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Full text of "Biblioteca de autores españoles, desde la formacion del lenguaje hasta nuestros dias"

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BIBLIOTECA 


AUTORES  ESPAÑOLES. 


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***  BIBLIOTECA 


AUTORES  ESPAÑOLES, 

DESDE  LA  FORMACIÓN  DEL  LENGUAJE  HASTA  NUESTROS  DÍAS. 


HISTORIADORES  DE  SUCESOS  PARTICULARES. 


Coiecfiou  dirigida  é  ilustiadií 

POR  DON  CAYETANO  ROSELL 
TOMO  PRIMERO. 


MADRID. 

M.  RIVAÜENEYRA  —  IMPRESOK  ~  EDITOR , 

CALLE   DE   LA.  MADERA,   8. 

1858. 


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NOTICIA 


DE  LAS  OBRAS  Y  AUTORES  QUE  CONTIENE  EL  PRESENTE  TOMO. 

Este  volumen  da  principio  á  la  colección  de  historiadores  que  ha  de  ocupar  en  lo  sucesivo  gran 
parte  de  nuestra  Biblioteca.  No  se  extrañe  que  comencemos  por  donde  muchos  acabarían,  y  an- 
tepongamos á  los  escritores  de  historias  generales  las  obras  que  solo  versan  sobre  acaecimien- 
tos determinados  :  con  propósito  de  acierto  concebimos  este  designio,  y  no  estamos  arrepenti- 
dos de  haberlo  llevado  á  cabo. 

Estos  que  llamamos  historiadores  de  sucesos  particulares  (4)  ofrecen  mas  comodidad  para  la 
impresión,  ingreso  mas  fácil  á  los  estudios  históricos  propiamente  dichos,  y  hasta  atractivo  ma- 
yor á  muchos  de  los  lectores  de  nuestro  tiempo.  Acostumbremos  el  paladar  á  manjares  que  sue- 
len estar  desterrados  de  ciertas  mesas,  y  tras  la  costumbre  vendrá  el  gusto,  y  con  el  gusto  la  afi- 
ción á  lo  que  antes  nos  parecia  insípido  ó  desabrido. 

Entre  concisas  y  difusas,  siete  obras  van  embebidas  en  las  siguientes  páginas  :  á  muchos  pare- 
cerá porción  demasiada  para  su  apetito,  y  á  estos  les  aconsejamos  que  usen  de  ella  con  modera-» 
cion ,  no  llegue  á  embargarlos  el  hastío  ;  mas  los  que  por  hábito  y  propensión  conocen  á  lo  que 
sabe  este  alimento,  hallarán  la  materia  escasa,  y  nos  culparán  de  demasiado  avaros.  Preferimos 
las  quejas  de  estos  otros,  y  estamos  seguros  de  su  indulgencia. 

De  un  cargo,  sobre  todo,  tenemos  que  sincerarnos :  de  no  haber  guardado  el  orden  cronológico 
de  autores  ó  de  materias,  según  el  uso  adoptado  comunmente.  No  nos  ha  sido  posible ,  por  el  re- 
traso inevitable  que  han  sufrido  algunas  de  las  copias  que  hemos  sacado;  retraso  que  entorpecía 
el  progreso  de  la  impresión.  En  cuanto  á  la  elección  de  obras,  dado  el  número  de  las  que  nos 
propusimos  incluir  en  la  colección ,  tampoco  hemos  sido  absolutamente  arbitros  :  de  tal  combi- 
nación resultaba  un  volumen  extraordinario ;  de  tal  otra,  uno  que  nos  parecía  mezquino.  Hemos 
preferido  infringir  una  formalidad ,  á  trueque  de  no  hacer  mas  irregular  bajo  oti*o  aspecto  esta 
publicación. 

¡Ojalá  pudiésemos  disculpar  tan  fácilmente  la  poca  novedad  que  tendrá  esta  noticia  de  las 
obras  que  aquí  incluimos  y  de  sus  autores,  y  la  precipitación  con  que  por  causas  independientes 
de  la  voluntad  nos  vemos  obligados  á  escribirla!  Prescindiendo  de  la  parte  de  suficiencia,  que 
sin  afectación  de  modestia  confesamos  que  nos  falta ,  bien  merecían  los  autores ,  cuyos  escritos 
imprimimos,  estudios  detenidos  acerca  de  su  vida  y  de  sus  trabajos ;  y  bien  merecían  estos  un 
análisis  recto  y  cabal ,  asi  de  sus  perfecciones  como  de  sus  yerros ,  donde  adquiriésemos  la  regla 
de  las  primeras  y  aprendiésemos  á  evitar  el  escolio  de  los  segundos.  Hoy,  que ,  para  bien  de  la 
sociedad  y  de  las  letras,  parece  despertarse  la  afición  al  cultivo  de  la  historia,  conviene  poner  la 
advertencia  junto  al  ejemplo ,  pues  cuanto  mas  seductor  es  este,  es  mas  eficaz  aquella.  Sin  em- 
bargo ,  abrigamos  la  esperanza  de  que  no  faltará  quien  con  títulos  mas  legítimos  emprenda  esta 
útilísima  tarea. 

El  tiempo  en  que  florecieron  los  escritores  que  forman  esta  colección  se  contempla,  y  con 
justicia,  como  la  época  mas  marcada  del  siglo  de  oro  de  nuestra  literatura.  Desde  la  Crónica  ge- 
neral, ó  Historia  de  don  Alonso  el  Sabio,  desde  la  Crónica  del  Cid  hasta  la  introducción  de  los  li- 
bros de  caballería,  median  algunas  generaciones,  ocupadas,  por  una  parte  en  constituir  su  nacio- 
nahdad ,  por  otra  en  crearse  una  literatura  propia.  Esta  no  podía  tomar  otras  formas  que  las  de 
la  poesía  ó  las  de  la  historia ;  y  respecto  á  la  segunda ,  poco  fruto  era  dable  sacar  de  las  anti- 
guas crónicas  y  leyendas ,  hijas  de  otros  tiempos  y  costumbres ,  producto  de  otras  necesidades. 
Nació  pues  un  género  histórico,  mas  ó  menos  nacional,  pero  espontáneo  al  cabo,  y  cada  gene- 
ración tuvo  sus  anales,  y  cada  soberano  su  cronista* 

(i)  Como  don  Nicolás  Antonio  en  su  Biblioteca. 

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VI  NOTICIA  DE  LAS  OBRAS 

Hiciéronse  sucesivamente  varios  ensayos  hasta  el  reinado  de  don  Pedro  de  Caetilla.  López  de 
Avala,  versado  en  los  estudios  clásicos,  traductor  de  Tito  Livio,  y  hasta  imitador  del  artificio  an- 
tiguo, no  pudo,  sin  embargo,  alterar  las  formas  establecidas  (tal  era  su  carácter  de  originalidad); 
y  bien  se  refiriesen  á  épocas  de  alguna  exteasion  y  á  sucesos  generales ,  como  las  de  los  reyes, 
bien  á  hechos  determinados,  como  el  Paso  honroso  y  e\  Seguro  de  TordesillaSt  las  crónicas  si- 
guieron siendo  con  leve  alteración  lo  que  fueron  en  un  principio. 

Pero  las  semillas  de  los  principales  ramos  del  saber  humano,  que  de  tiempo  atrás  se  habían 
esparcido  por  nuestro  suelo ,  lograron  en  el  siglo  xvi  y  gran  parte  del  xvii  lozanos  y  sabrosos 
frutos.  Concretándonos  á  los  adelantos  de  la  historia,  y  dejando  á  un  lado  el  ancho  camino  que 
la  general  frecuentaba  con  tanto  aplauso,  hasta  en  el  reducido  pero  ameno  campo  de  las  his- 
torias particulares,  rivalizábamos  con  los  inmortales  maestros  de  la  antigüedad,  y  nada  teníamos 
ya  que  envidiar  á  sus  modernos  imitadores.  Con  la  gloria  de  las  armas  se  engrandecía  el  espíritu 
de  las  letras ;  nacían  al  propio  tiempo  Escipíones  y  Políbios ;  el  amor  patrio,  que  entusiasmaba  el 
corazón,  daba  también  alas  al  pensamiento,  y  émulo  de  un  Tito  Livio,  que  aplaudía  la  iniquidad 
y  lisonjeaba  á  los  poderosos,  levantaba  su  voz  un  Tácito  para  defender  los  derechos  de  la  verdad 
y  de  la  justicia. 

No  entremos  á  examinar  si  este  sistema,  tomado  al  fin  de  otros  tiempos,  y  aun  en  los  que  á  la 
sazón  corrían,  de  una  nación  que  nos  miraba  como  opresores,  era  preferible  ó  no  al  que  algún 
día  habíamos  tenido  como  espontáneo  y  propio.  Igual  cuestión  debió  por  entonces  suscitarse  en 
Italia,  donde  el  espíritu  de  regeneración,  alimentado  por  el  Dante  y  por  Petrarca,  se  evaporó  al 
fuego  fatuo  de  los  retóricos  procedentes  de  Constantinopla ;  pero  sí  las  instituciones  humanas 
recorren  el  círculo  fatal  que  les  trazaba  Maquiavelo,  no  es  mucho  que  sigan  igual  suerte  las 
obras  de  la  inteligencia.  Por  otra  parte,  reacción  puede  haber  que  encamine  á  un  gran  progreso;  y 
no  vemos  qué  mal  puede  ocasionar,  sino  pasajero,  un  procedimiento  extraño  que  tal  vez  sugiera 
la  invención  de  otro  propio ,  así  como  el  error  suele  conducir  al  descubrimiento  de  las  verdades. 

Nuestra  asistencia  en  Italia,  el  trato  frecuente  de  nuestros  ingenios  con  aquellos  naturales,  y 
.  el  esplendor  con  que  allí  se  cultivaban  las  letras  y  las  artes ,  nos  convirtieron  en  imitadores  de  la 
literatura  llamada  clásica.  Lo  que  Boscan  y  Garcilaso  hicieron  en  la  poesía ,  Mendoza  y  sus  discí- 
pulos lo  aplicaron  en  cierto  modo  á  la  historia;  y  decimos  en  cierto  modo,  porque  los  unos  fueron 
imitadores,  no  solo  de  las  formas,  sino  hasta  de  la  parte  intrínseca  del  sentimiento;  y  los  otros  al 
menos  adoptaron  asuntos  patrióticos,  y  hablaron  y  escribieron  como  españoles. 

La  sencillez  de  las  antiguas  crónicas,  el  escaso  artificio  de  sus  narraciones,  el  mismo  estado  de 
la  lengua,  y  mas  que  todo,  la  novedad  y  grandeza  de  los  hechos  que  presenciaba  el  mundo,  re- 
querían en  verdad  proporciones  mas  épicas,  formas  mas^i^igorosas ,  otro  arte,  en  una  palabra, 
fuese  original  ó  extraño  ;  y  como  la  antigüedad  ofrecía,  juntamente  con  la  magnificencia  de  las 
acciones ,  el  modo  de  escribirlas  y  perpetuarlas ,  no  hubo  quien  intentase  siquiera  arrojarse  por 
sendas  desconocidas. 

Aquí  tropezamos  con  el  inconveniente  que  arriba  dejamos  dicho  ,  pues  observando  el  orden 
que  debiéramos  haber  establecido,  entre  los  escritores  que  siguieron  la  escuela  clásica,  Mendoza 
precedería  á  Moncada  ,  y  no  este  á  quien  le  sirvió  de  ejemplo ;  pero  hecha  de  nuevo  esta  adverten- 
cia ,  pasaremos  á  referir  en  breves  palabras  lo  que  hemos  podido  averiguar  respecto  á  cada  uno  de 
los  autores  que  comprende  este  primer  volumen. 

La  nobleza  española  del  siglo  xvi  continuaba  siendo  lo  que  fueron  sus  predecesores,  limpio  es- 
pejo de  nuestras  armas  y  glorioso  ornamento  de  nuestras  letras.  Como  la  sangre,  los  honores  y 
las  riquezas,  vinculábase  entonces  el  saber  en  las  familias  ilustres,  y  de  esta  suerte  se  hacían 
dignos  los  señores,  por  una  parte  del  favor  del  trono,  y  por  otra  del  respeto  de  la  muchedum- 
bre. Tal  fué  DON  Francisco  de  Moncada,  descendiente  de  una  de  las  principales  casas  de  Catalu- 
ña ,  y  autor  de  la  Expedición  de  catalanes  y  aragoneses  contra  turcos  y  griegos,  que  es  la  que  enca- 
beza nuestro  repertorio. 

Como  hijo  y  heredero  del  segundo  marqués  de  Aitona,  don  Gastón  de  Moncada,  vírey  que  fué 
de  Cerdeña  y  Aragón,  y  embajador  en  la  corte  de  Koma,  llevaba  el  título  de  conde  de  Osona, 
vinculado  en  los  primogénitos  de  aquella  casa,  cuando  por  primera  vez  se  pubhcó  su  obra  (1). 
Su  madre ,  doña  Catalina  de  Moncada,  era  baronesa  de  Callosa.  Debió  nacer  en  diciembre  de  1S86, 

(1)  Primera  edición  :  Barcelona ,  por  Lorenzo  Deu ,  1623,  i."  La  segunda  es  de  Madrid ,  por  Sancba ,  1777 ,  8.°,  qu* 


Y  AUTORES  QUE  CONTIENE  EL  PRESENTE  TOMO.  vii 

pues  consta  que  se  bautizó  en  la  parroquia  de  San  Esteban  de  Valencia  (i)  el  29  del  propio  mes  y 
año.  Cultivó  desde  muy  joven  los  estudios,  y  con  particular  afición  el  de  las  lenguas  latina  y 
griega  (2),  y  tuvo  por  esposa  á  doña  Margarita  de  Castro  y  Alagon ,  baronesa  de  Laguna  y  vizcon- 
desa de  Isla;  de  cuyo  matrimonio  nació  su  sucesor  don  Guillen  Ramón  de  Moneada,  virey  que  fué 
de  Galicia,  gobernador  de  la  corona  en  la  minoría  de  Carlos  11,  y  conocido  también  por  sus  tra- 
bajos literarios. 

Prestó  MoNCADA  á  su  patria  servicios  importantes,  ya  como  consejero  de  Estado  y  Guerra,  ya 
como  gobernador  y  virey  de  Flándes,  en  cuyo  cargo  le  sucedió  el  Cardenal  Infante ;  y  representó 
dignamente  á  su  soberano  en  la  corte  de  Alemania.  Estas  son  las  particularidades  que  leemos  de 
su  vida,  aunque  podemos  añadir  otra  que  casualmente  hemos  averiguado.  En  diciembre  de  4622 
le  confió  el  Rey  una  comisión  secreta,  á  consecuencia  de  la  resistencia  que  hablan  hecho  los  cata- 
lanes á  admitir  el  virey  nombrado  por  la  corte,  mientras  no  precediese  el  juramento  que  las  leyes 
de  Cataluña  exigían  de  los  monarcas  castellanos  antes  de  entrar  en  posesión  de  aquel  condado. 
Incluimos  este  curioso  documento  en  los  añadidos  á  la  presente  noticia  (letra  A,  pág.  xxi)  (3), 
porque  de  él  se  deduce ,  no  solo  la  prevención  con  que  el  gobierno  español  miraba  ya  el  espü'itu 
de  los  catalanes,  sino  la  confianza  que  le  inspiraba  la  fidelidad  del  Conde.  No  llegó  este  á  cono- 
cer el  rompimiento  en  que  algún  tiempo  después  pararon  aquellos  recelos  y  aquellas  provocacio- 
nes, pues  le  sorprendió  la  muerte  el  año  1655  en  el  campo  de  Goch,  población  del  ducado  de 
Cléves,  cuando  acababa  de  obtener  dos  señalados  triunfos  de  sus  enemigos. 

La  política  y  las  armas  debieron  consumir  el  tiempo  que  hubiera  podido  consagrar  á  otras  em- 
presas literarias;  y  así,  solo  se  conocen  como  suyos  los  escritos  siguientes  : 

Vida  de  Anido  Manilo  Torcuato  Severino  Boecio ,  que  se  imprimió  en  Francfort  por  Gaspar  Ro- 
telio,  1642,  y  se  conserva  entre  los  manuscritos  de  la  Biblioteca  Nacional  (4). 

Antigüedad  del  santuario  de  Monserrate,  según  Rodríguez  en  su  Biblioteca  Valentina  (5). 

Genealogía  de  la  casa  de  los  Moneadas,  que  el  mismo  autor  remitió  á  Paris  al  francés  Pedro  Mar- 
ca (6)  con  dos  cartas  latinas. 

Pero  tampoco  es  creíble  que  no  hubiese  ejercitado  antes  su  pluma  en  ensayos  de  aquel  gé- 
nero un  escritor  de  estilo  tan  formado  como  el  que  muestra  Moncada  en  su  Expedición  de  ca-' 
lalanes  y  aragoneses,  pues  el  desempeñar  con  superior  acierto  obras  que  requieren  tanto,  ni  es 
efecto  de  la  casualidad,  ni  don  que  pueda  adquirirse  con  la  lectura  de  cien  modelos.  No  abun- 
dan en  aquellas  páginas  pensamientos  elevados  ni  frases  pomposas  ni  períodos  atrevidos,  e? 
verdad ;  pero  la  dicción  es  pura,  las  expresiones  propias,  y  la  construcción  tan  fluida  y  armo 
niosa  casi  siempre ,  que  forma  un  agradable  constraste  con  los  hechos  que  allí  se  pintan ,  harto 
maravillosos  de  suyo  para  necesitar  de  mayor  realce.  Ocasiones  hay,  sin  duda  alguna ,  en  que  la 
naturalidad  con  que  está  escrita  la  obra  degenera  en  flaqueza  y  desaliño ;  pero  bien  se  deja  co- 
nocer que  el  autor  no  acabó  de  pulirla ;  además  de  que  en  aquellos  tiempos  no  se  reputaban 
como  defectos  muchos  de  los  que  ahora  nos  parecen  tales,  y  lo  son  manifiestamente.  Proezas  casi 
increíbles,  caracteres  exagerados,  batallas  desiguales  y  sangrientas ,  hambres,  odios,  ambiciones 
y  venganzas,  eran  el  asunto  que  al  escritor  se  le  presentaba  :  cualquiera  otro  dotado  de  menos 
gusto  hubiera  hecho  de  él  un  libro  de  caballería,  y  Moncada  hizo  una  historia.  Roger  interesa 
siempre,  á  pesar  de  sus  defectos;  interesa  Berenguer  de  Entenza;  interesan  todos  aquellos  va- 
hentes  españoles,  sin  que  se  oculten  jamás  su  indisciplina  y  sus  crueldades;  pero  Rocafort  ins- 
pira aversión,  como  Andrónico  indiferencia,  y  desprecio  Miguel  Paleólogo.  Moncada,  que  siguió 
los  pasos  de  Mendoza,  y  aun  le  imitó  muy  á  las  claras  en  el  proemio  que  antecede  á  su  obra,  no 
se  contentó,  sin  embargo,  con  aquel  dechado ,  sino  que  acudió  á  los  de  la  antigüedad ;  y  las  fre- 
cuentes citas  que  su  memoria  le  sugiere  prueban  que  era  hombre  de  erudición  nada  vulgar,  y 
que  sabia  retener  y  aprovechar  lo  que  había  aprendido. 

nica,  preciosa  de  sujo,  es  doblemente  interesante  por  ha- 
ber é!  militado  en  aquella  célebre  expedición. 

(1)  Por  las  partidas  bautismales  que  se  conservan  en 
aquella  iglesia  desde  1S42  hasta  1587. 

(2)  Auberto  Mireo,  De  Scriptor. ,  cap.  387 ,  pág.  2^. 

(3)  Biblioteca  Nacional ,  códice  H.  3o ,  fol.  168. 

(4)  Códice  Ce.  ^. 

(5)  Pág.  142. 
(G)  Esta  y  las  cartas  insertó  Marca  en  su  Historia  de 

Bearne;  Paris ,  1640 ,  folio. 


se  repitió  en  180o.  Últimamente  se  publicó  en  Barcelona, 
por  Oliveres ,  en  1842 ,  con  un  prólogo  y  notas  de  don  Jai- 
me Tió. 

En  1828  se  imprimió  en  Paris  una  traducción  de  este  li- 
bro, hecha  por  el  conde  de  Champfeu. 

En  nuestras  notas  á  la  obra  de  Moncada  mencionamos  las 
ediciones  de  los  autores  que  él  consultó,  entre  los  anti- 
guos á  ios  historiadores  bizantinos,  y  de  los  modernos  á 
Montaner  y  Desclot,  que  son  los  que  trataron  mas  expre- 
samente de  este  asunto ,  en  especial  Montaner,  cuya  eró- 


vm  NOTfCíA  DE  LAS  OBRAS 

El  mencionar  solamente  la  Guerra  de  Granada,  escrita  por  don  Diego  Hurtado  de  Mendoza  (i), 
nos  excusa  de  todo  encarecimiento.  Los  grandes  elogios,  que  en  su  prólogo  é  introducción  hacen 
de  este  libro  Luis  Tribáldos  de  Toledo  y  el  conde  de  Portalegre  (2) ,  se  ven  plenamente  confir- 
mados por  el  juicio  de  la  posteridad ,  pues  las  censuras  que  algunos  se  han  atrevido  á  hacer  re- 
caen principalmente  sobre  la  demasiada  afectación  de  su  lenguaje  y  sobre  la  falta  de  originalidad 
de  un  escritor  que  jamos  aparta  la  vista  de  los  antiguos  clásicos,  que  hace  traducir  al  Zaguer  un 
razonamiento  de  Tito  Livio,  y  en  el  tristísimo  cuadro  que  en  Sierra-Bermeja  contempló  el  duque 
de  Arcos  y  los  que  le  seguían,  encaminándose  al  fuerte  de  Calalui,  copia  el  de  Tácito  en  sus  Ana- 
les, cuando  Germánico  se  detiene  á  considerar  los  cadáveres  de  las  legiones  de  Varo.  Mas  en  pri- 
mer lugar  estas  imitaciones  no  están  hechas  tan  servilmente  que  demuestren  escasez  de  ingenio 
en  nuestro  autor,  sino  todo  lo  contrario;  y  en  segundo,  aun  suponiendo  que  no  sean  lícitas, 
que  lo  son,  y  mas  cuando  en  manera  alguna  pueden  tildarse  de  inoportunas,  Mendoza,  escritor 
de  grandísima  erudición,  se  veia  involuntariamente  asaltado  de  estos  recuerdos,  y  no  era  extraño 
que ,  tratando  de  introducir  en  toda  su  pureza  la  escuela  clásica ,  se  ciñese  demasiado  á  los  mo- 
delos que  tenia  delante.  Esto  en  cuanto  á  su  mérito  individual ;  que  considerado  el  punto  abso- 
lutamente, no  hay  ingenios  menos  originales  que  los  que  pretenden  serlo. 

No  es  la  cuestión  de  formas  la  que  puede  menoscabar  el  mérito  de  la  Guerra  de  Granada.  Si 
por  alguna  parte  ílaquea  esta  producción ,  es  por  donde  mas  la  ensalzan  sus  ciegos  admiradores. 
Como  obra  de  estilo,  es,  á  pesar  de  sus  defectos ,  invulnerable ;  como  tipo  de  un  género  literario, 
ofrece  mas  asidero  al  crítico  que  se  proponga  empequeñecerla.  Pudiera  demostrarse  sin  gran 
trabajo  que,  como  historia,  no  pasa  de  un  buen  bosquejo,  pues  adolece  de  falta  de  proporcio- 
nes, y  por  lo  mismo,  de  cierta  confusión  en  el  relato;  que  por  afán  de  ostentar  saber,  es  dema- 
siado lato  su  autor  en  la  exposición  de  ciertos  antecedentes ,  y  omite  otros  que  son  mas  indis- 
pensables; se  extravía  á  veces  en  digresiones  ociosas,  y  pasa  por  alto  muchas  de  las  conse- 
cuencias que  naturalmente  se  desprenden  de  los  sucesos.  Es,  sin  embargo,  laudable  la  franqueza 
con  que  censura  á  veces  á  los  caudillos  de  las  armas  del  Rey ,  á  pesar  de  ser  parientes  cercanos 
suyos;  y  la  opinión  que  forma  de  aquellas  fuerzas  colecticias,  de  su  indisciplina,  de  las  compe- 
tencias entre  los  multares,  y  entre  estos  y  las  autoridades  civiles,  así  como  de  los  desaciertos  del 
Gobierno,  no  deja  duda  acerca  de  su  rectitud  y  la  sagacidad  de  su  claro  ingenio.  Muchos  de  los 
defectos  que  se  advierten  en  su  obra  provienen  también,  como  el  conde  de  Portalegre  advierte  en 


(1)  Laeflicion  principe  es  de  Madrid,  hecha  por  Luis 
Tribáldos  de  Toledo,  1610,  4.»  Después  se  reprodujo  en 
Lisboa,  por  Craesbek,  1627;  en  Madrid,  en  la  imprenta 
Real,  1674,  i°;  en  Valencia,  por  Cabrera,  1730,  y  por 
Malleu  y  Berard ,  en  1830,  8.";  y  en  Pans,  en  el  Tesoro  de 
historiadores  españoles,  1840.  Pero  la  mas  bella  y  correc- 
ta es  la  de  Valencia,  deMonfort,  1776,  4.°,  en  que  por  pri- 
mera vez  se  publicó  el  trozo  que  faltaba  al  fin  del  libro  Z.°, 
hallado  por  Luis  Tribáldos  el  año  1628;  trozo  que  suplió 
en  la  primera  edición  el  conde  de  Portalegre.  (Véase  la 
nuestra,  pág.llO.) 

(2)  Los  del  conde  de  Portalegre  nos  inspiran  descon- 
fianza ,  pues  celebraba  una  producción  que  en  algún  tiem- 
po habia  creído  que  no  era  historia  ,  y  anadia  con  muchas 
ponderaciones  de  modestia  una  relación  que  opinaba  de- 
bía hacerse  aparte  y  secamente.  Ignoramos  qué  motivo  le 
obligó  á  variar  enteramente  de  dictamen  ;  pero  en  su  re- 
tractación no  cabe  duda ,  al  verlo  que  escribía  á  don  Her- 
nando de  Guzman  en  abril  de  1598.  Así  decía  : 

«  No  juzgo  tan  profundamente  los  defectos  de  la  Istoria 
»de  la  guerra  de  Granada,  de  dox  Diego  de  Mendoza,  si 
«bien  ¡os  conozco,  y  los  confesara  si  la  tuviera  por  histo- 
»ría;raas  paréceme  una  relación  escrita  en  papeles  viejos 
«para  hazer  historia  dellos,  que  él  nunca  hiziera;  y  assí, 
í)le  caben  todos  los  loores  que  vuesamerced  meda, porque 
»lo  malo  es  lo  que  muchos  supieron  enmendar,  y  lo  bueno 
«tienen  tan  pocos ,  que  no  conozco  io  ninguno. 

»La  quiebra  del  suceso  de  Galera  y  muerte  de  Luis  Qui- 
»xada  deve  faltar  adrede,  por  no  la  querer  publicar  el  que 
»luvo  el  primer  original ,  sí  ía  no  se  le  antojó  á  dom  Diego 


D  imitar  la  desgracia  de  Tito  Livio,  de  cuias  obras  falla  tan- 
»to,  ó  la  que  Jovio  finge  con  los  papeles  que  le  robaron :  sí- 
»gun  él  dice,  será  menester  pedir  prestado  esto  que  falta, 
»al  jurado  de  Córdoba  ó  á  un  soldado,  que  será  mejor,  no 
«paracontinuarlo  con  el  texto,  sino  para  referirlo  secamen- 
»te  aparte.»  {Cartas  del  conde  de  Portalegre,  Diblioteca 
Nacional,  códice  E. ,  54.) 

En  el  mismo  tomo  se  halla  otra  carta  del  Conde  á  doña 
Magdalena  deBobadilla,  y  la  respuesta  de  esta,  en  que 
con  nombres  tomados  de  los  libros  de  caballería  aluden 
ambos  á  personajes  de  la  corle  y  á  hechos  que  serian  muy 
curiosos  sí  tuviésemos  la  clave  de  aquel  enigma.  Es  de 
advertir  que ,  pasados  algunos  folios,  se  lee  otra  corres- 
pondencia de  DON  Diego  de  Mendoza  á  la  misma  doña  Mag- 
dalena ,  del  mes  de  enero  de  1579 ,  fecha  que  tal  vez  sea 
la  de  la  copia ,  ó  yerro  de  pluma ,  porque  don  Diego  falle- 
ció cuatro  años  antes ,  según  se  dice  y  nosotros  repeti- 
mos. La  carta,  cuyo  epígrafe  es  Don  Diego  á  doña  Magda- 
lena deBobadilla,  con  qüentas  de  tutor  y  quexas  de  galán, 
concluye  así :  , 

« Y  por  no  perder  el  nombre  de  bien  mandado,  aun- 

>' que  vuesamerced  nunca  será  sola  sino  quando  quisiere 
«serlo,  la  aviso  que  son  cuatro  los  que  la  engañan :  uno  sus 
«amigos,  que  la  aconsejaron;  otro  sus  criados,  que  la  co- 
«men;  otro  sus  confesores,  que  la  absuelven;  otro  vuesa- 
» merced,  que  cree  á  todos  cuatro.»  (Biblioteca  Nacional, 
códice  citado.)  Doña  Magdalena,  por  lo  que  se  deduce  de 
las  cartas,  tenía  relaciones  íntimas  con  el  Conde;  don  Die- 
go no  mostraba  estar  con  ella  en  buena  armonía.  Si  esto 
da  lugar  á  alguna  consideración ,  deduzca  cada  cual  la  que 
le  pareciere. 


Y  AUTORES  QL'E  CONTIENE  EL  PRESENTE  TOMO.  w 

su  Introducción,  de  haberse  corrompido  miserablemente  las  copias  que  se  sacaron  de  ella(l); 
de  lo  cual  podemos  certificar  nosotros ,  que  hemos  consultado  algunas. 

Aunque ,  mas  ó  menos  extensamente ,  han  procurado  escribir  varios  la  vida  de  este  célebre 
personaje,  y  se  han  publicado  algunas  (2),  todas  ellas  discuerdan  entre  si  respecto  á  fechas  y 
circunstancias  muy  importantes.  Este  asunto,  habiendo  intervenido  don  Diego  en  los  sucesos  mas 
notables  de  su  época,  da  margen  á  muchas  y  prolijas  indagaciones;  pero  si,  como  nos  han  asegu- 
rado, un  erudito  y  laboriosísimo  escritor,  que  ha  dado  ya  hartas  pruebas  de  serlo ,  acomete  tan 
loable  empresa,  lograremos  conocer  á  Mendoza  por  sus  hechos  y  carácter,  como  hoy  le  conoce- 
mos por  sus  escritos.  Entre  tanto  conténtese  el  benévolo  lector  con  estos  ligeros  apuntes  que  le 
ofrecemos. 

Don  Diego  Hurtado  de  Mendoza,  doscendiente  del  famoso  marqués  de  Santillana,  que  tanto 
ilustró  la  literatura  patria  en  el  reinado  de  don  Juan  II,  é  hijo  de  don  Iñigo  López  de  Mendoza, 
segundo  conde  de  Tendilla ,  primer  marqués  de  Mondéjar ,  y  de  doña  Francisca  Pacheco,  hija  de 
don  Juan ,  marqués  de  Villena  y  primer  duque  de  Escalona,  nació  en  Granada  el  año  1503,  según 
las  conjeturas  mas  probables.  Afirman  algunos  (3)  que  sus  padres  le  dedicaron  á  la  Iglesia  en 
un  principio ;  pero  el  marqués  de  Mondéjar  lo  pone  en  duda ,  fundándose  en  el  testimonio  de  Am- 
brosio de  Morales  (4).  Recibió  las  primeras  lecciones  del  sabio  Pedro  Mártir  de  Anglería,  á  quien 
los  Mendozas  habian  siempre  mirado  con  particular  afecto  (5) ,  y  mas  adelante  fué  discípulo  de 
Agustín  Nifo  y  del  famoso  sevillano  Montesioca ,  progresando  notablemente  en  los  estudios  filo- 
sóficos, en  los  de  la  jurisprudencia  y  humanidades,  y  en  las  lenguas  latina ,  griega,  hebrea  y  ára- 
be. Como  tan  versado  en  estos  conocimientos,  Paulo  Manucio  le  dedicó  su  edición  de  las  obras 
filosóficas  de  Cicerón ,  á  que  era  Mendoza  muy  apasionado ;  y  sin  embargo ,  no  creía  que  debía 
adoptarse  el  latín  por  base  de  la  enseñanza  de  la  juventud ,  ni  aprenderse  en  él  las  ciencias,  sino 
en  el  idioma  patrio. 

Pasó  su  mocedad  militando  en  Italia,  y  probablemente  en  las  demás  guerras  que  por  entonces 
conmovían  á  Europa;  y  los  inviernos,  en  que  se  daba  tregua  á  las  armas,  se  dirigía  á  Padua,  á 
Bolonia,  á  Roma,  adonde  quiera  que  presumía  encontrar  escuelas  y  sabios  que  perfeccionasen 
sus  conocimientos  ó  le  guiasen  en  la  adquisición  de  otros  nuevos.  Era  ya  conocido  en  la  corte;  y  co- 
mo su  cuna,  su  elevado  talento,  su  instrucción  y  algunas  otras  circunstancias  personales  le  consti- 
tuyesen en  aptitud  de  desempeñar  comisiones  diplomáticas,  le  nombró  Carlos  Vsu  embajador  en 
Venecia,  según  Mondéjar,  en  4527;  según  otros,  y  esto  es  lo  mas  creíble,  después  del  año  30  y 
antes  del  38.  Recordando  lo  que  Venecia  era  en  aquellos  tiempos,  y  las  relaciones  que  mediaban 
entre  su  república  y  nuestra  corte ,  se  comprenderá  el  alto  concepto  que  debía  ya  tenerse  de  la 
capacidad  de  don  Diego;  y  no  era  ciertamente  exagerado ,  pues  á  su  destreza  se  debió  que  la  Se- 
ñoría no  concluyese  sus  paces  intentadas  con  el  Gran  Turco ,  y  que  se  descubriesen  los  tratos  que 
con  el  mismo  Sultán  traía  el  rey  Francisco  de  Francia ,  dándose  muerte  á  sus  emisarios,  que  eran 
un  español  llamado  Antonio  Rincón,  y  el  genovés  César  Fragoso. 

Esto  bastó  para  que  se  le  confiasen  otras  comisiones  delicadas,  principalmente  cerca  de^la  Santa 
Sede,  y  para  que,  habiéndose  acordado  resolver  gravísimas  cuestiones  religiosas  y  políticas  en 
el  concilio  de  Trento,  le  eligiese  el  Emperador  como  uno  de  sus  representantes  y  embajadores  en 
aquella  asamblea  famosa.  Referir  cómo  Mendoza  desempeñó  aquel  cargo  seria.hacer  una  histo- 


(i)  Dice  Capmany,  refiriéndose  á  las  ediciones  anti- 
guas de  esta  obra ,  inclusa  la  de  Valencia  de  1776  : 

«  Admiro  cómo  se  han  hallado  lectores  que  se  confiesen 
enamorados  de  las  ideas  y  estilo  de  este  historiador ,  sien- 
do imposible  que  leyendo  las  cláusulas  desatadas  ó  con- 
fundidas por  la  perversa  ortografía ,  comprehendan  clara- 
mente el  sentido  del  escrito  ni  la  mente  del  escritor. » 
{Teatro  histórico  critico  de  la  elocuencia  española,  tomo  iii, 
l'ág.9.) 

(2)  Las  principales  son  la  del  marqués  de  Mondéjar  en 
la  Historia  de  la  casa  de  este  nombre .  que  existe  manus- 
crita enla  Biblioteca  Nacional,  códice  K.  100,  lib.  3,  cap.  53, 
fol.  271;  la  que  precede  á  la  edición  de  Monfortde  la  Guer- 
ra de  Granada,  ya  citada  (Valencia,  1776),  escrita,  según 
Ticknor,  por  don  Ignacio  (don  Iñigo  dice  equivocadamen- 
te) López  de  Ayala,  y  la  que  inserta  Sedaño  en  su  Parnaso 
español  (Madrid,  Ibarra,  1770),  al  principio  del  lomo  iv. 


(3)  Don  Baltasar  de  Zúñiga,  en  la  Breve  memoria  de  la 
vida  y  muerte  de  don  Diego  de  Mendoza,  que  lleva  la  pri- 
mera edición  de  la  Guerra  de  Granada. 

(4)  «  Habiendo  estudiado  vuestra  señoría  las  tres  len« 
guas  latina,  griega  y  arábiga  en  Granada  y  en  Salamanca, 
y  después  allí  los  derechos  civil  y  canónico ,  y  habiendo 
andado  buena  parte  de  España  para  ver  y  sacar  fielmente 
las  piedras  antiguas  della ,  pasó  á  Italia ,  etc.»  (Ambrosio 
de  Morales,  en  la  dedicatoria  que  hizo  á  don  Diego  de  sus 
Antigüedades  de  España.)  Mostrándose  pues  Morales  tan 
enterado  de  la  vida  de  Mendoza  ,  no  hubiera  omitido  la 
circunstancia  de  haberse  dedicado  á  la  Iglesia  en  sus  prin- 
cipios. 

(o)  Así  se  deduce  de  varias  de  las  epístolas  escritas  en 
tatin  por  el  mismo  Pedro  Mártir,  que  pueden  considerar- 
se como  unas  preciosas  efemérides  de  su  época. 


X  NOTICIA  DE  LAS  OBRAS 

ria  tan  difusa  del  concilio  mismo,  como  la  que  escribieron  el  cardenal  Palavicino  para  defender- 
le, y  Pablo  Sarpi  para  impugnar  sus  decisiones.  Fué  nombrado  don  Diego  en  48  de  octubre 
de  4542,  y  se  presentó  en  Trento  el  8  de  enero  del  siguiente  año;  exhibió  sus  poderes,  procuró 
por  cuantos  medios  estaban  á  su  alcance  activar  la  reunión  del  concilio;  pero  las  discordias  que 
sobrevinieron  entre  el  rey  Francisco  y  Carlos  V,  y  la  guerra  con  que  el  Turco  atemorizaba  á  Ita- 
lia, le  obligaron  á  regresar  á  Venecia  para  trabajar  en  su  propósito  con  nuevo  empeño. 

Después  de  algunos  entorpecimientos,  se  verificó  la  reunión  del  concilio  en  diciembre  del54S. 
Mendoza  dio  en  él  grandes  pruebas  de  dignidad,  de  tesón,  de  elocuencia,  y  hasta  de  valor,  unas 
veces  detendiendo  las  prerogativas  de  su  soberano  en  el  asiento  que  debia  ocupar,  otras  expo- 
niendo luminosamente  sus  doctrinas,  y  granjeándose  los  aplausos  de  tantos  hombres  eminentes 
como  le  oian,  ya  oponiéndose  á  la  disolución  del  concilio  cuando  estalló  la  guerra  entre  el  Em- 
perador y  los  protestantes,  y  á  la  traslación  á  Bolonia  cuando  el  Pontífice  quiso  mortificar  el  or- 
gullo de  Carlos  V;  ya,  en  fin,  cuando  protestando  contra  la  decisión  de  la  Santa  Sede,  trató  de 
imponerle  silencio  Paulo  III ,  y  Mendoza  le  replicó  con  la  entereza  propia  de  un  castellano  de 
aquellos  tiempos  (1). 

Cuatro  años  habian  trascurrido  en  estas  contiendas  é  indecisiones,  que  fueron  para  don  Diego  la 
época  mas  afanosa  de  su  vida ,  pues  nombrado  en  aquel  tiempo  embajador  de  Roma  y  goberna- 
dor y  capitán  general  de  Siena  y  demás  plazas  de  la  Toscana,  ni  podia  asistir  perennemente  al 
concilio ,  donde  le  reemplazó  don  Francisco  de  Toledo,  pero  sin  eximirle  absolutamente  de  aque- 
lla atención,  ni  proseguir  en  los  demás  asuntos  que  dejaba  comenzados.  Sin  embargo,  la  rebe- 
lión de  Siena,  que  tenia  por  objeto  expulsar  á  los  españoles  que  la guarnecian ,  quedó  por  enton- 
ces apaciguada;  bien  que,  reproduciéndose  mas  adelante,  no  consiguió  don  Diego  el  fruto  de  sus 
desvelos;  y  por  último  pasó  al  dominio  de  los  franceses,  en  virtud  de  capitulación,  en  4S55;  de 
cuyo  contratiempo  se  aprovecharon  los  émulos  del  Gobernador  para  empezará  malquistarle  en  la 
corte.  De  la  embajada  de  Roma  se  le  relevó  en  4554,  sustituyéndole  don  Juan  Manrique  de  Lara, 
hijo  de  los  duques  de  Nájera;  y  en  4553  fué  comisionado  por  el  Emperador  para  estorbar  la  ida 
del  cardenal  Poole  á  Inglaterra;  lo  que  logró  efectivamente  al  entrar  este  en  el  Palatinado. 

Tantas  fatigas  y  disgustos  por  una  parte ,  y  por  otra  unas  cuartanas  tenaces  que  padeció  años 
atrás,  y  le  tuvieron  muy  á  los  últimos,  quebrantaron  su  natural  robustez  y  energía  por  algún  tiem- 
po ,  mas  no  la  afición  á  los  estudios ,  que  era  su  pasión  constante ,  su  consuelo ,  y  hasta  el  alivio 
de  sus  dolencias.  No  hubo  en  su  tiempo  persona  alguna  distinguida  por  su  saber,  que  no  se  hon- 
rase con  su  amistad  y  trato ;  Carranza  le  dedicó  su  Suma  de  los  concilios;  Lázaro  Bonámico  en- 
salzó sus  talentos  y  sus  servicios ;  don  Martin  Pérez  de  'Ayala ,  y  el  doctor  cronista  Paez  de  Cas- 
tro, encargado  de  escribir  la  historia  de  Carlos  V  (2),  le  debieron  repetidos  favores  y  atencio- 
nes. Solo  el  pontífice  Paulo  III,  resentido  de  su  entereza,  le  miraba  siempre  con  desvío,  hasta 
que,  habiendo  fallecido  en  4549,  le  sucedió,  con  el  nombre  de  Julio  III ,  el  cardenal  Juan  María 
del  Monte,  legado  que  habia  sido  del  concilio,  y  muy  afecto  al  embajador  de  España,  quien,  por 
mediación  de  este ,  dispensó  algunos  beneficios  dignos  de  la  piedad  de  un  vicario  de  Jesucristo. 
Disfrutaba  don  Diego  la  dignidad  de  confalonier  ó  alférez  de  la  santa  Iglesia  romana  desde  la  guer- 
ra contra  el  duque  de  Castro,  Horacio  Farnesio;  pero  habiendo  castigado  albarrachelo  ó  alguacil 
mayor  de  Roma  por  un  desacato  contra  el  Emperador,  se  indignó  el  Papa  de  manera  que  re- 
clamó su  destitución  ;  y  Carlos  V,  que  habia  ya  comenzado  á  variar  de  política  y  pensaba  en  reti- 
rarse de  los  negocios,  accedió  á  los  deseos  del  Pontífice ,  llamando  á  don  Diego  á  España  en  prin- 
cipios del  año  54. 

No  ignoraba  Carlos  V  cuan  provechosas  eran  en  Roma  la  experiencia  y  luces  de  su  embajador; 
pero  tampoco  podia  echar  en  olvido  que  en  dos  ocasiones,  por  los  años  de  4543,  se  habia  atrevido 
á  aconsejarle  con  demasiada  severidad;  una  por  medio  de  un  escrito  que  dejó  en  su  cámara,  en 


(i)  «Que  parase  mientes  en  que  estaba  en  su  casa,  y 
no  se  excediese  »,  le  dijo  Paulo  III ;  y  don  Diego  le  respon- 
dió a  que  era  caballero,  y  su  padre  lo  habia  sido,  y  como 
tal  habia  de  hacer  al  pié  de  la  letra  lo  que  su  señor  le  man^ 
daba ,  sin  temor  alguno  de  su  santidad ,  guardando  siem- 
pre la  reverencia  que  se  debe  á  un  vicario  de  Cristo;  y 
que  siendo  ministro  del  Emperador,  su  casa  era  donde 
quiera  que  pusiese  los  pies,  y  allí  estaba  seguro». 

Todos  los  biógrafos  de  Mendoza  refieren  este  hecho  y 


trascriben  estas  palabras;  pero  no  las  de  Pablo  Sarpi, 
cuando  dice  que  amenazó  al  cardenal  de  Santa  Cruz  con 
echarle  al  rio  Adige  si  se  obstinaba  en  aconsejar  la  diso- 
lución del  concilio. 

(2)  Entre  los  manuscritos  de  la  Biblioteca  Nacional 
existen  algunas  obras  de  Paez  de  Castro,  como  por  ejem- 
plo, el  Método  para  escribir  la  historia;  papel  dirigido  al 
Emperador. 


Y  AUTORES  QDE  CONTIENE  EL  PRESENTE  TOMO.  Xi 

que ,  con  la  vehemencia  del  mas  profundo  convencimiento ,  le  afeaba  Mendoza  el  proyecto  que 
habia  concebido  de  vender  al  Pontífice  el  estado  de  Milán ,  y  otra ,  remitiéndole  por  medio  de  su 
camarero  don  Luis  de  Avila  y  Zúñiga  (1),  una  franca  exposición  sobre  las  materias  que  turbaban 
mas  entonces  la  tranquilidad  del  mundo  (2).  Prevaleció  en  el  ánimo  imperial  el  escozor  de  aquel 
recuerdo,  y  volvió  don  Diego  á  España ,  no  para  reposar  de  sus  trabajos,  sino  para  experimentar 
una  nueva  serie  de  cuidados  y  sinsabores. 

Subió  al  trono  Felipe  II,  que,  al  decir  de  algunos ,  no  debia  contemplar  á  Mendoza  con  mucho 
afecto  (3).  Tuvo  el  nuevo  monarca  interés  en  nombrar  para  virey  de  Aragón  una  persona  que 
no  habia  nacido  en  aquel  reino,  cuyos  fueros  se  oponían  á  esta  innovación.  Echó  mano  de  Men- 
doza para  que  persuadiera  á  los  aragoneses  á  renunciar  espontáneamente  al  privilegio ;  pero  no 
pudo  lograrlo,  y  quizás  el  Rey  interpretaria  como  falta  de  celo,  en  el  comisionado,  lo  que  solo  era 
defensa  propia  en  los  naturales.  Hubo  un  tiempo  además ,  según  se  cree,  en  que  el  hijo  de  Car- 
los V  y  el  embajador  de  este  monarca  habían  sido  competidores  en  las  preferencias  de  una  da- 
ma (4).  Por  fin,  un  día  que  don  Diego  se  hallaba  en  palacio  trabóse  de  palabras  con  un  caballe- 
ro de  la  corte.  Este  sacó  un  puñal,  y  arrancándoselo  don  Diego  de  las  manos,  lo  tiró  por  una 
ventana,  y  fué  á  dar  en  los  corredores  del  alcázar;  hecho  que  parece  juzgó  el  Rey  por  gravísimo 
desacato.  Fuese  por  este  último  acontecimiento,  ó  por  otra  de  las  causas  mencionadas,  ó  por 
todas  juntas,  salió  Mendoza  desterrado  (5).  Vivió  algún  tiempo  en  Granada,  dado  á  sus  ocupa- 
ciones literarias  (6),  y  ya  indultado ,  regresó  á  la  corte ,  donde  murió  á  poco  tiempo,  en  157S, 
de  resultas  de  una  enfermedad  que  le  provino  del  pasmo  de  una  pierna. 

De  esta  manera  terminó  sus  días,  olvidado  de  la  gloría  y  de  los  honores,  el  que  en  medio  de 
ellos  tantas  envidias  había  engendrado;  realizándose  así  los  temores  que  ya  en  su  gobierno  de 
Siena  había  concebido,  pues  necesitado  entonces  de  auxilios,  y  conociendo  como  conocía  á 
los  hombres,  lamentaba  su  abandono  presente  y  presagiaba  igual  suerte  en  lo  sucesivo  (7).  No 
desconfió,  sin  embargo,  de  la  bondad  divina,  antes  consagró  á  la  religión  los  instantes  mas  tran- 
quilos de  su  vida,  buscando  en  el  ejemplo  y  trato  de  almas  tan  fervorosas  como  la  de  santa  Teresa 
los  consuelos  que  otros  mas  poderosos  le  habían  negado  (8). 

De  su  indecible  amor  á  las  letras  son  un  testimonio  los  grandes  sacrificios  que  hizo  siendo 
embajador  en  Venecia.  Comisionó  á  Nicolás  Sofiano  para  que  le  copíase  cuantos  escritos  de 
algún  interés  pudiese  haber  á  las  manos  en  Tesalia,  y  al  sabio  griego  Amoldo  Ardenio  para 
que ,  sin  reparar  en  gastos ,  hiciese  lo  propio  respecto  á  los  códices  de  varías  bibliotecas ,  y 
en  particular  de  la  que  habia  sido  del  cardenal  Besaríon.  Reunió  de  la  literatura  griega  pre- 
ciosos monumentos  y  muchas  obras  de  los  mas  célebres  autores,  sagrados  y  profanos,  como 
san  Basilio,  san  Gregorio  Nacianceno,  san  Cirilo  Alejandrino,  Arquímedes,  Heron,  Apiano  y 
todas  las  de  Josefo.  Sabedor  de  que  entre  varios  prisioneros  habia  un  cautivo  muy  querido  del 
Gran  Turco,  le  compró  por  una  gran  suma,  y  sin  rescate  alguno  se  lo  devolvió  á  su  dueño. 
Agradeció  Solimán  la  fineza,  y  no  queriendo  ser  vencido  ni  aun  en  cortesanía,  indagó  qué  dádiva 
seria  de  mas  gusto  para  don  Diego  ,  y  en  virtud  de  indicación  suya  permitió  á  los  venecianos 
comprar  libremente  trigo  en  sus  estados,  por  la  escasez  que  se  padecía  en  la  república,  y  añadió 
áesta  gracia  un  regalo  de  multitud  de  manuscritos  griegos ,  cuyo  número  parece  exagerar  Scoto 
y  disminuir  Iríarte  (9),  pues  este  los  reduce  á  treinta  y  un  volúmenes,  y  aquel  afirma  que  consti- 


(1)  El  autor  de  los  Comentarios  de  la  guerra  de  Ale- 
mania ,  que  incluimos  en  este  tomo. 

(2)  Véanse  ambas  exposiciones  en  los  documentos  si- 
guientes, letras  B  y  C,  páginas  xxii  y  xxiii. 

(3)  Navarrete ,  Vida  de  Cervantes ,  edición  de  Madrid, 
1819,  pág.  441. 

(4)  Doña  Isabel  de  Velasco,  á  quien  obsequió  Felipe  11 
siendo  principe,  y  á  quien  dio  cédula  de  esposo  después 
de  viudo  de  la  princesa  María.  Al  desistir  doña  Isabel  de 
aquellos  amores ,  parece  puso  por  mole  en  sus  reposteros 
las  palabras  es  imposible  y  forzoso;  y  don  Dieco  las  glosó 
cu  esta  cuarteta  : 

Es  imposible  casarse 
Vuesamerced  con  su  alteza , 
Y  forzoso  el  cabalgarse , 
So  pena  de  ser  simpleza. 

(o)  En  la  Biblioteca  Nacional  existen  varias  copias  de 


la  carta  que  con  motivo  del  suceso  de  palacio  y  en  descar- 
go de  su  culpa  dirigió  al  cardenal  Espinosa.  Después  la 
hemos  visto  escrita  mas  amplia  y  correctamente  en  una 
nota  de  la  traducción  del  segundo  tomo  de  la  Historia  de 
nuestra  literatura ,  de  Ticknor ,  pág.  502,  que  han  publi- 
cado los  señores  Vedia  y  Gayangos,  sacada  de  un  manus- 
crito que  posee  el  último ;  y  la  hemos  incluido  entre  los 
documentos,  letra D,  pág.  xxvi. 

(6)  Refiere  estas  en  sus  Cartas  á  Zurita ,  que  conservó 
Dornier  en  los  Progresos  de  la  historia  de  Aragón;  Zara- 
goza, 1680,  folio. 

(7)  Véase  la  carta  á  don  Francisco  de  Toledo  en  los 
mismos  documentos,  letra  E,  pág.  xxvii. 

(8)  Documentos,  letra  F,  pág.  xxvn. 

(9)  Regiae  Bibliothecae  matriíensis  códices graeci,  MSSm 
Matr.,  1769,  pág. 277. 


»n  NOTICIA  DE  LAS  OBRAS 

luyeron  el  cargamento  de  una  nave;  pero  Ambrosio  de  Morales  (4),  hablando  con  el  mismo 
DON  Diego,  asegura,  y  esto  parece  lo  mas  verosímil,  que  fueron  seis  arcas  llenas.  Don  Diego 
ofreció  á  Felipe  II  este  inestimable  tesoro  para  su  biblioteca  del  Escorial ;  el  Monarca  aceptó  la 
oferta,  y  el  mundo  literario  debe  aun  á  la  grandeza  del  embajador  de  Carlos  V  un  monumento 
de  su  gratitud. 

«Fué  DON  Diego  Hurtado  de  Mendoza  (2)  de  grande  estatura,  robustos  miembros,  el  color 
moreno  oscurísimo,  muy  enjuto  de  carnes,  los  ojos  vivos ,  la  barba  larga  y  aborrascada ,  el  as- 
pecto fiero,  y  de  extraordinaria  fealdad  de  rostro...  Fué  asimismo  dotado  de  grandes  fuerzas  per- 
sonales ,  y  de  no  menor  valor  y  firmeza  en  las  fuerzas  del  ánimo,  como  notado  también  de  áspera 
condición  y  riguroso  genio ,  que  le  opinaron  de  algo  arrojado  é  intrépido  en  la  conducta  de  los 
negocios  del  Estado.»  Vivió  soltero,  pero  dejó  un  hijo,  que  residía  en  Valladolid,  muy  parecido 
áél  en  el  rostro,  según  dice  don  Baltasar  de  Zúñiga,  mas  no  en  el  entendimiento,  porque  era  im- 
bécil de  todo  punto. 

Las  obras  que  se  citan  de  Mendoza  son  estas  : 

Obras  poéticas  del  insigne  caballero  don  Diego  de  Mendoza  ,  recopiladas  por  frey  Juan  Diaz 
Hidalgo. — Madrid ,  Juan  de  la  Cuesta,  4610,  4,° 

El  Lazarillo  de  Tórmes  (3). 

Paraphrasis  in  totum  Aristotelem. 

Traducción  de  la  mecánica  de  Aristóteles. 

Comeiitarios políticos,  manuscrito. 

Conquista  de  la  ciudad  de  Túnez. 

Batalla  naval ;  citada  por  don  Nicolás  Antonio,  que  dice  existia  al  fin  de  la  Guerra  de  Granada, 
en  la  librería  del  conde-duque  de  Olivares. 

En  la  Biblioteca  Nacional  se  conservan  manuscritos  con  el  nombre  de  este  autor 

Sus  Representaciones. 

Carta  burlesca  al  capitán  Pedro  de  Salazar,  bajo  el  nombre  del  bachiller  Arcadia  (4). 

Cartas  al  Rey  y  otras  personas. 

Notas  á  un  sermón  portugués ,  predicado  después  de  la  batalla  de  Aljubarrota. 

Diálogo  entre  Caronte  y  el  alma  de  Pedro  Luis  Farnesio. 

Cartas  sobre  la  vida  de  los  Catariberas  (5). 

De  Luis  del  Mármol  Carvajal  ,  autor  de  la  Historia  del  rebelión  y  castigo  de  los  moriscos  ae 
Granada  (6),  que  insertamos  á  continuación,  no  tenemos  mas  noticias  que  las  que,  hablando  de 
sí,  nos  da  él  mismo  en  el  prólogo  de  su  Descripción  general  de  África.  Allí  nos  dice  que  su  patria 
era  Granada ;  que  siendo  aun  mozo  de  pequeña  edad  salió  de  aquella  ciudad  para  la  jornada  que 
hizo  Carlos  V  sobre  Túnez  el  año  4S35  ;  que  después  siguió  las  banderas  imperiales  en  todas  las 
empresas  de  África  por  espacio  de  veinte  y  dos  años,  y  padeció  siete  y  ocho  meses  de  cautiverio 
en  los  reinos  de  Marruecos,  Tarudante,  Fez,  Tremecen  y  Túnez,  atravesando  los  arenales  de 
Libia  hasta  los  confines  de  Guinea  con  el  jerife  Mahamete ,  cuando  llevaba  sus  armas  victoriosas 
por  África ,  apoderándose  de  las  provincias  occidentales ;  que  hizo  otros  viajes  por  mar  y  tierra, 
así  en  cautiverio  como  en  libertad,  por  toda  Berbería  y  Egipto  ;  que  añadió  á  estos  principios 
la  continua  meditación  de  historias  escogidas,  latinas,  griegas,  árabes  y  vulgares,  y  que  tenia 
mucha  experiencia  y  práctica  de  la  lengua  árabe  y  africana ,  que  son  muy  diferentes.  Fué  her- 

(i)  En  la  citada  dedicatoria  á  Mendoza  de  sus  Antigüe- 
dades de  España. 

(2)  Sedaño,  Parnaso  español,  tomo  iv,  pág.  14. 

(3)  Véase  el  tomo  ni  de  nuestra  Biblioteca  (Novelistas 
anteriores  á  Cervantes). 

(4)  El  señor  don  Pascual  Gayangos  opina  que  el  libro 
de  Salazar  á  que  alude  en  su  sátira  Mendoza  no  ha  llega- 
do hasta  nosotros.  Las  razones  en  que  se  funda  pueden 
verse  en  la  traducción  del  Tieknor,  lomoif ,  pág.  504. 

{"))  En  el  mismo  tomo  de  la  citada  obra  ,  pág.  505,  se 
prueba ,  como  antes  lo  habia  hecho  don  Bartolomé  José 
Gallardo  en  el  número 3.°  de  El  Criticón,  que  los  Catari- 
beras se  atribuyen  falsamente  á  Mendoza.  Su  verdadero 
autor  es  el  doctor  don  Eugenio  de  Salazar  y  Alarcon. 

(6)  La  edición  original  de  Málaga,  por  Juan  Rene, 
año  1600,  folio,  la  cual  hemos  tenido  presente.  Se  repi- 


tió en  Madrid  por  Sancha,  1797;   dos  volúmenes,  4." 

Sobre  la  Expulsión  de  los  moriscos  pueden  consultarse 
además ,  entre  otras  obras ,  las  siguientes  : 

Verdú  (fray  Blas),  De  la  expulsión  de  los  moriscos.  (Bar- 
celona, 1612,8.") 

Corral  y  Rojas  (don  Antonio  de).  Expulsión  de  los  mo- 
riscos del  reino  de  Valencia.  (Valladolid,  1612, 4.°) 

Aguilar  (Gaspar  de ),  Expulsión  de  los  moriscos  de  Es- 
paña. ( Valencia ,  1610 ,  4.") 

Aznar  y  Embid  de  Cardona  (don  Jerónimo),  Expulsión 
jmtificada  de  los  moriscos  españoles.  ( Huesca ,  1612 , 8.°) 

Vasconcellos  (Juan  Méndez  de).  Liga  deshecha  por  la 
expulsión  de  los  moriscos.  (1612 ,  8.") 

Ribera  (Juan  de),  Instancias  para  la  expulsión  de  loa 
moriscos. 

Guadalajara  y  Javier  (fray  Marcosde).  Prodición  y  des- 


Y  AUTORES  QUE  CONTIENE  EL  PRESENTE  TOMO.  xni 

mano  de  Juan  Vázquez  del  Mármol,  secretario  del  consejo  de  Castilla,  que  autorizó  la  fe  de  erratas 
de  la  primera  impresión.  En  las  portadas  de  sus  obras  se  llama  andante  en  corte,  y  también  comi- 
sario y  ordenador  del  ejército;  y  del  desempeño  de  este  cargo  habla  en  su  Historia  del  rebelión. 

Aunque  tuvo  presente  la  obra  de  MENDOza,  y  le  siguió  á  veces  con  escrupulosidad ,  dio  á  la  suya 
mayores  proporciones  y  un  carácter  casi  del  todo  opuesto.  La  Guerra  de  Granada  es  un  diseño, 
y  la  Historia  del  rebelioii  un  cuadro  completo  y  vasto  :  en  la  una  solo  tienen  cabida  los  hechos 
principales ,  y  en  la  otra  se  representa  la  acción  con  todos  sus  pormenores ;  MEXDoza  aspira  á  la 
dignidad  de  historiador,  y  Mármol  se  contenta  con  la  modesta  pretensión  de  cronista  ;  y  cuanto 
mas  resalta  en  el  primero  el  estudio  y  el  cuidado  en  mostrarse  lacónico  y  sentencioso ,  mas  pro- 
cura el  segundo  la  sencillez ,  la  prolongada  estructura  de  los  períodos  y  la  narración  clara  y  fide- 
digna de  los  sucesos.  Asi  es  que  la  historia  de  Mármol  puede  considerarse  como  el  complemento, 
ó  mas  bien  como  un  comentario  de  la  de  MENDoza ;  y  escrita  con  pureza  de  lenguaje ,  con  la  mi- 
nuciosidad de  un  testigo  de  vista ,  produce  mucho  agrado  é  interés,  no  obstante  la  extensión  que 
da  á  los  orígenes  del  asunto,  y  la  monotonía  que  resulta  á  su  estilo  del  abuso  sistemático  de  la 
conjunción.  Tiene  además  el  mérito  de  ser  un  copioso  repertorio  de  documentos  históricos ,  mos- 
trando su  autor  á  cada  paso  la  erudición  y  experiencia  de  que  no  en  vano  se  lisonjeaba  (i). 

La  otra  obra  de  Mármol  que  dejamos  ya  citada,  y  en  que  parece  puso  él  su  mayor  empeño,  es 
la  Descripción  general  de  Afríca ,  sus  guerras  y  vicisitudes ,  desde  la  fundación  del  mahometismo 
hasta  el  año  1571.  Consta  de  tres  tomos  :  el  primero  y  segundo  componen  la  primera  parte,  y  se 
publicaron  en  Granada  por  Rene  Rabut,  1573,  folio ;  el  tercero,  que  es  la  segunda  parte  ,  en  Má- 
laga, por  Juan  Rene,  1599.  Tradújola,  pero  compendiándola,  al  francés  Nicolás  Perrot ,  de  Ablan- 
court  ,  y  se  imprimió  en  París  en  1667 , 4.° 

También  atribuyen  á  Mármol  una  traducción  de  las  Revelaciones  de  santa  Brígida ,  y  otra  de  las 
Rúbricas  del  breviario  romano. 

Deseosos  de  incluir  en  esta  colección  algunas  de  las  obras  que  permanecen  todavía  inéditas, 
mas  por  casualidad  ó  descuido  que  porque  sean  merecedoras  de  semejante  suerte,  recordamos, 
entre  otras,  la  Crónica  de  las  Comunidades,  escrita  por  Gonzalo  de  Ayora,  que  solo  conocíamos  de 
nombre  y  por  las  frecuentes  citas  que  de  ella  se  hacen.  Sabíamos  que  se  conserva  entre  los  ma- 
nuscritos de  la  Biblioteca  Nacional ,  y  hublmosla  al  punto  á  las  manos ,  satisfechos  de  la  idea  que 
se  nos  había  ocurrido  ;  mas  ¡  cuál  fué  nuestra  sorpresa  cuando  hallamos  una  relación  incongruente 
y  desaliñada,  y  prosiguiendo  en  su  lectura,  palabras,  frases  y  aseveraciones  terminantes,  que  libran 
á  Ayora  de  toda  complicidad  en  aquel  escrito  (2) !  Entonces  recordamos  que  el  libro  segundo 
de  la  Historia  de  Carlos  V,  también  inédita ,  que  escribió  Pedro  Mejía ,  tiene  por  asunto  exclusivo 
la  relación  de  las  mismas  Comunidades;  y  como  el  autor  dejó  incompleta  su  obra  á  los  principios 
del  libro  quinto,  y  este  fragmento  al  fin  forma  un  todo  cabal  y  aislado,  no  vimos  inconveniente 
alguno  en  hacer  este  obsequio  á  nuestros  lectores.  De  las  dificultades  que  hemos  tenido  que  ven- 
cer, y  que  para  en  el  caso  de  algún  descuido  alegamos  como  disculpa ,  decimos  algo  en  la  nota 
puesta  al  principio  de  esta  obra  (pág.  367)  (3). 

Fué  el  sevillano  Mejía  uno  de  los  escritores  mas  celebrados  por  su  saber  y  su  nacimiento,  pues 


tierro  de  los  moriscos  de  Castilla  hasta  el  valle  de  Ricote. 
(Pamplona,  1613,4.") 

Guadalajara  y  Javier  (fray  Marcos  de),  Memorable  ex- 
pulsión y  justísimo  destierro  de  los  moriscos  de  España. 
(Pamplona,  1613,4.") 

González  Alvarez  (Vicente),  La  expulsión  de  los  moris- 
cos de  Avila. 

Pérez  de  Ciilla  ( Vicente),  De  la  expulsión  de  los  moris- 
cos del  reino  de  Valencia.  ( Valencia ,  Juan  Bautista  Mar- 
sal,  163o,  4.") 

Manuscritos.  —  Cartas  originales  del  conde  de  Solazar 
sobre  su  expulsión  de  España.  (  Biblioteca  Nacional ,  có- 
dice S.  24. ) 

Informe  contra  los  moriscos  que  quedaron  en  España. 
(Id.  id.,  X  20.) 

Noticias  pertenecientes  á  su  expulsión.— Descubrimien- 
to de  su  conjuración.  ( Id.  id. ,  í/.  4 ,  7. ) 

Parecer  del  estado  de  los  moriscos  de  Valencia  é  instruc- 
ción que  se  trataba  de  darles  por  el  obispo  de  Segorbe  don 


Martin  de  Salvatierra,  año  1587.  (Bib.  Nac. ,  G.  98.) 
Carta  del  marqués  de  los  Vélez  sobre  el  alzamiento  de 
los  de  Granada.  (Id.  id.,  Dd.  59.) 

De  los  existentes  en  otras  bibliotecas  podemos  citar  los 
de  la  particular  del  señor  Gay  angos ,  que ,  asi  de  estos  co- 
mo de  impresos,  reúne  considerable  número. 

(1)  Hasta  muy  adelantada  la  impresión  de  esta  obra , 
no  llegó  á  nuestras  manos  el  Cartulario  de  Alonso  del  Cas- 
tillo ,  opúsculo  en  que  se  contienen  todos  los  escritos  ára- 
bes romanzados  por  él ,  de  orden  superior,  durante  la 
guerra  de  los  moriscos ,  publicado  recientemente  por  la 
Real  Academia  déla  Historia.  No  se  extrañe  pues  que  solo 
hayamos  podido  compulsar  con  dicho  Cartulario  los  últi- 
mos documentos  que  inserta  Mármol. 

(2)  La  supuesta  Crónica  de  Ayora  existe  en  el  depar- 
tamento de  manuscritos  de  dicha  Biblioteca ,  estante  G, 
núm.  69. 

(3)  De  los  manuscritos  á  que  en  ella  nos  referimos  se 
afirma  que  unos  son  del  siglo  xv,  y  los  mas  del  xvi.  Excu- 


XIV  NOTICIA  DE  LAS  OBRAS 

rara  vez  se  habla  de  él  sin  aplicarle  los  dictados  de  muy  docto  y  muy  ilustre  ó  magnífico  ca- 
ballero. Hasta  poco  há  se  ignoraban  generalmente  los  sucesos  de  su  vida ,  y  solo  por  conjetu- 
ras podia  formarse  juicio  de  su  carácter;  pero  en  los  años  pasados  apareció  en  uno  de  los  pe- 
riódicos mas  acreditados  de  nuestros  dias  un  curiosísimo  artículo,  que  llevaba  por  epígrafe  El 
álbum  de  Francisco  Pacheco  (1),  y  en  él  tenemos  cuantas  noticias  pudiéramos  apetecer  del  cro- 
nista de  Carlos  V. — Por  la  copia  que  abajo  insertamos  se  verá  que  el  buen  Mejía  llegó  á  pronos- 
ticar ,  años  antes  que  acaeciera ,  el  punto  y  hora  de  su  muerte  ;  pero,  sin  negar  sus  conocimien- 
tos astrológicos,  ni  achacarle  ilusiones  que  tan  comunes  eran  en  aquel  tiempo,  nos  persuadimos 
á  que  semejante  conseja  es  solo  una  exageración  del  concepto  en  que  se  le  tenia. 
Si  es  exacta  la  fecha  de  su  fallecimiento,  en  15o2,  emprendió  la  crónica  del  Emperador  tres 


samos  añadir  que  ha  sido  un  yerro  de  imprenta ;  debe  de- 
cir siglo  XVI  y  XVII. 

En  los  archivos  y  bibliotecas  abundan  los  papeles  per- 
lenecientes  á  las  Comunidades,  y  de  las  mismas  se  trata 
con  mas  ó  menos  extensión  en  todas  las  historias  genera- 
les y  particulares  relativas  á  esta  época. 

Como  tratados  especiales  podemos  atar : 

Santa  Cruz  (Alfonso  de),  De  lo  que  sucedió  en  Sevilla 
en  tiempo  de  las  Comunidades. 

Martin  de  Roa  escribió,  segundón  Nicolás  Antonio,  con 
el  nombre  de  Andrés  de  Morales,  Los  procedimientos  de 
¡a  ciudad  de  Córdoba  en  tiempo  de  las  Comunidades. 

Maldonado  (Juan),  De  motu  Hispaniae,  etc. ,  traducida 
y  anotada  por  el  actual  bibliotecario  del  Escorial  don  José 
Quevedo.  (Madrid,  Agnado,  1840 , 4.°) 

Contienen  también  datos  y  juicios  muy  importantes  so- 
bre este  asunto  :  \&s  Epístolas  familiares  de  fray  Antonio 
de  Guevara,  obispo  de  Mondoñedo  ( véase  el  tomoxin  de 
naestra  Biblioteca);  las  cartas  y  advertencias  inéditas  del 
;ilmirante  don  Fadrique  Enriquez;  la  Silva  palentina,  del 
arcediano  de  Alcor  Alonso  Fernandez  de  Madrid,  y  las 
Antigüedades  de  Simancas,  de  Antonio  de  Cabezudo,  etc. 

(1)  Semanario  pintoresco  de  1844,  pág.  405.  Pacheco, 
por  lo  visto,  manejaba  la  pluma  tan  diestramente  como  el 
pincel.  Parece  que  dejó  una  preciosa  colección  de  retratos 
y  elogios  de  hombres  célebres,  cuyo  original  regaló  al 
conde-duque  de  Olivares,  y  del  cual  lastimosamente  se 
conservan  solo  noticias.  Algunos  de  los  borradores  fueron 
á  manos  del  excelentísimo  señor  don  Martin  Fernandez 
Navarrete ,  el  cual  se  los  facilitó  á  los  redactores  del  Se- 
manario; y  por  este  medio  se  ha  salvado  del  olvidóla  in- 
teresante vida  de  Mejía,  que  dice  así : 

«Si  alguna  duda  hubiera  en  el  origen  y  patria  del  sa- 
pientísimo varón  Pedro  Mejía  ,  y  si  estuvieran  en  su  anti- 
gua prosperidad  la  docta  Atenas  y  la  triunfante  Homa,  no 
dudo  que  contendieran  entre  sí ,  atribuyéndoselo  cada  una 
por  suyo ;  y  fuera  no  menos  justa  la  causa  que  en  las  siete 
ciudades  de  Grecia  por  Homero.  Mas  el  generoso  cielo  se 
le  dio  á  esta  ciudad  Sevilla  por  hijo,  siendo  con  él  tan  pró- 
diga la  naturaleza,  que  no  le  negó  secreto  suyo  ni  le  dejó 
de  dar  cosa  de  las  que  dan  estimación  á  los  hombres.  El  fué 
caballero  notorio  y  de  tan  singular  ingenio ,  que  alcanzó 
lo  que  dirá  brevemente  este  elogio.  Aprendió  la  lengua 
latina  en  esta  ciudad,  y  prosiguió  en  Salamanca  los  estu- 
dios de  las  leyes;  y  por  ser  de  natural  brioso  y  determina- 
do, se  aventajó  tanto  en  la  destreza  de  las  armas,  que  nin- 
guno le  igualaba.  Florecía  en  aquel  siglo,  entre  otros  va- 
rones, la  elocuencia  de  Luis  Vivas  (vives),  á  quien  escribía 
muchas  cartas  latinas  con  tanta  elegancia,  que  vino  á  ser 
del  muy  estimado.  Entreteníase  también  en  componer  ver- 
sos castellanos ;  y  por  su  agudeza  y  dulzura  fué  muchas  ve- 
ces premiado.  Creciendo  en  años  y  moderando  losbrios  de 
la  juventud ,  le  fué  útilísimo  el  trato  familiar  con  don  Fer- 
nando Colon,  hijo  del  primer  almirante  de  las  Indias,  y  el 
de  don  Baltasar  del  Rio,  obispo  de  Escalas,  que  despertó 
rn  Sevilla  las  buenas  letras;  el  cual  le  comunicó  algunos 
libros  extraordinarios,  y  con  este  socorro  se  acrecentó 


tanto,  que  era  tenido  de  todos  por  varón  eminentísimo. 
Pero  quien  lo  hizo  mas  admirable  fué  el  uso  de  las  mate- 
máticas y  astrología,  en  que  era  conocidamente  el  mas 
aventajado,  pues  por  excelencia  fué  llamado  el  Astrólogo, 
como  Aristóteles  el  Filósofo.  Con  este  conocimiento  pre- 
dijo muchas  cosas  y  su  misma  muerte  veinte  años  antes. 
Sobrevínole  una  grave  enfermedad  de  la  cabeza,  que  le 
duró  todo  el  tiempo  que  vivió,  por  donde  parece  increíble 
haber  leído  tantos  libros  y  compuesto  las  obras  que  divul- 
gó, sin  faltar  al  trato  de  sus  amigos  y  de  los  caballeros  y 
señores  desta  ciudad  y  á  los  cargos  que  en  ella  adminis- 
tró, porque  fiíé  alcalde  de  la  hermandad  del  número  de 
los  hijosdalgo,  contador  de  su  majestad  en  la  casa  déla 
Contratación ,  y  uno  de  los  regidores  que  llaman  veinti- 
cuatro. Con  tan  contino  trabajo  vino  á  debilitarse  de  ma- 
nera que  en  quince  años  jamás  salió  al  sereno  de  la  no- 
che. En  so  manjar  y  bebida  era  muy  templado  y  guardaba 
mucha  igualdad.  El  sueño  no  pasaba  de  cuatro  horas,  y  si 
1 1  ega  ba  á  tres,  no  se  tenia  por  descontento.  Solo  se  hal  laba 
con  fuerzas  para  estudiar  y  escribir  y  para  los  ejercicios 
del  alma,  tanto  mas  despierta  cuanto  con  mayor  flaque- 
za el  cuerpo;  la  mañana  asistía  en  la  iglesia,  y  lo  que  le 
sobraba  del  día  gastaba  en  los  ministerios  que  tenia  á  su 
cargo;  las  noches  eran  todas  de  los  libros,  que  como  se 
recogía  temprano  y  salía  tarde,  dormía  tan  pocas  horas, 
que  le  sobraban  muchas  que  gastar  en  sus  estudios.  Com- 
puso primero  la  Silva  de  varia  lección,  y  sirvió  con  ella 
al  emperador  Carlos  V,  y  fué  recibida  con  tanto  aplauso, 
que  luego  se  animó  á  ordenar  la  Historia  de  los  empera- 
dores, que  salió  á  luz  el  año  159o,  dirigida  á  don  Felipe, 
príncipe  de  España,  que  gustoso  della,  respondió  á  su  car- 
ta prometiéndole  su  favor.  Dos  años  después  publicó  los 
Diálogos,  debajo  del  amparo  de  don  Perafan  de  Rivera, 
marqués  de  Tarifa ;  luego  se  esparcieron  estas  obras  tan 
llenas  de  erudición,  traduciéndose  en  diversas  lenguas, 
y  en  todas  fueron  recibidas  con  admiración  de  los  hom- 
bres sabios.  Hallábase  entonces  el  invitísimo  César  en  Ale- 
mania ,  glorioso  con  las  victorias  que  había  ganado ,  y  lle- 
garon á  tan  buen  punto  los  libros  de  Pedro  Mejía  ,  que  le- 
yéndolos él  y  su  confesor  fray  Domingo  de  Soto  y  otros 
grandes  personajes,  se  satisficieron  tanto,  que  luego,  por 
orden  de  su  majestad ,  le  escribió  el  Comendador  mayor 
se  emplease  en  escribir  la  vida  del  mismo  emperador  Car- 
los V;  y  aunque  se  excusó  con  su  poca  salud ,  con  todo  eso 
su  majestad  le  envió  el  título  de  su  cronista,  desde  la  ciu- 
dad de  Augusta,  el  8  de  julio  de  1548,  y  le  dio  licencia 
()ara  que ,  estándose  en  su  casa ,  gozase  del  salario.  Aten- 
diendo pues  á  su  nuevo  cargo,  comenzó  á  escribir  con 
tinta  verdad  y  con  tan  copioso  y  elegante  aparato  de  elo- 
cuencia ,  que  si  se  acabara  esta  historia,  fuera  sin  duda 
una  de  las  mejores  que  jamás  se  compusieron;  y  aunque 
fué  heroica  esta  empresa ,  no  fué  de  menos  gloria  la  que 
acometió  en  el  fin  de  su  vida ,  con  puro  celo  de  honra  de 
Dios.  Habían  ciertos  malos  teólogos  comenzado  á  sembrar 
por  Sevilla  los  errores  de  Alemania ,  con  demostración  de 
tan  buenas  costumbres  y  modestas  palabras ,  que  llevaban 
tras  si  la  gente.  Descubrió  Pedro  Mejía  con  la  sagacidad 


Y  AUTORES  QUE  CONTIENE  EL  PRESENTE  TOMO.  xv 

años  antes,  pues  él  mismo  asegura  en  el  prólogo  que  comenzaba  aquella  escriptura  en  1349 ;  y  no 

es ,  por  lo  tanto,  extraño  que  le  sobrecogiese  la  muerte  antes  de  concluirla.  Las  obras  que  tanta 

reputación  le  dieron  son  las  siguientes  : 

Silva  de  varia  lección,  Sevilla,  Juan  Cromberger,  1S42,  folio.  Tiene  solo  tres  partes ,  en  la 


segunda  edición  añadió  el  autor  la  cuarta. 


En  Zaragoza  se  reimprimió  en  1554  con  quinta  y  sexta  parte  por  un  anónimo. 

Publicóse  además  en  Ambéres,  por  Martin  Nució,  1555  y  1564;  enLyon,1556;  en  Lérida,  1572; 
en  Madrid,  1602;  en  Ambéres,  por  los  Belleros,  1604  ;  en  Madrid,  por  García  de  Olmedo,  1643 
y  1673 ,  con  la  traducción  de  la  Parénesis  de  Isócrates,  y  se  tradujo  en  varias  lenguas  de  Europa, 


de  su  ingenio  la  ponzoña ,  y  juntándose  con  fray  Aguslin 
Desbarroya  y  fray  Juan  Ochoa,  excelentes  teólogos,  de  la 
orden  de  santo  Domingo, todos  tres  se  opusieron  al  bando 
de  la  gente  engañada,  y  libraron  la  república  de  tan  mor- 
tal peligro.  En  estas  ocupaciones  le  halló  la  muerte,  que 
le  sobrevino  de  una  grave  enfermedad  del  estómago.  Com- 
puso sus  cosas  con  gran  conformidad ,  consolando  y  dando 
saludables  consejos  á  los  que  tenia  á  cargo;  y  en  aquellos 
ocho  dias  que  le  duró  la  vida  solo  se  ocupaba  en  las  cosas 
del  cielo  y  en  disponerse  con  los  medios  que  usa  la  Igle- 
sia en  el  negocio  de  la  muerte,  que  fué  al  octavo  dia  de 
esta  reclusión ,  en  7  de  enero  de  Í5S1 ,  de  cincuenta  y  dos 
años  de  edad,  con  tales  demostraciones,  que  podemos 
piadosamente  creer  que  está  gozando  de  Dios.  Fué  Pedro 
Mejía  de  grande  ánimo,  y  aunque  colérico,  de  apacible 
condición,  compasivo,  inclinado  á  socorrer  á  los  afligi- 
dos, y  sobre  todo,  tan  amigo  de  verdad ,  que  ninguna  cosa 
aborrecía  tanto  como  la  lisonja.  Fué  muy  devoto  y  obser- 
vante de  la  religión ;  frecuentaba  los  santos  sacramentos, 
comunicaba  familiarmente  con  gente  religiosa ,  y  vivia  con 
tanto  recato ,  que  era  tenido  por  escrupuloso  :  su  muerte 
fué  tan  sentida  como  habia  sido  estimada  su  vida.  Sepul- 
taron su  cuerpo  con  solemne  pompa  en  la  capilla  Mayor 
de  la  iglesia  parroquial  de  Santa  Marina,  entierro  desús 
antepasados  de  mas  de  ciento  cincuenta  años.  Sabida  su 
muerte,  mandó  e!  Emperador  se  entregase  lo  que  habia 
escrito ,  cerrado  y  sellado,  al  secretario  Juan  Vázquez  de 
Molina ;  y  aunque  muchos  ilustres  ingenios  han  celebrado 
las  alabanzas  deste  doctísimo  caballero,  el  doctor  Benito 
Arias  Montano,  singular  ornamento  de  nuestro  siglo,  qui- 
so mostrarse  agradecido  á  la  buena  memoria  de  Pedro 
Meji'a  ,  de  quien  en  sus  primeros  años  fué  amado  y  favore- 
cido con  oficio  de  padre  y  maestro;  y  así,  compuso  en 
honra  suya  este  epitafio ,  para  que  se  esculpiese  en  la  pie- 
dra de  su  sepultura ,  donde  se  ve  hoy  : 

Pelri  Messiae  Epiíaphtum. 
D.G. 
Petro  Mesftiae  Patricio  Hispalen.  Ex.  Ord.  XXIV. 
Civitaíis  Procer.  An.  LII.  Et  Dom.  Am.  Medinae,  et  Osario.  Patriciae 

Annor,  LXII.  Franciscus 
Bíesia  Parentib.  Piiss. 
Ac  desideralis,  et  ex  eodem 
connubio  Fraírib.  Unicus  superstcs. 

Moer  Pos, 
Excessere  vita  VIH.  idib.  Januar. 
MDLII.  Vxor  XVI.  Kal.  Sextil. 
MDLXII.  sit  Gloria  Defunctis. 
Hocjacet  exiguus  Petrus  Mesia  sepulchro 
Gratus  Caesaribus ,  Begibus ,  et  Populo , 
Qui  causas  rerum  felix  cognovit ,  et  omnes , 
Ingenii  adicitus  dexteritate  sui , 
Et  qui  Caesareos  summa  cum  laude  triumphos 
Ediderat,  clara  tiobilitate  potens. 
Qui  curas  animo  vicit  fortes,  qui  fugaces 
liisit,  et  aetemas  conciliavit  opes.^ 

Hasta  aquí  el  elogio  de  Pacheco.  Rodrigo  Caro ,  en  su 
obra  titulada  Claros  varones  en  letras,  naturales  de  Se- 
villa ,  connotas  y  adiciones  de  donjuán  Nepomuceno  Gon- 


zález de  León,  natural  de  aquella  ciudad  (Manuscrito  de 
la  Academia  de  la  Historia),  añade  á  las  noticias  de  Pjiche- 
co,  que  nació  á  principios  del  año  1500  en  Sevilla;  que 
habia  allí  varones  muy  doctos  que  enseñaban  buenas  le- 
tras y  artes  en  todas  las  ciencias ,  y  especialmente  las  len- 
guas griega  y  latina ;  que  Mejía  se  aprovechó  y  se  dio  al 
estudio  de  las  matemáticas  é  historia,  siendo  tan  aventa- 
jado en  ellas,  que  en  su  tiempo  lo  consultaban  los  pilotos 
y  mareantes,  y  no  se  desdeñaba  en  enseñarlos  la  cosmo- 
grafía y  la  hidrografía ,  para  que  en  sus  difíciles  viajes  y 
aventurados  descubrimientos  no  se  perdiesen. 

«Extendióse  su  nombre  por  toda  Europa,  y  le  escribie- 
ron de  varias  provincias  los  varones  mas  doctos  de  aque- 
lla edad  ,  entre  ellos  Juan  Ginés  de  Scpúlveda  y  Erasmo 
Rotorodamo ,  el  cual  le  remitió  juntamente  una  copia  de 
su  retrato  de  mano  de  un  excelente  pintor,  cuya  obra  dice 
Caro  que  la  vio  en  Sevilla  en  la  selecta  y  curiosa  librería 
de  Juan  de  Torres  Alarcon. 

«Respecto  á  la  Historia  del  Emperador,  dice  el  mismo 
escritor  que  tenia  gran  parte  de  ella  trabajada  cuando  mu- 
rió, y  añade  :  «  Sacólo  otro  historiador  en  otros  tiempos  á 
la  letra,  sin  tomar  en  la  boca  al  dueño  verdadero ;  y  esto 
consta  por  ser  así,  porque  los  mismos  originales  perma- 
necían en  poder  de  un  hombre  docto  y  muy  conocido.» 

«Fué  sin  duda  esta  obra  de  mucho  mérito,  pues  alaban- 
do su  estilo  Andrés  Scoto,  dice  :  Instar  amnis  labentisin 
historia  fluit  :  fidelis  ac  valde  circunspectus ,  et  quodam 
modo  ut  de  Messala  Fabius referí,  prae  se  ferens in dicen- 
do  nobilitatem. 

«Argote  de  Molina  en  su  discurso  sobre  la  poesía  caste- 
llana (al  fin  de  El  conde  Lucanor)  hace  expresa  mención 
del  buen  caballero  Pedro  Mejía,  prodigándole  mil  elogios 
y  alabándole  como  poeta. 

«Finalmente,  respecto  á  su  muerterefiere  Rodrigo  Caro 
como  cierto  un  heclio  muy  digno  de  copiarse  aquí :  «Ha- 
bia adivinado,  dice,  Pedro  Mejía  por  la  posición  de  los 
astros  de  su  nacimiento ,  que  habia  de  morir  de  un  sere- 
no ,  y  andaba  siempre  abrigado  con  uno  ó  dos  bonetes  en 
la  cabeza  debajo  de  la  gorra  que  entonces  se  usaba,  por 
lo  cual  le  llamaban  Siete-bonetes ;  sed  non  auguris  potuit 
depelere  pestem;  porque  estando  una  noche  en  su  apo- 
sento, sucedió  á  deshora  un  ruido  grande  en  una  casa  ve- 
cina, y  saliendo  sin  prevención  al  sereno,  se  le  ocasionó 
su  muerte ,  siendo  de  no  muy  madura  edad.» 

»Este  suceso,  despojado  de  las  buenas  creencias  astro- 
lógicas de  Caro,  contraría  la  opinión  de  Pacheco  respecto, 
á  que  murió  de  dolor  de  estómago,  como  dice  en  su  elogiO'. 

«Fué  sin  duda  Mejía  uno  de  los  hombres  mas  doctos  de 
su  tiempo,  sin  que  le  embarazasen  los  muchos  cargos  que 
desempeñó,  para  continuar  asiduamente  en  sus  trabajos 
literarios.  Escribió  la  vida  de  los  emperadores ,  desde  Ju- 
lio César  hasta  Carlos  V,  la  Silva  de  varia  lección,  que 
va  ya  referida ;  imitando  al  docto  africano  Lucio  Apuleyo, 
escribió  también  \:is  Alabanzas  del  asno  en  estilo  gracioso 
y  entretenido.  Fueron  sus  obras  muy  apreciadas  de  los 
doctos,  imprimiéndose  en  España,  Italia  ,  Francia  ,  Ale- 
mania é  Inglaterra,  con  mucho  aprecio  de  todo  el  orbe 
cristiano.» 


XVI 


NOTICIA  DE  LAS  OBRAS 

Los  Cesares ,  desde  Julio  y  Augusto  hasta  MaximUiano  1  de  Austria ;  Sevilla,  1544  y  1565,  folio; 
Basilea,  1547;  Trujillo,  1564;  Arabéres,  1578.  Tradújose  al  italiano  por  Alfonso  üUoa  y  Luis  Dul- 
cí, Venecia,  1664.  ,  ,  . 

Coloquios  ó  diálogos;  Sevilla,  1547  y  15i8 ;  Ambéres ,  1547 ;  Madrid ,  decima  impresión,  1  /67. 
Hay  una  versión  francesa  de  un  anónimo,  y  otra  italiana  por  el  citado  Ulloa ,  Venecia,  1557. 

La  mencionada  Parénesis  de  Isócrates ,  y  otros  fragmentos  y  escritos  inéditos. 

Mejía,  fuera  de  las  lisonjas  que  prodiga  al  César,  y  que  le  hacen  llamar  siervos  á  los  vasallos  (1), 
considerado  solo  como  historiador,  adolece  de  cierto  amaneramiento  en  la  elaboración  de  los  pe- 
riodos y  en  el  abuso  de  los  sinónimos,  con  que  sin  duda  pretende  esclarecer  mas  las  ideas ;  pero 
es  buen  hablista,  escritor  claro,  vigoroso  .y  hábil  en  la  manera  de  disponer  su  asunto.  No  deja 
de  ser  feliz  en  la  elección  de  las  palabras ,  y  no  menos  en  el  empleo  de  las  metáforas  y  compara- 
ciones, como  al  referir  el  incendio  de  Medina,  cuyos  vecinos  dice  que  miraban  arder  sus  casas 
«como  si  fueran  las  de  sus  enemigos»,  y  después,* «  que  quedaron  mas  encendidos  en  su  furia 
que  la  villa  con  el  fuego.»  Algunas  veces  incurre  en  afectación,  y  otras,  por  evitar  este  defecto, 
se  arrastra  con  demasiada  languidez,  pero  no  debe  olvidarse  que  sus  largos  padecimientos  nece- 
sariamente hablan  de  debihtar  su  espíritu,  y  que  no  habiéndole  dejado  la  muerte  terminar  su 
obra,  tampoco  le  daria  tiempo  para  perfeccionarla. 

Poco  necesitamos  detenernos  en  dar  razón  del  Comentario  de  la  guerra  de  Alemania,  escrito  por 
DON  Luis  de  Avila  y  Zúñiga.  Es  una  obra  sin  pretensiones,  una  relación  exacta  de  lo  que  el  autor 
vio  por  sus  propios  ojos ,  pero  hecha  con  seguridad  y  soltura ,  llena  de  pormenores  interesantes, 
con  un  lenguaje  llano,  conciso  y  no  exento  de  cierta  originalidad,  que  la  hace  doblemente  reco- 
mendable. 

La  edición  príncipe  es  de  Ambéres,  por  Steels,  1550  (2).  En  el  propio  año  se  hizo  una  traduc- 
ción francesa  de  esta  obra,  creemos  que  por  Mathieu  Vaulchier,  y  se  imprimió  en  el  mismo  Am- 
béres por  Nicolás  Torcy  (fecha  utsupra).  La  misma  ú  otra  traducción  en  el  propio  idioma  se  pu- 
blicó en  Paris  en  1551.  También  tiene  versión  latina. 

Don  Nicolás  Antonio  asegura  que  se  reimprimió  en  España  en  1547;  mas  no  conocemos  ejem- 
plar alguno.  Hemos  sí  tenido  presentes  el  de  Venecia ,  de  Marcolini,  1552,  y  el  de  Madrid,  por 
Francisco  Javier  García,  1767. 

Cítase  como  obra  inédita  de  Avila  y  Zúñiga  unos  Comentarios  de  la  guerra  que  hizo  el  empera- 
dor Carlos  Ven  África;  pero  no  hemos  podido  lograr  ninguna  noticia  de  ella. 

De  su  patria  solo  sabemos ,  con  referencia  á  don  Nicolás  Antonio ,  que  fué  Plasencia ;  y  esto  lo 
colige  de  una  carta  de  Juan  Verzosa  ;  de  los  cargos  que  desempeñó,  además  de  la  embajada  de 
Roma,  que  el  mismo  don  Nicolás  asegura  que  hizo  en  tiempo  de  Paulo  IV  y  de  Pió  IV,  únicamente 
consta  el  de  comendador  mayor  de  Alcántara,  como  se  expresa  en  la  portada  de  su  Comentario, 
y  el  de  camarero  del  Emperador,  á  quien  acompañó  en  la  guerra  que  describe ,  siendo  entonces 
y  después  uno  de  sus  mayores  parciales  y  favoritos.  Casó  con  hija  y  heredera  de  don  Fadrique 
de  Stúñiga  y  Sotomayor,  y  por  este  enlace  poseyó  los  estados  de  Mirabel ,  Alcorchel  y  Brantevilla. 

Llega  su  turno  á  la  obrita  de  Gonzalo  de  Illescas  ,  cura  beneficiado  de  Dueñas ,  en  la  diócesis 
de  Palencia,  y  al  parecer  natural  de  esta  ciudad,  según  opina  el  citado  don  Nicolás  Antonio. 
Hemos  procurado  hacer  mas  averiguaciones,  mas  por  desgracia  sin  ningún  fruto.  Se  presume  que 
murió  antes  del  año  1633.  ¡  Tremendo  desengaño!  De  la  vida  de  este  hombre  no  se  nos  dice  mas 
que  su  muerte,  como  si  esto  únicamente  íuese  lo  positivo  de  la  existencia. 

Lo  que  mas  reputación  le  ha  dado  es  la  Historia  pontifical  y  católica ,  en  la  cual  se  contienen 
las  vidas  de  los  pontífices  romanos.  Las  dos  primeras  partes  son  del  autor,  las  restantes  de  sus 
continuadores  Luis  de  Bavia,  fray  Marcos  de  Guadalajara  y  don  Juan  Baños  de  Velasco.  Cítan- 
se  ediciones  mas  ó  menos  completas;  la  primera  de  Salamanca,  1574,  y  las  demás  de  Bur- 
gos, 1578;  Zaragoza,  1583;  Burgos,  1592;  Barcelona,  1596;  Madrid,  1623,  1652  y  1678. 

La  traducción  de  la  Imagen  de  la  vida  cristiana,  original  del  portugués  Héctor  Pinto;  Medi- 
na, 1578  (primera parte),  y  Alcalá,  1580. 

Y  otra  de  la  Mística  teología  de  Sebastian  Foscari ;  Madrid,  1573. 


(i)  Véase  el  cap.  n,  pág.  371 ,  col.  2." 

{i)  En  la  nota  puesta  al  pié  de  la  primera  página  de 
esta  obra  (410)  hemos  dicho  que  no  habiamos  podido  ad- 
quirir la  primitiva  edición  de  Ambéres.  Posleriormcnle  , 


nos  la  ha  facilitado  con  su  habitual  desprendimiento 
amabilidad  el  señor  don  Pascual  Gayangos,  y  la  hemos 
hallado  conforme  en  un  lodo  con  la  de  Madrid  de  1767. 


Y  AUTORES  QUE  CONTIENE  EL  PRESENTE  TOMO.  xvii 

La  obra  menos  conocida  del  doctor  Illescas  es  la  Jornada  de  Carlos  V  á  Túnez,  de  que  solamente 
hemos  visto  la  edición  estereotípica  hecha  el  año  1804  en  la  imprenta  Real  por  la  Academia  Es- 
pañola. Sus  pequeñas  proporciones  parece  que  tienen  por  objeto  concentrar  mas  su  mérito  y  su 
belleza ,  pues  difícilmente  podrá  hallarse  trabajo  mas  armónico  y  concluido,  ni  opúsculo  en  que 
mas  hábilmente  estén  resumidas  todas  las  partes  que  constituyen  una  perfecta  historia  :  plan  bien 
trazado  y  distribuido,  estilo  ameno,  pintoresco,  gallardo,  digámoslo  así,  como  la  índole  del 
asunto  lo  requería ;  descripciones  oportunas  y  variadas ;  la  narración  sostenida  con  grandísimo 
interés,  de  tal  modo,  que  parece  una  novela  ó  un  poema;  los  personajes  colocados  en  su  ver- 
dadero punto  de  vista ;  en  suma ,  el  talento  compitiendo  con  el  arte ,  y  produciendo  un  mo- 
delo que,  á  pesar  de  su  pequenez,  no  dejará  de  hallar  panegiristas  y  admiradores.  Ignoramos  si 
su  autor  hubiera  manifestado  igual  acierto  en  obra  de  mas  empeño  y  mayor  escala  ;  pero  sí  nos 
parece  que  supo  realizar  lo  que  se  propuso,  y  por  eso  no  hemos  temido  excedernos  en  sus  elogios. 

Llegamos  ya  al  fin  de  nuestra  tarea ,  y  nos  complacemos  en  coronarla  con  la  joya  de  mas  precio 
que  brilla  en  todo  nuestro  tesoro  histórico.  La  sabiduría  se  asemeja  á  la  virtud,  y  así,  fructifican 
ambas  y  se  propagan  por  el  ejemplo.  Los  esfuerzos  de  tantos  hombres  eminentes  necesariamente 
habían  de  engendrar  imitadores,  y  tarde  ó  temprano  era  de  esperar  se  alzase  alguno  que ,  ó  fa- 
vorecido por  las  circunstancias,  ó  dotado  de  recursos  extraordinarios,  sobrepujara  á  cuantos  le 
hubieran  precedido,  y  fuese  en  adelante  el  numen  y  guia  de  sus  sucesores.  No  tardó  en  reali- 
zarse esta  esperanza  :  en  la  postrera  mitad  del  siglo  xvi  florecieron  los  modelos  que  admiramos 
tanto ;  Meló  apareció  á  los  principios  del  xvn. 

Manteníase  aun  vivo  en  los  corazones  el  recuerdo  de  las  pasadas  glorias,  y  como  si  el  temor  de 
perder  para  siempre  las  de  las  armas  hubiese  despertado  en  nuestros  ingenios  el  ansia  de  con- 
quistar otros  laureles,  de  emprendedora  y  guerrera,  se  convirtió  la  nación  en  pacífica  y  litera- 
ria. Las  artes  de  la  imaginación  cobraron  de  pronto  vigoroso  impulso  :  la  corrección  del  Ticiano 
se  trasformó  en  las  tintas  de  Murillo;  la  severidad  de  Herrera  cedió  el  lugar  á  escuela  mas  atre- 
vida; la  poesía  de  fray  Luis  de  León  y  Lope  no  se  atrevió  á  rivalizar  con  Calderón  ni  Góngora. 
Ante  espectáculo  tan  animado  tampoco  pudo  la  historia  permanecer  impasible  y  muda ;  y  Meló, 
que  era  el  único  capaz  de  representar  aquella  transición ,  acometió  con  denuedo  y  sagacidad  tan 
loable  empresa. 

Hijo  de  una  familia  ilustre  (4),  se  consagró  desde  edad  muy  temprana  álos  estudios,  haciendo 
tan  rápidos  adelantos ,  que  á  los  catorce  años  comenzó  á  dar  muestras  de  su  gran  talento  en  al- 
gunas composiciones  poéticas  y  literarias,  y  en  una  obra  cuyo  título  es  Concordancias  matemá- 
ticas. Huérfano  de  padre  al  cumplir  los  diez  y  siete ,  determinó  sentar  plaza  de  soldado,  y  buscar 
en  los  riesgos  y  batallas  el  incentivo  que  anhelaba  su  imaginación  :  así  que,  alistado  en  uno  de  los 
tercios  fijos  próximos  á  dirigirse  á  Flándes ,  se  embarcó  en  la  escuadra  que  debía  trasportarlos,  y 
en  compañía  de  don  Manuel  de  Meneses,  que  era  el  general  que  la  conducía. 

Don  FnANCisco  Manuel  Meló  nació  en  Lisboa  el  23  de  noviembre  de  4611 ,  y  como  portu- 
gués y  mozo,  y  de  ingenio  naturalmente  despierto,  simpatizó  fácilmente  con  el  General,  hom- 
bre franco  y  aficionado  al  estudio  déla  hteratura.  Conjuráronse  los  elementos  contra  aquella  des- 
dichada expedición ,  y  navegando  derecha  á  la  Coruña,  sufrió  tan  horrorosas  tempestades,  que  se 
dispersaron  los  navios,  se  perdieron  las  embarcaciones  ligeras,  y  la  capitana  de  Meneses  fué  á 
dar  en  las  aguas  de  San  Juan  de  Luz ,  donde  la  amenazaba  un  naufragio  inevitable.  Dícese  que 
impávido  el  General,  se  adornó  de  todas  sus  galas  para  esperar  la  muerte,  y  mientras  esta  llega- 
ba, sacó  de  entre  los  papeles  que  llevaba  consigo  un  soneto  de  Lope  en  alabanza  del  cardenal 
Barbarino ,  que  el  mismo  autor  le  había  dado  poco  antes  en  la  corte ;  y  con  admirable  sangre  fria 
se  lo  leyó  á  Meló,  discurriendo  largamente  con  él  sobre  el  mérito  de  aquella  composición.  Se- 
millas eran  estas  muy  á  propósito  para  germinar  en  el  corazón  del  joven  aventurero.  Viéronse  en 
salvo  afortunadamente ,  y  Meló  fué  el  encargado  de  dar  sepultura  á  mas  de  dos  mil  cadáveres  que 
nadaban  sobre  las  ondas ;  lo  cual  en  un  ánimo  inexperto,  lleno  de  ilusiones  y  ambición  de  gloria, 
debió  dar  lugar  á  melancólicas  y  profundísimas  reflexiones. 

Malogrado  así  aquel  proyecto ,  se  dirigió  don  Francisco  á  la  corte ,  y  en  ella  y  en  Portugal  resi- 
dió alternativamente ,  deseando  obtener  alguna  colocación.  Los  disturbios  ocurridos  en  Evora 

(i)  La  edición  de  la  Historia  de  la  guerra  de  Cataluña,  I  biografía  de  Meló,  con  todos  los  pormenores  que  pueden 
hecha  en  Madrid  por  Sancha ,  1808,  contiene  una  extensa  [  desearse ,  y  que  aquí  no  nos  es  dado  reproducir. 


xvín  iNOTICIA  DE  LAS  OBRAS 

en  1637,  con  motivo  de  las  nuevas  imposiciones  de  tributos  que  se  acordaron,  resolvieron  al  duque 
de  Bragauza  á  enviar  á  la  corte  un  comisionado  que  enterase  minuciosamente  al  Rey  y  al  Conde- 
Duque  de  todo  lo  acaecido,  y  para  este  encargo  se  valió  de  nuestro  autor,  con  quien,  aunque  le- 
janas, tenia  algunas  relaciones  de  parentesco.  En  vista  de  sus  informes,  mandó  Olivares  al  conde 
de  Linares,  don  Miguel  de  Noroña,  que  fuese  á  apaciguar  la  sublevación,  y  que  llevase  á  Meló 
en  su  compañía;  pero  siendo  inútiles  todas  sus  diligencias,  se  retiró  el  Conde  á  Lisboa,  y  envió  á 
DON  Francisco  á  la  corte  con  relación  del  estado  en  que  dejaban  aquel  negocio. 

Prescindiendo  ya  el  de  Olivares  de  miramientos,  introdujo  dos  ejércitos  en  Portugal,  que  todo 
lo  llevaron  á  sangre  y  fuego,  y  ordenó  asimismo  que  se  hiciesen  levas  para  formar  cuatro  regi- 
mientos pagados  por  cuenta  de  los  portugueses,  y  dos  tercios  de  infantería  voluntaria.  Para  man- 
dar el  primero  de  estos  fué  elegido  don  Francisco  ,  que  no  pudiendo  completar  el  número  de 
gente  necesaria  en  los  pueblos  de  Portugal,  hubo  de  pasar  á  Castilla  con  igual  objeto;  pero  entre 
tanto  el  Cardenal  Infante  pidió  desde  Flandes  socorros  á  toda  priesa,  y  uno  de  los  tercios  que  de- 
terminaron enviarle,  y  que  pusieron  bajo  las  órdenes  de  Meló,  salió  inmediatamente  parala  Coruua. 

Aquí  se  halló  don  Francisco  en  la  embestida  que  el  46  de  junio  de  4639  dio  á  la  plaza  la  escua- 
dra del  arzobispo  de  Burdeos,  suceso  de  mas  aparato  que  sustancia.  Fué  después  comisionado 
para  ejecutar  el  embarque  de  la  gente  de  guerra  que  había  de  ir  en  la  numerosa  armada  reunida 
contra  los  holandeses;  y  procedió  con  tal  actividad,  que  embarcó  en  dos  días  de  nueve  á  diez 
mil  hombres,  de  cuyas  resultas  contrajo  dolencias  que  le  duraron  por  espacio  de  tres  años.  Asis- 
tió á  los  combates  que  se  empeñaron  entre  la  escuadra  holandesa,  mandada  por  Tromp,  y  la  nues- 
tra, regida  por  don  Antonio  Oquendo,  y  escapó  dichosamente  de  los  varios  conflictos  y  pérdidas 
que  con  este  motivo  ocasionó  á  nuestras  armas  la  falacia  inglesa. 

Sirvió  en  seguida  de  maestre  de  campo  en  los  ejércitos  de  Flándes ,  y  una  enfermedad  le  im- 
pidió desempeñar  la  honrosa  comisión  que  le  confió  el  Infante  Cardenal  para  Alemania  con  el 
fin  de  disuadir  la  disposición  del  ejército  de  Alsacia,  á  consecuencia  de  la  pérdida  de  Brisac.  Fué 
nombrado  á  poco  tiempo  gobernador  de  Bayona  de  Galicia ;  mas  como  después  ocurriese  la  su- 
blevación de  Cataluña ,  recibió  orden  de  asistir  al  marques  de  los  Vélez ,  elegido  para  caudillo 
de  aquella  empresa.  A  su  lado  sirvió  don  Francisco  con  la  mayor  lealtad  y  celo,  aconsejándole 
en  los  casos  mas  arduos,  y  siendo,  mas  bien  que  subalterno,  compañero  y  amigo  suyo;  tanto, 
que  habiendo  mandado  Felipe  IV  al  Marqués  que  hiciese  escribir  aquella  guerra  por  la  per- 
sona mas  hábil  que  hubiese  en  el  ejército,  designó  para  ello  á  nuestro  autor,  con  aplauso  do 
todo  el  mundo;  y  así  pudo  conseguir  relaciones  exactas  de  todo  lo  acaecido. 

Desde  este  punto  Meló,  que  no  podia  quejarse  de  la  fortuna,  comenzó  á  probar  la  amargura 
de  sus  rigores,  pues  habiéndose  en  4."  de  diciembre  de  4640  levantado  Portugal  para  emancipar- 
se del  dominio  de  Castilla,  y  coincidiendo  esta  inesperada  nueva  con  los  movimientos  de  Catalu- 
ña ,  ó  porque  realmente  creyera  el  Conde-Duque  que  los  portugueses  del  ejército  de  Vélez  cons- 
piraban á  la  sombra  de  sus  armas ,  ó  por  hacerse  con  rehenes  que  desde  luego  le  diesen  seguri- 
dad de  negociar  con  ventaja,  mandó  prender  á  don  Francisco,  y  que  se  le  condujese  á  la  corte 
con  algunos  de  sus  compatriotas.  Nada  justificaba  semejante  tropelía,  y  ninguna  culpa  pudo 
achacársele  mas  que  su  amistad  con  el  de  Braganza ;  así  fué  que  á  los  cuatro  meses  de  prisión 
se  le  declaró  inocente  y  hbre,  y  para  reparar  los  perjuicios  que  se  le  habían  ocasionado  fué  me- 
nester asignarle  una  renta  mayor  que  la  que  importaban  sus  bienes  de  Portugal,  y  restablecerle 
en  la  opinión  pública  concediéndole  un  destino  de  mas  suposición  que  los  que  hasta  entonces  ha- 
bía gozado. 

No  quiso,  sin  embargo.  Meló  quedar  expuesto  á los  golpes  de  un  poder  enconado  y  receloso;  y 
creyéndose  por  otra  parte  obhgado  á  tomar  la  defensa  de  su  patria,  partió  primero  para  Lisboa,  y 
de  esta  ciudad  á  Londres;  asistió  al  congreso  de  la  paz  celebrado  entre  Portugal  y  la  corte  de  In- 
glaterra; pasó  á  Holanda,  y  llevó  consigo  los  socorros  de  gente,  armas  y  vituallas  que  de  aquella 
parte  se  esperaban  en  Portugal;  y  tanto  trabajó  en  favor  de  sus  conciudadanos ,  que ,  repitiendo 
las  palabras  de  su  biógrafo,  pocos  fueron  los  negocios  de  guerra  y  paz ,  embajadas,  jurisdiccio- 
nes, capitulaciones,  regimientos,  competencias,  y  otras  cosas  semejantes,  de  las  que  pasaron  en 
aquel  reino,  en  sus  tribunales,  consejos,  fronteras  y  conquistas,  en  que  dejase  de  tener  parte 

Pero  un  hombre  de  tan  extraordinario  mérito  habia  de  pagar  su  tributo  al  mundo  en  nuevas  y 
dolorosas  vicisitudes.  Injustamente  se  le  imputó  un  asesinato  en  4644 ,  é  injustamente  se  le  des- 
terró al  Brasil  después  de  un  largo  encarcelamiento.  A  ruegos  del  rey  de  Francia  y  el  cardenal 


Y  AUTORES  QUE  CONTIENE  EL  PRESENTE  TOMO.  xix 

Mazarino,  consiguió  ser  trasladado  á  Bahía  en  1648,  y  pasados  algunos  años,  regresó  á  Lisboa, 
absuelto  de  toda  pena;  donde  incesantemente  dedicado  á  sus  escritos  y  ocupaciones  literarias, 
falleció  el  13  de  octubre  de  1667,  de  cerca  de  cincuenta  y  cinco  años,  dejando  un  hijo  natural, 
pues  no  llegó  á  contraer  matrimonio,  llamado  don  Jorge  Manuel  de  Meló,  que  siendo  capitán  de 
caballos ,  murió  heroicamente  en  la  batalla  de  Senef ,  el  año  1674. 

Si  como  hombre  y  como  político  pudo  Meló  tener  émulos  y  perseguidores,  como  escritor  re- 
cibió siempre  unánimes  alabanzas  de  sus  contemporáneos.  Quevedo,  el  talento  mas  general  y 
profundo  de  su  época,  le  profesó  particular  amistad,  y  la  misma  correspondencia  mereció  de  los 
sabios  de  otras  naciones.  Fué  muy  versado  en  las  lenguas  cultas  de  Europa,  y  se  afirma  que  sus 
obras,  impresas  repetidas  veces  en  Italia,  Francia,  Portugal  é  Inglaterra,  componían  hasta  cien 
volúmenes,  y  poco  menos  las  manuscritas,  ya  místicas,  ya  de  historia,  poesía,  milicia,  política, 
moral  y  otras  ciencias:  número  casi  increíble  tratándose  de  quien  gastó  su  vida  en  viajes,  guer- 
ras, negociaciones  é  infortunios. 

La  colección  de  sus  poesías  se  publicó  en  Lisboa  en  1649,  con  el  título  de  Las  tres  musas,  y 
en  166o  las  reimprimió  en  Lyon  Horacio  Boisat,  con  el  de  Obras  métricas,  aumentándole  una 
segunda  parte. 

Durante  su  prisión  en  Lisboa  terminó  la  Historia  de  los  movimientos,  separación  y  guerra  de 
Cataluña  (1),  que  dedicó  al  pontífice  Inocencio  X,  encubriendo  su  verdadero  nombre,  y  to- 
mando el  de  Clemente  Libertino.  En  este  proceder  tuvo  mas  parte  la  reflexión  propia  de  su  buen 
juicio  que  la  modestia.  Debía  manifestar  sin  empacho  la  culpa  que  el  gobierno  español  tenia  en 
aquellos  acontecimientos,  y  se  hubiera  creído  que  le  censuraba  por  pasión  y  por  ojeriza;  graví- 
simo obstáculo  á  la  suprema  autoridad  de  la  historia.  En  su  dedicatoria  al  Papa  quizá  mediaría 
una  razón  análoga  :  el  dirigirse  á  otro  cualquiera  príncipe  se  hubiera  interpretado  ó  como  des- 
quite ó  como  lisonja,  si  ya  al  rendir  tan  respetuoso  homenaje  á  la  cabeza  visible  de  la  Iglesia  no 
pretendía  desmentir  alguna  prevención  ó  calumnia  contra  sus  opiniones  religiosas. 

Sin  embargo,  no  por  hacer  responsable  en  cierto  modo  á  la  corte  de  los  tumultos  de  Cataluña, 
aprobaba  Meló  la  insurrección,  ni  anteponía  mezquinas  consideraciones  á  los  fallos  solemnes  de 
la  imparcialidad  y  de  la  justicia.  En  aquella  contienda  se  reproducía  el  espectáculo  que  tantas  ve- 
ces ha  presenciado  el  mundo ,  la  lucha  del  despotismo  con  la  anarquía,  dándose  recíprocamente 
ayuda  y  mutuamente  justificándose;  y  Meló,  que  no  solo  sabia  referir  los  hechos  como  escritor, 
sino  contemplarlos  como  filósofo,  acertó  á  calificarlos  con  exactitud,  contentándose  meramente 
con  establecer  la  prioridad  de  la  culpa  (2),  y  no  excusar  jamás  á  la  parte  en  quien  recayese. 

Es  en  verdad  admirable  cómo,  habiendo  tratado  tan  de  cerca  á  las  personas  que  se  proponía 
juzgar,  y  borrando  de  la  memoria  cuanto  tenia  relación  consigo  y  con  sus  agravios,  hablara  de 
los  primeros  como  de  hombres  enteramente  extraños  é  indiferentes ,  y  no  dejara  traslucir  ni  aun 
la  sombra  mas  leve  de  los  segundos.  La  historia  de  Meló  no  parece  un  hbro  contemporáneo  :  el 
relieve  en  que  se  ve  allí  todo  es  el  que  da  la  lejanía  del  tiempo  y  de  la  distancia;  y  en  cuanto  á  la 
apreciación  que  hace  de  los  sucesos,  de  tal  manera  está  interpretado  el  juicio  que  se  ha  formado 
de  ellos,  que  nadie  podría  hoy  desempeñarlo  con  mas  acierto  deduciéndolo  á  posteriori. 

¿A  qué  extendernos  mas  en  celebrar  el  mérito  de  una  obra  tan  llena  de  perfecciones?  Sí  se 
la  considera  por  su  estilo,  nada  hay  superior  á  ella;  si  por  la  dicción ,  su  lectura  basta  para  sen- 
tir los  afectos  que  arrastran  la  pluma  del  escritor ;  y  ya  se  examine  por  partes ,  ya  en  conjunto , 


(1)  En  Lisboa  se  hicieron  tres  ediciones  de  esta  obra  : 
la  primera  en  1643,  la  segunda  en  1692,  y  en  1696  la  ter- 
cera. Sancha  la  reimprimió  en  Madrid  en  1808,  purgán- 
dola de  los  muchos  defectos  de  que  las  antiguas  adolecían. 
Brunet,  en  su  Manual  del  librero  (Paris  1842-1844) ,  cita 
otra  edición  de  Madrid  de  1803.  No  sabemos  cuál  sea. 

En  Paris  se  publicó  también  en  1827,  y  en  Barcelona  en 
el  Tesoro  de  autores  ilustres ,  por  Oiiveres,  el  año  1842, 
con  una  continuación  de  don  Jaime  Tió  bástala  conclu- 
sión de  la  guerra  en  1653. 

(2)  Asi  lo  expresa  terminantemente,  pues  disculpando 
á  los  catalanes  de  la  manera  algo  libre  con  que  exponían 
"Bl  Rey  sus  quejas,  añade  estas  palabras  (pág.  478,  col.  2."): 

«  Pensaban  los  catalanes  que  escribían  al  Rey  sus  lásti- 
mas, y  hablaban  eu  aquel  modo  que  la  miseria  halló  para 


rogar  i  la  grandeza  :  el  dolor  sensible  no  sufre  elegancias 
ó  decoros;  á  cualquier  hora  y  por  cualquier  terminóse 
queja  el  dolorido.  Decían  con  sencillez  sus  trabajos,  y  co- 
mo cosa  natural  en  los  hombres,  acudían  con  la  mano  y 
con  el  dedo  á  señalar  la  parte  ofendida  y  la  causa  de  la 
ofensa ;  escribieron  á  la  Reina ,  al  Príncipe  y  á  los  minis- 
tros superiores;  escribieron  al  mundo  todo  un  papel  im- 
preso ,  á  que  llamaron  Proclamación  católica ;  etc.  » 

Para  que  pueda  formarse  idea  de  lo  que  era  este  escri- 
to, dicho  Proclamación  católica,  extractamos  de  él  algu- 
nos trozos,  que  se  verán  en  los  documentos  siguientes  (le- 
tra G,  página  xxvni).  Esta  obra  se  atribuye  á  fray  Gaspar 
Sala,  abad  de  San  Culgat  de  Valles,  y  fiié  recogida  por  la 
Inquisición.  El  Gobierno  se  defendió  por  medio  de  una  vin- 
dicación, titulada  £/ i4m/arco ,  que  se  imprimió  asimis- 


XX  NOTICIA  DE  LAS  OBRAS  Y  AUTORES  QUE  CONTIENE  EL  PRESENTE  TOiMO. 

siempre  satisface  y  embelesa,  en  términos  de  parecer  imposible  la  imitación.  Para  mas  recomen- 
darla, se  mencionan  generalmente  el  prólogo,  el  vigoroso  discurso  del  canónigo  Claris  (1),  el 
grave  del  conde  de  Oñate ,  la  pintura  del  dia  del  Corpus  Christi  y  la  descripción  del  asalto  de 
Monjuich;  pero  donde  todo  es  bello  y  magnífico  no  hay  elección  cuerda  ni  preferencia  fácil. 
Meló  es  un  autor  que  escribe  á  la  manera  de  los  antiguos  clásicos,  y  raciocina  como  un  filó- 
sofo moderno.  Era  gran  poeta  lírico,  y  así  es  admirable  en  el  uso  de  los  epítetos  y  las  metáforas; 
era  pensador  profundo ,  y  lo  muestra  bien  en  sus  sublimes  sentencias ;  comprendía  la  estética  del 
arte,  y  sabe  colocarlas  arengas  natural  y  oportunamente,  de  modo  que  no  parezcan  un  ornato 
pueril  y  sistemático ;  era,  por  último,  excelente  hablista,  y  no  se  dejó  corromper  por  el  mal  gusto 
que  se  introdujo  en  su  época.  Su  libro,  que  debemos  lamentar  quedase  tan  á  los  principios,  será 
siempre  para  los  que  se  dediquen  á  la  historia,  el  modelo  mas  perfecto  de  aquel  siglo ;  y  Meló, 
aunque  portugués,  uno  de  los  primeros  escritores  de  nuestra  patria. 

Tales  son  las  obras  que  comprende  esta  parte  primera  de  nuestra  colección  :  en  el  segundo  vo- 
lumen incluiremos  otras  también  muy  estimables,  y  daremos  á  luz  alguna  inédita  que  juzgamos 
no  merece  yacer  en  tan  prolongado  olvido. 

Para  que  la  impresión  saliese  correcta,  nuestros  lectores  verán  que  no  hemos  omitido  diligen- 
cia alguna ,  respetando  siempre  las  ediciones  mas  esmeradas  ó  mas  auténticas ,  hasta  en  las  incon- 
secuencias ortográficas  en  la  manera  de  escribir  los  vocablos,  porque  estas  irregularidades  son 
otros  tantos  datos  útiles  para  la  historia  de  nuestra  lengua.  Solo  en  los  pocos  casos  en  que  es- 
taba manifiesto  el  yerro,  nos  hemos  creído  obligados  á  rectificarlo,  pero  nunca  sin  el  consejo 
y  aprobación  de  personas  autorizadas.  Esto  decimos  para  inspirar  confianza  á  los  lectores ,  no 
porque  consideremos  estos  trabajos  dignos  de  ningún  género  de  alabanza. 


mo,  escrita,  según  afirman  todos ,  por  el  célebre  poeta 
don  Francisco  Rioja,  secretario  del  conde-duque  de  Oli- 
vares ;  de  la  que  también  copiamos  algunos  trozos.  A  mas 
de  la  curiosidad  natural  que  excitan  estos  documentos, 
son  interesantes  porque  pintan  al  vivo  la  exasperación 
en  que  se  hallaban  no  menos  los  catalanes  que  sus  con- 
trarios. 

Entre  la  multitud  de  obras  que  se  escribieron  con  mo- 
tivo de  esta  rebelión  de  Cataluña,  son  notables  las  si- 
guientes : 

Boil  ( fray  Francisco),  Bocina  pastoril  contra  la  Procla- 
mación católica.  ( Zaragoza.) 

Vopis( Francisco),  Ingenuidad  catalana,  corona  délos 
lirios.  ( Barcelona ,  1644 ,  en  4.°)  Esta  obra  está  escrita  en 
defensa  de  los  catalanes. 

Rius(fray  Gabriel  Agustín  de),  Cristal  de  la  verdad, 
espejo  de  Cataluña.  (Zaragoza,  1646,  en  4.")  Escrita  á  fa- 
vor de  Felipe  IV. 

Sala  (fray  Gaspar).  Además  de  la  Proclamación  católi- 
ca, escribió  :  Epitome  de  los  principios  y  progresos  délas 
guerras  de  Cataluña  en  los  años  de  1640  y  41.  ( Barcelona, 
1641,  en  4.") 

—Tradujo  del  francés  la  obra  del  señor  de  Sericiers  con 
este  título  :  El  héroe  francés  ó  idea  del  Gran  Capitán.  Es 
un  elogio  del  conde  de  Harcourt,  gobernador  de  Catalu- 
ña por  el  rey  de  Francia.  (Se  imprimió  en  Barcelona,  1646, 
en  4.") 

Ros  (Alejandro),  Cataluña  desengañada,  discursos  po- 
líticos. (Se  imprimieron  en  Ñapóles,  1646,  en  4.",  dedica- 
dos á  Felipe  IV.) 

Martí  y  Viladamor  (Francisco),  abogado  de  Barcelona 
y  cronista  de  Cataluña  durante  la  rebelión,  escribió  : 

Praesidiutn  inexpugnabile  principatus  Cataloniae  pro 
jure  eligendi  Christianissimum  fftynarcAíflOT.  (Barcelona, 
1644,  en  folio.) 

Manifiesto  de  la  fidelidad  catalana  y  la  integridad  fran- 
cesa; en  unión  con  otra  obra  titulada  : 

Defensa  de  la  autoridad  real  en  las  personas  eclesiásti- 
cas del  principado  de  Cataluña  sobre  el  hecho  de  tres  ca- 
pitulares de  la  catedral  de  Barcelona.  (Barcelona,  164«, 
en  4.") 


Temas  de  la  locura,  ó  embustes  de  la  malicia,  obra  es- 
crita, al  parecer,  por  Gaspar  Sala,  autor  de  la  Proclama- 
ción católica.  (Se  imprimió  en  Barcelona ,  1640,  en  4.°) 

Pellicer  de  Ossau  (don  José),  Idea  del  principado  de 
Cataluña ,  recopilación  de  sus  movimientos  antiguos  y  mo- 
dernos, y  examen  de  sus  privilegios.  ( Ambéres,  1642, 
en  4.")  Se  escribió  contra  la  Proclamación  católica,  en  cu- 
ya defensa  salieron  el  Manifiesto  de  la  fidelidad  catalana, 
de  Martí,  y  la  Ingenuidad  catalana ,  de  Vopis. 

Dalmau  de  Rocaberti  (don  Raimundo),  conde  de  Pera- 
lada,  Presagios  fatales  del  mando  francés  en  Cataluña. 
Dedicado  á  Felipe IV.  (Zaragoza,  1646,  en  4.") 

ídem.  Memorial  ó  defensa  del  marqués  de  Aitona.  {Eni.") 

Pellicery  Ossau  (Antonio),  hermano  del  cronista,  mi- 
litó en  las  guerras  de  Cataluña  y  escribió  un  diariode  ella», 
que  no  se  ha  impreso. 

Gilabert( Alejo),  Sucesos  de  Cataluña  en  16S0.  (Zara- 
goza, 16S1 ,4.°) 

Se  conservan  también  gran  número  de  papeles  manus- 
critos referentes  á  esta  materia ,  pues  como  novedad  que 
tanto  afectaba  á  las  opiniones  é  intereses  de  la  nación,  pu- 
so en  movimiento  á  casi  todos  los  escritores. 

(1)  No  parecerá  mal  que  copiemos  aquí  el  retrato  de 
este  personaje ,  hecho  por  su  panegirista  el  mencionado 
fray  Gaspar  Sala,  que  tomamos  de  la  continuación  de  don 
Jaime  Tió  en  la  edición  ya  citada  de  Barcelona. 

«Era  de  buena  estatura;  el  rostro  algo  tirado,  el  pelo 
entrecano,  el  color  trigueño  y  quebrado,  los  ojos  vivos, 
algo  grandes  y  salidos ;  la  nariz  un  poco  aguileña ,  los  la- 
bios gruesos;  con  que  se  mostraba  á  los  fisionómicos  va- 
ron  entero,  firme,  verdadero,  discretamente  severo,  y 
prudentemente  arriscado.  Era  en  el  trato  grave,  pero  ale- 
gre ;  en  el  hablar  agradable ,  pero  conceptuoso ;  en  el  an- 
dar fogoso,  pero  remirado.  Era  en  el  vestir  modesto,  pero 
aliñado;  en  su  proceder  honesto ,  en  aconsejar  acertado, 
en  resolver  maduro ,  en  ejecutar  prontísimo ,  en  acariciar 
amoroso,  en  agasajar  urbano,  en  reprender  severo,  en 
negociar  astuto,  en  persuadir  eficaz.  Apropiósele  este  le- 
ma, que  pocos  han  merecido  :  Sibi  nullus,  ómnibus  omni» 
fuit;  Nada  para  sí ,  todo  para  todos.» 


DOCUMENTOS 


QUE  SE  CITAN  EN  LA  NOTICIA  PRECEDENTE. 


A. 


ClRet.— Loque  vos  don  Francisco  de  Moneada,  conde  de  Osona, 
habéis  de  hacer  en  Calaiuña. 

\üs  estáis  informadn  muy  particularmente  de  todo  lo 
que  ha  pasado  acerca  dul  juramento  de!  obispo  de  Bar- 
celona, que  lie  nombrado  porvirey  de  Cataluña,  y  de 
las  réplicas  que  allá  se  lian  hecho,  que  aunque  muestran 
que  han  sido  nacidas  del  amor  que  me  tienen,  y  con 
deseo  de  verme  en  aquel  Principado ,  y  yo  así  lo  creo, 
todavía  ha  sido  con  tanto  exceso,  que  justamente  pu- 
diera desde  luego,  sin  esperar  á  mas  instancias ,  proce- 
der al  castigo  de  los  culpados;  pero  queriendo  usar  de 
lodos  los  medios  suaves  con  vasallos  que  tan  leales  me 
han  sido,  y  que  yo  quiero  y  eslimo  tanto,  y  habiéndo- 
me también  pedido  el  conde  de  Olivares,  mi  sumiller  de 
corps  y  caballerizo  mayor,  que  suspenda  el  rigor  hasta 
ver  lo  que  resulta  de  una  diligencia  que  quiere  hacer 
por  vuestro  medio,  he  venido  de  buena  gana  en  ello.  Y 
así,  os  encargo  que  luego  parláis  para  la  ciudad  de  Bar- 
celona, sin  deteneros  un  punto.  Y  por  el  camino  iréis 
con  la  mayor  diligencia  que  fuere  posible,  con  color  que 
vais  acosas  vuestras  y  negocios  de  vuestra  casa,  sin 
que  en  ninguna  manera  se  entienda  que  yo  os  envió  ni 
que  la  jornada  es  por  mi  orden. 

Llegado  allá,  procuraréis  veros  con  la  mayor  disimu- 
lación que  fuere  posible  con  el  obispo  de  Barcelona,  y 
le  diréis  á  lo  que  vais ,  encargándole  también  el  secreto 
y  dándole  mi  carta  de  creencia  que  le  lleváis ,  y  os  in- 
formareis del  de  todas  las  particularidades  que  convi- 
niere tener  entendidas,  para  encaminar  el  intento  que 
se  lleva.  Y  habiéndoos  enterado  bien  del  negocio  y  el 
estado  que  tiene,  iréis  encaminando  la  buena  disposi- 
ción del  por  los  medios  que  con  vuestra  prudencia  y 
celo  á  mi  servicio,  y  !a  noticia  que  tenéis  de  las  cosas  y 
humores  de  allá,  tuviéredes  por  mas  conveniente. 

Los  que  acá  han  parecido,  son  en  primer  lugar  fijar 
la  nobleza  del  Principado,  y  las  villas  y  ciudades  del ,  y 
demás  personas  que  sienten  mal  de  la  resistencia  que 
ha  habido,  deciéndoles,  si  fuere  menester,  que  habéis 
entendido  acá  cuan  servido  me  hallo  dellos  y  del  celo 
y  buena  intención  que  han  mostrado  en  esta  ocasión 
y  todo  lo  dcmá«  que  os  pareciese  conveniente,  dando  á 

H-i. 


las  personas  que  os  pareciese  las  cartas  que  lleváis  en 
esta  sustancia  del  conde  de  Olivares. 

Luego  trataréis  ( habiendo  entendido  las  personas  que 
podrán  ser  á  propósito  para  lo  que  se  pretende,  y  que  no 
estuvieren  también  afectas  al  negocio)  de  reducirlas 
por  los  medios  que  tuviéredes  por  convenientes ,  dicién- 
doles  particularmente  la  poca  justicia  que  tienen  en  lo 
que  pretenden ,  y  que  lo  que  se  ha  mandado  es  confor- 
me á  sus  privilegios  y  á  lo  que  mas  conviene  á  mi  ser- 
vicio, y  buen  gobierno  de  aquel  Principado,  á  que  he 
mirado  y  miro  siempre ,  sin  que  por  ningún  caso  quie- 
ra haccües  ningún  perjuicio  en  la  observancia  de  sus 
previ'egios. 

Estando  esto  dispuesto,  ó  si  os  pareciese  mas  á  pro- 
pósito, hecha  la  primera  diligencia  con  los  bien  afec- 
tos, sin  esperar  á  esta  segunda,  podréis  dar  las  cartas 
que  lleváis  del  conde  de  Olivares  para  la  ciudad  de  Bar- 
celona y  para  los  diputados  del  Principado,  diciéndo- 
les  de  su  parte  muy  cumplidamente  el  deseo  que  tiene 
de  que  estas  cosas  se  asienten  por  su  medio,  así  por  lo 
que  toca  á  mi  servicio,  como  al  bien  de  aquel  Principa- 
do y  de  la  ciudad  de  Barcelona;  ofreciéndoles  de  su 
parte  que  viniendo  agora  en  lo  que  les  escribe,  él  ten- 
drá particular  cuidado  deque  yo  haga  lo  que  ellos  de- 
sean, y  no  solamente  en  lo  présenle,  pero  en  las  cosas  que 
adelante  se  ofrecieren  tendrá  á  su  cargo  el  represen* 
tármelas  y  procurarlas  conseguir. 

Aunque  he  pensado  en  enviar  alguno  del  consejo  de 
Aragón  para  tratar  del  castigo  de  los  culpados,  nomo 
he  resuello  á  ello  por  las  razones  que  apunto  al  princi- 
pio ;  poro  sirá  bien  que  sin  que  salga  de  vos  ni  de  nin- 
gún ministro  mío,  corra  esta  voz  allá,  y  vos  os  valdréis 
della,  ó  bien  acreditándola  si  os  pareciese  conveniente, 
ó  bien  diciendo  que  no  tiene  fundamento,  si  así  convi- 
niere. 

Luego  que  lleguéis  y  loméis  noticia  del  estado  de  las 
cosas,  me  avisaréis  deüo  con  correo  expreso,  procu- 
rándole despachar  con  toda  disimulación;  y  en  el  dis- 
curso de  la  negociación  haréis  lo  mismo  con  lo  que  se  es- 
perare della, yenacabándose, con  loque  resultase, prc 
curando  que  se  gane  todo  el  tiempo  que  se  pudiere, 
pues  lleváis  entendido  lo  que  conviene  la  brevedad  y  no 
perder  hora  de  tiempo,  para  que  conforme  á  lo  que  inc 


,x„  DOCUMl 

avisdrctles,  tome  la  resolución  mas  conveniente.  Todo  lo 
demás  que  se  puede  ofrecer  os  lo  remito  para  fjuc  con 
vuestra  prudencia  lo  encaminéis  como  lo  tu  viéredcs  por 
mas  conveniente ;  con  que  quedo  seguro  del  buen  su- 
ceso.—Dafa  en  Madrid  á  30  de  diciembre  de  i 622 años- 
—  Yo  el  Rey.  (Biblioteca  Nacional,  códice  H.  35.  — Es 
original.) 

B. 

Papel  de  don  Diego  Hurtado  de  Mendoza ,  que  se  halló 
en  la  cámara  del  Emperador. 

Sacra,  cesárea,  católica  majestad  ;  Julio  César  decia 
que  Sila  dejó  la  ditadura  porque  no  sabia  letras.  Mu- 
cbas  menos  sabrá  vuestra  majestad  si  deja  á  Milán,  pu- 
diendo  tener  mas  justamente  este  reino  que  Sila  el  de 
su  república.  La  razón  y  derecho  que  vuestra  majestad 
tiene  á  estos  estados  por  virtud  del  feudo  del  imperio, 
harto  bien  está  disputado  y  determinado  en  favor  de 
vuestra  majestad,  si  vos  sois  emperador  y  las  leyes  im- 
periales se  guardan.  Y  dejando  esto  aparte ,  quiero  to- 
mar la  cosa  mas  estrecha ,  y  digo  que  según  los  fun- 
damentos de  todos  los  señoríos  del  mundo  y  sucesión 
de  las  cosas,  el  mismo  derecho  tenéis  á  Italia  que  á 
Flándes  y  España,  y  por  consiguiente  á  todo  el  mundo. 

Pregunto  á  vuestra  majestad :  ¿qué  razón  hizo  á  los 
romanos  señores  de  casi  todo  el  mundo,  y  después  á  los 
godos  de  España,  á  los  franceses  de  Francia,  y  á  los 
vándalos  de  África,  á  los  hungos  de  Hungría,  yálos  an- 
glos  de  Ingalaterra?  Por  ambición  salieron  estas  gentes 
de  su  casa,  por  pura  valentía  se  hicieron  señores  de  la 
ajena,  y  por  virtud  y  buen  gobierno  la  han  conservado 
muchos  dellos  hasta  agora. 

Violenta  fué  la  usurpación  de  lodos,  violenta  la  re- 
tención, violenta  la  continuación.  ¿  Queréis  que  os  lo 
diga?  Desde  aquel  mundo  es  mundo  hasta  agora.  No 
ha  habido  mas  razón  ni  derecho  á  los  reinos  que  la 
fuerza ;  de  donde  nació  el  proverbio  Jus  est  in  armis. 

Si  la  religión  os  mueve  á  dejará  Milán ,  por  la  mis- 
ma razón  y  causa  podéis  dejar  á  España,  si  queréis  des- 
cargar la  conciencia  de  vuestros  predecesores,  porque 
no  hay  mas  diferencia  de  la  propiedad  de  un  señorío  á 
otro,  que  ser  la  usurpación  una  mas  antigua  que  otra. 
,  He  dicho  la  razón  por  que  vuestra  majestad  puede 
tener  á  Milán  por  respeto  del  feudo  del  imperio,  y  lo 
que  la  natura  introdujo  entre  los  hombres  después  que 
Dios  formó  el  mundo;  diré  agora  la  razón  de  vuestra 
necesidad ,  que  se  suele  decir  que  no  tiene  ley. 

Claró  está  que  si  uno  tiene  dentro  de  un  señorío  ó 
cerca  de  él  una  tierra  por  la  que  puede  recibir  daño 
aquella  provincia,  justamente  le  puede  quitar  el  seño- 
río de  aquella  la  entrada,  y  darle  la  equivalencia  en  otra 
parte  donde  pueda  estar  sin  sospecha.  Y  la  mas  justa 
causa  que  los  Reyes  Católicos  juzgaron  para  tomar  á 
Navarra,  fué  el  daño  que  por  aquella  parte  pudiera  res- 
cibir  toda  España,  como  hizo  el  rey  de  Francia  en  to- 
mar á  Borgoña ,  que  es  la  llave  de  su  reino ;  y  con  darle 
en  otra  parte  lo  que  allí  le  tomaron,  satisfacían  la  con- 
ciencia y  hacían  justa  la  aplicación. 

Entre  los  hombres  doctos  esto  se  tuvo  entonces 
por  mejor  derecho  que  el  de  la  aprobación  é  investi- 
dura por  el  cisma, 

,  Pues  si  las  leyes  permiten  esto  entre  personas  pri- 


:ntos. 

vadas,  ¿  porqué  nose  permitirá  entre  príncipes, pues  el 
peligro  es  mayor? 

Por  la  misma  causa  por  que  los  Reyes  Católicos  to- 
maron á  Navarra  por  la  seguridad  de  España ,  podéis 
tomar  á  Milán  por  la  de  ItaUa ,  pues  allende  desta  ne- 
cesidad, concurren  á  vuestro  favor  el  derecho  del  feudo 
del  imperio,  y  el  que  tenéis  adquirido  por  la  defensión 
desta  provincia. 

Vuestra  es  Sicilia,  vuestra  es  Ñapóles,  vuestra  es 
Florencia,  vuestra  es  Sena ,  vuestra  es  Luca,  vuestra 
Genova.  Toda  Italia  os  reconoce  cierta  manera  de  obe- 
diencia y  superioridad.  La  entrada  para  toda  Italia  es 
Milán,  como  Borgoña  para  Francia.  Adonde  solía  acos- 
tarse Milán,  toda  Italia  se  inclinaba;  y  pues  siendo  Mi- 
lán la  entrada  y  cimiento  sobre  la  cual  lo  demás  de  Ita- 
lia se  funda,  y  teniéndola  vuestro  enemigo,  lastimado 
de  lo  pasado,  ¿qué  seguridad  podéis  tener  para  asegu- 
rar lo  demás? 

Luego  que  el  francés  haga  fundamento  en  Milán,  se 
desharán  todos  los  que  habéis  hecho  en  Italia;  porque, 
como  no  están  fundados  en  verdadera  obediencia ,  fi- 
delidad y  amor  de  los  naturales ,  sino  en  puro  interese 
y  odios  crueles ,  fácil  cosa  será  echallos  todos  por  el 
suelo. 

Yo  certifico  á  vuestra  majestad  que  así  acaecerá 
como  cuando  de  un  mal  edificio  se  quita  una  piedra  del 
cimiento,  que  todo  lo  al  desmorona  y  cae.  Porque,  qui- 
tada la  piedra  del  cimiento  de  Italia ,  que  es  Milán ,  te- 
ned por  cierto  que  todo  lo  demás  desta  provincia,  no 
solamente  caerá,  pero  nos  faltarán  manos  é  industria 
para  derribarlo  mas  presto. 

Si  dais  la  puerta  á  vuestro  enemigo,  ¿por  donde  ha- 
béis de  meter  vuestros  ejércitos  por  tierra,  y  las  arma- 
das por  mar,  dejando  á  Milán  y  perdiendo  de  necesidad 
á  Genova?  Y  si  le  ponéis  vuestras  armas  en  las  manos, 
¿con  qué  queréis  combatir?  Y  finalmente,  ¿qué  medio 
queréis  tomar,  perdiendo  aquesto,  para  asegurar  lo  de- 
más de  Italia?  Ninguno  por  cierto,  si  no  apeláis  para 
la  fortuna,  que  hasta  aquí  lo  ha  defendido  todo. 

Mirad,  Señor,  que  es  remedio  incierto;  porque  al 
fin  es  fortuna,  y  jamás  nació  un  hombre  tan  venturoso, 
que  pusiese  un  clavo  ala  rueda  della.  Diez  y  seis  años 
fué  madre  de  Aníbal ;  al  cabo  le  fué  madrasta  en  su 
propia  patria.  César  por  ella  fué  señor  del  mundo;  al 
cabo  murió  á  manos  de  pocos.  Jamás  se  vio  constancia 
en  ella,  y  por  esto,  en  tanto  que  dura  es  menester  usar 
del  favor  suyo. 

Pues  la  necesidad  es  la  que  digo,  vuestra  majestad 
defienda  á  Milán,  pues  podéis,  y  no  deis  lugar  á  que 
justamente  podamos  decir  que  no  sabéis  letras  ;pues  yo 
os  certifico  que  muy  pocas  sabia  vuesira  majestad 
cuando  vio  ejército,  y  prendió  al  rey  de  Francia,  y  no 
usasteis  de  aquella  ocasión  de  recuperar  primero  á 
Borgoña  y  lo  demás.  Muy  pocas ,  cuando  tuvisteis  el 
santísimo  templo  de  la  Iglesia  en  vuestras  manos,  y  lo 
dejasteis ,  porque  ninguna  injuria  hiciérades  á  Cristo, 
quitando  á  su  vicario  el  brazo  temporal,  que  es  llave  de 
abrir  y  cerrar  las  guerras;  pues  no  la  fundó  Dios  sino 
en  lo  espiritual.  Pocas  letras  tuvo  vuestra  majestad  en 
no  usar  dellas  cuando  lo  de  Viena  y  de  Lautrec;  y  po- 
cas cuando  pasasteis  en  Francia  y  os  tornasteis  con 
pérdida  de  tantos  hombres  y  de  tanta  estimación.  Para 
abreviar,  pocusletras  ha  sabido  vuestra  majestad  hasta 


DOCLMEMUS. 


agora,  pues  habéis  perdido  las  mayores,  las  mas  gran- 
des ,  las  mas  gloriosas  ocasiones  que  jamás  príncipe 
tuvo  para  haceros  monarca. 

Otros  hombres  chicos  contra  fortuna  se  hicieron 
grandes  príncipes.  Vos,  con  ella  mayor  que  jamás  nadie 
tuvo,  no  habéis  acrecentado  una  piedra  á  lo  que  here- 
dasteis. Alejandro,  siendo  niño,  lloraba  cuando  le  con- 
taban las  victorias  de  su  padre  Filipo,  temiendo  que  no 
le  dejarla  á  él  qué  ganar. 

A  vos  viéncnseos  los  reinos  y  señoríos  á  las  manos, 
y  queréislos  dejar,  y  poner  vuestra  honra  y  señoríos  en 
compromiso  con  el  Papa,  sabiendo  que  anda  puesto  en 
almoneda,  que  el  que  mas  diere  lo  ganará. 

Dirá  por  ventura  vuestra  majestad  que  es  imposi- 
ble resistir  al  turco  y  deshacer  al  francés.  Yo  digo  que 
es  difícil,  pero  no  imposible,  porque  sé  que  otras  tan 
grandes  cosas  ha  acabado  vuestra  fortuna  y  santa  y 
buena  intención,  y  también  sé  que  algunos  pocos  de 
los  de  Aragón  resistieron  en  cierto  tiempo  al  turco  y 
echaron  á  los  franceses  de  Ñapóles. 

Y  pues  vos ,  siendo  señor  de  Alemania ,  d?  España  y 
de  Italia  y  de  la  mayor  parte  de  Europa,  y  estando  con- 
federado para  la  resistencia  del  turco  con  el  Papa  y  con 
venecianos,  ¿porqué  habéis  de  desesperar  hacer  con 
tanto  aparejo  lo  que  otros  con  casi  ninguno  acabaron? 

Pensad,  Señor,  lo  que  valéis  y  podéis,  y  tendréis  por 
fácil  cualquiera  cosa  que  emprendiéredes  Concluyo 
que,  pues  por  el  derecho  del  feudo  y  por  la  costumbre 
de  los  hombres  y  natura  de  las  cosas,  y  por  la  necesi- 
dad propia,  os  previene  y  conviene'  tener  á  Milán,  que 
es  la  misma  necesidad  que  constriñe  al  rey  de  PYancia 
á  no  restituiros  á  Borgoña,  por  ser  la  entrada  para  Fran- 
cia, vuestra  majestad  gobierne  así  el  negocio,  y  no  di- 
gamos mas  lo  que  dijo  César  por  Sila.  (Copiado  de  las 
notas  de  don  Adolfo  de  Castro  al  Buscapié  de  Cervan- 
tes. Cádiz,  1848.) 

c. 

Al  ilustre  y  muy  ma|?nlflco  señor  el  sffior  don  Luis  Dávila , 
camarero  de  su  majestad. 

Ilustre  y  muy  magnífico  Señor  :  Enojado  de  las 
cosas  que  pasan ,  me  retruje  á  mi  cuartel  y  escribí  esta 
letra  á  su  majestad.  Suplico  á  vuestra  merced  la  vea  ,y 
si  le  pareciere  digna  de  que  su  majestad  la  vea,  se  la 
muestre,  y  si  no ,  la  rompa ;  porque  para  mí  bástame 
iiabermedesencouado  en  haberlo  fecho.  Quién  soy,  otro 
tiempo  mas  conveniente  lo  sabrá  vuestra  merced ,  cuya 
muy  magnífica  persona  y  casa  conserve  nuestro  Señor. 

«Sacra ,  católica  y  cesárea  majestad  :  Bien  veo  cuan 
gran  osadía  es  dar  consejo  á  algún  príncipe,  en  espe- 
cial á  vuestra  majestad,  que  así  por  su  divino  juicio, 
como  por  la  grande  experiencia  de  las  cosas ,  tiene  mas 
prudencia  para  deliberar  y  mas  ánimo  que  nadie  pa- 
ra ejecutar.  Pero  viendo  tanto  peligro  de  la  república 
cristiana,  es  justo  que  cada  uno  socorra  con  lo  que  pue- 
de, y  si  no  tiene  caudal  para  ayudar  á  las  cosas  altas 
y  de  importancia ,  ayude  á  las  menores  y  mas  bajas, 
y  haciéndolo  desta  manera  se  provee  á  toda  la  nece- 
sidad y  obligación  común.  Así  yo,  acordándome  que 
soy  cristiano  y  vue  tro  vasallo,  satisfaré  en  lo  que 
pudiere  á  mi  obligación,  y  ya,  cuando  en  otra  cosa 
DO  aprovechare,  á  lo  menos  haré  á  mi  ver  lo  que  debo, 
y  si  la  obra  no  sucediere   la  intención  quedará  salva, 


XMll 

que  es  ver  bien  encaminadas  las  cosas  de  Dios  y  al  con- 
siguiente las  vuestras,  porque  por  experiencia  de  lo 
pasado  se  puede  justamente  decir  que  siempre  habéis 
obrado  por  su  mano:  y  así,  confiado  en  esta  buena 
intención  ,  digo,  invictísimo  Príncipe,  que  considera- 
do el  progreso  de  todos  los  príncipes  y  señores  del 
mundo,  la  experiencia  ha  dado  á  conocer  cuánto  mas 
vale  la  reputación  y  opinión  en  las  cosas  de  estado  y 
guerra  que  en  otra.  Mas  hizo  con  ella  Alejandro  Magno, 
César  y  Aníbal  que  con  las  lanzas;  mas  gente  trajo  á  la 
obediencia  del  imperio  romano  la  reputación  de  Au- 
gusto que  las  obras  de  los  Scipiones,  de  los  Mételas, 
délos  Camilos  y  de  otros  invictísimos  capitanes,  de 
donde  naci^  aquel  proverbio  :  Bella  fama  constant; 
y  lo  mismo  ha  acaecido  á  vuestra  majestad ;  porque 
sin  dineros,  sin  hombres  y  sin  otras  provisiohes ,  con 
sola  la  grande  opinión  que  de  vos  han  tenido  vuestros 
enemigos,  los  habéis  vencido  y  sujetado.  Esta  sola  re- 
sistió al  turco  en  Viena;  esta  sola  defendió  á  Ñápeles 
de  Lautrechc ;  esta  sola  ganó  á  Milán,  en  contradicion 
de  todo  el  mundo;  y  últimamente,  esta  sola  defendió  á 
Perpiñan ,  y  por  ella  sola  sois  tenido  por  inmortal  entre 
los  hombres.  César,  hablando  dello ,  decía  que  mas 
difícil  era  bajar  del  primer  escalón  al  segundo  que  del 
segundo  al  ínfimo.  Luego  que  un  príncipe  baja  de  la 
reputación  un  solo  grado,  los  amigos  d(ísconíian,  los 
enemigos  se  animan  y  la  naturaleza  de  las  cosas  por 
su  curso  ordinario  le  trae  al  ínfimo  grado. 

Siendo  pues  esto  así,  tened,  invictísimo  Príncipe, 
gran  cuidado  de  conservaros  en  aquella  buena  opinión 
y  crédito  que  tenéis,  porque  á  mi  ver  ninguna  otra 
cosa  os  ha  sustentado  y  sustenta.  Creed,  Señor,  quo 
todo  el  mundo  sabe  que  tenéis  empeñado  vuestro  es- 
tado, consumido  vuestro  patrimonio,  y  vuestros  vasa- 
llos empobrecidos ,  y  que  en  sola  el  áncora  de  la  repu- 
tación se  sustenta  vuestro  estado;  la  cual  no  sola- 
mente en  estos  tiempos  podéis  sustentar  y  mantener, 
pero  acrecentarla  ,  porque  á  mi  ver  jamás  estuvisteis 
en  mejor  punto  que  ahora.  Hasta  aquí  todo  el  mundo 
estaba  en  duda  de  lo  que  valíadcs,  y  todos  vuestros 
buenos  sucesos  antes  los  atribuían  al  favor  de  la  for- 
tuna que  á  ninguna  buena  provisión  de  vuestra  majes- 
tad; antes  á  la  poquedad  del  enemigo  que  al  valor  y 
potencia  vuestra.  Pero  viendo  ahora  que  el  rey  de 
Francia,  después  de  nna  cosa  tan  pensada,  tan  pro- 
veída, tan  asegurada,  y  con  tanto  consejo  y  prudencia 
tontada ,  y  por  persuasión  de  Clemente  y  de  Paulo 
gobernada  y  guií.da,  na  hizo  nada,  y  en  lugar  de  ga- 
nar, perdió;  todo  el  mundo  juzga  lo  poco  que  va!en 
los  dineros  y  las  otras  provisiones  humanas ,  y  lo  mu- 
cho que  vale  la  reputación,  pues  con  sola  ella  le  ven- 
cistes;  y  finalmente,  pusistes  las  cosas  en  tan  buen  pun- 
to, que  todo  el  mundo  conoce  lo  mucho  que  vos  valéis, 
y  lo  poco  que  vuestro  enemigo  puede.  Con  esta  jornada 
habéis  asegurado  los  amigos  y  puesto  terror  y  espanto 
en  los  enemigos,  y  habéis  quedado  con  tanta  reputa- 
ción, que  ningima  cosa  tentaréis  en  esta  ocasión,  que 
no  salgáis  con  ella.  ¿No  ve  vuestra  majestad  la  poca 
cuenta  que  el  Papa  y  todos  los  otros  príncipes  de  la 
cristiandad  hicieron  de  vos  cuando  el  rey  de  Francia 
os  acometió ,  y  vieron  la  cosa  en  duda?  No  veis  cómo 
después  que  lo  vieron  vencido ,  el  mucho  respeto  que 
todos  os  tienen?  Todos  miden  sus  fuerza?  con  las  del 


„,v  DOCLMI 

francés,  y  viendo  que  siendo  aquellas  las  mayores  no 
pudo  nada  contra  vos ,  ninguno  coníia  en  las  que  tiene, 
[¡ara  ofenderos. 

Por  tanto,  pues  tenéis  tantas  armas  de  ventaja ,  sa- 
bed usar  dellas ,  mayormente  en  esta  ocasión  ,  y  no 
bajéis  ningún  escalón  mas  de  la  reputación ,  para  cuya  , 
conservación  yo  no  hallo  otra  cosa  mas  al  prepósito, 
que  es  que  no  hagáis  de  Milán  y  Sena  lo  que  hicisteis  ; 
de'Florencia;  porque  yo  os  cerlifico  que  en  esta  oca- 
sión ningún  error  pudiérades  hacer  mayor  que  dejar 
aquellas  fortalezas  al  Duque;  asi  que,  porque  estando 
en  vuestro  poderél  eslaba  mas  seguro,  y  vos  le  entre- 
leníades  con  respeto  y  temor,  y  temiendo,  era  forzado 
de  andar  á  vuestro  gusto,  y  no  al  suyo  ni  de  nadie; 
como  porque  estando  aquella  provincia  en  el  medio  de 
Italia,  desde  allí  podíades  poner  freno  al  Papa  y  vene- 
cianos, y  proveer  todas  las  otras  cosas  que  se  os  po- 
dían ofrecer.  Siendo  aquella  ciudad  república,  metia  á 
barato  á  toda  Italia  ;  siendo  el  señorío  de  tantos  redu- 
ciao  á  uno  solo,  y  siendo  vos  el  señor,  pudiérades  ha- 
cer con  ella  una  de  las  mas  fuertes  provincias  de  Ita- 
lia, así  por  razón  del  sitio,  como  por  las  muchas, 
grandes  y  inexpugnables  fuerzas  que  tiene.  No  es  tier- 
ra que  <le  una  batalla  se  puede  sujetar,  porque  palmo 
á  palmo  es  menester  ganarse.  Hasta  aquí ,  viviendo  el 
Duque  con  aquella  sospecha,  era  forzado  á  serviros, 
aunque  no  quisiese.  Teniendo  ahora  «n  sus  manos  las 
fuerzas  del  Estado,  siendo  tan  gran  príncipe,  que  se 
puede  defender  en  cualquier  necesidad,  y  no  faltan- 
do quien  le  ayude,  tened,  Señor,  por  cierto  que  aiv- 
tes  usará  de  las  buenas  ocasiones  para  asegurarse  y 
acrecentarse,  que  en  la  gratitud  que  os  debe  on  haberle 
hecho,  de  duque  de  burlas,  duque  de  veras,  como  ordi- 
nariamente lo  hacen  los  hombres  de  su  nación ,  que  no 
miden  mas  el  honor  ni  la  fe  que  por  solo  su  interés  6 
necesidad; y  creed.  Señor,  que  no  será  de  mejor  ni  mas 
constante  condición  que  su  padre  Joanitin  de  Medi- 
éis, que  mudó  mas  formas  que  Proteo,  especialmente 
teniendo  mas  aparejo  que  el  padre  para  salir  con  lo  que 
intentare.  Y  del  florentin  en  njngun  caso  de  interese 
se  puede  ni  debe  confiar,  mayormente  pretendiendo 
que  la  merced  que  le  habéis  hecho  no  ha  sido  graciosa, 
sino  una  muy  pura  venta. 

Teniendo  pues  vuestra  majestad  aquellas  fortalezas 
que  pudiérades  querer,  de  gente  y  de  dineros,  ¿qué 
nlcanzíírades  de  él  ahora  que  están  en  sus  manos? 
De  sujetóse  ha  hecho  libre,  y  pudiéndole  vos  absolu- 
tamente mandar,  os  habéis  necesitado  á  rogarle ,  y  lu 
que  pudiera  hacer  en  aquel  estado  el  menor  soldado 
vuestro,  no  sé  si  podréis  ahora  alcanzarlo. 

lie  dicho  todo  esto  para  que  vuestra  majestad  vea 
cuan  gran  error  hicistes  en  esto,  y  cuánto  mayor  le 
haréis  si  diereis  al  Papa  á  Milán  y  á  Sena;  porque  vien- 
do todoslos  principes  de  Italia  que  sin  violencia  os  des- 
poséis de  lo  vuestro,  presumirán  de  quitaros  lo  que  os 
queda  por  fuerza,  porque  nadie  podrá  pensar  que  por 
justificar  vuestras  cosas  con  el  mundo  lo  hacéis,  sino 
por  no  tener  ánimo  ni  fuerza  para  defenderlo. 

Mire  vuestra  majestad  que  toda  la  seguridad  que 
tenéis  de  Italia  pende  de  la  detención  de  Milán ,  asi  por 
ser  aquella  provincia  riquísima  y  tener  tan  conveniente 
sitio  para  meter  eiércitos  forasteros  por  tierra  y  arma- 
das por  mar,  por  la  vecindad  de  Genova ,  la  cual  en  nin- 


ATOS. 

guna  manera  podéis  sustentar  dejando  á  Milán,  como 
por  ser  este  estado  la  cosa  sobre  que  se  contiende,  y  tal, 
que  con  él  solo  se  podría  adquirir  lo  demás ;  y  dejando 
de  cualquier  manera  la  presa,  es  confesar  que  no  podéis 
mas  y  os  dais  por  vencido ;  y  entrado  así  en  esta  opi- 
nión, no  solo  abajaréis  muchos  grados  de  reputación, 
pero  venis  á  poneros  en  el  último,'  y  desta  manera 
ninguna  cosa  tenéis  segura  en  Italia ,  asi  por  la  natura 
desta  provincia,  inconstancia  y  poca  fe  de  los  natura- 
les della ,  como  por  la  poca  satisfacción  que  hay  de 
vuestro  gobierno. 

Allende  desto,  teniendo  todo  el  mundo  por  cierto 
que  solo  el  Papa  os  puso  en  los  peligros  pasados  y  tra- 
bajos presentes,  moviendo  al  francés,  y  por  consi- 
guiente al  turco,  contravos,  por  solo  necesitaros  y 
traeros  á  este  punto  en  que  estáis,  viendo  ahora  que 
en  lugar  de  venganza  le  gratificáis,  y  en  lugar  de 
ofenderle  os  sometéis  á  bajezas  y  poquedades  ,  ¿quién 
estimará  vuestra  potencia,  ni  quién  temerá  de  dañaros? 
Pues  del  daño  nace  el  provecho,  y  de  la  ofensa  la  grati- 
ficación. Y  por  este  ejemplo  todo  el  mundo  trabajará 
de  poneros  en  la  misma  necesidad  para  atraeros  á  su 
propósito  y  hacer  su  provecho ,  como  acaeció  en  Cas- 
tilla al  rey  don  Enrique  el  Cuarto ,  lo  cual  cuánto  daño 
traiga  á  un  principe,  aquellos  tiempos  lo  dieron  bien  á 
conocer;  que  vuestra  majestad  lo  ha  sentido  bien  des- 
pués ,  pues  por  aquella  vía  os  privó  del  patrimonio  que 
está  ahora  en  poder  de  los  grandes  de  Castilla. 

Dejando  pues  á  Milán,  vengamos  á  Sena.  ¿En  qué 
conciencia,  invictísimo  Príncipe,  en  qué  razón,  en  qué 
gratitud  ni  en  qué  humanidad  puede  caber  quitará 
aquella  república  la  libertad  y  daría  á  vuestro  enemi- 
go? Acuérdese  vuestra  majestad  de  la  gran  fe,  verda- 
deros y  singulares  ánimos  de  aquellos  ciudadanos;  mi- 
rad que ,  habiéndose  conjurado  todo  el  mundo  contra 
vos,  en  solos  ellos  quedó  la  fe.  ¿  Qué  oficio  de  leales  va- 
sallos, qué  demostración  de  leales  amigos,  y  finalmen- 
te ,  qué  obra  de  obedientísimos  servidores  dejaron  de 
hacer?  Pues  luego  en  satisfacción  de  la  fe  pagarles  aho- 
ra con  infidelidad ,  y  en  pago  del  servicio  con  el  daño, 
ni  bondad,  ni  razón,  ni  virtud,  ni  religión  lo  permi- 
te, mayormente  teniendo  tanta  causa  y  razón  para 
negar  al  Papa  lo  que  os  pide.  ¿Qué  príncipe  ni  señor 
os  ha  ofendido  mas  que  él?  Ninguno  por  cierto ;  por- 
que, si  queremos  considerar  las  cosas  generales,  los 
ciegos  han  visto  que  todo  el  daño  que  os  procuró  el 
francés  fué  por  su  persuasión ;  y  por  el  consiguiente, 
todo  el  mal  que  esperáis  del  turco  nace  y  nacerá  de 
esta  causa. 

Siqueremos  mirar  las  particulares,  ¿quién  no  sabe  las 
ofensas  que  él  os  ha  hecho,  dejando  menudencias  apar- 
te? ¿Qué  mayor  injuria  jamás  habéis  recelado  de  nadie, 
que  la  que  él  os  hizo  en  destruir  la  casa  Colona ,  estan- 
do asegurada  sobre  otra  fe,  y  estando  fundada  sobre 
mucha  sangre  derramada  en  vuestro  servicio  y  de 
vuestros  pasados?  Qué  mayor  afrenta,  ó  por  mejor 
decir,  qué  mayor  bofetada ,  dada  delante  de  los  ojos  del 
mundo,  que  la  que  él  os  dio  cuando,  contra  la  pala- 
bra dada ,  no  solo  de  sustentar ,  pero  de  restituir  el  es- 
tado á  Ascanio,  derribó  á  Palomo  porque  presentó 
vuestros  poderes  en  el  concilio?  Y  finalmente,  ¿qué  obra 
buenajamásos  hizo  por  voluntad,  sino  por  necesidad 
é  interés?  Tened,  Señor,  por  cierto  que  si  el  rey  de 


Francia  trae  tres  flores  de  lis  en  sus  armas,  él  trae  seis 
en  las  suyas  y  seiscientas  mil  en  el  alma,  y  que  jamás 
hallará  segura  ocasión  para  demostrarlo,  que  no  lo  ha- 
ga .  Mucho  mas  os  podéis  asegurar  del  rey  de  Francia  en 
otras  cosas  que  no  en  él ;  porque  el  rey  es  nacido  prín- 
cipe, y  procederá  como  príncipe,  y  estotro,  de  linaje 
bajísimo,  ha  venido  á  la  grandeza  en  que  está,  y  jamás 
dejará  de  obrar  como  quienes.  ¿Quiréislo  ver?¿Qué 
mayor  desvergüenza  en  el  mundo  se  pudo  hallar,  que 
habiéndoos  ofendido  como  os  ha  ofendido ,  y  sabiendo 
que  vos  lo  sabéis ,  no  solamente  no  tiene  vergüenza  de 
parecer  ante  vos ,  pero  os  demanda  cosas  que  no  seria 
justo  pedirlas  habiéndoos  redimido  de  turcos?  Tiéneos 
por  hombre  de  poco  discurso ,  usa  mal  de  vuestra  pa- 
ciencia, tiéneos  en  tan  poco  crédito,  que  le  parece  que 
está  en  su  mano  el  mudaros  en  el  sugeto  que  él  quisie- 
re; y  pues  esto  es  así,  y  tan  verdad  como  la  misma  ver- 
dad ,  estad ,  Señor,  sobre  vos ,  conservad  lo  que  tenéis, 
trabajad  para  adquirir  lo  demás  y  manteneros  en  vuestra 
reputación.  Porque  yo  certifico  á  vuestra  majestad  que 
en  esta  coyuntura,  con  solo  hallaros  fuerte  de  palabras, 
le  podéis  vencer,  sin  otras  armas;  porque  el  estado  de 
la  Iglesia  es  mas  vuestro  que  suyo.  Cuanto  á  la  afición, 
no  ven  la  hora  de  entender  vuestra  voluntad,  para  des- 
echar el  yugo  que  tienen.  No  hay  príncipe  en  toda  Italia 
que  no  esté  ofendido,  no  hay  hombre  que  no  esté  mal 
contento  del.  Usad  en  esta  ocasión  del  hierro,  y  no  del 
ensalmo,  porque  sin  duda  conoceréis  el  provecho  muy 
manifiesto.  Y  que  esto  sea  así ,  la  experiencia  lo  ha 
dado  bien  á  conocer,  después  que  comenzastes  á  tra- 
tarle con  poco  respeto  y  á  negociar  con  autoridad.  No 
podríades  creer  el  grande  miedo  que  le  ocupó  cuando 
supo  el  mal  recibimiento  que  hicistes  al  legado  que  fué 
á  España ,  y  el  que  sintió  cuando  enviastes  á  Granvela 
al  concilio,  y  últimamente,  el  que  ha  concebido  do 
vuestra  venida  en  Italia  sin  liaber  hecho  cumplimien- 
to ni  ceremonia  con  él.  El  temor  de  veros  ahora  venir 
con  gente  nace  de  la  mala  conciencia ,  perversa  y  da- 
ñada intención  que  contra  vos  tiene.  En  nada  se  ase- 
gura, de  todo  teme;  y  pues  le  tenéis  en  estos  términos, 
otra  vez  exhorto  á  vuestra  majestad  que  sepa  usar  de 
las  ocasiones;  haced  poco  caso  del,  tratadle  como  á 
tiombre  cuya  seguridad  y  grandeza  pende  de  vuestra 
voluntad ;  poned  ante  los  ojos  el  estilo  que  siempre  han 
tonido  los  papas  en  adquirir  sus  estados,  que  es  sem- 
brar discordias  entre  los  príncipes  cristianos,  meterlos 
f  n  revuelta ,  aspirando  unas  veces  á  una  parte  y  otras 
á  otra,  siguiendo  siempre  el  negocio  particular,  y  no  el 
común ;  y  así ,  por  esta  vía  han  necesitado  á  los  prínci- 
pes que  contienden ,  que  vengan  á  sus  manos ,  y  en- 
grandecido sus  estados  y  destruido  la  religión.  Y  pues 
de  aquí  nace  todo  el  fuego  que  siempre  enciende  la 
cristiandad ,  y  estas  son  las  armas  que  mas  os  ofenden  y 
quitan  la  quietud  común ,  trabajad.  Señor,  de  ponerlas 
tan  bajas,  que  os  aseguréis  dellas.  Entre  tanto  que  el 
Papa  tuviere  potencia  para  dañaros,  ninguna  seguri- 
dad podéis  tener  en  Italia  ni  fuera;  abajada  esta ,  todo 
lo  demás  lo  hallaré  yo  llano ;  y  pues  os  halláis  en  Italia, 
y  tenéis ,  como  dicen ,  las  piedras  y  la  cuesta ,  no  os 
dejéis  mas  engañar;  lomad  de  veras  ya  la  espada  en  la 
mano,  y  dad  fin  á  tantas  miserias  como  padece  la  cris- 
tiandad. Y  no  vengáis  á  ninguna  manera  de  concordia, 
porque  no  durará  mas  de  lo  que  le  estará  bien ,  y  ya 


DOCUMENTOS.  xxv 

que  dure ,  será  por  solos  sus  dias ,  que  serán  pocos,  se- 
gún su  edad,  y  ningún  pontífice  sucederá  que  no  im- 
pugne lo  que  él  ha  heclio,  que  para  remediarse  á  sí  y 
á  los  suyos  será  menester  deshacer  estos ,  como  ellos 
hicieron  á  los  pasados.  Y  no  os  mueva  pensar  que  lo  dais 
á  Madama ,  pues  Milán  es  presa  que  aunque  otra  cosa 
no  dejásedes  al  Príncipe,  lo  dejábades  bien  heredado; 
pues  dará  una  hija  bastarda  lo  que  seria  gran  dádiva  6 
vuestro  hijo  único  heredero  ,  no  lo  sufre  la  razón ,  ma- 
yormente siendo  el  varón  encasa  Octavio  Farnesio.  Dirá 
por  ventura  vuestra  majestad  que  es  difícil  proveer  á 
tantas  cosas ;  antes  á  mi  ver  es  fácil ,  porque  venecia- 
nos, viéndose  tan  gravemente  ofendidos  del  francés, 
dándoles  seguridad  de  no  ofenderlos  y  mantenerlos, 
fácilmente  les  podréis  tener  pacíficos;  teniéndolos 
quietos,  en  un  mesmo  tiempo  podéis  mover  contra 
Homa  y  las  tierras  comarcanas,  á  Ñapóles  y  á  los  ursi- 
nos y  coloueses  ofendidos,  porque  ellos  darán  buen 
recaudo  de  aquello  contra  la  Marca  y  Romanía ,  y  du- 
que de  Florencia,  seneses  y  luqueses.  Cuanto  á  lo  de 
Lombardía,  vuestra  presencia  lo  podrá  acabar. 

Cuanto  al  rey  de  Francia,  debéis  en  el  mismo  ímpetu 
y  tiempo  acometelle  por  las  parles  que  él  os  acometió, 
con  tres  ejércitos ,  cada  uno  de  trece  mil  infantes  y  dos 
mil  caballos,  con  artillería  solamente  de  campo,  sin 
mujeres  ni  impedimento,  y  hacer  que,  dejando  las 
fronteras  que  sun  fuertes,  se  metan  en  las  entrañas  de 
Francia,  que  es  débilísima  tierra ;  y  que  por  todas  par- 
tes comiencen  estos  ejércitos  á  entrar,  y  con  una  orden 
caminar  hasta  que  se  junten ;  juntos  los  cuales ,  así  por 
el  número  de  gente  como  por  la  flaqueza  de  las  tierras 
y  fertilidad  del  país,  fácilmente  se  podrán  sustentar  y 
fortificarse  donde  puedan  seguramente  estar,  y  oprimir 
de  tal  suerte  al  enemigo ,  que  sea  forzado  á  perderlo 
todo,  especialmente  reforzando  vuestra  majestad  la  em- 
presa el  año  siguiente ,  y  teniendo  siempre  las  fronteras 
en  sospecha,  lo  cual  podéis  lodo  muy  fácilmente  hacer, 
así  por  la  virtud  de  vuestros  soldados,  como  por  el  ter- 
ror y  miedo  que  aquellas  gentes  han  conseguido  de  vos 
y  de  las  vuestras. 

Abajado  así  por  una  vía  y  por  otra  el  francés  y  el  Pa- 
pa, las  cosas  del  turco  las  hallaréis  después  fáciles;  y 
por  ahora ,  aunque  él  venga  potentísimo ,  no  queriendo 
otra  cosa  que  defender,  fácilmente  lo  podéis  hacer,  así 
por  la  gran  fortaleza  de  Viena ,  como  por  la  necesidad 
en  que  está  la  gente  alemana;  la  cual  no  podrá  dejar 
de  defender  su  causa  viéndose  en  peligro  de  perderla  ; 
y  ya  que  estuviese  en  este  peligro,  yo  Icrniaportan 
justamente  ganado  lo  de  acá ,  como  bien  conservado  lo 
de  allá ,  pues  el  Papa  y  el  francés,  olvidándose  de  la 
obligación  de  cristianos  por  sus  intereses  y  pasiones 
particulares,  os  han  necesitado  á  desampararlo  y  per- 
derlo. 

A  un  solo  escrúpulo  me  queda  de  satisfacer,  y  es  que 
dirá  vuestra  majestad  que  es  cosa  grave  quitar  el  estado 
temporal  al  vicario  de  Jesucristo.  A  esto  respondo  que, 
propuestos  dos  males ,  el  menor  se  ha  de  elegir.  Mal 
seria  quitar  al  Papa  el  estado  temporal ;  pero  sin  com- 
paración es  muy  mayor  el  que  de  tenerlo  á  toda  la  cris- 
tiandad se  sigue ;  porque  pura  engrandecer  la  carne  ol- 
vidan de  lodo  punto  el  espíritu,  y  de  aquí  nace  revol- 
ver el  mundo  y  deshacer  la  casa  de  Dios  por  hacer  las 
suyas  ;  y  así  se  ha  visto  que  antes  que  los  papas  tuvie- 


sxvi  DOCLMENTOS 

sen  riquezas  eran  todos  santos,  y  después  que  se  dieron  j 
á  tenerlas,  han  sido  y  serán  como  Paulo. 

Allende  desto ,  ¿qué  mayor  bien  ni  beneficios  se  po- 
dría liaccr  al  mundo  que  reducir  el  pontificado  á  sus 
principios?  Cristo,  que  es  verdadero  Dios,  suma  sa- 
piencia y  suma  potencia ,  bien  le  pudiera  fundar  en  es- 
tados ,  pues  todos  eran  y  son  suyos;  no  lo  fundó  sino  en 
pobreza  y  santidad;  con  esta  trajo  todo  el  mundo  á  sí,  y 
lo  mcsmo  liicieron  los  santos  ponlifices  que  siguieron 
el  mesmo  camino;  pues  si  ahora  se  hallase  un  príncipe 
que  constituyese  un  imperio  y  un  pontificado  como  el 
fintiguo ,  y  por  hacer  un  gran  bien  ú  la  cristiandad  iii- 
ciese  un  pequeño  daño  particular,  como  es  quitar  al 
Papa  el  dominio  temporal,  ¿no  baria  una  co?a  muy  acep- 
ta á  Dios  y  muy  en  beneficio  de  la  religión  cristiana? 
Mayormenle  teniendo  los  popas  este  señorío ,  ocupado 
no  por  la  donación  de  Constantino,  que  es  falsa ,  pues 
que  no  concurren  los  tiempos  ni  los  autores  ni  las  co- 
sas, sino  por  pura  maña  y  fuerza.  Todas  las  historias 
graves  coacuerdan  que,  de'^pucs  de  la  declinación  dtl 
imperio  romano,  discurriendo  tantas  inundaciones  de 
gentes,  como  fueron  los  hunos,  los  vándalos,  los  godos, 
los  francos ,  los  longobardos  y  otras  muchas  gentes, 
los  emperadores,  que  tenían  la  silla  imperial  en  Cons- 
tantinopla,  tuvieron  tanto  que  hacer  en  defenderse  allí, 
que  no  pudieron  proveer  en  las  cosas  de  Italia  y  po- 
niente; y  así,  viniendo  unas  gentes  y  echando  á  las 
otras,  pareciéndoles  que  no  hacían  nada  si  no  ocupa- 
ban y  destruían  á  Roma ,  que  era  la  cabeza  del  imperio, 
todos  combatian  sus  fuerzas,  su  saña,  su  venganza, 
contra  aquella  ciudad  que  había  sido  señora  de  todas ; 
por  lo  cual  viéndose  Italia  afligida ,  cada  ciudad  viéndo- 
se destruida  y  desamparada  de  socorro  del  Emperador, 
comenzó  á  pensar  y  procurar  el  remedio;  y  de  aquí  na- 
cieron la  multitud  de  las  repúblícis  de  Italia  y  la  usur- 
pación de!  estado  temporal,  y  la  elección  de  los  cléri- 
gos de  Roma,  que  ahora  llamamos  cardenales.  Cosa 
grande  por  cierto  es  considerar  que  hasta  aquellos 
tiempos  ningún  pontífice  se  tenia  por  papa  si  no  fuese 
confirmado  por  el  Emperador  ó  su  exarco ,  que  residía 
en  Ravena ;  y  de  allí  adelante  no  solo  no  cuidaron  de  la 
confirmación,  pero  en  muy  poco  tiempo  creció  tanto 
su  autoridad ,  que  privaron  á  los  emperadores  antiguos 
del  imperio ,  y  lo  dieron  á  los  francos  y  á  otros  reyes  de 
sus  reinos;  los  dieron  á  otros;  y  así,  usando  dcsta  fin- 
gida potencia,  han  traído  la  cosa  á  términos,  que  así 
privan  á  un  emperador  y  á  un  rey  de  su  imperio  y  reino, 
como  privarían  á  un  clérigo  hereje  de  un  beneficio. 

De  manera,  invictísimo  Príncipe,  que  considerado 
el  pontificado  y  su  fundamento  como  lo  dejó  Cristo  y 
san  Pedro,  y  lo  continuaron  aquellos  santísimos  pontí- 
fices hasta  esta  usurpación  del  dominio  temporal ,  y  el 
gran  bien  quo  con  la  vida,  costumbres,  santidad  y 
ojemplo  hicieron  á  la  religión  cristiana;  y  por  el  con- 
trario, e!  gran  daño  que  se  ha  seguido  y  cada  día  se  se- 
guirá de  la  potencia  temporal  del  Papa ,  pues  toda  se 
convierte ,  no  en  beneficio  común,  como  sería  razón, 
sin  o  en  solo  el  particular,  engrandeciendo  sus  hijos,  nie- 
tos y  parientes ,  yo  tengo  por  cierto  que  ningún  benefi- 
cio p^odeis  hacer  á  Dios  mas  acepto ,  ni  mafor  á  la  re- 
pública,  que  hacer  lo  que  digo.  (Historia  de  Carlos  V, 
por  Sandoval;  edición  de  Barcelona,  162o ,  tomo  u, 
página  389.  Biblioteca  Nacional ,  códice  Ce.  59. ) 


D. 


Carta  de  don  Diego  Ilurtado  de  Meadoza  al  cardenal  Espinosa. 

Ilustrísimo  y  reverendísimo  señor  :  El  gobernador 
de  Breda,  estando  el  emperador  Carlos  V  en  palacio, 
prendió  al  alcalde  Ronquillo  en  Valladolid. 

Gutierre  López  de  Padilla  desafió  en  palacio  y  mató 
en  Alcaudete  á  don  Diego  Pacheco. 

El  duque  de  Gandía  y  Luis  de  la  Cueva  pusieron  ma- 
no á  las  espadas  delante  del  emperador  Curios  V,  en 
Zaragoza. 

El  marqués  del  Vasto  y  el  virey  de  Ñápeles  pusieron 
mano  á  las  espadas  delante  del  emperador  Carlos  V. 

El  comendador  de  Alcántara  y  monsieur  de  la  Relu  ;a 
(en  otras  copias  Pa/wsa  y  Palissa)  se  acuchillaron  en 
el  retrete ,  estando  el  Rey  en  su  tienda  en  el  campo  do 
Aix. 

El  duque  del  Infantado  dio  una  gran  cuchillada  á  un 
alguacil  delante  del  emperador  Carlos  V,  yendo  á  caba- 
llo en  un  acompañamiento,  porque  tocó  á  su  caballo 
con  la  vara,  diciendo :  «Andar,  caballeros;  que  lo  man- 
da el  César; »  y  habiendo  mandado  ir  preso  al  Duque, 
muchos  señores  del  acompañamiento  se  salieron  de  él, 
y  fueron  acompañando  al  Duque.  A  el  alguacil  mandó 
el  Emperador  rapar  y  enviar  á  galeras  sin  sueldo ,  y  por 
interposición  y  súplica  del  Duque  le  perdonó,  y  al  Du- 
que le  soltó;  de  que  holgaron  mucho  los  grandes,  y  be- 
saron con  el  Duque  á  el  Emperador,  por  la  merced,  su 
real  mano. 

Don  César  de  Avalos  y  don  Juan  de  Avalos ,  su  hijo, 
liiiieron  á  Hernando  de  Vega  a  presencia  de  la  reina 
doña  Isabel  de  Valois. 

Don  Baltasar  de  la  Cerda  y  don  Luis  de  Toledo,  her- 
mano de  don  Pedro  de  Toledo,  marqués  de  Villafranca, 
riñeron  delante  de  la  misma  reina  en  Bayona,  cuando 
vino  á  España  á  casarse,  conducida  por  el  duque  de 
Alba,  don  Fernando  el  Tercero. 

Juan  de  Vega ,  siendo  presidente  de  Castilla ,  echó 
mano  á  la  espada  contra  don  Diego  Manrique  en  la  an- 
tecámara del  Rey. 

En  Valladolid  el  conde  deTendílla  el  viejo  sacó  auna 
doncella  de  casa  de  don  Juan  de  Mendoza,  siendo  en  la 
corte;  y  el  marqués  de  Mondéjar,  su  hijo,  siendo  presi- 
dente de  Indias,  trajo  la  novia  á  casa  de  la  condesa  de 
Rivadavía  en  Valladolid,  y  el  Conde  y  donjuán  de  Men- 
doza se  acuchillaron  sobre  el  caso  delante  del  Rey. 

El  duque  de  Frías  y  don  Juan  de  Silva  anduvieron  en 
desafío  en  el  campo  del  Rey,  junto  á  las  puertas  de 
palacio. 

Fígueroa,  siendo  del  Consejo,  se  emborrachó  en  Ra- 
lísbona,  y  porque  le  motejaron  después  de  unos  días 
delante  del  Rey,  embistió  con  un  gentilhombre  de  la 
cámara  á  puñada's,  por  no  tener  armas  de  que  valerse. 
El  secretario  Antonio  de  Eraso  llamó  de  vos  á  Gu- 
tierre López  estando  en  el  Consejo ,  y  por  esto  se  acu- 
chillaron. 

Podría  traer  aquí ,  ilustrísimo  Señor ,  muchos  ejem- 
plos de  hombres  con  quienes  se  ha  disimulado  y  han 
sido  restituidos  muy  brevemente  á  sus  casas,  y  no  fue- 
ron tenidos  por  locos;  solo  don  Diego  de  Mendoza  an- 
da por  puertas  ajenas,  porque  de  sesenta  y  cuatro 
años,  tornando  por  sí,  echó  un  puñal  en  los  corredo- 
res de  palacio  (que  es  muy  menor  desacato),  sin  poder- 


DOCUMENTOS. 


xxvii 


lo  excusar,  ni  exceder  de  lo  que  bastaba.  Y  porque  no 
me  tengan  por  historiador  (que  lo  aborrezco),  dejo  de 
poner  otros  ejemplares;  y  si  estos  no  bastaren,  allá  irá 
m  mudo ,  que  yo  sé  que  hablará  por  todos. 

No  puedo  dejar  de  acordar  á  vuestra  ilustrísima  có- 
mo el  añu  pasad;)  de  lo31  el  alcalde  Morquecho  pren- 
dió al  conde  de  Sástago  ?n  la  antecámara  del  Rey  por 
un  desacato  é  inobediencia  que  tuvo  á  un  mandato 
de  la  Reina.  Este  conde  era  capitán  de  la  guarda;  tu- 
viéronle un  dia  preso ,  y  no  se  le  dio  mas  castigo. 

En  el  mismo  año  de  1531 ,  miércoles,  á  17  de  sep- 
tiembre por  la  mañana,  en  el  patio  de  palacio  tuvieron 
pendencia  dos  regidores  de  Cádiz;  el  uno  se  llamaba 
Francisco  González  de  Ángulo,  de  mas  de  setenta  años 
de  edad,  por  lo  cual  no  traia  espada,  sino  báculo.  El 
otro  se  llamaba  don  Esteban  Chiston  Santonis,  de  Flo- 
rencia, que  casó  con  una  sobrina  de  un  inglés  que  se 
hizo  rico  en  Cádiz,  habiendo  venido  de  Inglaterra  muy 
pol)re.  Este  le  tomó  á  Francisco  de  Ángulo  el  báculo  de 
la  mano  y  le  dio  de  palos  con  él.  No  estaba  lejos  un  hijo 
del  Ángulo,  que  se  llamaba  como  su  padre  y  era  letra- 
do; vino  á  la  pendencia ,  y  como  vio  que  era  con  su  pa- 
dre, embestió  con  el  don  Esteban,  y  le  dio  algunos  gol- 
pes con  el  puñal  en  la  cara.  Metiéronlos  en  paz,  y  ba- 
jando la  guarda  por  mandato  del  duque  del  Infantado, 
don  Juan  de  Mendoza,  mayordomo  mayor ,  fueron  pre- 
sos á  la  cárcel  el  don  Francisco  y  don  Esteban,  y  al  pa- 
dre le  dejaron  ir  libre  á  su  casa.  Condenaron  al  don 
Francisco  á  muerte  de  cuchillo ,  y  mas  en  cuatro  mil 
ducados.  La  pena  de  muerte  llegó  hasta  sacarle  de  la 
cárcel  en  la  forma  acostumbrada ,  y  cuando  en  el  ca- 
dalso, vendados  ya  los  ojos  y  alado  en  la  silla,  habia  de 
ejecutar  el  verdugo  el  golpe,  llegó  el  perdón  del  Rey, 
en  atención  á  haber  sido  el  lance  en  defensa  de  la  hon- 
ra de  su  padre,  y  le  volvieron  ala  cárcel,  de  donde  salió 
brevemente ,  y  le  perdonaron  la  multa  de  los  cuatro 
mil  ducados,  y  á  todos  tres  hizo  dar  las  manos  y  los 
hizo  amigos  el  duque  del  Infantado,  juez  de  la  causa. 

Sobre  estos  ejemplares  tan  modernos  y  notorios,  ex- 
cuso decir  á  vuestra  ilustrísima  que  hallándose  deteni- 
do en  casa  por  mandato  de  su  majestad,  sin  otra  culpa 
mas  que  la  que  vuestra  ilustrísima  sabe,  un  hombre  de 
tan  conocidos  abuelos  como  yo ,  y  con  la  nota  de  que 
se  hable  ya  por  las  esquinas  el  que  se  ha  de  hacer  con 
mi  persona  una  grande  demonslracion,  me  ha  sido 
preciso  referirlos  todos,  para  que,  con  conocimiento  de 
ellos  y  de  mi  representación,  se  tome  la  resolución  mas 
condigna  á  todos.  Vuestra  ilustrísima  atenderá ,  como 
se  lo  suplico,  á  mis  razones,  y  creo  de  su  buen  corazón, 
virtud  y  letras,  no  pondrá  en  el  de  su  majestad  intento 
contra  mi  reputación  y  persona ,  y  malogrará  (como  lo 
espero)  los  dañados  deseos  de  los  émulos  que  me  han 
granjeado  las  correspondientes  atenciones  de  mis  obli- 
gaciones al  servicio  de  su  majestad.  La  del  cielo  guar- 
de y  prospere  á  vuestra  ilustrísima  en  años  bien  col- 
mados de  virtudes,  para  ejemplo  de  todos  y  como  yo 
deseo.  De  mi  posada,  hoy  lunes  20  de  septiembre  de 
1579. 

Postdata.—  Todo  este  contenido  es  de  mi  mala  nota 
y  cabeza ,  aunque  no  de  mi  pluma ;  suplico  á  vuestra 
ilustrísima  lo  tenga  por  tal. — Ilustrísimo  y  reverendísi- 
mo Señor,  de  vuestra  ilustrísima  muy  servidor.  —  Don 
Diego  de  Mendoza. 


E. 


Don  Diegu  de  Mendoza  i  duii  Francisco  de  Toledo.  Enero,  1518. 

Dos  de  vuestra  señoría  he  recebido,  una  de  2  de  enere 
yotrade  3de  hebrero;  yo  sirvo  lo  mejor  que  sé  al  Empe- 
rador, y  él  me  lo  paga  lo  mas  ruinmente  que  sabe;  lo 
mismo  hago  con  su  hijo;  quiera  Dios  no  haga  el  hijo  le 
mesmoquesu  padre.  Cuanto  á  lo  de  aquí,  me  ha  guiado 
Dios  de  manera  que  estoy  fuera  del  veneno  de  mis  ému- 
los; doyme  toda  la  priesa  que  puedo  en  poner  este  castillo 
en  defensa  de  tierra;  espero  en  Dios  que  cuando  vieren 
que  es  comenzado,  terne  dentro  un  par  de  compañías 
en  la  guarda;  labro  con  solos  ochocientos  hombres,  por 
la  hambre,  y  esta  es  causa,  con  los  fríos  y  nieves,  que 
no  me  dé  tanta  priesa  como  seria  menester,  y  el  andar 
de  contino  el  pié  en  la  nieve  y  los  grandes  fríos  me 
ha  dado  no  muy  grande  calentura  continua,  de  que  ya 
estoy  libre,  y  anteayer  se  me  quitó,  y  hoy  he  ¡do  á  mi 
obra. 

Cuanto  á  lo  del  dinero,  tengo  tan  buena  cuenta  como 
conviene,  y  para  inteligencia  de  vuestra  señoría  bien  aeo 
que  su  santidad  lo  sabe.  Yo  tengo  dado  la  fe  al  Empera- 
dor que  el  castillo  no  le  costará  un  maravedí  de  principal 
ni  interés,  y  por  esto  su  alteza  podrá  ayudarme  de  mejor 
gana;  del  picar  en  fuera,  pienso  que  será  la  mas  fuer- 
te cosa  del  mundo.  • 

Mucho  mas  holgaré  con  la  encomienda  que  vale  nue- 
ve, que  con  la  de  seis,  y  podría  ser  arrancarla  si  vuestra 
señoría  diese  un  apretonal  Emperador,  mostrándole  que 
tengo  solos  cuatro  mil  ducadosde  pensión,  que  me  tor- 
nan en  tres,  cinco  mil  de  salario,  que  me  tornan  en  cua- 
tro, y  ni  menos  gasto  ni  menos  casa  que  otro  embajador; 
y  cuando  su  majestad  hizo  demostración  con  todos  sus 
servidores  la  sede  vacante,  me  dejó  á  mí  sin  merced, 
para  que  todos  me  mirasen  como  abastardo ;  suplicán- 
dole de  mi  parte  que  no  me  tenga  por  afrentado  en  la 
plaza  del  mundo. 

Ya  sé  la  obligación  que  tengo  á  Erasso  por  1©  que 
vuestra  señoría  dice,  y  he  hecho  todo  lo  que  yo  he  po- 
dido; pero  querría  que  se  encerrase  conmigo  en  algún 
particular  para  que  viese  cómo  le  sé  hacer  placer ;  el 
caso  es  que  nuestros  amigos  se  saben  poco  aprovechar 
del  tiempo,  y  menos  de  mí, que  estoy  á  mano  para  ello. 
— Vuestro  servidor. —  {Carta  manuscrita  de  don  Die^ 
go  de  Mendoza.  Biblioteca  Nacional ,  códice  E.  54,  fo- 
lio 329  vuelto.) 

Al  illuslrisimo  señor  don  Diego  de  Mendoza,  del  consejo 
de  Estado  de  su  majestad  :  Jesús. 

i.  Sea  el  Espíritu  Santo  siempre  con  vuestra  seño- 
ría. Amen.  Yo  digo  á  vuestra  señoría  que  no  puedo  en- 
tender la  causa  por  que  yo  y  estas  hermanas  tan  tierna- 
mente nos  hemos  regalado  y  alegrado  con  la  merced 
que  vuestra  señoría  nos  hizo  con  su  carta.  Porque  aun- 
que haya  muchas,  y  estamos  tan  acostumbradas á  reci- 
bir mercedes  y  favores  de  personas  de  muclio  valor,  no 
nos  hace  esto  operación;  con  que  alguna  cosa  hay  se- 
creta, que  no  entendemos.  Y  es  ansí,  que  con  adver- 
tencia lo  he  mirado  en  estas  hermanas  y  en  mí. 

2.  Sola  una  hora  nos  dan  de  término  para  responder^ 
y  dicen  se  va  el  mensajero ;  y  á  mi  parecer  ellasquísieran 
muchas,  porque  andan  cuidadosas  de  lo  que  vuestra 


jixvin  DOCUMENTOS. 

^ñoría  les  manda,  y  en  su  seso  piensa  su  comadre  de 
vuestra  señoría  que  lian  de  hacer  algo  sus  palabras.  Si 
conforme  á  la  voluntad  con  que  ella  las  dice  fuera  el 
efecto,  yo  estuviera  bien  cierta  aprovecharan ;  mas  es 
negocio  de  nuestro  Señor,  y  solo  su  majestad  puede  mo- 
ver ;  y  harta  gran  merced  nos  hace  en  dar  á  vuestra  se- 
ñoría luz  de  cosas  y  deseos ;  que  en  tan  gran  entendi- 
miento imposible  es  sino  que  poco  á  poco  obren  estas 

dos  cosas. 

3.  Una  puedo  decir  con  verdad,  que  fuera  de  nego- 
cios que  tocan  al  señor  Obispo,  no  entiendo  ahora  otra 
que  mas  alegrase  mi  alma  que  ver  á  vuestra  señoría  se- 
ñor de  sí.  Y  es  verdad  que  lo  he  pensado,  que  á  persona 
tan  valerosa,  solo  Dios  puede  henchirsus  deseos;  yansí, 
ha  hecho  su  majestad  bien  que  en  la  tierra  se  hayan  des- 
cuidado los  que  pudieran  comenzar  á  cumplir  alguno. 

4.  Vuestra  señoría  me  perdone;  que  voy  ya  necia. 
Mas  que  cierto  es  serlo  los  mas  atrevidos  y  ruines ,  y  en 
dándoles  un  poco  de  favor,  tomar  mucho. 

5.  El  padre  fray  Jerónimo  Graciam  se  holgó  mucho 
con  el  recaudo  de  vuestra  señoría ,  que  sé  yo  tiene  el 
amor  y  deseo  que  es  obligado,  y  aun  creo  harto  mas  de 
servirá  vuestra  señoría,  y  que  procura  le  encomienden 
personas  de  las  que  trata  (que  son  buenas)  á  nuestro 
Señor.  Y  él  lo  hace  con  tanta  gana  de  que  le  aproveche, 
que  espero  en  su  majestadie  ha  de  oír;  porque ,  según 
me  dijo  un  dia,  no  se  contenta  con  que  sea  vuestra  seño, 
ría  muy  bueno,  sino  muy  santo. 

6.  Yo  tengo  mas  bajos  pensamientos  :  contentarme 
va  con  que  vuestra  señoría  se  conteníase  con  solo  lo  que 
íia  menester  para  sí  solo,  y  no  se  extendiese  á  tanto  su 
caridad  de  procurar  bienes  ajenos;  que  yo  veo,  que  si 
vuestra  señoría  con  su  descanso  solo  tuviese  cuenta,  le 
podía  ya  tener,  y  ocuparse  en  adquirir  bienes  perpetuos, 
y  servir  á  quien  para  siempre  le  ha  de  tener  consigo, 
iiose  cansando  de  dar  bienes. 

7.  Ya  sabíamos  cuando  es  el  santo  que  vuestra  se- 
ñoría dice.  Tenemos  concertado  de  comulgar  todas 
aquel  dia  por  vuestra  señoría,  y  se  ocupará  lo  mejor  que 
pudiéremos. 

8.  En  las  demás  mercedes  que  vuestra  señoría  me 
hace,  tengo  visto  podré  suplicar  á  vuestra  señoría  mu- 
chas si  tengo  necesidad;  mas  sabe  nuestro  Señor  que  la 
mayor  que  vuestra  señoría  me  puede  hacer,  es  estar 
adonde  no  me  pueda  hacer  ninguna  desas,  aunque  quie- 
ra. Con  todo ,  cuando  me  viere  en  necesidad,  acudiré 
á  vuestra  señoría  como  á  señor  desla  casa. 

9.  Estoy  oyendo  la  obra  que  pasan  María,  Isabel  y  su 
comadre  de  vuestra  señoría  para  escribir :  Isabelita,  que 
es  la  de  San  Judas ,  calla,  y  como  nueva  en  el  olicio,  no 
sé  qué  dirá.  Determinada  estoy  á  no  enmendarles  pa- 
labra, sino  que  vuestra  señoría  las  sufra,  pues  manda 
las  digan.  Es  verdad  que  es  poca  mortiíicacion  leer  ne- 
cedades ;  ni  poca  prueba  de  la  humildad  de  vuestra  se- 
ñoría haberse  contentado  de  gente  tan  ruin.  Nuestro 
Señor  nos  haga  tales,  que  no  pierda  vuestra  señoría  esta 
buena  obra,  por  no  saber  nosotras  pedir  á  su  Majestad 
la  pague  á  vuestra  señoría. — Es  hoy  domingo,  no  sé  si 
•20  de  agosto. — Indigna  sierva  y  verdadera  hija  de  vues- 
tra señoría.  —  Teresa  de  Jesús.  —  {Cartas  de  santa  Te- 
resa, tomo  1 ,  pág.  69.  Madrid,  1793.) 


G. 

ProclamacliOn  católica  ala  majestad  piadosa  de  Felipe  el  Grande, 
rey  de  las  Españas  y  emperador  de  las  Indias,  nuestro  scflor.— 
Los  cunselleres  y  consejo  de  Ciento  de  la  ciudad  de  Barcelona 
AQo  1610. 

Consta  este  memorial  de  doscient»  sesenta  páginas 
en  4.",  y  va  dividido  en  párrafos.  —  Copiaremos  alguno 
do  los  que  nos  parecen  mas  notables ;  y  para  que  se  ad- 
quiera idea  de  los  demás ,  pondremos  los  epígrafes  con 
que  van  encabezados. 

El  §.  i.°  trata  de  la  fidelidad  á  los  reyes,  de  los  co.- 
talanes. 

El  §.  2."  del  culto  de  la  fe  católica,  de  los  catalanes. 

El  § .  3."  Devoción  catalana  á  la  Virgen  nuestra  Se- 
ñora. 

El  § .  4.°  Devoción  de  los  catalanes  al  Santísimo  Sa- 
cramento del  altar. 

Antes  de  copiar  el  §.  5."  pondremos  cl  exordio  de 
este  escrito,  dice  así : 

«Señor  :  Los  conselleres  y  consejo  de  Ciento  de  la 
ciudad  de  Barcelona ,  cabeza  y  metrópoli  seglar  del 
principado  de  Cataluña,  dicen : 

«Que  los  soldados  de  vuestra  majestad  que  están  en 
Rosellon alojados,  no  contentos  de  los  estragos  y  exor- 
bitantes sacrilegios  hasta  ahora  cometidos  póblicamen- 
te,  amenazan  universal  ruina  y  saco  general  al  Prin- 
cipado, con  introducción  de  nuevas  costumbres  en  la 
forma  y  con  la  impiedad  que  en  Pcrpiñnn  y  en  otros 
pueblos  se  comienzan  á  ejecutar  estos  designios ;  para 
cuyo  efeto  esperan  un  socorro  grande  y  copioso  por 
mar  y  tierra.  Esta  voz  es  tan  común  ,  este  rumor  es  tan 
general ,  que  de  tan  grandes  males  se  conduelen  hasta 
las  provincias  extrañas. 

«Seria  negar  la  piedad  de  padre  á  un  monarca  tan 
católico,  presumir  en  vuestra  majestad  permisión  á  ta- 
les desafueros ,  sin  preceder  delitos  que  los  motiven; 
cuando  en  otra  parte  averiguados,  los  toleró  la  pruden- 
cia. El  señor  rey  don  Pedro  el  Ceremonioso,  por  cier- 
tas causas  se  resolvió,  enojado,  á  la  ruina  de  una  ciudad 
principal,  bien  distante  de  Barcelona.  Quiso  arrasar- 
la, sembrar  sobre  ella  sal  y  hacella  inhabitable.  Y  pre- 
meditando las  consecuencias  deste  efeto,  retrató  el  de- 
creto por  tres  razones. 

«La  primera ,  por  haber  en  ella  muchos  inocentes; 
que  no  ha  de  ser  general  la  pena,  siendo  singular  el  de- 
lito. La  segunda,  por  los  pasados  servicios  que  habían 
hecho  á  los  señores  reyes;  que  la  gratitud  perfeta  hace 
presente  lo  pasado.  La  tercera ,  porque  entrando  á  la 
parle  en  los  daños  de  la  ruina»,  faltaba  á  su  corona  lo 
que  sobraba  á  su  enojo ;  y  así ,  desató  el  ñudo  dííicul- 
toso  de  los  negocios ,  no  con  la  espada  de  la  cólera,  co- 
mo Alejandro,  sino  con  el  cuchillo  de  la  prudencia, 
como  Salomón.  No  han  de  perder  con  vuestra  majes- 
tad su  fuerza  estas  razones ,  pues  no  son  inferiores  los 
motivos  que  los  catalanes  á  la  real  clemencia  proponen. 

§.  5."  Agravios  y  sacrilegios  ejecutados  por  los  sol- 
dados en  el  Principado. 

Quemaron  al  fin  los  soldados  de  vuestra  majestad 
¡oh  que  dolor.'  no  solo  altares,  imágenes  y  templos, 
pero  redujeron  á  carbón  y  ceniza  ¡oh  sacrilegio  horri- 
ble! las  formas  reservadas,  á  quien  estaba  realmente 
unido  y  en  ellas  existente  el  Hijo  del  eterno  Padre, 


Principo  de  lo  visible  é  invisible,  Hey  de  reyes  y  Señor 
de  señores,  Jesucristo  nuestro  redentor. 

Consta  la  verdad  deste  lamentable  suceso  por  dos 
sentenciasjurídicamente  promulgadas  en  la  curia  ecle- 
siáslica  de  aquel  grande  y  celoso  Prelado,  obispo  de 
Gerona. 

En  la  primera  (cuya  fecha  es  12  de  mayo  de  1640) 
se  agravan,  reagravan,  maklicen  y  anatematizan  los 
soldados  del  tercio  de  don  Leonardo  Molas ,  atento  que 
jurídicamente  consta  haber  saqueado  la  iglesia  parro- 
quial de  Rio  de  Arenas,  robando  della  ornamentos,  va- 
sos de  plata,  cálices  y  otras  cosas  sagradas;  hurtando 
los  dineros  que  para  celebrar  misas  y  oficios  divinos 
estaban  dentro  los  cepillos  ó  cajas  de  la  obra  de  San 
Isidro,  de  lasalmas  del  purgatorio,  de  la  Virgen  del  Ro- 
sario, que  montan  decientas  y  sesenta  y  nueve  libras, 
tltimamente ,  pegaron  fuego  á  la  iglesia,  reduciendo  á 
polvo  y  ceniza  todo  lo  que  era  combustible,  señalada- 
mente el  altar  mayor  bajo  la  invocación  de  san  Martin, 
el  altar  de  la  Virgen  del  Rosario ,  el  de  san  Isidro  de 
Madrid,  del  arcángel  san  Miguel  y  de  san  Ponce. 

ítem,  las  pilas  bautismales  quedaron  hedías  peda- 
zos, y  últimamente  las  sacrosantas  hostias  consagra- 
das, reservadas  en  una  cajuela  de  plata,  después  del 
incendióse  hallaron  del  todo  consumidas  y  quemadas, 
como  consta  de  la  visura  y  de  la  relación  que  se  hizo 
al  Obispo  por  las  dignidades,  canónigos  y  superiores  de 
los  conventos. 

Con  la  segunda  sentencia  (cuya  fecha  es  á  22  junio 
1640)  se  agravan,  reagravan,  maldicen  y  anatemati- 
zan ( con  votos  y  parecer  de  la  junla  de  teólogos)  á  los 
soldados  de  los  tercios  de  Juan  de  Arce,  y  de  don  Leo- 
nardo Molas ,  poniendo  entredicho  en  todo  el  obispado, 
maldiciendo  y  anatematizando  á  dichos  cabos  y  sol- 
dados ,  sin  que  calidad  alguna  los  exima ,  atento  que  el 
último  dia  de  mayo,  marchando  los  soldados  hacia  Ro- 
sas, al  pasar  por  el  pueblo  de  Monliró  saquearon  di- 
chos tercios  la  iglesia,  y  pegándole  fuego,  quemaron 
altares  y  el  sacrario,  en  el  cual  estaba  reservado  el 
Santísimo  Sacramento  del  altar. 

Y  hecha  visura  después  del  incendio,  de  las  formas, 
por  el  Obispo,  canónigos  y  padres,  convinieron  en  que 
estaban  convertidas  en  carbón ,  de  tal  suerte,  que  no 
había  allí  especies  de  Sacramento.  Ítem,  quemaron  di- 
chos soldados  los  vasos  sagrados,  pilas  bautismales, 
etc.  ítem,  pasando  por  Castellón  de  Empurias,  acuchi- 
llaron una  ¡mugen  de  Cristo  crucificado,  rompiéndole 
pies  y  brazos. 

Carta  de  los  dcputndos  de  Cataluña  al  obispo  de  Gerona, 
traducida  de  catalán  en  castellano. 

Muy  ilustre  y  reverendísimo  Señor:  El  señor  Deputa- 
do  militar  nos  ha  relatado  la  merced  y  honra  que  de 
vuestra  señoría  ha  recebido,  de  que  quedamos  con  per- 
petua obligación  de  servir  á  vuestra  señoría  en  todas 
las  ocasiones  que  quiera  mandarnos  muchas  cosas  de 
su  servicio. 

Nuestros  embajadores,  por  carfa  de  28  del  mes  pa- 
sado, nos  refieren  que  hablando  con  el  señor  Conde- 
Duque  en  materia  de  los  incendios  de  las  iglesias  de  Rio 
de  Arenas  y  Montiró ,  y  del  Santísimo  Sacramento  re- 
servado dentro  dellas,  dijo :  «No  consta  que  los  solda- 
dos hayan  quemado  la  iglesia  de  Rio  de  Arenas,  ni  hav 


DOCUMENTOS.  xxix 

un  solo  testigo.  Y  replicando  los  embajaditres  cómo 
podiaserasí,  constando  por  informaciones  recibidas 
por  el  obispo  de  Gerona ,  de  las  cuales  resultaron  dos 
sentencias  de  excomunión  ,  promulgadas  contra  Juan 
de  Arce  y  don  Leonardo  Molas,  presentadas  ya  á  su  ma- 
jestad, respondió  el  señor  Conde-Duque  :  «No  hubiera 
constado ,  como  consta  ahora,  si  los  hubieran  dejado 
en  libertad,  y  no  los  hubieran  tenido  opresos  ni  a!  Obis- 
po ni  á  los  testigos.  Razones  son  estas  que  debe  vues- 
tra señoría,  como  tan  grande  prelado,  celoso  de  la  hon- 
ra de  Dios  y  de  la  propria  conciencia,  dar  satisfacción, 
volviendo  por  la  reputación  propria  y  por  la  del  Princi- 
pado. 

En  su  nombre  agradecemos  á  vuestra  señoría  los 
procedimientos  que  con  lauta  justificación  ha  mandado 
hacer  en  orden  á  dichos  incendios  y  sacrilegios ;  supli- 
cando á  vuestra  señoría  sea  servido  continuar  en  todo 
loque  haya  lugar;  porque,  á  mas  del  grande  servicio 
que  á  nuestro  Señor  se  hace  justilicaudo  su  causa, 
nosotros ,  en  nombre  propio  y  de  toda  esta  provincia, 
lo  tendremos  á  singular  gracia  y  favor  de  vuestraseño- 
ría,  á  quien  nuestro  Señor  guarde,  etc.  8  Agosto  1640. 
— Los  deputados  deCataluña. 

Respuesta  del  obispo  de  Gerona. 

Muy  ilustres  señores :  Por  mano  del  síndico  de  esta 
ciudad  he  recebido  una  carta  de  vuestras  señorías, y 
juntocon  el  favor  y  merced  que  en  ella  me  hacen, recibo 
el  mayor  dolor  que  me  podía  sobrevenir  en  esta  ocasión; 
pues  cuando  estaba  esperando  por  horas  el  remedio  des- 
las  pobres  iglesias  quemadas  y  saqueadas,  parecién- 
dome  que  por  este  camino  comenzarían  á  convalecer 
los  ánimos  tan  justamente  escandalizados  de  sus  agra- 
vios, y  á  tomar  las  materias  del  Principado  mejor  es- 
tado, por  la  respuesta  que  me  dice  vuestra  señoría  ha 
dado  el  excelentísimo  señor  Conde-Duque  á  los  emba- 
jadores del  Principado,  juzgo  está  algo  mas  atrasado 
de  lo  que  pide  la  necesidad  de  los  tiempos.  Y  aunque 
conozco  que  en  materia  tan  grave ,  en  que  el  arrojarse 
ó  errar  puede  ser  tan  notable  perjuicio  de  la  una  ó  otra 
parte,  es  bien  que  el  celo  santo  de  su  excelencia  pro- 
ceda con  grande  tiento  y  particular  circunspección  y 
examen  de  la  verdad;  pero  lastimóme  mucho  que  á  este 
ni  le  valga  lo  procesado  ni  la  autoridad  de  quien  (aun- 
que indignamente)  tiene  titulo  de  prelado. 

«En  dos  puntos,  me  dic(!  vuestra  señoría,  fundan  los 
que  informaron  á  su  excelencia:  en  no  estar  jurídica- 
mente sustanciada  la  causa,  y  calificada  la  culpa  con- 
tra los  soldados. 

»La  primera, que  nohay  testigo  que  por  su  deposición 
pruebe  nada  contra  ellos ;  y  la  segunda,  que  la  falta  de 
libertad  y  sobra  de  opresión  del  Obispo  le  ha  obliga- 
do á  fulminar  las  censuras,  y  no  la  justificación  de  la 
causa.') 

De  la  primera  duda  podrá  muy  fácilmente  salir  su 
excelencia  mandando  ver  los  procesos ,  pues  están  vi- 
vos; y  si  ellos  no  bastan ,  ver  los  que  ha  hecho  el  tri- 
bunal de  la  Santa  Inquisición ,  de  donde  constará  que 
ni  mi  tribunal  ha  andado  nimio  ni  desviado  de  sus  obli- 
gaciones, ni  se  ha  atropellado  por  respetos  humanos  la 
causa ,  atendiendo  con  suma  pureza  á  solo  descubrir 
y  castigar  los  culpados,  en  que  estaba  atravesada  la 
autoridad  de  la  Iglesia,  el  servicio  de  Dios,  y  el  respeto 


ITT 

al  celo  santo,  que  venero  en  su  majestad  (Dios  le 
gnarrle). 

Y  cuando  en  delito  tan  público  y  escandaloso,  el 
punto  de  la  quema  de  las  iglesias,  estuviera  reducido 
&  prueba  de  sola  presunción,  constando  como  consta 
plenamente,  no  solo  por  testigos,  sino  porconfesion  de 
su  mismo  cubo,  que  los  soldados  habían  quemado  el 
lugar  de  Rio  de  Arenas  y  robado  so  iglesia,  ¿por  quién 
lia  de  quedar  la  presunción  de  la  quema  de  dicha  igle- 
sia? ¿Por  los  soldados,  que  la  robaron  para  enrique- 
cerse, ó  por  los  paisanos ,  que  se  empobrecieron  para 
enriquecerla  y  ornamentaria?  ¿Quién  habrá  que  es- 
tando en  dicha  presunción,  pueda  disculpar  los  sol- 
dados? 

Lo  segundo  es  lo  que  me  tiene  mas  lastimado ,  de 
que  por  ser  yo  tal,  haya  llegado  á  opinión  de  prelado 
de  quien  siempre  en  las  materias  mas  arduas  y  du- 
dosas se  ha  esperado  la  mas  desinteresada  verdad,  á 
tan  bajo  punto ,  que  se  pueda  presumir  que  la  opresión 
ó  temor  de  perder  la  vida  ó  la  quietud  me  haya  obli- 
gado á  torcer  la  justicia  en  materia  donde  la  pusilani- 
midad no  puede  tener  salida  ni  la  malicia  satisfacción. 
¿Quién ,  señores,  pudo  pensar  de  otro  prelado  que  no 
sea  yo,  que  llegue  á  descomulgar  á  tantos,  poner  en 
lodo  un  obispado  entredicho  por  tantos  meses,  privar 
á  la  Iglesia  de  la  solemnidad  de  sus  oficios,  á  los  fieles 
de  su  consuelo,  á  tanto  número  de  gente  del  ingreso  de 
la  iglesia  y  eclesiástica  sepultura,  sin  causa  bastante, 
sin  justicia,  sin  prueba  y  sin  calificación  de  ella,  movi- 
do solo  déla  opresión  ó  pusilanimidad,  y  de  evitar  el  pe- 
ligro de  su  vida  ó  quietud?  Sin  duda  que  los  que  sa- 
ben cuan  cerrado  deja  el  camino  esta  injusticia  para  la 
satisfacción ,  pensándolo  así,  ó  me  tendrán  por  total- 
mente ignorante  de  mis  obligaciones,  ó  por  pródigo  ñe 
mi  salvación.  ¿Qué  opresión  ó  respeto  de  violencia  me 
pudo  mover,  si  al  punto  que  supe  en  Barcelona  la  pri- 
mera quema  de  la  iglesia  de  Rio  de  Arenas ,  me  partí 
por  la  posta  á  visitar  la  iglesia ,  hacer  el  proceso  y  [¡ro- 
ceder  contra  los  culpados?  ¿No  envié  monitorios  á  los 
soldados  estando  en  Blanes?  No  oí  á  su  cabo  y  les  di 
tiempo  para  descargarse?  No  publiqué  las  censuras 
estando  todo  el  ejército  alojado  junto  á  las  puertas  de 
esta  ciudad,  y  dentro  de  ella  la  mayor  parte  de  los  ca- 
bos y  personas  de  puesto?  Pues  si  el  miedo  de  tantos 
soldados  (siendo  á  su  parecer  ofendidos)  no  me  entor- 
peció las  manos,  no  solo  para  no  proceder,  pero  ni  aun 
para  dilatar  la  promulgación  délas  censuras,  ¿cómo 
puede  nadie  presumir  que  el  respeto  ó  miedo  de  los 
provinciales,  siendo  mis  ovejas  (que  aunque  malo  su 
pastor,  deben  conocer  su  voz  en  los  trabajos),  me  habia 
de  obligar  á  hacer  cosa  tan  fea ,  abusando  de  la  autori- 
dad de  la  jurisdicion  de  la  Iglesia,  con  tan  grande  men- 
gua de  su  reputación  y  de  mi  conciencia? 

No  acabaré,  señores,  jamás  de  llorar  de  que  con  esta 
nota,  que  tan  injustamente  se  me  pone  (tras  haber  con 
las  dos  quemas  ofendido  á  Cristo  y  ásu  Iglesia  dos  ve- 
ces ),  vuelvan  á  padecer  de  nuevo  en  su  opinión ;  pues 
en  la  de  poco  católicos,  no  tienen  Cristo  y  su  Iglesia 
mas  nombre  del  que  le  dan  sus  pastores,  aventurando 
la  vida  y  cuanto  tienen  y  esperan ,  por  la  integridad  do 
la  fe ,  de  la  justicia  y  religión. 

Vuestra  señoría  puede  desengañar  de  esta  verdad  á 
su  majestad  ( Dios  le  guarde)  y  ai  excelentísimo  señor 


DOCUMENTOS. 


Conde- Duque,  asegurándoles  que  en  mis  procedi- 
mientos solo  puse  la  mira  en  Dios ,  que ,  junto  con  ser 
el  ofendido ,  ha  de  ser  el  juez  y  el  testigo  que  en  revis- 
ta de  tanta  oposición  ha  de  aprobar  ó  reprobar  mis 
sentencias  y  mi  intención.  Y  que  si  (á  trueque  de  que 
el  desagravio  de  estas  pobres  iglesias  no  ande  en  opi- 
nión ,  y  esté  suspenso  el  socorro  que  esperan  de  su  real 
clemencia)  fuere  necesario  que  yo  me  vaya  á  presen- 
tar y  postrar  á  sus  reales  pies  (dándome licencia), lo 
haré,  posponiendo  todo  lo  que  me  puede  ser  de  utilidad 
y  comodidad;  y  antes  de  levantarme  de  ellos,  procura- 
ré dar  entera  satisfacción  de  mis  procedimientos,  su- 
puesto que  no  tenemos  licencia  los  prelados,  en  mate- 
ria en  que  peligra  la  reputación  del  gobierno  de  la 
Iglesia ,  para  ser  remisos  ó  pródigos  de  nuestro  crédito 
y  opinión.  Guarde  nuestro  Señor  á  vuestra  señoría ,  y 
guie  sus  acciones  en  su  servicio  para  bien  de  este  prin- 
cipado.— Gerona  y  agosto  á  d2, 1640.  —  Muy  ilustres 
señores. — Besa  las  manos  de  vuestras  señorías  su  ma- 
yor servidor,  Don  Gregorio,  obispo  de  Gerona. 

ÍNDICE  DE  LOS  PÁRRAFOS  SIGUIENTES. 

§.  G.°  Valor  de  las  amias  catalanas  en  servicio  de 
sus  condes  y  principes. 

7."  Liberalidad  con  que  los  catalanes  sirven  á  sus 
principes. 

8.°  Homicidios ,  hurtos ,  estupros ,  raptos ,  incen- 
dios y  sacrilegios  cometidos  por  los  soldados  en  el 
Principado,  desde  el  año  1626  hasta  el  presente  1640. 

9."  Jornada  de  Leocata. 

10.  Jornada  de  Salsas. 

11.  Conmoción  de  los  segadores ,  día  del  Corpus 
Christi. 

12.  Retiranse  los  tercios  á  Hosellon, 

13.  Siempre  ha  sido  el  Principado  de  mucha  im- 
portancia á  la  corona  de  sus  príncipes. 

14.  Cataluña  es  siguridad  y  firmeza  déla  corona 
de  sus  principes.  —  Descríbese  su  fortaleza. 

15.  Son  los  catalanes  inteligentes. 

16.  No  informan  á  vuestra  majestad  fielmente  de 
las  calidades  de  Cataluña. 

17.  Pruébase  con  los  sucesos  del  señor  rey  don  Fer- 
nando el  Católico. 

18.  Confirmase  con  el  señor  rey  don  Alonso  y  el  se- 
ñor rey  don  Martin. 

19.  Concluyese  esta  verdad  con  lo  que  hizo  y  dijo 
el  señor  rey  don  Pedro  el  Grande. 

20.  Conquistaron  los  moros  á  Barcelona ,  y  los  ca- 
talanes la  restauraron  algunas  veces. 

21.  Comenzó  Ludovico,  hijo  de  Carlos  Magno ,  á 
gobernar  sus  ejércitos. 

22.  Ultima  restauración  de  Barcelona  y  su  conda- 
do por  los  catalanes. 

23.  Entra  el  emperador  Ludovico  en  Barcelona. 

24.  Autos  de  la  entrega. 

23.  Principio  y  conservación  de  las  constituciones 
y  privilegios  de  Cataluña. 

26.  Establecimiento,  pacto,  juramento  y  obligación 
en  observancia  de  las  constituciones  y  privilegios  de 
Cataluña. 

27.  Obligación  del  juramento  y  buena  ley. 

28.  Por  las  libertades  que  gozan  los  catalanes  to- 
dos son  hidalgos. 


DOCUMENTOS. 


29.  No  hay  ley  ni  razón  que  contradiga  á  estas  fran- 
quezas de  Cataluña. 

Enel  §.  30  se  dice  : 

Los  conselleres  de  Barcelona,  con  entrañas  llenas 
de  amor,  advierten  á  su  rey  y  señor. 

No  se  puede  presumir  del  Príncipe  que  mande  injus- 
ticias ,  por  ser  concepto  indecente  á  la  majestad  rea!. 
Y  así,  todos  infieren  que  proceden  los  daños  de  Cata- 
luña y  los  malos  sucesos  de  la  monarquía  de  aquellos 
ú  quien  vuestra  majestad  fia  los  negocios  graves  mien- 
tras respira  del  peso  de  tantos  reinos.  Proponen  á 
vuestra  majestad  grandes  fines,  vestidos  de  convenien- 
cias; ocultan  á  vuestra  majestad  los  medios  impíos  y 
escandalosos  con  que  los  pretenden,  bajo  el  pretexto 
de  dar  alivio  á  vuestra  majestad  en  lo  penoso  del  go- 
bierno. Da  vuestra  majestad  aprobación  á  solos  los  in- 
tentos por  el  título  de  convenientes;  y  ellos,  con  la 
aprobación  del  fin  solo,  dan  apoyo  á  cualquiera  opre- 
sión en  los  vasallos,  que  vuestra  majestad  no  sabe;  y 
cuando  la  sepa,  llega  vestida  tan  artificiosamente  de 
razones  y  títulos,  traídos  por  los  cabellos,  que  no  deja 
de  ser  extrañada. 

Con  esto  ganan  y  confirman  el  crédito  de  celosos, 
puntuales  y  atentos  al  manejo  de  los  negocios.  Pero  lo 
que  pasa  es ,  que  el  amor  entre  rey  y  vasallos  declina  y 
se  disminuye.  Concibe  vuestra  majestad  por  bueno  el 
íin  propuesto ,  y  el  vasallo  por  inico  el  medio  con  que 
se  alcanza. 

De  aquí  nacen  las  quejas  recíprocas  de  que  vuestra 
majestad  no  es  bien  servido  y  el  vasallo  es  maltratado; 
pero  todo  es  en  balde,  porque  ni  vuestra  majestad 
asiste  ú.  las  injusticias  de  los  medios,  ni  el  vasallo  se 
queja  que  le  manden  servir,  porser  esta  acción  en  él  tan 
natural,  como  en  vuestra  majestad  la  de  seguir  el  nivel 
de  la  equidad.  Con  este  artificio  de  tener  á  vuestra  ma- 
jestad quejoso  de  sus  vasallos,  y  á  estos  lastimados  y 
afligidos,  acreditan  su  valimiento,  y  desacreditan  enor- 
memente el  amor  recíproco  de  rey  á  vasallos,  en  que 
consiste  la  armonía  de  un  reino ;  porque  siendo  vuestra 
majestad  padre  y  los  vasallos  bijos,  el  intentar  la  ruina 
uno  de  otro ,  ya  no  se  lia  de  llamar  injusticia ,  dice  Ca- 
yetano, sino  impiedad;  porque  destruye  la  unión  mas 
estrecbaque  enlaza  el  padre  con  su  liijo ,  entre  los  cua- 
les la  piedad  y  conservación  no  es  gratuita,  sino  obli- 
gación. 

Viendo  los  conselleres  de  Barcelona ,  fidelísimos  va- 
sallos de  vuestra  majestad,  que  tanta  turbación  arguye 
declinación  en  la  monarquía ,  porque  no  titubea  el  edi- 
ficio sino  cuando  está  para  caer;  y  lastimados ,  por  otra 
parte,  de  que  el  temor  y  respeto  de  no  enojar  á  vali- 
dos, cierra  á  todos  los  labios  para  decir  su  sentir  en 
servicio  de  su  majestad,  se  ba  resuelto  avisar  á  vuestra 
majestad  de  los  daños  emergentes  á  la  real  corona,  con 
las  entrañas  llenas  de  fe  y  lealtad,  que  aconsejaron  á 
otros  reyes;  porque,  como  seria  traidor  á  su  rey  y  se- 
ñor el  que  no  diese  la  muerte  al  que  ve  entrar  en  pala- 
cio con  la  espada  desnuda  para  ofendelle ,  así  lo  es ,  y 
aun  mayor,  el  que  viendo  á  su  rey  y  reino  á  pique  de 
perderse  sin  que  el  Rey  lo  sepa ,  no  le  avisase  de  estos 
peligros. 

No  extrañe  vuestra  majestad  que  los  conselleres  de 
Barcelona  politicamente  aconsejen;  porque  vuestra 
majestad  y  los  señores  reyes,  en  negocios  arduos  per- 


tenecientes al  buen  gobierno,  los  lian  bonrado  y  hecho 
merced  de  recibir  su  parecer  y  consejo.  Y  el  señor  rey 
don  Pedro  les  concede  que  no  solo  le  den  cuando  los 
señores  reyes  lo  piden ,  sino  siempre  que  á  ellos  les  pa- 
reciere conveniente.  Por  esta  razón  quisieron  aconse- 
jar al  lugarteniente  de  vuestra  majestad,  el  conde  do 
Santa  Coloma  ,  por  las  carnestolendas  pasadas ,  sobre 
un  punto  político,  desaconsejándole  los  alojamientos 
en  la  forma  que  se  hacían ,  porque  previan  estos  suce- 
sos; pero  no  solo  no  las  quiso  admitir,  sino  que  dijo 
que  los  conselleres  ni  podían  ni  le  babian  de  dar  con- 
sejo. Y  para  mas  lastimar  á  los  catalanes,  informando 
los  abogados  de  la  ciudad  á  un  ministro  sobre  estos  pri- 
vilegios, alegándolos  con  ejemplares,  respondió  con 
mofa  y  escarnio ,  que  eso  era  en  tiempo  de  las  balles- 
tas. Ha  castigado  Dios  esta  presunción,  padeciendo  y 
pereciendo  á  manos  de  su  consejo ,  por  no  admitir  ni 
escuchar  el  de  los  conselleres. 

Vuestra  majestad ,  Señor,  reciba  estos  avisos  y  con- 
sejo con  el  celo  que  los  ofrecen;  porque  sin  duda  algu- 
na obrarán  los  efetos  del  sosiego  y  paz  deseada  en  la 
monarquía,  y  servirán  de  consuelo  á  todos  los  vasallos, 
que  tiene  enmudecidos  el  temor  del  poder,  el  cual  les 
tuerza  á  desmentir  su  corazón  y  sentir  con  lisonjas.  Im- 
porta que  se  diga  á  vuestra  majestad  ,  conviene  que  lo 
sepa,  lo  advierta  y  lo  pondere;  que  aunque  han  do 
amargar  estas  verdades,  por  llegar  á  lo  mas  vivo  del 
corazón,  pero  cuando  está  librado  en  el  desengaño  el 
remedio,  menor  mal  es  quedar  nosotros  con  nombre  de 
molestos,  que  la  monarquía  en  contingencia  de  per- 
derse. El  recelo  de  no  incurrir  en  el  enojo  de  los  qua 
con  vuestra  majestad  pueden ,  ha  causado  el  silencio 
de  estas  verdades ;  pero  ya  el  amor  que  á  vuestra  ma- 
jestad se  debe,  perentoriamente  obliga,  y  seria  vileza,  y 
aun  alevosía,  del  vasallo  que  por  temor  de  otro  vasallo 
faltase  al  amor  de  su  rey  y  señor;  porque  los  vasallos 
que  viven  han  de  morir ,  pero  los  reinos  y  monarquía 
de  vuestra  majestad  han  de  permanecer  para  nuestro 
serenísimo  príncipe  Baltasar  Carlos  (que  Dios  guarde), 
el  cual  podría  justificadamente  quejarse  de  que  hayan 
faltado  vasallos  de  valor  para  advertir  á  vuestra  ma- 
jestad estos  males. 

§.31.  Los  consejos  obran  sin  culpa. 

32.  La  novedad  de  arbitrios  cánsalas  novedades 
déla  monarquia. 

33.  Anda  desestimada  la  sangre  y  los  servicios. 
3í.  La  nobleza  catalana  sin  estimación. 

El  §.33  es  este  : 

Hacen  odiosos  los  vasallos  á  vuestra  majestad.—^ 
Cargos  y  descargos  del  Principado. 

No  remunerar  servicios  puede  ser  omisión  en  el  bien 
intencionado;  pero  convertir  el  bien  en  mal,  y  trocar 
en  piedras  los  beneficios,  arguye  malicia  y  aborreci- 
miento inveterado.  Con  los  catalanes  no  solo  se  ha  pre- 
tendido ocasionar  á  vuestra  majestad  olvido  de  merce- 
des, pero  despertar  el  real  enojo  contra  esta  provincia, 
alterando  las  relaciones  de  los  sucesos,  afectando  las 
ocasiones  que  pueden  descomponerla  con  vuestra  ma- 
jestad. Quecuando  se  hallaran  en  ellos  culpas,  la  ley  de 
Dios  dicta  que  los  que  asisten  á  los  superiores  se  des- 
velen en  la  disculpa;  aquí  el  desvelo  ha  sido  sutilizarlos 
negocios  de  suerte,  que  recayeran  en  culpas  graves  do 
estos  vasallos  inocentes. 


SXXil 


DOCU.MEMOS. 


Han  sucedido  en  Cataluña  los  desastres  referidos, 
motivados  de  las  vejaciones  propuestas,  de  que  queda 
alborotada  y  sin  sosiego ;  lia  propuesto  con  sana  in- 
tención las  diligencias  mas  perentorias,  pero  sin  pro- 
vcclio.  Ha  supliendo  (como  medios  mas  eficaces  de  ¡a 
paz  de  la  provincia )  fuesen  castigados  los  soldados  in- 
cendiarios de  templos  y  sagrarios,  y  removidos  algu- 
nos ministros  aborrecidos  del  pueblo  por  los  excesos  en 
el  gobierno,  proveyéndose  las  plazas  vacantes,  para 
que  apadrinada  la  justicia  por  el  amor  en  los  principios, 
cobrara  lo  que  lia  perdido  por  lo  aborrecible  de  su  si- 
niestro ejercicio.  Que  sean  estos  los  medios  mas  efica- 
ces para  conseguir  lo  que  desea,  se  hace  evidente  con 
lo  que  sucedió  en  el  ingreso  del  duque  do  Cardona  á  lu- 
garteniente de  vuestra  majestad  inmediatamente  des- 
pués del  conde  de  Sania  Coloma;  porque  cuando  esta- 
ban mas  crecidas  las  llamas  del  sentimiento  del  pue- 
blo á  vista  de  los  sacrilegios  y  contrafacciones ,  apenas 
supieron  que  venia  con  pleno  poder  de  castigar  á  los 
cabos  y  soldados  descomulgados,  y  resarcir  los  daños 
liedlos  á  las  constituciones  y  privilegios  de  Cataluña, 
cuando  todos,  no  solo  se  sosegaron,  pero  querían  se- 
guirle á  Perpiñan  para  dar  mayores  brios  á  la  justicia, 
á  no  estorbarlo  el  Duque,  diciendo  no  ser  necesario  por 
entonces.  Pero  llegó  á  Figueras ,  recibió  nuevas  orde- 
nes, con  los  cuales  cesó  el  favor  del  castigo  de  los  sol- 
dados. En  la  ocasión  de  esta  variedad  de  órdenes  enfer- 
mó el  duque  de  Cardona ,  y  murió  de  este  p  sar  en  Per- 
piñan, quedando  suspenso  el  Principado  del  futuro  su- 
ceso en  los  negocios. 

Esperaba  lugarteniente  de  vuestra  majestad  que  con 
prudencia  asentase  las  turbaciones  (porque  no  liay 
quien  las  ame),  y  tratase  de  las  venganzas  del  Santísi- 
mo Sacramento  y  refacción  de  graves  daños.  iNombrósc 
al  obispo  de  Barcelona,  recebido  de  todos  con  aplauso 
por  su  madurez,  integridad  y  prudencia ;  pero  luego  se 
ochó  de  ver  que  esta  provisión  antes  ponia  estorbos  á  los 
intentos  que  los  efectuaba.  Porque  nombrar  un  obispo 
por  lugarteniente,  sin  de  breve  irregularidad ,  ha  sido 
atar  las  manos  á  lo  punitivo  de  la  justicia  en  la  ocasión 
mas  urgente.  Vea  vuestra  majestad  quién  tiene  impedida 
la  justicia ;  los  catalanes  que  la  interpelan ,  ó  los  que  la 
envían  presa  y  sin  poderes.  ¿Cómo  se  pueden  impedir 
las  acciones  de  quien  no  tiene  poder  para  ejercitarlas? 
Y  pudiendo  la  ciudad  de  Barcelona  en  ausencia  de]  lu- 
garteniente ejercitar  la  justicia  por  juy  de  Prohotns, 
por  este  camino  se  ha  extinguido  todo  su  ejercicio, 
abriendo  paso  franco  á  cualquier  turbación  y  delito. 
Hubieran  sucedido  muchos ,  á  no  unirse  los  ciudadanos 
(con  licencia  del  lugarteniente  de  vuestra  majestad  y 
asistencia  de  un  oficial  real)  para  ocurrir  á  estos  peli- 
gros ;  con  que  la  ciudad  goza  de  un  concierto  monásti- 
co. Desto,  que  es  declarada  opresión,  se  hace  cargo, 
como  si  pudieran  los  catalanes  conceder  el  breve  al  lu- 
garteniente de  vuestra  majestad. 

Verdad  es  que  se  funda  este  cargo  en  el  retiro  de  al- 
gunos ministros,  que,  por  aborrecidos  del  pueblo,  no 
se  atreven  á  salir  sin  manifiesto  peligro  de  la  vida.  Di- 
cen que  es  culpa  de  los  que  gobiernan  el  Principado  y 
la  ciudad  de  Barcelona.  Señor,  la  especulación  mas 
viva  desde  lejos  no  puede  descubrir  todas  las  dificulta- 
des que  se  despiertan  con  la  plática,  porque  solo  hace 
elección  de  los  medios  que  le  ocurren ;  pero  no  puede 


advertir  los  inconvenientes  que  sobrevienen.  No  todo 
lo  que  se  juzga  por  conveniente  desde  lejos ,  sucede  con 
acierto ;  porque  no  implica  discurrirse  bien  el  negocio 
y  desacertarse  la  ejecución.  Las  dificultades  y  los  .in- 
convenientes de  salir  algunos  ministros  (que  las  comi- 
siones varias  hicieron  odiosos ) ,  con  la  distancia  pare- 
cen menores;  pero  los  que  están  aquí  al  pié  de  la  obra, 
como  las  experimentan ,  las  recelan  para  mayor  servi- 
cio de  vuestra  majestad.  Esto  no  es  impedir  la  justi- 
cia ,  s"no  desear  que  su  respeto  se  mejore ,  y  que  cobre 
en  unos  lo  que  ha  perdido  en  algunos.  No  consiste  !a 
exaltación  de  la  justicia  en  que  este  ó  aquel  la  admi- 
nistre, sino  en  ser  .ejercitada  en  nombre  de  vuestra 
majestad  por  cualquier  que  sea ,  con  tal  que  no  le  falte 
el  respeto  y  veneración  debida.  Con  la  remoción  de  al- 
gunos ministros  y  provisión  de  plazas  vacantes  se  con- 
sigue este  fin  pretendido  para  la  justicia ,  y  con  persis- 
tir en  que  salgan ,  no  solo  se  defrauda,  pero  se  arriesga 
su  vida  y  la  quietud  de  todo  el  Principado ;  y  en  elec- 
ción de  extremos  tan  opuestos,  mas  ha  de  pesar  la  paz 
general  que  la  comodidad  particular  de  algunos. 

Sí  la  justicia  pudiera  responder  por  los  catalanes,  á 
voces  diera  descargos,  representando  los  agravios  que 
le  han  hecho  en  sacaria  de  la  gravedad  de  sus  consis- 
torios, para  rozaria  entre  soldados,  carruajes  y  baga- 
jes, que  la  hicieron  odiosa ,  y  cómo  fuera  de  su  esfera 
desmedró  su  crédito  en  elemento  extraño.  El  duque  de 
Feria  (igualmente  sagaz  y  prudentísimo),  instado  por 
ministros  superiores  que  intentase  ciertas  diligencias 
contra  el  Principado ,  respondió  que  la  justicia  en  Ca- 
taluña, mientras  trataba  de  oponerse  á  delitos  particu- 
lares se  hacia  muy  amable;  pero  en  hacer  oposición  á 
sus  leyes  y  privilegios  se  hacia  detestable.  Esto  ha  ex- 
citado el  pueblo  contra  algunos  ministros,  esto  los  tie- 
ne retirados;  por  esta  razón  se  ha  suplicado  á  vuestra 
majestad  removiese  los  malquistos;  pero  no  se  ha  po- 
dido jamás  conseguir. 

En  materia  del  castigo  de  soldados  descomulgados, 
no  solo  no  ha  sídoel  parecer  bien  admitido,  pero  calum- 
niado; y  no  solo  disculpando  á  los  soldados  de  los  sa- 
crilegios (delitos  tan  evidentes),  sino  que  los  alientan  á 
proseguir  en  las  invasiones  del  Principado.  La  falta  del 
castigo  de  los  soldados,  que  suplieron  en  parte  los  ve- 
cinos de  las  iglesias  quemadas,  sirve  de  motivo  para 
hacer  cargo  á  los  catalanes  de  que  han  invadido  las  ban- 
deras reales.  Si  ellas.  Señor,  supieran  hablar,  no  solo 
no  se  darian  por  ofendidas,  sino  por  obligadas  á  los  ca- 
talanes de  haberias  desagraviado;  valiéronse  de  ellas  los 
sacrilegos  para  invadir  dos  veces  el  Santísimo  Sacra- 
mento hasta  la  consunción  de  las  formas  reservadas; 
y  como  por  católicas  nunca  se  han  desplegado  en  ofen- 
sa de  los  templos,  sino  en  su  defensa,  se  dieron  por  ser- 
vidas deverca'»igados  los  sacrilegos  que  las  forzaron 
á  ser  testigos  de  incendios  de  templos  y  sagrarios.  No 
fué  invadirlas ,  sino  librarlas  de  la  opresión  y  agravio 
que  les  bacian ;  de  la  suerte  que  si  estuviesen  en  un  es- 
cuadrón de  herejes,  quien  á  estos  persiguiese  y  mata- 
se, no  invadiría  la  bandera  real,  antes  la  ganaria;  por- 
que mientras  el  soldado  obra  contra  la  institución  de  las 
banderas  reales  de  vuestra  majestad  se  hace  indigno 
de  todo  favor  y  digno  de  cualquier  castigo,  porque  con 
esta  oposición  se  declara  por  su  enemigo.  Bástales,  Se- 
ñor, á  las  banderas  de  vuestra  majestad  el  sentimiento 


DOCLMENTOS. 


de  haber  asisli Jo  forzadas  ú  tales  sacrilegios;  no  es  me- 
nester añadirles  nueva  pena,  liaciéndolas  apadrinará 
sus  ofensores;  que  invadir  á  sacrilegos  ó  invadir  á  ban- 
deras reales  no  es  equivocación  decente  á  los  fines  ca- 
tólicos de  vuestra  majestad. 

Últimamente,  pueden  tanto  las  persuasiones  conti- 
nuas de  los  que  aborrecen  con  odio  interminable  ú.  los 
catalanes,  que  no  solo  han  procurado  desviar  de  la  rec- 
titud y  equidad  de  vuestra  majestad  los  medios  pro- 
puestos de  la  paz  y  sosiego  que  debian  ser  admitidos, 
siquiera  para  experimentarlos;  pero  para  llegar  al  cabo 
de  la  malicia  proponen  á  vuestra  majestad  como  obli- 
gación forzosa  que  se  prosiga  en  la  opresión  del  Princi- 
pado, acudiendo  á  él  con  ejército  para  entregarle  li- 
bremente al  antojo  de  soldados  de  saco  y  pillaje  univer- 
sal, exponiéndole  á  que  pueda  decir  (si  no  tuviera 
tendencia  al  amor  y  íidelidad  que  á  vuestra  majestad  ha 
tenido ,  liene  y  tendrá  siempre)  que  en  virtud  de  tanto 
rompimiento  de  contrato  le  dan  por  libre  cosa  que  ni 
la  provincia  la  imagina,  antes  ruega  á  Dios  no  lo  per- 
mita. Y  como  el  Principado  sabe  por  experiencia  que 
estos  soldados  no  tienen  respeto  ni  piedad  á  casadas, 
vírgenes,  inocentes,  templos,  ni  al  mesmo  Dios,  ni  á 
las  imágenes  de  los  santos ,  ni  á  lo  sagrado  de  los  vasos 
de  las  iglesias,  ni  al  Santísimo  Sacramento  del  altar, 
que  se  ha  visto  este  año  dos  veces  entre  llamas,  aplica- 
das por  estos  soldados,  está  puesto  universalmente  en 
armas  para  defender  (en  caso  tan  apretado,  urgente  y 
sin  esperanza  de  remedio)  la  hacienda,  la  vida,  la  hon- 
ra, la  libertad,  la  patria,  las  leyes,  y  sobre  todo,  los 
templos  santos,  las  imágenes  sagradas  y  el  Santísimo 
Sacramento  del  altar  (sea  por  siempre  alabado) ;  que  en 
semejantes  casos  los  sagrados  teólogos  sienten,  no  solo 
ser  lícita  la  defensa,  pero  también  la  ofensa  para  pre- 
venir el  daño,  siendo  lícito  el  servicio  de  las  armas  des- 
de el  seglar  al  religioso ,  pudiendo  y  aun  debiendo  con- 
tribuir con  bienes  seglares  y  eclesiásticos;  y  por  ser 
esta  causa  universal,  pueden  unirse  y  confederarse  los 
invadidos,  y  hacer  juntas  para  ocurrir  con  prudencia  á 
estos  daños.  Y  claman  los  catalanes  á  Dios,  á  vuestra 
majestad  y  á  todo  el  mundo  de  la  injuria  que  se  les  ha- 
ce, alegando  para  pretexto  de  la  invasión,  que  no  quie- 
ren la  justicia,  y  que  para  su  reintegración  debe  vues- 
tra majestad  depopularlos  con  ejército.  Engañan,  Se- 
ñor, á  vuestra  majestad ;  que  Cataluña  ama  y  quiere  la 
justicia,  y  para  este  efecto  ha  enviado  á  vuestra  majes- 
tad súplicas  muchas  veces ;  no  pide  sino  la  provisión  de 
las  plazas  vacantes,  la  remoción  de  algunos  particula- 
res ministros ,  que  por  aborrecidos  y  sentidos  del  pue- 
blo, han  de  turbar  mas  el  ejercicio  de  la  justicia. 

El  § .  36  es :  Consejos  que  los  consellcres  y  consejo  de 
Ciento  de  Barcelona,  en  virtud  de  las  cartas  reales  y 
privilegios,  ofrecen  con  todo  rendimiento  á  vuestra 
majestad. 

§.  37.  Proclaman  á  vuestra  majestad  los  consellc- 
res y  consejo  de  Ciento. 

Señor,  duélase  vuestra  majestad  deste  su  principa- 
do; no  permite  vuestra  majestad  que  por  antojo  de  va- 
sallos se  devaste  patrimonio  que  ha  sido  tan  glorioso 
para  todos  los  ascendientes  de  vuestra  majestad ,  y  que 
ha  de  gozar  gloriosamente  el  serenísimo  príncipe  Bal- 
tasar Cnrlos.  Obliguen  á  vuestra  majestad  los  tnesmos 
motivos  que  obligaron  al  señor  rey  don  Pedro ,  de  ino- 


cencia ,  servicios  y  pérdidas  de  la  corona.  Ponga  vues- 
tra majestad  los  ojos  en  la  fidelidad  continuada  de  los 
catalanes,  confirmada  con  servicios  tan  grandes  hechos 
en  tiempo  de  paz  y  guerra.  No  permila  vuestra  majes- 
tad extinguir  la  gloria  de  una  provincia  que  ha  sido 
cuna  y  patria  de  tantos  santos,  condes,  príncipes  y 
reyes,  restaurada  por  sus  naturales,  entregada  libre- 
mente ásus  señores,  adornada  con  leyes  y  privilegios 
comprados  á  peso  de  sangre  y  oro.  Al  afligido  no  se  han 
de  añadir  aflicciones;  y  es  añadirlas,  si  después  de  tan- 
tos años  de  opresiones ,  trabajos  y  gastos  en  servicio  do 
vuestra  majestad ,  se  permilicse  esta  invasión ,  que  so 
amenaza  y  dispone  con  mayor  crueldad,  que  si  invadie- 
ran á  Cataluña  herejes ,  turcos  ó  moros. 

Qae  vuestra  majestad.  Señor,  tomara  en  la  mano  el 
azote ,  no  recelara  tanto  Cataluña ,  porque  es  vuestra 
majestad  nuestro  padre  y  señor;  pero  disponiendo  el 
castigo  dos  ministros,  crece  con  el  miedo  el  enojo. 
Cuando  el  padre  castiga  al  hijo,  aunque  llora ,  se  en- 
mienda; pero  si  le  azota  el  criado  ,  le  irrita  y  le  eno- 
ja ;  porque  del  padre  no  presume  odio  como  del  criado. 
Estos  azotes.  Señor,  no  saben  á  la  mano  piadosa  de 
vuestra  majestad,  sino  á  otra  mano;  porque  no  hay 
padre  que  quiera  á  su  hijo  muerto ,  sino  ajuslado  á  su 
gusto. 

El  dueño  de  la  heredad  no  es  quien  la  devasta,  sino 
el  vecino  envidioso  ó  apasionado.  A  vuestra  majestad, 
que  es  nuestro  señor,  príncipe  y  padre,  acuden  por  re- 
medio y  alivio.  Delante  vuestra  majestad  alegan  su  ino- 
cencia, y  cargan  todos  los  males,  daños,  efusión  de 
sangre ,  muerte  de  inocentes  y  sacrilegios  sobre  las 
conciencias  de  los  que  con  dañado  intento,  y  sin  pre- 
meditación de  lo  que  puede  seguirse  en  detrimento  de 
la  monarquía,  aconsejan  á  vuestra  majestad  como  líci- 
la  una  invasión  tan  injusta ,  y  dicen  ser  obligación  for- 
zosa á  la  majestad  real ,  á  quien  es  propria  la  clemen- 
cia, piedad  y  compasión  para  con  vasallos  afligidos,  y 
no  la  severidad  inexorable.  No  es  justo.  Señor,  que  sol- 
dados insolentes  derramen  la  sangre  catalana ,  hecha  á 
salir  corriendo  de  las  venas  para  ganar  á  vuestra  majes- 
tad coronas ;  porque  los  numerosos  rubíes  que  forman 
á  vuestra  majestad  tan  hermosa  diadema,  con  sangre 
catalana  derramada  en  las  conquistas ,  quedaran  tintas. 
Para  que  vivan  los  señores  reyes  se  desangran  los  cata- 
lanes, no  para  morir  infamemente  como  esclavos ,  que 
no  perdieron  jamás  la  honra  por  la  vida;  la  vida,  sí, 
^or  la  honra  muchas  veces.  Y  en  servicio  de  sus  reyes 
está  hecha  la  yerba  de  sus  campañas  á  crecer  con  su 
sangre  derramada,  y  no  verse  marchitada  con  lágrimas 
de  cautividad. 


A  esta  severa  y  audaz  manifeslacion  replicó  un  de- 
fensor del  Gobierno ,  sin  duda  por  encargo  de  este,  con 
otro  escrito ,  en  que ,  párrafo  por  párrafo ,  se  van  refu- 
tando los  cargos  y  defensas  que  comprende  la  Procla- 
mación. En  la  noticia  que  precede  á  este  tomo,  dejamos 
dicho  que  todos  los  bibliógrafos  atribuyen  el  citado  es- 
crito al  poeta  Rioja;  y  para  que  se  tenga  también  idea 
de  este  curioso  documento,  extractaremos  los  párrafos 
que  se  refieren  á  los  de  la  Proclamación  que  hemos  co- 
piado. Esta  refutación  impresa  en  4.",  pero  sin  lugar 
ni  año,  tiene  por  título  Aristarco,  ó  censura  de  la  Pro- 


XXXIV 

clamacion  católica  de  los  catalanes.  El  exordio  estú 
concebido  en  estos  términos : 

«A  las  calumnias  y  falsedades  que  generalmente  se  pu- 
blican, ó  por  inclinación  ó  por  gusto,  es  prudencia  no 
responder ;  porque  reducir  á  leyes  de  razón  á  quien  está 
lejos  de  ella  no  es  providencia  para  emprendida ;  pero 
disimular  las  injurias  que  con  ninguna  verdad  se  hacen 
á  la  reputación  de  alguno,  es  una  culpable  modestia 
con  que  se  conliesa  en  silencio  cuanto  pretende  el  ene- 
migo. Y  ¿quién  podrá,  cumpliendo  con  las  obligacio- 
nes de  vasallo  y  de  cristiano,  callar,  cuando  los  conse- 
lleres  y  consejo  de  Ciento  de  Barcelona  pretenden  per- 
suadir al  mundo  su  fidelidad,  su  religión,  su  valentía, 
su  largueza  en  servir,  su  respeto  al  Rey,  su  nobleza, 
sus  privilegios,  y  últimamente,  las  advertencias  en  que 
&  su  parecer  está  librada  la  salud  pública?» 

Por  el  contexto  de  los  períodos  siguientes  se  cono- 
cerá á  qué  párrafos  de  la  Proclamación  alude  el  Aris- 
tarco ,  pues  no  los  cita  con  exactitud.  Estas  son  sus  pa- 
labras : 

«Grandes  exclamaciones  hace  el  autor  de  este  libro, 
en  el  parágrafo  5.",  por  la  honra  del  Santísimo  Sacra- 
mento amancillada,  diciendo  que  quemaron  los  solda- 
dos las  especies.  Y  cierto,  ningún  encarecimiento  fuera 
bástanle  á  la  ponderación  de  sacrilegio  tan  grande, 
ningún  castigo  se  ejecutara,  que  no  pareciera  menor 
que  el  delito ;  y  ni  lo  que  hizo  Xatillon  en  Terlimon ,  ni 
lo  que  refiere  Ñicetas  que  hicieron  los  soldados  de  Bal- 
duino,  siendo  católicos,  dentro  del  templo  de  Santa 
Sofía,  en  Constantinopla,  puede  igualar  tan  inaudita 
atrocidad.  Pero  la  inquisición  de  Barcelona,  haciendo 
exacta  diligencia,  averiguó  que  el  delito  que  se  impu- 
taba á  los  soldados  no  era  cierto,  y  no  halló  que  en  Rio 
de  Arenas  ni  en  Montiró  se  hubiesen  quemado  las  espe- 
cies del  Santísimo  Sacramento ;  y  si  hubiera  sucedido, 
el  obispo  de  Gerona  lo  dijera  en  la  carta  que  refiere  suya 
la  Proclamación ,  que  para  disculparse  de  lo  que  ha 
obrado,  ninguna  cosa  pudiera  referir,  ni  debiera,  mas 
«;íicaz ;  pues  si  hablando  en  otras  no  habla  en  ellas,  lue- 
go no  es  cierto  el  delito  que  se  imputa  á  los  soldados. 
Pero  ¿cómo  se  ha  de  paliar  haber  muerto  un  virey  á 
puñaladas,  y  mas  no  habiendo  sido  cómplice  en  los  in- 
cendios que  publican  ?  Arte  es  conocida  de  que  se  vale 
el  que  ha  cometido  un  gran  delito,  acusar  de  otro  mayor 
á  quien  ha  ofendido ,  para  que  ó  se  avergüence  ó  se  rin- 
da. En  Castilla,  en  Vizcaya,  ha  habido  gran  nútnero 
de  soldados  castellanos  y  de  otras  naciones,  y  jamás  se 
ha  oido  una  queja,  ni  en  Cataluña  en  tantos  años,  has- 
la  la  resolución  de  los  alojamientos.  Entonces  por  el 
dolor  de  los  privilegios  no  hubo  atrocidad  que  los  sol- 
dados no  hiciesen ,  ni  medios  que  no  intentasen  los  ca- 
talanes para  su  defensa.  Solicitaron  predicadores  que 
en  sus  sermones  moviesen  la  gente  á  la  defensa  de  sus 
constituciones;  fingieron  lágrimas  en  las  imágenes;  y 
todo  para  levantar  el  pueblo.  Y  quien  hace  esto  con 
ellas,  y  con  la  pureza  y  verdad  de  la  predicación,  y  lo 
lia  hecho  otros  tiempos ,  ¿cómo  se  puede  creer  que  ha- 
ble de  los  soldados  de  otra  manera  que  levantándoles 
ulrocidades  y  testimonios?  Y  si  en  las  inmensas  inju- 
rias que  recibieron  de  los  catalanes  obraron  ellos  con 
indignación ,  no  es  culpa  suya ;  porque  las  injurias  mas 
lus  comete  quien  las  ocasiona  que  quien  las  hace.  » 


DOCUMENTOS. 


«En  el  parágrafo  31  se  dice  que  los  conselleres  de 
Barcelona  advierten  á  su  rey  y  señor  con  entrañas  lle- 
nas de  amor;  y  las  advertencias  son  que  á  su  majestad 
se  proponen  grandes  fines  vestidos  de  conveniencias,  y 
se  le  ocultan  los  medios  impíos  y  escandalosos  con  que 
los  pretenden ,  debajo  del  pretexto  de  dar  alivio  á  su 
majestad.  El  autor  y  los  conselleres  hablan  en  esto  con 
el  celo  y  puntualidad  que  suelen  en  todo.  El  Rey  poco 
engaño  puede  recibir  en  lo  que  ha  experimentado  y  ex- 
perimenta, y  en  las  injurias  que  ha  sufrido  su  decoro, 
que  las  han  examinado  sus  ojos  y  senlimiento.  ¿Qué 
lugar  podrán  hacerse  consejos  de  vasallos,  cuyos  in- 
tentos se  conocen,  cuyos  fines  se  ven?  Las  palabras 
que  no  son  de  las  acciones ,  no  pueden  tener  lugar  ni 
en  la  estimación  ni  en  el  crédito  de  los  hombres ;  que 
la  herida  de  las  obras,  como  es  grande,  arrebata  los 
sentidos ,  y  les  quita  que  atiendan  al  vano  halago  de  las 
razones.  Toman  las  armas  contra  su  rey  los  catalanes, 
hácense  jueces  en  su  queja;  cosa  prevenida  y  condena- 
da en  la  razón  y  el  derecho  de  las  gentes,  y  dan  con- 
sejos contra  las  leyes  de  prudencia  ;  que  aconsejar  al 
amigo  cuando  no  es  solicitado  para  el  consejo,  es  error; 
pues  ¿qué  será  que  aconseje  un  alevoso  á  su  príncipe? 
Qué  colores  retóricos  ó  qué  fuerza  de  arte  bastará  á 
vestir  de  verdad  su  intención  ?  Los  de  Barcelona  holga- 
ran infinito  que  los  relevaran  de  las  obligaciones  de  va- 
sallos, que  les  consintieran  cuanto  pudiera  dictar  su 
antojo  ó  su  libertad ;  y  esto ,  aunque  el  resto  de  la  mo- 
narquía cayese  ;  que  así  los  ministros  serian  buenos, 
los  validos  convenientes;  los  sucesos,  por  adversos  que 
fuesen ,  serian  del  caso ,  y  no  de  la  disposición. » 

«En  el  parágrafo  36  se  trata  de  los  cargos  y  descargos 
del  Principado.  En  el  37  aconsejan  los  conselleres  que 
mude  de  aires  el  Gobierno.  Y  en  el  38  proclaman  á  S.  M. 
conselleres  y  consejo  de  Ciento  que  no  permita  que  por 
antojo  de  vasallos  se  destruya  su  patrimonio.  Los  car- 
gos y  descargos  que  se  hace  un  principado  que  ha  co- 
metido crimen  de  lesa  majestad  contra  su  rey  ,  y  que 
forzosamente  ha  de  desear  vestir  su  culpa  de  manera 
que  parezca  menor  ó  inexcusable ,  no  parece  que  pue- 
den traer  consigo  recomendación  de  ciertos.  Hubo  sol- 
dados en  Cataluña  muchos  años  y  sin  queja  de  los  ca- 
talanes; fueron  invadidos  de  Francia,  y  defendidos  por 
las  armas  de  su  Rey;  era  forzoso  para  recobrar  lo  que 
tenia  el  francés  del  Principado  mantener  ejército,  y  para 
entrar  en  Francia;  modo  de  que  se  podía  esperar  con 
seguridad  que  no  acudiría  con  tanta  gente  á  Flándes 
ni  al  Piamonte;  la  necesidad  del  Rey  era  grande ,  como 
se  puede  presumir  de  quien  á  un  tiempo  acudía  á  Flán- 
des, á  Italia,  á  Francia,  á  Alemania  ,  á  ambas  Indias  y 
á  las  fronteras  de  África  ,  esto  por  tierra;  por  mar  á  las 
armadas  de  Francia ,  de  Holanda  y  de  turcos,  convoca- 
das de  franceses.  En  tan  urgente  necesidad  no  era  ex- 
ceso que  el  Rey  pidiese  á  los  catalanes  que  crecieren  el 
alojamiento  á  los  soldados  que  los  habian  de  defender, 
saliendo  de  los  términos  de  su  constitución ,  y  esto  por 
entonces;  porque  el  Rey  nunca  ha  pretendido  revocar 
ningún  privilegio  suyo.  Los  catalanes,  que,  poco  aten- 
tos á  la  razón  y  á  la  diferencia  que  hay  entre  la  necesi- 
dad y  el  común  orden  de  las  cosas,  anteponen  sus  le- 
yes á  las  de  la  naturaleza  cuando  es  en  servicio  de  su 
rey ,  comenzaron  á  tumultuar,  mataron  muchos  sóida- 


(los  y  cabos  en  los  alojamientos,  mataron  al  Virey ,  á 
un  ministro  suyo  en  la  clausura  de  las  monjas ,  á  otro 
quemaron,  los  demás  se  escondieron;  y  la  culpa  que 
tenían  era  haber  ido  con  orden  de  su  rey  á  ejecutar  los 
alojamientos.  De  aquí  nació  contra  ellos  el  inextingui- 
ble odio  con  que  se  hallan.  Pregonaron  que  ninguno 
tuviese  escondido  castellano ,  debajo  de  graves  penas; 
los  que  habia,  huyendo  de  la  muerte,  buscaban  segu- 
ridad en  los  sepulcros,  cuando  los  catalanes  pasaban 
con  mas  seguridad  en  Castilla  y  en  suma  estimación  de 
todos.  Acometiéronse  las  banderas  de  su  majestad,  ma- 
taron su  caballería  é  infantería.  Estas  y  otras  muchas 
cosas  hicieron ,  como  se  ha  dicho;  y  publican  su  fideli- 
dad como  cosa  que  desean  suplir ;  que  la  falta  en  las 
obras  siempre  se  solicita  suplir  con  las  palabras.  En 
cuanto  á  daño  universal ,  ¿  con  qué  satisfarán  los  cata- 
lanes el  que  han  causado  obrando  la  pérdida  de  Arras  y 
sucesos  de  Piamonte ,  con  estorbar  la  entrada  de  los 
españoles  en  Francia?  Si  esta  es  fidelidad ,  júzguenlo 
los  indiferentes  y  que  saben  lo  universal  y  particular  de 
las  gentes  y  de  las  cosas.  Hiciéronles  alguna  ofensa  sol- 
dados particulares,  por  defenderse,  que  se  puede  ha- 
cer sin  culpa  por  el  derecho  de  la  naturaleza.  Mataron 
á  algunos  :  comenzaron  á  publicar  los  catalanes  que 
lloraban  y  sudaban  las  imágenes,  como  sentidas  y  fati- 
gadas de  su  injuria,  y  que  se  paró  el  sol  antes  de  po- 
nerse, el  dia  que  se  celebró  la  fiesta  del  Santísimo  Sacra- 
mento, transferida  por  el  tumulto  de  los  segadores  del 
dia  del  Corpus,  y  que  se  quemaron  sus  especies ;  lodo 
fingido  para  el  ^olor  de  sus  atrocidades  y  delitos ,  y  que 
no  pudo  probar  la  Inquisición,  aun  siendo  catalanes  los 
testigos,  ni  lo  dice  el  Obispo  en  la  carta  que  escribe  á 
los  conselleres,  siendo  para  satisfacer  en  Madrid,  y 
siendo  la  cosa  con  que  mas  se  pudiera  disminuir  la  des- 
templanza de  sus  procedimientos-  Dicen  que  acome- 
tieron las  banderas  reales  por  vengar  al  Santísimo  Sa- 
cramento y  á  las  imágenes,  y  que  toman  las  armas  pa- 
ra su  defensa.  Hacerse  una  persona  juez  en  su  causa  no 
puede  por  derecho,  y  menos  hacerse  inquisidor;  luego 
no  han  procedido  conforme  á  razón  humana  ni  divina. 
Y  haber  muerto  al  Virey  y  á  los  ministros  no  puede  ha- 
ber sido  porque  quemaron  al  Santísimo  Sacramento, 
que  ni  lo  mandaron  ni  lo  permitieron  ni  supieron ;  lue- 
go fué  porque  obedecieron  al  Rey  en  la  ejecución  de 
sus  órdenes.  Pues  vasallos  que  le  matan  al  Rey  los  mi- 
nistros ,  sin  mas  culpa  que  la  de  su  puntualidad,  ¿cómo 
se  llaman  fieles,  cómo  cristianos?  Cómo  piden  piedad 
sin  confesar  culpas?  En  cuantas  palabras  se  vierten  en 
la  Proclamación  solo  se  oye  que  no  vaya  ejército  á  Bar- 
celona ,  que  no  se  destruyan  tales  vasallos;  pero  no  se 
pide  perdón,  ni  aun  se  finge  que  algunos  pocos  se  des- 
mandaron contra  la  voluntad  de  todos;  no  quieren  que 
el  Rey  pueda  nada,  siendo  contra  el  derecho  de  las  gen- 
tes. Y  en  lo  que  hacen  dan  á  entender  que  son  mas  po- 
derosos que  él,  pues  quieren  que  quite  sus  ministros 
porque  le  obedecieron;  que  se  pongan  los  que  ellos 
quieren ;  que  saque  los  soldados  cuando  tiene  guerra 
con  Francia,  y  que  no  se  castigue  ninguno  de  los  cata- 
lanes. A  los  vasallos  toca  responder  al  Rey  cuando  les 
pregunta,  no  aconsejarle  no  consultados,  porque  no  es 
de  las  leyes  del  respeto.  Poca  es  la  fidelidad  de  quien 
toma  las  armas  contra  su  rey,  y  poco  útil  el  Principado 
que  aun  no  sustenta  los  ministros  que  dispensan  la  jus- 


DOCUMENTOS.  xxxv 

ticia.  ¿En  qué  pactos  se  podrá  venir  seguramente  cotí 
vasallos  que  tantas  veces  han  intentado  matará  sus  re- 
vesa traición ,  y  hoy  amenazan  á  voces  al  que  tienen? 
Y  estos  aconsejan  que  no  haya  juntas,  cuando  tienen 
ellos  tantas  para  todo  lo  que  les  ocurre  en  el  estado  pre- 
sente. Las  juntas  son  convenientes  para  la  presta  ejecu- 
ción de  las  cosas;  que  en  el  embarazo  ordinario  de  los 
consejos  por  ventura  no  se  pudieran  expedir  con  la 
presteza  que  pide  la  urgencia  de  los  negocios;  y  en  tan- 
tos como  han  sucedido  y  suceden,  estorbándose  unos 
á  otros ,  ha  sido  convenientísimo  para  el  breve  cobro 
de  ellas  el  camino  de  las  juntas.  Demás  que  hay  nego- 
cios mixtosque  no  se  pueden  tratar  en  otra  parte ,  y  re- 
mitirlos á  un  consejo  ó  á  dos  fuera  de  embarazo  y  tu- 
viera imposibilidad.  Las  acciones  no  se  han  de  culpar 
por  el  antojo,  ni  son  del  examen  de  los  enemigos;  por- 
que ninguna  hay  tan  clara  ni  tan  manifiesta  que  á  la 
sombra  de  la  calumnia  que  le  arrima  el  enemigo  no  pa- 
rezca otra  cosa;  así  transformad  afecto  los  vicios  en 
virtudes,  y  las  virtudes  en  vicios.  Y  también  aconsejan 
que  mude  ministros;  dicen  que  el  Protonotario  es  su 
i  enemigo ,  y  esto  mas  es  recato  de  la  conciencia  y  noti- 
l  cía  de  la  gravedad  de  sus  culpas  que  razón ;  porque  aun- 
j  que  están  tan  beneficiados  de  él  y  le  deben  tanto,  juz- 
j  ganque  por  su  fidelidad,  por  su  limpieza ,  por  el  ardi- 
I  miento  con  que  sirve  al  Rey,  no  puede  dejar  de  ponerse 
j  de  parte  de  su  servicio ;  y  así ,  co  mo  conocen  lo  que  ha 
hecho  y  ven  su  correspondencia ,  temen  lo  que  debe 
hacer;  y  como  suelen  los  que  han  faltado  en  la  fea  Dios 
llamar  á  todos  herejes  cuando  lo  son  ellos  solamente, 
así  los  catalanes  publican  fidelidades  suyas ,  cuando  ni 
en  otras  edades  ni  en  esta,  ni  han  parecido  fieles  ni  lo 
son;  y  quieren  ser  creídos  del  Rey,  y  que  el  Conde-Du- 
que no  lo  sea,  ni  admitido  al  gobierno ;  pues  no  pueden 
estar  sin  noticias  de  su  blandura  y  de  su  inclinación, 
que  antes  lo  arrebata  á  perdonar  injurias  que  á  vengar- 
las; pero  aunque  saben  esto,  no  ignoran  que  tiene  en 
él  mejor  lugar  el  servicio  del  Rey  que  otro  ningún  res- 
peto, y  que  solos  son  sus  enemigos  los  que  no  le  sirven; 
pero  como  ven  su  causa  en  estado  poco  capaz  de  rue- 
go ,  porque  su  obstinaci  on  nunca  ha  confesado  culpa  ni 
solicitado  perdón,  y  ven  que  no  le  merece  su  arroja- 
miento,  esparcen  el  humo  de  las  injurias  á  los  ojos  del 
Rey, por  tur!)ar  cuanto  es  de  su  parte  la  claridad  con  que 
mira  la  voluntad,  respeto  yobediencia  del  Conde-Duquo 
y  el  paso  con  que  camina  á  su  mayor  servicio.  Dicee] 
concilio  Cartaginense,  en  el  canon  90,  que  en  el  juicio 
se  ha  de  inquirir  de  qué  conversación  y  fe  es  el  que  acu- 
sa y  el  acusado,  y  si  se  hace  compíiracion  del  Conde  f 
Cataluña ;  en  cuanto  á  la  antigüedad ,  mas  antigua  es  la 
sangre  del  Conde  en  Castilla  que  el  principado  de  Ca- 
taluña ;  si  de  los  servicios  y  lealtad ,  llenas  están  las  his- 
torias de  Castilla  y  León  de  los  servicios  y  fe  de  sus  ma- 
yores á  los  reyes,  y  bien  lo  testifican  los  casamieiilns 
con  sus  hijas.  De  la  persona  del  Conde-Duque  quiero 
excusar  loque  pudiera  decir;  porque  la  alabanza  á  per- 
sona pública  y  por  escrito  no  es  para  intentada ,  aunque 
sea  verdad;  porque  no  está  libre  de  los  peligros  de  la 
lisonja  :  hable  Anastasio  Germonio  Saboyardo  en  el 
modo  de  su  ministerio,  en  sus  costumbres ,  en  su  tem- 
planza ,  en  el  puesto ,  en  su  celo ,  en  su  trabajo ,  en  su 
desinterés  y  limpieza ,  cuando  por  contrario  á  sus  obras 
lo  aborrecen  los  catalanes.  Las  palabras  son  estas  en  el 


xxxvi  DOCUMENTOS, 

libro  De  Icgatts,  liahlaiulo  del  conde  don  Enrique,  su  pa- 
dre :  Cujus  filius  uiricus  Gaspar  ( cui  parentem  casus 
abstulernt)  á  liberalissmo  Philippo  nuncrcgnante  óm- 
nibus approbantibus  titiilum  ( scilicet  Grandalns)  ob- 
tinuit,  apud  quem  magna  qtioque  pollet  aucloritale  ct 
gratia  ,  ad  eo  ut  in  ómnibus  Ilispanicae  dominctionis 
provincijs,  unus  feré  omnia  posút ,  eo  sané  tanto  dig- 
nior  honore ,  quo  in  ampHssimac  potestatis  usu  conti~ 
nentior,  ut  qui  maturo  judicio  omnia  perpendcns ,  ad 
ea,  quac  Dei  gloriam,  rcgisquc  sui  dignilatem  cum 
populorum  beneficio  conjunctam  tantum  rcspiciunt : 
attentissi mus ,  mira  cum  humanitate  ac  dexteritate, 
quoad  ejus  fieri  potest ,  ómnibus  salisfacit ,  nonsolum 
cujuscumque  coiidilionis  hominibus ,  ct  aulae  et  ma- 
gistratibus  ab  ejus  natu  pendentibus,  quos  eiiam  exem- 
plo  suo  quomodo  in  suis  se  gerere  munijs  debeant ,  ta- 
cite  admonet  verüm  et  ipsis  magnorum  principum  le- 
gatis.  Vir  certé  ómnibus  obvius,  numquam  cessator, 
numquam  fessus ,  semper  vigilans ,  nec  noeles  ipsas  á 
laboribus  eximens ,  nec  in  mensa,  nec  in  ledo,  nec  in 
via  á  piibücis  abslinens  negoliis  ;  ingenii  item  acumi- 
ne  ad  omnia  promptus ,  ubique  opporlunus ,  simulque 
ad  publicum  bonum  ita  propensus ,  ac  nemini  gratis, 
ut  quamvisurgentissimisprematur  curis,  á  lucricupi- 
dis  fraudari  timens ,  nulUus  opera  ulatur  :  á  mune- 
ribus  insuper,  etsi  non  suspectis ,  supra  quam  dici 
potest,  alienus  atque  abhorens,  gravissimae adminis- 
trationis  molem  tanta  facilitate  suslinet ,  ut  nisi  supra 
vires  oneralum  summa  Dei  benignitas,  assiduisque 
apud  Dewn  precibus  gloriosas  Gnzmanae  familiae 
decus  ac  lumen  dominicas ,  praestantissimo  fulciaut 
praesidio ,  pro  miraculo  sit  hominem  unum  hominum 
multorum  munia  tanta  virlutc ,  tantoque  omnium  ap- 
plausu  explere  posse.  Desta  manera  y  con  este  encare- 
cimiento liabla  un  extraño,  mirando  las  acciones  dei 
Conde-Duque  como  indiferente;  que  para  sentir  dellas 
bien,  no  es  menester  otra  disposición  que  la  indiferen- 
cia ,  y  los  mismos  catalanes  testifican  lo  mucho  que  le 
deben,  en  la  carta  que  le  e«cribieron  en  27  de  junio  de 
este  año  de  40 ,  que  dice  así : 

nExcelcntisimi  Señor  :  Lo  pare  fra  Bcrnardino  de 
Malleuy  Pau  fíoquet  ,nostre  embajador,  ab  diverses 
caries  nos  au  signi/ical  la  mercé  i  honra  que  vostra 
excelencia  los  ha  fet  en  totes  les  ocasioi^s  que  han  agut 
de  tractar  negocis  desta  ciutat  axi  ab  sa  majestad, 
que Deu guarde,  comab  vostra  excelencia,  de  quisem- 
pre  han  tingada  grata  audiencia;  y  axi,speram  nos 
fura  merced  continuar  en  lo  demés  que  scns  offerirá. 
Per  estos  favors  donan  á  vostra  excelencia  infinides 
gracias,  essent  las  mayors  que  podcm  significar,  pus 
estam  ccrts  que  ab  tal  amparo  com  es  lo  de  vostra  ex- 
celencia, totes  les  malcríes  que  per  nostra  part  tractan 
ditfra  Dernardino  i  dit  embajador,  an  de  teñir  lo  suc- 
ces  jnes  convcnicnt  al  servi  de  Deu ,  de  sa  majestad ,  y 
benefici  desta  ciutat ,  la  cual  resta  com  sempre  del  ser- 
vi  de  vostra  excelencia ,  á  qui  nostre  Señor  guarde. 
—Barcelona  i  juni  TI ,  iñlO. —  Excelentisimi  Señor. 
—  De  vostra  excelencia  molí  affectats  scrvidors ,  qui 
ses  mans  besen ,  Los  Consellers  de  Barcelona. 

mEsIo  que  escriben  del  Conde  los  conselleres,  confie- 


san también  los  diputados,  diciendo  en  carta  de  31  de 
julio  de  J640  que  lo  reconocen  por  su  amparo;  las  pa- 
labras de  la  carta  son  estas : 

y^Esperam  que  ab  lo  favor  de  vostra  excelencia  ho 
alcansará  esta  provincia  ab  la  promptilul  que  la  nc- 
cesitat  demana  en  mayor  servey  de  sa  majestad ,  i  ho 
estimará  á  vostra  excelencia  regonexentlo  en  totas  las 
ocasions  per  son  amparo. 

«Esto  senlian  del  Conde-Duque  conselleres  y  diputa- 
dos; pero  como  mudaron  de  fe,  mudaron  de  palabras. 
Con  que  los  catalanes,  cuya  sangre  no  es  antigua,  cuyo 
principado ,  cuyo  nombre ,  que  las  alevosías  á  sus  re- 
yes han  sido  tantas,  que  sus  acciones  para  con  Dios  han 
sido  tales,  que  ni  han  respetado  sus  arzobispos  ni  sus 
religiosos  con  vestiduras  sacerdotales ;  que  han  violado 
con  muertes  las  iglesias,  arcabuceado  el  Santísimo  Sa- 
cramento; que  han  fingido  milagros  de  lágrimas,  de 
sudores  de  imágenes  y  esparcido  que  el  dia  á  que  se 
transfirióla  fiesta  del  Corpus  se  detuvo  el  sol  mucha» 
horas  en  ponerse,  y  lodos  para  autorizar  sus  delitos  y 
atrocidades,  teniendo  estas  costumbres  y  obrando  de 
esta  manera  desacreditan  sus  palabras  y  deshacen  sus 
calunmias  y  acusaciones;  y  todo  argumento  es  ocioso 
cuando  las  obras ,  como  se  ha  dicho  ,  siempre  mas  efi- 
caces á  persuadir  que  los  escritos,  publican  lo  contrario. 
Y  aunque  bastara  para  conocer  la  diferencia  que  hay 
entre  el  Conde-Duque  y  los  catalanes  haber  referido  sus 
acciones  y  nobleza;  pero  porque  se  voa  cómo  los  dife- 
rencian los  extranjeros  de  la  demás  gente  de  España, 
pondré  las  palabras  de  Jacobo  Bonaudo  en  el  panegírico 
á  Francia  y  á  su  rey ,  que  hablando  con  encarecimiento 
de  la  ferlilidad  de  España  y  de  sus  letras,  dice  :  Est  la- 
men ibi  hominum  genus  elalissimum  ,  el{quodpejus 
est)  a  fide  quandoque  devium  quam  máxime;  qui  á  Ca- 
thalonia  cathalani  denominantur ,  quos  vulgus  mar- 
rarlos {nescio  quare)  appellat,  nisi  ob  id  ipsi  dicunt, 
quod  magisjudaels  errent,  aut  majores  in  errore  quam 
judei  infideles  existant.  Isti  errorem  aperlé prof filen- 
tur  ;  illi  judaei  appelhri  nolunt ;  sed  quamvis  opera 
christiana  minimé  faciant,  christianos  esse,  et  men- 
daciler  et  palam  profitenlur  :  quod  est  magis  errare 
quamjudaeum  aperté  se  gerere,  quia  plus  estpeccare 
per  hypocrisim ,  quam  manifesté  aberrare.  Pareceque 
habla  este  autor  en  el  caso  presente,  pues  ningunos 
hombres  blasonan  tanto  de  religiosos  ypios,  y  ningunos 
han  obrado  tan  inhumanas  acciones  ni  cometido  tan 
atroces  sacrilegios.  Han  negado  la  obediencia  A  su  rey 
y  señor  natural  Felipe  IV  el  Grande ,  y  se  han  entrega- 
do á  Luis  XIII ,  rey  de  Francia ,  y  él  los  ha  recibido  por 
sus  vasallos.  A  los  heridos  del  ejército  del  Bey  mataron 
en  los  hospitales  con  horrendas  muertes.  A  la  imagen 
de  Monscrrat  robaron  la  plata  yjoyas  y  quitaron  la  co- 
rona de  la  cabeza ;  á  sus  monjes  desterraron  y  á  sus  er- 
mitaños ;  publicaron  jubileos  y  concedieron  gracias  sin 
ser  pontífices.  Estas  son  las  acciones  de  los  catalanes 
cuando  estampan  papeles  ensalzando  su  obediencia,  su 
piedad ,  su  religión.  Pero  Dios ,  que  se  ofende  tanto  de 
que  le  honre  con  los  labios  quien  siempre  le  ofende  con 
las  obras,  les  fabricará  su  castigo  en  sus  acciones.» 


»^S:5»»^^"^S^='^3S^«')SS^'«^^S:^°^S^^'^^*'^S^^'^S1"<€^o-»>^^^--\>S2<=')SSt«J^S^ 


EXPEDÍCÍON 


tZLOS 


CATALANES  Y  ARAGONESES  COMA  TURCOS  Y  CRIE 

POa  DOi\  FilAiXCISCO  DE  MOx\CADA,  CONDE  DE  OSONA. 


A  DON  JUAN  DE  MONCADA, 

arzobispo  de  Tarragona ,  primado  de  la  España  Citerior,  mi  señor  y  mí  tío. 

Por  obedecer  á  usía  ¡lustrísima  he  puesto  en  orden  esta  breve  historia,  que  la  soledad  de  una 
aldea  me  la  puso  entre  las  manos,  con  el  deseo  natural  de  conservar  memorias  cnsi  muertas  de  la 
patria  que  merecen  eterna  duración.  Recogí  lo  que  pude  de  papeles  antiguos  de  Cataluña,  y  ayu- 
dado de  sus  escritores  y  de  los  griegos,  he  procurado  sacar  esta  Expedición  que  los  nuestros  hi- 
cieron á  Levante,  libre  de  dos  teiribles  contrarios,  descuido  de  los  naturales  y  proprios  hijos,  y 
malicia  de  los  extranjeros,  enemigos  de  nuestro  nombre  y  gloria,  que  parece  que  andaban  á  por  Ha 
cual  dellos  seria  el  autor  de  su  muerte.  Hálleme  desocupado;  y  así,  reconocí  por  obligación  el  salir 
á  su  defensa  :  si  esta  ha  sido  bastante,  no  lo  puedo  asegurar,  porque  las  armas,  que  son  las  antiguas 
memorias  y  autores,  con  que  me  opuse ,  andan  tan  confusos  y  faltos,  que  apenas  me  dieron  el  so- 
corro necesario.  Pero  ya  que  no  entera  ni  como  ella  fué  se  describa  a  la  posteridad,  quedará  por  lo 
menos  renovada  con  mas  larga  relación  de  la  que  los  antiguos  catalanes  nos  dejaron ;  cuyo  des- 
cuido nació  de  parecelles  que  los  hechos  tan  esclarecidos  la  fama  los  conservara  con  mayor  esti- 
mación Gue  la  historia ,  y  que  el  tiempo  no  los  pudiera  cscurccer.  Guárdeme  Dios  ú  usía  ilustrísi- 
ma  muy  largos  años. 

Barcelona,  3  de  noviembre  de  1620. 

Er.  CONDE  DE  0-OXA. 


ü-i. 


EXPEDICIÓN 


D£  \JD^ 


CATAMIS  Y  ARAGONESES  GOMA  TURCOS  Y  GRIEGOS. 


LIBRO  PlilMERO. 


