-
mado Garcí Osorio , deudo muy cercano del marqués
de Astorga. A Medina de Rioseco enviaron otra banda
de gente, allende de la que tenia allí don Hernando En-
riquez, hermano del almirante de Castilla, teniendo
respeto á que era por allí el paso para Burgos , donde
el Gobernador Condestable estaba con el Consejo Real,
con quien convenia comunicarse muy á menudo , y
para ello tener el campo y camino seguro.
Por todas partes, entre unas gentes y otras , y entre
los lugares comuneros y los que tenían la voz del Rey,
somataban y robaban y hacían correrías, como entre
enemigos conocidos. En Medina y en Yalladolid y su
comarca no se entendía sino en rebatos y armas; los
oficiales no hacían sus oficios y los labradores no sem-
braban los campos , los mercaderes no podían tratar con
seguridad ; y generalmente , en todas las ciudades que
estaban en comunidad no se hacia ni administraba
justicia, y habia desasosiegos y escándalos. Crecíanlas
cosas con las sisas y imposiciones del pueblo para pa-
gar el ejército y gente de guerra, no bastándolas rentas
reales que se tenían tomadas; de manera que estos
fueron los frutos y provechos que causaron los que de-
cían que procuraban y trataban del bien público; y aun
con estaren este triste y miserable estado, no mostra-
ban enmienda ni arrepentimiento para pedir perdón ni
aceptar los buenos medios y tratos de paz que se les
ofrecían ; antes cada día convocaban y llamaban mas
gentes para sostener y hacer la guerra desde Yailado-
396 PERO
lid, donde liabian puesto la fuerza y trono de su go-
bierno, ó por mejor decir, de su tiranía, los que gober-
naban esta cosa; aunque de su capitán general, don
Pedro Girón, tenian ya tau gran sospecba y desconten-
tamiento , principalmente la gente popular y común,
que ya no le querían obedecer , ni él se tenia ya por
seguro entre ellos. Viéndose apretados en Valladolid del
capitán y guarnición que los gobernadores habían pues-
to en Simancas, porque los prendían y robaban los cam-
pos basta cerca de los muros , se proveyó un día que
don Pedro Girón con toda la gente saliese y fuese allá,
y que diese orden como la puente de Simancas se rom-
piese de tal manera, que por allí no pudiesen ser apre-
tados ni molestados. Don Pedro Girón , por cumplir
con ellos, aunque no parecía cosa hacedera , aceptó el
ir á ello , y la gente salió tan mal y tan tarde, que se
hubo de volver del camino sin tentar ni acometer lo
que iba á hacer, y hubo tanta murmuración y alboroto
en la gente, cargándosele á él, que no se atrevió á vol-
ver con ella á Valladolid ; antes, apartándose lo mejor
que pudo con los suyos, se pasó sin entrar en la villa
por defuera della , y se fué á dormir á Víllayáñez , y
otro dia á Peñaíiel , villa de su padre; y ansí se apartó
desta empresa , que no debiera haber comenzado, que-
dando todos en Valladolid murmurando y quejándose
dél , diciendo que los había engañado y destruido, y que
la ida queliabia hecho á Víllalpando con el campo ha-
bía sido sobre concierto y trato que tenia con los gran-
des, por darles lugar para hacer la jornada que hicie-
ron de Tordesíllas; de manera que el fruto que sacó
desta demanda fué haber deservido y enojado á su rey,
y quedar murmurado é infamado acerca de aquellos
de cuya defensa y capitanía se había encargado; que
esto trae consigo la compañía y defensión de los rebel-
des á su señor, que demás de la traición, siempre tie-
nen mal suceso en sus empresas, y dan mal pago y cul-
pan á quien los ayuda en ellas.
Verdad es que algunos que se precian de haber bien
entendido y sabido los secretos destos negocios, me Ikbi
dicho á mí y querido certificar que verdaderamente don
Pedro Girón, conociendo presto el yerro que había he-
cho en aceptar la capitanía de la Comunidad, había traí-
do sus tratos secretos con el almirante de Castilla y con
el Condestable su tío, y que con industria, y con aviso y
voluntad dellos fué, como está dicho, á tomar á Víllal-
pando, por desembarazarles el camino para Torde-
síllas , y después dentro de pocos días dejó la capitanía
en la forma que tengo dicho; y esta mesma disculpa han
dado siempre sus amigos y deudos y criados en este
propósito, el cual si él tuvo , no quiero quitárselo ; pero
como cosa que no sé muy cierto, no oso afirmarla, aun-
que no faltaron indicios para creerlo, por pláticas y
mensajes que pasaron entre él y el Almirante. Como
quiera que haya sido, fuera á mí juicio mejor consejo,
luego que conoció su yerro, pasarse claramente á la par-
te del Emperador, porque no parece honesta manera de
servir con engaño de aquellos que se fiaban dél ; y así,
lo que en esto pasó, si algo fué, no debió ser muy acepto
al Rey, pues cuando hizo el perdón general en la" villa de
Valladolid, después,, como adelante se contará, fué don
Pedro Girón exceptado dél, entre otros, y no perdonado,
y le fué dado cierto castigo y pena de destierro, y con
grandes dificultades y dilaciones alcanzó perdón.
MEJIA.
He tocado esto tan particularmente , porque en la
verdad don Pedro G;run fué el mas principal hombre
de los que siguieron esta opinión, así por su linaje y
grandes deudos que en Castilla tenía , como por el es-
tado que esperaba , y después poseyó, y también por-
que fué tenido por sabio y esforzado caballero; y pasada
esta jornada, anduvo siempre bien en servicio del Em-
perador hasta que murió , y su persona tuvo muciía au-
toridad, grandeza y reputación, allende de la que su
casa y estado le daba.
Después de ido don Pedro Girón de Valladolid en la
forma que tengo dicha, la gente común y del pueblo
pusieron sus ojos y deseo en Juan de Padilla, y le escri-
bieron cartas de aviso dello á Toledo , donde estaba y
donde ya tenia buena copia de gente hecha para el re-
paro y socorro del ejército de la Comunidad , que esta-
ba como tengo dicho. El cual , sabida esta nueva , par-
tióse á toda priesa con ella camino de Valladolid , aun-
que era en el corazón del invierno , en los fines ya de
diciembre del año de 1520; y viéndose con lo que tanlo
deseaba, como era ser capitán general del ejército de la
Comunidad , no reparó en nada, ni en el sentimienlo
que tuvo cuando nombraron á don Pedro Girón; todo
lo disimuló , pensando que por esto tenia sus acrecen-
tamientos.
Llegado por sus jornadas á Medina del Campo, que
estaba cuatro leguas de Tordesíllas, los gobernadores y
grandes que allí estaban tuvieron aviso dello, y el conde
de Haro , con su acuerdo y consejo, determinó de salir
con él á pelear en el camino que hay entre Valladolid y
Medina, y para ello mandó venir á Simancas á don Hie-
rónimo de Padilla con la gente que dijimos que tenía
en Portillo ; pero estando para partir , supo muy cierto
cómo algunos vecinos de Tordesíllas habían dado aviso
á Juan de Padilla de su desinio, y concertado con él que,
luego que él partiese á le buscar y atajar, él por otro
camino viniese á dar sobre Tordesíllas, donde los mas
de los vecinos eran comuneros y lo deseaban ; lo cual
entendido por el conde de Haro, acordó dejar la jorna-
da, por la poca confianza y seguridad que en los vecinos
de aquella villa tenia ; y ansí , pudo Juan de Padilla pa-
sar ala villa de Valladolid sin contraste, y fué recebído
en ella con increíble alegría y regocijo de la Comuni-
dad y pueblo y gente de guerra , acerca de los cuales
tenia tal reputación , que les parecía que con su venida
se había todo de hacer y de acabar como lo deseaban ;
y el pueblo, á pesar de la Santa Junta, lo loaba y tenia
por capitán general, queriendo todos los della que lo
fuese don Pero Lasso de la Vega , que era un caballero
cuerdo y prudente y bastante para ello ; y ansí, pasaron
allí grandes competencias entre los dos, que no hay
para qué contarse , y al cabo prevaleció la parte de
Juan de Padilla , porque la comunidad de Valladolid lo
quiso así , á pesar de la Junta , á la cual tenian ya poco
acatamiento ; de manera que , aunque la Junta dio cier-
to modo de conformidad é igualdad entre Juan de Pa-
dilla y el obispo de Zamora y Gonzalo de Guzman , to-
davía tuvo el mando y mayor autoridad Juan de Padilla,
Pasada ansí esta ocasión de pelear con él, se tuvo avi-
so en Tordesíllas que en un lugar llamado Rodíllana,
entre Medina y Valladolid, estaban aposentados qui-
nientos soldados que venían de Salamanca, y por estar
cerca de Medina se tenian por seguros y estaban des-
COMUNIDADES DE CASTILLA.
397
cuidados. El Almirante y aquellos señores acordaron
de enviar á dar sobre ellos y deshacerlos , y encargóse
de la em¡iresa don Pedro de la Cueva , hermano del du-
que de Alburquerque, que era muy esforzado caballe-
ro, y que después fué acepto al Emperador, y le quiso
bien, y le hizo comendador mayor de Alcántara y otras
mercedes; el cual, con pocos mas soldados que ellos
eran, caminó una noche, y llegando al lugar, entrando
de rebato por él , prendió y mató muchos dellos , y los
que quedaron escaparon huyendo ; y dende á otros cin-
co ó seis dias fué avisado el mismo don Pedro de la
Cueva que hablan llegado áotro lugar llamado La-Zar-
za, seis leguas de Tordesillas, ochocientos soldados
que Segovia enviaba ; y el conde de Haro , ansí por ser
suprimo hermano, hijo de hermana del Condestable
su padre, como por la buena maña que en lo pasado
se habla dado, le dio docientos hombres de armas y
quinientos soldados, y le encargó fuese á salteallos.
El don Pedro trasnochó , y rodeando una buena legua
por desviarse de Medina del Campo, dio sobre el lugar
de improviso; y aunque los soldados que estaban en él
se retrujeron peleando á una iglesia , el don Pedro los
apretó de manera , que los entró por fuerza, y mató y
hirió muchos dellos, y todos los demás trujo presos á
Tordesillas, lo cual se tuvo por hecho muy acertado.
Juan de Padilla y el obispo de Zamora y los otros ca-
pitanes comuneros no se descuidaban tampoco por su
parte en hacer la guerra ; antes trabajando mucho Juan
de Padilla por sacar su ejército en campo , aunque con
mucha dificultad, lo hizo, y se aposentó en Villanubla,
dos leguas de Valladolid , y en otros lugares cercanos,
yendo y viniendo á la villa ; y dende á poco se apoderó
de Cigales , villa del conde de Benavente , donde hizo
daños y rebatos ; y el obispo de Zamora, como era hom-
bre muy osado y bullicioso, hacia con sus gentes gran-
des saltos en la tierra; señaladamente fué sobre la vi-
lla de Empudia, que era del conde de Salvatierra, en
la cual por ser él comunero , por mandado de los go-
bernadores se habia metido con alguna gente don
Francisco de Viamonte, caballero navarro ; y no hallán-
dose poderoso parai resistir al Obispo , desamparó con
su gente el lugar , y con harto peligro y priesa se vino
retirando á Rioseco; y el obispo de Zamora, habiendo
cobrado á Empudia, pasó adelante, camino de la ciu-
dad de Burgos, y llegó hasta diez leguas della, pen-
sando con la fama de su venida alterar mas y levantar
la comunidad de aquella ciudad contra el Condestable,
que dentro estaba , el cual se vio en el trabajo que lue-
go se dirá. De allí se volvió el Obispo haciendo el da-
ño que pudo á Valladolid, salteando de camino el
lugar y fortaleza de Fuentes , que era de un caballero
llamado Andrés de Ribera , y prendió en ella al doctor
Nicolás Tello, suegro de Ribera, caballero de Sevilla,
ya arriba nombrado , que era uno del Real Consejo que
acaso habia venido allí á holgarse las fiestas pasadas, y
le tuvieron preso muchos dias. De manera que por
buen principio del año de 21 se trataba la guerra con
este rigor y diligencia de entrambas partes , en espe-
cial en Valladolid y su comarca, entre los comuneros
y gente de los gobernadores , aunque en estos mismos
dias el nuncio del Papa , que era venido para procurar
paz en este reino, y un caballero llamado Juan Rodrí-
guez , que el rey de Portugal envió para lo mismo, en
medio desta tormenta comenzaron á tratar de concor-
dia entre los unos y los otros , andando de una parte á
otra ; pero fué de tan poco efeto , que por eso no será
menester contarlo. Y dejando las cosas en este furor,
será bien decir en pocas palabras lo que el Condestable
hizo en la ciudad de Burgos, y lo que sucedió en otras
partes, pues también hace á nuestro propósito.
CAPITULO XV.
De lo que sucedió al Condestable en Burgos, y lo que pasaba en
el reino de Toledo en esta sazón , y lo que hicieron las ciuda-
des del Andalucía , y otras cosas que sucedieron.
Si todas las cosas que pasaron se hubiesen de es-
crebir juntas, la misma confusión seria que cuando es-
tán muchos hombres juntos y hablan todos á la par,
porque no se pueden entender los unos á los otros; y
por esto á la buena disposición de la historia conviene,
aunque los acaecimientos y sucesos concurran en una
sazón, que se escriban y traten por sí aparte los que
no sufran ir en compañía de otros para ser bien enten-
didos; y guardando yo esta regla, de que habemos usa-
do y usaremos adelante, digo que en tanto que pa-
saban las cosas ya dichas en la comarca de Valladolid,
después de la toma de Tordesillas, el Condestable, que
en Burgos estaba , no dejó de tener en qué entender,
ansí en lo de dentro de la ciudad como con el conde de
Salvatierra y los que habían alzado las merindades de
Castilla la Vieja ; porque como él habia sido acogido en
aquella ciudad por cierta capitulación, como arriba se
dijo, y se envió á confirmar del Emperador, el que ha-
bia ido con ella volvió con la aprobación de los mas ca-
pítulos, pero negándole algunos que verdaderamente
lio convenían ser otorgados , aunque el Condestable por
la presente necesidad los habia aceptado todos ; de lo
cual la comunidad de aquella ciudad se alteró y escan-
dalizó tanto, que los vecinos della tornaron á ponerse en
armas, y estuvo la cosa en harto riesgo y peligro, ha-
biendo sido incitados por cartas é inducimientos del
obispo de Zamora y del conde de Salvatierra y otros;
pero el Condestable tenia ya tan buena compañía de se-
ñores y caballeros y gente que habia traído , que deter-
minó no llevar la cosa ya por trato y conciertos, sino
por autoridad y fuerza; y ansí, andando la ciudad es-
candalizada diciendo y haciendo atrevimientos, habién-
dolo comunicado con todos los señores que allí estaban,
determinó sojuzgarlos y tomarles la fortaleza , que des-
de la alteración pasada estaba por la Comunidad. Y po-
niendo eii efeto esta determinación, salió un día ar-
mado auna plaza que estaba delante de sus casas, con
sus criados y toda la gente de guerra que allí tenia, y
luego le acudieron los señores que allí estaban con las
suyas; los cuales eran don Juan de Lacerda, duque de
Medinaceli, y don Luis, su hijo , marqués de Cogollu-
do ; don Antonio de Velasco, conde de Nieva, y dos hi-
jos suyos ; don Hernando de Bobadilla , conde de Chin-
chón; don Bernardino de Cárdenas, marqués de Elche,
yerno del Condestable , hijo mayor del duque de Ma-
queda ; don Juan de Tobar, marqués de Berlanga , hijo
del Condestable ; don Juan de Rojas , señor de Poza , y
otros muchos caballeros , deudos y criados destos ; y
estando todos ansí con el dicho propósito , el pueblo
todo de la ciudad se habia juntado y puesto asimesmo
eD armas, cpn peRsamiento de pelear con ellos ; y estu-
398 - PERO
vo tan á punto de hacerse , que se tiraron de una parte
á otra algunas saetadas y arcabuzazos; pero recono-
ciendo los procuradores de las vecindades y los demás
la ventaja que el Condestable les tenia , y enviándolos á
requerir y mandar que estuviesen quedos, y se juntasen
con él pacificamente, y obedeciesen sus mandamientos,
como de visorey y gobernador de su rey y señor, no se
atrevieron á venir en rompimiento; antes faltándoles el
ánimo para ello , dejaron las armas y vinieron pacíficos
y obedientes á acompañar al Condestable ; el cual en-
vió luego á requerir al alcaide de la fortaleza que se la
entregase, con protestación, si no lo hiciese, de comba-
tirla y hacer justicia del y de los que con él estaban; y
pasando primero algunas demandas y respuestas, al ca-
bo el mismo dia se entregó, y el Condestable puso al-
caide por el Rey; y desta manera, no osando resistir
nadie , se pacificó y allanó aquella ciudad , y se puso en
ella corregidor y el gobierno en la forma que antes que
hubiese comunidad , y no hubo mas alboroto ni deso-
bediencia en ella.
Habiendo hecho esto, también acordó el Condestable
enviar á donjuán Manrique de Lara, hijo primogénito
del duque de Nájera, que allí habia venido, con buena
copia de gente contra las merindades y contra los que
las tenían alzadas; y por la poca edad que entonces te-
nia , fueron enviados con él Martin Ruíz de Avendaño y
Gómez de Butrón, caballeros principales de aquella
tierra, los cuales, llegados á ella, dieron cierto asiento
y manera de paz entre las merindades y el Condesta-
ble; la cual, aunque se guardó algunos días, fué poco
durable, por cuanto un tal Barahona y el abad de Rue-
da y otro García de Arce , que eran ciertos hidalgos es-
candalosos, las procuraron levantar, y salieron con ello.
Y ansíniisrno lo hizo el conde de Salvatierra don Pe-
dro de Ayala, alborotando y corriendo la tierra ávoz
de la Comunidad, y entre otras cosas que hizo, fué sal-
tear en el puerto que llaman de San Adrián ciertas pie-
zas de artillería que desde Fuenterrabía traian al Con-
destable, y las quebró y rompió porque no se pudiesen
servir dellas, visto que él no las podía llevar; y pasa-
ron después muchas cosas que yo no podré contar; pero
decirse há el fin y remate que tuvieron, á su tiempo.
En el reino de Toledo no comenzó este año de 21
con menos escándalo y alborotos que en estotras par-
tes que tenemos contado, sin los desafueros y injusti-
cias que dentro de la ciudad se hacían por los que la
gobernaban , cuya tirana y caudillo era doña María Pa-
checo , mujer de Juan de Padilla, que en ausencia de
su marido lo era , y aun en presencia lo habia sido.
Fuera de la ciudad, en los lugares de aquel reino,
habia grandes diferencias y desasosiegos entre los pue-
blos y los caballeros y otros que estaban en servicio del
Rey, en especial lugares de señores, que procurándolo
Toledo y favoreciéndoles para elJo, y haciendo guerra
y mala vecindad á los que eran leales, se habían alzado.
Destos eran la villa de Orgaz contra el conde della; y
Ocaña, que es del maestrazgo de Santiago, estaba tam-
bién rebelada con voz de comunidad, haciendo desde
ella muchos agravios y fuerzas á la villa del Corral de
Almaguer y otros lugares de la comarca, y desta ma-
nera pasaban otros muchos males y desórdenes; para
remedio de lo cual se había encargado de la capitanía
general de aquel reino don Antonip de Zúñiga, prior do
MEJIA.
San Juan, juntamente con don Diego de Toledo, hijo del
duque de Alba, que por el pleito que entre los dos ha-
bía habido sobre á quién pertenecía el priorazgo , es-
tando en la posesión el dicho don Diego, por sentencia y
concierto se habia dividido del priorazgo la renta y lu-
gares del entre ambos , y en la parte del don Antonio
habia caído la villa y castillo de Consuegra, en la cual
estando á la sazón, comenzó á juntar gente y á salir al
campo para reducir á Ocaña y á otros pueblos del reino
de Toledo, y sucedióle en esta empresa lo que en el pro-
ceso de nuestra historia se verá.
En Valencia no faltaban trabajos y escándalos, es-
tando aquella ciudad, como estaba, toda en comuni-
dad ; y habiendo echado fuera al Visorey y á la nobleza
della, pasaron otras muchas cosas, de las cuales algu-
nas se dirán, aunque muy en suma.
En el Andalucía pasaba el negocio muy al contrario;
porque, aunque en las ciudades de Ubeda y Baeza y
Jaén, por las parcialidades que en ellas habia, el uno
de los bandos juntándose con el común, tenían voz de
comunidad, como arriba se tocó ; la ciudad de Sevilla,
Córdoba y Granada, y las demás ciudades todas, puesto
que se habían ofrecido en algunas dellas competencias
y porfías entre señores y hombres principales, que el
tiempo parecía traer consigo (que por no ser de sus-
tancia se dejan de escrebir ), en lo que tocaba al servi-
cio del Rey y en la obediencia de sus gobernadores y
justicia, no solamente habían estado y estaban bien,
pero en este mes de enero, principio del año de 21,
cuando Valladolid y Castilla y el reino de Toledo ardían
en fuego, como se ha dicho, el regimiento y justicias de-
llas, con deseo é intención de apagario y remediarlo si
pudieren, y de estorbar que no se emprendiese y acre-
centase mas , y en lo que se ofreciese servir á su rey,
enviaron á pedir Ucencia á los gobernadores para se
juntar en alguna parte por sus procuradores, para
tratar medios como lo dicho se remedíase ; y habida
esta facultad, se juntaron en la Rambla cerca de Cór-
doba, por estar mas en comarca para todos los procu-
radores y mensajeros de ks ciudades de Sevilla , Cór-
doba, Ecija, Jerez, Cádiz y otros pueblos. Los cuales
todos se juntaron, y ansí juntos hicieron una confede-
ración y unión que verdaderamente se pudiera llamar
santa, como falsamente se llamaba la de Valladolid y
Tordesillas ; y por ella se obligaron y juramentaron de
guardar cierta capitulación, que en sustancia contenia:
Primeramente, que guardarían el servicio del Rey y
de la Reina y la obediencia de sus gobernadores y vi-
reyes; que guardarían paz y concordia entre sí, y que
si escándalo ó alboroto se ofreciese, harían toda su po-
sibilidad por lo allanar y apaciguar; que sosternian y
favorecerían con toda obediencia y acatamiento las jus-
ticias que en cada uno de los pueblos fuese puesta por
su majestad, dándoles todo el favor y ayuda que para la
ejecución de la justicia fuese menester, y que esto pro-
curarían de hacer y sustentar todas juntas y cada una
por sí; y que si en alguna de ellas ó en su tierra hubiese
alguna persona, de cualquier estado ó condición que
fuese, que perturbase ó diese ocasión de perturbar la
paz y concordia deIJas ó de alguna dellas, ó impidiese la
ejecución y obediencia de la justicia , ó se desacatase
contra ella, que todas las ciudades juntas y cada una
ppr ^ los ^lífts^u|ujrft de Ja,Ji§rr{i; y aasiíoisaí©, siai-
COMUNIDADES
gun grande, ó caballnro poderoso ó cualquier otra per-
sona alborotase la tierra ó hiciese junta de gente con-
tra el servicio del Rey ó contra la paz y unión de dichas
ciudades y villas, que todas ellas con toda presteza se
juntasen á lo resistir y remediar con la gente que fuese
menester.
Capitularon ansimismo que ninguna provisión, carta
ni mandamiento que por los de la Junta en nombre de
la Reina ó del reino se enviara , fuese obedecida ni
cumplida , antes fuesen contradichas y resistidas, y
que los que las Irujesen fuesen presos y castigados; y
que si por parte de la Junta y Comunidad fuesen envia-
dos algunos capitanes ó ejército contra estas ciudades
confederadas ó contra alguna dellas, hiciesen luego ejér-
cito para les resistir y hacer guerra; y ante todas cosas
concertaron que se escribiese, y ansí lo hicieron, á To-
ledo y á las otras ciudades que estaban alzadas en co-
munidad, requiriéndoles y pidiéndoles dejasen la dicha
voz, y se redujesen á la obediencia y servicio de su
majestad, ofreciéndose que serian por ellos buenos in-
tercesores en lo tocante á su perdón y justas peticio-
nes , y que si ansí no lo hiciesen , que aquellas ciuda-
des no podían dejar de hacer en este propósito lo que
el Rey y sus gobernadores les mandasen; lo cual para
todas las otras cosas que se podrían ofrecer nombraron
y apuntaron luego la copia de gente que cada ciudad ó
villa fuese obligada á enviar y enviase, con orden de
la acrescentar y acortar conforme á la presente necesi-
dad , y dieron y concertaron la forma que se debía te-
ner en se avisar y apercebir las unas á las otras, y en
poner en efeto y ejecutar lo que dicho es.
y habiendo asentado y capitulado todo esto, hicie-
ron mensajero propio y escribieron sus cartas al Em-
perador, enviándole á suplicar que con la mas brevedad
que fuese posible viniese á estos reinos, y que fuese su
venida por algún puerto de la Andalucía, y que su ma-
jestad no fuese servido de se embarazar en traer gente
de guerra extranjera mas de la que pareciese necesaria
para su navegación, porque en ella hallaría toda la gen-
te de á pié y de á caballo que fuese menester para su
servicio y para la pacificación de sus reinos. Hecha es-
ta confederación, la enviaron á otorgar particularmente
á todas las ciudades , cuyos poderes tenían ya confir-
mados por los gobernadores, y agora fué por ellos con-
firmada la dicha confederación, y para lo mismo fué
enviada al Emperador, que á esta sazón estaba en la
ciudad de Borníes prosiguiendo las cortes y dieta que
tenía comenzada; el cual, habiendo sabido y entendi-
do lo que pasaba , se tuvo por muy servido de Sevilla y
de las otras ciudades que en esta unión habían sido, y
ansí lo envió á signiíicar por sus cartas, aprobando y
alabando lo que habían hecho.
Estando ansimismo allí en Bórmes, en el principio
del año de 21 murió el cardenal de Croy, sobrino de
Xebres , que era arzobispo de Toledo y obispo de Cam-
bray, y tenia otras prelacias y dignidades, y por su
muerte vacó el arzobispado de Toledo , y estuvo vaco
muchos días.
* Entre las cosas que en esta dieta y cortes de Bórmes
se trataron, en la que mas tuvo el Emperador que ha-
cer, y que mas procuró de reformar y remediar, fué en
lo que tocaba á los errores y herejías de Martin Lute-
ro, famoso hereje de nuestros tiempos, de cuyo origen
DE CASTILLA. 300
y suceso tratamos ya arriba ; lo cual por nuestros pe-
cados había ya ido en estos días con tanto acrcsccnta-
miento, y el fuego estaba tan encendido , que no pudo
apagarse como el Emperador quisiera.
El negocio pasó desta manera. Que propuesto por
él que se debía por autoridad y mano de todo el im-
perio perseguir y deshacer al Lutero y sus herejías, y
forzar con mañas y castigos los que las seguían á apar-
tarse dellas, había allí tantos inficionados ya desta
ponzoña, que no se pudo concluir otra cosa sino que
el Martin Lutero fuese oído primero, para lo cual el Em-
perador le mandó parescer, con seguridad bastante que
le dio que no seria muerto ni preso ni detenido ; y
ansí, él vino allí á Bórmes con la soberbia y desvergüen-
za que había venido el año de 18 á la dieta que el em-
perador Maximiliano tuvo en Agusta ; y pareciendo un
día ante el Emperador y ante los electores y procura-
dores del imperio , le fué preguntado si eran suyos
ciertos libros que en su nombre andaban impresos, que
allí le fueron mostrados, y si pensaba retraerse de los
errores que contenían, que estaban ya declarados y
condenadospor la Iglesia y por los santos concilios; alo
cual él respondió que aquellos libros eran suyos , y que
no lo negaba ni pensaba negar ; y en lo que tocaba á se
desdecir y retractar de lo que en ellos había escrito,
pidió que le fuese dado término para acordar y delibe-
rar sobre ello. Y siéndole concedido por el Emperador
espacio hasta otro dia , tornó á aparecer en el mismo
lugar; y después de haber hecho una habla muy vana-
gloriosa, concluyó que él no se retractaría de lo que.
había escrito si de nuevo no le convencían con luga-
res expresos del Evangelio y Testamento Viejo; lo cual
el malvado hacia por nunca acabar , porque declaraba
la escriplura falsamente , y no quería admitir ni rece-
bir la declaración de la Iglesia ni de los santos conci-
lios y doctores; y sus herejías ya estaban reprobadas y
condenadas con autoridades de la Sagrada Escritura.
Y siéndole replicado claramente dijese sí ó no, si que-
ría estar por lo que la santa Iglesia y los santos con-
cilios tenían disputado y determinado, él con soberbia
de Lucifer, que traía en el alma yenel corazón, respon-
dió que no pensaba revocar lo que tenia escripto, ni
podia estar por lo que los concilios y decretos tenían
determinado. Lo cual visto por el Emperador, con justa
y santa indignación lo mandó quitar luego de su pre-
sencia, y por aquel dia no se trató de otra cosa alguna,
y algunos tuvieron por opinión que fuera bien que á
un tan desvergonzado hereje no se le guardara la se-
guridad que se le había dado , y que fuera ansí preso y
quemado , porque se presumía que faltando la cabeza y
movedor , que era él , con mas facilidad se remediaría
lo demás; pero el Emperador , como no quería faltar á
la fe, aunque fuese á quien no la tenia , ni jamás la ha
faltado ni rompido, no estuvo en lo hacer; antes, vista
su dureza, habiendo tentado otros modos para con-
vencerle en tres días que allí estuvo, le mandó salir
de su corte dentro de otro día, dándole otros veinte de
seguro para se ir donde quisiese ; y después de gran-
des altercaciones y pláticas que hubo sobre este caso,
porque, como dije, había muchos hombres principales
en estas cortes tocados desta pestilencia , por mandado
del Emperador y por edito de todo el imperio fueron
los libros de Lulero quemados en público , y mandado
400 PERO
hacer lo mismo con todos los que fuesen liailados, con
graves penas á los que los tuviesen y defendiesen sus
opiniones. Y esto fué lo que se proveyó y mandó; que
fué harto conviniente, pero no se ejecutó después co-
mo convenia, porque muchos de los que habían de ser
ejecutores dello eran culpados en el mismo error y
delito.
Las otras cosas que el Emperador trató en esta dic-
to no debieron ser de poca importancia, pues eran
locantes al imperio y provincias del ; pero no las cuento
¡X) porque no tengo dellas la relación y noticia que se-
ria menester; por lo cual me vuelvo al proceso de la
guerra que contra Juan de Padilla y los capitanes de la
Comunidad, que en Yalladolidy su comarca estaban,
se hacia, tomándolo en el estado que en el fin del capí-
tulo pasado lo dejamos.
CAPITULO XVI.
De !o que el Almirante Gobernador y los grandes qne en Tordesi-
lias estaban hicieron en estos dias, y cómo Juan de Padilla y
el campo de la Comunidad fueron sobre Torre de Lobaton y la
combatieron, y el suceso que hubo eu esto y en lo demás.
Estando las cosas de la guerra entre los comuneros y
los grandes en el rigor que se ha entendido, el ejército
de la Comunidad se hacia cada dia mas poderoso por
los nuevos socorros que le venian, y Juan de Padilla, ca-
pitán del, procuraba mucho hacer alguna cosa señalada
por ganar reputación, y porque pareciese que haberle
dado d él la capitanía había sido necesario y provecho-
so; por lo cual, aunque se habían movido algunas plá-
ticas de paz , él ni los demás capitanes no asentían bien
áello, antes disimuladamente daban los desvíos que
podían, señaladamente el obispo de Zamora, que entre
ellos tenia grande autoridad, y en la inquietud y atre-
vimiento hacia á todos ventaja. El cual habiendo sabido
en esta sazón la muerte del arzobispo de Toledo, con
color de ir á resistir al prior de San Juan, que comen-
zaba á hacer ejército en servicio del Rey , como está
dicho, en aquel reino, procuró ser enviado por capi-
tán contra él, siendo solo su pensamiento ocupar con
voz de comunidad las villas y fuerzas de aquel arzobis-
pado en sede vacante , y poner en sí , como después lo
pensó y procuró , su silla , haciéndose arzobispo de To-
ledo; y con este santo propósito partió luego con lamas
gente que pudo y con cartas y provisiones de la Jun-
ta, para serrecebído y obedecido en las villas y lugares
por administrador y gobernador en el arzobispado; pero
ido allá, no le sucedieron ias cosas como pensaba; por-
que doña María Pacheco, mujer de Juan de Padilla,
que tenia mas soberbios y ambiciosos los pensamientos
que no él , le hizo grandes estorbos y resistencias, por-
que también tenia ella imaginada la misma locura, pen-
sando haber el arzobispado para un hermano suyo, que
á él por ventura no le pasaba tal por pensam.iento.
El Obispo hizo allá sus diligencias, y como no le qui-
sieran recehir en Toledo, fué á Alcalá de Henares, y allí
quitó y puso varas , y lo mismo hizo en Uceda y otros
lugares del arzobispado , y alteró y levantó aquel reino
mas de lo que estaba, y después en la guerra con el
Prior le sucedieron trances señalados.
El Almirante Gobernador y los grandes que con él
estaban , no descuidándose de lo que á la guerra con-
venia , antes habiéndola proseguido en la forma que
MEJfA.
tengo dicha , procuraban y deseaban la paz ; ymovién-
dose nuevas pláticas sobre ello , como algunos ó los
mas de la Junta entendiesen ya que les convenia, aun-
que, como digo , Juan de Padilla no parecía estar en
ello, por los fines que tenía, trataron por sus mensaje-
ros con los gobernadores en que la una parte y la otra
señalase y nombrase terceros que tentasen la paz. Por
parte de la Junta y Comunidad fueron non)brados don
Pero Laso de la Vega ( que era el que dellos mas lo de-
seaba, entendiendo cuan fuera iba lo que se hacia de
lo que habian publicado y decían que pretendían), y el
bachiller Alonso de Guadalujara, procurador de Sego-
via; los cuales con seguridad que hubieron de los go-
bernadores, salieron de Valladolid, y fueron á un mo-
nasterio de santo Tomás, de la orden de santo Domingo,
que está fuera y cerca de Tordesillas, y pasada la puente
en el camino de Medina del Campo; y porque no lle-
vaban comisión para entrar en las vilías, el Almirante
con algunos de aquellos señores vino allí á hablarlos;
y tratando así en general las cosas, se dio orden que
cada día á cierta hora saliesen allí á conferir y plati-
car los capítulos y apuntamientos que se proponían de
concordia^ el licenciado Polanco, del Consejo Real,
con algunos de aquellos señores, y los generales de
santo Domingo y san Francisco. Así se comenzó á hacer
con buena esperanza; pero estando las cosas en estos
términos, Juan de Padilla, que como tengo dicho, se
hallaba con ejército de mas de diez mil soldados de á
pié y de mil caballos, después de diversos acuerdos y
consejos , se determinó de ir á combatir á Torre de
Lobaton, que es una villa del Almirante bien cercada
y con buena fortaleza, tres leguas de Tordesillas, en
la cual estaba, como se ha dicho, don García Osorio
con cierta guarnición de soldados. Determinado en esto,
publicando primero que pensaba ir sobre Medina de
Rioseco, partió de Zaratán, cerca de Valladolid, donde
había juntado su campo, á los 21 de hebrero á la media
noche , y caminando lo mas apriesa que pudo, enderezó
para aquella villa , y llegando sobre ella á las diez horas
del dia siguiente, se entró luego en el arrabal sin ha-
llar en él defensa ninguna. Y como la gente llegó or-
gullosa y soberbia, aunque Juan de Padilla y los otros
capitanes estuvieron dudosos si la combatirían luego ó
si esperarían á plantar su artillería y batirla primero,
visto el buen ánimo de la gente y viniendo bien pro-
veídos de escalas, aunque los de la villa hacían su de-
ber mostrando grande ánimo de defenderse, y tiraban
á los de fuera muchos arcabuzazos y saetadas , acorda-
ron , pensando aquel dia entrarla , de mandar dar luego
el combate de manos, porque los de dentro no tenían
bastante artillería para se poder defender; y dada con
grande presteza la orden para ello, se comenzó la ba-
talla de entrambas partes con gran furia y determina-
ción y con mucho sonido de voces y estruendo de ar-
cabucería y ballestería, procurando los de fuera arri-
mar sus escalas y subir por ellas, y los de dentro de-
fender sus muros y estorbárselo. En esta porfía, qu&
duró casi todo el día , fueron muchos muertos y herir
dos, en especial de los combatientes, como aquellos
que peleaban sin defensa ni amparo de muros; y visto
por los capitanes el mucho daño que su gente recebia,
y el poco efecto que se hacía , porque las mas de las es-
calas venian cortas, y los que por ellas subían caían
COMUNIDADES
rnuerlos ó heridos , hicieron señal de retirar, y cesó el
combale por aquel dia, con daño muy conocido de los
comuneros.
Venida la noche , Juan de Padilla entendió en lo que
convenia para fortiíicarse en su alojamiento y para po-
ner su artillería á propósito de dar otro dia batería á la
villa, como lo hizo. Y siendo el Almirante y los gran-
des que en Tordesillas estaban, avisados aquella misma
noche de la llegada del campo de la comunidad sobre
Torre de Lobaton , enviaron luego á llamar las guarni-
ciones que estaban en Portillo y en Simancas , con pen-
samiento de ir á socorrer aquella villa si fuese posible,
aunque se vían faltos de infantería , de la cual abunda-
ba el campo de la Comunidad; y ansí, enviaron otro dia
una banda de gente de á caballo á reconocer el ejército
y orden de los enemigos , los cuales llegaron muy cerca
y escaramuzaron con ellos. Aquel dia lo gastó Juan de
Padilla en batir la villa sin tentar otra cosa, pero con
poco efeto , porque acertó á ser por la parte del muro
que estaba ciego; y luego el siguiente, que fué el ter-
cero de su venida , mudó el sitio de la batería á otra
parte del muro que estaba mas flaco, y tuvo lugar la
artillería para batir, y se hicieron algunos portillos, los
cuales vistos por la gente de Valladolid y Toledo, aco-
metieron sin orden , y el combate duró gran pieza de
tiempo; pero los de dentro hicieron tan buena resisten-
cia, que no fueron parte para eutrallos , antes los compe-
lieron á se retirar, quedando algunos muertos, y siendo
muchos heridos de arcabuzazos y saetadas y piedras.
Este mismo dia el conde de Haro y aquellos señores
que en Tordesillas estaban, con la gente de á caballo
que pudieron juntar, mandando venirla guarnición que
tenían en Portillo y parte de la de Simancas, dejando
el recaudo que convenia en Tordesillas, donde quedaba
el Almirante , acordaron de venir á dar vista á los con-
trarios, con orden de que dando el rebato poruña parte
del arrabal, por la otra parte se metiese dentro en Loba-
ton don Francisco Osorio, señor de Valderonquillo, con
algunos soldados, de que parecía tener falta ; aunque
yendo ya caminando, envió el Almirante á decir que fue-
sen hombres de armas los que entrasen ; lo cual no pa-
reció al Conde que convenia , por la necesidad que lia-
bia de la gente de á caballo en el campo ; y prosiguien-
do su camino, siendo ya tarde, llegaron á vista de la
villa y se pusieron en una cuesta, de donde se podía bien
ver el lugar, y algunos caballeros bajaron della á esca-
ramuzar con los arcabuceros que entre los cercados y
tapias estaban puestos á su ventaja; y después de ha-
ber escaramuzado y andado envueltos con ellos con
poco efeto de entrambas partes, don Francisco Osorio
los mandó recoger á lo alto ; el cual estando esperando
la comodidad necesaria para ejecutar su propósito de
entrar á socorrer la villa, como le estaba ordenado, le
vino un caballero con una carta del Almirante, en que
le decía que se podia volver, porque él tenia aviso que
no era menester entrar socorro en Torre de Lobaton,
porque tenia la gente y defensa que era menester. No
obstante esto , hubo allí algunos caballeros que se ofre-
cieron á entraren la villa; pero no se pudo intentar,
porque el Almirante había estorbado que las escalas no
se trujesen como se había concertado ; de manera que
visto esto por el conde de Haro y por aquellos señores,
y que Juan de Padilla no habia querido salir de su ar-
U-i.
DE CASTILLA. 40!
rabal y alojamiento , se tornaron aquella noclie á Tor-
desillas sin haber conseguido su propósito. En lo cual,
según se vio por lo que después sucedió, seengañaron¡
aunque algunos quisieron decir que, desabrido el Almi-
rante de que el conde de Haro no habia aprobado su
parecer en que se metiese socorro de hombres de ar-
mas, lo habia impedido aquel día, parecíéndole no ha-
ber peligro en la tardanza, y que había tiempo para ha-
cer el socorro ; pero acaesció muy al contrario, porque
Juan de Padilla tornó á combatir la villa por diversas
partes, y como los de dentro estuviesen cansados, no
pudieron hacer tanta resistencia ; y ansí , rindiéndose
los unos por la una parte, y siendo entrados por fuerza,
con muerte de muchos de los que se defendían , por la
otra, la villa fué entrada y saqueada y robada por los
comuneros, y don García Osorio fué preso, después de
haber hecho él y los escuderos que con él estaban lo
posible para la defender. Los que guardaban la forta-
leza, viendo la villa domada, perdieron el ánimo, y
haciendo su partido que las personas fuesen libres y les
dejasen la mitad de la ropa y hacienda , se dieron otro
dia siguiente , y desta manera se apoderó enteramente
Juan de Padilla de Torre de Lobaton , la cual él tuvo
por muy importante jornada , y ansí lo escribió á Va-
lladolid y á Toledo ; y cierto que él ganó por ella acerca
del pueblo muy grande opinión , por ser tierra tan cer-
cana á Tordesillas , donde los gobernadores y gente del
Rey estaban , y haberse ganado por fuerza de armas,
siendo hecha tanta resistencia por los que la guarda-
ban. En los lugares de la Comunidad liioieron demos-
traciones de grande alegría, y el Almirante , cuya era,
y aquellos señores que allí estaban, lo sintieron mucho
mas por la repulacíon que por la importancia, porquv
parecía falla de cuidado no Iiaber proveído mejor aque-
lla villa antes de la necesidad, y después en ella, dando
orden como fuera socorrida , y también les daba cui-
dado y nuevo trabajo tener el enemigo tan cerca, en
especial teniendo todas las ciudades vecinas , que eran
Toro, Zamora, Salamanca, Medina, Valladolid, Avi-
laySegovía, porcontrarias y enemigas. Peroqueríendo
Dios ayudar ñ la justicia y fortuna del Emperador, co-
mo siempre lo ha hecho en las mayores necesidades,
esto, que pareció entonces desmán y mal suceso, vino
después á ser ocasión y camino déla victoria; porque,
como adelante se verá , queriendo Juan de Padilla con-
servar lo que había ganado y perseverar en detenerse
allí por sustentar la estimación de lo que había hecho,
imitando en este error á Aníbal cuando reposó en Ca-
pua mas de lo que debiera, habiéndola ganado, fué
causa de su mas temprana perdición ; el cual , viéndose
alegre y victorioso , á él y á los otros capitanes les pa-
reció que debían parar allí en Torre de Lobaton con su
campo , porque les parecía pondrian en gran necesidad
á los grandes, atajándoles los caminos y quitándoles
los bastimentos; lo cual se empezó á hacer, y llegó su
soberbia á osar decir que pensaban ir á combatirios á
Tordesillas.
En tanto que esto pasó , que fueron cuatro ó cinco
días, cesó la plática que entre don Pero Laso y su
compañero se habia comenzado con la parte de los go-
bernadores , como está dicho ; porque el Almirante,
teniendo el enojo que era razón , no habia querido tra-
tar de paz; pero todavía se estaban él y el bachiller de
26
402 PERO
Guadalajara en el dicho monasterio de Sonto Tomás
cerca de T ordesillas ; y habiendo sabido la toma de Lo-
baton , holgó que se tornase de nuevo á tratar de paz,
porque siempre tuvo muclio deseo della; y liabiéndoso
concertado de aml>as partes en algunos capítulos , pa-
reció á todos que, para dar asiento en aquellos y tratar
de los demás se debían asentar treguas por algunos
dias; y para las concertar, y porque á don Pero Laso
y á su compañero se les acababa el término que liabian
traido, fueron á Torre de Lobalon á tratarlo con Juan
de Padilla y los otros capitanes y con los procurado-
res de la Junta que allí hablan venido ; y puesta la cosa
en consulta y comunicada con los que en Valladolid
habían quedado, hubo muy diversos pareceres, y al
cabo se asentó la tregua por solos ocho dias, que em-
pezaron dende 1.*" ó 2 de marzo, en los cuales todas las
cosas de una y otra parte habían de parar en el estado
en que estaban.
Vueltos pues don Pero Laso y el bachiller á Santo
Tomás, se tornaron á ver los capítulos que las comu-
nidades pedían por el Almirante y Cardenal y algunos
de aquellos señores, y se conformaron en les otorgar
muchos dellos, que, según decian, eran los mas, y
otros, que eran muy injustos, les pedían que se apar-
tasen de los demandar, y parecía que la cosa llevaba
manera de concertarse en lo principal que se trataba;
pero, faltando la confianza en los de la Comunidad, no
se concluía nada ; porque , aunque los gobernadores y
grandes se obligaban á suplicará su majestad con gran-
de instancia que les confirmase lo que ellos les conce-
dían, y para ello obligaban sus personas y bienes, y
daban otros buenos medios, interviniendo en ello tam-
bién el embajador del rey de Portugal, los de la Co-
munidad pedían que se obligasen los grandes á pedirlo
por armas y guerra en caso que el Emperador no lo
otorgase, y que para la seguridad desto les diesen rehe-
nes de personas principales y fortalezas que tuviesen
easu poder; de manera que lo ponían en términos im-
posibles para poder haber concordia ; y por no perder
la esperanza della, antes que se cumpliese la tregua
se acordó pedir prorogacion por término mas largo, y
el postrer día fueron á Torre de Lobaton el embajador
de Portugal y don Pero Laso y ciertos religiosos de
grande autoridad, y dieron cuenta á Juan de Padilla y
á los otros capitanes de lo que pasaba; y no queriendo
ó no teniendo poder los que allí estaban para otorgar
lo que se pedía, aunque se cumplió la tregua, acorda-
ron de ir á Zaratán, aldea de Valladolid , adonde salie-
ron los de la Junta , y se juntaron todos á tratar dello;
pero estaban tan soberbios , y por otra parte temían
tanto dejar los cargos que tenían, especialmente los ca-
pitanes, que no se pudo acabar con ellos que viniesen
en tregua ni en paz , aunque algunos de la Junta vota-
ron por ella, el principal de los cuales fué don Pero
Laso, que desde allí por esta causa los dejó y se apartó
de aquel propósito, y se vino á Tordcsíllas á los go-
bernadores; de manera que la tregua y tratos fueron
sin fruto ninguno, salvo que á Juan de Padilla en aque-
llos ocho dias se le disminuyó parle de su gente ; por-
que los soldados que habían habido dinero y buena
ropa en el saco de Lobaton, como con la tregua podían
pasar seguros, todos se fueron á sus casas , y io mis-
mo hicieron parte de la gente de armas y de las guar-
MEJIA.
das que andaban en el campo , porque no los pagaba.
Ya en estos mismos dias tenia el prior de San Juan,
don Antonio de Zúuíga, campo formado en el reino de
Toledo en favor de los servidores del Rey, y para re-
ducir á Ocaña , que , como queda dicho , estaba alzada
con otras ciudades, estando él en el corral de Alma-
guer, vino allí el guardián de San Juan de los Reyes de
Toledo con tratos y amonestaciones de aquella ciudad
y de la comunidad della para procurar alguna concor-
dia; y ansí , en 4 dias del mes de marzo se asentó tre-
gua, pensando hallar algún camino de paz ó sosiego;
pero, como la tiranía y justicia no se pueden concer-
tar, no se pudo efectuar ni la hubo entre ellos, antes
vino en cruel rompimiento de guerra, siendo capitán
contra el Prior, por Ocaña y los otros alzados, el obispo
de Zamora, principal cabeza destos escándalos.
En Sevilla y en su arzobispado , aunque gozaban en
esta sazón de paz y estaban en servicio y obediencia
del Rey, no faltó otro azote y castigo de Dios, mereci-
do por los pecados de los que en ella morábamos, y es-
te fué falta de agua del cielo; porque pasó ansí, que ha-
biendo llovido en principio del invierno bastantemente
para arar y sembrar , después en lo que quedaba del
año de 20 y en todo el resto del invierno del año de 21,
y verano hasta la entrada del otro invierno siguiente, no
llovió gota de aguaen la mayor parte de la Andalucía; de
manera que no se cogió pan ninguno, ni quedó yerba ni
cosa verde en el campo, y perecieron casi todos los ga-
nados; de lo cual resultó tan gran carestía de pan cual
nunca había sido en esta tierra ni en memoria de hom-
bres; y ansí, ya en estos días comenzaba la hambre, que
después fué muy mayor.
En este mismo tiempo empezó el rey Francisco de
Francia á hacer algunos movimientos contra el Empe-
rador por mano de un conde llamado Roberto de La-
marca; y cómo y por qué ocasiones se hizo, y el suceso
que hubo después, se dirá en mas conveniente lugar;
pero tócase aquí porque se entienda que fué en esta
sazón.
CAPITULO XVIL
Cómo pasada la tregua, se tornó á conti«aar la gnerra entre el
campo de la Comunidad y el de los gobernadores, y las cosas
que en ella pasaron y que ca el reino de Toled« hacia el prioí
de San Juan.
No solamente no hubo orden de paz ni prorogacion
de las treguas en el tiempo que duraron , pero aun los
ocho dias que se habian asentado no se guardaron en-
teramente, porque el postrero dellos, que fué en 8 ó 9
de marzo , salieron ciertas compañías de Torre de Lo-
baton y robaron á algunos que salían de Simancas , y
hubo una recia escaramuza entre ellos y la guarnición
que allí estaba; aunque desto se desculpaban los comu-
neros con los gobernadores , porque dentro del térmi-
no de la tregua habian metido cierta pólvora que de
Portugal les venía ; de manera que la guerra se tornó á
encender con mayor determinación y enemistad que de
antes entre los leales y comuneros. Juan de Padilla y
sus secuaces procuraban por todas vías de matar y
prender á los que iban á Tordesillas, y traían por los
caminos compañías de arcabuceros para procurar qui-
tar los bastimentos á los que allí estaban; por lo cual
el conde de Haro salió un dia al campo con los mas de
aquellos señores y de la caballería que allí estaba , y
COMUNIDADES
mató á algunos dellos y trujo mas de ciento y cincuenta
presos; y ansí los escarmentó de manera que de alií
adelante no osaban salir ni alargarse tanto á hacer cor-
rerías como cuando ?.llí vinieron. Y porque los de la vi-
lla de Medina del Campo procuraban y hacían lo mismo
los mas de los dias, salieron algunos de aquellos se-
ñores hacia allá algunas veces; y tomándolo mas de
propósito, acordaron que ei conde de Haro con todos
ellos (salvo el Almirante, que por ser gobernador y por
su edad parecía quo debía quedar con la Reina) fuesen
un día á dar vista á Medina y á correr todo el campo ; y
poniéndolo en efeto, fueron con sus gentes iiasta jun-
to á ella , de donde salió mucha gente y se trabó grande
escaramuza , en la cual fueron algunos muertos y heri-
dos, y fué preso Quíntanilla, capitán de aquella villa,
hijo de otro á quien los de la Junta dieron cargo de la
Reina cuando se apoderaron de Tordesillas ; y parece
ser que Juan de Padilla fué avisado por algún vecino de
Tordesillas desta salida que los grandes habían hecho,
y determinó cu el entre tanto de venir él con su campo
á Tordesillas y poner en rebato álos gobernadores , y
aun decían que traía plática con algunos vecinos para
que le diesen entrada ; pero teniendo el Almirante avi-
so desto, lo envió luego á liacer saber al conde de Ha-
ro , por lo cual él y todos aquellos señores se volvieron
apriesa á Tordesillas , y los contrarios se tornaron del
camino, que no osaron llegar á dar visla á la villa. Ansí
pasaron algunos dias sin hacer rencuentro ni cosa no-
table, porque á Juan de Pudílla, por liaber porfiado de
sostener á Torre de Lobaton, se le había menoscabado
mucho su ejército, y no se hallaba poderoso para salir
en campo; por lo cual envió luego á Salamanca, Zamo-
ra , Toro y otras ciudades á pedir nuevas ayudtis y so-
corros, y por otra parte los gobernadores acordaron de
poner en efeto lo que se iiabía platicado, que era jun-
tarse, viniendo el Condestable de Burgos, donde estaba
con sus gentes, para liacer de las unas y de las otras un
ejército bastante para pelear con Juan de Padilla si con
los socorros que esperaba saliese en campo ; porque es-
tando ansí divididos no se podía hacer nada desto sin
grande aventura y riesgo , ni aun había caudal de gente
para ello , habiendo de dejar en Tordesillas el presidio
y defensa que convenía.
Tomada esta resolución , el Condestable y los que ar-
riba nombre que con él estaban en Burgos, con la gen-
te que tenían, se aderezaron para su partida, para la
cual les envió el duque de Nájera , vísorey de Navarra,
mil soldados viejos y alguna artillería de la que para
guarda de aquel reino tenía, porque el Condestable se
lo invió á pedir, teniendo lo do Castilla por mas impor-
tante ; de manera que con este socorro , con la gente
que él tenia pagada á sueldo del Rey, y con la que es-
taba allí suya y de aquellos señores, pudo hacer campo
para aquella jornada de tres mil infantes y quinientos
iiombres de armas, y algunos caballos ligeros y jinetes,
toda muy buena gente, sin la que habia enviado con el
conde de Salinas, don Diego de Sarmiento, y con don
l'ero Suarez de Velasco, su sobrino , deán de Burgos,
contra las merindudes que todavía andaban alborola-
das, y á la sazón habían venido á cercará Medina de
Pomar, villa suya; á los cuales sucedió después bien,
porque los que estaban sobre Medina de Pomar no le ora-
ron esperar y £c alzaron de sobre ella. En conclusión,
DE CASTILLA. 403
el Condestable partió de Burgos, dejando en la ciudad
para guarda y gobernación della á don Antonio Velas-
co, conde de Nieva , con la gente que pareció bastan-
te ; lo cual sabido por Juan de Padilla y los otros capi-
tanes , pensando ponerle algún embarazo en el camino,
enviaron á la villa de Becerri! , que es en Campos, por
donde habia de pasar el Condestable, que estaba por
ellos, á don Juan de Figueroa, hermano del duque de
Arcos, con algunos hombros de armas y caballos lige-
ros para que la defendiesen y hiciesen el estorbo que
pudiesen. Llegado allí el Condestable, hizo combatir la
villa, y con poco trabajo fué entrada, por ser poco fuer-
te; y el donjuán Figueroa fué preso, con otro caballero
llamado Juan de Luna, que ambos fueron llevados al
castillo de Burgos ; y el Condestable prosiguió su ca-
mino con el suceso que luego diré, cuanto haga pri-
mero memoria de lo que en estos días había pasado en
el reino de Toledo entre el prior de San Juau y el obispo
de Zamora,
Fué ansí , que teniendo el prior gente bastante para
salir en campo, que , según se afirmó, serian seis mil
hombres de á pié y de á caballo , y habiéndole venido á
ayudar en aquella empresa algunos caballeros , entre
ellos don Diego de Carvajal , señor de Jódar , caballero
muy principal y esforzado de la ciudad de Baeza , y don
Alonso , su hermano , con buena copia de gente de i
caballo de deudos y criados suyos, conque hicieron se-
ñaladas cosas , salió del corral de Almaguer y se acercó
á Ocaña, con pensamiento de la reducir al servicio del
Rey por fuerza ó por trato. El obispo de Zamora, que no
tenia menos campo, ansí de la gente que él traía pri-
mero, como de la que Toledo y Ocaña y otros lugares
de aquella comarca le habían invíado, se puso al en-
cuentro , y estando los ejércitos muy cerca el uno del
otro para pelear, junto á un lugar llamado el Romeral,
algunos religiosos que venían entre ellos les pusieron
treguas por tres dias ;y tornándose á retirar el Obispo,
algunos soldados sueltos del Prior se revolvieron con
otros del Obispo, y queriendo un capitán de infantería
del mismo Prior ayudar á los suyos, sin él ío mandar
ni querer, dio con su compañía sobre otra del Obispo, y
de tal manera se trabaron y cebaron, queriendo cada
uno favorecer su parte , que el Obispo hubo de volver;
y rompiendo los unos escuadrones con los otros , se co-
menzó la batalla, contra la voluntad del Prior; la cual
fué bien porfiada por ambas partes , en que murieron y
fueron heridos muchos ; pero al cabo , siendo vencidos
los del Obispo , comenzó á huir el capitán y gente de
Ocaña ; y siguiendo la victoria la gente del Prior , sobre-
vino la noche , la cual fué causa que no la tuviesen del
todo entera, aunque hicieron mucho daño en los enemi-
gos. El Obispo con la escuridad de la noche se partió
lo mejor que pudo con los que escaparon y pudo reco-
ger del campo , y con ellos se fué á Ocaña ; pero sabido
que el Prior venia sobre él , y que los de la villa traían
sus tratos para se le entregar, se salió dclla y se acercó
á Toledo , y los de Ocaña dentro de tres dias se concer-
taron con el Prior, alcanzando perdón de lo pasado; se
redujeron al servicio del Rey, y le recibieron con cruces
y gran demostración de humildad ; y ansí fué el Prior y
su campo creciendo en poder y reputación , viniéndolo
cada día nuevas gentes , las cuales puso en fronteria en
lugares cercanos á Toledo; y aposentándose en Ocaña.
40i I^l'^I^O
por entonces, comenzó á liacor la guerra por la otra
parle de Tajo, donde también la hacia don Juan de Ili-
íjora.
Entre otras cosas que en ella sucedieron, pasó una
en la villa de Mora , tierra del maestrazgo de Santiago,
cerca de Ocafia , la mas lastimera y desastrada que pudo
pasar, y fué que como los vecinos della, siguiendo la voz
y vanidad de Toledo , se hubiesen alzado en comunidad
y perseverado en ella, vista la pujanza y victoria del
IVior, le habían dado la obediencia y hecho con él tra-
tos de concordia ; pero como en esta gente popular ha-
bia poca verdad y firmeza, tornaron á alborotarse y es-
tar en la primera opinión ; y no contentos con esto , pa-
sando por cerca de la villa un capitán del Prior con cierta
cabalgada de vacas y carneros de los montes de Toledo,
salieron della trecientos hombres y se la quitaron , por
lo cual otro dia siguiente don Diego de Carvajal salió
con su gente de á caballo y se juntó con don Hernando
de Rebolledo , capiían de infanteria, al cual el Prior, ú
instancia de Diego López de Avalos, comendador de
Mora , habia enviado con quinientos soldados para les
poner temor y hacer guardar lo asentado , y ansí juntos
llegaron con sus escuadrones hasta las paredes de Mora,
la cual los vecinos tenían toda barreada; y aunque les
dijeron que se diesen al Rey y los acogiesen pacífica-
mente , no lo quisieron hacer; antes llamándolos trai-
dores y díciéndoles otras injurias, les tiraron muchos
arcabuzazos y saetazos, de lo cual indignados los capí-
lanes y su gente , entraron por fuerza peleando hasta la
iglesia, en la cual, porque era bien grande, habían re-
cogido todas las mujeres y niños, y cerrando y fortifi-
cando las puertas, en la una dellas, que dejaron abierta
y barreada, pusieron dos falconetes con dos pipotes de
pólvora para su defensa; y como llegase la gente y re-
quiriesen á los que guardaban la puerta que se diesen, y
ellos no lo quisieran hacer, antes disparando un tiro,
mataron á un caporal de don Hernando , indignados los
soldados, sin orden ni mandamiento de capitán ni de
nadie, Irujeron apriesa muchos sarmientos, y derra-
mándolos á las puertas, les pusieron fuego, pensando ha-
cer entrada quemándolos; y como el fuego llegase á la
pólvora de los pipotes que de la parte de dentro estaban,
fué tanto el ímpetu y fuerza con que ardieron y la llama
y fuego que dellos se levantó, que el enmaderamiento
de la iglesia y la madera que á la puerta estaba comenzó
luego á arder con grande furia ; y como la pobre gente
que dentro se habia metido no tuviese otra salida sino
la de por donde el fuego estaba, y la iglesia cerrada sin
otro res[iiradero , sin poder ser socorridos se abrasaron
y murieron casi todos , en que afirman que se quemaron
mas de tres mil personas; de lo que al Prior pesó en gran
manera cuando lo supo , y á todo el reino puso gran lás-
tima ; y ansí pagaron los de Mora su infidelidad y poca
fe mas rigurosamente que quisieran los que lo ejecu-
taron.
El obispo de Zamora entre tanto no habia estado des-
pacio , porque saliendo de Ocaña de la manera que dije,
liabia ¡do á Toledo solo y disimulado, dejando su gente
dos ó tres leguas de la ciudad; y descubriéndose des-
pués y dándose á conocer, luego concurrió todo el pue-
blo, el cual con grande alboroto le fué á ver y le otor-
garon la administración del arzobispado, como si lu-
vieran autoridad del suoioponlífice para ello, y le lle-
MEJIA.
varón & la iglesia mayor y le sentaron en la silla arzo-
bispal; y hecho este vano auto y solemnidad, le dieron
después dineros y plata de las iglesias para socorro y
paga de sus gentes ; con lo cual volvió muy contento á
ellas donde las habia dejado , y fué luego sobre el cerro
del Águila, que era de don Juan de Ribera, ya nombra-
do, y lo combatió y hubo muchas muertes de una parle
y de otra. Ansí andaba procurando hacer al Prior el ma-
yor estorbo que podia , contra el cual fué poca parte por
los nuevos socorros que le vinieron, entre los cuales
vino de Sevilla don Pedro de Guzman , hermano del du-
que de Medina Sidonia , que hoy es conde de Olivares,
con mil hombres de á pié y cien jinetes y alguna arti-
llería de campo, y sirvió muy esforzadamente en esta
guerra , aunque era de tan poca edad , que no habia
diez y nueve años cumplidos.
En este estado andaban las cosas de Toledo, cuando
el Condestable tomó á Becerril , como dije , yendo de
camino á se juntar con los grandes que en Tordesillas
estaban; el cual caminó de allí con su campo á los i 9 de
abril , y vino á aposentarse á Peñaflor, que es junto á
la Torre de Lobaton, cerca de Valladolid y no lejos de
Tordesillas , donde dijimos que el conde de Haro, su
hijo , se aposentó la noche antes , que vino sobre ella y
la combatió.
Sabida su venida en Tordesillas, se alegraron mu-
cho aquellos señores, y en Valladolid hubo grande al-
boroto, poniéndose todo el pueblo en armas con dife-
rentes pareceres y votos , unos queriendo y mandando
que saliese la gente al campo , sacando el pendón de la
villa paradlo, otros que se estuviesen quedos para la
defender, y en esto pararon al cabo.
Juan de Padilla, estándose todavía en Lobaton, tenia
este dia hasta siete mil infantes y pocos mas de cuatro-
cientos de á caballo , que todos los demás se le habían
ido, y esperaba cada hora nuevos socorros de las ciu-
dades; los cuales, por mala orden que en ellas habia
en todas las cosas, se habían tardado, y otras, viéndo-
le tan cercano al peligro, rehusaban de venir, en espe-
cial agora que la llegada del Condestable habia estor-
bado la entrada de mil hombres que de Palencia y
Dueñas le venían ; de manera que se vio claro el ruin
consejo que él y los otros capitanes tomaron en se de-
tener allí dos meses como habian estado.
El Almirante y los grandes que con él estaban en
Tordesillas , luego que el Condestable llegó á Peñaflor
se determinaron de ir á juntar allí con él , y avisándole
dello, fué acordado que con la Reina quedase el Carde-
nal Gobernador y el marqués de Denia don Bernardino
de Rojas , que la tenia en cargo , con su compañía de
hombres de armas, y Diego de Rojas, señor de Santiago
de la Puebla , con la suya y ciertas compañías de infan-
tería ; que la una y la otra era gente bastante para la
guarda de aquella villa, por estar ya bien reparada en
los cuatro meses que allí habian estado. El capitán y
gente que estaba en Portillo se invió á llamar para ir
con ellos , y el conde de Oñate con la gente de á caba-
llo que en Simancas tenia, que era buena copia, pare-
ció que convenia estarse quedo por entonces para te-
ner embarazados los de Valladolid y para estorbarles
que de allí no pudiesen enviar socorro á Juan de Pa-
dilla.
Dada esta orden y apercebida por el conde de Haro,
COMUNIDADES
capitán general, la noche antes toda la gente, partieron
deTordesülas domingo de mañana 20 de abril, y aquel
mismo dia llegaron á Peñaílor con grande alegría de los ,
que estaban y de los que venian ; y los unos y los otros j
se alojaron y reposaron allí aquella noche, y luego otro
dia lunes en amaneciendo, por no perder tiempo, los '
gobernadores y capitán generul salieron al campo con
toda la gente suya y de sueldo , y haciendo reseña
liallaron que eran mas de seis mil infantes y dos mil
y cuatrocientos de á caballo, los mejores que se pu-
dieran juntar en ningún otro reino, porque entraban
en ellos los grandes señores y principales caballeros
que se han nombrado, ansí los que fueron en h toma
d«'Tordesillas,como los que de Burgos vinieron con
el Condestable , sin otros muchos que no se han nom-
brado y que después llegaron. Dos mil y quinientos de
á caballo eran hombres de armas , y el resto caballos li-
geros y jinetes. Estedia no se hizo mas de ver y en-
tender la gente, y enviar algunos caballos ligeros á re-
conocer qué disposición habia cerca de Lobaton para
se poder poner sobre ella; porque el parecer de todos
era que Juan de Padilla fuese cercado de manera que
no pudiese salir de allí sin batalla , porque con ayuda do
Dios tenían por cierta la victoria, por la grande y cono-
cida ventaja que en número de gente y bondad le ha-
cían ; y con este propósito tornaron á sus aposentos.
CAPITULO xvm.
Del propósito y acuerdo que Juan de Padilla y los otros capitanos
comuneros tenian, y cómo pasó la batalla de Villalar, y las co-
sas que después de pasada sucedieron.
Entendida bien por Juan de Padilla y los otros capi-
tanes comuneros la ventaja que el campo del Empera-
dor les hacia , no atreviéndose á pelear, y temiendo de
ser salteados y entrados, cayeron tarde eu el error que
habían hecho de haber esperado tanto en Torre de Lo-
baton , y tomaron por el mas sano consejo salir de allí
luego lo mas aprisa y secreto que pudiesen, y no pa-
rar hasta entrar en Toro donde podían estar seguros
con la gente y favor de la ciudad, y esperar que de
León y Zamora y Salamanca les enviasen socorro; y
verdaderamente, si ellos hubieran hecho esto antes
cuando tuvieron lugar, ó entonces salieran con ello, la
cósase pusiera en grande peligro y dificultad, ansí por
lo dicho como por lo que sucedió de la venida de los
franceses, con los cuales se afirma que algunos dellos y
otros desta opinión tenían tratos y pláticas por cartas
y mensajeros ; pero plugo á Dios por la bondad y buena
ventura del Emperador, que se ordenó de manera que
no acertaron en sus consejos y salieron vanos sus pen-
samientos.
Queriendo pues poner en efeto Juan de Padilla lo
que tenía acordado, otro dia, que fué martes á 23 de di-
cho mes de abril, antes que amaneciese, con el mas
cuidado que pudo mandó levantar y armar su gente, y
en comenzando á amanecer , empezó á caminar con
ella la vía de Toro , en muy buena orden , llevando de-
lante su artillería é infantería en dos escuadrones, y
él con la gente de á caballo en su retaguarda.
Los gobernadores y el Capitán General fueron luego
avisados por sus corredores que en el campo traian, có-
mo Juan de Padilla salía de Lobaton, y la vía que lleva-
ba, y luego á la mayor prisa que fué posible manda-
DF. CASTILLA. 403
ron tocar alarma, y partieron en su alcance con todo su
campo; y porque les llevaba tanta ventaja, que era im-
posible alcanzarle yendo al paso de la infantería, de-
jada orden que caminasen cuanto pudiesen, se adeliin-
taron con toda la caballería y alguna artillería de cam-
po , que al paso que llevaban podia ir tirada por ca-
ballos; y llegando á vista de los eneinigos, les mataron
con sus tiros algunos soldados y les fueron dando al-
gunos alcances, pensando desordenarlos y romperlos ó
entretenerlos hasta que su infantería los alcanzase ; pe-
ro ellos caminaban tan en orden ycerrados, que no bas-
tó esto para les desordenar en mas de dos leguas que
caminaron ansí; y aun dícese por cierto que dos veces
hizo Juan de Padilla alto , y quisiera dar la batalla en
dos buenos sitios que se le ofrecieron, viendo que lo ha-
bia de haber con la caballería sola , sino que sus com-
pañeros fueron de contrario parecer y se lo estorbaron.
Caminando desta manera los unos y los otros, llegan-
do cerca de un lugar que es de la orden de Santiago,
llamado Villalar, acabada de subir una cuesta , descu-
; brieron un gran prado que estaba antes de llegar al lu-
; gar, por el cual los escuadrones de los comuneros co-
, menzaron á caminar mas apriesa y á se desordenar al-
'• go de la vanguardia, con pensamiento de entrar en el
lugar.
i El capitán general del campo imperial y aquellos sc-
! ñores que con él venian, reconociendo esto, determi-
i naron de dar en ellos ; y sin mas lo dilatar , todos á un
' tiempo , hechas dos batallas, como se habia ordenado
en la batalla real , á la mano derecha los gobernadores y
I todos los mas de los grandes y señores que allí se halla-
; ron , y en la de la mano izquierda la vanguardia , y en
I ella el conde de Haro , capitán general, con la gente de
] las guardas y de señores , partieron para ellos.
! Ya en este tiempo habia disparado dos veces la arti-
: Hería de los enemigos desde Villalar, adonde habían
'■■ llegado , y mató algunos escuderos de la vanguardia,
i á uno deílos junto al conde de Haro , y otra pelota
llovó el pié á Pedro de Ulloa , un caballero de Toro ,
I hijo de Garcí Alonso de Ulloa. Juan de Padilla, que
! aquel dia iba como hombre de armas, con una ropeta
; de brocado sobre ellas, visto que ya no podia excu-
! sarse sino huyendo, determinó de pelear, y habien-
; do esforzado y mandado esperar su gente , con algunos
! capitanes y la gente de á caballo que quiso tener con
■ él , salió al encuentro á la batalla real , y rompiendo los
! unos y los otros, él acertó á encontrarse con don Pejro
I de Bazan, vizconde de Baldueña , el cual aunque iba a
I ki jineta , como caballero esforzado, no dudó su encuen-
tro ; pero llegando primero y con mas fuerza la lanza
de Juan de Padilla, lo sacó de la silla sin berilio; y sien-
do fácilmente rompidos Juan de Padilla y los que con
él arremetieron , las batallas pasaron á dar en su infan-
tería , la cual si quisiera pelear bien , la victoria fuera
harto sangrienta , según la ventaja que en el número
hacían ; pero habiéndose'comenzado á desordenar por se
entrar en el lugar, que fué causa de su perdición, hubo
poca resistencia, y aunque algunos cargaron las pic!|S
y esperaron , fueron ansimismo rompidos, y los unos y
los otros volvieron las espaldas huyendo. El conde de
Haro y algunos señores mancebos y otros caballeros si-
gnieron el alcance gran trecho; Juan de Padilla y don Pe-
dro Maldonado ó Pimentel y Francisco Maldonado, ca-
400 PEI'^O
pitan de Salamanca, y Juan Bravo, capitán de Segovia,
habiendo peleado animosamente, fueron presos en la
batalla, y el Juan de Padilla mal jierído en una pierna
si cual prendió don Alonso de la Cueva , caballero muy
esforzado, Yccino de Jaén, y don Hernando de Ulloa,
capitán de Toro, y oíros escaparon huyendo. Fueron
muertos de 1(» comuneros casi quinientos hombres y
no mas, porque aquellos señores usaron con los venci-
dos de misericordia ; de los del campo del Rey quince
ó veinte escuderos y pocos mas heridos. Ansí plugo á
nuestra Señor de dar esta victoria al Emperador, que
fué una de ías mas importantes que Dios le ha dado,
ansí por lo que se remedió con ella en estos reinos, co-
mo por la que excusó y preservó para adelante; lo cual
el suceso de las cosas la mostró bien después, y acertó
á ser en dia del bienaventurado san Jorge y en un cam-
po llamado de los Caballeros, que todo parece que fué
ayuda á aquellos señores que fueron ministros della, y
ansí el campa en que se dio la batalla como el santo
que cayó en aquel dia es muy señalado en estos rei-
nos, por haber nacido en semejante dia la reina cató-
lica doña Isabel, tan querida y amada de todos ellos con
justa razón. Traían ios del campo de la Comunidad cru-
ces coloradas y los del campo del Emperador cruces
blancas, que fué remedia que muckos de la Comunidad
tuvieron para escaparse, quitándose las coloradas y po-
niéndose las blancas.
En este tiempa peleó en Álava Martin Ruiz de Aven-
daño , con gente de Vitoria y de algunas hermandades,
contra el conde de Salvatierra don Pedro de Ayala, y
desbaratándole , le tomó la bandera. Tampoco espera-
ron los que estaban sobre Medina de Pomar al conde de
Salinas y al deán de Burgos cuando supieron que iban
contra eüos, antes se retrujeron con toda la priesa que
pudieroa.
Presos estos cabañeros, como tenga dicho, otro dia
miércoles se mandó hacer justicia dellos ; y ansí, fueron
degollados Juan de Padilla y Juan Bravo y Francisco
Maldonado en el lugar de Villalar con pública pregón,
en que los declaraban por traidores; el cual como oye-
se Juan Bravo , capitán de Segovia , cnanda lo llevaban
por la ealle , dija al pregonera que mentia él y quien se
k) habia mandado ; y Juan de Padilla, pareciéndole que
no era tienapade semejantes palabras, le dijo : «Señor
Juan Brava, ayer era dia de pelear como caballeros^
pero hoy no es sinademorircomo cristianos ; » y llega-
dos al lugar dcxnde fuero» degollados, queriendo el ver-
dugo empezar por Juan de Padilla, dicen que le dijo
Juan Bravo que le degollase á él primero , porque na
viese muerte de tan buen caballero.
Ansí acabaron los vanos pensamientos destos caba-
lleros con titula y nombre de traidores, por haberse
puesto en armas contra su rey, que no puede ser mayor
deshonra ni afrenta. Perdieron , juntamente con la vi-
da , la nobleza y hidalguía que heredaron de sus padres,
ganada par ser leales, en la cual pueden tomar ejem-
plo todos las caballeros y hidalgos para nunca apar-
tarse del servicio de su rey por ninguna cosa que acon-
tezca, pues no solamente lo mandan así las leyes huma-
nas, pero las divinas y santas lo dispanen también; y
tanto , que dice san Pablo que aun á los malos reyes y
príncipes deijemos ser leales. .
üecU-i esta justicia , de la cual escapó por entonces
MEJIA.
' don Pedro Pimonlcl , capitán Je Safamanca, á interce-
sión del conde de Benavcnte, con quien tenia deudo,
I fué llevado preso á Simancas, aunque adelante liuba
i el mismo íin, como se dirá. Los gobernadores cnvia-
! ron requerhnientos con trompetas á todas las ciudades
I que estaban alzadas , para que se diesen á ellos eu
I nombre del Emperador, sino, que irian con su campo
i á les hacer cruel guerra y castigar como merecían;
, y el misma dia ellos y aquellos señores, con toda la
gente, tornaron la via de Tordesillas; mas la fama, co-
, mo mas ligera , habia llegada primera que los trom-
petas, y fué de tanto efeta perder los comuneros esta
batalla , y puso tanta temor la nueva della en los capi-
tanes y pueblos alzados, juntamente con la justicia qüc
se habia hecha, que no pareció sino de la manera que
de Sansón cuenta la Sagrada Escripturaque tenia su
fuerza en un cabella, y cortado aquel, la perdia toda,
ansí la tenían ellos en este su campa y en estos capita-
nes suyos , porque en deshaciéudole, perdieron el áni-
j mo y el esfuerzo , y los orgullos y soberbias se trocaron
en temores y humildades ; porque pasados tres días
¡ que fué la victoria , vinieron frailes y personas reli-
í glosas de "Valladolid , á tratar por aquella villa su per-
j don , y se dio con ellos asiento, excepta á algunos que
! parecieron mas culpados, siendo los demás perdona-
dos ; y dentro de dos días los gobernadores y los gran-
des fueron á Valladolid , donde los recibieron con gran-
de solemnidad y obediencia, habiendo sido el lugar de
mayores alborotos. Los mas de los exceptados , que
creo fueron doce, se ausentaran, y de los que dellos
fueron hallados se hizo justicia ; y haciendo el mismo
concierto en Medina del Campo, partieran los gober-
nadores para allá , y los mas de los grandes se fueron
para sus casas á descansar de los trabajos pasados; y
de la misma manera venían cada dia mensajeros de
otras ciudades alzadas , y eran recebidos y perdonados,
exceptando á algunas personas notablemente culpa-
das. Las principales dellas fueron Toro, Zamora, Sala -
manca. Avila y otras; y porque en Segovia , aunque
también traían el mismo trato , estaba la cosa dudosa
y alterada, por las grandes diferencias que allí habían
pasado entre la ciudad y el alcázar, que la Comunidad
tenia todavía cercada y le pretendía quitar al conde
de Chinchón don Hernando de Bobadilla , acordaron
los grandes y Capitán General ir con gente de guerra
á aquella ciudad á la acabar de apaciguar, aunque se
decia ya que los franceses venían sobre Navarra por
allanar primero las cosas deste reino ; y haciéndolo
ansí , fueron recebidos en Segovia con los partidos casi
iguales á las otras ciudades; de manera que en pocos
dias se redujeron al servicio real todas las ciudades de
Castilla que estaban levantadas en comunidad, sino
fué Toledo , en la cual pasaban las cosas diferentemen-
te; porque, sabiendo la muerte del Juan de Padilla, en
lugar de enviar á pedir misericordia , hicieron de nuevo
su capitán al obispo de Zamora, que allí se halló;
aunque el Obispo, como algunas aves que reconocen
la tormenta y mal tiempo se recogen y apartan al abri-
go, ansí él, adevinando el suceso que lodo habia de ha-
ber, pensando ponerse en cobro, dende á pocos dias se
desapareció y huyó de la ciudad en hábito disimulado;
y llevando la via de Francia , fué preso en Logroño , y
estuvo algunos dias en prisión, y acabó conforme á
la vida que Iiabia vivido. Pero doña María de Padilla,
endurecida mas con la muerfc del marido, como esta-
ba apoderada del alcázar y de las puertas, procuraba
^char fuera de la ciudad á todos los que le eran sos-
pechosos; y teniendo cerca de sí hombres traviesos y
facinerosos, y amigos de guerras y bullicios, estaba
hecha señora y tirana de aquella ciudad ; de manera
que aunque se asentó tregua por ciertos días con el
Prior, que les hacia guerra, para tratar de reducirse al
servicio del Rey , no se pudo asentar cosa , porque lle-
gada la nueva que los franceses venían sobre Navarra,
doñaMcUÍa y sus valedores se ensoberbecieron de nue-
To , y duró lo de Toledo muchos días , y padeció aque-
lla ciudad por sus durezas grandes daños , por la guerra
COMUNIDADES DE CASTILLA. 407
que el Prior y don Juan de Ribera le hacían. Y ansí duró
la comunidad en Valencia (i) ; de manera que fueron
estas dos ciudades como reliquias y opilaciones que
suelen quedar de grandes y largas enfermedades á
los hombres que no acaban de sanar, y padecen des-
pués indisposiciones y trabajos.
(1) De ?o ocurrido en el reino de Valencia y en la ciudad de To-
ledo hasta la corapleta reducción de los sublevados y fuga á Por-
tugal de doña María Pacheco, esposa de Padilla, da cuenta Mejla
mas adelante, en el libro iii de su Historia de Carlos V ; pero fi-
nalizando aquí el libro que consagró exclusivamente á las Comu-
nidades, y no ofreciendo interés alguno los fragmentos que pu-
diéramos añadir, preferimos no alterar las divisiones que puso el
autor á su obra, dejándola en el punto donde él mismo la ter-
mina.
COMENTARIO
DE
LA GUERRA DE ALEMANIA
HECHA POR CARLOS V,
MÁXLMO EMPERADOR ROMANO, REY DE ESPAÑA, EN EL AÑO DE 1546 Y 1547;
POR EL ILUSTRE SEJiOR
DON LUIS DE AVILA Y ZUMGA,
comcnilaJor mayor de Alcántara.
Sacra majestad : Suélense hacer á los príncipes presentes de las cosas mas preciadas que ha-
lla el que los hace; y así, le hago yo á vuestra majestad de una de mucho mas valor que todas
cuantas se pueden hallar, y es una relación de parte de sus hechos ; porque en la de todos ellos,
otros ingenios y otro estilo mejores que el mió se han de ocupar. No va tan extendida, que no se
pueda añadir mucho en ella; mas va tan verdadera y sucinta, que si algo se le quitase, seria hacer
agravio á la verdad del que la escribió. Vuestra majestad la lea, y dé gracias á Dios, que le hizo tan
gran principe, y tan merecedor de serlo, que es mas; y también nosotros se las daremos, pues
nos le dio por señor; que tanto le debo vuestra majestad por lo uno, como nosotros por lo otro.
De vuestra majestad vasallo y hechura , que sus imperiales manos besa ,
Don Luis de Avila y Zúñiga.
COMENTARIO
.A GUERRA DE ALEMANIA
a)
L'sTABAN ya Tas cosas Je Alcrnanía en tafes términos,
que liabia venido ;'i ser tan grande el poder de los que
proteslaban la nuera religión, que se via claramente
cuan necesario era que Dios pusiese su remedio en
ellas. Porque el que con fuerzas humanas podia reme-
diallas tenia tantas dificultades, que por ningún dis-
curso se pedia alcanzar el medio que podía tener para
remedio de tanto mal; porque si el negocio se habia
de acabar por maña y consejo, eran tantos los pueblos
y los principales con quien se habia de negociar, que
en muy largo tiempo y con muy gran dificultad se
pudieran traer á nna concordia y voluntad; y sí por
fuerza scquisicra llevar, era cosa dificilísima, porque
Ja confederación y liga que entre sí tenian era tan gran-
de, que ninguna parte habia en Alemania donde los
luteranos no fuesen los mas poderosos , excepto CJéves
(1) Er fexta qae para esta reimpresión íiemos adoptado es el de
la de Madrid de 1767, hecha por {■'raiicisco Javier García , y á f;illa
lie la edición príncipe, qoe no hemos podido adíjuirir, y que debió
ser defectuosrsirasf, hcn«)s tenido presente la segunda , impresa en
Vcnecia por Fraitcisco Marcolini, el ano 1552. El cotejo de una
eon otra nos ha servido para enmendar los inlinitos yerros de am-
bas, y solo en el principio déla obra hemos hallado inconciliables
MIS variantes, consistiendo, como consisten, en una adición que res-
pecto 3 la impresión de Madrid tiene la de Venecia. Es un exordio
é introducción, que puede ser muy bien snplemento del editor ; mas
eomo en él se relicreii algunos preliminares que no carecen de im-
portancia , juzgamos conveniente reproducirlo en su mayor parte ,
para no privar á los tectore*de una ilusfracíoii que ignoramos por
qué causa se omitiese posterionneníe. El trozo, copiado á la letra,
liespnés de nnos cnantos períodos en que el autor encarece la im-
portancia de su empresa, dice así :
«...Escribiré yo pues esta guerra brevemente, como conviene á
&n comentario , y fielmente, de la manera que la vi, hallándome
Vresente á toda ella cerca del Emperador, mi señor, adonde podia
mas particHlarmentc saber y ver la verdad de lo que allí pasaba.
Alemana, provincia grandísima, es hoy toda ella divisa en dos
partes por el rio dicho Asímogou'. La que va y acaba en la ribera
del mar Océano llaman comunmente la baja ; y ¡a otra, que va hacia
Italia , se llama alta. En ambas hay gran número de ciudades, de
villas y castillos, parte de los cuales llaman imperiales, por ser,
como son , patrimonio del imperio ; otra parte es de tierras francas,
que viven libres á modo de república ; hay también otra sujeta á
duques, marqueses, condes, baronesy señores, ansí eclesiásticos
como seglares. Mas de todas ellas y ellos es cabeza y superior el
Emperador, elegido de siete príncipes, llamados por esta elección
electores, tres de los cuales son eclesiásticos: arzobispo de Ma-
guncia, arzobispo de Colonia y arzobispo de Tréveresjtos otros
cuatro son conde Palatino, duque de Sajonia y el marques de Bran-
daraburque ; los cuales, siendo ¡goales en votos, tienen por séptimo
el serenísimo rey de Bohemia, para poder juzgar mejor en la elec-
ción. Promete con juramento toda Alemana al nuevo emperador
elegido obediencia y lidelidad contra los inobedientes á su majes-
tad, y promete el Emperador á aquella provincia de conservarle su
* Si no es el Danubio ó donan, como le llaman los alemanes,
i;;noramos á qué otro rio puede atribuirse nombre tan peregrino,
que no se halla en ninguna geografía antigua ni moderna. Es evi-
dentemente una errata , pero indescifrable.
y Caviera ; la cuaT, aunque en fa profesión era eatóíí-
ea,temporizabacoH los luteranos, mostrándose tan ami-
ga dellos como délos católicos; de manera que se po-
dia decir casi neutral. Todo el resto de Alemania (no
comprehendiendo las tierras del rey de romanos y al-
gunas pocas ciudades imperiales) estaba dentro de la
liga Esmalcalda (que así se llama la liga de los protes-
tantes, por el lugar donde se hizo), y las que fuera de-
Ha están , eran declaradas luteranas. Las católicas prin-
cipales eran Colonia y Metz de Lorena y Aquisgran y
otras pequeñas y muy pocas. Las principalesdelaliga
eran Augusta y Uhna y Argentina y Francfort, ciu-
dades riquísimas y poderosísimas; y sin estas, Lubec y
Brema , Brunsvic y Hamburg, ciudades muy principa-
les, yjimtamente con ellas otras infinitas. Nuremberg
1 y Norling, Rotemburg y otras muclias, cuyo aúmero
í
] libertad y leyes. La manera de administrar Justicia es por vía de-
dietas , de las cuales es cabeza y autor el Emperador cada vez que
: se ofrece necesidad de convocar estas cortes por servicio del impe-
'■ río y benelicio de la provincia. Entre otras machas y buenas leyes
de Alemana,, y que hacen á propósito deste comentario, una es que
BingLin príncipe, señor, ciudad ó villa pueda mover guerra ni lia-
\ €cr fuerza, eon pretexto de religión ó por otras causas, á otro, sin
' expresa licencia del Emperador ó de la dieta , eon eoncficion que
! el tal no hubiese sido declarado rebelde del imperio, y dádofe, co-
mo ellos dice», el bando imperial ; lo cual no quiere decir otra
cosa qae dar licencia para que cualquiera le pueda matar ó pren-
der, y ansimismo ocuparle los bienes. En el año de 28 del imperio
de Cario V Máximo, Juan Federico, duque de Sajonia, elector, y
Fílipo, lanlgrave de Asía , aquel hombre de gra» casta y gran es-
tado, y este de gran séquito y astucia , por ventura no contentos de
su fortuna, aspirando á mayores cosas, llevaron tras si algunos
años antes diversos pueblos y señores, con color de una rmeva se-
ta luterana, que habia tenido principio de un fraile augustíno lia-
Biado Martin Lutero, que permite gran libertad y licencia de vida :
propio celo para llevar tras sí pueblos ; y ansí es que, hallándose
ios dichos por esto con mucha potencia y soberbia, y con poca
obediencia al Emperador y á sus dictas , siendo llamados poréf y
i por ellas, ó no venían, ó viniendo, no tenian el respeto que conve-
nia y eran tenidos á su superior; y eran ya llegados á términos
' que hecha entre sí la liga ( dicha por el lugar donde se concluyó,
' Smacáldka), celebraban aparte entre sí dietas, y hacían ayunta-
j míenlos, en depresión de la majestad del Emperador; y habíéndo-
1 lo él disimulado por algunos justos respetos, y por impedímientos
I de otros grandes negocios y guerras , ansí de África y Hungria co-
mo de otras partes ; en fin , viendo la soltura destos , y que la lla-
ma se iba avivando, de manera que aquella provincia tan antigua,
de tanta religión y iusticla , por falta de lo uno y de lo otro se venia
á perder, si no fuese puesto el remedio oportuno, y viendo que
estos dos príncipes , con ayuda de las ciudades y de los demás de
sn liga, iban á damnificar por su autoridad á quien ellos les venia
á cuenta , si bien fuesen sujetos al imperio, el Emperador, movido
de tan justas cansas , se dispuso al remedio de males tan importan,
tes como se veían y esperaban.»
Hasta aquí la impresión veneciana de V6''>'i, pues aunque des-
pués dilicre todavía unas cuantas líneas de la de Madrid , que nos
sirve de guia, es tan solo en las palabras, yendo las dos acordes
en la sustancia ; y cuando mas adelante ocurre lo contrario, como
sucede algunas veces, preferimos y copiamos la mas exacta.
COMENTARIO DE LA GV
e^ tan grande, que por esto no lo escribo, no estaban en
¡a liga, aunque eran luteranas; de manera que la poten-
cia de las unas y las otras se podía decir que era la del
imperio. Los principes y señores de Alemania que es-
taban compreliendidos eran todos los del imperio, ex-
cepto el rey de romanos, y duque de Baviera , y du-
que de Cléves, y algunos pocos genliles-liombres, que
por ser tan pocos, no se liace relación dellos; y aun
destos siempre liabia algunos que de nuevo se juntaban
en la amistad de los luteranos , los cuales aun fuera del
imperio tenian amistades poderosas cuanto sospecho-
sas. Estando pues en esta potencia tan grande, que
cada dia crecia su soberbia con ella , juntamente tra-
taban muchas cosas, que no solamente eran la ruina
del imperio, mas total destruicion de la república cris-
liana ; porque ellos designaban un nuevo imperio , y
juntamente con esto, todas las novedades que se re-
querían para ser nuevo.
En este tiempo su majestad estaba en Flándes orde-
nando algunas cosas que tocaban á aquella provincia;
lüs cuales puestas en la orden que con venia, se partió
para Alemania, pasando por Utrerjue, dondehizo el ca-
pítulo de su orden del Tusón, y allí le dio á algunos ca-
balleros, ansí de España como de Flándes y Alemania
y Italia; y visitando después todo el ducado de Uuél-
dres, pocos años antes ganado por su majestad, vino
á Mastrique sobre la Mosa, adonde tuvo algunas emba-
jadas de señores de Alemania; los cuales, entre otras
cosas, parecían que estaban algo escandalizados de una
fama que entre ellos se había divulgado, la cual era que
su majestad con grc-^n gente de armas y mucha infante-
ría iba en Alemania; mas entendido del que no pensa-
ba en cosa semejante, se desengañaron de lo que habían
creido;porque sumajestad no quería llevarsinola com-
pañía acostumbrada, que eran su corte y quinientos ca-
ballos , que ordinariamente todas las veces que pasa de
Flándes para Alemania lleva consigo. Y acompañado
destos, partió de Mastrique con su corte, donde se
despidió de la reina María, su hermana; y por el duca-
do de Luxemburg, también nuevamente cobrado de
franceses, entró en Alemania, donde, aunque las sos-
pechas que los della habían tenido estaban al parecer
quitadas, no por eso sus intenciones estaban tan segu-
ras, que no pudiera suceder harto peligro dellas; mas
su majestad se determinó á todo ; y así, llegó á Espira ,
adonde el conde Palatino y su mujer, sobrina de su ma-
jestad, vinieron á visitarle. También el Lantgrave vino
allí , cada uno dellos á negociación, conforme á sus de-
siuios, el Conde á ver si hallaría medio de algún con-
cierto para las cosas de Alemania , y Lantgrave por ver
si podría tratar alguna que fuese A propósito de las que
él pretendía; mas el Conde no halló aparejo en los ne-
gocios para loque él quería, ni Lantgrave en su ma-
estad para su intención ; y así, se partieron el uno y el
otro , y el Conde pocos días después se juntó con los de
la Liga.
Su majestad partió de Espira, habiendo estado'en ella
cuatro ó cinco días, y pasando por allí el Rin, atra-
vesando la Suevía, vino á Donavert y á Ingolstat y á Ra-
lisbona, adonde e^Ljtba convocada la dieta del año pa-
sado. Allí vinieron procuradores de los príncipes de Ale-
mania y de las ciudades della, y se comenzaron á tratar
algunas cosas que tocaban al bien del imperio y república
ERRA DE ALEMANIA. 4fl
cristiana. En el tiempo que su majestad allí estuvo se
casóla hija mayor del rey de romanos, llamada Ana, con
el hijo del duque de Baviera, y la segunda, llamada Ma-
ría, con el duque de Cléves. Yo me doy priesa píira co-
menzar la guerra que su majestad hizo contra los lute-
ranos , cuya potencia era tan grandísima; y por esto no
me detendré en escribir particularmente todas las co-
sas que sucedieron antes que se comenzase, ni otras
particularidades que locan al estado en que estaba hi
religión; porque esto y otras cosas quedarán para los
que tienen cargo de escribirlas por extenso. Solamente
escribiré aquello que como testigo de vista puedo decir
con verdad.
Ya las ciudades de la Liga y señores della comenza-
ban abíerlamcnte á mostrar cuan pocose había de con-
cluir en aquella dieta de todo lo que su majestad pre-
tendía , y juntamente con esto se comenzaban á escan-
dalizar, porque entendían que sumajestad tenia inten-
ción de poner los negocios en aquellos términos que
al servicio de Dios y bien de la cristiandad y al olicio
que él tiene convenían, para lo cual habían venido al-
gunos coroneles allí á Ratisbona pormandadosuyo;y
aunque tan pequeños aparejos para guerra tan grande
pudieran estar secretos , no dejaron de saberlo los pro-
curadores de señores y villas que allí estaban, porque
verdaderamente no les falta poder ni astucia : así que,
juntándose un dia, vinieron á hablar á su majestad
todos juntos. La suma de la habla fué decir que ha-
bían sabido cómo su majestad mandaba llamar algu-
nos coroneles y capitanes, y que esto era para man-
dalles hacer infantería; que suplicaban á su majes-
tad les diese á entender si tenia guerra en alguna par-
te , ó contra quién la quería comenzar ; porque ellos
procurarían de serville en ella conforme á lo que pu-
diesen, como otras veces lo habían hecho. Su ma-
jestad íes respondió que él mandaba hacer alguna gen-
te, y que esta era para castigar algunos rebeldes del
imperio; y que quien para esto le sirviese y ayudase,
su majestad le tendría por bueno y leal servidor , y él
seria buen emperador, y como ellos dicen, gracioso
señor; y que el que hiciese lo contrario , su majestad le
tendría en la misma cuenta que á los rebeldes por cu-
ya causa la guerra se bacía. Y con esta respuesta se sa-
lieron los de la Liga, y se fueron á sus posadas, y de ahí
á poco á sus casas y desús señores ; y desde aquí se co-
menzó la guerra , la cual procuraré describir tan parti-
cularmente cuanto la memoria me ayudare; mas pri-
mero es menester entender dónde estaba su majestad
cuando ella se declaró, y los aparejos que en aquel
tiempo estaban hechos, porque se entienda cómo fué
tan grande la determinación cuanto la dificultad; la
cual entenderá bien el que consideradamente leyere
este Comentario mío.
Su majestad estaba en Ratisbona, donde la dieta se-
había convocado, la cual está asentada sobre el Danu-
bio, y es la última de las ciudades imperiales que están
á la ribera dcste rio hacia Austria. Su asiento se cuen-
ta en Baviera ; es ciudad grande y de las luteranas.
Dende allí á Augusta hay diez y ocho leguas, y á In-
golstat , que es el postrero lugar de Baviera , hay nue-
ve. Del Danubio arriba , desde Ingolstat adelante hasta
Colonia, toda Alemania, excepto algunos obispos y po-
cas villas, era luterana ; y los que no lo eran , por con-
412
servarse , daban lambien vituallas á los enemigos,
como las otras. El duque de Baviera, aunque católico,
trataba estos negocios tan atentadamente, ya que no
digamos tímidamente , que tardó en determinarse mu-
cho tiempo ; la cual indeterminación no acrecentó poco
la dificultad de nuestra guerra , porque á determinarse
mas presto, pudiera su majestad tener las provisio-
nes necesarias un mes antes ; y no solamente hubo es-
te inconveniente, mas aun el rey de romanos, por los
negocios que se le ofrecieron, tardó en venir un mes
mas de lo que su majestad le esperaba , siendo su veni-
da tan necesaria cuanto por las cosas que con él se con-
■ cortaron se podrá ver; y juntamente con esto, no dejó
de dañar mucho el poco secreto ó poco recafamiento
que algunos ministros de su santidad tuvieron , y algu-
nos eclesiásticos que, con pasión ó con afección, no su-
pieron callar. De manera que los enemigos lo vinieron
á entender antes que los amigos de su majestad ni nin-
guna cosa de las necesarias estuviese en orden; por-
que el Emperador entonces no tenia levantado un ale-
mán , ni los españoles se habían movido de las tres par-
tes donde estaban, que son las que adelante se dirán,
ni su santidad habia comenzado á hacer la gente que
liabia de enviar. Solamente la determinación del Em-
perador era nuestra fortaleza, y el poder de los católi-
cos que tenia en Alemania.
Los de Augusta fueron los primeros que comenzaron
ú. levantar gente y ponerse en arma ; y esto no con nom-
bre de ser contra el Emperador, porque en el mesmo
tiempo dejaban entrar en su ciudad á todos los criados
de su majestad que iban allí á hacer armas ó á pagar las
que habían hecho. Ya cuando esto pasaba, su majestad
habia enviado sus coroneles para levantar la infantería
alemana , los cuales eran Aliprando Madrucho, herma-
no del cardenal de Tremo, y Jorge de Renspurg , sol-
dado viejo y que en muchas guerras habia servido á su
majestad; y áXamburg también se dio otra coronelía,
y al marqués de Mariñano, el cual era juntamente ge-
neral de la artillería. Cada uno destos cuatro coroneles
habia de levantar cuatro mil alemanes. Estas cuatro
coronelías alemanas se hicieron, según costumbre, dos
regimientos : el uno se llamaba de Madrucho , en el cual
entraba la coronelía del marqués de Mariñano; y el otro
se llamaba de Jorge de Renspurg , en el cual entraba la
deXamburg. Después desto se repartieron entre estos
dos regimientos igualmente otras diez banderas que su
majestad mandó hacer al bastardo de Baviera y á otros
capitanes ; de manera que vinieron á ser cincuenta ban-
deras de tudescos , veinte y cinco en cada regimiento.
Proveyó su majestad juntamente que viniese don Alvaro
de Sande de Hungría con su tercio, que eran dos mil y
ochocientos españoles, y que Arce viniese^onlosde
Lombardía, que eran tres mil; y el marqués Alberto de
Brandemburg envió luego por los caballos con que era
obligado á servir, que eran dos mil y quinientos, aun-
que parte dellos se debían de dar y se dieron después al
Archiduque de Austria. El marqués Juan, hermano del
elector de Brandemburg, se partió luego para traer
seiscientos caballos con que servia , y el maestre de
Prusia habia de traer mil ; el duque Enrique de Brans-
vique, el mancebo, cuatrocientos ; el príncipe de Hun-
gría, archiduque de Austria^ mil y quinientos. Mas
loda esta caballería so hacia en tantas partes de Alc-
DON LLIS DE ÁVILA Y Z LAICA.
manía, que para juntarse hubo después grandísima di-
ficultad, por estar en medio dellos y de su majestad todo
el poder de los enemigos, como adelante se podrá ver.
Ya en este tiempo habia mandado hacer su santidad la
gente de Italia que habia de enviar; así que su majes-
tad, habiendo proveído estas cosas , escribió á Flándes
al conde de Bura , y enviando recaudo para ello, mandó
que trujóse diez mil alemanes bajos y tres mil cabíillos.
Todo este campo junto era bastante para combatir con
otro cualquiera; mas siendo fuerzas que se habían de
juntar de tantas partes, no bastaba ninguna dellas por
sí á ser tan poderosa, que con razón combatiese con
ninguna de los enemigos ; los cuales, antes que su ma-
jestad tuviese juntos setecientos caballos y dos mil ale-
manes de los de Madrucho, y tres mil de los de Jorge,
y los españoles de Hungría , salieron de Augusta con
veinte y dos banderas de infantería de la misma ciudad,
y seis del duque de Yitemberg y cuatro de los de Lima,
y mil caballos y veinte y ocho piezas de artillería, debajo
de nombre que iban contra los soldados que habían de
venir de Italia, los cuales ellos decian que eran envia-
dos por el Papa para destruir á Alemania, y que en este
negocio no tocaban en el Emperador, ni mostraban que
por el pensamiento les pasaba de alzar contra él sus
banderas, sino contra la gente del Papa ; y así, fueron
derechos á la Chusa. Y para que esto mejor se entien-
da, se ha de saber que desde Italia para venir en Ba-
viera se ha de venir por Trento, y de allí á losprug
hay un camino , y desde Insprug para entrar en Baviera
hay dos, el uno, por el rio abajo, viene á Rofpstain, que
es una villa cercada muy fuerte de Tirol, para entrar en
Baviera ; el otro es mas alto, hacia Suiza, el cual va po
un valle , y á la boca deste valle está un castillo harto
fuerte , que cierra la salida del , y esta es la otra entra-
da en Baviera. Luego está Fiesen , una villa del carde-
nal de Augusta; luego Queinten, villa imperial de las pri-
meras luteranas, y luego Memminguen , también impe-
rial luterana, y ambas á dos luteranas de la liga de Au-
gusta ; y esta fué la causa de la primera empresa dellos,
por parecelles que les convenia tener tomado aquel
paso que mas cerca de sí tenían; y así, con catorce ó
quince mil hombres y mil caballos, llevaron por capi-
tán á Sebastian Xertel , del cual se dice que fué alal)ar-
dero de su majestad, y cuando el saco de Roma taberne-
ro, y después en la guerra de Sandresí preboste de justi-
cia en los alemanes por su majestad; del cual recibió tan-
to bien, que en el tiempo desta guerra estaba tan rico y
tenido por hombre tan principal de los de Augusta, que
por tal fué elegido por general desta empresa, y después
lo fué en toda la guerra, de la infantería que las villas da-
ban para ella; así que ellos con este campo llegaron á
Fiesen , la cual Xertel tomó sin contradicción algunas
y yendo sobre la Chusa, se le entregó sin esperar golpe
de cañón. Alguna culpa echan al capitán del castillo ;
mas esto quede para que lo averigüe el rey de roma-
nos, que es su señor. Estaban cerca de allí cuatro ó cin-
co mil alemanes do los de Madrucho y del marqués de
Mariñano, porque los demás estaban en Ralisbona á la
guardia de la persona de su majestad : estos moslraron
gran voluntad de combatir, mas lofe'coroneles no lo con-
sintieron, por ser la ventaja tan conocida; y aunque no
lo fuera , no era razón aventurar la empresa por lo que
se ganaba en deshacer la gente de Augusta, pues les
COMENTARIO DE LA GIIERHA DE ALEMANIA.
413
quedaban á los enemigos otras fuerzas muy mayores ;
y así, estos alemanes nuestros se vinieron por mandado
de su majestad a alojar junto á Ratisbona , y lo mismo
iíizo Jorge de Renspurg , que ya liabia liecho su coro-
nelía cerca de las tierras de Lima.
En este tiempo los enemigos, que habían tomado la
Chusa, caminaron derechos ú Insprug con intención de
tomaile, que fuera empresa tan importante si la acaba-
ran, que pudieran acabar lo demás; porque puestos
allí, eran señores de los dos caminos que tengo dicho
que entran de Tirol en Baviera , y también lo fueran
del que viene desde Italia y Trento hasta Insprug; de
manera que cerraban y señoreaban todas aquellas par-
tes por donde al Emperador le podían venir dineros y
gente; mas los de Insprug, que tenían á cargo el go-
bierno de la tierra , proveyeron tan bien lo que conve-
nia , que los enemigos no llegaron allá con cuatro le-
guas , porque en seis ó siete dias se juntaron diez ó do-
ce mil hombres; y metiéndose con Castelalto parte
dellos dentro, los enemigos desesperaron de la empre-
sa ; y así , se retiraron , dejando proveída la Chusa y Fie-
sen. Este Castelalto es un coronel de los mas antiguos
de Alemania, vasallo del rey de romanos; el cual, des-
pués andando la guerra , mas adelante tornó ú cobrar
la Chusa.
Ya en estos dias la gente que su santidad enviaba co-
menzaba á caminar, y ni mas ni menos los españoles de
Lombardía y los de Ñapóles se habían embarcado en la
Pulla, y venian á desembarcar en tierra del rey de ro-
manos, que es junto á la de venecianos, en una villa que
se llama Fíume, en la Dalmacia, y de allí, por Carintia y
Estiria, habían de venir á Salesburg, y de ahí á Baviera.
Los enemigos volvieron á Augusta, habiendo errado la
empresa de Insprug, y éabido que estaba guardado el
paso de Rofpstain con cuatrocientos españoles arcabu-
ceros, fuera esta empresa harto importante para ellos,
mas mucho mas importante fuera si cuando de Augus-
ta salieron vinieran derechos á Ratisbona , porque ha-
llaran á su majestad tan sin gente, que el mas seguro
remedio que tuviera era irse por el Danubio abajo fuera
de Alemania, porque entonces no estaban juntas las
coronelías de Madrucho y Jorge, y los españoles de
Hungría no acababan de llegar : solamente el Empera-
dor y su nombre, que vale mucho en Alemania, eran el
ejército que teníamos. Artillería no teníamos ninguna,
porque se esperaba la que venia de Viena ; así que todo
estaba tan desproveído, que si los enemigos vinieran,
ellos acabaran la empresa sin contradicción alguna : este
fué el primer yerro que ellos hicieron.
En este tiempo el duque de Sajonia y Lantgrave escri-
bieron una carta á su majestad. La suma della era que
habían entendido que su majestad quería castigar algu-
nos rebeldes y deservidores suyos, que deseaban mucho
saber quiénes eran,porquese pornian en orden para ser-
virá su majestad; y que si por ventura su majestad tenia
algún enojo dellos, ysi contra ellosera la armada que su
majestad mandaba hacer, que ellos estaban aparejados
á dar la satisfacción que fuese razón, A esta carta no
respondió su majestad ninguna cosa, porque no respon-
der á ella era su respuesta. Ya cuando ellos esto escri-
bieron estaban juntos, y daban orden en acabar de jun-
tar el campo, del cual lenian puesto en pié una parte
muy grande, y habían enviado á todas las villas de la Liga
y señores della por la gente que cada uno dellos estaba
obligado á envía». Por otra parte, Sebastian Xertel ha-
bía salido de Augusta con toda la gente que llevó á Li
empresa de Insprug, y vino á Donavert, que es seis le-
guas de Augusta y catorce de Ratisbona el Danubio ar-
riba, un lugar tan importante como su nombre signifi-
ca, que quiere decir defensa del Danubio. Es ciudad
imperial, pocos años antes hecha luterana y de la Liga.
Aquella tomó Xertel, ó por mejor decir, se entró den-
tro ; y allí esperaba que se juntase con el campo del du-
que de Sajonia y de Lantgrave. Tenia, estando en Do-
navert, gran aparejo para las cosas que tocaban á los
de Augusta, porque era señor del rio Lico, que es
el que pasa por ella y divide la Baviera de Suevia :
también tenia el Danubio , por donde le venian las vi-
tuallas de Ulma y de Vitemberg ; de manera que el sitio
era muy suíiciente para alojarse en él un gran ejército,
con las cosas que para él son necesarias. Poco después
que el campo que con Xertel estaba se había alojado en
Donavert, llegaron el duque de Sajonia y Lantgrave
con el suyo ; de manera que todo se vino á hacer un po-
derosísimo ejército, el cual se había recogido de todas
las ciudades de la Liga y señores que entraban en ella.
Hallábanse de setenta á ochenta mil infantes, y de nue-
ve á diez mil caballos, y cien piezas de artillería. En
este tiempo no tenia su majestad en Ratisbona mas
gente de la que tengo dicha, ni otra artillería sino diez
piezas que había tomado á la ciudad prestadas; porque
la que esperaba no era venida de Viena. Las nuevas
que tenia de gente eran que Xamburg tenia hecha su
coronelía á la Montaña-Negra, que los alemanes llaman
Xuarezbalt, que con grandísima dificultad podía pasar,
porque el camino era por tierras de L'lma, poderosísi-
ma ciudad y enemiga, y por Vitemberg el mas podero-
so príncipe de la Liga, y que por esto les convenia hacer
un rodeo muy grande, viniendo cerca de Constancia
por el lago della, y después por Tirol, camino menos pe-
ligroso que este otro, pero muy mas largo. También
tenía nueva que los españoles de Ñapóles eran embar-
cados, y que la gente del Papa era hecha y venia, y
que los españoles de Lombardía comenzaban á cami-
nar, y el príncipe de Salmona, capitán de la caballería
ligera de su majestad, con seiscientos caballos ligeros^
venia juntamente, y que la artillería de Viena, queso
i traía por el río arriba en barcas, comenzaba á venir.
Mas el enemigo estaba muy cerca, y todas estas cosas
requerían tiempo para juntarse, en el cual el duque de
Sajonia y Lantgrave pudieran con su poderoso ejército
sin contradicion ninguna venir á Ratisbona , y hallar á
su majestad con diez ó doce mil hombres, y muy poca
artillería, y menos vitualla, y la villa no tan fortificada
que se pudiera esperar en ella, y aunque lo fuera, no
era justo dejarse sitiar el Emperador, no teniendo otro
socorro sino la gente que esperaba. A mi juicio, si el
duque de Sajonia y Lantgrave vinieran , ellos sacaran
de Ratisbona á su majestad , y sacándole della, le saca-
ban de Alemania ; y el venir fuérales muy fácil, que no
dejaban á sus espaldas cosa que les estorbase, sino era
una bandera de infantería que estaba en Rain, que es
una villa del duque de Baviera, que está una legua de
Donavert, y dos banderas de infantería que estaban cu
Ingolstat con don Pedro de Guzman, caballero de la
casa de su majestad; y aunqie había allí gente del du-
414 DON LUIS DE ÁV
que de Baviera , liabia en ella poca demostración de !
querer dañar al enemigo; así que, ¿ejaron de hacer j
«na empresa^ á mi parecer y de oíros muchos, muy he- 1
cha; y este fué el segundo yerro , y muy importante, I
que eílos hicieron, no venir desde Donavert, en juntan- :
dose, derechos á Halisbona; mas fueron sobre Rain, la
cual se les rindió sin esperar batería , y dejando salir la ,
gente que estaba dentro con su bandera y armas, sin
hacer ningún daño en ella , pusieron otra bandera den- ,
Iro, y de ahí vinieron sobre Neuburg , adonde asenta-
ron su campo. La villa estaba por ellos, porque era del
duque Olto Lnrique, primo de los duques de Baviera, y
del conde Palatino, señor luterano. El lugar es fuerte
y con puente sobre el Danuljio, tres leguas de Dona-
vert y tres de Ingolstat. Ya el rey de romanos era par-
tido de Ratisbona para Praga, donde él y el duque ¡\Iau- ;
ricio de Sajonia se habían de concertar por orden de !
su majestad para entrar en tierra del duque de Sajo- i
nía, elector. Este duque Mauricio es uno de los du- i
ques de Sajonia , porque , según la costumbre de Ale- ¡
inania , todas las cosas se reparten entre los linajes de- i
ila, y este es gran señor, y siempre ha tenido, aunque j
luterano, enemistad con el duque de Sajonia, su parlen- j
le, aunque al tiempo que esta guerra se comenzó es-
taban en paz ; mas después de comenzada , su majestad |
puso al bando del imperio al duque de Sajonia y á Lant- |
grave como rebeldes. Este bando del imperio, como es- 1
tá dicho, es dar las tierras de los rebeldes á todos los ;
que quisieren tomarlas; y así, el rey de romanos y el du-
que Mauricio se juntaron para tomar el estado de Síi- I
jonia, el cual les venia muy á propósito, porque coníi- i
lian todas las tierras del con las suyas, i
En este tiempo vino aviso á su majestad que los ene- i
rnigos determinaban de tomar á Lanzuet, que es una j
villa del duque de Baviera puesta en el camino de Ra-
tisbona para ínsprug, que era aquel mismo por donde
su majestad esperaba toíla la gente que había de venir
de Italia y de la Selva-Negra, y no había otro, por es-
tar tomado el de la Chusa ; y si esto ellos hicieran des-
pués de la empresa de Ratisbona, no podían hacer cosa
mas acertiida, porque puestos allí (lo cual fácilmen-
te pudieran hacer), dejaban á su majestad encerrado
en Ratisbona, y poníanse en parte que ninguna gente
de la que su majestad esperaba , aunque salieran de Ti-
rol, pudieran llegará Ratisbona, porque los españoles
y los italianos habían por fuerza de venir allí, yni mas
ni menos los alemanes de la Selva-Negra que traiaXam-
hurg, y después desto pudieran dejar aquel lugar forli-
íicado y proveído, y volverse sobre Ratisbona , adonde
haciendo ellos esto, pudiera ser que estuvieran los ne-
gocios de su majeslad en ruines términos, y por esto él
acordó de proveer á peligro tan evidente, y con su per-
sona irá defender aquella tierra, á la cuafse endereza-
ba toda la fuerza de los enemigos, Y dejando en Ratis-
bona cuatro mil tudescos y una bandera de españoles,
y la artillería y municiones , que todo era venido ya de
"Viena, y dando el cargo dcllo á Pirro Colona, su majes-
tad con la resta del campo partió para Lanzuet, adon-
de llegó en dos alojamientos, y alojando el campo, él
no quiso alojar en la tierra, sino fuera della. Allí deter-
minó de esperar á los enemigos y á la infantería que de
Italia había de venir, si pudiese llegar antes que ellos.
La nueva de la venida de los enemigos cada día cre-
ILA Y ZLiNIGA.
cía, y se sabia que habían pasado de Ingolstat, donde,
demás de las dos banderas que allí estaban, y de la
gente que el Duque allí tenía, que era el mayor núme-
ro, había docientos arcabuceros italianos; mas los ene-
migos pasaron sin hacer ni recebir daño, porque la gen-
te del duque de Baviera, aunque estaban declarados por
servidores de su majestad, no estaban declarados por
enemigos de los otros. Su majestad, sabiendo la nueva,
no hizo otra provisión sino enviar á todos los cabezas
que esperaban gente que les hiciesen hacer convenien-
te diligencia , y él entre tanto eligió aquel sitio apare-
jado para combatir con los enemigos cuando viniesen,
porque esto era lo que él tenia determinado de hacer,
pues no lo haciendo, se les había de dejar á Alemania en
su poder pacíficamente, lo cual su majestad determi-
naba que no fuese así, porque como muclias veces yo
le oí decir hablando en esta terrible guerra, muerto ó
vivo él habia de quedar en Alemania. Con esta deter-
minación, esperó allí á los enemigos, con los cuales pu-
do tanto la persona y el valor del Emperador, que sa-
biendo ellos que Ratisbona estaba razonablemente pro-
veída, y él puesto en parte donde ya ellos no podían qui-
talle k gente que le venia, sin pelear con él, y sabiendo
que él estaba determinado de hacello, acordaron de parar
estando ya á seis leguas de nosotros, y así campeando,
Mínique é Ingolstat se entretuvieron en estos dias.
El duque de Sajonia y Lantgrave enviaron un paje y
un trompeta á su majestad ; el paje traía una carta pues-
ta en una vara, como es la costumbre de Alemania,
que cuando uno hace guerra á otro le envía una carta
puesta así , notificándosela. Estos fueron llamados á la
tienda del duque de Alba, capitán general de su majes-
tad, el cual les dijo que la respuesta de aquello á que
venían había de ser ahorcailos;' mas que su majestad les
hacia merced de las vidas, porque no quería castig r
sino á los que tenían la culpa de todo; y así, les deja-
ron volver, dándoles impreso el bando que el Emperador
habia dado contra sus amos, porque ellos mismos se
lo llevasen, que á mi parecer fué respuesta muy acerta-
da. Su majestad no curó de ver la carta, porque debían
de ser desvergüenzas de Lantgrave, de las cuales él
suele ser buen maestro. La infantería italiana llegó á
Lanzuet casi en este tiempo; la cual era una de las her-
mosas bandas que yo he visto salir de Italia: serian diez
ó once mil infantes y seiscientos caballos ligeros. De
todo venia por capitán el duque Octavio Farncse, nieto
de su santidad y yerno del Emperador, También vinie-
ron docientos caballos ligeros que el duque de Floren-
cia envió á servir á su majestad , y ciento del duque de
Ferrara. También llegaron en estos dias los españo-
les de Lombardía, muy excelentes soldados, y poco
después los deNúpoles, soldados viejos muy buenos; de
manera que todos estos tres tercios eran la flor de sol-
dados viejos españoles, "Ya los alemanes de Xamburg,
hechos en la Selva-Negra, habían llegado; los cuales,
aunque habían rodeado , no dejaron de pasar muchos
pasos peleando con los enemigos, que por todas aque-
llas partes tenían gente para poderlo hacer. Ya habia
en nuestro campo forma de ejército , porque tenía su
majestad entonces, con los que estaban en Ratisbona,
diez y seis mil alemanes altos, que aun eran veinte mil
de paga, y por las cuentas que suele haber entre la in-
fantería, se hallaLan cerca de ocho mil españoles y diez
COMENTARIO DE LA
mil italianos. Habian venido también seiscientos ca-
ballos del marqués Juan de Brandemburg por Bohemia.
El marqués Alberto tenia hasta ochocientos; el maes-
tre de Prusia hasta docientos; porque todos los otros
del marqués Alberto y suyos y del Archiduque, que
serian tres mil y quinientos ó cuatro mil caballos, aun
no eran llegados al Rin , el cual era defendido con
gente de los enemigos. De manera que su majestad,
con la gente que había traído de Flándes y con los de
su corte y docientos caballos del Archiduque, tendria
dos mil caballos armados y mil caballos ligeros, har-
to buena caballería la una y la otra; mas la infantería
no la he visto tal á mi parecer, porque yo vi los alema-
nes que su majestad llevó á Viena cuando fué contra
el turco , y estos que agora llevaba eran mejores , y vi
!os españoles que allí iban entonces , y estos eran me-
jores; y ansimismo los italianos, y esta era mas hermo-
sa banda. También vi los alemanes, españoles é italia-
nos que su majestad llevó á Túnez , y los que después
ilevó á Provenza, y los que después llevó cuando tomó
á Guéldres, y hizo retirar al rey de Francia con su cam-
po de Cambras!; mas no me parece que ninguna de la?
bandas de aquellas tres naciones se igualase con estas
de agora, por buenas que eran. Lo mismo dicen los que
con ti Emperador se hallaron en la guerra de Sandesi
y vieron el campo que en ella tuvo , y parece ser que es-
tos soldados eran mejor gente que la otra, aunque era
muy escogida , fa cual yo no vi, por estar ausente. Des-
pués que todo esto fué junto, su majestad partió de
Lanzuet, y fué á Ratisbona por tomar su artillería y
la gente que allí había dejado, y desde allí salir á bus-
cará sus enemigos. Llegadoá Ratisbona, mandó poner
en orden treinta y seis piezas de artillería, parte dellas
de batería y parte de campaña , y dejando tres bande-
ras en guarda de la artillería, se partió con todo el cam-
po la vía de Ingolstat, que era por donde los enemigos
andaban campeando. Había desde Ratisbona á Ingols-
tat nueve leguas; estas se repartieron en cuatro jorna-
das, y así, el primer día su majestad anduvo tres leguas,
y otro día dos y media, y alojóse con el campo en un
iugar sobre el Danubio, llamado Neustat; allí había
una puente sobre el mismo lugar sobre la ribera , y de-
más desta, su majestad mandó hacer dos de las barcas
que traia en el campo para estos efetos, porque deter-
minando de pasar por allí el rio, hubiese mas presteza
en ello.
Estañado en esto , le vino aviso que el duque de Sa-
jonía y el Lantgrave con todo su campo , por la otra
banda del Danubio, tomaban el camino de Ratisbona.
Empresa era bien entendida; mas su majestad envió
luego cuatrocientos arcabuceros españoles á caballo y
dos banderas de tudescos, los cuales pusieron tan bue-
na diligencia, que aquella noche, como les mandó , en-
traron en Ratisbona, la cual conesto estaba ya segura,
porque si los enemigos no venian sobre ella, no era me-
nester mas gente, y si venian, bastaba hasta que su
majestad llegase á socorre lia con su campo; lo cual se
pudiera muy bien hacer, por estar el Danubio en medio
del de los enemigos y el nuestro; mas ellos, avisados
que fiabia en Ratisbona buena guardia, ó sabiendo que
su majestad quería pasar ya el rio, y les podría tomar las
espaldas y quítalles las vituallas , habiendo llegado tres
leguas de Ratisbona, dieron Ja vuelta hacía Ingolstat,
GUERRA DE ALEMANIA. 4ír,
dándose mucha priesa á salir de los bosques y pasos
estrechos donde se habian metido, en los cuales es opi-
nión que se les pudiera haber hecho gran daño; mas el
no haber plálicos de aquella tierra en el campo de su
majestad, y haber ellos hecho extremada diligencia ea
salir dellos, lo estorbó. Con todo, se enviaron algunos
arcabuceros españoles y caballos ligeros; mas ya llega-
ron á tiempo que los enemigos estaban en campaña
rasa; así que no sirvieron de mas de traer lengua de
que los enemigos caminaban la vía de Ingolstat, aun-
que mas á mano derecha. El Emperador pasó la ribera
en dos días, y alojóse con su campo en un valle y sobre
una montaña cerca del ño. Este alojamiento estaba po-
co mas de dos leguas de Ingolstat. Esta pasada fué de
grandísima importancia; porque demás de hacer al ene-
migo que anduviese mas recogido que hasta allí, y no
tan señor de la campaña como había andado, fué mos-
traile que se llevaba determinación de combatir con él
cuando el lugar lo permitiese. Allí se fortificó nuestro
campo de una Irínchea pequeña, porque el lugar don-
de el duque de Alba le había alojado , estaba tan bien
entendido , que no se requería mayor ; allí se tuvo una
arma, aunque no salió verdadera. Nuestros soldados
se pusieron tan bien en orden, que se vio evidente-
mente la voluntad que tenían de combatir, Al cabo
de los dos días su majestad partió de allí, teniendo
nueva que los enemigos se habian alojado de la olra
banda de Ingolstat seis millas, porque fué tanta su di-
ligencia para tomar aquel alojamiento, que ya estaban
en él un dia antes que su majestad saliese del suyo. Con-
j venia mucho que su majestad con diligencia fuese ú
Ingolstat, por no dejar aquella tierra en peligro que los
enemigos la pudiesen tomar, porque desde ella podían
dar fácilmente gran estorbo á que mosiur de Bura se
juntase con nuestro campo, ó ya que no la tomasen,
que no viniesen á entrarse en un alojamiento que es-
taba entre ella y el alojamiento de donde su majestad
partía; mas antes que él partiese, habiendo conside-
rado cuánto importaba, estando ya tan vecino á lo>
enemigos, alojarse siempre superior dellos, mandó que
se visitasen dos alojamientos, el uno á una legua grande
de Ingolstat, que es el que tengo diclio, y estaba en
nuestro camino, y el otro junto á Ingolstat, de la otra
banda; porque conviniendo tomar el que estaba mas
cerca de la villa antes que nuestro campo llegase el otro
dia, era muy bueno y era necesario tomarle antes que
su majestad saliese del suyo; y por esto el dia antes se
había enviado á Juan Batista Gastaldo, macstredecnm-
po general, á que particularmente reconociese el un
alojamiento y el otro, y él con la mayor diligencia que
pudo otro dia de mañana partió con todo el campo,
el cual iba repartido en avanguardia y batalla, y el arti-
llería y bagaje iban á nuestra mano izquierda á la ban-
da delrío, lacaballeríaá laderecba, y en medio la infan-
tería. El duque de Alba llevaba la vanguardia, y su ma-
jestad la l>atalla, con el duque Juan, el marqués Alberto
y su caballería, el maestre de Prusia, el archiduque de
Austría el príncipe de Píamonte y el marqués Juan de
Brandemburg. Los españoles, ítalianosytudescossemu-
dabaná días, conforme á la orden que el Duque les da-
ba ; y así, iban en la vanguardia ó en la batalla, por qui-
tar la concurrencia entre ellos. Caminando su majestad
en esta orden, llegó al primer alojiímiento de los dos
4 ir, DON LUIS DE AV
que lengo dicho , y allí comió un poco en tanto que la
batalla caminaba, porque la vanguardia ya estaba cer-
ca; y de allí , tomando el duque de Alba consigo veinte
caballos, llegó á Ingolstat, y miró el otro alojamiento
que estaba junto á él muy particularmente. Es menester
saber que aquel día por orden de su majestad babia en-
viado el duque de Alba al príncipe de Salmona y á don
Antonio de Toledo , para que con parte de la caballería
ligera y docientos arcabuceros españoles á caballo re-
conociesen los enemigos , con los cuales tuvieron una
muy hermosa y brava escaramuza, habiendo salido los
enemigos á ella tan fuertes como es costumbre ; mas
siendo esta escaramuza por los unos y los otros relira-
da, se tornó por otra parte á comenzar, y de nuevo
tornaron á ella; y salieron los enemigos tan fuertes y
tan acrecentado el número de sus escuadrones , que el
aviso que á su majestad vino fué que con todo su cam-
po venían los enemigos á combatir con el nuestro ; así ,
fué necesario que su majestad lo mandase poner en or-
den ; y mandado al duque de Alba que de punto en pun-
to le avisase del proceder de los enemigos, él volvió al
lugar donde había mandado alirmar la vanguardia y la
batalla, que era en el alojamiento que tengo dicho, que
estaba en nuestro camino; y escogiendo allí sitio dispues-
to para combatir, puso la infantería en lugar conve-
niente, y la artillería y gente de á caballo donde habían
de estar. Así estuvo esperando la venida de los ene-
migos; de los cuales, según su semblante, se creyó
que querían combatir. Paréceme á mí debajo de mejor
juicio, que si ellos caminaran aquel día, y vinieran á
combatirnos en el camino, que pudieran ponerla cosa
en gran aventura, aunque el lugar que su majestad ha-
bía ocupado para la batalla era harto favorable para
nosotros. En este tiempo , pareciéndole á su majestad
que ya los enemigos habían de haber parecido si aquel
día habían de combatir, porque ya era algo tarde, pensó
caminar; mas el Duque le envió á decir que se afirma-
se , porque tenia aviso que los enemigos hacían mucha
muestra de pasar adelante; mas de ahí á un rato le en-
vió á decir que su majestad podía caminar con el cam-
po , porque el semblante de los enemigos había parado
en recogerse dentro del suyo. Este variar fué en algo
causa del partir tarde; mas viendo su majestad cuánto
mas se aventuraba en esperar á llegar otro día, que
no en llegar tarde aquella noche , y cuánto se daba á
los enemigos en darles una noche y parte de otro día
de espacio para mejorarse de alojamiento, y que ha-
bían errado en no estorbarnos nuestro camino con el
campo , llegó, aunque algo larde, á su alojamiento , el
cual era de la otra banda de Ingolstat hacia los enemi-
gos , teniendo la villa á las espaldas, á la mano izquier-
da el Danubio y un pantano, y á la mano derecha y á la
frente la campaña. Estas dos partes hizo cerrar el du-
que de Alba aquella noche; y puso tanta diligencia, que
antes que viniese el dia dejó el campo la mayor parte
del cerrado. Pareciónos á algunos que á venir otro dia
los enemigos, nos dieran algún trabajo, por algunas
razones que para ello se podían dar; mas ellos estaban
tan confiados en su muchedumbre y ánimos, que cual-
quier tiempo les parecía aparejado para acabar la em-
presa ; y así, con esta confianza Lanlgrave había pro-
metido á luda la Liga que dentro de tres meses él ccha-
ria á su majestad de Alemania ó le prenderla; & las
UA Y ZLÑIGA.
cuales palabras dieron tanto crédito las ciudades y se-
ñores dellas, que, como cosa hecha, venían y daban
algo mas de lo que les pedían; y así, trajo setenta ú
ochenta mil infantes y mas de diez mil caballos y mas
de ciento y treinta piezas de artillería; mas los enemi-
gos aquella noche estuvieron quedos, sin hacer mas
diligencia de traer algunos caballos por la campaña.
Otro dia su majestad estuvo en aquel alojamiento pro-
veyendo las cosas necesarias contra las que los enemi-
gos podían hacer; los cuales aquel dia no hicieron mo-
vimiento ninguno. Otro dia siguiente se fué á recono-
cer su alojamiento, que , como tengo dicho, estaba á
seis millas pequeñas del nuestro, en lugar forlísimo,
porque por la mano derecha y por la frente tenían un
rio hondo y un pantano , lo cual todo era guardado de
un castillo que sobre el rio estaba asentado, por las es-
paldas un bosque muy grande, y por el otro lado una
montañeta, donde tenían puesta toda su artillería.
Hubo al reconocer una escaramuza , mas fué de poca
cualidad.
Otro dia los enemigos pusieron su caballería é in-
fantería en escuadrones, y sacáronla á la campaña; pen-
sóse que era para venir á nuestro campo, mas no fué
sino para tomar la muestra de toda su gente , la cual,
después de tomada, la redujeron á su alojamiento. Otro
dia después se levantaron de allí, y vinieron á alojarse
á tres millas de nuestro campo, en un alojamiento fuer-
te que era sobre unas montañuelas, las cuales, aunque
tenían el agua un poco lejos , su majestad habia pen-
sado ocupar, porque estando mas cerca del enemigo,
le parecía que podia haber mas aparejo de dañalle.
La disposición deste alojamiento era tal, que el mismo
sitio le ayudaba á defenderse. Aquella noche que los
enemigos se alojaron allí , el duque de Alba, habiéndo-
lo consultado con su majestad, envió á don Alvaro de
Sande y á Arce con mil arcabuceros, y dándoles orden
de lo que habían de hacer y guias que sabían bien la
tierra, ellos se partieron , y atravesando por unos bos-
ques, dieron en el alojamiento de los enemigos á la una
ó á las dos después de media noche, y degollando sus
centinelas, dieron en el cuerpo de su guardia, donde
hicieron muy gran daño á los enemigos , matando mu-
chos dellos , hasta que todo su campo se puso en orden;
y así, se volvieron, habiendo hecho este daño y dádoles
una bravísima arma, sin perder sino dos ó tres solda-
dos, de los cuales habia ganado uno un estandarte de
caballo; y créese que por yerro los mismos nuestros le
mataron : esto mismo se piensa délos otros, de lo cual
fué causa la oscuridad de la noche. Los enemigos estu-
vieron en aquel alojamiento , el cual pasado, el duque
Olavio con Juan Balista Sábelo, capitán de la caballe-
ría del Papa, y Alejandro Vitelo, capitán de la infan-
tería italiana, habían concertado de dar con su gente
una brava escanimuzaá los enemigos, y así se comen-
zó á poner en orden otro dia; mas los enemigos, tenien-
do el mismo designio, habían ocupado cierto lugar en un
bosque, el cual era escogido del duque Otavio y dcstos
sus capitanes para aquel negocio; mas los enemigos
fueron los que comenzaron, dando en unos sacomanos
nuestros que estaban en un casal cerca del bosque; y
así, aquel dia hubo una escaramuza, que aunque no sa-
lió comose habia ordenado, fué buena, y los enemigos
recibieron dancen ella de los arcabuceros que con Alo-
jandro estaban , y de una parte y de otra hubo algunos
muertos y presos. Estaban ya los dos campos tres mi-
llas uno de otro , y no babia en medio dellos sino un
pequeño rio, el cual por muchas partes se pasaba, y es-
tos pasos estaban los mas dellos muy mas cerca de su
campo que del nuestro ; de manera que las escaramu-
zas no podiau hacerse sin que la una de las partes pa-
sase á esperar.
Estando la cosa en estos términos, y su majestad pen-
sando la manera que habría para dañar al enemigo, por-
que ya estábamos tan cerca, que levantándose de allí ó
no levantándose convenia hacello , y teniendo respeto
á la mucha arte que se babia de tener para esto sien-
do tan inferiores en el número de la gente como éra-
mos, los enemigos se levantaron de su alojamiento antes
que amaneciese, con todo su campo en orden y toda su
artillería; la cual ellos podían traer muy á su volun-
tad, por ser toda aquella campaña muy abierta y de-
sembarazada ; y así, cuando amaneció, habían ya pasado
el rio que tengo dicho, y caminaron derechos la vuelta
de nuestro campo. Este aviso vino á su majestad, y él
luego cabalgó, y mandando poner el campo en orden,
halló al duque de Alba alas trincheas, que estaba prove-
yendo loque convenía; las cuales trincheas no estaban
tan altas como el primer día que se hicieron, porque
con haberse labrado mas en ellas, la gente que salía del
campo pasaba sobre ellas, y ansí estaban mas bajas. Ya
el dia era claro, y la niebla que había comenzaba á des-
hacerse; y así, se podía mejor considerar la orden que
los enemigos tenían; la cual, cuanto yo pude com-
prebender, era esta. Venían en forma de luna nueva,
porque la campaña, espaciosísima, á todo daba lugar :
á su mano derecha traian el pantano que estaba á la
nuestra izquierda, el cual era hacia el Danubio, y por
esta parte venia un escuadrón de gente de á caballo
grosísimo, acompañado de ocho ó diez piezas de arti-
llería. A mano izquierda de aquel, un poco apartado,
venia otro escuadrón de caballos, también muy grueso»
acompañado de otras veinte piezas, y así toda su caba-
llería repartida en escuadrones y acompañada de su
artillería, la cual se mostraba extendida por la cam-
paña como los caballos, y no caminaba en hileras, sino
á fapar, porque juntamente pudiesen tirar las piezas
que quisiesen , y desta manera sacaron todas sus pie-
zas y toda su caballería. Su infantería venía en escua-
drones detrás de sus caballos. Víase muy bien la infan-
tería por los espacios que habia entre los escuadrones
de la gente de armas. Desta manera venia el Land-
grave á cumplir la palabra que habia dado á las villas
de la liga. Nuestro campo se ordenó para combatir con-
forme á los cuarteles de como estaban alojados. Los es-
pañoles estaban á la frente de los enemigos, y tenían
el pantano á la mano izquierda; luego cabe ellos, á la
mano derecha, estaban los alemanes del regimiento de
Jorge con una manga de arcabuceros españoles, y luego
dando vuelta hacia la derecha , la mas de la infantería
italiana, porque alguna parte della estaba en el fuerte
que se había hecho dentro del pantano. Luego tras
ellos, siempre siguiendo la mano derecha, estaban los
alemanes del regimiento de Madrucho; desde ellos hasta
la villa estaba abierto; y así , parte de aquel espacio se
cerró con las barcas de nuestras puentes , y lo demás
que quedaba por cerrar se ocupó con nuestra gente de
H-i.
COMENTARIO DE LA GUERRA DE ALEMANÍA. 447
á caballo, la cual estaba en cuatro escuadrones, porque
•si los enemigos con su caballería vinieran por aquella
banda, estando nuestra caballería puesta en aquel fuer-
te, pudiésemos combatir con ellos; y también era sitio
conveniente para cargar, si por la parte que las trin-
cheas estaban mas bajas cargaran sus caballos, y para
esto se habían dejado algunos espacios entre los escua-
drones de nuestra infantería.
Ya los enemigos en este tiempo comenzaban á alle-
garse, tirando con su artillería, y desta manera, con la
orden que traian, ciñeron nuestro campo desde el panta-
no, que era á nuestra mano izquierda, hasta casi la mitad
de la campaña, que estaba á nuestra mano derecha, ti-
rando siempre y tan cerca, que muchas piezas de las su-
yas, especialmente las que traian á la mano derecha,
no tiraban seiscientos pasos de nuestros escuadrones.
Nuestra artillería también tiraba, mas la suya era ayu-
dada de la disposición de la tierra. Su majestad había
dado vuelta por todo el campo y visto la orden que eí
duque de Alba había puesto en él ; y después, así como
estaba á caballo y armado, se volvió á poner delante su
escuadrón, y de allí algunas veces ibaá los escuadro-
nes de los alemanes y los rodeaba , y otras tornaba á los
españoles, y otras á los de los italianos, dando los ene-
migos en los unos y en los otros muchos golpes de arti-
llería, los cuales tenían en muy poco los nuestros, vien-
do á su majestad entre ellos; por donde se conoce cla-
ramente cuánto importa en estas cosas la presencia de un
príncipe ó capitán general, especialmente teniendo bue-
na opinión entre sussoldados. Los'enemigos, habiéndose
acercado adonde á ellos les pareció que bastaba para ba-
tirnos á su placer, hicieron alto con sus escuadrones de á
caballo y infantería, y comenzaron con todas las bandas
de su artillería á batirnos tan apriesa y con tanta furia,
que verdaderamente parecía que llovía pelotas, porque
en las trincheas y en los escuadrones no se vía otra cosa
sino cañonazos y culebrinazos. El duque de Alba esta-
ba con los españoles á la punta del campo, adonde batía
de mas cerca el artillería de los enemigos , una pieza de
las cuales llevó un soldado que estaba junto á él , que
andaba proveyendo algunas cosas necesarias. Lo demás
que se esperaba era, que después de habernos batido
los enemigos, arremeterían, de lo cual dos veces habían
hecho semblante muy conocido , y habia ordenado que
toda nuestra arcabucería estuviese sobre aviso á no dis-
parar hasta que los enemigos estuviesen á dos picas
de largo de nuestras trincheas; porque desta manera
ningún tiro de nuestros arcabuceros, que eran muchos
y muy buenos, se perdería, y si tiraban de lejos, los
mas fueran en balde; y así, mandó que las primeras sal-
vas, que suelen ser las mejores, se guardasen para de
cerca. Los enemigos batían todavía, de manera que pare-
cía que de nuevo entonces lo comenzaban, hecho alto con
sus escuadrones, á los cuales tiraba la artillería nuestra ;
mas como tengo dicho, la disposición de la tierra ayu-
daba á que no les hiciese mucho daño, ni la suya quifo
Dios que lo hiciese en los nuestros, aunque muchas ve-
ces daba dentro dellos ; tanto, que en el escuadrón de su
majestad entraron hartos cañones y culebrinas , pasán-
dole tan cerca á él las pelotas, que muchos dejaban de
mirar su peligro por el del Emperador; especialmente
una pelota dio del tan derecho y tan cerca, que cual-
quier golpe que hiciera, estaba el peligro muy mani-
27
4iá
DON LUIS DE ÁVILA Y ZíJÑIGA.
fiesto; mas plugo á Dios que quedó enterrada en la par-
te donde dio. Otra pieza mató dentro del escuadrón un"
arcliero de la guardia de su majestad , otra llevó un es-
tandarte, otras dos mataron dos caballos : este fué el
daño que se hizo en el escuadrón de la corte, con dar
muchas piezas dentro del. En los otros escuadrones,
aunque también fueron bien batidos, se baria poco mas
daño que en el nuestro. Seis piezas de las nuestras re-
ventaron aquel dia; una dellas mató cinco soldados es-
pañoles y hirió dos.
Los enemigos se daban tanta priesa á tirar, cuanto
ellos vian que era menester para desalojarnos á golpes
de artillería, como Lantgrave lo habia hecho; y así, no
se via otra cosa por el campo sino pelotas de canon y
culebrinas, dando botes con una furia infernal. Otras
daban en los escuadrones alemanes y españoles y ita-
lianos, y en todos ellos se hizo poco daño, aunque el nú-
mero de los golpes fué muy grande ; y con toda esta fu-
ria y este nunca cesar, no hubo escuadrón que se mo-
viese, y no solamente escuadrón , mas ningún solda-
do se meneó de su lugar, ni volvió la cabeza á mirar
si habia otro mas seguro que el que tenia. Habia du-
rado el batir de los enemigos siete ú ocho horas sin
cesar, cuando pareció que se cansaban de tirar y to-
maban otro designio, y no venian á combatir con no-
sotros, viendo que estábamos mas íirmes de lo que ha-
bían pensado . Lo cual conociendo su majestad, y que ya
comenzaba á haber flojedad en ellos, mandó que la gen-
te de á caballo se fuese á su alojamiento, y que todos
estuviesen aparejados para que si fuese necesario, vol-
viesen á pié á las tríncheas. Alguno podría ser que qui-
siese entender á qué fin dentro de un campo cerrado
estábamos á caballo, porque parece cosa impertinente,
habiendo tríncheas delante, combatir á caballo. A esto
se responde que las tríncheas, con no se haber labrado
mas de la primera noche, en algunas partes estaban tan
bajas, que fácilmente se podían atravesar, y nuestra gen-
te de á caballo estaba puesta adonde ellas faltaban; y por
donde los enemigos podían entrar con su gente de ar-
mas, allí estábala nuestra; y así, por la orden en que
ellos nos venian á combatir, en aquella estábamos apa-
rejados á defender. Todo el tiempo que los enemigos
batían había el duque de Alba puesto fuera de las trín-
cheas algunos arcabuceros españoles, los cuales esca-
ramuzaban con los enemigos que estaban á la guardia
de su artillería, digo de aquella que habían traído á la
parte del pantano, junto á una casa grande y aparejada
para defenderse : esta estaba seiscientos pasos de nues-
tras tríncheas. Los enemigos la tomaron, y proveyeron
de arcabuceros, y desde allí defendían su artillería, que
estaba delante de la casa hacía nuestras tríncheas : así
que, en un mismo tiempo los enemigos batían , y nues-
tros soldados escaramuzaban con los suyos que estaban
puestos á la defensa del campo. Ya aflojaba su artille-
ría y dejaba de batir, habiéndolo hecho nueve horas; y
así, la comenzaron á retirar mas cerca de la casa y del
rio pequeño que tengo dicho, donde había unos molí-
nos, junto á los cuales y por el rio arriba habían asen-
tado sus pabellones y tiendas, haciendo una trinchea á
toda su artillería en el mismo lugar que aquel dia ha-
bían tenido, salvo la que estiba á la parte del pantnno,
que la retiraron mas hacia la casa donde tengo dicho;
y así estuvieron con sus escuadrones tendidos por la
campaña hasta que anocheció, que se retrujeron adonde
tenían asentado su campo, el cual tenía el asiento de
manera que la una punta, que estaba hacía el pantano,
estaba á ochocientos pasos de nuestro campo, y la otra
de su mano izquierda, que estaba mas lejos, estaba dos
mil y quinientos pasos.
Aquellanoche estando Lantgrave cenando, tomó una
copa, y según la costumbre de Alemania, bebió á Xer-
tel, diciendo estas palabras : « Xertel, yo bebo á los que
hoy hemos muerto con nuestra artillería; » á lo cual el
Xertel respondió : «Señor, yo no sé los que hoy hemos
muerto, mas sé que los vivos no han perdido un pié de
su plaza.» Dícese que aquel dia Xertel habia sido de
opinión de venimos á combatir á nuestras tríncheas, y
que Lantgrave no habia querido; y parecióme á mí que
lo consideró mejor; porque aunque en estas cosas
acaecen muchas veces cosas fuera de razón , por ser
varios los acaecimientos de la guerra ; pero bien mira-
do, no era gente la que el Emperacíor allí tenia para po-
derse desalojar así de un alojamiento, aunque no muy
fortificado ; cuanto mas que la muestra que desto Lant-
grave pudo tomar fué bastante para dalle clara expe-
riencia dello,pues habiéndonos batido tantas horas y
tan furiosamente, no pudo conocer señal de flaqueza en
nuestro campo; antes vía que nuestros soldados en el
mismo estaban en la defensa del, y salían á escaramu-
zar con los suyos á la boca de su artillería. Así que el
consejo del Xertel no rae parece á mí que le sucediera
bien, y que fué muy mas sano el de Lantgrave. También
dicen que el duque de Sajonia habia aconsejado que nos
combatiesen otro día como llegamos allí ; mas la misma
razón fuera la del un consejo que la del otro. En fin,
ellos se gobernaron como tengo dicho, habiendo los
enemigos lirado aquel día novecientos golpes de ca-
ñón y culebrina.
Aquella noche se proveyó que todos los carros del
campo trujesen fagina para levantar los reparos de las
tríncheas, y todos los soldados por sus cuarteles labra-
ban de manera, que otro dia amaneció el campo tan
fortificado, que se podia estar detrás de los reparos á la
defensa muy seguramente. Juntamente con esto el du-
que de Alba hizo alargar aquella noche la trinchea, to-
mando mucha parte de la campaña hacia los enem gos,
por la parte que los españoles estaban fortificados de
la misma manera , y la parte del campo que el dia an-
tes habíamos tenido abierto se puso en mas seguridad.
Aquel dia los enemigos dejaron descansar su artille-
ría, y echaron algunos arcabuceros sueltos para provo-
car á los nuestros que saliesen de los reparos á escara-
muzar; y así so hizo, porque salieron ochocientos ó
novecientos arcabuceros españoles, los cuales escara-
muzaron con los enemigos en aquella campaña rasa, y
fué la escaramuza de manera, que los enemigos fueron
forzados á sacar mil caballos en favor de sus arcabu-
ceros, y estos vinieron en tres escuadrones : el primero
sería de cien caballos, los cuales venian sueltos y espar-
cidos; los otros dos venian en su orden detrás uno de
otro. Nuestros arcabuceros estaban trecientos ó cua-
trocientos dellos derramados, y en su retaguardia es-
taban hasta quinientos. Los cien caballos de los ene-
migos, que venian sueltos, embistieron á los primeros
de nuestros arcabuceros, confiados en ser la campaña
rasa , en la cual por la mayor parte los cuballos suelen
COMENTARIO DE LA GUERRA DE ALEMANIA.
4id
tener ventnja á los arcabuceros; mas los nuestros los
recibieron de manera, que los lucieron volver huyendo,
y así, tuvieron necesidad que el segundo escuadrón, que
traia un estandarte amarillo, viniese á socorrerlos, car-
gando en nuestros arcabuceros; mas ellos les dieron
una ruciada tan apretada, que le abrieron por medio,
y volvió como los primeros; y cargándole siempre
nuestros arcabuceros, vino el. tercero escuadrón, que
traia un estandarte colorado ; mas á este se le dio por
nuestros arcabuceros una carga tan buena, que ni mas
ni menos que á los otros dos le abrieron , y hicieron
volver las espaldas hasta dentro de sus trincheas, que-
dando hartos dellos heridos , y caballos y caballeros
caldos en la campaña : cosa bien de alabar, y por tal fué
alabada de su majestad, porque á la verdad el sitio era
desigual, siendo caballería contra arcabuceros : así se
acabó aquella escaramuza, y también el dia.
Aquella noche el duque de Alba hizo á los gastado-
res, los cuales eran bohemios, y serían hasta dos mil, y
son los mejores gastadores de cuantos puede haber en
el mundo, que labrasen en una trinchea nueva, la cual
partió y se tiró á la parte de la casa que los enemi-
gos habian ocupado, hasta llegar á cuatrocientos pasos
della; de manera que los mosquetes de la una parte y
de la otra se alcanzaban, y de suerte, que podíamos
decir que llegaba nuestro campo á cuatrocientos pa-
sos del suyo. Era esta trinchea ayudada de una cierta
disposición de tierra , de manera que con lo que en ella
se labraba se llegaba bien á cubierto hasta la distancia
que tengo dicho que había desde ella á la casa que los
enemigos tenían ocupada , la cual ellos tenían tam-
bién fortificada con trinchea; y de la nuestra tenia car-
go don Alvaro 'de Sandecon su arcabucería española.
Obra era de que á los enemigos les pesaba harto, vien-
do cuan á su despecho nos allegábamos cerca dellos , y
conocióse bien esto por los muchos cañonazos y cule-
brinazos que de contino allí tiraban.
En este tiempo el duque de Alba , habiéndolo tratado
con su majestad, había ordenado de enviar al marqués
de Maríñano y á Madrueho con su regimiento, y á Alon-
so Vivas con su tercio, á degollar tres mil suizos que
estaban alojados en el burgo de Neuburg, los cuales
había dejado allí el duque de Sajonia y Lantgrave en
guardia de cierta ariillería que allí estaba y de la tier-
ra; mas aquel dia se habían venido á su campo por
mandado dellos ; y así, cesó esta empresa , la cual se
cree que hubiera buen efecto, porque ellos estaban de
la otra banda de la ribera y lejos de sus amigos, alo-
jados en arrabales abiertos, y no con mucha guarda; el
camino por donde los nuestros habian de ¡r era muy
encubierto y con muy buenas guias para él ; el puente
por donde habian de pasar nuestros soldados, junto á
nuestro campo; y finalmente, todas las cosas que para
ello se requerían, muy bien proveídas.'
Otro dia los enemigos en la misma orden que el pri-
mero se pusieron en campaña , y sacando su artillería ,
comenzaron á batir nuestro campo con grandísima fu-
ria, «unque no acercaron todas las piezas tanto como
el primer dia, porque la trinchea nueva que habíamos
sacado hacia la casa , les hizo tener respeto á que por
aquella parte no llegasen tanto su artillería. La batería
fué bravísima y comenzada muy de mañana, y fuimos
batidos por mas partes que el primer dia^ porque por
la mano derecha de nuestro campo se extendieron á la
campaña con su artillería mas que la primera vez. Su
majestad oyó misa aquel dia en las trincheas junto á un
caballero que estaba enfrente dellas contra los enemi-
gos, y allí comió entre los soldados de Lombardía y de
Ñapóles, cuyo cuartel era aquel. Los enemigos tiraban
continuamente, mas hacian muy poco daño, porque
todos los soldados estaban á los reparos, y aunque al-
gunas veces había piezas que los pasaban , eran pocas.
Adonde el Emperador estaba murió uno , porque un
tiro le llevó una alabarda de las manos al que la te-
nia, y aquella alabarda mató á otro que estaba cabe él.
Aquel día una pieza de artillería pasó la tienda de su
majestad y la sala y cámara donde él dormía , que den-
tro de la misma tienda estaba hecha de madera. Ha-
biendo los enemigos batido hasta las cuatro lioras do
la tarde, el Duque mandó á Alonso Vivas que saliese
con quinientos arcabuceros de su tercio , y escaramu-
zase con unos que los enemigos habían sacado fuera;
y la escaramuza fué tan buena, que les ganó la prime-
ra trinchea de dos que tenían , y después revolvió sobre
los que estaban en la casa; y escaramuzando con ellos
hasta que ya era tarde , y habiéndoles dado muchos ar-
cabuzazos, se retiró con muy buena orden á nuestro
campo. Aquella noche se dio una arma á los enemigos
bravísima, como fueron todas las que se les habian
dado después que allí llegaron ; de manera que los te-
nían tan desvelados y desasosegados , que teniendo los
días en escaramuzas, las noches estaban puestos en
arma, como entonces se sabia por los prisioneros, y
muchos dellos nos habian dicho después de nuestra
trinchea, que se había tirado hacia la casa, que los
apretaban mucho : así que el ímpetu y furioso acome-
timiento de los enemigos comenzó á amansarse , porque
ya les traíamos tan recogidos, que sus caballos, que
solían andar docientos pasos de nuestro campo, reco-
nociéndole, no se llegaban á él con mil y quinientos,
porque nuestros arcabuceros los traían bien apartados
del , y nuestro alojamiento estaba asegurado con los
reparos, y la trinchea nueva se llevaba adelante , porque
su majestad queria desalojar sus enemigos de allí , co-
mo después lo hizo , porque se viese que el que había
venido á desalojalle á él, aquel mismo era desalojado;
y así, la trinchea se tiraba hacia la casa , la cual ganá-
bamos con ella, y ganada , batíase tan fácilmente todo
el campo de los enemigos, que en ninguna manera del
mundo podían dejar de levantalle.
En este tiempo el conde Palatino envió trecientos
íaballos al campo de los enemigos , los cuales anduvie-
ron en esta guerra hasta pocos días antes que fuesen
rotos. El ConcTe, entre otras disculpas que después á su
majestad dio, fué decir que aquella gente él la había en-
viado al duque de Vitemberg por la amistad y liga que
coa él particularmente tenía muchos años había, y
que no la había enviado contra su majestad, sino que el
Duque la hizo ir por fuerza al campo de los enemigos.
Sea como fuere , cuantos mas fueron contra su majes-
tad , tanto mayor fué la vítoria que Dios le dio. Siempre
hubo escaramuzas en estos días, y algunas cosas seña-
ladas bien hechas de soldados particulares.
Otro día de mañana bien temprano comenzó la tem-
pestad de artillería de los enemigos á batir nuestro
campo ; mas ya la mayor parte de sus piezas tiraban de
420
DON LUIS DE ÁVILA Y ZÚÑIGA.
mas lejos de lo que hasta allí hablan hecho. Esta furia
en el tirar duró hasta mediodía y cesó, hasta la tarde, que
tornaron á dar otra muy buena ruciada. Y porque me-
jor se entienda lo que en aquellos días tiraron los ene-
migos, es bien saber que, sin las pelotas que quedaron
perdidas y las que no entraron en nuestro campo, so-
lamente de las que se recogieron en la tienda del capi-
tán de la artillería se hallaron mil y setecientas pelo-
tas. Siempre las escaramuzas de los arcabuceros eran
ordinarias , y aquella noche se les dio una arma por la
^arte de la casa con la arcabucería, que toda la noche
íes hizo estar con el campo en orden. Esto era ya tan
continuo, que nunca faltaban sus escuadrones de la pla-
za del arma, y nuestra trinchea estaba tan cerca, que
el salir della era entrar en las suyas. Habían perdido
allí muchos caballos y muchos soldados muertos y he-
ridos;, y demás desto, nuestra caballería les hacia muy
gran daño , tomándoles la vitualla por todas partes , y
así se pasaban muy gran trabajo. Nunca los dejábamos
estar sosegados, sino de noche y de día sus caballos é
infantería puestos en escuadrón; de manera que de-
terminaron de desalojarse, viendo que no les conve-
nia otra cosa, y aquella noche pasaron el rio pequeño
el artillería gruesa y carruaje con tanta diligencia, que
otro día antes que amaneciese no se via tienda en todo
el campo, sino solamente sus escuadrones, que co-
menzaban á pasar el agua, aunque ya toda su infan-
tería era pasada, porque esta era la que ellos echa-
ban delante, y toda la caballería iba en trece ó cator-
ce escuadrones con algunas piezas de campaña que
quedaban en retaguardia. Con esta orden camina-
ron la vuelta de Neuburg. Su majestad envió algunos
caballos ligeros á reconocer bien el camino que los ene-
migos tomaban, y él con el duque de Alba y algunos,
otros caballeros fué á ver la orden que llevaban , la cual
era esta que digo, que era haber enviado su artillería
gruesa delante, y luego su infantería, y luego su caba-
llería. Era hermosísima cosa de ver toda la campaña
cubierta de infantería, y los altos della de escuadrones
de caballos. Con esta orden en dos alojamientos lle-
garon á Neuburg.
Su majestad tenia ya nueva que el conde de Bura
Labia pasado el Rin á pesar de los enemigos , cuyo ca-'
pitan era el conde de Aldamburg, dejado allí por Lant-
grave para este efecto , y que ya estaba cerca de Franc-
fort. Era el campo que traía harto poderoso para con-
trastar después de pasado con los enemigos, que le de-
fendían el Rin; mas no lo era para con ellos y con el de
la liga todo junto, y por esto su majestad le avisó d?
cómo habia desalojado al duque de Sajonia y al Lant-
grave , los cuales habían tomado la vuelfa de Neuburg,
y de allí la de Donavert, desde donde habrían lomado
camino para él. Pareció conveniente cosa dar este avi-
so al conde de Bura , porque ya estaba tan adelante de
Francfort, que pudiera el enemigo tomar este designio.
El conde de Bura traía tres mil caballos á su cargo y
cuatro mil que se le habían juntado de los del marqués
Alberto de Brandemburg y maestre de Prusia y archi-
duque de Austria, sobrino de su majestad; los cuales,
por no ser poderosos para pasar el Rin, aguardaron la
venida del Conde, que traía veinte y cuatro banderas de
alemanes bajos, muy buenos soldados, y cuatro ban-
deras de españoles de los que habían andado en servi-
cio del rey de Inglaterra contra Francia, y dos de ita-
lianos de los que se habían hallado en aquella misma
guerra , y docientos arcabuceros de á caballo italianos,
y doce piezas de artillería. Los enemigos que defendían
el Rin eran treinta y seis banderas y mil y docientos
caballos. El Conde hizo pasar cinco mil soldados una
noche tres leguas mas arriba de donde los enemigos es-
taban, y ocupó una villa, con que era señor de aquel pa-
so, por donde después pudo pasar todo el resto del
ejército sin contradicion, y después en Francfort trabó
una gruesa escaramuza con los enemigos, y matando
muchos dellos, los encerró dentro de la tierra. Esta
nueva tuvo su majestad luego , aunque muy difícil-
mente se podía tener aviso y enviallo , por haber tan-
tas tierras de los enemigos en medio, y esto paradlos
era muy fácil , juntamente con otras cosas que á noso-
tros eran difíciles, por ser ellos señores de todo.
El duque de Sajonia y el Lantgrave estuvieron en
Neuburg dos días, de donde vinieron á su majestad
diversos avisos; porque unos decían que los enemigos
pasaban el Danubio para entrar en Baviera, otros de-
cían que iban á Donavert. Su majestad determinó de
esperar á ver el designio que tomaban, conforme á lo
que mas conviniese hacer; mas ellos á cabo de dos días
partieron con su campo, y en desalojamientos fueron
á Donavert, dejando en Neuburg tres banderas de in-
fantería para defender la tierra. Este fué otro yerro
gravísimo que ellos hicieron ; porque tenían allí un
alojamiento fortísimo, con muy gran comodidad de
agua y leña, y muchas vituallas, y eran señores del rio,
por el puente que Neuburg tiene, y muchas aldeas para
forraje de sus caballos, y por ellas paso libre para cor-
rer toda Baviera superior hasta Menique. Tenían ase-
gurado el paso de Lico , que es el rio de Augusta ,
con la villa de Rain, que de allí tenían tomada ,1a cual
estaba segura; porque para ir allá habíamos de dejar á
Neuburg á nuestras espaldas. El campo del Emperador
no podía ir á Augusta sin que ellos llegasen primero,
ni á Ulma tampoco , porque ellos estaban en el pa-
so; mas no mirando todas estas cualidades buenas , ó
por ventura teniendo respeto á otras cosas , se levan-
taron de aquel alojamiento y fueron al de Donavert,
haciendo este yerro , que , al parecer de muchos , fué
grande. Habiendo estado en Donavert el duque de Sa-
jonia y Lantgrave dos ó tres días , Lantgrave fué sobre
una villa del duque de Baviera, que es dos leguas de
allí, llamada Lembiguen, la cual se le rindió, y él me-
tió comisarios dentro para las vituallas; y habiendo he-
cho esta empresa, se volvió á Donavert, adonde tenia
su campo en un sitio fortísimo. En todo esto Lant-
grave escribió á las ciudades muchas cartas , dándoles
cuenta de todas las cosas que pasaban , encaresciéndo-
las de manera , que daba á entender haber hecho mu-
cho mas de lo que habia hecho ; engrandeciendo las
escaramuzas y muertes y prisiones muy principales; y
todo esto fingía, porque al cabo de sus cartas siem-
pre enviaba á pedir dineros ; lo cual á las ciudades no
era muy agradable , porque ya se acercaba el térrftino
en que había prometido echar á su majestad de Alema-
nia ó prendellC;, y vian que no llevaba el negocio la or-
den y facilidad que les habia prometido y ellos pen-
saban.
En estos días vino aviso á sw majestad cómo Lant-
COMENTARIO DE LA GUERRA DE ALEMANIA,
421
grave habia ido sobre Bendiguen , y que aquel era el
camino para ir contra mosiur de Bura , y que así se
afirmaba en el campo de los enemigos que lo querían
hacer; por lo cual su majestad despachó algunos hom-
bres plálicos de la tierra á mosiur de Bura , avisán-
dole del camino que debia tomar, para que, apartán-
dose un poco de aquel que los enemigos habiau toma-
do, pudiese el Emperador juntarse mas presto con él,
porque esto eradlo que tenia determinado; y ya que es-
to no pudiese ser, seguir al enemigo y tomalle en me-
dio, porque lo uno ó lo otro era la razón de la guerra;
no dejar que el campo de los enemigos fuese á encon-
trar con los de mosiur de Bura , y su majestad volver
contraías ciudades principales; las cuales de razón el
duque de Sajonia y Lantgrave las habian de dejar tan
bien proveídas, que fuera cosa vana el sitiallas , y entre
tanto pasara gran peligro aquella parte tan principal de
nuestro ejército, siendo tan grande desigualdad la que
habia en el número de la gente , porque el campo del
Duque y de Lantgrave era muy poderoso ; cuanto mas
que ya se habian juntado con él treinta y seis banderas
que sobre el Rin tenia , y los caballos que con él esta-
ban. Algunos son de parecer que los enemigos lo erra-
ron en esto , los cuales estaban en Donavert. En todo
este tiempo ya habian pasado el Danubio diez ó doce
mil infantes y algunas piezas de artillería ; y hecho un
fuerte sobre el rio Lico junto á Rain, los alojaron allí;
de manera que se pusieron como hombres que que-
rían hacer cabeza de la guerra , en el sitio que habian
tomado , porque con el paso de Lico aseguraban lo de
Augusta , y con el de Donavert sobre el Danubio ase-
guraban lo de Ulma.
Ellos, contentos con esto , se estuvieron quedos y
afirmaron muy despacio en aquel alojamiento, Y Mo-
siur de Bura en este tiempo, habiendo pasado por
Francfort, viniendo por Rotemburg, habia llegado cer-
ca de Norimberg, .y parecía que los enemigos ya no po-
dían salirle al camino ; por lo cual su majestad acordó
deesperalle allí en Ingolstat, adonde pocos días des-
pués llegó con todo su campo , del cual tengo ya hecha
particular relación. El Emperador salió á la campaña
el día que él entró, y vio toda la gente del Conde,
que era muy hermosa , así la de á pié como la de á ca-
ballo; y habiendo reposado dos días, determinó de se-
guir á los enemigos, y acordó que fuese yendo pri-
mero sobre Neuburg ; porque no era razón dejar una
tierra tan fuerte y tan bien proveída á sus espaldas,
especialmente estando sobre el Danubio, que es una
ribera tan principal, y que tanto importaba al un cam-
po y al otro ; por lo cual su majestad quiso él mismo ir
á reconocer aquella tierra, y tomando consigo la caba-
llería ligera y alguna parte de la arcabucería española ,
se partió de Ingolstat muy de mañana , y llegó á Neu-
burg á buena hora, adonde anduvo reconociendo la
tierra; y para hacello mejor, se apeó, y el duque de Alba
con él, en el cual tiempo los enemigos tiraban hartos
golpes de artillería menuda y arcabuces.
Yo no me oso determinar si es bien que un príncipe
ó capitán general, cuya persona importad todo, se pon-
ga en estos peligros como un capitán ó soldado parti-
cular ; porque por otra parte veo cuan necesario es que
el que es cabeza y gobierna un negocio entienda y co-
nozca por vista de sus ojos cómo está lá cosa que quie-
re emprender. Así que entre estas dos opiniones yo no
quiero dar mi parecer ; juzgúelo quien mejor lo enten-
diere.
Habiendo pues reconocido su majestad aquella tierra,
so volvió á Ingolstat, y otro día mandó levantar el cam-
po, y que se echasen dos puentes sobre el Danubio, que
con las que habia de la misma tierra , eran tres ; de ma-
nera que en muy breve tiempo pasó el ejército, y se alojó
medía legua de Ingolstat, camino de Neuburg. Desde
este día en adelante caminó el campo en otra razón
que hasta allí habia caminado; porque hasta aquel tiem-
po íbamos repartidos en dos partes, que era á vanguar-
dia y batalla. La causa desto era ser el número de nues-
tra gente tan pequeño , que si hiciéramos retaguardia,
cualquiera parte destas tres de nuestro campo fuera tan
flaca, que ninguna de los enemigos dejara de ser mas
fuerte que ella , por ser tan superiores en el número de
la gente; y por esto nuestra vanguardia y batalla, que
cada una dellas era de dos escuadrones de infantería y dos
de caballos, iban mas fuertes para lo que pudiese suce-
der; mas, como digo, de aquel día en adelante hubo
para hacer el tercero del ejército; y así, mosiur de Bura
una vez iba en avanguardia con el duque de Alba, otras,
cuando le cabía, llevaba la retaguardia, porque otras
veces la llevaba el maestre de Prusía y el marqués Al-
berto, Desta manera su majestad en dos alojamientos
llegó á media legua de Neuburg, donde el mismo día,
dos horas después de comer, vinieron los burgomaes-
tres de la villa (que así se llaman los gobernadores de
las tierras de Alemania) á rendille la villa, de su parte y
de los capitanes que en ella estaban puestos por el du-
que de Sajonia y Lantgrave. El rendirse fué á la volun-
tad de su majestad, porque de los unos y de los otros
hiciese lo que fuese servido. Fué gran cosa que un lu-
gar tan fuerte y tan bien proveído y tan cerca del so-
corro y puente ganada de la misma tierra por donde
el socorro podía venir, se rindiese así; y túvose con
razón en mucho. En este tiempo ya los enemigos ha-
bian desamparado á Rain; solamente sostenían el fuer-
te que habian hecho sobre Lico, Antes desto había ha-
bido muchos pareceres que su majestad no debia po-
nerse sobre Neuburg, por ser tan aparejada para ser
socorrida y defendida; mas á él pareció hacello así por
otras razones, las cuales sucedieron en este efecto.
Rendida esta tierra^ el duque de Alba por orden de
su majestad hizo entrar dentro en la villa dos banderas
de tudescos, y la gente de guerra que estaba en ella fué
metida aquella noche en una isla que hace el rio junto
al castillo.
Otro día su majestad, con la orden que el día antes
habia traído, se vino á alojar en las huertas y arrabales
de Neuburg, Allí fueron quitadas las armas á los sol-
dados que habian salido della, aunque pudiera su ma-
jestad quitalles también las vidas , que , como rebeldes
ásu príncipe, tenían perdidas; pero mas quiso mos-
trar clemencia que severidad, y tomándoles juramento
que no servirían contra él, les mandó dar licencia.
También la dio á los capitanes, habiéndoles mandado
decir que no los castigaba porque sabia que como
hombres engañados habian venido á hallarse en aquella
guerra. Ellos dijeron que no solamente engañados, mas
que por fuerza habian sido traídos á ella. Habiendo es-
tado su majestad tres dias en el alojamiento de Neu-
422
DON LUIS DE AVILA Y ZÚÑIGA.
burg, hizo muestra general del ejército , en el cual se
halló número de ocho ó nueve mil caballos y cuarenta
y ocho ó cuarenta y nueve mil infantes, que, aunque
€ra mas el nombre, faltaban algunos, así por heridos y
muertos, como por otras enfermedades.
Después de recebido el juramento de fidelidad de la
villa y tierra, y puesto en ella gobernador , se partió á
buscar el enemigo, porque su intención era verse con
él en lugar igual que se pudiese combatir; yasí, deseaba
acercársele , y por eso determmó de pasar el Danubio
por la puente de la misma villa , y por otras que allí se
hicieron, y fué la vuelta de Donavert, donde, como dije,
los enemigos estaban acampados, haciendo cabeza de
aquel sitio para toda la guerra ; su majestad en dos alo-
jamientos llegó á asentar su campo una legua pequeña
del délos enemigos, en una aldea que se llama Mar-
quesen. Habia desde allí á Donavert lo que tengo dicho;
el camino era poco, mas cuanto á la posibilidad de po-
derse hacer, la distancia era mucha, por ser todoun bos-
que espesísimo, y los caminos estrechos; tanto, que por
cada uno no cabía mas de un carro; y esta espesura co-
menzaba desde nuestro campo y acababa junto al suyo; y
tomaba desde el rio Danubio, que estaba junto á nuestra
mano izquierda , y iba tornando á la mano derecha , y
prosigii iendo siempre, paraba en una villa que estaba dos
leguasdel campo nuestro, llamada Monham. El Empera-
dor mandó reconocer estos bosques, y vióse con cuánta
dificultad podía un campo caminar por ellos ; mas que-
riéndose acercar á los enemigos, parecióle que habien-
do disposición cerca de su campo de podernos alojar,
que haciéndonos señores del bosque , con nuestra ar-
cabucería se podia pasar; y por esto mandó al duque
de Alba que reconociese la disposición que habia para
nuestro campo entre el de los enemigos y el bosque.
Y así, el duque de Alba fué otro dia con alguna caballe-
ría de arcabuceros , los cuales repartió por el bosque
en las partes que convenían , y él con algunos pocos
que apartó, pasó adelante hasta' llegar donde se aca-
baba , que era tan cerca de la trinchea de los enemi-
gos, cuanto un tiro de un sacre. El Duque tomó con-
sigo cuatro ó cinco , y á pié salió un poco fuera del bos-
que en lugar donde vía muy bien todo el sitio de los
enemigos; los cuales estaban tan atentos en labrar,
que no tuvieron cuidado de tirar alh', aunque tiraban á
otras partes. El sitio que ellos tenían era desta manera.
El bosque que estaba entre el campo de su majestad y
el suyo, se acercaba tan cerca dellos, que no habia en
medio sino un raso, que tenia de ancho cuatrocientos ó
quinientos pasos. Acabado este llano, comenzaba una
descendida harto áspera, y luego una subida de la
mismamanera. En loalto de la subida por toda la frente
della á la larga de como iba el valle que hacia esta su-
bida y descendida, tenían los enemigos hechas sus trín-
cheas y sus reparos, los cuales iban hasta que por su
mano izquierda se juntaban con el bosque. Por aquella
parte se tornaba á juntar con su campo, de manera que
enla delantera se servían de foso con este valle que tengo
dicho, y á su mano dcrechasefortificabancon el Danu-
bio, y las espaldas con la villa de Donavert y el ríoPrens,
que junto á ellas entra en el Danubio. Así estaban los
enemigos alojados. Para alojar nuestro campo no ha-
bia lugar; porque, demás de ser el espacio que había en-
tre el bosque y el campo de los enemigos tan estrecho,
que era imposible alojar ninguna parte del nuestro, no
habia ningún medio de tener agua , así por no habella
en todo el bosque, como por ser la descendida al Da-
nubio muy difícil y áspera, y juntamente con esto aquel
poco espacio que habia, donde cuatro banderas no
se pudieran alojar, cuanto mas el campo todo descu-
bierto de su artillería, estando el suyo muy cubierto de
la que contra ellos allí se pusiese. Con esta relación
volvió el Duque á su majestad, y viendo ijue por allí no
era posible acercarnos al enemigo por las causas que
tengo dichas, su majestad comenzó á pensar qué ca-
mino se tomaría para sacar al enemigo de sitio tan
fuerte como el que habia tomado; porque estar ellos
allí y el bosque en medio, era nunca llegar la cosa al
cabo, y que la guerra fuese muy mas á la larga ; y así, se
acordó que caminásemos á la mano derecha con nues-
tro campo la vuelta de aquella villa que se llama Ben-
dinguen, dejando á los enemigos á la mano izquierda.
Es bien saber que el Emperador, demás de haber an-
dado por Alemania muchas veces , y tener entendido
parte della, tiene una descripción universal de todo,
muy diligentemente hecha; la cual, como los negocios
lo requieren , tiene tan estudiada, que verdaderamente
comprehendió el sitio de las villas y tierras donde es-
tán asentadas, con las distancias de las unas á las otras,
que mas parece que las ha andado personalmente , que
no que las ha visto en pintura ; y así, tuvo siempre opi-
nión que yendo con su campo sobre Bendinguen venia
á estar alojado junto á Norling, y puesto allí, estaba en
tierra de muchas vituallas y á las espaldas de los ene-
migos, y el sitio aparejado para quítalíes todas las que de
aquella parte lesvenian. Entre tanto que el Emperador
se vino á resolver en esta determinación, siempre hubo
algunas escaramuzas en aquel bosque , porque siempre
salían soldados de una parte y otra á buscarlo que ha-
bía en las aldeas y villas que por allí habia; y también
algunos caballos salían algunas veces; aunque pocas,
y así, los muertos de una parte y de otra no fueron
muchos. Y venido el dia que el Emperador habia de
partir, mandó desalojar el campo del alojamiento de
Marquesen, y con la orden acostumbrada, haciendo una
niebla grandísima, se vino á alojar á Monham, una villa
del señorío de Neuburg. Otro día de buena hora desa-
lojó de allí su majestad y vino en litera , por estar malo
de su gota; y llegando cerca de Bendinguen el duque
de Alba, le envió los burgomaestres que se habían ve-
nido á rendir.
Su majestad tuvo aviso que parecían caballos de los
enemigos en la retaguardia, por lo cual la mandó re-
forzar de alguna arcabucería, porque para la disposi-
ción del camino estos eran los mas necesarios ; y así,
les puso en parte donde pudieran aprovechar si los ene-
migos hicieran otra provisión ó diligencia ; mas como
no la hicieron, no fué necesario que su majestad hi-
ciese otra ninguna. Aquel dia se alojó el campo entre
Bendinguen y Norling, guardando siempre esta orden.
La vanguardia estaba siempre enescuadron, basta que
llegábala batalla, la cual en llegando, hacia luego sus
escuadrones, y alojábase la vanguardia ; y la batalla
aguardaba á que la retaguardia llegase ; y venida , alo-
jábanse todos. Esta orden se tuvo en toda la guerra.
Alojado pues el campo de su majestad en este alo-
jamiento, se supo cómo el mismo día Norling había
COMENTARIO DE LA
recibjflo dos banderas del duque de Sajonia y de Lant-
grave dentro en la villa, de lo cual se arrepintió bien
después, según las disculpas que dio á su majestad
cuando se le rindió. En todo este tiempo no se supo
que los enemigos hubiesen hecho ninguna mudanza
con su campo , mas de haber puesto aquellas bande-
ras en Norling. Aquella noche, después de alojado to-
do el campo, se enviaron caballos ligeros á reconocer
los caminos á la parte de los enemigos , de los cuales
se entendió que hablan comenzado á descubrir alguna
parte de su infantería y dos escuadrones de caballos
y algún carruaje; mas no supieron entender el camiuo
derecho que llevaban. Referido todo esto , el Empera-
dor mandó al duque de Alba que el campo estuviese en
orden para cuando amaneciese.
En este tiempo vino otro aviso que los enemigos
caminaban derechos á nuestro campo, y que estaban
ya cerca del. Esto era poco antes que amaneciese; y
así, estuvo todo el campo apercebido para cuando vi-
niese el dia, el cual amaneció con una niebla tan es-
cura,que della á la noche liabia poca diferencia. Su ma-
jestad cabalgo luego , y por tener la pierna derecha
muy mala de su gota, llevaba por estribo una toca de
camino; y desta manera anduvo todo el dia. Después
yendo á la tienda del duque de Alba , almorzó en ella , y
allí se ordenó que toda la gente de á caballo y de infan-
tería estuviese (in sus escuadrones, y no esperar á or-
denarlos después que la niebla se alzase ; porque si los
enemigos venían á combatirnos, lo cual se esperaba
que harían, hallasen en nosotros la orden conveniente;
y si por ventura tomasen otro camino , y el lugar nos
diese ocasión, siendo igual, depresentalles la batalla, la
cual Lantgrave tantas veces había prometido de dar-
nos, combatir con ellos. A estas horas la niebla perse-
veraba en ser tan oscura, que verdaderamente no solo
no se podían descubrir los enemigos , mas en nuestro
campo, con estar muy juntos los escuadrones, no se
descubrían el uno al otro.
Su majestad estaba en la tienda del Duque esperan-
do el avisO que tendría de los enemigos, los cuales en
este tiempo, ayudados de la niebla, de la cual verdade-
ramente pueden decir que fueron ayudados , prosíguie-
ronel camino de Norling, y pasaron dos pasos, en los cua-
les no pudieron ser descubiertos de nuestros caballos,
ni los alemanes que su majestad traía en su campo le
supieron avisar dello. Así que, á estas horas, que serían
las doce de mediodía, ya ellos habían pasado estos dos
estrechos, y una ribera donde había un muy mal paso,
y ganado las montañas por donde podían caminar hasta
Norling, y defenderlas muy bien á quien quisiese ir
contra ellos, porque así era la disposición de la tierra.
Para hacer este efecto tuvieron harto tiempo , porque
caminaron toda la noche, y después el día con la niebla
tan cerrada, que les servia también de noche ; y cami-
naron con tan buena diligencia , que yo nunca tal pen-
sé de alemanes, los cuales parecen gente perezosa y
pesada ; mas ellos han mostrado lo contrario , porque
lo que dellos hemos experimentado y visto en esta
guerra, es que, demás de saber llevar su campo muy
ordenado, y su carruaje muy recogido, y su artille-
ría en los lugares que conviene , todas las veces que se
ofrece hacer diligencia, con todo ello la saben muy
bien hacer.
GUERRA DE ALEMANIA. 423
Y pues he dicho esto , quiero decir otras cosas que
se han experimentado desta nación. Y es que con saber
llevar el campo como tengo dicho , se saben alojar muy
bien, escogiendo sitios tortísimos y seguros, á lo cual
siempre ellos tienen mas respeto que á las otras co-
modidades que se requieren para un campo , porque
vimos que en Norling estaban Tortísimos, y tuvieron
mas respeto á esto que al agua, que la tenían bien le-
jos. EnGuinguen y en Ingolstat se alojaron conforma
á esta razón; de manera que lo que hemos alcanzado
dellos es que saben alojarse seguramente. También hay
otra cosa que me parece que tienen bien entendida,
que es venir á una escaramuza.'á la cual ordinariamen-
te salen fuertes, y sábenla muy bien traer. Comiénzan-
la siempre con sus caballos ligeros . que son los caba-
llos negros que ellos llaman , los cuales toman el nom-
bre de las armas que traen, que son unos arneses ne-
gros y mangas de malla , murriones cubiertos, esco-
petas de dos palmos y unos venablos, de lo cual todo
se aprovechan muy diferentemente ; y cuando su gen-
te de á pié con la escaramuza tiene alguna necesidad,
sábenla bien favorecer. Así que estas cosas, y aprove-
charse de su arlillería, hácenlo bien; lo demás de rom-
per vituallas á sus enemigos y dalles armas de noche,
liacer diligentemente emboscadas, y otras diligencias
semejantes á estas que se suelen hacer en la guerra,
no les hemos visto hacer ninguna en esta. He querido
decir estas cosas porque me pareció que en este lu-
gar no iban fuera de propósito.
Esta diligencia que digo hicieron los enemigos ayu-
dados de la noche , y después de la niebla , y eran las
doce del dia cuando ella se empezó á levantar, y así
fueron descubiertos sobre las montañas cerca de Nor-
ling, las cuales eran de sitio fortísimo para quien las
ocupase. Había entre ellos y nuestro campo una ribera,
que en pocas partes se podía pasar, si no fuese como
se suele hacer, poniendo caballos á la parte de arriba
de la corriente, porque en ellos quebrase el agua y ba-
jase al vado; y esta manera de pasar ejército en vía-
la de enemigos, ni era conveniente ni aun posible; y
para pasar por puentes, también era difícil y peligroso.
Su majestad á esta hora tenia el campo puesto en or-
den, y el sol era ya muyclaro, y andaba mirando los es-
cuadrones con su toca de camino por estribo. Andando
así, llegó á él el duque de Alba, que había ido á recono-
cer el continente que los enemigos tenían. Dijo á su ma-
jestad que parecía que los enemiguí querían la batalla,
que viese lo que era servido : á lo cual su majestad res-
pondió que en el nombre de Dios , que si los enemigos
querían combatir, que él lo quería también. Estas fueron
en suma las palabras que dijo. Y estando así á caballo,
porque por su gota no se podia apear, tomó la coraza y
los brazales, y luego movió con el campo , el cual iba
en esta orden. El duque de Alba llevaba la vanguardia;
iba con él mosiur de Bura con toda su caballería é in-
fantería ; y en esta vanguardia iba toda la infantería es-
pañola, y luego iba la batalla que llevaba su majestad,
con la caballería de su casa y corte, y bandas de Flán-
des, que eran con estandartes. Allí iba el príncipe de
Piamonte, á quien su majestad había dado cargo en esta
guerca del escuadrón de su casa y corte. Iba también
allí Maximiliano, archiduque de Austria, con toda su
caballería, y el marqués J uan de Brandemburg con la su-
424
ya. La infantería de la batalla era el regimiento de Ma-
drucho y los italianos. La retaguardia llevaba el gran
maestre de Prusia ; el marqués Alberto el regimiento
de Jorge de Renspurg. La vanguardia llevaba diez y
seis ó diez y siete mil infantes en tres escuadrones, y
tres mil caballos. La retaguardia seria de siete ó ocho
mil infantes en un escuadrón , y mas dos mil caballos.
La caballería destas tres partes se repartió conforme á
lo necesario, poniendo los arneses negros en los escua-
drones y parte que convenia, y la gente de armas con
lanzas todo en su lugar. La retaguardia y batalla iban
casi á la par, porque su^majestad quiso hacer honra á
los capitanes que querían que un dia como aquel , en el
cual se iba á combatir con los enemigos por frente tan
ancha, no pareciese que los dejaba atrás.
Es menester saber que antes que la niebla del todo
fuese quitada , el príncipe de Salmona habia comenza-
do una escaramuza con los enemigos, y á esta hora, que
su majestad caminaba para ellos, aun la escaramuza
andaba bien caliente, y por esta causa su majestad habia
mandado á mosiur de Bura qde pasase adelante un poco
con sus caballos, porque era bien estar cerca de la ri-
bera , si por ventura se ofreciese necesidad de pasarla.
Estando las cosas en estos términos , ya la batalla de
su majestad estaba casi con el paraje de la vanguardia
cerca de la ribera. Allí tomando el Emperador al duque
de Alba y á otros capitanes , se subieron sobre una
montañuela, donde se podía ver lo que los enemigos ha-
cían, que en alguna manera parecían tener semblante
de aceptar la batalla, y descender á lo llano que entre
la montaña y la ribera estaba, la cual se procuraba de
nuestra parte mucho , comenzándoles una escaramuza
de nuevo con unos arcabuceros nuestros que habían pa-
sado el agua. Mas ellos nunca dejaron las montañas, y
siempre estuvieron firmes en proseguir el camino que
habían comenzado, lo cual era ya tan cerca de Norling,
que su avanguardia estaba ya en el alojamiento ; y por
esto su majestad mandó hacer alto á todo el campo y á
mosiur de Bura , el cual comenzaba á probar el paso
de la ribera con algunos caballos, lo cual se hacía tra-
bajosamente, por ser el paso muy estrecho. Esto era ya
muy tarde; mas aquel día se combatiera sin duda nin-
guna si la niebla no oscureciera á los enemigos tanto
tiempo cuanto fué menester para que ellos pudiesen
pasar los pasos donde habíamos de venir con ellos á las
manos ; en el cual tiempo ocuparon estas monlañetas
que tengo dicho ; y después de ocupadas , sí ellos baja-
ran á lo llano, como se procuraba abajallos, cebándoles
con las escaramuzas, aunque fuera con alguna desaven-
taja , porque nuestra caballería había de pasar la ribera
y no muy en orden , y la infantería muy mojada, peleá-
ramos con ellos. Mas habiéndoles presentado la bata-
lla así , ellos tomaron otro consejo , tomando sitio para
su alojamiento, donde con ejército harto menor que el
suyo pudieran estar bien seguros. Ya, como tengo di-
cho, era tarde; por lo cual su majestad acordó de vol-
ver á alojar su campo , y los enemigos hicieron lo mis-
. mo en aquellas montañas, aunque aquella noche per-
dieron hartos soldados y carros que nuestros caballos
les tomaron.
Otro dia su majestad acordó de partir con su oempo
y acercarse á los enemigos ; y así , con la misma orden
que se habia tenido el dia antes, caminó la vuelta dellos,
DON LUIS DE ÁVILA Y ZÜÑIGA.
y tomó su alojamiento á una milla y media de su cam-
po, donde aquel mismo día hubo una escaramuza de
caballos, la cual fuera grande si el tiempo diera lugar;
mas era tan tarde, que aun para alojar el campo no se
veía; y así, de ambas partes fué retirada. En esta esca-
ramuza el marqués Juan de Brandemburg con treinta
caballos de los suyos peleó muy bien ; y uno de los du-
ques de Brunzvic, el cual venia con el campo de los
enemigos , fué allí herido, y de las heridas murió des-
pués en Noriíug, y otros algunos que eran hombres de
cuenta entre los contraríos , fueron muertos y heridos
aquel dia, y de los nuestros pocos.
Allí estuvo el Emperador algunos días , en los cua-
les siempre buscó medio de hacer daño á sus enemi-
gos ; mas ellos estaban en sitio tan bueno y tan á
propósito de vituallas, que su majestad conoció que era
necesario mudar la razón de la guerra, y no estar pe-
diendo tiempo, campeando contra los enemigos tan sin
provecho; los cuales tenían alojamiento tan fuerte, que
para sacallos del convenía mas usar de arle que de fuer-
za; y así, su majestad determinó de buscalla, y acordó
que fuese quitándoles el Danubio ; el cual era tan im-
portante para cualquiera de los dos campos, que á mi
juicio mucha parte de la victoria consistía en tenelle
ganado ; porque las villas que están sobre él son de
mucha importancia, por ser señores de las puentes que
pasan á Baviera y á mucha parte de Suevia ; y en aquel
tiempo los enemigos tenían todas aquellas que estaban
desde ülma á Donavert ; y así, eran señores de grandí-
sima vitualla , y tenían los pasos de Augusta muya pro-
pósito. Pues viendo su majestad cómo, ganada aquella
parle contra los enemigos, ellos perdían mucho, y él ga-
naba gran reputación y se hacía señor de lugares muy
necesarios para dañar á Ulma y Augusta, que eran dos
muy principales fuerzas de la liga, hizo una cosa muy
bien considerada, y fué mandar que todos aquellos días
siempre se mostrase alguna gente nuestra á los enemi-
gos, y una noche envió al duque Octavio con la caballe-
ría é infantería italiana, y á Xamburg con sus alemanes
y doce piezas de artillería; y mandóles caminasen con
diligencia á Donavert, el cual estaba de nuestro campo
tres leguas ; y dándoles orden de la manera que habían
de tener, ellos pusieron tan buena diligencia, que antes
del dia estaban sobre la villa, la cual comenzaron de ba-
tir sin asestarle artillería , y á escala vista tomaron el
arrabal, y luego se rindió la villa, saliendo huyendo por
la puente dos banderas de infantería que allí habían deja-
do de guarda el duque de Sajonia y Lantgrave. Y paré-
cerne que es razón declarar aquí una cosa, porque quien
esto leyere podrá ser que desee sabello : cuántos solda-
dos eran una bandera ó dos ó tres , porque muchas ve-
ces hago memoria aquí del número de las banderas , y
no del de la gente; y así, es bien que se sepa. Una ban-
dera de tudescos lo mas ordinario es de trecientos
hasta cuatrocientos hombres, y todas las que su ma-
jestad dejaba en guardia destas tierras, eran alemanes.
Esto entendiendo, no será menester referillo muchas
veces. Tomado Donavert, quedaron allí dos banderas de
guardia, y todo el resto de la gente volvió al campo de su
majestad con el artillería. Los enemigos no supieron
ninguna cosa desta empresa hasta otro dia después,
porque aunque estábamos á milla y media el un campo
del otro esto fué tan bien ordenado y con tanta dili-
COMENTARIO DE LA GUERRA DE ALEMANIA.
425
gencia, que no pudieron tener inteligencia que fuese á
tiempo de proveer nada contra ella. Acabado este nego-
cio, que importaba harto, por el sitio que tengo dicho
que tiene aquella villa, su majestad se levantó de aquel
alojamiento, y en un dia con todo su campo fué á Do-
navert, y allí se alojó, teniendo á sus espaldas la villa,
y á mano izquierda el Danubio .
Aquel dia los enemigos no se movieron, ni pareció
mas gente de á caballo de la que tenían ordinariamente
en su guardia, ni tampoco en ninguna cosa nos hicie-
ron estorbo en caminar; de lo cual yo me maravillo, te-
niendo ellos tanta gente de á caballo , siendo plátícos
de la tierra, y sabiendo que habia pasos que por fuerza
los habíamos de pasar no con mucha orden , ó que que-
riendo nosotros pasar con ella, hablamos de estar hecho
alto y perdiendo tiempo, y desta manera ser forzados
de alojarnos. De lo cual se pudieran seguir otros mu-
chos inconvenientes que se suelen seguir de no alojar
bien; aunque su majestad habia proveído contra lo que
ellos pudieran hacer, poniendo el arcabucería española
y italiana en lugares dispuestos para ella, y haciendo la
retaguardia convenientemente fuerte , según la dispo-
sición del camino , el cual no daba lugar sino á que el
campo caminase muy en hilera, asi como tengo dicho.
El Emperador llegó cerca de Donavert , donde estuvo
aquella noche, y otro dia de mañana, por la ribera del
Danubio arriba se fué con el campo á Tilinguen , que es
una villa del cardenal de Augusta, sobre la ribera, con
una puente muy buena. Nuestro camino era ancho, por
ser todo campaña rasa , teniendo á nuestra mano iz-
quierda el Danubio,yáladerechaunos bosques muyan-
chos y muy espesos, los cuales estaban en nuestro cam-
po y el de los enemigos, y siempre iban prosiguiendo
hasta llegar á acabarse junto al rio Prens, que es tres
leguas sobre Tilinguen, y entra en el Danubio, y la cam-
paña por donde caminábamos tiene el mismo término.
Así que, caminando, llevábamos á nuestra mano dere-
cha estos bosques , en los cuales hay dos ó tres cami-
nos, que los han de travesar los quede Norling quisie-
ren venir á Tilinguen. Pues llevando su majestad este
camino, se le vino á rendir una villa llamada Hochstet
con un buen castillo sobr^el Danubio, y después Ti-
linguen se envió á rendir, la cual había sido tomada al
cardenal de Augusta por los enemigos, y tenían dentro
della una bandera de guarda, mas esta se salió sabiendo
la venida de su majestad, y él se alojó aquel día con su
campo entre Tilinguen y Lauguínguen, la cual es una
villa que está una milla mas adelante de Tilinguen, con
puente sobre el Danubio ; lugar fuerte de sitio y de ra-
zonable fortificación. En esta tenían los enemigos tres
banderas, y la que salió de Tilinguen se entró allí , y
con ella fueron cuatro. Mas aquella noche, siendo re-
queridos por el duque de Alba que se rindiesen á su
majestad, respondieron muy bravos, diciendo que no
querían, porque otro dia esperaban socorro del duque
de Sajonia y de Lantgrave ; mas viendo aquella noche
demostraciones de ser batidos, otro dia tomaron otro
consejo, y antes que amaneciese salieron por el puente
llevando el camino de Augusta. Los burgomaestres de
la villa se salieron á rendir al Emperador, dándole por
disculpa que antes lo hicieran si la gente de guerra
que dentro estaba no se lo hubiera estorbado. En este
tiempo su majestad tuvo aviso que el duque de Sajonia
y Lantgrave venían, y que traían el camino derecho de
Lauguínguen; á lo cual se dio crédito por haberlo di-
cho el dia antes la gente de guerra que en ella estaba,
que otro dia esperaban ser socorridos; y así , mandó que
el campo estuviese en orden para ir á tomar cierto pa-
so , el cual aunque era ancho, y no áspero, era harto
conveniente para combatir con los enemigos, los cua-
les no podían venir por otra parte habiendo de venir á
Lauguínguen ; y viniendo por allí, no se podia dejar de
combatir, ó habían de volver atrás, viéndonos á nos-
otros. Si combatían, su majestad tenia su campo en si-
tio bastantemente bueno; si ellos volvieran atrás , per-
dieran su negocio ; y así, de una manera ó de otra, pien-
so yo que aquel dia se echara á parte esta empresa tan
porfiada. Mas estando las cosas en estos términos , la
villa de Lauguínguen se vino á rendir, y así se supo de
los della que no solo no se esperaba socorro del duque
de Sajonia y del Lantgrave, mus que Xertel había estado
allí aquella noche con sesenta caballos, y habia sacado
las cuatro banderas y llevádolas á Augusta. Luego tras
Lauguínguen se vino á rendir otra villa llamada Gundel-
finguen, que está asentada cerca del río Prens. El du-
que de Alba, por orden de su majestad, hizo que Juan
Batista Sábelo con la caballería del Papa siguiese á Xer-
tel y á estas cuatro banderas , y envió con él á Aklana
y Aguilera con sus dos compañías de arcabuceros es-
pañoles á caballo, y á Nicolao Seco con la suya de ita-
lianos; y púsose tanta diligencia, que los alcanzaron,
aunque Xertel con los caballos ya habia ido delante; y
con las cuatro banderas tuvieronuna buena escaramu-
za, en la cual les tomaron hartos soldados y tres piezas
de artillería que desde Lauguínguen llevaban á Augus-
ta. Con esto se volvió Juan Batista Sábelo al Empera-
dor , el cual aquel mismo día, dejando en Lauguínguen
dos banderas, se alojó con todo su campo pasado el rio
Prens, sobre su ribera, en una aldea que se llama Sól-
ten , tres leguas de Ulma, adonde su majestad iba por-
que teniendo ganadaslas tierras que quedaban sobre el
Danubio, y -habiendo tomado la delantera á los enemi-
gos, quería apretar aquella ciudad, poniéndose en si-
tioquesi ellos viniesen á socorrerla, pudiésemos comba-
tir con ventaja, lo cual estaba claro que ellos habían de
procurar, si no la querían dejar perder; y así, ordenó
de partir otro dia. Masa la hora que el campo habia
de levantarse, algunos caballos ligeros que su ma-
jestad había enviado el día antes á la banda de los
enemigos, vinieron con avisoquc caminaban; y fué ne-
cesario, hasta reconocer lo que ellos determinaban de
hacer, que su majestad no desalojase su campo; y así,
envió de nuevo mas caballos que reconociesen el ca-
mino que los enemigos traían, los cuales habían par-
tido el día antes de su alojamiento sobre Norling, y ca-
minado dos leguas muy grandes , y aquel día quedá-
bales poco camino hasta el alojamiento que tomaron
después. Y haberse reconocido esto tan tarde, no fué
en todo por culpa de nuestros descubridores, que no
siendo naturales de la tierra, no eran pláticos della; y
asi, estuvieron mucho tiempo sin entender á qué parte
se enderezaba el camino de los enemigos, y algunos
alemanes que trujeron aviso desto estuvieron tan de-
satinados, que ninguna cosa cierta supieron referir.
Ya en este tiempo los enemigos estaban tan adelan-
te, que saliendo el duque de Alba á reconocer la dis-
426
DON LUIS DE
posición de la parte por donde se pensaba que ellos en-
derezaban su camino, sus alambores se oian muyela-
ros , y comenzaba á parecer alguna gente suya. Y así,
su majestad cabalgó con algunos caballeros, y tomando
al duque de Alba en su compañía , se subieron á una
monfafiuela donde ya muy cerca venia la vanguardia
de los enemigos, la cual traían muy reforzada de gen-
te de á caballo , y su infantería d la mano derecha cer-
ca de unos bosques, y algunas piezas de campaña, con
las cuales comenzaron á tirar muy bien , porque Lant-
grave hace profesión de saberse aprovechar de su arti-
llería, y en esta guerra á mi parecer, ó gobernándola
él ó sus capitanes ( que desto yo no sé á quién se debe
dar la gloria), ellos han sabido traella muy diligen-
temente. Después que su majestad hubo muy bien mi-
rado la manera que los enemigos traían , y entendido
que iban la vuelta de Guinguen , que es una villa asen-
tada una legua de nuestro campo , el rio Prens arriba,
él'se volvió á su alojamiento, y los enemigos se aloja-
ron sobre esta \U\VL y sobre el mismo rio. Hubo en este
tiempo un poco de escaramuza, mas no cosa de mucha
cualidad. Aquel dia pareció á algunos que fuera bien
combatir con los enemigos ; mas venidas á sacar en lim-
pio todas las razones, se averigua que cuando se reco-
noció que ellos estaban en parte donde hubiera lugar
para dar la batalla, por ser allí los bosques mas abier-
tos, estaban ellostan cerca de su alojamiento, que no
habia tiempo para sacar ningún escuadrón del nuestro
antes que ellos llegasen al suyo, ni habia lugar de po-
ner en orden el campo, como habia de estar, especial-
mente habiendo de pasar el rio Prens, que estaba entre
los unos y los otros, tan hondo, que no se podía pasar
sin puentes , y para echallas era menester tiempo, por-
que habían de ser muchas para que pudiese todo el
ejército pasar con la diligencia necesaria, habiendo de
combatir. Asi que, la falta desto, si fuese falta, estuvo
en ser los enemigos reconocidos á tiempo que ya no
le habia para hacer cosa con él , y esto fué por hacer los
reconocedores tan diversas relaciones , que cuando se
vino á saber la verdad, era ya pasada la ocasión, si al-
guna hubo.
Yo , considerando muchas veces en las guerras que
con su majeslad me he hallado, cslas cosas, he visto
que por la mayor parte siempre han faltado hombres
que , aunque pláticos de la tierra y naturales della , hi-
ciesen averiguada relación de lo que á los enemigos to-
caba, y por esto muchas veces era necesario andar á
tiento, como quien anda á escuras y conjeturando, por
no ser bastantes los avisos que estos descubridores
traían. Yo no sé determinar qué sea la causa, sino es
lo que César dice de Considio, muy valiente y muy ex-
perimentado soldado suyo, que eiiviándole á recono-
cer los enemigos, vio á Labieno, capitán de César, en
el monte que convenia tener contra los enemigos ,
y andando Considio mirando y reconociendo aquella
gente, satisfecho de habello visto bien, volvió á Cé-
sar, y le dijo que el monte que habia mandado á La-
bieno que tomase, ya lo tenian los enemigos ocupado,
y que esto habia él muy bien reconocido, porque cono-
ció muy claras las armas y banderas francesas. Este er-
ror de Considio fué causa que César estuviese puesto
en escuadrón aquel dia y no hiciese nada, y que los
helvecios (en cuya guerra esto acaeció) tuviesen tiem-
AVILA Y ZÚNiGA. M
po de mudar alojamiento á sü ventaja; y dice César
que Considio, teniendo temor, le había parecido otra
cosa de lo que había visto ; y así, había referido lo que le
habia parecido, haciendo relación diversa de lo que era.
Este ejemplo me parece muy semejante á la materia
que se trata, porque nuestros descubridores, por no
llegar tan adelante que viesen. á los enemigos, ó des-
pués de vistos, teniendo algún recelo, pocas veces han
referido tan entera relación como era menester, y esto
no por falta de diligencia de los que tenian el cargo de
mandarlo; y podría también ser que allende del miedo,
que ciega en actos semejantes, también la infidelidad
de los descubridores ó la limitación del premio tuviese
la culpa desto. He hecho esta digresión por parecerme
algo conveniente en este lugar.
Vuelto el Emperadora su alojamiento, los enemigos
hicieron muestra con algunos escuadrones de caballos
de venir por un llano hacía él , y habiendo una muy pe-
queña escaramuza , como tengo dicho, se volvieron al
suyo, el cual, aunque estaba divido entre sí por algunos
valles y arroyos que le atravesaban cada parte del, era
fortísimo; porque, como ya se ha dicho, esto sábenlo
muy bien hacer.
Aquel dia en la noche su majestad trató en la ida de
Ulma , y después de muchas opiniones, finalmente otro
dia se tomó resolución de mudar el campo , porque se
entendió que ya los enemigos habían enviado á Ulma
los tres mil suizos y mil y quinientos soldados de la
misma tierra , y qué esta era bastante gente para de-
fensión de aquella ciudad; la cual estando así, no era
razón ponernos sobre ella, dejando á las espaldas un
ejército de norenta mil hombres ; los cuales estaba cla-
ro que en dejando nuestro alojamiento se habían de
poner en él, y ocupado, nos quitaban las vituallas coa
muy gran facilidad, porque no nos podían venir por
otra parte sino por allí, y quedaban señores de todas
aquellas villas que sobre el Danubio habíamos tomado;
porque poniéndose donde digo, les quitaban del todo la
esperanza de ser socorridas. Así que, la razón de ir so-
bre Ulma, estando desproveída y su socorro lejos, fuera
necesario mudarse, por estar ya proveída y su socorro
cerca, con todas las otras particularidades que tengo
dicho. Ya la manera de la guerra se nos había vuelto
en hacellade alojamiento á alojamiento, porque ambos
estaban asentados á vista el uno del otro. Desta manera
cada dia habia escaramuzas, y como eran tan conti-
nuos los enemigos á salir á ellas, el duque de Alba or-
denó que se hiciese una escaramuza algo mas gruesa
que las ordinarias ; y así , otro dia de mañana se embos-
caron tres mil arcabuceros en el bosque que estaba jun-
to al Prens, hacia los enemigos cuanto seiscientos pasos;
y enviando al príncipe de Salmona con algunos caballos
suyos, sacó á los enemigos luego, porque comenzó á
hacer daño en algunos desmandados que estaban de-
lante de su alojamiento; y ellos salieron , viendo esto,
tan en grueso como acostumbran salir , así de caballos
como de arcabuceros á pié, partidos según su costum-
bre, parte sueltos y parte en escuadrones. El Príncipe
los supo tan bien traer, que los metió en el mismo lugar
que le habian ordenado. Allí hubo una muy buena es-
caramuza, así entre los caballos como entre los arca-
buceros, y cayeron muchos de los enemigos, los cua-
les después se veían por aquella campaña tendidos con
COMENTARIO DE LA
sus bandas amarillas , que desta color las traían ellos.
En esta escaramuza se aprovecharon de su artillería ,
como siempre lo suelen hacer, y con todo esto reci-
bieron muy gran daño de nuestra arcabucería ; y aun-
que sus caballos cargaban muy en grueso , los nues-
tros ligeros los sostuvieron y tornaron á cargar muy
bien, porque andaban entre ellos muchos caballeros
principales de todas las naciones que servian allí á su
majestad. Mas porque algunas cosas que habia ordena-
do el Duque la noche antes no se pusieron en efecto,
conforme á lo que estaba determinado , y hubo en ellas
alguna negligencia, su majestad mandó retirar la esca-
ramuza ; lo cual fué con tan buena vokmtad de los ene-
migos, que juntamente se retiraron ellos.
Viendo su majestad cómo los enemigos salían siem-
pre en siendo provocados, acordó de hacelles algún
daño señalado ; y así , ordenó que un dia fuesen los ca-
ballos ligeros á las trincheas de los ei>emigos, para que
escaramuzando los sacasen dellas, y puso la caballería
tudesca repartida en diez partes del bosque, donde pe-
dia estar encubierta, y mandó meter por él arcabucería
española y ilaliana , y todo el resto del campo hizo es-
tar en orden para lo que fuese necesario, y juntamente
con esto, hizo poner cubiertas algunas piezas de arti-
llería en partes muy convenientes , y mandó al principe
de Salmona que con los caballos ligeros hiciese lo que le
estaba ordenado, que era sacar los enemigos como los
días pasados habia hecho; y así , salieron de su campo
dos escuadrones de caballos bien gruesos, los cuales
nunca se apartaron de sus trincheas , sino tan cerca
dellas , que su artillería los podía ayudar, y escaramu-
zaron con los nuestros; y esto creo yo que fué por una
de dos cosas : ó porque ellos supieron la orden que en
nuestro campo se habia tomado , ó porque, escarmen-
tados de la otra escaramuza pasada , no osaron llegar
al lugar donde habían recebido tanto daño. Así , todo
aquel tiempo que se esperó que ellos se cebarían en
nuestros caballos, estuvo nuestro campo en orden ; mas
los enemigos , habiendo escaramuzado gran parte dtl
día, se volvieron á su alojamiento , y ya tarde el Empe-
rador al suyo ; el cual , viendo que aquí no habia habi-
do efecto su designio , el cual , como tengo dicho, era
romper la mayor parte que pudiese de los enemigos,
pues ellos estaban alojados de manera que otra cosa
no se podía hacer , ordenó que , pues de día no se ha-
bia podido poner en efecto lo que se habia ordenado,
que se probase de noche ; y así , se ordenó una encami-
sada, en la cual iba toda la infantería española y el regi-
miento deMadrucho, y el gran maestre de Prusia, y
el marqués Alberto con su caballería. Con esta gente
partió el duque de Alba aquella noche de nuestro cam-
po, y en partiendo, el Emperador mandó apercebir la
resta del, y él se fué desperaren campaña el aviso que
el Duque le enviaría para proveer conforme á lo nece-
sario., Y así estuvo con algunos caballeros , á los cua-
les mandó que le acompañasen, armado de su gola y
corazas, y cubierta una lobera; y porque la noche era
larga y frígidísima, se puso á dormir en un carro cu-
bierto, al cual en Hungría llaman coche, porque el nom-
bre y la invención es de aquella tierra. Y así estuvo es-
perando los avisos que ternia, para socorrer á lo que
fuese necesario.
Ya en este tiempo el duque de Alba con gran dilí-
GUERRA DE ALEMANIA. 427
gencia había llegado á media milla del campo de los
enemigos; mas reconociendo que sus centinelas y guar-
dias estaban reforzadas, sospechando lo que era, man-
dó hacer alto á la gente ; y reconocido mejor lo que los
enemigos hacían , se vio claramente cómo estallan avi-
sados , porque tenían encendidos muchos fuegos y gran
número de hachas y faroles , los cuales andaban de es-
cuadrón en escuadrón. Así que, por esta causa, y por
tener ellos sitio y fortificación tan grande , que aunque
no estuvieran avisados y apercebídos, como estaban, se
había de porfiar mucho si con ellos se llegara á las ma-
nos , no hubo lugar la buena orden que en esto se ha-
bía dado. Después se supo que aquella noche los ene-
migos habían sido avisados cuatro horas antes que
nuestra gente llegase , por una espía suya que salió
de nuestro campo. Pasando esto así, el Duque tornó
con la gente al alojamiento antes que amaneciese , y
su majestad también á la misma hora. Pienso yo que si
los enemigos no fueran avisados á tan buen tiempo, re-
cibieran aquella noche en su campo un notable daño,
porque de la orden que se habia dado y de la gente que
iba á ejecutalla no se esperaba otra cosa.
Ya la guerra parecía que era tornada á los primeros
términos, y que los enemigos estaban en alojamiento
muy seguro y muy de asiento en él , por lo cual el Em-
perador comenzó á buscalles otra entrada, y así se em-
pezó á platicar. Mas entre tanto que su majestad esto
trataba, nunca se dejó de hacer daño á los enemigos,
rompiéndoles sus vituallas , matándoles los sacomanos
y forrajeros, y dándoles armas de noche, que es cosa
que á cualquiera nación suele enojar, especialmente á
esta.
Entre otras cosas, un dia, por orden de su majestad,
el príncipe de Salmona con sus caballos ligeros, y mo-
siur de Barbanson, caballero de la orden del Tusón, fla-
j meneo, con parte de la caballería de mosiur de Bura,
: fueron á encontrar la escolta que los enemigos haciau á
' suvitualla,yno muy lejos del campo dellos encontraron
¡ con dos escuadrones de caballería de los suyos harto
! gruesos , y pelearon tan bien , que los enemigos fueron
; desbaratados y muertos , y presos mucUos dellos , y uu
i estandarte tomado con el alférez que lo^ traía. Y acae-
I ció una cosa, que me pareció que es bien escribilla; y
I es que aquel caballero que tomó el alférez con su es-
! tandarte era de la caballería de mosiur de Bura , y este
i habia un año antes , en el mismo dia que esto acaeció,
j muerto en otro reencuentro á un hermano deste mis-
I mo alférez que aquí prendió , y le habia tomado otra
bandera. Con esto se volvió el Príncipe y mosiur de
Barbanson á su majestad , habiendo ganado muchos
prisioneros y muerto muchos enemigos , y traído un
buen número de caballos de carro, que no fué poco
daño para su caballería. Destos trujeron muchos los
caballos ligeros, y algunos arcabuceros españoles que
con Arce se habían hallado aquel dia por aquel bosque.
También hubo otras escaramuzas en estos días, las cua-
les hacían los caballeros que por su pasatiempo iban á
ver el campo de los enemigos , mas que por otra orden
ninguna;y así, á sus trincheas las comenzaban, ysiem-
p"e habia heridos de unas parles y de otras, aunque los
menos no eran de los enemigos.
Habiendo el Emperador determinado de mudar alo-
jamiento por muchas causas, y entre ellas era ver que
428
de la empresa de Ulma no so debía ya tratar, por estar
aquella tierra en la orden que convenia para defenderse,
y junto con esto^ que nuestro alojamiento se dañaba, así
por la enfermedad de los soldados como por el lodo
grandísimo que comenzaba, el cual parecía que á cre-
cer un poco , quedaría nuestra artillería inmovible, no
solamente para poderla sacar de allí, mas para apro-
vecliarnos della estando en aquel sitio ; y por esto, y
viendo ya que no se podía ni se debía ir adelante , pa-
reció mas conveniente cosa volver al alojamiento de
Lauguinguen, por ser aquel lugar mas oportuno para-
las cosas necesarias. En este alojamiento, antes que
su majestad partiese dél, murió el coronel Jorge de
Renspurg, soldado viejo y que en todas las guerras
del Emperador en que se había hallado le había servido
muy bien. Casi en este tiempo el cardenal Fernesi, so-
brino de su santidad, que había venido por legado suyo
en esta guerra, se volvió á Roma , por algunas indisposi-
ciones que en su salud sentía. Partiendo el Emperador
del alojamiento de Sólten en la orden acostumbrada,
vino á alojarse á Lauguinguen.
Aquel día los enemigos no hacían otra demostración
sino fué mostrarse un escuadrón de cuatrocientos ca-
ballos á vista de nuestro campo. Hay muchos pareceres
que si el duque de Sajonia y Lantgrave quisieran pelear
aquel día, lo pudieran hacer con comodidad y ventaja,
porque en aquel tiempo habían reforzado su campo de
quince mil hombres de Vitemberg, á los cuales llamaban
los villanos ; mas los villanos de aquella tierra son , que
no há muchos años que dieron la batalla á veinte y cua-
tro mil suizos, y ganaron la victoria ; y siendo ellos así
reforzados , á nosotros nos faltaba gente , porque de
nuestros alemanes altos y bajos habían enfermado mu-
chos , y de los españoles , así por dolencia como por es-
tar en correrías, faltaban aquel día hartos. De los italia-
nos no liabía cuatro mil , porque los demás eran muer-
tos y vueltos. Mas como digo, los enemigos no hicieron
otra demostración n i se quisieron aprovechar de ninguna
comodidad de las que pudieran tener para combatir.
Después que el Emperador partió de Sólten, y se alo-
jó en Lauguinguen , le vino nueva cómo el campo del
Rey su hermano había desbaratado al duque Juan de
Sajonia, y que él y el duque Mauricio tenían tomada la
mayor parte de aquel estado; lo cual, porque mas
presto fuese significado á los enemigos, ó porque si
ya lo sabían viesen que lo sabíamos nosotros, mandó
hacer una salva de artillería muy grande. Todo el tiem-
po que su majestad estuvo alojado en Lauguinguen,
cabalgaba cada día ácaballo, y visitaba todo el campo
con la campaña en torno, como es costumbre suya muy
ordinaria en todas las guerras que se halla , y no dejaba
de mirar los lugares que los enemigos podian ocupar
contra él ó él contra ellos; los cuales habían venido dos
6 tres veces á reconocer un castillo que estaba guarda-
do de cincuenta españoles, una milla de nuestro campo;
mas siempre so reconocía á tiempo que no se les po-
día hacer ningún daño ; y así lo hicieron un día, que de
cerca del castillo llevaron ciertas vacas, en el cual sien-
do seguidos, estuvieron cerca de recebir un gran daño,
del cual se escaparon por su buena diligencia. Mas el
Emperador, que aquel día había cabalgado con la caba-
llería para este efecto, fué adelante hacia el campo de
los enemigos, y consideró que tomando un alojamiento
DON LUIS DE ÁVILA Y ZÚÑIGA.
mas cerca dellos, se podría desde allí hacer algún buen
efecto, y como otras voces habla hecho , anduvo mi-
rando todos aq.uellos lugares, y entre ellos reconoció
uno con la disposición á su propósito , y después de
visto se volvió á su alojamiento á su campo de Lauguin-
guen; el cual estaba ya tal por los lodos que en él había,
que no parecía poderse sufrir, y el' tiempo era tan re-
cío, que los soldados y toda la otra gente de guerra pa-
saba gran trabajo ; y por esto hubo muchos pareceres,
y todos conformes, que su majestad debria alojar su
campo en cubierto , y repartillo por guarniciones con-
venientemente puestas, y que desdedías se hiciese la
guerra; mas el Emperador fué de muy contraría opi-
nión, y por esto, siguiendo la suya misma, prosiguió la
guerra; el cual fué tan saludable consejo, como des-
pués se vio por experiencia. Estando pues así nuestro
alojamiento tan lleno de lodo , que aun los carros de la
vitualla no podían llegar á él , su majestad determinó
dé ir al otro que él había reconocido , llevando el cam-
po en dos partes , la infantería y artillería por la una , y
por la otra mas á la banda de los enemigos , la caballe-
ría. Aquel día me parece á mí que los enemigos debie-
ran y aun pudieran venir á combatirnos , porque te-
nían el camino para venir contra nuestra caballería
muy ancho y muy desembarazado, y nosotros nuestra
infantería y artillería lejos. Hasta ahora yo no he en-
tendido por qué lo dejaron, si no fué por no saber con
tiempo la orden y el camino que llevábamos, el cual fué
forzado que el Emperador le repartiese, así como ten-
go dicho, por ser la disposición dél de manera que no
sufría otra cosa , á causa de los muchos bosques que
en él había, y era muy necesario hacerse este camino
para tomar aquel alojamiento. Alojado su majestad allí
adonde digo, con todo el campo, fué gran contenta-
miento para todo el ejército; porque este alojamiento,
al cual después llamaban los soldados alojamiento del
Emperador, era muy enjuto y muy diferente del que
habíamos dejado. Tenía mucha leña y mucha agua , y
las vituallas podían venir á él con mas facilidad, y te-
nía sitio harto fuerte , porque en el frente contra los
enemigos teníamos una montañeta que parecía hecha
á mano. Sobre ella estaba asentada nuestra artillería,
que tiraba por toda la campaña. A la mano derecha te-
níamos un lago y unos pantanos , á la izquierda unos
bosques, que también aseguraban las espaldas, por ser
muy extendidos, y estábamos tan cerca de los enemigos,
que nuestras guardias y las suyas escaramuzaban ordi-
nariamente. El Emperador, después desto , mandaba
que nuestros caballos cortasen las vituallas á los ene-
migos ; lo cual se hacia con tanta diligencia y tan bien,
que por todas las partes que les podian venir corrían
nuestros caballos ligeros y arcabuceros de á caballo ; y
así, los caminos de Norlíngy de Tínchspin hasta los
de Ulma estaban llenos de gente muerta y carros que-
brados y vituallas derramadas ; y por nuestra parte se
les daban tantas armas de noche y escaramuzas de día,
que nunca tenian comida segura ni sueño reposado.
Después que nuestro campo se alojó en este alojamien-
to, llamado del Emperador, nuestra ventaja comenzó á
ser muy conocida , y los enemigos comenzaron a ser
mas remisos en las escaramuzas , á las cuales ya no sa-
lían con aquel vigor ni con aquella verdura que solían;
y así, los nuestros llegaban á sus trincheas, de las cuu-
COMENTARIO DE LA GUERRA DE ALEMANIA.
429
les ellos salían pocas veces. Solamente mostraban con
su artillería la voluntad que tenían de la escaramuza ,
porque con los cañones la hacían ya de su fuerte , y
con esto muchas veces les tomaban prisioneros de jun-
to á su campo . Y no solo se les apretaba por aquí , mas
fué tanta la necesidad que comenzaron á pasar, espe-
cialmente de pan, que muchos prisioneros confesaron
que habían estado cinco días sin él , y junto con esto,
fué con ellos gran espanto ver que en tiempo que ellos
podían pensar que el Emperador había de apartarse de-
llos y alejarse, entonces se les acercaba mas, y tenia
la campaña con determinación de echallos della. Lo
cual podían muy bien entender, viendo el sitio que su
majestad habia tomado ; y porque los enemigos fuesen
mas apretados, determinó que se reconociese una
montañeta que estaba á caballero dellos, de la cual se
podía batir su campo muy fácilmente. Esta se recono-
ció, yendo á escaramuzar á las trincheas de los enemi-
gos por una parte y por la otra. El duque de Alba, con
algunos capitanes y caballeros, vio la disposición que
tenia tan á propósito, y el Emperador acordó de tomalla
y alojar allí el campo. La orden que para ello se habia
de tener era muy buena ; y hiciérase así como estaba
ordenado, 'si en este tiempo la ciudad de Norlíng no en-
viara á tratar de rendirse á su majestad ; porque era tan
importante, que teniendo esta, no era menester otra
diligencia para desalojarlos enemigos; pues poniendo
gente de á caballo en ella, se les podían quitar todas sus
vituallas, y se les ponía en el campo una hambre y una
necesidad mas brava que ninguna artillería.
En estos días los enemigo? estaban ya tales , que
acordaron el duque de Sajonia y Lanf grave que se es-
cribiese una carta al marqués Juan de Brandemburg, en
nombre de un caballero, criado de su hermano el Elec-
tor, y la sustancia della era, que esto caballero rogase
al marqués Juan hablase al Emperador, y le dijese
que teniendo allá entendido que él era un príncipe muy
puesto en razón , y que no le parecerían mal cuales-
quier medios de paz, le hablase en ella, poniéndole
delante el bien que seria para toda la Germania , y pa-
ra esto ofrecían ciertas capitulaciones, que algunos
anos antes dicen que habían tratado con el duque
Mauricio, tocantes á la religión, de las cuales no me
acuerdo ; sé que eran harto ventajosas para los cató-
licos, aunque no tanto cuanto su majestad, con ayuda
de Dios, pretende que sean. Esta carta escribió este
caballero que se llama Adam Trop, que es canciller
del elector de Brandemburg, con todas las palabras
que pudo para inducir al hermano de su señor áque lo
tratase con su majestad, y con toda la disimulación
que le fuese posible para encubrir la necesidad y flaque-
za que todos ellos tenían. Esta carta trajo un trompeta
al marqués Juan, y él , haciendo relación dello al Em-
perador, con acuerdo de su majestad le respondió que
sí el duque de Sajonia y Lantgrave ponían sus personas
y sus estados en las manos de su majestad , que él en-
tonces de muy buena gana les hablaría en la paz ; mas
que no haciendo esto, no se había de tratar della. Oída
por ellos esta respuesta , tornaron á escribir por la
misma vía , diciendo que los negocios que tocaban á
personas y estados requerían mucha deliberación , y
que por esto, si le parecía, que viniese él y el conde
de Hura, y que saldrían el duque de Sajonia y Lantgra-
ve, y que en un lugar, donde les pareciese, en la cam-
paña, todos cuatro tratarian destos negocios, y habla-
rían en ellos mas largamente. El marqués Juan, por
orden de su majestad, le tornó á enviar por respuesta
las mismas palabras que antes había escrito. Así estu-
vieron los enemigos, sin replicar á esto mas.
En este tiempo, los de Norlíng, ó por disimulación ó
por no poder echar las banderas que estaban en su
guardia, puestas por el duque de Sajonia y Lantgrave,
traían á la larga el trato de rendirse, y por esto á su ma-
jestad le pareció el llevar á efeto el tomar la montañe-
ta, y desalojar al enemigo por fuerza ; porque yací es-
tar en campaña era dificilísimo , y su majestad tenia
voluntad que este negocio se llevase al cabo. Y así, de-
terminó que la víspera de Santa Catalina se levantase
nuestro campo, y el día se batiese el de los enemigos,
y mandó al duque de Alba que con las diligencias ne-
cesarias pusiese la orden que para esto estaba concer-
tada ; porque , pues lo de Norlíng parecía que se dila-
taba, él quería tomar este otro medio , pues era camino
mas corto para echar á los enemigos de su campo.
Esto era ya á 20 ó 21 de noviembre , en el' cual día hubo
una escaramuza, en^ue fué preso un cuñado de Lant-
grave , hermano de otra mujer que ha tomado , y así
tiene dos ; que esta licencia de dos mujeres debe hallar
en sus evangelios.
A 27 de noviembre el Emperador tuvo aviso cómo
los enemigos se levantaban , y esta nueva vino poco an-
tes de mediodía , porque la es^ía que la trajo , aunque
era natural de la tierra , por la niebla que hizo aquel
día , se desatinó y perdió el camino ; y así , hasta que
ella se levantó no acertó á venir á nuestro campo ; y á
esta causa se vino á saber el aviso , ya que eran par-^
tidos y puesto fuego á su alojamiento. Súpose que
aquella tarde antes habían enviado su carruaje y su
artillería gruesa delante , y desde la medía noche co-
menzó su infantería á caminar, dejando por retaguar-
dia toda la caballería con todas las piezas de campaña,
que solían traer en la vanguardia. Venido este aviso, el
Emperador mandó que algunos caballos ligeros fuesen
á reconocer claramente su partida. No se via centinela
suya, todas las trincheas estaban desamparadas. Des-
pués de haber enviado su majestad estos caballos, él
con la caballería de mosiur de Bura partió luego, y
mandando que la otra caballería tudesca le siguiese ,
hizo que toda la infantería estuviese en orden para lo
que él enviase á mandar, y hizo que luego caminasen
seiscientos ó setecientos arcabuceros españoles , que
mas expedidamente pudieron ser por entonces sacados,
y él con los caballos que consiga había tomado llegó al
campo de los enemigos; los cuales estaban ya bien lejos
del, y habían dejado muchos dolientes, porque á la ver-
dad partieron con razonable diligencia. Su majestad
pasó de aquel alojamiento, donde habia hallado ya al du-
que de Alba , y allí le vino aviso que los enemigos pa-
recian tres millas italianas mas lejos , y por esto ordenó
que los caballos los comenzasen á seguir, entretenién-
dolos con escaramuza. El duque de Alba pidió á su ma-
jestad la caballería de mosiur de Bura, y su majestad se
la dio, siguiéndole siempre con la otra tudesca. Ya los
caballos que su majestad había enviado que procurasen
de entretener los enemigos escaramuzando con ellos,
estaban revueltos con los caballos desmandados que
430 DON LUIS DE ÁVILA Y ZÚÑIGA.
ellos traían en su retaguardia , y habían comenzado
una buena escaramuza ; mas no por eso los enemigos
dejaban de caminar, ganando siempre tierra, hacía una
moutañeta donde tenían mil arcabuceros; y habían
pasado de la otra parte della toda su caballería, excep-
to dos estandartes que quedaban sobre ella juntos á los
arcabuceros, cuando el Duque, con la caballería que
llevaba y aquella con que su majestad seguía, llegó á
vista dellos casi una milla , la cual en siendo d'escu-
bierta por ellos, desampararon aquella montañeta, así
los caballos como los arcabuceros, y bajaron de la otra
parte á un llano que estaba en el camino que su ejér-
cito llevaba. El Duque puso la diligencia posible en
caminar con los caballos y con los arcabuceros espa-
ñoles que he dicho ; y así, ocupó la montañeta que los
enemigos habían desamparado , desde la cual hasta
otra montañeta mas alta que estaba en el mismo cami-
no que ellos llevaban, podia haber una gran milla ita-
liana , y el espacio que había entre estas dos montañas
todo era llano y descubierto.
Los enemigos pusieron en esta montaña que digo
seis piezas de artillería, con las cuales batían todo aquel
raso,"por donde ya ellos, bajados de la montañeta que el
duque de Alba había ocupado, caminaban, llevando
ásu mano derecha junto á un bosque, sus arcabuceros
y su caballería repartidos por el llano en ocho ó nue-
ve escuadrones. Nuestros caballos ligeros comenzaban
á escaramuzar con algunos desmandados de los enemi-
gos , y un estandarte de'arnescs negros , que son arca-
buceros de á caballo (como antes de ahora tengo dicho),
por orden del Duque habían bajado de la montaña para
hacer la escaramuza mas gruesa, cuando su majestad
con la otra caballería estaba ya cerca. Mas los enemí-
'g03 en este tiempo á muy buen trote ganaron tanto ca-
mino, que se pusieron debajo de su artillería, la cual co-
menzó á defendellos batiendo los nuestros, y sus arca-
buceros por la orilla del bosque con paso harto largo se
vinieron á juntar con la infantería que tenían en guar-
dia de su artillería , la cual estaba sobre la moutañeta
que dije.
Ya el Emperador habia llegado con unos pocos ca-
ballos á la montañeta que habíamos ocupado, porque
los otros le seguían al paso que gente de armas puede
seguir, y estuvo mirando si se podía hacer cosa para
detenellos de manera que se hiciese algún buen efec-
to; mas ya iba el sol muy bajo y quedaba muy poco del
dia, y'los encnu'gos estaban ya sobre la montaña y co-
menzaron á encender muchos fuegos para alojarse. Así
que , visto por su majestad que aquel dia no habia sido
posible alcanzar los enemigos , y esto por falta del espía,
que vino tan tarde con el aviso ; viendo que los enemigos
hacían muestra muy clara de alojar en aquella monta-
ña , deleiininó de alujar en la que él estaba ; y dejando
al duque de Alba allí con toda la caballería, yaque ano-
checía , se volvió á su alojamiento para sacar toda la
infantería aquella noche, porque no se diese ningún
tiempo á que el enemigo se pudiese apartar mas, pues
el designio del Emperador era segu¡llos,yno apartarse
dellos hasta hallar lugar donde se acabase derompellos,
y si este no se hallaba, irlos siempre desalojando, como
hasta allí habia hecho.
Cuatro veces en esta guerra los desalojó su majes-
tad, y según lo que á mí me parece, las dos fueron
por arte, y las dos por fuerza. En Ingolstat, donde fué
la primera, fueron desalojados, como por lo que he
dicho se puede entender, y como ellos después han
dicho, que forzados se retiraron. La segunda vez los
desalojó de Donavert por arte, pues les ganó las espal-
das de sus vituallas, poniéndose sobre Norling, ciudad
que tanto convenía á la reputación dellos tenella guar-
dada. De Norling los desalojó la otra vez también con
arte, porque les tomó á Donavert, y les ganó todas las
villas del Danubio hasta ülma, y les tomó la delantera,
para ir sobre aquella ciudad , á la cual les convenía so-
correr con suma diligencia , siendo una de las princi-
pales cabezas de todo su poder , la cual sí la dejaban en
cualquiera ventura, aventuraban ellos también la em-
presa. La cuarta vez fué esta de sobre Guinguen, donde
ahora los acababa de desalojar, la cual fué por fuerza y
razón de guerra , como se puede conocer evidentemen-
te por lo que tengo escrito ; y así, no dejaré de decir
una cosa, que aunque es donaire de soldados, puédese
alargar á propósito de lo que digo. Dicen los soldados
tudescos que cuando Lantgrave amenazaba á alguno,
le amenazaba diciendo que le haría ir á Lauf. Este es
nombre de una villa donde él hizo retirar un ejército
en cierta guerra, de lo cual él se preciaba mucho,
y lauf en tudesco quiere decir correr. Los soldados
cuentan esto, y dicen ahora : « Lantgrave nos amenaza-
ba hasta aquí que nos haría ir á Lauf; eu pago desto
nosotros le hemos hecho ir á Guinguen,» que en tudes-
co quiere decir huir. Esto en la lengua alemana tiene
mas gracia por la propriedad de las palabras , que di-
chas entre soldados sondonaires militares, que tienen
gracia y fuerza cuando son tan verdaderos.
Tornando á propósito, el Emperador volvió á su alo-
jamiento, y súbito mandó poner en orden toda la in-
fantería y la artillería , porque con esta diligencia que-
ría ganar tiempo para otro dia; y habiendo hecho un
poco de colación , se partió, y con una niebla oscurí-
sima y un frío terrible llegó á las dos después de media
noche al alojamiento donde había dejado al duque de
Alba alojado con la caballería y los arcabuceros espa-
ñoles. Toda la otra infantería y artillería caminaba con
diligencia. Los enemigos vían nuestros fuegos, y no-
sotros los suyos ; mas ellos , dejándolos encendidos toda
la noche , caminaron , y cuando amaneció habían ya pa-
sado el rio Prens, y alojádose sobre él, junto á un canti-
llo llamado Haidenen, muy luerte, y del duque de Vi-
temberg.
Aquella noche fué Luis Quijada, capitán de los de
Lómbardía, á reconocer lo que los enemigos liacian , el
cual dijo que lo habia bien mirado, y que se habían ya
levantado. Esto fué por el duque de Alba referido al
Emperador. Era ya amanecido y dia claro, mas la nie-
ve que habia caído desde antes que amaneciese y caía
entonces era tan grande , que estaba sobre la tierra de
dos pies en alto , y desta causa toda nuestra infantería
estaba tan fatigada y tan esparcida, buscando donde ca-
lentarse , por ser el frío terribilísimo , que era gran
lástima vella; y los caballos estaban muy trabajados de
la mala noche, porque allí no liabiau tenido qué comer,
y toda ella habían estado ensillados y enfrenados; de
manera que el trabajo del dia pasado se le habia dobla-
do aquella noche. Mas ni el tiempo , ni los otros incon-
venientes que he dicho , ni el estar los enemigos fortí-
COMENTARIO DE LA
simamente alojados, bastaban áque el Emperador no
los siguiera , si no hubiera otra cosa , que se tenia por
mayor' inconveniente que ninguno de los otros, y muy
mas bastante para estorbar lo que su majestad quería
hacer , y esta fué no haber ninguna parte donde pu-
diésemos alojar cerca de los enemigos , ert que pudié-
semos hallar vituallas para nosotros y forraje para los
• caballos, sin grandísimo trabajo , por estar ya todas
aquellas partes gastadas y comidas del ejército del ene-
migo, el cual habia estado alojado tantos días por allí ;
cuanto mas que ya nosotros en nuestro campo tenía-
mos las vituallas y forrajes muy lejos , y así , nos alar-
gábamos cuatro ó cinco leguas; mas fuera cosa que si la
gente con dificultad la sufriera , los caballos fuera im-
posible sufrirla ; y así, nosotros nos pusiéramos en la
necesidad y trabajo que habíamos puesto á nuestros
enemigos , teniendo ellos á las espaldas á Vitemberg,
provincia fértilísima, 'por la cual mostraban querer ha-
cer su camino. De nianera que el Emperador, forzado de
inconveniente tan grande como es el de la hambre, el
cual en la guerra y en los ejércitos es el mayor de to-
dos, y juntándose con él ser el tiempo tan recio y es-
tarlos enemigos tan adelante, aunque no dejó la de-
terminación de seguillos , acordó que fuese por otra
parte, por donde, aunque el tiempo fuese tan recio
como comenzaba á ser , no faltase qué comer ni dónde
la gente alojase en cubierto, porque ya en campaña
era imposible. Así que aquella noche tarde volvió al
alojamiento con todo el campo, lo cual fué bien necesa-
rio para toda la gente, porque estaba muy trabajada, y
allí se remediaron todos con vituallas, y tomaron algún
descanso para poder después mejor trabajar en lo que
estaba por hacer.
Este desalojar al duque de Sajonia y á Lantgrave de
Guinguen fué substancial punto de la guerra , y desde
allí fueron ellos finalmente rotos ; porque desde allí su-
cedió todo lo que adelante se dirá. Mas antes que la es-
criba me parece que es bien tocar una cosa, y es, que
jamás en toda esta guerra se nos ofreció ocasión, no
digo que pudiésemos pelear con nuestra ventaja con los
enemigos, mas aun igualmente no se ha ofrecido tiem-
po para podello hacer. Pues siendo esto verdad, como
lo es, digo que ya que se ofreciera, no sé si fuera cosa
acertada hacello, porque dejado aparte que las batallas
son ventura, y que así como podíamos ganar, podía-
mos perder, como se ve cada dia, si perdíamos, estaba
claro cuánto se perdía, y si ganábamos, era imposible
ser tan sin sangre de nuestro ejército, que no quedara
roto muy gran parte del , y quedaban las ciudades de
Alemania tan enteras y con tanto aparejo de ofender al
ejército, que, aunque victorioso, por fuerza había de
quedar tan quebrado, que no se pudiera resistir á fuer-
zas nuevas; y esto se parece bien claro, pues fué me-
nester que quedando los enemigos rotos, el campo de
su majestad quedase tan entero cuanto quedó, para que
las ciudades de Alemania tuviesen el respeto que des-
pué- han tenido. Así que en mi juicio muy mayor hon-
ra fué la del E;nperador haber deshecho á sus enemigos,
quedando su ejército tan entero , que no con cualquier
pérdida del habellos rompido ; porque, según suelen de-
cir, como las victorias sangrienlus se atribuyen á los
soldados , así las que se alcanzan sin sangre, siempre la
honra debas se debe al capitán.
GUERRA DE ALEMANIA. 431
Mas tornando á la orden de lo que voy escribiendo,
digo que su majestad estuvo en este alojamiento , que
llamaban del Emperador, dos días. Allí tuvo aviso que
los enemigos , luego otro dia de como se habían aloja-
do á Haidenen, se habían partido en dos partes; la una
fué la gente de las villas , la cual parecía que tomaba
el camino de Augusta y Ulma; y la otra, que era toda
la caballería del duque de Sajonia y Lantgrave y sus in-
fantes con ellos, parecía que tomaban el camino de
Franconia. Y sin duda ninguna, si ellos vinieran á po-
derse hacer señores de aquella provincia, fuera comen-
zar la guerra de nuevo, porque tenían gran aparejo
de rescatar muchas villas y obispados muy ricos que
hay en ella, de donde pudieran sacar dineros en buen
número. Tenían gran abundancia de vituallas y bue-
nos alojamientos por las muchas poblaciones que tenia;
y si por ventura quisieran hacer cabeza de la guerra á
Rotemburg, villa imperial y luterana, aunque no de la
liga , tuvieran gran ventaja , por la población y fortifi-
cación que aquella villa tiene, á la cual fortificación
ellos llaman Landeberg, que quiere decir defensa de la
tierra; y tuvieran á Franconia á sus espaldas, de la cual
se pudieran hacer señores, por no haber en ella bas-
tante cabeza para defenderla; y siendo señores deste
sitio, fueran muy mas trabajosamente echados del que
de todos aquellos de donde hasta entonces habían sido
echados por el Emperador; porque, aunque iban rotos,
allí se redujeran y rehicieran con las pagas de sus res-
cates y abundancias de vituallas , juntamente con los
buenos alojamientos, que son tres cosas bastantes á
reforzar un campo trabajado y roto. Teniendo el Em-
perador es'te aviso de la intención de los enemigos , ha-
biéndolo él antes sospechado, con la mayor diligencia
que pudo levantó su campo y comenzó á caminar la vía
de Norling con un tiempo harto trabajoso y difícil de
nieves y hielos, y en dos alojamientos vino á alojarse á
una milla de la dicha villa en otra pequeña imperial , lla-
mada Boffinguen , porque este era el camino derecho
para ir adonde su majestad quería , que era á Rotem-
burg, para ponerse delante de los enemigos antes que
llegasen, y allí combatir con ellos en el camino; por-
que, prosiguiendo ellos el que tenían comenzado , no
podia esto dejar de ser, y su majestad podía tomarles
la delantera fácilmente, porque ellos rodeaban , y él iba
camino derecho. Llegado el Emperador á Boffinguen,
'los burgomaestres salieron á rendille la tierra ; y un cas-
tillo que estaba sobre ella, de los condes de Etinguen,
con gente de guerra , se rindió á la voluntad de su ma-
jestad, aunque antes habían braveado un poco.
Otro dia vinieron los gobernadores de Norling á ren-
dirse, porque ya su campo estaba tan cerca dellos, que
no habia lugar íle otros tratos, sino rendirse á la vo-
luntad de su majestad, el cual metió dentro cuatro
banderas. Las dos del duque de Sajonia yXantgrave,
que tongo dicho que estaban dentro, se habían salido
aquella noche antes, y metiéronse en un castillo que
está una milla pequeña de Norling, grande y fuerte,
también de los condes de Etinguen , donde ya estaban
otras dos; y así , estas cuatr^o banderas sacaban solda-
dos para que escaramuzasen con los nuestros, que allí
cerca estaban alojados , y mostraron delerminacion
de defenderse; mas el Emperador envió al conde de
Bura con su gente, y en fin ellos vinieron á rendirse.
DON LUIS DE ÁVILA Y ZCÑIGA.
432
El Conde trajo las cuatro banderas á su majestad, de-
jando ir libres los soldados, los cuales quisieran entrar-
se en alguna villa imperial ; mas el Emperador no se lo
consintió; y así, les hizo que siguiesen el camino que
el duque de Sajonia y Lanlgrave hablan llevado, por-
que fuesen como los otros iban. Después que Norling
quedó rendida y con gente de guerra dentro, y puesto
por gobernador en todo el condado de Etinguen un her-
mano de los dichos condes, el cual es católico, y de-
jando al cardenal de Augusta en Norling por algunas
provisiones que convenían hacerse, partió de Bofíin-
guen, y sin querer entrar en Norling, vino á Tinch-
spin , villa imperial y de la liga , la cual no habia hecho
muestra de rendirse ; mas el duque de Alba habia ido
aquel dia, por orden de su majestad, con el artillería
y españoles y parte de los alemanes adelante , y amo-
nestando á los de la villa que si una vez se asentaba la
artillería sobre ellos serian combatidos y dados á saco
á la gente de guerra , por esta causa ellos vinieron á ren-
dirse. El duque de Alba trajo á su majestad los burgo-
maestres de la villa, estando ya su majestad cerca de-
lla ; y deteniéndose allí un dia y dejando dos banderas de
guardia, se partió para Rotcmburg, y este camino hizo
en dos días, que fué grandísima diligencia, por ser el
tiempo tan trabajoso y los enemigos estar ya tales, que
en ninguna manera se podían tratar. Los de Rotem-
burg salieron ú su majestad el dia antes que en ella en-
trase, y vinieron á ofrecer la villa, diciendo que ellos
nunca habían dado gente ni dinero contra él, y así era
verdad.
Supo también el Emperador cómo los enemigos no
estaban lejos de allí, y que verdaderamente llevaban
intención de hacerse señores de Franconia , y por es-
to se dio priesa á ocupar á Rotemburg , donde contra
todo les tenia la delantera para el camino que ellos pen-
saban hacer. Mas es necesario entender que cuando su
majestad llegó á Boffinguen , era ya el tiempo tan ri-
guroso por las nieves y por los hielos , que parecía into-
lerable para la gente de guerra; y así, por esto la ma-
yor parte de sus capitanes ó todos fueron de voto , y así
lo aconsejaron á su majestad , que alojase su campo
en Norling y en las otras tierras que sobre el Danu-
bio se habían conquistado, y cerca de Ulma y Augusta,
y para esto daban razones harto bastantes. Mas su ma-
jestad fué de otro parecer muy diverso del de sus ca-
pitanes; y así, escogió por mas importante cosa de-
fender á Franconia , poniéndose delante á los enemigos,
que no alojarse sobre Augusta y Ulma, porque esta era
empresa que, acabándose de romper por los enemigos,
se podía hacer mas fácilmente después; y dejándoles
rehacer y cobrar fuerzas en Franconia , fuera muy di-
fícil de acabar , porque siempre las ciudades tuvieran
alguna esperanza de entretenerse , viendo que aun no
eran del todo deshechos sus amigos. Y así , con todas
las dilicultades que al presente se ofrecían, se determi-
nó de atajalles el camino ó forzalles á que tomasen otro,
donde acabasen de deshacerse ; y este designio fué tan
bien entendido como pareció después por experiencia.
Porque sabiendo los enemigos que el Emperador estaba
ya en Rotemburg, dejaron el camino de Franconia y
tomaron otro á mano izquierda con un rodeo grandísi-
mo y por unas montañas harto ásperas , y por esta causa
les convino dejar la mayor parte de su artillería gruesa
repartida en algunos castillos del duque de Vitcmberg,
que estaban por allí cerca; con lo cual pudieron ha-
cer tanta diligencia , que el dia que su majestad llegó
á Rotemburg estaban á ocho leguas del , habiendo es-
tado tres el dia antes. Ya ellos iban tan rotos eri este
tiempo , querías dos cabezas que los guiaban se aparta-
ron , y Lantgrave se fué con docientos caballos á su ca-
sa, y pasando por Francfort , los gobernadores de la vi- .
lia le fueron á hablar como á vecino y capitán general
de la liga , y le demandaron consejo y parecer, qué de-
brian hacer en tiempo que tanta necesidad tenían de
sabello, y les respondió diciéndoles : «Lo que me pa-
rece es que cada raposo guarde su coda. » Y dada^sta
respuesta tan resoluta, se partió con sus caballos y se
fué á su casa.
También el duque de Sajonia tomó otro camino, re-
cogiendo las reliquias del ejército que pudo allegar, y
con un grandísimo rodeo fué hacia su tierra, compo-
niendo por el camino las abadías que podía , y sacando
dellas dinero para sustentar los soldados que llevaba y
se le iban allegando.
Estando el Emperador en Rotemburg, y viendo
cuánto se habían alejado los enemigos del , entendien-
do que el tiempo ni la tierra no daban esperanza de po-
dellos alcanzar, ordenó de dar licencia á mosiur de Du-
ra para que volviese en Flándes cojí el campo que habia
traído, y dióle orden que fuese por Francfort, y pro-
curase por fuerza ó por maña ganar aquella tierra, la
cual es grande, rica y muy importante. Partido mosiur
de Hura, el Emperador, con el resto del ejército, dio la
vuelta sobre las ciudades en quien consistió la fuerza
de los negocios pasados. Mas el ímpetu y la reputación
de la victoria hacían ya la guerra en Alemania por el
Emperador; y así, muchas ciudades enviaron allí á Ro-
temburg sus embajadores á rendirse , y otras comen-
zaban á tratar de hacer lo mismo. Así que, antes que su
majestad de allí partiese , todas las ciudades y villas
imperiales hasta el Rin, y algunas de las de Suevia,
y hasta Sajonia, vinieron á rendirse.
Partido el Emperador de Rotemburg, vino en dos
alojamientos á Hala de Suevia , que era ya de las ciuda-
des rendidas y de las mas ricas de aquella provincia y
de la liga. Allí, por indisposición de su gota, que le
apretó mucho, se detuvo algunos dias mas de los que
quisiera .
Ya en este tiempo el conde Palatino comenzaba á
tratar como hombre bien arrepentido de la demostra-
ción que contra su majestad habia hecho ; y estos tra-
tos y ruegos fueron tan adelante, que su majestad le
admitió á su clemencia ; porque en íin esta es natural
virtud de César, y así lo dijeron por el primero, que de
todo se acordaba sino de sus ofensas. Vino el conde Pa-
latino allí en Hala , á la corte del Emperador : un dia le
fué señalada hora para venir á palacio; y así, entró en
la cámara donde su majestad estaba sentado en una si-
lla por la indisposición de sus pies. Llegó á él el Conde
haciendo muchas reverencias y quitada la gorra , y
comenzó á dar disculpas , diciendo y mostrando que si
alguna culpa tenia, estaba dello arrepentido ; y esto tan
largamente dicho cuanto le convenia. Su majestad le
respondió : « Primo , á mí me ha pesado en extremo que
en vuestros postrimeros dias , siendo yo vuestra san-
gre y habiéndoos criado en mi casa, hayáis hecho con-
COMENTARIO DE LA GUERRA DE ALEMANIA.
4']3
ira mí la demnstrncinn que habéis hecho, enviando
genle contra mí en favor de mis enemigos, y sostenién-
dola muchos dias en su campo ; mas teniendo yo res-
peto á la crianza que tuvimos juntos tanto tiempo , y á
vuestro arrepentimiento, esperando que de aquí ade-
lante me serviréis como debéis, y os gobernaréis muy
al revés de como hasta aquí os habéis gobernado, tengo
por bien perdonaros, y olvidar lo que habéis hecho con-
tra mí. Y así, espero que con nuevos méritos merece-
réis bien el amor con que agora os recibo en mi amis-
tad.» El Conde de nuevo comenzó á dar disculpas, á su
parecer muy bastantes ; pero las que al mió y al de las
4ue allí estaban mas lo eran, fueron las kígrimas y la
humildad con que las daba; porque ver un señor de
casa tan antigua , primo del Emperador, y tan honrado
y principal, aquellas canas descubiertas, las lágrimas
en los ojos, verdaderamente era cosa que daba grandí-
sima fuerza á su descargo, y gran compasión á quien
lo veia. De allí adelante su majestad le trató con la fa-
unliaridad pasada, aunque entonces le habia recibido
ton la severidad necesaria.
Ya los señores de ülma, como los alemanes dicen en
su proverbio, se habían dado tanta priesa á reducirse
al servicio de su majestad, que en el mismo tiempo que
el conde Palatino estaba en Hala , estaban ya ellos allí ; y
mandóles á la hora que habian de venir á palacio á ha-
blar con su majestad. Entraron en su cámara, donde le
hallaron sentado en su silla ; y estando el conde Palati-
no delante, se hincaron de rodillas, y con semblante que
mostraban lo que tenían en los ánimos , el principal de-
llos dijo en suma estas palabras :
«Nosotros los de ülma conocemos el yerro en que
hemos caído y la ofensa que os hemos hecho, lo cual
todo ha sido por falta nuestra y de algunos que nos han
engañado ; mas juntamente conocemos que no hay pe-
cado , por grave que sea , que no alcance la misericor-
dia de Dios arrepintiéndose del ; y por esto esperamos
que, queriendo vos imitarle, tendréis respeto á nuestro
arrepentimiento y nos recibiréis á vuestra misericor-
dia. Y así , os pedimos por amor de la pasión de Cristo,
hayáis piedad de nosotros y nos recibáis en gracia, pues
nos entregamos á vuestra voluntad con determinación
de serviros, como buenos y leales vasallos, con las ha-
ciendas y la sangre y con las vidas , como lo debemos á
tan buen emperador. » Su majestad les respondió que
venir ellos en conocimiento de su yerro era muy gran
parte para que él se lo perdonase, y que juntamente
con esto, tener él por cierto que, arrepentidos de lo pa-
sado, le habian de servir en lo porvenir como buenos
servidores y leales vasallos del imperio, hacia que de
mejor voluntad les perdonase ; y que así, él los admi-
tía á su gracia , reservando para sí lo que en aquella
ciudad convenia que se hiciese para el bien y sosiego
de todo el imperio. Esto me parece que fué en suma
lo que allí pasó.
Después, de ahí á pocos dias partió de allí su majes-
tad ; porque aunque el duque de Vitemberg comenzaba
á sentir que las banderas imperiales se le acercaban, y
blandeaba un poco , no era tanto, que no fuese necesa-
rio que el Emperador con las armas en la mano le hi-
ciese venir á su obediencia ; y teniendo su majestad á
Ulma tan vecina al ducado de Vitemberg, no era con-
veniente cosa dejarle libre con las fuerzas que tenia, y
Hh.
apartarse del, yendo á otra empresa , pues con la au-
sencia de su majestad se podía dar ocasión á cosas nue-
vas ; tanto mas .que estando Augusta en pié juntamente
con aquel estado, pudieran fácilmente hacer alguna re-
volución en L'lma, y para esto tuvieran aparejo por la ve-
cindad que este estado con ella tiene, y con otros veci-
nos que naturalmente son desasosegados y siempre han
deseado revolver los negocios de su majestad cuando
mas en quietud están : y esto dígolo por los franceses, los
cuales, estando Vitemberg fuera de la obediencia de su
majestad, tuvieran una gran puerta abierta para todaj
las revueltas de Alemania. Así que , el Emperador, por
este ó por otros respetos que él debe de saber mejor que
los que no alcanzamos otra cosa sino lo que tocamos
con las manos , determinó de hacer la empresa de aquel
estado, y envió al duque de Alba delante con los es-
pañoles y el regimiento de Madrucho y coronelía de
Xamburg, y los italianos que habian quedado, que
eran tan pocos, que por eso no se pone número. Y á mi
juicio la causa desto era que los continuos trabajos que
nuestro campo pasaba hacían que de todas las naciones
faltasen muchos soldados; mas destos fali^ibon muchos
mas ; y juntamente con esto, la flojedad de sus pagas y
descuido de muchos capitanes suyos les habían traído
á tanta diminución , la cual desde el rio Prens siempre ^e
fué conociendo en nuestro campo ; y con todo esto, Lant-
grave , habiendo reforzado el suyo , como está dicho, no
nos dio la batalla tan prometida sobre su cabeza á las
villas de la liga.