PROEMIO. 

Mi  intento  es  escribir  la  memorable  expedición  y 
jornada  que  los  catalanes  y  aragoneses  hicieron  á  las 
provincias  de  levante  cuando  su  fortuna  y  valor  an- 
daban compitiendo  en  el  aumento  de  su  poder  y  esti- 
mación, llamados  por  Andrónico  Paleólogo,  empera- 
dor de  griegos ,  en  socorro  y  defensa  de  su  imperio  y 
casa  :  favorecidos  y  eslimados  en  tanto  que  las  armas 
de  los  turcos  le  tuvieron  casi  oprimido,  y  temió  su  per- 
dición y  ruina ;  pero  después  que  por  el  esfuerzo  délos 
nuestros  quedó  libre  dellas,  mal  tratados  y  perseguidos 
con  gran  crueldad  y  fiereza  bárbara,  de  que  nació  la 
obligación  natural  de  mirar  por  su  defensa  y  conser- 
vación ,  y  la  causa  de  volver  sus  fuerzas  invencibles 
contra  los  mismos  griegos  y  su  principe  Andrónico ; 
las  cuales  fueron  tan  formidables,  que  causaron  temor 
y  asombro  á  los  mayores  principes  de  Asia  y  Europa, 
perdición  y  total  ruina  á  muchas  naciones  y  provincias, 
y  admiración  á  todo  el  mundo.  Obra  será  esta ,  aunque 
pequeña  por  el  descuido  de  los  antiguos ,  largos  en  ha- 
zañas, cortos  en  escribirlas,  llena  de  varios  y  extra- 
ños casos,  de  guerras  continuas  en  regiones  remotas  y 
apartadas,  con  varios  pueblos  y  gentes  belicosas,  de 
sangrientas  batallas  y  Vitorias  no  esperadas,  de  peli- 
grosas conquistas  acabadas  con  dichoso  fin  por  tan  po- 
cos y  divididos  catalanes  y  aragoneses,  que  al  principio 
fueron  burla  de  aquellas  naciones ,  y  después  instru- 
mento de  ios  grandes  castigos  que  Dios  hizo  en  ellas. 
Vencidos  los  turcos  en  el  primer  aumento  de  su  gran- 
deza otomana,  desposeídos  de  grandes  y  ricas  provin- 
cias de  la  Asia  menor,  y  á  viva  fuerza  y  rigor  de  nues- 
tras espadas  encerrados  en  lo  mas  áspero  y  desierto  de 
los  montes  de  Armenia;  después,  vueltas  las  armas 
contra  los  griegos ,  en  cuyo  favor  pasaron,  por  librar- 
se de  una  afrentosa  muerte ,  y  vengar  agravios  que  no 
se  pudieran  disimular  sin  gran  mengua  de  su  estima- 
ción y  afrenta  de  su  nombre,  ganados  por  fuerza  mu- 
chos pueblos  y  ciudades,  desbaratados  y  rotos  podero- 
sos ejércitos ,  vencidos  y  muertos  en  campo  reyes  y 
príncipes,  grandes  provincias  destruidas  y  desiertas, 
m  ucr tos j  cautivos  ó  desterrados  sus  moradores,  ven- 


ganzas merecidas  mas  que  licito<; ;  Tracia ,  Maccdonia, 
Tesalia  y  Bencla  penetradas  y  pisadas ,  á  pesar  de  to- 
dos los  príncipes  y  fuerzas  del  oriente ;  y  últimamente, 
muerto  á  sus  manos  el  duque  de  Atenas  con  toda  la 
nobleza  de  sus  vasallos  y  de  los  socorros  de  franceses 
y  griegos ,  ocupado  su  estado ,  y  en  él  fundado  un 
nuevo  señorío.  En  lodos  estos  sucesos  no  fallaron 
traiciones,  crueldades ,  robos,  violencias  y  sediciones; 
pestilencia  común,  no  solo  de  un  ejército  colecticio  y 
débil  por  el  corto  poder  de  la  suprema  cabeza,  pero  de 
grandes  y  poderosas  monarquías.  Si  como  vencieron 
los  catalanes  á  sus  enemigos,  vencieran  su  ambición  y 
codicia,  no  excediendo  los  límites  de  lo  justo,  y  se 
conservaran  unidos,  dilataran  sus  armas  hasta  los  úl- 
timos fines  del  oriente,  y  viera  Palestina  y  Jerusalen 
segunda  vez  las  banderas  cruzadas.  Porque  su  valor  y 
disciplina  militar,  su  constancia  en  las  adversidades, 
sufrimiento  en  los  trabajos ,  seguridad  en  los  peligros, 
presteza  en  lasejccucioues ,  y  otras  virtudes  militares, 
las  tuvieron  en  sumo  grado ,  en  tanto  que  la  ira  no  las 
pervirtió;  pero  el  mismo  poder  que  Dios  les  entregó 
para  castigar  y  oprimir  tantas  naciones,  quiso  que 
fuese  el  instrumento  de  su  proprio  castigo.  Con  la  so- 
berbia de  los  buenos  sucesos ,  desvanecidos  con  su 
prosperidad,  llegaron  á  dividirse  en  la  competencia  del 
gobierno ;  divididos,  á  matarse ;  con  que  se  encendió 
una  guerra  civil  tan  terrrible  y  cruel,  que  causó  sin 
comparación  mayores  daños  y  muertes  que  las  que 
tuvieron  con  los  extraños. 

CAPITULO  PRIMERO. 

Estado  de  los  reinos  y  reyes  de  la  casa  de  Aragón 
por  este  tiempo. 

Antes  de  dar  principio  á  nuestra  historia,  importa 
para  su  entera  noticia  decir  el  estado  en  que  se  halla- 
ban las  provincias  y  reyes  de  Aragón ,  sus  ejércitos  y 
armadas,  sus  amigos  y  enemigos :  principios  necesa- 
rios para  couQcer  dónde  se  fúndala  principal  causa  desta 
expedición.  El  rey  don  Pedro  de  Aragón,  á  quien  la 
grandeza  de  sus  hechos  dio  renombre  de  Grande,  liijo 
de  don  Jaime  el  Conquistador,  fué  casado  con  Gostanza, 
hija  de  Maufredo,  rey  de  Sicilia,  á  quien  Curios  de 


EXPEDICIÓN  DE  CATALANES  Y  ARAGONESES. 


3' 


Anjou,  con  ayiifla  dd  Pontifico  romano,  enenngo  de  la 
sangre  de  Federico  emperador,  quitó  el  reino  y  la  vida. 
Quedó  Carlos  con  su  mué!  te  príncipe  y  rey  de  las  Dos 
Sicilias,  y  mas  después  que  el  infeliz  Coradino,  último 
príncipe  de  la  casa  de  Suevia,  roto  y  deslicclio,  vino 
preso  á  sus  manos,  y  por  su  orden  y  senlencia  se  le 
cortó  la  cabeza  en  público  cadahalso  ,  para  eterna  me- 
moria de  una  vil  venganza,  y  ejemplo  grande  de  la  va- 
riedad liLimuna.  Don  Pedro,  rey  de  Aragón,  no  se  hallaba 
entonces  con  fuerzas  para  poder  lomar  salisfacion  de 
la  muerte  de  Manfredo  y  Coradino,  ni  después  de  ser 
rey  le  dieron  kigar  las  guerras  civiles ;  porqne  los  mo- 
ros de  Valencia  andaban  levantados,  y  los  barones  y 
ricoshombres  de  Cataluña  estaban  desavenidos  y  mal 
contentos;  y  también  porque  mostrándose  enemigo 
declarado  de  Carlos,  provocaba  contra  sí  las  armas 
de  Francia,  y  las  de  la  Iglesia,  formidables  por  loque 
tienen  de  divinas ;  los  reinos  de  Sicilia  y  Ñapóles  lejos 
de  los  suyos,  sus  armas  ocupadas  en  defenderse  de  los 
enemigos  mas  vecinos.  Todas  estas  dificultades  dete- 
nían el  ofendido  ánimo  del  Rey,  pero  no  de  manera  que 
borrasen  la  memoria  del  agravio.  En  unas  vistas  que 
tuvo  con  el  rey  de  Francia  Filipe,  su  cuñado,  entrevino 
Carlos,  hijo  del  rey  de  Ñapóles,  y  deseando  el  rey  de 
Francia  que  fuesen  amigos  y  se  hablasen,  siempre  don 
Pedro  se  excusó,  y  mostró  en  el  semblante  el  pesar  y 
disgusto  que  tenia  en  el  corazón,  deque  lodos  queda- 
ron mal  satisfechos  y  desabridos ;  y  sin  duda  oníonoes 
Carlos  se  previniera  y  armara,  si  creyera  que  las  fuer- 
zas del  rey  de  Aragón  fueran  iguales  á  su  ánimo  y 
pensamiento.  Pero  el  cielo  se  las  dio  bastantes  para 
tomar  entera  y  justa  salisfacion  de  la  sangre  inocente 
de  Coradino  por  medios  tan  ocultos,  que  no  se  supieron 
hasta  que  la  misma  ejecución  los  publicó. 

Los  míseros  sicilianos,  incitados  de  la  insolencia 
francesa,  desenfrenada  en  su  afrenta  y  deshonor,  to- 
maron las  armas,  y  con  aquel  famoso  hecho  que  co- 
munmente llaman  Vísperas  Sicilianas  sacudieron  de  la 
cerviz  pública  el  insufrible  yugo  de  los  franceses  y  de 
Carlos,  que  injustamente  les  oprimía,  dejándoles  al 
arbitrio  y  sujeción  de  ministros  injustos  :  causa  que 
las  mas  veces  produce  mudanzas  en  los  estados  y  ca- 
sos miserables  en  sus  príncipes.  Acudió  luego  Carlos 
con  poderoso  ejército  á  castigar  el  atrevimiento  y  re- 
beldía de  los  subditos.  Ellos,  viendo  cerrada  la  puerta  á 
toda  piedad  y  clemencia,  pusieron  la  esperanza  de  su 
remedio  y  amparo  en  don  Pedro,  rey  de  Aragón ,  que 
en  esta  sazón  se  hallaba  en  África,  como  verdadero 
príncipe  cristiano,  con  ejército  vitorioso  y  triunfante 
de  muchos  jeques  y  reyes  de  Berbería,  asistido  de  la 
mayor  parte  do  la  nobleza  y  soldados  de  sus  reinos. 
Llegaron  ante  su  presencia  los  embajadores  de  Sicilia, 
llenos  de  lágrimas,  de  luto  y  sentimiento  ;  bastantes 
con  esta  triste  demostración  á  mover  no  solo  el  ánimo 
de  un  rey  ofendido  por  particular  agravio,  pero  el  de 
cualquier  otro  que  como  hombre  sintiera.  Acordáronle 
la  muerte  desdichada  de  Manfredo  y  la  afrentosa  de 
Coradino;  facilitáronle  la  venganza  con  ayuda  de  los 
pueblos  de  Sicilia,  tan  aficionados  á  su  nombre  y  ene- 
migos del  de  Francia;  últimamente  le  propusieron  el 
estado  peligroso  de  su  libertad ,  vidas  y  haciendas,  si 
no  les  amparaba  su  valor,  porque  ya  Carlos  estaba  so- 
bre Mesina,  y  amenazaba  el  rigor  de  su  castigo  un 


lastimoso  ñn  á  todo  el  reino.  Movido  destos  razones  y 
de  las  que  su  venganza  le  ofrecía,  acudió  aiiles  que  su 
faina  á  Trápana  con  todo  su  poder,  y  fué  coa  tanta 
presteza  sobre  su  enemigo ,  que  apenas  supo  Carlos 
que  venia,  cuando  vio  sus  armas,  y  se  halló  forzado 
á  levantar  el  sitio  y  retirarse  afrentosamente  ú  Cala- 
bria. 

Con  este  hecho  el  Pontífice  como  amigo,  y  el  rey 
de  Francia  como  deudo,  descubiertamente  se  mostra- 
ron favorecedores  de  Carlos  y  enemigos  de  don  Pedro, 
y  tomaron  contra  él  las  armas.  El  rey  de  Castilla, 
que  por  el  deudo  y  amistad  debiera  ayudallo.se  salió 
afuera,  y  se  inclinó  á  seguir  el  mayor  poder.  Don  Jaime, 
rey  de  Mallorca,  su  hermano,  también  le  desamparó, 
dando  ayuda  y  paso  por  sus  estados  á  sus  contrarios, 
aunque  se  excusó  con  las  débiles  fuerzas  do  su  reino, 
desiguales  ala  defensa  y  oposición  de  tan  poderoso 
enemigo  :  disculpa  con  que  muchas  veces  los  príncipes 
pequeños  encubren  lo  mal  hecho,  atribuyendo  á  la 
necesidad  lo  que  es  ambición.  Don  Pedro  con  esto  se 
halló  sin  amigos,  solo  acompañado  de  su  valor,  for- 
tuna, y  razón  de  satisfacer  el  ultraje  y  afrenta  de  su  ca- 
sa. Al  tiempo  que  le  juzgaron  todos  por  perdido,  ven- 
ció á  sus  enemigos  varias  vec.es,  reforzados  de  nuevas 
ligas  y  socorros ;  todo  lo  deshizo  y  humilló  en  mar, 
en  tierra;  mantuvo  el  nombre  de  Aragón  en  gran  re- 
putación y  fama ,  y  fué  el  primer  rey  de  España  que 
puso  sus  banderas  vencedoras  en  los  reinos  de  Italia, 
sobre  cuyo  fundamento  hoy  se  mira  levantada  su  mo- 
narquía. Echado  Carlos  de  Sicilia,  intentó  con  mayor 
poder  reducilla  á  su  obediencia ,  y  en  esta  hubo  gran- 
des y  notables  acontecimientos;  pero  siempre  la  casa 
de  Aragón  se  aseguró  en  el  reino  con  Vitorias,  no  solo 
contra  el  poder  de  Carlos,  pero  de  todos  los  mayores 
príncipes  de  Europa  que  le  ayudaban. 

Murieron  ambos  reyes  competidores  en  la  mayor 
furia  y  rigor  de  la  guerra,  y  por  dereolio  de  sucesión 
heredó  á  Cários,  rey  de  Ñapóles,  su  hijo  primogénito, 
del  mismo  nombre,  que  en  este  tiempo  se  hallaba 
preso  en  Cataluña.  A  don  Pedro,  rey  de  Aragón,  su- 
cedieron sus  dos  hijos,  Alfonso  mayor  en  los  reinos 
de  España,  Jaime  en  el  de  Sicilia.  Prosiguióse  la  guer- 
ra hasta  la  muerte  de  Alfonso,  que  por  morir  sin  hi- 
jos, fué  don  Jaime  llamado  á  la  sucesión,  y  hubo  de  ve- 
nir á  estos  reinos ,  dejando  en  Sicilia  á  don  Fadrique, 
su  hermano,  para  que  la  gobernase  y  defendiese  en  su 
uQmbre.  Después  de  su  vuelta  ú  España,  don  Jaime,  re- 
cuperadas algunas  fuerzas  de  sus  reinos,  renunció  el 
de  Sicilia  ala  Iglesia,  temiendo  que  las  armas  caste- 
llanas, francesas  y  eclesiásticas  á  un  mismo  tiempo 
no  le  acometiesen ,  y  persuadido  de  su  madre  Gostan- 
za  ,  que  como  mujer  de  singular  santidad  ,  quiso  mas 
que  su  hijo  perdiese  el  reino,  que  alargar  mas  tiempo 
el  reconciliarse  con  la  Iglesia.  Enviáronse  á  Sicilia, 
para  poner  en  efeto  la  renunciación ,  embajadores  de 
parte  de  don  Jaime  y  de  Goslanza,  y  entregar  el  reino 
á  los  legados  del  Pontífice  romano ;  pero  la  gente  de 
guerra  y  los  naturales,  indignados  de  la  facilidad  con 
que  su  reyrenuncipbalo  que  con  tanto  trabajo  y  sangre 
se  había  adquirido  y  sustentado,  y  les  entregaba  tan 
sin  piedad  á  sus  enemigos,  de  quien  forzosamente 
habían  de  terter  servidumbre  y  muerte;  pareciéndo- 
les  áíos  sicilianos  cierto  el  peligro,  y  á  los  catalanes  y 


I  DON  FRANCISCO 

aTgnnpsc"  mpngiia  de  reputación  que  lo  que  no  pu- 
dieron las  armas  do  sus  contrarios  alcanzar  en  tantos 
ouos,  se  alcanzase  por  una  resolución  de  un  rey  mal 
aconsejado,  volvieron  á  tomar  las  armas,  y  oponién- 
dose á  los  legados,  persuadieron  á  don  Fadrique,  co- 
mo verdadero  sucesor  del  padre  y  del  hermano ,  que 
se  Humase  rey  y  tomase  á  su  cargo  la  defensa  común. 

Fué  fácil  de  persuadir  un  príncipe  de  ánimo  levan- 
tado, en  lo  mas  florido  de  su  juventud,  y  que  por  otro 
medio  no  podia  dejar  de  ser  vasallo  y  sujeto  á  las  leyes 
del  hermano  :  ocasión  bastante,  cuando  no  fuera  ayu- 
dada de  tanta  razón,  á  precipitar  los  pocos  años  de 
don  Fadrique.  Llamóse  rey,  y  como  á  tal  le  admitie- 
ron y  coronaron.  Prevínose  para  la  guerra  cruel  que 
le  amenazaba,  asistido  de  buenos  soldados  y  del  ) 
pueblo  fiel  y  pronto  á  su  conservación,  teniéndole  por 
segundo  hbcrtador  de  la  patria.  Opúsose  luego  á  Car- 
los, su  mayor  y  mas  vecino  enemigo;  al  Papa,  que  am- 
paraba y  defendía  su  causa ,  y  al  rey  don  Jaime ,  que 
de  hermano  se  le  declaró  enemigo ;  cuyas  fuerzas 
juntas  le  acometieron  y  vencieron  en  batalla  naval; 
con  que  la  guerra  se  tuvo  por  acabada,  y  don  Fadri- 
que por  perdido.  Pero  por  la  oculta  disposición  de  la 
Providencia  divina,  que  algunas  veces  fuera  de  las  co- 
munes esperanzas  muda  los  sucesos  para  quQ  conoz- 
camos que  sola  ella  gobierna  y  rige,  don  Fadrique  se 
mantuvo  en  su  reino  con  universal  contento  de  los 
buenos,  asombro  y  terror  de  sus  enemigos,  y  gloria 
de  su  nombre. 

Desliízose  poco  después  la  liga,  por  apartarse  della 
don  Jaime,  rey  de  Aragón,  con  gran  sentimiento  y  que- 
jas de  sus  aliados ,  porque  sin  las  fuerzas  de  Aragón  pa- 
recía cosa  fatal  y  casi  imposible  vencer  un  rey  de  su 
misma  casa ;  y  la  experiencia  lo  moslró ,  pues  apartado 
don  Jaime  de  la  liga ,  siempre  los  enemigos  de  don  Fa- 
drique fueron  perdiendo ,  y  él  acreditándose  con  vito- 
rías  ,  hasta  forzalles  á  tratar  de  paces,  quedándose  con 
el  reino  :  cosa  que  de  solo  pensalla  se  ofendían.  Con- 
cluyéronse después  de  algunas  contradiciones,  y  se 
establecieron  con  mayor  firmeza  con  el  casamiento  que 
luego  se  hizo  de  Leonor,  hija  de  Carlos,  coq  don  Fadri- 
que; con  que  el  reino  quedó  libre  y  sin  recelo  de  vol- 
ver á  la  servidumbre  antigua,  y  el  Rey  pacífico  señor 
del  estado  que  defendió  con  tanto  valor.  El  rey  don 
Jaime,  su  hermano,  sustentaba  sus  reinos  de  Aragón, 
Cataluña  y  Valencia  con  suma  paz  y  reputación ,  ama- 
do de  los  subditos,  temido  de  los  infieles,  poderoso  en 
la  mar,  servido  de  famosos  capitanes,  aguardando  oca- 
sión de  engrandecer  su  corona,  á  imitación  de  sus  pa- 
sados. El  rey  de  Mallorca,  príncipe  el  menor  de  la  casa 
de  Aragón ,  gozaba  pacíficamente  el  señorío  de  Mom- 
peller,  condados  de  Rosellon,  Cerdaña  y  Conflent ,  di- 
fíciles de  conservar,  por  estar  divididos  y  tener  vecinos 
mas  poderosos,  entre  quien  siempre  fueron  fluctuando 
sus  pequeños  reyes ;  pero  por  este  tiempo  vivía  con  re- 
putación, jf  coa  igual  forluüa  que  los  otros  reyes  de  su 
casa. 

CAPITULO  n. 

Elección  de  general. 

Tenían  los  reinos  de  Aragón ,  Mallorca  y  Sicilia  el  es- 
tado que  habernos  referido ,  cuando  los  soldados  viejos 
y  capitanes  de  opinioa  que  sirvieron  al  gran  rey  doo 


DE  MONCADA. 

Pedro ,  á  don  Jaime  su  hijo ,  y  últimamente  á  don  Fa- 
drique, en  esta  guerra  de  Sicilia,  juzgándola  ya  por 
acabada,  hechas  las  paces  mas  seguras  por  el  nuevo 
casamiento  de  Leonor  con  Fadrique ,  vínculo  de  mayor 
amistad  entre  los  poderosos  en  tanto  que  el  interés  y 
la  ambición  no  le  disuelven  y  deshacen ,  y  deshecho, 
causa  de  mas  viva  enemistad  y  odios  implacables ;  pa- 
reciéndüles  que  no  se  podia  esperar  por  entonces  oca- 
sión de  rompimiento  y  guerra ,  trataron  de  emprender 
otra  nueva  contra  infieles  y  enemigos  del  nombre  cris- 
tiano en  provincias  remotas  y  apartadas.  Porque  era 
tanto  el  esfuerzo  y  valor  de  aquella  milicia,  y  tanto  el 
deseo  de  alcanzar  nuevas  glorias  y  triunfos,  que  tenían 
á  Sicilia  porunestrecho  campo  para  dilatar  y  engrande- 
cer su  fama;  y  así,  determinaron  de  buscar  ocasiones 
arduas,  trances  peligrosos ,  para  que  esta  fuese  mayor 
y  mas  ilustre. 

Ayudaban  á  poner  en  ejecución  tan  grandes  pensa- 
mientos dos  motivos,  fundados  en  razón  de  su  conser- 
vación. El  primero  fué  la  poca  seguridadque  había  de 
volver  á  España,  su  patria ,  y  vivir  con  reputación  en 
ella,  por  haber  seguido  las  partes  de  don  Fadrique  con 
tanta  obstinación  contra  don  Jaime,  su  rey  y  señor  na- 
tural; que  aunque  don  Jaime  no  era  príncipe  de  ánimo 
vengativo,  y  se  tenía  por  cierto  que ,  pues  en  la  furia 
de  la  guerra  contra  su  hermano  no  consintió  que  se  die- 
sen por  traidores  los  que  le  siguieron ,  menos  quisiera 
castigar  á  sangre  fría  lo  que  pudo  y  no  quiso  en  el 
tiempo  que  actualmente  le  estaban  ofendiendo ,  si- 
guiendo las  banderas  de  su  hermano  contra  las  suyas; 
pero  la  majestad  ofendida  del  príncipe  natural ,  aun- 
que remita  el  castigo ,  queda  siempre  viva  en  el  ánimo 
la  memoria  déla  ofensa;  y  aunque  no  fuera  bastante 
para  hacelles  agravios,  por  lómenos  impidiera  el  no 
servirse  dellos  en  los  cargos  supremos :  cosa  indig- 
na de  lo  que  merecían  sus  servicios,  nobleza  y  car- 
gos administrados  en  paz  y  guerra.  El  segundo  motivo, 
y  el  que  mas  les  obligó  á  salir  de  Sicilia ,  fué  ver  al  Rey 
imposibilitado  de  potlelles  sustentar  con  la  largueza  que 
antes,  por  estar  la  hacienda  real  y  reino  destruidos  per 
una  guerra  de  veinte  años,  y  ellos  acostumbrados á 
gastar  con  exceso  la  hacienda  ajena  como  la  propria 
cuando  les  fal  taban  despojos  de  pueblos  y  ciudades  ven- 
cidas. Como  entrambas  cosas  cesaron  hechas  las  paces 
y  fenecida  la  guerra ,  juzgaron  por  cosa  imposible  re- 
ducirse á  vivir  con  moderación. 

El  rey  don  Fadrique  y  su  padre  y  hermano ,  con  su 
asistencia  en  la  guerra,  y  como  testigos  de  las  hazañas, 
industria  y  valor  de  los  subditos,  pocas  veces  se  enga- 
ñaron en  repartir  las  mercedes,  porque  dieron  mas 
crédito  a  sus  ojos  que  á  sus  oidos,  y  siempre  el  premio 
á  los  servicios,  y  no  al  favor.  Con  esto  faltaban  en  sus 
reinos  quejosos  y  mal  contentos ,  pero  no  pudieron  dar 
á  todos  los  que  les  sirvieron  estados  y  haciendas ;  con 
que  algunos  quedaron  con  menos  comodidad  que  sus 
servicios  merecían.  Pero  como  vieron  que  los  reyes 
dieron  con  suma  liberalidad  y  grandeza  lo  que  lícita- 
mente pudieron  á  los  mas  señalados  capitanes,  atribuye- 
ron solo  á  su  desdicha ,  y  á  la  virtud  y  valor  incompara- 
ble de  los  que  fueron  preferidos,  el  hallarse  inferiores. 

Estas  fueron  las  causas  que  movían  los  ánimos  en 
común  para  tratar  de  engrandecerse  en  nuevas  empre- 
sas y  conquistas.  Los  mas  principales  capitanes  que 


EXPEDICIÓN  DE  CATALANES  Y  ARAGONESES. 


S 


aiiimalwn  y  alontnlian  á  los  flemas  fueron  cuatro,  dc- 
Ijiijo  de  cuyas  bíiiiiloras  sirvieron  :  Roí^er  de  Flor,  vi- 
cealniiraníe  de  Sicilia;  Berengiier  de  Eiilenza,  Ferran 
J  mencz  de  Árenos,  ambos  ricosiiombrcs,  y  Bcrengucr 
de  Rocafort;  todos  conocidos  y  eslimados  por  soldados 
de  grande  opinión.  Comunicaron  pus  pcn>\amicnlf¡s  en- 
tre PUS  valedores  yamig'is,  y  hallándoles  con  buena  dis- 
posición y  ánimo  descguilk'S  en  cualquier  jornai!a,  se 
resolvieron  de  emprender  la  que  pareciese  mas  útil  y 
lionrosa.  Para  la  conclusión  de  estelraloscjunlaron  e;i 
secreto,  yantes  de  discurrir  sobre  su  expedición,  qui- 
sieron dalle  cabeza,  porque  sin  ella  fuera  inútil  cual- 
quier consejo  y  determinación,  faltando  quien  puede  y 
debe  mandar.  Con  acuerdo  común  de  los  que  para  esto 
re  juntaron,  fué  nombrado  por  general  Hoger  de  Flor, 
vicealmirante,  pí)deroso  en  la  mar,  valienle  y  estimado 
soldado,  platico  y  bien  aftrtunada  marinero;  persona 
que  en  riquezas  y  dinero  excedia  á  todos  los  demás  ca- 
piluucs :  causa  principal  de  ser  preferido. 

CAPULLO  III. 
Quien  fui  Rogcr  de  Flor. 

Rogorde  Flor,  á  quien  los  nuestros  eligieron  por 
general  y  suprema  cabeza,  nació  en  Brindiz,  de  pa- 
dres nobles :  su  padre  fué  alemán ,  llamado  Ricardo  de 
Flor,  cazador  del  emperador  Federico;  su  madre  ita- 
liana y  natural  del  mismo  lugar.  Murió  Ricardo  en  la 
batalla  que  Carlos  de  Anjou  tuvo  con  Coradino ,  cuyas 
partes  seguía ,  por  ser  nieto  de  Federico,  su  prínci{ie  y 
señor.  Cários,  insolente  con  la  Vitoria,  después  de  li.a- 
ber  cortado  la  cabeza  á  Coradino ,  confiscó  las  hacien- 
das de  todos  los  que  tomaron  las  armas  en  su  ayuda. 
Con  esta  pérdida  quedó  Roger  y  su  madre  con  suma  po- 
breza ,  y  con  la  misma  se  crió  hasta  edad  de  quince 
años,  que  un  caballero  francés ,  religioso  del  Temple, 
llamado  Vassaill,  se  le  aficionó  con  ocasión  de  asistirán 
Brindiz  con  el  Alcon,  nave  del  Temple,  cuyo  capitán 
era.  Navegó  juntamente  con  él  Roger  algunos  años,  y 
ganó  tan  buena  opinión  en  el  ejercicio  que  profesaba, 
que  la  religión  le  recibió  por  suyo ,  dándole  el  hábito 
de  fray  sargento,  en  aquel  tiempo  casi  igual  al  de  ca- 
ballero. Con  él  Roger  comenzó  á  ser  conocido  y  temi- 
do en  todo  el  mar  de  levante,  y  al  tiempo  que  Ptolemai- 
de,  dicha  por  otro  nombre  Acre,  se  rindió  á  las  armas  de 
Melech  Taseraf,  sultán  de  Egipto,  Roger,  como  refiere 
Pachimer¡o(l ),  era  uno  délos  que  asistían  en  un  convento 
del  Temple ;  y  viendo  que  la  ciudad  no  se  podia  defen- 
der, recogió  muclios  cristianos  en  un  navio,  con  la  ha- 
cienda que  pudieron  escapar  de  la  crueldad  y  furia  de 
los  bárbaros. 

No  le  faltaron  á  Roger  enemigos  de  su  misma  reli- 
gión, que  envidiosos  de.  sus  buenos  sucesos,  le  des- 
compusieron con  su  maestre,  haciéndole  cargo  que  se 
habia  aprovechado  por  caminos  no  debidos  á  su  profe- 
sión, y  defraudado  los  derechos  comunes,  y  alzádose 
con  todos  los  despojos  que  sacó  de  Acre ;  que  como  ya 
esta  célebre  y  famosa  religión  se  hallaba  en  su  última 
vejez  y  cerca  de  su  fin ,  sus  partes  se  hablan  enflaque- 
cido con  los  vicios  de  la  mucha  edad  y  tiempo.  La  en- 
vidia, la  avaricia  y  ambición  hablan  ocupado  sus  áni- 

(i)  Pachymcres  (Georg.'),  Andronícus  Palaeologus,  sive  historia 
rerum  ab  Andronieo  sfniore  t»  Imperio  geslartm.  Romae,  1668. 


mos  en  lugar  del  antigo  valor  y  de  la  muc'n  confor- 
midad y  piedad  cristiana  que  los  hizo  tan  estimados  y 
venerados  cu  todas  las  provincias. 

Quiso  el  Maestre  con  csfa  primera  acn«ac¡on  pren- 
del!e,  pero  Roger  tuvo  alguna  noticia  destos  intentos; 
y  conociendo  la  codicia  de  su  cabeza  y  ruindad  de  sus 
hermanos,  no  le  parcc'ó  aguardar  on  Marsella,  donde 
á  la  sazón  se  hallaba,  sino  retirarse  á  lugar  mas  seguro, 
y  dar  tiempo  áque  la  f  ha  y  siniestra  acusación  se  des- 
vaneciese. Retiróse  á  Genova,  donde,  aymlado  de  sus 
amigos ,  y  particularmente  de  Ticin  de  Oria,  armó  una 
gilera,  y  con  e!'a  fué  á  Ñapóles  y  ofrecióse  al  servicio 
do  Roliet  to,  duque  de  Calabria ,  á  tiempo  que  se  preve- 
n'a  y  arma!  a  pr.ra  la  guerra  contra  don  Fiídrique.  Hizo 
Roberto  poco  cuso  de  su  ofrecimiento  y  del  ánimo  con 
que  fc  le  ofrecía,  juzgándole  por  tan  corto  como  el  so- 
corro. Obligó  á  Roger  este  desprecio  á  que  se  fuese  ú 
servir  á  don  Fadrique,  su  enemigo,  de  quien  fué  admi- 
tido con  muclms  muestras  de  amor  y  agradecimiento: 
efetos  no  solo  de  su  ánitno  generoso  y  condición  apaci- 
ble para  con  los  soldados ,  pero  de  la  fuerza  de  la  nece- 
sidad de  la  guerra ;  porque  no  fuera  cordura  desechar 
al  que  voluntariamente  ofrece  su  servicio  en  tiempos 
tan  apretados  como  en  los  que  cerrón  riesgo  la  vida  y 
libertad,  y  cuando  se  apartan  los  mayores  amigos  y 
obligados.  El  que  llega  á  ser  amigo  en  los  peligros  y 
cuando  el  Principo  es  acometido  de  armas  mas  podero- 
sas, sin  obligación  de  naturaleza  y  fidelidad  de  subdi- 
to, debe  ser  admit'do  y  honrado,  aunque  lo  traiga  su 
proprio  interés  ó  algún  desprecio  ó  agravio  del  contra- 
rio ;  que  cuanto  mas  ofendido ,  mas  útil  y  seguro  será 
su  servicio. 

Fuese  luego  encendiendo  la  guerra  entre  Roberto  y 
Fadrique,  y  Roger  acreditóse  en  ella  con  importantes 
servicios ,  socorriendo  diversas  veces  plazas  apretadas 
del  enemigo,  y  con  la  pequeña  armada  que  llevaba  á 
su  cargo,  impidiendo  la  libre  navegación  de  los  mares 
ycostasdcNápolcs,con  que  llegó  áser  vicealmirante, 
y  en  menos  de  tres  años  hizo  cosas  tan  señaladas,  que 
fué  una  de  las  mas  principales  causas  de  conservar  ú  su 
príncipe  en  Sicilia,  alcanzando  juntamente  para  ú 
nombre  inmortal  y  riquezas  mas  que  de  vasallo.  En 
este  estado  se  hallaba  Roger  cuando  le  tomaron  los 
catalanes  y  aragoneses  por  general  de  la  empresa  quo 
ÍQlentabuu. 

CAPITULO  IV. 

Determinan  los  capitanes  su  jomada,  y  suplican  al  Rey 
les  favorezca. 

Trataron  con  el  nuevo  general  los  capitanes  cuál  se- 
ria la  mas  conveniente  y  provechosa  empresa  ,y  resol- 
vieron de  común  parecer  de  ofrecerse  al  emperador  de 
los  griegos,  Andrónico Paleólogo,  casi  oprimido  de  las 
armas  de  los  turcos;  porque  á  mas  de  que  Andrónico 
se  tenia  por  cierto  que  buscaba  socorros  de  naciones 
extranjeras,  dudoso  de  la  fidelidad  de  los  suyos,  era 
príncipe  que  tenía  poca  correspondencia  con  el  Papa, 
á  quien  Roger  temía  por  haber  maltratado  en  tiempo 
de  guerra  las  provincias  de  la  Iglesia ,  y  siempre  vivía 
con  recelos  de  que  el  Papa  pidiese  á  don  Fadrique  su 
persona  como  de  religioso  templario,  para  vengarse 
dél,  entregándole  á  su  maestre  y  religión.  Y  aunque  no 
se  podia  esperar  de  la  grandeza  de  don  Fadrique  hecho 


e  DON  FRANCISCO 

tan  feo,  pero  como  los  royes  algunas  veces  no  miden 
sus  intereses  con  loque  deben  á  su  estimación  y  fama, 
olvidan  con  facilidad  los  servicios  por  otras  mayores 
conveniencias.  Ypudieraser  que,  rehusando  don  Fa- 
drique  el  entregar  áRoger,  fuera  ocasión  de  rompi- 
miento y  guerra ;  y  así,  no  quiso  Roger  poner  á  don  Fa- 
drique  en  nuevos  cuidados,  ni  su  libertad  en  peligro  si 
se  quedara  en  Sicilia.  Pacliimerio  dice(lib.  ii,  capi- 
tulo 13)  que  el  Papa  se  le  pidió  á  don  Fadrique,  y  que 
juzgando  no  ser  justo  entregará  quien  tan  bien  le  lia- 
Lia  servido,  ofreció  entonces  de  escribir  y  rogar  al 
emperador  Andrónico  le  trajese  ásu  servicio,  porque 
desia  manera  saldría  honrado  de  sus  tierras ,  y  el  Papa 
no  podria  quejarse  de  que  él  amparaba  los  fugitivos  de 
las  religiones.  Pero  ea  este  caso  me  parece  dar  mas 
crédito  á  Montaner  (1 ),  porque  al  principio  deste  capítulo 
escribe  Pachimerio  que  si  en  esta  relación  se  apartare 
de  la  verdad ,  no  tendrá  la  culpa  el  escritor,  sino  la  fa- 
ma de  quien  él  lo  supo ;  y  como  la  que  corría  entre  los 
griegos  de  nuestras  cosas  era  siempre  falsa,  no  se  le 
debe  de  dar  crédito  en  lo  que  difiere  de  Montaner,  y  fa- 
cilmente  en  este  caso  les  podemos  conciliar,  porque  solo 
dilieren  en  que  Pachimerio  da  por  constante  que  el 
Papa  pidió  la  persona  de  Roger  á  don  Fadrique,  y 
Montaner  dice  que  se  temió  el  caso ,  pero  no  que  suce- 
dió ;  y  así  no  fué  mucho  que  la  fama  de  tan  lejos  aña- 
diese lo  demás. 

Después  de  haber  resuelto  todos  la  jornada ,  y  pla- 
ticado por  algunos  días  los  medios  mas  convenien- 
tes para  su  ejecución ,  dieron  cargo  ú  Roger  que  ha- 
blase á  don  Fadrique  y  le  descubriese  sus  intentos,  y  le 
suplicase  de  parte  de  todos  que  los  favoreciese,  por- 
que no  fuera  justo  que  se  tratara  públicamente  sin  ha- 
ber precedido  su  consentimiento  y  gusto.  Roger  vino 
á  Mesina,  donde  el  Rey  estaba ,  poco  después  de  con- 
cluido su  casamiento  con  Leonor,  hija  de  Carlos;  y 
acabadas  las  fiestas  y  regocijos  de  las  bodas,  hablando 
en  secreto  con  el  Rey ,  le  dijo  como  los  catalanes  y  ara- 
goneses se  querían  salir  de  Sicilia  y  pasar  á  levante, 
no  tanto  por  el  beneficio  común  de  todos  ellos,  como 
por  la  quietud  y  provecho  que  le  resultaría  si  le  deja- 
ban un  reino  tan  trabajado  por  las  guerras  pasadas,  li- 
bre de  carga  tan  molesta  y  i>esada  como  eran  ellos  en 
tiempo  de  paz ;  que  sus  personas  las  tendría  siempre  á 
su  devoción,  y  que  cuando  importase  le  vendrían  á  ser- 
vir de  los  últimos  fines  de  la  tierra;  pero  que  por  en- 
tonces le  suplicaban  facilitase  su  jornada  y  les  ayuda- 
se coa  su  autoridad  y  fuerzas;  paga  bien  merecida  á 
sus  servicios. 

Respondió  el  Rey  que  advirtiesen  que  la  resolución 
que  habían  tomado  de  salir  de  Sicilia,  aunque  le  estaba 
bien  para  su  conservación,  no  para  su  fama,  porque 
muchos  podrían  entender  que  su  salida  era  trazada 
por  su  orden  para  quedar  libre  de  sus  obligaciones;  y 
que  eran  de  tal  calidad  las  que  él  reconocía ,  que  por 
este  medio  no  se  podia  librar  ddjas  sin  cjonocida  nota 

fl)  Chronka,  o  descripch  deis  fels  e  hazanyes  del  Inclijt  Mj  Don 
Jaume  Primer  Het)  Darago,  de  Mallorques  é  de  Valencia  :  Comple 
de  Barcelona  éde  Muntpesller:  e  de  molls  de  sos  descendenls.—  VcUi 
per  lo  raagnifich  en  Uamon  Muntaner,  lo  qual  sciui  axi  al  dit  In- 
clyt  Rey  Don  Jaumc,  com  a  sos  lilis  e  descendcnts  :  es  troba  prc- 
scnt  á  les  cosos  conlcngudes  en  la  pVcscnt  historia.  —Valencia, 
por  la  viuda  de  Juan  Mey,  1568.— Barcelona,  en  casa  de  Jaumo 
Corlcy,  líki'2. 


DE  MONCADA. 

de  ingrato.  Pero  si  la  esperanza  de  mayores  acrecen- 
tamientos les  llamaba  á  nuevas  empresas,  y  estaban 
resueltos ,  que  él  les  asistiría  y  ayudaría  con  sus  fuer- 
zas, con  que  ellos  fuesen  teslígos  y  publicasen  la  ver- 
dad del  hecho;  y  que  primero  aventurara  el  reino  y  la 
vida,  que  ful  tara  ala  obligación  de  tan  señalados  servi- 
cios; pero  que  la  estrecheza  del  tiempo,  por  los  exce- 
sivos gastos  de  la  guerra,  no  daba  lugar  á  que  el  pre- 
mio igualase  á  su  deseo.  Digna  respuesta  de  príncipe 
tan  esclarecido,  tanto  mas  de  estimar,  cuanto  es  mas 
rara  en  los  príncipes  la  virtud  del  agradecimiento  y  sa- 
tisfacer grandes  servicios,  cuando  son  tales  que  no  se 
pueden  pagar  con  ordinarias  mercedes.  Roger  estimó, 
en  nombre  de  todos,  tan  señalado  favor  y  la  honra  que 
les  hacia ,  y  fuese  luego  á  dar  razón  ú  los  capitanes  de 
lo  que  el  Rey  había  respondido ;  y  entendido  por  ellos, 
lo  celebraron  y  agradecieron  con  alabanzas. 

Fué  don  Fadrique  uno  de  los  mas  señalados  prínci- 
pes de  aquella  edad,  por  la  grandeza  de  su  ánimo  y  glo- 
ria de  sus  hechos ,  cuyo  valor  deshizo  y  quebrantó  las 
fuerzas  unidas  para  su  ruina ,  de  Italia,  Francia  y  Es- 
paña ,  y  el  que  á  pesar  de  todos  sus  competidores,  que- 
dó con  el  reino  de  Sicilia  para  sí  y  su  posteridad,  en 
quien  hoy  felizmente  se  conserva.  No  pudo  suceder  á 
don  Fadrique  cosa  que  mas  le  importase  para  la  segu- 
ridad y  quietud  de  su  nuevo  reinado,  que  librar  á  su 
pueblo  de  las  contribuciones  y  alojamientos  de  hués- 
pedes tan  molestos  como  suelen  ser  los  soldados  mal 
pagados.  Después  que  las  paces  y  parentesco  desterra- 
ron la  guerra,  por  mantenella  daban  los  pueblos  de  Si- 
cilia con  mucha  liberalidad  sus  haciendas  á  los  solda- 
dos que  los  defendían  y  amparaban  contra  Carlos,  á 
quien  temían ;  pero  después  que  con  la  paz  se  les  quitó 
este  miedo,  comenzaron  asentir  la  mala  vecindad  do 
los  soldados  y  á  desavenirse  con  ellos ;  disgustos  que 
forzosamente  habían  de  causar  daños  gravísimos,  si  la 
nueva  expedición  no  los  atajara. 

CAPITULO  V. 

Embijada  de  los  nuestros  al  emperador  AndrJnico, 
y  su  respuesta. 

Roger  y  las  demás  cabezas  principales  del  ejército 
resolvieron  que  luego  se  enviasen  dos  embajadores  al 
emperador  Andrónico  á  proponelle  su  servicio.  Hicié- 
ronse  las  instrucciones,  asistiendoá ellas,  con  otros  ca- 
pilanes, Ramón  Montaner,  uno  de  los  escritoresde  ma- 
yor crédito ,  que  intervino  siempre  en  los  consejos  y 
ejecuciones  mas  graves  desta  expedición.  Entregá- 
ronse á  dos  caballeros,  cuyos  nombres  el  tiempo  y  el 
descuido  dejaren  envueltos  en  tinieblas,  para  que  lue- 
go partiesen  á  Constantinopla,  y  diesen  su  embajada 
de  parte  de  toda  la  nación.  Llegaron  en  breves  días 
con  una  galera  reforzada  de  Roger.  Sabida  su  venida, 
y  con  alguna  noticia  de  la  embajada  que  traían,  fueron 
recibidos  de  Andrónico  con  agradecido  semblante  y 
muestras  de  mucho  amor.  Propuso  uno  de  los  dos  em- 
bajadores, el  mas  antiguo  en  años ,  su  embajada  :  que 
los  catalanes  y  aragoneses ,  después  de  hechas  las  pa- 
ces entre  Carlos,  rey  de  Ñápeles,  y  don  Fadrique,  rey 
de  Sicilia,  á  quien  ellos  servían,  determinaron  no- bus- 
car reposo  en  su  patria,  sino  acrecentar  con  nuevos 
hechos  la  gloria  militar  y  fama  adquirida  en  las  pasa- 
das guerras ;  que  tenían  para  esto  fuerzas  bastantes  en 


EXPEDICIÓN  DE  CATAL 

número  y  valor,  soldados  ejercitados  por  una  larga  y 
peligrosa  guerra ,  capitanes  conocidos  por  sus  vilo- 
Tias  y  nobleza  de  sangre;  que  en  nombre  de  todos  ellos 
le  ofrjecian  su  ayuda  contra  los  turcos  con  doblado  gus- 
to y  afición ,  por  ocupar  sus  armas  en  favor  de  la  casa 
de  "los  Paleólogos,  amigos  únicos  de  la  de  Aragón  cuan- 
do sus  partes  estaban  muy  caldas,  y  dilatar  su  imperio, 
tlestruyendo  jiuitamentc  el  de  los  enemigos  del  nom- 
bre cristiano,  que  con  tanta  audacia  y  orgullo  le  que- 
rían establecer  en  las  provincias  usurpadas  al  imperio 
griego. 

Quedaron  los  emperadores  contentísimos  con  la  no 
esperada  embajada  y  ofrecimiento  de  los  catalanes,  á 
BU  parecer  tan  importante  para  sus  intereses,  porque 
entendieron  que  aquellos  mismos  que  se  les  venían  á 
ofrecer  eran  los  que  con  tanto  espanto  y  temor  de  toda 
Italia  ganaron  y  sustentaron  el  reino  de  Sicilia.  Agra- 
deció con  palabras  magníficas  el  gusto  con  que  toda  la 
nación  le  ofrecía  servir,  y  con  el  mismo  les  recibió. 
Quiso  que  luego  se  platicasen  las  condiciones  con  que 
habían  de  milifar;yasí,  los  embajadores  pidieron, con- 
forme susinstruccione?,  el  sueldo  para  la  gente  de  guer- 
ra ,  y  que  á  Roger  se  le  diese  el  título  de  megaduque, 
y  por  mujer  una  de  sus  nietas,  porque  quería  con  tales 
prendas  asegurarse  mas  en  su  servieio.  Andrónico,  sin 
alterar  ni  mudar  cosa  de  las  que  le  pidieron,  las  conce- 
dió ,  sin  reparar  en  la  calidad  y  estado  de  Roger,  des- 
igual al  de  su  nieta;  pero  toda  esta  desigualdad  pudo 
igualar  la  reputación  de  la  gente  que  como  general  go- 
bernaba, y  verse  el  griego  tan  oprimido  de  las  armas 
de  los  turcos,  y  poco  seguro  de  la  fidelidad  de  los  suyos. 

Vivía  ciego  y  desterrado  en  una  aldea  de  Bitinia  Juan 
Lascar,  legitimo  sucesor  del  iuiperío ,  y  aunque  inútil 
para  ocupalle,  viviendo  él  era  la  posesión  de  Andró- 
nico tiránica,  y  causa  muy  justificada  para  tomar  las 
armas  los  mal  contentos  del  gobierno  presente;  y  así, 
lleno  de  temores  y  recelos,  le  fué  forzoso  valerse  de 
naciones  extranjeras  para  la  guerra  y  defensa  de  su 
persona.  Recibió  en  su  servicio  diez  mil  masagefas,  a 
quien  el  vulgo  llama  alanos,  gente  bárbara  de  costum- 
bres, cristianos  en  la  fe  mas  que  en  las  obras.  Tenian 
su  morada  de  la  otra  parte  del  Danubio ,  y  reconocían 
por  señores  ú  los  scitas  de  Europa.  Enviaron  primero 
al  Emperador  su  embajada  ofreciendo  serville.  Ñicéforo 
Gregoras  (1),  autor  griego  de  aquellos  tiempos,  refiere 
lo  mucho  que  Andrónico  la  estimó,  con  estas  mismas 
palabras  :  «Fuéle  tan  agradable  al  emperador  como  si 
viniera  del  cielo. »  Decia  que  todos  los  griegos  le  eran 
sospechosos  y  enemigos ,  y  así  continuamente  procu- 
raba amistades  y  ligas  con  los  extraños,  que  ojalá  nun- 
ca lo  hiciera.  También  recibió  en  su  ejército  muchas 
compañías  de  turcoples  (2),  que  dejaron  á  sultán  Azan 
y  se  bautizaron.  Todas  estas  ayudas  las  deseaba  An- 
drónico y  las  eslimaba  como  grandes;  y  así  la  que  los 
nuestros  le  ofrecían ,  no  se  puede  con  palabras  encare- 
cer la  estimación  que  hizo  della,  por  ser  de  gente  tan 

(1)  Niccplioii  Grcgorae  Historia  byzanlina.  Basileae,  lS62.— ía- 
dem  gr.  et  lat.,  cum  nolis  Jo.  Boivin.  Parisiis,  1702  ;2  vol. 

Cum  nolis  fjusd.  Boivini,  Hier.  Wolfli,  Ducangii  etCoperonnerii; 
cura  Lud.  Schupeni.—Tioxix,  Weber,  1829  et  1830;  2  vol. 

^2i  Tunopiili,  denominación  que  se  aplicaba,  según  Ducange ,  á 
los  soldados  de  armadura  ligera,  y  según  otros,  á  los  hijos  de  pa- 
dre turco  y  madre  griega,  pero,  como  io  Indica  acjuí  Moneada,  tur- 
coplet  eran  ios  turcos  convertidos,  ^^ 


a:;es  y  aragoneses.  t 

aventajada  á  las  demás  que  le  «¡ervian,  y  tan  temida  cu 
aquellos  tiempos.  Remitió  Andrónico  los  dos  embaja- 
dores á  Roger,  concertado  el  casamiento,  y  le  llevaron 
las  insignias  de  megaduque,  que  es  lo  mismo  que  entre 
nosotros  general  de  la  mar ;  dignidad  grande  de  aque) 
imperio,  pero  no  de  las  mayores  (3). 

CAPITULO  \L 

Señala  sueldo  el  Emperador  á  la  gente  de  gBPrra,  y  hace  muchas 
honras  y  mercedes  á  sus  capitanes. 

Señaló  Andrónico  las  pagas  según  la  diferencia  de 
las  armas  y  ocupación :  cuatro  onzas  de  plata  cada  mes 
á  los  hombres  de  armas,  á  los  caballos  ligeros  dos,  y  lo 
mismo  á  los  pilotos  y  gente  de  mando  de  la  armada;  á 
los  infantes  y  marineros  una  onza,  y  que  siempre  que 
llegasen  á  la  costa  de  alguna  provincia  del  imperio  se 
les  diesen  cuatro  pagas ,  y  cuando  quisiesen  volver  á 
sus  casas ,  juntos  ó  divididos  ,  se  les  librasen  dos  para 
el  viaje.  George  Pachimerio,  autor  griego,  cuyos  frag- 
mentos ilustran  muclro  esta  relación,  aunque  enemigo 
grande  de  los  catalanes,  dice  que  las  pagas  de  los  cata- 
lanes eran  doblado  mayores  que  las  de  los  turcop'es  y 
masagetas;  con  que  claramente  se  muestra  la  eslima- 
cion  que  se  hizo  de  la  milicia  catalana  y  aragonesa, 
pues  con  tan  excesiva  diferencia  la  aventajaron  á  todos 
los  que  servían  en  su  imperio.  De  la^agas,  entreteni- 
mientos y  ventajas  que  ofreció  á  la  nobleza  y  capilane?, 
no  señalan  los  historiadores  cosa  con  particularidad; 
solo  el  oficio  y  dignidad  de  megaduque  en  Roger,  y  el 
de  senescal  en  Corberan  de  Alet ;  de  donde  sospecho 
que  su  gusto  era  el  que  limitaba  sus  pagas  y  sueldo; 
porque,  según  adelante  veremos,  los  generales  pedían 
á  su  voluntad  el  dinero,  con  solo  señalar  la  cantidad, 
sin  que  para  esto  hubiesen  de  dar  cuenta  A  los  conta- 
dores y  ministros  de  la  hacienda  de  Andrónico. 

Los  embajadores  volvieron  á  Sicilia ,  y  hallaron  á  Ro- 
ger en  Lícala ,  donde  aguardaba  su  vuelta ,  y  sabido  el 
buen  despacho  que  traían,  se  fué  luego  á  ver  con  el  Rey, 
a  dalle  razón  del  honroso  acogimiento  que  Andrónico 
hizo  á  sus  embajadores,  y  cuáii  largo  andaba  en  ofrc- 
celles  mercedes.  Publicóse  la  jornada,  y  los  capitanes 
recogieron  su  gente  en  Mesina  ,  donde  la  armada  se 
aprestaba ,  que  en  pocos  días  estuvo  en  orden  para  na- 
vegar. Era  la  armada  de  treinta  y  seis  velas,  y  entre  ellas 
había  diez  y  ocho  galeras  y  cuatro  naves  gruesas,  la 
mayor  parte  armadas  con  dinero  del  Rey  y  de  Roger, 
que  para  la  ejecución  desta  jomada  gastó  la  hacienda 
que  adquirió  en  las  guerras  pasadas,  y  tomó  veinte  mil 
ducados  délos  genoveses  en  nombre  del  emperador  An- 
drónico. Fué  mucho  menos  el  número  de  la  gente  de  lo 
que  se  creyó ;  porque  los  dos  Berengucres  de  Enten¿a 
y  Rocafort  no  pudieron  juntarse  con  Roger  ni  seguirle, 
porque  difirieron  su  partida  para  el  siguiente  año.  Be- 
renguer  de  Entenza  esperaba  nuevas  compañías  de  gen- 
te de  Cataluña  para  acrecentar  sus  fuerzas  y  pasar  con 
mayor  reputación.  Berenguer  de  Rocafort  se  detenía  en 
unos  castillos  de  Calabria ,  y  rehusaba  el  entregarlos  al 
rey  Cáríos  de  Ñapóles  hasta  quedar  enteramente  sa- 
tisfecho de  lo  que  se  le  debía  pol"  razón  de  su  sueldo. 
Roger,  aunque  la  falta'destos  dos  capitanes  le  pudiera 

(3)  El  título  de  megaduque,  6  megádux  en  griego,  y  mngnndux 
en  latin,  correspondía  en  el  imperio  bizantino  al  grado  supremo 
de  la  marina.  Quem  summa  rei  mutictte...praefeclura  erat,  dice  el 
gltfsai'iü  de  l)ucaD£c. 


g  DON  FKANCISCO 

con  justa  cansa  detener,  por  ser  una  ríe  !ns  mas  prínci- 
p:¡los  partes  de  su  ejército,  detcnninó  partirse,  y  em- 
bai'Cü  su  gonlc  el  (lia  que  tenia  aplazado.  El  Rey,  á  mas 
de  ios  navios  y  galeras  que  les  dio  pura  su  viaje,  les 
mandó  prcvcer  de  vituallas  y  hastimenfos,  y  el  dinero 
que  pudü  un  príncipe  que  del  reinar  solo  conoció  las 
fatigas  y  peligros. 

Este  fue  el  premio  que  se  dio  á  la  milicia  mas  inven- 
cible y  vitoriosa  de  aquella  edad ,  y  que  sirvió  por  largos 
veinte  años  á  tres  reyes,  Pedro,  Jaime  y  Fadrique,  al- 
canzando de  sus  enemigos  cinco  Vitorias  navales,  tres 
ca  (ierra,  sin  otros  encuentros  notables,  y  sin  las  ex- 
pugnaciünes  de  fuertes  y  grandes  pueblos,  y  otros  de- 
fendidos ''on  loable  obsiinaciou  y  valor  increil)le.  Tal 
era  la  moderación  de  aquellos  tiempos,  bien  diferentes 
de  los  que  boy  tenemos ,  pues  vemos  soldados  que  apo- 
cas lian  visto  al  enemigo  cuando  ya  juzgan  por  cortas 
las  mayores  mercedes. 

CAPITULO  VII. 

Parte  de  Sicilia  ta  armada ,  y  que  gente  y  milicia  fué  la  de  los 
aliuugavarcs. 

Em.barcüsc  toda  la  gente  en  el  puerto  de  Mesina,  y 
antes  de  salir  del  Faro,  se  lomó  muestra  general,  y  se 
hallaron,  según»  Wontaner,  efectivos  mil  quinientos 
liombres  de  cabo  para  el  servicio  de  la  armada,  sin  los 
oficiales,  y  cuatro  mil  infantes  almugavares.  Nicéforo 
Gregoras,  autor  poco  fiel  en  algunos  destos  sucesos,  dice 
que  Hogcr  pasó  solo  mil  hombres  á  Grecia ;  pero  Geor- 
gc  Pacliinicrioyaconcuerda  con  Monlaner,  y  afirma  que 
fueron  ocl;o  mil  los  que  pasaron.  Este,  á.  mi  parecer,  es 
el  verdadero  número ;  porque  seis  mil  y  quinientos  soi- 
("adcs  de  paga  es  cierto  que  llegaron  hasta  el  número 
de  ocho  mil  con  los  criados  y  familia  de  los  capitanes  y 
ricosliombros.  Y  aunque  estos  dos  autores  no  concor- 
daran ,  la  fe  de  Nicéforo  fuera  siempre  dudosa;  porque 
ó  Rogcr,  siendo  capitán  de  soles  mil  hombres,  no  me 
puedo  persuadir  que  Andrónico  le  hiciera  mogaduquc, 
y  le  casara  con  su  nieta  sin  haber  precedido  servicios. 
Ño  parecerá  ajeno  del  intento,  pues  toda  nuestra  in- 
fantería fue  de  almugavares,  decir  algo  de  su  origen. 

La  antigüedad ,  madre  del  olvido,  por  quien  han  pe- 
recido claros  hechos  y  memorias  ilustres,  entre  otras 
que  nos  dejó  confuFas,  ha  sido  el  origen  de  los  almuga- 
vares; pero  según  lo  que  yo  he  podido  averiguar,  fué 
de  aquellas  naciones  bárbaras  que  destruyeron  el  im- 
perio y  nombre  de  los  romanos  en  España,  y  fundaron 
el  suyo,  que  largo  tiempo  conservaron  con  esplendor  y 
gloria  de  grande  majestad ,  hasta  que  los  sarracenos  en 
menos  de  dos  años  le  oprimieron ,  y  forzaron  á  las  reli- 
quias deste  universal  incendio  que  entre  lo  mas  áspero 
delosmontesbuscasensu  defensa,  donde  las  fierasmuer- 
tas  por  su  mano  les  dieron  comida  y  vestido.  Pero  luego 
su  antiguo  valor  y  esfuerzo,  que  ei  regalo  y  delicias  te- 
nían sepultado ,  con  el  trabajo  y  fatiga  se  restauró ,  y  les 
hizo  dejar  las  selvas  y  bosques,  y  convertir  sus  armas 
contra  moros,  ocupadas  antes  en  dar  muerte  á  fieras. 

Con  la  larga  costumbre  de  ir  divagando,  nunca  edi- 
ficaron ca«as  ni  fundaron  posesiones;  en  la  campaña  y 
en  las  fronteras  de  enemigos  tenían  su  habitación  y  el 
sustento  de  sus  personas  y  familias :  despojos  de  sarra- 
cenos ,  en  cuyo  daño  perpetuamente  sacrificaban  las  vi- 
das ,  sin  otra  arte  ni  oficio  mas  que  servir  pagados  en  la 


DE  MOXCADA. 

guerra ,  y  cuando  fallaban  las  que  sus  reyes  liacian,  con 
cabezas  y  caudillos  particulares  conian  las  froiitenis,  de 
donde  vinieron  á  llamar  los  antiguos  el  ir  á  las  corre- 
rías, ir  en  almugaveria.  Llevaban  consigo  hijos  y  mu- 
jeres, testigos  de  su  gloria  ó  afrenta;  y  como  lus  ale- 
manes en  todos  tiempos  lo  han  usado,  el  vestido  do 
pieles  de  fieras,  abarcas  y  antiparas  de  lo  mismo.  Las 
armas,  una  red  de  hierro  en  la  cabeza  á  modo  de  casco, 
una  espada ,  y  un  chuzo  algo  menor  dé  lo  que  se  usa  boy 
en  las  conipaíúas  de  arcabuceros,  pero  la  mayor  parto 
llevaban  tres  ó  cuatro  dardos  arrojadizos.  Era  tanta  la 
presteza  y  violencia  con  que  los  despedían  de  sus  mano'-, 
que  atravesaban  l!-:mbres  y  caballos  armados;  cosa  al 
parecer  dudosa,  si  Desclot  (1)  y  Monfaner  no  lo  rel¡r-¡i- 
ran,  autores  graves  de  nuestras  historias,  adande  lar- 
gamente se  trata  de  sus  hechos ,  que  pueden  igualar  coa 
los  muy  celebrados  de  romanos  y  griegos. 

Carlos,  rey  de  Ñapóles,  puestosantesu  presencia  al- 
gunos prisioneros  almugavares,  admirado  de  la  vilev:a 
del  traje,  y  de  las  armas,  al  parecer  inútiles  contra  los 
cuerpos  de  hombres  y  caballos  armados,  dijo  con  a'gun 
desprecio  que  si  eran  aquellos  los  soldados  con  que  el 
rey  de  Aragón  pensaba  hacerla  guerra.  Replicóle  uno 
dellos,  libre  siempre  el  ánimo  para  la  defensa  de  su  re- 
putación :  «Señor,  si  tan  viles  te  parecemos,  y  estimai 
en  tan  poco  nuestro  poder,  escoge  un  caballero  de  lo3 
mas  señalados  de  tu  ejército,  con  las  armas  ofeiifivas 
y  defensivas  que  quisiere ;  que  yo  te  ofr-ezco  con  sola 
mi  espada  y  dardo  de  pelear  en  campo  con  él.»  CJrlo?, 
con  deseo  de  castigar  la  insolencia  del  ahnugivar,  apla- 
zó el  desalío,  y  quiso  asistir  y  ver  la  batidla.  Salió  un 
francés  con  su  caballo  armado  de  todas  piezas,  lanzi, 
espada  y  maza  para  combatir,  yelalmugavarcon  sola 
su  espada  y  dardo.  Apenas  entraron  en  la  estacada,  cuan- 
do le  mató  el  caballo,  y  queriendo  hacer  lo  mismo  do 
su  dueño ,  la  voz  del  Rey  le  detuvo,  y  le  dio  por  vence- 
dor y  por  libre. 

Otro  almugavar  en  esta  misma  gucn'a ,  á  la  lengua 
del  agua ,  acometido  de  veinte  hombres  de  armas,  mató 
cinco  antes  de  perder  la  vida.  Otros  muchos  heclios  so 
pudieran  referir,  si  no  fuera  ajeno  de  nuestra  histo;¡a 
el  tratar  de  otra  largamente.  La  duda  que  se  ofrece  solo 
es  del  nombre,  si  fué  de  nación  ó  de  milicia  en  sus 
principios.  Tengo  por  cosa  cierta  que  fué  de  nación,  y 
para  asegurarme  mas  en  esta  opinión,  tengo  á  George 
Pacliimerio,  autor  griego,  cuyos  fragmentos  dan  mucira 
luz  á  toda  esta  historia,  que  llama  á  los  almugavares 
descendientes  de  los  avares,  compañeros  de  los  hunos 
y  godos;  y  aunque  no  se  hallará  autor  que  opuesta- 
mente lo  contradiga,  por  muchas  leyes  áchs Partidas 
se  colige  claramente  que  el  nombre  de  almugavar  era 
nombre  de  milicia,  y  el  ser  esto  verdad  no  contradice 
lo  primero,  porque  entrambas  cosas  pueden  haber  sido. 

En  su  principio,  como  Pachimerio  dice,  fué  de  na- 
ción, pero  después,  como  no  ejercitaban  los  almugava- 
res otra  arlo  ni  oficio,  vinieron  ellos  á  dar  nombre  á 
todos  los  que  servían  en  aquel  modo  de  milicia,  así  como 
muchas  artes  y  ciencias  tomaron  el  nombre  de  sus  in- 
ventores. Pero  dudo  mucho  que  hubiese  quien  se  agre- 

(1)  Chronicas  6  conquestas  de  Catalunya ,  compostes  é  ordenades 
per  en  Bernal  de  Sclut.  Alias  :  Üe  les  histories  de  alr/uns  conmles 
de  Barcelona ,  y  Reis  de  Aragó.  —  Tradüjolo  al  castellano  Uafacl 
Ccrvera.  Barcelona  Sebastian  de  CormcUas,  aüo  1G16;  4.° 


EXPEDICIÓN  DE  CATAL 

gato  .i  los  nlmugavarcs,  milicia  do  tanla  fatiga  y  peli- 
gro, sin  ser  (lo  su  nación,  porqncla inclinación  natural 
les  liacia  seguir  la  profesión  de  los  padres ;  ni  iiay  hom- 
bre que,  pudiendü  escoger,  siguiese  milicia  que  desde 
la  primera  edad  se  ocupase  con  lauto  riesgo  de  la  vida, 
descomodidad  y  contino  trabajo.  iNicéforo  Grcgoras 
dice  que  almugavar  es  nombre  que  dan  á  toda  su  in- 
fantería los  latinos  (así  llaman  los  griegos  á  todas  las 
naciones  que  tienen  á  su  poniente);  pero  no  !)ay  para 
qué  contradecir  con  razones  falsedad  tan  manifiesta ,  y 
mas  contra  un  autor  tan  poco  adverüdo  en  nucstias 
cosas  como  Niccforo, 

Salió  la  armada  de  Mesina ,  y  con  próspera  navegación 
llegó  ¡i  Malvasía,  puerto  de  la  Morca,  donde  fueron  bicü 
ftícebidos  y  ayudados  con  algún  refresco  por  orden  del 
Emperador.  Antes  de  salir  ¡legaron  cartas  suyas,  en  que 
mandaba  á  Roger  que  apresurase  la  navegación.  Parlió 
alegre  la  gente  con  el  refresco,  y  en  pocos  dias  la  armada 
crribó  á  Conslantinopla ,  por  el  mes  de  enero,  indicción 
segunda,  según  Paeliimerio  (lib.  H,cap.  d3),  con 
imiversiil  regocijo  de  la  ciudad  viendo  las  armas  que 
les  habían  de  amparar  y  defender.  Andrónico  y  Miguel, 
emperadores  ,  y  toda  la  nobleza  griega,  con  mucho 
amor  y  muestras  de  sumo  agradecimiento  les  recibieron 
y  honraron.  Mandó  luego  Andrónico  desembarcar  toda 
la  gente ,  y  que  alojase  dentro  de  la  ciudad  en  el  barrio 
que  llamaban  de  Blanquernas ,  y  el  siguiente  diu  se  re- 
partieron cuulro  pagas,  como  estaba  coiicerludo. 

CAPITULO  VIIÍ. 

Hogcrse  casa.  Pclcnn  catalnncs  y  gcnovcscs 
dentro  de  Constuntinoiila. 

Parecióle  al  emperador  Andrónico  que  convenía  á  su 
sfiguridad  y  crédito  dar  á  entender  que  los  ofrecimien- 
tos hechos  á  los  nuestros  se  habían  de  cumplir  con  mu- 
cha puntualidad ,  y  para  que  esto  so  mostrase  luego  con 
las  obras,  dio  principio  por  lo  que  parecía  mas  difícil, 
que  fué  el  casanu'enlo  de  Rogercon  su  sobrina  (i)  iMaría; 
con  que  todos  quedaron  satisfechos ,  juzgando  por  cier- 
tas las  demás  mercedes,  como  inferiores  y  mas  fáciles  de 
cumplir.  Iliciéroníe  las  bodas  con  la  solemnidad  do 
personas  reales,  porque  el  valor  de  Roger  pudo  igualar 
la  nobleza  de  la  mujer.  Era  María  hija  de  Azan,  prín- 
cipe de  los  búlgaros,  y  de  Irene,  hermana  de  Andrónico; 
de  quince  años  de  edad,  hermosa  y  por  extremo  cu- 
tendida.  Entre  el  mayor  placer  y  gusto  do  la  boda  su- 
cedió un  alboroto  y  pendencia  entre  catalanes  y  gono- 
veses,  que  casi  fué  batalla  muy  sangrienta,  nacida,  como 
muchas  veces  acontece ,  de  pequeña  causa;  y  aunque 
Pachimerío  dice  que  fué  sobre  la"cobranza  de  los  veinte 
mil  ducados  que  prestaron  á  Roger  en  Sicilia,  y  que 
porsosegallos  ofreció  el  Emperador  de  pagallos,  pero 
la  mas  cierta  ocasión  de  la  pendencia  fué  que  ua  al- 
mugavar, discurriendo  por  la  ciudad,  dio  ocasión  á  dos 
genoveses,  viéndote  solo,  que  burlasen  con  mucha  risa 
de  su  traje  y  figura ;  pero  el  ánimo  militar  del  almu- 
gavar, mal  sufrido  en  los  donaires  y  motes  cortesanos, 
mas  osado  de  manos  que  de  lengua,  les  acometió  con 
la  espada  y  trabó  la  pendencia.  Acudieron  de  una  y 
olra  parle  valedores  y  amigos ,  estando  ya  los  ánimos 

(1)  ncfiriéndosp  sin  duda  á  día  misma  en  la  página  precedente, 
la  llama  niela.  Andrónico  era  en  efecto  tio  de  María;  y  aquella 
incuusccucucía  prueba  quo  Moneada  no  corrigió  su  obra. 


ANES  Y  ARAGOiNESES.  9 

prevenidos  y  alterados  como  sospechosos,  y  con  cslo 
las  fuerzas  de  entrambas  naciones  se  encontraron  para 
su  tolal  ruina  y  perdición.  Los  genoveses  sacaron  su 
bandera  ó  guión,  y  acometieron  los  cuarteles  de  los  al- 
mugavarcs  repartidos  en  el  barrio  de  Blanquernas. 
Nuestracaballería,  reconociendo  el  peligro  desusalmu- 
gavares,  dividida  en  tropas,  cerró  con  la  gente  geno- 
vosa  mal  ordenada.  Con  esto  se  dio  lugar  á  que  los  al- 
mugavares  saliesen  de  sus  alojamientos  y  se  juntasen 
para  tomar  satisfacion  de  quien  tan  injustamente  los 
maltrataba.  Peleóse  de  una  y  olra  parte  con  obstina- 
ción, hasta  que  los  genoveses,  muerto  su  capitán  Ro- 
seo del  Final,  se  fueron  retirando  con  notable  pérdida 
y  daño. 

Andrónico,  de  las  ventanas  de  su  palacio,  atento  y  con 
gusto  miraba  la  pendencia,  cuando  los  genoveses  leve- 
mente fueron  maltratados  y  algunos  muertos,  y  con 
palabras  mostró  su  ánimo  mal  afecto  contra  ellos ;  pero 
cuando  vio  que  los  nlmugavarcs  con  su  acostumbrado 
rigor  iban  degollando  cuanto  se  les  ponia  delante,  te- 
mió que  todos  los  genoveses  de  Constantinopla  no  mu- 
riesen aquel  día  ;  cosa  peligrosa  para  su  conservación, 
porque  dependía  deilos  la  paz  de  su  imperio.  Tiéncse 
por  cierto  que  Andrónico  quisiera  sacudirse  el }  ugo  do 
genoveses  si  pudiera  con  seguridad,  pero  era  diliiMI,  por 
tener  ellos  el  poder  dividido  para  quo  se  pudiera  oiiri- 
mir  á  un  tiempo ,  y  si  consintiera  que  los  de  Constanti- 
nopla perecieran,  fuera  irritar  las  otras  fuerzas  que 
quedaban  enteras ;  y  así,  con  ruegos  y  promesas  pidió  á 
los  capitanes  que  recogiesen  y  retirasen  los  suyos,  y 
Gcorgc  Pachimerio  refiere  que  mandó  Andrónico  á 
Esteban  Marzala,  gran  drungario  (2)  y  almirante,  que 
fuese  á  quietar  el  tumulto  y  apaciguar  las  partes,  y 
que  fué  muerto  y  despedazado.  Finalmente,  la  presen<ia 
y  autoridad  de  Roger  y  de  los  otros  capitanes  pudo  lau- 
to, que  obedecieron  todos,  y  con  mucho  peligro  les  re- 
tiraron, porque  habían  sacado  sus  banderas  con  ánimo 
de  acometer  á  Pera  y  saquearla ,  juntando  á  su  venganza 
su  codicia. 

Era  esta  población  de  genoveses ,  dividida  por  un  es- 
trecho cerco  del  mar,  de  la  ciudad  de  Constantinopla, 
llamada  de  los  antiguos  Cuerno  de  Bisancio ,  y  hoy,  de 
los  turcos  y  griegos.  Calata.  Retirados  y  sosegados  los 
nuestros,  les  mandó  el  Emperador,  en  agradecimiento 
de  su  puntual  obediencia,  librar  una  paga.  Quedaron 
muertos  de  los  genoveses  en  la  ciudad  cerca  de  tres 
mil ,  y  aunque  lo  peor  llevaron  ellos  entonces,  fue  causa 
de  mayores  daños  en  lo  venidero  para  los  nuestros,  por- 
que con  esto  quedó  irritada  una  nación  emula  y  pode- 
rosa, que  importaba  su  amistad  para  conservar  nues- 
tras armas  en  aquel  imperio ;  porque  en  estos  tiempos 
era  grande  y  temido  su  poder  en  todo  el  oriente ,  arbi- 
tros de  la  paz  y  de  la  guerra.  Tenían  ilustres  colonias  y 
presidios  en  Grecia ,  en  Ponto,  en  Palestina;  armadas 
poderosas;  poseían  muchas  riquezas  adquiridas  con  su 
industria  y  valor,  y  absolutamente  eran  dueños  del  trato 
universal  de  Europa;  con  que  mantenían  fuerzas  igua- 
les á  los  de  los  mayores  reyes  y  repúblicas.  Con  esto 
llegaron  á  ser  casi  dueños  del  imperio  griego.  En  esto 
tiempo,  cuando  los  catalanes  llegaron  á  Constantinopla, 
reconociendo  las  fuerzas  que  traían ,  les  pareció  á  los 

(2)  Drungario  era,  después  de  megaduque,  el  jefe  superior  de  la 
marina,  y  la  categoría  siguiente  era  la  de  almirante. 


10  DON  FRANCISCO 

penovescs  po!!gro?a  la  vecindad  de  sus  armas;  y  así 
siempre  se  mantuvo  entre  estas  dos  naciones  aborreci- 
miento y  enemistad  implacable,  que  duró  mucbas  eda- 
des, luiGta  que  el  valor  de  entrambos  se  fué  perdiendo, 
juntamente  con  el  imperio  del  mar,  y  cesó  la  emulación 
por  cuya  causa  muchas  veces  con  varia  fortuna  se  com- 
batió. 

CAPITULO  IX. 
Pj;a  la  nrmada  i  la  Natolia ,  y  echa  la  gente  en  el  cabo  de  Altado. 

Con  el  polipro  de  la  pendencia  entre  catalanes  y  ge- 
novescs  advirtió  Andrónico  los  que  pudieran  suceder, 
por  tener  dentro  de  la  ciudad  diferentes  y  varias  nacio- 
nes armadas  y  ofendidas,  que  con  menos  ocasión  que 
la  vez  pasada  vinieran  sin  duda  á  rompimiento.  Llamó 
á  nuestros  capitanes,  y  les  explicó  brevemente  el  gusto 
que  tendría  de  ver  sus  armas  en  el  Asia,  amparando  sus 
miserables  y  cristianos  pueblos ,  oprimidos  de  los  tur- 
cos, y  quitada  la  ocasión  de  nuevas  pendencias  y  des- 
órdenes. Roger,  con  sus  capüanes,  ofreció  que  embar- 
caría su  gente  luego ;  pero  para  que  su  partida  fuese  con 
mas  gusto,  y  el  ejército  quedase  satisreclio  y  seguro  de 
tener  en  la  armada  ciertos  los  socorros  y  retiradas,  le 
suplicaron  nombrase  por  general  della  algún  caballero 
ó  capitán  que  fuese  de  su  nación ,  para  que  dependiese 
deüos,  temiendo  que  Andrónico  diese  este  cargo  á  grie- 
gos ó  gcnoveses;  y  fuera  cosa  peligrosa  para  su  segu- 
ridad tener  el  socorro  en  poder  de  gente  extraña,  con 
quien  siempre  liay  emulación  y  competencias :  ocasión 
de  graves  pendencias  y  daños,  y  mas  en  los  socorros  de 
mar,  tan  sujetos  á  las  mudanzas  del  tiempo ,  que  puede 
la  ruindad  y  malicia  de  un  general  retardar  el  socorro, 
y  hallar  razc-n  que  disculpe  y  apruebe  lo  mal  hecho, 
atribuyendo  al  tiempo  y  á  peligros  imaginados  su  tar- 
danza. Andrónico  cumplidamente  satisíizo  á  la  deman- 
da, dando  el  cargo  de  general  de  la  armada,  con  título 
de  almirante,  á  Fernando  de  Aones,  caballero  de  cono- 
cida sangre  y  gallardo  por  su  persona,  y  juntamente 
quiso  que  se  casase  con  una  parienta  suya,  para  que  el 
nuevo  parentesco  diese  mas  autoridad  á  su  cargo.  El 
título  de  almirante  en  aquel  imperio  no  era  tan  supre- 
mo como  lo  fué  entre  nosotros ,  porque  estaba  sujeto  al 
Megaduque  y  del  recibíalas  ordenes.  Mandó  el  Empe- 
rador que  un  insigne  capitán  de  romeos  ( i ),  que  se  lla- 
maba Marullí,  hombre  de  sangre  y  estado,  fuese  si- 
guiendo las  banderas  de  Rogercon  su  gente,  y  Gregoiio 
con  la  mayor  parte  de  los  alanos  hiciese  lo  mismo.  Em- 
barcóse el  ejército  en  los  navios  y  galeras  de  su  arma- 
da ,  y  atravesando  el  mar  de  Proponlide,  dicho  hoy  de 
Mármora,  tomaron  tierra  en  el  cabo  de  Artacio,poco 
mas  de  cien  millas  lejos  de  Constantinopla,  lugar  aco- 
modado para  la  desembarcacion  de  la  caballería.  A  este 
cabo  llama  Montaner  Artaquí,y  los  antiguos  Artacío, 
no  lejos  de  las  ruinas  de  la  famosa  ciudad  de  Cízíco. 

Llegó  Roger  con  la  arm.ada,y  supo  que  los  turcos 
aquel  mismo  día  habían  querido  ganar  una  muralla  ó 
defensa  de  media  milla  de  largo,  puesta  en  la  parte  que 
el  cabo  se  continúa  con  la  tierra  firme ,  y  que  dejaron 
el  combate,  mas  por  la  fortaleza  del  sitio,  que  por  el 
valor  de  los  que  la  defendían.  Extiéndese  este  cabo 
desde  esta  defensa  ó  muralla  algunas  leguas  dentro  del 

( 1 )  Ducsnge,  en  vista  fle  varias  autoridades ,  opina  qne  romeo 
era  siaóuimo  de  griego,  sobretodo  de  griego  bizantino. 


DE  MONCADA. 

mar,  y  en  él  hay  muchas  poblaciones  y  abundantes 
valles  y  fértiles  colinas.  Era  en  los  tiempos  antiguos  is- 
la, pero  después  se  vino  á  cerrar  con  las  arenas. 

Con  el  aviso  cierto  que  Roger  tuvo  de  que  los  turcos 
hablan  acometido  el  reparo  y  defensa  del  cabo,  y  que 
no  podían  estar  muy  lejos,  dióse  prisa  á  desembarcar 
la  gente,  y  envió  luego  á  reconocer  el  campo  de  los 
enemigos,  y  dentro  de  pocas  horas  se  supo  como  esta- 
ban alojados  seis  millas  lejos  entre  dos  arroyos,  con  sus 
mujeres,  hijos  y  haciendas.  En  aquel  tiempo  los  turcos, 
no  olvidados  aun  de  las  costumbres  de  los  sellas,  de 
quien  se  precian  suceder,  vivían  la  mayor  parte  y  la  mas 
belicosa  en  la  campaña,  debajo  de  tiendas  y  barracas, 
mudándose  según  la  variedad  del  tiempo  y  comodida- 
des de  la  tierra.  Tenían  puesta  su  mayor  fuerza  en  la 
caballería ,  gobernada  por  capitanes  y  príncipes  de  va- 
lor, no  do  sangre,  á  quien  obedecían  mas  por  gusto 
que  por  obligación.  Tenían  perpetua  guerra  con  los  ve- 
cinos, sin  orden  militar,  á  imitación  de  los  alárabe?, 
que  hoy  poseen  el  África.  Esta  forma  de  vivir  tuvieron 
desde  que  dejaron  las  riberas  del  rio  Volga  y  entraron 
en  la  Asia  menor,  hasta  que  la  vileza  de  las  naciones 
de  la  Asía  y  Grecia  les  dio  crédito  y  reputación.  A  las 
monarquías  y  naciones  sucede  lo  mismo  que  á  los  hom.- 
bres ,  que  nacen ,  crecen  y  mueren.  Nació  Grecia  cuan- 
do se  defendió  de  Jérjes,  y  cuando  su  valor  deshizo  el 
poder  de  tan  numerosos  ejércitos  y  forzó  al  bárbaro 
monarca  que  se  retirase  vencido  y  pasase  el  estrecho 
del  mar  del  Helesponto  en  una  pequeña  barca ,  que  po- 
co antes  soberbio,  y  desvanecido  humilló  con  puente. 
Tuvo  su  aumento  cuando  las  armas  de  Alejandro  pasa- 
ron mas  allá  del  Ganges,  y  los  límites  y  fines  inmensos 
de  la  misma  naturaleza  no  lo  fueron  de  su  ambición. 
Fué  su  muerte  cuando  las  armas  de  los  bárbaros,  por 
flojedad  de  sus  príncipes  y  poca  fidelidad  de  sus  capita- 
nes ,  la  pusieron  en  dura  servidumbre. 

En  este  tiempo  que  Andrónico  ocupaba  el  imperio  de 
Oriente ,  los  turcos  se  dividieron,  y  hubo  entre  ellos  al- 
gunas guerras  civiles;  pero  por  ol  consejo  y  autoridad 
de  Ortiiogules  se  sosegaron ,  remitiendo  á  la  suerte  sus 
pretensiones ,  que ,  como  refiere  Gregoras  y  Clialchon- 
dilas(2),  se  dividieron  por  suerte  las  provincias  entre 
siete  capitanes,  pretensores  todos  del  gobierno  univer- 
sal. Dio  la  suerte  á  Caramano  la  parte  mediterránea  de 
la  provincia  de  Frígia  hasta  Cilicia  y  Filadelfia,  aun- 
que algún  autor  quiere  que  este  no  fuese  de  los  siete 
capitanes,  y  que  solo  reinó  en  Caria;  á  Carcano  la 
parte  de  Frígia  que  se  extiende  hasta  Esmírna ;  á  Ca- 
lami  y  á  su  hijo ,  Carasi.  La  Lidia  hasta  Misía,  Bitinía 
y  las  demás  provincias  junto  al  monte  Olimpo  cayeron 
en  la  suerte  de  Otomano ,  que  en  aquella  edad  comen- 
zó á  ser  temido ,  y  á  levantar  poco  después  su  monar- 
quía, venciendo  y  sujetando  los  demás  tiranos  de  las 
provincias  que  vamos  nombrando ,  con  que  quedó  ab- 
soluto señor  y  príncipe  de  todas  ellas.  La  Paflagonia  y 
las  demás  tierras  que  caen  á  la  parte  del  Ponto  Euxi- 
no  las  ocuparon  los  hijos  de  Amurat.  En  esta  forma 
hallaron  los  nuestros  repartida  el  Asía,  y  á  los  turcos 
señores  della ;  que  fué  grande  ayuda  para  nuestras  Vi- 
torias el  estar  sus  fuerzas  divididas. 

(2)  Clialchondyla  (Laonicus) ,  De  origine  etrebns  gesíis  turcarum 
i  graeco  in  lalitnim  conversa  ii  Conrado  Clausen.  Basileac ,  lñS6. 
Ei^d.  hkt.  libri  10,  gr,  et  lat.,  ed.  C—Ann.  Fabrolo.  París.  16í>0. 


ESPEDICION  DE  CATALANES  Y  ARAGONESES. 


11 


CAPITULO  X. 

Vencen  los  catalanes  y  aragoneses  ü  los  turcos. 

Con  el  aviso  que'Roger  tuvo  de  como  los  turcos  es- 
taban cerca,  temiendo  perder  tan  buena  ijcasion  si,  ad- 
vertidos de  la  llegada  de  los  nuestros,  se  previnieran  ó 
retiraran,  juntó  el  campo,  y  en  una  breve  plática  les 
dijo  como  el  siguiente  dia  queria  dar  sobre  los  aloja- 
mientos de  los  enemigos,  fáciles  de  romper  por  estar 
descuidados.  Propúsoles  la  gloria  que  alcanzarian  con 
vencer,  y  quede  los  primeros  sucesos  nacia  el  miedo  o 
lu  confianza ,  y  que  la  buena  ó  mala  reputación  pcndia 
dellos.  Mandó  que  no  se  perdonase  la  vida  sino  á  los  ni- 
ños, porque  esto  causase  mas  temor  en  los  bárbaros,  y 
nuestros  soldados  peleasen  sin  alguna  esperanza  de  que 
vencidos  pudiesen  quedar  con  vida.  Dispuesto  el  óidon 
con  que  se  habia  de  marcbür,  dio  íin  á  la  plática.  Oyé- 
ronle con  mucbo  gusto ,  y  aquella  misma  noche  partie- 
ron de  sus  alojamientos,  á  tiempo  que  al  amanecer  pu- 
diesen acometer  á  los  turcos.  Guiaba  Roger  con  Maru- 
lli  la  vanguardia  con  la  caballería  ,  y  llevaba  solos  dos 
estandartes,  en  el  uno  las  armas  del  emperador  Andró- 
nico,  y  en  el  otro  las  suyas.  Seguia  la  infantería,  lieclio 
un  solo  escuadrón  de  toda  ella ,  donde  gobernaba  Cor- 
baran  de  Alet ,  senescal  del  ejército.  Llevaba  en  la 
frente  solas  dos  banderas,  contra  el  uso  común  de 
nuestros  tiempos ,  que  suelen  ponerse  en  medio  del  es- 
cuadrón, como  lugar  mas  fuerte  y  defendido.  La  una 
bandera  llevaba  las  armas  del  rey  de  Aragón  don  Jaime, 
y  la  otra  las  del  rey  de  Sicilia  don  Fadrique ;  porque  en- 
tre las  condiciones  que  por  parte  de  los  catalanes  se  pro- 
pusieron al  Emperador,  fué  de  lasprimerasquesiempre 
les  fuese  lícito  llevar  por  guia  el  nombre  y  blasón  desús 
principes,  porque  querían  que  adonde  llegasensusarmas 
llegase  la  memoria  y  autoridad  de  sus  re} es ,  y  porque 
las  armas  de  Aragón  las  tenían  por  invencibles.  De  don- 
de se  puede  conocer  el  grande  amor  y  veneración  que 
los  catalanes  y  aragoneses  tenían  á  sus  reyes,  pues  aun 
sirviendo  á  príncipes  extraños  y  en  provincias  tan 
apartada?,  conservaron  su  memoria  ymiiiíaron  deba- 
jo della  :  íidelidad  notable,  no  solo  conocida  en  este 
caso ,  pero  en  todos  los  tiempos ;  porque  no  se  vio  de 
nosotros  príncipe  desamparado,  por  malo  y  cruel  que 
fuese ,  y  quisimos  mas  sufrir  su  rigor  y  aspereza  que 
entregarnos  á  nuevo  señor.  No  fué  llamado  el  herma- 
no bastardo,  ni  excluido  el  rey  natural;  no  fué  preferí- 
do  el  segundo  al  primogénito :  siempre  seguimos  el  or- 
den que  el  cielo  y  naturaleza  dispuso;  ni  se  alteró  por 
particular  aborrecimiento  ó  aOcion,  con  no  haber  ape- 
nas reino  donde  no  se  hayan  visto  estos  trueques  y  mu- 
danzas.   . 

Pasaron  los  nuestros  á  media  noche  la  muralla  ó  re- 
paro que  divide  el  cabo  de  tierra  firme ,  y  al  amanecer 
se  hallaron  sobre  los  turcos ,  que  como  en  parte  segura, 
y  á  su  parecer  lejos  de  enemigos,  estaban  sin  centine- 
las ,  reposando  dentro  de  sus  tiendas  con  descuido  y 
sueño.  Cerró  Roger  y  Marullicon  la  caballería,  me- 
tiéndose por  las  tiendas  y  flacos  reparos  que  tenían  con 
grande  ánimo.  Siguiéronle  los  almugavaresconel  mis- 
mo, dando  un  sangriento  y  dichoso  principio  á  la  nue- 
va guerra.  Los  turcos  á  quien  la  furia  y  rigor  de  nues- 
tras espadas  no  pudo  oprimir  en  el  sueño ,  al  ruido  de 
las  armas  y  voces  despertaron ,  y  con  la  turbación  y 


miedo  que  semejantes  asaltos  suelen  causaren  los  aco- 
metidos ,  tomaron  las  armas  para  su  defensa ;  pero  fue- 
ron pocos,  divididos  y  desarmados;  con  que  su  resi;- 
tencia  fué  inútil  y  sin  provecho  contra  el  esfuerzo  y  ga- 
llardía de  nuestra  gente,  que  ya  lo  ocupaba  todo.  Pe- 
learon los  turcos  con  desesperación,  viendo  á  sus  ojos 
despedazar  y  degollar  á  sus  mas  caras  prendas  de  gen- 
te que  ni  aun  por  el  nombre  conocían.  Alcanzóse  cum- 
plidísima Vitoria ,  dejando  en  el  campo  muer-tos  de  ios 
turcos  tres  mil  caballos  y  diez  mil  infantes.  Los  que 
quedaron  vivos  fueron  los  que,  reconociendo  con  tiem- 
po el  desorden  y  pérdida ,  y  que  los  catalanes -eraj  im- 
penetrables á  los  golpes  de  sus  dardos,  se  pusieron  en 
seguro  con  la  huilla;  yelquerer  muchos  hacer  lo  mis- 
mo después,  les  causó  mas  presto  la  muerte ,  porque 
ocupados  en  retirar  sus  hijos  y  mujeres,  dejaban  la  ba- 
talla ,  y  luego  perecían.  La  presa  fué  grande,  y  los  ni- 
ños cautivos  muchos.  Refiere  Nicéforo,  griego  de  na- 
ción y  enemigo  declarado  de  la  nuestra,  el  espanto  y 
terror  que  causó  en  los  turcos  este  primer  acometimien- 
to con  estas  mismas  palabras :  «  Como  los  turcos  vieron 
el  ímpetu  feroz  de  los  latinos  (que  así  llama  á  los  ca- 
talanes), su  valor,  su  disciplina  miliíary  sus  lucidas 
y  fuertes  armas,  atónitos  y  espantados  liuyeron,  no 
solo  lejos  de  la  ciudad  de  Conslantinopla,  pero  mas 
adentro  de  los  antiguos  límites  de  su  imperio,  n  Nues- 
tra gente  siguió  el  alcance  poco  rato ,  por  no  tener  ¡a 
tierra  conocida,  y  volvieron  aquella  misma  noche  al 
cabo ,  por  tener  el  alojamiento  reconocido  y  seguro. 

CAPITULO  XI. 

Retirase  el  ejército,  para  invernar  en  el  cabo  de  Artacio, 
á  sus  alojamientos. 

Dieron  aviso  al  Emperador  del  buen  suceso  de  su 
Vitoria,  enviando  cuatro  galeras  con  riquísimos  pre- 
sentes para  entrambos  príncipes ,  Andrónico  y  Miguel, 
y  en  nombre  de  los  soldados  se  envió  á  María ,  mujer  del 
megaduque  Roger,  lo  mas  precioso  y  rico  de  la  presa. 
Causó  notable  admiración  entre  los  griegos  la  brevedad 
con  que  se  alcanzó  tan  señalada  vítoría,  y  el  pueblo  la 
celebró  con  alabanzas,  libre  del  temor  do  los  turcos, 
que  insolentes  con  las  Vitorias  alcanzadas  de  los  grie- 
gos de  la  otra  parte  del  estrecho ,  amenazaban  la  ciu- 
dad con  los  alfanjes  desnudos;  pero  casi  toda  la  noble- 
za, que  como  fuera  justo,  debiera  mostrarse  mas  agra- 
decida á  tan  grande  beneficio ,  manifestó  el  veneno  de 
sus  ánimos ,  que  la  envidia  de  la  ajena  felicidad  no  dio 
lugar  á  que  se  pudiese  mas  encubrir.  Los  privados  de 
Andrónico  y  las  personas  de  mayor  estimación  de  su 
nación  comenzaron  á  temer  nuestras  fuerzas,  juzgán- 
dolas por  superiores  á  las  que  ellos  tenían ,  y  que  dea- 
tro  de  casa  tanto  poder  en  manos  de  extranjeros  era 
cosa  peligrosa.  Estas  pláticas  y  discursos  las  alentaba 
el  emperador  Miguel ,  incitado  de  un  oculto  sentimien- 
to que  causó  en  su  ánimo  la  vitoria,  porque  algunos 
meses  antes  habia  pasado  el  estrecho  con  un  ejército 
poderosísimo ,  y  por  miedo  de  los  turcos  ó  poca  segu- 
ridad de  los  suyos  se  retiró,  con  gran  pérdida  de  su  re- 
putación ,  sin  trabar  ni  aun  una  pequeña  escaramuza 
con  el  enemigo ;  y  como  los  catalanes,  siendo  tan  poco?, 
vencieron  á  los  que  él  no  se  atrevió  á  aconieter  con  tan 
excesivo  número  de  gente,  desto  nació  su  corrimiento, 
y  del  un  grande  aborrecimiento  y  deseo  de  nuestra 


i  2  DON  FRANCISCO 

pcnlícinn.  Lo<! príncipes  sicnton  mucIinquoli¡iy;iíjuion  ; 
se  los  ií,'iiiile  en  valnr,  y  aun  en  la  dirlia  ¡ihorrccon  á  j 
quien  Pe  lesavciiíaja,  porque  el  pmler  no  sufre  virtud  i 
y  parles  aven! iijiulas cu  ajeno  sugí  lo,  y  mas  cuando  on  j 
su  conipelencia  suceileel  aventajarse.  Si  una  baja  y  vil 
emulación  de  un  principe  en  liaccr  versos  causó  la 
muerte  á  Lucano,  ¿cufmio  mayor  fuera  si  de  valor  y 
fortuna  se  conipilieía?  Y  así,  no  se  debe  tener  porca- 
pitan  cuerdo  el  que  intenta  una  empresa  errada  por  su 
principe,  si  ya  no  quiere  competir  con  él  del  imperio. 
Con  el  buen  sucrso  que  tuvieron,  no  traíaron  de  pa- 
sar adelante  ni  scguT  la  Vitoria;  cosa  qiic  les  iii/.o 
perder  rcpulacion,  y  fué  oca=¡on  de  hacer  mnclins  ex- 
cesos c:i  aquella  comarca,  que  irritaron  gravemente  el 
úuimo  de  los  naturales  y  griegos.  Cuando  (|ui«¡eron  en- 
trar la  tierra  adentro,  comenzó  el  primer  día  de  no- 
viembre á  enlrar  con  tanto  rigor  el  invierno,  con  vien- 
tos frios  y  agua,  que  los  detuvo.  Los  ríos  por  sus  cre- 
cientes sin  poderse  vadear,  la  campaña  esléril  llena  de 
enemigos ,  loscann'nos  dificiles  por  donde  se  liabia  de 
marcbar  para  socorrerá  Filadcliia,  eran  causas  bastan- 
tes para  diferir  cualíjuier  empresa.  Hoger,  con  el  pa- 
recer y  consejo  desús  capüanes,  se  resolvió  de  inver- 
nar en  Cizico ,  lugar  acomodado  por  la  fortaleza  del  si- 
lio  y  al)undanc¡a  de  las  vituallas,  y  porque  el  año  si- 
puiente  fuese  menos  embarazosa  la  salida, que  si  hubie- 
ran de  partir  de  Grecia  y  embarcar  y  desembarcar  laca- 
ballería  tantas  veces ;  cosa  de  suyo  tan  molesta.  Dieron 
luego  aviso  al  Emperador  desta  resolución,  y  aprobó- 
la con  mucho  gusto,  porque  era  lo  que  mas  le  conve- 
nia, por  tener  el  ejército  alojado  en  la  frente  del  ene- 
nn'go,  y  apartado  de  Conslantinopla  y  de  los  demás 
puebldS  griegos ,  donde  no  faltaran  quejas  y  pesadum- 
bres, aunque  corea  de  tres  meses  anduvieron  alojados 
por  Asia  sin  efeto,  trabajando  la  t'erra  con  insoportables 
contribuciones.  Mandó  Andrónico  que  con  mucha  di- 
ligencia se  llevasen  por  mar  las  vituallas  que  no  se  ha- 
llaban en  el  cabo;  con  que  pasaron  los  nuestros  un  in- 
vierno muy  apacible,  ti  megaduque  Roger  envió  con 
cuatro  galeras  por  su  mujer  Alaria.  El  orden  que  se 
luvo  en  los  cuartelc?  para  excusar  pendencias  entre  los 
soldados  y  sus  huéspedes ,  fué  el  siguiente.  Los  solda- 
dos nombraron  seis  de  su  parte ,  y  los  de  la  tierra  otros 
tantos,  para  que  de  común  parecer  y  acuerdo  se  pu- 
siese precio  á  las  vituallas ;  porque  encareciéndose  mas 
de  lo  justo ,  fuera  gran  descomodidad  para  los  soldados, 
y  dándose  á  precio  muy  bajo,  no  resultase  en  notable 
daño  de  los  huéspedes  ,  á  mas  de  que  faltara  el  comer- 
cio y  provisión  ordinaria,  que  acudía  de  todas  partes 
con  abundancia.  Ordenóse  á  Fernando  Aones, almirante, 
que  con  la  arm'ida  fuese  á  invernar  á  la  isla  de  Xio, 
puerto  seguro  y  vecino  de  las  costas  enemigas.  Es  el 
Xio  isla  de  las  mas  señaladas  del  mar  Egeo ,  por  nacer 
en  ella  sola  el  almaste  (1),  cosa  que  negó  naturaleza  á 
las  demás  partes  de  la  tierra. 

CAPULLO  XII. 
Fcrran  Jiménez  de  Árenos  se  aparta  de  los  suyos. 

Concertadas  en  la  forma  dicha  las  cosas  de  mar  y 
tierra,  se  pasaba  el  invierno  con  sosiego  y  mucha  con- 
formidad,  pero  luego  nuestras  fuerzas  se  fueron  en- 
flaqueciendo con  algunas  divisiones  y  discordias  civi- 

(IJ  Alnmstec  mas  bien.  6  almáciga,  especie  de  goma  ó  resina. 


DE  MONCADA. 

les.  Ferran  Jiménez  de  Árenos,  caballero  de  gran  li- 
naje y  buen  soldado ,  sq  desavino  con  Roger  sobre 
el  gobierno  de  sus  gentes;  y  pareciéndole  desigual 
la  competencia  ,  se  apartó  del  ejército  con  los  suyos;  y 
volviéndole  á  Sicilia,  pasando  por  Atenas,  se  quedó  á 
servir  á  su  duque ,  que  le  recibió  agradecido ,  y  honró 
con  cargos  militares;  en  cuyo  servicióse  detuvo  basta 
que  la  necesiJad  de  sus  amigos  en  Galipoli  le  llamó,  y 
vnlvióá  juntarse  concllos,  aventurando,  comobuen  ca- 
ballero, la  libertad  y  la  vida.  Pachimerio  ílicc  que  !a 
ocasión  de  apartarse  Ferran  Jiménez  de  Roger  fué 
porque  muchas  veces  le  advirtió  que  reprimiese  y  casi- 
gase  los  soldados,  y  como  vio  que  en  esto  no  andaba 
como  debía,  se  apartó  de  su  compañía  con  los  que  lo 
quisieron  seguir.  ¡Notable  fuerza  de  inclinación,  que 
apenas  se  apartaba  el  peligro  de  las  armas  extranjera*, 
cuando  ya  las  c.ompeleucias-y  guerras  civiles  se  encen- 
dían entre  ellos! 

En  abriendo  el  tiempo ,  el  megaduque  Roger  y  su 
mujer  María  se  fueron  á  Constanlinop!a  con  cuatro  ga- 
leras, á  tratar  con  el  Emperador  de  la  jornada ,  y  á  pe- 
diile  dinero  para  hacer  pagamento  general  antcis  que  el 
ejército  saliese  en  campaña.  Miguel  estaba  en  Conslan- 
tinopla, y  queriendo  Roger  visitalle  y  dalle  razón  délo 
que  se  pensaba  hacer  aquel  año,  no  le  dio  lugar,  porque 
se  tenia  por  ofendido  del  mal  tratamiento  que  había 
hecho  á  los  de  Cizico,  sus  vasallos.  Esto  dice  Pachime- 
rio. Lo  cierto  es  que  Roger  alcanzó  de  Andrónico  el 
dinero  con  tanta  largueza ,  que  pudo  dar  dobladas  pa- 
gas :  liberalidad  grande,  si  la  falta  de  hacienda  y  dinero 
con  que  se  hallaba  permitiera  quese  le  pudiera  dároste 
nombre.  Tiénese  por  virtud  heroica  en  un  principe  la 
liberalidad,  si  en  ella  concurren  dos  calidades,  tenerque 
dar,  y  que  lo  merezca  á  quien  se  da ;  y  cualquiera  de  es- 
tas dos  que  falte  no  es  liberalidad,  sino  injusticia ;  y  así, 
aunque  Andrónico  repartió  las  mercedes  en  personas 
de  grandes  merecimientos,  como  le  faltó  la  primera 
calidad  ,  que  es  tener  qué  dar,  túvose  por  muy  excesivo 
este  donativo ,  y  por  yerro  muy  grave ,  porque  es- 
taba el  ííscoy  cámara  imperial  tan  destruida,  que  no 
podia  acudirá  las  pagas  ordinarias  ni  á  otros  gastos 
forzosos  del  imperio.  No  hay  cosa  mas  perniciosa  que 
el  dinero  recogido  para  la  defensa  común  desperdi- 
ciarle en  gastos  voluntarios,  y  cuando  la  necesidad 
aprieta ,  acudir  á  nuevas  imposiciones  y  pechos ,  dando 
por  razón  y  causa  justa  el  aprieto  y  la  falta  que  nace  de 
sus  excesos  y  demasías.  Las  imposiciones  son  justas 
cuando  es  forzosa  la  necesidad  que  obliga  á  ponerlas; 
pero  cuando  el  Príncipe  consume  la  hacienda  con  dádi- 
vas ó  gastos  impertinentes  y  excesivos ,  ninguna  justi- 
íicacion  pueden  tener,  pues  solo  proceden  de  sus  des- 
órdenes ó  descuidos. 

Trataron  Roger  y  el  Emperador  de  cómo  se  había  de 
hacer  la  guerra  aquel  año ,  y  Andrónico  solo  le  encargó 
el  socorro  de  Filadelfia;  lo  demás  dejó  al  arbitrio  de 
los  demás  capitanes  y  suyo;  porque  desde  lejos  y  antes 
de  las  ocasiones  mal  se  puede  ordenar  lo  que  convie- 
ne, ni  tomar  parecer  cierto  en  cosas  tan  inciertas  y  va- 
rias como  se  ofrecen  en  una  guerra.  Dejó  Roger  á  su 
mujer  María  en  Conslantinopla,  y  navegó  con  sus 
cuatro  galeras  la  vuelta  del  cabo  el  primer  día  de  mar- 
zo del  año  de  1303.  Luego  que  llegó  se  pasaron  las 
cuentas  con  los  huéspedes,  tomóse  muestra  general, 


EXPEDICIÓN  DE  CATALANES  Y  ARAGONESES. 


<3 


y  se  linlló  ino  los  soldados  en  [lOco  mas  de  cuatro  me- 
ses, que  fué  el  licrnpo  que  invernaron,  Iiabian  gas- 
tado las  pagas  de  odio,  y  algunos  de  un  año.  Sintió 
Roger  el  exceso  y  desorden  de  los  soldados ,  que  como 
capilan  prudenle  y  plálico,  conoció  el  mal,  aunque 
como  dependía  su  autoridad  del  arbilrio  de  los  solda- 
dos, no  se  atrevió  á  poner  el  remedio  que  convenia, 
porque  no  se  disminuyese  ó  perdiese.  Mal  puede  un  ca- 
pitán conservar  un  ejército  con  puntual  y  estrecha  obe- 
diencia si  el  poder  y  fuerzas  con  que  los  lia  de  casti- 
gar le  dan  ellos  mismos;  de  que  nace  la  insoieucia  y 
libertad. 

Roger,  conociendo  el  tiempo,  satisfizo  los  liuéspe- 
des ,  pagando  todo  lo  que  liabian  gastado  en  mantener 
los  soldados,  y  no  quiso  se  les  descontase  de  su  sueldo; 
y  así  les  quedó  libre  el  dinero  de  las  cuatro  pagas,  que 
luego  les  dio ,  y  tomando  Roger  sus  libros  de  las  racio- 
nes y  cuentas,  donde  constaba  de  los  gustos  excesivos 
que  los  soldados  liabian  hecho,  los  quemó  en  la  plaza 
pública  de  Cízico;  con  que  quedaron  todos  obligados  y 
agradecidos  á  su  liberalidad.  Los  autores  griegos  dicen 
que  Cízico  y  toda  su  comarca  quedó  destruida  por  las 
crueldades  y  robos  de  los  catalanes,  y  que  temiendo  e| 
emperador  Andrónico  que  Roger  no  alargase  el  salir  en 
campaña  por  la  mala  disciplina  y  poca  obediencia  de  los 
soldados,  envió  su  hermanad  los  últimos  de  marzo  á  Cí- 
zico para  que  exhortase  á  Roger,  su  yerno ,  saliese  con 
el  ejército,  pues  el  tiempo  y  la  ocasión  convidaban  á  la 
guerra ,  y  los  soldados  reclteu  pagados  saliesen  con  mas 
guslo. 

CAPITULO  XIII. 

Parte  el  ejército  á  socorrer  á  Filadcllla  ,  y  vencen  3  Carama- 
no,  turco,  general  de  los  que  la  tenían  ciliada. 

El  deseo  que  tenia  Roger  de  salir  en  campaña ,  ayu- 
dado de  la  persuasión  de  su  suegro,  hizo  que  luego  se 
pusiese  en  ejecución  la  salida,  y  así  se  señaló  para 
los  9  de  abril.  Estando  apercibiéndose  ya  todos  para 
el  viaje,  dos  masagetas  ó  alanos  esperando  en  un  mo- 
lino que  les  moliesen  un  trigo,  llegaron  algunos  almu- 
gavares  á  tratar  con  descompostura  una  mujer  que  es- 
taba dentro  á  tomar  la  harina;  salieron  ala  defensa  los 
alanos ,  y  entre  otras  razones  que  dieron  contra  Ro- 
ger, su  capitán,  fué  decir  que  si  les  daban  tales  oca- 
siones ,  harian  del  megaduque  Roger  lo  que  lucieron  del 
Gran  Doméstico  (1).  Este  fué  Alejos  Raúl ,  que  en  una 
fiesta  militar  le  mataron  estos  á  traición,  de  un  flechazo. 
Refirieron  estas  palabras  á  Roger,  y  por  su  mando  ó 
Cinsentimiento  aquella  misma  noche  los  almugavares 
d  eron  sobre  los  alanos ,  y  si  la  obscuridad  de  la  noche 
y  el  cuidado  de  los  vecinos  no  les  defendiera ,  los  dego- 
1  aran  todos.  Murieron  muchos,  y  entre  ellos  un  mozo 
valiente  hijo  de  George,  cabeza  de  los  alanos.  A  la  ma- 
ñana volvieron  á  toparse,  y  quedaron  los  catalanes  su- 
per^iores,  habiendo  muerto  mas  de  trescientos  alanos; 
y  si  no  se  temiera  á  los  vecinos  de  Cízico,  á  quien  por 
los  malos  tratamientos  tenían  irritados,  que  no  toma- 
sen las  armas,  y  se  pusiesen  de  parte  de  los  alanos,  los 
hubieran  sin  duda  degollado  todos.  Por  este  caso  se 

(i)  El  Oran  Doméstico,  en  ffríe^o  megadoméstico,  parece  qae  era 
respecto  á  la  milicia  de  tierra  lo  que  el  megaduque  en  la  marítima, 
el  grado  supremo  en  el  mando  del  ejército  ,  asi  como  en  la  casa 
iaptirial  una  de  las  primeras  dignidades. 


apartó  la  mayor  parto  de  los  alnno<;  del  ejército  de  Ro- 
ger; solo  queitiirnn  con  él  hasta  mil ,  que  con  promesas 
y  ruegos  los  detuvieron.  Roger  qui^o  con  dinero  apla- 
car al  padre  por  la  muerto  del  hijo ,  pero  Gregorio  me- 
nospreció el  dinero,  y  al  agravio  del  hijo  muerto  se 
añadióla  afrenta  del  ofrecimiento;  con  que  el  bárbaro 
quedó  irritado,  aunque  encubrió  la  ofensa  para  mayor 
venganza. 

Es'e  suceso  alargó  la  partida  ba^ta  los  primeros 
de  mayo,  que  salieron  de  Cízico  seis  mil  con  nombro 
de  catalanes,  mil  alanos  y  las  compañías  de  romeos 
debajo  dul  gobierno  de  Marulli;  poro  todos  sujotos 
y  á  orden  de  Roger.  Iba  también  Nastago  ,  gran  pri- 
miserio  (2).  Llegaron  con  estas  fuerzas  á  Ancbírao,  y 
de  allí  con  gran  valor  y  confianza,  que  así  lo  dice  Pa- 
cliimerio,  fueron  á  sitiar  á  Germe,  lugar  fuerte  domlo 
los  turcos  estaban ;  y  entendida  por  ellos  la  resolu- 
ción ,  con  sola  la  fama  de  su  venida  dejaron  el  lugar  y 
se  retiraron ;  pero  no  pudo  ser  esto  tan  á  tiempo ,  que 
su  retaguardia  no  fuese  gravemente  ofendida  de  los 
catahmes.  De  allí  pasaron  á  otro  lugar  que  la  historia 
de  Pachimerio  no  le  nombra;  solo  dice  que  estaba 
dentro  para  su  defensa  Sausi  Crisanislao,  famoso  sol- 
dado y  capilan  de  búlgaros,  á  quien  mandó  ahorcar 
con  doce  de  sus  soldados  los  mas  principales,  sin  de- 
cir con  certeza  la  ocasión  deste  castigo;  solo  se  pre- 
sume que  habrían  defendido  mal  algún  lugar  que 
estaba  á  su  cargo,  ó  entregado  alguna  fortaleza;  y  que- 
riendo Sausi  disculparse,  atravesó  razones  con  Roger, 
que  le  movieron  á  meter  mano  á  la  espada  y  heririe, 
y  después  fué  entregado  á  los  que  le  habían  de  ahor- 
car. Los  capitanes  griegos  detuvieron  la  ejecución  y 
alcanzaron  de  Roger  el  perdón ,  porque  le  advirtieron 
el  disgusto  que  tendría  el  emperador  Andrónico  si 
castigase  un  hombre  de  tanta  calidad  y  tan  bocn  sol- 
dado sin  liabelle  dado  razón.  Era  Crisanislao  uno  de 
los  capitanes  búlgaros  que  prendió  Miguel,  padre  de 
Andrónico ,  en  la  guerra  de  la  Chana ;  y  detenido  gran 
tiempo  en  prisión,  fué  puesto  en  libertad  por  Andró- 
nico, y  honrado  en  cargos  militares  y  en  gobiernos  de 
provincias,  y  entonces  se  hallaba  en  esta  parte  de  Fri- 
gia, ocupado  en  servicio  del  Emperador.  Luego  de  ¡lli 
pasó  el  ejército  á  Gelíana,  camino  de  Filadellia,  donde 
le  llegó  aviso  á  Roger  de  algunos  lugares  fuertes  que 
ocupaban  los  turcos,  sígnilicándole  la  violencia  que 
padecían,  y  por  carta  le  suplicaban  les  ayudase,  pues 
eran  romeos  que  se  dieron  á  la  fuerza  del  tiempo,  y 
que  se  querían  levantar  contra  los  enemigos.  Roger 
les  respondió  que  estuviesen  de  buen  ánimo ,  que  él 
les  socorrería.  Con  esto  pasó  adelante  ú  meter  el  so- 
corro en  Filadelfia,  que  era  el  principal  intento  que  lle- 
vaban. Caramano  Alísurio,  que  la  tenia  sitiada,  cuyo 
gobierno  se  extendía  por  esta  provincia,  con  el  aviso 
que  tuvo  de  la  venida  del  ejército  de  los  catalanes, 
levantó  el  sitio  con  la  mayor  parte  de  su  ejército,  y 
caminó  la  vuelta  dellos,  con  deseo  de  vengar  la  rola 
del  año  antes  que  los  catalanes  dieron  a  sus  compa- 
ñeros. Esto  pareció  que  le  convenia,  y  no  aguardallos 
sobre  Filadelfia,  ciudad  grande  y  con  gente  arma- 
da, que  animada  del  ejército  amigo,  saldría  á  pekap. 
Dejó  algunos  fuertes  guarnecidos,  con  que  le  pareció 

(2)  Primicriu.i,  título  que,  srgun  la  inlerpretacioa  de  la  palabra, 
equivalía  al  nuestro  de  vtayurdumu  mayor. 


{4  DON  FRANCISCO 

que  los  de  la  dudar)  no  intenta  Han  el  salir;  pero  dos 
millas  iejüs,  al  amanecer  se  reconocieron  de  unay  oira 
parle,  y  se  pusieron  en  orden  para  pelear.  El  ejércilo 
lie  los  turcos  llegaba  á  ocho  mil  caballos  y  doce  mil  in- 
fantes, caramanos  todos,  los  mas  valientes  y  temidos  de 
toda  la  nación,  superiores  en  número  á  los  nuestros, 
pero  nuiy  iníeriorcs  en  el  valor,  en  la  disciplina,  en  la 
ordenanza  militar  y  en  las  armas  ofensivas  y  defensi- 
vas; solo  liahia  igualdad  en  el  ánimo  y  deseo  de  pelear. 
Roger  dividió  en  tres  tropas  su  caballería,  alanos, 
romeos  y  catalanes;  y  Corbaran  de  Alet,  á  cuyo  cargo 
estaba  la  infantería,  la  dividió  en  otros  tantos  escua- 
drones; y  hecha  señal  de  acometer,  se  embistieron 
con  gallardo  ánimo  y  bizarría.  Trabóse  la  batalla  muy 
sangrienta  para  los  tarcos,  porque  los  catalanes,  mas 
pláticos  en  herir,  y  mas  seguros  por  las  armas  de  ser 
ofendidos,  hacían  grande  daño  en  ellos  con  muy  poco 
suyo.  Junto  á  los  condutos  de  la  ciudad  fué  donde  mas 
reciamente  se  embistieron.  Pero  los  turcos,  valientes  y 
atrevidos,  no  dejaban  por  todos  los  caminos  que  podían 
de  ofenderá  los  nuestros  y  poner  en  duda  la  vitoria, 
que  hasta  al  medio  día  anduvo  varía;  pero  el  valor 
acostumbrado  de  los  catalanes  la  hizo  declarar  por  su 
parte,  con  notable  daño  de  los  turcos.  Escapáronse 
huyendo  hasta  mil  caballos,  de  ocho  mil  que  entra- 
ron en  la  batalla ,  y  solos  quinientos  infantes ,  y  Cara- 
mano  Alisurio  se  retiró  herido.  De  los  nuestros  pere- 
cieron ochenta  caballos  y  cien  infantes.  Rehechos  sus 
escuadrones ,  pasaron  la  vuelta  deFiladelíia,  siguiendo 
lentamente  al  enemigo,  y  temiendo  alguna  gran  em- 
boscada de  sus  copiosos  ejércitos.  Los  turcos  de  los 
fuertes,  sai)ida  la  rota,  los  desampararon,  y  fueron 
siguiendo  su  capitán  vencido.  Fué  la  presa  y  lo  que 
s.e  ganó  en  esta  batalla,  según  Montaner,  de  mucha 
consideración. 

Con  esta  vitoria  comenzaron  á  levantar  cabeza  las 
ciudades  de  Asia,  viendo  que  los  nuestros  habían  dado 
principio  á  su  libertad,  que  los  turcos  tenían  tan  opri- 
mida. Llegó  esta  opresión  á  tanto  extremo,  que  les 
quitaban  las  mujeres  y  los  hijos  para  iristruilles  en  su 
'  seta.  Profanaban  los  templos  y  monasterios  tan  anti- 
guos, donde  habla  depositados  tantos  cuerpos  de  san- 
tos, y  grande  memoria  de  nuestra  primitiva  Iglesia, 
que  tanto  floreció  en  aquellas  provincias;  trocando  el 
verdadero  cuito  en  falsa  y  abominable  adoración  de  su 
profeta.  Pero  como  por  los  justos  juicios  de  Dios  estaba 
ya  determinada  la  destruicion  y  servidumbre  de  todo 
aquel  imperio  y  nación,  fué  de  poco  provecho  para  al- 
canzar entera  libertad  todo  lo  que  los  nuestros  hicie- 
ron; antes  parece  que  se  confirmó  con  esto  su  perdi- 
ción, pues  cuando  los  grandes  remedios  no  curan  la 
dolencia  por  que  se  dan,  es  casi  cierta  la  muerte.  Nues- 
tros capitanes  se  detuvieron  antes  de  entrar  en  Fila- 
delfia,  reconociendo  algunos  lugares  vecinos,  adonde 
se  pudieron  haber  retirado  y  rehecho;  pero  todo  lo 
hallaron  libre  de  los  turcos,  á  quien  el  miedo  hi:¿o 
alargar  muchas  leguas. 

CAPITULO  XIV. 

Entra  en  Filadclfia  el  ejército  vitorioso.  Gánanse  algunos  fuertes 
que  el  enemigo  tenia  cerca  de  la  ciudad,  y  dan  segunda  rota  á 
lus  turcos  junto  á  liria. 

Libros  los  de  Filadellia  del  sitio,  que  tan  apretados 
les  tuvo,  por  el  valor  de  las. armas  de.  los  catalaaes 


DE  MORCADA. 

salieron  á  recebir  el  ejército  los  magistrados  y  el  pue- 
blo, con  Teolepto,  su  obispo,  varón  de  rara  santidad, 
y  por  cuyas  oraciones  se  dufendió  Filadellia  mas  que 
por  las  armas  del  ejército  que  la  guardaba.  Entraron 
las  tropas  de  nuestra  caballería  primero,  con  los  es- 
tandartes vencidos  y  ganados  de  los  turcos.  Seguían 
después  el  carruaje  lleno  délos  despojos  enemigos,  y 
gran  número  de  mujeres  y  niños  cautivos,  y  algunoi 
mozos  reservados  para  el  triunfo  desta  entrada.  Las 
compañías  de  infantería  eran  las  últimas,  y  en  medio 
dellas  las  banderas  y  los  capitanes  mas  señalados,  coa 
lucidísimas  armas  y  caballos,  que  como  cosa  nunca 
vista  de  los  de  Asía,  les  causó  grande  admiración.  No 
hubo  en  aquella  entrada  soldado,  por  particular  qiio 
fuese,  que  no  vistiese  seda  ó  grana,  aunque  en  aquel 
tiempo  los  turcos  no  usaban  trajes  costosos;  pero  en- 
tre los  despojos  de  los  griegos  habían  alcanzado  gran 
cantidad  de  ropa  y  vestidos  de  mucho  precio,  que  en 
esta  Vitoria  se  cobraron.  Detuviéronse  quince  dias  en 
la  ciudad ,  entretenidos  con  las  tiestas  y  regocijos  que 
se  les  hicieron ;  porque  fué  cosa  notable  el  amor  y  el 
respeto  con  que  les  trataron  los  naturales,  como  quien 
reconocía  dellos  la  libertad  y  la  vida,  que  tan  aventura- 
das las  tuvieron.  La  necesidad  siempre  es  agradecida, 
pero  como  con  el  benelicio  que  recibe,  se  acaba. 

Roger  salió  de  Filadellia  á  poner  en  libertad  ú  al- 
gunos pueblos  de  que  estaban  apoderados  los  turcos,  y 
entre  otros  á  Culla,  algunas  leguas  mas  adelante  hacia 
el  levante  de  la  ciudad ;  pere  sabida  la  retirada  y  huida 
de  su  ejército ,  se  retiraron  los  turcos.  Los  naturales 
los  recibieron  abiertas  las  puertas,  como  quien  esca- 
paba de  tan  dura  servidumbre ;  pareciéndoles  que  con 
esto  alcanzarían  perdón  de  haberse  entregado  antes 
fácilmente  á  los  turcos.  Roger  perdonó  la  multitud  del 
pueblo,  pero  castigó  gravemente  á  muchos.  Cortóla 
cabeza  al  Gobernador,  y  al  mas  principal  viejo  del  re- 
gimiento condenó  á  la  horca.  Estuvo  un  rato  pendiente 
delia  sin  morir,  y  atribuyéndolo  á  milagro,  cortaron  la 
soga  los  que  estaban  presentes,  y  le  libraron. 

Volvió  el  ejército  á  Fíladelfia,  y  según  Pachimerio 
dice,  Roger  recogió  muchos  ducados  y  se  hizo  con- 
tribuir mas  de  lo  que  debiera,  por  sentirse  ya  en  la 
ciudad  la  falta  de  bastimentos,  por  ser  muy  populosa 
de  suyo  y  tener  dentro  el  ey'ército,  después  de  haber 
padecido  un  largo  sitio,  que  fué  tan  apretado ,  que  una 
cabeza  de  jumento  se  vendió  por  un  precio  increíble. 
Nastogo,  duque  y  prímiserio  del  imperio ,  que  milita- 
ba en  este  ejército  con  Roger,  se  apartó  del  y  se  fué 
á  Constantinopla,  porque  no  podía  ver,  como  griego, 
maltratar  álos  naturales,  y  las  demasías  que  Roger 
hacia  con  ellos;  y  asi,  llegado  á  Constantinopla,  quiso 
que  el  Emperador  le  oyese ;  y  como  esto  se  le  negó  por 
los  deudos  y  amigos  de  la  mujer  del  Megaduque,  á  la 
que  yo  puedo  entender,  se  fué  al  Patriarca,  y  por  su 
medio  el  Emperador  dio  oidos  á  las  quejas  que  traía 
contra  Roger,  de  que  se  encendió  en  el  palacio  una 
gran  discordia  entre  los  amigos  y  émulos  del  Mega- 
duque. 

Pareció  á  los  capitanes  del  ejército  que  convenia 
echar  primero  al  enemigo  de  las  provincias  marítimas, 
porque  no  quedase  poderoso  á  las  espaldas,  y  porque 
la  vecindad  de  su  armada  les  diese  mas  fuerzas  y  segu- 
ridad. Con  esta  determinación  partieron  luego  deFir- 


EXPEDICIÓN  DE  CATALANES  Y  ARAGONESES. 


Wlclfia  para  Niza,  ciudad  de  Licia,  y  de  allí  á  Mug- 
nesia,  la  que  está  en  la  ribera  del  rio  Meandro ,  donde 
apenas  llegó  Roger,  cuando  dos  ciudadanos  de  Tiria 
vinieron  ú  pedille  socorro ,  diciendo  que  la  ciudad  no 
estaba  bastantemente  fortificada  que  pudiese  defen- 
derse de  los  terribles  asaltos  del  enemigo,  y  que  si  el 
socorro  se  lardaba,  era  cierto  el  perderse  ;  que  los 
turcos  con  poco  cuidado  se  podian  coger  á  tiempo  que 
estuviesen  derramados  por  aquellas  vegas,  y  hacer  al- 
guna buena  suerte,  con  grande  honra  del  ejército  y 
provecho  suyo ;  que  en  llegando  la  noche  se  retiraban 
á  los  bosques ,  y  salido  el  sol  volvían  á  talar  y  destruir 
la  campaña.  Roger  con  la  mayor  presteza  y  diligencia 
que  pudo  tomó  la  gente  mas  desembarazada  y  suelta,  y 
fué  la  vuelta  de  Tiria  para  meterse  dentro  della  anles 
del  dia.  Llegó  á  tan  buen  tiempo,  que  los  turcos  ni  le 
pudieron  descubrir  ni  sentir,  habiendo  caminado  trein- 
ta y  siete  millas  en  diez  y  siete  horas. 

Vino  la  mañana,  y  los  turcos  comenzaron  á  bajar  á 
la  llanura  y  llegarse  á  la  ciudad,  y  ya  estaban  cerca 
de  las  puertas  para  hacer  sus  acostumbrados  acometi- 
mientos, cuando  Corbaran  de  Alet,  senescal,  salió  á 
rebalillos  con  doscientos  caballos  y  mil  infantes.  Car- 
gó sobre  ellos  con  tanta  gallardía,  que  les  rompió  y  de- 
golló la  mayor  parte,  pero  la  que  quedaba  entera,  en 
reconociendo  á  los  nuestros,  se  fué  retirando  húcia  la 
aspereza  de  la  montaña.  Corbaran  les  siguió  con  parlo 
de  la  caballería;  pero  como  los  caballos  de  los  turcos 
estaban  desembarazados,  y  los  nuestros  cargados  con 
el  peso  de  las  armas ,  llegaron  á  la  falda  del  monte  á 
tiempo  que  los  turcos,  temerosos  y  cuidadosos  solo  de 
sus  vidas,  habían  dejado  los  caballos  y  mejorádose  do 
puesto,  porque  tomaron  los  altos,  de  donde  mejor  se 
podian  guardar  y  ofender,  impidiendo  la  subida  á  sus 
enemigos.  El  Senescal,  con  mejor  ánimo  que  consejo, 
mandó  que  se  apeasen  los  suyos,  y  él  hizo  lo  mismo ,  y 
acometió  segunda  vez  á  los  turcos;  pero  como  ellos 
estaban  en  lo  alto  y  tenían  algunos  reparos,  con  pie- 
■  dras  y  flechazos  defendían  la  subida ,  y  tiraban  golpes 
mas  seguros  y  ciertos  á  los  que  mas  se  señalaban.  Cor- 
baran ,  como  valiente  y  esforzado  caballero ,  era  de  los 
que  mas  les  apretaban  por  su  persona ,  y  para  subir  con 
mas  ligereza  y  andar  mas  suelto  se  quitó  las  armas,  y 
después  el  morrión,  ocasión  de  su  muerte;  porque  le 
dieronunfiechozo  enla  cabeza,  de  que  luego  murió; 
con  cuya  pérdida  los  demás  se  retiraron. 

Con  la  muerte  de  tal  capitán  trocóse  la  Vitoria  des- 
te  dia  en  tristeza  y  sentimiento ;  porque  perder  una 
buena  cabeza  suele  causar  algunas  veces  inconvenien- 
tes y  daños  de  mayor  consideración  que  no  lo  es  el 
provecho  que  resulta  de  la  vitoria  que  se  adquiere  con 
6u  muerte.  Sintiólo  Roger  mucho ,  que  le  tenia  con- 
cerladQ  de  casar  con  una  hija  suya,  y  puesta  en  su  per- 
sona su  mayor  esperanza.  Perdió  la  vida  Corbaran  con 
mas  honroso  íin  que  los  demás  capitanes,  porque  cayó 
con  la  espada  en  la  mano  y  en  la  misma  vitoria ,  y  no 
por  manos  de  traidores,  como  otros  compañeros  suyos. 
Es  corto  el  discurso  de  los  hombres ,  que  se  tiene  por 
gran  desdicha  lo  que  se  pudiera  contar  entre  los  prós- 
peros sucesos  de  la  vida.  Prevínole  á  Corbaran  una 
muerte  honrada  á  otra  cruel  y  afrentosa,  pues  corrie- 
ra, como  es  de  creer,  el  mismo  riesgo  que  los  demás 
capitanes.  Enterráronle  en  un  templo  dos  leguas  de 


lo 

Tiria,  adonde  dice  Montancr  que  estaba  el  cuerpo  de 
san  Jorge.  Hiciéronle  compañía  diez  cristianos,  que  so- 
los murieron  en  aquel  encuentro.  Levantáronle  un  se- 
pulcro de  mármol,  y  honráronle  con  grandes  obse- 
quias, pues  solo  para  cumplir  con  su  memoria  se  de- 
tuvieron ocho  días.  De  Tiria  despacharon  orden  á  su 
armada ,  que  estaba  en  la  isla  del  Xio ,  para  que  lo  mas 
presto  que  pudiese  pasase  á  tierra  firme  de  la  Asia,  y 
que  se  detuviese  en  Ania,  aguardando  segundo  orden. 

CAPITULO  XV. 

Llega  Derengucr  de  Rocafortcon  su  gente  á  Constantinopla.y  por 
ói'den  del  Emperador  se  junta  coa  Itogci'  en  Efeso. 

Llegó  de  Sicilia  Berenguer  de  Rocafortpor  este  tiem- 
po á  Constantinopla  con  algunos  bajeles  y  dos  galeras, 
y  con  doscientos  hombres  de  á  caballo  y  mil  almuga- 
vares,  habiendo  cobrado  ya  del  rey  Carlos  el  dinero  quo 
le  debía,  y  restituido  los  castillos  de  Calabria  que  esta- 
ban en  su  poder.  Mandóle  luego  Andrónico  que,  nave- 
gando la  vuelta  de  la  Asía, .procurase  juntar  sus  fuer- 
zas con  las  de  Roger ;  y  así,  con  mucha  brevedad  llegó 
al  Xio,  adonde  halló  á  Fernando  Aones  de  partida,  y 
juntos  llegaron  á  Ania,  de  donde  avisaron  á  Roger  con 
dos  caballos  ligeros  de  la  venida  do  Rocafortcon  los  su- 
yos. Llegó  esta  nueva  antes  de  salir  de  Tiria,  y  causó  ge- 
neralmente en  todo  el  campo  grandísimo  contento,  así 
pnr  la  gente  que  Rocafort  traía,  que  era  mucha  y  esco- 
gida, como  por  la  opinión  que  tenia  de  muy  valiente  y  es- 
forzado capitán.  Envió  luego  Roger  á  visitarle  con  Ra- 
món Montaner,  y  con  orden  de  que  se  parliesc  luego  de 
Ania  y  viniese  á  Efeso,  dicha  por  otro  nombre  Altobosco. 
Partió  Montaner  con  una  tropa  de  hasta  veinte  caballos 
y  con  alguna  gente  plática  para  que  le  guiasen  por  ca- 
minos desviados,  por  no  encontrarse  con  los  turcos,  que 
ordinariamente  corrían  la  tierra  y  salteaban  los  cami- 
nos mas  pasajeros.  Valióle  á  Montaner  poco  esta  dili- 
gencia y  cuidado ;  porque  muchas  veces  hubo  de  abrir 
camino  con  la  espada  :  llegó  al  fin  á  la  ciudad  de  Ania 
libre  destos  peligros.  Dio  á  Rocafort  la  bienvenida  de 
parte  de  los  suyos ,  y  le  dijo  lo  que  Roger  ordenaba 
acerca  de  su  partida.  Rocafort  obedeció,  y  dejando  para 
la  guarnición  de  la  armada  quinientos  almugavares, 
con  lo  restante  de  la  gente  tomó  el  camino  de  Efeso, 
adonde  llegó,  acompañado  de  Montaner,  dentro  de  dos 
días.  Esta  ciudades  una  de  las  mas  señaladas  de  toda  el 
Asia  por  su  famoso  templo  dedicado  á  la  diosa  Diana. 
Fué  no  solamente  reverenciada  de  los  romanos,  pero  de 
los  persas  y  macedones,  que  tuvieron  antes  el  imperio, 
y  todos  conservaron  sus  inmunidades  y  derechos ,  sin 
que  se  mudasen  jamás  mudándose  los  imperios  :  tanto 
era  el  respeto  con  que  veneraban  los  antiguos  las  co- 
sas que  se  persuadían  que  tenían  algo  de  divinidad  y 
religión.  Pero  el  mayor  título  que  esta  ciudad  tiene  para 
ser  famosa  y  celebrada,  es  haber  puesto  en  ella  el  após- 
tol y  evangelista  san  Juan  los  primeros  fundamentos  de 
la  fe.  Deste  santo  referiré  lo  que  Montaner  escribe,  que 
por  referirlo  en  esta  misma  historia,  no  parece  ajeno  de 
la  nuestra. 

Dicen  que  en  esta  ciudad  de  Efeso  está  el  sepulcro 
donde  san  Juan  se  encerró  cuando  desapareció  de  lo3 
mortales,  y  que  poco  después  vieron  levantar  una  nube 
en  semejanza  de  fuego,  y  que  creyeron  que  en  ella  fuó 
arrebatado  su  cuerpo,  porque  después  no  pareció.  La 


15  eOn  francisco 

vor.lafl  dcsto  m  tionc  otro  funrlamento  mayor  que  la 
Iraclk'ioii  c!ü  aquella  gente,  referida  por  Moiitancr.  El 
dia  antes  de  San  Juan,  cuando  se  dicen  las  vísperas  del 
Santo,  sale  un  mnnú  por  nueve  agujeros  de  un  mármol 
que  está  sobre  el  sepulcro,  y  dura  hasta  poner  del  sol 
del  otro  dia,  y  es  en  tanta  cantidad,  que  sube  un  palmo 
sobre  la  piedra,  que  tiene  doce  do  largo  y  cinco  de  an- 
clio.  Curaba  este  maná  de  muchas  y  graves  dolencias^ 
que  con  particularidad  las  refiere  Montanor. 

Después  de  cuatro  dias  que  Rocafort  y  Montaner  He- 
laron á  Efeso,  entró  también  Roger  con  todo  el  ejérci- 
to. Alegráronse  todos  de  ver  á  Rocafort,  amigo  y  com- 
pañero en  todas  las  guerras  de  Sicilia,  por  el  socorro  que 
las  traia,  que  hallándose  lejosy  en  tierras  enemigas,  fué 
de  grande  importancia ,  y  aument(3  mucho  las  fuerzas 
de  los  aragoneses.  Diósele  kiogo  el  oficio  de  senescal, 
que  vacó  por  muerte  de  Corbaran,  y  para  que  en  todo 
le  sucediese,  le  dio  Roger  su  hija  por  mujer,  habiendo 
sido  primero  concertada  con  Corbaran  ;  porque  con  este 
nuevo  parentesco  aseguraba  Roger  la  condición  y  as- 
pereza de  Rocafort,  aparejada  para  intentar  cosas  nue- 
vas. Dióle  cien  caballos  para  la  gente  que  traia,  con  ar- 
mas de  ú  caballo  y  cuatro  pagas.  En  Efeso,  dice  Pa- 
chimerioque  Roger  y  los  Catalanes  hicieron  notables 
crueldades  para  sacar  dinero,  cortando  miembros,  ator- 
mentando, degollando  los  desdichados  griegos,  y  que 
en  Metellin  un  hombre  rico  y  principal,  llamado  Macra- 
jiíi,  fué  degollado  porque  prontamente  no  quiso  dar 
c.nco  mil  escudos  que  le  pidieron  :  licencia  militar  y 
atrevimiento  ordinario  en  gente  de  guerra  mal  discipli- 
nada. 

Roger,  todo  el  dinero,  caballos  y  armas  que  recogió 
de  las  contribuciones  de  las  ciudades  vecinas,  envió  á 
Magnesia  con  una  buena  escolta ;  porque  en  esta  ciudad, 
como  la  más  fuerte  de  aquellas  provincias,  determinó 
poner  su  asiento  para  invernar.  De  Efeso  se  fueron  to- 
dos juntos  ala  ciudad  de  Ania,  adonde  estaba  Fernando 
Aones  con  la  armada.  Hiciéronlos  un  granderecibimien- 
to  á  Roger  y  á  Rocafort  los  soldados  que  se  hallaban  en 
Ania,  saliéndoles  á  recibir  con  grande  alegría  y  regoci- 
jo; porque  ya  les  parecía  que  juntos  eran  bastantes  á 
recuperar  el  Asia ,  echando  della  á  los  turcos.  Roger 
agradeció  y  satisfizo  este  buen  recibimiento,  dando  una 
paga  á  todos  los  soldados  de  la  armada ;  y  porque  Tiria 
quedaba  desarmada  y  sin  defensa,  determinaron  que  se 
enviase  alguna  gente  para  su  seguridad.  Fué  Diego  de 
Oros,  hidalgo  aragonés,  buen  soldado,  con  treinta  ca- 
ballos y  cien  infantes,  porque  con  esto  les  parecía  que 
quedarla  en  defensa  la  ciudad  y  su  comarca ,  fiando  mas 
en  la  reputación  de  sus  armas  que  en  el  número  de  la 
gente;  que  muchas  veces  alcanza  la  reputación  lo  que 
uo  pueden  las  fuerzas. 

CAPITULO  XVI. 

neprimPD  los  nuestros  el  atrevimiento  de  Snrcnno  Turco.  Llppn 
nuestras  bundcras  á  lo»  cuiiUncs  de  la  Natolia  y  iciuo  de  Ar* 
mullía. 

Tuvieron  nuestros  capitanes  consejo  del  císmino  que 
lomarían,  y  concordaron  todos  c:i  que  volviesen  otra 
vez  hacia  las  provincias  orienlules,  y  pasados  los  mon- 
tes, entrasen  en  Panfila,  adonde  les  pareció  que  estarían 
las  mayores  fuerzas  de  los  turcos  y  habría  ocasión  de 
venir  cou  ellos  ú  bulullu ;  que  este  fué  siempre  el  inlculo 


DE  MOXCADA. 

principal  que  so  llevaba ;  porque  siendo  nuestro  ejército 
tan  pequeño ,  no  se  podía  hacer  la  guerra  á  lo  largo  y 
ocupar  ciudades  y  lugares,  habiendo  de  dejar  en  ellas 
guarnición ,  porque  era  dividir  y  deshacer  sus  fuerzas; 
y  así,  pareció  siempre  acertado  caminar  la  vuelta  de  los 
turcos  y  pelear  con  ellos.  Pero  en  tanto  que  se  trataba 
de  poner  en  ejecución  la  salida,  Surcaño  Turco,  con  sa- 
ber que  el  ejército  de  los  catalanes  estaba  dentro  de  la 
ciudad,  se  atrevió  acorrer  su  vega,  llevando  á  sangre  y 
fuego  cuanto  se  le  puso  delante.  Pagó  presto  su  atrevi- 
miento y  locura;  porque  salieron  los  nuestros  sin  aguar- 
dar orden  ni  esperar  los  capitanes  (tanto  les  ofendía  la 
osadía  de  este  bárbaro),  y  dieron  con  tanta  presteza 
sobre  él  y  los  suyos,  que  aunque  luego  quiso  retirarse, 
no  pudo  sin  mucho  daño,  porque  se  halló  tan  empeña- 
do, que  hubo  de  pelear  para  huir.  Siguieron  los  nues- 
tros el  alcance  hasta  la  noche,  y  volvieron  á  la  ciudad 
con  nuevos  bríos,  dejando  muertos  en  la  campaña  de 
los  enemigos  mil  caballos  y  dos  mil  infantes :  cosa  ape- 
nas creída  délos  que  quedaron  dentro  de  la  ciudad,  por- 
que la  salida  fué  muy  tarde  y  con  mucho  desorden. 

Roger  y  los  demás  capitanes,  considerando  cuan  da- 
ñosa les  pudiera  ser  la  detención  si  los  soldados  advir- 
tieran el  peligro  de  la  jornada  y  camino  que  intentaban, 
con  el  gusto  de  la  vitoria  pasada,  quisieron  que  dentro 
de  seis  dias  marchase  el  campo.  Partieron  de  Ania,  y 
atravesaron  la  provincia  de  Caria  y  todo  aquel  inmenso 
espacio  de  provincias  que  están  entre  la  Armenia  y  el 
mar  Egeo,  sin  que  hubiese  enemigo  que  se  les  opusiese. 
Marchaba  el  campo,  según  la  comodidad  de  los  lugares, 
muy  de  espacio,  consolando  los  pueblos  cristianos  y 
animándoles  á  su  defensa,  y  con  universal  admiración 
de  todos  los  fieles  eran  recebidos  los  nuestros,  alegrán- 
dose de  ver  armas  cristianas  tan  adentro,  las  cuales  los 
que  entonces  vivían  jamás  vieron  ea  sus  provincias, 
aunque  su  deseo  siempre  las  llamaba  y  esperaba;  pero 
la  flojedad  de  los  griegos  nunca  les  dio  lugar  á  que  ka 
vieran,  hasta  que  el  valor  de  los  catalanes  y  aragoneses 
se  las  mostró. 

CAPITULO  XVIL 

Pclenn  con  todo  el  poder  de  los  turcos  los  catalanes  y  aragonescí 
en  las  faldas  del  moute  Tauro,  y  alcanzan  dcllos  seüaladisima 
Vitoria. 

Poco  antes  quellegasen  á  las  faldas  del  monto  Tauro, 
que  divide  la  provincia  de  Cilicía  de  Armenia  la  me- 
nor, hicieron  alio,  y  trataron  de  que  primero  se  reco- 
nociesen las  entradas  y  pasos  peligrosos,  sospechando 
siempre,  como  sucedió,  que  el  enemigo  no  les  aguar- 
dase. En  tanto  que  esto  se  consultaba,  nuestra  caballe- 
ría, que  reconocía  la  campaña,  descubrió  el  ejército 
enemigo,  que  aguardaba  el  nuestro  entre  los  valles  do 
las  faldas  del  monte.  Tocóse  arma  en  ambos  ejéqcito";; 
y  los  turcos,  viéndose  descubiertos  y  que  su  traza  había 
salido  vana  y  sin  fruto,  se  resolvieron  luego  de  salir  á 
lo  llano,  y  acometer  á  los  nuestros,  que  venían  algo  fa- 
tigados del  camino,  antes  que  pudiesen  descansar  ni 
mejorar  de  puesto.  Había  en  el  campo  de  los  turcos 
veinte  mil  infantes  y  diez  mil  caballos,  y  la  mayor  parlo 
dellos  eran  de  los  que  habían  escapado  de  las  rotas 
pasadas.  Tendióse  su  caballería  por  el  lado  izquierdo,  y 
la  infantería  por  el  de  echo,  la  vuelta  del  campo  cris- 
tiano. Opúsose  Roger  con  su  caballería  ú  la  del  ciiemi- 
l 


EXPEDICIÓN  DE  CATAI 

"O,  que  plrla  fronfc  y  oosfarlo  cerró  con  ia  nuestra.  Ro- 
caforljCon  su  iiifaiilcría  y  Marulli,  hizo  lo  mismo,  lia- 
liiondo  primero  los  almugavares  hecho  su  señal  acos- 
tumbrada en  los  encuentros  mas  arduos,  que  era  dar 
con  las  puntas  de  las  espadas  y  picas  por  el  suelo,  y  de- 
cir :  Despierta,  hierro ;  y  fué  cosa  notable  lo  que  hicieron 
aquel  dia,  que  antes  de  vencer  se  daban  unos  á  otros  la 
norabuena,  y  se  animaban  con  cierta  confianza  del  buen 
suceso. 

Trabóse  la  batalla  en  puesto  igual  para  todos,  con 
grandes  y  varias  voces,  peleándose  valerosaniente,  por- 
que pendia  la  vida  y  libertad  de  entrambas  partes  de  la 
Vitoria  de  aquel  dia.  Si  los  nuestros  quedaran  vencidos, 
por  ser  poco  pláticos  en  la  tierra  y  tener  tan  lejos  la 
retirada,  fuera  cierta  su  muerte,  ó  lo  que  se  tuviera  por 
peor,  quedar  cautivos  en  poder  de  aquellos  bárbaros 
ofendidos.  Los  turcos  tenian  también  Igual  peligro; 
porque  los  naturales  de  aquellas  provincias  cristianas 
adonde  estaban,  viéndolos  rotos  y  vencidos,  les  acaba- 
ran sin  duda,  satisfaciendo  en  ellos  una  justa  venganza. 
En  el  primer  encuentro,  por  la  multitud  y  número  inli- 
nito  de  los  bárbaros,  se  corrió  gran  riesgo  y  estuvo  la 
Vitoria  muy  dudosa ;  pero  cobraron  nuevo  ánimo  y  vi- 
gor; porque  los  capitanes  repitieron  segunda  vez  el 
nombre  de  Aragón,  y  desde  entonces  parece  que  esta 
voz  infundió  en  los  enemigos  temor,  y  en  los  nues- 
tros un  esfuerzo  nunca  visto.  Y  como  ya  de  una  y  otra 
parte  se  habia  llegado  á  los  golpes  de  alfanjes  y  espadas, 
en  que  los  nuestros  tenian  tanta  ventaja  por  las  armas 
defensivas,  luego  se  comenzó  á  inclinar  la  vitoria  por 
nuestra  parte.  Los  catalanes  ejecutaban  en  los  vencidos 
su  rigor  y  furia  acostumbrada  en  las  guerras  contra  los 
infieles,  que  aquel  dia  en  los  turcos  todo  fué  desespe- 
ración ,  ofreciéndose  á  la  muerte  con  tanta  determina- 
ción y  gallardía,  que  no  se  conoció  en  alguno  dellos 
muestras  de  quererse  rendir,  ó  fuese  por  estar  resueltos 
de  morir  como  gente  de  valor,  ó  porque  desesperaron 
de  hallar  en  los  vencedores  piedad.  En  tanto  que  sus 
brazos  pudieron  herir,  siempre  hicieron  lo  que  debían, 
ycuandodesfullecian,  con  el  semblante  y  los  ojos  mos- 
traban que  el  cuerpo  era  vencido,  no  el  ánimo.  Los 
nuestros  no  contentos  de  haberlos  hecho  desamparar 
el  campo,  les  siguieron  con  el  mismo  rigor  que  pelearon 
en  la  batalla.  La  noche  y  el  cansancio  de  matar  dio  fin 
al  alcance.  Estuvieron  hasta  la  mañana  con  las  armas 
en  la  mano.  Salido  el  sol ,  descubrieron  la  grandeza  de 
la  Vitoria;  grande  silencio  en  todas  aquellas  campa- 
ñas ,  teñida  la  tierra  en  sangre,  por  todas  partes  monto- 
nes de  hombres  y  caballos  muertos ,  que  a  firma  Monta- 
ner  que  llegaron  á  número  de  seis  mil  caballos  y  doce 
mil  infantes,  y  que  aquel  dia  se  hicieron  tantos  y  tan 
señalados  hechos  en  armas,  que  apenas  se  pudieran 
ver  mayores;  y  con  encarecer  esto  no  refiere  alguno  en 
particular,  con  grande  injuria  y  agravio  de  nuestros 
tiempos,  pues  tales  hazañas  merecieran  perpetua  me- 
moria. 

Quedó  con  tanto  brío  nuestra  gente  después  desla 
Vitoria,  y  tan  perdido  el  miedo  á  las  mayores  dificulta- 
des, que  pedían  á  voces  que  pasasen  los  montes  y  en- 
trasen en  la  Armenia,  porque  querian  llegar  bástalos 
últimos  fines  del  imperio  romano,  y  recuperar  en  poco 
tiempo  lo  que  en  muchos  siglos  perdieron  sus  empera- 
dores: pero  loscapiluuesteuiplarou  estadetermiuuciun 
H-i. 


LAÑES  Y  ARAGONESES.  i1 

tan  temeraria,  midiendo,  como  era  justo,  sus  fuerzas 
con  la  diücullad  de  la  empresa. 

CAPITl  LO  XVIII. 

Con  la  rntratla  del  invlcnio  vuelven  los  nuestros  á  las  pravincias 
niaritinias.  Uebélanse  los  de  Magnesia ;  píinelos  sitio  Hogcr, 
pero  llamado  de  AiHlniíiico,  le  levanta,  y  llega  á  la  boca  del  es- 
trecho con  todo  el  ejército. 

Detuviéronse  ocho  días  en  el  lugar  de  la  vitoria ,  y 
fueron  pocos  para  recoger  la  presa.  Prosiguieron  su 
camino  hasta  un  lugar  que  Montaner  llama  Puerta  del 
Hierro,  término  y  raya  de  la  Natolia  y  Armenia.  Delú- 
vose  tres  días  Rnger,  dudoso  del  camino  que  touia- 
rian ;  pero  al  fin,  viendo  cerca  el  otoñó,  y  hallándose 
tan  adentro  de  las  provincias  que  aun  no  estaban  bien 
aseguradas  á  su  devoción,  se  resolvió,  con  el  parecer  do 
sus  capitanes,  de  volver  á  la  ciudad  de  Ania  y  pasar  en 
ella  el  invierno,  hasta  que  faese  tiempo  de  salir  en 
campaña ,  pues  aquel  año  se  habia  roto  cuatro  veces 
al  enemigo  y  recuperado  tantas  proviitcias.  Nícéloro 
dice  que  por  faltar  las  espías  y  gente  plática  en  la  tierra 
dejaron  de  pasar  adelante,  porque  sin  ella  fuera  cosa 
muy  peligrosa,  y  Roger  era  tan  diestro  capitán,  que  no 
se  aventurara  temerariamente.  Hacíanse  las  jornadas 
muy  cortas,  porque  no  pareciese  que  la  retirada  era 
por  algún  temor,  caminando  por  los  puestos  que  te- 
nían ya  reconocidos  á  la  ida.  En  esta  retirada  cargan 
los  historiadores  griegos  á  los  nuestros  de  insolentes  y 
crueles,  que  hicieron  mas  daño  en  las  ciudades  de  Asia 
que  los  turcos  enemigos  del  nombre  cristiano;  y  aun- 
que creo  que  fueron  algunos  los  daños,  pero  no  tantos 
como  ellos  lo  encarecen.  Porque  el  tiempo  que  los 
nuestros  estuvieron  en  Asia  fué  muy  poco ,  y  este  le 
ocuparon  siempre  en  vencer  y  alcanzar  señaladas  Vi- 
torias de  sus  enemigos,  do  donde  les  resultaba  infinita 
ganancia  de  las  presas  que  hacían,  que  eran  tañías, 
que  algunas  veces  las  dejaban,  ó  por  no  poderlas  llevar, 
ópor  eslímarias  en  poco;  pero  yo  doy  por  verdadero 
lo  que  dicen  los  griegos ,  mas  no  pnr  eso  se  les  pueda 
quitar  la  gloria  de  sus  Vitorias.  ¿Qué  ejército  se  ha 
visto  que  diese  ejemplo  de  moderación  y  templanza ,  y 
mas  el  que  alcanza  muy  á  tarde  sus  pagas?  No  hay  duda 
que  un  ejército  amigo  mal  disciplinado  es  tan  dañoso 
en  una  provincia  como  el  del  enemigo ;  y  así  los  grie- 
gos la  mayor  parte  de  sus  historias  entretienen  en  las 
quejas  destos  daños ,  encareciéndolos  mas  de  lo  que 
debe  un  historiador. 

Veníase  el  ejército  retirando  hacia  Magnesia,  donde 
Roger  tenia  la  mayor  parte  de  sus  riquezas  y  tesoi^o, 
cuando  le  llegó  aviso  de  los  de  Magnesia  como  Atalio- 
te,  su  capitán,  se  habia  rebelado  y  degollado  la  guar- 
nición de  los  catalanes  que  Roger  habia  dejado,  y  alzá- 
dose  con  sus  tesoros,  que  habia  recogido  dentro  de  la 
ciudad.  El  caso  pasó  desta  manera. 

Magnesia  era  una  ciudad  fuerte  y  grande ,  y  por  en- 
trambas cosas  difícil  de  ganar  si  los  ánimos  de  los  na- 
turales estaban  unidos.  Sucedió  que  Roger,  mal  adver- 
tido ,  les  enti  ó  á  pedir  que  para  cuando  él  volviese  le 
tuviesen  á  punto  caballos  y  dinero  para  socorrer  su 
gente.  Ellos,  valiéndose  del  aborrecimíeiitoque  los  ala- 
nos que  estaban  dentro  tenian  á  los  catalanes,  y  mo- 
vidos de  la  codicia  de  hacerse  dueños  de  los  tesoros  que 
Roger  habia  recogido ,  se  resolvieron  de  tomar  las  ar- 
mas y  rebelarse.  Comunicadü  su  cousejo  coü  Ataliote, 


I A  DON  FRA^'CISCO 

y  aprobado  por  él,  les  pareció  ponelle  on ejecución;  i 
porque  corno  aüles  vivian  á  modo  de  ciudad  libre ,  te-  I 
niian  venir  en  sujeción.  Los  ciudadanos  eran  muchos  | 
y  armados,  les  alanos  también,  y  los  graneros  con  abun- 
di^ncia  de  trigo,  armas,  dineros  y  otros  pertrecbos  mi- 
lilares;  íinalmente,  recibiendo  fe  y  juramento  eiilre  sí  I 
de  valerse  unos  á  otros,  pasaron  á  cuchillo  parle  de  los 
catalanes  que  estaban  dentro ,  parte  prendieron  y  los 
pusieron  en  cárceles  muy  seguras.  Con  esto  se  confir- 
maron en  su  rebelión,  porque  no  hay  cosa  que  mas  la 
asegure  que  un  hecho  semejante,  cuaníio  la  atrocidad 
quita  la  esperanza  del  perdón.  Este  hecho  no  le  parece 
al  griego  Pacliimerio,  que  lo  rcíiere,  digno  de  vitupe- 
rio, antes  lo  aprueba  y  alaba  ;  con  que  claramente  se 
debe  tener  por  apología  mas  que  por  historia  la  suya. 
Subida  la  rebelión  de  los  de  Magnesia  por  Roger, 
quií;o  castigalla  luego;  y  así,  con  parte  de  los  alanos 
que  le  seguían,  de  los  romeos,  y  con  todos  los  catalanes 
fué  á  poner  sitio  á  la  ciudad  para  caslígalla,  como  me- 
recía tan  fea  maldad.  Hizo  venir  con  notable  diligencia 
máquinas  y  artificios  para  batilla,  y  á  pocos  díasHlió 
un  asalto  general,  en  que  fueron  rebatidos  los  nuestros 
con  grande  mofa  y  escarnio  de  los  cercados,  y  á  Roger 
con  palabras  injuriosas  le  afrentaban.  Quisó  Roger 
nimpelles  los  conductos ;  pero  ellos,  advertidos,  hicie- 
ron una  salida  con  que  irapidieron  el  efeto.  El  cerco  se 
continuaba,  y  en  ese  mismo  tiempo  les  vino  un  despa- 
cho de  Andrónico  en  que  les  mandaba  que,  dejado  el 
í-ilio  de  Magnesia,  viniesen  á juntarse  con  Miguel,  su 
hijo ,  para  socorrer  al  príncipe  de  Bulgaria,  cuñado  do 
Roger,  porque  un  tío  suyo  se  le  había  levantado  con 
parte  del  estado,  y  estaba  en  punto  de  perderse  si  no  se 
le  acudía  presto  con  socorro.  Tengo  por  muy  cierto 
<jue  este  levantamiento  fué  fingido  por  Andrónico ,  por 
(lar  alguna  razón  aparente  para  sacarlos  nuestros  de  la 
Asia,  de  quien  temió  siempre  que,  acreditados  con  tan- 
tas Vitorias,  se  alzarían  con  ella,  negándole  la  obedien- 
cia ;  y  para  obligar  mas  á  Roger,  le  puso  delante  el  pe- 
ligro de  su  cuñado.  A  estos  daños  vive  sujeto  el  capí- 
tan  que  sirve  á  príncipes  tiranos  ó  pequeños ,  en  quien 
siempre  la  sospecha  y  recelos  tienen  el  primer  lugar  en 
sus  consejos.  Dichoso  el  que  obedece  y  sirve  á  grande 
y  poderoso  monarca,  en  cuya  grandeza  no  puede  caber 
ofensa  nacida  del  aumento  de  su  vasallo.  Para  tener 
por  ciertos  estos  molimientos  me  hace  gran  dificultad 
el  ver  que  no  trata  Nicéforo  dellos,  antes  bien  da  dife- 
rente causa  porque  los  nuestros  no  pasaron  adelante 
con  sus  Vitorias,  que  fué  el  miedo  grande  de  Andróni- 
co, y  sin  duda  esle  fué  el  que  detuvo  la  buena  dicha  de 
los  nuestros,  y  el  que  impidió  que  no  se  restaurasen 
todas  las  ciudades  y  provincias  del  antiguo  imperio  de 
los  romanes.  Estas  son  las  mismas  palabras  de  Nicé- 
foro :  «Roger,  después  de  haberse  juntado  en  consejo, 
resolvió  de  replicar  al  Emperador,  y  en  tanto  ver  si 
podía  ganar  á  Magnesia;  pero  la  resistencia  de  los  de 
dentro  fué  de  manera ,  que  Roger  se  hubo  de  retirar 
con  pérdida  de  reputación  y  gente;  y  aunque  llegó  á 
tratar  de  concierto  con  ellos ,  con  solo  que  le  volvie- 
sen el  dinero,  no  lo  pudo  alcanzar.  Por  esto ,  y  porque 
los  alanos  se  despidieron,  trató  Roger  de  levantarse 
del  sitio,  dando  por  disculpa  que  el  Emperador  se  lo 
mandaba ;  pero  muchos  no  dejaron  de  tener  un  oculto 
seulimiento  de  salir  de  aquellas  provincias  sin  casli- 


DE  MONCADA.  ^ 

gar  los  magnesiotas  y  dejar  lo  que  habíai^lnado  ú 
la  furia  y  rigor  de  los  bárbaros,  que  luego  las  habían 
de  ocupar  viéndolas  sin  defensa.  No  faltaban  entro 
los  soldados  ordinarios  algunos  que,  con  secretas  plá- 
ticas ,  alteraban  los  ánimos  para  nuevos  movimientos, 
diciendo  '.  ¿Qué  nos  importa  haber  vencido  tantas 
veces  si  se  nos  quita  el  premio  de  las  manos? ¿Para 
esto  salimos  de  nuestra  tierra  y  del  regalo  de  la  patria, 
para  tener  por  recompensa  del  peligro  de  la  vida, 
tantas  veces  aventurada,  una  pequeña  paga?  ¿ des- 
pués de  ganada  una  provincia,  sacarnos  della  y  darnos 
por  galardón  de  tantos  servicios  una  nueva  y  peli- 
grosa guerra?  Los  capitanes  y  la  demás  gente  de  lus- 
tre ,  aunque  disimulaban  y  en  lo  exterior  se  dejaban 
engañar,  sentían  mal  d(3sta  partida,  y  creyeron  que 
mas  había  nacido  de  los  recelos  de  Andrónico  (|ue  de 
los  movimientos  de  Bulgaria.  Llegaron  los  nuestros  á 
la  ciudad  de  Ania,  y  de  al!í  tomaron  el  camino  hasta 
la  boca  del  estrecho  por  todas  aquellas  provincias 
marítimas,  navegando  siempre  la  armada  al  paso  que 
ellos  marcliaban  por  tierra.  Con  esta  orden  llegaron  al 
cabo  que  está  en  el  estrecho,  en  frente  de  Galípolí ,  que 
Montaner  llama  Boca  de  Aner.  Avisaron  de  aüí  rl 
Emperador  cnnio  estaban  á  punto  para  embarcarle, 
aguardando  nueva  orden  para  partirse.  Quedó  con- 
tentísimo Andrónico  de  que  los  catalanes  le  hubiesen 
obedecido,  y  alabándoles  por  cartas  su  puntualidad 
en  cumplir  sus  órdenes,  los  hizo  saber  como  los  mo- 
vimientos de  Bulgaria  con  solo  la  fama  de  que  venia 
el  ejército  de  los  catalanes  se  sosegaron.»  Esto  es  lo 
que  dice  Montaner ;  pero  Pachímcrío  parece  que  refiere 
con  mas  verdad  la  ocasión  que  tuvo  Andrónico  en  esta 
segundo  despacho  de  decir  que  ya  estaba  todo  sose- 
gado ;  porque  Miguel  Paleólogo ,  su  hijo ,  á  persuasión 
de  los  griegos  ofendidos  y  de  ios  soldados  de  oirás  na- 
ciones que  tenia  en  su  servicio,  que  como  iuferioresen 
número  y  valor,  temían  á  los  catalanes,  escribió  á  su 
padre  Andrónico  que  no  quería  que  Roger  se  juntase 
con  su  ejército,  porque  temía  guerras  civiles,  y  que  la 
insolencia  de  los  catalanes  no  la  pudiera  sufrir  sí  con 
la  misma  libertad  que  en  Asía  habían  de  proceder  y 
vivir,  y  que  Gregorio,  cabeza  de  los  alanos,  estaba  con 
él  ofendido  por  la  muerte  de  su  hijo,  y  que  viendo  á 
Roger  yálos  suyos  seria  ocasión  de  algún  gran  rom- 
pimiento. Con  esto  Andrónico  le  parecióque  seria  con- 
veniente buscar  a!gun  medio  para  que  esto  se  compu- 
siese; y  así,  mandó  á  su  hermana  Irene  y  á  su  sobrina 
María  que  se  fuesen  luego  á  Galípolí ,  y  tratasen  coa 
Roger  que,  dejando  la  mayor  parte  de  su  ejército  en 
Asia,  con  solos  mil  hombres  escogidos  pasase  á  jun- 
tarse con  Miguel.  Consultó  el  caso  Roger  con  los  mas 
principales  capitanes,  y  á  todos  les  pareció  cosa  peli- 
grosa el  dividir  sus  fuerzas,  y  sospecharon  luego  que 
esto  no  fuese  principio  de  alguna  muy  grande  traición ; 
y  asi,  Roger  respondió  á  su  suegra  que  él  no  se  hallaba 
con  ánimo  bastante  de  persuadir  á  los  catalanes  que  se 
dividiesen ,  pasando  mil  dellos  á  Grecia  y  que  los  de- 
más quedasen  en  Asía.  La  suegra  volvió  al  Emperador, 
y  le  dio  razón  de  lo  que  había  pasado  con  su  yerno. 
Con  esto  se  acabó  la  guerra  de  Asía  en  poco  mas  de  dos 
años;  corto  espacio  de  tiempo  para  tan  señalados  he- 
chos, bastantes  á  ilustrar  un  siglo  entero. 


CAPÍTULO  AiK. 


EXPEDlCiOiN  DE  CATALANES  Y  ARAGONESES.  19 

tentación  de  su  majostad,  y  deja  de  acudir  á  cnta  nl)li- 
pacion,  en  la  cual  se  funda  y  apoya  h  verdadera  grau- 


Alójasc  d  ejército  en  h  Tracia  Cliersoneso,  y  P.oircr  parte 
á  Constantinopla. 

Embarcóse  ol  ejército  en  las  galeras  y  navios  de  su 
armada,  y  siguiendo  el  orden  que  tonian  del  empera- 
dor Andrónico,  atravesaron  el  estrecho,  y  desembarca- 
ron toda  la  gente  en  la  Tracia  Cbersnncso,  tomando 
por  plaza  de  arma^;  y  principal  cabeza  de  sus  aíojnmien- 
tos  áGalípoli,  ciudad  en  aquel  tiempo  tenida  por  la  mas 
principal  de  la  provincia,  puesta  casi  á  la  boca  del  es- 
trecho que  mira  al  norte.  Extit'uidese  este  istmo  ó  Clier- 
soneso  de  Tracia  setenta  millas  á  lo  largo  y  seis  en  an- 
cho, y  en  algunas  partes  menos  de  tres.  Por  la  parte 
del  oriente  le  baña  el  mar  del  estrecho  ,  llamado  de  los 
antiguos  Helesponto,  que  divide  la  Europa  del  Asia. 
Ciñele  el  mar  Egco  por  la  parte  del  ocaso  y  mediodía , 
y  por  el  setentrion  el  mar  del  Propóntide,  llamado  en 
nuestros  tiempos  de  Mármora.  Fué  en  lo  pasado  este 
istmo  morada  de  los  cruseos,  y  hubo  en  la  parte  que  se 
continúa  con  la  tierra  firme,  Lisimacbia,  célebre  por  su 
fundador  Lisimacho,  que  le  dio  el  nombre,  y  Sexto,  lu- 
gar conocido  por  los  amores  de  dos  infelices  amantes. 
Pero  al  tiempo  que  los  catalanes  y  aragoneses  llegaron 
á  esta  provincia,  apenas  parecían  sus  ruinas;  solo  en 
las  de  la  antigua  Lisimacbia  había  un  castillo  llamado 
Examille,  y  muchas  aldeas  y  poblaci mes  pequeñas, 
adonde  los  nuestros  se  alojaron  en  tanto  que  pasaba  el 
rigor  del  invierno,  tomando,  como  tengo  dicho,  ú  G;i- 
lípoli,  ciudad  de  mediana  población,  por  priucijal 
íuerz-i  y  presidio  para  la  defensa  común.  Guardóse  el 
mismo  orden  en  los  alojamientos  que  el  año  antes  se 
tuvo  en  elcaLie  de  Artacio,  quedando  al'parecer  todos 
satisfechos  y  sosegados.  Se  fué  Roger  á  Constantinopla 
con  cuatro  galeras  y  con  parte  de  la  infantería  mas  es- 
cogida, á  verse  con  el  emperador  Andrónico  y  darle  la 
norabuena  de  la  restauración  de  tantas  provincias  del 
Asia,  y  recibir  jiinfamenie  mercedes  y  honras  debidas 
á  tantas  Vitorias.  Llegaron  á  la  ciudad  los  nuestros 
acompañando  su  general ,  y  con  universal  admiración 
de  todos  los  recibieron  y  acompañaron  hasta  el  palacio, 
donde  el  Emperador,  con  demonstracionos  y  palabras 
nunca  antes  usadas,  le  honró,  y  Roger,  después  de  ha- 
belle  dado  entera  relación  del  estado  de  las  provincias 
que  puso  en  libertad,  le  pidió  dinero  para  hacer  paga- 
mento general.  Respondió  el  Emperador  con  mucho 
cumplimiento,  diciendo  que  era  muy  debido  á  su  vc- 
lor  no  dilatar  pagas  tan  bien  ganadas,  y  que  él  so  las 
mandaría  librar  luego.  Pero  aunque  esta  respuesta  en 
lo  exterio  r  fué  la  que  Roger  podia  desear,  quedó  el  Em- 
perador muy  desabrido  desta  demanda ,  porque  des- 
pués de  tan  grandes  presas  y  despojos  riquísimos  de  las 
provincias  conquistadas,  pedirle  luego  una  pequeña 
paga,  era  señal  de  una  codicia  insaciable,  y  que  difí- 
cilmente todo  el  poder  del  imperio  griego  la  pudiera 
satisfacer.  Lo  que  alcanza  el  soldado  en  premio  de  la 
Vitoria  sirve  mas  para  el  gusto  que  para  la  necesidad; 
y  así,  se  distribuye  con  mucha  largueza  en  juegos,  en 
camaradas  y  en  banquetes ;  pero  la  paga  se  estima 
siempre  como  cosa  que  se  da  en  precio  de  su  trabajo  y 
de  su  sangre,  y  acude  con  ella  á  su  necesidad,  y  siente 
mucho  que  esta  se  le  niegue  ó  se  dilate,  y  mas  cuando 
el  Príncipe  gasta  con  gran  largueza  en  una  vana  os- 


deza  de  los  reyes. 


CAPITULO  XX. 


lícrenínjcr  de  Entcrza  con  nuevo  socorro  llosa  á  Constantinopla, 
donde  se  le  dio  el  cargo  de  racgaduque,  y  á  Uoger  le  oíreciii-oii 
el  de  cesar. 

Roger  quedó  en  la  ciudad  algunos  d.'as  solicüando 
al  Emperador  para  su  despacho,  y  á  los  ministros  de  su 
hacienda,  que  maliciosamente  ocullaban  el  dinero  y 
ponían  dificultades  y  estorbos  en  los  medios  y  arbitrios 
que  se  daban  para  su  cobranza ;  arles  usadas  siempre 
(lelos  que  manejan  hacienda  de  príncipes,  aunque  en 
esta  detención  concurría  el  Emperador. 

En  este  medio  llegó  á  Galipulí  Rerenguer,  hombre 
conocido  por  su  sangre  y  valar,  llamado  con  grande 
instancia  del  emperador  Andrónico;  que  aunque  Be-. 
renguer  tenia  ya  ofrecido  que  le  vendría  á  servir,  en- 
vió segunda  vez  por  él  con  embajada  particular,  ofre- 
ciendo hacerle  muy  aventajadas  mercedes.  Partió  de 
Mesína  Rerenguer,  solicitado  destc  segundo  llamamien- 
to, y  llegó  á  Grecia  con  algunas  galeras  y  cinco  bajeles 
armados,  y  en  ellos  mil  almugavares  y  trescientos 
hombres  de  á  caballo,  toda  gente  muy  lucida.  Detúvose 
enGalipoIi  diez  días,  donde  fué  recibido  con  notable 
gusto  de  toda  la  nación ,  hasta  saber  lo  que  Roger  or- 
denaba, á  quien  envió  dos  caballos  para  que  le  diesen 
aviso  de  su  llegada.  Holgóse  muchc  Roger  de  tener  á 
Rerenguer  do  Enter.za  en  su  compañía,  porque  había 
entre  los  dos  estrechísima  amistad  y  grandes  obligacio- 
nes para  conservaba.  Escribióle  que  viniese  luego  á 
Constantinopla,  porque  el  Emperador  quería  honrar 
su  persona ,  como  so  contenia  en  dos  cartas  del  mismo 
Emperador  con  sellos  pendientes  de  oro,  que  juntamen- 
te con  la  suya  le  enviaba.  Con  esto  Rjrenguer  de  Er- 
t 'uza  se  fué  á  Constantino;  la ,  y  luego,  acompañado 
no  solamente  de  Roger  y  do  todos  los  de  nuestra  na- 
ción ,  pero  también  de  muchos  griegos  principales  que 
en  público  profesaban  nuestra  amistad,  entró  en  el  pa- 
lacio imperial.  Recibióle  Andrónico  con  semblante 
alegre,  pero  con  ocultos  temores  y  sospechas,  porque 
las  catalanes  se  aumentaban  no  solo  en  reputación,  pe- 
ro con  nuevos  suplementos  de  gente ;  y  aunque  Andró- 
nico procuró  con  particular  instancia  que  Rerenguer 
viniese  íí  servirle ,  fué  antes  que  los  catalanes  alcanza- 
sen tañías  vitorías  de  los  turcos.  Pero  después  que  por 
ellos  creció  su  estimación ,  tuvo  por  sospechosa  com- 
pañía tan  poderosa  dentro  de  su  casa ;  y  Pachimerio 
dice  que  el  Emperador  no  le  quiso  recibir  á  su  sueldo 
porque  venia  con  mas  compañías  de  gente  que  él  pedia. 
Roger  de  Flor,  entre  las  muchas  partes  que  le  hicie- 
ron famoso ,  fué  el  ser  agradecido  y  reconocer  en  pú- 
blico sus  obligaciones  á  Rerenguer  de  Entenza,  que 
en  los  tiempos  que  pobre  y  desvalido  llegó  á  Sicilia  I.3 
amparó  y  ayudó  á  levantar  su  fortuna.  Pidió  licencia 
al  Emperador  para  renunciar  el  olicío  de  raegaduqutí 
en  Rerenguer,  dando  por  motivo  su  valor  y  nobleza, 
igual  á  la  de  los  reyes,  y  que  caballero  de  tan  alta  san- 
gre era  justo  que  tuviese  el  primer  lugar  en  el  ejército. 
Rerenguer  de  Entenza  con  igual  correspondencia  su- 
plicó al  Emperador  que  el  título  de  cesar  que  le  ofrecía 
fuese  servido  de  dalle  á  Roger,  persona  de  tantos  serví- 


20  DON  FRANCISCO 

cios,  y  por  el  cnsamionlo  de  su  nicln  acloplado  en  la  j 
casa  real ;  que  él  quodiiria  honrado  si  Roger  lo  qucxla-  j 
ba  :  competencia  pocas  veces  usada,  no  solo  en  los  | 
tiempos  presentes,  pero  ni  en  los  antiguos,  donde  la 
moderación  y  templanza  parece  que  tuvieron  alguna 
estimación.  Roger,  poderoso  en  riquezas,  acreditado 
con  Vitorias,  eslimado  por  el  nuevo  parentesco;  Beren- 
guer,  por  sangre  y  por  valor  ilustre,  parece  que  en- 
trambos pudieran  tener  razón  de  pretender  el  supre- 
mo lugar;  pero  las  mismas  calidades  que  les  debieran 
incitar  á  la  emulación  fueron  las  que  les  moderaron, 
juzgando  por  muy  aventajadas  las  ajenas  y  por  muy  in- 
íeriores  las  proprias. 

El  «iguiente  dia  después  de  la  llegada  de  Berenguer, 
asistiendo  toda  la  nobleza  déla  corte,  así  extranjeros 
como  naturales ,  Roger  de  Flor,  liabida  licencia  de  An- 
drónico,  se  quilo  el  bonete ,  insignia  de  su  dignidad  de 
■  mogaduque ,  y  juntamente  con  el  sello,  bastón  y  estan- 
darte de  su  oficio,  le  entregó  á  Berenguer  :  reliusólo,  y 
sin  duda  no  lo  admitiera  si  el  Emperador  resueltamen- 
te no  se  lo  mandara.  Causó  en  los  griegos  gran  admi- 
ración la  cortesía  de  Roger,  y  Andrónico  la  celebró  y 
honró  con  otra  mas  señalada  merced ,  ofreciendo  á 
Roger  título  de  cesar,  uno  de  los  mayores  de  su  impe- 
rio; con  que  entrambos  quedaron  obligados,  y  los  grie- 
gos ofendidos  de  ver  que  Andrónico  diese  el  título  de 
cesar,  desusado  ya  en  aquel  imperio  por  sospechoso  á 
los  príncipes.  En  los  tiempos  antiguos ,  cuando  flore- 
ció el  imperio  romano,  llamar  á  uno  cesar  era  señalar- 
le por  su  sucesor,  como  lo  es  entre  los  emperadores 
occidentales  el  rey  de  romanos,  en  Francia  el  Delfín  y 
en  nuestra  España  el  Príncipe.  Pero  declinado  ya  el 
poder  de  los  romanos  después  de  dividido  el  imperio, 
los  emperadores  griegos  daban  solamente  el  título  de 
cesar,  sin  algún  derecho  de  sucesión ;  pero  siempre 
quedó  estimado  este  oficio,  puesto  que  solo  sombra  de 
lo  que  fué.  Túvose  después  por  el  primero  hasta  que  la 
dignidad  de  sebastocrator  fué  preferida  cuando  Alejos 
Comneno  dio  su  segundo  lugar  en  el  imperio  á  Isacio. 
Esta  también  perdió  después  su  precedencia  y  autori- 
dad, cuando  el  mismo  Alejos,  porquedarsinhijo  varón, 
casó  su  hija  primogénita  Irene  con  Alejos  Paleólogo, 
dándole  título  de  déspota,  que  es  lo  mismo  que  llamar- 
le á  uno  señor,  y  fuera  sin  duda  emperador  si  no  mu- 
riera antes  que  su  suegro;  de  suerte  que  la  dignidad 
de  cesar  en  aquel  imperio  es  la  tercera ,  por  ser  la  pri- 
mera la  de  déspota,  y  la  segunda  la  de  sebastocrator. 
Dice  Curopalales(1)que  estas  tres  dignidades  no  tie- 
nen particular  ocupación  áque  acudir,  y  que  al  César 
le  llaman  señor,  palabra  tenida  por  soberbia ,  y  debida 
solo  á  Dios  en  los  tiempos  antiguos ,  aun  de  los  mismos 
emperadores,  pues  leemos  de  Augusto,  de  Tiberio  y  de 
algunos  otros,  que  jamás  consintieron  que  les  llamasen 
Sjñores.  Tralábanle  de  majestad  al  César;  el  bonete 
que  llevaba  ora  de  oro  y  grana,  y  su  remate  casi  como 
el  del  Emperador ;  la  capa  de  grana ,  las  medias  y  zapa- 
tos de  color  celeste,  y  la  silla  como  la  del  mismo  Empe- 

(1)  Georg.  Codini  Curopalatae  De  officUs  magnae  ecclesiae  el  au- 
lae  vonslanlinopolilanae.  Paris.,  1C4S;  Vcnct.,  l'áO. 

Esta  en  efecto  parece  que  era  la  serie  de  categorías  en  el  impe- 
rio bizanlino,  á  saber:  emperador,  déspota,  sebastocrator,  cesar, 
megaduque,  paiiiprrsebasio  y  gran  rioinéstico;  mas  como  dignida- 
des que  solian  reservarse  ó  inventarse  para  los  individuos  do  la 
familia  imperial,  cxpenuicntabau  muchas  alteraciones. 


DE  MONCADA.  • 

rador,  pero  sin  águilas  ;  iba  junto  al  Emperador  en  las 
públicas  entradas  y  acompañamientos ,  y  vive  dentro 
de  su  palacio.  Todo  este  suceso  que  se  ha  referido  es 
conforme  se  saca  de  lo  que  Montaner  en  su  historia,  y 
Berenguer  en  sus  relaciones ,  nos  dejó  escrito.  Pero 
George  Pachimerio,  en  el  cap.  W  del  lib.  12,  refiere 
con  alguna  variedad  este  suceso ;  y  así  me  ha  parecido 
no  confundillo  con  lo  de  arriba ,  ya  que  no  los  podia 
conciliar,  para  que  el  que  lo  leyere  pueda  con  claridad 
hacer  juicio  de  lo  que  le  pareciere  mas  verdadero. 

Determinado  ya  el  Emperador  de  recibir  á  Beren- 
guer de  Entenza ,  le  envió  á  llamar  muchas  veces ,  que 
se  decia  estaba  enGalípoli,  y  para  asegurarle  le  envió 
sus  patentes  con  sellos  pendientes  de  oro,  en  que  le 
prometía  conjuramento  que,  queriéndose  quedar,  le 
trataría  con  buena  voluntad  y  ánimo  amigable,  y  que 
cuando  se  quisiese  ir  no  lo  impediría.  Berenguer,  re- 
cibidos los  despachos ,  con  la  fe  y  palabra  del  Empera- 
dor se  fué  á  Consf antinopla  con  dos  navios;  pero  llega- 
do, no  quiso  salir  fuera  dellos,  y  envió  el  aviso  al  Em- 
perador de  su  llegada.  Mandóle  luego  el  Emperador 
Iktmar,  y  le  envió  coches  y  caballos  para  que  entrase 
con  mucha  autoridad  y  honra;  pero  Berenguer  ni  qui- 
so salir  de  los  navios  ni  obedecer,  pidiendo  que  el  Em- 
perador le  enviase  en  rehenes  á  su  hijo  el  déspota  Juan. 
Pareció  esto  mal ,  asi  al  Emperador  comoá  todos,  pues 
no  se  fiaba  de  su  palabra  y  juramento;  y  así,  le  dejó 
muchos  días  en  los  navios.  Finalmente,  llegándose  el 
dia  de  Navidad,  le  envió  á  llamar,  diciéndolc  que  estu- 
viese de  buen  ánimo ,  pues  le  había  asegurado  con  su 
fe  y  palabra.  Estuvo  dudoso  mucho  tiempo,  hasta  que 
se  desengañó,  y  se  fué  al  Emperador,  de  quien  fué 
magníficamente  recebido,  pero  sien)pne  se  retiraba  á 
los  navios,  adonde  el  EmpiTador  tuvo  siempre  cuenta 
deregalalle.  El  dia  de  Navidad  le  tomó  el  Emperador 
el  juramento  de  fidelidad ,  y  con  esto  le  dio  la  dignidad 
de  megaduque  del  Senado ,  y  le  dio  la  vara  dorada,  in- 
vención nueva  del  Emperador,  y  le  vistieron  al  modo  y 
uso  de  senador;  con  que  dejó  sus  navios  y  se  fué  á  po- 
sar á  Cosmidio,  donde  estaban  sus  catalanes ,  que  algu- 
nos dellos  fueron  también  honrados  con  títulos  y  mer- 
cedes grandes ;  y  desde  entonces  Berenguertuvo  grande 
autoridad  con  los  privados  y  en  los  consejos  de  Andró- 
nico. En  el  juramento  de  fidelidad  que  hizo  Berenguer 
disimuló  su  engaño,  dando  muestras  de  verdad  y  llane- 
za, pues  habiendo  de  jurar  que  seria  amigo  de  los  ami- 
gos del  Emperador,  y  enemigo  de  sus  enemigos ,  ex- 
ceptó á  Fadrique  de  los  enemigos ,  porque  decia  que  le 
había  jurado  antesamistad.  Esto  pareció  álos  inteligen- 
tes que  encerraba  en  sí  algún  gran  secreto  mas  de  lo 
que  exteriormente  parecía ;  ol^os  lo  tomaron  bien,  di- 
ciendo que,  como  fué  fiel  á  Fadrique,  así  lo  seria  al 
Emperador;  con  que  ganó  opinión  y  gloría,  siguiendo 
la  sentencia  de  Platón,  de  cuánta  importancia  sea  el 
parecer  bueno  y  justo  para  ganar  opinión  y  poder  en- 
gañar. 

CAPITULO   XXI. 

Los  genoveses  persuaden  al  Emperador  la  guerra  contra  los  cata- 
lanes, y  Miguel  Paleólogo  hace  lo  mismo,  y  alborótase  en  Galí- 
pull  la  gente  de  guerra. 

Los  genoveses  de  Pera ,  que  poco  antes  fortificaron  y 
engrandecieron  con  fosos  y  murallas,  fueron  los  prime- 
ros que  hicieron  sospechosas  nuestras  axmas  y  pusieron 


EXPEDICIÓN  DE  CATALANES  Y  ARAGONESES. 


21 


diula  en  nncsIronr'HiV1nfl,f1icienflo  al  emperador  Andró- 
nico  que  leiiiati  iiueviis  de  ponicnle  que  se  preparaba 
una  grande  y  podernfa  armada  para  acometer  las  pro- 
vincias del  imperio  á  la  primavera ,  y  que  eslo  lo  tenian 
por  cierto  por  maniíiestas  conjeturas,  y  que  los  cata- 
lanes que  antes  eslaban  en  su  servicio,  y  los  que  des- 
pués con  Berenguerde  Entenza  vinieron,  estaban  uni- 
dos para  su  daño,  y  no  para  su  defensa ;  porque  se  cor- 
respondían secretamente  con  los  de  Sicilia,  y  que  el 
hermano  bastardo  de  don  Fadrique,  rey  de  Sicilia,  se 
entendia  que  venia  con  doce  navios  para  juntarse  con 
ellos,  y  que  para  entonces  aguardaban  el  declararse  y 
pmer  en  ejecución  sus  intentos.  Estos  lueron  los  em- 
bustes con  que  los  genovescs  quisieron  destruir  Ins  ca- 
talanes, y  ellos  introducirse  y  liacerse  muy  confiden- 
tes y  celosos  del  bien  común  del  imperio.  Aconsejaron 
ú  Aiidrónico,  según  dice  PacIi¡;i,erio,  que  acometiese 
desde  luego  á  los  catalanes  con  guerra  descubierta; 
que  ellos  tenian  cincuenta  navios  en  orden ,  y  que  con 
otros  tantos  que  se  armasen  por  el  Emperador,  ó  se  les 
diese  dinero  á  ellos,  aunque  fuese  en  largos  plazos,  los 
pondrian  ellos  en  la  mar,  y  que  á  esto  solo  les  muvia 
verá  los  griegos  maltratados,  la  tierra  que  ya  tenian 
por  patria  maltratada  y  destruida  de  los  que  vinieron 
para  defendella.  No  dio  el  Emperador  por  entonces 
crédito  á  los  genovescs ,  creyendo  que  eran  quimeras 
fingidas  de  su  maldad  y  envidia,  nacida  desde  que  pu- 
sieron los  catalanes  el  pié  en  Grecia,  La  fe  y  juramento 
prestado  de  los  catalanes  también  lo  aseguraba ;  pero 
respondióles  que  agradecía  su  cuidado  y  lo  que  se  do- 
lian  de  los  trabajos  de  los  griegos.  Mandóles  que  calla- 
sen, y  que  él  consultaría  lo  que  se  debía  hacer,  y  que 
consultado ,  lo  ejecutarla. 

En  este  mismo  tiempo'  la  honra  y  merced  que  An- 
drónico  hizo  á  Berenguer  irritó  el  ánimo  de  Miguel 
Paleólogo  para  nuestra  ruina,  y  persuadido  de  los 
griegos,  comenzó  luego  á  tratar  della,  intentando  para 
esto  lodos  los  medios  mas  eficaces  que  pudo,  atrope- 
llando  leyes  divinas  y  humanas.  Estaban  los  griegos 
tan  envidiosos  y  soberbios,  que  con  rabia  y  furor  in- 
creíble, aunque  con  algún  secreto,  andaban  maqui- 
nando traiciones  y  alevosías ;  con  lengua  y  manos  so- 
licitaban á  Miguel ,  ya  mal  afecto  contra  nosotros ,  en- 
careciendo la  gran  reputación  de  las  armas  de  los  ca- 
talanes, y  que  ocupaban  los  supremos  cargos  de  su 
imperio  en  grande  mengua  de  su  majestad  y  deshonor 
suyo.  Creyeron  siempre  los  griegos  que  nuestros  cata- 
lanes fueran  como  los  alanos  y  turcoples,  que  no  se  les 
levantaban  los  pensamientos  á  mas  que  vivir  con  una 
triste  y  miserable  paga ;  pero  cuando  vieron  proveí- 
dos en  ellos  los  oficios  de  cesar,  megaduque,  senescal 
y  almirante  ,  y  que  tenian  bríos  para  aspirar  á  los  que 
quedaban ,  advirtieron  su  daño  y  comenzaron  á  sentir- 
se de  que  las  fuerzas  y  honras  del  imperio  se  pusiesen 
en  manos  de  extranjeros.  Al  tiempo  que  entre  los  grie- 
gos corrían  estas  pláticas  y  sentimientos ,  los  soldados 
de  los  presidios,  por  parecerles  que  la  paga  se  dilata- 
ba ,  maltrataron  á  los  griegos  de  los  pueblos  donde  es- 
taban alojados;  mal  forzoso  de  la  guerra,  y  que  difí- 
cilmente  el  rigor  militar  de  los  mas  insignes  capitanes 
lo  ha  podido  atajar.  Miguel  Paleólogo,  atento  átodas  las 
ocasiones  de  calumniar  toda  nuestra  nación,  se  valió 
desta  para  persuadir  á  su  padre,  diciendo  que  si  no  se 


atajaba  luego  la  insolencia  de  los  catalanes,  =cria  1n  1 1- 
tal  perdición  del  imperio  y  de  su  casa;  ponpie  no  con- 
ten los  con  la  paga  y  sueltlos  tan  excesivos  y  con  los  des- 
pojos riquísimos  del  Asia,  oprimían  lospueblosaniigns 
para  satislaccrsu  codicia;  que  no  por  haber  vencido  á 
los  turcos  quedaba  el  imperio  libre  de  servidumbre, sí 
se  esperaba  mas  insufrible  y  cruel  de  los  catalanes,  en 
cuya  mano  estaba  puesta  la  libertad  común ;  qne  en 
vano  la  había  recuperado  su  abuelo  Miguel  Paleólogo, 
ecliando  á  los  latinos  del  imperio ,  si  segunda  vez  se  les 
hab'a  do  entregar  voluntariamente;  que  esto  estaba 
muy  cerca  de  suceder  si  no  se  atajaba  su  insolencia; 
que  les  quedaban  aun  fuerzas  á  los  griegos ,  si  sus  tra- 
zas saliesen  vanas,  para  que  de  cualquier  manera  se 
oprimiese  á  los  catalanes ;  que  la  obligación  en  que  le 
habían  puesto  con  librar  sus  provincias  de  los  turcos, 
ya  su  arrogancia  y  mala  correspondencia  la  bahía  bor- 
rado, y  sus  Vitorias  merecían  nomlire  de  agravios,  no 
de  servicios,  pues  en  vez  de  establecer  sus  armas  m 
una  segura  p:iz  el  imperio,  bari;in  nueva  guerra  á  los 
pueblos  amigos  con  intolerables  contribuciones  y  ma- 
los tratamientos. 

Andrónico ,  apretado  de  la  persuasión  del  hijo  y  de 
sus  privados,  que  continuamente  con  quejas  y  senti- 
mientos lloraban  la  miseria  de  los  griegos  en  tanto  des- 
honor suyo,  mostró  luego  contra  los  catalanes  el  efoto 
desús  pláticas,  resp  ludiendo  á  Rogeryá  Berenguer, 
que  le  pedían  dinero  para  la  guerra,  que  no  les  quería 
pagar  hasta  que  iiubíesen  pasado  á  la  Asia  y  diesen 
principio  á  la  guerra  ;  lenf-uaje  nunca  antes  usado  de 
Andrónico,  quehasla  entonces  fue  mas  largo  en  ha- 
cerles merced  y  darles  dinero  que  solícitos  ellos  en 
pedille.  La  respuesta  de  Andrónico  llegó  á  los  oídos  de 
los  de  Galípoli ,  y  fue  tan  grande  el  alboroto  y  motín 
que  causó  en  todo  el  campo ,  que  forzaron  á  los  capita- 
nes á  tomar  las  armas  para  acometer  los  lugares  del 
imperio,  y  apoderarse  de  algunas  fuerzas  y  presidios. 
En  tanto  que  Andrónico  dilataba  el  darles  satisfacion, 
mostraron  gran  sentimiento  de  sus  dos  capitanes  Rogcr 
y  Berenguer,  por  parecerles  que  con  su  peligro  y  sangre 
se  querían  engrauílecer,  y  que  por  no  disgustar  al  Em- 
perador, de  quien  esperaban  sus  mayores  acrecenta- 
mientos, no  le  apretaban  como  debieran  para  que  se 
les  diese  á  ellos  pagas  tan  bien  merecidas.  Estas  sospe- 
chas llegaron  á  tanto,  que  resolvieron  de  enviar  emba- 
jadores al  Emperador,  pidiendo  que  les  pagasen ,  y  que 
continuarían  su  servicio  con  mucha  fidelidad,  casti- 
gando los  excesos  de  los  que  se  atreviesen  á  ofender  y 
maltratarlos  pueblos  amigos.  Esta  embajada  tan  cor- 
tés, dice  Pachimerio  que  fue  por  el  miedo  que  tuvieron 
del  ejército  de  Miguel  Paleólogo,  que  se  había  juntado 
para  reprimir  su  atrevimiento  y  osadía.  Recebida  del 
Emperador  esta  embajada,  luego  le  pareció  imposible 
el  satisfacer,  por  las  grandes  pagas  que  le  pedían ;  pero 
por  no  llegará  rompimiento  y  á  una  guerra  declarada, 
les  remitió  á  Berenguer  de  Entenza  para  que  por  su 
medio  se  quietasen  con  dalles  parte  del  dinero  que  le 
pedían.  Contentáronse  por  entonces  con  el  dinero  que 
se  les  dio,  y  con  él  se  fueron  á  Galípoli,  donde  ya  liabia 
llegado  Roger  con  su  mujer,  suegra  y  cuñado ,  que  qui- 
sieron acompañarle ,  y  también,  á  lo  que  yo  sospecho, 
por  tener  Roger  cerca  de  sí  á  Irene,  su  suegra  y  hermana 
del  Emperador,  como  en  rehenes,  por  si  acaso  contra  él 


DON  FRANCISCO  DE  MONCADA. 


Si;  quisiese  proceder  como  rebelde  cuando  el  alboroto 
y  iiioLiii  pasara  mas  adelante. 

CAPITULO  XXll, 

PájOEC  la  gente  de  guerra  por  orden  de  Andrónico  cnn  moneda 
curta  ,  de  donde  nacieron  nuevos  alborotos. 

Andróiiico,  forzado  de  la  necesidad,  con  astucia  y 
fraude  griega  mandó  librar  la  moneda  de  plata  que  se 
dio  á  los  embajadores  para  hacer  el  pagamento,  muy 
menoscabada  y  falta  en  mas  del  tercio  de  su  antiguo 
valor,  y  quiso  que  la  recibiesen  los  soldados  como  si 
fuera  muy  entera.  Los  capitanes,  poco  advertidos  del 
engaño,  fácilmente  se  dejaron  persuadir,  y  solicitados 
de  los  soldados,  que  casi  amotinados  pedian  sus  pagas, 
tomaron  el  dinero  y  le  trajeron  á  Galípoli,  donde  se 
toii:ó  muestra  y  repartió  con  quejas  y  sentimientos; 
pero  al  íin  con  solo  el  nombre  de  que  los  pagaban,  aun- 
que conocieron  la  falta,  se  sosegaron.  Diferentemente 
lo  lucieron  los  genoveses  poco  después ,  que  concerta- 
dos con  el  Emperador  por  cierta  cantidad  de  dinero  de 
enviar  su  armada  contra  los  catalanes,  pagándoles  con 
esta  misma  moneda,  se  la  volvieron  á  enviar  y  dedii- 
cieron  la  armada.  Cuando  los  aragoneses  y  catalanes, 
contentos  con  el  dinero  de  las  pagas,  quisieron  pagar  los 
huéspedes  griegos  y  dalles  entera  satisfacion,  rehusa- 
ron recebir  la  moneda  al  precio  que  se  les  daba,  y  como 
la  comida  y  sustento  necesario  no  sufre  dilaciones,  for- 
zaban á  los  griegos  á  que  se  las  diesen,  y  recibiesen  la 
moneda.  Con  esto  se  fueron  alterando  los  griegos,  y  los 
catalanes  á  buscar  la  comida  con  las  armas;  con  que 
todos  los  pueblos  de  aquella  comarca  queelaban  desier- 
tos. Andrónico,  con  infinitas  quejas  de  los  desórdenes  y 
demasías  de  los  soldados,  se  inclinó  á  seguir  el  parecer 
de  su  hijo,  y  poner  remedio  eíicaz  y  violento  á  tantos 
daños.  Pudiéranse  atajar  si  la  diversidad  de  cabezas 
que  habia  en  nuestro  ejército  tuvieran  entera  autori- 
dad con  los  subditos,  y  ellos  estuvieran  unidos ;  porque 
siempre  que  un  principe  usa  de  trazas  tan  indignas  de 
su  obligación,  como  fué  dar  á  los  catalanes  moneda  tan 
falta  por  su  antiguo  precio,  y  no  mandar  con  universa! 
edicto  que  la  recibiesen  todos  los  subditos  de  su  impe- 
rio al  mismo  precio ,  es  dar  ocasión  cierta  de  venir  á 
rompimiento  el  pueblo  y  la  milicia.  Tiénese  por  cierto 
que  este  medio  fué  trazado  por  entrambos  emperadores 
Andrónico  y  Miguel,  para  que  los  catalanes  maltratasen 
&  los  griegos,  y  ellos,  ofendidos,  tomasen  las  armas  para 
su  venganza;  con  que  les  pareció  que  los  catalanes  que- 
darian  perdidos,  y  ellos  libres  de  su  obligación.  Salió 
bien  la  traza;  porque  los  nuestros,  faltos  de  dinero,  se 
entraban  por  las  aldeas  y  pueblos  grandes,  y  se  liacian 
contribuir,  y  en  hallando  resistencia,  con  la  acostum- 
brada licencia  militar  maltrataban  de  manos  y  de  len- 
gua á  quien  se  les  oponía.  Nicéforo,  autor  griego,  como 
de  la  parte  ofendida,  cuenta  largamente  los  excesos  de 
aquella  milicia,  y  muchos  mas  Jorge  Pachimerio,  que 
dando  lugar  á  su  pasión,  muerde  con  mayor  maligni- 
dad ;  pero  Montaner  niega  que  los  catalanes  se  mostra- 
sen implacables  y  crueles  con  los  griegos;  antes  dice 
que  les  ayudaban  y  socorrian,  porque  con  la  furia  de 
los  turcos,  los  fieles  de  las  provincias  de  la  Asía,  huyen- 
do de  tan  cruel  servidumbre,  se  recogían  á  Constantí- 
nopla ,  y  perecían  en  los  muladares  de  hambre  y  de 
miseria,  sin  que  á  los  griegos  les  moviese  á  lástima  la 


i 


desdicha  de  los  que  tenían  por  compañeros  y  amigos; 
y  que  los  catalanes  con  mucha  liberalidad  y  largueza 
socorrian  á  muchos  que  padecían  en  este  común  tra- 
bajo. El  crédito  que  se  debe  dar  á  estos  historiadores, 
ei  que  leyere  esta  relación  puede  fácilmente  ser  juez, 
precediendo  primero  la  noticia  de  sus  calidades.  iÑícé- 
foro  y  Pachimerio,  griegos,  y  en  muchas  parles  poco 
cuidadosos  de  escribir  la  verdad ,  ofendidos  por  comu- 
nes y  particulares  agravios  de  los  nuestros ,  lejos  de  las 
ocasiones ;  Monlaner,  español,  testigo  de  visla  de  todos 
estos  sucesos,  y  que  la  llaneza  de  su  estilo  y  del  tiempo 
que  escribió  parece  que  asegura  la  verdad  de  los  acon- 
tecimientos que  refiere. 

El  emperador  Andrónico,  temiendo  que  Roger  des- 
cubiertauicnte  no  tómaselas  armas  contra  él,  y  siguiese 
la  volunlad  de  los  catalanes,  ofendidos  del  engaño  que 
hubo  en  las  monedas  de  sus  pagas,  quiso  que  el  prín- 
cipe Marulli,  general  de  los  romeos  que  militaban  con 
Roger  en  el  oriente ,  fuese  de  su  parte  á  traerle  á  Cons- 
fantinopla ,  y  le  asegurase  de  su  voluntad,  que  siempre 
habia  sido  de  hacelle  merced  y  engrandecelle;  y  junta- 
mente le  ordenó  que  dijese  á  su  hermana  Irene  que  se 
viniese  con  él ,  por  parecelle  que  tendría  autoridad  con 
el  yerno  para  persuadille  lo  que  importase.  Llegó  con 
esta  embajada  Marulli  á  Galípoli,  y  Roger  claramente  le 
respondió  que  no  pensaba  salir  de  Galípoli  sin  hacerse 
mas  sospechoso  á  los  suyos  con  asistir  en  Constantino- 
pla.  Irene  también  se  excusó  por  la  falta  de  salud,  que 
no  le  daba  lugar  de  ponerse  en  camino.  Con  esto  Ma- 
rulli volvió  á  Constantjnopla ,  y  desengañó  al  Empera- 
dor, que  si  no  pagaba  el  ejército  por  entero,  no  habia 
tratar  de  conciertos.  Con  todo  este  desengaño  poríio 
segunda  vez,  por  medio  de  su  hermana,  á  persuadille 
que  pasase  al  oriente  con  algún  socorro  que  le  envia- 
ría, porque  Filadelíia  estaba  en  mayor  aprieto  que  el 
año  antes ,  y  que  la  necesidad  que  padecían  no  perdo- 
naba aun  á  los  muertos.  Bien  quisiera  Roger  obedecer 
al  Emperador;  pero  los  soldados  estaban  mas  irritados 
que  nunca ,  y  si  Roger  entonces  mostrara  gusto  de  dár- 
sele al  Emperador,  peligrara  su  autoridad  y  su  vida. 

En  este  mismo  tiempo  Berenguer  de  Enlenza,  viendo 
que  todo  estaba  lleno  de  sospechas  y  miedos,  y  que  Ios- 
griegos  le  ñiiraban  como  catalán ,  y  los  catalanes  entra- 
ban en  desconfianza  de  su  fe  porque  estaba  cabe  el 
Emperador  en  lugar  tan  supremo,  y  que  aquello  no  po- 
día ser  sino  estando  de  su  parte ,  aprobando  lo  mal  que 
el  Emperador  lo  hacía  con  ellos;  finalmente,  estando  ya 
las  cosas  de  los  catalanes  y  Andrónico  en  términos  que 
no  se  podia  estar  neutral  ni  ser  medianero  entre  estas 
diferencias  sin  gran  riesgo  de  perdellos  á  todos,  Beren- 
guer se  resolvió  de  acudir  á  su  primera  obligación ,  y 
preferir  á  su  particular  acrecentamiento  el  público  ho- 
nor y  estimación  de  la  nación,  que  estaba  cerca  de  per- 
derse. Pidió  licencia  á  Andrónico  para  volverse  á  Ga- 
lípoli, y  aunque  el  Emperador  con  ruegos  y  dádivas  le 
procuró  detener,  no  dejó  de  embarcarse  en  dos  galeras 
que  tenia  al  puerto  de  Blanquernas,  por  la  puerta  del 
Emperador,  y  dice  Pachimerio  que  se  embarcó  con  el 
semblante  triste,  y  que  mostraba  el  combate  de  pensa- 
mientos que  llevaba.  De  la  galera  volvió  á  enviar  al  Em- 
perador treinta  vasos  de  oro  y  plata  que  le  habia  dado, 
y  añade  el  mismo  autor  que  las  insignias  de  la  digni- 
dad de  megaduque  las  arrojó  en  el  mar,  mostraudo  que 


EXPEDICIÓN  DE  CATALANES  Y  ARAGONESES. 


23 


desde  entonces  renunciaba  la  amistad  del  imperio.  Esta 
acción,  que  en  los  griegos  se  condena  por  muy  infame  y 
vil,  fué  la  mas  digna  de  alabanza  que  este  gran  caba- 
llero liizo  en  el  oriente;  porque  ni  las  honras  ni  los  car- 
gos no  le  pudieron  apartar  de  lo  justo :  ejemplo  grande 
para  líis  que  quieren  introducirse  con  daño  del  bien 
público  y  reputación  de  la  patria  ,  como  á  muchos 
acontece ,  que  olvidados  de  lo  que  deben  á  su  sangre  y 
á  su  naturaleza ,  la  dejan  maltratar  por  pequeños  inte- 
reses, que  las  mas  veces  dellos  no  les  queda  sino  solo 
la  infamia  por  premio  de  su  ruindad. 

Estando  ya  para  partirse  Berenguer,  el  Emperador 
le  envió  á  llamar  muchas  veces,  sin  que  pudiese  creer 
que  Berenguer  le  dejariu.  Ofreciéronle  al  Emperador 
ciertos  hombres  de  Maivasía  de  acometer  las  dos  gale- 
ras de  Berenguer  y  vengar  la  poca  estimación  que  ha- 
cia de  su  amistad ,  y  juntamente  cobrar  ellos  una  gale- 
ra que  tenian  á  partido  en  servicio  de  Berenguer;  pero 
el  Emperailor  no  permitió  que  se  ejecutase,  porque 
pensó  reducille.  Aquella  noche  Berenguer  se  hizo  á  la 
vela  y  se  vino  á  Galípoli,  donde  halló  todas  las  cosas 
llenas  de  mil  sospechas  y  recelos. 

CAPITULO  XXIII. 

Da  el  emperador  Andrdnico  en  feudo  á  los  capitanes  catalanes 
y  aragoneses  las  provincias  del  Asia. 

El  Emperador  deseaba  dividir  los  catalanes  entre  sí, 
para  después  podelles  castigar  mas  ú  su  salvo.  Volvió 
á  persuadir  á  Bogcr  lo  que  antes  por  medio  de  Cana- 
vurio,  familiar  ministro  de  Irene ,  su  suegra,  el  cual, 
después  de  ir  y  venir  muchas  veces  de  Coiistantinopla 
á  Galípoli,  concertó  el  mayor  negocio  para  los  catala- 
nes que  se  pudo  desear  para  su  grandeza  y  aumento,  si 
como  se  les  ofreció  se  les  cumpliera ;  pero  la  insolencia 
de  los  soldados,  la  envidia  de  los  griegos,  la  inslancia 
del  hijo  trocó  el  amor  y  afición  que  Andrónico  tenia  á 
nuestras  cosas  en  mortal  aborrecimiento ;  y  así,  se  de- 
terminó entre  el  emperador  y  su  hijo  dar  aparente  y 
honrosa  satisfacion  á  los  catalanes,  y  ocultamente 
trazar  su  perdición  y  ruina ;  y  aunque  eslo  no  lo  dicen 
los  historiadores,  déjase  fácilmente  entender  por  lo  que 
después  se  hizo.  Andrónico,  por  medio  de  este  Canavu- 
rio,  y  forzado  del  tem(»r  de  lasarmasde  los  catalanes  y 
del  socorro  que  la  fama  había  publicado  que  venia  de  Si- 
cil'a,  yque  con  tan  largas  pagas  estaba  el  íisco  y  cámara 
imporiíil  destruida,  yque  las  rentas  del  imperio  noerün 
sulicientes  para  los  gastos  ordinarios  y  forzosos,  y  que 
como  á  principe  le  tocaba  prevenir  el  remedio,  y  ellos, 
■  como  capitanes  obligados  y  amigos,  debían  ayudalle  á 
poner  en  ejecución  lo  que  á  todos  les  importaba  igual- 
mente; al  fin  se  concertó  entre  el  Emperador  y  Roger, 
después  de  largas  y  pesadas  consultas,  lo  siguiente  : 
que  desde  luego  diese  Andrónico  las  provincias  de 
la  Asia  en  feudo  á  los  ricoshombres  y  caballeros  cata- 
lanes y  aragon-^ses,  con  obligación  que  siempre  que 
fuesen  llamados  y  requeridos  por  él  ó  por  sus  suceso- 
res, acudiesen  á  serville  á  su  costa,  y  que  el  Emperador 
no  estuviese  obligado  á  dar  después  de  la  conclusión 
de  este  trato  sueldo  ala  gente  de  guerra;  solo  les  había 
de  socorrer  cada  un  año  con  treinta  mil  escudos  y  con 
ciento  y  veinte  mil  modios  de  trigo ,  dándoles  el  dine- 
ro de  las  pagas  corridas  hasta  el  dia  deste  concierto. 
Con  este  trato  quedaron  nuestras  cosas ,  al  parecer,  en 


suma  grandeza;  porque  los  catalanes  se  vieron  señores 
de  todas  las  provincias  de  Asia,  así  por  .iúrselas  el  Em- 
perador en  paga  de  sus  servicios,  como  porque  las  ga- 
naron con  las  armas  y  libraron  de  la  servidumbre  de 
lostur'cos ;  títulos  que  cualquiera  dellcs  era  bastante 
á  daries  el  derecho  señorío  de  todas  ellas.  Esta  fué  una 
de  las  cosas  mas  señaladas  desta  expedición  y  que  mas 
puede  ilustrar  la  nación  catalana  y  aragonesa ;  pues 
cuando  los  romanos,  vencido  Mitrídates,  ganaron  el 
Asia,  alcanzaron  una  de  sus  mayores  glorias,  y  lo  que 
el  valor  de  tantos  famosos  capitanes  y  ejércitos  con- 
quistó en  muchos  años,  lo  adquirieron  los  nuestros  en 
menos  de  dos;  y  si  con  engaños  y  traiciones  no  les  ata- 
jaran su  fortuna,  quedaran  absolutos  señores  y  prínci- 
pes de  la  Asia,  y  quizá,  si  se  conservaran,  detuvieran 
los  turcos  en  sus  principios,  y  no  les  dieran  logará  di- 
latar ni  engrandecer  los  limites  inmensos  del  imperio 
que  hoy  poseen. 

Estos  conciertos  se  juraron  delante  de  la  imagen  de 
la  Virgen;  costunbre  antigua  de  aquel  imperio.  En  esta 
donación  concuerdan  Pachimerio  y  Montaner;  solo  el 
griego  difiere  en  una  circunstancia,  porque  dice  que 
Andrónico  exceptó  algunas  ciudades,  que  no  quiso  que 
se  incluyesen  en  la  donación. 

CAPITULO  XXIV. 

La  gente  de  Ruerra  con  mayor  furia  que  antes  se  alborota 
porquu  tiene  aljjnna  descouliauza  de  Ruger. 

El  emperador  Andrónico,  para  cumplimfento  del  ju- 
ramento hecho,  envió  á  Teodoro  Chuno  que  llevase  á 
Roger  los  conciertos  firmados  y  sellados  con  sellos  de 
oro,  y  treinta  mil  escudos  y  las  insignias  de  cesar,  y 
que  el  trigo  estaba  ya  recogido  para  entregarie  á  quieu 
Roger  ordenase.  Caminaba  la  vuelta  de  Uipi  Teodoro, 
y  como  cuerdo  y  platico,  junto  á  Ripi  se  detuvo,  porque 
supo  que  las  cosas  de  Galípoli  y  de  los  catalanes  se  iban 
empeorando.  Resolvió  de  no  pasar  adelante  hasta  sa- 
ber de  cierto  el  estado  de  las  cosas,  á  mas  de  que  tenn'a 
á  Roger  por  estar  ofendido  de  un  hermano  suyo ,  que 
estaba  en  Cancilio,  de  donde  muchas  veces  había  sali- 
do con  gente  armada  en  su  daño.  Así  parece  que  por 
cierta  providencia  envió  á  Canavurio  que  fuese  antes  á 
la  hermana  del  Emperador ,  para  que  primero  á  ella  le 
diese  aviso  de  lo  que  pasaba,  y  juntamente  volviese  á 
significalle  la  disposición  y  estado  del  nuevo  motín, 
porque  su  persona  y  el  dinero  no  lo  quería  aventurar 
sin  mas  seguridad  de  la  que  tenia.  Pasó  adelante,  ca- 
minando siempre  muy  despacio,  para  dar  tiempo  á  Ca- 
navurio que  se  pudiese  informar,  y  volvelle  á  encontrar 
antes  del  peligro.  Junto  á  Brachialio  tuvo  nuevas  lle- 
nas de  sospechas,  porque  tuvo  aviso  que  Roger  no  re- 
cibiera las  insignias  de  cesar  por  no  hacerse  mas  sos- 
pechoso á  los  suyos,  de  quien  ya  comenzaban  á  tener 
alguna  desconfianza,  por  velle  rico  y  honrado,  y  ellos 
defraudados  de  su  sueldo.  Temió  Teodoro,  y  resolvió 
de  asegurarse,  retirándose  al  fuerte  de  Ripi,  donde  es- 
tuvo algunos  dias.  Como  vio  que  no  se  sosegaba  la 
gente,  temió  que  si  los  catalanes  entendieran  que  él 
estaba  en  Ripi  con  treinta  mil  escudos,  no  le  acome- 
tiesen para  quitalle  el  dinero;  y  así,  una  noche  con 
gran  secreto ,  con  todos  los  recaudos  que  traia  se  fué  á 
Constantinopla,  y  dio  razón  al  Emperador  de  lo  que  le 
habia  detenido  y  forzado  6  volver  atrás  sin  ejecutar  su 


2Í 


DON  FRANCISCO 


órdon.  Roger  juzgí  que  convenía  para  su  reputación  y 
sepiiriflad  satisíacer  al  ejército  de  las  soppeclias  viles 
de  su  fe;  y  así,  ordenó  á  las  principales  cabezas  del  ejér- 
cito que  se  viniesen  á  Galípoli,  dejando  aseguradas  las 
plazas  que  Icuian  á  su  cargo.  Juntos  todos,  les  dijo 
que  los  trabajos  y  peligros  que  Iiabia  padecido  por  el 
aumento  y  bien  de  la  nación  catalana  y  aragonesa  no 
merecían  tan  mala  correspondencia  como  tener  duda 
de  su  íidelidcd;  que  él  Iiabia  probado  su  intención  en 
la  guerra  de  Sicilia  ,  sirviendo  al  Rey  y  gobernando 
siempre  gente  catalana,  y  con  ser  aquellos  tiempos  tan 
sospeclmsos,  nadie  se  atrevió  á  ofendelle;  que  en  las 
guerras  del  Asia  Iiabia  acudido  á  la  obligación  que  fué 
Humado,  y  que  el  Emperador  aunque  le  Iiabia  lieclio 
muclias  bonras,  no  las  tenia  él  por  iguales  á  sus  servi- 
cios, y  cuando  lo  fueran,  que  él  no  era  hombre  que  por 
corresponder  á  ellas  olvidaría  las  obligaciones  que  te- 
nia en  primer  lugar;  que  el  Emperador  le  quería  hacer 
cé?ar ,  y  que  él  no  qieria  mas  recibir  honras  sin  que  á 
ellos  seles  diese  entera  satisfacion ,  y  que  por  solo  ve- 
nirles á  socorrer  y  animar  había  salido  de  Constanti- 
nopla  y  dejado  al  Emperador,  que  le  quería  detener  y 
acrecentar ;  que  él  estaba  resuelto  de  correr  la  fortuna 
que  ellos,  y  que  si  el  Emperador  con  su  ejército  les  aco- 
nieliero,  procuraría,  por  el  juramento  hecho,  ceder  si 
pudiese  á  su  rigor,  pero  que  cuando  conviniese,  forzo- 
samente hablan  de  venir  á  las  armas,  y  las  suyas  siem- 
pre se  liabian  de  emplear  en  la  defensa  común  contra 
los  griegos.  Con  esta  plática  Roger  aseguró  su  cré- 
dito, y  los  catalanes ,  satisfechos  de  sus  sospechas,  con 
el  reconocimiento  que  siempre ,  le  dieron  disculpa  de 
los  recelos  mal  fundados  de  algunos. 

En  este  mismo  tiempo  sucedió,  para  mayor  descré- 
dito de  nuestras  armas,  que  los  turcos  acometieron  la 
isla  del  Xio,  que  estaba  á  cargo  de  Roger  y  los  suyos,  y 
casi  toda  ella  la  tomaron ,  sino  fueron  algunos  que  se 
pudieron  retirar  á  la  fortaleza  en  cuarenta  barcos  que 
pudieron  juntar,  y  estos  también  se  perdieron  lasti- 
mosamente, rotos  y  deshechos  de  una  furiosa  tormenta 
junto  á  la  isla  de  Scíro.  Con  esta  pérdida  los  ánimos 
de  los  unos  y  de  los  otros  se  fueron  irritando ;  los  grie- 
gos porque  les  pareció  que  los  catalanes,  ya  que  les 
molestaban  tanto  con  las  ordinarias  contribuciones,  no 
fuesen  bastantes  para  defendelles  del  rigor  y  sujeción 
de  los  infieles;  los  catalanes  también  atribuyeron  esta 
pérdida  á  la  dilación  de  Andrónico  en  no  cumplílles 
lo  que  tantas  veces  se  les  había  ofrecido,  y  que  si  se 
les  pagara  con  tiempo,  pudieran  ellos  acudir  á  su  obli- 
gación y  defender  lo  que  estaba  á  su  cargo.  La  falta  de 
dinero  les  obligó  á  que  con  mayor  desorden  ie  fuesen 
á  buscar  por  todos  los  lugares  de  Tracia. 

CAPITULO  XXV. 

Concluyese  el  trato  de  pasar  al  oriente,  y  Roger  recibe 
las  insignias  de  cesar  y  dinero. 

Llegó  á  los  oídos  de  los  emperadores  Andrónico  y 
Miguel  lo  que  Roger  públicamente  dijo;  y  ofendidos 
gravemente,  quisieron  con  el  ejército  que  tenían  jun- 
to en  Andrinópolí  acometer  el  de  los  catalanes;  pero 
Andrónico,  á  persuasión  de  Azan,  cuñado  de  Roger,  á 
quien  poco  antes  había  dado  la  dignidad  de  paniper- 
sebastor(l),  mandó  á  su  hijo  que  no  lo  ejecutase,  espe- 

(1)  Traducido  al  latin,  totus  augustus :  {\\,\¡\o  de  mero  honor,  re- 


DE  MONCADA. 

rando  siempre  por  medio  de  su  sobrino  roduoir  ñ  Ro- 
ger, áquien  Azan  escribió  la  justa  indignación  del  Em- 
I)erador,  y  que  la  mayor  disculpa  que  pndria  dar  seria 
pasar  el  ejército  en  Asíaycomenzar  la  guerra,  Re«p'.n- 
dió  Rogor  á  su  cuñado,  y  al  Emperador  en  la  mí«ma 
conformidad  escribió,  que  la  nccesidiid  le  había  obli- 
gado á  dar  de  palabra  satisfacían  á  todo  ti  ejército, 
porque  sí  no  lo  hiciera,  se  acabaran  de  coníirniar  en 
sus  sospechas,  y  que  sin  duda  le  mataran;  que  él  siem- 
pre seria  fiel  y  reconocido  á  las  muchas  honras  y  mer- 
cedes que  de  su  mano  había  rccebido,  y  que  si  de  len- 
gua le  había  ofendido,  fué  porque  los  catalanes  no  lo 
ofendieran  con  efeto ,  tomando  por  cabeza  otro  capi- 
tán que  libremente  les  dejara  ejecutar  su  ímpetu;  que 
se  sirviese  de  socorrelles  con  algo,  porque  de  otra  ma- 
nera no  se  atrevía  á  reducillos,  porque  él  apenas  tenia 
mil  hombres  que  le  obedeciesen.  Con  estacarla  el  Em- 
perador volvió  á  mandar  á  su  hijo  que  uo  los  ofendiese, 
pero  que  impidiese  sus  correrías. 

Azan,  que  deseaba  conservará  su  cuñado  Roger,  per- 
suadió al  Emperador  que  le  volviese  á  enviar  lo  que  Teo- 
doro Chuno  poco  antes  le  llevaba ,  y  que  con  esto  pasa- 
ría á  la  Asia ;  y  así,  el  Emperador  le  envió  las  insignias 
de  cesar,  y  el  dia  de  la  resurrecion  de  Lázaro  fué  ves- 
tido y  aclamado  por  cesar,  y  se  le  dieron  treinta  y  tres 
mil  escudos  y  cien  mil  medios  de  trigo;  pero  resuelta- 
mente le  mandó  el  Emperador  que  despidiese  toda  la 
gente ;  solo  se  quedase  con  mil  hombres.  Roger  mostró 
con  aparentes  demostraciones  que  obedecía,  pero  con 
secreto  disponía  sus  consejos  para  cualquier  aconteci- 
miento. Envió  áBerenguer  de  Entenza  parte  de  su  gen- 
te ,  que  ya  estaba  declarado  por  rebelde  y  enemigo  del 
imperio;  la  otra  envió á  Cízíco  Metellin,  donde  ya  ha- 
bía guarnición  de  catalanes.  Recogió,  á  mas  del  trigo 
que  el  Emperador  le  daba,  otra  mayor  cantidad  de  la 
que  los  catalanes  recogieron  de  las  contribuciones. 

CAPITULO  XXVI. 

Pártese  Roger  i  verse  con  Miguel  Paleólogo ;  contradicho  Maria 
su  mujer  y  los  demás  capitanes. 

En  este  tiempo ,  que  los  catalanes  andaban  llenos  de 
tantos  temores  y  esperanzas,  ya  Andrónico  y  Miguel 
trazaban  de  qué  manera  podían  hacer  un  castigo  seña- 
lado en  ellos  y  castigar  con  sumo  rigor  su  atrevimien- 
to; que  aunque  esto  claramente  no  lo  dicen  los  histo- 
riadores griegos,  el  efeto  Jo  publicó,  y  descubrió  su  ale- 
vosía. La  desdichada  suerte  de  Roger  abrió  el  camino 
para  que  esto  se  ejecutase  con  gran  seguridad  de  los' 
griegos  y  notable  pérdida  nuestra.  Llegóse  el  tiempo  de 
la  partida  de  Grecia  para  proseguir  la  guerra,  y  Roger 
determinó  de  ir  á  verse  con  Miguel  Paleólogo  para  darle 
razón  délo  que  se  había  tratado  con  su  padre  en  mate- 
ria de  la  guerra,  y  pedirle  dinero ,  como  Nicéforo  dice. 
Pero  María,  mujer  de  Roger,  y  su  madre  y  hermanos, 
que  como  ladrones  de  casa,  conocían  bien  la  condición 
de  los  suyos ,  sentían  muy  mal  desta  ida ;  y  María,  como 
á  quien  mas  le  importaba ,  advirtió  á  su  marido  en  se- 
creto que  no  se  fuese  ni  se  pusiese  voluntariamente  en 
las  manos  de  Miguel ,  y  que  no  ofreciese  la  ocasión  á 

servado,  como  dejamos  dicho,  para  individuos  de  la  familia  im- 
perial, desde  que  Alejo  Comueno  distinguió  con  él  á  Miguel  Ta- 
ronita,  pariente  suyo. 


EXPEDICIÓN  DE  CATAT- 

quien  con  tanto  cuiclnflo  la  buscaba ;  que  advirtiese  cuan 
liuérLna  quedaba  ella ,  cuan  desamparados  los  suyos  si 
fallase  su  gobierno ;  que  no  se  fiase  tanto  de  su  ánimo; 
que  no  diese  crédito  á  sus  palabras,  nacidas  no  solo  de 
su  cuidado ,  pero  de  ciertas  y  seguras  señaies  que  tenia 
de  que  Miguel  Paleólogo  procuraba  su  ruina.  Todas  es- 
tas razones,  acompañadas  con  lágrimas  y  ruegos,  dijo 
María  á  su  marido  Roger,  porque  como  griega  y  pcrso- 
ra  tan  íülima  de  la  casa  del  Príncipe ,  aunque  se  rece- 
laban de  ella  porque  no  descubriese  sus  trazas,  con  to- 
do este  recato  llegaban  á  su  noticia  muchas,  que  como 
mujer  cuerda  y  cuidadosa  de  la  vida  del  marido,  pudo 
f.dvcrlir  y  descubrir  algo  de  lo  que  se  maquinaba  con- 
tra el.  Hizo  poco  caso  Roger  de  sus  consejos,  y  ella, 
cuanto  menos  recelo  descubría  en  el  marido ,  tanto  mas 
crecía  su  cuidado,  y  procuraba  intentar  a'gunos  me- 
dies para  persuadirlo;  y  el  que  de'jicrascr  maseíicaz, 
fué  llamar  á  los  capitanes  mas  pnncipa'es  del  ejército, 
y  descubrióles  sus  justas  sospeciías,  para  que  pidiesen 
&  Roger  que  suspendiese  su  ida  de  Andriuópoli  para  vi- 
sitar á  Migue  1  Paleólogo.  Al  íin  todos  los  capitanes  jun- 
tos, á  instancia  de  María ,  cuy;is  sospechas  no  les  pare- 
cían vanas,  fueron  á  Roger  y  le  pidieron  que  dejase  ó 
siquiera  difiriese  la  jornada  hasta  estar  mas  asegurado 
y  satisfecho  del  ánimo  de  Miguel.  Respondióles  resuel- 
tamente que  por  ningún  temor  que  le  pusiesen  delante 
dejaría  de  hacer  su  viaje  y  cumplir  con  obligación  tan 
forzo^'a  como  visitar  á  Miguel,  álquicn  debía  el  mismo 
respeto  que  al  Emperador  su  padre ;  que  sí  antes  de  par- 
tir de  Grecia  para  la  jornada  de  Asia  no  se  le  daba  ra- 
zón de  todos  sus  consejos  y  determinaciones ,  era  darle 
ocasión  de  desavenirse  con  ellos;  cosa  de  grande  incon- 
veniente para  la  conservación  de  todos  ellos ;  que  los  re- 
celos de  María,  su  mujer,  nacían  de  amor  y  temor  de  per- 
delle ,  y  que  pues  eran  sin  otro  fundamento,  no  era  jus- 
to que  le  detuviesen. 

Llamado  Roger  de  su  fatal  destino ,  ni  advirtió  su  pe- 
ligro, ni  advertido,  lo  temió.  Muchas  veces,  por  mas 
avisos  que  un  hombre  tenga,  no  puede  escapar  de  la 
muerte  y  fines  desastrados ;  y  aunque  Dios  nos  advierte 
con  señales  manifiestos  y  claros,  puede  tanto  una  loca 
confianza ,  que  nos  quita  el  discurso  para  que  no  vea- 
mos los  peligros  donde  está  determinado  nuestro  íin  y 
castigo.  En  este  caso  de  Roger,  ni  su  buen  discurso  ni 
el  conocimiento  grande  de  la  naturaleza  de  los  griegos, 
ni  los  avisos  de  su  mujer,  ni  los  ruegos  de  los  suyos  pu- 
dieron detenerle  para  que  voluntariamente  no  se  en- 
tregase á  la  muerte.  Resuelto  ya  de  partirse ,  María  su 
mujer  con  todos  los  de  su  casa  no  quiso  quedarse  en 
Galípolí ,  porque  como  tenía  por  cierta  nuestra  perdi- 
ción, no  le  pareció  aventurarse,  pues  la  obligación  de 
asistir  en  Galípoli  faltaba  con  ausentarse  su  marido. 
Mandó  Roger  que  Fernando  Aones  con  cuatro  galeras 
la  llevase  á  Constanlínopla ,  y  él,  con  trescientos  ca- 
ballos y  mil  infantes ,  dejando  en  su  lugar  á  Berenguer 
de  Entenza,  caminó  la  vuelta  de  Andrinópolí ,  dicha  por 
otro  nombre  Orestiade,  ciudad  principal  deTracia,  y 
corte  de  muchos  emperadores  y  reyes ,  y  que  entonces 
lo  era  de  Miguel.  Zurita  quiere  que  Andrinópolí  y  Ores- 
tiade sean  lugares  diversos,  porque  no  llegó  á  su  noti- 
cia que  esta  ciudad  tenía  entrambos  nombres.  ISícéforo 
la  llamó  Orestiade  con  el  nombre  mas  antiguo,  yMon- 
tauer.  Andrinópolí,  que  fué  el  mas  moderno  y  el  que 


ANES  Y  ARAGONESES.  ?-, 

entonces  le  daban  los  griegos,  y  el  que  hoy  conscivu 
con  poca  diferencia. 

Supo  el  emperador  M'guel  á  22  de  abril  como  el  ce- 
sar Eoger  venía ,  porque  Azan ,  su  cuñado,  se  lo  hizo  sa- 
bor. Alteróse  ex!niñ;;mcnte  Miguel  dcsta  venida,  y  con 
un  caballero  de  su  casa  le  envió  á  preguntar,  una  jor- 
nada an!es  que  llegase ,  sí  el  Emperador  su  padre  se  lo 
había  mandado ,  ó  él  movido  de  su  sola  voluntad.  Res- 
pondió el  Cesar  con  palabras  lionas  de  humildad  que 
solo  iba  para  darle  obediencia  ymoslrar  la  sorvílud  que 
le  debía ,  y  juntamente  para  conlctir  con  él  el  viaje  que 
hribia  de  hacer  al  oriente.  Con  esta  respuesta  se  sosi'gó 
Jüguel,  y  mostró  que  gustaba  de  su  venida.  Envió  lue- 
go á  recibirle  con  la  benignidad  y  cortesía  que  conve- 
nia. Era  miércoles  de  la  segunda  semana  de  la  pascua 
que  llaman  de  Santo  Tomás.  Vióse  aquella  misma  noche 
ccn  el  Empe-at'or,  de  quien  fué  recibido  y  acariciado 
con  gi  andes  demosli  aciones  de  amor. 

CAPÍTL'LO  XXVII. 

Matan  á  Rngpr  con  gran  crueldad  los  alanos,  estando  f  omtrndo  con 
los  cuiperadoris  iMiguci  y  Maria ,  y  á  toüus  los  que  tueíoQ  cu  so 
comiiaOia. 

Con  el  buen  acogimiento  que  Miguel  hizo  &  Rngcr  y 
ú  los  suyos,  creyeron  que  las  sospechas  de  María  fue- 
ron sin  fundamento ,  y  vivían  tan  sin  cuidado  ni  recelo 
del  daño  que  tan  vecino  tenían ,  que  divididos  y  sin  ar- 
mas discurrían  por  la  ciudad  como  entre  anu'gos  y  i  ou« 
.federados.  Estaban  dentro  della  los  alanos  con  Geor- 
ge ,  su  general ,  cuyo  hijo  mataron  en  Asia  los  catala- 
nes. Estaban  también  los  turcoples,  parte  debajo  del 
gobierno  del  búlgaro  Basíla ;  la  otra  obedecía  á  Melecc. 
Los  romeos  estaban  debajo  del  gran  prímiserio  C;isia- 
no  y  del  duque  y  gran  príncipe  de  compañías  llamada 
Etriarca  (t).  Todos  estos  tuvieron  por  sospechosa  la  ve- 
nida de  Roger,  y  que  solo  venia  á  reconocer  las  fuerzas 
de  Miguel,  con  pretexto  de  dalle  la  obediencia,  y  según 
ellas  disponer  sus  consejos.  El  que  mas  alteraba  y  mo- 
vía los  ánimos  contra  Roger  y  los  catalanes  era  George, 
cabeza  de  los  alanos ,  que,  con  deseo  de  tomar  satísf;i- 
cion,  intentaba  todos  los  medios  que  podía;  finuhnei:- 
te,  ó  fuese  por  solo  su  motivo,  ó  con  permisión  y  or- 
den del  emperador  Miguel ,  el  día  antes  de  la  partida  de 
Roger,  estando  comiendo  con  el  emperador  Miguel  ylú 
emperatriz  María ,  gozando  de  la  honra  que  sus  prínci- 
pes le  hacían,  entraron  en  la  pieza  donde  se  comía  Geor- 
ge, alano,  Meleco,  turcople,  con  muchos  de  los  suyos,  y 
Gregorio  :  el  primero  cerró  con  Roger,  y  después  de 
muchas  heridas,  con  ayuda  de  los  suyos  le  cortó  la  ca- 
beza, y  quedó  el  cuerpo  despedazado  entre  las  viandas  y 
mesa  del  Príncipe,  que  se  presumía  había  de  ser  prenda 
segurísima  de  amistad ,  y  no  lugar  donde  se  quitase  la 
vida  á  un  capitán  amigo  y  de  tantos  y  tan  señalados  ser- 
vicios ,  huésped  suyo ,  pariente  suyo ,  y  como  tal ,  hon- 
rado en  su  casa,  en  su  mesa  y  en  presencia  de  su  mujer 
y  suya.  No  se  pudieron  juntar,  á  mi  parecer,  mayores 
circunstancias  para  acrecentar  la  infamia  deste  caso; 
hecho  por  cierto  indigno  de  lo  que  tiene  nombre  y  obli- 
gaciones de  príncipe,  que  las  mas  principales  son  las 

(i)  Este,  que  parece  un  nombre  propio,  puede  significar  también 
el  cargo  del  Heteriarca,  que  era  el  jefe  de  las  cohortes  destinadas 
I   á  la  guardia  de  la  persona  del  Emperador.  yDuc.  in  not.  ad  Annae 
i    Alexiadae,  edit.  París.,  pág.  227.) 


£0  DON  FRANCISCO 

que  mas  se  apartan  de  parecer  ingrato  y  cruel ,  aumjue 
03  verdad  cjuc  lus  [iríiicipes  raras  veces  se  reconocen 
por  obligados,  venando  se  tienen  por  tales,  aborrecen 
la  persona  de  quien  les  tiene  obligados;  pero  esto  no 
licya  á  tanto  que,  perdiendo  de  todo  punto  el  miedo  á  la 
fama,  descubieriainenle  le  acaben  y  destruyan.  Lo  cier- 
to es  que  comunmente  puede  mas  en  un  príncipe  un 
pequeño  disgusto  para  castigar,  que  grandes  y  señal; - 
dos  servicios  para  perdonar  ó  disimular  algunas  ofen- 
sas de  poca  ó  ninguna  consideración.  Pero  ¿qué  mal- 
dad hoy  que  no  acomeía  un  príncipe  injusto  si  se  le  ar> 
t"ia  ruó  im¡  orta  para  su  conservación?  Porque  el  jui- 
cio y  castigo  de  Dios,  á  quien  solo  se  sujetan  y  temen, 
leñaran  tan  de  lejos,  que  apenas  le  descubren,  no 
acordándose  por  cuan  fiucos  medios  vienen  también  á 
ser  cí'.stigados,  pues  la  mano  de  un  hombre  resuelto 
suele  quitar  reinos  y  vidas. 

Este  desastrado  ím  tuvo  Pioger  de  Flor ,  de  edad  de 
treinta  y  siete  años,  hombre  de  gran  valor  y  de  mayor 
fortuna,  dichoso  ccn  sus  enemigos  y  desdichado  con 
sus  amigos;  porque  los  unos  le  hicieron  señalado  y  fa- 
moso capitán,  y  los  otros  le  quitaron  la  vida.  Fué  de 
semblante  áspero,  de  corazón  ardiente,  y  diligenlisiuio 
en  ejecutar  lo  que  detei  minaba;  magnílico,  hberal,  y 
esto  le  hizo  general  y  calveza  de  nuestra  gente,  pues  con 
las  dúdivas  granjeó  amigos  que  le  pusieron  en  este  pues- 
to, que  fué  uno  de  los  mayores,  fuera  de  ser  empera- 
dor ó  rey,  que  hubo  en  aquellos  tiempos.  Dejó  á  su  mu- 
jer preñada ,  y  derpués  parió  un  hijo,  que  Montaner  re- 
licre  que  vivia  en  el  tiempo  que  él  comenzó  su  historia. 
Kicélbro  solo  dice  qr.e  junto  al  palacio  del  emperador 
Miguel  le  mataron ,  sin  decir  por  cuyo  orden  fué  ni  quién 
lo  hizo;  pero  Pachimerio  concuerda  con  Montaner  en 
lo  mas  esencial ;  porque  refiere  que  saliendo  el  César 
fuera  de  la  ci'mara  imperial  después  de  haber  comido 
con  los  Emperadores,  ie  embistieron  los  alanos  de  Geor- 
ge,  y  que  Koger,  viéndose  acometido,  se  retiró  hacia 
donde  estaba  la  Emperatriz  augusta,  y  cayó  muerto 
junto  á  el'a ,  atravesado  de  una  estocada  por  las  espal- 
das ;  y  que  cuando  le  llegó  la  nueva  á  Miguel ,  que  es- 
taba en  otro  cuarto  de  su  palacio ,  del  suceso  de  Rogcr, 
y  que  todo  estaba  alborotado  por  las  muertes  que  los 
alanos  ejecutaban  en  los  catalanes  descuidados ,  perdió 
casi  el  sentido,  y  preguntó  si  la  Emperatriz  había  re- 
cibido algún  daño  y  si  estaba  segura ;  pero  luego  supo 
la  ocasión  de  la  muerte  de  Roger ,  y  mandó  que  George 
viniese  á  su  presencia,  y  le  preguntó  la  ocasión  que  ha- 
hia  tenido  para  hacer  la  muerte  de  Roger ,  y  que  le  res- 
pondió que  porque  el  imperio  tuviese  un  enemigo  me- 
nos. Aú  disculpa  Pachimerio  esta  maldad;  pero  yaque 
Wigucl  expresamente  no  fué  autor  desla  muerte,  pero 
por  lo  menos  la  consintió  y  dejó  de  castigalla;  con  que 
se  hizo  participante  del  delito. 

No  se  satis  facieron  los  alanos  con  solo  la  muerte  do 
Rogcr;  porque  al  mismo  tiempo  acometieron  todos  los 
catalanes  y  aragoneses  que  estaban  en  su  compañía ,  y 
ccn  atroces  muertes  los  despedazaron;  y  dice  Pachi- 
me.  ío  que  Miguel  mandó  á  su  tío  Teodoro  que  detuvie- 
se á  los  alanos  y  á las  demás  naciones,  que  encarniza- 
drscon  nuestra  sangre,  salieron  de  Andrinópolí  á  de- 
{.'ollarlodos  los  que  topasen  de  nuestra  nación ,  que  ha- 
bía muchos  alojados  por  aquellas  aldeas ,  y  que  esto  lo 
lii/ü  Miguel  ponjue  temió  que  los  suyos  no  fuesen  \eu- 


DE  MONCAÜA. 

cidos  y  que  su  ímpetu  no  les  perdiese.  Con  esto  me  pa- 
rece que  claramente  se  descu!;re  el  ánimo  de  Miguul, 
que  fué  sin  duda  de  acaballes  á  todos.  Toda  la  gente  de 
¿caballo  que  estaba  junta  acometieron  á  todos  los  ca- 
talanes y  aragoneses  dentro  la  ciudad  y  fuera  della; 
pero  algunos  heridos  y  maltratados  tomaron  las  armus 
y  perdieron  la  vida  que  les  quedaba  con  igual  daño  del 
enemigo.  Escaparr.n  solo  tres. caballeros  desta  lastimo- 
sa tragedia,  puesto  que  Niccforo  dice  que  escapó  la 
mayor  parte.  El  uno  se  llamaba  Ramón  Alqiier,  hijo  de 
Gilabert  Alqucr ,  natural  de  Castellón  de  Ampúrias;  los 
otros  dos  eran  Guillen  de  Tous  y  Berenguer  de  Rou- 
dor,  de  Llobregat;  los  denu'is,  aunque  no  murieron 
luego,  fueron  entonces  puestos  en  hierros,  y  después 
con  mayor  crueldad  quemados ,  como  después  se  refe- 
rirá, por  relación  de  Pachimerio.  Estos  tres  caballeros, 
defendiéndose  valero^ídmamente,  ganaron  una  igle'^ia, 
y  apretándoles  mucho  en  ella,  se  hubieron  de  retirará 
una  torre  della ,  peleando  con  tanta  desesperación  des- 
de lo  alto ,  que  no  fué  posible ,  por  mas  que  se  procuró, 
matarles  ni  rendirie;.  Miguel ,  después  de  haber  ejecu- 
tado su  crueldad,  quiso  ganar  fama  de  piadoso  y  cle- 
mente; y  así,  mandó  que  nadie  les  ofendiese,  y  dióles 
salvoconducto  para  volver  á  Galípolí.  Nicéforo  diliere 
algo  de  Montaner  en  este  hecho,  porque  dice  que  Ro- 
ger fué  con  solos  doscientos  caballos á  Andrinópolí,  y 
no  para  solo, verse  con  Miguel  y  darie  cuenta  de  lo  que 
se  habia  determinad* en  materia  de  la  guerra,  como 
Montaner  escribe,  sino  para  pedirie  dinero,  y  cuando 
lo  rehusase  ,  hacérselo  dar  por  fuerza.  Estas  son  pala- 
bras de  Nicéforo ,  y  á  lo  que  yo  puedo  entender,  dichas 
con  poco  acuerdo  de  lo  que  antes  habia  referido ,  que 
Miguel  estaba  en  Andrinópolí  con  un  poderoso  ejérci- 
to ;  y  no  parece  que  un  capitán  tan  prudente  como  Ro- 
ger, á  quien  los  mismos  griegos  llaman,  siempre  que 
se  ofrece  ocasión ,  hombre  de  gran  prudencia ,  hiciese 
tan  gran  desatino ,  como  lo  fuera  ir  con  solos  trescien- 
tos de  á  caballo  á  amenazar  un  emperador  que  se  ha- 
llaba dentro  de  una  ciudad  grande  y  con  un  ejército 
poderoso. 

CAPITULO  XXVIÍL 

La  gente  de  gupvra  toma  descubiertamente  las  armas  contra  los 
griegos ,  y  en  diferenles  panes  del  imperio  se  matan  los  cata- 
lanes y  aragoneses. 

La  gente  de  guerra  que  estaba  con  Berenguer  de 
Entenza  y  Rocafort  les  pareció  tentar  el  último  medio 
para  que  Andrónico  les  pagase.  Enviaron  al  Emperador 
tres  embajadores,  para  que  resueltamente  le  dijesen 
que  si  dentro  de  quince  diasno  se  les  acudía  con  parte 
de  lo  mucho  que  se  les  debia,  les  era  forzoso  apartarse 
de  su  servicio  y  dar  lugar  á  que  sus  armas  alcanzasen 
lo  que  su  razón  y  justicia  nunca  pudo.  Recibió  el  Em- 
perador estos  tros  embajadores,  que  fueron  Rodrigo 
Pérez  de  Santa  Cruz ,  Arnaklo  de  Moncortcs  y  Ferre- 
de  Torrellas,  y  en  presencia  de  la  mayor  parle  desús 
consejeros  y  ministros ,  y  con  mucha  aspereza ,  les  dijo 
que  el  imperio  de  los  griegos  no  estal  a  tan  acabado  y 
destruido,  que  no  pudiese  juntar  ejércitos  poderosos 
para  castigar  su  atrevimiento  y  rebeldía,  y  aunque  eran 
muchos  los  servicios  que  le  habían  hecho  en  la  guerra 
de  oriente ,  ya  los  habían  borrado  con  sus  excesos  y 
demasías  y  con  la  poca  obediencia  y  respeto  que  te- 


EXPEDICIÓN  DE  CATALANES  Y  ARAGONESES. 


27 


ijían  á  su  corona  ;  que  él  haría  lo  que  tocaba  y  fuese  ra- 
zón :  en  lo  demás  les  aconsejaba  que  no  se  precipitasen 
con  desesperación  á  lo  que  tan  mal  les  estaba,  y  que  no 
pidiesen  con  violencia  lo  que  con  la  misma  se  les  podía 
i;cgar;  que  la  íidelidad  de  que  ellos  tanto  se  preciaban 
sf  perdia,  si  las  mercedes  se  pedían  por  fuerza  á  su 
ncípe.  Sin  querer  oirsu  respuesta  ni  dar  lugar  á  mas 
isfacion  ,  les  mandó  el  Emperador  que  con  mas 
nerdo  se  resolviesen  y  ie  hablasen.  Después  denlro  de 
(•üs  dias  llegó  la  nueva  á  Constantinopla  de  la  muerte 
de  Roger  y  de  algunas  crueldades  que  los  nuestros  hi- 
cieron en  Galípoli ,  y  el  pueblo  se  levantó  contra  los 
catalanes,  según  dice  Pachimerio;  pero  Montaner  rc- 
íiereque  en  un  mismo  tiempo  en  todas  las  ciudades  del 
!  imperio  se  degollaron  ios  catalanes  por  orden  de  Au- 
dróníco  y  Miguel.  Puede  ser  que  en  esto  Montaner 
ande  algo  apasionado ,  atribuyendo  toda  la  culpa  á  los 
Emperadores;  pero  lo  que  yo  tengo  por  cierto,  que  el 
pueblo  irritado  ejecutó  esta  maldad ,  y  ellos  no  la 
atajaron. 

En  Constantinopla  se  levantó  el  pueblo,  y  acometió 
los  cuarteles  á  do  estaban  los  catalanes,  v  como  sí  fue- 
ran á  caza  de  fieras,  les  iban  degollando  y  matando  por 
la  ciudad.  Después  de  haber  degollado  muchos,  fue- 
ron á  casa  de  Raúl  Paqueo ,  pariente  de  Andrónico 
y  suegro  de  Fernando  Aones  el  almirante,  y  pidió  el 
pueblo  que  luego  se  les  entregasen  los  catalanes 
que  habia  dentro;  y  porque  esto  no  se  hizo  tan  pres- 
to como  ellos  quisieron ,  pegaron  fuego  á  la  casa,  con 
que  se  abrasó  todo  cuanto  habia  dentro  ;  y  aquí  ten- 
go por  cierto  que  los  tres  embajadores  y  el  Almirante 
perecieron.  El  patriarca  de  Constantinopla  salió  á  re- 
primir lamultitird  amotinada,  y  sin  hacer  efeto,  con 
mucho  peligro  se  retiró.  La  mayor  dificultad  que  se 
ofreció  para  no  poder  oprímir  á  los  catalanes  todos  á  un 
tiempo,  fué  por  estar  Galípoli  bien  defendido ,  y  los  que 
estaban  alojados  en  las  aldeas  con  las  armas  en  la  ma- 
no, y  mas  advertidos  que  los  otros  que  estaban  en  dife- 
rentes partes. 

Miguel,  temiendo  que  los  de  Galípoli,  sabida  la  muer- 
te de  Roger,  no  le  acometiesen,  mandó  que  el  Gran  Prí- 
míserio  fuese  con  todo  lo  grueso  del  ejército  sobre  Ga- 
lípoli. Ejecutóse  luego,  yconla  caballería  masligera  se 
enviaron  algunos  capitanes  para  que  les  acometiijsen 
antes  que  pudiesen  ser  avisados.  Cogieron  á  la  mayor 
parte  divididos  por  sus  alojamientos,  en  sus  lechos  y 
en  sumo  descanso ;  porque  entre  los  que  tenían  por 
amigos  les  parecía  inútil  el  cuidado  de  guardarse.  En- 
tró esta  caballería  por  algunos  casales,  pasando  por  el 
rigor  de  la  espada  todos  los  aragoneses  y  catalanes  que 
toparon.  Las  voces  y  gemidos  de  losquecruelmente  se 
herían  y  mataban  avisaron  á  muchos,  que  se  pudieron 
poner  en  seguro,  y  la  codicia  de  los  vencedores,  que 
ocupados  en  el  robo  dejaban  do  matar,  también  dio  lu- 
gar á  que  muchos  se  escapasen.  En  Galípoli,  aunque 
lejos ,  se  sintió  el  ruido  y  voces  confusas  con  que  los 
nuestros  tomaron  las  armas ,  y  quisieron  salir  á  recono- 
cer la  campaña  y  certificarse  del  daño  que  temían;  pero 
Berenguerde  Entenza  y  los  demás  capitanes  detuvieron 
el  ímpetu  de  los  soldados,  que  en  todo  caso  querían 
que  se  les  diese  franca  la  salida ;  y  como  la  obediencia 
de  aquella  gente  no  estaba  en  el  punto  que  debiera,  no 
se  atrevió  Derenguer  á  enviar  algunas  tropas  á  batir 


!  los  caminos ,  y  tomar  lengua,  porque  temió  que  tras  de 
ellas  seguiría  el  resto  de  la  gente,  y  quedaría  Galí- 
poli sin  defeijsay.de  cuya  conservación  pendía  la  salud 
!  común. 

I      Discurríase  variamente  entre  los  nuestros  la  causa  de 
i  tanto  alboroto  en  las  campañas  y  caserías  vecinasde  Ga- 
I  lípoli.  Decían  unosque  los  gríegos,  oprimidos  dala  gen- 
te militar,  se  habrían  conjurado  y  tomado  las  armas 
para  alcanzar  su  libertad ;  otros  que,  atravesando  aquel 
I  angosto  espacio  de  mar  los  turcos,  acometían  sin  duda 
'  úl  nuestros  cuarteles;  pero  en  esta  variedad  de  discur- 
I  sosjamás  pudieron  atinar  la  verdad  de  caso  tan  inliu- 
I  mano.  Con  la  noche  y  confusión  del  caso  algunos  de 
I  los  nuestros  llegaron  á  Galípoli  libres,  y  solo  dieron  no- 
ticia de  que  dentro  de  sus  casas ,  en  sus  alojamientos, 
hablan  sido  acometidos  de  gente  militar  y  armada. 

CAPITULO  XXIX. 

Berengner  de  Entenza  y  los  que  estaban  dentro  de  Galípoli ,  sa- 
bida la  muerte  de  Rüger,  degüellan  todos  lus  vecinos  de  Galí- 
poli, y  el  campo  enemigo  los  sitia. 

Estando  en  esta  turbación,  tuvieron  aviso  ciertodcla 
muerte  de  Roger  y  de  la  universal  matanza  de  los  ca- 
talanes y  aragoneses  en  Andrínópoli ,  y  juntamente  de 
la  que  en  la  comarca  de  Galípoli  se  ejecutaba  por  or- 
den de  Miguel.  Fué  tanta  la  rabia  y  coraje  de  los  cata- 
lanes, que  dice  Nicéforo  ,  y  concuerda  con  él  Pachime- 
rio, aunque  Montaner  lo  calla,  que  mataron  todos  los 
vecinos  de  Galípoli,  no  perdonando  á  sexo  ni  edad;  y 
Pachimerio  encarece  mas  la  inhumanidad  del  caso,  d¡- 
cíondo  que  hasta  los  niños  empalaban  :  fiereza  y  mal- 
dad abominable,  si  fué  verdad,  aunque  se  puede  dudar, 
por  ser  griego  y  enemigo  este  autor.  Pero  si  en  algún 
exceso  tiene  lugar  la  disculpa,  fué  en  este,  pues  con  el 
ímpetu  de  la  cólera  la  ejecutaron  contra  los  griegos  que 
tuvieron  delante,  en  satisfacion  de  otra  rnayor  crueldad 
hecha  por  ellos  con  mucho  acuerdo  y  sin  causa.  Desde 
este  punto  todo  fué  crueldad,  rabia  y  furor  de  entram- 
bas partes ;  quc!  parece  que  la  guerra  no  se  hacia  entre 
hombres,  sino  entre  fieras.  Pero  sin  duda  que  las  cruel- 
dades de  los  gríegos  excedieron  sin  comparación  a  las 
que  hicieron  los  catalanes;  porque  nunca  violaron  el 
derecho  de  las  gentes  ni  ofendieron  á  sus  enemigos 
debajo  de  palabra  ni  seguro ,  aunque  en  otras  cosas  los 
nuestros  anduvieron  muy  sobrados,  y  no  guardaron  las 
leyes  de  una  guerra  justa ;  pero  la  ocasión  desto  fué 
no  quererlas  guardar  los  gríegos,  con  que  quedan  bas- 
tantemente disculpados  los  catalanes  y  aragoneses  en 
esta  parte ,  pues  forzosamente  la  guerra  se  hubo  de  ha- 
cer con  igualdad.  Juntáronse  los  capitanes  con  harta 
confusión  y  sentimiento  á  tratar  de  su  remedio.  Esta- 
ban en  un  estado  tan  lastimoso,  que  aun  los  mismos 
enemigos  se  podían  compadecer  de  su  miseria.  Perdi- 
dos todos  sus  servicios ,  con  que  algún  tiempo  pensa- 
ban alcanzar  quietud  y  descanso ;  perdida  la  repuiucion 
por  el  castigo,  porque  con  él  se  habia  dado  ocasión 
para  que  todo  el  mundo  les  tuviese  en  poco,  pues  lias 
tantas  vítorias  merecían  tal  premio;  muertos  gran  par- 
te de  sus  amigos ,  y  su  muerte  á  los  ojos. 

Hallábase  á  la  sazón  Galípoli  sin  bastimentos  y  sin 
fortificación  alguna,  cuando  los  enemigos, que  allega- 
ban al  número  de  treinta  mil  infantes  y  catorce  mil  ca- 
ballos, entre  las  tres  naciones  de  turcoples,  alauosy 


28  DON  FRANCISCO 

griegos,  se  pusieron  casi  sobre  sus  murallas,  amena-  [ 
zando  á  los  uueslros  un  lastimoso  íin ;  porque  el  em-  ! 
porador  Miguel  juntó  las  fuerzas  que  pudo  de  Tracia  y  ■ 
Macedonia  ,  á  mas  de  la  gente  que  ordinariamente  líe-  j 
vaba  sueldo  del  imperio ;  y  para  dar  mas  calor  se  salió  | 
de  Andriíiópoli,  y  se  fué  á  Panlilo  ,  y  de  allí  envió  al  , 
gran  duque  lileriarca  á  Basiia,  y  al  gran  bausi  (1)  Umber- 
tü  Palor  ii  Brachialo,  cerca  de  Galípoli,  para  apretar  mas 
los  cercados.  La  primera  resolución  que  se  tomó  fué 
fortificare!  arrabal ,  porque  el  enemigo  no  le  ocupase, 
y  no  llegase  sin  perder  gente  y  tiempo  ,  cubiei  to  délas 
casas,  á  nuestros  fosos  y  murallas ,  aunque  en  esto  no 
dejaba  de  liaber  dificultad,  por  ser  grande  el  espacio  de 
los  arrabales ,  y  desigual  para  su  defensa  el  pequeño 
número  de  nuestra  gente.  Hecho  esto  ,  determinaron 
de  enviar  embajadores  al  emperador  Andrónico,que  en 
nombre  de  toda  nuestra  nación  se  apartasen  de  su  ser- 
vicio, y  le  retasen  para  que  ciento  á  ciento  ó  diez  á  diez, 
conforme  al  uso  de  aquellos  tiempos,  combatiesen  en 
sutislacion  de  su  agravio  y  de  la  muerte  afrentosa  de 
Ríiger  y  de  los  suyos ,  liecba  tan  alevosamente  por  Mi- 
guel su  hijo  y  por  los  demás  griegos.  Enviáronse  un 
caballero  que  Montaner  llama  Sisear,  y  á  Pedro  López, 
adalid, y  dos  almogávares  y  otros  tantos  marineros, 
que  eran  de  todas  las  diferencias  de  milicia  que  habia 
en  nuestro  ejército ;  y  esto  fué  antes  que  se  supiese  en 
Galípoli  la  muerte  de  los  tres  embajadores  primeros  que 
fueron  por  orden  de  Berenguer  de  Entenza.  En  tanto 
que  se  esperaba  la  última  resolución  de  Andrónico  por 
medio  destos  embajadores,  el  enemigo,  poderoso  en 
la  campaña,  apretó  el  sitio  de  Galípoli,  y  los  nuestros 
con  su  valor  acostumbrado ,  con  salidas  y  escaramuzas 
ordinarias  le  fatigaban  y  detenían. 

CAPITULO  XXX. 

Tienen  los  nuestros  consejo;  sigúese  el  de  Berenguer  de  Entenza, 
no  por  el  mejor,  pero  por  ser  del  mas  poderoso. 

Habia  entre  los  capitanes  de  Galípoli  diversas  opi- 
niones sobre  el  modo  de  hacer  la  guerra ;  y  así,  convino 
que  las  principales  cabezas  se  juntasen  en  consejo  para 
resolverse.  Berenguer  de  Entenza  dijo  :  a  Si  el  valor  y 
esfuerzo  de  hombres  que  nacieron  como  nosotros,  ami- 
gos y  compañeros ,  en  algún  trabajo  y  desdicha  pudie- 
ra faltar,  pienso  sin  duda  que  fuera  en  la  que  hoy  pa- 
decemos ,  por  ser  la  mayor  y  mas  cruel  con  que  la  va- 
riedad humana  suele  aíligir  los  mortales,  el  ser  per- 
seguidos, maltratados  y  muertos  por  los  que  debiéramos 
ser  amparados  y  defendidos.  ¿  De  qué  sirvieron  las  Vi- 
torias ,  tanta  sangre  derramada,  tantas  provincias  ad- 
quiridas, si  al  tiempo  que  se  esperabajusta  recompensa 
debida  á  tantos  servicios ,  con  bárbara  crueldad  se 
ejecuta  contra  nosotros  lo  que  vemos  y  apenas  damos 
crédito?  Por  mayor  suerte  juzgo  la  de  nuestros  com- 
pañeros, que  murieron  sin  sentir  el  agravio,  que  la 
nuestra,  que  habernos  de  perecer  con  tan  vivo  senti- 
miento ;  porque  dejar  de  tomar  satisfacion  de  tantas 
ofensas  y  retirarnos  á  la  patria,  fuera  indigno  de  nues- 
tro nombre  y  de  la  fama  que  por  largos  años  habe- 
rnos conservado;  ni  los  deudos  ni  amigos  nos  recibie- 
ran en  la  patria ,  ni  ella  nos  conociera  por  hijos ,  si 

(1)  Dignidad  de  que  no  liallamos  noticia  en  los  historiadores 
bizantinos  que  hemos  consultado  quizá  por  la  manera  viciosa  de 
escribir  esta  palabra. 


DE  MONCADA. 

muertos  nuestros  compañeros  alcvosamcnlc,  no  se  in- 
tentara la  venganza,  y  se  borrara  con  sangre  enemiga 
nuestra  afrenta.  Laspocas  fuerzasquo  nos  quedan,  avi- 
vadas con  el  agravio,  al  mayor  poder  se  podían  opo- 
ner, y  mas  favorecidas  de  la  razón,  que  tan  claran)ento 
está  de  nuestra  parte.  Vuestro  ánimo  invencible  en  la 
dilicultad  cobra  valor,  y  en  el  mayor  peligro  mayor  es- 
fuerzo. El  A«;a  quedó  libre  de  la  sujeción  de  los  tur- 
cos por  nuestras  armas;  nuestra  repntiicion  y  fama 
también  lo  ha  de  quedar  por  ellas ;  y  si  Grecia  se  admi- 
ra de  tantas  Vitorias,  hoy  sentirá  el  rigor  de  vuestras 
espadas,  que  no  supo  conservar  en  su  favor  y  defensa. 
Todos  nos  deben  de  tener  por  perdidos,  ó  por  lo  me- 
nos navegando  la  vuelta  do  Sicilia  con  los  navios  y  ga- 
leras que  nos  quedan;  pero  su  daño  les  desengañará, 
que  ni  el  ánimo  les  acobardó ,  ni  el  agravio  antes  de  su 
venganza  permitió  nuestra  vuelta.  Defender  á  Galípoli 
es  lo  que  ahora  nos  importa  ,  por  estar  á  la  entrada  ilel 
estrecho,  de  donde  se  puede  impedir  la  navegación  y 
trato  destos  mares  siempre  que  no  corrieren  pore'los 
armadas  superiores  á  la  nuestra;  y  así,  es  forzoso  buscar 
bastimentos  y  dinero  para  sustentalle.  Los  socorros 
tenemos  lejos,  tardos  y  quizá  dudosos,  porque  á  nues- 
tros reyes  ocupan  otros  cuidados  mas  vecinos.  Todos 
los  príncipes  y  naciones  que  nos  rodean  son  de  enemi- 
gos; no  hay  que  esperar  otro  socorro  sino  el  que  e«;tos 
navios  y  galeras  que  nos  quedan  podrán  alcanzar  de 
nuestros  contrarios.  Con  esto  haremos  dos  co^as  im- 
portantes, buscar  el  sustento  que  nos  va  ya  faltando,  y 
divertir  al  enemigo  del  sitio  que  tanto  nos  aprieta;  y 
puesto  que  la  guerra  se  deba  hacer,  como  ya  está  de- 
terminado ,  es  bien  que  sea  en  parte  donde  los  enemi- 
gos no  estén  tan  superiores,  y  se  pueda  mas  fácilmente 
alcanzar  la  vitoria,  para  que  el  crédito  y  reputación  de 
nuestras  armas  vuelva  á  su  debido  lugar  y  estimación. 
Las  costas  destas  provincias  vecinas  viven  sin  recelo, 
pareciéndoles  que  nuestras  fuerzas  no  son  bastantes  á 
defendernos  en  Galípoli,  y  en  tanto  que  el  sitio  durare, 
no  dejaremos  estas  murallas.  Este  descuido  parece  que 
nos  ofrece  una  ocasión  cierta  de  hacelles  mucho  daño 
si  con  nuestras  galeras  y  navios  acometemos  estas  islas 
y  costas  de  su  imperio;  y  pues  soy  autor  del  consejo, 
lo  seré  de  la  ejecución.»  A  las  últimas  palabras  de  Be- 
renguer de  Entenza,  Rocafort  se  levantó  con  semblante 
y  voz  alterada ,  señales  de  su  ánimo  ocupado  de  la  ira  y 
venganza,  y  dijo :  «  El  sentimiento  y  pasión  con  que  me 
hallo  por  la  muerte  de  Roger  y  de  nuestros  capitanes  y 
amigos,  no  es  mucho  que  turbe  la  voz  y  el  semblante, 
pues  enciende  el  ánimo  para  una  honrada  y  justa  satis- 
facion. Por  el  rigor  de  nuestro  agravio ,  mas  que  por  la 
razón,  debiéramos  hoy  de  tomar  resolución;  porque  en 
casos  semejantes  la  presteza  y  poca  consideración  sue- 
len ser  útiles,  cuando  de  las  consultas  salen  dificulta- 
des. Retirarnos  á  la  patria,  mengua  y  afrenta  de  nues- 
tro nombre  seria,  hasta  que  nuestra  venganza  fuese 
tan  señalada  y  atroz  como  lo  fué  la  alevosía  y  traición 
de  los  griegos;  y  así ,  en  este  punto  siento  con  Beren- 
guer de  Entenza ;  pero  en  lo  que  toca  al  modo  de  hacer 
la  guerra,  opuestamente  debo  contradecille,  porque  pa- 
réceme  yerro  notable  dividir  nuestras  fuerzas,  que  jun- 
tas son  pequeñas  y  desiguales  al  poder  del  enemigo  que 
nos  sitia.  Yo  doy  por  cierto  y  constante  que  Berenguer 
robe,  destruya  y  abrase  las  costas  vecinas,  como  él 


EXPEDICIÓN  DE  CATALANES  Y  ARAGONESES. 


29 


ofrece;  pero  ¿quién  nos  asegura  que  al  tiempo  que  él 
estuviere  corriendo  lus  mares,  los  pocos  que  quedaren 
en  Galípoli  no  sean  perdidos?  Y  entonces  Berenguer, 
¿adonde  pondrá  su  armada,  dónde  los  despojos  de  su 
Vitoria?  No  le  queda  puerto  ni  lugar  seguro  hasta  Si- 
cilia; pues  yo  por  mas  cierto  tengo  el  perderse  Galípo- 
li ,  si  él  sacare  la  gente  que  está  en  su  defensa  para 
guarnecer  la  armada ,  que  seguro  da  su  vitoria.  Todos 
los  capitanes  famosos  ponen  su  mayor  cuidado  en  so- 
correr una  plaza  que  el  enemigo  tiene  sitiada ,  y  para 
esto  aventuran  no  solo  lo  mejor  y  mas  entero  de  su  cam- 
po, pero  todas  sus  fuerzas ;  ¿y  Berenguer  estando  den- 
tro se  ha  de  salir  ?  ¿  Quién  asegura  al  soldado  que  su  ida 
lia  de  ser  para  volver?  El  miedo  y  recelo  común  no  se 
puede  quitar,  aunque  su  sangre  y  hechos  claros  son 
seguras  prendas  para  los  que  nacieron  como  él.  Nues- 
tra venganza  ya  no  pide  remedios  tan  cautos  y  dudo- 
sos, ni  á  nosotros  nos  conviene  el  dilatar  la  guerra  por 
ser  poca,  antes  de  ser  menos ;  ejecutemos  la  ira ;  aven- 
túrese en  un  trance  y  peligro  nuestra  vida;  y  así ,  mi 
último  parecer  es  de  que  salgamos  en  campaña  y  demos 
la  batalla  á  los  que  tenemos  delante.  Y  aunque  por  la 
muchedumbre  del  ejército  enemigo  se  puede  tener  la 
muerte  por  mas  cierta  que  la  vitoria,  la  causa  justa  que 
mueve  nuestras  armas  y  el  mismo  valor  que  venció  á  los 
turcos,  vencedores  de  los  griegos,  también  pueden  dar- 
nos coníianza  de  romper  sus  copiosos  escuadrones ,  y 
abatir  sus  águilas  como  se  abatieron  sus  lunas,  y  cuan- 
do en  esta  batalla  estuviere  determinado  nuestro  fin, 
será  digno  de  nuestra  gloria  que  el  último  término  de 
la  vida  nos  halle  con  la  espada  en  la  mano  y  ocupados 
en  la  ruina  y  daños  de  tan  pérfida  gente. »  Prevalió  este 
último  parecer  en  los  votos  de  los  que  se  consultaban, 
por  ser  el  mas  prontb ,  aunque  de  mas  peligro  y  de  mas 
gallardía ;  pero  el  poder  de  Berenguer  de  Entenza,  ma- 
yor entonces  que  el  de  Rocafort ,  no  dio  lugar  á  que  la 
ejecución  fuese  la  que  determinó  la  mayor  parte.  Y 
Ramón  Montaner  dice  que  las  razones  y  ruegos  de  mu- 
chos no  le  pudieron  hacer  mudar  (fe  parecer. 

En  este  medio  tuvieron  aviso  que  el  infante  Don  San- 
cho de  Aragón  había  llegado  con  diez  galeras  del  rey 
de  Sicilia  á  Metellín ,  isla  del  Archipiélago  y  do  las  mas 
vecinas  á  Galípoli.  Berenguer  de  Entenza  y  los  demás 
capitanes  enviaron  luego  ásuplicalle  viniese  á  Galípoli  á 
tomalles  los  homenajes  y  juramento  de  fidelidad  por  el 
rey  de  Sicilia.  Encarecieron  su  peligro  y  el  descrédito 
del  nombre  de  Aragón  si  no  los  socorría;  subditos  que 
le  habían  hecho  tan  ilustre  y  grande.  Don  Sancho  mos- 
tró luego  con  su  presta  resolución  el  deseo  de  su  bien 
y  conservación.  Partió  de  Metellín  con  sus  diez  galeras, 
y  vino  á  Galípoli,  donde  fué  recibido  con  universal 
aplauso,  creyendo  que  les  ayudaría  para  tomar  entera 
satisfacion  de  sus  agravios ,  sirviéndole  con  parte  de 
los  pocos  bastimentos  y  dinero  que  tcaian ;  y  sin  pre- 
cisa obligación  de  obedecelle,  todos  le  reconocieron 
por  cabeza. 

CAPITULO  XXXI. 

Los  embajadores  de  nuestro  ejército,  á  la  vuelta  de  Constanüno- 
pla,  por  orden  del  Emperador  fueron  presos  y  muertos  cruel- 
mente en  la  ciudad  de  Rodesto. 

Los  embajadores  de  nuestra  nación  enviados  á  fin 
de  romper  los  conciertos  que  tenían  con  el  Emperador, 


y  hecho  esto,  desaíialle,  con  harto  peligro  llegaron  á 
Constantinopla,  y  puestos  ante  el  bailío  de  Venecia  y 
la  potestad  de  Genova,  y  de  los  cónsules  de  los  anco- 
nitanos  y  písanos,  magistrados  y  cabezas  destas  na- 
ciones que  tenían  trato  y  comunicación  en  las  provin- 
cias del  imperio  ,  dieron  las  manifiestas  siguientes : 
que  habiendo  entendido  que  por  orden  del  emperador 
Andróníco  y  su  hijo  Miguel ,  en  Andrinópoli  y  en  los 
demás  lugares  de  su  imperio  se  habían  degollado  to- 
dos los  aragoneses  y  catalanes  que  se  hallaron  en  ellos, 
tanto  soldados  como  mercaderes,  viviendo  ellos  deba'o 
de  su  protección  y  amparo,  por  cuya  satisfacion  los 
catalanes  y  aragoneses  de  Galípoli  estaban  resueltos  de 
morir,  y  que  eslijiiaban  en  tanto  su  fe  y  palabra  ,  que 
querían  antes  de  romper  la  guerra ,  que  concitase  como 
ellos,  en  nombre  de  todos  los  de  su  nación,  se  apartaban 
de  los  conciertos  y  alianzas  hechas  con  el  Emperador,  y 
que  así  los  públicos  instrumentos  de  allí  adelante  fue- 
sen inválidos  y  de  ningún  valor,  y  que  le  retaban  de 
traidor,  y  ofrecían  de  defender  lo  dicho  en  campo, 
ciento  á  ciento  ó  diez  á  diez,  y  que  esperaban  en  Dios 
que  sus  espadas  serían  el  instrumento  con  qiie  su  jus- 
ticia castigaría  caso  tan  feo ,  pues  á  mas  do  violar  la  fe 
pública  matando  los  extranjeros  que  pacíficos  y  des- 
cuidados trataban  en  sus  tierras ,  habían  dado  cruel  y 
afrentosa  muerte  á  quien  les  había  librado  della,  de- 
fendido sus  provincias,  abatido  sus  enemigos  y  engran- 
decido su  imperio.  Que  la  insolencia  de  los  soldados 
no  era  bastante  causa  para  que  contra  ellos  se  ejecutara 
tan  inhumana  resolución.  Castigáranse -los  soldados 
culpados  á  medida  de  sus  deütos,  sin  que  sus  servicios 
les  sirvieran  de  moderar  la  pena.  Diéranles  navios  y 
con  que  volverá  la  patria;  que  bastante  castigo  fuera 
enviarles  sin  premio;  pero  sin  perdonar  á  sexo  ni  edad, 
llevando  por  un  parejo  inocentes  y  culpados,  malos  y 
buenos,  había  sido  suma  crueldad.  Dado  el  manifiesto, 
el  bailío  de  Venecia  con  los  demás  dieron  razón  al  Em- 
perador desta  embajada,  y  queriendo  tratar  de  algún 
acuerdo,  no  se  pudo  concluir,  estando  los  ánimos  tan 
ofendidos  y  cualquier  palabraj  fe  tan  dudosa;  y. así,  se 
tuvo  por  mas  conveniente  para  entrambas  partes  una 
guerra  declarada  que  una  paz  mal  segura;  que  adon- 
de falta  la  fe,  el  nombre  de  paz  es  pretexto  y  materia 
de  mayores  traiciones.  Respondió  el  Emperador  que  lo 
sucedido  contra  los  catalanes  y  aragoneses  no  había 
sido  hecho  por  su  orden ;  y  que  así,  no  trataba  de  dar 
satisfacion ;  siendo  verdad  que  poco  antes  mandó  ma- 
tar á  Fernando  Aones  el  almirante  y  á  todos  los  cata- 
lanes y  aragoneses  que  se  hallaron  en  Constantinopla, 
que  habían  venido  con  cuatro  galeras,  acompañando 
á  María,  mujer  del  César,  á  su  madre  y  hermanos;  y  aun 
Montaner  aprieta  mas  el  hecho,  pues  dice  que  el  pro- 
prio  día  se  ejecutaron  estas  muertes.  Pidieron  los  em- 
jadores  que  se  les  diese  seguridad  para  su  vuelta  á  Ga- 
lípoli; fuéles  luego  concedido  ,  dándoles  un  comisario: 
con  tanto  se  partieron  á  Rodesto,  treinta  millas  lejos 
de  Constantinopla ,  y  por  orden  del  comisario  que  les 
acompañaba  fueron  presos ,  y  hasta  veinte  y  siete,  con 
los  criados  y  marineros,  en  las  carnicerías  públicas 
del  lugar  les  hicieron  cuartos  vivos.  Esta  maldad  me 
parece  que  puede  disculpar  todas  las  crueldades  que  se 
hicieron  en  su  satisfacion ,  porque  ninguna  pudo  llegar 
á  ser  mayor  que  violar  con  tan  fiera  demostración  el 


so  DOiN  FRA^'CISCO 

derecho  universal  de  las  pcnles,  defendido  por  leyes  | 
humanas  y  divinas ,  por  iüviolahle  costumbre  de  nacio- 
nes políticas  y  bárbaras.  Este  desdichado  fin  tuvieron 
las  finezas  de  un  capitán  poco  advertido.  Dignas  de  ala- 
banza son  cuando  hay  seguridad  en  la  fe  y  palabra  del 
príncipe  enemigo,  pero  cuando  está  dudosa ,  por  yerro 
tengo  el  aventurarse.  ¡Nuestro  rey  el  emperador  Car- 
los V  pasó  por  Paris,  y  se  puso  en  las  manos  de  su  ma- 
yor émulo;  fué  «u  confianza  tan  alabada  como  la  fe  de 
Francisco;  pero  si  la  reina  Leonor  no  avisara  (i  Carlos, 
su  hermano,  de  lo  que  se  platicaba ,  fuera  la  conlianza 
juzgada  por  temeridad,  y  la  fe  por  engaño;  con  que 
claramente  se  muestra  que  alabamos  ó  vituperamos  por 
los  sucesos,  no  por  la  razón.  Berenguer  de  Eutenza  hi- 
zo notable  yerro  en  enviar  embajadores  á  príncipe  de 
cuya  fey  palabra  se  podia  dudar;  porque  quien  con  tan- 
ta alevosía  y  crueldad  quitó  la  vida  á  Roger  y  á  los  su- 
yos, de  creer  es  que  en  todo  lo  demás  no  guardara  fe, 
ni  diera  por  legítimos  embajadores  á  los  que  venían 
de  parte  de  los  que  él  tenia  por  traidores ;  á  mas  de  que 
habiendo  en  los  vecinos  de  Galípoli  ejecutado  tan  gran 
crueldad ,  se  había  de  temer  otra  mayor  siempre  que 
la  ocasión  se  la  ofreciera. 

CAPITULO  XXXIL 

Envíanse  embajadores  á  Sicilia ,  y  sale  Berenguer  con  sti  armada ; 
gana  la  ciudad  de  Recrea,  y  vence  en  tierra  á  Calo  Juan,  iiijo 
deAndronico. 

Luego  que  se  supo  en  Galípoli  la  muerte  de  sus  em- 
bajadores, no  se  puede  con  palabras  encarecer  lo  que 
alteró  los  ánimos  y  encendió  los  corazones  á  la  ven- 
ganza el  verse  maltratar  tan  inhumanamente  de  los 
que  debieran  sor  amparados  y  defendidos.  Cargaba  to- 
dos los  dias  sobre  Galípoli  gente  de  refresco,  y  apreta- 
ban á  los  de  dentro  mas  con  el  impedirles  que  no  en- 
trasen bastimentos  por  tierra,  que  con  las  armas.  Be- 
renguer de  Entenza  y  todos  los  capitanes ,  con  la  reso- 
lución que  habían  tomado  de  no  salir  de  Grecia  sin  ha- 
berse vengado ,  prevenían  socorros;  y  así ,  les  pareció 
que  hiciesen  dueño  de  sus  armas  al  rey  don  P'adrique, 
,y  que  le  jurasen  fidelidad  para  obligalle  masa  su  de- 
fensa. Este  fué  su  principal  motivo ,  aunque  al  Rey  con 
razones  de  mayor  consideración  y  de  mayor  utilidad 
le  persuadían.  Recibió  el  juramento  de  fidelidad  en 
nombre  del  rey  don  Fadrique  un  caballero  de  su  casa, 
que  se  llamaba  Carcilopez  de  Lobera  ,  soldado  que  se- 
guía las  banderas  de  Berenguer,  y  juntamente  le  eli- 
gieron por  su  embajador  al  Rey,  con  Ramón  Marquet, 
ciudadano  de  Barcelona,  hijo  de  Ramón  Marquet,  ilus- 
tre capitán  de  mar,  á  lo  que  yo  presumo,  del  gran 
rey  don  Pedro,  y  Ramón  de  Copons,  para  que  fuesen 
testigos  del  juramento  de  fidelidad  que  habían  presta- 
do en  manos  de  Carcilopez  de  Lobera ,  y  le  diesen  lar- 
ga relación  del  estado  en  que  se  hallaban  ;  que  si  en  su 
memoria  tenia  sus  servicios,  se  acordase  de  dalles 
favor,  pues  en  ello  no  solamente  interesaban  ellos, 
pero  su  aumento  y  grandeza ;  que  advirtiese  la  puerta 
que  le  abrian  ellos  para  ocupar  el  imperio  de  oriente, 
y  que  se  valiese  de  su  venganza  y  desesperación ,  pues 
ellos  ya  estaban  aventurados.  Partiéronse  los  tres  em- 
bajadores ú  Sicilia;  con  qué  la  gente  quedó  con  algu- 
nas esperanzas  de  que  don  Fadrique  les  socorrería ; 
porque  siempre,  aunque  sean  muy  flacas ^  animan  y 


DE  MOXCADA. 

alientan  á  los  muy  ncce<;it,ados.  El  infante  don  Sancho, 
á  la  partida  destos  mensajeros  ofreció,  no  solo  de  se- 
guir y  acompañar  á  Berenguer  en  la  jornada  que  tenia 
dispuesta,  pero  asislillescon  sus  diez  galeras  hasta  que 
se  supiese  el  ánimo  y  voluntad  del  Rey.  Entenza,  en 
nombre  de  todos,  aceptó  el  ofrecimiento,  y  agradeció 
al  Infante  el  haber  tomado  tan  honrada  resolución, 
digna  de  un  hijo  de  la  casa  de  Aragón.  Con  esto  apre- 
suró Berenguer  su  partida  y  embarcó  la  gente;  pero 
al  tiempo  que  quiso  salir,  don  Sancho  mudó  de  pare- 
cer, olvidado  de  la  palabra  que  poco  antes  habla  da- 
do, y  faltando  á  su  mismo  honor  y  reputación  ;  cosa 
que  causó  en  todos  novedad ,  ver  en  tan  poca  distan- 
cia tomar  tan  diversas  y  encontradas  resoluciones,  sin 
haberse  podido  ofrecer,  por  la  cortedad  del  tiempo, 
nuevos  accidentes  que  le  pudieran  obligar.  Y  si  los 
pudiera  haber  de  tal  calidad  que  obligaran  á  romper 
palabras  dadas  con  tanto  fundamento  y  razón,  no  se 
puede  averiguar  por  lo  que  los  antiguos  nos  dejaron  es- 
crito, la  causa  que  pudo  mover  al  infante  á  tomar  re- 
solución tan  en  descrédito  suyo ;  pero  por  lo  que  res- 
pondió á  Berenguer  cuando  le  pidió  que  cmnpliese  su 
palabra,  que  fué  decir  solamente  que  así  cumplía  al 
servicia  de  su  hermano ,  se  puede  presumir  que  ad- 
virtió el  Infante  que  había  paces  entre  Andrónico  y  don 
Fadrique ,  y  que  sin  expreso  orden  suyo  no  habia  de 
ocupar  sus  galeras  en  daño  de  un  príncipe  amigo.  Esto 
bien  me  parece  que  pudiera  disculpar  al  Infante  para 
no  quedarse  cuando  no  lo  hubiera  ofrecido;  pero  em- 
peñada su  palabra ,  y  viendo  maltratar  los  mejores  va- 
sallos y  subditos  del  Rey  su  hermano ,  grande  descono- 
cimiento y  mengua  fué  el  no  asistilles  y  ayudulles; 
porque  ya  Andrónico,  degollando  á  Ins  catalanes  y 
aragoneses  que  se  hallaban  en  su  imperio,  rompió  las 
paces  prkncro. 