Partido pues el duque de Alba con esta parte del
ejército que digo, y alguna caballería tudesca, y los tre-
cientos hombres de armas que vinieron del reino de
Ñapóles, su majestad les siguió con la otra parte de los
caballos y el regimiento de tudescos que habia sido de
Jorge , y entonces su majestad le habia dudo al conde
Juan de Nasau. El camino fué derecho á Hailprum , que
es una villa imperial , y fué de la liga , porque de tres en-
tradas que hay para entrar en el ducado de Vitemberg
por la banda donde su majestad estaba, la de aquella
villa es la mas llana y mas abierta para llevar campo y
artillería. Llegado el Emperador á Hailprum , el duque
de Vitemberg comenzó á apretar mas en sus negocios,
porque el duque de Alba de camino habia rendido al-
gunas villas del estado. Entrado mas adelante, habia re-
ducido á la obediencia de su majestad casi todas las vi-
llas del , excepto algunas fortalezas , para las cuales
eran menester muchos años de sitio, así por ser fortí-
simas como por estar bien proveídas. Mas el duque de
Vitemberg, lomando el consejo mas saludable, vino en
todo lo que el Emperador mandaba , dándole tres fuer-
zas del Estado , las que su majestad quiso escoger. Es
tas eran Ahsperg, un castillo muy grande, muy lleni
de artillería y municiones , puesto en un sitio muy im-
portante, y kirhanderg, lugar fortísimo; la tercera enf
otra villa llamada Schorendorf , y esta es la mas fuen.
te, y por eso estaba la mas bien proveída, porque ha"
bia en ella vitualla para dos mil hombres muchos años,
y artillería y municiones conforme á esto. En todas es-
tas fuerzas se halló artillería del duque de Sajonia y de
Lantgrave,de la que por ir con mas diligencia habian
dejado, especialmente en esta villa , por ser señora de
una entrada muy importante para aquel estado; y en-
tregando esto que tengo dicho , dio á su majestad do-
28
43 í
DON LUIS DE ÁVILA Y ZÚÑIGA.
cientos mil ducados, y prometió de hacer todo lo que
él mandase, sin exceptuar ninguna cosa.
Habiendo el Emperador en tan breve tiemposujetado
al duque de Vitemberg y asegurado aquel estado con
tener estas fuerzas en su poder, le vino aviso de mo-
siur de Bura cómo Francfort se habia rendido á la vo-
luntad de su majestad , y que él estaba dentro con do-
ce banderas. Dos dias después destas nuevas vinieron
los burgomaestres de la dicha villa , y su majestad los
recibió con las condiciones que á los otros , reservan-
do en sí lo que para el bien de la Germania convenia
que se hiciese. Luego otro dia vinieron juntas siete ciu-
dades, todas de la liga, entre las cuales eranMemin-
guen y Hempten, de las cuales ya tengo hecha memo-
ria. De manera que antes que su majestad de Hailprum
partiese , ya todas las ciudades de Suevia , excepto
Augusta, eslaban rendidas á su obediencia; porque,
como tengo dicho , ya la victoria del Emperador pelea-
ba por él en todas las partes de Alemania. Partiendo
el Emperador de Hailprum, tomó su camino para Lima,
pasando por el ducado de Vitemberg, y en seisjornadas
Jlcgó á ella. Mas los de la ciudad habian enviado á los
confines de su señorío sus embajadores á recebir á su
majestad , muy acompañados ; los cuales le hablaron en
español, hincados de rodillas allí en el campo, adonde
habian salido á esperar al Emperador, que venia de ca-
mino. La causa de hablalle en español dicen que fué,
parecelles que era mas acatamiento hablalle en lengua
que mas natural es suya y mas tratable , que no en la
propria dellos. La habla fué ofreciéndole la ciudad , y
particularmente las personas y haciendas, que unos
hombres muy determinados deservir á su príncipe pue-
den ofrecer. Sumajestad les respondió en español, dán-
doles una respuestamuy buena y graciosa, como ellos di-
cen; de la cual quedaron tan contentos cuanto era razón,
ymostraron bien la voluntad que al Emperador tienen, la
cual en toda Alemania generalmente se la tienen muy
buena; tanto, que la gente de guerra ordinariamente
le llaman unser fater; que quiere decir nuestro padre.
Este nombre quiso usar un prisionero de los enemigos
que unos tudescos nuestros trujeron un dia á su ma-
jestad. Preguntándole su majestad si le conocía, di-
jo : «Sí, conozco que sois nuestro padre.» Al cual su
majestad dijo : «Vosotros, que sois bellacos , no sois
mis hijos. Estos que están aquí á la redonda, que son
hombres de bien , estos son mis hijos, y yo soy su pa-
dre. » Fueron estas palabras oídas del prisionero con
gran confusión , y con grandísima alegría de todos ios
tudescos que al derredor estaban. Y demás desto , con
todas las otras gentes está bienquisto ; porque aun de
los que han andado contra él en esta guerra , los mas
dellos se ofrecen á probar que han sido engañados y no
haber sabido que era contra él , y en su arrepentimien-
to se ve bien, y entre ellos un conde muy principal se
dio de puñaladas, por ver la falta en que habia caído.
Y nadie se maraville desto , porque la fuerza de la vir-
tud es tanta, que aun á los malos convida á querella
bien ; y así, agora todos estiman mas el volver en gracia
de su majestad por volver á su amistad , que no por
salvar las haciendas que sin ella podían perder. Yo es-
cribo lo que he visto y conocido.
Estando su majestad en una villa de las de Ulma, vi-
nieron á ella embajadores de los de Augusta , porque
ya les daba el aire de nuestro campo; y aunque se en-
viaban á rendir á su majestad, era con condiciones que
su majestad no las aceptaba en ninguna manera , por-
que le suplicaban que perdonase á Sebastian Xertel;
y si desto no fuese servido, que alo menos sus castille-
jos los dejase á sus hijos. Mas no queriendo su majes-
tad conceder ninguna cosa destas, ellos dijeron que
Xertel estaba dentro de Augusta , y que tenia dos mil
hombres, y mucha parte en Augusta, y que estas eran
fuerzas tan grandes , que ellos no bastarían á eclialle.
Su majestad respondió que no se fatigasen por esto;
que él iría muy presto allá y le echaría. Vueltos ellos á
su ciudad con esta última resolución dé su majestad,
fué tanto el temor del pueblo, que acordaron de ren-
dirse. Y estando los del Señado en la casa de la villa,
entró Xertel y díjoles : «Señores, yo sé lo que tratáis,
que es concertaros con el Emperador; mas porque
por mí no lo dejéis de hacer, yo determino de ir-
me. Por ventura este servicio que hago á su majestad
en irme , y otros que le pienso hacer , serán causa que
me perdone. « Dichas estas palabras, se fué á su casa;
de allí, lo mas encubiertamente que pudo, dicen que
fué camino de Suiza. Los de Augusta vinieron á Ulma,
donde ya su majestad estaba , y el dia y hora que les
fué señalado vinieron á palacio. Su majestad los reci-
bió sentado en una silla con todas las ceremonias im-
periales acostumbradas , y ellos hincados de rodillas
con toda la humildad que convenia á hombres que tan-
to les iba en mostralla, el uno dellos habló en suma
desta manera , diciendo primero los títulos que ordi-
nariamente suelen decir á los emperadores.
«Tenemos entendido los de Augusta la grandeza de
nuestro pecado, y también el castigo que por él merece-
mos ; masconociendo por experiencia que vuestra cle-
mencia es tanta , que todos aquellos que os han ofen-
dido, y después, arrepentidosde sus yerros, espiden mi-
sericordia, la hallan en vos; os osamos suplicar que,
pues nosotros arrepentidos de los nuestros, y con áni-
mo de serviros mejor que todos, venimos á socorrer-
nos de vuestra clemencia, seáis servido que la que no
os ha faltado para con ellos , no os falte para con noso-
tros. Y pues nos entregamos á vuestra voluntad, supli-
camos que sea de manera que la desgracia que me-
recemos se torne en gracia , que de tan piadoso prín-
cipe se espera.» Su majestad les respondió conforme
á los de Ulma, pocas palabras mas ó menos; y des-
pués mandándolos levantar, le vinieron á tocar la ma-
no, como los de las otras ciudades también habian
hecho.
Después de rendida Augusta y Olma y Francfort, no
faltaba sino Argentina para que todas las cuatro cabe-
zas principales de todas las ciudades estuviesen á la
obediencia del Emperador. Mas viendo ella que Ulma,
Augusta y Francfort habian alcanzado el ser admitidos
de su majestad, envió á él á Ulma á pedir salvocon-
ducto para sus burgomaestres, los cuales vinieron á
poner su ciudad debajo del amparo y obediencia de su
majestad ; porque se sabe que hasta agora puede mas
la clementísima victoria del Emperador, que los indu-
cimientos y promesas de algunos que por sus respetos
particulares trataban con ellos otras cosas.
Las condiciones con que generalmente su majestad
ba recibido al conde Palatino, al duque de Vitemberg,
COMENTARIO DE LA GUERÜA DE ALEMANIA.
43Í
y á todos los oJros caballeros y á todas las ciudades,
sin las que particularmente yo no sé , son :
Li^fT perpetua con Ins de Austria.
Dan por ningunas todas las otras ligas que hasta aquí
liayan lieclio con otros.
Decláranse por enemigos del duque Juan de Sajonia
y de Felipe de Hesen , lantgrave.
Castigan á todos los soldados que salieron ó hubie-
ren salido de sus tierras á servir á ningún príncipe con-
tra el Emperador.
Reciben gente de guerra en los lugares que su ma-
jestad quiere poner, así como Xamburg con su coro-
nelía en Augusta, el conde Juan de Nasau con la su-
ya en Cima, y las doce banderas que mosiur de Bura
metió en Francfort; y sin esto, otras condiciones que
su majestad ha puesto, y otras que ha reservado en sí
para ponellas á tiempo conveniente.
Esta guerra se ha tratado seis meses con esta fero-
císima nación. En todo este tiempo á su majestad no
ha faltado el cuidado y el trabajo, peligro y vigilancia
que para acabar tan gran empresa era menester pasar
y tener; en la cual oso decir que, aunque se ha hecho
felicemente, nunca la fortuna del Emperador fué ma-
yor que su industria; porque quien considerare desde
el día que se puso en campo y á vista de los enemigos,
verá que siempre les fué ganando tierra y retirándolos.
Y asi los desalojó de Ingolstat forzosamente, y des-
pués de Donavert y de Norling con gran industria , y
después últimamente de sobre Guinguen por fuerza y
razón de guerra ; de donde fueron tan rotos los enemi-
gos, que no les queda otra fuerza sino la gente que el
duque Juan de Sajonia pudo llegar, para ir contra el
duque Mauricio y Lantgrave, retirado en su tierra. Su
majestad reserva para tiempo mas conveniente lo que
contra estos dos se ha de hacer. Entre tanto, para estas
cosas y otras tales quiso descansaren Ulma algunos dias,
y purgarse allí con el palode las Indias, que para su go-
ta suele ser muy provechoso. El duque de Vilemherg
venia á besar las mañosa su majestad y ofrecerle esen-
cialmente lo que ya tiene en su poder, y á cuatro leguas
de Ulmn se detuvo , porque allí le apretó la gota, de que
61 es muy apasionado.
Quien considerare bien el progreso desta jomada,
verá cuan importantes efectos fueron las cuatro veces
que los enemigos fueron desalojados, y cuánto mas
fué elseguillossu majestad contra el tiempo y contra
todos los otros estorbos que se le ponían delante. Por-
que á mi parecer en esto solo consistió el cumplimien-
to de la victoria que Dios le ha dado ; de la cual no han
faltado en este tiempo personas que, envidiosas de su
grandeza, procuran estorbar el progreso della; mas
Dios, que la ha permitido, permitirá que vaya adelan-
te. Y así, su majestad con la industria , ánimo y felici-
dad con que ha adquirido este imperio, con ellas mis-
mas también le conservará, porque con las artes que
se gana un imperio, con aquellas es cosa fácil sosle-
nelle.
LIBRO SEGUNDO.
Todo el tiempo que el Emperador osluvo en Ulma,
que no fué mucho, entendía eu los negocios que toca-
ban á las ciudades que ya se le liabian rendido, y á las
que entendían en venirse á rendir, y en otras cosasque
tocan al imperio, y juntamente con esto, no dejaba de
proveer lo necesario para los negocios de Sajonia; por-
que las cosas estaban en ella en términos, que no solo
el duque Juan Federico de Sajonia habia cobrado lo
que habían tomado el rey de Romanos y el duque Mauri-
cio, mas aun de sus estados les habia tomado parte; y
habia extendido tanto sus inteligencias, que en Bohemia
tenia amistades harto bastantes para poner aquel reino
en peligro, y habia tomado á Jaquimistal, que es un valle
muy principal en aquel reino, y donde son todas las
mineras que hay en él. Y esta empresa fué hecha mas
con voluntad de los boliemios, los cuales con sus di-
simulaciones fingían el rendirse , que por fuerza de los
capitanes del Duque, de los cuales el principal se llama-
ba Tumesbierne, que como general andaba en aquella
empresa; la cual, como digo, al principio fué disimu-
lada por los bohemios; mas después se declararon en
ella tan por del duque de Sajonia, que del todo vinie-
ron á perder la vergüenza al Rey, como adelante se
dirá.
Pues siendo la cosa de tanta importancia y habiendo
el Emperador sido informado dello, no solo por cartas
bien continuas del Rey, mas también por las de los
ministros que su majestad había enviado á saber par-
ticularmente lo que pasaba, él no tuvo lugar de tomar
el palo en lima , del cual por los trabajos pasados te-
nía harta necesidad. Y así, de nuevo comenzó apo-
ner orden en la empresa, para la cual era ya tan ne-
cesaria su persona como para la pasada , porque el
duque Juan Federico con la gente que entonces tenía,
que eran cuatro mil infantes, se habia dado tan buena
maña, que no tenía por cobrar de todo su estado sino
solamente Zuibica , ni habia dejado al duque Mauricio
i otra cosa sino á Trésen y á Lipsia , y á la Zuibica , que
i todavía la guardaba el duque Mauricio con buena in-
fantería. De manera que se podía decir que tenia toda
la Sajonia y Bohemia puesta en tales términos, que muy
abiertamente le confesaban por amigo, y en esto nin-
guna memoria hacían del Rey, para no hacer por el Du-
que todo lo que le convenia. Y había llegado la desver-
güenza de los bohemios á tanto, que con una honesta
disimulación tenían detenidas las hijas del Rey en el
castillo de Praga.
Habia el Emperador proveído antes que partiese de
Ulma algunas cosas que parecían tan bastantes, que
con ellas pudiera excusar el nuevo trabajo de su per-
sona, porque envió ocho banderas de infantería y ocho-
cientos caballos, y con ellos al marqués Alberto de
Brandemburg, el cual, demás desto, llevó consigo otros
mil caballos y otras ocho banderas. También envió al-
gunos dineros, que son el niervo de la guerra. Eraii fuer-
zas estasque, juntas con las del Rey y del duque Mau-
ricio, estaban superiores á las del duque de Sajonia , si
la manera de tratar la guerra fuera conforme á los apa-
rejos della ; mas, como adelante se dirá, pasó la cosa al-
go diferente de lo que al principio se pensó. Y porque
mas abundantemente fuese proveído lo que al Rey to-
caba , el Emperador enviaba á don Alvaro de Sande,
maestre de campo, con su tercio de los españoles, y al
marqués deMariñano con ocho banderas de tudescos;
mas estas fueron mandadas detener, porque la relación
lie las cosas de Sajonia venia tan llena de necesidad
436 DON LUIS DE
quo 'íu majestad se hallase personalmente en esta guer-
ra, que él determinó de no perdonar á trabajo suyo ni
peligro, viendo en el que estahan las cosas del Rey su
hermano y las del duque Mauricio, y junto con esto, el
que de allí podia resultar para todo lo de Alemania;
porque dejar que fuese mas adelante aquel fuego que ya
estaba tau encendido, era poner la victoria pasada en
los términos que estaba antes que se alcanzase. Asi
que, consideradas todas estas cosas, el Emperador par-
tió de Ulma, habiendo proveido que la infantería espa-
lóla partiese de sus alojamientos, y enviado alguna ar-
tillería, la cual tomó de los de Ulma.
El duque de Vitemberg por su enfermedad no habia
podido venir, como por el Emperador le habia sido man-
dado; mas ya á este tiempo estando mejor, vino el
mismo dia que su majestad partió de Ulma, á dar la
obediencia que un príncipe vencido debe á su vencedor
y señor; y así, estuvo en la sala esperando que su ma-
jestad acabase de comer, sentado en una silla en que le
traían cuatro hombres, porque por su enfermedad no po-
día estar de otra manera. El Emperador salió, y pasó ca-
be él sin mirallo , lo cual no dejó de mirar el Duque. El
Emperador se sentó con aquellas ceremonias que en tal
caso se suelen hacer, estando el marichal del imperio
delante con la espada imperial sacada y puesta en el
hombro. El chanciller del Duque y todos los de su con-
sejo se hincaron de rodillas, quitados los bonetes. Ha-
biendo dicho los títulos que á su costumbre suelen de-
cir al Emperador, dijeron en nombre de su amo estas
palabras :
«Yo, con toda la humildad que puedo y debo, me
presento delante de vuestra majestad , y públicamente
confieso que le he ofendido gravísímamente en la guer-
ra pasada y merecido toda la indignación que contra
mí tuviere, por lo cual yo tengo el arrepentimiento que
debo, el cual es igual á la razón que para tenelle hay.
Y así, yo vengo humilmente á suplicar á vuestra ma-
jestad, por la misericordia de Diosj por vuestra natu-
ral clemencia, que vuestra majestad por su bondad me
perdone y de nuevo reciba en su gracia ; porque á él
solo, y no á otro ninguno, conozco por supremo prínci-
pe y natural señor mío ; al cual prometo que en cual-
quiera parte que esté, le serviré, con todos los míos,
como humilísimo príncipe, vasallo y subdito suyo,
con toda aquella obediencia y sujeción y agradecimiento
que debo, para merecer la grandísima gracia que agora
recibo. Demás desto, me ofrezco de cumplir fidelísima-
mente todo lo que en los capítulos que por vuestra
majestad me han dado se contiene.»
El chanciller del Emperador, por su mandado, res-
pondió : «La majestad cesárea, nuestro señor clementí-
s¡mo,^atendido lo que el duque Udalrico de Vitemberg
humilmente ha propuesto, suplicado y ofrecido, vien-
do su arrepentimiento, y que públicamente confiesa que
gravemente ha ofendido á su majestad, y cuan digna-
mente merece su indignación ; teniendo respeto que ha
implorado y pedido por la misericordia de Dios per-
don de todas estas cosas, su majestad cesárea, por la
honra de Dios y por su natural clemencia , especial-
mente porque el pobre pueblo que no pecó no padezca,
tiene por bien de olvidar la ira y indignación que con-
tra el Duque tenia, y perdonalle clementísimamente, con
condición que el Duque observe y guarde todas las co-
AVILA Y ZÜNIGA.
sas á que se ofreció y está obligado.» El duque de Vi-
temberg dio grandes gracias á su majestad por ello ; y
así, prometió de ser siempre fidelísimo. A toilo esto es-
taban de rodillas su chanciller y los del Consejo. Él Du-
que estaba sentado en una silla, quitado el bonete, bajo
de todo el estrado, porque antes por sus embajadores
habia enviado á suplicar á su majestad le dejase estar
de la manera que su dolencia lo permitía, porque en pié
ni de rodillas, aunque era para pedir perdón, era impo-
sible poder estar. Fué para los de Ulma esta vista harto
admirable , porque, como no tienen otro vecino mas po-
deroso, parecíales este poderosísimo.
Pasado esto, su majestad se puso á caballo y prosi-
guió su camino. De Ulma vino el Emperador á Guin-
guen, adonde en la guerra pasada los enemigos hai)ian
estado alojados, y en el alojamiento tan extendido se
vio bien el número dellos. Allí se víó la fortificación que
tenían por la parte que se les pensó dar la encamisada,
como está escrito ; la cual ellos tenían tan bien fortifi-
cada y entendida , que cualquiera cosa que por allí se
emprendiera fuera muy á su ventaja. De allí vino el
Emperador á Norling, donde el tiempo y el no haberse
purgado se juntaron con la gola, y túvola tan recia, que
le puso en tanta flaqueza, que á todos quitaba la espe-
ranza de poder verle convalecido tan presto; mas él se
dio tanta priesa á curarse con todo lo que al presente
se podia curar, que comenzó á mejorar y á poderse le-
vantar de la cama.
En este tiempo Juan Federico , duque de Sajonia,
acrecentándosele siempre su campo, prosiguió el ha-
cerse señor de toda ella, y habia deshecho al marqués
Alberto y prendídole, lo cual fué desta manera. El
marqués Alberto estaba en un lugar que se llama Ro-
queliz , porque los que gobernaban la guerra contra el
duque de Sajonia tenían repartida toda su gente en
frontera contra él ; y así , el rey de romanos estaba con
su gente en Trésen , y el duque Mauricio en Frayberg
con la suya , y el marqués Alberto con diez banderas y
mil y ochocientos caballos en este lugar que digo. De-
más desto, tenían proveída á Zuibica y á Lipsia, la cua\
algunos días antes habia sido combatida por el duque
de Sajonia , mas fué muy bien defendida por los que en
ella estaban. Era esta villa de Roqueliz , donde el mar-
qués Alberto tenia su frontera, de una señora viuda
hermana delLantgrave, la cual entretenía al marqués
Alberto con danzas y banquetes, que son fiestas acos-
tumbradas en Alemania , y mostrábale tanta amistad,
que le hacia estar mas descuidado de lo que un capitán
conviene estar en la guerra; y por otra parte avisaba
al duque de Sajonia , el cual estaba en Garte , tres le-
guas pequeñas, con muy buena gente de caballo y trein-
ta y seis banderas de infantería , y usando de buena di-
ligencia amaneció otro día sobre el marqués Alberto; el
cual, por lo que á él le pareció, acordó de combatir en
la campaña ; finalmente , fué roto , y él preso , habien-
do peleado mas como valiente caballero que como cuer-
do capitán. Hay muchas opiniones : unos dicen que
el lugar no se podia defender; otros dicen que si se de-
tuviera en él, llegaran presto caballos del duque Mauri-
cio á socorrelle; otros dicen que quiso guardar cuatro
banderas que alojaban en el burgo , no fuesen rotas , y
que por eso se puso en campaña con las otras que esta-
ban dentro della. En fin, todas estas opiniones se resu-
COMENTARIO DE LA GUERRA DE ALEMANIA.
niieron en que él perdió cuatrocientos ó quinientos
caballos, muertos y presos, y mucha parte de los otros
se recogieron al rey de romanos. Otros dicen que que-
daron alguna parle dellos en servicio del duque de Sa-
jorna , el cual ganó todas las banderas de la infantería,
de la cual murieron pocos, porque muchos se recogie-
ron al Rey, y otros que fueron presos juraron de no
servir contra él , como se acostumbra hacer en Alema-
nia cuando los vencedores dan libertad á los vencidos.
El marqués Alberto fué llevado á Gota , un lugar fortí-
simo del Duque.
Habida esta victoria por él, no procedió por aquél
camino que todos pensaron , que era ir contra el du-
que Mauricio, el cual estaba mas cerca del ; mas deján-
dole estar en Frayberg, comenzó luego á entender en
las cosas de Bohemia; y así, envió á Tumeshierne con
seiscientos caballos y doce banderas , el cual se seño-
reó del valle de Jaquimistal con muy buena voluntad de
los bohemios, aunque muy disimulada. Este era el fun-
damento de todo lo que ellos y el Duque pensaban ha-
cer. Sabida esta nueva por el Emperador, y viendo que
el Rey y el duque Mauricio sostenían esta guerra, guar-
dando las fuerzas principales , y no sacaban la gente de-
ltas para tentar otra vez la fortuna, él se díó priesa á
partir de Norling, adonde, pocos días antes que partiese,
viniéronlos burgomaestres de Argentina, ciudad fortí-
simay poderosísima, como está dicho, y allí se pusieron
debajo de la obediencia de su majestad, con las condi-
ciones que á él le pareció que se les debían poner; en-
tre las cuales fué jurarle por Emperador, lo cual no ha-
bían hecho con ningún emperador pasado. Renuncia-
ron todas las ligas que tuviesen hechas, y juraron de
no entrar en ninguna donde la casa de Austria no en-
trase primero. Castigan á todos los soldados de su tier-
ra que hubieren sido contra su majestad. Ponen graví-
simas penas á los que de aquí adelante salieren con-
tra él. Echan de su ciudad á todos los rebeldes y deser-
vídores de su majestad, y entre ellos fué uno que era
capitán general dellos, llamado el conde Guillaorae de
Fustamberg , el cual negocia su perdón con todas las
diligencias y justificaciones que él puede. Dieron lo que
les fué impuesto por su majestad , y el artillería y mu-
niciones que les mandó dar, como las otras ciudades
lo habían hecho , y sin esto otras cosas que yo dejo de
decir, porque no quiero dejar de proseguir con la bre-
vedad que he comenzado. Otros lo podrán escribir mas
particularmente, pues el Emperador les ha abierto en
sí un campo tan ancho , que podrán bien extender en él
sus ingenios y estilos, que por grandes que sean, yo
les aseguro que quedarán inferiores á la materia.
Partido el Emperador de Norling, tomó el camino de
Nuremberga , llevando consigo los dos regimientos de
alemanes de los viejos, el uno del marqués de Mariñano
y el otro de Aliprando Madrucho, el cual, poco antes
que el Emperador partiese de Ulma, murió de calen-
turas. Perdió el Emperador en él un muy buen servidor,
y un soldado de quien se tenia esperanza que valdría
mucho en Alemania. Sin estos dos regimientos mandó
hacer otro de nuevo. Este hizo un caballero de Suevia,
llamado Hanzbalter. Llevaba también toda la infantería
española y los hombres de armas de Ñapóles y seiscien-
tos caballos ligeros , mil caballos tudescos del Tayche-
maestre y del marqués Juan y del archiduque de Aus-
437
tria. Había el Emperador enviado delante el duque Je
Alba, el cual había alojado en torno de Nuremberga
este campo , excepto algunas banderas que quedaban
para la compañía del Emperador ; y él estaba ya en Nu-
remberga, donde habia hecho el aposento para su ma-
jestad, y metido ocho banderas, que era el regimiento
del marqués de Mariñano, porque la autoridad del Em-
perador así lo requería y era necesario ; porque , aun-
que allí los nobles son muy imperiales, el pueblo, que
es grandísimo , suele algunas veces tener furias dignas
del freno que entonces se les puso. El Emperador fué
recibido en aquella ciudad conmucha demostración de
placer de todos los della, y fué á alojar al castillo, que es
su acostumbrado alojamiento. Allí estuvo cinco ó seis
días entendiendo en recoger el campo, y en su salud,
porque aun sus indisposiciones no eran acabadas.
Quien considerare esta guerra , parecerle ha una to-
da , por ser esta presente un ramo que salió de la pa-
sada^ y en alguna manera tendría razón. Mas á mi jui-
cio no ha sido una guerra, sino dos , porque la primera
ya el Emperador la había acabado deshaciendo el po-
derosísimo campo de la liga , y rindiendo las ciudades
della y algunos de los príncipes que mas podían ; y
cuanto á esto, ya la guerra de la liga estaba acabada.
Esta otra de Sajonia, aunque el Duque se habia halla-
do en la otra , no se podía contar por miembro della,
sino por cabeza de otra tan principal y tan peligrosa,
que fué bien necesario para ella el consejo del Empe-
rador, acompañado de su determinación y osadía. Yo
no quiero encarecer sus cosas; porque, demás de ser
ellas grandes de sí mismas , seria muy mal que yo pa-
gase el haberme criado en su casa con ninguna mane-
ra de lisonja; aunque deste trabajo me quita ser ellas
tan valerosas , que consigo se traen la admiración que
todos deben tener dellas. Ni tampoco quiero encarecer
las de los enemigos porque las del Emperador que los
venció parezcan mayores ; mas diré la verdad como
testigo della, pues no pasó cosa ninguna en que yo
no me hallase cerca del.
Desde Nuremberga, que era el camino que el Empe-
rador habia de tomar para juntarse con el Rey y el du-
que Mauricio , fué derecho á la villa de Eguer, donde,
por la oportunidad del lugar, estaba concertado que allí
se hiciese la vagsa de la guerra. Allí se habían de juntar
el Rey con sus caballos y algunas banderas de infante-
ría , y el duque Mauricio con los suyos ; y así , habían
concertado, á término señalado , que fuese en esta vi-
lla. El Rey partió de Trésen , que es lugar del duque
Mauricio y el duque de Frayberg, y dejando á mano
derecha las fuerzas de su enemigo , por Laytemeriz en-
traron en Bohemia para tornar á travesar los montes
de que ella está rodeada, y juntarse en Eguer con el
Emperador. Mas los de Bohemia mostraron entonces
abiertamente su intención, y declararon cómo no eran
vanas las esperanzas que el duque Juan de Sajonia tenia
en ellos; las cuales se extendían á tanto, que fué causa
de decirse muchas opiniones, las cuales no escribo
porque no las sé tan averiguadamente cuanto es razón
para ponellas aquí.
Ya el Emperador había andado tres jornadas después
que partió de Nuremberga , donde vino un gentil-
hombre del rey de romanos haciéndole saber cómo ,
después de haber entrado él y el duque Mauricio con la
438
caballería y alguna infantería en Bohemia, un caballero
bohemio habia juntado mucha gente, y cortado los bos-
ques y atajado los pasos por donde el Rey habia de pa-
sar, por dos ó tres partes , por las cuales habia probado
hacello para venir á Eguer , y este siempre las habia
embarazado; que le seria forzado rodear algunas jor-
nadas, y pasar por las montañas por unos castillos de
ciertos caballeros bohemios que con él venían ; y jun-
tamente con esto quería algunos arcabuceros españo-
les, para que mas fácilmente pudiese pasar y ser señor
de aquellos bosques. El Emperador proveyó todo lo que
convenia, aunque después no fué necesario que los es-
pañoles llegasen al paso; porque aquellos caballeros
que con el Rey venían le sirvieron tan bien, que le tu-
vieron desembarazado , y aquel caballero bohemio , que
era enemigo, no llegó con su gente allí. Estese llama
Gaspar Fluc, hombre muy principal en aquel reino, á
quien ya otras veces méritamente el Rey le habia qui-
tado su hacienda, y después muy überalmente hé(Jiole
merced della; mas él parece que tuvo mas memoria
del habérsela quitado que de la merced de habérsela
vuelto; porque los ingratos lo primero que olvidan son
los beneficios que reciben.
Cuentan que los caballeros que se juntaron para de-
fender aquellos pasos hicieron un banquete, y que des-
pués echaron suertes cuál seria capitán general , y or-
denáronlo de manera que cayese sobre este Gaspar
Fluc; no porque hubiese en él mas habilidad que en
otro para este cargo, sino porque tenia mas aparejo de
gpnte y dinero para sostener aquellos pasos , por ser
señor de la mayor parte dellos. Y también podía ser
que lo hiciesen porque, si la cosa sucediese después
mal , quería cada uno ver mas el peligro sobre la cabe-
za ajena que sobre la suya. En fin , sea como fuere , la
mayor parte de aquel reino hizo una muy ruin demos-
tración contra su príncipe.
Ya el rey de romanos había pasado por los castillos
que digo , y el Emperador, habiéndolo sabido, estaba á
tres leguas de Eguer, la cual es una ciudad de la coro-
na de Bohemia á los confínes de Sajonía , mas es fuera
de los montes; porque Bohemia es toda rodeada de
grandísimos bosques y espesos, y solamente á la parte
de Morabia tiene entradas llanas; por todas las otras
parece que la naturaleza la fortificó, porgue la espesu-
ra de las selvas y pantanos que hay en ellos hace difici-
lísimas las entradas. La tierra que se encierra dentro
destos bosques es llana y fértilísima, y muy poblada de
castillos y ciudades. La gente della es valiente natu-
ralmente y de buenas disposiciones. La gente de caba-
llo se arma como la de los alemanes ; la de pié di-
ferentemente, porque ni tienen aquella orden que la
infantería alemana , ni traen aquellas armas ; porque
unos traen alabardas y otros venablos, otros unos palos
de braza y medía de largo, de los cuales cuelgan con
una cadena otro de dos palmos herrado , ú los cuales
llaman pavisas; otros traen escopetas cortas y hache-
tas anchas , las cuales tiran á veinte pasos diestrísima-
mente. Solían estos bohemios en tiempos pasados ser
soldados muy estimados; al presente no están en tanta
reputación. Lo mas de Sajonía confina con Bohemia
desde Eguer, teniendo las montañas de Bohemia á ma-
no derecha, como van hasta pasado el Albis, que sale
de Bohemia y entra en Sajonía por Laitemcriz , ciudad
DON LUIS DE ÁVILA Y ZLÑIGA.
de Bohemia. Esto me parece que ha sido necesario de-
cir para entenderse mejor lo que pasó.
Estando el Emperador tres leguas de Eguer, vino
allí el Rey su hermano y el duque Mauricio y el mar-
qués Juan de Brandemburg, hijo del Elector, que ya su
padre se habia concertado con el Rey en el servicio del
Emperador; y así, envió á su hijo á servirle en esta
guerra. La gente de caballo que vino con el Rey serían
ochocientos caballos; el duque Mauricio trujo mil , el
marqués Juan Jorge cuatrocientos; los unos y los otros
bien en orden. Demás desto, trajo el Rey novecientos
caballos húngaros, que á mi juicio son de los mejores
caballos ligeros del mundo, y así lo mostraron en la
guerra de Sajonía en el año de 46, y agora en esta de 47.
I as armas que traen son lanzas largas , huecas y grue-
sas, y dan grande encuentro con ellas; traen escudos
ó tablachinas hechos de manera, que abajo son anchos,
y así lo son hasta el medio, y del medio arriba por la
parte de delante vienen enangostándose hasta que aca-
ban en una punta, que les sube sobre la cabeza ; son
acombados como paveses ; algunos traen jacos de malla.
En estas tablachinas pintan y ponen divisas á su modo,
que parecen harto bien ; traen cimitarras y estoques
juntamente muchos dellos, y unos martillos en unas
astas largas, de que se ayudan muy bien. Muestran gran-
de amistad á los españoles ; porque, como ellos dicen,
los unos y los otros vienen de los scitas. Esta fué la ca-
ballería que vino con el Rey. Infantería no trajo ningu-
na , porque en Trésen dejó cuatro banderas, y las otras
en entrando en Bohemia se fueron á sus casas. Sola
una bandera quedó con él, que después mandaron que-
dar en Eguer. Tampoco el duque Mauricio trajo infan-
tería, porque Lipsia y Zuibíca habían de quedar pro-
veídas, pues el duque de Sajonía estaba cerca con ocho
ó nueve mil tudescos muy buenos, y otros tantos sol-
dados hechos en la tierra, que no eran malos, y tres
mil caballos armados muy escogidos. Las otras do-
ce banderas y el resto de la caballería estaban con
Tumeshierne, como está dicho, y repartido por otras
partes.
El Emperador partió para Eguer, la cual ciudades
cristiana , que no es poca maravilla, estando cercada
de bohemios y sajones ; porque en los unos hay muy
pocos cristianos, y en los otros no hay ningunos. Lue-
go otro día de como el Emperador allí llegó, vino el
Rey, y el Emperador se detuvo la Semana Santa y pas-
cua de Resurrección en esta villa; y pasada la fiesta,
luego se partió, habiendo enviado al duque de Alba de-
lante con toda la infantería y parte de los caballos; el
cual envió cuatro banderas de infantería y tres com-
pañías de caballos ligeros con don Antonio de Toledo
á una villa donde estaban dos banderas del duque de
Sajonía ; y habiendo una pequeña escaramuza , la villa
se rindió y los soldados dejaron las banderas y las ar-
mas. Toda aquella tierra de Sajonía, que es confin de
Eguer, es áspera y llena de bosques y de pantanos; mas
después que se ha llegado á una villa que se llama Plao,
seis ó siete leguas de Eguer, la tierra se comienza á
abrir y extender en muy hermosas campañas y pra-
derías, muy llenas de castillos y lugares. Toda esta
provincia estaba tan puesta en armas, y el Duque la te-
nia tan llena de gente de guerra, que muy pocos luga-
res habia donde no estuviesen banderas de infantería,
COMENTARIO DE LA GUERRA DE ALEMANIA
y juntamente con esto él andoba conquistando algunos
lupares que liasta entonces no iiabia ganado.
En Cale tiempo el Emperador con toda la diligencia
posible caminó la vuelta de su enemigo, porque no
Labia cosa que mas desease que hallarle con todas
sus fuerzas en la campaña, y que no se metiese en cua-
tro tierras fortísimas, las cuales son Vitemberg, Gota,
Sonovalte y Heldrum , que había ganado del conde de
Mansfelt pocos dias Iiabia; y cada una destas era tan
fuerte , que bastaba á dilatar la guerra muchos años.
Así que, el Emperador, usando suma diligencia, cami-
no la vuelta de Maisen, villa del duque Mauricio, la cual
Iiabia tomado en este tiempo el duque de Sajonia, y
estaba en ella su campo ; porque el lugar era oportuno
para cualquier designio que quisiese tomar, por tener
puentes sobre el rio Albis y ser cerca de Bohemia, de
donde él esperaba gran socorro de infantería y caballos,
y también para irseá Vitemberg si conviniese. Así que,
estando en este lugar , el Emperador prosiguió su ca-
mino, viniéndosele á rendir algunas villas que estaban
cerca del , y también deshaciendo la infantería que por
aquellas partes el duque de Sajonia tenia repartida,
porque un dia deshizo el príncipe de Salmona tres ban-
deras , y otra deshizo un capitán de arcabuceros á ca-
ballo españoles, llamado Aldana, y algunos húngaros
con él ; y luego otro dia un capitán de su majestad,
llamado Jorge Espech, con siete banderas de tudescos
y algunos caballos , deshizo ocho banderas de infante-
ría que el Duque tenia en un lugar llamado Xeneiberg,
y todas las trajo al Emperador. Así que, nuestro cami-
no siempre fué haciendo faciones, que cada una dellas
se podía escribir mas largamente que yo la escribo.
Desta manera llegó el Emperador á tres leguas de
Maisen con su campo, y queriéndose alojar, le vino
nueva que Tumeshierne estaba con su gente á legua y
media de allí ; lo cual fué tomado con tanta alteración
del duque Mauricio, que trujo la nueva, y del rey de
romanos , que lo creyeron como si vieran los enemi-
gos al ojo ; y conforme á esto , les parecía que era bien
proveer algunas cosas bien diferentes á lo que conve-
nia , llegando nuestra gente bien cansada y con gran-
dísimo calor : no sabiendo la nueva tan cierta como era
menester, era dar mas trabajo al campo. Mase) Empe-
rador, que era el que había de proveer lo que había de
hacerse, proveyó que docientos húngaros por una parte
y docientos caballos ligeros por otra , descubriesen la
campaña, y entre tanto todo el campo reposase ; lo cual
á mi juicio fué mejor consejo que no fatigar la gente
con empresa tan incierta. Los descubridores llegaron
al lugar donde decían que estaban los enemigos, y no
solamente no los hallaron, mas no tuvieron nueva que
aquel dia hubiese parecido caballo ni soldado, sino unos
que aquella mañana habían prendido ciertos caballos li-
geros españoles, de los cuales se supo que el duque de
Sajonia estaba en Maisen, de la otra parle del rio Albis,
y habia fortificado su alojamiento. El Emperador estu-
vo en el suyo aquel dia y otro , porque habiendo diez
dias que la infantería caminaba desde que partió de
Eguer, estaban los soldados muy fatigados. Habiendo
reposado un dia, y estando con determinación de ir á
Waisen y hacer allí puentes y barcas, porque el Duque
Iiabia quemado las de la villa, y procurar pasar y com-
batir de la otra banda con su enemigo , le vino nueva
439
cómo se habia levantado de allí y caminaba la vuelta
de Vitemberg.
Yo he visto muchas veces muy bien acertados los de-
signios del Emperador , mas nunca he visto ninguno
que tan particularmente se acertase como este; porque
tiende que partió deste alojamiento hasta que volvió
(acabada la jornada del rio, donde partió para hacerla),
ninguna cosa dejó de ejecutarse como él lo habia ordena-
do , ni de suceder como él habia pensado. Y así , sabida
esta nueva, consideró que yendo á Maisen con el cam-
po, que era ir el rio arriba, se perdería tanto tiempo, que
ya el duque de Sajonia por la otra parte estaña con el
suyo no muy lejos de Vitemberg, que era el rio abajo;
y parecióle que habiendo vado por allí, podía pasará
tiempo que alcanzase á su enemigo; y informándose de
algunos de la tierra, le dijeron que tres leguas el rio aba-
jo habia dos vados, mas que ambos eran hondos yapa-
rejados á ser defendidos por los que de la otra parte es-
tuviesen. En esto vinieron algunos arcabuceros & caba-
llo españoles, con un capitán llamado Aldana, que por
mandado del Emperador habia ido á descubrir los ene-
migos, y deste capitán se supo cómo aquella noche se
alojaban en Milburg, que es un lugar de la otra banda
de la ribera tres leguas de nuestro campo, y que por
allí decían que habia vado , mas que sus cabo líos habían
pasado á nado. Al Emperador le pareció que no era
tiempo de dilatar la jornada , y envió luego á llamar al
duque de Alba , para que se proveyese lo que convenia,
porque él determinaba de pasar el rio por vado ó por
puente, y combatir lo=: enemigos. Y fundado sobre esta
determinación , ordenó las cosas conforme á ella ; lo
cual á muchos pareció imposible, por estar los enemi-
gos de la otra banda del rio , y el camino ser largo , y
otras cosas que habia que parecían ser estorbo á la pres-
teza que era necesario tener. Mas el Emperador quiso
que su consejo se pusiese en efecto; y así, mandó que
el artillería y las barcas del puente luego aquel dia, an-
tes que anocheciese , caminasen , y la infantería espa-
ñola á media noche, y luego los tres regimientos tudes-
cos y toda la caballería en la orden acostumbrada de los
otros dias. Hizo aquella mañana una niebla' tan oscu-
ra , que ninguna parte deste ejército veía por dónde iba
la otra, y desto vi quejarse el Emperador diciendo :
«Estas nieblas nos han de perseguir siempre estando
cerca de nuestros enemigos. » Mas ya que llegamos cer-
ca del rio , se fué alzando la oscuridad , y comenzamos
á descubrir el Albis y á los enemigos alojados de la otra
banda. Este es el Albis tantas veces nombrado por los
romanos , y tan pocas visto por ellos.
Estaba el duque de Sajonia alojado de la otra banda,
en esta villa que se llama Milburg, con seis mil infan-
tes soldados viejos y cerca de tres mil caballos, porque
los demás tenia con Tumeshierne, y los otros habíanse
deshecho con las catorce banderas que de camino el
Emperador había tomado , y juntamente tenia veinte y
una piezas de artilleria, y estaba bien asegurado, por-
que sabia que si íbamos á pasar por Maisen, él nos te-
nia gran ventaja para esperar ó irse donde quisiese; y
por donde él estaba era difícil cosa pasar, por el anchu-
ra y profundidad del rio , y por ser la ribera que él te-
nia ocupada muy superior á la nuestra, y guardada de
una villa cercada y un castillo , que aunque no era tan
fuerte oue bastase para guardarse á sí, éralo para de-
440 DON LUIS DE A\
fentler el rio. Ya el alojamiento de nuestro campo es-
taba señalado, yreparlidos ios cuarteles, cuando el Em-
perador llegó, que serian ocho lioras de la mañana, por
lo cual mandó que estuviese la gente de caballo en la
misma orden que estaba sin alojarse. El sitio de nues-
tro campo era cerca del rio, mas habia en medio del de
los enemigos y el nuestro unas praderías y unos bosques
(,'randes que llegaban cerca de la ribera. A la hora que
rengo dicho, el Emperador y el rey de romanos toma-
ron algunos caballos, y adelantáronse á topar al duque
de Alba, que iiabia ido adelante y liabia bien recono-
eido los enemigos; y considerando que el rio defen-
dido dellos mostraba no haber medio de poder pasar,
el Emperador y el Rey, hablando con el Duque, ordenó
que se buscasen algunos de la tierra, que mas particu-
larmente mostrasen el vado de loque se sabia por la
relación que hasta alli se tenia, pues no se habia de
emprender cosa tan grande temerariamente y sin sa-
ber cómo se emprendía. En esto se puso mucha diligen-
cia, y entre tanto el Emperador y el Rey, y el duque
Mauricio con ellos, se entraron en una casa á comer un
poco , y estando poco tiempo alli, se salieron para ir á
la parte donde estaban los enemigos; y yendo allá el
duque de Alba, vino al Emperador, y le dijo que le traia
una buena nueva, que tenia relación del vado, y hombre
de la tierra que lo sabia bien. Llamábase este lugar de
donde el Emperador salió, Schermeser, que en español
quiere decir navaja , el cual estaba no muy lejos del va-
do; al cual, después que el Emperador llegó con el Rey y
el duque de Alba y el duque Mauricio , vio que los ene-
migos estaban á la otra parte del , y tenían repartida su
artillería y arcabucería por la ribera, y estaban puestos
á la defensa del paso y del puente que traían hecho de
barcas, el cual estaba repartido en tres piezas, para lle-
varle consigo el rio abajo con mas facilidad. Era la dis-
posición del paso desta manera : la ribera que los ene-
migos tenían era muy superior á la nuestra , porque
de aquella parte era muy alta y sobre ella un reparo
como los que hacen para cercar lieredades, que en mu-
chas partes podian cubrir sus arcabuceros; nuestra
parte era tan descubierta y llana , que tedas las crecien-
tes del rio corrían por allí. Ellos tenian la villa y el cas-
tillo que tengo dicho ; de nuestra banda todo estaba
raso, sino eran algunos árboles pequeños y espesos,
que estaban bien apartados del agua, la cual por aque-
lla parte do se pensaba que era vado tenia trecientos
pasos de ancho. La corriente , aunque parecía mansa,
traia tan gran ímpetu , que no ayudaba poco á la for-
taleza del paso ; el cual, por todas estas cosas que tengo
dicho , estaba tan dificultoso , que era bien menester
acompañar la determinación del Emperador con arte
y fuerza. Ordenó que en aquellos árboles espesos que
estaban apartados del agua se pusiesen algunas piezas
de artillería , y se metiesen ochocientos ó mil arcabu-
ceros españoles, y que estos, juntamente con el artille-
ría , disparasen y arremetiesen , porque por el artillería
los enemigos se apartasen y no fuesen tan señores de
la ribera, y nuestros arcabuceros viniesen á ser señores
de la nuestra, y llegar al agua, aunque la parte era des-
cubierta ; lo cual , aunque se hacia con dificultad y pe-
ligro , era menester hacerse así.
^ Mas en este tiempo los enemigos, poniendo arcabuce-
ría en sus barcas, las llevaban por el rio abajo; y así , fué
ILA Y ZÚÑIGA.
necesario que nuestros arcabuceros saliesen á la ribe-
ra abierta , lo cual hicieron con tanto ímpetu, que en-
traron por el rio muchos dellos hasta los pechos , y co-
menzaron á dar tanta priesa dearcabuzazos á los de la
ribera y á los de las barcas , que matando muchos de-
llos, se las hicieron desamparar ; y así , quedaron sin ir
por el rio mas adelante. Esta arremetida de nuestros
arcabuceros fué estando el Emperador con ellos ; y así,
juntamente arremetió hasta el rio. Allí se comenzó la
escaramuza dende la una ribera á la otra : toda la arca-
bucería de los enemigos tiraba á la nuestra y su artille-
ría; mas la nuestra y nuestros arcabuceros, aunque es-
taban en sitio desigual, les daban grandísima priesa;
tanto, que se conocía ya la ventaja de nuestra parte,
por parecer que los enemigos tiraban mas flojamente.
Por esto el Emperador mandó que viniesen otros mil
arcabuceros españoles con Arce , maestre de campo de
los de Lombardia , para que mas vivamente los enemi-
gos fuesen apretados; y así , anduvo la escaramuza tan
caliente, que de una parle y de otra parecían salvas las
arcabucerías, cuando dejaron los enemigos las barcas,
quedando en ellas muchos muertos , y habían dejado
puesto fuego en las mas dellas, y también muchos sol-
dados dellos no osaron salir, por nuestra arcabucería,
porque les parecía que levantándose tenian mas peli-
gro, y se quedaron tendidos en ellas.
En este tiempo nuestra puente liabia llegado á la ri-
bera , mas la anchura del rio era tan grande , que se vio
que no bastaban nuestras barcas para ella; y así, era
necesario que ganásemos las de nuestros enemigos; y
como para la virtud y fortaleza no hay ningún camino
difícil, tampoco lo fué este del Albis, con todas sus di-
ficultades.
Ya en este tiempo los enemigos comenzaban á des-
amparar la ribera , no pudiendo sufrirla fuerza de los
nuestros; mas no tanto que no hubiese muchos á la de-
fensa. Pues viendo el Emperador que era necesario ga-
nalles su puente , mandó que el arcabucería usase toda
diligencia; y así, súbitamente se desnudaron diez ar-
cabuceros españoles, y estos, nadando con las espadas
atravesadas en las bocas, llegaron á los dos tercios de
puente que los enemigos llevaban el rio abajo , porque
el otro tercio quedaba el rio arriba muy desamparado
dellos. Estos arcabuceros llegaron á las barcas, tirán-
doles los enemigos muchos arcabuzazos de la ribera, y
las ganaron, matando á los que habían quedado dentro,
y así las trujeron : también entraron tres soldados es-
pañoles á caballo armados , de los cuales uno se ahogó.
Ganadas estas barcas , y estando ya toda nuestra ar-
cabucería tendida por la ribera y señora della, los ene-
migos comenzaron del todo á perder el ánimo.
En este tiempo el duque de Alba tornó á decir á su
majestad certificadamente cómo el vado era descu-
bierto y se podía pasar ; y así , el Emperador quiso pro-
seguir su determinación y pasar el rio , porque en todt
caso determinaba de pasar aquel día, y no dar tiempo á
que el duque de Sajonia ocupase aquellas fuerzas que
tengo dichas, que eran bastantes á dilatar la guerra
muchos años; el cual, cuando el Emperador llegó al
vado, dicen que estaba oyendo el sermón, como es la
costumbre de luteranos ; mas pienso yo que después
de sabida nuestra llegada , no debió de ser mucho el
tiempo que en oír su predicador gastó; y así, luego
COMENTARIO DE LA
comenzó á proveer toflas las cosas necesarias á la de-
fensa ; las cuales aprnvecliaron poco contra la virtud
del que venia contra él y de los soldados que traia. Ya
la ribera de nuestros enemigos parecía desamparada;
y así, el Emperador con una presteza increíble mandó
que la caballería comenzase á pasar el vado, y junta-
mente que del puente de los enemigos y del nuestro se
luciese uno, y pasase la infantería española y luego los
tres regimientos de alemanes. Había puesto tanta dili-
gencia el duque de Alba en descubrir el vado , que por
todas partes había becbo buscar guias y plúticos del rio,
entre los cuales se bailó un villano muy mancebo, al
cual habían los enemigos tomado el día antes dos ca-
ballos, y como en venganza de su pérdida, se vino á ofre-
cer que él mostraría el vado , y decía : « Yo me venga-
ré destos traidores que me han robado, con ser causa
que hoy sean degollados. » Parecía que tenia ánimo
digno de otra fortuna mayor que la suya , pues no se
acordaba de su pérdida, sino de la venganza que había
de tomar, la cual ya parecía que se le representaba.
Venida toda la caballería á la ribera del río , el Em-
perador maiidó quedar á la guarda del campo nue-
ve banderas de alemanes , de cada regimiento tres , y
quinientos caballos tudescos, docientos y cincuenta de
los del marqués Alberto, que de la rota de su señor se
recogieron al Rey, y otros tantos de los del marqués
Juan; y luego mandó que comenzasen á pasar los caba-
llos húngaros, de los cuales y de los Ugeros que el Em-
perador tenia , ya habían comenzado á pasar antes que
los enemigos hubiesen acabado de salir de la villa que
tengo dicha, y habían habido algunas cargas sobre
ellos. Mas nuestros arcabuceros, entrando en el rio bas-
ta los pechos, defendían tan vivamente y tiraban tan á
menudo , que nuestros caballos estaban tan seguros en
la otra ribera como en la nuestra; mas ya que los ene-
migos se comenzaron á alargar, dejaron del todo la
esperanza de sostener el vado ; y viendo que el Empe-
rador se le había combatido y ganado, hicieron su de-
signio de ir á una villa que se llama Torgao, sí no pu-
diesen ganar tanta ventaja, que llegasen á Yitemberg, ó
combatir en el camino , si para una destas dos cosas no
tuviesen tiempo.
El duque de Alba, por orden del Emperador, mandó
que toda la caballería húngara y el príncipe de Salmo-
na con sus caballos ligeros pasase el rio , llevando ca-
da uno un arcabucero á las ancas del caballo , y luego
pasó con la gente de armas de Ñapóles, llevando con-
sigo al duque Mauricio y á los suyos, porque esta caba-
llería era la vanguardia. Luego el Emperador y el rey de
romanos con sus escuadrones llegaron á la ribera. Iba
el Emperador en un caballo español castaño oscuro,
el cual le había presentado mosiur de Ri, caballero del
orden del Tusón, y su primer camarero ; llevaba un ca-
parazón de terciopelo carmesí con franjas de oro , y
unas armas blancas y doradas, y no llevaba sobre ellas
otra cosa sino la banda muy ancha de tafetán carmesí
listada de oro , y un morrión tudesco, y una media has-
ta , casi venablo, en las manos. Fué como la que escri-
ben de Julio César cuando pasó el Rubícon , y dijo
aquellas palabras tan señaladas; y sin duda ninguna co-
sa mas al propio no se podia representar á los ojos de
los que allí estábamos, porque allí vimos á César que
pasaba un rio, él armado y con ejército armado , y que
GUERRA DE ALEMANIA. 44i
' de la otra parte no había que' tratar sino de vencer , y
que el pasar del río había de ser con esta determina-
ción y con esta esperanza ; y así, con la una y con la otra
el Emperador se metió al agua , siguiendo el villanoque
tengo dicho , que era nuestra guía ; el cual tomó el va-
do masa la mano derecha el rio arriba de lo que los
otros habían ido. El suelo era bueno , mas la profun-
didad era tanta , que cubría las rodillas de los caballe-
ros, por grandes caballos que llevasen; enalgunas par-
tes nadaban los caballos; mas era poco trecho. Desta
manera salimos á la otra ribera, adonde, por ser el rio
mas extendido , tenia mas de trecientos pasos en an-
cho. El Emperador hizo dar á su guia dos caballos y
cien escudos.
Ya la puente se comenzaba á hacer de nuestras bar-
cas y de las que ganamos á nuestros enemigos, y la
infantería española estaba junto della para pasar en
siendo acabada, y luego seguía la alemana para pasar
como dicho es, porque esta orden habla dado el Em-
perador; y ya los húngaros y caballos ligeros , dejando
los arcabuceros que habían pasado á las ancas , se ade-
lantaron y iban escaramuzando y entreteniendo el ene-
migo, que caminaba con la mayor orden y priesa que
podía , sin dejar en la villa de Milburg ningún soldado ;
lo cual al principio se penseque hiciera, y este fué uno
délos respetos que se tuvo para hacer qu^ pasasen ar-
cabuceros con los caballos ligeros; mas él con to3o su
campo ganaba siempre la ventaja de la tierra que po-
día, repartida su infanteria en dos escuadrones, uno
pequeño y otro grueso , y nueve estandartes de caba-
llería , repartidos de manera que cuando nuestros ca-
ballos ligeros y húngaros los apretaban, ellos volvían y
les cargaban de manera , que daban lugar á que su in-
fantería en este tiempo pudiese caminar. El Empera-
dor, con mayor trote que podía sufrir gente de armas,
seguía el camino que los enemigos llevaban , en el cual
halló un crucifijo puesto, como suelen poner en los ca-
minos, con un arcabuzazo por medio de los pechos.
Esta fué una vista para el Emperador tan aborrecible,
que no pudo disimular la ira que de una cosa tan fea se
dedia recebir , y mirando al cíelo dijo : « Señor , sí vos
queréis, poderoso sois para vengar vuestras injurias; »
y dichas estas palabras, prosiguió su camino por aque-
lla campaña tan ancha y tan rasa; y porque el polvo que
nuestra vanguardia hacía era muy grande , y el aire le
traía á darnos en los ojos, el Emperador se puso sobre
la mano derecha della , y así hizo dos cosas : la una te-
ner la vista libre para lo que fuese necesario, y la otra
proveer al peligro que en nuestros tiempos habernos
visto suceder de no ir los escuadrones en la orden que.
conviene, porque tenemos por experiencia que vinieih
do rompida una vanguardia , suele romper á la batalla,
por no ir colocada en aquel lugar que debe. Así, el Em-
perador proveyó á este inconveniente con ponerse en
parte él y el Rey con sus dos escuadrones, que siendo
nuestra vanguardia puesta en peligro, él estaba á punto
para socorrer cargando en los enemigos; los cuales
iban tan fuertes, que era necesario hacer esta provi-
sión.
Ya el duque de Alba con la gente de la vanguardia,
yendo escaramuzando siempre, estaba tan cerca, que
¡os enemigos hicieron alto y comenzaron á tirar toda
su artillería; lo cual los alemanes saben siempre hacer
442
DOiN LUIS DE ÁVILA Y ZÚÑIGA.
muy bien, y por esto el Emperador dió mas priesa ú
igualar con la vanguardia. Nuestra inrantería aun no
parecía , ni seis piezas de artillería que con ella hablan
de venir; y no era maravilla, porque el puente no se
liabia podido hacer con tanta presteza. Esto era ya tres
leguas tudescas del Albis, y el Emperador se habia dado
gran priesa con la caballería , porque con ella empren-
dió deshacer á su enemigo ; el ciial , si esperara mas á
nuestra infantería, tuviera lugar de llegar al cabo su
designio ; donde se ve claramente cuánto pueden en las
cosas grandes los consejos determinados.
Eran los caballos de nuestra vanguardia los que aquí
diré. Cuatrocientos caballos ligeros con el príncipe de
Salmona y con don Antonio de Toledo, y cuatrocientos
y cincuenta húngaros, porque trecientos habían sido
enviados aquella mañana á reconocer á Torgao; cien
arcabuceros á caballo españoles, seiscientas lanzas del
duque Mauricio , y docientos arcabuceros á caballo su-
yos ; docientos y veinte hombres de armas de los de
Ñapóles con el duque de Castrovílla; nuestra batalla,
que era dos escuadrones; el del Emperador seria de
cuatrocientas lanzas y trecientos arcabuceros tudescos
de caballo; el del Rey era de seiscientas lanzas y tre-
cientos arcabuceros de caballo. Toda nuestra caballería
era esta , de la cual yo afirmo que no bajo ni hago me-
nor el número de lo que era. Iban nuestros escuad^o-
nes ordenados diferentemente de los tudescos, porque
ellos hacen la frente de los escuadrones de su caballe-
ría muy angosta, y los lados muy largos. El Emperador
ordenó los suyos que tuviesen diez y siete hileras de
largo ; y así venia á ser la frente dellos muy ancha , y
mostraba mas número de gente, y representaba una vista
muy hermosa. Y á mi juicio esta es la mejor orden y
mas segura, cuando la disposición de la tierra lo sufre,
porque la frente de un escuadrón de caballos muy an-
cho , no da tanto lugar que sea rodeado por los lados;
lo cual se puede hacer muy fácilmente en un escuadrón
que trae la orden angosta , y bastan diez y siete hi-
leras de espeso para el golpe , y un escuadrón puede
dar en otro. Desto se ha visto el ejemplo maniliesto en
la batalla que la gente de armas de Flándes ganó á la
gente de armas de Cléves, cabe la villa de Citar, el año
de i 543.
Los enemigos iban en la orden que tengo dicho, que
eran seis mil infantes en dos escuadrones, y nueve es-
tandartes de caballería en que habia dos mil y seis-
cientos caballos, y un guión gue andaba acompañado de
ochenta ó noventa caballos. Este era el duque de Sajo-
nia, que andaba proveyendo por sus escuadrones lo que
convenia; el cual al principio, no habiendo descubierto
sino nuestra vanguardia, porque los polvos le quitaban
la vista de la batalla , parecíale que facílísimameute po-
día resistir aquella caballería; mas un mariscal de su
campo, llamado Wolf Krayz, que nos había mejor reco-
nocido, le dijo que se apartase un poco á un lado, y
vería lo que contra sí tenia ; y así , descubrió la batalla,
donde el Emperador y el Rey iban; la cual iba de la
manera que tengo dicho. La persona del Rey iba junto
con la del Emperador, y en este escuadrón , con su ma-
jestad, iba el príncipe de Piamonle. Los dos archidu-
ques de Austria, hijos del Rey, llevaban el escuadrón
del Rey.
Descubriendo el duque de Sajonia del todo nuestra
caballcíía, y viendo claramente en la orden y en el ca-
minar nuestra determinación, se envolvió entre sus
escuadrones, y determinó con la mejor orden que pudo
de ganar un bosque que estaba en su camino , porque le
pareció que con su infantería podía editar allí tan fuerte,
que venida la noche, podía irse á Vilemberg, porque
era lo que deseaba. Torgao no le había parecido lu-
gar seguro para irse á ella, porque según él después
dijo , habia oido aquella mañana golpes de artillería, los
cuales tiraban á los reconocedores que allí habían ido,
y él habia pensado, viéndose seguido de parte de nues-
tro campo, que la mitad del con el duque de Alba le
ejecutaba, y que la otra mitad llevaba el Emperadora
ponerse sobre Torgao, y que no siendo fuerte el lugar,
aunque está sobre el Albis, no era cosa segura dejar-
se encerrar; ó sea esto, ó lo que dicen, que dejó de
irse á Torgao, porque no se le acordó, ni en aquel
tiempo tuvo hombre de su consejo que se le diese ea
ninguna cosa de las que le convenían; sea como fue-
re, en fin , él acordó de procurar ganar el bosque para
Vilemberg, y si le conviniese combatir, hacerlo con
mas ventaja suya. Y para conseguir uno destos dos
efectos ganando aquel bosque, que es lleno de pantanas
y caminos estrechos, mandó á su arcabucería de pié y
á toda la de caballo hacer una carga en toda nuestra ca-
ballería ligera, porque mas cómodamente la infantería
ganase el sitio que él quería , la cual hicieron harto vi-
vamente.
Ya en este tiempo , como está dicho , el Emperador
se habia igualado con el avanguardia , y habia iiabla-
doal duque Mauricio muy alegremente, y á la gente
de armas de Ñapóles, diciéndoles las palabras que en
un dia como aquel un capitán debe decir á sus solda-
dos, y dándoles el nombre, que era Sant Jorge, Impe-
rio; Sant lago, España. Así caminaron la vuelta de
los enemigos al paso que convenia. Yendo así igualados
todos los escuadrones , la batalla halló á su mano de-
recha un arroyo y un pantano grande, donde cayeron
algunos caballos; y porque no cayesen todos, fué ne-
cesario que la batalla se estrechase tanto , que la van-
guardia pudiese pasar sin que se mezclase el un es-
cuadrón con el otro, y se desordenasen ambos. Y desta
causa sucedió que, yendo al lado, vino á pasarla van-
guardia delante, al tiempo que los enemigos querian
comenzar la carga que tengo dicha; la cual hicieron en
nuestros caballos ligeros con muy buena orden.
A este tiempo el duque de Alba, conociendo tan bue-
na ocasión , envió á decir al Emperador que él carga-
ba, y así lo hizo por una parte con la gente de armas
de Ñapóles, y el duque Mauricio con sus arcabuceros
por la otra. Y luego su gente de armas y nuestra bata-
lla, que ya habia tornado á ganar la mano derecha,
movieron contra los enemigos con tanto ímpetu, que
súpito comenzaron á dar la vuelta los enemigos, y apre-
taron los nuestros de manera, que á ninguna otra cosa
les dieron lugar sino de huir; y comenzaron á dejar
su infantería , la cual al principio hizo un poco de re-
sistencia para recogerse í¡1 bosque. Mas ya toda nuestra
caballería andaba tan dentro de la suya y de sus infan-
tes, que en un momento fueron todos rotos. Los hún-
garos y los caballos ligeros, tomando un lado, acome-
tieron por un costado, y con una presteza maravillosa
comenzaron á ejecutar la victoria , para lo cual estos
COMENTARIO DE LA GUERRA DE ALEMANIA.
4i3
liúngaros tienen grandísima industria; los cuales ar-
remetieron diciendo España, porque á la verdad el
nombre del Imperio, por la antigua enemistad , no les
es muy agradable. 1
Desta manera se llegó al bosque , por el cual eran !
tantas las armas derramadas por el suelo , que daban
grandísimo estorbo á los que ejecutaban la victoria ; los
muertos y heridos eran muchos; unos muertos de en- :
cuentro, otros de cuchilladas grandísimas, otros de
arcabuzazos; de mantira que era únala muerte, y los
géneros della muy diversos. Eran tantos los prisione-
ros , que habia muchos de los nuestros que traiaa
quince y veinte soldados rodeados de sí. Habia muchos
hombres, que parecían ser de mas arte que los otros, ,
muertos en el campo, otros que aun no acababan de \
murir, gimiendo y revolviéndose en su misma sangre; i
otros se veía que se les ofrecía su fortuna como era la
voluntad del vencedor , porque á unos mataban y á otros
prendían, sin haber para ello mas elección que la volun-
tad del que los seguía. Estaban los muertos en muchas ¡
partes amontonados, y en otras esparcidos, y esto era
como les tomaba la muerte, huyendo ó resistiendo. El
Emperador siguió el alcance una gran legua. Toda la ;
caballería ligera , y mucha parte de la tudesca y de los
hombres de armas del reino el siguieron tres leguas.
Ya estábamos en medio del bosque, cuando el Empera-
dor, que allí estaba, paró y mandó recoger alguna gente
de armas, porque toda andaba ya tan esparcida, que tan
sin orden andaban los vencedores como los vencidos;
lo cual fué asegurar la victoria, y si algún inconvenien-
te sucediera á los que iban adelante provcello, porque
es cosa muy sabida que un capitán lo ha de pensar todo,
y no decir después : a No lo pensé.»
Habiendo parado allí el Emperador y el Rey, el cual
en todo esto mostró ánimo verdaderamente de rey, vino
el duque de Alba, que habia llegado mas adelante si-
guiendo el alcance , armado de unas armas doradas y
blancas, con su banda colorada, en un caballo bayo,
sin otra guarnición alguna mas de la sangre de que ve-
nia lleno de las heridas que traía en él. El Emperador
le recibió muy alegremente y con mucha razón. Estan-
do así, vinieron á decir al Emperador cómo el duque
de Sajonia era preso. En su prisión pretendían ser los
principales dos hombres de armas españoles de los de
Ñapóles, y tres ó cuatro caballos ligeros españoles y ita-
lianos, y un húngaro y un capitán español. El Empera-
dor mandó al duque de Alba que le trújese; y así, fué traí-
do delante del. Venia en un caballo frison,con una gran
cota de malla vestida, y encima un peto negro con unas
correas que se ceñían por las espaldas , todo lleno de
sangre, de una cuchillada que traía en el rostro, en el
lado izquierdo. El duque de Alba venia á su mano de-
recha, y así lo presentó á su majestad. El duque de Sa-
jonia se quiso apear, y queríase quitar el guante para
tocar la mano , según costumbre de alemanes, al Em-
perador; mas él no lo consintió ni lo uno ni lo otro,
porque á la verdad, del trabajo y de la sed y de la he-
rida venia tan fatigado, y él es tan pesado, que pienso
que el Emperador tuvo mas respeto á esto que á lo que
él merecía. El se quitó el chapeo y dijo al Emperador,
según costumbre de Alemania : «Poderosísimo y gra-
ciosísimo Emperador, yo soy vuestro prisionero. » A es-
to el Emperador respondió : « Agora me llamáis em-
perador; diferente nombre es este del que me solíades
llamar;» y esto dijo porque cuando el duque de Sa-
jonia y Lantgrave traian el campo de la liga , en sus
escritos llamaban al Emperador «Curios de Gante, el
que piensa que es Emperador ». Y así, nuestros alema-
nes cuando esto oían decían : «Deja hacer á Carlos de
Gante ; que él os mostrará si es emperador ; » y por es-
ta causa el Emperador respondió a sí ; y después le dijo
que sus méritos le habían traído en los términos en que
estaba. A estas palabras el duque de Sajonia no respon-
dió nada, sino alzando los hombros abajó la cabeza,
suspirando con semblante digno de haberle lástima, si
la mereciera un bárbaro tan bravo y tan soberbio co-
mo él habia sido. El Duque tornó á decir al Empera-
dor le suplicaba que le tratase como á su prisionero;
el Emperador le dijo que él seria tratado según que
merecía; y mandó al duque de Alba que con buena
guardia le hiciese llevar al alojamiento del rio, que era
el que se tomó aquel día mismo cuando ganamos el va-
do. La alegría de la victoria fué general en todos , por-
que se entendió entonces cuan importante era, y ca-
da día se entendía mas. El duque Mauricio aquel día
yendo ejecutando la victoria, uno de los enemigos lle-
gó por detrás y púsole un arcabuz en parte, que si acer-
tara á dar fuego, le matara ; el cual fué luego hecho pe-
dazos él y su caballo por los que con el Duque iban.
Fueron muertos de la infantería de los enemigos
hasta dos mil hombres, y heridos muchos, que deján-
dolos allí, se saheron y salvaron en aquella noche, y otro
día fueron presos ochocientos infantes. De los de caba-
llo fueron muertos, según se puede estimar, mas de
quinientos; el número de los presos fué muy mayor,
porque entre nuestros alemanes, como la nación ?ca
una, pudiéronse encubrir mejor, y los que se saben,
fueron tantos, que los húngaros y caballos ligeros y
la otra gente de armas ganaron muchos ; de mane-
ra que se sabe que no se recogieron en Vitemberg, de
los de pié y de los de caballo, cuatrocientos hombres.
Ganáronse quince piezas de artillería, dos culebrinas
largas , cuatro medias culebrinas , cuatro medios caño-
nes , cinco falconetes y grandísima copia de municio-
nes, y otro día se ganaron otras seis piezas, que por ha-
ber caminado con mucha diligencia mas que las otras,
se habían entrado en un lugar pequeño. Ganóse todo
el carruaje, en lo cual nuestra gente de caballo hubo
grandísima copia de ropa y dinero. Fueron ganadas
diez y siete banderas de infantería y nueve estandartes
de caballo, y el guión del duque de Sajonia. Fué preso
el duque Ernesto de Brunsvic , el cual en la guerra pa-
sada era el que traía todas las escaramuzas que los
enemigos hacían , y otros muchos principales , y el hi-
jo mayor del duque de Sajonia fué herido en la mano
derecha y en la cabeza, y derribado del caballo; él dice
que mató con un arcabuz pequeño que traía al que le
hirió, y así pudo ser puesto á caballo por los suyos, el
cual se salvó y entró en Vitemberg. De los nuestros mu-
rieron hasta cincuenta de caballo, con los que después
murieron de las heridas que allí recibieron.
Esta batalla ganó elEmperador á 24 de abril de 1347
años, un día después do San Jorge y víspera de San
Marco, habiendo doce días que partió de Egucr. Co-
menzóse sobre el rio Albis á las once horas del día;
acabóse alas siete de la tarde, habiendo combatido
444
sobre el vado yganádole al enemigo, y seguídole tres
leguas, como está dicho, combatiéndole siempre hasta
llegar donde con sola su caballería le prendió, rompien-
do su infantería y caballería con tanto ánimo y buena
industria , que se puede decir por él , como se dijo por
Scipion Emiliano :
Ule sapit solus , volitant alii velut umbrae.
Esta victoria tan grande el Emperador la atribuyó á
Dios , como cosa dada por su mano ; y así , dijo aquellas
tres palabras de César, trocando la tercera cumo un
príncipe cristiano debe hacer, reconociendo el bien que
Dios le hace : « Vine y vi, y Dios venció. »
Pareció bien á todos la moderación de ánimo que el
Emperador usó con el duque de Sajonia, porque otro
vencedor pudiera ser que, contra quien le hubiera ofen-
dido como este le ofendió , no templara su ira como el
Emperador lo hizo, la cual es mas dificultosa de vencer
algunas veces que el enemigo. Siendo ya tarde, su ma-
jestad, recogiendo la gent,e que allí estaba , se volvió á
su alojamiento, donde llegó á la una de la noche. Otro
dia se recogió el artillería y municiones ganadas el dia
antes, y grandísimo número de armas, y las otras seis
piezas que tengo dicho ; y de nuevo muchos húngaros
y caballos ligeros trujerou muchos prisioneros, porque
tres leguas mas adelante de donde llegó nuestro alcan-
ce siguieron la victoria. El duque de Sajonia fué dado
por el duque de Alba en guardia á Alonso Vivas, maes-
tre de campo de los españoles del reino de Ñapóles, y
juntamente el duque Ernesto de Brunsvic, como es di-
cho , fué preso en la batalla por un tudesco , vasallo del
rey de romanos y criado del duque Mauricio. En este
lugar estuvo el Emperador dos días.
En este tiempo Torgao se rindió , y el Emperador
con todo el ejército determinó de ir sobre Vitemberg,
cabeza del estado del duque Juan , y principal villa de
las de la elección ; y así , como tierra importantísima la
tenia el Duque fortificada, habiendo comenzado su for-
tificación veinte y cinco años antes, fortificando siem-
pre con grandísima diligencia y con grandísimo núme-
ro de artillería. El camino fué por Torgao , donde esta-
ba un castillo , que es una de las mas hermosas casas
que hay en Alemania. Allí era donde el duque Juan to-
maba mas ordinariamente pasatiempo. En este camino
se supo de los prisioneros cómo el Duque esperaba á
Tumeshierne con la gente que habia llevado á Bohemia
y veinte banderas de infantería que los de aquel reino
le enviaban, y mucha gente de caballo con ellas ; mas
la presteza del Emperador, la cual en este negocio tie-
ne muy mas natural que en todos los otros , atajó todas
estas ligas y socorros.
Pasó el Emperador el rio Albis media legua mas
abajo de Vitemberg , por puente hecha de sus barcas y
de las ganadas de los enemigos. Paréceme que es cosa
de memoria lo que deste rio se supo en este tiempo ; y
es que por la parte que el Emperador le pasó á vado,
aunque hondo , otro dia después de la batalla no se po-
día pasar sino á nado y con grandísimo trabajo. Paréce-
me que nuestro Señor facilita las cosas cuando son en
su servicio. Otras dos cosas pasaron , que por haber
mirado en ellas todos, las escribo, y es que pasando la
infantería española anduvo una águila volando mansa-
mente , torneando sobre ella muy gran tiempo ; y an-
DON LUIS DE ÁViLA Y ZÚÑIGA.
dando ansí , saüó \v\ lobo muy grande de un bosque, el
cual fué muerto pur los sokladus á cuchilladas on me-
dio de un campo raso. Son acaecimientos estos , que, ó
permitidos de nuestro Señor, ó ofreciéndolos el caso
así , miraron mucho en ellos los que los vieron.
Aquel dia fué de harto calor, y el sol tenia un color
que claramente parecía sangriento ; y á los que lo mi-
ramos nos parecía verdaderamente que no estaba tan
bajo como habia de estar según la hora que era. Fué
tan notablemente mirado esto, y queda por opinión tan
verdadera entre todos, que yo no lo osaría contradecir.
Esto mismo fué notado aquel dia en Nuremberga y en
Francia , según el Rey lo contó , y en Piamonte , porque
del mismo color lo vieron. Fueron todas estas cosas tan
notadas y tratadas, que por esto hé querido hacer me-
moria dellas.
Pasado el Emperador el rio Albis, se alojó entre unos
bosques á vista de Vitemberg, cuyo sitio y fortificación
es desta manera. Esta villa de Vitemberg es harto
grande fortificación , y de hechura es cuadrada , mas
el cuadro es muy prolongado ; por la parte donde ella
está mas extendida , tiene el rio Albis á cuatrocientos
pasos lejos della. Está asentada en un llano muy raso y
muy igual, el cual se descubre della sin que haya donde
se pueda encubrir ninguna gente : tiene en todo ala re-
donda un foso de agua muy ancho y muy hondo, y un re-
paro de sesenta pies de grueso de tierra tan firme, que
todo él está lleno de yerba crecida en él dende lo alto
hasta el foso, el cual tiene al pié del reparo todo á la
redonda un rebellín de ladrillo y cal, que está hecho
para arcabucería, y tan encubierto del foso, que es
imposible batirse. Tiene cinco baluartes harto grandes
y harto buenos, y el castillo que sirve de caballero des-
cubriendo toda la campaña. Por esta parte del castillo
viene el cuadro de la tierra á tener la frente mas angos^
ta, y por aquí estaba determinado que se batiese, y para
esto el Emperador mandó que se trujesen los gasta-
dores que el duque Mauricio habia prometido, que eran
quince mil , y que viniese artillería de Trésen , de la
cual habia tanto número en aquella villa , que bastaba,
quedando ella proveida, á dar la que para batir á Vi-
temberg era necesaria. Mas estos ofrecimientos para-
ron en que, aunque se dio el artillería, los gastadores
fueron tan mal proveídos , que de quince mil vinieron
trecientos, y estos traídos con grandísima dificultad,
según decia el duque Mauricio.
Mas en este tiempo el Emperador habia comenzado
á oir los ruegos del marqués de Brandemburg, elec-
tor, que habia venido allí, el cual intercedía por el du-
que Juan de Sajonia por los mejores medios que él po-
día; y su majestad habia considerado algunas cosas, en-
tre las cuales tuvo muy gran consideración al duque da
Cléves, yerno del rey de romanos y cuñado del duque
Juan, que con grandísima instancia habia procurado
lo que tocaba á salvar la vida al duque Juan, su cuñado,
con aquella parte de su estado que fuese posible ; por
donde comenzó á inclinarse mas á la misericordia que
se debía tener de un príncipe tan grande puesto en tan
miserable fortuna, que no á poner en efecto la primera
determinación , que era cortarle la cabeza. Y así , se
comenzó á tratar lo que convenia para que el duque
Juan quedase castigado, y junto con esto no se dejase
de ejecutar la clemencia del Emperador, que en un prín-
COMENTARIO DE LA GUERRA DE ALEMANIA.
443
cipe es tan alabada virtud y tan provechosa, como del
primero César se dice : que mas ganó con la clemencia
que con las armas.
Hubo diversas opiniones en lo que tocaba á la vida
del duque Juan, porque unos tenian consideración á
solo el castigo , otros consideraban la manera del cas-
tigar con otras calidades que fuesen tan importantes,
que tuviesen la victoria del Emperador viva para siem-
pre , y consideraban cuánto importaba que no fuesen
reducidos á última desesperación los que tenian su con-
fianza en la clemencia del Emperador, de la cual aguar-
daban á tomar ejemplo en lo que con el duque de Sajo-
nia se hacia. Y asi, tratando lo uno y lo otro, el Empera-
dor se resolvió conforme á su natural condición , que
fué dando la vida al duque Juan con las condiciones que
fueron bastantes para que fuesen recompensa de la
muerte , de que muchos le juzgaban que era digno.
Estaban dentro de Vitemberg la mujer del Duque y
su hermano y los hijos menores. Dentro, en Gota, es-
taba el mayor, que habia escapado herido de la batalla.
Todos estos esperaban el suceso de lo que al Duque to-
caba, al cual ya el Emperador habia perdonado la vida
por intercesión de los que esto trataban.
Fuéle quitada primeramente la elección y las villas
que suelen andar con ella, de las cuales la principal es
Vitemberg y Torgao , y otras muchas. Entregó toda la
artillería y municiones, que es un número grandísimo,
porque solo de Vitemberg se sacaron ciento y veinte
piezas de artillería, sin las piezas menudas. Su majes-
tad le dejó en Turingia ciertos castillos y tierras. Go-
ta, que es fortaleza inexpugnable, mandó que fuese
derribada por el suelo, y halláronse en ella cien piezas
de artillería , sin la menuda , y cien mil pelotas , y las
otras municiones conforme á esto. El queda preso en
la corte del Emperador, ó en cualquier otra parte que él
mandare, por todo el tiempo que su voluntad fuere.
Entregó luego las banderas y estandartes y artillería
que habia ganado al marqués Alberto; y al Marqués, que
estaba en Gota, mandó el Emperador que viniese luego
á su corte. En lo que toca á la religión, al principio es-
tuvo muy duro; después respondió tan blando, que por
entonces á su majestad le pareció que no era menester
tratar mas dello. Su hermano perdió una villa, la cual
su majestad dio al marqués Alberto. El Duque entregó
todos los castillos que tenia usurpados á los condes de
Mansfelt y de Sulma. Lo de la iglesia y monasterios de
Sajonia , con lo usurpado á particulares , queda á la dis-
posición del Emperador ; el cual viendo que lo principal
que él pretendía, que era lo que tocaba la Religión,
comenzaba á llevar tiuen camino, tuvo por bien todas
estas condiciones, y no quiso que una casa tan noble y
tan antigua , y que tantos servicios habia hecho á la su-
ya en los tiempos pasados, quedase tan extinta y tan
del todo deshecha; y quiso mas en esto seguir la equi-
dad y mansedumbre, que no la ira y justa indignación
á que méritamente le habia incitado la guerra del año
pasado cuando deshizo el campo de la liga.
Compuestas las cosas desta manera, quedó el duque
Juan vivo y castigado, con un castigo tan grande, que
de uno de los mas poderosos príncipes de Alemania,
viene á ser un caballero privado en ella , y sus hijos lo
serán mas, porque han de repartir entre ellos lo que él
solo posee ahora. De manera que aquella casa que tan-
tas fuerzas hasta aquí ha tenido, vendrá á tener tan po-
cas cuanto su soberbia merecía.
Entre todas estas cosas, que tanto podían abajar el
ánimo de un hombre, por grande que fuese, no se sabe
que este Duque haya dicho palabra baja ni mostrado
semblante conforme á su fortuna, sino siempre una
constancia digna de habella tenido en nuestra verdadera
religión. Así que, concertado lo que tocaba al duque
Juan con otras condiciones que yo no pongo aquí ( por-
que no escribo sino las generales), y rendida Vitemberg,
j de la cual saheron tres mil hombres de guerra, el Em-
I perador mandó entrar cuatro banderas en ella, y al
j cabo de dos días la Duquesa saHó á ver á su majestad y
I hacerle reverencia, y vino á la tienda donde estaba, y
j con ella el hermano del duque Juan y su mujer, herma-
I na del duque Ernesto de Brunsvic, y un hijo del duque
i Juan, porque el otro quedaba malo en Vitemberg, y el
I otro quedaba en Gota. Veníanla acompañando los hijos
' del rey de romanos, y el marqués de Brandemburg y
I otros señores alemanes. Ella llegó al Emperador con
í toda la humildad que pudo, y no era menester procurar
I mostralla, porque una mujer que tenia á su marido en
i tan trabajosos términos , y ella se veía desposeída y
I puesta en estado tan mísero, su ventura le mostraba el
j semblante que habia de tener; y así, se hincó de rodillas
¡ delante del Emperador, mas él la levantó, recibiéndola
! con tanta cortesía, que ninguna cosa le quitó de lo que
j hiciera con ella cuando estaba en su primera fortuna . B'ué
I cosa que á todos movió á piedad, y no bastó para no ha-
I bella la memoria tan fresca de los deservicios de su ma-
1 rido. Suplicó al Emperador algunas cosas que tocaban al
I Duque, y á todo fué respondido clementísimamente; y
I asi, se volvió por donde su marido estaba , que era el
! cuartel del duque de Alba, entre la infantería española,
y le visitó , habiendo primero pedido licencia al Empe-
rador, y de allí se volvió al castillo de Vitemberg. Otro
día el Emperador fué á ver la tierra y entró en el casti-
llo , y visitó á la Duquesa, la cual pareció á todos visita-
ción muy semejante á la que Alejandro hizo á la madre
y mujer de Darío ; y es así, que tanto mayor es la victo-
ria de un príncipe, cuanto mas moderadamente usa
della.
En este tiempo vinieron de los confines de Tartaria y
Moscovia, cerca del rio Borístenes, que ahora se llama
Néper, tres capitanes ofreciendo al Emperador su ser-
vicio con cuatro mil caballos. El respondió agrade-
ciéndoselo mucho, mas ya la guerra estaba en términos
que no eran menester ; y así, se fueron. También vino un
embajador del rey de Túnez á ciertas cosas que su se-
ñor le enviaba para tratar con el Emperador, y entre
ellas le ofreció otros tantos alárabes. De manera que de
la Scítia, podemos decir, y de la Libia venían las gen-
tes, atraídas de la grandeza del Emperador, á servirle.
Ya el Emperador habia enviado un caballero de su
casa, llamado Lázaro Esvendí, para que tuviese á Gota
con dos banderas, y diese libertad al marqués Alber-
to , y estuviese en ella hasta que fuese derribada por el
suelo. Las otras plazas fuertes se rendían por sus tér-
minos , y todo se ordenaba de la manera que convenia,
sin que en Sajonia quedase nada por hacer; solo lo de
Bohemia, que era vecina , estaba muy de mala manera
contra el Rey; mas los de aquel reino enviaron embaja-
dores al Emperador con las mas blandas palabras y
4i6
mayores ofrecimientos que ellos supieron enviar. El
Emperador los oyó y los detuvo hasta despacballos á su
tiempo.
En estos días el duque Enrique de Brunsvic, el man-
cebo, que estaba sobre Brema con dos mil caballos y
cuatro mil infantes (al cual el Emperador le habia ayu-
dado para aquella empresa, por ser enemigo de los du-
ques de Luneburque, luteranos y de la liga , como mas
particularmente escribirán los que tienen cargo de es-
cribir estas cosas), fué desbaratado de un conde deMans-
l'elt, rebelde y luterano, y de Tumesbierne, capitán del
duque Juan de Sajonia, el cual, con la gente que tenia
en Bohemia, por unos grandísimos rodeos se juntó con
el conde de Mansfelt, y juntos estos dos, tenian cuatro
mil caballos y doce ó trece mil infantes.
El duque Enrique de Brunsvic se quejó después al
Emperador de otro capitán que también con comisión
de su majestad hacia la guerra á aquellas ciudades que
no se habian juntado con él á tiempo. Pleito fué tra-
tado entre los dos : después sucedió que el Emperador
mandó prenderá los otros capitanes. Esta es una his-
toria larga, y que la han de escribir los que la del Em-
perador escribieren mas particularmente ; solo diré que
las fuerzas del duque Juan de Sajonia eran tan gran-
des, que, como él decia después, si el Emperador tar-
dara doce dias, él pudiera salirle á recebir con trein-
ta mil infantes y siete mil caballos. Fuerzas eran bas-
tantes para poder pelear con cuatro ó ciuco mil caba-
llos que llevábamos, y diez y seis mil infantes, si el
que los llevara no valiera tanto, que supliera bien el
número de la gente que faltaba para igualar con la de
nuestro enemigo; y vióse claro que tenia estas fuer-
zas, pues sin las que él tenia cuando fué preso, y con
las banderas que deshicimos antes que él ganase la
batalla, quedaban enteros cuatro mil caballos y doce ó
quince mil infantes, sin los que esperaba de Bohemia.
Y así, tenia determinado que ya que no se ofreciese de
combatir con la ventaja que él quería , de repartir toda
su gente metiéndose él en Madeburque, y un hijo su-
yo en Gota, y otro en Vitemberg, un capitán en Hel-
drum, y otro en Sonebalt, y desta manera rodear al Em-
perador y hacelle la guerra quitándole las vituallas;
mas todas estas dificultades se vencieron; porque la vic-
toria del Emperador fué de tanta fuerza, que los que
desbarataron al duque de Brunsvic, se comenzaron á
deshacer, y no solo estos, mas el Lantgrave, que en
estos dias no dejaba de intentar todas las cosas que él
pensaba que le podían valer, las dejó caer, y perdió la es-
peranza de sus tramas y socorros forasteros, para los
cuales ya tenia algunos dineros dados por aquellos que
tenian tanta gana como él que las cosasdel Emperador
no fuesen por aquel camino que iban. Y en esto se verá
cuánto importaba en Alemania la persona del duque
Juan de Sajonia ysu poder, porque después que él fué
deshecho y preso, no tuvo fuerza ninguna el que pen-
saba que gobernaba todas las de Alemania. Mas esta
victoria fué tan importante, que luego el Lantgrave co-
menzó por intercesión del duque Mauricio, ya elector,
á tratar su perdón, y al principio propuso condiciones
harto grandes, mas no tan bastantes, que no quedasen
algunas ; de manera que se podía decir que negociaba
bien.
Entendía en ello, junto con el duque Mauricio, el elec-
DON LUIS DE ÁVILA Y ZÚÑIGA.
tor de Brandemburg, á los cuales el Emperador tuvo
grandísimo respeto ; y por su contemplación oyó loque
le proponían de parte de Lantgrave; mas por "tanto no
dejó de hacer lo que convenia; y así, les respondió lo
que él quería que hiciese , y el Lantgrave replicó aña-
diendo algo ; mas dejaba siempre algunas cosas que le
convenían, alo cual el Emperador respondió resoluta-
mente que él no quería tratar con el Lantgrave; que
hiciese lo que le pareciese. Esta respuesta se dio á Lant-
grave, el cual estaba ocho leguas de nuestro campo en
una villa de Mauricio que se llama Lipsia, y luego se
partió con grandísima desesperación; y tanta, que nin-
guna esperanza le quedó de remedio, sino el que mas
temía, y el que decia que por ninguna cosa deste mun-
do él haría, que era ponerse á los pies del Emperador
y socorrerse de su misericordia, entregándosele á su
voluntad. Y con esta determinación escribió al duque
Mauricio que procurase su venida y la concertase; y de
su mano escribió las capitulaciones con que se entre-
gaba, que eran las mismas que el Emperador quería; y
así se concertó.
La conclusión de todo esto tomó al Emperador en
Hala de Sajonia, camino de las tierras de Lantgrave,
para donde el Emperador con su campo caminaba ; y el
mismo día que entró en Hala llegó el marqués Alberto
de Brandemburg, á quien su majestad, cumo está di-
cho, bahía dado libertad, y hecíio volverlos estandartes
y baoilcras y artillería que había perdido, porque no le
faltase ninguna cosa délas que con la libertad se le po-
dían volver. Holgó el Emperador tanto con él , que una
de las mas agradables cosas que en estas dos guerras
le han sucedido fué la recuperación deste príncipe , el
cual, llegando al Emperador, le dijo: «Señor, yo doy
muchas gracias á Dios y á vos;» y no dijo mas : pa-
réceme que bastaba esto.
Dos dias antes que el Emperador partiese de Vitem-
berg, partió el rey de romanos para Praga con dos ó
tres mil caballos suyos y de Mauricio, y cinco ó seis
mil infantes tudescos, con los que después el Empera-
dor le envió, que eran el regimiento del marqués de
Maríñano; y el emperador partió de Vitemberg para ir
contra Lantgrave, por ser una raíz de donde nacían
los males de Alemania, y era tan necesario arranci:l¡a,
que dejándolo de hacer por ir personalmente á Bohe-
mia, aunque aquel reino se sojuzgase, no por eso Lant-
grave quedaba en térnn'nos que no fuese menester de
nuevo ir contra él ; y sojuzgado él, lo de Bohemia que-
daba mas fácil, porque aquel reino y todos los rebeldes
de Alemania tenían puestos los ojos en la sustentación
de Lantgrave, como en caheza^de quien dependían,
después del duque Juan. Y desta causa el Emperador
ordenó que el Rey partiese luego , porque la calor de
la victoria tan grande acrecentaba las fuerzas del Rey,
para que aquel reino , que ya temía tanto las de su
majestad pudiese con mas facilidad ser traído por fuer-
za ó por voluntad á la del Rey, y ser reducido ásu obe-
diencia.
Un día antes que el Bey partiese, los capitanes hún-
garos vinieron á besar las manos al Emperador y á su-
plicarle se acordase de socorrer á Hungría. Hicíéronle
una habla acomodada al tiempo y ú su fortuna; y el
Emperador les respondió consolándole^, yescriiiíó á los
estados de aquel reino con aquellas esperanzas dignas
COxMENTARlO DE LA GU
lie su persona , y mandó dar á cada uno de los capita-
nes una cadena de oro de trecientos escudos, y una
paga átod» la olfa gente suya, lo cual ellos tuvieron
en muclio , siéndoles dada de gracia. También dio allí
su majestad al duque Mauricio la envestidura de la elec-
ción, con las villas que con ella suelen andar. Y por-
que entre las cosas grandes se viese que también te-
nia memoria de las pequeñas, mandó dará los soldados
que entraron á nado y ganaron las barcas , un vestido
de terciopelo carmesí á su modo , y treinta escudos á
cada uno , y sus ventajas en sus banderas.
Llegado el Emperador en Hala de Sajonia , que es
una villa muy grande del obispado de Madeburque,
aunque el duque Juan la liabia lieclio suya, su majestad
se fué á alojar en las casas que liabian sido del Obispo,
y allí determinó de esperar la venida de Lantgrave para
que se pusiese en efecto lo que , por intercesión de los
(ios electores, el Emperador habia tenido por bien de
concederle. Las condiciones generales de que yo me
acuerdo son :
Que el Lantgrave se puso en las manos del Empera-
dor, él y toda su tierra , la cual juró fidelidad á su ma-
jestad , y dio las cuatro villas principales que tiene, y
derriba las que el Emperador mandare. Dio ciento y
cincuenta mil florines de oro. Entregó toda la artillería,
que son mas de docientas piezas encarretadas que él te-
nia. Entregó al Emperador al duque Enrique de Bruns-
vic, el cual tenia preso desde el año de iS45. Restituye
su estado al dicho duque. Todas las cosas que tiene
usurpadas quedan á la determinación de la cámara im-
perial. Y este es punto en que á él le va tanto, que* por
no venir á estos términos ha sostenido la opinión que
tiene y tramado todas las ligas que ha hecho. Juró fide-
lidad al Emperador, y su tierra y la nobleza della tornan
ájurar que cuando Lantgrave dejare de seguir el camino
que debe al servicio del Emperador, ellos son obligados
ú prendelley á traelle á su majestad, el cual le hace mer-
ced de la vida, y de alzar el bando imperial que contra
éf estaba dado. También le hace merced de no tenelle
preso perpetuamente.
Estas son en general las condiciones con que el Em-
perador le recibió y él vino á ponerse en sus manos.
Antes que allí viniese sucedió en Hala una cuestión !
entre los españoles y tudescos; fué cosa que iba tan I
adelante, que el Emperador salió y púsose en medio ;
de los unos y de los otros. Fué remedio muy necesa- ¡
rio, porque la cosa estaba tan encendida, que solo el
Emperador, y no otro, bastaba para remedialla ; y así
lo hizo, aunque el remedio no dejaba de tener el pe-
ligro que podia resultar de meterse entre dos partes
que ya de furiosas comenzaban á estar ciegas.
Estando allí el Emperador , dio licencia á los emba- [
jadores de Bohemia , diciéndoles en suma que inter-
cederia con el Rey para que si aquel reino estuviese
agraviado en algo , le desagraviase ; mas aquesto se en-
tendía viniendo ellos primero á la obediencia del Rey, \
haciendo lo que eran obligados , y cuando no lo hicie-
sen, su majestad no podia hacer menos de tener las co-
sas de su hermano por proprias suyas. Esto fué en su-
ma lo que el Emperador les mandó responder , aunque
por sus cartas y en la misma respuesta fué mejor y mas
largamente respondido.
Venido el dia que Lantgrave habia de ser en Hala dé
ERRA DE ALEMANIA. ' 447
Sajonia, llegó á ella con cien caballos, y fuese ala po-
sada del duque Mauricio, su yerno, ya elector, y otro
dia, después de comer, á la hora que el Emperador
mandó, vino á palacio, acompañándole los dos electores.
El Emperador estaba en una sala con aquellas ceremo-
nias acostumbradas en estos casos. Habia muchos se-
ñores alemanes y caballeros que ve.iian á ver lo que
ellos nunca creyeron ni Lantgrave decia que habia de
ser. Llegado delante del Emperador, quitado el bonete,
se hincó de rodillas, y su chanciller también, el cual en
nombre de su señor dijo estas palabras :
«Serenísimo, muy alto y muy poderoso, muy victo-
rioso é invencible Príncipe, Emperador y gracioso Se-
ñor : Habiendo Felipe, lantgrave de Hesen, ofendido en
esta guerra gravísimamente á vuestra majestad , y dá-
dole causa de toda justa indignación, é inducido á otras
personas á que cayesen en la misma falta, por lo cual
vuestra majestad podia usar de todo rigor en el cas-
tigo que él merece, el confiesa humilísimamente que
con razón le pesa de todo lo hecho; y siguiendo los
ofrecimientos que él ha hecho para venir delante de
vuestra majestad , él se rinde á vuestra majestad de
todo punto y francamente á su voluntad , suplican-
do muy humilmente que por el amor de Dios y por
su misericordia, vuestra majestad sea contento, usan-
do de su bondad y clemencia , perdonar y olvidar la
dicha ofensa, y levantar el bando del imperio, que tan
justamente vuestra majestad habia declarado contra
él ; permitiendo que pueda poseer sus tierras y gober-
nar sus vasallos, los cuales suplica á vuestra majes-
tad sea servido de perdonar y recibillos en su gracia ; y
él se ofrece para siempre jamás reconocer á vuestra
majestad y acatalle por su solo derechamente ordena-
do de Dios, soberano señor y emperador, y obedecerle
y hacer en servicio de vuestra majestad y del santo
imperio todo aquello que un príncipe y vasallo es obli-
gado á hacer , y para siempre perseverar en esto ; y que
no hará ni tratará jamás cosa contra vuestra majestad ;
mas será toda su vida muy humilde y muy obediente
servidor, y reconocerá su gran clemencia del perdón
que de vuestra majestad ha alcanzado; para lo cual
desea y deseará toda su vida poder para servirlo con
aquel agradecimiento que es obligado ; de manera que
vuestra majestad conozca por efecto que el Lantgra-
ve*y los suyos guardarán y obedecerán lo que son obli-
gados por los artículos que vuestra majestad fué ser-
vido de otorgalles.» Estas fueron las palabras que el
lantgrave dijo al pié de la letra. El Emperador mandó
á uno de su consejo alemán, que estaba allí para res-
ponder en su nombre, que dijese estas palabras: «Su
majestad, clementísimo Señor, ha entendido lo que
Lantgrave deHésen ha dicho, que aunque el Lan I grave
confiesa que le ha ofendido tan gravemente, y de
suerte que merece todo castigo, aunque fuese el mas
grande que se pudiese dar, lo cual á todo el mundo es
notorio, mas no obstante esto, teniendo su majestad
respeto á que se viene á echará sus pies , por su acos-
tumbrada clemencia, y también por intercesión de los
príncipes que por él lian rogado, es contento de levan-
tarle el bando que justamente habia declarado contra
él , y de no le castigar cortándole la cabeza, lo cual él
merecía por la rebelión cometida contra su majestad, ni
le quiere castigar por prisión perpetua, ni menos por
DON LUIS DE ÁVILA Y ZÚÑIGA.
confiscación de sus bienes ni privación dellos , ni mas
adelante de lo que se contiene en los artículos que cle-
menlemente su majestad le concede, y que recibe en
su gracia y merced á sus subditos y criados de su casa ;
entendiéndose que cumpla todo lo contenido en sus ca-
pítulos, y que no vaya directa ni indirectamente en nin-
guna cosa contra ellos. Y su majestad quiere creer y
esperar que el Lantgrave con sus subditos servirá y re-
conocerá de aquí adelante la gran clemencia que con
ellos lia usado. » Estas fueron las palabras al pié de la
letra que se respondieron á Lantgrave.
En todo este tiempo el Lantgrave estuvo de rodillas,
y después se levantó. Su majestad no le tocó la mano ni
le hizo ninguna seiíal de cortesía. Era cosa digna de
considerar, por donde se conoce la variedad de los su-
cesos humanos , ver al Lantgrave hincado de rodillas y
preso, y junto con él el duque Henrique de Brunsvic,
á quien él liabia tenido preso , con libertad y en pié.
Acabado esto, el duque de Alba se llegó á él , y le dijo
que se viniese con él , y á los dos electores les rogó que
se viniesen con él á cenar, y así sacó de palacio á Lant-
grave, y le llevó al castillo donde el Duque posaba, y
después de cenar el Duque dio un aposento al Lant-
grave en el castillo, y mandó á don Juan de Guevara,
capitán del Emperador, del tercio de Lombardía , que
le guardase.
Al principio tomó Lantgrave su prisión ¡mpacientí-
simamente, porque á la verdad él pensó que, no siendo
la prisión perpetua , la temporal había de ser tan livia-
na y disimulada, que pudiera irse á caza á las flores-
tas de Hésen ; mas parece que nuestro Señor permitió
que en lo que este pensaba exceder á todos los de Ale-
mania, que es en entender negocios, que en aquello
mismo viniese á capitular contra sí, escribiéndolo de su
mano; y así, no entendió que no tratando sino de la
prisión perpetua , la temporal quedaba á discreción de
aquel en cuyas manos se metía. Después vino á conocer
que su boca habló contra él , y comenzó á quietarse y to-
mar su fortuna con mas paciencia. Así que, este,quese
preciaba tanto de negocios, se vino á perder por los ne-
gocios; y el duque de Sajonia, que se preciaba de hom-
bre de guerra y de fuerza, vino á perderse en la guerra.
Estas dos cabezas de luteranos, que tanto han hecho
en desasosiego de la cristiandad , los ha traído Dios á
poder del Emperador, con medios tan honrados para
él , cuanto el mundo sabe y sabrá hasta que se acabe.
Y pues hablo destos dos príncipes , no me parece que
será fuera de propósito decir lo que de cada uno dellos
se juzga. El duque de Sajonia es hombre de muy gran-
de ánimo , muy afable y discreto , y á su modo, de muy
buena gracia en todo lo que dice , liberal ; y por estas
buenas partes es tan bienquisto en toda Alemania , que
en ninguna parte della deja de tener buenos amigos.
Es mas sosegado que el Lantgrave , por cuyo consejo
dicen que él comenzó la guerra del ailo pasado. Es muy
diferente condición desla la de Lantgrave, porque es
muy desasosegado en extremo, muy amigo de tratos;
uo tiene aquella afabilidad que el otro en su conversa-
ción , ni en su plática se conoce mucha discreción ; an-
tes se ve que tiene ingenio levantado. Cuanto á lo del
ánimo, no tiene aquella opinión entre las gentes que
el duque de Sajonia ; mas como ha sido el que ha anda-
do mas diligente en las tramas pasadas, y era capitán
general de la Liga, ha dado ocasión que se hablase mas
del que del otro , siendo muy mayor autoridad la del
duque de Sajonia que la suya.
Allí en Hala vino á su majestad una gran congratula-
ción de la victoria de parte del Papa, y en el breve que
le escribió le puso el renombre de máximo y forlisimo,
renombres tan merecidos cuanto bien ganados. Aca-
badas estas cosas, el Emperador partió de Hala, ha-
biendo proveído cómo se derribase Gota y se trajese el
artillería della á Francfort; y también proveyó cómo se
derribasen todas la fuerzas de Lantgrave, excepto una
que su majestad le deja, y el artillería y municiones se
llevasen de la una parte y de la otra á Francfort , por-
que allí hace juntar toda el artillería y municiones ga-
nadas en estas dos guerras , sino son las cien piezas de
Vitemberg, que envía cincuenta á Milán y cincuenta á
Ñapóles. Las docientas que se tomaron á Lantgrave y
las cien de Gota , y ciento que dan las ciudades que el
Emperador rindió cuando deshizo el campo de la Liga,
se juntan allí para las llevar á Flándes. Destas cuatro-
cientas el Emperador envía á España ciento, con otras
ciento y cuarenta que él tenia para enviar allí. En Flán-
des quedan trecientas, porque es muy justo que en to-
das las partes de sus estados donde se sabe la fama
desta victoria se vean las insignias della. Proveyendo
cómo todas estas cosas se pusiesen luego en efeto, y
cumpliéndose todos los capítulos que se dieron al Du-
que y á Lantgrave, el Emperador se partió para Nu-
remberga, llevando el camino de Bamberga, porque
esto era no apartarse de Bohemia, sino irla siempre
corteando, por dar todavía calor á las cosas del rey
de romanos, del cual su majestad tuvo nueva cómo ha-
bía sujetado á Bohemia. Tanto vale la reputación de
un príncipe valeroso , que con ella da calor á cualquier
empresa, por difícil que sea.
El Emperador fué por Turingia , tierra muy fértil,
aunque llena de pasos harto ásperos, los cuales los
de la tierra tenían tan fortificados, que parecía bien
que tenían esperanza muy diferente de lo que después
sucedió, y que estaban tan confiados de las fuerzas de
su señor, que no esperaban por allí al Emperador vic-
torioso, porque los pasos eran tales, que si no fuera así,
era imposible pasar; mas por todo se pasó muy bien,
porque al vencedor nada lees difícil.
Muchas cosas dejo de escribir, como es la guerra de
Lantgrave con el duque de Brunsvic, la del duque
Erico, su hijo, mosiur de Cruyningue y Frisberger con
los de Brema, y otras particularidades; porque no quie-
ro alargar este mi Comentario, ni quitallas á los que
tienen cargo de escribir estas y las otras. Las que yo
aquí pongo servirán algo de ayudar á su memoria, y
también á que por mi parte no se pierda la que se ha de
tener de hechos tan valerosos y tan de caballero comf
son los del Emperador.
En este camino de Turingia vino á hacer su humilla^
cion al Emperador el hijo mayor del duque de Sajonia,
que estaba en Gota, y ratificó todo lo que por su padre
se había otorgado. Su majestad le oyó y recibió muy
bien, y después de haber tratado de los negocios, le
llamó, y le preguntó cómo estaba la herida de la cabeza
y de la mano; del cual favor el mancebo mostró gran
contentamiento. Son estas afabilidades que en un prín-
cipe y vencedor parecen muy bien.
COMENTARIO DE LA
Venido el Emperador á Bamherga , recibió allí el le-
gado del Papa. De allí vino á iXuremberga, adonde se
detuvo algunos días , esperando tomar resolución de la
ciudad donde temía la dieta ; porque en Ulma , donde
pensaba tenella , no liabia la salud que convenia para
juntarse toda Alemania allí, pues habían de venir todos
los príncipes y de todas las ciudades della.
En este tiempo ya Lubcc, ciudad poderosísima, se
liabia venido á presentará su majestad, y mostrar có-
mo nunca le había deservido; y así es verdad, que nunca
hizo cosa contra su maj oslad. Brema, tomando al rey de
Dinamarca por intercesor, trata su perdón ; los duques
de Pomerania y Lunemburg negocian con disculpas y
ruegos y justificaciones sus negocios ; Bransvic y Hil-
desiieim y Broma vienen aquí á Augusta, á ponerse en
la misericordia de su majestad, porque saben cuan á la
mano tiene el castigo deltas, porque no solamente su
persona, mas ninguna parte de su ejército es menester
para castigarlas , sino mandar á los señores vecinos de-
ilas que les hagan la guerra; lo cual ellos desean co-
mo cosa de que les vendrá gran provecho, y que harán
con gran facilidad , porque ya la liga que hacia tan po-
derosas á las ciudades , el Emperador la deshizo el año
pasado. Hamburgo se vino á rendir, estando ya el Em-
perador en Nuremberga ; y así, la cabeza de las ciudades
marítimas ha sido la primera de lasque se han venido
á rendir, haciendo un gran sen'icio de dinero, y po-
niéndose debajo de la obediencia imperial, la cual no
reconocia hasta ahora, y haciendo otras cosas que al
Emperador le parecía que se le debían mandar.
Otros muchos lugares se han venido á rendir, de que
no hago memoria, porque seria larga historia; sola-
mente escribo esto, porque habiendo hecho al princi-
pio memoria destas ciudades , no pareciese ahora que
las olvidaba, las cuales, si su fortuna no las ayuda para
que su majestad las reciba en su gracia , antes que la
dieta se acabe, pienso que en ella se determinará el
castigo dellas mas duramente de lo que piensan, por
mucho que ellas teman su daño.
Dcsta manera ha compuesto el Emperador las cosas
de Alemania , que estaban en la cumbre de la soberbia
y con tanto poder, que los que eran cabezas dellas no
les parecía su soberbia presunción, sino razón. Y sin
duda ninguna su poder era tan grande, que, cuanto
á lo humano , no parecía que había fuerzas en el resto
de la cristiandad toda junta para contrastar con las des-
GlfeBRA DE ALEMANIA. U9
tos; mas Dios, que todo lo puede, ha permitido lo me-
jor. Y así , el Emperador ha ganado estas victorias , de
las cuales quedará su nombre mas claro que el de los
emperadores romanos, pues en los efectos muy grandes
ninguno le hizo vcntíija , y en la causa dellos él la ha
hecho á todos; y así, tiene obligados á todos estos
príncipes que estén por la determinación de la Iglesia,
as! como al conde Palatino y duque Mauricio y marqués
de Brandemburg, electores, y á todos los de su nom-
bre y al duque de Vítemberg , y -lo que mas imposible
parecía en Alemania, al mismo Lantgrave y otros prínci-
pes, y juntamente todas las ciudades imperiales; de lo
cual desde Augusta , donde se tiene la dieta , su majes-
tad envió con el cardenal de Trento larga relación ásu
santidad.
La grandeza desta guerra merece muy mas larga
relación que esta mía; mas yo con esta breve ayudo á
la memoria de los que la han de hacer de toda ella
mas particularmente. Solo esto diré, que César, de cu-
yos comentarios el mundo está lleno, tardó en sojuz-
gar á Francia diez años, y con solo haber pasado el
Riu y estado diez y ocho días en Alemania, liorna ha-
cia suplicaciones á los dioses, y le pareció que bastaba
aquello para la autoridad y dignidad del pueblo que se-
ñoreaba el mundo. El Emperador en menos de un año
sojuzgó esta provincia, bravísima por testimonio de los
romanos y de los de nuestros tiempos. También Cario-
Magno en treinta años sojuzgó á Sajonia ; y el Empera-
dor en menos de tres meses fué señor de toda ella. Así
que la grandeza desta guerra merece otros estilos mas
altos que el mío, porque yo no la sé escribir sino po-
niendo la verdad libre y desnuda de toda afición apa-
sionada ; porque la memoria della , en cuanto en mí es,
pues lo vi todo, sea tan perpetua cuanto merece la gran-
deza de la empresa , la cual y la del año pasado han sido
gobernadas por el Emperador tan acertadamente, que
sí de otra manera se hubiera guiado, no se hubiera con-
seguido el fin que todos hemos visto. Porque todas las
veces que ha sido menester el gobierno y arte , se ha
observado la orden para aquel efecto necesaria ; y cuan-
do ha sido conveniente la fuerza y la determinación , se
ha ejecutado con aquel ánimo y esfuerzo que es menes-
ter para que la fama de su majestad quede tan supe-
rior á la de los capitanes pasados, cuanto en la virtud
y valor él lo es á todos ellos.
ll-i.
29
JORNADA DE CARLOS V
Á TÚNEZ,
POR EL DOCTOR GONZALO DE ILLESCAS.
Dns hermanos había en la isla de Lesbo, en la ciudad
de Mil.ilenc, cabeza dellü , hijos de un hombre bien po-
bre, griego, turco de ley, que se llamaba el uno Hor-
rucio Barbaroja, y el otro Hariadeno. Eran estos dos
tan pobres y de vil suerte , que no tenían en esta vida
otra hacienda mas qice una galerilla de á dos remos por
banda , con la cual se metieron poco á poco en la mar
& robar lo que podian de pasajeros cristianos , y aun no
cristianos, como gente perdida y que no tenian qué
comer si no lo hurtaban. Y como quiera que por sí so-
los no bastaban á sustentarse , procuraron animarse á
un muy famoso cosario que se decía Camales, para que
los favoreciese y los enseñase en aquel oficio. Diéronse
tan buena maña ellos á servirle, y él á favorecerlos, que
en pocos días se hicieron ricos. Con lo que habían ga-
nado , que no era poco , apartáronse de Camales para
hacer cabeza por sí; y tomando en su compañía otros
ladrones menores, hicieron una flota, y todos dieron el
título y nombre de capitán á Horrucio Barbaroja, co-
mo á mas anciano y mas diestro en el oficio. Hízose en
pocos días Horrucio tan poderoso con gentes que se le
venían á juntar, que tuvo ánimo para desviarse bien de
su tierra. Y allegándose á la costa de Berbería, vinoá
tocaren Argel á tiempo que dos hermanos traian entre
sí cruel guerra sobre la sucesión de aquel reino. El uno
dellos, que por sí no tenia fuerzas para poderse defen-
der de su hermano, acudió de presto á Horrucio Bar-
baroja , y rogóle que le favoreciese , prometiéndole una
gran suma de dineros ; y él holgó de hacerlo de muy
buena gana. Diéronse los dos tan buen cobro, que en
pocos días despojaron al otro hermano, y quedó el ami-
go de Barbaroja con el reino pacíficamente. Horrucio
estuvo con esto algunos días en paz, yendo y viniendo
á sus negocios de cosario , y recogiéndose muchas ve-
ces en Argel como en casa de su amigo, hasta que le tuvo
seguro ; y cuando él mas descuidado estaba , hízole una
tal burla , que le mató, con todos los amigos que tenia,
y se levantó con el reino á devoción del gran turco Sc-
iiman , cuyo vasallo él era, como turco de nación. Ganó
después el puerto de Cercello, que antiguamente se lla-
mó Julia Cesárea, y dende el un puerto al otro alteraba
toda la mar, y las costas de España y Francia hasta Ve-
necia, que no se podía por ellas navegar sin grandísimo
peligro. Puso después Horrucio cerco sobre Bugía, y
túvola puesta en harto trabajo ; pero fué su desgracia
que con una pelota de artillería le llevaron el brazo de-
recho casi todo; y así , tuvo por bien de alzar el cerco
para irse á curar de aquella cruel herida. Sanó muy
bien , y púsose un brazo y mano de hierro con tanta
destreza, que apenas sentía falla ninguna. Con él hizo
cosas hazañosísimas, porque venció á Diego de Vera
cerca de Argel, peleó con don Hugo de Moneada, y
hízole retirar á las galeras, y por una tempestad que
sobrevino hubo en su poder la mayor parte de su gente.
Quitó después el reino al rey de Tremecen, amigo y
tributario del Emperador. Vino desde ahí á poco sobro
Oran , y allí fué vencido , y se salió huyendo, y en el al-
cance vino á poder de sus enemigos, y ellos le cortaron
la cabeza, la cual se trajo después por muchos pueblos
de España como en triunfo , con grandísimo regocijo
de toda la cristiandad , pensando que con faltar Horru-
cio Barbaroja quedaba la mar y la tierra segura de sus
ladronicios. Pero engañáronse mucho, porque el otro
hermano Hariadeno, ansí como le sucedió á Horrucio
en el nombre, llamándose también Barbaroja, ansí tam-
bién le sucedió en el reino de Argel y de Cercello , y en
el ser inimicísimo de cristianos ; y con otro espíritu mas
que el de su hermano, comenzó ú quererse hacer señor
de toda la costa de África, teniendo por poco todo lo
que el hermano le había dejado, para hartar su insacia-
ble codicia. Era temido extrañamente de los moros y
alárabes, y mucho mas de los insulares de Sicilia y Cór-
cega, Cerdeña, Mallorca, y de las otras islas y costas
de la cristiandad; porque luego se le juntaron lodos los
cosarios de menor nombre. En todas las cosas que to-
maba entre las manos era dichosísúno sobre manera :
mató por asechanzas al capitán Hamete, que veniacon-
tra él con infinita multitud de alárabes , y después ven-
ció otros dos capitanes , Beucádes y Amidas. En la mar
venció, como ya dijimos, á don Hugo de Moneada jun-
to á Cerdeña ; desbarató y mató á Portundo el año de 29
cuando se volvía de llevar al César á la coronación ; to-
móle ocho galeras, y llevó preso al hijo á Constantíno-
pla. Como cada día ganaba galeras , vino á tener tanto
número dellas, que pudo competir con Andrea Doria,
y aun le venció una vez junto á Cercello. Tomó una for-
taleza que tenian españoles muchos años habia cerca
de Argel , y púsola por tierra. Con estas y con otras fa-
mosas hazañas vino á ser conocido por fama del turco
Solimán, el cual, cuando volvió á Constantinopla hu-
yendo de Viena , envió por él para hacerle capitán ge-
neral de sus galeras, en lugar de Himeral , el que huyó
de Andrea Doria cuando ganó á Coron. Favorecióle a
Barbaroja mucho el grande privado de Solimán , Ha-
braim-basá. Holgóse extrañamente Barbaroja de tan
alegre embajada , y con cuarenta galeras bien armadas
452
GONZALO DE ILLESCAS.
ptirlió de Argel píira Conslantinopla. Venció y quemó
en el camino ciertos navios gcnovescs que iban por tri-
go á Sicilia , saqueó á Rio y la isla Uva , llevó consigo
al rey Rósceles , de Túnez , hermano de Muleáses , que
liabia sido vencido y despojado por él , y se liabia enco-
mendado á Barbafoja para que le favoreciese contra
Muleáses. Con este Rósceles hizo Barbaroja grande os-
lentacion , y pudo acabar con Solimán que le diese el
oficio de capitán general , para que fué llamado. Diósele
juntamente el nombre de basa, para que fuesen con él
los basas cuatro, que no solían antes ser mas do tres.
Diúie Solimán de su mano las insignias de capitán ge-
neral , y entrególe luego ochocientos mil ducados para
proveer la armada, y ochocientos genízaros para con
que hiciese la guerra contra Muleáses. Salió Barbaroja
de Conslantinopla con ochenta galeras un poco antes
que Solimán se fuese á la guerra de Persia ; dejó en el
puerto otras doce galeras para que Amurátes, su capi-
tán , pasase en ellas el ejército de Solimán en Asia ; to-
mó tierra Barbaroja en Calabria; saqueó á san Lucido,
adonde halló riquísimo despojo , y llevó cautivos todos
los vecinos del lugar, sin dejar uno ; fué & Citrario, por-
que le dijeron que se labraban allí galeras ; no halló
gente, y mandó quemar la madera con que se labra-
ban ; pasó de allí á vista de Ñapóles ; y si saltara á tier-
ra, no dejara de hacer harto daño, y aun por ventura
tomara la ciudad , porque estaba sola y sin defensa ;
pasóse á la isla Prócida, y saqueó la ciudad ; saltó al
piierto de Gaota, y tomó la Espelunca, pueblo allí cer-
ca, cautivando mas de mil y docientas personas. En-
tráronse por la tierra de noche hasta Finidi docientos
turcos con intención de prender á la hermosísima Julia
Gonzaga, nuera de Próspero Colona , una de las mas her-
mosas mujeres que se han visto en el mundo en nuestros
tiempos ( según refiere Ariosto en su Orlando furioso,
y ansí lo oí yo decir á quien la conoció), y es averiguado
que volábala fama de su extraña hermosura y graciosí-
simos ojos. Fué grandísima ventura poderse escapar
esta señora; porque los turcos entraron la ciudad y ma-
taron casi á todos los que dentro hallaron, profanando y
destruyendo los templos y las honradas sepulturas de los
coloneses, con las banderas y trofeos de sus Vitorias, que
allí estaban. Quisiera infinitísimo Barbaroja haber á las
manos á la señora Julia para hacer presente dolía á So-
liman ; pero no quiso Dios que aquel bárbaro gozase de
tan rara belleza. Robó después la ciudad de Terracina
con la mesma crueldad que hizo á Fundí. Acudieron
luego á Roma con la nueva los vecinos de Piperno, al
tiempo que el pontífice Clemente estaba en la cama muy
al cabo de la enfermedad de que murió. Fué grandísima
la turbación que se sintió en la ciudad , porque cierto
ella estaba tan sola y desapercibida, que si por malos de
pecados á Barbaroja le viniera gana de probar ventura,
tiénese por muy cierto que pudiera saquear á Roma.
Juntáronse luego á consistorio los cardenales , sacaron
de la cámara y erario apostólico todo el dinero que se
pudo hallar, y encargóse al cardenal Hipólito que to-
mase el cuidado de defender la patria. ílízose alguna
gente, que salió en campaña ; pero todos eran ladrones
y gente perdida , y por do quiera que pasaban liafian
mas daño que hicieran los mismos turcos si por olla an-
duvicnm. Pero al fin no fué menester, porque Barba-
roja llevaba otro designio, y de presto dio consigo en
África con tanta diligencia, que cuando pensaban en
Roma que le tenían á cuestas , estaba él sobre Túnez á
íin de tomar á Muleáses de sobresalto; porque todas
estas salidas que hizo en Italia las hizo por engañarle,
y porque pensase que su venida no era contra él , sino
contra cristianos, no embargante que siempre echó fa-
ma ( y así se creyó en Túnez) que llevaba consigo á Ros-
cóles para restituirle en su reino ; aunque Muleáses bien
sabia que quedaba medio preso en Conslantinopla , y
por eso se descuidó asegurarse , porque sabia él que el
mayor pertrecho que contra él podía traer Barbaroja era
su hermano, porque tenia muchos amigos en Túnez.
Era Muleáses hijo de Mahométes, rey de Túnez, y de
Lentigesia , una de sus mujeres , de nación alárabe, tan
varonil y ambiciosa, que con tener Mahométes otros
veinte y dos hijos, y algunos mayores que Muleáses,
ella tuvo maneras como él fuese rey en competencia de
todos sus hermanos. A Maymon, el hijo mayor, levan-
tóle Lentigesia que se había querido alzar con el reino,
y tuvo manera como su padre le hizo matar. Roscóles
se escapó huyendo. A todos los demás prendiólos Ma-
lcases , y mató algunos , y los demás cególos con el ar-
tificio que usan los bárbaros de poner ante los ojos una
plancha de cobre encendida. Los tres de estos ciegos,
Barca, Balotes y Saytes, hallólos después su majestad
en Túnez, y trujólos consigo. Mató ansimesmo Muleá-
ses todos cuantos sobrinos y parientes pudo haber, y
con ellos hizo también matar á dos amigos de su padre,
los que por su industria habían muerto á Maymon. No
los mato por otra cosa sino por no les pagar aquella
buena obra, y porque no les pagando como debia , de
fuerza se le habían de rcbelar. Tuvo también Lentige-
sia maneras como matar casi todas las mancebas y mu-
jeres de su marido ; y algunos dijeron que Muleáses con
su industria dolía hizo morir consigo á su propio pa-
dre , que así se usa entre gente tan bárbara. Todas es-
tas tiranías publicaba Barbaroja que quería cartigarlas,
y restituir el reino á Roscólos ; pero no era esta su in-
tención, sino de hacer lo que hizo. En pasando de Ita-
lia, tomó puerto en Biserta, y echó fama que Roscóles
quedaba en su galera mal dispuesto, y por eso se le rin-
dieron luego los de Biserta antes que Muleáses supiese
su venida. Salió de allí con sus galeras , y púsose á
vista de la Goleta. No le recibieron dentro , como tenia
pensado, porque los que tenían la fortaleza dijeron que
pasase adelante sobre su seguro ; y que ganando él la
ciudad, se la darían ellos luego. Estaba ya la ciudad al-
borotadísima con pensar que Roscóles venia : Muleáses
era extrañamente malquisto por sus crueldades , y por
eso acordó de irse, y con harto trabajo pudo salirse
huyendo de la ciudad, sin llevar consigo dineros ni jo-
yas, que tenia infinitas. Como los de Túnez vieron sa-
lido de la ciudad á Muleáses, tomaron la mujer y los hi-
jos do Roscólos, y salieron con ellos muy gozosos á re-
cibir á Barbaroja , pensando que Roscóles venia con él
allí. Salló luego Barbaroja en tierra , púsose á caballo,
y tomó consigo hasta cinco mil hombres, y entró por
la ciudad con una grita muy grande, apellidando todos
Solimán, Solimán, Barbaroja, Barbaroja. Los de Tú-
nez, que andaban buscando con los ojos si vian á Rós-
celes, como no lo hallaban , y después supieron de cier-
to que quedaba casi preso en Conslantinopla, y vieron
que Barbaroja los habla engañado por alzarse con la
JORNADA
ciudad, acudieron lodos á las armas. Tomaron por su
eapitan.al mesuar de la ciudad, que es lo mismo que
gobernador ó corre^'idor ; pusiéronse lodos en un lugtu-
alio, y comenzaron á apelHilar la Iraicion queliarbaro-
ja usaba con ellos. Hicieron luego un correo y muclios
á Mufeáses que volviese ; y con el mismo furor que le-
nian conlra Barbaroja , acouietieron á los turcos y ma-
taron muclios dellos. Muleáses volvió luego, porque aun
no liabia pasado de los huertos donde posan los rabas-
lenios, que son ciertos caballeros cristianos que viven
en su ley, y hacen guarda á la persona del rey de Túnez
por antigua costumbre. Los turcos, como vieron el plei-
to mal parado, fuéronse retrayendo hasta la fortaleza.