Berenguer,  con  el  sentimiento  que  debia,  según  él 
refiere  en  su  relación  que  envió  al  rey  don  Jaime  11  de 
Aragón,  dijo  al  tiempo  que  se  partía,  cuando  sus  rue- 
gos y  razones  no  15  pudieron  detener,  que  el  Infante 
fué  como  le  plugo ,  y  no  como  hijo  de  su  padre.  No 
perdieron  his  nuestros  ánimo  con  la  partida  de  don 
Sancho ,  ni  verse  desamparados  de  la  mayor  fuerza  les 
hizo  mudar  parecer.  Berenguer  de  Entenza  embarcó 
en  cinco  galeras,  dos  leños  con  remos,  y  diez  y  seis 
barcos,  ochocientos  infantes  y  cincuenta  caballos,  y 
salió  de  Galípoli  la  vuelta  de  la  isla  de  Mármora,  lla- 
mada de  los  antiguos  Propóntide.  Llegó  á  ella,  echó 
su  gente  en  tierra,  y  saqueó  la  mayor  parte  de  sus  pue- 
blos, degollando  sus  moradores ,  sin  perdonar  edad  ni 
sexo,  destruyendo  y  abrasando  loque  les  pudiera  ser 
de  algún  provecho  y  comodidad ;  porque  como  fué 
esta  empresa  la  primera  que  ejecutaron  después  de 
tantos  agravios ,  mas  se  dio  á  la  venganza  que  á  la  co- 
dicia. Con  la  misma  presteza  y  rigor  volvió  Berenguei 
á  las  costas  de  Tracia,  y  continuando  los  buenos  suce- 
sos, después  de  algunas  presas  de  navios,  acometió  á 
Recrea,  ciudad  grande  y  rica  ,  y  con  poca  pérdida  de 
los  suyos  la  entró  aviva  fuerza.  Ejecutóse  en  los  ven- 
cidos el  rigor  acostumbrado ;  y  recogido  á  los  navios 
y  galeras  lo  mas  lucido  y  rico  de  la  presa ,  entregaron 
ó  la  violencia  del  fuego  los  edificios ,  porque  hasta  las 
cosas  insensibles  y  mudas  quisieron  que  fuesen  testigos 
y  memoria  de  su  venganza.  Audrónic»  tuvo  aviso  de 


EXPEDICIÓN  DE  CATALANES  Y  ARAGONESES. 


Si 


la  perdido  de  P.ocroa  en  tiempo  que  juzgaba  (i  los 
pocos  cutalaues  Jiiiycndo  la  vuelta  de  Sicilia,  y  para 
atajar  les  daños  que  Berenguer  hacia  de  toda  aquella 
ribera  de  mar  que  los  griegos  llamaban  de  Natura, 
mandó  á  Calo  Juan ,  déspota,  su  liijo,  que  con  cuatro- 
cientos caballos  y  ia  infantería  que  pudiese  recogerse 
opusiese  á  Berenguer ,  y  le  impidiese  el  echar  gente  en 
tierra.  Junto  á  Puente  ílegia  supo  Berenguer  que  Calo 
Juan  venia,  y  el  número  y  calidad  de  sus  fuerzas,  y 
aunque  en  lo  primero  sojuzgó  por  muy  inferior,  en  lo 
segundo  le  pareció  que  aventajaba  á  su  enemigo ;  y  así, 
resolvió  de  echar  su  gente  en  tierra,  y  recibirá  Calo 
Juan ,  que,  avisado  también  por  sus  corredores  como 
Berenguer  con  su  gente  habian  puesto  el  pie  en  tierra, 
apresuró  el  camino,  temiendo  que  no  se  retirasen, 
porque  nadie  pudiera  creer  que  ricos  y  llenos  de  des- 
pojos quisieran  los  nuestros  aventurarse  sino  forzados. 
Llegaron  con  igual  ánimo  á  embestirse  los  escuadro- 
nos  ,  y  en  breve  espacio  se  mostró  claramente  que  el 
valor  es  el  qi:e  da  las  Vitorias ,  y  no  la  multitud ,  porque 
los  nuestros  quedaron  vencedores  siendo  pocos,  y  los 
griegos  rotos  y  degollados  siendo  muchos.  Calo  Juan 
escapó  con  la  vida,  y  llegó  á  Constantinopla  destroza- 
do. Andrónico  hizo  tomar  las  armas  al  pueblo ,  porque 
toda  la  gente  de  guerra  estaba  sobre  Galípolí ,  y  temió 
que  Berenguer  no  le  acometiese  la  ciudad.  Esta  rota  se 
dio  el  último  día  de  mayo  del  año  1304.  Fueron  tan 
prontas  estas  Vitorias,  y  alcanzadas  en  tan  diversas 
partes  y  tan  á  tiempo,  que  los  griegos  juzgaron  por 
mayores  nuestras  fuerzas ,  y  que  no  era  un  solo  Bcron- 
guor  el  que  les  hacia  el  daño ,  sino  muchos. 

CAPULLO  XXXIII. 

Prisión  (le  Berenguer  de  Entenza ,  con  nolablc  pérdida 
de  los  suyos. 

Con  tan  dichoso  principio  como  tuvieron  nuestras 
armas  contra  los  griegos,  gobernadas  por  Berenguer 
de  Entonza,prtreció  pasar  adelante  y  valerse  de  la  for- 
tuna y  tiempo  favorable ,  siendo  el  fin  y  remate  de  una 
Vitoria  el  principio  de  otra.  Resolvieron  los  nuestros 
acometer  los  navios  que  estaban  surgidos  en  los  puer- 
tos y  riberas  de  Constantinopla ,  y  quemar  sus  ataraza- 
nas; empresa  de  mayor  nombre  que  dificultad.  Nave- 
garon para  ejecutar  su  determinación  por  la  playa  entre 
Paccia  y  el  cabo  de  Gano  con  buen  tiempo;  pero  al 
amanecer,  descubriendo  velas  de  la  parte  de  Galípoü, 
tomáronse  pareceres  sobre  lo  que  se  debía  hacer,  vién- 
dose cortados  para  volver  á  Galípolí ,  y  todos  conformes 
se  metieron  en  tierra,  y  puestas  en  ella  las  proas  lo  mas 
cerca  que  pudieron,  las  popas  al  mar,  porque  en  aque- 
llas que  las  proas  no  iban  guarnecidas  de  artillería  la 
mayor  defensa  era  lo  alto  de  las  popas.  Tomaron  las  ar- 
mas, y  bien  apercebidos  aguardaron  lo  que  las  diez  y 
ocho  galeras  intentarían ,  que  ya  venían  á  dar  sobre  las 
nuestras.  Estas  dioz  y  ocho  galeras  eran  de  genovescs, 
que  ordinariamente  navegaban  aquellos  mares,  porque 
su  valor  ó  codicia  les  llevaba  por  lo  mas  remolo  de  su 
patria,  como  á  los  catalanes  de  aquel  tiempo.  Recono- 
cidos de  una  y  otra  parte ,  los  genovescs  fueron  los  pri- 
meros que  les  saludaron ,  con  que  los  nuestros  dejaron 
las  armas,  y  como  amigos  y  aliados  se  comunicaron  y 
hablaron.  Advirtieron  luego  los  genovescs ,  por  lo  que 
oyeron  platicar  do  los  sucesos  que  Berenguer  había  te- 


nido, la  mucha  ganancia  que  les  resultaría  y  el  gusto 
que  darían  al  emperador  Andrónico  y  á  los  griegos  si 
prendiesen  á  Berenguer  y  le  tomasen  sus  galeras;  y 
juzgando  por  menor  inconveniente  romper  su  fe  y  pa- 
labra que  dejar  de  las  manos  tan  importante  y  rica  pre- 
sa ,  enviaron  á  convidar  á  Berenguer  de  Entenza ,  dán- 
dole palabra  de  parte  de  la  Señoría  que  no  se  les  haría 
agravio  ni  ultraje  alguno;  que  viniese  á  honrar  su  ca- 
pitana, donde  tratarían  algunos  negocios  importantes 
á  todos.  Con  esto  Berenguer,  sin  advertir  en  lo  pasado 
y  en  los  daños  en  que  su  confianza  le  había  puesto ,  se 
fué  á  la  capitana,  donde  Eduardo  de  Oria  con  otros 
muchos  cabciileros  le  recibió  y  acarició.  Comieron  y 
cenaron  juntos  con  mucho  gusto  y  amistad;  tanto,  que 
Berenguer  se  quedó  á  dormir  en  la  capitana,  prosiguien- 
do hasta  muy  tarde  algunas  pláticas  en  razón  de  su 
conservación.  A  la  mañana,  cuando  quiso  volverse  á  su 
galera,  Eduardo  de  Oria  le  prendió  y  desarmó,  y  otros 
genovescs  hicieron  lo  mismo  con  los  demás  que  le 
acompañaban,  y  las  diez  y  oclio  galeras  dieron  sobre 
los  nuestras,  desapercebidas  y  descuidadas.  Ganáronse 
luego  las  cuatro  con  pérdida  de  doscientos  genoveses; 
pero  la  galera  deBerenguer  de  Viilamarin,  que  tuvo  al- 
gún poco  de  tiempo  para  ponerse  en  defensa,  la  hizo  de 
manera,  que  con  tener  sobre  sí  diez  y  ocho  proas,  no 
la  pudieron  entrar  hasta  que  lodos  los  que  la  defendían 
fueron  muertos,  sin  escaparse  un  hombre  snlo  :  tanta 
fué  la  obstinación  con  que  pelearon.  Murieron  en  el 
combate  desfa  sola  galera  trescientos  genovescs,  y 
fueron  muchos  mas  los  heridos.  Pacliímer  io  dice  que 
los  genoveses  aquella  noche  que  llegaron  á  juntarse  con 
las  galeras  catalanas  despacharon  secretamente  una  de 
sus  galeras  á  Pera ,  dándoles  aviso  que  estaban  con  los 
catalanes,  los  cuales  les  decían  que  Andrónico  estaba 
indignado  contra  e!los  y  que  les  quería  castigar,  y  que 
les  persuadían  que  juntq^  acometiesen  á  Constantino- 
pla. Llegado  el  aviso  á  Pera,  los  genoveses  dieron  ra- 
zón al  Emperador,  y  que  él  les  ordenó  que  les  acome- 
tiesen, ofreciendo  de  hacelles  muchas  mercedes;  y  así, 
al  otro  día  ojocutaron  lo  referido.  Este  lastimoso  fin 
tuvo  la  jornada  de  Berenguer,  mal  determinada,  lien 
ejecutada,  digna  de  mayor  fortuna ;  poro  ¡qué  difícil- 
mente los  consejos  humanos  pueden  prevenir  casos  se- 
mejantes !  Discurrióse  en  la  determinación  dcsta  jor- 
nada entre  los  capitanes  de  los  peligros  que  pudieran 
sobreveníllc,  y  con  ser  tantos  y  tan  vaiios  los  que  se 
propusieron,  fué  este  accidente  ni  imaginado  ni  pre- 
visto ;  con  que  claramente  se  muestra  que  los  juicios  de 
los  hombres,  aunque  fundados  en  razón,  no  pueden 
prevenir  los  de  Dios.  Al  infante  don  Sancho  se  debe 
culpar,  porque  fué  la  mas  cercana  causa  de  es!  a  pérdi- 
da. Si  como  debiera,  acompañara  á  Berenguer,  fueran 
las  Vitorias  que  se  alcanzaron  mayores,  los  genoveses 
no  se  atrevieran,  y  las  fuerzas  de  Galípoli  se  aumenta- 
ran ;  con  que  la  guerra  se  hiciera  con  mayores  ventajas 
y  reputación.  D(Tcnguer  con  serviles  prisiones  fué  lle- 
vado, con  algunos  caballeros  de  su  compañía,  á  Pera ;  y 
porque  temieron  que  Andrónico  no  se  les  quitase  para 
satisfíiccren  su  persona  los  daños  rccebidos,  le  pasaron 
ú  la  ciudad  de  Trapisonda,  puesta  en  la  ribera  del  mar 
de  Ponto ,  donde  los  genoveses  tenían  factoría,  y  le  tu- 
vieron en  ella  basta  que  las  galeras  volvieron.  Los  gc- 
novo'óes  hicieron  una  cosa  bien  hecha;  porque  luego 


32  DON  FRANCISCO 

que  tomaron  las  galeras  caíalanas  se  vinieron  á  Pera,  i 
sin  querer  entregar  ningún  prisionero  á  los  griegos  ni  | 
vender  cosa  de  la  presa,  aunque  el  Emperador  les  acá-  I 
rieló  y  lionró. 

Con  este  buen  sucesotratóel  Emperador  con  lo'í  mis-  ¡ 
nios  gcnoveses  que  emprendiesen  de  echar  á  los  cata-  | 
lañes  que  estaban  en  Galípoli ,  y  ellos  se  lo  ofrecieron 
con  que  les  diese  seis  mil  escudos.  Fué  contento  An-  i 
drónico  de  dallos,  y  así  se  los  envió;  pero  ellos,  como  | 
genle  atenta  á  la  ganancia,  pesaron  el  dinero,  y  liallán-  i 
dolé  falto,  se  lo  volvieron  á  enviar.  Andrónico replicó 
que  les  satislaria  el  daño,  y  entonces  ya  no  quisieron, 
porque  informados  mejor  de  lo  que  emprendían ,  no  les 
pareció  igual  paga.  Supo  el  Emperador  que  traían  áBe- 
rengucr  preso ;  procuró  con  amenazas  y  ruegos  que  se 
le  entregasen ,  y  últimamente  ofreció  por  su  persona 
veinte  y  cinco  mil  escudos.  T*odo  se  le  negó,  temiendo, 
á  lo  que  yo  sospecho,  que  el  rey  de  Aragón  no  hiciese 
gran  sentimiento  si  Berenguer,  tan  grande  y  principal 
vasallo  suyo,  padeciera  afrentosa  muerte  en  poder  del 
emperador  Andrónico;  el  cual  tentó  el  medio  mas  efi- 
caz que  pudo ,  ofreciendo  á  ciertos  patrones  destas  ga- 
leras ,  para  que  con  algún  engaño  se  le  entregasen,  ocho 
mil  escudos  y  diez  y  seis  pares  de  ropas  de  brocado ; 
pero  descubierto  el  trato,  no  quisieron  que  Andrónico 
tentase  alguna  violencia ;  y  así ,  se  partieron ,  dejando 
muy  desabrido  al  Emperador.  A  la  entrada  del  estre- 
cho Ramón  Montaner,  de  parte  de  los  que  quedaban  en 
Galípoli,  llegó  con  una  fragata  á  pedir  á  Eduardo  de 
Oria  le  diesen  la  persona  de  Berenguer,  y  ofreció  el  di- 
nero que  pudieron  recoger  por  su  rescate,  que  fueron 
Jiasta  cinco  mil  escudos;  pero  los  genoveses  no  quisie- 
ron, ó  por  parecelles  poca  la  cantidad,  á  lo  que  tengo 
por  mas  cierto,  ó  por  no  irritar  el  ánimo  de  Andrónico 
si  ponían  en  libertad  un  enemigo  suyo  en  puesto  que 
se  tenia  por  sus  mayores  enegiígos ,  de  donde  con  ma- 
yor daño  pudiese  segunda  vez  destruir  sus  provincias 
y  asolar  sus  ciudades.  Desesperado  Montaner  de  alcan- 
zar su  libertad,  dióle  parte  del  dinero  que  traía,  y  le 
ofreció  que  en  nombre  del  ejército  se  enviarían  emba- 
\adori'S  al  rey  de  Aragón  y  al  de  Sicilia  para  que  se  sa- 
tisfaciese agravio  tan  notable  como  prender  debajo  de 
seguro  un  capitán  de  un  rey  amigo. 

CAPITULO  XXXIV. 

Los  pocos  que  quedaron  en  Galípoli  dan  barreno  á  todos  los 
navios  de  su  armada. 

Preso  Berenguer  de  Entenza ,  y  muertos  los  mejores 
caballeros  y  soldados  que  le  siguieron,  quedaron  solos 
en  Gíilípolí  con  Rocafort,  su  senescal,  mil  y  doscientos 
infantes  y  doscientos  caballos,  y  cuatro  caballeros,  bue- 
nos soldados,  Guillen  Sisear  y  Juan  Pérez  de  Caldés, 
catalanes ,  y  Fernando  Gori  y  Jímeno  de  Albaro,  arago- 
neses ,  y  con  ellos  Ramón  Montaner,  capitán  de  Galípo- 
li. Este  tan  poco  número  de  gente  defendió  aquella 
plaza,  y  cuando  supieron  que  Berenguer  con  su  armada 
se  había  perdido ,  y  que  el  sucorro  que  esperaban  había 
de  venir  por  su  mano  ya  no  tenia  lugar,  y  aunque  reco- 
nocieron el  peligro  cierto ,  no  perdieron  el  ánimo;  an- 
tes cobrando  de  la  adversidad  mayor  esfuerzo,  dieron 
ejemplo  raro  á  los  venideros  de  lo  que  se  debe  hacer  en 
casos  donde  el  honor  corre  riesgo  de  que  alguna  mal 
advertida  resolución  manclie  su  limpieza,  conservada 


DE  MONCADA. 

largos  años  sin  nota  de  infamia.  Tuvieron  consejo,  y  en 
él  hubo  diferenles  pareceres.  Hubo  algunos  que  les  pa- 
reció forzoso  el  desamparar  á  Galípoli,  y  que  tratar  de 
defendella  era  desatino;  que  se  embarcasen  en  sus  na- 
vios y  fuesen  la  vuelta  de  la  isla  de  Metellin,  p)rque 
con  facilidad  la  podrían  ganar  y  con  la  misma  defende- 
lla, de  donde  correrían  aquellos  mares  con  mas  seguri- 
dad suya  y  daño  del  enemigo;  y  que  sus  pocas  fuerzas 
no  daban  lugar  á  mayor  satisfacion.  Fué  tan  nial  reci- 
bido este  consejo  de  los  mas,  que  con  palabras  llenas  de 
amenazas  le  contradijeron,  y  determinaron  que  Galí- 
poli se  defendiese ,  y  que  fuese  tenido  por  infame  y 
traidor  el  que  lo  rehusase.  Estimaron  en  tanto  su  de- 
terminación, que  por  quitarse  el  poder  de  mudalla 
barrenaron  los  navios;  con  que  perdieron  la  esperanza 
de  la  retirada  por  mar,  quedándoles  la  que  abriesen  sus 
espadas  en  los  escuadrones  enemigos.  Siguieron  el 
ejemplo  de  Aga tóeles,  en  África,  y  le  dieron  á  Hernan- 
do Cortés  en  el  nuevo  mundo ;  entrambos  celebrados  en 
la  memoria  de  los  hombres  por  los  mas  ¡lustres  que  el 
valor  humano  pudo  emprender.  Agatocles,  rey  de  Si- 
cilia, pasó  con  una  armada  á  la  África  contra  los  car- 
tagineses. Echada  su  gente  en  tierra,  echó  á  fondo  sus 
navios,  con  que  forzosamente  hubo  de  vencer  ó  morir; 
pero  este  tenía  mas  confianza  y  razón  de  vencer,  por- 
que llevaba  consigo  treinta  mil  hombres,  y  la  guerra 
solamente  contra  Cartago.  Los  catalanes  se  hallaron 
pocos,  lejos  de  su  patria,  y  la  guerra  contra  todas  las 
naciones  del  oriente.  Superior  á  la  mayor  alabanza  fué 
la  determinación  de  Cortés ;  porque  ¿quién  pudo  en  ig- 
notas provincias,  distando  inmenso  espacio  de  su  patria, 
echar  á  fondo  sus  navios  y  escoger  una  muerte  casi 
cierta  por  una  Vitoria  imposible ,  sino  un  varón  á  quien 
Dios  con  admirable  provitlencia  permitió  que  fuese  el 
que  á  su  verdadero  culto  redujese  la  mayor  parte  de  la 
tierra?  No  quiero  hacer  juicio  si  este  ó  el  de  los  cata- 
lanes fué  mayor  hecho,  porque  pienso  que  son  entram- 
bos tan  gandes,  que  fuera  hacelles  notable  injuria  si 
para  preferir  al  uno  buscáramos  en  el  otro  alguna  parte 
menos  ilustre  por  donde  le  pudiéramos  juzgar  por  in- 
ferior. Españoles  fueron  todos  los  que  lo  emprendieron ; 
sea  común  la  gloria. 

CAPITULO  XXXV. 

Salen  los  nuestros  de  Galípoli  á  pelear  con  los  griegos ,  y  alcanzan 
de  ellos  seflaladísima  Vitoria. 

Después  de  barrenados  los  navios,  contentos  de  verse 
fuera  de  peligro  de  perder  la  reputación  con  la  retirada, 
dispusieron  su  gobierno.  Dieron  á  Rocafort  doce  con- 
sejeros por  cuyo  parecer  se  gobernase.  Esta  elección  se 
hacia  por  los  votos  de  la  mayor  parte  del  ejército,  y  su 
poder  en  los  consejos  era  igual  al  de  Rocafort,  y  él  eje- 
cutaba lo  que  por  parecer  de  los  demás  se  resolvía.  Hi- 
cieron sello  para  sus  despachos  y  patentes,  con  la  ima- 
gen de  san  George,  y  escritas  en  su  orla  estas  letras:  Sello 
de  la  hueste  de  los  francos  que  reinan  en  Tracia  y  Ma- 
cedonia.  Prudentemente,  ámijuicio,  pusieron  en  lugar 
de  catalanes,  francos,  por  ser  nombre  mas  universal  y 
menos  aborrecido ,  y  quisieron  mostrar  que  aquel  ejér- 
cito era  compuesto  de  casi  tbdus  las  naciones  de  Euro- 
pa contra  los  griegos,  y  que  era  causa  común  de  todos 
el  socorrelles.  Por  grandeza  de  ánimo  tengo  no  estre- 
charse ios  hombres  al  nombre  de  su  patria,  porque  coQ 


LXPEDICION  DE  CATALANES  Y  ARAGONESES. 


33 


este  íinmlírc  no  so  extrañíipeii  los  españoles  de  otras 
provincias, iiuliaiio^  y  tVaiicoses;  sino  (lilalalle  por  todo 
c!  rije  de  la  tierra  ,  patria  común  de  lodos  lus  viviente^ 
El  eueinif;o  se  voiiia  llegando  á  las  murallas  de  Galí- 
poli  y  estreciiaba  á  los  sitiados;  y  como  en  las  ordinarias 
escaramuzas,  aunque  con  mayor  daño  de  los  griegos, 
se  perdia  gente  de  nuestra  parte ,  resolvieron  de  salir  á 
pelear  con  twlas  sus  fuerzas  y  aventurar  en  un  trance 
de  una  batalla  su  vida  y  libertad  :  consejo  que  le  d?ben 
seguir  los  que  no  pueden  largo  tiempo  conservar  la 
guerra.  No  se  hallaron  en  Galípoli  para  salir  á  pelear, 
entre  infantes  y  caballeros,  mil  y  quinientos,  puesto  que 
Nicéforo  dice  que  fueron  tres  mil ;  pero  el  autor  escri- 
bió por  relación  de  los  griegos,  á  quien  el  temor  pudo 
engañar,  y  parecer  doblado  el  número  de  los  ene-nigos. 
Levantaron  un  eslandarle,  antes  de  salirá  pelear,  con  la 
imagen  de  san  Pedro ;  pusiéronle  sobre  la  torre  princi- 
pal de  Galípoli  con  grandes  demostraciones  de  piedad; 
y  puestos  de  rodillas,  después  de  haber  hecho  una  bre- 
ve oración  al  santo,  invocaron  á  la  Virgen.  Al  tiempo 
que  empezaron  la  Salve  con  devotas  aunque  confusas 
voces,  eslando  el  cielo  sereno,  les  cubrió  una  nube,  y 
llovió  sobre  ellos  hasta  que  acabaron,  y  luego  de  im- 
proviso se  desvaneció.  Quedaron  admirados  de  tan  gran 
prodigio ,  y  sintieron  en  sus  corazones  grandes  afectos 
de  piedad  y  religión ,  con  que  les  creció  el  ánimo ,  y  tu- 
vieron por  cierla  la  vitoria ,  pues  con  tan  claras  señales 
el  cielo  les  ftivorecia.  Reposaron  aquella  noche,  no  con 
poco  cuidado  de  que  fuese  la  última  de  su  vida.  Sábado 
por  la  mañana,  que  fué  el  siguiente,  á  los  21  de  junio, 
salieron  de  sus  murallas  y  reparos.  El  enemigo,  de- 
jando por  guarda  de  sus  reales ,  que  estaban  en  Bra- 
cbialo,  dos  millas  de  Galípoli ,  parte  de  su  ejército ,  con 
ocho  mil  caballos  y  mayor  número  de  infantes  se  ade- 
lantó á  pelear.  Los  nuestros  echaron  su  caballería  por 
el  lado  izquierdo  de  su  infantería,  abrigándose  por  el 
derecho  del  terreno  algo  quebrado.  Guillen  Pérez  de 
CaIJés,  caballero  anciano  de  Cataluña,  llevaba  el  es- 
tandarte del  rey  de  Aragón ;  Fernán  Gori  el  de  don  Fa- 
drique,  rey  de  Sicilia;  que  olvidados  de  sus  príncipes, 
jamás  olvidaron  su  memoria ;  el  de  san  George  dieron  á 
Jimeno  de  Albaro,  y  Rocafort  encomendó  el  suyo  á  Gui- 
llen de  Tous.  Las  centinelas  que  estaban  en  lo  alto  de 
las  torres  de  Galípoli  dieron  la  señal  de  acometer,  por- 
que descubrían  mejor  al  enemigo,  que  venia  mejorán- 
dose por  los  collados.  Cerraron  de  una  y  otra  parte  con 
gallardía,  y  fué  tanta  la  furia  del  primer  encuentro,  que 
afirma  Montaner  que  los  que  quedaron  dentro  de  Galí- 
poli les  pareció  que  todo  el  lugar  venia  al  suelo,  á  se- 
mejanza de  terremoto.  No  pudieron  los  griegos  contra 
soldados  tan  pláticos  y  valientes ,  aunque  con  tanta  des- 
igualdad ,  salir  con  vitoria.  Dieron  luego  la  vuelta  hacia 
sus  reales ,  donde  pensaron  rehacerse.  Los  que  queda- 
ron en  su  defensa,  viendo  su  gente  rota,  salieron á  de- 
tener al  enemigo,  que  con  furia  y  rigor  increible  venia 
ejecutando  la  vitoria.  El  nuevo  socorro  de  gente  des- 
cansada detuvo  algo  á  los  vencedores,  porque  era  la 
mejor  del  ejército ;  pero  repetido  el  nombre  de  san  Geor- 
ge ,  cerraron  con  igual  ánimo,  y  segunda  vez  vencieron 
á  los  griegos,  ganándoles  sus  alojamientos.  Volvieron 
las  espaldas  Umberto  Palor,  Basila  y  el  grande  Eteriarca. 
Siguióse  el  alcance  veinte  y  cuatro  millas  hasta  Mono- 
castuno;  degollando  siempre  sin  resistencia  alguna,  por- 
ü-u 


que  la  iiuida  les  hizo  dejar  l;is  nrmns  ron  que  nprf-tndos 
pudieran  defenderse  de  los  nuestros,  que  esp¡i  cidos, 
rnnsados  y  pocos,  les  seguían ;  pero  la  vileza  de  los  grie- 
gos era  tnnla ,  que  reliere  un  autor  que  p'  r  las  heridas 
en  el  rostro  no  osaban  volvelle,  aunque  con  solo  osle 
riesgo  se  pudieran  defender;  última  nii!-eri!i  á  quepue<'e 
llegar  un  hombre,  cuando  teme  las  heridas  ma^  que  tt 
infamia.  La  mayor  parte  de  los  griegos  vencidos  mu- 
rieron ahogados,  porque  seguidos  de  los  catalanes,  de 
quien  no  esperaban  buena  guerra, sino  afrenlay  muer- 
te ,  se  arrojaban  en  los  barcos  y  leños  de  la  ribera ,  car- 
gando en  ellos  mas  gente  de  la  que  puilieran  llevar;  coa 
cuyo  peso,  con  la  prie'^a  de  los  que  entraban ,  venían  al 
fondo  y  se  abrian,  ayudando  á  esta  pérdida  los  proprins 
catalanes,  que  metidos  en  el  agua,  á  cuchilladas,  y  ¡isi- 
dns  de  los  bordes  de  los  barcos,  les  forzaban  á  eclnirse 
en  el  agua  ó  morir.  Cnn  la  noche  dejaron  el  alcance,  y 
cerca  de  la  media  volvieron  á  Galípoli,  sin  haber  reco- 
nocido los  despojos  que  el  enemigo  les  dejaba,  juzgando 
por  mayor  ganancia  quitar  vidas  y  derramar  sangre  de 
los  que  con  tanta  impiedad  quitaron  las  de  sus  coiiipa- 
ñems  y  amigos.  A  la  mañana  salieron  á  recoger  la  pre- 
sa, y  fué  de  manera,  que  tardaron  ocho  dias  en  reti- 
ralladeii  tro  de  Galípoli ;  vestidos  de  seda  y  oro  (en  aquel 
tiempo  mas  eslimados  por  no  ser  tan  comunes)  en  graa 
cantidad,  armas  lucidas  y  joyas  de  mucho  precio,  tres 
mil  caballos  de  servicio,  y  bastimentos  en  tanta  alnm- 
dancia,  que  en  muchos  dias  no  se  pudiera  temer  en  Ga- 
lípoli falla  dellos.  Murieron  de  los  vencidos  veinte  mil 
infantes  y  seis  mil  caballos ,  y  de  los  nuestros  un  ca')a- 
llo  y  dos  infantes  :  no  me  atreviera  á  referillo,  por  pa:e- 
cerme  caso  imposible,  si  autores  de  mucho  crédito  no 
refirieran  semejantes  acontecimientos.  Paulo  Orosio, 
escritor  antiguo  y  cristiano,  cuenta  de  Agatocles  que 
degolló  con  dos  mil  hombres  treinta  mil  cartagineses 
con  su  general  Annon ,  y  él  perdió  solos  dos  hombres. 

CAPITULO  XXXVL 

Previénese  Miguel  Paleólogo  para  venir  sobre  Galfpoli;  los  nues- 
tros salen  á  pelear  con  él  tres  jornadas  lejos,  y  entre  los  luya- 
res  de  Apros  y  Cipsela  se  da  la  batalla  ;  sale  della  Miguel  ven* 
cido  y  lierjdo. 

La  buena  dicha  de  nuestras  armas  puso  en  cuidado 
al  emperador  Andrónico  y  á  Miguel  su  hijo ,  porque 
nunca  creyeron  que  gente  tan  poca  se  les  pudiera  dar, 
y  forzalles  á  poner  todas  las  fuerzas  del  imperio  para 
su  ruina.  Con  el  suceso  de  Galípoli  resolvieron  lus  Em- 
peradores de  juntar  sus  gentes,  y  dar  sobre  los  nues- 
tros antes  que  pudiesen  de  Cataluña  ó  de  Sicilia  llegar 
socorros.  Destas  prevenciones  y  aparatos  de  guerra  fue- 
ron los  nuestros  avisados  por  una  espía  griega ,  que 
Montaner  envió  con  harto  recelo  de  que  volviese ,  por- 
que otras  de  la  misma  nación,  que  á  diversas  partes  se 
enviaron,  no  volvieron.  Catalanes  no  podían  servir  en 
esta  ocupación,  porque  siempre  eran  conocidos,  aun- 
que con  traje  y  lenguaje  griego  se  procuraban  encu- 
brir. Con  este  aviso  se  resolvieron  todos  de  salir  á  bus- 
car al  enemigo  la  tierra  adentro ;  resolución  tan  gallar- 
da como  cualquiera  de  las  otras  que  tomaron.  No  pienso 
yo  que  tantas  finezas  y  bizarrías  se  puedan  haber  leído 
en  otras  historias;  y  así,  algunas  veces  temo  que  mi  cré- 
dito y  fe  se  ha  de  poner  en  duda  ;  pero  advertido  el 
que  esto  leyere  que  Nicéforo  Gregoras  y  Pachimerio, 

3 


31  DON  FRANCISCO 

autores  griegos,  y  por  serlo,  enemigos,  y  Montaner,  ca- 
talán, concuerduii  en  lo  que  parece  mas  increíble,  ten- 
drá por  verdad  lo  que  escribunos.  Montaner  reíiereque 
la  principal  causa  que  les  movió  á  seguir  este  consejo 
i'ué  verse  ya  ricos  y  prósperos ,  y  temer  que  la  sobrada 
aíicion  de  sus  riquezas  y  el  temor  de  perdellas  no  les 
hiciera  perder  algo  de  su  reputación.  Siguiendo  los  con- 
sejos mas  cautos  y  menos  honrosos,  dejaron  en  Galípoli 
de  guarnición,  donde  quedaban  su  hacienda,  mujeres 
y  familia ,  cien  almugavares ,  y  partieron  la  vuelta  de 
Andrinópoli ,  plaza  de  armas  de  aquel  ejército  que  se 
juntaba  contra  ellos,  con  firme  determinación  de  pelear 
con  Miguel,  aunque  fuese  asistido  del  mayor  poder  de 
su  imperio.  Caminaron  tres  dias  por  Tracia ,  destru- 
yendo y  talando  la  campaña.  Llegaron  á  poner  una  no- 
che sus  cuarteles  á  la  falda  de  un  monte  poco  áspero. 
Las  centinelas  que  pusieron  en  los  altos  descubrieron 
de  la  otra  parte  grandes  fuegos ;  enviáronse  reconoce- 
dores, y  poco  después  volvieron  con  dos  griegos  pri- 
sioneros, de  quien  se  supo  la  ocasión  de  los  fuegos, 
que  fué  por  estar  Miguel  acuartelado  con  seis  mil  caba- 
llos y  mucho  mayor  número  de  infantes  entre  Agros  y 
Cipsela,  dos  aldeas  pequeñas,  aguardando  lo  restante  del 
campo.  Quisieron  algunos  que  aquella  misma  noche  se 
atravesase  la  montaña  que  les  dividía ,  y  diesen  sobre 
los  enemigos  descuidados;  y  no  me  parece  que  aproba- 
ron este  consejo ,  no  sé  por  qué  razón;  porque ,  puesto 
que  forzosamente  se  liabia  de  pelear  con  ellos ,  mas  fá- 
cil fuera  con  la  oscuridad  y  confusión  de  la  noche  aven- 
turarse, que  aguardar  la  mañana,  cuando  siendo  tan 
pocos  pudieran  ser  mejor  reconocidos.  Después  de  ha- 
berse todos  confesado  y  recibido  el  sacramento  de  la 
Eucaristía ,  hicieron  un  solo  escuadrón  de  su  infante- 
ría ,  y  la  caballería  dividen  igualmente  en  dos  tropas ,  á 
cada  lado  del  escuadrón  la  suya ,  y  otro  escuadrón  de- 
jaron en  la  retaguardia  para  socorrer  adonde  la  nece- 
sidad le  llamase.  Caminaron  la  vuelta  del  enemigo; 
al  salir  del  sol  se  hallaron  de  la  otra  parte  de  la  monta- 
ñuela,  de  donde  descubrieron  al  enemigo,  mas  podero- 
so de  lo  que  la  espía  les  dijo ,  y  fué  porque  dos  horas  an- 
tes llegó  la  mayor  parte  de  su  ejército,  que  le  faltaba. 
Reconoció  el  enemigo  su  venida;  y  como  entre  infantes 
y  caballos  no  llegaban  á  tres  mil  los  nuestros ,  juzgaron 
que  venia  á  rendirlas  armas  y  entregarse  á  la  clemen- 
cia de  Miguel ;  y  esto  lo  tuvieron  por  tan  cierto ,  que  ni 
querían  tomar  las  armas  ni  salir  de  sus  cuarteles.  Pero 
Miguel,  que  con  tanto  daño  suyo  conocía  por  experien- 
cia el  valor  de  sus  enemigos,  sacó  su  gente,  y  él  se  ar- 
mó y  puso  á  caballo,  ordenando  los  escuadrones  en 
esta  forma.  La  infantería,  repartida  en  cinco  escuadro- 
nes, á  cargo  de  Teodoro,  tio  de  Miguel,  general  de  toda 
la  milicia,  que  habia  venido  del  oriente;  en  el  cuerno 
siniestro  puso  las  tropas  de  caballería  de  los  alanos  y 
turcoples,  á  cargo  de  Basila ;  en  el  cuerno  derecho  se 
puso  la  caballería  mas  escogida  de  Tracia  y  Macedonia, 
con  los  valacüs  y  los  aventureros,  á  orden  del  gran 
Etriarca;  en  la  retaguarda  quedó  Miguel  con  los  de  su 
guarda  y  parte  de  la  nobleza  que  asistía  á  su  defensa. 
Acompañábale  el  déspota  su  hermano,  y  Senacarip 
Angelo,  que  este  día  no  quiso  tener  gente  de  guerra  á 
su  cargo,  por  hallarse  ocupado  en  la  defensa  del  Empe- 
rador y  tener  cuidado  de  la  seguridad  de  su  persona. 
Reconoció  Miguel  sus  escuadrones    y  animados  á  la 


DE  MONCADA. 

batalla ,  vinieron  cerrando.  Los  nuestros ,  divididos  cu 
cuatro  escuadrones,  con  grau  ánimo  y  resolución ,  los 
Pileros  con  quien  setoparon  fueron  losalanos  y  turco- 
pies,  que  su  caballería  (1)  embistió  el  primer  escuadrón 
de  almugavares,  que  invencible  quebrantó  su  furia; 
tanto,  que  dice  Pachimerio que  luego  se  retiraron  hu- 
yendo ,  aunque  Nicéforo  dice  que  los  masagetas  y  tur- 
copies,  cuando  tocaron  las  trompetas  para  embestir, 
huydt'on,  porque  tenían  resuelto  los  alanos  de  no  ser- 
vir al  Emperador,  y  los  turcoples  tenían  trato  con  ios 
catalanes.  De  cualquier  manera  que  ello  fuese,  ó  des- 
pués de  haber  embestido  ó  antes ,  ellos  huyeron  ,  y  la 
infantería,  descubierta  por  el  siniestro  lado  de  toda  la 
caballería  que  le  sustentaba ,  quedó ,  dice  Nicéforo ,  co- 
mo la  nave  sin  árbol  y  sin  velas  en  la  mayor  furia  de  la 
tempestad.  Parte  de  nuestra  caballería ,  que  se  habia 
juntado  de  almugavares  y  marineros,  habia  desmonta- 
do y  acometido  á  pié  por  aquella  parte.  La  ocasión  que 
tuvieron  para  desmontar  estas  tropas  fué  solo  por  ha- 
llarse inútiles  en  este  género  de  servicio,  y  que  si  no 
dejaran  los  caballos  no  pudieran  pelear.  Los  demás 
escuadrones  de  infantería,  libres  de  la  mayor  parte  de 
la  caballería  enemiga  que  les  pudiera  dañar,  cerraron 
por  la  frente  tan  vivamente ,  que  degolladas  las  prime- 
ras hileras,  donde  estaban  sus  mas  lucidos  y  valientes 
soldados,  todo  lo  demás  de  la  infantería  se  puso  en  hui- 
da, aunque  la  caballería  de  Tracia  y  Macedonia,  como 
la  mejor  y  de  mayor  repuLicion  de  aquellas-provincias, 
mantuvo  por  gran  rato  su  puesto ,  peleando  con  nues- 
tra caballería,  y  defendió  uno  de  sus  escuadrones  qi:e 
no  fuese  roto  hasta  que  los  almugavares  le  abrieren 
por  el  otro  costado  y  por  la  frente ,  y  entonces  su  ca- 
ballería con  mucha  pérdida  dejó  el  puesto,  huyendo  la 
vuelta  de  Cipsela.  Miguel,  como  buen  príncipe  y  va- 
liente soldado,  viendo  sus  escuadrones  rotos,  y  su  ca- 
ballería parte  retirada  y  parte  deshecha,  y  en  quien 
tenía  puesta  la  mayor  esperanza  de  vencer,  sacó  su  ca- 
ballo la  vuelta  del  enemigo ,  y  luego  repentinamente 
quedó  el  caballo  sin  freno,  y  se  arrojó  la  vuelta  de  los 
enemigos.  Detenido  de  los  que  estaban  en  su  guarda, 
hubo  de  subir  en  otro  caballo,  y  sin  tener  por  mal  agüe- 
ro el  haber  perdido  el  freno  su  caballo,  se  metía  por  lo 
mas  peligroso ,  y  con  gran  presteza  animaba  á  unos, 
socorría  á  otros ,  cuándo  con  amenazas ,  cuándo  con 
ruegos,  llamando  á  sus  capitanes  y  maestres  de  campo 
por  sus  nombres ,  que  volviesen  las  caras ,  que  resistie- 
sen, que  no  perdiesen  aquel  día  con  tanta  mengua  la 
reputación  del  imperio  romano.  Los  soldados  y  capita- 
nes, perdido  una  vez  el  miedo  á  su  fama,  y  puesto  en 
ejecución  caso  tan  feo  como  desamparar  la  persona  del 
Príncipe,  también  le  perdieron  á  sus  ruegos  y  quejas; 
porque  cuanto  mayor  es  la  infamia  de  un  hecho ,  tanto 
mas  difícil  es  el  arrepentimiento.  Entonces  Miguel  qui- 
so con  el  ejemplo,  ya  que  no  pudo  con  las  palabras, 
obligalles;  y  juzgando  por  grande  afrenta  no  aventurar 
su  vida  por  la  de  los  suyos,  vuelto  á  los  pocos  que  le 
seguían,  les  dijo  :  «Ya  llegó  el  tiempo,  compañeros  y 
amigos,  en  que  la  muerte  es  mejor  que  la  vida,  y  la 
vida  mas  cruel  que  la  misma  muerte.  Muérase  con  re- 

(1)  Cuya  caballería ,  debiera  decir,  pues  el  que  precedente  no 
puede  interpretarse  como  causal ;  pero  este  y  otros  descuidos  que 
advertirán  los  lectores,  provienen  de  que  Moscada  no  dio  á  su  es- 
crito la  üiiima  mano. 


EXPEDICIÓN  DE  CATAL 
pi;tnrinn,pí  ce  lia  de  vivir  con  iiifjimia.))  Y  Itívanfaticloei 
rostro  alélelo,  pidiéndole  su  a\uda,  se  arrojó  con  su 
caballo  en  medio  de  ios  nuestros.  Siguiéronle  liasta 
ciento  de  los  mas  fieles,  y  por  un  grande  espacio  pu?o 
la  Vitoria  en  duda  :  tanto  puede  en  semejantes  occisio- 
nes la  persona  del  príncipe  que  se  aventura.  Hirió  á 
muchos  y  mató  á  dos.  Un  marinero  catalán,  llamado 
Berenguer,  que  en  la  jornada  deste  dia  se  halló  sobre 
un  buen  caballo  y  con  lucidas  armas,  despojos  de  la 
Vitoria  pasada ,  anduvo  entre  los  enemigos  tan  bizarro, 
que  Miguel  por  entrambas  causas  le  tuvo  por  algún  se- 
ñalado capitán  de  nuestra  nación,  y  con  deseo  de  mos- 
trar su  esi'uerzo,  se  fué  para  él  y  le  dio  una  cuchillada 
en  el  brazo  izquierdo.  Revolvió  sobre  Miguel  el  marinero 
con  tanta  presteza,  que  sin  darle  tiempo  de  sacar  su 
caballo,  agolpes  de  mázale  hizo  sallar  el  escudo,  y  le 
hirió  en  el  rostro,  y  al  mismo  tiempo  le  mataron  á  Mi- 
guel el  caballo,  y  le  tuvieron  casi  rendido;  pero  algu- 
nos de  su  guarda  le  socorrieron  valientemente,  y  uno 
dellos  le  dio  su  caballo,  con  que  se  salvó,  quedando 
muerto  por  librar  á  su  principe.  Miguel,  perdida  la 
mayor  parte  de  su  gente ,  y  libre  del  peligro  por  su  va- 
lor y  porsudií-ha,  se  salió  de  la  batalla,  llevado  mas 
por  la  fuerza  de  los  suyos  que  por  su  voluntad.  Intentó 
muchas  veces  volver  á  cobrar  la  reputación  perdida; 
pero  siempre  fué  detenido,  y  su  coraje  reventó  en  lá- 
grimas. Retiróse  dentro  del  castillo  de  Apros,  con  que  la 
vitoriase  declaró  pornosotros.  No  se  siguió  el  alcance, 
porque  entendieron  siempre  que  á  los  griegos  les  que- 
daban fuerzas  enteras  para  volver  segunda  vez  á  pe- 
lear, y  temieron  alguna  emboscada,  según  Pachimerio 
dice;  y  añade  que  fué  particular  providencia  de  Dios 
el  miedo  que  tuvieron  los  catalanes  de  la  emboscada, 
para  detenelles  que  no  ejecutasen  la  vitoria,  donde 
perecieran  muchos  mas,  y  Miguel  llegara  á  sus  manos. 
Contentáronse  con  quedar  señores  del  campo ,  y  aguar- 
dar la  mañana,  que  les  desengañarla  desús  sospechas. 
Toda  aquella  noche  se  estuvo  con  las  armas  en  la  mano. 
Llegó  la  mañana,  y  reconocieron  que  su  vitoria  habia 
sido  con  entero  cumplimiento.  Acometieron  á  Apros  el 
mesmo  dia,  que  defendido  solo  de  sus  vecinos,  fácil- 
mente se  entró.  En  este  lugar  se  detuvieron  ocho  dias 
para  que  los  heridos  se  curasen  y  los  demás  descansa- 
sen del  trabajo  y  fatiga  de  la  batalla.  Súpose  luego  co- 
mo la  gente  que  Miguel  aguardaba ,  según  las  espías 
refirieron ,  ya  se  le  habia  juntado  antes  de  la  batalla ,  y 
que  todo  estaba  veiicido.  Perecieron,  según  Montaner, 
del  enemigo  diez  mil  caballos  y  quince  mil  infantes;  de 
los  nuestros  veinte  y  siete,  y  nueve  caballos.  Retirado 
Miguel  dentro  de  Apros ,  no  se  tuvo  por  seguro ,  y  aque- 
lla misma  noche  se  salió ,  y  se  fué  á  Panfilo,  y  de  allí  á 
Didimoto,  donde  estaba  su  padre,  de  quien  cuenta  Ni- 
céforo  que  fué  reprehendido  gravemente  porque  puso 
su  persona  tan  atrevidamente  en  tanto  riesgo;  que  lo 
que  en  un  soldado  ó  capitán  se  debía  de  alabar,  en  un 
emperador  era  digno  de  reprehensión  :  palabras  naci- 
das de  la  afición  de  un  padre ,  mas  de  lo  que  debiera 
aconsejar  si  no  lo  fuera ;  porque  no  sé  yo  que  tenga  el 
Príncipe  mayor  obligación  de  aventurarse  que  la  que 
Miguel  se  aventuró,  cuando  ve  sus  escuadrones  deshe- 
chos, su  reputación  en  peligro,  su  gente  muerta  y  sus 
estados  perdidos.  ¿  Qué  príncipe  de  los  celebrados  en 
la  memoria  de  Jas  gentes  dejó  de  poner  su  vida  al  raa- 


ANES  Y  ARAGONESES.  3j 

yor  r'e<-go,  cuando  la  importancia  y  grandeza  del  cuso 
es  de  tal  calidad? 

Con  esta  vitoria  la  mayor  parte  de  la  provincia  de  ' 
Tracia  quedó  por  de-pojnsde  los  nuestros.  La«;ciuila- 
des  populosas  y  fuertes  no  padecieron  en  esta  común 
tempestad,  porque  siendo  los  catalanes  tan  pocos,  no 
se  querían  ocupar  en  asaltar  murallas,  donde  forzosa- 
mente habían  de  perder  gente;  y  si  algunas  tomaron, 
fué  porque  el  descuido  del  enemigo  les  convidó  para 
que  lo  pudiesen  hacer  sin  aventurarse  mucho.  Los 
moradores  de  las  aldeas  y  poblaciones  de  griegos  de 
toda  la  provincia,  sabida  la  pérdida  de  su  ejército,  de- 
jaron sus  casas  y  sus  haciendas  y  el  trigo  que  estaba 
ya  para  recoger,  y  peregrinando  por  reinos  vecinos, 
acrecentaron  el  temor  de  nuestra  venganza;  y  dice  Pa- 
chimerio que  entraba  de  todas  partes  inliniía  gente 
huyendo ,  y  que  parecia  Constantinopla  la  esfera  de  Em- 
pedüclcs(l).  Fué  ocasión  esta  vitoria  de  que  sucediese 
en  Andrinópolí  un  caso  lastimoso  á  los  catalanes  que 
estaban  presos  desde  la  muerte  de  Roger,  que  llegaban 
al  número  de  sesenta.  Tuvieron  aviso  de  la  vitoria  de 
Apros,  animáronse  á  intentar  su  libertad.  Estaban  en 
una  cárcel  fuerte  de  una  torre ;  rompieron  los  grillos, 
y  acometiendo  una  puerta,  no  la  pudieron  abrir;  subie- 
ron á  lo  alto  de  la  torre  para  reconocer  algún  camino 
de  su  libertad;  no  fué  posible  hallarle ,  y  como  deses- 
perados de  hallar  piedad  en  los  griegos,  desde  arriba, 
con  las  armas  que  pudieron  alcanzar,  pelearon  valien- 
temente con  los  ciudadanos  de  Andrinópolí,  que  sitia- 
ron la  torre  y  la  procuraron  ganar  á  fuerza  de  armas; 
pero  fué  tanto  el  valor  de  los  que  la  defendían,  que  no 
fué  posible  hacerles  daño.  Finalmente,  después  de  mu- 
chas heridas,  los  ciudadanos,  desesperados  de  podelles 
rendir ,  se  resolvieron  de  quemar  todo  el  edificio  y  tor- 
re. Diéronle  fuego  por  todas  partes,  y  en  poco  ralo  se 
encendió  con  gran  ruina  del  edificio.  Por  entre  las  lla- 
mas y  el  fuego  arrojaban  piedras  y  dardos,  y  medio 
abrasados  peleaban.  Despidiéronse ,  y  abrazados  unos 
con  otros ,  hecha  la  señal  de  la  cruz  ( así  lo  dice  Pachi- 
merio ) ,  se  arrojaron  en  el  fuego  todos ;  y  entre  ellos 
dos  hermanos  de  linaje  ilustre  y  de  ánimo  valeroso, 
abrasándose  con  gran  lástima  de  los  circunstantes,  se  ar- 
rojaron de  la  torre,  y  escaparon  del  fuego,  que  con  mas 
piedad  les  perdonó  que  el  hierro  de  los  pérfidos  griegos, 
de  quien  fueron  despedazados.  Entre  estos  sesenta,  so- 
lo hubo  uno  que  diese  muestras  de  rendirse,  á  quien 
los  otros  arrojaron  de  la  torre.  Después  de  haber  des- 
truida y  talada  la  mayor  parte  de  la  provincia,  volvie- 
ron á  Galípoli ,  acrecentados  de  reputación ,  de  hacien- 
da y  de  gente  que  se  les  juntaba  de  italianos,  france- 

(1)  Este  símil ,  usado  en  efecto  por  Pachyraeres,  aanque  no  al 
describir  la  batalla  de  Apros,  sino  en  el  lib.  6,  cap.  25  de  la  His- 
toria de  Andrónico ,  creemos  que  necesita  alguna  interpretación. 
La  fráse  es  completamente  metafórica,  y  alude  á  cierta  secta  de 
ülüsofos  que  habia  en  Corinto ,  llamados  ancmocelas ,  los  cuales 
suponían  tener  potestad  sobre  los  vientos,  guardándolos  encerra- 
dos y  adormecidos  en  una  especie  de  odre  ó  esfera,  donde,  como 
en  la  cueva  de  Eolo,  ó  mas  bien  en  las  odres  de  Ulíses,  se  halla- 
ban reducidos  á  una  opresión  rigorosa.  A  aquella  secta  pertenecía 
Erapedocles,  y  á  su  odre  ó  esfera  hace  referencia  el  símil ;  porque 
verdaderamente  las  fuerzas  de  los  griegos,  agolpados  y  como  suje- 
tos en  Constantinopla,  parecían  á  las  de  los  vientos  metidas  en  tan 
pequeño  espacio.  Quien  desee  aclaraciones  mas  amplias  sobre  la 
expresión  esfera  de  Empedocles  puede  consultar  el  Glosario  de  Pe- 
dro Posin  á  ia  Historia  de  Pachymeres,  de  Miguel  Paleólogo,  edi- 
ción de  Roma,  de  1666,  pág.  417, 


3fi  DON  FRANCISCO 

Pfs  y  eKpnñoIns ,  que  pudieron  escapar  de  la  crueldad  y 
íunu  de  los  griegos. 

CAPÍTULO  XXXVII. 

Estado  de  las  cosas  de  Andrónico  y  de  los  griegos. 

En  todos  tiempos  y  edades  se  lia  mostrado  la  igual- 
dad de  la  justicia  divina,  pero  en  unos  se  lia  señalado 
mas  que  en  otros  con  el  azote  de  alguna  pestilencia, 
liambre  ó  guerra.  Esta  última  se  tomó  para  castigo  de 
Andrónico  y  de  los  griegos,  que  apartados  de  la  obe- 
diencia de  la  romana  Iglesia ,  madre  universal  de  los 
qut^iilitan  en  la  tierra,  cayeron  en  mil  errores,  y  por 
ellos  y  por  los  demás  pecados  que  antes  se  siguieron 
permitió  Dios  que  los  catalanes  fuesen  los  ministros  de 
su  ejecución.  Anadióse  á  los  daños  de  la  guerra  males 
y  ilivisiones  caseras,  que  entre  los  príncipes  suele  ser  el 
último  y  mayor  de  los  trabajos ,  porque  con  él  se  con- 
funden los  consejos  y  se  enflaquecen  las  fuer;cas,  y  es 
un  breve  atajo  para  su  ruina. 

Irene,  mujer  del  emperador  Andrónico,  jurgaba  por 
cosa  indigna  de  su  grandeza  y  sangre  que  sus  tres  hijos 
Juan ,  Teodoro  y  Demetrio  no  tuviesen  parte  en  el  im- 
perio (¡e  su  padt ej  por*  tener  liijos  de  otra  madre,  llama- 
dos primero  á  la  sucesión ,  Miguel,  ya  nombrado  por 
emperador,  y  Constantino,  déspota.  Procuró  por  lodos 
los  medios  posibles  que  su  marido  Andrónico  dividiese 
entre  sus  liijos  algunas  provincias  de  su  imperio;  no  le 
fué  nnicedida  esla  demanda.  Volvió  segunda  vez  á  tan- 
tear oiro  medio,  mas  perjudicial  y  dañoso  para  el  impe- 
rjii  qtie  el  primero,  y  fué  pedir  que  les declaraíe suce- 
«on  s  y  (•(impañer'í.s  de  Miguel,  su  liermano;  negósele 
también  ;  con  que  Irene,  mujer  ambiciosa,  conociendo 
(I  amor  grande  de  su  marido,  y  que  apartándole  del 
d()!)lara  á  «u  constancia,  y  que  el  dusco  de  volvella  á  ver 
fuera  mas  poderoso  que  lo  liabian  sido  sus  ruegos, 
fílese  á  Tesalónica  con  gran  contradicion  de  su  mari- 
do ,  aunque  por  no  publicar  males  tan  íntimos  y  secre- 
tos, mostró  en  lo  exterior  que  no  le  desplacía.  Nunca 
ausenciusetomó  por  medio  para  acrecenlaruna  afición; 
antes  suele  ser  con  que  la  mayor  se  desvanece,  como 
siempre  suele  experimentarse.  El  amor  y  afición  de  An- 
drónico se  fué  perdiendo,  y  la  mujer,  al  mismo  paso 
desesperando  y  cerrando  la  pueria  á  su  pretensión, 
trocó  los  ruegos  en  amenaziis.  Admitió  pláticas  y  tra- 
tos de  príncipes  extranjeros  enetr.igos  de  Andrónico; 
envió  á  llamar  á  su  yerno  Cráles ,  príncipe  de  los  triba- 
los  (O  y  de  Servia,  casado  con  su  bija  Simóníde,  y  le 
dio  todas  las  joyas  y  tanto  dinero,  que  Nicéforo  quiere 
que  con  él  se  pudiera  fundar  renta  para  sustentar  cien 
galeras  en  defensa  de  los  mares  y  costas  del  imperio. 
Con  esta  división  ¿qué  poder  no  se  deshiciera,  qué 
reino  no  se  acabara,  y  mas  sobreviniendo  un  ejército  de 
gente  enemiga  á  quien  el  deseo  de  su  venganza  puso 
eu  la  necesidad  de  morir  ó  vencer? 

CAPITULO  XXXVIII. 

Los  nuestros  hacen  algunas  correrías,  y  toman  á  las  ciudades 
de  Rüdesto  y  Pácela. 

Retirados  á  Galípolí  después  de  la  vitoria,  quedaron 
dueños  absolutos  de  la  campaña,  y  Andrónico  sin  atre- 
verse á  salir  de  Constantinopla  ni  Miguel  de  Andriuó- 

(1)  Tribaloí  ó  tribalios,  pueblos  de  la  Misia  inferior ;  búlgaros. 
(Valbucna,  Dice.  lat.  esp.) 


DE  MONCADA. 

poli  :  tan  apretados  les  tuvieron  nuestras  armas.  An- 
drónico, á  las  quejas  de  tantos  daños  como  baciaii  los 
catalanes  en  sus  provincias,  encogió  los  hombros,  atri- 
huyendo  á  sus  pecados  el  castigo  que  Dios  le  enviaba, 
y  confesaba  que  no  era  poderoso  para  resístilles.  Hasta 
Maronea,  Ródope  y  Bizia,  ciento  y  setenta  millas  de 
Galípolí,  entraban  haciendo  correrías,  con  universal 
temor  y  asombro  de  todas  las  provincias,  porque  no 
había  lugar  que  estuviese  libre  de  su  furia,  por  remoto 
y  apartado  que  fuese.  Las  ciudades  que  por  su  fortaleza 
de  muros  no  podían  ?er  acometidas,  sentían  estos  ma- 
les en  sus  vegas  y  en  sus  jardines,  quemando  y  talando 
lo  mas  estimado,  y  haciendo  prisioneros  á  muchos,  de 
quien  sacaban  grandes  y  continuos  rescates;  y  no  solo 
compañías  enteras,  pero  cuatro  ó  seis  soldados  hacían 
estos  lances.  Pedro  de  Maclftra,  almogávar,  que  servia 
en  la  caballería,  hallándose  una  noche  entre  sus  cama- 
radas  desesperado  de  haber  perdido  lo  que  tenia  al 
juego,  resolvió  de  rehacer  la  pérdida  y  despicarse  con 
algún  daño  de  sus  enemigos,  de  que  le  resultase  pro- 
vecho. Subió  á  caballo,  y  con  dos  hijos  que  tenia,  ca- 
minando siempre  entre  enemigos,  llegó  á  los  jardines 
que  están  pegados  á  Constantinopla,  donde  luego  la 
suerte  le  puso  entre  manos  un  padre  y  un  hijo  merca- 
deres genoveses.  Hízolos  prisioneros,  y  dio  con  ello«en 
Galípoli  sin  que  persona  alguna  se  lo  estorbase,  con  ha- 
ber veinte  y  cinco  leguas  de  retirada.  Hubo  por  su  res- 
cate mil  y  quinientos  escudos,  con  que  el  almogávar 
recompensó  lo  perdido  y  ganó  reputación  de  valiente  y 
platico  soldado.  Estas  y  niuclias  otras  correrías  refiere 
Montaner  que  se  hacían  con  igual  felicidad  y  admira- 
ción :  á  tanto  llegó  el  atrevimiento  de  los  catalanes. 
Vió.-.e  Roma  cabeza  del  mundo ,  conocida  entonces  en 
tanta  grandeza  y  gloria ,  que  desvanecida  con  sus  vito- 
rías  y  triunfos ,  se  atribuyó  el  renombre  de  eterna ; 
pero  las  armas  de  los  godos  y  vándalos  mostraron  cuan 
breves  fueron  sus  glorias  y  cuan  falso  su  atributo.  Lo 
mismo  sucedió  á  Constantinopla,  cabeza  del  imperio 
oriental,  en  quien  juntamente  se  levantaron  y  merecie- 
ron el  poder  y  la  piedad  por  el  grande  Constantino ,  en 
cuyos  sucesores  se  conservó,  hasta  que  la  ira  de  Dios 
ejecutó  su  castigo ,  entregándola  por  despojos  á  nacio- 
nes extrañas,  y  en  este  tiempo  casi  forzada  de  pocos 
catalcines  y  aragoneses  á  recibir  leyes  la  que  las  daba 
á  tantos  reinos  y  gentes. 

Ardía  en  los  corazones  de  los  catalanes  el  deseo  do 
vengar  la  muerte  afrentosa  de  sus  embajadores  en  los 
naturales  y  vecinos  de  Rodesto,  donde  tan  inhumana- 
mente fueron  despedazados  y  muertos.  Salieron  á  esta 
jornada  hasta  los  unios ,  en  quien  fué  mas  poderosa  la 
pasión  de  su  venganza  que  la  flaqueza  de  su  edad.  Es- 
taba esta  ciudad  ribera  del  mar,  sesenta  millas  de  ca- 
mino por  tierra  de  Galípolí.  Para  llegiir  á  ella  forzosa- 
mente se  habían  dí  dejar  los  nuestros  pueblos  enemi- 
gos á  las  espaldas,  y  esta  seguridad  causó  descuido  en 
los  vecinos  de  Rodesto,  porque  nunca  creyeron  que  los 
catalanes  se  aventurarían  sin  tener  la  retirada  llana  y 
sin  peligro;  pero  estas  dificultades  fueran  bastantes  si 
el  agravio  no  las  atropellara.  Al  amanecer  escalaron 
las  murallas  y  la  entraron  sin  hallar  resistencia,  ejecu- 
tando muertes  con  tanta  crueldad,  que  por  este  hecho 
primeramente,  y  por  los  demás  que  fueron  sucediendo, 
quedó  entre  los  griegos  hasta  nuestros  días  por  refrán : 


EXPEDICIÓN  DE  CATALANES  Y  ARAGONESES. 


37 


«T.íi  vppfrnnzn  do  mtn'anes  te  alcance.»  Esta  es  la  mayor 
nialdicioii  que  entre  ellos  tienen  agora  la  ira  y  el  abor- 
recimiento:  tan  viva  se  les  repre'^enta  siempre  la  me- 
moria de  aquel  estrago.  Dice  Monlaner,  eiicüreciendo 
el  desorden  que  hubo  por  nuestra  parte,  que  los  capi- 
tanes y  caballeros  no  pudieron  detener  ni  impedir  las 
crueldades  que  los  vencedores  ejecutaron  en  los  venci- 
dos, porque  perdido  el  temor  de  Dios  y  el  respeto  de- 
bido á  sus  capitanes,  y  el  de  su  misma  naturaleza,  des- 
pedazaban cuerpos  inocentes,  por  la  edad  incapaces  de 
culpa;  basta  los  animales  quisieron  entregará  la  muer- 
te, porque  en  el  lugar  no  quedase  cosa  viva.  De  alli  pa- 
saron á  Paccia,  ciudad  vecina,  y  la  ganaron  con  la  mis- 
ma facilidad  y  trataron  con  el  mismo  rigor.  Parecióles 
á  nuestros  capitanes  ocupar  estos  puestos,  porque  la 
gente  iba  creciendo  y  era  ya  bastante  para  dividirse  y 
acercarse  á  Constanlinopla,  cuya  perdición  y  ruina  era 
el  último  fin  de  sus  peligros  y  fatigas.  A  Montaner  de- 
jaron en  Galípoli  solo  con  algunos  marineros,  cien  al- 
mugavares  y  treinta  caballos. 

CAPULLO  XXXIX. 

Fernán  Jiménez  de  Árenos  llega  á  Galipoli,  entra  á  correr  la  tierra, 
y  al  retirarse  rompe  dus  mil  infantes  y  ochocientos  caballuüdeí 
enemigo. 

Fernán  Jiménez  de  Árenos,  uno  de  los  mas  principa- 
les capitanes  aragoneses  que  vinieron  con  Roger  en 
Grecia,  por  algunos  disgustos,  como  dijimos  arriba,  se 
apartó  de  nuestra  compañía.  Con  los  pocos  que  le  si- 
guieron se  fué  al  duque  de  Atenas ,  donde  se  detuvo 
algún  tiempo,  sirviendo  en  las  guerras  que  el  Duque 
tuvo  con  sus  vecinos,  que  fueron  muchas  y  varias;  ac- 
cidentes forzosos  que  padecen  los  estados  pequeños  que 
tienen  por  vecinos  príncipes  poderosos.  En  todas  ellas 
Fernán  Jiménez  ganó  reputación  y  ocupó  lugar  hon- 
roso; pero  el  peligro  desús  amigos  en  su  ánimo  pudo 
tanto,  que  dejó  sus  acrecentamientos  seguros  y  ciertos 
porsocorrelles  con  su  persona.  Habida  licencia  del  Du- 
que, con  una  galera,  y  en  ella  ochenta  soldados  viejos, 
llegó  á  Galípoli.  Fué  de  todos  recibido  con  notables 
muestras  de  agradecimiento.  Diéronle  muchos  caballos 
y  arnias  para  poner  su  gente  en  orden ,  y  con  algunos 
amigos  que  le  quisieron  seguir  juntó  trescientos  infunles 
y  sesenta  caballos,  y  con  ellos  entró  la  tierra  adentro. 
Después  de  haberse  visto  con  los  capitanes  que  estaban 
en  Rodesto  y  Paccia,  y  comunicado  con  ellossu  resolu- 
ción, caminó  con  su  gente  la  vuelta  de  Constanlinopla, 
y  pasado  el  rio  que  los  antiguos  llamaron  Batinia,  sa- 
queó y  quemo  muchos  pueblos  á  vista  de  la  ciudad. 
Andrónico,  de  los  muros  nuVaba  como  se  ardían  las  ca- 
sas; y  creyendo  que  todo  nuestro  campo  era  el  que  te- 
nia delante,  no  quiso  que  saliese  gente;  antes  la  puso 
en  guarda  y  í-eguridad  de  Constanlinopla,  repartida  por 
sus  muros,  esperando  qne  nuestras  epadas  se  luibiau 
de  emplear  aquel  día  eu  su  última  rinna.  Recelos  fue- 
ron estos  de  Andrónico  bien  fundados  y  advertidos, 
porque  el  pueblo,  lleno  de  pavor,  acoslunibradoal  ocio, 
no  trataba  de  lomar  las  armas  para  su  propria  defensa. 
La  gente  de  guerra  mercenaria  de  turcoples  y  alanos, 
ni  por  naturaleza  ni  por  beneíicios  obligada  al  servicio 
de  su  principe ,  rehusaba  y  temía  los  peligros,  á  mas  de 
las  sospechas  del  trato  que  tenían  con  nuestros  capita- 
nes. Entre  estos  temores  y  desconíianzas  andaba  mo- 


lido Andrónico,  cuando  supo  que  Fernán  Jiménez  de 
Árenos  con  solos  trescíeníos  era  el  autor  de  tantos  da- 
ños, y  que  Rocafortcon  el  grueso  del  ejército  andaba 
junto  á  Ródope.  Entresacó  Andrónico  de  su  caballería 
ochocientos,  y  con  dos  mil  infantes  les  mandó  salir  á 
cargar  á  Fernán  Jiménez,  que  se  retiraba  con  riquísima 
presa.  Salieron  con  buen  ánimo  y  resolución,  y  pasando 
aquella  noche  el  rio',  ocupando  un  puesto  aventajado, 
paso  forzoso  para  los  nuestros,  se  pusieron  en  embos- 
cada. Descubriéronla  luego  los  corredores  de  Fernán 
Jiménez ;  y  como  la  retirada  no  podía  ser  por  otra  parte, 
hecho  alto,  dijo  á  los  suyos  ;  «Ya  veis,  amigos,  que  el 
enemigo  nos  tiene  cerrado  el  paso,  y  que  solo  puede 
allanalle  nuestro  valor.  Lo  que  en  esto  se  interesa  no 
es  menos  que  la  vida,  puesta  en  último  peligro.  Los 
contrarios  que  tenemos  delante  son  los  mismos  que  ha- 
béis vencido  tantas  veces  con  mayor  desigualdad ;  su 
multitud  solo  ha  servido  siempre  de  aumentar  nuestras 
Vitorias;  tan  segura  la  tenemos  en  esta  como  en  las  de- 
más ocasiones,  pues  se  resuelven,  según  vemos,  do 
aguardarnos  y  pelear.  El  puesto  aventajado  les  da  con- 
fianza, olvidados  de  que  nuestras  espadas  penetran  de- 
fensas y  reparos  inexpugnables.  Conozca  esta  gente 
vil  que  donde  quiera  les  ha  de  alcanzar  el  rigor  de 
nuestra  justa  venganza.»  Diclioesto,hizo  cerrar  su  in- 
fantería dealmugavares,  y  él  con  sus  pocos  caballos 
embistió  las  tropas  de  la  caballería  enemiga.  Peleóse 
valientemente;  pero  los  dos  mil  infantes  griegos,  aco- 
metidos de  los  trescientos  almugavares,  fueron- casi 
todos  degollados  con  tanta  presteza ,  que  tuvieron  lu- 
gar de  socorrer  á  Fernán,  que  andaba  peleando  con  la 
caballería;  y  fué  tan  importante  su  ayuda ,  que  luego 
dejaron  los  enemigos  el  paso  libre,  con  pérdida  de  seis- 
cientos caballos  entre  muertos  y  presos.  Vitoríosos  y 
llenos  de  despojos,  pasaron  adelante,  y  llegaron  á  Pac- 
cia, donde  Rocafortpoco  antes  había  llegado  de  correr 
de  Ródop^. 

CAPITULO  XL. 

Fernán  Jiménez  gana  el  castillo  y  lugar  de  Módico. 
Parecíale  á  Fernán  Jiménez  que  para  asegurar  sus 
cosas  importaba  tomar  alguna  plaza  donde  pudiese  te- 
ner cuartel  aparte  del  que  tenía  Rocafort,  porque  su 
condición  no  daba  lugar  á  que  pudiesen  vivir  juntos. 
La  nobleza  de  sangre  de  Fernán  y  su  trato  llevaban  tras 
sí  á  muchos  de  los  que  seguían  á  Rocafort;  pero  te- 
miendo su  ira,  como  del  mas  poderoso,  no  osaban  des- 
cubiertamente dejarle  sin  tener  la  seguridad  de  alguna 
plaza.  Módico,  lugar  del  enemigo  mas  vecino,  puesto 
á  la  parte  del  estrecho,  al  mediodía  de  Galípoli,  fué  el 
que  pareció  intentar  de  ganalla  por  ínterpresa;  y  como 
no  les  sucedió  bien  ,  pegados  casi  al  lugar  se  fortifica- 
ron y  abrieron  sus  trincheras.  Condenaban  la  ro'^olu- 
cion  de  Fernán  los  bien  entendidos  del  arle  mililar, 
porque  con  doscientos  inf,m!es  y  ochenta  caballos  (|iiO 
solos  tenía  no  se  podria  emprender  cosa  tan  d.Hcil  co- 
mo lo  era  ganar  un  pueblo,  habiendo  dentro  «eíec:en- 
tos  hombres  para  lomar  arma«;  pero  la  vüeza  de  =us 
ánimos  y  la  constancia  de  los  nuestros  hizo  fácil  lo  im- 
posible. Cuando  á  una  nación  le  falla  la  industria  y  el 
valor,  forzosamente  ha  de  dar  buenos  su(  esos  al  ene- 
migo que  la  quisiere  sujetar ,  porque  ni  el  número  de  la 
gente  ni  la  defensa  de  las  murallas  le  sirve  de  reparo. 


gg  DON  FRANCISCO 

L*s  miseraliles priegos flrstepnoblo,  con  ser  selccion- 
tos,  y  l(is  uuestrns  apeiiiis  trescientos,  se  encerraron 
dentro  de  sus  murallas ,  como  si  todo  el  campo  de  los 
calalanes  les  sitiara,  sin  salir  á  pelear  ni  ú  deshacerlo 
que  ?u  enemigo  trabajaba  para  fu  ruina.  Fernán  Jimé- 
nez levantó  un  Irabuco ,  y  con  él  batió  algunos  días  lo 
que  parecía  mas  flaco;  pero  tiraba  piedras  de  tan  poco 
peso ,  que  no  hacia  daño  en  sus  murallas,  iuertesy  muy 
levantadas.  Arrimábanse  escalas  algunas  veces,  y  todo 
fué  sin  fruto.  Montaner  de  Galipoli  socorría  con  basti- 
mentos y  vituallas ;  solo  los  nuestros  cuidaban  de  ase- 
gurarse dentro  de  sus  fortificaciones,  dando  cuidado  al 
enemigo,  y  rendille  á  vivir  mas  descuidado.  Con  su  asis- 
tencia y  pertinacia  alcanzaron  al  fin  lo  que  pretendían; 
porque  los  griegos,  después  de  largos  siete  meses  de 
sitio ,  creció  en  ellos  el  desprecio  de  sus  enemigos,  y  al 
mismo  paso  el  descuido  de  guardarse.  Las  centinelas 
eran  pocas,  y  estas  no  muy  ordinarias.  El  d."  de  julio 
celebraron  los  griegos  dentro  de  su  pueblo  con  gran 
solemnidad  una  de  sus  fiestas;  y  como  el  mayor  de  sus 
deleites  es  el  del  vino ,  vicio  que  en  todas  las  edades  in- 
famó mucho  esta  nación,  bebieron  de  manera,  olvida- 
dos de  que  el  enemigo  estaba  sobre  sus  murallas  y  aten- 
to á  las  ocasiones  de  su  daño,  que  unos  bailando,  otros 
ala  sombra  durmiendo,  dejaron  de  guarnecerlas  mu- 
rallas como  solian.  Fernán  Jiménez ,  desesperado  ya  de 
que  Módico  se  le  rindiese  y  de  tomalle,  estaba  dentro 
de  su  tienda  dudoso  de  lo  que  liabia  de  hacer ,  cuando 
las  voces  y  algazara  de  los  que  bailaban  le  sacó  de  su 
tienda.  Poco  á  poco  se  arrimó  á  las  murallas ,  y  reco- 
nociéndolas sin  gente ,  mandó  que  ciento  de  los  suyos 
diesen  una  escalada ,  y  él  con  lo  restante  acometeria 
la  puerta.  Púsose  con  diligencia  increíble  esta  ejecu- 
ción en  efeto.  Los  ciento  arrimaron  las  escalas ,  y  su- 
bieron hasta  setenta  de  ellos  sin  ser  sentidos ,  y  ocu- 
paron tres  torreones.  Los  griegos ,  despertando  de  sue- 
ño tan  dañoso,  tomaron  las  armas,  incitados  mas  por 
la  fuerza  del  vino  que  por  su  valor ,  y  procuraron  echar 
de  los  torreones  á  los  nuestros.  En  este  combate  ocu- 
pados todos ,  no  acudieron  á  la  puerta  que  Fernán  ha- 
bía acometido;  y  así,  sin  tener  quien  la  defendiese,  la 
puso  por  el  suelo ,  y  entró  á  pié  llano  por  el  lugar,  dan- 
do por  las  espaldas  á  los  que  combatían  los  torreones. 
Fuéronse  retirando  y  defendiendo  en  las  torres  estre- 
chas de  las  calles,  y  últimamente  pusieron  su  seguri- 
dad en  la  huida ,  y  con  ella  dejaron  libre  el  lugar  y  el 
castillo  á  Fernán  con  la  mayor  parte  de  sus  haciendas. 
Este  fin  tuvo  el  sitio  de  Módico  y  la  dichosa  pertinacia 
de  un  aragonés  en  los  ocho  meses  que  duró  este  sitio. 
No  hallo  cosa  notable  que  escribir  de  los  nuestros  que 
estaban  en  los  demás  presidios;  solo  ordinarias  corre- 
rías la  tierra  adentro  para  buscar  el  sustento  forzoso. 

CAPITULO  XLI. 

Divldense  los  nuestros  en  cuatro  plazas ;  Montaner  rompe 
á  Gcorge  de  Cristopol. 

Ganado  el  lugar  y  castillo  de  Módico ,  Fernán  Jimé- 
nez de  Árenos  le  tomó  por  presidio  y  plaza  suya.  Ro- 
cafort  dividió  su  gente  en  Rodesto  y  Paccía ,  y  Monta- 
ner, escribano  de  ración,  quedó  gobernando  en  Gali- 
poli ,  donde  los  bastimentos  y  armas  de  todo  el  campo 
se  juntaban  y  prevenían.  Sí  á  los  soldados  de  los  demás 
presidios  les  faltaban  armas ,  caballos  y  vestidos,  acu- 


DE  MONCADA. 

dian  á  Galipoli.  Allí  residinn  los  mcrcndfres  de  todas 
naciones,  los  heridos,  viejos  y  otra  gente  inútil,  que, 
como  lugar  mas  apartado  del  enemigo,  se  tenia  por 
mas  seguro.  Con  este  modo  de  gobierno  se  sustenta- 
ron los  nuestros  cinco  años,  sin  que  en  todas  aquellas 
comarcas  se  labrase  campo  ni  viña ,  cogiendo  solamen- 
te lo  que  la  tierra  naturalmente  producía.  Esta  manera 
de  hacer  la  guerra  los  tiempos  la  han  mudado  y  mejo- 
rado; porque  el  principal  intento  no  es  desolar  y  tro- 
car en  desiertos  las  campañas,  sino  conservallas  para 
el  uso  proprio;  porque  ganarse  una  provincia  para  des- 
truilla  y  totalmente  impedir  la  cultivación  desuscam- 
pos ,  es  lo  mismo  que  no  ganalla ,  y  mas  cuando  de  sus 
frutos  necesariamente  se  han  de  valer  sí  quisieren  sus- 
tentarse en  ella.  Por  no  advertir  estos  inconvenientes 
los  nuestros  y  no  moderarse  en  sus  crueldades,  que 
eran  las  que  desterraban  de  los  pueblos  los  labradores, 
se  vieron  en  tanta  necesidad,  que  con  estar  llenos  de 
Vitorias,  la  falta  de  los  víveres  les  sacó  de  Tracia  con 
mucho  peligro  y  daño.  Jorge  de  Cristopol ,  caballero 
rico  y  principal  de  Macedonia,  venia  de  Salonique  á 
Constantinopla  á  verse  con  el  emperador  Andrónico, 
con  ochenta  caballos.  Tuvo  noticia  que  Galipoli  estaba 
con  poca  gente,  y  pareciéndole  que  podría  hacer  algún 
buen  lance,  dejó  su  camino ,  y  con  buenas  espías  llegó 
cerca  de  Galipoli  sin  ser  sentido ,  y  encontróse  luego 
con  algunos  carros  y  acémilas  que  habían  salido  á  ha- 
cer leña.  El  que  los  llevaba  á  su  cargo  era  Marco,  sol- 
dado viejo  en  la  caballería.  Viéndose  acometido  tan  im- 
provisamente ,  dijo  á  la  gente  de  á  pié  que  se  retirasen 
entre  las  paredes  de  un  molino ,  y  él  tomó  la  vuelta  de 
Galipoli.  La  gente  de  Jorge,  sin  detenerse  en  ganar  el 
molino,  fueron  siguiendo  al  soldado,  para  que  el  aviso 
y  ellos  llegasen  á  un  tiempo ;  pero  como  mas  platico 
Marco  en  la  tierra,  dio  el  aviso  primero  á  Montaner, 
capitán  de  Galipoli;  con  que  todos  tomaron  las  armas 
y  se  pusieron  á  la  defensa  de  sus  murallas,  y  con  ca- 
torce caballos  y  algunos  almugavares  Montaner  salió 
á  reconocer  el  enemigo  y  entretenelle ,  mientras  la  gen- 
te esparcida  fuera  del  lugar  tuviese  tiempo  de  retirar- 
se. Topáronse  luego,  y  Montaner,  hecha  una  pequeña 
tropa  de  sus  catorce  caballos,  cerró  con  los  ochenta,  y 
peleó  tan  valientemente,  que  Jorge  se  retiró  con  pér- 
dida de  treinta  y  seis  de  los  suyos  muertos  ó  presos. 
Fuéle  Montaner  siempre  cargando ,  hasta  que  llegó  al 
molino.  Cobró  las  acémilas  y  salvó  la  gente.  Vuelto  á 
Galipoli ,  se  pusieron  en  libertad  los  prisioneros  y  re- 
partieron la  ganancia  :  á  los  hombres  de  armas  veinte 
y  ochoperpres  de  oro  (1),  catorce  á  los  caballos  ligeros, 
ysíeteá  los  infantes. 

CAPITULO  XLII. 

Rocafort  y  Fernán  Jiménez  de  Arenús  toman  al  Estañara  y  cobran 
sus  cuatro  galeras. 

Al  mismo  tiempo  que  Montaner  hizo  tan  buena  suerte 
contra  Jorge,  Rocafort  y  Fernán  Jiménez  de  Árenos  jun- 
taron la  gente  que  estaba  dividida  en  Paccía ,  Rodesto 

(1)  Cuando  la  negociación  del  rescate  deBerenguerde  Entenza, 
de  que  ya  se  ha  hablado,  dice  el  mismo  Montaner  en  su  crónica  ci- 
tada estas  palabras  :  E  yo  enírel  veure,  e  volgui  donar  X  milia 
perpres  de  oro,  qui  val  hu  X  sous  barceloneses,  e  quel  nos  lexas- 
sen,  e  non  volgren  fer.  Según  don  José  Salat,  en  su  Tratado  de  las 
monedas  de  Cataluña ,  un  sueldo  de  temo  barcelonés  equivalía  á 
veinte  sueldos  corrientes. 


EXPEDICIÓN  DE  CATALANES  Y  ARAGONESES. 


39 


y  Móflico ,  y  entraron  por  Trncia  liácia  el  mar  Mayor, 
ijacieiido  lo  que  siempre ,  pegando  fuego  á  los  lugares 
después  de  saqueados ,  talar  y  abrasar  los  frutos  de  las 
campanas ,  cautivar,  matar;  jamás  aflojando  en  su  ven- 
ganza. Parecióles  intentar  de  tomar  Estañara ,  pueblo 
de  mucho  trato ,  á  la  ribera  del  mar  de  Ponto,  donde  se 
fabricaban  la  mayor  parte  de  los  navios  de  Tracia.  Atra- 
vesaron largas  cuarenta  leguas ;  entraron  el  lugar  sin 
liallar resistencia,  porque  nunca  temieron  álos  cata- 
lanes, estando  tan  apartados  de  sus  presidios  para  vivir 
tíon  cuidado.  Ganado  el  lugar,  acometieron  los  navios 
"y  galeras  del  puerto,  que  afirma  Montaner  que  fueron 
ciento  cincuenta  bajeles,  y  todo  se  les  liizo  llano  en  el 
mar  como  en  la  tierra.  Recogieron  riquísima  presa,  y 
cobraron  sus  cuatro  galeras,  que  los  griegos  tomaron 
en  Constanlinopla  cuando  mataron  á  Fernando  Aones, 
su  almirante.  Fué  notable  el  espectáculo  de  aquel  dia, 
porque ,  turbado  el  orden  de  la  misma  naturaleza,  ane- 
garon la  tierra,  rompiendo  algunos  diques  que  dete- 
nían el  agua  de  las  acequias,  y  en  el  mar  pegaron  fuego 
á  los  navios,  sirviendo  los  elementos  de  ministros  de 
su  venganza,  y  saliendo  de  sus  límites  y  jurisdicion 
para  ruina  de  sus  contrarios  :  parecía  que  volvían  á  su 
primer  confusión,  según  andaba  todo  trocado.  Murie- 
ron muchos  quemados  en  el  agua,  otros  ahogados  en 
la  tierra ;  solo  reservaron  del  incendio  sus  cuatro  gale- 
ras ,  que  estando  cargadas  de  despojos  y  reforzadas  de 
gente ,  se  enviaron  á  Galípoli.  Pasaron  por  el  canal  de 
Constantinopla  con  mayor  espanto  de  los  enemigos  que 
peligro  suyo,  porque  no  hubo  quien  se  les  opusiese.  Ro- 
cafort  y  Fernán  tomaron  el  camino  de  sus  presidios  muy 
poco  á  poco ,  corriendo  por  entrambos  lados  la  tierra 
para  buscar  el  sustento  forzoso  y  quitársele  á  su  ene- 
migo, que  desamparando  los  lugares,  se  retiraba  á  lo 
mas  áspero  de  sus  montañas.  Andrónico,  sabida  la 
pérdida ,  no  le  parecieron  bastantes  sus  fuerzas  para 
podella  restaurar,  saliendo  á  cortalles  el  camino ;  antes 
desesperado,  entregó  sus  provincias  al  rigor  de  las  ar- 
mas enemigas,  desconfiando  no  tanto  del  valor  como 
de  la  fe  de  los  suyos  :  daño  que  padecen  todos  los  prín- 
cipes que  por  su  crueldad  y  tiranía  hacen  á  los  mas 
fieles  desleales.  En  el  imperio  griego  se  introdujeron 
los  príncipes  mas  por  aclamación  del  ejército  que  por 
derecho  de  sucesión ;  y  como  temían  perder  el  lugar 
por  las  mismas  artes  que  le  ocuparon,  andaban  con 
perpetuos  recelos  y  temores,  asi  de  los  subditos  que 
se  aventajaban  á  los  demás  en  valor  y  consejo ,  de  los 
ricos,  de  los  honrados,  de  los  bienquistos,  como  de  los 
atrevidos  y  sediciosos,  igualmente  afligidos  de  las  vir- 
tudes de  los  unos  y  de  los  vicios  de  los  otros.  Desto  na- 
cieron las  crueldades  entre  los  desta  nación  de  quitar 
la  vista,  las  orejas  y  las  narices;  proscripciones,  des- 
tierros, muertes  por  vanas  sospechas  imaginadas  ó  fin- 
gidas para  quitarse  el  miedo  de  la  emulación ,  y  las  mas 
veces  fueron  oprimidos  de  lo  que  nunca  temieron.  An- 
drónico ,  tenido  por  príncipe  de  singular  prudencia ,  á 
lo  último  de  sus  años  su  nieto  Andrónico  le  quitó  el 
imperio ,  prevenidos  sus  consejos  por  el  atrevimiento 
de  un  mozo  :  este  lin  tienen  siempre  los  reinados  é  im- 
perios que  con  razones  políticas  solamente  se  quieren 
conservar  y  emprender. 


CAPITULO  XLIII. 


Los  catalanes  y  aragoneses,  por  dar  cumplimiento  S  su  venganza, 
á  las  faldas  del  monte  Hemo  vencen  á  los  masagetas. 

No  estaban  los  catalanes  y  aragoneses  á  su  parecer 
enteramente  satisfechos  si  los  masagetas  con  su  gene- 
ral Gregorio ,  principal  ministro  de  la  muerte  del  cesar 
Rogery  de  los  que  con  él  iban,  se  retiraban  á  su  pa- 
tria sin  llevar  justa  recompensa  del  agravio  que  de- 
llos  recibieron.  Y  como  por  los  avisos  que  tuvieron  se 
supo  que  los  masagetas,  con  licencia  de  Andrónico ,  se 
volvían  á  su  patria  cansados  de  los  trabajos  y  fatigas 
de  la  guerra ,  prefiriendo  la  servidumbre  y  sujeción  de 
losscitas,  sus  antiguos  señores,  á  la  libertad  que  go- 
zaban entre  los  griegos  (tanlo  puede  el  amor  de  la  pa- 
tria ,  que  hace  parecer  dulce  la  sujeción  y  libertad,  fue- 
ra della  insulriblo) ;  parecíales  á  los  nuestros  lance  for- 
zoso, puesto  que  les  liabian  de  buscar,  salir  luego  en 
su  alcance  ames  que  pasasen  el  monte  Hemo ,  que  di- 
vide el  imperio  de  los  griegos  del  reino  de  Bulgaria; 
porque  fuera  mal  advertida  resolución  si  dentro  de  Bul- 
garia les  siguieran ,  así  por  ser  la  retirada  difícil ,  por 
la  angostura  de  los  pasos ,  entradas  y  salidas  del  mon- 
te, como  por  ser  la  gente  de  Bulgaria  belicosa,  y  enton- 
ces amiga  de  Andrónico.  Juntos  los  capitanes  en  Pac- 
cia ,  resolvieron  que  para  esta  facción  se  debía  hacer 
el  mayor  esfuerzo;  y  así,  para  poder  sacar  mas  gente, 
desampararon  á  Paccia,  Módico  y  Rodesto ;  solo  que- 
dó Galípoli ,  donde  se  retiraron  todas  las  mujeres ,  de- 
bajo del  gobierno  de  Ramón  Montaner,  con  doscientos 
infantes  y  veinte  caballos.  Replicó  Montaner  diciendo 
que  no  le  estaba  bien  á  su  reputación  faltaren  la  jor- 
nada que  todos  se  aventuraban;  pero  los  ruegos  del 
ejército  le  obligaron  á  quedarse,  y  la  confianza  quede 
su  persona  hicieron  encargándole  la  defensa  desús  mu- 
jeres, hijos  y  haciendas.  Ofreciéronle  del  quinto  de  la 
presa  un  tercio ,  y  otro  para  sus  soldados ;  y  c#n  ser  la 
ganancia  cierta  y  sin  peligro ,  muchos  de  los  soldados 
la  estimaron  en  poco,  y  quisieron  mas  seguir  el  ejérci- 
to ,  saliendo  de  noche  á  juntarse  con  Rocafort ;  ú  otros 
Ramón  Montaner  dio  licencia,  viéndoles  resueltos  de 
partirse  sin  ella,  y  movido  de  algún  interés,  porque  le 
ofrecieron  partir  con  él  la  parte  de  la  presa  que  les  cu- 
piese. Con  esto  los  doscientos  infantes  quedaron  en 
ciento  treinta  y  cuatro ,  y  los  veinte  caballos  en  siete. 
Las  mujeres  eran  mas  de  dos  mil ;  y  así,  dice  el  mismo 
Montaner  :  Romangui  mal  acompanyat  de  homens ,  y 
ben  acompanyat  de  fembrcs.  Enviáronse  con  buenas 
escoltas  á  Galípoli  todas  las  que  estaban  en  los  presi- 
dios ,  y  luego  nuestros  capitanes  partieron  de  Paccia  á 
grandes  jornadas  la  vuelta  de  los  masagetas ,  que,  avi- 
sados del  intento  de  los  catalanes,  apresuraron  su  par- 
tida ;  pero  su  diligencia  no  pudo  ser  mayor  que  su  des- 
dicha; porque  sus  enemigos,  después  de  doce  días  de 
camino,  les  alcanzaron  antes  de  pasar  el  Hemo.  Los 
reconocedores  del  campo  de  los  catalanes  una  tarde 
descubrieron  el  de  los  masagetas,  y  por  los  de  la  tierra 
se  supo  que  eran  tres  mil  caballos  y  sois  mil  infantes,  y 
el  bagaje  infinito,  por  llevar  sus  familias  y  haciendas. 
Rocafort  y  Fernán  Jiménez  fuéronse  mejorando  con  su 
gente  por  asegurarse  de  que  los  masagetas  no  se  les 
fuesen  por  pies,  y  descansaron  el  dia  siguiente  dentro 
de  sus  alojamientos.  Al  amanecer  del  otro,  alentada  su 


40  DON  FRANCISCO 

gente  con  el  repodo ,  presentaron  la  batalla  al  enemigo. 
Los  masugetas,  gente  la  mas  valiente  de  todas  las  na- 
ciones de  levante,  admirados  mas  que  atemorizados  del 
ca«o ,  tomaron  las  armas  y  salieron  á  recibir  sus  ene- 
migos en  la  defensa  de  sus  liijos  y  mujeres.  Gregorio, 
general,  principal  ministro  de  la  muerte  del  cesar  Ro- 
ger,  con  mil  caballos  dio  principio  al  terrible  y  espan- 
toso combate,  oponiéndose  á  nuestra  caballería,  que 
iba  á  meterse  entre  los  reparos  que  tenian  heclios  con 
los  carros.  Trabóse  sangrienta  batalla,  porque  fueron 
las  demás  tropas  de  una  y  otra  parte  cerrando  con  la 
infantería.  Viéronse notables  hecbos  en  armas,  porque 
iguales  en  valor ,  aunque  desiguales  en  número ,  com- 
batían. El  teatro  desta  tragedia  era  un  llano  que  por  es- 
pacio de  dos  leguas  se  extendía  á  las  faldas  del  Hemo. 
La  caballería,  destrozadas  las  armas,  muertos  Ios-ca- 
ballos, las  espadas  y  mazas  rotas,  con  las  manos,  con 
los  cuerpos  se  sustentaba  en  la  pelea."  A  unos  daba  áni- 
mo el  deseo  de  venganza  insaciable ,  á  otros  la  nece- 
sidad última  de  su  propria  defensa ,  y  en  todos  gober- 
naba el  caso,  porque  los  masagetas  estaban  ya  todos 
fuera  de  sus  reparos  peleando  trabados  y  confusos  con 
los  nuestros.  Hasta  mediodía  anduvo  la  Vitoria  du- 
dosa y  varia ;  pero  muerto  Gregorio  cabe  sus  banderas 
con  los  mas  valientes  capitanes,  se  inclinó  á  nuestra 
parte.  Quisieron  los  vencidos  rehacerse  dentro  de  los 
reparos ,  pero  no  fué  posible ,  porque  los  vencedores 
entraron  juntamente  con  ellos ,  dándoles  la  muerte  en- 
tre los  brazos  de  sus  mujeres,  a  quien  muchas  veces 
alcanzaba  la  espada ,  porque  sin  excepción  de  sexo  ni 
edad  salían  á  la  defensa  de  sus  hijos  y  maridos,  ofre- 
ciendo sus  cuerpos  al  rigor  de  la  muerte.  Acrecentó  la 
Vitoria  el  detenerse  los  masagetas  en  poner  en  los  ca- 
ballos á  sus  mujeres  y  hijos  para  huir;  porque  si  de 
solo  sus  personas  cuidaran ,  pocos  se  dejaran  de  librar 
huyendo;  pero  el  amor  natural,  poderoso  aun  entre 
losbárjiaros  á  despreciar  la  muerte,  les  detuvo  para 
mayor  daño  suyo.  Esparcidos  por  la  llanura ,  camina- 
ban al  guarecerse  de  la  montaña,  mas  los  caballos,  can- 
sados, poco  ayudados  de  las  mujeres,  mas  llenos  de  te- 
mor é  impedidos  de  los  niños  que  en  los  pechos  y  en 
los  brazos  sustentaban ,  no  pudieron  salvarse.  En  este 
alcance  perecieron  casi  todos,  porque  desesperados  re- 
volvían sobre  los  nuestros,  a  cuyas  manos  hechos  pe- 
dazos ,  rendían  la  vida  por  dar  lugar  á  que  sus  mujeres 
fie  alargasen.  No  escaparon  de  nueve  mil  hombres  que 
tomaban  armas,  trescientos  vivos,  y  en  esto  concuer- 
dan  Nicéforo  y  Montaner.  Sucedió  en  este  alcance  un 
caso  tan  extraño  como  lastimoso.  Viendo  la  batalla  per- 
dida y  que  las  armas  catalanas  lo  ocupaban  todo,  un 
masageta ,  mozo  valiente  y  bravo,  quiso  acudir  al  re- 
medio de  la  huida ,  más  por  librar  á  su  mujer  hermosa 
y  de  pocos  años  que  por  temor  de  perder  la  vida.  Con 
la  priesa  que  el  peligro  pedia  sacó  su  mujer  de  los  re- 
paros y  tiendas ,  donde  todo  andaba  ya  reviielto  con  la 
sangre  y  con  la  muerte,  y  puesta  soijre  un  caballo,  el 
primero  que  el  caso  le  ofreció ,  y  él  en  otro ,  tomaron 
el  camino  del  monte.  Tres  soldados  nuestros ,  movidos 
de  su  codicia  ó  quizá  de  la  hermosura  y  bizarría  de  la 
mujer,  la  fueron  siguiendo.  Reconoció  el  marido  sus 
enemigos  y  el  cuidado  con  que  le  venían  siguiendo. 
Echó  el  caballo  de  su  mujer  delante,  y  con  el  alfanje 
le  iba  ciando ,  y  animaba  con  voces;  pero  el  caballo  se 


DE  MONCADA. 

rindió  al  calor  y  cansancio.  Con  esto  el  ma«agetatuvo 
por  menor  mal  dejar  la  mujer  que  morir  él ,  y  dando 
riendas  y  espuelas  á  su  caballo ,  pasó  adelante ;  pero  las 
lágrimas  y  quejas  tan  justamente  vertidas  de  su  mujer 
le  detuvieron.  Revolvió  su  caballo ,  y  emparejando  con 
ella ,  le  echó  los  brazos ,  y  con  besos  y  lágrimas  se  des- 
pidió y  apartó  enternecido ,  y  levantando  luego  el  al- 
fanje le  cortó  de  una  cuchillada  la  cabeza.  Bárbara  y 
fiera  crueldad  y  extraña  confusión  de  accidentes ,  qua 
puedan  en  un  mismo  tiempo  andar  juntos  los  abrazos 
con  el  cuchillo,  y  los  besos  con  la  muerte ;  efetos  to- 
dos de  la  pasión  de  un  amante.  Amor  tierno  dio  los 
abrazos  y  besos;  celos  insufribles  el  cuchillo  y  la  muer- 
te, porque  sus  enemigos  no  gozasen  lo  que  él  perdía, 
y  vencieron  los  celos :  dos  efetos  igualmente  poderosos 
en  el  ánimo  del  hombre ,  amor  y  deseo  de  vivir.  Al  mis- 
mo tiempo  que  cayó  la  mujer  muerta  del  caballo ,  le 
cogió  por  la  rienda  Guillen  Bellver ,  uno  de  los  tres  que 
la  seguían;  pero  el  masageta,  bañado  de  sangre  propria 
vertida  por  sus  manos ,  con  increíble  furia  y  braveza, 
de  una  cuchillada  quitó  el  brazo  y  la  vida  á  Guillen ,  y 
revolviendo  sobre  Arnau  Miró  y  Berenguer  Ventallo- 
la,  dando  y  recibiendo  heridas,  cabe  el  cuerpo  difunto 
de  la  mujer  cayó  muerto ;  y  no  parece  que  cumpliera 
con  las  leyes  de  amante  si ,  como  sacrificó  la  vida  de  su 
mujer  á  sus  celos,  no  sacrificara  la  suya  á  su  amor.  De 
cualquier  manera  fué  el  caso  indigno  de  hombre  racio- 
nal, cuando  no  cristiano.  De  Radamisto,  hijo  de  Ta- 
rasmanes ,  rey  de  Iberia ,  nos  cuenta  Tácito  un  suceso 
semejante ,  cuando  huyendo  con  su  mujer  Cenobia  en 
sendos  caballos ,  junto  al  rio  Araxes ,  viéndola  rendida 
por  estar  preñada ,  y  temiendo  que  no  llegase  á  manos 
de  su  enemigo  ofendido  prenda  en  quien  pudiese  con 
grande  mengua  y  afrenta  suya  vengarse ,  le  dio  cinco 
heridas  y  la  echó  en  el  rio ;  pero  Cenobia  tuvo  dife- 
rente fin  que  la  mujer  del  masageta ,  porque  unos  villa- 
nos la  sacaron  del  rio ,  la  curaron  y  entregaron  al  rey 
Tiridates ,  enemigo  de  Radamisto. 

Los  nuestros  después  de  la  vitoría  recogieron  la  pre- 
sa y  los  cautivos ,  y  dieron  la  vuelta  á  sus  presidios  con 
grande  alegría  y  regocijo  de  haber  dado  fin  á  su  ven- 
ganza con  tanto  cumplimiento.  El  camino  que  llevaron 
fué  con  fatiga  y  peligro,  por  ser  largo ,  y  la  tierra  ene- 
miga, puesta  en  armas,  retirados  en  lugares  fuertes 
los  frutos  recien  cogidos  de  las  campañas;  con  que  la 
comida  las  mas  veces  se  compraba  con  sangre  y  vidas. 
Hay  entre  Nicéforo  y  Montaner  alguna  diversidad  en  la 
relación  desta  jornada.  Nicéforo  dice  que  los  catalanes 
la  emprendieron  á  persuasión  de  los  turcoples ,  porque 
en  el  tiempo  que  juntos  militaban  debajo  de  las  bande- 
ras del  imperio,  los  masagetas,  como  mas  poderosos  en 
la  reputación ,  de  las  presas  siempre  les  trataron  con 
desigualdad,  y  les  hicieron  agravio,  de  que  quisieron 
los  turcoples  por  este  camino  tomar  satisfacion.  Mon- 
taner solo  dice  que  fué  pensamiento  de  los  catalanes, 
y  déjase  bien  creer,  porque  en  materia  de  venganza  no 
¡labia  para  qué  solícítal  les.  Lo  que  yo  tengo  por  cierto 
es  que  los  turcoples  fueron  los  que  les  avisaron  de  la 
partida  de  los  masagetas ,  y  que  algunos  siguieron  á  los 
catalanes,  pero  no  toda  la  nación  junta,  ni  Meleco  su 
capitán ;  porque  después  d«sta  vitoria  dejaron  al  em- 
perador Andrónico,  y  vinieron  á  servir  á  los  catalanes, 
como  en  su  lugar  se  dirá. 


EXPEDICIÓN  DE  CATALANES  Y  ARAGONESES. 


CAPITULO  XLIV. 

Acometen  los  genoveses  á  Galípoli,  y  retiranse  con  pérdida 
de  su  general. 

En  el  mismo  tiempo  que  Rocafort  y  Fernán  Jiménez 
alcanzaron  Vitoria  de  los masagetas,  Ramón  Montaner, 
capitán  de  Galípoli,  la  alcanzó  de  genoveses.  Fué  el  su- 
ceso notable,  y  en  que  claramente  se  muestra  cuan 
varios  son  los  accidentes  de  una  guerra,  pues  algunas 
veces  las  Vitorias  y  pérdidas  nacen  de  causas  ni  pre- 
vistas ni  esperadas.  Antonio  Spínola  con  diez  y  ocho 
galeras  genovesas  llegó  á  Constantinopla  para  traer  al 
marquesado  de  Monferrato  á  Demetrio,  tercer  hijo  de 
Andrónico  y  de  la  emperatriz  Irene ,  y  platicando  con 
el  Emperador  del  estado  de  la  cosas  de  los  catalanes, 
el  Spínola,  con  mas  temeridad  que  cordura,  ofreció  de 
tomar  á  Galípoli  y  echar  los  catalanes  de  Tracia  ,  si  le 
daba  palabra  de  casará  Demetrio,  su  hijo  tercero,  con  la 
hija  de  Apicin  Spínola ;  premio  debido  á  tan  señalado 
servicio.  Andrónico  aceptó  el  partido  y  empeñó  su  pa- 
labra que  casaría  á  su  hijo.  Con  esto  el  genovés  arro- 
gante con  dos  galeras  llegó  á  Galípoli  debajo  de  seguro. 
Preguntó  por  el  capitán,  y  llevado  adonde  estaba,  con 
semblante  soberbio  y  descortés  le  dijo :  «Yo  soy  Antonio 
Spínola,  general  de  mi  república  :  vengo  á  ordenaros 
que  sin  réplica  y  dilación  dejéis  libres  estas  provincias, 
y  os  retiréis  á  vuestra  patria;  porque  de  otra  manera  os 
echaremos  con  las  armas,  y  estaréis  sujetos  á  su  rigor.» 
Ramón  Montaner,  reconociéndose  sin  fuerzas,  como 
cuerdo  y  buen  soldado  respondió  reportado  con  mucha 
blandura  y  cortesía  ,  que  el  salirse  de  Galípoli  y  de 
Tracia  no  era  cosa  que  tan  arrebatadamente  se  podía 
hacer  como  él  quería ,  y  que  amenazalles  con  sus  ar- 
mas era  cosa  muy  fuera  de  toda  razón  y  de  las  paces 
que  tenían  sus  reyes  y  su  república;  queél  estaba  puesto 
en  guardalla  mientras  ellos  la  guardasen.  Replicó  An- 
tonio ,  y  segunda  y  tercera  vez  desafió  á  todos  los  cata- 
lanes con  palabras  llenas  de  mil  ultrajes  ,  y  quiso  que 
constase  su  desafío  por  fe  pública  de  escribano.  Mon- 
taner, irritado  de  tanta  insolencia,  perdió  el  sufrimien- 
to y  respondió  con  valor ,  que  la  guerra  que  les  de- 
nunciaba de  parte  de  su  república  era  injusta;  y  que  así, 
protestaba  delante  de  Dios  y  por  la  fe  común  que  pro- 
fesaban, que  todos  los  daños ,  derramamiento  de  san- 
gre, robos,  incendios  y  muertes  serian  por  su  causa, 
porque  ellos  forzosamente  se  habían  de  oponer  á  tan  in- 
justa ofensa;  que  la  república  de  Genova  no  tenia  ju- 
risdicion  para  requerille  saliesen  de  Tracia ,  no  siendo 
aquella  tierra  sujeta  á  su  señorío;  que  si  su  derecho 
solo  le  fundaban  en  su  poder,  viniesen  á  echarles ;  que 
el  suceso  mostraría  la  diferencia  que  hay  del  decir  al 
hacer ;  que  Andrónico  era  cismático ,  fementido ,  y  que 
sus  armas  se  habían  de  emplear  en  su  ruina  á  pesar  de 
genoveses.  Luego  con  esta  respuesta  Antonio  volvió  sus 
galeras ,  y  con  ellas  á  Constantinopla ,  y  dio  cuenta  al 
Emperador  de  lo  que  había  pasado ,  y  ofreció  de  dalle 
luego  ganado  á  Galípoli,  por  la  poca  defensa  que  tenia. 
Andrónico ,  codicioso  de  ganar  el  presidio  de  sus  ma- 
yores enemigos ,  dio  al  Spínola  siete  galeras  con  su  ca- 
pitán Mandriol,  genovés  de  nación,  paraque,juntascon 
las  diez  y  siete,  facilitasen  masía  empresa.  Antonioem- 
barcó  á  Demetrio,  y  con  veinte  y  cinco  galeras  llegó  al 
di  1  siguiente  á  las  dos,  después  de  mediodía ,  á  los  Pa- 
omares,  cerca  de  Galípoli,  y  comenzó  á  desembarcar  la 


41 

gente.  Montaner  con  los  pocos  caoallosque  tenia,  arris- 
cado y  valiente,  á  la  lengua  del  agua  impedía  la  desein- 
barcacion.Pero  diez  galeras,  apartándose  de  las  demás, 
libremente  pusieron  en  tierra  la  gente  que  traían.  Hirie- 
ron á  Montaner  y  le  mataron  el  caballo ;  y  creyendo  los 
genoveses  que  su  dueño  lo  quedaba ,  dijeron  á  voces : 
«Muerto  es  el  capitán,  y  Galípoli  nuestro;»  pero  socorri- 
do de  un  criado ,  escapó  de  sus  manos  con  cinco  heri- 
das. Retiróse  dentro  de  Galípoli  bañado  en  sangre  pro- 
pria  y  ajena,  y  causó  alguna  turbación,  creyendo  que 
las  heridas  de  su  capitán  eran  mortales.  Reconocidas 
luego ,  fué  de  tan  poco  cuidado ,  que  ni  el  pelear  ni  á 
gobernarle  impidieron.  Guarneciéronse  las  murallas  de 
Galípoli  con  dos  mil  mujeres,  siendo  cabo  de  cada  diez 
un  mercader  catalán ,  y  con  chuzos ,  espadas  y  piedras 
se  pusieron  á  la  defensa  de  su  libertad ,  sucediendo  no 
solo  en  el  cargo ,  pero  en  el  valor  de  sus  maridos.  Due- 
ños ya  los  genoveses  de  la  campaña,  ordenadas  sus  ha- 
ces, llegaron  á  Galipoli,  y  arrimaron  sus  escalas,  tirando 
innumerables  dardos;  apretaron  gallardamente  el  asal- 
to, y  mas  cuando  vieron  las  murallas  solo  defendidas 
de  mujeres.  La  resistencia  mostró  luego  que  solo  en  el 
nombre  lo  parecían,  y  en  el  esfuerzo  y  constancia  va- 
rones invencibles.  Rebatidos,  con  muchas  muertes  y 
heridas,  de  las  murallas,  creyeron  que  la  flaqueza  na- 
tural del  sexo ,  si  porfiadamente  se  combatía ,  se  ren- 
diría. Volvieron  segunda  vez  al  asalto,  pero  con  mayor 
dañóse  retiraron.  Miraba  Antonio  Spínola  de  su  capita- 
na el  combate;  y  viendo  su  gente  rendida ,  desesperado 
de  poder  hacer  algún  buen  efeto  con  sola  la  que  tenia 
en  tierra,  acudió  con  su  persona  y  con  cuatrocientos 
caballos  á  dar  calor  al  asalto.  Llegó  á  las  murallas,  co- 
nociendo el  daño  de  cerca  y  tanta  gente  muerta.  Qui- 
siera no  haberse  empeñado ;  animó  á  los  suyos,  y  aco- 
metieron con  valor.  Renovóse  el  combate,  y  en  las 
mujeres  creció  el  ánimo  con  el  peligro,  llenas  de  san- 
gre ylieridas,  tan  asistentes  en  sus  postas,  que  alguna 
de  ellas  con  cinco  heridas  en  el  rostro  no  quiso  dejar 
la  suya,  juzgando  que  tan  honrado  puesto  como  ocu- 
par el  que  el  marido  debiera  tener ,  no  se  había  de  per- 
der sino  con  la  vida.  Los  genoveses,  afrentados  de  ver- 
se tan  gallardamente  rebatidos  de  mujeres,  obstinada- 
mente peleaban ;  en  caer  uno  muerto  de  las  escalas, 
había  otro  que  se  ofrecía  al  mismo  peligro.  Ramón 
Montaner,  visto  el  daño  que  habían  recibido  los  geno- 
veses ,  y  que  ya  no  tenían  dardos  que  tirar ,  sus  escua- 
drones deshechos ,  la  mayor  parte  heridos,  los  demás 
cansados  y  rendidos  al  rigor  del  combate  y  del  tiempo, 
por  ser  el  mes  de  julio,  poco  después  del  mediodía,  con 
cien  hombres  y  seis  caballos,  sin  armas  defensivas,  por 
Irmas  sueltos,  salió  á  pelear.  Abierta  una  puerta  de 
Galípoli,  se  arrojó  con  sus  seis  caballos  sobre  el  ene- 
migo, desalentado  de  la  fatiga  del  calor  y  las  armas;  si- 
guiéronle los  cien  hombres,  y  con  poca  resistencia  todo 
lo  vencieron  y  degollaron.  Tomaron  los  vencidos  la 
vuelta  de  sus  galeras ;  apretados  siempre  de  sus  enemi- 
gos, perecieron  casi  todos  en  el  alcance.  Las  galeras 
tenían  las  escalas  en  tierra,  y  hubo  algún  catalán  que  si- 
guiendo á  su  enemigo,  llegó  á  darle  muerte  dentro  de 
la  galera ;  y  si  Montaner  aquel  día  tuviera  mas  gente  de 
refresco ,  pudiera  ser  que  muchas  de  las  galeras  geno- 
vesas quedaran  en  su  poder.  Demetrio,  hijo  del  Empe- 
rador, y  los  demás  capitanes  que  quedaban  vivos  se  alar- 


42  DON  FRANCISCO 

gáronííetíprra,  temípnclo  el  atrevimiento  y  o?af1íadel 
vencedor.  Los  cuatrocientos  caballos  murieron  todos, 
y  su  capitán  Antonio  en  el  mismo  lugar  donde  de  parle 
de  su  república  retó  á  todo  nuestro  ejército  y  le  de- 
nunció la  guerra :  fin  justamente  merecido  de  un  hom- 
bre tan  arrogante ,  y  que  tan  fuera  de  toda  razón  rom- 
pió una  guerra ;  y  su  pérdida  fué  aviso  para  los  que 
ofrecen  á  los  príncipes  empresas  sujetas  á  la  incerti- 
dumbre  de  la  guerra  por  muy  fáciles  y  seguras.  En- 
cendida una  guerra  y  empuñada  una  espada,  lo  muy 
cierto  está  dudoso,  cuanto  mas  lo  que  está  en  duda. 
Antonio  Rocanogra,  capitán  genovés,  bailando  corta- 
do el  paso  para  sus  galeras ,  con  hasta  cuarenta  solda- 
dos se  puso  en  defensa  en  lo  alto  de  un  collado.  Llegó 
este  aviso  á  Montaner  después  que  los  pocos  genoveses 
que  quedaron  se  habian  con  tanta  infamia  y  daño  reti- 
rado á  sus  galeras  y  alargado  con  ellas;  revolvió  con 
la  gente  que  tenia  hacia  donde  el  genovés  estaba  con 
los  suyos;  peleó  con  ellos,  y  parte  rendidos,  parte 
muertos,  quedó  solo  Antonio  Rocanegra  con  un  mon- 
tante ,  haciendo  bravas  y  extremadas  pruebas  de  su  va- 
lentía. Aficionado  y  obligado  Montaner,  aunque  ene- 
migo, de  tanto  valor ,  detuvo  los  soldados  que  le  tira- 
ban y  procuraban  matar,  y  con  mucha  cortesía  le  pidió 
que  se  diese  á  prisión.  Pero  el  genovés  temerario ,  re- 
suelto de  morir  antes  que  rendir  las  armas ,  menospre- 
ció los  ruegos  y  cortesía  de  Montaner,  con  que  provocó 
la  ira  á  los  vencedores,  que  cerrando  con  él ,  le  hicieron 
pedazos;  con  que  los  catalanes  quedaron  señores  del 
campo  y  de  la  vitoria.  Las  diez  y  siete  galeras  de  ge- 
noveses no  osaron  volverá  Constantinopla,  aunque  la 
necesidad  y  falta  de  gente  les  pudiera  obligar;  pero  te- 
miendo la  indignación  de  Andrónico  y  la  insolencia  de 
los  griegos,  desembocaron  el  estrecho  y  fueron  la 
vuelta  de  Italia,  llevando  en  ellas  á  Demetrio.  Las 
otras  siete  galeras  gobernadas  por  Mandriol ,  vueltas  á 
Constantinopla ,  avisaron  á  Andrónico  del  sucesd. 

Llegó  la  voz  del  peligro  en  que  estaba  Galípoli  á 
nuestro  ejército ,  que  se  venia  retirando  á  sus  presidios, 
después  de  la  vitoria  que  se  alcanzó  contra  los  masage- 
tas;  y  temiendo  perdelle  antes  de  poder  ser  socorrido, 
apresuró  el  camino ,  y  llegó  dos  dias  después  que  los 
genoveses  se  embarcaron  vencidos,  fué  el  sentimiento 
universal  en  todos  por  no  haber  llegado  á  tiempo  á 
castigar  en  los  genoveses  tanta  deslealtad  como  rom- 
per las  paces  con  ellos  estando  ausentes,  y  acometer 
su  presidio  defendido  de  mujeres.  Acrecentaba  rnas 
este  sentimiento  el  verlas  heridas  y  maltratadas;  pero 
el  gusto  de  la  vitoria  le  quitó  luego ,  y  juntos  celebra- 
ron el  contento  y  regocijo  de  entrambas  Vitorias. 

CAPITULO  XLV. 

Los  turcos  y  turcoples  vienen  al  servicio  de  los  catalanes. 
En  tanto  que  las  armas  catalanas  y  griegas  se  ocupa- 
ban en  su  misma  ruina,  los  turcos,  libres  del  miedo  que 
el  ejército  de  entrambas  les  pudiera  dar  si  concordes  y 
unidos  prosiguieran  la  guerra,  volvieron  á  seguir  el 
curso  de  sus  Vitorias  y  ocupar  las  provincias  del  Asia, 
no  temiendo  ejército  que  se  les  opusiese  á  la  corriente 
de  su  próspera  fortuna.  Porque ,  según  cuenta  Pachi- 
raerio,  el  año  veinte  y  cuatro  del  reino  de  Andrónico, 
que  fué  el  de  Cristo  1306,  los  griegos  desampararon  de 
todo  punto  el  Asia,  y  esto  fué  tres  años  después  que  los 


DE  MONCADA. 

nuestros  salieron  della;  de  donde  se  colige  mnnifit'«ta- 
mente  el  daño  que  resultó  de  la  división  y  discordia  de 
los  catalanes  y  griegos,  pues  con  ella  se  perdió  la  oca- 
sión de  oprimir  aquella  soberbia  nación  en  sus  princi- 
pios, que  en  este  tiempo  se  pudiera  haber  hecho  con 
poca  dificultad.  Los  turcos,  absolutos  señores  de  la  Asia, 
deseaban  poner  el  pié  en  Europa  y  dilatar  sus  vencedo- 
ras armasen  poniente.  Detuvo  algunos  años  el  cumpli- 
miento de  su  deseo  la  falta  de  navios  con  que  pasar 
los  que  estaban  de  la  otra  parte  del  estrecho  de  Galí- 
poli. Valiéndose  de  la  ocasión  presente  de  ver  á  los  ca- 
talanes enemigos  de  los  griegos,  enviaron  á  Galípoli  sus 
mensajeros  á  tentar  el  ánimo  de  los  nuestros,  y  si  admi- 
ürian  algún  trato  queriendo  venilles  á  servir.  Mostra- 
ron que  no  les  desplacia.  Los  catalanes  con  esto  envia- 
ron á  los  men':ajeros  una  fragata  armada,  y  con  ella  vi- 
no Ximelix,  su  capitán,  con  diez  compañeros,  á  concluir 
el  trato.  Ofreció  de  parte  de  los  suyos  venir  con  ocho- 
cientos caballos  y  dos  mil  infantes ,  y  prestar  juramento 
de  fidelidad  al  general  de  los  catalanes.  Las  condicio- 
nes fueron  que  se  les  señalase  cuartel  á  parte  donde 
pudiesen  vivir  juntos  con  sus  familias;  que  de  las  pre- 
sas se  les  diese  la  mitad  de  lo  que  se  daba  al  soldado 
catalán;  que  siempre  que  quisiesen  volver  á  su  tierra 
pudiesen,  sin  que  se  les  hiciese  violencia  para  detene- 
lles.  Oído  lo  propuesto  por  el  turco,  de  común  consen- 
timientolesadmítieron  á  su  servicio,  ofreciendo decum- 
plir  con  las  condiciones  con  juramento.  Con  esta  res- 
puesta Ximelix  volvió  á  pasar  el  estrecho  y  á  prevenir 
su  gente  en  tanto  que  la  armada  llegaba,  y  poco  des- 
pués, embarcados  en  los  navios  y  galeras  que  se  pu- 
dieron juntar,  llegaron  á  Galípoli  dos  mil  infantes  y 
ochocientos  caballos  turcos,  con  sus  hijos  y  mujeres  y 
haciendas.  Este  fué  el  hecho  de  los  catalanes  condenado 
de  los  antiguos  y  modernos  escritores  por  muy  feo :  pa- 
sar en  Europa  á  los  bárbaros  infieles  enemigos  del  nom- 
bre cristiano,  manchando  la  gloria  de  aquella  expedi- 
ción con  tan  impío  y  detestable  consejo,  como  lo  fué 
abrir  el  camino  de  Europa  á  tan  gallarda  y  poderosa  na- 
ción. Injusto  cargo  fué  sin  duda  el  que  estos  escritores 
ponen  á  los  catalanes,  dejándose  llevar  de  la  pasión  ó 
del  descuido  de  no  adverlillo :  yerro  en  un  escritor  gra- 
ve. Impío  consejo  fuera  el  de  los  catalanes,  y  pernicioso 
para  su  libertad,  si  los  turcos  que  admitieron  en  su  fa- 
vor fueran  superiores  en  fuerzas,  porque  entonces  libre- 
mente pudieran  introducir  su  seta  y  hacer  daño  á  nues- 
tra fe,  y  juntamente  oprimir  la  libertad  de  quien  los  lla- 
mó. Los  socorros  y  ayudas  no  han  de  ser  mayores  que 
las  proprias  fuerzas,  porque  no  suceda  lo  que  á  un  Sci- 
pion  en  España ,  cuando  treinta  mil  celtiberos  con  per- 
fidia notable  le  desampararon,  y  él,  como  inferior,  no  los 
pudo  detener;  de  donde  Livio  sacó  un  importante  do- 
cumento. Los  turcos  no  llegaban  á  tres  mil,  en  número, 
en  armas,  en  valor  inferiores  á  los  catalanes;  de  mane- 
ra que  no  se  pudiera  presumir  que  los  turcos  hicieran 
más  de  lo  que  ordenaban  los  catalanes ,  y  siendo  ellos 
cristianos,  cierto  es  que  su  fe  no  pudiera  peligrar  que 
aquellos  bárbaros  viéndose  tan  inferiores  la  ofendieran. 
En  las  comunidades  del  reino  de  Valencia,  en  tiempo 
de  nuestros  abuelos,  los  que  mas  fielmente  sirvieron 
fueron  los  moro.=i,  y  el  servirse  dellos  contra  cristianos 
se  tuvo  por  lícito  y  necesario.  No  de  otra  manera  sir- 
vieron los  turcos  á  los  catalanes  en  Grecia,  á  mas  de 


EXPEDICIÓN  DE  CATALANES  Y  ARAGONESES. 


43 


que  la  prnpna  defensa  disculpn  cualquier  yerro  que  en 
esto  se  pudiera  haber  lieclio.  No  se  liallará  república 
ni  príiicip  •  apretado  de  guerras  extranjeras  ó  civiles, 
que  haya  dejado  de  llamar  en  su  ayuda  gentes  de  reli- 
gión y  costumbres  diferentes,  y  muchas  veces  dieron 
entrada  en  sus  reinos  á  los  mas  poderosos  por  librarse 
del  presente  daño,  sin  advertir  que  pudieran  quedar 
por  despojos,  vencidos  ó  vencedores.  El  peligro  vecino 
jlguna  vez  se  ataja  con  otro  mayor,  y  puesto  que  de 
cualquiera  manera  se  haya  de  perecer,  bueno  es  dilata- 
11o,  y  escoger  el  mas  remoto  y  el  que  puede  dejar  de 
ser.  Si  los  catalanes  hicieran  lo  que  hizo  Stilicon  y  Nar- 
ses,  el  uno  llamando  á  los  godos,  el  otro  á  los  longobar- 
dos,  para  la  ruina  de  Italia  y  del  imperio,  no  pudieran 
ser  mas  ofendidos  de  las  plumas  y  lenguas  de  la  histo- 
ria: unos  les  llaman  impíos,  sacrilegos;  otros  piratas, 
común  pestilencia  de  las  gentes,  hombres  sin  Dios,  sin 
ley,  sin  razón ;  y  todo  nace  porque  en  su  favor  llamaron 
á  ios  turcos,  que  entendido  esto  por  mayor,  ofende  algo 
las  orejas  cristianas ;  pero  bien  advertido  y  averiguado, 
no  hay  razón  para  culpalles  levemente,  cuanto  más 
para  ofendellescon  palabras  tan  descompuestas  y  llenas 
de  injurias  y  afrentas.  Mil  leguas  de  su  patria ,  sus  ca- 
pitanes y  embajadores  muertos  á  traición,  ¿qué  sufri- 
miento no  irritara?  Qué  medio,  por  violento  que  fuera, 
no  intentara  su  afrenta?  Cuando  hubiera  yerro,  esto 
pudieramoderar  el  juicio  del  escritor.  Hállase  también 
.  alguna  dificultad  acerca  del  tiempo  en  que  pasaron  los 
turcos,  porque  Nicéforo  dice  que  fueron  llamados  délos 
catalanes  antes  de  la  batalla  de  Apros,  cuando  se  supo 
queMijruel  venia  sobre  ellos,  y  que  solos  fueron  qui- 
nientos los  que  pasaron.  Esta  narración  de  Nieéforo  la 
tengo  por  falsa,  porque  Montaner  en  el  número  y  en  el 
tiempo  le  contradice,  y  como  testigo  de  vista  se  le  debe 
dar  mas  crédito,  aunque  catalán  y  ofendido;  porque  en 
el  discurso  de  su  historia  refiere  muchas  cosas  contra 
los  de  su  nación,  y  condena  lo  mal  hecho  con  libertad  y 
sin  respeto,  y  no  es  de  crecrque  quien  dice  la  verdad  en 
su  daño,  no  la  dijera  en  lo  que  tan  poco  importaba  á  su 
gloria,  como  venir  los  turcos  cuatro  años  antes  ó  des- 
pués. Zurita,  siguiendo  la  relación  de  Berenguer  de  En- 
tenza,  difiere  también  de  Nicéforo;  porque  dice  que  el 
mismo  Berenguer  de  Entenza  llamó  á  los  turcos  des- 
pués que  supo  la  muerte  de  sus  embajadores,  y  que  pa- 
saron á  Galipoli  mil  y  quinientos  caballos,  y  le  presta- 
ron juramento  de  fidelidad.  Esto  también  lo  tengo  por 
falso,  porque  parece  imposible  que  en  quince  dias  que 
Berenguer  se  detuvo  en  Galipoli  después  que  se  declaró 
por  enemigo  del  imperio,  llamase  á  los  turcos  que  es- 
taban en  Asia,  y  se  concertase  con  ellos ,  y  se  juntasen 
mil  y  quinientos  caballos,  y  se  embarcasen  y  viniesen 
á  prestarle  juramento  de  fidelidad;  que  son  cosas  que 
aunque  se  hicieran  con  suma  presteza,  no  pudieran 
concluirse  en  quince  dias.  La  verdad  del  tiempo  en  que 
pasaron  los  turcos,  la  refiere  claramente  Montaner, que 
fué  cuatro  años  después  desta  jornada,  y  para  teneresto 
por  cierto  no  se  halla  dificultad  ni  imposibilidad  algu- 
na, como  las  hay,  y  muy  grandes,  en  lo  que  dicen  Ni- 
céforo y  Zurita;  y  así,  en  materia  de  los  hechos  de  los 
turcos  solo  seguiré  á  Montaner,  porque  le  tengo  por  mas 
verdadero,  y  que  intervino  y  asistió  en  todas  estas  jor- 
nadas. 
En  este  mismo  tiempo  los  turcoples  que  servían  al 


Empera  dor,  declarados  por  rebeldes,  porque  á  imitación 
de  los  catalanes  quisieron  que  se  les  pagase  el  sueldo  ó 
hacerse  contribuir  con  las  armas ,  no  pudieron,  por  ser 
pocos,  mantenerse  de  por  sí,  y  envianm  á  decir  á  los  ca- 
talanes que  si  les  admitirían  en  su  compañía.  Respon- 
dieron que  viniesen  seguros,  que  con  ellos  se  usaría  lo 
mismo  que  con  los  turcos,  y  con  mayores  ventajas,  por 
ser  cristianos.  Vinieron  Iiasta  mil  caballos  buenos,  y 
prestaron  juramento  de  fidelidad  debajo  de  los  mismos 
conciertos  que  lo  hicieron  los  turcos.  Pusiéronse  á  or- 
den de  Juan  Pérez  de  Caldés.  Quedó  el  emperador  An- 
drónicosin  la  milicia  extranjera,  después  quelos alanos 
y  turcoples  se  apartaron  de  su  servicio,  tan  falto  de  sol- 
dados, que  libremente  se  podía  acometer  cualquier 
empresa,  por  grande  que  fuese,  en  las  provincias  de  su 
imperio,  sin  tener  quien  se  lo  impidiese.  Estas  fuerzas 
que  perdió  el  Emperador  acrecí  ntaron  las  de  Rocafort, 
porque  turcos  y  turcoples  igualmente  le  respetaban  y 
reconocían  por  suprema  cabeza,  y  con  esta  seguridad 
de  verse  tan  obedecido  y  amado  dellos,  se  desvaneció 
y  se  hizo  odioso  á  muchos,  por  la  insolencia  y  poder  ab- 
soluto con  que  lo  gobernaba  y  mandaba  todo. 

CAPITULO  XLVL 

Sucesos  de  Berenguer  de  Entenza  después  de  su  prisión 
basta  su  libertad,  y  su  vuelta  á  Galipoli. 

Con  los  nuevos  socorros  de  turcoples  y  turcos,  y  de 
muchos  otros  españoles  que  andaban  antes  encubiertos 
en  los  lugares  del  imperio,  como  mercaderes  ó  debajo 
del  nombre  de  otra  nación,  se  aumentaron  los  nuestros, 
porque  acreditados  con  tantas  Vitorias,  todos  procura- 
ban su  amistad  :  movidos  algunos  con  el  deseo  de  ven- 
ganza, los  mas  con  su  codicia,  querían  participar  de  las 
riquezas  que  la  fama  publicaba  que  habían  adquirido 
en  aquella  guerra.  En  este  mismo  tiempo  Berenguer  de 
Entenza,  después  de  su  larga  y  trabajosa  prisión ,  y  ha- 
ber peregrinado  en  vano  por  las  cortes  de  algunos  prín- 
cipes de  Europa  para  dar  calor  á  la  empresa  de  los  ca- 
talanes, llegó  á  Galipoli  con  una  nave  y  con  quinientos 
hombres,  gente  toda  de  estimación.  Turbó  la  paz  y  so- 
siego del  ejército  su  venida,  por  las  competencias  del 
gobierno  que  entre  Rocafort  y  él  se  levantaron;  pero 
antes  de  escribir  las  causas  y  razones  que  los  unos  y  los 
otros  tuvieron  de  competir,  será  bien  dar  una  larga  re- 
lación de  lo  que  sucedió  á  Berenguer  desde  que  je  pren- 
dieron hasta  su  vuelta. 

Después  que  Ramón  Montaner,  por  orden  de  los  capi- 
tanes del  ejército,  intentó,  sin  podello  concluir,  el  res- 
cate de  Berenguer  cuando  las  galeras  de  genoveses 
pasaron  por  el  estrecho  de  Galipoli  á  la  vuelta  do  Tra- 
pisonda, se  tuvo  por  cosa  muy  cíerla  que  en  llegando á 
Genova  se  pondría  á  Berenguer  en  libertad  y  se  le  da- 
ría satisfacion,  por  ser  vasallo  y  capitán  de  un  rey  ami- 
go. No  sucedió  como  pensaron  ;  antes  bien  la  república 
autorizó  caso  tan  feo  ,  ni  castigando  á  su  general ,  ni 
dando  libertad  y  enmienda  de  lo  perdido  á  Berenguer; 
porque  siempre  que  el  delito  no  se  castiga,  se  aprueba. 
Llegó  á  noticia  de  los  catalanes  de  Tracia  como  Beren- 
guer estaba  detenido  en  Genova  en  cárceles  indignas 
de  su  persona,  sin  tratar  de  dalle  libertad,  y  determina- 
ron de  común  parecer,  ya  que  por  las  armas  no  se  podía 
intentar,  suplicar  al  rey  de  Aragón  don  Jaime  interpu- 
siese su  autoridad  con  los  de  aquella  república.  Para 


U  DON  FRANCISCO 

estn  se  notnlrraron  tre<;  embajn  dores ,  que  fueron  Gar- 
cía de  Vergua,  Pérez  de  Arbe,  Pedro  Holdiin  ,  eutram- 
bosdel  consejo  de  los  Doce.  Llegaron  á  Cataluña,  y  die- 
ron al  Rey  su  embajada :  propusieron  el  agravio  grande 
que  se  les  había  hecho  en  prender  debajo  de  fe  y  pa- 
labra á  Rerenguer,  su  capitán,  y  continuar  lo  mal  he- 
íbo  alargando  su  libertad ;  que  de  parte  de  todos  ve- 
nían ellos  á  echarse  á  sus  pies,  esperando  de  su  clemen- 
cia que,  olvidados  los  disgustos  pasados,  daría  el  reme- 
dio que  conviniese,  y  buen  despacho  á  su  petición.  Dié- 
ronle  particular  relación  de  sus  viturías  y  del  estado 
en  que  se  hallaban  sus  cosas  y  las  del  imperio,  cuyo 
señorío  le  ofrecieron  si  se  les  ayudaba  con  calor,  por 
estar  sus  provincias  sin  defensa ,  expuestas  al  rigor  y 
arii:aa  del  que  primero  las  acometiese;  y  que  tendrían 
por  uno  de  sus  mayores  blasones  poder,  á  costa  de  su 
trabajo  y  de  su  sangre ,  acrecentar  su  corona  y  hacer 
obedecer  su  nombre  en  lo  mas  remolo  y  apartado  de 
Europa  y  Asía.  Respondió  el  Rey  que  por  dar  gusto  á 
tan  buenos  vasallos  pondría  su  autoridad  y  las  armas 
cuando  importase,  y  mas  por  Rerenguer  de  Entenza, 
uno  de  sus  mayores  vasallos.  En  lo  de  dalles  socorro  se 
excusó,  por  parecelle  que  al  rey  don  Fadrique  de  Sicilia, 
su  hermano,  le  convenía  mas  el  dársele;  que  él  estaba 
lejos,  y  que  difícilmente  se  podrían  darlas  manosní  sus- 
tentar, cuando  se  ganasen  las  provincias  de  Grecia,  con 
Cataluña;  pero  agradeció  y  estimó  su  voluntad.  Hecha 
esta  diligencia,  los  tres  embajadores  se  fueron  á  Roma  á 
representar  al  Papa  la  ocasión  que  tenia  de  reduciraquel 
imperio  de  Grecia  á  su  obediencia  si  á  los  catalanes  de 
Tracia  se  les  daba  alguna  ayuda  grande,  como  lo  seria 
si  á  don  Fadrique  se  le  concediese  la  investidura  para 
que  con  su  persona  pasase  á  la  empresa,  con  un  legado 
de  la  santa  Sede,  y  se  publicase  la  cruzada  en  favor  oe 
los  que  irían  ó  ayudarían  con  limosnas.  El  Papa  no  reci- 
bió bien  esta  embajada  ni  le  pareció  ponella  en  trato,  por- 
que de  suyo  había  grandes  dificultades ,  y  la  mayor  era 
el  temer  que  la  casa  de  Aragón  no  se  engrandeciese  por 
este  medio.  El  rey  don  Jaime,  para  cumplimiento  de  su 
promesa,  envió  su  embajada  á  la  república  de  Genova, 
significando  el  sentimiento  grande  que  había  tenido  de 
la  prisión  de  Rerenguer,  uno  de  sus  mayores  y  más  prin- 
cipales vasallos;  y  que  esto  había  sido  contravenir  á  los 
tratados  de  paz  sí  con  sabiduría  de  la  Señoría  se  hubiese 
ejecutado ;  que  les  pedía  pusiesen  en  libertad  á  Reren- 
guer, y  le  diesen  satisfacion  del  daño  que  habia  reci- 
bido, porque  de  otra  manera  no  podía  dejar  de  hacer  al- 
guna demostración.  La  república  determinó  de  venir 
en  lo  que  el  Rey  mandaba,  y  respondió  que  habia  sen- 
tido lo  que  Eduardo  de  Oria,  su  general,  hizo  con  Reren- 
guer de  Entenza,  y  que  fué  motín  de  la  gente  vil  de  las 
galeras  el  que  causó  tan  grande  exceso ;  que  no  se  pudo 
atajar  por  los  capitanes  y  general  hasta  después  de  eje- 
cutado; que  ellos  pondrían  desde  luego  á  Rerenguer  en 
libertad;  y  nombraron  once  personas  para  que  se  jun- 
tasen con  los  diputados  que  el  Rey  enviaría  en  el  lugar 
donde  fuese  servido,  para  tratar  de  la  enmienda  que  se 
habia  de  dar  á  Rerenguer  por  los  daños  que  había  reci- 
bido en  la  pérdida  de  las  galeras  y  en  su  prisión.  Con 
este  buen  despacho  se  despidieron  los  embajadores  del 
Rey,  y  la  república  envió  otros  para  que  de  su  parte  re- 
presentasen lo  mismo,  y  el  vivo  sentimiento  que  habían 
tenido  todos  los  della  de  que  su  general,  aunque  sin 


DE  MONCADA. 

culpa,hubiese  ofendido  sus  vasillos;  y  que  luego  queso 
supo,  mandaron  que  á  Rerenguer  le  llevasen  á  Sicilia,  y 
le  restituyesen  lo  que  le  habían  tomado.  Suplicáronle 
después  que  mandase  á  los  catalanes  que  dejasen  la 
compañía  de  los  turcos,  y  se  saliesen  de  aquellas  pro- 
vincias donde  ellos  tenían  la  mayor  parte  de  su  trato,  y 
que  le  iban  perdiendo  por  los  daños  y  correrías  que 
continuamente  se  hacían  por  ellas.  El  Rey  ofreció  que 
se  lo  enviaría  á  mandar  sí  Rerenguer  quedaba  satisfe- 
cho. Puesto  Rerenguer  en  libertad,  el  Rey  envió  sus 
diputados  á  Mompeller,  lugar  que  se  señaló  para  tratar 
de  la  recompensa ;  y  la  república  envió  á  Señorino  Don- 
zelü,  Meliado  Salvagío,  Gabriel  de  Sauro,  Rogerío  de 
Savigniano,  Antonio  de  Guíllelmis,  Manuel  Cigala,  Ja- 
como  Rachonio,  Rafo  de  Oria,  Opísino  Capsarío,  Gui- 
dero  Pignolo  y  Jorge  de  Ronifacio,  todos  de  su  conse- 
jo. Estos  fueron  los  que  se  juntaron  con  los  diputados 
del  Rey,  y  después  de  muchas  juntas  y  acuerdos  que  se 
propusieron,  jamás  por  parle  de  la  Señoría  se  vino  bien 
á  ellos,  hallando  en  todos  ocasiones  de  dudar  paracon- 
cluir;  y  últimamente  se  deshizo  la  junta  sin  dar  alguna 
satisfacion  por  parte  de  la  Señoría ;  y  con  esto  pareció 
que  la  respuesta  tan  cortés  que  dieron  al  Rey  fué  para 
que  en  este  medio  el  Rey  mandase  á  los  catalanes  que  no 
innovasen  por  el  camino  de  las  armas  cosa  contra  ge- 
noveses,  pues  amigablemente  se  ofrecieron  á  compone- 
llo.  Rerenguer,  desesperado  de  poder  alcanzar  la  recom- 
pensa, se  fué  al  rey  de  Francia  y  al  Papa  á  tentar  se-  , 
gunda  vez  que  diesen  ayudadlos  catalanes  de  Tracia, 
proponiendo  lo  mismo  que  los  tres  emba/adores  propu- 
sieron; pero  ni  el  Rey  niel  Papa  quisieron  dársele,  y  él 
se  hubo  de  volver  á  Cataluña,  donde  vendió  parte  de  su 
hacienda,  y  juntó  quinientos  hombres,  todos  gente  co- 
nocida y  plática;  y  embarcado  en  un  grueso  navio, dejó 
la  quietud  de  su  casa  por  acudir  á  los  amigos  que  tenia 
en  Gahpoli. 

CAPITULO  XLVn. 

Berenguer  de  Enteriza  y  Berenguer  de  Rocafort  dividen 
el  ejército  en  bandos. 

Rerenguer  de  Entenza  luego  que  llegó  á  Galípoli 
quiso  ejercitar  su  cargo  como  solía  antes  de  ser  preso, 
y  Rerenguer  de  Rocafort  dijo  que  ya  las  cosas  estaban 
trocadas,  y  que  no  tenía  que  gobernar  mas  de  ¡os  que 
traía;  que  los  demás  ya  tenían  general.  Alteráronse 
los  ánimos,  pretendiendo  todos  que  se  les  debía  la  su- 
prema autoridad.  Los  amigos  y  allegados  de  cada  cual 
dellos,  con  palabras  descompuestas  y  llenas  de  arro- 
gancia, amenazaban  que  con  las  armas  se  harían  obe- 
decer. Dividido  el  ejército  con  esta  competencia ,  todo 
andaba  desordenado  y  cerca  de  llegar  á  grande  rompi- 
miento, movidos  de  algunos  chismes  que  se  andaban 
refiriendo.  Estuvieron  cerca  de  venir  á  las  manos,  por- 
que no  falta  entre  tantos  quien  gusta  de  revolver,  por 
hacer  daño  al  enemigo  ó  acreditarse  con  el  amigo.  Es- 
forzaban entrambas  las  partes  su  pretensión  con  razo- 
nes muy  bien  fundadas.  Por  la  de  Rerenguer  se  decía 
que  antes  de  su  prisión  era  general,  y  habia  sido  el  pri- 
mero que  acometió  felizmente  las  provincias  del  im- 
perio, y  que  por  la  alevosía  de  los  genoveses  se  habia 
perdido,  no  por  haber  fallado  á  lo  que  debía.  Después 
de  una  larga  prisión,  padecida  por  ser  su  general,  no 
habia  de  ser  ocasión  de  quitulie  el  cargo,  antes  bien  de 


EXPEDICÍON  DE  CATALANES  Y  ARAGONESES. 


43 


iionrnllficon  él  cunnrln  no  le  hubiera  tenido;  que  por 
,l(>(licliado  no  hahia  de  perder  lo  que  ganó  pnr  su  va- 
lor; que  en  viéndose  lil)re  vendió  parf.e  de  su  iiacienda 
,);iru  dalles  socorro;  y  á  e'^to  se  anadia  lo  que  á  Roca- 
l'o  l  le  ofendía  mas,  la  diferencia  tan  desigual  de  la 
calidad,  trato  y  condición  :  Berenguer,  ricohombre, 
Rocafort,  caballero  particular;  el  uno  cortés,  liberal, 
apacible;  el  otro  áspero  ,  codicioso,  insolente.  Por  la 
parte  de  Rítcafort  esforzaban  sus  amigos  su  pretensión 
con  razones  de  gran  consideración.  Fundaban  su  de- 
recho diciendo  que  Rocafort  habia  gobernado  el  cam- 
po como  supremo  capitán  seis  años;  que  cuando  lomó 
ásu  cargo  el  gobierno  estaban  nuestras  partes  de  to- 
do punto  perdidas ,  y  con  su  industria  y  valor  lo  liabia 
restaurado,  y  que  su  nación  en  su  tiempo  se  habia  he- 
cho la  mas  poderosa  y  eslimada  de  todo  el  oriente;  que 
seria  cosa  muy  injusta  quitarle  el  gobierno  al  tiempo 
de  la  felicidad,  habiéndole  tenido  en  tiempos  tan  apre- 
tados ;  que  muchas  veces  se  deseó  la  muerte  por  me- 
nor mal  del  que  se  esperaba ;  que  el  fruto  de  los  traba- 
jos los  habia  de  gozar  quien  los  padeció ,  antes  que  los 
demás,  por  nobles  y  grandes  que  fuesen,  y  que  seria  un 
agravio  muy  notable  si  le  quitaban  el  puesto  en  que 
habia  acrecentado  su  nombre  con  tan  señaladas  Vito- 
rias y  librado  su  gente  de  una  triste  y  miserable  muer- 
te, que  siempre  tuvieron  por  ciiTta.  Mientras  de  una  y 
otra  jarte  se  trataba  del  caso,  vinieron  casiárompi 
miento,  remitiendo  su  pretensión  á  las  armas;  con  que 
muchas  veces  dentro  de  las  murallas  de  Galípoli  estu- 
vieron para  darse  la  batalla ,  porque  como  no  habia 
quien  pudiese  decidir  la  causa,  por  estar  el  ejército  di- 
vidido, llevados  todos  de  las  obligaciones  y  aíicion  que 
cada  cual  tenia,  no  se  podian  gobernar  ni  limitar  como 
convenia  para  el  bien  común.  Hubo  algunos  bien  in- 
tencionados, que  prefiriendo  el  bien  público  á  sus  par- 
ticulares intereses ,  se  mostraron  neutrales  y  se  pusie- 
ron de  por  medio  para  concerlalles;  cosa  de  mucho  pe- 
ligro cuando  las  parles  están  ya  declaradas ,  porque 
siempre  se  juzgan  por  enemigos  los  que  no  son  ami- 
gos, y  vienen  á  ser  aborrecidos  de  los  unos  y  de  los 
otros.  El  bando  de  Berenguer  de  Entenza,  si  con  este 
medio  no  se  llegara  á  impedir  el  venir  á  las  armas,  se 
hubiera  sin  duda  perdido,  porque  al  de  Rocafort  seguia 
i  la  mayor  parte  de  los  almugavares  y  todos  los  turcos 
y  turcoples,  por  haber  jurado  fidelidad  en  manos  de 
Rocafort,  á  quien  ciegamente  obedecían.  Berenguer 
jtenia  mucha  menos  gente  que  Rocafort,  aunque  era  la 
'mejor,  porque  siempre  los  menos  suelen  ser  los  mejo- 
res. Persuadieron  á  Rocafort  los  que  trataban  del  con- 
cierto que  remitiese  su  justicia  y  su  derecho  en  lo  que 
determinasen  los  doce  consejeros  del  ejército,  ponién- 
dole delante  los  inconvenientes  grandes  si  el  negocio 
llegaba  á  rompimiento;  porque  aunque  se  degollase 
todo  el  bando  de  Berenguer,  no  pudiera  ser  sin  gran 
pérdida  suya,  y  que  después  quedaría  sin  fuerzas  para 
/esistir  tantos  enemigos  como  por  todas  partes  le  cer- 
.caban;  que  no  eran  tiempos  aquellos  que  por  intereses 
particulares  fuese  reputación  el  venir  á  las  armas ,  de 
donde  se  podria  seguir  el  perdella  toda  la  nación ;  que 
ganaría  mas  gloría  en  ceder  del  derecho  que  pretendia 
que  si  venciera  á  Berenguer.  Últimamente,  Rocafort 
vino  bien  en  esto ,  por  temer  los  daños  que  se  podrían 
seguir,  ó  por  parecelle  que  los  doce  consejeros  esta- 


rían mas  de  su  parte  que  de  la  de  Dcrenguer ,  á  quien 
fácilmente  persuadieron  lo  mismo.  Declararon  los  jue- 
ces que  Berenguer,  Rocafort  y  Fernán  Jiménez  guber- 
nasen  cada  cual  de  por  sí ,  y  que  los  soldados  tuviesen 
libertad  de  servir  debajo  del  gobierno  que  mejtr  les 
pareciese,  sin  que  para  esto  se  les  hiciese  violencia  por 
ninguna  de  las  partes.  Fué  el  medio  mas  acertado  que 
en  este  caso  se  pudo  tomar;  porque  declarar  por  capi- 
tán general  el  uno,  era  sujetar  el  otro  á  su  émulo  y 
competidor,  y  primero  escogiera  la  muerte  cualquier 
de  ellos  que  esta  sujeción;  además  de  que  los  doce  no 
tenían  autoridad  para  mandar  que  se  obedeciese  á  quien 
ellos  elegirían ,  porque  no  eran  mas  que  medianeros 
para  concertar  las  partes.  Quedaron  por  entonces  en 
lo  exterior  algo  sosegados,  pero  los  ánimos  secreta- 
mente muy  alterados  y  sospechosos ,  deseando  ocasión 
devengarse  del  agravio  que  cada  cual  imaginaba  que  se 
le  hacia;  que  todo  lo  que  no  esalcanzar  unosu  pretensión 
como  la  desea ,  lo  juzga  por  agravio.  Las  mas  veces  se 
imposibilitan  las  empresas  por  las  competencias  de  los 
que  mandan ,  cuando  no  los  gobierna  algún  príncipe 
grande  y  poderoso  que  puede  reprimirlas  insolencias 
de  los  atrevidos  y  ambiciosos;  y  por  mucha  moderación 
que  haya  en  los  principios  de  una  empresa,  después  de 
los  malos  ó  buenos  sucesos  siempre  se  siguen  ruines  in- 
terpretaciones, de  que  toman  mayor  osadía  los  inquie- 
tos ,  y  muchos  buenos  se  ven  obligados  á  defenderse, 
porque  con  esto  se  levantan  tantas  máquinas  de  rece- 
los, envidias  y  aborrecimientos ,  que  parece  imposible 
librarse; y  así,  se  ha  de  tener  por  cosa  muy  notable 
que  durase  ocho  años  esta  empresa  de  los  catalánes  y 
aragoneses  libre  deste  daño.  La  empresa  que  Godofré 
hizo  á  la  Tierra  Santa  ,  con  ser  la  mas  ilustre  de  todas 
lasque  refieren  las  historias,  en  sus  principios  padeció 
este  daño ,  por  las  competencias  entre  Tancredo  y  Bal- 
dovino ,  entre  Boemundo  y  el  conde  de  Tolosa;  porque 
siempre  en  algunos  pudo  mas  la  ambición  que  la  pie- 
dad, príncipal  motivo  de  aquella  empresa.  Fernán  Ji- 
ménez de  Árenos ,  aunque  por  el  concierto  pudiera 
dividirse  y  gobernar  solo  por  sí,  no  quiso  apartarse  de 
Berenguer  de  Entenza,  porque  le  pareció  que  no  per- 
día reputación  en  obedecer  á  un  hombre  igual  en  san- 
gre y  mayor  de  años,  y  también  por  ser  muy  pocos  los 
que  le  seguían ,  y  temerse  de  Rocafort ;  y  así ,  Beren- 
guer y  Fernán  unieron  sus  fuerzas  por  ser  mas  respe- 
tados y  temidos. 

CAPITULO  XLVIIL 

Rocafort  pone  sitio  á  Nona,  Berenguer  á  Megarix,  y  Ticin  Jaque- 
ria,  geiiovés,  con  ayuda  de  gente  catalana  toma  el  castillo  y  lu- 
gar de  Fruilla. 

Aunque  por  los  conciertos  hechos  pareció  que  todo 
quedaba  en  paz,  no  se  aseguraron  los  unos  de  los  otros, 
ni  dejaron  de  vivir  llenos  de  recelos ,  acrecentando  de 
cada  día  mas  el  aborrecimiento,  y  cerrada  de  todo  punto 
la  puerta  á  tratos  de  concordia;  porque  como  todos  se 
hubieron  de  declarar,  dejó  de  haber  neutrales  y  media- 
neros para  averiguar  algunas  cosas  que  siempre  ocur- 
rían de  jurisdicion ;  el  peligro  les  hizo  apartar ,  ya  que 
otra  razón  no  pudo.  Berenguer  fué  á  poner  sitio  sobre 
Megarix ,  y  Rocafort,  en  su  emulación,  fué  á  ponelleá 
Nona,  sesenta  millas  de  Galípoli  y  treinta  de  Megarix; 
y  aun  se  tuvo  por  corta  la  distancia,  según  estaban  los 


40  DON  FRANCISCO 

unimos  alterarlos,  yparlicnlarmcnlc  los  ilel  bando  de 
Rocaíort ,  que ,  como  superiores,  les  parecía  mengua 
que  lus  otros  se  atreviesen  á  competir.  Los  turcos  y 
turcoples  y  los  almugavares  siguieron  á  Rocafort,  y  al- 
gunos caballeros ;  con  Berenguer  se  fueron  los  arago- 
nesesy  toda  la  gente  noble  que  servia  en  la  mar.  Monta- 
ner,  por  su  oficio  de  maestre  racional ,  no  tuvo  por  qué 
declararse,  por  haberse  de  quedar  en  Galípoli;  y  así, 
quedó  solo  por  coníidente  de  entrambos. 

En  este  mismo  tiempo,  Ticin  Jaqueria,  genovés,  go- 
bernador del  castillo  y  lugar  de  Fruilla ,  vino  al  servi- 
cio de  los  catalanes  con  un  bajel  de  ochenta  remos.  La 
causa  de  su  venida  l'ué  deseo  de  satisfacer  un  agravio 
con  ayuda  de  los  catalanes ;  por(;[ue  muerto  un  tio  su- 
yo ,  que  se  llamaba  Benito  Jaqueria ,  en  cuyo  nombre 
liabia  gobernado  el  castillo  cinco  años  con  cuidado  y 
fidelidad,  según  él  decia,  habíale  heredado  un  otro  lio 
suyo,  que  luego  vino  á  Fruilla,  y  sobre  la  averiguación 
de  ciertas  cuentas  tuvieron  algunos  disgustos ;  y  vuel- 
to á  Genova  el  tio,  tuvo  aviso  Ticin  que  enviaba  cuatro 
galeras  para  prendelle.  Sintió  el  agravio  el  genovés ,  y 
quiso  luego  vengarse;  pero  no  pudo  hacerse  dueño  del 
castillo ,  porque  no  tenia  fuerzas  para  sustentarse  solo 
de  por  sí,  ni  bastante  gente  de  confianza  para  echar 
los  amigos  de  su  tio;  y  así ,  con  esperanza  de  que  ha- 
llaría en  los  catalanes  lo  que  deseaba,  vino  á  Galípoli. 
No  halló  á  los  generales ,  y  dio  razón  á  Montaner  de  la 
ocasión  que  le  traía.  Ofreció  servir  con  fidelidad;  y  así, 
le  asentó  Montaner  en  los  libros  á  él  y  á  diez  caballos 
armados ,  para  que  todos  ganasen  sueldo  en  su  prove- 
cho. Esto  se  acostumbraba  de  hacer  con  algunos  ca- 
balleros y  gente  principal,  asentalles  el  sueldo  por  mas 
gente  de  la  que  traían,  para  hacelles  esa  comodidad. 
Pidió  luego  Ticin  á  Montaner  que  le  diese  gente ,  que 
él  ofrecia  de  poner  en  sus  manos  el  castillo  y  el  lugar, 
de  donde  le  podría  resultar  grande  provecho.  Monta- 
ner no  trató  de  la  justicia  y  razón  del  hecho,  sino  solo 
de  favorecer  á  quien  pedia  su  ayuda  y  se  ponía  debajo 
de  su  amparo.  Uiéronle  luego  armas,  caballos  y  las  de- 
más cosas  para  poner  en  orden  los  suyos,  que  llegaban 
hasta  cincuenta ;  diole  genle  de  socorro,  porque  Mon- 
taner, como  enemigo  mortal  de  genoveses,  no  quiso 
perder  la  ocasión  de  hacelles  algún  daño.  A  Juan  Mon- 
taner, su  primo,  y  á  cuatro  consejeros  catalanes  se  en- 
comendó el  socorro ,  con  orden  que  no  se  hiciese  co- 
sa sin  tomar  parecer  de  Ticin  Jaqueria.  Partieron  de 
Galípoli  al  otro  día  del  domingo  de  Ramos  con  una  ga- 
lera bien  armada  y  cuatro  bajeles  menores.  Navega- 
ron la  vuelta  del  castillo  de  Fruilla,  donde  se  llegó  vís- 
pera de  Pascua  ya  noche.  El  mozo  Jaqueria,  sentido 
del  agravio,  ejecutó  su  determinación.  Desembarcó  su 
gente  con  el  silencio  de  la  noche,  y  arrimaron  sus  es- 
calas. Subieron  por  ellas  treinta  genoveses  de  los  de  Ja- 
queria y  cincuenta  catalanes.  Vino  luego  el  día,  con  que 
fueron  descubiertos  y  se  les  defendió  la  entrada;  pero 
peleando  valientemente ,  ganaron  una  puerta  por  la 
parte  de  adentro,  y  abierta,  dieron  libre  la  entrada  á 
los  demás  que  quedaban  fuera.  Hízose  grande  resisten- 
cia al  principio  por  los  que  defendían  el  castillo ,  que 
pasaban  de  quinientos  hombres,  no  tan  bien  armados 
como  los  nuestros  ni  tan  resueltos.  Murieron  hasta 
ciento  y  cincuenta  de  los  enemigos.  Hubo  algunos  cau- 
tivos, pero  la  mayor  parte  escapó  coa  la  huida.  El  cas- 


DE  MONCADA. 

tillo  ganado,  la  vil'a ,  que  era  de  griegos,  sin  defensa 
alguna ,  se  acometió  luego,  anlos  que  los  Uiiturales  pu- 
diesen ponerse  en  resistencia  ni  esconder  su  hacienda. 
Fué  la  presa  riquísima,  porque,  á  mas  del  oro  y  plata 
y  vestidos  de  precio  que  se  ganaron ,  se  tomaron  tres 
reliquias  grandes  que  estaban  en  el  castillo  empeña- 
das por  lüs  turcos  al  genovés  Benito  Jaqueria.  Teníase 
por  tradición  que  san  Juan  Evangelista  las  había  dejado 
en  el  sepulcro,  de  quien  arriba  hicimos  mención.  Las 
reliquias  fueron  un  pedazo  del  leño  de  la  Cruz,  de  la 
parte  donde  Cristo  reclinó  su  cabeza.  Así  lo  refiere - 
Montaner,  y  este  san  Juan  le  trujo  siempre  pendienlo 
del  cuello  el  tiempo  que  vivió  entre  los  mor  tules.  Esta- 
ba entonces  con  un  engaste  de  oro,  con  joyas  de  mu- 
cho precio ;  una  alba ,  con  que  el  santo  decia  misa,  la- 
brada por  las  manos  de  la  Virgen ,  y  el  Apocalipsis  es- 
crito por  el  mismo  santo ,  con  unas  cubiertas  de  admi- 
rable arte  y  riqueza.  Pareció  á  Juan  Montaner  y  áTícin 
Jaqueria  que  Fruilla  estaba  lejos  de  los  presidios  para 
podella  sustentar;  y  así,  la  desmantelaron,  satisfecho  el 
genovés  de  su  tio,  y  todos  los  demás  del  oro  que  se  ga- 
nó; con  que  volvieron  á  Galípoli,  y  dieron  á  Ramoa 
Montaner  y  á  los  demás  la  parte  que  les  cupo,  y  de  las 
reliquias  le  cupo  por  suerte  el  leño  de  la  Cruz ,  que  sin 
duda  hubiera  llegado  á  estos  reinos  si  en  Negroponte, 
á  vuelta  de  la  demás  hacienda,  no  le  robaran  este  gran 
tesoro.  Animado  con  el  suceso  pasado  Ticin  Jaqueria, 
le  pareció  acometer  alguna  empresa,  y  ganar  algún  lu- 
gar donde  pudiese  estarde  asiento.  Dióle  también  para 
esto  Montaner  alguna  gente ,  y  con  ella  poco  después 
ganó  un  castillo  en  la  isla  de  Tarso ,  y  le  mantuvo,  no 
sin  gran  provecho  de  nuestra  nación,  como  adelante 
veremos. 

CAPITULO  XLIX. 
El  infante  don  Femando,  hijo  del  rey  de  Mallorca,  enviado  del  rey 

don  Fadriquc,  llega  á  Galípoli  para  gobernar  el  ejército  en  su 

nombre. 

Divididos  los  capitanes  en  los  sitios  de  Nona  y  Mega- 
rix,  el  infante  don  Fernando,  hijo  del  rey  de  Mallorca, 
con  cuatro  galeras  llegó á Galípoli,  por  orden  del  rey 
de  Sicilia ,  don  Fadrique,  porque  juzgó  que  importaba 
para  el  aumento  de  su  casa  enviar  persona  puesta  por 
su  mano ,  que  gobernase  el  ejército  de  los  catalanes  de 
Tracia,  pues  ellos  mismos  le  habían  llamado  y  presta- 
do juramento  de  fidelidad ,  no  acordándose  quizá  de 
que  esto  había  sido  cinco  años  antes,  cuando  la  nece- 
sidad les  obligó ,  y  que  entonces  pudiera  haber  dificul- 
tad en  admitirle.  Tomó  el  Infante  esta  jornadaá  su  car- 
go por  servir  al  Rey  solamente,  y  él  se  la  encargó,  con 
palabra  de  que  no  se  casaria  en  Francia  sin  su  consen- 
timiento, y  que  gobernaría  aquellos  estados  en  su  nom- 
bre. Tanta  estimación  se  hizo  de  aquellas  armas  cuan- 
do las  vieron  superiores  á  las  del  imperio ,  que  no  las 
quisieron  apartar  de  su  obediencia  los  reyes,  aunque 
fuese  para  un  infante  de  su  misma  casa.  Don  Fadrique, 
príncipe  de  singular  prudencia  y  maestro  grande  de  la 
arte  del  reinar,  no  quiso  empeñar  su  reputación  en 
nuestras  armas,  porque  las  tuvo  por  perdidas  cuando 
le  pidieron  socorro,  ni  declararse  por  enemigo  de  An- 
drónico  hasta  que  le  vio  sin  fuerzas  para  defenderse; 
pero  los  accidentes  fueron  tan  diferentes  de  lo  que  se 
presumía ,  que  la  resolución  del  Rey ,  con  lauta  razón 
determinada,  vino,  como  veremos,  á  no  tener  el  eíeto 


EXPEDICIÓN  DE  CATAL 
qiio  tuviera  si  antes  les  socorriera.  La  venida  del  Infan- 
te dio  nolahle  conleulo  á  los  que  entonces  se  hallaron 
en  Galipoli ,  particularmente  á  Moutaner,  grande  cria- 
do y  apasionado  de  su  casa.  Admitiéronle  como  á  lu- 
garteniente del  Reysindiíicultad  ni  réplica  todos  los 
que  se  hallaron  presentes ,  que  aunque  fueron  pocos, 
por  ser  los  primeros  se  les  agradeció  de  parte  del  Rey. 
Enviáronse  luego  correos  á  los  tres  capitanes  principa- 
les, Entenza,  Rocafort  y  Fernán  Jiménez,  haciéndoles 
saber  la  venida  del  Infante,  y  juntamente  les  remitieron 
las  cartas  del  Rey  que  vinieron  para  ello,  dándoles  ra- 
zón de  como  venia  á  gobernalles  en  su  nombre.  Dio 
Montaner  para  su  servicio  cincuenta  caballos  y  mayor 
número  de  acémilas  que  hubo  menester  para  su  casa; 
y  porque  la  posada  de  Montaner  era  de  las  mejores  de 
Galípoü,  se  salió  della  y  se  la  dio  al  Infante.  Berenguer 
de  Eutenza  estaba  sobre  el  sitio  de  Megarix,  treinta  mi- 
llas de  Galipoli,  donde  recibió  el  aviso  de  la  venida  del 
Infante  por  los  dos  caballeros  que  Montaner  envió  para 
que  se  la  diesen,  juntamente  con  la  carta  del  Rey.  Par- 
tió luego  con  pocos  y  llegó  á  Galipoli  el  primero  de  los 
capitanes ,  dio  la  bienvenida  al  Infante  y  le  juró  por  su 
general  y  suprema  cabeza.  Luego  tras  él  vino  Fernán 
Jiménez  de  Árenos  de  Módico,  y  siguió  en  todo  á  Be- 
renguer. Mejoróselesel  partido  á  estos  dos  ricoshom- 
bres,  porque  su  bando,  menos  poderoso,  siempre  lemia 
al  de  Rocafort ,  y  con  la  venida  del  Infante  parece  que 
todo  se  habia  de  sosegar,  y  las  cosas,  fuera  de  sus  lu- 
gares por  la  violencia  de  uno ,  volverían  al  suyo  ,  y  se- 
rian todos  estimados  según  sus  merecimientos  y  cali- 
dades. Fué  el  contento  universal  en  todos,  así  del  ban- 
do de  Berenguer  como  de  Rocafort,  á  quien  alteró  mu- 
cho la  venida  tan  fuera  de  tiempo  del  Infante,  y  sin  du- 
da que  desde  luego  le  negara  la  obediencia,  sí  no  fuera 
porque  conoció  en  loá  suyos  el  gusto  que  les  habia  da- 
do esta  nueva.  Hallóse  en  notable  confusión;  era  hom- 
bre sagaz  y  prevenido  en  todos  sus  consejos,  pero  no 
pudo  prevenir  con  sus  artes  acostumbradas  lo  que  nun- 
ca pudo  temer.  Después  de  haber  consultado  con  sus 
íntimos  amigos  el  caso ,  pareció  que  convenía  respon- 
der mostrando  mucho  gusto  de  la  venida  del  Infante, 
único  deseo  de  todos  ellos,  y  que  por  estar  el  sitio  tan 
adelante  no  se  atrevía  á  dejarle  para  ir  á  darle  la  obe- 
diencia ;  que  le  suplicase  de  parte  de  todos  que  viniese 
á  Nona,  donde  le  esperaban  con  mucho  gusto.  En  esta 
sustancia  se  respondió  al  Infante,  y  él  entre  tanto,  con 
los  deudos  y  amigos  confidentes,  dispuso  los  ánimos  á 
seguir  su  parecer  y  consejo.  Llegó  la  respuesta  de  Ro- 
cafort á  Galipoli ,  y  el  Infante  no  quiso  determínar«e 
sin  el  parecer  de  Berenguer  de  Entenzayde  Fernán  Ji- 
ménez, y  de  algunos  otros  capitanes  bien  afectos  á  su 
servicio  y  de  gran  conocimiento  de  las  trazas  y  desig- 
niosde  Rocafort.  A  todospareciópeligrosaladetencion, 
y  que  debía  el  Infante  partir  luego,  porque  el  ejército  no 
se  enfriase  en  el  gusto  que  tenia  de  su  venida,  y  Rocafort 
no  tuviese  tiempo  de  concluir  ni  mover  nuevas  pláticas 
en  deservicio  del  Rey ,  y  excluir  del  gobierno  su  per- 
sona. Con  esta  resolución  dispuso  el  Infante  su  partida; 
fué  acompañado  de  la  mayor  parte  de  la  gente  de  Be- 
renguer de  Entenza  y  de  Fernán  Jiménez;  sus  personas 
no  pareció  llevallas,  porque  no  fuera  acertado ,  antes 
de  tener  ganada  la  voluntad  de  Rocafort  y  los  suyos, 
pouerle  delante  por  primera  entrada  sus  competidores 


ANES  Y  ARAGONESES.  47 

en  mejor  lugar  cabe  el  Infante;  y  así,  difirieron  la  ida 
estos  dos  ricoshombres  cuando  el  Infante  hubiese  ju- 
rado ,  porque  entonces,  estando  con  entera  autoridad, 
se  podrían  hacer  las  amistades. 

CAPULLO  L. 

El  Infante  es  excluido  del  gobierno  por  las  maúas  de  Rocafort. 

Partióse  el  Infante  de  Galípoü  con  el  mayor  acompa- 
ñamiento que  pudo ,  llevando  consigo  de  los  capitanes 
conocidos  solo  á  Ramón  Montaner,  y  en  tres  días  de  ca- 
mino por  la  costa  llegó  al  campo,  donde  fué  recibido 
con  universal  regocijo ,  y  Rocafort  con  grandes  demos- 
traciones de  contento  le  festejó  los  diasque  tardó  á  po- 
ner en  plática  las  órdenes  de  su  tío.  Esperaba  el  Infante 
que  Rocafort  se  comidiese  sin  volver  segunda  vez  á 
requerille;  pero  como  víóque  alargaba  el  obedecer  al 
Rey,  y  no  se  daba  por  entendido,  le  dijo  que  él  quería 
dar  luego  las  cartas  del  Rey  que  venían  para  el  ejército, 
y  decilles  de  palabra  el  intento  de  su  venida,  y  que 
para  esto  mandase  juntar  el  consejo  general.  Obedeció 
Rocafort  con  muestras  de  mucho  gusto,  y  para  el  día 
siguiente  ofreció  de  tenelle  junto;  porque  ya  en  los  po- 
cos días  que  tardó  el  Infante  previno  á  sus  amigos 
que  echasen  voz  por  el  campo  que  sería  bien  andar 
con  mucho  liento  en  la  resolución  que  se  debía  tomar 
de  admitir  al  Infante  por  el  Rey,  y  que  por  lo  menos  no 
se  determinasen  luego.  Hízose  esto  con  mucha  arte, 
porque  siempre  se  temió  que  viendo  el  ejército  al  In- 
fante, no  aclamase  luego  al  Rey  y  le  admitiese.  Pa- 
reció á  todos  el  consejo  avisado  y  cuerdo,  porque  el 
vulgo  ignorante  rarasveces  penetra  segundas  intencio- 
nes; y  así;  le  siguieron.  El  día  siguiente  la  confusa  mul- 
titud del  consejo  general,  que  constaba  de  todos  los  que 
ganaban  sueldo ,  junta  en  el  campo ,  esperó  al  Infante. 
Vino  acompañado  de  los  de  su  casa  y  de  muchos  ca- 
pitanes; entregó  las  cartas  á  un  secretario,  y  mandó  que 
en  público  se  leyesen.  Leídas,  les  declaró  brevemente 
como  el  Rey,  movido  de  sus  ruegos,  habia  admitido  el 
juramento  de  fidelidad  que  sus  embajadores  le  hicieron; 
y  aunque  para  sus  reinos  no  podiaser  útil  el  encargarse 
de  su  defensa,  habia  querido  mostrar  el  amor  que  les 
tonip ,  posponiendo  su  conveniencia  á  la  dellos;  y  así, 
le  había  mandado  que  con  su  persona  viniese  á  gober- 
nalles en  su  nombre,  y  les  ofreciese  que  siempre  acu- 
diría con  mayores  socorros.  Respondiéronle,  según  Ro- 
cafort pretendió ,  que  ellos  tendrían  su  acuerdo  sobre 
lo  que  se  debia  hacer,  y  que  tomado,  le  responderían. 
Con  esto  los  dejó  el  Infante  y  se  fué  á  su  posada.  Que- 
dó Rocafort  con  ellos ,  y  poco  seguro  de  la  determina- 
ción que  tanta  gente  junta  pudiera  tomar,  y  temién- 
dose de  algunos  caballeros,  que  aunque  eran  sus  ami- 
gos ^  deseaban  que  el  Infante  quedase  á  gobernalles,  les 
dijo  que  el  caso  de  que  se  trataba  no  podía  discurrirse 
bien  entre  tantos,  porque  la  multitud  siempre  trae 
consigo  confusión ,  la  cual  no  da  lugar  á  considerarse 
por  menudo  las  dificultades  que  suelen  ofrecerse  en 
materia  de  tanto  peso ;  que  se  escogiesen  cincuenta  per- 
sonas, las  de  mayorcrédito  y  confianza,  para  que  estas 
fuesen  platicando  y  discurriendo  el  negocio  con  las  con- 
veniencias y  contrarios  que  en  él  habia;  y  tomada  la 
resolución  que  les  pareciese ,  la  refiriesen  á  los  demás, 
para  que  juntos  libremente  la  condenasen  ó  aprobasen; 
con  que  se  excusarían  los  inconvenientes  de  haberlo  de 


48  DON  FRANCISCO 

comunicar  ron  fnntns.  Túvose  por  arerfado  el  pnrecer 
de  Rocalort;  ijiiecuuiulo  el  vulgo  se  inclina  á  dar  cré- 
dito 8  uno,  en  todo  le  signe,  sin  hacer  diferencia  de 
los  buenos  ó  malos  consejos,  pnrqne  mas  se  gobierna 
con  la  volurilad  que  can  la  razón.  Luego  nombraron 
cincuenta  personas  para  qne  juntamente  con  Rocafort 
lo  tratasen ,  no  ndvir  tiendo  C(m  cuánta  mayor  facilidad 
se  pueden  coliecliar  los  pocos  que  Ins  muchos.  Con  esto 
tuvo  hecho  su  negocio,  porque  los  cincuenta  fueron 
casi  iodos  puestos  por  su  mano,  y  á  los  pucos  de  quien 
no  podia  fiar  igualmente  que  de  los  demás,  fué  f;ícil  el 
persuadirles ,  á  mas  de  no  faltarles  razones,  y  de  mu- 
cho fundamento,  para  esforzar  la  suya.  Juntáronse  los 
cincuenta  con  Rocafurt,  y  él  les  dijo  lo  siguiente  :  «La 
venida  del  señor  Iiifanie,  amigos  y  compañeros,  ha  si- 
do uno  de  los  mayores  y  mas  felices  sucesos  que  pudié- 
ramos desear,  al  fin  enviado  purla  poderosa  mano  de 
quien  hasta  al  presente  dianos  ha  conservado  con  gran- 
de aumento  de  nuestro  nombre  y  confusión  de  nues- 
tros enemigos;  porque  ya  se  ha  dailo  fin  á  nuestros 
trabajos,  y  principio  á  una  felicidad  muy  entera,  por 
tener  prendas  tan  propriasde  nuestros  reyes,  á  quien 
podemos  entregar  con  seguridad  la  libertad  y  la  vida, 
recibiéndole,  no  como  él  quiere,  por  lugarteniente  de 
su  tio,  sino  como  á  príncipe  absoluto,  y  sin  sujeción  y 
dependencia  alguna.  Por  grande  yerro  tendría,  si  la 
elección  de  príncipe  pende  de  nosotros,  escoger  al  que 
vive  ausente  y  ocupado  en  gobernar  mayores  estados, 
y  dejar  al  desocupado  y  libre  de  otras  obligaciones,  y 
el  que  ha  de  vivir  siempre  entre  nosotros  y  correr  la 
misma  fortuna  de  los  sucesos  prósperos  y  adversos.  Si 
á  don  Fadrique  recibimos  por  rey,  á  manifiesta  servi- 
dumbre nos  sujetamos,  porque  con  su  persona  no  po- 
drá asistirnos,  y  necesariamente  habrá  de  enviar  quien 
en  su  nombre  gobierne  este  vitorioso  ejército  y  las 
provincias  que  por  él  están  sujetas.  ¿Que  mayor  des- 
dicha se  podrá  esperar,  si  por  premio  de  nuestras  vito- 
rías  venimos  á  ser  gobernados  por  otra  mano  que  la 
propria  de  nuestro  príncipe?  Y  el  mismo  rey  don  Fa- 
drique procurará  nuestra  defensa  en  cuanto  no  le  es- 
torbare á  la  del  reino  de  Sicilia.  Pues  ¿por  qué  se  ha 
de  admitir  tanta  desigualdad?  Los  trabajos,  los  peli- 
gros ,  las  pérdidas  para  nosotros  solos;  pero  la  gloría  y 
provecho,  no  solo  igual,  pero  mayor  y  mas  segura  para 
el  Rey.  Si  nos  perdemos,  quedando  muertos  ó  en  dura 
servidumbre ,  libre  don  Fadrique  y  tan  gran  príncipe 
como  antes;  pero  si  ganamos  nuevas  provincias  y  esta- 
dos, todos  han  de  venir  á  ser  suyos.  Pues  ¿puede  al- 
gún cuerdo  con  esta  desigualdad ,  hallándose  libre  para 
escoger,  dar  la  obediencia  á  principe  con  tales  calida- 
des? A  mas  deslo ,  ¿no  se  os  acuerda  la  paga  que  nos 
dio  por  tantos  servicios  al  partir  de  Sicilia?  ¿Qué  fué 
•mas  que  un  poco  de  bizcocho,  y  otras  cosas  que  no  pue- 
den negarse  á  los  siervos  y  esclavos?  No,  amigos;  no 
nos  conviene  tomar  por  rey  á  don  Fadrique ,  pues  no  se 
acordó  de  nosotros  al  tiempo  que  le  pediamos  su  ayu- 
da y  cuando  nos  importaba  tanto  el  dárnosla,  sino 
cuando  á  él  convino  y  á  nosotros  no  nos  es  de  prove- 
cho. Esto  se  echa  bien  de  ver  agora ,  pues  no  nos  envía 
armas,  gente,  bastimentos  ó  dineros,  ni  otra  cosa  ne- 
cesaria para  la  guerra ,  sino  cabeza  y  general  que  nos 
gobierne,  como  sí  tuviéramos  falta  desto,  y  no  se  hu- 
bieran alcanzado  muchas  Vitorias  sin  tenerle  puesto  por 


DE  MONCADA. 

su  mano.  No  ron=intnmo«!  que  el  prem'n  de  nuncfros 
servicios  se  distribuya  por  mano  de  sus  ministros  y 
gobernadores,  en  quien  siempre  puede  mas  la  pasión 
que  la  verdad,  mas  su  particular  interés  que  la  cuniun 
utilidad;  porque  tratan  las  provincias  como  quien  las 
ha  de  dejar,  y  cotno  en  la  posesión  temporal  de  ajena 
propriedad  ,  gozan  de  lo  presente  sin  ningún  cuidado 
de  lo  venidero,  y  mas  estando  el  Rey  tan  apartado ,  á 
qu'en  nuestras  quejas  llegarán  tarde  cuando  sean  oí- 
das, y  los  socorros  tan  á  tiempo  como  el  que  ahora  nos 
envia,  después  de  seis  años  que  con  grande  instancia 
se  lo  pedímos.  En  esto  finalmente  me  resuelvo, queex- 
cluyamos  ádon  Fadrique  por  don  Fernando ;  tengamos 
presente  al  príncipe  por  quien  aventuramos  la  vida,  y 
sea  testigo ,  pues  ha  de  ser  juez,  de  loi  servicios  que  le 
hiciéremos ,  y  cuide  de  nosotros  como  de  sí  mesmo, 
pues  nuestra  conservación  y  vida  corre  parejas  con  ia 
suya.  Conténtese  don  Fadrique  con  SiciUa,  ganada  y 
conservada  por  nuestro  valor;  deje  á  donFernaudo,  •>u 
sobrino,  los  tr-abajos  de  una  guerra  incierta  y  peligrosa, 
estas  provincias  destruidas,  y  sola  la  esperanza  de  con- 
quistar nuevos  reinos  y  señoríos.»  Con  esta  plática  los 
pocos  dudosos  que  había  se  resolvieron  con  el  parecer 
de  Rocafort,  y  luego  dos  de  los  cincuenta  electos  die- 
ron razón  de  la  determinación  que  habían  tomado  á  to- 
do el  campo,  refiriendo  las  mismas  razones  de  Roca- 
fort. Túvose  con  aplauso  general  de  todos  por  acertada 
aquella  determinación,  y  quisieron  que  luego  se  diese 
la  respuesta  al  Infante.  Fueron  para  esto  los  cincuenta, 
y  propusiéronle  su  embajada.  Don  Fernando,  como 
buen  caballero,  respondió  que  él  venia  de  parte  de  su 
tio,  y  que  con  su  autoridad  y  fuerzas  había  tomado 
aquella  empresa  á  su  cargo ,  y  sería  faltar  á  su  obliga- 
ción sí  con  puntualidad  no  ejecutaba  las  órdenes  de 
quien  le  enviaba,  y  que  por  ningún  caso  admitiría  el 
ofí-ecimiento  que  le  hacían,  sino  recibiéndole  como 
lugarteniente  de  su  tio  don  Fadrique.  Rocafort  siem- 
pre publicó  que  el  Infante,  por  tener  alguna  disculpa 
con  el  Rey,  no  admitiría  luego  el  ofrecimiento  que  le 
hacían,  y  con  esto  engañó  la  mayor  parte  dei  ejército; 
porque  sí  hubiera  quien  les  persuadiera  y  desengañara 
que  el  Infante  por  ningún  caso  se  quedara  á  goberna- 
lles como  á  príncipe,  sin  duda  que  le  admitieran  por  el 
Rey.  Quince  dias  se  pasaron  en  este  trato,  y  el  Infante 
creyó  siempre  que  aquellas  eran  palabras  de  cumpli- 
miento ,  y  que  á  la  último  obedecerían  al  Rey.  En  este 
medio  Rocafort,  como  de  su  parte  tenia  todos  los  tur- 
cos y  turcoples  á  su  disposición,  y  parte  del  ejército 
que  le  seguía,  la  otra,  como  inferior,  no  le  osaba  con- 
tradecir. Con  esto  quedó  todo  el  ejército  que  estaba 
debajo  de  su  mano  resuelto  de  no  admitir  el  Infante 
por  el  Rey;  y  á  la  verdad  su  intento  no  era  excluir  á 
don  Fadrique  por  don  Fernando ,  porque  con  ninguno 
de  ellos  se  pudiera  conservar;  pero  como  hombre  sa- 
gaz y  que  conocía  al  Infante  por  uno  de  los  mejores 
caballeros  de  su  tiempo ,  y  que  no  tendría  mala  cor- 
respondencia con  el  Rey  su  tío,  le  propuso  al  ejército 
para  que  excluyesen  al  Rey ,  prefiriendo  al  Infante,  de 
quien  estaba  cierto  que  no  lo  admitiría ;  y  como  la  ma- 
yor parte  del  ejército  con  este  engaño  de  Rocafort  se 
declaró  por  el  Infante  contra  el  Rey,  después  no  qui- 
sieron elegir  á  quien  una  vez  excluyeron.  Todos  estos 
embustes  tranoaba  Rocafort ,  seguro  que  aunque  des- 


ESPEDICION  DE  CATALANES  Y  ARAGONESES. 


49 


pues  se  descubriesen,  no  le  causarían  daño,  por  tener 
de  su  parte  á  los  turcos  y  turcoples,  que  juntos  con  los 
confidentes,  era  la  mayor  parte  del  ejército.  No  se  pue- 
de negar  que  en  esta  parte  Rocafort  podría  tener  al- 
guna disculpa,  aunque  fuera  de  natural  y  condición 
mas  moderado;  porque  después  de  tantas  Vitorias, y 
haber  gobernado  un  ejército  cinco  años,  justamente 
pudiera  rehusar  el  no  admitir  un  superíor,cuyo  favor 
liahian  prevenido  sus  mayores  enemigos  Bcrenguer  de 
Entenza  y  Fernán  Jiménez,  que  siempre  serían  prefe- 
ridos por  su  calidad  y  mejor  correspondencia.  Y  aun- 
que el  Infante,  por  quitar  toda  sospecha,  les  hizo  quedar 
enGalípoIi,  no  por  eso  se  la  quitó  á  Rocafort;  antes  • 
ese  mismo  cuidado  con  que  prevenían  las  ocasiones  ex- 
teriores de  que  pudiese  tenerla,  se  la  acrecentaba  mas, 
creyendo  siempre  que  era  tener  sobrada  confianza  de 
Borenguery  de  Fernán,  y  que  ellos  la  tenian  del  In- 
fante,  pues  no  mostraban  queja  de  no  habelles  admi- 
tido en  su  compañía.  No  hay  cosa  que  mas  penetre  y 
descubra  que  los  recelos  y  temores  de  perder  un  puesto 
tan  superíor  como  el  que  Rocafort  tenia,  y  mas  en  un 
sugeto  de  tantas  partes  y  experiencia. 

CAPITULO  LI. 

Rocafort,  antes  de  partirse  el  Infante  del  ejército,  ganó  á  Nona,  y 
de  común  acuerdo  de  los  capitanes,  deja  el  ejército  los  presi- 
dios delracia  y  determina  pasar  á  Macedonia, 

La  venida  del  infante  don  Fernando  al  ejército  aca- 
bó de  poner  en  desesperación  á  los  griegos  que  esta- 
ban sitiados,  y  dentro  de  pocos  dias  se  hubo  de  entre- 
gar con  mucha  pérdida  en  las  manos  del  vencedor, 
porque  aunque  no  perdieron  las  vidas ,  quedaron  sin 
haciendas.  Berenguer  de  Entenza  también  tomó  á  Me- 
garix.  Sentíase  ya  en  nuestro  campo  gran  falta  de  vi- 
tuallas, porque  diez  jornadas  al  contorno  de  Galípoli 
estaba  todo  talado  y  destruido;  que  los  cinco  años  úl- 
timos ,  de  los  siete  que  estuvieron  en  esta  provincia, 
se  mantuvieron  de  lo  que  la  tierra  sin  cultivar  produ- 
cía ,  pues  no  llegaban  ú  los  árboles  y  viñas  sino  para 
quitarles  el  fruto.  A  lo  último  vino  esto  á  faltar,  y  fué 
forzoso  tratar  de  buscar  otras  provincias  donde  entre- 
tenerse y  poder  vivir.  Habíase  diferido  esto  por  las  ene- 
mistades de  Entenza  y  Rocafort ,  que  estaban  aun  tan 
vivas,  que  no  se  osaban  mover  de  sus  alojamientos  ni 
juntarse ,  por  el  recelo  que  se  tenia  que  entrambas  las 
dos  parcialidades  no  llegasen  á  rompimiento:  tanto  pue- 
den disgustos  é  intereses  particulares ,  que  impiden  el 
remedio  común,  y  quieren  mas  perecer  con  ellos  que 
vivir  cediendo  de  sus  locas  y  vanas  pretensiones.  Todos 
fueron  de  parecer  que  desmantelasen  á  Galípoli  y  los 
demás  presidios,  y  en  esto  conformaron  los  capitanes 
competidores  juntamente  con  los  turcos  y  turcoples ;  y 
así,  suplicaron  al  Infante  la  gente  buena  y  libre  de  pa- 
siones, que  fuese  servido  de  no  desampararies  hasta 
dejaríes  en  otra  provincia ,  porque  debajo  de  su  auto- 
ridad y  nombre  irían  todos  muy  seguros,  y  en  este  me- 
dio se  podrían  concertar  las  diferencias  de  Entenza  y 
Rocafort.  El  Infante  tuvo  su  acuerdo  por  bueno,  y 
ofreció  de  hacello ;  y  á  lo  que  yo  puedo  entender,  movi- 
do de  lástima  de  que  Berenguer  de  Entenza  y  Fernán 
Jiménez  de  Árenos  quedasen  en  las  manos  de  Rocafort, 
á  quien  el  respeto  del  Infante  parece  que  deteuia  la 
H-i. 


ejecución  de  su  ánimo  vengativo,  quiso  tentar  si  con 
esta  detención  podría  concertar  estas  diferencias,  y  ile- 
jalles  con  mucha  paz  y  quietud,  para  que  unidos  y  con- 
formes pudiesen  hacer  mayores  progresos,  esperando 
siempre  que  obedecerían  al  Rey,  aunque  por  entonces 
lo  hubiesen  rehusado.  Juntó  el  infante  las  cabezas  prin- 
cipales del  ejército,  con  todos  los  del  consejo,  y  resueltos 
ya  de  salir  de  aquellos  presidios  que  tenian  en  Tracia, 
por  habelles  forzado  la  necesidad  y  falta  de  viluallas, 
trataron  qué  camino  tomarían  yqué  ciudad  en  Macedo- 
nia ocuparían.  Hubo  diferentes  pareceres,  y  últimamen- 
te pareció  el  mas  acertado  que  se  acometiese  la  ciudad 
de  Cristopol,  puesta  en  los  confines  de  Tracia  y  Ma- 
cedonia, por  tener  la  entrada  de  las  dos  provincias  fá- 
cil y  la  retirada  segura ,  y  los  socorros  de  mar  sin  po- 
dérselos impedir,  como  en  Galípoli ,  que  ocupado  el  es- 
trecho con  pocos  navíosde  guerra,  impedianel  libreco- 
mercío  que  venia  por  mará  dalles  alguna  ayuda.  Orde- 
nóse que  Ramón  Montaner  con  híista  treinta  y  seis  velas 
que  había  en  nuestra  armada,  y  entre  ellas  cuatro  gale- 
ras, llevasen  las  mujeres,  niños  y  viejos  por  mará  la  ciu- 
dad de  Crístopol,  después  de  haber  desmantelado  todos 
los  presidios  que  en  aquellas  costas  se  tenian  por  noso- 
tros, como  Galípoli ,  Nona,  Paccia ,  Módico  y  Megarix. 
El  Infante  y  los  demás  capitanes  ordenaron  en  esta  for- 
ma su  partida.  Berenguer  de  Rocafort  con  los  turcos  y 
turcoples  y  la  mayor  parte  de  los  alnuigavares  saliese 
un  día  antes  que  Berenguer  y  Fernán  Jiménez,  y  que 
siempre  se  guardase  este  orden  en  el  camino ,  siguien- 
do siempre  Berenguer  á  Rocafort  una  jornada  lejos;  y 
esto  se  hizo  por  quitar  las  ocasiones  que  pudiera  haber 
de  disgustos  si  los  dos  bandos  juntos  se  alojaran,  don- 
de forzosamente  sobre  el  tomar  los  puestos  vinieran  á 
las  manos.  Púdose  sin  peligro  dividir  sus  fuerzas,  por 
no  tener  enemigo  poderoso  en  la  campaña  que  les  pu- 
diese prontamente  acometer,  porque  divididos  el  es- 
pacio de  un  dia  de  camino,  no  se  pudieran  socorrer  si 
le  tuvieran ;  pero  toda  la  gente  de  guerra  atendía  mas 
á  defenderse  dentro  de  las  ciudades  que  salir  á  ofender 
nuestro  ejército  :  cosa  que  tantas  veces  emprendieron 
con  notable  daño  suyo  y  gloria  nuestra.  Juntos  en  Ga- 
lípoli ,  después  de  haber  desmantelado  todos  los  demás 
presidios ,  partió  Rocafort  con  su  gente  por  el  camino 
mas  vecino  al  mar,  y  al  otro  dia  le  siguió  Berenguer  de 
Entenza  y  el  Infante ,  ocupando  siempre  los  puestos 
que  Rocafort  dejaba.  Después  de  haber  caminado  algu- 
nos dias ,  comenzaron  á  entrar  en  lo  poblado  de  la  pro- 
vincia, adonde  sus  armas  antes  no  habían  llegado.  Los 
griegos,  con  el  pavor  del  nombre  de  catalanes,  liuian  la 
tierra  adentro ,  dejando  en  los  pueblos  bastimentos  en 
grande  abundancia ,  con  que  los  nuestros  pasaban  con 
mucha  comodidad ,  y  libres  del  daño,  que  siempre  cre- 
yeron, de  faltaries  con  qué  vivir.  Esta  fué  una  de  sus 
empresas  grandes,  entrarse  por  tierras  y  provincias  no 
conocidas ,  sin  tener  seguridad  de  alguna  plaza  ó  de  al- 
gún príncipe  amigo.  La  expedición  de  los  diez  mil  grie- 
gos que  cuenta  Jenofonte,  fué  de  las  mayores  que  celebra 
la  antigüedad ;  pero  siempre  los  griegos  llevaban  por  fin 
llegará  su  patria,  y  parteconarmasatravesaban provin- 
cias y  naciones  extrañas;  pero  los  catalanes  solo  tenían 
por  fin  de  aquel  viaje,  no  el  descanso  de  su  patria,  sino 
la  expugnación  de  una  ciudad  grande  y  fuerte ,  que  re- 
solvieron de  acometer  antes  de  salir  de  Galípoli ,  y  que 

4 


30  DON  FRANCISCO  DE  MONCADA. 

el  fin  de  una  fatiga  y  peligro  grande  fuese  el  principio 
de  otro  mayor. 


CAPITULO  LII. 

La  vanguarda  del  campo  del  Infante  y  Berenguer  alcanza  la  reta- 
jiuarda  de  Ilocafort,  y  llegan  casi  á  darse  la  batalla ;  mata  Ro- 
cafort  á  Berenguer  de  Entenza;  y  Fernán  Jiménez  de  Arenúí, 
huyendo  del  mismo  peligro,  se  pone  en  manos  de  los  griegos. 

Llegó  Rocafort  con  su  ejército  á  una  aldea  dos  jor- 
nadas lejos  de  la  ciudad  de  Cristopol ,  pufista  en  un  lla- 
no abundante  de  frutas  y  aguas,  las  casas  vacías  de 
gente,  pero  llenas  de  pan  y  vino  y  de  otras  cosas,  no 
solo  necesarias ,  pero  de  mucho  gusto  y  regalo.  Detu- 
viéronse en  tan  buen  alojamiento  mas  de  lo  que  debie- 
ran soldados  pláticos  y  bien  disciplinados;  cerca  de 
mediodía  aun  no  habían  partido,  porque  la  gente  der- 
ramada por  aquella  llanura,  con  el  regalo  de  la  fruta 
que  se  hallaba  en  los  árboles,  se  entretuvo  de  manera 
que  no  se  pudo  recoger  antes.  La  vanguarda  del  campo 
del  Infante,  donde  iba  Berenguer  de  Entenza,  porque 
salió  mas  temprano  de  lo  que  acostumbraba,  alcanzó  la 
retaguarda  de  Rocafort.  Por  huir  del  calor  del  sol,  par- 
tieron antes  del  amanecer,  y  sin  advertillo  se  hallaron 
sobre  los  de  Rocafort.  Alteróse  su  retaguarda ,  y  vuel- 
tas las  caras,  viéndose  tan  cerca  los  de  Berenguer,  juz- 
garon que  venían  á  romper  con  ellos :  tocóse  arma  con 
grande  confusión ,  y  la  vanguarda  del  uno  con  la  reta- 
guarda del  otro  se  encontraron.  Rocafort,  luego  que 
reconoció  la  gente  de  su  contrario,  tuvo  por  cierto  que 
venia  condoterminacion  de  ejecutar  algún  mal  intento, 
pues  no  pudiera  ser  otra  la  causa  que  á  Berenguer  le 
obligara  á  romper  los  conciertos  sin  primero  avisar.  Un 
hombre  sospechoso  nunca  discurre  ni  piensa  lo  que  le 
puede  quitar  las  sospechas,  sino  lo  que  se  las  acre- 
cienta. Rocafort  no  consideró  su  descuido  en  diferir 
la  partida  hasta  mediodía,  y  acordóse  que  Berenguer 
de  Entenza  había  madrugado  mucho.  Al  fin,  ó  por 
pensarlo  así,  ó  por  tomar  la  ocasión  de  venir  á  las  ma- 
nos con  él ,  mandó  subir  á  caballo  su  gente ,  y  él  hizo 
lo  mismo  armado  de  todas  piezas ,  y  partió  con  gran 
furia  contra  la  gente  de  Berenguer  de  Entenza,  á  quien 
la  suya  había  ya  acometido,  trabándose  una  cruel  y 
sangrienta  escaramuza.  Llegó  también  aviso  al  Infante 
y  á  los  demás  capitanes  del  desorden.  Salió  Berenguer 
de  Entenza  el  primero  á  caballo  y  desarmado,  con  solo 
una  azcona  montera,  como  persona  de  mas  autoridad, 
á  detener  los  suyos  y  retirarlos.  Gisbert  de  Rocafort, 
hermano  de  Berenguer ,  y  Dalmau  de  San  Martin,  su 
tío  ,  vieron  á  Berenguer  que  andaba  metido  en  los  pe- 
ligros de  la  escaramuza  :  ó  que  les  pareciese  que  ani- 
maba su  gente  contra  ellos ,  ó  lo  que  se  tiene  por  mas 
cierto,  viendo  la  ocasión  de  satisfacer  su  mal  ánimo  y 
quitar  el  émulo  á  su  hermano ,  Gisbert  y  Dalmau  cer- 
raron juntos  con  él,  Berenguer  de  Entenza,  que,  como 
inocente  y  buen  caballero,  viendo  que  los  dos  hermanos 
se  encaminaban  para  él ,  vuelto  á  ellos,  les  dijo  :  «¿Qué 
es  esto  amigos?»  Y  en  este  mismo  tiempo  le  hirieron 
de  dos  lanzadas,  con  que  aquel  valiente  y  bravo  caballe- 
ro cayó  del  caballo,  muerto,  sin  poderse  defender,  por 
estar  desarmado,  descuidado  y  entre  sus  amigos.  En- 
cendióse mas  vivamente  la  escaramuza  después  de 
muerto  Berenguer ,  y  los  Rocaforts  ejecutaron  su  ven- 
ganza matando  muchos  de  su  bando.  No  puede  ser 
mayor  la  crueldad  que,  después  de  haber  vencido  y 


muerto  su  contrario ,  degollar  y  despedazar  los  venci- 
dos, en  quien  no  pudiera  haber  resistencia,  después  de 
perdida  su  cabeza,  en  admitir  á  Rocafort  y  obedecelle; 
pero  su  soberbia  y  arrogancia  fué  tanta,  que  no  hacía  ya 
la  guerra  á  sus  enemigos,  sino  á  su  propría  naturale- 
za, y  solicitaba  á  los  turcos  y  turcoples  para  que  inhu- 
manamente acabasen  todos  los  del  bando  de  Beren- 
guer, sin  excepción  alguna  de  persona.  Fernán  Jiménez 
de  Árenos,  con  el  mismo  descuido  que  Berenguer  de 
Entenza,  iba  desarmado,  y  retirando  su  gente  á  cuchi- 
lladas, fué  advertido  de  la  muerte  de  Berenguer,  y  que 
con  cuidado  le  iban  buscando  para  matalle ;  y  así,  con 
alguna  gente  que  pudo  recoger  y  llevar  tras  sí ,  se  salió 
del  campo,  y  tuvo  por  mas  seguro  entregarse  á  los 
griegos  que  á  Rocafort,  Fuese  á  un  castillo  que  estaba 
cerca ,  donde  fué  recibido  debajo  de  seguro ,  con  que 
se  presentase  delante  del  emperador  Andrónico.  El  In- 
fante ,  por  amparar  y  defender  la  gente  del  bando  de 
Berenguer,  salió  armado  con  algunos  caballeros  que  le 
siguieron ,  y  se  opuso  con  valor  á  los  turcos  y  turco- 
ples ,  que  asistidos  de  Rocafort ,  todo  lo  pasaban  por  el 
rigor  de  su  espada.  Pudo  tanto  la  presencia  del  Infante, 
que  Rocafort ,  puesto  á  su  lado  porque  los  turcos  no  le 
perdiesen  el  respeto,  retiró  su  gente ,  después  de  haber 
tan  alevosamente  muerto  á  Berenguer  y  tanta  gente  de 
su  bando.  Quedaron  muertos  en  el  campo  ciento  y  cin- 
cuenta caballos  y  quinientos  infantes,  la  mayor  parte 
de  las  compañías  de  Berenguer  de  Entenza  y  Fernán 
Jiménez  de  Árenos.  Sosegado  el  tumulto  y  retirada  la 
gente  á  sus  banderas ,  el  Infante  y  Rocafort  vinieron 
juntos  á  la  plaza  del  lugar,  donde  tenian  el  cuerpo  de 
Berenguer  tendido.  Apeóse  el  Infante  de  su  caballo ,  y 
abrazado  con  el  cuerpo  difunto,  dice  Montaner  que  llo- 
ró amargamente ,  y  que  le  abrazó  y  besó  mas  de  diez 
veces,  y  que  fué  tan  universal  el  sentimiento,  que  hasta 
sus  mismos  enemigos  le  lloraron.  Vuelto  el  Infante  á 
Rocafort,  con  palabras  ásperas  le  dijo  que  la  muerte 
de  Berenguer  había  sido  malamente  hecha  por  algún 
traidor.  Rocafort  con  palabras  humildes  respondió  que 
su  hermano  y  lio  no  le  conocieron  hasta  que  le  hubie- 
ron herido.  Con  esto  se  hubo  de  satisfacer  el  Infante, 
pues  no  tenia  fuerzas  para  castigar  tanto  atrevimiento, 
y  sin  duda  que  hiciera  alguna  demostración  si  no  se 
hallara  con  tan  poca  gente.  Mandó  que  para  enterrar  el 
cuerpo  de  Berenguer  y  hacerle  sus  obsequias  se  detu- 
viese el  ejército  dos  días,  porque  quiso  honrarle  con  lo 
que  pudo ;  y  así  se  hizo.  Enterráronle  en  una  ermita  de 
San  Nicolás  que  estaba  cerca ,  junto  del  altar  mayor; 
sepulcro  harto  indigno  de  su  persona  si  consideramos 
el  lugar  humilde  y  poco  conocido  donde  le  dejaron, 
pero  célebre  y  famoso  por  ser  en  medio  de  las  provin- 
cias enemigas,  cuya  inscripción  y  epitafio  es  la  misma 
fama,  que  conserva  y  extiende  la  memoria  de  los  varo- 
nes ilustres  que  carecieron  de  túmulos  magníficos  en 
su  patria,  por  haber  perecido  en  tierra  ganada  y  ad- 
quirida por  su  valor.  Este  fin  tuvo  Berenguer  de  Enten- 
za ,  nobilísimo  por  su  sangre  y  celebrado  por  sus  ha- 
zañas, y  por  entrambas  cosas  estimado  de  reyes  natu- 
rales y  extraños.  En  sus  primeros  años  sirvió  á  sus  prín- 
cipes, primero  en  Cataluña  y  después  en  Sicilia,  coa 
buena  fama ,  donde  alcanzó  amigos  y  hacienda  para  se- 
guir el  camino  que  la  fortuna  le  ofreció  de  engrande- 
cerse y  alcanzar  estado  igual  á  sus  merecimientos;  que 


EXPEDICIÓN  DE  CATALANES  Y  ARAGONESES, 


51 


aunque  on  su  patria  le  poseía  grande,  pero  no  de  ma- 
nera que  su  ánimo  generoso  y  gallardo  cupiese  en  tan 
cortos  límites  como  los  de  la  baronía  que  hoy  llama- 
mos de  Entenza.  Fué  Berenguer  animoso  y  valiente  con 
los  mayores  peligros,  fuerte  en  los  trabajos,  constante 
en  las  determinaciones,  igualmente  conocido  por  los 
sucesos  prósperos  y  adversos,  porque  en  medio  de  su 
felicidad  padeció  una  larga  y  trabajosa  prisión,  y  ape- 
nas salido  dellay  restituido  á  los  suyos,  cuando  otra 
vez  la  fortuna  se  le  mostraba  favorable,  murió  á  trai- 
ción á  manos  de  sus  amigos^  en  lo  mejor  de  sus  espe- 
ranzas. 

El  Infante ,  después  de  sosegado  el  alboroto,  envió  á 
llamar  á  Fernán  Jiménez,  ofreciéndole  que  podía  venir 
seguro  debajo  de  su  palabra.  Respondió  que  le  perdo- 
nase,, que  ya  no  estaba  en  su  libertad  para  cumplir  sus 
mandamientos,  porque  había  ofrecido  de  presentarse 
ante  el  emperador  Andrónico  con  toda  su  compauía. 
Túvole  el  Infante  por  disculpado,  y  Fernán  Jiménez, 
después  de  haber  recogido  los  suyos,  se  fué  á  Constan- 
tinopla,  donde  le  recibió  Andrónico  con  muchas  mues- 
tras de  agradecimiento  de  que  le  hubiese  venido  á  ser- 
vir, y  por  mostrarlo  con  efeto ,  le  dio  por  mujer  una 
nieta  suya ,  viuda ,  llamada  Tcotlora ,  y  el  oficio  de  me- 
gaduque ,  que  tuvo  Roger  y  después  Rerenguer  de  En- 
tenza. Con  esto  quedó  Fernán  Jiménez  de  los  mas  bien 
librados  capitanes  desta  empresa,  y  el  que  solo  perma- 
neció en  dignidad  y  escapó  de  fines  desastrados. 

CAPITULO  LUÍ. 

Deja  el  Infante  nuestra  compafiia,y  ¡leva  consigo  á  Montaner,  des- 
^        pues  de  entregar  la  armada. 

En  este  medio  que  el  Infante  se  detuvo  en  el  lugar 
donde  mataron  6.  Berenguer,  llegaron  sus  cuatro  gale- 
ras con  sus  capitanes,  Dalmau  Serran,  caballero,  y  Jai- 
me Despaiau,  de  Barcelona ;  y  alegre  de  tener  galeras 
con  que  apartarse  de  Rocafort ,  mandó  juntar  consejo 
general,  y  volvió  segunda  vez  íl  requerilles  si  le  que- 
rían recibir  en  nombre  de  su  tío  don  Fadrique ,  porque 
cuando  no  quisiesen,  estaba  resuelto  departirse.  Roca- 
fort, autor  de  la  determinación  pasada  cuando  se  les 
propuso  lo  mesmo,  como  mas  poderoso  entonces,  des- 
pués que  le  faltaban  sus  émulos,  en  quien  pudiera  ha- 
ber alguna  contradicion ,  fuéle  fácil  tener  á  todo  el 
campo  en  su  opinión ,  porque  sus  pensamientos  ya  eran 
mayores  que  de  hombre  particular.  Respondieron  al  In- 
fante lo  que  la  vez  pasada ,  y  con  mayor  resolución. 
Con  esto  se  tuvo  por  imposible  y  desesperado  el  nego- 
cio; y  asi,  se  embarcó  el  Infante  con  sus  galeras,  de- 
jando á  Rocafort  absoluto  sei~ior  y  dueño  de  todo,  y  na- 
vegó la  vuelta  de  la  isla  de  Tarso, .seis  millas  lejos  déla 
tierra  firme  donde  estaba  el  campo.  Llegó  el  Infante  á 
la  isla  casi  al  mismo  tiempo  que  Montaner  con  toda  la 
armada ,  y  después  de  haberle  referido  la  maldad  de 
Rocafort  y  pérdida  de  tan  buenos  caballeros  como  eran 
Berenguer  de  Entenza  y  Fernán  Jiménez  de  Árenos ,  le 
mandó  de  parte  del  Rey  y  suya  que  no  se  partiese  de 
su  compañía.  Obedeció  Montaner  con  mucho  gusto, 
porque  estaba  rico  y  temia  á  Rocafort,  aunque  era  su 
amigo.  La  amistad  de  un  poderoso  insolente  siempre 
s^  hade  temer,  porque  la  amistad  fácilmente  se  pierde, 
y  queda  el  poder  libre  de  respetos  para  ejecutar  su  fu- 
ria y  sus  antojos.  Suplicó  ai  Infante  fuese  servido  de 


detenerse  mientras  él  con  la  armada  daba  razón  ú  los 
capitanes  del  campo  de  lo  que  se  le  había  encargado, 
que  eran  la  mayor  parte  de  sus  haciendas  y  todas  sus 
mujeres  y  hijos.  Fué  contento  el  Infante  de  aguardallc, 
y  con  esto  Montaner  con  la  armada  llegó  á  una  playa 
donde  estaba  alojado  el  ejército,  una  jornada  mas  ade- 
lante de  donde  los  dejó  el  Infante.  No  quiso  que  perso- 
na alguna  desembarcase  basta  que  le  aseguraron  que 
no  se  haría  daño  á  las  mujeres ,  hijos  y  haciendas  de 
los  de  Berenguer  de  Entenza  y  Fernán  Jiménez ,  y  que 
les  dejarían  hbres  para  ir  donde  quisiesen.  Con  este  se- 
guro desembarcó  todos  los  que  quisieron  ir  al  castillo 
donde  Fernán  Jiménez  se  había  retirado.  Diéronles  cin- 
cuenta carros,  y  con  doscientos  caballos  de  turcos 
y  turcoples  de  escolta,  y  cincuenta  cristianos,  les 
enviaron  al  castillo.  A  los  que  no  quisieron  quedarse  ni 
con  Rocafort  ni  con  Fernán  Jiménez,  se  les  dieron 
barcas  armadas  hasta  Negroponte.  En  esto  se  entretu- 
vo el  campo  dos  días;  y  Montaner,  ya  que  se  quería  par- 
tir ,  hizo  juntar  consejo  general ,  y  después  de  haberles 
entregado  los  libros  y  el  sello  del  ejército ,  les  dijo  q,ue 
el  infante  don  Fernando,  de  parte  del  Rey  y  suya,  le  ha- 
bía mandado  que  le  siguiese ,  á  quien  era  forzoso  obe- 
decer, y  que  no  lo  había  querido  hacer  antes  hasta 
haber  dado  descargo  de  loque  se  le  encomendó;  que 
él  se  iba  con  grande  sentimiento  de  dejarles ,  aunque 
por  su  mal  proceder  dellos  pudiera  no  tenelle,  pues  da- 
ban tan  mala  recompensa  álosque  les  habian  gobernado 
y  sido  sus  generales;  que  Berenguer  quedaba  muerto  por 
sus  excesos ,  y  Fernán  Jiménez  entregado  á  la  fe  dudosa 
de  los  griegos.  Estas  razones  dijo  Montaner  por  la  se- 
guridad que  tenia  de  los  turcos  y  turcoples,  á  quien 
siempre  trató  con  mucho  amor,  y  ellos,  reconocidos,  le 
llamaban  Cata,  que  en  su  lenguaje  quiere  decir  padre; 
y  aunque  Rocafort  lo  mandara,  no  intentaran  cosa  con- 
tra él.  Toda  la  nación  junta  le  rogó  que  se  quedase ,  y 
los  turcos  y  turcoples  hicieron  lo  mismo,  solicitando 
siempre  á  Rocafort  que  le  detuviese ;  pero  como  estaba 
ya  resuelto  de  partirse,  y  habló  con  alguna  libertad  en 
favor  de  Berenguer  de  Entenza  y  Fernán  Jiménez ,  no 
quiso  ponerse  en  peligro  ni  dar  ocasión  á  Rocafort  que 
con  pequeña  ocasión  le  diese  la  muerte,  como  álos  de- 
más. Con  esto  se  partió  del  ejército  con  un  bajel  de 
veinte  remos  y  dos  barcas  armadas,  en  que  puso  su  ha- 
cienda y  la  de  sus  camaradas  y  criados.  Llegó  á  la  isla 
de  Tarso,  donde  el  Infante  le  esperaba,  y  en  ella  se  de- 
tuvieron algunos  días  para  tomar  bastimentos  y  con- 
sultar la  navegación  que  habian  de  hacer.  Detúvoles 
también  el  buen  acogimiento  que  hallaron  en  Ticin  Ja- 
queria,  aquel  genovés  que  con  ayuda  de  Montaner  sa- 
queó el  castillo  de  Fruilla  y  después  ocupó  el  de  aque- 
lla isla ,  donde  con  muestras  de  sumo  agradecimiento 
les  entregó  las  llaves  del  castillo  y  les  ofreció  servir 
con  su  vida  y  hacienda.  Siempre  el  hacer  bien  es  de 
provecho ,  y  la  recompensa  viene  muchas  yeces  de  quien 
menos  se  pensó  que  la  pudiera  hacer;  y  lo  que  se  per- 
dió en  muchos  beneficios ,  de  uno  solo  que  se  agradez- 
ca se  sigue  mayor  utilidad  que  daño  de  todos  los  que 
se  perdieron.  Halló  Montaner,  con  el  Infante,  seguridad 
en  el  puerto,  regalo  en  lo  que  se  les  dio  para  su  susten- 
to ,  por  solo  haber  ayudado  antes  al  genovés,  aunque 
fué  con  su  mismo  interés  y  proveíñio. 


52 


DON  FRANCISCO  DE  MONCADA. 


CAPITULO  LIV. 

Pasa  el  ejército  á  Macedouia. 

Aparlado  Montaner  del  campo,  Bereiiguer  de  Enteri- 
za muerto ,  y  Fernán  Jiménez  liuido ,  quedó  solo  Roca- 
fort  absoluto  señor  y  dueño  de  todo;  y  asi,  mudaba  á  su 
gusto  y  antojo  las  determinaciones  de  todo  el  consejo. 
La  resolución  que  se  tomó  entre  todos  los  capitanes 
antes  que.saliesen  de  sus  presidios  fué  de  acometer  ú 
Cristopol  y  hacerse  fuertes  en  él ,  como  lo  hicieron  en 
Galípoli ,  y  tener  las  dos  provincias  de  Tracia  y  Mace- 
donia  vecinas ,  para  hacer  sus  entradas.  Pareció  al 
principio  fácil  la  empresa ,  porque  creyeron  coger  álos 
griegos  descuidados  y  sin  tiempo  para  prevenirse ,  y 
sin  duda  que  les  saliera  bien  el  pensamiento  sien  el  ca- 
mino no  se  detuvieran  cuatro  días  en  vengar  sus  par- 
ticulares agravios  ó  pasiones;  con  que  tuvieron  los 
griegosespacio  y  lugar  bastante,  no  solo  para  defender- 
,se ,  pero  también  para  ofenderles  y  acabarles ,  si  entre 
los  griegos  hubiera  homlre  de  valor  y  cuidado.  La  di- 
lijcion  de  las  ejecuciones  en  la  guerra  es  muy  perni- 
ciosa ,  y  muy  útil  cualquier  presteza;  que  por  faltarles 
á  muchos  un  dia,  una  hora,  y  aun  menos  tiempo,  per- 
dieron grandes  lances  y  ocasiones. 

Rocafort,  después  que  supo  que  la  ciudad  estaba 
puesla  en  defensa,  se  resolvió  de  pasar  al  estrecho  de 
Cristopol ,  que  es  la  parte  marítima  del  monte  Ródopc, 
y  no  detenerse  en  acometer  el  lugar.  El  siguiente  dia 
con  todo  el  campo  pasó  el  estrecho ,  no  sin  gran  fatiga, 
porque  el  camino  era  áspero,  los  bagajes  muchos,  y 
ios  niños,  mujeres  y  enfermos.  Los  griegos,  aunque  ad- 
vertidos del  camino  que  llevaban  los  catalanes ,  no  pu- 
dieron ó  no  osaron  atreverse  á  impedilles  el  paso. 
Atravesado  el  monte  Ródope ,  bajaron  á  los  campos  de 
Macedonia  cerca  de  ocho  mil  hombres  de  servicio  entre 
todas  las  naciones ;  bastante  ejército  para  cualquier 
grande  empresa  si  los  ánimos  estuvieran  unidos ,  y  la 
muerte  de  Berenguer  no  hubiera  hecho  odioso  á  Roca- 
fort aun  á  sus  proprios  amigos,  porque  desde  entonces 
él  se  desvaneció  y  ellos  se  ofendieron.  Al  fin  del  otoño 
se  hallaron  en  medio  la  provincia  de  Macedonia,  los 
pueblos  enemigos  poderosos,  y  aun  no  maltratados  con 
la  guerra;  pero  los  daños  de  Tracia,  su  provincia  mas 
vecina,  les  sirvió  de  escarmiento  para  prevenirse  dentro 
délas  ciudades,  y  recoger  los  frutos  de  la  campaña. 
Cuidadosos  pues  los  catalanes  de  poner  su  asiento  por 
aquel  invierno  en  algún  sitio  acomodado ,  corrian  toda 
la  tierra ,  reconociendo  puestos  que  poder  ocupar  y  re- 
coger bastimentos  y  vituallas  compradas  con  sangre  y 
con  dinero.  Últimamente,  después  do  haber  hecho 
grandes  daños  en  toda  la  provincia,  se  hicieron  fuertes 
en  las  ruinas  de  la  antigua  Casandria,  uno  de  los  me- 
jores puestos  de  toda  la  provincia ,  por  estar  vecino  al 
mar,  y  toda  la  comarca  de  aquel  cabo  fértil  y  apacible, 
por  los  rnuclij)  senos  y  entradas  que  el  mar  íiace,  y  de 
donde  fácilmente,  ó  por  lo  menos  con  mas  comodidad 
que  de  otro  cualquier  lugar,  podían  hacer  sus  entradas 
la  tierra  adentro,  y  tener  la  Tesalónica,  cabeza  déla 
proviuciu,en  continuo  recelo  de  su  daño. 

CAPITULO  LV. 

Prisión  del  inlüite  don  Fernando  en  Netfroponte. 
Partió  el  Infante  de  la  isla  de  Tarso  con  Ramón  Mon- 


taner,  y  mandó  que  se  le  entregase  á  Montaner  la  me- 
jor galera,  que  fué  la  que  llamaban  Española.  Con  estas 
cuatro  galeras,  un  leño  armado  y  una  barca  deJion- 
taner,  fueron  navegando  por  la  costa  de  Tracia  y 
Macedonia,  hasta  el  puerto  de  Almiro,  lugar  del 
ducado  de  Atenas,  donde  el  Infante  habia  dejado  cua- 
tro hombres  cuando  venia ,  para  hacer  bizcocho  para 
cuando  se  volviese.  Halló  el  Infante  que,  contra  la  fe  y 
palabra  común,  le  hablan  tomado  el  bizcocho,  y  mal- 
tratado los  cuatro  que  lo  hacian.  Tomó  el  Infante  lue- 
go sal  isfacion  del  daño  que  habia  recibido,  echando 
gente  en  tierra  y  saqueando  el  lugar  de  Almiro,  donde 
todo  se  llevó  á  sangre  y  fuego.  Después  de  haber  sa- 
queado, y  satisfecho  la  pérdida  pasada,  de  allí  pasaron 
á  la  isla  que  Montaner  llama  Éspol;  yo  entiendo  que 
fué  la  que  hoy  se  llama  el  Sciro.  Saqueó  toda  la  isla 
y  combatió  el  castillo  sin  fruto.  De  allí  tomaron  el  ca- 
bo de  la  isla  de  Negroponte,  y  quiso  el  Infante  entrar  en 
la  ciudad,  porque  cuando  vino  á  Romanía  estuvo  en 
ella  y  fué  muy  bien  recebido  y  festejado.  Montaner  y 
los  demás  capitanes  de  experiencia  le  advirtieron  que 
no  convenia  poner  á  riesgo  su  persona  y  la  de  los  que 
con  él  iban,  después  de  haber  saqueado  los  lugares  del 
duque  de  Atenas ,  con  quien  los  s»^ñores  de  Negroponte 
tenían  confederación.  Ño  dio  crédito  á  sus  buenos  con- 
sejos ;  y  usando  de  su  poder  absoluto ,  con  evidente 
peligro  entró  en  la  ciudad,  y  hallaron  en  el  puerto  diez 
galeras  de  venecianos  que  habían  venido  á  instancia  de 
Carlos  de  Francia ,  á  quien  dio  el  Papa  la  investidura 
de  los  reinos  de  Aragón  cuando  el  rey  don  Pedro  ocu- 
pó á  Sicilia.  Traían  un  caballero  francés,  llamado  Ti- 
baldo de  Sipoys,  para  que  en  nombre  de  Cárjos,  su  prín- 
cipe, tratase  en  Grecia  nuevas  confederaciones  y  amis- 
tades, y  particularmente  de  los  nuestros,  de  quien  es- 
peraba Cários  su  remedio,  porque  tenia  pensamiento  de 
venir  en  persona,  por  los  derechos  que  pretendía  al  im- 
perio, á  echar  del  al  emperador  Andrónico.  El  Infante 
ya  no  tuvo  lugar  de  arrepentirse  ni  volver  atrás,  por- 
que fuera  dar  mayor  sospecha  ;  pero  antes  de  desem- 
barcar, quiso  que  le  asegurasen  y  diesen  palabra  de  no 
ofendelle.  Hiciéronlocon  mucho  gusto  al  parecer.  Ti- 
baldo el  primero ,  y  los  capitanes  de  las  diez  galeras 
venecianas,  que  se  llamaban  Juan  Tarin  y  Marco  Mi- 
sot,  y  185  tres  señores  de  Negroponte.  Con  esto  le  pare- 
ció al  Infante  que  estaba  seguro.  Saltó  en  tierra,  donde 
le  convidaron  para  aseguralle  mas  y  quitar  á  las  gale- 
ras la  mayor  defensa,  que  era  el  estar  allí  su  persona  y 
las  de  quien  siempre  le  acompañaban,  que  entre  ellas  fué 
la  de  Montaner.  Apenas  puso  el  Infante  el  pié  en  tierra, 
cuando  las  diez  galeras  venecianas  dieron  sobre  las  del 
Infante  y  el  bajel  tle  Montaner,  donde  acudió  mucha 
gente,  porque  tenían  noticia  que  habia  dentro  grandes 
riquezas.  Mataron  al  entrar  cerca  de  cuarenta  humbres 
que  se  quisieron  defender,  y  al  mismo  tiempo  pren- 
dieron al  Infante,  con  hasta  diez  de  los  mas  princi- 
pales que  estaban  en  su  compañía.  Tibaldo  luego  libró 
la  persona  del  Infante  á  micer  Juan  de  Misi,  señor  de  la 
tercera  parte  de  Negroponte,  para  que  le  llevase  al  du- 
que de  Atenas  en  nombre  de  Cários  de  Francia,  cuya 
orden  se  aguardaría  para  disponer  de  la  persona  del 
infante.  Lleváronle  con  ocho  caballeros  y  cuatro  es- 
cuderos á  la  ciudad  de  Atenas,  donde  fué  entregado  al 
Duque,  y  por  su  órdeu  coü  muclias  guardas  llevado  al 


EXPEDICIÓN  DE  CATALANES  Y  ARAGONESES. 


53 


castillo  de  San  Tomcr,  donde  quedó  prisionero  algunos 
dius. 

CAPITULO  LVI. 

Uocafort  y  su  gente  prestan  juramento  de  fidelidad  á  Tibaldo 
lie  áipoys,  en  nombre  de  Carlos  de  Francia. 

En  este  tiempo  ya  Tibaldo  trataba  de  traer  al  servi- 
cio de  Carlos  á  Rocafort  y  á  toda  la  compañía ,  y  pro- 
curaba granjearles  por  todos  los  medios  que  pudo.  No 
faltó  quien  le  advirtió  que  en  ninguna  cosa  podia  ganar 
mas  la  voluntad  de  Rocafort ,  que  entregándole  dos  de 
aquellos  prisioneros  que  tenia ;  que  el  uno  de  ellos  era 
Montaner,  y  el  otro  Garci  Gómez  Palacin,  enemigo 
grande  de  Rocafort.  Tibaldo  dio  crédito  al  aviso,  y  sin 
mas  averiguación  embarcó  en  sus  galeras  á  Montaner  y 
á  Palacin,  y  él  en  persona  partió  la  vuelta  del  cabo  de 
Casandria,  donde  estaban  los  nuestros  con  Rocafort;  y 
apenas  hubo  llegado  á  su  presencia,  cuando  le  presen- 
tó los  dos  prisioneros,  pareciéndole  que  liabian  de  ser 
el  medio  de  sus  amistades,  y  así  fueron  ellas  tan  desdi- 
chadas ,  pues  se  fundaron  en  la  sangre  y  muerte  de  un 
inocente.  Entregáronse  ambos  prisioneros ,  pero  con 
diferente  suerte;  porque  al  uno  le  apartaron  para  qui- 
tarle la  vida,  y  al  otro  para  darle  libertad.  Honraron 
con  grandes  demostraciones  de  contento  á  Montaner, 
y  á  Palacin  mandó  Rocafort  cortarle  luego  la  cabeza, 
sin  darle  mas  tiempo  de  vida  de  la  que  el  verdugo  tardó 
ú  darle  la  muerte,  y  sin  que  persona  alguna  se  atrevie- 
se á  replicar  sobre  ello  á  Rocafort.  Que  se  halle  hombre 
tan  ruin  como  Rocafort  entre  tantos  soldados  y  capita- 
nes, no  me  causa  admiración;  pero  ¡  que  entre  todos  ellos 
no  se  hallase  un  hombre  de  bien  que  detuviera  ó  repli- 
cara á  Rocafort,  advirtiéndole  siquiera  que  ofendiasu 
fama  y  oscurecia  sus  hechos  con  ejecución  tan  inhuma- 
na-y  fuera  de  tiempo!  Era  Garci  Gómez  Palacin  ara- 
gonés, valiente  sollado  y  honrado  caballero,  aunque 
desdichado;  principal  capitán  y  valedor  del  bando  de 
Berengner  de  Entenza  y  Fernán  Jiménez  de  Árenos. 
Con  este  hecho,  indigno  de  cualquier  hombre  que  lo 
sea,  perdió  Rocafort  amigos  y  reputación ,  pues  dar  la 
muerte  á  un  caballero  que  se  retiraba  como  vencido  á 
la  patria,  de  donde  no  le  pudiera  ofender  ni  impedir  su 
grandeza ,  fué  indicio  y  señal  manifiesta  de  su  crueldad 
y  fiereza.  Montaner,  como  habia  sido  maestre  racional 
de  nuestro  ejército,  y  era  el  que  mandaba  todos  los  ofi- 
ciales de  pluma,  tenia  granjeados  con  su  buen  térmi- 
no y  verdad  los  ánimos  de  todos  los  soldados;  y  así ,  le 
amaban  como  á  padre :  cosa  raras  veces  vista ,  amar  los 
soldados  la  gente  de  pluma ,  á  quien  ordinariamente 
aborrecen  y  murmuran ,  porque  les  parece  que  estando 
descansados, con  trampas  y  enredos,  en  daño  de  la  mi- 
licia se  acrecientan  y  enriquecen,  y  ellos  con  mil  tra- 
bajos y  peligros  viven  siempre  en  una  miserable  suerte. 
Recibieron  todos  á  Montaner  con  regocijo  general,  y 
luego  le  dieron  una  posada  de  las  mas  honradas  que 
habia,  y  los  turcos  y  turcoples  los  primeros  le  presen- 
taron veinte  caballos  y  mil  escudos,  y  Rocafort  un  ca- 
ballo de  mucho  precio  y  otras  cosas  de  valor,  sin  que 
liubiese  persona  de  estimación  en  todo  el  ejército  que 
no  le  diese  algo.  Tibaldo  de  Sipoys  y  los  capitanes  ve- 
necianos que  le  entregaron,  quedaron  corridos  de  ver 
que  se  hiciese  tanta  honra  á  quien  ellos  habían  robado 
cuanto  tenia ,  y  temieron  que  no  le  hiciese  daño  en 


desbaratar  sus  trazas  y  pretensiones;  poro  Montaner 
era  cuerdo,  y  como  no  le  pareció  cosa  segura  quedarse 
en  nuestro  campo ,  ni  las  impidió  ni  las  favoreció.  Ro- 
cafort, que  hasta  entonces  habia  estado  dudoso  en  acep- 
tar lo  que  por  parte  de  Carlos  de  Francia  le  ofrecía  Ti- 
baldo de  Sipoys ,  porque  el  respeto  de  la  casa  de  Ara- 
gón le  detenia ,  pero  cuando  tuvo  por  cierto  que  por 
no  haber  querido  admitir  al  Infante  por  el  rey  don  Fadri- 
que,  las  casas  de  los  reyes  de  Aragón,  Sicilia  y  Mallor- 
ca le  serían  enemigos  ,  vino  en  lo  que  Tibaldo  desea- 
ba, que  la  compañía  le  recibiese  por  su  general  en  nom- 
bre de  Carlos  de  Francia,  ofreciéndoles  el  sueldo  aven- 
tajado y  grandes  esperanzas ,  que  era  lo  que  les  podia 
dar.  Con  esto  le  juraron  fidelidad,  forzados,  á  lo  que  yo 
puedo  juzgar,  de  la  violencia  de  Rocafort,  porque  des- 
echar á  su  príncipe  natural  y  tomar  al  extraño  y  ene- 
migo, no  es  posible  que  los  catalanes  y  aragoneses  vo- 
luntariamente lo  consintiesen ,  ni  Rocafort  lo  intentase, 
sino  por  la  seguridad  que  tenían  en  los  turcos  y  turco- 
})les  y  parte  de  la  almugavería ,  que  ciegamente  le  obe- 
decían; aunque  lo  que  Rocafort  hizo  no  parece  que  fue- 
se traición,  porque  no  tomó  las  armas  contra  sus  prín- 
cipes, sino  solo  se  apartó  de  su  servicio  :  cosa  en  aque- 
llos tiempos  lícita  y  usada,  y  mas  cuando  precedían 
agravios.  Ni  menos  fué  por  aborrecimiento  que  tuvie- 
sen á  la  casa  de  Aragón  y  amor  á  la  de  Francia,  sino 
que  quiso  arrimarse  por  entonces  al  príncipe  menos  po- 
deroso, para  con  mas  facilidad  apartarse  del  cuando 
sus  cosas  llegasen  al  estado  en  que  esperaba  verse. 
Porque  corría  una  voz  entre  muchas,  que  Rocafort  se 
quería  llamar  rey  de  Tesalóníca  ó  Salónique,  y  no  era 
esto  sin  algún  fundamento,  pues  hal)ia  mudado  el  sello 
del  ejército,  que  era  la  imagen  de  san  Pedro ,  y  en  su 
lugar  mandó  poner  un  rey  coronado :  señales  evidentes 
de  sus  altos  y  atrevidos  pensamientjs.  Tales  bríos  co- 
bra el  que  tiene  en  su  mano  un  ejército  vitorioso  y  ami- 
go; y  pienso  que  fueran  masque  pensamientos,  y  que 
sin  duda  llegara  á  ser  principe  absoluto,  si  su  grande 
avaricia  y  soberbia  no  atajara  los  pasos  de  su  próspera 
fortuna,  al  tiempo  que  le  ofrecía  un  estado  con  que  pu- 
diera fundar  y  engrandecer  su  casa.  Que  si  Rocafort 
viviera  cuando  los  nuestros  ocuparon  los  estados  de 
Atenas  y  Neopatría,  tengo  por  sin  duda  que  no  llama- 
ran al  rey  de  Sicilia ,  sino  que  le  recibieran  por  su  prín- 
cipe y  señor,  pues  se  pudiera  hacer  con  muy  justo  títu- 
lo, habiendo  sido  Rocafort  su  general  tantos  años,  en 
tiempo  de  tantos  trabajos,  y  debajo  de  cuyo  mando  y 
gobierno  habían  alcanzado  tantas  Vitorias  y  dado  glo- 
rioso fin  á  tan  señaladas  empresas. 

Luego  que  las  galeras  venecianas  vieron  á  Tibaldo 
general  del  ejército  en  nombre  de  Carlos,  partieron  la 
vuelta  de  su  casa,  y  Ramón  Montaner  con  ellas,  aunque 
le  rogaron  mucho  que  se  quedase;  pero  como  él  cono- 
cía la  poca  seguridad  que  había  en  la  condición  de  Ro- 
cafort ,  jamás  quiso  quedarse ,  ni  aun  pidiéndoselo  muy 
encarecidamente  el  mismo  Tibaldo. 

CAPITULO  LVII. 

Montaner  con  las  galeras  venecianas  vuelve  al  Negroponte, 
y  en  Atenas  se  ve  con  el  infante  don  Fernando. 

Juan  Tari,  general  de  las  galeras  venecianas,  por  or- 
den de  Tibaldo  dio  una  galera  á  Montaner  para  que 
llevase  en  ella  sus  camaradas,  sus  criados  y  su  ropa,  y 


51  DON  FRANCISCO 

su  persona  se  embarcó  en  la  capitana  con  Tari,  de 
quien  fué  por  extremo  regalado  y  servido.  A  mas  de  esto, 
Tibaldo  dio  cartas  á  Montaner  para  Negroponte ,  en  que 
mandaba  que  se  le  restituyese  todo  lo  que  se  le  habia 
robado  de  su  galera  cuando  prendieron  al  Infante ,  y 
esto  so  pena  de  la  vida  y  perdimiento  de  bienes  si  al- 
guno lo  ocultase.  Con  este  buen  despacbo  partió  Mon- 
taner á  Negroponte  con  las  galeras  venecianas,  donde 
llegaron  con  buen  tiempo,  y  luego  se  notificaron  las 
cartas  de  Tibaldo  al  justicia  mayor  de  venecianos.  Hi- 
ciéronse  luego  pregones  con  las  penas  dichas  á  los  que 
no  restituyesen ,  y  Juan  Damici  y  Bonifacio  de  Verona, 
como  señores  también  de  la  isla,  hicieron  los  mismos 
pregones  cuando  vieron  la  carta  de  Tibaldo,  supremo 
ministro  en  aquellas  partes  del  rey  de  Francia.  Fueron 
los  pregones  poco  obedecidos,  porque  no  se  hicieron 
sino  solo  para  satisfacer  y  cumplir  con  esta  demostra- 
ción con  Tibaldo ;  porque  Montaner  no  cobró  cosa  al- 
guna de  las  perdidas  ni  se  le  dio  otra  satisfacion.  Mon- 
taner, como  verdadero  criado  y  servidor  del  Infante,  pi- 
dió á  Juan  Tari  que  le  diese  lugar  para  ir  á  la  ciudad  de 
Atenas  á  verle  y  consolalle  en  su  prisión;  que  como  na- 
ció subdito  de  los  de  su  casa,  no  podia  dejar  de  acudir 
en  caso  tan  apretado  como  el  velle  preso.  Tari  con  mu- 
cha cortesía  le  ofreció  de  aguardar  cuatro  dias  en  Ne- 
groponte ,  en  que  tendria  bastante  tiempo  para  ir  á  vi- 
sitar al  Infante  y  volverse,  porque  de  Negroponte  á 
Atenas  habia  solas  veinte  y  cuatro  millas.  Partió  Mon- 
taner con  cinco  caballos,  y  en  llegando  á  la  ciudad  qui- 
so ver  al  Duque,  y  aunque  le  halló  enfermo,  le  dio  lugar 
para  que  le  viese,  y  le  recibió  con  mucha  cortesía,  y 
con  palabras  muy  encarecidas  le  significó  el  sentimien- 
to que  habia  tenido  del  suceso  de  Negroponte  cuando 
le  robaron  su  galera,  y  ofreció  que  en  todo  lo  que  se  le 
ofreciese  le  ayudaría  con  veras.  Montaner  respondió 
que  estimaba  mucho  la  merced  y  honra  que  le  hacia; 
pero  que  solo  deseaba  ver  al  infante  don  Fernando. 
Dióle  licencia  el  Duque  con  mucho  cumplimiento,  y 
mandó  que  el  tiempo  que  Montaner  estuviese  con  el  In- 
fante ,  todos  cuantos  quisiesen  pudiesen  entrar  en  el 
castillo  y  visitalle.  Dieron  luego  libre  la  entrada  de  Sant 
Ober ;  y  Montaner,  en  viendo  al  Infante,  las  lágrimas  le 
sirvieron  de  palabras ,  que  mostraron  el  sentimiento  de 
ver  su  persona  puesta  en  manos  de  extranjeros.  El  In- 
fante, en  lugar  de  recibir  algún  consuelo  de  Montaner, 
fué  él  el  que  se  le  dio  y  animó  con  palabras  de  grande 
valor  y  constancia.  Dos  dias  se  detuvo  Montaner  en  su 
compañía ,  platicando  los  medios  mas  necesarios  para 
su  libertad ,  y  últimamente ,  quiso  quedarse  para  servi- 
Ile  y  asistitleen  la  prisión;  no  lo  consintió  el  Infante,  por 
parecelle  mas  conveniente  que  fuese  á  Sicilia  á  tratar 
con  el  Rey  de  su  libertad.  Dióle  cartas  para  el  Rey ,  y  le 
encargó  que,  como  testigo  de  vista,  refiriese  á  su  tío  todo 
lo  que  habia  pasado  en  Tracia  y  Macedonia  acerca  de 
admitillé  en  su  nombre.  Con  esto  se  despidió  Monta- 
ner, y  fué  á  tomar  licencia  del  Duque  para  volverse,  de 
quien  fué  regalado  con  algunas  joyas ,  que  le  fueron  de 
mucho  provecho ,  porque  todo  el  dinero  que  traía  ha- 
bia dejado  al  Infante ,  y  repartido  sus  vestidos  entre 
los  que  le  servían.  Vuelto  á  Negroponte,  se  partieron 
luego  las  galeras ,  y  navegando  por  las  costas  de  la  Mo- 
rea,  llegaron  á  la  isla  de  la  Sapiencia,  donde  toparon 
cuatro  galeras  de  Riambau  Dasfar,  de  quien  ya  tenia 


DE  MONCADA. 

lengua  Montaner.  Los  venecianos,  sospechosos  siempre,' 
como  gente  de  república,  apartándose  con  Montaner, 
le  preguntaron  si  Riambau  Dasfar  era  hombre  que  les 
guardaría  fe.  Respondióles  que  era  buen  caballero,  y 
que  él  no  seria  enemigo  ni  haría  daño  á  los  amigos  del 
rey  de  Aragón,  y  que  con  seguridad  podrían  estar  to- 
dos juntos  y  honrar  á  Riambau.  Con  esto  se  sosega- 
ron, y  Montaner  pasó  á  la  galera  de  Riambau  Dasfar,  y 
luego  todas  se  juntaron,  y  se  convidaron  los  capitanes 
con  mucha  llaneza  y  seguridad.  Llegaron  á  Clarencia, 
donde  se  detuvieron  las  galeras  venecianas,  y  entonces 
Montaner  se  pasó  á  las  de  Riambau,  en  cuya  compañía 
llegó  á  Sicilia ,  y  en  Castronuevo  se  vio  con  el  Rey,  y  le 
dio  larga  relación  de  lo  que  pasaba ,  juntamente  con  la 
carta  del  Infante.  Mostró  el  Rey  gran  sentimiento ,  y 
luego  escribió  al  rey  de  Mallorca  y  al  rey  de  Aragón 
para  que  todos  juntos  ayudasen  á  la  libertad  de  don 
Fernando;  y  en  este  medio  Carlos ,  hermano  del  rey  de 
Francia,  escribió  al  duque  de  Atenas  que  enviase  la 
persona  del  Infante  al  rey  Roberto  de  Ñapóles.  Obedeció 
el  Duque ;  y  así,  vino  el  Infante  á  Ñapóles  preso ,  donde 
estuvo  un  año  en  una  cortés  prisión ;  porque  salía  á  ca- 
za y  comía  con  Roberto  y  con  su  mujer,  que  era  su 
hermana.  El  rey  de  Mallorca ,  su  padre,  por  medio  del 
rey  de  Francia  le  alcanzó  libertad;  conque  el  Infante 
vino  á  Colibre  á  verse  con  su  padre. 

CAPITULO  LVIII. 

Prisión  de  Berenguer  y  Gisbert  de  Rocafort. 

Los  nuestros ,  después  que  admitieron  por  capitán 
general  á  Tibaldo ,  y  le  juraron  en  nombre  de  Carlos, 
hermano  del  rey  de  Francia ,  mantuvieron  el  puesto  de 
Casandria ,  sustentándose  de  las  correrías  y  entradas 
que  hacían  la  tierra  adentro,  hasta  llegar  á  Tesalónica, 
donde  estaba  la  Emperatriz  con  toda  su  corte,  con  to- 
das las  riquezas  y  tesoros  del  imperio  de  los  griegos, 
que  esta  ambiciosa  mujer  habia  recogido  para  acre- 
centar á  sus  hijos,  en  grave  daño  de  Miguel,  su  entenado, 
sucesor  legítimo  del  padre.  Mientras  Rocafort,  sin  re- 
celo de  mudanza,  trataba  de  su  aumento  y  grandeza, 
llegó  el  fin  de  su  prosperidad  y  principio  de  su  desdicha, 
que  las  mas  veces  suele  ser  en  la  mayor  confianza  y  se- 
guridad del  hombre,  para  que  se  conozca  claramente 
la  instabilidad  de  las  cosas  humanas ,  y  que  no  hay  po- 
der que  pueda  en  sí  proprio  asegurarse,  porque  las  cau- 
sas de  su  acrecentamiento  son  las  mismas  de  su  ruina. 
La  primera  causa  y  motivo  que  tuvieron  sus  enemigos 
para  derríballe  fué  conocer  en  él  un  grande  descono- 
cimiento de  lo  que  debía  á  su  propria  naturaleza  y  san- 
gre, pues  á  mas  de  ser  cruel,  era  codicioso  y  lascivo  : 
insufribles  vicios  en  los  que  mandan ;  porque  la  vida, 
honra  y  hacienda,  bienes  los  mayores  del  hombre  mor- 
tal, andan  siempre  en  peligro.  El  deseo  de  tomar  sa- 
tisfacion y  venganza  de  los  agravios  recibidos  de  Ro- 
cafort, con  el  miedo  se  encubrieron,  hasta  que  tomaron 
la  ocasión  del  poco  caso  y  respeto  que  Rocafort  tenia  á 
Tibaldo,  y  secretamente  pusieron  en  plática  su  libertad, 
pareciéndoles  que  hallarían  en  Tibaldo,  como  en  hom- 
bre ofendido ,  el  remedio  de  sus  agravios ,  pues  casi 
eran  comunes  á  todos.  Dijeron  á  Tibaldo  que  les  ayu- 
dase á  salir  de  tan  dura  servidumbre  y  que  se  repri- 
miese la  insolencia  de  Rocafort,  pues  olvidado  de  lo  que 
debía  hacer  un  buen  gobernador  y  capitán,  atropellando 


I 


EXPEDICIÓN  DE  CATAL 

las  leyes  naturales ,  usaba  de  su  poder  en  cosas  ilícitas 
y  fuera  de  toda  razón ,  y  de  los  subditos  libres  como  de 
sus  esclavos,  y  de  los  bienes  ajenos  como  suyos  pro- 
prios.  Que  ya  era  tiempo  que  las  maldades  de  Rocafort 
tuviesen  castigo,  y  sus  trabajos  y  peligros  fin;  que  pues 
él  era  la  suprema  cabeza ,  pusiese  el  remedio  conve- 
niente y  diese  satisfacion  á  tantos  agraviados.  Tibaldo, 
como  solo  y  forastero ,  temiéndose  que  no  fueran  echa- 
dizos de  Rocafort  para  descubrir  su  ánimo ,  respondió 
con  palabras  equívocas,  ni  cargando  á  Rocafort  ni  des- 
esperándoles á  ellos.  Era  el  francés  hombre  muy  pru- 
dente y  de  grande  experiencia,  y  quiso,  aunque  agra- 
viado de  Rocafort,  tentar  el  camino  mas  suave  para 
raoderalle ;  porque  como  el  principal  motivo  de  su  ve- 
nida habia  sido  para  tener  de  su  parte  nuestro  ejército, 
no  reparaba  en  su  particular  autoridad,  sino  en  lo  que 
había  de  ser  de  importancia  para  el  príncipe  cuyo  mi- 
nistro era.  El  primer  medio  que  tomó  fué  hablar  con 
gran  secreto  á  Rocafort  y  pedille  que  se  fuese  á  la 
mano  en  sus  gustos,  poniéndole  delante  los  daños  que 
le  podrían  causar.  Pero  Rocafort,  poco  acostumbrado 
á  sufrir  personas  que  pretendiesen  detener  y  corregir 
sus  desórdenes ,  respondió  á  Tibaldo  con  tanta  aspe- 
reza, que  le  obligó  aponer  remedio  mas  violento;  y  des- 
esperado de  poder  mantener  á  Rocafort  en  el  servicio 
de  su  príncipe  si  no  se  le  consentían  sus  ruindades,  de- 
terminó vengarse  del  y  dejar  nuestra  compañía.  Pero 
disimuló  esta  determinación  hasta  que  un  hijo  suyo  vi- 
niese con  seis  galeras  de  Venecía,  adonde  le  habia  en- 
viado algunos  meses  antes.  Llegufon  dentro  de  pocos 
dias ;  y  Tibaldo,  cuando  se  vio  seguras  las  espaldas,  en- 
vió con  gran  secreto  á  decir  á  los  capitanes  conjurados 
que  le  hiciesen  saber  en  lo  que  estaban  resueltos  de  los 
negocios  de  Rocafort.  Ellos  respondieron  que  juntase 
consejo,  y  que  en  él  veria  los  efetos  de  su  determina- 
ción. Dióse  Tibaldo  por  entendido,  y  al  otro  dia  hizo 
juntar  el  consejo ,  publicando  que  tenía  cosas  impor- 
tantes que  tratar  en  él.  Vino  Rocafort  con  la  insolencia 
y  arrogancia  que  acostumbraba.  A  la  primera  plática 
que  se  propuso,  comenzaron  todos  á  quejarse  del;  pero 
como  hasta  entonces  no  habia  tenido  hombre  que  le 
osase  contradecir  ni  que  descubiertamente  se  le  atre- 
viese, alborotóse  extrañamente,  y  con  el  rostro  airado 
y  palabras  muy  pesadas  los  quiso  atrepellar,  como  so- 
lia.  Entonces  los  capitanes  conjurados  se  fueron  levan- 
tando desús  asientos;  y  llegándosele  mas,  multiplican- 
do las  quejas  y  acordándose  de  los  agravios  que  á  todos 
hacia ,  diciendo  y  haciendo ,  le  asieron  á  él  y  á  su  her- 
mano ,  sin  que  pudiesen  resistirse,  porque  los  conjura- 
dos eran  muchos  y  resueltos.  Luego  que  tuvieron  pre- 
sos á  entrambos  hermanos  y  entregados  á  Tibaldo, 
acometieron  la  casa  de  Rocafort  y  la  saquearon  toda, 
alargándose  la  licencia  militar,  como  suele  en  casos 
semejantes ,  sin  detenelles  el  respeto  que  debían  tener 
á  las  paredes  de  quien  habia  sido  su  general  tantos 
años ,  y  con  su  espada  y  valor  haberles  defendido  tantas 
veces. 

CAPITULO  LIX. 

Tibaldo,  llevando  consigo  los  dos  hermanos  presos,  deja  el  ejército» 
y  los  lleva  á  Ñapóles,  donde  les  dieron  muerte. 

La  prisión  de  Rocafort  causó  diferentes  efetos ,  por- 
que sus  amigos  se  entristecieron,  como  participantes  de 


ANES  Y  ARAGONESES,  g^ 

sus  delitos ,  y  hubieran  hecho  alguna  demostración  de 
libralle,  sí  no  dudaran  de  que  un  caso  tan  grave  no  era 
posible  haberse  emprendido  sino  con  gran  prevención 
de  ayuda  y  lados ;  y  mas,  que  aun  no  habían  reconocido 
cuáles  eran  amigos  ó  enemigos  declarados  :  cosas  que 
muchas  veces  suele  ser  de  importancia  para  los  que 
acometen  casos  tan  repentinos  y  prontos.  Los  turcos  y 
turcoples,  que  eran  los  fieles  á  Rocafort,  quedaron  tan 
pasmados  y  atónitos  del  hecho,  que  no  pudieron  tomar 
resolución.  Los  almugavares  estaban  divididos :  la  ma- 
yor parte  le  amaba ,  la  otra  le  aborrecía ;  pero  toda  la 
gente  de  estimación  y  la  nobleza,  como  la  mas  ofendi- 
da ,  era  la  que  procuraba  con  muchas  veras  su  perdi- 
ción. Aquella  noche  que  Rocafort  estaba  preso  fué 
toda  inquieta  y  llena  de  recelos.  A  la  mañana  ya  pare- 
ció que  habia  mas  sosiego ,  porque  supieron  que  Roca- 
fort y  su  hermano  estaban  vivos.  Pero  cuando  á  Tibaldo 
le  pareció  que  tenia  á  todos  los  del  ejército  mas  des- 
cuidados y  seguros ,  una  noche  con  gran  secreto  em- 
barcó á  los  dos  herm'anos  Rocaforts  en  sus  galeras,  y  él 
juntamente  con  ellos  navegó  la  vuelta  de  Negroponte, 
dejando  burlada  toda  nuestra  compañía.  A  la  mañana, 
cuando  vieron  partidas  las  galeras ,  y  que  Tibaldo  se 
llevaba  en  ellas  á  los  dos  hermanos,  alteráronse  todos 
mucho,  y  decían  que  aunque  Rocafort  fuese  de  tan  rui- 
nes costumbres, era  su  capitán,  y  no  les  parecía  justo 
entregarle  á  sus  enemigos  para  que  hiciesen  escarnio 
del  y  de  nuestra  nación,  dándole  una  muerte  vil  y  afren- 
tosa, en  mengua  de  todos  ellos ;  que  si  Rocafort  la  me- 
recía, que  se  la  hubiera  dado  el  ejército  por  sus  manos, 
y  no  ponerle  en  las  de  sus  mayores  enemigos.  Con  esta 
plática  se  fueron  encendiendo  los  ánimos,  atizados  de 
los  amigos  íntimos  de  Rocafort,  de  suerte  que  llegaron 
á  tomar  las  armas  los  almugavares  y  turcos  contra  los 
que  se  habian  señalado  en  su  prisión,  y  con  una  furia  y 
coraje  increíble  los  iban  buscando  por  sus  alojamien- 
tos y  matando  los  que  topaban ,  sin  que  hubiese  soldado 
ni  caballero  que  se  atreviese  á  resistirles  :  tanta  fué  la 
afición  y  voluntad  que  la  gente  de  guerra  tuvo  á  Roca- 
fort j  que  jamás  la  pudieron  borrar  sus  maldades  y  ruin 
correspondencia  con  los  amigos ,  ni  en  esta  ocasión 
pudo  sosegarse  hasta  vengarle  y  satisfacerse  muy  á  su 
gusto.  Quedaron  muertos  deste  alboroto  ó  motín  ca- 
torce capitanes  de  los  mas  conocidos  enemigos  de  Ro- 
cafort, y  otra  mucha  gente  de  los  aficionados  y  criados 
destos  capitanes,  que  quisieron  al  principio  resistir: 
cosa  notable  que  los  nuestros,  puestos  en  medio  de  sus 
enemigos ,  tres  años  continuos  tuviesen  ellos  siempre 
guerra  civil,  derramándose  mas  sangre  que  en  todas 
las  demás  que  tuvieron  con  los  extraños.  Y  aunque  las 
guerras  civiles  son  de  ordinario  j)casion  de  no  tenerlas 
con  los  extranjeros ,  no  sucedió  esto  á  los  nuestros,  pues 
á  un  mismo  tiempo  acometían  al  enemigo  y  se  mataban 
entre  ellos. 

Tibaldo  llegó  á  Ñápeles  con  los  dos  hermanos  Roca- 
forts presos,  y  los  entregó  al  rey  Roberto,  su  mortal 
enemigo.  El  origen  desta  enemistad  fué  no  haberle  que- 
rido Berenguer  de  Rocafort  entregar  unos  castillos  de 
Calabria,  que  por  razón  de  las  paces  hechas  entre  los 
reyes  le  pertenecían ,  hasta  que  le  satisfaciesen  lo  cor- 
rido de  sus  pagas  á  él'y  á  su  gente ;  y  como  los  reyes 
tienen  por  injuria  y  atrevimiento  grande  pedilles  paga 
de  servicios  por  medios  violentos,  aunque  por  entonces 


56 


DON  FRANCISCO  DE  MONCADA. 


1 


Síil  islizo  ñ  Rocafnrt,  qncflólc  siempre  vivo  el  sentimiento 
desle  agravio.  Mandó  luego  que  los  llevasen  á  los  dos 
liermanos  al  castillo  de  la  ciudad  de  Aversa ,  y  que  en- 
cerrados en  una  obscura  prisión,  los  dejasen  sin  darles 
de  comer  liasla  morir.  Fué  Berenguer  de  Rocafort  el 
mas  bien  afortunado  ir  valiente  capitán  que  hubo  en 
muchas  edades,  y  el  mas  digno  de  alabanza,  si  al  paso 
de  su  prosperidad  no  crecieran  sus  vicios.  Sirvió  al  rey 
don  Pedro  y  á  sus  hijos  don  Jaimey  don  Fadrique,  de  ca- 
pitán. Después  con  nuevos  pensamientos  se  juntó  con 
Roger  en  la  Asia ,  adonde  fué  con  no  pequeño  socorro. 
Por  muerte  de  Corbaran  de  Alet  fué  senescal,  maestre 
de  campo,  general  del  ejército,  y  después  de  muerto 
Roger,  y  Berenguer  preso,  le  gobernó  por  espacio  de 
cinco  años  sin  competidor  alguno,  y  en  este  tiempo 
destruyó  muchas  ciudades  y  provincias.  Venció  tres 
batallas  con  muy  desigual  número  de  gente,  y  en  una 
dellas  un  emperador  de  oriente ;  y  mantuvo  una  guerra 
tanto  tiempo  en  el  centro  de  las  provincias  enemigas;  y 
últimamente,  atravesó  con  su  ejército  desde  Galípoli  á 
Casandria ,  quemando  y  destruyendo  cuanto  se  le  puso 
delante.  Nunca  fué  vencido  ni  aun  en  pequeñas  esca- 
ramuzas. Triunfó  de  todos  sus  enemigos,  y  en  todas  las 
guerras  civiles  y  extranjeras  fué  siempre  vencedor;  pero 
el  remate  de  todas  estas  dichas  paró  en  una  triste  pri- 
sión y  miserable  muerte ,  aunque,  al  parecer  de  todos, 
justísimo  castigo  del  cielo,  por  la  sangre  inocente  que 
derramó  de  sus  amigos  y  de  otros  muchos  que  injusta- 
mente murieron  á  sus  manos.  Gishert  de  Rocafort  siguió 
la  misma  fortuna  que  su  hermano ;  pero,  según  se  coUge 
délos  historiadores  de  aquellos  tiempos,  no  procedió 
tan  disolutamente  como  él ,  aunque  fué  participante  y 
compañero  en  muchos  de  sus  delitos,  y  particularmente 
en  la  de  Berenguer,  y  quizá  por  no  tener  el  lugar  de  su 
hermano  fué  menos  notado ;  porque  los  vicios  se  des- 
cubren mas  en  la  major  fortuna.  Quién  fuesen  estos  ca- 
balleros, ó  de  qué  familia  de  las  muchas  que  en  Cata- 
luña hubo  deste  apellido,  Montaner  lo  calla,  como  de 
muchos  otros  que  se  hallaron  en  esta  grande  empresa, 
que  ni  aun  escribió  sus  nombres :  yerro  por  cierto  ó 
descuido  muy  notable  y  de  grandísimo  perjuicio  para 
las  casas  nobles  que  hoy  permanecen  en  estos  reinos, 
cuyos  pasados  se  hallaron  en  esta  tan  señalada  expedi- 
ción. 

CAPITULO  LX. 

Eligen  los  catalanes  gobernadores;  y  solicitados  del  duque 
de  Atenas,  ofrecen  de  serville. 

Después  del  miserable  caso  de  Rocafort  y  de  los  que 
por  él  se  siguieron ,  quedó  nuestro  ejército ,  no  solo  sin 
cabeza ,  pero  sin  personas  capaces  de  tanto  peso;  por- 
que el  gobierno  de  tan  varias  gentes,  acostumbradas  á 
obedecer  famosos  capitanes,  y  envejecidas  debajo  de 
su  mando,  mal  se  pudiera  entregar  á  quien  no  fuera 
igual  á  los  pasados  en  valor  y  nobleza  de  sangre.  Roger 
de  Flor  fué  el  que  primero  los  gobernó ,  hombre ,  como 
se  dijo,  señaladísimo  entre  todos  los  capitanes  de  su 
tiempo;  después  Berenguer  de  Entenza ,  ilustre  por  su 
bangre  y  hazañas;  luego  Rocafort,  famoso  por  sus  Vi- 
torias; y  aunque  sin  estos  en  nuestro  campo  había  mu- 
chos caballeros  y  capitanes  de  nombre  que  pudieran 
ocupar  este  puesto ,  habían  todos  perecido  por  la  cruel- 
dad de  Rocafort ,  que,  como  á  émulos  y  competidores, 
les  procuró  siempre  su  perdición;  porque  no  hay  ra- 


zón que  prevalezca  en  un  hombre  cuando  so  atraviesa 
la  conservación  de  un  puesto  grande ,  y  los  medios  que 
pone  para  adquirille  y  mantenelle  no  repara  en  si  son 
buenosó  malos,  á  trueque  de  salir  con  su  pretensión. 
Juntáronse  los  del  consejo  para  elegir  cabeza,  y  consi- 
derando la  falta  que  tenian  dellas ,  se  resolvieron  do 
nombrar  dos  caballeros ,  un  adalid  y  un  almugavar,  pa- 
ra que  por  todos  cuatro  juntos ,  por  consejo  de  los  doce 
se  gobernase  el  campo.  Con  este  gobierno  se  entretu- 
vieron algún  tiempo  en  Casandria,  adonde  tuvieron 
embajadores  del  conde  de  Breña ,  que  sucedió  en  el  du- 
cado de  Atenas  por  la  muerte  de  su  duque ,  último  des- 
cendiente de  Boemundo,  que  por  faltarle  sucesión  de- 
jó su  estado  al  Conde,  su  primo  hermano.  Trajo  esta 
embajada  Roger  Deslau ,  caballero  catalán ,  natural  de 
Rosellon,  que  servia  al  Conde.  Con  este  se  asentó  el 
trato,  ofreciéndoles  de  parte  de  su  señor  que  siempre 
que  le  viniesen  á  servir,  les  daría  seis  meses  de  paga 
adelantada  y  las  mesmas  ventajas  que  habian  tenido  en 
servicio  del  emperador  Andrónico.  Pero  dudábase  mu- 
cho que  pudiesen  ir  á  serville  sino  dándoles  armada 
con  que  pasar,  porque  por  tierra  parecía  imposible,  por 
haber  de  atravesar  tantas  provincias,  y  casi  todas  de 
enemigos ,  ríos  caudalosos ,  montes  ásperos ,  y  todo  es- 
to sin  haberlo  reconocido.  Con  todas  estas  diíicullades 
quedaron  firmados  todos  los  conciertos,  por  si  en  al- 
gún tiempo  le  fuesen  á  servir. 

Pasaron  el  siguiente  invierno  los  nuestros  con  algu- 
na falta  de  bastimentos ;  y  así,  en  abriendo  el  tiempo, 
trataron  de  desamparará  Casandria  y  acometerá  Te- 
salónica ,  cabeza  de  toda  la  provincia ,  y  adonde  estaba 
la  mayor  fuerza  della ,  porque  se  tenia  por  cierto  que 
ganada  esta  ciudad,  podrían  fundar  con  mucha  seguri- 
dad los  catalanes  y  aragoneses  su  imperio  en  ella  y  al- 
canzar las  mayores  riquezas  del  oriente,  por  residir  allí 
Irene ,  mujer  de  Andrónico ,  y  María ,  mujer  de  su  hijo 
Miguel,  con  toda  su  corte.  No  fueron  estos  consejos 
tan  ocultos  al  emperador  Andrónico  como  se  pensaba, 
y  trató  luego  de  prevenirse ,  porque  conocía  á  los  ca- 
talanes con  brios  para  emprender  cosas  tan  grandes  y 
al  parecer  imposibles.  Envió  capitanes  expertos  á  Ma- 
cedonia  á  levantar  gente  para  defender  las  ciudades 
principales.  Mandó  que  dentro  dellas  se  recogiesen  los 
frutos  de  toda  la  campaña ,  para  asegurarse  del  daño 
que  podij  causar  la  falta  dellos,  y  dejar  al  enemigo  la 
tierra  de  manera  que  no  se  pudiese  mantener  de  lo  que 
en  ella  quedaba.  Mandó  también  que  desde  Cristopol 
hasta  el  monte  vecino  se  levantase  una  muralla  para 
impedirles  la  vuelta  de  Tracia.  Con  esto  le  pareció  al 
Emperador  que  acabaría  á  los  catalanes  sin  venir  con 
ellos  á  las  manos ;  que  esto  jamás  quiso  que  se  aventu- 
rase, porque  tenia  por  imposible  vencerlos  con  fuerza 
y  violencia.  Estuvo  bien  cerca  de  salirle  bien  estas  tra- 
zas á  Andrónico,  si  el  valor  de  nuestra  gente  no  las  lu- 
ciera vanas  y  sin  provecho. 

CAPITULO  LXI. 

Sale  el  ejército  de  Casandria,  y  pasa  á  Tesalia. 
Dejaron  los  nuestros  á  Casandria,  y  vinieron  con  to- 
do su  poder  la  vuelta  de  Tesalóníca,  creyendo  hallarla 
en  el  descuido  que  ciudad  tan  grande  y  populosa  pu- 
diera tener,  pero  fué  muy  diferente  de  lo  que  se  pensó; 
porque  bastecida  de  provisiones  y  de  gente  de  guerra. 


EXPEDICIÓN  DE  CATAL 
estaba  sobre  el  aviso.  Tentaron  de  acometella  A  viva 
fuerza  de  asaltos ,  pero  las  dos  emperatrices  que  esta- 
ban dentro,  asistidas  de  los  mas  valientes  capitanes  del 
imperio,  libraron  la  ciudad;  porque  los  catalanes,  re- 
conociendo tan  gallarda  defensa,  dejaron  la  empresa, 
y  alojados  en  las  aldeas  mas  vecinas ,  corrieron  la  tierra 
1  ara  buscar  el  sustento;  pero  como  la  vieron  vacía  de 
gente  y  de  ganado ,  sospecharon  la  traza  del  enemigo, 
que  ellos  no  hablan  prevenido.  Trataron  luego  de  par- 
tirse, porque  ocho  mil  hombres,  sin  los  cautivos,  ca- 
ballos y  bagajes,  era  número  grande  para  poder  susten- 
tarse y  vivir  de  lo  que  el  enemigo  habia  dejado  de  re- 
coger. Viendo  pues  la  ruina  inevitable  si  se  detenían, 
determinaron  volver  á  Tracia  por  el  proprio  camino  que 
trujeron  á  la  venida;  pero  avisados  de  un  prisionero 
que  el  paso  de  Cristopol  estaba  cerrado  con  un  muro  y 
bastante  gente  para  su  defensa,  tuviéronse  casi  por  per- 
didos, porque  creyeron  también  que  tras  esta  preven- 
ción ,  los  macedones,  tracios  y  lirios  y  acarnanes  y  los 
de  Tesalia,  todos  pueblos  vecinos,  juntas  sus  fuerzas, 
les  acometerían,  ó  por  lo  menos  les  defenderían  el  bus- 
car el  sustento ;  con  cuya  falla  forzosamente  habían  de 
perecer.  La  última  necesidad ,  como  siempre  acontece, 
les  hizo  resolver  de  atravesar  toda  la  provincia  de  Ma- 
cedonia  y  entrar  en  Tesalia,  cuyos  pueblos  vivían  sin 
recelo  de  sus  espadas,  porque  creyeron  que  Macedonia 
y  las  fuerzas  que  había  dentro  della  fueran  impenetra- 
bles muros  para  que  los  catalanes  los  pudieran  ofender. 
Apenas  acabaron  de  tomar  este  consejo  cuando  luego 
le  pusieron  en  ejecución ,  porque  Andrónico  no  le  pu- 
diese prevenir ;  y  así ,  dejando  á  Tesalónica ,  recogien- 
do todas  sus  fuerzas  con  increíble  diligencia,  porque 
el  enemigo  no  les  impidiese  la  entrada  de  los  montes, 
caminaron  por  pueblos  enemigos,  tomando  dcllos  solo 
el  sustento  forzoso;  porque  el  temor  del  peligro  fué 
mayor  entonces  que  su  codicia,  que  por  no  detenerse 
no  la  ejercitaban.  Al  tercero  día  llegaron  á  la  ribera  del 
rio  Peneo,  que  corre  entre  los  montes  Olimpo  y  Ossa, 
y  riega  aquel  amenísimo  valle  llamado  Tempe,  tan  ce- 
lebrado en  la  antigüedad.  En  las  caserías  y  poblaciones 
riberas  de  este  río  se  alojaron ,  donde ,  convidados  de 
su  regalo  y  templanza  del  cielo ,  pasaron  el  rigor  del 
invierno.  Dióles  ocasión  para  este  reposo  el  tener  llana 
y  segura  la  salida  para  Tesalia,  y  la  abundancia  de  bas- 
timentos que  hallaron  en  las  tierras,  poco  trabajadas 
antes  de  gente  militar.  Fué  este  valle  de  Tempe  tan  es- 
timado de  los  antiguos ,  así  por  la  suavidad  y  templanza 
del  aire ,  como  por  la  religión  y  deidades  que  creyeron 
que  habitaban  entre  aquellas  selvas  y  bosques  y  en  el 
rio,  que  le  tenían  por  un  paraíso  y  propria  habitación 
de  sus  dioses.  Los  griegos ,  cuando  supieron  el  camino 
que  los  catalanes  habían  tomado ,  poco  seguros  de  que 
no  volviesen,  no  los  quisieron  irritar,  aunque  la  pres- 
teza de  su  camino  fué  de  manera,  que  aunque  les  qui- 
sieran seguir  no  pudieran  alcanzalles,  y  quedaron  con 
nuevos  temores  de  gente  cuya  industria  y  valor  excedía 
todas  sus  fuerzas  y  consejos. 

CAPITULO  LXII. 

Baja  el  ejército  de  los  catalanes  á  Tesalia  ,  y  por  concierto  dejan 
esta  provincia  y  pasan  á  la  de  Acaya. 

En  entrando  la  primavera,  salió  el  ejército  del  valle 
y  bajó  á  Tesalia,  sin  haber  enemigo  que  se  le  opusiese; 


ANES  Y  ARAGONESES.  57 

con  que  libremente  se  hicieron  contribuir  de  la  mayor 
parte  de  sus  pueblos  que  viven  en  lo  llano.  Hallábase 
entonces  esta  provincia  sujeta  á  un  príncipe  de  {)oca  ca- 
pacidad, casado  con  Irene,  hija  bastarda  del  empera- 
dor Andrónico.  Estaba  desavenido  con  su  suegro  por- 
que no  quería  reconocerla  obediencia  que  debía  al  im- 
perio ;  porque  ya  en  este  tiempo  aquella  monarquía 
oriental  de  los  griegos  estaba  en  su  última  declinación, 
y  la  mayor  parte  de  los  principes  sujetos  no  la  querían 
reconocer,  porque  la  vieron  sin  fuerzas,  y  sin  ellas  cual- 
quier derecho  se  pierde;  que  la  sujeción  no  se  da  sino 
al  poderoso.  Así  el  imperio  de  los  romanos  del  occiden- 
te ha  venido  á  quedar  en  un  título  vano  de  su  grande- 
za, porque  Italia,  Francia,  España  é  Inglaterra,  que 
un  tiempo  le  rindieron  tributo  y  recibieron  sus  leyes, 
hoy  se  ven  libres,  porque  declinó  su  poder,  y  con  él  se 
perdió  su  derecho:  los  godos  y  demás  naciones  septen- 
trionales le  redujeron  á  esta  miseria.  Luego  que  el  prín- 
cipe de  Tesalia  supo  las  fuerzas  que  tenia  en  su  estado, 
y  que  eran  superiores  á  las  suyas ,  con  los  buenos  con- 
sejeros y  ministros  heles  que  tuvo,  alcanzólo  que  otros 
no  pudieron  con  las  armas ,  que  fué  persuadilles  con  dá- 
divas y  con  ruegos  que  saliesen  de  su  estado ;  y  así,  con 
una  cortés  embajada,  después  de  haber  fortílicadn  al- 
gunas ciudades  y  puestos  en  defensa,  porque  también 
fuese  esto  ocasión  de  que  los  catalanes  no  dejasen  lo 
cierto  por  lo  dudosjo  ,  ofreciéronles  bastimentos  nece- 
sarios y  líeles  espías  para  que  los  llevasen  á  Acaya  ó  A 
donde  mejor  les  pareciese,  y  juntamente  les  dieron 
gran  cantidad  de  dinero;  porque  cuando  el  poderes 
muy  inferior,  no  se  puede  tener  por  desvalor  y  mengua 
redimir  con  dinero  la  vejación  que  se  padece.  Juntá- 
ronse los  gobernadores  y  consejeros  del  ejército ,  y  pon- 
derando las  dilicultades  y  peligros  que  pudieran  suce- 
der de  quedarse  en  la  provincia ,  juzgaron  por  cosa  úlil 
y  necesaria  admitir  los  partidos  y  caminar  adelahte, 
porque  cuanto  mas  se  acercaban  hacía  al  mediodía, 
tanto  se  acercaban  á  tener  cerca  los  socorros  de  Sicilia 
y  de  España.  Respondieron  á  los  embajadores  que  ellos 
admitían  el  partido ,  y  con  esto  el  negocio  quedó  con- 
cluido ;  y  luego  por  parte  del  Principe  se  les  entregó  el 
dinero  y  vituallas ,  y  ellos  con  mucha  puntualidad  par- 
tieron el  día  que  ofrecieron  de  salir.  Con  esto  Tesalia 
quedó  libre  por  su  industria  de  gravísimos  daños,  y  los 
catalanes  con  la  misma  los  evitaron ;  porque  la  guerra 
á  todos  es  dañosa ,  y  muchas  veces  el  vencedor  se  di- 
ferencia solo  en  el  nombre  del  vencido.  El  camino  que 
los  nuestros  tomaron  fué  por  la  parte  montañosa  de  la 
provincia  de  Tesalia,  llamada  la  Blaquia,  que  forzosa- 
mente hubieron  de  atravesar  parte  della.  Zurita,  cuan- 
do refiere  el  camii:o  que  hizo  este  ejército,  recibió 
grande  engaño  diciendo  que  la  tierra  que  pasaron  se 
llamaba  Valaquia,  porque  no  llegó  á  su  noticia  que  hu- 
bia  provincia  que  se  llamase  Blaquia;  porque  Monta- 
ner,  de  donde  él  lo  sacó,  la  llama  Blaquia ,  y  Zurita, 
ignorando  el  nombre  y  corrigiendo  á  Montaner ,  la  lla- 
ma Valaquia ,  llevado  de  la  semejanza  del  nombre ;  pero 
á  la  Valaquia  no  llegaron  los  nuestros  con  cien  leguas. 
La  Blaquia  se  debe  llamar,  que  es,  según  Nicétas,  en  el 
fin  de  su  historia ,  la  tierra  montañosa  de  Tesalia ,  que 
viene  bieti  con  el  camino  que  los  catalanes  hicieron  y 
con  el  nombre  que  Montaner  la  llama.  Sus  naturales  se 
llaman  blacos,  gente  belicosa  y  que  tuvo  muchos  años 


58  DON  FRANCISCO 

oprimidos  á  los  emperodores  orientales,  y  aun  hoy  en- 
tre los  turcos  conservan  su  nombre  y  valor,  puesto  que 
sujetó  á'tan  bárbara  y  poderosa  gente.  No  acaba  Moii- 
taner  de  encarecer  el  trabajo  que  se  tuvo  en  este  cami- 
no de  la  Blaquia ,  porque  siempre  fué  con  las  armas  en 
la  mano  y  peleando  :  tanta  resistencia  bailaron  en  los 
naturales.  Yo  entiendo  que  una  de  las  mayores  empre- 
sas que  se  hicieron  en  esta  expedición  fué  el  abrir  ca- 
mino por  esta  tierra,  tan  llena  de  gente  plática  y  valien- 
te. Al  Gn  la  atravesaron  á  pesar  suyo,  con  universal  ad- 
miración de  los  que  conocieron  el  peligro,  con  las  bue- 
nas y  fieles  guias  de  los  de  Tesalia.  Pasaron  el  estrecho 
llamado  Termopilas ,  célebre  por  los  trescientos  espar- 
tanos que  con  Leónidas  murieron  defendiendo  el  paso 
á  Jérjes  y  la  libertad  de  Grecia.  De  allí  bajaron  á  la  ri- 
bera del  rio  Cefiso ,  que  baja  del  monte  Parnaso  y  cor- 
re hacia  el  oriente ,  dejando  á  la  parte  del  norte  los 
pueblos  llamados  de  los  antiguos  locrenses,  opuncios 
y  epieménides ,  y  á  mediodía  Acaya  y  Beocia.  Llega 
este  rio  hasta  Lebadia  y  Haliarte,  donde  se  divide  y 
pierde  el  nombre,  y  le  muda  en  el  de  Esopo  y  Ismeno. 
Esopo  corre  por  medio  de  la  provincia  Ática  hasta  que 
entra  en  el  mar;  Ismeno  junto  de  Aulide  desagua  en  el 
mar  Euboico,  llamado  hoy  de  Negroponte.  Por  aque- 
llas vecinas  aldeas  de  locrenses  se  alojó  nuestro  campo 
para  pasar  el  otoño  y  invierno,  y  tomar  resolución  délo 
que  se  liabia  de  hacer  la  primavera  siguiente. 

CAPITULO  LXIII. 

El  duque  de  Atenas  recibe  á  los  catalanes. 
El  duque  de  Atenas,  luego  que  supo  que  el  ejército 
de  los  catalanes  habia  pasado  los  montes  y  atravesado 
la  Blaquia,  envió  con  mucha  diligencia  sus  embajado- 
res á  las  cabezas  del  ejército,  temiendo  que  otros  prín- 
cipes vecinos  recibiesen  á  los  catalanes  en  su  servicio ; 
porque,  como  era  milicia  de  tanta  estimación,  todos 
procuraban  tenerla  en  su  favor ;  y  así ,  él  con  grandes 
ofrecimientos  de  pagas  y  sueldos  aventajados,  les  acor- 
dó la  palabra  que  le  dieron  eu  Casandria  de  venille  á 
servir  cuando  él  envió  á  Roger  Deslau.  Los  catalanes, 
oida  la  embajada  del  Duque ,  les  pareció  mas  útil  su 
amistad  que  la  de  los  otros  príncipes  vecinos;  y  así ,  se 
concluyó  el  trato  con  él,  que  fué  el  mismo  con  que  sir- 
vieron al  emperador  Andrónico.  Con  estos  nuevos  so- 
corros el  Duque  se  puso  en  campaña  á  restaurarlo  que 
sus  enemigos  habian  ocupado  de  su  estado.  El  mas  ve- 
cino y  poderoso  enemigo  era  Angelo ,  príncipe  de  los 
blacos,  y  el  emperador  Andrónico ,  que  como  príncipe 
griego,  aborrecía  el  nombre  latino,  y  quería  echar  de  su 
estado  al  Duque  y  á  los  demás  franceses  que  le  seguían. 
El  déspota  de  Larta,  llamada  de  los  antiguos  Andracia, 
también  le  apretaba  con  sus  armas.  Contra  las  destos 
tres  enemigos,  que  aun  divididos  eran  poderosos,  co- 
menzó la  guerra  el  Duque;  y  fué  tan  dichoso  en  ella, 
que  no  solamente  reprimió  la  furia  y  rigor  de  sus  ene- 
migos y  defendió  su  estado,  pero  también  cobró  treinta 
fuerzas  que  le  habian  usurpado.  Últimamente  se  trata- 
ron y  concluyeron  paces  con  todos ;  pero  se  hicieron 
muy  aventajadas  por  parte  del  Duque.  Todos  los  suce- 
sos desta  guerra  que  los  catalanes  tuvieron  c(jp  los  ene- 
migos del  Duque ,  no  hay  historiador  que  lo  refiera  sino 
solo  por  mayor,  ni  ha  quedado  memoria  ni  papel  alguno 
de  donde  se  pudiera  sacar  algo  que  ilustrara  estos  su- 


DE  MONCADA. 

cesos,  que  fueron  sin  duda  muy  notables ,  porque  los 
enemigos  con  que  se  hizo  eran  poderosos  en  número  y 
valor.  Gran  desdicha  de  nuestra  nación  que  haya  en- 
terrado el  silencio  hechos  tan  memorables,  que  pudie- 
ran perpetuar  su  estimación  en  los  siglos  venideros. 

CAPITULO  LXIV. 

Despide  el  Duque  con  suma  ingratitud  á  los  catalanes  que  le  ha- 
bian servido,  sin  quererles  pagar;  con  que  los  unos  y  los  otros 
se  previenen  para  la  guerra. 

Luego  que  el  Duque  se  vio  absoluto  y  pacífico  señor 
de  su  estado,  no  trató  de  cumplir  su  palabra  pagando 
lo  que  habia  ofrecido  á  los  nuestros  cuando  los  llamó  á 
su  servicio ;  antes  bien ,  tratándoles  con  poca  estima- 
ción, les  fué  maquinando  su  ruina :  cosa  al  parecer  im- 
posible, olvidarse  de  tan  reciente  y  señalado  beneficio 
como  fué  restituirle  en  su  estado  y  reprimir  tan  pode- 
rosos enemigos.  Admiró  extrañamente  esta  novedad 
y  mudanza  á  los  catalanes  y  aragoneses,  que  espera- 
ban de  su  mano  vivir  de  allí  adelante  con  honra  y  co- 
modidad; porque  como  el  Duque  se  criara  en  Sicilia, 
en  el  castillo  de  Agosta,  mostraba  afición  á  los  catala- 
nes, y  hablaba  su  lengua  como  si  fuera  natural  y  pro- 
pria  suya.  Quedaron  suspensos  de  velle  tan  trocado 
cuando  mas  prendas  y  obligaciones  corrían.  La  traza 
que  tuvo  el  Duque  para  librarse  de  las  descomodidades 
que  la  gente  de  guerra  pudiera  causar  en  su  estado  pa- 
cífico, fué  la  siguiente  :  entresacó  de  nuestro  ejército 
doscientos  soldados  de  á  caballo,  los  de  mayor  servicio 
y  partes ,  y  trescientos  infantes ,  y  repartió  entre  todos 
ellos  algunas  haciendas,  con  harta  moderación,  por 
todo  su  estado.  Quedaron  estos  contentísimos,  y  los 
demás  también, esperando  de  que  el  Duque  habia  de  usar 
de  la  misma  liberalidad  con  ellos.  Pero  al  tiempo  que 
creyeron  ver  cumplidas  sus  esperanzas,  les  mandó  el 
Duque  que  dentro  de  un  breve  plazo  se  saliesen  de  su 
estado,  y  que  cuando  no  le  obedec¡esen,los  trataría  co- 
mo á  rebeldes  y  enemigos.  Los  nuestros,  aunque  con- 
fusos y  turbados  de  golpe  tan  poco  prevenido,  con  el 
valor  y  determinación  que  solían ,  le  respondieron  que 
obedecerían  con  mucho  gusto  si  les  pagaba  el  sueldo  que 
Se  les  debía,  pues  tan  bien  le  habian  servido,  y  los  seis 
meses  adelantados  que  les  ofreció  cuando  vinieron  á  su 
servicio;  que  con  este  dinero  podrían  alcanzar  bajeles 
para  volver  á  su  patria  seguros,  aunque  mal  pagados. 
Replicó  á  esto  el  Duque  con  tanta  soberbia  y  con  tanto 
desconocimiento  de  los  servicios  pasados,  que  dijo  que 
se  fuesen  de  su  presencia  y  se  saliesen  de  su  tierra ;  que 
él  ni  les  debia  ni  les  queria  pagar  lo  que  con  tanta  des- 
vergüenza le  pedían ;  que  aprestasen  luego  su  salida  si 
no  querían  verse  muertos  ó  cautivos.  Esta  respuesta 
obligó  á  los  nuestros  á  que  determinasen  antes  morir 
que  salir  de  su  tierra  sin  que  se  les  diese  entera  satis- 
facion.  Hiciéronle  saber  esta  resolución,  y  entre  tanto 
se  apoderaron  de  algunos  puestos  importantes ,  adonde 
los  pueblos ,  aunque  por  fuerza ,  les  contribuían  para 
sustentarse.  Luego  que  el  Duque  supo  que  los  catala- 
nes se  querían  defender,  hizo  grandes  juntas  de  gentes, 
así  de  naturales  como  de  extrañas,  para  echarles  por 
fuerza  de  su  estado ,  pudiéndolo  hacer  con  menos  gas- 
to, menos  peligro  y  menos  nota  de  su  ingratitud ,  sí  les 
despidiera  dándoles  las  pagas  que  tan  bien  habian  rae- 


EXPEDICIÓN  DE  CATALANES  Y  ARAGONESES. 