Recibiéronlos bien los de dentro, y luego acudió el 31e-
suar á cercarlos con tanta furia , que si no fuera por un
renegado que se llamaba Baeza, la entraran. Este Bae-
za hizo subir de presto á la torre una culebrina, y dis-
paróla con tanta furia, que puso en los de la ciudad
grandísimo temor y espanto, y aflojaron un poco, hasta
que llegaron Muleáses y Doray, un lio suyo, hermano
tle Lenligesia, que pusieron en grandísimo peligro y
trabajo á Barbaroja, Y no sabiendo qué medio tomar,
fué á él un renegado español, natural de Málaga, que
había sido soldado de Pedro Navarro , y se llamaba Ha-
lis, y aconsejóle que saliese animosamente á pelear,
porque los moros eran gente vil y para poco , y no su-
frirían la furia de los turcos. Hízolo ansí Barbaroja , y
con tan buen ánimo, que en el primer acometimiento
mató al Mesuar y mas de tres mil ciudadanos , y los hizo
á todos retirar en sus casas con mas de seis mil dellos
heridos, y tan amedrentados, que no osaron mas tomar
armas conlra él. Muleáses hubo de salirse huyendo de
la ciudad , y fuese con Doray á Conslanlina, allá dentro
en África , adonde se estuvo quedo basta que pasó á Tú-
nez el Emperador. Otro día de mañana movieron los
ciudadanos trato de paz con Barbaroja , y de bueno á
bueno le recibieron por su rey en nombre de Solimán y
á su devoción ; con que les prometió y les dio muy bue-
nas esperanzas de que el gran turco Solimán algún día,
y bien presto, daría el reino á Rósceles, á quien ellos
tanlo querían : con lo cual Barbaroja fué sin contradi-
cion ninguna reconocido y llamado rey en Túnez y en
todas las ciudades y pueblos del reino. Dende allí pro-
siguió su oficio de cosario , y cada día hacia en las islas
y costas de la cristiandad infinitos saltos y correrías,
con que no nos dejaba cosa segura.
En el estado que acabo de decir estaban las cosas de
Haríadeno Barbaroja , cuando el emperador Carlos V,
por espantar & sus enemigos y defender la causa co-
mún de la cristiandad, comenzó á ponerse á punto para
la jornada de Túnez, porque sabia que Barbaroja ponía
en orden muy grande armada para ir sobre Ñapóles , ó
á lo menos apoderarse de Sicilia. Era esta guerra que
el Emperador comenzaba, honestísima y de muy buen
sonido, porque en ella se habían de asegurarlas costas
de la cristiandad : cumplía mucho su majestad con esta
tan santa y pía jornada con su reputaciony fama de cris-
tiauísimo y celoso de la honra de la fe católica, y parecía
que queriayanioslrarsus fuerzas y felicidad contrainfie-
les, como hasta aquí las mas d<í las veces las haWa mos-
trado conlra eristíanos; y con tomar él soloy á su costa
y por su misma persona esta común empresa, dismi-
nuía el crédito de sus émulos, y parecía que les cansaba
DE TINEZ. 4S3
j confusión, pues siendo oí negocio de todos, le liaciaél á
I tanta costa de sus negocios ; y mieiilras los otros se es •
(aban descansando en sus casas, d(¡jabaél sus regalos
I y su pro[)ia casa y hijos, y se iba á poner en los peli-
j gros y trabajos que la mar y la guerra suelen traer con-
I sigo. El papa Paulo, cuando sup6 la delermiiiacion de
j su majestad, alabó mucho su sanio celo, y ofrecióSii
I de ayudarle con doce gtderas armadas á su cosía, y lue-
I go hizo capitán dellas á Virginio Ursino , dándole por
I con)pañero y colega á Paulo Jusliniano, persona muy
diestra y ejercitada en las cosas de la mar, Y porque el
Emperador pudiese con mas facilidad proveerse de di-
neros para la guerra , concedióle Paulo subsidio sobro
los bienes eclesiásticos de sus reinos de España , aun-
que se sintió mucho el César de ver que concedió tam-
bién Paulo el subsidio al rey Francisco sin haber do
hacer guerra contra infieles, pareciéndole que aquel
provecho de su émulo había después de redundar en
daño suyo. Mandó su majestad aparejar con toda breve-
dad, así en España como en Italia, todas las cosas ne-
cesarias para la guerra; y cuando supo que ya estaba
todo á punto, partióse de Castilla para la ciudad de Bar-
celona. Los señores y repúblicas de Italia todos acu-
dieron con sus socorros, teniéndose por seguros de sus
cosas con ver que la guerra se hacía contra infieles. So-
los los venecianos se esluvíeron quedos, porque no osa-
ron quebrantar la tregua que tenían con Solimán trein-
ta años había , desde que se capituló la paz con Baya-
celo. Estaba en Barcelona el príncipe Doria con treinta
galeras, y la una dellas de cuarenta remos, la mas her-
mosa y bien artillada , y entoldada de paños ricos, que
jamás se vio , para que en ella pasase la persona de su
majestad: los galeotes que remaban en ella iban vestidos
de raso, y los soldados de seda y de recamados muy cos-
tosos. Envió el Pontifico, por honrarle, al príncipe Doria
un breve lleno de favores, y un estoque bendito, con la
empuñadura sembrada de piedras de inestimable valor,
la vaina esmaltada y las guarniciones de oro, con un ri-
quísimo cinto de lo mismo, y un bonete de felpa con
muy muchas perlas ; que todas estas son insignias que
los pontífices suelen enviarlas á los grandes príncipes
cuando comienzan alguna guerra de propósito conlra
infieles. El marqués del Vasto, por orden de su majes-
tad , puso en Genova todas las compañías de gente es-
pañola , italianos y tudescos, de que él era capitán ge-
neral. Antonio de Leiba no fué en esta jornada por sus
muchas enfermedades, y también porque convenia que
en Lombardía quedase una persona de recaudoque mi-
rase por lo de Milán , si acaso el Rey se quisiese mover
entre tanto que su majestad estaba ocupado en esta
guerra. Con AnlíHiio de Leiba mandó el César que que-
dasen en I talia los soldados viejos que le parecióque bas-
taban. Escribiéronse cinco mil italianos mas de los or-
dinarios, cuyos capitanes fueron el conde de Sarno, Fe-
derico Carréelo y Auguslino Espinóla. De Alemania
trajo Maximiliano Eberslenio hasta ocho mil tudescos,
con los cuales y con la demás gente partió el marqués
de Genova en doce galeras de Antonio Doria y en otros
treinta navios de carga. Siguió la vía de Sicilia para
recoger de camino las galeras del Papa y las de Ñápe-
les. Tomó puesto en Civila-Vieja , adonde el papa Pau-
lo le estaba esperando para ver la gente y echarles ú
lodos la bendición. Allí dio de su mano el Pontífice, con
45'4 GONZALO DE
las ceremonias acoslumbradas, á Virginio Ursino las
insignias de capitán general. Partióse el Marqués con
Virginio para Ñápeles, adonde el virey don Pedro de
Toledo, marqués de Villafranca, y los príncipes de Sa-
lerno y Bisigñaiio, Espineto, Garrafa y Hernando Alar-
con lenian puestas en orden cada sendas galeras arma-
das ásu costa, y otras siete, sin estas, á cosía de lodo el
reino ; con todas se fueron al puerto de Palermo, en Si-
cilia. El Emperador tenia juntos ya en Barcelona ocho
mil infantes y setecientos caballos de sus guardas ordi-
narias, que, conforme á la costumbre antigua, se pagan
en estos reinos para su seguridad, sin otros algunos
con que sirvieron los señores de Castilla. Estaban ansi-
mesmo con su majestad otros muchos señores y caba-
lleros, que no quisieron quedar ellos holgando y en sus
casas, viendo ir á su rey en una demanda tan justa.
Destoserán los duques de Alba y de Najara, el conde de
Benavenfe , el marqués de Aguilar, el conde de Niebla,
don Luis de Avila, don Fadrique de Toledo, comenda-
dor mayor de Alcántara, y don Fadrique de Acuña, que
después fué conde de Buemlía, y otras muciías perso-
nas de calidad. Vino también allí el infante don Luis
de Portugal, hermano de la Emperatriz nuestra señora,
con veinte y cinco carabelas y con un galeón , el mayor
y mas bien armado que hasta entonces se había visto
en la mar : en estas carabelas iban hasta dos mil infan-
tes. Estaban también con su majestad sesenta navios
gruesos de Flándes, con mnclia gente y con remeros
de los condenados por justicia , para suplir las galeras
si alguno faltase. Partieron casi á un tiempo su majes-
tad de Barcelona y el marqués del Vasto de Palermo,
y viniéronse á juntar en el puerto de Cáller, euCerdeña.
Allí se esperó hasta que llegasen las galeras de España;
y como llegaron, luego el Emperador se dio á lávela,
y fué á tomar puerto en Clica , ciudad de Berbería. En
la entrada deste puerto encalló la galera capitana, don-
de iba la persona imperial , y no dejó de correr algún
peligro; pero acudió de presto el príncipe Doria , y hi-
zo cargar toda la gente al borde, y con esto vino á to-
mar agua y salió adelante. No dejó de dar á todos cui-
dado este caso , porque sabían que el rey don Filipe,
su padre del César, se había visto en otro semejante in-
conveniente en los bancos de Flándes, viniendo á Es-
paña. Salióse presto su majestad de Úlica , y fuese á
poner á vista de Túnez , adonde estaba el cosario Bar-
baroja , el cual quedó atónito de ver taijta multitud de
velas, que pasaban , entre grandes y pequeñas, de mas
de setecientas; pero lo que mas espanto le puso fué
saber que venia allí el Emperador en persona; cosa que
nunca él pensó que fuera posible ; y porque Aloisio Pre-
benda, cautivo genovés, le había dicho que el Empera-
dor no habia de ir con la armada , sino solo Andrea Do-
ria , y no con tanto aparato como allí habia, mandóle
luego cortar la cabeza, diciendo que le habia engañado.
Llamó á consejo sus capitanes : díjoles que no habia
qué temer, pues el tiempo era tan caluroso, la tierra
herviente y arenosa, y los enemigos no acostumbrados
á tan excesivos calores ; y que si la guerra duraba, ne-
cesariamente, pues eran tantos , les habían de faltar
mantenimientos; que todo el negocio consistía en de-
fender la Goleta, por ser aquella la principal fuerza de
la ciudad y aun del reino. Diéronle todos muy buena
respuesta, prometiéndole de morir ó defender la Gole-
ILLESCAS.
ta. Estaban con Barbaroja tres ó cuatro famosos cosa-
rios; los principales eran, Sinan, judio, HaydinoCa-
chadiablo, Saleco y Tabaques. En llegando nuestra flo-
ta á la torre que llaman del Agua , mandó el César que
todos comenzasen á saltar en tierra , temando al largo
la costa, porque saliesen á un mesmo tiempo. Hízose
con tan buena orden, disparando artillería contra los
moros y turcos que asomaban, que sin resistencia nin-
guna se puso en pocas horas el ejército en 1 ierra. Tomó
el Marqués lugar seguro para los alojamientos, y man-
dó que na die se moviese hasta que los caballos y arti-
llería se desembarcasen. La tienda imperial púsola el
Marqués entre las dos torres que se llaman del Agua
y de las Salinas. Enviáronse luego corredores á calar el
sitio y asiento de la ciudad, y la calidad de la tierra;
topáronse con algunos alárabes bien diestros y para
mucho, los cuales mataron algunos de los corredores,
y entre ellos murieron dos personas bien señaladas,
Frcderico Carréelo y Hierónimo E'^pínola, genovés.
Con todo eso, algunas veces salía su majestad á correr
el campo, con harto peligro de su persona, y tanto,
que algunos lo tenían á temeridad; como quiera que
en la guerra el Capitán General, mayormente siendo rey
ó emperador, el principal cuidado que ha de teneres
guardar su salud, porque della pende la de todo el
ejército que lleva, ¡base cada día ganando tierra con
los alojamientos hacia la Goleta , llevando delante sus
trinclieas y reparos para seguridad; trabajaban todos
en hacerlas, porque siempre andaba su majestad entre
los gastadores, que no le faltaba mas de tomar el haza-
don. Cada dia se trababan escaramuzas bien reñidas con
los cosarios que sallan de la Goleta. L'n dia saUó Saleco
con buena parte de su gente , y dio en un bastión don-
de tenia su estancia el conde Samo con sus itahanos.
Salióle al encuentro el Conde, y el turco, por enga-
ñarle y desviarle de su gente , fingió que huía ; y cuan-
do le tuvo cerca de una emboscada , revolvió sobre el
Conde con tanta furia, que le mató á él y á cuantos con
él se hallaron , que apenas quedó ninguno ; y si alguno
huyó, tampoco pudo escapar, porque los turcos siguie-
ron su alcance hasta volver á nuestro campo ; y los es-
pañoles , según se dice, aunque pudieran, no los qui-
sieron socorrer, porque tenían desabrimiento do que
los italianos hubiesen tomado aquel lugar, por mas pe-
ligroso y honrado, en competencia de los mesraos es-
pañoles. Llevó Saleco á Barbaroja la cabeza y la mano
derecha del Conde , y hicieron con ella gran fiesta los
turcos ; de que su majestad sintió grandísimo dolor,
porque el Conde era muy buen caballero. No se goza-
ron mucho los españoles, si acaso les plugo, con la des-
gracia de los italianos, porque luego otro dia salió de
la Goleta Tabaques, y dio tan repentinamente en el
cuartel de los españoles , que mató muchos en la Irin-
chea y en el foso , y ganó una bandera de don Francis-
co Sarmiento, y mató al capitán Méndez, que de muy
grueso no pudo huir. Fué tanto el peligro en que se
vieron, que hubo de acudir su majestad á remediarlo
y á castigar de palabra el descuido que habían tenido.
Holgáronse mucho deste desmán los italianos; y como
por la mayor parte todos eran bisónos , y los españoles
soldados viejos, dábanles grita burlando dellos, porque
siendo tan cursados en la guerra se habian tanto descui-
dado , sabiendo que lo habian con gente arrebatada y
JORNADA
que no peleaban sino como ladrones, Je sobresalto. Riñó
muy de veras el Marqués á los capitanes y sargentos es-
pañoles este daño, y rogóles que procurasen con alguna
liazaña notable enmendar el avieso , y cobrar la reputa-
ción como quien ellos eran. Prometiéronselo todos, y
cumpliéronlo muy bien ; porque otro dia, saliendo Jafer
con sus genízaros y gran multitud de alárabes y moros
en medio del dia , subió con grandísima osadía sobre
las trincbeas, y comenzó á disparar de sus arcabuces
con tanta destreza , que si no estuvieran los nuestros
sobre aviso, les hiciera mucho daño. Acudió de presto
el Marqués con arcabuceros á pié y á caballo , puso los
escuadrones en orden , y comenzóse una muy hermosa
escaramuza, la cuai duró grandísimo rato en peso, has-
ta que Jafer cayó muerto, y los suyos comenzaron á
huir. Siguióse el alcance hasta las puertas de la Gole-
ta con tanto ímpetu, que no tuvieron los que huían
tiempo de entrar por la puerta principal. Muchos se
quedaron fuera, y otros se escaparon por caminos se-
cretos. Al retirar deste alcance se tuvo grandísimo tra-
bajo, porque Sinan, el judío, disparó muchas piezas
de artillería dende la Goleta , con que mató muchos de
los nuestros, y principalmente al alférez Diego de Avi-
la, y Rodrigo de Ripalta salió mal herido. Con este
próspero suceso cobraron los españoles nuevo ánimo
y los enemigos se comenzaron á encoger. Su majestad,
que no quería gastar el tiempo en cosas de poca im-
portancia , como vio que los suyos estaban contentos y
con buena gana de pelear, determinó dar una batería
fuerte á la Goleta, temiendo no les viniese á los cer-
cados algún socorro , ó recreciese en los suyos alguna
enfermedad , porque de dia hacia excesivos calores, y
de noche frígidísimas rociadas. Batióse la Goleta por
mar y por tierra con grandísima furia, en 12 días del
mes de julio del año de lo3S. Duró la batería donde
la mañana hasta pasado mediodía ; parecía que se hun-
día el cielo y la tierra, tanto, que del gran ruido se al-
teró la mar, que parecía estaba en tormenta : pusie-
ron por tierra una torre con sus barbacanas ; todas las
troneras donde los turcos tenían su artillería vinie-
ron al suelo con los mesmos artilleros , y quedó tan
abierto el muro , que fácilmente se pudo dar el asalto.
Cuando hubieron de arremeter salió delante un fraile
con un crucifijo en las manos, animando á los soldados
á la pelea, y lo mesmo hacía su majestad, que andaba
de uno en otro, esforzando á todos. Fué tan animoso el
acometimiento, que Sinan y los suyos no osaron espe-
rar, y se salieron huyendo por una puerta trasera, y se
fueron á meter en la ciudad. Ganóse con esto fácilmen-
te la Goleta , y juntamente se ganaron casi todas las ga-
leras de Barbaroja, que las había él sacado y puesto
enseco. Fué increíble el contentamiento del Empera-
dor cuando vio que al tirano se le habían quitado los
instrumentos de sus latrocinios; y por el contrario,
quedó desesperadísimo Barbaroja de verse sin galeras:
dijo á Sinan muchas palabras injuriosas porque se ha-
bía venido huyendo , y respondióle con mucha pacien-
cia : «Yo te digo , Señor, que si yo hubiera de pelear
con hombres, que no huyera ; mas no me pareció cor-
dura tomarme con Satanás , y por eso me quise guar-
dar para mejor tiempo.» Con estose asosegó Barbaroja
un poco, y comenzó á dar orden en aparejar todas las
cosas necesarias para sufrir el cerco que esperaba. Po-
DE TÚNEZ. ÍSíf
co después de ganada la Goleta, llegó á aucstro campo
el rey Muleáses, acompañado de sus pari€ntes y ami-
gos, y él llegó á besar la mano al Emperador, el cual
le mandó sentar, y hízolo él en un tapiz á sa modo.
Habló muy discreta y concertadamente , dand» á su
majestad las gracias por ver vengar sus injurias, casti-
gando la crueldad y tiranía de aquel ladrón, enemigo
del género humano, y por lu intención que en su cle-
mencia conocía de que le había de restituir en el rei-
no de su padre. Ofrecióse, en reconocimiento desto, de
ser siempre muy leal amigo y vasallo , y de acudir con
el tributo que su majestad fuese servido de mandarle
pagar. Dióle el Emperador agradable respuesta, dicien-
do que su principal motivo no era otro sino el deseo de
vengar las injurias que de aquel tirano diversas gentes,
ansí cristianos como de otra opinión, habían recibido,
y que su intención era quitar del mundo aquellos ladro-
nes, gente perniciosísima para todos : por tanto, te-
nia esperanza en Jesucristo, su Dios, que como había
comenzado á favorecerle , lo llevaría adelante, y le da-
ría cumplida vitoria de sus enemigos ; y que cuando se
la hubiese dado , entonces le prometía muy de veras de
hacer de manera que no se pudiese quejar, sin que ja-
más le pasase á él por pensamiento de recelarse de su
ingratitud; porque para creer del que seria grato y
reconocería la buena obra que entendía hacer, le bas-
taba ser él rey noble y de casta de reyes; cuanto mas
que cuando en él no hubiese la fidelidad necesaria, no
habían de faltar armas con que le castigar después,
como no faltaban al presente contra Barbaroja. Húbose
Muleáses en todas las cosas como persona de valor y
que representaba su real estado , sin mostrar en cosa
ninguna bajeza ni pusilanimidad; y junto con eso, en
todo lo que allí estuvo en nuestro campo, le vieron y
probaron ser un hombre muy discreto y bien entendi-
do, muy gentil filósofo y matemático, y buen astrólogo,
y no menos diestro eri menear un caballo y jugar en él
de una lanza y de todas armas con muy buena gracia
y desenvoltura. Dióle por huésped su majestad al mar-
qués del Vasto, el cual le trató espléndidamente, como
á quien él era. Comunicábanse con él todas las cosas de
la guerra, porque en todas tenia muy buen voto; dio
muchos y muy importantes avisos, y casi en ninguna
cosa de las que dijo que habían de suceder se engañó.
Súpose del la calidad de la tierra , el asiento y fuerzas
de la ciudad , los pozos y cisternas que había, y de dón-
de se habían de proveer de agua para el campo el día
que se quisiesen allegar con él á la ciudad; dio parti-
cular cuenta de los olivares, adonde llegaban, y cómo se
habían de cortar para desviarse de alguna celada ; dijo
qué tantas eran las fuerzas de los enemigos; y consi-
derando loque dentro de la ciudad había, y las inexpug-
nables fuerzas de nuestro campo, vio lo que habia de
suceder, ni mas ni menos de como después acaeció,
porque entendió que Barbaroja no esperaría dentro de
la ciudad batería ni asalto , sino que saldria con sus
gentes al campo, dejando la ciudad á sus espaldas. Dijo
que, por ostentación y por parecer que hacía algo, asen-
taría sus escuadrones, pondría por avanguardia la chus-
ma de alárabes y moros que tenia consigo , y él con los
genízaros se quedaría junto á las puertas de la ciudad
en retaguardia; y que á los primeros encuentros, si
viese que los suyos vencían , apretaría con los geníza-
rjG GONZALO DE
ros de veros, y s¡ no , volvería las espaldas y se pondría
en cobro. Últimamente avisó al Emperador que ningún
trabajo mayor liabía de tener, cuando quisiese iiacer el
tiitimo acometimiento, cuanto lo seria la sed que los
suyos licibian de pasar; porque en lodolo que habia
dende el alojamiento hasta la ciudad no habia sino cis-
ternas, que para beber en ellas se habia necesariamen-
te de desordenar el campo. Para remediar esto aconse-
jó á todos que llevasen sus bolas ó calabazas en las cin-
tas, ó algunas bestias cargadas de agua. Importaron
tanto estas cosas, que sin ellas apenas se pudiera con-
seguir el fin deseado. Diéronse los capitanes, por orden
de su majestad, toda la priesa posible por ir ganando
tierra hacia la ciudad , llevando sus trincheas adelante,
según orden militar, por ir mas al seguro, con intención
deallegarseá tiro de culebrina, para poder batir el mu-
ro y dar los asaltos necesarios. Entre tanto no dejaba
cada día de ofrecerse ocasión de escaramuzar, y aun
alguna vez se encendió el negocio tan de veras, que por
poco se peleara de poder á poder. Aquel día fué mal
herido Garcifaso de la Vega , elegante poeta español , y
aun matúranle si no le socorriera Frederico Garrafa,
napolitano , y fué menester jue su majestad en persona
saliese con sus hombres de armas al socorro ; y aun es
averiguado que peleando el mesmo César valenlisima-
mentc , sacó de entre los pies de los moros á un Andrés
Ponce, caballero andaluz, que le habían muerto el
caballo, y él estaba cuido en tierra. Salieron de ahí á
dos ó tres días hasta treinta mil moros á tomar una
torre que tenían ganada los nuestros en un cerro alto,
donde antiguamente fué la famosa ciudad deCarlago.
Llevaban los moros delante de sí un sacerdote óallaquí,
el cual iba derramando muchas cedulillas de conjuros
y maldiciones céntralos nuestros, pensando dañarlos
con aquello. Acudió su majestad con algunas banderas
de caballos en socorro de los de la torre ; díó en los
moros con grandísima furia, matando muy muchos, y
entre los primeros murió el hechicero alfíiquí que los
guiaba ; puso los demás en huida,, y aun afirmaba des-
])ués su majestad que si llevara consigo una sola ban-
da de ballesteros á caballo, que hiciera aquel día una
jornada importantísima; y propuso de hacer de mane-
ra que de allí adelante se usasen en la guerra estos ba-
llesteros , porque para muchas cosas venían á ser me-
nester. Eran tan diestros los alárabes y moros en el
pelear á caballo, y tenían á los nuestros tan conocida
ventaja en el sal>erse menear , y en sufrir el calor y los
otros trabajos de aquella calurosísima tierra, que se
conocía bien que viniendo á batalla cam[>al , se había
de tener harto trabajo en la viloria; y tan de veras se
imprimió en algunos esta imaginaGÍon, que no falló
quien pusiese en plática que sería bien dar la vuelta pa-
ra España, sin proceder mas adelante en la guerra, di-
ciendo que su majestad se podia contentar con lo he-
cho, y cumplir con su reputación con lialxjr ganado la
Goleta y las galeras del enemigo , pues aquella era su
principal fuerza y las armas con que solia castigar el
mundo , dejado aparte que cada día se morían en nues-
tro campo muchos de ílujo de vientre. "Vino esto á oí-
dos del César, y sintió dello gran desabrimiento, pe-
sándolo mucho de que hubiese en el campo gente de
tün poco ánimo. Para sacarlos de la duda que tenían
de la viloria, lazóles á todos un grande razonamiento,
ILLESCAS.
reprehendiendo á I05 que lal plática como esta osaban
mover, porque en ella mostraban tener harto mas cui-
dado de la vida que no del honor. Díjolos que sí algu-
nos inconvenientes hallaban en la empresa, los debie-
ran advertir en España , antes que se pusieran á lo que
se habían puesto, y no cuando ya no se podia dejar sin
gran vergüenza; que bien vían todos cuan á su gusto
pudiera él eslarse en su casa con su mujer y con sus
dulcísimos hijos, si hubiera querido píisar en disi-
mulación, como otros reyes, las injurias de toda la
cristiandad; y que pues todos sabían cuan urgentes
oran las causas que allí le habían llevado , no tratase
nadie de pensar que había de alzar la mano de aquel
negocio hasta poner en él el fin deseado, ó á lómenos
morir honradamente , como cualquier hondjre valeroso
lo debe procurar; finalmente, vino á decir que se apa-
rejasen para la batalla, que luego la quería dar si se to-
pase con el enemigo, ó sí no , batir el muro y darle el
asalto dentro de la ciudad. Con esta plática quedaron
en resolución de que se habia de llevar al cabo el inten-
to de la empresa que tenían comenzada , y sin otra di-
lación luego se comenzó á poner á punto la partida para
la ciudad de Túnez en orden de batalla formada. Púso-
se en el castillo de la Goleta el recaudo conveniente,
aderezóse el artillería en sus carros y de la manera que
con mas facilidad se pudiese llevar. El maríjués del
Vasto quiso su majestad del E)nperador que aquel día
hiciese el oftcio decapitan general; y ansí acetó el car-
go que el César le dio, lomando para sí la avanguar-
dia con los itahanos á k mano izquierda y con los es-
pañoles á la derecha. En medio iban los tudescos, adon-
de también iba el duque de Alba, don Hernando de
Toledo. Su majestad andaba sobresaliente, animando á
todos, aunque su propio lugar era la batalla, adonde iba
el estandarte imperial con el infante don Luís, su cu-
ñado. El principal coronel de los italianos era el prínci-
pe de Salerno, de los españoles el señor Alarcon, y de
los tudescos Maximiliano Eberstenio, Poníales el Em-
perador delante á todos el premio de la viloria, que ha-
bían de ser los despojos de aquella riquísima ciudad;
traíales á la memoria sus muchas hazañas y lo que en
su servicio habían hecho en las guerras de Italia; pro-
metíales el descanso tras aquellos trabajos, y todo esto
con tan alegre rostro y tan lleno de confianza, que to-
dos á una voz le prometieron de darle en las manos la
Vitoria, y aun de seguirle, si les quería llevar, bástala
Casa Santa. Barbaroja, que supo de sus corredores có-
mo nuestro campo se le acercaba, hizo del suyo iu que
.Huleases tenía ya dichoque haría. Salió al rampo y pú-
sose en orden de pelear, echando delante la gente vil
y de poco precio, y quedóse con la mayor en la reta-
guardia. Cuando los nuestros llegaron á las cisternas,
como el calor era ardentísimo, y la sed tanta, que no
bastaba el agua que se llevaba en botas, tanto, que al-
guno hubo que díó por un jarro della dos escudos ; acu-
dieron tantos y tan desvalidos al agua, que se desorde-
naron algunos escuadrones con harto peligro ; y si los
enemigos acudieran entonces, se pudiera recibir algún
notable daño; pero ellos no vinieron, y su majestad y
los otros capitanes acudieron á echar á palos la gente
de sobre el agua; y así, se volvió toda á su orden. Tenía
l?arbaroja bien cíen mil hombres, y cuando los nues-
tros llegaron á vista de su campo, comenzó á disparar de
JORNADA
su artiflería , pero sin fruto ningunn. Venia mas atrás !a
nuestra, y p^ir eso no se pudo jugar ; y porfjiie el cami-
no era arenoso, y la llcvaljan en carros ó en iioinhros
de esclavos, no se pndia mover con diligencia. Era lan-
ía la gana que los cristianos mostraban de verse ya en-
vueltos con los enemigos , que cada momento de dila-
ción se les liacia un ano. A esta causa le pareció al Mar-
qués que no dcl)ia dilatar mas el rompimiento , ni se--
virse aquel dia délas culebrinas, sino arremeter luego,
porque los suyos no se enfriasen , ó los turcos cobra-
sen ánimo con pensar que los nuestros se detenían de
miedo. Con esta determinación acudió el Marqués á su
majestad , que andaba entre los delanteros, discurrien-
do de una parte á otra, exhortando y animando á todos,
y díjole estas palabras : « Si á vuestra majestad le pare-
ciese, yo no esperaría hoy artillería, sino tocaría luego
arma.» Respondió entonces el César : «También me
parece á mí eso, mas yo no lo puedo mandar; vos, que
podéis, liacedlo, pues es boy vuestro dia.» Respondió
el Marqués con rostro alegre : «Bien me parece. Se-
ñor, que baya vuestra majestad querido echarme á cues-
tas esta carga. Y pues ansí es, yo quiero usar mí ofi-
cio ; y ante todas cosas mando á vuestra majestad que
luego se vaya á su puesto , y se ponga en su batalla con
el estandarte, no sea nuestra mala suerte que se des-
mande algún arcabuz, y peligre vuestra persona para
total perdición del mundo.» Hinchóse el César de ale-
gría cuando oyó tan cortesanas palabras, y volvió luego
las riendas al caballo, diciendo: «Pláceme por cierto de
obedecer lo que mandáis, aunque no había de qué te-
mer; que pues nunca emperador murió tal muerte co-
mo esa , no es de creer que la moriré yo.» No hubo bien
su majestad llegado á su puesto, cuando luego sin mas
detenimíentose dio señal dearremeter. Fué tanta la prie-
sa y el ánimo con que se hizo el primer acometimiento,
que aunque don Hernando de Gonzaga con una banda
de caballos ligeros fué el primero que vino á las manos
con el enemigo, y mató un capitán y trescientos ócuatro-
cientos moros, casi ala par llegaron los escuadrones de
la infantería. Fué tal el primer acometimiento , que los
alárabes volvieron luego las espaldas , y Barbaroja con
sus siete mil turcos se metió huyendo dentro de la ciu-
dad, y cerró las puertas á gran priesa. El César, como
vio tan presto desembarazado el campo, fué á ponerse
en los mesmos alojamientos donde Barbaroja tenia sus
gentes, con propósito de batir el muro y ganar la ciu-
dad por fuerza. Luego en entrando en la ciudad, Bar-
baroja , como iba rabiando y medio loco de coraje , di-
jo que le trajesen todos los cautivos cristianos que es-
taban en las mazmorras de la fortaleza, que los quería
matar. Estorbóselo Sinan, judío, pareciéndole bajeza
muy grande matar á quien no podía ofender. Supieron
esta determinación de Barbaroja dos renegados cristia-
nos, Francisco Catarío,que se llamaba Yafaraguas, y
Francisco de Medillín, español , que se decía Memín.
Estos dos, que , con ser renegados , no tenían olvidado
el amor de su ley, avisaron á los cautivos, que pasaban
de seis mil , de lo que pasaba , y de cómo se trataba de
maltratarlos; y con las llaves que pudieron hallar abrie-
ron las mazmorras, y ayudaron á quebrar de las pri-
siones, y los sacaron á todos fuera desnudos y mal-
tratados. Así como estaban abrieron las puertas de
lU fortaleza , y con piedras y palos y con lo que pu-
DE TÚNEZ. 437
I dieron hallará mano mataron algunos turcos; tornú-
i ronse luego ú meter en la fortaleza , y con la mesma fu-
, ría acudieron á la sala de las armas, y en un momento
: se armaron todos , y se pusieron en orden, y comenza-
ron de hacer ahumadas en señal de la vitoria, para que
los nuestros supiesen que estaba por ellos la fortaleza.
El Emperador y todos, aunque vían las ahumadas, no
entendían qué podría ser, hasta que de algunos que se
salían de la ciudad y so pasaban al campo de Muleá-
scs se vino á saber la verdad. Barbaroja, como víó la
fortaleza perdida, quiso matar á Sinan, porque no le
dejó hacer lo que quería de los cautivos. Acudió á la for-
taleza , pensando que por halagos y buenas razones le
abrirían, y respondiéronle con piedras y lanzas. Con
lo cual acabó de perder de todo punto la esperanza de
poderse defender; y tomando consigo todos los turcos,
dio con ellos y con todo lo que pudo llevar de sus teso-
ros en Bona , porque allí tenia catorce gateras de res-
peto para si se viese en alguna necesidad. No fué
bien salido de la ciudad Barbaroja, cuando salieron
della los magistrados con el Mcsuar á entregará su ma-
jestad las llaves, suplicándole no permitiese que fuesen
saqueados , pues se venían á dar de su buena voluntad
lo mní presto que habían podido; pedia lo mesmo con
grande instancia Muleáses. Bien quisiera su majestad
poderlo hacer sin que su gente se resabiara ; pero no
se osó determinar á prometerlo, porque , no sin razón,
se receló de algún notable desabrimiento , y también
porque los de Túnez no merecían que se usase con ellos
de tanta humanidad, pues no habían acudido á tiem-
po, sino cuando ya no tenían remedio ninguno mas que
rendirse. El primero que entró en la ciudad fué el mar-
qués del Vasto : acudió á la fortaleza á regocijarse con
los cautivos; halló entre otros despojos hasta treinta
mil ducados, que Barbaroja no pudo llevarlos consigo.
Estos se le dieron al Marqués por el trabajo de aquel
día como capitán general. Los cautivos fueron los que
comenzaron el saco de la ciudad, y tras ellos entraron
todos los demás soldados, que no hubo orden de dete-
neríos : pusiéronse algunos moros en resistencia, y ma-
táronlos luego. Después atendieron todos á robar, aun-
que los tudescos no se hartaban de matar en aquellos
infieles, hasta que las lágrimas y alaridos de los niños
y mujeres movieron á piedad al César, y mandó que
nadie matase á quien no se defendiese con armas. Cau-
tiváronse con todo eso muchas mujeres hermosas y
niños, que vimos después en España muchos dcllos.
Otros muchos se rescataron , y aun dicen que rescató
el rey Muleáses una de sus mujeres por solos dos duca-
dos , porque el que la vendía no la conoció. Su majes-
tad fuese derecho al alcázar; agradeció mucho á los
cautivos lo que habían hecho por él ; mandólos vestir y
proveer, para que se pudiesen cada uno ir á su tierra.
La razón por que en Túnez había tantos cristianos era
porque aquella ciudad había sido la manida y receptá-
culo de todos los cosarios , los cuales pagaban al rey de
Túnez, porque les diese alh puerto seguro, una cierta
parte de todas las presas que hacían , así de ropa y di-
neros como de personas. Valia tanto esto al rey de Tú-
nez, que apenas tenia renta mayor ni de mas provecho
en todo su reino. Favoreció mucho de palabra y de obra
el César á los renegados Memin y Jafer, porque se torna-
ron luego ásu ley. Supo delios su majestad muchos se-
45? GOIVZALO DE
cretos tic Barbaroja. Fué esle saco de Túnez harto rico,
y apenas hubo nadie á quien no le cupiese buena parte
de provecho. El que inas perdió en él de todos los ciu-
dadanos fué el niesmo rey Muleáses; porque, dejada
aparte toda su recámara y allKijas , que fueron níuchas
y de gran valor las que se le saquf^aron, solas tros co-
sas le destruyeron, que decía él después que no las
diera por la& tres mejores ciudades que tenia : la pri-
mera fué una cámara llena de tinturas y colores , como
son brasiles, grana, pastel y azules, y otras cosas seme-
jantes , en grandísima cantidad ; la otra fué una pieza
llena de olores, ámbar,rCÍbeto, almizque, mosquetes y
de todas otras suertes odoríferas , de que Muleáses era
muy vicioso , y aun le hubiera después de costar la vi-
da, porque siempre andaba lleno de olores , y casi no
comía cosa sino enlardada con cosas olorosas; la terce-
ra y última cosa que allí perdió , y la que mas él que-
ría , fué una de las mas copiosas y ricas librerías del
mundo, adonde tenía exquisitísimos libros en arábigo
de todas las ciencias matemáticas ,. que las sabia él con-
sumadísimamente ,. y solía decir muchas veces que á
quien le diese otros tantos y tales libros le daría por
ellos una ciudad. Las cosas de armas que allí perdió
Muleáses eran de grandísimo precio, pero de todo
aquello hacia él poco caso. Halláronse en su armería
muchos arneses y piezas dellos , de lo que allí dejaron
antiguamente los franceses en el cerco que tuvo el
santo rey Luís sobre Túnez, adonde murió. Mientras
los nuestros se ocupaban en el saco tuvo Barbaroja
tiempo para irse á su placer á Bona. A la pasada del
río Bragada dicen que se puso á beber Haidíno Ca-
chadiablo, el famoso cosario, y que bebió tanto con
la gran sed que llevaba, ejue reventó por los ijares. En
Bona se detuvo Barbaroja dos dias enteros , poniendo
á punto las galeras que allí tenia , para irse en ellas
á meter en Argel. Consoló á los suyos, y ellos á él , pro-
metiéndose de emendar aquella desgracia otro día en
alguna buena ocasión. Fortalecióse de trincheasy de
lodo lo necesario para entre tanto que sacaba las ga-
leras, que las había mandado hundir para mejores-
conderlas. Envió el príncipe Doria en su busca de Bar-
baroja á un sobrino suyo, Adán Centurión, y dióse tan
ruin maña, que se volvió sin acometerle. Importaba
infinito ganarle aquellas galeras^ porque no pudiera
ILLESCAS,
huir por mar, y por tierra era impasílife que se esca-
para. Acudió luego á Bona el príncipe- Doria, y fué tar-
de, que ya él era salido y se Imbia metido en Argel.
Tomóse la fortaleza de Bona ; puso su maiostad en ella
por su teniente á don Alvar Gómez , y después pareció
cosa impertinente quererla susfeenlar, y púsose por
tierra. Fuera cumplida d'ctoílo punto esta insigne vito-
ría, si se pudiera haber á his manos el tirano ; pero no
quiso Dios sino que viviese para castigamos de su ma-
no con otras mil injurias que nos dio por todo lo que
le duró la vidr. , que fueron otros once d doce años.
Luego que la ciudad se aseguró delsaco, se comenzó á
tratar del negocio de Muleáses : usó con él su majes-
tad de la clemencia y magnanimidad suya ordinaria ^
restituyéndole libremente en su reino. Las condiciones
que le puso fueron harto livianas y bien tolerables : que
pagase catla un año , en reconocimiento de vasallaje y
tributo,, dos caballos y dos halcones,, y que sustentase
de todo lo necesario y del sueldo conveniente á mil
hombres que quedaban de guarnición en la Goleta ; que
fuese obligado á mostrarse nuestro amigo en toílas las
cosas, y enemigo de Solimán; que diese libertad á todos
los cautivos cristianos que se hallasen en su reino, y
que de allí adelante no permitiese que ningún cristiana
fuese maltratado. ni preso- en su tierra; que pudiesen
entrar y salir, y morar, comprar y vender , y contratar
eristiiinos en Túnez, tener iglesias,^ decir misa pública-
mente, y hacer lo que según ley eran obligados; queno'
consintiese renegados en su tierra ni admitiese cosa-
rios en su puerto; y últimamente , que sí alguna plaza
se conquistase en la costa de Berbería, que fuese para
el César. Con lo cual Muleáses quedó contentísimo y
puesto en el trono de su reino, y su majestad se partió
alegre y contento , con propósito de cercar la ciudad de
África en la mesma costa; pero no Imbo lugar de hacer-
se por entonces^ porque los tiempos corrieron contra-
rios, y no se pudo pasarcon la armada de Sicilia. Desem-
barcó su majestad en Palermo, y acudiéronle toda la isla
con servicios y congratulaciones de la vitoria. Y ha-
biendo descansado allí algunos dias , pasó el estrecho &
Ríjoles, y por tierras dfl príncipe de Salerno caminó
hasta su gran ciudad de Ñapóles. Entróse Túnez por el
Emperador á 20 de julio de lo3o , habiéndose detenido
su majestad en toda esta guerra solos veinte y seis días.
HISTORIA
Di; LOS
MOVIMIENTOS, SEPARACIÓN Y GUERRA DE CATALUÑA,
EN TIEMPO DE FELIPE IV,
ESCniTA
- POR DON FRANCISCO MANUEL DE MELÓ (i).
Si buscas la verdad , yo te convido á que leas; si no mas del deleite y policía, cierra el libro,
sitisfeclio de que tan á tiempo te desengañe.
Ni el arte ni la lisonja lian sido parciales á mi escritura : aquí no hallarás citadas sentencias ó
aforismos de filósofos y políticos ; todo es del que lo escribe. JIuchos casos sí se refieren de que
las puedes formar, si con juicio discurres por la naturaleza de estos sucesos ; entonces será tuyo
(1) El título de esta obra es el que lleva la impresión de Sancha, de !808, que hemos tomado por texto; pero ya de-
jamos advertido que Meló se valió de un pseudónimo al publicar su Historia, y porqué razón ocultó su nombre. La
portada de la edición príncipe de 161o decia así : « Historia de los movimientos y separación de Cataluña, y de la guerra
entre la majestad católica de D. Felipe el IV, rey de Castilla y de Aragón, y la Diputación general de aquel Principado:
dedicada, ofrecida y consagrada á la santidad del beatísimo padre Inocencio X, ponlílice sumo máximo romano; es-
crita por Clemente Libertino. — En San Vicente de Rasíelio, por Paulo Craesbeeck, impresor de las órdenes militares :
año de 1645. »
Y hé aquí también , copiada exactamente , la dedicatoria á Inocencio X.
« Padre Santo — Vertiendo sangre el Pueblo Cristiano, puso Dios á Vuestra Santidad en su .Silla para que la detenga
y restañe; todos así lo creemos y esperamos. Obedece la sangre á la virtud de una piedra beneficiada del Sol , para y
se reprime : le mismo ha de ser ahora por el valor de la Piedra angular de la Iglesia , depósito de las influencias del
Sol mas poderoso. ¿Quién lo duda, quando en medio del diluvio de los intereses humanos sálela Paloma de Vuestra
Santidad, asegurando al Universo , que no puede fallar quien llene por blasón la Paz , y por oficio dar la vida por ella?
Contémplese Vuestra Santidad; y se hallará cercado de obligaciones, no sé quales mayores, su Dignidad, ó su Nom-
bre? Ella de amor de Padre, él de justicia de Inocente: ¿pues de las del tiempo qué diremos? Nació Cristo en edad
pacifica. Vuestra Santidad en siglo turbulento : misteriosa confianza hace Dios de su gran Espíritu de Vuestra Santi-
dad ; pues ahora le envía y le entrega su poder; esto es decir á Vuestra Santidad que el que se desviare de las Llaves
de Pedro, tema el Montante de Pablo. De un mismo metal .son fabricadas las dos celestiales Insignias, y entrambas pro-
pias á la poderosa Mano de Vuestra Santidad. Al que no acude á la voz, reduzca al cayado; así lo usa el Pastor, y el
Pastor bueno no desampara por la asistencia de otras la oveja mas apartada, cuyos Religiosos balidos le llaman fiel-
mente. Y porque naciendo Vuestra Santidad , como ha nacido, á la quietud de los Fieles, necesita de muchas verdades,
que han de ser el material, con que debe obrarse este candido Templo de la Paz pública, informándose de las razones
ó sinrazones délas Gentes. Yo pequeño entre los mas ofrezco á los benditos pies de Vuestra Santidad esta Humilde
Historia de Cataluña, y su primer rompimiento en guerra con el Rey D. Felipe el IV; como origen de los grandes
acontecimientos de España : de la qual separación y guerra tomaron también motivo los mayores negocios de Europa ,
que de importantes ó mortales solamente aspiran á los remedios de la Iglesia. A Dios llamo por Juez de mi intención, y
espero conocer ha oído mi ruego según el acogimiento que Vuestra Santidad fuere servido mandar h^er á mis escri-
tos, que por destinados desde su principio á Vuestra Santidad, se escusáron á Príncipes y Reyes, á quienes podia oíic_
cerlos el amor ó el respeto. Empero pues yo llegué á coronar mi edificio del gran nombre de Vuestra Santidad ¿qué
otra cosa me queda que pedir, Beatísimo Padre, después de la Apostólica Rendición , sino que Dios prospere y santifi-
que la vida y persona de Vuestra Santidad , para consuelo y quietud de los Fieles? Escrita en San Vicente de Rastello
á 10 de Octubre, año segundo de vuestro Pontificado y del Señor 164o— Padre Santo— Cesa humildemente los sagra-
dos pies de Vuestra Santidad — Clemente Libertino
460 DON FRANCISCO MANUEL DE 5IEL0.
el útil, como el trabajo mió, sacando de mis letras doctrina por ti mismo; y ambos así nos lla-
maremos autores, yo con lo que te refiero , tú con lo que te persuades.
Ofrezco á los venideros un ejemplo, á los presentes un desenf^año, un consuelo á los pasados.
Cuento los accidentes de un siglo que les puede servir á estos, aquellos y esotros con lecciones
tan diferentes.
Algunos condenarán mi Historia de triste. No hay modo de referir tragedias sino con términos
graves. Las sales de Marcial, las fábulas de Plauto jamiis se sirvieron ó representaron en la mesa
de Livio.
Si alguna vez la pluma corriere tras la armonía de las razones, certificóte que en nada entró
el artificio, sino que la materia , entonces mas deleitable, la llc\a apaciblemente.
Hablo de las acciones de grandes principes y otros hombres de superior estado : lo primero se
excusa siempre que se puede, y cuando se llega á hablar de los reyes, es con suma reverencia
á la púrpura; pero esa es condición de las llagas, no dejarse manejar sin dolor y sangre.
Muchos te parecerán secretos ; no lo han sido á mi inteligencia : ninguno juzga temerariamen-
te sino aquel que afirma lo que no sabe. No es secreto lo que está entre pocos; de estos escribo.
Llamo á los soldados del ejército del rey don Felipe algunas veces católicos, como ásu rey : no
se quejen los mas de esta separación ; sigo la voz de historiadores. Otras veces los nombro espa-
i.oles , castellanos ó reales ; siempre entiendo la misma gente. Para todos quisiera el mejor nombre.
Procuro no faltar á la imitación de los sugetos cuando hablo por ellos , ni á la semejanza
cuando hablo de ellos. En inquirir y retratar afectos , pocos han sido mas cuidadosos; si lo he con-
seguido, dicha ha sido de la experiencia que tuve de casi todos los hombres de que trato. He de-
seado mostrar sus ánimos ; no los vestidos de seda, lana ó pieles, sobre que tanto se desveló un
historiador grande de estos años , estimado en el mundo.
Si en algo te he servido , pídote que note entrometas á saber de mí mas de lo que quiero decir-
te. Yo te inculco jni juicio, como íe he recibido en suerte; no te ofrezco mi persona, que no es
del caso para que perdones ó condenes mis es^critos. Si no te agrado, no vuelvas á leerme , y si te
obligo , perdonóte el agradecimiento ; no es temor , como no es vanidad. Largo es el teatro , dila-
tada la tragedia; otra vez nos toparemos; ya me conocerás por la voz, yo á tí por la censui'a.
HISTORIA
1>E IOS
MOVilENTOS, SEPARACIÓN Y GUERRA DE CATAllA.
LIBRO PRIMERO.
Intereses y discordias entre España y Francia.— Progresos de las
armas católicas y cristianísimas en Flándes, Francia é Italia.—
Ocupación de Tierra de Labor.— Sitios, embestidas y tomas de
Leucata,Fuenterrabia, Coruñay Salses.— Guerra y ejércitos en
España, origen de escándalos y alborotos ea Catalana. — Des-
cripción de aquella provincia. — Violencias en su gobierno.—
Descontento común.— Prisión de sus ministros.— Entrada délos
segadores.— Movimientos de Barcelona.— Muerte del Santa Co-
loma, virey del Principado.
Yo prel enrío escribir lo5 casos memorables que en
nuestros dias han sucedido en España , en la provin-
cia de Cataluña , cuyos movimientos alteraron todo el
orden déla república, á vista de los cuales estuvo pen-
diente la atención politica de todos ios príncipes y gen-
tes de Europa.
Graiidísimaes la materia; y aunque la pluma, inferior
noluiblemeiitc á las cosas que ofrece escribir, podia en
alguna manera hacerlas menores, ellas son de tal cali-
dad, que por ningún accidente dejarán de servir á la
enseñanza de reyes, ministros y vasallos.
Desobligado y libre de toda afición ó violencia, pon-
go los hombros al peso de tan grande historia. Hablo,
dichosamente, de príncipes á quienes no debo lisonjear
ó aborrecer, y de naciones que no conozco por buenas
ó malas obras, con certísimas noticias de los sucesos,
porque en muchos tuvo parte mi vista , y en todos mis
observaciones, no solo como inclinación, mas como
precepto.
Primero este motivo, después el temor de que es-
tas cosas lleven y hayan de correr la misma infelicidad
que las pasadas entre la conversación y memoria de los
hombres, me obligó á escribirlas.
Castellanos, franceses, catalanes, naciones, minis-
tros, repúblicas, príncipes y reyes de quienes he de
tratar, ni me hallo deu lor á los unos , ni espero me de-
ban los otros; la verdad es la que dicta, yo quien es-
cribe; suyas son las razones, mías las letras : por esto
no soy digno de acusación ni de alabanza: sirva esta
religiosa igualdad, jamás alterada en mis escritos, al
desagravio ó desobligacion de los que llegaren á leer-
me quejosos ó agradecidos; bien que la variedad de
los sucesos y de los juicios á que ellos sirven de oca-
sión, fácilmente dará á entender cómo no callo el error
ó alabanza de ninguno.
Quien retrata, tan fielmente debe pintar el defec-
to como la perfección : tampoco el severo espíritu de
la historia puede guardar decoro ala iniquidad; em-
pero si siempre hubiésemos de escribir acciones sere-
nas, justas y apacibles, mas les dejáramos á los veni-
deros envidia que advertimiento. No solo sirven á la
república las obras heroicas; el pregón que acompaña
al delincuente también es documento saludable, por-
que el vulgo, entendiendo rudamente de las cosas, mas
se persuade del temor del castigo, que se eleva á la es-
peranza d«l premio.
Yo quisiera haber escrito en los tiempos d« gloria;
mas pues que la fortuna, dejándoles á otros para escri-
bir los gratísimos triunfos de los cesares, me lia traido
á referir adversidades, sediciones, trabajos y muertes,
en fin, una guerra como civil y sus efectos lamentables,
todavía yo procurare contar á la posteridad estos gran-
des aconteciinicntos de la edad presente con tanta cla-
ridad, cuidado y observación, que aunque la materia
sea triste, pueda igualar su ejemplo con las mas agra-
dables y provechosas.
Tuvo la guerra presente de España y Francia no
pequeños ni ocultos motivos, públicos ya en los pape-
les, y mas en las acciones de entrambas coronas ; pero
sin duda yo habré de contar por el mas urgente el gran
valor de una y otra nación , que no cabiendo en los tér-
minos de la templanza desde los siglos de sus pasados
reyes hasta nuestros dias , resultó algunas veces en so-
berbias y escándalos. Ayudáronse del interés, émulos
de la gloria ó del dominio , que es el espíritu viviente
en las venas del Estado; y ministrando la vecindad en
que ia naturaleza puso estas dos famosas provincias
muchas ocasiones de discordia , eso mismo, que debía
servir á la amistad y alianza, era sobre lo que se funda-
ba la queja ó injuria; de tal suerte, que ni la confor-
midad de religión, ni los vínculos de la sangre, ni la
bondad y virtud de los príncipes, fué bastante para
conformar sus ánimos ni los de sus ministros, aun
confra el clamor universal de los vasallos, que ó me-
nos informados de los resentimientos, ó menos sensi-
bles en ellos, públicamente pedían y deseaban la paz.
Propusieron conseguida por medio de la guerra, per-
suadidos de otros ejemplos ; y después de varios casos
conque cada uno ofendía la misma justificación que
mostraba querer defender, comenzó á temblar Europa
de los estruendos y aparatos de armas que hacían espa-
ñoles y franceses. •
Mosiráronse el año de 635 kis banderas do Fran-
462 DON FRANCISCO
cia fürinidables a todo el País-Bajo ; fué roto el prín-
cipe Tomás de Saboya; entraron en Tirlomon , sitia-
ron á Lovaina , amenazaron á Bruselas y á Italia, em-
bestida Valencia del Pó, y la Val telina ocupada; con otros
algunos sucesos favorablesá franceses ; pero no sin des-
cuento de los españoles, que no con menos diclia pe-
netraron la Francia, ganaron la Capolla, Cliatelet, Lan-
drecí y Corbía en la Picardía , desearon París , defen-
dieron la misma Valencia sitiada , y poco después, de-
sesperando de mayor empresa , se lucieron dueños de
las islas de San Honorato y Santa Margarita.
Era ya voracísimo el fuego de la guerra , mas en-
cendido en los ánimos acomodados á toda ruina; así,
creciendo el enojo en la contradicción de los sucesos,
Imbo entonces el odio de arrrebalar para sí las accio-
nes que antes solo ejecutaba la ira.
Continuóse como externa aquella inquietud por casi
dos años , sin que los pueblos vecinos de España y
Francia llegasen á experímentar sus costosos movi-
mientos; porque aunque se guardaban con el cuidado
conveniente, según lo deben hacer los que no quieren
hallarse en el súbito peligro, todavía de una ni de otra
parte se había dado hasta aquel punto ocasión al es-
cándalo. Alteróse en íin el temperamento de todo el
cuerpo de las dos coronas , y comenzaron á padecer los
efectos de su dolor sus miembros mas apartados.
Era aquel año virey de Navarra don Francisco de An-
diaéirazaval, marqués de Valparaíso, hombre queja-
más excusó de hacerse agradable á aquellos de quienes
dependía. Había descubierto en pláticas y escritos en
el ánimo de don Gaspar de Guzman, conde -duque de
Sanlúcar, portentoso favorecido del Rey Católico, cier-
to género de contrariedad á la corona francesa y accio-
nes del cardenal Armando Juan de Plessís (dicho co-
munmente Richelíeu), primer ministro también de
aquel reino, y sobre todos valido de la majestad cris-
tianísima. Juzgó que el mejor camino de introducirse
en la voluntaddel Conde era facilitarle los medios de la
venganza; negoció secretamente los empleos de las
armas españolas, y de improviso bajó los Pirineos, se-
guido de algunos trozos de gente mal armada , á que
eludamos llamar ejército. Entendiéronlo los franceses
cuando se hallaba ya destruyendo y ocupando á Sibu-
ro, San Juan de Luz, Socoa y la Tapida , lugares de la
Gascuña , en la tierra que llaman de Labor, que es aque-
lla que yace de esotra parte de los Pirineos, y se ter-
mina á poniente con el mar Cantábrico. Era el poder
del Valparaíso mas proporcionado al descuido de aque-
lla provincia que no á sus fuerzas : recogiéronse los
que se retiraban de la campaña á Bayona, primera ciu-
dad de la Gascuña, puesta al principio de las Laudas ;
intentó ganarla por sorpresa, desvanecióse su designio,
porque habiéndose detenido antes en lo que no tenia
dificultad, faltó primero la ocasión, que el Marqués se
valiese de ella. Volvióse, en fin, forzado de las preven-
ciones que ya hacían los franceses : ejecutólo pocos días
después d€su entrada, sin que de su empresa se luciese
otro efecto que haber llamado la guerra hacia aquella
parte donde no convenía. Presidió los puestos , obli-
gando las armas de su rey á mayores empeños. Esta
diversión impracticable, según después la acusó la ex-
periencia , [)odrétnos contar por.el primer paso que dio
España en su misma ruina, porque de ella tomaron mo-
MANUEL DE MELÓ.
tivo todos los sucesos y accidentes que poco tiempo
después turbaron la serenidad del Estado.
Crecía la oposición de parte de los franceses por co-
brar sus lugares, y cada día se reconocía mas en Es-
paña el yerro de habérselos retenido. Intentaron en-
mendar el desorden pasado, y trazaron otro mayor para
remediar el primero. Pareció se debían dejar los pues-
tos ocupados en Francia, y se obró la retirada con tan
poca atención como la empresa. No haycaso monstruo-
so á los principios, á que no sigan fines desordenados.
Retiráronse los españoles á tiempo que solo su elección
podía obligarlos, dejando de la misma suerte que es-
taban las fortificaciones, que habían fabricado con gran
peligro y dispendio; dejaron las provisiones y víveres
prevenidos para su misma defensa , y lo que es mas,
mucha parte de la artillería; cosa que por increíble á
los franceses, con temor gozaban de su utilidad.
Pasó adelante la atención y deseo de venganza con
que el Conde-Duque disponía inquietar y divertir á el
Richelíeu en la paz interior de su provincia , y de los
intereses que mostraba en la guerra del Artois y Lom-
bardía.
Juzgóse que la Leucata , postrer lugar del Langue-
doc, ó por mas vecino á España, ó también por mas
descuidado de las armas, podía será propósito para la
embestida : encargóse la empresa á don Enrique de
Aragón, duque de Cardona y de Scgorbe , entonces vi-
rey de Cataluña, para que, asistido del conde Juan Cer-
bellon, ilustre soldado milanés,con buena parte de in-
fantería y caballería obrasen la interpresa ó silio , si
fuese necesario , casi infaliblemente.
Fué sitiada Leucata , porque la ocasión no dio lu-
gar á que se apretase por términos mas breves, y
después que , á juicio de los españoles, no podía resis-
tirse, fué socorrida por los de Narbona y Tolosa tan
osadamente, que siendo los católicos acometidos en sus
mismos cuarteles, fueron rotos con gran pérdida de
gente y no pequeña nota en la opinión.
No tardó mucho el ejército cristianísimo en dar vis-
ta á la provincia de Guipúzcoa, gobernado por Enri-
que de Borbon , príncipe de Conde , hombre en todos
tiempos mas esclarecido que afortunado : pasó los lin-
deros de la Francia con poderosa mano, á la que obe-
decían hasta veinte mil combatientes. Viendo España
entonces las lises de sangre , que ya la antigua paz y
deudo habían vuelto de oro , sitió á Fuenterrabía^ pla-
za de opinión en la Cantabria, y después de un riguroso
asedio, perdió la empresa, el poder y los intentos, ha-
biéndola socorrido contra toda esperanza los- ejérci-
tos de don Juan Alonso Henriquez de Cabrera, almi-
rante de Castilla, y de don Pedro Fajardo de Zúñiga y
Requesens , marqués de los Vélez , por la industria de
Carlos Caraciolo , marqués de Torrecusa , su maestre
de campo general.
En este estado se hallaban los negocios de la guer-
ra inleríor de España al fin del año de 638 (el que en-
tre todos pudo llamar dichoso aquella monarquía); pero
aunque sus armas triunfasen victoriosas, érales impo-
sible poder cubrir y asegurar las provincias distantes.
Con esta ocasión la tuvieron los fianceses el año sí-
guíente de ocupar á viva fuerza el castillo de Sálses
(dicho de losgeógrafosSa/suiac), y última plazadel Rey
Católico en el condado de Rosellon : no pudo resistirse
MOVIMIEXTOS, SEPARACIÓN
;i la furia del contrario, que añadiendo al valor natural
la injuria del suceso de Fuenterrabín , ohraba en Sal- .
ses como desconfiado y como valeroso. Ganóse en po- i
cosdias, mostrando la fortuna mas aquella vez cómo |
no vinculó las victorias á ninguna nación. j
La bizarría española, contra el común sentimiento |
de los prácticos, que no aconsejaban la guerra íiqucl I
año por ser ya los últimos meses de C39, no se acomodó I
á sufrir un corto espacio ese lunar en el rostro de su !
república, feísimo á los ojos de los atrevidos , mucho I
mas que á la consideración de los cuerdos. i
Armó grueso ejército el Rey Católico, cuyo mando i
entregó á Felipe Espinóla , marqués de los Ralbases. '
comendador mayor de Castilla, que poco antes liabia ¡
dejado el reposo de su república , Genova, en que tam- ,
bien se había empleado poco después de grandes ocu- i
paciones de la guerra. Siendo Felipe hijo de Ambrosio,
discípulo de aquel gran maestro, ¿ cómo se puede creer
habrá faltado á la herencia de la sangre y de la doctri- '
na? Con esto juzgollamarle dignísinw capitán del prín- :
cipe que quisiere servir. ;
La plaza fortificada nuevamente, goberuadapor hora- ;
bre experto, cual era monsicur Espernan, á quien fué •
encomendada su defensa ; la sazón del año, extrañísima j
al manejo de las armas; el grueso del ejército español, i
formado de gente mas lustrosa que robusta, todo junto i
fué causa de que se dilatase el sitio y de que las tropas i
católicas fuesen heridas de terribles enfermedades. '
Hubo en fin de rendirse la plaza, capitulando los fran- :
ceses briosamente; obtuvieron con todo el castillo de \
ópol, fuerza poco considerable, y que por cosa sin nom- j
bre olvidaron ó disimularon los españoles. Ahora lo ;
podremos advertir no sin misterio, porque parece que
en haberle dejado obediente á Francia se denotó la
posesión que su rey conservaba de toda aquella tierra, j
que poco después le habia de llamar señor. |
Casi en estos dias la armada naval del Cristianísi- i
mo, á cargo de Enrique de Sordis, arzobispo de Bur- ;
déos, dio fondo en la Coruña, que pudiendo destruir, |
se contentó con amenazar. Detúvose algunos, eraba- ■
razada quizá en las muchas ocasiones que se le ofre- I
cían, ó de aj)rasar la armada católica que se hallaba en i
el puerto, inferior á su número y fortuna (mandada de ^
don Lope de Hoces, que el año antes habia recibido in-
cendio por el mismo contrario), ó de escalar la plaza,
que aunque bien guarnecida de soldados, no pudiera !
resistirse á un daño grande, por falta de municiones. [
En medio de esta duda se levantó un gran temporal con- j
tra el uso de naturaleza, cuyo brazo peleó por España,
gobernado de la divina Providencia; obligóla el viento |
furioso á que se recogiese en sus puertos con mayores- j
panto que peligro. Reparóse, y salió á navegar segunda
vez la vuelta de España; asombró toda la costa de Viz-
caya, y desembarcando eti^Jas cuatro villas, arruinó á
Laredo, lo intentó en Santander, abrasó sus astilleros,
y amenazada nuevamente del tiempo aun mas que del
enemigo, que ya salía á buscarla con la infelicísima flota
de don Antonio de Oquendo, se volvió á Francia poco
rica de triunfos.
La variedad de esta guerra, diferente todos los años,
fué causa de que las tropas y ejércitos del Rey Católico
hubiesen de revolverse muchas veces de unas provin-
cias en otras , conforme el enemigo mostraba querer
Y GLTBRA DE CATALUÑA. .iG3
acometerlas, y que á estos sus tránsitos y pasajes se si-
guiesen los robos, escándalos é insultos que trae con-
sigola multitud y libertad de los ejércitos. En otras par-
tes llegaban á ser con mas exceso insufribles por la lar-
ga existencia en ellas; de tal suerte, que unos y otros
pueblos no cesaban de gemir con el peso de la molestia
en que los ponían sus armas propias. Era de todas
Cataluña, como la mas ocasionada, la mas afligida
provincia.
Habíanse mostrado los catalanes á los principios de
la guerra con demasiada templanza : primero tuvieron
intentos de que se les fiase la defensa de sus plazas ; fun-
dábanlo en su práctica y valor, atentos á aquella má-
xima de 1^ naturaleza, de que cada uno sabe lo que
basta para su conservación; ofrecían no perdonará gas-
tos ó contribuciones en beneficio de su república; ase-
guraban al Rey cualquiera invasión por aquella parte;
esquivábanse de que entre ellos se introdujesen armas
extrañas; juzgaban como extranjeros los que no eran
ellos mismos; en fin, pensaban que en ofrecerlo así ser-
vían al Príncipe y á la patria.
Hízose esta proposición impracticable á los Conse-
jos por algunos respetos, todos encaminados á la poca
satisfacción que se tenia de los catalanes, de quienes el
Rey conservaba alguna memoria cerca de la entereza
con que habia sido tratado el año de 632, cuando fué á
celebrar sus corles. Ayudaban esta poco digna recor-
dación las diligencias del Conde-Duque, humanamente
ofendido de que la nobleza catalana y buena parte de la
plebe se declarasen en favor del almirante de Castilla
cuando en Barcelona sucedieron las contiendas entre
el mismo almirante y el Conde-Duque. De otra parte,
Jerónimo de Villauueva, protonotario de Aragón, favo-
recido del Conde, tampoco daba calor á los negocios
públicos del Principado, ó fuese lisonja á su dueño, que
reconocía desaficionado, ó venganza particular á que le
llevaba su propio afecto.
Juzgándose el celo sospechoso, siguióse naturalmente
á la duda el desagradecimiento ; de modo que á un mis-
mo tiempo aquella atención que no se tuvo á su servi-
cio, desobligó á los catalanes de proseguirle, y puso á
los ministros reales en cierto genero de desconfianza. Y
si por entonces aquellos no justificaron su intención
afectuosa y sencilla, estos no dejaron por lo menos de
medir y observar sus fuerzas para lo venidero.
En esta opinión estaban las cosas públicas del Prin-
cipado, cuando llegó la nueva de que los franceses ha-
bían ocupado á Sálses : pedia la necesidad prontísimo
remedio, y no se hallaban en Castilla todos los medios
proporcionados á la guerra. Pareció que esta ocasión
habría de ser la piedra de toque donde se daría á cono-
cer la fineza de Cataluña, porque de su pérdida ó de su
ganancia siempre sacaban conveniencia , ayudándose
de ellos como de buenos vasallos , y dándoles por otra
parte causa á que templasen su orgullo , abatiendo sus
fuerzas, si acaso ellos fuesen los que pretendían averi-
guar alguna sospecha. Con esta ocasión concedieron
una como igualdad con el Espinóla en el mando de la
empresa al virey de Cataluña. Era en este tiempo don
Dalmau de Queralt, conde de Santa Coloma, que algu-
nos años antes fué reputado por atentísimo repúblico,
y como tal querido de su pueblo.
Con esta elección se consiguieron asaz particulares
4Gt DOiN FRANCISCO
servicios ; porque los catalanes, ó ya olvidados del pri-
mer desprecio , ó solicitados por la industria del Con-
de, ó también porque las quejas de los principes en los
hombres no duran mas de lo que ellos mismos se lo
permiten, acudieron vivamente ú la ocasión con grueso
número de vasallos y copiosísima provisión de víveres:
cuéntase este por el mas abundante ejército que Espa-
ña formó dentro de sí, cuya prosperidad se fundó sobre
la industria de los catalanes.
Concurrieron al servicio de Sálses grande parte de
la nobleza y mucba de la plebe : los mismos castella-
nos, sin atención á los extremos del Principado, es-
timan en treinta mil plazas las que pagó y mantuvo Ca-
luluña en lossicte meses que duró el sitio, haciendo re-
petidas levas de infantería, y continuas conducciones
de gastadores para manejo y fortificación del ejército.
Tanto fué el caudal con que entró en la empresa; y
con la misma proporción que ayudó al número , sirvió
también al peligro. Hallábanse en el fin de la guerra
por todas sus provincias muchos huérfanos y viudas,
cuyos padres y esposos habían servido al alimento de
aquella bestia insaciable que se sustenta en la sangre
de los humanos : sus llantos y clamores cargaban sobre
su afligida república , que lastimada dellos, tuvo poco
lugar de alegrarse con los vivas del triunfo, que indi-
visiblemente gozaba Castilla , como si sola ella hubiese
merecido el aplauso.
Los catalanes, poco acostumbrados en la edad pre-
sente al servicio militar de sus príncipes, juzgaban
por de singular fineza sus empleos, que sin duda pare-
cieran grandesaun en las naciones mas belicosas y opu-
lentas. Con este aprecio esperaban atentísimamente los
premios y gratificaciones, por ser cosa natural que el
mérito engendre la esperanza. Y si cuantos después
llegaron á publicar los servicios de aquella nación, los
acordaran antes de la queja, no les faltara el consuelo
á tiempo que se excusara la desconfianza; empero, o
fuese que los ministros á cuyo cargo estaban estas in-
formaciones, tardasen en hacerlas al Rey, ó que juzgan-
do diferentemente de la acción , contasen la deuda por
de menor calidad, ó que también, como sucede en las
cortes, aquel expediente no hallase en los ¡ínimos la
sazón y fuerza que las mas veces falta en los negocios
ajenos (como si el pagar servicios y obligaciones no
fuese el mas propio negocio de los reyes), y se deter-
minase para otro tiempo el premio de aquella gente,
dicen ellos, y la verdad lo confirma , que no solamente
lardaron las mercedes y gracias, pero que ni un ligero
ó vano agradecimiento de sus aciertos reconocieron ja-
más ; y sin duda, si no se les negó con artificio, la suerte,
que ya lo iba encaminando á otros fines, ordenó que el
desprecio de los mayores disimulase aquella grande
obligación. Esta experiencia volvió á dispertar en ellos,
si no un arrepentimiento de lo pasado, un propósito de
no tentar con nuevos méritos segunda vez la fortuna :
así fué común el interior descontento introducido en el
ánimo de todos. Si llegasen á conocer los príncipes qué
baratamente compran la afición de los vasallos, y lo
mucho que vale el aplauso universal de las gentes, nin-
guno llegara á ser remiso , cuanto mas á parecer in-
grato.
No se juzgaban todavía por acabadas las cosas do
Francia con la recuperación de Súlses, porque aun
MANUEL DE MELÓ.
después de su cobro quedaba la guerra en el mismo
estado que antes de perdida; su victoria también había
dado ocasión á mayores pensamientos en el Conde-Du-
que, que ya entonces juzgaba por corta felicidad solo
la conservación de su imperio; el invierno riguroso, la
gente fatigada y enferma del trabajo de la campaña,
vivamente pedia lugar de cura y descanso; las conve-
niencias no permitían se apartasen tanto las armas, que
las tropas fuesen reducidas á Castilla, ni su gran des-
mayo daba tiempo para que se pudiese pensar el modo
de acomodarlas.
En esta consideración ordenaron el Espinóla y San-
ta Coloma que, guarnecidas las plazas de la frontera
conforme pedíanlas ocasiones présenles, lo restante
del ejército se repartiese por el país en varios cuarte-
les, según la capacidad de los pueblos. Salió esta re-
solución molestísima á los catalanes, que habían sufri-
do el pasado hospedaje con gran paciencia, esperando
que con la mejora de las armas católicas saldrían de
gran opresión, aliviándose de las milicias que tantos
años habían agasajado contra su natural, y perturbación
de sus fueros. Empero viendo que nuevamente se co-
menzaban á acomodar para proseguir la guerra, no se
hallaba entre ellos hombre alguno que con templanza
supiese llevar aquel accidente, á que tan poco ninguno
podría resistir.
Cumplióse , en fin , la disposición de los cabos; y los
catalanes, que ya obedecian antes rabiosos que atentos,
asentaron mas este peso por nueva partida en el gran
memorial de sus agravios.
Pasó adelante el daño, porque hallándose las ren-
tas reales en sumo aprieto, procedido del continua-
do dispendio de la guerra , siguióse que los socorros
ordinarios de los soidados no corriesen entonces con
aquella igualdad y concierto que pide la infalible ne-
cesidad de los ejércitos. Era fuerza que á la falla común
en que se hallaban todos se siguiese nueva inquietud
y discordia, que habiendo tomado tantas veces moti-
vo en la ambición y demasía, no era mucho que en-
tonces se ocasionase en la miseria y hambre de la gen-
te. Llegaban estas noticias á Barcelona y á los cabos,
y al principio no parecieron otra cosa que alguna de
aquellas ordinarias contiendas entre soldados y paisa-
nos;achaque para que ninguna prudencia halló remedio.
Crecían cada instante las cartas y las quejas, ya de
los ministros de la provincia, ya de los soldados del
ejército. Quejábanse estos, oprimidos de su continua
miseria , juzgando por excesivo trabajo el que padecían
cuando los enviaban al descanso ; acusaban la dureza
de sus patrones y aun su soberbia , que los trataban co-
mo esclavos, no como compañeros ; justificaban su c lu-
sa con que no pedían mas de lo lícito {su gran aprieto
podrá ser les hiciese parecer corta cualquiera demos-
tración oficiosa). Aquellos*© quejaban de la insolencia
militar; representaban su codicia y trato violentísimo;
hacían memoria del sufrimiento pasado; decían que su
pobreza, y no su impaciencia, lo rehusaba; que ellos
acudían aun con mas de lo posible; pero que la ingra-
titud y libertad de los huéspedes ahogaba todos los me-
dios de su industria.
Oíanse los clamores de unos y otros, que esto pa-
recía entonces lo mas que se podía hacer por ellos; y
en medio de las dudas y quejas, ninguna cosa se ad-
MOVIMIENTOS, SEPARACIÓN
verlia competente á la templanza , sino era el mostrar-
les lástima á cada uno ; que este es el mas lacil medio
para aplicar á aquellas cosas que no tienen remedio.
El de Santa Coloma, combatido á un mismo tiem-
po de celo del servicio de su rey y de compasión de
sus naturales, inclinaba diferentemente el ánimo, se-
gún lo llevaba la fuerza de la razón : algunas veces re-
prehendía los excesos y libertad de la soldadesca, y
otras se convertía contra los mismos moradores; pero
los catalanes, celosos de entender que en su corazón
tuviesen lugar otros respetos que los que debia ú la con-
servación de su patria , y creyendo también que su for-
tuna crecia con las ruinas de la república, por instantes
mudaban en aborrecimiento la primera alicion que le
lenian.
El Espinóla procuraba la conservación de su ejér-
cito, juzgando que á su oíicio no tocaba arbitrar los
medios del descanso y sosiego del Principado (propia
fatiga al espíritu del Santa Coloma), y persuadido de al-
gunos hombres mas prácticos que amantes de la nación
catalana (y entre ellos de don Juan de Benavides y de
la Cerda , veedor general de la provhicia), disponía á
este tiempo en gracia de la hacienda real un gran ne-
gocio, á que mejor pudiéramos llamar mina secreta^
que después arruinó la paz común de Cataluña.
Tratóse por algunos dias aquella negociación en cón-
sul tas y papeles secretísimos : era de hermosa aparien-
cia en orden á la utilidad del Príncipe, ycomprehen-
dia interiormente riesgos á la república , como después
lo dieron á conocer sus efectos: las conveniencias agra-
dables no hicieron lugar á que se penetrase con la con-
sideración hasta el peligro; así, en corto espacio de
tiempo se pensó, se consultó, se aprobó y caminó á su
ejecución.
Había el Espinóla manejado los ejércitos de Milán;
tenia mas conocimiento de la gran sustancia y ferti-
lidad de aquella tierra, de lo que alcanzaba de la cor-
tedad ú opulencia de los catalanes; y de tal suerte se
llevó y dejó llevar, lisonjeado de aquel pensamiento,
que asentó consigo y los otros podría conseguir que la
provincia acudiese á mantener el ejército católico, co-
mo lo hacen los gruesísimos pueblos de la Lombardía.
Así, habiendo alcanzado la permisión y aun el agrade-
cimiento del Rey, sin otra prevención ó diligencia, fa-
cilitando la ley en el ejemplo, y fortificándola, á su pa-
recer insuperablemente , en las mismas armas que le
obedecían , despachó con prontitud órdenes á los pue-
blos y cuarteles para que sirviesen con el socorro ordi-
nario á las tropas de su alojamiento; señaló bocas á los
oficiales y soldados, cantidades de forrajes á la caballe-
ría; separó los cuarteles al tren y bagajes; en fin, dis-
tribuyendo los despachos conforme la ciencia mihlar,
si él no faltara á la templanza, como no faltó á la disci-
plina , no pudiéramos negar que había hecho un gran
servicio á su señor.
Acudieron á embarazar este primer efecto las uni-
versidades , donde primero llegó el aviso ; empero el Es-
pinóla, por moderar su queja, las dio á entender que
ni su intención ni la del Rey era obligarles á que diesen
mas á los soldados de lo que daban de antes; que era
solo arbitrarles un medio que sirviese como de tasa á
su codicia dellos y de moderación á la liberalidad de los
( ucblos ; que no se hacia mas de mudar el nombre, Ha-
ll i.
Y GUERRA DE CATALUÑA. 465
mando contribución á lo que primero se pudo llamar
cortesía ; que la estrechez de los tiempos presentes no
daba lugar á que el Rey dejase de valerse de tan buenos
vasallos; que el beneficio de aquellas armas era mas
propio de Cataluña que de Castilla , pues se oponían ú
la invasión de sus enemigos; que el soldado hace al la-
brador arar y recoger seguro ; no menos el labrador de-
be hacer que el soldado pelee satisfecho; que el tiempo
del servicio seria cortísimo ; que apenas conocerían el
peso , cuando ya se le quitarian del hombro ; que la ne-
cesidad era tan grande, que por fuerza les habría de to-
car alguna parte; que cuando es inmensa la carga , mu-
chos brazos la facilitan y hacen ligera ; finalmente , que
la voluntad de los reyes , y con la razón á las espaldas,
siempre es digna de obediencia.
Así pensó persuadirles el Marqués; pero ningún ad-
vertimiento ó dulzura fué capaz de templar el enojo y
rabia de aquella gente en la proposición señalada, y
mucho mas cuando últimamente lo escuchaban como
precepto.
Rompieron con furia y desorden en desconcertadas
palabras y algunos hechos de mayor desconcierto : en-
tonces hacían larguísima lista de sus progresos y ser-
vicios , celebraban sus obras, exageraban su paciencia;
luego cotejaban los méritos con las mercedes, y toda
esta cuenta venia á parar en endurecerse mas en su pro-
pósito : los mas atentos clamaban la libertad de sus pri-
vilegios , revolvían todas las historias antiguas , mostra-
ban claramente la gloria con que sus pasados habían
alcanzado cuanta honra hoy perdían con vituperio sus
descendientes. Algunos, con mas artificio que celo,
daban como un cierto género de queja contra la libera-
lidad de los reyes antiguos, que tan ricos los babian de-
jado de fueros, cuya religiosa defensa ya les costaba
tanta injuria y peligro.
Los soldados, gente por su naturaleza licenciosa,
fortalecidos en la permisión , no había insulto que no
hallasen lícito : discurrían libremente por la campaña
sin diferenciarla del país contrario, desperdiciando los
frutos, robando los ganados, oprimiendo los lugares;
otros dentro de su propio hospedaje, violentando las
leyes del agasajo, osaban á desmentir la misma cor-
tesía déla naturaleza. Unos se atrevían ala hacienda,
disipándola; otros á la vida, haciendo contra ella; y
muchos fulminaban atrozmente contra la honra del que
los sustentaba y servia. Toda la fatigada Cataluña re-
presentaba un lamentable teatro de miserias y escán-
dalos , tan execrables á la consideración de los cristia-
nos como á la de los políticos.
Disculpábase cada cual con la aflicción de la ham-
bre que el ejército padecía comunmente, como si los
delitos y desórdenes fuesen medios proporcionados para
alcanzar la prosperidad. El natural aprieto á que nos
reduce la miseria humana, casi no hay acción que nos
evite ; empero de tal suerte nos debemos valer de esta
infelicísima libertad , que no nos hagan parecer brutos
esas mismas pasiones que nos hacen parecer hombres.
Los que mandaban las tropas reales, fatigados de
la misma falta ó de la misma ambición , ni enmendaban
los soldados, ni daban satisfacción á los paisanos : gran
culpa de los que tienen ejércitos ú su cargo , permitir
toda la libertad deque pretende valerse la juventud y
descuello de los que siguen la guerra; bien es verdad
30
46fi DON FRANXISCO
que la milicia afligida está incapaz de ninguna discipli-
na; el descuido de estos ó su artificioso silencio des-
pertaba mas las quejas de todo el Principado , y en po-
cos dias, aunque asentado sobro mucbos casos, ocupó
la discordia de tul suerte los ánimos de los naturales,
que ya ninguno buscaba el remedio, sino la venganza.
A este tiempo el Espinóla, llamado de mayores ocu-
paciones, ó de su mayor diclia, Iiabia dejado el régi-
men de las armas. Suerte es, y no injuria, de poner
la espada enflaquecida para que se rompa en manos del
segundo diestro que la coge ambicioso : uníase todo el
mando en el Santa Coloma , que , apropiándose mas en
el patrocinio de los soldados , al mismo tiempo que Se
afirmaba en el bastón de general , resbalaba en la silla
de virey: tan contrario concepto liabian formado de su
celo ya los naturales.
Entendíase exteriormente, y no sin buenos funda-
mentos, que este modo de gobierno podría ser el mas
suave ala provincia, porque llevando el ejército á las
manos de su natural , no pddria haber la ocasión de
queja que pudiera, trayendo el Principado al gobierno
del extranjero. Pero esto mismo era en el Santa Colo-
ma un nuevo estudio que le desvelaba en hacerse mas
agradable á los soldados que á los paisanos, temiendo
podrían decir ellos que su corazón era solo de sus patri-
cios. Los catalanes con el mismo temor observaban di-
ferente atención en el Santa Coloma para las materias
del ejército que para la conservación de la provincia;
y á la verdad él deseaba satisfacer los forasteros , lleva-
do de la razón, que enseña cuan importante esa los
hombres grandes el aplauso y gracia de las armas , que
tantas veces en el mundo, no solo han hecho famosos al-
gunos en su misma esfera, sino que los han subido has-
ta la majestad del imperio.
Esta consideración por ventura le incitó á granjear
la gracia y voluntad de los soldados, ó porque juzgan-
do la razón mas de su parte , pretendía emplearse en
su desagravio. Eran continuas las lástimas que cada
día parecían por los tribunales y audienciíis, repelidas
por las voces y plumas de abogados en Barcelona, y
confirmadas con llantos y clamores de los pobres.
Publicábanse cada vez mas y mayores defilos de la
soldadesca, escribíanse procesos, sacábanse manifies-
tos, ofrecíanse memoriales, hablábanse en las plazas,
motejábanse en las conversaciones, y acusábanse des-
de los pulpitos. Todo el escándalo y descontento de los
nobles y plebeyos tenia por objeto la opresión de su pa-
tria; otras veces las exequias y luto tristísimo daban
testimonio de muertes y desastres continuos. Fué entre
todas profundamente sentida la de don Antonio Fluviá,
á quien iiabian abrasado en un castillo suyo algunas
tropas de caballería napolitana á cargo de los Espata-
fóras; bien que entre los españoles y catalanes hubo
gran diferencia en contar los principios del caso, refi-
riéndole cada cual como mas se acomodaba á su razón.
Mas no era este solo el delito escandaloso ; muchos y va-
rios se referían , donde podemos pensar que ni en todo
los unos fueron culpados, ó inocentes los otros; mas
antes que , como entre ellos sembró el odio el fértilísi-
mo grano de su discordia, tales se podían esperar las
cosechas de turbación y desconsuelo universal.
Mirábalo ya con recelo de mayor daño el Santa Co-
loma , y pensando evitar muchas ocasiones al desabri-
MANUEL DE MELÓ.
¡ miento de los naturales, tuvo por cosa conveniente
que las quejas comunes de los soldados no corriesen
con el estilo de la curia punitiva, juzgando, según la
experiencia , que muchas de las acusaciones eran fal-
sas, y que de las verdaderas no seria conveniente vivir
escrita la memoria de tan torpes acontecimientos. Per-
suadido de este discurso mandó por el doctor Miguel
Juan Magarola que ninguno de los abogados de Barce-
lona pudiese asistir á las causas ordinarias de paisanos
contra soldados. Fué esta la cosa mas sensible para los
afligidos, pues es verdad que el último desconsuelo del
miserable es quitarle hasta la voz para pedir el remedio.
Al rigor de este mandamiento comenzaron á esforzar las
voces los quejosos, como sucede al agua que , detenida
por algún espacio, revienta por otra parte ó sale por
aquella con mayor ímpetu.
Vanas salían y contrarias las diligencias encamina-
das á la salud pública; vivían todos los pueblos en te-
mor y aborrecimiento de los soldados, estremecidos coa
el incendio del Fluviá. Corría fama en Santa Coloma de
Farnés, lugar del vizconde de Joch,que el tercio de don
Leonardo Moles caminaba á destruirle, porque entonces
entre el hospedaje y la ruina no había ninguna dife-
rencia; si bien ellos propiamente temían que los napo-
fitanos pretendiesen vengarse, como amenazaban, de
los agravios recibidos en otro pueblo vecino. Procuró
el Vizconde en Barcelona desviar el peligro de los su-
yos; pero no pudo alcanzar otro medio que haberse
enviado contra el mismo lugar un aguacil real dicho
Monredon (es en Cataluña este oficio de mayor esti-
mación y dignidad que en Castilla). Era él hombre de
naturaleza asaz acomodada á su intento, soberbio y
áspero. Llegó publicando amenazas, pretendió culpar
y castigar sin reservar ninguno , siendo la primera par-
te de su prevenido castigo alojar en la villa todo el ter-
cio del Moles: advertidos pues de su enojo los morado-
res por la experiencia de otras demasías , comenzaron
á dejar el lugar, retirándose á la iglesia. Desesperóse el
Monredon , reconociendo cómo los vecinos iban esca-
pándose desús manos, y mandó públicamente fuesen
quemadas las casas que sus moradores desamparasen.
A este terrible mandamiento se opuso alguno , que los
catalanes afirman ser forastero , y aunque natural , ni
por eso olvidado como indigno; pero él , arrebatado de
su furor, le disparó una pistola á los pechos. Sus cria-
dos y otros que le seguían, imitando la barbaridad de
su dueño , como á la seña militar, oyéndola, se arroja-
ron á embestir la plebe descuidada y temerosa ; trabó-
se la pendencia entre estos y aquellos con muerte y
sangre de algunos naturales. Engrosóse su número, ya
con mayores intentos que la defensa : retiróse el Mon-
redon á una casa, donde pensó escaparse; cercáronsela
los ofendidos, y pegándola fuego, ni el partido de la
confesión, que pedia, quisieron concederle.
La nueva de este suceso prosiguió en irritar y re-
volver el ánimo de los reales, dándole al Santa Colo-
ma desde aquel punto mas cuidado las cosas, como
aquel que ya tocaba con las manos lo que hasta entonces
miraba como desde lejos el discurso. Envió contra el
pueblo uno desusoidores, á cuyaslentísimasdiligencias
se consiguió la entrada en la villa por los soldados de Mo-
les, y después su ruina : fueron quemadas y derribadas
poco menos de doscientas casas. No perdonó su fuña
MOVIMIENTOS, SEPARACIÓN
á la iglesia consagrada á Dios , como ya dicen se liabia
atrevido en el incendio lamontiible de Riu de Arenas, ó
fuese sacrilega malicia de algún hereje disimulado en el :
ejército católico , ó inevitable peligro de los que se trae |
consigo la guerra, digno siempre de hígrimas, y que ,
yo llego á escribir con moderación, según lo que be vis-
to y oido , por no escandalizar la memoria del que le-
yere con la recordación de este abominable suceso.
Tampoco es mi propósito ofender el nombre ójustifica-
cion de los que en ello se dice han tenido parte :
quédela verdad sin injuria, y sin mancha la inocencia, y
desengañe el tiempo á la posteridad , ya que nosotros
padecemos la duda.
Contenia el campo católico, demás de los tercios
españoles, algunos regimientos de naciones extranje-
ras, venidos de Ñapóles, Módena é Irlanda, los cua-
les no solo cumplidamente constan de hombres natura-
les, mas antes entre ellos se introducen siempre mu-
chos de provincias y religiones diversas ; los trajes,
lengua y costumbres, diferentes de los españoles, no
tanto para con la gente común los hacia reputar por
extraños en la patria, sino también en la ley : este er-
ror, platicado en el vulgo , que de su parte de ellos al-
guna vez se ayudaba con demostraciones escandalosas,
vino á extenderse de tal suerte, que casi todos erante-
nidos por herejes y contrarios de la Iglesia. Miraban
con estos ojos los catalanes sus demasías, contando
como delitos muchas ligerezas y apariencias dignas de
desprecio , en que no hubieran reparado los ojos acos-
tumbrados á mirar la desenvoltura de los ejércitos.
Habia el Santa Coloma dado cucnla por muchas ve-
ces al Rey de la turbación de aquella provincia ; ha-
bia significado sus quejas, ofreciendo uno de dos me-
dios para moderarla : eran , ó aUviar los moradores de
los alojamientos y contribuciones, á que no se acomo-
daban y no podian llevar, ó también que las tropas se
engrosasen á tal número , que los soldados fuesen su-
periores á los naturales, porque su temor los tuviese
obedientes.
No dejó de causar novedad en los ministros del Rey
Católico el estilo del Santa Coloma ; algunos llegaron
á presumir que representaba el segundo remedio , por-
que, considerándole extraño é imposible, su dificultad
los obligase á usar del primero, que era sin falta el mas
conforme á su deseo.
El Espinóla también, al lado del Conde-Duque, le
hacia entender que su industria habia ya facilitado to-
das las dudas del país, y que el Santa Coloma las vol-
vía á platicar, porque se conociese que en todas las ac-
ciones y finezas del Principado tenia parte. Llevados
de este discurso, y siempre con incredulidad de su ma-
yor daño, le respondían sin determinar el fin de las co-
sas; antes con modos y palabras generales, llenas de
duda ó artificio, llegaban, cuando mucho, á decirle cas-
ligase los culpados sin excepción de dignidad ó fuero ;
que averiguase los delitos por jueces desapasionados.
Dejábanle en mayor confusión las respuestas que su
misma duda.
Entonces los diputados de la provincia, persua-
didos de su celo y obligaciones , con acuerdo de los
mas prácticos en la república, entendieron que por
razón de su oficio les tocaba acudir por la generalidad,
oprimida de diferentes excesos. Ofrecióse por parte del
Y GUERRA DE CATALINA. 4C7
Principado delante el Vircy el diputado militar Fran-
cisco de Tamarit , voz de la nobleza catalana ; repre-
sentó las ofensas y opresiones recibidas, pidió el reme-
dio, protestó por los daños comunes, y con brío no
desigual al comedimiento enseñó, como desde lejos,
algunas misteriosas razones , que todas se aplicaban á
mostrar la gran autoridad de la unión y poder pú-
blico.
Recibióle el Santa Coloma con severidad, respon-
dió gravemente, y poco después aumentó su turbación
la segunda embajada de Barcelona, una y otra encami-
nada á un mismo fin, fundadas ambas en unas mis-
mas quejas, adornadas con las propias razones y mi-
nistradas de un semejante espíritu.
Creció con la ocasión su desplacer, y juzgando que
si desde los principios no cortaba las raíces á aquella
planta de la libertad, que ya temia nacida , podría ser
después durísima de arrancar, y cuya sombra causa-
ría abrigo á una miserable sedición en la patria , re-
solvió mandar ala prisión, ejecutándolo luego, al di-
putado Tamarit, como persona principal en el magis-
trado , y por la ciudad á Francisco de Vergos y Leonar-
do Scrra, entrambos votos del concejo de Ciento; y
que contra el diputado eclesiástico procediesen los
jueces del breve apostólico impetrado á este fin , por-
que la riguridad usada con los mayores excusase el
castigo de los pequeños.
Sintiólo interiormente la ciudad , aunque sin voces,
que las mas veces el silencio suele ser efecto del ma-
yor dolor. Cualquiera guardaba en su ánimo la afren-
ta do su república, como si él solo fuese el ofendido,
proponiendo consigo mismo el desagravio común , que
porque le deseaban igual á la injuria , ninguno se de-
terminaba á vengarse por sí solo.
Dio el Santa Coloma aviso al Rey de la demostra-
ción hecha en Barcelona , y no sin vanidad de lo obra-
do, decía del silencio en que la ciudad se hallaba á vista
de su resolución, y cómo ya ninguno osaría á decla-
rarse en favor de la república ; que procedía en formar
el proceso y averiguar la culpa ; que el castigo podría
quedarse al arbitrio real. Llegó á entender que en esta
acción cobraba todo el crédito dudoso al juicio de los
otros ministros , que no le podrían argüir flojedad al-
guna que no satisfaciese la deliberación de haber cas-
tigado los mas poderosos : en fin , esta diligencia en su
ánimo fué mas sacrificada á la lisonja que á la equidad.
No dejó de agradecérsela el Rey, ordenándole que unos
y otros reos fuesen reducidos á prisión áspera mien-
tras se pensaba el castigo conveniente, ó se pasaban al
cantillo de! Perpiñan. Satisfizose su mandamiento, vol-
viendo á renovar entonces la provincia las antiguas
llagas de su afrenta ; y como desde el corazón se comu-
nica la vida ó la muerte á las mas partes del cuerpo, así
desde Barcelona, como corazón del Principado, se de-
rivaba el veneno de la injuria por todas sus regiones en
cartas y avisos, con tanta prontitud, que en breves días
el ánimo de todos parecía gobernado de una sola pa-
sión.
Estiman los catalanes notablemente sus magistra-
dos , y sobre todos , aquellos que representan la au-
toridad suprema de la repúbb'ca, como los romanos á
sus dictadores ; no podian mirar sin lágrimas sus ma-
yores arrastrando los hierros, en que los oprimía la
468
DON FRANCISCO MANLEL DE MELÓ.
violencia de su señor; lloraban su libertad como per-
dida, y todos temian el castigo á proporción de su for-
tuna. Encendíase con cada acción el mortal odio contra
la persona del Vircy ; entendían que la gracia común lo
liabia subido á la dignidad ; cuanto mas lo juzgaban
obligado, tanto mas ingrato les parecía; mirábanle con
ceño de parricida, y todo su pensamiento se empleaba
en cómo les seria posible arrojar de su gobierno aquel
liombre que tan mal babia usado de sus aplausos.
De este vivísimo deseo de venganza resultaron mi-
serables efectos en toda Cataluña, porque siendo ya
común el odio entre naturales y soldados, ninguno bus-
caba otra razón para dañar al contrario que el ser de
estos ó aquellos. Llegábase el tiempo de disponer las
cosas de la guerra aquel año, y las tropas se comenza-
ban á revolver en sus cuarteles para marcbar donde les
era señalado; pero los catalanes, que ya pensaban eran
públicos sus propósitos, mostraban temerlas como ene-
migas. De la misma suerte los soldados, sin aguardar
otra averiguación mas del temor de los naturales, los
ofendían y robaban sin piedad alguna.
Marcbaban las compañías de unos lugares ú otros,
y salían á recibirlas armados los paisanos, como á
gente contraria ; €n otras partes los agasajaban fea-
mente contra las leyes naturales , y como en la casa de
Tbiéstes, desde la mesa pasaban á la sepultura : unos
pueblos pagaban tal vez la insolencia de otros con in-
cendios, muertes y vituperios; corrían por todo el país
ríos de sangre, cuyo movimiento no obedecía á ningún
poder ó industria. Bien procuraba el Santa Coloma im-
pedir los excesos, aunque no sabia de todos (esta es la
primera calamidad que padecen los males de la repú-
blica) ; empero no se bailaba medicina de tan fuerte
virtud, que templase el poder de la malicia común,
y los accidentes llevados de la violencia de otros, ve-
nían (1) hacer una sucesión de desastres, como cosa
natural é infalible.
Hallóme ahora obligado á dar alguna noticia de Ca-
taluña, para que mejor se entienda lo que habré de
decir después , tocando en sus antigüedades, del natu-
ral y costumbres de sus moradores , y otras cosas que
pertenecen á mi historia; todo procuraré hacer en
cortísima digresión. No ofenda mí brevedad la grande-
za de esta provincia, ni mi juicio embarace la noticia de
los mas bien informados ; bien que yo en procurarlas
certísimas de lo que no vi he cumplido con mi obliga-
ción , y quizá con mí deseo.
Es Cataluña la provincia mas oriental de España ,
puesta por los romanos en la Citerior, después en la Tar-
raconense, nombre derivado á su tercera parte de la
antigua ciudad de Tarragona, famosa en aquellas eda-
des, y en esta célebre por sus militares acontecimien-
tos. De los pueblos celtas ó celtiberos fué llamada Cel-
tiberia; pero en siglos mas próximos, entre godos y
alanos, que la ocuparon, mudó el primer nombre, lla-
mándose, de las naciones dominantes, Cotia Alania ó
Gocia Alonia, y ahora Catalunia ó Cataluña, obede-
ciendo á los tiempos en la variedad de los nombres co-
mo en la del imperio.
Tiene á levante la Calía dicha Narbonense, de quien
la dividen los I'irinoos, famosos montes de Europa,
(!) I.a falta de la proposición á os indudablemente yerro de im-
{irentn. ]
que unos denominan de Pyr, voz griega que significa
fuego, y le fué aplicada por su memorable incendio;
otros de un antiguo rey en España llamado Pyrros.
A poniente confina con Aragón y parte de Valencia:
apártalos en ciertos lugares el rio Ebro ; pero en otros
pasan allende sus aguas algunos pueblos de Catalu-
ña. Por el septentrión la toca Navarra y el Bearne , y
se acaba en el mar Mediterráneo por el lado que mi-
ra á mediodía. Divídese toda la tierra en cinco pro-
vincias diferentes, que algunas de ellas tuvieron dife-
rente señorío; las mas célebres son Cataluña, de quien
habernos dicho; Roseilon, UamadoRhusino; Cerdaña,
que es la antigua Sardonum, después Conflent y Am-
purdan. Ahora se comprehenden todas en el condado
de Barcelona, cuyo estado, según las historias, tuvo
principio enLudovicoPio, hijo de Carlo-Magno , año
delSeñor814; si bien aquella ciudad,, con algunas otras
de su dominio, se cuentan entre las dudosas fundacio-
nes de Hércules, ó Amílcar Barcino, como otros dicen :
juntas sus provincias, hacen un principado, siéndoles
común á sus naturales una lengua, un hábito y unas
costumbres, en que se diferencian poco délos narbo-
nenses ó lenguadoques, de quienes se han derivado.
Son los catalanes por la mayor parte hombres de du-
rísimo natural; sus palabras pocas, á que parece les
inclina también su propio lenguaje , cuyas cláusulas
y dicciones son brevísimas; en las injurias muestran
gran sentimiento, y por eso son inclinados á venganza;
estiman mucho su honor y su palabra; no menos su
exención, por lo que entre las mas naciones de España
son amantes de su liberlad. La tierra, abundante de
asperezas , ayuda y dispone su ánimo vengativo á ter-
ribles efectos con pequeña ocasión ; el quejoso ó agra-
viado deja los pueblos y se entra á vivir en los bosque?,
donde en continuos asaltos fatigan los caminos; otros,
sin mas ocasión que su propia insolencia, siguen á es-
totros; estos y aquellos se mantienen por la industria
de sus insultos. Llaman comunmente andar en trabajo
aquel espacio de tiempo que gastan en este modo de
vivir, como en señal de que le conocen por descon-
cierto; no es acción entre ellos reputada por afrentosa,
antes al ofendido ayudan siempre sus deudos y ami-
gos. Algunos han tenido por cosa política fomentar sus
parcialidades por hallarse poderosos en los aconteci-
mientos civiles : con este motivo han conservado siem-
pre entre sí los dos famosos bandos de narros y ca-
dells, no menos celebrados y dañosos á su patria que
los güelfos y gibelinos de Milán, los pafos y médicis
de Florencia, los bcamonteses y agramonteses de Na-
varra , y los gamboínos y oñasitios de la antigua Viz-
caya.
Todavía se conservan en Cataluña aquellas diferen-
tes voces, bien que espantosamente unidas y confor-
mes en el fin de su defensa : cosa asaz digna de notar,
que siendo ellos entre sí tan varios en las opiniones y
sentimiento, se hayan ajustado de tal suerte en un pro-
pósito , que jamás esta diversidad y antigua contienda
les dio ociision de dividirse ; buen ejemplo para ense-
ñar ó confundir el orgullo y disparidad de otras nacio-
nes en aquellas obras cuyo acierto pende de la unión
de los ánimos.
Habitan los quejosos por los boscajes y espesuras ,
y entre sus cuadrillas hay uno que gobierna, á quien
MOVIMIENTOS, SEPARACIÓN
obedecen los demás. Ya de este pernicioso mando han
salido para mejores empleos Roque Guinart, Pedraza
y algunos famosos capitanes de bandoleros , y última-
mente don Pedro de Santa Cilia y Paz, caballero de na-
ción mallorquín, hombre cuya vida hicieron notable
en Europa las muertes de trescientas y veinticinco
personas, que por sus manos ó industria hizo morir
violentamente, caminando veinte y cinco años tras la
venganza de la injusta muerte de un hermano. Ocú-
pase estos tiempos don Pedro sirviendo al Rey Católi-
co en honrados puestos de la guerra , en que ahora le
da al mundo satisfacción del escándalo pasado.
Es el hábito común acomodado á su ejercicio : acom-
páñanse siempre de arcabuces cortos, llamados pe-
dreñales, colgados de una ancha faja de cuero, que
dicen charpa , atravesada desde el hombro al lado
opuesto. Los mas desprecian las espadas como cosa
embarazosa á sus caminos; tampoco se acomodan á
sombreros , mas en su lugar usan bonetes de estambre
listados de diferentes colores, cosa que algunas veces
traen como para señal , diferenciándose unos de otros
por las listas; visten larguísimas capas de jerga blan-
ca, resistiendo gallardamente al trabajo, con que se re-
paran y disimulan ; sus calzados son de cáñamo tejido,
á que llaman sandalias; usan poco el vino, y con agua
sola, de que se acompañan, guardada en vasos rústicos,
y algunos panes ásperos que se llevan, siempre pasa-
dos del cordel con que se ciñen , caminan y se mantie-
nen los muchosdiasque gastan sinacudirálos pueblos.
Los labradores y gente del campo , á quien su ejer-
cicio en todas provincias ha hecho llanos y pacíficos ,
también son oprimidos de esta costumbre ; de tal suer-
te, que unos y otros, todos viven ocasionados á la ven-
ganza y discordia por su natural, por su habitación y
por el ejemplo. El uso antiguo facilitó tanto el escán-
dalo común , que, templando el rigor de la justicia , ó
por menos atenta ó por menos poderosa, tácitamente
permite su entrada y conservación en los lugares co-
marcanos, donde ya los reciben como vecinos.
No por esto se debe entender que toda la provin-
cia y sus moradores vivan pobres, sueltos y sin poli-
cía; antes, por el contrario, es la tierra, principal-
mente en las llanuras, abundantísima de toda suerte
de frutos, en cuya fertilidad compite con la gruesa An-
dalucía, y vence cualquiera otra de las provincias de
España; ennoblécenla muchas ciudades, algunas fa-
mosas en antigüedad y lustre; tiene gran número de
villas y lugares , algunos buenos puertos y plazas fuer-
tes ; su cabeza y corte, Barcelona , está llena de noble-
za, letras, ingenios y hermosura ; y esto mismo se re-
parte con mas que medianía á los otros lugares del
Principado. Fabricó la piedad de sus príncipes, seña-
lados en la religión, famosos templos consagrados á
Dios. Entre ellos luce , como el sol entre las estrellas,
el santuario do Monserrate , célebre en todas las me-
morias cristianas del universo. Reconocen el valor de
sus naturales las historias antiguas y modernas en el
Asia y Europa ; ¿ África también no se lo confiesa? Es,
en fin, Cataluña y los catalanes una de las provincias y
gentes de mas primor, reputación y estima que se ha-
lla en la grande congregación de estados y reinos de
que se formó la monarquía española.
Andaba en este tiempo mas viva que nunca eo el
Y GUERRA DE CATALl'.^A. iCO
Principado la plática de las cosas públicas, que cada
uno encaminaba según su intención ó noticia ; aunque
generalmente la cólera de los naturales, persuadidos
de su efecto , daba poco lugar á distinguir la razón del
antojo. Rabian los casos presentes sacado muchos hom-
bres de sus casas, algunos ofendidos y otros temeros
sos ; vivian estos retirados, según su costumbre y con-
tinuo deseo de inquietud y venganza; engrosábase ca-
da dia con esta gente el número de los que infesta-
ban la campaña; de suerte que su fuerza y atrevimien-
to era bastante á poner en cuidado cualquiera de los
pueblos pacíficos; empero ellos, esperándola ocasión
favorable que ya les traia el tiempo , se disimulaban
mas de lo que se comedian.
Grecia con las ocasiones la furia del pueblo, hasta que
en 12 de mayo rompió tumultuosamente las cárceles,
sacando al diputado militar y otros oficiales del común
de la prisión pública, de que avisados los mas, acudie-
ron al remedio de mayor daño sin artificiosa diligen-
cia : los inquietos, como triunfantes, amenazábanlas
casas del Santa Coloma y marqués de Villafranca : fué
como proemio aquel día á la obra que ya determina-
ban. Habíanse retirado los dos á la tarazana, donde,
asistidos de los conselleres y algunos caballeros, salie-
ron libres, excusando aquella vez el peligro á la injuria.
Habia entrado el mes de junio , en el cual, por uso
antiguo de la provincia, acostumbran bajar de toda
la montaña hacia Barcelona muchos segadores , la ma-
yor parte hombres disolutos y atrevidos que lo mas del
año viven desordenadamente, sin casa, oficio ó habila-
cion cierta ; causan de ordinario movimientos é inquie-
tud en los lugares donde los reciben; pero la necesi-
dad precisa de su trato parece no consiente que se les
prohiba : temían las personas de buen ánimo su llega-
da, juzgando que las materias presentes podrian dar
ocasión á su atrevimiento en perjuicio del sosiego pú-
blico.
Entraban comunmente los segadores en vísperas de
Corpus , y se habian anticipado aquel año algunos : tam-
bién su multitud, superior á los pasados, daba mas que
pensar á los cuerdos , y con mayor cuidado por las ob-
servaciones que se hacían de sus ruines pensamientos.
El de Santa Coloma , avisado de esta novedad, pro-
curó, previniéndola, estorbar el daño que ya antevia:
comunicólo á la ciudad, diciendo le parecía conve-
niente á su devoción y festividad que los segadores fue-
sen detenidos, porque con su número no tomase al-
gún mal propósito el pueblo , que ya andaba inquie-
to; pero los conselleres de Barcelona (así llaman los
ministros de su magistrado; consta de cinco personas),
que casi se lisonjeaban de la libertad del pueblo, juz-
gando de su estruendo habría de ser la voz que mas
constante votase el remedio de su república, se excu-
saron con que los segadores eran hombres llanos y ne-
cesarios al manejo de las cosechas ; que el cerrar las
puertas de la ciudad causaria mayor turbación y tris-
teza; que quizá su multitud no se acomodaría á obe-
decer la simple orden de un pregón. Intentaban con
esto poner espanto al Yirey para que se templase en la
dureza con que procedía ; por otra parte deseaban jus-
tificar su intención para cualquier suceso.
Pero el Santa Coloma ya imperiosamente les mos-
tró con claridad la peligrosa confusión que los aguar-
470
DON FRANCISCO MANUEL DE MELÓ.
daba en recibir tales liombres; empero volvió el ma-
gistrado por segunda respuesta que ellos no se atre-
vían á mostrar á sus naturales tal desconfianza ; que
reconocían parte de los efectos de aquel recelo; que
mandaban armar algunas compañías de la ciudad para
tenerla sosegada; que donde su flaqueza no alcanzase,
supliese la gran autoridad de su oficio, pues á su poder
locaba hacer ejecutar los remedios que ellos solo po-
dían pensar y ofrecer. Estas razones detuvieron al Con-
de, no juzgando por conveniente rogarles con lo que
no podía hacerles obedecer, ó también porque ellos no
entendiesen eran tan poderosos, que su peligro o su
remedio podiu estar en sus manos.
Amaneció el día en que la Iglesia católica cele-
bra la institución del Santísimo Sacramento del altar;
fué aquel año el 7 de junio : continuóse por toda la ma-
ñana la temida entrada de los segadores. Afirman que
hasta dos mil , que con los anticipados, hacían mas de
dos mil y quinientos hombres, algunos de conocido es-
cándalo: dícese que muchos, á la prevención y armas
ordinarias, añadieron aquella vez otras , como que ad-
vertidamente fuesen venidos para algún hecho grande.
Entraban y discurrían por la ciudad ; no había por
todas sus calles y plazas sino corrillos y conversa-
ciones de vecinos y segadores; en todos se discurría
sobre los negocios entre el Rey y la provincia, sobre la
violencia del Virey, sobre la prisión del diputado y con-
cejeros, sobre los intentos de Castilla, y últimamente,
sobre la hbertad de los soldados : después, ya encendi-
dos de su enojo, paseaban llenos de silencio por las pla-
zas, y el furor, oprimido de la duda , forcejaba por sa-
lir asomándose á los efectos , que todos se reconocían
rabiosos é impacientes ; si topaban algún castellano,
sin respetar su hábito ó puesto , lo miraban con mofa y
descortesía, deseando incitarlos al ruido; no había de-
mostración que no prometiese un miserable suceso.
Asistían áeste tiempo en Rarcelona, esperando la
nueva campaña , muchos capitanes y oficiales del
ejército , y otros ministros del Rey Católico , que la
guerra de Francia había llamado á Cataluña : era co-
mún el desplacer con que los naturales los trataban.
Los que eran mas servidores del Rey, atentos á los su-
cesos antecedentes , medían sus pasos y divertimien-
tos, y entre todos se hallaba como ociosa la libertad de
la soldadesca. Habían sucedido algunos casos de es-
cándalo y afrenta contra personas de gran puesto y ca-
lidad, que la sombra de la noche ó el temor había cu-
bierto ; eran , en fin , frecuentísimas las señales de su
rompimiento. Algunos patrones hubo que, compadeci-
dos de la inocencia de los huéspedes , ios aconsejaban
mucho de antes se retirasen á Castilla; tal hubo tam-
bién que, rabioso con pequeña ocasión, amenazaba á
otro con el esperado día del desagravio público.
Este conocimiento incitó á muchos , bien que su
calidad y oficio les obligase ú la compañía del Con-
de, á que se fingiesen enfermos é imposibífitados de
seguirle; algunos, despreciando ó ignorando el riesgo,
le buscaron.
Era ya constante en todas partes el alboroto: los
naturales y forasteros corrían desordenadamente; los
castellanos, amedrentados del furor público, se escon-
dían en lugares olvidados y torpes ; otros se confia-
ban á la fidelidad, pocas veces incorrupta , de algunos
moradores ; tal con la piedad , tal con la industria, tal
con el oro. Acudió la justicia á estorbar las primeras
revoluciones, procurando reconocer y prender algunos
de los autores del tumulto : esta diligencia, á pocos
agradable, irritó y dio nuevo aliento á su furor, como
acontece que el rocío de poca agua enciende mas la
llanuí en la hornaza.
Sc;ñalábase entre todos los sediciosos uno de los
segadores, hombre facineroso y terrible, al cual que-
riendo prender, por haberlo conocido , un ministro in-
ferior de justicia , hechura y oficial del Monredon (de
quien hemos dicho), resulló destu contienda ruido en-
tre los dos; quedó herido el segador, á quien ya so-
corría gran parte de los suyos. Esforzábase mas y mas
uno y otro partido, empero siempre ventajoso el de los
segadores. Entonces algunos soldados de milicia, que
guardaban el palacio del Virey, tiraron hacía el tumul-
to, dando á todos mas ocasión que remedio. A este
tiempo rompían furiosamente en gritos : unos pedían
venganzas; otros, mas ambiciosos, apellidaban la hber-
tad de la patria ; aquí se oía : o¡ Viva Cataluña y los ca-
talanes!» Allí otros clamaban : «¡Muera el mal gobierno
de Felipe!» Formidables resonaron la primera vez estas
cláusulas en los recatados oídos de los prudentes; casi
todos los que no las ministraban las oían con temor, y
los mas no quisieran haberlas oído. La duda, el espan-
to, el peligro , la confusión , todo era uno; para todo
había su acción , y en cada cual cabían tan diferentes
efectos; solo los ministros reales y los de la guerra lo
esperaban, iguales en el celo. Todos aguardaban por
instantes la muerte ( el vulgo furioso pocas veces para
sino en sangre); muchos, sin contener su enojo, servían
de pregón al furor de otros; este gritaba cuando aquel
hería , y este con las voces de aquel se enfurecia de
nuevo, infamábanlos españoles con enormísimos nom-
bres; buscábanlos con ansia y cuidado, y el que des-
cubría y mataba, ese era tenido por valiente, fiel y di*
choso.
Las milicias armadas con pretexto desosiego, ó fuese
orden del Conde, ó solo de la ciudad, siem|ire encami-
nada ala quietud, los mismos que en ellas debían servir
á la paz , ministraban el tumulto.
Porfiaban otras bandas de segadores, esforzadas ya
de muchos naturales, en ceñir la casa de Santa Colo-
ma: entonces los diputados de la General con los con-
selleres de la ciudad acudieron á su palacio; diligencia
que mas ayudó la confusión del Conde , de lo que pudo
socorrérsela : allí se puso en plática saliese de Barce-
lona con toda brevedad , porque las cosas no estaban
vade suerte que accidentalmente pudiesen remediar-
se : facilitábanle con el ejemplo de don Hugo de Mon-
eada enPalermo, que por no perder la ciudad, la dejó,
pasándose á Mesina. Dos galeras genovesas en el mue-
lle daban todavía esperanza de salvación. Escuchábalo
el Santa Coloma; pero con ánimo tan turbado, que el
juicio ya no alcanzaba á distinguir el yerro del acierto.
Cobróse, y resolvió despedir de su presencia casi todos
los que le acompañaban, ó fuese que no se atrevió á de-
cirles de otra suerte que escapasen las vidas, ó que
no quiso hallarse con tantos testigos á la ejecución de
su retirada. En fin se excusó á los que le aconsejaban
su remedio, con peligro, no solo de Barcelona, sino de
toda la provincia; juzgaba la partida indecente á su
MOVIMIENTOS, SEPARACIÓN
dignidad ; ofrecía en su corazón la vida por el real de-
coro : de esta suerte, firme en no desamparar su mando,
se dispuso á aguardar todos los trances de su fortuna.
Del ánimo del magistrado no haremos discurso en
esta acción, porque ahora el temor, ahora el artiücio,
le liacian que ya obrase conforme á la razón, ya que di-
simulase según la conveniencia. Afírmase por sin duda
que ellos jamas llegaron á pensar tanto del vulgo, ha-
biendo mirado apaciblemente sus primeras demostra-
ciones.
No cesaba el miserable Vírey en su oficio , como el
que con el remo en la mano piensa que por su trabajo
ha de llegar al puerto : miraba, y revolvía en su ima-
ginación los daños, y procuraba su remedio ; aquel úl-
timo esfuerzo de su actividad estaba enseñando ser el
fin de sus acciones.
Recogido á su aposento, escribía y ordenaba ; pero
ni sus papeles ni sus voces hallaban reconocimiento ú
obediencia. Los ministros reales deseaban que su nom-
bre fuese olvidado de todos; no podían servir en nada;
los provinciales ni querían mandar, menos obedecer.
Intentó por última diligencia satisfacer su queja al
pueblo, dejando en su mano el remedio de las cosas
públicas , que ellos ya no agradecían , porque ninguno
se obliga ni quiere deber á otro lo que se puede obrar
por sí mismo; empero ni para justificarse pudo hallar
forma de hacer notoria su voluntad á los inquietos,
porque las revoluciones interiores, á imitación del cuer-
po humano, habían de tal suerte desconcertado los ór-
ganos de la república, que ya ningún miembro de ella
acudía á su movimiento y oficio,
A vista de este desengaño se dejó vencer de la con-
sideración y deseo de salvar la vida, reconociendo úl-
timamente lo poco que podía servir á la ciudad su asis-
tencia, pues antes el dejarla se encaminaba á la lison-.
ja ó á remedio acomodado á su furor. Intentólo, pero
ya no le fué posible, porque los que ocupaban la ta-
razana y baluarte del mar, á cañonazos habían hecho
apartar la una galera, y no menos porque para salir á
buscarla á la marina, era fuerza pasar descubierto á las
bocas de sus arcabuces. Volvióse, seguido ya de pocos,
á tiempo que los sediciosos á fuerza de armas alrope-
Ilaban las puertas ; los que las defendían , entendiendo
la causa del tumulto, unos les seguían, otros no lo es-
torbaban.
A este tiempo vagaba por la ciudad un confusísimo
rumor de armas y voces ; cada casa representaba un
espectáculo ; muchas se ardían, muchas se arruinaban,
á todas se perdía el respeto y se atrevía la furia : olvi-
dábase el sagrado de los templos; la clausura ó inmu-
nidad de las religiones fué patente al atrevimiento de
los homicidas; hallábanse hombres despedazados sin
examinar otra culpa que su nación; aun los naturales
eran oprimidos por crimen de traidores : así infamaban
aquel día á la piedad, si alguno abrió sus puertas al alli-
gido ó las cerraba al furioso. Fueron rotas las cárce-
les, cobrando no solo la libertad, mas autoridad los
delincuentes.
Había el Conde ya reconocido su postrer riesgo, oyen-
do las voces de los que le buscaban pidiendo su vida;
y depuestas entonces las obligaciones de grande, se
dejó llevar fácilmente de los afectos de hombro ; pro-
curó todos los modos de salvación, y volvió desorde-
Y GUERRA DE CATALUÑA. 411
nadamente á proseguir en el primer intento de em-
barcarse; salió segunda vez á la lengua del agua, pero
como el aprieto fuese grande , y mayor el peso de las
aflicciones , mandó se adelantase su hijo con pocos que
le seguían, porque llegando al esquife de la galera, que
no sin gran peligro los aguardal)a , hiciese como lo es-
perase también; no quiso aventurar la vida del liijo,
porque no coníiaba tanto de su fortuna. Adelantóse el
mozo, y alcanzando la embarcación , no le fué posible
detenerla (tanta érala furia con que procuraban des-
de la ciudad su ruina ); navegó hacia la galera , que le
aguardaba fuera de la batería. Quedóse el Conde mi-
rándola con lágrimas , disculpables en un hombre que
se veía desamparado á un tiempo del hijo y de las es-
peranzas; pero ya cierto de su perdición, volvió con
vagarosos pasos por la orilla opuesta á las peñas que
llaman de San Beltran , camino de Monjuich.
A esta sazón, entrada su casa y públ.ca su ausen-
cia, le buscaban rabiosamente por todas parles, co-
mo si su muerte fuese la corona de aquella victoria ;
todos sus pasos reconocían los de la tarazana: los mu-
chos ojos que lo miraban caminando como verdade-
ramente á la muerte , hicieron que no pudiese ocultar-
se á los que le seguían. Era grande la calor del día ,
superior la congoja, seguro el peligro, viva la imagi-
nación de su afrenta; estaba sobre todo firmada la sen-
tencia en el tribunal infalible : cayó en tierra cubierto
de un mortal desmayo, donde siendo hallado por algu-
nos de los que furiosamente le buscaban , fué muerto
de cinco heridas en el pecho.
Así acabó su vida don Dalmau de Queralt , conde
de Santa Coloma, dando famoso desengaño á la am-
bición y soberbia de los humanos, pues aquel mis-
mo hombre, en aquella región misma, casi en un tiem-
po propio , una vez sirvió de envidia , otra de lástima.
¡Oh grandes , que os parece nacisteis naturales al im-
perio! ¿Qué importa, si no dura mas de la vida, y
siempre la violencia del mando os arrastra temprana-
mente al precipicio !
No paró aquí la revolución ; porque , como no te-
nia fin determinado , no sabían hasta dónde era me-
nester que llegase la fiereza. Las casas de todos los mi-
nistros y jueces reales fueron dadas á saco , como si en
porfiadísimo asalto fuesen ganadas á enemigos. Em-
pleóse mas el furor en el aposento de don García de
Toledo, marqués de Villafranca , general de las galeras
de España, que algunos diasantes había dejado aquel
puerto : tenían largas noticias del Marqués por la asis-
tencia que hacía en la ciudad ; aborrecían entrañable-
mente su despejo y exquisito natural; pagaron enton-
ces las vidas de sus inocentes criados el odio concebido
contra el señor. Aquí sucedió un caso extraño, asaz
en beneficio de la templanza : toparon los que desvali-
jaban la casa , entre sus alhajas , un reloj de raro artifi-
cio, que ayudándose de los movimientos de sus ruedas
(encerradas en el cuerpo de un jimio, cuya figura re-
presentaba ), fingía algunos ademanes de vivo , revol-
viendo los ojos y doblando las manos ingeniosamente.
Admirábase la multitud en tal novedad , ciega dos ve-
ces del furor y de la ignorancia ; y creyendo ser aque-
lla alguna invención diabólica , deseosos de que todos
participasen de su propia admiración, clavaron el reloj
en la punta de una pica; así discurriendo por toda la
472
DON FRANCISCO MANLEL DE MELÓ.
ciudad, lo onscriiiban al pueblo, que le miraba y seguía
igualmente lleno de asombro y rabia : de esta suerte ca-
minaron á la Inquisición, y le entregaron á sus minis-
tros;, acusando todos á voces el encanto de su dueño;
ellos, bien que reconocidos del abuso vulgar que los mo-
vía , temerosos de su desorden, convinieron en su sen-
timiento, prometiendo de averiguar el caso, y casti-
garle como fuese justo.
La gente que llevó tras sí esta novedad, y el tiem-
po que se gastó en seguirla , alivió mucho el tumul-
to ; por otra parte se empleaban otros en acompañar
y aclamar de nuevo al diputado Tamarit y conselleres ,
que recibiendo del vulgo el aplauso , como la libertad
poco antes , discurrían por las plazas llevados en liom-
bros de la plebe : ocupó este ejercicio gran parte del
dia; mas no por eso le faltaban al tumulto voces, ma-
nos, armas y delitos.