59 


rccido,  Al  fin  se  resolvió  de  echarles  por  fuerza ,  y  para 
esto  juntó  un  poderosísimo  ejército,  bien  desigual  con 
nuestro  corlo  poder,  porque  de  atenienses,  tebanos, 
platenses,  locrenses,  tocensesy  n)agarenses,  y  ocho- 
cientos caballos  franceses,  llegó  á  tener  seis  mil  y  cua- 
trocientos caballos  y  ocho  mil  infantes,  aunque  Mon- 
taner  quiere  que  sean  muchos  mas ;  pero  en  este  caso 
me  ha  parecido  seguir  á  Nicéforo ,  que  lo  escribe  harto 
difusamente,  y  pudo  tener  mas  noticia,  por  hallarse  mas 
cerca  que  Montaner,  que  ya  no  estaba  presenté  en  esta 
jornada,  y  el  griego  es  muy  neutral  cuando  no  escribe 
los  sucesos  de  su  nación,  sino  de  las  extrañas.  Los  dos- 
cientos caballos  y  trescientos  infantes  á  quien  el  Duque 
habia  dado  las  haciendas  que  se  ha  dicho,  viendo  el 
peligro  de  sus  compañeros,  y  creyendo  que  aquel  mis- 
mo rigor  se  habia  también  después  de  ejecutar  en  ellos, 
fuéronse  al  Duque,  y  le  dijeron  cómo  entendían  que 
aquel  ejército  que  tenia  junto  era  para  contra  sus  com- 
pañeros y  amigos ;  y  que  si  esto  era  así  verdad,  ellos  le 
renunciaban  las  haciendas  que  les  dio ,  porque  tenían 
por  mejor  suerte  morir  defendiendo  á  los  suyos  que 
gozar  riquezas  en  paz  pereciendo  ellos.  El  Duque,  con- 
fiado de  sus  fuerzas,  que  eran  tan  superiores  á  las 
nuestras ,  les  respondió  con  palabras  tan  pesadas  y  tan 
llenas  de  mil  ultrajes  y  afrentas ,  que  cuando  no  vinie- 
ran tan  resueltos  de  apartarse  de  su  servicio ,  solo  esta 
respuesta  les  obligara  á  procurar  vengarse.  Las  pala- 
bras en  todos  los  hombres  han  de  ser  muy  medidas ,  y 
mas  en  los  príncipes,  porque  de  la  descortesía  no  se 
puede  esperar  sino  aoorrecimiento,  y  las  mas  veces 
deseo  y  cuidado  de  satisfacion  y  venganza.  Palabras 
descompuestas  causan  justa  indignación ,  aun  en  los 
mas  humildes.  La  cortesía  es  lazo  con  que  se  prenden 
los  corazones,  y  usada  con  los  enemigos,  suele  ser 
medio  para  ablandarlos  en  el  mayor  ímpetu  de  su  fu- 
ria. Con  esto  se  fueron  los  quinientos  á  juntar  con  los 
demás  catalanes  y  aragoneses ,  y  les  avisaron  de  la  úl- 
tima resolución  del  Duque;  de  quien  dice  Nicéforo  que 
estaba  tan  arrogante  y  soberbio ,  viendo  debajo  de  su 
mano  tanta  y  tan  lucida  gente ,  que  ya  sus  designios 
eran  mayores  que  destruir  á  los  catalanes ,  porque  esto 
lo  pensaba  hacercomodepaso,y  entrar  después  en  las 
provincias  del  imperio,  haciendo  una  cruel  y  sangrien- 
ta guerra  hasta  llegar  á  Constantinopla.  Pero  todas  es- 
tas trazas  atajó  Dios  en  sus  principios ;  porque  la  so- 
brada confianza  de  sí  mismo  nunca  se  logra. 

CAPITULO  LXV. 

Vitoria  de  los  catalanes  contra  el  duque  de  Atenas,  y  su  muerte; 
con  que  los  catalanes  se  apoderaron  de  aquellos  estados,  y  die- 
ron ün  á  su  peregrinación. 

Los  catalanes  y  aragoneses,  luego  que  supieron  que 
el  Duque  venia  marchando  con  todo  su  campo  la  vuel- 
ta de  sus  alojamientos,  hicieron  lo  que  otras  veces 
cuando  se  vieron  forzados  de  la  necesidad ,  que  fué  po- 
ner el  remedio  en  solo  su  valor.  Determinaron  salirle 
al  encuentro,  aunque  se  hubiese  de  pelear  con  tanta 
desigualdad.  Hallábanse  en  nuestro  ejército,  entre  to- 
das las  tres  naciones ,  tres  mil  y  quinientos  caballos  y 
cuatro  mil  infantes,  cuando  dejaron  sus  cuarteles  para 
salir  á  recibir  al  Duque.  Llegaron  á  alojarse  el  primer 
día  en  unos  prados  por  donde  atravesaba  una  acequia 
muy  grande,  que  les  ofreció  un  ardid  y  traza  impor- 


tante para  su  ruina  del  enemigo.  La  yerba  de  los  pra- 
dos estaba  crecida  un  palmo  alta,  bastante  para  encu- 
brir el  terreno.  Empantanaron  todos  aquellos  campos 
vecinos,  por  donde  juzgaron  que  la  caballería  enemiga 
habia  de  hacer  sus  primeros  acometimientos.  Para  la 
suya  dejaron  algunos  en  seco,  para  que  cuando  fuese 
menester  pudiese  salir  y  escaramuzar  por  lo  enjuto  y 
firme.  Sucedióles  bien  la  traza;  porque  el  Duque  £Ü 
otro  día  vino  con  todo  el  ejército ,  tan  poderoso ,  que 
fué  ocasión  de  su  descuido  en  advertir  los  ardides  del 
enemigo,  y  le  pareció  que  solo  el  lucimiento  de  sus  ar- 
mas y  galas  bastaba  para  humillar  sus  enemigos.  En 
descubriendo  á  los  nuestros  ordenó  sus  escuadrones, 
y  porque  tenia  mayor  confianza  de  la  caballería ,  la  pu- 
so toda  delante ,  y  él  en  persona,  con  una  tropa  de  dos- 
cientos caballeros  franceses  y  los  mas  lucidos  de  la 
provincia ,  tomó  la  vanguarda.  Nuestra  gente,  al  tiem- 
po que  el  Duque  se  disponía  para  la  batalla ,  quiso  ha- 
cer lo  mismo,  mezclando  los  escuadrones  y  tropas  de 
los  turcos  y  turcoples  entre  las  suyas ;  pero  ellos  se 
salieron  afuera,  diciendo  que  no  querían  pelear,  porque 
tenían  por  imposible  que  el  Duque  viniese  contra  los 
catalanes  ,  de  quien  había  sido  tan  bien  servido ,  sino 
que  debía  ser  traza  con  que  los  querían  destruir  á ellos, 
como  á  gente  de  diferente  religión.  No  se  turbaron  los 
catalanes  y  aragoneses  en  esta  resolución  de  los  turcos, 
aunque  por  la  brevedad  no  les  podían  desengañar,  ni 
quisieron  rehusar  la  batalla ;  antes  con  mas  coraje  sa- 
lieron á  escaramuzar  y  cebar  al  enemigo  que  viniese  á 
buscar  su  misma  muerte.  El  Duque  con  la  primer  tro- 
pa de  vanguarda  vino  cerrando  contra  un  escuadrón  de 
infantería  que  estaba  de  la  otra  parte  de  los  campos 
empantanados,  y  con  la  furia  que  la  caballería  llevaba 
se  metió  sin  poderlo  advertir  en  medio  dellos,  y  al  mis- 
mo tiempo  los  almugavares,  sueltos  y  desembarazados, 
con  sus  dardos  y  espadas  se  arrojaron  sobre  los  que 
cargados  de  hierro  se  revolcaban  en  el  lodo  y  cieno  con 
sus  caballos.  Llegaron  las  demás  tropas  para  socorrer 
al  Duque,  y  cayeron  en  el  mismo  peligro.  El  Duque, 
como  mas  conocido ,  fué  de  los  primeros  que  murieron 
á  manos  de  los  que  poco  antes  había  menospreciado  y 
maltratado  con  palabras  afrentosas.  Este  suele  ser  el 
fin  de  los  arrogantes  y  desvanecidos,  que  de  ordinario 
vienen  á  perecer  donde  creyeron  que  habían  de  triunfar. 
Muerto  el  Duque  y  los  que  iban  en  su  tropa ,  quedó 
lo  restante  del  campo  lleno  de  miedo  y  confusión,  por- 
que ya  los  catalanes  y  aragoneses  les  habían  acometido 
por  diversas  partes,  y  los  turcos  y  turcoples,  satisfechos 
de  sus  recelos ,  viendo  que  los  nuestros  degollaban 
la  gente  del  Duque,  salieron  de  refresco  contra  ella,  y 
dieron  cumplimiento  á  lavitoria.  Pereció  con  el  Duque 
mucha  gente  principal;  porque  de  setecientos  caballe- 
ros que  entraron  en  la  batalla  solos  dos  quedaron  vivos. 
El  uno  fué  Bonifacio  de  Verona,  y  el  otro  Roger  Des- 
lau,  caballero  de  Rosellon  y  muy  conocido  en  nuestro 
ejército,  por  haber  venido  muchas  veces  con  embajada 
del  Duque  á  nuestros  capitanes  cuando  moraban  en 
Casandria.  Fué  la  batalla  muy  terrible  y  sangrienta ,  y 
duró  mas  el  alcance  y  el  matar  que  el  vencimiento; 
porque  en  siendo  muerto  el  Duque,  y  empantanadas 
las  primeras  tropas  de  la  caballería,  hubo  gran  desorden 
en  lo  restante  del  ejército  enemigo ,  con  que  fué  fácil  el 
rompellcs  Ganada  tan  señalada  Vitoria,  pasaron  adelan- 


60  DON  FRANCISCO 

te ,  y  en  pocos  días  se  aporleraron  do  la  ciudad  de  Té-  j 
bus,  y  luego  de  la  de  Atenas,  con  todas  las  fuerzas  del  ¡ 
estado  del  Duque ,  rendidas  las  mas  sin  esperar  sitio,  I 
porque  toda  la  defensa  se  liabia  perdido  en  la  batalla,  j 
Con  esto  quedaron  nuestros  catalanes  y  aragoneses  se- 
ñores de  aquel  eslado  y  provincia,  al  cabo  de. trece 
años  de  guerra;  y  con  esto  dieron  fin  á  toda  su  pere- 
grinación ,  y  asentaron  su  morada,  gozando  de  las  ba- 
ciendas  y  mujeres  de  los  vencidos;  porque  después  que 
se  vieron  sin  contradicion  dueños  de  todo ,  la  mayor 
parte  de  los  soldados  se  casaron  con  las  personas  mas 
principales  y  mas  ricas  de  la  provincia,  y  quedó  funda- 
do en  ella  un  nuevo  estado  y  señorío,  que  nuestros 
reyes  de  Aragón  estimaron  mucbo ,  por  ser  ganado,  no 
con  sus  proprias  fuerzas  ni  con  la  bacienda  común  de 
sus  reinos,  sino  por  bombres  particulares  subditos  su- 
yos :  gran  dicha  de  príncipes  tener  tales  vasallos ,  que 
los  trabajos,  los  gastos  y  los  peligros  vayan  por  su 
cuenta,  y  el  fruto  de  las  Vitorias,  la  conquista  de  los 
reinos,  la  gloria  de  baberlos, adquirido,  y  el  mando 
y  gobierno  dellos  sea  por  el  príncipe  en  cuyos  esta- 
dos nacieron.  Estaban  los  nuestros  tan  faltos  de  perso- 
nas principales  y  caballeros  que  les  gobernasen ,  que 
pidieron  á  Bonifacio  de  Verona,  uno  de  los  dos  caballe- 
ros que  quedaron  vivos  de  la  batalla,  que  fuese  su  ca- 
pitán; pero  Bonifacio,  por  parecelle  que  tendría  la  mis- 
ma autoridad  con  ellos  que  tuvo  Tibaut ,  no  quiso  ad- 
mitir lo  que  le  ofrecían.  Dos  cosas  por  cierto  extrañas 
hallo  en  este  caso :  la  primera  que  pusiesen  los  ojos  pa- 
ra su  capitán  en  extranjero  y  prisionero  suyo;  y  la  se- 
gunda que  él  no  lo  quisiese  ser.  Desengañados  de  su 
voluntad,  hicieron  capitán  á  Roger  Deslau ,  y  le  dieron 
por  mujer  la  que  lo  habia  sido  del  señor  de  Sola,  mu- 
jer principal  y  rica.  Con  este  capitán  se  gobernó  algún 
tiempo  aquel  estado. 

CAPITULO  LXVI. 

Los  turcos,  con  el  deseo  de  volver  á  la  patria,  dejan  el  servicio  de 
los  catalanes,  y  por  el  mismo  camino  que  vinieron,  vuelven  á 
Galipoli. 

Los  turcos  y  turcoples ,  viendo  que  los  catalanes  y 
aragoneses  sus  compañeros  habían  acabado  su  pere- 
grinación ,  y  que  estaban  resueltos  de  fundar  en  aquel 
estado  su  asiento  y  vida,  deseosos  de  volver  á  la  pa- 
tria,  determinaron  de  apartarse  de  nuestra  compañía; 
y  aunque  les  propusieron  diferentes  partidos  para  que 
se  quedasen ,  ofreciéndoles  villas  y  lugares  donde  des- 
cansadamente pudiesen  vivir  y  participar  igualmente 
con  ellos  del  premio  de  sus  .Vitorias,  ninguna  cosa  bastó 
á  detenerles ,  porque  decían  que  ya  era  tiempo  de  vol- 
ver á  su  tierra  y  ver  sus  amigos  y  deudos ,  y  mas  ha- 
llándose con  tanta  prosperidad  y  riquezas  como  tenían, 
con  las  cuales  querían  que  su  propria  naturaleza  fuese 
el  centro  de  su  descanso.  Con  esta  resolución  se  par- 
tieron amigablemente  los  turcos  y  turcoples  de  nuestra 
compañía  la  vuelta  de  su  patria.  Tomaron  el  proprío 
camino  que  trujeron  cuando  vinieron  con  los  catala- 
nes desde  Galipoli.  Atravesaron  toda  Tracia,  sin  que 
persona  alguna  les  resistiese ,  talando  y  destruyendo 
con  grande  inhumanidad  todas  las  provincias  por  don- 
de pasaron.  Los  turcoples,  con  Meleco,  su  capitán,  eran 
cristianos ,  pero  mas  en  el  nombre  que  en  los  hechos. 
No  quiso  intentar  nuevo  trato  para  volver  al  servicio  de 


DE  MONCADA. 

Andrónico,  ó  porque  dudó  que  no  se  lo  admitirían ,  ó 
ya  que  lo  admitiesen ,  receló  no  fuese  para  después  de 
aseguralle  darles  la  muerte ;  porque  sabían  que  los  grie- 
gos y  su  principe  Andrónico  estaban  muy  ofendidos 
de  que  en  la  batalla  que  los  catalanes  ganaron  cabe 
A  pros,  ellos  fueron  los  primeros  que  desampararon  á 
Miguel,  y  después  dejaron  las  banderas  imperiales  de 
Andrónico,  á  quien  servían,  y  se  juntaron  con  los  cata- 
lanes y  aragoneses,  sus  mayores  enemigos,  y  por  siete 
años  continos  destruyeron  con  ellos  el  imperio :  causas 
bastantes  para  temer  cualquier  reconciliación ;  que  tan 
grandes  ofensas  nunca  se  olvidan.  Desesperado  Meleco 
de  tomar  este  camino ,  le  abrió  otro  la  suerte  para  que 
descansase,  porque  el  príncipe  de  Servíale  ofreció  buen 
acogimiento,  con  condición  que  no  habían  de  tomar 
las  armas ,  ni  usarlas  sino  cuando  él  quisiese.  Acep- 
tólo Meleco ,  y  quedaron  en  Servia  él  y  los  suyos  en 
vida  sosegada  y  quieta,  bien  diferente  de  la  que  hasta  allí 
tuvieron.  Calel,  capitán  de  los  turcos,  que  llegaban 
al  número  de  mil  y  trescientos  caballos  y  ochocientos 
infantes,  entró  en  Macedonia,  donde  determinó  de  estar 
muy  de  asiento,  hasta  que  con  seguridad  pudiese  volver 
á  su  patria,  y  en  este  medio  hizo  tantos  daños  en  aque- 
lla provincia,  que  fué  forzoso,  ya  que  faltaban  las  fuer 
zas  para  echarle  con  ellas,  tratar  de  algunos  conciertos 
con  que  le  obligasen  á  salir.  El  que  pareció  mas  conve- 
niente para  entrambas  partes  fué  que  Calel  desampara- 
ría la  provincia  si  le  aseguraban  el  paso  de  Cristopol,  y 
le  daban  navios  con  que  pudiese  pasar  el  estrecho; 
porque  sin  estas  dos  cosas,  y  falUndole  cualquiera  de- 
l!as,  era  imposible  volver  á  la  Natolia,  su  patria.  Los 
turcos  entonces  platicaban  poco  el  ser  marineros,  por- 
que como  tenían  aun  provincias  que  ganar  en  tierra 
íirme,  no  cuidaban  de  las  que  estaban  de  la  otra  parte 
del  mar ,  y  así,  no  pudo  tener  Calel  esperanza  en  los 
navios  de  los  de  su  nación.  El  estrecho  de  Cristopol 
era  imposible  atravesarle,  por  la  muralla  que  en  él 
se  había  levantado  después  que  los  nuestros  le  pasa- 
ron. Avisaron  al  emperador  Andrónico  de  los  pac- 
tos con  que  los  turcos  daban  palabra  de  salir  de  la 
provincia;  y  ponderando  como  era  justo  el  peligro  y 
riesgo  que  se  ponía  con  su  detención,  y  lo  que  toda 
Macedonia  padecería  si  los  turcos ,  desesperados  de 
que  el  paso  y  camino  de  su  patria  se  les  impidiese,  y 
que  podrían  acometer  á  Tesalónica  ó  alguna  otra  era- 
presa  semejante,  á  que  la  desesperación  obliga,  y  acor- 
dándose cuan  caro  le  costó  el  menospreciará  los  cata- 
lanes, le  hizo  resolver  presto  en  el  negocio  y  aceptar 
aquellos  partidos,  y  ofrecerá  los  turcos  el  paso  libre 
de  Cristopol ,  y  navios  para  pasar  el  pequeño  estrecho 
del  Helesponto.  Y  porque  nadie  los  pudiese  ofender, 
envió  tres  mil  caballos  para  guarda  suya ,  con  un  famo- 
so capitanllamado  SenancripEstratepedarea(l),unade 
las  dignidades  principales  de  aquel  imperio.  Con  esta 
gente  Calel  y  los  demás  turcos  pasaron  el  estrecho  de 
Cristopol  y  llegaron  cerca  de  Galipoli ,  donde  se  les 
había  ofrecido  que  se  les  daría  embarcación. 

(1)  Stratopedarcha,  prefecto  de  la  milicia,  según  Nicéforo,  lib.  4. 


EXPEDICIÓN  DE  CATALANES  Y  ARAGONESES. 


CAPITULO  LXVII. 

Los  griegos  rompen  la  fe  prometida  á  los  turcos;  y  doscnbierta# 
traición,  ganan  un  castillo,  donile  se  fortilicaron. 

Estando  ya  aguardando  los  navios  la  gente  y  capi- 
tanes de  Senancrip,  reconociendo  las  grandes  riquezas 
que  les  turcos  se  llevaban ,  y  que  eran  despojos  de  sus 
provincias ,  teniendo  por  gran  vileza  dejar  aquellos  bár- 
baros, siendo  tan  pocos ,  volviesen  á  su  patria  con  ellos, 
determinaron  quebrarlos  el  seguro  y  la  palabra  real, 
juzgándolo  por  menos  inconveniente  que  sufrir  tanta 
mengua.  Tuvieron  acuerdo  de  cómo  y  á  qué  tiempo 
les  acometerían:  pareció  que  fuese  de  noclie  ,  tiempo 
oportuno  para  gente  doecuidada.  No  se  trató  el  negocio 
con  tanto  secreto,  que  los  turcos  no  tuviesen  noticia.de 
lo  que  contra  ellos  se  maquinaba  en  tan  gran  ofensa 
de  la  misma  razón  y  justicia  y  del  dcrecbo  universal 
de  las  gentes,  que  Iiace  inviolable  la  fe  prometida  aun 
al  mismo  enein'go.  Levantáronse  aquella  noclie ,  y  ocu- 
paron un  castillo  el  mas  vecino  que  se  les  ofreció,  y  pu- 
siéronse en  defensa,  con  determinación  de  morir  ven- 
gados. Senancrip  y  sus  capitanes,  como  se  vieron  des- 
cubiertos ,  liubo  gran  confusión  entre  ellos  si  era  bien 
acometerles  ó  darav'soal  Emperador  de  lo  que  pasa- 
ba. Prevaleció  este  último  parecer,  y  avisáronle  luego. 
Pero  aunque  el  aviso  llegó  presto  y  á  su  tiempo,  Andró- 
nico  tardó  en  resolverse :  falta  muy  ordinaria  délos  prín- 
cipes, y  la  mas  perniciosa,  dilatar  los  remedios  hasta  que 
pasa  la  ocasión ,  y  vienen  á  llegar  cuando  ya  no  es  po- 
sible que  aprovechen ;  y  esto  en.  tanto  es  mas  peligro- 
so ,  cuanto  el  negocio  es  de  mayor  importancia ,  como 
losonlos  tocantes  á  la  guerra,  donde  los  yerros  peque- 
ños suelen  ser  causa  de  pérdidas  de  reinos  y  monar- 
quías. Tardar  en  la  elección  de  los  pareceres  que  se  han 
de  seguir  es  peor  que  ejecutar  el  que  se  tiene  por 
menos  conveniente.  Viósebien  en  este  caso  de  cuánta 
mayor  importancia  fuera  para  Andrónico ,  ó  mandar 
que  luego  se  pelease  con  los  turcos,  ó  darles  navios  pa- 
ra pasar  el  estrecho;  porque  cualquiera  destas  dos 
cosas  que  hiciera ,  que  eranlas  que  le  tenían  supenso  y 
dudoso,  fuera  mas  acertada  que  no  con  la  tardanza  do 
resolverse  darles  tiempo  para  que  les  viniese  socorro  y 
lugar  de  fortiíicarse  y  prevenirse,  como  lo  hicieron. 
Porque  desengañados  los  turcos  de  que  los  griegos  no 
les  guardarían  palabra,  como  gente  desesperada,  hicie- 
ron grande  esfuerzo  en  avisar  á  los  de  su  misma  nación 
que  estaban  de  la  otra  parte  del  estrecho;  y  estos,  como 
supieron  el  peligro  en  que  se  hallaban  Calel  y  los  suyos, 
y  las  grandes  riquezas  que  tenían,  con  bajeles  peque- 
ños y  en  muchos  viajes  pasaron  gran  multitud  de  tur- 
cos en  su  socorro;  yviéndose  tantos  juntos,  no  solamen- 
te trataron  de  defenderse,  pero  comenzaron  á  correr 
la  tierra  como  pláticos  en  ella. 

CAPITULO  LXVIII. 

Los  tarcos  vencen  á  Miguel,  y  hacen  grandes  daños  en  Tracia. 

Hasta  que  el  emperador  Andrónico,,  temiendo  que 
aquellos  pocos  enemigos  iban  tomando  fuerzas ,  se  aca- 
bó de  resolver  en  acabarlos  de  una  vez ;  resolución  que 
por  poco  le  costara  la  vida  á  Miguel  Paleólogo  su  hijo, 
porque  él  en  persona  emprendió  la  jornada  con  la  gente 
de  guerra  que  tenia  y  gran  multidud  de  villanos,  que 
los  Uaia  mas  la  codicia  de  recoger  los  despojos  que  de 


61 

pelear.  Tenían  todos  por  cierto  que  en  viendo  los  tur- 
cos al  emperador  Miguel  y  el  fausto  y  vanidad  de  los 
cortesanos  se  rendirían;  y  fué  tanto  el  descuido  de 
los  griegos,  que  como  si  fueran  á  caza  vinieron  la  vuel- 
ta de  los  turcos,  sin  ordenar  escuadrones,  olvidados 
de  todo  punto  del  manejo  ordinario  de  la  guerra,  ó  fue- 
se por  ignorancia  ó  por  parecerles  inútil  cualquier  pre- 
vención para  tan  poca  gente.  Los  turcos,  como  no  te- 
nían otro  remedio  sino  pelear  ó  morir  vilmente ,  deja- 
ron las  mujeres,  nii"ios  y  haciendas  dentro  los  reparos 
de  sus  fortilicaciones,  con  bastante  número  para  su 
defensa ,  y  salieron  á  encontrarse  con  el  enemigo  sete- 
cientos caballos.  Venia  el  emperador  Miguel  muy  des- 
cuidado, pensando  hallar  á  los  turcos  no  en  la  campa- 
ña, sino  defendiendo  el  poco  espacio  de  tierra  que  ha- 
bían fortificado,  y  cuando  descubrieron  la  tropa  de  los 
setecientos  caballos  que  les  salían  á  recibir,  fué  tanta  la 
turbación  de  los  griegos  y  desorden  de  los  villanos, 
que  antes  de  ser  acometidos  fueron  rotos.  Cerríyunta 
la  tropa  de  los  setecientos  caballos  turcos  por  la  parte 
donde  vieron  los  estandartes  y  el  guión  del  emperador 
Miguel ,  que  ni  estaba  en  parte  segura  ni  con  la  de- 
fensa que  debiera.  Los  villanos  á  este  tiempo  ya  habían 
vuelto  las  espaldas  y  desamparado  el  puesto  que  se 
les  encargó ,  y  tras  ellos  muchos  soldados  de  quien  Mi- 
guel tenia  alguna  confianza ,  y  así  se  vio  en  un  punto 
sin  pelear  vencido.  Perdió  el  guión ;  y  aunque  con  voces 
y  ruegos  procuró  detener  los  que  huían ,  no  fué  oido  ni 
creído.  Viéndose  solo,  y  que  los  turcos  le  apretaban, 
volvió  las  riendas  á  su  caballo ,  lleno  de  lágrimas  y  tris- 
teza, y  huyó  como  los  demás.  Los  turcos  le  siguieron, 
y  si  algunos  capitanes  y  soldados  honrados  no  volvieran 
el  rostro  al  enemigo  para  entretenelle ,  hubiéranle  sin* 
duda  alcaniíado;  pero  los  turcos,  detenidos  destos  pocos 
que  les  hicieron  resistencia,  dejaron  de  seguir  el  al- 
cance ,  y  pusieron  todas  sus  fuerzas  en  rendir  á  los  que 
se  defendían ,  que  á  poco  rato  los  acabaron ,  y  con  esto 
dieron  fin  y  remate  á  la  Vitoria.  Saquearon  los  alojamien- 
tos y  tiendas  de  Miguel ,  y  en  la  que  él  estaba  alojado 
hallaron  mucho  dinero  y  joyas  de  grandísimo  valor,  y 
entre  ellas  una  corona  imperial  con  piedras  finísimas 
de  precio  inestimable.  Esta  vino  á  las  manos  de  Calel, 
y  haciendo  donaire  de  la  dignidad  imperial ,  se  la  puso 
en  la  cabeza,  afrentando  de  palabra  al  que  con  tanto 
deshonor  suyo  la  había  perdido.  Una  de  las  causas  desta 
rota  de  Miguel  fué  pelear  con  gente  á  quien  había 
quebrado  la  palabra ;  que  como  el  guardarla  se  debe 
por  derecho  universal  de  las  gentes,  y  todas  las  leyes 
divinas  y  humanas  nos  obligan  á  ello ,  permite  Dios  ta- 
les sucesos ,  y  que  los  bárbaros  triunfen  de  los  cristia- 
nos como  en  castigo  de  tan  execrable  maldad.  Debieran 
los  griegos  acordarse  lo  que  les  costó  pocos  años  antes 
no  guardarla  á  los  nuestros,  pues  estaba  á  pique  de 
perderse  el  imperio  griego  si  los  catalanes  y  aragone- 
ses tuvieran  algún  príncipe  que  les  alentara.  Después 
destolos  turcos,  soberbios  y  atrevidos  con  la  vitoriatan 
sin  pensar  alcanzada ,  corrieron  por  toda  la  provincia 
de  Tracia,  talando  y  destruyendo  lo  que  podían,  sin  que 
Andrónico  se  les  opusiese,  y  esto  por  el  espacio  de  dos 
años,  con  tanto  temor  de  los  naturales,  que  dejaron 
de  salir  á  cultivar  la  tierra. 


C2 


CAPITULO  LXIX. 


Files  Paleólogo  vence  á  los  turcos ;  con  que  todos  quedaron 
muertos  y  presos. 

Mientras  el  Emperador  procuraba  traer  milicia  ex- 
tranjera para  levantar  ejército ,  por  no  poderle  formar 
de  la  propria ,  Files  Paleólogo^  pariente  suyo,  liombre 
tenido  hasta  entonces  por  encogido ,  y  que  solo  trataba 
de  estarso  quieto  en  su  casa,  le  pidió  que  le  diese  li- 
cencia y  poder  para  juntarla  gente  que  quisiese,  ofre- 
ciéndose de  tomar  á  su  cargo  la  jornada.  Andróiiico 
advirtió  la  bondad  del  hombre ;  y  pareciéndole  que  de- 
bia  ser  enviado  de  Dios  para  remedio  de  tantos  dañoS) 
determinó  de  encargalle  la  guerra ,  y  dejársela  hacer  á 
su  modo ;  porque  tenia  por  cierto  que  sus  pecados  eran 
causado  tan  malos  sucesos,  pues  no  bastó  un  grande 
ejército  para  vencer  tan  poco  número  de  turcos;  y  así, 
puso  solo  su  esperanza  en  la  bondad  de  Files ,  á  quien 
dio  .dineros ,  armas  y  caballos  y  la  gente  que  quiso. 
SalioTües  en  campaña ,  y  antes  encargó  á  todos  que  se 
confesasen,  porque  de  otra  manera  era  imposible  al- 
canzar algún  buen  suceso.  Distribuyó  la  mayor  parte 
del  dinero  en  limosnas  con  los  pobres  y  en  los  monas- 
terios para  que  estuviesen  en  continua  oración  :  re- 
medios generales  para  todos  los  trabajos,  con  los  cua- 
les se  aplaca  la  ira ,  y  se  alcanza  la  misericordia  de  Dios. 
Hecho  esto,  envió  por  muchas  partes  a  descubrir  al 
enemigo.  Tuvo  luego  aviso  que  Calel  con  mil  y  dos^ 
cientos  caballos  corria  las  campañas  de  Bicia,  donde 
habia  hecho  una  gran  presa.  Con  esta  nueva  caminó 
tres  dias  después  que  partió  de  las  aldeas  vecinas  á 
Constantinopla,  y  asentó  su  alojamiento  cabe  el  rio  que 
los  naturales  de  la  provincia  llaman  Xerogipso.  Y  al  ca- 
bo de  dos  dias  que  allí  estuvo ,  cerca  de  la  media  no- 
che llegó  el  aviso  como  los  turcos  estaban  cerca,  car- 
gados de  grandes  despojos.  Reparóse  Files  para  la  ba- 
talla ,  y  al  salir  del  sol  se  descubrieron  clara  y  distinta- 
mente de  arabas  partes.  Los  turcos  con  gran  priesa 
pusieron  los  carros  al  rededor  de  los  cautivos  y  presa, 
haciendo  su  acostumbrada  oración  (así  lo  cuenta  Gre- 
goras)  y  echándose  polvos  sobre  la  cabeza.  Al  tiempo 
de  pelear,  Files  acometió  al  enemigo;  pero  el  que  go- 
bernaba el  cuerno  derecho ,  matando  por  sus  proprias 
manos  dos  turcos ,  fué  herido  en  un  pié  de  suerte,,  que 
se  hubo  de  salir  de  la  batalla.  Esto  turbó  de  manera  la 
gente  que  peleaba  en  aquel  lado,  que  casi  estuvo  des- 
baratada si  Files  con  su  valor  no  los  animara  y  detu- 
viera. Peleóse  gran  rato ,  pero  la  vitoria  incHnó  á  la 
parte  de  Files,  y  los  turcos,  desbaratados  y  vencidos, 
habiendo  gran  parte  dellos  muerto  en  la  batalla,  huye- 
ron. Siguióse  el  alcance  hasta  que  los  turcos  llegaron  á 
un  castillo  donde  se  habían  fortificado.  Prosiguió  su 
Vitoria  Files,  y  en  pocos  dias  llegó  á  ponerles  sitio.  El 
Emperador ,  cuando  supo  el  buen  suceso  de  la  jornada, 
envió  algunas  galeras  de  genoveses  á  guardar  el  estre- 
cho, para  que  á  los  cercados  no  les  pudiese  venir  so- 
corro. Viéndose  los  turcos  tan  desesperados,  por  tener 
todos  los  caminos  de  su  remedio  cerrados ,  determina- 
ron salir  del  castillo  de  noche  y  morir  como  hombres. 
A  Files  le  llegaron  dos  mil  caballos  tribales  y  muchos 
genoveses ,  con  que  se  apretase  mas  el  sitio.  Los  tur- 
cos por  ver  á  Files  mas  poderoso  no  mudaron  de  pare- 
cer; antes  con  nuevo  coraje  y  brío  salieron  de  noche 


DON  FRANCISCO  DE  MONCADA. 

y  acometieron  los  cuarteles  del  campo,  poro  fufaron  re- 
batidos y  echados «on  gran  pérdida  suya.  Otra  noche 
mlvieron  á  probar  su  fortuna,  y  dieron  en  las  tiendas 
y  alojamientos  de  los  tribales ,  de  donde  volvieron  muy 
mal  tratados.  Resolvieron  por  úllimo  remedio  desam- 
parar el  castillo  y  tomar  la  vuelta  del  mar,  donde  esta-i 
han  las  galeras  de  los  genoveses,  en  quien  pensaban 
hallar  alguna  misericordia,  por  no  tenerlos  ofendidos. 
Era  la  noche  muy  obscura ;  y  así,  muchos  de  los  turcos 
pensando  ir  hacia  el  mar ,  daban  en  manos  de  los  grie- 
gos, que  los  mataban  sin  piedad ;  los  demás  llegaron  á 
la  lengua  del  agua.  Dice  Nicéforo  que  los  genoveses 
mataron  muchos  dellos ,  y  muchos  cautivaron ;  pero 
Montaner  añade  que  esto  fué  debajo  de  palabra  que  los 
pasarían  á  la  Natolia  sin  hacerles  daño,  y  que  cuando 
los  tuvieron  dentro  en  sus  galeras,  les  echaron  en  ca-» 
dena  y  mataron.  Como  quiera  que  ello  sea,  los  turcos, 
compañeros  de  los  catalanes  y  aragoneses  acabaron  en 
esta  jornada,  después  de  haber  ellos  solos  inquietado 
el  imperio  cerca  de  tres  años,  retirándose  quinientas 
millas  que  hay,  ó  poco  menos,  desde  Atenas  hasta  Ga- 
lípoli;  y  aun  para  destruirles,  con  ser  tan  pocos,  hubo 
Andrónico  de  valerse  de  los  tribales  y  latinos;  y  con 
todo,  se  tuvo  por  milagro  que  Dios  obró  por  medio  de 
Files,  porque  cuando  vieron  á  Miguel  desbaratado  y 
vencido,  les  pareció  que  ya  no  serian  bastantes  fuerzas 
humanas  para  resistirles,  sino  que  se  habia  de  acudir 
á  las  divinas. 

CAPITULO  LXX. 

De  algunos  sucesos  de  los  catalanes  y  aragoneses  en  Atenas. 

Los  catalanes  y  aragoneses,  ya  firmes  y  seguros  en  las 
provincias  de  Atenas  y  Beocia,  gobernáronse  algua 
tiempo  por  Roger  Deslau,  como  arriba  dijimos;  pero 
poco  después,  ó  por  muerte  de  Roger,  porque  se  can- 
saron de  su  gobierno  y  le  arrimaron ,  enviaron  embaja- 
dores al  rey  don  Fadrique ,  á  quien  amaban  de  corazón, 
por  mas  agravios  y  menosprecios  que  del  hubiesen  re- 
cibido, y  le  suplicaron  fuese  servido  de  darles  príncipe 
y  señor  que  les  gobernase.  El  Rey  con  esta  embajada 
túvose  por  satisfecho  del  sentimiento  pasado  por  no 
haber  querido  admitir  al  infante  don  Fernando ,  su  so- 
brino, en  su  nombre.  Pero  como  Rocafort,  de  quien  se 
tenia  por  cierto  que  fué  el  autor  deste  consejo,  era  ya 
muerto ,  y  agora  le  ofrecían  lo  mesmo  que  entonces 
pretendía,  no  pasó  adelante  con  su  enojo ,  aunque  para 
mí  entiendo  que  por  mas  vivo  que  estuviera  su  desa- 
brimiento ,  no  dejara  perder  tan  buena  ocasión  de  acre- 
centar á  su  hijo  con  un  estado  tan  grande.  Tuvo  el  rey 
don  Fadrique  su  consejo  de  la  persona  que  les  enviaría, 
y  pareció  por  entonces  nombrar  al  infante  Manfredo, 
su  hijo  segundo,  por  príncipe  y  señor  de  aquellos  esta- 
dos ,  y  por  tal  le  juraron  los  embajadores  en  nombre  de 
toda  la  compañía.  Pero  por  ser  aun  Manfredo  de  pocos 
años ,  no  quiso  el  Rey  su  padre  que  fuese  por  enton- 
ces, sino  enviar  á  Berenguer  Estañol ,  hombre  de  min- 
cho valor  y  prudencia,  para  que  mientras  el  Infante 
creciese  les  gobernase  en  su  nombre.  Contentáronse 
con  esto  los  embajadores,  que  también  traían  facul- 
tad de  la  compañía  de  poderle  admitir.  Partió  Beren- 
ruer  Estañol  juntamente  con  ellos  con  sus  galeras  para 
Atenas,  donde  fué  bien  recibido,  por  verse  ya  los  cata- 
lanes y  aragoneses  debajo  de  la  protección  de  sus  prín- 


EXPEDICIÓN  DE  CATALANES  Y  ARAGONESES. 


63 


cipes  naturales;  y  hubiéranlo  procurado  antes  si  Ro- 
cafort  por  sus  particulares  intereses  no  impidiera  estos 
tan  honrados  pensamientos. 

Llegado  Berenguer  Estaño!  á  tomar  el  círgo  y  go- 
bierno de  nuestra  gente,  tuvo  luego  guerra  con  los 
príncipes  comarcanos ,  cuándo  con  unos,  cuándo  con 
otros ;  porque  lo  tomó  por  medio  conveniente  para  con- 
servarse en  aquellos  estados ,  por  ser  cosa  muy  asenta- 
da entre  los  catalanes  que  han  de  ocuparse  siempre 
en  alguna  guerra  extranjera,  por  excusar  las  disensio- 
nes domésticas  y  civiles  que  la  ociosidad  suele  des- 
pertar en  la  fiereza  de  su  natural.  Este  consejo  toma- 
ron prudentísimamente  los  catalanes  de  Atenas  como 
á  principal  medio  para  su  conservación.  Tenian  por  un 
lado  al  emperador  Andrónico,  con  quien  pocas  veces 
estuvieron  en  paz ;  por  otro ,  al  príncipe  de  la  Morea,  y 
por  otros  dos  al  déspota  de  Larta  y  al  señor  de  Bra- 
quia.  Mientras  peleaban  con  los  unos,  liacian  treguas 
con  los  otros ;  y  así  se  conservaron  muchos  años  con 
tanta  reputación  en  oriente,  que  he  leido  en  la  Historia 
delCantacuseno(d),sacadaá  luz  por  el  padre  Pontano, 
que  rehusando  el  mismo  Juan  Cantacuseno,  por  no 
dejar  el  lado  de  Andrónico  el  nieto ,  salir  de  Cons- 
tantinopla  á  gobernar  una  provincia ,  dio  por  disculpa 
que  la  provincia  estaba  vecina  de  los  catalanes,  y  no 
podía  ir  á  ella  sin  mucha  gente  de  guerra ;  y  esta  dis- 
culpa pareció  bastante ,  y  se  la  admitieron.  Y  en  un 
discurso  que  trae  Zurita  de  un  fraile  dominico ,  ani- 
mando al  rey  de  Francia  para  la  conquista  de  la  Tier- 
ra Santa,  dice  que  los  catalanes  ya  habian  abierto  el 
camino,  y  que  seria  lo  mas  importante  de  la  empresa 
tenerles  de  su  parte  y  alentarles  para  que  también 
emprendiesen  la  jornada.  Mientras  Berenguer  Esta- 

(1)  Cantacucenus,  Historiarum  libri  iv  ex  intervretatione  Jacobi 
Pontani,  cum  not.  Jacobi  Gretóerj,— París,  1643. 


ñol  vivió  y  fué  cabeza  y  capitán  en  Atenas,  tuvieron 
guerras  continuas,  no  con  todos  á  un  tiempo,  pero 
ya  con  unos,  ya  con  otros,  sin  tener  jamás  ociosas 
sus  armas.  Muerto  Estañol ,  volvieron  segunda  vez  á 
pedir  al  rey  don  Fadrique  gobernador  y  caudillo  que 
por  el  infante  Manfredo  les  rigiese.  Don  Fadrique 
quiso  darles  persona  señalada ;  y  así ,  mandó  venir  de 
Cataluña  al  infante  don  Alfonso,  su  hijo,  y  con  diez 
galeras  le  envió  muy  bien  acompañado  para  que  go- 
bernase el  Estado  por  su  hermano  Manfredo.  Fué  no- 
table el  contento  que  recibieron  los  catalanes  y  ara- 
goneses por  tener  prendas  de  la  casa  real  de  Aragón 
entre  ellos.  No  gobernó  mucho  tiempo  Alfonso  por  su 
hermano  Manfredo,  que  murió  de  allí  á  poco.  Entonces 
don  Fadrique  envió  á  decir  á  la  compañía  que  admi- 
tiesen por  su  príncipe  y  señor  al  mismo  Alfonso  que  los 
gobernaba.  Con  esto  los  catalanes  y  aragoneses  queda- 
ron del  todo  contentísimos,  y  tuvieron  por  seguro  su 
estado,  pues  habia  de  asistir  con  ellos  su  príncipe. 
Pusieron  gran  cuidado  en  casarle,  para  que  en  sus  hi- 
jos y  descendientes  se  conservase  el  señorío.  Diéronle 
por  mujer  la  hija  única  heredera  de  Bonifacio  de  Vero- 
na ,  á  quien  ellos  amaron  y  honraron  mucho  todo  el 
tiempo  que  vivió,  y  después  de  muerto  quisieron  que 
en  su  descendencia  se  perpetuase  el  mando  y  gobierno 
de  aquel  estado.  Tenia  esta  señora  la  tercera  parte  de 
la  isla  de  Negroponte  y  trece  castillos  en  la  tierra, 
firme  del  ducado  de  Atenas.  El  infante  don  Alonso  tuvo 
en  ella  muchos  hijos,  y  ella  vino  á  ser  una  de  las  mu- 
jeres mas  señaladas  de  su  tiempo ,  aunque  Zurita  no 
siente  en  esto  con  Montaner,  á  quien  yo  sigo.  Con  esto 
daremos  fin  á  la  Expedición  de  nuestros  catalanes  y 
aragoneses,  hasta  que  tengamos  larga  y  verdadera  no- 
ticia de  lo  que  sucedió  en  el  espacio  de  ciento  y  cin- 
cuenta años  que  tuvieron  aquel  estado. 


i 


GUERRA  DE  GRANADA 

HECHi  POR  El  REY  DE  ESPAÜ  DON  EIIIPE II 
CONTRA  LOS  MORISCOS  DE  AQUEL  REINO,  SUS  REBELDES; 

HISTORIA  ESCRITA  EN  CUATRO  LIBROS 

POR  DON  DIEGO  DE  MENDOZA, 

DEL   CONSEJO  DEL   EMPERADOR  DON   CARLOS  V,    SU   EMBAJADOR   EN   ROMA   Y   VENECIA,    Sü   GOBERNADOR 

Y   CAPITÁN   GENERAL   EN  TOSCANA. 

Publicada  por  el  licenciado  LUIS  TRIBALDOS  DE  TOLEDO ,  cronista  mayor  del  Rey 

nuestro  señor  por  las  Indias. 


LUIS  TRIBALDOS  DE  TOLEDO  AL  LECTOR. 

Siendo  don  Diego  de  Mendoza  de  los  sugetos  de  España  mas  conocidos  en  toda  Europa,  fuera 
cosa  superflua  ponerme  á  describirle ;  principalmente  habiéndolo  hecho  en  pocos  pero  elegan- 
tes renglones  el  señor  don  Baltasar  de  Zúñiga.  Tampoco  me  detendré  en  aiabar  esta  Historia,  ni 
en  probar  que  es  absolutamente  la  mejor  que  se  escribió  en  nuestra  lengua ;  porque  ningún  docto 
lo  niega ,  y  pudiéraseme  preguntar  lo  qua  Archidamo  lacedemonio  á  quien  le  leia  un  elogio  de 
Hércules  :  Et  quis  vituperatf  Solamente  diré  qué  causas  hubo  para  no  publicarse  antes;  las^que 
rae  movieron  á  hacerlo  agora;  qué  ejemplar  seguí  en  esta  edición,  y  qué  márgenes. 

Cuanto  á  lo  primero,  es  muy  sabido  y  muy  antigo  en  el  mundo  el  odio  á  la  verdad,  y  muy  or- 
dinario padecer  trabajos  y  contradiciones  los  que  la  dicen ,  y  aun  mas  los  que  la  escriben.  Del 
conocimiento  deste  principio  nace  que  todos  los  historiadores  cuerdos  y  prudentes  emprenden 
lo  sucedido  antes  de  sus  tiempos ,  ó  guardan  la  publicación  de  los  hechos  presentes  para  siglo 
en  que  ya  no  vivan  los  de  quien  ha  de  tratar  su  narración.  Por  esto  nuestro  don  Diego  determinó 
no  publicar  en  su  vida  esta  Historia,  y  solo  quiso ,  con  la  libertad  que  no  solo  en  él ,  mas  en  toda 
aquella  ilustrísima  casa  de  Mondéjar  es  natural,  dejar  á  los  venideros  entera  noticia  de  lo  que 
realmente  se  obró  en  la  guerra  de  Granada ;  y  pudo  bien  alcanzarla  por  su  agudeza  y  buen  juicio; 
por  tio  del  general  que  la  comenzó ,  adonde  todo  venia  á  parar;  por  hallarse  en  el  mismo  reino, 
y  aun  presente  á  mucho  de  lo  que  escribe.  Afectó  la  verdad  y  consiguióla,  como  conocerá  fácil- 
mente quien  cotejare  este  hbro  con  cuantos  en  la  materia  han  salido ;  porque  en  ninguno  leemos 
nuestras  culpas  ó  yerros  tan  sin  rebozo,  la  virtud  ó  razón  ajena  tan  bien  phitada,  los  sucesos  todos 
tan  verisímiles :  marcas  por  las  cuales  se  gobiernan  los  lectores  en  el  crédito  de  lo  que  no  vieron. 
La  determinación  de  don  Diego  me  prueban  unas  gravísimas  palabras,  escritas  de  su  letra  al  prin- 
cipio de  un  traslado  desta  Historia,  que  presentó  á  un  amigo  suyo,  en  que  juntamente  pronos- 
tica lo  que  hoy  vemos  :  Veniet ,  qui  condüam ,  et  saeculi  sui  maligñitate  compressam  veritatem,  dies 
publicet.  Paucisnatus  est,  qui  populum  aetatis  suae  cogitat.  Multa  annorummülia,  mulla populorum 
supervenient :  ad  illa  réspice.  Etiamsi  ómnibus  tecum  viventibus  silentium  íii'or  indixerit,  venient  qui 
sine  offensa,  qui  sine gratia  judicent.  (Sénec,  epístol.  79.)  Dije  que  no  quiso  sacarla;  añado  que  ni 
pudo ,  porque  no  la  dejó  acabada ,  y  le  falta  aun  la  última  mano ;  lo  que  luego  se  echa  de  ver  en  re- 
petir cosas  que  bastaban  una  vez  dichas,  como  la  significación  de  atajar  y  atajadores,  los  daños  de 
la  milicia  concejil,  y  otras  deste  jaez ;  y  aun  mas  de  algunas  notables  omisiones  que  hacen  bulto  y 
muestran  falta ,  cual  la  de  la  toma  de  Galera  y  muerte  de  Luis  Quijada,  advertida  y  elegantemente 
suplida  por  el  gran  conde  de  Portalegre ;  y  otra  no  menor ,  cuando  siendo  encomendado  lo  de  la 
sierra  de  Ronda  á  los  dos  duques  de  Medina-Sidonia  y  de  Arcos,  cuenta  muy  extensamente  el 
progreso  deste;  pero  en  el  otro  hace  tan  alto  silencio,  que  ni  aun  nos  declara  las  causas  de  no 
venir  á  la  empresa ;  siendo  así  que  para  ello  debió  un  tan  grande  señor  tenerlas,  y  aun  muchas  y 
muy  justificadas.  Otras  faltas  apuntara,  mas  basten  estas  dos  para  ejemplo.  Muerto  don  Diego, 
viviendo  aun  personas  que  él  nombraba ,  duraba  el  impedimento  que  en  vida ;  demás  de  que  los 

H-i.  5 


66  DON  DIEGO  DE  MENDOZA. 

eruditos,  á  quien  semejantes  cuidados  tocan,  quieren  mas  ganar  fama  con  escritos  proprios  que 

aprovechar  á  la  república  con  dar  luz  á  los  ajenos. 

Cuanto  á  lo  segundo,  hoy,  que  son  ya  pasados  cerca  de  sesenta  años,  y  no  hay  vivo  ninguno  de 
los  que  aquí  se  nombran ,  cesa  ya  el  peligro  de  la  escritura,  no  doliendo  á  nadie  verse  allí  mas  ó 
menos  lucido;  y  aunque  hay  dellos  ilustrísimos  descendientes  ó  parientes,  por  haber  militado 
en  esta  guerra  "una  muy  gran  parte  de  la  nobleza  de  España ,  seria  demasiado  melindre  y  aun 
desconfianza  celar  alguna  faltilla  del  difunto  que  les  toca,  cuando  ninguna  de  las  que  se  notan 
es  mortal,  ni  de  las  que  disminuyen  la  honra  ó  la  fama;  porque  estas  no  las  hubo  ni  se  cometie- 
ron, ni  DON  Diego,  siendo  quien  era ,  se  habia  de  olvidar  tanto  de  sus  obligaciones,  que  las  per- 
petuase, aun  cuando  se  hubieran  cometido.  Porque  la  historia  escríbese  para  provecho  y  utilidad 
de  los  venideros,  enseñándolos  y  honrándolos ,  no  corriéndolos  ó  afrentándolos,  aun  cuando  para 
escarmiento  quiera  tal  vez  ensangrentarse  la  pluma.  Tampoco  me  acobarda  el  quedar  imperfecta; 
pues  si  este  Júpiter  olímpico ,  estando  sentado ,  toca  con  la  cabeza  el  techo  del  templo ,  ¿  adonde 
llegara  con  ella  si  se  levantara  en  pié?  Adonde  si  le  colocaran  y  subieran  en  una  básis? 

En  esta  edición  lo  que  principalmente  procuré  fué  puntualidad,  sin  dar  lugar  a  ninguna  con- 
jetura, ni  emendar  alguno  por  juicio  proprio  :  cotejé  varios  manuscriptos ,  hallándolos  entre  si 
muy  diferentes  (4),  hasta  que  me  abracé  con  el  último,  y  sin  dubda  alguna  el  mas  original,  que  es 
uno  del  duque  de  Aveiro,  en  forma  de  4.°,  trasladado  de  mano  del  comendador  Juan  Baptista  La- 
baña,  y  corregido  de  la  del  conde  de  Portalegre,  con  el  cual  conocí  cuan  en  balde  habia  cansá- 
dome  con  otros.  Este  texto  es  el  que  sigo ,  sin  alterarle  en  nada,  y  es  el  genuino  y  proprio  de 
quien  en  su  introducción  habla  aquel  gran  conde.  Deseaba  yo  ornar  las  márgenes  con  lugares  de 
autores  clásicos,  bien  imitados  por  el  nuestro,  y  no  me  fuera  muy  difícil  juntarlos;  mas  guardan- 
dolo  para  la  postre  ,  me  sobrevino  esta  enfermedad  tan  larga  y  pesada,  que  me  imposibilitó  ;  y 
porque  se  me  da  mucha  priesa,  los  guardo  para  segunda  edición ,  si  acaso  la  hubiere,  que  espero 
serán  muy  gratos  á  los  doctos.  Dábame  pesadumbre  que  fuese  esta  gran  obra  tan  desnuda ,  que 
ni  unos  sumarios  llevase ,  hasta  que  se  me  acordó  de  los  que  leí  en  un  manuscripto  desta  Historia 
que  há  tres  años  me  prestó  aquí  un  caballero  que  agora  está  en  Lisboa;  adonde  al  amigo  que 
atiende  á  la  edición  encargué  buscarlos  y  ponerlos ;  y  según  veo  en  los  veinte  pliegos  que  ya  están 
impresos  cuando  esto  escribo,  podrán  servir  en  el  ínterin ;  y  esto  es  cuanto  se  me  ofrece  decir  al 
lector. 

(i)  Nueve  existen,  algunos  con  trazas  de  mucha  antigüedad,  en  el  departamento  de  manuscritos  de  la  Biblioteca  NV 
cional ;  y  aunque  creímos  al  principio  que  pudieran  servirnos  de  mucho  para  la  ilustración  de  esta  obra  por  las  conti- 
nuas variantes  que  en  ellos  advertíamos,  cotejados  después  con  la  primera  edición,  nos  convencimos  de  que  eran  muy 
inferiores  á  esta.  Uno  de  ellos,  sin  embargo,  de  letra  del  siglo  xvi,  que  se  conserva  en  el  estante  G.  ,núm.  106,  parece 
haberte  compulsado  con  otros  muchos,  según  se  deduce  de  las  enmiendas  y  aclaraciones  marginales  que  en  él  abun- 
dan. De  este  pues  tomaremos  algunas  variantes  que  creemos  útiles,  anotándolas  al  pié  de  las  correspondientes  pági- 
nas ;  porque  »o  es  justo  alterar  el  texto  ni  aun  en  aquellos  casos  en  que  parezca  defectuosa 


INTRODUCCIÓN 


DE 

DON  JUAN  DE  SILVA,  CONDE  DE  PORTALEGRE, 

GOBERNADOR  Y  CAPITÁN  GENERAL  DEL  REINO  DE  PORTUGAL, 

A  LA  HISTORIA  DE  GRANADA 
DE  DOX  DIEGO  DE  MENDOZA. 


Mostró  don  Diego  de  Mendoza  en  la  Historia  de  la  guerra  de  Granada  tanto  ingenio  y  elocuencia, 
que,  al  parecer  de  muchos,  adelantó  un  gran  trecho  los  límites  de  la  lengua  castellana.  Es  el  estilo 
tan  grave,  y  tan  cubierto  el  artificio,  que  hizo  competir  una  materia  estrecha  y  humilde  con  las  muy 
finas  de  estado  y  con  cuantos  misterios  quiere  Macchiaveli  colegir  de  Tito  Livio.  Fué  niuy  diestro 
en  la  imitación  de  los  antigos ;  tanto,  que  sin  perjuicio  de  nuestra  lengua,  con  propriedad  y  sin 
afectación  se  sirve  de  los  conceptos ,  de  las  sentencias,  y  muchas  veces  de  las  palabras  de  los  au- 
tores latinos  traducidos  á  la  letra ;  y  se  verán  en  esta  obra  cláusulas  enteras  y  mayores  pedazos  de 
Salustio  y  de  Cornelio  Tácito.  Guardó  con  gran  destreza  el  rigor  ó  la  apariencia  de  la  neutralidad, 
loando  enemigos  y  culpando  amigos  :  en  lo  primero  se  igualó  álos  mejores,  porque  no  alaba  mas 
ni  de  peor  gana  Salustio  á  Marco  Tulio,  que  don  Diego  al  duque  de  Alba;  en  lo  segundo  pienso  que 
excedió  á  todos,  porque  hablando  de  su  padre  y  de  su  hermano  como  de  extraños,  y  de  su  sobrino 
cuasi  como  enemigo,  allá  no  sé  por  dónde  los  torna  á  enderezar  de  manera,  que  vienen  á  quedar 
como  les  cumple,  amenazados  á  la  cabeza,  heridos  en  la  ropa,  y  al  fin  alabados.  Hasta  de  las  imper- 
fecciones ,  que  no  le  hablan  de  faltar,  puede  ser  loado ,  porque  tiene  gracia  en  ellas ,  no  sabiendo 
refrenar  cierta  travesura  suya  que  le  inclina  á  burlar  con  las  veras  á  veces  demasiado.  Tuvo  todavía 
una  gran  desgracia  esta  historia,  que  por  ser  escrita  en  estilo  tan  diverso  del  ordinario,  se  corrom- 
pieron miserablemente  las  copias  que  della  se  sacaron ,  y  fueron  muchas ;  porque  los  que  no  la 
entienden,  ó  á  lo  menos  no  la  penetran ,  por  la  fama  del  autor  la  buscan  y  la  estiman ,  obhgán- 
dose  á  mostrar  que  gustan  della.  Y  don  Diego  también  no  castigaba  mucho  sus  obras  en  prosa  ó 
en  verso,  como  suelen  los  grandes  ingenios,  que  no  liman  con  paciencia  lo  que  labran.  De  aquí  re- 
sulta notarle  algunos  (con  causa  ó  sin  causa)  que  rompió  los  fueros  de  la  historia,  y  que  merece 
mas  loor  por  partes  que  por  junto.  Resultaron  asimismo  tantos  yerros  en  la  ortografía  y  en  la  pun- 
tuación, que  pasó  el  daño  adelante  á  trocar,  quitar  y  añadir  palabras ,  sacando  de  su  sitio  las  con- 
junciones y  ligaduras  de  la  oración.  Costó  trabajo  emendar  de  dos  ó  tres  copias  esta,  religiosa- 
mente como  era  justo;  porque  no  se  mudaron  sino  puntos,  pasando  pocas  veces  á  otra  parte  las 
mismas  palabras  si  la  cláusula  no  se  puede  entender  bien  de  otra  manera,  ó  quitando  algunas, 
muy  pocas,  cuando  son  notoriamente 'superfinas.  Finalmente,  entre  esta  copia  y  cualquiera  de 
los  originales  de  donde  se  sacó ,  hay  menos  diferencia  de  las  que  ellas  entre  sí  tenían. 


GUERRA  DE  GRANADA 


HECHA  POR  EL  REY  DON  FILIPE  II 


CONTRA  IOS  MORISCOS  DE  AOÜEL  REll,  SUS  REBELDES. 


LIBRO  PRIMERO. 

Mi  proposito  es  escribir  la  guerra  que  el  rey  católico 
de  España  don  Filipe  el  Segundo,  liijo  del  nunca  vencido 
emperadordonCárloSjtuvoen  el  reino  deGranada  contra 
los  rebeldes  nuevamente  convertidos ;  parte  de  la  cual 
yo  vi,  y  parte  entendí  de  personas  que  en  ella  pusieron 
las  manos  y  el  entendimiento.  Bien  sé  que  muclias  co- 
sas de  lasque  escribiere  parecerán  á  algunos  livianas  y 
menudas  para  historia,  comparadas  á  las  grandes  que 
de  España  se  hallan  escritas  :  guerras  largas  de  varios 
sucesos,  tomas  y  desolaciones  de  ciudades  populosas, 
reyes  vencidos  y  presos,  discordias  entre  padres  y  hi- 
jos, hermanos  y  hermanas,  suegros  y  yernos,  desposei- 
dos,  restituidos,  y  otra  vez  desposeídos,  muertos  á  hier- 
ro; acabados  linajes,  mudadas  sucesiones  de  reinos : 
libre  y  extendido  campo,  y  ancha  salida  para  los  escríp- 
tores.  Yo  escogí  camino  mas  estrecho,  trabajoso,  esté- 
ril y  sin  gloria,  pero  provechoso  y  de  fructo  para  los 
que  adelante  vinieren  :  comienzos  bajos,  rebelión  de 
salteadores,  junta  de  esclavos,  tumulto  de  villanos, 
competencias,  odios,  ambiciones  y  pretensiones;  dila- 
ción de  provisiones,  falta  de  dinero,  inconvenientes  ó 
no  creídos  ó  tenidos  en  poco;  remisión  y  flojedad  en 
ánimos  acostumbrados  á  entender,  proveer  y  disimular 
mayores  cosas ;  y  así,  no  será  cuidado  perdido  conside- 
rar de  cuan  livianos  principios  y  caufias  particulares  se 
viene  á  colmo  de  grandes  trabajos,  dificultades  y  daños 
públicos  y  cuasi  fuera  de  remedio.  Veráse  una  guerra, 
al  parecer  tenida  en  poco  y  liviana  dentro  en  casa,  mas 
fuera  estimada  y  de  gran  coyuntura ;  que  en  cuanto  duró 
tuvo  atentos,  y  no  sin  esperanza,  los  ánimos  de  princi- 
pes amigos  y  enemigos,  lejos  ycerca ;  primero  cubierta 
y  sobresanada,  y  al  íin  descubierta,  parte  con  el  miedo 
y  la  industria,  y  parte  criada  con  el  arte  y  ambición.  La 
gente  que  dije,  pocos  á  pocos  junta,  representada  en 
forma  de  ejércitos;  necesitada  España  á  mover  sus  fuer- 
zas para  atajar  el  fuego;  el  Rey  salir  de  su  reposo  y 
acercarse  áella;  encomendarla  empresa  á  don  Juande 
Austria,  su  hermano,  hijo  del  emperador  don  Cários,  á 
quien  la  obligación  de  las  victorias  del  padre  moviese 
á  dar  la  cuenta  de  sí  que  nos  muestra  el  suceso.  En  íin; 
pelearse  cada  día  con  enemigos ,  frió,  calor,  hambre', 


falta  de  municiones,  de  aparejos  en  todas  partes ;  da- 
ños nuevos,  muertes  á  la  continua;  hasta  que  vimos  á 
los  enemigos,  nación  belicosa,  entera,  armada,  y  con- 
fiada en  el  sitio,  en  el  favor  de  los  bárbaros  y  turcos, 
vencida,  rendida,  sacada  de  su  tierra,  y  desposeída  de 
sus  casas  y  bienes ;  presos  y  atados  hombres  y  mujeres; 
niños  captivos  vendidos  en  almoneda  ó  llevados  á  ha- 
bitar á  tierras  lejos  de  la  suya  :  captiverio  y  transmi- 
gración no  menor  que  las  quede  otras  gentes  se  leen 
por  las  historias.  Victoria  dudosa  y  de  sucesos  tan  pe- 
ligrosos, que  alguna  vez  se  tuvo  duda  si  éramos  nos- 
otros ó  los  enemigos  los  á  quien  Dios  quería  castigar; 
hasta  que  el  fin  della  descubrió  que  nosotros  éramos 
los  amenazados,  y  ellos  los  castigados.  Agradezcan  y 
acepten  esta  mi  voluntad  libre,  y  lejos  de  todas  las  cau- 
sas de  odio  ó  de  amor,  los  que  quisieren  tomar  ejemplo 
ó  escarmiento ;  que  esto  solo  pretendo  por  remunera- 
ción de  mi  trabajo,  sin  que  de  mi  nombre  quede  otra 
memoria.  Y  porque  mejor  se  entienda  lo  de  adelante, 
diré  algo  de  la  fundación  de  Granada,  qué  gentes  la  po- 
blaron al  principio,  cómo  se  mezclaron,  cómo  hubo  este 
nombre,  en  quién  comenzó  el  reino  della,  puesto  que 
no  sea  conforme  á  la  opinión  de  muchos ;  pero  será  lo 
que  hallé  en  los  libros  arábigos  de  la  tierra,  y  los  de  Mu- 
ley  Hacen,  rey  de  Túnez,  y  lo  que  hasta  hoy  queda  en  la 
memoria  de  los  hombres,  haciendo  á  los  autores  cargo 
de  la  verdad. 

La  ciudad  de  Granada ,  según  entiendo,  fué  pobla- 
ción de  los  de  Damasco  (724),  que  vinieron  con  Tarif, 
su  capitán,  y  diez  años  después  que  los  alárabes  echa- 
ron á  los  godos  del  señorío  de  España ,  la  escogieron 
por  habitación ,  porque  en  el  suelo  y  aire  parecía  mas  á 
su  tierra.  Primero  asentaron  en  Libira ,  que  antigua- 
mente llamaban  lUibcris,  y  nosotros  Elvira,  puesta  en 
el  monte  contrario  de  donde  ahora  está  la  ciudad;  lugar 
falto  de  agua,  de  poco  aprovechamiento,  dicho  el  cerro 
de  los  Infantes ,  porque  en  él  tuvieron  su  campo  los  in- 
fantes don  Pedro  y  don  Juan  cuando  murieron  rotos 
por  Ozmín,  capitán  del  rey  Ismael.  Era  Granada  uno  de 
los  pueblos  de  Iberia ,  y  habia  en  él  la  gente  que  dejó 
Tarif  Abentiet  después  de  haberia  tomado  por  luengo 
cerco ;  pero  poca,  pobre  y  de  varías  naciones,  como  so- 
bras de  lugar  destruido.  No  tuvieron  rey  hasta  Habuz 


GUERRA  DE 

Aben  Habuz  (10^4),  que  juntó  los  moradores  de  uno  y 
otro  lugar,  fundando  ciudad  ^  la  torre  de  San  Josef,  que 
llamabande  los  Judíos,  en  el  alcazaba;  ysu  morada  (i)  en 
la  casa  del  Galio,  á  San  Cristóbal,  en  el  Albaicin.  Puso  en 
lo  alio  su  estatua  (2)  á  caballo,  con  lanza  y  adarga,  que  á 
manera  de  veleta  se  revuelve  á  todas  partes,  y  letras  que 
dicen  :  «Dijo  Habuz  Aben  Habuz  el  sabio, 'que  así  se 
debe  defender  el  Andalucía.»  Dicen  que  del  nombre  de 
Naath,  su  mujer,  y  por  mirar  al  poniente  (que  en  su  len- 
gua llaman  garb)  la  llamó  Garbnaath,  como  Naath  la 
del  poniente.  Los  alárabes  y  asíanos  hablan  de  los  si- 
tios como  escriben;  al  contrario  y  revés  que  las  gentes 
de  Europa.  Otros,  que  de  una  cueva  á  la  puerta  de  Bi- 
bataubín,  morada  de  la  Cava,  hija  del  conde  Julián  el 
traidor;  y  de  Nata,  que  era  su  nombre  propio,  se  llamó, 
Garnata,  la  cueva  de  Nata.  Porque  el  de  la  Cava,  todas 
las  historias  arábigas  afirman  que  le  fué  puesto  por 
haber  entregado  su  voluntad  al  rey  de  España  don  Ro- 
drigo, y  en  la  lengua  de  los  alárabes  cava  quiere  decir 
mujer  liberal  de  su  cuerpo.  En  Granada  dura  este  nom- 
bre por  algunas  partes,  y  la  memoria  en  el  soto  y  torre 
de  Roma,  donde  los  moros  afirman  haber  morado ;  no 
embargante  que  los  que  tratan  de  la  destruicion  de  Es- 
paña ponen  que  padr§  y  hija  murieron  en  Ceuta.  Y  los 
edificios  que  se  muestran  (3)  de  lejos  á  la  mar  sobre  el 
monte,  entrelasCuejinasy  Xarjel  al  poniente  de  Argel, 
que  llaman  sepulcro  de  la  Cava  cristiana,  cierto  es  haber 
sido  un  templo  de  la  ciudad  de  Cesárea,  hoy  destruida, 
y  en  otros  tiempos  cabeza  de  la  Mauritania,  á  quien  dio 
el  nombre  de  Cesariense.  Lo  de  la  amiga  del  rey  Aben- 
hut,  y  la  compra  que  hizo,  á  ejemplo  deDido,  lade  Car- 
tago,  cercando  con  un  cuero  de  buey  cercenado  el  sitio  ¡ 
donde  ahora  está  la  ciudad,  los  mismos  moros  lo  tienen  ¡ 
por  fabuloso.  Pero  lo  que  se  tiene  por  mas  verdadero  ¡ 
entre  ellos,  y  se  halla  en  la  antigüedad  de  sus  escripturas,  ; 
es  haber  tomado  el  nombre  de  una  cueva  que  atraviesa  \ 
de  aquella  parte  de  la  ciudad  hasta  la  aldea  que  llaman  ; 
Alfacar,  que  en  mi  niñez  yo  vi  abierta  y  tenida  porlu-  ; 
gar  reUgioso,  donde  los  ancianos  de  aquella  nación  cu-  | 
raban  personas  tocadas  de  la  enfermedad  que  dicen  de-  ! 
monio  (4).  Esto  cuanto  al  nombre  que  tuvo  en  la  edad  de 
los  moros :  tanta  variedad  hay  en  las  historias  arábi- 
gas, aunque  las  llaman  ellos  escripturas  de  la  verdad.  En 
la  nuestra,  conformando  el  sonido  del  vocablo  con  la  len- 
gua castellana,  la  decimos  Granada,  por  ser  abundante. 
Habuz  Aben  Habuz  deshizo  el  reino  de  Córdoba,  y  puso 
á  Idriz  en  el  señorío  del  Andalucía.  Con  esto,  con  el  de- 
sasosiego de  las  ciudades  comarcanas,  con  las  guerras 
que  los  reyes  de  Castilla  hacían,  con  la  destruicion  de 
algunas,  juntos  los  dos  pueblos  en  uno,  fué  maravilla 
en  cuan  poco  tiempo  Granada  vino  á  mucha  grandeza. 
Desde  entonces  no  faltaron  reyes  en  ella  hasta  Abenhut, 
que  echó  de  España  los  almohades,  y  hizo  á  Almería  ca- 
beza del  reino.  Muerto  Abenhut  á  manos  de  los  suyos, 
con  el  poder  y  armas-del  rey  santo  don  Fernando  el  Ter- 
cero, tomaron  los  de  Granada  por  rey  á  Mahamet  Al- 

(1)  y  morada  para  si,  dice  con  mas  elegancia  el  citado  MS.  de 
la  Biblioteca  Nacional. 

(2)  De  bronce,  añade  el  mismo  MS. 

(3)  y  aquí  añade  también,  en  Berbería. 

(4)  Siguen  en  el  MS.  algunas  conjeturas  mas  sobre  la  etimolo- 
gía de  la  voz  Granada,  pero  tan  sutiles  y  coufusas,  que  sin  duda 
es  esta  una  de  las  cláusulas  notoriamente  superfinas  á  que  alude 
«n  su  introducción  el  conde  de  Portalegre. 


GRANADA.         .  60 

hamar,  que  era  señor  de  Arjona,  y  volvió  la  silla  del  reino 
de  Granada  (o),  la  cual  fué  en  tanto  crecimiento,  que  eu 
tiempo  del  rey  Buihaxix,  cuando  estaba  en  mayor  pros- 
peridad, tenia  setenta  mil  casas,  según  dicen  los  mo- 
ros ;  y  en  alguna  edad  hizo  tormenta ,  y  en  muchas  puso 
cuidado  á  los  reyes  de  Castilla.  Hay  fama  que  Bulliaxix 
halló  el  alquimia,  y  con  el  dinero  della  cercó  el  Albai- 
cin; dividióle  de  la  ciudad,  y  edificó  el  Alhambra,  cotí 
la  torre  que  llaman  de  Gomares  (porque  cupo  á  los  de 
Gomares  fundalla);  aposento  real  y  nombrado,  según 
su  manera  de  edificio,  que  después  acrecentaron  diez 
reyes  sucesores  suyos,  cuyos  retratos  se  ven  en  una  sa- 
la ;  alguno  dellos  conocido  en  nuestro  tiempo  por  los 
ancianos  de  la  tierra. 

Ganaron  á  Granada  los  reyes  llamados  Católicos,  Fer- 
nando y  Isabel  (1492),  después  de  haber  ellos  y  sus  pa- 
sados sojuzgado  y  echado  los  moros  de  España,  en  guerra 
continua  de  setecientos  setenta  y  cuatro  años,  y  cua- 
renta y  cuatro  reyes;  acabada  en  tiempo  que  vimos  al 
rey  último  Boabdelí  (con  grande  exaltación  de  la  fe 
cristiana)  desposeído  de  su  reino  y  ciudad,  y  tornado  á 
su  primera  patria  allende  la  mar.  Recibieron  las  llaves 
de  la  ciudad  en  nombre  de  señorío,  como  es  costumbre 
de  España;  entraron  al  Alhambra,  donde  pusieron  por 
alcaide  y  capitán  general  á  don  Iñigo  López  de  Mendoza, 
conde  de  TenJílla ,  hombre  de  prudencia  en  negocios 
graves,  de  ánimo  firme,  asegurado  con  luenga  expe- 
riencia de  rencuentros  y  batallas  ganadas,  lugares  de- 
fendidos contra  moros  en  la  misma  guerra;  y  por  pre- 
lado pusieron  á  fray  Fernando  de  Talavera ,  religioso 
de  la  orden  de  san  Hierónimo,  cuyo  ejemplo  de  vida  y 
santidad  España  celebra,  y  de  los  que  viven,  algunos 
hay  testigos  de  sus  milagros.  Diéronles  compañía  cali- 
ficada y  conveniente  para  fundar  república  nueva;  que 
había  de  ser  cabeza  de  reino,  escudo  y  defensión  con- 
tra los  moros  de  África ,  que  en  otros  tiempos  fueron 
sus  conquistadores.  Mas  no  bastaron  estas  provisio- 
nes, aunque  juntas,  para  que  los  moros  (cuyos  ánimos 
eran  desasosegados  y  ofendidos )  no  se  levantasen  eu 
el  Albaicin,  temiendo  ser  echados  déla  ley,  como  del 
estado;  porque  los  reyes,  queriendo  que  en  todo  e! 
reino  fuesen  cristianos ,  enviaron  á  fray  Francisco 
Jiménez,  que  fué  arzobispo  de  Toledo  y  cardenal,  para 
que  los  persuadiese;  mas  ellos,  gente  dura,  pertinaz, 
nuevamente  conquistada,  estuvieron  recios.  Tomó- 
se concierto  que  los  renegados  ó  hijos  de  renegados 
tornasen  á  nuestra  fe,  y  los  demás  quedasen  en  su  ley 
por  entonces.  Tampoco  esto  se  observaba, hasta  que 
subió  al  Albaicin  un  alguacil,  llamado  Barríonuevo,  á 
prender  dos  hermanos  renegados  en  casa  de  la  madre. 
Alborotóse  el  pueblo,  tomaron  las  armas,  mataron  al 
alguacil,  y  barrearon  las  calles  que  bajan  á  la  ciudad; 
eligieron  cuarenta  hombres  autores  del  motín  para  que 
los  gobernasen,  como  acontece  en  las  cosas  de  justicia 
escrupulosamente  fuera  de  ocasión  ejecutadas.  Subió 
el  conde  deTendilla  al  Albaicin,  y  después  de  habérsele 
hecho  alguna  resistencia,  apedreándole  el  adarga  (que 
es  entre  ellos  respuesta  de  rompimiento),  se  la  tornó  á 
enviar  :  al  fin  la  recibieron ,  y  pusiéronse  en  manos  de 
los  Reyes,  con  dejar  sus  haciendas  á  los  que  quisiesen 
quedar  cristianos  en  la  tierra,  conservar  su  hábito  y  len- 
gua ,  no  entrar  la  Inquisición  hasta  ciertos  años,  pagar 

(5)  A  Granada  debiera  decir,  y  dice  en  efecto  el  MS, 


70  DON  DIEGO 

fardas  y  las  guardas :  dióles  el  Conde  por  seguridad  sus 
Lijos  en  rehenes.  Hecho  esto,  salieron  huyendo  los  cua- 
renta electos,  y  levantaron  á  Guéjar,  Lanjaron ,  Anda- 
rax,  y  últimamente  Sierra  Bermeja,  nombrada  por  la 
muerte  de  don  Alonso  de  Aguilar,  uno  de  los  mas  ce- 
lebrados capitanes  de  España,  grande  en  estado  y  lina- 
je. Sosegó  el  conde  de  Tendilla  y  concertó  el  motin  de 
Albaicin;  tomó  á  Guéjar,  parte  por  fuerza ,  parte  ren- 
dida sin  condición ,  pasando  á  cuchillo  los  moradores  y 
defensores.  En  la  cual  empresa,  dicen  que  por  no  ir  á 
Sierra  Bermeja ,  debajo  de  don  Alonso  de  Aguilar,  su 
hermano ,  con  quien  tuvo  emulación ,  se  halló  á  servir 
y  fué  el  primero  que  por  fuerza  entró  en  el  barrio  de 
abajo,  Gonzalo  Fernandez  de  Córdoba ,  que  vivia  á  la 
sazón  en  Loja  desdeñado  de  los  Reyes  Católicos,  abrien- 
do ya  el  camino  para  el  título  de  Gran  Capitán,  que  á 
solas  dos  personas  fué  concedido  en  tantos  siglos  :  una 
entre  los  griegos,  caido  el  imperio,  en  tiernpo  de  los  em- 
peradores Comnenos,  como  á  restaurador  y  defensor  del, 
á  Andrónico  Contestefano,  llamándole  meyaduca,  voca- 
blo bárbaramente  compuesto  de  griego  y  latino,  como 
acontece  con  los  estados  perderse  la  elegancia  de  las 
lenguas ;  otra  á  Gonzalo  Fernandez  entre  los  españoles 
y  latinos,  por  la  gloria  de  tantas  victorias  suyas  como 
viven  y  vivirán  en  la  memoria  del  mundo.  Halláronse 
allí,  entre  otros,  Alarcon  sin  ejercicio  de  guerra,  y  An- 
tonio de  Leiva,  mozo  teniente  de  la  compañía  de  Juan 
de  Leiva,  su  padre,  y  después  sucesor  en  Lombardía  de 
muchos  capitanes  generales  señalados,  y  á  ninguno  de- 
Uos  inferior  en  victorias.  La  presencia  del  Rey  Católico 
dio  lin  con  mayor  autoridad  á  esta  guerra ;  mas  guar- 
dóse el  rincón  de  Sierra  Bermeja  para  la  muerte  de  don 
Alonso  de  Aguilar,  que  ganada  la  sierra  y  rotos  los  mo- 
ros, fué  necesitado á  quedar  en  ella  con  la  oscuridad  de 
la  noche,  y  con  ella  misma  le  acometieron  los  enemigos, 
rompiendo  su  vanguardia.  Murió  don  Alonso  peleando, 
y  salvóse  su  hijo  don  Pedro  entre  los  muertos  :  salió  el 
conde  de  Ureña,  aunque  dando  ocasión  á  los  cantares  y 
libertad  española;  pero  como  buen  caballero. 

Sosegada  esta  rebelión  también  por  concierto,  dié- 
ronse  los  Reyes  Católicos  á  restaurar  y  mejorar  á  Gra- 
nada en  religión,  gobierno  y  edificios :  establecieron  el 
cabildo,  baptizaron  los  moros,  trujeron  la  chancillería, 
y  dende  á  algunos  años  vino  la  Inquisición.  Goberná- 
base la  ciudad  y  reino,  como  entre  pobladores  y  compa- 
ñeros, con  una  forma  de  justicia  arbitraria ,  unidos  los 
pensamientos,  las  resoluciones  encaminadas  en  común 
al  bien  público  :  esto  se  acabó  con  la  vida  de  los  viejos. 
Entraron  los  celos ,  la  división  sobre  causas  livianas  en- 
tre los  ministros  de  justicia  y  de  guerra,  las  concordias 
en  escrito  confirmadas  por  cédulas;  traído  el  entendi- 
miento dellas  por  cada  una  de  las  partes  á  su  opinión; 
la  ambición  de  querer  la  una  no  sufrir  igual ,  y  la  otra 
conservarla  superioridad,  tratada  con  mas  disimula- 
ción que  modestia.  Duraron  estos  principios  de  discor- 
dia disimulada  y  manera  de  conformidad  sospechosa 
el  tiempo  de  don  Luis  Hurtado  de  Mendoza  (o),  hijo  de 
don  Iñigo ,  hombre  de  gran  sufrimiento  y  templanza ;  mas 
sucediendo  otros,  aunque  de  conversación  blanda  y  hu- 
mana, de  condición  escrupulosa  y  propria,  fuese  apar- 
tando este  oficio  del  arbitrio  militar,  fundándose  en  la 

{a)  Este  don  Luis  fué  segundo  marqués  de  Mondéjar  y  presi- 
dente de  Castilla.  j     j  »-  c»» 


DE  MEND07A. 
legalidad  y  derechos,  y  subiéndose  hasta  el  peligro  de  la 
autoridad  cuanto á  laspregminenciasrcosasque cuando 
estiradamente  se  juntan,  son  aborrecidas  de  los  meno- 
res y  sospechosas  á  los  iguales.  Vínose  á  causas  y  pa- 
siones particulares ,  hasta  pedir  jueces  de  términos,  no 
para  divisiones  ó  suertes  de  tierras,  como  los  romanos 
y  nuestros  pasados ,  sino  con  voz  de  restituir  al  Rey  ó  al 
público  lo  que  le  tenían  ocupado,  y  intento  de  echar 
algunos  de  sus  heredamientos.  Este  fué  uno  de  los 
principios  en  la  destruicion  de  Granada ,  común  á  mu- 
chas naciones;  porque  los  cristianos  nuevos ,  gente  sin 
lengua  y  sin  favor,  encogida  y  mostrada  á  servir,  veían 
condenarse  y  quitar  ó  partir  las  haciendas  que  habían 
poseído,  comprado  ó  heredado  de  sus  abuelos,  sin  ser 
oidos.  Juntáronse  con  estos  inconvenientes  y  divisio- 
nes, otros  de  mayor  importancia,  nacidos  de  principios 
honestos,  que  tomaremos  de  mas  alto. 

Pusieron  los  Reyes  CatóUcos  el  gobierno  de  la  justi- 
cia y  cosas  públicas  en  manos  de  letrados,  gente  media 
entre  los  grandes  y  pequeños,  sin  ofensa  de  los  unos  ni 
de  los  otros;  cuya  profesión  eran  letras  legales,  come- 
dimiento, secreto,  verdad,  vida  llana  y  sin  corrupción 
de  costumbres;  no  visitar,  no  recebir  dones,  no  pro- 
fesar estrecheza  de  amistades ;  n(\  vestir  ni  gastar  sun- 
tuosamente; blandura  y  humanidad  en  su  trato;  jun- 
tarse á  horas  señaladas  para  oír  causas  ó  para  deter- 
minallas,  y  tratar  del  bien  público.  A  su  cabeza  llaman 
presidente,  mas  porque  preside  á  lo  que  se  trata,  y  orde- 
na lo  que  se  ha  de  tratar,  y  prohibe  cualquier  desorden, 
que  porque  los  manda.  Esta  manera  de  gobierno,  esta- 
blecida entonces  con  menos  diligencia ,  se  ha  ido  ex- 
tendiendo por  toda  la  cristiandad,  y  está  hoy  en  el  col- 
mo de  poder  y  autoridad  :  tal  es  su  profesión  de  vida  en 
común,  aunque  en  particular  haya  algunos  que  se  des- 
víen. A  la  suprema  congregación  llaman  Consejo  Real, 
y  á  las  demás,  chancillerías ;  diversos  nombres  en  Espa- 
ña, según  la  diversidad  de  las  provincias.  A  los  que 
tratan  en  Castilla  lo  civil  llaman  oidores,  y  á  los  que 
tratan  lo  criminal  alcaldes  (que  en  cierta  manera  son 
sujetos  á  los  oidores):  los  unos  y  los  otros  por  la  mayor 
parte  ambiciosos  de  oficios  ajenos  y  profesión  que  no 
es  suya,  espeeialmente  la  militar,  persuadidos  del  ser 
de  su  facultad,  que  (según  dicen)  es  noticia  de  cosas 
divinas  y  humanas,  y  ciencia  de  lo  que  es  justo  é  in- 
justo; y  por  esto  amigos  en  particular  de  traer  por  to- 
do, como  superiores,  su  autoridad ,  y  apuralla  á  veces 
hasta  grandes  inconvenientes  y  raíces  de  los  que  agora 
se  han  visto.  Porque  en  la  profesión  de  la  guerra  se 
ofrecen  casos  que  á  los  que  no  tienen  plática  della  pa- 
recen negligencias;  y  si  los  procuran  emendar  (1),  cáese 
en  imposibilidades  y  lazos,  que  no  se  pueden  desenvol- 
ver, aunque  en  ausencia  se  juzgan  diferentemente.  Es- 
tiraba el  Capitán  General  su  cargo  sin  equidad ,  y  pro- 
curaban los  ministros  de  justicia  emendallo.  Esta  com- 
petencia fué  causa  que  menudeasen  quejas  y  capítulos 
al  Rey;  con  que  cansados  los  consejeros,  y  él  con  ellos, 
las  provísionessalíesen  varias  ó  ningunas,  perdiendo  con 
la  oportunidad  (2)  el  crédito ;  y  so  proveyesen  algunas 
cosas  de  pura  justicia,  que  atenta  la  calidad  délos  tiem- 
pos, manera  de  las  gentes,  diversidad  de  ocasiones,  re- 
querían templanza  ó  dilación.  Todo  lo  de  hasta  aquí  se 

(1)  Emendar  con  rigor,  pone  el  MS. 

(2)  El  MS. ,  importunidad. 


GUERRA  DE  GRANADA. 


71 


ha  dicho  por  ejemplo  y  como  muestra  de  mayores  ca- 
sos, con  íin  que  se  vea  de  cuan  livianos  principios  se 
viene  á  ocasiones  de  grande  importancia,  guerras,  ham- 
bres ,  mortandades,  ruinas  de  estados,  y  á  veces  de  los 
señores  dellos.  Tan  atenta  es  la  Providencia  divina  á 
gobernar  el  mundo  y  sus  partes  por  orden  de  princi- 
pios y  causas  livianas,  que  van  creciendo  por  edades, 
si  los  hombres  las  quisiesen  buscar  con  atención. 

Babia  en  el  reino  de  Granada  costumbre  antigua, 
como  la  hay  en  otras  partes ,  que  los  autores  de  delitos 
se  salvasen  y  estuviesen  seguros  en  lugares  de  seño- 
río: cosa  que  mirada  en  común  y  por  la  haz,  se  juz- 
gaba que  daba  causa  á  mas  delitos ,  favoi*  á  los  malhe- 
chores, impedimento  á  la  justicia,  y  desautoridad  á 
los  ministros  della.  Pareció ,  por  estos  inconvenien- 
tes, y  por  ejemplo  de  otros  estados,  mandar  que  los 
señores  no  acogiesen  gentes  desta  calidad  en  sus  tier- 
ras, confiados  que  bastaba  solo  el  nombre  de  justicia 
para  castigallos  donde  quiera  que  anduviesen.  Man- 
teníase esta  gente  con  sus  oficios  en  aquellos  lugares, 
casábanse,  labraban  la  tierra ,  dábanse  á  vida  sosegada. 
También  les  prohibieron  la  inmunidad  de  las  iglesias 
arriba  de  tres  dias ;  mas  después  que  les  quitaron  los 
refugios,  perdieron  la  esperanza  de  seguridad,  y  dié- 
ronse  á  vivir  por  las  montañas,  iiacer  fuerzas  ,  sal- 
tear caminos,  robar  y  matar.  Entró  luego  la  duda,  tras 
el  inconveniente,  sobre  á  qué  tribunal  tocaba  el  cas- 
tigo, nacida  de  competencia  de  jurisdiciones ;  y  no 
obstante  que  los  generales  acostumbrasen  hacer  estos 
castigos,  como  parte  del  oficio  de  la  guerra,  cargaron, 
á color  de  ser  negocio  criminal,  la  relación  apasionada 
6  hbre  de  la  ciudad ,  y  la  autoridad  de  la  audiencia,  y 
púsose  en  manos  de  los  alcaldes,  no  excluyendo  en  parte 
al  Capitán  General.  Dióseles  facultad  para  tomar  á  suel- 
do cierto  número  de  gente  repartida  pocos  á  pocos,  á 
que  usurpando  el  nombre,  llamaban  cuadrillas,  ni  bas- 
tantes para  asegurar,  ni  fuertes  para  resistir.  Del  des- 
den, de  la  flaqueza  de  provisión ,  de  la  poca  experien- 
cia de  los  ministros  en  cargo  que  participaba  de  guer- 
ra,nació  el  descuido,  ó  fuese  negligencia  ó  voluntad  de 
cada  uno,  que  no  acertase  suémulo.Enfin,  fué  causa  de 
crecer  estos  salteadores  (monfíes  los  llamaba  la  lengua 
morisca)  en  tanto  número,  que  para  oprimillos  ó  para 
reprimillos  no  bastaban  las  unas  ni  las  otras  fuerzas. 
Este  fué  el  cimiento  sobre  que  fundaron  sus  esperanzas 
los  ánimos  escandalizados  y  ofendidos ,  y  estos  hombres 
fueron  el  instrumento  principal  de  la  guerra.  Todo  esto 
parecía  al  común  cosa  escandalosa ;  pero  la  razón  de 
los  hombres,  ó  la  Providencia  divina  (que  es  lo  mas 
cierto),  mostró  con  el  suceso  que  fué  cosa  guiada  para 
que  el  mal  no  fuese  adelante ,  y  estos  reinos  quedasen 
asegurados  mientras  fuese  su  voluntad.  Siguiéronse 
luego  ofensas  en  su  ley,  en  las  haciendas  y  en  el  uso  de 
Ja  vida ,  así  cuanto  á  la  necesidad ,  como  cuanto  al  re- 
galo ,  á  que  es  demasiadamente  dada  esta  nación ;  por- 
que la  Inquisición  los  comenzó  á  apretar  mas  de  lo  or- 
dinario. El  Rey  les  mandó  dejar  la  habla  morisca,  y  con 
ella  el  comercio  y  comunicación  entre  sí ;  quitóseles  el 
servicio  de  los  esclavos  negros,  á  quienes  criaban  con 
esperanzas  de  hijos ,  el  hábito  morisco,  en  que  tenían 
empleado  gran  caudal;  obligáronlosá  vestir  castellano 
con  mucha  costa,  que  las  mujeres  trujesen  los  rostros 
descubiertos,  que  las  casas,  acostumbradas  á  estar  cer- 


radas, estuviesen  abiertas :  lo  uno  y  lo  otro  tan  grave  de 
sufrir  entre  gente  celosa.  Hubo  fama  que  les  mandaban 
tomar  Ijs  hijos  y  pasallos  á  Castilla ;  vedáronles  el  uso 
de  los  baños ,  que  eran  su  limpieza  y  entretenimiento ; 
primero  les  habían  prohibido  la  música ,  cantares,  fies- 
tas ,  bodas  conforme  á  su  costumbre,  y  cualesquier jun- 
tas de  pasatiempo.  Salió  todo  esto  junto,  sin  guardia 
ni  provisión  de  gente,  sin  reforzar  presidios  viejos  ó 
firmar  otros  nuevos ;  y  aunque  los  moriscos  estuviesen 
prevenidos  de  lo  que  había  de  ser,  les  hizo  tanta  im- 
presión, que  antes  pensaron  en  la  venganza  que  en  el 
remedio.  Años  había  que  trataban  de  entregar  el  reino 
á  los  príncipes  de  Berbería  ó  al  Turco ;  mas  la  grande- 
za del  negocio ,  el  poco  aparejo  de  armas ,  vituallas,  na- 
vios, lugar  fuerte  donde  hiciesen  cabeza,  el  poder 
grande  del  Emperador  y  del  rey  Filipe,  su  hijo ,  enfre- 
naba las  esperanzas  y  imposibilitaba  las  resoluciones, 
especialmente  estando  en  pié  nuestras  plazas  manteni- 
das en  la  costa  de  África,  las  fuerzas  del  Turco  tan  le- 
jos, las  de  los  cosarios  de  Argel  mas  ocupadas  en  pre- 
sas y  provecho  particular  que  en  empresas  difíciles  de 
tierra.  Fuéronseles  con  estas  dificultades  dilatando  los 
designios ,  apartándose  ellos  de  los  del  reino  de  Valen- 
cia ;  gente  menos  ofendida  y  mas  armada.  En  fin,  cre- 
ciendo igualmente  nuestro  espacio  por  una  parte ,  y 
por  otra  los  excesos  de  los  enemigos,  tantos  en  nú- 
mero ,  que  ni  podían  ser  castigados  por  manos  de  jus- 
ticia ni  por  tan  poca  gente  como  la  del  Capitán  Gene- 
ral ,  eran  ya  sospechosas  sus  fuerzas  para  encubiertas, 
aunque  flacas  para  puestas  en  ejecución.  El  pueblo  de 
cristianos  viejos  adivinaba  la  verdad;  cesaba  el  comercio 
y  paso  de  Granada  á  los  lugares  de  la  costa :  todo  era 
confusión,  sospecha,  temor,  sin  resolver,  proveer  ni 
ejecutar.  Vista  por  ellos  esta  manera  en  nosotros,  y 
temiendo  que  con  mayor  aparejo  les  contraviniésemos, 
determinaron  algunos  de  los  principales  de  juntarse  en 
Cádiar ,  lugar  entre  Granada  y  la  mar  y  el  rio  de  Al- 
mería, á  la  entrada  de  la  Alpujarra.  Tratóse  del  cuándo 
y  cómo  se  debían  descubrir  unos  á  otros,  de  la  manera 
del  tratado  y  ejecución ;  acordaron  que  fuese  en  la  fuer- 
za del  invierno,  porque  las  noches  largas  les  diesen 
tiempo  para  sahr  de  la  montaña  y  llegar  á  Granada,  yá 
una  necesidad  tornarse  á  recoger  y  poner  en  salvo, 
cuando  nuestras  galeras  reposaban  repartidas  por  los 
invernaderos  y  desarmadas;  la  noche  de  Navidad,  que 
la  gente  de  todos  los  pueblos  está  en  las  iglesias ,  solas 
las  casas,  y  las  personas  ocupadas  en  oraciones  y  sacri- 
ficios; cuando  descuidados,  desarmados,  torpes  con  el 
frío,  suspensos  con  la  devoción,  fácilmente  podían  ser 
oprimidos  de  gente  atenta ,  armada,  suelta  y  acostum- 
brada á  saltos  semejantes.  Que  se  juntasen  á  un  tiem- 
po cuatro  mil  hombres  de  la  Alpujarra  con  los  del  Al- 
baicín ,  y  acometiesen  la  ciudad  y  el  Alhambra,  parte 
por  la  puerta,  parte  con  escalas;  plaza  guardada  mas  con 
la  autoridad  que  con  lafuerza;  y  porque  sabían  que  el 
Alhambra  no  podia  dejar  de  aprovecharse  de  la  artille- 
ría, acordaron  que  los  moriscos  de  la  Vega  tuviesen  por 
contraseño  las  primeras  dos  piezas  que  se  disparasen , 
para  que  en  un  tiempo  acudiesen  á  las  puertas  de  la 
ciudad ,  las  forzasen ,  entrasen  por  ellas  y  por  los  porti- 
llos ,  corriesen  las  calles,  y  con  el  fuego  y  con  el  hierro 
no  perdonasen  á  persona  ni  á  edificio.  Descubrir  el 
tratado  sin  ser  sentidos  y  entre  muchos,  era  dificulto- 


72 


DON  DIEGO  DE  MENDOZA. 


so :  pareció  que  los  casados  lo  descubriesen  á  los  casa- 
dos, los  viudos  á  los  viudos ,  los  mancebos  á  los  man- 
cebos; pero  atiento,  probando  las  voluntades  y  el  se- 
creto de  cada  uno.  Habian  ya  muchos  años  antes  en- 
viado á  solicitar  con  personas  ciertas,  no  solamente  á 
los  príncipes  de  Berbería,  mas  al  emperador  de  los  tur- 
cos dentro  en  Constantinopla,  que-los  socorriese  y  sa- 
case de  servidumbre  ,  y  postreramente  al  rey  de  Argel 
pedido  armada  de  levante  y  poniente  en  su  favor ;  por- 
que faltos  de  capitanes ,  de  cabezas,  de  plazas  fuertes, 
de  gente  diestra ,  de  armas ,  no  se  hallaron  poderosos 
para  lomar  y  proseguir  á  solas  tan  gran  empresa.  De- 
más desto,  resolvieron  (1)  proveerse  de  vitualla,  elegir 
lugar  en  la  montaña  donde  guardalla ,  fabricar  armas, 
reparar  las  que  de  mucho  tiempo  tenían  escondidas, 
comprar  nuevas,  y  avisar  de  nuevo  á  los  reyes  de  Ar- 
gel ,  Fez ,  señor  de  Tituan ,  de  esta  resolución  y  prepa- 
raciones. Con  tal  acuerdo  partieron  aquella  habla;  gen- 
te á  quien  el  regalo ,  el  vicio ,  la  riqueza,  la  abundancia 
de  las  cosas  necesarias,  el  vivir  luengamente  en  gobier- 
no de  justicia  y  igualdad  desasosegaba  y  traía  en  conti- 
nuo pensamiento. 

Dende  á  pocos  dias  se  juntaron  otra  vez  con  los  prin- 
cipales del  Albaicin  en  Churriana ,  fuera  de  Granada,  á 
tratar  del  mismo  negocio.  Habíanles  prohibido ,  como 
arriba  se  dijo,  todas  las  juntas  en  que  concurría  núme- 
ro de  gente;  pero  teniendo  el  Rey  y  el  prelado  mas  res- 
peto á  Dios  que  al  peligro,  se  les  habia  concedido  que 
hiciesen  un  hospital  y  confradía  de  cristianos  nuevos, 
que  llamaron  de  la  Resurrección.  (Dicen  en  español  con- 
fradía una  junta  de  personas  que  se  prometen  herman- 
dad en  oficios  divinos  y  religiosos  con  obras.)  Y  en  dias 
señalados  concurrían  en  el  hospital  á  tratar  de  su  rebe- 
lión con  esta  cubierta,  y  para  tener  certinidad  de  sus 
fuerzas,  enviaron  personas  pláticas  de  la  tierra  por  to- 
dos los  lugares  del  reino ,  que  con  ocasión  de  pedir  li- 
mosna ,  reconociesen  las  partes  del  á  propósito  para 
acogerse,  pararecebir  los  enemigos,  para  traellos  por 
caminos  mas  breves ,  mas  secretos,  mas  seguros,  con 
mas  aparejo  de  vituallas,  y  estos  echasen  un  pedido  á 
manera  de  limosna;  que  los  de  veinte  y  cuatro  años  has- 
ta cuarenta  y  cinco  contribuyesen  diferentemente  de  los 
viejos,  mujeres,  niños  y  impedidos :  con  tal  astucia  re- 
conocieron el  número  de  la  gente  útil  para  tomar  ar- 
mas ,  y  la  que  habia  armada  en  el  reino. 

Estos  y  otros  indicios,  y  los  delitos  de  los  raonfíes, 
mas  públicos,  graves  yá  menudo  que  solían ,  dieron 
ocasión  al  marqués  de  Mondéjar  (a),  al  conde  de  Tendi- 
11a,  su  hijo ,  á  cuyo  cargo  estaba  la  guerra,  á  don  Pedro 
deDeza,  presidente  de  la  chancillería,  caballero  que  ha- 
bia pasado  por  todos  los  oficios  de  su  profesión  y  dado 
buena  cuenta  dellos,  al  Arzobispo,  á  los  jueces  de 
Inquisición ,  de  poner  nuevo  cuidado  y  diligencia  en 
descubrir  los  motivos  destos  hombres,  y  asegurarse 
parte  con  lo  que  podían,  y  parte  con  acudir  al  Rey  y  pe- 
dir mayores  fuerzas  cada  uno,  según  su  oficio,  para  ha- 
cer justicia  y  reprímir  la  insolencia;  que  este  nombre 
le  ponían ,  como  á  cosa  incierta ;  hasta  que  estando  el 
marqués  de  Mondéjar  en  Madrid,  fué  avisado  el  Rey 

(1)  En  la  1.»  edición  falta  la  palabra  resolvieron. 

(o)  El  tercer  marqués  de  Mondéjar  es  el  que  de  aquf  adelante 
siempre  se  nombra  :  llamóse  don  Iñigo ,  y  fué  vircy  de  Valencia  y 
Ñapóles,  y  sobrino  del  autor. 


mas  particularmente.  Partió  el  Marqués  en  diligencia, 
y  llevó  comisión  para  crecer  en  la  guardia  del  reino  al- 
guna poca  gente,  pero  la  que  pareció  que  bastaba  en 
aquella  ocasión  y  en  las  que  se  ofreciesen  por  mar 
contra  los  moros  berberíes.  Mas  las  personas  á  cuyo 
cargo  era  la  provisión ,  aunque  se  creyéronlos  avisos ,  ó 
importunados  con  el  menudear  dellos,  ó  juzgando  á 
los  autores  por  mas  ambiciososque  diligentes ,  hicieron 
provisión  tan  pequeña,  que  bastó  para  mover  las  causas 
de  la  enfermedad,  y  rio  parareraedíalla,  como  suelen 
medicinas  flojas  en  cuerpos  llenos.  Por  lo  cual ,  vis- 
tas por  los  monfíes  y  principales  de  la  -conjuración  las 
diligencias  que  se  hacían  de  parte  de  los  ministros  para 
apurar  la  verdad  del  tratado,  el  temor  de  ser  preveni- 
dos ,  y  la  avilanteza  de  nuestras  pocas  fuerzas ,  los  acu- 
ció á  resolverse  sin  aguardar  socorro ,  con  solo  avisar 
á  Berbería  del  término  en  que  las  cosas  se  hallaban ,  y 
solicitar  gente  y  armas  con  la  armada,  dando  por  con- 
traseño que  entre  los  navios  que  viniesen  de  Argel  y 
Tituan  trajesen  las  capitanas  una  vela  colorada ,  y  que 
los  navios  de  Tituan  acudiesen  á  la  costa  de  Marbella 
para  dar  calor  á  la  sierra  de  Ronda  y  tierra  de  Málaga, 
y  los  de  Argel  á  cabo  de  Gata,  que  los  romanos  llama- 
ban promontorio  de  Carídemo,  para  socorrerá  la  Alpu- 
jarra  y  ríos  de  Almería  y  Almanzora,  y  mover  con  la  ve- 
cindad los  ánimos  de  la  gente  sosegada  en  el  reino  de 
Valencia.  Mas  estos  estuvieron  siempre  firmes ,  ó  que 
en  la  memoria  de  los  viejos  quedase  el  mal  suceso  déla 
sierra  de  Espadan  en  tiempo  del  emperador  Carlos,  ó 
que  teniendo  por  liviandad  el  tratado  y  dificultosa  la 
empresa,  esperasen  á  ver  cómo  se  movía  la  generali- 
dad, con  qué  fuerzas ,  fundamento  y  cerfeza  de  espe- 
ranzas, en  Berbería.  Enviaron  á  Argel  al  Partal,que  vi- 
vía en  Narila,  lugar  del  partido  de  Cádiar,  hombre  ri- 
co, diligente,  y  tan  cuerdo,  que  la  segunda  vez  que  fué 
á  Berbería  llevó  su  hacienda  y  dos  liermanos,  y  se 
quedó  en  Argel.  Este  y  el  Joniz ,  que  después  vendió  y 
mató  al  Abenabó,  su  señor ,  á  quien  ellos  levantaron 
porsegundo  rey,  estaban  en  aquella  congregación  co- 
mo diputados  en  nombre  de  toda  la  Alpujarra;  y  pur 
tener  alguna  cabeza  en  quien  se  mantuviesen  unidos, 
nuis  que  por  sujetarse  á  otras  sino  á  las  que  el  rey  de 
Argel  los  nombrase,  resolvieron  en  27  de  setiembre 
(1568)  hacer  rey  (6),  persuadidos  con  la  razón  de  don 
Fernando  de  Valor,  el  Zaguer ,  que  en  su  lengua  quiere 
decir  el  menor,  á  quien  por  otro  nombre  llamaban 
Aben-Jauhar,  hombre  de  gran  autoridad  y  de  consejo 
maduro ,  entendido  en  las  cosas  del  reino  y  de  su  ley. 
Este,  viendo  que  la  grandeza  del  hecho  traía  miedo,  di- 
lación, diversidad  de  casos,  mudanzas  de  pareceres, 
los  juntó  en  casa  de  Zinzan,  en  el  Albaicin,  y  los  ha- 
bló : 

«  Poniéndoles  delante  la  opresión  en  que  estaban, 
sujetos  á  hombres  públicos  y  particulares,  no  menos 
esclavos  que  si  lo  fuesen.  Mujeres,  hijos,  haciendas  y 
sus  proprias  personas  en  poder  y  arbitrio  de  enemigos, 
sin  esperanza  en  muchos  siglos  de  verse  fuera  de  tal 
servidumbre ;  sufriendo  tantos  tíranos  como  vecinos, 
nuevas  imposiciones ,  nuevos  tributos,  y  privados  del 
refugio  de  los  lugares  de  señorío ,  donde  los  culpados, 
puesto  que  por  accidentes  ó  por  venganzas  (esta  es  la 

(i)  Algo  diflere  Mármol,  lib.  i,  cap.  7.  fV'éase.) 


GUERRA  DE 

causa  entre  ellos  mas. justificada),  se  aseguran  ;  echa- 
dos de  la  inmunidad  y  franqueza  de  las  iglesias ,  donde 
por  otra  parte  los  mandaban  asistir  á  los  oficios  divi- 
nos con  penas  de  dinero ;  hechos  sujetos  de  enriquecer 
clérigos ;  no  tener  acogida  á  Dios  ni  á  los  hombres; 
tratados  y  tenidos  como  moros  entre  los  cristianos  para 
ser  menospreciados,  y  como  cristianos  entre  los  mo- 
ros pura  no  ser  creídos  ni  ayudados.— Excluidos  de  la 
vida  y  conversación  de  personas,  mándannos  que  no 
hablemos  nuestra  lengua  ;  no  entendemos  la  castella- 
na :  ¿en  qué  lengua  habernos  de  comunicar  los  con- 
ceptos, y  pedir  ó  dar  las  cosas  sin  que  no  puede  estar 
el  trato  de  los  hombres?  Aun  á  los  animales  no  se  ve- 
dan las  voces  humanas.  ¿Quién  quita  que  el  hombre  de 
lengua  castellana  no  pueda  tener  la  ley  del  Profeta,  y 
el  de  la  lengua  morisca  la  ley  de  Jesús?  Llaman  á  nuc- 
iros hijos  á  sus  congregaciones  y  casas  de  letras  ;  en- 
séñanles  artesque  nuestros  mayores  prohibieron  apren- 
derse ,  porque  no  se  confundiese  la  puridad ,  y  se  hi- 
ciese litigiosa  la  verdad  de  la  ley.  Cada  hora  nos  ame- 
nazan quitarlos  de  los  brazos  de  sus  madres  y  de  lu 
crianza  de  sus  padres,  y  pasarlos  á  tierras  ajenas,  don- 
de olviden  nuestra  manera  de  vida ,  y  aprendan  á  ser 
enemigos  de  los  padres  que  los  engendramos ,  y  de  las 
madres  que  los  parieron.  Mándannos  dejar  nuestro  há- 
bito ,  y  vestir  el  castellano.  Vístense  entre  ellos  los  tu- 
descos de  una  manera  ,  los  franceses  de  otra ,  los  grie- 
gos de  otra,  los  frailes  de  otra,  los  mozos  de  otra,  y  de 
otralosviejos;  cada  nación,  cada  profesión  y  cada  estado 
usa  su  manera  de  vestido,  y  todos  son  cristianos;  y  nos- 
otros moros,  porque  vestimos  á  la  morisca ,  como  si  trujá- 
semos la  ley  en  el  vestido  ,  y  no  en  el  corazón.  Las  ha- 
ciendas no  son  bastantes  para  comprar  vestidos  para 
dueños  y  familias;  del  hábito  que  traíamos  no  podemos 
disponer,  porque  nadie  compra  lo  que  no  ha  de  traer; 
para  Iraello  es  prohibido,  para  vendello  es  inútil.  Cuando 
enuna  casa  se  prolúbiere  el  antiguo,  y  comprare  el  nue- 
vo del  caudal  que  teníamos  para  sustentarnos,  ¿de  qué 
viviremos  ?  Si  queremos  mendigar,  nadie  nos  socorrerá 
como  á  pobres,  porque  somos  pelados,  como  ricos ;  na- 
die nos  ayudará ,  porque  los  moriscos  padecemos  esta 
miseria  y  pobreza ,  que  los  cristianos  no  nos  tienen  por 
prójimos.  Nuestros  pasados  quedaron  tan  pobres  en  la 
tierra  de  las  guerras  contra  Castilla,  que  casando  su 
hija  el  alcaide  de  Loja,  grande  y  señalado  capitán  que 
llamaban  Alatar,  deudo  de  algunos  de  los  que  aquí  nos 
hallamos,  hubo  de  buscar  vestidos  prestados  parala 
boda.  ¿Con  qué  haciendas,  con  qué  trato,  con  qué  ser- 
vicio ó  industria,  en  qué  tiempo  adquiriremos  riqueza 
para  perder  unos  hábitos  y  comprar  otros?  Quítannos 
el  servicio  de  los  esclavos  negros ;  los  blancos  no  nos 
eran(l)permitidosporserdenuestra  nación;  habíamos- 
los  comprado ,  criado ,  mantenido  :  ¿esta  pérdida  sobre 
las  otras?  ¿Qué  harán  los  que  no  tuvieren  hijos  que  los 
sirvan ,  ni  hacienda  con  que  mantener  criados,  si  enfer- 
man, si  se  inhabilitan,  si  envejecen,  sino  prevenir  la 
muerte?  Van  nuestras  mujeres,  nuestras  hijas, tapadas 
las  caras,  ellas  mismas  á servirse  y  proveerse  de  lo  ne- 
cesario á  sus  casas;  raándanles  descubrir  los  rostros:  si 
son  vistas,  serán  codiciadas  y  aun  requeridas ,  y  veráse 


(1)  El  citado  MS.  corrige  al  margen  el  tiempo  de  este  verbo, 
diciendo  no  nos  serán. 


GRANADA.  "  73 

quién  son  las  que  dieron  (2)  la  avilanteza  al  atrevimiento 
de  mozos  y  viejos.  Mándannos  tener  abiertas  las  puertas 
que  nuestros  pasados  con  tanta  religión  y  cuidado  tu- 
vieron cerradas,  no  las  puertas,  sino  las  ventanas  y  res- 
quicios de  casa.  ¿Hemos  de  ser  sujetos  de  ladrones, 
de  malhechores,  de  atrevidos  y  desvengonzados  adúl- 
teros, y  que  estos  tengan  días  determinados  y  horas 
ciertas ,  cuando  sepan  que  pueden  hurtar  nuestras  ha- 
ciendas, ofender  nuestras  personas,  violar  nuestras 
honras?i\o  solamente  nos  quitan  la  seguridad,  la  ha- 
cienda, la  honra,  el  servicio,  sino  también  los  entrete- 
nimientos, así  los  que  se  introdujeron  por  la  autori- 
dad, reputación  y  demostraciones  de  alegría  en  las 
bodas,  zambras,  bailes,  músicas,  comidas,  como  los 
que  son  necesarios  para  la  limpieza ,  convenientes  para 
la  salud.  ¿Vivirán  nuestras  mujeres  sin  baños,  introduc- 
ción tan  antigua  ?¿Veránlas  en  sus  casas  tristes,  sucias, 
enfermas,  donde  tenían  la  limpieza  por  contentamien- 
to, por  vestido ,  por  sanidad? — 

«Representóles  el  estado  de  la  cristiandad,  las  divi- 
siones entre  herejes  y  católicos  en  Francia,  la  rebelión 
de  Flándes,  Inglaterra  sospechosa,  y  los  flamencos  hui- 
dos solicitando  en  Alemania  á  los  príncipes  della.  El  Rey 
falto  de  dineros  y  gente  plática,  mal  armadas  las  galeras, 
proveídas á  remiendos,  la  chusma  libre ,  los  capitanes  y 
liombresde  cabo  descontentos,  como  forzados.  Si  previ- 
niesen, no  solamente  el  reino  de  Granada,  pero  parte  del 
Andalucía,  que  tuvieron  sus  pasados,  y  agora  poseen  sus 
enemigos,  pueden  ocupar  con  el  primer  ímpetu,  ó  man- 
tenerse en  su  tierra,  cuando  se  contenten  con  ella  sin 
pasar  adelante.  Montaña  áspera,  valles  al  abismo ,  sier- 
ras al  cielo,  caminos  estrechos,  barrancos  y  derrum- 
baderos sin  salida  :  ellos  gente  suelta,  plática  en  el 
campo,  mostrada  á  sufrir  calor,  frío,  sed,  hambre; 
igualmente  diligentes  y  animosos  al  acometer,  prestos 
á  desparcírse  y  juntarse ;  españoles  contra  españoles, 
muchos  en  número ,  proveídos  de  vitualla ,  no  tan  fal- 
tos de  armas  que  para  los  principios  no  les  basten;  y 
en  lugar  de  lasque  no  tienen, las  piedras  delante  de  los 
pies,  que  contra  gente  desarmada  son  armas  bastantes. 
Y  cuanto  á  los  que  se  hallaban  presentes,  que  en  vano 
se  habían  juntado,  si  cualquiera  dellosno  tuviera  con- 
fianza del  otro  que  era  suficiente  para  dar  cobro  á  tan 
gran  hecho ,  y  si,  como  siendo  sentidos  habían  de  ser 
compañeros  en  la  culpa  y  el  castigo ,  no  fuesen  después 
parte  en  las  esperanzas  y  fructos  dellas,  llegándolas  al 
cabo ;  cuanto  mas  que  ni  las  ofensas  podían  ser  venga- 
das, ni  deshechos  los  agravios,  ni  sus  vidas  y  casas 
mantenidas,  y  ellos  fuera  de  servidumbre,  sino  por 
medio  del  hierro,  de  la  unión  y  concordia,  y  una  deter- 
minada resolucioncon  todas  sus  fuerzas  juntas;  para  lo 
cual  era  necesario  eligir  cabeza  dellos  mismos,  ó  fue- 
se con  nombre  de  jeque ,  ó  de  capitán,  ó  de  alcaide,  ó 
de  rey,  si  les  pluguiese  que  los  tuviese  juntos  en  justicia 
y  seguridad.» 

Jeque  llaman  ellos  el  mas  honrado  de  una  genera- 
ción, quiere  decir,  el  mas  anciano  :  á  estos  dan  el  go- 
bierno con  autoridad  de  vida  y  muerte.  Y  porque  osla 
nación  se  vence  tanto  mas  de  la  vanidad  de  la  astrolo- 
gía  y  adivinanzas ,  cuanto  mas  vecinos  estuvieron  sus 
pasados  de  Caldea,  donde  la  ciencia  tuvo  principio ,  no 

(2)  Y  del  mismo  modo,  las  que  darán 


n 


DON  DIEGO  DE  MENDOZA. 


(iejó  de  acordalles  á  este  propósito  cuántos  años  atrás 
por  boca  de  grandes  sabios,  en  movimiento  y  lumbre  de 
estrellas ,  y  profetas  en  su  ley,  estaba  declarado  que  se 
levantarían  á  tornar  por  sí ,  cobrarían  la  tierra  y  reinos 
que  sus  pasados  perdieron,  basta  señalar  el  mismo  año 
después  que  Maboma  les  dio  la  ley  (ablegira  le  llaman 
ellos  en  su  cuenta,  que  quiere  decir  el  destierro,  por- 
que la  dio  siendo  desterrado  de  Meca),  y  venia  justo 
con  esta  rebelión.  Representóles  prodigios  y  apariencias 
extraordinarias  de  gente  armada  ei)  el  aire  á  las  faldas 
do  Sierra-Nevada,  aves  de  desusada  manera  dentro  en 
Granada ,  partos  monstruosos  de  animales  en  tierra  de 
Baza ,  y  trabajos  del  sol  con  el  eclipse  de  los  años  pasa- 
dos, que  mostraban  adversidad  á  los  cristianos, á quien 
ellos  atribuyen  el  favor  ó  disfavor  deste  planeta,  como 
así  el  de  la  luna. 

Tal  fué  la  bablaquedon  Fernando  el  Zaguer  les  bizo; 
con  que  quedaron  animados ,  indignados  y  resolutos  en 
general  de  rebelarse  presto ,  y  en  particular  de  eligir 
rey  de  su  nación ;  pero  no  quedaron  determinados  en  el 
cuándo  precisamente,  ni  á  quién.  Una  cosa  muy  de  no- 
tar calilica  los  principios  desta  rebelión :  que  gente 
de  mediana  condición,  mostrada  á  guardar  poco  secreto 
y  hablar  juntos,  callasen  tanto  tiempo,  y  tantos  hom- 
bres, en  tierra  donde  hay  alcaldes  de  corte  y  inquisido- 
res, cuya  profesión  es  descubrir  delitos.  Habia  entre 
ellos  un  mancebo  llamado  don  Fernando  de  Valor,  so- 
brino de  don  Fernando  el  Zaguer,  cuyos  abuelos  se  lla- 
maron Hernandos  y  de  Valor,  porque  vivían  en  Valor 
el  alto,  lugar  de  la  Alpujarra puesto  cuasi  en  la  cumbre 
de  la  montaña :  era  descendiente  del  linaje  de  Aben  Hu- 
meya,  uno  de  los  nietos  de  Maboma,  hijos  de  su  hija, 
que  en  tiempos  antigos  tuvieron  el  reino  de  Córdoba 
y  el  Andalucía ;  rico  de  rentas,  callado  y  ofendido,  cuyo 
padre  estaba  preso  por  delitos  en  las  cárceles  de  Gra- 
nada. En  este  pusieron  los  ojos ,  así  porque  les  movió  la 
hacienda ,  el  linaje ,  la  autoridad  del  tío ,  como  porque 
habia  vengado  la  ofensa  del  padre  matando  secreta- 
mente uno  de  los  acusadores  y  parte  de  los  testigos. 

Desta  resolución,  aunque  no  tan  en  particular,  hubo 
noticia  y  fué  el  Rey  avisado ;  pero  estaba  el  negocio  cier- 
to y  el  tiempo  en  duda  ;  y  como  suele  acontecer  á  las 
provisiones  en  que  se  junta  la  dificultad  con  el  temor, 
cada  uno  de  los  consejeros  era  en  que  se  atajase  con 
mayor  poder;  pero  juntos  juzgaban  sorel  remedio  fácil 
y  las  fuerzas  de  los  ministros  bastantes,  el  dinero  poco 
necesario,  porque  habia  de  salir  del  mismo  negocio;  y 
menospreciaban  esto,  encareciendo  el  remedio  de  ma- 
yores cosas ;  porque  los  estados  de  Flándcs ,  desasose- 
gados por  el  príncipe  de  Orange,  eran  recien  pacificados 
por  el  duque  de  Alba.  Mas,  puesto  que  las  fuerzas  del 
Rey  y  la  experiencia  del  Duque  capitán,  criado  debajo 
de  la  disciplina  del  Emperador,  testigo  y  parte  en  siis 
victorias,  bastasen  para  mayores  empresas,  todavía  lo 
que  se  temía  de  parte  de  Inglaterra,  y  las  fuerzas  de  los 
hugotrotes  en  Francia,  y  algunas  sospechas  de  príncipes 
de  Alemania  y  designios  de  Rafia,  daban  cuidado;  y 
tanto  mayor,  por  ser  la  rebelión  de  Flándes  por  causas 
de  religión  comunes  con  los- franceses,  ingleses  y  ale- 
manes ,  y  por  quejas  de  tributos  y  gravezas  comunes 
con  todos  los  que  son  vasallos,  aunque  sean  livianas,  y 
ellos  bien  tratados. 

Esto  dio  á  los  enemigos  mayor  avilanteza ,  y  á  no- 


sotros causa  de  dilación.  Cumenzaron  á  juntar  mas 
al  descubierto  gente  de  todas  maneras  :  si  hombre 
ocioso  habia  perdido  su  hacienda,  malbaratádola  por 
redimir  delitos;  si  homicida,  salteador  ó  condenado 
enjuicio,  ó  que  temiese  por  culpas  que  lo  seria;  los 
que  se  mantenían  de  perjurios,  robos,  muertes;  los 
que  la  maldad,  la  pobreza ,  los  delitos  traían  desasose- 
gados, fueron  autores  ó  ministros  desta  rebelión.  Si 
algún  bueno  habia  y  fuera  de  semejantes  vicios,  con  el 
ejemplo  y  conversación  de  los  malos  brevemente  se  tor- 
naba como  ellos;  porque  cuando  el  vínculo  de  la  ver- 
güenza se  rompe  entre  los  buenos,  mas  desenfrenados 
son  en  las  maldades  que  los  peores.  En  fin ,  el  temor  de 
que  eran  descubiertos ,  y  seria  prevenida  su  determi- 
nación con  el  castigo,  movió  á  los  que  gobernaban  el 
negocio,  y  entre  ellos  á  don  Fernando  el  Zaguer,  á  pen- 
sar en  algún  caso  con  que  obfigasen  y  necesitasen  al 
pueblo  á  safir  de  tibieza  y  tomar  las  armas.  Juntáronse 
tercera  vez  la^  cabezas  de  la  conjuración  y  otras ,  con 
veinte  y  seis  personas  del  Alpujarra ,  á  San  Miguel ,  en 
casa  del  Hardon ,  hombre  señalado  entre  ellos,  á  quien 
mandó  el  duque  de  Arcos  después  justiciar;  posaba  en 
la  casa  del  Carcí,  yerno  suyo.  Eligieron  á  don  Fernando 
de  Valor  por  rey  con  esta  solemoidad :  los  viudos  á  un 
cabo,  los  por  casar  á  otro,  los  casados  á  otro,  y  las 
mujeres  á  otra  parte.  Leyó  uno  de  sus  sacerdotes,  que 
llaman  faquíes,  cierta  profecía  hecha  en  el  año  délos 
árabes  de...  y  comprobada  por  la  autoridad  de  su  ley, 
consideraciones  de  cursos  y  puntos  de  estrellas  en  el 
cielo ,  que  trataba  de  su  libertad  por  mano  de  un  mozo 
de  linaje  real ,  que  habia  de  ser  baptizado  y  hereje  de  su 
ley,  porque  en  lo  púbüco  profesaría  la  de  los  cristianos. 
Dijo  que  esto  concurría  en  don  Fernando  y  concertaba 
con  el  tiempo.  Vistiéronle  de  púrpura,  y  pusiéronle  á 
torno  del  cuello  y  espaldas  una  insignia  colorada  á  ma- 
nera de  faja.  Tendieron  cuatro  banderas  en  el  suelo ,  á 
las  cuatro  partes  del  mundo ,  y  él  hizo  su  oración  incli- 
nándose sobre  las  banderas,  el  rostro  al  oriente  (zalá  la 
Uaman  ellos),  y  juramento  de  morir  en  su  ley  y  en  el 
reino,  defendiéndola  á  ella  y  á  él  y  á  sus  vasallos.  En 
esto  levantó  el  pié ,  y  en  señal  de  general  obediencia, 
postróse  Aben  Farax  en  nombre  de  todos,  y  besó  la  tier- 
ra donde  el  jiuevo  rey  tenia  la  planta.  A  este  hizo  su 
justicia  mayor;  lleváronle  en  hombros ,  levantáronle  en 
alto  diciendo :  «Dios  ensalce  á  Mahomet  Aben  Humeya, 
rey  de  Granada-y  de  Córdoba.»  Tal  era  la  antigua  ce- 
remonia con  que  efigian  los  reyes  de  la  Andalucía,  y 
después  los  de  Granada.  Escribieron  cartas  los  capita- 
nes de  la  gente  á  los  compañeros  en  la  conjuración ;  se- 
ñalaron día  y  hora  para  ejecutalla ;  fueron  los  que  te- 
nían cargos  á  sus  partidos.  Nombró  Aben  Humeya  por 
capitán  general  á  su  tío  Aben  Jauhar,  que  partió  luego 
para  Cádiar,  donde  tenia  casa  y  hacienda. 

Pasaba  el  capitán  Herrera  á  la  sazón  de  Granada  para 
Adra  con  cuarenta  caballos /y  vino  á  hacer  la  noche  en 
Cádiar.  Mas  Aben  Jauhar  el  Zaguer,  vista  la  ocasión  tan 
á  su  propósito ,  habló  con  los  vecinos,  persuadiéndoles 
que  cada  uno  matase  á  su  huésped.  No  fueron  perezo- 
sos ;  porque  pasada  la  media  noche,  no  hubo  dificultad 
en  matar  muchos  á  pocos,  armados  á  desarmados,  pre- 
venidos á  seguros;  y  torpes  con  el  sueño,  con  el  cansan- 
cio ,  con  el  vino ,  pasaron  al  capitán  y  á  los  soldados 
por  la  espada.  Venida  la  mañana,  juntáronse  y  tomaron 


GUERRA  DE 

U)  ú::;pero  de  la  sierra ,  como  gente  levantada ,  donde  ni 
Ijubü  tiempo  ni  aparejo  para  castigallos.  Este  fué  el  pri- 
mer exceso  y  mas  descubierto  con  que  los  enemigos,  ó 
por  fuerza  ó' por  voluntad,  fueron  necesitados  á  tomar 
las  armas,  sin  otra  respuesta  de  Berbería  mas  de  espe- 
ranzas, y  esas  generales.  Era  entonces  Selim  el  Segundo 
emperador  de  íos  turcos  recien  heredado,  victorioso  por 
la  toma  de  Zigueto,  plaza  fuerte  y  proveida  en  Hungría; 
Labia  liecbo  nueva  tregua  con  el  emperador  Maximilia- 
no el  Segundo,  concertándose  con  el  Sofí  por  la  parte  de 
Armenia ,  y  por  la  de  Suria  con  los  jeques  alárabes  que 
le  trabajaban  sus  confines,  y  con  los  genízaros,  infante- 
ría que  se  suele  desasosegar  con  la  entrada  de  nuevo  se- 
ñor. Tenia  en  el  ánimo  las  empresas  que  descubrió  con- 
tra venecianos  en  Cipro ,  contra  el  rey  de  Túnez  en  Ber- 
bería ;  y  que  como  no  le  convenia  repartir  sus  fuerzas 
en  muchas  partes,  así  le  convenia  que  las  del  Rey  Cató- 
lico estuviesen  repartidas  y  ocupadas.  Dícese  que  en 
este  tiempo  vino  del  rey  de  Argel  respuesta  á  los  mo- 
riscos, animándolos  á  perseverar  en  la  prosecución  del 
tratado,  pero  excusándose  de  enviar  él  armada  con 
que  esperaba  orden  de  Constantinopla.  El  rey  de  Fez, 
como  religioso  en  su  ley,  y  del  linaje  de  los  Jarifes,  te- 
nidos entre  los  moros  por  santos,  les  prometió  mas  re- 
soluto socorro.  Todavía  vinieron  por  medio  de  perso- 
nas fiadas  á  tratar  ambos  reyes  de  la  calidad  del  caso, 
de  la  posibilidad  de  los  moriscos ;  y  midiendo  sus  fuer- 
zas de  mar  y  tierra  con  las  del  rey  de  España ,  liallaron 
no  ser  bastantes  para  contrastalle ;  y  aunque  se  confe- 
deraron ,  solo  fué  para  que  el  rey  de  Argel  hiciese  la 
empresa  de  Túnez  y  Biserta ,  en  tanto  que  el  rey  don 
Filipe  estaba  ocupado  en  allanar  la  rgbelion  de  Grana- 
da; y  juntamente  permitir  que  de  sus  tierras  fuese  al- 
guna gente  á  sueldo,  en  especial  de  moros  andaluces, 
que  se  habían  pasado  á  Berbería;  y  mercaderes  pudie- 
sen cargar  armas,  municiones,  vitualla,  con  que  los 
moriscos  fuesen  por  sus  dineros  socorridos. 

Alpujarra  llaman  toda  la  montaña  sujeta  á  Granada, 
como  corre  de  levante  á  poniente ,  prolongándose  entre 
tierra  de  Granada  y  la  mar,  diez  y  siete  leguas  en  largo , 
y  once  en  lo  mas  ancho,  poco  mas  ó  menos  :  estéril  y 
áspera  de  suyo ,  sino  donde  hay  vegas ;  pero  con  la  in- 
dustria de  los  moriscos  (que  ningún  espacio  de  tierra 
dejan  perder),  tratable  y  cultivada,  abundante  de  fru- 
tos y  ganados  y  cria  de  sedas.  Esta  montaña,  como  era 
principal  en  la  rebelión,  así  la  escogieron  por  sitio  en 
que  mantener  la  guerra,  por  tener  la  mar,  donde  espe- 
raban socorro,  por  la  dificultad  de  los  pasos  y  calidad 
de  la  tierra ,  por  la  gente  que  entre  ellos  es  tenida  por 
brava.  Habían  ya  pensado  rebelarse  otras  dos  veces 
antes;  una  Jueves  Santo,  otra  por  setiembre  deste 
año  :  tenían  prevenido  á  Aluch  Alí  con  el  armada  de 
Argel ;  mas  él ,  entendiendo  que  el  conde  de  Tendílla 
estaba  avisado  y  aguardándole  en  el  campo,  volvió,  de- 
jándose de  la  empresa ,  con  el  armada  á  Berbería,  En 
fin,  á los  23  de  diciembre,  luego  que  sucedió  el  caso 
de  Cádlar,  la  misma  gente,  con  las  armas  mojadas  en 
la  sangre  de  aquellos  pocos,  salieron  en  público;  mo- 
vieron los  lugares  comarcanos  y  los  demás  de  la  Al- 
pujarra y  río  de  Almería,  con  quien  tenían  común  el 
tratado,  enviando  por  corredores  y  para  descubrir  los 
ánimos  y  motivo  de  la  gente  de  Granada  y  la  Vega,  á 
Farax  Aben  Farax  con  hasta  ciento  y  cincuenta  hora- 


GRANADA.  73 

bros,  gente  suelta  y  desmandada,  escogida  entre  los 
que  mayor  obligación  y  mas  esfuerzo  tenían.  Ellos,  re- 
cogiendo la  que  se  les  llegaba,  tomaron  resolución  de 
acometer  á  Granada,  y  caminaron  para  ella  con  hasta 
seis  mil  hombres  mal  armados ,  pero  juntos  y  con  bue- 
na orden,  según  su  costumbre. 

En  España  no  habia  galeras  ;  el  poder  del  Rey  ocu- 
pado en  regiones  apartadas,  y  el  reino  fuera  de  tal  cui- 
dado ,  todo  seguro ,  todo  sosegado ;  que  tal  estado  era 
el  que  á  ellos  parecía  mas  á  su  propósito.  Los  ministros 
y  gente  en  Granada,  mas  sospechosa  que  proveida,  co- 
mo pasa  donde  hay  miedo  y  confusión.  Pero  fué  acon- 
tecimiento hacer  aquella  noche  tan  mal  tiempo  y  caer 
tanta  nieve  en  la  sierra  que  llaman  Nevada  y  antigu;- 
mente  Soloria,  y  los  moros  Solaira ,  que  cegó  los  pa;  es 
y  veredas  cuanto  bastaba  para  que  tanto  número  de 
gente  no  pudiese  llegar.  Mas  Farax,  con  los  ciento  y 
cincuenta  hombres,  poco  antes  del  amanecer  entró  por 
la  puerta  alta  de  Guadix,  donde  junta  con  Granada  el 
camino  de  la  sierra ,  con  instrumentos  y  gaitas,  como  es 
su  costumbre.  Llegaron  al  Albaicin,  corriéronlas  ca- 
lles, procuraron  levantar  el  pueblo  haciendo  prome- 
sas, pregonando  sueldo  de  parte  de  los  reyes  de  Fez  y 
Argel,  y  afirmando  que  con  gruesas  armadas  eran  lle- 
gados á  la  costa  del  reino  de  Granada :  cosa  que  escan-, 
dalízó  y  atemorizó  los  ánimos  presentes,  y  á  los  ausen- 
tes dio  tanto  mas  en  que  pensar,  cuanto  mas  lejos  se 
hallaban;  porque  semejantes  acaecimientos  cuanto 
mas  se  van  apartando  de  su  principio ,  tanto  parecen 
mayores  y  se  juzgan  con  mayor  encarecimiento.  ¡  Y 
que  en  un  reino  pacífico,  lleno  de  armas, prudencia, 
justicia,  riquezas;  gobernado  por  rey  que  pocos 
años  antes  habia  hecho  en  persona  el  mayor  principio 
que  nunca  hizo  rey  en  España ,  vencido  en  un  año  dos 
batallas ,  ocupado  por  fuerza  tres  plazas  al  poder  de 
Francia ,  compuesto  negocio  tan  desconfiado  como  la 
restitución  del  duque  de  Saboya,  hecho  por  sus  capi- 
tanes otras  empresas ,  atravesado  sus  banderas  de  Ita- 
lia áFlándes  (viaje  al  parecer  imposible)  por  tierras 
y  gentes  que  después  de  las  armas  romanas  nunca  vie- 
ron otras  en  su  comarca ;  pacificado  sus  estados  con 
victorias,  con  sangre,  con  castigos;  dentro  en  el  re- 
poso ,  en  la  seguridad  de  su  reino,  en  ciudad  poblada 
por  la  mayor  parte  de  cristianos ,  tanto  mar  en  medio, 
tantas  galeras  nuestras ;  entrase  gente  armada  con  es- 
paldas de  tantos  hombres  por  medio  de  la  ciudad ,  ape- 
llidando nombres  de  reyes  infieles  enemigos!  Estado 
poco  seguro  es  el  de  quien  se  descuida,  creyendo  que 
por  sola  su  autoridad  nadie  se  puede  atrever  á  ofemíe- 
lle.  Los  moriscos,  hombres  mas  prevenidos  que  dies- 
tros, esperaban  por  horas  la  gente  de  la  Alpujarra: 
salían  el  Tagari  y  Monfarrix,  dos  capitanes,  todas  las 
noches  al  cerro  de  Santa  Helena  por  reconocer;  y  sa- 
lieron la  noche  antes  con  cincuenta  hombres  escogidos 
y  diez  y  siete  escalas  grandes ,  para ,  juntándose  con  Fa- 
rax, entrar  en  el  Alhambra ;  mas  visto  que  no  venían  al 
tiempo ,  escondiendo  las  escalas  en  una  cueva ,  se  vol- 
vieron, sin  salir  la  siguiente  noche,  pareciéndoles,  co- 
mo poco  pláticos  de  semejantes  casos,  que  la  tempestad 
estorbaría  á  venir  tanta  gente  junta ,  con  que  pudiesen 
ellos  y  sus  compañeros  poner  en  ejecución  el  tratado 
del  Alhambra;  debiéndose  esperar  semejante  noche 
para  escalarla.  Mas  los  del  Albaicin  estuvieron  sose- 


70  DON  DIEGO 

gados  en  las  casas,  cerradas  las  puertas,  como  igno- 
rantes del  tratado ,  oyendo  el  pregón;  porque,  aunque 
se  hubiese  comunicado  con  ellos,  no  con  todos  en  ge- 
neral ni  particularmente,  ni  estaban  todos  ciertos  del 
dia  (aunque  se  dilató  poco  la  venida ),  ni  del  número  de 
la  gente ,  ni  de  la  orden  con  que  entraban ,  ni  de  la  que 
en  lo  por.venir  ternian.  Díjose  que  uno  de  los  viejos 
abriendo  la  ventana  preguntó  cuántos  eran,  y  respon- 
diéndole seis  mil,  cerró  y  dijo  :  «Pocos  sois  y  venis 
presto;»  dando  á  entender  que  hablan  primero  de  co- 
menzar por  el  Alhambra,  y  después  venir  por  el  Al- 
baicin,  y  con  las  fuerzas  del  rey  de  Argel.  Tampoco  se 
movieron  los  de  la  Vega  que  seguían  á  los  del  Albai- 
cin ,  especialmente  no  oyendo  la  artillería  del  Alhambra, 
que  tenían  por  contraseño.  Había  entre  los  que  gober- 
naban la  ciudad  emulación  y  voluntades  diferentes; 
pero  no  por  esto,  así  ellos  como  la  gente  principal  y 
pueblo,  dejaron  de  hacer  la  parte  que  tocaba  á  cada  uno. 
Estúvose  la  noche  en  armas ;  tuvo  el  conde  de  Tendilla 
el  Alhambra  á  punto ,  escandalizado  de  la  música  mo- 
risca; cosa  en  aquel  tiempo  ya  desusada ;  pero  avisado 
de  lo  que  era ,  con  mejor  guardia.  El  Marqués,  aunque 
no  tenia  noticia  del  contraseño  que  los  moros  habían 
dado  á  la  gente  de  la  Vega,  y  él  le  tenia  dado  á  la  gente 
,  de  la  ciudad  que  en  la  ocasión  habia  de  disparar  tres 
piezas;  temiendo  que  si  se  hacia  pensasen  los  moros 
que  estaba  en  aprieto,  y  acometiesen  el  Alhambra ,  en 
que  habia  poca  guardia,  mandó  que  ningún  movimiento 
se  hiciese,  ni  se  pidiese  gente  á  la  ciudad;  que  fué  la 
salvación  del  peligro ,  aunque  proveído  á  otro  propósi- 
to; porque  acudiendo  los  moriscos  de  la  Vega  al  con- 
traseño, necesitaban  á  los  del  Albaicín  á  declararse  y 
juntarse  con  ellos,  y  como  descubiertos,  combatir  la 
ciudad.  Bajó  el  Conde  á  la  plaza  nueva  y  puso  la  gente 
en  orden :  acudieron  muchos  de  los  forasteros  y  de  la 
ciudad,  personas  principales,  al  presidente  don  Pedro 
de  Deza,  por  su  oficio,  por  el  cuidado  que  le  habían 
visto  poner  en  descubrir  y  atajar  el  tratado ,  por  su  afa- 
bilidad, buena  manera  generalmente  con  todos,  y  al- 
gunos por  la  diferencia  de  voluntades  que  conocían  en- 
tre él  y  el  marqués  de  Mondéjar.  Este  con  solos  cuatro 
dfi  á  caballo  y  el  corregidor  subió  al  Albaícin,  mas  por 
reconocer  lo  pasado,  que  suspender  el  daño  que  se  es- 
peraba ó  asosegar  los  ánimos  que  ya  tenía  por  perdi- 
dos; contento  con  alargar  algún  dia  el  peligro,  mos- 
trando confianza,  y  gozar  del  tiempo  que  fuese  común 
á ellos,  para  ver  cómo  procedían  sus  valedores,  y  á  él 
para  armarse  y  proveerse  de  lo  necesario  y  resistirá  los 
unos  y  á  los  otros.  Hablóles  :  «Encareció  su  lealtad  y 
firmeza ,  su  prudencia  en  no  dar  crédito  á  la  liviandad 
de  pocos  y  perdidos,  sin  prendas,  livianos,  hombres 
que  con  las  culpas  ajenas  pensaban  redimir  sus  delitos 
¿adelantarse.  Tal  confianza  se  habia  hecho  siempre,  y 
en  casos  tan  calificados,  de  la  voluntad  que  tenían  al 
servicio  del  I'ey,  poniendo  personas,  haciendas  y  vidas 
con  tanta  obediencia  á  los  ministros;  ofreciéndose  de 
ser  testigo  y  representador  de  su  fe  y  servicios ,  inter- 
cediendo con  el  Rey  para  que  fuesen  conocidos,  esti- 
mados y  remunerados.»  Pero  ellos,  respondiendo  pocas 
palabras,  y  esas  mas  con  semblante  de  culpados  y  ar- 
repentidos que  de  determinados ,  ofrecieron  la  ol5ra  y 
perseverancia  que  habian  mostrado  en  todas  las  oca- 
siones; y  pareciéadole  al  Marqués  bastar  aquello ,  sin 


DE  MENDOZA. 

quítalles  el  miedo  que  tenian  del  pueblo,  se  bajó  &  la 
ciudad.  Habia  ya  enviado  á  reconocer  los  enemigos; 
porque  ni  del  propósito  ni  del  número  ni  de  la  cali- 
dad dellos,  ni  de  las  espaldas  con  que  habian  entrado, 
se  tenia  certeza ,  ni  del  camino  que  hacían.  Refirieron 
que  habiendo  parado  en  la  casa  de  las  Gallinas,  atrave- 
saban el  Genil  la  vuelta  de  la  sierra ;  puso  recaudo  en 
los  lugares  que  convenia ;  encomendó  al  Corregidor  la 
guardia  de  la  ciudad;  dejó  en  el  Alhambra,  donde  habia 
pocos  soldados  mal  pagados,  y  estos  de  á  caballo,  el 
recaudo  que  bastaba,  juntando  á  este  los  criados  y  alle- 
gados del  conde  de  Tendilla  ,  personas  de  crédito  y 
amistades  en  la  ciudad.  El,  con  la  caballería  que  se  ha- 
lló ,  siguió  á  los  enemigos,  llevando  consigo  á  su  yerno 
y  hijos  (a ) ;  siguiéronle ,  parte  por  servir  al  Rey,  parte 
por  ann'stad  ó  por  probar  sus  personas,  por  curiosidad 
de  ver  toda  la  gente  desocupada  y  principal  que  se  ha- 
llaba en  la  ciudad.  Salió  con  la  gente  de  su  casa  el  con- 
de de  Miranda  don  Pedro  de  Zúñíga  (6),  que  á  la  sazón 
residía  en  pleitos;  grande,  igual  en  estado  y  linaje: 
eran  todos  pocos,  pero  calificados.  Mas  los  enemigos, 
visto  que  los  vecinos  del  Albaicín  estaban  quedos  y 
l)s  de  la  Vega  no  acudían,  con  haber  muerto  un  sol- 
dado, herido  otro,  saqueado  una  tienda  y  otra  como  en 
señal  de  que  habian  entrado ,  tomaron  el  camino  que 
habian  traído,  y  por  las  espaldas  de  la  Alhambra  pro- 
longando la  muralla ,  llegaron  á  la  casa  que  por  estar 
sobre  el  rio  llamaban  los  moros  Dar-al-huet,  y  nos- 
otros de  lüs  Gallinas,  según  los  atajadores  habían  re- 
ferido. Pararon  á  almorzar  y  estuvieron  hasta  las  ocho 
de  la  mañana :  todo  guiado  por  Farax,  para  mostrar  que 
habia  cumplido  con  la  comisión ,  y  acusar  á  los  del  Al- 
baicín ó  su  miedo  ó  su  desconfianza,  y  aun  con  espe- 
ranza que,  llegada  la  gente  de  la  Alpujarra,  harían  mas 
movimiento.  Pero  después  que  ni  lo  uno  ni  lo  otro  le 
sucedió,  acogióse  al  camino  de  Nigüéles,  arrimándose 
á  la  falda  de  la  montaña;  y  puesto  en  lo  áspero,  cami- 
nó haciendo  muestra  que  esperaba.  Pocos  de  la  com- 
pañía del  Marqués  alcanzaron  á  mostrarse,  y  ninguno 
llegó  á  las  manos,  por  la  aspereza  del  sitio;  aunque  le 
siguieron  por  el  paso  del  rio  de  Monachíl  hasta  atrave- 
sar el  barranco,  y  de  allí  al  paraje  de  Dílar,  por  donde 
entraron  sin  daño  en  lo  mas  áspero. 

Duró  este  siguimíento  hasta  el  anochecer,  que  pa- 
reció al  Marqués  poco  necesario  quedar  allí,  y  mucho 
proveer  á  la  guarda  y  seguridad  de  la  ciudad;  temero- 
so que  juntándose  los  moriscos  del  Albaicín  con  los  de 
la  Vega,  la  acometerían,  sola  de  gente  y  desarmada. 
Tornó  una  hora  antes  de  medía  noche ,  y  sin  perder 
tiempo  comenzó  á  prevenir  y  llamar  la  gente  que  pudo, 
sin  dineros,  y  que  estaba  mas  cerca;  los  que  por  ser- 
vir al  Rey,  los  que  por  su  seguridad,  por  amistad  del 
Marqués,  memoria  del  padre  y  abuelo,  cuya  fama  era 
grande  en  aquel  reino,  por  esperanza  de  ganar,  por 
el  ruido  ó  vanidad  de  la  guerra,  quisieron  juntarse.  Hi- 
zo llamamientos  generales ,  pidiendo  gente  á  las  ciu- 
dades y  señores  de  la  Andalucía ,  á  cada  uno  conforme 
á  la  obligación  antigua  y  usanza  de  los  concejos,  que 
era  venir  la  gente  á  su  costa  el  tiempo  que  duraba  la 

(a)  Era  este  yerno  don  Alonso  de  Cárdenas,  que  después,  por 
muerte  de  su  padre ,  fué  conde  de  la  Puebla. 

(í)  Era  este  don  Pedro  conde  de  Miranda ,  hermano  y  suegro 
del  que  en  nuestros  días  fué  presidente  de  Italia  y  de  Castilla. 


GUERRA  DE 

comida  que  podían  traer  á  los  hombros  (talegas  las  lla- 
maban los  pasados ,  y  nosotros  ahora  mochilas).  Con- 
lábase  para  una  semana;  mas  acabada,  servían  tres  me- 
ses pagados  por  sus  pueblos  enteramente,  y  seis  meses 
adelante  pagaban  los  pueblos  la  mitad,  y  otra  mitad  el 
Rey :  tornaban  estos  á  sus  casas,  venían  otros;  manera 
de  levantarse  gente,  dañosa  para  la  guerra  y  para  ella, 
¡)orque  siempre  era  nueva.  Esta  obligación  tenían  como 
[lobladores,  por  razón  del  sueldo  que  el  Rey  les  repartía 
por  heredades,  cuando  se  ganaba  algún  lugar  de  los 
enemigos.  Llamó  también  asoldados  particulares,  aun- 
que ocupados  en  otras  partes ,  á  los  que  vivían  al  sueldo 
del  Rey,  á  los  que,  olvidadas  ó  colgadas  las  esperanzas 
y  armas,  reposaban  en  sus  casas.  Proveyó  de  armas  y  de 
vituallas,  envió  espías  por  todas  partes  á  calar  el  moti- 
vo de  los  enemigos ,  avisó  y  pidió  dineros  al  Rey  para 
resistíllos  y  asegurar  la  ciudad.  Mas  en  ella  era  el  mie- 
do mayor  que  la  causa :  cualquier  sospecha  daba  desa- 
sosiego, ponía  los  vecinos  en  arma;  discurrir  á  diver- 
sas partes ,  de  ahí  volver  á  casa;  medir  el  peligro  cada 
uno  con  su  temor ,  trocados  de  continua  paz  en  conti- 
nua alteración,  tristeza ,  turbación  y  priesa ;  no  fiar  de 
persona  ni  de  lugar;  las  mujeres  á  unas  y  á  otras  par- 
tes preguntar,  visitar  templos :  muchas  de  las  principa- 
les se  acogieron  al  Alhambra ,  otras  con  sus  familias 
salieron,  por  mayor  seguridad,  á  lugares  de  la  comarca. 
Estaban  las  casas  yermas  y  las  tiendas  cerradas ,  sus- 
penso el  trato ,  mudadas  las  horas  de  oficios  divinos  y 
humanos,  atentos  los  religiosos  y  ocupados  en  oracio- 
nes y  plegarias ,  como  se  suele  en  tiempo  y  punto  de 
grandes  peligros.  Llegó  en  las  primeras  la  gente  de  las 
villas  sujetas  á  Granada,  la  de  Alcalá  y  Loja ;  envió  el 
Marqués  una  compañía  que  sacase  los  cristianos  viejos 
que  estaban  en  Restával,  cierto  que  el  primer  acome- 
timiento seria  contra  ellos;  en  Dúrcal  puso  dos  compa- 
ñías ,  porque  los  enemigos  no  pasasen  á  Granada  sin 
quedar  guarnición  de  gente  á  las  espaldas ;  y  á  don  Die- 
go de  Quesada ,  con  una  compañía  de  infantería  y  otra 
de  caballos,  en  guarda  de  la  puente  de  Tablate,  paso  de- 
recho de  la  Alpujarra  á  Granada.  El  Presidente,  alivia- 
do ya  del  peligro  presente ,  comenzó  ó  pensar  con  mas 
libertad  en  el  servicio  del  Rey  ó  en  la  emulación  con- 
tra el  marqués  de  Mondéjar :  escribió  á  don  Luís  Fajar- 
do, marqués  de  Vélez ,  que  era  adelantado  del  reino  de 
Murcia  y  capitán  general  en  la  provincia  de  Cartagena 
(ciudad  nombrada  mas  por  la  seguridad  del  puerto  y 
por  la  destruicíonque  en  ella  hizo  Scipion  el  Africano, 
que  por  la  grandeza  ó  suntuosidad  del  edificio),  ani- 
mándole á  juntar  gente  de  aquellas  provincias  y  de  sus 
deudos  y  amigos,  y  entrar  en  el  rio  de  Almería ,  donde 
haría  servícioiil  Rey,  socorrería  aquella  ciudad,  que  de 
mar  y  tierra  estaba  en  peligro,  y  aprovecharía  á  la  gen- 
te con  las  riquezas  de  los  enemigos.  Era  el  Marqués  te- 
nido por  diligente  y  animoso ;  y  entre  él  y  el  marqués 
de  Mondéjar  hubo  siempre  diferencias  y  alongamiento 
de  voluntad ,  traído  dende  los  padres  y  abuelos.  El  de 
Vélez  sirvió  al  Emperador  en  las  empresas  de  Túnez  y 
Provenza,  el  de  Mondéjar  en  la  de  Argel;  ambos  tenían 
noticia  de  la  tierra  dónde  cada  uno  de  ellos  servia.  Co- 
menzó el  de  Vélez  á  ponerse  en  orden ,  á  juntar  gente, 
parle  á  sueldo  de  su  hacienda,  parte  de  amigos. 

Entre  tanto  el  nuevo  electo  rey  de  Granada ,  en  cuan- 
to le  duró  la  esperanza  que  el  Albaicin  y  la  Vega  habían 


GRANADA.  77 

de  hacer  movimiento ,  estuvo  quedo;  mas  como  vio  tiui 
sosegada  la  gente,  y  las  voluntades  con  tan  poca  de- 
mostración, salió  solo  camino  de  la  Alpujarra:  encon- 
tráronle á  la  salida  de  Lanjaron,  á  pié,  el  caballo  del 
diestro;  pero  siendo  avisado  que  no  pasase  adelante,- 
porque  la  tierra -estaba  alborotada,  subió  en  su  caballo, 
y  con  mas  priesa  tomó  el  camino  de  Valor.  Habían  los 
moriscos  levantados  hecho  de  sí  dos  partes :  una  llevó 
el  camino  de  órgíba,  lugar  del  duque  de  Sesa  (que  fué 
de  su  abuelo  el  gran  capitán)  entre  Granada  y  la  entra- 
da de  la  Alpujarra ,  al  levante  tierra  de  Almería,  al  po- 
niente la  de  Salobreña  y  Almuñécar ,  al  norte  la  misma 
Granada ,  al  mediodía  la  mar  con  muchas  calas,  donde 
se  podían  acoger  navios  grandes.  Sobre  esta  villa,  como 
mas  importante,  se  pusieron  dos  mil  hombres  repartí- 
dos  en  veinte  banderas  :  las  cabezas  eran  el  alcaide  do 
Mecína  y  el  corcení  de  Motril.  Fueron  los  cristianos  vie- 
jos avisados,  que  serían  como  ciento  y  sesenta  perso- 
nas ,  hombres,  mujeres  y  niños ;  recogiólos  en  la  torre 
Gaspar  de  Saravia ,  que  estaba  por  el  Duque.  Maslns 
moros  comenzaron  á  combatirla ;  pusieron  arcabucería 
en  la  torre  de  la  iglesia,  que  los  cristianos,  saltando  fue- 
ra, echaron  della :  llegáronse  á  picar  la  muralla  con 
una  manta,  la  cual  les  desbarataron  echando  piedras  y 
quemándola  con  aceite  y  fuego  ;  quisieron  quemar  las 
puertas,  pero  halláronlas  ciegas  con, tierra  y  piedra. 
Amonestábalos  á  menudo  un  almuédano  desde  la  igle- 
sia con  gran  voz,  que  se  rindiesen  á  su  rey  Aben-Hu- 
meya.  (Dicen  almuédano  al  hombre  que  á  voces  los  con- 
voca á  oración,  porque  en  su  ley  se  les  prohibe  el  uso 
de  las  campanas. )  Llamaron  á  un  vicario  de  Poqueira, 
hombre  entre  los  unos  y  los  otros  de  autoridad  y  crédito, 
para  que  los  persuadiese  á  entregarse ,  certificándoles 
que  Granada  y  el  Alhambra  estaban  ya  en  poder  de  los 
moros :  prometían  la  vida  y  libertad  al  que  se  rindiese, 
y  al  que  se  tornase  moro  la  hacienda  y  otros  bienes  para 
él  y  sus  sucesores :  tales  eran  los  sermones  que  les  ha- 
cían. La  otra  banda  de  gente  caminó  derecho  á  Grana- 
da á  hacer  espaldas  á  Farax-Aben-Farax  y  á  los  que  en- 
viaron, y  á  recebír  al  que  ellos  llamaban  rey,  á  quien 
encontraron  cerca  de  Lanjaron,  y  pasaron  con  él  ade- 
lante hasta  Dúrcal.  Pero  entendiendo  que  el  Marqués 
había  dejado  puesta  guarnición  en  él ,  volvieron  á  Va- 
lor el  alto ,  y  de  allí  á  un  barrio  que  llaman  Laujar ,  en 
el  medio  de  la  Alpujarra;  adonde  con  la  misma  solem- 
nidad que  en  Granada,  le  alzaron  en  hombros  y  le  eli- 
gieron por  su  rey.  Allí  acabó  de  repartir  los  oficios,  al- 
caidías, alguacilazgos  por  comarcas  (á  que  ellos  llaman 
en  su  lengua  tahas)  y  por  valles  ,  y  declaró  por  capitán 
general  á  su  tío  Aben-Jauhar,  que  llamaban  don  Fer- 
nando el  Zaguer,  y  por  su  alguacil  mayor  á  Farax-Aben- 
Farax.  (Alguacil  dicen  ellos  al  primer  oficio  después  de 
la  persona  del  Rey,  que  tiene  libre  poder  en  la  vida  y 
muerte  de  los  hombres  sin  consultarlo.)  Vistiéronle  de 
púrpura ;  pusiéronle  casa  como  á  los  reyes  de  Granada, 
según  que  lo  oyeron  á  sus  pasados.  Tomó  tres  mujeres, 
una  con  quien  él  tenía  conversación  y  la  trujo  consigo, 
otra  del  río  de  Almanzora,  y  otra  de  Tavernas,  porque 
con  el  deudo  tuviese  aquella  provincia  mas  obligada, 
sin  otra  con  quien  él  primero  fué  casado,  hija  de  uno 
que  llamaban  Rojas.  Mas  dende  á  pocos  días  mandó  ma- 
tar al  suegro  y  dos  cuñados  porque  no  quisieron  to- 
mar su  ley ;  dejó  la  mujer ,  perdonó  la  suegra  porque 


78 


DON  DIEGO  DE  MENDOZA. 


la  iiabia  paritlo ,  y  quiso  gracias  por  ello  como  piadoso. 
Comenzaron  por  el  Alpujarra ,  rio  de  Almería,  Boloduí 
y  otras  partes  á  perseguir  á  los  cristianos  viejos,  profa- 
nar y  quemar  las  iglesias  con  el  Sacramento,  martirizar 
•religiosos  y  cristianos,  que,  ó  por  ser  contrarios  á  su 
ley,  ó  por  iiaberlos  dotriuado  en  la  nuestra ,  ó  por  ha- 
berlos ofendido,  les  eran  odiosos.  En  Güécija,  lugar 
del  río  de  Almería ,  quemaron  por  voto  un  convento  de 
frailes  agustinos,  que  se  recogieron  á  la  torre,  echán- 
doles por  un  horado  de  lo  alto  aceite  hirviendo;  sir- 
viéndose de  la  abundancia  que  Dios  les  dio  en  aquella 
tierra,  para  ahogar  sus  frailes.  Inventaban  nuevos  gé- 
neros de  tormentos :  al  cura  de  Mairena  (t )  hincheron  de 
pólvora  y  pusiéronle  fuego;  al  vicarío  enterraron  vivo 
hasta  la  cinta,  y  jugáronle  á  las  saetadas;  á  otros  lo 
mismo ,  dejándolos  morir  de  hambre.  Cortaron  á  otros 
miembros,  y  entregáronlos  á  las  mujeres  que  con  agu- 
jas los  matasen ;  á  quién  apedrearon,  á  quién  acauave- 
rearon,  desollaron,  despeñaron;  y  á  dos  hijos  de  Arce, 
alcaide  de  la  Peza ,  uno  degollaron  y  otro  crucificaron, 
azotándole  y  hiriéndole  en  el  costado  primero  que  mu- 
riese. Sufriólo  el  mozo  ,  y  mostró  contentarse  de  la 
muerte  conforme  á  la  de  nuestro  Redentor,  aunque  en 
la  vida  fué  todo  al  contrario ,  y  murió  confortando  al 
hermano,  que  descabezaron.  Estas  crueldades  hicieron, 
los  ofendidos  por  vengarse;  los  monfíes  por  costumbre 
convertida  en  naturaleza.  Las  cabezas,  ó  las  persua- 
dían ó  las  consentían ;  los  justificados  las  miraban  y 
loaban,  por  tener  al  pueblo  mas  culpado,  mas  obliga- 
.do ,  mas  desconfiado ,  y  sin  esperanzas  de  perdón ;  per- 
mitíalo el  nuevo  rey ,  y  á  veces  lo  mandaba.  Fué  gran 
testimonio  de  nuestra  fe ,  y  de  compararse  con  la  del 
tiempo  de  los  apóstoles,  que  en  tanto  número  de  gente 
como  murió  á  manos  de  infieles,  ninguno  hubo  (aun- 
que todos  ó  los  mas  fuesen  requeridos  y  persuadidos 
con  seguridad,  autoridad  y  riquezas,  y  amenazados  y 
puestas  las  amenazasen  obra)  que  quisiese  renegar;  an- 
tes con  humildad  y  paciencia  cristiana,  las  madres  con- 
fortaban á  los  hijos ,  los  niños  á  las  madres ,  los  sacer- 
dotes al  pueblo,  y  los  mas  distraídos  se  ofrecían  con  mas 
voluntad  al  martirio.  Duró  esta  persecución  cuanto  el 
calor  de  la  rebelión  y  la  furia  de  las  venganzas;  resis- 
tiendo Aben-Jauhar  y  otros  tan  blandamente ,  que  en- 
cendían mas  lo  uno  y  lo  otro.  Mas  el  Rey ,  porque  no 
pareciese  que  tantas  crueldades  se  hacían  con  su  auto- 
ridad, mandó  pregonar  que  ninguno  matase  niño  de  diez 
años  abajo,  ni  mujer  ni  hombre  sin  causa.  En  cuanto 
esto  pasaba  envió  á  Berbería  á  su  hermano  (que  ya  lla- 
maban Abdalá)con  presente  de  captivos  y  la  nueva 
de  su  elección  al  rey  de  Argel,  la  obediencia  al  señorde 
los  turcos ;  díóle  comisión  que  pidiese  ayuda  para  man- 
tener el  reino.  Tras  él  envió  á  Hernando  el  Habaquí  á 
tomar  turcos  á  sueldo,  de  quien  adelante  se  hará  me- 
moria. Mas  este ,  dejando  concertados  soldados ,  trajo 
consigo  un  turco  llamado  Dalí ,  capitán ,  con  armas  y 
mercaderes,  en  una  fusta.  Recibió  el  rey  de  Argel  á 
Abdalá  como  á  hermano  del  Rey;  regalóle  y  vistióle  de 
paños  de  seda;  envióle  á  Constantinopla  ,  mas  por  en- 
tretener al  hermano  con  esperanzas  que  por  dalle  so- 


(i)  De  Terque,  dice  el  HS.  citado ;  pero  probablemente  serla  el 
beneQciado  Geuriqui,  cuya  muerte  meuciona  Mármol,  lib.  A, 
cap.  17. 


corro.  En  este  mismo  tiempo  se  acabaron  de  rebelar  los 
demás  lugares  del  rio  de  Almería. 

Estaba  entonces  en  Dalias  Diego  de  la  Gasea ,  capi- 
tán de  Adra,  que  habiendo  entendido  el  motín  víspera 
de  Navidad  (día  señalado  generalmente  para  rebelarse 
todo  el  reino) ,  iba  por  reconocer  á  Ujíjar ;  mas  hallán- 
dola levantada,  fué  seguido  de  los  enemigos  hasta  en- 
cerralle  en  Adra,  lugar  guardado  á  la  marina,  asentado 
cuasi  donde  los  antígos  llamaban  Abdera ;  que  Pedro 
Verdugo ,  proveedor  de  Málaga,  con  barcos  basteció  dft 
gente  y  vituallas  luego  que  entendió  la  muerte  del  ca- 
pitán Herrera  en  Cádiar.  Pasaron  adelante,  visto  el  poco 
efeto  que  hacían  en  Adra;  y  juntando  con  su  misma 
gente  hasta  mil  y  cuatrocientos  hombres  con  un  moro 
que  llamaban  el  Ramí,  ocuparon  el  Chítre  (Chutre  le 
dicen  otros),  sitio  fuerte  junto  á  Almería,  creyendo 
que  los  moriscos  vecinos  de  la  ciudad  tomarían  las  ar- 
mas contra  los  cristianos  viejos :  escribieron  y  enviaron 
personas  ciertas  á  solicitar,  entre  otros ,  á  don  Alonso 
Venégas,  hombre  noble  de  gran  autoridad,  que  con 
la  carta  cerrada  se  fué  al  ayuntamiento  de  los  regido- 
res; y  leida,  pensando  un  poco  cayó  desmayado,  mas 
tornándole  los  otros  regidores  y  reprendiéndole,  res- 
pondió: «Recia  tentación  es  la  del  reíno;))y  díóles  la  car- 
ta en  que  parecía  como  le  ofrecían  tomalle  por  rey  de 
Almería.  Vivió  doliente  dende  entonces,  pero  leal  y 
ocupado  en  el  servicio  del  Rey.  Estaba  don  García  de 
Villarroel ,  yerno  de  don  Juan ,  el  que  murió  dende  á 
poco  en  las  Cuajaras,  por  capitán  ordinario  en  Almería, 
y  tomando  la  gente  de  la  ciudad  y  la  suya,  dio  sobre 
los  enemigos  otro  día  al  amanecer,  pensando  ellos  que 
venía  gente  en  su  ayuda :  rompiólos ,  y  mató  al  Ramí 
con  algunos.  Los  que  de  allí  escaparon ,  juntándose  con 
otra  banda  del  Cehel,  y  llevando  á  Hocaid  de  Motríl  por 
capitán ,  tomaron  á  Castíl  de  Ferro ,  tenencia  del  duque 
de  Sesa,  por  tratado,  matando  la  gente,  sino  á  Machín 
el  Tuerto,  que  se  la  vendió.  Deahí  pasaroná  Motríl,jun- 
taron(2)una  parte  del  pueblo,  y  llevaron  casas  de  moris- 
cos ,  volviendo  sobre  Adra ;  de  donde  salió  Gasea  con 
cuarenta  caballos  y  noventa  arcabuceros  á  reconocellos, 
y  apartándose,  llamó  un  trompeta,  cuyo  nombre  era 
Santiago ,  para  enviar  á  mandar  la  gente ;  mas  fué  tan 
alta  la  voz,  que  pudieron  oilla  los  soldados,  y  creyendo 
que  dijese  Santiago,  como  es  costumbre  de  España  pa- 
ra acometer  los  enemigos,  arremetieron  sin  mas  orden. 
Juntóse  Diego  de  la  Gasea  con  ellos ,  y  fueron  cuasi  ro- 
tos los  moros,  retirándose  con  pérdida  de  cíen  hombres 
á  la  sierra.  Iban  estas  nuevas  cada  día  creciendo ;  me- 
nudeaban los  avisos  del  aprieto  en  que  estaban  los  de 
la  torreen  órgiba;  que  los  moros  de  Berbería  habian 
prometido  gran  socorro ;  que  amenazaban  á  Almería  y 
otros  lugares,  aunque  guardados  en  la  marina,  proveí- 
dos con  poca  gente.  Temía  el  Marqués,  sí  grueso  núme- 
ro se  acercase  á  Granada,  que  desasosegarían  el  Albai- 
cin ,  levantarían  las  aldeas  de  la  Vega,  y  tanto  mayores 
fuerzas  cobrarían ,  cuanto  se  tardase  mas  la  resisten- 
cia ;  daríase  ánimo  a  los  turcos  de  Berbería  de  pasar  á 
socórrenos  con  mayor  priesa,  confianza  y  esperanza; 
fortificarían  plazas  en  que  recogerse,  y  no  les  faltarían 
personas  pláticas  desto  y  de  la  guerra  entre  otras  na- 
ciones que  les  ayudasen ,  y  firmarían  el  nombre  de  rei- 

(2)  El  MS.  mencionado,  quemaron. 


GUERRA  DE 

11,1,  pucií?t:i  que  vano  y  sin  fundamento,  perjudicial  y 
odioso  á  ios  oidos  del  señor  natural ,  por  grande  y  po- 
deroso que  sea  ;  daría^e  avilanteza  á  los  descontentos 
para  pensar  novedades. 

Estando  las  cosas  en  estos  términos ,  vino  Aben  Hu- 
iiicya  con  la  ^ente  que  tenia  sobre  Tablate ,  y  trabando 
con  don  Diego  de  Quesada  una  escaramuza  gruesa, 
cargó  tanta  gente  de  enemigos,  que  le  necesitó  á  dejar 
la  puente  y  retirarse  á  Dúrcal.  Estas  razones  y  el  caso 
de  don  Diego  fueron  parte  para  que  el  Marqués ,  con  la 
gente  que  se  hallaba,  saliese  de  Granada  áresistillos, 
hasta  que  viniese  mas  número  con  que  acometellos  á  la 
iguala;  dejando  proveído  á  la  guarda  y  seguridad  de  la 
ciudad  y  el  Alhanibra  á  su  hijo  el  conde  de  Tendilla  por 
80  teniente;  al  corregidor  el  sosiego ,  el  gobierno,  la 
provisión  de  vituallas ,  la  correspondencia  de  avisar  al 
uno  y  al  otro,  con  el  Presidente,  de  cuya  autoridad  se 
valiesen  en  las  ocasiones.  .Salió  de  Granada  á  los  3  de 
hebrero  (1369)  con  propósito  de  socorrer  á  Órgiba  :  vino 
á  Alendin,  y  de  allí  al  Padul.  La  gente  que  sacó  fueron  I 
ochocientos  infantes  y  doscientos  caballos;  demás  des- 
tos,  los  hombres  principales  que  ó  con  edad  ó  con  en- 
fermedad ó  con  ocupaciones  públicas  no  se  excusaron, 
seguíanle ,  mirábanle  como  á  salvador  de  la  tierra,  ol- 
vidada por  entonces  ó  disimulada  la  pasión.  Paró  en 
el  Padul ,  pensando  esperar  allí  la  gente  de  la  Andalu- 
cía, sin  dinero ,  siu  vitualla ,  sin  bagajes :  con  tan  poca 
gente  tomó  la  empresa ;  pero  la  misma  noche  á  la  se- 
gunda guardia ,  oyéndose  golpes  de  arcabuz  en  Dúrcal, 
creyendo  lodos  que  los  enemigos  hablan  acometido  la 
guardia  que  allí  estaba,  partió  con  la  caballería;  halló 
que ,  sintiendo  su  venida  por  el  ruido  de  los  caballos  en 
el  cascajo  del  rio ,  se  habían  retirado  con  la  escuridad 
de  la  noche ,  dejando  el  lugar  y  llevando  herida  alguna 
gente ;  y  el  Marqués ,  para  no  darles  avilanteza ,  tornan- 
do al  Padul,  acordó  hacer  en  .Dúrcal  la  masa.  En  tiem- 
po de  tres  días  llegaron  cuatro  banderas  de  Baeza,  con 
que  crecía  el  Marqués  á  mil  y  ochocientos  infantes  y  una 
compañía  de  noventa  caballos;  y  teniendo  aviso  del 
trabajo  en  que  estaban  los  de  órgiba ,  y  que  Aben  Hu- 
meya  juntaba  gente  para  estorballe  el  paso  de  Tablate, 
salió  de  Dúrcal. 

Entre  tanto  el  conde  de  Tendilla  recebia  y  alojaba  la 
gente  de  las  ciudades  y  señores  en  el  Albaicin ;  y  por- 
que no  bastaba  para  asegurarse  de  los  moriscos  de  la 
ciudad  y  la  tierra  y  proveer  á  su  padre  de  gente ,  nom- 
bró diez  y  siete  capitanes,  parte  hijos  de  señores,  parte 
caballeros  de  la  ciudad,  parte  soldados;  pero  todos 
personas  de  crédito  :  aposentólos  y  mantúvolos  sin  pa- 
gas con  alojamientos  y  contribuciones.  El  Marqués,  de- 
jando guardia  en  Dúrcal ,  paró  aquella  noche  en  Elchi- 
te ,  de  donde  partió  en  orden  camino  de  la  puente ;  y 
habiendo  enviado  una  compañía  de  caballos  con  alguna 
arcabucería  á  recoger  la  gente  que  había  quedado  atrás, 
para  que  asegurasen  los  bagajes  y  embarazos,  y  man- 
dado volver  á  Granada  los  desarmados  que  vinieron  de 
la  Andalucía ,  tuvo  aviso  que  los  enemigos  le  esperaban, 
parte  en  la  ladera ,  parte  en  la  salida  de  la  misma  puen- 
te, y  la  estaban  rompiendo.  Eran  todos  cuasi  tres  mil  y 
quinientos  hombres ,  los  mas  dellos  armados  de  arca- 
buces y  ballestas ,  los  otros  con  hondas  y  armas  enhas- 
tadas  :  comenzóse  una  escaramuza  trabada;  mas  el 
Marqués,  visto  que  remolinaban  algunas  picas  de  su 


GRANADA. 


79 


escuadrón,  arremetió  adelante  con  la  gente  particular, 
de  manera  que  apretó  los  enemigos  íiasta  forzarlos  á 
dejar  la  puente,  y  pasó  una  banda  de  arcabucería  por 
lo  que  della  quedaba  entero.  Con  esta  carga  fueron 
rotos  del  todo,  retrayéndose  en  poca  orden  á  lo  alto  de 
la  montaña.  Algunos  arcabuceros  llegaron  á  Lanjaron 
y  entraron  en  el  castillo,  que  estaba  desamparado ;  re- 
paróse la  puente  con  puertas,  con  rama ,  con  madera 
que  se  trajo  del  lugar  de  Tablate ,  por  donde  pasó  la  ca- 
ballería; el  resto  del  campo  se  aposentó  en  él  sin  seguir 
los  enemigos,  por  ser  ya  tarde  y  haberse  ellos  acogido 
á  lo  fuerte,  donde  los  caballos  no  les  podían  dañar.  El 
día  siguiente,  dejando  en  la  puente  al  capitán  Valdi- 
via con  su  compañía  para  seguridad  de  las  escoltas  que 
iban  de  Granada  á  la  Alpujarra ,  por  ser  paso  de  impor- 
tancia, tomó  el  camino  de  Órgiba ,  donde  los  enemigos 
le  esperaban  al  paso  en  la  cuesta  de  Lanjaron;  y  ha- 
biendo sacado  una  banda  de  arcabucería  con  algunos 
caballos ,  mandó  á  don  Francisco,  su  hijo  (a) ,  que  con 
ellos  se  mejorase  en  lo  alto  de  la  montaña,  yendo  él  su 
camino  derecho  sin  estorbo;  porque  Aben  Humeya, 
con  miedo  que  le  tomasen  los  nuestros  las  cumbres  que 
tenia  para  su  acogida ,  dejó  libre  el  paso ,  aunque  la 
noche  antes  había  tenido  su  campo  enfrente  del  nues- 
tro con  muchas  lumbres  y  música  en  su  manera ,  ame- 
nazando nuestra  gente  y  apercibiéndola  para  otro  dia  á 
la  batalla.  Llegado  el  Marqués  á  órgiba,  socorrió  la  tor- 
re, en  término  que  si  tardara,  era  necesario  perderse 
por  falta  de  agua  y  vitualla ,  cansados  de  velar  y  resis- 
tir. He  querido  hacer  tan  particular  memoria  del  caso 
de  órgiba  porque  en  él  hubo  todos  los  accidentes  quo 
en  un  cerco  de  grande  importancia  :  sitiados  comba- 
tidos ,  quitadas  las  defensas ,  salidas  de  los  de  dentro 
contra  los  cercadores,  á  falta  de  artillería  picados  los 
muros ,  al  Gn  hambreados ,  socorridos  con  la  diligencia 
que  ciudades  ó  plazas  importantes;  hasta  juntarse  dos 
campos  tales  cuales  entonces  los  habia ,  uno  á  estorbar, 
otro  á  socorrer ;  darse  batalla,  donde  intervino  persona 
y  nombre  de  rey.  Socorrida  y  proveída  Órgiba  de  vi- 
tualla, munición  y  gente  la  que  bastaba  para  asegurar 
las  espaldas  al  campo,  mandando  volver  á  Granada,  á 
orden  del  conde  su  hijo,  cuatro  compañías  de  caballería 
y  una  de  infantería  para  guarda  de  la  ciudad  (t),  partió 
contra  Poqueira,  donde  tuvo  aviso  que  Aben  Humeya 
habia  parado  resuelto  de  combatir  :  juntó  con  su  gente 
dos  compañías,  una  de  infantería  y  otra  de  caballos  que 
le  vino  de  Córdoba.  Cerca  del  rio  que  divide  el  camino 
entre  órgiba  y  Poqueira  descubrió  los  enemigos  en  el 
paso  que  llaman  Altajarali.  Eran  cuatro  mil  hombres 
ios  principales  que  gobernaban  apeados  :  hicieron  una 
ala  delgada  en  medio ;  á  los  costados  espesa  de  gente, 
como  es  su  costumbre  ordenar  el  escuadrón ;  á  la  ma- 
no derecha ,  cubiertos  con  un  cerro ,  habia  emboscados 
quinientos  arcabuceros  y  ballesteros ;  demás  desto, 
otra  emboscada  en  lo  hondo  del  barranco ,  luego  pasa- 
do el  rio,  de  mucho  mayornúmero  de  gente.  Laque 
el  Marqués  llevaba  serian  dos  mil  infantes  y  trescientos 
caballos  en  un  escuadrón  prolongado,  guarnecido  de  ar- 
fa) Este  don  Francisco  es  el  almirante  de  Aragón,  que  después 
de  varios  casos  y  fortunas  se  ordenó  de  clérigo  y  fué  obispo  de 
Sigüenza. 

(1)  Aquí  añade  el  MS. :  de  las  que  le  habían  alcanzado  en  Lan- 
jaron de  las  ciudades  de  übeda  y  Baeza. 


80 


DON  DIEGO  DE  MENDOZA. 


cabucería  y  mangas,  según  la  dificultad  del  camino ;  la 
caballería,  parle  en  la  retaguardia,  parte  al  un  lado, 
donde  la  tierra  era  tal  que  podian  mandarse  los  caba- 
llos, pero  guarnecida  asimismo  de  alguna  infantería; 
porque  en  aquella  tierra,  aunque  los  caballos  sirvan 
mas  para  atemorizar  que  para  ofender,  todavía  son  pro- 
vecliosos.  Apartó  del  escuadrón  dos  bandas  de  arcabu- 
cería y  cien  caballos ,  con  que  su  hijo  don  Francisco 
fuese  á  tomar  las  cumbres  de  la  montaña  :  en  esta  or- 
den bajando  al  rio,  comenzó  á  subir  escaramuzando 
con  los  enemigos;  mas  ellos,  cuando  pensaron  que 
nuestra  gente  iba  cansada,  acometieron  por  la  frente, 
por  el  costado  y  por  la  retaguardia  todo  á  uu  tiempo; 
de  manera  que  cuasi  una  hora  se  peleó  con  ellos  á  todas 
partes  y  á  las  espaldas ,  no  sin  igualdad  y  peligro ;  por- 
que la  una  banda  de  arcabucería  estuvo  en  términos  de 
desorden,  y  la  caballería  lo  mismo;  pero  socorrió  el 
Marqués  con  su  persona  los  caballos,  enviando  socor- 
ro á  los  infantes.  Viendo  los  enemigos  que  les  tomaba 
los  altos  nuestra  arcabucería ,  ya  rotos  se  recogieron  á 
ellos  con  tiempo ,  desamparando  el  paso.  Siguióse  el 
alcance  mas  de  media  legua  basta  un  lugar  que  dicen 
Lubien :  la  noche  y  el  cansancio  estorbó  que  no  se 
pasase  adelante;  murieron  dellos  en  este  rencuentro 
cuasi  seiscientos;  de  los  nuestros  siete;  hubo  jnuchos 
heridos  de  arcabuces  y  ballestas.  Don  Francisco  de  Men- 
doza, hijo  del  Marqués,  y  don  Alonso  Porlocarrero  fue- 
ron aquel  dia  buenos  caballeros ,  entre  otros  que  allí 
se  hallaron ;  don  Francisco,  cercado  y  fuera  de  la  silla, 
se  defendió  con  daño  de  los  enemigos,  rompiendo  por 
medio.  Don  Alonso,  herido  de  dos  saetadas  con  yerba, 
peleó  hasta  caer  trabado  del  veneno  usado  dende  los 
tiempos  antiguos  cutre  cazadores.  Mas  porque  se  va 
perdiendo  el  uso  della  con  el  de  los  arcabuces,  como 
se  olvidan  muchas  cosas  con  la  novedad  de  otras,  diré 
algo  de  su  naturaleza.  Hay  dos  maneras,  una  que  se 
hace  encastilla  en  las  montañas  de  Béjar  y  Guadarra- 
ma (á  este  monte  llamaban  los  antiguos  Orospeda,  y  al 
otro  Idubeda),  cociendo  el  zumo  de  vedegambre,  á  que 
en  lengua  romana  y  griega  dicen  eléboro  negro ,  hasta 
que  hace  correa,  y  curándolo  al  sol,  lo  espesan  y  dan 
fuerza  (o) ;  su  olor  agudo  no  sin  suavidad ,  su  color  es- 
curo, que  lira  á  rubio.  Otra  se  hace  en  las  montañas 
nevadas  de  Granada  de  la  misma  manera ;  pero  de  la 
yerba  que  los  moros  dicen  rejalgar,  nosotros  yerbas, 
los  romanos  y  griegos  acónito ,  y  porque  mata  los  lobos, 
licoclónos;  color  negro,  olor  grave,  prende  mas  pres- 
to, daña  mucha  carne;  los  accidentes  en  ambas  los 
mismos,  frió,  torpeza,  privación  de  vista,  revolvi- 
miento de  estómago ,  arcadas ,  espumajos ,  desflaque- 
cimiento  de  fuerzas  hasta  caer.  Envuélvese  la  ponzo- 
ña con  la  sangre  donde  quier  que  la  halla,  y  aunque 
toque  la  yerba  á  la  que  corre  fuera  de  la  herida,  se  re- 
tira con  ella  y  la  lleva  consigo  por  las  venas  al  corazón, 
donde  ya  no  tiene  remedio ;  mas  antes  que  llegue  hay 
todos  los  generales :  chúpanla  para  tirarla  afuera,  aun- 
que con  peligro;  psylos  llamaban  en  lengua  de  Egipto 
á  los  hombres  que  tenían  este  oficio  (6).  El  particular 
remedio  es  zumo  de  membrillo,  fruta  tan  enemiga  de 
esta  yerba ,  que  donde  quier  que  la  alcanza  el  olor ,  le 

(a)  Algo  (liQerc  de  lo  que  dice  Laguna  sobre  OioscórideSi  lib.  4, 
cap.  79  y  cap.  153. 

(b)  Piin.,  lib.  7,  cap.  2,  y  lib.  8,  cap.  25. 


quita  la  fuerza;  zumo  de  retama,  cuyas  hojas  macha-' 
cadas  he  yo  visto  lanzarse  de  suyo  por  la  herida  cuanto 
pueden,  buscando  el  veneno  hasta  topallo  y  tiralle  afue- 
ra :  tal  es  la  manera  desta  ponzoña,  con  cuyo  zumo 
untan  las  saetas  envueltas  en  lino,  porque  se  detenga. 
La  simplicidad  de  nuestros  pasados,  que  no  conocieron 
manera  de  matar  personas  sino  á  hierro ,  puso  á  todo 
género  de  veneno  nombre  de  yerbas :  usóse  en  tiempos 
antiguos  en  las  montañas  de  Abruzzo ,  en  las  de  Can- 
día ,  en  las  de  Persia ;  en  los  nuestros,  en  los  Alpes  que 
llaman  Monsenis  hay  cierta  yerba  poco  diferente,  dicha 
tora ,  con  que  matan  la  caza ,  y  otra  que  dicen  autora, 
á  manera  de  díctamno ,  que  la  cunu 

Entróse  Poqueira,  lugar  tan  fuerte,  que  con  poca  re- 
sistencia se  defendiera  contra  mucho  mayores  fuerzas. 
Los  moros,  confiándose  del  sitio ,  le  habían  escogido  por 
depósito  de  sus  riquezas,  de  sus  mujeres,  hijos  y  vitua- 
lla :  todo  se  dio  á  saco;  los  soldados  ganaron  cantidad 
de  oro ,  ropa ,  esclavos ;  la  vitualla  se  aprovechó  cuanto 
pudo;  mas  la  priesa  de  caminar  en  seguimiento  de  los 
enemigos,  porque  en  ninguna  parle  se  firmasen,  y  la 
falta  de  bagajes  en  que  la  cargar,  y  gente  con  que  ase- 
guralla,  fué  causa  de  quemar  la  mayor  parte,  porque 
ellos  no  se  aprovechasen.  Partió  el  Marqués  el  dia  si- 
guiente de  Poqueira,  y  vino  á  Pitres ,  londe  se  detuvo 
curándolos  heridos,  dando  cobro  á  muchos  captivos 
cristianos  que  libertó ,  ordenando  las  escollas  y  toman- 
do lengua.  Alcanzáronle  en  este  lugar  dos  compañías 
de  caballos  de  Córdoba  y  una  de  infantería  :  en  él  tuvo 
nueva  como  Aben  Humeya  con  mayor  número  de  gen- 
te lo  esperaba  en  el  puerto  que  llaman  de  Jubiles ,  lu- 
gar ,  á  su  parecer  dellos ,  donde  era  imposible  pasar 
sin  pérdida.  Mas  queriendo  los  enemigos  tenlar  prime- 
ro la  fortuna  de  la  guerra,  saltearon  nuestro  alojamien- 
to con  cinco  banderas ,  en  que  había  ochocientos  hom- 
bres :  el  dia  siguiente  á  mediodía,  aprovechándose  de 
la  niebla  y  de  la  hora  del  comer ,  acometieron  por  tres 
partes,  y  porfiaron  de  manera,  hasta  que  llegaron  á  los 
cuerpos  de  guardia  peleando  ;  pero  en  ellos  fueron  re- 
sistidos con  pérdida  de  gente  y  dos  banderas  :  hubo  al- 
gunos heridos  de  los  nuestros.  Sosegada  y  refrescada 
la  gente,  dejando  los  heridos  y  embarazos  con  buena 
guardia,  partió  el  Marqués  ahorrado  contra  Aben  Hu- 
meya; y  por  descuidarle  escogió  el  camino  áspero  de 
Trevélez  por  la  cumbre  de  la  sierra  de  Poqueira,  donde 
algunos  moros  desmandados  desasosegaron  nuestra  re- 
taguardia sin  daño.  Pasóse  aquella  noche  fuera  de  Tre- 
vélez sobre  la  nieve,  con  poco  apareje,  y  frío  demasiado. 
Había  venido  á  Pitres  un  mensajero  (t)  de  Zaguer,  que 
decían  Aben-Jauhar,  tio  y  general  de  Aben  Humeya, 
á.pedir  apuntamientos  de  paz;  pero  llevándole  el  Mar- 
qués consigo,  le  respondió  «que  brevemente  pensaba 
dalle  la  respuesta  como  convenia  al  servicio  de  Dios  y 
del  Rey  ».  Dícese  que  ya  el  Zaguer  andaba  recatado  de 
que  Aben-Humeya  le  buscase  la  muerte ;  y  continuando 
su  camino  para  Jubiles  con  una  compañía  mas  de  infan- 
tería y  otra  de  caballos  de  Ecija ,  cuyo  capitán  era  Te- 
11o  de  Aguilar,  llegó  á  vista  de  Jubiles,  donde  salió  un 

(1)  El  siguiente  trozo ,  que  sin  duda  por  formar  un  paréntesis 
demasiado  largo,  se  suprimió  en  el  impreso,  consta  en  el  MS.  Un 
mensajero,  cristiano  viejo,  llamado  Hierónimo  de  Aponte ,  que  por 
ser  bienquisto  entre  ellos,  habia  quedado  vivo,  de  los  que  los  moros 
hubieron  á  las  manos  en  Ujijar  de  la  Algujarra, 


GUERRA  DE 
cristiano  viejo  con  tres  moros  á  enfregalle  el  castillo. 
Habia  dentro  mujeres  y  hijos  de  los  moros  que  estaban 
en  campo  con  Aben  Humeya ;  gente  inútil  y  de  estorbo 
para  quien  no  tiene  cuenta  con  las  mujeres  y  niños,  y 
algunos  moros  de  paz  viejos;  mas  porque  era  necesa- 
rio ocupar  mucha  gente  para  guardallos,  y  si  quedaran 
sin  guarda  se  huyeran  á  los  enemigos,  mandó  que  los 
llevasen  á  Jubiles.  Acaeció  que  un  soldado  de  los  atre- 
vidos llegó  á  tentar  una  mujer  si  traia  dineros ,  y  alguno 
de  los  moriscos,  ó  fuese  marido  ó  pariente,  á  defende- 
11a,  de  que  se  trabó  tal  ruido ,  que  de  los  moriscos  cuasi 
ninguno  quedó  vivo;  de  las  moriscas  hubo  muchas 
muertas;  de  los  nuestros  algunos  heridos,  que  con  la 
escuridad  de  la  noche  se  hacian  daño  unos  á  otros.  Di- 
cese  que  hubo  gente  de  los  enemigos  mezclada  para 
ver  si  con  esta  ocasión  pudieran  desordenar  el  campo, 
y  que,  arrepentidos  de  la  entrega  que  el  Zaguer  hizo, 
los  padres,  hermanos  y  maridos  de  las  moras  quisie- 
ron procurar  su  libertad  :  la  escuridad  de  la  noche  y  la 
confusión  fué  tanta ,  que  ni  capitanes  ni  oficiales  pu- 
dieron estorbar  el  daño. 

LIBRO  SEGUNDO. 

En  tanto  que  las  cosas  de  la  Alpujarra  pasaban  como 
tenemos  dicho ,  se  juntaron  hasta  quinientos  moros  con 
dos  capitanes ,  Girón  de  las  Albuñuelas  y  Nacoz  de  Ni- 
güeles,  á  tentar  la  guardia  que  el  Marqués  habia  dejado 
en  la  puente  de  Tablate ;  teniendo  por  cierto  que  si  de 
allí  la  pudiesen  apartar,  se  quitarla  el  paso  y  el  aparejo 
á  las  escoltas ,  y  nuestro  campo  con  falta  de  vituallas  se 
desharía.  Vinieron  sobre  la  puente  hallándola  falta  de 
gente ,  y  la  que  habia  desapercebida  acometieron  con 
tanto  denuedo ,  que  la  hicieron  retirar ;  parte  no  paró 
hasta  Granada;  muchos  dellos  murieron  sin  pelearen 
el  alcance;  parte  se  encerraron  en  una  iglesia,  donde 
acabaron  quemados;  con  que  la  puente  quedó  por  los 
enemigos.  Mas  el  conde  de  Tendilla ,  sabida  la  nueva, 
envió  á  llamar  con  diligencia  á  don  Alvaro  Manrique, 
capitán  del  marqués  de  Pliego,  que  con  trescientos  in- 
fantes y  oclienta  caballos  de  su  cargo  estaba  alojado  dos 
leguas  de  Granada.  Llegó  á  la  puente  de  Genil  al  ama- 
necer ,  donde  el  Conde  le  esperaba  con  ochocientos  in- 
fantes y  ciento  y  veinte  caballos  :  avisado  del  número 
de  los  enemigos ,  entrególe  la  gente,  y  dióle  orden  que 
peleando  con  ellos ,  desembarazado  el  paso ,  le  dejase 
guardado,  y  él  con  el  resto  della  pasase  á  buscar  al 
Marqués.  Cumplió  don  Alvaro  con  su  comisión,  ha- 
llando la  puente  libre  y  los  moros  idos. 

En  Jubiles  llegó  el  capitán  don  Diego  de  Mendoza, 
enviado  por  el  Rey  para  que  llevase.relacion  de  la  guer- 
ra, manera  de  cómo  se  gobernaba  el  Marqués,  del  es- 
tado en  que  las  cosas  se  hallaban;  porque  los  avisos 
eran  tan  diferentes ,  que  causaban  confusión  en  las  pro- 
visiones ,  como  no  faltan  personas  que  por  pretensiones 
ó  por  pasión  ó  opinión  ó  buen  celo  culpan  ó  excusan  las 
obras  de  los  ministros.  Partió  el  Marqués  de  Jubiles, 
vino  á  Cádiar,  donde  fué  la  muerte  del  capitán  Herrera; 
de  allí  áUjíjar :  en  el  camino  mandó  combatir  una  cue- 
va ,  en  que  se  defendían  encerrados  cantidad  de  moros 
con  sus  mujeres  y  hijos ,  hasta  que  con  fuego  y  humo 
fueron  tomados.  Estando  en  Ujíjar  fué  avisado  que 
Aben  Humeya,  juntas  todas  sus  fuerzas,  le  esperaba  en 
H-i. 


GRANADA.  81 

el  paso  de  Paterna ,  tres  leguas  de  Ujíjar,  y  sin  dete- 
nerse partió.  Caminando  le  vinieron  dos  moros  de  parte 
de  Aben  Humeya  con  nuevos  partidos  de  paz,  mas  el 
Marqués  sin  respuesta  los  llevó  consigo  hasta  dar  con 
su  vanguardia  en  la  de  los  enemigos;  y  en  una  quebra- 
da junto  á  Iñiza  pelearon  con  harta  pertinacia,  por  ser 
mas  de  cinco  mil  hombres  y  mejor  armados  que  en  Ju- 
biles; pero  fueron  rotos  del  todo ,  tomándoles  el  alto  y 
acometiéndolos  con  la  caballería  don  Alonso  de  Cárde- 
nas, conde  de  ¡a  Puebla  :  no  se  siguió  el  alcance  por 
ser  noche.  Envió  el  Marqués  doscientos  caballos,  que 
les  siguieron  hasta  la  nieve  y  aspereza  de  la  sierra, 
matando  y  captivando;  y  él  á  dos  horas  de  noche  paró 
en  Iñiza;  otro  día  vino  á  Paterna;  dióla  á  saco ;  no  ha- 
llaron los  soldados  en  ella  menos  riqueza  que  en  Po- 
queira.  El  rencuentro  de  Paterna  fué  la  postrera  jor- 
nada en  que  Aben  Humeya  tuvo  gente  junta  contra  el 
Marqués,  el  cual  partió  sin  detenerse  para  Andaras  en 
seguimiento  de  las  sobras  de  los  enemigos ,  habiendo 
enviado  delante  infantería  y  caballería  á  buscallos  en  el 
llano  y  en  la  sierra  que  dicen  el  Cehel,  cerca  de  la  mar; 
montaña  buena  para  ganados,  caza  y  pesca,  aunque  en 
algunas  partes  falta  de  agua.  Dicen  los  moros  que  fué 
patrimonio  del  conde  Julián  el  traidor,  y  aun  duran  en 
ella  y  cerca  memorias  de  su  nombre:  la  torre ,  la  ram- 
bla Juliana  y  Castil  de  Ferro.  Llegado  á  Andarax,  envió 
á  su  hijo  don  Francisco  con  cuatro  compañías  de  in- 
fantería y  cien  caballos  á  Ohánez,  donde  entendió  que 
se  recogían  enemigos ;  mas  por  avisos  ciertos  del  ca- 
pitán de  Adra  supo  que  en  él  no  habia  cuarenta  perso- 
nas, y  por  alguna  falta  de  vituallas  le  mandó  tornar. 
Recogió  y  envió  á  Granada  gran  cantidad  de  captivos 
cristianos ,  á  quien  habia  dado  libertad  en  todos  los 
pueblos  que  ganó  y  se  le  rindieron  :  recibió  los  lugares 
que  sin  condición  se  le  entregaron.  Estaba  Diego  de  la 
Gasea  sospechoso  en  Adra  que  los  vecinos  de  Turón, 
lugar  délos  rendidos  en  el  Cehel,  acogían  morosenemi- 
gos ,  y  queriendo  él  por  sí  saber  la  verdad  para  dar  avi- 
so al  Marqués,  fué  con  su  gente ;  mas  no  hallando  mo- 
ros, entró  de  vuelta  á  buscar  cierta  casa ,  de  donde  sa- 
lió uno  dellos,  que  le  dio  cierta  carta  de  aviso  fingida , 
y  al  abrirla  le  metió  un  puñal  por  el  vientre  ;  hirió  tam- 
bién dos  soldados  antes  que  le  matasen.  Murió  Gasea 
de  las  heridas ,  y  mandó  en  su  testamento  que  las  ga- 
nancias que  habia  hecho  en  la  guerra  se  repartiesen 
entre  soldados  pobres,  huérfanos,  viudas,  mujeres  é 
hijas  de  soldados ;  era  sobrino  hijo  de  hermano  de 
Gasea,  obispo  de  Sigüenza,  que  venció  en  una  batalla 
á  los  Pizarros  y  pacificó  el  reino  del  Perú.     • 

En  el  mismo  tiempo  don  Luis  Fajardo ,  marqués  de 
Vélez,  gran  señor  en  el  reino  de  Murcia,  solicitado, 
como  dijimos ,  por  cartas  del  presidente  de  Granada, 
habia  salido  con  sus  amigos,  deudos  y  allegados  á  en- 
trar en  el  rio  de  Almería :  era  la  gente  que  llevaba 
número  de  dos  mil  infantes  y  trescientos  caballos ,  la 
mayor  parte  escogidos.  La  primera  jornada  fué  com- 
batir una  gruesa  banda  de  moros  que  atravesaban  des- 
mandados en  Illar;  de  allí  fué  sobre  Fílix;  tomóla  y 
saqueóla,  enriqueciendo  la  gente ;  peleóse  con  harto 
riesgo  y  porfía;  murieron  de  los  enemigos  muchos,  pe- 
ro mas  mujeres  que  hombres ,  entre  ellos  su  capitán, 
llamado  Futei,  natural  del  Cénete.  Hecho  esto,  por  fal- 
ta de  vituallas  se  recogió  á  los  lugares  del  río  de  Alme- 

6 


82 


DON  DIEGO  DE  MENDOZA. 


ría ,  donde  para  mantenerla  gente  y  su  persona  vino  á 
Cosar  de  Canjáyar,  barranco  de  la  Hambre  le  llaman  por 
otro  nombre  en  su  lengua,  porque  en  él  se  recogieron 
los  moros  cuando  el  rey  católico  don  Fernando  hizo  la 
empresa  de  Andarax  en  el  primer  levantamiento,  donde 
pasaron  tanta  hambre,  que  cuasi  todos  murieron. 

La  toma  de  Poqueira,  Jubiles  y  Paterna  puso  temor 
&  los  enemigos,  porque  tenian  reputación  de  fuertes, 
y  indignación  por  la  pérdida  que  en  ellos  hicieron  de 
todas  sus  fortunas  :  comenzaron  á  recogerse  en  luga- 
res ásperos ,  ocupar  las  cumbres  y  riscos  de  las  monta- 
ñas, fortificando  á  su  parecer  lo  que  bastaba,  pero  no 
como  gente  plática;  antes  ponian  todas  sus  esperanzas 
y  seguridad  en  esparcirse,  y  dejando  la  frente  al  enemi- 
go, pasar  á  las  espaldas ,  más  con  apariencia  de  desca- 
bullirse que  de  acometer.  Pareció  al  Marqués  con  estos 
sucesos  quedar  llana  toda  la  Alpujarra;  y  dando  la  vuel- 
ta por  Andarax  y  Cádiar,  tornó  á  órgiba,  por  estar  mas 
en  comarca  de  la  mar,  rio  de  Almena,  Granada  y  la 
misma  Alpujarra.  Entre  tanto,  aunque  la  rebelión  pare- 
cía estar  en  la  Alpujarra  en  términos  de  sosegada,  echó 
raices  por  diversas  partes :  á  la  parte  de  poniente ,  por 
Jas  Guájaras ,  tres  lugares  pequeños  juntos  que  parten 
la  tierra  de  Almuñécar  de  la  de  Val  de  Leclin ,  puestos 
en  el  valle  que  desciende  al  puerto  de  la  Herradura, 
desdichado  por  la  pérdida  de  veinte  y  tres  galeras  ane- 
gadas con  su  capitán  general  don  Juan  de  Mendoza,  hom- 
bre de  no  menos  industria  y  ánimo  que  su  padre  don 
Bernardino  y  otros  de  sus  pasados ,  que  en  diversos 
tiempos  valieron  en  aquel  ejercicio.  El  señor  de  uno 
de  aquellos  lugares,  ó  con  ánimo  de  tenellos  pacíficos, 
ó  de  roballos  y  captivar  la  gente,  juntando  consigo  has- 
ta doscientos  soldados  desmandados  de  la  costa,  forzó 
á  los  vecinos  que  le  alojasen  y  contribuyesen  extraor- 
dinariamente. Vista  por  ellos  la  violencia,  dilatándolo 
hasta  la  noche,  le  acometieron  de  improviso,  y  necesi- 
taron á  retraerse  en  la  iglesia,  donde  quemaron  á  él  y 
álos  que  entraron  en  su  compañía.  No  dio  tiempo  á  los 
malhechores  la  presteza  del  caso  para  pensar  en  otro 
partido  mas  llano  que  juntarse,  llegandoási,dela  gente 
de  los  lugares  vecinos,  tres  mil  personas  de  todas  edades, 
en  que  habia  mil  y  quinientos  hombres  (1)  de  prove- 
cho, armados  de  arcabuces,  ballestas,  lanzas  y  gorgu- 
ees, y  parte  hondas,  como  la  ira  y  la  posibiüdad  les  da- 
ba; y  sin  tomar  capitán ,  de  común  parecer  ocuparon 
dos  peñones,  uno  alto,  de  subida  áspera  y  difícil,  otro 
menor  y  mas  llano.  Aquí  pusieron  su  guardia  y  se  re- 
pararon sin  traveses,  parte  con  piedra  seca,  parte  con 
mantasyjalmas  como  rumbadas,  á  falta  de  rama  y  tier- 
ra. Estos  dos  sitios  escogieron  para  su  seguridad,  jun- 
tando después  consigo  algunos  salteadores ,  Girón , 
Marcos  el  Zamar,  capitanes,  y  otros  hombres  á  quien 
convidaba  la  fortaleza  del  sitio,  el  aparejo  de  la  comar- 
ca y  la  ocasión  de  las  presas.  Fué  el  Marqués  avisado, 
que  andaba  visitando  algunos  lugares  de  la  tierra  como 
seguro  de  tal  novedad ;  y  visto  que  el  fuego  se  comen- 
zaba por  parte  peligrosa  de  lugares  importantes,  guar- 
dados á  la  costa  con  poca  gente ,  recelando  que  saltase 
á  la  sierra  de  Bentomiz  ó  á  la  Hoya  y  Jarquía  de  Mála- 
ga, deliberó  partir  con  cuasi  dos  mil  infantes  y  doscien- 
tos caballos,  avisando  al  Conde  que  de  Granada  le  re- 
forzase con  mas  gente  de  pié  y  de  caballo.  Eran  los  mas 
(1)  El  MS.  dice  mil  y  ochocientos. 


aventureros  ó  concejiles  :  tomó  el  camino  de  las  Guá- 
jaras, dejando  á  sus  espaldas  lugares  como  Ohánez  y 
Valor  el  alto,  sospechosos  y  sobresaltados,  aunque  solos 
de  gente,  según  los  avisos.  Algunos  le  juzgaban  dicien- 
do que  pudiera  enviar  otra  persona  ó  á  su  hijo  el  Con- 
de en  su  lugar;  pero  él  escogió  para  sí  la  empresa  con 
este  peligro,  ó  porque  el  Rey,  vista  la  importancia  del 
caso,  no  le  proveyese  de  compañero ,  ó  por  entretener 
la  gente  en  la  ganancia  :  tanto  puede  la  ambición  en 
los  hombres,  puesto  que  sea  loable,  que  aun  de  los  hi- 
jos se  recatan.  Sacar  al  Conde  de  Granada,  que  le  ase- 
guraba la  ciudad  á  las  espaldas  y  le  proveía  de  gente  y 
de  vitualla,  parecía  consejo  peligroso,  y  partir  la  em- 
presa con  otro ,  despojarse  de  las  cabezas,  que  si  mu- 
chas en  número  y  calidad  de  personas,  en  experiencia 
eran  pocas.  Estas  dudas  saneó  con  la  presteza,  porque 
antes  que  los  enemigos  pensasen  que  partía,  les  puso 
las  armas  delante.  Halláronse  en  toda  la  jornada  mu- 
chas personas  principales,  asi  del  reino  de  Granada  co- 
mo de  la  Andalucía ,  que  en  las  ocasiones  serán  nom- 
brados. Partió  el  Marqués  de  Andarax ,  y  sin  perder 
tiempo  vino  de  Cádiar  á  Órgiba ,  y  tomando  vitualla  á 
Vélez  de  Benabdalá,  pasó  el  rio  de  Motril,  la  infantería 
á  las  ancas  de  los  caballos,  y  llegó  á  las  Guájaras,  que 
están  en  medio.  Vino  don  Alonso  Portocarrero  con  mil 
soldados,  ya  sano  de  sus  heridas,  y  otras  dos  banderas 
de  infantería,  ciento  y  cincuenta  caballos;  gente  hecha 
en  Granada,  que  enviaba  el  conde  de  Tendilla;  el  conde 
de  Santistéban  con  muchos  deudos  y  amigos  de  su  ca- 
sa y  vasallos  suyos.  Mas  los  enemigos,  como  de  impro- 
viso descubrieron  el  campo ,  comenzaron  á  tomar  el 
camino  de  los  peñones ,  y  víanse  subir  por  la  montaña 
con  mujeres  y  hijos.  Viendo  el  Marqués  que  se  reco- 
gían á  sus  fuertes,  envió  una  compañía  de  arcabuceros 
á reconocerlos  y  dañarlos  si  pudiesen;  pero  dende  á 
poco  le  trajo  un  soldado  mandado  del  capitán,  que 
por  ser  los  enemigos  muchos  y  su  gente  poca,  ni  se  atre- 
vía á  seguillos  porque  no  le  cargasen,  ni  á retirarse  por- 
que no  le  rompiesen  :  pedia  para  lo  uno  y  lo  otro  mil 
hombres.  Envióle  alguna  arcabucería,  y  él  con  la  gente 
que  pudo  llegar  ordenada  le  siguió  hasta  las  Guájaras 
altas  por  hacerle  espaldas,  donde  alojó  aquella  noche 
con  mal  aparejo ;  pero  los  unos  y  los  otros  sin  temor; 
los  nuestros  por  la  confianza  de  la  victoria,  los  enemi- 
gos de  la  defensa. 

Entre  los  que  allí  vinieron  á  servir  fué  uno  don  Juan 
de  Viliarroel,  hijo  de  don  García  de  Villarroel,  adelan- 
tado que  fué  de  Cazorla,  y  sobrino  (según  fama)  de  fray 
Francisco  Jiménez ,  cardenal  y  arzobispo  de  Toledo , 
gobernador  de  España  entre  la  muerte  del  rey  católico 
don  Fernando  y  el  reinado  del  emperador  don  Carlos. 
Era  á  la  sazón  capitán  de  Almería  y  servia  de  comisario 
general  en  el  campo ;  hombre  de  años,  probado  en  em- 
presas contra  moros,  pero  de  consejos  sutiles  y  peligro- 
sos, que  habia  ganado  gracia  con  hallar  culpas  en  capi- 
tanes generales^  siendo  á  veces  escuchado,  y  al  fin  re- 
munerado. Este,  por  abrirse  camino  para  algún  nombre 
en  aquella  ocasión,  gastó  la  noche  sin  sueño  en  persuadir 
al  Marqués  que  le  mandase  con  cincuenta  soldados  á 
reconocer  el  fuerte  de  los  enemigos ,  diciendo  que  del 
alojamiento  no  se  descubría  el  paso  del  peñón  alto. 
Concurrió  el  Marqués,  mostrando  hacerlo  mas  por  per- 
misión y  licencia  que  mandamiento,  pero  amonestan- 


GUERRA  DE  GRANADA, 


83 


dolé  que  no  pasase  del  cerro  pequeño ,  que  estaba  en- 
tre su  alojamiento  y  la  cuesta,  y  que  no  llevase  consigo 
mas  de  cincuenta  arcabuceros ;  blandura  que  suele  po- 
ner á  veces  á  los  que  gobiernan  en  grandes  y  presen- 
tes peligros.  Mas  don  Juan,  pasando  el  cerro,  comenzó 
á  subir  la  cuesta  sin  parar ,  aunque  fué  llamado  del 
Marqués,  y  á  seguillo  mucba  gente  principal  y  otros 
desmandados,  ó  por  acreditar  sus  personas  ó  por  codi- 
cia del  robo.  Pasaban  ya  los  que  subian  de  ocliocienlos, 
sin  poderlo  el  Marqués  estorbar ;  porque  don  Juan , 
viéndose  acrecentado  con  número  de  gente,  y  conci- 
biendo en  sí  mayores  esperanzas,  teniéndose  por  señor 
de  la  jornada,  sin  guardar  la  orden  que  se  le  dio  ni  la 
que  se  debe  en  hechos  semejantes  ,  desmandada  la 
gente  no  con  mas  concierto  que  el  quedaba  su  voluntad 
á  cada  uno ,  comenzó  la  subida  con  el  ímpetu  y  priesa 
que  suele  quien  va  ignorante  de  lo  que  puede  aconte- 
cer,  mas  dende  á  poco  con  flojedad  y  cansancio.  Vista 
por  los  enemigos  la  desorden,  hicieron  muestra  de  en- 
cubrirse con  el  peñón  bajo,  dando  apariencia  de  esca- 
par :  pensaron  los  nuestros  que  huian,  y  apresuraron  el 
paso ;  creció  el  cansancio,  oíanse  tiros  perdidos  de  ar- 
cabucería, voces  de  hombres  desordenados;  víanse  ar- 
remeter, parar,  cruzar,  mandar;  movimientos  según  el 
aliento  ó  apetito  de  cada  uno :  en  ochocientas  personas 
mostrarse  mas  capitanes  que  hombres,  antes  cada  cual 
lo  era  de  sí  mismo;  el  hábito  del  capitán  un  capote, 
una  montera,  una  caña  en  la  mano.  No  se  estaba  á 
media  cuesta  cuando  la  gente  comenzó  á  pedir  muni- 
ción de  mano  en  mano  :  oyeron  los  enemigos  la  voz , 
peligrosa  en  semejantes  ocasiones ;  y  viendo  la  des- 
orden ,  saltaron  fuera  con  el  Zamar  hasta  cuarenta 
hombres,  esos  con  pocas  armas  y  menos  muestra  de 
acometer;  pero  convidados  del  aparejo,  y  ayudados  de 
piedras  que  los  del  peñón  echaban  por  la  cuesta ,  y  de 
alguna  gente  mas,  dieron  á  los  nuestros  una  carga  har- 
to retenida,  aunque  bastante  para  que  todos  volviesen 
las  espaldas  con  mas  priesa  que  hablan  subido^  sin  que 
hombre  hiciese  muestra  de  resistir  ni  la  gente  parti- 
cular fuese  parte  para  ello;  antes  los  seguían  mostrando 
querelles  detener  :  fueron  los  moros  creciendo,  ejecu- 
tando y  matando  hasta  cerca  del  arroyo.  Murió  don 
Juan  de  Villarroel  desalentado,  con  la  espada  en  la  cin- 
ta ,  cuchilladas  en  la  cabeza  y  las  manos ,  según  se  re- 
paraba; don  Luis  Ponce  de  León,  nieto  de  don  Luis 
Ponce,  que  herido  de  muerte  y  caído,  le  despeñó  un  su 
criado  por  sal  valle,  y  Juan  Ronquillo,  veedor  de  las  com- 
pañías de  Granada ,  y  un  hijo  solo  del  maestre  dg  cam- 
po Hernando  de  Oruña ,  viéndole  su  padre  y  todos  pe- 
leando. Fueron  los  muertos  muchos  mas  que  los  que 
los  seguían,  y  algunos  ahogados  con  el  cansancio ;  los 
demás  se  salvaron,  y  entre  ellos  don  Jerónimo  de  Padilla, 
hijo  de  Gutierre  López  de  Padilla,  que  herido  y  pelean- 
do hasta  que  cayó,  le  sacó  arrastrando  por  los  pies  un 
esclavo  á  quien  él  dio  libertad.  El  Marqués,  vista  la 
desorden,  y  que  los  enemigos  crecían  y  venían  mejora- 
dos, y  prolongándose  por  la  loma  de  la  montaña  á  to- 
marle las  espaldas,  encaminados  á  un  cerro  que  le  es- 
taba encima,  envió  á  don  Alonso  de  Cárdenas  con  po- 
cos arcabuceros  que  pudo  recoger;  hombre  suelto  y  de 
campo,  el  cual  previno  y  aseguró  el  alto.  Estaba  el 
Marqués  apeado  con  la  caballería,  las  lanzas  tendidas, 
guarnecido  de  alguna  arcabucería ,  esperando  los  ene- 


migos y  recogiendo  la  gente  que  venia  rota  :  pudo  es- 
ta demostración  y  su  autoridad  refrenar  la  furia  de  los 
unos,  detener  y  asegurar  los  otros,  aunque  con  peligro 
y  trabajo.  Otro  día  al  amanecer  llegó  la  retaguardia  : 
serian  por  todos  cinco  mil  y  quinientos  infantes  y  cua- 
trocientos caballos;  compañía  bastante  para  mayor  em- 
presa, si  se  hubiera  de  tener  cuenta  con  solo  el  núme- 
ro. Ordenó  solo  un  escuadrón,  por  el  temor  de  la  gente 
que  el  día  de  antes habia  recebido  desgracia,  guarnecido 
á  los  costados  con  mangas  prolongadas  de  arcabuce- 
ría. Era  el  peñón  por  dos  partes  sin  camino,  mas  por  la 
que  se  continuaba  con  la  montaña  había  salida  menos 
áspera  :  aquí  mandó  estar  caballería  y  arcabucería 
apartada ,  pero  cubierta  ,  porque  vistos  no  estorbasen 
la  huida.  Son  los  moros  cuando  se  ven  encerrados  im- 
petuosos y  animosos  para  abrirse  paso;  mas  abierto, 
procuran  salvarse  sin  tornar  el  pecho  al  enemigo;  ypor 
esto,  si  á  alguna  nación  se  ha  de  abrir  lugar  por  donde 
se  vayan,  es  á  ellos.  Acometiólos  con  esta  orden,  y  du- 
ró el  combatir  con  pertinacia  hasta  la  escuridad  de  la 
noche  ;  los  unos  animados  ,  los  otros  indignados  del 
suceso  pasado :  mandó  tocar  á  recoger,  y  alojó  pegado 
con  el  fuerte,  encomendando  la  guardia  á  los  que  lle- 
garon holgados.  Puso  la  noche  á  los  enemigos  delante 
de  los  ojos  el  peligro,  el  robo,  la  captividad,  la  muerte; 
trájolesel  miedo  confusión  y  discordia,  como  en  áni- 
mos apretados  que  tienen  tiempo  para  discurrir  :  unos 
querían  defenderse ,  otros  rendirse ,  otros  huir ;  al  íin, 
salió  la  mayor  parte  de  la  gente  forastera  y  monfíes  con 
los  capitanes  Girón  y  el  Zamar,  sacando  las  mujeres  y 
niños  que  pudieron,  y  quedó  todavía  número  de  gente 
de  los  naturales;  y  aunque  flacamente  reparada,  si 
tuvieran  esfuerzo  y  cabezas ,  con  el  favor  de  lo  pasado 
y  el  aparejo  del  sitio,  solas  mujeres  bastaban  á  defen- 
derse. Hicieron  al  principio  resistencia ,  ó  que  el  des- 
deño de  verse  desamparados  ó  la  ira  los  encendiese; 
pero  apretados,  enflaquecieron ,  y  dando  lugar,  fueron 
entrados  por  fuerza  :  no  se  perdonó  con  orden  delMar- 
qués  á  persona  ni  á  edad;  el  robo  fué  grande,  y  mayor 
la  muerte,  especialmente  de  mujeres :  no  faltó  ambi- 
ción que  se  ofreciese  á  solicitalla  como  cargo  de  ma- 
yor importancia.  Escapó  Girón;  fué  preso  y  herido  de 
un  arcabucero  por  el  muslo  el  Zamar  por  salvar  una 
hija  suya  doncella,  que  no  podía  con  el  trabajo  del  ca- 
mino; y  llevado  á  Granada,  le  mandó  atenazar  el  conde 
de  Tendilla,  que  hizo  calilicada  la  victoria. 

Tomado  el  fuerte  de  las  Guájaras ,  envió  el  Marqués 
el  campo  con  el  conde  de  Santístéban,  que  le  esperase 
en  Vélez  de  Benabdalá ;  y  fué  á  visitar  á  Almuñécar, 
Salobreña,  Motril,  lugares  á  la  marina ;  guardados  con- 
tra los  cosarios  de  Berbería,  y  quedó  por  entonces  ase- 
gurada aquella  tierra  hasta  Ronda.  Puso  en  el  oficio  de 
don  Juan  de  Villarroel  á  don  Francisco  de  Mendoza,  su 
hijo;  nombró  veedores  y  otros  oficíales  de  hacienda, 
sin  que  el  gobierno  del  campo  no  podía  pasar,  Pero  no 
dejaron  perder  sus  émulos  aquella  ocasión  de  calum- 
niarle,  diciendo  ser  él  mismo  quien  proveía,  libraba, 
pagaba,  repartía  las  contribuciones,  presasy  depósitos, 
pues  sus  hijos  y  criados  lo  hacían;  cosa  que  los  capita- 
nes generales  suelen  y  deben  huir.  Pero  la  necesidad 
y  la  salida  del  negocio  mostró  haber  sido  mas  prove- 
choso consejo  para  la  hacienda  del  Rey,  en  lo  poco  que 
se  gastó  con  mucha  gente  y  en  mucho  tiempo.  Llegado 


84 


DON  DIEGO  DE  MENDOZA. 


á  Vélez,  tornó  á  Órgiba;  díóse  á  recebir  gentes  y  pueblos 
que  se  venian  á  rendir;  entregaban  las  armas  los  que 
habitaban  por  toda  la  Alpujarra  y  rio  de  Almería ,  y  los 
que  en  las  montañas  andaban  alzados  rendíanse  á  mer- 
ced del  Rey  sin  condición ;  traian  mujeres,  hijos  y  ha- 
ciendas ;  comenzaban  á  poblar  sus  casas ;  ofrecíanse  á 
ir  con  ellas  á  morar  como  y  donde  los  enviasen;  y  si  en 
la  tierra  los  quisiesen  dejar,  mantener  guardia  para  de- 
fensión y  seguridad  della,  solamente  que  se  les  diesen 
las  vidas  y  libertad ;  pero  aun  estas  dos  condiciones  no 
les  admitió.  No  por  eso  dejaban  de  venirse:  dábales  sal- 
vaguardia con  que  vivían  pacíficos,  aunque  no  del  todo 
asegurados;  y  hallando  el  campo  lleno  de  esclavos  y 
cristianos  que  comían  la  vitualla,  depositó  quinientas 
moriscas  en  poder  de  sus  padres,  hermanos  y  maridos, 
y  sobre  sus  palabras  las  recibieron  en  Ujíjar ,  y  dende 
á  poco  envió  con  alguaciles  por  ellas  para  volvellas  á 
sus  dueños,  que  sin  faltar  persona  las  tornaron ;  cosa 
no  vista  en  otro  tiempo,  ó  fuese  el  miedo  y  la  obedien- 
cia ,  ó  fuese  que  restituían  las  mujeres  de  que  hallan 
abundancia  en  toda  parte,  y  por  esto  son  estimadas  co- 
mo alliaja,  y  los  hijos  donde  se  los  criasen,  descargán- 
dose de  bocas  inútiles  y  embarazo  cojijoso;  y  aquí  hizo 
particulares  justicias  de  muchos  culpados. 

Discurrian  los  soldados  de  veinte  en  veinte  sin  daño; 
dábanse  á  descubrir  personas  y  ropa  escondida  por  la 
montaña ;  combatían  cuevas  donde  habia  moriscos  al- 
zados :  todo  era  esclavos ,  despojos,  riquezas.  No  eran 
por  entonces  tantas  las  desórdenes,  que  los  moriscos  no 
las  pudiesen  sufrir,  ni  tantos  los  autores,  que  no  pudie- 
sen ser  castigados;  pero  fuéronse  los  unos  con  la  ga- 
nancia ,  vinieron  otros  nuevos  codiciosos  que  mudaban 
el  estado  de  paz  en  desasosiego,  y  de  obediencia  en  des- 
confianza. Vióse  un  tiempo  en  el  cual  los  enemigos  (ó 
estuviesen  rendidos  ó  sobresanados)  pudieran  con  fa- 
cilidad y  poca  costa  ser  oprimidos,  y  venirse  al  término 
que  después  se  vino  de  castigo ,  de  opresión  ó  de  des- 
tierro; ó  sacándolos  á  morar  en  Castilla ,  poblar  la  tier- 
ra de  nuevos  habitadores,  sin  pérdida  de  tanto  tiempo, 
gente  y  dineros,  sin  hambre,  sin  enfermedad,  sin  violen- 
cia de  vasallos.  No  son  los  hombres  jueces  de  los  pen- 
samientos y  motivos  de  los  reyes ;  pero  mucho  puede  en 
el  ánimo  de  un  príncipe  ofendido  por  caso  de  rebelión 
ó  desacato ,  la  relación,  aunque  interesada  ó  apasiona- 
da, que  le  inclina  á  rigor  y  venganza;  porque  cualquier 
tiempo  que  se  dilata ,  aunque  sea  para  mayor  oportu- 
nidad ,  le  parece  estorbo. 

En  esto  la  gente  de  Granada ,  libre  del  miedo  y  de  la 
necesidad ,  tornó  á  la  pasión  acostumbrada :  enviaban 
al  Rey  personas  de  su  ayuntamiento ;  pedían  nuevo  ge- 
neral ;  nombraban  al  marqués  de  Vélez,  engrandecien- 
do su  valor,  consejo,  paciencia  de  trabajos,  reputación: 
partes  que,  aunque  concurriesen  en  él,  la  mudanza  de 
voluntades  y  los  mismos  oficios  hechos  en  su  perjuicio 
deude  á  pocos  dias  que  entonces  en  su  favor,  mostraban 
no  haberse  movido  los  autores  con  fin  de  loallas  por- 
que fuesen  tales.  Calumniaban  al  de  Mondéjar  que  per- 
mitía mucho  á  sus  oficiales;  que  no  se  guardaban  las 
vituallas;  que  los  ganados,  pudiendo  seguir  el  campo,  se 
llevaban  á  Granada ;  que  no  se  ponía  cobro  en  los  quin- 
tos y  hacienda  del  Rey;  que  teniendo  presidente  cabeza 
en  los  negocios  de  justicia,  tantas  personas  graves  y  de 
consejo  en  la  chancillería ,  un  ayuntamiento  de  ciudad, 


un  corregidor  solícito,  tantos  hombres  prudentes;  no 
solamente  no  les  comunicaba  las  ocasiones  en  general, 
pero  de  los  sucesos  no  les  daba  parte  por  escrito  ni  de 
palabra ;  antes  indignado  por  competencias  de  jurisdi- 
cíones,  preeminencias  de  asientos  ó  maneras  de  mandar, 
sabían  de  otros  antes  la  causa  porque  se  les  mandaba, 
que  recibiesen  el  mandamiento.  Loaban  la  diligencia 
del  Presidente  en  descubrir  los  tratados,  los  consejos, 
los  pensamientos  de  los  enemigos;  entretener  la  gente 
de  la  ciudad,  exhortar  á  los  señores  del  reino  que  toma- 
sen las  armas,  en  particular  al  marquésde  Vélez,  y  otras 
demostraciones  que,  atribuidas  al  servicio  del  Rey,  eran 
juzgadas  por  honestas,  y  á  su  particular  por  tolerables: 
empresas  de  reputación  y  autoridad,  no  desdeñando  ni 
ofendiéndola ;  y  que,  en  fin,  como  quiera,  eran  de  suyo 
provechosas  al  beneficio  público  ;  que  la  guerra  no  es- 
taba acabada ,  pues  los  enemigos  aun  quedaban  en  pié; 
que  las  armas  entregadas  eran  inútiles  y  viejas ;  mos- 
trábanse indignados  y  rebeldes,  resolutos  á  no  mandar- 
se por  el  Marqués.  Los  alcaldes  (  oficio  usado  á  seguir 
el  rigor  de  la  justicia,  y  aun  el  de  la  venganza,  porque 
cualquiera  dilación  ó  estorbo  tienen  por  desacato)  cul- 
paban la  tibieza  en  el  castigar,  recebir  á  merced  y  am- 
parar gente  traidora  á  Dios  y  al  Rey ;  las  armas  en 
mano  de  padre  y  hijo ,  oprimida  la  justicia  y  el  gobier- 
no ,  llena  Granada  de  moros,  mal  defendida  de  cristia- 
nos ,  muchos  soldados  y  pocos  hombres,  peligros  de 
enemigos  y  defensores,  deshaciendo  por  un  cabo  la 
guerra  y  criándola  por  otro.  Porel  contrario,  los  amigos 
y  allegados  del  Marqués  y  su  casa  decian  que  la  guerra 
era  libre,  y  los  oficiales  y  soldados  concejiles,  y  esos 
sin  sueldo ,  movidos  de  su  casa  por  la  ganancia ;  los  ga- 
nados habidos  de  los  enemigos ;  que  por  todo  se  halla- 
ría que  la  carne  y  el  trigo  y  cebada  se  aprovechaba  de 
dia  en  día;  que  mal  se  podían  fundar  presidios  para 
guarda  de  vitualla  con  tan  poca  gente ,  ni  asegurar  las 
espaldas  sino  andando  tan  pegados  con  los  enemigos, 
que  les  mostrasen  cada  hora  las  cuerdas  de  los  arca- 
buces y  los  hierros  de  las  picas ;  que  los  quintos  te- 
nían oficiales  del  Rey  en  quien  se  depositaban  y  pasa- 
ban por  almonedas;  que  los  oficios  eran  tan  apartados, 
y  los  consejos  de  la  guerra  requerían  tanto  secreto,  que 
fuera  della  no   se  acostumbraba  comunicarlos  con 
personas  de  otra  profesión,  aunque  mas  autoridad  tu- 
viesen ;  porque  como  plática  extraña  de  sus  oficios ,  no 
sabían  en  qué  lugar  se  debía  poner  el  secreto;  que  tras 
el  publicar  venía  el  yerro ,  y  tras  el  yerro  el  castigo ;  y 
que  como  el  Presidente  y  oidores  ó  alcaldes  no  le  co- 
municaban los  secretos  de  su  acuerdo ,  así  él  no  comu- 
nicaba con  ellos  los  de  la  guerra ,  ni  se  vían,  ni  habia 
causas  porque  hubiese  esta  desigualdad ,  ó  fuese  auto- 
ridad ó  superioridad.  De  lo  que  tocaba  al  corregidor  y 
la  ciudad  burlaban,  como  cosa  de  concejo  y  mezcla  de 
hombres  desigual.  Que  los  que  eran  para  entender  la 
guerra,  andaban  en  ella ,  y  servían  ellos  ó  sus  hijos  al 
Rey  y  obedecían  al  Marqués  sin  pasión  (1);  que  los  cum- 
plimientos eran  parte  de  buena  crianza,  y  cada  uno,  si 
quería  ser  malquisto,  podía  ser  mal  criado.  Que  trayen- 
do tan  á  la  continua  la  lanza  en  la  mano,  mal  podía  des- 
embarazalla  para  la  pluma.  Que  la  guerra  era  acabada 
según  las  muestras,  y  el  castigo  se  guardaría  para  la  vo- 
luntad del  Rey,  y  entonces  temían  su  lugar  la  mano  y  la 
(1) ;  El  MS.;  y  á  los  que  no  andal/cm  faltaba  capacidad. 


GUERRA  DE 

indignación  de  I.is  justicias;  y  si  decían  que  sobresa- 
nada, porque  estaban  los  enemigos  en  pié  y  armados, 
lo  sobresanado  ó  acabado ,  lo  armado  y  desarmado  es 
todo  uno,  cuando  los  enemigos  ó  se  rinden  ó  están  de 
manera  que  pueden  ser  oprimidos  sin  resistencia,  como 
lo  estaban  á  la  sazón  los  del  reino  y  la  ciudad  de  Gra- 
nada. Que  de  aquello  servia  la  gente  en  el  Albaicin  y  la 
Vega,  la  cual,  como  entretenida  con  alojamientos  y 
sin  pagas,  no  podia  sino  dar  pesadumbre  y  desorde- 
narse; ni  como  poco  plática,  saber  la  guerra  tan  de 
molde  que  no  se  les  pareciese  que  eran  nuevos.  Pero  la 
carga  de  lo  uno  y  de  lo  otro  estaba  sobre  los  enemi- 
gos ,  á  quien  ellos  decian  que  se  habia  de  dar  riguroso 
castigo,  lo  cual ,  aunque  se  diferia,  no  se  olvidaba ;  que 
espantallos  sin  tiempo  era  perder  el  fin  y  las  comodi- 
dades que  se  podian  sacar  dellos;  que  las  personas, 
cuando  eran  tales ,  siempre  serian  provechosas ,  espe- 
cialmente las  que  sirviesen  á  su  costa ,  como  la  del 
marqués  de  Vélez  ,  probada  para  cualquier  gran  cargo 
que  estuviese  sin  dueño. 

Mas  el  Marqués ,  hombre  de  estrecha  y  rigurosa  dis- 
ciplina, criado  al  favor  de  su  abuelo  y  padre  en  gran 
oficio, sin  igual  ni  contradictor,  impaciente  de  tomar 
compañía,  comunicaba  sus  consejos  consigo  mismo,  y 
algunos  con  las  personas  que  tenia  cabe  sí,  pláticas  en 
la  guerra,  que  eran  pocas;  de  las  apariencias,  aunque 
eran  comunes  á  todos,  á  ninguno  daba  parte;  antes 
ocasión  á  algunos ,  especialmente  á  mozos  y  vanos ,  de 
mostrarse  quejosos.  Tomó  la  empresa  sin  dineros,  sin 
munición,  sin  vitualla,  con  poca  gente,  y  esa  conce- 
jil, mal  pagada,  y  por  esto-no  bien  disciplinada,  man- 
tenida del  robo ,  y  á  trueco  de  alcanzar  ó  conservar 
este,  mucha  libertad,  poca  vergüenza  y  menos  honra; 
excepto  los  particulares  que  á  su  costa  venían  de  toda 
España  á  servir  al  Rey,  y  eran  los  primeros  á  poner  las 
manos  en  los  enemigos.  Tuvo  siempre  por  principal  fin 
pegarse  con  ellos;  no  dejar  que  se  afirmasen  en  lugar 
ni  juntasen  cuerpo ;  acometellos,  apretallos,  seguillos; 
no  dalles  ocasión  á  que  le  siguiesen ,  ni  mostrarles  las 
espaldas  aunque  fuese  para  su  provecho ;  recebir  los 
que  dellos  viniesen  á  rendirse;  disminuillos  y  desárma- 
nos, y  á  la  fin  oprimillos;  para  que  poniéndoles  guar- 
niciones con  un  pequeño  ejército ,  pudiese  el  Rey  cas- 
tigar los  culpados ,  desterrarlos  sospechosos,  deshabi- 
tar el  reino ,  si  le  pluguiese  pasar  los  moradores  á  otra 
parte :  todo  con  seguridad  y  sin  costa ,  antes  á  la  de- 
llos mismos.  Hizo  muchas  veces  al  Rey  cierto  del  tér- 
mino en  que  las  cosas  se  hallaban;  y  aunque  guiando 
ejércitos  no  hubiese  venido  otras  veces  á  las  manos 
con  los  enemigos,  todavía  con  la  plática  que  tenia  de 
la  manera  del  guerrear  destos,  aprendida  de  padres 
y  abuelos  y  otros  de  su  linaje,  que  tuvieron  continuas 
guerras  con  los  moros ,  los  trajo  á  tal  estado  y  en  tan 
breve  tiempo  como  el  de  un  mes;  no  embargante  que 
muchas  veces  se  le  escribiese  que  procediese  con  ellos 
atentamente.  Puesta  la  guerra  en  estos  términos,  tú- 
vola por  acabada,  facilitando  lo  que  estaba  por  hacer; 
con  que  se  hizo  mas  odioso,  pareciendo  á  hombres  au- 
sentes cuerdos  y  de  experiencia  ,  que  habia  de  reto- 
ñecer con  mayor  fuerza ,  como  el  tiempo  diese  lugar  y 
las  esperanzas  de  Rerbería  se  calentasen ,  y  los  casti- 
gos y  reformaciones  comenzasen  á  ejecutarse ;  y  tuvie- 
ron por  largo  el  negocio ,  por  ser  de  montaña,  contra 


GRANADA.  85 

gente  suelta  y  plática  dolía ,  y  otras  causas  que  por 
nuestra  parte  se  les  habían  de  dar. 

En  este  mismo  tiempo  comenzó  á  descubrirse  la 
guerra  en  el  rio  de  Almería,  con  la  ida  del  marqués  de 
Mondéjar  á  las  Cuajaras  y  tierra  de  Almuñécar.Oliánez 
es  un  lugar  puesto  entre  dos  ríos  en  los  confines  de  la 
Alpujarra,  marquesado  de  Cénete  y  tierra  de  Almería: 
aquí  se  recogieron  moros  que  andaban  huidos  en  la 
montaña  (sobras  de  los  rencuentros  pasados),  convi- 
dados de  la  fortaleza  del  sitio ,  y  persuadidos  por  el 
Tahalí,  á  quien  tomaron  por  capitán.  Pusieron  mil  hom- 
bres á  la  guardia  del  lugar  donde  habian  encerrado  sus 
hijos ,  mujeres  y  haciendas ;  sin  otro  mayor  número 
que  defendían  la  tierra ,  todos  determinados  á  pelear. 

Estaba  el  marqués  de  Vélez  en  el  rio  de  Almería  en- 
tretenido con  parte  de  la  gente  del  reino  de  Murcia ,  y 
la  demás  era  vuelta ,  como  es  costumbre,  rica  de  la  ga- 
nancia; esperaba  orden  del  Rey  si  tornaría  á  la  tierra 
de  Cartagena ,  que  confina  con  el  reino  de  Granada  por 
el  rio  de  Mojácar,  que  los  antiguos  llamaban  Murgis; 
ampararía  la  tierra  del  Rey  y  la  suya  vecina  á  la  mar; 
defendería  que  los  moros  del  reino  de  Granada  no  pa- 
sasen por  aquella  parte  á  desasosegar  los  del  reino  de 
Valencia ,  recelado  y  cuasi  cierto  peligro  en  la  primera 
ocasión  de  pérdida  nuestra  importante;  y  convenia 
(ocupado  el  marqués  de  Mondéjar  en  las  Cuajaras)  ata- 
jar el  fuego  alas  espaldas.  No  habia  en  pié  otras  armas 
tan  cerca  como  estas ,  solicitadas  por  el  presidente  de 
Granada ,  mas  después  con  aprobación  del  Rey. 

Los  que  igualmente  juzgaban  lo  bueno  que  lo  ma- 
lo, atribuían  á  pasión  esta  diligencia,  por  excluir  ó 
dar  compañero  al  marqués  de  Mondéjar;  pero  las  per- 
sonas libres,  á  buena  provisión  y  en  conveniente  co- 
yuntura. Movióse  el  marqués  de  Vélez  con  tres  mil 
infantes  y  trescientos  caballos  contra  los  enemigos,  que 
le  esperaban  á  la  subida  de  la  montaña  en  un  paso  ás- 
pero y  dificultoso ;  combatiólos  y  rompiólos  no  sin  di- 
ficultad; donde  se  mostró  por  su  persona  buen  caba- 
llero. Mas  los  enemigos,  recogiéndose  á  Ohánez,  estu- 
vieron á  la  defensa.  Acometiólos  con  pocas  armas ,  y 
rompiólos  segunda  vez;  murieron  cuasi  doscientos 
hombres,  con  Tahalí,  su  capitán,  y  en  la  entrada  mu- 
chas mujeres;  de  los  nuestros  algunos:  salváronse  de 
los  moros,  por  las  espaldas  del  lugar,  la  mayor  parte  que 
estaba  á  la  defensa,  sin  ser  seguidos;  y  pudieran,  si  al- 
gún capitán  platico  los  gobernara ,  hacer  daño  á  los 
nuestros,  embebecidos  y  cargados  con  el  saco.  Fué 
grande  la  importancia  del  hecho  por  la  ocasión.  A  las 
gradas  de  la  iglesia  halló  el  Marqués  cortadas  veinte 
cabezas  de  doncellas ,  los  cabellos  tendidos ,  puestas 
por  orden,  que  los  de  aquella  tierra,  cuando  el  río  de 
Almería  se  rebeló ,  en  una  junta  que  tuvieron  en  Güé- 
cija  prometieron  sacrificar  juntamente  con  veinte  sa- 
cerdotes adoradores  de  los  ídolos  (que  tal  nombre  dan 
á  las  imágenes),  porque  Dios  y  su  profeta  los  ayudase. 
Poco  antes  que  el  Marqués  entrase  habian  degollado 
las  doncellas ;  los  sacerdotes  hicieron  mayor  defensa ; 
mas  con  quemar  veinte  frailes  ahogados  en  aceite  hir- 
viendo pagaron  el  voto  en  la  misma  Güécija  ;  cruel 
y  abominable  religión ,  aplacar  á  Dios  con  vida  y  san- 
gre inocente;  pero  usada  dende  los  tiempos  antiguos  en 
África,  traída  de  Tiro,  introducida  en  la  ciudad  de  Car- 
tago  por  Dido,  su  fundadora;  tan  guardada  hasta  núes- 


86  DON  DIEGO 

tros  tiempos  entre  los  moradores  de  aquella  región , 
que  es  fama  que  en  la  gran  empresa  que  el  empera- 
dor don  Carlos ,  vencedorde  muchasgentes ,  hizo  con- 
tra Barbaroja ,  tirano  de  Túnez,  sacriíicaron  los  moros 
del  cabo  de  Cartago  cinco  niños  cristianos  al  tiempo 
que  descubrieron  nuestra  armada ,  á  reverencia  de 
cinco  lugares  que  tienen  en  el  Alcorán,  donde  se  incli- 
nan porque  Dios  los  ampare  y  defienda  en  los  peligros. 
El  Marqués ,  habido  este  suceso  en  su  favor,  se  recogió 
con  la  gente  que  con  él  quiso  quedar  en  Terque,  lugar 
del  rio  de  Almería,  corriendo  por  la  tierra. 

Las  cosas  de  Granada  estaban  en  el  estado  que  tengo 
dicho.  El  Rey  habia  enviado  á  don  A  ntonio  de  Luna,  hijo 
de  don  Alvaro  de  Luna,  y  á  don  Juan  de  Mendoza ,  hom- 
bres de  gran  linaje,  pláticos  en  la  guerra,  que  hablan  te- 
nido cargos  y  dado  buena  cuenta  dellos ,  para  que  asis- 
tiesen con  el  conde  de  Tendilla  como  consejeros,  es- 
tando á  la  orden  que  él  les  diese  en  ausencia  del  Mar- 
qués su  padre;  avisando  al  Conde  de  la  provisión  con 
palabras  blandas  y  comedidas,  para  que  con  ellos  pu- 
diese descargar  parte  del  trabajo.  Puso  el  Conde  á  don 
Juan  dentro  en  la  ciudad  con  la  infantería,  cuyas  armas 
habia  profesado,  y  á  don  Antonio  á  la  guarda  de  la  Ve- 
ga con  doscientos  caballos  y  parte  también  de  la  infan- 
tería. 

Llegado  el  marqués  de  Mondéjar  á  órgiba  continuan- 
do su  propósito,  ocupóse  en  recibir  pueblos  y  gente, 
que  sin  condición  venían  á  rendirse  con  las  armas ,  y  en 
perseguir  las  sobras  del  campo  de  Aben  Humeya,  su  per- 
sona, parientes  y  allegados,  que  eran  muchos,  y  con 
61  andaban  huidos  por  las  montañas.  Estaba  aun  Valor 
el  alto  por  rendirse ,  pero  sosegado ;  adonde  tuvo  aviso 
que  Aben  Humeya  se  recogía  con  treinta  hombres  en  las 
casas  de  su  padre,y  en  Mecína  su  tío  Aben  Jaubar.  Envió 
dos  compañías  de  infantería,  que  no  los  hallando,  se 
tornaron  con  haber  saqueado  á  Valor  y  Mecína;  mas  á 
los  de  Mecína,  que  estaban  con  salvaguardia ,  mandó 
volver  la  ropa  y  captivos  dende  á  poco.  Fué  también 
avisado  que  en  el  mismo  lugar  se  escondía  Aben  Hume- 
ya con  ocho  personas ,  y  envió  dos  escuadras  con  sen- 
dos adalides  pláticos  de  la  tierra  con  orden  que  vivo  ó 
muerto  le  hubiesen  á  las  manos.  Llaman  adalides  en 
lengua  castellana  á  las  guias  y  cabezas  de  gente  del 
campo,  que  entran  á  correr  tierra  de  enemigos,  y  á  la 
gente  llamaban  almogávares:  antiguamente  fué  califi- 
do  el  cargo  de  adalides;  elegíanlos  sus  almogávares; 
saludábanlos  por  su  nombre,  levantándolos  en  alto  de 
pies  en  un  escudo ;  por  el  rastro  conocen  las  pisadas  de 
cualquiera  fiera  ó  persona ,  y  con  tanta  presteza,  que  no 
se  detienen  á  conjeturar,  resolviendo  por  señales,  á 
juicio  de  quien  las  mira  livianas,  mas  al  suyo  tan  cier- 
tas, que  cuando  han  encontrado  con  lo  que  buscan, 
parece  maravilla  ó  envahimíento.  No  hallaron  en  Va- 
lor el  alto  rastro  de  Aben  Humeya ,  pero  en  el  bajo 
oyeron  chasquido  de  jugar  á  la  ballesta,  músicas,  canto 
y  regocijo  de  tanta  gente,  que  no  la  osando  acometer, 
Fe  tornaron  á  dar  aviso.  Envió  dos  capitanes ,  Antonio 
de  Avila  y  Alvaro  Flores,  con  trescientos  arcabuce- 
ros escogidos  entre  la  gente  que  á  la  sazón  había  queda- 
do, que  era  poca ,  porque  con  la  ganancia  do  los  Cua- 
jaras, y  con  tener  por  acabada  la  guerra,  se  habían  ido 
á  sus  casas;  hombres  levantados  sin  pagas,  sin  el  son 
de  la  caja,  concejiles,  que  tienen  el  robo  por  sueldo, 


DE  MENDOZA. 

y  la  codicia  por  superior.  Fueron  con  estos  trescientos 
otros  mas  de  quinientos  aventureros  y  mochileros  á 
hurto,  sin  que  guarda  ó  diligencia  pudiese  estorballo. 
Llevaron  los  capitanes  orden  de  palabra  que  tomasen 
y  atajasen  los  caminos ,  cercasen  el  lugar,  y  sin  que  la 
gente  entrase  dentro,  llamasen  los  regidores  y  principa- 
les ;  requiriésenlos  que  entregasen  á  Aben  Humeya,  que 
se  llamaba  rey;  y  en  caso  que  se  excusasen,  con  per- 
sonas deputadas  por  ellos  mismos  y  por  los  capitanes 
le  buscasen  por  las  casas^,  y  nopareciendo,  trajesen  los 
regidores  presos  ante  el  Marqués ,  sin  hacer  otro  daño 
en  el  lugar.  Partieron  con  esta  resolución ,  y  antes  que 
llegasen  á  Valor ,  donde  se  descubre  la  punta  de  Castil 
de  Ferro  los  alcanzó  Ampuero,  capitán  de  campaña, 
y  les  dio  la  misma  orden  por  escrito,  añadiendo  que  si 
gente  de  salvaguardia  ó  de  Valor  el  alto  la  hallasen 
en  el  bajo,  la  dejasen  estar.  Mas  Antonio  de  Avila,  que 
ya  traía  consigo  la  mala  fortuna ,  dicen  que  respondió 
«que  si  en  algo  se  excediese  de  la  orden ,  todo  seria  dar 
la  culpa  á  los  soldados  » .  Llegando  á  Valor,  tomaron  los 
caminos,  cercaron  el  lugar,  salieron  los  principales  á 
ofrecer  favor ,  diligencia ,  vituallas ;  mas  los  que  vinie- 
ron al  cuartel  de  Antonio  de  Avila  fueron  muertos  sin 
ser  oidos.  Alteróse  el  lugar,  entraron  los  soldados  ma- 
tando y  saqueando ;  juntáronseles  los  de  Alvaro  Flores, 
que  para  esto  eran  todos  en  uno ;  murieron  algunos 
moriscos  que  no  pudieron  defenderse  ni  huir ;  fué  ro- 
bada la  tierra,  y  los  soldados  recogieron  el  robo  en  la 
iglesia,  diciendo  los  capitanes  que  su  orden  era  llevar 
los  moriscos  presos,  y  no  podían  de  otra  manera  cum- 
plir con  ella.  Mas  los  moriscos ,  visto  el  daño ,  hicieron 
ahumadas  á  los  suyos  que  andaban  por  la  montaña  y 
á  los  que  cerca  estaban  escondidos ;  los  nuestros  al  na- 
cer del  día,  partiendo  la  presa,  en  que  habia  ochocien- 
tos captivos  y  mucha  ropa,  las  bestias  y  ellos  carga- 
dos ,  tomaron  el  camino  de  Órgiba ,  los  embarazos  y 
presas  en  medio.  Partida  la  vanguardia,  mostróse  á  la 
retaguardia  Abenzaba,  capitán  de  Aben  Humeya  en 
aquel  partido,  con  trescientos  hombres  como  de  paz; 
requeríalos  con  la  salvaguardia ,  que  dejando  las  per- 
sonas captivas  llevasen  el  resto;  mas  viendo  cuan  poco 
les  aprovechaba ,  comenzaron  á  picallos  y  desordéna- 
nos ,  hasta  que  á  la  cubierta  de  un  viso  dieron  en  la  em- 
boscada de  doscientos  hombres,  y  volviéndose  alas  mu- 
jeres, les  dijeron:  «Damas,  nováis  con  tan  ruin  gente.» 
Juntamente  con  estas  palabras,  el  Partal,  hombre  cuer- 
doy  valiente,  uno  de  cinco  hermanos,  todos  deste  nom- 
bre, que  vivían  en  Naríla ,  acometió  la  retaguardia  por 
el  costado ;  mas  los  soldados  por  no  desamparar  la  pre- 
sa hicieron  poca  resistencia;  la  vanguardia  caminaba 
cuanto  podía,  sin  hacer  alto  ni  descargarse  de  la  presa, 
y  todos  iban  ya  ahilados;  los  delanteros  por  llegar  á 
órgiba ,  los  postreros  por  juntarse  con  los  delanteros ; 
en  fin,  del  todo  puestos  en  rota  sin  osar  defenderse  ni 
huir,  muertos  los  capitanes  y  oficiales,  rendidos  los 
soldados  y  degollados ,  con  la  presa  á  cuestas  ó  en  los 
brazos :  salváronse  entre  todos  como  cuarenta ;  los  de- 
más fueron  muertos,  sinrecebír  á  prisión,  ni  perder  los 
enemigos  hombre,  de  quinientos  que  se  juntaron.  Co- 
mo sucedió  el  caso ,  enviaron  á  excusarse  con  el  Mar- 
qués, cargando  la  culpa  á  los  capitanes  y  ofreciendo 
estar  á  justicia.  Mas  él,  entendida  la  desgracia,  puso  en 
órgiba  mayor  guardia,  repartió  los  cuarteles  á  la  caba- 


GUERRA  DE 
Hería,  como  quien  esperaba  los  enemigos.  Llegó  el  mis-  ] 
mo  dia  el  aviso  á  Granada,  y  el  conde  de  Tendilla  despa- 
chó á  don  Antonio  de  Luna  con  mil  infantes  y  cien  ca- 
ballos, y  orden  que  llegado  á  Lanjaron,  hasta  donde 
era  el  peligro,  dejando  la  gente  en  lugar  seguro  y  el  go- 
bierno al  sargento  mayor,  tornase  á  Granada.  Llegaron 
á  Órgiba  dentro  del  tercero  dia  que  el  caso  aconteció; 
reforzó  las  guardias  en  el  Alhambra ,  en  la  ciudad  y  la 
Vega,  porque  los  moriscos,  favorecidos  con  este  suceso, 
no  intentasen  novedad. 

Habia  escrito  el  Rey  al  Marqués  que  temporizase 
con  los  enemigos,  no  se  poniendo  en  ocasión  de  peligro; 
temeroso  de  nuestra  gente,  por  ser  toda  número  (1), 
excepto losparticulares.Representábansele  los  inconve- 
nientes que  en  una  desgracia  pueden  suceder ;  acabar- 
se de  levantar  el  reino ,  venir  los  de  Berbería  en  oca- 
sión que  las  armas  del  Gran  Turco  se  comenzaban  á 
mostrar  en  Levante;  incierto  dónde  pararía  tan  gran 
armada,  aunque  se  veia  que  amenazase  á  Cipro.  Pare- 
cíanle las  fuerzas  del  Marqués  pocas  para  mantener  lo 
de  dentro  y  fuera  de  Granada;  tenia  lo  pasado  mas  por 
correrías,  escaramuzas  y  progresos  de  gente  desarma- 
da que  por  guerra  cumplida.  El  General  calumniado 
en  la  ciudad  que  le  tenia  de  hacer  espaldas,  de  donde 
habia  de  salir  el  nervio  de  la  guerra;  la  voluntad  de  al- 
gunas ciudades  y  señores  en  Andalucía  no  muy  confor- 
mes con  la  suya ,  los  soldados  descontentos ,  y  no  falta- 
ban pretensiones  de  personas  que  andaban  cerca  de  los 
príncipes,  ó  á  las  orejas  de  quien  anda  cerca  dellos.  Pare- 
ció por  entonces  consejo  de  necesidad  suspender  las  ar- 
mas, y  tanto  mas  cuando  llegó  la  nueva  de  la  desgracia 
acontecida  en  Yálor.  Escribióse  al  Marqués  resolutamen- 
te que  no  hiciese  movimiento;  y  porque  la  autoridad  que 
tenia  en  aquella  tierra  era  grande,  y  la  costumbre  de 
mandar  muy  arraigada  de  padre  y  abuelo ,  y  parecia 
que  en  reino  extendido  y  tierra  doblada  no  podia  dar 
cobro  á  tantas  partes,  como  la  experiencia  lo  mostraba, 
porque  estando  en  órgiba,  se  levantaron  las  Guájaras, 
y  yendo  á  las  Guájaras ,  Ohánez  acordó  dividir  la  em- 
presa ,  dando  al  marqués  de  Vélez  cargo  de  los  ríos  de 
Almería  y  Almanzora,  tierra  de  Baza  y  Guadix,  y  al  de 
Mondéjar  el  resto  del  reino  de  Granada ;  enviar  á  ella 
por  superior  de  todo  á  su  hermano  don  Juan  de  Austria, 
por  ventura  resoluto  á  descomponer  al  uno  y  al  otro,  y 
cierto  de  que  ninguno  dellos  se  temía  por  agraviado , 
pues  con  la  autoridad  y  nombre  de  su  hermano  cesa- 
ban todos  los  oficios,  los  pueblos  se  mandarían  con 
mayor  facihdad,  contribuirían  todos  mas  contentos, 
servirian  mas  listos  teniendo  cerca  del  Rey  á  su  herma- 
no por  testigo ,  los  soldados  un  general  que  los  gratifi- 
case y  adelantase,  la  elección  daría  mayor  sonido  en- 
tre naciones  apartadas,  suspendería  los  ánimos  de  los 
bárbaros ,  quitaríales  la  avilanteza  de  armar ,  imposíbi- 
litaríalos  de  hacer  el  socorro  formado  como  empresa 
difícil  y  sin  efecto;  ocuparía  ádon  Juan  en  hechos  de 
tierra,  como  lo  estaba  en  los  de  mar;  haríale  platico  en 
lo  uno  y  en  lo  otro:  mozo  despierto,  deseoso  de  em- 
plear y  acreditar  su  persona ,  á  quien  despertaba  la  glo- 
ría del  padre  y  la  virtud  del  hermano.  Decíase  también 
que  en  esta  empresa  el  Rey  deseaba  ver  el  ánimo  del 
marqués  de  Mondéjar,  inclinado  á  mayores  demostra- 
ciones de  rígor,  por  la  venganza  del  desacato  divino  y 

(1)  El  MS. ,  poca  en  numero. 


GRANADA.  -87 

humano ,  por  la  rebelión,  por  el  ejemplo  de  otros  pue- 
blos. Encendían  esta  opinión  relaciones  y  pareceres 
de  personas  que  cualquiera  cosa  donde  no  ponen  las 
manos  les  parece  fácil ,  sin  medir  tiempo  ni  posibilidad, 
presente  ó  porvenir,  y  de  otras  apasionadas;  no  sin  ar- 
tificio y  entendimiento  de  unas  con  otras.  Mas  los  prín- 
cipes toman  lo  que  les  conviene  de  las  relaciones,  de- 
jando la  pasión  para  su  dueño. 

Estando  las  cosas  en  tales  términos,  con  el  suceso 
de  Valor  tomaron  fos  enemigos  ánimo  para  descubrir- 
se, y  Aben  Humeya  entró  con  mayor  autoridad  y  dili- 
gencia en  el  gobierno ,  no  como  cabeza  de  pueblos  ro- 
gados ó  gente  esparcida  sin  orden,  sino  como  rey  y  se- 
ñor. Siguió  nuestra  orden  de  guerra ,  repartió  la  gente 
por  escuadras ,  juntóla  en  compañías ,  nombró  capita- 
nes* mandó  que  aquellos  y  no  otros  arbolasen  bande- 
ras, púsolos  debajo  de  coroneles,  y  cada  partido  que 
estuviese  al  gobierno  de  uno  que  dicen  alcaide  {tahas 
llaman  ellos  á  los  partidos,  de  íai^ar,queen  su  lenguaje 
quiere  decir  sujetarse):  este  mandaba  lo  de  la  guerra, 
nombre  entre  ellos  usado  dende  tiempos  antiguos,  y 
puesto  por  nosotros  á  los  que  tienen  fortalezas  en  guar- 
da. Para  seguridad  de  su  persona  pagó  arcabucería  de 
guardia ,  que  fué  creciendo  hasta  cuatrocientos  hom- 
bres ;  levantó  un  estandarte  bermejo ,  que  mostraba  el 
lugar  da  la  persona  del  Rey,  á  manera  de  guión. 

Del  principio  desta  ceremonia  en  los  reyes  de  Gra- 
nada, olvidada  por  haber  pasado  el  reino  á  los  de  Cas- 
tilla, diremos  ahora.  Muerto  Abcnhut,  que  tenia  á  Al- 
mería por  cabeza  del  reino,  tomaron  (como  dijimos) 
por  rey  en  Granada  á  Mahamet  Alhamar,  que  quiero 
decir  el  Bermejo.  Cuando  elsanto  rey  don  Fernando  el 
Tercero  vino  sobre  Sevilla,  hallóse  con  mucha  caballería 
este  Mahamet  á  servir  en  aquella  empresa,  por  haberío 
ayudado  el  rey  don  Fernando  á  tomar  el  reino;  pare- 
cióle autoridad  el  uso  de  guión ,  agradecimiento  y  hon- 
ra poner  en  él  la  color  y  banda  que  traen  los  reyes  de 
Castilla.  Armóle  caballero  el  Rey  el  dia  que  entró  en 
Sevilla;  dióle  el  estandarte  por  armas  para  él  y  los  que 
fuesen  reyes  en  Granada;  la  banda  de  oro  en  campo  rojo 
con  dos  cabezas  de  sierpes  á  los  cabos,  según  la  traen 
en  su  guión  los  reyes  de  Castilla ;  añadió  él  las  letras 
azules  que  dicen:  «No  hay  otro  vencedor  sino  Dios;» 
por  timbre  tomó  dos  leones  coronados  que  sobre  las  ca- 
bezas sostienen  el  escudo ;  traen  el  timbre  debajo  de 
las  armas ,  como  nosotros  encima ,  porque  así  escriben 
y  muestran  los  sitios ,  y  cuentan  las  partes  del  cielo  y  la 
tierra ,  al  contrarío  de  nosotros.  Mas  las  armas  antiguas 
de  los  reyes  de  la  Andalucía  eran  una  llave  azul  en 
campo  de  plata,  fundándose  en  ciertas  palabras  del  Al- 
coran,  y  dando  á  en  tender  que  con  la  destreza  y  el  hier- 
ro abríeron  por  Gibraltar  la  puerta  á  la  conquista  do 
poniente ,  y  de  allí  llaman  á  Gibraltar  por  otro  nombre 
el  monte  de  la  Llave.  Hoy  duran  sobre  la  príncípal 
puerta  de  la  Alhambra  estas  armas ,  con  letras  que  de- 
claran la  causa  y  el  autor  del  castillo. 

Hacia  con  los  suyos  Aben  Humeya  su  residencia  en 
los  lugares  de  Valor  y  Poqueira  y  en  los  que  están  en 
lo  áspero  de  la  Alpujarra;  comiéndola  vitualla  que  te- 
nían encerrada  y  la  que  hallaban  sin  dueño ,  con  mayor 
abundancia  y  á  mas  bajos  precios  que  nosotros.  Las 
rentas  que  para  mantenimiento  del  reino  le  señalaron 
fueron  el  diezmo  de  los  frutos  y  el  quinto  de  las  presas, 


DON  DIEGO  DE  MENDOZA. 


y  mas  lo  que  tiri'nicíimente  quitaba  á  sus  subditos.  De 
esta  manera  se  detuvieron,  el  marqués  de  Mondéjar 
reliaciéndose  de  gente  en  Órgiba ,  incierto  en  qué  pa- 
raría la  suspensión  de!  Rey,  y  Aben  Humeya  gozando 
del  tiempo,  cobrando  fuerzas,  esperando  el  socorro  de 
Berbería  para  mantener  la  guerra,  ó  navios  en  que 
pasarse  y  desamparar  la  tierra. 

Estando  las  armas  en  este  silencio ,  porque  el  bulli- 
cio no  cesase  en  alguna  parte ,  sucedió  en  Granada  un 
caso ,  aunque  liviano ,  que  por  ser  en  ocasión  y  no  pen- 
sado escandalizó.  Había  en  la  cárcel  de  la  chancillería 
liasta  ciento  y  cincuenta  moriscos  presos ,  parte  por  se- 
guridad (que  eran  escandalosos),  parte  por  delitos  ó 
sospecha  dellos;  todos  como  de  los  mas  ricos  y  acredi- 
tados en  la  ciudad ,  así  de  los  mas  inhábiles  para  las  ar- 
mas; gente  dada  á  trato  y  regalo.  Contra  estos  ser  le- 
vantó voz  á  medía  noche,  estando  los  hombres  en  sosie- 
go, que  procuriban  quebrantar  las  prisiones,  matar  las 
guardias,  salir  de  las  cárceles,  y  juntos  con  los  moros 
de  la  Vega  y  Alpujarra,  levantar  el  Albaicin,  degollar 
]os  cristianos,  escalar  el  Alhambra  y  apoderarse  de 
Granada:  empresa  difícil  para  sueltos  y  muchos  y  ex- 
perimentados, aunque  con  menos  recatamiento  se  es- 
tuviera. Mas  no  dejó  de  tener  este  movimiento  algunas 
causas;  porque  hubo  información  que  lo  trataban,  y 
deposiciones  de  testigos ,  que  en  ánimos  sospechosos 
lo  imposible  hacen  parecer  fácil.  Acrecentaron  la  sos- 
pecha algunas  escalas,  aunque  de  esparto,  anchas  y 
fuertes,  fabricadas  para  escalar  muralla ,  que  el  Conde 
halló  en  cierta  cueva  al  cerro  de  Santa  Elena ;  pertrecho 
que  los  moros  guardaban  para  entrar  en  el  Alhambra 
la  noche  que  vinieron  al  Albaicin,  como  está  dicho. 
Alborotado  el  pueblo,  corrió  á  las  cárceles  con  autori- 
dad de  justicia,  acriminando  los  ministros  el  caso  y 
acrecentando  la  indignación ;  mataron  cuasi  todos  los 
moriscos  presos,  puesto  que  algunos  hiciesen  defensa 
con  las  armas  que  hallaban  á  mano ,  como  piedras ,  va- 
sos ,  madera ,  poniendo  tiempo  entre  la  ira  del  pueblo  y 
su  muerte.  Había  en  ellos  culpados  en  pláticas  y  demos- 
traciones, y  todos  en  deseo;  gente  flaca,  liviana ,  inhá- 
bil para  todo ,  sino  para  dar  ocasión  á  su  desventura. 

No  dejaban  los  moros  en  todo  tiempo  de  procurar 
algún  lugar  de  nombre  en  la  costa  para  dar  reputación 
á  su  en)presa,  y  acoger  armada  de  Berbería;  pero  su 
principal  intento  se  encaminaba  á  tomar  á  Almería,  ciu- 
dad asentada  en  sitio  mas  á  propósito  que  Málaga, y 
después  della  la  mas  importante ;  habitada  de  moris- 
cos y  cristianos  viejos,  cerca  de  los  puertos  de  cabo  de 
Gata,  y  de  abundancia  de  carne,  pan,  aceite ,  frutas; 
puesta  ala  entrada  de  muchos  valles,  que  unos  llevan  á 
la  parte  del  maestral  á  Granada ,  y  otros  á  la  del  griego 
al  rio  de  Almanzora  y  tierra  de  Baza ;  al  levante  la  de 
Cartagena,  y  al  poniente  Almuñécar  y  Vélez  Málaga. 
En  tiempo  de  romanos  y  godos  fué,  como  ahora,  cabeza 
de  provincia  llamada  Virgi,  y  en  el  de  los  moros,  de 
reino,  después  que  fueron  echados  de  Córdoba.  Poblá- 
ronla los  de  Tiro  que  vinieron  á  Cádiz ,  poco  apartada 
de  la  mar;  los  moros  por  la  comodidad  del  agua,  pasa- 
ron la  población  adonde  ahora  está.  Destruyóla  el  em- 
perador de  España  don  Alonso  el  Sétimo,  trayendo  á  suel- 
do el  conde  de  Barcelona,  con  sesenta  galeras  y  ciento 
y  sesenta  y  tres  (d)  navios  de  genoveses,  con  Balduino 

(1)  Sesenta  ;  tre»  navios  solamente  dice  el  citado  MS. 


y  Ansaldo  de  Oria,  generales  de  la  armada,  á  qufen  el 
Rey  dio,  por  cuenta  de  sus  sueldos,  el  vaso  verde  que 
hoy  muestran  en  San  Juan,  y  dicen  ser  esmeralda,  y 
puédese  creer  sin  maravilla ,  vista  la  grandeza  de  las 
que  comienzan  á  venir  del  Nuevo  Mundo  y  la  que  re- 
fieren algunos  antigos  escriptores.  Esto  tratan  nues- 
tras historias ,  aunque  las  de  genoveses  refieren  haberle 
tomado  en  la  conquista  de  Cesárea  en  Asia,  siendo  su 
capitán  Guillelmo,  que  llamaban  Cabeza  de  Marlülo : 
quede  la  fe  desto  al  arbitrio  de  los  que  leen.  Tornó  á 
restaurar  la  ciudad  Abenhut.  Cerca  del  nombre ,  apren- 
dí de  los  moros  naturales,  que  por  la  fábrica  de  espejos, 
de  que  había  gran  trato ,  la  llamaron  Almería ,  tierra  de 
espejos  quiere  decir,  porque  al  espejo  llaman  mcri. 
Dicen  los  moros  valencianos  que  por  espejo  del  reino 
le  pusieron  este  nombre.  Las  historias  arábigas,  que 
en  gran  parte  son  fabulosas ,  cuentan  que  en  lo  mas  al- 
tó habia  un  espejo  semejante  al  que  se  tinge  de  la  Coru- 
ña,  en  que  se  descubrían  las  armadas.  La  memoria  de 
los  antigos  antes  de  los  moros  es  que  habia  atalaya, 
á  que  los  latinos  llamaban  specula,  como  en  la  misma 
Coruña,  para  encaminar  y  mostrar  los  navios  que  ve- 
nían á  la  costa,  y  de  allí  le  dieron  el  nombre.  Pero  el 
autor  que  yo  sigo ,  y  entre  los  arábigos  tiene  mas  cré- 
dito, dice  que  cuando  los  moros,  ganada  España,  se 
quisieron  volver  á  sus  casas ,  para  detenellos  les  dieron 
á  poblar  á  cada  uno  la  tierra  que  mas  parecía  á  la  suya; 
y  á  estas  provincias  llamaron  Coras,  que  quiere  decir 
tanto  como  la  redondez  de  la  tierra  que  descubre  la  vis- 
ta :  horizonte  la  podrían  llamar  los  curiosos  de  voca- 
blos. Los  de  Almería  (2),  ciudad  populosa  en  la  provin- 
cia de  Frigia ,  donde  fué  cabeza  la  gran  Troya ,  esco- 
gieron á  Virgi  por  habitación ,  porque  les  pareció  se- 
mejante á  su  ciudad ,  y  le  dieron  su  nombre ,  como  di- 
jimos que  los  de  Damasco  dieron  el  suyo  á  Granada. 
Fué  Almería  la  de  Asia  destruida  por  el  emperador 
Constancio ,  en  tiempo  de  Mauhía  IV,  sucesor  de  Maho- 
ma.  Pues  viendo  el  Rey  que  los  moros  insistían  tanto 
en  la  empresa  de  Almería ,  y  si  la  ocupasen  seria  tener 
la  puerta  del  reino  y  fundar  en  ella  nombre  y  cabeza, 
según  la  tuvieron  en  otros  tiempos,  aunque  por  don 
García  de  Villarroel  se  guardase  con  bastante  diligen- 
cia ,  quiso  guardarla  con  mas  autoridad.  Mandó  que  por 
entonces  tuviese  el  cargo  con  mayor  número  de  gente 
don  Francisco  de  Córdoba ,  que  vivía  retirado  en  su  ca- 
sa; hombre  platico  en  la  guerra  contra  los  moros,  y 
que  habia  seguido  al  Emperador  en  algunas;  criado 
debajo  del  amaestramiento  de  dos  grandes  capitanes, 
uno  don  Martin  de  Córdoba ,  su  padre ,  conde  de  Alcau- 
dete ;  otro  don  Bernardino  de  Mendoza,  su  tío.  Estando 
en  Almería  don  Francisco ,  llegó  Gil  de  Andrada  con  las 
galeras  de  su  cargo  y  otras  con  que  guardaba  la  costa; 
y  teniendo  ambos  aviso  que  en  la  sierra  de  Gador  se  re- 
cogía gran  número  de  moros  con  sus  mujeres  y  hijos 
(sobras  de  gente  cornda  (3)  por  los  marqueses  de  Mon- 
déjar y  Vélez),  acompañados  de  treinta  turcos,  temiendo 
que  juntos  con  otros  le  desasosegasen  á  Almería,  juntó 
gente  de  la  tierra  de  la  guardia  della,  y  de  las  galeras 
hasta  setecientos  arcabuceros  y  cuarenta  caballos.  Fué 
sobre  ellos,  que  estaban  fuertes,  y  á  su  pensar  defendi- 
dos con  algún  reparo  de  manos  y  aspereza  del  lugar  :  á 

(2)  Amorío  la  llama  en  su  Geografía  Ptolomeo ,  lib.  5,  cap.  2. 

(3)  El  MS. ,  barrida. 


GUERRA  DE  GRANADA. 


la  tierra  llaman  Alcudia ,  y  al  pueblo  Inox ,  pocas  leguas 
de  Almería.  Estuvo  detenido  cuasi  cuatro  dias  (por  ser 
malo  el  tiempo  en  fin  de  enero )  al  pié  de  la  montaña  y 
cuasi  desconfiado  de  la  empresa  ;  resolvióse  á  combati- 
llos  por  dos  partes,  aunque  era  difícil  la  subida ;  liicie- 
ron  la  defensa  que  pudieron  con  piedras  y  gorguees, 
porque  en  tanto  número  como  mil  y  quinientos  hom- 
bres, había  solos  cuarenta  arcabuceros  y  ballesteros  : 
fueron  rotos ;  murieron  muchos  y  con  mas  pertinacia 
que  los  de  otras  partes,  porque  hasta  las  mujeres  me- 
neaban las  armas  (1) ;  hubo  captivos  cuasi  dos  mil  perso- 
nas; saliéronse  los  moros ,  y  entre  ellos  el  capitán  lla- 
mado Corcuz  de  Dalias,  para  caer  después  en  las  ma- 
nos de  los  nuestros  cerca  de  Vera ,  y  morir  en  Adra  sa- 
cados los  ojos,  con  un  cencerro  al  cuello ,  entregado  á 
los  muchachos,  por  los  daños  que  siendo  cosario  habia 
hecho  en  aquella  costa.  Tornó  don  Francisco  la  gente 
á  Almería  rica  y  contenta ;  dividió  la  presa  entre  los 
soldados ;  proveyó  de  esclavos  las  galeras;  masdende 
á  pocos  dias,  entendiendo  como  el  marqués  de  Vélez 
venia  por  general  de  toda  aquella  provincia ,  y  pare- 
ciéndole  que  bastaba  para  la  ciudad  un  solo  defensor, 
pidió  licencia ,  y  habida  del  Rey,  tornó  á  su  casa. 

Crecía  la  libertad  por  todo  y  la  permisión  de  los  mi- 
nistros ,  unos  mostrando  contentarse ,  otros  no  casti- 
gando; hombres  á  quien  las  desórdenes  de  nuestros 
soldados  parecían  venganzas,  otros  á  quien  no  pesaba 
que  creciesen  estas  y  se  diese  ocasión  á  que  el  resto  de 
los  moriscos  que  estaba  pacífico  tomase  las  armas.  Jun- 
tábanseles  los  ministros  de  justicia,  pertinaces  de  su 
opinión ,  impacientes  de  esperar  tiempo  para  el  casti- 
go, poco  pláticos  de  temporizar  hasta  la  ocasión ;  el  in- 
terese de  los  que  desean  acrecentar  los  inconvenientes, 
la  avaricia  de  los  soldados,  y  por  ventura  la  indignación 
del  Príncipe ,  la  voz  del  pueblo ,  y  quién  sabe  si  la  de 
Dios ,  para  que  el  castigo  fuese  general ,  como  habia 
sido  la  ofensa. 

Estaba  por  rebelarla  vega  de  Granada,  de  donde  y 
de  la  tierra  á  la  redonda  cada  día  se  pasaba  gente  y  lu- 
gares enteros  á  los  enemigos ,  excusándose  con  que  no 
podían  sufrir  los  robos  de  personas  y  haciendas ,  las 
fuerzas  de  hijas  y  mujeres,  los  captiverios,  las  muer- 
tes. Estaba  sosegada  la  serranía  y  el  habaral  de  Ronda, 
la  hoya  y  jarquía  de  Málaga ,  la  sierra  de  Bentomiz,  el 
río  de  Boloduí,  la  hoya  y  tierra  de  Baza,  Güéscar,  el 
rio  de  Almanzora ,  la  sierra  de  Filábres ,  el  Albaicin  y 
barrios  de  Granada  poblados  de  moriscos.  Había  levan- 
tados algunos  lugares  en  tierra  de  Almuñécar,  el  Val 
de  Leclin ,  el  Alpujarra ,  tierra  de  Guadíx ,  marquesado 
de  Cénete ,  rio  de  Almería,  que  en  esto  se  encierra  to- 
do el  reino  de  Granada  poblado  de  moriscos.  Mas  Aben 
Humeya  no  perdía  ocasión  de  solicítallos  por  medio  de 
personas  que  tenían  entre  ellos  autoridad,  ó  deudos  de 
las  mujeres  con  quien  se  había  casado  :  usaba  de  blan- 
dura general ;  quería  ser  tenido  por  cabeza ,  y  no  por 
rey ;  la  crueldad ,  la  codicia  cubierta  engañó  á  muchos 
en  los  principios ,  pero  no  á  su  tío  Aben  Jauhar,  que, 
dejando  parte  del  dinero  y  riquezas  en  poder  del  sobri- 
no, llevando  lo  mejor  consigo ,  resoluto  de  huir  á  Ber- 
bería, mostró  ir  á  solicitar  el  levantamiento  de  la  sier- 
ra de  Bentomiz  :  vino  á  Pórtugos ,  donde  murió  de  do- 
lor de  la  ijada ,  viejo ,  descontento  y  arrepentido.  Mos- 

(1)  Las  manos,  según  el  mismo  MS. 


tro  Aben  Humeya  descontentamiento,  mas  por  haberle 
la  enfermedad  quitado  el  cuchillo  de  las  manos  que 
por  la  falta  del  tío ;  tomóle  los  dineros  y  hacienda  con 
ocasión  de  entregarse  de  mucha  que  había  entrado  en 
su  poder  de  diezmos  y  quintos.  Tal  fué  la  fin  de  don 
Fernando  el  Zaguer  Aben  Jauhar ,  cabeza  del  levanta- 
miento en  la  Alpujarra ,  inventor  del  nombre  de  rey  en- 
tre los  moros  de  Granada ,  poderoso  para  hacer  señor  á 
quien  le  quitó  la  hacienda  y  fué  causa  de  su  muerte; 
tal  el  desagradecimiento  de  Aben  Humeya  contra  su 
sangre,  que  le  habia  dado  señorío  y  título  de  rey ,  pu- 
diéndolo tomar  para  sí.  Mas  así  á  los  príncipes  verda- 
deros como  á  los  tiranos  son  agradables  los  servicios 
en  cuanto  parece  que  ^e  pueden  pagar;  pero  cuando 
pasan  muy  adelante ,  dase  aborrecimiento  en  lugar  de 
merced. 

Acabó  de  resolverse  el  Rey  en  la  venida  de  su  her- 
mano á  Granada  para  emplealle  en  empresa  que ,  puesto 
que  de  suyo  fuese  menuda ,  era  de  muchos  cabos  peli- 
grosa, por  la  vecindad  de  Berbería ,  y  queriéndose  lle- 
var por  violencia,  larga;  por  ser  guerra  de  montaña, 
en  ocasión  que  el  rey  de  Argel  estaba  armado  y  la  ar- 
mada del  Gran  Turco  junta  contra  venecianos.  Hizo  dos 
provisiones :  una  en  don  Luis  de  Requesenes,  que  esta- 
ba por  embajador  en  Roma,  teniente  de  don  Juan  de 
Austria  en  la  mar,  para  que  con  las  galeras  de  su  car- 
go que  habia  en  Italia,  y  trayendo  las  banderas  del  rei- 
no ,  de  que  don  Pedro  de  Padilla  era  maestro  de  campo, 
viniese  á  hacer  espaldas  á  la  empresa ,  poniendo  la  gen- 
te en  tierra  donde  á  don  Juan  pareciese  que  podía  apro- 
vechar; y  juntando  con  sus  galeras  las  de  España,  cuyo 
capitán  era  don  Sancho  de  Leiva ,  hijo  de  Sancho  Mar- 
tínez de  Leiva,  estorbase  el  socorro  que  podía  venir  de 
Berbería  á  los  enemigos ,  proveyese  de  vitualla  y  muni- 
ciones las  plazas  del  reino  de  Granada  que  están  á  la 
costa,  y  al  ejército  cuando  estuviese  en  parte  á  propó- 
sito. Otra  provisión  (resoluto  de  hacer  la  guerra  con 
mayores  fuerzas )  fué  mandar  al  marqués  de  Mondéjar, 
que  estaba  en  Órgiba  para  salir  en  campo ,  que  dejan- 
do en  su  lugar  á  don  Antonio  de  Luna  ó  á  don  Juan  de 
Mendoza,  cual  dellos  le  pareciese,  con  expresa  orden 
que  no  innovasen  ni  hiciesen  la  guerra ,  viniese  á  Gra- 
nada para  recibir  á  don  Juan  y  asistir  con  él  en  conse- 
jo ,  juntamente  con  los  que  hubiesen  de  tratar  los  nego- 
cios de  paz  y  guerra ,  no  dejando  el  uso  de  su  oficio, 
como  capitán  general  de  la  gente  ordinaria  del  reino  de 
Granada ;  ó  si  mejor  le  pareciese,  quedase  en  Órgiba  á 
hacer  la  guerra ,  guardando  en  todo  la  orden  que  don 
Juan  de  Austria,  su  hermano,  le  diese,  á  quien  enviaba 
por  cabeza  y  señor  de  la  empresa.  Pareció  al  Marqués 
escoger  la  asistencia  en  consejo ,  ó  porque  con  la  plá- 
tica de  la  guerra  pasada,  con  el  conocimiento  de  la  tier- 
ra y  gente  y  con  el  ejercicio  de  aquella  manera  de  mi- 
licia en  que  se  habia  criado  ( aunque  en  todo  diferente 
de  la  ordinaña),  esperaba  que  el  crédito  y  el  gobierno 
pararía  en  su  parecer  y  la  ejecución  en  su  mano ,  ó  te- 
miendo quedar  debajo  de  mano  ajena  y  ser  mal  proveí- 
do, mandado  y  á  veces  calumniado  ó  reprendido  como 
ausente :  dejó  á  don  Juan  de  Mendoza  contento ,  rega- 
lado y  honrado  en  Órgiba,  por  ser  hombre  platico,  mas 
desocupado ,  de  su  nombre,  y  con  cuyos  deudos  tenia 
antigua  amistad  (aunque  algunos  creen  que  en  ello  no 
hizo  su  provecho),  y  vino  á  Granada.  Salido  de  Órgi- 


.^0  DON  DIEGO 

La ,  estuvo  aquella  frontera  sosegada,  sin  hacer  ni  re- 
cebir  daño  do  los  enemigos,  discurriendo  ellos  á  una  y 
otra  parte  con  libertad. 

Llegó  don  Juan  de  Austria ,  trayendo  consigo  á  Luis 
Quijada  (platico  en  gobernar  infantería,  cuyo  cargo  ha- 
bla tenido  en  tiempo  del  Emperador),  hombre  de  gran 
autoridad ,  por  voluntad  del  Rey,  que  le  remitió  la  su- 
ma de  todo  lo  que  tocaba  al  gobierno  do  la  persona  y 
consejo  del  hermano ,  y  por  la  crianza  que  había  hecho 
en  él  por  mandado  del  Emperador.  Fué  recebido  don 
Juan  con  grandes  demostraciones  y  confianza,  sin  de- 
jar ninguna  manera  de  ceremonia,  excepto  las  ordi- 
narias que  se  suelen  hacer  á  los  reyes;  y  aun  la  lisonja 
(que  su  verdad  está  en  las  palabras)  se  extendió  á  lla- 
marle alteza ,  no  embargante  que  hubiese  orden  expre- 
sa del  Rey  para  que  sus  ministros  y  consejeros  le  lla- 
masen excelencia ,  y  él  no  se  consintiese  llamar  de  sus 
criados  otro  título.  Posó  en  las  casas  de  la  audiencia, 
por  estar  en  medio  de  la  ciudad;  casas  de  la  mala  ven- 
tura las  llamaban  en  su  tiempo  los  moros ,  y  así  dellas 
salió  su  perdición.  Llegó  dende  á  pocos  dias'Gonzalo 
Hernández  de  Córdoba,  duque  de  Sesa,  nieto  del  Gran 
Capitán,  que  después  de  haber  dejado  el  gobierno  del 
estado  de  Milán,  conformando  mas  su  voluntad  con  la  de 
sus  émulos  que  con  la  del  Rey,  vivía  en  su  casa  libre 
de  negocios,  aunque  no  de  pretensiones  :  fué  llamado 
para  consejo  y  uno  de  los  ministros  desta  empresa,  co- 
mo quien  había  dado  buena  cuenta  de  las  que  en  Lom- 
bardíu  tuvo  á  su  cargo.  Lo  primero  que  se  trató  fué 
procurar  que  se  asegurase  Granada  contra  el  peligro 
de  los  enemigos  declarados  fuera  y  sospechosos  den- 
tro ;  visitar  la  gente  que  estaba  alojada  en  el  Albaicin 
yotraspartes,  por  la  ciudad  y  la  Vega,  y  en  frontera  con- 
tra los  enemigos;  repartir  y  mudar  las  guardias,  al  pa- 
recer con  mas  (;uriosidad  que  necesidad  de  los  muros 
adentro;  y  aun  quedó  muchos  meses  de  parte  del  rea- 
lejo sin  guardia,  á  discreción  de  pocos  enemigos.  En  el 
campo  andaban  solas  dos  cuadrillas,  ningunos  atajado- 
res por  la  tierra,  que  daba  avilanteza  á  los  contrarios 
de  inquietar  la  ciudad ,  y  á  nosotros  causa  de  correr  las 
calles  á  un  cabo  y  á  otro,  y  algunas  veces  sahr  desalum- 
brados, inciertos  del  camino  que  llevaban.  Atajadores 
llaman  entre  gente  del  campo  hombres  de  á  pié  y  de  á 
caballo,  diputados  á  rodear  la  tierra,  para  ver  si  han 
entrado  enemigos  en  ella  ó  salido.  Era  excusable  esta 
manera  de  defensa,  por  ser  aventurera  la  gente,  muchas 
banderas  de  poco  número,  mantenidas  sin  pagas,  con 
solos  alojamientos;  la  ciudad  grande,  continuada  con 
la  montaña ;  los  pasos ,  como  pocos  y  ciertos  en  tiempo 
de  nieve,  así  muchos  y  inciertos  estando  desnevada  la 
sierra ;  un  ejército  en  Orgiba ,  que  los  moros  habían  de 
dejar  á  las  espaldas  viniendo  á  Granada ,  aunque  lejos. 
El  propósito  requiere  tratar  brevemente  del  asiento 
de  Granada  por  clareza  de  lo  que  se  escribe.  Es  puesta 
parte  en  monte  y  parte  en  llano  :  el  llano  se  extiende 
por  un  cabo  y  otro  de  un  pequeño  rio  que  llaman  Dar- 
ro,  que  la  divide  por  medio;  nace  en  la  Sierra  Nevada, 
poco  lejos  de  las  fuentes  de  Genil,  pero  no  en  lo  neva- 
do; de  aire  y  agua  tan  saludable,  que  los  enfermos  salen 
á  repararse,  y  los  moros  venían  de  Berbería  á  tomar  sa- 
lud en  su  ribera,  donde  se  coge  oro ;  y  entre  los  viejos 
hay  fama  que  el  rey  de  España  don  Rodrigo  tenia  ri- 
quisnnas  minas  debajo  de  un  cerro  que  dicen  del  Sol. 


DE  MENDOZA. 
Está  lo  áspero  de  la  ciudad  en  cuatro  montes :  el  Alhám- 
bra  á  levante,  edificio  de  muchos  reyes,  con  la  casa 
real ,  y  San  Francisco,  sepultura  del  marqués  don  Iñigo 
de  Mendoza,  primer  alcaide  y  general,  humilde  edifi- 
cio, mas  nombrado  por  esto;  fuerza  hecha  para  sojuzgar 
la  parte  de  la  ciudad  que  no  descubre  la  Alhambra,  con 
el  arrabal  de  la  Churra  y  calle  de  los  Comeres,  que  todo 
se  continúa  con  la  sierra  de  Guéjar ;  el  Antequeruela,  y 
las  torres  bermejas,  que  llaman  Mauror,  á  mediodía ;  el 
Albaicin  ,  que  mira  al  norte,  con  el  Hajariz ,  y  como 
vuelve  por  la  calle  de  Elvira,  la  ladera  que  dicen  Cene- 
te  por  ser  áspera ;  el  Alcazaba  cuasi  fuera  de  la  ciudad, 
á  mano  deredia  de  la  puerta  de  Elvira,  que  mira  al  po- 
niente. Con  estos  dos  montes  Albaicin  y  Alcazaba  se 
continúa  la  sierra  de  Cogollos  y  la  que  decimos  del  Pun- 
tal. En  torno  destos  montes  y  la  falda  dellos  se  ex- 
tienden los  edificios  por  lo  llano  hasta  llegar  al  rio  Ge- 
nil, que  pasa  por  defuera.  Al  principio  de  la  ciudad,  la 
plaza  Nueva  sobre  una  puente ;  y  cuasi  al  fin ,  la  de  B¡- 
barrambla,  grande,  cuadrada,  que  toma  nombre  de  la 
puerta;  ambas  plazasjuntadas  con  la  calle  de  Zacatín; 
antes  la  iglesia  mayor,  templo  el  mas  suntuoso  después 
del  Vaticano  de  San  Pedro ;  la  capilla  en  que  están  en- 
terrados los  reyes  don  Fernando  y  doña  Isabel,  conquis- 
tadores de  Granada,  con  sus  hijos  y  yernos;  el  Alcaice- 
ría,  que  hasta  ahora  guarda  el  nombre  romano  de  Cé- 
sar (á  quien  los  árabes  en  su  lengua  llaman  Calzar), 
como  casa  de  César.  Dicen  las  historias  arábigas  y  al- 
gunas griegas,  que  por  encerrarse  y  marcarse  dentro  la 
seda  que  se  vende  y  compra  en  todo  el  reino  la  llaman 
desa  manera,  dende  que  el  emperador  Justino  concedió 
por  privilegio  á  los  árabes  scenitas  que  solos  pudiesen 
crialla  y  beneficíalla ;  mas  extendiendo  debajo  de  Ma- 
homa  y  sus  sucesores  su  poder  por  el  mundo,  llevaron 
consigo  el  uso  della,  y  pusieron  aquel  nombre  á  las  ca- 
sas donde  se  contrataba ;  en  que  después  se  recogieron 
otras  muchas  mercaderías,  que  pagaban  derechos  á  los 
emperadores,  y  perdido  el  imperio  á  los  reyes.  Fuera 
de  la  ciudad  el  hospital  Real,  fabricado  de  los  reyes  don 
Fernando  y  doña  Isabel,  San  Hierónimo,  suntuoso  se- 
pulcro del  gran  capitán  Gonzalo  Hernández  y  memoria 
de  sus  victorias;  el  rio  Genil,  que  cuasi  toca  los  edifi- 
cios dichos  de  los  antiguos  Singília,que  nace  en  la  Sier- 
ra Nevada,  á  quien  llamaban  Solaría  y  los  moros  Solai- 
ra,  de  dos  lagunas  que  están  en  el  monte  cuasi  mas  alto, 
de  donde  se  descubre  la  mar,  y  algunos  presumen  ver 
de  allí  la  tierra  de  Berbería.  En  ellas  no  se  halla  suelo 
ni  otra  sahda  sino  la  del  río,  cuyas  fuentes  tienen  los 
moradores  por  religión,  diciendo  que  horadan  el  monto 
por  milagro  de  un  santo  que  está  sepultado  en  otro  mon- 
te contrario,  dicho  Sant  Alcazaren.  Va  primero  al  norte, 
y  pequeño ;  mas  en  poco  camino,  grande  con  las  nieves 
cuando  se  deshacen  y  arroyos  que  se  le  juntan.  A  una 
y  otra  parte  moraban  pueblos,  que  agora  aun  el  nombre 
dellos  no  queda :  ilíberitanos  ó  liberinos  en  tiempo  de 
los  antiguos  españoles,  lo  que  decimos  Elvira,  en  cuyo 
lugar  entró  Granada ;  ilurconeses ,  pequeños  cortijos; 
la  torrecilla  y  la  torre  de  Roma,  recreación  de  la  Cava 
romana,  hija  del  conde  Julián  el  traidor :  todo  poblacio- 
nes de  los  soldados  que  acompañaron  á  Baco  en  la  em- 
presa de  España,  según  muestran  los  nombres  y  mu- 
chos letreros  y  imágenes,  en  que  se  ven  esculpidas  pro- 
cesiones y  personajes  que  representan  juegos  y  cere- 


GUERRA  DE 

iDonias  del  mismo  Baco,  á  quien  tuvieron  por  dios:  todo 
osto  en  la  Vega.  Después  Loja,  Antequera,  dicha  Sin- 
líilia,  del  nombre  del  mismo  rio;  Ecija,  dicha  Astígis  : 
«oioniasde  romanos  antiguamente,  hoy  ciudades  po- 
pulosas en  el  Andalucía,  por  donde  pasa,  hasta  que  ha- 
ciendo mayor  á  Guadalquivir,  deja  en  él  aguas  y  nombre. 

Cesaron  los  oficios  de  guerra  y  gobierno,  e^jcepto  de 
justicia,  con  la  presencia  de  don  Juan.  Su  comisión  fué 
sin  limitación  ninguna;  mas  su  libertad  tan  atada,  que 
(le  cosa  grande  ni  pequeña  podia  disponer  sin  comuni- 
cación y  parecer  de  ios  consejeros  y  mandado  del  Rey, 
salvo  deshacer  ó  estorbar;  que  para  esto  la  voluntad  es 
comisión  :  mozo  afable,  modesto,  amigo  de  complacer, 
atento  á  los  oficios  de  guerra,  animoso,  deseoso  de  em- 
plear su  persona.  Acrecentaba  estas  partes  la  gloria  del 
.  padre,  la  grandeza  del  hermano,  las  victorias  del  uno 
y  del  otro.  Lo  primero  en  que  se  ocupó  fué  en  reformar 
los  excesos  do  capitanes  y  soldados  en  alojamientos, 
contribuciones,  aprovechamientos  de  pagas,  estre- 
chando la  costa,  aunque  no  atajando  las  causas  de  la 
desorden.  Enaquellos  principios  donjuán  era  poco  ayu- 
dado de  la  experiencia,  aunque  mucho  del  ingenio  y  ha- 
bilidad. Luis  Quijada,  áspero,  riguroso,  atado  á  la  le- 
tra, que  tuvo  la  primera  orden  de  guerra  en  la  postrera 
empresa  del  Emperador  contra  el  rey  Enrico  II  de  Fran- 
cia, siempre  mandado.  El  y  el  duque  de  Sesa,  acostum- 
brados á  tratar  gente  plática,  con  menos  licencia,  mas 
proveída,  mayores  pagas  y  mas  ordinarias  en  Flándes, 
en  Lombardía,  lejos  cada  uno  de  su  tierra ;  do  convenia 
esperar  pagas,  contentarse  con  los  alojamientos;  antes 
que  tornar  á  España  ,  la  mar  en  medio  :  todo  aquí  por 
el  contrario.  El  marqués  de  Mondéjar,  también  capitán 
general  antes  que  'soldado,  criado  á  las  órdenes  de  su 
abuelo  y  padre ,  al  poco  sueldo,  á  las  limitaciones  de  la 
milicia  castellana,  no  guiar  ejércitos,  poca  gente,  me- 
nos ejercicio  de  guerra  abierta.  El  Presidente  sin  plá- 
tica de  lo  uno  y  de  lo  otro ;  la  aspereza  de  unos,  la 
blandura  de  otros,  la  limitación  de  todos,  causaba  irre- 
solución de  provisiones  y  otros  inconvenientes.  No  fal- 
taron algunos  de  la  opinión  del  marqués  de  Mondéjar, 
que  daban  la  guerra  por  acabada.  Babia  pocos  oficiales 
de  pluma,  perdían  los  soldados  el  respeto,  hacíase  cos- 
tumbre del  vicio,  envilecíase  el  buen  nombre  y  reputa- 
ción de  la  milicia ;  apocóse  tanto  la  gente,  que  fué  ne- 
cesario tratar  de  nuevo  con  las  ciudades  no  solo  del  An- 
dalucía y  Extremadura,  mas  con  las  mas  apartadas  de 
Castilla,  que  enviasen  suplemento  della;  y  vinieron  las 
de  mas  cerca,  con  que  parecía  remediarse  la  falta. 

Regalaba  y  armaba  Aben  Huraeya  los  que  se  iban  á 
él  :  tornó  á  solicitar  con  personas  ciertas  los  príncipes 
de  Berbería,  según  parecía  por  las  respuestas  que  fue- 
ron tomadas;  envió  dineros,  ropa ,  captivos;  acercóse 
á  nuestros  presidios,  especialmente  á  Órgiba,  donde 
entendió  que  faltaba  vitualla.  Aunque  don  Juan  de  Men- 
doza mantenía  la  gente  disciplinada,  ocupada  en  forti- 
ficar el  lugar,  según  la  flaqueza  del ,  mandó  don  Juan 
que  fuese  del  Padul  proveído,  y  llevase  la  escolta  á  su 
cargo  Juan  de  Chaves  de  Orellana,  uno  de  los  capitanes 
que  trujeron  la  gente  de  Trujillo.  Mas  él,  por  estar  en- 
fermo, envió  su  alférez,  llamado  Moriz,  con  la  compa- 
ñía; hidalgo,  pero  poco  próvido  y  muy  libre  :  caminó 
con  doscientos  y  cincuenta  soldados,  hombres  si  tuvieran 
cabeza.  Entendieron  los  moros  la  salida  de  la  escolta 


GRANADA. 


91 


por  sus  atalayas ;  juntáronse  trescientos  arcabuceros  y 
ballesteros,  mandados  por  el  Macox,  hombre  diestro  y 
platico  de  la  tierra ,  á  quien  después  prendió  don  Fer- 
nando de  Mendoza,  cabeza  de  las  cuadrillas,  y  mandó 
justiciar  el  duque  de  Arcos  en  Granada.  Emboscó  parte 
en  la  cuesta  de  Talera  y  un  arroyo  que  la  divide  del  lu- 
gar, parteen  las  mismas  casas;  y  dejándolos  pasar  la 
primera  emboscada,  acometió  á  un  tiempo  á  los  que 
iban  en  la  rezaga  y  los  delanteros.  Peleóse  en  una  y  otra 
•parte,  pero  fueron  rotos  los  nuestroá,  y  murieron  to- 
dos; con  ellos  el  alférez,  por  no  reconocer,  y  aun  dicen 
que  borracho,  mas  de  confianza  que  de  vino.  Perdié- 
ronse bagajes,  bagajeros  y  la  vitualla,  sin  escapar  mas 
de  dos  personas;  hoy  se  ven  blanquear  los  huesos  no 
lejos  del  camino.  Túvose  deste  caso  tanto  secreto,  que 
primero  se  supo  de  los  enemigos;  mas  porque  muchos 
moriscos  de  paz,  especialmente  de  las  Albuuuelas,se 
hallaron  con  el  Macox,  y  porque  los  vecinos  de  aquel  lu- 
gar acogían  y  daban  vitualla  á  los  moros,  y  con  ellos 
tenian  continua  plática ,  pareció  que  debían  ser  casti- 
gados y  el  lugar  destruido ,  así  por  ejemplo  de  otros, 
como  por  entretener  con  algún  cebo  justificado  la  gente 
que  estaba  ociosa  y  descontenta.  Es  las  Albuñuelas  lu- 
gar asentado  en  la  falda  de  la  montaña,  á  la  entrada  de 
Val  de  Lecrin,  depósito  de  todos  los  frutos  y  riquezas 
del  mismo  valle,  cinco  leguas  de  Granada,  en  tres  bar- 
rios, uno  apartado  do  otro ;  la  gente  mas  polida  y  ciuda- 
dana que  los  otros  de  la  sierra ;  tenidos  los  hombres  por 
valientes,  y  que  pudieron  resistir  las  armas  del  rey  cató- 
lico don  Fernando  hasta  concertarse  con  ventaja.  Man- 
dóseádon  Antonio  de  Luna  ,  capitán  de  la  Vega,  que 
con  cinco  banderas  de  infantería  y  doscientos  caballos 
amaneciese  sobre  el  lugar,  degollase  los  hombres,  hi- 
ciese captiva  toda  manera  de  persona,  robase,  quema- 
se, asolase  las  casas.  Mas  don  Antonio,  hombre  cuida- 
doso y  diligente,  ó  que  no  midiese  el  tiempo,  ó  que  la 
gente  caminase  con  pereza ,  llegó  cuando  los  vecinos, 
parte  eran  huidos  á  la  montaña,  parte  estaban  preve- 
nidos en  defensa  de  las  calles  y  casas,  con  un  moro  por 
capitán,  llamado  Lope.  Anduvo  la  ejecución  tan  espa- 
ciosa, la  gente  tan  tibia,  que  de  los  enemigos  murie- 
ron pocos,  y  desos  los  mas,  viejos ,  perezosos  y  enfer- 
mos; y  de  los  nuestros  algunos  :  captiváronse  niños  y 
mujeres,  los  que  no  pudieron  escapar  á  lo  alto;  fué  sa- 
queado el  uno  de  los  tres  barrios ,  y  el  escarmiento  de 
los  enemigos  tan  liviano,  que  saliendo  por  una  parte 
nuestra  gente,  entraba  la  suya  por  otra ;  habitaron  las 
casas,  segaron  sus  panes  aquel  año,  y  sembraron  sin  es- 
torbo para  el  siguiente. 

Estaban  lascosas  calladas  y  suspensas,  sin  el  continuo 
desasosiego  que  daban  los  moros  en  la  ciudad ;  gober- 
nábalos en  la  parte  que  cae  al  valle  y  la  Vega  un  capitán 
llamado  Nacoz  (que  en  su  lengua  quiere  decir  campa- 
na), mostrándose  á  todas  horas  y  en  todos  lugares.  Ya 
se  habían  encontrado  él  y  don  Antonio  de  Luna  con  nú- 
mero cuasi  igual  de  gente  de  á  pié,  aunque  con  ventaja 
don  Antonio,  por  la  caballería  que  llevaba :  se  partieron 
con  igualdad,  cuasi  sin  poner  manos  á  las  armas,  po- 
niéndose el  Nacoz  en  salvo,  el  barranco  en  medio  de 
su  gente  y  nuestra  caballería.  Dicen  que  de  allí  atravesó 
la  sierra  de  la  Almijara ,  y  por  Almuñécar,  con  su  ha- 
cienda y  familia  pasó  á  Berbería. 

Visto  por  don  Juan  que  los  enemigos  crecían  en  nú- 


92  DON  DIEGO 

ircro  y  experiencia ;  que  eran  avisados  por  los  moris- 
cos de  Granada,  ayudados  con  vitualla,  reforzados  con 
parte  de  la  gente  moza  de  la  ciudad  y  la  Vega ;  que  no 
cesaban  las  pláticas  y  tratados,  el  concierto  de  poner 
cu  ejecución  el  primero  aun  estaba  en  pié;  que  tenian 
señalado  el  dia  y  hora  cierta  para  acometerla  ciudad, 
número  de  gente  determinado,  capitanes  nombrados, 
Girón,  Nacoz,  uno  de  los  Pártales,  Farax,  Chocon, 
Rendati ,  moriscos ;  Caracax  y  Hhosceni ,  turcos ,  y  Da- 
li,  capitán  general  de  todos,  venido  por  mandado  del 
rey  de  Argel;  dio  aviso  de  todo,  encareciendo  el  peligro 
por  parte  de  los  enemigos  si  se  juntaban  con  los  de 
Granada  y  la  Vega,  y  de  los  nuestros  por  la  flaqueza  que 
sentia  en  la  gente  común ,  por  la  corrupción  de  cos- 
tumbres y  orden  de  guerra. 

Mandó  el  Rey  que  todos  los  moriscos  habitantes  en 
Granada  saliesen  á  vivir  repartidos  por  lugares  de  Cas- 
tilla y  el  Andalucía,  porque  morando  en  la  ciudad,  no 
podían  dejar  de  mantenerse  vivas  las  pláticas  y  espe- 
ranzas dentro  y  fuera.  Había  enire  los  nuestros  sos- 
pechas, desasosiego,  poca  seguridad ;  parecía  á  los  que 
no  tenian  experiencia  de  mantener  pueblos,  oprimiendo 
ó  engañando  á  los  enemigos  de  dentro  y  resistiendo  á 
los  de  fuera,  estar  en  manifiesto  peligro.  Con  tal  reso- 
lución, ordenó  don  Juan,  á  los  23  de  junio,  que  en- 
cerrasen todos  los  moriscos  en  las  iglesias  de  sus  par- 
roquias. Ya  era  llegada  gente  de  las  ciudades  á  suel- 
do del  Rey ,  y  se  estaba  con  mas  seguridad.  Puso  la 
ciudad  en  arma,  la  caballería  y  la  infantería  repartida 
por  sus  cuarteles;  ordenó  al  marqués  de  Mondéjarque 
subiendo  al  Albaicin,  se  mostrase  á  los  moriscos,  y  con 
su  autoridad  los  persuadiese  á  encerrarse  llanamente. 
Recogidos  que  fueron  desta  manera,  mandáronlos  ir  al 
hospital  Real,  fuera  de  Granada  un  tiro  de  arcabuz ;  an- 
duvo don  Juan  por  las  calles  con  guardas  de  á  caballo 
y  guión;  viólos  recoger  inciertos  de  lo  que  había  de  ser 
dellos;  mostraban  una  manera  de  obediencia  forzada, 
los  rostros  en  el  suelo  con  mayor  tristeza  que  arrepen- 
timiento; ni  desto  dejaron  de  dar  alguna  señal,  que 
uno  dellos  hirió  al  que  halló  cerca  de  sí,  dícese  que 
con  acometimiento  contra  don  Juan,  pero  lo  cierto  no 
se  pudo  averiguar,  porque  fué  luego  hecho  pedazos;  yo 
que  me  hallé  presente,  diría  que  fué  movimiento  de 
ira  contra  el  soldado,  y  no  resolución  pensada.  Que- 
daron las  mujeres  en  sus  casas  algún  dia,  para  vender 
la  ropa  y  buscar  dineros  con  que  seguir  y  mantener 
sus  maridos.  Salieron,  atadas  las  manos,  puestos  en  la 
cuerda,  con  guarda  de  infantería  y  caballería  poruña 
y  otra  parte,  encomendados  á  personas  que  tuviesen 
cargo  de  irlos  dejando  en  lugares  ciertos  de  Andalucía, 
y  guardallos ,  tanto  porque  no  huyesen ,  como  porque 
no  recibiesen  injuria.  Quedaron  pocos  mercaderes  y 
oficiales  para  el  servicio  y  trato  de  la  ciudad ;  algunos  á 
contemplación  y  por  interese  de  amigos.  Muchos  de 
los  mancebos,  que  adivinaron  la  mala  ventura,  huyeron 
ála  sierra,  donde  la  hallaban  mayor;  los  que  salieron 
por  todos  tres  mil  y  quinientos ;  el  número  de  mujeres 
mucho  mayor.  Fué  salida  de  harta  compasión  para 
quien  los  vio  acomodados  y  regalados  en  sus  casas ;  mu- 
chos murieron  por  los  caminos,  de  trabajo,  de  cansan- 
cio, de  pesar,  de  hambre,  á  hierro,  por  mano  de  los 
mismos  (|ue  los  habían  de  guardar,  robados,  vendidos 
por  captivos. 


DE  MENDOZA. 

Ya  el  Rey  habia  enviado  personas  que  tuviesen  cuen- 
ta con  su  hacienda ,  porque  antes  no  las  habia ,  como 
en  negocio  de  que  presto  se  vernia  al  fin;  contador, 
pagador,  veedor  general  y  particulares;  dentro  en 
consejo  al  licenciado  Muñatones,  que  habia  servido  de 
alcalde  de  corte  al  Emperador  en  sus  jornadas,  y  de  su 
consejo ;  hombre  hidalgo  y  limpio  ,  y  en  diversos  tiem- 
pos de  próspera  y  contraria  fortuna.  Como  los  moriscos 
salieron  de  Granada ,  perdióse  la  comodidad  de  los  sol- 
dados ,  cesaron  los  alojamientos ,  camas ,  fuego ,  vasos : 
cosas  que  se  dan  en  hospedaje ,  sin  que  la  gente  no 
puede  vivir  ni  cómoda  ni  suficientemente.  Aun  parala 
ciudad  y  soldados  no  estaba  hecha  provisión  de  vitua- 
lla, pero  entraron  á  mantener  la  gente  con  socorros, 
mudando  término  y  propósito.  Fué  mayor  el  aprove- 
chamiento de  los  capitanes  y  oficiales  de  guerra  con  los 
socorros  y  raciones,  cuanto  mas  á  menudo  se  tomaban 
las  muestras;  entraban  á  ellas,  en  lugar  de  soldados,  ve- 
cinos del  pueblo ;  sucedieron  á  cumplir  la  hacienda  del 
Rey,  en  lugar  de  los  moriscos,  los  bagajeros  y  vivan- 
deros rescatados ;  por  todo  se  robaba  á  amigos  como  á 
enemigos,  á  cristianos  como  á  moros;  padecían  los 
soldados,  adolecían,  íbanse,  crecieron  las  desórdenes 
y  compasiones  por  la  Vega.  Nació  una  opinión  entre 
los  ministros,  la  cual  como  provechosa  donde  el  pueblo 
es  enemigo  y  la  gente  poca,  así  errada  donde  no  hay 
pueblo  contrario ;  y  fué  que  no  se  debian  tomar  mues- 
tras ,  porque  los  enemigos  no  entendiesen  cuan  pocos 
eran  los  soldados;  y  que  se  debía  permitir  la  licencia  y 
excesos ,  porque  no  se  amotinasen  ni  huyesen.  La  gen- 
te de  la  ciudad  era  mucha ,  buena  y  armada ;  los  moris- 
cos fuera ,  los  soldados  no  tan  pocos ,  que  no  fuesen  su- 
periores, juntos  con  el  pueblo,  á  los  enemigos;  guarda 
de  á  pié  y  de  á  caballo  en  la  Vega,  armado  en  órgiba 
don  Juan  de  Mendoza ,  ¿qué  temor  ó  recatamíento  po- 
día estorbar  el  remedio  de  inconvenientes  que  eran 
causa  de  poner  en  peligro  la  empresa ,  y  de  que  los 
moros  de  la  Vega,  no  pudiendo  sufrir  tanto  maltrata- 
miento, yéndose  á  la  sierra  acrecentasen  el  número  de 
los  enemigos?  Duró  tantos  meses  esta  manera  de  go- 
bierno ,  que  dio  causa  á  intenciones  libres  y  sospecho- 
sas de  pensar  que  no  faltaban  personas  á  quien  con- 
tentase que ,  creciendo  los  inconvenientes ,  fuese  ma- 
yor la  necesidad. 

Declaró  el  Rey,  como  estaba  acordado ,  que  el  mar- 
qués de  Vélez  tuviese  cargo  de  los  partidos  de  Almería, 
Guadíx,  Raza,  rio  de  Almanzora,  sierra  de  Filábres; 
y  queriendo  salir  contra  los  enemigos ,  parecióle  ase- 
gurar el  puerto  que  dicen  de  la  Ravaha ,  paso  de  la  Al- 
pujarrapara  tierra  de  Guadíx  y  Granada;  mandó  que 
con  cuatrocientos  hombres  enviados  de  Guadix ,  Gon- 
zalo Fernandez,  capitán  viejo,  platico  en  las  escara- 
muzas de  Oran ,  tomase  lo  alto  del  puerto,  y  se  hiciese 
fuerte  hasta  tener  orden  suya.  Comenzó  á  subir  la 
montaña  sin  reconocer;  mas  los  moros,  que  estaban 
cubiertos  en  lo  alto  y  en  lo  hondo  del  camino,  dejando 
subir  parte  de  la  gente ,  echaron  cuarenta  arcabuceros 
que  acometiesen  la  frente ,  y  por  el  costado  dieron  cíen 
hombres,  hasta  ponellos  en  desorden;  y  cargándolos  en 
rota,  murió  la  mayor  parte  huyendo;  perdiéronse  las 
armas,  munición  y  vitualla  que  llevaban;  poca  gente 
tomó  áGuadix  con  el  capitán.  Don  Juan,  temeroso  que 
los  enemigos  cargasen  á  la  parte  de  Guadix,  proveyó 


GUERRA  DE 

para  guardia  fli^lla  á  Francisco  de  Molina,  que  sirvió 
de  capiLua  al  Eiiiperaiior  en  las  guerras  de  Alemania. 

Con  el  suceso  de  la  Ravalia  se  levantó  la  sierra  de 
Bentomiz  y  tierra  de  Yélez  Málaga ;  no  hicieron  los 
excesos  que  en  el  Alpujarra ;  antes  contentándose  con 
recoger  la  ropa  á  lugares  fuertes  sin  hacer  daños, 
echaron  bando  que  ninguno  matase  ó  captivase  cristia- 
no, quemase  iglesia ,  tomase  bienes  de  cristianos  ó  de 
moros  que  no  se  quisiesen  recoger  con  ellos ;  fortifi- 
caron para  refugio  y  seguridad  de  sus  personas  un 
monte  llamado  Frexiliana  la  vieja,  á  diferencia  déla 
nueva  cerca  del ,  deshabitado  de  muchos  tiempos ;  los 
antigos  españoles  y  romanos  le  llamaron  Sexilirmum. 
Estuvieron  desta  manera  tanto  mas  sospechosos  áVé- 
iez,  cuanto  procedían  mas  justificadamente,  sin  co- 
municación ó  comercio  en  el  Alpujarra.  Mas  Arévalo 
de  Suazo,  corregidor  de  Málaga  y  Yélez,  avisado  pri- 
mero por  cartas  de  don  Juan  como  los  moriscos  de 
aquella  sierra  estaban  para  levantarse  y  ocupar  áVélez, 
movido  por  la  razón  de  que  se  podia  continuar  aquel 
levantamiento  por  la  hoya  y  jarquía  de  Málaga,  hasta 
tierra  de  Ronda,  si  con  tiempo  no  se  atajase ,  y  con  al- 
guna esperanza  de  pacificar  los  moros  porvia  de  con- 
cierto, partió  de  Málaga  con  cuatrocientos  infantes  y 
cincuenta  caballos ,  llegó  á  Vélez,  y  hizo  salir  del  fuerte 
la  gente  del  pueblo  que  habia  desamparado  lo  llano ; 
puso  el  lugar  en  defensa,  socorrió  el  castillo  de  Cani- 
les, lugar  del  marqués  de  Gomares,  que  estaba  en 
aprieto ,  echando  los  moros  de  la  tierra ,  los  cuales  y  los 
de  Sedella  se  fueron  á  juntar  con  los  de  toda  la  sierra, 
y  á  un  tiempo  descubrieron  el  levantamiento  que  tengo 
dicho.  Volvió  á  Vélez  Suazo  juntando  mil  y  quinientos 
infantes  con  la  caballería  que  se  hallaba;  y  entendiendo 
queso  recogían  y  fortificaban  en  la  sierra,  quiso  irá 
reconócenos  y  en  ocasión  combatillos.  Hallólos  en  Fre- 
xiliana la  vieja  fortificados :  el  general  dellos  era  Go- 
mel ,  y  tenia  consigo  otros  capitanes ;  todos  se  manda- 
ban por  la  autoridad  de  Bonaguazil.  Pero  en  la  subida 
de  la  montaña ,  creyendo  que  bastaria  mostralles  las 
armas,  trabó  la  gente  desmandada  una  escaramuza,  y 
siguieron  dos  banderas  de  infantería  sin  ó.f-den ,  y  sin 
podellos  Arévalo  de  Suazo  retirar,  harto  ocupado  en 
estorbar  que  el  resto  no  saliese  tras  ellos.  Mas  los  mo- 
ros ,  que  habían  hecho  rostro  á  la  escaramuza ,  viendo 
la  gente  que  cargaba  de  nuevo,  y  conociendo  la  desor- 
den ,  comenzáronse  á  retirar  hasta  sus  reparos,  y  sal- 
tando fuera  golpe  de  arcabuceros  y  ballesteros,  apre- 
taron nuestra  gente  cuasi  puesta  en  rola,  ejecutándola 
hasta  lo  llano.  Arévalo  de  Suazo ,  parte  acometiendo, 
parte  retirando  y  amparando  la  gente,  volvió  con  ella, 
algunos  muertos  y  pocos  heridos,  á  Vélez ,  donde  es- 
tuvo á  la  guarda  del  lugar  y  la  tierra ;  y  los  moros  vol- 
vieron á  continuar  su  fuerte.  Don  Juan,  visto  el  caso,  y 
pareciéndole  dar  dueño  á  la  empresa  que  la  hiciese  á 
menos  costa  y  con  mas  autoridad ,  aunque  en  Arévalo 
de  Suazo  no  hubiese,  como  no  hubo,  falta,  ofreció  aque- 
lla jornada  por  mandado  del  Rey  á  don  Diego  de  Cór- 
doba, marqués  de  Gomares,  gran  señor  en  el  Andalucía, 
y  fuera  della  de  mayores  esperanzas,  que  tenia  parte 
de  su  estado  en  aquella  montaña  pacífico  y  guardado ; 
pero  fué  la  oferta  de  manera,  que  justificadamente  pu- 
do excusarse. 

En  este  tiempo  se  declararon  los  preparamientos  del 


GRANADA.  93 

rey  de  Ar»¿el  ser  canlra  el  de  Túnez  Muley  Hamida ;  y 
el  rey  de  Fez  se  quietó.  Partió  el  de  Argel  con  siete  mil 
infantes  turcos  y  andaluces  y  doce  mil  caballos,  parte 
de  su  sueldo,  y  parte  alárabes  que  labraban  la  tierra : 
juntáronse  á  una  legua  de  Beja ,  ciudad  grande,  y  vein- 
te de  Túnez;  mas  el  rey  de  Túnez  fué  roto ,  y  salvóse 
con  doscientos  caballos  hacia  la  tierra  que  dicen  de  los 
Dátiles.  Perdió  á  Beja  y  Túnez,  que  ahora  está  en  po- 
der de  turcos,  y  á  Biserta,  que  comenzaron  á  fortificar; 
lugar  de  comarca  provechoso  para  quien  lo  ocupare  y 
pudiere  mantener;  Hippon  Diarritos  le  llamaron  los 
griegos,  á  diferencia  de  Boua:  púsole  el  nombre  Agató- 
cles,  tirano  de  Sicilia,  en  la  gran  empresa  que  tuvo 
contra  los  cartagineses.  Mas  por  quitar  duda  y  oscuri- 
dad, diré  lo  que  entiendo  destos  reinos.  El  de  Fez  fué 
reino  de  Sil'ax ,  que  tuvo  guerra  con  los  romanos ,  de 
quien  tanta  memoria  hacen  sus  historias.  Después  de 
varias  mudanzas,  edificó  la  ciudad  Idriz,  del  linaje  de  Ali, 
que  conquistó  á  Berbería,  y  en  memoria  tienen  su  alfanje 
colgado  en  el  templo  principal  con  gran  veneración. 
Dióle  el  nombre  del  rio  que  pasa  por  medio  ,  llamado 
entonces  Fez.  Juntó  los  edificios  Jusef  Miramarazo- 
hir  Aben  Jacob ,  del  linaje  de  los  de  Benimerin  ,  que 
fué  vencido  del  rey  don  Alonso  en  la  batalla  de  Tarifa; 
y  por  la  comodidad  de  guerrear  contra  el  rey  de  Tre- 
mecen,Ia  hizo  de  nuevo  cabeza  del  reino  poseído  ai 
presente  por  los  hijos  de  Jarife;  hombre  que ,  de  pre- 
dicador y  tenido  por  santo  y  del  linaje  de  Mahoma ,  vi- 
no, juntando  las  armas  con  la  religión,  al  señorío  de 
Marruecos  y  Fez,  como  lo  han  hecho  muchos  de  su 
secta  en  África,  comenzando  de  Mahoma  hasta  los  al- 
morávides, los  almohades,  los  benimerines,  los  beni- 
oaticis,  jarifesque  hoy  son;  todos  religiosos  y  arma- 
dos, y  que  por  este  medio  vinieron  á  la  alteza  del  reino. 
El  de  Túnez  tuvo  mayor  antigüedad,  por  fundarse  en 
las  sobras  de  la  gran  Cartago,  destruida  por  Seipion 
Africano,  y  vuelta  á  restaurar,  primero  por  los  cónsules 
romanos  y  por  Tiberio  Graco,  después  mudado  el  sitio 
á  lo  llano  por  César  Augusto,  y  habitada  de  romanos; 
poseída  de  los  emperadores,  ganada  por  los  vándalos,  y 
recuperada  por  Belisario,  capitán  del  emperador  Justi- 
niano;  siempre  tenida  por  la  tercia  parte  del  imperio 
griego  hasta  el  tiempo  de  los  alárabes,  que  fué  por 
OccubaBen-Nafic,  capitán  de  Mauhía,  sojuzgada,  ven- 
ciendo y  matando  al  conde  Gregorio,  lugarteniente  del 
emperador  Constantino,  hijo  de  Constante,  con  setenta 
mil  caballeros  cristianos,  en  la  gran  batalla  junto  á  Áfri- 
ca que  los  moros  llaman  Mehedia  (del  nombre  de  un  su 
príncipe  dicho  Moahedin);  y  los  romanos  Adrumentum, 
agora  lugar  destruido  por  el  ejército  del  emperador 
don  Carlos.  Las  armas  con  que  se  halló  el  conde  Grego- 
rio, á  quien  los  alárabes  llaman  Groguir,  dicen  que 
fueron  muchas  mujeres  en  torno  bien  aderezadas  y 
hermosas;  él  en  una  litera  de  hombros,  con  piedras  pre- 
ciosas, cubierta  de  paño  de  oro ,  y  dos  mancebos  que 
con  mosqueadores  de  plumas  de  pavo  le  quitaban  el 
polvo.  Mahuía  ocupó  á  Cartago  por  entrega  de  Mana, 
hija  del  conde  Gregorio,  con  pacto  que  casase  con  ella; 
mas,  descontento  del  casamiento,  la  dejó.  Deshabitó  á 
Cartago,  pasó  la  población  donde  ahora  es  Túnez, que 
entonces  era  pequeño  lugar  y  siempre  del  mismo  nom- 
bre. Quedaron  repartidos  los  romanos  en  doce  aldeas, 
que  hoy  son  de  labradores  moros  en  el  cabo  que  lia- 


94  DON  DIEGO 

mande  Caríago,  donde  fué  la  ciudad  competidora  de 
Roma;  el  nombre  della  dura  en  un  pequeño  pueblo, 
y  ese  sin  gente  :  tantas  mudanzas  hace  el  mundo,  y  tan 
poca  seguridad  hay  en  los  estados.  Gobernóse  Túnez  en 
forma  de  república  hasta  los  tiempos  del  miramamolin 
Jusef,que  envió  á  Abdeluahhed,  su  capitán,  natural  de 
Sevilla,  que  los  gobernó  y  sujetó  con  ocasión  de  defen- 
dellos  contra  los  alárabes;  cuyo  hijo  quedó  por  señor  y 
fué  el  primero  rey  de  Túnez  hasta  Muztancoz,  que  enno- 
bleció la  ciudad,  y  dende  él  á  Hamida,  que  hoy  reina, 
sin  perderse  la  sucesión,  según  la  verdad  de  sus  histo- 
rias, cegando  ó  matando  los  padres  á  los  hijos,  ó  los 
hijos  á  los  padres,  como  hizo  IIamida,que  cegó  á  Muley 
Hacen,  su  padre,  y  le  quitó  el  reino,  en  que  el  empera- 
dor don  Carlos,  vencedor  de  muchas  gentes,  le  liabia 
restituido ,  echando  á  Barbaroja ,  tirano  del ,  puesto 
por  mano  del  gran  señor  de  los  turcos. 

Menores  fueron  los  principios  del  señorío  de  Argel, 
que  hoy  está  en  mayor  grandeza  :  al  lugar  llaman  los 
moros  Algezair  por  una  isla  que  tenia  delante  ;  noso- 
tros le  llamamos  Argel;  antiguamente  se  pobló  de  los 
moradores  de  Cesárea ,  que  ahora  se  llama  Xargd.  Es- 
tuvo siempre  en  el  señorío  de  los  reyes  godos  de  Espa- 
ña hasta  que  vinieron  los  moros,  y  en  tiempo  dellos 
fué  lugar  de  poco  momento,  regido  por  jeques;  mas 
después  el  rey  don  Fernando  el  Católico  hizo  tributario 
al  señor  y  ediíicó  el  Peñón.  Muerto  el  Rey ,  el  carde- 
nal fray  Francisco  Jiménez ,  gobernador  de  España  en 
los  principios  del  reinado  del  emperador  don  Carlos, 
tomó  á  Bugía  (casa  real  del  rey  Bocho  deMauritania,  di- 
cha por  esto  de  su  nombre,  según  los  alárabes),  y  qui- 
so crecer  el  tributo  moviendo  nuevo  concierto  con  el 
Jeque :  ofendidos  los  moros ,  reprendido  y  arrepentido 
el  señor,  se  retiró.  El  Cardenal ,  hombre  de  su  condi- 
ciouarmígero  y  aun  desasosegado,  armó  contra  él,  ha- 
ciendo capitanes  á  Diego  de  Vera  y  Juan  del  Rio  :  jun- 
tóse esta  armada  á  manera  de  arrendamiento ;  que  to- 
dos los  que  tenían  oficios  menores,  si  los  querían  pasar 
en  sus  hijos  por  una  vida ,  fuesen  á  servir ,  ó  llevasen  ó 
diesen  en  su  lugar  tantos  hombres,  según  la  impor- 
tancia del  oficio.  Perdióse  la  armada  por  mal  tiempo, 
confusión  y  poca  plática  de  los  que  gobernaban ,  y  esta 
fué  la  primera  pérdida  que  se  hizo  sobre  Argel.  Mas  el 
Jeque,  temiendo  que  con  mayores  fuerzas  se  renovaría 
la  guerra,  trajo  por  huésped  y  soldado  á  Barbaroja, 
hermano  del  que  fué  tirano  de  Túnez,  que  entonces  era 
su  lugarteniente  y  secretario ;  venidos  á  la  grandeza 
que  tuvieron,  de  capitanes  de  un  bergantín.  Había  ten- 
tado Barbaroja  Horux  (que  así  se  llamaba  el  mayor)  la 
empresa  de  Bugía,  perdido  el  tiempo,  la  gente,  un  bra- 
zo y  el  armada;  recogídose  con  cuarenta  turcos  á  un 
pequeño  castillo ,  de  donde  el  Jeque  otra  vez  le  trajo  al 
sueldo;  mas  él,  juntándose  con  los  principales,  mató  al 
jeque  llamado  Selin  Etenrí  estando  comiendo  en  un 
baño  ;  hizose  señor  y  llamóse  rey.  Dende  ú  poco  salió 
para  la  empresa  de  Tremccen,  y  ocupado  aquel  reino, 
quedó  por  señor,  y  su  hermano  Harradin  por  goberna- 
dor en  Argel;  mas  echado  después  de  Tremecen  por 
los  capitanes  del  alcaide  de  los  Donceles ,  abuelo  de 
este  marqués  de  Gomares,  que  era  entonces  general  de 
Oran  ,  y  muerto  huyendo ,  quedó  el  reino  de  Argel  en 
poder  del  hermano.  Había  don  Hugo  de  Moneada  he- 
cho tributarios  los  Gelves  después  algunos  años  de 


DE  MENDOZA. 

la  pérdida  del  conde  Pedro  Navarro  y  muerte  de  don 
García  de  Toledo,  hijo  del  duque  de  Alba  don  Fadri- 
que,  padre  del  duque  don  Fernando,  que  hoy  gobierna 
los  estados  de  Flándes ;  y  tornando  con  el  armada  por 
mandado  del  emperador  sobre  Argel ,  con  intento  de 
destruílla  y  asegurar  la  marina  de  España ,  tentó  desdi- 
chadamente la  venganza  de  Diego  de  Vera  y  Juan  del 
Rio ;  porque  con  tormenta  perdió  mucha  parte  de  la 
armada ,  y  echando  gente  en  tierra  para  defender  los 
que  se  iban  á  ella  con  miedo  de  la  mar,  perdió  también 
lo  uno  y  lo  otro.  Crecieron  las  fuerzas  de  Barbaroja; 
extendióse  por  la  tierra  adentro  su  poder ;  deshizo  el 
Peñón,  que  era  isla, continuóla  con  la  tierra  firme,  ocu- 
pó los  lugares  de  la  mar,Xargel,Guijan,  Brisca  y  el  reí- 
no  de  Túnez,  aunque  pequeño.  Vino  á  noticia  del  señor 
de  los  turcos  que  pretendía  por  seguridad  y  paz  desús 
hijos  ocupar  á  África  y  poner  en  Túnez  á  Bayaceto,  que 
se  mató  á  sí  mismo  :  adelantó  á  Barbaroja  en  fuerzas 
y  autoridad  por  conseguir  este  fin  y  poner  al  Empera- 
dor en  estrecho  y  necesidad.  Díóle  mayor  armada  con 
que  ocupase  y  afirmase  el  reino  de  Túnez ,  de  donde 
echado  por  el  Emperador,  pasóá  Constantínopla;  quedó 
general  de  la  armada  del  Turco ,  y  después  favorecido  y 
lionrado  hasta  que  murió ,  tenido  en  mas  por  haberle 
vencido  el  Emperador;  porque  los  vencedores  honra- 
dos honran  á  los  vencidos.  Quedó  el  reino  de  Argel 
en  poder  de  gobernadores  enviados  por  el  Turco;  mas 
el  Emperador,  temiendo  la  poca  seguridad  que  tenía  en 
sus  estados  con  la  grandeza  de  los  turcos  en  Argel ,  y 
hallándose  en  Alemania  al  tiempo  que  el  Gran  Turco 
venía  sobre  ella,  mal  proveído  de  dineros  para  resístille, 
no  quiso  obligarse  ala  empresa.  Quedar  sin  salir  á  ella 
en  Alemania  era  poca  reputación :  tomó  por  expedien- 
te la  de  Argel ,  donde  fué  roto  de  la  tormenta;  retiróse 
por  tierra  á  Bugía,  perdiendo  mucha  parte  de  la  arma- 
da ,  pero  salvó  el  ejército  y  la  reputación,  con  gloria  de 
sufrido,  de  diestro  y  valeroso  capitán.  De  allí  crecieron 
sin  resistencia  las  fuerzas  de  los  señores  de  Argel ;  to- 
maron á  Tremecen ,  á  Bugía ;  y  por  su  orden  los  cosa- 
ríos  á  Jayona ,  de  los  moros,  á  Trípol ,  de  la  orden  de 
san  Juan ;  rompieron  diversas  armadas  de  galeras,  sin 
otra  adversidad  mas  que  la  pérdida  que  hicieron  de  su 
armada  en  la  batalla  que  don  Bernardíno  de  Mendoza 
ganó  á  Alí  Hamete  y  Cara  Mami,  sus  capitanes ,  sobre 
la  isla  de  Arbolan.  Por  este  camino  vino  el  reino  de  Ar- 
gel á  la  grandeza  que  ahora  tiene, 

LIBRO  TERCERO. 

Entretenía  el  Gran  Turco  los  moros  del  reino  de  Gra- 
nada con  esperanzas  por  medio  del  rey  de  Argel ,  para 
ocupar,  como  dijimos,  las  fuerzas  del  rey  don  Felipe  en 
tanto  que  las  suyas  estaban  puestas  contra  venecianos; 
como  quien  (dando  á  entender  que  las  despreciaba)  nin- 
guna ocasión  de  su  provecho ,  aunque  pequeña ,  dejaba 
pasar.  Entre  tanto  el  comendador  mayor  don  Luis  de 
Requesenes  sacó  del  reino  y  embarcó  la  infantería  es- 
pañola en  las  galeras  de  Italia,  dejando  orden  á  don  Al- 
varo de  Bazan  que  con  las  catorce  de  Ñapóles  que  eran 
á  su  cargo,  y  tres  banderas  de  infantería  española,  cor- 
riese las  islas  y  asegurase  aquellos  mares  contra  los  co- 
sarios turcos.  Vino  á  Cívitavieja ;  de  allí  á  Puerto  Santo 
Estéfuno,  donde  juntando  consigo  nueve  galeras  y  una 


GUERRA  DE 

galeota  del  duque  de  Florencia,  estorbado  de  los  tiem- 
pos, entró  en  Marsella.  Dendeá  poco ,  pareciendo  bo- 
nanza, continuó  su  viaje;  mas  entrando  la  nocbe,  co- 
menzó el  narbonés  á  refrescar,  viento  que  levanta  gran- 
des tormentas  en  aquel  golfo  y  travesía  para  la  costa  de 
Berbería ,  aunque  lejos  :  tres  días  corrió  la  armada  tan 
deshecba  fortuna,  que  se  perdieron  unas  galeras  de 
otras;  rompieron  remos,  velas ,  árboles ,  timones ;  y  en 
íin,  la  capitana  sola  pudo  lomar  á  Menorca,  y  dende  allí 
áPalamós,  donde  los  turcos  forzados,  coníiándose  en 
la  flaqueza  de  los  nuestros  por  el  no  dormir  y  continuo 
trabajo ,  tentaron  levantarse  con  la  galera;  pero  sen- 
tidos, hizo  el  Comendador  mayor  justicia  de  treintn. 
Nueve  galeras  de  las  otras  siguieron  la  derrota  de  la 
capitana;  cuatro  se  perdieron  con  la  gente  y  chusma; 
la  una,  que  era  de  Estéfano  de  Mari ,  gentilhombre  ge- 
novés,  en  presencia  de  todas,  en  el  golfo  embistió  por  el 
costado  á  otra ,  y  fué  la  embestida  salva ,  y  á  fondo  la 
que  embistió;  acaecimiento  visto  pocas  veces  en  la  mar: 
las  demás  dieron  al  través  en  Córcega  y  Cerdeña ,  ó 
aportaron  en  otras  partes  con  pérdida  de  la  ropa,  vitua- 
lla, municiones  y  aparejos ,  aunque  sin  daño  de  la  gen- 
te. Luego  que  pasó  la  tormenta,  llegó  don  Alvaro  de  Ra- 
zan á  Cerdeña  con  las  galeras  de  Ñapóles;  puso  en  or- 
den cinco  de  las  que  habían  quedado  para  navegar;  en 
ellas  y  en  las  suyas  embarcó  los  soldados  que  pudo;  lle- 
gó á  Palamós,  y  juntándose  con  el  Comendador  ma- 
yor, navegaron  la  costa  del  reino  de  Granada  á  tiem- 
po que  poco  había  fuera  el  suceso  de  Bentomiz  y  otras 
ocasiones ,  mas  en  favor  de  los  moros  que  nuestro. 
Llevó  consigo  de  Cartagena  las  galeras  de  España  que 
traía  don  Sancho  de  Leiva;  y  tornando  don  Alvaro  á 
guardar  la  costa  de  Itaha,  él  partió  con  veinte  y  cinco 
galeras  para  Málaga ;  mas  al  pasar,  avisado  por  Arévalo 
de  Suazo  de  lo  sucedido  en  Bentomiz ,  envió  con  don 
Miguel  de  Moneada  á  comunicar  con  don  Juan  su  inten- 
to, y  el  peligro  en  que  estaba  toda  aquella  tierra  si  no 
se  ponía  remedio  con  brevedad ,  sin  esperar  consulta 
del  Rey.  Puso  entre  tanto  sus  galeras  en  orden;  armó 
y  rehizo  la  infantería ,  que  serian  en  diez  banderas  mil 
soldados  viejos  y  quinientos  de  galera ;  juntó  y  armó  de 
Málaga ,  Vélez  y  Antequera  ,  por  medio  de  Arévalo  de 
Suazo  y  Pedro  Verdugo ,  tres  mil  infantes.  Volvió  don 
Miguel  con  la  comisión  de  don  Juan,  y  partió  el  Comen- 
dador mayor  á  combatir  los  enemigos.  Llegado  á  Tor- 
rox,  envió  á  don  Martin  de  Padilla,  hijo  del  adelantado 
de  Castilla,  con  alguna  infantería  suelta  para  reconocer 
el  fuerte  de  Frexiliana,  y  volvió  trayendo  consigo  algún 
ganado.  Púsose  al  pié  de  la  montaña,  y  después  de  ha- 
ber reconocido  de  mas  cerca,  dio  la  frente  á  don  Pedro 
de  Padilla  con  parte  de  sus  banderas  y  otras,  hasta  mil 
infantes,  y  mandóle  subir  derecho.  A  don  Juan  de  Cár- 
denas (a),  hijo  del  conde  de  Miranda,  mandó  subir  con 
cuatrocientos  aventureros  y  otra  gente  plática  de  las 
banderas  de  Italia  por  la  parte  de  la  mar ,  y  por  la  otra 
á  don  Martín  de  Padilla  con  trescientos  soldados  de  ga- 
lera y  algunos  de  Málaga  y  Vélez ;  los  demás ,  que  aco- 
metiesen por  las  espaldas  del  fuerte,  donde  parece  que 
la  subida  estaba  mas  áspera,  y  por  esto  menos  guarda- 
da ,  y  estos  mandó  que  llevase  Arévalo  de  Suazo  con 
alguna  caballería  por  guarda  de  la  ladera  y  del  agua. 

(a)  Este  don  Juan  de  Cárdenas  fué  después  conde  de  Miranda, 
weyde  Ñapóles,  presidente  de  Italia  y  Castilla. 


GRANADA.  93 

Mas  don  Pedro,  aunque  do  su  niñez  criado  á  las  armas 
y  modestia  del  Emperador,  soldado  suyo  en  las  guer- 
ras de  Flándes,  despreciando  con  palabras  la  orden  del 
Comendador  mayor,  la  cual  era  que  los  unos  esperasen 
á  los  otros  hasta  estar  igualados  ( porque  parte  dellos 
iban  por  rodeos),  y  entonces  arremetiesen  á  un  tiem- 
po, arremetió  sin  él  y  llegó  primero  por  el  camino  de- 
recho. 

Los  enemigos  estuvieron  á  la  defensa ,  como  gente 
plática,  y  juntos  resistieron,  con  mas  daño  de  los  nues- 
tros que  suyo ;  pero  al  fin ,  dado  lugar  á  que  nuestros 
armados  se  pegasen  con  el  fuerte ,  y  comenzasen  con 
las  picas  á  desviarlos  y  á  derribar  las  piedras  del ,  y 
los  arcabuceros  á  quitar  traveses ,  estuvieron  firmes 
;  hasta  que  salió  un  turco  de  galera  enviado  por  el  Co- 
I  mendador  mayor  á  reconocer  dentro,  con  promesa  de  la 
I  libertad.  Este  dio  aviso  de  la  dificultad  que  había  por 
I  la  parte  que  eran  acometidos,  y  cuánto  mas  fácil  sería 
la  entrada  al  lado  y  espaldas.  Partió  la  gente ,  y  com- 
batiólos por  donde  el  turco  decía :  lo  mismo  hicieron 
los  enemigos  para  resistir,  pero  con  mucho  daño  de  los 
nuestros,  que  eran  herid|i  y  muertos  de  su  arcabuce- 
ría al  prolongarse  por  el  reparo.  Todavía,  partidas  las 
fuerzas  con  esto ,  aflojaron  los  que  estaban  á  la  frente, 
y  don  Juan  de  Cárdenas  tuvo  tiempo  de  llegar;  lo  mi? 
mo  la  gente  de  Málaga  y  Vélez ,  que  iba  por  las  espal- 
das. Mas  los  moros,  viéndose  por  una  y  otra  parte  apre- 
tados, saheron  por  la  del  maestral,  que  estaba  mas  ás- 
pera y  desocupada ,  como  dos  mil  personas ,  y  entre 
ellos  mil  hombres  los  mas  sueltos  y  pláticos  de  la  tier- 
ra :  fué  porfiado  por  ambas  partes  el  combate  hasta  ve- 
nir á  las  espadas ,  de  que  los  moros  se  aprovechan  me- 
nos que  nosotros,  por  tener  las  suyas  un  filo  y  no  herir 
ellos  de  punta.  Con  la  salida  destos  y  sus  capitanes 
tuvieron  los  nuestros  menos  resistencia  ;  entraron  por 
fuerza  por  la  parte  mas  difícil  y  no  tan  guardada  que 
tocó  á  Arévalo  de  Suazo,  donde  él  fué  buen  caballero  y 
buena  la  gentede  Málagay  Vélez;  pero  no^entraron  con 
tanta  furia,  que  no  diesen  lugar  á  los  que  combatían  de 
don  Pedro  de  Padilla  y  á  los  demás  para  que  también 
entrasen  al  mismo  tiempo.  Murieron  de  los  enemigos 
dentro  del  fuerte  quinientos  hombres ,  la  mayor  parte 
viejos;  mujeres  y  niños  cuasi  mil  y  trescientos  con  el 
ímpetu  y  enojo  de  la  entrada  y  después  de  salidos  en  el 
alcance,  y  heridos  otros  cerca  de  quinientos.  Captivá- 
ronse  cuasi  dos  mil  personas  :  los  capitanes  Carral  y  el 
Melilu,  general  de  todos,  con  la  gente  que  salió,  vinie- 
ron destrozados  á  Valor,  donde  Aben  Humeya  los  re- 
cogió ,  y  mandó  dende  á  pocos  días  tornar  al  mismo 
Frexiliana.  Mas  el  Melilu,  rico  y  de  ánimo,  hizo  ahorcar 
á  Chacón,  que  trataba  con  los  cristianos,  por  una  carta 
de  su  mujer  que  le  hallaron ,  en  que  le  persuadía  á  de- 
jar la  guerra  y  concertarse.  Dícese  que  en  el  fuerte  los 
viejos  de  concierto  se  ofrecieron  á  la  muerte  porque 
los  mozos  se  saliesen  en  el  entre  tanto ;  al  revés  de  lo 
que  suele  acontecer  y  de  la  orden  que  guarda  naturale- 
za, como  quier  que  los  mozos  sean  animosos  para  eje- 
cutar y  defender  á  los  que  mandan ,  y  los  viejos  para 
mandar,  y  naturalmente  mas  flacos  de  ánimo  que  cuan- 
do eran  mozos.  De  los  nuestros  fueron  heridos  mas  de 
seiscientos ,  y  entre  ellos  de  saeta  don  Juan  de  Cárde- 
nas, que  fué  aquel  día  buen  caballero.  Entre  otros,  mu- 
rieron peleando  don  Pedro  de  Sandoval ,  sobrino  del 


9ñ  DON  DIEGO 

obispo  de  Osma ,  y  pasados  de  trescientos  soldados, 
parte  aquel  dia,  y  parte  de  heridas  en  Málaga,  donde  los 
mandó  el  Comendador  mayor ,  y  vender  y  repartir  la 
presa  entre  todos ,  á  cada  uno  según  le  tocaba ,  repar- 
tiéndoles también  el  quinto  del  Rey. 

Es  el  vender  las  presas  y  dar  las  partes  costumbre  de 
España,  y  el  quinto,  derecho  antigo  de  los  reyes  dende 
el  primer  rey  don  Pelayo,  cuando  eran  pocas  las  facul- 
tades para  su  mantenimiento ;  agora,  porque  son  gran- 
des ,  llévanlo  por  reconocimiento  y  señorío ;  mas  el 
hacer  los  reyes  merced  del  en  común  y  por  señal  de 
premio  á  los  que  pelean,  es  causa  de  mayor  ánimo;  co- 
mo, por  el  contrario,  á  cada  uno  lo  que  ganare,  y  á  to- 
dos el  quinto  generalmente  cuando  vienen  á  la  guerra, 
ocasión  para  que  todos  vengan  á  scFvir  en  las  empresas 
con  mayor  voluntad.  Pero  esta  se  trueca  en  codicia ,  y 
cada  uno  tiene  por  tan  proprio  lo  que  gana,  que  deja  por 
guardallo  el  oficio  de  soldado,  de  que  nacen  grandes 
inconvenientes  en  ánimos  bajos  y  poco  pláticos ;  que 
unos  huyen  con  la  presa ,  otros  se  dejan  matar  sobre 
ella  de  los  enemigos ,  impedidos  y  enflaquecidos;  otros, 
desamparadas  las  banderas ,  vuelven  á  sus  tierras  con 
la  ganancia.  Viénense  por  este  camino  á  deshacer  los 
ejércitos  hechos  de  gente  natural ,  que  campean  den- 
tro en  casa  :  el  ejemplo  se  ve  en  Italia  entre  los  natu- 
rales, como  se  ha  visto  en  esta  guerra  dentro  en  España. 

El  buen  suceso  de  Frexiliana  sosegó  la  tierra  de  Má- 
laga y  la  de  Ronda  por  entonces  :  el  Comendador  ma- 
yor se  dio  á  guardar  la  costa,  á  proveer  con  las  galeras 
los  lugares  de  la  marina;  mas  en  tierra  de  Granada,  el 
mal  tratamiento  que  los  soldados  y  vecinos  hacían  á 
los  moriscos  de  la  Vega,  la  carga  de  alojamientos,  con- 
tribuciones y  composiciones,  la  resolución  que  se  tomó 
de  destruir  las  Albuñuelas  flacamente  ejecutada ,  dio 
ocasión  á  que  muchos  pueblos,  que  estaban  sobresana- 
dos, se  declarasen  y  subiesen  á  la  sierra  con  sus  fami- 
lias y  ropa.  Entre  estos  fué  el  rio  de  Boloduí  á  la  parte 
de  Guadix,  y'á  la  de  Granada  Guéjar,  que  en  su  calidad 
no  dio  poco  desasosiego.  La  gente  della,  recogiendo 
su  ropa  y  dineros ,  llevando  la  vitualla ,  y  dejando  es- 
condida la  que  no  pudieron,  con  los  que  quisieron  se- 
guillos  se  alzaron  en  la  montaña ,  cuasi  sin  habitación 
por  la  aspereza,  nieve  y  frió.  Quiso  don  Juan  recono- 
cer el  sitio  del  lugar ,  llevando  á  Luis  Quijada  y  al  du- 
que de  Sesa  :  tratóse  si  lo  debia  mantener  ó  dejar;  no 
pareció  por  entonces  necesario  para  la  seguridad  de 
Granada  mantenerle  y  fortificarle,  como  flacoy  de  po- 
ca importancia ,  pero  la  necesidad  mosLró  lo  contrario; 
y  en  fin,  se  dejó,  ó  porque  no  bastase  la  gente  que  en  la 
ciudad  habia  de  sueldo  á  asegurar  á  Granada  todo  á  un 
tiempo  y  socorrer  en  una  necesidad  á  Guéjar,  como  la 
razón  lo  requeria ;  ó  que  no  cayesen  en  que  los  enemi- 
gos se  atreverian  á  fundar  guarnición  en  ella  tan  cerca 
de  nosotros,  ó,  como  dice  el  pueblo  (que  escudriña  las 
intenciones  sin  perdonar  sospecha,  con  razón  ó  sin 
ella),  por  criar  la  guerra  entre  las  manos ,  celosos  del 
favor  en  que  estaba  el  marqués  de  Vélez,  y  hartos  de  la 
ociosidad  propria  y  ambiciosos  de  ocuparse,  aunque  con 
gasto  de  gente  y  hacienda  :  decíase  qu3  fuera  necesa- 
rio sacar  un  presidio  razonable  á  Guéjar,  como  después 
se  hizo  lejos  de  Granada  para  mantener  los  lugares  de 
en  medio  :  cada  uno,  sin  examinar  causas  ni  posibili- 
dad, se  hacia  juez  de  sus  superiores. 


DE  MENDOZA. 

Mas  el  Rey,  viendo  que  su  hermano  estaba  ocupado 
en  defender  á  Granada  y  su  tierra,  y  que  teniendo  la 
masa  de  todo  el  gubierno  era  necesario  un  capitán  que 
fuese  dueño  de  la  ejecución,  nombró  por  general  de  to- 
da la  empresa  al  marqués  de  Vélez,  que  entonces  esta- 
ba en  gran  favor,  por  haber  salido  á  servir  á  su  costa. 
Sucedióle  dichosamente  tener  á  su  cargo  ya  la  mitad 
del  reino,  calor  de  amigos  y  deudos ;  cosas  que  cuando 
caen  sobre  fundamento ,  inclinan  mucho  los  reyes.  A 
esto  se  juntó  haberse  ofrecido  por  sus  cartas  á  echar  á 
Aben  Humeya  el  Tirano ,  que  así  se  llamaba ,  y  acabar 
la  guerra  del  reino  de  Granada  con  cinco  mil  hombres 
y  trescientos  caballos  pagados  y  mantenidos ,  que  fué 
la  causa  m.as  principal  de  enco¡nendalle  el  negocio.  A 
muchos  cuerdos  parece  que  ninguno  debe  de  cargar 
sobre  sí  obligación  determinada  que  el  cumplilla  ó  el 
estorbo  della  esté  en  mano  de  otro.  Fué  la  elección  del 
Marqués  ( á  lo  que  el  pueblo  de  Granada  juzgaba  y  al- 
gunos colegian  de  las  palabras  y  continente)  harto  con- 
tra voluntad  de  los  que  estaban  cerca  de  don  Juan,  pa- 
reciéndoles  que  quitaba  el  Rey  á  cada  uno  de  las  ma- 
nos la  honra  desta  empresa. 

Habían  crecido  las  fuerzas  de  Aben  Humeya  y  ve- 
nídole  número  de  turcos  y  capitanes  pláticos,  según 
su  manera  de  guerra ;  moros  berberíes ,  armas ,  parte 
traídas,  parte  tomadas  á  los  nuestros,  vituallas  en 
abundancia ,  la  gente  mas  y  mas  plática  de  la  guerra. 
Estaba  el  Rey  con  cuidado  de  que  la  gente  y  las  provi- 
siones se  hacian  de  espacio;  y  pareciéndole  que  llegar- 
se él  mas  al  reino  de  Granada  seria  gran  parte  para 
que  las  ciudades  y  señores  de  España  se  moviesen  con 
mayor  calor  y  ayudasen  con  mas  gente  y  mas  presto, 
y  que  con  el  nombre  y  autoridad  de  su  venida  los  prín- 
cipes de  Berbería  andarían  retenidos  en  dar  socorro, 
ciertos  que  la  guerra  se  habia  de  tomar  con  mayores 
fuerzas ,  acabada,  con  todas  ellas  cargar  sobre  sus  es- 
tados ,  mandó  llamar  cortes  en  Córdoba  para  dia  seña- 
lado, adonde  se  comenzaron  á  juntar  procuradores  de 
las  ciudades  y  hacer  los  aposentos. 

Salió  el  marqués  de  Vélez  de  Terque  por  estorbar  el 
socorro  que  los  moros  de  Berbería  continuamente  traían 
de  gente ,  armas  y  vitualla ,  y  los  de  la  Alpujarra  rece- 
bían  por  la  parte  de  Almería.  Vino  á  Berja  (que  anti- 
guamente tenía  el  mismo  nombre),  donde  quiso  espe- 
rar la  gente  pagada  y  la  que  daban  los  lugares  de  la 
Andalucía.  Mas  Aben  Humeya ,  entendiendo  que  esta- 
ba el  Marqués  con  poca  gente  y  descuidado ,  resolvió 
corabatílle  antes  que  juntase  el  campo.  Dicen  los  mo- 
ros haber  tenido  plática  con  algunos  esclavos  que  es- 
condiesen los  frenos  de  los  caballos,  pero  esto  no  se 
entendió  entre  nosotros;  y  porque  los  moros,  como 
gente  de  pié  y  sin  picas,  recelaban  la  caballería,  quiso 
combatille  dentro  del  lugar  antes  del  dia.  Llamó  la 
gente  del  río  de  Almería,  la  del  Boloduí,  la  de  la  Alpu- 
jarra, los  que  quisieron  venir  del  río  de  Almanzora, 
cuatrocientos  turcos  y  berberíes :  eran  por  todos  cuasi 
tres  mil  arcabuceros  y  ballesteros  y  dos  mil  con  armas 
enhastadas.  Echó  delante  un  capitán,  que  le  servia  de 
secretario,  llamado  Mojajar,  que  con  trescientos  arca- 
buceros entrase  derecho  á  las  casas  donde  el  Marqués 
posaba,  diese  en  la  centinela  (lo  que  ahora  llamamos 
centinela ,  amigos  de  vocablos  extranjeros ,  llamaban 
nuestros  españoles,  en  la  noche  escucha,  en  el  dia  ata- 


GUERRA  DE 

raya :  nombres  liarlo  mas  proprios  para  su  oficio),  lle- 
gando con  ella  á  un  tiempo  el  arma  y  ellos  en  el  cuerpo 
de  guardia  :  siguióle  otra  gente ,  y  él  quedó  en  la  reta- 
guardia sobre  un  macho  y  vestido  de  grana.  Mas  el 
Marqués,  que  estaba  avisado  por  una  lengua  que  los 
nuestros  le  trujeron,  atravesó  algunas  calles  que  da- 
ban en  la  plaza,  puso  la  arcabucería  á  las  puertas  y  ven- 
tanas, tomó  las  salidas,  dejando  libres  las  entradas  por 
donde  entendió  que  los  enemigos  vendrían,  y  mandó 
estar  apercebida  la  caballería  y  con  ella  su  hijo  don 
Diego  Fajardo;  abrió  camino  para  salir  fuera  ,  y  con 
esta  orden  esperó  á  los  enemigos.  Entró  Mojajar  por  la 
calle  que  va  derecha  á  dar  á  la  plaza ,  al  principio  con 
furia ;  después,  espantado  y  recatado  de  hallar  la  villa 
sin  guardia ,  olió  humo  de  cuerdas,  y  antes  que  se  re- 
catase, sintió  de  una  y  otra  parte  jugar  y  hacerle  daño 
la  arcabucería ;  mas  queriendo  resistir  la  gente  con  al- 
guna otra  que  le  habia  seguido,  no  pudo  ;  salióse  con 
pocos  y  desordenadamente  al  campo.  El  Marqués,  con  la 
caballería  y  alguna  arcabucería, aun  tiempo  saltó  fuera 
con  don  Diego ,  su  hijo ,  don  Juan ,  su  hermano ,  don 
Bernardino  de  Mendoza ,  hijo  del  conde  de  Coruua, 
don  Diego  de  Leiva ,  hijo  natural  del  señor  Antonio  de 
Leiva,  y  otros  caballeros  ;  dio  en  los  que  se  retiraban  y 
en  la  gente  que  estaba  para  hacelles  espaldas :  rompió- 
los otra  vez;  pero  aunque  la  tierra  fuese  llana , impe- 
dida la  caballería  de  las  matas  y  de  la  arcabucería  de 
los  turcos  y  moros,  que  se  retiraban  con  orden ,  no  pu- 
do acabar  de  deshacer  los  enemigos.  Murieron  dellos 
cuasi  seiscientos  hombres  :  Aben  Humeya  tornó  la 
gente  rota  á  la  sierra ,  y  el  Marqués  á  Berja.  El  Rey  dio 
noticia,  pero  á  don  Juan  poca  y  tarde;  hombre  precia- 
do de  las  manos  mas  que  de  la  escritura ,  ó  que  quería 
darlo  á  entender,  siendo  enseñado  en  letras  y  estudio- 
so. Comenzó  don  Juan,  con  orden  del  Rey,  á  reforzar  el 
campo  del  Marqués;  antes  formallo  de  nuevo  :  puso 
con  dos  mil  hombres  á  don  Rodrigo  de  Benavides  en 
la  guarda  de  Guadix ;  á  Francisco  de  Molina  envió  con 
cinco  banderas  á  la  de  órgiba;  mandó  pasarádon  Juan 
de  Mendoza  con  cuasi  cuatro  mil  infantes  y  ciento  y 
cincuenta  caballos  adonde  el  Marqués  estaba,  y  al  Co- 
mendador mayor ,  que  tomando  las  banderas  de  don 
Pedro  de  Padilla  (rehechas  ya  del  daño  que  recibieron 
en  Frexiliana) ,  las  pusiese  en  Adra ,  donde  el  Marqués 
vino  de  Berja  á  hacer  la  masa.  Llegó  don  Sancho  de 
Leiva  á  un  mismo  tiempo  con  mil  y  quinientos  catala- 
nes de  los  que  llaman  delados ,  que  por  las  montañas 
andan  huidos  de  las  justicias,  condenados  y  hacien- 
do delitos ,  que  por  ser  perdonados  vinieron  los  mas 
dellos  á  servir  en  esta  guerra :  era  su  cabeza  Antic  Sar- 
riera,  caballero  catalán;  las  armas,  sendos  arcabuces 
largos  y  dos  pistoletes ,  de  que  se  saben  aprovechar. 
Llegó  Lorenzo  Tellez  de  Silva ,  marqués  de  la  Favara, 
caballero  portugués ,  con  setecientos  soldados ,  la  ma- 
yor parte  hechos  en  Granada  y  á  su  costa  ;  atravesó  sin 
daño  por  el  Alpujarra  entre  las  fuerzas  de  los  enemi- 
gos, y  por  tenerlos  ocupados  en  el  entre  tanto  que  se 
juntaba  el  ejército,  y  las  guarniciones  de  lábrate,  Dúr- 
cal  y  el  Padul  seguras  (á  quien  amenazaban  los  moros 
del  valle  y  los  que  habían  tornado  &  las  Albuñuelas); 
por  impedir  asimismo  que  estos  no  se  juntasen  con  los 
que  estaban  en  la  sierra  de  Guéjar  y  con  otros  de  la 
Alpujarra;  por  estorbar  también  el  desasosiego  en  que 
H-i. 


GRANADA.  07 

ponían  á  Granada  con  correrías  do  poca  gente ,  y  por 
quitalles  la  cogida  de  los  panes  del  valle ,  mandó  don 
Juan  que  don  Antonio  de  Luna  con  mil  infantes  y  dos- 
cientos caballos  fuese  á  hacer  este  efecto,  quemando  y 
destruyendo  á  Restával,  Pinillos  ,  Melejix,  Concha,  y, 
como  dije ,  el  Valle  hasta  las  Albuñuelas.  Partió  con  iá 
misma  orden  y  á  la  misma  hora  que  cuando  fué  á  qiie- 
mallasla  vez  pasada,  pero  con  desigual  fortuna;  por- 
que llegando  tarde,  halló  los  moros  levantados  por  el 
campo  y  en  sus  labores  con  las  armas  en  la  mano  :  tu- 
vieron tiempo  para  alzar  sus  mujeres,  hijos  y  ganados, 
y  ellos  juntarse ,  llevando  por  capitanes  á  Rendati, 
hombre  señalado ,  y  á  Lope  el  de  las  Albuñuelas ,  ayu- 
dados con  el  sitio  de  la  tierra  barrancosa.  Acometieron 
la  gente  de  don  Antonio ,  ocupada  en  quemar  y  robar, 
que  pudo  con  dificultad,  aunque  con  poca  pérdida, 
resistir  y  recogerse ,  siguiéndole  y  combatiéndole  por 
el  valle  abajo ,  malo  para  la  caballería.  Mas  don  Anto- 
nio, ayudándole  don  García  Manrique,  hijo  del  mar- 
qués de  Aguilar,  y  Lázaro  de  Heredia,  capitán  de  in- 
fantería ,  haciendo  á  veces  de  la  vanguardia  retaguar- 
dia, á  veces,  por  el  contrario ,  tomando  algunos  pasos 
con  la  arcabucería,  se  fué  retirando  hasta  salir  á  lo  ra- 
so ,  que  los  enemigos  con  temor  de  la  caballería  le  de- 
jaron. Murió  en  esta  refriega,  apartai'o  de  don  Anto- 
nio, el  capitán  Céspedes  á  manos  de  Rendati,  con  vein- 
te soldados  de  su  compañía  peleando ,  sesenta  huyen- 
do; los  demás  se  salvaron  á  Tablate,  donde  estaba  de 
guardia.  No  fué  socorrido)  por  estar  ocupada  la  infan- 
tería quemando  y  robando ,  sin  podellos  mandar  don 
Antonio.  Tampoco  llegó  don  García  (á  quien  envió  con 
cuarenta  caballos),  por  ser  lejos  y  áspera  la  montaña, 
los  enemigos  muchos.  Pero  el  vulgo  ignorante,  y  mos- 
trado á  juzgar  á  tiento,  no  dejaba  de  cidpar  al  uno  y  al 
otro;  que  con  mostrar  don  Antonio  la  caballería  de  lo 
alto  en  las  eras  del  lugar,  los  enemigos  fueran  retenido? 
ó  se  retiraran  ;  que  don  García  pudiera  llegar  mas  á 
tiempo,  y  Céspedes  recogerse  á  ciertos  edificios  viejos 
que  tenia  cerca ;  que  don  Antonio  le  tenia  mala  volun- 
tad dende  antes,  y  que  entonces  habia  salido  sin  orden 
suya  de  Tablate,  habiéndole  mandado  que  no  saliese. 
A  mí,  que  sé  la  tierra, paréceme  imposible  ser  socorri- 
do con  tiempo,  aunque  los  soldados  quisieran  mandar- 
se, ni  hubiera  enemigos  en  medio  y  á  las  espaldas.  Tal 
fué  la  muerte  de  Céspedes,  caballero  natural  de  Ciu- 
dad-Real ,  que  había  traído  la  gente  á  su  costa ,  cuyas 
fuerzas  fueron  excesivas  y  nombradas  por  toda  España; 
acompañólas  hasta  la  fin  con  ánimo,  estatura,  voz  y  ar- 
mas descomunales.  Volvió  don  Antonio  con  haber  que- 
mado alguna  vitualla,  trayendo  presa  de  ganado  á  Gra- 
nada, donde  menudeaban  los  rebatos;  las  cabezas  de 
la  milicia  corrían  á  una  y  otra  parte ,  mas  armados  que 
ciertos  donde  hallar  los  enemigos;  los  cuales,  dando 
armas  por  un  cabo,  llevaban  de  otro  los  ganados.  Ha- 
bia donjuán  ya  proveído  que  don  Luis  de  Córdoba  con 
doscientos  caballos  y  alguna  infantería  recogiese  á  Gra- 
nada y  á  la  Vega  los  de  la  tierra ;  comisión  de  poco  mas 
fruto  que  de  aprovechará  los  que  los  hurtaron;  por- 
que no  se  pudiendo  mantener,  fué  necesario  volvellos 
á  sus  lugares  faltos  de  la  mitad,  donde  fueron  comunes 
á  nosotros  y  á  los  enemigos. 

Hallábase  entre  tanto  el  marqués  de  Vélez  en  Adra 
(lugar  antiguamente  edificado  cerca  de  donde  ahora  es, 

7 


98 


DON  DIEGO  DE  MENDOZA. 


que  llamaban  Abdera )  con  cuasi  dos  mil  infantes  y 
setecientos  caballos :  gente  armada,  plática,  y  que  nin- 
guna empresa  rehusara  por  difícil;  extendida  su  reputa- 
ción por  España  con  el  suceso  de  Berja ,  su  persona  su- 
bida en  mayor  crédito.  "Venían  muchos  particulares  á 
buscar  la  guerra,  acrecentando  el  número  y  calidad  del 
ejército ;  pero  la  esterilidad  del  año,  la  falta  de  dinero,  la 
pobreza  de  los  que  en  Málaga  fabricaban  bizcocho,  y 
la  poca  gana  de  fabricarlo,  por  las  continuas  y  escrupu- 
losas reformaciones  antes  de  la  guerra ;  la  falta  de  re- 
cuas por  la  carestía,  la  de  vivanderos,  que  suelen  entre- 
tener los  ejércitos  con  refrescos, y  con  esto  las  resacas 
de  la  mar,  que  en  Málaga  estorban  á  veces  el  cargar,  y 
las  mesmas  el  descargar  en  Adra ,  fué  causa  que  las  ga- 
leras no  proveyesen  de  tanto  bastimento  y  tan  á  la  con- 
tinua. Era  algunas  veces  mantenido  el  campo  de  solo 
pescado ,  que  en  aquella  costa  suele  ser  ordinario ;  ce- 
saban las  ganancias  de  los  soldados  con  la  ociosidad; 
faltaban  las  esperanzas  á  los  que  venían  cebados  dellas ; 
deteníanse  las  pagas ;  comenzó  la  gente  á  descontentar- 
se, á  tomar  hbertad  y  hablar  como  suelen  en  sus  ca- 
bezas. El  General ,  hombre  entrado  en  edad ,  y  por  esto 
.  mas  en  cólera ,  mostrado  á  ser  respetado  y  aun  temi- 
do, cualquiera  cosa  le  ofendía :  dióse  á  olvidará  unos, 
tener  poca  cuenta  con  otros ,  tratar  á  otros  con  aspe- 
reza; oía  palabras  sin  respeto,  y  oíanlas  del.  Un  cam- 
.  po  grueso,  armado,  lleno  de  gente  particular,  que  bas- 
.  taba  á  la  empresa  de  Berbería ,  comentó  á  entorpecer- 
se nadando  y  comiendo  pescados  frescos,  no  seguirlos 
enemigos  habiéndolos  rompido ,  no  conocer  el  favor  de 
la  victoria,  dejarlos  engrosar,  afirmar,  romper  los  pasos, 
,  armarse ,  proveerse,  criar  guerra  en  las  puertas  de  Es- 
paña. Fué  el  Marqués  juntamente  avisado  y  requerido 
de  personas  que  v^ian  el  daño  y  temían  el  inconve- 
niente ,  que  con  la  vitualla  bastante  para  ocho  días  sa- 
liese en  busca  de  Aben  Humeya.  Por  estos  términos 
comenzó  á  ser  mal  quisto  del  común ,  y  de  allí  á  pe- 
garse la  mala  voluntad  en  los  principales;  aborrecerse 
él  de  todos  y  de  todo ,  y  todos  del. 

Al  contrarío  de  lo  que  al  marqués  de  Mondéjaracon- 
teció ,  que  de  los  principales  vino  á  pegarse  en  el  pue- 
blo; pero  con  mas  paciencia  y  modestia  suya,  dicen 
que  con  igual  arrogancia.  Yo  no  vi  el  proceder  del  uno 
ni  del  otro ;  pero  á  mi  opinión  ambos  fueron  culpados, 
sin  haber  hecho  errores  en  su  oficio  y  fuera  del,  con 
poca  causa ,  y  esa  común  en  algunos  otros  generales 
de  mayores  ejércitos.  Y  tornando  á  lo  presente,  nunca 
el  marqués  de  Vélez  se  halló  tan  proveído  de  la  vitua- 
lla, que  le  sobrase  en  el  comer  ordinario  de  cada  día  para 
llevar  consigo  cuantidad  que  pudiese  gastar  á  la  lar- 
ga; pero  vista  la  falta  della,  la  poca  seguridad  que  se 
tenia  de  la  mar ;  pareciéndole  que  de  Granada  y  el  An- 
dalucía, Guadíx  y  marquesado  de  Cénete,  y  de  allí 
por  los  puertos  de  la  Ravaha  y  Loh,  que  atraviesan  la 
sierra  hasta  la  Alpujarra ,  podía  ser  proveído,  escribió 
ó  don  Juan  (aunque  lo  solía  hacer  pocas  veces)  que  le 
mandase  tener  hecha  la  provisión  en  la  Calahorra ,  por- 
que con  ella  y  la  que  viniese  por  mar  se  pudiese  man- 
tener el  ejército  en  la  Alpujarra  y  echar  della  los  ene- 
migos. 

El  Comendador  mayor ,  según  el  poco  aparejo ,  nin- 
guna diligencia  posible  dejaba  de  hacer,  aunque  fuese 
con  peligro,  hasta  que  tuvo  en  Adra  puest^  vitualla  de 


respeto  por  tanto  tiempo,  que  ayudado  el  Marqués  con 
alguna  de  otra  parte  (aunque  fuese  habida  de  los  ene- 
migos), podía  guerrear  sin  hambre  y  esperar  la  de  Gua- 
díx; mas  viendo  que  el  Marqués ,  incierto  de  la  provi- 
sión que  hallaría  en  la  Calahorra,  se  detenía,  dábale 
priesa  en  público ,  y  requeríale  en  consejo  que  saliese 
contra  los  enemigos.  Mas  dando  el  Marqués  razones  por 
donde  no  convenia  salir  tan  presto ,  dicen  que  pasó  tan 
adelante ,  que  en  presencia  de  personas  graves  y  en  un 
consejo  le  dijo  que  no  lo  haciendo,  ternaria  él  la  gente 
y  saldría  con  ella  en  campo. 

En  Granada  ninguna  diligencia  se  hizo  para  proveer 
al  Marqués,  porque  pues  no  replicaba ,  tuvieron  creído 
que  no  tenia  necesidad,  y  que  estaba  proveído  bastante- 
mente en  Adra,  de  donde  era  el  camino  mas  corto  y  se- 
guro :  tenían  por  dificultoso  el  de  la  Calahorra ;  los  ene- 
migos muchos ,  las  recuas  pocas ,  la  tierra  muy  áspera, 
de  la  cual  decían  que  el  Marqués  era  poco  platico.  Mas 
el  pueblo,  acostumbrado  ya  á  hacerse  juez,  culpábale 
de  mal  sufrido  en  palabras  y  obras  igualmente  con  la 
gente  particular  y  común;  á  sus  oficíales  de  liberales 
en  distribuir  lo  voluntario,  y  en  lo  necesario  estrechos; 
detenerse  en  Adra  buscando  causas  para  criar  la  guer- 
ra, tenido  en  otras  cosas  por  diligente ;  escribíanse 
cartas,  que  no  faltaba  adonde  cayesen  á  tiempo;  dis- 
minuíase por  horas  la  gracia  de  los  sucesos  pasados ; 
decían  que  dello  no  pesaba  á  don  Juan  ni  á  los  que  le 
estaban  cerca  :  era  su  parcial  solo  el  Presidente ,  pero 
ese  algunas  veces,  ó  no  era  llamado,  ó  le  excluían  de 
los  consejos  á  horas  y  lugares,  aunque  tenia  plática  de 
las  cosas  del  reino  y  alteraciones  pasadas.  Pasó  este 
apuntamiento  (1 )  hasta  ser  avisado  el  Consejo  por  cartas 
de  personas  y  ministros  importantes  ( según  el  pueblo 
decía),  y  aun  reprendido  que  parecía  desautoridad  y 
poca  confianza  no  llamar  un  hombre  grave  de  expe- 
riencia y  dignidad.  Pero  no  era  de  maravillar  que  el 
vulgo  hiciese  semejantes  juicios ,  pues  por  otra  parte 
se  atrevía  á  escudriñar  lo  intrínseco  de  las  cosas,  y  exa- 
minar las  intenciones  del  Consejo. 

Decían  que  el  duque  de  Sesa  y  el  marqués  de  Vélez 
eran  amigos,  mas  por  voluntad  suya  que  del  Duque,  no 
embargante  que  fuesen  tío  y  sobrino.  El  marqués  de 
Mondéjar  y  el  Duque,  émulos  de  padres  y  abuelos  sobre 
la  vivienda  de  Granada ,  aunque  en  público  profesasen 
amistad;  antigua  la  enemistad  entre  los  marqueses  y 
sus  padres,  renovada  por  causas  y  preeminencias  de 
cargos  y  jurisdíciones;  lo  mismo  el  de  Mondéjar  y  el 
Presidente,  hasta  ser  maldicientes  en  procesos  el  uno 
contra  el  otro.  Luis  Quijada,  envidioso  del  de  Vélez, 
ofendido  del  de  Mondéjar  porque  siendo  conde  de  Ten- 
dilla  no  quiso  consentir  al  Marqués  su  padre  que  le 
diese  por  mujer  una  hija  que  le  pidió  con  instancia; 
amigo  intrínseco  de  Eraso  y  de  otros  enemigos  de  la 
casa  del  Marqués.  El  duque  de  Feria ,  enemigo  atre- 
vido de  lengua  y  por  escrito  del  marqués  de  Mondéjar; 
ambos  dende  el  tiempo  de  don  Bernardino  de  Mendoza, 
cuya?  autoridad  después  de  muerto  los  ofendía.  El  du- 
que de  Sesa  y  Luis  Quijada,  á  veces  tan  conformes 
cuanto  bastaba  para  excluir  los  marqueses  ,  y  á  veces 
sobresanados  por  la  pretensión  de  las  empresas ,  ha- 
blábanse bien,  pero  huraños  y  recatados,  y  todos  sos- 
pechosos á  la  redonda.  Eutreteníase  Muñatones,  mos- 

(l)  Cu  el  MS.  se  lee  apartamiento. 


GUERRA  DE 

trado  (1)  á  sufrir  y  disimular,  culpando  las  faltas  de  pro- 
veedores y  aprovecliamientos  de  capitanes ,  lo  uno  y  lo 
Giro  sin  remedio.  Don  Juan,  como  no  era  suyo,  conten- 
tábale cualquiera  sombra  de  libertad ;  atado  á  sus  co- 
misiones, sin  nombramiento  de  oficiales,  sin  distribu- 
ción de  dinero,  armas  y  municiones  y  vituallas ,  si  las 
libranzas  no  venian  pasadas  de  Luis  Quijada;  que  en 
esto  y  en  otras  cosas  no  dejaba  con  algunas  muestras 
de  arrogancia  de  dar  á  entender  lo  que  podia,  aunque 
fuese  con  quiebra  de  la  autoridad  de  don  Juan ,  que 
entendía  todos  estos  movimientos ,  pero  sufríalos  con 
mas  paciencia  que  disimulación  :  solamente  le  parecía 
desautoridad  que  el  marqués  deMondéjar  ó  el  Conde, su 
hijo,  usasen  sus  oficios,  aunque  no  estaban  excluidos  ni 
-suspendidos  por  el  Rey.  Tampoco  dejaron  de  sonarse 
cosquillas  de  mozos  y  otros,  que  las  acrecentaban  entre 
el  Conde  y  ellos :  tal  era  la  apariencia  del  Gobierno.  Pero 
no  por  eso  se  dejaba  de  pensar  y  poner  en  ejecución  lo 
que  parecía  mejor  al  beneficio  público  y  servicio  del 
Rey;  porque  los  ministros  y  consejeros  no  entran  con 
las  enemistades  y  descontentamientos  al  lugar  donde 
se  juntan,  y  aunque  tengan  diferencia  de  pareceres, 
cada  uno  encamina  el  suyo  á  lo  que  conviene ;  pero  los 
escriptores,  como  no  deben  aprobar  semejantes  juicios, 
tampoco  los  deben  callar  cuando  escriben  con  fin  de 
fundar  en  la  historia  ejemplos  por  donde  los  hombres 
huyan  lo  malo  y  sigan  lo  bueno. 

Dende  los  10  de  junio  á  los  27  de  julio  (1569)  estuvo 
el  marqués  de  Vélez  en  Adra  sin  hacer  efecto;  hasta 
que  entendiendo  que  Aben  Humeya  se  rehacía,  partió 
con  diez  mil  infantes  y  setecientos  caballos,  gente, 
como  dije,  ejercitada  y  armada,  pero  ya  descontenta  : 
llevó  vitualla  para  ocho  días ;  el  principio  de  su  salida 
fué  con  alguna  desorden.  Mandó  repartir  la  vanguardia, 
retaguardia  y  batalla  por  tercios ;  que  la  vanguardia  lle- 
vase el  primer  día  don  Juan  de  Mendoza ,  el  segundo 
don  Pedro  de  Padilla;  y  habiendo  ordenado  el  número 
de  bagajes  que  debía  llevar  cada  tercio ,  fué  informado 
que  don  Juan  llevaba  mas  número  dellos;  y  puesto  que 
fuesen  de  los  soldados  particulares,  ganados  y  mante- 
nidos para  su  comodidad,  y  aunque  iban  para  no  vol- 
ver á  Adra ,  mandó  tornar  don  Juan  al  alojamiento  con 
la  vanguardia,  pudiéndole  enviar  á  contar  los  embara- 
zos y  reformarlos;  cosa  no  acontecida  en  la  guerra  sin 
grande  y  peligrosa  ocasión ;  con  que  dio  á  los  enemigos 
ganado  tiempo  de  dos  días,  y  á  nosotros  perdido.  Salió 
el  dia  siguiente  con  haber  hallado  poco  ó  ningún  yerro 
que  reformar;  llevó  la  misma  orden ,  añadiendo  que  la 
batalla  fuese  tan  pegada  con  la  vanguardia ,  y  la  reta- 
guardia con  la  batalla,  que  donde  la  una  levantase  los 
pies ,  los  pusiese  la  otra,  guardando  el  lugar  á  los  im- 
pedimentos ;  la  caballería  á  un  lado  y  á  otro ;  su  perso- 
na en  la  batalla ,  porque  los  enemigos  no  tuviesen  es- 
pacio de  entrar.  Vino  á  Rerja ,  y  de  allí  fué  por  el  llano 
que  dicen  de  Lucainena,  donde  al  cabo  del  vieron  al- 
gunos enemigos ,  con  quien  se  escaramuzó  sin  daño  de 
las  partes ,  mostrando  Aben  Humeya  su  vanguardia,  en 
quehabia  tres  mil  arcabuceros,  pocos  ballesteros;  pe- 
ro encontínente  subió  á  la  sierra  :  la  nuestra  alojó  en  el 
llano ,  y  el  Marqués  en  üjíjar ,  donde  se  detuvo  un  dia, 
y  mas  el  que  caminó;  dilación  contra  opinión  de  los 
pláticos ,  y  que  dio  espacio  á  los  enemigos  de  alzar  sus 

(1)  Véase  la  nota  que  acompaüa  i  esta  palabra  ea  la  pág.  105. 


GRANADA.  39 

mujeres,  hijos  y  ropa,  esconder  y  quemar  la  vitualla, 
todo  á  vista  y  media  legua  de  nuestro  campo.  El  dia 
siguiente  salió  del  alojamiento;  los  enemigos  mostrán- 
dose en  ala ,  como  es  su  costumbre,  y  dando  grita,  aco- 
metieron á  don  Pedro  de  Padilla ,  á  quien  aquel  dia'to- 
caba  la  vanguardia,  con  determinación,  á  lo  que  se 
veía ,  de  dar  batalla.  Eran  seis  mil  hombres  entre  ar- 
cabuceros y  ballesteros,  algunos  con  armas  enhasta- 
das;  víase  andar  entre  ellos  cruzando  Aben  Humeya, 
bien  conocido ,  vestido  de  colorado,  con  su  estandarte 
delante;  traía  consigo  los  alcaides  y  capitanes  moris- 
cos y  turcos  que  eran  de  nombre.  Salió  á  ellos  don  Po- 
dro con  sus  banderas  y  con  los  aventureros  que  llevaba 
el  marqués  de  la  Favara ,  y  resistiendo  su  ímpetu ,  los 
hizo  retirar  cuasi  todos ;  pero  fueron  poco  seguidos, 
porque  al  marqués  de  Vélez  pareció  que  bastaba  resis- 
tillos,  ganalles  el  alojamiento  y  esparcillos.  Retiráronse 
á  lo  áspero  de  la  montaña  con  pérdída^de  solos  quince 
hombres  :  fué  aquel  dia  buen  caballero  el  marqués  de 
la  Favara ,  que  apartado  con  algunos  particulares  que 
le  siguieron ,  se  adelantó,  peleó  y  siguió  los  enemigos : 
lo  mismo  hizo  don  Diego  Fajardo  con  otros.  Aben  Hu- 
meya, apretado,  huyó  con  ocho  caballos  á  la  montaña,  y 
dejarretándolos ,  se  salvó  á  pié ;  el  resto  de  su  gente  se 
repartió  sin  mas  pelear  por  toda  ella  :  hombres  de  pa- 
so ,  resolutos  á  tentar  y  no  hacer  jornada ,  cebados  con 
esperanzas  de  ser  por  horas  socorridos  ó  de  gente  para 
resistir,  ó  de  navios  para  pasar  en  Berbería ;  y  esta  fla- 
queza los  trujo  á  perdición.  Contentóse  el  Marqués  con 
rompellos,  ganalles  el  alojamiento  y  esparcillos,  te- 
niendo que  bastaba ,  sin  seguir  el  alcance ,  para  saca- 
llos  de  la  Alpujarra,  ó  que  esperase  mayor  desorden, 
ó  que  le  pareciese  que  se  aventuraba  en  dar  la  batalla 
el  reino  de  Granada ,  y  que  para  el  nombre  bastaba  lo 
hecho  :  hallóse  tan  cerca  del  camino ,  que  con  doscien- 
tos caballos  acordó  pasar  aquella  noche  á  reconocerla 
vitualla  á  la  Calahori'a,  donde  no  hallando  qué  comer, 
volvió  otro  dia  al  campo ,  que  estaba  alojado  en  Valor 
el  alto  y  bajo.  Detúvose  en  estos  dos  lugares  diez  días, 
comiendo  la  vitualla  que  trajo  y  alguna  que  se  halló  da 
los  enemigos ,  sin  hacer  efecto ,  esperando  la  provi- 
sión que  de  Granada  se  había  de  enviar  á  la  Calahorra, 
y  teniendo  por  incierta  y  poca  la  de  Adra;  y  aunque 
los  ministros  á  quien  tocaba  afirmasen  que  las  galeras 
habían  traído  en  abundancia ,  resolvió  mudarse  á  la  Ca- 
lahorra ,  fortaleza  y  casa  de  los  marqueses  de  Cénete , 
patrimonio  del  conde  Julián  en  tiempo  de  godos,  que 
en  el  de  moros  tuvieron  los  Céneles  venidos  de  Berbe- 
ría, una  de  las  cinco  generaciones  descendientes  de  los 
alárabes  que  poblaron  y  conquistaron  á  África.  Tuvo 
el  Marqués  por  mejor  consejo  dejar  á  los  enemigos  la 
mar  y  la  montaña ,  que  seguíllos  por  tierra  áspera  y  sin 
vitualla,  con  gente  cansada  ,  descontenta  y  hambrien- 
ta, y  asegurar  tierra  de  Guadíx,  Baza,  rio  de  Alman- 
zora,  Filábres ,  que  andaba  por  levantarse,  y  allanar  el 
río  de  Boloduí,  que  ya  estaba  levantado,  comer  la  vi- 
tualla de  Guadíx  y  el  marquesado. 

Mas  la  gente ,  con  la  ociosidad ,  hambre  y  descomo- 
didad de  aposentos,  comenzó  á  adolecer  y  morir.  ¡Nin- 
gún animal  hay  mas  delicado  que  un  campo  junto,  aun- 
que cada  hombre  por  sí  sea  reei«  y  sufridor  de  trabajo; 
cualquier  mudanza  de  aires,  de  aguas,  de  manteni- 
mientos, de  vinos;  cualquier  frío,  lluvia,  falta  de  lim- 


400  DON  DIEGO 

p¡<'za ,  de  sueño ,  de  cnmas ,  le  adolece  y  deshace;  y  al 
fin  todas  las  eiileniiedadesie  son  contagiosas.  Andaban 
corrillos,  quejas,  libertad,  derramamientos  de  solda- 
dos por  unas  y  otras  partes,  que  escogían  por  mejor 
venir  en  manos  de  los  enemigos;  íbanse  cuasi  por  com- 
pañías, sin  orden  ni  respeto  de  capitanes.  Como  el  pa- 
radero destos  descontentamientos  ó  es  amotinarse,  ó 
un  desarrancarse  [i)  pocos  á  pocos,  vino  á  suceder  así, 
hasta  quedarlas  banderas  sin  hombres;  y  tan  adelante 
pasó  la  desorden,  que  se  juntaron  cuatrocientos  arca- 
buceros, y  cou  las  mechasen  las  serpentinas  salieron 
avista  del  campo  :  fué  don  Diego  Fajardo,  hijo  del  Mar- 
qués, por  detenerlos, á  quien  dieron  por  respuesta  un 
arcabuzazo  en  la  mano  y  el  costado,  de  que  peligró  y 
quedó  manco.  La  mayor  parte  de  la  gente  que  el  Mar- 
qués envió  con  él  se  juntó  con  ellos  y  fueron  de  com- 
pañía :  tanto  en  tan  breve  tiempo  habia  crecido  el  odio 
y  dt  sacato. 

En  fin,  llegado  y  alojado  en  el  lugar,  temiendo  de 
su  persona ,  pasó  á  posar  en  la  fortaleza ;  la  gente  se 
►  aposentó  en  el  campo ,  comiendo  á  libra  escasa  de  pan 
por  soldado,  sin  otra  vianoa;  pero  dende  á  pocos  días 
dos  libras  por  dia,  y  una  de  carne  de  cabra  por  sema- 
na, los  dias  de  pescado  algún  ajo  y  una  cebolla  por  hom- 
bre, que  esto  tenían  por  abundancia  :  sufrieron  mu- 
cho las  banderas  de  Ñapóles  con  el  nombre  de  soldados 
viejos  y  la  gente  particular;  quedaron  en  pié  cuasi  so- 
Jas  estas  compañías  y  doscientos  caballos.  Tal  fué  el 
suceso  de  aquella  jornada,  en  que  los  enemigos  venci- 
dos quedaron  con  la  mar  y  tierra,  mayores  fuerzas  y 
reputación,  y  los  vencedores  sin  ella,  faltos  de  lo  uno 
y  de  lo  otro. 

En  el  mismo  tiempo  los  vecinos  del  Padul ,  á  tres  le- 
guas de  Granada,  se  quejaban  que  habían  tenido  y  man- 
tenido mucho  tiempo  gruesa  guarnición,  que  no  podían 
sufrir  el  trabajo  ni  mantener  los  hombres  y  caballos. 
Pidieron  que  ó  se  mudase  la  guardia,  ó  se  disminuye- 
se, ó  los  llevasen  á  ellos  á  vivir  en  otro  lugar.  Vínose 
en  esto,  y  salidos  ellos,  la  siguiente  noche,  juntándo- 
se con  los  moros  de  la  sierra,  dieron  en  la  guarnición, 
mataron  treinta  soldados  y  hirieron  muchos  acogién- 
dose á  lo  áspero ;  cuando  el  socorro  de  Granada  llegó, 
halló  hecho  el  daño  y  á  ellos  en  salvo. 

La  desorden  del  campo  del  Marqués  puso  cuidado  á 
don  Juan  de  proveer  en  lo  que  tocaba  á  tierra  de  Baza, 
porque  la  ciudad  estaba  sin  mas  guardia  que  la  de  los 
vecinos.  Envió  á  don  Antonio  de  Luna  con  mil  infantes 
y  doscientos  caballos,  que  estuvo  dende  medio  agosto 
hasla  medio  noviembre  sin  acontecer  novedad  ó  cosa 
señalada ,  mas  del  aprovechamiento  de  los  soldados, 
mostrados  á  hacer  presas  contra  amigos  y  enemigos. 
Puso  en  su  lugar  á  don  García  Manrique  á  la  guardia 
de  la  Vega ,  sin  nombre  ó  título  de  oficio.  Vióse  una  vez 
con  los  enemigos,  matándoles  alguna  gente  sin  daño 
de  la  suya. 

Entre  lanto  no  cesaban  las  envidias  y  pláticas  contra 
los  marqueses,  especialmente  las  antiguas  contra  el  de 
Mondéjar;  porque  aunque  sus  compañeros  en  la  sufi- 
ciencia fuesen  iguales,  vióse  que  en  el  conocimiento 
de  la  tierra  y  de  la  gente  donde  y  con  quien  habia  he- 
cho la  vida ,  y  en  las  previsiones ,  por  el  luengo  uso  de 
proveer  armadas ,  era  su  parecer  mas  aprobado  que 
(i)  Desrancharte,  según  el  MS. 


DE  MENDOZA. 

apacible;  pero  siempre  seguido  (2),  hasta  que  el  marqués 
de  Vélez  subió  en  favor  y  vino  á  ser  señor  de  las  armas. 
Entonces  dejaron  al  de  Momléjar,  y  tornaron  á  desha- 
cer las  cosas  bien  hechas  del  de  Vélez.  Mas  cuando  este 
comenzó  á  faltar  de  la  gracia  particular  y  general ,  tor- 
naron sobre  el  de  Mondéjar  ;  y  temiendo  que  las  armas 
de  que  estaba  despojado  tornasen  á  sus  manos,  clara- 
mente le  excluían  de  los  consejos,  calumniaban  sus  pa- 
receres, publicaban  por  una  parte  las  resoluciones,  y 
por  otra  hacíanle  autor  del  poco  secreto ;  parecíales  que 
en  algún  tiempo  habia  de  seguirse  su  opinión  cuanto  al 
recebir  los  moriscos  y  después  oprimillos;  que  cesarían 
las  armas ,  y  por  esto  la  necesidad  de  las  personas  por 
quien  eran  tratadas. 

Estaban  nuestras  compañías  tan  llenas  de  moros  al- 
jamiados, que  donde  quiera  se  mantenían  espías :  las 
mujeres,  los  niños  esclavos,  los  mismos  cristianos  vie- 
jos daban  avisos,  vendían  sus  armas  y  munición,  calza- 
do, paño  y  vituallas  á  los  moros.  El  Key  por  una  parle 
!  informado  de  la  dificultad  de  la  empresa,  por  otra  dando 
j  crédito  a  los  que  la  lacililaban,  vistos  los  gastos  que  se 
I  hacían,  y  pareciéndole  que  el  marqués  de  Mondéjar, 
t  émulo  del  de  Vélez  y  de  otros,  aunque  no  daba  oca- 
í  sion  á  quejas,  daba  avilanteza  á  que  se  descargasen  de 
I  culpas,  diciendo  que  por  tener  él  mano  en  los  negocios 
I  eran  ellos  mal  proveídos,  y  que  la  ciudad  descontenta 
del,  y  persuadida  por  el  corregidor  Juan  Rodríguez  de 
Villafuerte,  que  era  interesado,  y  del  Presidente,  que  le 
hacia  espaldas,  de  mejor  gana  contribuiría  con  dinero, 
gente  y  vitualla  hallándose  ausente  que  presente;  que 
de  ninguno  podia  informarse  mas  clara  y  particular- 
mente; envióle  á  mandar  que  con  diligencia  viniese  á 
Madrid :  algunos  dicen  que  en  conformidad  de  sus  com- 
pañeros; el  suceso  mostró  que  la  intención  del  Rey  era 
apartalle  de  los  negocios.  Mas  porque  se  vea  como  los 
príncipes,  pudiendo  resolutamente  mandar,quieren  jus- 
tificar sus  voluntades  con  alguna  honesta  razón,  he 
puesto  las  palabras  de  la  carta  : 

((Marqués  de  Mondéjar,  primo,  nuestro  capitán  ge- 
«neral  del  reino  de  Granada :  Porque  queremos  tener  re- 
Mlacion  del  estado  en  que  al  presente  están  las  cosas  dése 
«reino,  y  lo  que  converná  proveer  para  el  remedio  de- 
))llas,  os  encargamos  que  en  recibiendo  esta  os  pongáis 
»en  camino,  y  vengáis  luego  á  esta  nuestra  corte  para 
«informarnos  de  lo  que  está  dicho,  como  persona  que 
«tiene  tanta  noticia  dellas ;  que  en  ello,  y  en  que  lo  ha- 
«gais  con  toda  la  brevedad,  nos  tememos  por  muy  ser- 
«vido.  Dada  en  Madrid,  á  3  de  setiembre  de  1569.» 

Llegó  el  Marqués  y  fué  bien  recibido  del  Rey,  y  al- 
gunas veces  le  informó  á  solas :  de  los  ministros  fué  tra- 
tado conmasdemonstracion  de  cortesía  que  de  conten- 
tamiento; nunca  fué  llamado  en  consejo,  mostrando 
estar  informados  á  la  larga  por  otra  vía.  Muñatones> 
platico  de  semejantes  llamamientos  y  falto  de  un  ojo, 
dijo,  como  le  mostraron  la  carta,  ((que  le  sacasen  el  otro 
si  el  Marqués  tornaba  de  allá  durante  la  guerra.»  An- 
duvo muchos  dias  como  suspendido  y  agraviado,  cierto 
que  siempre  habia  seguido  la  voluntad  del  Rey  y  de  solo 
ella  hecho  caudal.  Mas  entre  los  reyes  y  sus  ministros, 
la  parte  de  los  reyes  es  la  mas  flaca  :  no  embargante  la 
información  que  el  Marqués  dio,  eran  tantas  y  tan  con- 
trarias unas  de  otras  las  que  se  eaviaoaü,  que  pareció 
i^)  El  KS.,  perseguido. 


GUERRA  DE 

juntor  con  ellas  la  de  don  Enrique  Manrique,  alcaide 
que  fué  del  castillo  de  Milán ,  y  liabiéndolo  él  dejado, 
estabadescansandoensu  casa.  Pasó  por  Granada  en- 
tendiendo lo  de  allí ;  vino  á  do  el  marqués  de  Vélez  es- 
taba ,  y  partió  sin  otra  cosa  de  nuevo  mas  de  errores  en 
Ja  guerra,  cargos  de  unos  ministros  á  otros,  dados  por 
via  de  justificación,  necesidad  de  cargar  con  mayores 
fuerzas,  crecidas  las  de  ios  enemigos  con  la  diminu- 
ción de  las  nuestras. 

Pareció  á  los  ministros  la  gente  con  que  el  Marqués 
habia  ofrecido  ecliar  á  los  enemigos  de  la  tierra,  poca, 
y  la  oferta  menos  pensada ,  pues  con  doblado  número 
no  se  bizo  mayor  efeto,  y  no  dejaron  de  desbacelie  el 
buen  suceso  con  decir  que  los  moros  muertos  babian 
sido  menos  de  lo  que  se  escribió.  Pero  el  Rey,  tomando 
la  parte  del  Marqués,  respondió  «que  babia  sido  im- 
portante desbaratar  y  partir  los  enemigos,  aunque  no 
con  tanto  daño  dellos  como  se  dijo  » ;  y  esto  mas  por  re- 
primir alguna  intención  que  se  descubría  contra  el  Mar- 
qués, que  por  alaballe,  como  se  vio  dende  á  poco.  De- 
cía el  Marqués  que  la  falta  de  vitualla  habia  sido  causa 
de  haberse  deshecho  su  campo ;  cargaba  á  don  Juan,  al 
consejo  de  Granada  :  quedó  la  suma  de  todo  su  campo 
en  pocos  mas  de  mil  y  quinientos  infantes  y  doscientos 
caballos;  en  fin,  fué  necesitado  á  recogerse  dentro  en  el 
lugar,  atríncherarse,  y  aun  derribar  casas,  por  parecerle 
el  sitio  grande.  Mas  dende  á  pocos  días  enviaron  de 
Granada  tanta  provisión,  que  no  habiendo  á  quien  re- 
partilla  ni  buena  orden,  valían  cien  libras  de  pan  un 
real. 

No  estaba  Granada  por  esto  roas  proveída  de  vitua- 
lla, ni  se  hacían  los  partidos  della  con  mayor  reoa- 
tamiento,  aunque  el  Presidente  remediaba  parte  del 
daño  con  industría,  ni  en  lo  que  tocaba  á  la  gente  y  pa- 
gas se  guardaban  las  órdenes  de  don  Juan,  á  quien  tam- 
poco perdonaba  el  pueblo  de  Granada ,  hbre  y  atrevido 
en  el  hablar,  pero  en  presencia  de  los  superiores  siervo 
y  apocado,  movido  á  creer  y  afirmar  fácilmente  sin  dife- 
rencia lo  verdadero  y  lo  falso ;  publicar  nuevas  ó  perju- 
diciales ó  favorables,  seguillas  con  pertinacia;  ciudad 
nueva ,  cuerpo  compuesto  de  pobladores  de  diversas 
partes,  que  fueron  pobres  y  desacomodados  en  sus  tier- 
ras, ó  movidos  á  venir  á  esta  por  la  ganancia ;  sobras  de 
Jos  que  no  quisieron  quedar  en  sus  casas  cuando  los  Re- 
yes Católicos  la  mandaron  poblar,  como  es  en  los  luga- 
res que  se  habitan  de  nuevo.  No  se  dice  esto  porque  en 
Granada  no  haya  también  nobleza  escogida  por  los  mes- 
mos  reyes  cuando  la  república  se  fundó,  venida  de  per- 
sonas excelentes  en  letras ,  á  quien  su  profesión  hizo 
ricos,  y  los  descendientes  de  unos  y  otros  nobles  de  li- 
naje ó  de  ánimo  y  virtud,  como  en  esta  guerra  lo  mos- 
traron no  solamente  ellos,  pero  el  común;  mas  porque 
tales  son  las  ciudades  nuevas,  hasta  que,  envejecién- 
dose la  virtud  y  riqueza,  la  nobleza  se  funda.  Discurrían 
las  intenciones  libres  por  todos,  sin  perdonar  á  ninguno, 
y  las  lenguas  por  los  que  osab;in,  y  no  sin  causa;  por- 
que en  guerra  de  mucha  gente,  de  largo  tiempo,  varía 
de  sucesos,  nunca  faltan  casos  que  loar  ó  condenar.  Las 
compañías  de  Grunada  eran  tan  faltas  y  mal  disciplina- 
das, que  ni  con  ellas  se  podia  estar  dentro  ni  salir  fue- 
ra; pero  la  mayor  desorden  fué  que,  habiendo  mandado 
el  Rey  castigar  con  rigor  los  soldados  que  se  venían  del 
marqués  de  Vélez,  y  procurando  don  Juan  que  se  pu- 


GRANADA.  m 

siese  en  ejecución ,  cansados  los  ministros  de  ejecutar,  y 
donjuán  de  mandar,  visto  lo  poco  que  aprovechaba,  se 
tomó  expediente  de  callar,  y  por  no  quedar  del  todo  sin 
gente,  consentir  que  las  compañías  se  hinchiesen  de  la 
que  desamparaba  las  banderas  del  Marqués,  no  sin  al- 
gunasombra de  negligencia  ó  voluntad;  la  cual  fué  causa 
de  que  viniese  el  campo  á  quedar  deshecho,  y  los  ene- 
migos señores  de  mar  y  tierra,  campeando  Aben  Hume- 
ya  con  siete  mil  hombres ,  quinientos  turcos  y  berbe- 
ríes, sesenta  caballos ,  mas  para  autoridad  que  necesi- 
dad. 

Ya  Jergal,  en  el  rio  de  Almería,  Jugar  del  conde  de  la 
Puebla,  se  habia  levantado  á  instancia  de  Portocarrero, 
mayordomo  suyo  :  ó  por  la  habilidad  ó  por  el  barato 
ocupó  la  fortaleza  con  poca  artillería  y  armas,  y  echando 
della  al  Alcaide,  puso  gente  dentro;  mas  él  dende  apoco 
dio  en  las  manos  del  conde  de  Tendilla,  y  fué  atenazado 
en  Granada.  Estaba  también  levantado  el  valle  y  rio  de 
Boloduí,  paso  entre  tierra  de  Guadix,  Baza  y  la  mar 
confinante  con  el  Alpujarra.  El  Marqués,  por  tener  ocu- 
pada la  gente,  daríe  alguna  ganancia ,  mantener  la  re- 
putación de  la  guerra,  determinó  ir  en  persona  sobre  él, 
habiéndolo  consultado  con  el  Rey,  que  le  remitió  la  ida 
ó  á  allí,  ó  á  tierra  de  Baza  en  caso  que  la  gente  no  fuese 
tan  poca,  que  no  llegase  á  número  de  los  cinco  mil  hom- 
bres. I. levando  pues  á  don  Juan  de  Mendoza  sin  gente, 
con  la  de  don  Pedro  de  Padilla  y  parle  de  la  qtie  don 
Rodrigo  de  Benavídes  tenia  en  Guadix ,  alguna  otra  de 
amigos  y  allegados  que  seguían  la  guerra,  doscientos  y 
cincuenta  caballos,  partió  á  deshací-r  una  masa  de  gente 
que  entendió  juntarse  en  Boloduí,  temiendo  que  dañase 
tierra  de  Baza,  y  pusiesen  á  ditn  Antonio  de  Luna  en 
necesidad ,  y  juntándose  con  ellos  Aben  Humeya,  pa- 
sase el  daño  adelante.  Partió  de  la  Calahorra,  vfnoá  Fí- 
ñana,  llevando  la  vanguardia  don  Pedro  de  Padilla  coa 
las  banderas  de  Ñápeles.  Habia  nueve  leguas  de  Fiuana 
al  lugar  donde  los  enemigos  se  recogían ;  mas  no  pu- 
diendo  caminará  pié  los  soldados  tan  gran  trecho,  fue- 
ron necesitados  á  quedarla  noche  cansados  y  mojado? 
(porque  el  río  se  pasa  muchas  veces),  á  dos  leguas  da 
liis  enemigos ;  inconveniente  que  acontece  á  los  que  no 
miden  el  tiempo  con  la  tierra,  con  la  calidad  y  posibi- 
lidad de  la  gente.  Los  moros ,  apercebidos  de  la  venida 
de  los  nuestros,  dieron  avisos  con  fuegos  por  toda  la 
tierra,  alzaron  la  ropa  y  personas  que  pudieron.  Había- 
se adelantado  con  la  caballería  el  Marqués,  tomando 
consigo  cuatrocientos  arcabuceros  á  las  ancas  de  los  ca- 
ballos y  bagajes;  mas  cansados  unos  y  otros,  dejaron  la 
mayor  parte.  Los  enemigos ,  aguardando  ora  á  un  paso 
del  río,  ora  á  otro,  según  viau  que  nuestra  caballería  se 
movía,  ora  haciendo  alguna  resistencia,  se  acogieron  á 
la  sierra.  Dejaban  muchos  bagajes,  mujeres  y  niños,  en 
que  los  soldados  se  ocupasen;  y  viéndolos  embarazados 
con  el  robo,  sin  espaldas  de  arcabucería,  hicieron  vnel  ta, 
cargando  de  manera,  que  los  nuestros  fueron  necesita- 
dos á  retirarse  con  pérdida ,  no  sin  alguna  desorden, 
aunque  todavía  con  mucho  de  la  presa.  Parte  de  la  ca- 
ballería se  acogió  fuera  de  tiempo,  disculpándose  que 
no  se  les  hubiese  dado  la  orden  ni  esperado  la  arcabu- 
cería que  dejaban  atrás.  Pero  el  Marqués,  viendo  que  la 
retirada  era  por  conservar  el  robo  (causa  que  puede  cou 
la  gente  mas  que  otra),  envió  porsona  con  veinte  caba- 
llus  y  algunos  urcubuccros,  quu  con  uulorídad  de  jusli- 


102  DON  DIEGO 

cia  quitase  á  la  caballería  la  presa,  para  que  después  se 
repartiese  igualmente,  llamando  á  la  parte  los  soldados 
de  don  Pedro  de  Padilla  que  quedaron  atrás.  El  Comi- 
sario, hallando  alguna  contradicción,  compró  tres  es- 
clavas, una  de  las  cuales  se  ofreció  á  descubrille  gran 
cantidad  de  ropa  y  dineros;  mas  ella,  viéndose  en  la 
parte  que  deseaba,  hizo  señas,  á  que  se  juntaron  mu- 
chos moros;  mataron  algunos  caballos  y  todos  los  ar- 
cabuceros; salvóse  el  Comisario  á  la  parte  contraria  del 
MarquéSjCorriendo  hasta  Almería,  diez  leguas  de  donde 
comenzó  á  salvarse,  y  todas  por  tierras  de  enemigos: 
quedaron  los  caballos  con  la  presa,  pero  tan  ocupados, 
que  fueron  de  poco  provecho,  y  el  Marqués  por  esto 
tornó  retirándose  con  orden  (aunque  cargándole  los 
enemigos),  hasta  juntar  consigo  la  gente  de  don  Pedro, 
Dende  alU  vino  á  Fiñana  con  mucha  parte  de  la  cabal- 
gada y  con  igual  daño  de  muertos  y  heridos.  Mas  en- 
tendiendo que  los  moros  de  la  sierra  de  Baza  y  rio  de 
Almanzor  andaban  en  cuadrillas  y  desasosegaban  la 
tierra,  temiendo  que  llevasen  tras  sí  los  lugares  de  aque- 
lla provincia  y  Filábres,  donde  tenia  su  estado,  grue- 
sos y  fuertes,  y  que  las  fuerzas  de  don  Antonio  de  Luna 
no  serian  bastantes  á  resistillos,  partió  en  principio  de 
invierno,  con  mil  infantes  y  doscientos  y  cincuenta  ca- 
ballos que  tenia,  para  Baza.  Pero  don  Antonio,  hombre 
prevenido  (dicen  que  con  orden  de  don  Juan ),  dejóla 
gente  antes  que  llegase  el  Marqués,  y  volvió  á  servir  su 
cargo  en  Granada,  ó  por  haber  oído  que  no  se  entendía 
blandamente  con  las  cabezas  de  la  gente ,  ó  porque  tuvo 
por  mas  á  propósito  de  su  autoridad  ser  mandado  de 
don  Juan,  que  entonces  gastaba  su  tiempo  en  mantener 
á  Granada  á  manera  de  sitiado,  contra  las  correrías  de 
los  enemigos,  descontento  y  ocioso  igualmente,  mas 
deseando  y  procurando  comisión  del  Rey  para  emplear 
su  persona  en  cosa  de  mayor  momento.  Las  cabezas  de 
su  gente  con  cualquier  liviana  ocasión  no  dejaban  de 
mostrarse  en  todas  partes  de  la  ciudad ,  corriendo  las 
calles  armados  (puesto  que  vacía  de  enemigos),  incier- 
tos á  qué  parte  fuese  el  peligro,  siguiendo  esos  pocos 
por  las  mismas  pisadas  que  sahan,  sin  haber  atajado  la 
tierra,  hasta  dejallos  en  salvo  y  recogidos  á  la  monta- 
ña. Llaman  atajar  la  tierra  en  lengua  de  hombres  del 
campo,  rodealla  al  anochecer  y  venir  de  día  para  ver  por 
los  rastros  qué  gente  de  enemigos  y  por  qué  parte  ha 
entrado  ó  salido.  Esta  diligencia  hacen  todos  los  días 
personas  ciertas  de  pié  y  de  caballo,  puestos  en  postas, 
que  cercan  á  la  redonda  la  comarca,  y  llámanlos  ataja- 
dores; oficio  de  por  sí  y  apartado  del  de  los  soldados. 
Por  qué  no  se  hacia  esta  dihgencia  en  tierra  escura  y 
doblada,  y  en  lugar  que,  aunque  grande,  no  era  el  cir- 
cuito extendido,  y  eran  los  pasos  ciertos,  no  pude  en- 
tender la  causa. 

Aben  Huineya,  viéndose  libre  del  marqués  de  Vélez, 
con  los  siete  mil  hombres  que  tenia  se  puso  sobre  Adra 
con  ánimo  de  tomar  el  lugar,  que  pensaba  estar  de- 
samparado; mas  viendo  que  perdía  el  tiempo,  pasó  á 
Berja,  y  quísola  batir  con  dos  piezas;  pero  levantóse 
de  allí,  corrió  y  estragó  la  tierra  del  marqués  de  Vé- 
lez, el  lugar  de  las  Cuevas,  quemólos  jardines,  dañó 
los  estanques,  todo  guardado  con  curiosidad  de  mucho 
tiempo  para  recreación ;  acometiendo  llegar  á  los  Vé- 
lez en  sierra  de  Filábres ,  tornó  á  Andarax ,  donde,  co- 
mo asegurado  de  la  fortuna,  vivía  ya  con  estado  de  rey, 


DE  MENDOZA. 

pero  con  arbitrio  de  tirano,  señor  de  las  haciendas 
personas;  tenido  por  manso,  engañaba  con  palabras 
blandas ,  mas  para  quien  recatadamente  le  miraba,  os- 
curas y  suspensas,  de  mayor  autoridad  que  crédito ;  co- 
dicia en  lo  hondo  del  pecho ,  rigor  nunca  descubierto 
sino  cuando  había  ofendido,  y  entonces  sosegado,  como 
si  hubiera  hecho  beneficio,  quería  gracias  dello.  Con- 
taba el  dinero  y  los  días  á  quien  mas  familiar  trataba 
con  él,  y  algunos  destos,  á  que  pensaba  ofender,  esct- 
gia  por  compañeros  de  sus  consejos  y  conversación. 
Tal  era  Aben  Humeya,  y  puesto  que  entre  nosotros 
fuese  tenido  por  inocente  y  llamado  don  Hcrnandillo 
de  Valor,  el  oficio  descubrió  cuál  es  el  hombre.  Con 
todo  esto ,  duró  algunos  dias  que  le  hacian  entender  que 
era  bienquisto,  y  él  lo  creia,  ignorante  de  su  condi- 
ción; hasta  que  el  vulgo  comenzó  á  tratar  de  su  mane- 
ra ,  de  su  vida ,  de  su  gobierno ,  todo  con  hbertad  y 
desprecio ,  como  riguroso  y  tenido  en  poco.  Apartá- 
ronse de  su  servicio  descontentas  algunas  cabezas,  que 
tomaron  avilanteza;  en  tierra  de  Granada,  elNacoz; 
en  la  de  Baza,  Maleque;  en  la  de  Almuñécar,  Girón; 
en  la  de  Vélez,  Carral;  en  el  rio  de  Almería,  Mojájar; 
en  el  de  Almanzora ,  Aben  Mequenun ,  que  decían  Por- 
tocarrero,  hijo  del  que  levantó  á  Jergal;  y  al  fin  Fa- 
rax,  uno  de  los  principales  que  fueron  en  hacelle  rey. 
Cargábanle  culpas,  escarnecíanle ,  burlaban  de  su  con- 
dición sus  mismos  consejeros;  señales  que  por  la  ma- 
yor parte  preceden  á  la  destruicion  del  tirano.  Quejá- 
banse los  turcos,  entre  otros  muchos,  que  habiendo 
dejado  su  tierra  por  venir  á  serville ,  no  los  ocupaba 
donde  ganasen  ;  descontentos  y  entretenidos  con  suel- 
dos ordinarios.  Mas  él,  espacioso,  irresoluto  hasta  su 
daño,  tanto  dilató  la  respuesta,  que  se  enemistó  con 
ellos ,  habiéndolos  traído  para  su  seguridad ,  y  después 
proveyó  fuera  de  tiempo.  Traia  en  el  ánimo  quemar  y 
destruir  á  Motril,  lugar  guardado  con  alguna  ventaja 
de  como  solía ;  pero  grande ,  abierto ,  llano  y  á  la  ma- 
rina. Mas  por  descuidar  los  nuestros ,  acordó  enviar 
fingidamente  los  turcos  ( para  mandallos  tornar )  á  las 
Albuñuelas ,  frontera  de  Granada ,  mostrando  querer 
que  fuesen  regalados  y  mantenidos  en  el  vicio  y  abun- 
dancia del  Val  de  Lecrin ,  el  uno  de  tres  barrios  fuer- 
tes ,  las  espaldas  á  la  sierra.  Entre  los  amigos  de  quien 
mas  fiaba,  era  uno  Abdalá  Abenabó,de  Mecina  de  Bom- 
baron, primo  suyo,  y  también  de  la  sangre  de  Aben 
Humeya,  alcaide  de  los  alcaides,  tenido  por  cuerdo  y 
animoso ,  de  buena  palabra ,  comunmente  respetado, 
usado  al  campo,  y  entretenido  mas  en  criar  ganados 
que  en  el  vicio  del  lugar.  A  este  mandó  ir  por  comisa- 
rio general  para  que  los  alojase  y  mandase,  y  los  ca- 
pitanes estuviesen  á  su  obediencia;  dióle  orden  que 
donde  le  tomase  otro  mandado  suyo,  tornase  con  ellos 
y  la  mas  gente  que  pudiese  juntar ,  trayendo  vitualla 
para  seis  dias;  que  él  avisaría  del  lugar  donde  debia  ü". 
Partieron  seiscientos  hombres ,  cuatrocientos  turcos  y 
doscientos  berberíes,  en  el  mismo  hábito,  todos  arca- 
buceros; eran  sus  capitanes  á  la  sazón  Hhusceni  y  Ca- 
ravaji.  Apenas  llegaron  á  Cádiar,  cuando  Aben  Hume- 
ya despachó  un  correo  dando  gran  priesa  que  volvie- 
sen aquella  noche  á  Ferreira.  De  aquí  se  tramó  su 
muerte.  Trataré  de  mas  lejos  la  verdadera  causa  della, 
por  haberse  publicado  diferentemente. 
El  principio  fué  descontentamiento  de  los  turcos, 


J 


GUERRA  DE 

mostrados  á  mandar  su  rey  en  Berbería;  temor  que  del 
tenían  sus  amigos ,  poca  seguridad  de  las  personas  y 
haciendas ,  sospechas  que  se  entendía  con  nosotros. 
Y  el  tratado  fué  tal  luego  que  le  eligieron ,  que  ningu- 
no en  su  compañía  tuviese  morisca  por  amiga ,  sino 
'por  legítima  mujer,  y  guardábase  esto  generalmente. 
Mas  había  entre  las  mujeres  una  viuda ,  mujer  que  fue- 
ra de  Vicente  de  Rojas,  pariente  de  Rojas,  suegro  de 
Aben  Humeya;  mujer  igualmente  hermosa  y  de  linaje, 
buena  gracia,  buena  razón  en  cualquier  propósito, 
ataviada  con  mas  elegancia  que  honestidad,  diestra  en 
tocar  un  laúd ,  cantar,  bailar  á  su  manera  y  á  la  nues- 
tra ;  amiga  de  recoger  voluntades  y  conservallas.  A  es- 
ta se  llegó  un  primo  suyo,  como  es  costumbre  entre 
parientes,  después  de  muerto  el  marido  en  la  guerra, 
de  quien  Aben  Humeya  se  fiaba ,  llamado  Diego  Algua- 
cil; vivían  juntos ,  comunicábanse  mas  que  familiar- 
mente; trataba  él  con  Aben  Humeya  loando  sus  buenas 
partes  y  conversación ,  tanto,  que  á  desearla  ver  le  in- 
clinó ;  y  contento  della,  por  no  ofender  al  amigo,  di- 
simulábalo; ausentábale  con  comisiones;  pudo  en  fin 
mas  el  apetito  que  el  respeto ,  y  mandó  al  primo  que,  no 
embargante  que  fuese  casado  con  otra ,  la  tomase  por 
mujer;  rehusándolo ,  trujóla  el  Rey  como  en  depósito 
á  su  casa,  y  usó  della  por  amiga.  Avisó  dello  la  viuda  á 
su  primo,  mostrando  descontentamiento,  ofendida  en- 
tre tantas  mujeres  de  no  ser  tenida  por  una  dellas  ,  es- 
tar forzada,  y  holgar  de  verse  fuera  de  sujeción,  ha- 
biendo aparejo;  que  Aben  Humeya,  celoso  del  y  sos- 
pechoso de  venganza ,  buscaba  ocasión  para  matalle. 
Huyó  Alguacil,  y  juntándose  con  una  cuadrilla  de  mo- 
zos ofendidos  por  otras  causas ,  andaba  recatado  sin 
entrar  en  Valor.  Mas  dende  á  pocos  dias  supo  de  la 
misma  como  Aben  Humeya  enviaba  los  turcos  á  cierta 
empresa,  yendo  á  juntarse  con  ellos  por  la  ganancia; 
trujóle  á  las  manos  el  caso  al  mensajero,  y  sabiendo  del 
como  iba  á  llamar  los  turcos ,  le  mató ;  y  tomándole  las 
cartas  usó  de  semejante  ardid  que  el  conde  Julián  con 
los  capitanes  del  rey  don  Rodrigo  en  Ceuta.  No  sabia 
escribir  Aben  Humeya ,  y  firmar  mal  en  arábigo;  pero 
servíale  de  secretario  y  firmaba  algunas  veces  por  él  un 
sobrino  del  Alguacil ,  que  á  la  sazón  se  halló  con  su  tío, 
él  también  agraviado.  En  lugar  de  la  carta  escribieron 
otra  para  Abenabó,  en  que  le  mandaba  que  tornando 
aquella  noche  con  los  turcos  á  Mecína ,  y  juntándose 
con  la  gente  de  la  tierra  y  cien  hombres  que  llevaría 
consigo  Diego  Alguacil,  los  degollase  con  sus  capita- 
nes durmiendo  y  cansados;  lo  mismo  hiciese  de  Algua- 
cil, después  de  haberse  valido  del.  Envió  con  esta  car- 
ta un  hombre  de  confianza,  midiendo  el  tiempo  de  ma- 
nera que  llegasen  él  y  el  mensajero  á  Cádiar  cuasi  á 
una  misma  hora.  Dio  el  hombre  la  carta  poco  antes,  y 
llegó  Diego  Alguacil ,  hallando  confuso  y  maravillado  á 
Abenabó  :  dijóle  como  traía  la  gente  consigo;  mas  que 
no  pensaba  hallarse  en  tal  crueldad,  por  ser  personas 
que  habían  venido  á  favorecer  su  casta  fiados  del,  y 
ellos  puesto  la  vida  por  sus  haciendas,  por  su  hbertad 
y  por  sus  vidas;  cansados  ya  de  servir  á  un  hombre  vo- 
luntario, ingrato,  cruel,  ¿qué  podían  esperar  sino  lo 
mismo?  Bueno  de  palabras,  mas  de  ánimo  malo  y  per- 
verso; que  no  había  mujeres,  no  haciendas,  no  vidas 
con  que  hartar  el  apetito ,  la  sed  de  dinero  y  sangre. 
Pasó  Hhusceni ,  capitán  de  los  turcos  (persona  de  cré- 


GRANADA.  -103 

dito  entre  ellos,  tenido  por  cuerdo,  valiente  y  amigo 
del  Rey),  antes  que  Abenabó  le  respondiese;  quísole 
hablar  alterado;  y  Abenabó,  ó  porque  el  otro  no  le 
previniese,  ó  con  temor  que  le  matasen  los  turcos,  ó 
con  ambición  y  cebo  del  reino ,  mostró  la  carta  á  Cara- 
vají  y  Hhusceni,  en  que  hacía  compañero  suyo  en  la 
traición  á  Diego  Alguacil  y  de  los  turcos  en  la  muerte. 
Dicen  que  todo  á  un  tiempo  sacó  el  mesmo  Alsuacíl 
una  conficíon  que  suelen  usar  para  salir  de  sí  cuando 
han  de  pelear  y  á  veces  para  emborracharse ,  hecha  con 
apio  y  simiente  de  cáñamo ,  fuerte  para  dormir  sueño 
pesado :  esta  dijo  que  habían  de  dar  á  los  capitanes  y 
cabezas  en  la  cena  con  el  beber ,  sedientos  y  cansados 
del  camino,  á  manera  de  la  que  llaman  los  alárabes  al- 
haxix.  Entendiendo  el  hecho  ,  resolvieron  entre  s¡  de 
descomponer  y  matar  á  Aben  Humeya ,  parte  por  ase- 
gurarse, parte  por  roballe,  persuud  ndose  que  tenia 
gran  tesoro  ,  y  hacer  á  Abenabó  cabeza.  Juntaron  con- 
sigo la  gente  de  Diego  Alguacil,  y  con  silencio  cami- 
naron hasta  Andarax,  donde  Aben  Humeya  estaba: 
aseguraron  la  centinela,  como  personas  conocidas  y 
que  se  sabia  habellos  enviado  á  llamar.  Pasaron  el  cuer- 
po de  guardia,  entraron  en  la  casa,  que  era  en  el  barrio 
llamado  Laujar;  quebraron  las  puertas  del  aposento: 
halláronle  desnudo,  medio  dormido,  y  vilmente  cnlre 
el  miedo  y  el  sueño ,  y  dos  mujeres ,  embarazado  ddlas, 
especialmente  de  la  viuda  amiga  de  Diego  Alguacil,  que 
se  abrazó  con  él;  fué  preso  en  presencia  de  los  que  él 
trataba  familiarmente,  hombres  bajos  (que  á  tules  te- 
nia mayor  inclinación  y  daba  crédito),  criados  suyos, 
el  Mejuar,  Barzana,  Deliíir,  Juan  Cortés  de  Pliego  y  su 
escribano,  que  era  del  Deire.  Teniendo  veinte  y  cuatro 
hombres  dentro  en  casa ,  cuatrocientos  de  guardia, 
mil  y  seiscientos  alojados  en  el  lugar ,  no  hizo  resisten- 
cia; ninguno  hubo  que  tomase  las  arnias  ni  volviese 
de  palabra  por  él.  Mus  como  solo  el  que  es  rey  puede 
mostrar  á  ser  rey  un  hombre,  así  solo  el  que  es  hom- 
bre puede  mostrar  á  ser  hombre  un  rey.  Faltó  maestro 
á  Aben  Humeya  para  lo  uno  y  lo  otro;  porque  ni  supo 
proveer  y  mandar  como  rey  ni  resistir  como  hombre. 
Atáronle  las  manos  con  un  almaizar ;  juntáronse  Abe- 
nabó ,  los  capitanes  y  Diego  Alguacil  delante  de  la 
mujer  á  tratar  del  delito  y  la  pena  en  su  presencia;  le- 
yéronle y  mostráronle  la  carta,  que  él,  como  inocente 
y  maravillado,  negó:  conoció  la  letra  del  pariente  de 
Diego  Alguacil ;  dijo  que  era  su  enemigo  ;  que  los  tur- 
cos no  tenían  autoridad  para  juzgalle;  protestóles  de 
parte  de  Mahoma,  del  emperador  de  los  turcos  y  del 
rey  de  Argel,  que  le  tuviesen  preso,  dando  noticia  dello 
y  admitiendo  sus  defensas.  Mas  la  razón  tuvo  poca 
fuerza  con  hombres  culpados  y  prendados  en  un  mis- 
mo delito,  y  codiciosos  de  sus  bienes :  saqueáronle  la 
casa ,  repartiéronse  las  mujeres ,  dineros ,  ropa ;  desar- 
maron y  robaron  la  guardia ,  juntáronse  con  los  capi- 
tanes y  soldados,  y  otro  día  de  mañana  determinaron 
su  muerte.  Eligieron  á  Abenabó  por  cabeza  en  públi- 
co ,  según  lo^habian  acordado  en  secreto ,  aunque  mos- 
tró sentimiento  y  rehusallo ,  todo  en  presencia  de  Aben 
Humeya ,  el  cual  dijo  que  nunca  su  intención  habia 
sido  ser  moro;  mas  que  habia  aceptado  el  reino  por 
vengarse  de  las  injurias  que  á  él  y  á  su  padre  habían 
hecho  los  jueces  del  rey  don  Felipe ,  especialmente 
quitándole  un  puñal  y  tratándole  como  á  un  villano, 


104 


DON  DIEGO  DE  MENDOZA. 


siendo  caballero  de  tan  gran  casta;  pero  que  él  estaba 
vengado  y  satisfeclio ,  lo  mismo  de  sus  enemigos,  de 
los  amigos  y  parientes  dellos,  de  los  que  le  habían  acu- 
sado y  atestiguado  contra  él  y  su  padre ,  ahorcándolos, 
cortándoles  las  cabezas,  quitándoles  las  mujeres  y  ha- 
ciendas; que  pues  habia  cumplido  su  voluntad,  cum- 
pliesen ellos  la  suya.  Cuanto  á  la  elección  de  Abenabó, 
que  iba  contento,  porque  sabia  que  baria  presto  el 
mismo  fin ;  que  moria  en  la  ley  de  los  cristianos ,  en  que 
habia  tenido  intención  de  vivir  si  la  muerte  no  le  pre- 
viniera. Ahogáronle  dos  hombres,  uno  tirándole  de 
una  parte  y  otro  de  otra  de  la  cuerda  que  le  cruzaron 
en  la  garganta ;  él  mismo  se  dio  la  vuelta  como  le  hicie- 
sen menos  mal ,  concertó  la  ropa ,  cubrióse  el  rostro. 

Tal  fin  hizo  Aben  Humeya ,  en  quien  después  de  tan- 
tos años  revivió  la  memoria  de  aquel  linaje ,  que  fué 
uno  de  los  en  cuya  mano  estuvo  la  mayor  parte  de  lo 
que  entonces  se  sabia  en  el  mundo.  La  ocasión  convida 
á  considerar  que ,  como  todo  lo  que  en  él  vemos  se 
mantenga  por  partes,  que  juntas  le  dan  el  ser  ,  y  una 
dellas  sea  las  castas  ó  linajes  de  los  hombres,  estas  co- 
mo en  unos  tiempos  parece  estar  acabadas  hasta  venir 
á  pobres  labradores ,  así  en  otros  salen  y  suben  hasta 
venir  á  grandes  reyes.  Pero  muchas  veces  el  Hacedor 
de  todo,  no  hallando  sugeto  aparejado,  produce  cosas 
diminuidas  semejantes  á  las  grandes ,  como  fruto  en 
tierra  cansada  ó  olvidada,  ó  como  queriendo  hacer  hom- 
bre, hace  enano ,  por  falta  de  sugeto,  de  tiempo,  de  lu  - 
gar.  No  habia  en  el  pueblo  de  Granada  moriscos ,  fuer- 
zas ,  ocasión  ni  aparejo  para  crear  y  mantener  rey :  salió 
de  un  común  consentimiento  de  muchas  voluntades 
juntas  (hombres  que  se  tenían  por  agraviados  y  ofen- 
didos hecho  un  tirano  con  sombra  y  nombre  de  rey, 
y  este ,  descendiente  de  casta  olvidada ,  mas  que  tanto 
tiempo  habia  señoreado.  Dicen  que  de  una  sola  hija 
que  tuvo  Mahoma  llamada  Fátima ,  y  de  Hali  Abenseib, 
vinieron  dos  linajes,  uno  de  Aben  Humeya  (d),  otro  de 
Abenhabet,  cuya  cabeza  fué  Abdalá  Abenhabet  Mira- 
mamolin ,  señor  de  España ,  que  echó  los  berberíes  del 
reino  della,  y  el  postrero  Jusef  Hali  Atan,  á  quien 
echó  del  reino  Abdurrabi  Menhadali,  cabeza  del  linaje 
de  Aben  Humeya,  hasta  el  último  Hiscen,  que  reinó  en 
discordia;  que  habiéndole  los  de  Córdoba  echado  del 
reino  con  ayuda  de  Habuz,  rey  de  Granada,  uno  del 
mismo  hnaje  escogió  ser  electo  rey  por  un  solo  dia,  con 
condición  que  le  matasen  pasadas  las  veinte  y  cuatro 
horas;  eligiéronle  y  matáronle,  y  acabaron  juntos  el 
liniíje  de  Aben  Humeya  y  el  reino  de  Córdoba.  Los  que 
descendían  deste  rey,  de  un  dia  vinieron  á  poblar  las 
montañas  de  Granada ,  y  los  moros  establecieron  por 
ley  que  ninguno  del  linaje  de  Aben  Humeya  pudiese 
reinar  en  Córdoba.  Porque  si  después  reinaron  en  el 
Andalucía  los  almorávides  y  almohades  y  el  linaje  de 
Abenhut,  ya  no  tuvieron  á  Córdoba  por  cabeza  del  rei- 
no, hasta  que  vino  á  poder  del  santo  rey  don  Fernan- 
do el  Tercero.  Estose  ha  dicho  por  muestra ,  y  acordar 
que  no  hay  reino  perpetuo,  pues  vinoá  desvanecerse 
un  reino  tan  poderoso  como  fué  el  de  Córdoba. 

Tomado  por  cabeza  Abdalá  Abenabó ,  diéronle  man- 
do sobre  todo  por  tres  meses ,  hasta  que  viniese  confir- 
mación del  rey  de  Argel  y  título  de  rey :  envió  con  Ben 

(fi  En  lo  que  aquí  dice  Mendoza  del  origen  de  Aben  Humeya, 
difiere  mucbo  de  Garibajr,  Mármol  y  otros. 


Dnud,  morisco  tintorero  en  Granada,  inventor  y  tra- 
mador del  levantamiento ,  á  dar  nueva  de  su  elección 
al  rey  de  Argel;  dióle  dineros  y  oro  para  presentar; 
diéronle  los  capitanes  cada  uno  por  su  parte  ayuda  con 
que  fuese,  y  quedó  allá;  y  envió  la  aprobación  mucho 
antes  del  tiempo.  Hicieron  con  Abenabó  la  ceremonia, 
pusiéronle  en  la  mano  izquierda  un  estandarte  y  en  la 
derecha  una  espada  desnuda ,  vistiéronle  de  colorado, 
levantáronle  en  alto  y  mostráronle  al  pueblo ,  diciendo : 
«  Dios  ensalce  al  rey  de  la  Andalucía  y  Granada,  Abdalá 
Abenabó. »  Diéronle  generalmente  la  obediencia  los 
pueblos  de  moriscos  que  no  la  habían  dado  á  Mahomet 
Aben  Humeya,  y  los  capitanes ,  excepto  Aben  Meque- 
nun  ,  que  llamaban  Portocarrero ,  hijo  del  que  levantó 
á  Jergal  con  cuatrocientos  hombres  en  el  rio  de  Alman- 
zora,  que  también  el  duque  de  Arcos  mandó  justiciar 
en  Granada ;  y  en  tierra  de  Almuñécar  y  Almijara ,  Gi- 
rón el  Archidoni,  que  murió  reducido  y  perdonado  en 
Jayena.  Hizo  repartimiento  de  las  alcaidías  y  gobierno 
en  hombres  naturales  de  las  mismas  tahas;  escogió  pa- 
ra su  consejo  seis  personas  demás  de  los  capitanes  tur- 
cos Caracax  y  Don  Dalí,  capitán ;  porque  Caravaji ,  lue- 
go como  se  hizo  la  elección ,  partió  á  Berbería  con  oca- 
sión de  traer  gente.  Eligió  por  capitán  general  para  los 
ríos  de  Almería,  Boloduí  y  Almanzora,  sierras  de  Baza 
y  Filábrcs ,  tierra  del  marquesado  de  Cénete  y  Guadix 
al  que  llamaban  el  Habaquí  (2) ,  por  cuyo  parecer  se  go- 
bernaba en  todo;  otro  de  Sierra -Nevada,  tierra  de  Vé- 
lez,  el  valle,  el  Alpujarra  y  Granada,  á  quien  decían 
Joaibi  de  Güéjar :  á  estos  obedecian  los  otros  capitanes 
de  tahas ;  por  alguacil,  que  después  del  Rey  es  el  su- 
premo magistrado ,  á  su  hermano  Muhamet  Abenabó. 
Envió  á  Hoscein  con  otro  presente  de  captivos  al  rey  de 
Argel ,  pidiéndole  gente  y  armas;  juntó  un  ejército  or- 
dinario de  cuatro  mil  arcabuceros ,  que  alojase  la  cuarta 
parte  cerca  de  su  persona ;  la  guardia  de  doscientos  ar- 
cabuceros; fuera  del  lugar  las  centinelas  apartadas  y 
perdidas,  que  ni  se  acogen  al  cuerpo  de  guardia,  sino 
á  lo  alto  ó  lejos,  ni  se  les  da  otro  nombre  mas  de  un 
contraseño  de  los  caminos,  que  es  dejar  pasar  sola- 
mente al  que  viniere  por  parte  señalada ,  y  á  los  que 
vinieren  por  otra  parte  detenellos  ó  dar  arma ;  dende 
allí  avisan  por  donde  vienen  los  enemigos.  Tienen  siem- 
pre atalayas  de  noche  y  de  dia  por  las  cumbres;  llaman 
al  sargento  mayor  alguacil  de  la  guardia,  que  reparte 
y  requiere  las  centinelas ,  ordena  la  gente ,  alójala,  hace 
justicia  en  el  cuerpo  de  guardia;  dentro  en  la  casa  re- 
siden veinte  arcabuceros,  á  que  dicen  porteros.  Fué 
poco  á  poco  comprando  y  proveyéndose  de  armas  traí- 
das de  Berbería  ó  habidas  de  las  presas  en  gran  cuanti- 
dad, que  repartió  á  bajos  precios  entre  la  gente;  llegó 
desta  manera  á  tener  ocho  mil  arcabuceros;  el  sueldo 
de  los  turcos  eran  ocho  ducados  al  mes,  el  de  los  mo- 
riscos la  comida.  Con  estos  principios  de  gobierno,  con 
la  necesidad  de  cabeza ,  con  la  reputación  de  valiente 
y  hombre  del  campo ,  con  la  afabilidad ,  gravedad ,  au- 
toridad de  la  presencia,  con  haber  padecido  en  la  per- 
sona por  tormentos  siendo  esclavo,  fué  bienquisto, 
respetado,  obedecido,  tenido  como  rey  generalmente 
de  todos. 
Mandó  en  este  tiempo  don  Juan  que  Pedro  de  Men- 

(2)  Hierónimo  el  Melech  dice  Mármol ,  porque  el  Habaquí  fué 
embajadora  Berbería, 


GUERRA  DE 

doza  fuese  a  visitar  cl  presidio  de  órgiba,  con  orden 
que  sirviese  en  lugar  de  Francisco  de  Molina ,  porque 
entendía  estar  indispuesto,  sabiendo  que  Abenabó,  nue- 
vo rey,  juntaba  gente  para  venir  sobre  la  plaza.  Mas 
sucedió  una  novedad  trasordinaria,  siendo  siete  leguas 
de  Granada ,  como  las  que  suelen  acontecer  en  las  In- 
dias ,  á  tres  mil  de  España ;  que  de  cinco  banderas,  sola 
una,  con  su  capitán  don  García  de  Montalvo,  quedó  libro 
sin  amotinarse,  y  acusando  á  Francisco  de  Molina  á  una 
voz  de  estar  loco,  pedian  por  cabeza  á  Pedro  de  Men- 
doza. Las  señales  que  daban  de  su  locura,  que  los  apre- 
taba con  rigor  á  las  guardias,  que  estando  enfermo  los 
requería,  que  no  dormía  de  noche,  hombre  rico  y  re- 
catado, que  falto  de  gente  particular,  ayudaba  con  di- 
neros á  los  que  enviaba  con  licencia  por  cobrar  crédi- 
to para  que  viniesen  otros; repartía  la  vitualla  por  tasa, 
como  quien  sospechaba  cerco.  Pero  visto  que  se  enca- 
minaba á  motín,  quiso  prender  los  capitanes;  y  sose- 
gándolos ,  procuró  que  Pedro  de  Mendoza  saliese  de 
órgiba;  mas  por  satisfacer  la  gente  que  estaba  ociosa 
y  descontenta  y  proveerse  de  vitualla,  envió  la  compa- 
ñía de  Antonio  Moreno  con  su  alférez  Vílches  á  correr 
en  el  Celiel;  que  atajados  por  los  moros  en  el  barranco 
de  Tarascón,  fueron  todos  muertos,  sin  escapar  mas 
de  tres  soldados. 

Abenabó  con  esta  ocasión  proveyó  á  Caslil  de  Ferro 
de  armas,  artillería  y  vitualla;  puso  dentro  cincuenta 
turcos  con  su  capitán ,  llamado  Leandro ,  para  que  pu- 
diese recibir  el  socorro  que  traería  Caravají  con  el  ar- 
mada de  Argel,  y  en  persona  vino  sobre  Órgiba,  mo- 
vido por  quejas  de  los  pueblos  comarcanos  y  daños  que 
continuamente  recibían  de  la  guarnición  que  en  ella 
residía.  Eran  los  capitanes  moros  Berbuz,  Rendati,  Ma- 
cox ;  y  turcos,  Dalí ,  capitán  á  quien  dejó  cabeza  de  la 
empresa  y  de  la  gente.  Apretaron  el  lugar,  mostraron 
quererle  hambrear;  fuéronse  con  trincheas  llegando 
hasta  las  casas;  vínoles  gente,  y  entraron  en  ellas ;  se- 
ñoreáronlas de  manera ,  que  descubrían  la  plaza,  y  los 
nuestros  no  atravesaban  ni  estaban  á  los  reparos  sin  ser 
enclavados;  tomaban  por  dias  el  agua  peleando;  era  la 
hambre  y  la  sed  mayor  que  el  temor  de  los  enemigos. 
Dio  Francisco  de  Molina  aviso ,  y  pareció  á  don  Juan 
que  el  duque  de  Sesa  la  socorriese,  por  la  experiencia, 
por  la  gracia  y  autoridad  con  la  gente ,  ser  del  consejo 
y  el  lugar  suyo;  detúvose  algunos  dias  esperando  la  vi- 
tualla con  harta  dilación;  partió  con  seis  mil  infantes  y 
trescientos  caballos,  mas  número  de  gente  que  de 
hombres,  la  mayor  parte  concejil ;  pero  en  Acequia  le 
tomó  la  gota,  enfermedad  ordinaria  suya,  y  tan  recia, 
que  le  inhabilitaba  la  persona ,  aunque  dejándole  libre 
el  entendimiento.  Trató  don  Juan  de  enviar  á  Luis  Qui- 
jada en  su  lugar,  no  sin  ambición;  pero  el  Duque  me- 
joró, y  en  príncipío  de  noviembre  envió  dende  Acequia 
á  Vílches ,  que  por  otro  nombre  llamaban  Pié  de  palo, 
buen  hombre  de  campo ,  platico  de  la  tierra,  que  con 
cuatro  compañías  de  infantería,  en  que  había  ochocien- 
tos hombres,  dejando  á  la  mano  derecha  a  Lanjarou, 
hiciese  el  camino  por  lo  áspero  de  la  montaña,  desusa- 
do muchos  años,  pero  posible  para  caballería;  y  que 
reconociendo  el  barranco  que  atraviesa  el  camino  de 
órgiba ,  tomase  lo  alto  de  la  montaña  y  estuviese  que- 
do adonde  el  camino  de  Lanjaron  hace  la  vuelta  cerca 
de  Órgiba ,  de  allí  diese  aviso  á  Francisco  de  Molina;  y 


GRANADA.  i05 

por  asegurar  á  Vílches,  envió  á  sus  espaldas  otros  ocho- 
cientos hombres,  siguiendo  él  con  el  resto  de  la  gente  y 
caballería,  sospechoso  que  los  unos  y  los  otros  habrían 
menester  socorro. 

Mas  los  moros,  que  tenían  no  solamente  aviso  de  la 
salida  de  Acequia ,  pero  atalayas  por  todo ,  que  con  se- 
ñas contaban  á  los  nuestros  los  pasos,  dándolas  de  una 
en  otra  hasta  órgiba,  hicieron  de  sí  dos  partes;  ui:a 
quedó  sobre  Órgiba,  y  otra  de  la  demás  gente  salió  con 
sus  banderas  á  esperar  al  Duque.  Estos  fueron  Hhuscení 
y  Dalí,  encubriéndose  parte  de  la  gente.  Comenzó  Dali, 
capitán,  á  mostrarse  tarde  y  entreteneríe  escaramu- 
zando. Entre  tanto  apartaron  seiscientos  hombres,  cua- 
trocientos con  Rendati,  que  se  emboscó  á  las  espaldas 
de  Vílches,  y  Macox  adelante  al  entrar  de  lo  llano  to- 
mando el  camino  de  Acequia  de  las  Tres  Peñas  ( llaman 
los  moros  á  aquel  lugar  Calat  el  Hhajar  en  su  lengua); 
cosa  pocas  veces  vista  y  de  hombres  muy  pláticos  en  la 
tierra,  apartarse  tanta  gente  escaramuzando,  y  em- 
boscarse sin  ser  sentida  ni  de  los  que  estaban  en  la 
frente  ni  de  los  que  venían  á  las  espaldas.  Cayó  la  tar- 
de, y  cargó  Dali,  capílan ,  reforzando  la  escaramuza  á 
la  parte  del  barranco  cerca  de  la  agua;  de  manera  que 
á  los  nuestros  pareció  retirarse  adonde  entendían  que 
venía  el  Duque,  pero  con  orden.  Descubrióse  la  prí- 
mera  emboscada,  y  fueron  cargados  tan  recio,  que  ha- 
llándose lejos  del  socorro  y  que  apuntaba  la  noche,  cuasi 
rotos  se  recogieron  á  un  alto  cerca  del  barranco ,  con 
propósito  de  esperar,  hechos  fuertes ,  donde  pudieran 
estar  seguros ,  aunque  con  algún  daño ,  si  el  capitán 
Perea  tuviera  sufrimiento;  pero  viendo  el  socorro, 
echóse  por  el  barranco,  y  la  gente  tras  él ;  donde  segui- 
do de  los  moros,  fué  muerto  peleando  con  parte  de  los 
que  iban  con  él,  y  pasando  adelante,  cargaron  hasta  lle- 
gar á  dar  en  el  Duque  ya  de  noche ,  que  los  socorrió  y 
retiró;  pero  dando  en  la  segunda  emboscada  de  Macox, 
apretado  por  una  parte  de  los  enemigos ,  y  por  otra  in- 
cierto del  camino  y  de  la  tierra  con  la  escuridad,  y  con- 
fuso con  el  miedo  que  la  gente  llevaba ,  que  le  iban  fal- 
tando ,  fué  necesitado  á  hacer  frente  á  los  enemigos  por 
su  persona ;  quedaron  con  él  don  Gabriel ,  su  tío ,  don 
Luis  de  Córdoba ,  don  Luis  de  Cardona ,  don  Juan  de 
Mendoza  y  otros  caballeros  y  gente  particular ,  muchos 
dellos  apeados  con  la  infantería,  dando  cargas  y  siendo 
seguidos  hasta  cerca  del  alojamiento  :  dicen  que  si  los 
moros  cargaran  como  al  príncipío ,  estuviera  en  peligro 
la  jornada.  Pero  el  daño  estuvo  en  que  Pié  de  palo  par- 
tiese á  hora  que  el  día  no  le  bastó  al  Duque  para  lle- 
gar á  órgiba  con  sol  ni  para  socorrerle.  Engaña  el 
tiempo  en  el  reino  de  Granada  á  muchos  hombres  que 
no  le  miden  por  la  aspereza  de  la  tierra,  hondura  de 
los  barrancos  y  estrecheza  de  los  caminos.  Murieron  do 
los  nuestros  cuatrocientos  hombres ,  y  perdieron  mu- 
chas armas,  según  los  moros,  gente  vana  que  acrecien- 
ta sus  prosperidades ;  mas  según  nosotros  (que  en  esta 
guerra  nos  mostramos  (1)  á  disimular  y  encubrir  las  pér- 
didas) ,  solos  sesenta;  lo  uno  ó  lo  otro  con  daño  de  los 
enemigos  y  reputación  del  Duque.  De  noche ,  sospe- 
choso de  la  gente ,  apretado  de  los  enemigos,  impedido 
de  la  persona,  tuvo  libertad  para  poner  en  ejecución  lo 
que  se  ofrecía  proveer  á  toda  parte,  resolución  para 
apartar  los  enemigos ,  y  autoridad  para  detener  los 

(1)  o  según  el  MS.,  no$  enseñamos. 


106  DON  DIEGO 

nucslros,  que  liabian  comenzado  á  huir,  recogiéndose 
á  Ace(}uia  cuasi  á  media  noche  :  larga  y  trabajosa  re- 
tirada de  tres  grandes  leguas ,  dos  siendo  cargada  su 
gente." 

Y  considerando  yo  las  causas  por  qué  nación  tan 
animosa,  tan  aparejada  á  sufrir  trabajos,  tan  puesta 
en  el  punto  de  lealtad ,  tan  vana  de  sus  honras  (que  no 
es  en  la  guerra  la  parte  de  menos  importancia),  obrase 
en  esta  al  contrario  de  su  valentía  y  valor ,  truje  á  la 
memoria  numerosos  ejércitos  disciplinados  y  repu- 
tados en  que  yo  me  hallé,  guiados  por  el  emperador 
don  Carlos,  uno  de  los  mayores  capitanes  que  hubo  en 
muchos  siglos ;  otros  por  el  rey  Francisco  de  Francia, 
su  émulo ,  y  hombre  de  no  menos  ánimo  y  experien- 
cia. Ninguno  mas  armado,  mas  disciplinado,  mas  cum-* 
plido  en  todas  sus  partes,  mas  platico,  abundado  de 
dinero,  de  vituallas,  de  artillería,  de  munición,  de  sol- 
dados particulares,  de  gente  aventurera  de  corte,  de 
cabezas,  capitanes  y  oficiales,  me  parece  haber  visto 
ni  oido  decir,  que  el  ejército  que  don  Felipe  11,  rey  de 
España,  su  hijo,  tuvo  contra  Enrique  II  de  Francia, 
hijo  de  Francisco,  sobre  Durlan,  en  defensión  de  los 
estados  de  Flándes ,  cuando  hizo  la  paz  tan  nombrada 
por  el  mundo,  de  que  salió  la  restitución  del  duque  Fi- 
liberto  de  Saboya;  negocio  tan  desconfiado  :  como  por 
el  contrario,  ninguno  he  visto  hecho  tan  á  remiendos, 
tan  desordenado,  tan  cortamente  proveído ,  y  con  tanto 
desperdiciamiento  y  pérdida  de  tiempo  y  dinero;  los 
soldados  iguales  en  miedo ,  en  codicia ,  en  poca  perse- 
verancia y  ninguna  disciplina.  Las  causas  pienso  haber 
sido  comenzarse  la  guerra  en  tiempo  del  marqués  de 
Mondéjar  con  gente  concejil  aventurera,  á  quien  la  co- 
dicia, el  robo,  la  flaqueza  y  las  pocas  armas  que  se 
persuadieron  de  los  enemigos  al  principio ,  convidó  á 
salir  de  sus  casas  cuasi  sin  orden  de  cabezas  ó  bande- 
ras: tenían  sus  lugares  cerca;  con  cualquier  presa  tor- 
naban á  ellos ;  salían  nuevos  á  la  guerra ,  estaban  nue- 
vos, volvían  nuevos.  Mas  el  tiempo  que  el  marqués  de 
Mondéjar,  hombre  de  ánimo  y  diligencia,  que  conocía 
las  condiciones  de  los  amigos  y  enemigos,  anduvo  pe- 
gado con  ellos,  á  las  manos,  en  toda  hora,  en  todo  lu- 
gar, por  medio  de  los  hombres  particulares  que  le  se- 
guían ,  estuvieron  estas  faltas  encubiertas.  Pero  des- 
pués que  los  enemigos  se  repartieron,  acontecieron  des- 
gracias por  donde  quedaron  desarmados  los  nuestros  y 
armados  ellos;  comunicábase  el  miedo  de  unos  en 
otros ;  que  como  sea  el  vicio  mas  perjudicial  en  la  guer- 
ra, así  el  mas  contagioso :  no  se  repartían  las  presas  en 
común;  era  de  cada  uno  loque  tomaba ,  como  tal  lo 
guardaba;  huían  con  ello  sin  unión,  sin  respondencía ; 
dejábanse  matar  abrazados  ó  cargados  con  el  robo,  y 
donde  no  le  esperaban,  ó  no  salían ,  ó  en  saliendo  tor- 
naban á  casa;  guerra  de  montaña,  poca  provisión, 
menos  aparejo  para  ella,  dormir  en  tierra ,  no  beber 
vino ,  las  pagas  en  vitualla,  tocar  poco  dinero  ó  ningu- 
no :  cesando  la  codicia  del  interese ,  cesaba  el  sufrir 
trabajo;  pobres,  hambrientos,  impacientes,  adolecían, 
morían,  ó  huyéndose  los  mataban;  cualquier  partido 
destos  escogían  por  mas  ventajoso  que  durar  en  la  guer- 
ra cuando  no  traían  la  ganancia  entre  las  manos.  De 
los  capitanes,  algunos,  cansados  ya  de  mandar,  repren- 
der, castigar,  sufrir  sus  soldados,  se  daban  á  las  mis- 
mas costumbres  de  la  gente,  y  tales  eran  los  campos 


DE  MENDOZA. 

que  della  se  juntaban.  Pero  también  hubo  algunos 
hombres  entre  los  que  vinieron  enviados  por  las  ciuda- 
des ,  á  quien  la  vergüenza  y  la  hidalguía  ora  freno. 
También  la  gente  enviada  por  los  señores,  escogida, 
igual,  disciplinada ,  y  la  que  particularmente  venia  á 
servir  con  sus  manos,  movidos  por  obligación  de  vir- 
tud y  deseo  de  acreditar  sus  personas,  animosa,  obe- 
diente, presente  á  cualquiera  peligro:  tantos  capita- 
nes ó  soldados  como  personas;  y  en  fin  autores  y  mi- 
nistros de  la  victoria.  Los  soldados  y  personas  de  Gra- 
nada todos  aprobaron  para  ser  loados.  No  parecerá 
filosofía  sin  provecho  para  lo  porvenir  esta  mi  conside- 
ración verdadera ,  aunque  experimentada  con  daño  y 
costa  nuestra. 

Envió  el  Duque  á  dar  noticia  délo  que  pasaba  á  Fran- 
cisco de  Molina,  mandándole  que  en  caso  que  no  se  pu- 
diese detener,  desamparase  la  plaza  y  se  retirase  por 
el  camino  de  Motril ;  porque  el  de  Lanjaron  tenían  ocu- 
pado los  enemigos,  y  no  le  podía  socorrer.  Mas  ellos 
no  curaron  de  tornar  sobre  órgiba,  así  porque  en  ella 
y  en  la  refriega  que  tuvieron  habían  perdido  gente  y 
muchos  heridos ,  como  porque  les  pareció  que  bastaba 
tener  á  Francisco  de  Molina  corto  con  poca  gente ,  y 
ellos  hacer  rostro  á  la  del  Duque,  estorbar  el  daño  que 
podía  hacer  en  los  lugares  del  Valle,  que  tenían  como 
propríos.  Francisco  de  Molina,  con  la  orden  del  Duque, 
conforme  á  la  que  él  tenia  de  don  Juan,  teniendo  por 
cierto  que  si  volvieran  sobre  él,  se  perdería  sin  agua 
ni  vitualla,  enclavó  y  enterró  algunas  piezas  que  no 
pudo  llevar,  recogió  los  enfermos  y  embarazos  en  me- 
dio, tomó  el  camino  de  Motril,  libre  de  los  enemigos; 
donde  llegó  con  toda  la  gente  que  salió ,  y  con  poca 
pérdida  en  el  fuerte  ,  dando  harto  contraria  muestra 
del  suceso  en  el  cerco  y  retirada ,  de  lo  que  la  desver- 
güenza de  los  soldados  había  publicado ;  desamparó- 
se por  ser  corta  la  provisión  de  vituallas,  lugar  que  ha- 
bía costado  muchas,  mucho  tiempo,  mucha  gente  y 
trabajo  mantener  y  socorrer ;  fué  el  primero  y  soloqua 
los  enemigos  tomaron  por  cerco :  deshicieron  las  trin- 
cheas,  quemaron  y  destruyeron  la  tierra,  llevaron  dos 
piezas,  aunque  enclavadas.  Tomáronse  dos  moros  con 
cartas  que  los  capitanes  escribían  á  la  gente  de  las  Al- 
buñuelas  y  el  Valle  y  otras  partes,  certificándoles  la 
venida  del  Duque  á  socorrer  á  órgiba ,  y  animándolos 
que  siguiesen  su  retaguardia ;  porque  ellos  con  la  gente 
que  tenían  se  les  mostrarían  á  la  frente,  como  le  estor- 
basen el  socorro  ó  les  combatiesen  con  ventaja.  No 
estuvieron  ociosos  el  tiempo  que  él  se  detuvo  en  Ace- 
quia; porque  bajaron  por  Güéjar  y  el  Puntal  á  la  Vega, 
llevaron  ganados,  quemaron  á  Mairena  hasta  media  le- 
gua de  Granada,  acogiéndose  sin  pérdida  y  con  la  pre- 
sa, por  divertir  ó  porque  la  guerra  pareciese  con  igual- 
dad. Esperó  en  Acequia  por  entender  el  motivo  de  los 
enemigos  y  entretenellos  que  no  diesen  estorbo  á  la  re- 
tirada de  Francisco  de  Molina,  y  por  su  indisposición, 
con  falta  de  vitualla  y  descontentamiento  de  la  gente: 
por  esto  y  la  ociosidad,  y  por  ser  ya  el  mes  de  noviem- 
bre y  la  sementera  en  la  mano,  se  comenzó  á  deshacer 
el  campo.  Mas  llamado  por  don  Juan,  salió  por  las  AI- 
buñuelas  con  poca  gente,  y  esa  temerosa  por  lo  suce- 
dido (trataban  los  turcos  de  ponerse  de  guarnición  en 
aquel  lugar),  y  caminando  el  dia ,  los  enemigos  al  cos- 
tado, llegó  temprano  sin  acercarse  los  unos  á  los  otros. 


GUERRA  DE 

dando  culpa  á  las  guias :  quemó  el  un  barrio,  y  des- 
pués de  íjaber  enviado  á  don  Luis  de  Córdoba  á  quemar 
á  Restával ,  Melejix  ,  Concha ,  y  otros  lugares  del  Valle 
que  don  Antonio  de  Luna  dejó  enteros,  y  dejado  á  Pe- 
dro de  Mendoza  con  seiscientos  hombres  alojado  en  el 
otro  barrio,  tornó  á  Granada,  donde  halló  á  don  Juan 
ocupado  en  la  reformación  de  la  infantería,  provisio- 
nes de  vitualla  y  otras  cosas,  por  medio  y  'industria  de 
Francisco  Gutiérrez  de  Cuéllar,  del  Consejo,  á  quien  el 
Rey  envió  particularmente  á  mirar  por  su  hacienda; 
caballero  prudente ,  platico  en  la  administración  della, 
bueno  para  todo. 

Habian  las  desórdenes  pasado  tan  adelante,  que  fué 
necesario  para  remediallas  hacer  demostración  no  vista 
nileidaen  los  tiempos  pasados  en  la  guerra;  suspen- 
der treinta  y  dos  capitanes  de  cuarenta  y  uno  que  ha- 
bía, con  nombre  de  reformación  ;  pero  no  se  remedió 
poreso;  que  el  gobierno  de  las  compañías  quedó  á  sus 
mismos  alféreces ,  de  quien  suele  salir  el  daño.  Porque 
como  se  nombran  capitanes  sin  crédito  de  gente  ó  di- 
neros, encomiendan  sus  banderas  á  los  alféreces  y  ofi- 
ciales que  les  ayudan  á  hacer  las  compañías,  gastando 
dinero  con  los  soldados,  de  quien  no  pueden  desquitar- 
se tomándoselo  de  las  pagas,  porque  se  les  desharían 
las  compañías,  y  procuran  hacello  engañando  en  el  nú- 
mero. Pero  los  capitanes  y  oficiales  cuasi  todos  enga- 
ñan en  las  pagas,  aunque  unos  las  ponen  en  calificar 
soldados  y  entretenellos  con  pagar  ventajas  ó  darles 
de  comer,  y  estos  son  tolerables ;  otros  son  perniciosos 
y  aun  tenidos  como  traidores,  porque  engañan  á  su  se- 
ñor en  cosa  que  le  hacen  perder  la  honra,  el  estado  y 
la  vida,  fiándose  dellos ,  y  estos  son  los  que  para  sí  ha- 
cen ganancia  con  las  compañías,  teniendo  menos  gente 
6  robando  los  huéspedes,  ó  componiéndolos  :  la  misma 
reformación  se  hizo  en  los  comisarios,  partidos,  y  dis- 
tribución de  vituallas,  armas  y  municiones. 

En  el  tiempo  que  el  duque  de  Sesa  partió  para  el  so- 
corro de  órgiba,  y  don  Juan  entendía  en  reformar  las 
desórdenes ,  se  alzó  Galera ,  una  legua  de  Güéscar,  en 
tierra  de  Baza;  lugar  fuerte  para  ofender  y  desasosegar 
la  comarca ,  en  el  paso  de  Cartagena  al  reino  de  Granada, 
y  no  lejos  del  de  Valencia.  Mas  los  de  Güéscar,  enten- 
diendo el  levantamiento ,  fueron  sobre  el  lugar  con  mil 
y  doscientos  hombres  y  alguna  caballería ;  estuvieron 
hasta  tercero  día ;  y  sin  hacer  mas  de  salvar  cuarenta 
cristianos  viejos  que  estaban  retirados  en  la  iglesia ,  se 
tornaron.  Habian  entrado  en  Galera  por  mandado  de 
Abenabó  cien  arcabuceros  turcos  y  berberíes  con  el 
Maleh,  alcaide  del  partido,  y  era  capitán  dellos  Cara- 
vajal,  turco,  que  saltó  fuera  cargando  en  la  retaguar- 
dia, y  poniéndolos  en  desorden  les  quitó  la  presa  de 
ganados  y  mató  pocos  hombres,  de  que  los  de  Güéscar, 
indignados,  mataron  algunos  moriscos  por  la  ciudad 
y  en  la  casa  del  Gobernador,  donde  se  habían  reco- 
gido ,  quemaron  parte  della ,  saquearon  y  quemaron 
otras  en  Güéscar,  ciudad  de  los  confines  del  reín'ode 
Murcia  y  Granada,  patrimonio  que  fué  del  rey  católico 
don  Fernando ,  y  dada  en  satisfacción  de  servicios  al 
duque  de  Alba  donFadrique  de  Toledo;  pueblo  rico, 
gente  áspera  y  á'  veces  mal  mandada ,  descontenta  de 
ser  sujeta  á  otro  sino  al  Rey;  y  desasosegada  con  este 
estado  que  tiene ,  procura  trocalle  con  otros,  que  á  ve- 
ces desasosiegan  mas. 


GRANADA.  107 

Levantóse  de  ahí  á  pocos  dias  Orce,  unalegua  de  Ga- 
lera, que  los  antiguos  llamaron  Urci;  y  estando  los  dé 
Güéscar  preparándose  para  ir  á  allanarla  q  destruirla,- 
los  vecinos  cristianos  nuevos  que  habian  quedado,  in- 
dignados ,  metieron  de  noche  sin  ser  sentidos  al  Malelí 
con  trescientos  hombres  en  sus  casas,  que  dejó  embos- 
cados en  los  lavaderos  hasta  dos  mil ,  y  en  ellos  tres- 
cientos turcos  y  berberíes,  que  se  habian.  juntado  para 
defecto;  mas  los  de  la  ciudad,  que  tuvieron  noticia, 
vueltas  contra  ellos  las  armas ,  peleando  los  echaron 
fuera  con  daño  y  rotos ,  y  dando  con  el  mesmo  ímpetu 
en  la  emboscada,  la  rompieron,  matando  seiscientos" 
hombres.  Fuera  la  victoria  del  todo  si  los  turcos  y  ber- 
beríes no  resistieran,  reparando  la  gente  y  haciendo 
retirar  parte  della  con  alguna  orden.  Y'a  Abenabó  ha- 
bía hecho  declarar  todo  el  río  de  Almanzora  (que  en 
arábigo  quiere  decir  de  la  Victoria)  con  Purchena  (en 
otro  tiempo  llamada  de  los  antiguos  Illipula  grande ,  á 
diferencia  de  otra  menor,  ribera  de  Guadalquivir),  la 
sierra  de  Filábres  y  los  lugares  de  tierra  de  Baza. 
Quedaban  Serón  y  Tíjola,  del  duque  de  Escalona;  Tijola 
inexpugnable,  pero  falta  de  agua.  Envió  sobre  Serón, 
y  saliéndose  la  guardia,  prendió  el  Alcaide  (algunos 
dicen  que  por  voluntad),  tomó  armas,  munición,  vi- 
tualla, doce  piezas  de  bronce.  Tíjola  siguió  á  Serón: 
de  esta  manera  quedaron  levantados  todos  los  moriscos 
del  reino ,  sino  los  de  la  hoya  de  Málaga  y  serranía  de 
Ronda. 

Estos  motivos,  y  la  priesa  que  el  Rey  daba  á  reforzar 
el  campo  del  marqués  de  Vélez,  que  estaba  en  Baza, 
enviando  caballeros  principales  de  su  casa  por  las  ciu- 
dades á  solicitar  gente ,  que  saliese  antes  que  los  ene- 
migos tomasen  fuerzas,  apresuró  al  Marqués  con  la 
gente  que 'trajo  de  la  Peza  y  la  que  don  Antonio  de  Lu- 
na dejó  en  Baza,  y  la  que  se  juntó  de  Güéscar  y  otras 
partes,  por  todos  cuatro  mil  infantes  y  trescientos  y 
cincuenta  caballos,  á  ponerse  sobre  Galera  :  el  Maleh  y 
su  hijo  desampararon  el  lugar,  desconfiados  que  se  pu- 
diese mantener.  Caravajal,  turco,  dende  á  dos  dias  que 
el  Marqués  llegó,  juntó  el  pueblo ;  persuadiólos  que  sal- 
vasen la  gente,  la  ropa  y  á  sí  mismos,  pues  tenían  apa- 
rejo y  la  sierra  cerca ;  y  dicíéndole  que  dentro  en  sus 
casas  querían  morir,  les  respondió  que  aun  no  era  lle- 
gado el  tiempo,  ni  era  su  oficio  morir;  que  se  salvasen 
y  dejasen  aquello  para  otros  que  vernían  brevemente  á 
morir  por  ellos.  Mas  visto  que  estaban  pertinaces,  cea 
ciento  y  treinta  turcos  y  berberíes,  dando  una  arma  de 
noche  á  los  nuestros,  se  salió  con  su  gente  y  dinero  sin 
recebir  daño;  y  vino  por  mandado  de  Abenabó  á  resi- 
dir en  Güéjar  con  los  otros  capitanes. 

Habían  los  enemigos  (como  dijimos)  entrado  en  ella, 
fundado  frontera ,  atajado  con  una  trinchea  de  piedra 
seca,  de  monte  á  monte,  el  trecho  que  llaman  la  Silla; 
manteníanse  contra  Granada,  hacian  presas,  solicitan- 
do pueblos  que  se  levantasen,  recogiendo  y  regalando 
los  que  se  alzaban.  A  veces  estaban  en  ella  cuatro  mil, 
á  veces  menos,  y  de  ordinario  seiscientos  hombres,  se- 
gún las  ocasiones  :  eran  capitanes  Joaibi,  natural  del 
lugar,  por  otro  nombre  llamado  Pedro  de  Mendoza 
(que  este  apellido  tomaban  muchos  por  la  naturaleza 
que  tenía  en  la  tierra  la  casta  del  marqués  don  Iñigo 
López  de  Mendoza ,  primer  capitán  general) ,  Hocein, 
Caravajal,  turco,  Chocon  (que  en  su  lengua  quiere  de- 


108 


DON  DIEGO  DE  MENDOZA. 


cir  degollador),  Macox,  Mojájar  y  otros.  Grecia  el  desa- 
sosiego de  la  ciudad  y  parecia  estarse  con  menos  segu- 
ridad ,  pero  en  nada  se  via  acrecentada  la  manera  de 
la  defensa,  descubierta  la  parte  déla  ciudad  que  llaman 
Realejo,  frontera  á  los  enemigos,  el  barrio  de  Anteque- 
ruela  no  sin  peligro  muchos  meses,  muy  á  menudo  los 
aperccbimientos,  que  se  liacian  de  persona  en  personay 
con  secreto,  mostrando  que  los  enemigos  vernian  cada 
noche  á  dar  en  la  ciudad,  las  mas  veces  por  esta  parte. 
Al  íin  se  achicó  la  puerta  que  dicen  de  los  Molinos  y 
se  puso  una  compañía  de  guardia  en  Antequeruela, 
pero  no  que  se  atajasen  los  caminos  del  Facar,  Veas,  el 
Puntal;  maravillándose  los  que  no  tienen  noticia  de  las 
causas  ó  licencia  de  escudriñallas ,  cómo  se  encarecían 
tanto  las  fuerzas  de  los  enemigos  y  el  peligro ,  y  se  es- 
taba con  tan  flaca  guardia;  en  íin ,  se  puso  una  conce- 
jil en  la  puerta  de  los  Molinos,  reforzóse  la  de  Anteque- 
ruela ,  púsose  guardia  en  los  Mártires  y  en  Pinillos  y 
Cenes  (presidios  todos  contra  Güéjar),  y  á  don  Jeróni- 
mo de  Padilla  mandaron  estar  en  Santa  Fe  con  una 
compañía  de  caballos  para  asegurar  el  llano  de  Loja, 
demás  de  la  guardia  de  la  Vega.  Púsose  caballería  en 
Iznalloz;  pero  todo  no  estorbaba  que  hasta  las  puertas 
de  Granada  se  hiciesen  á  la  continua  presas. 

Estando  en  estos  términos,  comenzó  el  marqués  de 
Vélez  á  batir  á  Galera  con  seis  piezas  de  bronce  y  dos 
bombardas  de  hierro,  de  espacio  y  con  poco  fruto.  Sal- 
taban fuera  los  moros  á  menudo,  haciendo  daño  sin 
recebillo. 

Cargó  don  Juan  la  mano  con  el  Rey,  como  agraviado 
que  le  hubiese  mandado  venir  á  Granada  en  tiempo 
que  todos  estaban  ocupados,  por  tenelle  ocioso,  siendo 
el  que  menos  convenia  holgar  :  mostrábale  deseo  de 
em[  lear  su  persona ;  hijo  y  hermano  de  tan  grandes 
príncipes,  en  cuya  casa  habían  entrado  tantas  victo- 
rias ;  mozo  no  conocido  de  la  gente;  el  espacio  con  que 
se  trataba  la  guerra  en  Almanzora ,  el  atrevimiento  de 
los  enemigos ,  la  Alpujarra  sin  guarniciones ,  la  mar 
desproveída ,  los  moros  en  Güéjar,  lo  que  convenia  to- 
mar el  negocio  con  mayores  fuerzas  y  calor.  Pareció  al 
Rey  apretar  los  enemigos ,  acometiéndolos  á  un  tiem- 
po con  dos  campos ;  uno  por  el  rio  de  Almanzora  á  car- 
go de  don  Juan,  con  quien  asistiesen  el  marqués  de  Vé- 
lez, el  comendador  mayor  de  Castilla  y  Luís  Quijada; 
otro  por  el  Alpujarra  con  el  duque  de  Sesa;  y  por  no 
dejar  embarazo  tan  importante  como  enemigos  á  las 
espaldas,  mandó  que  antes  de  su  partida  viniese  sobre 
Güéscar.  El  nombre  de  la  salida  fué  (porque  el  de  Vélez 
no  se  hubiese  por  ofendido )  dar  orden  en  lo  que  toca- 
ba á  Guadix  y  Baza ,  como  había  sido  con  el  marqués 
de  Mondéjar  darla  en  lo  de  Granada.  Estando  Güéjar 
y  Galera  por  los  enemigos,  cualquier  otra  empresa  pa- 
recería difícil  y  el  peligro  cierto  ;  en  Güéjar,  por  de- 
jarlos á  las  espaldas;  en  Galera,  porque  podía  saltar  la 
rebelión  en  el  reino  de  Valencia ,  y  con  la  tardanza 
conservarse  los  moros  en  sus  plazas,  Purchena,  Serón, 
Tíjola,  Jergal ,  Cantoria,  Castil  de  Ferro  y  otras.  Par- 
tió el  Comendador  mayor  de  Cartagena ,  por  orden  de 
don  Juan ,  con  ocho  piezas  de  campo ,  trescientos  car- 
ros dii  vitualla,  munición  y  armas.  El  Marqués,  aun- 
que entendiendo  la  ida  de  don  Juan  mostraba  algún 
sentimiento,  no  dejó  de  verse  con  el  Comendador  ma- 
yor, que  proveyéndole  de  vitualla  y  munición ,  pasó  ú 


esperar  á  don  Juan  en  Baza.  Dicen,  y  confiésalo  el  Co- 
mendador mayor ,  que  escribió  al  Rey  como  el  Mar- 
qués no  le  parecia  á  propósito  para  dar  cobro  á  la  em- 
presa del  reino  de  Granada,  y  que  las  cartas  vinieron  á 
las  manos  del  Marqués  primero  que  á  las  del  Rey ;  mas 
leyólas  y  disimulólas,  ó  fuese  pensando  que  la  necesi- 
dad había  de  traelle  tiempo  á  las  manos  en  que  diese 
á  conocer  lo  contrarío,  ó  cansado  y  ofendido ,  dando  ú 
entender  que  la  peor  parte  seria  de  quien  no  le  em- 
please. Eran  ya  los  15  de  diciembre  (l.o69),  y  no  pare- 
cia señal  ni  esperanza  de  que  se  hiciese  efecto  contra 
Galera.  Mas  el  Rey  solicitaba  con  diligencia  los  seño- 
res de  la  Andalucía  y  las  ciudades  de  España,  pidiendo 
nueva  gente  para  la  empresa  y  salida  de  don  Juan,  y 
enviando  personas  calificadas  de  su  casa  á  procurallo. 

Llegó  la  orden  para  que  don  Juan  hiciese  la  jornada 
de  Güéjar  primero  que  partiese  para  Guadix  y  Baza : 
habíase  enviado  muchas  veces  á  reconocer  el  lugar  con 
personas  pláticas ;  lo  que  referían  era  que  dentro  esta- 
ban siete  mil  arcabuceros  y  ballesteros  resolutos  á  ve- 
nir una  noche  sobre  Granada  (número  que  si  de  mu- 
jeres y  hombres  ellos  lo  tuvieran ,  y  no  les  faltaran  ca- 
bezas y  experiencia ,  era  bastante  para  forzar  la  ciu- 
dad); que  estaban  fortificados  y  empantanaban  la  Ve- 
ga; que  allanaban  el  camino  que  va  por  la  sierra  á  la 
Alpujarra  para  recebir  gente.  Tanto  mas  puede  e]  re- 
celo que  la  verdad ,  aunque  cargue  sobre  personas  sin 
sobresalto.  Todavía  no  fueron  creídos  del  todo  los  que 
daban  el  aviso;  pero  reforzáronse  las  guardias  con  mas 
diligencia,  y  dilirióse  la  ida  de  don  Juan  hasta  que  mas 
gente  de  las  ciudades  y  señores  fuese  llegada.  Por  ha- 
cer la  jornada  con  mas  seguridad  envió  á  don  García 
Manrique  y  Tello  de  Aguilar  que  reconociesen  el  lugar 
de  noche  y  la  mañana  hasta  el  día :  lo  que  trujeron  fué 
que  dentro  había  mas  de  cuatro  mil  infantes,  no  haber 
visto  fuego  á  las  trinclieas  ni  en  el  cuerpo  de  guardia, 
no  humo  aun  para  encender  las  cuerdas,  en  el  corazón 
del  invierno,  tierra  frígidísima  y  á  la  falda  de  la  nieve; 
no  trocar  les  guardias,  no  cruzar  á  la  mañana  gente  de 
las  casas á la  trinchea  ó  de  la  trinchea  alas  casas;  no 
acudir  con  el  armaálatrinchea :  atribuíase  todo  á  seña- 
les de  gran  recatamiento;  pero,  ajuicio  de  algunas  per- 
sonas pláticas ,  de  lugar  desamparado.  Notaban  que  en 
tanto  tiempo ,  tan  cerca ,  lugar  abierto  y  pequeño ,  se 
sospechase  y  no  se  supiese  cierto  el  número  de  la  gen- 
te, pudiéndose  contar  por  cabezas  ó  por  la  comida ,  y 
que  todos  afirmasen  pasardeseismilhombres,  y  los  re- 
conocedores, de  cuatro  mil,  llegando  tan  cerca  y  trayen- 
do señales  de  poca  gente  ó  ninguna.  Pareció  que  seria 
conveniente  servirse  de  los  capitanes  que  habían  sido 
suspendidos ,  porque  la  gente  se  gobernaría  mejor  por 
ellos,  y  los  mas  eran  personas  de  experiencia.  Mandá- 
ronles tomar  sus  compañías,  y  todos  lo  quisieron  ha- 
cer, pudiendo  emplear  sus  personas,  sin  volverá  los 
cargos  de  que  una  vez  fueron  echados. 

Habia  costumbre  en  el  Alhambra  de  salir  los  capita- 
nes generales  y  alcaides  cuando  se  ofrecía  necesidad, 
dejando  en  la  guardia  della  personas  de  su  linaje  y  su- 
ficientes. Mostraba  el  conde  de  Tendilla  títulos  suyos, 
de  su  padre ,  abuelo  y  bisabuelo,  de  capitanes  genera- 
les de  la  ciudad  sin  el  cargo  del  reino,  y  pretendía  salir 
con  la  gente  della.  Pero  Juan  Rodríguez  de  Víllafuer- 
te,  que  entonces  era  tenido  por  enemigo  suyo  declara- 


GUERRA  DE 

(lo ,  pretendía  que  como  corregidor  le  tocase :  traia  ] 
ejemplo  de  Málaga ,  donde  el  Corregidor  tenia  cargo 
de  la  gente,  no  obstante  que  el  Alcaide  tuviese  título  de 
capitán  de  la  ciudad;  mas,  ó  fuese  mandamiento  expre- 
so ó  inclinación  á  otros,  ó  desabrimiento  particular  con 
la  casa  ó  persona  del  Conde,  no  obstante  las  cédulas,  y 
que  la  profesión  de  Juan  Rodríguez  fuese  otra  que  ar- 
mas, liízo  don  Juan  una  manera  de  pleito  de  la  preten- 
sión del  Conde,  y  remitió  el  negocio  al  consejo  del  Rey, 
quitándole  el  uso  de  su  oficio  y  dándole  á  Juan  Ro- 
dríguez, que  aquel  día  llevó  cargo  de  la  gente  de  la 
ciudad ,  y  le  tuvo  otros  muchos.  Partió  á  los  23  de 
diciembre  con  nueve  mil  infantes,  seiscientos  ca- 
ballos, ocho  piezas  de  campo.  Había  dos  caminos  de 
Granada  á  Giíéjar;  uno  por  la  mano  izri^üerda  y  los 
altos,  y  este  llevó  él  con  cinco  mil  infantes  y  cuatro- 
cientos caballos  :  llevaba  Luis  Quijada  la  vanguardia 
con  dos  mil ,  donde  iba  su  persona;  á  don  García  Man- 
rique encomendó  la  caballería;  y  la  retaguardia,  con  la 
artillería^  munición  y  vitualla  (donde  iba  su  guión),  al 
licenciado  Pedro  López  de  Mesa  y  á  don  Francisco  de 
Solís ,  ambos  cabai  eros  cuerdos ,  pero  sin  ejercicio  de 
guerra;  lo  cual  dio  ocasión  á  pencar  que  la  empresa 
fuese  ungida ,  y  don  Juan  cierto  que  el  lugar  estaba 
desamparado ,  pues  encomendaba  á  personas  pacíficas 
lugar  adonde  podía  haber  peligro  y  era  menester  expe- 
riencia; dando  al  Duque  el  camino  del  río  mas  breve 
con  cuatro  mil  infantes  y  trescientos  caballos,  en  que 
iba  la  gente  de  la  ciudad.  Aquella  noche  se  aposentó 
en  Veas,  dos  leguas  de  Granada  y  otras  tantas  de  Güc- 
jar,  con  orden  que  juntos ,  por  diversas  partes,  llega- 
sen á  un  tiempo  y  combatiesen  los  enemigos,  para  que 
los  que  del  uno  escapasen,  diesen  en  el  otro;  pero  que- 
dóles abierto  el  camino  de  la  sierra.  Don  Diego  de  Que- 
sada ,  á  quien  tenía  por  platico  de  la  tierra ,  iba  por 
guia  del  campo  de  don  Juan,  aunque  otros  hubiese  en 
la  compañía  tan  soldados,  criados  en  aquella  tierra  y 
mas  pláticos en  ella,  según  lo  mostró  el  suceso.  Esta- 
ban ála  guardia  del  lugar  cíenlo  y  veinte  turcos  y  ber- 
beríes con  Cara vajal,  que  estuvo  en  Galera,  cuatrocien- 
tos y  treinta  de  la  tierra ,  todos  arcabuceros ;  la  cabeza 
era  Joaibí;  los  capitanes  Cholon,  Macox  y  Rendati,  y 
el  Partal  por  sargento  mayor,  venidos,  según  se  enten- 
dió, solo  por  la  ganancia  de  las  presas,  con  la  seguri- 
dad déla  montaña,  y  mudábanse  por  meses;  muchas 
mujeres ,  muchachos  y  viejos  de  los  lugares  vecinos, 
que  no  querían  apartarse  de  sus  casas ,  proveídos  de 
pan  y  carne  en  abundancia;  y  dicen  ellos  que  nunca 
hubo  mas  gente  ordinaria.  Entendieron  días  antes  la 
ida  de  don  Juan ,  y  tuvieron  tiempo  de  salvar  lo  mejor 
de  su  ropa,  sus  personas  y  ganados.  El  día  antes,  que 
don  García  y  Tello  de  Aguilar  fueron  á  reconocer  avi- 
sando la  gente,  partieron  los  turcos á  la  Alpujarra;y 
de  los  moros,  el  día  anles  que  don  Juan  llegase,  salie- 
ron cuatrocientos  hombres  con  Partal  y  el  Macox  y 
Rendati  en  ocasión  de  correr  nuestras  espaldas,  y  hi- 
cieron daño  el  mismo  día  que  llegó  don  Juan  :  queda- 
ron en  Güéjar  ochenta  hombres  con  Joaibí  para  retirar 
el  removiente  de  la  gente  inútil  y  ropa.  Partieron  á  un 
tiempo  de  Granada  el  Duque  y  don  Juan  de  Veas  al 
amanecer.  Hay  pocos  homares  del  campo  que  sepan 
caminar  bien  de  noche  la  tierra  que  han  visto  de  día; 
esta  era  toda  de  uu  color  igual,  aunque  doblada,  que 


GRANADA.  109 

dio  causa  á  la  guia  de  engañarse  cuasi  on  la  salida  del 
lugar,  y  á  don  Juan  de  gastar  tiempo.  Con  todo  se"  de- 
tuvo, esperando  el  di.'i,  incierto  del  camino  que  haría  el 
Duque,  y  avisando  las  atalayas  de  los  moros  con  fue- 
gos á  los  suyos  de  lo  que  ambos  hacían.  Mas  el  Duque 
caminó  por  derecho;  envió  delante  á  don  Juan  de  Men- 
doza, que  halló  la  trínchea  desamparada  sino  de  diez  ó 
doce  viejos,  que  de  pesados  escogieron  quedará  morir 
en  ella;  estos  fueron  acometidos  y  degollados.  Entrado 
y  saqueado  el  lugar  por  la  gente  que  don  Juan  de  Men- 
doza llevaba  de  vanguardia,  vieron  subir  por  la  sierra 
mujeres  y  niños,  bagajes  cargados,  con  espaldas  de  se- 
senta arcabuceros  y  ballesteros ,  que  haciendo  vuelta 
sobre  los  nuestros  en  defensa  de  su  ropa,  se  salvaron 
de  espacio,  aunque  seguidos  poco  trecho  y  detenida- 
mente ;  pero  lo  que  se  pudo ,  y  con  mas  daño  nuestro 
que  suyo: murieron,  entre  hombres  y  mujeres, sesenta 
personas,  y  fueron  cautivas  otras  tantas;  la  demás  gen- 
te por  la  sierra  fueron  á  parar  en  Valor  y  Poqueira  y 
otros  lugares  de  la  A'pujarra  ;  húbose  mucho  trigo  y 
gnnado  mayor  :  de  nuestra  gente  murieron  cuarenta 
soldados,  porque  los  moros  en  lo  áspero  de  la  tierra  y 
entre  las  matas,  cubiertos  con  las  tocas  de  las  mujeres, 
esperaban  á  nuestros  soldados,  que  pensando  ser  mu- 
jeres ,  llegasen  á  captívallas  y  los  arcabuceasen.  Entre 
ellos  murió  el  capitán  Quijada,  siguiendo  el  alcance, 
desatinado  de  una  pedrada  que  una  mujer  le  dio  en  la 
cabeza.  Don  Juan,  ora  apartándose  del  lugar  dos  leguas, 
ora  acercándose  á  menos  de  un  cuarto  por  camino  que 
todo  se  podía  correr,  se  halló  pasado  mediodía  sobre 
Güéjar,  dentro  de  la  trínchea  de  los  enemigos,  en  ti 
cerro  que  llaman  la  Silla :  llevó  la  gente  ordenada ,  y  á 
los  que  nos  hallamos  en  las  empresas  del  Emperador 
parecía  ver  en  el  hijo  una  imagen  del  ánimo  y  provisión 
del  padre,  y  un  deseo  de  hallarse  presente  en  todo,  en 
especial  con  los  enemigos.  Descubrió  de  lo  alto  á  la 
gente  del  Duque  delante  del  lugar  en  escuadrón,  y  tan 
de  improviso ,  que  Luis  Quijada  envió  con  don  Gómez 
de  Guzman  de  mano  en  mano  á  pedir  artillería ,  pen- 
sando que  fuesen  enemigos,  ó  dando  á  entender  que 
lo  pensaba.  Esta  voz  se  continuó  con  mucha  priesa;  y 
caminando  con  dos  pezezuelas,  llegó  don  LuisdeCór- 
doba,  de  parte  del  Duque,  con  el  aviso  que  los  enemi- 
gos iban  rotos  y  los  nuestros  estaban  dentro  en  el  lu- 
gar. Quedamos  espantados  cómo  Luis  Quijada  no  co- 
noció nuestras  banderas  y  orden  de  escuadrón  dende 
tan  cerca,  hombre  platico  en  la  guerra  y  de  buena  vis- 
ta ,  y  cómo  el  Duque  enviaba  á  decir  que  los  enemigos 
iban  rotos,  no  habiendo  enemigos.  Mostró  don  Juan 
contentamiento  del  buen  suceso,  y  queja  del  agravio 
de  que  le  hubiesen  guiado  por  tanto  rodeo,  que  no  al- 
canzase á  ver  enemigos.  Pero  don  Diego  de  Qúesada 
se  excusaba  con  que  en  consejo  se  le  mandó  que  guía- 
se por  parte  segura,  y  Luis  Quijada  le  dijo  que  por  don- 
de no  peligrase  la  persona  de  don  Juan;  que  él  no  sa- 
bia cómo  cumplir  su  comisión  mas  á  la  letra  que  guían- 
do  siempre  cubierto  y  dos  leguas  de  los  enemigos.  Tu- 
vo la  toma  de  Güéjar  mas  nombre  lejos  que  cerca,  mas 
congratulaciones  que  enemigos.  Volvieron  la  misma 
noche  á  Granada  don  Juan  y  el  duque  de  Sesa;  mandó 
quedar  á  don  Juan  de  Mendoza  en  Güéjar  con  gruesa 
guardia  por  algunos  dias,  y  después  á  don  Juan  de  Alar- 
con  con  las  banderas  de  su  cargo;  dende  á  pocos  dias 


liO  DON  DIEGO 

á  don  Francisco  de  Mendoza,  reparado  y  trincheado  un 
fuente ,  pero  con  poca  gente.  Decían  que  si  cuando  los 
moros  desampararon  el  lugar  y  don  Juan  fué  á  reco- 
nocelle,  se  hubiera  hecho  el  fuerte  (que  podia  en  una 
noche)  y  puesto  en  él  una  pequeña  guardia  ,  como  se 
hizo  en  Tablate,  se  salvaran  pasadas  de  tres  mil  perso- 
nas ,  que  murieron  á  manos  de  los  enemigos ,  mucha 
pérdida  de  ganado,  reputación  y  tiempo,  el  nombre  de 
guerra ,  desasosiego  de  noche  y  dia ;  todo  hecho  por 
mano  de  poca  gente. 

Dende  este  dia  parece  que  don  Juan ,  alumbrado,  co- 
menzó á  pensar  en  las  gracias  de  victoria  tan  fácil,  y 
buscadas  las  causas  para  conseguilla ,  hacer  y  proveer 
por  su  persona  lo  que  se  ofrecía  con  mayor  beneficio  y 
mas  breve  despacho.  Extendióse  por  España  la  fama  de 
su  ida  sobre  Galera,  y  movióse  la  nobleza  della  con  tan- 
to calor ,  que  fué  necesario  dar  el  Rey  á  entender  que 
no  era  con  su  voluntad  ir  caballeros  sin  licencia  á  ser- 
vir en  aquella  empresa.  Enviaron  las  ciudades  nueva 
gente  de  á  pié  y  de  caballo ;  crecieron  algunas  que  no 
tenian  proprios  los  precios  á  las  vituallas  para  gas- 
tos de  la  guerra ;  otras  entre  cinco  vecinos  mantenían 
un  soldado.  Entraron  el  tiempo  que  duró  la  masa  pasa- 
das de  ciento  y  veinte  banderas  con  capitanes  natura- 
les de  sus  pueblos,  personas  calificadas ,  sin  la  gente 
que  vino  al  sueldo  pagado  por  el  Rey ,  que  fué  la  tercia 
parte :  tanta  reputación  pudo  dar  á  los  enemigos  la  vo- 
luntad de  venganza.  Mandó  don  Juan ,  que  ya  era  señor 
de  sí  mismo  y  de  todo ,  que  una  parte  de  la  masa  se 
hiciese  en  el  mismo  campo  del  marqués  de  Vélez,  pa- 
sando la  gente  por  Guadix ;  y  otra  pasando  por  Grana- 
da en  las  Albuñuelas ,  donde  estuviese  don  Juan  de  Men- 
doza á  recogella  y  hacer  provisión  de  vitualla.  Ordenó 
que  el  duque  de  Sesa  quedase  su  lugarteniente  en  Gra- 
nada, pasase  á  posar  en  el  mismo  aposento  que  él  te- 
nia en  la  chancillería,  y  que  formado  su  campo,  par- 
tiese por  órgiba  contra  el  Alpujarra,  á  un  mismo  tiem- 
po que  él  para  Galera ,  por  divertir  las  fuerzas  de  los 
enemigos. 

Mas  Abdalá  Abenabó,  indignado  del  suceso  de  Güé- 
jar,  quiso  recompensar  la  fortuna  y  la  reputación,  pro- 
curando ocupar  algún  lugar  de  nombre  en  la  costa.  Es- 
cogió tres  mil  hombres ,  y  en  un  tiempo  con  escalas  y 
como  pudo  acometieron  de  noche  á  Almuñécar ,  que 
los  antiguos  llamaban  Manoba,  y  á  Salobreña,  que  lla- 
maban Selarabina ;  pero  el  capitán  de  Almuñécar  resis- 
tió retenidamente  por  ser  de  noche ,  y  con  algún  daño 
de  los  enemigos ,  que  dejando  las  escalas,  se  acogieron 
á  la  sierra ,  donde  corrían  de  continuo  la  comarca  :  lo 
mismo  hicieron  los  que  iban  á  Salobreña ,  que ,  rebo- 
tados por  don  Diego  Ramírez,  alcaide  della,  con  difi- 
cultad, por  aguardarse  con  menos  gente,  se  retiraron, 
juntándose  con  la  compañía.  Visto  Abenabó  que  sus 
empresas  le  salían  inciertas  y  que  las  fuerzas  de  Espa- 
ña se  juntaban  contra  él ,  envió  de  nuevo  al  alcaide  Ho- 
ceni  á  Argel,  solicitando  gente  para  mantener,  ó  navios 
para  desampararla  tierra  y  pasarse ;  y  juntamente  con 
él  un  moro  suyo  á  Constantínopla.  Dicen  que  llegados 
á  Argel,  hallaron  orden  del  señor  de  los  turcos  para  que 
fuese  socorrido. 

En  el  mismo  tiempo  batía  el  Marqués  á  Galera  con 
poco  efecto,  defendíanse  los  vecinos,  y  reparaban  el 
daño  fácilmente;  saltaban  algunas  veces  fuera ,  y  entre 


DE  MENDOZA, 

ellas,  trabando  una  gruesa  escaramuza,  cargaron  nues- 
tra gente  de  manera ,  que  matando  al  capitán  León  y 
veinte  soldados ,  cuasi  pusieron  en  rota  el  cuartel ;  pe- 
ro retiráronse  cargados  sin  daño ;  colgaron  de  la  mu- 
ralla la  cabeza  del  capitán  y  otras,  y  el  Marqués  partió 
á  Güéscar  un  dia  por  rehacerse  de  gente;  volviendo, 
trajo  consigo  pocos  soldados.  Mas  don  Juan  partió  de 
Granada  con  tres  mil  infantes  y  cuatrocientos  caballos 
á  juntarse  con  el  Marqués ;  vino  á  Guadix,  que  los  anti- 
guos llamaban  Acci ,  pueblo  en  España  grande  y  cabe- 
za de  provincia,  como  agora  lo  es  :  adoraban  los  mora- 
dores al  sol  en  forma  de  piedra  redonda  y  negra ;  aun 
hoy  en  día  se  hallan  por  la  tierra  algunas  dellas  con  ra- 
yos en  torno.  La  nobleza  y  gente  de  la  ciudad  han  man- 
tenido el  lugar,  viéndose  á  menudo  con  los  moros  y 
partiéndose  clelíos  con  ventaja.  De  Guadix  vino  de  es- 
pacio á  Baza ,  que  llamaban  los  antiguos ,  como  los  mo- 
i  ros  Basta ,  cabeza  de  una  gran  partida  de  la  Andalu- 
cía, que  del  nombre  de  la  ciudad  decían  Bastetania,  en 
que  había  muchas  provincias  (1);  y  de  allí  á  Güéscar, 

(1)  Aqui  termina  en  todas  las  ediciones  antiguas  el  libro  tercero  de 
la  obra  de  Mendoza  :  lo  que  se  añade  tiasta  la  conclusión  de  él,  y  los 
párrafos  2.»  y  4."  del  libro  siguiente,  son  las  faltas  de  que  adolecia 
el  primitivo  original;  trozos  recuperados  después,  como  dejamos 
dicho  en  el  prólogo  de  este  tomo ;  mas  para  que  se  vea  de  qué  manera 
llenó  el  conde  de  Portalegre  estas  lagunas,  añadimos  á  continuación 
su  suplemento  tal  como  se  fué  trasmitiendo  desde  la  primera  impre- 
sión á  las  sucesivas ,  asi  como  el  preámbulo  con  que  el  mismo  Conde 
lo  encabezaba.  Dice  asi : 

«Hemos  llegado  á  un  peligroso  paso,  donde  don  Diego  deja  la 
historia  rota  por  desgracia,  si  no  fué  de  industria  para  ganar 
honra  con  la  comparación  del  que  la  pretendiese  continuar.  Por- 
que sea  quien  fuere,  lo  añadido  seria  de  estofa  mucho  menos  ti- 
na ;  y  aunque  se  hallarán  cuando  esto  se  escribe  testigos  vivos 
y  de  vista,  por  cuya  relación  se  pudiera  proseguir  cumplidamente 
lo  que  falta,  será  lo  mas  seguro  hacer  sumario  desta  quiebra,  y 
no  suplemento,  imitando  antes  á  Floro  con  Livio,  que  i  Hirtio 
con  César ;  pues  no  le  bastó  ser  tan  docto,  tan  curioso ,  testigo 
de  sus  empresas,  y  camarada  (como  dicen  los  soldados),  para 
que  no  se  vea  muy  clara  la  ventaja  que  hace  el  estilo  de  los  co- 
mentarios al  suyo.  En  el  trozo  que  se  corta  se  contiene  la  segunda 
salida  del  señor  don  Juan  en  campaña ,  el  sitio  peligroso  y  por- 
fiado de  la  villa  de  Galera,  la  expugnación  de  aquella  plaza,  la 
muerte  de  Luis  Quijada  desgraciada  y  lastimosa,  el  suceso  de  Se- 
rón y  de  Tíjola:  cosas  todas  de  gran  consecuencia  y  considera- 
ción si  don  Diego  las  escribiera,  haciendo  á  su  modo  anatomía 
de  los  afectos  de  los  ministros  y  de  las  obras  de  los  soldados. 
Mas  pues  no  se  puede  restaurar  lo  que  se  perdió  (si  algún  dia  no 
se  descubre) ,  contentémonos  con  saber  que  : 

«De  Baza  fué  el  señor  don  Juan  á  Güéscar,  de  donde  salió  el 
marqués  de  los  Vélez  á  encontrarle ,  y  tornó  acompañándole  con 
muestras  de  mucha  cortesía  y  satisfacción ,  hasta  ponerle  á  la 
puerta  de  la  posada  donde  había  de  alojar.  De  allí  tomó  licencia 
sin  apearse  ,  admirándose  los  presentes  ;  y  con  un  trompeta  de- 
lante y  cinco  ó  seis  gentileshorabres  se  retiró  (sin  detenerse)  á 
su  casa  ,  de  donde  no  salió  después ;  porque,  según  se  decia ,  no 
se  quiso  acomodar  á  servir  con  cargo  que  no  fuese  supremo. 

»De  Güéscar  fué  don  Juan  á  reconocer  á  Galera  con  Luís  Quijada 
y  el  Comendador  mayor :  reconocida  ,  hizo  venir  el  ejército ,  si- 
tióla por  todas  partes ,  y  alojóse  en  el  puesto  de  donde  el  Mar- 
qués se  habia  levantado.  El  sitio  de  aquella  villa  la  hace  muy 
fuerte ,  porque  está  en  una  eminencia  sin  padrastros ,  y  estre- 
chándose, va  bajando  hasta  el  rio,  acabando  en  punta  con  la  figura 
de  una  proa  de  galera  ,  de  que  toma  el  nombre,  dejando  en  lo  alto 
la  popa.  Están  las  casas  arrimadas  á  la  montaña  ,  y  esta  es  su  for- 
taleza y  la  razón  por  que  puede  excusar  la  muralla;  porque  sien- 
do casa-muro,  la  bala  que  pasa  las  casas  sale  y  métese  en  la  mon- 
taña ,  y  así  viene  á  ser  lo  mismo  baUr  aquella  tierra  que  batir 
un  monte.  No  se  habia  esto  experimentado  con  la  bateria  del  Mar- 
qués, porque  no  tenia  sino  cuatro  lombardas  antiguas  del  tiempo 
del  rey  don  Fernando  (como  se  dijo  atrasa  que  con  balas  de  pie- 
dra blanda  no  hacían  efecto  ninguno;  por  lo  cual  hizo  don  Juan 
venir  algunas  piezas  gruesas  de  bronce  de  Cartagena ,  Sabiole  f 
Cazorla.  AtrindieíJse  con  gran  cuantidad  de  saca»  de  lana,  por- 


GUERRA  DE  GRANADA. 


111 


donde  el  Marqués  estaba  con  su  gente ,  la  cual  junta 
con  la  de  la  ciudad  y  tierra,  hicieron  gran  recebimiento 
y  salva ,  mostrando  mucha  alegría  con  la  venida  de  don 
Juan.  Solo  el  Marqués  salió  descontento  á  recebirle, 
por  ver  que  habia  de  obedecer ,  siendo  poco  antes  obe- 
decido y  temido.  Mas  don  Juan  le  recebió  con  alegre  y 
blando  acogimiento ,  y  aunque  sintió  su  disgusto ,  le 
saludó  y  abrazó  con  mucha  serenidad ,  diciéndole  : 
«Marqués  ilustre,  vuestra  fama  con  mucha  razón  os 
engrandece ,  y  atribuyo  á  buena  suerte  haberse  ofreci- 
do ocasión  de  conoceros.  Estad  cierto  que  mi  autoridad 
*  no  acortará  la  vuestra,  pues  quiero  que  os  entretengáis 
conmigo  y  que  seáis  obedecido  de  toda  mi  gente,  ha- 
ciéndolo yo  asimismo  como  hijo  vuestro,  acatando  vues- 
tro valor  y  canas,  y  amparándome  en  todas  ocasiones 
de  vuestros  consejos.»  A  estas  ofertas  respondió  el  Mar- 
qués por  los  términos  extraños  que  siempre  usó ,  aun- 
que medido  con  su  grandeza ,  diciendo :  «  Yo  soy  el  que 
mas  ha  deseado  conocer  de  mi  rey  un  tal  liermano ,  y 
quien  mas  ganara  de  ser  soldado  de  tan  alto  príncipe, 
mas  si  respondo  á  lo  que  siempre  profesé ,  irme  quiero 
á  mi  casa,  pues  no  conviene  á  mi  edad  anciana  haber 
de  ser  cabo  de  escuadra. »  Fué  la  respuesta  muy  nota- 
da, así  de  sentenciosa  y  grave,  cuanto  aguda;  y  así,  el 
Marqués  fué  breve  en  su  jornada ,  porque  tarde  ó  nunca 
mudó  de  consejo.  Entró  don  Juan  en  consejo  sobre  lo 


que  fallaba  tierra,  y  sobraba  lana  de  los  lavaderos  que  tenían  en 
Gúéscar  los  ginoveses  que  la  compran  para  llevar  á  Italia  ;  no  po- 
niendo las  sacas  por  costado  sino  de  punta  ,  por  hacer  mas  ancha 
la  trincbea  :  sucedió  con  lodo  alguna  vez  penetrar  una  bala  de  es- 
copeta turquesa  la  saca ,  y  matar  al  soldado  que  estaba  detrás,  con 
seguridad  á  su  parecer.  Batióse  Galera  con  poco  efecto  ,  porque 
teniendo  la  muralla  delgada ,  no  hacían  las  balas  ruina ,  sino  agu- 
jeros ,  pasando  de  claro ;  los  cuales  servían  después  á  los  enemi- 
gos de  troneras.  Diósele  el  asalto  por  dos  partes, y  fueron  rebo- 
tados los  nuestros  con  notable  daño  en  la  superior,  por  no  se  ha- 
ber hecho  buena  batería ;  y  en  la  mas  baja  ,  por  la  eminencia  de 
los  terrados,  de  donde  los  ofendían  los  moros  con  gran  ventaja, 
como  también  lo  hicieron  en  algunas  salidas  ,  que  costaron  mu- 
cha sangre  nuestra  y  suya ;  y  en  una  degollaron  cuasi  entera  la 
compañía  de  catalanes  que  traía  don  Juan  Buil.  Con  estos  sucesos 
pareció  que  no  se  podía  ganar  la  plaza  por  batería ,  y  comenzóse  á 
minar  secretamente  ;  pero  no  se  les  pudo  esconder  á  los  enemi- 
gos la  mina  ;  la  cual  reconocieron,  y  la  publicaban  á  voces  de  la 
muralla  ;  visto  esto,  se  ordenó  que  se  hiciese  otra  juntamente, 
por  consejo,  según  dicen,  del  capitán  Juan  Despuche,  con  intento 
de  hacer  demostración  que  se  arremetía,  moviéndose  los  escuadro- 
nes hasta  ciertas  señales  que  estaban  puestas^  para  que  volando 
la  primera,  se  engañasen  los  moros,  creyendo  que  era  pasado  el 
peligro,  y  saliesen  á  la  defensa.  Sucedió  ni  mas  ni  menos,  y  dio- 
sa fuego  á  la  segunda;  la  cual  hizo  tanta  obra  ,  que  los  voló  hasta 
la  plaza  de  armas,  sin  dejar  hombre  vivo  de  cuantos  estaban  á  la 
frente:  subieron  los  nuestros  con  trabajo,  pero  sin  peligro  ,  y 
plantaron  las  banderas  en  lo  mas  alio,  que  fué  la  ocasión  de  des- 
conüarlos  del  todo,  y  de  rendirse  sin  resistencia  :  degolláronlos, 
sin  excepción  de  sexo  ni  edad ,  por  espacio  de  dos  horas.  Cansó- 
se el  señor  don  Juan,  y  mandó  envainar  la  furia  de  los  soldados 
y  que  cesase  la  sangre.  Murieron  sobre  esta  fuerza  veinte  y  cuatro 
capitanes:  cosa  no  vista  hasta  entonces  ;  después  dicen  los  de 
Flándes  que  compraron  al  mismo  precio  las  villas  de  Harlen  y 
Mastrich,  con  que  se  conQrma  la  opinión  de  los  antiguos,  que 
llaman  á  nuestra  nación  pródiga  de  la  vida  y  anticipadora  de  la 
muerte. 

»De  Galera  caminó  el  campo  á  Caniles  la  vuelta  de  Serón.  Pasó 
Luis  Quijada  con  la  vanguardia  á  reconocerle  ,  y  hallándole  des- 
amparado, porque  la  gente  se  subió  á  la  montaña,  se  desmanda- 
ron algunos  délos  nuestros,  y  entraron  sin  ordena  saquearla 
tierra  ;  los  moros  los  vieron,  y  bajaron  de  lo  alto,  dieron  sobre 
ellos,  y  pusiéronles  en  huida,  toni¿ndolos  de  sobresalto  ocupa- 
dos en  el  saco.  Llegó  Luis  Quijada  á  recogerlos,  y  amparándo- 
los y  metiéadolos  en  escuadrón,  fué  herido  desde  arriba,  de  un 


de  Galera,  y  después  de  haberla  reconocido^  se  deter- 
minó de  ir  sobre  ella  y  ponerle  cerco. 

LIBRO  CUARTO. 

Luego  que  don  Juan  salió  de  Granada,  fué  A  posar  el 
Duque  en  casa  del  Presidente ,  conforme  á  la  orden  que 
tenia  de  don  Juan.  Comenzóse  á  entender  en  la  provi- 
sión de  vitualla  en  Guadix ,  Baza  y  Cartagena,  lugares 
de  Andalucía  y  la  comarca ,  para  proveer  el  campo  de 
don  Juan,  y  en  Granada  y  su  tierra  el  del  Duque ;  pero 
de  espacio  y  con  alguna  confusión ,  por  la  poca  plática 
y  desórdenes  de  comisarios  y  tenedores ,  inclinados  to- 
dos á  hacer  ganancias  y  extorsiones  con  el  Rey  y  parti- 
culares ;  y  aunque  Francisco  Gutiérrez  fué  parte  para 
atajarla  corrupción,  no  lo  era  él  ni  otro  para  remedia- 
11a  del  todo.  Salió  el  Duque  de  Granada  á  21  de  hebrero 
de  1570,  quedando  por  cabeza  y  gobierno  de  paz  y 
guerra  el  Presidente ;  y  por  ser  eclesiástico ,  quedó  don 
Gabriel  de  Córdoba  para  el  de  guerra  y  ejecutar  lo  que 
el  Presidente  mandase ,  que  daba  el  nombre ;  y  hacia  el 
oficio  de  general  un  consejo ,  formado  de  tres  oidores, 
auditor  general  Francisco  Gutiérrez  de  Cuéllar,  el  cor- 
regidor de  Granada ;  quedaron  á  la  guarda  de  la  ciu- 
dad cuatro  mil  infantes  :  hacíase  con  la  misma  diligen- 
cia con  el  Aibaicin  despoblado,  Güéjar  en  presidio  nues- 


arcabuzazo  en  el  hombro,  de  que  murió  en  pocos  dias.  Era  hijo  de 
Gutierre  Quijada,  señor  de  Villa  García,  famoso  justador  al  mo- 
do castellano  antiguo  ;  sirvió  al  Emperador  de  paje,  subiendo  por 
todos  los  grados  de  la  casa  de  Borgoña  hasta  ser  su  mayordomo, 
y  coronel  de  la  infantería  española  que  ganó  á  Teruana,  plaza 
muy  nombrada  en  Picardía  ;  y  solo  este  caballero  escogió,  cuan- 
do dejó  sus  reinos,  para  que  le  sirviese  y  acompañase  en  el  mo- 
nasterio de  Yuste,  haciendo  el  oficio  de  mayordomo  mayor  de 
pequefia  casa  y  de  gran  principe.  Dejóle  encargado  secretamente 
á  don  Juan  de  Austria,  su  hijo  natural  ;  crióle  sin  decirle  que  lo 
era,  hasta  el  tiempo  en  que  quiso  el  Rey  su  hermano  que  le  des- 
cubriese, siendo  entonces  Luis  Quijada  caballerizo  mayor  del 
principe  don  Carlos ,  y  después  del  consejo  de  Estado,  y  presiden- 
te de  las  Indias.  La  desgracia  subió  de  punto  por  no  dejar  hijos. 
Sintió  y  lloró  su  muerte  el  señor  don  Juan ,  como  de  persona  que 
le  había  criado  y  á  quien  tanto  debía.  Detúvose  en  aquel  aloja- 
miento algunos  dias  con  muchas  necesidades :  los  moros  se  reco- 
gieron en  Tíjola  y  Purchena  ,  y  representáronse  en  este  tiempo  á 
nuestro  campo  tres  ó  cuatro  veces  con  cuatro  mil  peones  y  cua- 
renta ó  cincuenta  caballos,  extendiendo  las  mangas  hasta  tiro  de 
escopeta  de  los  nuestros.  Ordenóse  que,  so  pena  de  la  vida,  ningu- 
no trabase  escaramuza  con  ellos  ;  y  así ,  tornaron  siempre  sin  ha- 
cer ni  recebir  daño;  y  el  campo  se  movió  para  ir  sobre  Tíjola,  y 
ellos  se  retiraron  á  Purchena ,  dejando  á  'fijóla  bien  guarnecida 
de  gente  y  municionada.  Sitióse  á  la  redonda  ;  mas  la  tierra  es 
tan  áspera,  que  hubo  gran  dificultad  en  subir  la  artillería  donde 
pudiese  hacer  efecto  :  en  fln,  se  subió  con  grande  industria  ,  y  se 
les  quitaron  las  defensas  con  ella  ;  habíase  de  batir  mas  de  pro- 
pósito el  día  siguiente,  pero  los  moros  no  lo  esperaron,  y  salié- 
ronse alas  diez  de  aquella  noche  por  diversas  partes,  habiendo 
hurtado  el  nombre  al  ejército  (cosa  muy  rara);  y  dándole  todos  á 
las  primeras  postas  á  un  mismo  tiempo,  rompieron  por  los  cuer- 
pos de  guardia  y  salieron  á  la  campaña.  Perdiéronse  tantos  eu 
esta  salida,  que  los  menos  se  salvaron.  Por  la  mañana  se  siguió 
el  alcance  á  los  desmandados  hasta  Purchena  ,  que  se  rindió  sin 
resistencia,  porque  la  gente  estaba  ya  fuera,  y  no  habia  sino  mu- 
jeres, pocos  hombres  y  alguna  ropa.  Algunos  de  los  nuestros 
quedaron  dentro,  los  mas  pasaron,  siguiendo  á  los  enemigos  has- 
ta el  rio  de  Macad.  Don  Juan  pasó  de  Tíjola  á  Purchena,  y  guar- 
necióla :  de  allí  fué,  dejando  presidios  en  Cantoria,  Tavernas, 
Frexiliana  y  Almería  ,  y  llegó  áAndarax,  donde  se  juntaron  el 
duque  de  Sesa  y  el  Comendador  mayor.  Venia  el  Duque  de  hacer 
su  jornada ,  que  concurrió  con  la  misma  de  Galera  que  se  ha  re- 
ferido en  este  sumario ;  tornando  á  atar  el  hilo  de  la  historia  de 
don  Diego  en  el  libro  siguiejite.». 


í;2  dondiego 

t.-o,  guardada  la  Yoga  con  las  mismas  centinelas,  las 
postas,  los  ciiorpos  de  guarda,  los  presidios  en  Cenes 
yPinillos,  que  cuando  la  Vega  estaba  sospechosa,  el 
Álbaicin  lleno  de  enemigos,  Güéjar  en  su  poder;  y  duró 
esta  costa  y  recato  Iiasta  la  vuelta  de  don  Juan ,  ó  fuese 
por  olvido ,  ó  por  otras  causas  el  guardar  contra  los  de 
dentro  y  los  de  fuera.  ¡Qué  cosa  para  los  curiosos  que 
vieron  al  señor  Antonio  de  Leiva  teniendo  sobre  sí  el 
campo  de  la  liga,  cuarenta  mil  infantes,  nueve  mil  ca- 
ballos y  la  ciudad  enemiga;  él ,  con  solos  siete  mil  in- 
fantes enfrenalia ,  resistir  los  enemigos,  sitiar  el  casti- 
llo y  al  íin  tomailo ,  echar  y  seguir  los  enemigos,  fuer- 
tes ,  armados ,  unidos ,  la  flor  de  Italia ,  soldados  y  capi- 
tanes !  Vino  al  Padul  (1)  el  mismo  dia  que  saliade  Grana- 
da, donde  en  Acequia  se  detuvo  muchos  dias  esperando 
gente  y  vituallas,  y  haciendo  reducto  en  Acequia  y  las 
Albufiuelas  para  asegurarse  las  espaldas  y  asegurar  á 
Granada  en  un  caso  contrario  ó  furia  de  enemigos ,  y  el 
paso  á  las  escoltas  que  partiesen  de  la  ciudad  á  su  cam- 
po ;  otro  fuerte  en  las  Guájaras  para  asegurar  aquella 
tierra  y  los  peñones,  donde  otra  vez  los  echó  el  mar- 
qués de  Mondéjar;  y  por  dar  tiempo  á  don  Juan  para 
que  juntos  entrasen  en  el  rio  de  Almanzora  y  Alpujar- 
ra.  Allí  le  fué  á  visitar  el  Presidente  y  dar  priesa  á  su  sa- 
lida ;  tomó  el  camino  de  Órgiba  con  ocho  mil  infantes  y 
trescientos  y  cincuenta  caballos.  Iban  con  él  muchos 
caballeros  de  la  Andalucía ,  muchos  de  Granada  ,  parte 
con  cargos,  y  parte  por  voluntad.  Llegó  sin  que  los 
enemigos  le  diesen  estorbo,  aunque  se  mostraron  po- 
cos y  desordenados ,  al  paso  de  Lanjaron  y  de  Cañar. 

Mientras  el  Duque  se  ocupaba  en  esto,  salió  don  Juan 
de  Austria  de  Baza  con  su  campo  para  Galera ,  adonde 
puso  su  cerco,  enviando  á  reconocella;  y  considerando 
primero  el  daño  que  de  un  castillo  que  estaba  en  la 
parte  alta  les  podia  venir,  se  trató  de  minalla;  y  ha- 
biendo hecho  algunas  minas,  les  pusieron  fuego,  con 
que  cayó  un  gran  pedazo  del  muro  con  muerte  de  al- 
gunos de  los  moros  cercados.  Algunos  soldados  de  los 
nuestros,  de  ánimos  alborotados,  arremetieron  luego 
por  medio  del  humo  y  confusión ,  sin  aguardar  tiempo 
ni  orden  conveniente,  á  los  cuales  siguieron  otros  mu- 
chos y  al  íin  gran  parte  del  ejército ,  procurando  em- 
bestir la  fortaleza  por  el  destrozo  que  las  minas  habían 
hecho ,  todo  sin  hacer  efecto ,  por  estar  un  peñón  de- 
lante. Los  enemigos  estaban  puestos  en  arma  y  hacien- 
do á  su  salvo  mucho  daño  en  los  cristianos  con  muchas 
rociadas  de  arcabuces  y  flechas,  sin  ser  necesaria  la 
puntería,  porque  no  echaban  arma  que  diese  en  vacío, 
sin  que  esto  fuese  parte  para  hacer  retirar  los  ánimos 
obstinados  de  los  soldados,  ni  ninguna  prevención  ni 
diligencia  de  oficiales  y  capitanes;  tanto ,  que  necesitó 
i'i  don  Juan  de  Austria  á  ponerse  con  su  persona  al  re- 
medio del  daño ,  y  no  con  poco  peligro  de  la  vida ;  por- 
que andando  con  suma  diligencia  y  valor  persuadiendo 
a  los  soldados  que  se  retirasen ,  sin  olvidarse  de  las  ar- 
mas ,  fué  herido  en  el  peto  con  un  balazo,  que  aunque 
no  hizo  daño  en  su  persona ,  escandalizó  mucho  á  todo 
el  campo,  particularmente  á  su  ayo  Luis  Quijada,  que 
nunca  le  desamparaba ,  cuyas  persuasiones  obligaron  á 
don  Juan  á  retirarse,  por  el  inconveniente  que  se  sigue 
en  un  ejército  del  peligro  de  su  general.  Mas  ordenó  al 
capitán  don  Pedro  de  Rios  y  Sotomayorque  condili- 
(  1}  El  US.  afiade  oportunamente  el  Duque. 


DE  MENDOZA. 

j  gencia  hiciese  retirar  la  gente  porque  no  se  rcM'biese 
i  mas  daño ;  el  cual  entró  por  medio  de  los  nuestros  con 
¡  una  espada  y  rodela ,  á  tiempo  que  se  conocía  alguna 
i  mejoría  de  nuestra  parte ,  diciendo :  «  Afuera ,  solda- 
I  dos ,  retirarse  afuera ;  que  así  lo  manda  nuestro  prínci- 
i  pe. »  Había  ya  cesado  algún  tanto  el  alarido  y  voces,  de 
suerte  que  se  oían  claro  las  cajas  á  recoger,  y  todo  junto 
,  fué  parte  para  que  tuviese  fin  este  asalto  tan  inadverti- 
do. Aquí  se  mostró  buen  caballero  don  Gaspar  de  Sá- 
mano  y  Quiñones,  porque  híibiendo  con  grande  es- 
fuerzo y  valentía  subido  de  los  primeros  en  el  lupar 
;  mas  alto  do!  muro  y  sustentado  con  la  mano  el  cuerpo 
i  para  hacer  un  salto  dentro ,  le  fueron  cortados  los  de^ 
dos  por  un  turco  que  se  halló  cerca  del  :  sin  que  esto 
;  le  perturbase  nada  de  su  valor,  echó  la  otra  mano  y 
porfió  á  salir  con  su  intento  y  saltar  del  muro  adentro; 
mas  no  dándole  lugar  los  enemigos ,  le  fué  resistido  de 
■  manera ,  que  dieron  con  él  del  muro  abajo.  No  fué  parte 
este  daño  para  que  á  los  nuestros  les  faltase  voluntad 
de  continuarle  segunda  vez  otro  dia ,  y  así  lo  pidieron  á 
don  Juan;  el  cual,  parecíéndole  no  ser  bien  poner  su 
gente  en  mas  riesgo  con  tan  poco  fruto ,  y  tratádose  en 
consejo,  mandó  que  hiciesen  un  par  de  minas  para  que 
en  este  tiempo  se  entretuviesen  y  descansasen  los  sol- 
dados. Los  enemigos,  considerando  su  peligro  cerca- 
no y  la  tardanza  de  socorro,  despacharon  á  Abenabó 
pidiéndole  favor,  á  lo  cual  Abenabó  cumplió  con  solas 
esperanzas,  porque  la  diligencia  del  Duque  en  lo  del 
Alpujarra  le  traía  sobre  aviso,  temeroso  y  puesto  en 
arma.  Acabadas  las  minas,  mandó  don  Juan  que  se  en- 
cendiesen la  una  una  hora  antes  que  la  otra.  Hizose ,  y 
la  primera  rompió  catorce  brazas  de  muralla,  aunque 
con  poco  daño  de  los  cercados ,  por  estar  prevenidos  en 
el  hecho ;  y  así ,  seguros  de  mas  ofensa ,  se  opusieron  á 
la  defensa  de  lo  que  estaba  abierto ,  unos  trayendo  tier- 
ra ,  madera  y  fagina  para  remediarlo ,  y  otros  procuran- 
do ofender  con  mucha  priesa  de  tiros  continuos;  y  es- 
tando en  esto  sucedió  luego  la  otra  mina ,  que  derri- 
bando todo  lo  de  aquella  parte ,  hizo  gran  estrago  en 
los  enemigos,  y  tras  esto,  cargando  la  artillería  de 
nuestra  parle ,  se  comenzó  el  asalto  muy  riguroso ;  por- 
que no  teniendo  los  moros  defensa  que  los  encubriese  y 
amparase ,  eran  forzados  á  dejar  el  muro  con  pérdida 
de  muchas  vidas;  adonde  se  mostró  buen  caballero  por 
su  persona  don  Sancho  de  Avellaneda ,  herido  del  dia 
antes,  haciendo  muchas  muestras  de  gran  valor  en- 
tre los  enemigos ,  hasta  que  de  un  flechazo  y  una  bala 
todo  junto  murió.  Siguióse  la  victoria  por  nuestra  parte 
hasta  que  del  todo  se  rindió  Galera ,  sin  dejar  en  ella 
cosa  que  la  contrastase  que  todo  no  lo  pasasen  á  cuchi- 
llo. Repartióse  el  despojo  y  presa  que  en  ella  había, 
y  púsose  el  lugar  á  fuego ,  así  por  no  dejar  nido  para 
rebelados ,  como  porque  de  los  cuerpos  muertos  no  re- 
sultase alguna  corrupción  ;  lo  cual  todo  acabado,  ordenó 
don  Juan  que  el  ejército  marchase  para  Baza,  adonde 
fué  recebido  con  mucho  regocijo. 

Hallábase  Abenabó  en  Andarax,  resoluto  de  dejaral 
Duque  el  paso  de  la  Alpujarra,  combatille  los  aloja- 
mientos ,  atajarle  las  escoltas ,  cierto  que  la  gente  can- 
sada ,  hambrienta ,  sin  ganancia ,  le  dejaría.  Este  dicen 
que  fué  parecer  de  los  turcos ,  ó  que  le  tuviesen  por  mas 
seguro ,  ó  que  hubiesen  comenzado  á  tratar  con  don 
Juan  de  su  tornada  á  Berbería,  como  lo  hicieron,  y  Qo 


GUZUnA  DE 

quisiesen  dcspertnr  ocasiones  cm  que  se  rompiese  el 
tratado.  Pero  á  quien  considera  la  manera  que  fin  esta 
guerra  se  tuvo  de  proceder  por  su  parle  desde  el  prin- 
cipio hasta  el  fin ,  pareceránle  hombres  que  procuraban 
detenerse,  sin  hacer  jornada,  por  falla  de  cabezas  y 
gente  diestra,  ó  con.esperanza  de  ser  socorridos  para 
couservarse  cu  la  tierra,  ó  de  armada  para  irse  á  Ber- 
bería con  sus  mujeres ,  hijos  y  haciendas;  y  asi ,  tenien- 
do muchas  ocasiones,  las  dejaron  perder  como  irreso- 
lutos y  poco  pláticos.  Partió  de  Órgiba  el  Duque ,  des- 
pués de  haberse  detenido  en  fortificarla  y  esperar  la 
entrada  de  don  Juan  treinta  días ,  la  vuelta  de  Poquei- 
ra;  mas  Abenabó,  teniendo  aviso  que  el  Duque  partia, 
y  que  de  Granada  pasara  una  gruesa  escolta  al  cargo 
del  capitán  Andrés  de  Mesa,  con  cuatrocientos  solda- 
dos de  guarda  y  algunos  caballos,  púsose  delante  en 
el  camino  que  va  á  Jubiles,  por  donde  el  Duque  iiabia 
de  pasar,  haciendo  muestra  de  muclia  genle  y  tener 
ocupadas  las  cumbres ;  trabó  una  gruesa  escaramuza 
con  la  arcabucería  del  Duque,  haciendo  espaldas  con 
cuasi  seis  mil  hombres  en  cuatro  batallas.  Reforzó  el 
Duque  la  escaramuza  apartando  los  enemigos  con  la 
artillería,  y  tomó  el  camino  de  Poqueira  por  el  rodeo. 
Los  enemigos,  creyendo  que  el  Duque  les  tomaba  las 
espaldas,  desampararon  el  sitio ;  mas  en  el  tiempo  que 
duró  la  escaramuza  acometieron  á  la  escolta  de  Andrés 
de  Mesa,  en  la  cuesta  de  Lanjaron,  Dalí,  cíipitan  tur- 
co, y  el  Macox,  con  milhombres,  y  rompiéronla  sin  ma- 
tar ó  captivar  mas  de  quince ;  solo  se  ocuparon  en  der- 
ramar vituallas ,  matar  bagajes,  escoger  y  llevar  otros 
cargados;  pelearon  al  principio,  pero  poco;  mataron 
el  caballo  á  don  Pedro  de  Velasco,  que  aquel  dia  fué 
buen  caballero  y  salvóse  á  las  ancas  de  otro.  Enviá- 
bale el  Rey  á  dar  priesa  en  Ja  salida  del  Duque  y  llevar 
relación  del  campo  y  mandar  lo  que  se  había  de  l;acer. 
Súpose  de  un  moro  á  quien  captivaron  tres  soldados 
que  solos  siguieron  el  campo  de  Abenabó,  como  su  in- 
tento solo  había  sido  entretener  al  Duque;  pero  él, 
luego  que  entendió  el  caso  de  Andrés  de  Mesa ,  mas  por 
sospechas  que  por  aviso ,  envió  caballería  que  le  Iiiciese 
espaldas ,  y  llegaron  á  tiempo  que  hicieron  provecho 
en  salvar  la  gente  ya  rola  y  parte  de  la  escolta.  Hecho 
esto,  se  siguió  el  camino  de  los  aljibes,  entre  Ferreira 
y  rio  de  Cádiar,  por  el  de  Jubiles,  y  aquella  noche  tar- 
de hizo  alojamiento  en  ellos.  Tenia  la  guardia  Joaibi 
con  quinientos  arcabuceros,  que  viendo  alojar  los  nues- 
tros tarde  y  con  cansancio,  y  por  esto  con  alguna  des- 
orden, dio  en  el  campo ,  y  túvole  en  arma  gran  parte 
déla  noche,  llegando  hacia  el  cuerpo  de  guardia  y  ma- 
tando alguna  gente  desmandada ;  pero  fue  resistido,  sin 
seguillo  por  no  dar  ocasión  á  la  gente  que  se  desorde- 
nase de  noche.  Dicen  que  si  los  enemigos  aquella  no- 
che cargaran,  que  se  corría  peligro,  porque  la  confu- 
sión fué  grande,  y  la  palabra  entro  la  gente  común, 
viles ,  que  mostraba  miedo;  mas  valió  el  ánimo  y  la  re- 
solución de  la  gente  particular  y  la  provisión  del  Du- 
que, enderezada  á  deshacer  los  enemigos  sin  aventu- 
rar un  dia  de  jornada,  en  que  parecían  conformarse 
Abenabó  y  él,  porque  cada  uno  pensaba  deshacer  al 
otro  y  rompelle  con  el  tiempo  y  falta  de  vitualla ,  y  sa- 
lieron ambos  con  su  pretensión.  Envió  Abenabó  á  reti- 
rar á  Joaibi ,  siguiendo  el  parecer  de  los  turcos ,  y  des- 
pués por  bando  público  mandó  que  sin  orden  suya  no 

H-i 


GRANADA.  113 

se  escaramuzase  ni  desa'5osegasen  nucslro  campo.  Vino 
el  Duque  á  Jubiles  por  el  camino  de  Fcrroira ,  «donde 
halló  el  castillo  desamparado;  y  comenzado  á  reparar, 
envió  á  don  Luis  de  Córdoba  y  á  don  Luis  de  Cardona 
con  cada  mil  infantes  y  ciento  y  cincuenta  caballos  que 
corriesen  la  tierra  á  una  y  otra  parle;  pero  no  hallaron 
sino  algunas  mujeres  y  niños ;  y  llegó  á  Ujíjar  sin  dejar 
los  moros  de  moslrarse  á  la  retaguardia,  y  de  allí  sin 
estorbo  á  Valor ,  donde  se  alojaron. 

Salió  don  Juan  de  Baza  la  vuelta  de  Serón  con  intento 
de  combalilla,  y  llegando  con  su  campo  á  vista  de  Ca- 
niles, Fecibió  carias  del  Duque  pidiéndole  con  grande 
instancia  la  brevedad  de  su  venida  ,  proponiéndole  ser 
toda  la  importancia  para  que  hubiese  íin  la  guerra  del 
Alpujarra,  dando  por  último  remedio  que  se  juntasen 
los  dos  campos  y  cogiesen  en  medio  á  Abenabó.  Pare- 
ciéndole  á  don  Juan  este  buen  medio,y  sin  masdelenerse, 
caminó  la  vuelta  del  campo  del  Duque ,  y  marchando  el 
suyo,  llegaron  á  visla  de  Serón,  donde  algunos  pocos 
soldados  desmandados,  viendo  los  moros  tan  puestos  en 
defensa,  no  lo  pudiendo  sufrir,  se  movieron  á  quererlos 
combatir,  contra  el  presupuesto  de  don  Juan,  diciendo 
en  alia  voz  :  «Nuestro  príncipe  piensa  vanamente  si  pre- 
tende pasar  de  aquí  sin  castigar  esla  desvergüenza; »  y 
diciendo  :  «Cierra ,  cierra ,  Santiago,  y  á  ellos,»  los  si- 
guieron otros  muchos ,  incitados  de  su  ejemplo,  y  tras 
ellos  toda  la  demás  genle,  sin  que  valiese  ninguna  resis- 
tencia; y  sin  mas  autoridad  ni  orden  embistieron  el  lugar 
con  tan  grande  ímpetu,  que  aunque  salieron  los  moros 
de  Tíjola,  no  fué  parle  para  que  dejasen  de  allanar  el  lu- 
gar del  primer  asalto,  y  le  metiesen  á  sacomano;  aunque 
no  les  salió  á  algunos  tan  barata  esla  jornada,  la  cual 
lo  poco  que  duró  fué  bien  reñida,  y  adonde  entre  otros 
fué  herido  Luis  Quijada  de  un  peligroso  balazo  que  le 
quitó  la  vida  con  grande  sentimiento  de  don  Juan ,  con- 
forme al  mucho  amor  que  le  tenia.  No  tuvo  aun  casi  lu- 
gar don  Juan  de  atender  á  este  sentimiento,  provocado 
de  mil  moros  que  se  metieron  en  Serón,  y  le  dieron  oca- 
sión de  mas  batalla ;  y  no  la  rehusando,  volvió  sobre 
ellos  con  deseo  de  acabar  esta  ocasión  por  acudir  á  las 
cosas  del  Alpujarra,  lo  cual  hizo  después  de  algunas  di- 
ficultades livianas  con  un  asalto  que  fué  el  remate 
desta  victoria.  Este  dia  se  señaló  don  Lope  de  Acuña, 
mostrando  bien  el  gran  ser  de  que  siempre  estuvo  acom- 
pañado en  muchas  ocasiones. 

Abenabó,  visto  que  el  duque  de  Sesa  estaba  en  el  co- 
razón de  la  Alpujarra,  repartió  su  campo  y  la  gente  de 
vecinos  que  traía  consigo;  puso  ochocientos  hombres 
entre  el  duque  y  órgiba,  para  estorbar  las  escoltas  de 
Granada ;  envió  mil  con  Mojajar  á  la  sierra  de  Gador,  y 
á  lo  de  Andarax ,  Adra  y  tierra  de  Almería;  •seiscien- 
tos con  Carral  á  la  sierra  de  Bentomiz,  de  donde  había 
salido  don  Antonio  de  Luna,  dejando  proveído  el  fuerte 
de  Competa,  para  correr  tierra  de  Vélez ;  envió  parte  de 
su  gente  á  la  Sierra-Nevada  y  el  Puntal,  que  corriesen 
lo  de  Granada ;  quedó  él  con  cuatro  mil  arcabuceros  y 
ballesteros,  y  destos  traía  los  dos  mil  sobre  el  campo 
del  Duque,  que  con  la  pérdida  de  la  escolta  estaba  en 
necesidad  de  mantenimientos,  pero  enlrclúvose  con 
fruta  seca,  pescado  y  aceite,  y  algún  refresco  que  Pedro 
Verdugo  le  enviaba  de  Málaga,  hasta  que  viendo  por  to- 
das partes  ocupados  los  pasos,  mandó  al  marqués  de  la 
Favara  que  con  mil  iiombres  y  cien  caballos  y  gran 

8 


Ai  DON  DIEGO 

núiiipro  fie  bagnjcsaf.rayesa<;e  el  puerto,  de  la  Ravalia, 
y  cargase  de  vilualia  en  la  Calahorra  (porque  fuese  dos 
veces  nombrada  con  hambre  y  hierro  en  daño  nuestro), 
adoiide  había  hecha  provisión ,  y  tan  poco  camino,  que 
en  un  dia  se  podia  ir  y  venir.  Dicen  que  el  Marqués  re- 
husü'la  gente  que  se  le  daba,  por  ser  la  que  vino  de  Se- 
villa ,  pero  no  la  jornada ;  y  siendo  asegurado  que  fuese 
cual  convenia ,  partió  antes  de  amanecer  con  las  com- 
pañías de  Sevilla  y  sesenta  caballos  de  retaguardia,  y 
él  con  trescientos  infantes  y  cuarenta  caballos  de  van- 
guardia, los  embarazos  de  bagajes  y  bagajeros,  enfer- 
mos, esclavos  en  medio,  la  escolta  guarnecida  de  una  y 
otra  parte  con  arcabucería.  Mas  porque  parece  que  en 
la  gente  de  Sevilla  se  pone  mácula,  siendo  de  las  mas 
calibeadas  ciudades  que  hay  en  el  mundo ,  base  de  en- 
tender que  en  ella,  como  en  todas  las  otras,  se  juntan 
tres  suertes  de  personas  :  unas  naturales,  y  estos  cuasi 
así  la  nobleza  como  el  pueblo  son  discretos,  animosos, 
ricos,  atienden  á  vivir  con  sus  haciendas  ó  de  sus  manos; 
pocos  salen  á  buscar  su  vida  fuera ,  por  estar  en  casa 
bien  acomodados;  hay  también  extranjeros ,  á  quien  el 
trato  de  las  Indias,  la  grantleza  de  la  ciudad,  la  ocasión 
de  ganancia ,  ha  hecho  naturales,  bien  ocupados  en  sus 
negocios, sin  salir  á  otros;  mas  los  hombres  forasteros 
que  de  otras  partes  se  juntan  al  nombre  de  las  armadas, 
al  concurso  de  las  riquezas;  gente  ociosa,  corrillera, 
pendenciera,  tabora,  hacen  de  las  mujeres  públicas 
ganancia  particular,  movida  por  el  humo  de  las  vian- 
das; estos,  como  se  mueven  por  el  dinero  que  se  da  de 
mano  á  mano,  por  el  sonido  de  las  cajas,  listas  de 
las  banderas,  así  fácilmente  las  desamparan  con  el 
temor  dellas  en  cualquier  necesidad  apretada,  y  á  veces 
por  voluntad  :  tal  era  la  gente  que  salió  en  guardia  de 
aquella  escolta.  El  Marqués,  sin  noticia  de  los  enemigos 
ni  de  la  tierra,  sin  ocupar  lugares  ventajosos,  y  confiado 
que  la  retaguardia  baria  lo  mismo,  como  quien  llevaba 
en  el  ánimo  la  necesidad  en  que  dejaba  el  campo,  y  no 
que  la  diligencia  fuera  de  tiempo  es  por  la  mayor  parte 
dañosa,  comenzó  á  caminar  aprisa  con  la  vanguardia; 
pero  aun  los  últimos  que  aun  sin  impedimento  suelen 
de  suyo  detenerse  y  hacer  cola,  porque  el  delantero  no 
espera ,  y  estorba  á  los  que  le  siguen ,  y  el  postrero  es 
estorbado  y  espera ,  abrieron  mucho  espacio  entre  sí, 
y  la  escolta  hizo  lo  mismo  entre  sí  y  la  vanguardia.  Mas 
Abenabó,  incierto  por  dónde  caminaría  tanto  número 
de  gente,  mandó  al  alcaide  Alarabi,  á  cuyo  cargo  es- 
taba la  tierra  del  Cénete,  que  siguiese  con  quinientos 
hombres  (Cénete  llaman  aquella  provincia,  ó  por  ser 
áspera  ó  por  haber  sido  poblada  de  los  Cenetes,  uno  de 
cinco  linajes  alárabes  que  conquistaron  á  África  y  pa- 
saron en£spaña,  que  es  lo  mas  cierto).  Partió  el  Ala- 
rabi su  gente  en  tres  partes :  él  con  cien  hombres  quiso 
dar  en  la  escolta;  al  Piceni  de  Güéjar,  con  doscientos, 
ordenó  que  acometiese  la  retaguardia  por  la  frente ,  y 
al  Marte!  del  Cénete,  con  otros  doscientos ,  la  rezaga  de 
la  vanguardia,  entrando  entre  la  escolta  y  ella,  al  tiem- 
po que  él  diese  en  la  escolta,  y  en  caso  que  no  le  viesen 
cargar  con  toda  la  gente,  que  estuviesen  quedos  y  em- 
boscados, dejándola  pasar.  Los  nuestros,  parándose 
á  robar  pocas  vacas  y  mujeres ,  que  por  ventura  los 
enemigos  habían  soltado  para  dividirlos  y  desordenar- 
los, fueron  acometidos  del  Alarabi  con  solos  cuatro  ar- 
cabuceros por  la  escolta,  cargados  dg  otros  treinta  que 


DE  MENDOZA. 

les  hacían  espaldas,  y  puerros  en  confusión;  tras  c'lo 
cargó  el  resto  de  la  gente  del  Alarabi,  que  rompió  del 
todo  la  escolta,  sin  hacer  resistencia  los  que  iban  á  la 
defensa.  Dio  el  Piceni  en  la  caballería,  que  era  de  reta- 
guardia, la  cual  rompió,  y  ella  la  infantería;  lo  mismo 
hizoMartel  con  los  últimos  déla  vanguardia  del  Mar- 
qués al  arroyo  de  Vayárzal;  lo  uno  y  lo  otro  tan  ca- 
llando, que  no  se  sintió  voz  ni  palabra.  Iba  el  Piceni 
ejecutando  la  retaguardia  de  manera,  que  parecía  á  los 
nuestros  que  lo  vían  ir  ejecutando  al  Martel.  Siguieron 
este  alcance  sin  volver  la  caballería  ni  rehacerse  la  in- 
fantería hasta  cercado  la  Calahorra,  lodos  á  una,  ma- 
tando el  Alarabi  enfermos  y  bagajeros,  y  desviando  ba- 
gajes; llegó  el  arma,  con  el  silencio  y  miedo  de  los  nues- 
tros, al  Marqués  tan  tarde,  que  no  pudo  remediar  el  in- 
conveniente, aunque  con  veinte  caballos  y  algunos  ar- 
cabuceros procuró  llegar;  murieron  muchos  enfermos 
que  iban  en  la  escolta,  muchos  de  los  moros  y  bagaje- 
ros, entre  estos  y  soldados  cuasi  mil  personas ;  quitaron 
setenta  moriscas  captivas ,  y  lleváronse  mas  de  tres- 
cientas bestias  sin  las  que  mataron;  captivaron  quince 
Irombres,  no  perdieron  uno  :  aconteció  es!a  desgracia 
en  16  de  abril  (1370).  Llevó  el  Marqués  las  sobras  de  la 
gente  rota  y  lo  demás  de  lo  que  pudo  salvar  á  la  Calahor- 
ra, y  reformándose  de  gente  en  Guadix,  salió  adonde  es- 
tuba  don  Juan,  Los  enemigos,  habiendo  puesto  la  presa 
en  cobro ,  quedaron  seis  días  en  el  paso  y  por  la  sierra. 
Mas  el  Duque,  entendiendo  la  desgracia  y  el  poco 
aparejo  de  proveerse  por  la  parte  de  Guadix,  fiando 
poco  de  la  gente ,  quiso  acercarse  mas  á  la  mar  por  ha- 
ber vitualla  de  Málaga ;  y  por  ser  el  abril  entrado,  y  dar 
el  gasto  á  los  panes,  quitar  á  los  enemigos  el  paso  para 
Berbería ,  vino  á  Berja  ya  después  de  haber  talado  la 
cogida  en  el  Alpujarra  ;  y  hizo  lo  mismo  en  el  campo 
de  Dalias,  donde  tenían  las  esperanzas  de  cebada  y  gra- 
no. Al  alojar  en  Berja  hubo  una  pequeña  escaramuza, 
en  que  murieron  de  los  nuestros  algunos;  de  los  moros, 
según  ellos,  cuarenta.  Mas  la  hambre  y  poca  ganancia, 
y  el  trabajo  de  la  guerra,  y  la  costumbre  de  servir  á  su 
voluntad,  y  no  á  la  de  quien  los  manda ,  pudo  con  los 
soldados  tanto ,  que  sin  respeto  de  que  hubiesen  sido 
bien  tratados  de  palabra  y  ayudados  de  obra,  con  di- 
nero, con  vitualla ,  quitando  lo  uno  y  lo  otro  á  la  gente 
de  su  casa,  y  á  veces  á  su  persona,  se  desranchaban, 
como  habían  hecho  con  el  marqués  de  Vélez ;  pero 
acostumbrado  á  ver  y  sufrir  semejantes  vueltas  en  los 
soldados,  vino  de  Berja  á  Adra,  donde  tuvo  mas  vi- 
tualla, aunque  no  mas  sosiego  con  la  gente:  parecía- 
les desacato  culparle ,  y  volvíanse  contra  don  Juan 
de  Mendoza,  y  decían  palabras  sin  causa;  acriminá- 
banle la  muerte  de  un  soldado  de  quien  hizo  justicia 
como  juez,  porquedebia  ser  loado;  amenazaban,  pro- 
testaban de  no  quedar  á  su  gobierno ;  excusábanse  de 
don  Juan ,  que  ya  andaba  entre  ellos  recalado ;  no  deja- 
ban de  poner  bolatines  (llaman  ellos  bolatines  las  cé- 
dulas que  de  noche  esparcen  con  las  quejas  contra  sus 
cabezas  cuando  andan  en  celo  para  amotinarse,  enquo 
declaran  su  ánimo,  y  mueven  los  no  determinados  con 
quejas  y  causas  de  sus  cabezas);  saliéronse  de  Adra  tres- 
cientos arcabuceros,  ó  fuese ,  según  ellos  publicaban , 
haciendo  escolta  á  un  correo ;  y  dando  en  los  enemigos, 
fueron  los  doscientos  y  treinta  muertos  por  el  alcaide 
Alabari  y  el  Mojajar,  y  captivos  setenta :  no  se  supo 


^  GUERRA  DE 

mas  ñe  lo  que  los  moros  refieren,  y  que  entendiendo  de  | 
uno  de  los  captivos  como  nuestro  campo  liabia  desalo- 
jado de  Ljíjar  con  pérdida  y  desorden,  y  dejado  muni- 
ciones escondidas,  sacaron  de  un  aljibe  cantidad  de 
plomo,  municiones  y  embarazos.  En  el  mismo  tiempo 
mataron  los  moros  que  Abenabó  enviaba  la  vuelta  de 
Bentomiz,  gente  de  sus  casas  que  iban  á  Salobreña  ,  y 
entre  ellos  mercaderes  italianos  y  españoles,  tomándo- 
les el  dinero ;  y  los  que  envió  hacia  Granada  captivaron 
peleando  con  muchas  heridas  á  don  Diego  Osorio ,  que 
venia  de  con  despachos  del  Rey  para  don  Juan  y  el  Du- 
que, en  que  se  trataba  la  resolución  de  la  guerra,  y 
concierto  que  se  habia  platicado  con  los  moros  y  tur- 
cos por  mano  del  Habaqui ;  matáronle  veinte  arcabu- 
ceros de  escolta,  y  él  tuvo  manera  como  soltarse;  y 
aunque  herido,  vino  sin  las  cartas  á  Adra. 

Ya  don  Juan  trataba  con  calor  la  reducción  de  los 
moros  y  la  ida  de  los  turcos  a  Berbería ;  mas  algunos 
de  los  ministros,  ó  que  les  pareciese  hacer  su  parte  y 
prevenir  las  gracias  á  don  Juan ,  ó  que  mas  fácilmente 
se  podia  acabar  cuanto  por  mas  partes  se  tratase  con 
ellos,  metiéronse  á  platicar  de  conciertos  (dicen  que 
algunos  sobresanadamente),  y  dejaban  (1)  de  condenar 
la  manera  del  trato  que  don  Juan  traia,  holgando  que  se 
publicasen  por  concedidas  las  condiciones  que  los  ene- 
migos pedian,  aunque  exorbitantes.  Por  otra  parte,  en 
Granada,  cuanto  á  la  guerra  se  procedía  con  toda  segu- 
ridad en  el  gobierno  del  Presidente  ;  pero  cuanto  á  la 
paz ,  con  licencia  en  el  tratamiento  que  se  hacia  á  los 
moriscos  reducidos  y  que  veaian  á  reducirse,  y  po- 
niendo algunos  impedimentos,  y  mostrando  celos  de  don 
Alonso  Venegas,  enviaban  m.oriscos  á  toda  Castilla :  sa- 
caban los  ministros  muchos  para  galeras ;  denostaban 
álos  que  se  iban  á  rendir,  y  por  livianas  causas  los  da- 
ban por  captivos,  su  ropa  perdida;  trataban  del  en- 
cierro como  perjudicial;  ayudábanse  porvias  indirec- 
tas del  cabildo  de  la  ciudad,  que  estaba  oprimido  y  su- 
jeto á  la  voluntad  de  pocos,  todo  en  ocasión  de  estorbo; 
no  dando  cuenta  particular  á  don  Juan  para  que  él  la 
diese  al  Rey,  haciendo  cabeza  de  sí  mismos ;  escribien- 
do primero  por  su  parte  con  palabras  sobresanadas, 
tocaban  á  veces  en  su  autoridad,  ó  fuese  (según  el 
pueblo)  para  que  las  armas  no  les  saliesen  de  las  manos, 
ó  ambiciones  de  su  opinión ,  por  excluir  toda  manera 
de  medios  que  no  fuese  sangre,  ofendidos  que  pasase 
algo  sin  darles  cuenta  particular.  Los  efectos  manifies- 
tos daban  licencia  para  que  fuesen  juzgados  diversa- 
mente, y  todos  en  daño  del  negocio ;  y  aun  anadian  que 
estando  el  Rey  en  Córdoba ,  no  faltaba  atrevimiento 
para  escribir  trocadamente  y  hacer  negociación  del 
estorbo,  sospechando  él  alguna  cosa :  atrevimiento  que 
suele  acontecer  á  los  que  andan  por  las  Indias,  con  los 
que  desde  España  los  gobiernan;  por  donde  hay  mas 
que  maravillar  de  la  disimulación  que  los  reyes  tienen 
cuando  siguen  sus  pretensiones,  que  pasan  por  los  es- 
torbos sin  dar  á  entender  que  son  ofendidos. 

Tein'a  el  Duque  avisos,  ansí  por  espías  como  por  car- 
tas tomadas ,  que  los  turcos  se  armaban  para  socorrer 
á  Abenabó  por  la  parte  de  Castil  de  Ferro,  aunque  pe- 
queño, á  proposito  para  desembarcar  gente,  y  por  el 
aparejo  de  la  Rambla  juntarse  seguramente  con  los 
enemigos.  Parecíale  que  si  estose  hacia,  deshacién- 

(1)  No  dejaban,  según  el  MS. 


GRANADA.  m;; 

dose  por  lioias  de  su  gente ,  podia  ser  ofendido ,  ó  á  lo 
menos  encerrado,  con  poca  reputación  nuestra  y  mu- 
cha dellos.  Acordó  combatir  aquella  plaza,  y  los  enemi- 
gos si  viniesen  á  socorrerla,  y  trujo  por  mar  de  Alme- 
ría piezas  de  batir;  púsose  sobre  ella,  repartió  los  cuar- 
teles, vinieron  las  galeras  en  ayuda  y  para  impedir  el 
socorrrode  Argel;  encomendó  la  batería  al  marqués 
de  la  Favara,  que  puso  diligencia  en  asentarla.  Llegó- 
se y  combatió  por  mar  con  las  galeras,  y  por  tierra  con 
tanta  priesa,  que  abrió  portillo  para  batalla.  Murieron 
dentro  algunos  con  la  artillería ,  y  entre  \o<  principales 
Leandro ,  á  cuyo  cargo  estaba  el  castillo,  sin  otro  daño 
nuestro  mas  del  poco  que  sus  piezas  hicieron  en  una 
galera.  Los  soldados  turcos  y  moros  que  estaban  á  la 
defensa,  que  eran  cincuenta  y  dos,  desconliados  del  so- 
corro de  Berbería,  sus  armas  en  las  manos  y  una  mu- 
jer consigo,  salieron  por  la  batería  y  nuestras  centine- 
las, con  la  oscuridad  de  la  noche  y  confusión  de  la  ar- 
ma, guiándolosMevaebal,  su  capitán,  que  dos  diasantes 
habia  entrado.  Es  fama  que  de  los  nuestros  procedió, 
que  dellos  murieron  doce ,  pero  no  se  vieron  en  nues- 
tro campo,  y  reíieren  los  moros  que  todos  llegaron  al 
de  Abenabó,  algunos  dellos  heridos.  Desamparado  Cas- 
til  de  Ferro,  envió  por  la  mañana  á  don  Juan  de  Men- 
doza y  al  marqués  de  la  Favara  y  otros  que  se  apode- 
rasen del.  Hallaron  dentro  algunos  viejos  y  berberíes 
y  turcos  mercaderes,  hasta  veinte  hombres,  y  diez  y 
siete  mujeres  de  moriscos  que  las  tenían  para  embar- 
car; alguna  ropa,  veinte  quintales  de  bizcocho  y  la 
artillería  que  antes  estaba  en  el  castillo,  poca  y  ruin. 
Entendióse  por  uno  dostos  moros  que  estándole  ba- 
tiendo, llegaron  catorce  galeras  de  turcos  con  socorro, 
y  se  tornaron  oyendo  el  ruido  de  la  artillería.  Sonó  la 
toma  de  Ca^il  de  Ferro,  tanto  por  el  aparejo  y  la  im- 
portancia del  sitio,  por  haber  sido  perdido  y  recupe- 
rado ,  por  ser  en  ocasión  que  los  enemigos  veniau  á 
darle  socorro ,  cuanto  por  la  calidad  del  hecho. 

En  el  mismo  tiempo  envió  don  Juan  á  don  Antonio 
de  Luna  con  mil  y  quinientos  infantes  de  la  tierra,  las 
Compañías  del  duque  de  Sesa  y  Alcalá,  y  la  caballería 
de  los  duques  de  Medina  Sidonia  y  Arcos ,  para  que  ase- 
gurase la  tierra  de  Vélez  Málaga  contra  los  que  en  Fre- 
xiliana  se  habían  recogido.  Salió  de  Antequera  con  esta 
gente ,  mas  con  poco  trabajo ,  escaramuzando  á  veces, 
unas  con  ventaja  suya,  otras  de  los  moros,  comenzó 
un  fuerte  en  Competa,  legua  y  media  de  Frexiliana ;  lu- 
gar que  fué  donde  antiguamente  se  juntaban  de  la  co- 
marca en  una  feria,  y  por  esto  le  llamaban  los  roma- 
nos Comptío ;  agora  piedras  y  cimientos  viejos,  como 
quedaron  muchos  en  el  reino  de  Granada  :  otro  hizo  en 
el  Sallar;  y  con  haber  enviado  mil  hombres  á  correr  el 
rio  de  Chillar,  y  tornado  con  poca  presa  y  pérdida  igual, 
dejando  en  los  fuertes  cada  dos  compañías,  volvió  la 
geute  á  Antequera ,  y  él  á  su  casa  con  licencia.  Reco- 
gióse el  Duque  con  su  campo  en  Adra,  esperando  en 
qué  pararía  la  plática  que  se  traia  con  el  Habaqui , 
donde  fué  proveído  de  Málaga  por  Pedro  Verdugo 
bastantemente  y  con  algún  regalo.  Pasaban  seguras 
las  escoltas  de  su  campo  al  de  don  Juan;  pero  los  sol- 
dados, gente  libre  y  disoluta ,  á  quien  por  entonces  la 
falta  de  pagas  y  vitualla  habia  dado  mas  licencia  y 
quitado  á  los  ministros  el  aparejo  de  castigarlos ,  estas 
bancon  igual  descoülenlamiento  en  la  abundancia  que 


H6  DON  DIEGO 

en  la  hambre;  luiían  como  y  por  donde  y  siempre 
que  podían :  de  tantas  compañías  quedaron  solos  mil  y 
quinientos  hombres,  los  mas  dellos  particulares  y  ca- 
balleros, que  seguían  al  Duque  por  amistad ;  con  ellos 
mantenía  y  aseguraba  nwr  y  tierra.  Tornó  el  Rey  á 
Córdoba  por  Jaén  y  por  Ubeda  y  Baeza,  remitiendo  la 
conclusión  de  las  Cortes  para  Madrid,  donde  llegó. 

No  era  negocio  de  menos  importancia  y  peligro  lo  de 
la  sierra  de  Ronda ,  porque  estaba  cubierto,  y  los  áni- 
mos de  los  moriscos  con  la  misma  indignación  que  los 
de  la  Alpujarra  y  rio  de  Almería  y  Almanzora :  monta- 
ña áspera  y  difícil,  de  pasos  estrechos,  rotos  en  mu- 
chas partes,  ó  atajados  con  piedras  mal  puestas  y  ár- 
boles cortados  y  atravesados;  aparejos  de  gente  preve- 
nida. El  consejo  mas  seguro  pareció  al  Rey,  antes  que 
se  acabasen  de  declarar,  asegurarse,  sacándolos  fuera 
de  la  tierra  con  sus  familias,  como  á  los  demás.  Para 
esto  mandó  á  don  Juan  que  enviase  á  don  Antonio  de 
Luna  con  la  gente  que  le  pareciese ,  y  que  por  halagos 
y  con  palabras  blandas ,  sin  hacerles  fuerza  ni  agravio 
ó  darles  ocasión  de  tomar  las  armas,  los  pusiese  en 
tierra  de  Castilla  adentro,  enviando  con  ellos  guarda 
bastante.  Recibida  la  orden  de  don  Juan,  partió  don  An- 
tonio de  Antequera  á  20  de  mayo  (1570),  llevando  con- 
siffo  dos  mil  y  quinientos  infantes  de  guardado  aquella 
ciudad,  y  cincuenta  caballos.  Era  toda  la  gente  que  don 
Antonio  sacó  de  Ronda  cuatro  mil  y  quinientos  infan- 
tes y  ciento  y  diez  caballos.  El  día  que  partió  envió  á 
Pedro  Bermudez  ,  á  quien  el  Rey  había  enviado  á  la 
guardia  de  aquella  ciudad,  para  que  con  quinientos  in- 
fantes en  Jiibrique,  pueblo  de  importancia  y  lugar  á 
propósito,  estuviese  haciendo  espaldas  á los  que  ha- 
bían de  sacar  los  moriscos ;  juntamente  repartió  las 
compañías  por  otros  lugares  de  la  tierra,  dándoles  or- 
den que  en  una  hora  todos  á  un  tiempo  comenzasen  á 
sacar  los  moros  de  sus  casas.  Partieron  el  sol  levan- 
tado á  las  ocho  horas  de  la  mañana.  Mas  los  moros, 
que  estaban  sospechosos  y  recatados,  como  descu- 
brieron nuestra  gente,  subiéronse  con  sus  armas  á  la 
montaña,  desamparando  casas,  mujeres,  hijos  y  gana- 
dos :  comenzaron  á  robar  los  soldados,  como  es  cos- 
tumbre, cargarse  de  ropa,  hacer  esclavos  toda  ma- 
nera de  gente,  hiriendo,  matando  sin  diferencia  á 
quien  daba  alguna  manera  de  estorbo.  Vista  por  los 
moros  la  desorden ,  bajaban  por  la  sierra ,  mataban  los 
soldados,  que  codiciosos  y  embebidos  con  el  robo,  des- 
ampararon la  defensa  de  sí  mismos  y  de  sus  banderas : 
iba  esta  desorden  creciendo  con  la  oscuridad  de  la  no- 
che ;  mas  Pedro  Bermudez,  hombre  usado  en  la  guer- 
ra, dejando  alguna  gente  en  la  iglesia  de  Jubrique  ala 
guarda  de  las  mujeres,  niños  y  viejos  que  allí  tenia 
recogidos,  escogió  fuera  del  lugar  sitio  fuerte  donde 
se  recogiese;  entraron  los  moros  en  el  lugar,  y  com- 
batiendo la  iglesia,  sacaron  los  que  en  ella  estaban  en- 
cerrados, quemándola  con  los  soldados,  sin  que  pu- 
diesen ser  socorridos:  luego  acometieron  á  Pedro  Ber- 
mudez, que  perdió  cuarenta  hombres  en  el  combate, 
y  hubo  algunos  heridos  de  unayotra  parte;  y  con  tanto, 
se  acogieron  los  enemigos  á  la  sierra. 

Vista  por  don  Antonio  la  desorden  y  lo  poco  que  se 
había  hecho,  retiró  las  banderas  con  hasta  mil  y  dos- 
cientas personas;  pero  con  muchos  esclavos  y  esclavas, 
ropa  y  ganado  en  poder  de  los  soldados ,  sin  ser  parte 


DE  MENDOZA. 

para  estorbarlo  :  recogióse  á  Ronda,  donde  y  en  la  co- 
marca la  gente  públicamente  vendía  la  presa,  como  si 
fuera  ganada  de  enemigos.  Deshízose  todo  aquel  pe- 
queño campo,  como  suelen  los  hombres  que  han  hecho 
ganancia  y  temen  por  ello  castigo;  pues  enviando  la 
gente  que  sacó  de  Antequera  á  sus  aposentos,  y  cuasi 
las  mil  y  doscientas  personas  á  Castilla,  sin  hacer  mas 
efecto ,  partió  para  Sevilla  á  dar  al  Rey  cuenta  del  su- 
ceso. Cargaban  á  don  Antonio  los  de  Ronda  y  los  moros 
juntamente  :  los  de  Ronda ,  que  habiendo  de  amanecer 
sobre  los  lugares,  había  sacado  la  gente  á  las  ocho  del 
dia  y  que  la  había  dividido  en  muchas  partes;  que  ha- 
bía dado  confusa  la  orden,  dejando  libertad  á  los  capi- 
tanes; los  moros,  que  les  habían  quebrantado  la  segu- 
ridad y  palabra  del  Rey,  que  tenían  como  por  religión  ó 
vínculo  inviolable;  que  estando  resueltos  de  obedecer 
á  los  mandamientos  de  su  señor  natural,  los  habían 
por  este  acatamiento  y  sacrificio  que  hacían  de  sus  ca- 
sas, mujeres  y  hijos,  y  de  sí  mismos,  robado  y  deja- 
do por  hacienda  y  libertad  las  armas  que  tenían  en 
las  manos  y  la  aspereza  y  esterilidad  de  la  montaña, 
donde  por  salvar  las  vidas  se  habían  acogido ,  apare- 
jados á  dejarlo  todo  si  les  restituían  las  mujeres  y 
hijos  y  viejos  captivos,  y  ropa  que  con  mediana  dili- 
gencia pudiese  cobrarse.  Había  tantos  interesados, 
que  por  solo  esto  fueron  tenidos  por  enemigos;  no 
embargante  que  se  hallase  haberse  movido  provo- 
cados y  en  defensión  de  sus  vidas.  Excusábase  don 
Antonio  con  haber  repartido  la  gente  como  convenia 
por  tierra  áspera  y  no  conocida;  poderse  caminar 
mal  de  noche ;  que  partida  la  gente ,  á  ciegas ,  deshi- 
lada, fácilmente  pudiera  ser  salteada  y  oprimida  de 
enemigos  avisados ,  pláticos  en  los  pasos  y  cubiertos 
con  la  escuridad  de  la  noche ;  la  gente  hbre,  mal  man- 
dada, peor  disciplinada,  que  no  conoce  capitanes  ni  ofi- 
ciales, que  aun  el  sonido  de  la  caja  no  entendían;  sin 
orden,  sin  señal  de  guerra ;  solamente  atentos  al  regalo 
de  sus  casas  y  al  robo  de  las  ajenas  :  fueron  admitidas 
las  razones  de  don  Antonio,  por  ser  caballero  de  ver- 
dad y  de  crédito,  y  dada  toda  la  culpa  á  la  desorden 
de  la  gente,  confirmada  ya  con  muchos  sucesos  en  daño 
suyo. 

Ido  don  Antonio,  salió  la  gente  de  la  comarca,  cris* 
tíanos  viejos,  á  robar  por  los  lugares  mujeres ,  niños, 
ganados;  sobras  de  la  de  don  Antonio,  que  fué,  como  he 
dicho,  creído  por  tenerse  buen  crédito  de  su  persona 
y  por  no  tenerse  bueno  por  entonces  de  los  soldados  en 
común.  Mas  los  enemigos,  persuadidos  de  los  que  ha- 
bían huido  de  la  Alpujarra,  y  libres  de  todos  los  emba- 
razos, despojados  de  lo  que  se  suele  querer  bien  y  dar 
cuidado ,  comenzaron  á  hacer  la  guerra  descubierta- 
mente, recoger  las  mujeres,  hijos  y  vitualla  que  les 
había  quedado ;  fortificarse  en  sierra  Bermeja  y  sierra 
de  Istan,  tomar  la  mar  á  las  espaldas  para  recibir  so- 
corro de  Berbería  y  bajar  hasta  las  puertas  de  Ronda; 
desasosegar  la  tierra,  robar  ganados,  captivar,  matar 
labradores,  no  como  salteadores,  sino  como  enemigos 
declarados.  Estaba,  como  tengo  dicho,  á  la  sazón  el  rey 
don  Felipe  en  Sevilla,  suplicado  por  la  ciudad  que  vi- 
niese á  recebir  en  ella  servicio. 

Sevilla  es  en  nuestro  tiempo  de  las  célebres,  ricas  y 
populosas  ciudades  del  mundo  ;  concurren  á  ella  mer- 
caderes de  todo  poniente ,  especialmente  del  Nuevo 


GUERRA  DE 

SJunflo ,  que  llamamos  Indias,  con  oro ,  plata ,  piedras, 
esmeraldas  poco  menores  que  las  que  maravillaba  la 
antigüedad  en  tiempo  de  los  reyes  de  Egipto,  pero  en 
gran  abundancia;  cucrosyazúcar,  y  la  yerba  que  sucede 
en  lugar  de  púrpura ,  ó  por  usar  del  vocablo  arábigo  y 
común ,  carmesí  (cocbinilla  la  llaman  los  indios,  donde 
ellasecria).  Fué  Sevilla  la  segundaescalaquepobladores 
de  España  bicieron  cuando  con  el  gran  rey  y  capitán 
Baco  (á  quien  llamaban  Libero  por  otro  nombre)  vinie- 
ron á  conquistar  el  mundo.  La  ocasión  nos  convida,  tra- 
tando de  tan  gran  ciudad,  á  declarar  nuestra  opinión, 
como  en  cosa  tan  dudosa  por  su  antigüedad,  acerca  de 
la  fundación  de  ella  y  del  nombre  de  toda  España.  Dése 
la  autoridad  á  los  escritores  y  el  crédito  á  las  conjetu- 
ras. Marco  Varron,  autor  gravísimo  y  diligente  en  bus- 
car los  principios  de  los  pueblos,  dice,  según  Plinio 
reíiere,  que  en  España  vinieron  los  persas,  iberos  y 
lenices,  todas  naciones  de  oriente ,  con  Baco.  Por  es- 
te se  entiende  también  haber  sido  hecha  la  empresa  de 
la  India,  según  los  escritos  de  Nono,  poeta  griego,  que 
compuso  de  los  hechos  de  Baco,  y  llamó  Dionisiaca, 
porque  se  llamaba,  demás  del  nombre  de  Baco  y  Libe- 
ro, Dionisio.  Dice  también  Salustio  en  sus  historias 
haber  él  mismo  pasado  en  Berbería  y  dado  principio  á 
muchas  naciones.  Con  este  Baco  vinieron  capitanes, 
hombres  señalados,  y  mujeres  que  celebraban  su  nom- 
bre; uno  de  los  cuales  se  llamó  Luso,  y  una  de  las  mu- 
jeres Lissa  ,  que  dice  el  mismo  Marco  Yarron  haber 
üado  el  nombre  á  la  parle  de  Portugal,  que  antigua- 
mente llamaban  Lusitania.  Tuvo  Baco  un  lugartenien- 
te que  dijeron  Pan ,  hombre  áspero  y  rústico ,  á  quien 
la  antigüedad  honró  por  dios  de  los  pastores ,  ó  (Juizá 
eran  conformes  en  el  nombre;  pero  por  intervenir  en 
las  procesiones  ó  íiestas  de  Baco  el  pan,  se  puede  creer 
ser  el  mismo  :  este  Pan  dice  Varron  que  dio  nombre  á 
toda  España,  y  lo  m  smo  Appiano  Alejandrino  en  sus 
historias,  en  el  libro  que  llaman  Español,  y  en  griego 
Iberice.  Pajiios  quiere  decir  cosa  de  pan ,  y  el  Iñ  que 
tiene  delante,  dice  el  artículo,  que  juntado  con  el  pu- 
nios, dirá  la  tierra  ó  provincia  de  Pan  :  quedó  á  los  es- 
pañoles el  vocablo  griego  ni  más  ni  menos  que  los  grie- 
gos lo  pronuncian,  ambiciosos  de  dar  nombre  en  su 
lengua  á  las  naciones  hispánicas,  y  pronunciárnoslo 
nosotros  España :  de  aquí  vino  á  decirse  que  Hispan,  ó 
el  Pan  que  los  griegos  llaman  lugarteniente,  fué  sobri- 
no de  Hércules  y  que  dio  el  nombre  á  España.  Lo  cier- 
to es  que  Baco  dejó  por  aquella  comarca  lugares  del 
nombre  de  los  que  le  seguían ,  y  que  dos  veces  vino  el 
que  llamaron  Hércules,  ó  fuesen  dos  Hércules,  en  aque- 
lla parte  de  España.  El  nombre  pudo  venir  á  Sevilla  de 
haber  sido  poblada  cuando  la  segunda  vez  Hércules,  ó 
fuese  Baco,  ó  fuese  Hércules  tebano,  vino  en  España; 
y  si  así  fué,  presupuesto  que  en  la  lengua  griega  palin 
quiere  decir  otra  vez,  y  Id  la ,  el  nombre  de  Hispalis 
querrá  decir  la  de  otra  vez,  porque  los  griegos  son  fá- 
ciles en  acabar  en  la  letra  s. 