El convento de San Francisco , casa en Barcelona
de suma reverencia, ofrecía con su autoridad y devo-
ción inviolable sagrado á los temerosos ; acudieron
muchos á buscarle : esto mismo dio motivo de crecer
el ardor de los inquietos. Hicieron los religiosos algu-
nas diligencias mas constantes de lo que permitía su
profesión , bien que cortísimas para resistir las fuerzas
contrarias; pretendieron quemar las puertas, y ven-
ciéndolas en íin, entraron espantosamente; fueron en
un instante hallados y muertos con terrible inhumani-
dad casi todos los que se hablan retirado, y entre ellos
algunos hombres de gran calidad y puesto; estos son
los que podríamos llamar dichosos, acabando en la casa
de Dios y á los pies de sus ministros. Tal hubo, que pi-
diendo entrañablemente confesión , se la concedieron;
pero luego impaciente el contrario, salpicó de inocente
y miserable sangre los oidos del que en lugar de Dios
le escuchaba; otros, medio muertos por las calles, aca-
baban sin el refugio de los sacramentos; alguno pudo
contar iníinitos homicidas, pues comenzándole á he-
rir uno, era después lastimoso despojo al furor de los
que pasaban ; á otro embestían en un instante innume-
rables riesgos; llegando juntas muchas espadas, no se
podría determinar á qué mano debía la muerte; ella
tampoco, como á los demds hombres, los aseguraba de
otras desdichas. Muchos después de muertos fueron
arrastrados , sus cuerpos divididos , sirviendo de juego
y risa aquel humano horror que la naturaleza religio-
samente dejó por freno de nuestras demasías ; la cruel-
dad era deleite , la muerte entretenimiento : á uno ar-
rancaban la cabeza, ya cadáver , le sacaban los ojos ,
cortaban la lengua y narices; luego arrojándola de
uñasen otrasmanos, dejando en todas sangre, y en nin-
guna lástima, les servia como de fácil pelota; tal hubo
que topando el cuerpo casi despedazado, le cortó aque-
llas partes cuyo nombre ignora la modestia, y acomo-
dándolas en el sombrero , hizo que le sirviesen de tor-
písimo y escandaloso adorno.
Todo aquel dia poseyó el delito repartido en enor-
mes accidentes , de que cansados ya los mismos ins-
trumentos del desorden , pararon en ella , ó también
porque con la noche temieron de los mismos que ofen-
dían, y aun de sí propios.
Estos son aquellos hombres (caso digno de gran pon-
deración) que fueron tan famosos y temidos en el mun-
do ; los que avasallaron príncipes , los que domina-
ron naciones, los que conquistaron provincias, los que
dieron leyes á la mayor parte de Europa, los que reco-
noció por señores todo el Nuevo-Mundo. Estos son los
mismos castellanos, hijos, herederos y descendientes
de estotros, y estos son aquellos que por oculta provi-
dencia de Dios son ahora tratados de tal suerte dentro
de su misma patria por manos de hombres viles, en cu-
ya memoria puede tomar ejemplo la nación mas so-
berbia y triunfante. Y nosotros, viéndoles en tal estado,
podremos advertir que el cielo , ofendido de sus exce-
sos, ordenó que ellos mismos diesen ocasión á su cas-
ligo, convirtiéndose con tacílidad el escándalo en es-
carmiento.
Al otro día, atemorizada la ciudad del rumor pasa-
do, y manchada de sangre de tantos inocentes, ama-
neció como turbada é interiormente llena de pesar y
espanto. Hizo celebrar sus funerales por el Conde
muerto, llena de tristísimos lutos, en demostración de
su viudez, y en pregones y edictos públicos ofreció pre-
mios considerables al que descubriese el homicida.
Dio luego la Diputación cuenta al Rey Católico de
lo sucedido el día de Corpus : disculpaba los minis-
tros provinciales , dejaba toda la ocasión á la parte del
Vírey, cuya inconsiderada entereza á los principios ha-
bla revuelto los ánimos de los atrevidos; hablaban tem-
pladamente del alboroto, y con gran exageración desu
sentimiento negaban la violencia en la muerte del Con-
de; antes acomodándolo á accidente natural, se que-
jaban del temor que le trajo á aquellos términos; en íin,
llenos de lágrimas, mas pedían el consuelo que el re-
medio; y entre tanto prosegiiían en sus averiguaciones,
por excusarse, siles fuese posible, del escándalo que
un tal suceso podia haber dado en el mundo.
LIBRO SEGUNDO.
Tortosa sigue la inquietud de la provincia.— Gobierno del Cardo-
na.—Sus acciones y muerte.— Junta el Arce las armas reales. —
Su camino.— Asalto de Perpiñan.— Obispo de Barcelona, nue-
vo virey. — La Diputación envia embajada al Rey Católico. —
Efectos de ella.— Previene el Conde-Duque gran junta cerca de
los negocios del Principado.— Sus proposiciones y pareceres.—
Resuélvese la guerra.
Pública la revolución de Barcelona por todo el Prin-
cipado, estimuló terriblemente los ánimos de sus mo-
radores á imitarle, juzgándose por mejor natural aquel
que con mas libertad perturbase su repúbhca : esta pa-
sión, aunque apoderada de todos, como sucesiva ala
queja, tuvo particularmente su fuerza en aquellos pue-
blos donde se hallaba alojado parte del ejército católi-
co, que, como mas ocasionados, eran los mas expues-
tos á la contienda y sinrazón de los huéspedes. Lérida,
Balaguer y Gerona , todas ciudades principales, y otras
villas, continuaron duramente el tumulto comenzado
antes de la muerte del Conde, aunque también algunas
con poca mas causa que el despecho é interior contra-
riedad entre las dos naciones. Eran los miserables cas-
tellanos asaltados, arrojados y perseguidos de todas par-
tes, de todas personas y á todos tiempos; ni la campaña
ni la soledad los aseguraba ; antes allí parecía mayor el
riesgo.
Ocupaban entonces el castillo de la ciudad de Tor-
tosa, última población de Cataluña, puesta sobre el
Ebro, fronteriza al reino de Valencia, tres mil solda-
dos bisoñes y desarmados, á cargo de don Luis de Mon-
MOVIMIENTOS, SEPARACIÓN
suar, baile general del Principado (e? allá baile como
recibidor y administrador de todo lo tocante al Rey);
y era don Luis uno de los hombres que verdaderamen-
te amaban el servicio de su príncipe. Fué avisado pron-
tamente de los movimientos que la ciudad prevenía;
trató de recoger consigo al castillo algunasmuniciones
y bastimentos que basta entonces confiadamente se
estaban esparcidos por todo el lugar; intentólo con ar-
tificio, pretendiendo manejarlos aquella noclie,para
lo que le ayudaba mucho un caballero natural de la
misma ciudad , de apellido Oliveros, en extremo aficio-
nado al partido del Rey; empero siendo descubierta su
intención , acudió el pueblo á pedirle se detuviese en
aquella diligencia.
Deseaba el Monsuar apoderarse de las municiones y
pertrechos de guerra, porque hallándose con tres mil
infantes, que con ellos podria armar, no dudaba hacerse
dueño de la ciudad y mantenerla á devoción del Rey Ca-
tólico contra todo el Principado, esperando ser por ins-
tantes socorridos de Aragón y Valencia. Excusóse con
buenasrazonesá la demanda del vulgo, queya impacien-
te de la duda, con súbito motin habia revuelto los ciu-
dadanos; fueron de improviso asaltados los soldadosino-
centes sin armas ni intentos; hasta entonces ignoraban
ladeterminacio(i<Íel Monsuar; salvólos su inocencia, y
recibiendo la vida y la libertad de mano de los sedicio-
sos, fueron enviados á diferentes partes, habiendo ju-
rado primero no volver á Cataluña, con pena de la vida.
Empleóse toda la furia contra el baile y veedor general
que allí asistía , por nombre don Pedro de Velasco, que
topando una grande cuadrilla de los inquietos , fué
muerto y despedazado.
Al tumulto de la ciudad acudieron piadosamente los
párrocos y cabildo, sacando de cada iglesia en proce-
sión el Santísimo Sacramento , cuya sacrosanta pre-
sencia templó milagrosamente el furor, que amenazaba
grandes daños en vidas, honras y haciendas. Muchos
hombres perseguidos de la plebe corrían y se escapaban
asidos de las varas del palio, otros cubiertos de las mis-
mas ropas de los sacerdotes ; entre todos fué señalada-
mente dichoso el Monsuar, de quien mas que de ningu-
no deseaban venganza; escapóse siendo embestido de
muchos, y topando al Señor, se echó á los pies del mi-
nistro : hasta aquel lugar violaron las espadas, y fué
defendido con la propia custodia ; reconoció la muerte
al Autor de la vida, y detúvose, abriendo losojosla mis-
ma ceguedad; en esta forma, siempre cubierto de la
casulla sacerdotal , bien que siempre perseguido é in-
famado del pueblo , llegó á la iglesia y escapó la vida,
prosiguiéndose el tumulto hasta otros excesos.
No se oía á este tiempo por toda Cataluña y sus pue-
blos mas que los temerosos vias [oras : usan de este
modo de decir los catalanes en sus furiosos concursos,
que suena en romance sal de aquí. A la señal de esta
voz eran los soldados católicos embestidos terriblemen-
te en sus cuarteles de todo el villanaje comarcano , que
el ejemplo de Barcelona concitaba contra los reales; su
descuido aumento en gran parte la fuerza de los con-
trarios: alguno podía temer, pero los mas confiaban;
el prímer aviso fué el daño (hablo de los lugares antes
pacíficos) ; muchos hombres murieron lastimosamente,
suelta ya é incorregible la crueldad de los rústicos.
Alojaban los tercios del marqués de Mortara, Juan
Y GUERRA DE CATALUÑA. 473
de Arce , don Diego Caballero , don Leonardo Moles y
el de Módenaenlos lugares del AmpurdanylaSelva an-
tes de la muerte del conde de Santa Coloma; y ausente
el de Mortara , era el mas antiguo el Arce , gobernador
del regimiento de la guardia del Rey, por cuya prcro-
gativa superentendía álos otros ; su tercio, como el mas
favorecido, el mas soberbio , y de eso el mas insolente,
ejecutaba los mayores escándalos. Era el Arce hombre
industriosoy severo, hermano de ministro acreditado,
cortoderazones, estimado por virtuoso y entero; obra-
ba como quien no temia, disimulando la libertad de los'
soldados para con los paisanos, en descuento de que le
fuesen obedientes al manejo militar.
Siendo el mas aborrecido, fué el que primero ex-
perimentó el furor de los contrarios; así, anticipándose
al peligro , se retiró á un convento dos leguas de la
villa de Olot, alojamiento del Mortara , con quien pre-
tendió juntarse ; fortificóse como le fué posible, acudió
á su socorro parte del otro regimiento, y pudo defen-
derse; llegaban los paisanos á número de tres mil, con
cuyas bandas , llenas mas de osadía que orden , fué es-
caramuzando hacia las puertas de Gerona, ciudad fa-
moso , dicha de los antiguos Geranda, donde se le jun-
taron los otros tercios, con los cuales se hizo grueso
de cuatro mil infantes.
Eran las doce de la noche cuando las primeras com-
pañías de los católicos se descubrieron junto alas puer-
tas de la ciudad , que estremecida con el suceso , y aun
mas temerosa quizá de sus pensamientos, tocó al ar-
ma; acudió todo el pueblo; fué fácil la resistencia des-
pués de una grande confusión. El Arce en medio de
estas demostraciones no se afirmaba en el modo de ha-
berse con los naturales; esta duda oprimía á cuan-
tos gobernaban las armas del Rey; de todo y en todo
consideraba el daño : peligroso estado para el que es
fuerza resolverse, cuando ni la ira ni la paciencia ni la
moderación aseguran el fin de las acciones.
Dejaron á Gerona , no sin desorden y muerte de dos
capitanes , y siendo avisados por un castellano de que
en el pan se trataba de administrarles veneno , toma-
ron el camino de San Feiíu por el lugar de Caldas ,
donde recibiendo mas infantería , crecía con su núme-
ro su miseria de San Feliu á Blánes ; pero los villanos
(así suelen llamar la gente de guerra á la del campo), por
no perder diligencia encaminada á la ruina, se embos-
caron entre San Feliu y Blánes poco mas de doscientos
tiradores, que á su tiempo asaltaron las tropas católi-
cas; duró la escaramuza algún espacio, y fueron rotos
los naturales, pero sin daño considerable.
Mientras los tercios se movían, como habernos di-
cho, parte de la caballería acuartelada mas á los con-
fines de Aragón, á cargo de Felipe Filangíeri, caballero
napolitano, pudo salvarse con facilidad, dejando de no-
che improvisamente sus cuarteles, y entrándose en
aquel reino, donde sus tropas fueron bien acogidas,
juzgándolas ya iguales en la pérdida á las otras.
Gobernaba don Fernando Cherinos de la Cueva , con
título de comisario general , mas de otros cuatrocien-
tos caballos andaluces y extremeños que habia con-
ducido á Cataluña; era su alojamiento en Blánes ; lle-
gó primero á experimentar parte de los movimientos
del Principado; trató de recogerse luego, y caminando
ala ciudad, aquella mismadílígenciaquepudiera salvar-
474 DON FRANCISCO
le vino á servir de su mayor daño ; reconocían los luga-
res su poder y orden, y juzgando diferentemente de sus
designios, entendieron pretendía vengar los rumores
de Barcelona; juntáronse por toda la campaña algunas
bandas copiosas de gente suelta, tomaron los montes
por donde habia de hacer sus marchas, y eu lasangos-
turas de los valles bajaban á ofenderle. El Cherinos,
hombre naturalmente inexperto, no supo acomodarse
á la defensa ; recibía el daño como de enemigos , y no
acababa de ofenderlos como contrarios; entretretávo-
los algunos días ; no seatrevió á romper, ó no pudocuan-
dose determinó, porque los catalanes, mas resueltos,
aprovechándose de la duda^ cargaron impensadamente
sobre sus tropas, y degollando la mayor parte de ellas,
se hicieron dueños de sus caballos y armas , escapán-
dose pocos de la prisión ó de la muerte. Fué esta pér-
dida de grande consideración á las armas católicas , y
la primera suerte del Principado.
El Arce y Moles, á quienes cada dia llegaban nue-
vas de las ruinas de sus compañeros, no les pareció con-
veniente ni segura la asistencia de Blánes; deseaban
acercarse á Rosellon , pusiéronlo en efecto ; pero los
soldados, que se olvidaban ya del agasajo de la villa,
acordándose solo de lo que oian de los otros, dieron
saco al arrabal y talaron la campaña ; no los siguieron
los catalanes, aunque pudieron ; con lo cual ellos co-
brando nuevo orgullo en su detención, abrasaron á
Montíró y PalnfurgcU , lugares de su camino; los mis-
mos daños recibió Rosas en su término , Aro , Calonge
y Castolló de Ampurias en casas , árboles y frutos.
Cogían los soldados algunos paisanos , y los presen-
taban al Arce , que mostrando compadecerse de ver-
los , lo dccia con tales razones, que ellos, interpretando
su indignación primero que su piedad, cuando después
topaban otros los ahorcaban ó mataban á puñaladas,
dando por excusa de su inhumanidad que aquello que-
ría decirles su gobernador, mandándoles que no se los
trajesen delante : tal era el furor de unos y otros; tan
pequeña causa bastaba para la mayor desdicha.
De esta suerte en brevísimos días se fué enflaque-
ciendo el poder y reputación de las armas del Rey en
toda la provincia: aquellos sucesos, apaciblesá su liber-
tad , consecutivamente iban aficionando los ánimos de
algunos que no rehusaban la sedición mas de por el
daño que temían; al mismo paso se aumentaba el des-
cuello de los inquietos. Tanto poder tienen los buenos
ó malos acontecimientos en las acciones humanas, que
de ordinario parece que mudan el valor ó la naturaleza,
mudando el íln.
Llegó la nueva de la muerte del conde de Santa Co-
loma y otros movimientos á la corte en 12 de junio :
fueron oídos todos con lástima y confusión ; amenazaba
el negocio todo el sosiego público ; incluía terribles con-
secuencias; juzgábanse los catalanes por hombres dis-
puestos á su precipicio; la guerra dentro en España se
reputaba por el mas siniestro accidente déla monarquía;
decían que con esto no se comparaba nada de lo pasado;
que no podría suceder caso alguno digno de que por
él se perturbase la paz natural que España gozaba con-
sigo , envidiada de otras naciones ; que los catalanes,
habiendo roto la piedra de su escándalo, ya no les fal-
laba que hacer mas que negociar el perdón , y que es-
te no se les debia dificultar mucho, por no llevarles &
MANUEL DE MELÓ.
mayores desesperaciones. Otros decían que la majes-
tad ofendida pedia vivamente un castigo ejemplar ; que
si los príncipes no volviesen por las injurias heclias á
sus ministros, no podrían vestir su misma púrpura sin
zozobra; que aquel que disimula un gran maleficio en
la república, parece queda consentimiento para otros
mayores ; que si los reyes hubiesen de contemporizar
con los malos ^ ¿de qué suerte habían de coronarse de
justicia? O que si sola ella era para los pequeños erro-
res, entonces ¿cómo podrían ser buenos los pode-
rosos ?
Todavía íos ministros superiores, donde la con-
sideración se debe hallar mas atenía, no desdeñaban el
sufrimiento, dando lugar á que los malcontentos vol-
viesen en sí ; mostraban ignorar lo mas sensible de los
sucesos, porque la piedad no pareciese indigna aun á
los mismos perdonados; sentian cuánto la industria
suele ser mas oficiosa que la fuerza, que esta no se con-
tradice en esotra. Hércules venció á Anteo inas con al-
zarle de la tierra que con apretarle en sus brazos : allí
obedeció al arte el poder.
Rabian los catalanes ya desde los principios de sus
movimientos enviado á la corte á fray Bernardino de
Manlleu, religioso descalzo, persona entre ellos de
señalada virtud y reverencia ; preseiÜhron por sus ma-
nos un memorial é información de sus cosas al Rey y al
valido, donde con razones (escritas de alguna pluma
menos cuerda de lo que el caso pedia) representaban
sus quejas de tal suerte, que mus ofendían la claridad
de su justicia que la explicaban ; informaban por la re-
lación de varios casos, de algunos escandalosos delitos,
casi todos en comprobación de la insolencia de los sol-
dados ; cosa que en la corte no podía ignorarse. La otra
parte contenia el remedio : también en esta no repre-
sentaban con felicidad su intención , porque la descu-
brían á las primeras razones; paraban todos sus arbi-
trios en que el Principado se aliviase de las armas que
le oprimían , y esto parece que no estaba entonces en
manos del Rey Católico, pues no era ya el autor de la
guerra; volvían á prometer su defensa, y aquí debia
ser toda la fuerza de sus negociaciones , porque los cas-
tellanos, cansados de la campaña de Sálses, en aquel
tiempo vendrían á acomodarse con que caí la cual defen-
diese sus provincias. Nada tuvo efecto, ó fuese por flo-
jedad de los que manejaban el negocio , ó por descon-
fianza de los que en él tenían parte; pero en medio des-
tas dudas (que en fin prevalecieron sin ajustamiento),
cuantos las consideraban desde afuera juzgaban que los
catalanes se darían por satisfechos con que se les ali-
viase parte del peso de los alojamientos ; que se les qui-
tasen de la provincia algunas personas de oficio militar,
de quienes decian haber recibido malas obras. En esta
forma escribían desde Barcelona á los confidentes, y
aun afirman que fray Bernardino, desesperando ya de
otros fines , lo propuso y suplicó así al Rey Católico.
El Conde-Duque y los suyos sentían con gran di-
ferencia el acomodamiento de las cosas : no pareclén-
dole decente convenir en la voluntad de hombres in-
quietos , y cuyo natural estaba inficionado de la desobe-
diencia, entendía que ellos aborrecían el servicio del
Príncipe , y que por eso deseaban apartar de sí los su-
getos donde el celo real se hallaba mas seguro ; canoni-
zaba en su mente cuantos ellos acusaban en sus demos-
MOVIMIENTOS, SEPARACIÓN
tracioncs; y asi , era lo mismo (como sucede al viento |
con el árbol de Séneca) rempujarles con uno y otro
vaivén de la calumnia, que fortiíicarlos en la gracia y
en la valía del Conde.
Lo primero ú que debia mirarse después de la muer-
te del Santa Coloma, era á poner en aiiuel lugar una
persona tul , que con su autoridad é industria pudie-
se reparar y tener las ruinas de la república; túvose
entonces por conveniente volver el gobierno á la casa
de los Cardonas , que poco antes ocupara el duque de
Cardona don Enrique de Aragón. Era el Duque reve-
renciado en su nación, no solo por la grandeza de su
casa , mayor sin competencia en toda la provincia, mas
también por las muchas virtudes que se hallaban en su
persona; su gobierno pasado, celoso para el Rey y apa-
cible para sus naturales , lo habia de nuevo hecho amar
entre todos. Injustamente espera la coníianza de aquel
que sin obras pretende el aplauso ; ni es acción de mi-
nistro ó príncipe prudente dejarlo todo al amor de los
subditos ó vasallos, , , , •
Algunos motivos de fácil desconfianza lo habían
apartado del régimen de la república, cultivando en-
tonces por manos de su desengaño sus cosas particula-
res ; en este estado lo halló la orden real por la que se
le mandaba volviese á encargarse del gobierno de la
provincia, y que tanto debia esforzarse á aquel peso,
cuanto era cierto que solo sus hombros lo podían lle-
var- que el Rey fiaba de su prudencia la salud univer-
sal de aquella gente; que en las grandes borrascas se
prueba el arte del famoso piloto ; que escogiese los me-
dios suficientes á que ni el Rey perdiese alguna parte
del decoro debido á su majestad , ni los quejosos la es-
peranza de alcanzar perdón y sosiego.
Hubo de aceptar el Duque su peligroso oficio, apar-
tando de sí las dificultades que la consideración le ofre-
cía y procurando generosamente acudir con todas sus
fuerzas á la ruina de su patria, que ya sentía temblar
á la violencia de sus afectos (los gentiles llamaban dul-
ce el morir por ella) : miserable estado el de la re-
pública cuyas riendas arrebatan los malos y los igno-
rantes; esa camina al precipicio, y si alguna vez se es-
capa , ¿qué mas despeno se le puede esperar que aquel
mismo gobierno?
También á los catalanes no les fue desagradable
aquel expediente , porque viéndose en manos de su na-
tural (ó que les ministrase el azote ó quizá el escudo,
como algunos esperaban), para cualquier suceso ama-
ban su compañía.
Halló el Cardona las cosas publicas en sumo des-
orden, porque muchos, juzgándose ya perdidos, no
rehusaban añadir nuevos delitos á las primeras culpas;
otros casi desesperados de la satisfacción de sus que-
jas, se disponían á seguir los sediciosos en la venganza
común. A todo atendía el Duque , y después de bien in-
formado de sus observaciones, entendió propiamente
que los fundamentos de la quietud consistían en la tem-
planza del pueblo de Barcelona, que, ó ensoberbecido
ó indignado , todavía instaba por continuar su descon-
cierto. Con esto comenzó á prevenir castigos á los acu-
sados por ellos, sin dar lugar á largas averiguaciones;
porque, como los quejosos habían antes gastado toda la
paciencia inútilmente , ahora lo pedían todo con incon-
siderada ejecución.
Y GUERRA DE CATALUÑA. 475
Mientras las cosas en Barcelona parece se iban en-
caminando al reposo , continuaba el rríncipado en los
primeros movimientos; los párrocos y predicadores
desde los pulpitos tal vez persuadían al pueblo su liber-
tad , y predicaban venganza ; verdaderamente ellos juz-
gaban la causa por tal, que les convenía hablar de aque-
lla suerte, encendidos del celo de la honra de Dios. Las
ciencias se estudian , la cordura no se lee en las cáte-
dras; muchos hombres doctos caen fácilmente en este
error, sin considerar que la enmienda de los vicios, co-
mo obra en fin de suma caridad, pide orden y concier-
to; el pulpito, lugar dedicado á las verdades, así se
ofende de la lisonja como de la imprudencia; de ordi-
nario aquel grano corresponde en gran cosecha sem-
brado en ánimos sencillos ; miren los labradores del Se-
ñor qué semilla escogen. De esta misma suerte , según
se lee en las historias , comenzaron las alteraciones pa-
sadas de Cataluña en tiempo de don Juan el Segundo,
rey de Arngon, persuadidos ellos por las voces de fray
Juan Calvez, hombre insignemente libre de aquellos
tiempos.
Casi en estos días pronunció el obispo de Gerona
nm nofnhle sonfoncia de excomunión y anaíema sobre
los regimientos de Arce y Moles, declarándoles por he-
rejes sacramcntarios, y refiriendo en ella dos estupen-
dos sacrilegios , uno en Ríu de Arenas , y otro en Santa
Coloma de Farnés; cosa ciertamente, ó dudosa ó creí-
da , digna siempre de lágrimas. A vista de esta demos-
tración no hubo pueblo que no se incitase como religio-
samente al castigo de aquellas escandalosas y aborreci-
bles gentes. Este fué el mas irremediable accidente que
padecieron los negocios del Rey , porque muchos , en
cuyos ánimos prevalecía aun entonces el temor de la
majestad , no se excusaban de juntarse con los inquie-
tos, después que vieron una (ó por lo menos mezclada)
la causa de Dios con sus propias pasiones; satisfacían
su enojo y prohijaban su indignación al celo santo; or-
denaban la venganza de sus agravios , y lo ofrecían todo
al desagravio de la fe. No se entienda que todos obra-
ban con este mismo espíritu, porque ciertamente res-
plandecía en muchos la devoción y piedad cristiana.
Alzaron banderas negras por testimonio de su tristeza;
en otras pintaban en sus estandartes á Cristo crucifica-
do , con letras y jeroglíficos acomodados á su intento,
y de esta vista los catalanes cobraban aliento y discul-
pa los castellanos temor y confusión.
Arce, con la infantería que llevaba junta y algu-
na otra que no pudo incorporarse con sus tropas , ca-
minaba á Rosellon con gran trabajo y peligro. Procu-
raron introducirse en diferentes pueblos; los mayores
los arrojaban , los pequeños se resistían ; m les valia la
industria ni la cortesía, y menos la fuerza. Marchaban
los reales dentro de España con la misma miseria y nes-
go que si atravesasen los desiertos de la Arabia o LÜJia,
En fin rompiendo hacia Perpiñan por entre Cada-
ffués V el Porlús, dejaron con temor á Palamos.y
¿or la vía de Argeles y Elna llegó la infantería y algunos
ciábanos á aquella gran villa, donde se encamina an
como á centro de sus armas. Allí fue mayor la diíicul-
tad cuando esperaban mas cierto el amparo. Mandaba
en Rosellon. ausentes los primeros cabos del ejercito,,
i^^^rqués Xeli de la Re¡na\ general de la artillería ea
ía Jipaña pasada; gobernaba el caslUlo de Perpmau
476 DON FRANCISCO
Martin de los Arcos, aquel florentin y este nuvarro, en-
trambos soklidos de larga experiencia.
Habian recibido aviso de las tropas; y pareciendo
inexcusable el recibirlas no menos para su reposo que
para sosiego de la plaza , se comenzó á disponer aquel
tnanejo por los medios que sojuzgaron mas á propósito.
Es Perpiñan lugar de menos que mediana grandeza
entre los de España, fabricado de las ruinas de la anti-
gua ciudad Rbuscino, que dio nombre á todo Rose-
llon. Perpenianum la llaman historiadores modernos,
por la vecindad con los Pirineos , según se cree, de cu-
yas asperezas se aparta por distancia de tres legua?;
pero yace en llanura, regado del rio Tech, llamado de
los geógrafos Tlielis , que junto á Canet entra en el Me-
diterráneo. Es la villa cabeza de su condado, y de las
mas fuertes de España por beneficio de la guerra, prin-
cipalmente el año de Vái3. Fué empeñado por Juan el
Segundo de Aragón á Luis XI de Francia, y restituido
por Carlos VIII ú Fernando el Católico , atento á los de-
signios de la guerra de Ñapóles.
Pedian los cabos cuarteles en la villa capaces á su
alojamiento; determinaban secretamente asegurarse
de los paisanos por este medio; pero el magistrado, en-
tendiendo (y no sin causa) que de todo lo obrado en
Cataluña ellos hablan de pagar la pena , procuró excu-
sarse de recibir tanta gente hambrienta y escandaliza-
da; defendíase con sus fueros y con orden particular del
conde de Santa Coloma para que ninguno se alojase
de otra mano que la suya.
Volviéronse á apretar las pláticas, sin que el Xeli qui-
siese admitir excusa alguna ; pero los naturales, ya
con razones, ya con rumores de armas que prevenían,
instaban en defenderse : no se puede dudar que ellos lo
pensaron con mucho brio ó con mucha ceguedad, vien-
do en lo eminente de su pueblo el mejor cíistillo de Es-
paña, lleno de cabos, soldados y municiones, y junto á
sus muros mas infantería que ellos podían juntar. Po-
cas veces discurre la ira, y raras acierta la desespera-
ción; no obstante, ellos cerraron las puertas, guarne-
cieron los puestos por donde podían ser acometidos, y
armados oían las demandas y amenazas de los reales,
y respondían á ellas.
De esta suerte , cada cual movido de sus intereses ,
y todos del enojo, perseveraban en la discordia, sin
topar otro medio de ajustamiento que la violencia. No
hay caso mas difícil de acomodar que aquel donde to-
dos los contendientes tienen razón ; porque, como cada
uno ama su sentimiento, ninguno quiere obligarse del
ajeno. Es la razón hija del entendimiento , ó antes es el
mismo entender; y aunque len los hombres se halla tan
poderoso el interés, mas veces suelen dejarse de lo que
desean que de lo que entienden; como si el juicio y la
ambición no estuvieran sujetos á unos mismos desca-
minos.
Los reales, que ya estaban desesperados de conse-
guir amigablemente el hospedaje, asaltaron de im-
proviso una de las puertas de la villa, dicha la del Cam-
po , con la infiuitería que se hallaba mas cercana ú ella;
acudió á su defensa buena parte de los moradores , es-
forzándose el alboroto de tal suerte, que mas parecía
escalada do plaza enemiga que no porfía ó inquietud
entre españoles; hacia la noche mayor el espanto y aun
el peligro; porque , valiéndose de sus sombras algunos
MANUEL DE MELÓ,
de los naturales , ministraban con mas seguridad su de-
fensa y daño de sus contrarios.
Xeli, que desde el castillo estaba mirando la furio-
sa resolución de unos y otros, lleno de escándalo y
despecho , trató de favorecerá los suyos ; mandó se dis-
parase contra el lugar toda la artillería, juzgando cuer-
damente que una vez puestas las cosas en manos de la
fuerza , no podría convenirles dejarla sin salir vence-
dores. Detúvole el gobernador Arcos , teniendo por cosa
de gran riesgo romper tan severamente contra hom-
bres que todavía eran vasallos de su rey y le recono-
cían por señor; pero el Xeli, tomando sobre sí todo el
enojo de aquella majestad , hizo como se comenzasen
las baterías de cañones y morteros. Era en el primer
cuarto de la noche cuando el castillo dio principio á su
furor, y se continuó con tanta fuerza, que en poco tiem-
po arrojó sobre la miserable villa mas de seiscientos
cañonazos con gran cantidad de bombas; fué terrible
el estrago; arruinóse la tercera parte del lugar, pere-
cieron muchos inocentes : tales son de ordinario las sen-
tencias de la indignación; pagan los no culpados, y los
delincuentes quedan sin cas'.igo. Esta tan extraña se-
veridad despertó igualmente la ira de los soldados y el
temor de los moradores , con lo cual fácilmente aque-
llos se hicieron dueños de la mayor parte del pueblo,
sin mas pretexto que el de su soberbia y codicia : fue-
ron entradas asaco mil y quinientas casas, dando la no-
che, no solo ocasión , mas licencia á los insolentes para
que cada uno obrase conforme su ambición ó su apetito.
Los moradores , ya desesperados de su remedio
en la resistencia, acudieron á buscarle por via del
perdón, valiéndose de la piedad cristiana , que, como
tan natural en los católicos, nunca la consideraban di-
ficultosa. Vestido el Obispo en sus vestiduras pontifi-
cales, llevando en las manos la custodia del Señor, y
acompañado do todo el clero y religiones, subió al cas-
tillo; salió á recibirlo Xeli y los mas oficiales españo-
les, y después de algunas razones, en que todos mos-
traron mas indignación que reverencia al divino Media-
nero de la concordia, el Xeli prometió templarse, usando
con aquel pueblo de la real clemencia de su dueño.
Detúvose por entonces el daño ; mas porque la cau-
sa estaba impresa en el corazón, cada instante vol-
vía á brotar mil desórdenes. Era grandísima la opresión
de la gente y mucho mayor después , cuando tratándo-
los como vencidos, no los diferenciaban de esclavos;
desarmaron á los naturales , apoderándose do su domi-
nio militar y civil , alzaron horcas, formaron cuerpos de
guardia por toda la villa; obraban mas de lo necesario
á la seguridad, atropellaban afectadamente sus costum-
bres, quebrantaban sus fueros , solo á fin de poner es-
panto en los ánimos de aquellos que así se mostraban
amantes de su república.
Cada día reconocían mas los perpiñaneses su escla-
vitud, y daban voces acusando á aquellos que habian
escogido tan miserable remedio ; quisieran antes haber
acabado en su desesperación ; ni quejarse ni sentirse
lesera lícito, ni comunicar por letras sus dolores, por-
que los reales, informados de los otros sucesos contra-
rios, procuraban estorbar las correspondencias, donde
se les podía seguir aliento y esperanza.
Muchos de los moradores dejaron la patria , y con
mujeres é hijos se huían á la montaña , esperando me-
MOVIMIENIOS, SEPARACIÓN
;or coyuntura para vengar sus agravios; llevados de
es'a pasión, salia á todas horas muclia cantidad de
hombres y mujeres , y á la verdad los castellanos en los
principios no se desagradaban de verlos dejar la villa en
sus propias manos, juzgando que para cualquier su-
ceso les convenia el ser superiores en número á la gen-
te natural. A este fin, primero disimulaban suíuga,
pero después se vino á conocer el daño , ú. tiempo que
ya no podia evitarse, porque faltando la mayor parle
de la gente popular que sirve al manejo de la república, ;
fallaban juntamente con ella los útiles en que la suele ¡
emplear la necesidad común. Impensadamente vinie- j
ron á caer en continuas miserias : no habia quien cor- :
tase leña , quien moliese trigo ; el agua estaba quieta sin j
quien la traginase ; el ganado discurría suelto como sin ]
dueño , las tiendas se veian cerradas , los obradores de
los oficiales vacíos; crecía la falta de todo lo que se co-
me y se viste.
Con esta ocasión comenzó el Xeli á sacar sus tro-
pas á la campaña , que discurrían mas como hombres
llevados de la ambición que de la miseria ; no habia
pueblo, casar ó granja por todo el país, á que no visi-
tase el robo ó el incendio ; todo estaba cubierto de rui-
nas; los paisanos se veian escondidos por los bosques,
Jas mujeres y niños perdidos por las sendas; ninguno
atinaba con el descanso , porque no habia entonces nin-
gún camino á la piedad ó á la justicia.
Llegó la información dcstas miserias al Cardona, que
infatigablemente se empleaba en el sosiego de Barce-
lona : entendió que las cosas de Rosellon pedían su pre-
sencia , y las buenas señales de aquella ciudad le daban
alguna conlianza para poder dejarla. Los políticos dis-
putan si conviene al Príncipe apartarse de la cabeza de
su dominio por acudir al remedio de otro miembro : son
diversos los pareceres, como lo han sido las causas; yo
pienso que el negocio consiste en entenderse bien el es-
tado del Príncipe, juzgando que el pacífico puede sin
daño acudir á cualtiuier parte donde lo pida la ocasión;
mas que no lo debe liacer así el que gobernase un impe-
rio turbulento, porque entonces el grande riesgo, aun
contingente, descuenta la conveniencia. Los presentes
trabajos de Curios, rey de Inglaterra, no hubieran su-
cedido si se conservara en Londres.
En fin, asentando el Duque su partida, propuso
luego , no sin industria, pedir á la Diputación y ciudad
un diputado y un conseller por acompañados : previno
con destreza que con ministros de la provincia llevaba
mas segura su obediencia , y que ellos también, viendo
convidarse con la autoridad que miraba al castigo, no
podrían dudar de que se deseaba satisfacer al Principa-
do; y aun para los mismos era asaz conveniente mos-
trar cómo pretendía unir sus acciones á un espíritu
acomodado á la justificación. Fuéle concedida la com-
pañía de los dos magistrados, como lo pidió, y par-
tiéndose á Perpiñan ya con poca salud (ó fuese fruto de
los años ó del gobierno), llegando allí en pocos días , se
introdujo en los negocios de aquel estado, tomando jus-
tificadas noticias de todos sus acontecimientos.
Sabia el Duque, como natural, el ánimo de sus pa-
tricios, y que por gente tenaz en las pasiones, guar-
daban vivo el odio concebido contra los cabos ; enten-
día que el primer paso de la templanza era comenzar
castigando aquellos que el clamor público acusaba : no
Y GUERRA DE CATALINA. 477
creía hallarlos inocentes, ni tampoco juzgaba su culpa
igual al escándalo ; pero también no tenia en tanto su
agravio cuanto la furia de una nación entera. De esta
suerte dispuso sus acciones, encaminando todo á la
quietud pública.
Lo primero fué mandar prender al Arce y Moles,
porque deseaba que la satisfacción se mostrase pronta
y notoria : mandó que fuesen llevados á la cárcel co-
mún de los malhechores; hizo de la misma suerte se
prendiesen algunos otros oficiales y soldados, y volvió
á hacer platicables las querellas que el Santa Coloma
habia prohibido entre catalanes y castellanos, porque
cada uno entendiese podia temer y podia esperar.
Dio cuenta al Rey Católico de su deliberación, ha-
lagando su enojo con la esperanza de recobrar su au-
toridad por medio de una cortísima violencia. Decía que
en apartarde los ojosde aquella gente la ocasión de sus
escándalos consistía el modo de hacerlos olvidar to-
dos; que á los dos cabos se les seguía pnca injuria, por-
que remitiéndolos á la corte, allá podria su majestad
disponer su desagravio, ocupándolos en otras provin-
cias; tras esto, no olvidaba sus excesos, refiriendo los
casos así como los habia entendido.
No se había hasta este tiempo hecho entre los mi-
nistros el verdadero juicio de estos movimientos, por-
que la condición del Rey Católico, por oculta en sus ope-
raciones, no daba alguna señal de su aprecio. El Conde-
Duque, aconsejado de aquella altivez que siempre le ha-
bló al oído , si bien no dejaba de temer en su corazón,
todavía no desmayaba en el semblante y palabras ; an-
tes, como si aun entonces dependiesen de su arbitrio
los intereses de los catalanes , mostraba despreciar
igualmente su arrepentimiento que su obstinación.
Creció con esto el error en los superiores ; porque, co-
mo los mas vivían observando su apetito engañados de
la confianza exterior, no llegaban á penetrarlas dudas
del ánimo, mal persuadidos de la apariencia. Mucho
servía también á la soberbia del Conde el notar algu-
nas señales de humildad en los catalanes, porque aque-
llas demostraciones que suelen mover á clemencia los
grandes espíritus, suelen también incitar los terribles
á mayor venganza; consideraba las diligencias de fray
Bernardino con los reyes por alcanzar misericordia d
su república ; el cuidado con que la Diputación y ciudad
despedían misionarios ó embajadores por dar satisfac-
ción á su príncipe; su protonotario , hombre fatal en
la monarquía, también con intervención de algunos
confidentes, le aseguraba no menos su confusión y te-
mor; finalmente, persuadido de su propio natural, se
dejó entregar antes á la perdición que á la templanza.
Con este propósito se le ordenó al Cardona no pro-
cediese contra los presos, extrañándose la resolución
de cosa tan grande; que no diese por sí solo paso al-
guno en su castigo ; antes que de lo que obrase diese
cuenta á la junta que para expediente de aquellos ne-
gocios se mandaba formar en Aragón. No hallaron otro
modo de reprehenderle mas decente á sus años y auto-
ridad; pero el Duque, saliendo á recibir loque se le re-
cataba, entendió que el Rey se desplacía de su gobier-
no : vióse ceñido de obligaciones , unas que, como su-
jeto, le forzaban á consultar con otros, y otras que, co-
mo libre, pedían su ejecución : en estas contrariedades
comenzó á afligirse con tantas congojas, que no hallan-
475 DON FRANCISCO
(lo el e=píril,u desahogo alguno , comunicó sus pasiones
ú la salud, hasta que esforzándose el mal por medio de
una calentura, concitada de la viva imaginación de su
afrenta, en pocos dias dejó la vida y el cuidado de la
república, que juntamente con su cuerpo enterró to-
das las esperanzas de su remedio. Aman los hom-
bres el mando como cosa divina, sin advertir el riesgo
que se trae consigo el gobernar á los otros hombres :
no hay ninguno que por justificado deje de ser sospe-
choso al Príncipe ó al pueblo; que lo uno basta para
perder la grande fortuna , y lo otro la buena fama. En
menos de la tercera parte de un año nos lo enseña el
ejemplar destos dos vireyes, el primero por muy obe-
diente á su señor, muerto á las manos de la plebe ; el
segundo, por muy amante de su república, muerto tam-
bién al enojo de su rey.
Fué su muerte del Cardona la última diligencia de
la turbación , porque como su autoridad servia de
freno á las demasías de unos y de columna al temor de
otros, viéndose aquellos sin qué temer y estos sin qué
esperar , los primeros reiteraron su soberbia , y los se-
gundos estragaron su templanza ; de tal manera , que
brevemente fueron en el Principado de una misma ca-
lidad casi todos los ánimos ; con que las cosas tomaban
cada dia peor camino , y la inquietud cobraba mayores
fuerzas: tal suele ser de mayor peligro la seguuda en-
fermedad que la primera.
Habia el Principado algunos dias antes expedido
sus embajadores al Rey Católico en representación de
sus tres estamentos. Iglesia, nobleza y pueblo, y por
ellos nueve personas de sus órdenes , y una en nombre
de Barcelona ; mas como siempre suceda que la indig-
nación se irrite con los clamores del que pide clemen-
cia, los ministros reales, abusando de aquel arrepen-
timiento, dieron señales de despreciarle ; mandaron que
los embajadores fuesen detenidos en Alcalá de Henares,
lugar puesto á seis leguas de la corte. Lo primero que
deseaban era saber su ánimo de los enviados, porque
el Conde y los suyos procuraban apartar de las noticias
del Rey toda la justificación de los catalanes; quisieron
amedrentarlos con aquellas apariencias de enojo , por-
que cansados con la detención y molestia, mudasen ú
olvidasen las razones que habían estudiado entre sus
fieles patricios. Era el estilo común de sus papeles pú-
blicos y secretos unas vivísimas quejas del Conde y pro-
tonotario; al principio dispusieron sin industria sus
querellas, hablando siempre con desatenta libertad en
las personas de los dos ministros, y no obstante que el
mayor estaba segurísimo en la gracia del Rey, y el se-
gundo no menos firme en la del [¡rimero, todavía aque-
llos celos naturales en el valimiento les hacia temer mas
de lo justo la eficacia con que los catalanes les adjudi-
caban sus males; procuraban desacreditar sus clamo-
res y apartarlos cuanto les fuese posible , y lo conse-
guían con facilidad por el gran poder de los dos, y por-
que, como ellos eran los instrumentos ó sentidos de las
acciones del Rey , jamás podían obrar cosa en su des-
crédito ni en conocimiento de aquella verdad, que les
fuese contraria.
Famosa lección pueden aquí tomar los príncipes
para no dejarse poseer de ninguno ; el que entrega su
voluntad y su albedrío á otro, este mas se puede llamar
esclavo que señor; hace contra sí lo que no ha hecho
MANUEL DE MELÓ.
su desventura; la suerte le hizo libre, y él se ofrece al
cautiverio ; la mayor miseria de un príncipe es aquella
que le pone vencido á los pies de otro : ¡ cuánto mayor
debe ser esotra que le trae avasallado y preso al arbitrio
de su propia hechura !
Pensaban los catalanes que escribían al Rey sus
lástimas , y hablaban en aquel modo que la miseria ha-
lló para rogar á la grandeza : el dolor sensible no sufre
elegancias ó decoros ; á cualquier hora y por cualquier
término se queja el dolorido. Decían con sencillez sus
trabajos, y como cosa natural en los hombres, acudían
con la mano y con el dedo á señalar la parte ofendida y
la causa de la ofensa : escribieron á la Reina , al Prín-
cipe y á los ministros superiores; escribieron al mundo
todo un papelimpreso, á que llamaron proclamación
católica; manifestaron á todas las gentes su razón y su
justicia, llamando por cómplices en la ruina al Conde y
su protonotarío , que indignados entonces con la publi-
cidad de sus injurias, se esforzaban en desmentirlas,
haciendo cómo ellas se disimulasen, y abultasen en su
lugar las acciones del Principado en deservicio de su
rey; de tal suerte, que podemos decir que aquel propio
camino que los catalanes habían buscado para alcanzar
su remedio, los llevaba al precipicio.
A este tiempo andaban mas vivas que nunca las
negociaciones é inteligencias, estudio particular deaquel
ministro. Pretendíase de parte del Rey que la provincia
con grandes muestras de humildad y reverencia supli-
case el perdón públicamente; que con demostraciones
de su error y como gente engañada, entrase á pedir mi-
sericordia sobre su república ; que se valiesen de la in-
tercesión del Pontífice y de los príncipes amigos. Esto
no era remitirles el castigo, sino asegurar su obedien-
cia, porque lo pudiesen llevar en tiempos mas acomo-
dados. Con esta satisfacción y algún servicio parti-
cular en materia de intereses , mostraba el Conde se
inclinaría el Rey al acomodamiento de las cosas; y lo
primero que prometía en orden á la seguridad de la
provincia, era poner la justicia catalana en su primera
autoridad y fuerza. Usaban los ministros católicos de
esta cláusula en todas sus pláticas y papeles, porque
previniendo el espanto que causaría en el Principado
ver entrar por sus puertas un poder grande , juzgando
que se encaminaba á constituir la nueva reputación de
la justicia, no tuviesen lugar de temerlo.
Variaban los catalanes, porque aun sobre el caso
del perdón decían que pedirle confirmaba la culpa que
ellos negaban; que el error particular de algunos no
habia de servir de mancha á la fidelidad de una nación;
no obstante, se negociaba por diferentes caminos con
los embajadores; de que celoso el Principado, les escri-
bió de secreto reprehendiéndoles el haber admitido
nuevas pláticas : volvía á instar pidiesen el alivio de
aquellas armas y el castigo de los cabos; no les era ya
tan molesto el peso como la consideración de que por
medio de ellas se habían de obrar todas las venganzas;
deseaban verlas apartar de sí para cualquier aconteci-
miento; mirábanlas con agüero, ó no podían verlas;
así acontece al condenado, desviar los ojos del acero
que sabe le ha de ministrar el suplicio.
A todas las sospechas del Rey para con la pro-
vincia, y á todos los temores de esta para con el Rey,
ayudaban mucho las cartas y negociaciones de algunas
MOVIMIENTOS, SEPARACIÓN
personas que residian en Madrid y Barcelona, que por sus
intereses, ó por ventura por su buen celo, deseosos de
la concordia , daban unas veces señales de serenidad,
y otras de borrasca, según lo prometían los accidentes
exteriores de uno y otro pueblo.
Entre los que tuvieron mayor parte en estos ma-
nejos, fué el maestre de campo don José Sorribas, ca-
ballero catalán, liombre práctico y de industria. Llegó
de Barcelona aquellos dias , como retirado y temeroso
del furor de los suyos ; bízose buen lugar en el aplauso
del Conde y Protonotario, juzgándole por sugeto asaz á
propósito para sus designios, porque después de ser
noticioso de las cosas, tenia parientes y amigos de au-
toridad en Barcelona. Con este pensamiento le fiaban
los secretos de mas importancia en aquel negocio, en
los cuales el Sorribas se acomodó de tal suerte, que re-
cibiendo en sí la substancia de las cosas, parece las apli-
caba después según la parte á que convenían. Este fué
el juicio qne se bacía sobre su persona. No ofenda mi
testimonio la integridad de aquel liombre; liablo como
historiador, según las noticias de lo que be visto y oído.
A todo dio ocasión verle al principio de estos movimien-
tos en gran confidencia con los ministros reales, y verle
después por ellos mismos preso en la cárcel pública.
No le acusa mi sentimiento, ni á otro ninguno, porque
inmisteriosamcnte refiero los casos como lian sido,
apunto lo que después ó entonces se discurrió sobre
ellos, valiéndome algunas veces del juicio competente
á mi instituto, y á que me dan motivo los mismos su-
cesos que voy escribiendo.
Eran los principios de agosto, y corrían entonces
los negocios públicos de Cataluña en sumo silencio:
aquellos que no miraban mas que á la apariencia y se-
renidad del semblante, entendían que ellos estaban in-
teriormente compuestos á satisfacción del Hey; otros
que con mas atención examinaban las señales, temían
que de aquel sosiego resultasealguna mayor turbación,
como acontece en el otoño, que de las grandes calmas
se arman horribles truenos : así detennínuba la varie-
dad de los juicios de los hombres, según el ánimo ó no-
ticia de cada uno.
Fué casi .en estos dias nombrado por virey de Ca-
taluña y sucesor del Cardona el obispo de Barcelo-
na don García Gil Manrique , varón docto y templado,
cuya persona no sirvió al remedio, y menos al daño.
Pensóse profundamente esta elección del nuevo virey,
porque los ministros reales, ya mas temerosos de loque
al principio, no se fiaban de la obediencia de los cata-
lanes : por esto no se atrevían á aventurar á su furia un
tal sugeto, cual deseaban para su enmienda.
Ellos también seguían este mismo discurso, no de-
jando de desvanecerse y gloriarse, habiendo recono-
cido en esta acción el recelo de los ministros reales, y
le juzgaban dichosísimo pronóstico de su libertad. Esta
fué entre todas !a causa mas eficaz que los llevó á reci-
birlo alegres, y también, porque como no le temían, no
habia para qué aborrecerle.
Juró en Barcelona el Obispo con las acostumbra-
das ceremonias, y recibiendo la contingente dignidad,
comenzó á asistir á su gobierno ; pero , ó fuese que
con cordurii alcanzase la cortedad de su poder, ó que
los mismos subditos, porque no se apropiase en el im-
perio con algunas demostraciones de libertad, le acor-
Y GUEHRA DE CATALUÑA. 479
dasen los fines de sus antecesores, determinó reducir-
se á solo su primer oficio de pastor, haciendo poco mas
en el de virey que desearla templanza de su república.
Perdidas andaban las cosas á este tiempo en toda
la provincia, mas que en los alborotos pasados; to-
dos los movimientos de la política estaban torpes; mu-
chos pedían justicia, algunos la deseaban ; pero no era
posible hallarse forma de ejecutarla, habiéndose per-
dido entre la sinrazón y la violencia. Los jueces reales,
escondidos unos, y otros ausentes, aborrecibles todos;
los ministros de guerra y hacienda amedrentados y
huidos; el Virey temeroso, vivas las memorias de las
otras tragedias; los inquietos pujantes y soberbios á la
dciencion, paciencia ó estado del Rey, todo junto for-
maba una tristísima confusión tan espantosa álos hom-
bres cuerdos, que ninguno pensaba en mas que obrar
de tal suerte, que su nombre no fuese acordado ó pú-
blico, porque el silencio y olvido, niiulando de natura-
leza, entonces érala mas apetecida felicidad de los pru-
dentes.
Corría en la corle del Rey Católico voz común que
los catalanes habían recibido al Obispo por goberna-
dor solo para excusarse de otro, que bien lo habían
dado á entender teniéndole aprisionado; quejábanse
de que el atrevimiento de los sediciosos fnese tal, que
sucesivamente osase á poner las manos ó las ofensas en
Ires hombres, que cada cual representaba la persona
de su señor ; juzgaban al Oliispo como preso, y no era
sino que su prudencia era el mayor estorbo de su pro-
pio mando.
Tales quejas daban los católicos de parte del Rey,
y los catalanes de la suya no disimulaban tampoco
en proseguirlas : decían que en tiempo en que las co-
sas habían menester amor, poder é ingenio, les envia-
ban para gobernarlos un liombre que para quererlos
era extranjero, para castigarlos incapaz, y para regir-
los falto de experiencia; que su cindicion, como su
estado, leimpedía cualquier venganza conveniente, pues
hasta aquella facultad acostumbrada que los reyes sue-
len alcanzar del Ponlílice para que los eclesiásticos
puedan administrar la justicia punitiva, también esta
le faltaba, porque los ministros artificiosamente se lo
habían disimulado, solo á fin de no poder dar satis-
facción y castigo á los delitos de los soldados, como ya
|o habían hecho en tiempo del Cardona. Cada día do
una y de otra parte añadían nuevas quejas con tal arto
ó con tanta razón, que apenas podremos dar licen-
cia al juicio paraque se entrometa á apurarla verdad de
unas y otras.
En medio de estas negociaciones pareció convenien-
te admitirla emba;ada de la provincia, porque no es-
taban ya las materias on aquel primer estado en quo
las informaciones suelen mudar la naturaleza de los
negocios. Húbose en fin de cumplir con aquella cere-
monia, y quitarles á los catalanes una razón de mas á su
queja; pero habiéndose entendido por la boca do sus
embajadores lo mismo que hasta entonces por señales
y observaciones se conocía , se hizo público que el áni-
mo de la Diputación no era otro que conseguirsu quie-
tud por los propios medios que la había perdido; que lo
que pedían y oliecian éralo mismo que tanto antes ha-
bían propuesto en descrédito de los cabos del ejército;
y para salisfaccion déla coro.ia oícudida, obligaban
480 DON FRANCISCO
con eslo á que se Uiv'ese por cierto que eu aquella
mudanza de los ánimos catalanes, ó en aquel Ungido
arrepentimiento del Principado, no iiabia otra razón
mas de la conveniencia temporal. Probábanlo con que
siendo después tantos los excesos con que de su pare-
cer babia obrado , pretendian hacer practicables toda-
vía aquellas mismas cosas que antes no les fué posible
conseguir; decian que aquel no quiere concordia y paz
que propone partidos desiguales.
El Conde-Duque , si bien en su ánimo, ó con ma-
yor enojo ó con mejor discurso, babia determinado la
guerra, por justiíicarse con su rey y con España y el
mundo en un negocio tan grande, hizo llamar y preve-
nir en su aposento una gran Junta, que constó de los
mayores ministros de España, de varios magistrados,
dignidades y oficios; compúsose de algunos del consejo
de Estado y Guerra , y de otros de la llamada junta de
Ejecución , de consejeros del real de Castilla, y de Ara-
gón algunos.
Presentes ya todos, entonces el Conde-Duque in-
trodujo su razonamiento, suíiciente á influir su pro-
pósito en otros ánimos mas libres; habló poco y grave,
recatando ingeniosamente su sentimiento : gran artifi-
cio de los políticos (ya doctrina de Tiberio), disponer
las resoluciones de tal suerte, que ellos vengan á ser
rogados con lo mismo que desean; hizo luego que su
protonotario leyese un papel formado por entrambos;
llamóle justificación real y descargo de la conciencia
del Rey. Decia de la poca ocasión que de parte de la
majestad católica se babia dado á los perturbadores
del bien y quietud del Principado; justificaba la causa
délos alojamientos y cuarteles en Cataluña; negaba que
fuesen en forma de encontrar sus fueros; excusaba mu-
chosdelos delitos á los soldados; confundía sus senten-
cias é informaciones con otros documentos de los cata-
lanes; disculpaba ios excesos de la milicia como natu-
raleza de los ejércitos; satisfacía con nulidad compro-
bada á los sacrilegios impuestos por los catalanes á los
de Arce y Moles; apercibía y convidaba al castigo de lo
averiguado; del caso de Perpiñan hablaba con ambi-
güedad ; exageraba con exceso la clemencia y templan-
za de su rey; señalábalos cargos del Principado, di-
ciendo que liabian invadido las banderas de su majes-
tad; que sacaron libres al diputado y otros presos que
lo estaban por crimen contra la corona; que habían que-
mado bárbaramente á Monredon, ministro real y en
servicio de su señor; que habían muerto al doctor Ga-
briel de Berrat , juez de su audiencia , sin culpa alguna ;
que de la misma suerte, amotinados y sediciosos, osa-
ron á matar un virey , y mataran á otro si no se antici-
para la muerte; que perseguían todos los ministros
fieles , sin haber hombre que por parte del Rey se ofre-
ciese al peligro; que tenían impedida la justicia, sin
que le fuese posible obrar como debía ; que alObispo, su
nuevo gobernador, no obedecían ; que últimamente tra-
taban entre sí de fortificarse , sin saber contra quién lo
liacian, sino contra su natural señor, en notable perjui-
cio de la fidelidad y pernicioso ejemplo de los otros
reinos.
Tal fué la proposición del Conde á la Junta, donde,
va que no en voces y razones distintas, en los afec-
tos se conocía el escándalo de los circunstantes; por-
que, ignorando algunos la gran arte déla disimulación.
MANUEL DE MELÓ.
con las admiraciones exteriores aseguraban la ira. El,
sobre todos templado y misterioso , aguardó los votos :
casi todos hablaron sin diferencia, hasta que llegando
el tiempo de votará don íñígo Velez de Guevara, conde
de Oñate , del consejo de Estado de España , presidente
de su tribunal de Ordenes, hombre que por su autori-
dad y larguísima experiencia de negocios , era el de que
mas dudaba, mirólo entonces el Conde con profunda
atención, ó porque lo temía, ó porque deseaba avisarle
con los ojos su sentimiento ; escuchóle pronto ; mas el
de Oñate j fija la vista en solo la razón , fué fama que
dijo asi:
«A un gran negocio, señores, somos llamados : yo
por cierto, sobre setenta años de edad en que me
ludio, y con pocos menos de experiencia, atreveréme
á decir que ninguno de los accidentes pasados fueron
de tanto peso como el que tratamos. Largos días há que
reposa en España la rebelión de vasallos; ya vine i creer
en los aprietos presentes, que algunos han vivido tem-
plados, mas por ignorar la desobediencia que por rehu-
sarla; tal debe ser nuestro cuidado en aumentar esta
su ignorancia. Yo no pretendo manchar la fidelidad es-
pañola; mas sí el discurso no me engaña, nación es
esta de quien estamos quejosos, ocasionada al preci-
picio; conozco su natural airado y vengativo, y por eso
dispuesto á todos los efectos de la ira; véolos vecinos
y deudos de nuestros mayores enemigos , y sin pertur-
barme del temor ó el odio , voy á temer un gran suceso,
harto mas lamentable á ia experiencia que al discurso.
¡ OIi ! No hagamos de suerte que nuestro enojo les des-
cubra algún camino que su osadía no ha pensado. Cos-
tumbre es de los afligidos abrazar cualquier medio que
los excusa la calamidad presente, aunque los lleve á
otros nuevos daños : el esclavo oprimido del látigo se
despeña por la ventana; no mira que es mayor riesgo
el precipicio que el azote ; solo atiende á escaparse de
las coléricas manos del señor, ¿Qué seguridad tenemos,
pregunto, de que estos hombres, amenazados de su
rey, no se arrojen por la rebeldía hasta caerse á los pies
de su mayor émulo? Mas pienso yo lia hecho Cataluña
en salir del estado pacífico para el sedicioso, que hará
en pasarse ahora de sediciosa á rebelde, IVo es la es-
puela aguda la que doma el caballo desbocado; la dócil
mano del jinete lo templa y acomoda. Si de otros tiem-
posadvertimos en los progresos de esta gente, todos nos
informan de su valor y dureza, calidades que piden las
armas. En los tiempos modernos amaron la paz como
la deben amar todos los hombres á quien gobierna la
razón : saboreáronse de la serenidad, y olvidados de
las primeras glorias, empleaban todo su orgullo en las
pendencias civiles , divididos en bandos y facciones. No
íiabian perdido el valor, aunque lo habían estragado en
efectos inútiles. Herido el pedernal vomita fuego , y no
herido lo disimula; empero en las mismas entrañas le
deposita : la ocasión suele ser siempre instrumento de
la naturaleza. Juzgad ahora , señores , sí conviene vol-
ver á despertar esta dura nación, y amaestrarla contra
nosotros en el uso de la guerra, en que fué excelente,
Carlos, nuestro invicto señor, juzgándolo así con los
holandeses , puso tan grande estudio en hacerles olvi-
dar de las armas, como en inclinar los cs,Kiñoles á su
ejercicio , dándoles gran enseñanza á los príncipes de
que hay gentes que sirven mas á su señor con lo que ig-
MoVr.MIRXTOS, SEPARACrON
nor.m que con lo que ejiTciiini. Siciibi (|i;c es y a itic
iu cau::i cOi i|iie [i ovocuii la iinligiiaciou de nuestro
monarca, y que si h.illaseinos im ca^ijío igual al cri-
men (le los (leliiicueiites, yo me clis|>iH¡('ra á segiiide;
emjiero si ciialiiuiera pena cotejada con el delito parece
hifeiior , enionces solo la podrá ignalar aquella cleruen-
cia que la puede vencer. Yo digo que la justicia es la
virtud mas propia e:i los buenos re>es; pero hay casos
en que al l'ríncipe le conviene perdonar sin ra/,iin,vio-
Icniailode la contingencia del c:ist,igo. En la digniílad
de Rey y en el amor de padre no pueden entrar aquellos
afectos conumes que llevan los hombres á venganza;
de tal suerte, que si la culpa del va<^al!oó del hijo puede
perm¡liralgimolvidoypjrdon,noseconsideradilicuUad
ninguna de parte de los ofendidos. Tan diferentes son
los castigos de la mano del odio ó del amor: aquel siem-
pre pide sangre, este no mas de enmienda. Procedió
Cataliam ciegamente, yo lo confieso : muestra ahora
señales de su dolor ; justifícase con voces y papeles, con
informaciones y embajadas; llama á la piedad del Pon-
lííice por intercesión, las repúblicas por medianeras;
escribe á sus reyes, llora á todo el mundo, pide justi-
cia contra Its que han perlurbado sus cosas, nómbra-
los, y limítase á este ó aquel medio; pLiblícasepor íiel y
humilde postrada álo5 pies de su señor, ¿qué le falla si-
no la dicha de que la creamos? No sé que estas demoslra-
ciones sean dignas de desprecio; dicese que son vana?,
y simulado su arrepentimiento; y ¿qué sacamos nos-
otros de esa incredulidad? ¿De qué conveniencia nos
podrá ser adelantar nueslra desconlianza á su malicia?
No hay soplo que así encienda la llama , como la deses-
peración del perdón da fuerzas á la culpa. ¿ Qué es en lo
que reparáis? Piden á su majestad les aparte tres ó cua-
tro sugetos ocupados en la gobernación de las armas :
poco es esto. Aquí tío pretendo discurrir por sus demé-
ritos ni por lajustiücacion delosqu'-josos; digo empero
que es mas fácil cosa pensar que puedan errar cuatro
hombres que una provincia entera. Podéis decir que
hay (liíicultad en el modo de sacarlos con buena opi-
nión; no es grande el mal que tiene remedio : no hay
ninguno de los acusados (si son como yo creo que son)
que no ofrezca su reputación particular por el sosiego
público : si ellos son buenos, así lo deben hacer; si lo
dilicultan ó impiden, no tenéis para qué estimarlos. Sa-
bed , señores, que no hay miseria que se iguale á una
guerra civil. Si fuésemos ciertos de que Cataluña se
hubiese de humillar al primer crujido del azote, no
dudo que también fuera conveniente dárselo á temer;
mas si por ventura su ceguedad les hiciese proseguir su
obstinación , y tomasen las armas en la propia defensa,
¿seria cosa prudente exponerse la autoridad de nuestro
monarca á la suerte de una ó de otra batalla con sus va-
sallos? ¿Seria buen ejemplar para los otros reinos cual-
quiera dicha de estos rebeldes? Y con mas peligro en
estacorona, que se compone de tantas naciones diversas
y distantes, las mas del las desaficionadas á la fortuna
castellana. Apartemos el temor de la suerte; no pienso
sino que entramos"victoriosos, que abrasamos , talamos
y destruimos; ¿qué es lo que ganamos, sino montes
desiertos, pueblos abrasados y plazas echadas por tier-
ra? ¿Esto se puede llamar ganar Cataluña? ¿Qué es
esto sino cortarnos una mano con otra y quedar España
con una provincia menos? Y entre tanto que gastamos
H-i.
V GUEnílA DE CATAÍ,' \\. 4R1
el liempn en virlirias (a«í qiPc "o yo Hn'ivirtn !'■ es-
tros arontccim Cutos) , ¿c^mit n .s';<ni i>oí;íí,|i- rmiir
á Flándes con dineros, á Itidia cun socotrus, á la mii-
qnislas con í]of;S, yá todo ol Ociiino con ¡iniiadü ?
l*ues si e>to falta' p, ¿qué lal podra quedar hiic'm)
partido expuesto á la fi.r a , á la iiiiii^lria y ú la tur u-
na de nuestros contrarios? Forzosa, ó por lo me;ios na-
tural cosa liabria de <er el perder en las proviuoi se;-
fcrnas cuMito en las nneslias ganásemos; y entone s
¿cómo lo podramos l'amar triunfo, liabieiido i!e «or
contrapesado de pérdiiias iiifald,les?.Misera''lepor> ier-
to seria aquella guerra en que nosotros m sinos fuése-
mos los vencedores y los vencidos. No hay ¡aliga en el
campo do que el labrador en >-'U ca^a pa iiica no se re-
pare. Esie era el consuelo de lo> traluijosque la monar-
quía padece en su- parles, g ^zar á mies'ra España con
jiiiclud. Los Pdíses-BajO^< y Alemaü a (que también po-
ilemos llamar propia) oprimidas esián de armas, Eom-
oardíii afligida con su pe<o, Ñapóles y Sicilia amenaza-
dos, la Borgoña ni por desierta segura, Alsacia nr.as
que nunca faligadií, unas y otras Indias en continua
i ifestacion de enemigos, el Brasil en manos (ie una
guerra desespiTada, las costas de España visitadas de
corsarios. ¿Qué otro lugar nos quedaba de descanso
'-iiio la España? Pues si ni este pequeño abrigo os que-
;'.is reservar entero á los ánimos cansados óarrcpen-
lidos, ¿d('inde habremos de hallar reposo y consuelo?
Dónde habrán nuestros hijos y descendientes de go-
zar el premio de lo que ahora trabajamos nosotros? ¡A
gran cosa, á peligrosa cosa por cierto se ofrece aquel
espíritu que se encargare de esta novedad! Costoso edi-
ficio es este á que pretendéis abrir los cimientos, y
cuya ruina podrá sepultar nuestra república. No qui-
siera ahoia que mi ponderación os llevara el pensamien-
to á otros casos miverablc? ; empero, si la prudencia es
lince, dadme licencia siquiera para pensarlo; no se
cuente (norabuena como referido) qué habría de ser
de nosotros si al ejemplar de Cataluña conspirasen ó
se armasen otras naciones, dándoles esta guerra que
apetecéis, no solo ocasión , sino conveniencia. ¡Ah se-
ñores ! Lleno está el mundo de historias , y las historias
llenas de sucesos que nos encaminan á la templanza :
advertid que aquel que excesivamente sigue un afecto,
necesita después de un exceso mayor para deshacer el
primero. ¡Oh! No sea así que vuestra impaciencia os
traiga á tal desdicha, que vengáis á sufrir en algún
tiempo mucho mas de lo que no queréis tolerar ahora.
Benigno rey tenemos , y tan piadoso , que solo extra-
ñará los consejos de la ira, no los de la clemencia , solo
porque casi no los conoce. Ninguno subió tan presto
á la inmortalidad por la venganza como por el perdón,
porque siendo en los hombres lo mas diücultoso, así
debe ser lo mas estimable. ¿Llora Cataluña? No la de-
sesperemos; ¿gimen los catalanes? Oigámosles. Esto
es el mayor artificio de los físicos, ayudar á la natura-
leza con beneficios por llevarla allí donde muestra in-
clinarse. Salga el Rey de su corte, acuda á los que le
llaman y le han menester, ponga su autoridad y su per-
sona en medio de los que le aman y le temen , y luego
le amarán todos, sin dejar de temerle niní,'uno. hifór-
mese y castigue, consuele y reprenda. Buen ejemplar
hallará en su augusto bisabuelo, cuando por moderar
la inquietud de Flándes, con pompa indigna de cesar,
3i
482 DON FRANCISCO
mas con corazón de cesar, pasó á los Países, y acom-
pañado de su solo valor, enlró en Gante amotinado y fu-
rioso, y lo redujo á obediencia sin otra fuerza que su vis-
ta. Salga su majestad, vuelvo á decir; llegue á Aragón,
pise Cataluña, muéstrese á sus vasallos, satisfágalos,
mírelos y consuélelos; que mas acaban y mas feliz-
mente triunfan los ojos del Príncipe que los mas pode-
rosos ejércitos.»
Era tan grande la autoridad del Oñate , que , ayu-
dada entonces de la suavidad de sus razones y eíicacia
de los afectos con que las propuso, casi tuvo vueltos
los ánimos de aquellos mismos que interiormente sen-
tían ó determinaban lo contrario. El Conde -Duque
mostró algún desplacer de su razonamiento, y pudo
moderarle, coníiando en el otro voto, que esperaba lia-
bria de desvanecer todo lo dicho. Siguióse al de Oñate
el cardenal don Gaspar de Borja y Velasco , presidente
de Aragón, hombre de grande dignidad y fortuna, que
pudiera hacer mayor si gozara su felicidad indepen-
diente : habló dicen que de esta manera :
«Si otro fuera el estado de nuestras cosas, yo,
señores, seria el primero que os pidiera clemenciii;
empero, llegando los sucesos al extremo en que los ve-
mos, parece ajeno de nuestro poder discurrir ó variar
sobre la naturaleza del remedio, sino, entendiendo de-
be ser solo este, aplicarnos todos á disponerle con eje-
cución igual al peligro. Ya no es posible usar de mas
templanza , ni siempre el perdón se cuenta por virtud,
¿Quién duda que la real benignidad de nuestro monar-
ca, mal recibida del atrevimiento de los sediciosos, en
vez de reducir á la enmienda , haya esforzado á la osa-
día? No tengo que satisfaceros de que no me obliga á
tanta severidad alguna pasión humana; antes, si fuera
lícito dar entrada en mi ánimo á los afectos particula-
res, no hay en mí cosa que no obligue moderación;
mas, ó sea que no hay respeto comparado con la fide-
lidad, ó que verdaderamente nuestra justicia pese mu-
cho mas que su queja , puedo decir sin temor, que des-
pués de conocer unos y otros motivos y ambas justifi-
caciones, nunca tuve por dudosa la culpa ó excusable
el castigo. Terrible es en todas leyes la inobediencia; y
de la misma suerte que el contagio no tiene otra cura
sino el fuego , no se halla á la infidelidad otro acomo-
damiento que la muerte. Todas las dignidades del mun-
do asientan sobre obediencia ; no tiene otros cimien-
tos el trono de los monarcas sino la misma permisión y
conformidad de los subditos. Pues ¿de qué suerte, de-
cidme, se podía hacer permaneciente el imperio, afir-
mándose en hombres fáciles é inquietos? ¿Cómo podría
administrar justicia y premio aquel rey que estuviese
dependiente del enojo de sus vasallos? Miserable lla-
máramos al príncipe cuyos aciertos necesitasen de la
aprobación del vulgo, que por naturaleza aborrece el
profundo entender de los mayores. Reloj es la repúbli-
ca, cuyas ruedas y volantes son los ministros de ella; el
peso es quien la rige ó manda : de esta oficiosa concor-
dia procede la medida de los días y cuenta de los tiem-
pos ; así del mando de los reyes y obediencia de los va-
sallos sale hermosamente medido y gobernado el mun-
do, y en habiéndose parado este ó aquel movimiento,
ese es el desconcierto de la repúbhca. No tienen los
reyes otro superior que la razón, y esta no es menestra-
que sea de todos; basta que sea suya. Aquel ignora el
MANUEL DE MELÓ.
ser de las cosas que no comprehende todas sus partes;
y comunmente en las materias de estado, que vistas á
diferentes luces y en diversos aspectos, unas veces pa-
recen justas y otras injustas, no es lícito al vulgo juz-
gar de las ocasiones supremas; conténtese con mirar-
las; ni á la majestad es decente satisfacer á la ignoran-
cia del pueblo. Importantísima cosa fué siempre á los
monarcas castigar los agravios de la corona. Aquel va-
sallo se puede llamar idólatra que, despreciando la ma-
jestad de su rey, adora en el poder de la unión; aquel
le usurpa tanta parte de imperio, cuanto ó le niega ó le
duda de vasallaje. Vuelvo á decir que no solo entiendo
merecen estos hombres el castigo por los excesos que
han hecho , sino que bastaba la misma razón de su dis-
culpa para que los contásemos como delincuentes. Ver-
daderamente , señores , ese no es vasallo, criado ó ami-
go que os pretende obedecer, servir ó amar en oficio
determinado ; porque, así como no hay caso en que el
Príncipe pueda faltar á sus vasallos por verles misera-
bles, no le hay también en que el subdito deba excusar-
se de servir al señor por verle afligido : entonces el im-
perio fuera mayorazgo de la fortuna, no de la natura-
leza ; sirviéramos los mas dichosos, no los mas dignos.
Si preguntásemos al Príncipe su ánimo cerca del privi-
legio, responderá que pensó pagar el servicio hecho y
asegurar el agradecimiento para otros mayores. ¿Cuál
podrá ser ahora el señor liberal con su vasallo si llega-
re á entender le desobliga con el beneficio? Terrible y
lamentable cosa sea que , en medio de las fatigas co-
munes y cuando ninguno recata la misma sangre en
obsequio de la salud pública , estos hombres quieran
atar sus acciones á la dudosa interpretación de sus per-
gaminos , y que la grandeza de sus reyes haya de ser
fundamento de su terquedad. Aman sobre todo sus in-
tereses; tienen por ajena la causa de la monarquía;
aborrecen la gallardía española ; no penetran hasta
dónde está la necesidad ó conveniencia de nuestras
guerras, y apropiándose en juzgar del ánimo de nues-
tro monarca, ellos consigo mismo quieren aprobar y
reprobar sus mayores acuerdos : esto bastaba para ser
grande culpa. Tras de esto, fortalecidos en la piedad de
nuestro dueño , piensan máquinas asaz peligrosas á la
conservación de su majestad , introducen tratos y par-
tidos con su rey, y pretendiendo capitular como con
iguales, á un mismo tiempo y en una misma acción ha-
cen deuda de la clemencia, y justicia del atrevimiento,
dándole á entender al mundo que se les debe de dere-
cho la mayor abundancia á que llega la gracia del Prín-
cipe. Y porque la violencia de los casos no da lugar es-
tos tiempos para que sean tratados como en aquellos,
sin que dejen espacio alguno al agradecimiento ( por-
que es costumbre de los hombres no acordarse sino de
lo postrero), todos sus ánimos ahora son ocupados de
la queja, siendo ciertoque la misma naturaleza nos pre-
viene con ejemplos, pues el mismo sol una vez nos ca-
lienta y otra nos abrasa ; el mismo aire ahora nos rega-
la, ahora nos castiga. Pretendió el Principado que so
le guardase la inmunidad de sus fueros, y se cumplió
mientras lo quiso nuestro estado ; hubo, en fin, de tur-
barse, habiendo mojado aquellas olas las mas soberbias
y remotas naciones. ¡Cuándo el mundo se estremece,
solo los catalanes pretenden gozar de reposo ! Cierta-
mente yo me persuado que este su crimen toca antea
MOVIMIENTOS, SEPARACIÓN
en inliumanidad que en desobediencia; no es menester ;
valemos aquí de la razón de vasallos , bastando la de
hombres. Con esto conoceréis ahora que su culpa ha-
ce pequeña cualquier venganza; y pues la guerra es re-
medio de las cosas sin remedio, ¿qué nos falta por ha-
cer después que la clemencia ni la amenaza ni la indus-
tria han sido bastantes? Atento podemos considerar el
mundo todo á nuestras acciones. ¿Seria buena satis-
facción para los extraños ver que los españoles, que así
han sabido superará los otros, no tengan brio para mo-
derarse á sí mismos? Decis que os teméis del ruin ejem-
plar en la futura desdicha , y ¿no queréis temeros de
ese mismo en la libertad presente? Si esta gtnte, roto
tantas veces el freno de la obediencia, discurriese libre
y sin castigo , esto fuera mostrarles á los otros cuál era
el camino de la rebelión, por el cual no hubiera nación
tan cobarde que no probase á repetir las venturosas
huellas. Si el error no tuviera otra pena que haber
obrado mal , solo los justos llegarian á temer las obras
ruines; empero para que malos y buenos teman el de-
lito, ordenóla providencia del derecho que la pena si-
ga á la culpa como infalible consecuencia : por eso el
suplicio se ejecuta en lugar público, porque llegue el
escarmiento donde llegó el escándalo. ¿Qué tales que-
daran los ánimos de nuestros enemigos, habiendo visto
Cataluña como plaza de nuestras injurias, robos, muer-
tes é incendios , sin que de otra parte miren también
los azotes y los castigos? De gran consuelo sin duda
les habría de ser, si los consideran como flojedad; de
gran ánimo por cierto si lo juzgan como cobardía. Yo
lo entiendo así de estos mismos catalanes , que ellos
jamás habrán esperado tanto de su furia, como nues-
tra detención les ha ofrecido. Aprendamos siquiera de
ellos , que para acomodar sus cosas injustas, es fama
que se previnieron primero de la potencia : tal debe ser
nuestra resolución. Empuñe su majestad la espada, ó
por ella su ejército. Así les oiga, si aun se sirve de oírles;
así les responda, si aun se sirve de responderles. Vana es
sin duda la majestad sin el poder; el que quiera ser es-
timado muéstrese poderoso; salga nuestro rey si con-
viene , empero salga acompañado de famosos escuadro-
nes, de antiguos capitanes. No ha de salir el César sino
para triunfar, ni hade llevar la victoria dependiente del
arrepentimiento ajeno : en sí mismo , en su justicia , en
su poder ha de fundar la esperanza del vencimiento , no
en la cortesía de sus enemigos; mande tocar sus cajas,
enarbole sus banderas, y los que oyeron los clamores de
los miserables , escuchen ahora los ecos de los clarines
vengativos. Vean los españoles que tienen príncipe que
así sabe volver por los afligidos ; y las provincias de Eu-
ropa, que tenemos rey que no tarda mas en abrazar las
ocasiones de valor que lo que tardan ellas en ofrecér-
sele delante.»
Al silencio del Cardenal sucedió un lento y misterioso
ruido entre los circunstantes; porque si bien los mas,
advertidos del semblante del valido , estaban dispues-
tos á convenir con su sentimiento , todavía no acababan
algunos de entregarse á sus razones, detenidos de su
propio dictamen y acordados de la eficacia del Oñate.
Parecióle al Conde interponer su autoridad antes que se
esforzase la duda, y en pocas razones dijo.
« Que á él no le quedaba qué decir en aquella ma-
teria, qué sentir sí, mucho ; porque aunque su vida fue-
Y GUERRA DE CATALUxÑA. 483
se larguísima (que no podría ser atropellada de tantos
sentimientos), no acabaría de llorar ver en sus dias una
desdicha tan grande, de la cual no se hallaría en las
historias ejemplar antiguo ni moderno que se ajusta-
se con aquel caso tan desmerecido de parte del Rey y
de sus ministros; que podría contarse (mas que me-
jor era no contarse) como rarísimo á todo el mundo,
que pocos hombres viles y desarmados perturbasen su
repúbhca llena de barones y de nobleza; hacer cuerpo
y amotinarse, poniendo las manos en lo mas soberuno
de su gobierno natural, y obligasen después la gente
escogida y atenta á imitar y favorecer sus desaciertos;
que en los negocios de aquella calidad en otras partes
suelen muchos nobles , ó á veces pocos, llevar tras sí la
plebe , pero que aquí la nobleza habia servido á la villa-
nía; y que en fin se resolviesen á pretender capitular
con su rey, que tantas veces le despreciasen el perdón,
forzándole á derramar sangre de vasallos y poner nota
en la antigua fidelidad de los suyos. Que una hora mas
de disimulación no era posible ni conveniente; que los
cuidados de afuera obligaban á no dejar aquella obra
imperfecta, antes ponerla en toda quietud y olvido,
porque los intentos mayores del Monarca pudiesen lo-
grarse el año siguiente , pues con la alteración de aque-
lla provincia se babian también alterado tantas diver-
siones provechosas que á Flándes é Italia estaban aper-
cibidas; que ya era tiempo de mostrarles á los catalanes
el camino de su perdición; que el Rey no debía castigar
tanto aquella nación por remediar su culpa , cuanto por
excusar con aquel espanto la ruina de otras ; que á Dios
llamaba por testigo de que á costa de su sangre propia
tomara excusar el menor derramamiento ó venganza,
que ya parecía inexcusable; que interiormente lloraba
de que en su tiempo hubiese podido tanto la malicia,
que osase á obscurecer las luces de la verdad yjustifica-
cion del Rey , suya y de sus ministros. Que él esperaba
en el suceso mostrase á los venideros de qué parte es-
taba la razón. Que esto así venia á tocar en desdicha
mas que en demérito , que era solo lo que podía darle
consuelo en aquella aflicción ; que le parecía que el
castigo se ordenase luego, y que sobre todo seguía el
parecer de los mas.»
No aguardaban los presentes otra diligencia ó dis-
curso que el breve razonamiento del Conde para ajus-
tarse todos en un solo pensamiento, y de la misma suer-
te que sucede bajo la Equinocial levantarse poderosos
nublados en partes opuestas, hasta que de otro lugar
comienza á soplar y prevalecer el viento que los humi-
lla á todos, así la voz del Conde abatió las diferencias
de estos y aquellos, recogiendo sus opiniones á su pare-
cer solo, con indubitable aplauso de los circunstantes.
Resolvieron que el Rey debía salir de Madrid con pre-
texto de hacer cortes á la corona aragonesa; que se pu-
blicase quería dar consuelo y satisfacción á aquellos
vasallos, ayudando juntamente la restitución de la jus-
ticia y castigo de los perturbadores del bien de Catalu-
ña; que como al Rey era indecente pedir lo que podia
mandar, llevase delante su ejército , el mas copioso que
pudiese juntarse; que ajustadas las cosas del Principa-
do por manos del temor, como esperaban, se podía
después emplear en las fronteras de Francia , cogiendo
la ocasión que en la primavera se había perdido ; que si
los catalanes se pusiesen en defensa , no faltarla qué
4^4 nON FRANCISCO
liiiccr en su (laño y castifío , ambanrlo de una vez con
el orgullo y lilterüicl de aquella nación; que oslando
fcrmailo el" ejército, se le ordenase al gobernador de
las armas de Rosellon tentase á los paisanos hasta des-
cubrir sus intentos; que para que el Rey pudiese salir
Ja primera vez como convenia A su autoridad y al ne-
gocio que empezaba, llamase al punto las parles de
ejército que se hallaban en las provincias de Guipúzcoa,
Álava y tierra de Campos, reliquias de los soldados ven-
cedores de Fuenterrabía; que se «Pilcasen todos los ter-
cios, compañías y capitanes de los presidios de Espa-
ña , particularmente de Portugal , Galicia y Aragón , con
todos los oliciales entretenidos y personas de puesto;
que se publicasen bandos para que los hombres que
u'gunavoz hubiesen recibiilo sueldo real acudiesen á
servir ; que se despachasen decretos á los consejos y tri-
bunales, no admitieren memorial ninguno de soldado;
qne se hiciese lisia de los que se hallaban en la corte , y
íuesen echados violenlamentc por las justicias en ca'-o
que ellos dudasen obedecer los bandos ; que los seis mil
hombres que se habían repartido á los señores de Por-
tugal fiiehen pedidos luego, y los trajesen indispensa-
blenicnle; que de las milicias de Castilla, León, Anda-
lucía, Extremadura, Granada y Murcia se entresacasen
las dos de cinco partes ; que se llamasen de Navarra dos
de los (^uatro tercios en que se divide; que se pidiese
genle voluntaria á Aragón y Valencia; que pasasen á
España el tercio de Mallorca con su virey y nobleza ; que
las levas de asientos hechas por todos los distritos,
tratasen de acabarlas con suma brevedad; que toda la
caballería derrotada de Cataluña , y la que so hallaba en
lasprov¡nci;is, se juntase luego; que los jinetes de la
cosía fuesen tamb.eu á incorpoiaise con ella; que las
guardias viejas de Castilla se remontasen, y marchasen
hisquc se habían excusado los años antes; que se avi-
sase al capitán ilc los continuos estuviese pronto, y los
suyos, para campear; que la caballería de las órdenes
militares , pedida para la guerra de Francia , se obliga-
re ú salir, u ando para ello de cualquier medio; que la
otra repartida á los triliuiales , se les pidiese con vivísi-
ma ijstaiicía; que marchase alguna parte de la artille-
ría que se hallaua en el castillo de Pamplona ; que la que
esuiba en Segovia saliese también; que el marqués de
las iNavas diese las piezas que tenia en aquella villa,
para juntarse con las de Segovia ; que toda |a gente de
guerra, así infantes como caballos, entrase en Aragón
y parle de Valencia, hacienilo frente á Cataluña, acuar-
telada por las riberas del Ebro hacia la mar; que se
BOMibrase por plaza de armas general á Zaragoza ; que
las galeras de España acudiesen á Vinaroz para dar ca-
lor al ejército , y los bergantines de Mallorca para ser-
vir al manejo de los víveres; que el tren y los oficiales
de sueldo acudiesen á Aragón á esperar la formación
del ejército; que allí podría ir á tomar su gobierno la
persona á quien el Rey lo encargase.
Esta fué la resolución de aquella granjunta y de aque-
lla gran cosa, medida casi por las mismas pasiones y
respetos con que se trataban los negocios humildes. Por
infalible se puede contar la perdición del reino don-
de los negocios se han de acomodar al ánimo del que
manda, habiendo siempre el ánimo de acomodarse ú
ellos. Llaman traición ú aquel delito que se encamina
al daño particular del Príncipe ó del Estado , y no 11a-
MANUEL DE MELÓ.
man traidora aquel hombre que por sus respetos de:>-
camina el Príncipe y po:¡c el Estado á peligro.
LIBRO TERCERO.
Elección áe general del ejército del Rey Católico.— Examen de los
sugotos sulieieiites.— Junta de la generalidad en Barcelona.—
Ventilase de la paz ó defensa.— Llámanse los títulos catalanes.
— límbajada y rehenes á Francia.— Juicios de aquel reino.— Ca-
pitulaciones y ajustamiento con el Cristianísimo.— Rompe el Ca-
ray con hostilidad en Rosellon. — Sucesos de sus armas —Re-
dúcese Tortosa.— Ociipanla los reales.— Entra en ella el mar-
qués de los Vélez.— Jura de virey del Principado.
Resuelta la guerra , lo que daba mayor cuidado á los
ministros reales era la elección de persona que debía
gobernar las armas , porque siendo la ocasión tan gran-
de ó mayor que las antiguas de E-p;iña, no alcanzó
aquella suerte que las pasadas, en haber de concurrir
con ella los famosos hombres de que su nación fué tan
abundante : todavía se nombraban a'gunos siigetos dig-
nos de gran confianza, particularmente cuatro, queen-
Ire lodos, según el discurso común, nierecian sobre lus
mas el ruiJado de aquel gran negocio. Era el primero
el marqués Espino. a , en ruien se hallaban muchas ca-
lidades de capitfin; pero como aun entonces no se había
perdido la esperanza de ¡dgun ajustamiento, pareció
que por sus manos se dificultaba toda concordia , por
ser el Marqués á los catalanes , desde la guerra de Sál-
ses , en lodo extremo aborrecible. Créese que el mismo
Esjjíiiola, temeroso de que la empresa parase en su pu-
dor, acordaba dícstramenle sus inhabilidades; otros
daban en que no parecía conveniente queespañolesfue-
sen castigados pur el arbitrio de un extranjero; que el
padre enmienda y disciplina sin injuria al hijo inquieto,
no le manda corregir por el esclavo ó erado. Muchos
salían i'i contradecir la elección del Espinóla, y ningu-
no la deseaba menos que el Es|iinola.
El almirante de Castilla era, despuésdesle, aqufl don-
de luego se encaminaban los ojos, y muchos W- aiitt po-
nían al primero. Era el Almirante hombre con princi-
pios de grande , y en sangre y á nimo asaz ilustre, an;a-
do sobre los mas de su orden ; había vencido tantas vis-
ees como peleado; fueron pocas sus victorias, parque
lo fueron sus ocasiones; mas como la grandeza de los
validos se desplace naturalmente de aquellos qne por
algún otro medio suben á la eminencia de la aiiloridud,
no le pareció al Conde conveniente darle nueva mate-
ria para añadir á su buena fama otros aplausos. Así con
algún honesto desvío no fué dificultoso apartarle de la
consideración de los que lo deseaban; y á la verdad,
medida su suficiencia con el valor de la empresa , uo
eran iguales.
Creyeron algunos que le lisonjeaban en proponerle á
don Francisco de Acevedo yZúñiga, con. le de Monte-
rey, que poco antes había gobernado á Ñapóles con mas
dicha que providencia. Servía entonces el cargo de pre-
sidente de Italia, sobre consejero de Estado de España,
en mediano aplauso de los políticos; era su primo y su
cuñado dos veces del Conde ; pero como no es cierto
que la naturaleza ate siempre los ánimos de los hom-
bres con los vínculos de la sangre, tra vendóles á unas
mismas inclinaciones, hacían en los dos, el uno muy
severo, el otro muy festivo, antes disonancia que ar-
monía. Era este , según fama , el que menos adoraba la
majestad de aquel ; subido ya á gran estado , y sin bi-
MOVIMIENTOS, SEPARACIÓN
JOS d qiiipnes desease buenas correspoiuleüL :as , así co-
mo no miraba á la esperanza, solo atentiiaá gozar lo
que liabia alcanzado dé su fortuna. Tampoco el Conde-
Duque quiso liar al descuello y capricho del cuñado
cosiis tan grandes , porque cuanto era mas suyo, temia
mas que en los otros el yerro contingente; pretcndia
poner en aquel lugar un tal sugeto, que siendo la elec-
ción solo suya , fuesen los peligros ajenos. Con esto fué
forzoso pasar con el discurso á buscar otro.
Hallábase á esta sazón en la corte el marqués de los
Veléz, adelantado mayor del reino de Murcia, hijo y
nieto de ministros, biznieto de grandes capitanes, liom-
bre en quien la naturaleza anticipó la cordura á las ex-
periencias; ornó la juvontud con el consulado, siendo
virey tres veces, y tros general en Valencia , Aragón y
Navarra , do cuyo gobierno militar y civil aun no des-
pedido , asistia en la corte, reputado por digno de ma-
yores empleos. No desayudaba al Marqués su fortuna,
aunque naturalmente modesto, porque también ido-
latraba aquella admirable estatua de la soberanía ; pero
con tales modos y afectos, que en los ojos del mundo
pareciese su devoción mas atenta al conservar quo. al
crecer. Habíale alabado el Conde públicamente en otras
ocasiones, y acordados de aquella alabanza, mas que de
sus méritos, acudieron todos con la memoria á su per-
sona. Este fué el primer motivo para nombrarle; des-
pués, viéndole bien recibido, fueron con ingenio arri-
mándole otras consideraciones de gran peso , que todas
le liacian asazá propósito para el mando, como era ser
descendiente y heredero de la ca^a del comendador ma-
yor don Luis de Requesens , estimado por hijo en Cata-
luña.; conservar en aquella provincia deudo, amistad
yaliiinza con muchas casas ilustres, por el estado de
Marrorell,que poseía; haber gobernado reinos muy pa-
recidos en leyes y costumbres á los catalanes , y prin-
cipalmente la buena famacou que lo trataban las tres
Daciones vecinas.
Ejecutóse lo propuesto , linbiéndosele encargado
el manejo de aquellos negocios con segundo título de
virey de Aragón y general del ejército que en él se for-
mase; y por acomodarle en sus conveniencias, le fué
liet ha merced de la plaza de mayordomo mayor del in-
fante don Fernando , con el puesto de capitán general
del mar de Fiándeí, y una de las mas gruesas encomien-
das do Castilla , sin ul sueldo de mil y quiuieutos escu-
doí cada mes.
Aceptólo con salisfaccion el Vélez, porque se lia-
lla!;a igualineule engañado que los otros ministros cu
aquel negocio; no llegó jamás ú creer que los catalanes
se sustentasen en su entereza, y como juzgaba conlin-
pente la neoesitlaíl de las armas, no se excusó la alegría
de habérselas condado su señor; considerábale igual
con la dicha de algunos que sin lidiar triunfan. Esta
imaginación le hizo ligero aquel peso, que poco des-
pués le cargó tanto , que le puso eu aprieto de dejar la
reputación ó el mando.
Buena ocasión nos daría este suceso para avisará
las ambiciones de algunos que procuran los puestos y
lugares que no merecen.si el oíicio de historiador fuese
tanto miiralizar como decir. La historia aconseja y re-
prehende sin mas razones que los mismos casos; aíjuí
entra la enseñanza por el entendimiento , no por los oí-
dos; note cada cual en las accioues ajenas su aprove-
Y GUERRA DE CATALUÑA. 483
chamiento. Es la experiencia estudio de brutos; para
el hombre cuerdo debe bastar el aviso de lo que suoe-
dif^ á otro ; no es menester que le busque por el njismo
daño. El Vélez, engañado de si propio, pagó después, no
sin injuria, la facilidad con que discurrió al principio.
Ningún sabio debe asentar sus discursos sobre mate-
rias inciertas, pues por firmes que las considere, si pro-
firiendo la esperanza de mas dichosos fines, camina á
la felicidad, temblando ó mudándose después los ci-
mientos de las cosas á la violencia de accidentes imper-
ceptibles, viene á hallarse sepultado él y sus pensa-
mientos entre las ruinas de su eililicio.
Mientras en Castilla se procedía en consejos, tra-
tados y expedientes , no descansaban también los ca-
talanes de disponer lo necesario. Luego que falló el de
Cardona á su gobierno, quisieron juntarse para dar for-
ma á su república, porque si bien los imperios se con-
servan por aquellos mismos medios que se han adqui-
rido, no es asi todavía en aquellos donde el movimien-
to común de las gentes se aparta de un cetro por seguir
á otro; porque el furor y unión de los muchos, raras
veces constante, siendo acomodado á la naturaleza del
emprender, no alcanza la virtud del conservar: lo uno
se puede conseguir con la fuerza, y lo otro no se halla
sino en la templanza.
Esta máxima de eslndo, siendo bien enfenlida por
los caialanes, los obligó á poner luego las manos y en-
tendimiento en bu-car los modos de su conservación.
Pareció lo primero debían convocar generalmente sus
estamentos, y los llamaron por aquella autoridad que los
daba la ocasión , y alguna que ellos creían se les deri-
vaba de sus propios oficios, en defeclode los lu:.'arlc-
nientes de su príncipe. Llamaron por su aiiíigna forma
todos aquellos que tenían voto en la congregación, no
olvidando, artificiosamente, los mismos de quienes es-
peraban no obedecerían por los intereses del Rey. Es-
cribieron carias al nuevo duque de Cardona, á los mar-
queses de Aílona y de los Vélez , al conde de Santa Co-
loma, hijo del difunto, y á todos cuantos señores cas-
tellanos y extranjeros tenían en el Principado estadú''f ó
baronías; llamaron á los obispos y prelados, á todos
los ministros y tribunales , sin reser var al Santo Oficio;
declaraban á todos el aprieto de su patria, la común mi-
seria de su república , su justificación, el eno;o de su
rey y la indignación de sus ministros; decían de las
prevenciones de Castilla, encaminadas á su destruc-
ción; pedíanles viniesen á aconsejar, ayudar y a¡i-
vertir.
Algunos do los llamados orrecian sus e\iMras, Icnie-
rosos de hallarse en obra do tanto pelgm ; porque ce-
rno en las monarqiu'as es cierto que el bit ii y conser-
vación de cada ci:al se incluye naturalmente c:i el cii-
dado del Príncipe, aquel ofende su pnividcni-ia que
por si solo, ó con sus iguales, ó por sus medios, preten-
de juntarse para tratar desu remedio.
Este mismo recelo de algunos particulares nb'igó ú
la Diputación á reescribirlos, usando todo el p dcrdo
madre y señora del estado publico; quitóles la duda,
satisfizo á su temor, dióles término y dia señalado, y en-
volviendo amenazas entre lástimas, así crmo les ase-
guraba del peligro cuanto al enojo del Roy, prometía
severos castigos á los desobedientes á su autoridad.
Pudo esta diligencia vencer la cautela y temor en los
4S6
DON FRANCISCO MANUEL DE MELÓ.
mas prudentes y respetuosos : así, faltando pocos, for-
maron la congregación en su antigua forma.
Cierto podemos afirmar que su intención do los ca-
talanes no fué otra que juntarse para discurrir sobre
los medios acomodados á su estado , porque verdade-
ramente ellos amaban la persona del Rey Católico ; em-
pero aborrecidos y temerosos de sus dos ministros,
Conde y Protonotario, de tal suerte deseaban el servi-
cio del Rey, que si el Principado pudiese hallar ven-
ganza contra los dos, ó por lo menos quietud sin ellos,
fácilmente se dispondría á vivir obediente ; mas no con
tal obligación y apremio que se redujesen al gobierno
pasado, habiendo de quedar sus cosas en poder de los
dosacusados. Hacían estas consideracionesporque, pe-
sado el odio que tenían al Conde y su protonotario, con
la afición que no negaban al Rey, aquel era sin compa-
ración superior á esotra y de fundamentos mas fuertes,
siendo constante entre todos que por manos y consejo
de aquellos ministros habían recibido muchos agravios,
mas por las del Príncipe ningún beneficio. Y como lo
uno se fundaba en sus intereses , y lo otro*no era mas
de una obediencia á la virtuosa costumbre que nos obli-
ga á amar á los mayores, ninguna vez se oponían entre
sí las dos causas, que no quedase victoriosa la segunda,
y esta no llevase tras sí las acciones que estaban dedi-
cadas á la primera. Juntáronse, en fin, sus cortes en
Barcelona, precediendo en todo el consistorio de la Di-
putación.
Es entre los catalanes diputación general el supremo
magistrado, que representa la unión y libertad púbfica,
como ya entre los rom.anos sus cónsules antes del im-
perio , y después del imperio sus senadores ó conscrip-
tos. En varías provincias de España se gobiernan á este
modo; en algunas se fiama cabildo, en otras cámara, y
en otras ayuntamiento ; esto mismo vienen á ser los es-
clavínos en Flándes, en Holanda los burgomestres y en
Milán los senadores ; lo mas en Italia algo se desvía de
esta forma (no hablo de las repúblicas). Asiste la Dipu-
tación general en Barcelona, metrópoli del Principado;
consta de tres diputados, como hemos dicho, que nom-
bran cadaaño por elección común el día de San Andrés;
aseada cual voz de su estado, y ellos tres, sagrado, mí-
fitary real; y en cada uno concurren los votos de la
gente de su orden, que escogiendo por suerte aquellos
que deben ser nombrados, van apurando sus nóminas
délos números mayores á los menores, hasta que aque-
llos pocos electos por la comunidad eligen aquel uno
que los significa todos : sagrado es la iglesia, militar la
nobleza, real la plebe.
A estos tres se juntan otros tantos jueces , hombres
de profesión jurisprudentes , cuya dignidad no como
los diputados es anual , antes dura hasta otra promo-
ción ; asiste cada cual al diputado de su estamento, ha-
biendo en los jueces también la misma diferencia de
• órdenes, sí no en la calidad, en el oficio y negocios; por-
que, aunque juntos en la Diputación mandan en todo,
todavía ellos por sí solos no se entremeten en mas de
las cosas de su estado.
Esta diputación, llamada General, no solo gobierna
en la ciudad superiormente , empero se extiende cuan-
to se dilatan sus provincias : todas las villas y ciudades
tienen de esta suerte gobierno natural, que representa
el cuerpo de todo su pueblo, como la Diputación repre-
senta el de toda la provincia ; en uníislos llaman cónsules,
en otras procuradores, en otras jurados ; mas en todas
viene á ser igual su autoridad y casi conforme su há-
bito, que se mejora ó humilla según el caudal de cada
pueblo. Vístense ropas largas, dichas gramallas, colo-
radas, de paño ó seda, de extrañísima hechura ; de or-
dinario son de damasco , sus orlas de terciopelo, y sobre
ellas una faja de lo mismo ; esta viene á ser el propio
hábito, porque sin él no pueden entrar en su magistra-
do, y con él se suplen la falta de la ropa. Usan la gorra
y cuello español , y en sus acompañamientos públicos
se sirven de muías mas que de caballos, llevándolas
pomposamente aderezadas; traen delante sus porteros
y maceres,, como los ediles ó tribunos de los romanos,
significando la gran autoridad de su oficio.
Todos los pueblos y su gobierno guardan entre sí la
propia correspondencia con el magistrado de su provin-
cia superior á toda ella , que este tiene y guarda con
la Diputación general, donde todos se unen conforme-
mente por sus procuradores. Este es el modo porque se
gobiernan en sus cosas públicas, y por el mismo se dis-
tribuyen los servicios y contribuciones de todo el Prin-
cipado, y se administran todas las rentas comunes, aque-
fias cuyos efectos se disponen en propio beneficio de la
provincia, sin intervención alguna del Príncipe. .
Era á este tiempo diputado eclesiástico Pau Claris,
canónigo de la iglesia de Urgel ; militar, Francisco de
Tamarit, caballero de Barcelona ; real , Josef Miguel
Quintana, ciudadano ; jueces, Jaime Ferran, Rafael An-
tíc y Rafael Cerda; los conselleres de Barcelona, Luís
de Caldés Doncell, Antic Saleta y Morgadcs, Josef Mas-
sana, ciudadanos; Pedro JuanGírauy Antonio Carre-
ras, oficíales; y porque en muchas partes habremos de
nombrarlos, entonces daremos razón de sus inclina-
ciones, según nuestra costumbre, cuando los aconteci-
mientos nos don ocasión de hacer juicio de sus espí-
ritus.
En los casos de suma importancia forman otro con-
sejo que llaman Sabio; consta de cien personas dife-
rentes, incluyendo en ellas todos los ministros, todos
losestados y calidades de la república. Este es por ma-
yor su gobierno natural , de que me pareció debía dar
esta breve noticia, por satisfacer la curiosidad ó duda
del que llegare á leer.
Juntos los catalanes en sus cortes, entonces se co-
menzó á tratar generalmente del miserable estado de su
patria , diciendo que sobre verse ofendida de un mal in-
terior, que como veneno implacable abrasaba sus entra-
ñas, la volvían á ver amenazada de otro mayor accidente,
á cuyas manos sin falta acabaría la salud pública ; que
tanto era mayor el trabajo, cuantas mas fuerzas añadía al
primero. Escogían otra vez las memorias de obligaciones
y de lástimas pasadas; volvían á contar los robos, los
incendios, los estupros y los adulterios; aquel parecía
mas celoso del bien público, que los afligía con la re-
cordación de mas horrendossacrilegios y alevosías; ha-
blaron de su gran justificación, de la piedad de su causa,
del socorro que podían esperar de Dios, siendo su desa-
gravio su mayor motivo; no olvidaron la industria con
que los ministros contrarios de su quietud desvia-
ban los remedios que en la clemencia de su rey podían
prometerse, y aun sobre la persona del mismo Príncipe
hacían juicio , diciendo, ¿qué les importaba fuese su
MOVIMIENTOS, SEPARACIÓN
corazón lleno de piedad, sino vivía con su propio espí- |
ritu , sino con aquel de los que amaba? Que la bondad
en los príncipes, sino se ejercita , es como las riquezas
del fondo del mar, que aunque es cierto que las hay, no
aprovechan á ninguno ; que las virtudes que están aho-
gadas de la omisión ó pereza, son como prisioneras del
vicio, y antes son dignas de lástima que de loa ; que el
Príncipe no cumple con poseer las buenas costumbres de
hombre, si no las acompaña con el valor de príncipe;
que aquel rey sin duda reprueba la elección que Dios
hizo en su persona á la dignidad real , cuando pone su
mismo oficio en manos de otro, pues al sumo poder tan
fácil fuera hacer rey al valido como al señor, y él des-
hace en sí propio la obra de la sabiduría ; en fin, que
del natural de su monarca no había que esperar acción
alguna, cuando su bien estaba opuesto á la voluntad de
sus favorecidos.
Por aquí caminaban á la mayor desesperación; alen-
tábanse con lo que se prometían seguro en Francia y
aun en otras naciones ; en esto que creían, ó mostraban
creer, fundaban vanamente todas las esperanzas de su
remedio. Lleva el apetito de ordinario los hombres á
grandes peligros , y aun no contento de llevarlos hacia
el trance, también allí acostumbra deslumhrarlos, ha-
ciéndolos creer fácilmente, y obligándolos á usar de
medios incapaces ó ilícitos; donde viene que yerran lo
que podían enmendar quizá con el sufrimiento, por-
que el vivísimo deseo de salir del aprieto no da lugar á
que examinen si son ó no son justos ó posibles los re-
medios y las esperanzas que se les ofrecen delante.
De otra parte , les parecía la guerra inexcusable , se-
gún juzgaban por las deliberaciones del Rey, deque re-
cibían continuados avisos : cada día llegaban nuevas de
las grandes prevenciones que se hacían contra su pro-
vincia.
No se olvidaban también en la propuesta á los Esta-
dos de pedir se les buscasen algunos medios suficien-
tes para poder alcanzar la paz, que habían perdido; la
restauración de la justicia, que se había estragado; el
desenojo del Iley, que los amenazaba ; la satisfacción de
los pueblos, quejosos; la seguridad de la mayor parte de
los hombres, á quienes había tocado la inquietud.
En estas y semejantes raines se incluía toda la pro-
puesta de los catalanes en su congregación; duraron
lasjuntas muchos días, recusando algunos pareceres y
escogiendo otros , y después dejando estos escogidos, y
volviendo á platicar los mismos que poco antes habían
reprobado, ú otros introducidos nuevamente, porque
todos los caminos por donde se saha el discurso para-
ban en confusión y desconsuelo.
Después, volviendo á juntarse á la última acción,
cuando parece que ya los ánimos estaban firmes y re-
sueltos en un pensamiento, comenzaron su nueva plá-
tica, volando mas regularmente que hasta entonces,
desengañados de que por el modo de conferencia no
podrían conseguir la resolución. Este es vicio común
en los grandes concursos, donde siempre se hallan
hombres que, ambiciosos del aplauso aun mas que del
acierto, ó con exquisitas palabras , misteriosas á los ig-
norantes , ó con demostraciones de afecto, persuaden
ó turban la gente fácil , hasta traer algunos á la idola-
tría de sus vanidades.
Habíase discurrido indiferentemente en todos los
Y GUERRA DE CATALUÑA. 487
circunstantes sobre la proposición de los diputados:
la mayor parte délos votos, con poca variedad de ra-
zones, se inclinaba á la defensa de las armas. Si alguno
añadía , no era sino circunstancias de dolor á la causa
pública; si otro moderaba en algo el sentimiento ante-
rior, en vano persuadía.
Llegó entóneosla ocasión de hablará monseñor Juan,
obispo de Urgel , hombre que nació mas felizmente de
la virtud que de la naturaleza, letrado de opinión en-
tre los suyos, práctico en los negocios de la corte ro-
mana, donde ocupó la plaza de auditor de Rota, y de
presente la de canciller de Cataluña ; interrumpió el
silencio, y (según de su boca le escuchamos después)
habló en este sentido :
«Por cierto, señores compañeros y hermanos niios,
yo no puedo negar que empiezo á hablaros lleno de es-
panto y desconsuelo , considerando que siendo ya de
los últimos votos en esta junta, habéis pasado por la
razón, sin que ninguno de vosotros la haya conocido.
"Violentamente me sacasteis de mi iglesia para que os
acompañase en esta congregación ; yo me llamara rail
veces mal afortunado sí mi resistencia me hubiese va-
lido : tanto estimo ahora el servicio que puedo hace-
ros hablándoos como se debe. Casi os estoy viendo
todos cubiertos de la sombra de vuestra pasión ; esto
me pone en temor de vuestro descamino , y esto mis-
mo me obliga á que os dé voces que os avisen del pre-
cipicio. Véome igual á vosotros en la naturaleza , su-
perior á algunos en la fortuna, y á mis méritos prime-
ro : á aquellas obligaciones antiguas de la sangre y de
la patria se añaden estas del premio que entre vos-
otros he hallado, contra el uso de los tiempos; no sa-
bré determinarme en cuáles son mayores; sé por lo
menos que todas son amables. Ya digo, señores, mi
patria afligida, mi estado exento de ficción, mí expe-
riencia provecta de algunas observaciones, mi edad
incapaz de toda esperanza , y por eso mas acomodada
al desengaño; todo junto me hace cargo para que yo
os sea constante compañero y consejero fiel. Veo que
constantemente entendéis todos que para reparar las
miserias é infortunios que hoy padecemos, origina-
das de la insolencia de los soldados forasteros, con-
viene tomar las armas en defensa de los naturales y de
los famosos privilegios que nos han dejado nuestros
antecesores. Primeramente, yo no puedo negar que
vuestra causa es justísima; confieso el peso que ha caí-
do sobre nuestra república ; también yo he oído muchas
veces las lástimas y quejas de nuestros patricios, tam-
bién conozco la libertad de las legiones; pero ¿por qué
razón no probaremos primero otros remedios mas sua-
ves y proporcionados que ese que determináis, tan vio-
lento, y de que podéis usar á cualquier hora? No es el
cauterio ó la lanceta la primer cura de la apostema;
antes que esta, instituyó la medicina los que llama ma-
durativos , y muchos males rebeldes á la dureza del
acero obedecieron á la facilidad de los polvos. Preten-
déis vengar vuestra patria de la insolencia de los sol-
dados, y ¿queréis poblarla de nuevo de otros tantos?
¿Quién os ha de vengar á vosotros de estos segundos?
La soberbia de estas gentes no consiste en su nación,
sino en su oficio ; no son estos insolentes porque son
castellanos ( tales han sido ya romanos y griegos) ; mu-
chos hay y de varias naciones , y todos se conforman en
488 DON FRANCISCO .M
las costumbres l¡cpnc.io<!ns; luogo nó es mal fundado el
recelo de que los miamos catiilaiios que habéis de ocu-
par en este ejercicio os salgan tan molestos A la re- I
pública como los castellanos, que no podéis sufrir. Ya
veréis ahora en vuestra necesidad vuestro peligro,
pues no es tiui suave el natural de los nuestros, que no
DOS dé mucho que temer de su orgullo. Vamos á los
extranjtros : ¿cuáles han de ser estos? No hay en Es-
paña nación que no sea parcial , y apenas hay provincia
en Europa donde no llegue ó el imperio ó el respeto
del que tenemos por señor. Francia entre todas anima-
rá vuestra flaqueza ; muchos dias há que triunfa : eso,
que á vosotros os puede alentar, á mi me desanima. Si
la fqrtuna no ha mudado sus antiguas costumbres, ya
la podemos contar en las horas de su declinación; pero
yo no quiero valerme de este accidente : decidme, ¿qué
certeza tendréis que aquellos contra quien ayer os ar-
masteis se querrán armar hoy por vuestra defensa? Y
cuando sea cierto que os ayuden, ¿con qué graváme-
nesosenviarán ese socorro? ¿Cuándo llegará? Y ¿cuál
será? Y ¿qué podréis vosotros obrar sin él? La nación
francesa así como ninguno le ha negado el valor, ¿deja
de confesar su inconstancia? ¿Seria por ventura conve-
niente que una vez empeñados en la guerra y declara-
dos contra vuestro rey, os faltasen sus asistencias? Mi-
rad bien á qué cosa os ofrecéis, y como por cuenta de
vuestro juicio corre el peligro común; en vuestras vo-
luntades están las de todo el pueblo : ¡ oh ! no se cor-
rompa su inocencia en vuestra pasión. Mas, cuando
todo suceda prósperamente , ¿qué es lo que determi-
náis? Si pretendéis quedar libre república, claro eí^tá
es imposible en medio de dos monarcas tan grandes;
como se dice de aquel miserable pez que, deseando vo-
lar , ó le traga una ballena ó le despedaza una águila.
Si pretendéis nuevo príncipe, ¿cuál hay entre vosotros
mas digno de imperio ? Si le queréis extraño , ¿ por qué
le esperáis propicio? Decis que la libertad de vuestros
fueros os permite tomar las armas por defensa della;
todavía á vista de una demostración tan contraria al uso
de las gentes, ¿cómo os podréis excusar de ingratísi-
mos, viendo que os queréis vengar de la misma mag-
nificencia ? Yo no me atrevo á afirmar que os sea ilíci-
to; empero pregunto si os es conveniente. Lícito es
al ciudadano el pasearse en la dorada carroza; pero si
esa excusada pompa le trajese á un costoso empeño,
no le excusaría la justificación de la imprudencia. Dos
cosas son precisamente necesarias al que emprende la
guerra : la primera es conocerse , la segunda conocer
á su contrario. Cotejad ahora brevemente esta dife-
rencia : ¿quién somos, señores, y contra quién nos
armamos? Quién, como cada cual de los presentes,
conoce el asiento de nuestra región, ocasionada por
mar y tierra á invasiones que quizá para templarnos
nos puso así naturaleza? Quién mejor que vosotros ha
tocado lo tenue de vuestros caudales? La moderación,
no la prosperidad, nos hace ricos; vuestra pruden-
cia son vuestras minas : ¿no veis hasta dónde se ex-
tienden los términos de nuestra república? ¿Dónde
están los comercios? Dónde los tratos y navegacio-
nes? Estos son los nervios que manejan la potencia
del imperio. ¿Hacia qué parte son vuestras conquis-
ta»? Ahora digo, lo pasado no nos hace mas que envi-
dia, 6 por ventura cargo de que lo olvidemos. ¿Cuáles
\NLEL DE MELÓ.
son los famosos capitanes que lian de gobernar vues-
tras huestes? No dudo yo que la sangre de los ilustres
que nos acompañan rehusarúcuaiquier peligro en ob-
sequio de la patria; empero es menester que sepáis
que entre el vah-r y la ciencia hay grande despropor-
ción. ¿Cómo se llama el puerto en que asisten vuestras
armadas para guardar vuestras cosías? ¿En qué cam-
pañas se apacientan los briosos j'netes de que habéis
de formar vuestros batallones? ¿Cuáles son entre vos-
otros los industriosos ingenieros que han de delinear
vuestros fuertes? Pues si yo, que soy un humilde é ig-
norante hombre, á solo la luz de la razón hallo tan fa-
llidos vuestros designios, ¿cuántas mas faltas podrá'
descubrirles la consideración de los varones prácticos
en la guerra , cuales debían ser aquellos que os aconse-
jasen? Mirad, señores, atentamente dónde os lleva
vuestro enojo ; y pues os habéis visto, volved ahora los
ojos al que queréis tener por enemigo. Felipe IV se lla-
ma rey de las Españas , y le podremos llamar mayoraz-
go de las riquezas del mundo ; pocos son aquellos que
le ignoran el nombre y la grandeza : ¿qué gentes se
moverán contra vosotros á la muda voz de un despacho
suyo? Qué estudio le costará juntar sus fuerzas contra
vuestro atrevimiento? A porfía se le ofrecerán los vasa-
llos fieles para servir de instrumento á vuestro castigo:
¿qué descomodidad se les seguirá á sus ejércitos en que
saque de Flándes, Lombardía, Sicilia y Ñapóles algunos
famosos tercios de soldados veteranos? ¡ Con qué vo-
luntad vendrán estos á libertar y vengar sus hermanos,
oprimidos de nuestra furia! j Qué de capitanes pasea-
rán hoy en su corte en pretensión de que les fie alguna
parte de vuestra ruina ! Vosotros habéis de rogar á
quien os defienda; él ha de ser rogado por los que quie-
ren vengarle : las armadas de uno y otro mar poco tra-
bajo les costará infestar vuestras costas; suyas son to-
das las fuerzas marítimas de Rosellon. Cuando otros
tiempos tuvisteis famosas contiendas con don Juan el
Segundo de Aragón , estaba entonces España repartida
en muchos brazos : los mas fuertes ayudaban á levan-
tar al mas débil cuerpo de vuestra república; hallasteis
un don Enrique en Castilla, que os ayudó con socor-
ros; un don Pedro en Portugal , que se puso en vues-
tras manos; un Renato en Francia , que también no os
desdeñó de vasallos ; y á todos ofrecisteis nueva servi-
dumbre, que no os salía tan barato el auxilio : ahora
está el juego del mundo y de la fortuna armado de otra
suerte. Advertid que no perdáis de un solo lance la jus-
ta libertad que habéis gozado hasta ahora ; un solo rey
es para la ofensa, y muchos os parecerá para el castigo.
Mirad en qué paró una ligera inquietud de los vizcaí-
nos el año de 33 : antes estaban castigados que se en-
tendiese en España la culpa. Volved ahora la vista á los
portugueses, que tenéis por hermanos, que fácilmente
templaron su orgullo á vista de las armas de Mérida,
año de 37. Ved los aragoneses, nuestros vecinos y ami-
gos, cómo se humillan al precepto después que don
Alonso de Vargas les hizo besar el látigo ; los valencia-
nos se contentan con solo el nombre de reino que po-
seen. Navarra , ni su vecindad y deudo con Francia , ni
la antigua contienda de su derecho contaminó su obe-
diencia , ni la movió la guerra ni la alteró la fatiga. De
todos los vasallos, nosotros somos los que llevamos me-
nos cargas, ó sea que nuestro apartamiento las desvie, ó
MOVIMIENTOS, SEPARACIÓN
qiielas modere la buena opinión en que estamos de brio-
sos. Rey tenemos, señores; rey y padre, no solo cris-
tiano , sino Católico por renombre : cuanto es mayor
nuestra justicia , así debe crecer nuestra con(iaii/.a ;
representémosle postrados nuestra miseria; bable solo
nuestra fidelidad : el vasallo ó el siervo que pide inmo-
destamente, ya lleva la negación escrita en el desco-
medimiento. Informemos á nuestro rey con una perso-
na llena de verdad y celo , desnuda de todos respetos
humanos; justifiquemos nuestra causa con Dios, con
su majestad y con las gentes ; este es el medio del so-
siego, de la paz y de la enmienda : entonces podemos
esperar el verdadero é infalible socorro del Omnipo-
tente Señor, Rey de los reyes, amparo de los afligidos,
Dios de los ejércitos. Yo por lo menos, tomando su di-
vinidad por juez de mis acciones, protesto que siem-
pre os hablaré en este sentido y con este sentimiento.»
Calló entonces el Obispo, y acabó el llanto su ra-
zonamiento. La elocuencia, ordinariamente superior
á los ánimos, no dejó de hacer en los presentes algunos
interiores efectos; ninguno osó á retractarse, juzgán-
dolo á delito ; los mas libres le escucharon con despre-
cio. Continuóse la materia , reiterándose todos en la
opinión primera, hasta que hablando los diputados ge-
nerales Quintana , el real , en representación del pue-
blo, y Tamarit, el militar, en nombre de la nobleza,
dijeron su parecer casi en una misma sentencia, difi-
riendo tan poco en las palabras como en los afectos.
Faltaba solamente por declararse el diputado Cla-
ris, de superior autoridad entre los tres, no menos
por su dignidad, que por su espíritu atentísimo á las co-
sas públicas. Era Claris hombre que, liabiendo sido
antes olvidado , deseaba de hacerse conocido, sin pe-
sar mucho los medios que se le ofrecerían á la fama;
aspiraba al mando, que no puilo conseguir antes de la
inquietud; y después puso todo su mérito en la liber-
tad, de la que se inculcaba por celoso. Aborrecía de
otros tiempos su obispo, y aunque su sentimiento fuera
igual, por solo no convenir en su opinión mudara de
ánimo. Había callado con suma observación hasta en-
tonces , si bien las demostraciones informaban del fue-
go que guardaba en el pecho. Suspendióse gran espa-
cio, y revolviendo la vista melancólicamente, pidió
atención con los ojos, y habló así :
«Nobilísimo y afligidísimo concurso : Ni mis lágri-
mas ni vuestro dolor dan lugar á que me dilate; mas
aun así es la materia tan grave, que no podré ceñirla
tan brevemente como deseo , pues el espíritu que mue-
ve mi lengua , todo aquello que tardare en explicarse,
le parece que os debe de tiempo en la afanoga ejecución
que os espera. Habéis oído atentos la plática de ese doc-
to prelado mío; ahora os suplico como particular ciu-
dadano escuchéis mis razones , y como cabeza de vues-
tra junta os encargo examinéis la substancia de estas y
aquellas palabras, que yo sé de mi opinión no tomará
fuerzas en mi autoridad para persuadiros, sino en sí
mismo. No creo que este varón que escuchasteis siente
con diferencia del consejo que os ofrece; no pienso yo
tan impíamente , ni me ajustaré á entender que el mis-
mo pastor es quien conduce las ovejas á la estación del
lobo; antes vengo á persuadirme que los hombres cria-
dos á la leche de la servidumbre ignoran del todo aque-
lla bizarría y libertad de ánimo de que necesita el ver-
Y CIERRA DE CATALINA. 489
dadero repúblico. ¿ Por ventura es mas prudente ó mas
templado que l(jdos los que aquí estáis? No por cierto;
la ventaja que nos lleva no es otra que haber perdido el
sentimiento, de puro ejorcitatla la pacienciu en otros
oprobios; pues ¿cómo, nobilísimos catalanes, quercis
vosotros regular vuestras acciones por la pauta de his
humildades ó lisonjas de un hombre antiguo cortesa-
no? Esiá Cataluña esclava de insolentes, niiestnts pue-
blos como anfiteatros de sus espectáculos , nuestras
haciendas despojo de su ambición, nuestros edificios
i materia de su ira; los caminos, ya seguros por la in-
I dustria de nuestras justicias, ahora se hallan nueva-
i mente infestados ; las casas de los nobles les sirven de
i fáciles hosterías , sus techos de oro y preciosas pinturas
I arden lastimosamente en sus hogueras; mas ¿cómo
tratarán con reverencia los palacios los que no se des-
deñan de ser incendiarios de los templos? Pues á vista
de todas estas lástimas, ¿hay quien pretenda ahora per-
suadirnos espacios, negociaciones y mansedumbres?
Verdaderamente el que corrige el fuego con delicadas
varas, antes le ayuda que le castiga. Divina cosa es la
clemencia; pero en las materias de la honra de su cisu,
el mismo Cristo nos enseña á desceñirse el cordel con-
tra sus enemigos basta arrojarlos de ella. Dice que use-
mos e medios suaves ; esto des sin duda acusar nuestra
justificación. ¿Cuánto ha, señores, que padecemos?
Desde el año de 20 está nuestra provincia sirviendo de
cuartel de soldados; pensamos que el de 32 con la pre-
sencia de nuestro príncipe se mejorasen las cosas , y
nos ha dejado en mayor confusión y tristeza, suspensa
la república é imperfectas las cortes. Ya los medios sua-
ves se acabaron : largos dias rogamos, lloramos y es-
cribimos ; pero ni los ruegos haliaron clemencia, ni las
lágrimas consuelo , ni respuesta las letras. Romper las
venas al primer latido de los pulsos no lo apruebo ; con
todo , mirad , señores, que el mucho disimular con los
males es aumentar su malicia; lo que ahora quizá po-
déis atajar con una demostración generosa, no reme-
diaréis después con muchos años de resistencia. Cuan-
to mas se os encarece la piedad de vuestro príncipe,
tanto debemos asegurarnos no castigará la defensa co-
mo delito. No porque el águila es la soberana entre las
aves dejó la naturaleza de armar de uñas y pico á los
otros pájaros inferiores, yo creo que no para que la
compitan , mas para que puedan conservarse ; los hom-
bres hicieron á los reyes, que no los reyes á los hom-
bres; los hombres los hicieron hombres , porque si ellos
mismos se hubieran hecho , mas altamente se fabrica-
ran; claro está, pues siendo ellos en fin hombres, he-
chos por ellos y para ellos , algunos , olvidados de su
principio y de su fin, les parece que con la púrpura se
han revestido otra naturaleza. Yo no compreliendoen
esta generalidad todos los príncipes, ni propiamente
nuestro rey; antes reconozco en su real persona virtu-
des dignas de amor y reverencia ; pero séame lícito de-
cir que para el vasallo afiigido viene aserio mismo que
el gobierno se estrague por malicia ó ignorancia. Para
nosotros, señores-, tales son los efectos; aquí no dis-
putamos de la causa. Pues si vemos que por ios modos
fáciles caminamos á nuestra perdición , mudemos la
vía. Ya no es menester ventilar si debemos defender-
nos ( eso tiene determinado la furia del que viene á bus-
carnos), sino creer que no solamente es coiiveuieiiQia
490
temporal , mas antes obligación en que la naturaleza
nos ha puesto : los medios parece es ahora lo mas dií'ícil
de hallarse. Entended, señores, que ninguno topa la
perla en la superficie del mar; no faltéis vosotros de
vuestra parte con la diligencia , que no faltará la fortu-
na de la suya con la dicha ; si no, demos con el discurso
una brevísima vuelta á los negocios del mundo, y á
pocos pasos veréis cómo no nos podrán faltar amigos y
auxiliares. Decidme : síes verdad que en toda España
son comunes las fatigas de este imperio, ¿cómo dudare-
mos que también sea común el desplacer de todas sus
provincias? Una debe ser la primera que se queje, y una
la primera que rompa los lazos de la esclavitud; á esta
seguirán las mas : ¡ oh , no os excuséis vosotros de la
gloria de comenzar primero ! Vizcaya y Portugal ya os
han hecho señas; no es de creer callen ahora de satis-
fechos, sino de respetosos ; también su redención está
á cargo de vuestra osadía : Aragón , Valencia y Navarra
bien es verdad que disimulan las voces, mas no los sus-
piros. Lloran tácitamente su ruina ; y ¿quién duda que
cuando parece están mas humildes estén mas cerca de
la desesperación? Castilla, soberbia y miserable, no
logra un pequeño triunfo sin largas opresiones; pre-
guntad á sus moradores si viven erfvidiosos de la acción
que tenemos á nuestra libertad y defensa. Pues si esta
consideración os promete aplauso y alianza de los rei-
nos (ie España , no tengo por mas difícil la de los auxi-
liares. ¿Dudáis del amparo de Francia, siendo cosa in-
dubitable? Decid, ¿de qué parte consideráis la duda? El
pueblo, inclinado á vivir exento, bien favorecerá la opi-
nión que sigue. El Rey (cuya fortuna naturalmente se
ofende con la grandeza de España), prosiguiendo la
guerra comenzada, ¿qué mayor felicidad se le puede
entrar por sus puertas que hallar de par en par las de
nuestra provincia á la entrada de Castilla? Si de eso os
queréis temer, os anticiparéis el peligro; que observar
desordenadamente los accidentes venideros no es pru-
dencia; bastará conocerlos para remediarlos, sin estor-
bar con ese recelo las acciones convenientes. Ingleses,
venecianos y genoveses solo aman su interés en Casti-
lla; búscanla como puente, por donde pasan á sus repú-
blicas el oro y plata; si sus tesoros tomasen otro cami-
no , en ese mismo día habrían de cesar su amistad y
alianza. Los atentísimos holandeses no habrán de abor-
recer en nosotros el repetir las pisadas por donde glo-
riosamente caminaron á su libertad, ni nos negarán
tampoco las asistencias (si se las pedimos) suministra-
das estos dias á otras naciones, pues introducida una
vez la guerra dentro en España , los socorros de Flán-
des habrían de ser mas contingentes ; lo que todo es fa-
vorable á sus designios. Notáis nuestra provincia de
apretada entre España y Francia ; eso es ser ingratos á
la naturaleza , á quien debéis la mar enfrente , que nos
enriquece con puertos , la montaña á las espaldas, que
nos asegura con asperezas, pues los dos lados que mi-
ran á las dos mayores potencias de Europa , con su opo-
sición nos fortalecen. ¿Qué es lo que os falta, catala-
nes, sino la voluntad ? ¿ No sois vosotros descendientes
de aquellos famosos hombres que, después de haber
sido obstáculo á la soberbia romana, fueron también
azote á la fehcidad de los africanos? No guardáis toda-
vía reliquias de aquella famosa sangre de vuestros an-
tepasados, que vengaron las injurias del imperio orien-
DON FRANCISCO MANUEL DE MELÓ.
tal domando la Grecia ? ¿ Y de los mismos que después,
contra la ingratitud de los Paleólogos, en corto número
os dilatasteis á dar leyes segunda vez á Atenas ? ¿Quién
os ha hecho otros? Yo no lo creo por cierto, sino que
sois los mismos, y que no tardaréis mas en parecerlo
que lo que tardare la fortuna en dar justa ocasión á vues-
tro enojo. Pues ¿qué mas justa la esperáis que redimir
vuestra patria ? Fuisteis á vengar agravios de extran-
jeros , ¿y no seréis para satisfaceros de los propios? Mi-
rad los cantones de esguízaros, gente innoble, faltos
de policía y religión incierta , ¿cómo dejarán la sombra
de la diadema imperial ? Mirad cómo ahora solicitan ó
compran su aplauso los príncipes mayores. Ved los bá-
tavos ó provincias unidas, sin la justificación de vuestra
causa, cómo la fortuna les ha dado la mano hasta subir-
los en su propio trono. Si no queréis creer ninguno de
estos ejemplares, y el temor por ventura os fuerza á que
os imaginéis menos dichosos, revolved cualquier piedra
de esta vuestra ciudad, que cada cual de ellas no se excu-
sará de contaros la famosa resistencia que hizo al sitio
de don Juan el Segundo de Aragón , hasta que capitu-
lando á nuestro arbitrio en los ojos del mundo, él en-
tró como vencido , y nosotros le recibimos como triun-
fantes. Si os detiene la grandeza del Rey Católico, acer-
caos á ella con la consideración, y la perderéis el te-
mor; no hay estatua de metales preciosos á quien el
barro no enflaquezca , ni bastan las fatales armas á
Aquíles si pisa con planta desarmada. ¿Veis la potencia
de vuestro rey cuántos años há que padece? Cierto
podemos decir, á vista de sus ruinas, que mejor se
medirá su grandeza por lo que ha perdido que por lo
que ha gozado : tanto es lo que cada dia se le va per-
diendo de nuevo. Si queréis plazas , muchas os ofrecerá
Flándes y Lombardía , apartadas ya de su obediencia;
si queréis regiones, preguntadlo á unas y otras Indias;
si queréis armadas, el mar y fuego os darán razón de
ellas; si capitanes, responderá por ellos la muerte ó
el desengaño. Algunos filósofos pensaron con Pitágo-
ras que las almas se pasaban de unos cuerpos á otros;
mas ciertamente lo pueden afirmar los políticos en las
monarquías, donde parece que la felicidad que anima
sus cuerpos, dejándolos cadáveres, se pasaá dar es-
píritu y aliento a otras olvidadas naciones : tal podemos
esperarnos suceda. Pero si además de lo referido lle-
gáis á temer la confusión que os puede dar la real pre-
sencia de vuestro príncipe, no dudo que tenéis razón;
dudo pero que os dé causa: no sois vosotros de tanta
estimación en los ojos de ios que le aconsejan , que el
rey de España por sí propio altere la serenidad de su
imperio poc haceros guerra ; yo me atrevo á afirmar
que ya todos estáis destinados al despojo de algún va-
sallo; no será mayor el instrumento. Este es, en fin, se-
ñores, el verdadero juicio de nuestras cosas: si el es-
tado de ellas os parece digno de nueva paciencia , el que
se hallare mas abundante desta virtud reparta con los
otros, no con razones artificiosas, sino con medios con-
venientes á la moderación de vuestro mal. Yo no soy de
opinión que arméis vuestros naturales para que, si-
guiendo su enojo, representéis batallas contingentes;
no digo que con demasías solicitéis la indignación del
Rey; no digo que á su majestad neguéis el nombre de
señor ; empero digo que, tomando las armas briosamen-
te, procuréis defender con ellas vuestra justísima líber-
MOVIMIENTOS, SEPARACIÓN
tad , vuestros honrados fueros; que guarnezcáis vues-
tras villas y ciudades , que fortifiquéis lo flaco , que re-
paréis lo fuerte, que generosamente pidáis satisfacción
de los delitos destos bárbaros que nos oprimen; que al-
cancéis su apartamiento de nuestra región y el descan-
so de la patria ; y que si no lo alcanzareis, lo ejecutéis
vosotros : este es mi parecer ; ó que, si también ba-
ilareis dura esta resolución, á ese punto tratemos to-
dos juntos de desamparar y dejar de una vez la misera-
ble provincia á otros hombres dichosos. Y si á mí (co-
mo aquel que mas tiernamente vive sintiendo vuestras
lástimas) me tenéis por pesado compañero cuando con
esta hbertad llego á hablaros, ó si alguno le parece
que por mas exento del peligro os llevo á él mas fácil-
mente, digo, señores, que yo cedo de toda la acción
que tengo á vuestro gobierno. Volved enhorabuena á
los pies de vuestro principe, llorad allí, acrecentad con
vuestra humildad la insolencia de los que os persiguen,
y sea yo el primero acusado en sus tribunales; arrojad
al fierísimo mar de su enojo este pernicioso Jonás; que
si con mi muerte hubiere de cesar la tempestad y peli-
gro de la patria , yo propio , desde este lugar donde me
pusisteis para mirar por el bien de la república , ca-
minaré á la presencia del enojado Monarca arrastrando
cadenas, porque sea delante de ella odiosísimo fiscal y
acusador de mis propias acciones. Muera yo , muera yo
infamadamente, y respire y viva la afligida Cataluña. »
Apenas hablan escuchado los congregados las últi-
mas razones de Claris, cuando en común aplauso fué
aclamada su opinión como salud de la patria, dispo-
niendo sus ánimos de manera, que cada uno parecía
haber recibido nuevos espíritus para emplear en su ob-
sequio. Conciliáronse, en fin, los pareceres de todos, y
cuerdamente caminaron á infatigable paso tras de aque-
llas cosas convenientes al establecimiento de sus armas
y resistencia de las enemigas.
Nombraron sus plazas de armas según las partes
por donde podían ser acometidos, que fueron Cam-
brils, Bellpuig , Granollers y Figueras; repartieron sus
veguerías en tercios distintos (es veguería en Cata-
luña lo que en lo mas de España se suele llamar dis-
trito, partido ó comarca); nombraron sus oficiales,
dejando á la Diputación el miütar dominio; alistaron
gente capaz de aquel ejercicio ; visitaron sus villas aten-
tos á la fortificación ; buscaron con desvelo y premio
los hombres prácticos en la guerra que tenían en-
tre sí : pocos eran en número , porque el ocio de la lar-
guísima paz en que se ha liaban , así como les habia qui-
tado las esperanzas, les quitó el precio; otros hicieron
llamar de nuevo desde las provincias donde asistían.
El médico, que en salud es aborrecible, al tiempo de
la enfermedad es agradable.
Con esto, juzgando que ellos por sí solos no eran ca-
paces de resistir las desiguales fuerzas de tan grande
monarca, miraron en su corazón por todo el mundo
qué príncipe les podía dar ayuda y consuelo , y después
de haberle corrido con el discurso, no hallaron otro que
el cristianísimo Luis XIII, rey de Francia, cognomi-
nado el Justo : su clemencia les prometía amparo, su
poder defensa. Esta era la razón común; empero so-
bre esta se alegraban interiormente en la consideración
de que para las conveniencias del estado de Francia
fuesen tan propicios los accidentes de España, que nin-
Y GUERRA DE CATALUÑA. 491
gun juicio dejaría de abrazar sus intereses; que era
preciso el echar mano de las turbaciones del enemi-
go, como de materiales útilísimos para la serenidad
propia, j Miserable condición, por cierto, de la fortuna,
que no tiene caudal para fabricar gran imperio á«un
príncipe sino con las ruinas de otro !
Así resolutos, eligieron entre todos á Francisco Vi la-
plana, caballero perpiñanés, práctico y conocido en las
fronteras de Francia , para haber de pasar á aquella
corte con su embajada al Cristianísimo : pocas otras ca-
lidades tenia de embajador; no buscaban entonces mas
de la fidelidad; ella lo suplía todo. Partió brevemente
lleno de lastimosas cartas al Rey y la Reina, al Carde-
nal-Duque y otros ministros; en todas referían los ca-
talanes su miseria , su razón y su peligro.
Llegó en pocos días, festejólo el vulgo , que sin dis-
curso ama y aborrece aquellas mismas cosas que igno-
ra. Entre los políticos fué diverso el juicio con que se
recibió aquella novedad ; los ambiciosos de gloria ó de
venganza creyeron haber topado el hilo por que podían
penetrar los laberintos de España á pesar de su arqui-
tecto ; prometíanse larguísimos intereses en la nueva
guerra , considerando que allá, de la felicidad y repu-
tación en que estaban sus armas, habrían de crecer sus
triunfos por aquel medio. Los hombres llanos y civiles
temían que por aquel alborozo se empeñase la Francia
en otros sucesos, al tiempo que su fortuna los habia
regalado tanto, que no sin gran honra se podían aco-
modar á la quietud. Los templados y medianos ni de-
seaban mas glorias ni las rehusaban tampoco; procura-
ban verlas seguras.
Los ministros del Rey, y sobre todos el Cardenal-Du-
que , juzgaron por cosa digna de príncipe justo y cris-
tianísimo amparar una nación cristiana y oprimida; no
se les dificultó con la consideración de algunos que de-
cían que á los reyes no es lícito ni conveniente favo-
recer facciones ó sediciones de vasallos de otro príncipe,
por la ruin correspondencia que podían hallar en sus
ocasiones, y también por el mal ejemplo que forzosa-
mente daban á sus descontei^tos, viéndolos amparar los
escándalos ó quejas de otros.
A esto se respondía que la cortesía de los grandes no
llega á quebrantar sus conveniencias; que el Príncipe
no puede ser liberal del bien de sus vasallos ; que nin-
guno debe guardar igualdad á aquel que no se la guar-
da; que los pretextos de la inquietud pasada de Trancia
el año de 35, fundaban todos en las negociaciones del
Rey Católico y en la cautela de su valido; que el Rey
Cristianísimo, en favorecer los catalanes no hacia otra
cosa que reconvenir, ó desforzarse de los movimientos
delPoitú, introducidos de los españoles; que no habia
disculpa con que satisfacer la posteridad , si estando la
guerra tan sangrienta en ambas provincias, Francia ol-
vidase la mayor ocasión de sus mejoras ; que de ordina-
rio en los acontecimientos de la guerra el que excusa
el daño de su enemigo viene á pagar después con su
ruina su inconsiderada confianza.
Por estos motivos y otros que le serían presentes al
espíritu del Cardenal (por ventura no comprebensibles
á nuestra cortedad) , se dispuso á introducir su indus-
tria , las fuerzas de su reino y la autoridad de su rey en
el manejo de las cosas de Cataluña.
Al punto fueron enviados á Barcelona monsiur de Se-
492 DON FRANCISCO
ririun (á quien algunos papeles catalanes llaman de Ser-
niú), mariscal de campo^ ymonsiurde Plesís Besan-
zon, sargento mayor de batalla ; dos tales hombres cua-
les pedia e! gran hecho para que fueron escogidos , y
qué así hacian proporción con r.quel lin como con la
elección de quien los liabia nombrado.
Volvió Vilaplana, y los dos á su ciudad, donde todos
fueron alegrísimamentc recibidos. Tratóse luego de
ajuslar con brevedad su negociación en varias juntas
que hacian la Diputación , Id ciud; d y los enviados; fué
fácil el acomodamiento , porque como todos se encami-
naban á una razón, ella misma vencía las dificultades.
No se duda que en algunos podia hallarse parle de te-
mor, y en otros de negocio ; mas como es destreza de
los políticos encubrir el miserable la desconfianza y el
poderoso la soberbia, unos y otros lo dispusieron de
suerte que ni la fe ni la prudencia parece que padecían
fuerza ó duda.
Ajustáronse finalmente en que el Principado baria el
mayor esfuerzo posible por arrojar y resistir las armas
castellanas; que el Rey Cristianísimo les socorrería en
espacio de dos meses con dos mil caballos y seis mil in-
fantes; que lo uno y lo otro seria pagado por cuenta de
la generalidad ; que el Rey solo enviaría los cabos y ofi-
ciales que le fuesen pedidos, y no mas; que mientras
durase la resistencia de Cataluña, su majestad no man-
daría invadir algunos lugares de catalanes como ene-
migo del Rey Católico, salvo aquellos en que hubiese
presidio y armas españolas; que el Principado pondría
en manos del Rey CrislianísÍMio nueve rehenes, tres de
cada orden , y que no baria ajuslaiuiciUo coa su rey sin
inlerveiicíon di; Francia.
Con este breve tratado y larguis'mas demostracio-
nes de amistad se partieron á París el Plesís y Seriñan
con la misma salíslaccion que habían dejado á uuos y
otros llenos de diferentes esperanzas.
Ahora será conveniente dar razón de las armas y pro-
gresos locantes al Rey Católico , bien que en orden del
tiempo noshabemosadelantaiio alguna parte, por í^e-
guir las cosas de Cataluña sin intermisión ile otáis
acoutecimieulos, porque mas claramente se eulioudau
unos y otros.
Asentada ya la guerra contra Cataluña , como hemos
dicho, fueron luego despachatias órdenes por el Rey
Católico á toilas las p'azas marítimas del Principado,
avisando sus gobernadores de la resolución de su coi:-
Sfjo,y encomendándoles grandemente las prevencio-
nes de la guerra que podían esperar cada dia ; y en par-
ticular se encargó este cuidado ádon Juan de Gaiay,
gobernador de las armas de Rosello:), que en aquel
tiempo se hallaba en Pcrpiñan, de pues delí nuierle
del Cardo, a. Lsel Caray homorequep :>r la vía de las
armas pudo juntar el mérito y la uicha; comenzó por
los [lequenos (uieslos de la guerra, pasó por elloí co:i
velocidad tan grande, que en algunos vinoá mandarlos
niii-niusque poco aoles había obedecido; atua la iiidus-
tría sin aborrecer el trabajo , presume de lo que obra, y
tiene mas dicha para sí que para los suyos.
A e4e liempo iiauia llegado á Zaragoza el marqués
de los Vélez , de donde miídstraba sus negociaciones en
Cataluña. Comenzó solicitando correspondencias en las
plazas qi.e todavía estaban en obediencia del Rey; en-
comeiiduba ú sus goberuadorcs el vivísimo cuidado que
MANUEL DE MELÓ.
le convenia de adelantar su partido. A los catalanes ex-
hortaba al arrepentimiento, prometiéndoles perdón y
conveniencias. Ayudaba mucho en estas diligencias la
persona del baile general don Luis de Monsuar, retira-
do de Tortosa, donde entre parientes y amigos, y con
algunas personas de religión, había tratado el cobro y
reducción de aquella ciudad. Vino oculto á Zaragoza, y
dando buena razón de su industria, hizo cómo el ma-
gistrado en nombre de todos escribiese al Vélez, pidién-
dole juntamente piedad y socorro. Estaban de secreto
dispuestas las cosas de tal suerte, que aun no había
Sidiilo la carta de la ciudad , cuando sobre el puente de
Ebro, que la baña, se hallaban dos mil infantes españo-
les y cuatroeíentos caballos, á cargo todo del maestre
de campo don Fernando Miguel de Tejada, soldado
práctico y cuidadoso, que siguiendo con todo el orden
del magistrado, contra el aplauso del vulgo, que ya le
miraba como arrepentido , entró en Tortosa, causando
desiguales afectos en los corazones de sus naturales,
según era en ellos diferente la razón con que miraban
sus movimientos. Muchos sereliraron medrosos ó abor-
recidos, y aun ni de todos los que quedaron se podia ha-
cer confianza.
Con esta observación trató don Fernando de fortifi-
car la ciudad (que por su sitio y un castillo no muy an-
tiguo, que todavía conserva, pareció fácil), por lo me-
nos de suerte que quedase reparada á una interpresa y
motín. Pocos dias después se descubrieron algunos ca-
bezas de los sediciosos, y fueron condenadosá muerte
por la justicia hasta cinco ó seis hombres plebeyos, no
si.i lástima de tíidos.
Con la impensada entrega de Tortnsa tomaron las
cosas del Rey me_,or semhuuile, no solo pn.r la impor-
tancia de la |)laza, de asaz utilidad á sus intereses, [lues
pi relia se facilitaba el paso de Ebro á las armas católi-
cas , mas también porque su reducción inducía á la es-
peranza de otras, y ponía en los catalanes gran duda y
temor, viendo que ellos mismos se fallaban primero que
su fortuna.
En Rosellon se movían las armas cnn mas pre«ífeza,
porque entendiendo don Juan de Caray que los mora-
dores de Illa (lugar mediano en el condado de la Cer-
dada, asaz vecino ú Francia, á quien sirve de paso)
tenían trato con vasa'Iosdel Rey Cristianísimo, y de-
terminaban ayudarse do ellos contra los españoles, dán-
doles entrada en la vilia, qui'-o reconocer y ca^ti^ar
personalmente sus excesos, poniendo todaaíjuella f.on-
leraen mejor orden. Salió el Caray de Periiiñan á los
últimos de setiembre con suficienle número de ¡uf:ui-
tería, algunos cabalos y cuatro pie/as de campaña.
Llegó á Millas, hízose reconocer en aquel lugar sin re-
sistencia, tomó las llaves de sus puertas á su propio due-
ño don Felipe Ashert, dejándole co:i temor y escánda-
lo; llamó desde allí los cónndes y baile de Illa ; larda-
rí.'n en obedecerle, temiendo con mas ra/on de la se-
veridad que se usaban con sus vecinos. Salió de .Millas
prontamente contra Illa en intención de embestirla y
castigarla, abominando con palabras feas el hecho de
sus moradores ; no debía ofrecerlas al espanto , sino al
remedio, porque aveces oleaba lo detenido en la carre-
ra sale mas pronto al grito que al azitte. Amaneció robre
el lugar, batióle sin efecto; pretendió romper una puer-
ta por la furia de un petardo; nada salió como se espera-
MOVIMIENTOS, SEPARACIÓN
ba , bleri qne Juon de Arce gobernaba aquella facción;
defendiéronse briosamente ios de adentro. Retiróse el
Arce herido del golpe de una piedra; y el Caray, reco-
nociendo en la resistencia de tan pequeño lugar la in-
dustria de monsiur de Aubiñí (de quien trataremos ade-
lante) , que la defendía con hasta seiscientos hombres
franceses y catalanes, no quiso proseguir en la vengan-
za por entonces, mirando ya en aquel estado mas por
la opinión que podia perder, que por la plaza que juzga-
ba perdida : dejó el negocio para mejor tiempo, aun-
que no pensó diferirlo niuclio , por no dar lugar á que
se engrosase el enemigo. Con este pensamiento, ayu-
dado también de una voz que sin causa se esparció en-
tre la gente, de que los franceses entraban por el Crao
en el estado de Rosellon (algunos piensan que el mis-
mo don Juan hizo introducir esta voz por dar mejor
pretexto á su retirada), volvióse en fin, y haciendo alto
cu San Feliu, mandó reconocer los puestos acomoda-
dos á la entrada del enemigo. En este tiempo hizo ve-
nir de Perpiñan cuatro cañones enteros y dos cuartos,
aumentó sus tropas hasta número de seis mil infantes y
seiscientos caballos , y con los tercios de la guardia del
Rey, que gobernaba el Arce y don Felipe de Guevara, y
el de don Leonardo Moles, llenos de la mejor infante-
ría que entonces tenia España en ningún ejército. Vol-
vió segunda vez sobre Illa , pocos dias después de ha-
berse levantado de ella, dispuso sus baterías, y la batió
furiosamente.
Es Illa cercada de un casamuro antiguo, acomodado
al modo de las primeras defensas. Conlinuóse poralgu-
nas horas la batería, y habiendo con poca resistencia
abierto mas de veinte varas de brecha (quieren así lla-
mar los sokbulos á la rotura ó portillo que hace la arti-
llería en las murallas), trató don Juan de que el tercio
gobernado por el Guevara embistiese al lugar, ganando
la entrada, pero desórdenes no dignos de escritura lo
dilicultarou. Tardóse mas en disponer el asalto de lo
que tardaron los sitiados en acudir al reparo animosa-
mente; los capitanes y solilados del tercio, suspensos
con el desorden, no sedelerniiuaban á embestir; im-
paciente entonces el Caray, d cen que bajó desde don-
de estaba mandando, y poniéndose delante dellos, con
las voces, y mas con el ejemplo (que en tales casos es
la voz mas elicaz y obedecida), los persuadía y ordenaba
la escalada ; moviéronse tardemente, como aquellos que
no llevaba la voluntad; recibió don Juan un mosquetazo
en la mano derecha y otro en el peto , de que cayó he-
rido; bástanle ocasión para descomponer gentes mas
osadas, cuanto mas aquellas, enfermas ya del miedo.
Todo esto ayudaba á los contrarios, siendo cierto que
no hay mayor socorro para unos que el temor de otros,
pues á estos se les añade de esfuerzo el vigor que huye
del ánimo de aquellos. Crecían las rociadas de mosque-
tería desde la plaza , con que á un mismo paso se au-
mentaba el daño y desfallecía la esperanza. El Caray,
empachado de los suyos, mostró querer apartarse del
lugar , igualmente obligado del peligro y de la vergüen-
za ; mandó tocar á recoger, y entonces fué fácilmente
obedecido. Retiróse con pérdida considerable á Perpi-
ñan, melancólico y temeroso de lo venidero.
Todavía los ministros del Rey Católico no se excusa-
ban de seguir alguna esperanza de concierto , y lo de-
seaban sin reparar mucho en su calidad ; pensaban que
Y GUERRA DE CATALUÑA. 493
puestos una vez los catalanes en sus manos, dospnés
enmendarla la fuerza cualquiera condicidn [tuco hon-
rosa á que la necesidad primero se acomodase; inten-
taron mucha* cosas, algunas con poco fundamento,
como suele el eniérmo no examinar la virtud del reme-
dio, creyendo que entre muchos topará alguno conve-
niente. Parecióle al Conde-Duque medio acomodado
valerse de los poderes de la Iglesia contra la dur cza de
los eclesiásticos , en Quyo estado, mas que en nii.guuo,
ardía el celo de la libertad de su patria.
Llamó al nuncio apostólico residente en la corte, é
intentó persuadirle pasase á Cataluña, para que unas
veces con su autoridad , y otras valiéndose de los pode-
res pontificios, trabajase en la reducción de uquel'a gen-
te. No fué posible conseguirlo, defendiéndose el Nun-
cio con que sin consentimiento del Ponlífice no podía
dejar su legacía y emplearse en negocios ajenos, para
que no tenía jurisdicion ; todavía por convenir en parte
con su capricho, y mostrar el deseo de la paz y servicio
del Rey Católico , temeroso quizá de la no bien pasada
tragedia de su antecesor, vino en escribir á la provin-
cia llamando benignamente al diputado Claris; envió la
cartacon su confesor, por si hallase algún medio de in-
troducir la voluntad del Rey , lo ejecutase y dispusiese
según su orden.
Llegó á Lérida el enviado , avisó de su comisión, res-
pnndiósele qua remitiese las cartas y se detuviese en
aquella ciudad; cumpHólo así, y en^jocos dias volvió
& ¡acorte sin haber negociado masque nuevas esperan-
zas á los catalanes, fundadas en el temor que ya se te-
nia de sus resoluciones, pues por tantos medios se so-
licitaba la concordia.
Este mismo ju cío había heolio el Nuncio, y se lo re-
presentó al Conde, cuando discurrían en el negocio;
empero, vencido de su respeto, vino á aprobar en parte
su opinión. Permítasenos a!iora decir qué poco alen-
tos proceden los ministros de cuya prudencia fia la
Iglesia su autoridad , cuando se entremeten á esforzar
sentimientos de príncipes , arrimándose á sus faccio-
nes. Raras veces los intereses políticos siguen la razón ,
y entonces seria fuerza , si ella los ha de seguir , doblar
la justicia á la parte mas poderosa, con escándalo del
universo. A la gran dignidad pontifical y paternal sobre
toda la tierra , al Vicario de Cristo , suma verdad, suma
entereza, ¿cómo le puede ser licito negar su agasajo
igualmente á alguna de las ovejas que le han sido en-
tregadas en el rebaño espiritual ?
Ño desmayó el Conde-Duque con este desengaño ;
antes por sí propio volvió á escribir y dar á entender'al
Principado que el Rey apartaría sus armas de la pro-
vincia si la ciudad de Barcelona se acomodase á dejar
fabricar dos fuertes reales , uno en Monjuich y otro en
la casa de la Inquisición ; entrambos sitios acomodados
á la defensa, pues era cierto que de la seguridad d=j
aquel pueblo, como cabeza de su provincia, pendía
toila la quietud y conservación pública. Tampoco esta
plática tuvo efecto , y antes los irritó de nuevo, porque
esto de fortificarse los españoles fué siempre lo quemas
temían.
Prosiguió buscando otros caminos acomodadas á sus
pensamientos, é hizo cómo don Pedro de Aragón, mar-
qués de Pobar ( hijo segundo del Cardona, y que había
acompañado á su padre en las primeras guerras contra
494 DON FRANCISCO
Francia), con pretexto de haber sido llamado á las cor-
tes de Cataluña, se fuese á Barcelona, publicando tam-
bién acudía al desconsuelo y soledad de su madre viuda
y de su patria afligida. Corrió la posta mas rico de in-
dustria que de prudencia ; bien que llevó promesas para
sí y los que quisiesen seguirle.
Era la casa de Cardona (como hemos dicho) estima-
da sobre todas las del Principado; mas después de la
muerte del Duque , y desde aquel punto que comenzó á
resonar el nombre de hbertad , fué desfalleciendo su
autoridad de tal suerte , que la Duquesa hubo do reti-
rarse en un convento, donde se hallaba al tiempo que
llegó el Marqués su hijo.
Esta visita , por tantas razones sospechosa , fué en
extremo desagradable á cuantos la consideraban, ó
porque verdaderamente no oslaban ya las cosas en es-
lado de remedio, ó porque la industria del Pobar no al-
canzó á confiarlos que era e! primer paso de aquel ne-
gocio. Ellos miraban sus acciones con suma observa-
ción, y pocos días después lo encerraron en prisión ás-
pera , dándole á entender que con menor retiro no esta-
ba seguro á la furia del pueblo , que había concebido
mala opinión de su jornada, y trazaba su muerte. Así
dispusieron asegurarse de sus designios ; cosa á que los
príncipes deben mirar mucho hallándose en tal esta-
do , y trabajar por elegir un medio para que ni la cre-
dulidad ni la desconfianza les pongan en peligro, abra-
zando ó despreciando cuantos le buscan.
Trabajaba continuamente el Vélez en acomodar las
tropas que bajaban por los reinos de Valencia y Aragón ;
habla enviado á don Pedro Pablo Fernandez de Heredia,
gobernador de Aragón (es gobernador en aquel reino
casi presidente de justicia), con muchos otros comisa-
rios, para que recibiese el mayor grueso de gente que
entraba porla villa de Molina; pero el negocio que mas
ocupaba su ánimo era disponer los aragoneses á algún
lin provechoso al servicio del Rey, haciendo todo lo
posible por apartarlos del sentimiento de los catalanes,
sus vecinos y deudos; por otra parte los persuadía á
que ellos tomasen la mano en el ajustamiento de sus
cosas , como ya en tiempos pasados la ciudad de Zara-
goza llegó á ser medianera entre su rey don Juan el
Segundo y el mismo Principado. No era otro su fin que
procurar obrasen los de Aragón de tal manera, que pu-
siesen en desconfianza de su hermandad á los catala-
nes, de cuyas correspondencias se temía.
Ya los jurados de Zaragoza (supremo magistrado de
aquella ciudad) habian comenzado á mover estas pláti-
cas con el Rey^ á que se les respondió de suerte que
ellos descifraron de las palabras de la carta mas amena-
zas que agradecimiento. Y á la verdad los aragoneses no
aborrecían la libertad catalana, que disimulaban con
cautela ; el Vélez, que los miraba profundamente, en lo
poco que habían obrado reconocía lo poco que querían
obrar; esto mismo le dispuso á que incitase segunda
vez con mayores bríos lo tratado cerca del acomoda-
miento , y platicándolo con algunos caballeros que te-
nían mano entre el gobierno de Zaragoza, no fué difi-
cultoso acabar con los jurados y ciudadanos volver á
ja plática ; también porque entendiendo los celos del
Vélez cerca de su ánimo, no les parecía conveniente
rehusar ni excusarse de aquellas cosas en que no les
era costoso el empeño, pensando que así lo llevarían
MANUEL DE MELÓ.
confiado y seguro de que les pidiese otras mayores.
A este fin trataron de enviar su embajada á Barcelo-
na con toda brevedad, antes que la guerra que ya co-
menzaba á encenderse en Rosellon abrasase aquella
frontera, y quedase suspenso lo tratado. Dispúsose en-
tre ellos si podría ó no ser conveniente enviar la per-
sona del Jurado en cap, que era á esta sazón don Lu-
percio Contamina (es jurado en cap en Aragón la cabeza
de su gobierno civil ; oficio entre los aragoneses de asaz
estimación , aunque anual ) : no pareció acomodado
empeñar al primer paso la mayor autoridad de su re-
pública ; fué elegido en su lugar don Antonio Francés,
caballero noble y suficiente. Partió á Barcelona por la
posta, fué recibido no sin cortesía; negoció cercado
siempre de asechanzas, porque los catalanes, con al-
gún escándalo del reposo de Aragón, á quien habian
convidado, sospechaban mal de aquellos oficios con
que nuevamente se les ofrecían, y con mayor exceso
cuando llegaron á entender que los aragoneses, como
pretendientes á la primogenitura de la corona de Ara-
gón (en que se comprehende el Principado) , intenta-
ban ingerirse en aquellas negociaciones con algunotro
derecho mas que el de amistad: cosa insufrible á la en-
tereza de los catalanes.
Fué escuchado don Antonio en la Diputación, pre-
sente el sabio Consejo : dio sus cartas , habló con tem-
planza, introduciendo sus razones con que su reino de
Aragón, y en particular su ciudad de Zaragoza, les
pedían como á hermanos y amigos tuviesen por bien
admitirles por medianeros entre su razón y la queja de
su majestad católica ; que fiasen de su amor les baria
descubrir un medio acomodado á la quietud y satisfac-
ción ; que á los intereses y castigos que se podían pre-
tender de ambas partes se daría un expediente tal,
que todos quedasen acomodados y pacíficos.
Respondiéronle con grandes muestras de agradeci-
miento , diciéndole que no se trataban bien las cosas
de la paz entre el estruendo de la guerra; que no se
compadecían oficios y ejércitos, medianeros y gene-
rales; que ellos deseaban la concordia mas que ningu-
nos ; que el Rey apartase luego las armas con que le
amenazaba , y mandase cesar las que fatigaban Rose-
llon, y entonces se conocería que allí se pretendía la
quietud sencillamente, y no la mejora con artificios :
que desta suerte estaban prontos, no solo para acep-
tar, sino para suplicar partidos á su majestad católica
convenientes al bien público. Con esta resolución, lle-
na de brio y constancia, se volvió don Antonio á Zara-
goza , con cuya venida se excusaron por entonces otros
algunos medios que se habian prevenido , encamina-
dos á este propósito.
Fundaban todas las resoluciones del Rey y sus mi-
nistros sobre haberse entendido que la gente junta pa-
ra la guerra llegaría á cincuenta mil hombres y seis mil
caballos ; no era excesivo el número, según habian sido
copiosas las preparaciones. Sobre esta certeza, que
después convenció de vana la experiencia, fabricaban
los ministros todo su discurso : tales salían las provi-
siones y acuerdos, como asentados sobre fundamentos
vanos.
Dísponíasele al Vélez que todo el grueso se repar-
tiese en tres partes; que la una entrase por la Plana
de Urgel , que era el país mas acomodado á carapear>
MOVIMIENTOS, SEPARACIÓN
haciendo frente á Lérida, y caminando á Balaguer y
Urgel bajase por Monserrate , hasta caerse sobre Bar-
celona. Que la otra parle del ejército, pasando el Ebro
enTortosa, ocupase el Coll de Balaguer, y allanase
todos los lugares del campo de Tarragona , llevando
siempre la mar por el lado diestro, donde podia ayu-
darse en la falta de víveres; que ganase á Martorell,
que se fortificaba , y por las costas de Garraf bajase á
Barcelona ; que el último trozo se quedase en Aragón,.
mirando á Cataluña , para acudir ó entrar según el
caso lo pidiese; y que este seria llamado ejército real,
y por eso mas copioso y de mejor gente , pues el Rey
lo habia de g')bernar por su propia persona. De la mis-
ma suerte se le ordenaba á don Juan de Garay que con
la gente de Rosellon se moviese contra Barcelona, pa-
ra que todos juntos obrasen la expugnación de ella.
Fué así que el Garay habia recibido las órdenes;
pero era de diferente parecer, habiendo escrito que las
fuerzas se uniesen todas; que juntas atravesasen la pro-
vincia , sin detenerse en sitiar plaza ; que llegasen á in-
corporarse con su trozo ; que así ocupasen el Conflent
(es el Conflent país fértil, no muy largo, contenido
entre Rosellon, Cerdaña y Ampurdan, casi corazón
del Principado ) ; que desde allí bajasen á socorrer y
ser socorridos de las plazas marítimas; que el mayor
esfuerzo se debía poner, no entre Aragón y Cataluña,
donde no podia temerse cosa importante , sino entre
catalanes y franceses , por el peligro que había de que
el Cristianísimo engrosase sus tropas , como ya hacia
por aquella parte ; que el invierno no era acomodado
á sitios ; que el ejército, vagando por los lugares peque-
ños , se podia sustentar sin gasto , sin peligro y sin tra-
bajo.
No fué recibido este parecer de don Juan : desdicha
ordinaria en las grandes resoluciones de los príncipes,
6 aconsejarse con personas extrañas de aquella profe-
sión , ó no seguir las opiniones de los mismos á quie-
nes confian las empresas. Respondiósele que , dejando
guarnecidas las plazas de gobierno, se embarcase en
las galeras que allí se enviaban , con toda la infantería
que pudiese sacar, que en Castilla era estimada en nú-
mero de seis mil infantes; que con ellos y todo el tren
que se hallaba en Perpiñan prevenido para la invasión
de Francia viniese á unirse con el ejército, que habia
de marchar hacia Tarragona por junto á la mar, cuyo
gobierno le estaba aguardando.
Y porque el mando de las armas en Rosellon no que-
dase sin persona conveniente , se le ordenaba al Conde
Jerónimo Rhó , maestre de campo general del reino
de Navarra , soldado mas antiguo que grande, de na-
ción milanés, que desde Zaragoza, donde asistía es-
perando su empleo, pasase á Vinaroz; y de allí, en las
galeras que habían de traer al Garay, navegase á Ro-
sellon con dos mil infantes bisónos, que se mandaban
en su compañía para tripulación de aquellas plazas,
entresacados de las levas prevenidas al ejército.
Casi en estos días llegó de Madrid á Zaragoza , don-
de se juntaban los cabos españoles , Carlos Caraciolo,
marqués de Torrecusa, caballero napolitano , capitán
práctico, aunque de mas valor que prudencia ; venia
á servir el cargo de maestre de campo general del ejér-
cito llamado de la vanguardia; entendíase el de Léri-
da, porque por aquella parte se juzgaba la primera en-
Y GUERRA DE CATALUÑA. 493
trada. Poco después vino Carlos María Caraciolo, su hi-
jo, duque de San Jorge, mozo en quien resplandecían
grandes virtudes , dignas de mejor suerte : gozaba el
San Jorge el gobierno de la caballería ligera. Así dife-
renciaban unas de otras, llamando de las Ordenes , con
nombre y oficiales diferentes, aquella que constaba de
los caballeros cruzados ó sus sustitutos ; esta goberna-
ba por sí solo , sin dependencia del San Jorge, don Al-
varo de Quiñones, del consejo de Guerra de España,
hombre en quien los muchos años de servicio dejaron
poco mas de una gran vanidad de haber servido mu-
cho ; ejercía en Rosellon la tenencia general de aque-
lla caballería; de allí bajó á Zaragoza por incorporarse
en su nuevo oficio.
Llegó á este tiempo el marqués Xelí de la Reina, ge-
neral propietario de la artillería en la Alsacia, para que
en aquel título se emplease en la guerra de Cataluña,
donde habria de ser el segundo cabo en el trozo man-
dado por el Garay.
El de los Vélez se hallaba dueño de todas las armas,
sin que hasta aquel punto se le diese otra autoridad pa-
ra mandarlas que el título de virey de Aragón : ha-
bíanle nombrado, como dijimos, en consideración de
Cataluña ; mas después los varios accidentes del nego-
cio tenían á los ministros como dudosos en la satisfac-
ción cerca de su ingenio en materia tan importante;
prefiriéronle á otros por un discurso, que todo se en-
caminaba á conveniencias de la quietud; pero ya deses-
perados de ella, deseaban hallar algún modo de intro-
ducir en aquel mando un sugeto de mayor experiencia
en las armas : tan presto se traen el arrepentimiento
como el peligro las elecciones á quien guia el respeto.
Esforzábase esta confusión con que desde la corte
se daba á entender por manos de personas prácticas en
los negocios, unas veces que el marqués de los Ralba-
ses venia á gobernar aquella guerra, otras que el al-
mirante de Castilla, á quien entonces se había dado el
título de teniente real, á imitación del imperio; cosa
hasta entonces no oida en España , y en que luego fal-
tó, como la razón, el efecto della ; no se alcanza con qué
necesidad ó con qué industria. Tiempo fué aquel de
novedades, las mas de poco crédito á la esencia del
mando. Algunos querían que otra vez se platicase la
venida del Montcrey , cada cual inculcaba con su pro-
pio pregón la suficiencia del amigo ; con que ningún
ánimo desapasionado sabia afirmarse en nada , ni los
hombres acababan de entender á cuya obediencia les
dedicaban : de otra parte, las provisiones y despachos
que venían de la corte se hallaban tan encontradas,
ahora hablando en muchos ejércitos, ahora con dife-
rentes generales, que apenas por entre las dudas se po-
dia atinar con la resolución , y por eso caminaban mas
tardamente las ejecuciones.
Gran daño, ó casi inevitable, que los expedientes de
graves negocios no se traten con aquella claridad y
llaneza que conviene , siquiera por quitarles la ocasión
del yerro á los que les tienen á su cargo. Dos son los
modos de obedecer y servir á los reyes : unos que cie-
gamente se atan á cumplirla resolución , otros que la
moderan y mudan según los accidentes; lo primero es
mas seguro para los siervos , lo se_gundo mas provecho-
so para los señores. Yo juzgo por cosa impía que el
ministro aventure á perder el negocio por obedecer ir-
49Í) DON FRANCISCO
riicionnblemenfe á su orden , pudioiido remediarle con
allorar en algui a circunslancía la resolución : nada
leti^'o por (irme para caminar al establecimiento de la
gracia, siendo cierto que muchos príncipes iiabemos
visto dejarse obligar por la entereza del vasallo, y al-
gunos ofenderse pur haber sido bien obedecidos : es-
coja el que navega el ruml)0 según le aconsejare su
prudencia ; no camine sin temor á ninguna parte, que
cada uno puede llegar al puerto y al escollo.
Fatigúba«e el Vélez con el embarazo de las órdenes,
que caiia dia crecia ; sobre todo le era desurnaaílicciotí
verque se pasaba el tiempo sin fruto, y que pidii-mlo
ni Rey vivamente la explicación de las cosas, se despa-
chaban con mayor duda , cuiuido al mismo tiomp» se le
daba gran priesa porque formase los ejt'rcilos,qne de
ninguna mano de[)endian menos. Oira'ia con e-;|)¡rl:u
amedrentado; así buscaba el modo de aca!iar las co-
sas, no el de acabarlas con p;<rleccion ; tr 'pczá'^nse
de unas en otras, y á vecesse caiaendiíicultailes don-
de no había ralida; como el que hu\eiido de la amena-
za, se precípíia : á paso igual sesu en las alt s cuestas;
el que las atrepella se rinde aiifes de lo áspero.
Era la mejor parte del ejército aquellos tercios vie-
jos que habían bajado de la Cantabria , y sus maestres
decampo, don Fernando de Ribera, léñente coronel
del regimiento de la guardia del Rey, don Fernando
Miguel, que ya se hallaba enToróo^a y don Diego de
Toledo; los dos tercios de irlandeses y walones, sus
maestres de campo Hugo Onelli, conde de Tirón, y
Felipe de Gante y Meroile, conde de Isínguicn; y el ter-
cio llamado de los hijosdalgo de Castíla, á ca'go de
don Pedro Fernandez Portocarrero , conde de Montijo
y Fuentidueñu; á quienes seguian al^'unas tropas de
gente suelta para efecto de reclular los otros tercios,
según pidiese su necesidad.
Es Fraga último pueblo de Aragón, puesto entre los
Ilergiles de Ptolomeo, y llamada de los antiguos Fia-
vía; otros con mas semejanza deducen el nomiire de su
aspereza. Riégala el rio Cinca ó Cinga, que la divide de
los celtiberos. Su vecindad á Lérida la hizo necesitar
de fuerzas capaces á defensa y ofensa ; porque el ene-
migo se mostraba en aquella frontera demasiadamente
orgulloso : con esta ocasión envió el Vélez al conde de
Montijo y otro tercio de inlanlería portuguesa, su
maestre de campo Pablo de Parada, para que guarne-
ciesen la ciudad y su partido. Deseaba el Vélez apartar
de sí al Montijo, porque su estado y las vanas preroga-
tivas de su regimiento . incompatible con los mas , se
lo hacían molesto. Juntóle también alguna parte de la
caballería remontada en Aragón, con lo que por en-
tonces pareció que estaba guarnecida en proporción á
su peligro , y se dispuso aquel cuidado.
Los aragoneses, y entre ellos la gente vulgar, que
no miraban la guerra sin despecho de alguna suerte,
favorecían el partido de sus vecinos tácitamente , y co-
mo les era posible, persuadían y ayudaban los soldados,
conducidos casi todos con violencia, para que se esca-
pasen y volviesen á sus tierras; con lo que conseguían,
sin Contar los intereses de los catalanes, para sí mismo
gran conveniencia, aliviando sus pueblos de tantos
hospedajes y alojamientos.
No fué esto tan pocí sensible, que dejase de dar gran
cuidado al Vélez, y mayor cuando le certificaban los
MANUEL DE MELÓ.
cabos y oficiales del sueldo que de la misma suerte que
llegaban las tropas se volvían , y que del número de
gente señalada fallaba casi la tercera parte. Los lugares
de Castilla, obligados á la contribución de ios quinta-
dos, ofrecían sus quejas, diciendo que por allá no se
guardaba la gente , pues en breves dias volvían á sus
pueblos los mismos á quien había tocado la suerle de
acudir á la guerra; con que ellos jamás se pudrían des-
obligar del número.
Pareció conveniente atajar este desorden con todo
cuidado, y se despachó luego la persoüa (hd marqués
de Torrecusa , maestre de campo general d d ejército,
á la villa de Alcañiz, donde , como mas cerca á tuilns
los cuarteles de él, pudí se atender al reparo de aque-
llos daños; también para que fuese ejecutando la lor-
macion de los tercios y rogímenlos que llogaban , por-
que hasta aquel tiempo nada tenia forma miliUir s no
el e.'ércitode Cantabria. P.irtíó Torrecusa , y fué dis-
poniendo las cosas conforme al estalo en que se halla-
ban, dándole continuos avisos al Vélez, así de lo que
obraba como de lo que entenilia del enemigo; ceriiü-
cábase en que la gente que se hallaba en los cuarteles
por ninguna diligencia llegaría al número prometí lo;
quea«í, convenia acnmodarlas disposiciones y juicios.
El Vélez lo avisaba al Rey, el itey á los tribunales; ellos
escribían al Velez con seque. lad y admiración.
Entonces los catalanes, habiendo reconocido la gran-
deza y poder del Rey Católico, que ya se descubría por
unas y otras fronteras, entendieron en repartir í;us
fuerzas acomodadamente , según parecía los llamaban
los designios de su enemigo.
Habían ordenado mucho de antes á don Guillen de
Armengol, castellano del Porlús, se recogieseásu l'uer-r
za, como hizo con buen número de infantería y víve-
res; con lo cual quedaban imposibilitadas para poder
unirse las armas católicas que se hallaban en Roíe-
llon, estotras que pretendían invadir Cataluña, ó bajar
aquellas á darse la mano con Rosas y Culibre.
Es el Portús antiguo castillo y lugar corto en los pa-
sos llamados de los geógrafos Bergusios, situado en la
cumbre de una gran serranía, dicha Coll de la Mazana,
ramo de los Pirineos que, bajando desde el septentrión,
corre al mar de Mediodía por entre los países del Am-
purdan y Conflent, cuyas impenetrables fraguras solo
en aquel espacio consienten camino, pero tan dificul-
toso, que defendido de pocos, como se ejecute con va-
lor, sojuzga inexpugnable. A una legua del mismo pa-
so dicho Portús se halla la Bellaguarda , fortaleza edi-
ficada de los antiguos señores de Barcelona para de-
fensa de unas y otras provincias.
Los de Rosellon al mismo paso hacían sus correrías
olas estorbaban, acompañando la caballería del país
con alguna francesa, que cada dia se les entraba por
Illa y otros puestos ; con que los reales tenían poco lu-
gar de hacer salidas , bien que las intentaban, no juz-
gando la campaña por segura.
En este tiempo, entendiendo la Diputación cómo la
ciudad de Tortosa se había puesto en manos del Rey
Católico y recibido sus armas contra el sentir univer-
sal del Principado, envió prontamente sobre ella al di-
putado real Miguel Juan Quintana para que, juntando
las gentes convecinas, ya por industria, ya por fuerza,
tratase de su recuperación. Era Tortosa asaz coave-
MOVIMIENTOS, SEPARACIÓN
nienle á cualquier partido, por ser paso dol Ebro; & i
aquellos, para defender entera su provincia , y á estos, ¡
para tener un puente y una puerta que les aseguraba la '
entrada en ella. •
Introdujo el diputado sus negocios, despachó sus
convocatorias; pero habiendo llegado tarde y poco
apercibido, finalmente, por obrar en cosa deque no '
tenia experiencia , tan presto se desconfió del artificio
como del poder, siendo certificado en que los de aden-
tro le armaban traición por consejo del Tejada, dándo-
le muestras de quererle recibir pacífico , solo á fin de
haberle á las manos y entregarle á los ministros reales,
que, oficiosos, les daban á entender era la suma fineza
y obligación en que ponian á su príncipe.
llelirósc luego, y volvió poco después el consellcr en
cap de iJarcelona, don Rainon Caldés , con grueso nú-
mero de infantería y algunos caballos á orden de Josef
Dardcna : no los fué posible, ó no pensaron que les po-
dría ser, embestirá Tortora, espanlados de su gran
presidio; pero la corta fortificación pudiera dar osadía
á otra gente mas práctica, siquiera para emprenderlo.
Retiráronse á la sierra, desde donde bajaban hacia el
Coll del Alba, distante de la ciudad media legua. De
esla suerte la fatigaban con escaramuzas de día y, alar-
mas de noche, sin daño ni provecho de ninguna parte.
Pocos días después intentaron con algunas compa-
ñías de gente suelta quemar de noche el puente por
esotra parte del rio; es de madera, fabricado sobre
barcas : prendió el fuego en algunas ; pero siendo sen-
tidos en la ciutlád, salieron con gran valor y cuidado
á defendérselo. Obraban los catalanes como igfioran-
do; no sabían hasta dónde el peligro se deja llevar de
la suerte , ó dónde esta se ha de trocar pur aquel ; des-
mayaron luego, pudiendo haber obrado mucho. En
fin se retiraron, rechazados por la mosquetería del
presidio.
Los bergantines de don Pedro de Santa Cilia , que
en aquella sazón se hallaban en los Alfaques, avisados
por el estruendo de las rociadas , subienm por el rio, y
llegaron á tiempo de poner mayor espanlo á los contra-
rios : arrimáronse á la orilla opuesta á la ciudad, y des-
de allí hicieron apartar las mangas que venian en so-
corro de los incendiarios.
Dio la embestida causa á la forlificafion del puente,
y trataron de recogerle por la parte de afuera dentro
de una media luna, defendida de travesesáun lado y
otro, que venian á servir como de trinchera á ambos
costados de la orilla , quedando por entonces reparada
contra otro acometimiento.
Tortosa , de quien hemos dicho y hablaremos ade-
lante, es la primer ciudad y pueblo de Cataluña , y no
siendo de las mayores de su provincia , goza el mayor
obispado, poique se entra en mucha tierra de Aragón
y Valencia (célebre ya con la persona de Adriano, pon-
tífice) : no pasa su vecindad de dos mil moradores; es
fértil y antigua; dícese ser fabricada de las ruinas de
otra mas antigua población nombrada Iberia , y fué
uno de los lugares llamados de los romanos Ilarcaoncs.
No lejos le hacen espaldas los montes Idubedas, deno-
minados así de Iduboda, hijo de Ibero: después de
varias vueltas y desvíos, fenecen antes de mojarse en el
Mediterráneo. El lado occidental de Tortosa se termi-
na y extiende en la orilla de Ebro, famoso rio de Espa- '
II-i.
y GUERRA DE CATALUÑA. 497
ña , casi padre de sus aguas, como do su nombre; nace
en las montañas de León, junto á las Asturias de San-
tillana, entre Reinosa y Aguilar de Campo, donde di-
cen Fuentibre (que vale como Fuente de Ebro); sale, y
beliiéndose las aguas de la provincia de Campos y los
reinos de Navarra, Aragón y Cataluña , se da á la mar
en los Alfaques, distantes cuatro leguas de Tortosa,
llevando siempre su corriente apartada por igual de los
Pirineos.
Deseaba el marqués de los Vélez llegar con las cosas
á estado que le fuese posible saür de Zaragoza ; era lo
que por entonces le detenia mas el despacho del tren y
la artillería, para cuyo avío faltaban muchos géneros
necesarios; porque, como en España se hallase ya tan
olvidado (ó por mejor decir perdido) el modo de la guer-
ra, no sirviese el antiguo, y del moderno no gozasen to-
davía la provechosa disciplina, costaba mucho mas tra-
bajo y precio hallar aquellas cosas pertenecientes al
nuevo instituto militar que en otras menores provin-
cias acostumbradas á ejércitos. No había carros, y fué
necesario fabricar unos y remediar otros; no había ca-
ballos, fué menester comprar muías en gran cantidad;
buscáronse en toda España , y aun de Francia fueron
traídas algunas por Aragón y Navarra; faltaban con-
destables, minadores, pctarderosy artilleros diestros;
faltaba balería de todas suertes, tablazón, barcas,
puentes, grúas, alquitrán, brea, salitre, cánfora, azu-
fre , azogue , mazas y confecciones sulfúreas , grana-
das , lanzas, bombas, morteros, yunques, hierro, plo-
mo, acero, cobre , clavos, barras, vigas, escalas, za-
pas, palas, espuertas; en fin, todo género de maes-
tranza competente al gran manejo de la artillería. Lo
uno se esperaba de Flándes, Holanda, Inglaterra y
Ilamburgo, donde se habia contratado; lo otro se bus-
caba en lo mas apartado de España , y habia menester
largo tiempo para IVgar; salir sin ello no era conve-
niente : el invierno ya entrado , los enemigos cuidado-
sos, prontos los auxiliares, marchando los socorros ;
todo lo consiileraba el Marqués , y todo lo sentía mas
que lo remediaba; porque lo uno era propio, lo otro
ajeno.
Llegó alguna parte de las cosas esperadas con la ve-
nida del Xeli ; pero él , como extranjero ó poco activo,
en todo procedía lentísimamente; con que al Vélez se
le añadían cada día los cuidados de otros : hizo, en fin,
marchar la artillería la vuelta de Valencia , por donde
el camino era mas llano, aunque poco acomodado, por
su esterilidad : dividióla en dos trozos ; el primero á
cargo del teniente Arteaga , el segundo á orden de Or-
telano, que ejercía el mismo oficio en el castillo de Pam-
plona ; siguiólos el Xeli con los mas oficíales de artille-
ría. Sucedió que marchando por los páramos de Valen-
cia, como la tierra estuviese ya humedecida de las pri-
meras aguas , hallábase en partes pantanosa : faltaron
tablones para esplanar ciertos pasos ; rindiéronse á la
violencia del tirar algunos carromatos; no se hallaban
entre ellos sobresalientes de pinas, llantas y ejes. De-
túvose el tren mientras se acomodaron , y tardóse en
remediarlo muchos días ; perdióse el tiempo de la mar-
cha , notable suma de dineros en los fletes y sueldos de
los que servían en los bagajes : estimóse la pérdida en
gran precio ; la detención no fué de menor costa á los
designios. Escribióse este suceso, casi indigno de his-
32
408
DON FRANCISCO MANUEL DE MELÓ.
loria , porque les sirva de enseñanza á ministros y ca-
bos que tienen el mando de las armas ; donde se reco-
nocerá fácilmente de cuánta importancia sea en la
guerra la prevención aun de cosas tan pequeñas.
Dentro de pocos dias salió e! Yélez de Zaragoza ; era
el 8 de octubre : liabia despachado antes de salir todos
los oíiciales del ejército á sus tropas , que entre vivos y
reformados liacian un copioso y lustroso número.
Goza el reino de Aragón , por antiguos fueros, algu-
nos privilegios, que antes parecen acuerdos que gra-
cias : es uno, que ausente de la ciudad de Zaragoza el
virey de Aragón , suceda inmediatamente en el mando
universal el gobernador (de cuyo oficio habernos dado
breve noticia). Dejaba el Vélez grandes dependencias
en el reino de cosas pertenecientes todavía al buen des-
pacho del ejército, y no dejaba de temer que, puesto el
gobierno en mano de natural , se procediese flojamen-
te. Era cl Gobernador, sobre mozo y no muy experto,
asazlntercsado en sangre y amistad con la nobleza ca-
talana : todo le fué presente al Vélez ; y buscando mo-
do de concertar la justicia y desconfianza del otro y su-
ya, resolvió llevarle , inventando alguna vana ocurren-
cia competente á su persona, para que su jornada se
disculpase debajo de un honesto motivo : no quiso co-
municarle su resolución sino casi en aquella hora en
que habia de partirse , por no dar lugar á su excusa ;
obrólo con estudio, y le salió como queria. Tócale al
Virey nombrar lugarteniente cuando no asiste el Go-
bernador en la ciudad : dejó su poder al juez mas anti-
guo de la Audiencia real ; partióse con pequeña com-
pañía y sin oficial alguno de la guerra ú otra persona
particular, mas del maestre de campo don Francisco
Manuel , á quien el Rey habia enviado desde el ejército
de Cantabria para que le asistiese.
Visitó algunos cuarteles que se hallaban en el cami-
no de Alcañiz , como Samper, Calanda y otros : el pri-
mer tercio que le ofreció obediencia fué el de portu-
gueses, su maestre de campo don Simón Mascareñas,
caballero del hábito de San Juan , mozo en quien se an-
ticiparon los frutos á las flores, tan temprano capitán
como soldado ; fueron los portugueses los primeros á
obedecerle , quizá no sin misterio , porque lo habían de
ser también en despreciar su mando, como sucedió
poco después.
No paró el Vélez por atender á ningún negocio, y en
tres dias llegó á Alcañiz, famosa villa de Aragón y uno
de los antiguos pueblos edetanos, célebre en aquellas
edades por vecino al campo donde por españoles fué
muerto el capitán Hamílcar. Yace en una eminencia,
sirviéndole de espaldas el rio Guadalope, y frontero á
las rayas de Cataluña y Valencia. Por merced de los re-
yes de Aragón le goza hoy la orden militar de Calatrava
eii Castilla : era Alcañiz lugar deputado para las cortes
convocadas á su corona, donde juntos residían espe-
rándolas los ministros así de aquel reino como de su
consejo, que asiste junto al Rey.
Halló el Vélez los negocios tocantes á las Cortes de
tal suerte, como si verdaderamente el Rey las hubiese
de celebrar por su persona ; cosa en que por entonces
no se pensaba , ni se atendía á mas que entretener con
aquella esperanza los ánimos de aragoneses y valencia-
nos : con esto, fué la primera diligencia del Marqués
prorogar el término de la convocación. Luego se co-
menzó á tratar en el ejército , disponiéndose una mues-
tra general, para que con entereza se entendiese la ca-
lidad y cantidad de las fuerzas, y se usase de ellas según
su conocimiento.
De pocos días llegado á Alcañiz , el Marqués recibió
aviso y despachos reales, por donde se le encargaba el
oficio de virey, lugarteniente y capitán general del
principado de Cataluña. Fué este el medio que se tomó
para concertar diferencias y jurisdicciones de otros ca-
bos , que habian de concurrir en diversos gobiernos , y
era menester se uniesen todos debajo de un solo impe-
rio. Ordenábale también el Rey que despachase aviso en
su nombre á Barcelona de su nuevo oficio : no pareció
decente escribir el Príncipe á los que le desobedecían,
ni tampoco olvidar la posesión de su dominio.
A este mismo tiempo se dispuso que don Francisco
Garraf, duque de Nochera, virey entonces de Navarra,
pasase luego á suceder al Vélez en Aragón y alojarse
en Fraga, donde asistía el Montijo , para hacer opósito
á Lérida, entre tanto que no se resolvía la segunda for-
ma que ya pretendían dar á la guerra , y que de Navar-
ra bajasen los tercios del señor de Ablítas y don Faus-
to Francisco de Lodosa, á cargo de don Martín de Re-
din y Crúzate , gran prior de San Juan , y maestre de
campo general de aquel reino en ausencia del Rhó, pa-
sado á Rosellon ; que el Vélez dejase en Aragón los
mismos dos tercios que ya se estaban en Fraga para en-
grosar aquel trozo ; que le acompañase la misma caba-
llería que bajara desde Navarra poco antes, á cargo del
comisario general Octavio Márquez ; que su persona del
Vélez, con todas las tropas y tercios, entrasen en Tor-
tosa; que allí se jurase virey del Principado ; que alo-
jase el ejército en los lugares vecinos, y pudíendo ser,
en los inquietos ; que todo se ejecutase con suma bre-
vedad, porque de ella dependían los buenos sucesos.
Recibió el Marqués la nueva dignidad con poca ale-
gría , por sacrificarse á la obediencia real ; tales son las
dichas de los grandes, que luego comienzan perdiendo
el querer y el entender. Despachó al.punto á Barcelona
su pliego con cartas llenas de comedimiento : todos
juzgaron la diligencia por vana , y él mas que ninguno,
como mejor informado de los ánimos ; disculpábase con
ser mandado; y así, continuaba su obra en lo tocante
al ejército con aquel exceso con que se aventaja el cui-
dado del dueño á los del siervo.
Entre tanto el Rey Católico, avisado del Vélez desde
Aragón, y de Federico Colona, príncipe de Rutera y
condestable de Ñapóles, que gobernaba en Valencia,
de cómo la salud pública de aquellos reinos pendía de
la fe con que se esperaba y creía la venida de su majes-
tad á la función de sus cortes, juzgó por conveniencia
real fomentar la credulidad de aquellos vasallos, dando
muestras mas eficaces de partir. A este fin se ordenó
marchase su caballeriza á Zaragoza con la acostumbra-
da pompa y ceremonias : no habia otro pensamiento
que abonar con las demostraciones sus promesas ; pero
como faltaba el espíritu de la voluntad para moverlas
(espíritu sin quien no saben regirse los poderosos),
todo se obraba sin brío ni sazón : por esto, en un mis-
mo tiempo y en unas mismas acciones se entendió fá-
cilmente que todo habia de parar en amagos.
Era plática entonces constante en todos los hombres
•de discurso que á la grandeza del Rey Católico no podía
iMOVIJIIEMCS, SEPARACIÓN
ser decente salir y empeñarse en uu negocio tan gran- |
de, sin que las cosas mostrasen primero áqué parle
se inclinaban; porque se podia contar, decian ellos,
por miserable suceso en un príncipe llegar á ser tes-
tigo de sus propias injurias. Muchos casos no compre-
hende el juicio humano, en los cuales obrándose con-
trariamente , se topa con el acierto ( este fué el uno ) ;
porque, según después lo mostraron los acontecimien-
tos, se conoce que si el Rey Católico saliera en medio
de todas las dudas , los negocios de aquellos reinos se
acomodaran á su arbitrio.
Mieütras esto se pasaba en Aragón, recibieron los ca-
talanes aviso deque las tropas enemigas que estaban en
Fraga, Tamarit y por toda la frontera en oposición á
Lérida y Balaguer, se hablan retirado la tierra adentro,
juzgando de ahí los hombres fáciles que el Rey, persua-
dido de su razón, ó por ventura de su temor, disponía
las cosas como se liabian pedido en el tratado de la paz.
Esta nueva , de gran gusto y honor á los principios, se
desvaneció en breve; porque volviendo á ser vistas las
mismas tropas en la campaña, se entendió habían acu-
dido á alguna orden particular ; y fué la verdad de este
suceso que llamadas á la muestra general , dejaron los
cuarteles con la guarnición necesaria. Esta es costum-
bre natural en todos aquellos que no han pasado por
grandes cosas, alegrarse ó entristecerse fácilmente con
los movimientos de su contrarío ; no puede ser mayor
la miseria que llegar una provincia á estado que su bien
ó mal esté pendiente de la prosperidad ó fatiga de sus
vecinos, y que aquel que pretende hacer la guerra á su
enemigo, no fie en otras fuerzas que en la flaqueza del
contrario : no aconsejo se desprecie aquella observa-
ción; mas que no funde en solo accidentes ajenos la
confianza de cada uno.
Dispuestas las cosas según la ocasión , y dejando al-
gunas á cargo de don Viceiicio Ram de Wontoro, señor
de Montero, comisario general de la infantería de aque-
lla frontera, hombre de asaz industria y bondad, se
partió el de los Vélez á Aguasvivas (distante cuatro le-
guas de Alcañiz), pequeño lugar de Aragón, puesto á
la falda de aquella montaña, que le divide de Valencia ;
pequeño , mas famoso por el gran milagro que Dios
obró en él , reservando sobrenaturalmente la sacrosan-
ta Hostia de un incendio terrible que abrasó todo el
templo, donde hoy se venera reedificado, y conserván-
dola pura y candida contra el orden natural por mas de
doscientos años.
En este lugar asistió el Vélcz algunos días mientras
que la infantería daba muestra , eti lo que no se perdía
instante, dándose despacho á dos tercios cada día sin
reparar en el tiempo , que con todo rigor lo estorbaba :
no bastaba con todo su diligencia para que en la corte
se creyese que en aquel manejo se procedía con la acti-
vidad posible ; antigua costumbre de los grandes, pen-
sar que sus obraS no deben respeto al tiempo , y que las
ejecuciones son consecuencias de su arbitrio , en que
jamás puede haber falta. Con esta desconfianza fué des-
pachado á Aragón don Jerójiímo de Fuenmayor, alcalde
de corte de Yalladolid , hombre agudo, para que ofre-
ciéndose al Vélez como enviado á ayudarle en el minis-
terio de reducir y castigar la gente que se liuia del ejér-
cito, sirviese juntamente de despertailor á su condi-
ción , que los que le enviaban allá juzgaban por un poco
Y CIERRA DE-CATALliXA. 4{);i
detenida, y también fuese informando al Conde-Duque
de todo lo sucedido. IIízolo don Jerónimo , y si bien
quisiera liaber hallado algún desconcierto ó descuido
de que poder asirse, llegó á entender con experiencia
que el monstruoso cuerpo de un ejército no puede mo-
verse con ligeros pasos. El Vélcz conoció su comisión y
aun su artificio; y no sin industria le nielia en las mismas
dificultades que quizá ya había vencido, dejándole lu-
char con las dudas con que había peleado. Fuenmayor,
confuso entre los estruendos y violencias de cosas qué
jamás había pensado, por instantes iba trocando el celo
con que allí era venido. Suma maldad es de aquel que
siente la inocencia de otro porque le excusa del mérito
de la acusación, y frecuentísima en casi todos los qi:e
fiscalizan acciones ajenas : juzgan por inútil su severi-
dad sí no hallan materia de parecer justicieros, como
el médico ó el piloto no se prueban sin dolor ó siu bor-
rasca.
Ya el Marqués trataba de partirse, porque la mucha
tardanza de la respuesta de los catalanes , en su mismo
espacio daba á entender la flojedad de su obediencia ;
llegó en fin al cabo de veinte y dos días.
Decian que habiendo hecho entre sí junta de esta-
dos, hallaban ser cosa de gran peligro haber de entrar
el nuevo gobernador con armas, y de no menor el en-
trar sin ellas ; que el Rey les habia dado por su vírey al
Obispo ; que parecería acción de poca autoridad rehusar
sin causa su elección; que ellos no habían pedido otro,
ni se excusaban de obedecer á aquel ; que los rumores-
públicos no estaban todavía olvidados; que era mucho
de temer en tiempos de inquietud mudar tantas veces
la forma de gobierno ; que se suplícase á su majestad lo
quisiese mirar y mandar detener algo mas, porque en-
tre tanto tomarían las cosas mejor camino.
Intentaban con esto los catalanes detener algún es-
pacio la furia de las armas, enseñándoles aquella distan-
te esperanza de concordia para ganar tiempo, y mejo-
rar sus prevenciones mientras que no llegase el desen-
gaño.
Empero el Vélez, que ya no aguardaba su obstina-
ción ó su aplauso, mandó marchar los tercios en buen
orden, sucediéndose unos á otros, y al costado izquier-
do la caballería; mandó que entrando en Valencia, vol-
viesen después sobre la una orilla del Ebro, y que sin
pasarlo aguardasen su llegada á Tortosa, como luego
se ejecutó, llevando la vanguardia el regimiento real,
que gobernaba el Ribera. Es privilegio particular de
aquellos regimientos ser los primeros en todos casos,
contra el orden militar de los mas ejércitos deEspaña;
pudo fundarse en que siempre se forman de la mejor
gente.
Como primero en las marchas, lo fué también en las
ocasiones. Caminaba don Fernando de Ribera, su te-
niente coronel, por junto al rio Algas, que en aquella
parte divide Aragón de Cataluña, y se entra en Ebro
junto al lugar dicho Favo. Viéronle temerosos los ca-
talanes de la otra parte, recelándose de la vecindad de
su enemigo : comenzaron á juntarse en tal número,
que podían provocarlos, pero no resistirlos; bajaron á
la oriila, disparando á los soldados algunas rociadas de
mosquetería, y mucho mayor ruido de injurias y feas
palabras contra la persona del Rey y ministros. Menos
ocasión era baslante para dispertar la ira de aquellos,
500
que ya les oian coléricos; la codicia también concitaba
como la queja; arrojáronse al agua muchos sin órilcn
ni respeto á sus oficiales, y esguazando el rio, entraron
en los lugares opuestos con poca dificultad; mataron,
robaron y abrasaron gentes, casas y pueblos; escapó
mal de las llamas la iglesia. Acudió don Fernando á re-
coger los suyos, mas con temor de lo venidero que es-
candalizado de lo sucedido ; redújolos á estotra parte
del rio, marchó & sus cuarteles, no sin alguna vanidad
de que sus gentes fuesen las primeras que hubiesen
derramado sangre del enemigo en esta corta ocasión.
Siguieron á este los otros tercios, y alojados todos se-
gún la cortedad del país, faltaba solo la entrada del Mar-
qués en Tortosa para dar principio á la guerra. Esto
mismo le llevaba por las cosas con gran deseo de darles
fin; salió de Aguasvivas y de Aragón, entró en Valen-
cia por San Mateo, dio orden que le siguiese el tren que
allí había hecho alto, se alojó en Morella, pasó á Trigue-
ra, y desde allí á Llldecona, primer lugar del Principa-
do ; detúvose en él pocos días, previniendo su entrada
en Tortosa ; vinieron á Ulldecona el Baile general , el
obispo de Urgel y otros algunos caballeros de la devo-
ción del Rey; y porque luego quería mostrar á los ca-
talanes fieles é infieles el poder de su príncipe , deter-
minó entrar -acompañado de armas. Esperábanle en
unos llanos que yacen entre aquel lugar y Tortosa, el
comisario general de la caballería ligera, Filangieri, con
quinientos caballos, formados sus batallones : eran aque-
llas tropas las mejor montadas y gobernadas del ejér-
cito, y con su bizarría y ceremonias de la guerra hacían
una agradable y temerosa vista, según los ojos délos
que las miraban. Pasó el Vélez, y repartiéndose en va-
rias formas militares todo aquel cuerpo de gente, ocu-
pando vanguardia, retaguardia y costados, le llevaron
en medio hasta junto al puente, donde lo aguardaba el
magistrado do la ciudad (es de tres diputados de dife-
rentes suertes) con los oficiales de su cabildo, y con
toda aquella pompa á que se extiende la autoridad de
una pequeña república.
Recibiólos el Marques & caballo y con gran demos-
tración de alegría ; habló uno dellos brevemente, ala-
bandola fidelidad de su ciudad, el amor y reverencia
que en medio de los alborotos pasados habían conser-
vado á su rey ; dijo de lo que olVecian hacer y padecer
por su causa; encomendó la templanza de parle de los
soldados, y sobre todo pidió misericordia á su patria,
perturbada por algunos,
A todo satisfizo el Vélez con gravedad y compasión ;
afectos que le costaban poco, siéndole naturales. Agra-
decióles su ánimo, empeñóles la grandeza de su rey pa-
ra la satisfacción, y su diligencia para procurársela;
trujóles á la memoria la sangre catalana conque se hon-
raba; habló de la estimación del nuevo cargo de su
principado, y difiriendo lo mas para su tiempo, hizo su
entrada acompañado de ¡os suyos, y atravesando el puen-
te, ocupó la ciudad. Eian muchas las gentes que con-
currían á verle; bien que con diferentes corazones,
porque unos le miraban como salud, otros como muer-
te. Caminó á la sede, donde le aguardaban el cabildo
eclesiástico y su obispo electo fray Juan Bautista Cam-
paña, general que había sido de la familia franciscana,
á quien el Rey enviara antes de consagrado porque
ayudase á la reducción de aquel pueblo.
DON FRANCISCO MANUEL DE MLLO.
Habíanse convocado , según costumbre de los cata-
lanes, con edictos públicos los síndicos y procurado-
res del Principado para el acto del juramento en Torto-
sa; acudieron solamente aquellos cuyos lugares esta-
ban mas expuestos al castigo de la desobediencia, y
aun en ellos se conocía que no los trajera el amor, sino
el miedo. Con estos y algunos jueces naturales, que
desde la corte venian á este efecto, y con las personas
del obispo de Urgel, prelado y ministro, el Baile gene-
ral y el magistrado de Tortosa, hicieron cómo se repre-
sentase todo el cuerpo y estados de la provincia, su-
pliendo la regalía del Príncipe cualquier defecto ó nu-
lidad que los ausentes repitiesen ; y con las ceremonias
usadas entre ellos, delante de notario y testigos juró el
Vélez en manos del Urgel en la misma forma que los
vireyes pasados, prometiendo de guardar sus fueros,
sin quebrantar ninguno, como en tiempos de la paz lo
hacían sus antecesores.
La forma de aquel juramento había sido ventilada de
muchos días antes; porque, siendo constante que el áni-
mo de los ministros reales y sus disposiciones parecía
encontrado á lo que era fuerza prometerse , paraba to-
da esta duda en un escrúpulo vivo que el Vélez padecía
con grande afecto; y como si solo sobre su conciencia
cargase el peso de aquella cautela, varias veces lo trató
y propuso á su confesor fray Gaspar Catalán , religioso
de Santo Domingo, varón de estimadas letras y virtu-
des en Aragón ; en fin se halló modo decente para con-
certar aquellos puntos que parecían contrarios, juran-
do de guardar (como se ha dicho ) sus libertades y pri-
vilegios al Principado mientras el Principado siguiese
obediente las órdenes de su rey. Sobre esta cláusula,
tácita ó expresa, asentó la forma del juramento sobre-
dicho, con que el Vélez se dio por seguro, y los minis-
tros de la provincia entonces por satisfechos.
LIBRO CUARTO.
Progresos de Ins armas mientras el Vélez asistia en Tortosa.— To-
mas de las villas y pasos de Gherta,Aldovcr y Tivenys.— Primera
forma del ejército en campaña.— Gánase el Perelló.— Embestida
y toma del Coll de Balaguer.— Retírase el conde de Zavallá. —
Sitio de Cambrils.— Razón del caso de los rendidos.— Muerte del
barón de Rocafort.— Ocúpase el campo de Tarragona.— Asalto de
Villaseca.— Sitio del fuerte de Salou.— Frente sobre Tarragona.
—Negociaciones con Espcrnan.— Retirada del pendón y Consr-
ller.— Entrega de laciudad.— Suceso de Portugal.— Alojamiento
del ejército.
Erales notoria á los catalanes la orden real de que
el marqués de los Vélez se jurase en Tortosa de viroy
del Principado, y juzgando que con todas sus fuerzas
é industria debían obstar la celebración y justificación
de aquel acto, declarando su violencia, juntáronse en
consistorio la Diputación, Consejo Sabio y conselleres,
donde resolvieron que la ciudad de Tortosa y todos los
pueblos que siguiesen su parecer fuesen solemnemen-
te segregados del Principado y reputados como extra-
ños y enemigos, privando á los moradores de sus privi-
legios y unión de su república , inhabilitándolos para
cualquier oficio de guerra ó paz. De esta suerte comen-
zaron á obrar , no tan solamente por castigo del apar-
tamiento de Tortosa , sino también para que con esta
prevención se excusase el derecho que el Vélez podía
alegar en su juramento : como si las grandes contien-
das de príncipes ó naciones pudiesen sujetarse á los tér-
MOVIMIENTOS, SEPARACIÓN
jniíios legales; siendo cierto que los ¡nterescs del impe-
rio pocas veces obedecen sino & otro mayor.
No olvidaban por estas diligencias polilicas otras que
mas prácticamente miraban á la defensa ; antes con j
prontitud, por atajar los progresos de los invasores, '■
ordenaron que el maestrer de campo don Ramón de
Guimerá, con el tercio de Montblanc, que gobernaba,
fortificase la villa de Clierta y los pasos de Aldover, jun-
to á Ebro, en el margen opuesto á Tortosa; conque
se quitaba á los reales la comunicación por agua y tier-
ra con los lugares de Aragón ; y de la misma suerte fué
enviado don José de Biure y Margarit con el tercio de
Villafranca para guardar el paso de Tivisa, que era el
segundo puerto después del Coll de Balaguer; y que don
Juan Copons, caballero de San Juan, con el regimiento
de la veguería de Tortosa guarneciese á Tivenys, lugar
casi en frente de Cberla , del mismo lado de la ciudad y
distante de ella dos leguas ; que los tres se socorriesen
en los casos de necesidad, á quienes liabian de ayudar
y seguir algunas compañías de los que llaman mique-
lets, á cargo de los capitanes Cabanas y Casellas. Eran
entre ellos los miquelets al principio de la guerra la
gente de mayor confianza y valor ; bien que sus compa-
ñíasno parecían mas de una junta de hombres facine-
rosos, sin otra disciplina ó enseñanza militar que la du-
reza alcanzada en los insultos, terribles por ellos á los
ojos de los pacíficos : tomaron el nombre de miquelets,
en memoria de su antiguo Miquelot de Prats, compa-
ñero y cómplice del duque de Yaientinois y sus beclios,
Iiombre notable en aquellos tiempos de Alejandro VI y
don Fernando el Católico en la guerra de Ñapóles. An-
tes fueron llamados almogávares, que en antiguo len-
guaje castellano , ó mezcla de arábigo , dice gente del
campo; hombres todos prácticos en montes y caminos,
y que profesaban conocer por señales ciertas, aunque
bárbaros , el rastro de personas y animales.
Parecióles á los catalanes, en medio de todos los mo-
vimientos referidos, que el mas cierto camino para ase-
gurar la defensa de su república era acudirá Dios, á
cuyo desagravio ofrecían sus peligros ; y bien que fuese
piedad ó artificio, ó todo junto, ellos mostraban que
en sus cosas la honra de Cristo tenia el primer lugar.
Con esta voz se alentaban y prevenían á la venganza.
Son los catalanes , aunque de ánimo recio, gente in-
clinada al culto divino, y señaladamente entre todas las
naciones de España, reverentes al Santísimo Sacra-
mento del Altar. Sentían con celo cristiano sus ofensas:
con este motivo, y también por hacer su causa mas agra-
dable á la cristiandad , previniendo excusar el pregón
de desleales, exageraban su dolor en declamaciones y
papeles. Pretendieron hacerle mas solemne, y á este
lin celebraron fiestas en todas las iglesias de su ciudad
por desagravio y alabanza de Dios sacramentado y ofen-
dido ; juzgaron por cosa muy á propósito dar á enten-
der al mundo que al mismo tiempo que las banderas
del Rey Católico y sus armas les intimaban guerra , se
ocupaban ellos en alabar y reverenciar los misterios de
nuestra fe , porque cotejándose entonces en el juicio
público unas y otras ocupaciones, se conociese por la
diferencia de los asuntos la mejor de las causas.
Proseguían en sus festividades, cuando el tiempo les
trajo otra ocasión asaz útil á sus justificaciones. Llegó
el diade San Andrés, el 30 de noviembre, en el cual, por
Y GUERRA DE CATALUÑA. {joi
uso antiguo , la ciudad de Barcelona muda y elige cada
año los conselleros, de quienes se forma, como diji-
mos, su gobierno político. Muchos eran- de opinión se
disimulase aquella vez la nueva elección, atento álos
accidentes de la república, entre los cuales, como en
el cuerpo enfermo, parecía cosa peligrosa introducir
mudanzas y nuevos remedios ; añadían que se debia
prorogar el año sucesivo á los mismos conselleres que
acababan , de cuyos ánimos ya la patria había hecho
experiei;cia ; que era un nuevo modo de tentación á la
fortuna ó á la Providencia, estando sus negocios con-
formes y bien acomodados, d(;secbar los instrumentos
con que habían obrado felizmente , y buscar otros de
cuya bondad no tenían mas fiador que su confianza.
Pero los mas eran de parecer que en tiempo que tanto
afectaban la entereza de sus estatutos y ordenanzas,
por cuya libertad ofrecían la salud común , no habían
de ser ellos mismos los que comenzasen á interrumpir
sus buenos usos; que entonces les quedaba justa de-
fensa á los castellanos, diciendo que la misma necesi-
dad que les obligaba á mudar la forma de su gobierno
los bahía forzado á ellos á que se la alterasen; que los
ánimos de los naturales eran así en el servicio de la
patria, que no podría la suerte caer en ninguno que
dejase de parecer el que espiraba; que los presentes es-
taban ya seguros, aunque no fuese tanto por su vir-
tud como por lo que habían obrado; que era necesario
eslabonar otros en aquella cadena de la unión, para ha-
cerla mas fuerte y dilatada; que los que nuevamente
entran en el combate sacan mayores alientos para em-
plear en la lid ; que esos que seguían sus conveniencias
dependientes de las dignidades, por ventura aflojaban,
ó con lo que ya poseían , ó por lo que no esperaban ;
como es cierto que al sol adoran mas hombres en el
oriente que en el ocaso. Esta voz, arrimándose al uso,
que en ellos se convierte en naturaleza, templo la con-
sideración de los primeros ; celebróse en fin la ceremo-
nia sin alterar su costumbre antigua.
Fueron nombrados en suerte por nuevos conselleres
de Barcelona Juan Pedro Fontanella, Francisco Soler,
Pedro Juan Rosell, Juan Francisco Ferrer, Pablo Sali-
nas; el primero y tercero ciudadanos, el segundo ca-
ballero, el cuarto mercader, y oficial el quinto; también
en el consejo de Ciento se acomodaron algunos suge-
tos capaces según las materias presentes ;,con que la
ciudad quedó satisfecha y gozosa.
Hecha la elección, se vino á tocar una dificultad
grande, en que no habían reparado á los principios :
era costumbre no introducirse los electos en el nuevo
mando sin la aprobación del Rey ; parecía cosa imprac-
ticable, en medio de las discordias que se padecían,
cumplir con aquella costumbre , en que se consideraba
mucho mas de vanidad que de justificación ; todavía
resolvieron en enviar despachando su correo á la corte,
de la misma suerte que lo hacían en los años de quie-
tud. De este modo daban á entender que solo se desvia-
ban de la voluntad de su rey en aquella parte tocante á
la defensa natural, que hace lícito al esclavo detener el
cuchillo con que el señor pretende herirle; pereque
en lo mas el Rey Católico era su príncipe y ellos sus va-
sallos. Llegó el correo á Madrid, y su humillación, tan
poco esperada de los castellanos, no dejó de renovar
algunas esperanzas de remedio : confirmóseles en lo-
y02
DON FRANCISCO MANLEL DE MELÓ.
1
do su propuesta lombien en la forma antigua, y en
pocos (lias volvió á Barcelona rcspowlido.
No dejaban fos cabos catalanes, fortificados en los lu-
gares vecinos á Torlosa, de molestar toda aquella tierra
con correrías y asaltos , impidiendo particularmente la
conducción de víveres á la ciudad, y el despacho de los
correos que se encaminaban ú diferentes partes de Ara-
fíon y Valencia ; era esto lo que daba mas cuidado al
Tejada , que gobernaba la plaza. Llegó el^ Vélez, y le
propuso cómo se debia remediar aquel daño con pron-
titud antes que el enemigo se engrosase; pareció con-
veniente á los generales su advertimiento, y que el
mismo gobernador de la plaza se debia emplear en
aquella primera facción, por la ventaja que tenia en sus
noticias, también por ser don Fernando uno de los
maestres de campo mas prácticos del ejército : con
esto se satisfizo á la pretensión de don Fernando de Ri-
bera, que, como dueño de las vanguardias, entendía
ser el que primero fuese empleado.
Salió el Tejada de Tortosa al anochecer con mil y
quinientos infantes escogidos de su tercio, y otros mu-
chos aventureros ó voluntariosy doscientos caballos, cu-
yos capitanes eran don Antonio Salgado y don Francis-
co de Ibarra ; pasó el puente del Ebro, y en buena or-
denanza, conducidos por el sargento mayor de Tortosa
José Cintis , de nación catalán , marcharon la vuelta de
Cherta : movióse la gente con espacio, midiendo el paso,
el tiempo y el camino (primera observación de los gran-
des soldados en las interpresas ) ; llegaron los batido-
res á encontrarse con las centinelas del enemigo; to-
cóse al arma en el cuerpo de guardia vecino al lugar de
Aldover, distante de Cherta media legua, y reconocido
el poder de los españoles, á quien hacia mas horrible
su temor y la confusión de la noche, desampararon unas
y otras trincheras los catalanes , subiéndose á la emi-
nencia que por parte de mano izquierda les cubre y
ciñe la estrada. Eran bajas las fortificaciones en aquel
paso, y sobre bajas, mal defendidas; no hubo dificultad
en ganárselas; saltólas sin trabajo la infantería y con
un poco mas la caballería ; tocábanse vivamente alar-
mas por toda la montaña. Don Fernando, juzgando ser
ya descubierto, mandó se marchase mas aceleradamen-
te, por no dar lugar á que el enemigo se previniese ó se
escapase. Llegaron primero los catalanes que se retira-
ban de los puestos que no habian defendido, y haciendo
creer á los de Cherta que todo el ejército contrario les
embestía, por dar mejor disculpa á su miedo, acordaron
de retirarse á gran priesa ; hicieron fuegos (señal cons-
tituida entre ellos para avisarse del peligro, y ordinaria
en las retiradas); pasaron el rio los mas en barcos, con
que se hallaban temerosos de aquel suceso. Llegó el
Tejada sobro la villa á tiempo que el Guímerá, que la
gobernaba , y casi todo el presidio se había retirado á
esotra parte : constaba su defensa de trincheras cortas é
informes, de algunas zanjas y árboles cortados esparci-
dos por la campaña ; todo cosa de mas confianza á los bi-
sónos que de embarazo álos soldados diestros. Don Fer-
nando, que ignoraba lo que los de adentro disponían,
liizo tomar las avenidas, dobló allí su gente, dio orden de
embestir á algunas mangas, abriólas á los lados, y metió
la caballería en medio, por atropellar la puerta, si acaso
Ja abriesen para alguna salida; embistió el lugar, nunca
murado , y entonces sin presidio ; ganóle como le quiso
ganar; perecieron muchos de lús que su olvido ó su va-
lor había dejado dentro ; retiráronse algunos morado-
res á la iglesia , y fueron guardados en ella salvas las
vidas; robóse la hacienda sin reparar en lo sagrado,
porque la furia de los soldados no obedeció á lá religión
en la codicia , como ya en'la ira le había obedecido :
parece que aun estotro es mas poderoso afecto en los
hombres. Ardió brevemente gran parte de la villa ; fué
considerable el despojo. Era Cbg rta lugar rico, y sobre
todos los de aquella ribera ameno y deleitable, bañado
de las aguas de Ebro. Parecióle á don Fernando pasar
adelante , dejándole guarnecido , por ver si acaso topa-
ba al enemigo en la campaña; pero los soldados, mas
atentos á la pecorea que al son de las cajas y trompe-
tas, siguieron pocos y en desorden; bajaron algunos
catalanes á la orilla opuesla , y desde las matas con que
se cubrían daban cargas, con pequeño daño de los que
las recibían. Volvióse á Cherta don Fernando, donde ha-
lló ya quinientos walones que se le enviaban de socor-
ro y habian de quedar de guarnición; acomodólos, y
sin esperar orden del Vélez, tocó á recoger y encaminó
su marcha hacía Tortosa.
Era grande el enojo con que los cnfalanes miraban
arder su pueblo ; deseaban vengarse; y notando que la
gente se había retirado , quisieron que el Quimera pa-
sase otra vez sobre Cherta : no le pareció conveniente
sin otra prevención, y era sin duda que la hubieran
perdido y cobrado , si pasasen , en el mismo día. Orde-
nó á don Ramón de Aguaviva que con cien hombres de
los miquelets atravesase la ribera y descubriese al ene-
migo, reconociendo el modo de guarnición y fuerza del
lugar. Ejecutólo con valor y tan buen orden, que el ca-
pitán y los suyos se entraron en la villa por varias puer-
tas que salían á la campaña , sin que fuese sentido de
los walones, que, ocupados todos en la rebusca de los
despojos, no advertían su peligro. Ocuparon los mique-
lets algunas casas , desde donde cargando súbitamente
sobre los del presidio, mataron muchos. Fué grande el
espanto, y algunos se persuadían que era traición ó
motín; tocaron al arma con notable estruendo ; volvió
á socorrerlos el Tejada, que iba marchando ; salieron los
walones inadvertidamente á la campaña , donde ya se
hallaban muchos de los catalanes que se retiraban , in-
feriores en número, aunque iguales en desorden. Entró
en esto la caballería, y revolviéndose entre ellos con ve-
locidad, jamás los dejó formar ; embistiéronse los infan-
tes unos á otros con asaz valor : murió don Ramón de
Aguaviva pasado dedos balazos, caballero ilustre cata-
lán , y el primero que con su sangre compró la defensa
y libertad de la patria. Los otros, puestos en huida,
pocos alcanzaron el rio; casi todos fueron muertos, y
algunos cayeron en prisión.
A los clamores de Cherta acudió la mayor parte de los
soldados vecinos del cargo de Mafgarít , pero en tiempo
que no podían servir á la venganza ni al remedio : los
moradores de aquella tierra , oprimidos de la impacien-
cia ordinaria, en que son iguales cuantos ven perder
sus bienes sin poder remediarlo , soltaron muchas ra-
zones contra los cabos catalanes : este escándalo , y el
temor de la causa de el , los puso en cuidado de que po-
drían ser acometidos en sus mismas defensas : acudie-
ron luego á engrosar la guarnición de Tivcnys hasta
dos mil hombres : sus mismas prevenciones servían de
MOVIMIENTOS, SEPARACIÓN
aviso á los cabos católicos, considerando lambien que
ios provinciales determinaban reliacerse , para que sa-
liendo el ejército de Torlosa, cargasen sobre eiia y ofen-
diesen su retaguardia. Dispúsose prontamente el re-
medio, y se ordenó que el maestre de campo don Diego
Guardiola , teniente coronel del gran prior de Castilla,
con su regimiento de la Mancha y algunas compañías
de gente vieja y dos de caballos , sus capitanes Blas de
Pinza y don Ramón de Campo , obrase aquella inter-
presa. Ejecutóse, mas no con tanto secreto, que los ca-
talanes no recibiesen aviso de algún confidente : pare-
cióles dejar el lugar de poca importancia, y por su si-
tio , irreparable contra la fuerza que esperaban : retirá-
ronse á Tivisa un dia antes de acometerle el Guardiola;
pero él creyendo lo mismo para que fuera mandado,
aunque no le faltaban algunas señales por donde podia
entenderse la retirada , repartió su gente en dos trozos.
Eran dos los caminos de Tivenys, y aun por junto al rio
mandó algunos caballos : tomó con su persona el cami-
no real , foripó su escuadrón antes de llegar á la villa,
basta que don Carlos Buil , su sargento mayor, que go-
bernaba el segundo escuadrón, se asomó por unas co-
linas eminentes al lugar. Hizo señal de embestir; aco-
metió, y ganó las trincheras desiertas; y don Carlos,
bajando por la cuesta, peleaba con la misma furia y es-
truendo como si verdaderamente el lugar se defendie-
se ; no habia otra resistencia que su propio antojo, por-
que no creyendo ó no esperando la retirada del enemi-
go, temian de la misma facihdad con que iban vencien-
do. Ocupóse la villa , y se dejó de allí á pocos días.
Entre tanto el Vélez trabajaba grandemente por in-
troducir en el Principado la noticia de un edicto real,
que le fuera enviado desde la corte solo á fin de ha-
cerle público, contra la industria de los que mandaban
en Cataluña, por donde la gente plebeya entrase en es-
peranzas del perdón y en temor del castigo.
Contenia que el Rey Católico, habiendo entendido
que los pueblos del Principado, engañados y persua-
didos de hombres inquietos , se habían congregado en
deservicio de su majestad, por lo cual en Cataluña se
experimentaban muchos daños costosos á la república,
y que deseando como padre el buen efecto de la con-
cordia , y certificado de la violencia con que habían sido
Jlevados á aquel fin, quería dar castigo á los sediciosos,
y á los mas vasallos conservarlos en paz y justicia; que
les ordenaba y mandaba que siéndoles notorio aquel
bando, se apartasen y segregasen luego, reduciéndose
cada uno á su casa ó lugar, sin que obedeciesen mas
en aquella parte, ni en otra tocante á su unión , á los
magistrados, conselleres ó diputación , ó á otra alguna
persona , á cuyo respeto pensasen estar obligados ; que
no acudiesen á sus mandados ó llamamientos ; que de
la misma suerte no pagasen imposición ó derecho al-
guno antiguo ni moderno, de que su majestad les ha-
bía por relevados ; que realmente perdonaba todo deli-
to ó movimiento pasado; que prometía debajo de su
palabra satisfacerlos de cualquier persona de que tu-
viesen justa queja , pública ó particular ; y que hacien-
do lo contrario, siéndoles notoria su voluntad y cle-
mencia, luego los declaraba por traidores y rebeldes,
dignos de su indignación , y condenados á muerte cor-
poral, confiscación de sus bienes, desolación de sus
pueblos, sin otra forma ni recurso mas que el arbitrio
Y GUERRA DE CATALUÑA. «03
de sus generales , y les intimaba guerra de fuego y san-
gre, como contra gente enemiga.
Este bando, introducido con industria en algunos
lugares, no dejó de causar gran confusión , y mas en
aqucllus que solo amaban su conservación, sin otro res-
peto, y creían que el seguir á sus naturales era el mejor
medio para vivir seguros. Algunos lugares vecinos á
Tortosa, que miraban las armas mas de cerca, temie-
ron ser primeros en los peligros : la villa de Orta y otros
enviaron á dar su obediencia al Vélez, pidiéndole el
perdón y excusándose de las culpas pasadas. Pudiera
ser mayor el efecto de esta negociación, si los catalanes
con vivísimo cuidado no se previnieran de tal suerte,
que totalmente se abogó aquella voz del perdón que los
españoles esparcían , porque no tocase los oídos de la
gente popular, inclinada á novedades, y sobre todo á las
que se encaminan al reposo. Consiguiéronlo felizmente,
porque examinados después muchos de los rendidos,
certificaban no haber jamás entendido tal perdón; an-
tes todos señales y ejemplos de impiedad y venganza.
Ellos también, no despreciando la astucia de los pa-
peles, que algunas veces suele ser provechosa, hicieron
publicar otro bando , escrito en el ejército católico, en
que prometían que todo soldado que quisiese pasar á
recibir servicio del Principado, no siendo castellano,
seria bien recibido y pagado ventajosamente; y queá
los extranjeros que descasen libertad y paso para sus
provincias, se les daría debajo de la fe natural con la
comodidad posible : cosa que en alguna manera fué da-
ñosa, y lo pudiera ser mucho mas si , como sucede en
otros ejércitos, el real constase de mayor número de
naciones extrañas.
Después de esto se despacharon órdenes á todos los
lugares de la ribera del Ebro porque estuviesen cuida-
dosos de acudir á defender los pasos donde podían ser
acometidos ; pero la gente vulgar, bárbaramente con-
fiada en la noticia de que el ejército real era corto para
grandes empresas , despreciaban ó mostraban despre-
ciar sus avisos , lisonjeados de su pereza, aun mas que
engañados de su ignorancia.
Entendía el Vélez entre tanto en acomodar las cosas
de la proveeduría del ejército : dábanle á entender
hombres prácticos que aun después de ganado el Coll
de Balaguer, les habia de ser casi imposible la comuni-
cación de Tortosa , porque no se podrían aprovechar
del manejo de los víveres sin gruesos convoyes ó guar-
dias de gente, porque los catalanes, acostumbrados
aun en la paz á aquel modo de guerra , no dejarían de
usariaengrandañodelas provisiones. Habíase encar-
gado el oficio de proveedor general á Jerónimo de Am-
bes, hombre intehgente en varios negocios de Aragón;
pero como hasta entonces estuviese ignorante de la na-
turaleza de los ejércitos que no habia tratado, no sabia
determinarse en hacer las larguísimas prevenciones de
que ellos necesitan , que todas penden de la providen-
cia de uno ó de pocos oficiales. No se puede llamar
práctico en una materia aquel que solo la ha tratado en
los libros ó en los discursos : allí no se encuentran con
los accidentes contrarios, que á veces mudan la natu-
raleza á los negocios ; una cosa es leer la guerra, otra
mandarla ; ningún juicio la comprehendió aun dentro
en las experiencias, cuanto mas sin ellas : tampoco
guardan entre sí regulada proporción las cosas grandes
504 DON FRANCISCO
con las pequeñas; el que es bueno para capitán, no
siempre sale bueno para gobernador, como el palron de
una clialupa no seria acomodado piloto de una nave :
trabajosa ciencia aquella que se ha de adquirir á costa
de las pérdidas de la república.
Habíase ofrecido don Pedro de Santa Cilia para que
con los bergantines de Mallorca , que gobernaba pocos
menos de veinte, diese el avío necesario al ejército,
pensando poderle ministrar los bastimentos desde Vi-
naroz y ios Alfaques, principalmente el grano para sus-
tento de la caballería; pero en esto se consideraban
mayores diíicultades por la natural contingencia de la
navegación, y mas propiamente en aquel tiempo, en
que de ordinario cursan los levantes del todo contrarios
para pasar de Valencia á Cataluña : después lo conocie-
ron cuando no podían remediarlo.
Faltaba solo para salir á campaña la última muestra
general , y se liabian convocado los tercios ú este íin :
desde los cuarteles donde se alojaban fueron traídos á
la campaña de Tortosa, donde con trabajo grande se
acomodaron mientras se pasaba la muestra : pasóse , y
se hallaron veinte y tres mil infantes de servicio, tres
mil y cien caballos , veinte y cuatro piezas , ochocientos
carros del tren, dos mil muías que los tiraban, doscien-
tos y cincuenta oficiales pertenecientes al uso de la ar-
tillería.
La infantería constaba de nueve regimientos bisó-
nos , encargados á los mayores señores de Castilla, cua-
tro tercios mas de gente quintada, uno de portugue-
ses, otro de irlandeses, otro de walones, el regimiento
de la guardia del Rey, el tercio que llamaban de Casti-
lla, el de la provincia de Guipúzcoa y el de los presidios
de Portugal , con algunas compañías italianas en corto
número. La caballería se repartía en dos partes : la de
las órdenes militares de España (excepto las portugue-
sas) todas hacían un cuerpo, que gobernaba el Quiño-
nes, su comisario general don Rodrigo de Herrera, en
número de mil y doscientos caballos, con oficios á par-
te, todos caballeros de diferentes órdenes. En las elec-
ciones de capitanes no entró todo aquel respeto que pa-
rece se debía á cosa tan grande : eran mozos algunos,
y otros inferiores á la grandeza del puesto ; bien que al-
gunos suficientes. Concurrían también con la caballería
los estandartes de sus órdenes, llevados , no por los cla-
varios, áquíenes tocaban, sino por caballeros particula-
res : don Juan Pardo de Figueroa fué encargado del de
Santiago ; los dos no advertimos : después por conside-
raciones justas se dejaron venerablemente depositadas
aquellas insignias en un convento de san Bernardo en
Valencia , y los tres caballeros seguían la persona de su
gobernador.
La otra caballería mandaba el San Jorge y Filangierí :
asistíale Juan de Terrasa , el año antes su comisario ge-
neral, que entonces se hallaba sin ejercicio.
La veeduría general del ejército ocupaba don Juan
de Bena vides ; la contaduría Martín de Velasco; la paga-
duría don Antonio Ortiz , y por tesorero general Pedro
de León , secretario del Rey, en cuya mano se entrega-
ba todo el dinero del ejército, y allí se separaba y salía
dividido para los diferentes oficiales del sueldo que
concurrían.
Pareció que con esto se hallaban vencidas las dificul-
tades de aquella gran negociación , bien que la mas po-
MANLEL DE MELÓ.
; derosa se reconocía invencible : era la sazón del tiempo,
i irrevocablemente desacomodada á la guerra que deter-
minaban comenzar; pero fiando en la benignidad del
clima español , ó lo que es mas cierto , pensando que
su poder no hallaría resistencia , temían poco la cam-
paña y rigores del invierno , porque esperaban hallar
agasajo en los pueblos, y que la descomodidad no du-
ruria mas que lo que el ejército tardase en llegar á
Barcelona.
Dispuesta ya la salida del ejército, llegó aviso de có-
mo el enemigo, previniendo sus intentos, había zanja-
do algunos pasos angostos en el camino real del Coll , á
fin de impedir el tránsito de la artillería y bagajes : or-
denó el Veloz que Felipe Vandostraten , sargento ma-
yor de Avaioiics, uno de los soldados de mas opinión
del ejército, y Clemente Soriano, español, en puesto
y reputación nada inferior al primero, con doscientos
gastadores, trescientos inlimtes y cincuenta caballos
saliesen á reconocer los pasos , acomodar las cortadu-
ras y desviar los árboles, porque la caballería y tren no
hallasen embarazo.
Salieron y ejecutaron cumplidamente su orden : ba-
jaron á impedírselo algunas pequeñas tropas de gente
suelta que el enemigo traía esparcida por la montaña ;
fueron poco considerables las escaruniuzas : acabaron
su obra , y se volvieron dando razón y íín de lo que se
les había encargado.
Entendióse con su venida cómo en el Pereltó, lugar
pequeño , mas cerrado, puesto en la mitad del camino,
se alojaban con alguna fuerza los catalanes, que no de-
bía ser poca , pues ellos mostraban querer aguardar allí
al primer ímpetu del ejército. Con esta noticia fué se-
gunda vez enviado el Vandostraten con mayor poder
de infantería y caballería , para que ganase los puestos
convenientes al paso del ejército, que había de mante-
ner hasta su llegada ; y si la ocasión fuese tal que sin
perder su primer intento pudiese inquietar al enemigo,
lo procurase, que el ejército seguía su marcha, y le po-
día esperar consigo dentro de dos días.
Vandestraten tomó su primer camino , y topando al-
gunas tropas de caballos catalanes , los rebatió sin da-
ño; eligió los puestos, y ocupó una eminencia superiir
al lugar y estrada que baja ú Tortosa ; mandó que algu-
nos caballos é infantes se adelantasen á ganar otra co-
lina , que aunque desviada , divisaba toda la campaña
hasta el pié del Coll , por donde era fuerza pasasen des-
cubiertos los socorros á Perelló ;.en fin, disponiéndolo
todo como práctico, avisó al Vélcz de lo que había
obrado.
Los catalanes, viendo ya las armas del Hey señorean-
do sus tierras, puestas como padrones que denotaban
su posesión en los lugares altos, entraron en nuevo
furor : despachaban correos á Barcelona, desde donde
suban órdenes, avisos y prevenciones á toda la provin-
cia; no se descuidaba el Vandestraten de inquietarlos,
solo á fin de saber qué fuerza tenían ; pero ellos cuer-
damente se retiraban, tanto á su noticia como á su da-
ño. Algunos caballos catalanes de los que salían á la
ronda embistieron el cuerpo de guardia puesto en la
colína; fué socorrido de los españoles, y no se aventu-
raron otra vez, temerosos de su fuerza.
La guarnición del Perelló constaba do alguna gente
colecticia de los lugares comarcanos, sin cabo de suli-
MOVIMIENTOS, SEPARACIÓN
ciencia, y ellos sin otra disciplina que su obstinación,
mas firme en unos que en otros ; parte dellos, esperando
por instantes ser acometidos, se escaparon valiéndose
de la noche ; á estos siguieron otros ; todavía quedaron
pocos, á quienes sin falta detuvo ó el temor ó la igno-
rancia de la salida de los suyos.
Era el aviso del Yandestralen el último negocio que
se esperaba para la salida del ejército ; recibióle el Vé-
lez con satisfacción , y señalóle el dia viernes 7 de di-
ciembre del año de 1640, dia que por notable en el tiem-
po, debe ser nombrado en todos siglos (cuya recorda-
ción será siempre lastimosa á los descendientes de Fe-
lipe), y año memorable de su imperio, vaticinado de
los pasados, temido de los presentes, fatal el año, fatal
el mes y la semana. El sábado 1." de diciembre perdió
la corona de España el reino de Portugal , como dire-
mos adelante ; el viernes 7 de diciembre perdió el prin-
cipado de Cataluña, porque desde aquella hora que se
usó del poder por instrumento de la jusliíicacion, se
puso la Justicia en manos de la fuerza , y quedó la sen-
tencia á solo el derecho de la fortuna. Notable ejemplar
& los reyes para poder templarse en sus afectos. Perdió
don Felipe el Cuarto antes de guerra ó batalla dos rei-
nos en una semana.
Habíase pensado sobre si podría ser conveniente que
desde Tortosa se repartiese el ejército en dos partes,
llevando la una el camino del Coll, y la otra el de Tivisa,
porque la marcha se luciese mas breve ; pero cesó lue-
go esta plática, entendiéndose que el enemigo estaba
ventajosamente fortificado en el paso del Coll, y era mas
seguro embestirle con todo el grueso del ejército ; de esta
suerte ajustándose en que la marcha siguiese el camino
real de Barcelona, y recibiendo todos las órdenes del
maestre de campo general , según lo que cada uno ha-
bía de seguir, amaneció el viernes, dia señalado, llu-
vioso y melancólico, como haciendo proporción con
aquel fin á que servia de principio.
Comenzó á revolverse el ejército al eco de un clarín ,
que fué la señal propuesta; movióse, y marcharon en
esta manera : era el primero el duque de San Jorge, á
quien tocó la vanguardia aquel dia ; llevaba delante, co-
mo es uso, sus tropas pequeñas, y estas sus batido-
res; constaba su batallón de quinientos caballos, que se
doblaban ó desfilaban según se les ofrecía el camino ; á
poco trecho de esta caballería siguió el regimiento déla
guardia, su teniente coronel don Fernando Ribera ; á
este el regimiento propio del marqués de los Vélez, su
teniente coronel don Gonzalo Fajardo (ahora conde de
Castro) ; después el maestre de campo Martín de los
Arcos, tras quien marchaba el regimiento del conde de
Oropesa, su teniente coronel don Bernabé de Salazar;
al Salazar seguían dos tercios que olvidamos (cuéntese
entre los mas defectos de esta historia ); y de retaguar-
dia el tercio de irlandeses, su maestre de campo el conde
de Tirón. De estos se formaba la vanguardia del ejér-
cito, que propiamente gobernaba el Torrecusa.
Seguía poco después, aunque en partes distintas, el
segundo trozo, llamado batalla en estilo militar : era de
la batalla el primer tercio el dé Pedro de Lesaca ; al de
Lesaca seguía el regimiento del duque de Medinaceli ,
su teniente coronel don Martin de Azlor, y á este el del
duque de Infantado, su teniente coronel don Iñigo de
Mendoza; ú don Iñigo seguía el regimiento del gran
Y GUERRA DE CATALUÑA. Wi
Prior de Castilla, su teniente coronel don Diego Guar-
diola ; tras de este el marqués de Morata, su teniente co-
ronel don Luís Jerónimo de Contreras ; después del <!e
Morata el del duque de Paslrana,su teniente coronel
don Pedro de Cañaveral, á quien seguían los maestres
de campo don Alonso de Calafayud y don Diego de To-
ledo, que llevaba la retaguardia do la batalla; gober-
nábala por su persona el Vélez, y marchaba entro ella,
según la parte conveniente, con cien caballos conti-
nuos de la guarda de su persona, á cargo de don Alonso
Gaitan, capitán de lanzas españolas.
El costado derecho de la batalla guarnecía don Al-
varo de Quiñones con hasta seiscientos caballos de las
órdenes, puestos también en aquella forma que el ter-
reno les permitía; el siniestro con otros tantos cubría
el comisario general déla caballería ligera Filangieri.
Seguia la retaguardia á la batalla en la propia dis-
tancia que esta seguia á la vanguardia : en primer lu-
gar marchaba el tercio de los presidios de Portugal , su
maestre de campo don Tomás Mesía de Acevedo; so-
guíale el de don Fernando de Tejada ; luego empezaba
la artillería en este orden : de vanguardia, los mansfolts
y a'gunas otra«;picznspcqiienas de campaña; á estos se-
guían los cuartosj á los cuartos los medios cañones, en
medio los morteros; desta suerte se deshacía hacia la
retaguardia, acabándose otra vez en los mansfelts. Tras
de la artillería los carromatos, y tras ellos las municio-
nes, según el uso de ellas. Lo último era el hospital y ba-
gajes de particulares. Las compañías sueltas de italianos
guarnecían los costados del tren ; luego el tercio do
walones, su maestre de campo el de Isínguíen , y de
retaguardia el de portugueses, su maestre de campo
don Simón Mascareñas.
A los portugueses seguían otros quinientos caballos
délas órdenes, mandados por don Rodrigo de Herrera,
su comisario general, y á los lados de la artillería mar-
chaban algunas compañías de caballos, que le servían
de batidores á una y otra parte.
Y aunque el estilo común de los ejércitos de España
hace que con todos se reparta igualmente del honor y
del peligro, pasando los de adelante atrás, y estos al lu-
gar de aquellos, todavía fué forzoso alterar este uso con
atención á la angostura de los caminos y copia del ejér-
cito, porque se juzgaba impracticable, y lo era, que
aquel tercio que un dia llegase postrero, se adelantase
á todos para marchar al siguiente de vanguardia. Así,
por obviar este daño, fué determinado que los tercios se
remudasen y sucediesen unos á otros, conforme aquel
estilo, en sus mismos trozos, hasta que, haciendo frente
de banderas, se alterase la forma de la marcha; y que
desta suerte se podia repartir con todos de la confianza
y del reposo. Solo el regimiento de la guardia no se nui-
dalia cnu ninguno.
Así salió el ejército de Tortosa ; y no solo podemos
contar por infeliz agüérela terribilidad dol dia, como
algunos observaron entonces, sino también el haberse
dispuesto las cosas en tal forma, que el Vélez, dueño de
la acción, saliendo de noche á la campaña, fué tan
grande la confusión y obscuridad, que sin advertir en
los fuegos del ejército ni el camino anchísimo, le erra-
ron las guias, y se perdió el Marqués con los que le se-
guían antes de llegará su cuartel, que alcanzó tarde
y trabajosamente. A veces con estas señales nos suele
506 DON FRANCISCO
avisarla Providencia porque nos desviemos del daño.
Marchóse orillas del Ebro por gozar de sus aguas y
de la leña que ofrecía el bosque vecino; liizo alto la van-
guardia en un llano dos leguas de Tortosa , y aun ha-
biéndose apartado tanto, no pudo la retaguardia se-
guirle aquel dia; se alojó fuera de la muralla, y comenzó
su marcha la otra mañana.
Pretendía el Vélez alojar del segundo tránsito en Pe-
rdió;, dos leguas distante de su primer cuartel : ma-
drugó el Ribera prevenido de artillería é instrumentos,
llegó presto, y en sus espaldas los tercios de la van-
guardia ; salió el Vandestraten á recibirle con las no-
ticias de lo que era el lugar; tardó poco el Torrecusa,
y reconociendo la campaña, mandó que la caballería
ocupase el puesto que para sí habia elegido el Vandes-
traten, y con la infantería que llegaba fué ciñendo la
villa por todas partes, alojando los primeros tercios por
esotra que miraba al país enemigo.
Era el Perelló pequeño pueblo, pero murado, según
el antiguo uso de España; tenia dos puertas, y esas
guardadas de torres que las cubrían á caballero. Defen-
dióse, llegó la artillería, y fué batido por casi un dia
enteró, y resistiera otros si uno de los de adentro, te-
meroso por la vista de todo el ejército, que se hallaba ya
junto, no se determinara á rendirse. Hizo llamada se-
cretamente sin dar parte á los suyos; negoció la vida,
y dio una puerta ; fué entrado el lugar, y se hallaron so-
lamente trece hombres : cosa digna de saberse , si es
cierto que la ignorancia no se llevó la mayor parte de
aquel hecho. Llegó el Vélez, y el lugar fué repartido á
los que le seguían, mas como cuartel que como despo-
jo : el ejército alojó en campaña en torno de él, y aunque
con gruesos cuerpos de guardia se estorbó la entrada á
la multitud de la gente, ni por eso dejaron de pegarle
fuego; ardieron muchas casas con tal violencia, que los
cabos salieron arrojados de las llamas : todavía, por ser
la villa cercada y en paso importante, pareció se debía
guardar, y se dejó guarnecida de doscientos infantes
y cincuenta caballos, á cargo de don Pedro de la Bar-
reda, capitán en el tercio de los presidios de Portugal.
Dispúsose la marcha en demanda del Coll, que era lo
que por entonces daba mayor cuidado. Las guias y gente
del campo exageraban el sitio de áspero y la fortifica-
ción de invencible ; en la aspereza decían menos, en la
defensa mas ; pero lo que causaba mayor duda era sa-
berse que en todo el camino desde el Perelló al Coll no
se hallarían otras aguas que las de unas lagunas ó char-
cos encenegados y casi enjutos, que los catalanes sin
trabajo podían sangrar ó cegar, con lo cual se hacia
consumadamente estéril el camino. No temían sin ra-
zón los españoles; pero temían inútilmente, porque ya
en aquel tiempo el ejército no podía volver atrás, ni el
remedio estaba en manos del recelo , sino de la indus-
tria.
A este fin de imposibilitar el campo católico intenta-
ron los catalanes su ruina por otro mas extraño medio,
como pareció después en cartas del conde de Zavallá,
gobernador de las armas de aquella frontera; escribía-
las á Metrola, que mandaba en el Coll, y le ordenaba en-
venenase las aguas de aquellos cenagales con ciertos
polvos ; enviábale al artífice y artificio, especificándole
el modo de usarle con toda cautela y secreto. No me
atreviera á escribir una resolución tan rara en el mun-
MANUEL DE Ml-LO.
do, de que se hallan pocos ó ningún ejemplo en las his-
torias, ni hiciera memoria de esta escandalosa novedad,
si con mis ojos no hubiera visto y leido los papeles que
hablaban del caso repetidamente. César sobre los cam-
posde Lérida embargó el agua en la guerra contra Afra-
nio y Pétreo, detúvola y se la defendió ; pero conser-
vóla sana; venciólos con el arte y lícita industria : pa-
rece que ignoraban los antiguos otro modo de matar
hombres sino á yerro; nosotros ahora, mas peritos en la
malicia, fuimos á revolver la naturaleza, haciendo prac-
ticables la pestífera calidad de algunas cosas que la
Providencia recató de nosotros, escondiéndolas en las
entrañas de la tierra. Todavía no quiso Dios que este
mandamiento se cumpliese, retardando su ejecución
por sus secretos juicios, ó porque prevenía á aquellas
armas otro mas notorio castigo.
Llegó el ejército á la campaña de las lagunas, y la
gente, fatigada de la sequedad del camino, bebía con an-
sia y recelo, porque temían lo que después vino á cer-
tificarse; pero desengañados unos con el atrevimiento
de otros, perdieron el temor en que se hallaban, y los
soldados salieron de la aflicción causada de la sed.
Dispusieron entonces la frente contra el Coll , repar-
tiendo sus cuarteles con respecto á las avenidas poco
mas de una legua distantes de las fortificaciones con-
trarias; y porque los cabos no tenian otro conocimiento
del país mas de aquella incierta noticia que ministra-
ban los naturales temerosos é ignorantes,, pareció man-
dar reconocer la campaña sin empeño de las mayores
personas : salió á reconocerle don Diego de Bustíllos,
teniente de maestre de campo general, y en su guarda
una compañía de caballos y algunos voluntarios. A poco
mas de media legua tuvieron vista de los batidores del
enemigo, que discurrían por la campaña á la misma di-
ligencia. Mandó don Diego se adelantasen los aventu-
reros, hiciéronlo; pero esperándolos batidores, dieron
la carga, y sin recibirla, se retiraron,, dejando muerto,
de los reales, á José de Agramonte, soldado particular.
Fué el primero que dio la vida por su rey en aquella
guerra : no será justo dejar su nombre en olvido.
Baja desde el pié del Coll hacia la marina un valle
ancho, que cuanto se acerca á la mar se allana y di-
lata, donde los antiguos fabricaron algunas torres para
guarda de la costa y reparo de los ancones que allí for-
ma la tierra; entendíase por las espías que los catala-
nes habian guarnecido las atalayas con intención de
mantenerlas para todo suceso. Juzgábase en ello por
información de los naturales, y se creía mucho mas de
lo que debía temerse. Con esta noticia, en habiéndose
acuartelado el campo, mandó el Torrecusa adelantar
cuatrocientos infantes con orden de que ganasen ó
quemasen las torres, y que después se incorporasen con
el ejército.
Llaman los catalanes coll á todas aquellas eminen-
cias que los castellanos llaman collado, con alguna se-
mejanza de los latinos; es célebre entre los mas déla
provincia este llamado Coll de Balaguer,ó porque le
atraviesa el camino que baja desde Balaguer, ó porque
se deduce de unas montañas junto á aquella ciudad , y
desde allí corriendo hacia el Ginestar y otros pueblos
fronteros á Ebro contra el mediodía, viene á caerse en
la mar por esotra parte de Tortosa. Es la tierra áspera
y llena de piedras, partida de algunos valles profundos
MOVIMIENTOS , SEPAI'.ACION
!Í un lado y otro del camino, quo quebrando en muchas |
parles, se llalla siempre difícil al paso de los caminantes.
Corre por la cima de un monte , á quien otro repecho ,
que queda á la parte de levante sirve de caballero;
divídele un precipicio de otra montañuela no superior ,
que se va levantando liácia el poniente, Habemos an-
ticipado su descripción , porque se entiendan mejor !
las disposiciones, las defensas y los acometimientos. ¡
Llegó el San Jorge y su caballería , y poco después
el Torrecusa y la vanguardia : paróse en descubriendo
el Coll por reconocer su fuerza y aquel terreno que no
habia visto jamás. Es observación precisa de capitán
prudente el descubrir y entender la tierra en que se
lia de campear, á que los prácticos llaman ojo de la cam-
paña , y se cuenta como virtud particular en algunos
hombres.
Los catalanes buscaban su defensa como lesera po-
sible, mas no por aquellos caminos que descubrió el
arte ; habíanse prevenido de grandes cavas , que de al-
guna manera ayudasen su fortiíicacion , muchos árbo-
les corlados y acomodados en los pasos angostos; era
su mayor fuerza la de uña trinchera de piedra y algu-
na fagina en forma cuadrada á semejanza de fuerte, pe-
ro sin ningún artificio; capaz de dos mil infantes, con
que la tenian guarnecida. En la eminencia superior,
algo á la trinchera y mucho al camino del mismo cos-
tado diestro , tenian una plataforma con dos cuartos
de cañón, que descortinaba como través la ladera; en
la cumbre opuesta ala mayor fortiíicacion fabricaron
un reducto, quo no se daba la mano con las mas de-
fensas, por estorbárselo el valle que divide ambos mon-
tes ; también en él tenian alguna parte de su infantería.
Sus cuarteles estaban puestos en la tierra que va ca-
yéndose hacia el campo de Tarragona , de tal suerte,
que desde el pié del Coll no podianser vistos ni ofendi-
dos ; eran capaces de mucho mayor número de gente;
y sin duda , si los catalanes se furliíicaran así como
habían sabido elegir los puestos de la fortificación,
fuera cosa asaz dificultosa poder ganarles el paso sin
gran pérdida ó detención.
No tardó el maestre de campo general en haberlo
reconocido todo, haciéndolo mas por su propia per-
sona; y habiéndolo considerado como convenia, juz-
gando que allí el terror acabaría mas que la fuerza,
pues peleaban con gente bisoña, mondó adelantar las
(los piezas que llevaba; y ordenando se formasen los
escuadrones á la raíz del monte , .ordenó que el tercio
de Martin de los Arcos y el regimiento del Vélez mar-
chasen abriendo camino , todo lo que se pudiese junto
al agua, porque ciñiesen por aquella parte el Coll , que,
como dijimos, se humilla en el mar, y prosiguiesen
su camino hasta no poder pasar adelante, ó desem-
bocar a! campo de Tarragona. Entendía que solo aque-
lla retirada le podía quedar libre al enemigo, si quisie-
se embarazarse en la defensa ; luego mandó á don Fer-
nando de Ribera que coa trescientos mosqueteros en
tres mangas subiese á paso vagaroso por el camino or-
dinario, y que en habiéndose mejorado , jugase la ar-
tillería, que por su calidad y distancia no podía ser de
algún efecto , y que todos los escuadrones se pusiesen
en orden de marchar y acometer á la primer seña.
Pensaban los catalanes con poca noticia de la guerra
que sumullilud , su reparo y aspereza del lugar los ha-
Y GLEItRA DE CATALUÑA.
307
cía inexpugnables; parecíales cortísimo el ejército, de
que hasta entonces no habían visto sino la menor par-
le; creció su confianza notando el pequeño número
de los escuadrones reales; salieron algunos desde las
trincheras mostrando despreciar su fuerza ; sin embar-
go, marchaba don Fernando, y se movían-algo los que
subían. A este punto comenzó á disparar la artillería
del Torrecusa sin ningún peligro , pero con grande es-
panto de los contrarios ; quisieron valerse de sus caño-
nes; mas estaban los españoles' muy al pié del monte,
y no hacían puntería, ni podían ofenderles sus balas;
menos á las mangas que ya atacaban la escaramuza,
porque se hallaban inascerca que los escuadrones. Dié-
ronse algunas rociadas unos á otros; peroles castella-
nos, soldados de experiencia, subían, no obstante la de-
fensa del enemigo y algunas mueries de los suyos.
Üióla segunda y tercera carga la arlillería española,
cuando después de media hora de escaramuzas poco
importantes, adelantándose ya algunos pasos todo el
cuerpo de la vanguardia, los catalanes desampararon
las fortificaciones de una y otra parle , dejando todos
las armas y muchos las vidas : avanzó el San Jorge lo
po'íihle con sus cabnllos, porque la infantería, fatigada
(le la cuesta y manejo de las armas, no podía aprove-
charse de la fuga del enemigo para en mas de ocupar
los puestos así como ellos los iban dejando ; otros aten-
dían con mayor prontitud al despojo de los alojamien-
tos , en extremo regalados y llenos de toda vitualla.