Demás  del  concurso  de  mercaderes  y  extranjeros, 
moran  en  Sevilla  tantos  señores'y  caballeros  principales 
como  suele  haber  en  un  gran  reino  :  entre  ellos  hay  dos 
casas,  ambas  venidas  del  reino  de  León,  ambas  de  grande 
autoridad  y  grande  nobleza ,  y  en  que  unos  ó  otros  tiem- 
pos no  faltaron  grandes  capitanes;  una  la  casa  de  Guz- 
nian ,  duques  de  Medina  Sidonia,  que  en  tiempo  antiguo 


GRANADA.  H7 

fué  población  de  los  de  Tiro ,  poco  después  de  poblada 
Cádiz,  destruida  por  los  griegos  y  gente  de  la  tierra, 
restaurada  por  los  moros,  según  el  nombre  lo  muestra; 
porque  en  su  lengua  mediría  quiere  decir  lo  que  en  la 
nuestra  puebla ,  como  si  dijésemos  la  puebla  de  Sido- 
nia: este  linaje  moró  gran  tiempo  en  las  montañas  de 
León ,  y  vinieron  con  el  rey  don  Alonso  el  Sexto  á  la 
conquista  de  Toledo,  y  de  allí  con  el  rey  don  Fernando 
el  Tercero  á  la  de  Sevilla,  dejando  un  lugar  de  su  nom- 
bre, de  donde  tomaron  el  nombre  con  otros  treinta  y 
ocho  lugares  de  que  entonces  eran  ya  señores.  El  fun- 
dador de  la  casa  fué  el  que ,  guardando  á  Tarifa ,  echó 
el  cuchillo  con  que  degollaron  á  su  hijo  ,  que  tenia  por 
hostaje ,  por  no  rendir  él  la  tierra  á  los  moros.  La  otra 
casa  es  de  los  Ponces  de  León,  descendientes  del  con- 
de Hernán  Ponce ,  que  murió  en  el  portillo  de  León 
cuando  Almanzor,  rey  de  Córdoba,  la  tomó :  dicen  traer 
su  origen  de  los  romanos  que  poblaron  á  León,  y  su 
nombre  de  la  misma  ciudad;  duques  en  otro  tiempo  de 
Cádiz  hasta  el  que  escaló  á  Alliama  y  dio  principio  á  la 
guerra  de  Granada ;  y  después  que  sus  nietos  fueron  en 
tutorías  despojados  del  estado  por  los  reyes  don  Fer- 
nando y  doña  Isabel,  se  llamaron  duques  de  Arcos ,  que 
los  antiguos  españoles  decían  Arcobrica,  población  de 
las  primeras  de  España  antes  que  viniesen  los  de  Tiro 
á  poblar  Cádiz.  Los  señores  de  aquestas  dos  casas  siem- 
pre fueron  émulos  de  aquella  ciudad,  y  aun  cabezas á 
quien  se  arrimaban  otras  muchas  de  la  Andalucía  :  de 
la  de  Medina  era  señor  don  Alonso  de  Guzman,  mozo  de 
grandes  esperanzas;  de  la  de  Arcos  don  Luis  Ponce  de 
León,  hombre  que  en  la  empresa  de  Durlan  había  segui- 
do sin  sueldo  las  banderas  del  rey  don  Felipe ,  inclina- 
do y  atento  á  la  arte  de  la  guerra :  á  estos  dos  grandes 
encomendó  el  Rey  el  sosiego  y  paciíicacion  de  la  sier- 
ra de  Ronda,  por  tener  á  ella  vecinos  sus  estados.  Gran- 
des llaman  en  España  los  señores  á  quien  el  Rey  mata- 
da cubrir  la  cabeza,  sentar  en  actos  y  lugares  públicos, 
y  la  Reina  se  levanta  del  estrado  á  recibir  á  ellos  y  á  si;s 
mujeres,  y  les  manda  dar  por  honra  cojín  en  que  se 
sienten ;  ceremonias  que  van  y  vienen  con  los  tiempos 
y  voluntades  de  los  príncipes ;  pero  firmes  en  España 
en  solas  doce  casas,  entre  las  cuales  estas  dos  son  y 
fueron  de  grande  autoridad.  Después  que  creció  el  fa- 
vor y  la  riqueza,  por  merced  de  los  reyes  han  acrecei- 
tádose  muchas.  Dio  poder  el  Rey  á  estos  dos  príncipes 
para  que  en  su  nombre  concertasen  y  recogiesen  los 
moriscos  y  les  volviesen  las  mujeres,  hijos,  muebles, 
y  los  enviasen  por  España  la  tierra  adentro,  pues  no 
iiabian  sido  partícipes  en  la  rebelión  ,  y  lo  sucedido 
había  sido  mas  por  culpa  de  ministros  que  por  la  su- 
ya. Tenia  el  duque  de  Arcos  una  parte  de  su  estado 
en  la  serranía  de  Ronda,  que  hubo  su  casa  por  des- 
igual recompensa  de  Cádiz,  en  tiempo  de  tutorías ;  pa- 
recióle por  aprovechar  llegarse  á  Casares,  lugar  suyo, 
y  dende  mas  cerca  tratar  con  los  moros;  envió  una  len- 
gua, que  fué  y  volvió  no  sin  peligro :  lo  que  trajo  es  que 
á  ellos  les  pesaba  de  lo  acontecido;  que  por  personas 
suyas  vendrían  á  tratar  con  el  Duque  donde  y  como  él 
mandase ,  y  se  reducirían  y  harían  lo  que  se  les  orde- 
nase con  ciertas  condiciones.  Esto  afirmaron,  en  nom- 
bre de  todos,  el  Alarabique  y  el  Ataifar,  hombres  de 
gran  autoridady  porquienellosse  gobernaban  ;  bajó  el 
Alarabique  y  el  Ataifar  á  una  ermita  fuera  de  Casares,  y 


i\n  DON  DIEGO 

con  ellos  unn  persona  en  nombre  de  cada  pueblo  de  los 
levantados.  Mas  el  Duque,  por  escandalizarlos  menos 
y  mostrar  confianza,  vino  con  pocos;  osadía  de  que 
suelen  suceder  inconvenientes  á  las  personas  de  tanta 
calidad.  Hablóles,  persuadióles  con  eficacia,  y  ellos 
respondieron  lo  mismo,  dando  firmados  sus  capítulos, 
y  con  decir  que  daria  aviso  al  Rey,  se  partió  dellos; 
mas  antes  que  la  respuesta  del  Rey  volviese ,  le  vino 
mandamiento  que,  juntando  la  gente  de  las  ciudades 
de  la  Andalucía  vecinas  á  Ronda,  estuviese  á  punto 
para  hacer  la  guerra  en  caso  que  los  moros  no  se  qui- 
siesen reducir  ;  mandó  apercibir  la  gente  de  Andalucía 
y  de  los  señores  della,  de  á  pié  y  de  á  caballo  ,  con  vi- 
tualla para  quince  dias,que  era  lo  que  parecía  que  bas- 
tase pura  dar  fin  á  esta  guerra.  En  el  entre  tanto  que  la 
gente  se  juntaba ,  le  vino  voluntad  de  ver  y  reconocer 
el  fuerte  de  Calalui,  en  Sierra  Bermeja,  que  los  mo- 
ros llaman  Gebalhamar,  adonde  en  tiempos  pasados  se 
perdieron  don  Alonso  de  Aguilar  y  el  conde  de  üreña; 
don  Alonso  señalado  capitán ,  y  ambos  grandes  prínci- 
pes entre  los  andaluces;  el  de  Ureña  abuelo  suyo  de 
parte  de  su  madre,  y  don  Alonso  bisabuelo  de  su  mujer. 
Salió  de  Casares  descubriendo  y  asegurando  los  pasos 
de  la  montaña;  provisión  necesaria  por  la  poca  seguri- 
dad en  acontecimientos  de  guerra  y  poca  certeza  de  la 
fortuna.  Comenzaron  á  subir  la  sierra,  donde  se  decía 
que  los  cuerpos  babian  quedado  sin  sepultura ;  triste  y 
aborrecible  visla  y  memoria:  había  entre  los  que  mira- 
ban, nietos  y  descendientes  de  los  muertos,  ó  personas 
que  por  oídas  conocían  ya  los  lugares  desdichados.  Lo 
primero  dieron  en  la  parte  donde  paró  la  vanguardia 
con  su  capitán,  por  la  escuridad  de  la  noche,  lugar  har- 
to extendido  y  sin  mas  fortificación  que  la  natural,  en- 
tre el  pié  de  la  montaña  y  el  alojamiento  de  los  moros : 
blanqueaban  calaveras  de  hombres  y  huesos  de  caba- 
llos amontonados ,  desparcidos ,  según,  como  y  donde 
habían  parado ;  pedazos  de  armas,  frenos,  despojos  de 
jaeces ;  vieron  mas  adelante  el  fuerte  de  los  enemigos, 
cuyas  señales  parecían  pocas  y  bajas  y  aportilladas;  iban 
señalando  los  pláticos  de  la  tierra  donde  habían  caido 
oficiales,  capitanes  y  gente  particular;  referían  cómo  y 
dónde  se  salvaron  los  que  quedaron  vivos,  y  entre  ellos 
el  conde  de  Ureña  y  don  Pedro  de  Aguilar ,  hijo  mayor 
de  don  Alonso;  en  qué  lugar  y  dónde  se  retrajo  don 
Alonso  y  se  defendía  entre  dos  peñas;  la  herida  que  el 
Ferí,  cabeza  de  los  moros,  le  díó  primero  en  la  cabeza 
y  después  en  el  pecho ,  con  que  cayó ;  las  palabras  que 
le  dijo  andando  á  brazos  :  «Yo  soy  don  Alonso;»  las 
que  el  Feri  le  respondió  cuando  le  hería  :  «  Tú  eres 
don  Alonso,  mas  yo  soy  el  ferí  de  Benastepar ;  »  y  que 
no  fueron  tan  desdichadas  las  heridas  que  díó  don 
Alonso  como  las  que  recibió.  Lloráronle  amigos  y  ene- 
nn'gos ,  y^en  aquel  punto  renovaron  los  soldados  el  sen- 
timiento; gente  desagradecida,  sino  en  las  lágrimas. 
Mandó  el  General  hacer  memoria  por  los  muertos,  y  ro- 
garon los  soldados  que  estaban  presentes  que  reposa- 
sen en  paz,  inciertos  si  rogaban  por  deudoso  por  ex- 
traños; y  esto  les  acrecentó  la  ira  y  el  deseo  de  hallar 
gente  contra  quien  tomar  venganza. 

Yista  la  importancia  del  lugar  si  los  enemigos  le  ocu- 
pasen, envió  dende  á  poco  el  Duque  una  bandera  de 
infantería  que  entrase  en  el  fuerte  y  lo  guardase.  Vino 
en  este  tiempo  resolución  del  Rey  que  concedía  á  los 


DE  MENDOZA. 

moros  cuasi  todo  lo  que  le  pedían  que  tocaba  al  prove- 
cho dellos,  y  comenzaron  algunos  á  reducirse,  pero 
con  pocas  armas ,  diciendo  que  los  que  en  su  campo 
quedaban  no  se  las  dejaban  traer.  Había  entre  los  mo- 
ros uno,  llamado  el  Melqui,  hombre  atrevido  y  escan- 
daloso, imputado  de  herejía,  y  suelto  de  las  cárceles 
de  la  inquisición ,  ido  y  vuelto  á  Títuan  :  este,  ó  que  le 
parecía  que  perdía  el  crédito  de  hasta  entonces,  ó  que 
fuese  obligado  al  príncipe  de  Títuan,  juntó  el  pueblo, 
que  ya  estaba  resoluto  á  reducirse,  disuadiéndole  y  afir- 
mando lo  que  con  ellos  trataba  el  Alarabíque  ser  enga- 
ño y  falsedad ;  haber  recibido  del  Duque  nueve  mil  du- 
cados, vendido  por  precio  su  tierra,  su  costa  y  los  hi- 
jos, mujeres  y  personas  de  su  ley;  venidas  las  galeras 
á  Gibraltar ,  la  gente  levantada,  las  cuerdas  en  las  ma- 
nos apunto,  con  que  los  principales  habían  de  ser  ahor- 
cados ;  y  el  pueblo  atado  y  puesto  perpetuamente  al  re- 
mo para  sufrir  hambre,  frío  y  azotes,  y  seguir  forzados 
la  voluntad  de  sus  enemigos ,  sin  esperanza  de  otra  li- 
bertad sino  la  muerte.  Tuvieron  estas  palabras  y  la  per- 
sona tanta  fuerza ,  que  se  persuadió  el  pueblo  igno- 
rante, y  tomando  las  armas,  hicieron  pedazos  al  Alara- 
bique  y  á  otro  compañero  suyo  berberí  que  era  de  la 
misma  opinión ;  con  esto  mudaron  de  propósito  y  que- 
daron mas  rebeldes  que  estaban ;  algunos  que  quisie- 
ran reducirse,  estorbados  por  el  Melqui  con  guardas 
y  espantados  con  amenazas,  dejaron  de  hacello ;  los  de 
Benahabíz,  lugar  de  importancia  en  aquella  montaña, 
enviaron  por  el  perdón  del  Rey  con  propósito  de  redu- 
cirse :  llevólo  un  moro,  llamado  el  Barcoquí,  junta- 
mente con  carta  del  Duque  para  Marbella  y  los  que  guar- 
daWin  el  fuerte  de  Montemayor,  que  tuviesen  cuen- 
ta con  él  y  sus  compañeros ,  acompañándolos  hasta  de- 
jarlos en  lugar  seguro;  mas  la  gente,  ó  por  codicia  do 
algO;,  sí  lo  llevaban,  ó  por  estorbar  la  reducción,  con 
que  cesaría  la  guerra ,  híciéronlo  tan  al  contrario,  que 
mataron  al  Barcoquí ;  esta  desorden  mudó  á  los  de  Bc- 
nababíz ,  y  confirmó  la  razón  del  Melqui  de  manera,  que 
no  fué  parte  el  castigo  que  el  Duque  hizo  de  ahorcar  y 
echar  en  galeras  los  culpados  para  estorbar  el  motín 
general.  Apercebída  la  gente,  vino  el  Duque  á  Ronda, 
donde  hizo  su  masa ,  y  salió  con  cuatro  mil  infantes  y 
ciento  cincuenta  caballos  á  ponerse  algo  mas  camino 
que  dos  leguas  de  la  sierra  de  Istan,  donde  los  enemi- 
gos le  esperaban  fortificados;  lugar  asperísimo  y  difi- 
cultoso de  subir,  las  espaldas  á  la  mar;  dejando  en  Ron- 
da á  Lope  Zapata ,  hijo  de  don  Luis  Poncc ,  para  que 
en  su  nombre  recogiese  y  encaminase  los  moros  que 
viniesen  á  reducirse.  Vinieron  pocos  ó  ningunos,  es- 
candalizados del  caso  del  Barcoquí  y  espantados,  por- 
que en  Ronda  y  Marbella  el  pueblo  había  rompido  la 
salvaguardia  del  Duque  y  fe  del  Rey ,  matando  cuasi 
cien  moros  al  salir  de  los  lugares.  No  le  pareció  al  Du- 
que detenerse  á  hacer  el  castigo;  pero  envió  por  juez 
al  Rey,  que  castigó  los  culpados  como  con  venia;  y  él 
caminó  á  la  Fuenfría ,  donde  se  encendió  fuego  en  el 
campo,  que  puso  en  cuidado,  ó  fuese  echado  por  los 
enemigos  ó  por  descuido  de  alguno;  el  autor (1)  y  el 
fuego  cesó  por  industria  y  diligencia  del  Duque. 

El  día  siguiente  con  mil  infantes  y  alguna  caballería 
reconoció  el  fuerte  de  los  enemigos  desde  la  sierra  de 

(1)  El  autor  no  se  supo,  y  el  fuego  cesó,  etc.  Así  se  lee,  enmen- 
dado el  descuido  de  la  impresión ,  en  el  citado  MS. 


GUERRA  DE 
Arbolo,  puesta  enfrente  dél ,  juntanriente  con  el  aloja- 
miento y  el  lugar  de  la  agua ;  y  aunque  se  mostraron  los 
enemigos  algo  mas  abajo  fuera  de  su  fuerte,  no  fueron 
acometidos,  ansí  por  ser  cerca  de  la  noclie,  como  por 
esperar  áArévalo  de  Suazo  con  la  gente  de  xMálaga.  En- 
tre tanto  puso  su  guardia  en  la  sierra  de  Arboto  con  har- 
ta contradicción  de  los  enemigos,  porque  juntamente 
acometieron  el  alojamiento  del  Duque  y  trabaron  una 
escaramuza  tan  larga,  que  duró  tres  horas,  no  muy 
apriesa,  pero  bien  extendida.  Eran  ochocientos  hom- 
bres arcabuceros  y  ballesteros,  y  algunos  con  armas 
enhastadas ;  mas  visto  que  con  dos  banderas  de  arca- 
buceros les  lomarían  la  cumbre,  se  retiraron  á  su  fuer- 
te con  poco  daño  de  los  nuestros  y  alguno  de  los  suyos. 
Reforzóse  la  guardia  de  aquel  sitio,  por  ser  de  impor- 
tancia, con  otras  dos  banderas;  y  era  ya  llegado  Aré- 
valo  de  Suazo  con  dos  mil  infantes  de  Málaga  y  cien 
caballos,  con  que  se  tomó  resolución  de  combatir  los 
enemigos  en  su  fuerte  al  otro  dia :  á  la  parte  del  norte, 
que  la  subida  era  mas  difícil ,  envió  el  Duque  á  Pedro 
Bermudez  con  ciento  y  cincuenta  infantes,  que  tomase 
las  dos  cumbres  que  suben  al  fuerte  con  dos  banderas 
de  arcabuceros ,  haciéndoles  espaldas  con  el  rostro  á  la 
mano  derecha  Pedro  de  Mendoza  con  otra  tanta  gente 
y  la  mesma  orden ,  dejando  entre  sí  y  Pedro  Bermudez 
una  parle  de  la  montaña  que  los  moros  habían  quema- 
do ,  porque  las  piedras  que  desde  arriba  se  tirasen  cor- 
riesen por  mas  descubierto  y  con  menos  estorbo.  Aré- 
valo  de  Suazo  con  la  gente  de  su  cargo  se  seguía  á  la 
mano  derecha ,  y  con  dos  banderas  de  arcabucería  de- 
lante; mas  á  mano  derecha  de  Arévalo  de  Suazo,  Luis 
Ponce  de  León  con  seiscientos  arcabuceros  por  un  pi- 
nar, camino  menos  embarazado  que  los  otros.  El  Du- 
que escogió  para  sí,  con  el  artillería  y  caballería  y  mil  y 
quinientos  infantes,  el  lugar  entre  Pedro  de  Mendoza  y 
Arévalo  de  Suazo ,  como  mas  desembarazado  así  mas 
descubierto;  mandó á  Pedro  de  Mendoza  con  mil  infan- 
tes y  algún  número  de  gastadores  que  fuese  adelante 
aderezando  los  pasos  para  la  caballería ,  y  que  todos  al 
pasar  se  cubríesen  con  la  falda  de  la  montaña  y  que- 
brada hacia  el  arroyo,  que  á  un  tiempo  comenzasen  á 
subir  igualmente  y  á  pequeño  paso,  guardando  el  alien- 
to para  su  tiempo.  Quedaba  con  esta  orden  la  montaña 
cercada,  sino  por  la  parte  de  Istan,  que  no  podía  con 
la  aspereza  recebir  gente.  Víanse  unos  á  otros,  y  todos 
se  podían  cuasi  dar  las  manos :  quedó  resoluto  comba- 
tir los  enemigos  otro  dia  á  la  mañana;  mas  los  moros, 
viendo  que  Pedro  de  Mendoza  estaba  mas  desviado  y 
en  parte  donde  no  podía  con  tanta  diligencia  ser  socor- 
rido, acometiéronle  al  caer  de  la  tarde  con  poca  gente 
y  desmandada,  trabando  una  escaramuza  de  tiros  per- 
didos. Pedro  de  Mendoza,  confiado  de  sí  mismo,  sol- 
dado de  mucho  tiempo  y  no  tanta  experiencia ,  pudien- 
do  guardar  la  orden  y  contentarse  con  estar  quedo  y 
sin  peligro,  saltó  á  la  escaramuza  con  demasiado  calor. 
Desliízose  la  gente  por  la  montaña  arriba  sin  orden,  sin 
aguardar  unos  á  otros,  y  los  moros  unas  veces  retirán- 
dose, otras  reparándose,  parecían  ir  cerrando  (i)  á.  los 
nuestros.  Visto  el  peligro  y  no  pudiéndolo  ya  estorbar, 
Pedro  de  Mendoza  (ó  fuese  recelo  ó  desconfianza  de  su 
poca  autorídad  con  la  gente,  aunque  la  había  tenido 

(1)  El  MS.  cebando. 


GRANADA.  Í!9 

para  meterla  adelante) ,  envió  ú  avisar  al  Duque,  pero 
á  tiempo  que,  puesto  que  hubiese  enviado  á  retiraría 
tres  capitanes,  fué  necesitado  á  tomar  lo  alto  para  re- 
conocer el  lugar ;  el  Duque,  con  los  que  con  él  se  halla- 
ban y  los  que  pudo  retirar,  atravesó  donde  estaban  los 
que  subían,  y  valió  tanto  su  autorídad,  que  la  gente 
desmandada  se  detuvo ,  y  los  moros,  que  ya  habían  co- 
menzado á  desemboscarse  y  se  mostraban  á  los  enemi- 
gos ,  vista  la  determinación  del  Duque ,  se  recogieron 
á  su  fuerte  en  ocasión  de  que  estaba  cerca  la  noche  y  la 
gente  de  Pedro  de  Mendoza  cansada  y  desordenada,  y 
se  temían  de  algún  desastre ,  especialmente  los  que 
traían  á  la  memoria  el  acontecimiento  de  don  Alonso 
de  Aguilar  por  los  mismos  términos. 

Hallóse  el  Duque  tan  adelante,  que  vistas  las  celadas 
descubiertas  y  los  moros  puestos  en  orden  de  cargar  á 
la  gente  que  subía,  y  que  era  imposible  retirallos  todos, 
quiso  aprovecharse  de  la  desorden;  y  con  la  gente  que 
traía  consigo  y  la  que  habia  recogido ,  todo  á  un  tiem- 
po acometió  á  los  enemigos,  y  pegóse  con  el  fuerte  de 
manera ,  que  fué  de  los  primeros  al  entrar.  Mas  los  mo- 
ros, que  no  osaron  esperar  el  ímpetu  de  los  nuestros, 
so  descolgaron  por  lugares  de  la  montaña,  que  era 
luenga  y  continuada;  y  de  allí  se  repartieron,  unos  á 
Rioverde,  otros  á  la  vuelta  de  Istan ,  otros  á  la  de  Mon- 
da, y  otros  á  la  de  sierra  Blanquilla,  dejando  de  sus 
mujeres  y  hijos  como  cuatrocientas  personas;  embara- 
zo de  guerra  y  gente  inútil  que  les  comían  los  basti- 
mentos ,  quedando  mas  ahorrados  para  hacer  la  guerra 
por  aquellas  montañas.  Todavía  envió  á  seguir  el  alcan- 
ce con  poco  fruto,  por  ser  la  noche  y  tierra  tan  cerra- 
da; él  pasó  en  el  fuerte  de  los  enemigos  sin  ropa  ni  vi- 
tualla, y  visto  que  todos  se  habían  esparcido  y  que  la 
montaña  quedaba  desamparada ,  dejó  el  fuerte ;  y  dando 
licencia  á  la  gente  de  Málaga  con  orden  de  correr  la 
tierra  á  una  y  otra  parte ,  pasó  con  la  resta  de  su  campo 
á  Istan ,  y  envió  cuatro  compañías  sin  banderas.  El  efec- 
to que  hicieron  las  tres  fué  quemar  dos  barcas  grandes 
que  tenian  fabricadas  para  pasar  á  Tituan ;  la  cuarta, 
con  su  capitán  Morillo ,  á  quien  el  Duque  mandó  que 
corriese  Rioverde,  no  guardando  la  orden,  dio  en  los 
enemigos  no  lejos  de  Monda ,  en  un  cerro  que  los  de  la 
tierra  llaman  Alborno,  á  vista  de  Istan;  y  seguido  y  rota 
la  gente,  se  retiró.  Era  el  lugar  tan  cerca  del  campo, 
que  se  oyeron  los  golpes  de  arcabuces,  y  con  sospecha 
de  lo  que  podía  ser,  se  ordenó  al  capitán  Pedro  de  Men- 
doza socorriese  y  recogiese  la  gente;  mas  llegando  á 
vista  de  los  enemigos,  contentóse  con  solo  recoger  al- 
gunos que  huían ,  y  estuvo  sin  pasar  adelante ,  ó  fuese 
temiendo  alguna  emboscada,  aunque  el  lugar  era  gran 
trecho  descubierto,  ó  arrepentido  de  la  demasiada  di- 
ligencia del  dia  antes  en  la  sierra  de  Istan  :  murió  la 
mayor  parte  de  la  compañía  y  su  capitán  peleando.  El 
mismo  dia  los  moros  que  andaban  repartidos  encontra- 
ron con  el  alcaide  de  Ronda  y  capitán  Ascanio,  que 
con  ciento  y  cincuenta  soldados  y  otra  gente  había  sa- 
lido sin  orden  y  sabiduría  del  Duque,  como  hombres 
que  no  estaban  a  su  cargo ;  matáronlos  con  la  mayor 
parte  de  la  compañía.  El  mismo  acometimiento  hicie- 
ron contra  un  correo  que  partió  del  campo  para  Grana- 
da con  escolta  de  cien  soldados,  aunque  con  pérdida 
de  algunos  se  recogió  en  Monda.  Entendiendo  pues  el 
Duque  que  por  la  sierra  andaba  cuantidad  de  moros, 


120  DON  DIEGO 

envió  orden  á  Arévalo  de  Suazo  que  con  la  gente  de  Má- 
laga tornase  á  Monda ,  y  á  don  Sancho  de  Leiva ,  gene- 
ral de  las  galeras  de  España ,  que  enviase  ochocientos 
infantes  de  la  gente  que  andaba  á  su  cargo ,  y  á  Pedro 
Bermudez  que  viniese  con  la  de  Honda ,  y  él  con  la  que 
había  quedado  se  vino  á  esperarlos  á  Monda,  de  donde 
junta  la  gente  partió  ahorrado  sin  estorbos  la  vuelta  de 
Hójen ,  y  allí  le  encontró  don  Alonso  de  Leiva ,  hijo  de 
don  Sancho ,  con  ochocientos  soldados  de  galera.  En- 
tendíase que  los  moros  esperaban á  una  legua,  y  con 
este  presupuesto  ordenó  el  Duque  á  Pedro  Bermudez 
que  con  mil  arcabuceros  de  los  de  su  cargo  tomase  la 
mano  izquierda ,  y  á  don  Alonso  con  la  gente  que  había 
tenido  fuese  derecho  á  Hójen  por  un  monte  que  dicen 
el  Negral;  él  con  lo  demás  del  campo  siguió  derecho 
el  Corvachin ,  tierra  de  grande  aspereza.  Con  esta  orden 
se  llegó  á  un  tiempo  al  lugar  donde  los  enemigos  ha- 
bían estado,  y  de  allí  bajando  hasta  llegar  avista  de  la 
Fuengírola,  sin  hallar  otra  cosa  sino  rastro  de  gente  y 
sobras  de  comida  (porque  los  moros,  recelándose  que 
serian  descubiertos,  se  habían  esparcido  como  es  su 
costumbre  y  extendido  por  todas  las  montañas ),  dio  el 
Duque  licencia  á  don  Alonso  que  tornase  á  embarcarse, 
y  á  Arévalo  de  Suazo  á  Málaga,  corriendo  primero  la 
tierra  :  él  volvió  á  Monda ,  y  de  allí  á  Marbella.  Este  lu- 
gar es  el  que  los  antiguos  llaman  Barbésola ;  mas  el  que 
agora  llamamos  Monda  pienso  que  fué  poblado  de  los 
habitadores  de  Monda  la  vieja,  tres  leguas  mas  acá, 
donde  parecen  señas  y  muestras  mas  claras  de  haber 
sido  la  anLíga  Monda ,  siguiendo  los  moros  que  con- 
quistaron á  España  su  antiga  costumbre  de  pasar  los 
moradores  de  unos  lugares  á  otros  con  el  nombre  del 
lugar  que  dejaban.  En  Ronda  y  otras  partes  se  ven  es- 
tatuas y  letreros  traídos  de  Monda  la  vieja,  y  en  torno 
della  la  campaña ,  atolladeros  y  pantanos  en  el  arroyo 
de  que  Hirtio  hace  memoria  en  sus  historias. 

Había  ya  cumplido  la  gente  de  las  ciudades  y  seño* 
res  el  tiempo  que  eran  obligados  á  servir  por  el  llama- 
miento ,  y  las  aguas  hartado  la  tierra  para  sembrar : 
faltaba  el  provecho  de  la  guerra,  por  la  diligencia  que 
los  moros  ponían  en  las  guardas  por  todo,  en  alzar  y 
esconder  la  ropa,  mujeres  y  niños,  en  esparcirse  po- 
cos á  pocos  en  las  montañas,  y  gran  parte  dellos  pasar 
á  Berbería ,  donde  con  cualquier  aparejo  tenían  la  tra- 
viesa corta  y  mas  segura,  no  podían  ser  seguidos  con 
ejército  formado,  y  el  que  había  se  iba  poco  á  poco  des- 
haciendo. Pareció  consejo  de  necesidad  enviar  la  gente 
á  sus  casas ,  y  el  Duque  volver  á  Ronda ,  guarnecer  los 
lugares  de  donde  con  mayor  facilidad  los  enemigos  pu- 
diesen ser  perseguidos  y  echados  de  la  tierra ,  y  andar 
tras  dellos  en  cuadrillas ,  sin  dejarlos  reformar  en  algu- 
na parte ;  mas  detuvo  la  gente  de  su  estado  ya  diestros 
y  ejercitados,  que  servían  á su  costa,  sin  sueldo  ni  ra- 
ciones; dejó  gente  en  Hójen,  Istan,  Monda,  Tollox, 
Guaro,  Cartagima,  Jubrique  y  en  Ronda,  cabeza  de 
toda  la  sierra.  Había  ya  el  Rey  avisado  al  Duque  como 
se  determinaba  á  un  tiempo  sacar  los  moros  de  Grana- 
da á  poblar  Castilla,  y  que  estuviese  apercebido  para 
cuando  le  llegase  la  orden  de  don  Juan  de  Austria. 
Cuando  esto  pasaba  llegaron  las  cartas  de  don  Juan,  en 
que  decía  como  la  salida  de  los  moros  de  todo  el  reino 
seria  el  postrero  día  de  olubre;  encomendábale  el  se- 
creto hasta  el  dia  que  el  bando  se  publícase ;  aperce- 


DE  MENDOZA. 

bíale  para  la  ejecución  en  tierra  de  Ronda ;  enviábale  la 
patente  en  blanco  para  que  el  Duque  hinchiese  la  per- 
sona que  le  pareciese  mas  á  propósito. 

Echando  el  bando,  mandó  recoger  en  el  castillo  de 
Ronda  los  moros  de  paces  con  su  ropa,  hijos  y  muje- 
res, y  en  la  patciíte  hinchió  el  nombre  de  Flores  de 
Benavides,  corregidor  de  Gibraltar,  ordenándole  con 
seiscientos  hombres  de  guarda  llevar  cuasi  mil  y  dos- 
cientas personas  que  serian  los  reducidos ,  hasta  deja- 
lloseníllora,  para  quejuntos fuesen áCastíllacon otros 
de  la  vega  de  Granada.  Era  ya  entrado  el  mes  de  no- 
viembre, con  el  frío  y  las  aguas  en  mayor  cuantidad. 
Los  enemigos,  creyendo  que  por  ir  los  ríos  mayores  y 
las  avenidas  en  las  montañas  dificultar  mas  los  pasos, 
ellos  podían  extenderse  por  la  tierra ,  y  nuestra  gente 
ocupada  en  labrar  la  suya ,  se  juntaban  con  dificultad ; 
en  todas  partes  y  á  todas  horas  desasosegaban  la  tierra 
de  Ronda  y  Marbella ,  cautivando  labradores ,  llevando 
ganados,  y  salteando  caminos  hasta  cuasi  las  puertas 
de  Ronda  :  acogíanse  en  las  vertientes  de  Rioverde,  á 
quien  los  antígos  llamaban  Barbésola ,  del  nombre  de 
la  ciudad  que  agora  llamamos  Marbella ,  y  de  allí  en  las 
cumbres  y  contorno  de  sierra  Blanquilla.  El  Duque,  por 
el  menudear  de  los  avisos  y  por  excusar  los  daños, 
que  aunque  no  fuesen  señalados,  eran  continos;  por 
castigar  los  enemigos  que  habían  en  Rioverde  y  en  la 
sierra  de  Alborno  muerto  nuestra  gente ;  porque  de  la 
Alpujarra  por  una  parte ,  y  por  otra  con  la  vecindad  de 
Berbería,  no  se  criase  en  aquella  montaña  nido,  deter- 
minó rematar  la  empresa,  combatir  los  enemigos  y 
desarraíganos  ó  acaballos  del  todo.  Salió  de  Ronda  con 
mil  y  quinientos  arcabuceros  de  la  guardia  della ,  y 
gente  de  señores ,  y  mil  de  sus  vasallos,  y  con  la  caba- 
llería que  pudo  juntar  improvisamente;  mas  antes  que 
llegase ,  entendió  por  avisos  de  espías  y  algunos  que  se 
pasaron  de  los  enemigos,  que  el  número  poco  masó 
menos  era  de  tres  mil,  los  dos  mil  dellos  arcabuceros 
gobernados  por  el  Melquí ,  hombre  entre  ellos  diligen- 
te, animoso  y  ofendido,  ido  y  venido  á  Títuan;  que 
tenían  atajados  los  pasos  con  grandes  piedras,  árboles 
atravesados;  que  estaban  resolutos  de  morir  defen- 
diendo la  sierra.  Ordenó  á  Pedro  de  Mendoza  que  con 
seiscientos  arcabuceros  camínase  derecho  á  la  boca 
del  rio  Verde  por  el  pié  de  la  sierra ,  y  á  Lope  Zapata 
con  otros  seiscientos  á  Gaimon ,  á  la  parte  de  las  vi- 
ñas de  Monda  :  iban  estos  dos  capitanes  el  uno  del  otro 
media  legua,  y  entre  ambos  iba  el  Duque  con  el  resto 
de  la  infantería  y  caballería.  Ordenó  á  Pedro  Bermu- 
dez y  á  Carlos  de  Villegas,  que  estaba  á  la  guarda  de  Is- 
tan y  Hójen  con  dos  compañías  y  cincuenta  caballos, 
que  se  saliesen  á  un  mismo  tiempo,  y  con  doscientos 
arcabuceros  tomasen  lo  alto  de  la  sierra  y  la§  espaldas 
de  los  enemigos;  que  Arévalo  de  Suazo  partiese  de  Má- 
laga, y  con  mil  y  doscientos  soldados  y  cincuenta  ca- 
ballos acudiese  á  la  parte  de  Monda.  Todos  á  un  tiem- 
po partieron  á  la  noche  para  hallarse  á  la  mañana  con 
los  enemigos ;  mas  ellos ,  avisados  por  un  golpe  de  ar- 
cabuz que  habían  oído  entre  la  gente  de  Setenil ,  mu- 
dáronse del  lugar,  mejorándose  á  la  parte  de  Pedro  de 
Mendoza ,  que  era  el  postrero ,  por  tener  la  salida  mas 
abierta :  comenzó  á  subir  el  Duque,  y  Pedro  de  Men- 
doza, que  estaba  mas  cerca,  á  pelearcon  igualdad,  y  ellos 
á  mejorarse.  El  Duque,  aunque  algo  apartado,  oyendo 


GUERRA  DE 

!  >  goípes  de  arcabuz,  y  visto  que  se  peleaba  por 
aquella  parte  de  Pedro  de  Mendoza,  se  mejoró;  y  por  la 
ladera  descubriendo  la  escaramuza ,  con  la  caballería  y 
con  lo  que  pudo  de  arcabucería  acometió  los  enemi- 
gos, llevando  cerca  de  sí  á  su  liijo ,  mozo  cuasi  de  trece 
HÍios,  don  Luis  Pouce  de  León  :  cosa  usada  en  otra 
edad  en  aquella  casa  de  los  Punces  de  León ,  criarse  los 
mucliaclios  peleando  con  los  moros  y  tener  á  sus  pa- 
dres por  maestros.  Porfiaron  algún  tanto  los  enemigos, 
mas  lio  pudiendo  resistir,  tomaron  lo  alto  de  la  sierra, 
y  de  allí  se  repartieron  á  unas  y  otras  parles.  Murieron 
mas  de  cien  bombres,  y  entre  ellos  el  Melqui,  su  capitán; 
y  si  Pedro  Bermudez  y  Villegas  salieran  á  la  íiora  qu^ 
se  les  ordenó,  biciérase  mayor  efecto.  Habido  este  buen 
suceso ,  repartió  el  Üuque  la  gente  que  pudo  por  cua- 
drillas para  seguir  el  alcance;  captivaron  á  las  muje- 
res y  niños  y  ropa  que  les  liabia  quedado,  mataron  en 
este  seguimiento  otros  ochenta.  Quedaron  los  moros 
tan  escarmentados ,  que  ni  por  engaño  ni  por  fuerza  los 
pudieron  bailar  juntos  en  parte  de  la  montaña,  y  bus- 
caron también  la  sierra  que  llaman  de  Daidin,  y  el  mis- 
mo Duque  repartió  el  campo  en  cuadrillas,  pero  lam- 
poco  se  hallaron  personas  juntas;  con  esto,  él  se  tornó 
á  Ronda,  y  aquella  guerra  quedó  acabada,  la  tierra  li- 
bre de  los  enemigos,  parte  muertos  y  parte  esparcidos 
6  idos  á  Berbería. 

He  querido  tratar  tan  particularmente  desta  guer- 
ra de  Pvonda ,  lo  uno  porque  fué  varia  en  su  manera  y 
hecha  con  gran  sufrimiento  del  Capitán  General ,  y  cou 
gente  concejil,  sin  la  que  los  señores  enviaron ,  y  la  ma- 
yor parte  del  mismo  duque  de  Arcos;  y  aunque  en  ella 
no  hubo  grandes  rencuentros  ni  pueblos  tomados  por 
fuerza,  no  se  trató  con  menos  cuidado  y  determina- 
ción que  la  de  otras  partes  deste  reino,  ni  hubo  me- 
nos desórdenes  que  corregir  cuando  el  Duque  la  tomó 
á  su  cargo ;  guerra  comenzada  y  suspendida  por  falla 
de  gente ,  do  dineros ,  de  vitualla,  tornada  á  restaurar 
sin  lo  uno  y  sin  lo  otro;  pero  sola  ella  acabada  del  to- 
do, y  fuera  de  pretensiones,  emulaciones  ó  envidias. 
Lo  otro  por  haberse  en  tiempos  antigos  recogido  en 
aquellas  partes  las  fuerzas  del  mundo,  y  competido 
César  y  los  hijos  de  Pompeyo,  cabezas  déí,  sobre  cuál 
quedaría  con  el  señorío  de  todo ,  hasta  que  la  fortuna 
determinó  por  César,  dos  leguas  de  donde  está  agora 
Ronda,  y  tres  de  la  que  llamamos  Monda,  en  la  gran 
batalla  cerca  de  Monda  la  vieja,  donde  boy  día,  como 
tengo  dicho ,  se  ven  impresas  señales  de  despojos,  de 
armas  y  caballos ,  y  ven  los  moradores  encontrarse  por 
el  aire  escuadrones ;  óyense  voces  como  de  personas 
que  acometen  :  estantiguas  llama  el  vulgo  español  á 
semejantes  apariencias  ó  fantasmas,  que  el  vaho  de  la 
tierra,  cuando  el  sol  sale  ó  se  pone,  forma  en  el  aire  ba- 
jo, como  se  ven  en  el  alto  las  nubes  formadas  en  varias 
figuras  y  semejanzas  (1). 

Estaba  don  Juan  en  Granada  con  el  Duque  (a)  y  el 
Comendador  mayor,  acudiendo  á  lo  que  se  ofrecía;  y 
por  dar  remate  á  cosas  y  fin  de  los  enemigos  que  que- 
daban ,  ordenó  que  el  Comendador  mayor,  con  la  gente 
que  se  pudo  juntar ,  parte  de  la  propria  ciudad  y  parte 
de  los  que  se  hablan  venido  de  su  campo  y  del  campo 

(1)  Aquí  terminan  todos  los  manuscritos  que  hemos  examinado, 
(fl)    Este  duque  es  necesariamente  el  de  Sesa ,  porque  el  de  Ar- 
cos no  se  viócoiHloD  Jiiau. 


GRAJS'ADA.        •  121 

del  Duque,  que  por  todos  serian  siete  mil  personas, 
llevasen  delante  y  ante  todüs  las  cosas  bastimento  y 
munición  que  bastase  para  das  meses ,  y  que  esto  se 
guardase  en  Órgiba,  y  con  esta  prevención  partió  el 
campo  la  vuelta  de  la  Alpujarra.  Llegados  á  Lanjaron, 
por  mandado  del  General  se  dio  un  rebato  falso,  porque 
la  gente  no  estuviese  descuidada ;  otro  dia  llegaron  á 
Üigiba,  y  en  ella  reposó  el  campo  tres  dias,  tomando 
la  orden  que  se  había  de  tener  para  hallar  los  enemi- 
gos ,  porque  andaban  esparcidos  por  la  tierra.  El  cuarto 
dia  salió  la  gente  hechas  dos  mangas  de  á  mil  hombres 
cada  una,  con  orden  que  la  una  de  la  otra  fuese  des- 
viada cuatro  leguas,  guiando  la  una  á  la  mano  derecha 
y  la  otra  á  la  siniestra ,  y  el  resto  del  campo  por  medio : 
desta  suerte  corrieron  la  tierra  hasta  llegar  á  Pitres 
de  Fcrreira,  y  dejando  allí  presidio  de  quinientos  hom.- 
bres,  pasaronadelanle  hasta  Pórlugos,  yailí  dejaron  cien 
hombres,  y  enCádiar  trescientos  con  el  capitán  Berrío. 
Aquí  tuvo  nuevas  el  Comendador  mayor  que  los  moros 
se  habían  retirado  al  Cehel,  costa  de  la  mar,  porser  tier- 
ra áspera  y  de  muchos  jarales  :  mandó  á  don  Miguel  de 
Moneada  que  con  mil  y  doscientos  hombres  corriese 
aquella  tierra  ;  halló  parte  deüos ,  y  matando  siete  mo- 
ros ,  captivo  doscientas  personas  entre  moras  y  mucha- 
chos, y  ropa  y  despojos ;  perdió  solo  un  soldado,  que  en- 
gañado de  una  mora,  le  hizo  entender  que  en  una  choza 
tenia  mucha  riqueza,  y  al  entrar  en  ella  le  dio  con  una 
almarada  por  debajo  del  brazo  y  lo  mató.  Volvió  don 
Miguel  con  la  cabalgada  á  Cádiar,  donde  quedó  el  cam- 
po ;  de  aquí  envió  el  Comendador  mayor  mil  hombres  á 
Ujijar  de  la  Alpujarra,  para  que  en  ella  hiciesen  presi- 
dio, y  dejando  en  él  trescientos  soldados,  fuesen  á  Don- 
duron  y  dejasen  allí  una  compañía  de  cien  hombres 
con  su  capitán,  y  en  Ayator  oíros  ciento,  y  en  Berja 
otros  ciento,  con  orden  que  todos  corriesen  la  tierra 
cada  dia,  dejando  guarda  en  los  presidios.  Mandó  á  don 
Lope  de  Figueroa  que  con  mil  y  quinientos  infantes  y 
algunos  caballos  corriese  el  rio  de  Almería  y  toda 
aquella  sierra,  con  el  Boloduí  y  tierra  de  Gueneja,  y 
que  juntando  consigo  la  gente  que  salia  de  Almería, 
corriese  la  tierra  de  Jerez  á  Fiñana  y  río  de  Alínanzora : 
volvió  á  Granada ,  dejando  presidio  en  las  Cuajaras  al- 
tas y  bajas  y  en  Vélez  de  Benaudalla,  y  en  todos  los 
presidios  bastimento  y  munición  para  algunos  dias. 

Luego  que  llegó  á  Granada,  proveyó  don  Juan  otros 
capitanes  de  cuadrillas,  que  fueron  Juan  Carrillo  Pa- 
nlagua, Camacho,  Reinaldos  y  otros;  y  hecho  esto, 
dtn  Juan  con  el  Duque  y  el  Comendadormayorse  partió 
á  Madrid ,  y  de  allí  á  ¡a  armada  de  la  liga,  dejando  á 
don  Pedro  de  Deza,  presidente  de  Granada ,  con  título 
de  capitán  general ,  y  en  Almería  por  general  de  la  in- 
fantería á  don  Francisco  de  Córdoba ,  descendiente  áa 
aquella  cama  de  leones  del  conde  don  Martin.  Corrían 
la  tierra  á  menudo  las  cuadrillas,  metían  en  Granada 
moros  y  moras ,  y  no  había  semana  que  no  hubiese  ca- 
balgada. Al  entrar  en  la  puerta  délas  Manos  hacían  sal- 
va, subiendo  por  el  Zacatín  arriba,  hasta  llegará  la 
chancillería;  daban  noticia  al  Presidente  para  que  viese 
lo  que  traían,  y  entregaban  los  moros  en  la  cárcel ,  y  de 
cada  uno  les  daban  veinte  ducados ,  como  está  dicho  : 
atenazaban  y  ahorcaban  los  capitanes  y  moros  señalados,. 
y  los  demás  llevaban  á  galeras,  que  sü'viesen  al  remo 
esclavos  del  Rey. 


122 


DON  DIEGO  DE  ¡MENDOZA. 


Entre  estos  trujeron  un  moro  natural  de  Granada 
llamado  Farax.  Este,  como  supiese  la  voluntad  de  Gon- 
zalo el  Xeniz,  alcaide  sobre  los  alcaides,  y  de  sus  sobri- 
nos Alonso  y  Andrés  el  Xeniz,  y  otros  muchos,  que  era 
dé  entregarse  y  reducirse  si  se  les  concediese  perdón, 
llamó  á  Francisco  Barredo,  dándole  parte  de  la  volun- 
tad y  propósito  que  muchos  moros  tenian ,  y  aun  de 
matar  á  su  rey  si  no  se  quisiese  reducir  con  ellos ;  para 
lo  cual  convenia  que  procurase  verse  con  Gonzalo  el 
Xeniz,  que  era  uno  de  los  quemas  lo  deseaban.  Sabido 
esto,  Francisco  Barredo  se  fué  á  las  Alpujarras,yen 
llegando  al  presidio  de  Cádiar  sacó  de  una  bóveda  del 
castillo  un  moro  que  tenian  preso  (í),  y  le  dio  una  car- 
ta para  Gonzalo  el  Xeniz,  en  que  le  liacia  saber  la  causa 
de  su  venida ;  que  viese  la  orden  que  habia  de  tener 
para  verse  con  él :  recibida  la  carta,  respondió  que  otro 
tlia  al  amanecer  se  viniese  á  un  cerro  media  legua  de 
Cádiar,  y  que  adonde  viese  una  cruz  en  lo  alto  le 
aguardase,  soltando  la  escopeta  tres  veces  por  contra- 
seña :  fué,  y  hecha  la  seña,  llegó  el  Xeniz,  sus  sobrinos  y 
otros  moros  mostrando  mucha  alegría  de  velle  :  lo  que 
trataron  fué  que  si  le  traía  perdón  del  Rey  para  «1  y  los 
que  se  quisiesen  reducir,  que  les  entregarla  á  Abena- 
bó,su  rey,  muerto  ó  vivo  :  con  esto  sj despidió,  prome- 
tiéndoles de  haccllo  y  ponello  por  obra ,  y  avisallos  de 
la  voluntad  del  Rey.  Vino  á  Granada  Francisco  Barre- 
do,  dio  cuenta  al  Presidente  de  lo  que  habia  pasado 
con  Gonzalo  el  Xeniz ,  y  lo  que  le  habia  prometido  :  dio 
el  Presidente  aviso  al  Rey ,  que  visto  lo  que  prometía  el 
Xeniz,  le  concedió  perdón  á  él  y  á  todos  los  que  con 
él  viniesen  :  vino  la  cédula  real  al  Presidente,  que  visto 
que  no  habia  quien  con  veras  lo  pudiese  hacer,  hizo 
llamar  á  Barredo,  y  entregándole  la  cédula,  le  pidió  con 
las  veras  y  recato  que  en  tal  negocio  convenia,  lo  hi- 
ciese. 

Recibida  la  cédula,  se  partió,  y  llegó  á  Cádiar  con  el 
moro  que  antes  habia  llevado  la  carta  :  avisóle  como 
tenia  lo  que  pedia ;  que  se  viese  con  él  en  el  sitio  y  lu- 
gar que  antes  se  habian  visto.  Llegado  el  Xeniz,  y 
vístala  cédula  y  perdón,  la  besó  y  pusosobre  su  cabe- 
za :  lo  mismo  hicieron  los  que  con  él  venían  ;  y  despi- 
diéndose del,  fueron  á  poner  en  ejecución  lo  concerta- 
do. Francisco  Barredo  se  volvió  al  castillo  de  Bérchul , 
porque  allí  le  dijo  el  Xeniz  que  le  aguardase;  Gonzalo  el 
Xeniz  y  los  demás  acordaron,  para  hacello  á  su  salvo, 
que  seria  bien  que  uno  dellos  fuese  á  Abdalá  Abenabó, 
y  de  su  parte  le  dijese  que  la  noche  siguiente  se  viese 
con  él  en  las  cuevas  de  Bérchul ,  porque  tenia  que  pla- 
ticar con  él  cosas  que  convenían  á  todos.  Sabido  por 
Abenabó ,  vino  aquella  noche  á  las  cuevas  solo  con  un 
moro,  de  quien  se  liaba  mas  que  de  ninguno;  y  atites 
que  llegase  á  las  cuevas  despidió  veinte  tiradores  que 
de  ordinario  le  acompañaban ,  todo  á  íin  de  que  no  su- 
piesen adonde  tenia  la  noche.  Saludóle  Gonzalo  el  Xe- 
niz, dicíéudüle:  «Abdalá  Abenabó,  lo  que  te  quiero  de- 
cir es  que  mires  estas  cuevas ,  que  están  llenas  de  gen- 
io desventurada ,  asi  de  enfermos  como  de  viudas  y 

',1)  Zatahañ  le  llama  Mármol ,  como  veremos  en  su  lugar. 


huérfanos,  y  ser  las  cosas  llegadas  á  tales  términos, 
que  sí  todos  no  se  daban á  merced  del  Rey,  serian 
muertos  y  destruidos;  y  haciéndolo,  quedarían  libres 
de  tan  gran  miseria.»  Cuando  Abenabó  oyó  las  palabras 
del  Xeniz,  díó  un  gritó  que  pareció  se  le  había  arranca- 
do el  alma,  y  echando  fuego  por  los  ojos  ledijo  :  « ¡Co- 
mo, Xeniz!  ¿Para  esto  me  llamabas?  ¿Tal  traición  me 
tenias  guardada  en  tu  pecho?  No  me  hables  más  ni  te 
vea  yo;»  y  diciendo  esto,  se  fué  para  la  boca  de  la  cue- 
va ;  mas  un  moro  que  se  decía  Cubayas  le  asió  los 
brazos  por  detrás,  y  uno  de  los  sobrinos  del  Xeniz  le 
dio  con  el  mocho  de  la  escopeta  en  la  cabeza  y  le  atur- 
dió ,  y  el  Xeniz  le  dio  con  una  losa  y  le  acabó  de  matar : 
tomaron  el  cuerpo,  y  envuelto  en  unos  zarzos  de  cañas 
le  echaron  la  cueva  abajo,  y  esa  noche  le  llevaron  sobre 
un  macho  á  Bérchul,  adonde  hallaron  á  Francisco  Bar- 
redo  y  á  su  hermano  Andrés  Barredo  :  allí  le  abrieron 
y  sacaron  las  tripas,  hinchiendo  el  cuerpo  de  paja.  He- 
cho esto,  Francisco  Barredo  requirió  á  los  soldados  del 
presidio  y  á  su  capitán  que  le  diese  ayuda  y  favor  para 
llevarle  á  Granada.  Visto  el  requerimiento,  le  acompa- 
ñaron, y  en  el  camino  encontraron  con  doscientos  y 
cincuenta  moros  de  paz,  que  sabida  la  muerte  de  Abe- 
nabó ,  y  el  nuevo  perdón  que  el  Rey  daba  ,  llegaron  á 
reducirse.  Vinieron  á  Armilla ,  lugar  de  la  Vega,  y  allí 
le  pusieron  caballero  en  un  macho  de  albarda ,  y  una 
tabla  en  las  espaldas,  que  sustentaba  el  cuerpo,  que 
todos  le  viesen ;  los  moros  de  paz  iban  delante  y  los 
soldados  y  Francisco  Barredo  detrás.  Llegados  á  Gra- 
nada, al  entrar  de  la  plaza  de  Bíbarrambla  hicieron 
salva;  lo  proprio  en  llegando  á  lachancillería:  allí  á 
vista  del  Presidente  le  cortáronla  cabeza  ,  y  el  cuerpo 
entregaron  á  los  muchachos ,  que  después  de  habello 
arrastrado  por  la  ciudad,  lo  quemaron ;  la  cabeza  pu- 
sieron encima  de  la  puerta  de  la  ciudad,  la  que  dicen 
puerta  del  Rastro ,  colgada  de  una  escarpía  á  la  parte 
de  dentro,  y  encima  una  jaula  de  palo,  y  un  rétulo  en 
ella  que  decía : 

ESTA  ES  LA  CABEZA 

DEL  TRAIDOR  DE  ARENADO. 

NADIE  LA  flüITE, 

SO  PENA  DE  MUERTE. 

Tal  fin  hizo  este  moro,  á  quien  ellos  tuvieron  por  rey 
después  de  Aben  Humeya  :  los  moros  que  quedaban, 
unos  se  dieron  de  paz  y  otros  se  pasaron  á  Berbería ;  y 
á  los  demás  las  cuadrillas  y  la  frialdad  de  la  sierra  y 
mal  pasar  los  acabó ;  y  feneció  la  guerra  y  levanta- 
miento. 

Quedó  la  tierra  despoblada  y  destruida ;  vino  gente 
de  toda  España  á  poblarla,  y  dábanles  las  haciendas  de 
los  moriscos  con  un  pequeño  tributo  que  pagan  cada 
un  año  :  á  Francisco  Barredo  le  hizo  el  Rey  merced  de 
seis  mil  ducados,  y  que  estos  se  los  diesen  en  bienes 
raíces  de  los  moriscos ,  y  una  casa  en  la  calle  de  la 
Águila,  que  era  de  un  mudejar  echado  del  reino  :  des- 
pués pasó  en  Berbería  algunas  veces  á  rescatar  capti- 
vos, y  en  un  convite  le  mataron. 


HISTORIA 


DEL 


REBELIÓN  Y  CASTIGO  DE  LOS  MORISCOS  DEL  REINO  DE  GRANADA, 


DiaiGlDA 


A  DON  JUAN  DE  CÁRDENAS  Y  ZÜÑIGA, 

conde  de  Miranda ,  marqués  de  la  Bañeza ,  del  consejo  de  Estado  del  Rey  nuestro  señor,  y  tu  presidente 
en  los  reales  consejos  de  Castilla  y  de  Italia; 


POR  LUIS  DEL  MARMOL  CARVAJAL, 

ANDANTE  EN  CORTE  DE  SU  MAJESTAD. 


DEDICATORIA. 

Los  antiguos  y  graves  escritores  procuraron  siempre  arrimar  sus  obras  debajo  de  la  protección 
y  amparo  de  los  príncipes  mas  excelentes  y  estimados  de  sus  tiempos;  y  con  este  ejemplo,  ha- 
biendo yo  escrito  la  Historia  del  rebelión  y  castigo  de  los  moriscos  del  reino  de  Gitanada ,  puse  los 
ojos  en  darle  el  favor  de  vueseñoría,  en  quien  tanto  florecen  religión  y  milicia :  dos  cosas  de  que 
particularmente  trata;  y  también  por  ser  el  real  consejo  de  Castilla,  donde  vueseñoría  preside, 
autores  de  un  tan  grande  triuníb*como  fué  desarraigar  los  moros  de  aquel  reino,  que  tantos  si- 
glos tuvieron  hecho  torpe  abismo  de  maldades ,  y  haber  vueseñoría  derramado  su  sangre  com- 
batiendo por  su  persona  el  fuerte  peñón  de  Fregiliana,  donde  herido  de  saeta  mostró  el  invicto 
valor  de  sus  antepasados,  haciendo  oficio  de  prudente  capitán  y  de  valeroso  soldado.  Poníame 
temor  ser  juzgado  tan  ignorante  como  atrevido  en  poner  mi  bajo  estilo  en  manos  de  vueseñoría, 
tra vendo  consigo  tanta  desproporción ;  mas  aseguróme  su  mucha  afabilidad  y  nobleza,  adornada 
de  linaje ,  riquezas  y  letras  :  cuanto  al  linaje ,  Zúñiga,  Avellaneda,  Bazan  y  Cárdenas,  nobilísimas 
y  antiquísimas  casas  en  los  reinos  de  Castilla  y  de  Navarra;  cuanto  á  riquezas,  conde  de  Miran- 
da, marqués  de  la  Bañeza  y  señor  de  las  casas  de  Avellaneda  y  Bazan;  pues  cuanto  á  las  le- 
tras, la  buena  gobernación  del  principado  de  Cataluña  y  del  reino  de  Ñapóles,  donde  vueseñoría 
fué  visorey,  y  el  consejo  de  Estado  del  Rey  nuestro  señor,  y  las  presidencias  de  los  dos  reales  con- 
S(!Jos  de  Castilla  y  de  Itaha,  en  que  reside,  lo  testifican.  Consideradas  todas  estas  cosas,  determiné 
de  hacer  atrevida  elección,  y  escrebí  á  Pedro  Zapata  del  Marmol,  mi  hermano,  escribano  do 
cámara  del  real  consejo  de  Castilla ,  que  besase  á  vueseñoría  las  manos  y  le  suplicase  se  dignase 
de  dar  á  la  Historia  su  favor.  Kespondióme  haber  hallado  en  vueseñoría  todo  mi  deseo  con  de- 
mostración de  contento,  el  cual  tengo  tan  grande  en  ver  la  hija  de  mi  pobre  entendimiento  tan 
bien  puesta ,  que  no  sé  cómo  poderlo  explicar  en  los  años  que  me  quedan  de  vida  sobre  setenta 
y  seis  de  mi  edad.  Los  que  fueren  ofrezco  al  servicio  de  vueseñoría,  cuyo  criado  y  servidor  me 
pubüco  de  hoy  mas,  en  comemoracion  de  tanta  merced  y  favor. 

Luis  dei  Mármol  Carvajal. 


124  LUIS  DEL  MARMOL  CARVAJAÍ,. 


PROLOGO. 


Es  costumbre  antigua,  que  aun  dura  el  diada  hoy  entre  los  doctos  varones  y  de  buen  entendi- 
miento ,  escrebir  y  sacar  á  luz  las  cosas  que  por  su  ingenio  ó  por  documento  de  otros  hallaron 
ser  provechosas  á  sus  repúblicas.  Hubo  muchos  de  singular  doctrina  que  compusieron  obras  mo- 
rales para  instruir  los  ánimos  en  la  virtud.  Otros  declararon  á  sus  naturales  las  cosas  extrañas  y 
peregrinas  por  interpretación ,  y  perpetuaron  las  proprias  para  un  claro  ejemplar  en  la  memoria 
de  las  letras,  dando  á  cada  cual  su  medida,  como  jueces  de  la  fama  y  testigos  de  la  verdad.  Los 
que  juntando  esta  diligencia  con  la  obligación  para  común  aprovechamiento ,  y  pesando  los  he- 
chos de  la  fama ,  según  lo  que  valieron  y  pesaron ,  procuraron  dejar  á  sus  sucesores  fiel  memoria, 
con  razón  deben  ser  loados,  y  tenido  en  mucho  su  trabajo,  por  eí  amor  que  tuvieron  á  su  proprio 
ser.  Todas  las  cosas  en  su  modo  trabajan  por  perpetuarse.  Las  que  son  naturales,  en  que  sola- 
mente obra  naturaleza,  y  no  la  industria  humana,  tienen  en  sí  mesmas  una  virtud  generativa,  que 
cuando  debidamente  son  dispuestas,  aunque  peligren  en  su  corrupción,  la  mesma  naturaleza  las 
vuelve  á  renovar  y  les  da  nuevo  ser,  con  que  se  conservan  en  su  propria  especie ;  mas  las  que  no  son 
naturales ,  sino  hechos  humanos,  como  no  tienen  virtud  animada  para  engendrar  cosa  semejante 
á  sí,  porque  con  la  brevedad  de  la  vida  del  hombre  no  acabasen  con  su  autor,  fué  necesario  que 
elmesmo  hombre,  para  conservar  su  nombre  en  la  memoria  dellas,  buscase  este  divino  artificio 
de  las  letras,  que  representase  en  futuro  sus  obras.  Porque  la  habla,  siendo  animada,  no  tiene  mas 
vida  que  el  instante  de  su  pronunciación,  y  pasa,  á  semejanza  del  tiempo,  que  no  tiene  regreso. 
Y  las  letras,  siendo  caracteres  muertos,  contienen  en  sí  espíritu  de  vida ,  y  lo  dan  entre  los  hom- 
bres á  todas  las  cosas,  multiplicándolas  en  la  parte  memorativa  por  uso  de  frecuentación  tan  es- 
piritual, en  hábito  de  perpetuidad,  que  por  medio  dellas  en  fin  del  mundo  serán  tan  presentes 
nuestras  personas,  hechos  y  dichos  á  los  que  entonces  fueren,  como  lo  son  el  dia  de  hoy,  y 
vemos  que  vive  lo  que  hicieron  y  dijeron  los  que  fueron  al  principio  del  por  la  literal  custo- 
dia. Siendo  pues  el  fruto  de  los  hechos  humanos  muy  diferente  del  natural ,  producido  de  la  si- 
miente de  las  cosas  que  fenecen  en  el  mesmo  hombre ,  para  cuyo  uso  fueron  criadas ,  y  el  de  las 
obras  eterno ,  por  proceder  del  entendimiento  y  voluntad ,  donde  se  fabrican  y  aceptan ,  que  por 
ser  partes  espirituales  las  hacen  eternas;  de  aquí  nos  queda  natural  y  justa  obligación  á  ser  tan 
diligentes  y  solícitos  en  conservar  la  memoria  de  nuestros  hechos ,  para  con  ellos  aprovecharnos 
en  buen  ejemplo,  como  prontos  y  constantes  en  hacerlos,  por  el  común  y  temporal  provecho 
de  nuestros  naturales.  ¿Qué  fuera  de  los  hechos  de  los  caldeos ,  asirlos,  medos,  persas ,  griegos, 
romanos,  siBeroso  Caldeo,  Metastenes,  Diodoro  Sículo,  Procopio,  Trogo  Pompeyo,  Herodoto, 
Halicarnasio,  Justino,  y  Tito  Livio  y  otros  no  los  escribieran?  Considerando  pues  que  esta  dili- 
gencia de  encomendar  las  cosas  con  fieldad  al  archivo  de  las  leíras ,  conservadoras  de  todas  las 
obras,  es  tan  necesaria  en  nuestra  España,  cuanto  los  españoles  son  prontos  y  diligentes  en  los  he- 
chos que  competen  por  milicia,  y  descuidados  en  escrebirlos ;  porque  no  se  perdiese  la  memoria 
de  muchos  y  muy  gloriosos  sucesos,  que  estaban  ya  casi  olvidados ,  recopilamos  y  pusimos  todo 
lo  que  pareció  digno  de  memoria  en  el  segundo  libro  de  nuestra  Descripción  de  África,  que 
salió  á  luz  en  el  año  de  la  redención  del  mundo  4573,  y  la  dirigimos  al  católico  rey  don  Fe- 
lipe nuestro  señor,  segundo  deste  nombre,  que  la  mandó  poner  en  su  librería  delEscurial; 
y  después ,  prosiguiendo  en  la  aceptación  del  peligroso  trabajo  de  la  historia ,  escribimos  el 
Rebelión  y  castigo  de  los  moriscos  del  reino  de  Granada ,  con  todas  las  cosas  memorables  del : 
lo  cual  pudimos  hacer  con  mas  comodidad  que  otro ,  por  haber  asistido  desde  el  principio 
hasta  el  fin  en  el  ejército  de  su  majestad.  Y  trazada  y  dibujada  la  obra,  la  presentamos  en  el 
supremo  consejo  de  Castilla,  porque  siendo  la  materia  que  en  ella  se  trata  uno  de  los  mayores 
triunfos  destos  reinos,  se  publicase  con  licencia  y  autoridad  de  los  autores  del.  Y  vista  y  exami- 
nada por  el  licenciado  Juan  Díaz  de  Fuenmayor,  del  consejo  y  cámara  de  su  majestad,  y  última- 
mente por  el  licenciado  Rivadeneyra,  oidor  que  fué  en  la  audiencia  real  de  Granada  durante  esta 
guerra,  que  ya  lo  era  del  supremo  Consejo ,  a  quien  fué  cometida,  con  sus  relaciones  y  pareceres 
se  mandó  imprimir.  Cuanto  á  mí,  fué  un  fruto  voluntario  que,  imitando  á  la  madre  tierra ,  quise 
dar  con  mas  cuidado  y  diligencia  que  si  me  fuera  encomendado,  movido  de  natural  obligación,  y 
con  celo  casi  envidioso  de  la  gloria  que  los  fieles  cristianos  que  derramaron  su  sangre  v  pa- 
decieron martirio  por  nuestro  Redentor,  merecieron.  Va  repartida  en  diez  libros.  En  el  primero 
se  contiene  la  descripción  del  reino  de  Granada,  y  la  conquista  que  los  catóUcos  reyes  don  Her- 
nando y  doña  Isabel  hicieron  en  él ,  y  la  conversión  de  los  moros  á  nuestra  santa  fe  católica,  y  las 
alteraciones  que  sobre  ello  hubo;  siguiendo  en  este  particular  á  Hernando  de  Ribera,  y  Alonso  de 
Palencia,  y  á  Hernando  del  Pulgar,  y  á  Luis  de  Carvajal ,  y  á  otros  autores,  y  tomando  de  algunos 
libros  arabos,  que  pudimos  conformar  con  certidumbre.  El  segundo  trata  de  los  medios  que  los 


REBELIÓN  Y  CASTIGO  DE  LOS  MORISCOS  DE  GRANADA.  125 

príncipes  cristianos  procuraron  con  los  nuevamente  convertidos  para  que  dejasen  las  costumbres 
y  ceremonias  de  moros.  El  tercero  trátalas  contradiciones  que  aquellas  gentes  hicieron  con  ra- 
zones morales  para  no  dejar  de  usar  de  aquellas  cosas  en  que  conservábanla  memoria  de  suera  y 
seta;  y  como  revolviendo  sus  pronósticos  ó  jofores,  que  tenian  de  tiempo  de  moros,  trataron  de 
hacer  novedad.  En  el  cuarto  se  pone  el  principio  del  rebelión,  y  entrada  que  los  principales  au- 
tores hicieron  en  el  Albaicin ,  y  como  declarándose  por  moros ,  hicieron  elección  de  caudillo  de 
su  nación  en  el  Alpujarra ,  y  con  bárbara  crueldad  pusieron  hierro  y  fuego  en  los  templos  sagra- 
dos y  en  los  sacerdotes  de  Jesucristo  que  moraban  en  sus  alearías.  En  el  quinto  se  trata  de  la 
jornada  que  el  marqués  de  Mondéjar  hizo  contra  estos  rebeldes,  y  la  entrada  del  marqués  de  los 
Vélez  por  la  parte  del  reino  de  Murcia,  y  el  progreso  que  estos  dos  campos  hicieron,  y  la  venida 
del  serenísimo  don  Juan  de  Austria ,  hermano  del  rey  nuestro  señor ,  á  Granada,  para  con  su  au- 
toridad dar  fin  á  la  importuna  guerra ;  y  como  se  comenzaron  á  reducir  los  alzados.  El  sexto  trata 
de  las  desórdenes  de  nuestra  gente  de  guerra ,  que  molestaron  tanto  los  reducidos,  que  la  mayor 
parte  dellos  se  volvieron  á  la  sierra;  y  como  su  majestad  mandó  retirar  la  tierra  adentro  los  mo- 
riscos del  Albaicin  y  vega  de  Granada,  para  asegurarlos,  y  asegurarse  dellos.  En  el  sétimo  se  con- 
tiene la  entrada  del  marqués  de  los  Vélez  en  el  Alpujarra,  y  la  victoria  que  hubo  de  Aben  Humeya 
en  Valor,  y  la  muerte  de  aquel  tirano,  y  como  los  alzados  nombraron  en  su  lugar  á  Aben  Aboo, 
y  el  progreso  del  campo  del  marqués  de  los  Vélez.  El  octavo  trata  la  jornada  que  don  Juan  de  Aus- 
tria hizo  por  su  persona  sobre  la  fuerte  villa  de  Galera,  y  por  los  rios  de  Almanzora  y  Almería ,  y 
la  entrada  del  duque  de  Sesa  en  la  Alpujarra,  y  la  saca  de  los  moriscos  que  habían  quedado  en  la 
vega  de  Granada.  En  el  noveno  se  contienen  los  tratos  que  hubo  sobre  la  reducion  general,  y 
la  jornada  que  don  Antonio  de  Luna  hizo  en  la  serranía  de  Ronda  para  despoblar  aquellos  lugares. 
Y  el  deceno  trata  la  reducion  de  los  moriscos  de  la  dicha  sierra  de  Ronda,  y  la  entrada  que  don 
Luis  de  Zúñiga  y  Requesenes,  comendador  mayor  de  Castilla,  hizo  en  la  Alpujarra  contra  los 
que  no  se  habían  querido  reducir,  y  el  progreso  que  este  campo  hizo,  y  la  saca  de  los  moriscos 
reducidos  que  estaban  en  el  reino  de  Granada,  y  la  muerte  de  Aben  Aboo,  y  fin  desta  guerra. 
Muchas  particularidades  hallará  el  lector  en  estos  diez  libros;  y  sí  todavía  le  pareciere  que  falta 
algo  de  lo  que  él  sabe,  tome  lo  que  hallare ;  porque  siendo  tan  general  y  de  tan  varios  sucesos, 
en  tantas  partes  y  á  un  mesmo  tiempo,  obligación  tendrá  de  suplirlo  con  buena  discreción ,  con- 
siderando que  no  nos  faltaría  diligencia  para  saberlos,  y  que  se  pudieron  pasar  algunas  cosas  por 
alto. — Vale. 


HISTORIA 


EEBEIION  Y  CASTIGO  DE  LOS  MORISCOS  DEL  RSDÍO  DE  GRANADA. 


LIBRO  PRIMERO. 


CAPITULO  PRIMERO. 

Qiie  tiata  de  la  provincia  de  la  Andalucía,  que  los  antiguos  llama- 
ron Bélica,  y  cómo  el  reino  de  Granada  es  una  parte  della. 

La  provincia  Bélica ,  tan  celebrada  de  los  antiguos 
cícritores  en  España ,  es  propriamente  la  que  después 
l¡;i.maron  Vandalia  ó  Vandalocia,  del  nombre  de  una  ge- 
tseracion  de  gentes  llamados  vándalos ,  que  moraron  y 
tuvieron  señorío  en  ella.  Estos  eran  de  nación  alemanes 
y  entraron  en  la  Galia,que  llaman  eldiade  hoy  Francia, 
con  el  cónsul  Estilicon,  dos  años  antes  que  Alarico,  rey 
godo,  saquease  la  ciudad  de  Roma,  en  el  año  4i2  de 
nuestra  salud,  que  se  contaron  12G4  de  su  fundación  por 
Rómulo ;  los  cuales ,  acompañados  con  los  borgoñones, 
alanos  y  suevos,  que  también  eran  alemanes,  guerrearon 
con  los  francos,  pueblos  de  la  provincia  de  Franconia 
que  ocupaban  la  Galia ;  y  echándolos  della  por  fuerza 
de  armas,  les  hicieron  dar  vuelta  á  su  provincia ,  y  se 
quedaron  ellos  en  la  tierra,  robándola  á  su  voluntad. 
Contentándose  pues  los  borgoñones  con  aquella  parte 
que  llamamos  Borgoña,  los  vándalos,  alanos  y  suevos 
pasaron  á  la  provincia  de  Aquitania,  que  es  en  la  de  Nar- 
bona,  y  destruyendo  y  robando  todas  las  comarcas,  lle- 
garon á  los  montes  Pireneos;  mas  no  pudieron  pasar 
por  entonces  á  España,  porque  se  lo  defendió  nuestra 
gente  en  la  aspereza  y  fragosidad  de  aquellas  monta- 
ñas. Sucedió  en  este  tiempo  que  un  capitán  del  impe- 
rio romano,  llamado  Gracian,  se  apoderó  tiránicamen- 
te de  la  isla  de  Bretaña ,  donde  era  natural ,  y  duramlo 
poco  en  su  tiranía  ,  los  mesmos  soldados  del  ejército  le 
mataron,  y  saludaron  por  emperador  á  un  soldado  par- 
ticular llamado  Constantino,  el  cual  pasó  luego  á  la  Ga- 
lia contra  los  vándalos,  alanos  y  suevos,  que  estaban 
apoderados  della,  y  guerreando  fuertemente,  nunca 
pudo  sujetarlos ,  y  al  íin  hubo  de  hacer  paz  con  ellos, 
aunque  con  este  nombre  de  paz  le  burlaron  muchas 
veces.  Envió  también  este  emperadora  España  sus  go- 
bernadores ,  que  llamaban  jueces ,  para  que  rigiesen  y 
gobernasen  la  tierra  en  su  nombre;  los  cuales  fueron 
muy  bien  recebidos  en  todas  las  provincias,  y  solamen- 
te dejaron  de  obedecer  los  dos  nobles  caballeros  her- 
manos, naturales  de  la  ciudad  de  Palencia,  llamados 
Dindino  y  Veroniano,  que  siendo  ricos  y  muy  empa- 
rentados, tomaron  la  voz  de  Honorio,  legítimo  empera- 
dor romano ,  y  por  conservarle  aquel  reino  resistieron 
mucho  tiempo  á  su  costa  el  ímoetu  de  los  enemigos,  y 


les  defendieron  la  entrada  en  España  por  los  Pireneos. 
Viendo  Constantino  la  resistencia  que  los  dos  herma- 
nos hacían  á  sus  gentes,  envió  contra  ellos  á  su  hijo 
Constancio,  que  siendo  fraile  le  había  tomado  por  com- 
pañero en  el  imperio ,  con  las  escuadras  de  los  pitios, 
que  por  otro  nombre  llamaban  honoricianos ,  porque 
habían  militado  en  Bretaña  en  servicio  del  emperador 
Honorio,  el  cual  pasó  á  fuerza  de  armas  los  montes 
Pireneos,  y  llevando  consigo  los  vándalos,  alanos  y 
suevos,  que,  como  queda  dicho,  ocupaban  toda  la  pro- 
vincia de  Aquitania ,  entró  en  España  y  peleó  con  ¿in- 
dino y  Veroniano,  y  los  venció  y  mató,  y  destruyó  toda 
la  tierra  de  los  palentinos.  Desta  vez  quedó  abierta  la 
entrada  á  estas  gentes,  y  pasando  mucho  número,  an' 
vándalos  como  alanos  y  suevos,  usaron  en  España  in- 
sultos, muertes  y  crueldades  jamás  oidas  ni  vistas.  Sa- 
quearon la  ciudad  de  Astorga,  cercaron  á  Toledo,  y  no 
la  pudiendo  tomar,  destruyeron  toda  su  comarca,  y  ar- 
rimándose al  rio  Tejo ,  pasaron  á  la  ciudad  de  Lisbona 
y  la  cercaron ;  aunque  no  pararon  allí  mucho  tiempo, 
porque  los  ciudadanos  les  dieron  gran  suma  de  dine- 
ros y  se  fueron  á  otras  partes.  Discurriendo  pues  vic- 
toriosos por  España,  andando  el  tiempo  vinieron  á  ser 
señores  de  las  provincias  y  á  repartirlas  entre  sí.  La 
Lusitania,  que  es  Portugal ,  cupo  á  los  suevos;  Galicia 
y  Mérida  á  los  alanos,  y  la  Bélica  á  los  vándalos,  que 
también  extendieron  su  señorío  después  por  África. 
Esto  dice  Osorio,  y  papa  Pío,  en  el  compendio  que  hizo 
de  la  historia  del  Blondo  de  Forl¡,lo  trata  largamente. 
Estos  vándalos  dieron  nuevo  nombre  á  nuestra  Bélica, 
y  por  ellos  fué  después  llamada  Vandalia  ó  Vandalocia, 
y  agora  la  llamamos  corruptamente  Andalucía.  Los  es- 
critores africanos  hacen  mucha  mención  de  los  vánda- 
los, y  los  llaman  nindeluz ,  y  debajo  deste  nombre  com- 
prenden todos  los  moradores  de  la  Bélica  y  todo  lo  que 
poseyeron  los  vándalos  en  África,  conviene  ú  saber,  la 
tierra  que  cae  desde  la  sierra  Morena  hasta  el  mar  Me- 
diterráneo ,  y  las  dos  Mauritanias,  Tingitania  y  Cesa- 
riense ,  y  parte  de  la  Numidia  y  de  la  África  propria, 
especialmente  lo  que  cae  hacia  nuestro  mar;  los  cuales 
destruyeron  á  Cartago ,  como  lo  dice  el  Johorí  en  su 
Loga,  y  Mahomete  Aben  Jouhor  en  su  Geográfica.  Y 
aunque  este  nombre  nindeluz  se  ha  ido  perdiendo  en- 
tre los  moradores  de  Berbería,  en  España  se  ha  con- 
servado y  conservó  siempre  entre  los  moros,  y  los  cris- 


REBELIÓN  Y  CASTIGO  DE 

tlanos  naturales  desta  provincia  los  llaman  andalu- 
ces. No  dejaré  de  decir  en  este  lugar  como  algunos 
escritores  árabes  llaman  por^probrio  á  los  vándalos 
nindelez,  nombre  derivado  de  delez,  que  en  su  latini- 
dad árabe  significa  cosa  de  poca  confianza  ó  falsa,  im- 
putándolos de  falsos ;  y  si  bien  se  considera,  las  gran- 
dísimas crueldades,  la  poca  fe  y  sobra  de  malicia  que 
los  vándalos  usaron  en  Francia,  en  España  y  en  Áfri- 
ca, sin  respetar  cosa  divina  ni  humana,  parecerá  ha- 
berles aplicado  los  alárabes  tan  satíricos  aquel  nombre 
con  alguna  manera  de  razón ,  siendo  poco  diferente 
del  proprio.  Pasando  después  los  vándalos  en  África 
con  Genserico ,  su  rey,  so  color  de  socorrer  á  Bonifa- 
cio contra  Sisulfo,  los  visogodos,  que  habían  movido  las 
armas  contra  ellos,  ocuparon  la  provincia  Bélica  y  la 
poseyeron  hasta  que  los  acabes  destruyeron  á  España; 
los  cuales  pusieron  la  silla  de  su  imperio  y  seta  en  la 
ciudad  de  Córdoba,  y  la  hicieron  cabeza  de  la  Bética 
6  Vandalia.  Mas,  declinando  después  las  cosas  de  los 
alárabes,  hubo  entre  ellos  muchos  reyes,  y  siendo  po- 
co poderosos,  guerreando  con  ellos  cuarenta  y  cuatro 
reyes  cristianos  por  espacio  de  setecientos  setenta  y 
tres  años,  al  fin  les  fueron  ganando  las  ciudades,  villas 
ycastillos  que  tenían,  yéndolos  arrinconando  siempre 
hacia  la  costa  del  mar  Mediterráneo ,  donde  está  el 
reino  de  Granada,  última  parte  de  la  provincia  Bética. 
Con  los  moros  que  huían  de  las  armas  de  los  príncipes 
cristianos  se  ennobleció  y  pobló  este  reino,  y  floreció 
la  famosa  y  gran  ciudad  de  Granada ,  y  su  rey  se  hizo 
rico  y  poderoso  de  gente,  armas  y  municiones;  y  tanto, 
que  pudo  sustentarse  largos  tiempos.  Esta  noble  ciu- 
dad dio  nombre  á  todo  el  reino ,  mas  no  por  eso  per- 
dieron los  moradores  della  y  del  el  nombre  de  anda- 
luces ó  nindeluces,  como  los  otros  pueblos  de  la  Bé- 
tica ó  Andalucía ;  y  así  los  llaman  todavía  los  africanos. 

CAPITULO  II. 

Que  trata  de  la  descripción  del  reino  de  Granada,  como  lo  poseía 
el  rey  moro  Abul  Hacen  cuando  los  católicos  reyes  don  Her- 
nando y  doña  Isabel  comenzaron  á  reinar  en  Castilla  y  en  León. 

El  reino  de  Granada,  como  queda  dicho,  cae  en  la 
última  parte  de  la  provincia  Bética  sobre  el  mar  Me- 
diterráneo, y  fué  lo  postrero  que  los  moros,  enemigos 
de  nuestra  santa  fe,  sustentaron  en  España,  y  de  lo 
primero  que  los  alárabes  ocuparon  en  su  primera  en- 
trada, los  cuales  le  llaman  Beletel  Nindüuz,  como  si 
dijésemos  la  tierra  de  los  andaluces;  mas  algunos  an- 
tiguos le  llamaron  provincia  de  Iliberia,  por  una  famo- 
sa ciudad  que  allí  habia ,  de  que  haremos  particu- 
lar mención  en  esta  historia.  Los  límites  deste  reino, 
cuando  los  católicos  reyes  don  Hernando  y  doña  Isa- 
bel reinaron  por  divina  permisión  en  Castilla  y  en  León, 
eran  en  esta  manera.  A  la  parte  de  poniente  comen- 
zaba desde  los  términos  marítimos  mas  orientales  de 
la  ciudad  de  Gibraltar,  que  los  alárabes  llaman  Gibel 
Feloh,  que  quiere  decir  monte  de  la  entrada  de  la  vic- 
toria, desde  una  señal  que  hoy  día  llaman  los  morado- 
res de  aquella  tierra  las  Tres  Piedras ,  y  extendiéndose 
largamente  sobre  el  Mediterráneo,  llegaba  ala  parte 
de  levante  hasta  el  reino  de  Murcia,  bañándole  los  ma- 
res Hercúleo ,  Iberio  y  parte  del  Sardoo ,  que  cae  en  el 
occidente  del  Mediterráneo.  Al  cierzo  confinaba  con 
Otros  lugares  de  la  Andalucía  que  los  reyes  cristiatios 


LOS  MORISCOS  DE  GRANADA.  i  27 

1  habían  cobrado  en  diferentes  tiempos  y  ocasiones  de 
guerras,  como  son  las  villas  de  Castellar,  Jimena,  Es- 
pera, Zara,  la  Torre  el  Haquin,  Olvera,  Villa  Martín,  Ca- 
ñete, Hardales,  Estepa-,  el  Pontón  de  Don  Gonzalo,  Lu- 
cena.  Cabra,  Baena,  Rute,  Luque-,  Mártos,  Torrejime- 
na ,  Torre  el  Campo ,  la  ciudad  de  Jaén ,  la  Guardia, 
Pegalajar,  Torres  Jimena,  Belmar,  Jódary  Quesada.  Y 
pasando  mas  adelante,  confinando  con  los  lugares  del 
adelantamiento  de  Cazorla,  y  por  las  faldas  de  la  sierra 
de  Segura  se  iba  á  juntar  con  el  reino  de  Murcia.  Todo 
loque  cae  en  este  ámbito  comprendía  el  reino  de  Gra- 
nada, y  era  poseido  por  el  rey  moro  en  aquel  tiempo,  y 
habia  algunas  ciudades  y  villas  en  él,  que  siendo  ocu- 
padas por  los  reyes  cristianos ,  la  sustentaban  y  tenían 
en  ella  sus  fronteras.  Estas  eran  Antequera  y  Alcalá  la 
Real  y  la  villa  de  Archidona ,  y  otras  que  no  se  com- 
prenden aftora  en  el  reino  de  Granada ,  sino  en  la  otra 
parte  de  la  Andalucía ;  no  embargante  que  todas  las  vi- 
llas y  castillos  que  no  son  de  la  antigua  jurisdicción 
de  las  ciudades  de  Córdoba  y  Sevüla ,  fueron  antigua- 
mente de  la  provincia  ó  reino  de  Iliberia,  como  lo  dice 
Aben  Baxid  en  un  libro  que  hizo  en  Córdoba  por  man- 
dado del  halifa  de  Damasco ,  intitulado  Departimiento 
délas  tierras  de  España, y  entrada  y  conquista  que  los 
alárabes  hicieron  en  ella.  Volviendo  pues  á  nuestra 
descripción,  atraviesan  por  el  reino  de  Granada,  de 
poniente  á  levante ,  dos  sierras,  la  una  mayor,  mas  alta 
y  mas  fragosa  que  la  otra.  La  que  es  mayor  cae  hacia 
el  mar  Mediterráneo ,  y  tomando  principio  cerca  de  la 
ciudad  de  Gibraltar,  hace  las  serranías  de  Ronda,  y 
prosiguiendo  entre  las  ciudades  de  Málaga  y  Anteque- 
ra ,  deja  la  hoya  y  la  jarquía  á  mano  derecha,  y  va  por 
entre  Vélez  y  Alhama.  En  este  paraje  hace  el  puerto 
que  llaman  de  Zalia  ó  Cailia,  llamado  así  del  nombre  de 
una  fuerte  villa  que  habia  junto  á  él  en  aquel  tiempo 
hacía  la  parte  de  mediodía,  la  cual  fué  despoblada  des- 
pués que  los  Católicos  Reyes  ganaron  aquel  reino,  y  allí 
lucieron  una  fortaleza  por  bajo  del  sitio  antiguo ,  don- 
de hubo  muchos  años  gente  de  guerra  para  la  seguri- 
dad de  aquel  paso;  y  aun  se  ven  el  día  de  hoy  los  mu- 
ros en  pié ,  yendo  por  el  camino  que  va  de  Vélez  á  Al- 
bania sobre  mano  izquierda.  Desde  este  puerto  vuelve 
una  cordillera  de  sierra ,  que  procede  de  la  mayor  y  va 
hacia  la  mar;  llámanla  tierra  de  Tejeda  por  los  muchos 
tejos  que  hay  en  ella,  que  son  unos  árboles  derechos  y 
altos  como  el  aciprés,  y  la  madera  es  semejante  al  pi- 
no ,  y  se  aprovecha  rolliza  sin  aserrar  para  enmaderar 
las  casas  y  para  otras  muchas  labores.  Bajando  pues  por 
la  cordillera  desla  sierra ,  que  es  alta  y  muy  fragosa, 
á  la  mano  derecha  está  pegada  con  ella  otra  sierra  mas 
baja,  que  la  va  acompañando  hasta  la  mar,  y  la  llaman 
sierra  de  Bentomiz ,  del  nombre  de  una  villa  antigua 
que  fué  edificada  en  ella  por  los  alárabes  primeros  que 
conquistaron  en  España ,  y  por  un  linaje  de  ellos  lla- 
mado Beni  Tumi,  que  también  pobló  en  la  provincia 
de  Argel  en  Berbería,  y  señoreó  aquella  ciudad  muchos 
tiempos.  En  esta  sierra  de  Bentomiz  poblaron  los  mo- 
ros muchos  lugares,  y  vivían  en  ellos  ricamente  por  la 
cría  de  la  seda,  y  por  las  pasas ,  higos  y  almendras  que 
allí  se  cogen.  Hacia  la  mar  se  hace  un  peñón  alto  y 
muy  fragoso,  que  llaman  el  peñón  de  Fixiniana,  del 
nombre  de  otro  lugar  que  está  cerca  del,  que  los  cris- 
tianos llaman  corruptamente  Fixiniana ,  del  cual  haré- 


123 


LUIS  DEL  MARMOL  CARVAJAL. 


mos  paríicuiar  mención  cuando  tratemos  de  la  jorna- 
da qn<i  don  Luis  de  Requesones,  comendador  mayor  de 
Casliiía,  iiizo  sobre  él.  Volviendo  pues  al  puerto  de  Za- 
lla ,  donde  se  hace  en  lo  alto  de  la  sierra  una  hermosa 
dehe?a  de  yerba  y  de  encinares,  que  los  moros  llaman 
Hesfaaraaya,  que  quiere  decir  campo  de  pastores,  y  los 
nuestros  Safarraya ,  prosigue  todavía  esta  sierra  ma- 
yor ,  dejando  á  mano  derecha  la  ciudad  de  Almuñécar 
en  la  costa  de  la  mar,  y  á  la  izquierda  la  de  Alhama,  y 
va  á  dar  á  otro  peñón  que  esLá  encima  de  los  lugares 
de  las  Cuajaras,  no  menos  fragoso  y  fuerte  que  el  de  Fi- 
xiniana,  donde  también  hubo  empresa  memorable  en 
esta  guerra;  y  quedando  á  la  marina  en  este  paraje  el 
fuerte  castillo  y  villa  de  Salobreña,  va  á  dar  la  sierra  al 
valle  de  Lecrin.  A  mano  izquierda  del  proprio  valle  está 
la  fértil  y  espaciosa  vega  de  Granada ,  y  á  la  derecha  la 
villa  de  Motril  y  su  tierra.  Luego  se  vuelve  á  levantar 
en  mayor  altura  y  prosigue  todavía  para  levante ,  te- 
niendo al  mediodía  las  sierras  de  Lanjaron  y  la  taa  de 
órgiba,  y  á  la  parte  del  cierzo  la  nombrada  y  gran  ciu- 
dad de  Granada.  Desde  aquí  para  adelante  llaman  esta 
sierra  Sierra  Nevada ,  por  la  continua  nieve  que  hay  en 
ella ,  y  los  antiguos  la  llamaron  Oróspeda ,  los  alárabes 
Xolair ;  y  en  las  vertientes  della  que  caen  hacia  la  mar 
están  las  taas  de  la  Alpujarra,  que  Aben  Raxid  llama 
tierra  del  Sirgo,  por  la  mucha  seda  que  allí  se  cria. 
Los  alárabes  llaman  esta  tierra  Abujarra,  que  quiere 
decir  la  rencillosa  y  pendenciera,  porque,  como  dicen 
sus  escritores,  muchos  tiempos  después  de  haber  con- 
quistado los  alárabes  en  España,  se  defendieron  los 
cristianos  en  la  aspereza  de  aquellas  sierras,  y  si  los  su- 
jetaron, fué  con  que  los  dejasen  vivir  en  nuestra  fe ;  la 
cual  fueron  después  dejando  poco  á  poco ,  y  vinieron  á 
tomar  los  ritos  y  ceremonias  de  su  seta ;  y  esta  sober- 
bia de  ser  invencibles  en  sus  sierras  les  duraba  hasta 
nuestros  tiempos.  Dice  Aben  Raxid ,  exagerando  la  for- 
taleza de  España :  «  Esta  provincia  está  cercada  de  tres 
fuertes  muros,  que  naturaleza  le  dio  para  guarda  y  de- 
fensa de  sus  naturales :  al  mediodía  tiene  las  asperísi- 
mas sierras  del  Sirgo,  que  mucho  tiempo  estuvieron 
por  los  cristianos;  á  levante  los  montes  Pireneos;  á 
septentrión  otras  montañas,  donde  también  se  encas- 
tillaron los  moradores  de  la  tierra  contra  el  poder  de 
los  romanos,  de  los  godos  y  de  los  alárabes. »  Hasta 
aquí  dice  Aben  Raxid.  Nueve  leguas  á  levante  de  Gra- 
nada, en  los  llanos  que  se  hacen  al  pié  de  Sierra  Ne- 
vada ,  á  la  parte  del  cierzo  está  la  ciudad  de  Guadix,  y 
otras  ocho  leguas  mas  adelante  la  de  Baza,  en  el  para- 
je de  la  cual  hace  la  sierra  mayor  un  valle  que  llaman 
rio  de  Almanzora ,  por  un  rio  que  corre  por  él  con  aquel 
nombre;  y  á  la  mano  derecha,  sobre  la  costa  de  la  mar, 
está  la  ciudad  de  Almería,  que  en  un  tiempo  compitió 
con  Granada  en  riquezas  y  población.  Proceden  de  la 
sierra  mayor  muchos  ramos  que  van  á  dar  á  la  mar  con 
nombres  de  las  poblaciones  que  han  en  ellos,  como  son 
Gádor ,  Filábres  y  otros  muchos.  Y  aunque  la  sierra 
pnncipal  se  quiebra  en  el  rio  de  Almanzora,  después  se 
vuelve  á  levantar  y  prosigue  no  con  tanta  altura;  y  de- 
jando á  la  marina  las  ciudades  de  Vera  y  Mojácar,  se  va 
á  meter  en  el  reino  de  Murcia,  donde  la  dejaremos,  por 
no  hacer  mas  al  propósito  de  nuestra  historia.  Toda 
esta  sierra  que  hemos  dicho,  y  las  otras  que  proceden 
della,  son  muy  fragosas,  y  por  la  mayor  parte  habita- 


bles las  haldas  y  senos  dellas ,  donde  tieiicu  los  mora- 
dores muchas  y  muy  buenas  tierras  de  pan  y  mucha 
yerba  para  la  cria  de  los^^anados,  especialmente  en  los 
llanos  que  caen  de  una  parte  y  otra  de  la  sierra  mayor; 
de  la  cual  proceden  muchas  fuentes  de  aguas  frias  que 
bajan  por  los  valles  y  quebradas ,  con  las  riberas  llenas 
de  arboledas  de  toda  suerte,  y  convirtiéndose  después 
en  diferentes  rios,  corren  diferentemente  unos  á  la  mar 
y  otros  á  la  parte  del  cierzo ;  y  por  todas  partes  tenían 
los  moros  muchos  lugares  poblados  de  gente  rica  por 
la  cria  de  la  seda  y  del  ganado,  que  es  la  principa!  gran- 
jeria de  aquella  tierra.  La  otra  sierra  menor  cae  á  la 
parte  del  cierzo ,  en  los  confínes  que  ahora  llamamos 
Andalucía.  Esta  es  la  sierra  de  íliora,  que  los  moros 
llaman  Barbandara,  y  no  es  tan  fragosa  como  la  que 
hemos  dicho.  Hay  en  ella  muchas  villas  y  castillos  fuer- 
tes, donde  los  reyes  de  Granada  tuvieron  grandes  tiem- 
pos su  frontera  contra  los  cristianos;  y  la  tierra  es  muy 
apropriada  para  labores,  y  se  coge  por  toda  ella  mucho 
pan,  porque  se  quiebra  muchas  veces,  y  hace  valles, 
lomas  y  cerros  bajos  ,  que  todo  se  puede  romper  con  el 
arado;  y  desta  manera  va  prosiguiendo  por  los  mis- 
mos parajes  que  la  sierra  mayor  de  poniente  hacia  le- 
vante con  diferentes  nombres,  según  la  población  de 
las  villas  y  castillos  que  hay  en  ella.  Entre  estas  dos 
sierras  está  la  nobleza  de  todo  el  reino  de  Granada,  en 
las  ciudades  de  Ronda,  Antequera,  Alhama,  Loja, 
Granada,  Guadix  y  Baza;  y  sobre  la  costa  de  la  mar  es- 
tán otras  ciudades  marítimas,  como  son  Marbella,  Má- 
laga, Vélez,  Almuñécar,  Almena,  Mojácar,  Vera ;  y  en 
todas  ellas  hay  muchos  caballeros  y  gente  noble,  que 
proceden  de  los  conquistadores  de  la  tierra,  á  quien  los 
Católicos  Reyes  dieron  largos  repartimientos  en  pago 
y  remuneración  de  sus  servicios.  Otras  tres  poblacio- 
nes hay  también  con  título  de  ciudades  en  este  reino, 
llamadas  Ujíjar  y  Cobda  en  la  Alpujarra,  y  Purchena  en 
el  rio  de  Almanzora ,  que  son  menos  nobles  que  las 
otras.  Esto  es  loque  en  general  se  puede  decir  del  rei- 
no de  Granada;  adelante  le  iremos  describiendo  mas 
en  particular  en  los  lugares  que  tocaremos  en  el  dis- 
curso de  la  historia. 

CAPITULO  III. 

Que  trata  de  la  antigua  ciudad  de  Iliberia ,  que  fué  en  este  reino 
de  Granada. 

La  antigua  ciudad  de  Iliberia,  de  quien  hacen  men- 
ción algunos  escritores  antiguos,  según  lo  que  ade- 
lante diremos,  fué  en  la  provincia  Bélica.  Aben  Raxid, 
en  aquel  libro  que  dijimos  que  hizo  en  Córdoba ,  ha- 
blando desta  provincia ,  dice  desta  manera  :  « Iliberia  » 
(aunque  otros  leen  Eliberia ,  porque  como  en  la  gra- 
mática árabe  son  las  vocales  puntos,  fácilmente  se  to- 
ma la  e  por  la  í,  y  la  o  por  la  u,  porque  diferencian 
poco  en  los  lugares  de  los  caracteres  donde  se  ponen, 
como  se  hace  también  en  lo  hebraico ,  que  se  diferencia 
la  vocal  solamente  en  ser  un  punto  ó  dos  puntos  puestos 
en  un  mesmo  lugar);  finalmente.  Aben  Raxid  dice  : 
«Iliberia,  ciudad  grande  y  rica  por  el  mucho  sirgo  que 
de  allí  sale  á  todas  partes  de  España,  está  sesenta  mil 
pasos  de  Córdoba  hacia  el  mediodía,  y  seis  mil  pasos 
de  la  sierra  de  la  Helada  hacia  el  cierzo;  están  en  sus 
términos  los  castillos  siguientes:  Jaén,  Baeza,  donde 
se  labran  ricas  alhombras;  Loja,  Almería  y  Granada, 


REBELIÓN  Y  CASTIGO  DE  LOS  MORISCOS  DE  GRANADA. 


que  antiguamente  se  l!/imó  villa  de  los  Judíos,  porque 
la  poblaron  judíos,  y  es  la  mas  antigua  población  del 
término  de  lliberia,  por  medio  de  la  cual  pasa  el  rio 
Salón,  que  nace  en  el  monte  del  Arrayan ,  y  entre  sus 
arenas  se  hallan  granos  de  oro  fino.  Y  con  él  se  junta 
luego  otro  rio  mayor,  llamado  Singilo,  que  baja  del 
monte  de  la  Helada.  Y  en  estos  términos  está  el  castillo 
^  de  Gacela,  que  ninguno  semeja  tanto  á  la  ciudad  de  Da- 
masco en  riqueza  como  él ;  y  en  su  término  hay  ricas 
piedras  de  mármol  fino ,  blancas  y  negras  y  matizadas 
de  diversas  colores. »  Hasta  aquí  dice  Aben  Raxid.  De 
donde  se  colige  haberse  llamado  Gacela  en  algún  tiem- 
po las  alcazabas  antiguas  de  la  ciudad  de  Granada ,  que 
sin  duda  fué  población  de  alárabes  y  la  primera  que  hi- 
cieron en  aquella  ciudad,  por  lo  que  se  dirá  adelante, 
la  cual  hallamos  haberse  también  llamado  Hizna  Ro- 
mán. Por  estas  razones  se  deja  bien  entender  haber  sido 
la  antigua-ciudad  de  lliberia  cerca  de  la  ribera  del  rio 
Cubila,  que  pasa  al  pié  de  la  sierra  que  los  modernos 
llaman  sierra  Elvira,  á  la  parte  del  cierzo,  donde  he- 
mos visto  muchos  vestigios  y  señales  de  edificios  anti- 
quísimos. Y  los  moradores  de  los  lugares  comarcanos 
se  fatigan  en  vano  cavando  en  ellos,  pensando  hallar 
tesoros,  y  han  hallado  allí  medallas  muy  antiguas  de 
tiempo  de  gentiles.  Y  lo  que  mas  arguye  que  sea  esto 
así,  es  la  distancia  que  hay  de  allí  á  Córdoba  y  á  la  sierra 
de  la  Helada,  que  es  la  mesma  que  dice  Aben  Raxid. 
Finalmente,  lliberia  fué  ciudad  populosa,  cabeza  de 
obispado ,  y  san  Cecilio  fué  obispo  della  en  la  primitiva 
iglesia,  y  la  iglesia  catedral  de  la  ciudad  de  Granada 
celebra  su  fiesta  el  día  de  hoy.  Y  el  concilio  iliberitano 
parece  mas  verisímil  haber  sklo  en  esta  ciudad  que  en 
Iberia,  ciudad  de,  Cataluña,  llamada  hoy  Colibre,  de 
quien  trata  Pomponio  Mela.  Los  que  llamaron  esta  ciu- 
dad Elibería  dicen  que  la  fundó  Eliberia,  hija  de  Ispan, 
y  que  le  puso  su  nombre;  á  lo  cual  no  contradigo,  por 
la  facilidad  con  que  se  pudo  trocar  aquella  letra  primera 
en  tantos  siglos ;  mas  si  bien  se  consideran  los  nombres 
que  Tito  Livio  y  otros  escritores  antiguos  nos  dan  de 
las^ciudades  que  florecían  en  aquellos  tiempos  en  Es- 
paña, hallaremos  que  la  mayor  parte  dellos  comienzan 
en  /,  que  es  la  letra  primera  del  nombre  de  Ispan ,  que 
la  pobló ,  como  son  Iliturgi ,  Ilerda ,  Ilegita ,  Hipa ,  ¡lu- 
cia ,  Ibera  y  otras  muchas.  Y  aun  los  nombres  de  las 
ciudades  de  África  que  eran  principales  comenzaban 
todas  en  T,  muchas  de  las  cuales  mantienen  todavía  los 
nombres  antiguos,  como  son  Taftana,  Taculet,  Ta- 
gaost,  Tarudant,  Tazarot,  Tamarrocx  y  otras  muchas. 
Y  la  lengua  antigua  africana  se  llama  tamazegt ,  y  los 
moros  en  lo  arábigo  interpretan  lengua  noble ,  y  la  lla- 
man quelem  amañe,  tomando  aquella  T  por  epíteto, 
por  ser  la  primera  letra  del  nombre  del  primer  pobla- 
dor, que  fué  Tut ,  nieto  de  Noé.  Volviendo  pues  á  nues- 
tra IHberia,  aquel  escritor  árabe  dice  que  los  gentiles, 
á  quien  ellos  llaman  gehela,  destruyeron  esta  ciudad 
antes  que  los  alárabes  conquistasen  en  España,  y  que 
los  vándalos  la  ennoblecieron,  y  estuvo  próspera  en  su 
tiempo ,  y  que  los  alárabes  la  ganaron  por  fuerza  de  ar- 
mas, y  la  destruyeron  y  asolaron  gran  parte  della;  fi- 
nalmente ,  fueron  ellos  los  que  la  acabaron  de  destruir, 
mudando  la  población  que  habla  quedado  á  la  ciudad 
de  Granada,  de  la  cual  diremos  adelante  :  solamente  se 
advierte  al  lector  que  Elvira  es  nombre  corrompido  al 
H-i. 


i29 

gusto  de  nuestra  lengua  vulgar,  porque  los  moros  lla- 
maii  la  sierra  donde  fué  esta  ciudad  de  lliberia  Gehel 
Elbeira ,  que  quiere  decir  sierra  desaprovechada  ó  de 
poco  fruto,  porque  no  tiene  agua  ni  leña  ni  aun  yerba. 
Otros  la  llaman  sierra  de  los  Infantes,  porque  á  un  lado 
delia,  á  la  parte  de  Granada,  junto  á  un  lugar  que  lla- 
man el  Atarfe,  tuvieron  asentado  su  real  los  infunles 
don  Juan  y  don  Pedro,  su  sobrino,  hijo  y  nieto  del  rey 
don  Alonso  el  Sabio;  y  siendo  desbaratados  por  Odmaa 
ó  Hozmin ,  alcaide  de  Ismael ,  rey  de  Granada ,  murie- 
ron entrambos  á  dos  en  el  año  del  Señor  1320.  Despo- 
blada lliberia,  solamente  quedó  en  pié  el  castillo  y  al- 
gunos barrios  en  la  ribera  del  rio,  y  los  reyes  moros 
daban  aquella  tenencia  á  deudos  suyos  ó  á  personas  de 
cuenta.  Y  estando  en  Granada  el  año  de  1571,  nos 
mostró  un  morisco  dos  títulos  de  aquella  alcaidía,  que 
habia  sido  de  sus  pasados,  los  cual^  estaban  en  un 
papel  grueso  como  de  estraza,  muy  bruñido  y  colora- 
do, y  algunas  letras  mayúsculas  de  oro,  que  cierto  fué 
contento  verlos  por  su  antigüedad  y  por  el  estilo  de  las 
patentes  de  aquellos  reyes.  Este  castillo  estuvo  mu- 
chos tiempos  en  pié  ,  hasta  que  los  Reyes  Católicos  le 
derribaron  en  las  entradas  que  hicieron  en  la  Vega. 
Vense  todavía  allí  junto  al  rio  dos  barrios,  que  llaman 
Pinos  de  la  Puente. 

CAPITULO  IV. 

En  que  se  declara  dónde  fué  la  villa  de  los  Judíos  que  Raxid  dice. 

Conforme  á  lo  que  Raxid  dice,  la  villa  de  los  Judíos 
fué  en  aquella  parte  de  la  ciudad  de  Granada  que  está 
en  lo  llano  entre  los  dos  ríos  referidos ,  que  los  natura- 
les llaman  por  Salón  Darro ,  y  por  Singilo  Genil ,  desde 
la  parroquia  de  la  iglesia  Mayor  hasta  la  de  Santo  Ma- 
fia, donde  se  hallan  cimientos  de  fábricas  muy  anti- 
guas; y  la  fortaleza  debió  ser  donde  ahora  están  las  tor- 
res Bermejas,  porque  según  fuimos  informados  de  los 
naturales  de  la  tierra,  el  muro  que  baja  destas  torres, 
rolo  y  aportillado  en  muchas  partes,  es  el  edificio  mas 
antiguo  desta  ciudad;  y  los  demás  que  cercaban  la  vi- 
lla debieron  de  irse  deshaciendo  como  se  fué  acre- 
centando la  población.  Conforme  á  esto  trae  verisimili- 
tud lo  que  el  curioso  Garibay,  escritor  moderno,  dice 
en  su  Compendio  historial,  que  Granada  se  llamó  Car- 
nal, que  en  lengua  hebrea  quiere  decir  la  Peregrina, 
porque  la  poblaron  los  judíos  que  vinieron  á  España  en 
la  segunda  dispersión  de  Jerusalen.  Cuanto  á  esto,  en- 
tiendo que  debieron  ser  los  de  Nabucodonosor,  que 
vinieron  muchos  años  antes,  y  estos  eran  de  Fenicia, 
de  Tiro  y  Sidon,  y  se  llamaron  mauros  mauroforos. 
Poblaron  en  esta  costa  y  en  la  de  África  las  ciudades  li- 
bias fenicias ,  y  dellos  tomaron  nombre  las  Maurilanias 
Tingilania  y  Cesariense.  En  los  altos  pues  que  caen  so- 
bre Granada  parece  que  pudo  estar  fundada  la  antigua 
ciudad  de  Illipa,  que  refiere  Tito  Livio  en  el  quiato  li- 
bro de  la  cuarta  década  cuando  dice  que  cerca  della 
Publio  Cornelio  Escipion,  procónsul  romano,  venció  á 
los  lusitanos  que  andaban  robando  aquella  tierra,  y  les 
mató  quince  mil  hombres  y  les  quitó  la  presa  que  lle- 
vaban ;  y  llegándose  á  la  ciudad  de  Illipa ,  lo  puso  todo 
delante  de  las  puertas  para  que  los  dueños  conociesen 
lo  que  les  habían  robado ,  y  se  lo  restituyó.  Y  conforme 
á  esto  los  judíos  debieron  de  poblar  entre  los  dos  ríos 
referidos,  y  no  en  los  altos,  donde  Dios  habriapermiti- 

9 


130 


LUIS  DEL  MARMOL  CARVAJAL. 


du  la  destriiicion  de  aquella  ciudad,  como  de  otras  mu- 
chas deste  reino.  No  lie  podido  hallar  mas  claridad,  en 
cuanto  á  esta  villa  de  los  Judíos,  de  la  referida;  mas  en 
lo  que  toca  á  la  población  que  los  alárabes  y  moros  hi- 
cieron en  la  ciudad  de  Granada ,  en  qué  tiempos  y  por 
qué  razón ,  y  los  nombres  de  las  fortalezas  y  barrios  de- 
lla,  y  de  la  manera  que  se  fué  aumentando  y  ennoble- 
ciendo, todo  esto  diremos  con  mucha  certidumbre, 
porque  pusimos  diligencia  en  saberlo,  así  por  relacio- 
nes de  moriscos  viejos,  como  por  escrituras  árabes  y 
letreros  esculpidos  en  piedras  antiguas  que  viuíos  en 
las  ruinas  de  los  soberbios  edificios  desla  ciudad. 

CAPITULO  V. 

En  el  cual  y  en  los  que  se  siguen  se  trata  de  la  descripción 
de  la  ciudad  de  Granada  y  de  su  fundación. 

El  sitio  de  la  'ciudad  de  Granada  como  se  ve  el  dia 
de  hoy  es  maravilloso  y  harto  mas  fuerte  de  lo  que 
desde  fuera  parece ,  porque  está  puesta  en  unos  cerros 
muy  altos,  donde  á  mi  juicio  fué  la  antigua  Illipa,  que 
proceden  de  otros  mayores  que  la  ciñen  á  la  parte  de 
levante  y  del  cierzo ;  y  ocupando  los  valles  que  hay 
entre  ellos,  se  extiende  largamente  por  un  espacioso 
llano  á  la  parte  de  poniente ,  donde  está  una  hermosí- 
sima vega  llana  y  cuadrada,  llena  de  muchas  arboledas 
y  frescuras ,  entre  las  cuales  hay  muchas  alearías  po- 
bladas de  labradores  y  gente  del  campo ,  que  todas  ellas 
se  descubren  desde  las  casas  de  la  ciudad.  A  las  espal- 
das destos  cerros  está  una  sierra ,  que  se  alza  desde  el 
rio  de  Aguas  Blancas ,  que  corre  entre  ella  y  la  de  Güé- 
jar,  y  va  hacia  el  cierzo  con  diferentes  nombres.  Al  prin- 
cipio la  llaman  sierra  de  Güete  de  Santillana,  luego 
sierra  del  Albaicin,  y  al  cabo  sierra  de  Cogollos  y  de 
Hiznaleuz ;  por  manera  que  estando  cercado  el  sitio  des- 
ta  ciudad  por  esta  parte  de  sierras  ásperas  y  muy  fra- 
gosas ,  llenas  de  muchas  quebradas,  y  teniendo  al  me- 
diodía la  sierra  Mayor  y  la  Alpujarra ,  jamás  fueron  po- 
derosos los  reyes  cristianos  para  poderla  cercar,  sino 
fué  por  la  parte  de  la  Vega,  donde  pusieron  algunas 
veces  su  real  para  solo  talar  y  destruir  los  panes  y  ar- 
boledas que  había  en  ella  y  necesitar  á  los  moradores 
con  hambre.  Estaba  esta  ciudad  en  tiempo  de  moros 
cercada  de  muros  y  torres  de  argamasa  tapiada ,  y  te- 
nia doce  entradas  al  derredor,  en  medio  de  fuertes  tor- 
res con  sus  puertas  y  rastillos ,  todo  doblado  y  guarne- 
cido de  chapas  de  hierro ,  y  sus  rebellines  y  fosos  á  la 
parte  de  fuera ;  y  habia  tanto  número  de  gente  de  guer- 
ra dentro  y  en  los  lugares  de  las  sierras  sus  comarca- 
nas, que  con  razón  la  podemos  poner  en  el  número  de 
las  muy  fuertes  y  poderosas;  mas  después  acá  se  ha 
tenido  y  tiene  menos  cuenta  con  su  fortificación ,  go- 
zando los  conquistadores  de  la  dorada  paz.  La  primera 
fundación  desta  insigne  ciudad,  como  dijimos  en  el  ca- 
pítulo antes  deste,  fué  la  que  llama  Raxid  villa  de  Ju- 
díos, que  debió  ser  cerca  de  la  antigua  Illipa,  como 
queda  dicho  en  el  capítulo  antes  deste.  Después  desto, 
cuando  Tarique  Aben  Zara  ganó  á  España,  unos  alá- 
rabes de  los  que  vinieron  con  él  de  Damasco  edificaron 
cerca  della  un  castillo  fuerte  sobre  un  cerro  que  agora 
cae  dentro  de  la  ciudad ,  llamado  el  cerro  de  la  Alcaza- 
ba antigua.  A  este  castillo  llamaron  Hizna  Román,  que 
quiere  decir  el  castillo  del  Granado ,  porque  debía  de 
haber  allí  algún  granado,  de  donde  tomaron  la  deno- 


minación, y  desto  dan  testimonio  las  escrituras  anti- 
guas, que  hemos  visto  en  aquella  ciudad,  de  posesión*"^ 
que  están  dentro  del  ámbito  del;  y  aunque  está  des- 
mantelado á  la  parte  de  la  ciudad  por  razón  de  la  po- 
blación de  casas  que  fué  después  creciendo ,  lo  que  cae 
afuera  se  tiene  todavía  los  muros  en  pié ,  y  los  moriscos 
le  llaman  Alcazaba  Cádima ,  que  quiere  decir  castillo  ó 
fortaleza  antigua.  También  nos  mostró  un  morisco  unas 
letras  árabes ,  escritas  en  una  tapia  deste  proprio  muro ' 
antiguo,  que  parecía  haber  sido  hechas  con  algún  hier- 
ro ó  palo  delgado,  estando  la  argamasa  blanda ,  al  tiem- 
po que  tapiaban ,  en  las  cuales  se  contienen  palabras 
del  Alcorán ,  que  es  testimonio  de  haberse  hecho  en 
tiempo  de  alárabes  selarios,  y  no  antes.  El  mesmo  nos 
certificó  que  podía  haber  cuarenta  años  que  habia  visto 
unas  letras  árabes  esculpidas  en  una  piedra  antigua, 
que  estaba  sobre  la  boca  del  algibe  de  la  iglesia  de  San 
Jusepe ,  que  decían  como  los  vecinos  de  Hizna  Román 
habian  hecho  aquel  algibe  de  limosnas  para  servicio  de 
los  morabitos  de  aquella  mezquita,  porque  en  esta  igle- 
sia y  al  pié  de  la  torre  antigua  que  está  en  ella  estaba 
una  ermita  ó  rábita ,  que  llamaban  Mezquit  el  Morabi- 
tin,  y  era  de  las  primeras  que  los  alárabes  edificaron 
en  aquella  tierra,  la  cual  estaba  fuera  de  los  muros  de 
Hizna  Román ,  y  lejos  del  rio  Darro ,  en  la  mitad  de  la 
ladera  del  cerro.  Y  porque  los  morabitos  tenían  trabajo 
en  haber  de  bajar  por  agua  al  rio ,  acordaron  de  hacer- 
les allí  aquel  algibe ,  y  que  Diego  Fustero ,  mayordomo 
de  aquella  iglesia ,  habia  quitado  de  aUí  la  piedra,  que- 
riendo hacer  un  aposento  sobre  el  proprio  algibe.  Otros 
nos  dijeron  que  cuando  el  emperador  don  Carlos  fué  á 
la  ciudad  de  Granada  el  año  del  Señor  1526,  un  mo- 
risco principal ,  llamado  el  Zegrí ,  habia  hecho  quitar 
todas  las  piedras  de  letreros  árabes  que  habia  en  el  Al- 
baicin y  en  la  Alcazaba ,  y  que  habia  quitado  aquella 
piedra  entre  las  otras.  Baste  esto  para  testimonio  de 
que  se  llamó  esta  Alcazaba  Hizna  Román.  Creció  des- 
pués su  población  hacia  el  rio  Darro ,  y  en  el  año  del 
Señor  1006  habia  ya  otra  nueva  Alcazaba  entre  la  vieja 
y  el  rio ,  que  tenia  mas  de  cuatrocientas  casas ,  la  cual 
llamaron  Alcazaba  Gidid ,  que  quiere  decir  Alcazaba 
Nueva.  Esta  segunda  población  dicen  que  hizo  un  afri- 
cano ,  natural  de  las  sierras  de  Vélez  de  la  Gomera,  lla- 
mado el  Bedicí  Aben  Habuz,  y  que  la  llamó  Gacela,  to- 
mando la  denominación  de  un  animal  que  hay  en  Áfri- 
ca, muy  bien  compuesto  y  de  grande  ligereza,  que  an- 
da siempre  tan  recatado ,  que  no  se  asegura  sino  en  las 
cumbres  y  lugares  altos  de  donde  descubra  y  señoree 
la  tierra ,  y  le  llaman  los  africanos  gacela;  porque  este 
hombre  guerrero  la  mucha  experiencia  le  daba  á  en- 
tender que  para  sustentarse  en  aquella  tierra  era  me- 
nester estar  siempre  en  vela.  En  el  ámbito  de  la  Alca- 
zaba nueva  hay  tres  barrios,  que  parece  haber  sido  cer- 
cados cada  uno  de  por  sí  en  diferentes  tiempos,  y  todcs 
estaban  inclusos  debajo  de  un  muro  principal.  El  pri- 
mero y  mas  alto  está,  junto  con  la  Alcazaba  antigua,  en 
la  parroquia  de  San  Miguel,  y  alií  fueron  los  palacios 
del  Bedicí  Aben  Habuz,  en  las  casas  del  Gallo,  donde 
se  ve  una  torrecilla ,  y  sobre  ella  un  caballero  vestido  á 
la  morisca  sobre  un  caballo  jinete,  con  una  lanza  alta 
y  una  adarga  embrazada ,  todo  de  bronce ,  y  un  letrero 
al  través  de  la  adarga  que  decía  desta  manera  :  Calet 
el  BHici  Aben  Habus  guidate  habes  Lindibw;  que 


REBELIÓN  Y  CASTIGO  DE  LOS  MORISCOS  DE  GRANADA. 


quiere  decir :  Dice  el  Bedicí  Aben  Habuz  que  desta  ma- 
nera se  ha  de  bailar  al  andaluz.  Y  porque  con  cualquier 
pequeño  movimiento  de  aire  vuelve  aquel  caballo  el 
rostro ,  le  llaman  los  moriscos  Dic  rch,  que  quiere  de- 
cir gallo  de  viento ,  y  los  cristianos  llaman  aquella  casa 
lacafeadel  Gallo.  El  segundo,  donde  babia  la  mayor 
contratación  antiguamente,  cuando  florecía-Gacela,  es 
el  de  la  parroquia  de  San  Josef.  Allí  estaba  la  mezquita 
de  los  morabitos,  y  tenían  sus  casas  los  mercaderes  y 
tratantes.  Y  el  tercero  era  el  de  la  parroquia  de  San 
Juan  de  los  Reyes,  iglesia  edificada  por  los  Reyes  Ca- 
tólicos en  el  sitio  de  una  mezquita  que  los  moros  lla- 
maban mozc/iií  el  Teibin,  que  quiere  decir  mezquita 
de  los  Convertidos  :  llamábanle  barrio  de  la  Cauracba 
por  una  cueva  que  allí  había,  que  entraba  debajo  de 
tierra  muy  gran  trecho,  porque  caura  en  arábigo  quie- 
re decir  cueva.  De  aquí  fabularon  algunos,  diciendo  que 
una  señora  llamada  Nata  moraba  en  IHbería  y  encer- 
raba su  pan  en  aquella  cueva ,  y  que  de  allí  se  tomó  el 
nombre  de  Garnata ,  porque  gar  quiere  decir  cueva  ó 
cosa  honda.  Andando  pues  el  tiempo,  vino  á  extenderse 
la  población  de  la  Alcazaba  Nueva  hasta  llegar  al  pro- 
prío  rio  Darro,  donde  se  pobló  otro  barrio  agradable  y 
muy  deleitoso, <|ue  llamaron  el  Haxariz,  que  quiere  de- 
cir la  recreación  y  deleite ,  el  cual  es  muy  celebrado  en 
los  versos  de  los  poetas  árabes  por  las  muchas  fuentes, 
jardines  y  arboledas  que  los  regalados  ciudadanos  tie- 
nen dentro  de  las  casas.  Este  barrio  comienza  desde 
San  Juan  de  los  Reyes ,  y  llega  hasta  el  rio  Darro,  donde 
está  la  parroquia  de  San  Pedro  y  San  Pablo,  y  hasta 
llegar  al  monasterio  de  Nuestra  Señora  de  la  Victoria» 
que  cae  en  él. 

CAPITULO  vr. 

En  que  prosigue  la  descripción  y  fundación  de  la  ciudad 
de  Granada. 

Todas  estas  poblaciones  vinieron  después  á  incluir- 
se debajo  de  un  solo  muro ,  cuyos  vestigios  y  señales  se 
ven  en  muchas  partes  entre  las  casas  de  los  ciudada- 
nos, y  por  defuera  se  está  todavía  en  pié  el  muro  desde 
la  puerta  de  Guadix,  por  el  cerro  arriba ,  hasta  bajará 
la  puerta  Elvira  por  la  otra  parte.  Algunos  quisieron 
decir  que  por  estar  los  barrios  cercados  cada  uno  de 
por  sí,  inclusos  en  el  muro  principal ,  de  la  manera  que 
están  los  cascos  dentro  de  la  granada,  y  la  Alcazaba 
antigua  puesta  en  la  corona  del  cerro ,  se  llamó  la  ciu- 
dad Granada;  lo  cual  yo  no  apruebo  ni  repruebo,  aun- 
que trae  harta  similitud  la  ciudad  con  el  nombre.  Po- 
blóse también  otro  barrio  por  bajo  de  las  casas  del  Ga- 
lio y  fuera  de  los  muros  de  la  Alcazaba,  á  manera  de 
un  arrabal  llamado  el  Cénete ,  donde  moraban  una  ge- 
neración de  moros  africanos  llamados Beni  Ceneta,  que 
venían  á  ganar  sueldo  en  las  guerras ,  y  los  reyes  moros 
se  servían  dellos  como  de  milicia  segura ,  para  guar- 
dia de  sus  personas ;  y  por  tenerlos  cerca  de  sí ,  cuando 
sus  palacios  eran  en  las  casas  del  Gallo  les  dieron  aquel 
sitio  donde  poblasen,  el  cual  es  áspero,  y  se  extiende 
por  una  ladera  abajo  hasta  llegar  á  lo  llano.  Despoblóse 
después  la  ciudad  de  Uiberia  por  los  daños  que  los  cor- 
dobeses hacían  á  los  vecinos  que  habían  quedado  en 
ella,  ó  por  mejorarse  en  la  nueva  población  que  flore- 
cía y  se  iba  cada  día  aumentando,  y  en  todo  se  hacía 
muy  semejante  á  la  ciudad  de  Fez,  que  pocos  años  an- 


i31 

tes  había  sido  edificada  en!a  Mauritania  Tingitaiiiü,  y 
ennoblecida  por  los  setaríos  de  la  casa  de  Idrís,  como 
dijimos  en  nuestra  África ,  y  las  gentes  que  dclla  vinie- 
ron poblaron  aquel  llano ,  que  está  debajo  del  barrio  del 
Cénete  y  á  la  parte  de  la  Vega  hasta  la  plaza  Nueva,  y 
andando  el  tiempo  vino  á  henchirse  de  casas  el  espacio 
que  habia  vacío  entre  la  Alcazaba  y  la  villa  de  los  Ju- 
díos, que  eran  huertas  y  arboledas.  Hecho  un  cuerpo 
y  una  ciudad,  los  Reyes  la  ciñeron  de  muros  y  torres, 
como  se  ve  el  día  de  hoy;  en  la  cual  hay  catorce  puer- 
tas principales ,  sin  las  dos  que  están  en  el  barrio  del 
Albaicin ,  para  el  uso  de  los  moradores ,  que  todas  tie- 
nen nombres  moriscos,  aunque  corruptos:  la  primera 
y  principal  llamaron  Bib  Elbeira;  esta  es  la  puerta  de 
Elvira ,  que  cae  á  la  parte  de  la  sierra  Elvira ,  donde  es- 
taba la  ciudad  de  Ilíbería ;  y  volviendo  hacia  poniente 
está  Bib  el  Bonaita,  que  quiere  decir  puerta  de  las  Eras, 
y  agora  se  llama  puerta  de  San  Jerónimo ,  porque  se 
sale  por  ella  al  monasterio  de  señor  ^an  Jerónimo. 
Luego  sigue  Bib  el  Marstan ,  que  quiere  decir  puerta 
del  hospital  délos  Incurables,  porque  donde  agora  está 
Sant  Lázaro  habia  un  hospital  de  incurables ,  y  los  cris- 
tianos la  llaman  Bib  Almazan/  Adelante  está  la  puerta 
de  Bibarrambla ,  que  los  moros  llamaban  Bib  Ramela, 
puerta  del  Arenal.  Luego  está  Bib  Taubín,  puerta  de 
los  Curtidores,  y  adelante  Bib  Lacha  ó  puerta  del  Pes- 
cado; luego  siguen  Bib  Abulnest,  que  llaman  puerta 
de  la  Madalena ;  Bib  el  Lauxar ,  que  hoy  es  la  puerta  del 
Alhambra,  ó  de  la  calle  de  los  Comeres ;  Bib  Gued  Aix, 
puerta  de  Guadix;  Bib  Adam,  puerta  del  Osario,  y  ago- 
ra puerta  del  Albaicin;  Bib  el  Bonut ,  puerta  de  los  Es- 
tandartes,  porque  en  la  torre  que  estaba  sobre  ella  se 
arbolaba  el  primer  estandarte  cuando  habia  elección  de 
nuevo  rey  ú  otra  cosa  señalada  en  Granada.  Y  pasando 
mas  adelante,  está  deshecha  la  puerta  que  llamaban  del 
Beiz ,  que  quiere  decir  del  Trabajo  ó  de  los  Trabajado- 
res ;  luego  está  Bib  Cieda,  puerta  de  la  Señoría,  la  cual 
estuvd  grandes  tiempos  cerrada,  por  un  pronóstico  que 
tenían  los  moros ,  que  les  decía  que  por  allí  había  de 
entrarla  destruícion  del  Albaicin ,  que  es  otro  barrio 
muy  grande ,  de  que  haremos  mención  adelante ;  y 
la  mandó  abrir  el  año  de  i  5^3  don  Pedro  de  Deza ,  pre- 
sidente de  la  real  audiencia  de  Granada,  que  después 
fué  cardenal  de  la  santa  Iglesia  de  Roma.  La  otra  es 
Bib  el  Alacaba,  que  quiere  decir  la  puerta  de  la  Cues- 
ta,  la  cual  sale  á  la  cuesta  que  baja  por  defuera  del 
muro  de  la  Alcazaba,  encima  de  la  puerta  Elvira ,  y  es 
de  las  mas  antiguas  puertas  de  Granada.  Este  barrio 
del  Albaicin  se  comenzó  á  poblar  en  tiempo  que  reina- 
ba en  Castilla  el  rey  don  Hernando  el  Santo,  cerca  de 
los  1227  años  de  Cristo.  Poblóse  de  los  moros  que  des- 
poblaron las  ciudades  de  Baeza  y  de  Ubeda ,  los  cuales, 
por  no  ser  mudejares  del  Rey,  se  fueron  á  vivir  á  Grana- 
da ,  y  Aben  Hut,  rey  de  aquella  ciudad,  los  recogió  y  les 
dio  aquel  sitio  donde  poblasen.  Los  primeros  fueron  los 
de  Baeza,  y  siete  años  después  los  de  Ubeda.  Tomó 
nombre  de  sus  primeros  pobladores,  y  creció  tanto  con 
las  gentes  que  acudían  de  todas  partes  huyendo  las 
armas  de  los  príncipes  cristianos,  que  vino  á  competir 
en  riquezas ,  en  nobleza  de  edificios  y  en  contratacio- 
nes con  los  antiguos  ciudadanos  de  Granada. 


132 


CAPITULO   Vil. 


En  que  prosigue  la  descripción  de  Granada,  y  trata  del  reino 
délos  Alaliamares,  y  de  los  cdilicios  que  edilicaron. 


Sucedieron  después  desto  grandes  guerras  entre  los 
moros  de  España,  levantándose  muchos  caudillos  con 
tílulo  de  reyes,  mas  molestos  que  poderosos,  y  en- 
tre ellos  uno  IlaYnado  Maliamete  Abuzaid  Ibni  Aben 
Alaluimar,  de  quien  hacemos  particular  mención  en 
nuestra  historia  de  África,  que  se  apoderó  de  todo  el 
reino  de  Granada,  y  reinaron  en  él  sus  descendientes 
basta  el  año  de  i492.  Estosreyes  sehicieron ricos  y  po- 
derosos con  las  ocasiones  délos  tiempos,  y  ennoblecie- 
ron su  ciudad  unos  á  porfía  de  otros;  renovaron  lo*s 
muros, y  acrecentáronlos  por  muchas  partes;  cerca- 
ron el  Albaicín,  hicieron  castillos  y  fortalezas,  y  edifi- 
caron suntuosos  palacios  para  su  morada.  Reinando 
pues  Abí  Abdilehi,  hijo  de  Abuzaid,  segundo  rey  des- 
ta  casa  de  los  Alhamares,  y  siendo  muy  victorioso  con- 
tra sus  enemigos ,  se  comenzó  á  edificar  líi  fortaleza  del 
Alhambra,  y  le  puso  nombre  de  su  mesmo  apellido.  Su 
primera  fundación  fué  en  el  lugar  donde  agora  está  la 
torre  que  jdicen  de  la  Campana,  en  la  cumbre  de  un 
alto  cerro  que  señorea  la  ciudad,  opuesto  al  cerro  de 
la  Alcazaba ,  y  tan  cerca  del ,  que  solo  el  rio  Darro  los 
divide.  Este  mesmo  rey  edificó  otro  castillo  pequeño 
con  su  torre  de  homenaje  en  las  ruinas  de  otra  fortale- 
za antigua ,  que  debió  ser  la  de  la  villa  de  los  Judíos,  y 
la  llaman  agora  las  Torres  Bermejas.  Edificó  ansimesmo 
una  fuerte  torre  en  la  puerta  de  Bib  Taubin,  sobre  la 
cual  hicieron  los  reyes  católicos  don  Hernando  y  doña 
Isabel  un  pequeño  castillo;  y  demás  desto  hizo  cinco 
torres  en  el  campo  al  derredor  de  la  ciudad  á  la  parte  de 
la  Vega ,  donde  se  pudiesen  recoger  los  moros  que  an- 
daban en  las  labores  en  tiempo  de  necesidad.  A  este 
rey  imitaron  otros  que  le  sucedieron  con  mayor  fuer- 
za y  riqueza,  los  cuales,  prosiguiendo  en  el  edificio  del 
Alhambra,  la  ensancharon  y  ennoblecieron  maravillo- 
samente, en  especial  Abil  Hagex  Jucef,  hijo  de  Abil  Gua- 
lid,  que  reinó  cerca  de  los  años  de  Cristo  1336,  que 
fueron  743  de  la  hijara ,  y  labró  los  suntuosos  edificios 
de  los  alcázares,  donde  gaáló  mucha  parte  de  sus  teso- 
ros, en  veinte  y  dos  años  que  reinó  felicemente  gozando 
de  una  larga  paz.  Estos  alcázares  ó  palacios  reales  son 
dos .  tan  juntos  uno  de  otro,  que  sola  una  pared  los  di- 
vide. El  primero  y  mas  principal  llaman  cuarto  de  Co- 
múres ,  del  nombre  de  una  hermosísima  torre  labrada 
ricamente  por  de  dentro  de  una  labor  costosa  y  muy 
preciada  entre  los  persas  y  surianos ,  llamada  Comara- 
gia.  Allí  tenia  este  rey  los  aposentos  del  verano ,  y  des- 
de las  ventanas  defia ,  que  responden  al  cierzo  y  al  me- 
diodía y  á  poniente,  se  descubren  las  casas  de  la  Al- 
cazaba, del  Albaicin  y  de  la  mayor  parte  de  la  ciudad, 
y  toda  la  ribera  del  rio  Darro,  y  la  Vega,  con  hermosa  y 
agradable  vista  de  jardines  y  arboledas,  que  recrean 
grandemente  á  quien  lo  mira.  A  la  entrada  deste  pala- 
cio está  un  pequeño  patio  con  una  pila  baja  á  la  usanza 
africana ,  muy  grande  y  de  una  pieza,  labrada  á  mane- 
ra de  venera,  y  de  un  cabo  y  de  otro  están  dos  saletas 
labradas  de  diversos  matices  y  oro ,  y  de  lazos  de  azu- 
lejos, donde  el  Rey  juntaba  á  consejo  y  daba  audiencia; 
y  cuando  él  no  estaba  en  la  ciudad,  üia  en  la  que  está 
juuto  á  la  puerta  el  Cadí  ó  Justicia  mayor  á  los  nego- 


LLTS  DEL  MARMOL  CARVAJAL. 

ciantes,  y  á  la  puerta  dclla  está  un  azulejo  puesto  en  la 
pared  con  letras  árabes  que  dicen  :  «Entra  y  pide:  no 
temas  de  pedir  justicia  ;  que  hallarla  has. »  El  segundo 
palacio,  que  está  á  la  parte  de  levante,  llaman  el  cuar- 
to de  los  Leones,  por  una  hermosa  fuente  que  tiene  en 
medio  de  un  patio  i;nlosado  todo  de  alabastros,  y  con 
muy  ricos  pilares  alderredor,  que  sustentan  los  sopór- 
tigos  de  los  palacios  y  salas.  Esla  fuente  tiene  una  gran 
pila  de  alabastro,  alta  sobre  doce  leones  de  lo  mesmo 
puestos  en  rueda ,  tamaños  como  becerros,  y  por  tal  ar- 
tificio horadados,  que  responde  el  agua  de  uno  en  otro, 
y  todos  la  echan  á  un  tiempo  por  las  bocas ,  y  por  en- 
cima de  la  pila  sale  un  golpe  muy  grande ,  que  vierte  y 
baña  todos  los  leones.  En  este  cuarto  están  los  aposen- 
tos, alcobas  y  salas  reales,  donde  los  reyes  moraban  de 
invierno,  no  menos  costosos  de  labor  que  los  de  la  tor- 
re de  Gomares.  Allí  tenían  su  baño  artificial  solado  de 
grandes  alabastros  y  con  sus  fuentes  y  pilas ,  donde  se 
bañaban.  A  las  espaldas  del  cuarto  de  los  Leones,  ha- 
cia mediodía,  estaba  una  rauda  ó  capilla  real,  donde 
tenían  sus  enterramientos,  en  la  cual  fueron  halladas 
el  año  del  Señor  1574  unas  losas  de  alabastro  que, 
según  parece,  estaban  puestas  á  la  cabecera  de  los 
sepulcros  de  cuatro  reyes  desta  casa;. y  en  la  parte 
dellas  que  salía  sobre  la  tierra ,  porque  estaban  hin- 
cadas derechas ,  se  contenían  de  entrambas  partes  epi- 
tafios en  letra  árabe  dorada  puesta  sobre  azul ,  en  pro- 
sa y  en  verso ,  en  loa  y  memoria  de  los  yacentes.  De  las 
cuales  sacamos  un  traslado  que  poner  en  esta  nuestra 
historia ,  por  ser  estilo  peregrino  diferente  del  nuestro, 
y  por  no  interromper  el  orden  de  la  descripción  de  la 
ciudad ,  lo  pornémos  al  cabo  della  en  un  capítulo  de 
por  sí. 


CAPITULO  VIH. 

Que  contiene  la  materia  del  pasado,  y  trata  de  las  recreaciones 
que  tenian  los  reyes  moros  en  esta  ciudad. 

Demás  destos  dos  ricos  alcázares,  tenian  aquellos  re- 
yes infieles  otras  muchas  recreaciones  en  torres,  ea 
palacios,  en  huertas  y  enjardines  particulares,  ansí 
dentro  como  fuera  de  los  muros  de  la  ciudad  y  de  la 
Alhambra,  como  era  el  palacio  y  huerta  de  Ginalarife, 
que  quiere  decir  huerta  del  Zambrero ,  que  está  como 
un  tiro  de  herradura  de  la  puerta  falsa  de  aquella  for- 
taleza ,  á  la  parte  de  levante ,  y  tiene  dentro  grandes  ar- 
boledas de  árboles  frutales  y  de  plantas  y  flores  oloro- 
sas ,  y  mucha  abundancia  de  agua  de  una  acequia  que 
se  toma  del  rio  Darro,  y  se  trae  por  lo  alto  de  la  loma 
de  aquel  cerro  muy  gran  trecho ,  con  la  cual  se  rega- 
ban las  huertas  y  cármenes  que  estaban  en  aquella  la- 
dera hasta  llegar  a!  rio.  Tenian  asimesmo  otro  pala- 
cio de  recreación  encima  deste ,  yendo  siempre  por  el 
cerro  arriba,  que  llamaban  Darlaroca ,  que  quiere  de- 
cir palacio  de  la  Novia ;  el  cuál  nos  dijeron  que  era  uno 
de  los  deleitosos  lugares  que  había  en  aquel  tiempo  en 
Granada,  porque  se  extiende  largamente  la  vista  á  to- 
das partes,  y  agora  está  derribado,  que  solamente  se 
ven  los  cimientos.  A  las  espaldas  deste  cerro,  que  co- 
munmente llaman  cerro  del  Sol  ó  de  Santa  Elena,  se 
ven  las  reliquias  de  otro  rico  palacio,  que  llaman  los 
Alijares ,  cuya  labor  era  de  la  propria  suerte  que  la  de 
la  sala  de  la  torre  de  Gomares ,  y  al  derredor  del  habla 
grandes  estanques  de  agua  y  muy  hermosos  jardines. 


REBELIÓN  Y  CASTIGO  DE  LOS  MORISCOS  DE  GRANADA. 


133 


verjeles  y  huertas ;  lo  cuál  todo  está  al  presente  des- 
truido. Yendo  pues  el  cerro  abajo  al  rio  de  Genil,  que 
cae  de  la  otra  parte  hacia  mediodía,  estaba  otro  pala- 
cio ó  casa  de  recreación  para  criar  aves  de  toda  suer- 
te ,  con  su  Ifuerta  y  jardines ,  que  se  regaba  con  el  agua 
de  Genil ,  iJamüdo  Darluet ,  casa  de  rio ,  y  hoy  casa  de 
las  Gallinas.  Ydem.ás  de  todos  estos  palacios  y  jardines, 
tenían  las  huertas  reales  en  la  loma  y  campo  de  Abul- 
nest,  donde  llaman  agora  campo  del  Príncipe,  que  lle- 
gaban desde  la  halda  del  cerro  donde  está  la  ermita  de 
los  Mártires,  hasta  el  rio  Genil .  En  estos  jardines  estaban 
los  veranos  los  reyes,  por  ser  al  derredor  de  la  Alham- 
bra;  y  aunque  tenían  otros  palacios  en  la  Alcazaba  con 
jardines  y  huertas á  la  parte  de  la  Vega,  no  moraban 
en  ellos,  por  quitarse  del  tráfago  y  comunicación  del 
pueblo  escandaloso  y  amigo  de  novedades;  y  por  esto 
comenzaron  y  acabaron  aquella  fortaleza  fuera  de  los 
muros  de  la  ciudad  y  cerca  della,á  imitación  de  los 
reyes  de  Fez,  que  hicieron  otro  tanto  por  la  mesma  ra- 
zón pocos  años  antes;  los  cuales,  dejando  los  palacios 
que  tenían  en  la  alcazaba  de  Fez  el  viejo,  ediíicaron  la 
fortaleza  de  Fez  el  nuevo,  que  llamaron  la  Blanca, 
donde  vivían  mas  seguros  con  sus  casas  y  familias, 
porque  los  reyes  de  Granada  siempre  fueron  imitando 
á  los  de  Fez ,  y  las  ciudades  en  sitio ,  aire ,  cdííicíos  y 
gobierno ,  y  en  todo  lo  demás,  fueron  muy  semejantes. 

CAPITULO  IX. 

Qne  prosigue  la  materia  dei  pasado ,  y  trata  de  otras  poblaciones 
y  de  los  ríos  Darro  y  Genil. 

Reinando  Abí  Abdilehi  Abil  Hagex  Jucef,  en  tiempo 
del  reydon  Alonso  el  Onceno,  cerca  de  los  i  304  años  de 
Cristo ,  se  pobló  el  barrio  que  hoy  llaman  la  calle  de  los 
Comeres,  de  una  generación  de  africanos  naturales  de 
las  sierras  de  Vélez  de  la  Gomera,  llamados  Comeres, 
que  venían á  servir  en  la  milicia;  ypor  la  mesma  razón 
que  los  Cenetes  poblaron  el  otro  barrio,  hicieron  ellos 
allí  su  morada  cerca  de  los  alcázares  de  la  Alhambra. 
Loqueagora  llaman  la  Churra  se  llamó  en  otro  tiempo 
el  Mauror ,  que  quiere  decir  el  barrio  de  los  Aguadores, 
porque  moraban  en  él  hombres  pobres  que  llevaban  á 
vender  agua  por  la  ciudad.  Después  desto,  en  el  año 
del  Señor  d410,  los  moros  que  vinieron  huyendo  de  la 
ciudad  de  Antequera  cuando  el  infante  don  Hernando, 
que  después  fué  rey  de  Aragón,  la  ganó ,  siendo  tutor  del 
rey  don  Juan  el  Segundo,  poblaron  el  barrio  de  Ante- 
queruela,  que  está  en  la  loma  de  Ahabul,  cerca  déla 
ermita  de  los  Mártires.  En  esta  loma  se  ven  grandes  maz- 
morras y  muy  hondas,  donde  antiguamente,  cuando 
los  reyes  de  Granada  no  eran  tan  poderosos ,  encerraban 
los  vecinos  su  pan ,  por  tenerlo  mas  seguro ;  y  después 
las  hicieron  prisión  de  cristianos  captivos  para  encerrar- 
los de  noche ,  y  detenerlos  de  día  cuando  no  los  llevaban 
á  trabajar ;  y  la  católica  reina  doña  Isabel,  en  comemo- 
racion  del  martirio  que  padecieron  en  aquel  captiverio 
muchos  líeles  cristianos  por  Jesucristo,  ganada  la  ciu- 
dad, mandó  edificar  allí  una  ermita  de  la  advocación  de 
los  Mártires,  y  la  dotó,  y  hizo  aneja  á  su  capilla  real. 
Y  en  el  año  del  Señor  1573  un  bendito  padre  llamado 
fray  Jerónimo  Gracian  de  Antísco  ,  hijo  de  Diego  Gra- 
dan, secretario  de  su  majestad,  siendo  provincial  de 
la  orden  de  los  carmelitas  de  Nuestra  Señora  de  Monte 
Carmelo  de  la  Observancia,  favorecido  de  las  limosnas 


que  el  conde  de  Tendilla  y  la  condesa  doña  Catalina  do 
Mendoza,  su  mujer,  hicieron  para  la  obra  ysustento  de 
los  frailes,  fundó  en  aqueilaermila  un  monasteriodefrai- 
les  de  su  orden,  andando  edificando  otros  muchos  por 
Castilla  ypor  la  Andalucía  en  compañía  del  padre  Maria- 
no, de  nación  senes ,  hombre  religioso  y  de  santa  vida, 
que  fué  el  primero  que  en  España  la  resucitó.  Había  en 
Granada  cuando  la  poseían  los  moros,  y  especiaJmcn- 
leen  tiempo  de  Abil  Hascen,  cerca  de  los  iil6  años 
de  Cristo,  treinta  mil  vecinos,  ocho  mil  caballos  y  mas 
de  veinte  y  cinco  mil  ballesteros ,  y  en  solos  tres  días  se 
juntaban  de  los  lugares  de  la  Alpujarra ,  sierra,  valle  y 
vega  de  Granada  mas  de  otros  cincuenta  mil  hombres 
de  pelea.  Los  muros  que  la  rodean  tienen  mil  y  trescien- 
tas torres ;  las  salidas  hacia  la  partede  la  Yega  son  lla- 
nas y  muy  deleitosas  de  arboledas ,  y  lasque  respondea 
á  la  parte  de  la  sierra ,  no  con  menor  recreación  se  sale 
por  ellas  entre  cármenes  y  huertas  de  muchas  frescu- 
ras, especialmente  saliendo  por  la  puerla  del  Albaicin, 
que  llaman  Fex  el  Leuz  ,  donde  están  los  cármenes  de 
Aynadamar,y  por  la  ribera  del  río  Darro  arriba.  Este  río 
nacecuatro leguas á  levante  de  la  ciudad,  de  unafuento 
muy  grande  que  sale  de  la  sierra  del  Albaicin,  donde 
están  los  lugares  de  Güetor ,  Veas  y  Cortes,  y  con  mu- 
chas frescuras  de  huertas ,  que  toman  mas  de  dos  le- 
guas. Corre  por  entre  dos  cerros  muy  altos ,  y  va  á  me- 
terse en  la  ciudad  por  junto  á  la  puerta  de  Guadix.  Sá- 
canse  del  las  acequias  con  que  se  riegan  los  cármenes 
y  huertas  que  están  en  las  laderas  de  los  dos  cerros;  una 
de  ellas  va  á  Ginalarífe ,  y  de  allí  á  la  Alhambra  y  á  otras 
partes;  otra  va  á  entrar  en  la  ciudad  por  la  falda  del  cerro 
déla  Alcazaba,  donde  está  el  monasterio  de  Nuestra  Se- 
ñora de  la  Victoria ,  y  pasa  derecha  á  San  Juan  de  los 
Reyes ,  y  proveyendo  las  fuentes  de  las  casas  del  barrio 
del  Haxariz ,  va  á  los  pilares  públicos  y  casas  de  parti- 
culares. Demás  destas  dos  acequias,  hay  otra  que  se 
toma  del  mesmo  rio ,  y  la  llaman  acequia  de  los  molinos ; 
la  cual  á  la  parte  de  la  Alhambra  y  por  bajo  del  barrio 
déla  Churra  vaá  la  parroquia  de  Santa  Ana ,  y  de  allí 
se  reparte  de  manera ,  que  no  se  tiene  por  casa  princi-. 
pal  la  de  este  barrio  que  no  tiene  agua  propria  dentro. 
El  restante  del  rio  atraviesa  por  medio  de  la  ciudad ,  y 
llevándose  las  inmundicias,  va  á  meterse  en  el  rio  Genil 
fuera  de  la  puerta  de  Bibarramlda.  El  agua  y  el  aire  desle 
rio  Darro  es  muy  saludable.  Hállanse  en  él ,  como  queda 
dicho,  granos  de  oro  ííno  entre  las  arenas,  que  según 
dicen  los  moriscos,  las  trae  la  corriente  de  las  raíces  del 
cerro  del  Sol,  que  está  detrás  de  Ginalarífe  ,  en  el  cual 
se  entiende  que  hay  mineros  de  oro,  por  lo  mucho  que 
rebervera  allí  el  sol  cuando  sale  y  cuando  se  quiere  po- 
ner. Llamóse  antiguamente  este  rio  Salón,  y  algunos 
escritores  le  llamaron  Dáureo ;  mas  los  moros  le  llama- 
ron Darro ,  y  dicen  que  es  nombre  corrupto  derivado  de 
Darrayhan,  porque  nace  en  aquella  sierra  del  Albaicin 
de  un  monte  que  llaman  Darrayhan ;  otros  dicen  que  es 
nombre  derivado  de  Diarcheon ,  como  le  llamaron  los 
griegos:  finalmente,  llámese  como  quisiere,  él  es  un 
rio  muy  provechoso,  y  los  ciudadanos  se  sirven  de  su 
agua  dentro  y  fuera  de  la  ciudad,  asi  para  beber,  co- 
mo para  regar  los  campos.  Por  la  otra  parte,  hacia  el 
mediodía,  cercado  los  muros  pa¿a  el  otro  rio  mayor 
llamado  Genil,  á  semejanza  dclNilo.  Los  antiguos  le  lla- 
maron Singilo ;  su  fuente  es  en  Sierra  Nevada  en  una 


Í3Í 


LUIS  DEL  MARMOL  CARVAJAL. 


umbría  que  está  encima  del  lugar  de  Güéjar,  y  los  mo- 
ros la  llaman  Hofarat  Giliena ,  que  quiere  decir  valle  del 
Infierno ;  y  procedo  esta  agua  de  una  laguna  muy  grande 
que  está  en  la  mas  alta  cumbre  de  la  sierra  junto  al  puerto 
Loh.  De  allí  se  despeña  por  valles  fragosísimos  de  pe- 
ñas entre  aquellas  sierras  y  la  de  Güéjar,  y  en  él  se  ha- 
llan ricos  mineros  de  jaspes  matizados  de  diversas  colo- 
res ,  de  donde  el  rey  don  Felipe  nuestro  señor  hizo  sa- 
car las  ricas  piedras  verdes  de  que  está  hecho  su  sepul- 
cro en  San  Lorenzo  el  Real ;  y  sale  al  lugar  de  Pinos,  y 
de  allí  á  Cenes  y  á  Granada,  llevando  consigo  otros  siete 
ríos ,  cuyas  fuentes  nacen  de  la  mesma  umbría ,  llama- 
dos Huet  Aquila,  Huet  Tuxar,  Huet  Vado,  HuetAl- 
guaar ,  HuetBelchitat,  Huet  Beleta  y  Huet  Canales.  De- 
más destos,  entra  después  en  el  otro  rio,  que  llaman 
de  aguas  blancas,  que  viene  de  mas  lejos,  y  corre  al 
norte  de  la  sierra  de  Güéjar  por  los  lugares  de  Dudar  y 
Quéntar.  Con  todas  estas  aguas  pasa  Genil  por  defuera 
de  los  muros  de  Granada ;  y  tomando  consigo  á  Darro 
y  al  rio  de  Monachil ,  que  los  antiguos  llamaron  Flum,  y 
al  de  Dílar ,  dejando  regada  toda  la  Vega  con  el  agua  de 
sus  acequias,  que  la  hacen  fértilísima  de  trigo ,  cebada, 
panizo ,  alcandía ,  lino ,  frutas  y  hortalizas  de  todas  ma- 
neras ,  corre  hacia  ponieníe ;  y  recogiendo  el  rio  Cubila 
por  bajo  de  la  puente  de  Pinos  de  la  Vega ,  deja  la  villa 
de  í llora  y  la  sierra  de  Barbandara  á  la  mano  derecha, 
y  va  á  la  ciudad  de  Loja ;  y  haciendo  fértiles  aquellos 
campos  y  valles  por  do  pasa ,  se  va  después  á  meter  en 
Guadalquivir ,  rio  caudaloso ,  á  quien  este  y  otros  que 
no  conocen  la  mar  encomiendan  sus  aguas. 

CAPITULO  X. 

Que  prosigue  la  materia  de  los  pasados,  y  trata  de  la  fuente  de 
Alfacar,  y  de  otras  fuentes  y  huertas  fuera  de  Granada. 

Todas  estas  aguas  que  hemos  dicho  no  alcanzan  á  la 
Alcazaba  ni  al  barrio  de  Albaicin ,  mas  no  por  eso  deja 
de  haber  abundancia  de  agua  muy  buena  bacía  aquella 
parte ,  de  una  fuente  que  nace  en  la  sierra  del  Albaicin. 
Está  en  esta  sierra  una  cueva  muy  honda  á  manera  de 
sima ,  y  en  lo  mas  bajo  della  sale  un  golpe  de  agua 
tamaño  como  dos  bueyes ,  la  qual  se  divide  á  diferen- 
tes partes,  y  especialmente  proceden  de  allí  tres  fuen- 
tes principales  y  muy  notorias.  La  una  es  la  fuente  del 
Rey,  que  está  junto  al  lugar  de  Güete ;  la  otra  la  de  Day- 
fontes,  que  sale  junto  á  una  venta ,  donde  en  tiempo  de 
moros  había  una  casa  fuerte,  que  llamaban  Dar  Alfun, 
y  está  cuatro  leguas  de  Granada,  en  el  camino  que  va  á 
la  villa  de  Hiznaleuz  ;  y  la  tercera  la  de  Alfacar,  que 
nace  una  legua  de  Granada,  encima  de  una  alearía  del 
mesmo  nombre,  y  en  su  nacimiento  echa  tanta  agua 
como  un  buey.  Ser  estas  tres  fuentes  de  una  mesma  agua 
se  ha  visto  por  experiencia,  echando  aceite  ó  paja  en  la 
fuente  principal ,  porque  responde  luego  á  las  otras,  y 
así  nos  lo  certiíicaron  moriscos  viejos  del  Albaicin.  Con 
el  agua  de  la  fuente  de  Alfacar,  que  recogen  los  mora- 
dores en  una  acequia ,  y  la  llevan  por  las  laderas  y  cum- 
bres délos  cerros  que  hay  desde  allí  á  Granada,  se  rie- 
gan las  huertas  y  liazas  de  Alfacar,  Bíznar  y  Mora,  y 
buena  parte  de  viñas  de  la  "Vega,  y  los  cármenes  y  jar- 
dines de  Aynadamar ,  donde  los  regalados  ciudadanos, 
en  tiempo  que  la  ciudad  era  de  moros ,  iban  á  tener  los 
tres  meses  del  año  que  ellos  llaman  la  azir ,  que  quiere 
decir  la  primavera ;  imitando  también  en  esto  á  los  de 


Fez ,  que  en  el  mesmo  tiempo  se  van  á  los  cármenes  y 
huertas  deCingifor,  que  esotro  pago  de  arboledas  y 
frescuras,  en  que  tienen  sus  casas  y  verjeles  con  muchas 
recreaciones.  Ocupan  los  cármenes  de  Aynadamar  le- 
gua y  media  por  la  ladera  de  la  sierra  del  Albaicin  que 
mira  hacia  la  Vega ,  y  llegan  hasta  cerca  de  los  muros 
de  la  ciudad  ;  y  es  de  saber  que  este  nombre  está  cor- 
rompido, porque  los  moriscos  llaman  aquel  pago  Xyna- 
doma,  que  quiere  decir  fuente  de  lágrimas;  y  dicen  al- 
gunos que  antes  que  los  vecinos  llevasen  la  acequia  de 
Alfacar  á  Granada  no  había  en  él  mas  que  una  fuente- 
cica  que  destila  gota  á  gota  como  lágrimas,  la  cual  se 
ve  eldia  de  hoy,  y  es  buena  aquella  agua  para  mal  de 
ijada;  mas  otros  curiosos  del  Albaicin  nos  certiíicaron 
que  por  las  muchas  penas,  achaques  y  calumnias  que 
los  administradores  de  las  aguas  y  las  justicias  llevan 
á  los  que  tienen  repartimientos  de  aquella  agua  en  el 
campo  ó  en  la  ciudad,  si  la  hurtan ,  ó  toman  mas  de  la 
que  les  pertenece ,  ó  echan  inmundicias  en  la  acequia , 
la  llamaron  fuente  de  lágrimas.  Finalmente,  entrando 
esta  acequia  por  bajo  de  la  puerta  del  Albaicin,  tiene  sus 
tomaderos  y  cauchiles,  por  donde  se  reparte  á  las  ca- 
sas de  los  vecinos  y  á  los  algibes  públicos  que  están  en 
jas  parroquias  para  servicio  de  los  que  no  tienen  repar- 
timientos ;  y  provee  todo  el  Albaicin  y  la  Alcazaba  bas- 
tantemente, y  se  riegan  con  ella  algunas  huertas  y  jar- 
clines  que  hay  dentro  de  los  muros.  Fuera  de  la  ciudad, 
á  la  parte  de  la  Vega,  hay  grandes  huertas  y  arboledas 
que  se  riegan  con  el  agua  de  las  acequias  que  proce- 
den de  los  dos  ríos  arriba  referidos ;  con  las  cuales  mue- 
len también  muchos  molinos  de  harina;  por  manera 
que  de  todas  partes  es  Granada  abundantísima  de  agua 
de  rios  y  de  fuentes.  Desde  las  casas  se  descubre  una 
vista  jocunda  y  muy  deleitosa  en  todo  tiempo  del  año. 
Si  miran  á  la  Vega,  se  ven  tantas  arboledas  y  frescuras, 
y  tantos  lugares  metidos  entre  ellas ,  que  es  contento ; 
si  á  los  cerros,  lo  mesmo ;  y  si  á  la  sierra ,  no  da  menor 
recreación  verla  tan  cerca ,  y  tan  cargada  de  nieve  la 
mayor  parte  del  año ,  que  parece  estar  cubierta  con  una 
sábana  de  lienzo  muy  blanca. 

CAPITULO  XI. 

Que  prosigue  la  materia  del  pasado,  y  trata  de  la  fertilidad  y  abun- 
dancia de  Granada.  Pónense  aquí  los  cuatro  epitafios  que  esta- 
ban en  la  rauda  de  la  Alhambra,  y  la  computaciop  del  año  ára- 
be lunar  con  el  latino  solar. 

Es  Granada  abundante  de  frutas  de  toda  suerte,  muy 
proveída  de  leña,  bastecida  de  carnes,  regalada  de  pes- 
cados frescos,  de  mucha  pasa,  higo ,  almendra,  que  le 
traen  de  los  lugares  de  la  costa  ;  tiene  mucho  aceite, 
vino  y  muy  hermosas  hortalizas,  y  toda  suerte  de  agro, 
como  son  naranjas,  limones  y  cidras ;  y  lo  que  mas  im- 
porta es  estar  en  muy  buena  comarca  de  pan ,  trigo 
y  cebada ;  porque  demás  de  lo  que  se  coge  en  sus  tér- 
minos, donde  entran  las  villas  de  íllora,  Montefrio,  Mo- 
dín, Colomera,  Hiznaleuz,  Guadahortuna ,  Monte- 
xicar,  y  otras  que  tienen  grandes  cortijos  y  rozas,  se 
provee  ordinariamente  de  la  ciudad  de  Loja,  y  de  Al- 
hama,  y  de  Alcalá  la  Real,  y  de  los  lugares  de  la  Anda- 
lucía que  confinan  con  ella.  El  trato  de  la  cría  de  la  seda 
es  tan  rico  en  aquel  reino ,  que  se  arrienda  el  derecho 
que  pertenece  á  su  majestad  en  sesenta  y  ocho  cuentos 
de  maravedís  cada  año,  que  valen  ciento  y  ochenta  y 


REBELIÓN  Y  CASTIGO  DE  LOS  MORISCOS  DE  GRANADA. 


135 


un  mil  y  quinientos  ducados  de  oro.  Todos  los  térmi- 
uos  de  Granada  que  caon  á  la  parte  de  la  mar,  aunque 
son  sierras  ásperas  y  fragosas ,  no  por  eso  dejan  de  ser 
fértiles  y  abundantes  de  muchas  aguas  de  fuentes  y  de 
rios,  con  que  riegan  los  campos ,  huertas  y  sembrados ; 
y  las  frutas  y  carnes  de  las  sierras  son  mejores,  mas 
sabrosas  y  de  mas  dura  que  las  de  la  Vega  ;  y  por  el 
consiguiente  el  pan  es  de  mas  peso  y  mejor,  las  aguas 
muy  frescas,  y  los  aires  por  extremo  saludables.  Esta- 
ban las  casas  desta  ciudad  tan  juntas  en  tiempo  de  mo- 
ros, y  eran  las  calles  tan  angostas,  que  de  una  ventana 
á  otra  se  alcanzaba  con  el  brazo ,  y  habia  muchos  bar- 
rios donde  no  podian  pasar  los  hombres  de  á  caballo  coa 
las  lanzas  en  las  manos,  y  tenian  horadadas  las  casas  de 
una  en  otra  para  poderlas  sacar;  y  esto  dicen  los  mo- 
riscos que  se  hacia  de  industria  para  mayor  fortaleza  de 
la  ciudad.  Tenia  algunos  edificios  principales  labrados 
á  la  usanza  africana,  muchas  mezquitas,  colegios  y 
hospitales,  y  una  muy  rica  alcaicería  como  la  de  la  ciu- 
dad de  Fez,  aunque  no  tan  grande ,  donde  acudía  toda 
la  contratación  de  las  mercaderías  de  la  ciudad.  En  lo 
espiritual  había  un  all'aquí  mayor  y  otros  menores,  y 
en  lo  temporal  sus  cadís  y  jueces  civiles  y  criminales ; 
y  ansí  en  esto  como  en  loque  toca  á  la  policía  y  buena 
gobernación ,  era  Granada  muy  semejante  á  la  ciudad 
de  Fez.  Los  moradores  muy  amigos  y  conformes,  y  los 
reyes  deudos  y  confederados  tan  setaríos  los  unos  co- 
mo los  otros,  y  tan  enemigos  del  nombre  cristiano. 

CONTIÉNENSE  LOS  EPITAFIOS  ÁRABES,  QUE  FUERON  HALLA- 
DOS EN  LAS  LOSAS  DE  LOS  SEPULCBOS  DE  LOS  REíES  MOROS 
DE  GRANADA. 

Estaban  escritos  los  epitafios  de  las  losas  de  los  cua- 
tro sepulcros  délos  reyes  moros,  que  dijimos  que  se 
hallaron  en  la  rauda  en  los  alcázares  de  la  Alhambra, 
en  letra  árabe  muy  hermosa  por  ambas  partes,  por  la 
una  en  prosa ,  y  por  la  otra  en  versos  de  metro  mayor, 
en  loa  y  memoria  de  cuatro  reyes  llamados  Abí  Abdi- 
lehi,  hijo  de  Mahamete  Abuceyed,  segundo  rey  de  la 
casa  de  los  Alahamares ,  que  reinó  en  tiempo  del  rey 
don  Alonso  el  Sabio ;  Abil  Gualíd  Ismael,  hijo  de  Abí 
Ceyed  Farax ,  que  reinó  en  tiempo  del  rey  don  Alonso 
el  Onceno  (fué  cuarto  Rey  de  la  casa  de  los  Alaha- 
mares );  Abíl  Hagex  Jucef,  hijo  de  Abíl  Gualíd,  que  rei- 
nó en  tiempo  del  sobredicho  rey  don  Alonso  el  Onceno, 
y  fué  sexto  rey  de  la  casa  de  los  Alahamares;  y  Abil 
Hagex  Jucef,  llamado  por  sobrenombre  Ganem  Bílehí, 
que  reinó  en  tiempo  del  rey  don  Juan  el  Segundo,  sien- 
do su  tutor  el  infante  don  Hernando,  que  ganó  á  Ante- 
quera ;  y  fué  treceno  rey  de  la  casa  de  los  Alahamares. 
Y  lo  que  en  cada  una  dellas  decía  es  lo  siguiente  : 
La  losa  mas  antigua  decía  por  la  una  haz  en  prosa : 
«Con  el  nombre  de  Dios  piadoso  y  misericordioso. 
»Este  es  el  sepulcro  del  rey  virtuoso,  valeroso  y  justo, 
»el  mas  alto  de  los  temerosos  de  Dios,  único,  religioso, 
Msabio,  escogido ,  el  muy  respetado ,  el  que  guerreaba 
wen  servicio  de  Dios,  contento,  devoto  y  muy  amigo  de 
))Díos  altísimo  en  público  y  en  secreto ;  el  que  siem- 
»pre  pensaba  en  sus  grandezas  y  legloriGcaba  por  su 
wlengua  ;  el  que  atendía  y  se  ocupaba  de  ordinario  en 
Bla  salud  y  gobierno  de  sus  vasallos ,  y  en  administrar 
«verdad  y  justicia ;  el  dechado  de  la  religión  de  gracia 


))el  que  procuraba  el  bien  de  las  gentes ,  y  miraba  por 
«ellos  con  piedad  y  buen  celo ,  para  darles  toda  liber- 
»tad ,  sosiego  y  descanso,  con  celo  de  su  buena  inten- 
))cion ,  bondad  y  lealtad  en  sus  obras  y  luz  de  su  espi- 
«ritu ;  el  que  siempre  se  ocupaba  en  hacer  cosas  me- 
wdiante  las  cuales  entendía  hallar  luz  manifiesta  conco- 
«mitanteeldia  del  juicio.  El  rey  de  esclarecidos  hechos 
»y  santas  y  altas  obras  ;  el  victorioso  en  la  conquista  de 
))los  descreídos ,  con  esfuerzo  ,  ánimo  y  limpia  inteu- 
))cion ;  el  que  administraba  el  peso  de  la  justicia  y 
«continuaba  la  manera  y  uso  de  la  clemencia ;  el  defen- 
»sor  de  las  gentes  y  ensalzador  de  la  ley  del  escogido 
«Profeta;  el  dechado  del  valor  de  sus  predecesores,  los 
«socorredores  victoriosos  adelantados  de  santa  inten- 
«cion  ;  el  que  presumió  y  juró  de  hacer  en  servicio  de 
«Dios,  y  en  demonstracion  ejemplar  de  sus  antepasa- 
«dos,  santas  obras  y  altas  hazañas  en  la  conquista  de 
«sus  enemigos  y  salud  y  conservación  de  sus  tierras 
«y  de  sus  vasallos;  el'gobernador  de  los  moros-,  y  de- 
«chado  de  los  creyentes ,  y  abatidor  de  los  descreídos, 
«Abí  Abdilehi ,  hijo  del  adelanlado  belicoso  guerrero' 
«en  servicio  de  Dios,  y  victorioso  mediante  su  gra- 
«cia,  Mahamete  Abuzeyed  Ibni  Nacer,  gobernador  de 
«los  hijos  de  salvación  y  ensalzador  de  la  ley,  Alum- 
«bre  Dios  su  sepulcro,  y  déle  todo  su  descanso  me- 
«diante  su  gracia  y  misericordia.  Nació,  Dios  le  dé  su 
«gloria,  en  23  días  de  la  luna  de  Maharam,  año  633, 
«y  fué  alzado  por  rey  la  primera  vez  en  la  entrada  de 
«la  luna  de  Xahaban,  año  de  635,  y  confirmaron  su 
»  alzada  los  moros  á  6  días  de  la  luna  de  Xahaban,  año 
«de  671.  Falleció  (glorilique  Dios  su  espíritu)  aca- 
«bando  la  oración  de  la  ocultación  del  sol  última,  la 
«noche  del  domingo,  8  días  de  la  luna  de  Xahaban  el 
«acatado  año  de  701.  Subióle  Diosa  la  mas  alta  man- 
«sion  de  los  bienaventurados,  y  colocóle  con  los  prin- 
«cipales  que  siguieron  la  verdad,  á  quien  prometió 
«descanso  y  bienaventuranza.» 

Dé  la  otra  parte  de  la  mesma  losa  decía  en  versos  ó 
metros  árabes: 

«Con  el  nombre  de  Dios  piadoso  y  misericordioso. 
«Este  es  el  lugar  de  alteza,  honestidad  y  bondad,  else- 
«pulcro  del  adelantado,  valeroso,  limpio,  único.  A  Dios 
«sea  el  sacrificio  que  en  este  hueco  se  oculta  de  alteza, 
«valor  y  virtud.  En  él  yacen  la  crueldad,  bondad  y  cle- 
«mencia ;  no  la  crueldad  de  las  fierinas  fuerzas,  ni  me- 
«nos  la  liberalidad  que  nace  de  insensibilidad  y  falta 
«de  discreción,  sino  el  dechado  y  ejemplo  de  toda  ho- 
«nestidad  y  religión  ;  la  honra  y  presunción  de  los  re- 
«yes ,  el  señor  de  limpio  ser  y  hechos ;  el  que  se  ocu- 
«paba  en  todo  tiempo  en  dispensar  su  magnificencia  y 
»en  extirpar  á  sus  enemigos,  así  como  la  pluvia  en 
«la  tierra  ó  el  león  en  su  morada.  Desto  son  testigos 
«sus  mesmas  obras,  y  con  verdad  lo  testifican  todas 
«las  lenguas  de  los  hombres,  pues  jamás  salió  en  ejér- 
«cíto,  que  ante  su  poder  no  se  mostrasen  angostas  las 
«tierras  de  los  alárabes  y  agámes(l),  y  jamás  en  el  acto 
«de  la  milicia  salió  al  encuentro  de  sus  enemigos ,  sin 
«que  en  tal  ocasión  observase  su  bondad  y  esfuerzo ,  y 
«alegria  de  rostro  ;  ni  menos  consintió,  en  ejemplo  de 
»su  valor,  que  los  suyos  subiesen  en  caballos  que  be- 

(1)  De  la  voz  arábiga  agem,  cuyo  significado  es  el  barburus  la- 
tino, es  decir,  el  extranjero;  y  asi  poco  mas  ó  menos  lo  ipterpreta 
el  autor  mas  adelante, 


136 


LUIS  DEL  MARMOL  CARVAJAL. 


Mbicscn  el  ogua  menos  que  en  las  albercas  y  hoyos  do 
Bsangre  ;  ni  monos  consintió  que  se  hiciese  juicio  en  su 
»goi)emacion  en  ofensa  ó  agravio  del  menor  de  sus 
))súbd¡tos,  Y  ansí,  los  que  no  saben  dcstas virtudes  ni 
)ydc  la  gran  defensa  que  en  él  tuvo  la  ley  de  Dios,  ex- 
Mcluyenrlo  y  abatiendo  á  sus  enemigos,  oigan  la  voz  de 
»sus  hechos,  que  es  mas  notoria  y  maniíiesta  que  un 
»fuego  encendido  en  la  cumbre  de  una  sierra.  Siempre 
j)se  humillarán  al  sepulcro  que  á  este  señor  contiene 
»las  nubes  de  misericordia  con  su  rocío  y  descanso.» 

La  segunda  losa  en  antigüedad  decía  por  la  una  haz 
en  prosa : 

«Con  el  nombre  de  Dios  piadoso  y  misericordioso. 
«Este  es  el  sepulcro  do  yace  el  rey  glorioso  que  mu- 
»rió  en  defensa  de  la  ley  de  Dios ;  el  conquistador  de 
»los  Anzares,  ensalzador  de  la  ley  del  escogido  y  ama- 
»do  Profeta;  el  resucitador  de  la  santa  intención  de 
«sus  predecesores  los  conquistadores  victoriosos :  el 
«gobernador  justo,,  valeroso,  animoso  señor  de  lami- 
«licia  y  decreto  de  la  ley ;  el  de  claro  linaje  y  hechos; 
«el  mas  venturoso  en  era  de  todos  los  reyes,  y  el  mas 
«celoso  de  la  honra  de  Dios  en  dicho  y  en  hecho  ;  cu- 
«cliillo  de  la  milicia ,  luz  de  las  ciudades ;  el  que  siem- 
«pre  afiló  su  espada  en  defensa  de  la  ley ;  el  que  tuvo 
«llenas  las  entrañas  del  amor  del  piadoso  Dios ;  el  be- 
«licoso  y  triunfante  por  la  gracia  de  Dios  ;  el  goberna- 
«dor  de  los  moros,  Abil  Gualid  Ismael,  hijo  del  valero- 
«so,  excelente,  de  limpio  ser  y  linaje,  en  obra,  mayor 
«de  los  halifas,  ensalzador  de  la  ley  y  fortaleza  de  la 
«era  triunfante,  glorioso  difunto,  Abiceyed  Farax,  hijo 
«del  único  de  los  únicos  escogidos  defensores  de  la  ley 
«de  la  salvación,  progenie  del  gran  gobernador  ventu- 
»roso,y  su  dechado  en  hechos  de  alto  nombre,  difunto, 
«Abil  Gualid  Ismael ,  hijo  de  Nacer.  Glorifique  Dios  su 
«buen  espíritu ,  y  le  hincha  de  salubérrimo  socorro  de 
«su  misericordia,  que  le  aproveche  con  la  milicia  y 
«confesión  deque  no  hay  otro  dios,  y  le  cumpla  de  su 
«gracia.  Guerreó  en  defensa  de  la  ley  de  Dios  y  pbr  su 
'  «amor  en  toda  perficion  militar.  Y  dióle  Dios  victoria 
«en  la  conquista  de  las  tierras  y  en  la  muerte  de  los 
«reyes  descreídos  sus  enemigos ;  que  es  lo  que  hallará 
«reservado  el  día  que  fuéremos  llamados  ante  el  acata- 
«miento  de  Dios,  hasta  que  fué  servido  de  dar  fin  á  sus 
«días ,  los  cuales  acabó  estando  en  la  mayor  gracia  de 
«su  buen  vivir,  y  en  ella  le  llamó  para  lo  que  le  estaba 
«aparejado  por  su  inmensa  misericordia,  teniendo  el 
«pol^o  de  la  milicia  en  los  dobleces  de  sus  vestiduras. 
»Y  fué  muerto  en  servicio  de  Dios,  habiendo  dado  con 
«furia  en  sus  enemigos,  de  tal  manera  que  por  él  se  re- 
«conoció  notable  ventaja  entre  los  confesantes  de  la  ley 
«de  Dios  á  todos  los  reyes  que  han  precedido,  y  con  ella 
»en  esta  gracia  alzó  bandera  de  guerrero  del  inmenso 
«Dios.  Nació  (cúmplale  Dios  de  su  gracia)  en  la  felice 
«hora  del  alba  del  día  viernes  17  días  del  mes  de  Xa- 
«guel ,  año  de  677.  Fué  alzado  por  rey  jueves  27  días 
«delmes  de  Xaguel,  año  de  713.  Falleció  en  la  milicia 
«lunes  26  días  del  mes  de  Argeb  el  Fard ,  año  de  72o. 
«Bendito  y  ensalzado  sea  el  Rey  verdadero ,  que  queda 
«después  del  acabamiento  de  todos  los  nacidos.». 

De  la  otra  parte  desta  mesma  losa  decía  en  metros 
árabes  ; 

«  Con  el  nombre  de  Dios  piadoso  y  m  iserícordioso.  ¡Oh 
»el  mejor  de  los  reyes !  Comprehenda  tu  sepulcro  salu- 


«bérrima  salutación ,  que  ansí  como  la  dulce  aurora  de 
»la  mañana  conmixta  con  fragrantísimo  olor  de  almíz- 
))cle,  te  conhopte.  En  este  sepulcro  yace  un  adelantado 
«grande  en  bondad  de  los  reyes  de  Nacer,  alto  en  dig- 
«nidad  y  en  estado  temporal  y  espiritual,  Abil  Gualid. 
«¡Qué  alteza  de  rey !  Verdaderamente  terror  y  espanto  á 
«sus  enemigos,  triunfante  magnificencia,  temor  de  Dios 
«altísimo,  condición  y  conversación  muy  amorosa.  A 
«Dios  sea  el  sacrificio  de  la  alteza  que  la  muerte  aquí  ha 
«encerrado,  el  secreto  de  generosidad  que  en  él  oculta, 
«la  lengua  tan  ejercitada  en  nombrar  á  Dios  y  el  cora- 
«zon  tan  aposentado  en  su  amor.  Este  es  el  que  dispen- 
«saba  el  arte  de  la  milicia  y  el  uso  de  los  preceptos  de- 
«Ila  que  Dios  manda  guardar ;  guerrero  verdadero,  que 
«alcanzó  en  el  estado  de  los  creyentes  el  martirio  por 
«Dios  en  tan  supremo  grado,  que  con  él  resucitará  con 
«muy  aventajado  premio.  Pasó  desta  vida  con  muertn 
«semejante  á  la  del  halifa  Odmen,  á  las  primeras  horas 
«de  la  mañana;  buena  y  dulce  muerte ,  como  la  deste 
«Odmen,  que  á  tal  hora  fué  alanceado  dentro  de  su  ca- 
usa, teniendo  el  polvo  de  la  milicia  en  su  rostro,  el  cual 
«le  alimpiarán  en  el  paraíso  de  la  eternidad  las  damas 
«celestiales  con  sus  manos,  y  le  darán  á  beber  de  la  sa- 
«brosísima  agua  que  corre  por  cima  de  los  alcázares  del 
«paraíso.  Y  al  que  lo  mató  darán  los  demonios  á  comer 
«en  el  infierno,  donde  estará  perpetuamente  encarce- 
«lado,  del  fruto  de  los  árboles  endemoniados ,  y  le  da- 
«rán  á  beber  de  la  hediondez  de  las  inmundicias  que  se 
«derriten  de  los  vientres  de  los  condenados.  Endechen 
ȇ  este  rey  los  pueblos,  y  todos  los  nacidos  juntamente 
«con  diversas  maneras  de  llantos;  aunque  deben  con- 
«solarse  con  que  este  es  juicio  de  Dios  tan  poderoso, 
«que  del  hemos  de  tomar  con  paciencia  todo  cuanto  su 
«alta  providencia  ordenare,  por  ser  señor  que  manda  y 
«ordena  lo  que  es  servido.  La  misericordia  deste  sumo 
«Dios  de  los  nacidos  sea  con  este  rey  de  verdad,  que  en 
este  sepulcro  yace.» 

La  tercera  losa  en  antigüedad  decia  por  la  una  haz,  en 
prosa  : 

«  Con  el  nombre  de  Dios  piadoso  y  misericordioso. 
«Este  es  el  sepulcro  del  rey  que  murió  en  servicio  de 
«Dios,  descendiente  de  alto  y  honroso  linaje.  Su  ser  y 
«condición  fué  conveniente  ásu  reinado.  Es  notorio  en - 
«tre  las  gentes  su  fortaleza,  virtud  y  gracia,  señor  de 
«ilustre  progenie  y  de  felice  y  próspera ;  era  de  buenas 
»y  agradables  costumbres  y  de  condición  amorosa, 
«adelantado  grande,  cuchillo  del  reino,  único  de  los 
«grandes  reyes  en  quien  resplandece  la  gloria  de  Dios; 
«el  que  tuvo  los  tiempos  buenos  y  acomodados  en  la 
«tranquiüdad  y  gobernación  de  su  reino;  polo  de  bon- 
«dad  y  de  crianza,  progenie  y  linaje  del  imperio  de  los 
«Anzares  socorredores.  El  defensor  del  estado  de  sal- 
«vacion  con  su  consejo  y  esfuerzo,  el  encumbrado  en 
«el  trono  de  toda  alteza  sumamente ,  el  que  fué  acom- 
«pañado  de  toda  felicidad  y  privanza  desde  que  co- 
«menzó  á  reinar  hasta  su  fin;  el  gobernador  de  los  mo- 
«ros,  Abil  Hagex  Jucef ,  hijo  del  gran  rey  adelantado, 
«llamado  león  de  la  ley  de  Dios,  á  cuyo  gran  poder  los 
«enemigos  se  sujetaron,  y  los  tiempos  se  mostraron 
«benévolos  á  su  querer  y  mando;  el  que  extendió  el 
«velo  de  la  verdad  en  el  universo ;  el  defensor  del  es- 
«tado  de  la  ley  con  las  lanzas  agudas,  el  conservador 
«de  los  libros  de  los  oíicios  divinos,  perpetuos  en  la  al- 


REBELIÓN  Y  CASTIGO  DE  LOS  MORISCOS  DE  GRANADA. 


«leza  perdurable.  El  que  murió  por  Dios ,  venturoso  y 
«glorioso  rey  Abil  Gualid,  liijo  del  esforzado,  alto  y  de 
*))Conocido  linaje  y  valor,  en  prosperidad  ,  grandeza  y 
«honra,  muy  notorio  en  ser  y  hechos;  el  mayor  del  rei- 
»nado  de  los  de  Nacer,  y  fuera  déla  era  triunfante,  glo- 
«rioso  difunto,  Abí  Ceyed  Farax,  hijo  de  Ismael,  hijo  de 
«Nacer.  Cúbrale  Dios  con  su  piedad  de  su  parte,  y  pón- 
«gale  en  la  gloria  junto  á  Zahade  Aben  Obeda,  su  claro 
«linajCj  porque  aproveche  su  loable  ventura,  su  buen 
«celo  y  esfuerzo  á  la  ley  de  salvación  y  á  los  hijos  de- 
«lia.  Gobernando  el  cargo  déla  gobernación  délos  mo- 
«ros,  gobernación  aprobada,  y  asegurándoles  con  tran- 
«quilidad  el  curso  de  los  tiempos,  les  manifestó  la  haz 
«de  la  paz  y  quietud  que  en  hermosura  resplandece,  y 
«dispensó  con  ellos  todo  ejemplo  manifiesto  de  su  liu- 
«raildad  y  virtud,  hasta  que  Dios  fué  servido  de  dar  fin 
»á  sus  dias,  estando  en  la  mejor  disposición  y  gracia  de 
«su  buen  vivir,  y  le  cumplió  de  su  felicidad,  acomodán- 
«dole  este  acabamiento  en  lo  último  del  mes  de  Rama- 
«dan,  en  gracia  y  beneficio  de  su  felicidad ,  porque  en 
«él  le  recibió  en  su  gloria,  estando  en  la  oración  que  á 
«Dios  poderoso  se  debe,  y  confiado  en  él,  contrito  y  hii- 
«miliado  ante  sus  manos,  salvo  y  seguro  en  aquel  ser  y 
«acto  que  mas  cercano  y  propicio  puede  estar  el  hom- 
»bre  á  su  Dios.  Y  esto  fué  por  mano  de  un  hombre  pe- 
«cador,  de  bajo  ser  y  condición,  que  Dios  permitió  fuese 
«causa  de  que  en  él  se  campliese  lo  que  en  su  alta  pro- 
«videncia  le  tenia  reservado,  escondiéndosele  entre  los 
«paños  y  atavíos  de  su  aposento  y  estrado,  donde  tuvo 
«buen  aparejo  la  ejecución  de  su  traición ,  mediante  la 
«voluntad  de  Dios  y  el  aparejo  que  tuvo,  hallándole 
«ocupado  adorando  á  Dios  altísimo.  Lo  cual  fué  en  la 
«humillación  postrera  de  la  oración  pascual  á  la  ealra- 
»da  de  la  luna  de  Xevel  del  año  755.  Dios  le  aproveche 
«con  tan  salubérrima  muerte,  pues  con  ella  fueron  di- 
«chosos  tal  tiempo  y  lugar,  y  le  prescribió  y  manifestó 
«con  ella  su  gracia  y  perdón,  y  le  colocó  con  la  gencra- 
«ciofl  de  los  Anzares  de  INacer,  defensores  de  su  ley, 
«con  los  cuales  la  ley  de  salvación  fué  honorificada,  y 
«están  en  el  descanso  que  Dios  les  aparejó  por  ello.  Fue 
«alzado  por  rey  en  14  dias  de  la  luna  Dilhexa  año  733, 
«y  nació  en  i  8  dias  de  la  luna  de  Orbea  el  último  del 
«año  718.  Soberano  y  ensalzado  sea  el  que  para  sí  es- 
«cogió  la  perfeta  eternidad,  y  proveyó  el  acabamiento 
»  á  lodos  los  nacidos  que  son  sobre  la  haz  de  la  tierra, 
»á  los  cuales  después  juntará  en  el  dia  de  la  cuenta  y 
«justificación ,  que  es  el  verdadero  Dios ,  que  no  hay 
«otro  sino  él,  que  para  siempre  vive  y  reina.» 
De  la  otra  parte  desta  losa  decía  en  metros  árabes : 
«  Con  el  nombre  de  Dios  piadoso  y  misericordioso. 
«Saluden  al  que  en  este  sepulcro  yace,  la  gracia  de  Dios 
«con  descanso  y  gloria  perpetuamente,  hasta  el  dia  que 
«resucitaren  los  muertos,  humillando  sus  rostros  ante 
«el  acatamiento  de  Dios  en  el  consistorio  del  juicio. 
«Verdaderamente  este  no  es  sepulcro,  sino  jardín  fruc- 
«tífero  de  flores  de  fragrantísimo  olor.  Y  si  la  verdad 
«he  de  decir,  aquí  no  hay  otra  cosa  sino  pimpollos  de 
«azahar  y  perlas  clarísimas.  ¡  Oh  lugar  donde  yace  toda 
íverdad  y  temor  de  Dios !  Oh  lugar  donde  descansa  la 
«alteza !  Oh  lugar  donde  ha  venido  á  esconderse  la  lu- 
«na!  En  tí  ha  depositado  el  carruaje  de  la  muerte  un 
«adelantado  de  ilustre  casa,  uno  de  los  reyes  de  Nacer. 
»En  tí  moran  generosidad,  alteza  y  honra,  y  el  que  de 


137 

«todo  temor  se  ha  asegurado,  ¿Quién  otro  como  Abil 
«Hagex  defendió  el  jsstado  de  la  honestidad?  Quién  co- 
«mo  Abil  Hagex  confundió  la  escuridad  de  la  herejía? 
«Estema  (1)  y  progenie  de  Zaha.de  Aben  Obeda  el  Hazra- 
»gí.  ¡Oh  qué  perficiony  grandeza  de  casa  valerosa!  Ha- 
«blar  de  la  vergüenza,  caridad  y  amor  de  Dios,  y  de  la 
«grandeza  deste  rey,  es  hablar  de  las  maravillas  incom- 
«prehensibleíde  la  mar.  Salteóle  la  ocasión  del  tiempo,  y 
«no  vemos  perpetuidad  de  cosa  viva,  ni  firmeza  en  nin- 
«gun  estado.  Es  el  tiempo  señor  de  dos  haces,  del  ser 
«presente  y  del  porvenir,  y  el  que  desta  manera  es,  con 
«dureza  nos  saltea.  Mas  hallóle  conociendo  á  Dios,  hu- 
«míllado  en  su  oración  y  en  resplandeciente  gracia, 
«su  lengua  humedecida  en  nombrar  su  santo  nombre, 
«conociendo  el  felice  mes  y  el  valor  de  los  bienes  que 
«en  él  dispensó,  y  sintiendo  la  pascua  de  los  ácimos  su 
«ocasión  y  desgracia,  dándole  el  cáliz  de  tan  salubérrima 
«muerte  por  almuerzo.  A  Dios  sea  sacrificio  de  muer- 
«te  tan  viva,  y  á  los  progenitores  deste  gloria  y  honra. 
«Permitióse,  siendo  alto  en  estado,  que  hubiese  fin  por 
«manos  de  tan  bajo  hombre  pecador,  por  quien  tanto 
«bien  le  vino,  siendo  tan  malo ;  correspondió  á  su  hecho 
«tan  detestable,  y  no  se  debe  sentir  tanto  la  maldad  del 
«bajo  en  los  grandes,  pues  las  maravillas  ocultas  del 
«juicio  de  Dios  no  se  pueden  comprehender  ni  preve- 
«nir.  Póngase  esta  muerte  con  la  del  halifa  Alí ,  que 
«siendo  tan  gran  señor,  le  mató  el  vilísimo  Aben  Mue- 
«jam,  y  con  la  del  escogido  en  valor  Abil  Hascen ,  que 
«acabó  por  manos  de  una  fiera.  Ponemos  terror  con  los 
«afilados alfanjes  muxarafies,  y  cuando  la  voluntad  de 
«Dios  ocurre,  la  mas  mínima  ocasión  nos  mata.  Por 
«tanto,  el  que  en  este  mal  mundo  estuviere  muy  con- 
«fiado,yfirme  le  pareciere  con  soberbia,  hallarse  ha 
«perdido.  Pues  ¡oh  rey  del  reino  que  jamás  se  acabará! 
«¡Oh  aquel  que  de  veras  tiene  el  mando  y  juicio  sobre  sus 
«criaturas!  cubre  con  el  velo  de  tu  piedad  nuestras cul- 
«pas,  pues  no  tenemos  otro  amparo  en  ellas  mas  que  tu 
«misericordia,  y  cubre  y  amortaja  al  gobernador  délos 
«moros  con  tu  piedad  y  gracia ,  con  la  cual  merezca 
«el  aposento  de  tu  sosiego  por  gualardon,  pues  tu  mi- 
«sericordia  es  la  que  nos  ha  de  valer,  y  esta  vida  em- 
«prestada  del  hombre  es  cebo  de  quien  á  lo  poco  se  afi- 
«ciona.  Dios  por  su  piedad  le  ponga  en  descanso  con  sus 
«grandes  predecesores,  y  le  cumpla  de  su  gracia.» 

La  cuarta  losa  y  última  en  antigüedad  decia  por  la 
una  haz  en  prosa : 

«Con  el  nombre  de  Dios  piadoso  y  misericordioso. 
«Este  es  el  sepulcro  del  rey  generoso,  de  limpio  ser  y 
«linaje,  cumplido  en  crianza,  victorioso,  misericordio- 
«so,  caritativo  y  prudentísimo  entre  los  reyes  de  la  mo- 
«risma.  Adornado  de  gracia  y  temor  de  Dios,  maestro 
«de  toda  elocuencia,  dispensador  de  todo  juicio,  virtud, 
«justicia  y  bondad ;  dotado  de  su  divina  gracia,  que  es 
«su  alto  ser  y  valor.  Polo  de  la  crianza  y  vergüenza,  en 
«quien  lúcela  hermosura  del  temor  de  Dios,  y  el  que 
«dispensó  todo  género  de  venganza  contra  los  que  ofon- 
«dian  á  sus  vasallos.  Defensor  de  la  bandera  de  la  ley, 
«el  de  excelente  linaje,  progenie  de  los  Anzares  defen- 
«sores.  El  gobernador  de  los  moros,  ensalzador  de  la 
«ley  de  Dios,  Abil  Hagex  Jucef,  hijo  del  rey  alto,  go- 
«bernador  valeroso,  piélago  de  los  sabios  y  verjel  de 

(1)  Slemma  en  latin ,  corona  ó  guirnalda. 


138 


LUIS  DEL  MARMOL  CARVAJAL. 


«prudencia;  el  muy  acatado  entre  reyes,  defensor  de 
Mías  ciudades  con  su  valor  y  esfuerzo,  fortaleza  de  las 
))gentes  con  su  prudencia  y  saber,  el  dispensador  de  los 
«bienes  que  poseyeron  sus  liberales  manos ,  el  que  ad- 
wministraba  todas  sus  fuerzas  en  la  guerra  de  sus  ene- 
wmigos.  El  valiente,  animoso  y  glorioso  difunto  gober- 
wnador  de  los  moros,  y  rico  en  Dios,  Abil  Hagex  Jucef, 
))lujo  del  rey  alto ,  grande  nombrado ,  ePmayor  délos 
«reyes,  el  aniquilador  con  la  luz  de  su  justicia,  de  la 
Mobscuridad  délos  reyes  descreídos,  con  la  felicidad  de 
wsu  ventura  y  correspondencia  de  los  planetas  celes- 
wtiales,  que  todo  buen  suceso  le  disponían  para  los  aba- 
))t¡r.  El  que  poseyó  los  dos  aquendes  sin  contradicción. 
wAquel  cuyo  estado  Dios  ensalzó,  y  por  ello  y  por  su 
«amor  y  temor  se  apartó  y  recogió  de  las  cosas  del  mun- 
))do,  y  se  bumilló  á  Dios.  El  conquistador  de  los  prin- 
wcípales  reinos,  el  que  aprovechó  á  la  ley  y  á  sus  pre- 
))ceptos,cl  que  en  sus  conquistas  hizo  maravillas,  el 
«adornado  con  el  temor  de  Dios,  el  de  alto  estado  yprós- 
))pera  era,  el  gobernador  de  los  moros,  el  rico  en  Dios, 
))Abí  Abdilehi,  hijo  del  rey  de  conocida  virtud  y  con- 
Mquista  venturosa  en  la  exclusión  del  enemigo  de  la  ley, 
»el  de  probada  intención,  y  el  atento  y  ocupado  en  en- 
«salzar  la  honra  de  Dios ;  el  que  hizo  en  favor  y  defensa 
de  todas  las  ciudades  grandes  cosas  con  su  bondad, 
wmisericordia  y  honestidad.  El  glorioso  gobernador  de 
))los  moros,  adestrado  y  guiado  por  Dios,  Abil  Hagex  Ju- 
))cef,  hijo  del  rey  adelantado  mayor  de  los  reyes,  auxi- 
))lio  de  toda  misericordia,  el  mas  alto  del  estado  y  casa 
))de  Nacer,  y  el  mas  hermoso  pimpollo  deste  árbol,  cu- 
wyas  raíces  son  firmes  y  bien  plantadas,  y  sus  ramas  al- 
wcanzan  al  cíelo.  El  conquistador  de  las  tierras  y  paci- 
wficador  de  los  Anzares,  dechado  de  las  costumbres  de 
wsus  antepasados,  los  ensalzadores  de  la  ley.  El  guer- 
wreadoren  servicio  de  Dios,  el  venturoso  gobernador 
))de  los  moros,  Abil  Gualid  Ismael  Farax,hijo  de  Nacer. 
«Recibióle  Dios  en  su  gracia,  y  colocólo  en  lo  alto  del 
«paraíso  en  su  gloria,  y  recibióle  para  aquella  honra  y 
«descanso  que  le  estaba  aparejado,  en  el  alba  del  dia 
«martes  29  días  de  la  luna  de  Ramadan  del  año  de  820. 
«Fué  alzado  por  rey  domingo  16  días  de  la  luna  de  Díl- 
«hexa,  año  de  810.  Nació  (Dios  le  haya)  viernes  27dias 
«de  la  luna  de  Zafar  á  media  noche,  año  de  798.  Ben- 
wdito  y  ensalzado  sea  aquel  que  escogió  para  sí  elrei- 
«nar  y  permanecer  para  siempre,  y  proveyó  á  todas  sus 
«criaturas  el  acabamiento  y  fin ,  que  es  el  verdadero 
«Rey,  que  no  hay  otro  dios  sino  él.» 
De  la  otra  parte  de  la  losa  decia  en  metros  árabes : 
«Con  el  nombre  de  Dios  piadoso  y  misericordioso. 
«Vivifican  la  tierra  deste  sepulcro  el  espíritu  y  el  ro- 
«cío  délas  nubes,  y  comunícale  el  verjel  celestial  la 
«fragrancia  de  sus  licores,  pues  la[fertil¡dad  y  socorro  es 
«lo  que  aqueste  hueco  incluye,  y  el  mérito  y  perdón  es 
«para  quien  aqueste  lugar  visitare.  La  gracia  de  Dios, 
«el  paraíso  del  descanso  es  su  paradero,  pues  toda  esta 
«gracia  con  entrambas  manos  la  recibe,  por  manera  que 
«esta  es  la  riqueza  que  en  esta  tierra  yace,  el  adelantado 
«de  los  únicos.  Glorifique  Dios  su  espíritu.  SucedióJu- 
«cef ,  estema  del  adelantado  Jucef,  ciertamente  en  la 
«casa  de  los  trabajos,  y  salteóle  la  vida  la  condición 
wdesta  casa.  Ella  es  fenecimiento,  y  fenecerá  por  mas 
«que  resista,  pues  que  pretendió  fenecer  su  memoria, 
»y  le  escondió,  según  su  condición  de  fortuna ,  debajo 


»  le  la  tierra,  estando  las  pleyes(l)  celestiales  en  mas  ba- 
»jo  lugar  que  á  él  se  debe.  Mas  es  la  providencia  delsu- 
«rao  Dios,  que  así  proveyó  su  suerte,  yquisoquesurei-* 
«nado  y  señorío  se  comutase  en  este  polvo,  salvo  que  la 
«claridad  de  su  nombre ,  el  resplandor  de  su  lealtad  y 
«lo  mejor  de  sus  hechos  quedó  todo  muy  encumbrado, 
«muy  espléndido  y  muy  claro;  porque  Abil  Hagex  es 
«lucero  y  guia  de  salud;  cuando  se  ponía  el  sol  suplía 
«su  buena  cara  y  alegría  de  rostro.  Era  Abil  Hagex  so- 
«corro  de  pluvias,  y  por  ellas  sus  liberalísimas  manos 
«suplían.  Faltó  ya  su  hartura,  cesaron  sus  maravillas, 
«secóse  su  pasto,  paró  su  liberalidad,  enflaqueciéronse 
«sus  ejércitos,  enmudecieron  sus  consejos,  deshicié- 
«ronse  sus  alcázares,  callaron  sus  razones,  escurecióse 
«su  hemisferio,  alejóse  su  favor  y  amparo,  y  finalmente 
»se  deshizo  su  morada.  Empero  con  la  gracia  del  pia- 
«doso  Dios  ( ensalzada  sea  su  alteza)  escapó  en  la  eter- 
«nidad  cuando  se  presentó  delante  de  sus  manos.  ¡Oh 
«lástima  digna  de  ser  sentida ,  que  á  tal  gobernador, 
«dotado  de  tantas  gracias,  le  faltaron  los  días  de  la  ví- 
»da!  Aposentóse  con  descanso  entre  las  paredes  del 
«hueco  deste  sepulcro,  y  de  veras  quedó  mas  aposen- 
«tado  en  los  corazones  de  los  hombres.  Su  socorro  su- 
«plia  cualquier  abundancia  y  liberalidad ;  por  la  luz 
«de  vida  suplió  su  alegría  y  honestidad, y  sus  manos 
«eran  semejantes  á  laspluvias.  Veamos :  ¿no  era  este  rey 
«un  hemisferio  de  alteza?  No  era  su  virtud  y  bondad  luz, 
«ante  la  cual  presentándose  la  luz  del  sol,  temblaba?  Su 
«celo  ¿no  era  extirpar  el  mal  y  enseñar  la  virtud  y  la  ho- 
«nestidad?La  curiosidad  de  las  letras  ¿no  eran  parte 
«de  su  honestidad  y  virtudes,  vergüenza,  temor  de 
«Dios,  magnificencia  y  generosidad?  Veamos: ¿no  era 
«único  en  todas  las  partidas  del  mundo,  y  siempre  que 
«hubo  en  ella  dificultades ,  las  declaraba  con  su  pru- 
«dencia  ?  Veamos  :  ¿no  se  mostraba  la  crianza  en  su  lia- 
«blar  mas  resplandeciente  que  los  claros  luceros?  Vea- 
«mos  :  ¿no  era  la  poesía  una  de  sus  partes,  con  la  cual 
«adornaba  las  delanteras  de  su  tribunal  mejor  y  mas 
«hermosamente  que  con  finasy  escogidas  piedras?  Vea- 
«mos  :  ¿no  era  protección  y  amparo  de  sus  continos  y 
«privados,  y  en  las  guerras  sus  fuerzas  y  valor  defensa 
«muy  bastante?  Veamos: ¿no  era  de  valeroso  esfuerzo 
«en  la  guerra,  pues  tantas  fuerzas  de  enemigos  desba- 
«rató  y  venció  el  valor  de  su  espada?  Este  pues  era  el 
«buen  rey  y  señor  que  presumió  de  cumplir  siempre  su 
«palabra,  y  el  que  sin  faltar  en  ella  le  faltó  y  fué  adver- 
»sa  la  ocasión  del  mundo.» 

Hasta  aquí  dicela  letra  délos  epitafios,  y  por  si  el 
lector  quisiere  computar  los  tiempos  en  que  nacieron, 
reinaron  y  murieron  estos  cuatro  reyes ,  se  advierte 
que  los  moros  tienen  año  solar  y  año  lunar.  El  solar 
es  conforme  al  nuestro  latino ,  y  nombraron  los  do- 
ce meses  como  los  latinos ,  y  generalmente  se  sirven 
dcsla  cuenta  para  las  cosas  de  agricultura  en  toda  Áfri- 
ca; porque  tienen  un  libro  dividido  en  tres  cuerpos, 
que  llaman  el  Tesoro  délos  agricultores,  y  este  pare- 
ce haber  sido  traducido  de  latin  en  lengua  árabe  en 
la  ciudad  de  Córdoba,  y  por  él  se  gobiernan  cuanto 
al  sembrar,  plantar,  cavar,  engerir,  y  en  todo  lo  de- 
más ,  y  comprehenden  en  él  trece  lunas.  Mas  los  teó- 
logos árabes  y  los  legistas  y  escritores  cuentan  el  año 
diferentemente, porque  le  hacen  de  docelunas  enteras, 
(1)  Pléyades. 


REBELIÓN  Y  CASTIGO  DE  LOS  MORISCOS  DE  GRANADA. 


seis  dea  veinte  y  nueve,  y  seis  de  á  treinta  dias,que 
vienen  á  ser  trescientos  cincuenta  y  cuatro  dias ,  once 
dias  y  seis  minutos  menos  que  el  año  latino,  y  estos  ha- 
cen volver  atrás  el  año  luYiar  en  treinta  años  uno,  me- 
nos cuarenta  y  cinco  dias.  El  primer  mes  del  año  es  la 
luna  que  nace  en  julio,  y  le  llaman  ij/a/íarran,  que  es  tan- 
to como  si  dijésemos  canícula;  el  segundo  Zafar,  el  ter- 
cero Arbea  el  Aul ,  el  cuarto  Arbea  el  Teni ,  el  quinto 
Gumen  el  Aul,  el  sexto  Guiñen  el  Teni,' el  sétimo  Ar- 
geb,  el  octavo  Zaaban,  el  noveno  Arromadan,  el  deceno 
Jevel,  el  onceno  Delcaada,  el  doceno  Delhexa.  Oíros 
que  cuentan  trece  lunas  en  los  doce  meses  latinos,  aña- 
den la  una  al  principio  del  año,  y  hacen  luna  de  Mahar- 
ran  primero  y  Maharran  segundo.  Sus  fiestas  son  mo- 
vibles, y  lo  mesmo  los  ayunos ;  sola  la  fiesta  que  cele- 
bran del  nacimiento  de  su  Mahoma,  que  llaman  elMau- 
lud,  es  la  tercera  luna  del  año  á  los  doce  dias  della,  por- 
que en  tal  dia  dicen  que  nació.  Esto  baste  para  la  com- 
putación, contando  siempre  el  milésimo  de  los  moros 
desde  el  año  de  Cristo  621,por  la  luna  de  julio,  que  se- 
gún se  cuenta,  fueron  seiscientos  cincuenta  y  siete  años 
de  la  era  de  César,  y  no  desde  613  de  Cristo,  como  di- 
jimos en  la  primera  impresión  de  nuestras/rico,  por- 
que hubo  yerro  ;  y  así  lo  emendamos  en  la  segunda, 
que  saldrá  con  brevedad. 

CAPITULO  XII. 

De  la  conquista  que  tos  católicos  reyes  don  Hernando  y  doña 
Isabel  hicieron  en  el  reino  de  Granada  desde  el  año  1482  hasta 
el  de  1483. 

La  Última  guerra  que  los  príncipes  cristianos  tuvie- 
ron en  España  con  los  reyes  moros ,  fué  la  conquista 
que  los  católicos  reyes  don  Hernando  y  doña  Isabel 
hicieron  en  el  reino  de  Granada ,  de  la  cual  hacemos 
mención  en  esta  historia ,  por  no  dejar  atrás  cosas  de 
lasque  faltando  podrían  desguslar  al  lector.  Todas  las 
otras  que  fueron  antes  della  se  hallarán  escritas  en 
nuestra  general  historia  de  África,  en  el  segundo  libro 
del  primer  volumen.  Siendo  pues  rey  de  Granada  un 
valeroso  pagano  del  linaje  de  los  Alahamares,  llamado 
AbilHascen,  cerca  de  los  años  de  Cristo  1480,  y  del  im- 
perio de  los  alárabes  892,  en  la  ocasión  de  la  guerra  que 
los  Reyes  Católicos  tenían  con  el  rey  de  Portugal,  jun- 
tó sus  gentes ,  y  hizo  grandes  daños  en  los  lugares  de 
la  Andalucía  y  del  reino  de  Murcia.  Y  como  no  pudie- 
sen acudir  á  todas  partes ,  hicieron  treguas  con  él ,  du- 
rante las  cuales,  en  el  año  de  nuestra  salud  1482,  sien- 
do el  moro  avisado  por  sus  espías  que  los  cristianos 
fronteros  de  Zara,  confiados  en  la  tregua,  estaban 
descuidados ,  y  que  era  buena  coyuntura  para  ocupar 
aquella  fortaleza^,  rompió  la  tregua,  y  juntando  sus  ada- 
lides y  escuchas,  secretamente  les  mandó  que  fuesen  á 
escalarla  una  noche  de  grande  escuridad.  Sucediendo 
pues  el  efeto  conforme  á  su  deseo,  entraron  los  adali- 
des dentro ,  y  ocupando  la  fortaleza  juntamente  con  la 
villa ,  mataron  al  alcaide  y  captivaron  cuantos  cristia- 
nos hallaron  con  muy  pequeña  resistencia.  Esta  pérdi- 
da sintieron  mucho  los  Reyes  Católicos ;  y  porque  el 
daño  no  fuese  mayor ,  acudieron  luego  hacia  aquella 
parte,  proveyendo  en  la  seguridad  de  sus  estados ;  y  po- 
niendo después  sus  invictos  ánimos  contra  los  de  aque- 
lla nación ,  que  tan  molestos  eran  al  pueblo  cristiano, 
determinaron  de  no  alzar  mano  de  la  guerra  hasta  aca- 


139 

barios  de  conquietar ,  desterrando  el  jwnbre  y  seta  de 
Mahoma  ele  aquella  tierra.  En  el  m^o  año  que  los 
moros  tomaron  á  Zara,  el  marqués  de  Cádiz,  don  Pe- 
dro Ponce  León,  y  Diego  de  Merío,  asistente  de  Sevilla, 
y  los  alcaides  de  Antequera  y  Archidona  y  otros  cau- 
dillos cristianos  de  la  frontera  fueron  sobre  la  ciudad 
de  Alliama ,  y  por  industria  de  un  escudero  morisco 
llamado  Juan  de  Baena  la  escaló  un  Ortega  escalador, 
y  la  entraron  y  ganaron  por  fuerza  postrero  dia  del  mes 
de  hebrero.  Por  otra  parte  el  rey  moro  juntó  toda  su 
gente,  creyendo  poderla  cobrar  luego,  y  á  11  dias  del  ■ 
mes  de  julio  de  aquel  año  peleó  con  los  cristianos  que 
iban  á  socorrerla.  Y  siendo  los  nuestros  vencidos ,  mu- 
rieron en  la  pelea  don  Rodrigo  Girón,  hijo  de  don  Die- 
go de  Castilla,  alcaide  de  Cazalla,  que  después  fué  co- 
mendador mayor  de  Calatrava ,  y  otros  caballeros.  Mas 
no  por  eso  el  moro  hizo  el  eleto  á  que  iba,  porque  los 
cristianos  que  estaban  dentro  se  defendieron,  y  el 
rey  don  Hernando  los  socorrió ;  y  siguiendo  al  enemigo 
la  vuelta  de  Granada,  entró  en  la  Vega,  y  taló  y  destru- 
yó los  sembrados  y  las  huertas  dos  veces  aquel  año ,  y 
ganó  la  villa  de  Tájora  y  la  asoló,  y  tomó  la  torre  de  la 
puente  de  Pinos ,  donde  fué  Iliberia ,  y  dejando  la  fron- 
tera muy  bien  proveída,  y  á  don  Iñigo  López  de  Men- 
doza, conde  de  Tendilla,  por  alcaide  y  capitán  de  Al- 
hama,  volvió  victorioso  á  la  ciudad  de  Córdoba.  En  este 
tiempo  pues  que  los  moros  tenían  mas  necesidad  de  con- 
formidad ,  permitió  Dios  que  sus  fuerzas  se  disminuye- 
sen con  división ,  para  que  los  Católicos  Reyes  tuviesen 
mas  comodidad  en  hacerles  guerra.  Era  Abil  Hascen 
hombre  viejo  y  enfermo,  y  tan  sujeto  á  los  amores  de 
una  renegada  que  tenia  por  mujer,  llamada  la  Zoraya 
(no  porque  fuese  este  su  nombre  proprio,  sino  por  ser 
muy  hermosa,  la  comparaban  á  la  estrella  del  alba,  que 
llaman  Zoraya) ,  que  por  amor  della  había  repudiado 
á  la  Ayxa,  su  mujer  principal ,  que  era  su  prima  herma- 
na ,  y  con  grandísima  crueldad  hecho  degollar  algunos 
de  sus  hijos  sobre  una  pila  de  alabastro ,  que  se  ve  hoy 
dia  en  los  alcázares  de  la  Alharabra  en  una  sala  del 
cuarto  de  los  Leones ,  y  esto  á  fin  de  que  quedase  el 
reino  á  los  hijos  de  la  Zoraya.  Mas  la  Ayxa ,  temiendo 
que  no  le  matase  el  hijo  mayor,  llamado  Abí  Abdilebi 
ó  Abí  Abdala,  que  todo  es  uno,  se  lo  liabia  quitado  de 
delante,  descolgándole  secretamente  de  parte  de  noche 
por  una  ventana  de  la  torre  de  Gomares  con  una  soga 
hecha  de  los  almaizares  y  tocas  de  sus  mujeres ;  y  unos 
caballeros  llamados  los  Abencerrajes  habían  llevádole  á 
la  ciudad  de  Guadix ,  queriendo  favorecerle,  porque  es- 
taban mal  con  el  Rey  á  causa  de  haberles  muerto  cier- 
tos hermanos  y  parientes ,  so  color  de  que  uno  dellos 
con  favor  de  los  otros  había  habido  una  hermana  suya 
doncella  dentro  de  su  palacio;  mas  lo  cierto  era  que  los 
quería  mal  porque  eran  de  parte  de  la  Ayxa,  y  por  esto 
se  temía  dellos.  Estas  cosas  fueron  causa  de  que  toda 
la  gente  principal  del  reino  aborreciesen  á  Abil  Hacen, 
y  contra  su  voluntad  trajeron  de  Guadix  á  Abí  Abdi- 
lebi ,  su  hijo,  y  estando  un  dia  en  los  Alijares ,  le  metie- 
ron en  la  Alhambra  y  le  saludaron  por  rey ;  y  cuan- 
do el  viejo  vino  del  campo  no  le  quisieron  acoger  den- 
tro ,  llamándole  cruel ,  que  había  muerto  sus  hijos  y  la 
nobleza  de  los  caballeros  de  Granada.  El  cual  se  fué 
huyendo  con  poca  gente  al  valle  de  Lecrin,  y  se  metió 
en  la  fortaleza  de  Mondújar;  y  favoreciéndose  del  va- 


140 

leroso  esfuerztM*|un  hermano  que  tenia,  llamado  tam- 
bién Abí  Abdelffi  Abdüehi ,  guerreó  cruelísimamen- 
te  con  su  hijo.  En  esta  guerra  murieron  muchos  caba- 
lleros y  gente  principal ,  y  con  estas  muertes  fué  cre- 
ciendo tanto  la  enemistad ,  que  aunque  las  partes  se 
veian  consumir,  no  paraban,  ni  monos  quiso  ninguno 
dellos  favorecerse  de  los  Reyes  Católicos,  por  la  ene- 
mistad grande  que  tenían  al  nombre  cristiano;  antes 
les  hacian  también  guerra  cada  uno  por  su  parte.  Es- 
tando pues  las  cosas  en  este  estado,  por  el  mes  de  marzo 
del  año  del  Señor  1483  y  del  imperio  de  los  alárabes  895, 
el  marqués  de  Cádiz  y  don  Alonso  de  Cárdenas ,  maes- 
tre de  Santiago ,  y  otros  muchos  caballeros  entraron 
con  sus  gentes  á  correr  el  término  de  la  ciudad  de  Má- 
laga, que  cae  ¿  la  parte  de  levante,  donde  llaman  la 
Jarquía;  y  recogiéndose  los  moros  de  aquellos  lugares, 
que  son  muchos,  cuando  ya  volvían  con  gran  presa,  die- 
ron en  ellos  y  los  desbarataron ,  y  mataron  á  don  Die- 
go, don  Lope  y  don  Beltran,  hermanos  del  Marqués, 
y  á  don  Lorenzo  y  don  Manuel,  sus  sobrinos,  y  con 
ellos  otros  muchos  parientes  y  criados  suyos;  y  pren- 
dieron al  conde  de  Cifuentes  y  á  don  Pedro  de  Silva, 
su  hermano ,  y  á  otros  muchos  caballeros.  Esta  fué  la 
batalla  que  dicen  de  las  lomas  de  Cútar,  la  cual  fué 
á  21  de  marzo,  viernes  por  la  mañana;  y  en  ella  fue- 
ron muertos  y  presos  la  mayor  parte  de  los  cristianos 
que  allí  se  hallaron.  Con  esta  victoria  se  ensoberbe- 
ció tanto  el  nuevo  rey  Abí  Abdilehi,  que  determinó 
de  hacer  una  entrada  por  su  persona  en  los  lugares  de 
la  Andalucía,  pareciéndole  que  toda  aquella  tierra  esta- 
ría sin  defensa,  por  la  mucha  gente  que  se  habla  perdido 
en  la  Jarquía  ;  y  juntando  el  mayor  número  de  caba- 
llos y  de  peones  que  pudo,  llevando  consigo  al  Alatar, 
alcaide  de  Loja,  y  muchos  caballeros  de  Granada,  fué 
á  poner  su  real  sobre  Lucena,  villa  del  alcaide  de  los 
Donceles.  Contáronnos  algunos  moros  antiguos  que 
saliendo  el  rey  de  Granada  por  la  puerta  Elvira ,  topó  el 
hasta  del  estandarte  que  llevaba  delante  en  el  arco  de 
la  puerta  y  se  quebró,  y  que  los  agoreros  le  dijeron 
que  no  fuese  mas  adelante,  sino  que  se  volviese,  por- 
que le  sucedería  muy  mal;  y  que  llegando  á  la  rambla 
de  Beiro,  como  un  tiro  de  ballesta  de  la  ciudad,  atra- 
vesó una  zorra  por  medio  de  toda  la  gente,  y  casi  por 
junto  al  proprio  Rey,  y  se  les  fué  sin  que  la  pudie- 
sen matar;  lo  cual  tuvieron  por  tan  mal  agüero,  que 
muchos  moros  de  los  principales  se  quisieron  volver  á 
la  ciudad,  diciendo  que  había  de  ser  su  perdición  aque- 
lla jornada ;  mas  el  Rey  no  quiso  dejar  de  proseguir  su 
camino,  y  llegando  á  Lucena,  hizo  talar  los  panes,  vi- 
ñas y  huertas  de  la  comarca ,  y  robar  toda  la  tierra. 
Estaba  á  la  sazón  en  la  villa  de  Baena  el  conde  de  Ca- 
bra, y  sabiendo  la  entrada  del  enemigo  y  el  daño  que 
hacia ,  recogió  á  gran  príesa  la  mas  gente  que  pudo 
y  caminó  con  ella  la  vuelta  de  Lucena  para  juntarse 
con  el  alcaide  de  los  Donceles;  lo  cual  sabido  por  el 
rey  moro ,  a\'¿6  su  real ,  y  con  gran  presa  de  captivos 
y  de  ganados  se  fué  retirando  la  vuelta  de  Loja;  y  los 
cristianos,  con  mas  ánimo  que  fuerzas,  porque  eran 
muy  pocos  en  comparación  de  los  enemigos ,  siguieron 
luego  al  alcance,  y  en  descubriéndolos,  los  acometie- 
ron en  un  arroyo  que  llaman  de  Martin  González,  le- 
gua y  media  de  Lucena,  por  el  mes  de  abril  deste  año; 
y  siendo  Dios  servido  darles  victoria,  prendieron  al 


LUIS  DEL  MARMOL  CARVAJAL. 


rey  Abí  Abdilehi,  y  matando  al  aicaide  Alatar  y  otros 
muchos  caballeros  moros,  cobraron  la  presa  que  lleva- 
ban, y  cargados  de  despojos,  con  nueve  banderas  que 
ganaron  aquel  dia ,  volvieron  alegres  y  victoriosos  á  sus 
villas.  No  fué  de  poco  momento  la  prisión  del  rey  moro 
para  la  conquista  de  aquel  reino ,  porque  estando  las 
cosas  de  los  moros  turbadas,  entró  el  rey  don  Hernando 
aquel  año  con  su  ejército  en  la  vega  de  Granada,  y  ha- 
ciendo grandes  talas  en  los  sembrados,  huertas  y  viñas 
y  en  los  términos  de  las  villas  de  íllora  y  Montefrio, 
cercó  la  villa  de  Tájora,  que  los  moros  habían  vuelto  á 
fortalecer,  y  la  combatió  y  ganó  por  fuerza;  y  hacién- 
dola destruir  y  asolar  otra  vez,  volvió  á  invernar  á  Cór- 
doba. Nació  una  competencia  honrosa  entre  el  conde 
de  Cabra  y  el  alcaide  de  los  Donceles  sobre  á  cuál  de- 
llos pertenecía  el  prisionero  rey;  y  los  Reyes  Católicos, 
gratificándoles  cumplida  y  graciosamente  aquel  servi- 
cio ,  mandaron  que  se  lo  llevasen  á  Córdoba ;  los  cual  es 
lo  hicieron  ansí.  Y  estando  en  aquella  ciudad  ,  trató  el 
moro  con  ellos  por  medio  de  algunos  caballeros  que  si 
le  ponían  en  libertad  seria  su  vasallo  y  les  pagaría  tri- 
buto en  cada  un  año ,  y  haría  en  su  nombre  guerra  á 
los  otros  moros  que  no  lo  quisiesen  ser.  Sobre  esto  hubo 
diversos  pareceres  entre  los  consejeros ,  y  al  íin  se  tuvo 
por  buen  consejo  hacer  lo  que  el  moro  pedia,  conside- 
rando que  mientras  hubiese  dos  reyes  enemigos  en  el 
reino  de  Granada  tendrían  los  cristianos  mejor  dispo- 
sición de  hacerles  guerra  ;  y  no  solamente  le  conce- 
dieron los  Reyes  Católicos  lo  que  pedía,  mas  ofrecié- 
ronle que  le  favorecerían  para  que  guerrease  con  sti 
padre  y  con  los  pueblos  que  durante  su  prisión  se  le 
hubiesen  rebelado;  y  dándole  hbertad,  le  enviaron  á  su 
tierra.  Llegado  pues  el  moro  á  Granada,  no  fué  tan 
bien  recibido  de  los  ciudadanos  como  se  pensaba ;  por- 
que cuando  supieron  las  capitulaciones  que  dejaba  he- 
chas con  los  reyes  cristianos,  y  que  había  de  ser  su 
vasallo,  los  proprios  que  habían  puéstole  en  el  reino 
fueron  los  primeros  que  se  alzaron  contra  él,  y  favore- 
ciendo la  parte  de  Abí  Abdilehi,  su  tío,  que  tenia  el  ban- 
do del  rey  viejo,  determinaron  de  hacer  nueva  guerra  á 
los  cristianos.  Y  porque  el  tío  y  el  sobrino  tenían  un 
mesmo  nombre, para  diferenciarlos,  y  aun  por  opro- 
brío  del  sobrino  que  había  estado  captivo ,  le  llamaron 
el  Zogoybi,  que  quiere  decir  el  desventuradillo,  y  al 
tío,  Zagal,  que  es  nombre  de  valiente;  y  desta  manera 
los  llamaremos  de  aquí  adelante  en  el  discurso  de  la 
historia.  Los  granadinos  pues  juntaron  luego  quince 
alcaides  de  los  mas  principales  de  aquel  reino,  y  con 
gran  número  de  caballos  y  peones  entraron  por  las  fron- 
teras de  la  Andalucía ,  diciendo  que  su  rey  estando  en 
prisión  no  los  podía  obligar  á  paz  ni  á  otro  ningún  gé- 
nero de  condición ;  mas  no  les  sucedió  la  empresa  como 
pensaban ,  porque  Luis  Hernández  Puertocarrero ,  se- 
ñor de  Palma ,  les  salió  al  encuentro  con  la  gente  de  la 
frontera  y  los  venció ,  y  matando  y  prendiendo  gran  nú- 
mero de  moros,  y  entre  ellos  los  alcaides  mas  principa- 
les, les  ganó  quince  banderas.  También  alcanzó  parte 
del  despojo  desta  victoria  el  marqués  de  Cádiz,  el  cual, 
yendo  en  busca  de  los  enemigos,  encontró  con  los  que 
huían  del  desbarate ,  y  prendiendo  y  matando  muchos 
dellos,  pasó  sobre  la  villa  de  Zara  y  la  escaló  y  tomó 
por  fuerza  de  armas;  y  matando  al  Alcaide  y  á  los  que 
con  él  estaban,  la  fortaleció  y  pobló  de  cristianos.  To- 


REBELIÓN  Y  CASTIGO  DE  LOS  MORISCOS  DE  GRANADA. 


dos  estos  sucesos  eran  causa  de  que  el  aborrecimiento 
de  los  granadinos  creciese  contra  el  Zogoybi ,  el  cual  no 
se  teniendo  por  seguro  en  la  ciudad ,  tomó  sus  mujeres 
y  liijos  y  se  fué  á  meter  en  Almería.  Viendo  esto  los  gra- 
nadinos, enviaron  luego  por  Abil  Hascen,  que  estaba  en 
Mondú  jar ,  y  recibiéndole  otra  vez  por  rey,  comenzó  una 
cruel  guerra  entre  padre  y  hijo.  El  año  del  Señor  i 484, 
y  del  imperio  de  los  alárabes  896,  juntaron  sus  gentes 
nuestros  príncipes,  y  entrando  el  Católico  Rey  en  tierra 
de  Málaga ,  taló  y  destruyó  los  sembrados ,  huertas  y  vi- 
ñas de  la  comarca ,  y  ganó  por  fuerza  de  armas  la  villa  de 
Alora  por  San  Juan  de  junio ,  aunque  algunos  dicen  que 
adelante  por  julio,  y  las  4e  Alozaina  y  Setenil  se  le  die- 
ron á  partido  después.  Setenil  se  le  dio  día  de  San  Ma- 
teo, 21  de  setiembre.  En  el  mesmo  tiempo  envió  á  re- 
conocer la  villa  de  Cazarabonela  al  conde  Lozano,  el 
cual  fué  muerto  por  los  moros.  Y  porque  en  el  siguien- 
te año  había  de  proseguir  la  guerra  por  aquella  parte, 
que  es  donde  llaman  la  Hoya  de  Málaga ,  se  fué  á  inver- 
nar á  Sevilla,  y  este  año  fué  el  Rey  Católico  á  cierto 
ardid  pura  ocupará  Loja,  y  no  se  hizo.  Yenida  la  pri- 
mavera del  año  485 ,  que  fueron  897  del  imperio  de  los 
alárabes,  el  rey  don  Hernando  volvió  á  entraren  la  Hoya 
de  Málaga,  y  hizo  otra  tala  como  la  del  año  pasado,  y 
•por  el  mes  de  mayo  le  entregaron  los  moros  la  fortaleza 
de  Coin  y  la  de  Cártama ,  donde  murió  Pedro  Ruiz  de 
Alarcon,  capitán  de  sus  altezas.  Ganó  también  &  Be- 
namaquex.  Churriana,  Pupiana,  Campaniles,  Fadala, 
Laudin  y  Guaro ;  y  poniendo  en  todas  ellas  sus  alcaides, 
pasó  sobre  la  ciudad  de  Ronda  y  le  dio  tan  recios  com- 
bates, que  aunque  parecía  inexpugnable  por  su  sitio  y 
bahía  dentro  mucha  y  muy  buena  gente  de  guerra ,  se  la 
entregaron  los  moros  á  partido  domingo  día  de  Pascua  de 
Pentecostés.  Ganada  la  ciudad,  el  alcaide  moro  que  esta- 
ba en  el  castillo  no  lo  quiso  rendir,  mas  el  Rey  lo  man- 
dó escíilar  y  ganó  por  fuerza ,  siendo  el  primero  que  su- 
bió por  la  escala  Alonso  Hernández  Fajardo ,  á  quien  los 
Católicos  Reyes  hicieron  muchas  mercedes.  Luego  se 
entregaron  las  villas  y  fortalezas  de  Junquera,  Burgo, 
Monda ,  Tolox ,  Montejaque ,  Hiznalmara ,  Cárdela ,  Be- 
naojan,  Montecorto ,  Audita,  y  otras  de  las  serranías  y 
Havaral ;  y  los  moros  que  vivían  en  ellas  se  holgaron  de 
ser  mudejares  y  vasallos  de  los  Reyes  Católicos ,  porque 
los  recibían  con  muy  honestas  condiciones,  y  juraron 
en  su  ley  que  les  serian  leales  vasallos,  y  cumplirían 
sus  cartas  y.mandamientos,  y  harían  guerra  por  su 
mandado,  y  les  acudirían  con  todos  los  tributos,  pe- 
chos y  derechos  que  acostumbraban  pagar  á  los  reyes 
moros  bien  y  fielmente,  sin  fraude  ni  engaño.  También 
los  Reyes  Católicos  aseguraban  á  todos  los  moros  igual- 
mente, así  á  los  que  venían  á  darse  por  sus  vasallos 
como  á  los  que  se  les  rendían ,  tomando  sus  personas  y 
bienes  debajo  de  su  amparo  real ,  y  les  prometían  que  los 
dejarían  vivir  en  su  ley;  que  no  les  liarían  ni  consenti- 
rían hacer  opresión  alguna,  y  que  sus  lites  y  causas  se- 
rian juzgadas  por  sus  cadís  y  jueces,  y  por  la  ley  que 
ellos  llaman  del  xara;  y  les  daban  licencia  que  pudiesen 
tratar  y  contratar  en  cualesquier  partes  y  lugares  de  sus 
reinos  libremente ,  con  que  no  entrasen  en  las  fortale- 
zas ni  en  las  villas  cercadas  con  una  hora  antes  de  pues- 
to el  sol ,  sí  no  fuese  por  su  mandado  ó  de  los  alcaides  y 
gobernadores  dellas.  Permitían  ansimesmo  que  todos 
los  que  üo  quisiesen  vivir  en  la  tierra  pudiesen  vender 


sus  bienes,  y  pasarse  con  sus  mujeres  y  hijos  y  familias 
á  Berbería,  y  les  daban  navios  en  que  pasasen  seguros, 
ordenando  á  todos  los  alcaides  y  gobernadores  de  las 
fronteras  que  les  hiciesen  buen  tratamiento.  El  mesmo 
año  pues  y  con  las  mesmas  condiciones  se  entregaron 
á  los  Reyes  Católicos  diez  y  nueve  villas  del  Havaral ,  y 
diez  y  siete  de  la  serranía  de  Gausin ,  y  doce  de  la  ser- 
ranía de  YiJlaluenga  y  la  villa  de  Cazarabonela.  V  á  ti 
de  junio,  dia  de  San  Bernabé,  se  le  dio  la  ciudad  de  Mar- 
bella  con  las  villas  de  Montemayor,  Cortes  y  Alarizatc, 
y  otros  diez  lugares  que  estaban  al  derredor  de  la  ciu- 
dad. Y  el  Rey  pasó  á  reconocer  á  Málaga,  y  dejiindo 
derribada  la  fortaleza  de  Benalmadala ,  puso  sus  alcai- 
des en  las  otras  y  volvió  aquel  año  á  invernar  á  Córdo- 
ba. Estaba  en  este  tiempo  el  Zogoybi  en  la  ciudad  de 
Almería,  y  los  Reyes  Católicos,  viendo  lo  mucho  que 
importaba  mantener  la  guerra  por  aquella  parte  pura 
que  las  fuerzas  del  enemigo  se  dividiesen ,  hacían  pro- 
veerle de  dineros  y  de  todas  las  otras  cosas  necesarias,  y 
mandaban  á  los  alcaides  y  gobernadores  de  las  ciuda- 
des y  villas-de  aquella  frontera  que  le  favoreciesen  con- 
tra los  lugares  que  no  quisiesen  obedecer,  y  con  este 
favor  guerreaba  cruelmente  con  su  padre  y  tío.  Suce- 
dió pues  que  estos  mesmos  dias  los  granadinos,  vien- 
do que  Abil  Hascen  estaba  ciego ,  impedido  de  vejez  y 
de  enfermedades ,  y  no  hábil  para  gobernar  el  reino  en 
tantos  trabajos  de  guerra,  le  dejaron ;  y  conociendo  el 
valor  y  esfuerzo  del  Zagal,  se  llegaron  á  él  todos  los 
principales  y  le  saludaron  por  rey,  declarando  por  in- 
digno de  aquella  sucesión  al  Zogoybi ,  por  haberse  alia- 
do con  los  príncipes  cristianos  enemigos  de  su  ley;  y 
sacando  de  la  ciudad  á  Abil  Hascen  con  su  familia,  le 
metieron  en  la  fortaleza  de  Mondújar.  De  aquí  comenzó 
la  última  perdición  de  los  moros  de  aquel  reino,  porque 
el  Zagal ,  deseando  reinar  solo ,  trató  con  unos  alfaquís 
de  Almería  que  le  diesen  entrada  una  noche  secreta- 
mente en  la  ciudad,  para  matar  ó  prender  á  su  sobrino ; 
el  cual  fué  avisado,  y  la  mesma  noche  que  los  traido- 
res pusieron  en  obra  su  traición  tomó  un  ligero  caba- 
llo, y  se  fué  huyendo  á  tierra  de  cristianos.  El  Zagal 
entró  en  Almería,  y  ocupando  el  castillo,  corrió  luego 
al  palacio,  pensando  hallar  en  él  á  su  enemigo;  y  no 
le  hallando,  con  cruelísima  rabia  mató  á  otro  hermano 
suyo  niño ,  que  el  Zogoybi  habia  llevado  consigo  porque 
el  cruel  viejo  su  padre  no  le  matase,  como  habia  hecho 
á  los  demás;  y  hizo  degollar  á  todos  los  del  bando  con- 
trario que  pudo  haber  á  las  manos.  Esta  traición  y 
crueldad  sintió  tanto  el  Zogoybi ,  que  jamás  se  pudo  aca- 
bar con  él  que  se  confederase  adelante  con  su  tío ,  ni  se 
fió  del,  aunque  se  ofrecieron  muchas  ocasiones  en  que 
le  pudiera  ser  provechoso.  Dende  á  pocos  dias  que  esto 
acaeció,  murió  Abil  Hascen  en  el  castillo  de  Mundújar; 
y  el  Zagal ,  juntando  las  fuerzas  de  aquel  rdno,  comen- 
zó á  hacer  guerra  á  los  cristianos,  y  en  el  mesmo  año 
tuvo  algunas  victorias,  entre  las  cuales  fué  una  por  el 
mes  de  setiembre,  que  yendo  el  rey  don  Hernando  so- 
bre la  villa  de  Modín,  salió  el  rey  de  Granada ,  y  peleó 
cerca  della  con  el  conde  de  Cabra,  j  matando  á  don  Gon- 
zalo de  Córdoba,  su  hermano,  le  desbarató.  De  cuya 
causa  el  Rey  dejó  la  conquista  por  aquella  parte,  y  da 
vuelta  cercó  las  fuertes  villas  de  Cambil  y  Havaral,  don- 
de tenían  los  moros  su  frontera  contra  Jaén,  y  comba- 
tiéadolas  con  artillería,  se  le  rindieron^  y  el  alcaide  moro 


ií2 


LUIS  DEL  MARMOL  CARVAJAL. 


y  la  gente  de  guerra  que  liabia  dentro  se  fueron  á  Gra- 
nada. También  el  clavero  de  la  orden  de  Alcilntara,  que 
estaba  en  la  ciudad  do  Alhama ,  escaló  y  tomó  por  fuerza 
la  villa  de  Zalía,en  término  de  Vélez,  y  mandando  el 
Rey  fortalecer  aquellas  villas,  fué  aquel  año  á  invernar 
á  Toledo  y  á  Alcalá  de  Henares. 

CAPITULO  XIII. 

De  lo  que  los  Reyes  Católicos  liicieroii  en  la  conquista  del  reino 
de  Granada  el  año  de  80. 

El  siguiente  año  de  1486  volvió  á  entrar  el  Rey  Cató- 
lico en  el  reino  de  Granada ,  y  cercó  la  ciudad  de  Loja ; 
y  aunque  los  años  pasados  la  habia  tenido  cercada  y 
no  la  habia  podido  tomar,  y  hablan  los  moros  muerto 
en  el  cerco  á  don  Rodrigo  Tellez  Girón ,  maestre  de  Ca- 
latrava,  de  una  saeta  con  yerba,  á  3  de  julio  del  año 
de  -1482,  desta  vez  perseveró  tanto  en  el  cerco  y  le 
dio  tan  recios  combates ,  que  el  alcaide  moro  que  la  te- 
nia se  la  entregó  lunes  9  dias  del  mes  de  mayo  del 
mismo  año.  Luego  que  Loja  se  hubo  entregado,  las  vi- 
llas de  íllora,  Moclin,  Montefrio  y  Colomerd  se  le  rin- 
dieron; y  dejándolas  los  moros  desamparadas,  se  fue- 
ron ájneter  en  la  ciudad  de  Granada.  Su  alteza  puso 
guarnición  de  gente  de  guerra  en  todas  ellas ,  y  las  en- 
tregó á  sus  alcaides,  y  se  volvió  victorioso  á  Córdoba. 
Mientras  el  rey  don  Hernando  hacia  estas  entradas  con 
su  ejército ,  la  católica  reina  doña  Isabel  era  su  provee- 
dora, y  andaba  de  una  parte  á  otra  proveyendo  y  en- 
viando todo  lo  necesario  al  real;  y  con  esto  habia  siem- 
pre en  él  muchos  bastimentos,  armas,  municiones  y 
gente,  porque  era  grandísima  su  solicitud  y  diligencia. 
Andando  pues  estos  Católicos  Reyes  en  la  conquista 
que  tanto  placía  á  Dios  y  á  su  bendita  Madre,  los  moros 
guerreaban  entre  sí  cruelmente.  El  Zogoybi,  estando 
recogido  en  Vélez  el  Dlanco,  y  siendo  favorecido  de  los 
cristianos  de  la  frontera ,  guerreaba  por  aquella  parte 
con  el  Zagal ,  el  cual ,  apoderado  de  Granada  y  de  las 
otras  ciudades  de  aquel  reino,  era  mas  poderoso  que  él, 
y  hacia  morir  á  los  que  tenían  su  voz;  mas  no  lo  era 
contra  el  poder  del  Católico  Rey,  por  estar  sus  fuerzas 
divididas  en  dos  parciahdades;  cosa  que  importaba 
mucho  á  sus  altezas  para  poder  hacer  la  guerra  mas  á 
su  voluntad.  Y  como  era  negocio  guiado  por  Dios,  lue- 
go ordenó  su  divina  Majestad  que  hubiese  otra  mayor 
disensión  entre  los  moros ,  poniéndose  el  Zogoybi  en 
aventura  de  un  hecho  no  menos  temerario  que  peligro- 
so. Viendo  este  rey  que  su  enemigo  estaba  apoderado 
de  la  mejor  y  mayor  parte  del  reino ,  que  no  le  obede- 
cían á  él  en  ninguna  de  las  ciudades ,  y  que  los  caballe- 
ros que  le  habían  seguido  y  servido  iban  ya  dejándole, 
aventurándose  á  la  muerte  mas  cierto  que  á  salir  con 
la  empresa  que  llevaba,  acordó  de  meterse  una  noche 
secretamente  en  la  ciudad  de  Granada  con  algunos  ca- 
balleros que  le  habían  quedado;  y  atravesando  por  sier- 
ras ásperas  y  fragosas  fuera  de  camino,  llegó  de  im- 
proviso al  Albaícin,  y  dejando  la  gente  algo  arredrada 
(le  los  muros,  se  arrimó  á  la  puerta  de  Fax  el  Leuz  con 
solos  cinco  hombres;  y  hablando  con  las  guardas,  supo 
decirles  tales  cosas,  que  sin  haber  entre  ellos  trato  ni 
concierto ,  pudo  tanto  la  presencia  de  su  rey,  que  obe- 
decieron cuanto  les  quiso  mandar;  y  abriéndole  las 
puertas,  lo  metieron  dentro  con  su  gente  :  el  cual  an- 
duvo aquella  noche  de  puerta  en  puerta  por  las  casas 


de  los  mas  principales ,  que  tenía  por  amigos  y  entendía 
que  le  habían  de  favorecer ;  y  rogando  á  unos ,  prome- 
tiendo á  otros,  los  movió  á  que  tomasen  las  armas.  Lo 
mcsmo  hicieron  todos  los  vecinos ;  y  otro  día  de  maña- 
na se  pusieron  en  arma,  cerrando  las  bocas  de  las  calles 
y  los  portillos  por  donde  los  de  la  ciudad  podían  subir, 
y  proveyendo  todas  las  cosas  necesarias  á  su  defensa. 
Por  otra  parte  el  Zagal ,  luego  que  corrió  la  voz  por  la 
ciudad  que  su  sobrino  estaba  en  el  Albaícin ,  con  el  ma- 
yor número  de  gente  que  pudo  comenzó  á  pelear  con 
él ;  y  saliendo  los  unos  y  los  otros  al  campo,  hubo  entre 
ellos  una  reñida  pelea ,  en  que  murieron  muchos  de  en- 
trambas partes;  y  siendo  inferior  el  Zogoybi,  porque  te- 
nia menos  número  de  gente ,  le  fué  necesario  retirarse 
al  Albaícin  y  meterse  dentro  de  susreparos.  El  Zagal 
puso  sus  estancias  contra  él ,  y  desta  manera  estuvieron 
mas  de  cincuenta  dias  peleando  con  tanta  crueldad,  que 
por  ninguna  cosa  se  tomaba  hombre  á  vida.  El  Zogoybi 
envió  luego  á  pedir  socorro  á  los  Reyes  Católicos,  que 
habían  ido  aquel  año  en  romería  á  Santiago  de  Galicia, 
y  cobrado  de  camino  á  Ponferrada  y  á  otras  villas  y  for- 
talezas ;  y  sus  altezas  mandaron  á  don  Pedro  Henri- 
quez,  adelantado  de  la  frontera,  que  le  fuese  á  socor- 
rer con  su  gente.  El  cual  juntó  el  mayor  número  de  ca- 
ballos y  peones  que  pudo ,  y  fué  la  vuelta  de  Granada ;  y  • 
peleando  con  los  moros  del  Zagal  que  le  salían  al  en- 
cuentro ,  metió  quinientos  escopeteros  cristianos  en  el 
Albaícin,  para  que  con  su  calor  se  mantuviesen  en  leal- 
tad los  de  la  parte  del  Zogoybi ;  y  sin  recebir  daño  se  re- 
tiró á  la  frontera.  Mientras  esto  se  hacía  en  Granada,  el 
rey  don  Hernando  ,  en  el  año  de  1487,  partió  de  Córdo- 
ba ,  y  fué  á  cercar  la  ciudad  de  Vélez  Málaga ,  llamada 
ansí  porque  está  cerca  de  Málaga,  y  no  porque  sea  de  su 
jurisdicion;  y  la  cercó  un  día  después  de  pascua  de  Re- 
surrecion,  á  19  dias  del  mes  de  abril.  Y  como  los  alfa- 
quís  y  ancianos  de  Granada  vieron  que  mientras  ellos  pe- 
leaban en  sus  casas  los  cristianos  ocupaban  las  ciuda- 
des y  villas  de  aquel  reino  y  las  fortalecían ,  juntándose 
los  mas  principales  dellos ,  subieron  un  día  á  la  Alham- 
bra,  y  haciendo  un  largo  razonamiento  al  Zagal,  le  dije- 
ron desta  manera  :  «Señor,  ¿para  qué  trabajas  por  ser 
rey,  sí  dejas  perder  la  tierra  de  que  lo  has  de  ser?  Los 
cristianos  han  ido  á  cercar  la  ciudad  de  Vélez,  y  si  la 
pierdes,  Málaga  y  todas  las  otras  del  reino  se  perderán. 
Tu  sobrino  está  en  el  Albaícin,  y  con  las  fuerzas  de  los 
enemigos  de  nuestra  ley  te  entretiene,  mientras  se  hace 
mas  poderoso  el  rey  cristiano.  Apiádate  deste  pueblo, 
y  haz  alguna  paz  ó  tregua  con  él  mientras  se  expele  el 
enemigo  común,  aunque  pierdas  algo  de  tu  derecho.» 
Estas  razones  movieron  á  tanta  compasión  al  Zagal, que 
les  respondió  que  luego  fuesen  á  tratarlo  con  su  sobri- 
no, porque  holgaba  mucho  hallar  algún  medio  como 
hacer  paces  con  él ,  y  le  obedecería  y  se  pondría  de- 
bajo de  su  bandera.  Esta  respuesta  fué  luego  referida  al 
Zogoybi  por  los  mesmos  alfaquís  y  ancianos ;  mas  él  les 
respondió  resolutamente  que  eran  tantas  las  traiciones 
y  crueldades  que  su  tío  había  usado  con  él  y  con  sus 
amigos ,  que  no  se  aseguraría  jamás  de  sus  palabras,  ni 
quería  paz  ni  treguas  con  ningún  género  de  condición ; 
y  con  esto  los  despidió  harto  desconsolados.  Viendo 
pues  los  alfaquís  y  ancianos  que  el  rey  don  Hernando 
apretaba  reciamente  la  ciudad  de  Vélez,  y  que  no  po- 
dían conformar  los  dos  reyes,  hicieron  granelísima  ins- 


REBELIÓN  Y  CASTIGO  DE  LOS  MORISCOS  DE  GRANADA. 


U3 


tancia  con  el  Zagal  para  que  la  socorriese ;  y  aunque  es- 
taba suspenso,  no  osando  desamparará  Granada,  fue- 
ron tantas  las  persuasiones  y  exclamaciones  del  pueblo, 
que  por  darles  contento  y  tenerlos  gratos ,  se  determinó 
de  ir  á  socorrer  aquella  ciudad.  Y  dejando  muy  bien 
proveida  la  Alliambra ,  y  reforzadas  las  estancias  que 
tenia  puestas  contra  el  Albaicin ,  salió  con  alguna  can- 
tidad de  gente  de  á  caballo  y  mas  de  veinte  mil  peo- 
nes ,  entendiendo  hallar  el  real  de  los  cristianos  desaper- 
cebido ,  y  por  lo  mas  áspero  y  fragoso  de  la  sierra  Ma- 
yor fué  á  dar  de  improviso  sobre  él.  Mas  el  rey  don  Her- 
nando estaba  sobre  el  aviso ,  y  con  sus  escuadrones 
puestos  en  muy  buena  orden ,  dejando  los  alojamientos 
bien  proveídos ,  salió  á  recebirle  y  le  desbarató ,  y  hizo 
retirar  con  mucho  daño  á  la  ciudad  de  Almuñécar.  Y  no 
se  teniendo  alli  el  moro  por  seguro ,  pasó  luego  á  la  ciu- 
dad de  Almería,  y  despj.iés  dio  vuelta  á  Guadix,  sin  osar 
volver  á  Granada ,  porque  los  granadinos,  como  supie- 
ron que  iba  desbaratado,  deseando  ya  tener  paz,  salu- 
daron por  rey  al  Zogoybi  y  le  entregaron  la  Alhambra 
y  las  otras  fortalezas ;  el  cual  hizo  degoliarluego  cuatro 
moros  de  los  mas  principales  que  le  habian  sido  contra- 
rios; y  avisando  ú  los  Reyes  Católicos  del  suceso,  les 
pidió  seguro  para  que  todos  los  moros  de  Granada  y  de 
los  otros  lugares  del  reino  que  viniesen  á  su  obediencia, 
pudiesen  ir  seguramente  á  sus  labores  y  tratar  y  coa- 
tratar  en  tierra  de  cristianos.  Y  porque  se  les  concedie- 
se esto  con  mas  calor,  conlirmóloque  secretamente  ha- 
bla ya  prometídoles ,  que  si  ganaban  las  ciudades  de  Al- 
mería, Raza  y  Guadix,  donde  se  habla  recogido  el  Za- 
gal, les  entregarla  también ,  dentro  de  treinta  dias,  la 
ciudad  de  Granada ,  con  que  le  diesen  ciertas  villas  y 
lugares  donde  viviese.  Los  Reyes  holgaron  de  compla- 
cerle en  todo  cuanto  pedia ,  y  mandaron  luego  despa- 
char sus  cartas  de  seguro  para  los  alcaides  y  goberna- 
dores de  las  fronteras,  mandándoles  que  hiciesen  todo 
buen  tratamiento  á  los  vasallos  del  Zogoybi,  y  los  deja- 
sen ir  á  tratar  libremente  por  toda  la  tierra.  Demás 
desto,  mandaron  notilicar  á  las  ciudades  y  villas  que  es- 
taban por  el  Zagal ,  que  dentro  de  seis  meses  se  entre- 
gasen al  Zogoybi,  con  apercebimiento  que  si  no  lo  cum- 
plían ,  les  harían  guerra  y  las  conquistarían  para  sí. 

CAPITULO  XIV. 

Cómo  los  Reyes  Católicos,  prosiguiendo  en  la  conquista  del  reino 
de  Granada,  ganaron  las  ciudades  de  Vélez  Málaga  y  otras. 

Por  otra  parte  los  moros  de  la  ciudad  de  Vélez ,  ha- 
biendo perdido  la  esperanza  del  socorro,  y  viéndose 
muy  apretados,  entregaron  la  ciudad  al  rey  don  Her- 
nando, viernes  á  27  dias  del  mes  de  abril  del  año  de 
nuestra  salud  1487 ,  y  del  imperio  de  los  alárabes  899 ; 
aunque  otros  dicen  que  fué  á  10  dias  de  aquel  mes.  Está 
esta  ciudad  puesta  en  la  halda  de  la  sierra  de  Bentomiz, 
media  legua  de  la  mar,  y  es  la  que  los  antiguos  llamaron 
Meneba ;  mas  no  está  en  el  mesmo  sitio,  porque  Meneba 
era  en  otro  promontorio  mas  á  poniente ,  donde  se  ven 
algunos  edificios  antiguos.  Ganada  la  ciudad  de  Vélez, 
donde  el  Católico  Rey  hizo  oficio  de  animoso  y  esfor- 
zado caballero,  llegando  en  una  escaramuza  hasta  la 
puerta  de  la  ciudad,  y  alanceando  un  moro  qiíe  le  había 
muerto  un  paje,  las  villas  y  castillos  de  Bentomiz,  Go- 
mares, Canillas,  Narija,  Competa,  Almojía,Mainate, 
Iznate ,  Benaque ,  Abní  Alia ,  Ben  Adalid,  Chimbechin- 


les,  Pedupel,  Bairo,  Sinatan,  Benicnrram,  Carjix, 
Búas,  Casamur,  Abistar,  Jararax,  Curbila,  Rubite,  La- 
cuz  ol  Hadara,  Alcuchaida,  Daimas ,  el  Borge ,- Borga- 
za.  Machar,  Hajar,  Cotetrox,  Alliadac,  Almedita,  Apri- 
na ,  Alautin,  Periana  y  Maro,  y  otras  muchas  de  la  jar- 
quía de  Málaga  y  de  la  tierra  de  Vélez,  se  rindieron  ;  y 
á  los  unos  y  los  otros  concedieron  los  Católicos  Reyes 
las  mesmas  condiciones  que  á  las  ciudades  de  Ronda  y 
Marbella,  y  villas  y  lugares  de  su  tierra.  Y  dejando  sus 
alcaides  y  gente  de  guerra  en  las  fortalezas ,  fué  luego 
el  Rey  Católico  á  cercar  la  ciudad  de  Málaga,  que  está 
cinco  leguas  á  poniente  de  Vélez,  y  la  cercó  á  17  dias 
del  raes  de  mayo  deste  año.  Esta  ciudad  se  defendió 
mucho,  y  recibió  mas  daño  que  otra  ninguna  de  aquel 
reino,  porque  habia  dentro  rifccha  gente  de  guerra; 
mas  al  fin  se  rindió,  y  el  rey  don  Hernando  y  la  reina 
doña  Isabel,  que  se  hallaron  en  el  cerco,  entraron  en 
ella  dia  de  San  Luis,  á  19  días  del  mes  de  agosto  de  . 
aquel  año,  habiendo  setecientos  y  setenta  años  que  la 
poseíanlos  moros,  y  fueron  tomados  todos  los  moros 
que  allí  había  por  captivos.  Luego  se  rindieron  todas 
las  villas  y  castillos  de  la  Jarquía  y  de  la  Hoya  que  hasta 
entonces  no  se  habian  rendido ;  y  dejando  en  ellas  sus 
alcaides  y  gente  de  guerra ,  poblaron  la  ciudad  de  cris- ' 
fíanos,  y  se  fueron  victoriosos  á  invernar  á  Zaragoza  de 
Aragón. 

CAPITULO  XV. 

Cómo  los  Reyes  Católicos  prosiguieron  en  su  conquista,  y  lo  que 
hicieron  á  la  parte  oriental  de  aquel  reino  el  año  de  li88. 

Habiendo  pues  los  Católicos  Reyes  dado  fin  á  la  guer- 
ra por  la  parte  occidental  deste  reino ,  el  año  del  Se- 
ñor 1488  tornaron  á  juntar  su  ejército  en  Murcia ;  y  en- 
trando el  rey  don  Hernando  por  la  parte  oriental ,  don- 
de están  las  ciudades  de  Vera,  Mojácar,  Güéscar,  Al- 
mería, Baza  y  Guadix ,  que  todas  estaban  por  el  Zagal, 
hizo  cruelísima  guerra  en  todas  aquellas  comarcas.  Y 
como  el  moro  no  fuese  poderoso  para  salir  en  campaña, 
las  ciudades  de  Vera  y  Mojácar  se  rindieron  luego ;  y  lo 
mesmo  hicieron  las  villas  y  castillosde  Las  Cuevas,  Iluér- 
cal ,  Sagena ,  Albarca ,  Bedar,  Serena ,  Cabrera ,  Lubrel, 
Ulula,  (jvera,  Sorbas,  Teresea,  Lozaina,  Torrillas, 
Huyunque,  Suebro ,  Beleíic,  Níjar  ,  Vercal,  Vélez  el 
Blanco,  Vélez  el  Rubio,  Cantería ,  Oria,  Jércos,  Albox, 
Alboreas,  Beni  Andadala,  Beni  Taraf  Atahelid ,  Alar- 
dia ,  Alhabia,  Beni  Alguacil,  Beni  Libre ,  Beni  Zanon, 
Beni  Mina,  Almarchez,  Cotobao,- Beni  Calgad,  Leujar 
y  Fines,  y  otras  muchas.  Y  los  moros  quedaron  por  mu- 
dejares y  vasallos  de  sus  altezas  con  las  mesmas  condi- 
ciones que  los  demás.  Hecho  esto ,  pasó  el  Rey  á  reco- 
nocer la  ciudad  de  Almería,  y  dio  vuelta  á  Baza ,  y  en 
el  camino  se  le  dieron  á  partido  las  villas  de  Cueca,  Or- 
ce, Galera ,  Castilleja  y  Bena  Maurel ,  en  las  cuales  puso 
luego  sus  alcaides.  Estaba  el  Zagal  en  Baza ;  y  como  la 
gente  del  Rey  llegó  á  reconocer  la  ciudad,  los  moros  sa- 
lieron fuera ,  y  trabaron  una  grande  escaramuza  con  los 
cristianos,  en  la  cual  murió  don  Felipe  de  Aragón,  maes- 
tre de  Montesa ,  sobrino  del  rey  don  Hernando,  hijo  bas- 
tardo del  príncipe  don  Carlos,  su  hermano;  mas  todavía 
se  hizo  el  reconocimiento.  Y  el  Rey  pasó  hacia  Güés- 
car, y  los  moros  le  entregaron  luego  la  ciudad ;  y  de- 
jando proveídas  las  fortalezas,  se  fué  á  invernar  á  Me- 
dina del  Campo,  para  dar  orden  en  muchas  cosas  que 


rti 


LUIS  DEL  MARMOL  CARVAJAL. 


conyenian  á  la  buena  gobernación  de  sus  reinos.  Y  en 
lin  de  este  año,  á  10  de  octubre,  cobraron  á  Plasencia 
por  mano  de  los  Carvajales  y  de  otros  caballeros. 

CAPITULO  XVI. 

Cómo  los  Reyes  Católicos  ganaron  las  ciudades  de  Baza  y  Guadix, 
y  hicieron  otros  muchos  cfetos  en  el  año  del  Señor  l-i89. 

Rendidas  las  villas  y  castillos  arriba  dicbos,  y  reco- 
nocidas las  ciudades  en  la  manera  que  bemos  diclio, 
en  la  primavera  del  año  de  1489  sus  altezas,  viendo  lo 
mucbo  que  les  importaba  proseguir  la  guerra  contra 
los  moros,  vinieron  a  la  ciudad  de  Jaén ,  y  mandando 
juntar  toda  su  gente  en  las  ciudades  de  Baeza  y  Ubeda 
y  en  el  adelantamiento  de  Cazorla ,  porque  babia  de  ser 
la  entrada  poraquella  paf  te,  cuando  estuvo  todo  á  punto, 
partió  el  Católico  Rey  sobre  la  ciudad  de  Baza ,  y  de 
camino  combatió  la  fortaleza  de  Cúllar  y  la  ganó, 
dándosela  los  moros  á  partido  después  de  mucbos  com- 
bates. Y  por  no  dejar  á  las  espaldas  cosa  que  pudiese 
bacer  impedimento  á  los  Carvajales ,  que  babian  de  lle- 
var basümentos  al  real,  ocupólas  fortalezas  de  Froila, 
Bazos,  Canilles  y  Benzulema ,  y  luego  cercó  la  ciudad 
de  Baza.  Estaba  dentro  CidiYabaya,  alcaide  de  Almena 
■  y  primo  del  Zagal ,  hombre  de  mucba  estima  y  valor, 
el  cual  defendió  la  ciudad  seis  meses  y  veinte  dias  va- 
lerosamente y  con  grandísima  resistencia ,  y  murió  en 
escaramuzas  y  combates  mucha  gente  de  entrambas 
parles;  y  al  fin  los  cercados,  viendo  la  perseverancia 
de  nuestro  ejército ,  y  que  no  hacia  mudanza ,  antes 
Grecia  cada  hora  mas ,  y  los  apretaban  con  nuestros 
reparos  de  torres  y  cavas,  para  que  no  pudiesen  entrar 
ni  salir  sin  peligro  manifiesto ,  y  que  no  tenian  de  don- 
de esperar  socorro,  porque  el  rey  Zagal  estaba  encer- 
rado en  Guadix,  y  no  se  lo  podia  dar,  pidieron  al  alcai- 
de Yahaya  que  tratase  de  partido ,  y  con  muy  honestas 
condiciones  entregó  la  ciudad  á  sus  altezas,  y  todas 
las  torres  y  fortalezas,  y  la  ocuparon  nuestros  cristia- 
nos á  4  dias  del  mes  de  diciembre  de  aquel  año.  Ga- 
nada Baza ,  todas  las  villas  y  castillos  del  valle  de 
Purchena  y  rio  de  Almanzora,  que  basta  entonces  no 
se  habian  rendido,  se  rindieron,  y  entregaron  las  for- 
talezas á  sus  altezas,  ofreciéndose  por  sus  mudejares 
y  vasallos.  Lo  mesmo  hicieron  los  de  la  ciudad  y  rio  de 
Almería  y  de  las  serranías  de  Gádor  y  Filábres.  Que- 
daba la  ciudad  de  Guadix  por  rendir,  y  el  alcaide  Ya- 
haya ,  que  procuraba  que  todos  hiciesen  lo  que  él  ha- 
bla hecho,  trató  con  el  Zagal  que  la  rindiese;  el  cual 
viendo  cuan  poco  le  aprovechaban  sus  armas,  hizo  sus 
capitulaciones  con  los  Reyes  Católicos ,  y  les  rindió  la 
ciudad  y  las  nueve  villas  del  Cénete  y  las  que  están  en  la 
serranía  entre  Guadix  y  Granada.  Y  después  hizo  que 
se  rindiesen  las  taas  de  los  dos  Cébeles,  Andarax, 
Dalias ,  Berja,  Ujíjar,  Jubiles,  Ferrcira  y  Poqueira,que 
todas  son  en  la  Alpujarra ,  y  la  taa  de  órgiba  y  el 
valle  de  Lecrin,  solicitando  á  los  pueblos  para  ello, 
porque  holgaba  mas  verlos  en  poder  de  cristianos  que 
(le  su  sobrino.  Y  sus  altezas  le  dieron  para  él  la  taa  de 
órgiba  y  el  valle  de  Lecrin,  y  la  mitad  de  las  salinas 
de  la  Malaha ,  y  otros  muchos  heredamientos  para  su 
sustento,  y  anduvieron  él  y  el  alcaide  Yahaya  en  su  ser- 
vicio en  la  guerra  hasta  el  fin  della.  Y  después  les  pidió 
licencia  para  pasará  Berbería,  diciendo  que  no  quería 
vivir  en  tierra  doude  había  sido  rey,  pues  ya  no  podia 


serlo  ni  tenia  esperanza  dello ;  y  el  rey  de  Fez  lo  mata- 
do aprisionar ;  y  siendo  convencido  enjuicio  por  la  di- 
sensión que  había  causado  en  el  reino  de  los  moros,  le 
hizoabacilar(l)ycegarconunavacía  de  azófar  ardiendo 
puesta  delante  de  los  ojos.  Y  después  se  fué  á  la  ciudad 
de  Vélez  de  la  Gomera ,  donde  vivió  ciego  y  miserable 
mucho  tiempo,  dándole  de  comer  y  de  vestir  el  rey  de 
Yéloz,  y  encima  del  vestido  traía  siempre  un  r¿tulo  en 
arábigo  que  decía  :  «Este  es  el  desventurado  rey  de 
los  andaluces.»  Cuando  el  Zagal  se  fué  á  Berbería ,  sus 
altezas  hicieron  merced  á  los  iníiintes  Ali  y  Acre,  hi- 
jos del  rey  Abulhacen  y  de  la  Zoraya,  que  después  fue- 
ron cristianos  y  se  llamaron  don  Juan  y  don  Hernan- 
do, de  las  taas  de  órgiba  y  del  Jubilein ;  y  las  poseye- 
ron hasta  que,  alzándosela  Alpujarra  en  el  año  de  li93, 
los  quitaron  sus  altezas  de  allí ,  y  les  dieron  en  recom- 
pensa un  cuento  y  cuatrocientas  mil  de  juro,  y  la  te- 
nencia del  castillo  de  Monleon  y  el  gobierno  del  reino 
de  Galicia.  Convirtióse  también  Cidi  Yahaya  y  un  hijo 
suyo  á  nuestra  santa  fe ,  y  se  llamó  don  Pedro,  y  el  hi- 
jo don  Alonso,  que  fueron  muy  esforzados  caballeros, 
y  hicieron  cosas  muy  señaladas  en  la  conquista  de  Gra- 
nada ;  y  sus  altezas  les  hicieron  ntjerced  de  la  otra  mi- 
tad de  las  salinas  de  la  Malaha,  y  en  su  recompensa 
después  les  dieron  la  taa  de  Marchena  y  otros  mu- 
chos heredamientos.  Este  era  hijo  de  Aben  Celin  Aben 
Abrahem  Abuzacari ,  infante  de  Almería  y  nieto  de 
Brahem  Aben  Almao  Abuzacari ,  á  quien,  en  diferencia 
del  rey  Izquierdo,  llamaron  el  Nayar,  que  reinó  en  Gra- 
nada en  tiempo  del  rey  don  Juan  el  Segundo  y  con  su 
favor.  El  cual  traía  también  su  descendencia  del  rey 
Aben  Hut ,  descendiente  de  los  reyes  de  Aragón,  que 
echó  á  Ios-Almohadas  de  España,  como  dijimos  en  el 
segundo  de  nuestra  África.  Los  descendientes  de  los 
infantes  don  Juan  y  don  Hernando  tienen  por  apellido 
de  Granada ,  y  traen  por  armas  dos  granadas  en  campo 
azul ,  y  un  letrero  atravesado  que  dice :  LagaleUUa, 
que  quiere  decir  :  «No  hay  vencedor  sino  Dios;»  y  los 
que  vienen  de  don  Pedro  y  don  Alonso  tomaron  ape- 
llido de  Venegas  y  también  de  Granada.  Traen  cin- 
co granadas  en  campo  azul.  Primero  traían  una  sola, 
y  por  un  desafío  que  vencieron  padre  y  hijo  en  la  vega 
de  Granada,  en  que  mataron  cinco  moros,  pusieron 
cinco  granadas  y  el  mesmo  letrero.  Honráronlos  sus 
altezas  mucho  y  fueron  sus  padrinos,  y  casaron  á  don 
Alonso  con  doña  Juana  de  Mendoza,  dama  de  la  Reina 
Católica ,  hija  de  don  Francisco  Hurtado  de  Mendoza, 
su  mayordomo.  Tuvieron  por  su  hijo  á  don  Pedro  de 
Granada  Venegas,  caballero  del  hábito  deSantiagoy  al- 
guacil mayor  de  Granada,  padre  de  do  n  Alonso  de  Grana- 
da Venegas,  señor  de  Campotéjar  y  Jayena,  de  quien 
diremos  adelante.  Volviendo  pues  á  nuestra  historia,  no 
les  quedando  ya  á"  los  Reyes  Católicos  que  conquistar 
en  aquel  reino  mas  que  la  ciudad  de  Granada  y  algu- 
nos lugares  que  debajo  de  paces  se  habian  mantenido 
por  el  rey  Zogoybi,  enviaron  a  decirle  que  cumpliese 
loque  les  habia  prometido,  y  dentro  de  treinta  diasles 
entregase  aquella  ciudad  con  todas  sus  fortalezas,  y 
le  darian  cierta  cantidad  de  dinero  y  los  lugares  de  las 
taas  de  la'  Alpujarra ,  donde  se  fuese  á  vivir;  el  cual, 

(l)  Aíacinar  debiera  escribirse,  como  se  escribe  en  italiano.  El 
Glosario  de  Ducange  explica  la  signilicacion  de  este  verbo,  que  e;, 
como  aqui  se  dice,  cegar  con  hierro  bccbo  ascua. 


REBELIÓN  Y  CASTIGO  DE  LOS  MORISCOS  DE  GRANADA. 


U'S 


lurbado  de  oir  semejante  embajada,  les  respondió  que 
la  ciudad  de  Granada  era  grande  y  muy  populosa  de 
gente ,  porque  demás  de  los  vecinos  naturales ,  se  ha- 
bian  recogido  en  ella  muchos  de  otras  partes,  enti'e  los 
cuales  babia  diferentes  pareceres,  y  ansí  no  podia  ni 
era  parte  para  cumplir  lo  que  se  le  pedia ,  y  mucho  me- 
nos siendo  el  tiempo  tan  breve  para  tratar  de  negocio 
en  que  habian  de  condescender  las  voluntades  de  tanta 
diversidad  de  pueblo.  Sabida  esta  respuesta,  sus  alte- 
zas le  ofrecieron  mas  dineros  y  mas  lugares,  aunque 
;  no  todos  los  que  él  pedia  ,  porque  hiciese  que  los 
granadinos  dejasen  luego  las  armas  y  desocupasen 
algunas  casas  señaladas  en  sitios  fuertes  dentro  de  la 
ciudad,  donde  se  metiesen  los  cristianos.  Mas  tampoco 
lo  quiso  hacer;  antes  se  declaró  luego  por  enemigo, 
solicitando  los  de  la  Alpujarra ,.  sierras  y  valle  á  que  se 
alzasen.  Y  saliendo  de  Granada,  cercó  la  fortaleza  del 
Patlul ,  y  la  combatió  y  ganó  antes  que  el  rey  don  Her- 
nando la  pudiese  socorrer,  porque  se  hallaba  á  la  sazón 
á  la  parte  de  Guadix.  Y  porque  iba  el  año  ya  muy  ade- 
lante, mandó  proveer  las  fronteras  de  Alendin,.  Colo- 
mera ,  Moclin ,  íllora,  Montefrio,  Alcalá  la  Real,  Loja  y 
Albania ,  que  todas  cercan  la  vega  de  Granada ;  y  se  fué 
á  invernar  á  la  ciudad  de  Sevilla ,  para  dar  orden  en  lo 
que  se  habia  de  proveer  para  la  entrada  de  la  primavera. 

CAPITULO  XVII. 

Cómo  los  Reyes  Católicos  volvieron  á  la  conquista , 
y  lo  que  hicieron  el  año  de  1490. 

El  año  siguiente ,  que  se  contaron  1490  de  Cristo, 
tornó  el  Rey  á  entrar  en  la  vega  de  Granada,  llevando 
consigo  al  Zagal  y  al  alcaide  de  Baza  y  otros  moros  prin- 
cipales. Y  andando  la  gente  talando  los  sembrados  y  las 
huertas  junto  á  la  ciudad,  salieron  los  granadinos  mu- 
chas veces  á  defendérselo  con  escaramuzas ;  y  en  una 
dellas  mataron  á  don  Alonso  Pacheco,  hermano  del  mar- 
qués de  Yillena,  y  á  él  le  hirieron  de  una  lanzada  en 
un  brazo ,  y  mataron  muchos  caballeros  que  iban  con 
él;  masnp  por  eso  dejó  de  hacerse  la  tala,  y  el  Rey 
proveyó  sus  fronteras  y  se  volvió  5  Córdoba.  Aun  no 
era  bien  retirada  la  gente  del  Rey,  cuando  el  Zogoybi 
salió  de  Granada  y  cercó  la  fortaleza  de  Alhendin ,  que 
está  dos  leguas  pequeñas  de  la  ciudad ;  y  aunque  era 
fuerte  y  habia  dentro  buena  gente  de  guerra ,  la  com- 
batió con  los  ingenios  y  máquinas  que  usaban  en  aquel 
tiempo,  tan  reciamente,  que  el  alcaide,  viendo  los  mu- 
ros cavados  por  los  cimientos  y  apuntalados  con  mucha 
madera  y  leña  debajo  para  darles  fuego ,  la  hubo  de 
rendir ;  y  el  moro  la  mandó  derribar  por  el  suelo ,  y 
llevó  á  Granada  captivos  los  cristianos  que  alli  habia. 
A  la  fama  desta  victoria  los  moros  de  la  Alpujarra,  sier- 
ra y  vallo  se  levantaron  contra  los  alcaides  que  tenian 
las  fortalezas  por  el  Rey;  y  el  Zogoybi  con  mucho  nú- 
mero de  gente  fué  á  las  taas  de  Narchena  y  Boloduí, 
que  son  entre  Guadix  y  Almería,  y  hallando  aquellas 
villas  desapercebidas,  las  combatió  y  tomó  por  fuerza  de 
armas.  Decíanos  un  moro  viejo  de  mas  de  ciento  y  diez 
años ,  que  estaba  en  el  Albaicin  de  Granada  cuando 
escribíamos  nuestra  historia  de  África ,  que  de  esta  vez 
se  rebelaron  todas  las  taas  y  lugares  de  la  Alpujarra, 
sierra  y  valle  de  Lecrin ,  y  se  perdieron  las  fortalezas 
que  tenían  ya  los  cristianos ,  sino  fueron  dos  ó  tres  ; 
una  de  las  cuales  fué  Mondújar,  que  la  defendió  vale- 
H-i. 


rosamente  una  noble  dueña  llamada  doña  María  de 
Acuña,  mujer  del  Alcaide,  estando  su  Ynarido  fuera. 
También  procuró  el  moro  haber  el  castillo  de  Salobre- 
ña, que  estaba  por  el  Rey,  por  la  comodidad  de  aquel 
portichuelo ,  donde  pudiesen  acudir  los  navios  de  Ber- 
bería ;  y  trató  con  los  moros  de  paces  que  moraban  en 
la  villa  que  le  diesen  entrada  una  noche ,  para  que  con 
mas  facilidad  le  pudiese  hacer  escalar ;  los  cuales  lo  hi- 
cieron ansí ;  mas  el  Alcaide  se  defendió  valerosamente, 
aunque  le  pusieron  en  tanto  aprieto ,  que  si  el  rey  don 
Hernando  no  le  socorriera ,  se  hubiera  de  perder.  Soli- 
citó ansimesmo  el  Zogoybi  á  los  moriscos  de  paces  que 
moraban  en  las  ciudades  de  Guadix ,  Baza  y  Almería, 
para  que  se  alzasen ;  y  finalmente  tuvo  trato  con  la 
mayor  parte  de  los  que  ya  eran  mudejares ,  y  ellos  con 
él.  A  esta  guerra  acudió  luego  el  Rey  Católico ;  y  en- 
trando con  su  ejército  en  la  vega  de  Granada ,  fué  cau- 
sa que  el  moro  acudiese  á  poner  cobro  en  aquella  ciu- 
dad, y  se  interrompiesen  sus  designios.  Y  dejando  ta- 
lados los  panizos  della ,  que  tenian  sembrados  los  gra- 
nadinos-, siendo  ya  por  el  mes  de  setiembre,  se  volvió 
á  Córdoba ;  mas  no  se  detuvo  mucho  en  aquella  ciudad, 
porque  como  se  entendió  el  trato  que  los  moros  de  Ba- 
za ,  Guadix  y  Almería  traían  con  el  Zogoybi ,  y  como  le 
pedían  socorro  para  alzarse ,  queriendo  poner  remedio 
en  ello  con  la  brevedad  que  el  caso  requería,  caininó 
luego  á  grandes  jornadas  hacia  aquella  parte,  y  me- 
tiéndose en  la  ciudad  de  Guadix ,  lo  aseguró  todo  con 
su  presencia,  y  mandó  que  todos  los  moros  que  vi- 
vían dentro  de  las  ciudades  y  villas  cercadas  se  salie- 
sen á  vivir  á  las  alearías  y  lugares  abiertos,  y  á  los  que 
quisieron  irse  á  Berbería  les  dio  licencia  para  ello  y 
para  vender  sus  haciendas.  Con  esta  diligencia  reme- 
dió este  prudentísimo  y  católico  rey  el  rebelión  y  guer- 
ra que  se  esperaba ,  y  se  volvió  á  Sevilla  para  dar  or- 
den en  el  cerco  que  pensaba  poner  en  el  siguiente  año 
á  la  ciudad  de  Granada. 

CAPITULO  XVIII. 

Cómo  los  Reyes  Católicos  tornaron  á  la  conquista  el  año  de  1491, 
y  cercaron  la  ciudad  de  Granada. 

Venida  la  primavera  del  año  de  nuestro  Salvador  1491 , 
los  Católicos  Reyes,  habiendo  estado  el  principio  del 
año  en  Sevilla,  partieron  de  alli  pasada  pascua  Florida 
para  ir  á  cercar  á  Granada.  El  rey  don  Hernando  entró 
en  la  Vega,  y  mandó  al  marqués  de  Villena  que  con  tres 
mil  caballos  y  diez  mil  peones  fuese  al  valle  de  Lecrin, 
y  destruyese  todos  los  lugares  que  se  habian  alzado.  Y 
porque,  si  acaso  los  moros  viniesen  sobre  él  con  ma- 
yor pujanza  ,  no  recibiese  daño  en  la  aspereza  de  aque- 
llos cerros  (como  aquel  que  en  nada  se  descuidaba), 
partió  luego  en  su  seguimiento  con  el  resto  del  ejérci- 
to. El  marqués  de  Villena  entró  en  el  Valle ,  y  destru- 
yendo los  lugares  bajos  que  estaban  mal  apercebidos, 
volvió  al  Padul  con  muchos  captivos  y  despojos;  mas 
encontrándole  allí  el  Rey,  le  mandó  volver;  y  pasando 
mas  adelante ,  destruyó  toda  aquella  tierra,  porque  esto 
era  lo  que  convenia  que  se  hiciese  antes  de  poner  cerc» 
á  Granada.  Y  aunque  el  Zogoybi,  sabido  el  camino  que 
el  rey  don  Hernando  llevaba,  envió  algunos  alcaides 
con  mucha  gente  de  á  pié  para  que  ocupasen  los  pasos 
de  Tablate  y  Lanjaron ,  por  donde  necesariamente  ha- 
bian de  pasar  los  cristianos ,  no  fueron  parte  para  de- 

10 


U6 


LUIS  DEL  MARMOL  CARVAJAL. 


fendérselo ,  porque  los  capitanes  del  Rey  acometieron 
el  barranco  de'Tablate  por  la  puente,  y  por  otro  paso 
dificultosísimo  que  estaba  á  la  parte  de  arriba  una  le- 
gua de  allí;  y  echando  á  los  moros  de  las  cumbres  de 
aquellos  cerros,  que  tenian  ocupadas,  pasó  el  Rey  basta 
Lanjaron,  y  allí  estuvo  mientras  la  gente  destruía  los 
lugares  del  valle  y  de  la  taa'de  Órgiba  y  otros  de  aque- 
llas sierras.  Heclio  esto ,  y  talados  todos  los  sembra- 
dos de  la  comarca ,  volvió  el  Rey  con  todo  su  ejército  al 
Padul,  y  por  aquella  parte  entró  en  la  vega  de  Grana- 
da ,  y  asentó  su  real  junto  á  unas  fuentes  que  llaman  los 
Ojos  de  Huércal,  y  están  dos  leguas  de  aquella  famosí- 
sima ciudad,  con  determinación,  siendo  Dios  servido, 
de  no  le  alzar  hasta  ganarla.  Duró  este  cerco  ocho  me- 
ses y  diez  dias  con  gran  contienda  de  entrambas  par- 
tes, desde  26  dias  del  mes  de  abril  hasta  2  de  enero  del 
año  del  Señor  1492.  En  el  cual  tiempo  hubo  hechos 
muy  notables  de  caballeros  y  peones ,  así  cristianos  co- 
mo moros,  que  procuraban  señalarse  en  presencia  de 
sus  reyes ,  unos  por  fama,  y  otrospor  premio,  y  muchos 
por  religión.  A  este  cerco  vino  la  católica  reina  doña 
Isabel,  que  en  todas  las  cosas  graves  y  de  mayor  im- 
portancia se  quería  hallar ,  para  animar  con  su  real  pre- 
sencia á  sus  vasallos ;  y  trajo  consigo  al  príncipe  don 
Juan  y  á  la  infanta  doña  Juana,  sus  hijos.  Y  porque  una 
noche  se  pegó  fuego  á  la  tienda  de  la  Reina  con  una 
vela  que  descuidadamente  dejó  encendida  una  moza  de 
cámara,  y  se  quemaron  otras  tiendas  que  estaban  par 
della,  los  Reyes  mandaron  hacer  en  el  roal  casas  de  ta- 
pias cubiertas  de  teja ,  donde  se  metiese  la  gente,  pues- 
tas por  su  orden  con  sus  calles  ordenadas  en  medio ,  y 
después  tomando  las  ciudades  y  los  maestrazgos  á  su 
cargo  de  fortalecer  cada  cual  su  cuartel,  hicieron  una 
ciudad  cercada  de  muros  y  de  torres  con  una  honda 
cava ,  dejando  dos  calles  principales  en  medio  derechas, 
puestas  en  cruz,  que  van  á  dar  á  cuatro  puertas,  que 
responden  á  los  cuatro  vientos,  quedando  en  medio  una 
plaza  de  armas  espaciosa  y  ancha,  dondepoderse  juntar 
la  gente  del  ejército.  Cada  edificador  dejó  una  piedra 
con  su  epitafio  en  la  parte  del  muro  que  le  cupo  edifi- 
car, puesta  en  el  lugar  mas  preeminente  de  su  cuartel, 
las  cuales  ver4  todavía  el  curioso  que  anduviere  al  der- 
redor dellos  por  la  parte  de  fuera.  A  esta  ciudad  llama- 
ron los  Católicos  Reyes  Santa  Fe ,  nombre  digno  de  su 
conquista;  y  con  ella  quedó  el  real  seguro  de  fuegos,  y 
fuerte  contra  cualquier  ímpetu  de  los  enemigos,  los 
cuales  desmajaron  luego  que  la  vieron  edificada,  en- 
tendiendo que  el  cerco  era  de  propósito ,  y  con  presu- 
puesto de  no  levantar  de  allí  el  real  hasta  ganarles  á 
Granada. 

CAPITULO  XIX. 

Cómo  los  moros  acordaron  de  rendir  á  Granada,  y  las  capitula- 
ciones que  sobre  ello  se  hicieron. 

Cuando  el  Zogoybi  vio  que  no  tenia  la  ciudad  de  Gra- 
nada defensa  ni  esperanza  de  socorro,  condescendien- 
do con  la  voluntad  de  la  mayor  parte  del  pueblo ,  que 
no  podían  ya  sufrir  tanto  trabajo,  envió  á  pedir  treguas 
á  los  Reyes  Católicos,  durante  las  cuales  se  pudiese  en- 
tender en  las  condiciones  y  capítulos  de  paz  con  que  se 
habia  de  rendir.  Dio  ante  todas  cosas  en  rehenes  á  un 
hijo  suyo,  y  otros  de  alcaides  y  hombres  principales 
de  la  ciudad  y  del  Albaicin ,  que  fueron  llevados  á  la 


fortaleza  de  Modín.  Y  siéndole  concedida  tregua  por 
sesenta  dias,  los  caballeros  y  ciudadanos  moros  se  jun- 
taron diversas  veces  á  tratar  de  su  negocio ,  yendo  y 
viniendo  muchos  dellos  á  conferir  lo  que  acordaban  pe- 
dir con  las  personas  del  consejo  de  sus  altezas  que 
fueron  diputadas  para  ello.  Y  aunque  la  que  trataban 
era  con  demasiada  importunidad,  los  vencedores,  que 
ninguna  cosa  querían  mas  que  acabar  de  vencer,  se  lo 
concedieron  todo.  Hechos  los  capítulos  y  asentadas  las 
condiciones ,  los  granadinos  enviaron  con  la  resolución 
de  todo  á  un  ciudadano  noble ,  llamado  Abí  Cacem  el 
Maleh ,  con  poderes  bastantes  para  que  otorgase  lo  que 
sus  altezas  pedían.  Y  porque  el  lector  quede  satisfecho, 
pornémos  aquí  los  capítulos  á  la  letra  como  se  conce- 
dieron, ansí  al  Rey  y  á  las  Reinas ,  como  a  la  ciudad  y 
lugares  de  aquel  reino  : 

«  Que  sus  altezas  hacen  merced  por  juro  de  heredad, 
para  siempre  jamás,  al  rey  Abdilehi,  de  las  villas  y  lu- 
gares de  las  taas  de  Berja,  Dalias,  Marchena,  Bolo- 
duí.  Juchar,  Andarax,  Jubiles,  Ujíjar,  Jubilein,  Fer- 
reira ,  Poqueira  y  órgiba ,  que  son  en  la  Alpujarra,  con 
todos  los  heredamientos,  pechos,  derechos  y  otras 
rentas  que  en  cualquier  manera  pertenezcan  á  sus  al- 
tezas en  las  dichas  taas ,  para  que  sea  suyo  y  lo  pueda 
vender  ó  empeñar  y  hacer  dello  lo  que  quisiere ,  con 
tanto  que  cuando  lo  quisiere  vender  ó  empeñar  sean 
primero  requeridos  sus  altezas  si  lo  quieren ;  y  tomán- 
dolo ,  le  mandarán  pagar  por  ello  lo  que  se  concertare. 