Había el conde de Zavallá recibido aquella mañana
aviso del Metrola, gobernador del presidio, cómo el
ejército se determinaba en subir al Coll , y salió de
Cambrils, donde asistía á socorrerle con alguna infan-
tería y una compañía de caballos, pero á tiempo que
topó muchos de los que se iban retirando : retiróse con
ellos, participando tempranamente de aquel mismo
temor, certificado de los suyos,, que los españoles no
paraban en cuanto vencían. Mandó todavía que sus ca-
ballos llegasen hasta descubrir el enemigo; mejoráron-
se á los cuarteles del Coll, cuando ya algunas tropas del
San Jorge bajaban sobre ellos; duró poco la contienda,
porqueel poder era desigual : fué todo uno dar la carga,
recibirla y tomarla vuelta. Escapáronse casi todos, por
ser mas prácticos en la tierra ; la infantería se esparció
por diferentes partes; salváronse cuantos dejaron el
llano, y se subieron á la montaña , desde donde juntos
hacían gran daño á los castellanos, que poco adverti-
damente se entregaban al saco : muchos pensaron re-
tirarse sin peligro por la lengua del agua, y todos ca-
yeron en manosde los tercios que marchaban'por aque-
lla parte; era esta la primer venganza de los soldados
reales: tal fué el estrago. Hallaban poca piedad los ren-
didos , y ni los muertos estaban seguros de la indigna-
ción de los victoriosos : son terribles los primeros gol-
pes de la ira. Allí vengaba el uno la ausencia de su ca-
sa , el otro la violencia con que fué llevado á la guerra,
aquel daba satisfacción al agravio , este obedecía á su
ferocidad ; los mas servían á la furia , los menos al cas-
tigo. Fuera mayor el daño si se prosiguiera en su al-
cance : llegaban hambrientos y fatigados, y habiéndose
hallado abundantes los cuarteles de todas provisiones,
detúvolos el regalo ; que no era la primer vez que es-
torbó las grandes victorias: entregáronse al vino y
otras bebidas con desorden , y fué causa de que so de-
503 DON FRANCISCO
luviesencn su mayor ímpetu, vcncióiidosc do su des-
templanza los mismos que poco anlcs habían sido ven-
cedores de la fuerza de su enemigo. Fué escandaloso
aquel modo de aplauso, pero permitido de los cabos;
que en los yerros comunes viene á ser remedio la disi-
mulación, pues no los puede ahogar el castigo.
El Torrecusa, que por su persona acudía á todas las
disposiciones, coníiriendo consigo mismo las noti-
cias que tenia de la fuerza del enemigo , y la facilidad
con que le había postrado , entró en opinión de que no
seria aquella su mayor defensa, y que sin falta podían
tener adelante algún olro fuerte o plaza; causa ú la voz
común de su admirable fortiíícacion. En esto andaba
ocupado su discurso.
Hallábase el Vélez con la batalla y retaguardia del
ejército, sin moverse del lugar en que había hecho la
frente, ni lo determinaba antes de acabar con las tor-
res de la marina, temiendo que apartándose, corrie-
se algún peligro la infantería que liabia bajado á ren-
dirlas; con esta duda envío por el maestre de campo
don Francisco Manuel á comunicar su intento al Tor-
recusa; hallólo antes de la subida del Coll , y como de
aquel suceso pendía la resolución de su voto , no res-
pondió sino después de todo acabado , siendo de pare-
cer que el Vélez á toda priesa no quedase aquella noche
desunido de su vanguardia. Fueron ganadas las torres
casi á este mismo tiempo, de que avisado el Vélez, no
aguardó la respuesta de lo que preguntaba ; antes man-
dó marchasen los tercios, y de esta suerte le alcanzó la
nueva y el enviado. Promulgóse con alegría como prime-
ra victoria y la cosa que mas importaba acabar que to-
das las presentes; volvió luego á mandar al Torrecusa
no parase hasta bajar al campo de Tarragona ; cum-
pliólo, y volviendo á marchar la vanguardia, hizo
punta á una casa fuerte , llamada Ilospitalet, que está
junto al mar, donde hasta entonces había sido el alo-
jamiento del conde de Zavallá. Llegáronse al pié de la
muralla algunos caballos y gente suelta, á quien el
vencimiento, ó quizá la embriaguez, habían dado mas
desorden que aliento; intentaron por fuerza la entra-
da, bien que la miraban dificultosa por aquella vía; los
de adentro pidieron las vidas, y se las concedieron.
Eran poco mas de sesenta hombres los de la guarni-
ción; entró primero don Fernando de Ribera, después
el Vélez , á quien siguió el ejército ; acuartelóse , ha-
ciendo frente al camino real , que mostraba querer se-
guir; hallóse el sitio acomodado, y tan abundante de
todas cosas necesarias para alojar un ejército, queso
obligó á descansar en él, aunque por pocos días, de las
largas marchas y alarmas continuas, con que se fatiga
la gente inexperta.
Fué considerable el despojo del Hospitalet, midién-
dose con su cortedad ; pero hízolo mas estimable ha-
ber topado un soldado entre la ropa del conde de Za-
vallá el libro en que se registraban las órdenes que
recibía y daba para la guerra; por el cual se entendie-
ron fácilmente muchas cosas de que no había noticia,
y fueron de gran utilidad á los pensamientos del Vé-
lez; particularmente alcanzándose por algunos despa-
chos que la Diputación no estaba segura en la fe de
la ciudad de Tarragona, y que en ella se temían del
ánimo y oficios de algunas personas conocidamente
afectas al partido real : cosa que entonces fué á los cs-
MANLEL DE MELÓ.
panoles de gran considoracion , porque se hallaban fal-
tos de noticias de lo que so pasaba entre sus enemi-
gos. El libro contenia tantos secretos y tan provecho-
sos para el servicio del Rey Católico, que podemos de-
cir que en él se halló un retrato de los ánimos de sus
enemigos y un cofre de sus secretos; conociólo el Ri-
bera de esta suerte , y recogiólo á su poder con des-
treza ; demasiado político , pensó ganar gracia con el
Coüde-Duquc enviándole aquel presente, por el cual,
como el piloto en la carta, podía seguir sin peligro
la navegación de aquel negocio. Fué avisado el Vélez,
y pidió el libro como general, á quien verdaderamente
tocaban aquellas observaciones ; pero el Ribera, ó bien
de vanidad ó desconfianza, se excusaba de entregár-
selo ; instaba el Vélez en haberlo , y porfiaba el Ribe-
ra vanamente en su excusa : ¡ caso raro , que pudiese
tanto la apariencia de una pequeña lisonja, que le en-
j caminase á faltar á un hombre de sangre y de juicioen
las obligaciones de subdito, de cuñado y de amigo!
que todas estas quebrantaba don Fernando en resis-
tirse. Creció el enojo en el poderoso y la obstinación
en el descontento, y llegóse cerca de un extraño su-
ceso , porque aquel pensaba obrarlo todo por hacerse
obedecer, y este no rehusaba ninguna desesperación
á trueco de no humillarse : quiso prenderlo el Vélez, y
lo ordenó así; pero la industria de algún mediüuero,
á quien uno escuchaba con amor, y otro no sin respe-
to, pudo acomodarlo todo. El libro fué traído al Vé-
lez , y del se sacaron noticias importantes á la guerra.
Corrió al instante la nueva á Barcelona de todo lo
sucedido en el Coll y Hospitalet, y fué recibida con
gran sentimiento y no menor temor, considerando la
facilidad con que habían perdido la mayor defensa ; en-
tonces llegaron á entender que la multitud desordena-
da por sí misma se enflaquece. Despacharon con gran
prontitud correos á monsieur Espernan (de quien di-
remos adelante), á cuyo cargo pusiera el Rey Crístía-
nísintolas armas auxiliares de Cataluña; dábanle cuen-
ta de cómo habían perdido los mejores pasos ; pedían-
le no dilatase su venida, porque por instantes se les
aumentaba el peligro ; que á los contraríos igualmente
crecían fuerzas y reputación , y se abatían los ánimos
de los naturales , viéndolos comenzar victoriosos.
No se descuidó el francés , antes como hombre que
verdaderamente deseaba acudir al remedio de aquellas
cosas que tenia á su cargo, tomó la posta, y dejando or-
den á las tropas de que le siguiesen, entró en Darcelona,
donde fué recibido con honra y alegría. Pocos días des-
pués llegaron hasta mil caballos de los suyos, dando ra-
zón de que á sus espaldas seguían los regimientos dtl
duque de Anguicn, del mismo Espernan y el de Scríñar ;
alentóse la ciudad con la primera esperanza del socorro,
y se comenzaron á ejecutar las levas prevenidas en las
cofradías (son allí cofradías lo que en Castilla gremios);
de estos se había de formar el tercio de la bandera de
Santa Eulalia, debajo del mando de su tercero conse-
llcr Pedro Juan Rosell.
Dejólo ajustado el Espernan, fiando mas que debie-
ra en las promesas de gente necesitada ; refrescó su ca-
ballería, y marchó á Tarragona, donde el ejército ca-
tólico se encaminaba, y donde su desconfianza de los
catalanes lo temía.
Descansó el Vélez junto al Hospitalet los diasque
MOVIMIENTOS, SEPARACIÓN
lürdó en subir y bajar el Coll su artillería ; deseaba vi-
vamente marchar la vuelta de Cambriis, primera plaza
de armas de los catalanes, antes que ellos tuviesen tiem-
po de acomodarse á la resistencia. Era grande la fama
que corria en el ejército católico de la multitud de
gente que habia acudido á su defensa, aunque en medio
de estas informaciones no faltaban algunos que sospe-
chaban y querían hacer creer á los otros hallarían la pla-
za desierta : esta voz tomó fuerzas en los ministros ca-
talanes del partido del Rey, que sin otro motivo mas
que lisonjear el poder calidico, antes querían ocasio-
narle que ofrecerle una duda.
Habia sacado el Vélez desde Aragón algunos religio-
sos capuchinos, de cuya autoridad pudiese ayudarse,
por ser su hábito grandemente venerado en Cataluña :
pareció conveniente enviar uno de aquellos varones á
Cambriis , porque les amonestase el arrepentimiento y
les comunicase el perdón; ofrecióse para este servicio
fray Ambrosio. Partió del ejército, y en su guarda una
compañía de caballos , que dejándole á vista de las pri-
meras trincheras, y á un trompeta para hacer llamada,
según uso de la guerra, se volvió luego; entró fray
Ambrosio, y le recibieron con reverencia y cautela, con-
tra la esperanza ó temor de los castellanos , que ya por
su .demora interpretaban alguna barbaridad; pero al
día siguiente llegó el enviado sin daño ni provecho de
su jornada ; dijo que los cabos de aquel presidio se de-
lerniiiiaban á morir por su libertad : es calidad del mie-
do crecer las cantidades y disminuirlas distancias de
aquellas cosas que se temen. Dio con su información
fray Ambrosio bastante obediencia á esta costumbre;
contó que el lugar tenia gran multitud de gente; que
los de adentro subían su número á quince mil hombres;
pero que el ruido que habia escuchado no parecía de
menor multitud. Poco después aportó una barca en la
marina, escapada aquella niíiñana desde el muelle de
Tarragona, y confirmó no menos la confusión que el
temor de la ciudad y su campo; que en ella se recogía
la riqueza de los lugares vecinos ; que los socorros no
hablan llegado hasta entonces en número considera-
ble , y que los ciudadanos no estaban desaficionados al
concierto.
El Vélez, confiriéndolo con otros avisos, halló ser
conveniente dar vista por aquellas plazas con la mayor
brevedad posible, por gozar también de la ocasión de
su duda ; y aunque el campo se hallaba afligido por fal-
ta de víveres, no dando lugar el tiempo á su conduc-
ción por agua, todavía entendiendo que de cualquier
suerte era una misma la necesidad, mandó marchar el
ejército, habiendo primero condenado á muerte por los
jueces catalanes que le seguían y su auditor general,
nueve de los prisioneros, por dar cumplimiento al ban-
do. Fueron ahorcados de las mismas almenas del Hos-
pitalet, hasta entonces hospital de peregrinos, dedi-
cado al descanso y clemencia de los miserables, y aho-
ra lugar de suplicio y afrenta.
Ausente por la pérdida del Coll, ron poca reputación,
el de Zavallá;, gobernaba la plaza de armas de Cambriis
don Antonio de Armengol , barón de Rocafort ; era cabo
de la gente del campo de Tarragona de que constaba
el presidio, Jacinto Vilosa , y sargento mayor de la pla-
za Cáríos Metrola y de Caldés; hombres todos de valor
y fidelidad á su pairia. Estos tres mandaban, pero mas
Y GUERRA DE CATALUÑA. bOí)
podemos decir que obedecían á la furía y desorden de
los subditos : infeliz y dificultoso gobierno aquel que
se constituye sobre gente vil y bisoña, donde jamás la
industria pudo hallar consonancia entre la multitud de
sus voces y sentimientos.
Descubrióse el ejército á tiempo que los de la plaza
se daban priesa, unos por salir, y por enti-ar otros, por-
que la misma fama del peligro á unos hacia temer y á
otros osar. De esta suerte se hallaba casi toda la campa-
ña cubierta de gente del campo, que concurría al so-
corro, cuando improvisamente fué asaltada de quinien-
tos caballos de los cruzailos , con que su teniente don
Alvaro llevaba aquel día la vanguardia.
Formó sus batallones , pensando que el enemigo le
esperaba fuera de la fortificación por impedirle los pues-
tos que pretendía ocupar ; empero conociendo en su de-
sorden la buena fortuna, dividió en tropillas los dos ba-
tallones de los lados , quedándose firme el de en medio;
hizo señal de embestir, y se ejecutó con valor; los
contrarios, inadvertidos de su daño, ni sabían huir ni
defenderse; deseaban la resistencia, mas no la concer-
taban. Fueron degollados hasta cuatrocientos hom-
bres , no sin algún daño de los españoles, porque algu-
nos catalanes, amparados de los troncos de los árboles,
podían, tirando cubiertos, ofenderlos caballos; mu-
rieron y salieron heridos algunos soldados de las tro-
pas, entre ellos la persona demás importancia, don Mi-
guel de Itúrbida, c;.'Pal¡ero navarro del orden de San-
tiago, capitán de caballos reformado.
Recibió el Marqués este confuso aviso en medio de la
marcha , y mandó que la vanguardia apresurase el paso
por dar abrigo á la caballería; hizose, pero no de tal
suerte que el ejército viniese en desorden , porque se-
gún las informaciones, cada instante se poilia esperar
el enemigo con su grueso , dando á este recelo mas
ocasión los bosques aun que los avisos.
Esto mismo les sucedía á los de la plaza , que viendo
crecer tanto el número de los sitiadores, y conociendo
por otra parte la desigualdad de sus fuerzas sin llegar
el socorro y artillería que esperaban, entendiendo ser
su perdición irremediable , enviaron un religioso car-
melita descalzo, pidiéndole al General mandase suspen-
der la hostilidad por espacio de cuatro días, mientras
daban aviso á Barcelona.
No era todo temor en los sitiados , sino tentar al Vé-
lez con la promesa, por ver si podían dilatar su peligro
hasta ser socorridos como lo esperaban ; mas él, recono-
ciendo sus ruegos, respondió que si libremente entre-
gasen la villa ú las armas de su rey, les valdría las vi-
das esta diligencia, y que si se resistian, prometía de
pasaríos á todos al 01o de la espada , y que él no aguar-
daba mas por su reducción que lo que sus tropas tarda-
sen en ponerse sobre la villa.
El Quiñones, después de haber con su caballería apar-
tado de la muralla la gente que no pereció en la campa-
ña, repartió sus cuerpos de guardia á la larga por las
avenidas, y con lo restante de sus caballos ocupó los
puestos importantes. Era el mas conveniente un con-
vento de San Agustín , fundado al salir de la villa , fron-
tero de la puerta príncipal, en parte donde las balerías
podían ser provechosas á los sitiadores ; procuró hacer-
se dueño deél, encomendándolo á algunosdelos suyos.
Entraron como armados, acudieron prontamente á la
510 DON FRANCISCO
defensa los frailes; hacen aquellos casos lícitas las ar-
mas á todos, pero también hacen igual el peligro : hirió
de un pistoletazo un.religioso & un soldado; retiróse
aquel, y otro en su lugar vengó con la vida del que se
defendía las heridas de su compañero : no paró allí la fu-
ria; mas, ocasionada de la imprudencia, pasaron á ma-
yor número las muertes, á mayor grado los escándalos;
quedó, en fin , el convento en manos de los soldados.
Hallábase junto el ejército , y repartidos los cuarte-
les y ataques contra la villa, comenzóse la batería con
las piezas menores sin efecto , de que tomaban ocasión
los sitiados para defenderse con mayores bríos. Salió
el Yélcz con pocos que le seguían , á ver una plataforma
que batía la puerta principal de la plaza : era este el lu-
gar mas empeñado con el enemigo, y donde se recono-
cía hasta el pié de la muralla; mas habiéndose descu-
bierto con demasiado despejo, cargaron á aquella parte
las rociadas de la mosquetería contraria, de que súbi-
tamente cayó el Marqués y su caballo, lierido por la
frente de un balazo. Todos pensaron haber aquella
hora perdido su general, juzgándole muerto; volvió
presto el Veloz, y con sosiego digno de gran capitán
subió en otro caballo, templando maravillosamente en
su semblante el temor y ja alegría.
Hallábase el ejército en esta sazón por todo extremo
miserable y falto de vituallas; cosa que á los generales
ponía en gran desconsuelo , porque la queja ó la lásti-
ma de los hambrientos no dejaba lugar seguro de sus
voces : obedecían sin gana ; no era tema ó desagrado,
porque con la larga abstinencia se iban postrando las
fuerzias ; acordóse mandar la caballería á refrescar por
los lugares del campo , y fueron entrados Monroíg, Al-
cover , la Selva y otros que se hallaron abundanlisímos
de todos granos y bebidas. Rcus , lugar mayor y mas
rico, se ofreció voluntario á la servidumbre por esca-
parse de la furia de los invasores; Vallsy algunos mas
entrados á la montaña lo prometían también; fué to-
do de considerable alivio para la hambre del ejército,
aunque este mismo remedio, usado desordenadamente,
hubo de traer otro mayor daño , porque los soldados,
sin respeto á ninguna disciplina , dejaban sus puestos y
aun sus armas , y caminaban á buscar lo que veían go-
zar á los otros. Este descuido dispertó la indignación
con que los paisanos miraban el estrago de sus pueblos
y haciendas; salíanles á los caminos, y hacían en ellos
crueles presas; muchos se topaban cada día muertos
por la campaña , y algunos disformemente heridos.
Continuábase la batería de la plaza entre tanto , y se
mejoraban los aproches encargados á don Fernando do
Ribera y al conde de Tirón ; porque , como los sitiados
no tenían artillería gruesa con que detener al enemigo,
ganábase fácilmente la tierra. Esto mismo hacia mayor
el peligro de parte de los sitiadores , porque despre-
ciando la defensa de la plaza , se acercaban sin respeto
á la mosquetería, con que los tercios cada instante re-
cibían gran daño. Excusóles la facilidad de la empresa el
trabajo de abrir trincheras ; y así , como no había lugar
reparado, no le había seguro. Defendiéronse con valor al-
gunos días; pero viendo que por horas se les acercaba
el enemigo y que ya no podían excusarse del asalto , co-
menzó la gente popular á inquietarse, á que la obliga-
ba tanto como el poder del ejército el descuido de Bar-
celona , donde sucedía lo que suele á veces con la nalu-
MANLEL DE MELÓ.
I raleza, que no sin providencia se descuida de enviar
I espíritus á la parte del cuerpo ya mortificado. Así la
I Diputación, creyendo la pérdida de Cambrils, no dis-
1 ponía su socorro por no desperdiciarle, previniéndolo
á otra defensa.
Algunos catalanes piensan, y lo han escrito , haber
dentro en la plaza hombre que, sobornado del niíedi
ó del interés, tuvo orden de arrojar gran cantidad do
pólvora en un pozo, porque su imposibilidad los trajese
mas brevemente al concierto. Ellos, en fin, lo desea-
ban, perdida toda e'^peranza de otro remedio; pusié-
ronlo en plática, y llamaron por el cuartel del Ribera;
respondióseles , y se entendió querían introducir algún
tratado : arrojaron poco después un papel abierto en
que pedían tregua por cuatro dias, y se disponían á es-
cuchar cualquier justo acomodamiento. Recibió don
Fernando el aviso, remitióle al Vélez con la persona del
maestre de campo don Luís de Ribera , porque le in-
formase de todo lo sucedido; llegó don Luis á tiefnpo
que halló al General con casi todos los cabos del ejér-
cito en su estancia ; propuso á lo que venia , poniendo el
pliego en manos del Vélez, que ni atendió cuidadosa-
mente á recibirle ni mostró despreciarle; pero el Tor-^
recusa, que se hallaba presente, hombre de natural ve-
loz y colérico , mostró gran desplacer de la proposición
y aun de la embajada, hablando contra todo con aspe-
reza. No era aquel su ánimo del Vélez, antes interior-
mente deseaba escuchar los sitiados; mas detanído en
ver que el Torrecusa , no español , se declaraba tanto
contra el atrevimiento de los catalanes , paróse cuerda-
mente pensando en cómo podría concertar aquellas con-
tradicciones : hallábase á la mesa cuando llegó el aviso,
mandó á don Luís se volviese sin haberle respondido
nada; platicó con los mas, y encaminó el discurso á
otras cosas.
No se divertía el Torrecusa ; mas antes considerando
profundamente el negocio, el estado en que se halla-
ban las armas del Rey, y en la súbita resolución que ha-
bía tomado en todo , vino á caer en gran silencio, y sin
hablar, mirar ni oirá ninguno, se estuvo así un espa-
cio, al cabo del cual, como sí verdaderamente salie-
ra de un parasismo, levantóse en pié, y dijo al Vélez
que él conocía de su natural ser mas acomodado á la
obra que no al consejo ; que le suplicaba se sirviese an-
tes de su corazón que de su discurso; que á veces pro-
curaba huir de sus caprichos, pero que su mismo es-
píritu lo llevaba á encontrarse con exquisitas opiniones;
que había hablado con poca consideración en lo que di-
jera ; que el haberlo pensado después le ponía en obli-
gación de desdecirse por sí mismo , antes que el daño
fuese irremediable; que ya se le estaba representando
aquel ejército fatigado de la hambre, todas las espe-
ranzas de su socorro puestas en los vientos, y ellos sin
señales de cj)mpadecerse , según porfiaban; que el lu-
gar se había defendido algunos dias, y lo podía hacer
otros tantos, siendo así que menos bastaban á caer su
gente en desesperación; que el sitio de la miseria que
el ejército padecía, era mas apretado que el en que
se hallaba la plaza ; que si aquella impaciencia les obli-
gase á anticipar el asalto, forzosamente habrían de
perder en él buena parte de gente principal, pues
siendo la primera acción de su valor, se arrojaría toda
al temprano peligro; que no solo les daban el lugar los
MOVIMIENTOS, SEPARACIÓN
que se lo entregaban, mas que también de sus manos
recibían las vidas que excusaban de perder ; que por la
misma razón que eran vasallos, no se debian apartar
del perdón, antes concedérseles á todos tiempos; que
lo contrario parecería buscar la ruina, y no el remedio;
que su parecer era se oyesen los que llamaban , y se
les hiciese todo el favor posible, recibiendo la plaza.
Dijo, y dejó á todos admirados, no menos de su mu-
danza , siendo cosa contra su condición , que del gran
valor que mostrara en reducirse solo á las voces de la
razón, pudiéndose notar como caso raro en siglos don-
de se practican las obstinaciones como grandeza de
ánimo, principalmente en los poderosos, cuyos errores
parece que nacen ajenos de arrepentimiento, como si
la terquedad fuera mas decente á las púrpuras que la
enmienda.
Escuchó el Vélez benignamente las palabras del Tor-
recusa, mas con gentil artificio no quiso seguirlas
sin otras ponderaciones; mandó luego á todos los que
podían votar dijesen lo que se les ofrecía. Fué co-
mún el aplauso en los circunstantes, y los que habla-
ron solo engrandecieron el sentimiento del Torrecu-
sa. Mostró que lo pensaba algo mas el Vélez, y reso-
luto en lo mismo de que nunca había dudado, ordenó
al maestre de campo don Francisco Manuel se fuese á
ver con el Ribera , y advírtiéndole de su voluntad (sin
llamarle mas de permisión), entrambos ajustasen el
negocio, rehusando todo lo posible el modo común de
capitulaciones, que los reales juzgaban por Cosa in-
decente, pero que la plaza se recibiese de cualquier
suerte.
Había don Fernando ajustado con los sitiados una
suspensión de armas por dos horas, porque como el
Marqués alojaba distante , era necesario todo aquel es-
pacio para darle y recibir el aviso. Duraba todavía la
suspensión cuando llegó don Francisco con la nueva
orden; antes que los catalanes recibiesen el primer de-
sengaño , hicieron llamada los sitiadores y salieron al
pié de la muralla don Fernando, don Francisco, don
Luís de Ribera y don Manuel de Aguiar , sargento ma-
yor del regimiento de la guardia. Bajó de los sitiados
el barón deRocafort, Vílosa yMetrola, y cuando se co-
menzaba á introducir entre ellos la plática de las cosas,
se tocó al arma improvisamente en los cuarteles y villa;
con esta ocasión , dejando el negocio imperfecto, se re-
tiraron unos y otros con gran peligro de los de afuera,
que pasaron á su ataque descubiertos á las bocas de los
mosquetes contrarios. Fué que como los irlandeses, por
estar mas cerca y haber recibido mayor daño de la pla-
za, deseasen que por sus cuarteles se hiciesen las lla-
madas y negociaciones, celosos de los españoles, ape-
nas se había acabado precisamente el término de las dos
horas, cuando ignorante ó disimulando el conde de Ti-
rón las pláticas del tratado, hizo romper la tregua con-
tra los que en aquella seguridad se asomaban descuida-
dos por la muralla. Entendió don Fernando el suceso,
y avisó al irlandés, que no acababa de reducirse ; pero
en fin, habiéndose detenido, volvió á salir el Aguiar con
muestras de gran valor á solicitar la segunda plática;
continuóse la tregua , y se volvió al tratado. Duró poco
la negociación, y sin otro papel ó ceremonia , como
gente inexperta en aquel manejo, el Barón y los dos
prometiei'ou ponerla plaza en manos del marqués de
Y GUERRA DE CATALUÑA. ni í
los Vélez en nombre del rey don Felipe , sin mas parti-
do ó concierto que esperar toda clemencia y benigni-
dad , como se podían prometer de un general del Rey
Católico, casi natural , de sangre ilustre y de ánimo pió.
Con este ajustamiento, que se quedó en la verdad de
unos y en la esperanza de otros , se partió don Fran-
cisco á dar razón al Vélez de lo sucedido , que con mu-
cho aplauso recibió la nueva , y aprobó todo lo que se
había obrado, juzgándolo por conveniente al estado de
las cosas, sin ofensa á la majestad del Rey y reputa-
ción de las armas.
Dejóse la entrega para el otro día , temiéndose que
si luego se ejecutaba, podia causar gran turbación al
ejército, donde todos esperaban el saco, no con menos
ira que ambición. Es uso en tales casos poner el ejér-
to sobre las armas; porque, estando firme cada uno en
su puesto, no dé ocasión al tumulto : olvidóse ó disi-
muló el ToiTccusa esta diligencia , quizá por entender
que la ocasión no merecía ser tratada con los mismos
respetos que las grandes. Mandó que solas dos compa-
ñías de caballos ciñiesen la puerta por donde habían de
salir los rendidos; pero, después de cerrada la medía-
luna de la caballería, se comenzó á inquietar la gente y
cargar allí con sumo desorden ; en fin , se ejecutó la
salida en presencia del Torrecusa y algunos maestres
de campo.
Salían, y los soldados, gente que por su oficio pien-
sa es obligada al daño común , hacían excesos por des-
balijar los catalanes : algunos lo sufrían, según la mi-
sería en que se hallaban; otros con entereza se defen-
dían, como les era lícito. Dio principio al lamentable
caso que escribimos la codicia é insolencia, antiguo
origen de los mayores males; metióse por entre los ca-
ballos un soldado á quitarle á un rendido la capa gas-
cona con que venía cubierto; forcejó el rendido en de-
fendería , y el soldado porfió en quitársela ; sacó un al-
fanje el catalán, hirió al soldado : quisieron los de la
caballería castigar su atrevimiento dándole algunas
cuchilladas; por lo cual, temerosos aquellos que lo
miraban mas de cerca , pensando que la muerte les
aguardaba engañosamente, procuraron escaparse por
todas partes, sin mas tino que el débil movimienlo que
les ministraba el temor. Otros soldados de la caballe-
ria, que no habían sabido el principio de su alteración,
sacaron las espadas, oponiéndose á la fuga de los que
miserablemente huían del antojo á la muerte : espar-
cióse luego en el campo una maldita voz que clamaba
traición repetidamente, de quien sin falta fué autor al-
guno de los heridos, porque entre ellos tenía mas apa-
riencia de poder pensarse y temerse que no dentro de
un ejército armado y vencedor. Todos gritaban trai-
ción; cada uno ja esperaba contra sí , y no fiaba de
otro ni se le acercaba sino cautelosamente; no se oían
sino quejas, voces y llantos de los que sin razón se veian
despedazar ; no se miraban sino cabezas partidas, bra-
zos rotos, entrañas palpitantes; todo el suelo era san-
gre, todo el aire clamores; lo que se escuchaba, ruido;
lo que se advertía, confusión; la lástima andaba mez-
clada con el furor; todos mataban, todos se compade-
cían , ninguno sabía detenerse. Acudieron los cabos y
oficiales al remedio , y aunque prontamente para la
obligación , ya tan tarde para el daño , que yacían de-
gollados en poco espacio de campaña casi en un instan-
512
DON FRANCISCO MANUEL DE MELÓ.
te mas de setecientos hombres, dándoles un miserable
espectáculo á los ojos. Aumentó su turbación ver el
ejército puesto en arma; atónitos, se preguntaban unos
& otros la causa y el orden con que babian de haberse;
sosegóse la furia de la caballeria, porque fallaron pres-
to vidas en que emplearse; pasó aquel ültscuro nublado
de desastres , y se mostró la razón, y tras ella el dolor
y la afrenta de haberla perdido.
Salia el Yélez de su cuartel á caballo cuando recibió
la nueva del suceso, y aunque todos le disminuían á
lin de templar su desconsuelo, todavía habiendo oido
el lamentable caso, y juzgando por la gran inquietud
de todos su violencia, volvióse atrás, y se retiró á su
aposento, donde ninguno le vio aquel dia sino los muy
suyos. Lloró el suceso cristianamente, abominó el he-
cho con palabras de grandísimo dolor , diciendo que si
viera delante de sus ojos despedazar dos hijos que te-
nia, no igualara aquel sentimiento; que ofreciera con
gran constancia las inocentes vidas de sus hijuelos, á
trueco de que no se derramase la sangre de aquellos
miserables; palabras cierto dignas de un caballero ca-
tólico, y que yo escribo con entera fe, habiéndolas oido
de su boca, y me hallo obligado á escribirlas, por la
gran diferencia con que algunos papeles de los que se
han hecho públicos hablan de este caso.
No descansaba el Torrecura y los maestres de cam-
po de sosegar el ejército, trabajando lo posible por re-
ducir la gente á órdon militar; consiguióse larde ; en-
terráronse los muertos con gran diligencia, disinmlan-
do su número, como si verdaderamente con ellos se
enterrase el escándalo ; apartaron de los ojos los lasti-
mosos cadáveres; cubrieron los cuerpos y la sangre,
mas no la memoria de un tal hecho. ( Semejante lo es-
cribe en Jubiles nuestro don Diego de Mendoza en la
Guerra de Granada ; parece que como nos dio la luz
para escribir, nos ministra el ejemplo.) Después se en-
tendió en el saco, repartiéndose la villa por cuarteles á
tercios, según uso de la guerra.
Habíase tratado en junta particular de los jueces ca-
talanes que seguían al ejército qué género de castigo
se daría á los compreliendidos en el bando real im-
puesto al Principado; porque, según el, todos eran
convencidos en crimen de traición y rebelión , y por
esto dignos de muerte ; porque el tratado no les con-
cedía mas de la esperanza del perdón, que no obligaba
al Rey cuando la piedad se contraviniese con la con-
veniencia ; que ellos se habían entregado á disposición
y arbitrio de los vencedores; que sus vidas eran enton-
ces dos veces de su señor, la una como vasallos, la
otra como delincuentes. Determinóse que para poder
satisfacer al castigo sin faltar ala clemencia, conve-
nia una ejemplar demostración en las cabezas, ordena-
da al temor de los poderosos, en cuyas manos estaba el
gobierno común , y que con los otros se podía usar mi-
sericordia, dándoles vida.
El Yélez no se atrevía á perdonar ni deseaba el cas-
tigo; parecióle mas seguro, hallando dificultades en to-
do, dejará la justicia que obrase; pero aquellos minis-
tros, hombres de pequeña fortuna, ambiciosos délos
frutos de su fidelidad, no descubrían otra satisfacción
sino la sangre de sus miserables patricios. Con este
pensamiento y la libertad en que el Vélez los había de-
j-ído para que ejecutasen sin dependencia las materias
de justicia, prendieron al punto los cabos y magistrado
de la villa; eran el Rocafort, Vilosa y Metrola , con los
jurados y baile : fulminóseles el proceso aquella misma
larde, sin que se les diese noticia de sus cargos ó ad-
mitiese alguna defensa de ellos. Lo primero que enten-
dieron, después de su temor, fué la sentencia de muer-
te, que se ejecutó aquella noche, dándoles garrote en
secreto : amanecieron colgados de las almenas de la
plaza, y con ellos sus insignias militares y políticas,
porque la pena no parase en solo la persona , antes se
extendiese á la dignidad , amenazando de aquella suer-
te todos los que las ocupaban en deservicio de su rey.
Miróse con gran espanto de todo el ejército, y se es-
cuchó con excesivo enojo del Principado la muerte de
los condenados. Entre los castellanos pensaban algu-
nos se había hecho violencia á las palabras de su entre-
ga; porque los catalanes verdaderamente, creyendo
que negociaban con mas liberalidad el perdón, no le
especificaron en el tratado : es fácil cosa de entender
que ninguno había de concertar su muerte , por mayor
que fuese el [ieligro. De este parecer eran todos los que
manejaron la entrega; pero sentían, mas no reme-
diaban.
Con los mas rendidos se usó diversamente, según los
diferentes pueblos de que eran naturales'; salieron li-
bres los vecinos de los que habían recibido las armas
católicas, condenando á galeras los moradores de las
villas que seguían la voz del Principado.
También á la plaza no quedó solo el castigo de las
baterías y el saco; mandóse arrasar la muralla; era
grande la obra, pedia mas largo tiempo de lo que el
ejército podía detenerse ; contentáronse de batir una
cortina principal hasta ponerla por tierra, y volar cou
una mina la mayor torre.
Era Cambrils lugar de cuatrocientos vecinos, puesto
casi junto al agua, en medio de una vega, fértil de viñas
y olivares ; y así por esto como por su ancón , capaz de
embarcaciones pequeñas, rico y nombrado entre los
del famoso campo de Tarragona , plaza de armas prin-
cipal de toda aquella frontera, desde entonces acá cé-
lebre por su estrago.
Alegrábanse en demasía los hombres fáciles é in-
considerados con los buenos sucesos del ejército , y
juzgaban la guerra por acabada brevemente , según el
paso á que caminaban venciendo. No se puede llamar
buena suerte aquella'que solo favorece los cortos em-
pleos; antes entre los prudentes causa algún género de
temor ver que la felicidad se encamine á cosas peque-
ñas ; porque , según la experiencia muestra , de ordi-
nario se siguen grandes trabajos á las menores prospe-
ridades. Así discurría el Vélez, casi temeroso de lo su-
cedido, cuando pensaba en el valor de las cosas que le
faltaban por emprender.
Hallábase jimto á Tarragona, ciudad grande y forti-
ficada (según los avisos), socorrida con armas auxilia-
res y cabos expertos : su ejército falto, particularmente
de artillería conveniente para las baterías gruesas, po-
brísimo de vituallas, y casi cerrado el puerto que de-
jaba á las espaldas para ser socorrido. Ni el Caray y sus
seis mil infantes, de que el Rey avisaba, ni las galeras
para servicio del ejército habían llegado : conocíalo , y
lo temía todo ; porque de la falla, y aun de la tardanza,
de cualquiera de estas cosas pendía el acierto y dichoso
MOVIMIENTOS, SEPARACIÓN
fin de aquella guerra , en que todo el mundo tenia los
ojos, y de que España esperaba su bien y quietud.
Entendió su cuidado el duque de San Jorge, á quien
la edad y gallardía de espíritu incitaba á que buscase
una gran fama por medio de algún emitiente suceso :
cosa contra todas las reglas de la prudencia , porque
á los famosos varones no será tan loable emprender los
casos arduos voluntariamente, cuanto el llevar cons-
tantes aquellos en que los metió la fortuna.
Habia, como dijimos, entendido sus pensamientos
del Vélez, y ofreció fácilmente ganarle á Tarragona por
interpresa la noche siguiente. Ni la habia visto ni sa-
bia de su defensa mas de lo que le informaban ; resol-
vióse temerario ; mas aun así , supo dar tales razones,
que juntas á la necesidad y á lo que se liaba de su valor,
hacian apariencia de posibilidad, en que el deseo suele
acudir á ios ánimos que dejan atropellarse de fantas-
mas. Tanto dijo el Duque y con tal afecto, que el Vélez
intentó enviarle: detúvose admirablemente, difiriéndo-
lo hasta el otro dia; pero tratándolo después con perso-
nas de su consejo, salió de aquella inclinación, y mandó
que marchase el ejército; y también sobre el camino
que debia seguirse levantaron dudas.
Hacen el mar y tierra entre Cambrils y Tarragona
un puerto asaz nonjbrado en toda la costa meridional
de España , dicho Salou, famoso antiguamente por el
hospedaje de la armada de Cneyo Escipion , donde la
guardó y detuvo contra Aníbal. Allí , por conveniencia
de las galeras, que desde Barcelona á Vinaroz no hallan
otro abrigo acomoJado , comenzó á fabricar Carlos V
un fuerte pequeño de cuatro baluartes en la eminen-
cia del puerto : llegó la obra casi á ponerse en de-
fensa por la parte de la marina; pero en los caba-
lleros que miran á la campaña, como cosa entonces
menos necesaria, no igualó los mas. En este estado la
dejó aquel gran capitán y glorioso monarca , y lo con-
servó el descuido de las edades pacíficas que sucedie-
ron á su imperio, hasta que, abiertas en España, como
en Roma, las puertas de Jano, volvió otra vez la guerra
á levantar su edificio por mano de los catalanes con vi-
vísimo cuidado de prevenir la defensa de aquel puerto,
mas que ningún otro dispuesto á sus designios, y peli-
groso por invasión de armadas. Habíanle puesto de tal
suerte, que pareció capaz de recibir y conservar presi-
dio : esta era la noticia de sus fuerzas con que el ejército
se hallaba, y si bien en lo mas se habla siempre dudoso,
todos creían que el fuerte se prevenía para la defensa.
Marco Antonio Gandolfo, teniente de maestre de
campo general, ingeniero mayor del ejército , hombre
de gran suficiencia en las fortificaciones, habiendo re-
conocido el fuerte, era de parecer no se embarazase el
ejército en cosa de tan poca importancia , que á la vista
de los escuadrones solamente esperaba se entregase;
decía que no era conveniente, cuando sabían que Tar-
ragona, plaza principal, hallaba corto el tiempo para
sus preparaciones, se lo aumentasen ellos tardando mu-
chos días en ir sobre ella; que esta tardanza vendría
á ser el mayor socorro que le deseaban sus amí¿.os;
que hecha la frente sobre la ciudad, cuando el fuerte
se resistiese, se podía entonces fácilmente enviar algu-
oa gente suelta á aquel servicio , cuanto mas que la
costumbre de los ejércitos era postrar con la opinión
ludo lo que no podría defenderse.
H-i.
Y GUERRA DE CATALUÑA. KI3
0[tú.sose á su parecer el Torrecusa, ó porque enten-
diese lo contrario, como mostraba, ó porque natural-
mente aborrecía al Marco Antonio, viéndole en suma
estimación de soldado y mayor crédito cerca del Conde
Duque que ningún otro de su orden. Arrimábase el Tor-
recusa á aquella máxima de la guerra, á su parecer in-
dispensable, de no dejar plaza á las espaldas; anadia
que sobre ser plaza, era puerto capaz de recibir socor-
ros dañosos al ejército , que no podía llegar á impedír-
selos de lejos ; que sí llegasen en aquella sazón las ga-
leras de España y la gente que esperaban de Rosellon,
se hallarían sin puerto en que recogerlas ; que el in-
vierno riguroso no hacia fácil , sino imposible , la des-
embarcacion en la marina ; que entonces les seria for-
zoso volver atrás por ganar lo que habían, despreciado
primero.
El Vélez se inclinaba mas al parecer del Gandolfo,
mas viendo que su maestre de campo general lo im-
pugnaba constante, mandó siguiesen su orden, y el
ejército se fué á alojar en un llano que yace entre Saluu
y Villaseca ; esta al septentrión y aquel á mediodía, dis-
tantes uno del otro poco mas de media legua. Era Vi-
llaseca lugar corto, mas cerrado, fortalecido de una
iglesia antigua y fuerte, eminente por su fábrica, no
por su sitio , á todo el pueblo ; con lo que se prevenía
á la defensa , obligado de las órdenes de Tarragona.
Marchaba el Vélez la vuelta del puerto y villa, cuan-
do en el camino recibió un pliego y mensajero de per-
sona particular (cuyo nombre se calla por ser ajeno do
mí intención dañar á ninguno con esta escritura , ofre-
cida solamente al aprovechamiento de todos). Dábale
cuenta del estado de Barcelona , hacia juicio de los áni-
mos de sus moradores , avisaba y prevenía algunas co-
sas tocantes al partido real , pedia moderación en la
hostilidad de algunos lugares. La atención del Vélez en
recibir la carta , y las cautelas con que fué agasajado
el que la traía, hizo que de ella se esperasen mayores co-
sas de las que á la verdad contenía. Si fueron otras, no
llegaron entonces á nuestra noticia.
Continuóse la marcha, y el Torrecusa, con cuatro
tercios de la vanguardia, se puso sobre el fuerte, for-
mando sus escuadrones al pié de la montaña mas dila-
tada que eminente, en que está fundado el castillo, y
ocupando con el regimiento de la vanguardia el cuartel
de la batería; compúsola de cuatro medios cañones,
hizo cubrir la gente, repartió los cuerpos de guardia
de caballería é infantería á las partes por donde podía
bajar el socorro , y habiéndolo dispuesto con suma bre-
vedad , comenzó á batir al primer cuarto de la noche.
La retaguardia, gobernada del Xelí, avanzó todo lo po-
sible, y fué á amanecer sobre Villaseca; defendíala
monsieur de Sania Colomba , teniente de mariscal do
campo, con trescientos naturales y algunos franceses
que le acompañaban ; habíale convidado el Espernan el
(lia antes para reconocer la capacidad del sitio y defen-
sas, por si fuese conveniente embarazar allí al contra-
rio cuando intentase atacar á Tarragona.
Batíale el Xelí furiosamente, como en oposición al
Torrecusa, que habia comenzado primero; continuá-
ronse unas y otras baterías, hasta que casi en una hora
misma Villaseca fué entrada por brecha y asalto con po-
ca resistencia, y menor daño del ejército, y Salou se en-
tregó por monsieur de Aubiñí, que la defendía. Fuera
33
514 DON FRANCISCO MANUEL DE MELÓ
venido al mismo tiempo y servicio que el Sania Colom
ba á Villaseca : quedaron los dos prisioneros y un cón-
sul de Tarragona, que se hallaba dentro del castillo, y
tratáronlos con gran diferencia, á que su natural dio
causa, Al Santa Colomba se guardó aquel respeto que
en la guerra se debe á tales liombres, porque el impe-
rio no contradice la urbanidad , antes la engrandece.
El Aubiñí fué llevado á prisión , retirándole con poca
cortesía, después de haber hablado sin comedimiento
á los generales en demanda de su libertad.
Enviara Espernan el dia antes (no sin industria) un
trompeta y carta al Torrecusa , en memoria del cono-
cimiento que habían tenido desde la guerra de Sálses;
fundaba así la razón el haberle escrito; preciábase de
tenerle por cojilrario ( llega la vanidad de algunos á ha-
cer gloria del odio , como la pudieran hacer de la amis-
tad) : decíale que se hallaba defendiendo aquella plaza,
que deseaba entender el modo de hacer la guerra; que
pareciéndole conveniente, podían asentar el cuartel y
canje sin diferencia de catalanes y franceses, según el
uso de las naciones políticas. Causó esta proposición
gran cuidado en los ánimos de muchos; llamó el Vélez
á consejo, y allí fué mayor la diferencia; después se re-
dujeron todos al parecer del San Jorge ; respondióse al
Espernan que primero quisiese declarar por cuál ra-
zón se hallaba dentro de los reinos de España haciendo
guerra, si como capitán del Rey Cristianísimo enemigo
y quejoso del Católico , ó si como auxiliar'de una nación
rebelde á su señor natural. A dos fines se encaminaba
esta respuesta : el primero á excusarse de diferir luego
en materia de tanta importancia , en que la experiencia
podia aconsejar mejor que el discurso; el segundo ádarle
á conocer á Espernan que quien advertía la diferencia
de los asuntos de la guerra sabría no menos acomodar-
se á ellos en el modo de ella , según su resolución. Con
esto pretendían también templar su orgullo, dándole á
temer lo mismo que temían ; aunque su intención era
íirmísima de conceder el cuartel , así como lo pedía el
francés.
Tardó la respuesta de Espernan , porque igualmente
esperíd-)a le aconsejase el suceso para sabei se determi-
nar, y tomando esta ocasión el San Jorge , hombre afi-
cionado á la nación y lengua francesa, introdujo su plá-
tica con el de Santa Colomba , diciéndole que extniñaba
mucho que su general quisiese confundir las razones
de aquella guerra, persuadiéndose que los españoles
no distinguieran el tratamiento que se debe al contra-
rio ó al rebelde ; que no sabia con qué ocasión podia de-
tenerse en la respuesta , siendo cierto que comenzán-
dose las escaramuzas y reencuentros, había después la
razón de seguir á la furia; que ninguno en la venganza
es prudente. Entendióle el Santa Colomba, y que su ra-
zonamiento se encaminaba á algún partido; ofrecióse á
tratarlo si gozaba libertad ; pareció que convenia , y
fué enviado cortesmcnte y con mejores noticias del po-
der del ejército , que los franceses no juzgaban por tal,
según las erradas informaciones de los catalanes, que ó
no lo creían ó lo disimulaban.
Entre tanto monsieur de San Pol , que gobernaba las
armas en Lérida, entendió que para estorbar alguna
parte de los progresos del ejército en todo aquel distri-
to, seria conveniente hacer entrada en Aragón y algu-
nos lugares de la ribera que «slaban á devoción del Rey
Católico; y tratándolo con el magistrado, pareció se
diese luego aviso á don Juan Copons, para que con la
gente de su cargo intentase al mismo tiempo alguna
facción en Tortosa ó en la villa de Orta, que también
seguia el bando real. Juntó el San Pol su gente en co-
pioso número : constaba todo el grueso de siete tercios
de los partidos de Tarraga, Agramunt, Pallas, Manre-
sa y Cervera , con la gente de Lérida , sus maestres de
campo , el paher (1) en cap de la misma ciudad, don
Luis de Peguera, don José Pons de Mondar, don Fran-
cisco de Viílanueva , don Miguel Gilbert , don Pedro de
Aymerich , don Luis de Rejadell. Con está infantería y
algunos pocos caballos salieron á campaña, y discur-
riendo sobre qué lugar podrían acometer , hallaron ser
mas acomodado á sus designios Tamarit de Litera,
puesto en la ribera del Cinca , que los españoles habían
hecho cuartel de los tercios de Navarra , á cargo del
señor de Ablitas; pero el San Pol, por evitar la preven-
ción con que el contrario podia esperarle , mostró mo-
ver sus tropas á otra parte. Revolvió al anochecer, y
enderezóse á Tamarit : llegó sin ser sentido, y escaló
improvisamente el cuartel, que no pudo resistirse,
ayudando la buena ocasión al mas poderoso; murieron
algunos de los navarros, y fueron prisioneros hasta
ciento y cincuenta , de que avisados los de Fraga, acu-
dieron á su socorro el conde de Montijo y el Parada;
llegaron tarde, porque el San Pol , habiendo hecho su
asalto, marchaba ya la vuelta de Lérida.
Es Lérida principal ciudad entre las de Cataluña, lla-
mada de los geógrafos Ilerda (y Leyda bárbaramente) :
fué edificada de los antiquísimos sardones , pobladores
de la Cerdaña , en la ribera del rio dicho entonces Si-
coris , y ahora de nosotros Segre, famoso en las histo-
rias romanas, masque por su caudal, por las batallas
que se dieron en sus campos cuando los romanos do-
minaron en España , Escipion y Aníbal , César y Afra-
nio. No bastaron tiempos ni el diferente ejercicio , tro-
cando las armas por las letras de su universidad , para
que Lérida olvidase su belicoso principio, volviendo
otra vez á ser presidio observanlísimo de la disciplina
militar.
El Copons con su tercio y algunas otras compañías
de almogávares, ó miquelets, bajó sobre la villa de
Orta, desesperado de que en Tortosa pudiese obrar
cosa importante; sitióla y apretóla tanto, que los mora-
dores, obligados de la necesidad, pidieron tiempo para
entregarse ; concedióselo el Copons, y habiéndose aca-
bado el término, pidieron segundo y les fué dado; gas-
tóse sin fruto una y otra tregua ; tercera vez la intenta-
ron los sitiados, esperando por instantes el socorro de
Tortosa; pero el Copons, como despechado de sus ir-
resoluciones , embistió la villa y la ganó. Dicen que pu-
diera defenderse mas, por ser bien cercada de muro y
fortalecidade un castillo; pero que el mismo temor que
sin otra ocasión obligó sus moradores á entregarse á las
armas católicas cuando las tenían vecinas, hizo cómo
ahora se postrasen á su enemigo.
El gobernador de Tortosa, Diego de Medina, soldado
de larga experiencia , trabajaba en tanto por socorrer
la villa ; temió al principio el peligro , así como miraba
contra sí la amenaza del poder contrario ; no obstante
envió quinientos infantes á cargo del sargenta mayor
(1) Nombre que tciiian los regidores en Lériifa.
MOVIMIENTOS, SEPARACIÓN
don Diego de Mendoza, y le mandó que con ellos se
adelantase todo lo posible hasta socorrer la villa. Llegó
don Diego , y la halló atacada por el enemigo; no qui-
so tentar la fortuna ni haberla menester; volvióse otra
vez, sin hacer mas quedarle aquella mayor circunstan-
cia á la gloria del catalán , de ganar la plaza á vista del
socorro. Con la pérdida de Orta y asalto de Tamarit
creció la reputación a las armas provinciales , y las del
Rey desfallecieron en el crédito que las ocasiones pa-
sadas les hahian dado.
Apenas el Vélez pudo acomodar las cosas del fuerte
y puerto de Salou , cuando mandó marchar el ejército
ia vuelta de Tarragona en tul concierto, como si la es-
peranza del tratado no estuviese asegurando todo aco-
Hiüdamiento. Diósele cargo al duque de San Jorge que
con mil caballos y cuatrocientos mosqueteros fuese á
ganar los puestos sobre Tarragona, y le seguían dos
mil infantes para formarse en aquellas partes que eli-
giese. Prevínose el San Jorge, como hombre ambicioso
«le una gran fama; sintió después que los negocios se
encaminasen por otra via que las armas.
Hallábase Espernan en la plaza afligido y engañado;
porque mirando ya tan de cerca y tan poderoso al ene-
migo, no reconocía en los moradores verdadero ánimo
de resistirle, ni tampoco medios para la resistencia. De
los socorros prometidos por la Diputación, solo había
llegado el tercio dicho de Sania Eulalia, de ochocien-
tos infantes bisónos; no se juntaba otra infantería, ni
de los regimientos de Francia tenia seguras noticias.
De otra parte, la ciudad, grande y sin defensa capaz, no
prometía Grme resistencia ; el vulgo, dividido en bandos,
solo servia al temor; unos querían al Rey, otros la re-
pública; estos y aquellos se conformaban en disponer
su daño. Hallábase Tarragona falta de forrajes y aun sin
los víveres necesarios, falta de municiones ; cosa que so-
bre todas se le representaba terrible á Espernan, por no
ser visto jamás que una plaza comience á esperar sitio
con menos caudal que otras cuando le acaban. Estas
dilicultades que reconocía cada hora, mas que el horror
del ejército , le ponían en desesperación de la victoria.
Hacíasele dííícultoso el haber entrado en la ciudad;
pero llegó á creer que no est'aba obligado á la defensa
délos mismos hombres que se desayudaban en ella;
que ninguno debe hacer mus por otro que él hace por sí
mismo, ni esperar de él mas de lo que sabe ayudarse.
Esforzó su descouíianza la plática del monsieur de Santa
Colomba, que con verdad y experiencia le informaba
del poder contrario, de la inclinación que hallara en
sus cabos para el acomodamiento; pensólo , y halló no
ser para despreciar el peligro. Otros dicen que cote-
jándole con su instrucción secreta, juzgó ser este el
uno de los casos en que se le ordenaba la retirada :
alicionóse al remedio y púsolo por obra.
Pretendía el Vélez que no Solo los franceses desam-
parasen la ciudad , sino que el mismo Espernan traba-
jjise lo posible por reducir el magistrado á que se en-
tregase niodeslainente en manos del Rey; dábale á en-
tender con destreza lo mismo que el Espernan estaba
experimentando, que la gente mas principal de Tarra-
gona no afectaba á la defensa, y el pueblo la temía ; pero
Espernan, no obstante que lo entendía, le excusó de
aquel discurso; antes, por cumplir la satisfacción de su
ánimo , envió á proponer & los diputados la resistencia.
Y GUERRA DE CATALINA. m-i
Despachó á Francisco de Vilaplana , teniente general
de la caballería del país ; decíales cómo había llegado á
Tarragona, y qué si bien los medios no eran acomoda-
dos á la defensa , que él ofrecía su vida por el bien del
Principado ; que la infantería era poca, que le socor-
riesen de alguna, y que haría desmontarla mitad de la
caballería para guarnecer y defender su muralla , y con
la otra parte saldría acampana para inquietar el enemi-
go; que esto era lo mas que podía hacer de su parte;
que ellos dispusiesen de la suya de tal suerte que su
voluntad no se malograse.
Pero los diputados, ó con mas reconocimiento de
sus pocas fuerzas, ó con mayor deseo de emplearlas en
cosas útiles y posibles, ó también persuadidos de algu-
nos aficionados secretamente al Rey, se fueron dila-
tando de tal suerte, que el Espernan descifró en su con-
fusión su respuesta, juzgando que ellos no osaban á
elegir su perdición, y antes se acomodaban á sufrirla.
Resolvióse con esto, y envió el Santa Colomba al ejór-
cito católico, que halló ya tendido hermosamente por
la cima de un repecho opuesto á la mejor frente de la
ciudad, que mira al ocaso.
Hallábase el ejército en bellísima forma, y tal, que
visto desde la plaza parecía mas numeroso. El arte sir-
ve útilmente á la fuerza : la caballería se alojaba en lo
llano , la artillería en la batalla , la vanguardia ocupó el
cuerno derecho, la retaguardia el izquierdo. El Vélez
hizo su cuartel en una casa de campo, fábrica del Gro-
so , genovés, junto á la marina. Así recibió al Santa Co-
lomba, á quien escuchaba y respondía el San Jorge, y
después de haberse ajustado en algunas dudas , se re-
solvieron los dos, en el nombre y fe de sus generales :
Que el maestre de campo general monsieur Esper-
nan desocupase la ciudad de Tarragona de sii persona
y de las armas cristianísimas que se hallaban en ella)
que de la misma suerte retiraría todas las tropas de su
cargo, así de caballería como de infanlería, que en
aquella sazón se hallasen entre Barcelona y Tarragona;
que su persona de Espernan no entrase en ningún lu-
gar fuerte del Principado ni defendiese alguna plaza
que le fuese encargada por la Diputación ; que haría to-
do lo posible por reducir al servicio del Rey Católico el
tercer conseller de Barcelona, coronel del tercio do
Santa Eulalia, y que su geníe se incorporase entre el
ejército real; que dispondría, medíante su autoridad y
oficios, se entregase en manos del marqués de los Vé-
lez aquella venerable insignia y pendón que se hallaba
dentro en la plaza ; que aconsejase á la ciudad cómo por
sus diputados viniese á solicitar la gracia del Rey, pi-
diendo perdón de sus yerros.
Algunos papeles que se han escrito en Qgtaluña y
han llegado á mis manos, impresos y manuscritos, quie-
ren que Espernan capitulase con el Veloz sin dar noti-
cia al magistrado de lo que pretendía hacer; pero no
parece creíble que un hombre cuerdo y extranjero con-
certase la reducción de una ciudad sin consentimiento
de sus ciudadanos.
Los naturales, atentos al peligro que les estaba es-
perando , recibían sin hostilidad al ejército ,. no impi-
diéndole el paso : cosa de que claramente se entendió
que ellos aspiraban mas al negocio que á la resistencia.
Volvió el Santa Colomba á la plaza, y aquella misma
noche remitió el Espernan firmadas las capítulacione
I
516
por manos de monsieur de Boesac, general de su ca-
ballería. Recibióle el Vélez cortesmente , firmó también
lo capitulado con el francés, y á otro dia se vieron en
el campo español y comieron juntos unos y otros cabos
castellanos y franceses.
No tardó la ciudad y cabildo eclesiástico en venir á
humillarse á la majestad del Rey en la persona de su
general ; vino, y con aquella pompa y autoridad usada
entre ellos á imitación de las repúblicas ; pero el Vélez,
notándolo atentamente, les mandó dar á entender, an-
tes de escucharles, cómo afjuolla era ocasión de toda
humildad y reverencia ; y que así, se debían ofrecer de-
lante su persona con la mayor postración posible, y no
en aquella forma. Cumplieron los diputados la orden
impuesta, no dejando de temer que topasen luego al
primer paso de su congratulación efectos del enojo; pe-
ro juzgando por otra parte á buena suerte que sus cas-
tigos parasen en demostraciones vanas ó poco sensibles,
oljedecieron gustosamente, y entraron como les fué or-
denado.
Recibiólos el Vélez á pié y descubierto poco espacio
fuera de su cuartel; llegaron ellos de la misma suerte,
y añadiendo algunas lágrimas y señales de temor, ha-
bló primero don Antonio de Moneada, canónigo de su
iglesia , p.or el estado eclesiástico; luego los diputados
casi dijeron todos unas mismas cosas, y llevaron la mis-
ma respuesta con gravedad y entereza pronunciada.
Decía que en nombre de su majestad católica recibía
aquella ciudad en su obediencia, por estar seguro de
que sus ánimos se arrepentían mucho de los errores
pasados, y que habían de dar al mundo en finezas y en
servicios grande satisfacción de sus culpas.
Mientras duraba esta ceremonia y las cortesías y con-
vites del Espernany los suyos , el conseller coronel, de-
sesperado de remedio, se escapó de la ciudad , llevan-
do consigo el pendón con que había entrado en ella; si-
guiéronle de los fieles á la república los que quisieron
seguirle : salió con facilidad y secreto.
Habíase ajustado que la entrega de la plaza se hiciese
al otro día, 24 de diciembre; cumpliólo el Espernan,
y envió luego á excusarse de la retirada del conseller y
pendón en la forma que habían concertado : ordinarios
peligros en que suelen hallarse todos los que prometen
sobre acciones ajenas.
El Vélez todavía conservaba aquel engaño comenza-
do en la corte , procedido de las falsas inteligencias que
había con catalanes; entendía (obligado á entenderlo),
de los avisos del Rey, que en Tarragona se hallaban so-
lamente doscientos caballos; despachó el San Jorge pa-
ra que contemporizase con las últimas ceremonias de
Esperna% encargándole advirtiese cuidadosamente el
número y bondad de su caballería, atento á lo venidero.
Habían los franceses sacado sus tropas á campaña
por la parte que mira al camino de Barcelona , formán-
dose en diez y siete batallones medíanos, que entre to-
dos hacían mas de mil caballos; no fué solo urbanidad,
sino artificio para que entre tanto la infantería catala-
na, que se retiraba, sus caballos y bagajes tuviesen
tiempo de mejorarse on las marchas.
Despedido, en fin, el Espernan, y vacía la ciudad de
las armas francesas, se dispuso luego la entrada del
Vélez , y se alojaron en ella cuatro tercios de infante-
ría, repartiendo los mas por los lugares convecinos.
DON FRANCISCO MANUEL DE MELÓ.
Entró el Marqués aquella tarde acompañado de toda la
corte del ejército , el magistrado de Tarragona y otros
nobles de la ciudad; caminó á la iglesia mayor, donde
fué recibido con las pías ceremonias con que la Iglesia
se alegra en los triunfos de sus hijos; los demás tercios
y caballería marcharon á sus cuarteles.
Es Tarragona uno de los mas antiguos pueblos de Es-
paña y que en ella ha dado mayor ocupación á las his-
torias. Muchos autores la tienen por edificio deTubal,
llamándola Tarazoan, que en voz armenia y caldea (pro-
pías entonces) dicen significa ayuntamiento de pasto-
res, por comenzar su población en esa manera. Otros,
deshaciendo algo en su antigüedad, quieren la fundase
Taraco ó Tearco , príncipe de Etiopia sobre Egipto, na-
tural de los pueblos Icucotíopes ; el cual , venido á Es-
paña, y después de retirado de Cádiz mañosamente por
los fénicos , pasó á las riberas del Ebro , donde batalló
con Teron, capitán de los ébricos españoles (que hoy
son los cántabros) , y fué por él vencido y arrojado. En
la edad de romanos subió Tarragona en gloria y edifi-
cios. Antes de Cneyo Escipion se hallaba ya cercada de
muros; pero de los Escipiones alcanzó su mayor lustre,
haciéndola plaza de armas general contra los cartagi-
neses. Recibió la fe católica cuando los primeros pue-
blos españoles , por lo que su iglesia, sobre metrópoli
en su provincia, pretende con Toledo y Braga la prima-
cía de las Españas. Edificóla su fundador en una emi-
nencia que viene á caerse poco á poco en el mar, don-
de después la tierra humilde se dilata en una aguda
punta, y ayudada del muelle, forma abrigo, aunque
corto , á los bajeles ; la cuerda de los cerros que sube á
septentrión va siempre creciendo y levantándose hasta
que se remata en algunas peñas , que del todo encubren
la ciudad á los que la buscan por la parte oriental ; el
medio arco que describe de poniente á mediodía es mas
descubierto; pero no sin alguna defensa de antiguas
torres y baluartes modernos. El número de sus mora-
dores con pocos pasaba de tres mil ; sus calles angos-
tas, sus fábricas, demuestran mas años que grandeza ,
Tal fué Tarragona hasta aquellos tiempos que comenzó
la guerra, que es cuando la vimos; ahora será solo
esta en el estado de sus principios.
Siguióse al buen suceso del Vélez en la reducción de
la ciudad otro no menos favorable á sus intentos. Ama-
necieron surtas las galeras de España y Genova en nú-
mero de diez y siete; poco después el mismo dia lle-
garon los bergantines de Mallorca , con que el ejército
recibió alegría , porque de ambas flotas esperaba ser so-
corrido con gente , municiones y la artillería prome-
tida de Roseílon. Pero en breve se entendió que las ga-
leras no traían mas de la personado don Juan de Caray,
conforme á las antiguas órdenes que se le habían envia-
do de la corte.
Gobernaba las de España don García de Toledo, mar-
qués de Villafranca , y las de Genova Juanetín de Oria,
hermano del duque de Túrsis, á las órdenes del Vi-
llafranca. Dcscmharcó don Juan, y fué bien recibido
del Vélez, que, aunque deseaba mas su ejército, mos-
tró estimar igualmente su persona (á veces vale mas la
de un capitán grande). Solo el Torrecusa dio á enten-
der le desplacía su venida , y mucho mas viéndole solo
vsin armas que gobernase , porque entonces temia que
¡í se le diesen por compañero en el manejo de aquel
.MOVIMIEiNTOS, SEPARACIÓN
ejército, ó que de sus tropas le separasen algunas con
que emplearle. Era tal la opinión del huésped, que nin-
guno lo esperaba ocioso; y verdaderamenle ello se fué
disponiendo de tal suerte, ayudado de algunas calum-
nias de hombres entremetidos , que el Vélez se vio á
peligro de perderlos á entrambos , ó por lo menos en
desesperación de aprovecharse de los dos : cosa que de-
seaba, y de que supiera usar con destreza si la seque-
dad del Torrecusa y presunción del Garay le dieran al-
gún espacio para hacerlo.
Excusábase don Juan de no haber traido la infantería
de Rosellon, diciendo que la guerra estaba por aquella
parte tan viva , que mas se hallaba en estado de ser so-
corrida que de socorrer á ninguno ; que las plazas eran
muchas, y poca la gente para guarnecerlas; que los ca-
talanes andaban en campaña , y que las tropas del Am-
purdan liacian cada dia mas fuerzas y vengauzas«en los
países fieles. No le faltaban razones para poder excusarse
de no venir armado; pero con ninguna satisfacía el ha-
ber venido; donde se entendió entonces que el Garay,
temeroso de los progresos de Rosellon , tomó aquel
motivo para dejar la provincia , juzgando que en el nue-
vo empleo de las armas prometidas aseguraba sus me-
joras; que en Rosellon se peleaba con franceses, y en
Cataluña con naturales bisónos y mal armados, de quie-
nes no se podía dudar la victoria, embistiéndoles tan
copiosos ejércitos.
Dispúsose luego la desémbarcacion déla artillería:
eran seis cañones enteros y otras piezas necesarias, has-
ta el número de veinte , y los mas pertrechos convenien-
tes á su cantidad. Tratábase también del despacho de
Jos bergantines, porque hiciesen segunda provisión de
grano á la caballería; pero en medio de este negocio y de
las muchas observaciones en que por entonces inútil-
mente se ocupaban cerca de sus preferencias el Vélez y
Villafranca, llegó un correo de Madrid, que dio princi-
pio á otras novedades.
Abriéronse los pliegos y con ellos las puertas á mu-
chos y varios discursos, por la novedad que se hizo no-
toria, de la cual podremos decir vino después á depen-
der buena parte de los sucesos que escribimos.
Avisaba el Rey Católico al Vélez cómo el reino de
Portugal se habia declarado en su desobediencia, se-
parándose de su monarquía y entregándose á nuevo rey;
ordenábale muchas cosas sobre este caso, encomen-
dándole detuviese todo lo posible su noticia , por no dar
con ella mas aliento á los catalanes y causar alguna in-
quietud en los muchos portugueses que se hallaban sir-
viendo en aquel ejército. Empero por ser la cosa tan
grande en Europa , de tanto cuidado á los príncipes de
olla, y de tales dependencias con mi historia, habré yo
de contar lo sucedido en breve digresión, según mi
costumbre.
Sesenta años habia que la corona de Portugal ocu-
paba las sienes de los reyes castellanos , con que no solo
consumaron su imperio en toda España , mas tuvieron
entonces ocasión de ceñir con sus armas fácilmente el
universo. Fué don Felipe el Segundo, rey de Castilla,
hijo de la emperatriz doña Isabel, mujer de Carlos V;
ella hija de don Manuel, único deste nombre, rey de
Portugal , cuya baronía, extinta, por muerte de don Se-
bastian, en el cardenal rey don Enrique, su tio, pre-
tendieron muchos príncipes la sucesión de la corona , y
Y GUERRA DE CATALUÑA. 617
no sin derecho pretendía también el mismo reino here-
darse á sí propio y nombrar sucesor , como ya lo hicie-
ra en otras ocasiones. Contendían, en fin, por mejor
razón Catalina , duquesa de Braganza , hija entonces
sola (muerta María, su mayor hermana, princesa de Par-
ma) de Duarte, infante de Portugal, hijo de don Ma-
nuel y hermano de la Emperatriz y del último rey car-
denal; Duarte, bien que por su edad menor que el mis-
mo rey su hermano , por su sexo mejor que la Empera-
triz su hermana; Catalina, hija de Duarte, y Felipe, hijo
de Isabel. Vino el caso de valerse cada cual de la repre-
sentación de aquella persona de quien recibía la ac-
ción, como si verdaderamente concurriesen vivos, Duar-
te, varón, con Isabel, hembra, inferior en sexo, bien
qae superior en años; de tal suerte, que Catalina, por
la gracia á que el derecho llama beneficio , quedaba re-
presentando el infante su padre , y Felipe por la misma
ocasión enflaquecía su causa, significando la Empera-
triz su madre. Intentó luego don Enrique, hombre
santo y viejo, satis^facer la justicia de todos los prínci-
pes contenciosos , por excusar á su reino la nueva fati-
ga de una guerra, poniendo el negocio en términos de
derecho común. Muchos le acusan esta resolución, y
algunos la juzgan por la mayor de sus acciones; porque
cuanto mas liaba de su justificación, pudo entregarse
mas confiadamente al sentimiento de otros juicios, te-
niendo por hecho indigno de rey católico y evangélico
que aquellas cosas tan fáciles de acomodar por la razón
con aplauso del mundo y paz de su conciencia, se hu-
biesen de poner en manos de la furia. Nombró jueces
hombres tales que pudiesen juzgar sobre tan grandes
intereses. Murió antes de acabarlo don Enrique; común
infelicidad de Portugal y Castilla, á quienes dejó por
herederos de la discordia. Mas don Felipe , antes de la
sentencia en los términos legales, ordenó se lo pleitea-
sen con negociaciones el duque de Osuna don Pedro
Girón, y don Cristóbal de Mora, ya su favorecido; pero
en su defecto, no despreciando la fuerza como el artifi-
cio, dispuso que también de otra parte mejorase sus
respetos don Fernando Alvarcz de Toledo, duque de
Alba, con treinta mil combatientes ; y de las dos pode-
rosas manos que don Felipe puso en este negocio, la
una Hberal y la otra fuerte, no se puede decir cuál fué
mas oficiosa contra la libertad del reino ; tal el interés,
y tal el asombro opuesto á los ánimos , donde algunos
resistiendo al temor, no Uegaron á alcanzar victoria de
la codicia. Retiróse doña Catalina de la pretensión, no
desengañada, mas temerosa, guardando en su sangre
y en la de sus hijos y nietos su propia justicia y derecho
anterior á la corona; y guardando también los portu-
gueses, hasta los mas obfigados al Rey Católico, en su
corazón ó en su escrúpulo la memoria del arte y la
violencia de aquel monarca, obedecida en aquella pri-
mera edad con la fuerza, y en la segunda de su hijo don
Felipe III, tolerada con la apacibilidad del gobierno;
mas del todo á ellos insufrible en la de don Felipe IV.
Hallábase la nobleza mas que" nunca oprimida y des-
estimada, cargada la plebe, quejosa la iglesia; era
sobre todo acabado el tiempo de aquel castigo. Des-
pertó la queja común las memorias pasadas, que ya
parece dormían pesadamente en el sueño de sesenta
años. Pretendió el Rey que la nobleza de Portugal sa-
liese á servirle en el castigo de la libertad catalana, en
518 ' DON FRANCISCO
que los poríugujscsreconocian liermandad, y en cuyas
acciones, como á un clarísimo espejo, estaban con-
certando sus ánimos aun dichoso fin. Amenazaba don
Felipe por boca de dos ministros terribles, que enton-
ces manejaban los negocios de Portugal , con crimen
de indignación aquel que no saliese á obedecerle ; esta
asperísima administración de imperio, añadida á las
primeras razones, dio motivo á algunos caballeros y
prelados del reino , en corto número, para que se re-
solviesen á comprar con sus vidas la libertad de la pa-
tria, á imitación de algunos famosos griegos y roma-
nos, que no hicieron mas ni tan dichosamente. Con-
certáronlo, y se dispusieron ú quitar y le quitaron aque-
lla corona á don Felipe, que en el modo por que dicen
la trataba, hizo la mayor información contra sí mismo,
ofreciéndola á su propio dueño, que también en acep-
tarla sin temor de la contingencia manifestó al mundo
su derecho. Era este don Juan , el segundo en el nom-
bre dolos duques de Braganza, octavo en el número
de ellos, hijo de Teodosio í, duque séptimo y nieto de
Catalina , la despojada princesa de Portugal , y el que
fué saludado rey legítimo de los portugueses en Lis-
boa á 1.° de diciembre. A cuya voz humilló el Señor
el poder contrario, de tal suerte , que sin defensa ó
contradicción, el nuevo rey se hizo obedecido en es-
pacio de nueve días por todas sus gentes y provincias,
y las muchas plazas marítimas que guardaban los puer-
tos fueron puestas en sus manos por los mismos ca-
pitanes del Rey Católico que las defendían, movidos
ellos (dicen algunos) de una fuerza interior que les ha-
cia obedecer á su propia injuria : tal fué la princesa
Margarita de Saboya, duquesa de Mantua, que enton-
ces gobernaba el reino, cuyos despachos hicieron me-
dio á la entrega de las mayores fuerzas.
Con extruñcza y admiración fué recibido en el ejér-
cito este gran suceso de Portugal, aunque pareció n)as
grande en la variedad y recato con que se trataba. Po-
co después se conoció en señales exteriores, habién-
dose preso por órdenes secretas algunas personas de
aquella nación y alguna de estimación y partes que se
hallaba en el ejército, cuya gracia cerca de los que
mandaban la pudo hacer mas peligrosa.
Muchos pensaban que este accidente podía resultar
en beneficio de Cataluña, porque el Rey, por vengar el
agravio recibido de portugueses, se habia de acomodar
á cualquiera honesto partido con el Principado, apro-
vechándose de las armas empleadas en él para el otro
castigo.
Algunos entendían diferentemente, temiendo que
las asistencias y socorros de aquel ejército no podían
ser cuales pedia la necesidad, porque divertido el po-
der del Rey Católico á otra parle, era forzoso faltar allí
lo que se aplicase al nuevo ejército.
Con la misma diferencia juzgaban los catalanes , bien
que para lo venidero todos lo tenían por conveniente :
tales habia que desde luego lo eslimaban como gran
fortuna, pareciéndoles (fue ya el enojo del Rey se habia
de repartir entre ellos y la segunda desobediencia; y
aun creían que la de Portugal llevase la mayor parle de
la indignación, porque en los ojos del Rey Católico , y
de todos los monarcas del mundo , no parecería tan
grande el delito de la sedición como el de la competen-
cia; que el suyo de ellos se podría rehusar, era fundado
MANUEL DE MELÓ.
¡ en miseria ; pero el de los portugueses en soberbia y
altivez, donde inferían la templanza de su peligro.
! También no faltaban otros que pensasen consistía en
esta novedad su mayor daño, porque el Rey, deseoso y
! aun necesitado de hacer la guerra á Portugal, debía po-
' ner todas sus fuerzas por acabar mas brevemente la de
Cataluña, pues no era sano acuerdo abrir los cimientos
á un tan costoso edificio sin haber dado fin a la prime-
ra obra.
Así discurrían las gentes de una y otra nación; y los
que mas temían, mas acertaban, enseñándoles después
la experiencia cómo el temor discurre á veces mejor
que la esperanza.
LIBRO QUINTO. •
I Preparaciones del Principado. — Disposición del campo español.
¡ — fffstancias á Espcrnan.— Su vuella á Francia. — Piérdese Vi-
! liafranca y San Sadumi; Martorell es embestido.— Socórrele Bar-
¡ cclona. — Juicios y consejos de españoles y catalanes. — Intén-
I tase la ciudad. — Habla el Vélez á los suyos. — Aclama la gene-
ralidad al Cristianísimo. — Expugnación de Monjuich. — El San
Jorge pretende entrar las puertas. —Muere en ellas.— Atácanse
las escaramuzas.— El fuerte se defiende.— Hompense los es-
cuadrones.—Derrota del ejército. — Su pérdida y mortandad.—
Retírase el Vélez á Tarragona. — Acaba su gobierno.
Mientras el Vélez descansaba en Tarragona , ni bit n
amado como amigo, ni bien aborrecido como contra-
rio, seguía el Espernansu retirada, melancólico y poco
seguro de lodo el país, que le miraba con dolor y odio.
Cargábanlo comunmente la culpa de la pérdida cíe Tar-
ragona, diciendoque no estaba obligado al cumplimiento
de lo prometido, porque no podía capitularen perjui-
cio del acuerdo entre el Rey Cristianísimo y el Princi-
pado. Intentaban con esto impedir su retirada, y que
por lo menos aguardase aviso del Rey para ejecutarla :
á ninguna razón obedecía el francés; antes, como cada
día crecía la confusión de las cosas públicas, así se
afirmaba mas en la resolución de cumplir lo capitulado
con los españoles.
Procuraba entonces la Diputación de tener al enemi-
go en Martorell , porque los pasos angostos y el rio di-
ficultoso le prometían mas segura defensa ; incansable-
mente solicitaban sus levas, que con suma brevedad se
iban engrosando con la gente de Vich , Manresa, Ri-
poll, Granollers, Valles, Melaron, Areñs, San Celoní,
Hostalríc, Mataró, Cabrera, Bas y costa del mar.
Tal era el grueso de todas las gentes do que preten-
dían formar su ejército , y á este fin salió de Barcelona
el doctor Ferran , ministro de su magistrado, que in-
troducido en aquellos negocios , procuraba con celo de
verdadero repúblico dar forma á la defensa , así por lo
que tocaba á la fortificación como al campo; pero en
ambas diligencias fué inútil su cuidado, conforme lo
mostró la experiencia, dándonos ejemplo de que no
basta solo el celo en el varón si no se ayuda de la in-
dustria y suficiencia ( buen advertimiento para los prín-
cipes). Era Ferran oidor eclesiástico, ignoraba tolal-
mente la ciencia militar, y por mas que su ánimo le
inclinaba al servicio de la patria, todavía no fué bastan-
te su deseo para vencer la ignorancia; de suerte que el
expediente se dilataba por aquel mismo instrumento
que fué aplicado á la ejecución.
Crecian las fortificaciones al lento paso que llegaba
la gente; era mayor su trabajo que su fruto, porque sí
MOVIMIENTOS, SEPARACIÓN
Lien había entre ellos algunas personas de medianas
noticias en aquel arte, todavía padecían la costumbre
de querer arbitrar todos sobre la profesión ajena , que
los mas ignoraban, entendiendo que la voluntad de acer-
tar bastaba para guiarlos al acierto. Introdujéronse en
el gobierno militar algunos hombres mozos , á quienes
el ánimo ardiente del bien de su patria había hecho
creer de sí mas de lo que era justo ; los cuales, inter-
puestos en las ejecuciones de los negocios, los sacaban
de su eStado competente hasta traerlos á su parecer.
Es en los mancebos tan loable cosa el amar las ciencias,
como será peligrosa el entender que las han consegui-
do ; porque por lo primero se hacen capaces de alcan-
zar sabiduría, y con lo segundo se disponen á la presun-
ción, que los lleva al temprano riesgo del mando, hasta
acabar en él.
Varios avisos recibía la Diputación de los intentos de
Vélez , y no cesaba de instar al Espernan que con su
caballería y algunos infantes franceses que ya se jun-
taban entrase en el Panadés ( es una pequeña provin-
cia, que comprehende algunos buenos lugares de aquel
contorno) ; á que se había de seguir la catalana, que ya
marchaba, porí^ue todos saliesen al opósito de los rea-
les, que sin duda mostraban querer ocupar aquellos
pasos. Era esta su misma intención del Vclez, recono-
cido ya de la necesidad del ejército, que apretado en
Tarragona de los catalanes sueltos, que fatigábanla
campaña por todas partes, no sabia cómo, valerse ó re-
sistirlos. Usó desordenadamente de la fertilidad de
aquellos pueblos , y en brevísimos días se vino á hallar
en ia misma miseria con que entrara en ellos, sin otro
remedio que buscar por las armas el sustento ordi-
nario.
Ninguna diligencia fué bastante para que Espernan
mudase su intención ; bien que con sumo artificio pro-
curaba no desesperar los catalanes que ya temia; pero
cuanto sabiau acomodar sus palabras, desmentían las
acciones de tal suerte , que entendiendo la Diputación
cómo se había retirado á la retaguardia de Martorell por
no hallarse en aquel servicio , mandó salir de Barcelo-
na su diputado eclesiástico, presidente de su consisto-
rio , porque se desengañase del ánimo con que Esper-
nan procedía. Llegó, y asistido del Ferran y conseller
tercero , asentaron que con la persona de monsieur de
Plesís (capaz, según ellos entendían, de reducir al Es-
pernan) se le ordenase imperiosamente que su caba-
llería pasase luego al Panadés, y que con la iufanteria
guarneciese á Víllafranca , que había de ser la que pri-
mero probase la furia del ejército católico ; pero con
tal aviso, que si el enemigo la hubiese entrado primero
que ellos , se excusase la escaramuza y se retirasen á
Martorell , donde sin duda habían de ser de mayor
efecto. Temían con razón perder cualquier pequeña
parte de su tierra, porque aun sin contar el precio y
lástima de los pueblos, consideraban por el mayor da-
ño la pérdida del aliento en los vasallos ; ordinario ac-
cidente con que la gente inadvertida suele recibir las
primeras desgracias de una república donde la guerra
es extraña.
Con este ajustamiento le pareció al Diputado que las
cosas quedaban de suerte que ya podía excusarse su
asistencia , cuando en su corte concurrían tantas que
!a pedían. Volvióse, y con su apartamiento volvieron
Y GL'ERRA DE CATALUÑA. 819
también los negocios al mismo estado en que se halla-
ban antes; no se obraba nada de lo prometido, sino
crecía la confusión y desorden.
Vino segunda vez , y esto mismo le puso en obliga-
ción de no dejar aquel negocio sin acabar de entender
el ánimo de Espernan : juntó al Plesís y Seriñan como
para testigos de sus promesas^ y nuevamente afirman
ellos que prometió el francés seguir la fortuna del Prin-
cipado y su servicio , con que le diesen licencia para
dar aviso al Vélez , haciéndole notorias las causas de su
imposibilidad. Yo creo que él lo pensaba hacer así, pre-
viniéndose para cualquier suceso; procuraba dejar el
Priíjcipado, y temia no poder hacerlo; pretendía justi-
ficarse con su enemigo , porque si la fortuna le trajese
otra vez á sus manos, no perdiese por la palabra que-
brantada la cortesía de los vencedores; igualmente le
asombraba el enojo de los naturales sí una vez llegasen
á desesperar de su compañía ; así obraba dudoso , como
entendía lleno de duda.
Deseaban los catalanes que los caballos franceses en-
trasen á darse la mano á su teniente general Vílaplana,
que con solas tres compañías de caballería ligera dis-
curría por los lugares donde el ejército católico hacia
frente , á fin de reconocer sus intentos.
Caso es este digno de gran consideración, particular-
mente para todos aquellos que, fundados en el favor de
sus amigos, se aventuran á pretender cosas grandes.
Aquí se vé que un hombre estimado por capitán , vasa-
llo de un rey cristianísimo , justo y con empeños de la
misma acción, no solo se determinase á faltar en el ma-
yor peligro de los que venia á defender, sino que des-
pués de haber faltado , ó por su respeto ó por su dis-
curso, los embarazase con nuevos prometimientos, pu-
diéndoles salir mas costosa la segunda confianza que
la primera quiebra. No es mi intención en lo que digo
condenar el cumplimiento de la palabra que se ofreció;
admiróme de que habiéndola ofrecido, consintiese á los
catalanes nueva esperanza de su auxilio. Tiránicamente
desterró la política de los estadistas á la llaneza y la
verdad , haciendo que del engaño se formase ciencia,
j Qué diremos de cosas tan grandes, sino contarlas co-
mo han sido!
El Vélez entro tanto en Tarragona disponía su salida,
con deseo de que no se dilatase ; había ordenado que
algunas tropas de gente discurriesen por los lugares de
aquel partido , no solo por poneries en obediencia y or-
den , sino también para que los soldados pudiesen va-
lerse de su saco y se socorriesen contra el hambre que
generalmente los afligía.
Poco después , pareciendo que el ejército estaba ya
capaz de moverse , nombró por gobernador de Tarra-
gona al maestre de campo don Fernando de Tejada,
para que con su tercio y alguna caballería quedase ase-
gurando aquella plaza tan á propósito á los intentos de
unas y otras armas, y que los enfermos se pasasen á la
villa de Constantí , porque la ciudad no recibiese algún
contagio de su compañía.
Ninguna cosa pareció ni era mas dificultosa de aco-
modar que aquella misma sobre que se fundaban todas
las otras , como si fuese fácil ; no se hallaba medio á la
conducción de los víveres para alimento continuo del
ejército; el país, arruinado y prevenido por sus natu-
rales, habia retirado hacia dentro de sí aquellos pocos
fi20 DOIS FUAMCISCO
frutos que pudo escapar á las manos de sus mismos
ofensores y defensores, porque la ambición 6 desprecio
en la guerra casi viene á ser igual entre enemigos y
amigos.
Luego paraba la confianza en la buena compañía de
las galeras y bergantines, y aquel cuidado que justa-
mente se podia tener por seguro , cargando sobre el
Viliafranca, su general/Es don García de Toledo liom-
bre en quien se baila valor beredado y adquirido; ca-
mina á la grandeza por la singularidad , afectando mu-
clias extrañezas ajenas de un sugeto nacido y criado
para el mando ; vive en él la prudencia como esclava
del gusto, y es aun así de los mayores ingenios de Es-
paña.
Deseaba el Vélez pedir le ayudase ; empero crcia que
el Viliafranca no lardaría masen desviársele que lo que
tardase en entenderlo, porque á la verdad él en su áni-
mo tenia por cosa indigna baber de servir de instru-
mento á los aciertos de otro; ordinario vicio entre bom-
bres poderosos, deque el Príncipe viene apagar la ma-
yor parte de sus intereses.
Pretendióse que el Garay fuese el medianero, y no
bastó todo su artificio para llevarle á ninguna conve-
niencia; respondió con destreza y obró con industria.
Pero ya desengañados los cabos de que por la mar
no podían ayudarse según convenia, pensaron que de
Tarragona y de los pueblos que quedaban á las espal-
das era cosa posible abastecer su ejército : no dejaban
de entender que los catalanes babían de procurar cor-
tarles el paso; pero también esperaban que el ejército
de Fraga á la orden del Nocbera obraría de tal suerte,
que llamando á su oposición las fuerzas provinciales,
no podían ellos juntar en otra parte lo posible para es-
torbar sus convoyes , con lo que el campo babria de ser
suficientemente socorrido.
Érala intención del P»ey Católico (por lo menos lo da-
ban así á entender sus ministros) invadir el Principado
con tres ejércitos á un mismo tiempo; cosa que si pu-
diese ejecutarse, sin duda postrara las fuerzas y estor-
bara la entrada de los auxiliares. Conforme á esta dis-
posición salió el Nocbera de Zaragoza , y su maestre de
campo general el Prior de Navarra , á fin de quese diese
forma en las rayas de Aragón al nuevo y prometido ejér-
cito; pero como por natural acbaque del gobierno es-
pañol, se siguió siempre un profundísimo olvido alas
mas vivas preparaciones , no duró mas el cuidado de
aquella acción que lo que fué necesario para darla prin-
cipio con asaz fatiga de Aragón y Navarra. No se le acu-
día con los efectos competentes á la ejecución; escribía
el de Nocbera é importunaba, y no era socorrido; an-
tes se recibía la eficacia de sus avisos casi con escánda-
lo, por ser culpa común en ministros desatentos repu-
tar la providencia de otros como cobardía.
De otra parte , desayudado el Nocbera por algunas
desconfianzas entre su persona y la del Prior, altivos
ambos, y ambos capricbosos, ninguno quiso ni supo
convenir ó bumillarse á la condición ó al mando ajeno;
prosiguióse la competencia; poco después fué vengan-
za, y luego desconcierto del servicio de su rey; y sus
tropas , de cuyos empleos por la diversión tanto depen-
día el ejército del Vélez, se estuvieron ociosas todos
aquellos tiempos.
Salieron los reales de Tarragona , y se ordenó que la
MANUEL DE MELÓ.
caballería se mejorase siempre cuanto le luesc posibla
bacía Viliafranca del Panadés. Ejecutólo intrépidamente
el San Jorge; bailábase en la plaza el teniente general
Vilaplana con desigual poder; fué forzado á retirarse,
y lo pudo bacer sin pérdida de fuerzas ni de opinión,
por ser práctico en el país ; al punto ocuparon los rea-
les el paso, contentándose con baberle ganado, sin in-
tentar por entonces otra cosa mientras no se juntaba
todo el ejército.
Causó la retirada de Vilaplana grandísimo 'descon-
suelo en Barcelona ; entonces volvieron á llorar la im-
piedad del Espernan , que en tal peligro los babia me-
tido y dejado , teniendo por seguro , ó por las disculpas
de Vilaplanaó porque verdaderamente les pareciese así,
que babíéndola socorrido, la villa pudiera resistirse.
Pero el francés , observante de las atenciones de los
catalanes, y no menos de los pasos del ejército católi-
co, dispuso su última retirada y la de todos sus cabos
y tropas á Francia ; contradecíansela con vivas razones
los diputados, que su mismo dolor, cuando no su jus-
ticia , les estaba dictando.
No se detuvo Espernan á ningún oficio, antes pro-
siguió su camino con tanta determinación , que dio mo-
tivo á que se pensase, y aun escribiese , no era solo el
sencillo deseo de cumplir su palabra el que le llevaba
tan resoluto. Volvió á Francia, donde exteriormente
fué no bien recibido ; todavía ocupó luego su gobierno
propietario de Leucata. Algunos se persuadieron que
mayor espíritu obraba su movimiento; yo no puedo es-
cribir todo lo que be oido; por lo que se ve se juzgue;
lean aquí atentísimos todos los que aconsejan sus prín-
cipes, que el caso no es de tan pequeña doctrina ; asaz
de útil ofrece al advertimiento de los que mucho fian
de otro.
Fué la salida de los franceses sentidísima en todo el
Principado, é bizo cejar mucbo en la afición con que
los miraban como á sus libertadores. Entonces, vién-
dose ya asombrados de su enemigo , recurrían tal vez
á culpar la primera resolución; otros lo juzgaban á in-
felicísimo pronóstico; y tales había que lo considera-
ban por último desengaño, creyendo que la desconfian-
za de su conservación llevaba primero aquellos que pri-
mero la conocían.
Pero los hombres en que el valor ardía como ele-
mento, sin otra materia de interés mas que su propio
celo , no desmayando con la ausencia do los socorros,
decían que así les babia de quedar mayoría gloria del
triunfo, no habiendo de partir de su laurel con otras ca-
bezas ; que su nación, unida y sin la correspondencia de
otras gentes, quedaría mas fuerte y mas segura, pues
entre ellos ya no era tiempo se hallasen los ánimos di-
ferentes ó indiferentes. De esta suerte alentaban á los
temerosos.
Marchaba el Vélez en tanto al Panadés, donde ya la
vanguardia babia ganado á Viliafranca; ocupó en lle-
gando con su grueso el lugar, capaz de poder recogerle
todo. Era Viliafranca pueblo de gran vecindad y de los
mas abundantes de España en su provincia. Aquel mis-
mo dia se ordenó que todos los caballos ligeros se ade-
I lantasen á ganar San Sadurní, distante poco mas de
una legua bacía Martorell , donde se sabia que el ene-
' migo aguardaba con parte de la gente retirada de Villa-
! franca y todo el poder que tenían junto para oponérsele.
MOVIMIENTOS, SEPARACIÓN
Está San Sadunií puesto en una eminencia acomo-
dada para defenderse, desde la cual hasta Martoreli se
siguen algunos val'es hondísimos, que van siempre ce-
ñidos de dos cordilleras de montes, que unos bajan de
las serranías de Monserrate , y otros corren la tierra
adentro, pasando poco distantes de Barcelona.
El pueblo, siendo súbitamente asaltado, ni por eso
dejó de resistirse, confiado en que la vecindad del so-
corro no podia faltarle; pero la gran fuerza con que fué
furiosamente embestido y luego entrado, no dejó ver la
constancia de los que le defendían, ni la diligencia de
los que ya caminaban á juntarse con ellos.
Comenzaban desde allí todas sus fortificaciones de
los catalanes, asentadas en sitios favorables á sus de-
signios y al modo de guerra común á los hombres ru-
dos ; pretendían con tropas de gente bisoña , puestas
en aquellos lugares altos , libres á la furia de la caba-
llería , defender todo el paso , que por larguísima dis-
tancia continuaba en aquella angostura; este fué su in-
tento, y lo pudieran lograr á poner en ello mas cuida-
do. La naturaleza convida con la defensa , el arte la per-
fecciona; la necesidad hace poco mas que desearla, y la
estraga á veces; el temor no ayuda al acierto; quien
teme no sabe, el que sabe tiene menos qiie temer; la
guerra se ha reducido á términos de ciencia; el orden
alcanza mas que la fortaleza.
Detúvose el Vélez por discurrir con templanza en el
modo de la empresa de Martoreli , que como mas pro-
pia, por ser suyo el lugar, como hemos dicho, deseaba
acertarla. Hallábase con buenas noticias del país ene-
migo, porque en su campo había muchos naturales y
otros no menos prácticos : todavía procuró haber algu-
nos paisanos por cuya industria , no solo fuese avisado,
sino guiado; mandó se buscasen, y le fueron traídos
por las tropas de la caballería, de los cuales se entendió
cumplidamente todo lo que deseaba saber.
Había gobernado hasta aquel día las armas de los ca-
talanes su oidor eclesiástico Forran , acompañado de
don Pedro Desbosch y don Francisco Miguel, caballero
de San Juan, en quienes , por mas que se adornaban del
celo y fidelidad , no se hallaban aquellas calidades sufi-
cientes al grande oficio que ejercían. Con este conoci-
miento fué llamado el diputado militar Francisco de
Tamarit (á cuyo puesto tocaba el mando de las armas
naturales), que hasta entonces se hallaba ocupado en
el Ampurdan , liaciendo frente y resistencia á las tropas
reales de Rosellon. Era el Tamarit hombre que junta-
mente llegó á enseñarla milicia á los suyos y aprender-
la entre ellos , pero ya en opinión de capitán , porque
los buenos sucesos anticipan á veces la gloria del aplau-
so, á que parece caminan otros y rodean por el mereci-
miento.
No menos los negocios del 'Ampurdan eran á este
tiempo dignos de todo cuidado : no se atrevía el Tama-
rit á dejarlos expuestos á la mejor suerte de sus ene-
migos, ni tampoco pudo excusarse de acudir al aviso
de su repúbhca. Dispuso y encargó la defensa de aque-
lla provincia como le pareció mas conveniente, y dejó
en su guarnición á los maestres de campo don Antón
Casador, don Dalmau .\lemany, don Bernardo Montpa-
lau, don Juan Sanmenat y el vizconde de Joch, cuyos
tercios , si bien no eran copiosos , parecía que por en-
tonces podían hacer resistencia al contrario, que ya se
Y GUERRA DE CATALl.ÑA. K21
hallaba con mayores pensamientos en la parte donde
tenia las mayores fuerzas; y habiendo también ordena-
do á las compañías de caballos de Enrique Juan, el
baile de Falsa y Manuel de Aux le siguiesen, entró en
Barcelona al mismo tiempo que le llamaba la necesidad
y la desconfianza común. Cobró el pueblo nuevo alien-
to con su llegada , haciéndola aun mas alegre haber en-
trado casi en aquellos días monsieur de Plesís y mon-
sieur de Seriñan con un regimiento de irifaníería fran-
cesa, y trescientos caballos no comprchendidos eu las
capitulaciones de Tarragona.
Consistía toda su esperanza de los catalanes en de-
fender el paso de Martoreli, juzgando ser aquella la
verdadera defensa y fortificación de Barcelona ; habifin
perdido el Coll con facilidad, cosa entre ellos tenida
por insuperable : esta consideración los llevaba mas al
propósito de aquella resistencia.
Procuraban dar satisfacción al Principado, cuyas
fuerzas tenían juntas, siendo cierto que todos sus na-
turales parece habían puesto los ojos en aquella acción
para acabar de creer ó desesperar en su defensa : á lo
que mas se aplicaban era á intentar algún buen efecto
por manos do la industria. Pareció conveniente dar avi-
so al Margarit, que emboscado en las espesuras de
Monserrate, hacia la guerra en continuos asaltos, para
que en la mejor forma que el tiempo y sus fuerzas die-
sen lugar se acercase á Tarragona y picase al ejército
vivamente por las espaldas.
Recibió don José la orden, y recogió á sí toda la gen-
te que le quiso seguir, y con algunos almogávares fué
á tentar la fortuna con determinación de dar sobre los
lugares que el ejército católico dejase con alguna
guarnición; asegurábase en que la caballería tenia des-
ocupado el campo de Tarragona , y así no le quedaba el
negocio dificultoso.
Marchó, y crecía cada instante tanto en poder y pen-
samientos, que determinó ir á dar vista á la misma
ciudad de Tarragona; empero siendo informado de su
gran presidio , revolvió por hacia la montaña á la villa
deConstantí, distante de Tarragona una pequeña le-
gua. Es Constantí lugar mediano , pero fortalecido de
un castillo de los que la antigüedad fundó con mayor
arte; está eminente á todo su pueblo y á toda la campaña ,
desde donde se mira no menos fuerte que agradable ;
servia de hospital y cárcel á castellanos y catalanes ; pa-
recióle al Margarit esta empresa acomodada á sus fuer-
zas , pensando por ventura divertir con aquella acción
la fuerza del ejército , como suele la leona dejar algu-
nas veces la presa á los rugidos de los cautivos hijue-
los; embistió la villa en el mayor descuido de la no-
che; ganaron las puertas con brío los catalanes, no
poco defendidas de los soldados de la guarnición. Es
celebrado entre los mas el aliento de un Pedro de Tor-
res, sargento catalán; nombrárnosle, contra costum-
bre, porque le hallamos nombrado de todos. iJcIéndióso
el castillo como pudo , y fué entrado con la primera luz
de la mañana ; murieron algunos castellanos en número
como treinta; cobraron su libertad mas de trescienfos
naturales prisioneros, y sin duda pudiéramos contar
este por un dichoso suceso, sí no oscureciera mucho de
su gloria la crueldad con que fueron tratados los heri-
dos y enfermos; porque habiéndose reconocido por los
vencedores los hospitales, donde yaciu;; has!a cuutry-
522
DON FRANCISCO
Tientos soldados, defendidos solo de la humanidad y re-
ligión, úlliinos privilegios de los miserables, fueron
entrados furiosamente, y sin ninguna piedad despeda-
zados y muertos. Corrió la tristísima sangre por en
medio de la sala en forma de arroyo : nadaban sobre
ella brazos, piernas y cabezas; los cuerpos humanos,
perdida su primera forma, parecían monstruosos tron-
cos de carne. Al principio las quejas , lágrimas y voces
formaron un horrible estruendo , y el miedo y la con-
fusión fueron para algunos tan crueles como para otros
el acero ; los lechos, fabricados á la paz y descanso na-
tural , se veian torpísimamente bañados en sangre , y
sucios con las entrañas de sus dueños, figuraban lasti-
mosamente las bárbaras carnicerías délos gentiles. No
pudo detenerse á ningún respeto el furor de los que
vencían, porque parece es calidad de la victoria asen-
tarse sobre la mayor ruina ; tampoco la venganza obe-
dece á algún consejo de la piedad; hallábanse rabiosos
los catalanes del suceso de Cambrils, y obraban de suer-
te en Constantí, como si con aquella violencia enmen-
dasen la ya padecida.
Entendióse con brevedad en Tarragona la interpresa
de aquel lugar, y aun sin prevenir tan grande daño,
mandó el Tejada salir la caballería é infantería que pudo
la vuelta del enemigo ; pero el Margarit, que no dejaba
de temerse de los socorros de Tarragona , habla puesto
de reserva fuera de la villa al capitán Cabanas y su com-
pañía (hombre entre ellos de buena opinión), con or-
den que escaramuzase con los socorredores mientras
se juntase la gente que se ocupaba en el saco. Tocaron
al arma las centinelas del Cabanas que se hablan ade-
lantado por todas las avenidas , y su cuerpo de guardia
se opuso con gran valor á las tropas contrarias : llega-
ron los reales , y atacándose entre unos y otros vivísi-
mamentela contienda, pelearon hasta que, dispuestos
ya en forma militar todos los catalanes, se resolvieron
á dejar la villa, cuya conservación casi parecía imposi-
ble é inútil, por la mucha vecindad del poder contrario.
"No ignoraba el Vélez todas las prevenciones del ene-
migo; y así , desde luego determinó servirse del artifi-
cio. Llamó á consejo casi á vista de Martorell , y por
todos fué ajustado que los catalanes fuesen embestidos
en sus fortificaciones, mas con intención de medir sus
fuerzas que de ganárselas; que si ellas fuesen tales que
diesen lugar á proseguir el asalto, no se perdiese co-
yuntura y se apretase lo posible por desembarazar el
paso ; pero que hallando asi fuerte la resistencia y que
el peligro pareciese mayor que el útil, se retirasen, y
entreteniendo al contrario con escaramuzas, se enviase
un trozo de ejército bien gobernado, que subiendo la
inontaña á mano izquierda, bajase al collado dicho del
Portell, desde donde se tomaba al enemigo de espal-
das, y se pasaban de esotra parte del rio Llobregat; con
que los catalanes quedaban imposibilitados de la reti-
rada ó socorro.
Era de pocos diasanles entrado en el gobierno de
aquellas armas el diputado militar Tamarit, que no des-
preciando el valor de los católicos (como aquel que lo
había experimentado de cerca), luego que reconoció su
ejército, pidió nuevos socorros á Barcelona, porque
con las mudanzas de los cabos que entre los catalanes
liabian sucedido, se desbaratara buena cantidad de gen-
te, faltando de una y otra casi la tercera parte.
MANLEL DE MELÓ.
Fué esta nueva escuchada en la ciudad con mucho
enojo y tristeza ; oyen mal y creen peor los hombres
pacíficos los aprietos de la guerra ; acusa el civil de pe-
rezoso al soldado y al capitán que no vence según su
antojo ; ninguno acierta á medir la desigualdad que hay
entre sus estados ; el ocio de la guerra es terremoto en
la república ; lo que es confusión en la ciudad , es quie-
tud del ejército : desdicfia original juzgar de las accio-
nes imperceptibles de la guerra el tribunal de los polí-
ticos, tan liberales en averiguar las calidades del peli-
gro que ignoran , donde suele salir condenado á veces
el valor y á veces la prudencia; como si Marte pesase
en la balanza de Astrea, y entre la fortuna y la razón
hubiese gran conformidad.
Quejáronse los catalanes , mas no se entorpecieron
del'afecto con que se quejaban ; prevenían con todas
diligencias posibles el socorrer al Tamarit; convocólos
y pidiólos la Diputación con imperio de señora y lágri-
mas de madre igualmente afligida que temerosa. Valió-
se la ciudad de todas sus parroquias, conventos, co-
fradías, gremios y universidades, porque aquellos que
se podían negar al mandamiento, no hallasen modo para
excusarse del ruego; esforzáronse á dar ó cortar el
brazo por salvación del cuerpo de su república; todos
se ofrecieron al remedio, sin reservar la sangre ó la ha-
cienda. Obligación es del vasallo ó del repúblico acudir
á su príncipe ó á su patria afligida, de tal suerte, como
si solo por su cuenta estuviese el remedio ; fáciimente
se pudiera reparar la ruina de un reino donde todos
pensasen que el daño era solamente suyo ; de lo contra-
rio se da á entender ambición. Certísimo os el peligro
donde los intereses parecen de uno solo y el riesgo do
todos.
Venció la diligencia de la ciudad el alboroto del pue-
blo, haciendo cómo marchase la gente de la misma
suerte que se juntaba; los clérigos y frailes desde el al-
tar y el coro pasaban á la campaña; niños, ancianos y
enfermos, ninguno dejaba sosegar el celo de su defensa;
cada cual media sus fuerzas por su espíritu , no este por
aquellas, como siempre. Juntáronse en brevísimo tiem-
po mas de tres mil personas, pero con poca suficiencia
para las armas, en extremo ajenas de su ejercicio.
Entre tanto los del ejército católico, dispuestas ya sus
acciones según el orden que habian tomado , y desen-
gañados de que por el frente del paso era tanta la re-
sistencia, que no había que proseguir por aquella parle,
se dividió todo el grueso en dos trozos. Tomó la van-
guardia por su cuenta el Torrecusa, á quien seguían
seis mil infantes en los tercios de la guardia, en los de)
duque del Infantado, portugueses , vs'alones y el de los
presidios de Portugal , y hasta quinientos caballos ; dejó .
el camino real á mano izquierda , y entrándose en las
asperezas de aquellas serranías que suben creciendo
desde el agua á la montaña , fué marchando y haciendo
su camino en forma de arco por toda la tierra , que los
catalanes pensaban se defendía por manos de la natu-
raleza.
El Vélez , entendiendo que su viaje liabria de ser un
poco mas dilatado, y aquella suspensión podría ocasio-
narles alguna sospecha, mandó de nuevo atacar dife-
rentes escaramuzas en el frente con las trincheras y re-
ductos , que se hallaban bien guarnecidos y eminentes
ea todos los pasos á propósito de la defensa en el cami-
MOVIMIENTOS, SEPARACIÓN
no real ; mas , ó que fuese flojedarl ó artificio de ios cas- ]
teliarios, ninguna vez pretendieron arrimarse á las for-
tificaciones contrarias, que no fuesen rechazados con
gran valor y destreza por los catalanes. Ocupóse todo
aquel dia en las escaramuzas , y el segundo se tocaron
muchas alarmas á la villa por el costado siniestro; con
que crecia en los embestidos cada hora el asombro,
viéndose atacados por tres partes á un mismo tiempo.
Ya entonces se descubrían las tropas del Torrecu-
sa; tardó un poco mas de lo que se pensaba, habién-
dose detenido en quemar un burgo que se puso en re-
sistencia , no sin algún daño de los reales, por ser de
noche la contienda; llegó, en fin, sobre Martorell in-
tempestivamente, y reseñándoles á los sitiados los cla-
rines contrarios por las espaldas, dieron su perdición
por segura. Aquellas voces á un mismo paso servían de
desmayo y aliento; unos aflojaban como perdidos, y
otros se alentaban como vencedores ; apretáronse las es-
caramuzas y juego de la artillería con horrible estruen-
do , multiplicándose en los senos de los valles vecinos;
crecia el horror, y se desesperaba en la defensa de tal
suerte, que el Seriñan, reconociendo el riesgo común,
comenzó á introducir la plática de salvación. Tuvieron
su consejo el Tamarit y tercer conseller, á quienes asis-
lian el Seriñan y don Josef Zacosta, y ordenaron que
monsíeur de Aubiuí saliese á reconocer el poder del Tor-
recusa , que era quien mas les afligía; pero siendo in-
formados prontamente de que el enemigo bajaba con
todo su grueso , acompañado de nuevas tropas de caba-
llería y seis escuadrones, con los cuales igualaba, cuan-
do no superase, su número, resolvieron no exponer al
último daño aquel pequeño ejército; que el postrer pe-
ligro íio debía ser sino cuando se hubiese desbaratado
toda la fuerza é industria; que Martorell no merecía ser
el final teatro de sus desesperaciones ; que el corazón
de la patria eran aquellas armas; que de ellas se deriva-
ba el aliento á todo el cuerpo de su república; que qui-
zá en Barcelona los aguardaba la suerte próspera ; que
allá era la resistencia mas segura , mas cercanos los so-
corros , mas ejecutiva la desesperación , mayor el pue-
blo, mayores las obligaciones; que ningún cuerdo de-
jaba de tomar de su fortuna aquella tregua con que le
convidaba, porque entre el cuchillo y la garganta to-
paron muchos su remedio; que el entregarse á los pe-
ligros no es valor , sino torpeza del miedo , que no deja
solicitar su remedio al sumamente cobarde.
De estas razones persuadidos, mandaron se retirasen
los tercios en buen orden , y se temían de no poder con-
seguirlo, porque se dificultaba tanto en el indomable
furor de los suyos como en la pujanza y atrevimiento
délos contraríos.
Los cabos españoles , reconociendo la misma razón
que obligaba á retirarse los catalanes, apretaban con
toda furia por no daries lugar á la salida ; empero ellos
con mayor noticia del país hicieron avanzar las tropas
de su caballería, á cuyo abrigo salían los infantes, por-
que no era menos la resistencia en el frente , donde el
Vélez determinó de hacer dar el asalto después de la
venida del Torrecusa. Habíanse acercado las mangas á
sus fortificaciones por menos distancia que á tiro de
arcabuz, lo que habiendo reconocido monsíeur de Se-
nesé, á cuyo cargo estaba la artillería, con el de Ba-
landon y otros que les seguían , dispusieron de tal suer-
Y GUERRA DE CATALINA. 523
te su manejo, que la infantería española se detuvo todo
el tiempo que la catalana hubo menester para dejar el
puesto, y seguir la otra en su retirada.
Entonces fué entrado el lugar por las espaldas : satis-
fizóse allí la venganza de unos de la resistencia de otros,
como si fuese culpa la defensa; no perdonaba la furia
á edad ó sexo; á todos igualó la crueldad en una misma
miseria. Costó la entrada de Martorell las vidas de al-
gunos soldados y oficiales , y entre ellos fué mas sentida
la muerte de don José de Saravia , caballero del hábito
de Santiago , teniente de maestre de campo general , y
el hombre mas práctico en papeles y despachos de un
■ejército que otro ninguno. Faltaron de los catalanes
mas de dos mil hombres entre infantes y caballos lige-
ros. Por la misma razón que el Vélez esperaba de aquel
lugar mas obediencia, permitió que fuese allí mayor
estrago.
No habían las tropas de su caballería del Torrecusa
acabado de bajar por el coliado, cuando juzgando ya
la victoria por suya , se aventuraron á divertirse y en-
trarse por los pueblos vecinos, porque el descuido del
contrario acrecienta las fuerzas y aun la dicha del que
acomete. Algunas partidas de caballos sueltos tomaron
el camino de San Feliu con pretexto de corlar los so-
corros de Barcelona.
Eran de poco tiempo llegados á aquel paso todos
aquellos con que la ciudad pudo acudir á su ejército;
la gente bisoña y de profesión extraña descansaba sin
tino de la fatiga de las armas; llegaron súbitamente sus
corredores, y les' dieron aviso del peligro en que se ha-
llaban : constaba el socorro de hombres los mas de ellos
eclesiásticos, y otros algunos oficiales y gente llana,
que viéndose vecina á la muerte, no se acababa de dis-
poner ni bien á la fuga ni bien á la resistencia ; vueltos
á su discurso por algún particular aliento que les asistía,
y acompañados de los infantes franceses, á quienes se
arrimaron, consiguieron el ponerse en forma de esperar
al enemigo. Cobraron una colina harto favorable á su
defensa , y socorridos también de una compañía de ca-
ballos, del capitán Borrell, alcanzaron mayor confianza
de la victoria. Llegaban las tropas con intención de em-
bestirlos, convidadas de su primer desorden, y no obs-
tante que ellos así pudieran defenderse , dejaron aquel
sitio, y poco á poco se subieron la montaña, donde sin
la contingencia déla defensa, alcanzaron mayor seguri-
dad por la retirada, entrándose en los bosques. Quedó ol
lugar en manos de los vencedores, y sirvióles de cuar-
tel asaz á propósito para su intento y descanso.
Detúvose el Vélez un dia todo, como llorándolas rui-
nas de su Martorell , porque si bien deseaba pasar ade-
lante, no le era posible por entonces ; el ejército, suma-
mente fatigado de las marchas y escaramuzas pasadas,
no se hallaba en la disposición y sosiego de que necesi-
tan las gentes que han de comenzar el gran hecho de
una batalla ó sitio.
Pareció se debía dejar allí el presidio conveniente
para defensa del paso del Congost , donde se habían de
asegurar los víveres que bajasen de San Sadurní ; y así,
fué ordenado que el comisario general de caballería íh
las órdenes con quinientos caballos se quedase guar-
dándole , y que en Martorell se detuviesen dos tercios
prontos para marchar hacia donde les fuese ordenado.
Con estas prevenciones salió el Vélez al diasiguíen-
824 DON FRANCISCO
te , y ordenó de nuevo que su vanguardia en buena dis-
posición avanzase todo lo posible basta los lugares de
Molins de Rey , San Feliu y Esplúgas, donde pretendía
dar forma de batalla ú su campo , según la acción en
que asentase que debia ser empleado. Mandó adelantar
sus escuadrones , segiin liemos referido, y sin dificul-
tad ninguna se bizo dueño de todos los pueblos y tierra
de aquel contorno; no se topaba de parte del contrario
defensa alguna , ni liabia batidores ó centinelas que
procurasen descubrir sus movimientos; toda la tierra
parecía triste y liona de silencio , de cuya quietud in-
ferían los españoles el temor de sus contrarios; todo lo
interpretaban dicbnsamente : es costumbre del deseo
errar siempre el juicio en las figuras de los sucesos
prósperos.
Hallábase ya acuartelado el ejército en los pueblos
vecinos á Barcelona , adonde babiendo llegado el Vélez,
entendió no debia fiar una cosa tan grande de solo su
arbitrio; quiso justificarse con su ejército, obligado no
menos de su modestia que de otros vivos pensamientos,
que no le dejaban afirmar en ninguna resolución, por-
que á la verdad su espíritu jamás le dio esperanza de
la victoria. Teaiia interiormente, y procuró ayudarse do
los bombros de mucbos ó sus esperanzas para llevar el
peso de la contingencia. Es esta la mayor usura de los
políticos, obrar solos aquellas cosas de que se satisfa-
cen, por no repartirla gloria del acierto con ninguno,
y ayudarse de otros en aquellas que temen, por des-
cargarse con ellos de la vergüenza que sigue á los rui-
nes acontecimientos.
Llamó á consejo los primeros y segundos cabos de
su campo, y otras algunas personas cuya intervención
podía ser pro vecbosa para el acierto ó para la justifi-
cación : llamó á don Luis Monsuar, baile general de
Cataluña, bombremuy confidente á su rey, como atrás
habemos diclio, y en extremo práctico en todas las co-
sas públicas y particulares del Principado ; bizo tam-
bién llamar á don Francisco Antonio de Alarcon, del
consejo real de Castilla, á quien el Conde-Duque ba-
bia enviado, debajo de otros pretextos, como para fis-
cal de las acciones del Vélez. Ng babia en el Alarcon
parte ninguna suficiente para lo que se trataba; empe-
ro mucha disposición para ser creído por su boca el gran
desvelo con que el Vélez procuraba los buenos sucesos;
juntos entonces dijo así :
«Que pues la buena fortuna, guiada de la justifica-
ción del Rey, los babia traído vencedores tan cerca del
lugar, donde los delitos pasados clamaban religiosa-
mente por castigo, faltaba solo discurrir en el modo
mas conveniente de la venganza, si así podían llamar-
se los efectos del justísimo enojo de su monarca; que
ya babian conocido en mucbas experiencias el poco va-
lor de aquellas gentes miserables ( en fin como faltos de
razón), pues en aquellos días fueron tantas las victo-
rias cuantas las veces que se pusieron á vencerlos; que
la espada de aquel ejército, ya pendiente sobre el cuello
de Barcelona, estaba también destinada para castigo de
otras provincias; queel tardar en el primer golpe era re-
tardarse la gloria del segundo triunfo; que allí no iban
á mas que á ensayarse para mayores cosas; que haber-
se contentado con pequeños hechos era deshojarse los
copiosos laureles que los aguardaban; que toda Espa-
ña, toda Euro[)a y todo el mundo estaba mirando ateu-
MANLEL DE MELÓ.
lísímamente sus sucesos; que ya era menester darles"
satisfacción á la esperanza de los amigos y á las dudas
de los neutrales; que mucbos en laciudad, depositando
la fe en el silencio ó temor, no esperaban mas que ver
tremolar las bamleras reales para levantar una gran
voz en favor de España; que de la misma suerte los
obstinados, por ventura que esta misma diligencia
aguardasen para reducirse, dando así alguna disculpa
á su mudanza ; que esto no podía ser dudoso, pues don-
de la resistencia los convidaba con el sitio, ellos no ba-
bian atinado á defenderse, ni parece que lo solicitaban,
según todo lo perdían sin pérdida. »
Templó luego con gran destreza el orgullo á que va-
namente podían inducir sus razones, porque sin duda
parece que en estos casos pendo de la boca del caudi-
llo el temor ó aliento de los subditos. Puso, no sin cui-
dado, antes las consideraciones apacibles, por dar á en-
tender á los que escuchaban que su lengua le minis-
traba primero aquellos afectos que primero topaba en
el corazón; ó fué también traerles últimamente á la
memoria sus peligros, deseando que los tuviesen mas
cerca de los ojos, al tiempo que se determinasen; él no
amaba ni elegía lo que alabó, antes sentía lo contrario;
y añadió luego :
«Que ninguno debia arrojarse al precipicio por ver
precipitado al que pasó delante ; que no les obligase á
torcer ó encubrir alguna parte de su sentimiento el ha-
ber entendido que su ánimo apetecía aquella empre-
sa; que midiesen atentamente las fuerzas del ejército,
y su disposición con la multitud de aquel pueblo y obs-
tinación de aquella ciudad; que tampoco tuviesen por
infalibles las señales de recibir sus armas y aclamar su
nombre, porque en la astucia de los afligidos no hay
promesa imposible ni segura ; que si se les ofrecía otro
modo mas acomodado de castigo que la batalla ó sitio,
lo practicasen; que él sabía de su rey que mas deseaba
el acierto que la venganza; que los alborotos presen-
tes de España pedían atentísimo juicio cerca de los em-
pleos de sus armas, porque siendo muchas las ocasio-
nes y uno el poder, era menester no ofrecerle á casos
dudosos.»
Mandó luego que hablase públicamente el goberna-
dor de Monjuich, caballero catalán, que la nocheantes,
mas obligado del temor que de la fidelidad, se pasó al
ejército católico ; informó en público de las cosas, par-
ticularmente de su castillo, y de otras de la ciudad, fa-
cilitándolas, como es uso en los que pretenden lisonjear
y persuadir.
Callado este, ordenó el Vélez se leyese públicamente
la carta de su rey y las órdenes del Conde-Duque sobre
el negocio de Barcelona; todo encaminado á las pron-
tas ejecuciones, histaba el Conde en la expugnación,
prometía el suceso, facilitaba los inconvenientes, y mos
trábales el modo de la segura victoria; en fin, la dispo-
nia y juzgaba , sin otro fundamento que su deseo vivo,
en cada palabra y letra.
No hay juicio tan experto que antes de la experien-
cia comprebenda el ser de las cosas ; mucbos ni aun
después del estudio lo han conseguido. El favor de los
principes puede hacer los hombres grandes, pero no
cientes; algunos, fundados en aquella gracia del señor,
como se ven superiores á los otros en la fortuna, pien-
san que lo son también á la misma fortuna ; el que su-
i
MOVIMIENTOS, SEPARACIÓN
bió ignorante al magistrado, ignorante caerá del ma- !
gistrado , los iiomlires le aplauden y le engañan, la suer-
te los aborrece y escarmienta, ellos le suben sobre tila, !
y él se arroja desde allá después de subido. Errada- ;
mente suele mandarlo lodo el que primero no mandó j
á pocos y obedeció á algunos; mas ¡qué erradamenlo j
dispone los ejércitos el que no ba manejado los ejercí- |
tos ! Palabras estudiadas y bien compuestas no son mas i
que sonido deleitable, sueño al príncipe que las escu- |
cha, poco después precipicio del principado; ninguno i
vence desde su retrete, bien que desde allí mandi;,
contra la supersticiosa fe de un político; la guerra, i
animal indómito, jamás acabó de obedecer al azote, ¡
cuanto mas al grito. Son testigos los ojos de Europa de
que en aquel célebre bufete, tan venerado de la adula-
ción española, se lian escrito muchas mas sentencias
de perdición que instrucciones de victorias.
Oian prontamente los del Consejo todas las razones
referidas del Vélez, y ninguno ignoraba ó desconocia
los unes de cada cual ; no hubo entre ellos hombre que
seguramente entrase en aquella misma resolución, de
que tampoco dudó ninguno, porque todos temían lo
mismo que su mayor temía, y como menos poderosos,
humillábanse mas presto á la dirección de aquel que
los mandaba. Sabían que Barcelona estaba en defensa,
terraplenada su muralla, capaz toda de artillería, y con
mas de cien cañones alojados en forma suficiente; lle-
na de hombres desesperados, socorrida de soldados
viejos, y no desamparada de cabos expertos; suya la
mar, los puestos importantes ocupados y defendidos,
los vasallos fieles al Rey pocos y encubiertos; abundan-
tísima la pla/a de bastimentos. De otra parte, miraban
su ejército ya disminuido en infantería y caballería por
la hambre, por la guerra y por la enfermedad, y princi-
palmente por las muchas guarniciones que iban de-
jando atrás; el enemigo á las espaldas con poder con-
siderable de gente y en su país, el paso de Martorell
poco seguro para la retirada; mucha gente bisoña, to-
da hambrienta ; el manejo de las provisiones casi impo-
sible, el mar no defendido , pocas galeras y mal arma-
das; en los cabos alguna desconformidad; los socorros
de Castilla, Aragón y Valencia lentos y apartados : todo
los ponía en gran desconfianza.
El Caray pretendió á los principios se hiciese la guer-
ra por Rosellon, como habernos dicho ; todavía prose-
guía en su parecer, nunca se acomodó al sitio de Bar-
celona por aquella parte; consentíalo forzado ó respe-
loso. El Torrecusa juzgábalo ordinariamente; enten-
día que la empresa no era mas de sitiar una ciudad
grande, cuya defensa no podría ser larga. Xeií mostraba
alguna dificultad en el sitio, creyendo que el poder no
era proporcionado. El oidor Alarcon instaba porque se
cumpliesen las ordenesreales; los catalanes que seguían
al ejército también incitaban por la recuperación de Bar-
celona , no mirando ni discurriendo mas que sobre sus
intereses. De los cabos menores, algunos eran de pare-
cer se dejase la ciudad conforme al antiguo del Caray,
y que el ejército vagase por la provincia; que destruye-
se los campos y lugares cortos, sin detenerse en cosas
de mucha dilación y lidia; que el enemigo sin ejército
capaz les dejaba libre el campo, donde se podían man-
tener, y dentro, en los pueblos , apretarlos de tal suerte
que los mismos naturales pidiesen sobre sí el castigo.
Y CIERRA DE CATALUÑA. HTS
El Vélez no se desviaba mucho de esta opinión ; pero
el silencio de los tres cabos, Torrecusa, Caray y Xeli,
le quitó la osadía para resistirse á los mandamientos
del Rey. Fué resuelto por todos que el ejército se me-
jorase hasta el lugar dicho Sans , media legua de Bar-
celona ; que la ciudad se intentase ; que se reconociese
¡Vlonjuich, como lugar principal de la e.\pugnacion , y
que las fortificaciones de afuera llegasen á ser acometi-
das, porque con verdad se entendiese su fuerza ; que
últimamente, manifestándose la justicia real con todas
las gentes del mundo, segunda vez fuesen los catalanes
convidados con el perdón, porque jamás se pensaso
que el Rey do su parte había faltado con alguna dili-
gencia de padre ú oficio de señor piadoso.
Con esto marchó el ejército hasta el lugar señalado,
y se gastó todo aquel dia en reconocer los puestos, ave-
nidas y partes por donde la ciudad debía ser embestida.
Encargóse de esta diligencia el Torrecusa con otros
algunos oficiales en corto número. La grandeza del
mando no desvia los riesgos, antes los solicita. No se
excusó jamás de ningún peligro por dar satisfacción á
su cargo ; y mas á su opinión entre españoles, con quie-
nes vivía siempre poco confiado.
Habíase últimamente entendido y propuesto la dis-
posición de la empresa , como les era posible ; y enton-
ces pareció conveniente enviar la caria propuesta á la
ciudad; final protestación por la conciencia del Rey, y
que había de ser excusa de los daños propincuos. Des-
pachóse con un trompeta, según forma de la guerra.
Contenía en nombre del Vélez, que hallándose con el
ejército real sobre aquella ciudad, quería darse por
obligado á advertirles que la orden de su rey y sus pro-
píos designios eran solo castigar los perturbadores de
la paz pública ; que le recibiesen como á ministro de
justicia, y no como á caudillo ; que la clemencia cató-
lica, aunque ofendida de los excesos pasados , les ofre-
cía perdón y quietud, y estaba pronto á recibirlos como
á hijos ; que de esta suerte se podría remitir la saña de
un ejército , que jamás suele parar en menos daños que
en la ruina universal en honras, vidas y haciendas; que
abriesen los ojos y mirasen su peligro ; que se com-
padecía como cristiano, los amonestaba como amigo y
los aconsejaba como natural é hijo de su provincia, y
uno de los mas interesados en su bien y conservación.