))Que  sus  altezas  puedan  labrar  y  tener  fortaleza  en 
Adra  ó  en  otras  partes  donde  quisieren  en  la  Alpujarra, 
y  hacer  y  tener  torres  en  la  costa  de  la  mar.  Y  si  labra- 
ren nueva  fortaleza  en  Adra  junto  á  la  mar ,  en  tal  caso 
quede  la  fortaleza  vieja  por  el  dicho  rey  Abdilehi ,  des- 
pués de  reparada  y  puesta  en  defensa  la  de  sus  altezas, 
el  cual  no  ha  de  pagar  cosa  alguna  para  la  guardia  ni 
para  los  reparos  de  las  dichas  fortalezas  y  torres,  sino 
que  le  ha  de  quedar  su  renta  toda  libre. 

»  Que  luego  como  entregare  la  Alhambra  y  las  otras 
fortalezas ,  le  mandarán  dar  sus  altezas  treinta  mil  cas- 
tellanos de  oro ,  qu'e  valen  catorce  cuentos  y  quinien- 
tos cincuenta  mil  maravedís  en  dinero  de  contado. 

»  Que  sus  altezas  le  hacen  merced  de  todos  los  here- 
damientos, molinos  de  aceite,  tierras  y  hazas  que  tuvo 
y  poseyó  desde  el  tiempo  del  rey  Abil  Hacen  su  padre, 
y  tiene  y  posee  agora ,  ansi  en  los  términos  de  la  ciudad 
de  Granada  como  en  las  Alpujarras.  ' 

»  Que  sus  altezas  hacen  merced  á  la  reina  Ayxa,  su 
madre,  y  á  sus  hermanas  y  mujer,  y  á  la  mujer  de 
Muley  Abí  Nacer ,  de  todas  las  huertas ,  tierras ,  hazas, 
molinos,  viñas  y  otros  heredamientos  que  tenian  en  la 
dicha  ciudad  de  Granada  y  en  las  Alpujarras;  lo  cual 
todo  sea  franco  y  libre  de  cualquier  derecho ,  como  lo 
eran  hasta  aquí.  Y  ansimésmo  liacen  merced  al  dicho 
rey  Abdilehi,  y  á  las  dichas  reinas  é  infantes ,  y  al  Haxi 
Romaimi,  de  todos  los  heredamientos  que  tenian  en 
Motril ,  con  la  mesma  libertad. 

«Que  después  de  firmado  este  concierto,  cuales- 
quier  villas  ó  lugares  de  la  dicha  Alpujarra  que  se  die- 
ren y  entregaren  á  sus  altezas  antes  de  la  entrega  de  la 
Alhambra,  las  mandarán  volver  y  restituir  libremente 
al  dicho  rey  Abdilehi ,  y  que  serán  por  él  bien  tra- 
tados. 

»  Que  no  mandarán  sus  altezas  ai  dicho  rey  Abdilehi 


REBELIÓN  Y  CASTIGO  DE  LOS  MOUISCOS  DE  GRANADA. 


ni  á  sus  criados  volver,  para  siempre  jamás,  lo  que  liu- 
bieren  tomado  á  cristianos  en  su  tiempo  ni  á  moros, 
ansí  bienes  muebles  como  raíces.  Y  si  sus  altezas  liu- 
bieren  de  mandar  volver  algunas  de  las  tales  cosas  ó 
beredades  qne  se  bayan  tomado,  por  algún  asiento  ó 
capitulación  que  tengan  con  alguna  persona,  lo  paga- 
rán ,  y  mandarán  que  sobre  esto  no  tenga  poder  ningún 
cristiano  ni  moro,  ora  sea  mucbo  ó  poco;  y  á  quien 
fuere  contra  ello  le  mandarán  castigar,  y  que  en  con- 
trario dello  no  será  juzgado  por  ninguna  ley  de  cristia- 
nos ni  de  moros. 

»  Que  cada  y  cuando  que  el  dicbo  rey  Abdilebi,  ó  su 
madre,  bermanas  y  mujer,  y  Ja  mujer  del  dicbo  Abí  Na- 
cer, y  sus  alcaides ,  criados ,  escuderos  y  gente  de  su 
casa  y  servicio,  quisieren  pasarse  á  Berbería,  sus  al- 
tezas les  mandarán  dar  dos  carracas  de  ginoveses  íle- 
tadas,  en  que  pasen,  si  las  bubiere  al  tiempo  que  se 
quisieren  ir,  y  si  no,  cuando  las  bubiere,  sin  que  pa- 
guen flete  ni  otro  derecbo;  en  las  cuales  puedan  llevar 
sus  personas,  ropas,  mercaderías,  oro,  plata,  joyas, 
bestias  y  armas  con  que  no  lleven  tiros  de  pólvora,  por- 
que estos  ban  de  quedar  para  sus  altezas;  y  que  por 
embarcar  ó  desembarcar,  ni  por  otra  cosa  alguna,  no 
les  ban  de  llevar  derecbos  de  ninguna  suerte,  ni  flete, 
y  los  barán  llevar  seguros ,  bonrados  y  guardados ,  á 
cualquier  puerto  de  levante  ó  de  poniente,  de  Alejan- 
dría ó  de  la  ciudad  de  Túnez  ó  de  Oran ,  ó  del  reino 
de  Fez ,  donde  ellos  mas  quisieren  ir  á  desembarcar. 

»  Que  si  al  tiempo  que  se  embarcaren  no  pudieren 
venderlas  rentas  que  tuvieren  en  el  dicbo  reino  de  Gra- 
nada, puedan  dejar  y  dejen  sus  procuradores  que  las 
cojan ,  lleven  ó  envíen  donde  estuvieren ,  sin  que  en  ello 
se  les  ponga  embargo  alguno. 

»Que  si  el  dicbo  rey  Abdilebi  quisiere  enviar  algún 
alcaide  ó  criado  con  mercadería  á  Berbería ,  lo  pueda 
bacer  libremente,  sin  que  á  laida,  estada  ó  vuelta  le 
sea  pedida  cosa  alguna  por  razón  de  derecbos. 

»  Que  pueda  enviar  á  cualquiera  parte  de  los  reinos 
de  sus  altezas  seis  acémilas  por  cosas  de  su  manteni- 
miento y  provisión  franca  y  libremente ,  sin  que  por 
ello  le  sean  llevados  derecbos  en  ninguna  parte. 

»  Que  saliendo  de  Granada ,  pueda  irse  á  vivir  donde 
quisiere  en  cualquiera  de  los  lugares  que  se  le  dan,  y 
salir  de  la  ciudad  con  sus  criados,  alcaides,  sabios,  ca- 
balleros, y  común  que  quisiere  llevar  ó  irse  con  él,  los 
cuales  lleven,  sus  caballos  y  bestias  de  guia  ,  y  sus 
mujeres  y  bijos,  criados  y  criadas,  cbicos  y  grandes, 
y  sus  armas  en  las  manos  ó  como  quisieren  llevarlas, 
que  no  les  será  tomado,  exceptólos  tiros  de  pólvora ;  y 
que  agora  ni  en  ningún  tiempo  para  siempre  jamás  se 
les  pornán  señales  en  sus  personas  ni  en  (ftra  manera, 
á  ellos  ni  á  sus  descendientes ;  y  que  gocen  de  todas  las 
capitulaciones  que  están  becbas  ó  se  hicieren  con  los 
vecinos  de  la  dicba  ciudad  de  Granada. 

«Que  sus  altezas  mandarán  dar  al  dicho  rey  Abdilebi 
y  á  su  madre ,  mujer  y  hermanas ,  y  á  la  mujer  de  Abí 
Nacer,  el  día  que  se  les  entregare  la  fortaleza  de  la  Al- 
hambray  las  otras  fortalezas,  sus  cartas  de  privilegios, 
fuertes  y  firmes  de  todo  lo  susodicho ,  rodados  y  sella- 
dos con  su  sello  de  plomo  pendiente  en  filos  de  seda, 
confirmados  por  el  príncipe  don  Juan  y  por  el  carde- 
nal de  España  y  por  los  maestres  de  las  órdenes ,  ar- 
zobispos, obispos  y  otros  prelados,  y  por  los  grandes. 


duques,  marqueses,  condes,  adelantados  y  notarios 
mayores  destos  reinos.» 

Esta  capitulación  fue  hecha  y  concluida  en  el  real  de 
Santa  Fe  á  2o  días  del  raes  de  noviembre  del  año  do 
nuestra  salud  1491 ,  y  tres  días  después  se  concluyeron 
los  capítulos  que  sus  altezas  concedieron  generalmente 
á  la  ciudad  de  Granada  y  lugares  de  aquel  reino  que  se 
viniesen  á  rendir ,  cuyo  tenor  es  este  : 

«Primeramente ,  que  el  rey  moro  y  los  alcaides  y 
alfaquís,  cadís ,  meftis,  alguaciles  y  sabios ,  y  los  cau- 
dillos y  hombres  buenos,  y  todo  el  común  de  la  ciudad 
de  Granada  y  de  su  Albaicin  y  arrabales ,  darán  y  en- 
tregarán á  sus  altezas  ó  á  la  persona  que  mandaren, 
con  amor,  paz  y  buena  voluntad  ,  verdaderaen  trato  y 
en  obra ,  dentro  de  cuarenta  días  primeros  siguientes, 
la  fortaleza  de  la  Albambra  y  Albizán,  con  todas  sus  tor- 
res y  puertas,  y  todas  las  otras  fortalezas,  torres  y  puer- 
tas de  la  ciudad  de  Granada  y  del  Albaicin  y  arraba- 
les que  salen  al  campo ,  para  que  las  ocupen  en  su 
nombre  con  su  gente  yá  su  voluntad,  conque  se  man- 
de á  las  justicias  que  no  consientan  que  los  cristianos 
suban  al  muro  que  está  entre  el  Alcazaba  y  el  Albaicin, 
de  donde  se  descubren  las  casas  de  los  moros;  y  que  si 
alguno  subiere  ,  sea  luego  castigado  con  rigor. 

))Que  cumplido  el  término  de  los  cuarenta  días,  todos 
los  moros  se  entregarán  á  sus  altezas  libre  y  espontá- 
neamente ,  y  cumplirán  lo  que  son  obligados  á  cumplir 
los  buenos  y  leales  vasallos  con  sus  reyes  y  señores  na- 
turales ;  y  para  seguridad  de  su  entrega ,  un  día  antes 
que  entreguen  las  fortalezas  darán  en  rehenes  al  al- 
guacil Jucef  Aben  Comixa ,  con  quinientas  personas 
hijos  y  hermanos  de  los  principales  de  la  ciudad  y  del 
Albaicin  y  arrabales ,  para  que  estén  en  poder  de  sus 
altezas  diez  diás,  mientras  se  entregan  y  aseguran  líis 
fortalezas,  poniendo  en  ellas  gente  y  bastimentos;  en  el 
cual  tiempo  se  les  dará  todo  lo  que  hubieren  menester 
para  su  sustento ;  y  entregadas,  los  pornán  en  libertad. 
«Que  siendo  entregadas  las  fortalezas,  sus  altezas  y 
el  príncipe  don  Juan ,  su  hijo,  por  sí  y  por  los  reyes  sus 
sucesores,  recibirán  por  sus  vasallos  y  subditos  natura- 
les ,  debajo  de  su  palabra ,  seguro  y  amparo  real ,  al  rey 
Abí  Abdilebi ,  y  á  los  alcaides  ,  cadís ,  alfaquís,  meflís, 
sabios,  alguaciles,  caudillos  y  escuderos,  y  á  todo  el  co- 
mún, cbicos  y  grandes,  así  hombrescorao mujeres,  ve- 
cinos de  Granada  y  de  su  Albaicin  y  arrabales ,  y  de 
las  fortalezas,  villas  y  lugares  de  su  tierra  yde  la  Alpu- 
jarra ,  y  de  los  otros  lugares  que  entraren  debajo  deste 
concierto  y  capitulación ,  de  cualquier  manera  que  sea, 
y  los  dejarán  en  sus  casas,  haciendas  y  beredades,  en- 
tonces y  en  todo  tiempo  y  para  siempre  jamás ,  y  no 
les  consentirán  hacer  mal  ni  daño  sin  intervenir  en  ello 
justicia  y  haber  causa ,  ni  les  quitarán  sus  bienes  ni 
sus  haciendas  ni  parte  dello;  antes  serán  acatados, 
bonrados  y  respetados  de  sus  subditos  y  vasallos,  co- 
mo lo  son  todos  los  que  viven  debajo  de  su  gobierno  y 
mando. 

«Que  el  día  que  sus  altezas  enviaren  á  tomar  posesión 
déla  Albambra,  mandarán  entrarsu  gente porla  puer- 
ta de  Bib  Lacha  ó  por  la  de  Bibnest,  ó  por  el  campo 
fuera  de  la  ciudad ,  porque  entrando  por  las  calles  no 
haya  algún  escándalo. 

«Que  el  día  que  el  rey  Abí  Abdilehi  entregare  las 
fortalezas  y  torres ,  sus  altezas  le  mandarán  entregar 


US 


LUIS  DEL  MARMOL  CARVAJAL. 


ásu  hijo  con  todos  los  rehenes,  y  sus  mujeres  y  cria- 
dos ,  excepto  los  que  se  hubieren  vuelto  cristianos. 

»Que  sus  altezas  y  sus  sucesores  para  siemprejamás 
dejarán  vivir  al  rey  Ahí  Abdilehi  y  á  sus  alcaides,  ca- 
dís,nieftís,  alguaciles,  caudillos  y  hombres  buenos  y 
á  todo  el  común ,  chicos  y  grandes ,  en  su  ley ,  y  no  les 
consentirán  quitar  sus  mezquitas  ni  sus  torres  ni  los 
almuédanos ,  ni  les  tocarán  en  los  habices  y  rentas  que 
tienen  para  ellas,  ni  les  perturbarán  los  usos  y  costum- 
bres en  que  están. 

«Que  los  moros  sean  juzgados  en  sus  leyes  y  causas 
por  el  derecho  del  xara  que  tienen  costumbre  de  guar- 
dar, con  parecer  de  sus  cadís  y  jueces. 

»Que  rio  les  tomarán  ni  consentirán  tomar  agora  ni 
en  ningún  tiempo  para  siempre  jamás,  las  armas  ni 
ios  caballos ,  excepto  los  tiros  de  pólvora  chicos  y  gran- 
des, los  cuales  han  de  entregar  brevemente  á  quien  sus 
altezas  niandaren. 

»Que  todos  los  moros ,  chicos  y  grandes ,  hombres  y 
mujeres ,  así  de  Granada  y  su  tierra  como  de  la  Alpu- 
jarra  y  de  todos  los  lugares,  que  quisieren  irse  á  vivirá 
Í3erbería  ó  á  otras  partes  donde  les  pareciere  ,  puedan 
vender  sus  haciendas,  muebles  y  raíces,  de  cualquier 
manera  que  sean ,  á  quien  y  como  les  pareciere ,  y  que 
sus  altezas  ni  sus  sucesores  en  ningún  tiempo  las  qui- 
tarán ni  consentirán  quitar  á  los  que  las  hubieren  com- 
prado ;  y  que  si  sus  altezas  las  quisieren  comprar,  las 
puedan  tomar  por  el  tanto  que  estuvieren  igualadas, 
aunque  no  se  hallen  en  la  ciudad,  dejando  personas  con 
su  poder  que  lo  puedan  hacer. 

»Que  á  los  moros  que  se  quisieren  ir  á  Berbería  ó  á 
otras  partes  les  darán  sus  altezas  pasaje  libre  y  seguro 
con  sus  familias ,  bienes  muebles ,  mercaderías ,  joyas, 
oro  ,  plata  y  todo  género  de  armas ,  salvo  los  instru- 
mentos y  tiros  de  pólvora ;  y  para  los  que  quisieren  pa- 
sar luego,  les  darán  diez  navios  gruesos  que  por  tiempo 
de  setenta  días  asistan  en  los  puertos  donde  los  pidie- 
ren, y  los  lleven  libres  y  seguros  á  los  puertos  de  Ber- 
bería ,  donde  acostumbran  llegar  los  navios  de  mer- 
caderes cristianos  á  contratar.  Y  demás  desto ,  todos 
los  que  en  término  de  tres  años  se  quisieren  ir ,  lo  pue- 
dan hacer,  y  sus  altezas  les  mandarán  dar  navios  donde 
los  pidieren ,  en  que  pasen  seguros,  con  que  avisen  cin- 
cuenta días  antes,  y  no  les  llevarán  fletes  ni  otra  cosa  al- 
guna por  ello. 

«Que  pasados  los  dichos  tres  años,  todas  las  veces 
que  se  quisieren  pasar  á  Berbería  lo  puedan  hacer,  y  se 
les  dará  licencia  para  ello  pagando  á  sus  altezas  un  du- 
cado por  cabeza  y  el  flete  de  los  navios  en  que  pasaren. 

«Que  si  los  moros  que  quisieren  irse  á  Berbería  no 
pudieren  vender  sus  bienes  raíces  que  tuvieren  en  la 
ciudad  de  Granada  y  su  Albaicin  y  arrabales ,  y  en  la 
Alpujarra  y  en  otras  partes,  los  puedan  dejar  encomen- 
dados á  terceras  personas  con  poder  para  cobrar  los 
réditos ,  y  que  todo  lo  que  rentaren  lo  puedan  enviar 
á  sus  dueños  á  Berbería  donde  estuvieren,  sin  que  se  les 
ponga  impedimento  alguno. 

«Que  no  mandarán  sus  altezas  ni  el  príncipe  don 
Juan  su  hijo,  ni  los  que  después  dellos  sucedieren, para 
siemprejamás,  que  los  moros  que  fueren  sus  vasallos 
traigan  señales  en  losvestidos  comolostraenlos  judíos. 
«Que  el  rey  Abdilehi  ni  los  otros  moros  de  la  ciudad 
de  Granada  ni  de  su  Albaicin  y  arrabales  no  pagarán 


los  pechos  que  pagan  por  razón  de  las  casas  y  posesio- 
nes por  tiempo  de  tros  años  primeros  siguientes,  y  que 
solamente  pagarán  los  djezmos  de  agosto  y  otoño,  y  el 
diezmo  de  ganado  que  tuvieren  al  tiempo  del  dezmar, 
en  el  mes  de  abril  y  en  el  de  mayo,  conviene  á  saber, 
délo  criado,  como  lo  tienen  de  costumbre  pagar  los 
cristianos. 

«Que  al  tiempo  de  la  entrega  de  la  ciudad  y  lugares, 
sean  los  moros  obligados  á  dar  y  entregar  á  sus  altezas 
todos  los  captivos  cristianos  varones  y  hembras ,  para 
que  los  pongan  en  libertad,  sin  que  por  ellos  pidan  ni 
lleven  cosa  alguna ;  y  que  si  algún  moro  hubiere  ven- 
dido alguno  en  Berbería  y  se  lo  pidieren  diciendo  te- 
nerlo en  su  poder,  en  tal  caso,  jurando  en  su  ley  y  dan- 
do testigos  como  lo  vendió  antes  destas  capitulacio- 
nes, no  le  será  mas  pedido  ni  él  esté  obligado  á  darlo. 
«Que  sus  altezas  mandarán  que  en  ningún  tiempo  se 
tomen  al  rey  Abí  Abdilehi  ni  á  los  alcaides,  cadís, 
meftís,  caudillos,  alguaciles  ni  escuderos  lasbestias  de 
carga  ni  los  criados  para  ningún  servicio,  si  no  fuere  con 
su  voluntad ,  pagándoles  sus  jornales  justamente. 

«Que  no  consentirán  que  Pos  cristianos  entren  en  las 
mezquitas  de  los  moros  donde  hacen  su  zalá  sin  licen- 
cia de  los  alfaquís,  y  el  que  de  otra  maneraentrare  será 
castigado  por  ello. 

«Que  no  permitirán  sus  altezas  que  los  judíos  tengan 
facultad  ni  mando  sobre  los  moros  ni  sean  recaudado- 
res de  ninguna  renta. 

«Que  el  rey  Abdilehi  y  sus  alcaides,  cadís,  alfaquís, 
meftís ,  alguaciles ,  sabios,  caudillos  y  escuderos,  y 
todo  el  común  de  la  ciudad  de  Granada  y  del  Albaicin  y 
arrabales,  y  de  la  Alpujarra  y  otros  lugares,  serán  res- 
petados y  bien  tratados  por  sus  altezas  y  ministros ,  y 
que  su  razón  será  oída  y  se  les  guardarán  sus  costum- 
bres y  ritos,  y  que  á  todos  los  alcaides  y  alfaquís  les 
dejarán  cobrar  sus  rentas  y  gozar  de  sus  preeminen- 
cias y  libertades ,  como  lo  tienen  de  costumbre  y  es 
justo  que  se  les  guarde. 

«Que  sus  altezas  mandarán  que  no  se  les  echen  hués- 
pedes ni  se  les  tome  ropa  ni  aves  ni  bestiasni  bastimen- 
tos de  ninguna  suerte  4  los  moros  sin  su  voluntad. 

«Que  los  pleitos  que  ocurrieren  entre  los  moros  serán 
juzgados  porsuley  y  xara,  que  dicen  déla  Zuna,  y  por 
sus  cadís  y  jueces,  como  lo  tienen  de  costumbre,  y 
que  si  el  pleito  fuere  entre  cristiano  y  moro  ,  el  juicio 
del  sea  por  alcalde  cristiano  y  cadí  moro,  porque  las 
partes  no  se  puedan  quejar  de  la  sentencia. 

«Que  ningún  juez  pueda  juzgar  ni  apremiar  á  ningún 
moro  por  delito  que  otro  hubiere  cometido ,  ni  el  padre 
sea  preso  por  el  hijo,  ni  el  hijo  por  el  padre,  ni  her- 
mano contra  hermano ,  ni  pariente  por  pariente,  sino 
que  el  que  hiciere  el  mal  aquel  lo  pague. 

«Que  sus  altezas  harán  perdón  general  á  todos  los 
moros  que  se  hubieren  hallado  en  la  prisión  de  Hamete 
Abí  Alí ,  su  vasallo,  y  así  á  ellos  como  á  los  lugares  de 
Cabtil ,  por  los  cristianos  que  han  muerto  ni  por  los 
deservicios  que  han  hecho  á  sus  altezas ,  no  les  será 
hecho  mal  ni  daño ,  ni  se  les  pedirá  cosa  de  cuanto  han 
tomado  ni  robado. 

«Que  si  en  algún  tiempo  los  moros  que  están  capti- 
vos en  poder  de  cristianos  huyeren  á  la  ciudad  de  Gra- 
nada ó  á  otros  lugares  de  los  contenidos  en  estas  capi- 
tulaciones, sean  libres,  y  sus  dueños  no  los  puedan  pe- 


REBELIOiN  Y  CASTIGO  DE  I 

dir  ni  los  jueces  mandarlos  dar,  salvo  si  fueren  ca- 
narios ó  negros  de  Gelofe  ó  de  las  islas. 

»Que  los  moros  no  darán  ni  pagarán  á  sus  altezas 
mas  tributo  .que  aquello  que  acoslurabrun  á  dar  á  los 
reyes  moros. 

))Que  á  todos  los  moros  de  Granada  y  su  tierra  y  de 
la  Alpujarra,  que  estuvieren  en  Berbería,  se  les  dará 
término  de  tres  anos  primeros  siguientes  para  que  si 
quisieren  puedan  venir  y  entrar  en  este  concierto  y  go- 
zar del.  Y  que  si  hubieren  pasado  algunos  cristianas 
captivos  á  Berbería,  teniéndolos  vendidos  y  fuera  de 
su  poder,  no  sean  obligados  á  traerlos  lú  á  volver  nada 
del  precio  en  que  los  hubieren  vendido. 

))Que  si  el  Rey  ú  otro  cualquier  moro  después  de 
pasado  á  Berbería  quisiere  volverse  á  España ,  no  le  con- 
tentando la  tierra  ni  el  trato  de  aquellas  partes,  sus  al- 
tezas les  darán  licencia  por  término  de  tres  años  para 
poderlo  hacer,  y  gozar  destas  capitulaciones  como  to- 
dos los  demás. 

))Que  si  los  moros  que  entraren  debajo  destas  capi- 
tulaciones y  conciertos  quisieren  ir  con  sus  mercade- 
rías á  tratar  y  contratar  en  Berbería ,  se  les  dará  licen- 
cia para  poderlo  hacer  libremente,  y  lo  mesmo  en  todos 
los  lugares  de  Castilla  y  de  la  Andalucía ,  sin  pagar  por- 
.tazgos  ni  los  otros  derechos  que  los  cristianos  acos- 
tumbran pagar. 

))Que  no  se  permitirá  que  ninguna  persona  maltra- 
te de  obra  ni  de  palabra  á  los  cristianos  ó  cristianas 
que  antes  destas  capitulaciones  se  hobieren  vuelto 
moros;  y  que  si  algún  moro  tuviere  alguna  renegada 
por  mujer,  no  será  apremiada  á  ser  cristiana  contra 
su  voluntad ,  sino  que  será  interrogada  en  presencia  dé 
cristianos  y  de  moros ,  y  se  seguirá  su  voluntad ;  y  lo 
mesmo  se  entenderá  con  los  niños  y  niñas  nacidos  de 
cristiana  y  moro. 

))Que  ningún  moro  ni  mora  serán  apremiados  á  ser 
cristianos  contra  su  voluntad;  y  que  si  alguna  donce- 
lla ó  casada  ó  viuda,  por  razón  de  algunos  amores, 
se  quisiere  tornar  cristiana ,  tampoco  será  recebida 
hasta  ser  interrogada ;  y  si  hubiere  sacado  alguna  ropa 
ó  joyas  de  casa  de  sus  padres  ó  de  otra  parte,  se  res- 
tituirá á  su  dueño,  y  serán  castigados  los  culpados  por 
justicia. 

»Que  sus  altezas  ni  sus  sucesores  en  ningún  tiempo 
pedirán  al  rey  Abí  Abdilehi  ni  á  los  de  Granada  y  su 
tierra,  ni  á  los  demás  que  entraren  en  estas  capitula- 
ciones, que  restituyan  caballos,  bagajes,  ganados,  oro, 
plata,  joyas,  ni  otra  cosa  de  lo  que  hubieren  ganado 
en  cualquier  manera  durante  la  guerra  y  rebelión ,  asi 
de  cristianos  como  de  moros  mudejares  ó  no  mudeja- 
res; y  que  si  algunos  conocieren  las  cosas  que  les  han 
sido  tomadas,  no  las  puedan  pedir;  antes  sean  castiga- 
dos si  las  pidieren. 

«Que  si  algún  moro  hobiere  herido  ó  muerto  cristia- 
no ó  cristiana  siendo  sus  captivos ,  no  les  será  pedido 
ni  demandado  en  ningún  tiempo. 

«Que  pasados  los  tres  años  de  las  franquezas,  no  pa- 
garán los  moros  de  renta  de  las  haciendas  y  tierras  rea- 
lengas mas  de  aquello  que  justamente  pareciere  que 
deben  pagar  conforme  al  valor  y  calidad  dellas. 

))Que  los  jueces,  alcaldes  y  gobernadores  que  sus  al- 
tezas hubieren  de  poner  en  la  ciudad  de  Granada  y  su 
tierra,  serán  personas  tales  que  honrarán  á  los  moros 


.OS  MORISCOS  DE  GRANADA.  fí9 

y  los  tratarán  amorosamente ,  y  les  guardarán  estas 
capitulaciones ;  y  que  si  alguno  hiciere  cosa  indebida, 
sus  altezas  lo  mandarán  mudar  y  castigar. 

«Que  sus  altezas  y  sus  sucesores  no  pedirán  ni  de- 
mandarán al  rey  Abdilehi  ni  á  otra  persona  alguna  de 
las  contenidas  en  estas  capitulaciones,  cosa  que  hayan 
hecho,  de  cualquier  condición  que  sea,  hasta  el  día 
de  la  entrega  de  la  ciudad  y  de  las  fortalezas. 

»Que  ningún  alcaide,  escudero  ni  criado  del  rey  Za- 
gal no  terna  cargo  ni  mando  en  ningún  tiempo  sobre 
los  moros  de  Granada.  .     • 

))Que  por  hacer  bien  y  merced  al  rey  Abí  Abdilehi 
y  á  los  vecinos  y  moradores  de  Granada  y  de  su  Albai- 
cin  y  arrabales ,  mandarán  que  todos  los  moros  capti- 
vos, así  hombres  como  mujeres,  que  estuvieren  en  po- 
der de  cristianos,  sean  libres  sin  pagar  cosa  alguna,  los 
que  se  hallaren  en  la  Andalucía  dentro  de  cinco  meses, 
y  los  que  en  Castilla  dentro  de  ocho ;  y  que  dos  días 
después  que  los  moros  hayan  entregado  los  cristianos 
captivos  que  hubiere  en  Granada,  sus  altezas  les  man- 
darán entregar  doscientos  moros  y  moras.  Y  demás  des- 
to  pondrán  en  libertad  á  Aben  Adrami,  que  está  en 
poder  de  Gonzalo  Hernández  de  Córdoba,  y  á  Hozmin, 
que  está  en  poder  del  conde  de  Tendilla,  y  á  Reduan, 
que  lo  tiene  el  conde  de  Cabra ,  y  á  Aben  Mueden  y 
al  hijo  del  alfaquí  Hademí,  que  todos  son  hombres 
principales  vecinos  de  Granada ,  y  á  los  cinco  escuderos 
que  fueron  presos  en  la  rota  de  Brabera  Abencerrax, 
sabiéndose  dónde  están. 

«Que  todos  los  moros  de  la  Alpujarra  que  vinieren  á 
servicio  de  sus  altezas  darán  y  entregarán  dentro  de 
quince  dias  todos  los  captivos  cristianos  que  tuvieren 
en  su  poder,  sin  que  se  les  dé  cosa  alguna  por  ellos; 
y  que  si  alguno  estuviere  igualado  por  trueco  que  dé 
otro  moro,  sus  altezas  mandarán  que  los  jueces  se  lo 
hagan  dar  luego. 

«Que  sus  altezas  mandarán  guardar  las  costumbres 
que  tienen  los  moros  en  lo  de  las  herencias,  y  que  en 
lo  tocante  á  ellas  serán  jueces  sus  cadís. 

«Que  todos  los  otros  moros,  demás  de  los  contenidos 
en  este  concierto ,  que  quisieren  venirse  al  servicio  de 
sus  altezas  dentro  de  treinta  dias ,  lo  puedan  hacer  y 
gozar  del  y  de  todo  lo  en  él  contenido ,  excepto  de  la 
franqueza  de  los  tres  años. 

«Que  los  habices  y  rentas  de  las  mezquitas,  y  las  li- 
mosnas y  otras  cosas  que  se  acostumbran  dar  á  las  mu- 
darazas  y  estudios  y  escuelas  donde  enseñan  á  los  ni- 
ños, quedarán  á  cargo  de  los  alfaquís  para  que  los  des- 
tribuyan y  repartan  como  les  pareciere,  y  que  sus  al- 
tezas ni  sus  ministros  no  se  entremeterán  en  ello  ni  en 
parte  dello ,  ni  mandarán  tomarlas  ni  depositarlas  en 
ningún  tiempo  para  siempre  jamás. 

«Que  sus  altezas  mandarán  dar  seguro  á  todoslos  na- 
vios de  Berbería  que  estuvieren  en  los  puertos  del  rei- 
no de  Granada,  para  que  se  vayan  libremente,  conque 
no  lleven  ningún  cristiano  captivo,  y  que  mientras 
estuvieren  en  los  puertos  no  consentirán  que  se  les 
haga  agravio  ni  se  les  tomará  cosa  de  sus  haciendas ; 
mas  si  embarcaren  ó  pasaren  algunos  cristianos  capti- 
vos ,  no  les  valdrá  este  seguro ,  y  para  ello  han  de  ser 
visitados  á  la  partida. 

«Que  no  serán  compehdos  ni  apremiados  los  moros 
para  ningún  servicio  de  guerra  contra  su  voluntad,  y 


150 


LUIS  DEL  MARMOL  CARVAJAL. 


si  sus  altezas  quisieren  servirse  de  algunos  de  á  caba- 
llo, llamándolos  para  algún  lugar  de  la  Andalucía,  les 
mandarán  pagar  su  sueldo  desde  el  dia  que  salieren  has- 
ta que  vuelvan  á  sus  casas. 

»Que  sus  altezas  mandarán  guardar  las  ordenanzas 
de  las  aguas  de  fuentes  y  acequias  que  entran  en  Gra- 
nada ,  y  no  las  consentirán  mudar ,  ni  tomar  cosa  ni 
parte  dellas;  y  si  alguna  persona  lo  hiciere ,  ó  ecliaro 
alguna  inmundicia  dentro,  será  castigado  por  ello. 

wQue  si  algún  captivo  moro,  habiendo  dejado  otro 
moro  en  prendas  por  su  rescate,  se  hubiere  huido  á  la 
ciudad  de  Granada  ó  á  los  lugares  de  su  tierra ,  sea 
libre,  y  no  obligado  el  uno  ni  el  otro  á  pagar  el  tal  res- 
cate, ni  las  justicias  le  compelan  á  ello. 

«Que  las  deudas  que  hubiere  entre  los  moros  con  re- 
caudos y  escrituras  se  mandarán  pagar  con  efeto,  y 
que  por  virtud  de  la  mudanza  de  señorío  no  se  con- 
sentirá sino  que  cada  uno  pague  lo  que  debe. 

))Que  las  carnicerías  de  los  cristianos  estarán  apar- 
tadas de  las  de  los  moros,  y  no  se  mezclarán  los  basü- 
mentos  de  los  unos  con  los  de  los  otros;  y  si  alguno  lo 
hiciere,  será  por  ello  castigado. 

»Que  los  judíos  naturales  de  Granada  y  de  su  Albai- 
ciny  arrabales,  y  los  de  la  Alpujarra  y  de  todos  los 
otros  lugares  contenidos  en  estas  capitulaciones,  go- 
zarán dellas,  con  que  los  que  no  hubieren  sido  cristia- 
nos se  pasen  á  Berbería  dentro  de  tres  años ,  que  cor- 
ran desde  8  de  diciembre  deste  año. 

))Y  que  todo  lo  contenido  en  estas  capitulaciones  lo 
mandarán  sus  altezas  guardar  desde  el  dia  que  se  en- 
tregaren las  fortalezas  de  la  ciudad  de  Granada  en  ade- 
lante. De  lo  cual  mandaron  dar ,  y  dieron  su  carta  y 
provisión  real  firmada  de  sus  nombres ,  y  sellada  con 
su  sello,  y  refrendada  de  Hernando  de  Zafra,  su  secre- 
tario ,  su  fecha  en  el  real  de  la  vega  de  Granada,  á  28 
dias  del  mes  de  noviembre  del  año  de  nuestra  salva- 
ción 1491.» 

Estas  capitulaciones  acompañaron  sus  altezas  con 
una  carta  misiva,  á  manera  de  provisión,  porque  fueron 
avisados  que  el  rey  Abdilehi  estaba  arrepentido,  y  de 
secreto  impedia  el  efeto  dellas,  como  acontece  á  los 
que  ven  que  han  de  mudar  estado  de  señor  á  vasallo, 
que  cuantas  horas  tiene  el  dia,  tantas  mudanzas  hace 
su  corazón;  y  no  era  solo  él,  porque  muchos  de  los 
ciudadanos,  especialmente  la  gente  de  guerra,  lo  esta- 
ban ya.  Mas  la  carta  fué  de  tanto  efeto,  que  entre  mie- 
do y  vergüenza  no  pudieron  dejar  de  hacer  lo  capitu- 
lado por  Abí  Cacem  el  Maleh ,  especialmente  viendo, 
como  en  efeto  veian ,  que  á  gente  vencida  ningunas 
condiciones  se  podían  dar  mas  honrosas  ni  con  menos 
gravamen ;  y  todos  deseaban  ver  ya  llegada  la  hora  de 
la  entrega  de  las  fortalezas,  para  poder  gozar  de  la  paz, 
que  tan  necesaria  les  era.  El  tenor  de  la  carta  decia 
desta  manera : 

«Don  Hernando  y  doña  Isabel,  por  la  gracia  de  Dios, 
«reyes  de  Castilla,  de  León ,  de  Aragón,  de  Cicilia,  de 
«Toledo,  de  Valencia  ,  de  Galicia,  de  Mallorca,  de  Se- 
wvilla,  de  Cerdeña,  de  Córdoba,  de  Murcia,  de  Jaén, 
«de  los  Algarbes,  de  Algecira  y  Gibraltar;  conde  y  con- 
«desa  de  Barcelona ;  señores  de  Vizcaya  y  de  Molina ; 
«duques  de  Atenas  y  deNeopalria;  condes  de  Ruise- 
»!lon  y  de  Cerdania ;  marqueses  de  Oristan  y  de  Gozia- 
»lio ,  etc.  A  los  alcaides ,  cadís,  sabios ,  letrados,  alfa- 


«quís,  alguaciles,  escuderos,  ancianos  y  hombres  buc- 
«nos,  y  gente  común ,  chicos  y  grandes,  de  la  muy 
«gran  ciudad  de  Granada  y  Albaicin,  hacérnosos  ?a- 
«ber  como  estamos  determinados  tener  esa  ciudad  cer- 
«cada  desde  estaque  mandamos  edificar,  y  poner  este 
«ejército  en  la  parte  de  la  Vega  que  fuere  necesario, 
«hasta  que,  Dios  queriendo,  nuestra  intención  y  volun- 
«tad  se  cumpla.  Esto  tened  por  cierto.  Y  juramos  por 
«el  alto  Dios  que  es  verdad ,  y  quien  otra  cosa  en  con- 
«trario  os  dijere,  es  vuestro  enemigo.  Nos  por  la  pre- 
«sente  os  amonestamos  que  con  brevedad  vengáis  á 
«nuestro  servicio ,  y  no  seáis  causa  de  vuestra  perdi- 
«cion,  como  lo  fueron  los  de  Málaga ,  que  no  quisieron 
«creernos,  y  estuvieron  en  su  pertinacia ,  siguiendo  la 
«via  de  los  simples,  hasta  que  se  perdieron.  Si  con  bre- 
«vedad  viniéredes  á  nuestro  servicio ,  remuneraros  lo 
«hemos  con  bien;  y  si  nos  entregáredes  las  fortalezas, 
«aseguraremos  vuestras  personas  y  bienes;  y  el  que 
«quisiere  pasar  á  las  partes  de  África,  vaya  con  bien,  y  el 
«que  quisiere  quedar ,  estése  en  su  casa  con  todos  sus 
«bienes  y  hacienda,  como  lo  estaba  antes  de  agora .  Esto 
«hacemos  porque  los  granadinos  sois  buena  gente,  no- 
.  «bles  y  principales ,  y  os  queremos  por  nuestros  servi- 
«dores,  y  tenemos  intención  de  haceros  mercedes,  y  os 
«prometemos  y  juramos  por  nuestra  fe  y  palabra  real 
«que  si  con  brevedad  y  de  vuestra  voluntad  nos  qui- 
«siéredes  servir  y  entrar  debajo  de  nuestro  poderío 
«real ,  y  nos  entregáredes  las  fortalezas ,  podrá  cada 
«uno  de  vosotros  salir  á  labrar  sus  heredades,  y  andar 
«por  do  quisiere  en  nuestros  reinos  á  buscar  su  pro 
«donde  lo  hubiere  ;  y  os  mandaremos  dejar  en  vuestra 
«ley  y  costumbres,  y  con  vuestras  mezquitas,  como 
«agora  estáis  ;  y  el  que  quisiere  pasar  allende ,  podrá 
«vender  sus  bienes  á  quien  quisiere  y  cuando  qui- 
«siere ;  y  le  mandaremos  pasar  con  brevedad ,  querien- 
«do  ir  en  nuestros  navios,  sin  que  por  ello  sea  obligado 
ȇ  pagar  cosa  alguna.  Y  pues  nuestra  voluntad  es  de 
«haceros  todo  bien  y  merced,  y  es  vuestra  utilidad  y 
«provecho,  determinaos  con  brevedad ,  y  venid  á  nues- 
«tro  servicio,  y  enviad  presto  uno  de  vosotros  que  nos 
«venga  á  hablar,  asentar,  capitular  y  concluir  estas 
«cosas,  que  para  ello  os  damos  veinte  dias  de  término, 
«dentro  de  los  cuales  se  efetúen.  Ved  agora  lo  que  es 
«vuestro  provecho,  y  libertad  vuestros  cuerpos  de 
«muerte  y  captiverio.  Y  si  pasado  el  dicho  término  no 
«hubiéredes  venido  á  nuestro  servicio  ,  no  nos  culpa- 
«réis,  sino  á  vosotros  mesmos,  porque  os  juramos  por 
«nuestra  fe  que  pasado,  no  os  admitiremos  ni  oiremos 
«mas  palabra  sobre  ello.  En  vuestra  mano  está  el  bien  ó 
«el  mal :  escoged  lo  que  os  pareciere ;  que  con  esto 
«alimpiarémos  nuestra  faz  con  Dios  altísimo.  Fecha 
«en  nuestro  real  de  la  vega  de  Granada,  á  29  dias  del 
«mes  de  noviembre,  año  de  1491.  —Yoel  Rey.— Yo  la 
«jReina.— Por  mandado  del  Rey  y  de  la  Reina,  Her- 
nnando  de  Zafra.» 

CAPITULO  XX. 

Cómo  los  moros  entregaron  la  ciudad  de  Granada  y  sus  fortalezas 

á  los  Reyes  Católicos. 

Llegado  el  dia  señalado  en  que  el  rey  moro  había  de 
entregar  las  fortalezas  de  la  ciudad  de  Granada  á  los 
Reyes  Católicos ,  que  fué  á  2  dias  del  mes  de  enero  del 
año  de  nuestra  salvación  1492 ,  y  del  imperio  de  los  ala- 


REBELIÓN  Y  CASTIGO  Dtí  LOS  MORISCOS  DE  GRANADA. 


rabes  902,  y  de  la  era  de  César  1533,  conforme  á  la 
computación  árabe ,  que  cuentan  cuarenta  y  un  años 
desde  la  era  de  César  basta  el  nacimiento  de  Cristo,  el 
cardenal  don  Pedro  González  de  Mendoza ,  arzobispo 
de  Toledo ,  fué  á  tomar  posesión  dellas ,  acompañado  de 
mucbos  caballeros  y  de  un  suíiciente  número  de  infan- 
tería debajo  de  sus  banderas.  Y  porqué,  conforme  á  las 
capitulaciones,  no  babia  de  entrar  por  las  calles  de  la 
ciudad  ,  tomó  un  nuevo  camino ,  que  ocbo  dias  antes 
se  babia  mandado  bacer ,  á  manera  de  carril ,  para  po- 
der llevar  las  carretas  de  la  artillería;  el  cual  iba  por 
defuera  de  los  muros  á  dar  al  lugar  donde  está  la  ermita 
de  San  Antón ,  y  por  delante  de  la  puert»  de  los  Molinos 
al  cerro  de  los  Má- tires  y  á  la  Albambra.  Partido  el  Car- 
denal con  la  gente  que  babia  de  ocupar  las  fortalezas, 
luego  partieron  los  Reyes  Católicos  de  su  real  de  Santa 
Fe  con  todo  el  ejército  puesto  en  ordenanza ,  y  cami- 
nando poco  á  poco  por  aquella  espaciosa  y  fértil  vega, 
pasaron  á  un  lugar  pequeño ,  llamado  Arniilla,  que  está 
media  legua  de  Granada ,  donde  paró  la  Reina  con  to- 
das las  ordenanzas.  Llegado  el  Cardenal  al  cerro  de  las 
mazmorras  de  los  Mártires ,  ^jue  los  moros  llaman  Ha- 
bul  ,  salió  á  recebirle  el  rey  Abdilebi ,  bajando  á  pié  de 
la  fortaleza  de  la  Albambra ,  dejando  en  ella  á  Jucef 
Aben  Comixa ,  su  alcaide ;  y  babiendo  bablado  un  poco 
en  secreto  con  él ,  dijo  el  moro  en  altavoz  :  « Id ,  señor, 
y  ocupad  los  alcázares  por  los  reyes  poderosos ,  á  quien 
Dios  los  quiere  dar  por  su  mucbo  merecimiento  y  por 
los  pecados  de  los  moros ; »  y  por  el  mesmo  camino  que 
el  Cardenal  babia  subido  fué  á  encontrar  al  rey  don 
Hernando  para  darle  obediencia.  El  Cardenal  entró  lue- 
go en  la  Albambra ,  y  bailando  todas  las  puertas  abier- 
tas, el  alcaide  Aben  Comixa  se  la  entregó  y  se  apoderó 
della,  y  á  un  mesmo  tiempo  ocupó  las  torres  bermejas 
y  una  torre  que  estaba  en  la  puerta  de  la  calle  de  los 
Comeres;  y  mandando  arbolar  la  cruz  de  plata  que  le 
traían  delante,  y  el  estandarte  real  sobre  la  torre  de  la 
campana ,  como  sus  alte¿!is  se  lo  babian  mandado ,  dio 
señal  de  que  las  fortalezas  estaban  por  ellos.  Habíase 
adelantado  á  este  tiempo  el  rey  don  Hernando ,  y  cami- 
naba bácia  la  ciudad  en  resguardo  del  Cardenal,  y  la 
reina  doña  Isabel  estaba  con  toda  la  otra  gente  en  el  lu- 
gar de  Armilla  con  grandísimo  cuidado ,  porque  le  pa- 
recía que  se  tardaba  en  bacerle  la  señal ;  y  cuando  vio 
la  cruz  y  el  estandarte  sobre  la  torre,  bincando  las  ro- 
dillas en  el  suelo  con  mucba  devoción,  dio  mucbas  gra- 
cias á  Dios  por  ello ,  y  los  de  su  capilla  comenzaron  á 
cantar  el  bimno  de  Te  Deum  laudamus.  El  rey  don 
Hernando  paró  sobre  U  ribera  del  río  Geníl  en  el  lugar 
donde  agora  está  la  ermita  de  San  Sebastian,  y  allí 
llegó  el  rey  moro ,  accrm panado  de  algunos  caballeros  y 
criados  suyos,  y  así  á  caballo  como  venia,  porque  su 
alteza  no  consintió  que  se  apease,  llegó  á  él  y  le  besó 
en  el  brazo  derecbo.  Hecbo  este  acto  de  sumisión,  se 
apartaron  los  reyes;  el  Católico  se  fué  á  la  Albambra, 
y  el  pagano  la  vuelta  de  Andarax.  Algunos  quieren  de- 
cir que  volvió  primero  á  la  ciudad  y  que  entró  en  una 
casa  donde  tenia  recogida  su  familia  en  la  Alcazaba; 
mas  unos  moriscos  muy  viejos  que,  según  ellos  de- 
cían, se  hallaron  presentes  aquel  día,  nos  certificaron 
que  no  babia  hecbo  mas  de  hacer  reverencia  al  Rey  Ca- 
tólico y  caminar  la  vuel  ta  de  la  Alpujarra ,  porque  cuan- 
do salió  de  la  Albambra  habia  enviado  su  tamilia  de- 


151 

lante,  yque  en  llegando  ú  un  viso  que  está  cejca  del 
lugar  del  Padul ,  que  es  de  donde  últimamente  se  des- 
cabre  la  ciudad ,  volvió  á  mirarla,  y  poniendo  los  ojos 
en  aquellos  ricos  alcázares  que  dejaba  perdidos ,  co- 
menzó á  sospírar  reciamente  ,  y  dijo  Alabaquibar,  que 
es  cpmo  si  dijésemos  Domimis  Deus  Sabaoth,  pode- 
roso Señor ,  Dios  de  las  batallas ;  y  que  viéndole  su  ma- 
dre sospírar  y  llorar,  le  dijo  :  «Bien  haces,  hijo,  en 
llorar  como  mujer  lo  que  no  fuiste  para  defender  como 
hombre. »  Después  llamaron  los  moros  aquel  viso  el 
Fex  de  Alabaquibar  en  memoria  deste  suceso.  Volvien- 
do pues  á  nuestros  cristianos ,  que  caminaban  la  vuelta 
de  la  ciudad ,  el  Rey  y  la  Reina  y  todos  los  caballeros 
y  señores  subieron  á  la  Albambra,  y  á  la  puerta  cíe  la 
fortaleza  les  dio  el  alcaide  Jucef  Aben  Comixa  las  llaves 
della,  y  sus  altezas  las  mandaron  dar  luego  á  don  Iñigo 
López  de  Mendoza ,  conde  de  Tendilla ,  primo  hermano 
del  cardenal  don  Pedro  González  de  Mendoza',  que  fué 
el  primer  alcaide  y  capitán  general  de  aquel  reino,  cuyo 
valor  tenían  sus  altezas  conocido  por  los  grandes  ser- 
vicios que  les  había  hecho,  ansí  en  esta  guerra  siendo 
alcaide  y  capitán  de  la  frontera  de  Albama ,  y  después 
en  Alcalá  la  Real ,  como  cuando  en  el  año  de  1486  fué 
por  su  mandado  á  tratar  de  conformar  al  rey  don  Fer- 
nando de  Ñapóles  con  papa  Inocencio  VIII,  y  los  con- 
formó, y  dejó  en  paz  todos  los  potentados  de  Italia, 
que  se  habían  movido  para  esta  guerra.  Entrando  pues 
sus  altezas  en  la  Albambra ,  los  capitanes  de  la  infante-  • 
ría  ocuparon  las  otras  fortalezas ,  torres  y  puertas  pa- 
cíficamente,  sin  alboroto  ni  escúndalo.  Los  moros  de 
la  ciudad  se  encerraron  en  sus  casas ,  que  no  pareció 
ninguno  sino  eran  los  que  necesariamente  babian  de 
servir  en  alguna  cosa.  Luego  subieron  los  mas  princi- 
pales ciudadanos  á  hacer  reverencia  y  besar  las  manos 
á  sus  altezas,  mostrando  mucbo  contento  de  tenerlos 
por  señores.  Y  dende  á  pocos  días,  viendo  la  equidad 
de  aquellos  reyes,  y  que  les  hacían  guardar  cuanto  les 
habían  prometido,  acudieron  á  bacer  lo  mesmo  algu- 
nos lugares  de  la  sierra  y  de  la  Alpujarra  y  todos  los  de- 
más que  hasta  entonces  no  babian  venido  á  darles  obe- 
diencia. 

CAPITULO  XXI. 

Cómo  los  Reyes  Católicos  proveyeron  por  arzobispo  de  Granada  á 
don  fray  Hernando  de  Talavera ,  y  comenzó  á  tratar  de  la  comi- 
sión de  los  moros. 

Habiéndose  tomado  posesión  de  la  ciudad  de  Grana- 
da y  de  todas  las  fortalezas,  y  asegurádolas  con  gente 
de  guerra,  los  Católicos  Reyes  comenzaron  á  dispensar 
su  magnificencia ,  haciendo  mercedes  en  general  y  en 
particular  á  todos  los  que  babian  servídoles  en  aquella 
guerra.  Repartieron  la  tierra  que  habían  ganado,  y  pro- 
veyeron en  las  cosas  de  justicia  y  buena  gobernación, 
así  para  la  quietud  de  los  moros ,  que  ya  eran  sus  vasa- 
llos ,  como  para  la  población  y  aumento  de  los  nuevos 
pobladores  que  de  todas  partes  acudían;  lo  cual  todo 
hacían  con  tanta  resolución ,  que  parecía  bien  ser  ne- 
gocio guiado  por  Dios  para  honra  y  gloria  suya.  Anda- 
ba su  corte  llena  de  ilustres  y  esforzados  caballeros,  sa- 
bios y  ejercitados  en  las  cosas  de  la  guerra ,  de  mucbos 
y  muy  doctos  letrados  en  las  cosas  de  justicia  y  gober- 
nación ,  y  de!*Famosísimos  teólogos  de  santa  vida  y  ejem- 
plar doctrina  ea  las  cosas  de  la  le ;  porque  de  tales  per-. 


152 


LUIS  DEL  MARMOL  CARVAJAL. 


sonas  como  estos  se  arreaban  mas  para  sus  consejos, 
que  de  las  pompas  y  cerimonias  de  los  otros  reyes;  y 
ansí  acertaban  en  todo  lo  que  bacian,  y  nada  bailaban 
invencible  contra  su  espada.  Entre  otros  religiosos  que 
traían  en  su  consejo ,  babia  uno  llamado  don  fray  Her- 
nando de  Talayera ,  fraile  profeso  de  la  orden  del  glo- 
rioso padre  san  Jerónimo ,  natural  de  la  villa  de  Tala- 
vera  ,  que  es  en  el  arzobispado  de  Toledo ,  bombre  de 
maravilloso  ingenio  y  pronteza,  grandísimo  predica- 
dor, muy  docto  en  las  letras  sagradas  y  ejercitado  en 
la  filosofía  moral ,  y  sobre  todo  muy  estimado  de  los  Re- 
yes por  su  bondad  de  vida  y  doctrina.  Este  padre  fué 
mas  de  veinte  años  prior  del  monasterio  de  Santa  Ma- 
ría de  Prado,  cerca  de  Valladolid,  y  aun  lo  ediíicó;  y 
teniendo  sus  altezas  noticias  del ,  enviaron  á  llamarle 
y  le  lucieron  su  confesor  y  de  su  consejo ,  y  después  le 
dieron  el  obispado  de  Avila,  y  trayéndole  consigo  á  la 
conquista  del  reino  de  Granada ,  no  fué  la  menor  parte 
de  sus  buenos  sucesos  la  industria ,  consejo  y  oración 
deste  santo  varón ,  el  cual ,  viendo  que  ya  la  ciudad  co- 
menzaba á  poblarse  de  cristianos,  y  que  allí  tenia  bue- 
na comodidad  de  plantar  viña  al  Señor  celestial ,  acordó 
de  dejar  la  corte  temporal ,  donde  era  favorecido  y  re- 
galado ,  y  tomar  otra  vida  trabajosa  y  de  mucbo  peligro 
para  el  cuerpo ;  y  suplicando  á  los  Reyes  Católicos  pro- 
veyesen el  obispado  de  Avila  á  quien  fuesen  servidos, 
pidió  que  le  dejasen  acabar  en  servicio  de  Dios  en  la 
nueva  iglesia  de  Granada  con  aquella  nueva  gente.  Sien- 
do pues  electo  arzobispo  de  Granada ,  fué  confirmada 
su  elección  por  papa  Alejandro  VI,  el  cual  le  envió  el 
palio,  insignia  arzobispal,  y  se  le  dio  con  gran  solem- 
nidad don  Luis  Osorio,  obispo  de  Jaén,  á  quien  vino 
cometido, asistiendo  á  ello'don Pedro  de  Toledo,  obis- 
po de  Málaga,  y  don  fray  García  Quijada,  obispo  de 
Guadix.  Y  porque  nadie  pudiese  decir  que  codicia  de 
mas  renta  le  movía  á  dejar  el  obispado  de  Avila  por  el 
arzobispado  de  Granada,  no  quiso  que  se  le  diese  mas 
de  lo.  que  para  vivir  moderadamente  sin  pompa  era  ne- 
cesario ;  y  así ,  le  señalaron  solos  dos  cuentos  de  mara- 
vedís en  cada  un  año ,  siendo  mucbo  mas  la  renta  del 
obispado  de  Avila.  Bien  se  dejó  entender  la  intención 
deste  buen  prelado ,  porque  desde  el  dia  que  tomó  po- 
sesión se  apartó  de  los  negocios  de  la  corte  de  tal  ma- 
nera, que  jamás  se  pudo  acabar  con  él  que  se  ocupase 
en  otra  cosa  sino  en  lo  que  cumplía  á  la  salvación  de  las 
almas  de  los  fieles  y  conversión  de  los  infieles  y  en  el 
edificio  de  las  iglesias  y  buen  regimiento  dellas.  Bueno 
fué  por  cierto  el  consejo  que  tomaron  los  Católicos  Re- 
yes, como  todas  sus  cosas  eran  buenas,  en  encomen- 
dar aquel  nuevo  ganado  cerril ,  no  usado  al  yugo  suave 
de  Dios,  á  pastor  tan  antiguo  y  tan  ejercitado  en  su  ley, 
para  que  por  medio  suyo  viniesen  á  juntarse  con  su  re- 
baño. Felice  triunfo ,  dichosa  victoria  la  que  en  tales 
tiempos  concedió  el  Señor  á  la  insigne  ciudad  de  Gra- 
nada. Bien  pudiera  ella  ganarse  en  otro  tiempo  para  los 
príncipes  cristianos;  mas  por  ventura  no  se  ganara  para 
Jesucristo ,  como  se  ganó,  mediante  la  buena  diligen- 
cia, el  trabajo,  la  industria,  las  vigilias,  las  oraciones, 
el  ejemplo  de  santa  vida  y  dulce  conversación  de  tan 
buen  prelado ;  porque  estas  tales  obras ,  poniendo  Dios 
su  gracia  en  ellas,  ocuparon  de  tal  manera  los  ánimos 
de  los  moros ,  que  ninguna  cosa  mas  estimada ,  mas  ve- 
nerada ni  mas  amada  llegaba  á  sus  oídos  que  el  nombre 


del  Arzobispo,  á  quien  ellos  llamaban  el  alfaquí  mayor 
de  los  cristianos.  De  donde  nació  que  bubo  muchos  que 
se  vinieron  á  convertir  espontáneamente  de  su  propria 
voluntad,  por  ventura  con  mejor  celo  de  lo  que  lo  hi- 
cieron después  otros.  Demás  deste  j)rovecho  tan  gran- 
de que  se  siguió  á  los  moros,  fué  también  muy  nece- 
sario en  aquella  ciudad  este  prelado  para  los  cristianos, 
porque  como  la  mayor  parte  de  la  gente  que  acudía  á 
poblarla  eran  hombres  de  guerra  ó  gente  advenediza, 
había  tantos  tan  desenfrenados  en  los  vicios  que  la  li- 
cencia militar  traen  consigo,  que  fué  bien  menester  su 
trabajo  y  buena  diligencia  y  grandísima  industria  para 
reformarlos.  Obmenzó  cuanto  á  lo  primero  á  enseñar  á 
los  moros  las  cosas  de  la  fe  de  Dios ,  dándoselas  á  en- 
tender con  tan  dulces  y  amorosas  palabras ,  que  no  so- 
lamente no  recebian  pesadumbre  los  mesmos  alfaquís 
si  los  llamaban  para  que  oyesen  su  doctrina,  mas  aun 
se  venían  muchos  dellos  á  oírla  sin  ser  llamados;  y  para 
los  que  se  querían  convertir  tenia  casas  particulares, 
que  llamaban  casa  de  la  doctrina ,  donde  iba  de  ordina- 
rio á  predicarles  y  á  enseñarles  las  buenas  costumbres 
por  medio  de  fieles  intér^etes ;  y  aun  para  este  efeto 
procuró  con  mucho  cuidado  que  algunos  clérigos  apren- 
diesen la  lengua  arábiga ,  y  él  mesmo  á  la  vejez  quiso 
aprenderla ,  á  lo  menos  tanta  parte  della  que  bastase 
para  poderles  enseñar  los  mandamientos ,  los  artículos 
de  la  fe  y  las  oracignes,  y  oír  sus  confesiones.  Tuvo  el 
arzobispado  don  fray  Hernando  de  Talavera  quince 
años,  y  murió  año  de  1507  de  pestilencia.  Sucedióle 
don  Antonio  de  Rojas,  que  fué  presidente  del  consejo 
real  y  patriarca ;  y  en  su  tiempo,  acerca  de  los  años  í  523, 
dia  de  Nuestra  Señora  de  Marzo ,  se  puso  la  primera 
piedra  en  la  iglesia  Mayor;  y  por  su  muerte  vino  al  ar- 
zobispado de  Granada  don  Francisco  de  Herrera ,  que 
presidió  en  la  audiencia  real ,  y  murió  el  año  del  Se- 
ñor Í52S.  Fué  electo  en  su  lugar  don  Pedro  Puerto- 
carrero  ,  que  murió  antes  de  tomar  posesión  del  arzo- 
bispado. Y  estando  el  Emper'ador  en  Granada  en  el  año 
de  526 ,  proveyó  aquella  silla  á  fray  Pedro  Ramírez  de 
Alva,  prior  de  San  Jerónimo  de  Granada.  Este  hizo  el 
colegio  de  los  clérigos  del  coro ,  que  son  treinta ,  y  mu- 
rió el  año  del  Señor  529.  Luego  sucedió  don  Gaspar  de 
Avalos ,  siendo  obispo  de  Guadix ,  que  hizo  el  colegio 
Real  y  la  universidad,  donde  se  lee  teología  y  leyes. 
También  hizo  el  colegio  de  los  niños  hijos  de  moriscos, 
donde  les  daban  de  comer  y  de  vestir  y  estudio  y  casa 
de  Umosna.  Fué  proveído  por  arzobispo  de  Santiago,  y 
sucedió  en  Granada  don  Hernando  Niño  de  Guevara, 
presidente  de  aquella  audiencia ,  que  después  lo  fué  del 
real  consejo,  y  obispo  de  Sigüenza  y  patriarca,  y  tuvo 
el  arzobispado  cinco  años.  Sucedió  don  Pedro  Guerre- 
ro, que  lo  poseyó  veinte  y  nueve  años ,  y  se  halló  en  el 
concilio  Tridentino.  Y  por  su  muerte  fué  electo  don 
Juan  Méndez  de  Salvatierra,  siendo  canónigo  de  Cuen- 
ca, y  tomó  posesión  por  él  el  licenciado  Mejía  de  Lasar- 
te,  inquisidor  de  Granada,  á  19  de  diciembre  del  año 
de  1577.  Y  por  su  fin  y  muerte  vino  al  arzobispado  doii 
Pedro  Vaca  de  Castro ,  que  era  presidente  de  la  au- 
diencia de  Valladolid ,  y  lo  había  sido  primero  en  la  de 
Granada,  que  hoy  vive;  y  en  su  tiempo  ha  sido  Dios 
servido  que  se  manifiesten  al  mundo  las  reliquias  de 
mártires  que  padecieron  por  su  santísima  fe  en  tiempo 
de  la  gentilidad  de  Nerón,  en  el  monte  Illipolitano,  que 


HEBELION  Y  CASTIGO  DE  LOS  MORISCOS  DE  GRANADA, 


llaman  monte  Santo.  Todos  estos  prelados ,  escogidos 
en  doctrina  y  costumbres,  procuraron  los  Reyes  dará 
los  nuevamente  convertidos ,  para  que  tomasen  mejor 
los  documentos  de  la  fe.  Baste  esto  cuanto  á  los  arzo- 
bispos :  volvamos  á  nuestra  bistoria. 

En  el  año  del  Señor  1493  se  pasó  el  rey  Zogoybi  á  Ber- 
bería ,  y  vendió  á  los  Reyes  Católicos  los  lugares  y  renta 
que  le  babian  dado  en  la  Alpujarra ,  babiéndolo  poseído 
y  gozado  poco  mas  de  dos  años.  Esta  venta  efectuó  aquel 
alcaide  que  dijimos,  llamado  Jucef  Aben  Comixa,  que 
tenia  sus  poderes,  por  precio  de  ocbenta  mil  ducados, 
estando  sus  altezas  en  Aragón.  El  cual  recibió  luego  el 
dinero,  y  lo  cargó  en  acémilas,  y  lo  llevó  al  Lauxar  de 
Andarax,  donde  estaba  su  señor,  y  poniéndoselo  de- 
lante, le  dijo  desta  manera  :  «Señor,  vuestra  hacienda 
traigo  vendida,  veis  aquí  el  precio  deila.  lie  querido 
quitaros  del  peligro,  porque  mientras  los  moros  os  tu- 
vieren presente  no  dejarán  de  intentar  cosas  que  os  den 
pesadumbre  y  desasosieguen  esta  tierra,  de  manera 
que  ni  vuestra  persona  ni  los  que  os  sirvieren  tengan  se- 
guridad, ni  puedan  dejar  de  perder  lo  poco  que  les  queda 
en  ella  con  cualquier  pequeña  ocasión  que  se  ofrezca. 
Con  este  dinero  podréis  comprar  mejor  hacienda  en 
Berbería ,  y  allí  podréis  vivir  con  mas  seguridad  y  des- 
canso que  en  esta  tierra,  donde  fuistes  rey ,  y  no  tenéis 
esperanza  de  poderlo  ya  ser.»  Contábannos  algunos 
moros  antiguos  que  cuando  el  Zogoybi  vio  efetuada  la 
venta ,  mostró  tanta  pena  dello ,  que  matara  al  Alcaide  si 
no  se  lo  quitaran  de  delante.  Y  al  fin  viendo  cuan  mal 
remedio  había  para  deshacer  lo  hecho ,  recogió  su  dine- 
ro ,  y  dende  á  pocos  días  se  fué  con  su  casa  y  familia  á  la 
ciudad  de  Fez  en  una  urca  que  sus  altezas  le  manda- 
ron dar,  y  allí  moró  mucho  tiempo,  hasta  que  después, 
yendo  con  Muley  Hamete  el  Merini  á  la  guerra  contra 
losXerifes  hermanos ,  reyes  de  Marruecos,  le  mataron 
en  la  batalla  del  rio  de  los  Negros,  en  el  vado  que  di- 
cen de  Buacuba.  Escarnio  y  gran  ridículo  de  la  fortu- 
na ,  que  acarreó  la  muerte  á  este  rey  en  defensa  de 
reino  ajeno,  no  habiendo  osado  morir  defendiendo  el 
suyo. 

CAPITULO  XXIL 

Cómo  se  comenzó  á  tratar  de  que  los  moros  de  Granada  se 
convirtiesen  á  la  fe,  ó  los  enviasen  á Berbería. 

Cuando  los  Reyes  Católicos  hubieron  ganado  la  ciu- 
dad de  Granada  y  los  lugares  de  aquel  reino ,  algunos 
prelados  y  otras  personas  religiosas  les  pidieron  con  mu- 
cha instancia  que ,  pues  nuestro  Señor  les  habia  hecho 
tan  señaladas  mercedes  en  darles  una  victoria  como 
aquella,  como  celosos  de^su  honra  y  gloria,  diesen  órtlen 
en  que  se  prosiguiese  con  mucho  calor  en  desterrar  el 
nombre  y  seta  de  Mahoma  de  toda  España,  mandando 
que  los  moros  rendidos  que  quisiesen  quedar  en  la  tier- 
ra se  baptizasen  ,  y  los  que  no  se  quisiesen  baptizar 
vendiesen  sus  haciendas  y  se  fuesen  á  Berbería,  di- 
ciendo que  en  esto  no  se  les  quebrantaban  los  capítu- 
los que  se  les  babian  concedido  cuando  se  rindieron ; 
antes  era  mejorarles  el  partido  en  cosa  que  tanto  con- 
venia á  la  salvación  de  sus  almas ,  y  particularmente 
á  la  quietud  y  pacificación  perpetua  de  aquel  reino ; 
porque  era  cierto  que  jamás  los  naturales  del  terniarí 
paz  ni  amor  con  los  cristianos,  ni  perseverarían  en 
lealtad  con  los  reyes,  mientras  conservasen  los  ritos  y 


íl)3 

cerimonías  de  la  seta  de  Mahoma,  que  les  obligaba  á 
ser  crueles  enemigos  del  nombre  cristiano.  Mas  aunque 
estas  consideraciones  eran  santas  y  muy  justas ,  sus  al- 
tezas no  se  determinaron  en  que  se  usase  de  rigor  con 
los  nuevos  vasallos,  porque  la  tierra  no  estaba  aun  ase- 
gurada ni  los  moros  habían  dejado  de  todo  punto  las 
armas ;  y  si  acaso  venían  á  rebelarse  con  opresión  de 
cosa  que  tanto  sentirían ,  sería  haber  de  volver  á  la  guer- 
ra de  nuevo.  Y  demás  desto,  teniendo, como  tenían, 
puestos  los  ojos  en  otras  conquistas ,  no  querían  f[ue  en 
ningún  tiempo  se  dijese  cosa  indigna  de  sus  reales  pa- 
labras y  firmas,  especialmente  que  los  mesmos  moros 
lo  iban  dejando,  y  habia  esperanza  que  con  la  comu- 
nicación doméstica  que  tendrían  con  los  cristianos ,  tra- 
tando y  disputando  de  las  cosas  de  la  religión,  enten- 
derían el  error  en  que  estaban,  y  dejándolo,  vernian  en 
verdadero  conocimiento  de  la  fe ,  y  la  abrazarían ,  como 
otras  muchas  naciones  bárbaras  lo  habían  hecho  en 
tiempos  pasados,  siguiendo  la  voluntad  de  los  vencedo- 
res y  queriendo  ser  coiíio  ellos ;  y  para  que  esto  se  hi- 
ciese con  amor  y  benevolencia ,  mandaban  que  los  go- 
bernadores, alcaides  y  justicias  de  todos  sus  reinos  favo- 
reciesen á  los  moros,  y  que  no  consintiesen  hacerles 
agravio  ni  mal  tratamiento,  y  que  los  prelados  y  reli- 
giosos blandamente  y  con  demostración  de  amor  procu- 
rasen enseñar  las  cosas  déla  fe  á  los  que  buenamente 
quisiesen  oirías,  sin  hacerles  opresión  sobre  ello. 

CAPITULO  XXIII. 

Cómo  los  Reyes  Católicos,  sabiendo  que  los  moros  se  convertían  á 
la  fe,  mandaron  ir  á  Granada  á  don  fray  Francisco  Jiménez  de 
Cisneros ,  arzobispo  de  Toledo ,  para  que  ayudase  en  tan  santa 
obra  al  arzobispo  de  Granada. 

Habiendo  comenzado  el  buen  arzobispo  de  Granada 
á  regir  y  gobernar  sus  nuevas  plantas,  para  que,  quita- 
das del  error  en  que  estaban ,  brotasen  frutos  de  salva- 
ción, los  Católicos  Reyes,  para  darle  quien  le  ayudase 
en  tan  santa  obra,  enviaron  á  llamar  á  don  fray  Fran- 
cisco Jiménez  de  Cisneros,  fraile  de  la  orden  del  será- 
fico padre  san  Francisco,  y  natural  de  la  villa  de  Tor- 
delaguna ,  á  quien  por  merecimiento  de  muchas  virtu- 
des ,  de  profunda  elocuencia  y  de  santidad  de  vida  y 
costumbres  ,  siendo  provincial  de  su  orden ,  le  habían 
elegido  arzobispo  de  Toledo  en  el  año  del  Señor  i49i), 
por  fin  y  muerte  del  cardenal  don  Pedro  González  de 
Mendoza,  que  falleció  domingo  á  I  i  de  enero  de  aquel 
año.  Estabaá  la  sazón  ocupado  este  prelado  en  la  fábrica 
del  colegio  que  fundaba  en  la  villa  de  Alcalá  de  llenare?, 
y  dejándola  encomendada  á  Baltanasio,  su  compañero, 
partió  luego  para  Granada,  donde  sus  altezas  habían 
ido  por  el  mes  de  julio  del  año  de  i499,  y  estuvieron 
hasta  mediado  el  mes  de  noviembre ,  que  fueron  á  Se- 
villa, y  le  dejaron  encomendado  que  juntamente  con 
el  arzobispo  de  Granada  prosiguiese  en  la  conversión 
de  los  moros,  procediendo  mansamente  y  de  manera 
que  no  se  alborotasen.  El  medio  que  tuvieron  los  pre- 
lados para  negocio  tan  importante  fué  mandar  llamar 
á  los  alfaquísy  morabitos  de  mas  opinión  entre  los  mo- 
ros, y  con  ellos  solos  en  buena  conversación  disputa- 
ban ,  y  les  daban  á  entender  las  cosas  tocantes  á  la  re- 
ligión cristiana,  no  con  fuerza  ni  con  violencia,  sino 
con  buenas  razones  y  sentencias;  y  trataban  el  negocio 
con  tanta  modestia  y  mansedumbre,  que  habiendo  dis- 


134 


LUIS  DEL  MARiMOL  CARVAJAL. 


puUido  gran  rato  con  ellos ,  los  enviaban  contentos , 
dándoles  vestidos  y  otras  muchas  cosas  porque  no  se 
extrañasen  de  volver  otras  veces  á  las  disputas.  Viendo 
pues  los  alfaquís  y  morabitos  la  mansedumbre  cnn  que 
los  trataban  los  prelados,  las  buenas  obras  que  les  ha- 
cían ,  y  que  los  convencían  con  sentencias ,  reprobando 
su  seta ,  deseando  asimesmo  gozar  de  la  libertad  con 
los  vencedores,  comenzaron  algunos  dellos  á  tomar 
los  documentos  de  la  fe  y  á  ensenarlos  al  pueblo,  amo- 
.  nestando  que  era  vanidad  la  seta  de  Mahoma,  y  que 
les  convenia  abrazar  la  fé  de  Jesucristo.  Estas  amones- 
taciones fueron  de  tanto  efeto,  que  dentro  de  pocos 
dias  vinieron  muchos  hombres  y  mujeres  á  pedir  el 
santo  baptismo  con  autoridad  de  sus  proprios  alfaquís, 
y  en  un  solo  dia  se  baptizaron  mas  de  tres  mil  perso- 
nas ;  y  fué  tanta  la  priesa ,  que  no  pudiéndolos  baptizar 
á  cada  uno  de  por  sí ,  fué  necesario  que  el  arzobispo  de 
Toledo  los  rociase  con  hisopo  en  general  baptismo ;  y 
en  la  fiesta  de  nuestra  Señora  de  la  O  consagró  la  mez- 
quita del  Albaicin,  y  quedó  iglesia  colegial  de  la  advo- 
cación de  San  Salvador.  Y  fuera  el  negocio  muy  ade- 
lante sin  escándalo  ni  alboroto ,  si  algunos  escandalo- 
sos ,  á  quien  pesaba  de  ver  tan  buena  obra ,  no  alboro- 
taran el  pueblo  y  la  impidieran  por  entonces ,  aunque 
después  entre  ruego  y  fuerza  se  vino  á  concluir,  como 
agora  diremos. 

CAPITULO  XXIV. 
Cómo  el  arzobispo  de  Toledo  mandó  prender  al  Zegrí  porque  im- 
pedia la  conversión  de  los  moros,  y  cómo  se  vino  á  convertir. 

Había  muchos  moros  en  el  Albaicin  y  en  la  ciudad 
que  públicamente  contradecíanla  conversión,  parecién- 
doles  cosa  dura  haber  de  dejar  la  ley  que  sus  antepasa- 
dos les  habían  enseñado ,  y  doliéndose  de  ver  que  la  an- 
tigua seta  de  Mahoma  se  perdiese  de  todo  punto  en 
España.  Y  entendiendo  el  arzobispo  de  Toledo  que  los 
autores dello  eran  algunos  de  los  principales,  temiendo 
no  le  impidiesen  con  novedad  el  efeto  que  se  hacia, 
mandó  prender  los  que  se  entendió  que  eran  mas  con- 
tradictores de  las  cosas  de  la  fe.  Entre  los  cuales  fué 
preso  uno  llamado  el  Zegrí  Azaator,  hombre  principal  y 
dotado  de  buen  entendimiento  cuanto  á  las  cosas  mo- 
rales, aunque  por  otra  parte  arrogante  y  soberbio ,  por 
ser  de  linaje  de  los  reyes  de  Granada.  Este  contradecía 
reciamente  que  los  moros  no  se  convirtiesen  (i),  y  don 
fray  Francisco  Jiménez  determinó,  dejada  aparte  toda 
humanidad,  de  traerle  por  fuerza  al  yugo  de  Dios ,  pues 
no  aprovechaban  buenas  razones  con  él;  y  haciéndole 
poner  en  una  estrecha  prisión ,  mandó  que  se  encerrase 
con  él,  para  que  con  cuidado  le  metiese  por  camino, 
un  capellán  suyo  llamado  Pedro  de  León,  el  cual  con  áni- 
mo de  león  se  llevó  de  tal  manera  con  el  Zegrí,  que  de 
indómito  y  soberbio  que  era  cuando  se  lo  entregaron, 
le  tornó  manso  y  humilde,  y  en  todo  muy  conforme  á 
la  voluntad  de  los  prelados ;  y  dentro  de  pocos  dias, 
fuese  por  fuerza ,  ó  lo  mas  cierto  por  inspiración  divi- 
na ,  pidió  con  instancia  que  le  llevasen  al  alfaquí  de 
los  cristianos.  Y  llevándole  aprisionado  delante  del  ar- 
zobispo de  Toledo ,  pidió  licencia  para  poderle  hablar 
en  su  libertad,  diciendo  que  le  mandase  quitar  las  pri- 

(1)  Está  de  sobra  la  negación,  pero  seguimos  Delmente  el  texto 
de  la  edición  primitiva ;  además  de  que  son  muy  comunes  en 
nuestros  escritores  estas  contradicciones  de  palabras  que  usaban 
para  dar  mas  énfasis  á  las  ideas. 


siones,  porque  estando  con  ellas  no  se  le  podria  agra- 
decerlo que  dijese  y  hiciese;  y  siéndole  mandadas  qui- 
tar, se  hincó  de  rodillas,"  y  besando  la  tierra ,  y  luego  la 
mano  al  Arzobispo ,  según  la  costumbre  de  los  moros,  le 
dijo :  ((Señor,  yo  quiero  ser  cristiano,  y  bagólo  de  bue- 
na voluntad ,  porque  he  tenido  revelación  de  Dios,  que 
molo  manda,  y  soy  cierto  que  me  llama  para  sí  por 
este  camino. »  El  Arzobispo  recibió  grandísimo  con- 
tento de  verle  convertido ,  y  mandó  vestirle  luego  de 
paños  nuevos,  y  le  baptizó,  y  quiso  el  Zegrí  llamarse 
Gonzalo  Hernández,  como  Gonzalo  Hernández  de  Cór- 
doba hermano  de  don  Alonso  de  Aguílar ,  cuyo  esfuerzo 
y  valor  tenia  bien  conocido  y  experimentado  en  aque- 
lla guerra ,  y  demás  desto ,  sabia  que  el  arzobispo  de 
Toledo  le  quería  mucho.  De  aquí  vino  á  que  otros  mo- 
ros hiciesen  lo  mesnio ;  y  así  se  fueron  de  día  en  dia 
convirtiendo ,  sin  que  los  alfaquís  ni  otra  persona  se  lo 
osase  estorbar,  á  lo  menos  descubiertamente.  Y  el  ar- 
zobispo de  Toledo  les  tomó  gran  copia  de  volúmenes  de 
libros  árabes  de  todas  facultades ,  y  quemando  los  que 
tocaban  á  la  seta,  mandó  encuadernarlos  otros,  y  los 
envió  á  su  colegio  de  Alcalá  de  Henares,  para  que  los 
pusiesen  en  su  librería. 

CAPITULO  XXV. 

Cómo  los  moros  del  Albaicin  de  Granada  se  rebelaron  la  primera 
vez;  sobre  la  conversión,  y  la  orden  que  se  tuvo  eu  apaciguarlos. 

Parecia  cosa  recia  á  los  prelados,  y  especialmente  al 
arzobispo  de  Toledo ,  que  siendo  la  ciudad  de  Granada 
y  todo  el  reino  da  cristianos,  poseído  y  conquistado  por 
príncipes  tan  católicos,  hubiese  hombres  y  mujeres  re- 
negados y  hijos  de  renegados,  á  quien  los  moros  llaman 
elches ,  que  viviesen  en  la  seta  de  Mahoma.  Y  como 
procurasen  atraerlos  á  la  fe  con  amor  y  buena  doctri- 
na, y  hubiese  algunos  tan  endurecidos  que  no  la  qui- 
siesen abrazar  por  no  dejar  sus  vicios  y  torpezas ,  acor- 
daron de  usar  de  rigor  con  ellos;  y  mandando  á  los  al- 
guaciles que  prendiesen  algunos  pertinaces,  sucedió 
que  subiendo  un  dia  al  Albaicin  Sacedo,  criado  del  ar- 
zobispo de  Toledo ,  y  un  alguacil  real  llamado  Velas- 
co  de  Barrionuevo ,  á  prender  una  mujer  hija  de  un 
elche,  trayéadola  presa  por  la  plaza  de  Bib  el  Bonut, 
comenzó  á  dar  grandes  voces,  diciendo  que  la  lleva- 
ban á  ser  cristiana  por  fuerza,  contra  los  capítulos  de 
las  paces;  y  juntándose  muchos  moros,  y  entre  ellos  al- 
gunos que  aborrecían  aquel  alguacil  por  otras  prisio- 
nes que  había  hecho,  comenzaron  á  tratarle  mal  de  pa- 
labra; y  como  les  respondiese  soberbiamente,  á  furia 
de  pueblo  pusieron  las  manos  en  él  y  le  mataron,  arro- 
jándole una  losa  sobre  la  cabeza  desde  una  ventana ,  y 
después  de  muerto  le  metieron  en  una  necesaria;  y  ma- 
taran también  á  Sacedo,  si  no  le  librara  una  mora  de- 
bajo de  su  cama ,  donde  le  tuvo  escondido  aquel  dia  y 
parte  de  la  noche,  hasta  que  pudo  enviarle  seguro  á  la 
ciudad.  Muerto  el  alguacil,  los  moros  se  pusieron  en 
arma  y  comenzaron  á  llamar  á  Mahoma,  apellidando  li- 
bertad y  diciendo  que  se  les  quebrantaban  los  capítulos 
de  las  paces;  y  tomando  las  calles,  las  puertas  y  las  en- 
tradas del  Albaicin ,  se  fortalecieron  contra  los  cris- 
tianos de  la  ciudad  y  comenzaron  á  pelear  con  ellos ,  y 
sobreviniendo  la  noche ,  creció  el  escándalo.  Y  enten- 
diendo que  la  ocasión  de  todo  era  el  arzobispo  de  To- 
ledo, como  hombres  que  estaban  estomagados  de  ver 


REBELIÓN  Y  CASTIGO  DE 

la  sobrada  diligencia  que  ponia  en  hacer  que  fuesen 
cristianos ,  corrieron  á  su  posada ,  que  era  en  la  Alca- 
zaba, y  le  cercaron  dentro ,  el  cual  se  defendió  valero- 
samente. Y  aunque  hubo  algunos  que  le  aconsejaron 
que  saliese  de  allí ,  porque  lo  podia  muy  bien  hacer,  y 
se  subiese  á  la  fortaleza  de  la  Alhambra ,  no  quiso ,  di- 
ciendo que  no  habia  de  desampararlos,  y  que  habia  de 
esperar  el  suceso  de  aquel  negocio  en  el  peligro  co- 
mún. Desta  manera  estuvieron  todos  los  de  su  casa 
puestos  en  arma  aquella  noche,  y  otro  dia  de  mañana 
bajó  de  la  fortaleza  de  la  Alhambra  el  conde  de  Tendi- 
11a  con  buen  número  de  gente  ,  y  acudió  luego  á  favo- 
recer al  Arzobispo,  el  cual  le  encomendó  la  ciudad  y  la 
gente  de.  guerra  que  tenia  consigo ,  que  serian  como 
docientos  hombres,  y  que  particularmente  procurase 
aplacar  aquella  furia  popular;  mas  por  mucha  diligen- 
cia que  puso ,  duró  el  alboroto,  sin  poderlo  apaciguar, 
(fiez  dias,  duranfe  los  cuales  los  prelados  y  el  Conde, 
cada  uno  por  su  parte ,  trabajaron  con  mucha  pruden- 
cia por  todas  las  vias  posibles  como  se  quietase  aque- 
lla gente  bárbara ,  llamando  á  los  alfaquis  y  á  los  prin- 
cipales ciudadanos ,  y  dándoles  á  entender  el  yerro  que 
hablan  hecho  en  levantarse  contra  reyes  tan  podero- 
sos, y  la  pena  en  que  hablan  incurrido  y  el  castigo  que 
se  haria  si  llegaba  la  gente  de  Andalucía  antes  que  se 
apaciguasen.  Mas  ellos  daban  colora  su  negocio,  di- 
ciendo que  el  Albaicin  no  se  habia  alzado  contra  sus 
altezas,  sino  en  favor  de  sus  firmas,  y  que  sus  minis- 
tros eran  los  que  hablan  alborotado  la  tierra,  querien- 
do quebrantar  á  los  moros  los  capítulos  de  las  paces 
con  que  se  hablan  rendido ,  y  que  todo  se  apaciguaría 
con  que  se  los  guardasen ,  sin  hacerles  opresión  en  las 
cosas  de  la  ley.  Algunos  habia  tan  indignados  y  con 
tanta  determinación  de  ponerse  en  libertad,  que  no 
querían  oír  razón ,  pareciéndoles  que  había  treinta  rao- 
ros  para  cada  cristiano,  y  que  estaban  bien  pertrecha- 
dos de  armas  con  que  defenderse.  En  tanta  revolución 
pasara  el  negocio  mas  adelante,  si  el  arzobispo  de  Gra- 
nada ,  confiado  mas  en  la  misericordia  de  Dios  que  en 
la  fuerza  de  las  armas,  no  los  apaciguara  con  un  heroi- 
co hecho ;  porque  no  liabiendo  querido  oir  al  conde  de 
Tendillani  recebir  su  adarga,  que  se  la  enviaba  en  se- 
ñal de  paz,  habiéndosela  apedreado  y  tratado  mal  al 
escudero  que  la  llevaba,  cosa  que  mostraba  tener  gran- 
de indignación ,  cuando  mas  bravos  y  soberbios  esta- 
ban ,  tomó  consigo  un  solo  capellán  con  su  cruz  delan- 
te y  algunos  criados  á  pié  y  desarmados,  y  se  fué  á  me- 
ter entre  los  moros  en  la  plaza  de  Bíb  el  Bonut,  donde 
se  habían  recogido ,  con  tan  buen  semblante  y  rostro 
tan  sereno  como  cuando  iba  á  predicarles  las  cosas  de 
la  fe.  Ved  pues  cuánta  fuerza  tiene  la  virtud  y  la  tem- 
planza, que  así  como  le  vieron  los  moros,  olvidando  el 
rigor  y  la  saña  que  tenían ,  se  fueron  humildes  para  él 
y  le  dieron  paz,  besándole  la  halda  de  la  ropa ,  como  lo 
solían  hacer  cuando  estaban  pacíficos.  Luego  llegó  el 
conde  de  Tendilla  con  sus  alabarderos,  y  quitándose  un 
bonete  de  grana  que  llevaba  en  la  cabeza,  lo  arrojó  en 
medio  de  los  moros ,  para  que  entendiesen  que  iba  en 
hábito  de  paz.  Los  cuales  lo  alzaron  y  besaron ,  y  se  lo 
volvieron  á  dar;  y  con  esto  se  aseguraron  los  unos  y  los 
otros,  y  el  Arzobispo  y  el  Conde  estuvieron  gran  rato 
en  la  plaza  amonestándoles  yrogándoles  que  dejasen  las 
armas ,  y  prometiéndoles  que  por  lo  sucedido  no  se  les 


LOS  MORISCOS  DE  GRANADA.  135 

daría  pena  ni  serian  habidos  por  culpados  generalmente, 
y  que  ellos  les  alcanzarían  perdón  y  la  gracia  de  sus  al- 
tezas, pues  se  debia  entender,  como  ellos  decían,  que 
mas  se  habían  movido  en  favor  de  sus  reales  firmas  que 
con  voluntad  de  hacer  novedad;  y  que  demás  desto,  les 
serian  guardadas  sus  capitulaciones.  Y  para  que  se  ase- 
gurasen mas,  hizo  el  Conde  un  hecho  verdaderamente-^^ 
digno  de  su  nombre,  que  tomó  consigo  á  la  Condesa  su 
mujer  y  á  sus  hijos  niños,  y  los  metió  en  una  casa  en  el 
Albaicin  junto  á  la  mezquita  mayor,  á  manera  de  re- 
henes. Y  con  esto  se  apaciguó  la  ciudad ,  ayudando 
también  de  parte  de  los  moros  un  cadí  ó  juez  suyo,  lla- 
mado Cidí  Ceibona ,  hombre  de  buen  entendimiento  y 
muy  respetado  entre  aquellas  gentes ,  el  cual  ofreció 
que  entregaría  á  la  justicia  de  sus  altezas  los  que  ha- 
bían sido  en  malar  al  alguacil ,  para  que  fuesen  casti- 
gados. Y  en  efeto  lo  cumplió,  y  los  hizo  prender  y  pu- 
so en  manos  del  licenciado  Calderón ,  corregidor  de 
Granada,  el  cual  mandó  ahorcar  cuatro  dellos  en  la 
rambla  de  Beyro ,  y  soltando  otros  muchos  por  bien  de 
paz ,  dejaron  los  moros  las  armas  y  comenzaron  á  en- 
tender en  sus  labores. 

CAPITULO  .XXVI.- 

Cómo  el  Rey  Católico  se  enojó  con  el  arzobispo  de  Toledo  cuan- 
do supo  la  causa  del  rebelión  de  los  moros,  y  oido  su  descar- 
go, le  mandó  proseguir  en  la  conversión. 

El  demonio,  enemigo  del  género  humano,  que  siem- 
pre vela  en  daño  de  las  almas  y  persigue  á  los  que  pro- 
i;uran  salvarlas  á  su  Criador  ,  hubiera  interrompido  la 
buena  obra  comenzada,  y  hecho  perder  al  arzobispo  de 
Toledo  la  gracia  con  los  Reyes ,  y  cayera  en  gran  falla 
c'.ni  ellos,  si  el  soberano  Señor  no  le  ayudara  y  favore- 
ciera. En  el  capítulo  antes  desle  se  dijo  como  el  re- 
belión del  Albaicin  duró  diez  dias.  El  tercero  dia  puQS 
que  los  moros  se  rebelaron,  el  arzobispo  de  Toledo  es- 
cribió á  sus  altezas,  que  estaban  en  la  ciudad  de  Sevi- 
lla ,  dándoles  cuenta  de  lo  que  pasaba ;  y  teniendo  ya 
cerrado  el  pliego  para  despachar  un  correo  que  fuese 
hombre  de  mucha  diligencia  ,  se  ofreció  un  ciudadano 
llamado  Cisneros,  que  daría  un  esclavo  canario  que  ca- 
minaba veinte  leguas  cada  dia,  y  si  fuese  menester,  se 
pornia  en  menos  de  dos  dias  naturales  en  Sevíllíl.  El 
Arzobispo  se  persuadió  fácilmente  á  creerlo,  y  venido 
el  canario  ante  él ,  le  encargó  que  con  toda  diligencia, 
caminando  de  dia  y  de  noche,  fuese  á  Sevilla,  y  diese 
aquel  pliego  en  manos  de  la  Reina  Católica  ó  del  se- 
cretario Almazan.  El  cual,  habiendo  prometido  de  cum- 
plir cuanto  se  le  mandaba ,  partió  de  Granada  luego; 
mas  como  era  hombre  vil  y  bajo ,  acordó  de  emborra- 
charse en  el  camino,  y  fué  tan  despacio,  que  tardó  cin- 
co dias  en  llegará  Sevilla.  En  este  tiempo  llegaron  otros 
avisos  á  sus  altezas ;  y  como  el  Rey  Católico  no  vio  car- 
ta del  arzobispo  de  Toledo,  entendió  que  por  su  causa 
habia  sucedido  tan  gran  desorden ,.  y  culpándole ,  se 
enojó  también  con  la  Reina ,  diciendo  que  había  sido 
causa  de  que  viniese  aquel  hombre  á  Granada,  que  ha- 
bia alborotado  y  puesto  en  condición  el  reino  que  tan- 
to habia  costado  conquistar;  y  aun  la  propria  Reina  casi 
lo  creía ,  no  viendo  letra  suya ,  y  mandó  al  secretario 
Almazan  que  luego  le  escribiese  imputándole  tan  gran 
descuido,  y  diciéndole  que  con  toda  brevedad  enviase 
relación  de  lo  sucedido.  Estaba  el  Arzobispo  bien  des- 


150 


LUIS  DEL  MARxMOL  CARVAJAL. 


cuidado,  entendiendo  que  sus  carias  liabian  llegado  á 
tiempo,  y  viendo  lo  que  el  secretario  Almazan  le  escre- 
Lia ,  para  satisfacer  á  sus  altezas  envió  á  fray  Francisco 
Ruiz,  su  compañero,  á  que  les  informase  de  todo  el 
suceso ,  ofreciendo  de  ir  luego  personalmente  á  darles 
mas  particular  cuenta  del  negocio.  Este  fraile  les  hizo 
relación  de  todo  lo  sucedido  en  Granada ,  y  de  tal  ma- 
nera se  lo  dio  á  entender,  que  perdieron  parte  del  eno- 
jo que  tenian,  aunque  mucho  mas  se  aplacaron  después 
cuando  el  prbprio  Arzobispo  llegó;  el  cual  con  su  mu- 
cha elocuencia  y  discreción  lo  allanó  todo,  dándoles  á 
entender  que  lo  que  habia  hecho  y  hacia  era  por  ser- 
vicio de  Dios ,  y  no  por  otro  interés ,  y  desculpándose 
con  tan  buenas  razones, ^que  los  Reyes  quedaron  satis- 
fechos, y  él  en  mayor  gracia  con  ellos.  Y  viendo  tan 
buena  ocasión  como  de  preséntese  ofrecía,  les  acon- 
sejó que  no  partiesen  mano  de  la  conversión  de  los  mo- 
ros, que  ya  estaba  comenzada,  y  que  pues  liabian  sido 
rebeldes  y  por  ello  merecían  pena  de  muerte  y  perdi- 
miento de  bienes ,  el  perdón  que  les  concediese  fuese 
condicional ,  con  que  se  tornasen  cristianos  ó  dejasen 
la  tierra.  Este  consejo  tuvieron  por  bueno  los  Reyes 
Católicos,  aunque  tardó  la  resolución  del  mas  de  ocho 
meses :  en  el  cual  tiempo  los  del  Albaicin  hicieron  gran- 
des diligencias  para  estorbarlo,  y  enviaron  al  soldán  de 
Egipto,  quejándose  que  les  querían,  hacer  que  fuesen 
cristianos  por  fuerza ,  y  suplicándole  los  favoreciese 
con  enviar  su  embajada  á  España ,  dando  á  entender 
que  baria  él  lo  mesmo  con  los  cristianos  que  tenia  en 
su  imperio,  compeliéndolos  á  que  fuesen  moros.  Y  el 
Soldán  envió  sus  embajadores  á  los  Reyes  CatóHcos, 
diciendo  que  no  se  sufria  hacer  fuerza  á  los  moros  ren- 
didos para  que  fuesen  cristianos;  y  que  si  esto  se  hacia 
en  España,  baria  él  otro  tanto  en  toda  Asia  con  los  cris- 
tianos subditos  de  su  imperio.  Los  Reyes  recibieron 
muy  bien  á  los  embajadores,  y  respondieron  que  ellos 
no  querían  cristianos  por  fuerza,  ni  menos  querían  te- 
ner moros  en  sus  reinos ,  por  la  poca  seguridad  que  se 
podía  tener  de  su  lealtad ;  y  que  á  los  que  de  grado  se 
convertían  se  les  hacía  todo  bien  y  merced,  y  á  los  que 
se  querían  ir  á  Berbería  les  daban  lugar  para  ello  y  li- 
cencia para  vender  sus  bienes ,  muebles  y  raíces,  y  los 
enviaban  con  toda  seguridad  á  los  puertos  donde  que- 
rían ir.  Y  demás  desto,  enviaron  á  Pedro  Mártir  (1), 
clérigo  mílanés,  hombre  docto  y  de  muy  buena  vida, 
que  fué  el  primer  prior  de  la  iglesia  catedral  de  Grana- 
da, á  que  diese  á  entender  al  Soldán  lo  que  en  este 
particular  había,  y  las  causas  que  les  habían  movido  á 
hacer  lo  que  hacían.  El  cual  fué  á  Egipto  y  á  Persia ,  y 
llevó  consigo  los  testimonios  de  los  alcaides  de  los  lu- 
gares marítimos  de  Berbería,  en  que  certificaban  como 
los  ministros  de  los  reyes  de  España  que  llevaban  los 
moros,  los  ponían  en  tierra  con  toda  seguridad  con 
sus  mujeres  y  hijos  y  familias,  sin  hacerles  molestia  ni 
mal  tratamiento;  porque  sus  altezas  mandaban  siem- 
pre á  los  alcaldes  y  alguaciles  que  iban  con  los  moros, 
que  tomasen  testimonios  de  donde  los  dejaban ,  para 
satisfacion  de  que  habían  cumplido  su  mandado.  Vien- 
do pues  los  moros  del  reino  de  Granada  cuan  poco 

(I)  Escribui  su  embajada  en  latin  Anglería,  y  se  imprimió  con 
oirás  obras  suyas  en  Sevilla  en  líill.  Es  muy  curiosa  y  rara,  y  aun- 
que en  la  edición  de  Sandia  de  17ü7  se  prometió  incluirla  por  via 
de  apéndice,  no  llegó  á  realizarse. 


aprovechaban  sus  diligenc¡as,.hubo  muchos  que  se  pa- 
saron á  Berbería,  y  los  que  no  quisieron  dejar  la  tierra, 
acordaron  de  hacerse  cristianos.- Esta  conversión  hizo 
el  bendito  arzobispo  de  Granada ,  dándoles  el  sagrado 
baptismo  sin  prevención  de  catecismo  y  sin  instruirlos 
primero  en  las  cosas  de  la  fe,  porque  acudía  tanta  mul- 
titud de  gente  á  convertirse,  y  era  tan  grande  la  ne- 
cesidad que  había  de  brevedad,  que  no  daba  lugar  á  po- 
derlos instruir ;  mas  la  diligencia  y  cuidado  de  los  pre- 
lados lo  habían  suplido,  si  los  moriscos  quisieran  olvi- 
dar las  cerimouias,  trajes  y  costumbres  que  .tenían 
juntamente  CQn  la  seta,  y  se  preciaran  ser  y  parecer 
en  todo  cristianos :  cosa  que  jamás  se  pudo'  acabar  con 
ellos. 

CAPITULO  XXVIL 

Cómo  los  Reyes  Católicos  allanaron  algunas  alteraciones  que  hubo 
en  el  reino  de  Granada  sobre  la  converuion  de  los  moros.  • 

Luego  que  la  fama  corrió  por  los  lugares  del  reino  de 
Granada  como  los  moros  granadinos  se  tornaban  cris- 
tianos, los  de  las  sierras  y  de  la  Alpujarra,  por  consejo 
de  algunos  de  los  mas  principales  del  Albaicin,  que  se 
veían  opresos  y  querían  hacer  su  negocio  con  el  peligro 
de  cabezas  ajenas,  comenzaron .á  alborotarse;  y  en 
aquel  año  y  en  el  siguiente ,  que  fué  de  ISOO,  se  rebe- 
laron algunos  lugares,  diciendo  que  les  quebrantaban 
los  capítulos  de  las  paces  con  que  se  habían  entregado; 
y  que  pues  no  habían  sido  culpados  en  el  rebelión,  tam- 
poco eran  obligados  á  pasar  por  lo  que  los  otros  hacían 
para  su  descargo.  Sabidos  estos  alborotos  en  Sevilla,  el 
Rey  Católico  partió  para  Granada  á  27  de  enero,  y  man- 
dó al  conde  de  Tendílla  y  á  Gonzalo  Hernández  de  Cór- 
doba que  fuesen  sobre  el  castillo  de  Güéjar,  donde  se  ha- 
bían recogido  algunos  moros  de  los  alzados ;  los  cuales 
fueron  luego  sobre  él,  y  ganándole  le  destruyeron,  no  sin 
gran  daño  de  la  gente  de  armas  que  llevaban;  porque 
los  enemigos  de  Dios  araron  de  dos  ó  tres  rejas  las  ha- 
zas que  estaban  al  derredor  del  lugar ;  y  echando  toda  el 
agua  de  las  acequias  por  ellas,  empantanaron  el  campo 
de  manera,  que  atollaban  los  caballos  hasta  las  cinchas; 
y  viéndolos  embarazados  en  aquellos  atolladeros ,  car- 
gaban sobre  ellos  de  todas  partes  los  peones  sueltos  por 
las  lindes  y  veredas  que  sabían ,  y  los  herían  y  mataban. 
El  conde  de  Lerin,  que  tenia  su  estado  en  el  reino  de 
Navarra,  fué  sobre  Andarax,  porque  los  moros  de  aque- 
lla taa  se  habían  hecho  fuertes  en  el  castillo  del  Lauxar; 
y  ganándole  por  fuerza  de  armas,  voló  con  pólvora  la 
mezquita  mayor,  donde  se  habían  recogido  las  mujeres 
y  niños  de  aquellos  lugares.  Y  el  rey  don  Hernando  entró 
por  el  valle  de  Lecrin ,  y  cercó  y  ganó  el  castillo  y  lugar 
de  Lanjaron ,  viernes  á  7  días  del  mes  de  marzo,  llevando 
consigo  al  alcaide  de  los  Donceles,  al  conde  de  Cifuen- 
tes,  al  comendador  mayor  de  Calatrava,á  Gonzalo  Mejía, 
señor  de  Sanctofimía,  y  á  otros  muchos  señores  y  ca- 
balleros; y  un  moro  negro,  que  tenían  los  alzados  por 
capitán  ,  no  queriendo  venir  á  poder  de  cristianos  ni 
dejar  de  morir  moro ,  se  echó  de  la  torre ebajo,  y  se  hizo 
pedazos,  cuando  vio  que  los  otros  se  rendían.  Siendo 
pues  opresos  los  rebeldes  con  increíble  presteza,  y  alla- 
nadas las  cosas  de  la  Alpujarra,  volvió  el  Rey  á  Sevilla; 
y  trayendo  consigo  á  la  Reina,  tornaron  á  Granada  sá- 
l3ado  23  días  del  mes  de  julio.  Y  en  los  meses  de  agos- 
to, setiembre  y  octubre  se  convirtieron  todos  los  rao- 


REBELIÓN  Y  CASTIGO  DE  LOS  MORISCOS  DE  GRANADA. 


io7 


ros  de  la  Alpujarra  y  de  las  ciudades  de  Almería ,  Ba- 
za ,  Guadix ,  y  de  otras  muchas  villas  y  lugares  del  reino 
de  Granada.  Y  en  este  tiempo  se  alzaron  los  moros  de 
Belefique ,  y  en  el  siguiente  año  de  501,  al  principio 
del,  fueron  presos  y  muertos  por  justicia,  y  las  mujeres 
dadas  por  captivas.  Los  de  Níjar  y  Güevéjar  se  dieron  y 
fueron  esclavos,  excepto  los  niños  de  once  años  abajo, 
que  los  tornaron  cristianos.  Y  en  el  mesmo  año  se  alza- 
ron ciertos  lugares  de  moros  de  la  serranía  de  Ronda 
y  sierra  Bermeja  y  Villaluenga ,  y  sus  altezas  enviaron 
contra  ellos  al  conde  de  Ureña  y  á  don  Alonso  de  Agui- 
lar.  Mas  no  les  sucedió  tan  prósperamente,  porque  fue- 
ron desbaratados  en  un  lugar  llamado  Calalui ,  cerca  de 
Ginalguacil ,  martes  en  la  noche,  á  16  dias  del  mes  de 


marzo  ;  y  muriendo  la  mayor  parte  de  nuestra  gente, 
murió  también  don  Alonso  de  Aguilar  á  manos  de  un 
moro  llamado  el  Feri,  vecino  de  Ben  Estepar.  Escapó 
don  Pedro,  su  hijo,  con  los  dientes  quebrados  de  una  pe- 
drada ,  y  el  conde  de  Ureña  y  los  demás  con  grandísimo 
trabajo.  Por  esta  rota  fué  necesario  que  el  proprio  Rey 
Católico  saliese  de  Granada,  y  con  su  presencia  se  alla- 
nó luego  toda  la  tierra ;  y  dejando  ir  á  Berbería  á  los  que 
no  quisieron  ser  cristianos,  se  convirtieron  los  demás 
allí  y  en  todo  el  reino  ;  y  lo  mesmo  hicieron  dentro  de 
pocos  dias  los  moros  mudejares  que  vivían  en  Avila, 
en  Toro  y  en  Zamora  y  en  otras  partes  de  Castilla ,  que 
aun  hasta  entonces  no  se  habivín  convertido. 


LIBRO  SEGUNDO* 


CAPITULO  PRIMERO. 

Cómo  los  nuevamente  convertidos  sintieron  siempre  mal  de  la  fe. 
Trata  de  los  nombres  de  moro  y  mudejar. 

Apaciguadas  las  alteraciones  del  reino  de  Granada, 
y  convertidos  los  moros  á  nuestra  santa  fe  católica  de 
la  manera  que  hemos  dicho,  los  Católicos  Reyes  los  fue- 
ron regalando  con  nuevas  mercedes  y  favores ,  gober- 
nándolos con  amor,  y  haciéndoles  todo  buen  tratamien- 
to ,  y  mandando  á  sus  ministros  de  justicia  y  guerra  que 
los  favoreciesen  y  animasen.  Mas  luego  se  entendió  lo 
poco  que  aprovechaban  estas  buenas  obras  para  hacer- 
les que  dejasen  de  ser  moros;  porque  si  decían  que  eran 
cristianos ,  veíase  que  tenían  mas  atención  á  los  ritos  y 
cerimonias  de  la  seta  de  Mahoma  que  á  los  preceptos 
de  la  Iglesia  católica,  y  que  cerraban  de  industria  las 
orejas  á  cuanto  los  prelados,  curas  y  religiosos  les  pre- 
dicaban ;  y  siendo  ricos  y  mas  señores  de  sus  haciendas 
de  lo  que  eran  en  tiempo  de  los  reyes  moros,  jamás  se 
tuvieron  por  contentos,  sospirando  siempre  con  la  me- 
moria de  su  antigua  era ;  y  confiados  en  unas  ficciones 
vanas ,  llamadas  jofores  ó  pronósticos,  solo  en  ellas  po- 
nían su  esperanza ,  porque  les  decian  que  habían  de 
volver  á  ser  moros  y  á  su  primer  estado.  Esto  duró  al 
principio,  mientras  duraron  los  viejos  con  alguna  ma- 
nera de  libertad  por  su  barbarismo;  y  después,  aunque 
con  el  trato  comenzaron  á.  sosegarse  los  que  les  suce- 
dieron ,  sintiendo  menos  regalo  y  mayores  opresiones 
de  las  justicias ,  como  hombres  que  entendían  ya  cual- 
quier cosa  con  la  prática  que  tenían,  empezaron  á  con- 
gojarse demasiadamente  y  ú  endurecerse  con  su  mala 
inclinación ;  de  donde  les  crecía  cada  hora  mas  la  ene- 
mistad y  el  aborrecimiento  del  nombre  de  cristiano ;  y 
si  con  fingida  humildad  usaban  de  algunas  buenas  cos- 
tumbres morales  en  sus  tratos,  comunicaciones  y  tra- 
jes ,  en  lo  interior  aborrecían  el  yugo  de  la  religión  cris- 
tiana, y  de  secreto  se  doctrinaban  y  enseñaban  unos  á 
otros  en  los  ritos  y  cerimonias  de  la  seta  de  Mahoma. 
Esta  mancha  fué  general  en  la  gente  común,  y  en  par- 
ticular hubo  algunos  nobles  de  buen  entendimiento  que 
se  dieron  á  las  cosas  de  la  fe,  y  se  honraron  de  ser 
y  parecer  cristianos ,  y  destos  tales  no  trata  nuestra 
historia.  Los  demás,  aunque  no  eran  moros  declarados, 
eran  herejes  secretos ,  faltando  en  ellos  la  fe  y  sobrando 


el  baptismo ;  y  cuanto  mostraban  ser  npudos  y  resabi- 
dos en  su  maldad,  se  bacian  rudos  é  ignorantes  en  la 
virtud  y  doctrina.  Si  iban  á  oir  misa  los  domingos  y 
dias  de  liesta,  era  por  cumplimiento  y  porque  los  cu- 
ras y  beneíiciados  no  los  penasen  por  ello.  Jamás  halla- 
ban pecado  mortal ,  ni  decian  verdad  en  las  confesio- 
nes. Los  viernes  guardaban  y  se  lavaban ,  y  hacían  la 
zalá  en  sus  casas  á  puerta  cerrada ,  y  los  domingos  y 
dias  de  fiesta  se  encerraban  á  trabajar.  Cuando  habían 
baptizado  algunas  criaturas,  las  lavaban  secretamente 
con  agua  caliente  para  quitarles  la  crisma  y  el  olio  san- 
to ,  y  hacían  sus  cerimonias  de  retajarlas,  y  les  ponían 
nombres  de  moros ;  las  novias,  que  los  curas  les  hacian 
llevar  con  vestidos  de  cristianas  para  recebír  las  bendi- 
ciones de  la  Iglesia ,  las  desnudaban  en  yendo  á  sus  ca- 
sas, y  vistiéndolas  como  moras,  hacian  sus  bodas  á  la 
morisca  con  instrumentos  y  manjares  de  moros.  Sí  al- 
gunos aprendían  las  oraciones ,  era  porque  no  les  con- 
sentían que  se  casasen  hasta  que  las  supiesen ,  y  mu- 
chos huían  de  saber  la  lengua  castellana,  por  tener  ex- 
.  cusa  para  no  aprenderlas.  Acogían  á  los  turcos  y  moros 
berberiscos  en  sus  alearías  y  casas,  dábanles  avisos  para 
que  matasen,  rpbasen  y  captívasen  cristianos,  y  aun 
ellos  mesmos  los  captivaban  y  se  los  vendían ;  y  así,  ve- 
nían los  cosarios  á  enriquecer  á  España  como  quien  va 
á  una  India ;  y  muchas  veces  se  iban  las  alearías  enteras 
con  ellos ;  aunque  este  era  el  menor  mal  y  de  que  me- 
nos pena  habían  de  sentir  los  cristianos,  porque  les 
acontecía  anochecer  en  España  y  amanecer  en  Berbe- 
ría con  sus  vecinos  y  compadres.  Para  remedio  destos 
males  proveyeron  los  Reyes  de  Castilla  algunas  cosas 
de  justicia  y  buena  gobernación ,  y  entre  otras ,  la  reina 
doña  Juana ,  hija  y  heredera  de  los  Católicos  Reyes,  en- 
tendiendo que  seria  de  mucho  efeto  quitarles  el  hábito 
morisco  para  que  fuesen  perdiendo  la  memoria  de  mo- 
ros, mandó  quitárselo,  dándoles  seis  años  de  tiempo  para 
romper  los  vestidos  que  tenían  hechos,  y  se  disimuló 
con  ellos  otros  diez  años ,  hasta  que  fué  mandada  cum- 
plir por  el  emperador  don  Carlos  en  el  año  de  1318,  que 
vino  á  reinar  en  Castilla ,  y  suspendida  á  suplicación  de 
los  moriscos  el  mesmo  año  por  el  tiempo  que  fuese  su 
voluntad.  Después  el  licenciado  Pardo,  abad  mayor  de 
la  iglesia  de  San  Salvador  del  Albaícin ,  y  los  canónigos 


158 


LLIS  DEL  MARMOL  CARVAJAL. 


beneíiciados  della ,  que  sabían  bien  cómo  vi  viau  los  mo- 
riscos, informaron  de  nuevo  ásu  majestad  que  guarda- 
jjan  los  ritos  y  cerimonias  de  moros ;  y  en  el  año  de  d  526, 
estando  en  la  ciudad  de  Granada,  proveyó  visitadores 
eclesiásticos  por  toda  la  tierra,  y  fueron  nombrados  para 
ello  don  Gaspar  de  Avalos ,  obispo  de  Guadix ;  fray  An- 
tonio de  Guevara,  el  licenciado  Utiel,  el  doctor  Quin- 
tana y  el  canónigo  Pero  López.  En  el  siguiente  capítulo 
diremos  lo  que  en  esto  hubo,  porque  en  este  lugar  nos 
ocurre  liacer  una  breve  relación ,  para  que  el  letor  en- 
tienda loque  es  moro  y  mudejar,  y. de  donde  vinieron 
estos  nombres.  Los  setarios  secuaces  de  Mahoma  pro- 
priamente  deben  ser  llamados  con  dos  solos  nombres, 
alárabes  ó  agemes :  los  alárabes  son  los  originarios ,  y 
los  agemes  los  advenedizos  que  de  otras  naciohes  y  pro- 
vincias abrazaron  su  opinión.  A  estos  llaman  general- 
mente los  mahometanos  entre  sí  mucelemin,  y  nosotros 
los  llamamos  moros,  nombre  improprio,  porque  mauros 
fueron  unos  pueblos  fenicios  que  vinieron  de  Tiro  á  po- 
blar en  África,  y  edificaron  la  ciudad  de  Útica,  y  des- 
pués la  de  Cartago ,  setenta  y  dos  años  antes  de  la  fun- 
dación de  Roma ,  cuya  historia  es  esta.  Los  fenicios  fue- 
ron valerosos  en  las  arles  bélicas,  y  dieron  después  nom- 
bre á  las  dos  Maurilanias ,  Tingitana  y  Cesariense ,  y 
tuvieron  grandes  victorias  debajo  las  conductas  de  sus 
capitanes  Macheo ,  Magon ,  Asdrúbal  primero ,  Amílcar 
segundo,  Annone,  Gisgon ,  Aníbal,  Asdrúbal  segundo. 
Safo,  y  otros  que  refieren  las  liistorias  de  Trogo  Pom- 
peyo  y  de  otros  que  escribieron  después  del.  Estos  en- 
traron al  principio  en  África  por  vía  de  paz  y  so  co- 
lor de  contratar  con  los  peños  pastorales  ó  núinidas ; 
después  hicieron  sus  colonias  y  guerrearon  con  ellos ; 
y  haciéndose  poderosos  con  los  buenos  sucesos,  con- 
quistaron y  ocuparon  la  mayor  parte  de  Berbería  y  las 
islas  de  Cicilia  y  Sardeña ;  y  pasando  en  tierra  firme  de 
Italia,  pusieron  temor  á  los  poderosos  romanos,  que 
entre  envidia  y  codicia  dieron  después  fin  á  su  prospe- 
ridad, destruyendo  y  asolando  la  famosa  ciudad  de  Car- 
tago. Los  mauros,  fenicios  ó  cartaginenses,  como  los 
quisiéremos  llamar ,  que  escaparon  do  la  ira  de  los  ro- 
manos, derramándose  por  África  entre  los  peños ,  cons- 
tituyeron señorío  en  algunas  partes,  especialmente  en 
las  Mauritanias,  y  dellos  vienen  los  que  agora  llaman 
azuagos;  y  porque  así  estos  como  los  otros  mauros  de 
Fenicia  abrazaron  la  seta  de  Mahoma  en  el  número  de 
los  agemes,  el  vulgo  cristiano  los  llama  comunmente 
á  todos  moros ;  y  así  los  que  lo  son  se  honran  mucho  de 
aquel  nombre,  entendiendo  por  mucelemines,  que  es  el 
nombre  que  ellos  tienen  por  epíteto  de  santimonía, 
interpretado  hijos  de  salvación.  Los  nmdejares  vienen 
de  los  alárabes  y  de  los  agemes  africanos  y  de  otras 
naciones,  y  son  los  que  se  quedaron  en  España  en  los 
lugares  rendidos  por  vasallos  de  los  reyes  cristianos,  á 
los  cuales,  porque  servían  y  hacían  guerra  céntralos 
otros  moros,  los  llamaron  por  oprobrio  mudegelin,  nom- 
bre lomado  de  Degel,  que  es  en  arábigo  el  Antecristo; 
y  no  por  ser  de  casta  do  judíos,  como  algunos  han  que- 
rido decir.  Esto  baste  para  la  etimología  destos  nom- 
bres ,  que  todo  se  pone  aquí  por  curiosidad. 


CAPITULO  IL 


Cómo  el  emperador  don  Carlos  mandó  liacerjiínta  de  prelados  en 
!  la  ciudad  de  Granada  para  reformación  de  los  moriscos. 

Habiendo  hecho  los  visitadores  por  todos  los  luga- 
res de  moriscos  del  reino  de  Granada  su  visita ,  y  sien- 
do informado  el -cristianísiino  emperador  don  Carlos 
cuan  conveniente  cosa  era,  pura  que  fuesen  buenos 
cristianos,  que  dejasen  el  trato  y  costumbres  que  tenian 
de  tiempo  de  moros,  juntando  la  aparéncia  con  las 
obras,  estando  todavía  su  majestad  en  Granada ,  man- 
dó hacer  junta  de  los  mas  estimados  teólogos  que  á  la 
sazón  se  hallaban  en  el  reino,  á  quien  encomendó  aquel 
negocio,  para  que  tratasen  del  remedio  que  se  podría 
tener  para  hacérselo  dejar.  Juntáronse  en  la  capilla 
real  que  los  católicos  reyes  don  Hernando  y  doña  Isa- 
bel fundaron  para  su  enterramiento  en  la  iglesia  Mayor 
de  aquella  ciudad ,  don  Alonso  Manrique ,  arzobispo 
de  Sevilla  y  inquisidor  general  de  España ,  don  Juan  Ta- 
vera,  arzobispo  de  Santiago,  presidente  del  real  con- 
sejo de  Castilla  y  capellán  mayor  de  su  majestad ;  don 
fray  Pedro  de  Álava,  electo  arzobispo  de  Granada ;  don 
fray  García  de  Loaysa ,  obispo  de  Osma ;  don  Gaspar  de 
Avalos,  obispo  de  Guadix  ;  don  Diego  de  Villalar,  obis- 
po de  Almería;  el  doctor  Lorenzo  Galindez  de  Carvajal 
y  el  licenciado  Luis  Polanco,  oidores  del  real  consejo; 
don  García  Padilla,  comendador  de  la  orden  de  Cala- 
trava ;  don  Hernando  de  Guevara  y  el  licenciado  Valdés, 
del  consejo  de  la  general  Inquisición,  y  el  comendador 
Francisco  de  los  Cobos ,  secretario  de  su  majestad  y  de 
su  consejo.  En  esta  junta  se  vieron  las  informaciones 
de  los  visitadores,  los  capítulos  y  condiciones  de  las 
paces  que  se  concedieron  á  los  moros  cuando  se  rin- 
dieron, el  asiento  que  tomó  de  "nuevo  con  ellos  el  ar- 
zobispo de  Toledo  cuando  se  convirtieron,  y  las  cédu- 
las y  provisiones  de  los  reyes ,  juntamente  con  las  rela- 
ciones y  pareceres  de  hombres  graves.  Y  visto  todo,  ha- 
llaron que  mientras  se  vistiesen  y  hablasen  como  mo- 
ros conservarían  la  memoria  de  su  seta  y  no  serian 
buenos  cristianos,  y  en  quitárselo  no  se  les  hacia  agra- 
vio, antes  era  hacerles  buena  obra,  pues  lo  profesaban 
y  decían.  Mandáronles  quitar  la  lengua  y  el  hábito  mo- 
,riscoy  los  baños;  que  tuviesen  las  puertas  de  sus  ca- 
sas abiertas  los  días  de  fiesta  y  los  días  de  viernes  y 
sábado ;  que  no  usasen  las  leylas  y  zambras  á  la  morisca ; 
que  no  se  pusiesen  alheña  en  los  pies  ni  en  las  manos 
ni  en  la  cabeza  las  mujeres;  que  en  los  desposorios  y 
casamientos  no  usasen  de  cerimonias  de  moros,  como 
lo  hacían,  sino  que  se  hiciese  todo  conforme  á  lo  que 
nuestra  santa  Iglesia  lo  tiene  ordenado ;  que  el  dia  de 
la  boda  tuviesen  las  casas  abiertas  y  fuesen  á  oír  mi- 
sa; que  no  tuviesen  niños  expósitos;  que  no  usasen  de 
sobrenombres  de  moros,  y  que  no  tuviesen  entre  ellos 
gacís  de  los  berberiscos ,  libres  ni  captivos. 

Todas  estas  cosas  se  pusieron  por  capítulos,  con  las 
causas  y  razones  que  los  habían  movido  á  ello;  y  con- 
sultado á  su  majestad ,  los  mandó  cumplir.  Mas  los  mo- 
riscos acudieron  luego  á  contradecirlos,  informando 
con  sus  razones  morales,  como  gente  que  ninguna  cosa 
sentían  tanto  como  haber  de  dejar  su  traje  y  lengua 
natural,  que  era  lo  que  mas  sentían;  y  dieron  sus  me- 
moriales, y  hicieron  sus  ofrecimientos,  y  al  fin  alcanza- 
ron con  su  majestad ,  antes  que  saliese  de  Granada ,  que 
mandase  suspender  los  capítulos  por  el  tiempo  que  fue- 


REBELIÓN  Y  CASTIGO  DE  LOS  MORISCOS  DE  GRANADA. 


1S9 


se  su  voluíitad ;  y  con  esto,  cesó  la  ejecución  por  en- 
tonces. Y  aunque  después  en  el  año  de  í530,  estando 
el  Emperador  ausente  destos  reinos,  la  Emperatriz 
nuestra  señora  mandó  despachar  sus  reales  cédulas  al 
arzobispo  de  Granada ,  y  al  Presidente  y  oidores ,  y  á 
losproprios  moriscos,  encargándoles  y  mandándoles 
que  diesen  orden  como  se  quitase  aquel  traje  desho- 
nesto y  de  mal  ejemplo ,  y  que  las  moriscas  trajesen  sa- 
yas y  mantos  y  sombreros  como  cristianas ,  acudieron 
otra  vez  al  Emperador,  y  le  suplicaron  mandase  sus- 
pender aquellas  cédulas,  representando  los  grandes  in- 
convenientes que  habiá  en  la  ejecución ,  la  pérdida  de 
las  rentas  reales  y  el  desasosiego  del  reino ;  y  ansí 
mandó  su  majestad  suspender  los  capítulos  segunda 
vez,  hasta  que  viniese  á  España.  No  ponemos  en  este 
lugar  los  capítulos,  porque  van  adelante  con  la  contra- 
dicion  que  los  moriscos  hicieron  á  los  que  se  hicieron 
en  la  villa  de  Madrid ,  que  fué  todo  una  cosa ,  y  resultó 
de  allí  el  rebelión  deque  trata  esta  historia. 

CAPITULO  III. 

Cómo  se  quitó  á  los  moriscos  que  no  pudiesen  servirse  de  esclavos 
negros,  y  se  les  mandó  á  los  que  tenían  licencias  de  armas 
que  las  llevasen  á  sellar  ante  el  capitán  general. 

En  el  año  de  nuestra  salud  1560,  estando  ya  retirado 
á  la  contemplación  de  las  cosas  divinas  el  cristianísimo 
emperador  Jon  Carlos  nuestro  señor  en  el  monasterio 
de  Yuste ,  habiendo  dejado  el  gobierno  de  todos  sus  es- 
tados al  católico  rey  don  Felipe  su  hijo,  segundo  deste 
nombre ,  en  las  primeras  cortes  que  celebró  en  la  ciu- 
dad de  Toledo  elmesmo  año,  los  procuradores  de  Cor- 
tes ,  informados  del  daño  que  se  seguía  de  que  los  mo- 
riscos del  reino  de  Granada  tuviesen  esclavos  negros 
de  Guinea  en  su  servicio ,  porque  los  compraban  boza- 
les para  servirse  dellos,  y  teniéndolos  en  sus  casas,  les 
enseñaban  la  seta  de  Mahoma  y  los  hacían  á  sus  cos- 
tumbres, y  demás  de  perderse  aquellas  almas,  crecía 
cada  hora  la  nación  morisca,  con  menos  confianza  de 
fidelidad ,  supHcaron  á  su  mnjestad  se  los  mandase  qui- 
tar; y  á  su  pedimento  se  mandó  que  ningún  morisco 
tuviese  esclavos  negros  en  su  casa  ni  en  sus  labores, 
cometiendo  la  ejecución  dello  á  las  justicias  ordinarias 
del  reino.  Deste  mandato  se  agraviaron  todos  en  ge- 
neral, diciendo  que  se  tenia  poca  confianza  dellos  y  de 
su  trato,  y  que  en  caso  que  se  les  hubiesen  de  quitar 
los  esclavos,  había  de  entenderse  solamente  con  los 
hombres  sospechosos,  y  no  con  toda  la  nación ,  donde 
había  muchos  nobles  que  se  trataban  como  cristianos  y 
se  preciaban  de  serlo ,  estando  emparentados  con  ellos, 
y  que  no  había  causa  ni  razón  para  que  les  hiciesen  un 
agravio  tan  grande.  Y  su  majestad,  con  acuerdo  del 
real  Consejo,  por  una  declaración  que  sobre  ello  se  hi- 
zo, mandó  que  no  se  entendiese  lo  proveído  con  las 
personas  particulares,  de  quien  no  se  debía  tener  sos- 
pecha, ni  con  los  que  estuviesen  casados  ó  se  casasen 
con  cristianas.  Desto  suplicaron  segunda  vez  los  moris- 
cos del  reino,  diciendo  que  los  esclavos  negros  eran  el 
servicio  de  sus  casas  y  de  sus  labores ,  y  era  destruir- 
los si  se  los  quitaban ;  y  con  grandísima  instancia  pi- 
dieron que  se  entendiese  la  limitación  con  toda  la  na- 
ción ,  sin  eceptar  personas ,  pues  eran  todos  cristianos 
y  vasallos  de  su  majestad.  Luego  acudieron  á  don  Iñigo 
López  de  Mendoza,  conde  de  Tendilla,  que  ya  era  al- 


caide de  la  fortaleza  de  la  Alhambra  y  capitán  general 
del  reino  de  Granada ,  en  vida  de  don  Luis  Hurtado  de 
Mendoza ,  marqués  de  Mondéjar,  su  padre ,  que  á  la  sa- 
zón era  presidente  del  consejo  real  de  Castilla  ;  y  po- 
niéndole delante  los  beneíicíos  que  los  naturales  de 
aquel  reino  habían  recebído  de  sus  antepasados ,  y  los 
servicios  que  la  nación  les  había  hecho,  le  suplicaron 
que  tomando  la  mano  en  aquel  negocio,  los  favoreciese, 
y  procurase  con  su  majestad  la  suspensión  de  aquel 
capítulo  de  cortes ,  de  que  tanto  daño  les  venía.  El  Con- 
de les  ofreció  que  haría  lo  que  pudiese,  como  lo  había 
hecho  siempre  en  las  cosas  que  se  les  ofrecían,  y  ansí 
lo  hizo.  Mas  viendo  aquella  gente  sospechosa  que  no 
sucedía  el  negocio  conforme  á  su  deseo,  entendiendo 
que  lo  había  tratado  tibiamente ,  ó  por  ventura  les  ha- 
bía sido  contrario,  comenzaron  algunos  dellos  á  des- 
gustarse, procurando  favorecerse  de  otras  personas,  y 
hicieron  revocar  una  merced  que  de  pedimiento  del 
reino  le  había  hecho  su  majestad  en  la  renta  de  la  farda, 
de  dos  mil  ducados  de  ayuda  de  costa  en  cada  un  año ; 
y  de  aquí  nació  que  también  el  conde  de  Tendilla  les 
diese  poco  gusto  de  su  parte.  Entraron  luego  los  celos 
de  la  división  entre  la  Audiencia  real  y  él  sobre  cosas 
harto  livianas,  torciendo  el  entendimiento  délas  con- 
cordias que  estaban  hechas  y  confirmadas  por  los  Re- 
yes ,  y  trayéndolas  cada  cual  á  su  opinión,  no  queriendo 
tener  igual  y  procurando  conservar  superioridad.  Pre- 
tendía el  Audiencia  por  su  parte  quitar  el  conocimiento 
de  las  causas  al  Capitán  general,  ó  á  lo  menos  emendar 
lo  que  hacía.  Estiraba  él  su  cargo  cuanto  podía,  y  de 
aquí  vino  á  pasiones  particulares,  que  redundaron  des- 
pués en  daño  de  muchos  que  estaban  bien  descuida- 
dos. Porque  luego  con  voz  de  restituir  al  público  con- 
cejil lo  que  tenían  ocupado  algunos  de  la  Audiencia  y 
otras  personas  del  cabildo  de  la  ciudad ,  se  dio  noticia 
á  su  majestad,  y  se  proveyó  juez  de  términos  contra 
ellos;  lo  cual  fué  causa  de  echar  á  las  vueltas  algunos 
moriscos  de  sus  haciendas;  gente  encogida  y  miserable, 
que  viéndose  desposeer  de  las  heredades  y  tierras  que 
habían  heredado,  comprado  ó  poseído,  no  menos  sen- 
tían este  gravamen  que  losotros.  Demás  desto,  el  conde 
de  Tendilla,  viendo  que  se  le  habían  desvergonzado  y 
•cobrado  alas  con  otros  favores ,  para  tenerlos  mas  su- 
jetos trató  con  el  fiscal  de  la  Audiencia  real  y  con  el 
cabildo  de  la  ciudad  de  Granada  que  pidiesen  á  su  ma- 
jestad confirmación  de  una  cédula  que  el  emperador 
don  Carlos  había  dado  el  año  del  Señor  1553,  en  que 
mandaba  que  todos  los  moriscos  del  reino  de  Granada, 
de  cualquier  estado  y  condición  que  fuesen ,  que  tu- 
viesen licencias  para  traer  armas ,  las  llevasen  á  regis- 
trar ante  el  Capitán  general ,  para  que  las  mandase  se- 
llar,  y  que  no  las  pudiesen  traer  ni  tener  de  otra  mane- 
ra. Esta  cédula  se  mandó  luego  confirmar  en  el  Conse- 
jo, con  relación  que  algunos  moriscos,  so  color  de  tener 
licencias  de  armas  ,  compraban  mas  cantidad  de  lasque 
habían  menester ,  y  las  vendían  ó  daban  á  los  monfís  y 
hombres  escandalosos.  Y  aunque  hubo  contradicion  de 
su  parte ,  no  les  aprovechó ,  y  fué  tanto  lo  que  lo  sintie- 
ron, que  muchos  dejaron  de  traer  las  armas  por  no 
ponerse  en  aquella  sujeción,  y  pocos  fueron  los  que  las 
llevaron  á  registrar  y  sellar ;  todos  quedaron  desconten- 
tos ,  indinados  y  con  poco  sosiego.  De  allí  adelante ,  ha- 
biendo poca  conformidad  entre  los  superiores,  menú- 


iíiO  LLIS  DEL  MAR 

deaban  queja';  ú  su  mnjpslofl,  con  que  cansados  los  oí- 
dos de  los  de  su  consejo,  y  él  con  ellos,  las  provisiones 
no  tuvieron  cfeto ,  y  salieron  varias  ó  ningunas,  per- 
diendo con  la  importunidad  el  crédito,  y  se  proveyeron 
muchas  cosas  de  pura  justicia,  que  conforme  á  la  cali- 
dad de  los  tiempos  so  pudieran  dilatar,  ó  llevar  con 
menos  rigor. 

CAPITULO  IV. 

Cómo  se  mnndó  que  los  moriscos  delincuentes  no  se  acogiesen  á 
lugares  de  señorío  ni  gozasen  de  la  inmunidad  de  la  iglesia  mas 
de  tres  dias. 

Estos  mesmos  dias  las  justicias  y  los  concejos  de  los 
lugares  del  reino  de  Granada  que  eran  cabezas  de  par- 
tidos informaron  á  los  oidores  y  alcaldes  de  la  Audien- 
cia real  como  en  los  lugares  de  señorío  se  acogían  y 
estaban  avecindados  muchos  moriscos  que  andaban 
huidos  de  la  justicia  por  delitos,  y  teniendo  allí  seguri- 
dad, salían  á  saltear  y  robar  por  los  caminos,  y  que  los 
señores  cuyos  eran  los  lugares  los  favorecían  y  ampa- 
raban por  tenerlos  poblados,  y  desta  manera  crecía 
el  número  de  malhechores  y  habia  poca  seguridad  en 
la  tierra ,  y  convenia  mandar  que  no  los  acogiesen  y 
que  las  justicias  realengas  entrasen  á  prenderlos  donde 
los  hallasen.  Pareciendo  pues  á  la  Audiencia  que  no 
convenia  que  los  delincuentes  tuviesen  aquella  guari- 
da, informaron  sobre  ello  á  su  majestad  en  su  real  con- 
sejo, y  con  él  consultado ,  se  mandó  despachar  provi- 
sión para  que  los  señores  no  recogiesen  gente  desta 
calidad  en  sus  pueblos,  y  las  justicias  realengas  pudie- 
sen entrarlos  &  prender  donde  quiera  que  los  hallasen. 
Habia  muchos  moriscos  que  habiendo  sido  perdonados 
de.las  partes,  y  estando  sus  negocios  olvidados  muchos 
años  habia,  vivían  en  lugares  de  señorío  y  estaban  ave- 
cindados y  casados  en  ellos.  Estaban  con  alguna  ma- 
nera de  quietud  entendiendo  en  sus  oficios  y  labores 
del  campo,  y  como  los  escríbanos  comenzasen  á  revol- 
ver papeles,  buscando  causas,  y  las  justicias  los  apreta- 
sen con  rigor,  perdiendo  la  confianza  que  tenían  del 
favor  de  l.os  lugares  de  señorío ,  y  viendo  que  tampoco 
se  podían  entretener  en  las  iglesias  ni  estar  retraídos 
mas  de  tres  dias  en  ellas,  porque  así  se  habia  proveído 
también  estos  días,  comenzaron  á  darse  á  los  montes, 
y  juntándose  con  otros  monfís  y  salteadores,  cometían 
cada  dia  mayores  delitos,  matando  y  robando  las  gen- 
tes ,  y  andando  en  cuadrillas  armados  y  tan  á  recau- 
do, que  las  justicias  ordinarias  eran  ya  poca  parte  para 
prenderlos,  por  no  traer  gente  de  guerra  consigo. 
I.uego  entro  la  duda  de  la  competencia  de  jurisdicion 
que  dijimos,  sobre  si  pertenecía  al  Capitán  general, 
í|ue  solia  hacer  semejantes  castigos  por  razón  del  ofi- 
cio de  la  guerra ,  ó  á  las  justicias ,  por  ser  negocio  de 
rigor  de  ley ;  y  al  fin  se  cometió  á  las  justicias,  dando 
facultad  á  don  Alonso  de  Santillana ,  que  á  la  sazón  era 
presidente  en  la  audiencia  real  de  Granada ,  y  á  los  al- 
<'aldes  del  crimen,  para  que  á  costa  de  los  moriscos  re- 
cogiesen cierto  número  de  gente  á  sueldo  que  andu- 
viesen en  seguimiento  de  los  delincuentes,  no  exclu- 
yendo en  parte  al  Capitán  general,  sino  que  también  él 
prendiese  y  castigase.  La  Audiencia  hizo  dos  cuadrillas 
pequeñas  de  á  ocho  hombres  cada  una ,  que  ni  eran 
bastantes  para  asegurar  la  tierra  ni  fuertes  para  resis- 


rUOL  CARVAJAL. 

tira  los  monfís;  y  ansí  se  acrecentó  con  ellos  el  daño. 
Porque  por  nuestros  pecados  el  dia  de  hoy  van  los  ne- 
gocios mas  enderezados  al  interés  particular  que  al 
bien  público,  y  aunque  la  intención  del  Consejo  Real  fué 
santa  y  buena,  la  sobrada  diligencia  y  el  modo  de  pro- 
ceder fué  dañoso ,  porque  los  alguaciles  y  escribanos, 
que  eran  los  ejecutores,  queriendo  enriquecer  en  esta 
ocasión ,  no  solo  perseguían  á  los  que  entendían  ser 
culpados,  mas  aun  molestaban  á  los  que  estaban  quie- 
tos y  pacíficos  en  sus  casas;  y  extendieron  la  codicia 
tanto,  que  pocos  moriscos  había  ya  en  el  reino  que  no 
los  hallasen  culpados.  Con  estas  opresiones,  siguién- 
dolos también  d  capitán  general  por  su  parte  y  la  In- 
quisición y  el  Arzobispo,  no  teniendo  donde  poderse 
guarecer  en  poblado,  se  dieron  á  los  montes  muchos 
que  hasía  entonces  no  lo  habían  hecho.  Ayudó  también 
por  su  parte  la  desorden  de  los  soldados  que  se  aloja- 
ban en  las  alearías  en  las  casas  de  los  moriscos ;  y  de- 
más de  la  costa  ordinaria  que  les  hacían ,  que  era  mu- 
cha, usaban  de  las  codicias  y  deshonestidades  que  la 
licencia  militar  trae  consigo  cuando  no  precede  el  te- 
mor de  Dios;  y  por  ventura,  como  después  se  entendió, 
eran  mas  los  delitos  que  ellos  cometían  que  los  delin- 
cuentes que  prendían.  Desta  manera  fué  creciendo  el 
mal  con  la  medicina  y  el  número  délos  monfís,  muchos 
de  los  cuales  se  recogían  en  la  ciudad  de  Granada,  y 
metiéndose  en  el  Albaicin,  salían  á  saltear  de  noche, 
mataban  los  hombres ,  desollábanles  las  caras ,  sacá- 
banles los  corazones  por  las  espaldas  y  despedazábar- 
los  miembro  á  miembro;  y  de  junto  á  los  muros  de  la 
ciudad  y  dentro  captivaban  las  mujeres  y  los  niños  y  los 
llevaban  á  vender  á  Berbería.  De  aquí  tomó  principio 
la  esperanzado  los  ánimos  escandalosos  y  ofendidos, 
y  estos  mismos  fueron  instrumento  principal  del  rebe- 
lión, como  se  entenderá  por  el  discurso  desta  historia. 

CAPITULO  V. 

Cómo  su  majestad  mandó  hacer  junta  en  la  villa  de  Madrid  sobre 
la  reformación  de  los  moriscos,  y  se  mandaron  ejecutar  los  ca- 
pítulos de  la  junta  del  año  de  1ÍJ2G. 

Como  los  moriscos  anduviesen  tan  desasosegados  y 
acudiesen  de  hora  en  hora  avisos  á  la  ciudad  de  Gra- 
nada de  los  daños  que  hacían ,  viviendo  como  moros  y 
comunicándose  coo  los  moros  de  Berbería ,  don  Pedro 
Guerrero,  arzobispo  de  Granada,  yendo  al  concilio  de 
Trente ,  llevó  tan  á  su  cargo  este  negocio ,  que  trató 
del  con  muchas  veras.  Y  papa  Paulo  III  le  encargó 
que  dijese  de  su  parte  al  rey  don  Felipe  nuestro  señor, 
que  pusiese  remedio  como  aquellas  almas  no  se  per- 
diesen. Y  en  un  sínodo  que  hizo,  donde  se  juntaron  los 
obispos  de  Málaga,  Guadix  y  Almería,  sufragáneos  al 
arzobispado  de  Granada,  se  trató  de  lo  que  convenia 
para  que  los  nuevamente  convertidos  tratasen  con  in- 
tegridad las  cosas  de  la  fe.  Y  hallando  el  remedio  en  la 
ejecución  de  los  capítulos  de  la  junta  de  la  capilla  real, 
informaron  dello  á  su  majestad ,  y  él  lo  remitió  á  su 
real  consejo,  presidiendo  en  él  el  licenciado  don  Diego 
de  Espinosa,  que  también  era  inquisidor  general  y 
obispo  de  Sígüenz'a,  y  después  fué  cardenal  en  la  santa 
iglesia  de  Roma ;  y  habiendo  visto  las  relaciones  del 
arzobispo  y  de  los  prelados,  y  que  los  remedios  pasados 
no  habían  aprovecliado  mas  que  para  un  principio  de 
venganza ,  como  es  costumbre  de  los  malos  convertir 


REBELIÓN  Y  CASTIGO  DE  LOS  MORISCOS  DE  GRANADA. 


las  cosas  que  se  procuran  para  su  emienda  en  nuevos 
géneros  de  delitos  y  ofensas,  acordaron  ante  todas  co- 
sas que  las  provisiones  que  se  hiciesen  se  ejecutasen 
con  elelo,  sin  admitir  demandas  ni  respuestas.  Y  para 
proveer  en  ello  mandó  su  majestad  el  año  de  lb76  ha- 
cer una  junta  en  la  villa  de  Madrid,  en  la  cual  inter- 
vinieron el  presidente  don  Diego  de  Espinosa,  el  du- 
que de  Alba  ,  don  Antonio  de  Toledo ,  prior  de  San 
Juan;  don  Bernardo  de  Borea,  vicechanciller  de  Ara- 
gón; el  maestro  Gallo,  obispo  de  Orihuela;  el  li- 
fisnciado  don  Pedro  de  Deza,  del  consejo  de  la  ge- 
neral Inquisición;  el  licenciado  Menchaca  y  el  doctor 
Velasco,  oidores  del  Consejo  Real  y  de  la  cámara;  y  to- 
dos estos  caballeros  y  letrados  se  resolvieron  en  que, 
pues  los  moriscos  tenian  baptismo  y  nombre  de  cris- 
tianos, y  lo  hablan  de  ser  y  parecer,  dejasen  el  hábito  y 
la  lengua  y  las  costumbres  de  que  usaban  como  moros, 
y  que  se  cumpliesen  y  ejecutasen  los  capítulos  de  la 
junta  que  el  emperador  don  Carlos  habia  mandado  ha- 
cer el  año  de  26 ;  y  ansí  lo  consultaron  á  su  majestad, 
encargándole  la  conciencia ;  y  para  excusar  importuni- 
dades, no  se  publicaron  hasta  que  los  enviaron  al  pre- 
sidente de  Granada  que  los  ejecutase.  Pornémos  en 
este  lugar  los  capítulos,  y  luego  las  contradiciones  que 
los  moriscos  hicieron ,  porque  no  quede  cosa  que  el 
lector  pueda  desear. 

CAPITULO  VI. 

En  que  se  contienen  los  capítulos  que  se  hicieron  en  la  junta 
de  la  villa  de  Madrid  sobre  la  reformación  de  los  moriscos. 

Primeramente  se  ordenó  que  dentro  de  tres  años  de 
como  estos  capítulos  fuesen  publicados,  aprendiesen 
los  moriscos  á  hablar  la  lengua  castellana,  y  de  allí  ade- 
lante ninguno  pudiese  hablar,  leer  ni  cscrebir  en  pú- 
blico ni  en  secreto  en  arábigo. 

Que  todos  los  contratos  y  escrituras  que  de  allí  ade- 
lante se  hiciesen  en  lengua  árabe  fuesen  ningunos,  de 
ningún  valor  y  efeto,  y  no  hiciesen  fe  enjuicio  ni  fuera 
dél ,  ni  en  virtud  dellos  se  pudiese  pedir  ni  demandar, 
ni  tuviesen  fuerza  ni  vigor  alguno. 

Que  todos  los  libros  que  estuviesen  escritos  en  len- 
gua arábiga,  de  cualquier  materia  y  calidad  que  fue- 
sen, los  llevasen  dentro  treinta  diasante  el  presidente 
de  la  audiencia  real  de  Granada  para  que  los  mandase 
ver  y  examinar;  y  los  que  no  tuviesen  inconveniente,  se 
los  volviese  para  que  los  tuviesen  por  el  tiempo  de  los 
tresaños,  ynomas. 

Cuanto  á  la  orden  que  se  habia  de  dar  para  que  apren- 
diesen la  lengua  castellana ,  se  cometía  al  presidente  y 
al  arzobispo  de  Granada ,  los  cuales ,  con  parecer  de 
personas  práticas  y  de  experiencia,  proveyesen  loque 
les  pareciese  mas  conveniente  al  servicio  de  Dios  y  al 
hien  de  aquellas  gentes. 

Cuanto  al  hábito,  se  mandó  que  no  se  hiciesen  de 
nuevo  marlotas,  almalafas,  calzas,  ni  otra  suerte  de 
vestido  de  los  que  se  usaban  en  tiempo  de  moros;  y  que 
todo  lo  que  se  cortase  y  hiciese  fuese  á  uso  de  cristia- 
nos. Y  porque  no  se  perdiesen  de  todo  punto  los  vesti- 
dos moriscos  que  estaban  hechos,  se  les  dio  licencia 
para  que  pudiesen  traer  los  que  fuesen  de  seda  ó  tuvie- 
sen seda  en  guarniciones,  tiempo  de  un  año,  y  los  que 
fuesen  de  solo  paño,  dos  años ;  y  que  pasado  este  tiem- 
po, en  ninguna  manera  trajesen  los  unos  ui  los  otros 

H-L 


<C1 

vestidos.  Y  durante  los  dos  años,  todas  las  mujeres  que 
anduviesen  vestidas  á  la  morisca  llevasen  las  caras  des- 
cubiertas por  donde  fuesen,  porque  se  entendió  que  por 
no  perder  la  costumbre  que  tenian  de  andar  con  los 
rostros  atapados  por  las  calles,  dejarían  las  almalafas  y 
sábanas,  y  se  pondrían  mantos  y  sombreros,  como  se 
habia  hecho  en  el  reino  de  Aragón  cuando  se  quitó  el 
traje  á  los  moriscos  dél.  • 

Cuanto  á  las  bodas,  se  ordenó  que  en  los  desposorios, 
velaciones  y  fiestas  que  hiciesen,  no  usasen  de  los  ritos, 
cerimonias,  fiestas  y  regocijos  de  que  usaban  en  tiempo 
de  moros,  sino  que  todo  se  hiciese  conformándose  con 
el  uso  y  costumbre  de  la  santa  madre  Iglesia ,  y  de  la 
manera  que  los  fieles  cristianos  lo  hacían;  y  que  en  los 
días  de  las  bodas  y  velaciones  tuviesen  las  puertas  de 
las  casas  abiertas ,  y  lo  mesmo  hiciesen  los  viernes  en 
la  tarde  y  todos  los  días  de  fiesta ;  y  que  no  hiciesen 
zambras,  ni  leilas  con  instrumentos,  ni  cantares  moris- 
cos en  ninguna  manera ,  aunque  en  ellos  no  cantasen 
ni  dijesen  cosa  contra  la  religión  cristiana  ni  sospe- 
chosa della. 

Cuanto  á  los  nombres ,  ordenaron  que  no  tomasen, 
tuviesen  ni  usasen  nombres  ni  sobrenombres  de  mo- 
ros ,  y  los  que  tenian  los  dejasen  luego,  y  que  las  muje- 
res no  se  alheñasen. 

En  cuanto  á  los  baños,  mandaron  que  en  ningún 
tiempo  usasen  de  los  artificíales,  y  que  los  que  habia 
se  derribasen  luego ;  y  que  ninguna  persona,  de  nin- 
gún estado  y  condición  que  fuese,  no  pudiese  usar  de 
los  tales  baños,  ni  se  bañasen  en  ellos  en  sus  casas  ni 
fuera  del  las. 

Y  cuanto  á  los  gacis ,  se  proveyó  que  los  que  fuesen 
libres ,  y  los  que  se  hubiesen  rescatado  ó  se  rescata- 
sen ,  no  morasen  en  todo  el  reino  de  Granada ,  y  dentro 
de  seis  meses  de  como  se  rescatasen  saliesen  dél ;  y 
que  los  moriscos  no  tuviesen  esclavos  gacis,  aunque 
tuviesen  licencias  para  poderlos  tener. 

Cuanto  á  los  esclavos  negros,  se  ordenó  que  todos 
los  moriscos  que  tenian  licencias  para  tenerlos,  las 
presentasen  luego  ante  el  presidente  de  la  real  audien- 
cia de  Granada,  el  cual  viese  si  los  que  las  tenian  eran 
personas  que  sin  impedimento  ni  otro  peligro  podían 
usar  dellas,  y  enviase  relación  á  su  majestad  dello,  para 
que  lo  mandase  ver  y  proveer ;  y  en  el  ínterin  la  perso- 
na en  cuyo  poder  se  exhibiesen  las  licencias  las  detu- 
viese ,  proveyendo  en  ello  el  Presidente  lo  que  mas  viese 
que  convenia. 

Esta  fué  la  resolución  que  se  tomó  en  aquella  junta, 
aunque  algunos  fueron  de  parecer  que  los  capítulos  no 
se  ejecutasen  todos  juntos,  por  estar  los  moriscos  tan 
casados  con  sus  costumbres,  y  porque  no  lo  sentirían 
tanto  yéndoselas  quitando  poco  á  poco;  mas  el  presi- 
dente don  Diego  de  Espinosa,  fabricado  de  los  avisos 
que  venían  cada  día  de  Granada,  y  abrazándose  con  la 
fuerza  de  la  religión  y  poder  de  un  príncipe  tan  católi- 
co, quiso  y  consultó  á  su  majestad  que  se  ejecutase» 
todos  juntos. 

CAPITULO  VIL 
Cómo  su  mnjestad  proveyó  por  presidente  de  la  audiencia  real 
de  Granada  al  licenciado  don  Pedro  de  Deza ,  y  se  le  enviaron 
los  capítulos. 

Luego  proveyó  su  majestad  por  presidente  de  la  an- 
dleucia  real  de  Granada  al  licenciado  don  Pedro  de 

11 


1C2 


LUIS  DEL  MARMOL  CARVAJAL. 


Deza ,  oidor  de  la  general  Inquisición,  que  lioy  es  car- 
denal en  la  santa  iglesia  de  Roma ,  natural  de  la  ciudad 
de  Toro ,  y  que  iiabia  sido  uno  de  los  de  la  junta  de  la 
villa  de  Madrid ,  como  queda  dicho.  El  cual  habiendo 
recebido  la  cédula  de  su  provisión  en  la  villa  de  Madrid, 
á  4  dias  del  mes  de  mayo  del  año  de  1S66,  á  los  25 
del  estaba  ya  en  la  ciudad  de  Granada ,  y  el  mcsmo  dia 
que  llegó  se  juntó  el  Acuerdo  y  tomó  la  posesión  de 
la  presidencia.  Luego  le  envió  el  presidente  don  Diego 
de  Espinosa  los  capítulos  en  forma  de  premútica,  para 
que  con  parecer  del  Acuerdo,  comunicándolo  también 
con  el  arzobispo  de  aquella  ciudad ,  los  hiciese  publi- 
car y  procediese  en  la  ejecución  dellos,  sin  embargo 
de  cualesquier  contradiciones  que  se  hiciesen  de  parte 
de  los  moriscos ,  procurando  primero  algunos  medios 
para  que  sin  mucho  apremio  se  cumpliesen;  y  por  otra 
parte,  su  majestad  mandó  al  presidente  don  Diego  de 
Espinosa  que  dijese  á  don  Iñigo  López  de  Mendoza, 
marqués  que  era  ya  de  Mondéjar ,  por  muerte  de  don 
Luis  Hurtado  de  Mendoza,  su  padre,  que  aun  estaba  en 
la  corte,  que  fuese  á  hallarse  presente  á  la  publicación 
de  los  capítulos ,  por  si  fuese  menester  dar  calor  con  su 
presencia.  Luego  como  llegaron  á  Granada  los  capítu- 
los, el  Presidente  los  mandó  imprimir  secretamente, 
para  que  hubiese  copia  que  enviar  á  un  mesmo  tiempo 
por  todo  aquel  reino ,  porque  se  acordó  que  se  prego- 
nasen el  primer  dia  del  mes  de  enero  luego  siguiente, 
por  ser  dia  señalado ,  víspera  de  la  fiesta  que  con  gran 
solenidad  celebra  aquella  ciudad  en  memoria  del  dia 
en  que  los  Reyes  Católicos  la  ganaron.  Y  mientras  esto 
se  hacia,  deseando  que  de  los  proprios  moriscos,  que 
ya  tenían  noticia  de  lo  que  se  trataba  y  le  habían  ha- 
blado sobre  ello,  naciese  alguna  manera  de  consenti- 
miento ,  hizo  llamar  á  un  Alonso  de  Horozco ,  canónigo 
de  la  iglesia  colegial  de  San  Salvador  del  Albaicin,  hom- 
bre que  tenia  amistad  y  trato  con  los  moriscos ,  porque 
habia  sido  muchos  años  beneficiado  en  la  Alpujarra ,  y 
sabia  muy  bien  la  lengua  arágiba,  y  le  encomendó  que 
hiciese  juntar  los  mas  principales  en  la  iglesia,  y  por 
via  de  amistad  les  dijese  que  tenia  aviso  cierto  como 
su  majestad,  cansado  de  oír  las  quejas  que  de  ordinario 
le  iban  de  los  nuevamente  convertidos  de  aquel  reino, 
diciéndole  que  eran  moros  y  se  trataban  como  moros,  y 
que  la  principal  causa  para  no  ser  cristianos  eran  el  há- 
bito y  la  lengua  morisca ,  y  las  otras  costumbres  y  ce- 
rimonias  que  tenían  de  tiempo  de  moros ,  habia  tomado 
resolución  de  mandar  que  lo  dejasen  todo;  y  que  sien- 
do ansí,  seria  cosa  muy  acertada  que  ellos  lo  pidiesen 
con  su  comodidad,  y  por  la  orden  que  les  estuviese  me- 
jor, porque  gustaría  dello  y  les  agradecería  su  buen 
deseo ;  y  que  dejando  aparte  los  inconvenientes  que  ha- 
llaban en  lo  del  hábito  y  la  lengua ,  pidiesen  que  todas 
las  mujeres  que  se  casasen  y  las  niñas  se  vistiesen  co- 
mo cristianas;  y  no  haciendo  de  nuevo  ropas  á  la  mo- 
risca, fuesen  gastando  las  que  tenían  hechas,  y  que 
desta  manera  se  iria  dejando  aquel  traje,  que  con  razón 
debian  aborrecer  siendo  cristianos,  pues  no  era  hones- 
to, y  se  compadecía  mal  que  las  cristianas  anduviesen 
vestidas  como  moras ;  y  que  asimesmo  pidiesen  que  los 
muchachos  aprendiesen  á  hablar  castellano,  y  se  pu- 
siesen escuelas  para  enseñarles  á  leer ,  y  que  lo  mesmo 
hiciesen  los  de  mediana  edad,  y  con  los  viejos  se  disi- 
mulase ,  pues  era  cosa  imposible  poderlo  hacer.  Y 


cuanto  á  los  libros  árabes,  ellos  mesmos hablan  de  hol- 
gar que  no  los  hubiese ,  pues  siendo  cristianos,  como 
lo  profesaban,  les  era  de  ningún  provecho  tenerlos, y 
muy  escandaloso  á  las  conciencias.  Que  dejasen  las  bo- 
das y  los  otros  regocijos  y  placeres  que  acostumbraban 
hacer  á  la  morisca  por  el  ruin  ejemplo  y  gran  nota  que 
daban  de  sí,  y  por  el  daño  que  se  les  seguía  gastando 
sus  haciendas  mal  gastadas,  y  por  los  escándalos  y 
deshonestidades  que  en  ellas  se  hacían.  Todo  lo  cual 
habían  de  procurar  ellos  mesmos  sin  que  se  les  man- 
dase, y  especialmente  lo  que  tocaba  á  los  baños  artifi- 
ciales, que  estaba  averiguado  ser  un  vicio  malo,  de 
donde  resultaban  muchos  pecados  en  ofensa  de  Dios, 
y  una  costumbre  deshonesta  para  sus  mujeres  y  hijas; 
y  les  diesen  á  entender  con  su  buen  término  que  de- 
jando todas  estas  cosas,  y  viendo  que  se  trataban  co- 
mo los  otros  cristianos  destos  reinos,  serian  honrados, 
favorecidos  y  respetados ,  y  su  majestad  se  serviria  de 
sus  personas  como  de  los  otros  sus  vasallos,  y  vernian 
adelante  sus  hijos  y  nietos  á  ser  constituidos  en  hon- 
ras y  dignidades  y  en  oficios  de  justicia  y  de  gober- 
nación, como  lo  eran  los  nobles  y  virtuosos  del  reino. 
Estas  y  otras  muchas  cosas  que  el  Presidente  mandó 
al  canónigo  Alonso  de  Horozco  que  les  dijese,  las  dijo 
á  los  mas  principales  del  Albaicin  ,que  hizo  juntar  en 
San  Salvador ;  mas  ellos  le  respondieron  que  no  osa- 
rían tratar  de  semejante  negocio,  porque  tenían  por 
cierto  que  los  apedrearían.  Viendo  pues  el  canónigo  la 
sequedad  con  que  le  habían  respondido ,  y  parecién- 
düle  que  por  ventura  no  creían  ser  cierto  lo  que  les  ha- 
bia dicho  de  la  determinación  de  su  majestad,  por  no 
haberles  dado  autor  cierto,  fué  aquel  mesmo  dia  al 
Presidente,  y  dándole  cuenta  de  loque  había  pasado, 
le  pidió  licencia  para  poderle  dará  él  por  autor;  el  cual 
se  la  dio,  y  dende  á  dos  dias  volvió  á  juntar  los  moris- 
cos en  la  mesma  iglesia,  y  les  declaró  como  lo  que  les 
habia  dicho  habia  sido  por  mandado  del  Presidente,  y 
como  de  nuevo  le  habia  mandado  qne  les  dijese  como 
su  majestad  quería  que  se  ejecutasen  los  capítulos  de 
la  junta  del  año  de  i  526,  y  que  seria  bien  que  ellos  lo 
pidiesen  por  la  orden  que  viesen  que  les  estaría  mejor, 
y  que  él  les  favorecería  para  que  se  hiciese  con  su  co- 
modidad; mas  no  por  eso  se  quisieron  allanar,  y  como 
el  canónigo  les  rogase  que  fuesen  con  él  algunos  dellos 
á  hablar  al  Presidente ,  tampoco  lo  quisieron  hacer  por 
entonces. 

CAPITULO  vm. 

Cómo  se  pregonaron  los  capítulos  de  la  nueva  premútica ,  y  del 
sentimiento  que  hicieron  los  moriscos. 

Habiéndose  acabado  de  imprimir  la  nueva  premáti- 
ca,  el  presidente  don  Pedro  de  Deza ,  con  parecer  del 
acuerdo,  mandó  que  se  pregonase  en  la  ciudad  de  Gra- 
nada y  en  las  otras  de  aquel  reino,  el  i."  dia  del  mes 
de  enero  del  año  del  Señor  1567.  Este  dia  se  junta- 
ron los  alcaldes  del  crimen  de  la  real  Chancillería, 
y  el  Corregidor  con  todas  las  justicias  de  la  ciudad,  y 
con  gran  solenidad  de  atabales,  trompetas,  sacabuches, 
ministriles  y  dulzainas  la  pregonaron  en  las  plazas  y 
lugares  públicos  de  la  ciudad  y  de  su  Albaicin.  Luego 
incontinente  se  mandó  que  las  justicias  hiciesen  der- 
ribar todos  los  baños  artificiales,  y  se  derribaron,  co- 
menzando primero  por  los  de  su  majestad,  porque  los 


REBELIÓN  Y  CASTIGO  DE  LOS  MORISCOS  DE  GRANADA. 


ÍC3 


dueños  de  los  otros  no  se  agraviasen.  ¿  Qué  diremos  del 
sentimiento  que  los  moriscos  hicieron  cuando  oyeron 
pregonar  los  capítulos  en  la  plaza  de  Bib  el  Bonut,  sino 
que  con  saberlo  ya ,  fué  tanta  su  turbación,  que  ningu- 
na persona  de  buen  juicio  dejara  de  entender  sus  da- 
ñadas voluntades?  Tanta  era  la  ira  que  manifestaban, 
provocándose  los  unos  á  los  otros  con  cierta  demos- 
tración de  amenazas.  Decían  que  su  majestad  habia  sido 
mal  aconsejado ,  y  que  la  premática  habia  de  ser  causa 
de  la  destruícion  del  reino;  y  queriendo  descubrir  con 
mansedumbre  sus  fuerzas,  antes  de  tomar  las  armas 
con  rústica  fiereza,  comenzaron  á  hacer  juntas  en  pú- 
blico y  en  secreto ,  dando  por  una  parte  materia  de  ha- 
blar á  los  mozos  con  ejemplo  de  los  mas  viejos,  que  no 
les  era  menor  aquel  yugo  que  la  propria  muerte;  y  por 
otra  parte  acordaron  que  los  principales  resistiesen  la 
furia  de  aquel  efeto,  que  ellos  llamaban  malaventura, 
con  fingida  humildad,  aprovechándose  de  la  moral 
prudencia  para  pedir  suspensión ;  y  para  ello  nombra- 
ron personas  que  informasen  á  su  majestad  y  á  los  de 
su  consejo. 

CAPITULO  IX. 

Cómo  los  moriscos  contradijeron  los  capítulos  de  la  nueva  pre- 
mática ,  y  un  razonamiento  que  Francisco  Nuñez  Muley  hizo  al 
Presidente  sobre  ello. 

Los  moriscos  de  las  ciudades,  sierras  y  marinas  y 
Alpujarra  enviaron  luego  como  se  pregonó  la  premá- 
tica ,  á  la  ciudad  de  Granada  á  entender  los  ánimos  de 
los  del  Albaicin,  y  ver  cómo  lo  hablan  tomado.  Y  ha- 
llándose todos  conformes  en  una  mesma  voluntad,  acor- 
daron que  se  contradijesen  por  reino ,  y  para  ello  acu- 
dieron á  Jorge  de  Bacza ,  su  procurador  general,  y  le 
pidieron  que  en  nombre  de  la  nación  pidiese  suspen- 
sión ,  como  se  habia  hecho  otras  veces.  Y  antes  de  ha- 
cer camino  á  la  corte  de  su  majestad ,  acordaron  de  ha- 
blar al  presidente  don  Pedro  de  Deza ,  y  informarle  de 
palabra  y  por  escrito ,  para  ver  si  podrian  ablandarle.  A 
esto  fué  un  morisco  caballero  llamado  Francisco  Nuñez 
Muley,  que  por  edad  y  experiencia  tenia  mucha  prá- 
tica  de  aquel  negocio,  y  lo  habia  tratado  otras  veces  en 
tiempo  de  los  reyes  pasados ,  el  cual  puesto  delante  del 
Presidente,  con  la  voz  baja  y  humilde  le  dijo  desta 
manera  : 

«Cuando  los  naturales  deste  reino  se  convirtieron  á 
la  fe  de  Jesucristo,  ninguna  condición  hubo  que  les  obli- 
gase á  dejar  el  hábito  ni  la  lengua,  ni  las  otras  costum- 
bres que  tenian  de  regocijarse  con  sus  fiestas,  zambras 
y  recreaciones ;  y  para  decir  verdad,  la  conversión  fué 
por  fuerza,  contra  lo  capitulado  por  los  señores  Reyes 
Católicos  cuando  el  rey  Abdilehi  les  entregó  esta  ciu- 
dad ;  y  mientras  sus  altezas  vivieron ,  no  hallo  yo,  con 
todos  mis  años,  que  se  tratase  de  quitárselo.  Después, 
reinando  la  reina  doña  Juana,  su  hija,  pareciendo  con- 
venir (no  sé  por  cierto  á  quién),  se  mandó  que  dejáse- 
mos el  traje  morisco;  y  por  algunos  inconvinientes  que 
se  representaron,  se  suspendió,  y  lo  mesmo  viniendo  á 
reinar  el  cristianísimo  emperador  don  Carlos.  Sucedió 
después  que  un  hombre  bajo  de  los  de  nuestra  nación, 
confiado  en  el  favor  del  licenciado  Polanco,  oidor  desta 
real  audiencia,  á  quien  servia,  se  atrevió  á  hacer  capí- 
tulos contra  los  clérigos  y  beneficiados ,  y  sin  tomar 
consejo  con  los  hombres  principales,  que  sabían  lo  que 


convenia  disimular  semejantes  cosas,  los  firmó  de  algu- 
nos amigos  suyos,  y  los  dio  á  su  majestad.  A  esto  acu- 
dió luego  por  los  clérigos  el  licenciado  Pardo,  abad  de 
San  Salvador  del  Albaicin ,  y  á  vueltas  de  su  descargo, 
informó  con  autoridad  del  prelado  que  los  nuevamente 
convertidos  eran  moros,  y  que  vivían  como  moros,  y 
que  convenia  dar  orden  en  que  dejasen  las  costumbres 
antiguas,  que  les  impedían  poder  ser  cristianos.  El  Em- 
perador, como  cristianísimo  príncipe,  mandó  ir  visita- 
dores por  todo  este  reino,  que  supiesen  cómo  vivían  los 
naturales  del.  Hízose  la  visita  por  los  mesmos  clérigos, 
y  ellos  fueron  los  que  depusieron  contra  ellos ,  como 
personas  que  sabían  bien  la  neguílla  que  habia  quedado 
en  nuestro  trigo ;  cosa  que  en  tan  breve  tiempo  era  im- 
posible estar  limpio.  De  aquí  resultó  la  congregación 
de  la  capilla  real :  proveyéronse  muchas  cosas  contra 
nuestros  prevílegios,  aunque  también  acudimos  á  ellas, 
y  se  suspendieron.  Dende  á  ciertos  años,  don  Gaspar  de 
Avalos,  siendo  arzobispo  de  Granada ,  de  hecho  quiso 
quitarnos  el  hábito,  comenzando  por  los  de  las  alearías, 
y  trayendo  aquí  algunos  de  Güéjar  sobre  ello.  El  presi- 
dente que  estaba  en  el  lugar  que  está  agora  vuestra  se- 
ñoría, y  los  oidores  dosla  audiencia,  y  el  marqués  de 
Mondéjar  y  el  Corregidor  se  lo  contradijeron ,  y  paró 
por  las  mesmas  razones;  y  desde  el  año  de  1540  se  ha 
sobreseído  el  negocio,  hasta  que  agora  los  mesmos  clé- 
rigos han  vuelto  á  resucitarlo,  para  molestarnos  por 
tantas  vias  á  un  tiempo.  Quien  mirare  las  nuevas  pre- 
máticas  por  defuera,  pareceránle  cosa  fácil  de  cumplir; 
mas  las  dificultades  que  traen  consigo  son  muy  gran- 
des, las  cuales  diré  á  vuestra  señoría  por  extenso,  para 
que  compadeciéndose  deste  miserable  pueblo,  se  apiade 
del  con  amor  y  caridad,  y  le  favorezca  con  su  majestad, 
como  lo  han  hecho  siempre  los  presidentes  pasados. 
Nuestro  hábito  cuanto  á  las  mujeres  no  es  de  moros; 
es  traje  de  provincia  como  en  Castilla  y  en  otras  partes 
se  usa  diferenciarse  las  gentes  en  tocados,  en  sayas  y 
en  calzados.  El  vestido  de  los  moros  y  turcos,  ¿quién 
negará  sino  que  es  muy  dife  rente  del  que  ellos  traen  ?  Y 
aun  entre  ellos  mesmos  diferencian ;  porque  el  de  Fez 
no  es  como  el  de  Tremecen,  ni  el  de  Túnez  como  el  de 
Marruecos ,  y  lo  mesmo  es  en  Turquía  y  en  los  otros 
reinos.  Si  la  seta  de  Mahoma  tuviera  traje  proprío,  en 
todas  partes  habia  de  ser  uno;  pero  el  hábito  no  hace 
al  monje.  Vemos  venir  los  cristianos,  clérigos  y  legos 
de  Suría  y  de  Egipto  vestidos  á  la  turquesca,  con  tocas 
y  cafetanes  hasta  en  píes;  hablan  arábigo  y  turquesco, 
no  saben  latín  ni  romance,  y  con  todo  eso  son  cristia- 
nos. Acuerdóme,  y  habrá  muchos  de  mi  tiempo  que  se 
acordarán,  que  en  este  reino  se  ha  mudado  el  hábito  di- 
ferente de  lo  que  solía  ser,  buscando  las  gentes  traje 
hmpío,  corto,  liviano  y  de  poca  costa,  tiñendo  el  lienzo 
y  vistiéndose  dello.  Hay  mujer  que  con  un  ducado  anda 
vestida,  y  guardan  las  ropas  de  las  bodas  y  placeres  para 
los  tales  días,  heredándolas  en  tres  y  cuatro  herencias. 
Siendo  pues  esto  ansí,  ¿  qué  provecho  puede  venir  á  na- 
die de  quitarnos  nuestro  hábito,  que,  bien  considera- 
do, tenemos  comprado  por  mucho  número  de  ducados 
con  que  hemos  servido  en  las  necesidades  de  los  reyes 
pasados?  ¿  Por  qué  nos  quieren  hacer  perder  mas  de  tres 
millones  de  oro  que  tenemos  empleado  en  él,  y  destruir 
á  los  mercaderes,  á  los  tratantes,  á  los  plateros  y  á 
otros  oficiales  que  viven  y  se  sustentan  con  hacer  ves- 


Í64 

ti(los,cnIznrlrt  y  jnyns  &  la  morisca?  Si  docicntas  mil 
mujeres  que  liny  en  este  reino,  ó  mas,  se  lian  de  vestir 
de  nuevo  de  pies  ú  cabeza,  ¿qué  dinero  les  bastará  ?  Qué 
pérdida  será  la  délos  vestidos  y  joyas  moriscas  que  ban 
de  desliacer  y  ecliar á  perder?  Porque  son  ropas  cortas, 
Iieclias  de  girones  y  pedazos ,  que  no  pueden  aprove- 
cbar  sino  para  lo  que  son,  y  para  eso  son  ricas  y  demu- 
cba  estima ;  ni  aun  los  tocados  podrán  aprovecbar,  ni 
el  calzado.  "Veamos  la  pobre  mujer  que  no  tiene  con  que 
comprar  saya,  manto,  sombrero  y  cbapines ,  y  se  pasa 
con  unos  zaragüelles  y  una  alcandora  de  angeo  teñido, 
y  con  unasábana  blanca, ¿qué  bará?¿De  qué  se  vestirá? 
¿De  dónde  sacarán  el  dinero  para  ello?  Pues  las  rentas 
reales,  que  tanto  interesan  en  las  cosas  moriscas,  donde 
se  gasta  un  número  infinito  de  seda,  oro  y  aljófar,  ¿por 
qué  ban  de  perderse?  Los  bombres  todos  andamos  á  la 
castellana,  aunque  por  la  mayor  parte  en  bábito  pobre: 
si  el  traje  liiciera  seta,  cierto  es  que  los  varones  babian 
de  tener  mas  cuenta  con  ello  que  las  mujeres  ,  pues  lo 
oícanzaron  de  sus  mayores,  viejos  y  sabios.  He  oido  de- 
cir muclias  veces  á  los  ministros  y  prelados  que  se  ba- 
ria merced  y  favor  á  los  que  se  vistiesen  á  la  castellana, 
y  basta  agnra,  de  cuantos  lo  ban  becbo,  que  son  mucbos, 
ninguno  veo  menos  molestado  ni  mas  favorecido :  todos 
somos  tratados  igualmente.  Si  auno  bailan  un  cucbi- 
llo,  écbanle  en  galera ,  pierde  su  bacienda  en  pedios, 
en  coliecbos  y  en  condenaciones.  Somos  perseguidos 
de  la  justicia  eclesiástica  y  de  la  seglar;  y  con  todo  eso, 
siempre  leales  vasallos  y  obedientes  á  su  majestad, 
prestos  á  servirle  con  nuestras  baciendas,  jamás  se  po- 
drá decir  que  bayamos  cometido  traición  desde  el  dia 
que  nos  entregamos. 

«Cuando  el  Albaicin  se  alborotó,  no  fué  contra  el  Rey, 
sino  en  favor  de  sus  íirmas,  que  teníamos  en  veneración 
de  cosa  sagrada.  No  estando  aun  la  tinta  enjuta,  que- 
brantaron los  capítulos  de  las  paces  las  justicias,  pren- 
diendo las  mujeres  que  venian  de  linaje  de  cristianas, 
para  liacerles  que  lo  fuesen  por  fuerza.  Veamos,  señor: 
¿en  las  comunidades  levantáronse  los  deste  reino?  Por 
cierto,  en  favor  de  su  majestad  acompañaron  al  mar- 
qués de  Mondéjar  y  á  don  Antonio  y  don  Bernardino 
de  Mendoza,  susbermanos,  contra  los  comuneros  don 
Hernando  de  Córdoba  el  Ungi,  Diego  López  Aben  Axar 
y  Diego  López  Hacera,  con  mas  de  cuatrocientos  bom- 
bres de  guerra  de  nuestra  nación,  siendo  los  primeros 
que  en  toda  España  tomaron  armas  contra  los  comune- 
ros. Y  don  Juan  de  Granada,  bermano  del  rey  Abdilebi, 
también  fué  general  en  Castilla  de  los  reales,  trabajó  y 
opaciguó  lo  que  pudo,  y  bizo  lo  que  debia  á  buen  va- 
sallo de  su  majestad.  Justo  es  pues  que  los  que  tanta 
lealtad  ban  guardado  sean  favorecidos  y  bonrados  y 
aprovecbados  en  sus  baciendas,  y  que  vuestra  señoría 
los  favorezca,  bonre  y  aprovecbe,  como  lo  han  hecho 
los  predecesores  que  lian  presidido  en  este  lugar. 

«Nuestras  bodas,  zambras  y  regocijos,  y  los  placeres 
de  que  usamos,  no  impide  nada  al  ser  cristianos.  Ni  sé 
cómo  se  puede  decir  que  es  cerimonia  de  moros;  el 
buen  moro  nunca  se  bailaba  en  estas  cosas  tales,  y  los 
nlfaquís  se  salían  luego  que  comenzaban  las  zambras  á 
tañer  ó  cantar.  Y  aun  cuando  el  rey  moro  iba  fuera  de 
la  ciudad  atravesando  por  el  Albaicin,  donde  había  mu- 
cbos cadís  y  alfaquís  que  presumían  ser  buenos  moros, 
mandaba  cesar  los  instrumentos  basta  salir  á  la  puerta 


LL'IS  DEL  MARMOL  CARVAJAL. 

de  Elvira,  y  les  tenia  este  respeto.  En  África  ni  en  Tur- 
quía no  hay  estas  zambras;  es  costumbre  de  provincia, 
y  si  fuese  cerimonia  de  seta,  cierto  es  que  todo  había 
de  ser  de  una  mesma  manera.  El  arzobispo  santo  tenia 
mucbos  alfaquís  y  meftís  amigos,  y  aun  asalariados, 
para  que  le  informasen  de  los  ritos  de  los  moros,  y  si 
viera  que  lo  eran  las  zambras,  es  cierto  que  las  quitara, 
óá  lo  menos  no  se  preciara  tanto  dellas,  porque  hol- 
gaba que  acompañasen  el  Santísimo  Sacramento  en  las 
procesiones  del  dia  de  Corpus  Cbristi,  y  de  otras  solem- 
nidades, donde  concurrían  todos  los  pueblos  á  porfía 
unos  de  otros,  cual  mejor  zambra  sacaba,  y  en  la  Alpu- 
jarra,  andando  en  la  visita,  cuando  decía  misa  cantada, 
en  lugar  de  órganos,  que  no  los  habia,  respondían  las 
zambras,  y  le  acompañaban  de  su  posada  á  la  iglesia. 
Acuerdóme  que  cuando  en  la  misa  se  volvía  al  pueblo, 
en  lugar  de  Dominus  vobiscum,  decía  en  arábigo  Ybo- 
ra  ficun,  y  luego  respondía  la  zambra. 

»Menos  se  hallará  que  alheñarse  las  mujeres  sea  ce- 
rimonia de  moros,  sino  costumbre  para  limpiarse  las 
cabezas,  y  porque  saca  cualquier  suciedad  dellas  y  es 
cosa  saludable.  Y  si  se  ponían  encima  agallas,  era  para 
teñir  los  cabellos  y  hacer  labores  que  parecían  bien. 
Esto  no  es  contra  la  fe,  sino  provecbnso  á  los  cuerpos, 
que  aprieta  las  carnes  y  sana  enfermedades.  Don  fray 
Antonio  de  Guevara,  siendo  obispo  de  Guadíx,  quiso 
hacer  trasquilar  las  cabezas  de  las  mujeres  de  los  na- 
turales del  marquesado  del  Cénete,  y  rasparles  la  alhe- 
ña de  las  manos ;  y  viniéndose  á  quejar  al  Presidente  y 
oidores  y  al  marqués  de  Mondéjar,  se  juntaron  luego 
sobre  ello,  y  proveyeron  un  receptor  que  le  fuese  á  no- 
tiíícar  que  no  lo  hiciese ,  por  ser  cosa  que  bacía  muy 
poco  al  caso  para  lo  de  la  fe. 

wVeamos,  señor :  hacernos  tener  las  puertas  de  las  ca- 
sas abiertas  ¿de  qué  sirve  ?  Libertad  se  da  á  los  ladrones 
para  que  hurten,  á  los  livianos  para  que  se  atrevan  á 
las  mujeres,  y  ocasión  á  los  alguaciles  y  escríbanos  para 
que  con  achaques  destruyan  la  pobre  gente.  Sí  alguno 
quisiere  ser  moro  y  usar  de  los  guadores  y  cerimonias 
de  moros,  ¿no  podrá  hacerlo  de  noche?  Sí  por  cierto; 
que  la  seta  de  Mahoma  soledad  requiere  y  recogi- 
miento. Poco  hace  al  caso  cerrar  ó  abrir  la  puerta  al 
que  tuviere  la  intención  dañada  ;  el  que  hiciere  lo  que 
no  debe,  castigo  hay  para  él,  y  á  Dios  nada  es  oculto. 

))¿  Podráse  pues  averiguar  que  los  baños  se  hacen  por 
cerimonia?  No  por  cierto.  Allí  se  junta  mucha  gente, 
y  por  la  mayor  parte  son  los  bañeros  cristianos.  Los 
baños  son  minas  de  inmundicias;  la  ceremonia  ó  rito 
del  moro  requiere  limpieza  y  soledad,  ¿Cómo  han  de  ir 
abacería  en  parte  sospechosa? Formáronse  los  baños 
para  limpieza  de  los  cuerpos,  y  decir  que  se  juntan  allí 
las  mujeres  con  los  hombres,  es  cosa  de  no  creer,  por- 
que donde  acuden  tantas, nada  habría  secreto;  otras 
ocasiones  de  visitas  tienen  para  poderse  juntar,  cuanto 
mas  que  no  entran  hombres  donde  ellas  están.  Baños 
hubo  siempre  en  el  mundo  por  todas  las  provincias,  y 
sien  algún  tiempo  se  quitaron  en  Castilla,  fué  porque 
debilitaban  las  fuerzas  y  los  ánimos  de  los  bombres  para 
la  guerra.  Los  naturales  deste  reino  no  han  de  pelear, 
ni  las  mujeres  han  menester  tener  fuerzas,  sino  andar 
limpias :  si  alh  no  se  lavan ,  en  los  arroyos  y  fuentes  y 
rios,  ni  en  sus  casas  tampoco  lo  pueden  hacer,  que  les 
está  defendido,  ¿dónde  se  han  de  ir  ú  lavar?  Que  aun 


REBELIÓN  Y  CASTIGO  DE  LOS  MORISCOS  DE  GRANADA. 


para  ir  á  lo«;  bnnos  naturales  por  vía  de  medicina  en  sus 
enfermedades  les  ha  de  costar  trabajo,  dineros  y  pér- 
dida de  tiempo  en  sacar  licencia  para  ello. 

«Pues  querer  que  las  mujeres  anden  descubierlas  las 
caras,  ¿qué  es  sino  darncasion  á  que  los  hombres  ven- 
gan á  pecar,  viendo  la  hermosura  de  quien  suelen  afi- 
cionarse? Y  por  el  consiguiente  las  feas  no  habrá  quien 
se  quiera  casar  con  ellas.  Tápanse  porque  no  quieren 
ser  conocidas,  como  hacen  las  cristianas :  es  una  hones- 
tidad para  excusar  iiiconvinientes,  y  por  esto  mandó  el 
Rey  Católico  que  ningún  cristiano  descubriese  el  rostro 
á  morisca  que  fuese  por  la  calle,  so  graves  penas.  Pues 
siendo  esto  ansí,  y  no  habiendo  ofensa  en  cosas  de  la  fe, 
¿porqué  han  de  ser  los  naturales  molestados  sobre  el 
cubrir  ó  descubrir  de  los  rostrus  de  sus  mujeres? 

»  Los  sobrenombres  antiguos  que  tenemos  son  para 
que  se  conozcan  las  gentes;  que  de  otra  manera  per- 
derse han  las  personas  y  los  linajes.  ¿Deque  sirve  que 
se  pierdan  las  memorias?  Que  bien  considerado,  au- 
mentan la  gloria  y  ensalzamiento  de  los  Católicos  Re- 
yes que  conquistaron  este  reino.  Esta  intención  y  vo- 
luntad fué  la  de  sus  altezas  y  del  Emperador,  que  está 
en  gloria  ;  para  estos  se  sustentan  los  ricos  alcázares 
de  la  Alhambra  y  otros  menores  en  la  mesma  forma 
que  estaban  en  tiempo  de  los  reyes  moros,  porque  siem- 
pre manifestasen  su  poder  por  memoria  y  trofeo  de  los 
conquistadores. 

»  Echar  los  gacis  deste  reino ,  justa  y  santa  cosa  es; 
que  ningún  provecho  viene  de  su  comunicación  á  los 
naturales;  mas  esto  se  ha  proveído  otras  veces,  y  ja- 
más se  cumplió.  Ejecutarse  agora  no  deja  de  traer  in- 
conviníente,  porque  la  mayor  parte  dellos  son  ya  natu- 
rales, casáronse ,  naciéronles  hijos  y  nietos,  y  tiénenlos 
casados ;  y  estos  tales  seria  cargo  de  conciencia  echar- 
los de  la  tierra. 

«Tampoco  hay  inconvinienle  en  que  los  naturales 
tengan  negros.  ¿Estas  gontes  no  han  de  tener  servicios? 
¿han  de  ser  todos  iguales?  Decir  que  crece  la  nación 
morisca  con  ellos,  es  pasión  de  quien  lo  dice ,  porque 
habiendo  informado  á  su  majestad  en  las  cortes  de 
Toledo  que  había  mas  de  veinte  mil  esclavos  negros 
en  este  reino  en  poder  do  naturales,  vino  á  parar  en 
menos  de  cuatrocientos ,  y  al  presente  no  hay  cien  li- 
cencias para  poderlos  tener.  Esto  salió  también  de  los 
clérigos,  y  elloá  han  sido  después  los  abonadores  de 
los  que  los  tienen,  v  los  que  han  sacado  interese 
dello. 

«Pues  vamos  á  la  lengua  arábiga,  que  es  el  mayor 
iaconviniente  de  todos.  ¿Cómo  se  ha  de  quitar  alas 
gentes  su  lengua  natural,  con  que  nacieron  y  se  criaron? 
Los  egipcios,  surianos,  maltesesy  otras  gentes  cristia- 
nas, en  arábigo  hablan,  leen  y  escriben,  y  son  cristia- 
nos como  nosotros;  y  aun  no  se  hallará  que  en  este 
reino  se  haya  hecho  escritura ,  contrato  ni  testamento 
en  letra  arábiga  desde  que  se  convirtió.  Deprenderla 
lengua  castellana  todos  lo  deseamos,  mas  no  es  en  ma- 
nos de  gentes.  ¿Cuantas  personas  habrá  en  las  villas  y 
lugares  fuera  desta  ciudad  y  dentro  della ,  que  aun  su 
lengua  árabe  no  la  aciertan  á  hablar  sino  muy  diferen- 
te unos  de  otros,  formando  acentos  tan  contrarios,  que 
en  solo  oír  hablar  un  hombre  alpujarreño  se  conoce  de 
qué  taa  es?  Nacieron  y  criáronse  en  lugares  pequeños, 
donde  jamás  se  ha  hablado  el  aljamia  ni  hay  quien  la 


entienda,  sino  el  cura  ó  el  beneficiado  ó  el  snrri  tan, 
y  estos  liablim  siempre  en  arábigo:  dificultoso  será  y 
casi  imposible  que  los  viejos  la  aprendan  en  lo  que  les 
queda  de  vida ,  cuanto  mas  en  tan  breve  tiempo  como 
son  tres  años,  aunque  no  hiciesen  otra  cosa  sino  ir  y 
venir  á  la  escuela.  Claro  está  ser  esle  un  artículo  in- 
ventado para  nuestra  deslruicion,  pues  no  habiendo 
quien  enseñe  la  lengua  aljamia,  quieren  que  la  apren- 
dan por  fuerza,  y  que  dejen  la  que  tienen  lan  sabida,  y 
dar  ocasión  á  penas  y  achaques ,  y  á  que  viendo  los  na- 
turales que  no  pueden  llevar  tanto  gravamen,  de  mie- 
do de  las  penas  dejen  la  tierra,  y  se  vayan  penlidos  á 
otras  partes  y  se  hagan  monfíes.  Quien  esr.o  ordenó 
con  fin  de  aprovecliar  y  para  remedio  y  salvación  de 
las  almas,  entienda  que  no  puede  dejar  de  redundar 
en  grandísimo  daño,  y  que  es  para  mayor  condenación. 
Considérese  el  segundo  mandamiento,  y  amando  al 
prójimo,  no  quiera  nadie  para  otro  lo  que  no  querría 
para  sí;  que  si  una  sola  cosa  de  tantas  como  á  nosotros 
se  nos  ponen  por  premática  se  dijese  á  los  cristianos 
de  Castilla  ó  del  Andalucía,  morirían  de  pesar,  y  no  sé 
loque  sellarían.  Siempre  los  presidentes  destaaudien- 
cía  fueron  en  favorecer  y  amparar  este  miserable  pue- 
blo: si  de  algo  se  agraviaban,  á  ellos  acudían ,  y  reme- 
diábanlo como  personas  que  representaban  la  persona 
real  y  deseaban  el  bien  de  sus  vasallos ;  eso  mesmo  es- 
peramos todos  de  vuestra  señoría.  ¿Qué  gente  hay  en 
el  mundo  mas  vil  y  baja  que  los  negros  de  Guinea?  Y 
consiénteseles  hablar,  tañer  y  bailar  en  su  lengua,  por 
darles  contento.  No  quiera  Dios  que  lo  que  aquí  he  di- 
cho sea  con  malicia ,  porque  mí  intención  ha  sido  y  es 
buena.  Siempre  he  servido á  Dios  nuestro  señor,  y  á  la 
corona  real,  y  á  los  naturales  deste  reino,  procurando 
su  bien;  esta  obligación  es  de  mi  sangre,  y  no  lo  puedo 
negar,  y  mas  há  de  sesenta  años  que  trato  dcstos  nego- 
cios ;  en  todas  las  ocasiones  he  sido  uno  de  los  nombra- 
dos. Mirándolo  pues  todo  con  ojos  de  misericordia,  no 
desampare  vuestra  señoría  á  los  que  poco  pueden,  con- 
tra quien  pone  toda  la  fuerza  de  la  religión  de  su  par- 
te; desengañe  á  su  majestad,  remedie  tantos  males  co- 
mo se  esperan,  y  haga  lo  que  es  obligado  á  caballero 
cristiano ;  que  Dios  y  su  majestad  serán  dello  muy  ser- 
vidos, y  esle  reino  quedará  en  perpetua  obligación.» 

CAPITULO  XI. 

De  lo  que  el  Presidente  respondió  á  ios  morisfos,  ycrtmn  avisó  á 
su  majestad  dello,  y  de  algunas  cosas  que  cunvenia  proveerse. 

Oído  el  razonamiento  de  Francisco  Nuñez  Muley,  el 
Presidente  le  respondió  que  todo  cuanto  él  pudieso 
hacer  para  que  los  vasallos  de  su  majestad  no  fuesen 
molestados ,  lo  haría ;  y  que  si  algunas  justicias  les  hi- 
ciesen algún  agravio  ó  les  llevasen  dineros  mal  lleva- 
dos, acudiesen  á  él,  porque  luego  lo  remediaría  y  cas- 
tigaría con  rigor.  Que  lo  que  su  majestad  quería  dellos 
era  que  fuesen  buenos  cristianos,  en  todo  semejantes  á 
los  otros  cristianos  sus  vasallos ,  y  que  haciéndolo  ansí, 
ternian  causa  de  pedirle  mercedes,  y  él  razón  de  ha- 
cérselas; mas  que  tuviesen  por  cierto  que  la  nueva 
premática  no  se  había  de  revocar,  pues  era  tan  santa 
y  justa,  y  había  sido  hecha  con  tanta  deliberación  y 
acuerdo.  Que  sí  alguna  cosa  había  en  ella  de  que  po- 
derse agraviar,  se  lo  dijesen  ;  porque  en  lo  que  él  pu- 
diese darle  declaración .  lo  liariu  de  muy  buena  volun- 


J66 


LUIS  DEL  MARMOL  CARVAJAL. 


tad ;  y  en  lo  que  no  pudiese  darla,  enviaría  á  consultarlo 
luego  con  su  majestad,  y  procuraría  el  remedio  con 
toda  brevedad.  Que  fuera  desta  orden  no  gastasen  sus 
liaciendas  al  aire,  ni  enviasen  A  la  corle  sobre  ello; 
porque  las  razones  que  daban  se  babian  dado  otras 
veces  y  no  eran  bastantes  para  que  por  ellas  se  revoca- 
se la  premática;  porque  en  lo  que  tocaba  á  la  lengua, 
estaba  cometido  al  arzobispo  de  Granada  y  á  él,  para  que 
lo  proveyesen  por  la  vía  que  mejor  pareciese  convenir, 
y  así  lo  harían;  y  en  lo  del  hábito,  estaba  el  remedio 
en  la  mano ,  deshaciendo  las  ropas  moriscas ,  y  hacien- 
do dellas  sayas ,  faldellines  y  sayuelos  al  uso  de  las  cris- 
tianas, y  desta  manera  no  se  perdería  tanto  como  de- 
cía; y  que  los  maestros  y  oficiales  que  hacían  vestidos 
y  joyas  ala  morisca  podían  también  hacerlo  á  la  cas- 
tellana ,  y  los  mercaderes  y  tratantes  tener  el  mesmo 
trato  que  tenían.  Y  como  le  replicase  que  no  estaban 
examinados,  y  que  los  almotacenes  les  llevarían  la  pe- 
na, le  respondió  que  desde  luego  les  daba  licencia  pa- 
ra que  los  pudiesen  cortar  y  hacer,  aunque  no  estuvie- 
sen examinados;  y  que  en  lo  que  tocaba  á  las  mujeres 
pobres,  se  pediría á  su  majestad  que  de  limosna  les 
mandase  dar  sayas  y  mantos,  y  andando  vestidas  como 
cristianas,  cesaría  el  inconviniente  que  decía  de  las 
justicias ;  y  al  fin  concluyó  con  decirle  resolutamente 
que  su  majestad  quería  mas  fe  que  farda,  y  que  precia- 
ba mas  salvar  una  alma  que  todo  cuanto  le  podían  dar 
de  renta  los  moriscos  nuevamente  convertidos ,  porque 
su  intención  era  que  fuesen  buenos  cristianos,  y  no 
solo  que  lo  fuesen ,  mas  que  también  lo  pareciesen, 
trayendo  á  sus  mujeres  y  hijas  vestidas  como  andábala 
Reina  nuestra  señora ,  y  que  por  su  parte  en  nengun 
tiempo  los  favorecería  para  que,  siendo  cristianos,  tra- 
jesen á  sus  mujeres  vestidas  como  moras.  Con  estas  y 
otras  muchas  razones  despidió  el  Presidente  á  este  mo- 
risco aquel  día ,  y  siendo  informado  que  querían  enviar 
á  la  corte  á  Jorge  de  Baeza  á  hacer  contradicion  en 
nombre  del  reino ,  le  hizo  llamar  y  le  mandó  que  por 
ninguna  vía  fuese  á  tratar  de  aquel  negocio,  porque  su 
majestad  no  gustaría  dello ;  y  que  si  alguna  cosa  pre- 
tendían ,  lo  pidiesen  por  petición,  y  se  proveería  en  lo 
que  hubiese  lugar,  y  en  lo  demás  se  consultaría  con  su 
majestad.  Luego  se  mandó  pregonar  por  toda  la  ciudad 
que  todos  los  maestros  y  oficiales  de  cosas  moriscas  que 
quisiesen  hacerías  á  la  castellana ,  lo  hiciesen  libre- 
mente, aunque  no  estuviesen  examinados  por  los  vee- 
dores, y  que  no  les  llevasen  penas  ni  achaques  por  ello. 
Que  los  que  quisiesen  examinarse,  los  examinasen  sin 
llevarles  interés  por  el  examen ;  y  que  los  tejedores  de 
almalafas ,  almaizares  y  cortinas ,  y  de  otras  cosas  mo- 
riscas, dentro  de  cierto  término  acabasen  las  obras  que 
tenían  comenzadas,  y  de  allí  adelante  no  hiciesen  otras 
de  nuevo ,  sino  que  guardasen  el  tenor  de  la  premáti- 
ca. Y  porque  había  muchos  que  tenían  tiendas  arren- 
dadas para  sus  tratos  y  oficios ,  y  empleado  su  caudal 
en  ropas  y  cosas  moriscas ,  y  cesando ,  como  había  de 
cesar,  el  trato  dellas,  no  podían  pagar  los  alquileres  de 
vacío ,  mandó  llamar  los  dueños  dellas,  y  les  rogó  que 
las  tomasen  en  sí ,  y  diesen  por  libres  de  los  arrenda- 
mientos á  los  moriscos ,  los  cuales  holgaron  de  hacer- 
lo. Mandóles  avisar  que  todas  las  cuentas  que  tenían 
en  arábigo  se  feneciesen  y  acabasen  dentro  de  un  año, 
porque  de  allí  adelante ,  guardando  la  premática ,  no 


habían  de  leer  ni  escrebir  mas  en  aquella  lengua,  sino 
en  la  castellana.  Ordenóse  alas  justicias  que  si  pren- 
diesen algunas  mujeres  sobre  el  hábito  y  traje ,  las  re- 
prehendiesen y  amonestasen  dos  y  tres  veces  antes  de 
llevarías  á  la  cárcel;  y  si  algunas  prendían,  mandaba 
luego  soltarlas  sin  costas;  y  en  todo  el  primer  año  no 
consintió  que  se  ejecutase  pena  que  viniese  á  su  noti- 
cia. Y  porque  los  alguaciles  ordinarios  hacían  dema- 
sías, señaló  personas  que  con  menos  rigor  lo  hiciesen, 
mandándoles  respetar  y  hacer  cortesía  á  las  moriscas 
que  encontrasen  vestidas  á  la  castellana.  Y  por  carta  de 
27  de  febrero  dio  aviso  á  su  majestad,  y  le  informó  de 
lo  que  había  pasado  con  los  moriscos ,  y  del  estado  en 
que  estaban  sus  negocios,  y  lo  que  le  parecía  deberse 
proveer  para  atajar  los  males  y  daños  que  los  monfíes 
salteadores  hacían  en  aquel  reino,  certificando  que  era 
el  mayor  inconviniente  para  la  quietud  y  seguridad  del, 
especialmente  de  los  lugares  de  la  costa  de  la  mar, 
adonde  acudían  bajeles  de  Berbería,  que  con  la  indus- 
tria y  favor  que  les  daban,  hacían  grandísimos  daños. 
En  esta  conformidad  se  informó  por  acuerdo  y  por  ciu- 
dad, cada  uno  por  su  parte,  fundando  el  remedio  mas 
en  legalidad  que  en  fuerza ,  pidiendo  que  se  cometiese 
á  los  alcaldes  de  la  real  Audiencia,  sin  que  en  ello,  por 
ser  negocios  de  justicia,  se  entremetiese  el  Capitán  Ge- 
neral ,  á  cuyo  cargo  solamente  habían  de  estar  los  pre- 
sidios de  los  lugares  de  la  costa.  También  informaron 
como  los  moriscos  del  Albaicín  avisaban  que  se  ve- 
nían á  meter  con  ellos  muchos  moriscos  forasteros,  y 
pedían  que  hubiese  alguna  gente  pagada  á  su  costa  que 
rondase  de  noche,  tanto  por  la  seguridad  de  sus  per- 
sonas y  haciendas,  como  para  que  los  malhechores  fue- 
sen presos  y  castigados.  Lo  cual  todo  visto  en  el  real 
Consejo ,  y  consultado  á  su  majestad ,  se  respondió  al 
presidente  don  Pedro  de  Deza ,  por  carta  de  30  de  mar- 
zo, que  estaba  bien  la  respuesta  que  había  dado  á  los 
moriscos  que  le  habían  ido  á  hablar;  y  en  cuanto  á  lo 
que  decía  de  las  mujeres  pobres,  que  no  tenían  de  que 
vestirse  como  cristianas ,  su  majestad  les  hacía  mer- 
ced que  del  dinero  procedido  de  dos  casas  de  baños  de 
su  real  patrimonio ,  que  se  habían  desbaratado  y  ven- 
dido aquellos  días  en  el  Albaicín,  se  comprasen  paños 
y  añascóles  con  que  vestirlas,  y  les  diesen  oficiales 
que  les  hiciesen  ropas  á  uso  de  cristianas,  sin  llevarles 
hechura ,  como  en  efeto  se  hizo.  Y  que  en  cuanto  á  la 
seguridad  de  los  lugares  de  la  costa  de  la  mar,  ya  su 
majestad  había  mandado  venir  suficiente  número  de 
galeras  para  la  guardia  della,  y  se  proveería  gente  de 
guerra,  que  con  asistencia  del  Capitán  General  la  guar- 
dasen, y  con  esto  cesarían  los  daños  que  hacían  los 
monfíes  y  salteadores ;  y  también  él  por  su  parte  prove- 
yese de  manera  que  cesasen  por  los  medios  que  pare- 
ciesen mas  convenientes.  Y  en  lo  que  tocaba  á  la  ciu- 
dad ,  parecía  no  ser  necesario  hacer  mas  prevención 
que  tener  gran  cuenta  los  alcaldes  de  chancíllería  y  las 
justicias  ordinarias,  con  rondar  de  noche,  repartiendo 
entre  sí  el  tiempo  y  horas  y  los  cuarteles,  de  manera 
que  en  todas  partes  y  en  cualquiera  hora  de  la  noche 
se  rondase ,  creciendo ,  sí  pareciese  necesario ,  el  nú- 
mero de  los  alguaciles  y  de  la  gente  que  había  de  andar 
con  ellos ;  y  porque  parecía  que  en  el  Albaicín  impor- 
taría mas  la  ronda,  se  pondrían  dos  alguaciles  acom- 
paaados  de  mas  gente  que  los  otros,  ayudando  para  es- 


REBELIÓN  Y  CASTIGO  DE  LOS  MORISCOS  DE  GRANADA. 


167 


te  gasto  y  para  lo  demás  los  moriscos,  como  decía  que 
Jo  habian  prometido ;  y  que  con  esto,  no  habiendo  co- 
mo no  habia  que  temer  otro  movimiento  ni  alteración, 
estaría  bien  proveído,  sin  hacef  provisiones  de  mas 
costa  ni  sonido,  para  excusar  los  daños  que  se  podían 
hacer  de  noche.  Y  en  cuanto  á  los  moriscos  forasteros 
que  decían  que  se  metían  á  vivir  en  el  Albaicín,  lo  pro- 
veyesen allá  como  pareciese,  y  se  enviase  relación  al 
Consejo  de  lo  que  se  hiciese. 

CAPITULO  XII. 

De  lo  que  el  marqués  de  Mondéjar  informó  3  su  majestad 
acerca  de  los  capítulos  que  se  mandaban  ejecutar. 

Estuvo  el  marqués  de  Mondéjar  algunos  días  en  la 
corte ,  después  que  el  presidente  don  Diego  de  Espinosa 
le  habló,  procurando  como  hacer  que  se  suspendiese  el 
efeto  de  los  capítulos  que  tanto  sentían  los  moriscos 
del  reino  de  Granada ;  y  en  las  relaciones  que  hacia  se 
quejaba  de  que  se  hubiese  tomado  resolución  precisa 
en  negocio  tan  grave  y  de  tanta  consideración  sin  pe- 
dirle su  parecer,  como  se  había  hecho  siempre  con  los 
capitanes  generales  de  aquel  reino ,  ansí  por  la  confian- 
za que  dellos  se  tenía,  como  por  la  prática  y  experiencia 
que  tenían  de  las  cosas  del ;  y  no  los  contradicieiido, 
representaba  los  inconvinientes  que  traía  consigo  la 
ejecución  dellos,  diciendo  lo  muclio  que  convenía  que 
en  el  despacho  de  las  provisiones  que  para  el  efeto  se 
hubiesen  de  hacer  hubiese  mucha  brevedad,  por  los 
inconvinientes  que  de  la  dilación  podrían  resultar ,  los 
males  que  habría  en  el  reino ,  y  los  daños  inreparables 
que  se  seguirían  si  los  moriscos  venían  á  desvergonzar- 
se, por  tener  los  turcos  tan  á  la  mano  en  los  lugares 
marítimos  de  Berbería,  con  navios  y  gente,  y  ser  el  pa- 
saje tan  breve  de  su  costa  á  la  nuestra,  que  podrían 
atravesar  en  poco  espacio  de  tiempo ,  y  venir  donde 
habia  grandísimo  número  de  enemigos  de  las  puertas 
adentro,  todos  moriscos,  gente  liviana,  amigado  no- 
vedades ,  sospechosos  en  la  fe  y  en  la  lealtad  que  como 
buenos  vasallos  debían  á  su  majestad  como  á  rey  y  se- 
ñor natural,  en  tanta  manera,  que  con  razón  se  podría 
presumir  y  temer  dellos  cualquiera  alteración,  espe- 
cialmente con  la  ocasión  presente.  Decía  mas,  que 
aunque  el  celo  de  las  personas  con  cuya  intervención 
y  consejo  se  habían  hecho  los  capítulos  era  santo  y 
bueno,  las  cosas  de  aquel  reino  no  estaban  en  estado 
que  de  su  parecer  se  hiciese  novedad ,  experimentando 
hasta  dónde  llegaba  la  lealtad  de  los  moriscos.  Y  en 
caso  que  su  majestad  resolutamente  mandase  que  se 
ejecutasen ,  convendría  que  se  le  diese  cantidad  de 
gente  con  que  tenerlos  enfrenados  de  manera  que  no  se 
alborotasen ,  como  temía  que  lo  habian  de  hacer ,  sin- 
tiendo terriblemente  aquel  yugo;  y  que  sin  esto,  su 
ida  en  aquel  reino  seria  de  poco  efeto,  teniendo  tan 
poca  gente  como  tenia,  y  tan  falta  de  todas  las  cosas 
necesarias.  A  estas  y  otras  muchas  razones  que  el  mar- 
qués de  Mondéjar  daba,  don  Diego  de  Espinosa  le  res- 
pondió que  la  voluntad  de  su  majestad  era  aquella  y  que 
se  fuese  al  reino  de  Granada ,  donde  seria  de  mucha 
importancia  su  persona,  atrepellando,  como  siempre, 
todas  las  dificultades  que  le  ponían  por  delante.  Ver- 
daderamente fué  cosa  determinada  de  arriba  para  des- 
arraigar de  aquella  tierra  la  nación  morisca.  Hepresen- 
tábaseles  á  los  del  Consejo  lo  que  el  marqués  de  Mon- 


déjar decía;  y  aunque  tenía  otros  avisos  y  sospechas, 
no  estando  ciertos  el  cómo  y  cuándo  sería,  dudosos, 
temiendo  por  una  parte  y  dificultando  por  otra ,  juz- 
gaban ser  muy  necesario  el  remedio  con  brevedad ;  mas 
tenían  gran  confianza  en  que  las  provisiones  hechas  á 
las  justicias  y  la  gente  del  Capitán  General  seria  bas- 
tante, por  ser  los  moriscos  gente  vil,  desarmados,  fal- 
tos de  iridustría ,  de  fortalezas ,  no  asegurados  de  so- 
corro ;  y  por  estas  razones  no  se  proveyó  á  las  preten- 
siones del  marqués  de  Mondéjar  mas  que  mandarle 
que  se  fuese  luego  á  Granada  con  acrecentamiento  de 
solos  trescientos  soldados  extraordinarios,  que  pusiese 
en  los  lugares  de  la  costa  donde  le  pareciese ,  y  que  la 
visitase  y  residiese  en  ella  cierto  tiempo  del  año. 

CAPITULO  XIII. 

De  algunas  cosas  que  el  presidente  de  Granada  proveyó  estos  dias, 
y  cómo  los  moriscos  se  agraviaron  dellas. 

Acercábase  ya  el  tiempo  en  que  las  moriscas  habian 
de  dejar  las  ropas  que  tuviesen  seda ,  que  era  el  postrer 
día  de  diciembre  del  año  de  1S67.  El  presidente  y  el  arzo- 
bispo de  Granada  ordeníPron  á  los  curas  y  beneficiados 
de  las  iglesias  de  los  lugares  de  los  moriscos  de  todo  el 
reino ,  que  en  la  misa  mayor  del  día  de  año  nuevo  les 
avisasen  dello  para  que  supiesen  que  de  allí  adelante  no 
las  podían  traer,  y  se  ejecutaría  la  pena  de  la  premá- 
tíca;  y  que  asímesmo  empadronasen  todos  los  niños  y 
niñas  hijos  de  moriscos  que  habia  en  Granada,  desde 
edad  de  tres  años  hasta  quince ,  para  ponerlos  en  es- 
cuelas donde  aprendiesen  la  lengua  y  la  doctrina  cris- 
tiana. Pregonóse  también  que  todos  los  moriscos  de  la 
Vega  y  del  Valle  y  de  las  Alpujarras  que  habían  entrá- 
dose  á  vivir  en  Granada  con  sus  casas  y  familias,  salie- 
sen luego  fuera,  y  volviesen  á  poblar  los  lugares,  so 
pena  de  la  vida.  Estas  cosas  quisieron  contradecir  los 
moriscos,  y  juntándose  algunos  dellos,  acudieron  lue- 
go al  Presidente ,  creyendo  que  les  podría  hacer  algún 
favor, y  con  mucho  sentimiento  le  dijeron  que,  sien- 
do ,  como  eran ,  vasallos  de  su  majestad ,  y  pudiendo  vi- 
vir libremente  en  cualquiera  parte  del  reino ,  se  les  ha- 
cia agravio  en  mandarles  que  no  viviesen  dentro  de 
Granada;  que  no  era  cosa  nueva  venirse  los  de  las  al- 
earías á  vivir  á  la  ciudad,  ni  los  de  la  ciudad  salirse  á 
morar  á  las  alearías;  y  que  asímesmo  habian  sabido 
como  estaba  mandado  á  los  curas  que  les  empadrona- 
sen sus  hijos  para  llevárselos  á  Castilla ;  que  por  amor  de 
Dios  los  favoreciese  de  manera  que  no  se  les  hiciesen 
tantos  agravios  y  molestias.  Y  él  les  respondió  que  mi- 
rasen muy  bien  lo  que  decían,  pues  veían  cuan  justa 
cosa  era  que  los  moriscos  forasteros  volviesen  á  vivir  á 
sus  casas ,  porque  de  otra  manera  seria  despoblar  la 
tierra;  que  á  ellos  les  estaba  bien  volverse,  pues  era 
cierto  que  los  que  se  habian  metido  en  la  ciudad  eran 
de  los  honrados  y  mas  pacíficos,  y  como  tales  tenían 
obligación  á  estar  en  sus  lugares ,  para  que  no  sucediese 
algún  desorden  entre  la  gente  inquieta  y  desasosega- 
da. Que  en  lo  que  tocaba  á  los  niños,  no  era  mas  que 
dar  orden  como  fuesen  enseñados  y  doctrinados  en  la 
fe;  y  porque  habiendo  su  majestad  mandado  que  cesase 
el  uso  de  la  lengua  arábiga  á  los  hombres  de  treinta 
años  arriba ,  que  se  ei^tendia  que  no  podían  dejarla  tan 
fácilmente,  se  les  prorogaría  el  término;  y  para  los 
niños  y  mozos  era  bien  que  hubiese  escuelas  donde 


i68 

aprendicsenlaicnguayla  doctrina  cristiana;  que  supie- 
sen que  los  maestros  no  les  liabian  de  llevar  nada  por 
ensenarlos,  antes  se  daría  orden  como' fuesen  pagados 
ú  cosía  de  su  majestad.  Que  si  los  empadronaban  á  to- 
dos, era  porque  se  viese  los  que  faltaban ,  y  para  que  sus 
padres  y  madres  tuviesen  cuidado  de  enviarlos  á  la  es- 
cuela y  diesen  cuenta  dellos;  porque  como  los  maes- 
tros y  maestras  no  les  hablan  de  llevar  interés,  podrían 
descuidarse.  Que  considerasen  bien  lo  que  se  hacia,  y 
lo  tuviesen  en  mucho ,  pues  se  tenia  tan  particular  cui- 
dado de  lo  que  tocaba  á  su  bien  y  á  la  salvación  de  sus 
almas;  y  que,  como  les  habia  dicho  otras  veces,  la  in- 
tención de  su  majestad  era ,  haciendo  lo  que  eran  obli- 
gados, servirse  dellos  en  paz  y  en  guerra,  y  aprovechar- 
los en  las  cosas  eclesiásticas  y  seglares ,  sin  hacer  dife- 
rencia dellos  á  los  otros  cristianos  sus  vasallos.  Por  tan- 
to, que  se  animasen  unos  á  otros  y  diesen  muestras  de 
crisliaudad  con  obras;  y  en  lo  demás  perdiesen  cuida- 


LUIS  DEL  MARMOL  CARVAJAL. 

do ,  porque  él  lo  ternia  siempre  de  favorecer  sus  cosas. 
Y  como  los  moriscos,  á  quien  no  fallaban  réplicas,  di- 
jesen que  habia  entre  ellos  mtichos  pobres  que  no  po- 
drían tener  sus  hijos  efi  escuelas,  porque  estaban  pues- 
tos á  oficios  y  aprendían  y  ayudaban  á  sustentar  á  sus 
padres,  y  les  servían,  no  teniendo  ni  habiéndoles  jue- 
dado  otro  servicio,  les  respondió  que  no  tuviesen  pe- 
na ,  porque  él  lo  comunicarla  con  el  Acuerdo,  para  que 
se  diese  alguna  buena  orden,  de  manera  que  los  ni- 
ños aprendiesen  y  sus  padres  consiguiesen  lo  que  pre- 
tendían, no  dejando  de  aprender  oficios  y  ayudarles 
con  su  trabajo,  como  decian.  Y  con  esto  se  salieron 
no  menos  confusos  que  la  otra  vez ,  viendo  lo  poco  que 
les  aprovechaban  sus  pláticas ,  aunque  entendimos  des- 
pués de  algunos  dellos,  que  siempre  tuvieron  esperan- 
za que  con  la  sospedia  de  que  se  hablan  de  levantar, 
aplacaría  aquel  rigor  y  se  suspenderla  la  preraática. 


LIBRO  TERCERO. 


CAPITULO  PRIMERO. 

Cómo  flftn  Juan  Enriqucz  y  con  él  algunos  moriscos  principales 
fueron  á  la  corte  sobre  la  suspensión  de  la  premállca. 

Los  moriscos  pues  acordaron  todavía  de  enviar  estos 
dias  á  la  corte  sobre  estos  negocios,  sin  embargo  de  lo 
que  el  presidente  don  Pedro  de  Deza  les  habla  dicho. 
Y  porque  para  cosa  de  tanta  importancia  convenia  que 
fuese  persona  de  calidad,  á  quien  diese  su  majestad 
grata  audiencia,  pidieron  con  mucha  instancia  á  don 
Juan  Enriquez  el  de  Baza,  que  después  fué  mayordomo 
de  la  Reina  nuestra  señora,  que  lo  aceptase  en  nombre 
del  reino ,  como  aquel  que  sabia  bien  cuánto  importaba 
ú  la  quietud  y  sosiego  de  los  naturales  del  que  no  se 
ejecutase  la  premálica;  el  cual  procuró  excusarse,  por 
entender  que  el  Presidente  estorbaba  por  todas  las  vías 
posibles  que  nadie  fuese  á  importunar  sobre  ello  á  su 
majestad;  y  don  Enrique  Enriquez,  su  hermano,  que 
tenia  lugares  poblados  de  moriscos ,  le  aconsejó  que  por 
ninguna  manera  lo  dejase  de  hacer ,  pues  conocía  los 
ánimos  de  aquellas  gentes,  y  sabia  cuan  mal  recebian 
aquellas  opresiones,  y  los  inconvinientes  que  se  podrían 
recrecer  dellas.  Finalmente,  fué  á  la  corte,  y  sin  dar 
parte  de  su  ida  al  Presidente,  llevó  consigo  dos  moris- 
cos de  buen  entendimiento,  llamados  Juan  Hernández 
Mofadal,  vecino  de  Granada,  y  Hernando  el  Habaquí, 
alguacil  de  Alcudia,  lugar  de  lajurísdicionde  la  ciudad 
de  Guadix,  con  poderes  del  reino;  mas  ya  cuando  lle- 
garon el  Presidente  luibia  escrito  á  su  majestad  y  al 
cardenal  don  Diego  de  Espinosa ,  diciendo  como  por 
liaberse  encargado  don  Juan  Enriquez  de  favorecer  á 
los  moriscos  en  aquel  negocio,  se  habían  inquietado  y 
andaban  alborotados,  estando  ya  llanos  en  el  cumpli- 
miento de  la  premática.  Siendo  pues  avisado  don  Juan 
Enriquez  de  lo  que  el  Presidente  habia  escrito ,  dio 
parte  á  don  Antonio  de  Toledo ,  prior  de  San  Juan,  del 
negocio  &  que  iba  y  de  las  causas  que  le  movían  á  ello, 
para  que  supiese  de  su  majestad  si  seria  servido  le  in- 
formase; y  siéndole  dada  audiencia ,  le  dijo  en  nombre 
del  reino ,  como  habiéndose  pregonado  la  nueva  pre- 


mática y  mandado  ejecutar,  se  habían  escandalizado 
los  moriscos ,  parecíéndoles  que  no  se  podría  cuniplir. 
Que  suplicaba  á  su  majestad  considerase  como  en  tiem- 
po que  habia  mejor  comodidad  las  habia  mandado  sus- 
pender el  cristianísimo  Emperador  su  padre,  por  ser 
1  )s  inconvinientes  muchos  y  tan  grandes ,  que  conven- 
dría mandar  que  se  mirase  mucho  en  ello ;  y  que  como 
fiel  vasallo  habia  encargádose  de  aquel  negocio,  enten- 
diendo que  con  venia  á  su  real  servicio  que  se  su  pen- 
diesen, á  lo  menos  en  lo  del  traje  y  lengua ,  que  era  lo 
quemassentian  los  nuevamente  convertidos.  Dicho  es- 
to ,  le  dio  un  memorial  de  todo  lo  que  tenía  que  decir  en 
este  particular  de  palabra;  y  el  Rey  lo  tomó  en  sus  ma- 
nos, y  le  dijo  que  él  habia  consultado  aquel  negocio  con 
hombres  de  ciencia  y  conciencia ,  y  le  decian  que  estaba 
obligado  á  hacer  lo  que  hacia;  que  veria  su  memorial, 
y  proveería  en  él  lo  que  mas  conviniese  al  servicio  de 
Dios  y  suyo.  Después  desto  dijo  el  prior  don  Antonio 
á  don  Juan  Enriquez  que  su  majestad  mandaba  que  acu- 
diese al  cardenal  Espinosa ,  porque  él  le  daría  resolu- 
ción en  su  negocio.  El  cual  acudió  á  él ,  y  apartándole 
en  un  aposento,  mandó  que  le  leyese  su  secretario  el 
memorial  que  había  dado,  y  después  de  leído ,  le  dijo  : 
«Su  majestad  ha  mandado  hacer  la  premática  con 
acuerdo  de  muchos  hombres  reli^iíosos  que  le  encargan 
la  conciencia  sobre  ello ,  diciéndole  que  aquellas  almas 
son  á  su  cargo,  y  que  son  moros  y  viven  como  moros; 
y  para  remedio  desto  no  se  ha  hallado  otro  mejor  me- 
dio que  el  que  se  ha  tomado;  y  maravillóme  mucho 
que  una  persona  de  tanta  calidad  como  vuestra  merced 
haya  querido  ponerse  en  hacer  por  ellos ;  porque  en- 
tendiendo que  se  movía  para  venir  á  esta  corte,  han 
tomado  alas  y  puéstose  en  contradecir  lo  que  estaba  ya 
llano.»  A  esto  respondió  don  Juan  Enriquez  que  te- 
ner la  calidad  que  decía  le  habia  hecho  tomar  la  mano 
en  cosa  que  tanto  importaba  al  servicio  d'e  su  majestad 
y  al  bien  de  aquel  reino ;  porque  sí  los  hombres  de  su 
calidad  no  lo  hacían,  ¿quién  habia  que  mejor  lo  pudie- 
se hacer?  Y  el  Cardenal  le  replicó  que  era  verdad, 


REBELIÓN  Y  CASTIGO  DE  LOS  MORISCOS  DE  GRANADA. 


mas  que  hnhia  de  ser  en  cosa  de  mas  justificación.  Que 
el  negocio  de  la  premática  esfaba  determinado ,  y  su 
majeslad  resoluto  en  que  se  cumpliese ;  y  así ,  le  pare- 
cía que  se  podria  volver  á  su  casa,  y  no  tratar  mas  del. 
Con  lodo  eso  informó  don  Juan  Enriquez  á  todos  los 
del  consejo  de  Estado,  y  dio  á  cada  uno  dellos  su  me- 
morial, representándoles  los  inconvinientes  que  traía 
consigo  la  ejecución  de  la  nueva  premática.  Y  aunque 
el  duque  de  Alva  y  don  Luís  de  Avila ,  comendador  ma- 
yor de  Alcántara,  y  otros,  eran  de  parecer  que  se  so- 
breseyese por  algún  tiempo,  á  lo  menos  que  se  fuese 
ejecutando  poco  á  poco,  jamás  pudieron  persuadir  al 
cardenal  Espinosa  á  ello. 

CAPITULO  11. 

Cómo  los  moriscos  fueron  con  el  memorial  remitido  al  presidente 
de  Granada  ,  y  lo  que  pasaron  cou  él. 

Otro  dia  salió  el  memorial  decretado,  que  acudiesen 
al  presidente  don  Pedro  de  Deza.  Y  dejando  de  tratar 
mas  de  aquel  negocio  don  Juan  Enriquez,  se  volvió  á 
su  casa,  y  los  moriscos  que  habían  ido  con  él  tomaron 
lo  decretado  y  lo  llevaron  á  Granada.  Y  volviendo 
otra  vez  á  suplicar  al  Presidente  por  el  remedio,  les  di- 
jo que  lo  que  liabian  pedido  á  su  majestad  era  que 
mandase  revocar  la  premática,  y  que  no  era  cosa  que 
se  podía  hacer ,  porque  se  había  hecho  por  su  bien  y 
para  su  salvación.  Que  mirasen  bien  en  ello ,  y  halla- 
rían que  era  la  cosa  que  mas  habían  de  desear ;  pues 
era  cierto  que  andando  vestidos  y  tratándose  como 
los  otros  cristianos  del  reino,  no  habría  en  que  diferen- 
ciarse los  unos  de  los  otros,  y  sus  mujeres  andarían 
mas  honradas.  Que  se  juntasen  ellos  mesmos ,  y  confi- 
riesen y  tratasen  entre  sí  la  mejor  orden  que  se  podía 
dar  en  lo  tocante  á  la  ejecución ,  para  que  no  fuesen 
molestados ,  cohechados  ni  robados ,  y  diesen  sus  de- 
claraciones de  la  manera  que  les  parecía  que  se  podría 
mejor  cumplir  lo  uno  y  lo  otro  ;  que  él  también  pensa- 
ría en  ello  por  su  parte,  y  lo  que  acordasen  se  lo  lleva- 
sen por  escrito,  para  que  de  allí  se  tomase  el  mejor  me- 
dio. Mas  aunque  después  se  tornaron  á  juntar  y  trata- 
ron de  algún  medio ,  no  les  pareció  que  era  bien  pedir 
cosa  en  particular,  antes  volvieron  á  casa  del  Presi- 
dente, y  le  dijeron  que  pues  su  majestad  le  había  co- 
metido aquel  negocio,  proveyese  lo  que  en  ello  se  había 
de  hacer.  Y  desahuciados  ya  del,  comenzaron  á  revol- 
ver algunos  jofores  ó  pronósticos  que  tenían ;  y  disimu- 
lando unos,  otros  mas  atrevidos,  que  tenían  menos  que 
perder,  comenzaron  á  convocar  rebelión.  Pongamos 
primero  los  jofores  traducidos  á  la  letra  de  arábigo,  y 
después  diremos  la  orden  que  tuvieron  para  convocar- 
se, y  el  secreto  que  guardaron  en  ello. 

CAPITULO  III. 

En  que  se  contienen  los  pronósticos  ó  ficciones  que  los  moriscos 
del  reino  de  Granada  tenían  cerca  de  su  liberrad. 

Tenían  los  moriscos  de  Granada  ciertos  jofores  ó 
pronósticos,  ó  por  mejor  decir,  unas  ficciones,  que  de- 
bieron hacer  algunos  gramáticos  árabes  para  consuelo 
de  los  espectanles  cuando  nuestros  cristianos  hubie- 
ron acabado  de  conquistar  aquel  reino,  en  los  cuales 
ponían  alguna  manera  de  confianza  á  los  rtisticos  ig- 
norantes, haciéndoles  creer  los  que  les  leian  que  sería 
infalible  lo  que  allí  se  contenia;  y  porque  esta  vana  con- 


1C9 

I  lianza  les  causó  harta  parte  de  su  desasosiego ,  los  po- 
I  nomos  en  este  lugar  á  la  letra ,  tales  como  fueron  tra- 
I  ducidos  por  el  licenciado  Alonso  del  Castillo,  traductor 
¡  del  santo  oficio  de  la  Inquisición  de  Granada ,  y  por  su 
I  mandado.  El  cual  nos  dijo  que  los  había  hallado  mal 
escritos,  porque  los  que  los  habían  trasladado  de  los 
origínales  no  debieron  de  entenderlos  bien ,  y  así  es- 
taban varios ,  y  no  correspondían  ni  conformaban  en 
las  sentencias,  y  aun  del  sugeto  y  materia  dellos  parer 
cia  estar  torcidos  á  voluntad  de  los  desconsolados  v 
afligidos  moros,  que  se  veían  despojados  de  su  libertad  y 
de  su  tierra.  La  lengua  árabe  es  tan  equívoca,  que  mu- 
chas veces  una  mesma  cosa,  escrita  con  acento  agudo 
ó  luengo,  significa  dos  cosas  contrarias;  y  lo  mesmo 
hace  estando  escrita  con  un  acento  y  con  una  ortogra- 
fía en  diversas  oraciones ;  y  no  es  de  maravillar  que  los 
moriscos ,  que  no  usaban  ya  de  los  estudios  de  la  gra- 
mática árabe,  sino  era  á  escondidas,  Ieyese»y  enten- 
diesen una  cosa  por  otra.  Finalmente  los  juicios  ó  jofo- 
res que  les  engañaron  fueron  tres  :  los  dos  primeros  se 
hallaron  entre  unue  libros  árabes  que  estaban  en  el 
santo  oficio  de  la  Inquisición  de  Granada,  y  el  tercero 
halló  un  soldado  en  la  cueva  que  dicen  de  Gastares,  en 
la  Alpujarra.  Los  cuales,  de  la  manera  que  fueron  tra- 
ducidos, son  como  se  sigue  : 

PRONÓSTICO  ó  FICCIÓN  QUE  SE  DALLÓ  EN  INOS  LIBUOS  ÁRA- 
BES EN  EL  SANTO  OFICIO  DE  LA  INQUISICIÓN  DE  LA  CIUDAD 
DE  GRANADA. 

Con  el  nombre  de  Dios  misericordioso  y  piadoso. 
Este  es  el  metro  divino  que  compuso  mi  señor  Zayd  el 
Guerguali ,  que  Dios  perdone,  y  dice  así :  a¡  Oh  cuanto 
há  que  aguardo  lo  prometido  en  las  profecías  acerca  de 
lo  que  el  verdadero  Profeta  prometió,  y  Dios  tiene  pro- 
veído! Lo  cual  le  fué  revelado,  no  por  lengua  de  gen- 
tes, y  se  lo  declaró;  y  no  faltará  letra  de  la  providen- 
cia de  nuestro  buen  Dios,  y  será  como  él  lo  dice.  De 
la  novena  generación  quiero  hablar ,  por  quien  el  legis- 
lador rogó  muchas  veces  á  Dios  que  hubiese  piedad; 
cuya  oración  oyó  Dios,  y  ha  parecido.  ¡Oh  varones!  quie- 
ro especificar  lo  que  el  Profela  adivinó  de  la  isla  encer- 
rada entre  los  mares,  que  es  la  isla  del  Español,  cuyo 
juicio  ha  parecido  por  su  dicho  y  por  dichos  de  pro- 
fetas y  varones,  escrito  todo  maravillosamente  por  adi- 
vinación antigua ,  en  lo  cual  se  ha  tenido  la  ley  y  en 
el  dicho  de  Ali,  que  declaró  lo  que  había  de  ser  hasta 
agora,  y  todos  lo  han  tenido ,  y  íes  ha  parecido  que  es 
lo  que  Odeifa  anunció  y  por  él  está  divulgado ,  y  ansi- 
mesmose  lee  por  autoridad  de  Zahabe  y  de  Daniel, 
porque  en  lo  que  Ali  dijo  no  hay  duda ;  á  él  dan  crédito 
todas  las  gentes,  y  del  se  han  leído  grandes  hazañas 
que  han  acaecido  como  él  lo  dijo.  El  cual,  hablando  del 
poniente  y  de  la  Andalucía  en  sus  profecías,  dijo  que 
sin  duda  la  habían  de  poseer  los  descreídos;  y  esto  es 
cierto  haber  sido  ansí,  y  todos  lo  han  visto ,  así  los  de 
buen  juicio,  como  los  que  tienen  advertencia  en  lo  que 
pasa.  Pues  el  año  96  se  tornará  á  conquistar  cumpli- 
damente, y  todas  sus  ciudades  se  poblarán ,  alzando  en 
ellas  un  príncipe;  y  antes  que  esto  se  quiera  comen- 
zar, con  parecer  del  común  todos  los  ciudadanos  irán 
á  poblar  los  campos,  y  sembrarán  la  tierra ,  y  la  sazón 
será  cuando  pareciere  un  cometa  anunciador  del  bien 
y  libertad.  Asosegarúnse  los  alborotos,  y  los  de  Meca 


no- 


LUIS  DEL  MARMOL  CARVAJAL. 


saldrán ,  y  vendrá  el  enemigo  de  los  crueles  de  las  tier- 
ras del  Haraje ,  que  son  en  el  levante  en  los  reinos  del 
Yámen,  y  conquistará  la  tierra  de  Ceuta,  Alcázar  y 
Tánger,  y  la  tierra  de  los  negros ,  y  con  grandes  ejér- 
cllos  de  turcos  bajará  al  poniente,  y  conquistará  á  sus 
moradores,  señores  injustos  é  infieles,  que  adoran 
muchos  dioses;  y  volverá  todo  el  reino  á  la  sujeción 
del  mensajero  de  Dios,  y  la  ley  será  ensalzada,  y  la 
generación  de  los  que  adofan  un  solo  Dios  poseerá  á 
Gibraltar ,  que  fué  dellos  su  origen  y  entrada,  y  á  ellos 
ha  de  volver.  Y  en  la  sucesión  décima  se  cumplirá  nues- 
tra dicha,  y  lo  que  hubiere  en  ella  de  trabajos  será  de 
losjudíos.  Grandes  infortunios  vendrán  á  la  casta  mal- 
dita judaica  y  álos  que  adoran  las  imagines;  y  gran- 
des misterios  habrá  en  el  poniente  y  en  las  tierras  del 
Cinh  en  el  levante,  y  en  las  tierras  de  Azasate,  y  con 
Vitoria  y  exaltación  se  excluirá  todo  escándalo.  De 
allá  de  Taíior,  que  son  tierras  en  levante ,  y  de  la  pro- 
vincia del  Xem ,  ha  de  venir  el  conquistador  á  la  forta- 
leza de  las  Damas ,  y  vendrán  con  él  grandes  capitanes 
de  bárbaros,  el  Xerife,  Eidar,  Zaide<el  Moreno,  Yahaya 
el  Earid,  y  Abdul  Ceiem,  que  con  su  brazo  desnudo  se 
mostrará  entre  todas  las  gentes.  Y  el  castigo  de  Gra- 
nada será  historia  admirable,  porque  en  alboroto  de 
guerra  quedarán  sus  casas  asoladas  por  el  hierro  que 
se  hará  en  ella  con  mentira  y  engaño,  hasta  venir  á 
punto  de  muerte  la  generación  de  los  naturales ,  por 
mandado  de  los  descreídos.  Y  cuando  venciere  el  vino 
los  juicios  de  los  gobernadores,  entonces  mandarán 
asolar  las  alearías,  y  al  cabo  todas  las  gentes  se  aten- 
drán á  hacer  paces.  En  estas  paces,  grandes  pueblos  y 
fortalezas-se  perderán  por  traición,  y  en  año  92  y  93  se 
verán  grandes  comunidades  entre  dos  partes.  Málaga 
se  perderá  totalmente;  y  no  será  ella  sola,  sino  todas 
las  ciudades,  porque  el  levantamiento  de  las  honras 
hace  perder  los  reinos ;  y  los  que  no  se  rigen  con  pru- 
dencia, acompáñalos  toda  tristeza  y  pesar.  En  esta 
comunidad  de  guerra  de  gentes  faltará  la  fe ,  y  la  ley 
será  desamparada;  los  hombres  sabios  vendrán  áser 
escarnio  de  todos,  y  ocuparse  han  los  gobernadores  en 
sacar  las  gentes  de  sus  pueblos  y  en  asolar  los  luga- 
res con  perder  los  pechos,  sin  poder  ofender  la  África, 
dejándola  atrás.  Y  luego  incontinente  tras  desto  suce- 
derá á  los  infieles  guerra ,  y  en  el  reino  de  Granada  no 
ífuedará  pueblo.  Y  en  el  año  largo  crecerá  la  discordia, 
y  serán  muy  pocos  en  número  los  que  escaparen  de  tra- 
bajo y  abatimiento,  y  habrá  muertes ;  y  el  trono  y  Vito- 
ria del  poniente  aguardadlo  de  los  africanos,  porque  lo 
que  el  verdadero  Profeta  dijo ,  necesariamente  se  ha  de 
ver  en  las  gentes :  «Huirán  de  los  poblados;  y  cuando  er- 
rare el  hijo  desobediente,  serán  buenos  los  viajes;  y 
cuando  el  término  de  Dios  allegare  de  noche  antes  que 
de  dia,  se  aparejará  la  mar  para  que  corran  por  ella  los 
navios  sin  peligro.»  Y  lo  que  Dios  reveló  no  faltó  ni 
faltará.  Los  climas  de  los  cristianos  serán  rompidos 
de  la  ley  de  los  moros;  y  cuando  reinare  el  encorvado, 
siempre  irá  en  diminución,  y  vendrán  los  negros  á 
conquistar  á  Ceuta,  y  las  tierras  de  Murcia,  y  la  forta- 
leza de  las  Palomas  la  labrarán  los  judies.  Los  turcos 
caminarán  con  sus  ejércitos  á  Roma,  y  de  los  cristia- 
nos no  escaparán  sino  los  que  se  torauren  á  la  ley  del 
Profeta ;  los  demás  serán  cativos  y  muertos.  Esta  vuelta 
será  forzosameute  en  ponieate  y  al  mediodía  y  en  las 


tierras  de  los  negros,  y  parecerá  este  suceso  por  todos 
los  reinos ,  y  de  la  tierra  del  Tibar  saldrán  conquista- 
dores contra  los  descreídos.))  Y  dice  mas:  «Oh  sierra  de 
Taríc,  tu  entrada  y  conquista  es  la  verdadera  estrena.» 
Habéis  de  entender  en  esto,  que  en  Ceuta,  y  en  Tánger, 
y  en  los  alcázares,  y  en  todas  sus  comarcas,  de  nece- 
sidad no  quedará  rama ,  y  serán  conquistadas.  Y  que 
la  isla  de  'España  y  Málaga  se  tornará  á  labrar  y  edifi- 
car con  esta  vuelta,  y  será  dichosa  con  la  ley  de  los 
moros ,  y  que  á  Vélez  y  Almuñécar  les  será  abajada  la 
soberbia  que  tienen  en  la  herejía ,  y  á  Córdoba  sus  vi- 
cios y  pecados ;  y  que  harán  callar  su  campana  los 
almuédanos,  de  pura  necesidad;  y  por  el  consiguiente 
serú  expelida  la  herejía  de  Sevilla ,  y  se  remediará  la 
destruicion  que  hubo  en  ella  en  tiempo  de  su  pérdida, 
con  la  aparencia  de  los  fieles;  y  se  cumplirá  la  profe- 
cía del  profeta  Daniel ,  que  dijo  que  se  habia  de  liber- 
tar después  de  perdida  por  un  rey  tirano  ;  y  vimos  su 
salida :  plega  á  Dios  se  verifique  en  ella  lo  dicho.  Dijo 
Dios  allísimo  en  su  divino  libro  :  «¿Por  ventura  no  ha- 
béis visto  á  los  cristianos  vencer  en  el  cabo  de  la  tier- 
ra, y  después  de  haber  vencido,  ser  ellos  vencidos  pro- 
pincuamente en  pocos  días  ?»  De  Dios  es  este  juicio; 
antes  y  después  fueron  los  creyentes  gozosos  en  la  Vi- 
toria ;  él  es  el  que  ayuda  á  quien  es  servido ,  y  no  fal- 
tará de  la  promesa  de  Dios  un  punto.  La  primera  de  las 
señales  que  habrá  en  esta  profecía ,  oh  varones ,  será 
una  muy  grande  señal,  que  parecerá  un  cometa  muy 
grande  en  medio  del  cielo,  que  dará  mucha  luz,  y  des- 
pués della  ganará  el  rey  de  los  turcos  una  ciudad  con 
su  gente  y  rey.  Y  después  desto  muy  cerca  poseerá 
la  isla  grande  de  Rodas,  la  cual,  poseída  por  los  moros 
perpetuamente,  habrán  otras  Vitorias  los  cristianos, 
que  es  de  las  grandes  señales  que  habrá  desto.  Y  acu- 
dirán sus  ejércitos  y  crecientes  por  la  Andalucía,  hasta 
tanto  que  pensarán  dar  fin  á  sus  moradores ,  y  de  es- 
panto muchos  se  volverán  á  su  ley.  Mas  después  desto 
se  levantará  entre  ellos  un  amigo  de  verdad ,  el  cual 
les  aconsejará  que  se  alcen  con  la  ley  de  Dios ;  y  en- 
tonces vendrá  la  creciente  de  los  turcos  sobre  los  cris- 
tianos y  sobre  toda  ciudad,  lugar  y  fortaleza;  y  habrá 
acerca  desto  tres  levantamientos.  El  primero  será  de 
abatimiento  y  pérdida ;  el  segundo  será  de  engaño  y 
mentira,  que  los  porná  en  el  punto  de  la  muerte;  el 
tercero  de  honra  y  gracia,  puerta  y  entrada  para  ga- 
nar todas  las  ciudades  y  reinos.  Y  será  tan  grande  este 
rompimiento  que  harán  los  turcos  sobre  los  cristianos, 
que  entrarán  y  conquistarán  todos  sus  reinos  y  ciuda- 
des, desde  el  mar  de  Dallan  hasta  el  de  Marcad,  y  no 
quedará  mas  memoria  dellos  ni  se  oirán  sino  sus  llan- 
tos ;  y  desta  manera  se  perderá  esta  isla  con  su  gente, 
y  laconquista  della  bajará,  y  manará  como  la  lluvia  de 
las  nubes ,  y  cualquier  señor  será  esclavo.  Dios  altísi- 
mo nos  deje  ver  esta  sucesión,  que  es  el  alto  dador.  Y 
dijo  mas  el  autor  sobre  esto  :  «Cuando  el  tiempo  te  es- 
pantare con  los  enemigos ,  y  te  hiriere  la  conciencia  y 
disensión  de  tus  amigos ,  y  te  comprehendiere  el  temor 
por  todas  partes,  advierte  en  el  artificio  de  nuestro 
Dios,  cómo  acudirá  con  lo  que  deseas  de  libertad  muy 
propincua ,  y  empezarán  á  parecer  los  luceros  y  estre- 
llas de  ventura ,  y  te  vendrán  mensajes  de  descanso  y 
de  albricias.»  Por  tanto,  no  desesperes.;  que  en  lo  se- 
creto y  mas  oculto  de  la  providencia  de  Dios  hay  gran- 


REBELIÓN  Y  CASTIGO  DE  LOS  MORISCOS  DE  GRANADA. 


il\ 


des  maravillas  y  secretos ;  y  si  entre  tanto  tu  corazón  se 
deshiciere  con  miedo,  y  no  te  parecieren  señales  de  lo 
que  esperas  ni  oyeres  nuevas  del  amigo  que  esperas, 
di  ansí :  «Olí  mi  Dios,  dame  la  misericordia  de  tu  mano 
y  ten  compasión  de  mí ;»  que  en  esto  hay  maravilloso  se- 
creto; porque,  ¡ohcuantosnegocioshayque  confunden 
los  corazones,  y  sucede  después  en  alegría  y  descanso! 
Muchos  trabajos,  después  de  bien  encumbrados,  traje- 
ron tras  sí  quietud  y  reposo ;  y  cuando  la  escuridad  de 
la  noche  viene,  se  descubren  estrellas  y  parecen  luce- 
ros. Por  tanto  esperad  en  Dios  y  procurad  su  gracia,  y 
recebid  alegremente  de  su  mano  lo  qiie  os  hubiere  ya 
proveído,  y  decid ,  estando  conformado  con  su  volun- 
tad :  Recibo  de  tí,  mi  Dios,  lo  que  me  has  ordenado, 
Diosmio,  que  eres  el  sabidor  de  las  cosas  futuras.» 

Hasta  aquí  decía  literalmente  este  pronóstico  ó  fic- 
ción, que,  como  dijimos,  fué  hallado  entre  unos  libros 
árabes  que  estaban  en  el  santo  oficio  de  Granada ;  y  el 
componedor  parece  alegar  por  autor  á  un  morabito  lla- 
mado Cidi  el  Guerguali,  natural  de  Guergala,  ciudad  de 
Libia,  de  adonde  los  almorabidas  ó  morabitines  vinie- 
ron cuando  conquistaron  en  Berbería  ,  y  después  en 
España;  y  según  ^rece ,  es  una  recopilación  de  todas 
las  cosas  que  se  contienen  en  la  zuna ,  ó  teología  árabe, 
cerca  de  la  conquista  que  aquellas  gentes  hicieron  en 
nuestra  Andalucía,  alegando  autoridad  desde  lo  que  es- 
cribieron Alahabar ,  Caabi,  Odeifa,  Alí,  y  otros  Halifas 
de  los  de  la  seta  de  los  morabitos,  que,  como  dijimos, 
en  nuestra  África  tienen  muchas  opiniones  diferentes 
de  las  de  los  legistas  de  la  seta  de  Mahoma ,  no  embar- 
gante que  á  todos  los  abraza  un  mesmo  nombre  y  seta 
generalmente. 

SEGUNDO  PRONÓSTÍCO  Ó  FICCIÓN,  QUE  TAMBIÉN  FUÉ  HALLA- 
DO EN  LOS  LIBROS  QUE  HABÍAN  SIDO  RECOGIDOS  EN  EL 
SANTO  OFICIO  DE  GRANADA. 

Con  el  nombre  de  Dios  piadoso  y  misericordioso. 
Léese  en  las  divinas  historias  que  el  mensajero  de  Dios 
estaba  un  dia  asentado,  pasada  la  hora  de  la  oración  que 
se  hace  al  mediodía ,  hablando  con  sus  discípulos ,  que 
están  todos  aceptos  en  gracia ,  y  á  la  sazón  sobrevino 
el  hijo  de  Abí  Talid  y  Fátima  Alzahara ,  que  están  asi- 
raesmo  aceptos  en  gracia,  y  asentándose  par  del,  le  di- 
jeron :  «¡Oh  mensajero  de  Dios!  haznos  saber  cómo  ha 
de  quedar  el  mundo  á  tu  familia  en  fin  del  tiempo,  y 
cómo  se  ha  de  acabar. »  El  cual  les  dijo  :  «  El  mundo  se 
ha  de  acabar  en  el  tiempo  que  hubiere  la  gente  mas 
perversa  y  mala ;  y  presto  habrá  generación  de  mi  fa- 
milia en  una  isla  en  los  últimos  confines  del  poniente, 
que  se  llamará  la  isla  de  la  Andalucía ,  y  serán  los  últi- 
mos moradores  della  de  mi  familia ,  que  son  los  huér- 
fanos de  la  familia  desta  ley  y  la  última  sucesión  della. 
Dios  se  apiade  dellos  en  aqueste  tiempo, »  Y  diciendo 
esto  se  le  hinchieron  los  ojos  de  lágrimas,  y  dijo :  «Son 
los  perseguidos,  son  los  atribulados,  son  los  destrui- 
dores de  sí  mesmos,  son  los  afligidos,  de  quien  Dios 
dijo :  —No  hay  lugar  que  perezca,  que  no  sea  por  nues- 
tra permisión.  — Léase  hasta  el  cabo  toda  la  zuna  lo 
que  acerca  de  esto  hay  escrito,  en  lo  cual  alude  Dios 
soberano  á  esto  que  he  dicho ;  y  esto  será  por  el  olvido 
que  terna  la  gente  de  la  Andalucía  de  las  cosas  de  la 
ley,  siguiendo  sus  aficiones  y  deseos,  amando  mucho  al 
muüdo  y  desamparando  las  oraciones,  defendiendo  las 


limosnas  y  negándolas ,  y  atendiendo  solamente  á  la 
lujuria  y  á  los  alborotos  y  muertes;  y  porque  entre  ellos 
crecerá  el  mentir,  y  el  menor  no  reverenciará  al  mayor, 
ni  el  mayor  se  compadecerá  del  menor,  y  crecerá  entre 
ellos  la  sinrazón,  la  sinjusticia  y  los  juramentos  falsos. 
Y  los  mercaderes  comprarán  y  venderán  con  logro  y 
con  falsedad  y  engaño  en  lo  que  vendieren  y  compraren, 
todo  por  cudicia  de  alcanzar  el  mundo;  cudiciando 
acrecentar  las  haciendas  y  guardarlas,  sin  parar  mieu- 
tes  cómo  lo  adquieren ,  y  lo  que  tienen ,  si  lo  han  ad- 
quirido bien  ó  mal.»  Y  diciendo  esto,  se  le  hinchieron 
otra  vez  los  ojos  de  lágrimas  y  lloró,  y  todos  juntamente 
lloramos  á  su  lloro.  Y  después  dijo  :  «Cuando  parecie- 
ren en  esta  generación  estas  maldades ,  sujetarlos  ha 
Dios  poderoso  á  gente  peor  que  ellos ,  que  les  dará  á 
gustar  cruelísimos  tormentos ,  y  estonces  pedirán  so- 
corro alosmas  justos  dellos,  y  no  se  lo  darán;  y  enviará 
Dios  sobre  ellos  quien  no  se  compadezca  del  menor  ni 
haga  cortesía  al  mayor,  porque  cada  cual  hade  ser  con- 
denado por  su  culpa  y  ha  de  padecer  su  castigo.  Jamás 
hemos  visto  que  haya  permanecido  logro  en  ninguna 
generación,  ni  engaño  en  compras  y  ventas,  pesos  y 
medidas,  que  Dios  altísimo  haya  dejado  de  castigarlo, 
defendiendo  ó  deteniendo  el  agua  de  sobre  la  haz  de  la 
tierra.  No  ha  permanecido  ni  extendídose  la  lujuria, 
sin  que  les  haya  enviado  fenecimiento  y  muerte;  y  ja- 
más ha  permanecido  en  alguna  familia  logro  en  las  com- 
pras y  ventas,  y  juramentos  falsos  en  la  ambición  y  so- 
berbia, que  Dios  todopoderoso  no  los  haya  castigado 
con  diversos  géneros  de  enfermedades  endemoniadas. 
Jamás  parecieron  en  ninguna  familia  muertes  malas  y 
públicos  homicidios,  sin  que  Dios  los  sujetase  y  entre- 
gase en  manos  de  sus  enemigos;  jamás  pareció  en  nin- 
guna gente  la  obra  de  la  familia  de  Lot,  sin  que  Dios 
los  castigase,  envíándoles  destruiciones  y  hundimiento 
de  sus  pueblos ;  jamás  pareció  en  familia  alguna  la  po- 
ca caridad  y  misericordia ,  y  el  poco  temor  de  Dios  en 
cometer  todo  mal  y  ofensa,  sin  que  Dios  los  castigase 
con  no  oír  sus  oraciones  y  plegarias  en  sus  tribulacio- 
nes y  fatigas;  porque  cuando  parece  el  pecado  en  la  tier- 
ra ,  envía  el  Señor  soberano  el  castigo  que  debe  tener 
desdeelcielo.  Yno  maldice  Diosa  ninguno  de  los  de  mi 
familia  hasta  que  ve  perdida  la  misericordia  entre  ellos, 
ni  castiga  á  su  siervo  en  este  mundo  con  mayor  mal  que 
la  dureza  de  su  corazón ;  y  así ,  cuando  se  endurece  el 
corazón  del  hombre ,  su  Dios  le  maldice ,  y  no  oye  su 
demanda  ni  ha  misericordia  del.  Y  cuando  mas  enojado 
estará  Dios  con  sus  siervos ,  será  cuando  se  querrá  acer- 
car el  juicio;  y  esto  por  el  exceso  de  sus  vicios,  por  el 
olvido  que  ternán  del  bien,  y  por  ir  apartados  del  caini- 
no  de  la  verdad.»  Y  á  esto  lloró,  y  dijo  :  «Dios  se  apia- 
de dellos  en  esta  isla,  cuando  parecieren  en  ellos  estos 
vicios  y  pecados,  y  dejaren  de  hacer  y  cumplir  los  conse- 
jos del  Alcorán;  porque  los  mas  dellos  en  aqueste  tiem- 
po, so  color  de  devoción  y  religión,  buscarán  el  mundo 
y  se  vestirán  de  pellejos  humildes  de  ovejas,  y  sus  len- 
guas serán  mas  dulces  que  la  miel  ni  el  azúcar,  mas  sus 
corazones  serán  de  lobos  y  sus  hechos  de  hombres  vi- 
les y  malvados;  y  por  ellos  les  enviará  Dios  su  castigo, 
y  no  oirá  sus  oraciones,  porque  dan  favor  á  la  injusti- 
cia, y  no  entrarán  en  el  colegio  de  mi  familia  los  injus- 
tos damnificadores  perpetuamente.  Y  el  que  se  sonrie- 
re en  faz  de  algún  injusto,  ó  le  hiciere  lugar  donde  se 


172 


LUIS  DEL  MARMOL  CARVAJAL. 


siente,  ó  le  ayudare  ó  diere  favor  para  hacer  mal,  cier- 
tamente rasga  el  velo  de  la  salvación  de  su  garganta. 

Y  si  algiin  rey  tiranizare  en  su  tierra  y  no  guardare  jus- 
ticia á  sus  subditos,  mostrará  Dios  sobre  él  en  su  rei- 
no diminución  en  los  panes,  en  las  frutas  y  en  todos  los 
demás  bienes ;  y  cuando  juzgare  con  verdad  y  con  jus- 
ticia ,  y  no  hubiere  en  su  reino  crueldad  ni  injusticias, 
enviará  Dios  allísimo  su  bendición  en  su  reino  y  fami- 
lia, y  en  todo  bien  habrá  aumento.  Y  ansí ,  cuando  en 
esta  isla  pareciere  en  la  gente  della  la  injusticia  y  el 
desamparo  de  la  verdad  y  la  iníidelidad ,  y  reinare  la 
soberbia  y  traiciones ,  haciendo  mal  á  los  huérfanos, 
tiranizanúo  en  sus  tratos,  saliendo  de  los  preceptos  de 
la  misericordia  de  Dios  y  obedeciendo  al  demonio ,  si- 
guiendo los  vicios ,  atestiguando  con  mentira  y  false- 
dad, humillándose  á  los  ricos  y  ensoberbeciéndose  con 
Ls  pobres,  por  la  dureza  de  su  corazón  y  soberbia,  y  su 
habla  fuere  dulce  y  la  obra  amarga ,  entonces  les  en- 
viará Dios  su  castigo.»  Y  ú  esto  lloró  otra  vez,  y  dijo : 
«Por  la  misericordia  de  Dios  y  grandeza  de  sus  nom- 
bres, si  no  fuese  por  las  palabras  de  la  confesión  de  que 
no  hay  otro  Dios  sino  Dios,  y  que  yo  soy  Mahoma,  su 
mensajero ,  y  por  el  amor  que  Dios  me  tiene,  él  envia- 
rla sobre  ellos  su  castigo  en  todo  extremo  y  rigor. »  Y 
lloró  mas  agrámente ,  y  dijo :  «¡Oh  mi  Dios!  habed  mi- 
sericordia dellos;»  repitiendo  estas  palabras  tres  veces. 
«Mas  por  esto  enviará  Dios  sobre  ellos  gobernadores 
crueles,  y  tan  perversos,  que  les  tomarán  sus  hacien- 
das sin  razón,  liaeerlos  han  sus  cativos,  mataránios,  y 
meterlos  han  en  su  ley ,  haciéndoles  que  adoren  con 
ellos  las  imagines  de  los  ídolos,  y  les  harán  comer  con 
ellos  tocino ;  y  sirviéndose  dellos  y  de  sus  trabajos ,  los 
atormentarán  tanto,  hasta  hacerles  echar  la  leche  que 
mamaron  por  las  puntas  de  las  uñas  de  los  dedos ,  y 
vernán  á  tanta  opresión  en  este  tiempo ,  que  pasando 
alguno  por  la  sepultura  donde  estuviere  su  hermano  ó 
su  amigo  enterrado,  dirá :  ¡Oh,  quién  estuviera  yacon- 
tigo !  Y  perseverarán  en  esto  hasta  venir  á  perder  to- 
da la  coníianza  de  poderse  salvar  en  la  ley  de  salvación, 
y  los  mas  dellos  vernán  en  desesperación  y  renegarán 
de  la  ley  de  la  verdad.»  A  esto  lloró  mas  gravemente,  y 
dijo  :  «Apiadarse  ha  Dios  soberano  dellos  con  su  mise- 
ricordia ,  y  volverles  ha  el  rostro  misericordioso,  mi- 
rándolos con  ojos  de  clemencia ,  piedad  y  compasión; 
y  esto  será  cuando  mas  se  encendiere  en  ellos  la  pon- 
zoña de  sus  enemigos,  cuando  vinieren  á  quemar  mu- 
chos delloscon  fuego  ardiendo,  ansí  hombres  como  mu- 
jeres, y  niños  de  tierna  edad,  y  viejos  ancianos,  y  cuan- 
do los  sacaren  y  desterraren  de  sus  pueblos;  á  esta  sazón 
sealborotarán  losángeles  en  loscielos,  y  todos  con  gran- 
de ímpetu  irán  ante  el  acatamiento  de  Dios,  y  le  dirán: 
¡  Oh  nuestro  Dios !  unos  de  la  familia  de  vuestro  ami- 
go y  mensajero  Mahoma  se  están  abrasando  en  el  fue- 
go, siendo  vos  el  poderoso  vengador.  Y  á  esto  enviará 
Dios  poderoso  quien  los  socorra,  y  los  sacará  deste 
grandísimo  mal  y  castigo.»  Y  á  esto  lloró  Alí,  que  está 
acepto  en  gracia,  y  todos  juntamente  lloramos  con  él. 

Y  le  dijo  :  «¿En  qué  año  enviará  Dios  este  socorro  y  re- 
mediará sus  corazones  atribulados?»  Al  cual  respondió 
en  esta  manera :  «¡Oh  Alí!  será  esto  en  la  isla  de  la  An- 
dalucía, cuando  el  año  entrare  en  ella  en  el  dia  del  sá- 
bíido;  y  la  señal  que  habrá  desto  es  que  enviará  Dios 
una  nube  de  aves ,  y  en  ella  parecerán  dos  aves  seña- 


ladas ,  que  la  una  será  el  ángel  Gabriel  y  la  otra  el  án- 
gel Miguel,  y  será  el  origen  de  líis  demás  aves  de  tier- 
ras de  los  papagayos,  las  cuales  darán  á  entender  la  ve- 
nida de  los  reyes  de  levante  y  de  poniente  al  socorro  de 
esta  isla  de  la  Andalucía,  con  señal  que  primero  aco- 
meterán á  los  primeros  del  poniente.  Y  si  hablaren 
aquestas  aves,  dan  á  entender  que  á  la  parte  que  ha- 
blaren habrá  grande  alboroto  de  guerra  en  el  poniente, 
y  á  todos  sucederán  temores  grandes  y  alborotos.  Ha- 
brá escándalos  y  comunidades  entre  la  ley  de  los  mo- 
ros y  la  ley  de  los  cristianos ,  y  volverá  todo  el  mundo 
á  la  ley  de  los  "moros;  mas  será  después  de  grande 
aprieto.  Este  año  habrá  muchas  nieblas,  pocas  aguas, 
los  árboles  llevarán  muchos  frutos ,  los  agostos  del  pan 
serán  mas  abundantes  en  los  montes  frios  que  en  las 
costas,  y  las  abejas  henchirán  sus  colmenas  en  este  año 
bendito. »  Hasta  aquí  es  la  letra  deste  jofor. 

TERCERO  PRONÓSTICO  Ó  JOPOR  QUE  FUÉ  HALLADO 
EN  LA  CLEVA  DE  GASTARES. 

Con  el  nombre  de  Dios  piadoso  y  misericordioso. 
Las  alabanzas  sean  á  Dios  solo,  que  no  hay  otro  sino  él. 
Este  es  un  juicio  sacado  del  dicho^el  mensajero  que 
Dios  santificó  y  salvó,  llamado  Taúca  el  Hamema ,  que 
quiere  decir  pecho  de  la  paloma ,  comparando  su  com- 
posición y  elegancia  á  la  hermosura  de  las  colores  del 
pecho  de  la  paloma ;  y  dice  desta  manera  :  «  Dejad  de 
contar  las  burlas  y  los  atavíos  preciosos  y  las  dignida- 
des; no  olvide  vuestra  memoria  la  muerte,  que  la  vida 
se  va  concluyendo ;  vuestras  culpas  son  mas  graves  que 
los  montes;  convertios  á  Dios,  y  no  os  durmáis;  que 
amaneceréis  sepultados  entre  las  penas.  Dejad  de  con- 
tar los  ricos  verjeles  de  los  edificios  suntuosos  y  de  las 
damas  coronadas  y  arreadas,  y  traed  á  vuestra  memoria 
los  alborotos  del  dia  del  juicio  y  la  furia  del  infierno  y 
sus  incendios.  En  aquella  hora  precederán  estas  seña- 
les :  movimiento  y  temblor  de  tierra ,  espanto  y  terror 
grandísimo,  y  otras  señales  que  los  humanos  no  pueden 
declarar.  El  que  mas  habló  deltas  fué  Odeifa ,  y  son 
mas  de  setenta  las  que  dijo  haber  oído  decir  al  guiador 
profeta  de  Dios ,  de  las  cuales  son  ocho  las  mas  nota- 
bles, y  las  otras  menores  que  las  siguen.  Preguntaron 
muchos  al  escogido  por  todas  ellas,  y  él  les  declaró  al- 
gunas de  las  nombradas,  de  las  cuales  dijo  ser  :  la  apa- 
rencia  del  mensajero  de  Dios,  el  descendimiento  de  la 
una  en  el  verjel  de  Tuhema  después  de  salir  el  sol  hen- 
dido. Estas  son  las  señales  del  juicio,  de  quien  el  Alco- 
rán alega  y  habla,  y  las  demás  semejantes  son  muchas, 
y  el  día  de  hoy  notorias  en  este  mundo,  mas  aparentes 
que  la  luz  resplandeciente.  Dijo  el  escogido  que  le  se- 
guía la  nube  : — Cuando  vieres  las  mujeres  ir  tras  los 
hombres  pidiéndolos  sin  empacho  ni  vergüenza ,  y  ra- 
beando como  las  muías  de  lujuria;  cuando  creciere  el 
logro  y  lo  mal  ganado  en  los  hombres ,  y  tomaren  por 
ley  la  lujuria  y  los  homicidios,  y  multiplicare  la  desobe- 
diencia de  hijos  á  padres ;  cuando  vieres  abatido  al  buen 
creyente  y  ser  los  sabios  perseguidos  hasta  venir  á  ser- 
vir á  los  malos ;  cuando  vieres  poblados  todos  los  en- 
cuentros de  tu  casa  de  lo  ilícito  y  mal  ganado;  cuando 
tu  suegro  te  viniere  á  ser  mas  cercano  pariente  que  tu 
hermano  legítimo,  y  desamparares  á  tu  hermano  y 
obedecieres  á  tu  amigo ;  cuando  vieres  la  madre  caduca 
ganar  con  sus  hijas  entre  los  hombres,  y  salir  el  hijo  de 


REBELIÓN  Y  CASTIGO  DE  LOS  MORISCOS  DE  GRANADA. 


la  oberlienria  de  sus  padres  y  obedecer  á  su  mujer  en 
todo  negocio ;  cuando  vieres  las  pinturas  en  los  tem- 
plos y  las  mujeres  darse  á  las  costumbres  pravas  y  vicios 
malos;  cuando  vieres  los  hombres  de  religión  vivir  en 
ricos  y  suntuosos  edificios,  y  crecer  los  soberbios  mal- 
hechores y  diminuirse  el  número  de  los  justos,  y  los 
temerosos  de  Dios  solos  como  huérfanos,  y  los  malos 
con  las  cabezas  mas  pertinaces  y  duras  que  las  aploma- 
das sierras;  cuando  vieres  las  colas  preceder  á  las  cabe- 
zas, y  el  amigo  muy  allegado  negar  á  su  amigo,  y  no 
osarse  fiar  el  hombre  de  aquel  con  quien  se  junta; 
cuando  vieres  empobrecer  la  gente  liberal  y  enriquecer 
y  subir  los  avarientos,  y  las  manos  liberales  hacerse 
duras  y  crecer  el  número  de  los  mendigantes;  cuando 
vieres  la  ley  desamparada  y  sus  secuaces  tan  pocos 
como  lunares  blancos  en  cabellos  prietos,  y  los  hombres 
hechos  lobos  cubiertos  con  vestiduras  de  hombres,  y 
que  el  que  fuere  lobo  comerá  con  los  lobos  y  al  que  no 
fuere  lobo  le  comerán  los  lobos ;  y  cuando  vieres  crecer 
las  discordias  con  agudeza  y  ser  las  lluvias  sobre  la 
tierra  pocas,  en  este  tiempo  será  fin. — Y  cada  vez  que  el 
mensajero  de  Dios  la  nombraba,  se  le  henchian  los  ojos 
de  lágrimas,  y  decia  : — ¿Qué  tal  será  la  vida  del  que  en 
esta  era  naciera  ? — Otras  señales  decia  asimesmo  ser 
fuegos  que  se  encenderán  en  Roma,  que  correrán  entre 
las  gentes  y  entre  las  a^uas  y  la  tierra,  y  será  un  humor 
sutil  que  se  alzará  un  estado  sobre  la  haz  della  y  abra- 
sará los  pechos  de  los  herejes.  Y  nombraba  hundimien- 
tos de  pueblos  que  habría  en  el  Hixecen  levante  y  en 
otros  mas  abajo  de  Sacera,  la  demostración  de  la  puen- 
te de  Alcázar  de  la  pasada ,  y  nombraba  señales  por  la 
virtud  cumplida.  Cuando  se  tomare  á  fuerza  de  armas 
Conslantina  por  los  romanos,  y  cuando  viéredes  á  los 
moros,  tan  pujantes  en  Vitoria,  conquistar  á  Roma  y  ga- 
nar á  Portugal,  entonces  crecerán  entre  ellos  las  rique- 
zas de  piedras  preciosas  y  monedas  hasta  las  partir  con 
el  escudo  de  Cacim.  Y  cuando  el  mundo  viniere  á  esta 
pedición,  es  señal  que  vendrá  la  diminución  después  de 
su  cumplimiento,  y  los  corazones  vendrán  en  desaso- 
siego, y  el  mundo  les  huirá  de  entre  las  manos.  Masan- 
tes deslo  quiero  que  sepáis  que  mandará  Dios  salir  en 
el  poniente  un  rey  tirano  que  lo  atajará  y  sujetará,  cuyo 
rostro  no  tendrá  señal  de  vista  humana;  maltratará  y 
juzgará  con  toda  maldad  á  las  gentes;  entre  sus  manos 
perecerán  ellos  con  todos  sus  bienes.  Después  del  cual 
solevantará  otro  de  gran  valor,  que  se  llamará  Jacob, 
cuyos  infortunios  y  calamidades  crecerán  y  morirán  de 
necesidad.  Esto  veréis  en  el  poniente  con  grande  inco- 
modidad y  alboroto,  y  las  gentes  vendrán  en  mucha  di- 
minución. El  Andalucía  quedará  huérfana  sin  rey  ni 
quien  en  ella  sea  obedecido ,  y  estará  algún  tiempo  en 
este  trabajo  negra,  confusa  y  escura,  hasta  llegarla 
nueva  dello  á  Roma.  De  allí  saldrá  un  rey  en  quien 
no  habrá  falta,  rey  hijo  de  rey.  ¡  Oh  varones !  embar- 
carse ha  con  grandes  ejércitos  que  le  acudirán  de  ne- 
cesidad y  con  él  vernán  á  Granada  la  candida  y  clara, 
donde  le  dirán :— Vos  sois  nuestro  rey  forzoso  y  nuestro 
gobernador  en  todo  caso.— El  cual  subirá  con  sus  ejér- 
citos y  compañas  á  los  alcázares  de  la  Alhambra,  y  allí 
estará  algunos  días  encubierto ;  y  desde  allí  conquistará 
muchas  y  muy  grandes  fortalezas,  climas  y  provincias 
de  los  de  poco  en  continuación ;  y  veréis  pujante  el  ce- 
tro y  corona  de  los  moros.  Poseerán  sin  duda  á  Sevilla, 


173 

y  tomarán  noventa  ciudades  á  los  herejes,  y  por  sus  ma- 
nos deste,  á  quien  mejorarán,  todas  las  ciudades  del 
poniente  serán  dichosas  con  él.  En  la  primera  salida 
tomará  la  ciudad  de  Antequera,  subiendo  por  sus  mu- 
ros, y  rompiéndolos  á  fuerza  de  armas.  Siete  años  du- 
rará esta  Vitoria,  y  las  riquezas  se  llevarán  de  tierra  de 
herejes.  Bendito  sea  el  señor  Dios,  que  esta  justicia 
hará ,  dando  á  gustar  á  los  infieles  estos  cálices  de 
amargura  cuando  la  hora  de  esta  ensalzacion  llegare  y 
el  poderío  de  Dios  altísimo.  Enderezará  este  señor  su 
viaje  á  Segovia,  y  en  el  mes  de  Ramadan  la  entrará  en 
todo  caso ;  y  ansí  irá  prosiguiendo  su  vitoria ,  que  será 
continua,  tomando  con  maña  las  fortalezas  de  los  cris- 
tianos. A  esto  sucederán  diferencias  entre  los  gobciníi- 
dores  y  el  Rey.  Y  saldrá  Dolarfe,rey  de  cristianos,  y  re- 
belarse ha  contra  todo  el  pueblo,  y  romperlos  ha,  y 
llevarálos  hasta  hacerles  que  se  encierren  en  Fez ;  y 
cuando  vinieren  á  pasar  por  Gibraltar,  estorbarlos  ha  el 
mar,  y  cercarlos  han  por  todas  partes  grandes  ejércitos 
de  cristianos  del  rey  Dolarfe.  Los  de  las  riquezas  esca- 
parán huyendo  en  los  navios,  y  los  que  no  pudieren  pa- 
sar morirán  la  mayor  parte  á  cuchillo,  y  otros  ahoga- 
dos en  la  mar.  Y  á  la  sazón  enviará  Dios  un  rey  de  alia 
estatura ,  encubierto ,  mas  alto  que  las  sierras ,  el  cual 
dará  con  la  mano  en  la  mar,  y  la  henderá,  y  saldrá  de 
ella  una  puente  que  es  nombrada  en  esta  historia ,  y  las 
dos  partes  del  pueblo  escaparán  nadando ,  y  la  tercera 
quedará  al  cuchillo  y  agua  hasta  proseguir  los  cristia- 
nos su  Vitoria.  Y  en  uh  punto  entrarán  en  Fez  á  fuerza 
de  armas,  y  entrando  en  la  ciudad,  buscarán  su  rey,  y  le 
hallarán  encubierto  en  la  mezquita,  con  la  espada  de 
Idris  en  la  mano,  convertido  moro  ;  lo  cual  visto,  to- 
dos los  cristianos  se  volverán  con  él  moros.  Luego  su- 
birá á  la  casa  de  Meca ,  y  hará  su  oración  hasta  ver  lo 
claro  del  pozo  de  Zemzem  y  su  agua.  Y  luego  nacerá  el 
maldito  viejo  Anticristo,  y  se  levantará.  En  este  tiempo 
enviará  Dios  grandísima  esterilidad ,  que  durará  siete 
años;  en  los  cuales  no  parecerá  pan  ni  semilla  ni  agua, 
si  no  fuere  loque  este  viejo  maldito  mostrare;  el  cual 
sembrará  el  trigo  á  mediodía  y  lo  cogerá  á  vísperas , 
plantará  los  árboles  y  plantas  con  la  mano  derecha  y 
cogerá  los  frutos  con  la  izquierda.  Dirá  al  muerto  que 
resucite ,  y  levantarse  ha ,  y  presumirá  ser  él  el  resuci- 
tador  de  los  muertos  y  el  Dios  y  señor  que  no  tiene  se- 
mejante; y  el  que  le  siguiere  y  obedeciere  no  alcanza- 
rá bien  alguno  y  morirá  hereje  sepultado  en  los  infier- 
nos. Irá  tras  las  gentes  mostrándoles  muchos  y  diver- 
sos mantenimientos  y  fuentes  de  aguas;  y  en  su  frente 
llevará  escrito  :  Tiranizó  y  pecó.  Su  figura  de  rostro 
será  espantable,  porque  no  terna  mas  que  un  ojo,  y 
sobre  la  cabeza  llevará  un  librillo  lleno  de  manjar,  re- 
dondo como  la  redondez  de  la  luna.  Veréis  las  gentes 
tras  del  en  tanto  número,  que  no  cabrán  en  los  luga- 
res con  sus  hijos  y  familias.  Subirá  en  su  cabalgadura 
de  espantable  hechura,  y  tenderá  el  paso  tanto  como 
alcanzare  con  la  vista;  y  en  siete  días  dará  una  vuelta 
á  todo  el  mundo.  Tendrá  dos  ríos  señalados,  uno  de 
agua  y  otro  de  fuego ;  y  si  los  que  vinieren  con  él  be- 
bieren del  agua,  hallarla  han  ardiendo  como  fuego. 
Verná  con  todas  las  familias  délos  judíos,  con  las  cua- 
les hará  obscura  la  clara  luz  de  la  mañana.  Entonces 
enviará  Dios  altísimo  á  Jesucristo,  hijo  de  María,  que  le 
saldrá  al  encuentro  en  las  tierras  de  Heien,  y  en  vién- 


Í74 


LUIS  DEL  MARMOL  CARVAJAL. 


dolé  se  desliará  ante  él  como  un  cobarde  afeminado;  y 
dirán  las  piedras  y  lugares:  —Entrado  ha  el  enemigo  de 
Dios  debajo  de  nosotros;—  y  quedará  el  guiador  Cristo, 
en  cuya  virtud  el  lobo  andará  con  la  oveja  en  amor. 
Los  niños  jugarán  con  las  serpientes  y  víboras  ponzo- 
ñosas, y  no  les  empecerán,  obligando  á  la  ley  de  nues- 
tro profeta  y  juzgando  rectamente  en  ella;  y  pondrá 
para  las  oraciones  y  horas  una  dignidad  del  linaje  de 
Malioma  perpetuamente,  y  en  su  tiempo  todo  hereje  se 
convertirá  á  Dios.  Y  hallando  los  de  la  tierra  este  co- 
nocimiento, subirá  Cristo  al  monte  Tabor,  y  romperá 
los  muros  de  Juje  y  Mejigue,  que  son  los  pigmeos  cuyo 
número  excederá  á  las  arenas  del  mar,  y  sus  hechuras, 
rostros  y  facciones  serán  diferentes :  unos  tamaños 
como  plumas  de  escrebir,  otros  mas  altos  que  las  sier- 
ras, y  otros  teman  las  orejas  tan  grandes,  que  se  asen- 
tarán sobre  ellas,  y  con  parte  dellas  cubrirán  la  tierra , 
y  desto  será  su  andadura  de  ochenta  años.» 

Otros  muchos  disparates  decia  este  jofor,  que  no 
ponemos  aquí  por  no  hacer  á  nuestra  historia;  y  si  pu- 
simos estos  tan  por  extenso,  fué  por  dar  un  rato  que 
reir  al  lector,  y  porque  siendo  una  de  las  principales 
cosas  en  que  estribaron  los  moriscos  para  su  perdi- 
miento, fuera  cortedad  dejarlos  de  poner.  Revolvien- 
do pues  estos  jofores,  que  veneraban  como  cosa  sa- 
grada ,  y  buscando  entre  ellos  algún  consuelo,  los  se- 
tarios  alcoranistas  que  por  ventura  los  habían  com- 
puesto se  los  glosaban,  trayéndolos  por  los  cabellos 
al  propósito  de  su  pretensión ,  que  era  levantar  el  rei- 
no. Farax,  Abenfarax  y  Daud  y  otros  fueron  los  que 
comenzaron  á  mover  el  ignorante  vulgo,  diciendo  que 
ya  era  llegada  la  hora  de  su  libertad  que  los  jofores  de- 
cían ;  porque  la  ponzoña  de  los  cristianos ,  sus  verda- 
deros enemigos,  jamás  había  estado  tan  encendida  en 
sus  corazones  como  al  presente  estaba;  que  los  ángeles 
del  cielo,  viendo  la  desventura  y  trabajo  en  que  estaban 
los  naturales  de  aquel  reino ,  pedían  delante  del  acata- 
miento de  Dios  que  se  apiadase  dellos  con  misericor- 
dia, y  venían  á  sacarlos  de  tan  gran  sujeción  y  captive- 
rio,  y  que  muchas  gentes  los  habían  visto  andar  en  nu- 
bes en  forma  de  aves  volando  por  encima  de  la  Alpu- 
jarra,  guiándolas  dos  mayores  y  mas  vistosas  que  las 
otras ;  que  el  año  largo  tan  deseado  entraba  en  sábado, 
y  era  el  proprio  en  que  Mahoma  había  dicho  á  su  yerno 
Alí  que  enviaría  Dios  socorro  á  su  familia;  que  ya  no 
les  faltaba  otra  cosa  ni  tenían  que  esperar  sino  eran 
los  alborotos  y  escándalos  que  los  jofores  decían ,  por- 
que los  temores  y  aflicciones  presentes  los  tenían ;  que 
las  diferencias  y  comunidades  sobre  cosas  de  religión 
entre  moros  y  cristianos,  y  las  que  había  entre  losmes- 
mos  cristianos,  eran  cierta  señal  de  su  remedio ;  y  que 
tomando  luego  las  armas  animosamente,  fuesen  ciertos 
que  serian  con  brevedad  socorridos  de  los  reyes  de  le- 
vante y  deponiente;  y  que  ellos  mesmos  se  ofrecían 
de  irlos  á  solicitar.  Hubo  otros  que,  so  color  de  la  as- 
trología  judiciaria,  les  decían  rail  desatinos,  fingiendo 
haber  visto  de  noche  señales  en  el  aire ,  mar  y  tierra, 
estrellas  nunca  vistas,  arder  el  cielo  con  llamas  y  mu- 
chas lumbres,  haciendo  bultos  por  el  aire,  y  rayos  te- 
merosos de  estrellas  y  cometas ,  que  siempre  se  atri- 
buyen á  mudanza  de  estado.  Dando  pues  á  entender 
torcidamente  todas  estas  cosas ,  y  catando  otros  agüe- 
ros, á  que  demasiadameate  es  dada  aquella  uacíon, 


afirmaban  ser  pasados  todos  sus  trabajos,  y  que  los 
cristianos  comenzaban  ya  á  temer  su  felicidad,  espe- 
cialmente viendo  á  su  rey  tan  ocupado  en  guerras  con 
luteranos  sobre  la  posesión  de  sus  proprios  estados,  y 
con  otras  naciones  poderosas,  contra  quien  no  podría 
prevalecer.  Todo  esto  divulgaban  aquellos  herejes, 
acreditándose  con  encargar  al  vulgo  el  secreto ;  y  era 
tan  grande  la  eficacia  con  que  lo  certificaban ,  que  aun 
ellos  mesmos,  que  lo  habían  inventado,  lo  creían,  y  te- 
nían por  cierto  que  les  sucedería  como  lo  decían. 

CAPITULO  IV. 

Cófflo  se  tuvo  aviso  en  Granada  que  los  moriscos  déla  Alpujarra 
trataban  de  alzarse,  y  lo  que  se  previno  en  ello. 