Acompañaba la carta del Vélez á otra del Rey escrila
con gentil artificio , porque encaminándose también al
perdón , aunque firmada en aquellos últimos días, cuan-
do ya no parecía decente , su data era muy anterior,
mostrando haber sido escrita en aquel tiempo en que
las cosas mei-ecian tratarse de otra suerte.
Era en estos días grandísima la turbación en la ciu-
dad, afligida de los malos sucesos pasados y temerosa
del poder y fortuna que la estaba amenazando : recur-
rían todos á Dios con ayunos, oraciones y abstinencias;
las manos de los sacerdotes no dejaban las mañanas de
obrar sacrificios apacibles al Señor , y las tardes no ce-
saban sus lenguas de persuadir al pueblo tristísimo la
pmienda y penitencia de la vida.
Llegó en medio de estos desconsuelos comunes el
pliego del Vélez, que les causó no pequeña novedad y
mayor cuidado , cuando por aquella diligencia se cono-
cía que sus contrarios no habían olvidado los instru-
mentos de la industria allí dentro de su niavor fuerza.
;26
DON FRANCISCO MAMEL DE MELÓ.
Empezaron á temerse de nuevo de ellos y de sí mis-
mos, tan cuidadosos contra el arte como contra la
fuerza.
Juntáronse en concejo, y leidas públicamente las
cartas, hallaron que no tenian i;ada que prometerse de
un ánimo que solo procuraba endulzar los oidos igno-
rantes con palabras pias, por hallar mejor medio á la
violencia y crueldad. Respondieron de común parecer
que los progresos del ejército no daban lugar á que le
esperasen en su favor , antes para desolación de la pa-
tria; que no liabia modo de creer una fe de que las
obras eran tan diferentes ; que sus manos en las ocasio-
nes pasadas se hablan visto igualmente crueles en los
que se entregaban y los que se defendían ; que el que
caminaba á la quietud no se acompañaba de estruen-
dos y escándalos; que apartase de sí las armas, y seria
obedecido , porque entonces se conocería que lo ue- !
gociaba el amor, y no el miedo ; que este debía ser el !
primer paso de la concordia , y que habiendo de ser tal |
d medio de la paz, ¿cómo podría dificultarlo siendo
cristiano, amigo y natural?
Disponía el Vélez entre tanto su ejército como quien
no esperaba cosa de aquella diligencia; pero habiendo
recibido el último desprecio en la respuesta de la ciu-
dad, ordenó, con parecer de los cabos, que de los dos
tercios se entresacasen dos mil mosqueteros á satisfac-
ción de los que habían de mandarlos ; que de estos se
formasen dos escuadrones volantes, de que se dio car-
go al maestre de campo don Fernando de Ribera y al
conde de Tirón, maestre de campo de irlandeses ; que
los dos subiesen la montaña de Monjuich por ambos
costados; que el primero le atacase por la parle izquier-
da, entre la campaña y fuerte de la eminencia , y el se-
gundo por entre la ciudad y la montaña; que á estos
escuadrones siguiesen ocho mil infautes, que se aloja-
sen en forma de batalla por la falda del monle, mejo-
rándose cuanto fuese necesario álos volantes; que el
San Jorge con sus batallones ocupase la parte mas llana
de aquel costado para cubrir toda esta gente; que lo
restante de la infantería se redujese á escuadrones de
la forma que el terreno diese lugar, y que con este tro-
zo se hiciese frente á la ciudad ; que la caballería de las
órdenes poblase un vállete que podría servir de avenida
sobre el cuerno izquierdo, y desde allí procurase cor-
tar la caballería enemiga sí acaso se aventurase á sa-
lir contra los escuadrones ; que el teniente Chavarría
tomase con algunas piezas un puesto que so juzgaba
acomodado para batir el fuerte ; que el General y su
corte se detuviesen en el Ilospítalet ; que después de
arrimados los volantes al fuerte, hiciesen todo lo posi-
ble por ganarle, socorriéndolos todos los tercios de la
vanguardia ; que el dueño y cabeza de esta acción fuese
el Torrecusa, propio maestre de campo general del
ejército ; que el Caray gobernase como tal la otra par-
te de él , correspondiéndose y ayudándose unos á otros,
conforme lo pedia la importancia del caso.
Igualmente desesperaron de la concordia los catala-
nes luego que recibieron la carta del Vélez; parecióles
había llegado el último aprieto de su miseria; temie*
ron el fin de aquel gran negocio, y aunque ya, según
las cosas , parecía sin fruto , volvieron á llamar su con-
cejo Sabio, siíiuiera para perderse, sí se perdiesen,
como cuerdos. Juntáronse en número de doscientos
votos; y entonces , mas como en conlerencía que con-
cejo, habiendo exclamado primero sobre su peligro,
manifestaron los diputados la cortedad de sus fuerzas,
la potencia contraria , la opresión de una guerra dilata-
da, el estrago de una venganza apetecida de tantos
días, la intención de su enemigo y la justicia de su
p;;tria.
Minislrábalescntonces el dolor cuantas consideracio-
nes olvidaron al principio , resolviendo últimamente
que la república se hallaba incapaz de defenderse por
sus fuerzas solas : engañábales el espanto, porque en
el estado presente ellos no podían sino entregarse ó de-
fenderse. Oyéronse unos á otros con asaz confusión,
mezclando las lágrimas del temor con las del enojo ; en
fin se conformaron :
Que ellos se huilahan en uno de los casos que las le-
yes ponen , en que á la república pueda ser lícito excu-
sarse del imperio del señor natural, y elegir otro, se-
gún los mismos fueros de la naturaleza ; que el pretexto
del ejército era solo la destrucción universal del Prin-
cipado, abracando sus campañas, arruinando sus pue-
blos, consumiendo sus tesoros , vituperando sus hono-
res, y últimamente reduciendo la ilustre nación cala-
lana á miserable csclavilud; que á fin de conseguir su
castigo, les convidaba el Rey con la honestidad de los
partidos , disimulándose en todos el enojo que los mo-
vía ; por lo cual no solo decíanles era lícito rehusar co-
mo violentísimo y tiránico el cetro de Felipe , sino que
también debían nombrar y escoger un príncipe justo y
grande á quien entregar la protección de su principa-
do ; que ninguno por virtud y por grandeza podía ser
mas dignamente dueño y amparo de su nación que la
majestad cristianísima de Luis decimotercero del nom-
bre, rey de Francia, grande , justo y vecino , y á quien
las razones antiguas de su origen sin falta habían de in-
clinar á la estimación y agradecimiento de tales va-
sallos.
Habían precedido algunas pláticas del Plesís y Seri-
ñan , que ingeniosamente mostraban la felicidad de la
corona de Francia, haciéndolos entenderque toda aque-
lla quietud los aguarda!)aá trueco de tan suave cosa,
cual era el entregarse á su imperio. Fué aquel día todo
del temor, mas ni por eso dejó de tener su parte el in-
terés, tocando los corazones de algunos : juzgaban es-
tos que con el nuevo señor no solo se aseguraban de
la indignación del pasado, mas que también, sobre pro-
picio, les había de ser oücioso, porque es costumbre de
los que nuevamente suben al reinado honrar y engran-
decer los instrumentos que los sirvieron al principio.
Otros pensaban que con la mudanza del dominio mu-
darían también de fortuna, igualando y excediendo á
aquellos que no igualaban en el estado presente, como
natural cosa en la rueda que vuelve y ministra la fortu-
na de los reinos, al menor giro bajar la superficie con
que miraba al cíelo , y subir á su lugar la que tocaba al
polvo.
Llevados de este general aplauso los catalanes, so
levantó en el Concejo una voz común aclamando por
conde de Barcelona á Luís el Justo, rey de Francia, y
detestando juntamente el nombre de Felipe; entonces,
juntos los diputados, oidores y conselleres, hicieron
escribir un papel de la justicia de su aclamación, con-
vidando á la posteridad con las justificaciones de su
MOVIMIENTOS, SEPARACIOM
hecho, calificado en famosas razones políticas y mora-
les; escribieron junios al rey aclamado; avisaron al
pueblo, que recibió el nuevo príncipe y gobierno fácil
y alegre.
Dieron luego, como en posesión de su provincia, par-
fe en las direcciones y acuerdos públicos á los cabos
franceses con que se hallaban ; nombraron tres para
el gobierno universal de las armas; eran el Tamarit, el
conse'iler en cap de Barcelona y el Plesís. Formaron
su consejo de guerra , donde llamaron al Scriñan , fray
don Miguel de Torrellas, Francisco Juan de Vergós y
Jaime Damiá. En las esíancias , baluartes y fortifica-
ciones pusieron cabos franceses y catalanes, todos
hombres de confianza cual se pretendía ; la fuerza de
Monjuich entregaron á monsieur de Aubiñí, y guarne-
ciéronla con nueve compañías de gente miliciana, qi:e
todas constaban de hombres comunes; á esta se junta-
ban algunas de su mejor infantería del tercio de Santa
Eulalia y el capitán Cabanas con hasta doscientos mi-
quelets, y lo que entre todo venia á ser de mayor im-
portancia, eran trescientos soldados viejos franceses,
que se habían recogido para aquel efecto de diferentes
tropas y tercios de los que entraren en el país.
Los franceses, hombres de valor y práctica, acudían
«in perder punto al manejo y expedición de las varias
ocurrencias y negocios, que cada instante eran de ma-
yor peso y peligro ; no cesaban de visitar las defensas,
de amonestar la gente y animarla , de recibir y man-
dar órdenes á todo el país, de allanar dudas y confor-
mar competencias. En fin, ellos, con gran diferencia de
lo pasado, disponían las cosas como propiamente suyas;
que en aquella parte no les engañó su esperanza á los
catalanes.
Hallábase en Tarrasa el conseller tercero, y por aquc-
Uos pueblos retirada la mayor parte de la infantería que
se escapó de Martorell , á quien se enviaron órdenes
para que recogiendo toda su gente y convoyando otra,
bajase sobre Barcelona luego que tuviese noticia que
el enemigo había asentado allí sus reales, porque no
tuviese lugar de fortificarse seguro en ninguna parte ;
aun ellos no pensaban de su furia de los españoles tan-
to, que temiesen la súbita embestida.
De la misma suerte se le ordenó al Margarit se fuese
áMonserrafe, y desde allí ocupase todos los pasos con-
venientes para estorbar los socorros del ejército real,
y aun su misma retirada, si ellos se hubiesen en nece-
sidad de seguirla.
Dispuestas así las cosas de una y de otra parte, ama-
neció el día sábado 26 de enero del nuevo año de 4'1,
mostrándose sereno el cielo y claro el sol, quizá por
darles ejemplo de quietud y mansedumbre al furor de
los homlires.
A la seña de un clarín comenzó á moverse todo el
ejército en aquella foi ma que se había ordenado por sus
cabos; así tendido por toda la campaña, representaba
A los ojos tan hermosa visión, cuanto lamentable al
discurso. Tremolaban los plumajes y tafetanes vistosa-
mente, relucían en reflejos los petos en los escuadro-
nes , oíanse mover las tropas de los caballos con des-
templado rumor de las corazas; los carros y bagajes
de la artillería, ordenados en hileras á semejanza de ca-
lles, figuraban una caminante ciudad populosa; las ca-
jas, pífanos, trompetas y clarines despedían todo el
Y GUERRA DE CATALCAA. B27
temor de los bisoñes , dándole á cada uno nuevos bríos
y alientos; el orden y reposo del movimiento del ejér-
cito aseguraba el buen suceso de su empresa; el coraje
de los soldados prometía una gran victoria.
El Vélez en tanto, alegrísimo de ver sus gentes, y la
felicidad con que se hallaba ya cercano á la cosa para
que allí era venido, mandó hacer alto á los suyos, y
llamando para junto á su persona los qua podían escu-
charle , dijo :
CiAunque la costumbre militar nos enseñe ser pro-
vechosas las razones del caudillo antes del acometi-
miento, yo no veo que ahora pueda ser necesario, por-
que ni la justificación de la causa que aquí os ha traí-
do se puede olvidar á ninguno , ni tampoco hay para
qué acordaros ¡ oh españoles! aquel excelente afecto de
vuestra valor; que son las dos principales cosas que en
tales casos se suelen traer á la memoria de los comba-
tientes. De lo uno y otro son testigos vuestros ojos y
vuestros corazones; aquellos mirando la rebeldía con-
traria que os presenta esa miserable ciudad , y experi-
mentando estos los continuos impulsos de vuestr j celo.
Yo por cierto tan ajeno me hallaba ahora de persuadi-
ros , que á no ser por respetar el uso de esta humana
ceremonia de la guerra, excusara como desorden el
deteneros aquí , creyendo que cada instante que os de-
tengo en esta obra , os estoy á deber de gloria y fama.
Ni discurro por su desaliento de los contrarios , que po-
déis medir por su delito, ni por la gran ventaja con que
nos hallamos en todo á su partido , porque ya empecé
á deciros que no han de ser mis palabras , sino vuestra
razón, el móvil que arrebate los movimientos de vuestro
espíritu; solo os debo advertir que si la suerte no qui-
siere acomodarse á dispensarnos sin sangre la victoria,
no os debe costar mucho cuidado á los que faltareis el
amparo de las prendas que dejéis en la vida ; porque la
piedad , la grandeza y la promesa de vuestro rey os puede
justamente aliviar este peso , que es todo lo que cabe
en el poder de los hombres cerca de la correspondencia
con los que acaban. De mí oso á deciros que habré de
ser compañero á los vivos y amigo á los muertos , y que
si á costa de cualquier daño mío se pudiese excusar
vuestro peligro , habré yo de ser el primero que me
ofrezca á él por cada cual de vosotros.»
Ya las últimas palabras de este razonamiento se oían
medio confundidas de las voces de los soldados , que en
diferentes cláusulas sonaban por todas partes , claman-
do y pidiendo la vida de su rey y de su general y el cas-
tigo de sus contrarios. Echaron casi todos los sombre^
rosal aire en un mismo tiempo, señal común de alegría
y conformidad en los ejércitos; y volviendo á su primer
movimiento, en breve espacio de tiempo llegaron á
asomarse lofí batidores á vista de Barcelona por la Cruz
Cubierta, que mira al portal de San Antonio.
La ciudad, habiéndolos reconocido, también comen-
zó á crecer en ruido tal, tan furioso y melancólico, que
bien informaba de la gran causa de que procedía. En-
tonces el Tamarit, con los maríscales Plesís y Seriñan,
que se hallaban reconociendo los puestos, viendo quo
los seguía mucha gente, y que su tristeza revelaba la
gran duda en que se hallaba su ánimo , juzgando ser con-
veniente darles algún aliento , hizo seña de querer ha-
blarlos , y fué fama les dijo así :
«Si dudáis, valerosos catalanes, por la condición de
528 DON FRANCISCO
la fortuna , yo creo tenéis razón ; pero si mostráis temer
las fuerzas que os amenazan , vano y ocioso es vuestro
recelo ; vecino está vuestro mayor enemigo ; veislo allí;
detrás de aquella montaña se esconde la ruina de vues-
tra patria ; veis, allí está el gran vaso de veneno que
presto se pondrá en vuestras manos; escoged, seño-
res , si lo queréis beber para morir infamemente , ó sí
arrojarle luiciéndole pedazos , en que consiste vuestra
vida ; todo se verá presto en vuestra elección , y de lo
que estuviere por cuenta de Dios , bien podemos con-
tarnos por seguros, que no correrá peligro. Volved
sobre vosotros, que este gigante es hueco, óá lo menos
estatua de bálago ; muchas de sus tropas bisoñas , al-
gunas desarmadas, y todas oprimidas; ninguno pelea
por amor; el que mas hace viene, el que mas desea se
vuelve bailando por dónde ; el que mas sabe no es obe-
decido ; su rey ausente, su general con pocas experien-
cias, sus cabos enemigos, hambriento todo el campo,
manchado de pecados, y sus espíritus llenos de propó-
sitos torpes, su justicia ninguna, y lo que es mas, la
suerte de aquel rey cansada de favorecerle. ¿Qué es lo
que teméis, sino que no lleguen presto y que se os es-
cape de las manos este triunfo ? Por vosotros está la ra-
zón ; hoy habéis de acabar el grande edificio de la liber-
tad que habéis levantado ; hoy se ha de dar la sentencia
en que se publicará al mundo vuestra gloria ó vuestra
infamia ; á este dia se dedicaron todos los aciertos que
obrasteis hasta ahora; punto es este en que se definirá
& la posteridad vuestro nombre, ó por libertador ó fe-
mentido; aguardad y sufrid constantes los golpes del
contrario, que no se os ha de dar barata la gloria de
este dichoso dia. Si os atemoriza el ver que han vencido
hasta aquí , esa es mas cierta señal de su próxima rui-
na. Si creéis á mis palabras, luego veréis mis acciones ;
yo no soy de los que procurarán reservarse para el pre-
mio ; capitán quiero ser de los muertos , y si no os hago
falta, yo quiero ser el primero que os falte; si no me
liallareis entre vosotros, buscadme allá entre los ene-
migos. Una sola cosa os pido entrañablemente; que
guardéis en esta ocasión la observancia de las órdenes
militares, y que mas quiera cada cual ser cobarde en su
puesto que valiente en el ajeno , porque de la consonan-
cia de los constantes y los osados pende la armonía de
la victoria. Con vosotros tenéis la fortuna de César; de
César no, que es poco; pero del mayor rey de los cris-
tianos, del mas venturoso de los vivientes; no es este
solo el que os ha de defender. ¿Qué otra cosa ha queri-
do mostraros el cielo en la tan impensada nueva, que
hoy se os entró por las puertas, del nuevo rey de Portu-
gal, sino que anda Dios juntando y fabricando prínci-
pes por el mundo para defendernos con ellos? La ma-
jestad de un rey justo os asiste, la hermandad de otro
justificado se os ofrece , la inocencia de una justísima
república os ampara, el poder de un Dios sobre todo
justo os ha de valer. »
Acabó el diputado, á cuyas razones los cabos france-
ses añadieron algunas palabras en abono del afecto de
su rey, prometiéndoles en su nombre socorro y des-
canso. Piospiró con esto la plebe del dolor que la opri-
mía, sin oli'a diligencia que haber creído sus afectos.
Luego los cabos ó gobernadores de las armas man-
daron que la infantería de los tercios principales guar-
neciese toda la muralla ; era en número suficiente á ma-
manuel de meló.
í yores defensas. El regimiento del Scriñan ocupó las
i puertas, y con particularidad se le encargó la defensa
i de la media luna del portal de San Antonio, la de ma-
! yor riesgo. Los capitanes de caballos franceses y cata-
lanes, monsieur de Fontarelles, monsieur de Bridoirs,
monsieur de Guidane, el de Sagé y el de la Talle; don
Josef Dardena, don Josef de Pinos, Henrique Juan, Ma-
nuel de Aux y Borrellas, todos á orden del Seriñan,
formaron sus batallones haciendo frente al enemigo en
■ aquel llano que yace junto á los caminos de Valdonse-
lia y el Crucero. Previniéronse las baterías en todo el
círculo de la muralla ; separóse á una parte alguna gente
para el socorro del fuerte, y en otra las reservas con
que se había de acudir ala misma ciudad. Facilitóse el
modo de municionar la gente , empleando en este ser-
vicio la inútil ; á otros se dio cuidado de retirar los
muertos. Abriéronse los hospitales y casas de devoción.
Algunos entendían en el regalo y esfuerzo de los otros,
acariciándolos, como sucede al cazador regalar el le-
brel por echarle á la presa. Algunos se ocupaban en
incitar al vulgo con altos gritos; cuáles prometían pre-
mios al que se señalase en el valor y resistencia. En
medio de estos no faltaban muchos que temían y llora-
ban; en fin, todos ocupados en la incertidumbre del su-
ceso, el que mas le esperaba feliz no dejaba de mirarle
contingente. Los templos, patentes al pueblo, asegura-
ban á todos misericordia.
Continuábase lentamente la marcha del ejército, y
ron mas vivo paso el trozo de la vanguardia, destinado
á la expugnación deMonjuich ; pero habiendo llegado &
los molinos, hizo alto; el segundo trozo volviendo el
frente á la ciudad estúvose, y á su mano izquierda la
artillería y la caballería en sus puestos, señalados en la
forma que atrás hemos escrito.
Subia la vanguardia al monte , donde habiéndose ya
mejorado en alguna parte el primer batallón, que cons-
taba de los dos escuadrones volantes, se dividió á los
descaminos que cada cual había de seguir; los otros
de aquel mismo trozo, formando un solo cuerpo, pre-
tendieron subir la eminencia; con asaz trabajo de los
soldados lo podían conseguir espaciosamente.
Pero porque nos sea mas fácil dar á entender la dis-
posición de la embi'Sl ida , describiré en este lugar la
ciudad de Barcelona y su Monjuich con toiTa brevedad
posible.
Barcelona, diclia dePlohmeo Brachino, antigua ca-
beza de su condado, y metrópoli ahora de toda la tierra
llamada Cataluña, creen sus historiadores ser fundación
de Hércules Líbico; bien que algunos, mas atentos á la
verdad que á la gloria, juzgan ser obra de Barcino, co-
mo su nombre parece lo da á entender. Frecuentáronla
y la engrandecieron los cartagineses y romanos, que
un tiempo la llamaron Favencia; no menos los godos,
por la comodidad que ofrecía su puerto al comercio del
África, Italia y España. Agro Laletano decían los anti-
guos á la campaña, donde yace tendida en una vega no
muy dilatada, pero hermosamente cubierta y abundan-
te, que se comprehende entre los dos rios Llobregat,
que es el Robrícato,á la parte del poniente, y Besos, quo
fué el Bétulo, á la de levante; y aunque no muy veci-
nos, sirven de fertilizar su tierra. Cíñcnla en forma de
arco mas de medianamente corvo unas montañas , ter-
minadas de una y otra punta en la mar, que puede ser-
MOVIMIENTOS, SEPARACIÓN
vír de cuerda al arco de las serranías por la línea de su '
horizonte, el cual cierra clareo de un extremo á otro
hacia mediodía. Sube desde el agua por la punta oc-
cidental, caminando al septentrión, un promontorio
que, después de parar en una mediana eminencia , va
cayéndose de esotra parle en mas dilatada cuesta ; este
es el monte llamado Monjuich, que algunos quieren sig-
nifique monte de Jove, en memoria de que los gentiles
habían allí fabricado á su Júpiter aras y templo; otros
le interpretan monte de los Judíos , por ser en algún
tiempo cernen lerío de aquella gente : séase esta ó aquel.
Abriga á la ciudad por aquella parte de la fuerza de los
vientos ponientes , y ayuda á su sanidad , reparándola
del vapor de ciertas lagunas que están de esotro lado de
la montaña ; pero cuanto sirve á la salud, desordena su
defensa. No sube mucho, pero levántase aquella altura
que basta para quedar eminente á toda la ciudad, de la
cual apartado poco mas de mil pasos, ofrece contra ella
acomodada l»atería. Guardó aquel sitio sin defensa al-
guna la conlianza ó la ignorancia de los pasados. Solo
habian fabricado en lo mas alto una pequeña torre, que
servia de atalaya al mar y puerto ; pero recelosos ya de
la potencia del Rey, que los amenazaba desde los pri-
meros alborotos, entendieron en fortificar aquella parte
dañosa notablemente. Comenzaron la fábrica por in-
dustria de personas ignorantes ó difidentes; dispúsose
tan grande, que pareció imposible de proseguir ; pararon
con la obra hasta que el temor del ejército dispertó se-
gunda vez su cuidado; redujeron la larga fortificación
comenzada á un mediano fuerte en forma de cuadro,
defendido de cuatro medios baluartes ; cortaron lo que
pudieron del monte en zanjas y cavas altas, y atravesá-
ronle con algunas trincheras en las estancias conve-
nientes : esta es Barcelona y Monjuich.
Eran las nuevo del día cuando el escuadrón volante,
gobernado por el conde de Tirón, que subía por la co-
lina opuesta á Castelldefels, atacó la primera escara-
muza, aunque el Conde con ánimo bizarro procuraba
mas acercarse que ofender, ó defender de las muchas
cargas de mosquetería conque ya le recibían los con-
trarios; todavía, reconociendo su daño y desigualdad,
ordenó á su gente pelease como le fuese posible.
Habían pensado los cabos católicos antes de la em-
bestida, mucho menos de la fortificación de lo que ha-
llaron después; este mismo yerro les sucederá siempre
á los fáciles en persuadirse de informaciones del ene-
migo; era así común el peligro en todos : á pecho des-
cubierto, ó cureña rasa, según su estilo, se estaban
firmes peleando con hombres cubiertos de sus defen-
sas. La tierra propia comunica alientos contra el que
pretende ganarla, y puesta delante da ánimo al mas
cobarde para defenderse. Esto quisieron decir los an-
tiguos por las ficciones de su Anteo. El que no defiende
su patria, ó no es hombre ó no es hijo.
Murió de un mosquetazo por los pechos el Tirón,
ilustrísimo irlandés y firmísimo católico , soldado de
larga experiencia, con sentimiento y agüero de los que
mandaba, juzgando por infeliz pronóstico la anticipada
muerte de su cabo. Sucedía á esle escuadrón el de por-
tugueses, gobernado por don Simón Mascareñas ; re-
paró diestramente en la duda ó espauto de los que no
se mejoraban pudíendo hacerlo; y habiendo sabido
que la causa era la muerte del maestre de campo^ dejó
II-i.
Y GUERRA DE CATALUÑA. 529
su puesto y se pasó á gobernar el volante con bizarro
ejemplo.
No cesaban un punto las cargas de mosquetería por
todas partes, sí bien con menos daño en la que gober-
naba el Ribera : era su camino mas acomodado, porque
Se enderezaba por el fondo de una canal que entre sí
mismo abre el monte, y va á fenecer en el frente de la
antigua torre de la atalaya. Como pudo marchar cu-
bierto, no fué sentido hasta que improvisamente dio la
carga sobre todos los que defendían lo alto de la colina.
Apenas había llegado á su nuevo lugar el Mascare-
ñas, cuando mandó avanzar el escuadrón, que aflojando
por la muerte del Conde y muchos otros que de con-
tinuo caian en tierra, había perdido buenos pasos : ayu-
dóles la ocasión, porque á este mismo tiempo se descu-
bría ya otro escuadrón, que gobernaba el sargento ma-
yor don Diego de Cárdenas y Luson, por su maestre de
campo Martin de los Arcos , que de pocos días había
muerto : alentáronse uno á otro, y prosiguieron la em-
bestida con grande aliento. Era práctico el Cárdenas,
y reconociendo el lugar, mandó mejorar algunas man-
gas de mosquetería, que revolviéndose sobre el costado
derecho, daban la carga por las espaldas á los catalanes,
y defendían las trincheras de la colina, donde el Mas-
careñas llevaba el frente ; pero ellos, conociendo su pe-
ligro , puestos en retirada , se fueron al abrigo de su
fuerte, dejando los puestos, no sin considerable pérdida
de los españoles. Fué muerto el sargento mayor Cárde-
nas, que retiraron pasado de dos balazos, y el maestre
de campo don Simón , herido dichosamente en la ca-
beza : murieron otros capitanes y soldados, dejando á
los suyos mas gloria que utilidad, porque habiendo ga-
nado con gran peligro y afán, hubieron de perderlo
luego, retirándose fácilmente del puesto.
Guarnecía la estancia de Santa Madrona y San Fer-
riol por los catalanes el capitán Gallert y Valencia con
menos cuidado de lo que pedia la ocasión ; y así, reci-
bieron los avisos de su descuido por las mismas bocas
de los mosquetes contrarios. Comenzó á inquietarse la
gente , ayudándoles para el susto el peligro y la nove-
dad; pero los capitanes , haciendo por fuerza volver
las caras á los suyos, mandaron darle la carga : no los
dejó el temor obrar ni obedecer mas que á su misma
violencia; cumplieron los dos su obligación; mas ni su
ejemplo ni las voces fueron bastantes á detenerlos.
Viendo el Valencia su peligro , hizo cómo se retirasen
con algún concierto , y dejándolos ya seguros , subió á
pedir al Aubíñí les socorriese con alguna gente prácti-
ca, porque, mezclada con la suya, sirviese como de co-
razón al cuerpo de sus naturales.
En medio de esto, habiendo reconocido el Seríñan que
las tropas del San Jorge se asentaban en aquel puesto,
solo á fin de embarazar todo el socorro y retirada de la
gente de Monjuich, quiso ver si podia inquietarlo y mo-
verlo, porque entonces le quedase mas acomodada la
empresa.
Ordéíi'ó al capitán Aux que con algunos caballos ca-
talanes y franceses, al abrigo de una manga de mosque-
tería, saliese á escaramuzar con el enemigo. Acomodó
el capitán sus infantes, arrimándolos sobre la margen
opuestaáia caballería del San Jorge, donde, alteándose
por aquella parte la tierra, le servia de trinchera. Eran
continuas las cargas de los mampuestos, cuyo daño
34
B30 DON FRANaSCO
provocaba mas al San Jorge que no la osadía de los ca-
ballos que le convidaban á la escaramuza : mandó sa-
lir algunos de los suyos por entretenerlos ; pero los ca-
talanes advertidamente se retiraban, dejando siempre
firme la infantería, porque cada instante se reconocía
mas el daño de las tropas reales.
Entonces vino á entender el San Jorge que su salud
consistía en desalojar de aquel sitio al enemigo , y que
con su caballería , aunque poca, bastaba para tenerle
seguro sí una vez se ganase. Avisó al Garay, que man-
daba los escuadrones del frente, porque le envíase dos-
cientos mosqueteros para aquel servicio ; pero él , en
Gn, hombre agudo, conociendo el suceso, se excusó de
mandárselos , díciéndole que sufriese cuanto le fuese
posible la carga del enemigo , porque si le arrojaba de
aquel puesto, habría de ser forzoso ocuparlo al punto
con sus tropas; lo que era sin duda de mayor peligro,
pues cuanto se mejoraba , tanto se descubría mas á las
baterías de sus cañones.
No se acomodó el San Jorge á su sentimiento : vol-
vió á mandar pedir á los escuadrones mas cercanos se
le envíase alguna infantería; llegó prontamente, y po-
niéndola en parte acomodada, empezaron á dar tan fu-
riosas cargas al mampuesto contrario, que á pocas ro-
ciadas volvieron los catalanes las caras , retirándose
hacia la muralla y media luna del portal de San Anto-
nio. Pero apenas hablan dejado el puesto, cuando el
San Jorge, por no dar lugar á que le ocupasen con ma-
yor poder , movió con los batallones de su vanguardia
adelante, y pasó á formarlos en el sitio que el enemigo
había perdido.
Viéndole ya tan empeñado el Seriñan, mandó le ba-
tiesen con la artillería; hízose con todo efecto, antes
que él pensase en si podía retirarse. Tras de la bate-
ría salieron por escaramuzar con las suyas algunas tro-
pas de la caballería francesa , dándole á entender que
en ellas consistía todo su grueso , según el modo por
que le acometían y se retiraban.
Era el San Jorge caballero mozo y de gran valor;
procuraba engrandecer su nombre mereciendo en los
excesos de la bizarría el anticipado aplauso que ya go-
zaba entre españoles, que amaba en extremo; juzgó
que la fortuna le había traído el mejor día; llevado de es-
ta esperanza, no quiso ó no supo mirar la íncertídum-
bre. Despachó luego un teniente con aviso al Quiño-
nes, que gobernaba la de las órdenes, y con sus caba-
llos ocupaba lo mas hondo del valle por cubrir el cuer-
no izquierdo , para que viendo embestir sus tropas , á
cuyo golpe sin duda el enemigo había de volver, le cor-
tase, metiéndose con la cara á Monjuich , y dándole el
costado diestro á la ciudad.
Con esta diligencia, creyendo no faltaba otra para la
victoria, mandó prevenir toda su gente para la embes-
tida. Continuaba el Aux en inquietarle , cuando el San
Jorge, recibiendo la carga, corrió á toda furia. •
No cesaba el juego de la mosquetería de todas las
defensas con mas daño que horror, ni el de las baterías
con mas horror que daño ; uno y otro bastante á dete-
ner á cuantos con menos aliento ó con mas cordura
veían aventurar sus vidas desesperadamente. Movié-
ronse todos con el San Jorge ; pero acompañóle solo su
batallón de corazas y el que gobernaba Filangieri; cor-
rían con tatito ímpetu , que el desdichado Duque no
MANL'EL DE MELÓ.
tuvo 'lugar de advertir el poder de su contrario ni la
falta de los suyos ; corrió , en fin , como quien corría á
la muerte, dando entre todos señaladas muestras de su
gran aliento.
Hallábanse en sus puestos los monsieures de la Halle y
de Godenés con dos buenas compañías de caballos fran-
ceses, que, advirtíendo la ceguedad de los españoles y
los pocos que ya seguían sus cabos , volvieron sobre
ellos con gran destreza y valentía. Encendióse brava-
mente la escaramuza, al mismo paso que en los unos
iba faltando la esperanza de la vida, y en los otros cre-
cía la de la victoria.
El San Jorge, ya como perdido, viéndose seguir de
pocos y entre todo el poder de su enemigo, procuró re-
volverse con ellos, y hacer con ellos la entrada por la
puerta de la ciudad , creyendo que antes le socorrería
el Quiñones, que por instantes aguardaba; pero él, que
desde luego reconoció el peligro de su pensamiento,
no se dispuso á remediar el daño por no entrar también
á parte con él. Miraba desde su puesto la tragedia del
otro: ellos dicen que la ignoraba; pero su templanza
pareció aquel día excesiva cordura.
Prosiguió el San Jorge su desigual escaramuza has-
ta llegarse á la mosquetería de los reductos de afuera,
con que se defendía la puerta, y siendo conocido porel
hábito (y mas lo pudiera ser por el valor), tiráronle
muchos, y le acertaron cinco balas, de que cayó en
tierra mortalmente herido. Cargaron á socorrerle has-
ta veinte soldados de los suyos, parientes y amigos , y
algunos otros oficiales , señalándose entre ellos el Fi-
langieri, y recibiendo muchas heridas, todas mortales,
aunque mas dichosas.
Murieron noblemente sobre el cuerpo de su caudillo
al golpe de espada los capitanes de caballos don Mucio
y don Fadrique de Espetafora y don García Cavanillas.
Los golpes, el estruendo, el humo, el clamor y sangre,
mezclados "Confusamente ; los vivas de los que triunfa-
ban, los aves de los que morían, todo formaba una
constante lástima de sus malogrados años y esperanzas.
Algunos que le seguían , llamados quizá del mismo
peligro , viéndole ya perder la vida, se contentaron con
escapar su cuerpo desangrado ; rompieron furiosamen-
te por entre los franceses, que, admirados ó coléricos,
cargaban sobre los rendidos : tuvieron lugar entonces
de retirarie lánguido y casi muerto , en cuya compañía
pudo también escaparse el Filangieri.
Estaba á media ladera de la montaña el Torrecusa,
cuando vio mover intrépidamente el hijo ; no dejó de
temer su resolución, pero alegróse interiormente de
tenerie por compañero en la victoria que esperaba; al-
zó la voz, y arrebatado del afecto natural de padre, bien
que distante , dicen que dijo : « Ea , Carlos María , mo-
rir ó vencer; Dios y tu honra; » palabras cierto dignas
de un grande espíritu.
Subió después á las trincheras , donde por instantes
recibía avisos de los malos sucesos, y los remediaba
según le era posible. Hallábanse los tercios ocupando
y cíñendo ya casi toda la eminencia, y los que mas per-
dían eran aquellos que mas habían ganado ; porque,
cuanto llegaban á descubrirse mas presto, daban mas
tiempo á los contrarios de emplear en ellos sus bale-
rias. Caian cada instante por todos los escuadrones
iniielios hombres muertos, otros se retiraban heridos;
MOVIMIENTOS, SEPARACIÓN
ya íiíHguno esperaba la hora de la victoria , sino la de
ía muerte , ni su consideración se ocupaba en el modo
de pelear con reputación , sino de escaparse con ella:
tul era el daño ; en los grandes riesgos pocos discursos
abrazan la osadía.
]No fué menor el espauto de los catalanes, viéndose
en tan corlo número, mal defendidos de una sola for-
tificación, ocupada en torno de las banderas enemigas.
Dieron seriales ala ciudad, según habían concertado,
pidiéndole socorros, porque de aquella misma deten-
ción, que en los españoles era ya duda, se temianello?,
pensando que descansaban para volver al asalto con ma-
yor brio. Hacían grandes humaredas de pólvora hu-
medecida, según uso de la guerra; correspondíanlos
de la ciudad con otras no menos conocidas.
Mientras en Monjuich se combatía de esta suerte , los
^ue hacían frente á Barcelona también procuraban in-
-quietarla con baterías de sus cañones y algunas man-
gas que sacaban cubiertas, según el terreno permitía,
por desalojar al enemigo de la muralla.
Gobernaba la artillería en la ciudad el capitán Monfar
y Sorts, hombre práctico en este ministerio; no des-
cansaba de trabajar en aquellas baterías , que mejor po-
dían ofender los escuadrones contrarios; empleó algu-
nas, todas en gran daño de los españoles, que, reco-
nociendo cada vez mas la resistencia de la plaza y fuer-
te, á gran priesa desconliaban del suceso.
Hallábase la ciudad mas alentada, viendo que tan
contra su temor el enemigo se detenia , añadiéndosele
de ánimo y de esperanza todos los espacios de tiempo
que se veían perder. De esta suerte se peleaba con bra-
vo alíenlo ,y de esta suerte se esperaba el combate uni-
versal , íírme cada uno en su puesto, cuando los cabos,
advertidos de las señales de Monjuich, comenzaron á
mandar se entresacase gente de guarnición para el so-
corro del fuerte; no fué pequeña duda entonces, por-
que cualquiera pretendía ser el primero, corriendo des-
ordenadamente á aquella parte por donde había de sa-
lir el socorro. Venció la diligencia y autoridad del di-
putado y los que le seguían la dificultad en que les po-
nía su mismo efecto; y así, separando de todos cerca
de dos mil mosqueteros , la gente mas ágil, para que
pudiese llegar con prontitud , se despachó el socorro &
buen paso por el camino encubierto que va des^e la
ciudad al fuerte, al mismo tiempo que la gente con-
ducida de la ribera desembarcaba al pié de su montaña
y lasubia.
Habían los reales que combatían arriba muchas ve-
ces acercado y retirado sus escuadrones, conforme la
resistencia con que los recibían. Algunas voces, se-
gún era el aliento de los capitanes que gobernaban las
escaramuzas, se juntaban tres y cuatro, y con inútil
gallardía corrían hasta tocar las ujismas defensas y trin-
cheras del enemigo ; otros , oprimidos del espanto y del
riesgo, se retiraban. En estas ondas parece que fluc-
tuaba su fortuna de estas y aquellas armas, ó por mas
alto modo, en estos visos mostraba la Providencia co-
mo á su disposición estaba el castigo de unos y otros,
pues con tanta diferencia los movia, ahora pareciendo
estos los vencedores, y ahora mudando toda la aparien-
cia del suceso por bien pequeños accidentes.
En esta neutralidad llegó el Torrecusa, que enga-
ñado^ entendía, después de ver mover al hijo, no le
Y GLERRA DE CATALUÑA. B31
fallaba otra cosa que acabar con el fuerte para alzar el
g. ilo de la victoria. Y viendo los soldados con desmayo,
y aun los otros cabos sin orgullo , dio voces , incitándo-
los al acometimiento. Persuadiéronse con la presencia
y autoridad del que los mandaba, y se mejoraron hasta
que por todos fué reconocido ser el asalto imposible por
falta de escalas y otros instrumentos con que el arte lo
facilita. Hallábase en aquella parte del fuerte un arti-
llero catalán , dicstrísimo en su manejo ; el cuul , viendo
que el enemigo se le acercaba tanto , dio fuego aun pe-
drero grueso, alojado en uno de los flancos del fuerte,
que defendía todo aquel lienzo donde los reales hacían
el frente. Fué grandísimo el daño que recibió la van-
guardia; empero ni por eso perdieron tierra ios espa-
ñoles, antes se acercaban cada vez mas; con todo, vien-
do el Torrecusa ya con experiencia cómo la escalada de
aquella vez era imposible sin otras prevenciones, mandó
con repetidos avisos al marqués Xeii , general de la ar-
tillería, le enviase escalas en número bastante, porque
él no había de bajar, dejando el fuerte en manos del
enemigo. Ordenábale también que no parase en las ba-
terías de la ciudad , porque los socorros no subiesen tan
prontos; que todo vendría á estorbárselos si los es-
cuadrones de abajo hacían semblante de la embestida
Continuábanse lascargas de una parte y de otra, aun-
que la pérdida de los catalanes , reparados de las trin-
cheras y fuerte, era muy desigual á la de los reales to-
davía , como también lo eran sus fuerzas ; y reconocien-
do que su deliberación procedía en embestirlos dentro
de sus defensas, llegaron casi á desesperar del suceso;
no faltando algunos , como es cierto, que ya entre sí
platicasen las buenas condiciones de un partido; otros,
menos advertidos, con lamentables quejas acusaban y
maldecían su desdicha.
El Vélez, con diferente cuidado que el Torrecusa, se
hallaba considerando y mirando lo que pasaba en todas
partes, y sentía interiormente , como hombre cuerdo,
que habiendo sido el mayor socorro en que se fiaba la
confidencia prometida, hasta aquel ptmto no se reco-
nocía en la ciudad señal ninguna en favor del ejército,
antes una común y firme voluntad á la resistencia.
Al sonido de las voces , que cada vez crecía con mas
desesperación en todos los que esperaban por instantes
la muerte, salió ala plaza superior del fuerte el sargen-
to Ferrer, llevado de algún eficacísimo impulso, y con
celo de verdadero patricio procuró entregar la vida por
la defensa de su república. Era común en los catalanes
la voz de que todo se perdía y que el enemigo los asal-
taba, cuando Ferrer impaciente miraba aun lado y otro
por reconocer la parle donde eran acometidos; topó
antes con el semblante de la gente que marchaba d(!
socorro, así de la ciudad como de la marina , que ya se
hallaba mas cerca del fuerte que los mismos escuadro-
nes contrarios. Entonces con nuevo aliento levantó el
grito publicando el socorro ; volvió sobre sí la gente en-
tre alegre y temerosa , multiplicando sus fuerzas y di-
latando su espíritu de tal suerte, que ellos comenzaron
á osar con tanto exceso como de antes habían temido.
Llegaron los nuevos soldados llenos de valor y envi-
dia unos de otros; comenzaron á dar pesadas y conti-
nuas cargas á los reales , que á pocos pasos de su em-
bestida conocían por el brio del segundo combale cómo
se fundaba en nuevas fuerzas. Aumentábanse las muer-
o32
DON FRANCISCO MANUEL DE MELÓ.
los y peligros por todas parles ; en ninguna iiabia lugar
seguro ; los valerosos eran los mas desdicliados (si po-
demos llamar ruin suerte aquella que dispone la gloria
y fama); la osadía y constancia eran continuas nego-
ciaciones del peligro. El que procuraba adelantarse á
los mas, en un instante le retiraban en brazos del ami-
go ó del dicboso ; quien pretendía aplauso por sus ac-
ciones, ellas mismas lo llevaban mas ciertamente á la
lástima : de esta suerte engañó á rauclios la fortuna en
la mesa de Marte. Murieron lastimosamente don An-
tonio y don Diego Fajardo, entrambos sobrinos del Vé-
lez, hijo el primero de don Gonzalo Fajardo, y nieto el
.segundo de don Luis Fajardo, general que fué en el
mar Océano; iguales en edad tierna y anticipada des-
(licba. Otros caballeros y capitanes murieron aquel día,
de cuyos nombres no podemos hacer cierta relación;
aun en esto les siguió la desdicha , acabar sin esta ce-
remonia de la fama que se ofrece á la posteridad como
en sacrificio,
A la parte de San Ferriol se habían engrosado los
reales, porque todos embistiesen á un mismo tiempo;
pero como para acometer aquella estancia era fuerza
descubrirse á las liaterías de la ciudad, cuando llega-
ron á ser descubiertos fueron bravamente batidos de
las culebrinas, que aunque desviadas buen espacio , no
dejaron de hacer tan grande efecto, que los españoles no
se atrevieron á pasar, con poca satisfacción del Ribera,
.que los mandaba.
Ningún desaliento ó retirada de los suyos bastaba
para que el Torrecusa dejase de forzarlos, porque al
mismo instante cobrasen lo que habían perdido. Mi-
diendo el tiempo, quería alojar su gente en parte don-
de pudiese dar la escalada al mismo punto que llegasen
los instrumentos, porque no les faltase el día, circuns-
tancia tan notable en las batallas; pero como el daño y
mortandad era grande, ordenó que aquel escuadrón del
costado izquierdo, que recibía lo mas furioso de la
batería contraría, se abrigase en unos olivares que es-
taban á un lado del mismo escuadrón.
Hallábase ya en aquel bosque de mampuesto el capi-
tán Cabanas con su compañía, y pretendiendo entrar
por esotra parte de él á desalojar los españoles,, fué re-
conocido su intento de una tropa de caballería real que
tenia aquel llano, la cual, revolviendo por las espaldas
de otro escuadrón , quiso cortar al Cabanas; pero tam-
bién se lo estorbó la artillería de la muralla , que obli-
gó á volver la tropa , y aun á relírarse del lugar en que
antes estaba, no lográndose por entonces los intentos
de estos ó aquellos.
Mientras duraba el combato en Monjuich y la batería
de la ciudad, que el Xeli continuaba con mas furia des_
pues do la orden del maestre de campo general , no ce-
saban los diputados y conselleres con toda la gente no-
ble de visitar la muralla y los puestos de mayor impoi-
tancia en vivísimo cuidado , ímimando á todos y prome-
tiéndoles seguro el vencimiento.
Constaba su guarnición de los tercios de sus patri-
cios, que gobernaban los maestres de campo Domingo
Moradtíll, Galceran Dusay, Joscf Navel. los cabos y ofi-
ciales franceses con extraordinaria fatiga se hallaban
en todos los sucesos, unos y otros nuevamente ani-
mados, viendo lo poco que obraban sus enemigos en
Uuitas horas de trabajo. Este aliento de los cabos, de-
ducido, como suele, á los soldados y gente inferior,
brotaba felicísimamente en los ánimos populares; de
suerte que en poco tiempo, con extraña diferencia ellos
en su corazón y en sus obras, mostraban no temer el
ejército. Habían notado la derrota de la caballería es-
pañola , y aunque hasta entonces no se entendía cum-
plidamente su buen suceso , todavía la certeza de no
haber perdido ninguna de sus tropas los habia dado es-
peranza y alegría.
Eran las tres de la tarde , y se combatía en Monjuich
mas duramente que hasta entonces, porque la ira de
unos y otros con la contradicción se hallaba en aquel
punto mas encendida. Iban entrando sin cesar los sol-
dados á las baterías del fuerte ; el que una vez dispara-
ba, no lo podia volverá hacer de allí á largo espacio,
por los muchos que concurrían á ocupar su puesto.
Afírmase haber sido tales las rociadas de la mosquete-
ría catalana, que mientras se manejaba , á quien la es-
cuchó de lejos parecía un continuado sonido, sin que
entre uno y otro estruendo hubiese intermisión ó pausa
perceptible á los oidos.
Confusos se hallábanlos españoles, sin saber hasta
entonces lo que hablan de ganar por aquel peligro,
porque ya los oficiales y soldados, llevados del recelo ó
del desorden, igualmente dudaban y temían el fin de
aquel negocio. Algunos lo daban ya á entender con las
voces, acusando la disposición del que los traía á mo-
rir sin honra ni esperanza , como ya deseoso de que
no escapase de aquel trance ninguno que pudiese acu-
sar sus desaciertos. No dejaba de oír sus quejas el Tor-
recusa , ni tampoco ignoraba su peligro ; empero en-
tendía que siéndole posible el estarse firme , sin duda
los catalanes perderían el puesto, por ser inalterable
costumbre de las batallas quedarse la victoria á la par-
te donde se halla la constancia con mas actividad. Ins-
taba con nuevas órdenes al Xeli le enviase instrumen-
tos de escalar y cubrirse ; por ventura raro ó nunca
visto descuido en un soldado grande, disponerse á la
expugnación de una fuerza sin querer usar ó prevenir
ninguno de los medios para poder conseguirlo.
Habia llegado ya aquella última hora que la divina
Providencia decretara para castigo no solo del ejército,
mas de toda la monarquía de España , cuyas ruinas allí
se declararon. Así , dejando obrar las causas de su per-
dición , se fueron sucediendo unos á otros los aconteci-
mientos de tal suerte, que aquel suceso en que todos
vinieron á conformarse, ya parecía cosa antes necesaria .
que contingente. Pendia del menor desorden la última
desesperación de los reales; no se hallaba entre ellos
alguno que no desease interiormente cualquiera oca-
sión honesta de escapar la vida.
A este tiempo (podemos decir que arrebatado de su-
perior fuerza) un ayudante catalán, cuyo nombre ig-
noramos, y aun lo callan sus relaciones, á quien si-
guió el segundo Verge , sargento francés , comenzó á
dar improvisas voces, convidando los suyos á la victo-
ría del enemigo, y clamando (aun entonces no aconte-
cida) la fuga de los españoles; acudieron á su clamor
hasta cuarenta de los menos cuerdos que se hallaban
en el fuerte , y sin otro discurso ó disciplina mas que la
obediencia de su ímpetu , se descolgaron de la muralla
á la campaña por la misma parte donde los escuadro-
nes tenían la frente. Llevábalos tan intrépidos el furor,
MOVIMIENTOS, SEPARACIÓN
como los miraba temerosos el recelo de los reales , que
>in esperar oiro aviso ó espanto mas que la duilosa iii-
forniacion de los ojos, averiguada del temor, y creyendo
bajaba sobre ellos todo el poder contrario, palateando
las picas y revolviendo los escuadrones entre sí ( mani-
fiesta señal de su ruina), comenzaron á bajar corriendo
hacia la falda de la montana, alzando un espantoso bra-
mido y queja universal. Los que primero se desorde-
naron fueron los que estaban mas al pié de la muralla
3nemiga : tan presto el mayor valor se corrompe en
afrenta ; otros con ciego espanto cargaban sobre los
otros de tropel, y llenos de furia, rompían sus primeros
Bscuadrones, y estos á los otros, y de la misma suerte
íjue sucede á un arroyo, que con el caudal de otras aguas
que se le van entrando va cobrando cada vez mayores
fuerzas para llevar delante cuanto se le opone, así el
corriente de los que comenzaban á bajar atropellando y
trayéndose los mas vecinos, llegaba ya con dobladas
fuerzas á los otros , por lo cuaJ los que se hallaban mas
lejos llevaron el mayor golpe. Unos se caian , otros se
embarazaban, cuáles atropellaban á estos, y eran des-
pués hollados de otros. Algunas veces en confusos y
varios remolinos pensaban que iban adelante , y volvían
atrás, ó lo caminaban siempre en un lugar mismo; to-
dos lloraban; los gritos y clamores no tenían número ni
lin; todos pedían sin saber lo que pedían, todos man-
daban sin saber loque mandaban ; los oíiciales mayores,
llenos de afán y vergüenza, los incitaban á que se detu-
viesen ; pero ninguno entonces conoció otra voz que la
de su miedo ó antojo, que le hablaba al oído. Algún
maestre de campo procuró detener los suyos , y con la
espada en la mano, así como se hallaba, fué arrebatado
del torbellino de gente ; pero dejando el espíritu adon-
de la obligación , el cuerpo seguía el mismo descamino
que llevaba la furia de los otros ; ni el valor ni la auto-
ridad tenia fuerza; ninguno obedecía mas que al de-
seo de escapar la vida.
A este primer desconcierto esforzó luego la saña de
los vencedores , arrojándose tras de los primeros algu-
nos otros que hizo atrevidos la cobardía de los contra-
rios; tales con las espadas, tales con las picas ó chu-
zos, algunos con hachas y alfanjes, no de otra suerte
que los segadores por los campos, bajaban cortando los
miserables castellanos. Mirábanse disformes cuchilla-
das, profundísimos golpes é inhumanas heridas; los
dichosos eran los que se morían primero : tal era el ri-
gor y crueldad , que ni los muertos se escapaban ; po-
día llamarse piadoso el que solo atravesaba el corazón
de su contrarío. Algunos bárbaros, aunque advertida-
mente, no querían acabar de matarlos, porque tuviese
todavía en que cebarse el furor de los que llegaban des-
pués; corría la sangre como río, y en oirás partes se
detenía como lago horrible á la vista, y peligroso aun á
la vida de alguno que , escapado del hierro del contra-
rio , vino á ahogarse en la sangre del amigo.
Los mas, sin escoger otra senda que la que miraban
mas breve, se despeñaron por aquellas zanjas y ribazos,
donde quedaron para siempre; otros, enlazados en las
zarzas y malezas, se prendían hasta llegar el golpe; mu-
chos, precipitados sobre sus propias armas, morían
castigados de su misma mano; las picas y mosquetes,
cruzados y revueltos por toda la campaña, era el mayor
embarazo de su fuga, y ocasión de su caida y muerte.
Y GUERRA DE CATALUÑA. b33
No se niega que entre la multitud de los que vergou-,
zosamente se retiraron, se hallaron muchos hombres
de valor desdichada é inútilmente; algunos que mu-
rieron con gallardía por la reputación de sus armas , y
otros que lo desearon por no perderla : singular dicha
y virtud han menester los hombres para salir con boma
de los casos donde todos la pierden , porque el suceso
común ahoga los famosos hechos de un partícul r ; to-
davía esta razón no desobliga á los honrados , bien que
los aflige.
El maestre de campó don Gonzalo Fajardo salió he-
rido considerablemente; con todo era su mayor riesgo
la muerte del hijo único que dejaba en líerra.Don Luis
Jerónimo de Contreras, don Bernabé de Salazar y el
Isinguíen , todos iguales en puesto al Fajardo, sacaron
mas que ordinarias heridas, con otros muchos oíiciales
y caballeros, que no pretendemos nos sean acreedores
de su gloria , sí ella no pudo adquirirse en tan siniestro
día para su nación.
Las banderas de Castilla, poco antes desplegadas al
viento en señal de su victoria, andaban caídas y holla-
das de los píes de sus enemigos, donde muchos ni para
trofeos y adorno del triunfo las alzaban : á tanta deses-
timación vieron reducirse. Las armas perdidas por toda
la campaña eran ya en tanto número, que pudieron
servir mejor entonces de defensa que en las manos de
sus dueños, por la dificultad que causaban al camino;
solo la muerte y la venganza lisonjeada en la tragedia
española parece se deleitaban en aquella horrible re-
presentación.
Casi á este tiempo llegó al Torrecusa nueva de la
muerte de su hijo y los suyos. Recibióla con impacien-
cia, y arrojando la insignia militar, forcejaba por rom-
per sus ropas : desigual demostración de lo que se
prometía de su espíritu. Los hombres primero son
hombres; primero la naturaleza acude á sus afectos,
después se siguen esotros que canonizó la vanidad, lla-
mándoles con diferentes nombres de gloría indigna;
como si al hombre le fuera mas decente la insensibili-
dad que la lástima.
Llegábanle cada instante tristísimos avisos de la ro-
ta, de que también pudieron sus ojos y su peligro avi-
sarlo , si las lágrimas diesen lugar á la vista y la pena al
discurso. Desde aquel punto no quiso oír ni mandar,
ni permitió que ninguno le viese; no era entonces la
mayor falta la de quien mandase , porque en todo aquel
día fué mas dificultoso hallar quien obedeciese.
Los que estaban abajo con la frente á Barcelona mir
raban casi con igual asombro la suerte de sus compa-
ñeros; esperábanlos mas constantes, no por temer me-
nos el peligro, sino porque llegados, ellos tuviesen en-
tonces mejor disculpa ásu retirada. Era ya sabida en el
campo la pérdida del San Jorge, y en esta noticia fun-
daba mas su temor que en ningún otro accidente.
El Vélez á un mismo tiempo miraba perderse en mu-
chas partes , y no recelaba menos la inconstancia dé Jos
suyos, que ya empezaban á moverse, que el desorden
de los que bajaban rotos. El peligro no daba lugar al
consejo ó ponderación espaciosa; y así, informado de
que el Torrecusa había dejado el mando, llamó al Ca-
ray y le entregó la dirección de todo. No se puede lla-
mar dicha , aunque suele ser ventura, ser escogido para
remediar lo que lia errado otro, porque parece queso
534 DOiN FRANCISCO M
obliga el segundo á mayores aciertos, faltándole los
medios proporcionados á la felicidad; para esto son mas
los hombres dichosos que los prudentes.
Recibió el Caray su gobierno , y fué la primera dili-
gencia ordenar que los escuadrones del Irente murclia-
sen luego y ú toda priesa hacia fuera, dando las espaldas
al lugar de Sans, y que la caballería se opusiese a la
gente que bajaba en desorden, con ánimo de pasarla á
cuchillo si no se detuviese; con lo cual se poilria con-
seguir que, medrosos ellos délos mismos amigos, si-
quiera por benelicio del nuevo espanto se parasen ; que
era lo que por entonces pretendía el que gobernaba, para
poderlos dar aliento y forma.
Marchó el Vélez con su trozo llevando la artillería en
medio, y el Caray salió á recibir los tercios desordena-
dos, que ni al respeto de su presencia ni al rigor de
muchos oficiales que lo procuraban por cualquier me-
dio, acababan de detenerse y hallar entre los suyos
aquel ánimo que habían perdido cerca de los enemigos;
antes con voces de sumo desorden clamaban : «Retira,
retira.» En íin, la diligencia del propio cansancio y fa-
tiga, que no les permitía mayor movimiento, les fué
cortando el paso o las fuerzas, de suerte que ellos, sin
saber cómo, unos se paraban , otros se caian por tierra.
Grande fuera el estrago si los catalanes prosiguieran
el alcance; puro como habían salido sin otra preven-
ción mas de la furia , Jamás sus pensamientos llegaron
á creer que podían conseguir otra cosa que la defensa.
No hubo hombre práctico que , viendo arrojar á los su-
yos, no los juzgase perdidos; esto los detuvo, y fué
6u mayor dicha de los que se retiraban y su mayor
afrenta.
Estaba !a ciudad con la vista pronta en todas las ac-
ciones del fuerte, y habiendo reconocido la retirada de
los escuadrones españoles, fué increíble el gozo y ale-
gría que súbitamente se infundió en sus corazones; en
ün, como aquellos que en una hora desde la esclavitud
te veían subir al imperio.
Alababan el nombre de Dios con festivos clamores,
bendecían la patria , ensalzaban el celo de los suyos,
engrandecían últimamente la gloría de so nuevo prín-
cipe, cuya soberana fortuna tan presto los había hecho
gozar de la felicidad común de aquella monarquía.
El Caray, sin perder un punto en el manejo de su de-
fensa , como hombre que verdaderamente ignoraba la
ocasión de su derrota, hizo echar bando que todos al
instante acudiesen á sus banderas, ó por lo menos á
cualquiera de las de sus tercios que conociesen; y or-
denó que ellos tomasen la mas breve forma posible de
ponerse en escuadrón, porque vuelto á componer el
ejército, pudiese respirar su espíritu. Cousiguíólo, pero
tarde , con fatiga increíble , y somos ciertos oír de su
boca que fué tan grande aquel trabajo , tan difícil y tan
provechoso, que en sola esta acción se había juzgado
digno de gobernaron ejército.
Hecho esto, se juntaron los cabos , menos el Torre-
cusa, que desde el punto que dijimos se excuso del
mando , sin haber cosa que le obligase á la templanza ;
y después de haber llorado entre todos la muerte délos
suyos, y en primer lugar la lástima del San Jorge, dis-
currieron por los daños ya sensibles entonces al ejér-
cito, diciendo que la gente se hallaba en sumo des-
aliento ; que las provisiones faltaban ; que la fama de la
ANÜEL DE MELÓ.
pérdida no dejaría lugar fiel en louo el país; que el po-
der no bastante á ganar un solo puesto cuando entero
y orgulloso, mal llegaba á combatir una ciudad des-
pués de roto y desmayado ; que Barcelona había de ser
socorrida por los paisanos y auxiliares ; que al duquede
Luí se afirmaba estaban aguardando por instantes; que
las galeras de España se habían apartado; que don Jo-
scf Margarit, según las informaciones de algunos natu-
rales, bajaba con la gente de la montaña á ocuparlos
pasos de Martorell y elCongost; que el ejército se halla-
ba con menos de dos mil infantes y muchos caballos de
los con que había subido, entre muertos, heridos y
derrotados; que también faltaban algunas personas de
los cabos, cuyos lugares debían ser ocupados con gran
consideración; que se habían perdido en todas las com-
pañías mas de cuatro mil armas; que con estas mas se
hallaba el enemigo para poder resistirse ; que ni el tiem-
po ni la fortuna ni el estrago daban lugar para que se
consultase con el Rey su resolución; que la salud pú-
blica de aquel ejército consistía en lo que se acertase y
ejecutase antes del amanecer ; que lo mas conveniente
era volver á Tarragona con suma brevedad , porque los
pasos no se embarazasen , y primero que los de Barce-
lona saliesen á impedírselo con escaramuzas; que se
debían anticipará las noticias de su desgracia, porque
llegasen sin ella á los lugares que dejaban á las espal-
das, sin darles ocasión de que con su pérdida los to-
masen otra vez , y les fuese necesario volver á ganarlos
de nuevo; que desde aquella plaza se podía dar aviso al
Rey, y esperar sus órdenes y socorros.
Todo lo escuchaba el Vélez, suspenso en la conside-
ración de su fortuna, haciendo en su ánimo firme pro-
pósito de no recibir por ella otra injuria. No hubo entre
todos alguno que contraviniese el acuerdo, en todo ajus-
tado alo propuesto.
Ocupáronse aquella tarde los catalanes, ya vencedo-
res, en recoger los despojos de su triunfo, y entre ellos,
como mas insigne, llevaron á la ciudad once banderas
españolas, siendo diez y nueve las perdidas del ejército,
que poco después colgaron desde la casa de su diputa-
ción á vista de todo el pueblo, que las miraba con igual
saña y alegría ; llevaron notable cantidad de todas ar-
mas, carros , bagajes y pabellones , que servirán á la
posteridad como testigos de aquella gran pérdida de
españoles.
No se descuidaron un punto de la guardia de su fuer-
te, ni quisieron pedir mas halagos á su fortuna que la
buena suerte de aquel día ; guarneciéronle con nuevo
y grueso presidio, habiendo recibido aquella noche mas
de cuatro mil infantes de los lugares convecinos, como
si verdaderamente temiesen el segundo asalto.
Estas diligencias, que no pudieron hacerse sin gran
ruido de toda la campaña, y alguna artillería que á es-
pacios señalados disparaba la ciudad por tener su gente
cuidadosa, servia aun mas de temor al ejército que de
prevención á los suyos, á quienes el deseo de la consu-
mada victoria tenía alegres y puntuales ordenadamente
en sus estancias, todavía inciertos de loque habían con-
seguido.
Descubrióse al amanecer el fuerte de Monjuich y sus
trincheras, coronado de copiosa multitud de gente, que
habia subido á notar el estrago de los reales, de que to-
davía se hallaban señas recientes en la sangre y cadú»
MOVIMIENTOS, SEPARACIÓN
veres de sus enemigos ; pero los castellanos , habiendo
temido de su nioviinieuto alguna determinación de las
áque podía convidarles el buen semblante de la fortu-
na de sus contrarios , obedeciendo á ella , comenzaron
á moverse antes del dia la vuelta de Tarragona, tan lle-
nos de lástima y desconsuelo, como los catalanes se
quedaban de honra y alegría.
Antesfué enterrado el San Jorge miserablemente en
la campaña; espiró aquella noche , mezclando entre las
palabras que ofrecía á Dios , algunas que bien signifi-
caban el celo del servicio de su rey. Acompañáronle
muchos otros, cuyos cuerpos, esparcidos por la tierra,
asemejaban un horrible escuadrón asaz poderoso para
vencer la vanidad de los vanamente confiados.
La pérdida de los naturales fué desigual , bien que
murieron algunos ; porque como siempre pelearon
dentro de sus reparos, no había tanto lugar de emplear-
se en ellos las balas enemigas.
Marclió el infeliz ejército con tales pasos, que bien
Y GUERRA DE CATALUÑA. B35
informaban del temeroso espíritu que lo movía; cami-
nó en dos días desengañado lo que en veinte había pií
sado soberbio; atravesó los pasos con temor, pero sin
resistencia; entró en Tarragona con lágrimas, fué re-
cibido con desconsuelo , donde el Vélez, dando aviso al
Rey Católico, pidió por merced loque podía temer como
castigo. Excusóse de aquel puesto, y lo excusó su rey,
mandándole sucediese Federico Colona, condestable
de Ñapóles , príncipe de Rutera , vírey entonces en Va-
lencia , que poco tiempo después representó su trage-
dia en el mismo teatro , perdiendo la vida sitiado por
franceses y catalanes en Tarragona.
Nopararon aquí los sucesos y ruinas de las armas del
rey don Felipe en Cataluña, reservadas quizá á mayor
escritor, así como ellas fueron mayores. A mí me basta
haber referido con verdad y llaneza , como testigo de
vista, estos primeros casos, donde los príncipes pueden
aprender á moderar sus afectos , y todo el mundo ense-
ñanza para sus acontecimientos.
Fl.N DEL TOMO PRIMEBO DE HISTOIUADORES DE SUCESOS PARTICULARES.
índice.
pAfi.
Noticia de las obras r autores oi'e contiene el presentí
TOMO V
Documentos que se citan en la noticia precedente xxiii
EXPEDICIÓN DE LOS CATALANES Y ARAGONESES CON-
TRA TURCOS Y GRIEGOS. — A Don Juan de Moncada. i
Libro primero. — Proemio 2
Capítulo primero. Estado de ios reinos y reyes de la casa
de Aragón por este tiempo 2
Cap. II. Elección de general 4
Cap. III. Quién fué Roger de Flor 5
Cap. IV. Determinan los capitanes su jornada, y suplican al
Rey les favorezca 5
Cap. V. Embajada de los nuestros al emperador Andrónico,
y su respuesta 6
Cap. VI. Señala sueldo el Emperador á la gente de guerra,
y hace muchas honras y mercedes á sus capitanes. . . 7
Cap. VII. Parte de Sicilia la armada, y qué gente y milicia
fué la de los almugavares 8
Cap. VIII. Roger se casa. Pelean catalanes y genoveses dentro
de Constantinopla ^
Cap. IX. Pasa la armada á la Natolia , y echa la gente en el ca-
bo de Artacio 10
Cap. X. Vencen los catalanes y aragoneses á los turcos. . . 11
Cap. XI. Retírase el ejército, para invernar en el cabo de Ar-
tacio, ú sus alojamientos 11
Cap. XII. Fernán J.menez de Árenos se aparta de los suyos. . 12
Cap. XIII. Parte el ejército á socorrer á Filadelíia.y vencen á
Caramano, turco, general de los que la tonian sitiada. . 13
Cap. XIV. Entra en Filadellia el ejército vitorioso. Gánanse al-
gunos fuertes que el enemigo tenia cerca de la ciudad , y
dan segunda rota á los turcos junto áTiria 14
Cap. XV. Llega Bcrenguer de Rocafort con su gente á Cons-
tantinopla , y por orden del Emperador se junta con Ro-
ger en Efeso 15
Cap. XVI. Reprimen los nuestros el atrevimiento de Sarcano
Turco. Llegan nuestras banderas á los confines de la Na-
lolia y reino de Armenia 16
Cap. XVII. Pelean con todo el poder de los tarcos los catalanes
y aragoneses en las faldas del monte Tauro, y alcanzan
(Icllos señaladísima vitoria IG
Cap. XVIII. Con la entrada del invierno vuelven los nuestros á
las provincias marítimas. Rebélanse los de Magnesia,
póneles sitio Roger, pero llamado de Andrónico, le le-
vanta , y llega á la boca del estrecho con todo el ejército. 17
Cap. XIX. Alójase el sjército en la Tracia Cheisoncso, y Ro-
ger parte á Constantinopla 19
Cap. XX. Berenguer de Entenza con nuevo socorro llega á
Constantinopla , donde se le dio el cargo de megaduque,
y á Roger le ofrecieron el de cesar. 19
Cap. XXI. Los genoveses persuaden al Emperador la guerra
contra los catalanes, y Miguel Paleólogo hace lo mismo,
y alborótase en Gaiípoli la gente de guerra 20
Cap. XXII. Págase la gente de guerra por orden de Andrónico
con moneda corta, de donde nacieron nuevos alborotos. 22
Cap. xxiii. Da el emperador Andrónico en feudo á los capita-
nes catalanes y aragoneses las provincias del Asia. . . 25
Cap. xxiv. La gente de guerra con mayor furia que antes se
alborota, porque tiene alguna desconfianza de Roger. . ti
Cap. XXV. Concluyese el trato de pasar al oriente , y Roger re-
cibe las insignias de cesar y dinero 24
Cap. XXVI. Párlese Roger á verse con Miguel Paleólogo; con-
tradícelo María su mujer y los demás capitanes. ... '24
Cap. xxvii. Matan á Roger con gran crueldad los alanos , es-
tando comiendo con los emperadores Miguel y María , y á
todos los que fueron en su compañía ■ . . 25
Cap. XXVIII. La gente de guerra toma descubiertamente las
armas contra los griegos , y en diferentes partes del im-
perio se matan los catalanes y aragoneses 26
Cap. XXIX. Berenguer de Entenza y los que estaban dentro de
Galipoli , sabida la muerte de Roger, degüellan Iodos los
vecinos de Gaiípoli , y el campo enemigo los sitia. . . 27
Cap. XXX. Tienen los nuestros consejo ; sígnese el de Beren-
guer de Entenza , no por el mejor, pero por ser del mas
poderoso 2'$
Cap. XXXI. Los embajadores de nuestro ejército, á la vuelta
de Constantinopla , por orden del Emperador fueron pre-
so» y muertos cruelmente en la ciudad de Rodesto. . . 2í)
Cap. XXXII. Envíanse embajadores á Sicilia, y sale Berenguer
con su armada ; gana la ciudad de Recrea , y vence en
tierra á Calo Juan, hijo de Andrónico 30
Cap. XXXIII. Prisión de Berenguer de Entenza, con notable
pérdida de los suyos 51
Cap. XXXIV. Los pocos que quedaron en Galipoli dan barreno
á todos los navios de su armada 32
Cap. XXXV. Salen los nuestros de Galipoli á pelear con los
griegos, y alcanzan dellos señaladisiraa Vitoria. ... 32
Cap. XXXVI. Previénese Miguel Paleólogo para venir sobre Ga-
lipoli; los nuestros salen á pelear con él tres jornadas
lejos , y entre los lugares de Apros y Cipsela se da la ba-
talla ; sale della Miguel vencido y herido 33
Cap. xxxvii. Estado de las cosas de Andrónico y de los grie-
gos 3G
Cap. xxxviii. Los nuestros hacen algunas correrías, y toman
á las ciudades de Rodesto y Paccia 36
Cap xxxix. Fernán Jiménez de Árenos llega A Gaiípoli , entra
á correr la tierra, y al retirarse rompe dos rail infantes
y ochocientos caballos del enemigo 57
Cap. xl. Fernán Jiménez gana el castillo y lugar de Módico. 57
Cap. xli. Divídense los nuestros en cuatro plazas; Montaner
rompe á George de Cristopol 38
Cap. xlii. Rocafort y Fernán Jiménez de Árenos tonsan al Es-
lañara y cobran sus cuatro galeras 58
Cap. XLiii. Los catalanes y aragoneses, por dar cumplimiento á
su venganza , á las faldas del monte Homo vencen á los
niasagelas 59
Cap. xliv. Acometen los genoveses i Gaiípoli , y rctíransecon
pérdida de su general 41
Cap. xlv. Los turcos y turcoples vienen al servirlo de los ca-
talanes i^
Cap. xlvt. Sucesos de Berenguer de Entenza después de su
prisión hasta su libertad , y su vuelta á Galipoli. ... A'i
Cap. xLvii. Berenguer de Entenza y Berenguer de Rocafort di-
viden el ejército en bandos ü
C\p. xLviii. Rocufort pone sitio á Nona, Bcrenguer i Megaux-
538 índice.
fia.
45
4G
i1
49
y Ticiii Jaijiieria, (jenovés, con ayuda de gente catalana
loma el castillo y lugar de Fruilla
Cap. XLix. El infante don Fernando, hijo del rey de Mallorca ,
enviado del rey don Fadrique, llega á Galípoli para go-
bernar el cjéreito en su nombre .
Cap. l. El Infante es excluido del gobierno por la» mañas de
Hocafort . <
Cap. li. Rocafort , antes de partirse el Infante del ejército, ga-
nó íí Nona , y de común acuerdo de los capitanes , deja el
ejército los presidios de Tracia y determina pasar i Ma-
cedonia , j .• . .
C.\p. MI. La vanguarda del campo del Infante y Berengner al-
canza la relaguarda de Rocafoit, y llegan casi á darse la
batalla ; mata Rocafort ú Berenguer de Entenza ; y Fer-
nán Jiménez de Árenos, huyendo del mismo peligro, se
pone en manos de los griegos SO
Cap. liii. Deja el Infante nuestra compañía, y lleva consigo
á Montaner, después de entregar la armada Si
Cap. Liv. Pasa el ejército á Macedonia S-2
Cap. lv. Prisión del infante don Fernando en Negroponte. . 52
Cap. lvi. Rocafort y su gente prestan juramento de fidelidad
á Tibaldo de Sipoys, en nombre de Carlos de Francia. . S3
Cap. Lvii. Montaner con las galeras venecianas vuelve al Ne-
groponte, y en Att-nas se ve con el infante don Fernando. S.>
Cap. lviii. Prisión de Berenguer y Gisbert de Rocafort. . . 51
Cap. ux. Tibaldo, llevando consigo los dos hermanos presos,
deja el ejército, y los lleva i Ñapóles, donde les dieron
muerte 5o
Cap. lx. Eligen los catalanes gobernadores ; y solicitados del
dtiquade Atenas, ofrecen de serville 56
Cap. Lxi. Sale el ejército de Casandria, y pasa á Tesalia. . 56
Cap. lxii. Baja el ejército de los catalanes á Tesalia , y por
concierto dejan esta provincia y pasan á la de Acaya. . 57
Cap. Lxin. El duque de Atenas recibe á los catalanes. . . 58
C.VP. ixiv. Despide el Duque con suma ingratitud á los catala-
nes que le habían servido, sin quererles pagar; con que
los unos y los otros se previenen para la guerra. ... 58
Cap. lxv. Vitoria de los catalanes contra el duque de Atenas,
y su muerte; con que los catalanes se apoderaron de
aquellos estados, y dieron fin á su peregrinación. . . 59
Cap. lxvi. Los turcos , con el deseo de volver á la patria , de-
jan el servicio de los catalanes , y por el mismo camino
que vinieron, vuelven áGalipoli GO
Cap. Lxvii. Los griegos rompen la fe prometida álos turcos,
y descubierta la traición , ganan un castillo, donde se for-
tificaron. . , Cl
Cap. lxviii. Los turcos vencen á Miguel, y hacen grandes da-
ños en Tracia 61
Cap lxix. Files Paleólogo vence i los turcos ; con que todos
quedaron muertos y presos 62
Cap. Lxx.,De algunos sucesos de los catalanes y aragoneses
en Atenas 62
GUERRA DE GRANADA.— Al LECTOR 65
Introducción 07
Libro primero. — Antiguos pobladores de Granada.— Los Re-
yes Católicos la conquistan.— Primera rebelión apacigua-
da.—Gobierno que quedó establecido.— Leyes contra los
cristianos nuevos. — Señales de nueva rebelión.— Juntas
de los conjurados.— Comisión del marqués de Mondéjar.
—Plática de don Fernando el Zaguer.— Don Fernando de
Valor es elegido rey.— Primer insulto de los conjurados.
— Socorros del Turco y de África. — Los moriscos armados
se encaminan á Granada.— Prudencia del marqués de Mon-
déjar.—Retíranse los rebeldes.— Llegan socorros á Gra-
nada.—Orden al marqués de los Vélez.— Abenhumeya se
recoge á la Alpujarra— Acometen los rebeldes á Órgiba.
—Proclamación de don Fernando de Valor.— Comienzan
las persecuciones contra los cristianos.— Persiguen los
rebeldes á Diego de la Gasea.— Rómpelos don García de
Villarroel. — Ganan á Castil de Ferro , y vuelven sobre
Adra.— Son vencidos por el capitán Gasea.— Gana Aben
huraeya la puente de Tablate.— El marqués de Mondéjar
en Diircal.— Acomete y toma la puente de Tablate.— So-
corro de Órgiba.— Batalla de Poqueira, ganada par el
Marqués.— Gánase el castillo de Jubiles 68
I.iDRo SECUNDO. —Toman los rebeldes la puente de Tablate.—
Sondcrrotadoscnlñiza.— El marqués de Mondéjar en An-
darax.— Muerte de Diego de la Gasea.— El marqués de Vé-
pA«.
81
lez entra por el rio de Almería , y gana varios lugares —
Miedo de los rebeldes.— Jornada de las Guájaras.— Muerte
de don Juan de Villarroel y otras personas principales —
Tomadelfuer.edelasGuájaras.-Redúcense muchos mo-
riscos, aunque sin fruto.— Acusaciones contra el de Mon-
déjar. — Guerra de Almería. — Triunfos del de Vélez. —
Prisión malograda de Aben Humeya.— Rota de los de
Mondéjar en Valor.— Manda el Rey suspender las hosti-
lidades, y piensa en nombrar caudillo contra los rebel-
des á don Juan de Austria.— Alboroto en Granada contra
los moriscos presos en las cárceles, de que mueren casi
lodos. — Intentan los moros apoderarse de Almería. —
Combaten las tropas la sierra de Gádor, y gañanía. —
Muerte del Zaguer. — Toma el mando del ejército don
Juan de Austria. — Provisiones de don Juan.— Descrip-
ción de la ciudad de Granada. - Desórdenes de los sol-
dados.—Estado de Aben Humeya.— Mortandad de dos-
cientos cincuenta soldados en la cuesta de Talera. —
Empresa y toma de las Albuñuelas. — Expulsión de los
moriscos de Granada.— Levántase la sierra de Bentomiz.
—Empresa del rey de Argel contra el de Túnez. . . .
Libro tercero.— Vienen á España con las galeras de Italia el
Comendador mayor y don Alvaro de Bazan.— Victoria en el
fuerte de Frexiliana.— Levántanse de nuevo muchos pae-
blos de la Vega.— El marquésde Vélez es nombrado gene-
ral de la guerra de Granada.— Acércase el Rey á la guer-
ra.—Vana tentativa de Aben Humeya.— Otros sucesos.
— Miseria del ejército de Vélez.— Sale este contra Aben
Humeya. —Llama el Rey al marqués de Mondéjar. —
Cargos al de Vélez. — Desórdenes en Granada. — Sale
el de Vélez en busca de los enemigos, y se encamina i
Baza.— Toma Aben Humeya el logar de las Cuevas. -In-
tenta destruir á Motril. — Muere asesinado. — Eligen en
su lugar á Abenabó.— Suceso de Órgiba.— Levantamien-
to de Galera , de Orce y el rio de Alraanzora.— Ceieo de
Galera y jornada de Guéjar.— Entra don Juan de Austria
en Guéjar sin hallar enemigos, — Prepárase después
para ir al cerco de Galera 04
Libro cuarto— Prosigúese la empresa de Galera y gánase i
los enemigos.- Estado de Abenabó.— Marcha del duque
de Sesa.— Sale don Juan de Austria para Serón, donde en-
tra derrotando á los enemigos.— Muerte de Luis Quijada.
—Ordenes de Abenabó.— Hambre en el campo del duque
de Sesa. — Rota del marqués de la Favara. — Matan los
rebeldes á ciertos amotinados que salieron de Adra. —
Reducción intentada por don Juan de Austria y contra-
riada por los ministros. —El duque de Sesa se apodera
de Castil de Ferro. — Don Antonio de Luna es enviado
á Vélez Málaga y á expulsar los moriscos de la sierra
de Ronda. — Desorden de los soldados, de que se apro-
vechan los enemigos. — Estancia del Rey en Sevilla. —
Sale el duque de Arcos ú un reconocimiento por la parte
de Sierra Bermeja.— Consigue algunos triunfos.— Orden
para la expulsión general de los moriscos. — Concluye el
duque de Arcos la guerra en la sieiTa de Ronda. — El Co-
mendador mayor recorre la Alpujarra. — Pártese don
Juan de Austria á Madrid con el duque de Sesa y el Co-
mendador mayor.-^Muerte y suplicio de Abenabó. . . IH
HISTORIA DEL REBELIÓN Y CASTIGO DE LOS MORIS-
COS I>1:L reino DE GRANADA.— Dedicatoria. . . . 1'2,>
Prólogo 1"2*
Libro primero.— Capítulo primero. Que trata de la provincia
de la Andalucía , que los antiguos llamaron Bética , y có-
mo cl reino de Granada es ana parte delta 1-26
Cap. II. Que trata de la descripción del reino de Granada,
como lo poseía el rey moro Abnl Hacen cuando los cató-
licos reyes don Hernando y doña Isabel comenzaron á rei-
nar en Castilla y en León i27
Cap. III. Que trata de la antigua ciudad de Iliberia, que fué
en este reino de Granada 128
Cap. IV. En que se declara dónde fué la villa de I«$ Judíos que
Raxid dice
Cap. v. En el cual y en los que se siguen se trata de la des-
cripción de la ciudad de Granada y de su fundación. . .
Cap. VI. En que prosigue la descripción y fundación de la ciu-
dad de Granada ... 131
Cap. vn. En que prosigue la descripción de Granada, y trata
129
130
índice.
53f>
del reino de los Alahamarcs , y de los ediOcios que edífí-
caron.
Cap. vni. Que contiene la materia del pasado, y trata de las
recreaciones que tenian los reyes moros en esta ciudad.
Cap. IX. Qne prosigue la materia del pasado, y trata de otras
poblaciones y de ios rios Darro y Genil
Cap. X. Que prosigue la materia de los pasados , y trata de la
fuente de Alfacar, y de otras fuentes y huertas fuera de
Granada
Cap. XI. Que prosigue la materia del pasado, y trata de la fer-
tilidad y abundancia de Granada. Pónense aquí los cua-
tro epitafios que estaban en la rauda de la Alhambra , y
la computación del año árabe lunar con el latino solar. .
Cap. xíi. De la conquista que los catrtiicos reyes don Hernan-
do y doña Isabel hicieron en el reino de Granada desde
el año 1482 hasta el de 1185
Cap. XIII. De lo que los Reyes Catiilicos hicieron en la con-
quista del reino de Granada el año de 86
Cap. XIV. Cómo los Reyes Católicos, prosiguiendo en la con-
quista del reino de Granada , ganaron las ciudades de
Vélez Málaga y otras.
Cap XV. Cómo los Reyes Católicos prosiguieron en su con-
quista , y lo que hicieron á la parte oriental de aquel reino
el año de 1-188
Cap. XVI. Cómo los Reyes Católicos ganaron las ciudades de
Baza y Guadix , y hicieron otros muchos efetos en el año
del Señor 1489
Cap. XVII. Cómo los Reyes Católicos volvieron á la conquista,
y lo que hicieron el año de 1490
Cap. xvm. Cómo los Reyes Católicos tornaron á la conquista
el año de 1491 , y cercaron la ciudad de Granada. . .
Cap. XIX. Cómo los moros acordaron de rendirá Granada, y
las capitulaciones que sobre ello se hicieron
Cap XX. Cómo los moros entregaron la ciudad de Granada y
sus fortalezas á los Reyes Católicos
Cap. XXI. Cómo los Reyes Católicos proveyeron por arzobispo
de Granada á don fray Hernando de Talavera, y comenzó
á tratar de la comisión de los moros
Cap. XXII. Cómo se comenzó á tratar de que los moros de
Granada se convirtiesen á la fe, ó los enviasen á Berbe-
ría
Cap. XXIII. Cómo los Reyes Católicos , sabiendo qne los mo-
ros se convertían á la fe , mandaron ir á Granada á don
fray Francisco Jiménez de Cisneros, arzobispo de Tole-
do, para que ayudase en tan santa obra al arzobispo de
Granada .
Cap. XXIV. Cómo el arzobispo de Toledo mandó prender al
Zegrí porque impedía la conversión de los moros, y có-
mo se vino á convertir
Cap. XXV. Cómo los moros del Albaicin de Granada se rebe-
laron la primera vez sobre la conversión , y la orden que
se tuvo en apaciguarlos
Cap. xxvi. Cómo el Rey Católico se enojó con el arzobispo
de Toledo cuando supo la causa del rebelión de los mo-
ros, y oído su descargo, le mandó proseguir en la con-
versión
Cap. XXVII. Cómo los Reyes Católicos allanaron algunas alte-
raciones que hubo en el reino de Granada sobre la con-
versión de los moros
Libro secundo. — Capítclo primero. Cómo los nuevamente
convertidos sintieron siempre mal de la fe. Trata de los
nombres de moro y mudejar
Cap. II. Cómo el emperador don Carlos mandó hacer junta de
prelados en la ciudad de Granada para reformación de
los moriscos. .
Cap. III. Cómo se quitó á los moriscos que no pudiesen ser-
virse de esclavos negros , y se les mandó á los que tenian
licencias de amas que las llevasen á sellar ante el Capi-
tán general
Cap. IV. Cómo se mandó que los moriscos delincuentes no te
acogiesen á lugares de señorío ni gozasen de la inmuni-
dad de la iglesia mas de tres días
Cap. V. Cómo su majestad mandó hacer junta en la villa de
Madrid sobre la reformación de los moriscos, y se man-
daron ejecutar los capítulos de la junta del año de 1526.
Cap. VI. En que se contienen los capítulos que se hicieron en
la junta de la villa de Madrid sobre la reformación de los
moriscos
Cap. vil. Cómo su majestad proveyó por presidente de la au-
PAG.
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diencia real de Granada al licenciado don Pedro de De-
za, y se le enviaron los capítulos ICI
Cap. VIH. Cómo se pregonaron los capítulos de la nueva pre-
mática, y del sentimiento que hicieron los moriscos. . ua
Cap. IX. Cómo los moriscos contradijeron los capítulos de la *
nueva premática , y un razonamiento que Francisco Nu-
ñcj! Muley hizo al Presidente sobre ello ic3
Cap. XI. De lo que el Presidente respondió á los moriscos, y
cómo avisó á su majestad dello, y de algunas cosas que
convenia proveerse ^q-j
Cap. XII. De lo que el marqués de Mondéjar informó á su
majestad acerca de los capítulos que se mandaban eje-
cutar 107
Cap. XIII. De algunas cosas que el presidente de Granada
proveyó estos dias, y cómo los moriscos se agraviaron
dolías ^Q-y
Libro tercero. — Capítulo primero. Cómo don Juan Enri-
quez y con él algunos moriscos principales fueron i la
corte sobre la suspensión de la premática 10.S
Cap. II. Cómo los moriscos fueron con el memorial remitido
al presidente de Granada , y lo que pasaron con él. . . 1C3
Cap. III. En que se contienen los pronósticos ó ficciones que
los moriscos del reino de Granada tenian cerca de su
libertad.. ^q^
Cap. iy. Cómo se tuvo aviso en Granada que los moriscos de
la Alpujarra trataban de alzarse, y lo que se previno en
ello ^71
Cap. v. Cómo los moriscos del Albaicin mostraron sentimiento
de que se dijese que se querían rebelar, y de lo que se
previno 175
Cap. vi. De un razonamiento que el conde de Tendilla hizo i
los moriscos del Albaicin estos dias ^7(5
Cap. vil. Cómo se tocó rebato la víspera de Pascua en Gra-
nada , pensando que se alzaba el Albaicin , y el escánda-
lo que hubo en la ciudad [-¡q
Cap. VIII. Cómo el marqués de Mondéjar vino á á Granada , y
don Alonso de Granada Venegas fué á informará su ma-
jestad délos negocios de aquel reino 177
Cap. IX. Cómo yendo el margines de Mondéjar á visitarla costa
de la mar, se entendió mas claramente el desasosiego de
los moriscos por unas cartas que se tomaron i Daod , uno
de los autores del rebelión, que iba á procurar favores i
Berbería Í73
Libro CUARTO. — Capítilo primero. Cómo los moriscos del
Albaicin que trataban del negocio de rebelión se resol-
vieron en que se hiciese, y la orden que dieron en ello. 181
Cap. II. Cómo se hicieron nuevos apereebimientos en Grana-
da con sospecha del rebelión is-2
Cap. III. Cómo los caudillos de los monfís comenzaron el re-
belión en la Alpujarra por cudícia de matar unos cris-
tianos en la taa de Poqueira y en Cádiar 183
Cap. IV. Cómo en Granada se supo las muertes qne los monfis
hablan hecho, y cómo Abenfarax quiso alzar el Albaicin. 184
Cap. V. De lo que los cristianos hicieron cuando supieron la
entrada de los monfís en el Albaicin 185
Cap. vi. Cómo el marqués de Mondéjar salió en busca délos
monfís que hablan entrado en el Albaicin 18S
Cap. VII. Que trata de don Hernando de Córdoba y de Valor,
y cómo los rebeldes le alzaron por rey .187
Cap. tiii. Que trata del levantamiento general de los moriscos
de la Alpujarra 18!>
Cap. IX. De la descripción de la taa de Órgiba, y cómo se al-
zaron los lugares della, y cercaron los cristianos en la
torre de Albacete 18;>
Cap. X. Cómo se alzaron los lugares de las taas de Poqueira
y Ferreira, y la descripción dellas I'.X)
Cap. XI. Cómo se alzaron los lugares de la taa de Jubiles, y
la descripción della 193
Cap. XII. Cómo se alzaron las taas de los dos Cébeles, y la
desciipcion dellas i:U
Cap. XIII. Cómo los lugares de la taa de Ujíjar se alzaron, y
la descripción della.. . .■ i'J-í
Cap. XIV. Cómo el capitán Diego Gasea tuvo aviso que habla
moros en la tierra, y partió de Dalias en su busca, y có-
mo llegó i Ujíjar estando alzado el lugar I9G
Cap. xt. Cómo los rebeldes volvieron á Ujíjar, y fómo ba-
tieron las torres donde estaban los cristianos, y se les
rindieron I9'f
Cap. XVI. Cómo los alzados mataron los cristianos que se les
liiO
ÍNDICE.
habían rendido m las torres de Ujíjar ; y cómo el Zagucr,
arrepentido de lo hecho, quisiera que no pasara adelante
el negocio del rebelión
Cap. XVII. Cómo Laróles y los otros lugares de la taa de Ujf-
jar se alzaron
C.\p. XVIII. Cómo los lugares de la tierra de Adra se alzaron,
y la descripción della
Cap. XIX. Cómo los lugares de la taa de Berja se alzaron, y la
descripción della
Cap. XX. Cómo los lugares de la taa de Andaras se alzaron,
y la descripción della
Cap. XXI. Cómo los lugares de la taa de Dalias se alzaron , y la
descripción della
Cap. XXII. Cómo Mahamet Aben Humeya entró en la Alpu-
jarra después de electo en Béznar, y lo que proveyó
en ella
Cap. xxiii. Cómo los lugares de la taa de Lucharse alzaron,
y la descripción della
Cap. XXIV. Cómo los lugares de la taa de Maichena se alza-
ron, y la descripción della
Cap. XXV. Cómo los lugares del rio de Boloduí se alzaron , y
la descripción del ,
Cap. XXVI. De lo que se hacia en este tiempo en la ciudad de
Granada para asegurarse de los moriscos, y las desculpas
que daban ellos
Cap. xxvii. Cómo los lugares de tierra de Salobreña se alza-
ron, y la descripción della
Cap. XXVIII. Cómo los moros combatieron la torre de Órgiba.
Cap. XXIX. De lo que se hizo estos dias á la parte de Alme-
ría, y la descripción de aquella tierra y de algunos luga-
res que se alzaron en ella
Cap. XXX. Cómo se alzaron Abla y Lauricena, lugares de tier-
ra de Guadix, y la descripción della
C.4P. XXXI. Cómo don Diego de Quesada fué á ocupar á Ta-
blate, lugar del valle deLecrin, y los moros le desbara-
taron, y la descripción de aquel valle
Cap. XXXII. De los apercebimientos que el marqués de Mon-
déjar y la ciudad de Granada hicieron estos dias. . . .
Cap. XXXIII. Cómo don Juan Zapata fué con ciento y cincuenta
soldados á favorecer el lugar de Cuajaras del Fondón,
y los moros los mataron
Cap. xxxiv. Cómo los moros quisieron alzar los lugares del rio
de Almanzora, y la causa por que no se alzaron. . . .
Cap. xxxv. Que trata de la descripción de Marbella y su tier-
ra, y cómo los moriscos del lugar de Istan se alzaron. .
Cap. xxxvi. Cómo las ciudades de Ronda, Marbella y Málaga
acudieron luego contra los alzados, y de las prevencio-
nes que Málaga hizo en sus lugares
Cap. xxxvii. Cómo los moriscos de los lugares del marquesa-
do del Cénete se alzaron, y la descripción de aquella
tierra. . ,
Cap. xxxviii. Cómo los moros alzados acabaron de levantar los
lugares del rio de Almería , y se juntaron en Benahaduz
para ir á cercar la ciudad
Cap. XXXIX. Cómo los lugares de las Albuñuelas y Salares se
alzaron
Libro ouinto. — Capítulo primero. Cómo el marqués de Mon-
déjar formó su campo contra los rebeldes
Cap. II. Cómo estando el marqués de Mondéjar en el Padul,
los moros acometieron nuestra gente, que estaba en
Dürcal , y fueron desbaratados
Cap. III. Cómo la gente de Almería salió á reconocer los mo-
ros que se hablan puesto en Benahaduz , y cómo después
volvió sobre ellos y los desbarató
Cap. IV. Cómo se fué engrosando el campo del marqués de
Mondéjar, y cómo los moros de las Albuñuelas se redu-
jeron
Cap. V. Cómo el marqués de los Vélez , por los avisos que
tuvo , juntó cantidad de gente y entró en el reino de
Granada á oprimirlos rebeldes
Cap. vi. Cómo los moros del marquesado del Cénete cercaron
la fortaleza de la Calahorra, y Pedro Arias de Avila la so-
corrió
Cap Vil. De las diligencias que el conde deTendilla hizo para
proveer de bastimentos el campo del Marqués su padre.
Cap. VIH. Cómo se mandó alojar la gente de guerra que acu-
día á Granada en las casas de los moriscos, y el senti-
miento que dello hicieron
ilAP. ix. Cómo nuestro campo ocupó el pasu de Tablalc. . .
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Car. X. Ciimo, nuestro campo pasó á Lanjaron, y de allí á
Órgiba, y socorrió la torre
Cap. XI. Cómo el marqués de .Mondéjar pasi á la taa de Po-
qucira y la ganó
Cap. XII. Ciimo los moros degollaron la gente que habia que-
dado de presidio en Tablate
Cap. xiii. Cómo el marqués délos Véleí tuvo orden de su ma-
jestad para acudirá lo de Almería, y fué sobre los mo-
ros que se habian juntado en Guécija y los desbarató. .
Cap. XIV. De una entrada que la gente de Guadix hizo en el
marquesado del Cénete
Cap. XV. Cómo el marqués de Mondéjar pasó á Pitres de Fer-
reira, y de una plática que don Hernando el Zaguer hizo
á los alzados
Cap. XVI. Cómo los moros acometieron á entrar en Pitres es-
tando nuestro campo dentro del lugar
Cap. XVII. Cómo el campo del marqués de Mondéjar partió de
Pitres en seguimiento del enemigo
Cap. XVIII. Cómo el marqués de Mondéjar pasó al castillo de
Jubiles, y los caudillos de los moros se fueron huyendo
sin pelear
Cap. XIX. Cómo el beneliciado Torrijos, y con él muchos al-
guaciles de la Alpujarra, vinieron á nuestro campo á tra-
tar de reducir la tierra. . . . . .
Cap. XX. Cómo los cristianos ocuparon el castillo de Jubiles,
y de la mortandad que hicieron aquella noche en la gen-
te rendida
Cap. XXI. Cómo el marqués de Mondéjar comenzó á dar sal-
vaguardia á los moros reducidos, y envió las cristianas
captivas á Granada
Cap. XXII. De la entrada que el marqués de los Vélez hizo es-
tos dias contra los moros de Filix
Cap. xxiu. Cómo el campo del marqués de Mondéjar pasó á
Cádiar y á Ujijar, y combatió algunas cuevas donde se
habian recogido caiitidad de moros
Cap. XXIV. Cómo el campo del marqués de Mondéjar fué á Iñi-
za y á Paterna en busca de los enemigos , y de los tratos
que hubo para que. \ben Humeya se redujese
Cap. XXV. Cómo partió el campo de Paterna y fué á Andarax,
y cómo sin pasar adelante volvió á Ujíjar para hacer la
jornada de las Cuajaras.
Cap. XXVI, Cómo el marqués de los Vejez partió con su campo
hacia lo de Andarax, y desbarató los moros que se ha-
bian recogido en la sierra de Ohánez
Cap. XXVII. Cómo don Francisco de Córdoba fué sobre el fuerte
de la sierra de Inox
Cap. XXVIII. Cómo se combatió y ganó el fuerte de la sierra
de Inox
Cap. XXIX. Cómo el marqués de Mondéjar partió de Ujíjar
para ir á las Cuajaras , y la descripción de aquella
tierra .
Cap. XXX. Cómo algunos caballeros de nuestro campo quisie-
ron ocupar el peñón de las Cuajaras, so color de irle á
reconocer, y los moros los desbarataron, y mataron algu-
nos dellos
Cap. XXXI. Cómo se combatió y ganó el fuerte de las Cuajaras.
Cap. xxxii. Cómo se declaró que los prisioneros en esta guer-
ra fuesen esclavos con cierta moderación
Cap. xxxiii. Cómo se prosiguió la reducion de la Alpujarra ,
y de las contradiciones que para ello hubo
Cap. xxxiv. Cómo el marqués de Mondéjar fué avisado dónde
se recogían Aben Humeya y el Zaguer, y envió secreta-
mente á prenderlos
Cap. xxxv. Cómo nuestra gente saqueó el lugar de Laróles , es-
tando de paces
Cap. xxxvi. De las diferencias que hubo en la ciudad de Al-
raería entre los capitanes sobre el partir de la cabalgada
de Inox
Cap. xxxvii. Cómo su majestad acordó de enviar á Granada á
don Juan de Austria, su hermano, y de otras provisio-
nes que se hicieron estos dias
Cap. xxxviii. Cómo mataron los moriscos que estaban presos
en la cárcel de chancillería.
Libro sexto. — Capítilo primero. Cómo estando ya reduci-
dos los lugares de la Alpujarra , Alvaro Flores y Antonio
de Avila saquearon á Valor, y se perdieron con la gente
que llevaban
Cap. II. Ciimo los moros de Turón mataron al capitán Diejio
Casca, y sus soldados saquearon el lugar
pAc.
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índice.
Ui
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253
258
Cap. iii. De otras desiírdenes que la gente desmandada hizo
estos diasen los tusares reducidos ' • "
Cap IV. Como los moros de la Alpujarra se tornaron á levan-
tar, y juntándose con Aben Humeya renovaron la guerra ;
y de algunas provisiones que su majestad hizo estos días.
Cap. y. Del recebimiento que se le hizo á don Juan de Austria
cuando entró en Granada ^'
Cap vi. Cómo los moriscos del Albaicin diputaron personas
que fuesen á besar las manos á don Juan de Austria y á
darle cuenta de sus trabajos •
Cap vil. Cómo don Juan de Austria comenzó á entender en el
negocio del rebelión, y las relaciones que el marqués de
Mo"ndéiarvel Presidente hicieron en el Consejo. . . .
Cap viii. De los pareceres que hubo en Granada sobre sacar
de allí los moriscos , y de algunas provisiones que don ^
Juan de Austria hizo -^^
Cap IX. Cómo el marques de los Vélez quiso meter su campo
en la Alpujarra y hacer un fuerte en el puerto de la Ra-
vaha, y cómo se le estorbó la entrada, y los moros des-
barataron los soldados que hacian el fuerte 2C0
C kP. X. De los apercebimientos y prevenciones que Aben Hu-
meya hacia en este tiempo en la Alpujarra , y cómo alzó
el lugar de la Peza
Cap XI. Cómo el Maleh fué á levantar la villa de Fiñana, y
Francisco de Molina socorrió la fortaleza con la gente
de Guadix • „' . ' ' '
Cap XII. Cómo los lugares de Guéjar, Dudar y Quénlar se
alzaron , y don Juan de Austria mandó retirar los vecinos
de Pinos y de Monachil á la vega de Granada -:62
C\p XIII. Cómo los moros robaron una escolta que iba de
Granada á Guadix , y Francisco de Molina salió á ellos,
y los desbarató V se la quitó
Cap. XIV. Cómo el comendador mayor de Castilla, viniendo de
Italia con veinte y cuatro galeras cargadas de infantería ,
corrió tormenta y aportó á Palamós 263
Cap XV Qive trata la descripción de la sierra de Bentoraíz, y
cómo los moriscos de Canilles de Aceituno comenzaron
•á levantar la tierra y cercaron la fortaleza
Cap. xvi. Cómo Arévalo de Zuazo, corregidor de Vélez, so-
corrió la fortaleza de Canilles de Aceituno
Cap. XVII. Cómo Competa y los otros lugares de la sierra de
Bentomiz se alzaron , y se recogieron al fuerte peuon de
Fregiliana.. • •
C\p. xviii. Cómo Arévalo de Zuazo juntó la gente de su cor-
regimiento y fué contra los alzados de la sierra de Ben-
tomiz ; y la descripción del peñón de Fregiliana. . .
Cap XIX. Cómo tuvo aviso el marqués de los Vélez en Berja
que Aben Humeva iba sobre él, y se apercibió para es-
2G1
202
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206
267
208
pera
270
Cap. XX. Cómo Aben Humeya acometió el campo del marqués
de los Vélez en Berja • • • • *,•
Cap XXI. Cómo don Antonio de Luna fué sobre el lugar de
las Albufiuelas , estando de paces , porque recetaban mo-
ros de guerra „ ' .,■, ¡i '• Ái'
Cap XXII. Cómo el comendador mayor de Castilla llego a la
playa de Vélez, v avisado del suceso del peñón de bregi-
üana, determinó" de hacerla empresa por su persona con
la gente que llevaba '. '.'i* '."
Cvp xxiii Cómo el Comendador mayor junto toda la gente
en Torrox, y de allí fué á poner su campo sobre d pe-
ñón de Fregiliana , ■ ■ ' ¡
Cap. XXIV. Cómo se combatió y «ano por fuerza de armas el
fuerte de Fregiliana. . . • • • • • • , • ■„■.;
Cap XXV. Cómo Aben Humeya envió á levantar los lugares del
rio Almanzora , v la descripción de aquella tierra. . .
C^p. XXVI. Cómo los moros volvieron á cercar el castillo de
■Serón . y yendo á socorrerle don Alonso de Carvajal se
le mandó que r.o fuese, y se voUió á su \¡"f,Jf. ¡.«f»;-
C^p. XXVII. Cómo se sacaron los moriscos del Albaicm de
Granada, y los metieron la tierra adentro. . . • - • ¿n
Cap. XXVIII. Cómo don Enrique Enriqucz envió a don Anto-
nio Enriquez, su hermano, en socorro del castillo de
Serón, v los moros le desbarataron. •
Cap. XXIX. Cómo Diego de Mirones salió á buscar socorro y
fué preso, y los cercados rindieron el castillo de Seíon.
Cap nxx Cómo don Juan de Austria mandó proveer de gente
laríortalezas de los Vélez y Oria, y encomendó aquel
iiartido á don Juan de Haio. . . ' • • / ■. * ' '
Cap. xxM. Cuno Abo Humeya escribió á don Juan de Aus-
271
272
273
274
276
278
279
tria pidiéndole que le rescatase á su padre y hermano,
que estaban presos en Granada '^^
Cap. xxxii. Cómo Aben Humeya juntó su campo en Andarax
para ir sobre Almería, y comodón Garcia de Villaroel
dio sobre Guécija , y le desbarató el desinio que llevaba. 281
Cap. xxxiii. De una entrada que don Antonio de Luna hizo en
el valle de Lecrin , donde murió el capitán Céspedes, y
de algunos recuentros que hubo estos días con los ene-
migos á la parte de Salobreña 2S-.!
Libro sétimo.— Capítllo primero. Cómo su m.ijestad man-
dó reforzar el campo del marqués de los Vélez, y se le
ordenó que allanase la Alpujarra 283
Cap. II. Cómo el marqués de los Vélez partió con su campo
de .\dra, y cómo los moros le salieron al camino y los
desbarató, y pasó á Ujijar 281
O*. III. Cómo nuestro campo fué en busca del enemigo , y
peleó con él en Valor, y le venció 2S5
Cap. IV. Cómo Hernando el Habaqui pasó á Berbería por so-
corro, y cómo Aben Humeya se rehizo con los socorros
que le vinieron de Argel y de otras partes 280
Cap. V. Cómo los moros del valle de Lecrin combatieron el
fuerte que los nuestros tenían hecho en el Padul, y que-
maron parte de las casas del lugar 287
Cap vi. De las pláticas que hubo sobre la salida que el mar-
qués de los Vélez hizo á la Calahorra, y cómo el marqués
de Mondéjar fué llamado á corte 2SS
Cap VII. Cómo el capitán Francisco de Molina se fortaleció
en Albacete de Órgiba, y de una escaramuza que hubo
con los moros sobre el quitar el agua 289
Cap. viii. Cómo Aben Humeya alzó el lugar de las Cuevas y
fué á cercar á Vera , y cómo Lorca socorrió aquella ciu-
dad .••:,•.■,■■ '^^
Cap IX Cómo unos soldados que se iban sin orden del cam-
po del marqués de los Vélez hirieron á don Diego Fa-
jardo queriéndolos volver al campo 290
Cap. X. De una Vitoria que don García Manrique hubo del Ana-
coz en el valle de Lecrin 291
Cap. XI. De algunas provisiones que su majestad hizo estos
días para el breve despacho de la guerra
Cap. XII. Cómo los moros mataron á Aben Humeya , y nombra-
ron en su lugar á Diego López Aben Aboo 29-
Cap. XIII. Cómo Aben Aboo juntó la gente de la Alpujarra y fue
acercar á Órgiba • • ■ : ^ '
Cap XIV Cómo el duque de Sesa salió á socorrer a Orgiba,
'v cómo Aben Aboo alzó el cerco y le fué á defender el
•' 297
paso
C\p XV Cómo Aben Aboo, procurando que nuestro campo
'no pasase á socorrer á Órgiba, peleó con él entre Ace-
quia v Lanjaron • ■' ' ,' a' ■'
C^P XVI Cómo Francisco de Molina dejo el fuerte de Orgi-
'ba , y se retiró con toda la gente á Motril , y el duque de
Sesa se volvió á Granada. . . ••.,;: ;. ,' ; ¿
f íP XVII. Cómo Jerónimo el Maleh alzo la villa de Gale a y
' 'cómo los de Gúéscar fueron á socorrer unos soldados
que se hicieron fuertes en la iglesia. . • • • ■ •
fvP xviii. Cómo la gente de Güéscar volvió sobre Galera , y
' 'volviendo desbaratados, quisieron matarlos moriscos ^^
nue vivían en Güéscar ,',■.■,■ ' 'i,"
Cvp XIX Cómo el marqués de los Vélez fue avisado que Je-
rónimo el Maleh iba á cercar la fortaleza de una, y cómo ^^^^
fue luego socorrida .; * /■.'
CiP XX Cómo la gente de Lorca, habiendo socorrido á Orí
v pasando á Cantória , quemando á los moros la casa de
LEion que allí tenian, de vuelta pelearon con ellps y _^^
fvp'xxi' De' algunas 'provisiones que don Juan de Austria
Zo á la pane de Granada estos días , por los danos que
los moros de Guéjar hacían.. • • • • ; ; ; • . •• " ''
Cap. XXII. De la entrada que el marqués de los \ elez hizo
292
297
20S
200
^' "^ L Co"mo ei marqués de los Vélez tuvo "orden dej,
aie¿tad para acudir al partido de Baza , y cómo el Ma-
h fué sobre Güéscar, y lo que sucedió estos días hacia _^^
Cap. xxii
m
leh
Cap «"iÍ^cS Tello Gonzilei d¿ AguilarVsbaVató los mo
ros de Guéjar que venían á correr a Granada. . . •
C .P XXV Cómo su majestad mand.i formar dos campos con-
,H]..u\i^úos. v uue don Juan de Austria fuese con el
ZO'J
tra los alzados, y que don Juan «e aumi.- .u.,-»^ • ^^„
uno
ÍNDICE.
.'06
308
Cap. XXVI. Cómo los moros de la sierra de Bentomiz volvie-
ron á poblar sus casas, y quemaron la fortaleza de Tor-
rox, y hicieron oíros daños en la tierra 306
Cap. xxvii. Cómo don Juan de Austria fué sobre el lugar de
üui'jar,y loganó
Cap. xxviii. Del lin que hubo el traidor de Farax Aben Farax.
LiBBo OCTAVO.— Capítulo primero. Cómo don Juan de Aus-
tria fué á la jornada del rio de Almanzora , y el marqués
de los Vélez alzó el cerco de sobre Galera 309
Cap. II. Cómo don Juan de Austria fué sobre la villa de Ga-
lera, y la cercó 310
Cap. III. Cómo se plantaron las baterías contra la villa de Ga-
lera y se dieron dos asaltos , uno á la iglesia y otro i la
villa 311
Cap. IV. Cómo se dio otro asalto á la villa de Galera, en que
murió mucha gente principal €íO
Cap. v. Cómo don Juan de Austria mandó hacer otras dos mi-
nas en la villa de Galera , y la combatió y ganó por fuer-
za de armas. . 312
Cap. vi. C(imo don Juan de Austria fué á Baza y envió á re-
conocer á Serón 314
Cap. vil. Cómo don Juan de Austria fué á reconocer á Serón ,
y los moros le desbarataron, y la muerte de Luis Quijada. 315
Cap. VIH. De lo que proveyó el duque de Sesa en Granada , y
cómo salió i juntar su campo en el lugar del Padul para
entrar en la Aipujarra 316
Cap. IX. Cómo don Antonio de Luna corrió la sierra de Ben-
tomiz y puso presidio en Zalia , y retiró los moriscos de
algunos lugares de la jarquía de Málaga 31-
Cap. X. Cómo se comenzó á hacer negociación para que los
alzados se redujesen 31'
Cap. XI. Cómo don Juan de .\ustria fué sobre la villa de Se-
rón y la ganó ."i
Cap. XII. Cómo el duque de Sesa fué con su campo á Órgiba ,
y de algunas escaramuzas que tuvo con Aben Aboo es-
tando en aquel alojamiento Zl'l
Cap. XIII. Cómo se sacaron ios moriscos de paces de los la-
gares de la vega de Granada , y los llevaron la tierra
adentro , y la orden que en ello se tuvo Zt'
Cap. XIV. Cómo don Juan de Austria fué sobre la villa de li-
jóla , y cómo el capitán Francisco de Molina y don Fran-
cisco de Córdoba tuvieron pláticas con el Habaqui, per-
suadiéndole á que se redujese 325
Cip. XV. Cómo don Juan de Austria combatió y ganó la villa
de Tíjola ."iíii
Cap. XVI. Cómo don Juan de Austria pasó á Purchena. . . Zil
Cap. XVII. Cómo se ganaron estos dias el castillo de Vélez de
Ben Audalla y el fuerte de Lenteji 3'27
Cap. XVIII. De un ardid que usó Aben Aboo para romper una
escolta que iba al campo del duque de Sesa con basti-
mentos 328
Cap. XIX. Cómo el duque de Sesa partió de órgiba y fué á alo-
jarse al aljibe de Campuzano, y de una refriega que tuvo
con la gente de .\ben .\boo 520
Cap. XX. Cómo pasó el duque de Sesa á Pórtugos , y envió á
correr las sierras , . . 550
Cap. XXI. Del progreso que el campo de don Juan de Austria
hizo desde que partió de Purchena hasta que se alojó en
Santa Fe de Rioja ; y las diligencias que se hicieron cer-
ca de la reducion de los moros 550
C;p. XXII. Üel pro iíreso que hizo el campo del duqne de Sesa
desde que partió de Pórtugos hasta llegará Ujijar, y có-
mo Aben Aboo repartió su gente 552
Cap. xxiii. Cómo don Antonio de Luna volvió á correrla sierra
de Benlomiz, y puso presidios en Competa y en Nerja. 555
Cap. xxiv. Cómo los moros desbarataron la escolta que lle-
vaba el marqués de la Favara á la Calahorra 35%
Cap XXV. Cómo el duque de Sesa fué á poner su campo en la
I villa de Adra 33i
'. XXVI. De lo que se hizo en Adra mientras el campo del
' .. duque de Sesa estuvo en aquel alojamiento; y cómo se
apercibió para ir sobre Castil de Ferro 335
C.vp. XXVI!. Cómo don Alonso de Granada Venegas escribida
Aben Aboo persuadiéndole á que so redujese ; y lo que
el moro le respondió 35íi
Cap. xxviii. Del progreso del campo de don Juan de Austria
desde que partió de Santa Fe hasta que se alojó en Pa-
diíles de Andarax , y cómo se prosiguió en la reducion de
los alzados 336
pAc.
~358
339
310
311
3i2
344
344
346
346
348
349
550
3.'.1
352
3.H3
Cap. XXIX Cómo el duque de Sesa ocupó á Castil de Ferro.
Cap. XXX. Del progreso que hizo el campo del duque de Sesa
desde que volvió á Adra hasta que se juntó con el de don
Juan de Austria
Libro noveno.— Capítulo primero. Cómo el Habaqui y otros
alcaides moros se juntaron en el Fondón de Andarax con
los caballeros comisarios para tratar del negocio de la
reducion
Cap. II. Como volvieron los caballeros comisarios al Fondón
de .\ndarax, y concluyeron el negocio de la reducion.
Cap. III. Cómo don Antonio de Luna fué á despoblar los lu-
gares de la sierra de Ronda
C.\p. IV. Cómo el Habaqui volvió al campo de don Juan de
Austria con resolución, y se dio orden á los caballeros
comisarios que habían de recoger los moros que vinie-
sen á reducirse
Cap. V. Cómo don Alonso de Granada Venegas fué á verse con
Aben Aboo
Cap. vi. Cómo don Alonso de Granada Venegas avisó á don
Juan de Austria de lo que habla pasado con Aben Aboo.
Cap. vil. De algunas entradas que los capitanes hicieron es-
tos dias en diferentes partes del reino contra los que no
se iban á reducir
Cap. VIH. Cómo el Habaqui embarcó los turcos, y vinieron
otros de nuevo en socorro de los alzados ; y cómo Aben
Aboo mudó parecer
Cap. II. Como el Habaqui quiso prender á Aben Aboo viendo
que mudaba parecer, y cómo Aben Aboo lo hizo prender
y matar á él
Cap. X. Cómo Aben Aboo escribió á unos alcaides turcos de
Argel , dándoles cuenta de la muerte del Habaqui. . .
Cap. XI. Cómo los vecinos de Alora mataron al Galipe, her-
mano de Aben Aboo, que iba á recoger los alzados de la
sierra de Ronda
Cap. XII. Cómo los moros de la sierra de Ronda fueron so-
bre la villa de Alozaina y la saquearon
Cap. XIII. Cómo Hernán Valle de Palacios fué á verse con
Aben Aboo en lugar de don Hernando de Barradas, y lo
que trató con él
Cap. XIV. Cómo Aben Aboo tornó á escrebir diciendo que se
queria reducir; y Cíimo se acabó de entender el fin por
que lo hacia , y se dio orden en la entrada de la Aipu-
jarra ,
Libro décimo.— Capítulo primero. Cómo su majestad come-
tió al duque de Arcos la reducion de los moros de la
serranía de Ronda, y lo que se trató con ellos. . . .
Cap. II. Cómo el comendador mayor de Castilla juntó la
gente con que había de entrar en la Aipujarra. . . .
Cap. ui. Cómo el duque de Arcos salió contra los alzados de
la sierra de Ronda , y los echó del fuerte de Arbolo. . .
Cap. IV. De lo que el duque de Arcos hizo en prosecución
desta guerra hasta que volvió á Ronda
Cap. V. Del progreso del campo del comendador mayor de
Castilla desde que se juntaron los dos campos hasta que
volvió á Cádiar
Cap. VI. Cómo su majestad mandó sacar todos los moriscos
que habla en el reino de Granada , ansí de paces como
reducidos, y meterlos la tierra adentro
Cap. VII. Cómo don Juan de Austria y el comendador mayor
de Castilla despidieron la gente de guerra , y se dio or-
den cómo se acabasen los rebeldes que hablan quedado
en la sierra
Cap. VIII. Que trata de la muerte de Aben Aboo y Qn desta
guerra ,
RELACIÓN DE LAS COMUNIDADES DE CASTILLA.—
Prokmio 3G7
Capítulo primero. Del principio y origen de las comunida-
des de Castilla, y cómo comenzaron en Toledo, y quién
fueron sus principales caudillos, y de las primeras dili-
gencias que hicieron escribiendo cartas á todas las ciu-
dades , y del llamamiento de cortes para la ciudad de
Santiago 507
C\P. II. De cómo pasó lo de la partida del Emperador de Va-
lladolid á hacer las cortes de Santiago, y lo que los men-
sajeros de Toledo hicieron , y de las otras cosas que pa-
saron en aquella ciudad 370
Cap. III De qué manera pasó el levantamiento de Toledo, y
las cosas que en él pasaron 371
351
353
355
357
358
359
360
36-2
363
Cap. IV. Oe la resolución que el Emperador tomó, sabida la
alteración de Toledo, y cómo se concluyeron las Cor-
tes, y él se embarcó y partió, y á quién dejó por go-
bernador en Castilla 374
Cap. V. De las cosas que sucedieron en Castilla luego que el
Emperador partió della , y cómo fueron en crecimiento
los alborotos y escándalos populares 375
Cap. vi. Cómo el Rey fué avisado de lo que en Castilla pa-
saba , y lu que proveyó sobre ello, y lo que el Cardenal
Gobernador hizo, y las otras cosas que sucedieron. . . 377
Cap. vil. Del levantamiento de Valladolid ,y de lo que hicie-
ron los de la junta y capitanes de la Comunidad después
de la quema de Medina del Campo 379
Cap. viii. De las cosas que pasaron estos dias en diversas
partes 381
Cap. IX. IJe cómo el Rey proveyó para Castilla de nuevos go-
bernadores, y los desacatos y enormidades que dijeron
y hicieron los de la junta que en Tordesillas estaban, y
las cartas que escribieron al Emperador, y qué tales
eran los capítulos que ordenaron para le enviar. . . . 583
Cap. x. Cómo el Condestable comenzó á usar la gobernación ,
y cómo los de la Junta hicieron capitán general y junta-
ron sus gentes , y lo que los grandes an&imesmo hicie-
ron 386
Cap. XI. Cómo el Emperador partió de Flándes para Alemana,
y de qué manera pasó su coronación, y lo que acaesció
i los que le llevaban las cartas y capítulos de la Junta. 388
Cap. XII. Cómo los de la Junta sacaron su ejército al campo
y se acercaron á Rioseco, y cómo los grandes juntaron
el suyo, y las cosas que pasaron hasta que el campo real
fué sobre Tordesillas 391
Cap. XIII. De cómo el ejército real y los grandes fueron sobre
la villa de Tordesillas y la combatieron , y cómo pasó el
combate y toma della 393
Cap. XIV. De lo que el campo de la Junta hizo sobre la toma
de Tordesillas , y asimesrao los grandes que en ella es-
taban con el suyo , y estado en que se puso la guerra de
ambas partes 394
Cap. XV. De lo que sucedió al Condestable en Burgos, y lo
que pasaba en el reino de Toledo en esta sazón, y lo que
hicieron las ciudades del Andalucía, y otras cosas que
sucedieron 397
Cap. XVI. De lo que el Almirante Gobernador y los grandes
que en Tordesillas estaban hicieron en estos dias, y cómo
Juan de Padilla y el campo de la Comunidad fueron so-
bre Torre de Lobaton y la combatieron , y el suceso que
hubo en esto y en lo demás 400
Cap. XVII. Cómo pasada la tregua , se tornó á continuar la
guerra entre el campo de la Comunidad y el de los go-
bernadores, y las cosas que en ella pasaron y que en el
reino de Toledo hacia el prior de San Juan 402
Cap. XVIII. Del propósito y acuerdo que Juan de Padilla y los
otros capitanes comuneros tenían , y cómo pasó la bata-
lla de Villalar, y las cosas que después de pasada suce-
dieron ' . 405
COMENTARIO DE LA GUERRA DE ALEMANIA.— DKni.u-
TORIA 4Ü9
I..IBHO ['Rl.M£no 410
índice. 5i3
PAC.
Libro SEGüNoo , 435
JORNADA DE C.\RLOS V Á TÚNEZ 451
HISTORIA DE LOS MOVIMIENTOS, SEPARACIÓN Y GUER-
RA DE CATALUÑA 459
Libro primero.— Intereses y discordias entre España y Fran-
cia. — Progresos de las armas católicas y cristianísimas
en Flándes, Francia é Italia.— Ocupación de Tierra de
Labor. — Sitios , embestidas y tomas de Leucata , Fuen-
terrabía , Coruña y Salses.— Guerra y ejércitos en Espa-
ña, origen de escándalos y alborotos en Cataluña. —
Descripción de aquella provincia. — Violencias en su
gobierno.— Descontento común. — Prisión de sus mi-
nistros.— Entrada de los segadores. — Movimientos de
Barcelona. — Muerte del Santa Coloma, virey del Prin-
cipado 461
Libro segundo. — Torlosa sigúela inquietud de la provincia.
— Gobierno del Cardona. — Sus acciones y muerte. —
Junta el Arce las armas reales. — Su camino. — Asalto
de Perpiñan. — Obispo de Barcelona, nuevo virey. — La
Diputación envía embajada al Rey Católico.— Efectos de
ella.— Previene el Conde-Duque gran junta cerca de los
negocios del Principado. — Sus proposiciones y parece-
res. — Resuélvese la guerra 475
Libro tercero. — Elección de general del ejército del Rey
Católico.— Examen de los sugetos suflcientes. — Junta
de la generalidad en Barcelona.— Ventílase de la paz ó
defensa. — Llümanse los títulos catalanes. — Embajada y
rehenes á Francia.— Juicios de aquel reino.— Capitula-
ciones y ajustamiento con el Cristianísimo. — Rompe el
Garay con hostilidad en Rosellon. — Sucesos de sus ar-
mas.—Redúcese Tortosa. — Ociipanla los reales.- En-
tra en ella el marqués de los Vélez. — Jura de virey del
Principado 484
Libro cuarto. — Progresos de las armas mientras el Vélez
asistía en Tortosa. — Tomas de las villas y pasos de
Cherta , Aldover y Tivenys. — Primera /orma del ejército
en campaña. — Gánase el Perelló. — Embestida y toma
del Coll de Balaguer. — Retírase el conde de Zavallá. —
Sitio de Cambrils. — Razón del caso de los rendidos. —
Muerte del barón de Rocafort. — Ocúpase el campo de
Tarragona. — Asalto de Villaseca. — Sitio del fuerte de
Salou. — Frente sobre Tarragona.— Negociaciones con
Espernan. — Retirada del pendón y Conseller.— Entrega
de la ciudad. — Suceso de Portugal. — .Mojamiento del
ejército r.00
Libro QUINTO. — Preparaciones del Principado. — Disposi-
ción del campo español. — Instancias á Espernan. — Su
vuelta á Francia. — Piérdese Villafranca y San Sadurnf ;
Martorell es embestido.— Socórrele Barcelona.— Juicios
y consejos de españoles y catalanes. — Inténtase la ciu-
dad. — Habla el Vélez á los suyos. — Aclama la genera-
lidad al Cristianísimo. — Expugnación de Monjuicb. —
El San Jorge pretende entrar las puertas. — Mucre en
ellas. — Atácanse las escaramuzas.— El fuerte se defien-
de.— Rómpense los escuadrones. — Derrota del ejérci-
to.— Su pérdida y mortandad. — l!rtir;ise el Vélez á Tar-
ragona.—Acaba su gobierno ülü
FIN DEL IXDICK.
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CütCULATE AS MONOGRAPH
Biblioteca de autores
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