Si  bien  procuraban  los  moriscos  del  Albaicin  aplicar 
con  humildad  la  furia  de  la  ejecución  de  la  nueva  pre- 
mática ,  con  que  por  tan  ofendidos  se  tenían ,  en  lo  to- 
cante á  la  seta ,  á  las  haciendas  y  al  uso  de  la  vida, 
tanto  á  la  necesidad  cuanto  al  regalo  de  sus  personas, 
no  por  eso  dejaban  de  intentar  otros  medios.  Y  ha- 
biendo buscado  entre  los  mayores  pefigros  algún  reme- 
dio ,  acordaron  que  seria  bien  hacer  con  los  moriscos 
de  la  Alpujarra  que  tratasen  de  levantarse ;  y  para  mo- 
verlos á  ello  les  daban  á  entender  ser  negocio  guiado 
por  Dios  para  su  libertad,  animándolos  con  las  ficcio- 
nes vanas  de  los  jofores;  y  exagerando  la  sujeción  que 
tenían,  les  traían  á  la  memoria  sus  fuerzas,  diciendo 
que  había  ochenta  y  cinco  mil  casas  de  moriscos  em- 
padronadas para  farda  en  el  reino  de  Granada ,  sin  otras 
mas  de  quince  mil  que  encubrían  los  repartidores,  de 
donde  por  lo  menos  saldrían  cien  mil  hombres  de  pe- 
lea ,  que  pondrían  en  condición  á  España  siempre  que 
fuese  menester,  y  que  cuando  otra  cosa  no  hiciesen, 
no  les  faltaría  lo  que  tanto  deseaban ,  que  era  la  sus- 
pensión de  la  premática  por  vía  de  paz.  Estas  y  otras 
muchas  cosas  les  decían  aquellos  herejes,  persuadién- 
dolos á  que  se  levantasen  ellos  los  primeros,  porque 
el  principal  intento  de  los  hombres  ricos  del  Albaicin 
no  era  que  hubiese  rebelión  general  ni  que  entrasen 
berberiscos  en  la  tierra,  ni  querían  ser  sujetos  á  rey 
moro ;  que  ninguno  les  estaba  tan  bien  como  el  que  te- 
nían: solamente  querían  estarse  como  estaban,  y  ha- 
cer su  negocio  con  peligro  de  cabezas  ajenas ,  hallando 
los  ánimos  de  los  bárbaros  serranos  tan  aparejados  pa- 
ra ello.  No  dejaron  de  darles  á  entender  que  luego  se 
levantarían  todos ,  y  que  no  quedaría  ciudad  ni  alca- 
ría  en  el  reino  de  Granada  que  no  se  levantase ;  mas  ha- 
cíanlo con  grandísimo  recato ,  temiendo  ser  descubier- 
tos, y  representándoseles  la  prisión,  el  examen,  el  tor- 
mento y  los  duros  y  ocultos  suplicios  del  riguroso  im- 
perio de  los  alcaldes  de  chancillería ,  en  que  se  habían 
de  ver.  Y  por  esta  causa,  ningún  hombre  de  entendi- 
miento se  osaba  declarar  ni  hacer  cabeza,  aunque 
echaron  mano  de  algunos  principales  y  ricos ;  solo  Fa- 
rax Aben  Farax ,  nacido  del  linaje  de  los  abencerrajes, 
tomó  el  negocio  á  su  cargo ,  teniéndose  por  ofendido 
de  las  justicias;  y  holgaron  los  demás  dello,  por  ser 
liombre  aparejado  para  cualquiera  sedición  y  maldad, 
y  mas  diligente  que  otro.  Este  era  tintorero  de  tinta  de 
arrebol ,  y  teniendo  trato  por  todo  el  reino ,  comunicó 
el  negocio  con  los  que  sabia  que  estaban  mas  ofendí- 
dos  ,  y  particularmente  con  don  Hernando  el  Zaguer, 
alguacil  de  Cádiar,  llamado  por  otro  nombre  Aben 


REBELIÓN 

Jouliar,  y  con  Diego  López  Aben  Aboo ,  vecino  de  Me- 
cina  de  Bombaron,  y  con  Miguel  de  Rojas,  vecino  de 
Ujíjar  de  Albacete,  y  con  otros  moriscos  principales 
de  la  Alpujarra ,  que  estaban  siguiendo  pleitos  crimi- 
nales en  Granada ;  y  viniendo  todos  en  ello ,  concluye- 
ron queel  rebelión  fuese  el  jueves  santo  del  año  del  Se- 
ñor 1568,  porque  en  tal  dia  como  aquel  estarían  los 
cristianos  descuidados,  ocupados  en  sus  devociones ,  y 
se  podría  hacer  bien  cualquier  efeto.  Esto  se  divulgó 
luego  de  unos  en  otros  por  las  alearías ,  y  comenzó  á 
venir  gente  á  Granada  para  saber  de  los  autores ,  y  es- 
pecialmente de  Farax  Aben  Farax,  lo  que  se  habia  de 
hacer;  el  cual  no  los  dejaba  parar  mucho,  porque  no 
fuesen  descubiertos ;  y  les  decia  que  se  fuesen  á  sus  ca- 
sas, y  que  hiciesen  lo  que  viesen  hacer  á  sus  vecinos, 
porque  ya  estaba  todo  concertado;  y  tenian  en  su  favor 
armas,  gente  y  socorros  de  ginoveses  y  de  turcos  y 
moros  de  Berbería.  Estas  nuevas  acrecentaron  los  ma- 
los ,  y  las  cuadrillas  de  los  monfíes  con  mayor  desver- 
güenza comenzaron  á  andar  por  toda  la  tierra  armados 
de  ballestas,  con  banderas  tendidas,  matando  y  ro- 
bando á  los  cristianos  que  podían  haber  á  las  manos; 
y  eran  pocos  los  dias  que  no  traían  á  la  ciudad  de  Gra- 
nada hombres  muertos  que  hallaban  en  los  campos  con 
lascaras  desolladas,  y  algunos  con  los  corazones  saca- 
dos por  las  espaldas.  Hubo  muchos  religiosos  y  otras 
personas  particulares  que  dieron  aviso  á  su  majestad  y 
á  los  de  su  consejo,  del  desasosiego  que  traía  aquella 
gente  con  señales  tan  evidentes  de  rebelión;  mas  nadie 
sabia  decir  el  cómo  ni  cuándo,  ni  poner  remedio  en 
ello ,  porque  solo  consistía  en  la  suspensión  de  la  pre- 
málica,  que  todos  juzgaban  por  santa  y  buena.  El  que 
mejor  y  mas  cierto  aviso  dio  fué  Francisco  de  Torri- 
jos,  beneíicíado  de  Darrical,  que  era  también  vicario 
de  las  taas  de  Berja  y  Dalias  y  del  Cehel ,  y  después 
fué  canónigo  de  la  catedral  de  Granada ;  y  púdolo  bien 
hacer,  porque  siendo  muy  ladino  en  la  iengua  árabe, 
por  este  y  por  otros  respetos  le  hacían  amistad  y  le 
respetaban.  El  cual,  avisado  por  algunos  moriscos  sus 
amigos  de  lo  que  se  trataba  entre  ellos,  por  fin  del  año 
de  1568  escribió  al  Arzobispo  de  Granada  y  al  marqués 
úe  Mondéjar ,  que  aun  se  estaba  en  la  corte ,  avisándo- 
les como  habia  sabido  por  cosa  cierta  que  los  moris- 
cos de  la  Alpujarra  tenían  tratado  de  alzarse  el  Jueves 
Santo.  Esta  nueva  y  la  carta  del  beneficiado  Torrijos 
envió  luego  el  Arzobispo  á  su  majestad  para  que  man- 
dase poner  remedio  con  brevedad;  la  cual  fué  causa  de 
apresurar  la  venida  del  marqués  de  Mondéjar  á  Grana- 
da ,  con  orden  que  visítase  la  Alpujarra  y  la  costa ,  y  se 
informase  particularmente  de  lo  que  el  beneficiado  Tor- 
rijos decía.  Por  otra  parte,  poniendo  recaudo  Qn  la  ciu- 
dad y  en  las  fortalezas,  el  conde  de  Tendilla  metió  en 
la  Alhambra  al  capitán  Lorenzo  de  Avila  con  la  gente 
de  las  siete  villas,  y  apercibió  y  armó  toda  la  gente  de 
la  ciudad ,  previniendo  á  los  unos  y  á  los  otros  de  ma- 
nera, que  los  moriscos  del  Albaicin  entendieron  que 
había  sido  descubierto  el  negocio  por  los  alpujarreños; 
y  desdeñados  de  ver  el  poco  secreto  que  habían  guar- 
dado ,  les  avisaron  que  no  hiciesen  movimiento ,  por- 
que la  ciudad  estaba  prevenida. 


Y  CASTIGO  DE  LOS  MORISCOS  DE  GRANADA. 

CAPITULO  V. 


Cómo  los  moriscos  del  Albaicin  mostraron  sniliminito  de  que  se 
dijese  que  se  querían  rebelar,  y  délo  que  se  previno. 

Como  no  se  tratase  de  otra  cosa  en  las  plazas  y  calles 
de  la  ciudad  de  Granada  sino  de  que  los  moriscos  se 
andaban  por  rebelar,  juntándose  algunos  de  los  mas 
ricos  y  principales  del  Albaicin,  con  muestra  de  gran- 
dísimo sentimiento  fueron  á  casa  del  Presidente,  y 
uno  dellos  le  hizo  su  razonamiento  desta  manera :  «La 
prosperidad  de  fortuna  que  debajo  del  felicísimo  im- 
perio de  su  majestad  tenemos,  se  nos  va  convirtiendo 
en  deshonra  á  los  que  por  edad  entera  y  madura  sabe- 
mos lo  que  es  mantener  verdadera  fe,  y  aun  deseamos 
la  muerte  antes  que  el  fin  della.  Sienten  mucho  los  na- 
turales deste  reino  ver  que  se  trate  de  sus  honras  en 
las  calles  y  plazas  públicas,  llamándolos  de  traidores, 
y  diciendo  que  se  quieren  rebelar,  siendo  fieles  vasa- 
llos de  su  majestad,  y  estando ,  como  estaban,  quietos 
y  pacíficos,  y  muy  contentos  con  la  merced  que  Dios 
nuestro  señor  les  ha  hecho  en  traerlos  á  verdadero  co- 
nocimiento de  su  santa  fe  católica,  y  en  haberles  dado 
un  príncipe  cristianísimo  que  con  tanto  cuidado  pro- 
cura su  bien  y  su  salvación,  y  que  los  proprios  ciuda- 
danos sus  compadres  y  amigos ,  que  eran  los  que  ha- 
bían de  favorecerlos  y  animarlos,  sean  los  que  los  quie- 
ren destruir  y  asolar.  Y  no  sabiendo  qué  remedio  se 
tener  para  que  esta  su  fidelidad  y  quietud  se  conozca  y 
entienda ,  para  satisfacción  desto  decimos  los  que  esta- 
mos presentes,  en  nombre  de  los  naturales,  que  siendo 
su  majestad  servido,  nos  pondremos  en  las  fortalezas  ó 
prisiones  que  mandare ,  docientos  ó  trecientos  hom- 
bres de  los  mas  principales,  hasta  tanto  que  se  averi- 
güe nuestra  inocencia ,  y  la  calumnia  que  los  malos  y 
codiciosos  nos  imponen  ,  con  menos  deseo  de  quietud 
que  de  llevarnos  nuestras  haciendas.  Hecho  esto,  será 
muy  justo  que  se  provea  como  los  infamadores  escan- 
dalosos sean  castigados  con  rigor,  para  que  sirviéndo- 
se Dios  y  su  majestad  en  ello,  se  consiga  el  efeto  de 
quietud  que  se  pretende  y  desea ,  y  con  tanto  cuida- 
do procura  vuestra  señoría,  en  quien  tenemos  puesta 
toda  la  esperanza  del  remedio. »  Hasta  aquí  dijo  el  mo- 
risco, y  el  Presidente,  disimulando  el  aviso  que  se  te- 
nia, le  respondió  que  era  verdad  lo  que  decia  de  ha- 
berse publicado  por  la  ciudad  que  los  moriscos  anda- 
ban alborotados  y  con  algún  desasosiego ;  mas  que 
también  se  entendía  que  lo  debían  causar  algunos 
monfis  y  hombres  livianos,  que  deseaban  semejantes 
ocasiones  para  tener  aprovechamiento  de  las  haciendas 
ajenas;  que  en  cuanto  á  sí ,  él  estaba  satisfecho  de  que 
los  del  Albaicin  no  trataban  cosa  contra  el  servicio  de 
su  majestad,  porque  los  tenia  por  hombres  honrados, 
cuerdos  y  que  sabían  bien  lo  que  les  cumplía.  Que  no 
dejaba  de" haber  alguna  ocasión  de  sospecha,  aunque  él 
no  la  tenia,  viendo  que  se  metían  en  el  Albaicin  tanto 
número  de  moriscos  forasteros  con  sus  mujeres  y  hijos, 
dejando  sus  labores  y  granjerias  del  campo ,  y  en  ha- 
berse hallado  cantidad  de  ballestas  en  poder  de  algunos 
ballesteros,  y  averíguádose  que  las  hacían  para  moris- 
cos, como  quiera  que  también  podia  ser  que  fuesen 
para  monfís.  Y  finalmente ,  concluyó  con  decirles  que 
no  habia  para  qué  ofrecerse  los  vasallos  de  su  majestad 
á  que  los  pusiese  en  prisión  como  por  rehenes ,  porque 
aquello  se  haría  cuando  pareciese  que  convenia  á  su 


i  76 


LLIS  DEL  MARMOL  CARVAJAL. 


roiii  servicio,  y  que  diesen  sus  peticiones,  piJiendo  lo 
que  viesen  que  les  coiivenia,  porque  lo  comunicaría 
con  el  Acuerdo,  y  se  proveerla  en  lodo  loque  hubiese 
lugar,  justicia  mediante.  Salidos  los  moriscos  de  las 
ca?as  de  la  Audiencia ,  el  Presidente  mandó  llamar  á  los 
alcaldes  de  chancillería;  y  entendiendo  que  seria  de 
provecho  hacer  algunas  prisiones  con  que  tener  en- 
frenada aquella  gente,  tomando  aviso  del  ofrecimiento 
que  hacían,  les  mandó  que  hiciesen  que  los  escribanos 
del  crimen  buscasen  todos  los  procesos  que  habia  con- 
tra moriscos,  así  delincuentes  como  hadores,  y  los 
prendiesen  poco  á  poco,  sin  que  se  entendiese  que  era 
por  causa  del  rebelión.  Y  desta  manera  hicieron  pren- 
der los  alcaldes  muchos  hombres  sospechosos,  y  entre 
ellos  algunos  de  ios  mas  ricos ,  cuya  prosperidad  les  fué 
ni  cabo  deshonra,  tomándoles  la  muerte  con  apresura- 
do pasóla  delantera,  como  se  dirá  en  su  lugar.  Prove- 
yóse ansimesmo  comisión  á  los  alcaldes  de  chancille- 
ría  para  que  quitasen  los  arcabuces  y  ballestas  á  todos 
los  moriscos  que  tenían  licencias  para  poder  traer  ar- 
mas ,  y  que  solamente  se  entendiesen  y  extendiesen  á 
una  espada  y  un  puñal  y  una  lanza  cuando  saliesen  al 
campo,  conforme  á  una  provisión  que  el  emperador 
don  Carlos  habia  mandado  despachar  sobre  ello;  y  ha- 
ciéndolos prender,  los  mandaba  soltar  debajo  de  lian- 
zas; de  donde  resultó  tenerse  por  agraviados  muchos 
hombres ,  á  quien  por  servicios  de  sus  pasados  y  suyos 
se  habían  dado  aquellas  licencias. 

CAPÍTULO  VL 

De  un  razonamiento  que  íl  conde  de  Tenililla  hizo  á  los  moriscos 
del  Albaicin  estos  dias. 

Estando  las  cosas  en  este  estado ,  y  entendiendo  el 
conde  de  Tendilla  que  haría  particular  servicio  á  su  ma- 
jestad en  persuadir  y  aconsejar  á  los  moriscos  que  re- 
cibiesen con  buen  ánimo  la  premática  y  cumpliesen  lla- 
namente lo  que  se  les  mandaba,  sin  alterarse  ni  causar 
escándalos,  á  5  dias  del  mes  de  abril,  domingo  por  la 
mañana,  subió  al  barrio  del  Albaicin,  acompañado  de 
algunos  caballeros  y  de  la  gente  de  su  guardia,  y  fué 
á  misa  á  San  Salvador,  donde  estaban  recogidos  la  ma- 
yor parte  de  los  moriscos ,  y  cuando  el  preste  hubo  aca- 
bado el  oficio ,  les  mandó  decir  que  se  estuviesen  que- 
dos ,  porque  les  quería  hablar.  Y  estando  todos  atentos, 
desde  la  peaña  del  aliar  les  dijo  desta  manera  : 

«Lo  que  agora  hago,  hubiera  hecho  muchas  veces, 
que  es  veniros  á  ver ;  y  sí  lo  he  dejado  de  hacer  algunos 
años,  ha  sido  porque  tampoco  vosotros  habéis  acudido 
ácasa  del  Marqués  mi  señor,  y  á  mí,  como  solíades; 
y  así ,  no  hemos  querido  tratar  de  vuestros  negocios. 
Mas  teniendo  consideración  á  la  voluntad  y  amor  que 
os  tuvieron  siempre  nuestros  pasados,  y  á  la  que  yo  os 
tengo ,  me  he  movido  á  hablaros  sobre  tres  cosas.  Lo 
primero  es  podiros  y  rogaros  que  en  lo  que  toca  á  la 
premática  que  su  majestad  manda  que  guardéis ,  os 
determinéis  de  guardarla  y  cumplirla,  pues  el  celo  con 
que  lo  manda  es  tan  santo  y  bueno,  como  de  un  prín- 
cipe tan  católico  se  puede  pensar,  y  para  entremeteros 
con  los  otros  cristianos  sus  vasallos  y  servirse  de  vos- 
otros en  todo  y  haceros  las  mercedes  que  á  ellos.  La 
otra  es,  que  mucho  número  de  moriscos  se  han  venido 
de  todas  las  alearías  á  vivir  á  este  Albaicin;  y  aunque 
«e  os  ha  mandado  que  los  eciieis  fuera ,  no  lo  habéis 


hecho;  de  que  se  ha  tomado  alguna  sospecha.  Bien  se 
entiende  que  se  han  venido  huyendo  de  los  malos  tra- 
tamientos que  se  les  hacen ,  y  temiendo  que  ha  de  ve- 
nir gente  de  guerra  á  embarcarse  y  de  camino  alojarse 
en  sus  casas ;  mas  todavía  es  negocio  que  da  materia  de 
hablar  á  las  gentes;  y  así,  conviene  que  luego  se  vayan 
á  sus  lugares,  y  que  no  los  consintáis  mas  entre  vos- 
otros; que  yo  les  certifico  de  mi  parte  que  no  serán 
maltratados.  Lo  tercero  es,  que  algunos  de  vosotros 
me  subistes  á  hablar  á  la  Alhambra  estotro  día ,  y  me 
dijisteis  como  los  curas  y  beneficiados  andaban  empa- 
dronando vuestros  hijos  y  hijas ,  y  que  se  decía  que  os 
los  querían  quitar ;  y  porque  entonces  no  estaba  infor- 
mado de  aquel  negocio ,  no  respondí  á  él;  después  acá 
lo  he  tratado  con  el  Arzobispo,  y  sabed  que  Ip  que  se 
hace  es  por  vuestro  bien  y  por  mandado  de  su  majes- 
tad, que  quiere  que  haya  escuelas  donde  todos  los  ni- 
ños sean  enseñados  en  la  doctrina  cristiana  y  aprendan 
la  lengua  castellana ,  pues  pasados  los  tres  años  no  se 
ha  de  hablar  mas  la  arábiga :  estad  ciertos  que  no  es 
para  otro  efeto ;  y  esto ,  antes  lo  habíades  de  desear  y 
procurar,  que  alteraros  por  ello.  Haced  el  deber  y  lo 
que  sois  obligados  al  servicio  de  su  majestad ,  que  él  os 
hará  muchas  mercedes ;  y  en  lo  que  en  mí  fuere,  os  fa- 
voreceré con  mi  persona  y  hacienda ,  como  lo  veréis 
por  la  obra  acudiendo  á  mí. »  Acabado  su  razonamien- 
to ,  los  moriscos  principales  se  levantaron ,  y  dijeron  á 
Jorge  de  Baeza,  su  procurador  general,  que  respon- 
diese por  todos;  el  cual  dijo  al  Conde  que  le  besábalas 
manos  en  nombre  del  reino  por  la  voluntad  que  siem- 
pre habia  mostrado  de  hacerles  merced ,  y  por  la  que 
esperaban  todos  que  les  haría  en  tantos  trabajos  como 
se  ofrecían  á  la  nación,  y  que  ellos  acudirían  á  valerse 
de  su  favor  siempre  que  se  los  ofreciese  ocasión ;  y  así, 
le  pidieron  por  merced  tuviese  cuenta  con  sus  cosas. 
Desta  vez  quisiera  el  conde  de  Tendilla  poner  una 
compañía  de  infantería  de  guardia  en  el  Albaicin  y  alo- 
jarla en  las  casas  de  los  moriscos,  so  color  de  asegu- 
rarlos y  asegurarse  dellos ,  como  capitán  general ;  y 
habiendo  hecho  venir  al  capitán  Cárnica  con  su  gente 
para  este  eíeto ,  los  moriscos  acudieron  al  Presidente  y 
al  Corregidor  ,  diciendo  que  sin  duda  seria  la  destrui- 
cion  del  Albaicin  si  se  alojaban  soldados  en  las  casas 
donde  tenían  sus  mujeres  y  hijas.  Y  el  Presidente  le 
envió  á  decir  que  su  majestad  no  seria  servido  de  aquel 
alojamiento,  y  que  lo  mandase  sobreseer,  porque  se- 
ria acabar  de  alborotar  aquellas  gentes;  y  con  estóce- 
se, mandando  que  el  capitán  Cárnica  se  fuese  á  alojar 
á  Churriana,  alearía  de  la  Vega,  donde  estuvo  hasta 
la  víspera  de  pascua  de  flores,  que  se  le  mandó  des- 
pedir la  gente. 

CAPITULO  VIL 

Cómo  se  tocó  rebato  la  víspera  de  Pascua  en  Granada,  pensando 
que  se  alzaba  el  Albaicin,  y  el  escándalo  que  hubo  en  la  ciudad. 

A  16  días  del  mes  de  abril  del  año  de  1568 ,  víspera 
de  pascua  de  Resurrección,  entre  las  ocho  y  las  nueve 
horas  de  la  noche  se  tocó  un  rebato  en  la  fortaleza  de 
la  Alhambra ,  que  hubiera  de  ser  causa  que  los  cristia- 
nos saquearan  el  Albaicin  y  piataran  los  moriscos  que 
habia  en  él,  porque  con  la  sospecha  que  se  tenia,  cre- 
yeron que  se  alzaban.  La  causa  deste  rebato  fué  que  ua 
alguacil  de  los  que  tenían  cargo  de  rondar,  llamado 


REBELIÓN  Y  CAS'IIGO  DE  LOS  MORISCOS  DE  GRANADA. 


Bartolomé  de  Santa  María ,  envió  á  la  hora  que  anoche- 
cía cuatro  soldados  á  liaccr  centinela  en  la  torre  del  , 
Aceituno,  que  esiá  puesta  en  la  cumbre  alta  del  cerro  [ 
del  Albaicin ;  y  porque  hacia  muy  escuro  y  llovía,  11c-  ■ 
vaba  cada  soldado  un  hacho  de  atocha  ardiendo  en  la 
mano  para  liacer?e  lumbre;  y  como  llegaron  al  pié  de 
la  torre  ,  que  tenia  la  subida  dificultosa  y  descubierta, 
los  que  iban  delante  meneaban  los  hachos  para  hacer 
lumbre  á  los  que  iban  subiendo,  y  luego  echábanlos 
abajo ,  de'manera  que  parecía  que  hacían  almenaras  de 
aviso.  Viendo  esto  la  vela  de  la  torre  de  la  fortaleza  de 
la  Alhambra ,  tocó  á  rebato,  creyendo  que  había  alguna 
novedad ,  y  fué  á  dar  mandato  al  conde  de  Tendilla ,  el 
cual  envió  luego  veinte  soldados  á  que  supiesen  qué 
fuegos  eran  aquellos.  El  soldado  de  la  torre  que  tocaba 
la  campana  comenzó  á  dar  grandes  voces,  diciendo  : 
«Cristianos,  mirad  por  vosotros;  que  esta  noche  ha- 
béis de  ser  degollados.»  Y  con  esto  causó  tan  grande 
alboroto  en  la  ciudad ,  que  las  mujeres  casadas  y  don- 
cellas ,  dejando  sus  proprias  casas ,  unas  iban  corrien- 
do tí  las  iglesias ,  otras  á  la  fortaleza.  Los  hombres,  so- 
bresaltados, salían  por  las  calles  y  plazas,  unos  armando 
los  arcabuces  y  las  balleslas,  y  otros  abrochándose  los 
jubones  y  los  sayos ;  ninguno  sabia  lo  que  era  ni  adonde 
había  de  acudir :  tanta  era  la  turbación  que  todos  traían. 
Finalmente,  toda  la  ciudad  se  alborotó,  y  hasta  los 
frailes  del  monasterio  de  San  Francisco  dejaron  sus 
celdas ,  y  se  pusieron  en  la  plaza  armados.  Otros  acu- 
dieron á  la  plaza  Nueva ,  y  delante  la  puerta  de  la  Au- 
diencia hicieron  su  escuadrón  de  piqueros  y  alabarde- 
ros, como  buenos  milites  de  Jesucristo,  creyendo  que 
era  cierto  el  levantamiento  de  los  moriscos.  El  Presi- 
dente y  el  Corregidor ,  cada  uno  por  su  parte ,  envia- 
ron á  saber  de  las  guardias  del  Albaicin  lo  que  había  en 
él;  y  entendiendo  que  había  nacido  el  rebato  de  la  in- 
advertencia de  aquellos  soldados,  y  que  estaba  todo 
quieto  y  pacífico ,  se  sosegaron;  y  el  Corregidor  tomó 
luego  las  bocas  de  las  calles  por  donde  se  podía  subir  á 
las  casas  de  los  moriscos,  y  puso  en  ellas  algunos  ca- 
balleros que  no  dejasen  pasar  á  nadie,  porque  no  las 
saqueasen ;  y  fuera  poca  parte  esta  diligencia  para  ex- 
cusar el  saco ,  sí  una  tempestad  muy  grande  de  agua 
que  cayó  del  cielo  no  lo  estorbara  á  los  cudiciosos  ciu- 
dadanos. Crecieron  en  vm  momento  los  arroyos  por  las 
calles  de  manera ,  que  á  caballo  no  se  podían  pasar,  y 
fué  necesario  que  la  furia  de  la  gente  plebeya  aplaca- 
se. Pasada  la  tempestad,  el  Corregidor,  acompañado 
de  algunos  caballeros,  dejando  otros  en  guardia  de 
aquellos  pasos ,  subió  al  Albaicin ,  y  anduvo  todo  lo  que 
quedaba  de  la  noche  rondando ;  y  cuando  fué  de  día 
claro  reconoció  por  defuera  todas  las  murallas  hasta 
llegar  á  la  asomada  del  rio  Darro ,  y  viendo  que  estaba 
todo  seguro ,  bajó  á  la  ciudad ,  y  de  allí  adelante  todas 
las  noches  rondaba  con  cantidad  de  gente  armada,  ansí 
para  que  los  moriscos  no  recibiesen  daño,  como  para 
asegurarse  dellos.  No  fué  de  poco  momento  el  rebato 
desta  noche,  aunque  falso,  porque  los  ciudadanos  se 
pusieron  mejor  en  orden ,  y  los  que  no  tenían  armas  se 
proveyeron  dellas,  y  el  cabildo  compró  mucha  canti- 
dad ,  y  las  repartió  entre  los  vecinos,  haciéndolas  traer 
de  fuera.  Los  veinte  soldados  que  envió  el  conde  de 
Tendilla  lleváronlas  centinelas  de  la  torre  del  Aceituno 
á  la  Alhambra,  y  teniéndolos  presos,  llegó  el  marqués 
H-i. 


177 

de  Mondéjar  do  la  corte ,  y  los  mandó  soltar  á  todos, 
como  entendió  la  ocasión  que  había  habido. 

CAPITULO  VIIL 

Cómo  e!  marqués  de  Mondéjar  vino  á  Granada,  y  don  Alonso  de 
Granada  Venegas  fué  á  informar  á  su  majestad  de  los  negocios 
de  aquel  reino. 

Llegó  á  Granada  el  marqués  de  Mondéjar  á  t7  dias 
del  mes  de  abril ,  que  venia  de  la  corte,  y  luego  el  si- 
guiente día  se  juntaron  los  moriscos  mas  principales 
del  Albaicin  con  su  procurador  general ,  y  subieron  á  la 
fortaleza  de  la  Alhambra  á  dar  el  parabién  de  su  veni- 
da ,  y  le  dieron  grandes  quejas ,  diciendo  que  los  habían 
puesto  en  términos  de  perderse  por  haber  tocado  aquel 
rebato  con  tan  pequeña  ocasión,  estando  quietos  y  pa- 
cíficos todos  los  vecinos ;  y  al  cabo  de  su  plática  le  su- 
plicaron los  favoreciese  y  amparase ,  como  lo  habian 
hecho  siempre  el  marqués  don  Luis  y  el  conde  don  Iñi- 
go, sus  antecesores.  El  Marqués  mostró  sentimiento  y 
haberle  pesado  mucho  de  lo  que  había  sucedido  en  su 
ausencia, y  les  prometió  que  ternia  particular  cuenta 
con  sus  cosas  y  con  procurar  que  no  fuesen  agraviados. 
Con  la  venida  del  marqués  de  Mondéjar  pareció  liaberse 
•quietado  algún  tanto  los  moriscos;  y  don  Alonso  de 
Granada  Yenegas,  de  quien  dijimos  en  el  libro  prim.ero, 
capítulo  16  desta  liistoria ,  movido  de  celo  cristiano ,  y 
siguiendo  los  honrosos  ejemplos  de  sus  pasados,  que 
sirvieron  lealmenfe  á  los  reyes  de  Castilla  desde  el  día 
que  se  convirtieron  á  nuestra  santa  fe  católica ,  acordó 
de  ir  á  informar  á  su  majestad  y  á  los  de  su  consejo  de 
las  cosas  de  aquel  reino ,  porque  se  quejaban  los  moris- 
cos de  malos  tratamientos  que  se  les  hacían  cada  dia  en 
hechos  y  en  dichos  y  del  poco  remedio  que  se  ponía  en 
ello,  y  de  que  los  malos  é  inquietos,  que  eran  muchos, 
desacreditando  á  los  pacíficos,  tomaban  alas  contra 
ellos.  Creyendo  pues  poder  hallar  algún  remedio  de  lo 
que  tanto  se  deseaba  en  el  Albaicin ,  con  la  nueva  rela- 
ción del  capitán  general  presente ,  y  sin  dar  parte  de  su 
ida  á  otra  persona  que  se  lo  pudiese  impedir,  partió  de 
Granada  á  24  dias  del  mes  de  abril ,  y  el  primer  dia  del 
mes  de  mayo  entró  en  la  villa  de  Madrid ,  y  andando  en 
su  negocio,  le  llegó  un  correo  de  los  moriscos  del  Al- 
baicin con  una  carta  para  su  majestad  en  nombre  de 
todos  los  de  aquel  reino,  la  cual,  según  parece,  no  la 
había  querido  llevar  consigo ,  ó  no  se  la  habian  osado 
dar  en  su  partida,  porque  no  se  supiese  de  algunas  espías 
á  lo  que  iba.  Lo  que  la  carta  contenia  era  significará 
su  majestad  que  los  escándalos  y  alborotos  que  había 
en  aquella  ciudad  eran  sin  causa  ni  fundamento  que 
hubiese  sido  de  su  parte,  solo  por  la  inadvertencia  de 
los  gobernadores  y  ministros  de  justicia ,  mediante  lo 
cual  habían  estado  todos  á  punto  de  ser  destruidos  en 
personas,  vidas  y  haciendas;  y  lo  que  peor  era,  habian 
sido  infamados  de  infieles  de  la  fe  de  Jesucristo  y  de 
traidores  á  su  rey ,  y  publícádose  y  dádose  dello  muy 
concluyentesaparencías  y  señales,  en  perjuicio  de  sus 
honras.  Que  cuando  se  hallase  haber  sido  culpados  al- 
gunos dollos,  seria  justo  que  se  mandasen  castigar  con 
rigor,  como  la  gravedad  del  delito  lo  requería;  mas  si 
pareciese  no  ser  la  culpa  suya ,  seria  bien  que  su  ma- 
jestad mandase  castigar  á  los  que  la  tuviesen ,  prove- 
yendo para  en  lo  de  adelante  como  mas  fuese  su  real 
servicio,  de  manera  que  semejantes  ocasiones  cesasen. 

.12 


il!^ 


LUIS  DEL  MARxMOL  CARVAJAL. 


Qv,i'  coma  dosfavorcciflos  y  amoflrentatlos  del  rigor  que 
en  ellos  se  podría  usar,  uo  habían  osado  juntarse  á 
tn.lur  de  su  remedio ;  yagora,  que  parecía  estar  las  co- 
sas con  alguna  quietud,  por  la  venida  del  marqués  de 
Mondé  jar ,  también  les  babia  asegurado  poderlo  hacer, 
para  ocurrir  á  su  rey  y  señor  natural  y  suplicarle  lo 
mandase  remediar  con  justicia;  y  que  por  no  poder 
acudir  todos,  enviaban  algunos  particulares  á  quien  se 
remilian,  y  especialmente  á  la  relación  que  de  su  parte 
baria  don  Alonso  de  Granada  Venegas,  á  quien  todos 
tenían  obligación  de  reconocer  y  anteponer  en  todas 
sus  cosas  por  el  valor  de  su  persona  y  de  sus  antopa^a- 
dos.  j'or  tanto,  qu^!  suplicaban  á  su  majestad  humil- 
liieiile  1(!  oyese  y  creyese  de  su  parle,  y  mardan-do  que 
la  verdad  se  supiese ,  proveyese  como  los  culpados  fue- 
sen caslígados,  y  los  buenos  y  leides  reliluidos  en  su 
honra  y  buena  Lina  y  desagraviados  de  los  agravios 
recebidos.  Hasta  af|uí  decía  la  carta,  la  cual  dio  don 
Alonso  de  Granada  Venegas  á  su  majestad  ,  y  le  informó 
Jirgamente  del  negocio.  Y  siendo  remitido  al  cardenal 
Espinosa,  platicatlo  en  el  Consejo,  se  acordó  que  se 
de  pidiese  la  gente  de  las  cuadrillas  que  estaba  en  el 
Albaicin  á  cosía  de  los  moriscos,  pues  ya  parecía  estar 
pacíficos,  y  que  en  lo  demás  acudiesen  al  presidente  de 
üranada,  á  quien  estaba  cometido  aquel  negocio,  por- 
que él  proveería  cómo  fuesen  desagraviados.  No  mu- 
cho después  el  presidente  don  Pedro  de  Deza,  viendo 
que  se  n)andaban  despedir  los  alguaciles  y  rondas  del 
Aliíaicin,  con  parecer  del  acuerdo  y  de  los  alcaldes  de 
cbancillería  y  de  otras  personas  graves  ,  envió  relación 
6  su  majestad,  diciendo  que  no  convenia  hacer  nove- 
dad ,  antes  era  muy  necesario  que  los  alguaciles  ronda- 
sen, por  ser,  como  eran,  hombres  de  bien  y  casados; 
y  que  con  andar  la  ronda  todas  las  noches,  estaban  los 
vecinos  quietos,  y  resultaban  muchos  efetos  buenos 
que  la  experiencia  había  mostrado,  porque  los  monfís 
y  malhechores  naturales  del  Albaicin  se  habían  ido, 
y  los  extranjeros  no  se  recogían  allí,  y  los  que  se  aco- 
gían eran  luego  descubiertos  y  presos.  Que  los  dueños 
de  los  ganados  estaban  muy  contentos,  porque  ya  no 
se  los  hurtaban.  Las  mujeres  mal  casadas  tenían  reco- 
gidos sus  maridos,  los  padres  á  sus  hijos,  losamos  á 
sus  criados.  Que  ya  no  parecía  persona  en  el  Albaicin 
después  que  anochecía,  ni  apedreaban  las  ventanas  de 
los  clérigos.  Que  los  borrachos,  de  que  antes  había  gran 
número,  y  hacían  de  noche  grandes  alborotos  y  delitos, 
habían  cesado;  y  era  tanto  el  miedo  que  tenían  cobrado 
alas  guardias ,  que  todos  estaban  pacííicos  y  quietos, 
sin  osarse  á  menear.  Que  aquellos  alguaciles  eran  los 
que  hacían  que  se  guardase  la  premátíca  en  lo  que  re- 
quería ejecución ,  que  era  en  que  las  mujeres  anduvie- 
sen con  los  rostros  desatapados,  y  que  tuviesen  abier- 
tas las  puertas  de  sus  casas  los  viernes  y  días  de  fiesta; 
y  esto  con  amor  y  cristiandad ,  sin  otro  ningún  género 
de  interés  ni  molestia.  Que  los  demás  alguaciles  no 
daban  un  solo  paso  si  no  se  les  seguía  algún  provecho, 
antes  holgaban  hallar  de  qué  denunciar  y  cómo  encar- 
celar y  llevar  costas.  Que  después  que  andaba  aquella 
ronda  no  se  pregonaban  niños  perdidos  ni  hurtados, 
como  solía,  porque  no  los  osaban  llevar  á  esconder  al 
Albaicin,  por  temor  de  ser  descubiertos;  y  que  por  es- 
tas razones  y  otras  muchas  que  se  pudieran  decir, 
coavernia  que  no  se  hiciese  novedad ,  antes  seles  diese 


todo  favor  para  proseguir  lo  qnn  tenían  comenzailo.  Y 
al  íin  se  proveyó  que  se  disimulase  en  lo  quo  locaba  á 
los  alguaciles,  con  moderación  de  li  gente  que  hubiu 
de  andar  con  ellos. 

CAPULLO  IX. 

Cdmo  yendo  el  marqués  de  Slondéjar  ú  visitar  la  costa  de  la  mar, 
se  entendió  mas  cl.iramente  el  desasosiego  de  los  moriscos  por 
unas  cartas  que  se  tomaron  á  Uaud ,  uno  de  los  autores  del  re- 
belión, que  iba  á  procurar  favores  á  Berbería. 

Estos  dias  salió  el  marqués  de  Mondéjar  de  Granada, 
y  llevando  consigo  al  conde  de  Tendilla,  su  hijo,  fué 
á  visitar  la  costa  de  la  mar  con  la  gente  ordinaria  de 
á  caballo.  Y  andando  en  la  visita,  parece  que  los  auto- 
res del  rebelión  acordaron  que  sería  bien  que  fuese 
A'ien  Daud  á  Berbc^ria  ¡i  p-ocu-ar  algún  socorro  de  na- 
vios y  gente,  como  lo  había  ofrecitlo  muclias  vece-; ;  y 
llevamio  consigo  otro>  moriscos  del  Albaicin,  se  fué 
á  juntar  con  las  cuadrillas  de  monfís  que  andaban  en 
la  sierra  de  Bujol,  entre  Órgiba  y  el  Zucbel,  hacia  la 
mar,  para  esperar  que  pasase  por  allí  alginia  fu'-^ta 
en  que  poderse  ir;  y  como  vio  que  no  la  había,  tra- 
tó con  un  morisco  pescador,  vecino  de  Adra  la  vie- 
ja, llamado  Nobayla ,  que  le  vendiese  una  barca  que 
.tenía  en  la  playa,  con  que  pescaba,  que  era  de  Ginés 
de  la  Rambla,  armador  ;  el  cual  no  solo  se  la  ofreció, 
mas  prometió  de  irse  con  él.  En  este  tiempo  los  mo- 
riscos de  aquellas  cuadrillas  captivaron  tres  cristianos, 
y  queriéndolos  malar,  los  deíendió  Daud,  dándoles  á 
entender  que  no  se  permitía  en  la  ley  de  Alaboma 
matar  los  cristianos  rendidos ;  mas  hacíalo  porque  se 
los  diesen  para  llevarlos  á  Berbería,  y  presentarlos  á 
algún  alcaide  principal  que  le  favoreciese  en  su  nego- 
cio. Llegada  pues  la  noche  aplazada  en  que  se  habían 
de  embarcar,  Daud  y  sus  compañeros  se  fueron  á  casa 
de  Nobayla,  y  llevando  consigo  algunas  moriscas,  que 
deseaban  irá  poder  ser  moras  con  libertad,  bajaion 
al  lugar  donde  estaba  ¡a  barca,  que  era  junto  á  la  puerta 
de  Adra ,  y  echándola  con  luucho  silencio  á  la  mar,  se 
metieron  dentro  todos.  Este  morisco  dueño  de  la  barca, 
temiendo  que ,  si  el  negocio  se  descubría ,  le  habían  de 
castigar  por  ello ,  usó  de  un  trato  doble ,  cosa  muy  or- 
ditiaTia  entre  los  moros;  y  dando  aviso  al  dueño  de  la 
barca,  y  al  capitán  de  Adra,  de  como  unos  moriscos 
^ela  habían  pedido  para  irse  á  Berbería,  les  dijo  que 
les  avisaría  el  proprío  día  que  se  hubiesen  de  embarcar, 
para  que  saliesen  á ellos  y  los  prendiesen;  y  por  otra 
parte  no  fué  á  dar  aviso  el  día  cierto  de  la  partida ,  an- 
tes dijo  que  seria  un  día  señalado,  y  él  se  embarcó 
con  toda  la  gente  tres  dias  antes,  llevando  consigo  al- 
gunos monfís  y  los  tres  cristianos  captivos,  y  muchas 
moriscas  y  muchachos;  mas  no  tenía  la  barca  tan  se- 
gura como  pensaba,  porque  el  Ginés  de  la  Rambla,  sos- 
pechando la  cautela  del  morisco ,  le  había  hecho  dar  de 
parte  de  noche  unos  barrenos,  y  tapándolos  livianamen- 
te con  cera,  la  había  dejado  estar.  Por  manera  que  ha- 
biendo navegado  Daud  un  rato  en  ella ,  comenzó  á  en- 
trar el  agua  por  los  lados  y  por  los  barrenos ,  y  temien- 
do anegarse,  le  fué  forzado  volver  á  tierra  ;  y  como 
hacían  ruido  las  mujeres  y  los  niños  al  desembarcar, 
las  guardas  de  Adra,  que  estaban  sobre  aviso  ,  los  sin- 
tieron ,  y  salió  luego  la  gente,  y  prendiendo  á  un  tur- 
co y  algunas  mujeres,  dieron  libertad  á  los  tres  cris- 


REBELIÓN  Y  CASTIGO  DE  LOS  MORISCOS  DE  GRANADA. 


179 


tianns,  y  toda  la  olra  gente  se  les  embreñó  en  la  sierra. 
Yendo  pues  huyendo  los  monfis,  se  cayó  á  uno  dellos 
una  talega  de  lienzo,  en  que  llevaba  un  libro  grande 
de  letra  arábiga,  y  dentro  del  se  hallaron  una  carta  y 
una  lamentación ,  que  del  tenor  de  lo  uno  y  de  lo  otro 
pareció  ser  cosa  ordenada  por  el  mesmo  Duud,  signi- 
licando  quejas  de  los  moriscos  á  los  moros  de  África, 
para  qae  apiadándose  dellos  les  enviasen  socorro. 
Este  libro  envió  luego  el  capitán  de  Adra  al  marqués 
de  Mondéjar,  que  andaba  visitando  la  Alpujarra ,  y  jun- 
tamente con  él  los  tres  cristianos  ,  para  que  le  diesen 
razón  de  lo  que  hablan  visto;  los  cuales  le  dieron  no- 
ticia de  Daud ,  porque  le  habian  conocido  en  Granada 
siendo  geliz  de  la  seda,  y  le  dijeron  como  iban  con 
él  oíros  moriscos  del  Albaiein,  que  no  supieron  sus 
nombres;  y  que  aquel  libro  era  suyo ,  y  loia  cada  noche 
en  él ,  y  predicaba  á  los  otros  la  seta  de  Mahnma ,  y 
que  acabando  de  predicar,  llegaban  lodos  á  besar  el 
libro  y  decian  :  «  Esta  es  la  ley  de  Dios  y  en  esta  cree- 
mos, y  todo  lo  demás  es  aire.  »  Queriendo  pues  el 
Marqués  saber  lo  que  se  contcnia  en  aquel  libro  y  en 
los  papeles  sueltos  que  iban  dentro  del ,  envió  ú  Gra- 
nada por  el  licenciado  Alonso  del  Castillo  para  que  lo 
declarase,  sospechando  que  liabia  allí  alguna  cosa  por 
donde  se  entendiese  lo  que  los  moriscos  trataban.  El 
licenciado  Castillo  fué  luego  al  lugar  de  Berja ,  donde 
había  llegado  ya  el  Marqués  visilanilo,  y  tomando  el 
libro,  lo  hojeó,  y  halló  que  era  de  un  autor  árabe  lla- 
mado el  Lollor¡,que  trataba  de  la  seta  de  Mahoma  ,  y 
Iraia  muchas  autoridades  de  historias  antiguas;  y  los 
papelíjs  sueltos  que  había  dentro  eran  de  letra  del  pro- 
prio  Daud,  porque  la  conoció  luego.  En  el  uno  dellos 
se  contenia  una  carta  misiva,  que  decia  desta  manera  : 

CARTA  QUE  SE  TOMÓ  Á  DAUD  EN  LA  COSTA  DE  ADRA. 

«  Con  el  nombre  de  Dios  piadoso  y  misericordioso.  La 
Jjsanliíicacion  de  Dios  sea  sobre  el  mejor  de  sus  escogi- 
«dos,  y  después  la  salud  de  Dios  cumplida  sea  conaque- 
»Ilos  que  Dios  honró  ,  y  no  los  desamparó  el  bien ,  que 
M.^oneneste  mundo  dichosos;  estoes,  á  todos  los  prín- 
«cipes  y  allegados  señores  y  amigos  nuestros,  á  quien 
«Dios  hizo  merced  de  dar  vitoria  y  libertad  y  ensancha- 
«míento  de  reinos,  los  moradores  del  poniente  (ture 
wDios  sus  honras  y  guarde  sus  vidas),  deseamos  salud 
«los  moradores  de  la  Andalucía,  los  angustiados  de  co- 
wrazon ,  los  cercados  de  la  gen  te  infiel ,  aquellos  á  quien 
»ha  locado  el  mal  de  la  ofensión.  Y  después  desto , 
«señores  y  amigos  nuestros ,  hermanos  en  Dios,  somos 
«obligados  de  haceros  saber  nuestros  trabajos  y  nego- 
»cíos  y  lo  que  nos  ha  venido  de  la  mudanza  de  nues- 
»tra  era  y  fortuna,  que  es  parte  de  nuestro  mucho  mal : 
»por  tanto,  socorrednos  y  hacednos  limosna  ;  que  Dios 
wgualardonará  á  los  que  bien  nos  hicíéredes.  Sustenlad- 
))nos  con  vuestro  poderío  y  abundancia  de  que  á  vos- 
»otros  hizo  Dios  merced,  aunque  á  nosotros  no  seáis 
»en  cargo ;  mas  confiados  en  vuestras  personas  magní- 
«íicas  y  en  vuestra  virtud ,  porque  el  magnífico  y  vír- 
wluoso  desea  hacer  bien ,  os  encargamos  por  Dios  po- 
«deroso  que  nos  sustentéis  con  oraciones,  para  que 
))D¡os  nos  junte  con  vosotros.  Habéis  de  saber,  señores 
«nuestros ,  que  los  cristianos  nos  han  mandado  quitar 
»la  lengua  arábiga,  y  quien  pierde  la  lengua  arábiga 
«pierde  su  ley;  y  que  descubramos  las  caras  vergouzo- 


»sas;  que  no  nns  saludemos,  siimdo  la  mas  noble  vir- 
))tud  la  salutación.  Hannos  abierto  las  puertas  para  que 
«entre  nosotros  haya  mas  males  y  pecados;  hannos  acre- 
»cenlado  el  tNbuto  y  la  pena,  y  han  intentado  de  mu- 
»dar  nuestro  traje  y  qijitar  nuestras  costumbres.  Apo- 
Msénlanse  en  nuestras  casas,  descubren  nuestras  hon- 
»ras  y  vergüenzas,  y  con  seniejanle  mal  que  este  ^^e 
«debe  deshacer  todo  corazón  de  pesar  :  lodo  esto  des- 
Mpués  de  tomar  nuestras  haciendas  y  caplivar  nuestras 
«personas,  y  sacarnos  con  destierro  de  los  pueblos,  llá- 
«cennoscaer  en  grande  abatimiento  y  pérdida,  apár- 
«tannos  de  nuestros  hermanos  y  amigos,  y  somos  mez- 
«quinos  desamparados,  atenidos  á  la  misericordia  de 
«Dios,  porque  nos  han  rodeado  grandes  males  y  de- 
«sasosiegos  por  todas  partes.  Suplicamos  á  vuestra  bon- 
«dad,  de  parte  de  Dios  allísinio,  que  contempléis  nues- 
«Iros  negocios  y  los  miréis  con  ojos  de  misericordia, 
»y  os  apiadéis  de  nosotros  con  amor  de  hermanos ,  por- 
«que  todos  los  creyentes  en  Dios  son  unos.  Por  tanta, 
«haced  bien  á  vuestros  hermanos;  ensalzadnos,  en- 
«salzaros  ha  Dios;  apremiada  los  cristianos  que  allá 
«tenéis,  para  que,  avisando  á  los  suyos,  sepan  que  con 
«la  pena  que  os  fatigaren,  con  aquella  los  habéis  de 
«atormentar  ;  aunque  sobre  todo  la  paciencia  es  ma- 
«yorbien  á  losque  es|)e¡"an.  Enviad  esto  al  rey  de  le- 
«vante ,  que  es  el  que  ha  sujetado  á  los  enemigos  y  en- 
««alzado  la  ley  ,  y  no  deis  lugiir  á  que  entre  vosotros 
«haya  discordias,  porque  la  discordia  es  mayor  mal  que 
«la  muerte;  y  no  tenemos  saber  ni  poderío,  inteligeti- 
«ría  ni  fuerzas,  para  tratar  de  un  remedio  tan  grande. 
«Vivimos  de  contino  en  lomor ;  rogad  á  Dios  que  per- 
«done  al  que  esto  escribió.  Esto  es  lo  queqneremosde 
«vuestra  virtud,  que  es  escrita  en  noches  de  angustia 
«y  de  lágrimas  corrientes,  sustentadas  con  esperanza, 
«y  la  esperanza  se  deriva  de  la  amargura. « 

El  otro  papel  era  en  metros  árabes  y  parecía  ser  la- 
mentación, en  que  se  quejaban  los  moriscos  de  opre- 
siones que  los  cristianos  les  hacían ,  y  literalmente  de- 
cía desta  manera  : 

«Con  el  nombre  de  Dios  piadoso  y  misericordio'^o. 
Antes  de  hablar  y  después  de  hablar  sea  Dios  loado 
para  siempre.  Soberano  es  el  Dios  de  las  gentes,  so- 
berano es  el  mas  alto  de  los  jueces,  soberano  es  el 
L'no  sobre  toda  la  unidad ,  el  que  crió  el  libro  de  la 
sabiduría;  soberano  es  el  que  crió  los  hombres,  sobe- 
rano es  el  que  permite  las  angustias,  soberano  es  el 
que  perdona  al  que  peca  y  se  enmienda,  soberano  es 
el  Dios  de  la  alteza,  el  que  crió  las  plantas  y  la  tierra, 
y  la  fundó  y  díó  por  morada  á  los  hombres ;  soberano 
es  el  Dios  que  es  uno  ,  soberano  el  que  es  sin  compo- 
sición, soberano  es  el  que  sustenta  las  gentes  con  agua 
y  mantenimientos ,  soberano  el  que  guarda  ,  soberano 
el  alto  Rey,  soberano  el  que  no  tuvo  principio,  sobe- 
rano el  Dios  del  alto  trono,  soberano  el  que  liace  lo 
que  quiere  y  permite  con  su  providencia,  soberano  el 
que  crió  las  nubes,  soberano  el  que  impuso  la  escri- 
tura, soberano  el  que  crió  á  Adán  y  le  díó  salvación, 
y  soberano  el  que  tiene  la  grandeza  y  crió  las  gentes 
y  á  los  santos ,  y  escogió  dellos  los  profetas,  y  con  el 
mas  alto  dellos  concluyó.  Después  de  magnificar  á 
Dios,  que  está  solo  en  su  cielo,  la  santificación  sea 
con  su  escogido  y  con  sus  discípulos  honrados.  Co- 
mienzo á  contar  una  liístoria  de  lo  que  pasa  en  la  An- 


im 


LUIS  DEL  MARMOL  CARVAJAL. 


(lalucía,  que  el  enemigo  ha  sujetado ,  según  veréis  por 
escrito.  El  Andalucía  es  cosa  notoria  ser  nombrada 
en  todo  el  mundo ,  y  el  dia  de  hoy  está  cercada  y  ro- 
deada de  herejes ,  que  por  todas  partes  lá  han  cerca- 
do :  estamos  entre  ellos  avasallados  como  ovejas  per- 
didas ó  como  caballero  con  caballo  sin  freno ;  han- 
nos  atormentado  con  la  crueldad;  enséñannos  enga- 
ños y  sutilezas,  hasta  que  hombre  querría  morir  con 
la  pena  que  siente.  Han  puesto  sobre  nosotros  á  los 
judíos,  que  no  tienen  fe  ni  palabra;  cada  dia  nos  bus- 
can nuevas  astucias ,  mentiras,  engaños,  menospre- 
cios, abatimientos  y  venganzas.  Metieron  á  nuestras 
gentes  en  su  ley ,  y  hiciéronles  adorar  con  ellos  las 
figuras,  apremiándolos á  ello,  sin  osar  nadie  hablar. 
¡  Oh  cuántas  personas  están  afligidas  entre  los  des- 
creídos !  Llámannos  con  campana  para  adorar  la  fi- 
gura ;  mandan  al  hombre  que  vaya  presto  á  su  ley  re- 
voltosa; y  desque  se  han  juntado  en  la  iglesia,  se  le- 
vanta un  predicador  con  voz  de  cárabo  y  nombra  el 
vino  y  el  tocino ,  y  la  misa  se  hace  con  vino.  Y  si  le  oís 
humillarse  diciendo :  «Esta  es  la  buena  ley,»  veréis  des- 
pués que  el  abad  mas  santo  dellos  no  sabe  qué  cosa  es 
lo  lícito  ni  lo  ilícito.  Acabando  de  predicar  se  salen ,  y 
hacen  todos  la  reverencia  á  quien  adoran ,  yéndose 
tras  del  sin  temor  ni  vergüenza.  El  abad  se  sube  so- 
bre el  altar  y  alza  una  torta  de  pan  que  la  vean  todos, 
y  oiréis  los  golpes  en  los  pechos  y  tañer  la  campana 
del  fenecimiento.  Tienen  misa  cantada  y  otra  rezada, 
y  las  dos  son  como  el  rocío  en  la  niebla  :  el  que  allí  se 
hallare,  veráse  nombrar  en  un  papel,  que  no  queda 
chico  ni  grande  que  no  le  llamen.  Pasados  cuatro 
meses ,  va  el  enemigo  del  abad  á  pedir  las  aibalas  en 
las  casas  de  la  sospecha ,  andando  de  puerta  en  puer- 
ta con  tinta,  papel  y  pluma  ,  y  al  que  le  faltare  la  cé- 
dula, ha  de  pagar  un  cuartillo  de  plata  por  ella.  To- 
maron los  enemigos  un  consejo ,  que  paguen  los  vivos 
y  los  muertos.  ¡  Dios  sea  con  el  que  no  tiene  que  pa- 
gar! ¡Oh  qué  llevará  de  saetadas!  Zanjaron  la  ley  sin 
cimientos ,  y  adoran  las  imagines  estando  asentados. 
Ayunan  mes  y  medio ,  y  su  ayuno  es  como  el  de  las 
vacas,  que  comen  á  mediodía.  Hablemos  del  abad 
del  confesar,  y  después  del  abad  del  comulgar;  con 
esto  se  cumple  la  ley  del  infiel ,  y  es  cosa  necesaria 
que  se  haga,  porque  hay  entre  ellos  jueces  crueles  que 
toman  las  haciendas  de  los  moros ,  y  los  trasquilan 
como  trasquiladores  que  trasquilan  el  ganado.  Y  hay 
otros  entre  ellos,  examinados ,  que  deshacen  todas  las 
leyes ,  y  un  Horozco  y  otro  Albotodo.  ¡  Oh  cuánto  cor- 
ren y  trabajan  con  acuerdo  de  acechar  las  gentes  en 
todo  encuentro  y  lugar !  Y  cualquiera  que  alaba  á  Dios 
por  su  lengua  no  puede  escaparse  de  ser  perdido,  y 
al  que  hallan  una  ocasión,  envían  tras  del  un  adalid, 
que,  aunque  esté  á  mil  leguas,  lo  halla,  y  preso,  le 
echan  en  la  cárcel  grande  ,  y  de  dia  y  de  noche  le 
atemorizan  dícíéndole  :  Acordaos.  Queda  el  mez- 
quino pensando  con  sus  lágrimas  de  hilo  en  hilo  en 
dícíéndole  acordaos,  y  no  tiene  otro  sustento  mayor 


que  la  paciencia;  mótenle  en  un  espantoso  palacio, y 
allí  está  mucho  tiempo,  y  le  abren  mil  piélagos,  de 
los  cuales  ningún  buen  nadador  puede  salir,  porque 
es  mar  que  no  se  pasa.  Desde  allí  lo  llevan  al  aposen- 
to del  tormento,  y  le  atan  para  dárselo,  y  se  lo  dan 
hasta  que  le  quiebran  los  huesos.  Después  desto,  es- 
tán de  concierto  en  la  plaza  del  Hatabin,  y  hacen  allí 
un  tablado,  que  lo  semejan  al  dia  del  juicio,  y  el  que 
dellos  se  libra,  aquel  dia  le  visten  una  ropa  amarilla, 
y  álos  demás  los  llevan  al  fuego  con  estatuas  y  figuras 
espantosas.  Este  enemigo  nos  ha  angustiado  en  gran 
manera  por  todas  partes ,  y  nos  ha  rodeado  como 
fuego;  estamos  en  una  opresión  que  no  se  puede  su- 
frir. La  fiesta  y  el  domingo  guardamos,  el  víérnesyel 
sábado  ayunamos,  y  con  todo  aun  no  los  aseguramos. 
E^ta  maldad  ha  crecido  cerca  de  sus  alcaides  y  go- 
bernadores ,  y  á  cada  uno  le  pareció  que  se  haga  la  ley 
una;  y  añadieron  en  ella,  y  colgaron  una  espada  cor- 
tadora ,  y  nos  notificaron  unos  escritos  el  día  de  año 
nuevo  en  la  plaza  de  BibelBonut,  los  cuales  desper- 
taron á  los  que  dormían  y  se  levantaron  del  sueño  en 
un  punto,  porque  mandaron  que  toda  puerta  se  abrie- 
se. Vedaron  los  vestidos  y  baños  y  los  alárabes  en  la 
tierra.  Este  enemigo  ha  consentido  esto  ,  y  nos  ha 
puesto  en  manos  de  los  judíos ,  para  que  hagan  de 
nosotros  lo  que  quisieren,  sin  que  dello  tengan  culpa. 
Los  clérigos  y  frailes  fueron  todos  contentos  en  que  la 
ley  fuese  toda  una  y  que  nos  pusiesen  debajo  de  los 
pies.  Esto  es  lo  que  ha  cabido  á  nuestra  nación  ,  como 
sí  le  diesen  por  honra  toda  la  infidelidad.  Está  sañudo 
sobre  nosotros ,  háse  embravecido  como  dragón  ,,y  es- 
tamos todos  en  sus  manos  como  la  tórtola  en  manos 
del  gavilán.  Y  como  todas  estas  cosas  se  hayan  per- 
mitido, habiéndonos  determinado  con  estos  males, 
volvimos  á  buscar  en  los  pronósticos  y  juicios,  para 
ver  si  hallaríamos  en  las  letras  descanso ;  y  las  perso- 
nas de  discreción  que  se  han  dado  á  buscar  los  ori- 
gínales nos  dicen  que  con  el  ayuno  esperemos  reme- 
diarnos ;  que  afligiéndonos  ,  con  la  tardanza  habrán 
encanecido  los  mancebos  antes  de  tiempo ;  mas  que 
después  deste  peligro ,  de  necesidad  nos  han  de  dar  el 
parabién  y  Dios  se  apiadará  de  nosotros.  Esto  es  lo 
que  tengo  que  decir;  y  aunque  toda  la  vida  contase 
el  mal ,  no  podría  acabar.  Por  tanto  en  vuestra  vir- 
tud, señores,  no  tachéis  mi  orar,  porque  hasta  aquí 
es  lo  que  alcanzan  mis  fuerzas;  desechad  de  mí  toda 
calumnia,  y  el  que  endechare  estos  versos,  ruegue  á 
Dios  que  me  ponga  en  el  paraíso  de  su  holganza.» 
Por  estos  papeles  se  entendió  ser  verdad  lo  que  se  de- 
cía del  alzamiento  de  los  moriscos,  y  el  Marqués  envió 
los  originales  y  un  traslado  romanzado  á  su  niajestad; 
y  habiendo  estado  algunos  días  en  el  lugar  de  Berja,  fué 
á  visitar  á  Adra,  y  de  allí  á  la  ciudad  de  Almería ,  don- 
de estuvo  mes  y  medio,  sin  que  se  le  ordenase  cosa  de 
nuevo,  y  de  allí  volvió .á  la  ciudad  de  Granada,  dejan- 
do todas  las  plazas  de  la  costa  visitadas  y  proveídas  lo 
mejcñr  que  pudo. 


REBELIÓN  Y  CASTIGO  DE  LOS  MORISCOS  DE  GRANADA. 


181 


LIBRO  CUARTO. 


CAPITULO  PRIMERO. 

Cómo  los  moriscos  del  Albaicin  que  trataban  del  negocio  de 
rebelión  se  resolvieron  en  que  se  luciese,  y  la  orden  que 
dieron  en  ello. 

El  recaudo  que  siempre  hubo  en  la  ciudad  de  Granada 
fué  causa  que  los  moriscos  del  Albaicin  diesen  alguna 
aparencia  de  quietud,  aunque  no  la  teuian  en  sus  áni- 
mos. Disimulando  pues  con  humildad,  estuvieron  algu- 
nos meses ,  después  de  la  venida  del  marqués  de  Mon- 
déjar  y  de  la  ida  de  don  Alonso  de  Granada  Venegas  á 
la  corte,  tan  sosegados,  que  daban  á  entender  estar  ya 
llanos  en  el  cumplimiento  de  la  premática ,  y  ansí  lo 
escribió  el  Presidente  á  su  majestad  y  á  los  de  su  con- 
sejo. Mas  como  después  vieron  que  se  les  acercaba  el 
término  de  los  vestidos,  y  que  no  se  trataba  de  suspen- 
der la  premitica  con  alguna  prorogacion  de  tiempo, 
ciegos  de  pura  congoja  y  faltos  de  consideración  y  de 
consejo,  haciendo  fucia  en  sus  fuerzas,  que  si  bien  eran 
sospechosas  para  encubiertas,  no  dejaban  de  ser  flacas 
para  puestas  en  ejecución,  acordaron  determinada- 
mente que  se  hiciese  rebelión  y  alzamiento  general ,  y 
que  comenzase  por  la  cabeza  del  reino ,  que  era  el  Al- 
baicin. Juntándose  pues  algunos  dellos  en  casa  de  un 
morisco  cerero,  llamado  el  Adelet,  tomaron  resolución 
en  que  fuese  el  dia  de  año  nuevo  en  la  noche ,  porque 
demás  de  que  los  pronósticos  les  hacian  cierto  que  el 
proprio  dia  que  los  cristianos  hablan  ganado  á  Grana- 
da se  la  hablan  de  tornar  á  ganar  los  moros ,  quisieron 
desmentir  las  espías  y  asegurar  nuestra  gente ,  si  por 
caso  se  hubiese  descubierto  ó  descubriese  un  concierto 
que  tenían  para  la  noche  de  Navidad.  Y  ansí,  advirtie- 
ron que  no  se  diese  parte  de  la  última  determinación  á 
los  de  la  Alpujarra  hasta  el  dia  en  que  se  hubiese  de 
hacer  el  efeto,  porque  temieron  que ,  como  gente  rús- 
tica, no  guardarían  secreto,  y  tenían  bien  conocido  de- 
llos que  en  sabiendo  que  el  Albaicin  se  alzaba,  se  alza- 
rían luego  todos.  La  orden  que  dieron  en  su  maldad 
fué  esta  :  que  en  las  alearías  de  la  Vega  y  lugares  del 
valle  de  Lecrin  y  partido  de  órgiba  se  empadronasen 
ocho  mil  hombres  tales,  de  quien  se  pudiese  fiar  el  se- 
creto ,  y  que  estos  estuviesen  á  punto  para ,  en  viendo 
una  señal  que  se  les  baria  desde  el  Albaicin ,  acudir  á 
la  ciudad  por  la  parte  de  la  Vega  con  bonetes  y  tocas 
turquescas  en  las  cabezas ,  porque  pareciesen  turcos  ó 
gente  berberisca  que  les  venia  de  socorro.  Que  para 
que  se  hiciese  el  padrón  con  mas  secreto ,  fuesen  dos 
oficiales  por  las  alearías  y  lugares,  so  color  de  adobar  y 
vender  albardas,  y  se  informasen  de  pueblo  en  pueblo 
délas  personas á quien  se  podrían  descubrir,  y  aque- 
llos empadronasen,  encargándoles  secreto;  que  de  los 
lugares  de  la  sierra  se  juntarían  dos  mil  hombres  en  un 
cañaveral  que  estaba  junto  al  lugar  de  Cenes ,  en  la  ri- 
bera de  Genil,  para  que  con  ellos  el  Partal  de  Narila, 
famoso  monfí ,  y  el  Nacoz  de  Nigüéles,  y  otros  que  es- 
taban ya  hablados,  acudiesen  á  la  fortaleza  del  Alham- 
bra ,  y  la  escalasen  de  noche  por  la  parte  que  responde 
á  Ginalarífe.  Y  para  esto  se  encargó  un  morisco  alba- 


ñir,  que  labraba  en  la  obra  de  la  casa  real,  llamado  Ma- 
se Francisco  Abenedem ,  que  daría  el  altor  de  los  mu- 
ros y  torres  para  que  las  escalas  se  hiciesen  á  medida, 
y  se  hicieron  diez  y  siete  escalas  en  los  lugares  de  Güé- 
jar  y  Quéniar  con  mucho  secreto  ;  las  cuales  vimos 
después  en  Granada,  y  eran  de  maromas  de  esparto 
con  unos  palos  atravesados,  tan  anchos  los  escalones, 
que  podían  subir  tres  hombres  á  la  par  por  cada  uno 
dellos.  Que  los  mancebos  y  gandules  del  Albaicin  acu- 
dirían luego  con  sus  capitanes  en  esta  manera  : 

Miguel  Acís,  con  la  gente  de  las  parroquias  de  San 
Gregorio,  San  Cristóbal  y  San  Nicolás,  á  la  puerta  de 
Frex  el  Leuz,  que  cae  en  lo  mas  alto  del  Albaicin  á  la 
parte  del  cierzo,  con  una  bandera  ó  estandarte  de  da- 
masco carmesí  con  lunas  de  plata  y  fluecos  de  oro,  que 
tenia  hecha  en  su  casa  y  guardada  para  aquel  efeto; 
Diego  Nígueli  el  mozo,  con  la  gente  de  San  Salvador, 
Santa  Isabel  de  los  Abades  y  San  Luís ,  y  una  bandera 
de  tafetán  amarillo,  á  la  plaza  Bib  el  Bonut;  y  Miguel 
Mozagaz,  con  la  gente  de  San  Miguel ,  San  Juan  de  los 
Reyes,  y  San  Pedro  y  San  Pablo,  y  una  banderado  da- 
masco turquesado,  á  la  puerta  de  Guadix,  Que  lo  pri- 
mero que  se  hiciese  fuese  matar  los  cristianos  del  Al- 
baicin que  moraban  entre  ellos,  y  dejando  cada  uno 
una  parte  de  la  gente  de  cuerpo  de  guardia  en  los  lu- 
gares dichos,  acometiesen  la  ciudad  por  tres  partes, y 
aun  mesmo  tiempo  la  fortaleza  de  la  Alhambra.  Que 
los  de  Frex  el  Leuz  bajasen  por  un  camino  que  va  por 
fuera  de  la  muralla  á  dar  al  hospital  Real,  y  ocupando 
la  puerta  Elvira,  entrasen  por  la  calle  adelante,  matan- 
do los  que  saliesen  al  rebato;  y  llegando  ú  las  casas  y 
cárcel  del  Santo  Oficio,  soltasen  los  moriscos  presos, 
y  hiciesen  todo  el  daño  que  pudiesen  en  los  cristianos. 
Que  los  de  la  plaza  de  Bib  el  Bonut,  bajando  por  las  ca- 
lles de  la  Alcazaba,  fuesen  á  dar  á  la  calle  de  la  Calde- 
rería y  á  la  cárcel  de  la  ciudad,  y  quebrantándola,  pu- 
siesen en  libertad  á  los  moriscos,  y  pasasen  á  las  ca- 
sas del  Arzobispo  y  procurasen  prenderle  ó  matarle. 
Que  los  de  la  puerta  Guadix  entrasen  por  la  calle  del 
rio  Darro  abajo  á  dar  á  las  casas  de  la  Audiencia  real,  y 
procurando  matar  ó  prender  al  Presidente,  soltasen 
los  presos  moriscos  que  estaban  en  la  cárcel  de  cban- 
cíllería,  y  se  fuesen  á  juntar  todos  en  la  plaza  de  Bi bar- 
rambla,  donde  también  acudirían  los  ocho  mil  hombres 
de  la  Vega  y  valle  de  Lecrin,  y  de  allí  á  la  parte  donde 
hubiese  mayor  necesidad,  poniendo  la  ciudad  á  fuego 
y  á  sangre.  Y  que  puestos  todos  apunto,  sedaría  aviso 
á  la  Alpujarra  para  que  hiciesen  allá  otro  tanto.  Este 
fué  el  concierto  que  Farax  Aben  Farax,  y  Tagari,  y  Mo- 
farrix,  y  Alatar,  y  Salas ,  y  sus  compañeros  hicieron, 
según  pareció  por  confesiones  de  algunos  que  fueron 
presos,  que  nos  fueron  mostradas  en  Granada,  y  de 
otros  de  los  que  se  hallaron  presentes ;  y  fuera  dañosí- 
simo para  el  pueblo  cristiano  si  lo  pusieran  en  ejecu- 
ción; mas  fué  Dios  servido  que  habiendo  los  albarde  - 
ros  empadronado  ya  los  ocho  mil  hombres  antes  de 
llegar  á  Lanjaron,  y  estando  los  demás  todos  aperce- 


i-sa 


LUIS  DEL  MARMOL  CARVAJAL. 


bidos.v  &  punto  pnra  acnrlirá  Ins  pnrtfisqne  lesliabian 
sido  senuladus,  los  iiionlís  de  la  Alpujarra  se  anticipa- 
ron por  cudicia  de  matar  unos  cristianos  que  iban  de 
rjíjarde  Albacete  á  Granada,  y  otros  que  pasaban  de 
Granada  &  Adra,  y  desbarataron  su  negocio.  Y  porque 
se  entienda  cuan  prevenidos  y  avisados  estal)an  para  el 
efeto,  ponerlos  aqui  dos  cartas  traducidas  de  arábigo, 
de  las  que  Aben  Farax  y  Daud  escribieron  á  los  moris- 
cos de  los  lugares  con  quien  se  entendían,  y  ú  los  cau- 
dillos de  los  monfís,  sobre  este  negocio. 

CARTA  DE  FARAX  ABEN  FARAX  Á  LOS  LUGARES, 
SOBRE  EL  REBELIÓN. 

«Con  el  nombre  de  Dios  piadoso  y  misericordioso. 
»Santiíicó  Dios  á  nuestro  profeta  Malioma,  y  á  su  geu- 
))te,  familia  y  aliados  salvó  salvación  gloriosa.  Herma- 
»nos  nuestros  y  amigos,  viejos,  ancianos,  caudillos,  al- 
Mguaciles,  regidores  y  otros  nuestros  liermanos,  y  á  to- 
»do  el  común  de  los  moros :  ya  sabéis  por  nuestros  pru- 
Mnósticos  y  juicios  lo  que  Dios  nos  ba  prometido ;  la 
»bora  de  nuestra  conquista  es  llegada  para  ensalzar  en 
«libertad  la  ley  de  la  unidad  de  Dios,  y  destruir  ladei 
Macompañamiento  de  los  dioses.  Estad  unánimes  y 
wconformes  para  lodo  lo  que  os  dijere  é  informare  de 
»nuestra  parte  nuestro  procurador  Mabomad  Aben  Mo- 
»zud,  que  tiene  nuestro  poder  y  cargo  para  esto.  Y  lo 
«que  él  os  dijere  baced  cuenta  que  nos  lo  decimos, 
«porque  con  el  ayuda  y  favor  de  Dios  estéis  todos  pre- 
«venidos  y  á  punto  de  guerra  para  venir  á  Granada  á 
«dar  en  estos  dcscreidus  el  dia  señalado.  Los  que  no 
«estuvieren  aperccbidos  ,  baced  que  se  aperciban,  y  á 
«los  que  no  lo  supieren ,  avisadlos  dello,  que  para  este 
«efeto  están  ya  prevenidos  todos  desde  el  lugar  de  la 
«Jauría  y  del  Gatucin ,  basta  Canjáyar  de  la  Jarquía. 
«La  salud  de  Dios  sea  con  vosotros. — Farax  Aben  Fa- 
nrax,  gobernador  de  los  moros,  siervo  de  Dios  allí- 
«simo.» 

CARTA  DE  DAUDÁ  CIERTOS  CAPITANES  DÉLOS  MONFÍS. 

«Con  el  nombre  de  Dios  piadoso  y  misericordioso. 
«La  salud  de  Dios  buena,  comprebendiente,  deseo  á 
«aquel  que  el  soberano  bonró,  é  no  le  desaniparó  el  bien, 
«que  es  mi  señor  Cacim  Abenzuda  y  sus  compañeros, 
»y  á  mi  señor  el  Zcyd,  y  á  todos  los  amigos  juntamen- 
«fe  deseo  salud  :  vuestro  amigo  el  que  loa  vuestras  vir- 
«tudes,  el  que  tiene  gran  deseo  de  veros,  el  que  ruegíi 
ȇ  Dios  por  el  buen  suceso  de  vuestros  negocios,  Ma- 
«liaiiiPte,  liijodeMaliamete  Aben  Daud,  vuestro berma- 
«iKt  en  Dios.  Hágoos  saber,  bermanos  mios,  que  estoy 
«bueno,  loado  sea  Dios  por  ello,  y  tengo  puesto  mi 
«cuidado  con  vosotros  muy  muclio.  Súbelo  Dios  que 
«me  ba  pesado  de  vuestro  trabajo;  el  parabién  os  doy 
«del  buen  suceso  y  salvamento.  Roguenios  á  Dios  por 
«su  amparo  en  lo  que  queda.  Hágoos  saber,  bermanos 
«mios,  que  los  granadinos  me  enviaron  á  buscar  des- 
«pués  que  de  vosotros  me  parti,  y  no  supieron  dónde 
«estaba, y  esla  nueva  tuve  en  el  Rubite;  masnoalcan- 
«cé  d(!  quién  era  la  mensaje/ ía ,  basta  que  lo  vine  á  sa- 
«l.er  de  unos  de  Lanjaron,  que  me  dijeron  como  losde 
«Granada  andaban  resucitando  el  movimiento  en  que 
«entendían  por  el  mesde  abril ;  y  como  supe  esto,  bable 
«con  mí  señor  Hamete,  y  me  aconsejó  que  subiese  á 
«Granada,  y  que  supiese  lu  certidumbre  deste  negocio, 


))y  que  le  avisase  dello.  Yo  subí  al  Albaícin,  y  bailé  el 
"movimiento  muy  grande ,  y  la  gente  determinada  á  lo 
))que  se  debía  determinar.  Entonces  me  junté  con  las 
"Cabezas  que  entienden  en  este  negocio ,  y  me  dijeron 
»que  enviase  á  la  gente  que  estaba  en  las  sierras ,  y  les 
"luciese  saber  esta  nueva ,  para  que  elJos  la  publicasen 
»de  unos  en  otros,  y  que  se  juntasen;  porque  juntos 
"Consultaríamos  y  veríamos  lo  que  se  babia  de  liacor. 
"Enestoquedamosyenviamosá  los  de  las  alearías ,  y  les 
«bicimos  saber  la  nueva  ;  y  todos  dijeron  :  Querria- 
«mos  que  este  negocio  fuese  boy  antes  que  mañana, 
«porque  mas  queremos  morir ,  y  nos  es  mas  fácil ,  (>ue 
"vivir  en  este  trabajo  en  que  estamos ;  y  lo  mesmo 
«dijeron  las  gentes  de  la  Garbia  y  de  la  Jarquía,  di- 
"ciendo  :  Veisnos  aquí  muy  prestos  con  nuestras  per- 
"sonas  y  bienes.  Y  como  contase  esto  á  los  granadinos, 
"acordaron  de  enviar  por  todo  el  reino,  avisándoles  que 
"apercibiesen  la  gente,  y  se  aparejasen  lo  mejor  que 
"pudiesen.  A  esta  sazón  acordamos  de  enviará  los  mon- 
"hs ,  adonde  quiera  que  estuviesen ,  para  que  se  junta- 
"sen  y  avisasen  unos  á  otros  para  el  dia  que  fuese 
"menester.  Este  dia  están  aguardando  todos,  cbicos  y 
"grandes,  y  esto  es  necesario  que  se  baga,  siendo  Dios 
"servido,  ob amigos  mios.  En  recibiendo  mi  carta,  aper- 
"cebíos  á  la  obra  como  bombres ,  porque  mejor  os  será 
"defender  vuestros  bijos  y  bermanos,  y  alzar  el  yugo 
">le  servidumbre  de  nuestro  reino,  y  conquistar  al  ene- 
"migo,  y  morir  en  servicio  de  Dios,  que  pasaros  á  Ber- 
>d)eria  para  dejar  desamparados  á  vuestros  bermanos 
"los  moros ;  porque  el  que  esto  luciere  de  vosotros  y 
«muriere,  morirá  sin  premio  ;  el  que  viviere ,  y  matare 
"alguno  de  los  moros,  será  juzgado  ante  las  manos 
"de  Dios  el  dia  del  juicio  ;  el  que  muriere  peleandocon 
"los herejes,  morirá  mártir;  y  el  que  viviere,  vivirá 
"bonrado ;  y  las  razones  acerca  deslo  se  podrian  alar- 
"gar;  por  tanto  acortemos  esta  razón.  Esto  es,  ber- 
«manos  mios,  lo  cierto  que  os  hacemos  saber;  por  tanto 
"aparejaos,  y  enviad  á  nuestro  caudillo  Hamete  á  ba- 
"cerle  saber  esta  nueva,  y  él  os  avisará  aquello  que  se 
"ileba  hacer;  porque  nosotros  enviamos  un  hombre  con 
"la  nueva,  y  no  hemos  sabido  mas  lo  que  hizo.  Enviada 
"la gente  y  avisadlos  donde  quiera  que  estén,  y  avisé- 
»monos  de  contino,  porque  siempre  sepamos  unos  de 
ootrospara  lo  que  se  ofreciere.  Y  por  amor  de  Dios 
"OS encargo  el  secreto  que  pudiéredes,  mientras  Dios 
"aliísimo  nos  provee  de  su  libertad,  la  cual  será  muy 
"propincua  mediante  él.  La  gracia  y  bendicionde  Dios 
"sea  con  vosotros, que  es  escrita  en  23  de  otubre.  Y 
"la  íirma  decía  -.Mahameie,  hijo  deMahumete  Abeil 
«Daud,  siervo  de  Dios.» 

CAPITULO  IL 

Cómo  se  liicieron  nuevos  apercebimiontos  en  Granada 
con  sospecha  del  rebelión. 

Todo  esto  que  los  moriscos  hacían  en  su  secreto  era 
de  manera  que  causaba  una  sospecha  y  confusión  muy 
grande  en  Granada  y  en  todo  el  reino.  Veíase  que  los 
monfís  andaban  cada  dia  mas  desvergonzados,  despre- 
ciando y  teniendo  en  poco  á  las  justicias ;  que  los  moris- 
cos mancebos,  á  quien  no  cabía  en  el  pecho  lo  que  estaba 
concertado,  publicaban  que  antes  que  se  cumpliese  el 
término  de  la  premálica  habría  mundo  nuevo.  La  ciu- 
dad estaba  llena  de  moriscos  forasteros,  que  so  color 


REBELIÓN  Y  CASTIGO  DE  LOS  MORISCOS  DE  GRANADA. 


Kf 
^a 


de  vender  su  -seda  y  compnir  sayas  y  mantos  para  sus 
mujeres,  liabian  acudido  de  muchas  partes  del  reino  á 
saber  lo  que  se  trataba  y  cuáudo  liabia  de  ser  el  levan- 
nn'ento.  Tenia  el  marqués  de  Mondéjar  avisos  del  de- 
asosiego  que  Iraian ;  publicábase  entre  el  vulgo  que  la 
noche  de  Navidad  habían  de  entrar  á  levantar  el  Albai- 
cin  seis  mil  turcos,  y  aunque  estas  parecían  ser  cosas  á 
que  se  debia  dar  poco  crédito,  traían  alguna  aparencia. 
Entendióse  después  que  ellos  habían  echado  aquella  fa- 
ma, para  que  cuando  acudiesen  los  ocho  mil  hombres 
que  estaban  empadronados  en  el  Valle  y  Vega,  entendie- 
sen que  eran  turcos,  y  no  quedase  morisco  en  todo  el 
reino  que  no  se  aJzase.  Con  todo  esto  no  acababan  de 
persuadirse  los  ministros  de  su  majestad  á  que  fuese 
rebelión  general,  sino  que  algunos  perdidos  andaban 
inquietando  y  alborotando  la  tierra,  y  que  estos  n5  po- 
drían permanecer  muchos  días ,  no  siendo  todos  en  la 
conjuración ;  y  era  ansí  que  los  hombres  ricos  y  que  vi- 
vían descansadamente,  creyendo  que  sola  la  sospecha 
del  rebelión  seria  parle  para  que  los  del  Consejo  hicie- 
sen con  su  majestad  que  mandase  suspenderla  premá- 
tica,  holgaban  que  se  alborotase  la  gente ;  mas  no  que- 
rían que  se  entendiese  ser  ellos  los  autores ;  y  por  otra 
parle,  los  ofendidos  de  las  justicias  y  de  la  gente  de  guer- 
ra, y  con  ellos  los  pobres  y  escandalosos ,  queriendo 
venganza  y  enriquecer  con  haciendas  ajenas,  avivaban 
la  voz  de  la  libertad  y  encendían  el  fuego  de  la  sedición. 
Hubo  algunos  de  los  autores  que  se  arrepintieron  en  el 
punto,  considerando  el  poco  fundamento  con  que  se 
movian,  y  avisaron  dello,  aunque  por  indirectas  y  no  sin 
falta  de  malicia,  á  los  ministros.  Cno  destos  fué  aquel 
Mase  Francisco  Abenedem  que  dijimos ,  el  cual  se  fué 
al  padre  Albotodo  el  jueves  23  días  del  mes  de  diciem- 
bre, y  como  en  confesión,  le  dijo  que  había  entendido 
de  unos  moriscos  gandules  que  pasaban  por  delante  la 
puerta  de  su  casa ,  como  se  quería  levantar  el  reino  la 
noche  de  Navidad,  por  razón  de  la  premática;  mas  no  le 
declaró  otra  cosa  en  particular.  Con  este  aviso  se  fué 
luego  Albotodo  al  maestro  Plaza,  su  retor,  y  dándole 
cuenta  de  lo  que  el  morisco  le  había  dicho,  se  fueron 
juntos  al  Arzobispo,  y  con  su  licencia  lo  dijeron  al  Pre- 
sidente y  al  marqués  de  Mondéjar  y  al  Corregidor;  los 
cuales  no  quisieron  que  se  publícase,  porque  la  ciudad 
no  se  alborotase,  y  solamente  mandaron  reforzar  las 
guardias  y  doblar  las  centinelas  y  rondas,  tanto  para  se- 
guridad de  los  cristianos  como  délos  moriscos.  El  mar- 
qués de  Mondéjar  puso  buen  recaudo  en  la  fortaleza  de 
la  Alhambra,  y  el  Corregidor,  acompañado  con  mucho 
número  de  gente  armada,  rondó  aquella  noche  y  la  si- 
guiente las  calles  y  plazas  del  Albaiciu  y  de  la  Alcazaba. 

CAPITULO  III. 

Cdrao  los  caudillos  de  los  monfís  comenzaron  el  rebelión  en  la  Al- 
pujarra  por  cudícia  de  matar  unos  cristianos  en  la  taa  du  fo- 
qocira  y  en  Cádiar. 

Teniendo  pues  Farax  Abenfarax  apercebidos  todos 
sus  amigos  y  conocidos  en  los  lugares  de  moriscos,  con 
cartas  y  personas  de  quien  podía  liar  el  secreto,  y  viendo 
que  se  acercaba  el  día  señalado,  envió  al  Partal  de  Na- 
rila  á  que  juntase  las  cuudríllas  de  los  monl'ís,  y  las  tra- 
jesen á  las  taas  de  Poqueira  y  Ferreira  y  Órgiba,  para 
que  alzasen  aquellos  pueblos  en  sabiendo  que  los  del 
Valle  y  de  la  Vega  iban  la  vuelta  de  Granada,  y  alravc- 


sanda  luego  la  Sierra  Nevada,  ncudie'en  íi  favorecer  la 
ciudad.  Este  Partol  liabía  eslado  preso  en  el  santo  oii- 
cío  de  la  Inquisición,  donde  se  le  había  mandado  que  no 
saliese  de  Granada ;  el  cual,  so  color  do  que  padecía  ne- 
cesidad, habia  pedido  licencia  íí  los  inquisidores  para 
ir  á  vender  su  hacienda  á  la  Alpujarra ,  y  con  esia  oca- 
sión se  había  pasado  á  Berbería,  y  después  volvió  á  es- 
tas partes  á  dar  calor  al  rebelión,  ofreciéndose  de  traer 
grandes  socorros  de  África,  exagerando  el  poder  de 
aquellos  infieles;  y  mientras  esto  se  trataba,  estuvo  es- 
condido algunos  dias  en  su  casa,  y  no  veía  la  hora  de 
comenzar  su  maldad,  como  la  comenzó  antes  de  tiempo, 
por  lo  que  agora  diremos. 

Acostumbraban  cada  año  los  alguaciles  y  escribanos 
de  la  audiencia  de  Ujíjar  de  Albacete ,  que'los  mas  de- 
llos  estaban  casados  en  Granada,  ir  á  tener  las  pascuas 
y  las  vacaciones  con  sus  mujeres,  y  siempre  llevaban 
de  camino,  de  las  alearías  por  donde  pasaban,  gallinas, 
pollos,  miel,  fruta  y  dineros,  que  sacaban  á  los  moris- 
cos como  mejoi^üdian.  Y  como  saliesen  el  martes  22 
días  del  mes  de  diciembre  Juan  Duarte  y  Pedro  de  Me- 
dina, y  otros  cinco  escríbanos  y  alguaciles  de  Ujijar 
con  un  morisco  por  guia ,  y  fuesen  por  los  lugares  ha- 
ciendo desórdenes  con  la  mesma  libertad  que  sí  la  tie'na 
estuviera  muy  pacífica ,  llevándose  las  bestias  de  guia, 
unos  moriscos  cuyas  eran,  creyendo  no  las  poder  co- 
brar mas,  por  razón  del  levantamiento  que  aguardaban, 
acudieron  á  los  monfís,  y  rogaron  al  Partal  y  al  Seniz 
de  Bérchul  que  saliesen  á  ellos  con  las  cuadrillas  y  se 
las  quitasen ;  los  cuales  no  fueron  nada  perezosos ,  y  el 
jueves  en  la  tarde,  23  días  del  dicho  mes,  llegando  los 
cristianos  á  una  viña  del  término  de  Poqueira,  salieron 
á  cortarles  el  camino  y  las  vidas  juntamente,  sin  consi- 
derar el  inconvinientequede  aquel  hecho  se  podría  se- 
guir á  su  negocio;  y  matando  los  seis  dellos,  huyeron 
Pedro  de  Medina  y  el  morisco,' y  fueron  á  dar  rebato  á 
Albacete  de  Órgiba;  y  demás  destos,  á  la  vuelta  toparon 
con  cinco  escuderos  de  Motril,  que  también  habían  ve- 
nido á  llevar  regalos  para  la  Pascua ,  y  los  mataron ,  y 
les  tomaron  los  caballos.  El  mesmo  día  entraron  en  la 
taa  de  Ferreira  Diego  de  Herrera,  capitán  de  la  gente 
de  Adra,  y  Juan  Hurtado  Docampo,  su  cuñado,  vecino 
de  Granada  y  caballero  del  hábito  de  Santiago,  con  cin- 
cuenta soldados  y  una  carga  de  arcabucesque  llevaban 
para  aquel  presidio,  y  como  fuesen  haciendo  las  mes- 
mas  desórdenes  que  los  escribanos  y  escuderos,  los 
monfís  fueron  avisados  dello,  y  determinaron  de  matar- 
los como  á  los  demás,  parecíéndoles  que  no  era  íncon- 
víniente  anticiparse,  pues  estaban  ya  avisados  todos  y 
prevenidos  para  lo  que  se  habia  de  hacer.  Con  esta 
acuerdo  fueron  á  los  lugares  de  Soporlújar  y  Ciiñar.que 
son  en  lo  de  órgiba,  y  recogiemlo  la  gente  que  pudie- 
ron, siguieron  el  rastro  por  donde  iba  el  cai)it,an  Her- 
rera, y  sabiendo  que  la  siguiente  noche  habían  de  ilor- 
mir  en  Cádiar,  comunicaron  con  don  Hernando  el  Za- 
guer  su  negocio,  y  él  los  dio  orden  como  las  mala'^on, 
haciendo  que  cada  vecino  del  lugar  lleva-'c  un  soldado 
á  su  casa  por  huésped,  y  metiendo  á  media  noche  los 
monfís  en  las  casas, que  se  las  tuvieron  abiertas  los 
huéspedes,  los  mataron  todos  uno  á  uno;  qui;  s.ilos  tres 
soldados  tuvieron  lugar  de  huir  la  vuelta  de  Adra,  y 
juntamente  con  ellos  mataron  á  War¡')lanca,  ama  del 
beneficiado  Juan  de  Ribera,  y  otros  vccíuüs  del  luyar. 


184 

Hecho  esto,  los  vecinos  de  Cádiar  se  armaron  cenias 
armas  que  les  tomaron,  y  enviando  las  mujeres  y  los 
bienes  muebles  y  ganados  con  los  viejos  á  Jubiles ,  se 
fueron  los  mancebos  la  vuelta  de  Ujíjar  de  Albacete  con 
los  monfís,  y  don  Hernando  el  Zaguer  y  el  Partal  fueron 
ádar  vuelta  por  los  lugares  comarcanos  para  recoger 
gente,  y  otro  dia  se  juntaron  lodos  en  Ljíjar,  donde 
los  dejaremos  agora  hasta  que  sea  tiempo  de  volver  á  su 
historia,  que  ellos  harán  por  donde  no  podamos  ol\^i- 
darlos  aunque  queramos.  Y  si  acaso  el  letor  echare  me- 
nos alguna  cosa  que  él  sabe  ó  desea  saber,  vaya  con  pa- 
ciencia ;  que  adelante  en  el  discurso  de  la  historia  lo 
hallará;  que  como  fueron  tan  varios  los  sucesos  y  en 
tantas  partes,  es  menester  que  se  acuda  á  todo. 

CAPULLO  IV. 

Cómo  en  Granada  se  supo  las  muertes  que  los  monfís  hablan 
hecho,  y  cómo  Abenfarax  quiso  alzar  el  Albaichi. 

Celebróse  la  íiesta  del  nacimiento  de  nuestro  Salva- 
dor Jesucristo  en  Granada  el  viernes  en  la  noche  con  la 
solenidad  que  se  solia  hacer  otros  años- en  aquella  in- 
signe ciudad,  aunque  con  mas  recato,  porque  anduvo 
mucha  gente  armada  rondando  las  calles.  El  sábado 
por  la  mañana  llegaron  dos  moriscos  de  Órgiba  con  dos 
cartas,  una  del  alcaide  Gaspar  de  Sarabia,  y  otra  de  Her- 
nando de  Tapia,  cuadrillero  de  los  que  andaban  en  se- 
guimiento de  los  monfís  que  habia  guarecidos  en  la 
torre  de  Albacete ,  como  adelante  diremos.  Estas  car- 
tas eran,  la  una  para  el  Presidente,  la  otra  para  don  Ga- 
briel de  Córdoba,  tio  del  duque  de  Sesa,  cuya  era  aque- 
lla villa,  dándoles  aviso  de  las  muertes  que  los  moris- 
cos hablan  hecho,  y  como  se  hablan  alzado  luego,  y  te- 
nían cercados  los  cristianos  en  la  torre,  para  que  lo  di- 
jesen al  marqués  de  Mondéjar  y  le  pidiesen  que  les  en- 
viase socorro.  Don  Gabriel  de  Córdoba  tomó  las  dos 
cartas  y  las  llevó  luego  al  Presidente,  y  después  al  mar- 
qués de  Mondéjar,  el  cual  sospechando  que  algunos 
moros  berberiscos  hablan  desembarcado  en  la  costa,  y 
juntádose  con  los  monfís  para  llevarse  algún  lugar,  co- 
mo lo  habian  hecho  otras  veces,  solamente  proveyó  que 
se  apercibiesen  los  jinetes,  por  si  fuese  menester  hacer 
algún  socorro;  y  no  segundando  otra  nueva,  se  enfrió  la 
primera ,  y  la  gente  de  la  ciudad  se  descuidó;  y  como 
estaban  todos  cansados  de  las  rondas  pasadas,  y  hacia 
aquella  noche  un  temporal  asperísimo  de  frió  con  una 
agua  nieve  muy  grande,  no  hubo  quien  acudiese  á  casa 
d<;l  Corregidor  para  salir  á  rondar  con  él ;  y  si  algunos 
caballeros  acudieron ,  fueron  pocos  y  lan  tarde,  que  se 
hubo  de  dejar  de  hacer  la  ronda  cuando  mayor  necesi- 
dad hubo  della.  Los  moriscos  del  Albaicin  habian  tenido 
mas  cierta  nueva  de  lo  que  habia  en  la  Alpujarra,  y  an- 
dando todos  turbados,  unos  se  holgaban  que  los  alpu- 
jarreños  hubiesen  comenzado  el  levantamiehto  con 
riesgo  de  sus  cabezas;  y  otros,  que  deseaban  rebelión 
general,  les  pesaba  de  ver  que  los  monfís  se  hubiesen 
anticipado  por  cudicia  de  matar  aquellos  pocos  cristia- 
nos, y  que  no  hubiesen  tenido  sufrimiento  de  aguar- 
dar á  que  el  Albaicin  comenzase,  como  estaba  acorda- 
do. Farax  Abenfarax,  que  estaba  á  la  mira,  viendo  que 
la  ciudad  y  la  Alhambra  se  apercebian  cada  hora,  tomó 
consigo  el  sábado  en  la  tarde,  primer  dia  de  pascua  de 
Navidad,  al  Nacoz  de  Nigüéles  y  al  Seniz  de  Bérchul, 
capitanes  de  monfís,  y  á  gran  priesa  se  fué  con  ellos  á 


LUIS  DEL  MARMOL  CARVAJAL. 

los  lugares  de  Guéjar,  Pinos,  Cenes,  Quéntar  y  Dudar, 
y  recogió  como  ciento  y  ochenta  hombres  perdidos  de 
los  primeros  monfís  que  pudieron  atravesar  la  sierra  el 
viernes  por  la  mañana,  porque  los  otros  no  les  pudieron 
acudir,  ni  menos  les  acudieron  los  de  aquellos  lugares, 
diciendo  que  los  del  Albaicin  les  habian  enviado  á  de- 
cir aquella  mañana  que  no  hiciesen  novedad  hasta  que 
ellos  les  avisasen.  Con  esta  gente  quiso  Farax  comeuzar 
á  matar  cristianos.  En  Quéntar  le  escondieron  al  bene- 
ficiado los  proprios  moriscos  del  lugar,  y  el  de  Dudar 
se  le  defendió  en  la  torre  de  la  iglesia;  y  aunque  le  puso 
fuego,  no  le  aprovechó  nada.  De  allí  pasó  la  vuelta  de 
Granada, determinado  de  alzar  el  Albaicin;  y  bajando  á 
unos  molinos  que  están  sobre  el  rio  Darro,  hizo  tomar 
los  picos  y  herramientas  que  habia  en  ellos,  y  llegando 
al  muro  de  la  ciudad  que  está  por  cima  de  la  puerta  de 
Guadix,  rompió  una  tapia  de  tierra  con  que  estaba  cer- 
rado un  portillo,  y  dejando  allí  veinte  y  cinco  hombres, 
entró  con  los  demás  por  cima  del  barrio  llamado  Rabad 
Albaida,  á  media  noche  en  punto,  y  se  metió  en  su  casa 
junto  á  Santa  Isabel  de  los  Abades,  y  al  entrar  del  por- 
tillo hizo  que  todos  los  compañeros  dejasen  los  sombre- 
ros y  monteras  que  llevaban,  y  se  pusiesen  bonetes  co- 
lorados á  la  turquesca,  y  sus  toquillas  blancas  encima, 
para  que  pareciesen  turcos.  Luego  envió  á  llamar  algu- 
nos de  los  autores  del  rebelión,  y  les  dijo  que,  pues  el 
levantamiento  estaba  ya  comenzado  en  la  Alpujarra, 
convenia  que  los  del  Albaicin  hiciesen  lo  mesmo  antes 
que  los  cristianos  metiesen  mas  gente  de  guerra  en  la 
ciudad;  que  los  ocho  mil  hombres  que  habian  de  acu- 
dir del  Valle  y  Vega  y  los  capitanes  de  las  parroquias  no 
estaban  tan  dcsapercebidos,  que  en  sintiendo  el  levan- 
tamiento dejasen  de  acudir,  aunque  fuese  antes  de  tiem- 
po, y  que  lo  mesmo  harían  los  de  los  lugares  de  la  sier- 
ra, y  se  podria  hacer  el  efeto  de  la  Alhambra ;  los  cua- 
les, no  aprobando  su  determinación  tan  inconsiderada, 
le  dijeron  que  no  era  buen  consejo  el  que  tomaba; que 
habiendo  de  venir  con  ocho  mil  hombres,  venia  con 
cuatro  descalzos ;  y  que  no  entendían  perderse ,  ni  le 
podían  acudir,  porque  venia  antes  de  tiempo  y  con  poca 
gente;  y  ansí  se  fueron  á  encerrar  en  sus  casas,  no  con 
menor  contento  de  lo  que  Farax  quería  liacer  que  de  lo 
que  habian  hecho  los  de  la  Alpujarra,  creyendo  que  lo 
uno  y  lo  otro  seria  parte  para  que  por  bien  de  paz  se 
diese  nueva  orden  en  lo  de  la  premática,  sin  aventurar 
ellos  sus  personas  y  haciendas.  De  la  respuesta  de  los 
del  Albaicin  se  sintió  gravemente  Farax,  y  comenzó  á 
quejarsedellos,  diciendo:  «¿Cómo  habeisme  hecho  per- 
der mi  casa ,  mi  familia  y  mi  hacienda ,  y  darme  á  las 
sierras  con  los  perdidos,  por  solo  poner  la  nación  en 
libertad;  y  agora,  que  veis  el  negocio  comenzado,  los 
que  mas  habiades  do  favorecernos  y  ayudarnos  os  salís 
afuera,  como  si  nos  quedase  otra  manera  de  remedio,  ó 
esperásemos  alcanzar  perdón  en  algún  tiempo  de  nues- 
tras culpas?  Debiérades  avisarnos  antes  de  agora;  y  pues 
ansí  es,  yo  haré  que  el  Albaicin  se  levante,  ó  perezcáis 
todos  los  que  estáis  en  él.»  Con  estas  amenazas  salió 
de  su  casa  dos  horas  antes  que  amaneciese,  llevando  la 
gente  en  dos  cuadrillas,  y  por  la  calle  de  Rabad  Albaida 
arriba  se  fué  derecho  á  la  placeta  que  está  delante  la 
puerta  de  San  Salvador,  donde  fué  avisado  que  estaban 
seis  ó  siete  soldados  haciendo  guardia ,  y  llegando  á  la 
boca  de  la  calle,  los  monfís  delanteros  quisieran  no  des- 


REBELIÓN  Y  CASTIGO  DE  LOS  MORISCOS  DE  GRANADA. 


cubrirse  Iiasta  que  llegaran  todos,  porque  vieron  un 
soldado  que  se  andaba  paseando  por  la  placeta.  Este 
soldado  estaba  haciendo  centinela ,  y  cuando  sintió  el 
ruido  de  la  gente  que  subia  por  la  calle  arriba,  creyendo 
que  era  el  Corregidor  que  andaba  rondando,  quiso  ha- 
cer del  bravo,  y  poniendo  mano  á  la  espada,  se  fué  de- 
recho á  losmonfís,  diciendo  :  «¿Quién  vive?»  Respon- 
diéronle con  las  ballestas,  que  llevaban  armadas ,  y  hi- 
riéndole en  el  muslo,  dio  vuelta  á  los  compañeros,  huyen- 
do y  tocando  arma ;  loscuales  eslaban  durmiendo  al  der- 
redor de  un  fuego  que  tenian  encendido  junto  á  la  pared 
de  la  iglesia,  porque  hacia  mucho  frió ,  y  no  fueron  tan 
prestos  á  levantarse  como  convenia ;  por  manera  que  los 
monfís  mataron  uno  dellos  y  hirieron  otros  dos.  Final- 
mente, los  sanos  y  los  heridos  huyeron,  y  los  enemigos 
fueron  siguiéndolos  por  unas  callejuelas  angostas,  hasta 
dar  en  la  plaza  de  Bib  el  Bonut,  y  llegando  á  unas  casas 
grandes  donde  moraban  los  padres  jesuítas,  llamaron 
por  su  nombre  al  padre  Albotodo,  y  le  deshonraron  de 
perro  renegado,  que  siendo  hijo  de  moros,  se  habia  he- 
cho alfaquí  de  cristianos;  y  como  no  pudieron  romper 
la  puerta ,  que  era  fuerte  y  estaba  bien  atrancada  de  parte 
de  dentro,  derribaron  una  cruz  de  palo  que  estaba  puesta 
sobre  ella,  y  la  hicieron  pedazos.  La  otra  cuadrilla  que 
venia  atrás  con  el  Nacoz,  en  llegando  á  la  placeta  tomó 
á  mano  derecha,  y  á  la  entrada  de  una  calle  que  llaman 
la  plaza  Larga,  derribaron  las  puertas  de  la  botica  de  un 
familiar  del  Santo  Oficio,  llamado  Diego  de  Madrid,  pen- 
sando que  estaba  dentro,  porque  solía  dormir  alli  cada 
noche;  y  no  le  hallando,  vengaron  la  ira  en  los  botes  y 
redomas,  haciéndolo  todo  pedazos.  De  alli  pasaron  al 
portillo  de  San  Nicolás,  que  está  junto  á  la  puerta  mas 
antigua  de  la  Alcazaba  Cadima ,  en  un  cerrillo  alto ,  de 
donde  se  descubre  la  mayor  parlo  del  barrio  del  Albai- 
cin,  y  tocando  los  atabalejos  y  dulzainas  que  llevaban, 
con  dos  banderas  tendidas  y  un  cirio  de  cera  ardiBndo, 
comenzó  uno  dellos  á  dar  grandes  voces  en  su  algara- 
bía, diciendo  desta  manera :  «  No  hay  mas  que  Dios  y 
Mahoma,  su  mensajero.  Todos  los  moros  que  quisieren 
vengar  las  injurias  que  los  cristianos  han  hecho  á  sus 
personas  y  ley,  vénganse  á  juntar  con  estas  banderas, 
porque  el  rey  de  Argel  y  el  Jerife,  á  quien  Dios  ensalce, 
nos  favorecen ,  y  nos  han  enviado  toda  esta  gente  y  la 
que  nos  está  aguardando  allí  arriba.  Ea,  ea,  venid,  ve- 
nid ;  que  ya  es  llegada  nuestra  hora ,  y  toda  la  tierra  de 
los  moros  está  levantada. »  Este  pregón  fué  oído  y  enten- 
dido por  muchos  cristianos  que  moraban  en  el  Albaicin 
y  en  el  Alcazaba ;  mas  no  hubo  morisco  ni  cristiano  que 
saliese  de  su  casa  ni  hiciese  señal  de  abrir  puerta  ni 
ventana,  aunque  dos  hombres  nos  dijeron  que  habían 
oido  que  desde  una  azotea  les  habían  respondido :  «Her- 
manos, idos  con  Dios;  que  sois  pocos  y  venís  sin  tiem- 
po.» "Viendo  pues  Farax  Abenfarax  que  nole  acudía  na- 
die, y  que  las  campanas  de  San  Salvador  tocaban  á  reba- 
to, porque  el  canónigo  Alonso  de  Horozco,  que  vivía  á 
las  espaldas  de  la  sacristía ,  se  había  metido  dentro  por 
una  puerta  falsa  y  las  hacia  repicar,  recogiendo  todos 
sus  compañeros,  se  salió  de  entre  las  casas ,  y  se  fué  á 
poner  en  un  alto  de  la  ladera,  por  donde  se  sube  á  la 
torre  del  Aceituno,  y  desde  allí  hizo  dar  otro  pregón  de 
la  mesma  manera;  y  como  no  le  acudió  nadie,  comenzó 
á deshonrar  á  los  del  Albaicin,  diciéndoles  :  «Perros, 
cornudos,  cobardes ,  que  habéis  engañado  las  gentes 


185 

y  no  queréis  cumpHr  lo  prometido.»  Y  saliéndose  por 
el  portillo  que  había  entrado,  se  fué  la  vuelta  de  Cenes 
siendo  ya  el  alba  del  día,  sin  que  en  aquellas  dos  horas 
hubiese  quien  le  diese  el  menor  estorbo  del  mundo ;  por 
manera  que  se  deja  bien  entender  que  sí  Farax  trajera 
consigo  la  gente  toda ,  y  los  del  Albaicin  le  acudieran, 
pudiera  hacer  terrible  espectáculo  de  muertos  en  la 
ciudad  aquella  noche ;  y  tanto  mas,  si  llegaran  las  cua- 
drillas de  los  monfís  que  venían  de  la  Alpujarra,  que  por 
hacer  la  noche  tempestuosa  de  nieve  se  habían  desba- 
ratado, no  pudíendo  atravesar  la  sierra ;  y  lo  mesmo  ha- 
bían hecho  algunos  mancebos  sueltos  que  estuvieron 
apercebídos  para  ello ,  y  habían  avisádole  que  serian 
con  él  la  noche  de  Navidad,  entendiendo  que  lo  podriati 
hacer. 

CAPITULO  V. 

De  lo  que  los  cristianos  hicieron  cuando  supierofi  la  entrada 
de  los  monfís  en  el  Albaicin. 

Los  soldados  que  dijimos  que  huyeron  del  cuerpo  do 
guardia,  fueron  luego  á  dar  aviso  á  Bartolomé  de  San- 
ta María,  que  era  uno  de  los  alguaciles  señalados  por 
el  Presidente,  y  bajando  á  la  ciudad,  iban  por  lascalles 
dando  voces  y  tocando  arma ;  mas  estaban  los  vecinos 
tan  descuidados,  que  muchos  no  creían  que  fuese  arma 
verdadera,  y  asomándose  á  las  ventanas,  les  decían  que 
callasen,  que  debían  de  venir  borradlos.  Otros  salieron 
turbados  con  las  armas  en  las  manns,  no  sabiendo  lo 
que  habían  de  hacer  ni  adonde  habían  de  acudir.  Lle- 
gados pues  á  las  casas  de  la  Audiencia,  donde  estaba 
el  Presidente,  y  dándole  cuenta  de  lo  que  pasaba,  aun- 
que confusamente,  como  hombres  que  no  habían  he- 
cho mas  que  huir,  envió  uno  dellos  al  marqués  deMon- 
déjar  y  otro  al  Corregidor ,  y  mandó  al  alguacil  que 
volviese  al  Albaicin  y  entendiese  mas  de  raíz  lo  que 
habia  en  él.  El  soldado  que  fué  al  marqués  de  Mondé- 
jar  se  detuvo  un  rato  en  la  puerta  del  Alhambra ,  que 
nole  quisieron  abrir  hasta  que  el  conde  de  Tendilla, 
que  andaba  rondando,  lo  mandó;  el  cual  habia  ya  oido 
¡as  voces  y  los  instrumentos  desde  los  muros;  y  que- 
riéndose informar  mejor,  le  preguntó  qué  ruido  habia 
sido  aquel ,  y  él  le  contó  lo  que  habia  pasado ,  y  le  dijo 
que  el  Presidente  le  enviaba  á  que  avisase  al  Marqués. 
Entonces  le  llevó  el  Conde  consigo  al  aposento  de  su 
padre,  para  que  le  informase  de  lo  que  le  había  dicho  á 
él ;  mas  el  Marqués  no  podía  creer  que  fuese  tanto  co- 
mo el  soldado  decía ,  sino  que  algunos  hombres  per- 
didos habían  hecho  aquel  alboroto.  Y  como  todavía  I.í 
afirmase  que  eran  moros  vestidos  y  tocados  como  mo- 
ros, y  el  proprio  Conde,  su  hijo,  le  dijese  que  habia  oido 
las  voces  y  los  instrumentos,  entonces  se  paró  á  consi- 
derar el  caso  con  mas  cuidado  y  á  pensar  en  lo  que 
convenia  hacer.  Hallábase  con  solos  ciento  y  cincuenta 
soldados,  y  cincuenta  caballos  que  poder  sacar  y  dejar 
en  la  fortaleza;  parecíale  que  seria  gran  yerro  salir 
della  de  noche,  no  sabiendo  la  cantidad  de  moros  que 
eran  los  que  habían  entrado  en  el  Albaicin,  que  podrian 
ser  muchos,  habiendo  tanto  número  de  moriscos  en  la 
tierra.  Vcia  que  en  la  ciudad  habia  muy  poca  gente 
útil  y  bien  armada  de  que  poderse  valer  para  acometer- 
los en  la  angostura  de  las  calles  y  casas,  donde  habia 
mas  de  diez  milhombres  para  poder  tomar  armas;  y  al 
fin,  resolviéndose  de  no  dejar  la  fortaleza,  tampoco  con- 


186 


LlIS  DEb  MARMOL  CARVAJAL. 


siiilid  que  so  fOM?o  rebato,  porque  habiendo  cesado  ya 
el  ruido  en  el  Albaiciii ,  parecia  eslar  todo  sosegado ,  y 
no  quiso  dar  ocasión  á  que  los  ciudadanos  subiesen  á 
saquear  las  ca^as  de  los  moriscos;  en  lo  cual  estuvo 
muy  atentado,  porque  según  la  gente  estaba  cudiciosa, 
no  fuera  mucho  que  lo  pusieran  por  la  obra.  Por  otra 
parte,  el  Corregidor,  luego  que  el  otro  soldado  llegó  á  él 
con  aviso,  poniéndose  á  caballo  con  algunos  caballeros 
que  le  acudieron ,  fué  á  las  casas  de  la  Audiencia ,  y  en 
la  plaza  Nueva,  que  está  delante  dellas,  comenzó  á  re- 
coger gente  de  la  que  venia  desmandada,  y  procuróes- 
torbar  que  no  subiese  nadie  al  Albaicin.  También  acu- 
dieron don  Gabriel  de  Córdoba  y  don  Luis  de  Córdo- 
ba, su  yerno  ,  alférez  mayor  de  Granada ,  y  otros  caba- 
lleros, que  estuvieron  en  aquella  plaza  armados  lo  que 
quedaba  de  la  noche,  esperando  si  el  negocio  pasaba 
mas  adelante.  El  alguacil  luego  que  entró  por  las  ca- 
lles del  Albaicin  entendió  que  los  moros  se  hablan  ido, 
porque  no  halló  persona  sospechosa  en  todas  ellas;  y 
juntando  la*  mas  gente  que  pudo,  fué  la  vuelta  del  por- 
tillo por  donde  habían  entrado,  pensando  tomar  len- 
gua (lellos,y  hallando  allí  un  costal  de  bonetes  colora- 
dos, que  según  parece,  traían  para  dará  los  mozos  gan- 
dules que  se  juntasen  con  ellos,  y  algunas  herramientas 
que  habían  dejado,  lo  recogió  todo  ,  y  no  se  atreviendo 
á  pasar  mas  adelante ,  se  volvió  á  la  ciudad.  Siendo 
pues  ya  de  dia  claro ,  el  marqués  de  Moiidéjar  dejó  en 
la  fortaleza  de  la  Alhambra  á  don  Alonso  de  Cárdenas, 
su  yerno,  que  después  fué  conde  déla  Puebla;  y  llevan- 
do consigo  al  conde  de  Tendílla  y  á  don  Francisco  do 
Mendoza,  sus  hijos,  bajó  á  la  plaza  Nueva,  donde  estaban 
el  Corregidor  y  don  Gabriel  de  Córdoba,  y  se  recogieron 
luego  los  marqueses  de  Villena  y  Víllanüeva,  y  don  Pe- 
dro de  ZúFiiga,  conde  de  Miranda;  que  todos  habían  ve- 
nido á  seguir  sus  pleitos  en  la  Audiencia  real ,  y  otros 
muchos  caballeros  y  escuderos  armados,  y  los  dijo 
que  se  asosegasen,  p  irque  sin  duda  Ins  que  habian  en- 
trado en  el  Albaicin  y  hecho  aquel  alboroto  deb'an 
de  ser  monfís  y  hombres  perdidos,  que  habian  salídose 
luego  huyendo,  y  que  brevemente  se  entendería  lo  que 
había  sido.  Yestándules  diciendo  esto,  llegó  á  él  u:i 
hombre,  y  le  dio  aviso  como  los  moros  iban  con  dos 
banderas  tendidas  por  detrás  del  cerro  del  Sol,  á  dar  á 
la  casa  de  las  Gallinas,  llamada  Darluet,  que  está  como 
media  legua  de  la  ciudad  sobie  el  rio  Genil.  Con  esta 
nueva  se  alborotaron  todos  aquellos  caballeros.  Hubo 
algunos  que  dijeron  al  marqués  de  Mondéjar  que  seria 
bien  envíarseseiita  caballos  con  otros  tantos  arcabuce- 
rosá  lasancas,  que  procurasen entreteneraquollos mo- 
ros mientras  llegaba  el  golpe  de  la  gente;  el  cual  no 
loconsínlíó,  diciendo  que  primero  quería  informarse 
qué  gente  eran  y  el  camino  que  llevaban,  y  la  segu- 
ridad que  quedaba  en  el  Albaicin.  Desto  se  desgusta- 
ron muchos  de  los  que  allí  estaban ,  entendiendo  que 
cuanto  mas  se  dilatase  la  salida,  tanto  mas  lugar  y 
tiempo  Icniían  los  moros  para  meterse  en  la  sierra, 
domie  después  no  se  pudiesen  aprovechar  dellos,  co- 
mo sucedió.  Luego  mandó  el  marqués  de  Mondéjar  á 
un  escudero  criado  suyo,  llamado  Ampuero,  que  íuese 
á  reconocer  qué  gente  era  la  que  aquel  hombre  decía 
que  había  visto,  y  que  llevase  consigo  otro  compañero, 
y  en  descubriéndolos,  le  dejase  sobre  ellos  y  tornase 
con  diligenciad  darle  aviso;  y  viendo  el  mal  recaudo  y 


poco  caudal  de  gente  con  que  se  hallaba  para ,  si  fuese 
menester,  oprimir  con  fuerza  á  los  del  Albaicin,  y  (jue 
para  estorbarles  que  no  se  rebelasen  convenia  usar  con 
ellos  de  industria,  dejando  en  la  plaza  al  conde  de  Ten- 
dílla en  compañía  de  los  otros  caballeros,  y  algunos 
veinlícuatros  en  las  bocas  de  las  calles,  acompañado 
del  Corregidor,  y  con  treinta  caballos  y  cuarenta  arca- 
buceros y  los  alabarderos  de  su  guardia,  subió  al  Al- 
baicin, y  atravesando  por  él  sin  topar  gente,  porque 
losmoriscos  se  habian  encerrado  y  hecho  fuertes  en 
las  casas,  de  miedo  no  los  robasen,  llegó  á  la  iglesia  de 
San  Salvador ;  y  preguntó  á  algunos  cristianos  que 
estaban  allí  recngidos  qué  era  la  causa  que  no  pare- 
cían moros,  los  cuales  le  dijeron  que  estaban  todos 
encerrados  en  sus  casas.  Entonces  mandó  á  Jorge  de 
Baeza  que  llamase  algunos  de  los  mas  principales, 
porque  les  quería  hablar;  y  trayendo  ante  él  veinte  y 
cinco  ó  treinta  hombres,  les  preguntó  qué  novedad 
había  sido  aquella ,  y  qué  gente  era  la  que  había  en- 
trado en  el  Albaicin  á  desasosegarios;  los  cuales  res- 
pondieron con  mucha  humildad  que  no  sabían  nada; 
que  ellos  habian  estado  metidos  en  sus  casas,  y  eran 
buenos  cristianos  y  leales  vasallos  de  su  majestad,  y 
como  tales  no  habian  de  hacer  cosa  que  fuese  en  su 
deservicio;  y  que  sí  alguna  gente  habia  entrado  á  po- 
ner la  ciudad  en  alboroto,  serian  enemigos  suyos  y  per- 
sonas que  querían  hacerles  mal.  A  esto  les  respondió  el 
marqués  de  Mondéjar  que  por  cierto  así  lo  habían  mos- 
tiado  como  decían,  y  que  procurasen  conservarse  en 
!e;dtad;  porque  siendo  los  que  debían,  él  procuraria 
que  no  se  les  hiciere  agravio,  y  escribiria  á  su  majestad 
en  su  recomendación,  suplicándole  que  les  hiciese  to- 
da merced  y  favor.  Con  esto  quedaron  los  moriscos ,  al 
piirecer,  de  temerosos  que  estaban,  muy  contento'^,  y 
prometieron  de  estar  y  perseverar  en  la  lidelidad  y  obe- 
diencia que  debían  como  buenos  y  leales  vasallos.  He- 
cha esta  diligencia,  bajó  el  marqués  de  Mondéjar  por 
la  cuesta  de  la  Alcazaba,  y  entrando  en  la  ciudad  pur  la 
puerta  Elvira,  volvió  á  la  plaza  Nueva,  donde  estaban 
todavía  aquellos  caballeros  aguardándole;  y  apartán- 
dose con  el  Corregidor  y  con  el  conde  de  Tendílla,  es- 
tuvieron buen  rato  dando  y  tomando  sobre  lo  que  con- 
venia hacer,  y  al  fin  se  resolvieron  en  que,  venido  Am- 
puero, ysabido  el  camino  que  llevaban  los  moros, se 
podría  ir  en  su  seguimiento,  porque  habiendo  de  rodear 
por  el  valle  de  Lecrin ,  no  se  podrian  meter  tan  presto 
en  las  sierras,  que  la  caballena  no  los  alcanzase  prime- 
ro; y  con  este  acuerdo  dijo  á  los  señores  y  caballeros 
que  allí  estaban  que  se  fuesen  á  sus  casas  y  estuvie- 
sen á  punto  para  cuando  sintiesen  tirar  una  pieza  de 
artillería;  y  él  se  volvió  con  sus  hijos á  la  Aliíanibía. 

CAPITULO  VI. 

Cómo  el  marqués  de  Mondéjar  salió  en  busca  de  los  monfís 
que  habian  entrado  en  el  Albaicin. 

El  mesmodia  el  Corregidor  y  los  veinlícuatros,  vien- 
do que  tardaba  mucho  la  orden  del  marqués  de  Mon- 
déjar, acordaron  de  salir  ellos  por  ciudad  en  segui- 
miento de  los  monfís,  y  habiéndolo  tratado  en  su  ca- 
bildo, le  enviaron  á  decir  con  dos  veinticuatros,  que  le 
suplicaban  fuese  servido  de  salir  luego  por  su  persona, 
porque  le  acompañarían  todos,  ó  que  les  diese  licencia 
'para  que  ellos  lo  pudiesen  hacer;  el  cual  les  respondió 


REBELIÓN  Y  CASTIGO  DE  LOS  MORISCOS  DE  GRANADA. 


187 


que  les  íipradecia  mucho  el  cuidado  que  tenían  de  las 
cosas  que  tocaban  al  servicio  de  su  niíijostad,  y  queso- 
lamente  esperaba  tener  aviso  cierto  del  camino  que 
llevaban  los  monfís  para  ir  en  su  seguimiento,  y  que 
no  podia  tardar  muclio.  Era  grande  el  deseo  que  todos 
tenian  de  ir  en  seguimiento  de  los  moros ,  y  cada  mo- 
mento que  tardaban  se  les  hacia  un  año ;  mas  el  mar- 
qués" de  Mondéjar  no  se  queria  determinar  de  dejar 
atrás  la  fortaleza  y  la  ciudad,  hasta  estar  bien  cierto 
qué  gente  era  aquella ,  que  pudiera  ser  mucha  y  estar 
emboscada  detrás  de  aquellos  cerros;  y  por  esta  razón 
aguardaba  los  escuderos  que  habia  enviado  á  recono- 
cer. Estando  pues  hablando  con  él  unos  moriscos  dd 
Albaicin,  que  hablan  ido  á  darle  las  gracias  en  nombre 
del  reino  por  la  merced  que  les  habia  hecho  en  animar- 
los con  su  presencia,  y  á  suplicarle  que  en  lo  de  ade- 
lante no  los  desamparase,  llegó  Ampuero,  y  le  dijo 
como  no  erauínasdc  hasta  doscientos  hombres  los  que 
iban  con  las  banderas,  y  que  llevaban  el  camino  de  Dí- 
lar  por  la  halda  de  la  sierra.  Entonces  mandó  tocar  una 
trompeta  y  disparar  una  pieza  de  artillería  y  tocar  la 
campana  del  rebato,  todo  á  un  tiempo ;  y  poniéndose  á 
caballo,  acompañado  de  sus  hijos  y  de  don  Alonso  de 
Cárdenas  y  de  algunos  escuderos ,  salió  de  la  Alhambra 
á  media  rienda,  y  desde  el  camino  envió  á  decir  al  Pre- 
sidente que  mandase  que  la  gente  de  la  ciudad  le  fuese 
siguiendo ,  porque  no  pensaba  detenerse  en  ninguna 
parte.  En  este  tiempo  los  moros  proseguían  su  camino, 
y  sin  detenerse  en  los  lugares  de  Dudar  y  Quéntar,  ha- 
bían pasado  por  ellos,  y  de  allí  bajado  á  Cenes ,  donde 
estuvieron  almorzando;  y  viendo  que  un  cristiano  los 
habia  descubierto ,  aunque  algunos  dellos  nos  dijeron 
que  habían  oído  las  piezas  de  artillería  de  la  Alham- 
bra, tomaron  el  camino  su  poco  á  poco  por  la  halda  de 
la  Sierra  Nevada,  la  vuelta  de  Dílar,  vendóles  á  las  es- 
paldas bien  á  lo  largo  el  escudero  que  habia  salido  con 
Ampuero.  Luego  que  partió  el  marqués  de  Mondéjar, 
el  Presidente  se  puso  á  la  ventana  de  su  aposento,  y 
viendo  al  conde  de  Miranda,  y  á  don  Gabriel  de  Córdo- 
ba, y  á  don  Luis  de  Córdoba,  y  &  otros  caballeros  en  la 
plaza  Nueva,  que  habían  salido  armados  en  oyendo  la 
señal  del  rebato,  les  envió  á  decir  que  fuesen  á  alcímzar 
al  marqués  de  Mondéjar  con  toda  la  gente  de  á  pié  y  de 
á  caballo  que  tenian,  y  ordenó  al  Corregidor  que  an- 
duviese por  la  ciudad  y  pusiese  algunos  caballeros  y 
veinticuatros  en  las  bocas  de  las  calles,  que  no  dejasen 
subir  á  nadie  sin  orden  al  Albaicin,  y  que  enviase  algu- 
na gente  arriba  para  asegurarse  de  los  moriscos,  en- 
comendándola á  personas  de  confianza,  porque  no  hu- 
biese alguna  desorden.  Hecho  esto,  todos  los  que  acu- 
dían á  la  plaza  los  enviaba  en  seguimiento  de  los  mo- 
ros. El  marqués  de  Mondéjar  tomó  por  cima  de  Güétor 
hacia  Dílar,  y  llegando  al  campo  que  dicen  de  Gueni,  á 
la  asomada  del  descubrieron  los  caballos  delanteros 
á  los  moros  que  iban  de  corrida  á  tomar  la  sierra.  Don 
Alonso  de  Cárdenas  puso  las  piernas  al  caballo,  y  con 
é!  algunos  jinetes ,  creyendo  poderlos  alcanzar  antes 
que  se  embreñasen  en  ella ;  mas  estorbóselo  una  cuesta 
muy  agria  que  se  les  puso  delante  en  el  barranco  del 
rio  de  Dílar,  donde  se  detuvieron  tanto  en  bajar  y  tor- 
nar á  subir,  que  los  moros  tuvieron  lugar  de  tomar  un 
cerro  alto  y  muy  áspero  sobre  mano  izquierda  :  allí  so 
hicieron  una  muela,  y  poniendo  las  banderas  en  medio. 


comenzaron  á  dar  voces  y  á  tirar  con  las  escopetas. 
Llegaron  cerca  dellos  algunos  escuderos,  que  los  aco- 
metieron con  escaramuza ,  pensando  entretenerlos 
hasta -que  llegase  la  infantería;  uno  de  los  cuales  se 
desmandó  tanto,  que  le  mataron  el  caballo  de  un  esco- 
petazo, y  le  mataran  también  á  él  si  no  fuera  socorrido. 
De  allí  fueron  tomando  lo  mas  áspero  de  la  sierra, 
donde  los  caballos  no  podían  subir,  yéndoles  siempre 
tirando  con  las  escopetas  desde  lejos.  Viendo  pues  el 
conde  de  Miranda  V  los  otros  caballeros  cuan  mal  los 
podían  seguir  á  caballo,  acordaron  de  apearse;  y  están- 
dose apercibiendo  para  ir  tías  dellos  á  pié,  llegó  el 
marqués  de  Mondéjar  y  los  detuvo,  porque  ya  estaba 
puesto  el  sol ;  y  demás  de  que  los  enemigos  llevaban 
granventaja  de  camino, hacia  untiempo  muy  trabajoso 
de  frío  y  de  agua  nieve ;  y  haciendo  tocar  á  recoger, 
mandó  á  don  Diego  de  Quesada,  vecino  del  lugar  de  la 
Peza ,  que  siguiese  aquellos  monfís  con  la  infantería  y 
algunos  caballos,  y  dio  vuelta  hacia  la  ciudad ,  y  encon- 
trando en  el  camino  al  capitán  Lorenzo  de  Avila,  á 
cuyo  cargo  estaba  la  gente  de  guerra  de  las  siete  villas 
de  la  jurisdicion  de  Granada ,  que  iba  con  un  golpe  de 
gente,  le  ordenó  que  se  fuese  á  j^mtar  con  él  para  el 
mesmoefeto.  Los  dos  capitanes,  y  con  ellos  algunos 
caballeros,  los  fueron  siguiendo,  hasta  que  con  la  escu- 
ridad  los  perdieron  de  vista ;  y  como  habia  en  la  siemí 
tanta  nieve  y  hacia  tan  recio  frío,  porque  la  gente  no 
pereciese  «o  recogieron  aquella  noche  á  la  iglesia  del 
lugar  de  Dílar,  y  allí  les  llevaron  de  cenarlos  moriscos; 
y  en  riendo  el  alba ,  creyendo  que  los  moros  habían  de- 
tenídose  también  en  alguna  parte,  los  fueron  siguiendo 
por  las  pisadas  que  alejaban  señaladas  en  la  nieve ;  mas 
ellos  habían  caminado  toda  la  noche  sin  parar,  por  ve- 
redas que  sabían ,  y  bajando  al  valle  de  Lecrin ,  iban 
alzando  los  lugares  por  do  pasaban,  dándoles  á  enten- 
der que  dejaban  levantado  el  Albaicin,  y  que  Granada 
y  la  Alhambra  estaba  ya  por  los  moros.  Por  manera 
que  cuando  nuestra  gente  bajó  al  valle,  ya  ellos  iban 
muy  adelante;  y  dejándolos  de  seguir,  porparecerles 
que'  iba  poca  gente  y  mal  apercebída  para  entrar  la 
tierra  adentro,  pararon  en  el  lugar  de  Dúrcal,  y  allí  es- 
tuvieron el  tercero  día  de  Pascua,  esperando  si  llegaba 
mas  gente.  Dejémoslos  agora  aquí ,  y  digamos  de  don 
Hernando  de  Valor  quién  era,  y  como  le  alzaron  los  re- 
beldes por  rey  ;  que  á  tiempo  seremos  para  volver  á 
ellos. 

CAPULLO  VIL 

Que  trnfa  de  don  Hernando  de  Córdoba  y  de  Valor, 
y  cómo  los  rebeldes  le  alzaron  por  rey. 

Don  Hernando  de  Córdoba  y  de  Valor  era  morisco , 
hombre  estimado  entre  los  de  aquella  nación  porqus 
traía  su  origen  del  halífa  Maruan ;  y  sus  antecesores, 
según  decían,  siendo  vecinos  de  la  ciudad  de  Damasco 
Xam ,  habían  sido  en  la  muerte  del  halífa  Hucein ,  hijo 
de  Alí,  primo  de  Mahoma,y  venídose  huyendo  á  África, 
y  después  A  España,  y  con  valor  proprio  habían  ocupado 
el  reino  de  Córdoba  y  poseídolo  mucho  tiempo  con 
nombre  de  Abdarrabamanes ,  por  llamarse  el  primero 
Abdarrabaman ;  mas  su  proprio  apellido  era  Aben 
Humeya.  Este  era  mozo  liviano,  aparejado  para  cual- 
quier venganza,  y  sobre  todo,  pródigo.  Su  padre  se  de- 
cía don  Auloaio  de  Valor  y  de  Córdoba,  y  andaba  des- 


lí.S 


LUÍS  DEL  MARMOL  CARVAJAL. 


temido  en  las  galeras  por  un  crimen  de  que  habia  sido 
acusado;  y  aunque  eran  ricos,  gastaban  mucho,  y  vi- 
vían muy  necesitados  y  con  desasosiego ;  y  especial- 
mente el  don  Hernando  andaba  siempre  alcanzado ,  y 
estaba  estos  dias  preso ,  la  casa  por  cárcel ,  por  haber 
metido  una  daga  en  el  cabildo  de  la  ciudad  de  Grana- 
da, donde  tenia  una  veinticuatría.  Viéndose  pues  en 
este  tiempo  con  necesidad ,  acordó  de  venderla  y  irse  á 
Italia  ó  á  Flándes,  según  él  decia ,  como  hombre  des- 
esperado ;  y  al  íin  la  vendió  á  otro  morisco ,  vecino  de 
Granada,  llamado  Miguel  de  Palacios,  hijo  de  Jerónimo 
de  Palacios,  que  era  su  fiador  en  el  negocio  sobre  que 
estaba  preso,  por  precio  de  mil  y  seiscientos  ducados ; 
el  cual,  la  mesma  noche  que  habia  de  pagarle  el  dinero, 
temiendo  que  si  quebrantaba  la  carcelería ,  la  justicia 
echarla  mano  del  y  del  oficio  por  la  general  hipoteca, 
y  se  lo  haría  pagar  otra  vez,  avisó  al  hcenciado  Santa- 
ren,  alcalde  mayor  de  aquella  ciudad,  para  que  lo  man- 
dase embargar,  y  en  acabando  de  contar  el  dinero , 
llegó  un  alguacil  y  se  lo  embargó.  Hallándose  pues  don 
Hernando  sin  veinticuatría  y  sin  dineros,  determinó  de 
quebrantar  la  carcelería  y  dar  consigo  en  la  Alpujarra ; 
y  con  sola  una  mujer  morisca  que  traia  por  amiga,  y  un 
esclavo  negro,  salió  de  Granada  otro  dialuego  siguiente, 
jueves  23  de  diciembre,  y  durmiendo  aquella  noche  en 
la  almacería  de  una  huerta ,  caminó  el  viernes  hacia  el 
valle  de  Lecrin,  y  en  la  entrada  del  encontró  con  el 
beneficiado  de  Béznar,  que  iba  huyendo  la  vuelta  de 
Granada;  el  cual  le  dijo  que  no  pasase  adelante,  porque 
la  tierra  andaba  alborotada  y  habia  muchos  monfís  en 
ella;  mas  no  por  eso  dejó  de  proseguir  su  viaje,  y  llegó 
á  Béznar  y  posó  en  casa  de  un  pariente  suyo ,  llamado 
el  Válori,  de  los  principales  de  aquel  lugar,  á  quien 
dio  cuenta  de  su  negocio.  Aquella  noche  se  juntaron 
todos  los  Váloris,  que  era  una  parentela  grande,  y  acor- 
daron que  pues  la  tierra  se  alzaba  y  no  habia  cabeza, 
seria  bien  hacer  rey  á  quien  obedecer.  Y  diciéndolo  á 
otros  moros  de  los  rebelados,  que  habían  acudido  allí 
de  tierra  de  órgiba,  todos  dijeron  que  era  muy  bien 
acordado,  y  que  ninguno  lo  podía  ser  mejor  ni  con  mas 
razón  que  el  mesmo  don  Hernando  de  Valor,  por  ser  de 
linaje  de  reyes  y  tenerse  por  no  menos  ofendido  que 
todos.  Y  pidiéndole  que  lo  aceptase,  se  lo  agradeció 
mucho;  y  así,  le  eligieron  y  alzaron  por  rey,  yendo,  se- 
gún después  decia ,  bien  descuidado  de  serlo ,  aunque 
no  ignorante  de  la  revolución  que  habia  en  aquella 
tierra.  Algunos  quisieron  decir  que  los  del  Albaicin  le 
habían  nombrado  antes  que  saliese  de  Granada,  y  aun 
nos  persuadieron  á  creerlo  al  príncipio ;  mas  procu- 
rando después  saberlo  mas  de  raíz,  nos  certificaron  que 
no  él ,  sino  Farax ,  habia  sido  el  nombrado ,  y  que  los 
que  trataban  el  levantamiento  no  solo  quisieron  encu- 
brir su  secreto  á  los  caballeros  moriscos  y  personas  de 
calidad  que  tenían  por  servidores  de  su  majestad,  mas 
á  este  particularmente  no  se  osaran  descubrir,  por  ser 
veinticuatro  de  Granada  y  criado  del  marqués  de  Mon- 
déjar,  y  tenerie  por  mozo  liviano  y  de  poco  funda- 
mento. Estando  pues  el  lunes  por  la  mañana,  á  hora 
de  misa,  don  Hernando  de  Valor  delante  la  puerta  de 
la  iglesia  del  lugar  con  los  vecinos  del ,  asomó  por  un 
viso  que  cae  sobre  las  casas  á  la  parte  de  la  sierra,  Farax 
Aben  Farax  con  sus  dos  banderas,  acompañado  de  los 
monfís  que  habían  entrado  con  él  en  el  Albaicin ,  ta- 


ñendo sus  instrumentos  y  haciendo  grandes  algazaras 
de  placer,  como  si  hubieran  ganado  alguna  granvítoria. 
El  cual ,  como  supo  que  estaba  allí  don  Hernando  de 
Valor  y  que  le  alzaban  por  rey,  se  alteró  grandemente, 
diciendo  que  cómo  podía  ser  que  habiendo  sido  él 
nombrado  por  los  del  Albaicin,  que  era  la  cabeza ,  eli- 
giesen los  de  Béznar  á  otro;  y  sobre  esto  hubieran  de 
llegar  á  las  armas.  Farax  daba  voces  que  habia  sido 
autor  de  la  libertad,  y  que  habia  de  ser  rey  y  goberna- 
dor de  los  moros,  y  que  también  era  él  noble  del  linaje 
de  los  Abencerrojes.  Los  Váloris  decían  que  donde  es- 
taba don  Hernando  de  Valor  no  había  de  ser  otro  rey 
sino  él.  Al  fin  entraron  algunos  de  por  medio ,  y  los 
concertaron  desta  manera  :  que  don  Hernando  de  Va- 
lor fuese  el  rey,  y  Farax  su  alguacil  mayor,  que  es  el 
oficio  mas  preeminente  entre  los  moros  cerca  de  la  per- 
sona real.  Con  esto  cesó  la  diferencia,  y  de  nuevo  alza- 
ron por  rey  los  que  allí  estaban  á  don  Hernando  de  Va- 
lor, y  le  llamaron  Muley  Mahamete  Aben  Humeya,  es- 
tando en  el  campo  debajo  de  un  olivo.  El  cual,  por  qui- 
tarse de  delante  á  Farax  Aben  Farax ,  el  mesmo  día  le 
mandó  que  fuese  luego  con  su  gente  y  la  que  mas  pu- 
diese juntar  á  la  Alpujarra,  y  recogiese  toda  la  plata, 
oro  y  joyas  que  los  moros  habían  tomado  y  tomasen,  así 
de  iglesias  como  de  particulares ,  para  comprar  armas 
de  Berbería.  Este  traidor,  publicando  que  Granada  y 
toda  la  tierra  estaba  por  los  moros ,  yendo  levantando 
lugares,  no  solamente  hizo  lo  que  se  le  mandó,  mas 
llevando  consigo  trecientos  monfís  salteadores,  de  los 
mas  perversos  del  Albaicin  y  de  los  lugares  comarcanos, 
á  Granada,  hizo  matar  todos  los  clérigos  y  legos  que 
halló  captivos,  que  no  dejó  hombre  á  vida  que  tuviese 
nombre  de  cristiano  y  fuese  de  diez  años  arriba,  usan- 
do muchos  géneros  de  crueldades  en  sus  muertes , 
como  lo  diremos  en  los  capítulos  del  levantamiento  de 
los  lugares  de  la  Alpujarra. 

Bien  se  deja  entender  que  este  don  Hernando  supo 
lo  que  se  trataba  del  levantamiento,  ansí  por  la  priesa 
que  se  dio  en  vender  su  veinticuatría,  como  porque, 
según  nos  dijo  el  licenciado  Andrés  de  Álava,  inquisi- 
dor de  Granada ,  con  quien  profesaba  mucha  amistad, 
que  estando  de  camino  para  visitar  la  Alpujarra  por  or- 
den particular  de  su  majestad ,  que  le  mandaba  que 
visitando  la  tierra,  en  el  secreto  del  Santo  Oficio  procu- 
rase entender  silos  moriscos  trataban  alguna  novedad, 
había  ido  á  él  pocos  dias  antes  que  se  alzase  el  reino ,  y 
aconsejádole  por  via  de  amistad  que  no  se  pusiese  en 
camino  hasta  que  pasase  la  pascua  de  Navidad ,  porque 
para  entonces  estaría  ya  la  gente  mas  quieta,  y  le  acom- 
pañaría él  por  su  persona ;  y  había  hecho  tanta  instan- 
cia sobre  esto,  que  se  podía  presumir  que  ya  él  lo  sa- 
bia, y  por  ventura  quiso  excusar  la  ida  del  inquisidor, 
pareciéndole  que  si  le  tomaba  el  levantamiento  dentro 
de  la  Alpujarra,  se  pornia  de  nuestra  parte  mucha  dili- 
gencia en  socorrerle ,  aunque  también  pudo  ser  que 
quiso  apartarle  del  peligro  en  que  veía  que  se  iba  á  me- 
ter,  por  la  amistad  que  con  él  tenía.  Sea  como  fuere, 
esta  es  la  relación  mas  cierta  que  pudimos  saber  deste 
negocio. 


REBELIÓN  Y  CASTIGO  DE  LOS  MORISCOS  DE  GRANADA. 


489 


CAPITULO  YIIL 

Que  trata  del  levantamiento  general  de  los  moriscos 
de  la  Alpujarra. 

Congoja  pone  verdaderamente  pensar,  cuanto  mas 
haber  de  escrebir,  las  abominaciones  y  maldades  con 
que  hicieron  este  levantamiento  los  moriscos  y  monfís 
de  la  Alpujarra  y  de  los  otros  lugares  del  reino  de  Gra- 
nada. Lo  primero  que  hicieron  fué  apellidar  el  nombre 
y  seta  de  Mahoma ,  declarando  ser  moros  ajenos  de  la 
santa  fe  católica,  que  tantos  años  liabia  que  profesaban 
ellos  y  sus  padres  y  abuelos.  Era  cosa  de  maravilla  ver 
cuan  enseñados  estaban  todos,  chicos  y  grandes,  en 
la  maldita  seta;  decían  las  oraciones  á  Mahoma,  hacian 
sus  procesiones  y  plegarias,  descubriéndolas  mujeres 
casadas  los  pechos,  las  doncellas  las  cabezas ;  y  tenien- 
do los  cabellos  esparcidos  por  los  hombros,  bailaban 
píiblicamente  en  las  calles ,  abrazaban  á  los  hombres, 
yendo  los  mozos  gandules  delante  haciéndoles  aire  con 
ios  pañuelos,  y  diciendo  en  alta  voz  que  ya  era  llegado 
el  tiempo  del  estado  de  la  inocencia,  y  que  mirando  en 
la  libertad  de  su  ley,  se  iban  derechos  al  cielo,  llamán- 
dola ley  de  suavidad,  que  daba  todo  contento  y  deleite.- 
Y  á  un  mesmo  tiempo,  sin  respetará  cosa  divina  ni  hu- 
mana ,  como  enemigos  de  toda  religión  y  caridad ,  lle- 
nos de  rabia  cruel  y  diabólica  ira ,  robaron,  quemaron 
y  destruyeron  las  iglesias ,  despedazaron  las  venera- 
bles imagines,  deshicieron  los  altares,  y  poniendo  ma- 
nos violentasen  los  sacerdotes  de  Jesucristo,  que  les 
enseñaban  las  cosas  de  la  fe  y  administraban  los  sacra- 
mentos, los  llevaron  por  las  calles  y  plazas  desnudos  y 
descalzos,  en  público  escarnio  y  afronta.  A  unos  asae- 
tearon ,  á  otros  quemaron  vivos,  y  á  muchos  hicieron 
padecer  diversos  géneros  de  martirios.  La  mesma 
crueldad  usaron  con  los  cristianos  legos  que  moraban 
en  aquellos  lugares,  sin  respetar  vecino  á  vecino,  com- 
padre á  compadre  ni  amigo  á  amigo ;  y  aunque  algu- 
nos lo  quisieron  hacer,  no  fueron  parte  para  ello,  por- 
que era  tanta  la  ira  de  los  malos,  que  matando  cuantos 
les  venían  á  las  manos ,  tampoco  daban  vida  á  quien  se 
lo  impedia.  Robáronles  las  casas,  y  á  los  que  se  reco- 
gían en  las  torres  y  lugares  fuertes  los  cercaron  y  ro- 
dearon con  llamas  de  fuego ,  y  quemando  muchos  de- 
llos ,  á  todos  los  que  se  les  rindieron  á  partido  dieron 
igualmente  la  muerte,  no  queriendo  que  quedase  hom- 
hre  cristiano  vivo  en  toda  la  tierra,  que  pasase  de  diez 
años  arriba.  Esta  pestilencia  comenzó  enLanjaron,y 
pasó  á  Órgiba  el  jueves  en  la  tarde  en  la  taa  de  Poquei- 
ra,  y  de  allí  se  fué  extendiendo  el  humo  de  la  sedición 
y  maldad  en  tanta  manera,  que  en  un  improviso  cubrió 
toda  la  faz  de  aquella  tierra ,  como  se  irá  diciendo  por 
su  orden.  Y  porque  juntamente  con  la  historia  deste 
rebelión  hemos  de  hacer  una  breve  descripción  de  las 
taas  de  la  Alpujarra  y  lugares  dellas ,  para  que  el  letor 
lleve  mejor  gusto  en  todo,  diremos  primero  en  este  lu- 
gar qué  cosa  es  taa,  y  lo  que  significa  este  nombre  ber- 
berisco. 

Taa  es  un  epíteto  de  que  antiguamente  usaron  los 
africanos  en  todas  las  ciudades  nobles ,  como  dijimos 
atrás  en  el  capítulo  tercero  del  primer  libro,  y  taa  quie- 
re decir  cabeza  de  partido  ó  feligresía  de  gente  natu- 
ral africana ,  aunque  otros  interpretan  pueblos  avasa- 
llados y  sujetos.  Dicen  algunos  moriscos  antiguos  ha- 


ber oido  á  sus  pasados ,  que  por  ser  las  sierras  de  la 
Alpujarra  fragosas  y  estar  pobladas  de  gente  bárbara, 
indómita  y  tan  soberbia ,  que  con  dificultad  los  reyes 
moros  podían  averiguarse  con  ellos,  por  estar  confia- 
dos en  la  aspereza  de  la  tierra ,  como  acaece  también 
en  las  serranías  de  África,  que  están  pobladas  de  bere- 
beres, tomaron  por  remedio  dividirla  toda  en  alcaidías 
y  repartirlas  entre  los  niesmos  naturales  de  la  tierra;  y 
después  que  estos  hubieron  hecho  castillos  en  sus  par- 
tidos ,  vinieron  á  meter  en  ellos  otros  alcaides  granadi- 
nos y  de  otras  partes,  con  alguna  gente  de  guerra,  para 
poderlos  avasallar.  Y  como  había  en  cada  partido  des- 
tos  un  alcaide,  á  quien  obedecían  mil  ó  dos  mil  vasa- 
llos, también  había  un  alfaquí  mayor  que  tenia  lo  espi- 
ritual á  su  cargo,  y  aquel  distrito  llamaban  taa.  Final- 
mente ,  es  lo  mesmo  que  en  África  nueiba ,  que  quiere 
decir  partido  de  bárbaros  pecheros  del  magacen  del 
Rey;  una  de  las  cuales  es  la  tierra  de  Órgiba,  que  aun- 
que cae  fuera  de  la  Alpujarra,  está  en  la  entrada  della, 
de' donde  comenzaremos,  pues  los  moriscos  comenza- 
ron por  allí  su  maldad ,  y  por  la  mesma  orden  iremos 
prosiguiendo  en  las  demás  taas  como  se  fueron  alzando. 
Luego  como  en  Lanjaron ,  lugar  del  valle  de  Lecrin, 
se  entendió  el  desasosiego  de  los  moriscos,  el  licencia- 
do Espinosa  y  el  bachiller  Juan  Bautista,  beneficiados 
de  aquella  iglesia,  y  Miguel  de  Morales,  su  sacristán,  y 
hasta  diez  y  seis  cristianos,  se  metieron  en  la  iglesia,  y 
llegando  Abenfarax,  les  mandó  poner  fuego,  y  el  benefi- 
ciado Juan  Bautista  se  descolgó  por  una  pleíta  de  es- 
parlo y  se  entregó  luego  al  tirano,  el  cual  le  hizo  matar 
á  cuchilladas,  y  prosiguiendo  en  el  fuego  de  la  iglesia, 
la  quemó  y  se  hundió  sobre  los  que  estaban  dentro.  Y 
haciéndolos  sacar  de  debajo  de  las  ruinas,  los  hizo  lie- 
varal  campo,  y  allí  no  se  hartaban  de  dar  cuchilladas 
en  los  cuerpos  muertos :  tanta  era  la  ira  que  tenían  con- 
tra el  nombre  cristiano.  Luego  pasaron  á  la  taa  de  ór- 
giba ,  llevando  consigo  á  los  mancebos  del  lugar. 

CAPITULO  IX. 

De  la  descripción  de  la  taa  de  Órgiba,  y  cómo  se  alzaron  los  lo- 
gares della,  y  cercaron  los  cristianos  en  la  torre  de  Albacete. 

La  taa  de  órgiba  tiene  á  poniente  á  Lanjaron ,  lugar 
del  valle  de  Lecrin ,  y  á  Salobreña  y  Motril ;  al  cierzo 
confina  con  Sierra  Nevada ;  al  levante  con  las  taas  de 
Poqueira  y  Ferreíra  y  con  la  del  Cehel,  que  cae  hacia  la 
mar,  que  todas  están  en  la  Alpujarra;  y  al  mediodía 
tiene  el  mar  Mediterráneo ,  donde  está  en  la  lengua  del 
agua  un  castillo  fuerte  de  sitio,  que  los  moros  llaman 
Sayona,  y  los  cristianos  Castil  de  Ferro.  Por  medio  des- 
ta  taa  atraviesa  un  rio  que  baja  de  la  Sierra  Nevada,  y 
corriendo  hacía  la  mar  con  algunas  vueltas,  va  á  juntar- 
se con  el  rio  de  Motril.  Es  tierra  fértil,  llena  de  muchas 
arboledas  y  frescuras,  y  por  ser  templada,  se  crian  na- 
ranjos, limones,  cidros  y  todo  género  de  frutas  tem- 
pranas, y  muy  buenas  hortalizas  en  ella.  La  cria  de  la 
seda  es  mucha  y  muy  buena,  y  hay  hermosísimos  pas- 
tos para  los  ganados,  y  muchas  tierras  de  labor,  donde 
los  moradores  de  los  lugares  cogen  trigo,  cebada,  pa- 
nizo y  alcandía ,  y  la  mayor  parte  dellas  se  riegan  con  el 
agua  del  río  y  de  las  fuentes  que  bajan  de  aquellas  sier- 
ras. Hay  en  esta  taa  quince  lugares ,  que  los  moriscos 
llaman  alearías ,  cuyos  nombres  son :  Pago ,  Benizalte, 
Sórtes,  Cañar,  el  Fex,  Bayárcar,  Soportújar,  Caratanuz, 


100 


LUIS  DEL  MARMOL  CARVAJAL. 


Benizcycd,  Lcxiir,  Barx.'ir,  Gnarro«;,  Liillar,  Faragenit, 
y  Albacelí!  de  ürgiija,  (¡ua  os  el  lugar  principal,  donde 
está  una  forre ,  que  estaba  ciueste  tiempo  algo  mejor 
proveída  cjue  otras  veces,  porque  habiéndose  llevado 
aquel  lugar  los  moros  de  Berbería,  pocos  anos  aJi les  se 
había  puesto  mejor  recaudo  en  ella.  La  mayor  parle 
destos  lugares  están  en  las  haldas  de  las  sierras,  y  los 
oíros  en  una  vega  llana  que  se  hace  entre  ellas,  dunde 
está  el  lugar  de  Albacete  de  Órgiba. 

El  día  que  el  Parlal  y  el  Seniz  mataron  aquellos  cris- 
líanos  que  dijimos  de  L'jíjar,  los  dos  hombres  que  esca- 
paron de  sus  manos  fueron  huyendo  al  lugar  de  Alba- 
cete de  órgiba  y  dieron  aviso  á  Gaspar  de  Sarabia ,  que 
estaba  por  alcaide  y  gobernador  de  aquella  taa,  el  cual 
luego  otro  día  viernes  bien  de  mañana  envió  á  Cama- 
cho ,  alguacil  mayor,  con  ocho  cristianos  arcabuceros, 
y  con  ellos  algunos  moriscos  desarmados,  á  que  supie- 
sen qué  novedad  liabia  sido  aquella.  Y  mientras  ellos 
iban ,  vino  á  él  un  morisco,  alguacil  de  Benizalle ,  lla- 
mado Alvaro  Abuzayet,  y  le  dijo  que  hiciese  recoger 
con  brevedad  todos  los  cristianos  chicos  y  grandes  á  la 
torre,  porque  estaba  la  tierra  levantada.  Con  este  avi- 
so se  recogieron  luego  Alonso  de  Algar,  cura  de  Alba- 
cete ,  y  los  otros  clérigos,  beneficiados  y  vecinos  cris- 
tianos que  moraban  en  los  lugares  de  aquella  taa ,  sin 
rccebir  daño ,  sino  fueron  Ids  de  Soporiújar  y  algunos 
perezosos.  Los  ocho  arcabuceros  coi  rieron  peligro  de 
perderse,  porque  estando  en  el  lugar  de  Barxar  enter- 
rando los  cristianos  que  habían  sido  muertos  el  día  an- 
tes, dieron  los  monfis  en  ellos ,  y  haciéndolos  huir ,  los 
fueron  siguiendo  hasta  cerca  de  la  torre  ,  llamándolos 
de  perros,  y  diciéndoles  que  ya  era  llegado  su  día,  y  les 
quita ronalgunasarmas,  y  los  proprios  moriscos  de  paces 
que  iban  con  ellos  fueron  los  que  mas  los  persiguieron. 
Viendo  pues  Gaspar  de  Sarabia  lo  que  pasaba,  recogió 
&  gran  priesa  las  moriscas  y  muchachos  que  pudo  ha- 
ber en  el  lugar  y  las  metió  en  la  torre,  entendiendo  que 
si  se  viese  en  necesidad,  no  fallaría  quien  se  compade- 
ciere, padres,  maridos  ó  hermanos,  y  que  secretamen- 
te les  proveerían  de  agua  y  de  bastimentos  mienlras  le 
venia  socorro.  Finalmente  ,  se  encerró  en  la  torre  con 
cientoy  ochenta  personas  y  algunos  hombres  esforza- 
dos entre  ellos,  uno  de  los  cuales  se  llamaba  I^edro  de 
Vilches,  y  por  otro  nombre  Pié  de  palo,  porque  tenien- 
do corlada  una  pierna  á  cercen,  la  traia  puesta  de  pa- 
lo, y  era  hombre  animoso  y  muy  platico  en  aquella  tier- 
ra; y  otro  Lfandro,  que  era  gran  cazador,  y  acaso  ha- 
bía llegado  allí  aquella  noche  con  dos  cargas  de  conejos 
y  perdices  y  un  cuero  de  aceite;  que  cierto  pareció  ha- 
berlo enviado  Dios  para  la  salud  de  aquella  gente;  por- 
que demás  de  ^ue  él  era  buen  arcabucero,  y  llevaba  su 
arcabuz  con  cantidad  de  munición  para  poder  pelear, 
ia  caza  suplió  la  necesidad  y  hambre  algunos  días,  y  el 
aceite  fué  de  mayor  importancia  para  quemará  los  ene- 
migos una  manta  de  madera  que  les  arrimaron  al  mu- 
ro de  la  torre,  entendiendo  poderlo  picar  por  debajo. 
No  fueron  bien  recogidos  los  cristianos  cuando  se  le- 
vantó el  lugar,  y  en  un  barrio  que  está  cerca  del  arbo- 
laron una  bandera,  y  tuniulluosamente  se  recogieron 
á  ella  los  mancebos  gandules,  y  no  mucho  después  pa-  ; 
recieron  otras  seis  banderas,  la  mayor  dellas  colorada,  i 
con  unas  lunas  de  plata  en  medio ,  y  las  otras  todas  de  ; 
«eda  de  diferentes  colores,  y  atravesando  por  un  viso  ú  ¡ 


vista  de  la  torre,  fueron  á  ponerse  en  los  olivares,  acom- 
pañados de  mucha  gente  armada  de  arcal.'ucesy  balles- 
tas. De  allí  enviaron  á  recoger  los  lugares  que  estaban 
en  lo  llano,  y  saliendo  hombres  y  mujeres  con  bagajes 
cargados  de  ropa  y  de  bastimentos,  y  los  ganados  por 
delante,  se  subieron  á  la  sierra  de  Poqueira ,  y  la  gente 
armada  cercó  la  torre  donde  estaban  nuestros  cr.stia- 
nos.  Luego  que  se  alzaron  los  lugares  de  Soporiújar  y 
Cañar  y  los  demás  de  las  sierras,  lo  primero  que  hicie- 
ron aquellos  herejes  fué  de'^truirlas  iglesias,  y  saquear 
lo  que  hab.'a  en  ellas  y  en  las  casas  de  los  cristianos.  En 
Soporiújar  prendieron  por  engaño  al  vicario  de  Ojeda, 
beneficiado  de  aquel  lugar,  y  después  de  tenerle  preso 
á  él  y  á  un  muchacho  criado  suyo,  llamado  Marlin, 
ofreciéndole  de  darle  libertad  un  mori<;co  que  tenia  p;  r 
amigo,  que  se  decía  Bartolomé  Aben  Moguid ,  hijo  del 
alguacil  del  lugar,  le  sacó  de  donde  e'^taba  y  le  ccon- 
dió  en  casa  de  otro  morisco,  llamado  Miguel  de  Jerez, y 
allí  estuvo  cuatro  días,  al  cabo  de  los  cualoS  vino  Fa- 
rax  Abenfiírax,  que,  como  queda  dicho,  iba  recorrie  i- 
do  los  lugares  por  mandado  de  Aben  Humeya,  y  don- 
dequiera que  llegaba  bacía  pn^gonar  que,  so  pena  de 
la  vida,  ningún  moro  fuese  osado  de  esconder  cristiano 
de  ninguna  edad  que  fuese,  sino  que  luego  se  losmani- 
festasen,  y  de  miiulo  del  declaró  Aben  Mogu'd  como 
lenía  aquellos  dos  cristianos.  Y  enviando  Abenfarax  d'  s 
moros  por  ellos  ,  los  sacaron  de  donde  estaban  y  los 
desnudaron  en  cueros,  y  atándoles  las  manos  atr-ás,  les 
i'ntregaron  á  Zacarías  de  Aguilar,  enemigo  del  beneli- 
i'iado,  el  cual  los  llevó  á  la  plaza  del  lugar,  y  tomán- 
dolos los  vecinos  en  medio,  les  dieron  muchos  bofeto- 
nes y  puñadas,  y  después  los  llevaron  á  unmnntecillo 
que  está  como  media  legua  de  allí,  para  miliarios  y  de- 
¡ar  los  cuerpos  en  el  campo,  porque  Abenfarax  manda- 
ha  que  no  les  diesen  sepultura.  Y  juntamente  llevaron 
una  cristiana,  llamada  Beatriz  de  la  Peña,  con  cinco  hi- 
jos niños,  y  teniéndolos  ya  para  matar,  acertó  á  pasar 
por  aquel  camino  Aben  Humeya,  que  venia  de  Béznar, 
y  condoliéndose  de  la  mujer  y  de  los  niños,  les  mandó 
(fue  solamente  matasen  al  vicario ,  y  que  los  demás  los 
volviesen  al  lugar  y  se  los  guardasen  hasta  que  enviase 
por  ellos.  Luego  cargaron  los  enemigos  de  Dios  sobre 
aquel  sacerdote,  que  invocaba  su  santísimo  nombre,  y 
dándole  uno  dellos  con  la  verga  de  la  ballesta  en  la  ca- 
beza un  gran  golpe,  que  le  aturdió  y  dio  con  él  en  el 
suelo ,  le  hirieron  luego  los  otros  con  las  lanzuelas  y 
espadas,  hasta  que  le  acabaron  de  malar.  \'  encendi- 
dos en  aquella  ira ,  hirieron  también  á  Martin,  su  cría- 
do,  de  una  cuchillada  en  la  cabeza,  que  se  la  hendieron, 
dicíéndole  el  que  le  hirió  :  «Toma,  perro  ,  porque  eres 
hijo  del  alguacil  de  Órgiba.»  Ved  cuánta  enemistad  era 
la  que  tenían  con  los  ministros  espirituales  y  tempora- 
les, que  aun  á  sus  hijos  niños  no  perdonaban.  La  mu- 
jer con  sus  criaturas  llevaron  á  Soporiújar,  y  después 
al  castillo  de  Jubiles  ,  donde  alcanzaron  libertad  cuan- 
do el  marqués  de  Mondéjar  lo  ganó ,  con  otras  muchas 
cristianas  que  había  recogido  allí  Aben  Humeya. 

CAPITULO  X. 

Cómo  se  alzaron  los  lugares  de  las  taas  de  Poqueira  y  Feíreira, 
y  la  descripción  dellas. 

Las  taas  de  Poqueira  y  Ferreira  están  en  la  entra- 
da de  la  Alpujarra ;  las  cuales  confinan  á  poniente  con 


REBELIÓN  Y  CASTIGO  DE  LOS  MORISCOS  DE  GUAXADÁ. 


V..\ 


\n  fna  de  órfíiba,  á  levante  con  la  de  Jubiles,  al  me- 
diorlíacon  el  Celio),  y  á  tramontana  con  Sierra  Neva- 
da. En  la  taa  de  Poqueira  liay  cuatro  hilares  llama- 
dos Capelcira,  Alguazta,  Pampaiieira  y  Bubion;  y  en 
ladeFerreiraliay  once,  que  son  :  Pitres,  Capelcira  de 
Forreira,  Aylácar,  Eomlúles,  Fcrrcirola ,  Mecina  de 
Fondi', les, Portillos,  Liiaxár,  Biicfiiní^tar,  Dayarcul  y 
Ilarat  el  Bayar.  Toda  esta  tierra  es  muy  fresca,  abini- 
danle de  muclias  arboledas;  críase  en  eila  caniidad  do 
seda  de  morales;  hay  muchas  manzanas ,  peras, camue- 
sas de  verano  y  do  invierno,  que  llevan  los  moradores  á 
vender  á  la  ciudad  de  Granada  y  á  oirás  partes  todo  el 
año,  y  mucha  nuez  y  castaña  ingerta.  El  pan,  trigo, 
cebada,  centeno  y  alcandia  que  allí  se  coge  es  todo  de 
riego ,  y  lo  mejor  y  de  mas  provecho  que  hay  en  el  rei- 
no de  Granada.  Está  una  sierra  entre  estas  dos  taas, 
donde  se  crian  hermosas  viñas  y  huertas ,  y  en  ella  na- 
cen muchas  fuentes  de  agua  fría  y  saludable  ,  con  que 
se  riegan ,  y  son  todas  la  frutas,  hortalizas  y  legumbres 
que  allí  se  cogen  muy  buenas.  Es  tan  grande  la  fertili- 
dad dcsfa  tierra, que  si  siembran  los  garbanzos  blan- 
cos en  ella,  los  cogen  negros;  y  son  los  castaños  tan 
grandes,  que  en  el  lugar  de  Bubion  liabia  uno  donde 
una  mujer  tenia  puesto  un  telar  para  tejer  lienzo  entre 
las  ramas,  y  en  el  hueco  del  pié  hacia  su  morada  cou 
sus  hijos ;  y  cuando  el  comendador  mayor  de  Castilla 
entró  con  su  campo  en  la  Alpnjarra ,  estando  en  aquel 
lugar,  vimos  seis  escuderos  con  sus  caballos  dentro  del. 
hueco  de  aquel  árbol ,  y  á  la  partida  le  pusieron  fuego 
unos  soldados  y  le  quemaron.  De  verano  hay  en  estas 
sierras  hermosísimos  pastos  para  los  ganados ;  y  de 
invierno,  porque  es  tierra  muy  fría ,  los  llevan  á  lo  de 
Dalias,  ó  hacia  Motril  y  Salobreña ,  que  es  mas  caliente 
y  templado  por  razón  de  los  aires  de  la  mar.  Están  estas 
dos  taas  á  manera  de  península,  entre  dos  rios  quo 
bajan  de  la  Sierra  Nevada ;  el  primero  y  mas  ocidental 
nace  sobre  la  mesma  taa  de  Poqueira,  y  corriendo  por 
entre  asperísimas  y  altas  sierras,  la  cerca  por  aquella 
parte,  y  se  va  á  juntar  con  el  rio  do  Motril  antes  de  lle- 
gar á  la  puente  Tejali,  donde  está  el  puerto  de  Jubi- 
leiu ,  que  es  la  eutrada  de  Órgibaá  la  Alpujarra  yenda 
pitr  el  riodeCádiar,  que  se  pasa  en  este  camino,  en  es- 
pacio de  cuatro  leguas,  mas  de  sesenta  veces  por  pasos 
dificultosos  y  puertos  fragosísimos  de  peñas.  El  otro  rio 
nace  también  en  la  Sierra  Nevada,  á  levante  del  y  á  po- 
niente del  lugar  de  Trevélez ,  y  con  la  mesma  aspereza 
y  fragosidad  cerca  las  dos  taas  hacia  oriente  y  medio- 
día. Por  bajo  del  lugar  de  Ferreirola  hace  dos  brazos, 
y  entrambos  se  juntan  con  el  rio  que  baja  de  Alcázar, 
y  se  van  después  á  meter  en  el  rio  de  Motril  en  la  gar- 
ganta del  Dragón,  que  los  moriscos  llaman  Alcazaubin. 
Recógense  en  aquel  lugar  tantas  aguas  de  verano ,  por 
razón  de  las  nieves  que  se  derriten  de  las  sierras,  que 
parece  un  mar  tempestuoso  el  ruido  que  lleva  el  rio. 
Esta  tierra  decían  los  moriscos  haber  oído  decir  á  sus 
pasados  que  jamás  liabia  sido  conquistada  por  fuerza 
de  armas,  y  así  tenían  mucha  confianza  en  el  sitio  y 
fortaleza  dolía,-  creyendo  que  ningún  ejército  aco- 
metería la  entrada,  habiendo  quien  defendiese  los  as- 
perísimos pasos,  donde  poca  gente  era  fuerte  y  pode- 
rosa; y  por  esta  razón  eligieron  aquel  sitio  donde  se 
recoger  del  primer  ímpetu  con  sus  mujeres ,  hijos  y  ga- 
nados. 


Alzáronse  los  lugares  de  la  taa  de  Poqueira  viernes 
por  la  mañana  á  24  días  del  mes  do  diciembre.  Los  cris- 
tianos que  había  en  ellos  corrieron  luego  á  favorererse 
en  la  torre  de  la  ig'esia  del  lugar  de  Burburon  ,  que  al 
parecer  cr-a  fuerte,  ainique  no  estaba  acabada,  y  los 
herejes  traidores  (que  a- i  merecen  que  lus  llamemos 
de  aquí  adelante),  viendo  que  se  d'fendian,  fuerm  á 
saquearles  las  casas ,  y  cercando  la  ig'esia,  altrieronuna 
puerta  que  estaba  tapiada,  encubierta  de  la  torre,  y 
entrando  furiosamente  por  ella  ,  destruyeron  y  robaron 
todas  las  cosas  sagradas  ,  y  luego  jinitaron  muchos 
zarzos  y  tascos  untados"  con  aceite  para  poner  fuego  ú 
la  puerta  de  la  torre.  Viendo  esto  los  cristianos,  y  ha- 
llándose sin  defensa,  sin  agua  y  sin  mantenimientos, 
tomaron  por  medio  rendirse  antes  que  morir  abrasa- 
dos en  crueles  llamas;  y  fuérales  menor  mal,  si  los  ene- 
migos no  usaran  después  otras  mayores  crueldades  cun 
ellos;  porque  los  desnudaron  y  ataron,  y  les  dieron 
muchos  palosy  bofetadas;  y  habiéndolos  tenido  apri- 
sionados diez  y  nueve  dias,  los  sacaron  á  justiciar  por 
mandado  de  Aben  Humeya  auna  huerta  cerca  del  lugar, 
un  día  antes  que  el  marqués  de  Mondéjar  llegase  á  Ór- 
giba;  y  allí  hicieron  pedazos  con  las  espadas  al  licen- 
ciado Qiiirós,  cura  del  lugar  de  Concha,  y  al  benefi- 
ciado Bernabé  de  Montanos,  y  á  Godoy,  su  sacristán,  y 
á  otros  veinte  legos ;  y  dejando  los  cuerpos  á  las  aves  y 
á  los  perros  quo  se  los  comiesen  ,  á  solas  las  mujeres  y 
á  los  niños  de  diez  años  abajo  tomaron  por  captivos. 
Al  bachiller  Baltasar  Bravo,  beneficiado  y  vicario  de 
aquella  taa,  porque  sabían  que  tenia  mucho  dinero,  no 
le  mataron,  y  dándole  tormento,  le  sacaron  tres  mil  du- 
cados de  oro  y  mucha  plata  labrada,  y  con  esperanza 
que  les  había  de  dar  mas,  le  dejaron  con  la  vida. 

Los  de  la  taa  de  Ferreira  se  alzaron  en  el  mesmo  día 
y  hora  que  los  de  Poqueira ,  especialmente  los  de  Pór- 
tugos  y  de  los  otros  lugares  junto  á  él.  Los  cristianos, 
en  sintiendo  el  alzamiento,  fueron  luego  á  favorecerse 
en  la  torre  de  la  iglesia  de  aquel  lugar  con  sus  nuijeres 
y  hijos.  Los  moros  les  saquearon  las  casas,  y  entrando 
en  la  iglesia  por  una  puerta  pequeña ,  la  robaron  y  des- 
truyeron, y  pusieron  fuego  á  la  torre,  amenazando  á  los 
que  se  habían  encastillado  dentro  con  cruel  muerte  si 
luego  no  se  rend  ian .  Hubo  algunos  ani  mosns  que  mostra- 
ban querer  mas  morir  que  verse  en  poder  de  aquellos 
infieles;  otros,  viéndose  quemar  vivos,  y  oyendo  las  pia- 
dosas lamentaciones  do  sus  mujeres  y  hijos,  conside- 
rando que  ni  ntruna  crueldad  se  podia  usar  con  ellos  ma- 
yor que  la  del  fuego,  y  teniendo  alguna  esperanza  de  que 
no  los  matarían,  determinaron  de  rendirse;  y  al  fin 
persuadieron  á  los  demás  á  que  se  diesen  á  partido, 
con  promesa  de  que  no  les  harían  otro  mal  sino  tomar- 
los por  captivos.  Habiéndose  pues  tardado  en  deter- 
minarse, el  fuego  fué  creciendo  cada  hora  mas  y  ocu- 
pó la  escalora  de  la  torro;  y  siéndoles  forzado  descol- 
garse con  sogas  por  la  parte  de  fuera ,  donde  no  habían 
aun  llegado  las  llamas,  el  recebimíento  que  les  hacían 
aquellos  enemigos  de  Dios  era  desnudarlos  en  ponien- 
do los  pies  en  el  suelo,  y  darles  muchos  palos  y  bofe- 
tones ,  y  atándoles  las  manos  atrás  ,  los  llevaban  á  me- 
ter de  pies  en  un  cepo.  Al  beneficiado  Juan  Diez  Galle- 
go, que  residía  en  Pitres ,  y  acertó  aballarse  allí  aquel 
día ,  mataron  de  una  saetada ,  estando  asomado  á  una 
ventana  de  la  torre.  Prendieron  ó  los  beneüciudos  Juan 


Í92  LliS  DEL  MAU 

Vela  y  Baltasar  de  Torres ,  y  á  su  pariré,  y  á  otros  mu- 
chos legos,  y  á  las  mujeres  y  riiuos  que  tuvieron  lugar 
de  poderse  descolgar;  y  cuando  fué  aplacada  la  llama, 
retirando  la  brasa,  entraron  dentro,  y  á  todos  los  hom- 
bres que  bailaron  vivos  los  mataron ;  y  por  atormen- 
tar mas  á  los  cristianos  presos  con  pena  y  vituperio, 
les  bicieron  sacar  de  la  torre  los  cuerpos  muertos ,  y 
que  con  sogas  á  los  pescuezos  los  llevasen  arrastrando 
fuera  del  lugar  y  los  echasen  en  un  barranco;  y  des- 
pués los  mataron  á  ellos,  sacándolos  de  cuatro  en  cua- 
tro, para  que  durase  mas  la  fiesta,  llevándolos  des- 
nudos y  descíilzns,  dándoles  de  pescozones  y  puñadas. 
Poníanlos  sentados  por  su  orden  en  el  suelo  en  una  ba- 
za ,  y  luego  comenzaban  su  venganza  ;  el  que  llevaba  la 
soga  con  que  iba  el  cristiano  atado,  era  el  primero 
que  le  beria ;  luego  llegaban  los  otros  y  le  daban  tan- 
tas lanzadas  y  cuchilladas,  basta  que  le  acababan  de 
matar ;  algunos  entregaron  á  las  moriscas  antes  que  es- 
pirasen, para  que  también  ellas  se  regocijasen.  Uno  de 
estos  fué  Juan  de  Cepeda ,  hafiz  de  la  seda ,  el  cual  lle- 
vó su  martirio ,  si  en  aquel  punto  supo  gozar  de  Dios, 
por  mano  de  mujeres  con  piedras  y  almaradas.  Mataron 
también  este  dia  una  morisca  viuda,  que  habia  sido 
mujer  de  un  cristiano ,  llamada  Inés  de  Cepeda ,  porque 
no  quiso  ser  mora  como  ellos,  y  les  decia  que  era  cris- 
tiana y  que  no  queria  mayor  bien  que  morir  por  Je- 
sucristo. En  esta  constancia  la  degollaron ,  y  dio  el  al- 
ma á  su  Criador,  encomendándose  muchas  veces  á  la 
gloriosa  virgen  María.  No  podían  los  descreídos  llevar 
á  paciencia  que  los  cristianos  cuando  se  veían  en  aquel 
punto  se  encomendasen  á  Dios  y  á  su  bendita  Madre. 
Y  como  herejes  y  malos  les  decían  :  «  Perros ,  Dios  no 
tiene  madre; »  y  los  herían  cruelísímamente.  Al  benefi- 
ciado Baltasar  de  Torres  rogaron  mucho  que  se  torna- 
se moro  dos  herejes  llamado  Pedro  Almalqui  y  Juan 
Pastor,  y  le  prometían  que  le  darían  su  hacienda  y  le 
casarían.  Y  como  les  respondiese  que  era  sacerdote 
de  Jesucristo  y  que  había  de  morir  por  él ,  le  dieron 
de  bofetadas  y  puñadas ;  y  diciéndole  por  escarnio  : 
«  Perro  ,  llama  agora  al  Arzobispo  y  al  Presidente  y  á 
Albotodo  que  te  favorezcan.»  Cuando  hubieron  sacado 
por  engaño  á  su  madre  docíentos  ducados  que  tenía 
escondidos,  con  promesa  de  que  no  le  matarían,  le  des- 
nudaron en  cueros,  y  maniatado  con  una  soga  á  la  gar- 
ganta, le  llevaron  á  la  plaza,  y  apartándole  á  un  cabo, 
donde  llaman  el  Lauxar,  le  cortaron  los  pies  y  las  ma- 
nos, y  luego  le  ahorcaron  juntamente  con  otros  dos 
cristianos  mancebos,  que  el  uno  no  tenía  edad  de  ca- 
torce años;  y  porque  lloraba  un  niño  sobrino  del  bene- 
ficiado viendo  matar  á  su  lío ,  le  mataron  también  á  él. 
Murieron  en  este  lugar  veinte  y  ocho  cristianos  entre 
clérigos  y  legos  ,  y  dos  niños  de  edad  de  tres  años ,  ó 
poco  mas.  Los  autores  destas  crueldades  que  Farax 
Aben  Farax  mandaba  hacer ,  fueron  Luís  el  Hardon  y 
Miguel  de  Granada  Xaba,  juntamente  con  las  cuadrillas 
de  los  monfís. 

Alzóse  el  lugar  de  Mccina  de  Fondáles  el  mesmo  dia 
viernes  en  la  noche ,  y  tomando  á  los  cristianos  que 
vivían  en  aquel  lugar  descuidados,  los  prendieron  á 
todos  en  sus  casas  y  los  robaron.  Luego  acudieron  á 
la  iglesia,  y  como  si  en  aquello  estuviera  toda  su  felici- 
dad ,  destruyeron  todas  las  cosas  sagradas ,  y  se  lleva- 
ron los  ornamentos  y  cosas  de  precio  que  allí  habia. 


MOL  CARVAJAL. 

Fueron  muchos  los  malos  tratamientos  y  afrentas  que 
hicieron  á  los  cristianos  captivos  en  estelugar;  y  des- 
pués de  bien  hartos  de  ultrajarlos,  mataron  diez  y  seis 
personas,  y  entre  ellos  dos  beneficiados ,  liamadosLuis 
de  Jorquera  y  Pedro  Rodríguez  de  Arceo,  y  á  Diego 
Pérez,  sacristán,  y  á  Pedro  Montañés ,  hombre  rico ,  y 
á  su  mujer  y  á  una  criatura  que  llevaba  en  los  brazos. 
Sacábanlos  á  todos  desnudos,  las  manos  atadas,  fuera 
del  lugar,  dándoles  de  palos  y  de  bofetadas,  y  después 
los  herían  cruelmente  con  lanzas,  espadas  y  con  pie- 
dras. 

El  lugar  de  Pitres  de  Ferreira  se  alzó  la  noche  de  Na- 
vidad, viernes  á  24  de  diciembre,  como  los  demás  desta 
taa.  Los  cristianos  que  allí  vivían,  y  otros  que  se  halla- 
ron en  él  acaso ,  en  sintiendo  el  alboroto  de  la  gente  se 
metieron  en  la  torre  de  la  iglesia ,  y  los  moros  les  sa- 
quearon las  casas  y  los  cercaron.  Teniéndolos  pues 
cercados ,  y  viendo  que  se  defendían ,  un  moro  de  los 
principales  de  aquel  lugar,  llamado  Miguel  de  Herrera, 
les  persuadió  con  buenas  palabras  á  que  se  rindiesen, 
diciendo  que  no  los  matarían  ;  los  cuales  lo  hicieron 
ansí,  viendo  lo  poco  que  podía  durar  su  vana  defensa. 
Luego  saquearon  y  robaron  la  iglesia  y  deshícierou 
los  altares.  Miguel  de  Herrera  llevó  á  su  casa  y  á  otras 
de  particulares  á  los  prisioneros,  dándoles  esperanza 
que  no  morirían;  y  habiéndolos  tenido  allí  tres  días, 
llegó  el  traidor  de  Farax,  y  dejándole  mandado  que  los 
matase,  los  llevaron  á  todos  maniatados  á  casa  de  Die- 
go de  la  Hoz  el  viejo ,  que  era  un  cristiano  rico  que  vi- 
vía en  aquel  lugar,  y  haciendo  pregonar  que  todos  los 
moros  y  moras  que  quisiesen  regocijarse  con  la  muerte 
de  sus  enemigos  saliesen  á  la  plaza  á  ver  como  los  ma- 
taban, en  un  punto  se  hinchó  toda  de  gente.  El  primero 
que  sacaron  fué  al  beneficiado  Jerónimo  de  Mesa ,  y 
poniendo  una  garrucha  con  una  gruesa  soga  en  lo  alto 
de  la  torre  de  la  iglesia ,  le  ataron  los  brazos  atrás  asi- 
dos della,  y  subiéndole  arriba,  le  dejaron  caer  tres  ve- 
ces de  golpe  en  el  suelo  con  los  brazos  descoyuntados, 
y  de  los  golpes  que  daba  sobre  una  losa ,  se  le  hicieron 
pedazos  las  canillas  de  los  píes  y  de  los  muslos  en  pre- 
sencia de  su  madre,  que  era  morisca  de  nación  y  buena 
cristiana  ;  la  cual  viendo  hecho  pedazos  á  su  hijo ,  lle- 
gó á  él  con  ánimo  varonil ,  y  besándole  muchas  veces 
el  rostro ,  le  dijo  :  «Hijo  mío,  esforzad  en  Dios  y  en  su 
bendita  Madre,  que  son  los  que  han  de  favorecer  vues- 
tra alma;  que  los  tormentos  presto  pasarán.»  El  cual 
alzando  los  ojos  al  cielo,  daba  infinitas  gracias  á  Jesu- 
cristo ,  derramando  lágrimas  de  contemplación  con 
tanto  ánimo  como  si  no  sintiera  aquel  tormento.  Vién- 
dole pues  los  herejes  en  esta  constancia,  y  que  tan  de 
corazón  se  encomendaba  á  Dios,  llegaron  á  él,  y  por  es- 
carnecerle le  decían  :  «Perro,  di  agora  el  Ave  María; 
veamos  si  te  quitará  de  aquí.»  Y  tornándole  á  subir 
otra  vez  alo  alto,  le  dejaron  caer  cuatro  veces,  y  luego 
lequítaron;y  echándole  una  soga  á  la  garganta,  le  en- 
tregaron alus  moras  para  que  también  ellas  tomasen  su 
venganza  en  él ;  las  cuales  le  llevaron  arrastrando  fuera 
del  pueblo,  y  hiriéndole  con  almaradas,  lanzuelas  y 
piedras,  le  acabaron  de  matar ;  y  volviéndose  contra  su 
madre,  le  escupían  en  la  cara,  llamándola  de  perra  cris- 
tiana ;  y  mesándola ,  y  dándole  de  bofetadas ,  le  dieron 
tantas  heridas  y  pedradas ,  que  la  derribaron  muerta 
sobre  el  cuerpo  de  su  hijo.  Acabado  este  espectáculo, 


REBELIÓN  Y  CASTíGO  DE  LOS  MORISCOS  DE  GRANADA. 


•113 


sacaron  á  Diego  de  la  Hoz  el  viejo ,  y  al  gobernador  de 
Torviscon,  yá  Francisco  de  Campnzano,  y  con  ellos 
otros  muchos  cristianos,  y  los  llevaron  donde  los  ha- 
bían de  matar;  y  porque  algunos,  teniendo  las  manos 
otadas,  hacian  la  cruz  con  los  dedos  pulgares  y  la  be- 
saban, llegaban  á  ellos  y  se  los  corlaban.  Hubo  enlre 
estos  cristianos  dos  muchachos ,  que  el  mayor  seria  de 
trece  años,  y  era  hijo  de  Antón  Martin,  familiar  del 
•Santo  Oficio,  en  quien  el  señor  puso  su  mano  aquel 
dia,  porque  no  bastaron  con  ellos  ruegos,  promesas 
ni  amenazas  para  que  renegasen.  Y  queriéndolos  sacar 
á  malar  con  los  demás,  se  llegó  uno  llamado  Pedro, 
hijo  de  Diego  de  Hoz,  á  su  madre,  y  con  semblante  alegre 
le  dijo : «Señora  madre,  rogad  á  Dios  por  mi.»  Y  como 
le  respondiese  llorando  :  «Hijo  mió,  lú  eres  el  que  has 
derogar  por  todos,»  le  replicó  el  muchacho:  «Por 
cierto,  señora,  yo  lo  haré,  y  no  tengáis  pena  de  mi 
muerte;  que  voy  muy  alegre  y  contento  á  morir  por 
Jesucristo.»  Y  con  grandísimo  esfuerzo  llegaron  en- 
trambos adonde  estaban  los  otros  cristianos  muertos, 
y  hincando  las  rodillas  en  el  suelo,  sin  terrier  de  aquella 
muerte  breve  ,  fueron  á  gozar  de  la  vida  perdurable, 
ensangrentando  en  ellos  sus  espiidas  los  enemigos  de 
Jesucristo  :  cosa  por  cierto  de  admiración,  y  para  dar 
gracias  al  Omnipotente,  que  no  hubo  en  todo  este  al- 
zamiento cristiano,  hombre  ni  mujer,  grande  ni  peque- 
ño ,  sacerdote  ni  lego,  que  negasen  la  fe;  antes  hubo 
algunos  moriscos  y  moriscas  que  holgaron  de  morir 
por  ella,  y  se  ofrecían  de  buena  gana  al  sacrilicio  con 
tanto  mas  ánimo,  cuanto  mayores  crueldades  veían  ha- 
cer. Padecieron  en  este  lugar  veítite  y  tres  cristianos 
por  sentencia  de  Miguel  de  Herrera,  que  como  juez  los 
condenaba.  Los  principales  ejecutores  del  mal  que  allí 
se  hizo  fueron  Lorenzo  de  Murcia,  Lorenzo  Campanari, 
Miguel  de  Montero  y  Miguel  Zenin  y  el  Mehme.  Otras 
muchas  crueldades  se  hicieron  en  los  otros  lugares 
destas  taas,  que  dejo  de  poner,  porque  para  liaberlo 
de  contar  todo,  seria  menester  gran  volumen  y  cansar 
al  letor, 

CAPITULO  XI. 

Cómo  se  alzaron  los  lugares  de  la  taa  de  Jubiles , 
y  la  descripción  della. 

La  taa  de  Jubiles  confina  á  poniente  con  las  taas  de 
Poqueira  y  Ferreira,  á  tramontana  tiene  la  Sierra  Ne- 
vada, al  mediodía  el  Cehel ,  y  á  levante  la  taa  de  Ujíjar 
de  Albacete.  Es  tierra  de  muchas  sierras  y  peñas,  es- 
pecialmente á  la  parte  de  Sierra  Nevada.  Hay  en  ellas 
veinte  lugares,  llamados  Valor,  Viñas  y  Exen,  Mecinade 
Bombaron,  Yátor,  Narila,  Cádiar,  Timen,  Portel, Cor- 
eo, Cuxurio,  Bérchul,  Alcútar,  Lóbras,  Nieles,  Gas- 
taras, Notaes,  Trevélez  y  Jubiles,  que  es  la  cabeza. 
Hacia  la  parte  de  Bérchul  hay  grandes  cuevas ,  que 
naturaleza  hizo  y  fortaleció  entre  las  peñas  en  lugares 
muy  secretos,  donde  los  moriscos  tenían  recogidos  mu- 
chos bastimentos  para  el  tiempo  de  la  necesidad.  A  la 
parte  de  levante  y  mediodía  cerca  esta  taa  un  rio  que 
nace  en  lo  mas  alto  de  Sierra  Nevada ,  junto  al  puerto 
de  Loh,  que  quiere  decir  puerto  de  la  Tabla,  porque 
está  una  tabla  de  tierra  llana  en  lo  mas  alto  del ,  por 
donde  se  atraviesa  la  Sierra  Nevada,  yendo  de  Guadix  á 
la  Alpujarra.  Este  rio  es  el  que  llaman  de  Cádiar,  y  en- 
tre él  y  •:!  que  dijimos  que  baja  de  junto  á  Trevélez  y 
H-i. 


cerca  las  taas  de  Poqueira  y  Ferreira,  está  lalaa  de  Ju- 
biles, la  cual  es  abmidiinte  de  pan,  trigo,  cebada  ,  pa- 
nizo y  alcandía,  y  de  mucho  ganado;  mas  tiene  muy 
pocas  arboleda»?,  y  la  seda  que  allí  se  eria  no  es  tan  bue- 
na como  la  de  las  otras  taas,  especialmente  la  delpro- 
prio  lugar  de  Jubiles. 

Jubiles  es  el  lugar  principal  desta  taa,  donde  se  ven 
líis  ruinas  de  un  castillo  antiguo,  en  un  sitio  aeaz gran- 
de y  fuerte,  en  el  cual  dicen  los  moriscos  antiguos  que 
había  en  tiempo  de  moros  un  alcaide  y  gente  de  guer- 
ra para  tener  sujetos  los  lugares  de  aquel  partido,  que 
eran  los  nías  inquietos  de  la  Alpujarra,  bárbaros  y  bes- 
tiales sobremanera.  Levantáronse  los  moriscos  deste 
lugar  y  de  los  otros  desta  taa  el  viernes  víspera  de  Na- 
vidad ,  cuando  los  mnnfís  hubieron  muerto  los  cris- 
tianos que  fueron  á  alojarse  á  Cádiar  con  el  capitán 
Herrera,  y  lo  primero  que  hicieren  fué  robar  la  iglesia 
y  destruir  cuanto  había  en  ella.  Luego  corrieron  á  las 
casas  de  los  cristianos  que  moraban  en  el  lugar,  y  no 
con  menor  cudicia  que  ira  las  saquearon,  y  prendién- 
dolos, los  metieron  en  la  iglesia  con  gente  de  guardia, 
y  allí  los  tuvieron  algunos  días  ,  predicándoles  su  seta 
y  amonestándoles  que  se  volviesen  moros,  hasta  tanto 
que  volvió  Farax,  y  mandó  que  los  matasen  á  todos-;  y 
por  su  orden  los  mataron  el  jueves  30  días  del  mes  de 
diciembre.  Los  primeros  fueron  el  Jíencficiado  Salva- 
dor Rodríguez  y  el  cura  Martín  Homero ,  y  su  sacristán 
Andrés  Monje.  Lleváronlosdesnudos  en  cueros,  las  ma- 
nos atadas  atrás,  á  una  haza  que  estaba  cerca  déla 
iglesia,  y  allí  los  acabaron  á  cuchilladas,  y  con  ellos 
otros  dos  legos.  Y  teniendo  ya  en  aquel  lugar  para  ha- 
cer lo  mesmo  de  otros  cristianos  de  los  que  tenían 
presos,  acertó  á  pasar  por  allí  don  Hernando  el  Za- 
guer,  que  andaba  requiriendo  aquellos  pueblos ,  y  se  los 
quitó  y  los  entregó  á  un  morisco  del  lugar,  para  que 
tuviese  cargo  de  guardarlos  hasta  que  se  los  pidiese. 
Estas  crueldades  que  Aben  Farax  bacía ,  no  aplacian 
nada  al  Zaguer;  antes  le  aborrecía  por  ello  á  él  y  á  los 
que  con  él  andaban ;  mas  no  osaba  contradecírselo, 
porque  temía  que  los  moros  rebelados  se  lo  temían  á 
mal ,  y  dirían  que  favorecía  á  los  cristianos,  ó  que  se 
apiadaba  dellos ;  y  por  el  mesmo  caso,  haciéndose  á  la 
parte  de  Aben  Farax,  le  alzarían  por  su  gobernador, 
por  ser  hombre  enemigo  y  perseguidor  del  nombre 
cristiano. 

Los  del  lugar  de  Alcútar  se  alzaron  el  mesmo  día  que 
los  de  Jubiles ,  robaron  la  iglesia ,  hicieron  pedazos  los 
retablos  y  imagines,  destruyeron  todas  las  cosas  sa- 
gradas, y  no  dejaron  maldad  ni  sacrilegio  que  no  co- 
metieron en  compañía  de  los  monfis  y  de  Esteban 
Parlal,  su  capitán.  Fueron  á  casa  del  vicario  Diego  de 
Montoya ,  beneficiado  de  aquel  lugar,  y  entrándola  por 
fuerza,  le  mataron  de  una  saetada.  Prendieron  al  li- 
cenciado Montoya,  su  sobrino,  y  corláronle  una  mano; 
saquearon  cuanto  tenían.  Tomaron  vivos  á  Juan  de  Mon- 
toya ,  beneficiado  del  lugar  de  Cuxurio  de  Bérchul ,  quo 
se  halló  allí  á  la  sazón,  y  á  otros  cristianos  y  cristianas 
que  vivían  en  él,  y  llevándolos  después  á  matar  al  lu- 
gar de  Cuxurio  con  otros  captivos,  como  se  dirá  ade- 
lante ,  mostraban  gran  sentimiento  de  pesar  por  no  ha- 
ber prendido  al  vicario  Diego  de  Montoya,  porque  qui- 
sieran tomar  muy  de  espacio  venganza  en  él. 

También  se  alzaron  los  del  lugar  de  Narila  el  viernes 

43 


194 


LUIS  DEL  MARMOL  CARVAJAL. 


en  iii  noclic,  los  cna1e«;  rlcstriiyeron  y  robaron  la  igle- 
sia y  las  cusas  de  los  cristianos,  y  prendiéndolos  á  to- 
dos, y  entre  ellos  ú  un  clérigo  de  misa  llamado  Cebrian 
Sancbez,  los  llevaron  maniatados  al  lugar  de  Alcútar;y 
liabiciidolos  tenido  allí  predicándoles  su  seta  y  per- 
suadiéndolos á  fjue  se  tornasen  moros,  y  amenazándo- 
les que  si  no  lo  liacian  les  darian  cruelísimas  muertes, 
cuando  vieron  que  les  aprovechaban  poco  sus  persua- 
siones y  amenazas,  desnudaron  todos  los  hombres  en 
cueros ,  y  los  llevaron,  las  manos  atadas  atrás,  al  lugar 
de  Cuxurio,  donde  los  mataron;  siendo  autores  desla 
maldad  Lope  y  Gonzalo  Seniz ,  vecinos  de  Cuxurio  de 
Bércliul,  que  fueron  crueles  perseguidores  de  cristia- 
nos, y  caudillos  de  moni'ís. 

El  lugar  de  Cuxurio  de  Bérchul  se  alzó  cuando  los 
otros  desta  taa ,  y  los  rebeldes  diclios  con  cruelísima 
rabia  entraron  lo  primero  en  la  iglesia,  y  haciendo  pe- 
dazos los  retablos  y  las  imagines  y  la  pila  del  santo 
Laptismo,  quebraron  el  arca  del  Santísimo  Sacramen- 
to, y  no  hallando  la  sagrada  hostia  de  la  Eucaristía, 
que  la  había  consumido  el  beneficiado  Pedro  Crespo, 
arrojaron  con  menosprecio  y  desden  tedas  las  cosas  sa- 
gradas por  el  suelo.  Luego  fueron  á  saquear  las  casas 
délos  ciistianos,y  prendieronal  beneliciado,  que  se 
habia  escondido  en  casa  de  un  morisco  su  amigo,  y  le 
mataron  cruelísiiiyimenle.  A  este  lugar  llevaron  los 
cristianos  que  habían  caplivado  en  el  lugar  de  Alcútar 
y  Narila ,  y  los  mataron  á  todos  delante  de  la  iglesia. 
Al  beneliciado  Juan  de  Monloya,  que  habia  sido  preso 
en  Alcútar,  sacó  uno  de  aquellos  herejes  el  ojo  dere- 
cho con  un  puñal,  y  luego  les  tiraron  á  todos  al  terrero 
son  las  ballestas  y  con  los  arcabuces,  estando  presen- 
tes á  ello  Esteban  Parla!  y  Lope  el  Seniz  y  otros  capi- 
tanes de  monfís. 

Los  de  Mecina  de  Bombaron  se  alzaron  también  el 
viernes  en  la  noche,  saquearon  luego  la  iglesia,  que- 
braron los  retablos,  despedazaron  las  venerables  ima- 
gines, deshicieron  los  altares ,  y  finalmente  destruye- 
ron y  robaron  todas  las  cosas  sagradas;  y  hallando  á 
los  cristianos  descuidados,  los  prendieron  á  todos  y 
les  saquearon  las  casas.  En  este  lugar  arbolaron  los  re- 
beldes una  bandera  de  tafetán  carmesí  bordada  de  hilo 
de  oro ,  y  en  medio  un  castillo  con  tres  torres  de  plata, 
que  la  tenían  guardada  de  tiempo  do  moros,  y  el  que 
la  tenia  se  llamaba  Andrés  Hamí,  vecino  del  mesmo  lu- 
gar. Prendieron  al  beneficiado  Francisco  de  Cervilla 
en  su  casa,  y  atándole  las  manos  atrás,  le  dieron  mu- 
chos bofetones  y  palos,  y  le  llevaron  de  aposento  en 
aposento ,  hasta  que  les  entregó  el  dinero  y  la  ropa  que 
tenia ;  y  después  sacándole  fuera,  se  adelantó  un  moro 
que  solía  ser  grande  amigo  suyo ,  y  haciéndose  encon- 
tradizo con  él  en  el  umbral  de  la  puerta,  le  atravesó 
una  espada  por  el  cuerpo  diciéndole  :  «  Toma,  amigo ; 
que  mas  vale  que  te  mate  yo  que  otro;»  y  allí  le  aca- 
baron de  matar  los  sacrilegos  á  pedradas  y  cuchilladas. 
Y  no  contentos  con  esto,  tomó  uno  de  los  que  allí  es- 
taban un  palo,  y  le  quebrantó  todo  el  cuerpo  á  palos 
desde  los  píes  hasta  la  cabeza ;  y  otro  día  de  mañana  le 
sacaron  arrastrando  fuera  del  lugar,  y  le  echaron  en 
un  barranco.  No  mucho  después  mataron  todos  los 
cristianos  que  tenían  captivos ,  y  entre  ellos  al  bene- 
ficiado Juan  Gómez  el  viejo  y  al  cura  Juan  Palomo, 
haciendo  en  ellos  mil  géneros  de  vituperios  y  cruelda- 


des. Fué  cruel  perseguidor  de  cristianos  en  este  lugar 
Miguel  Daloy,  alguacil  del. 

El  lugar  de  Valor  está  en  dos  barrios,  el  alto  y  el  ba- 
jo; entrambos  se  alzaron  el  viernes  en  la  noche.  Los 
cristianos  clérigos  y  legos  que  allí  moraban  se  reco- 
gieron, en  sintiendo  el  alboroto,  á  la  torre  de  la  iglesia 
del  barrio  bajo,  donde  estuvieron  con  harto  cuidado 
aquella  noche.  Los  moros  saquearon  y  robaron  la  igle- 
sia del  barrio  alto  y  las  casas  de  los  cristianos;  y  otro 
día  de  mañana  los  cercaron  en  la  torre ,  y  asegurán- 
doles Bernardino  Abonzaba  que  no  les  harían  ningún 
mal,  los  capLívuron  ú  todos;  y  desque  hubieran  des- 
truido y  robado  también  aquella  iglesia,  los  llevaron 
maniatados  á  unas  casas,  y  allí  les  predicaron  algunos 
dias  la  seta  de  Mahoma ;  y  viendo  que  aprovechaba  pa- 
co su  predicación ,  porque  todos  decían  que  eran  cris- 
tianos y  que  habían  de  morir  por  Jesucristo,  sacaron 
los  herejes  á  los  hombres  desnudos  y  maniatados  fuera 
del  lugar,  y  poniéndolos  á  terrero,  les  tiraron  con  ar- 
cabuces y  ballestas.  Los  primeros  que  mataron  fueron 
tres  beneficiados,  llamados  el  bachiller  Delgado,  Alon- 
so García  y  Tejerina ,  y  dos  sacristanes ,  que  el  uno  se 
decía  Francisco  de  Almansa.  Deste  lugar  era  natural 
don  Hernando  de  Valor,  mas  no  se  halló  allí  aquel  dií¡; 
y  si  bien  se  hallara ,  no  dejaran  de  hacerestas  cruelda- 
des, á  las  cuales  no  quería  contradecir,  por  tener  el 
pueblo  mas  culpado ,  mas  obligado,  y  con  menos  con- 
fianza de  perdón ;  y  por  esta  razón ,  sí  unas  veces  las 
permitía,  otras  muchas  las  mandaba  hacer,  porque  le 
tuviesen  por  enemigo  de  cristianos. 

El  mesmo  día  y  en  la  mesma  hora  que  se  alzó  Valor, 
se  alzaron  los  lugares  de  Yégen  y  Yálor ,  en  los  cuales 
no  fueron  menores  las  crueldades  que  usaron  los  ene- 
migos de  Dios.  Destruyeron  y  robaron  las  iglesias  y  las 
casas  de  los  cristianos,  capliváronlos  á  todos,  y  ha- 
ciéndoles muchos  malos  tratamientos,  vinieron  después 
á  darles  cruelísima  muerte;  y  entre  ellos  mataron  al 
b-ichiller  Bravo  y  á  su  sacristán,  y  un  vecino  que  se 
decía  Juan  de  Montoya,que  se  escapó  herido  de  una 
saetada  en  la  cabeza,  fué  á  parar  á  Ljíjar ,  donde  tam- 
bién fué  muerto  con  otros  muchos  cristianos  que  allí 
habia. 

CAPITULO  XII. 

Cómo  se  alzaron  las  taas  de  los  dos  Celieles,  y  la  descripción 
deltas. 

Los  Cébeles  son  dos  taas  que  están  juntas  en  la  cos- 
ta de  la  mar;  la  que  cae  á  poniente  llaman  Zueyhel, 
nombre  diminutivo,  porque  es  mas  pequeña  que  la 
otra.  Esta  confina  á  poniente  con  las  sierras  de  Jubi- 
lein,  en  la  entrada  de  la  Alpujarra,  donde  están  los  lu- 
gares de  Rubite ,  Bárgíx  y  Alcázar,  y  con  la  taa  de  Ór- 
gíba.  El  Cehel  grande  tiene  á  levante  la  tierra  de  Adra; 
y  á  entrambas  taas  las  baña  al  mediodía  el  mar  Medi- 
terráneo, y  á  la  parte  del  cierzo  confina  con  la  taa  de 
Ferreira,  con  la  de  Jubiles  y  con  parte  de  la  de  Ujíjar. 
Hay  en  ellas  once  lugares,  llamados  Albuñol,  Torbís- 
con,  Turón,  Mecina  de  Tedel,  Bordemarela,  Déliar, 
Cojáyar,  Forónon,  Murtas,  Jorayrata  y  Almejíjar.  Esta 
tierra  es  de  grandes  encinares  y  de  mucha  yerba  para 
los  ganados ;  cógese  en  ella  cantidad  de  pan.  Lo  que  cae 
hacia  la  costa  de  la  mar,  es  muy  despoblado,  y  por  eso 
es  muy  peligroso ,  porque  acuden  de  ordinario  por  allí 


REBELIÓN  Y  CASTIGO  DE  LOS  MORISCOS  DE  GRANADA. 


19c 


muchos  bnjeles  de  cosarios  Hircos  y  moros  de  Berbería. 
Cercan  estas  laas  dos  ríos  ;  á  la  parte  de  levante  el  que 
llaman  rio  de  Adra,  y  á-poniente  otro  que  nace  en  el 
proprio  Zueyliel  cerca  de  la  niar ;  y  corriendo  la  tierra 
adentro  liácia  tramontana,  dando  muchas  vueltas,  se 
va  á  juntar  con  el  rio  de  Alcázar  ,  que  baja  de  las  sier- 
ras de  Jubilein,  poi»bajo  del  lugar  de  Escariantes,  que 
es  de  lataa  de  Ljíjar. 

Todos  los  vecinos  dcstos  lugares  que  liemos  diclio, 
se  alzaron  viernes  en  la  tarde,  destruyeron  y  robaron 
las  iglesias,  captivarou  y  mataron  todos  los  cristianos 
que  vivían  entre  ellos ,  y  dejando  sus  casas,  se  subieron 
otro  día  á  la  aspereza  de  las  sierras  con  sus  mujeres  y 
hijos  y  ganados,  y  la  mayor  parte  dellos  se  metieron 
en  uoas  cuevas  muy  grandes  y  muy  fuertes  que  están 
media  legua  encima  del  lugar  de  Jorayrala. 

En  el  lugar  de  Jorayrata,  cuando  los  herejes  sacri- 
legos hubieron  saqueado  la  iglesia,  y  con  manos  vio- 
lentas hecho  mil  géneros  de  sacrilegios  y  maldades, 
recogieron  todos  los  prísioneros  dentro,  y  entre  ellos 
al  beneficiado  Francisco  de  Navarrete  y  á  su  sacris- 
tán ;  y  habiéndoles  tenido  allí  tres  dias,  llegó  orden  de 
Farax  Abenfarax  para  que  los  matasen;  y  un  moro  lla- 
mado Lope  de  Guzman ,  alguacil  del  lugar,  dijo  al  be- 
neficiado que  supiese  que  habían  de  morir  él  y  todos 
los  que  allí  estaban ,  y  que  en  su  mano  estaba  darle  al- 
guna hora  de  vida ;  el  cual  le  rogó  que  por  amor  de 
Dios  le  diese  aquella  tarde  y  la  noche  siguiente  de  tér- 
mino para  ordenar  su  alma.  El  moro  se  lo  concedió, 
porque  había  sido  su  amigo,  riéndose  de  'oírle  decir 
que  quería  ordenar  su  alma.  Este  clérigo,  viendo  que 
habían  de  morir  aquellos  cristianos  tan  en  breve,  los 
confesó  á  todos  y  les  predicó  los  misterios  de  la  pasión 
de  Cristo,  redemptor  nuestro ;  y  todo  el  tiempo  que  le 
sobró  de  la  noche  estuvo  de  rodillas  puesto  en  ora- 
ción, pidiendo  á  Dios  misericordia  de  sus  culpas.  Sien- 
do ya  de  día,  volvió  el  alguacil  á  él  y  le  dijo  que  ya 
era  llegada  su  hora ;  que  viese  qué  muerte  quería  mo- 
rir, porque  aquella  se  le  daría.  El  beneficiado  le  rogó 
que  le  cortasen  la  cabeza ,  porque  no  estuviese  mucho 
penando,  y  que  en  acabando  de  espirar,  le  hiciese  en- 
terrar en  la  iglesia.  A  esto  respondió  el  moro  escarne- 
ciendo :  «Cortarte  la  cabeza  yo  lo  haré;  mas  quedar 
tu  cuerpo  en  la  iglesia  no  puede  ser,  porque  la  he  me- 
nester para  corral  de  mí  ganado*. »  Entonces  se  hincó 
el  sacerdote  de  Jesucristo  de  rodillas  delante  del  altar, 
que  ya  estaba  deshecho  y  derribado ,  y  estando  orando 
al  Señor,  le  alzó  el  hereje  por  la  mano ,  y  llevándolo  á 
la  puerta  de  la  iglesia,  donde  había  mucha  gente  reco- 
gida, le  entregó  á  los  herejes  sayones ,  juntamente  con 
el  sacristán ,  diciéndoles  desta  manera  :  «A  este  perro 
liellaco  del  alfaquí  os  entrego  para  que  le  cortéis  la  ca- 
beza, porque  subiéndose  en  el  altar, nos  hacia  estar 
hasta  mediodía  ayunos,  después  de  haberse  él  comido 
una  torta  de  pan  yemborrachádoseconvíno;  y  cuan- 
do se  la  hayáis  cortado ,  dalde  una  lanzada  por  el  cora- 
zón, porque  nos  decía  que  no  teníamos  fe  ni  corazón 
con  Dios,  Y  al  sacristán,  que  con  mucho  cuidado  apun- 
taba las  faltas  de  los  que  no  íbamos  á  misa  los  domin- 
gos y  dias  de  fiestas,  y  castigaba  á  los  muchachos  que 
no  querían  aprender  la  dotrína  cristiana  cuando  estaba 
borracho ,  quitadle  asimesmo  la  cabeza  y  echadla  en 
una  tinaja  de  vino,  y  entregad  después  el  cuerpo  á  los 


muchachos  para  que  le  den  tantas  pedradas  como  él 
les  dio  azotes.  »  Dicho  esto ,  los  enemigos  de  Dios  eje- 
cutaron luego  la  inicua  sentencia;  y  siendo  ya  tarde, 
fueron  algunas  mujeres  cristianas  al  alguacil,  y  le  ro- 
garon que  les  diese  licencia  para  enterrar  aquellos 
cuerpos ,  porque  no  se  los  comiesen  los  perros.  Él  cual 
les  respondió  que  los  dejasen  estar  en  el  campo ;  que 
ellos  eran  tan  grandes  perros,  que  los  mesmos  perros 
habrían  asco  de  comerlos. 

Los  vecinos  del  lugar  de  Murtas  se  alzaron  cuando 
los  de  Jorayrata ,  mas  fué  de  manera  que  no  hicieron 
aquel  dia  mal  á  los  cristianos,  antes  les  dieron  lugar 
que  se  metiesen  en  la  iglesia,  y  con  ellos  el  beneficiado 
Juan  Gómez  de  Perespada.  Después  llegó  al  lugar  Bar- 
tolomé el  Fetén  con  una  cuadrilla  de  moiifís  y  su  ban- 
dera tendida  blanca,  que  llevaba  Lorenzo  Mehgua,  y 
juntándose  con  ellos  los  mozos  gandules ,  cercaron  y 
combatieron  la  iglesia,  y  derribándoles  las  puertas, 
entraron  dentro  y  hicieron  pedazos  los  retablos,  las 
cruces  y  la  pila  del  sagrado  baptismo  y  saquearon  la 
sacristía.  Y  por  asegurar  á  los  que  se  defendían  ani- 
mosamente en  la  torre,  no  quisieron  saquearles  las  ca- 
sas, antes  les  persuadieron  con  buenas  palabras  á  que 
se  diesen,  diciéndoles  que  se  podian  fiar  muy  bien 
dellos,  pues  eran  sus  vecinos  y  amigos,  y  que  si  les  en- 
tregaban las  armas,  les  aseguraban  sobre  sus  cabezas 
que  no  les  seria  hecho  mal  ni  daño.  Viendo  pues  los 
pobres  cercados  que  de  ninguna  manera  podian  esca- 
par de  muerte  sí  perseveraban  en  su  vana  defensa, 
acordaron  de  rendirse ,  y  bajando  deHa  torre ,  los  ma- 
niataron á  todos  en  el  cuerpo  de  la  iglesia.  Luego  su- 
bió uno  de  los  monfís  á  lo  alto  de  la  torre,  y  arbolando 
una  bandera  morisca,  pregonó  la  seta  de  Mahoma, 
como  cuando  los  moros  llaman  á  su  oración  ó  zalá.  Los 
otros  fueron  á  las  casas  de  los  cristianos  y  las  robaron, 
y  mataron  algunos  enfermos  que  estaban  en  las  camas 
tan  flacos,  que  no  se  habían  podido  levantar;  aunque 
no  duraron  muchos  dias  mas  los  unos  que  los  otros, 
porque  los  rebeldes  herejes,  juntándose  como  quien  se 
junta  para  alguna  fiesta  solene ,  los  sacaron  á  matar 
con  gran  regocijo,  tañendo  sus  atabalejos  y  dulzainas; 
y  poniendo  á  los  cristianos  en  una  hilera  en  el  cimen- 
terio de  la  iglesia,  desnudos  y  descalzos,  con  las 
manos  atadas  atrás,  les  tiraron  á  terrero  con  los  arca- 
buces y  ballestas,  y  los  mataron  á  todos  cr.uelisima- 
mente,  comenzando  por  el  beneficiado,  y  luego  por  el 
sacristán  Esteban  de  Zamora.  Mataron  también  á  Ca- 
talina de  Arroyo,  morisca,  madre  del  beneficiado  Oca- 
ña,  porque  dijo  que  era  cristiana ;  la  cual  llevándola  las 
mujeres  á  matar,  iba  rezando  la  oración  del  Anima 
Cliristi,  y  murió  invocando  el  dulce  nombre  de  Jesús. 
Al  contrario  desto  hicieron  los  del  lugar  de  Turón , 
los  cuales  recogieron  diez  y  ocho  cristianos  que  allí 
vivían,  y  porque  los  monfís  no  los  matasen ,  los  acom- 
pañaron hasta  Adra,  y  los  pusieron  en  salvo  con  todos 
sus  bienes  muebles. 

CAPITULO  XIII. 

Cómo  los  lugares  de  la  taa  de  Ujíjar  se  aliaron,  y  la  descripción 
della. 

La  taa  de  Ujíjar  está  en  medio  de  la  Alpujarra  :  es 
tierra  quebrada,  aunque  no  tan  fragosa  como  las  otras 
taas  que  hemos  dicho;  la  cual  confina  á  poniente  con 


195 


LUIS  DEL  MARMOL  CARVAJAL. 


la  ina  de  Jubiles,  íí  Iramonfana  con  la  Sierra  Nevarla, 
al  mediodía  con  el  Celiel  grande  y  con  tierra  de  Adra, 
y  á  l'jvaiile  con  la  tua  de  Andarax.  Cógese  en  esla 
tierra  cantidad  de  pan ,  trigo ,  cebada ,  panizo  y  alcan- 
día, y  lietie  muy  buenos  pastos  para  ganados  mayores 
y  menores.  La  cria  de  la  seda  no  es  tanta  en  Ujíjar  ni  se 
Lace  tan  fina  como  en  las  otras  taas ,  ni  tienen  los 
moradores  tantas  arboledas.  A  levajite  y  á  mediodía 
cerca  esta  taa  un  rio  que  procede  de  unas  fuentes  que 
salen  de  la  laguna  grande  que  se  hace  en  la  cumbre 
nlta  de  Sierra  Nevada,  cerca  del  puerto  de  la  Ravali, 
que  en  arábigo  quiere  decir  recogimiento  de  aguas. 
Éste  rio  liace  al  principio  dos  brazos;  el  mayor  corre 
liácia  poniente,  y  va  baciendo  muchas  vueltas  y  ense- 
nadas sin  llegar  á  lugar  poblado  hasta  Escariantes,  y 
allí  se  juntan  con  él  oíros  dos  rios  que  proceden  tam- 
bién de  la  mcsma  sierra.  El  otro  brazo  corre  hacia  le- 
vante, y  atravesando  la  taa,  viene  á  pasar  á  poniente  de 
Ijíjar de  Albacete,  que  así  llaman  los  moros  este  lugar, 
el  cual  tuvo  título  de  ciudad,  siendo  el  rey  Abdilebi 
Zogdybi  señor  de  la  Alpujarra.  De  la  mesma  fuente  que 
sale  el  rio  que  hemos  dicho  ,  procede  otro  que  lleva  su 
corriente  rnás  á  levante,  y  vaá  pasar  junto  con  el  lugar 
de  Laróles,  y  de  allí  vuelve  á  Ujíjar,  y  se  junta  con  otro 
brazo  que  procede  de  otra  fuente  que  nace  ii  levante 
do  la  laguna  dicha ,  en  unas  sierras  mas  bajas,  al  cual 
llaman  después  los  moradores  rio  de  Paterna,  del  nom- 
bre de  un  lugar  por  donde  pasa.  Estas  aguas  todas , 
corriendo  hacia  el  mar  Mediterráneo,  toman  en  medio 
^  Ujíjar,  y  después  se  van  á  juntar  par  del  lugar  de 
Darrícal,  y  de  allí  van  á  entrar  en  la  mar  cerca  de  la 
villa  de  Adra,  y  por  esta  razón  llaman  aquel  rio,  cuando 
ya  van  las  aguas  todas  ¡untas,  rio  de  Adra. 

Hay  en  la  taa  de  Ujíjar  diez  y  nueve  lugares,  llama- 
dos Darrícal,  Escariantes,  Lucainena,  Chirin,  Soprol, 
Umqueira,  Pezcina,  Laróles,  Unduron,  Jugar,  Mairena, 
Cargelina ,  Almocela ,  el  Fex,  Necbit,  Mecina  de  Alfa- 
liar,  Torrillas,  Anqueira  y  Ujíjar  de  Albacete,  que, 
como  queda  dicho,  es  el  principal  y  tiene  título  de  ciu- 
dad ,  y  allí  reside  de  ordinario  el  juzgado  civil  y  crimi- 
nal, alguaciles  y  escribanos,  y  un  alcalde  mayor  que 
pone  el  corregidor  de  Granada  para  que  administre 
justicia  en  toda  la  Alpujarra. 

Estaba  en  este  tiempo  por  alcalde  mayor  en  la  Alpu- 
jarra un  letrado  natural  de  la  villa  de  Curiel ,  llamado 
el  licenciado  León ,  el  cual  había  sido  avisado  del  alza- 
miento que  los  moros  quedan  hacer  tres  días  antes 
que  se  comenzasen  á  levantar,  porque  el  licenciado 
Torríjos,  beneficiado  de  Darrical ,  les  habia  dicho  se- 
cretamente á  él  y  al  abad  mayor  de  Ujíjar,  que  se  lla- 
maba el  maestro  don  Diego  Pérez  y  era  natural  de  Ules- 
cas,  como  unos  moriscos  amigos  suyos  le  habían  cerli- 
ílcado  que  sin  duda  resucitaban  los  granadinos  el  rebe- 
lión pasado,  y  que  seria  con  mucha  brevedad;  y  con 
este  aviso  habia  mandado  pregonar  que,  so  pena  de  la 
vida,  todos  los  cristianos  del  pueblo  se  recogiesen  luego 
á  la  iglesia,  por  estar  en  sitio  asaz  fuerte  para  batalla 
de  manos;  y  porque  esto  se  hiciese  con  brevedad  y  sin 
escándalo,  habia  echado  fama  que  tenía  nueva  cierta 
que  vcnian  mas  de  mil  turcos  y  moros  de  Berberiaá 
llevarse  aquel  lugar.  Los  cristianos  pues ,  no  se  pu- 
diendo  persuadir  á  que  esto  fuese  verdad ,  habían  he- 
cho burla  del  pregón,  diciendo  que  cómo  habían  de 


llegar  turcos  á  Ujíjar,  cosa  que  jamas  habían  hecho, 
especialmente  en  invierno,  con  tan  rocíos  temporales 
como  hacía ;  y  como  sucedió  eñ  tan  breve  el  rebato  que 
les  dieron  el  viernes  los  monfís,  que  dejaban  muerto  al 
capitán  Diego  de  Herrera  en  Cádiar,  hallándose  todos 
desapercebidos,  unos  desarmados,  v  muchos  desnudos 
en  camisa ,  se  fueron  á  meter  en  la  iglesia  y  en  dos 
torres  que  tenían  en  sus  casas  dos  vecinos,  que  la  mayor 
era  de  Miguel  de  Rojas,  morisco,  y  la  otra  estaba  en 
casa  de  Pedro  López,  difunto,  escribano  mayor  que  ha- 
bia sido  de  aquel  juzgado.  En  la  iglesia,  que  era  grande 
y  muy  fuerte,  se  metieron  el  alcalde  mayor  y  el  abad 
mayor,  y  los  canónigos  y  mucha  gente  armada  de  ar- 
cabuces y  ballestas ;  en  la  torre  de  Miguel  de  Rojas ,  el 
alguacil  mayor,  llamado  Diego  de  \  illaizan  ,  y  con  él 
algunos  moriscos  y  cristianos ;  y  en  la  de  la  casa  de 
Pero  López,  otros  vecinos  particulares.  Estas  tres  tor- 
res estaban  en  triángulo,  puestas  de  manera  que  los  de 
dentro  no  dejaban  asomar  á  nadie  por  las  Cidles,  que 
los  enclavaban  luego  con  los  arcabuces,  y  tenían  mu- 
cha munición  que  tirar,  porque  les  habían  traído  dos 
días  antes  catorce  arrobas  de  pólvora  de  Málaga ,  y  el 
alcalde  mayor  habia  reparlídola  entre  los  arcabuceros, 
y  desla  causa  los  monl'ís  no  habían  hecho  otro  efcto  mas 
de  quebrantar  la  cárcel  y  soltar  los  moriscos  presos,  y 
quebrarlas  puertas  de  los  escritorios  de  los  escribanos, y 
quemar  todos  los  procesos.  Luego  el  siguiente  día,  que 
fué  sábado  primero  día  de  Pascua,  recogieron  lodos  los 
moriscos  y  moriscas  del  lugar,  y  se  fueron  los  hom- 
bres de  guerra  á  poner  en  la  rambla  de  Burburon,  dos 
tiros  de  arcabuz  de  allí,  donde  no  los  descubrían  los  de 
las  torres ,  aguardando  á  que  llegasen  don  Hernando  el 
Zaguer  y  el  Partal  de  Narila,  que  habían  ido  á  recoger 
la  gente  de  los  lugares  comarcanos  para  combatirlas 
de  propósito,  no  se  atreviecJo  con  ellas  los  que  allí 
estaban. 

CAPITULO  XIV. 

Cómo  d  capitán  Diego  Gasea  tuvo  aviso  que  habia  moros  en  la 
tierra,  y  partió  de  Dalias  en  su  busca,  y  como  llegó  á  Ujijar  es- 
tando alzado  el  lugar. 

Estaba  en  este  tiempo  alojado  en  Dalias  el  capitán 
Diego  Gasea,  vecino  de  Málaga,  y  tenia  consigo  cua- 
renta caballos  de  los  de  su  compañía;  el  cual  siendo 
avisado  el  viernes  por  uno  de  los  soldados  que  dijimos 
que  escaparon  de  Cádiar,  cómo  había  moros  enemigos 
en  la  tierra,  y  del  estrago  que  dejaban  hecho  en  la  gente 
del  capitán  Herrera,  determinó  de  ir  luego  en  su  busca ; 
y  porque  le  pareció  que  seria  menester  mas  golpe  de 
gente  de  la  que  llevaba,  despachó  una  carta  á  don  Gar- 
cía de  Villaroel,  capitán  de  la  gente  de  guerra  de  la 
ciudad  de  Almería,  dándole  aviso  como  iba  en  busca  dfe 
aquellos  moros  la  vuelta  de  Ujíjar,  para  que  se  apres- 
tase y  le  saliese  á  favorecer.  Don  García  no  lo  pudo  ha- 
cer, porque  tenia  mas  cierta  nueva  que  él  del  rebe- 
lión; y  habiendo  tan  poca  gente  en  la  ciudad  y  tantos 
moriscos  vecinos,  no  se  atrevió  á  dejarla  sola  en  aquella 
ocasión.  Diego  Gasea  fué  á  la  villa  de  Adra,  y  no  ha- 
llando nueva  que  hubiesen  desembarcado  moros  de 
Berbería,  pasó  á  Berja,  y  de  allí  á  Darrícal,  donde  sa- 
bia que  moraba  el  licenciado  Torríjos,  para  tomar  len- 
gua del;  y  cuando  llegó  al  lugar,  que  sería  mas  de 
media  noche,  halló  la  gente  toda  ida  y  la  casa  del  Tor- 


REBELIÓN  Y  CASTIGO  DE  LOS  MORISCOS  DE  GRANADA. 


rijos  sola;  y  enfenrliendo  que  estaba  en  la  torre  de  la 
iglesia,  fué  allá;  y  hallando  la  puente  levadiza  alzada 
y  alguna  ropa  puesta  por  las  ventanas,  hizo  dar  voces 
Mamándole;  mas  era  por  demás,  porque  no  estaba  allí , 
que  habiéndose  recogido  dentro  con  su  familia,  habia 
venido  á  él  un  morisco  del  lugar  de  Lucaiuena,  vecino 
y  amigo  suyo,  á  prima  noche,  y  hecho  que  se  fuese  con 
él  antes  que  los  alzados  llegasen  ú  cercarle,  y  le  habia 
llevado  á  una  cueva  en  la  falda  de  la  sierra  de  Gádor, 
donde  le  pareció  que  estarla  mas  seguro,  hasta  ver  en 
qué  paraban  los  negocios ;  y  de  industria  habia  dejado 
la  puente  levadiza  alzada  y  aquella  ropa  puesta  por  las 
ventanas,  para  que  entendiesen  los  que  viniesen  que 
estaba  dentro.  Diego  Gasea,  creyendo  que  no  quería 
responder,  comenzó  á  deshonrarle,  y  pasando  adelante, 
llegó  á  vista  de  üjíjar  el  domingo  pnr  la  mañana ,  y  se 
puso  en  un  viso  adonde  le  podían  descubrir  muy  bien 
los  cristianos  de  las  torres;  los  cuales  comenzaron  á 
hacer  gran  fiesta  y  regocijo,  tendiendo  las  banderas  y 
campeándolas ,  y  tirando  con  los  arcabuces  á  los  ene- 
migos; porque  viendo  gente  de  á  caballo ,  entendieron 
que  les  iba  socorro.  Los  moros,  creyendo  lo  mesmo,  se 
pusieron  en  huida  por  aquellas  sierras;  mas  prestóse 
lesaguó  á  los  nuestros  su  contento,  porque  Diego  Gasea, 
viendo  que  la  tierra  estaba  alzada  y  que  los  moros  á 
gran  priesa  tomaban  las  sierras,  entendió  que  iban  á 
atajar  el  paso  por  do  habia  de  volver;  y  sin  haber  para 
qué,  se  fué  retirando  la  vuelta  de  Adra,  con  un  escu- 
dero menos,  que  le  mataron  en  el  camino.  Este  socorro 
habia  sido  muy  á  tiempo ,  y  se  salvara  toda  la  gente 
cristiana  que  liabia  éij  Ujíjar  si  nuestros  caballos  en- 
traran en  el  pueblo,  porque  se  juntaran  con  ellos  los 
peones,  que  eran  ¡nuchos,  y  pudieran  retirarse  segura- 
mente á  la  villa  de  Adra.  Y  aun  por  ventura  hicieran 
algún  buen  efeto,  con  que  los  rebeldes  no  pasaran  ade- 
lante con  su  maldad ;  porque,  según  entendimos  de  al- 
gunos hombres  fidedignos,  don  Fernando  el  Zaguer, 
arrepentido  del  daño  hecho ,  y  viendo  su  perdición  en 
las  manos,  habia  dicho  á  los  alpujarreños  que  con  él 
estaban  aquel  mesmo  día  :  «Hermanos,  nosotros  va- 
mos perdidos;  engañado  nos  han  los  monfís;  los  gra- 
nadinos quieren  hacer  su  negocio  con  nuestras  cabe- 
zas; busquemos  otros  remedios.»  Y  casi  tenían  conver- 
tidos algunos  de  los  principales  á  que  se  volviesen  á  sus 
casas. 

CAPITULO  XV. 

Cómo  los  rebeldes  volvieron  á  Ujíjar,  y  cómo  batieron  las  torres 
donde  estaban  los  cristianos,  y  se  les  rindieron. 

Vuelto  pues  Diego  Gasea  á  la  villa  de  Adra,  los  al- 
zados tornaron  á  ponerse  en  la  rambla  de  Burburon ,  y 
desde  allí  fueron  de  parte  de  noche  á  las  casas ,  y  hora- 
dando de  unas  en  otras ,  porque  no  osaban  descubrirse 
por  las  calles,  por  miedo  de  los  arcabuceros  délas  tor- 
res, llegaron  á  casa  de  Pero  López ,  y  entrando  por  ella, 
cercaron  la  torre ,  que  era  toda  hecha  de  madera,  y  po- 
niéndole fuego ,  quemaron  la  puente  levadiza,  y  creció 
la  llama  tanto ,  que  los  de  dentro  pidieron  que  se  que- 
rían dar  á  partido;  y  siendo  admitidos,  mientras  des- 
colgaban las  mujeres  con  sogas,  que  no  podían  salir 
por  la  puerta ,  que  ocupaba  el  fuego ,  se  quemaron  casi 
todos  los  hombres,  sin  poderlos  remediar.  Vista  esta 
crueldad,  los  déla  otra  torre  de  Miguel  de  Rojas,  don- 


197 

de  estaban  algunos  moriscos  sus  parientes,  y  An;ré3 
Alguacil ,  hombre  rico  y  de  los  principales  de  la  Alpu- 
jarra,  y  el  alguacil  mayor  y  otros  veinte  crislíauos, 
hubieron  por  bien  de  rendirse ,  entregando  á  los  moros 
la  torre  el  proprío  alguacil  mayor ;  el  cual  fué  luego 
por  su  mandado  á  tratar  con  el  alcalde  mayor  que  rin- 
diese la  de  la  iglesia,  diciendo  que  le  harían  cualquier 
honesto  partido ;  y  para  que  se  pudiese  hacer  con  toda 
seguridad,  se  dieron  rehenes  de  una  parle  á  otra  :  los 
moros  dieron  dos  hijos  y  un  sobrino  de  Miguel  de  Ro- 
jas ,  y  los  cristianos  á  Bartolomé  Quijada  y  á  un  hi- 
jo suyo,  y  á  Gonzalo  Pérez ,  canónigo  de  aquella  igle- 
sia, hermano  del  abad  mayor,  y  á  Juan  Sánchez  de  Pi- 
nar y  á  un  hijo  suyo,  y  á  Jerónimo  de  Aponte,  pro- 
curador, y  á  Bartolomé  Quijada,  escribano  público  de 
aquel  juzgado.  Lo  que  se  capituló  fué  :  «que  los  cris- 
tianos pagasen  á  ciento  y  diez  ducados  por  cada  cabeza, 
y  que  dejasen  las  armas,  y  los  dejarían  ir  donde  qui- 
siesen ;  y  los  moros  prometieron  de  llevarlos  sanos  y 
salvos  á  tierra  de  Guadix  ó  de  Baza;  y  que  en  este  con- 
cierto entrasen  el  licenciado  Torrijos,  y  el  dotor  Bra- 
vo, abogado,  que  estaba  en  el  lugar  de  Pezcina,  que  no 
había  querido  encerrarse  en  la  torre. »  Dados  los  rehe- 
nes, entraron  muchos  moros  en  la  iglesia,  y  comenza- 
ron á  tratarse  amigablemente  con  los  cristianos ,  abra- 
zándose unos  á  otros;  y  cierto  parecía  estar  ya  todo  con- 
cluido y  acabado,  sí  el  proprío  alcalde  mayor  no  lo  des- 
baratara. Porfiaba  este  hombre  con  los  rehenes  que  no 
le  habían  de  llevar  á  él  nada  por  su  cabeza  ni  por  las 
de  su  mujer  y  hijas,  sino  que  los  habían  de  poner  li- 
bremente en  Guadix ;  y  como  no  quisiesen  venir  en  ello 
los  moros,  diciendo  que  lodos  habían  de  ir  por  un  ra- 
sero ,  y  que  habia  de  pagar  él  el  primero ,  comenzó  6. 
dar  grandes  voces,  diciendo :  «Afuera,  afuera;  tiradles, 
tiradles  á  estos  perros  descreídos,  que  no  mantienen  fe 
ni  palabra;  que  estos  rehenes  me  asegurarán  la  cabeza 
liasla  que  me  venga  socorro;»  y  metiéndose  en  la  torre, 
hizo  alzar  la  puente  levadiza  y  se  puso  en  defensa.  Y 
si  advirtiera  desde  el  principio  en  defender  toda  la  igle- 
sia, pudiera  ser  que  no  se  perdiera ,  porque  demás  de 
que  era  fuerte ,  tuvo  lugar  de  meter  dentro  agua  y  bas- 
limento  para  mas  de  un  mes,  y  los  moros  no  pudieran 
llegar  á  quemar  la  torre,  como  lo  hicieron;  mas  como 
hombre  mal  platico  en  cosas  de  guerra,  entendiendo 
que  no  podía  durar  aquel  negocio  muchos  días ,  y  que 
resistiría  allí  mejor  el  ímpetu  de  los  alzados  mientras 
le  iba  socorro,  y  aun  porque  los  cristianos,  hecho  el 
concierto,  no  se  le  huyesen ,  como  lo  habian  comenza- 
do á  hacer  algunos,  dejó  el  cuerpo  de  la  iglesia  y  un 
reducto  que  estaba  delante  de  la  puerta,  y  se  metió  en 
la  torre  con  toda  la  gente.  Los  moros  llegaron  de  gol- 
pe ,  y  por  las  espaldas  de  la  iglesia  rompieron  la  sacrís- 
tía'con  picos  y  barras  de  hierro,  y  entraron  dentro  sin 
hallar  mas  resistencia  que  la  de  un  pobre  cristiano  quo 
mataron,  y  hicieron  pedazos  las  cruces  y  los  retablos 
y  el  arca  del  Santísimo  Sacramento;  y  robando  los  or- 
namentos sagrados,  en  escarnio  de  nuestra  santa  fe  to- 
maban las  casullas  y  las  albas,  y  se  las  vestían  al  revés, 
y  después  hicieron  bonetes,  calzones  y  ropetas  de  todo 
ello.  Ganada  la  iglesia ,  fueron  mejorándose  por  aquella 
parte  de.^»tara ,  que  vinieron  á  estar  tan  fuertes  como 
los  nuestros^n  su  torre,  y  cavando  muchos  hoyos  de- 
bajo la  puente  levadiza,  los  hinchieron  de  aceite,  y 


198 


LUIS  DEL  MARMOL  CARVAJAL. 


arrimaron  sobre  ellos  muchos  haces  de  leña  y  la  ma- 
dera de  los  retablos ,  escaños  y  bancos  de  la  iglesia ,  y 
gran  cantidad  de  zarzos  de  cañas  y  tascos  untados  con 
aceite,  y  le  pusieron  fuego.  Los  cristianos  tapiaron 
con  barro  y  piedra  la  puerta  de  la  torre  de  manera,  que 
aunque  se  quemó  la  puente  levadiza,  no  podia  entrar 
la  llama  dentro ;  mas  era  tan  grande  el  calor  del  fuego, 
que  traspasando  las  paredes ,  causaba  gran  sequedad  y 
sed  á  los  que  estaban  faltos  de  agua  y  de  todo  refrige- 
rio, acompañados  del  clamor  de  las  mujeres  y  niños. 
Hubo  algunos  hombres  esforzados  que  quisieron  salir  á 
pelear  con  los  enemigos,  entendiendo  poder  romper  por 
ellos  y  ponerse  en  libertad;  y  con  esta  determinación 
el  abad  mayor  consumió  el  Santísimo  Sacramento ,  y  se 
confesaron'y  encomendaron  todos  á  Dios;  y  pusiéran- 
lo  en  efeto  si  las  piadosas  lágrimas  de  las  mujeres  que 
dejaban  desamparadas  no  lo  estorbaran  y  les  hicieran 
tomar  otro  partido,  al  parecer  mas  seguro,  aunque  me- 
nos honroso;  porque  al  fin  se  hubieron  de  rendir  con 
el  partido  que  les  habían  ofrecido  los  moros ,  y  no  hu- 
biera sido  tan  mal  remedio  para  asegurar  ias  vidas,  si 
los  rebeldes ,  faltos  de  fe  y  caridad,  les  guardaran  la  pa- 
labra que  les  dieron.  Habiendo  pues  veinte  y  cuatro  ho- 
ras que  los  combatia  la  llama,  creciendo  cada  hora  mas 
la  violencia  del  fuego ,  y  el  número  de  la  gente  que  de 
toda  la  comarca  venia,  por  hallarse  en  aquel  sacrificio, 
los  pobres  cristianos  comenzaron  á  descolgarse  de  la 
torre  por  una  soga,  no  pudiendo  salir  por  la  puerta,  que 
ardia;  y  siendo  tantos,  fué  necesario  que  tardasen  mas 
de  veinte  horas,  por  el  embarazo  de  las  mujeres  y  de 
los  niños;  y  como  llegaban  al  suelo,  el  regalo  que  aque- 
llos enemigos  de  Dios  les  hacían,  era  darles  muchos  pa- 
los y  puñadas ,  y  desnudando  á  todos  los  hombres ,  les 
ataban  las  manos  atrás  y  los  encerraban  en  la  iglesia. 
Luego  entraron  en  la  torre ,  y  apagando  el  fuego ,  sa- 
quearon lo  que  hallaron  dentro;  y  como  herejes  y  ma- 
los, que  no  querían  carecer  de  culpa  ni  excusarla ,  an- 
tes obligarse  unos  á  otros  con  mayores  delitos  y  exce- 
sos para  que  todos  desconfiasen  de  poder  alcanzar  per- 
don,  hicieron  grandísimos  sacrilegios  y  maldades,  sin 
respetar  á  cosa  divina  ni  humana. 

CAPITULO  XVI. 

Cómo  los  alzados  mataron  los  cristianos  que  se  les  habían  ren- 
dido en  las  torres  de  Ujíjar;  y  cómo  el  Zaguer,  arrepentido  de 
lo  beclio,  quisiera  que  no  pasara  adelante  el  negocio  del  re- 
belión. 

Cumpliendo  pues  los  herejes  rebeldes  el  cruel  man- 
dato de  Farax  Abenfarax ,  como  si  en  ello  estuviera  su 
felicidad,  otro  día  bien  de  mañana  se  pusieron  los  mon- 
fís  y  gandules  en  el  cimenterio  de  la  iglesia,  y  diciendo 
á  los  cristianos  que  los  llevaban  á  juntar  con  los  de 
la  torre  de  Miguel  de  Rojas ,  los  sacaron  de  la  iglesia 
de  dos  en  dos  con  las  manos  atadas  atrás,  desnudos  y 
descalzos ,  y  los  mataron  cruelmente  á  lanzadas  y  cuchi- 
lladas. Quedaron  algunos  con  las  vidas,  porque  tuvie- 
ron amigos  que  los  favorecieron  en  aquel  punto,  espe- 
cialmente oficiales  herreros,  alpargateros,  carpinteros 
y  sastres,  y  entre  ellos  el  hermano  del  Abad  mayor,  y 
Francisco  Jerónimo  de  Aponte,  y  Juan  Sánchez  de  Pi- 
nar, y  otros  de  los  rehenes,  que  después  hizo  matar 
el  solene  traidor  de  Abenfarax.  Solo  á  Jerónimo  de 
Aponte  y  Juan  Sánchez  de  Pinar  los  tuvo  el  Zaguer 
en  parte  segura,  porque  no  se  los  matasen,  entendiendo 


que  le  serian  de  provecho  algún  día,  por  la  mucha  amis- 
tad que  tenia  con  ellos.  Viendo  pues  el  Abad  mayor  sa- 
car á  matar  aquellos  cristianos ,  y  considerando  que 
lo  mesmo  harían  del  y  de  todas  las  mujeres  que  allí 
estaban,  anduvo  de  unas  en  otras  exhortándolas  á  que 
osasen  morir  por  Jesucristo,  díciéndoles  que  fuesen 
constantes  en  su  santa  fe  católica,  que  huyesen  de  las 
tentaciones  del  demonio ,  y  que  confiasen  en  la  bondad 
de  Dios ,  que  les  había  de  dar  vida  eterna.  Y  andando 
derramando  muchas  lágrimas  con  estas  y  otras  pala- 
bras dignas  de  su  buena  vida  y  dotrina ,  llegó  á  él  un 
moro  gandul ,  y  le  dio  una  puñada  en  el  rostro  con  tan- 
ta fuerza,  que  le  hizo  saltar  un  ojo ,  y  acudiendo  otro 
con  una  espada ,  le  mató,  y  abriéndole  el  pecho  con  un 
puñal,  le  sacó  el  corazón,  y  llevándolo  alto  en  la  ma- 
no, comenzó  á  dar  grandes  voces,  diciendo  :  «Gracias 
doy  á  Mahoma,  que  me  dejó  ver  en  mis  manos  el  co- 
razón deste  perro  cristianazo. »  Al  licenciado  León  y 
al  alguacil  mayor  encerraron  en  la  capilla  de  la  pila 
delbaptismo  el  Zaguer  y  Diego  López  Aben  Aboo,  su 
sobrino ,  para  tomar  venganza  dellos ,  y  allí  los  tuvie- 
ron hasta  las  diez  del  día,  que  los  mataron.  Y  porque 
no  quede  atrás  cosa  que  desear  saber  al  letor,  dire- 
mos en  este  lugar  la  causa  por  que  estos  dos  moriscos, 
de  los  mas  principales  de  la  Alpujarra,  estaban  aira- 
dos contra  las  justicias  de  Ujíjar.  Dos  hermanos,  de 
quien  esta  historia  hace  mención  ,  llamados  Lope  el  Se- 
níz  y  Gonzalo  el  Seniz,  vecinos  de  Bérchul,  grandes 
monfís,  que  salteaban  y  robaban  por  los  caminos,  ha- 
bían muerto  pocos  meses  antes  á  un  mercader  llamado 
Enciso  y  á  otros  cristianos  que  venían  de  una  feria, 
por  quitarles  el  dinero  que  llevaban ;  y  como  los  con- 
cejos de  los  lugares  en  cuyos  términos  acaecían  seme- 
jantes delitos  estaban  obligados  por  provisión  real  á 
darlos  dañadores  ó  pagar  los  daños,  habían  aguarda- 
do á  matarlos  en  una  mojonera  entre  términos,  donde 
alindan  cinco  concejos,  que  son  Cádiar,  Narila,  Bér- 
chul ,  Mecina  de  Bombaron  y  Jériz ,  del  marquesado  del 
Cénete.  El  alcalde  mayor  de  la  Alpujarra,  que  era  este 
licenciado  León,  siendo  avisado  del  delito ,  había  pro- 
cedido contra  todos  aquellos  concejos ,  pidiéndoles  los 
delincuentes ,  y  que  pagasen  el  daño  que  habían  hecho; 
los  cuales  procuraron  descargarse  cada  cual  por  su  par- 
te ,  diciendo  que  no  había  sido  en  su  término ,  y  sin 
embargo,  tuvo  presos  muchos  días  los  alguaciles  y  regi- 
dores, y  los  condenó.  Y  parecíéndole  que  cincuenta 
mil  maravedís  que  tenia  de  pena  cada  concejo  por 
cualquier  cristiano  que  faltase  en  su  término,  era  muy 
poca  condenación,  y  que  convendría  que  fuese  mayor 
para  que  temiesen ,  mandó  que  pagase  cada  concejo  mil 
ducados,  y  que  los  alguaciles  y  regidores  estuviesen  pre- 
sos, depositadosen  las  galeras,  hasta  que  diesen  los  mal- 
hechores. Desta  sentencia  apelaron  para  Granada,  don- 
de estuvieron  también  presos  hasta  que  se  entendió  su 
negocio ,  y  pareciendo  á  los  alcaldes  del  crimen  que 
había  sido  recia  cosa  querer  el  alcalde  mayor  traspasar 
la  ley  y  alterarla  de  su  propria  autoridad,  mandaron 
darlos  á  todos  en  fiado.  Viendo  esto  los  hijos  de  Enci- 
so, acudieron  al  consejo  real  de  su  majestad,  y  pidie- 
ron un  juez  pesquisidor  contra  ellos.  Estaba  á  la  sazón 
el  licenciado  Molina  de  Mosquera,  alcalde  de  chancille- 
ría  de  Granada,  en  la  Calahorra,  procediendo  por  co- 
misión de  la  Audiencia  real  contra  otros  monfís  que 


REBELIÓN  Y  CASTIGO  DE  LOS  MORISCOS  DE  GRANADA. 


Iiabion  muerto  &  un  iiijo  de  Pedro  Díaz  de  Montoro  y  á 
un  fraile  de  la  orden  de  San  Francisco,  llamado  fray 
Diego  de  Viljamayor,  el  dia  de  Santa  Catalina  de  aquel 
año  de  1368,  y  el  Consejo  Real  mandó  que  se  le  come- 
tiese aquel  negocio.  De  aquí  vino  que  los  monfís  apre- 
suraron la  rebelión  por  temor  de  venir  á  sus  manos,  por- 
que liabia  prendido  mas  de  sesenta  dellos,  y  aliorcado 
algunos ,  cuando  se  rebelaron.  Volviendo  pues  á  nues- 
tro propósito ,  entendiendo  Aben  Aboo  y  el  Zaguer  que 
todo  el  daño  y  mal  que  les  liabia  venido  Iiabia  sido  por 
la  rigurosa  sentencia  del  alcalde  mayor  de  Ujíjar,  vinién- 
doles á  la  memoria  que  cuando  estaban  presos  habian 
dádole  muclias  peticiones,  pidiendo  que  los  mandase  dar 
en  fiado  para  poder  salir  á  buscar  los  malliecbores ,  y  no 
1  j  liabia  querido  proveer,  respondiendo  que  las  pusiesen 
en  el  proceso,  cuando  lo  tuvieron  á  él  y  á  su  alguacil 
mayor,  quisieron  vengarse  dellos;  y  llegándose  á  la  reja 
de  la  capilla  donde  los  tenian  encerrados.  Aben  Aboo 
les  dijo  :  «Perros,  ¿acuérdaseos  cuando  mandastesque 
trajésemos  los  monlís  que  liabian  muerto  á  los  cristia- 
nos? Véislos  aquí,  estos  que  tenéis  delante  son  :  vos- 
otros nos  babeis  destruido.  Y  tú,  mal  juez,  porque  otra 
vez  no  bagas  injusticia,  teniéndonos  presos  sin  baber 
cometido  delito,  y  nos  lleves  nuestras  haciendas,  to- 
ma.» Y  allegándose  al  alcalde  mayor,  le  hendió  la  cabeza 
con  una  bacheta ,  y  dio  con  él  muerto  en  tierra ,  y  car- 
gando los  otros  sobre  el  alguacil  mayor,  le  mataron  á 
cncliilladas,  y  sacándolos  arrastrando  de  la  iglesia,  los 
llevaron  al  pié  déla  torre;  y  hallando  allí  los  tocinos 
de  un  puerco  cebón  ,  que  habían  arrojado  los  moros 
desde  arriba,  como  cosa  desaprovechada  y  que  no  co- 
men, metieron  los  cuerpos  de  los  cristianos  entre  ellos, 
y  poniendo  al  derredor  mucha  leña  los  quemaron.  Mu- 
rieron este  dia  en  Ujíjar  docientos  y  cuarenta  cris- 
tianos clérigos  y  legos ,  y  entre  ellos  seis  canónigos  de 
aquella  iglesia,  que  es  colegial.  Las  mujeres  cristianas, 
viendo  matar  delante  de  sus  ojos  ásus  maridos,  á  sus 
hijos  y  á  sus  padres  y  hermanos ,  entre  miedo  y  do- 
lor estaban  como  encantadas ,  mirándose  las  unas  á  las 
otras ,  sin  poder  llorar  ni  hacer  otro  sentimiento ,  es- 
perando la  muerte,  y  echando  secretas  plegarias  con- 
tra los  crueles  verdugos.  Acabada  de  solenizar  la  mal- 
dad con  derramamiento  de  tanta  sangre  cristiana ,  los 
traidores,  hechos  de  siervos  señores ,  repartieron  las 
cristianas  por  los  lugares  comarcanos  para  que  las  man- 
tuviesen, mientras  Aben  Humeya  mandaba  lo  que  se  ha- 
bía de  hacer  dolías;  y  acabaron  de  robar  y  destruir  la 
iglesia ,  como  gente  bárbara ,  indignada  contra  todo 
amor,  fe  y  caridad,  desnudos  del  temor  de  Dios  y  ves- 
tidos de  crueldad.  Hecho  esto,  don  Hernando  el  Zu- 
guer,  que  cada  hora  conocía  mas  su  perdición,  juntan- 
do segunda  vez  los  moros  mas  principales,  les  tornó  á 
rogar  que  pusiesen  fin  al  levantamiento,  díciéndoles 
que  mirasen  que  iban  todos  perdidos;  que  lo  que  se 
había  hecho  habia  sido  ceguedad  muy  grande  por  las 
ocasiones  que  habían  tenido  para  ello;  que  su  remedio 
estaba  solamente  en  decir  que  los  monfís  habían  sido 
autores  de  todo  el  mal ,  pues  había  tantos  y  era  la  ver- 
dad, y  que  sería  mas  sano  á  los  de  la  Alpujarra  que  el 
rey  don  Felipe  mandase  ahorcar  treinta  ó  cuarenta  mo- 
riscos, aunque  fuese  él  el  uno  dellos ,  que  no  que  per- 
diesen la  tierra ,  y  juntamente  los  hijos,  las  mujeres  y 
todas  sus  haciendas.  Mas  no  bastaron  todas  estas  per- 


Í99 

'  suasíones  con  los  bárbaros  airados,  y  que  scntinn  va  sus 
I  conciencias  tan  cargadas,  que  les  parecía  no  lialicr  lu- 
j  gar  de  misericordia  para  ellos ;  y  así,  le  respondieron 
!  que  sí  temía  á  los  cristianos ,  hiciese  de  sí  lo  que  le  pa- 
reciese; que  no  faltarían  hombres  en  la  Alpujarra  quo 
la  defendiesen. 

No  me  parece  justo  dejar  de  tratar  en  este  lugar  de 
un  niño  que  los  moros  mataron  este  dia  ,  lo  cual  dire- 
mos conforme  á  una  información  que  el  arzobispo  de 
Granada  mandó  hacer  sobre  ello,  que  estuvo  en  nuestro 
poder,  y  á  lo  que  algunas  cristianas  de  las  que  so  halla- 
ron presentes  nos  dijeron.  Estaba  en  la  iglesia  de  Ujíjar 
un  niño  de  edad  de  diez  años,  llamado  Gonzalo,  hijo  de 
Gonzalo  de  Valcácer,  vecino  de  Mairena ;  el  cual  viendo 
que  sacaban  á  matará  su  padre,  hincólas  rodillas  en  el 
suelo  delante  del  altar  mayor,  y  llorando  tiernamente, 
rezó  el  Credo,  y  rogó  á  Dios  diese  esfuerzo  ú  todos  aque- 
llos cristianos  para  morir  por  su  santa  fe  católica ;  y  le- 
vantándose déla  oracioncon  tanto  ánimo  que  admiraba, 
pasó  por  junto  á  su  padre,  y  fué  adonde  estaba  su  ma- 
dre con  las  otras  mujeres,  y  le  dijo  :  «Señora  madre, 
sea  vuesamerced  constante  en  la  fe  de  Jesucristo ,  y 
muera  por  ella,  como  lo  hace  mi  señor  padre.»  Y  es- 
tándola  animando  áella  y  á  las  otras  cristianas,  lle- 
garon á  él  dos  monfís, y  le  dijeron  que  sí  quería  ser 
moro  le  harían  mucho  bien,  y  que  llamase  á  Mahoma, 
como  hacían  ellos  ;  el  cual  les  respondió  que  era 
cristiano,  hijo  de  cristianos,  y  había  de  morir  por  Jesu- 
cristo. Y  aunque  le  pusieron  una  ballesta  armada  con 
una  jara  á  los  pechos ,  amenazándole  que  le  matarían 
sí  no  llamaba  á  Mahoma,  jamás  quiso  hacerlo.  Y  enton- 
ces dijo  uno  de  los  monfís :  «Saquémosle  fuera,  y  muera 
con  su  padre,  que  tan  perro  es  como  él.»  Y  viendo  el 
niño  que  las  mujeres  lloraban  por  ver  que  le  querían 
llevar  á  matar,  volvió  el  rostro  á  ellas  diciendo :  «Se- 
ñoras, ¿porqué  lloran  vuestras  mercedes?  Sepan  que 
todos  los  cristianos  que  mueren  hoy,  son  mártires  que 
padecen  por  Jesucristo  y  van  á  gozar  del.»  Y  volviendo 
á  su  madre  con  un  semblante  piadoso,  le  dijo  :  «Señora 
madre,  de  buena  gana  voy  á  morir  con  estos  cristiano?; 
solo  me  da  pena  que  la  dejo  sola,  porque  ciertamente 
viendo  morir  unas  muertes  tan  lindas  como  estas,  no  sé 
quien  desea  quedaren  el  mundo.»  Y  diciendo  estas  y 
otras  palabras  de  consolación  y  piedad ,  que  parecían 
excederá  su  capacidad,  llegaron  otros  herejes  á  él,  y 
atándole  las  manos  atrás ,  le  sacaron  azotando  de  la 
iglesia,  y  el  niño  iba  diciendo  :  «Señores ,  sálganme  á 
ver  morir  por  Jesucristo;  que  voy  á  gozar  de  su  reino. 
Señora  madre  no  tenga  pena.»  Y  teniéndole  fuera  de  la 
iglesia,  volvieron  los  morosa  persuadírie  que  se  tornase 
moro,  y  no  le  matarian;  y  viendo  cuan  poco  les  aprove- 
chaba, le  llevaron  al  lugar  de  Lucainena,  que  esíá  me- 
dia legua  de  Ujíjar,  y  allí  le  mataron  acuchilladas,  y 
después  le  jugaron  á  la  ballesta.  Cerliíícónos  un  moro 
de  los  que  se  hallaron  presentes,  que  hasta  que  dio  el 
alma  á  Dios,  no  dejó  de  llamar  á  Jesucristo,  j  Ejemplo 
grande  de  su  divina  providencia,  y  triunfo  glorioso  de 
sus  enemigos,  que  pensaban  triunfar  del ! 

CAPITULO  XVII. 
Cómo  Laróles  y  los  otros  lugares  de  la  taa  de  Ujíjar  se  alzaron. 
Alzóse  el  lugar  de  Laróles  el  mesmo  dia  viernes,  vís- 
pera de  pascua  de  Navidad :  los  cristianos  hubieron  sen- 


200 

tiiiiienfo  ílello,  y  rccogifinflo  sus  mujeres  y  hijos,  se  me- 
tieron en  la  iglesia  y  se  iiicioron  fuertes  en  la  torre  fiel 
campanario.  Luego  acudieron  los  moros  de  Bayárcal  y 
dolos  otros  lugares  comarcanos,  y  reliando  las  casas  de 
los  criílianos,  fueron  á  la  iglesia,  y  hallando  poca  de- 
fensa, porque  los  nuestros  se  habían  recogido  en  la  tor- 
re, entraron  dentro,  y  con  cruel  rabia  deshicieron  los 
altares,  rompieron  las  aras  y  los  retablos,  y  saquenron 
cuanto  iiabia  dentro,  y  arrastraron  y  trajeron  por  el 
suelo  todas  las  cosas  sagradas.  Mientras  unos  se  ocu- 
paban en  estos  sacrilegios,  otros  cercaron  la  torre  ,  y 
requirieron  á  los  cercados  que  se  rindiesen  y  les  entre- 
gasen las  armas,  pues  veianqiie  no  se  podian  defender, 
prometiéndoles  que  no  les  harian  mal  ninguno ;  donde 
un,  que  supiesen  que  los  hablan  de  quemar  vivos;  los 
cuales,  creyéndose  de  sus  falsas  prome;-as,  se  rindieron 
luego.  Mas  los  herejes  descreídos  no  les  guardaron  la 
palabra,  antes  en  abajando  déla  torre,  y  entregándolas 
armas,  los  desnudaron  á  todos  encamisa,  y  dándoles 
de  palos  y  de  puñadas ,  los  maniataron  y  los  metieron 
dentro  de  la  iglesia,  donde  les  hicieron  muchos  malos 
tratamientos,  escarneciéndolos  por  vituperio;  y  vinienuo 
por  alli  los  monfis  de  la  compañía  de  Abenfarax,  entra- 
ron en  la  iglesia,  y  delante  de  los  clérigos  que  tenían 
pre«üs  y  maniatados  se  vistió  uno  dellos  una  casulla,  y 
se  puso  un  pedazo  del  frontal  del  altar  en  el  brazo,  co- 
mo por  manípulo,  y  otro  pedazo  en  la  cabeza ;  y  toman- 
do otro  moro  la  cruz  al  revés,  vueltos  los  brazos  para 
übiijo,  fueron  donde  estaban  los  cristianos,  y  comenza- 
ron á  deshonrarlos  diciéndoles  :  a  Perros,  veis  aquí  lo 
que  vosotros  adoráis,  ¿como  no  os  ayuda  agora  en  la 
necesidad  en  que  estáis?»  Y  diciendo  esto,  escupían  la 
cruz  y  á  los  cristianos  en  las  caras.  Y  por  mas  escarnio 
asaetearon  y  acuchillaron  las  cruces  y  las  imagines  de 
bulto,  y  poniendo  los  pedazos  de  todo  ello  y  de  los  reta- 
blos en  medio  la  iglesia,  le  pegaron  fuego  y  lo  quema- 
ron. Hecho  esto,  sacaron  de  allí  el  día  de  los  Inocentes  á 
los  sacerdotes,  que  eran  tres  clérigos  beneliciados,  lla- 
mados Bartolomé  de  Herrera,  Deliran  de  las  Aves  y  Ro- 
drigo de  Molina ,  y  al  sacristán  Alonso  García,  y  á  dos 
hijos  suyos,  y  á  otros  muchos  legos  que  tenían  presos 
de  aquel  lugar  y  de  los  otros  cercanos ;  y  antes  de  ma- 
tarlos untaron  á  los  clérigos  los  pies  con  aceite  y  pez,  y 
poniéndolos  sobre  un  brasero  ardiendo,  les  dieron  crue- 
lísimos tormentos.  Después  los  ataron  á  todos  en  una 
trailla,  desnudos  y  descalzos,  y  los  llevaron  á  una  haza 
en  el  camino  del  lugar  de  Pezcina,  y  allí  les  tiraron  á 
terrero  con  los  arcabuces  y  ballestas,  y  los  despedaza- 
ron con  las  espadas ,  y  dejaron  los  cuerpos  á  las  fieras. 
El  lugar  de  Ncchit  se  alzó  la  mañana  del  primer  día 
de  Pascua  antes  que  amaneciese,  y  los  cristianos  tuvie- 
ron lugiir  de  recogerse  en  casa  del  beneficiado  Juan 
Diaz,  creyendo  poderse  defender,  mas  los  moros  cer- 
caron la  casa  y  la  entraron ,  y  los  prendieron  á  todos 
dentro  antes  de  las  ocho  del  día.  Luego  robaron  la  igle- 
sia y  las  casas  con  igual  rabia  que  los  demás  herejes, 
ponjue  todos  tenían  unamesma  voluntad  y  una  ira  con- 
tra las  cosas  divinas  y  humanas.  Después  fueron  unos 
vecinos  del  mesmo  lugar,  llamados  los  Mendozas,  á  la 
casa  donde  tenían  los  cristianos  aprisionados,  y  sacán- 
dolos de  allí,  los  llevaron  la  vuelta  de  Ujíjar.  Iba  por  el 
cammouno  de  aquellos  herejes  diciéndoles  que  se  tor- 
nasen moros  y  los  soltarían;  y  porque  el  beneficiado 


LUIS  DEL  MARMOL  CAUYAJAL. 

les  decía  que  diesen  gracias  á  Jesucristo  y  estuviesen 
firmes  en  la  fe,  airándose  contra  él ,  le  hirió  el  traidor 
en  la  cabeza  con  una  hacha  de  partir  leña,  y  se  la  hen- 
dió en  dos  parles ;  luego  mató  á  Pedro  Valera,  su  cuña- 
do, y  poniendo  todos  mano  á  las  espadas  y  á  los  alfan- 
jes, mataron  todos  los  cristianos  que  llevaban  delante 
de  las  proprias  mujeres,  y  desnudándolos  en  cueros, 
echáronlos  cuerpos  en  un  barranco,  que  no  consintie- 
ron que  se  les  diese  sepultura. 

El  mesmo  día  que  se  alzaron  los  de  Nechit,  se  rebe- 
laron también  los  del  lugar  de  Jugar  ;  los  cristianos  se 
metieron  en  la  iglesia,  mas  no  se  pudieron  defender,  y 
luego  los  prendieron.  El  bachiller  Diego  de  Almazan, 
bencíiciadode  Laróles,  salió  huyendo  del  lugar,  cre- 
yendo poderse  guarecer  en  la  torre  de  la  ig'esia,  mien- 
tras los  rebeldes  andaban  embebecidos  en  robar,  y  lle- 
gando al  lugar  de  ünduron,  salió  á  él  un  moro  que  ha- 
bía tenido  por  amigo  ,  llamado  Gaspar,  y  lo  llevó  á  su 
casa,  diciéndole  que  no  pasase  adelante,  porque  es- 
taba toda  la  tierra  alboroladn ;  que  él  le  escondería  y  le 
pornia  después  en  salvo.  Y  cuando  le  tuvo  en  casa  fué 
el  solene  traidor  á  llamar  otros  herejes  co¡no  él,  y 
sacándole  arrastrando  de  donde  estaba,  le  llevaron  ma- 
niatado á  Jugar  á  su  mesma  casa ,  para  que  les  diese  el 
dinero  que  tenía  escondido;  y  desque  se  lo  hubo  dado, 
le  sacaron  á  un  cerro  allí  cerca,  descalzo  y  desnudo, 
dándole  de  bofetones  y  puñadas,  y  dejándole  allí  con 
gente  de  guardia ,  fueron  á  traer  á  su  ama  y  á  una  so- 
brina que  tenia  consigo,  y  llegadas  donde  estaba  ,  hi- 
cieron un  gran  fuego  y  le  metieron  dentro  desnudo  en 
cueros,  diciéndole  que  muriese  por  Mahoma;  el  cual 
les  respondió  animosamente  que  no  moría  sino  por  Je- 
sucristo y  por  su  bendita  Madre.  Entonces  le  saca- 
ron del  fuego  medio  quemado,  y  le  dieron  muchas  he- 
ridas, y  se  le  entregaron  á  las  moras ,  que  le  acabasen 
de  matar  con  cuchillos  y  almaradas  en  presencia  de 
aquellas  dos  cristianas  que  habían  traído  allí  por  darles 
mayor  pena,  y  después  mataron  cruelmente  los  otros 
cristianos  que  tenían  presos. 

El  lugar  de  Mairena  se  alzó  cuando  Jugar :  los  moros 
robaron  y  destruyeron  la  iglesia  y  las  casas  de  los  cris- 
tianos, y  los  prendieron  á  lodos,  y  luego  el  mesmo  dia 
los  soltaron,  smo  fué  al  beneficiado  Geurígui,  que  le 
encerraron  en  un  aposento.  Estos ciistianos,  viendoque 
no  podían  defenderse  en  el  lugar,  se  salieron  del  hu- 
yendo ,  y  ciertos  moriscos  de  los  que  los  habían  sollado 
dieron  aviso  á  los  de  ünduron  para  que  les  saliesen  al 
camino  y  los  prendiesen  ;  los  cuales  lo  hicieron  ansí ,  y 
presos,  los  llevaron  á  Ujíjar  de  Albacete,  donde  los  ma- 
taron con  los  demás  que  hemos  dicho.  Desle  lugar  era 
aquel  niño  Gonzalico  que  dijimos  en  el  capítulo  de 
Ujíjar.  Volviendo  pties  al  beneficiado  Geurigui,  habién- 
dole tenido  encerrado  en  aquella  cámara  sin  dejarle 
hablar  con  nadie ,  echándole  pedazos  de  pan  de  alcan- 
día que  comiese  como  á  perro,  cuando  estuvieron  en- 
fadados de  tenerle  allí  guardado ,  le  sacaron  desnudo 
encueres  con  las  manos  atadtis atrás,  y  dándole  de  bo- 
fetadas y  escupiéndole  en  la  cara,  le  llevaron  á  las  eras 
del  lugar  para  matarle.  Decíanle  los  herejes  por  escar- 
nio :  «Perro,  ¿porqué  no  nos  llamas  agora  á  misa,  y  di- 
ces á  las  moras  que  no  se  alapen  las  caras?»  Y  atán- 
dole al  pié  de  una  higuera,  le  hirieron  con  una  lanza, 
en  el  costado  derecho,  estando  invocando  el  dulce  nom- 


REBELIÓN  Y  CASTIGO  DE  LOS  MORISCOS  DE  GRANADA. 


20i 


bre  (le  Jesús  ;  luego  le  tiraron  do  saetadas,  y  estando 
aun  vivo,  llegó  un  moroá  él,  llamado  Gavia  Melga,  y 
le  desjarretó  con  un  alfanje ,  y  derramándole  un  frasco 
de  pólvora  en  la  boca  y  sobre  la  cabeza  y  en  la  cara, 
le  puso  fuego,  y  después  le  tiraron  al  terrero  con  los 
arcabuces  y  ballestas,  y  no  consintiendo  enterrar  el 
cuerpo,  se  lo  dejaron  en  el  campo. 

No  fué  menor  la  crueldad  que  usaron  los  de  Pezcina 
que  los  de  los  otros  lugares  :  alzáronse  cuando  supie- 
ron que  los  de  Maircna  se  hablan  alzado;  y  como  los 
cristianos  se  recogiesen  en  la  iglesia,  pensando  poder- 
se defender  algunos  dias ,  los  enemigos  de  Jesucristo 
les  robaron  las  casas,  y  los  cercaron  luego;  y  que- 
riendo poner  fuego  al  templo  y  quemarlos  dentro  ,  dos 
moros,  llamados  Francisco  de  Herrera  y  Diego  de  Her- 
rera Alliander ,  les  dijeron  que  rindiesen  las  armas  y 
se  diesen  á  prisión  si  no  querían  morir  quemados. 
Viendo  pues  la  poca  defensa  que  tenían,  tuvieron  por 
buen  consejo  rendirse ,  y  los  herejes  entraron  en  la 
iglesia,  y  despedazando  los  retablos,  imagines ,  cruces 
y  la  pila  del  baptisnio,  derribaron  también  el  arca  del 
Santísimo  Sacramento  por  aquel  suelo,  y  hicieron  gran- 
des abominaciones  y  maldades.  Después  maniataron  á 
los  cristianos ,  y  los  sacaron  á  una  ladera  fuera  del  lu- 
gar, donde  les  dieron  cruelísimas  muertes.  Al  dotor 
Bravo,  clérigo,  colgaron  de  los  brazos  en  un  moral  tan 
bajo,  que  llegaba  con  las  rodillas  al  suelo,  y  dándole 
muchas  bofetadas ,  le  persuadían  con  amenazas  á  que 
se  tornase  moro;  y  como  les  dijese  que  era  cristiano 
y  que  había  de  morir  por  Jesucristo,  le  dieron  tantas 
pedradas  y  cuchilladas  ,  hasta  que  le  mataron.  Luego 
desnudaron  á  un  viejo  de  mas  de  sesenta  años,  y  le  lle- 
varon en  cueros,  azotándole  y  escupiéndole  en  la  cara, 
y  atándole  aun  árbol,  le  jugaron  ala  ballesta.  Después 
sacaron  al  beneficiado  Pedro  de  Ocaña  y  á  su  sacris- 
tán ,  y  en  presencia  de  las  mujeres  cristianas ,  que  ha- 
bían llevado  para  que  viesen  aquel  espectáculo  por 
darles  mayor  dolor ,  arcabucearon  al  beneíiciado ;  y 
cuando  estuvo  muerto,  entregaron  á  su  madre, que 
era  ya  mujer  mayor,  alas  moras  que  la  matasen,  d¡- 
ciéndole  :  «Anda,  perra,  vete  con  tus  amigas;  que 
ellas  te  darán  carta  de  horra.»  Las  cuales  la  tomaron 
enmedio  con  gran  regocijo  y  la  llevaron  á  un  barran- 
co; y  cuando  la  hubieron  mesado,  abofeteado  y  dudólo 
muchas  puñadas,  la  hirieron  con  almaradas  y  cuchi- 
llos, y  antes  que  acabase  de  espirar  la  echaron  del  bar- 
ranco abajo ,  yéndose  siempre  encomendando  á  Dios  y 
á  su  bendita  madre.  También  despenaron  vivo  al  sa- 
cristán, arrojándole  en  otro  barranco  tan  hondo,  que 
cuando  llegó  abajo  iba  ya  hecho  pedazos. 

CAPITULO  XVIII. 

Cómo  los  lugares  de  la  tierra  de  Adra  se  alzaroa  , 
y  la  descripción  della. 

La  tierra  de  Adra  cae  en  la  costa  del  mar  Mediter- 
ráneo :  á  poniente  tiene  la  taa  de  Cehel ,  á  levante  la 
deBerja,á  tramontana  la  de  Ujíjar,y  al  mediodía  el 
mar  Mediterráneo.  Por  esta  tierra  de  Adra  atraviesa  el 
rio  que  dijimos  que  pasa  junto  al  lugar  de  Darrícal,  y 
se  va  á  meter  en  la  mar  cerca  de  Adra  la  nueva ,  que 
es  una  fortaleza  donde  reside  ordinariamente  presidio 
de  gente  de  á  pié  y  de  á  caballo  para  seguridad  de 
aquella  costa.  Los  lugares  deste  partido  son  cuatro  : 


Adra  la  vieja ,  donde  había  antiiíuamente  una  fortaleza 
;  que  los  moros  llamaban  la  Alcazaba;  Salalobra,  Mar- 
i  bella  y  Adra  la  nueva :  están  en  la  ribera  del  rio,  donde 
I  tienen  huertas  y  arboledas,  y  buenos  pastos  para  gana- 
I  dos,  y  algunas  tierras  de  pan ;  todo  lo  demás  es  tierra 
I  estéril  y  arenales,  especialmente  hacía  la  mar.  Las 
;  granjerias  do  los  moradores  ^^on  aquellas  huertas  y  al- 
guna seda  que  crian,  y  la  pesca  de  la  mar,  que  es  bue- 
na. Alzáronse  los  de  Adra  la  vieja,  Salalobra  y  Marbcüa 
cuando  los  déla  taa  de  Ujíjar  y  los  moriscos  se  subieron 
á  las  sierras  con  sus  mujeres  y  hijos ;  mas  no  hicieron 
daño  á  los  cristianos  que  vivían  entre  ellos,  porque  sc 
recogieron  con  tiempo  á  la  villa  de  Adra  la  nueva.  Lue- 
go que  el  capitán  Diego  Gasea  volvió  de  Ujíjar, querien- 
do poner  coliro  en  aquella  plaza ,  se  metió  dentro  con 
los  caballos  de  su  compañía;  y  viendo  la  falta  de  gente 
y  de  bastimentos  que  había  para  poderlo  defender  si 
los  enemigos  le  cercasen,  y  cuan  mal  podría  ser  socor- 
rido por  tierra ,  por  estar  alzada  la  Alpujarra  ,  despa- 
chó á  gran  priesa  una  barca  á  la  ciudad  de  Málaga ,  pi- 
diendo que  le  socorriesen  por  mar  el  Corregidor  y  Pe- 
dro Verdugo,  proveedor  de  las  armadas  de  su  majestad. 
Envió  el  Corregidor  luego  al  capitán  Hernán  Vázquez 
de  Loaísa  con  cíen  homl3res  en  bergantines,  y  el  pro- 
veedor los  bastimentos  y  municiones  que  pudo  apres- 
tar para  socorro  de  la  presente  necesidad;  y  llegando 
también  una  fragata  con  gente  de  Almería ,  se  aseguró 
la  plaza,  y  se  pudieron  salvar  en  ella  muchos  cristia- 
nos que  huyeron  de  Berja  y  de  Dalias  y  de  otras  par- 
tes. Y  corriendo  Diego  Gasea  los  lugares  de  aquella 
comarca  con  la  gente  que  le  acudía  de  la  ciudad  de 
Málaga,  hizo  algunos  buenos  efel;os  contra  los  alzados. 

CAPITULO  XIX. 

Cómo.los  lugares  de  la  taa  de  Berja  se  alzaron , 
y  la  descripción  della. 

La  taa  de  Berja  confina  á  poniente  con  la  tierra  do 
Adra,  á  levante  con  la  taa  de  Dalias,  ;il  mediodía  con  el 
mar  Mediterráneo,  y  á  tramontana  tiene  la  sierra  de 
Gádor  y  parte  de  la  taa  de  Andarax.  Es  toda  ella  tierra 
fértil,  de  mucho  pan,  trigo  y  cebada,  y  de  mucha 
yerba  para  los  ganados.  La  cría  de  la  seda  es  allí  muy 
Ijuena,  y  tienen  los  moradores  muchas  huertas  de  ar- 
boledas de  frutas  tempranas,  que  se  riegan  con  el  agua 
de  los  arroyos  que  proceden  de  fuentes  que  nacen  en 
la  sierra  de  Gádor.  Hay  en  ella  catorce  lugares,  llama- 
dos Rio  Chico,  Benínar,  Rígualte,  Berja,  Inavid,  Bena 
Haxin ,  Pago ,  Virgualta ,  Almentolo,  Alcobra ,  Gástala, 
Ciipileira,  ílar  yJerea.  En  el  lugar  de  Gástala  nos  cer- 
tificaron muchos  moriscos  y  cristianos  que  no  se  crian 
gorriones,  y  que  si  los  llevan  allí  vivos,  mueren  lue- 
go ;  y  que  algunas  veces  se  ha  visto  pasar  por  cima  de 
las  casas  volando  y  caerse  muertos;  y  que  en  el  de 
Bena  Haxin  no  pueden  las  zorras  asir  las  gallinas  con  la 
boca,  y  las  ven  muchas  veces  andar  tras  dellas  dándo- 
les con  las  manos,  porque  no  pueden  abrir  la  boca 
para  morderlas;  cosa  que  parecería  ridiculosa  sí  m 
hubieran  certiíicádolo  personas  de  mucho  crédito,  clé- 
rigos y  legos;  mas  no  saben  decir  la  causa  porque  esto 
sea :  solamente  entienden  que  es  por  encantamiento 
que  hizo  allí  un  moro  antiguamente. 

Berja  es  el  lugar  principal  desta  taa  :  está  media  le- 
gua de  la  orilla  de  la  mar ;  alz3se  el  primer  dia  de  pas- 


202 


LL'FS  DEL  MARMOL  CARVAJAL. 


día  de  Navidad :  algunos  de  los  cristianos  que  allí  vi- 
vian  se  acogieron  luego  á  la  villa  de  Adra,  y  otros, con- 
üados  en  unas  torres  fuertes  que  tenian  lieclias  en  sus 
casas  por  miedo  de  los  cosarios  turcos ,  se  metieron 
dentro  con  sus  mujeres  y  hijos ;  y  los  que  no  tuvieron 
comodidad  de  hacer  lo  uno  ni  lo  otro,  se  fueron  ¡i  re- 
coger á  la  torre  de  la  iglesia.  Los  que  fueron  á  Adra 
se  salvaron,  y  todos  los  demás  se  perdieron,  porque  los 
enemigos  de  toda  verdad  los  aseguraron  con  buenas 
palabras,  diciendo  que  no  les  harían  mal ,  y  desque  los 
luvieron  en  su  poder ,  los  desnudaron  y  trataron  crue- 
lísimamente :  solos  Celedron  de  Eiiciso  y  Juan  Muñoz 
se  pudieron  escapar  descolgándose  de  sus  torres  y 
acogiéndose  á  Ailra.  Siendo  pues  ganadas  las  torres, 
los  enemigos  de  Cristo,  y  especialmente  los  monfís  y 
gandules,  destruyeron  y  robaron  la  iglesia,  deshicieron 
los  altares,  patearon  lasaras,  los  cálices  y  los  corpo- 
rales, derribaron  el  arca  del  Santísimo  Sacramento,  to- 
maron un  Cristo  crucificado ,  y  con  voz  de  pregonero 
le  anduvieron  azotando  por  toda  la  iglesia  ,  y  hacién- 
dole pedazos  á  cuchilladas,  le  arrojaron  después  en  un 
fuego,  donde  tenian  puestos  los  retablos  y  las  imagines. 
Y  derribando  una  imagen  de  bulto  de  Nuestra  Señora, 
que  estaba  sobre  el  altar  mayor,  la  arrojaron  por  las 
gradas  abajo,  diciendo  los  herejes  por  escarnio :  «Guár- 
date no  te  descalaiíres.»  Y  á  las  cristianas  que  estaban 
allí  presentes  les  decían  que  por  qué  no  favorecían  á  su 
Madre  de  Dios,  y  otras  muchas  blasfemias,  deshonrán- 
dolas de  perras  y  amenazándolas  con  la  muerte.  Luego 
el  siguiente  día  hincaron  muchos  palos  en  la  plaza  del 
lugar,  y  con  grande  fiesta  de  atabalejos  y  dulzainas 
sacaron  á  ajusticiar  á  los  cristianos,  llevándolos  de 
cualroén  cuatro;  y  atándolos  en  aquellos  palos, les  li- 
raban  á  terrero  con  los  arcabuces  y  ballestas,  escar- 
neciéndolos y  haciendo  burla  porque  se  encomenda- 
ban á  Jesucristo  y  á  su  bendita  Madre ;  y  desta  manera 
los  fueron  matando  á  todos ,  sin  dejar  ninguno  que  pa- 
sase de  doce  años.  Duró  el  justiciar  á  los  legos  hasta  la 
oración,  y  entonces  sacaron  á  los  clérigos,  que  eran 
cuatro  beneficiados,  llamados  Pedro  Venegas,  Martin 
Caballero,  Francisco  Juez  y  Luis  de  Carvajal.  A  estos 
llevaron  desnudos ,  las  manos  atadas  atrás ,  por  donde 
estaban  las  mujeres  cristianas,  azotándolos  con  voz  de 
pregonero ,  hasta  los  palos  donde  los  habían  de  poner ; 
y  porque  iban  rezando  y  encomendándose  á  Dios,  les 
daban  de  bofetadas  y  de  puñadas  en  la  boca ,  y  les  de- 
cían que  llamasen  á  Mahoma ,  y  verían  cómo  los  libra- 
ba de  allí  mejor  que  su  Cristo,  y  otras  muchas  blas- 
femias. Llegados  á  los  palos ,  los  ataron ,  y  les  tiraron 
con  los  arcabuces ,  y  después  llegaron  ellos  con  las  es- 
padas, y  los  hicieron  pedazos  á  cuchilladas.  Habían  los 
crueles  herejes  dejado  cinco  cristianos  que  enterrasen 
á  los  muertos,  y  desque  los  hubieron  enterrado,  los 
sacaron  á  matar  á  ellos,  y  con  sogas  á  los  pescuezos 
los  entregaron  á  los  muchachos,  que  los  llevasen  arras- 
trando hasta  unos  barrancos  fuera  del  lugar.  No  sé  có- 
mo exagerar  la  bestialidad  destos  bárbaros  enemigos- 
de  Cristo ,  que  aun  no  se  preciaban  de  poner  las  ma- 
nos en  los  cristianos  muertos ,  haciendo  asco  dellos. 
Fué  cruel  perseguidor  de  nuestra  gente  en  este  lugar 
y  en  los  de  su  taa  un  moro  vecino  de  allí ,  llamado  el 
Rendedi.  No  hacemos  mención  de  lo  que  hicieron  en 
los  otros  lugares ,  porque  todos  iban  por  un  rasero ;  y 


siendo  este  el  príncipal  ,acudió  casi  toda  la  gente  á  él ; 
Solo  diremos  que  todos  desampararon  los  pueblos,  y 
so  subieron  con  sus  mujeres  y  hijos  y  bienes  muebles 
á  la  sierra  de  Gádor,  y  se  llevaron  las  crístianas  captivas 
luego  que  hubieron  hecho  justicia  de  los  hombres. 

CAPITILO  XX. 

Cómo  los  lugares  de  la  taa  de  Andarax  se  alzaron 
y  la  descripción  della. 

La  taa  de  Andarax  está  entre  dos  grandes  sierras:  á 
poniente  confina  con  la  taa  de  Ujíjar,  á  tramontana  tie- 
ne la  Sierra  Nevada  y  la  parte  della  que  cae  sobre  el 
marquesado  del  Cénete,  donde  está  el  puerto  de  Gue- 
víjar,  no  menos  dificultoso  de  atravesar  que  el  de  la 
Raguaha,  por  su  aspereza  y  altura  y  por  la  mucha  y 
continua  nieve  que  carga  en  las  cumbres  del.  Al  me- 
diodía tiene  las  taas  de  Berja  y  de  Dalias,  y  á  levante 
la  de  Luchar  y  parte  de  la  sierra  de  Gádor.  Por  medio 
desta  taa  atraviesa  un  rio  que  baja  de  la  Sierra  Neva- 
da, que  pasando  por  ella,  le  llaman  río  de  Andarax. 
Después  va  á  la  taa  de  Luchar ,  y  juntándose  con  otro 
rio  que  baja  de  la  sierra  que  está  sobre  el  lugar  de 
Ohanez,  cerca  del  lugar  de  Rague ,  entra  por  la  taa  de 
Marcheua  y  se  va  á  meter  en  la  mar,  dando  muchas 
vueltas,  con  nombre  de  rio  de  Almería ,  junto  ala  pro- 
pría  ciudad ,  llevando  consigo  otras  aguas.  Esta  taa  de 
Andarax  es  la  mejor  tierra  de  toda  la  Alpujarra,  y  así  lo 
significa  el  nombre  árabe ,  que  quiere  decir  la  era  de  la 
vida,  porque  es  muy  fértil  de  pan  de  toda  suerte,  abun- 
dante de  yerba  para  los  ganados,  el  cielo  y  el  suelo  muy 
saludable  y  templado ,  y  tiene  muchas  fuentes  de  agua 
fresca  y  muy  delgada,  con  las  cuales  se  riegan  hermo- 
sas arboledas  de  frutas  por  extremo  lindas  y  sabrosas, 
y  especialmente  la  cria  de  la  seda  es  mucha  y  muy  bue- 
na. Hay  en  ella  quince  lugares,  llamados  Dayárcal,  Al- 
cudia, Paterna,  Harat  Alguacil,  Iñiza ,  Harat ,  Albolot, 
Harat  Aben  Muza,  Guarros,  Alcolaya,  Lauxar  Al  Hican, 
Codbaa ,  Hormica ,  Beni  Aíl  y  el  Fondón ;  de  los  cuales 
Codbaa  tiene  título  de  ciudad;  y  en  el  Lauxar  estaba 
antiguamente  una  fortaleza  grande,  en  sitio  fuerte,  á 
un  lado  del  camino  por  donde  se  sube  al  puerto  de  Gue- 
víjar,  que  agora  está  destruida. 

Los  lugares  de  Iñiza  y  Guarros  fueron  los  primeros 
que  se  alzaron  en  esta  taa  el  viernes  víspera  de  pascua 
de  Navidad.  Lo  primero  que  los  rebeldes  hicieron  fué 
ir  á  casa  de  su  beneficiado ,  que  se  decía  el  bachiller 
Biedma,  y  no  le  hallando  allí ,  porque  en  oyendo  el  al- 
boroto se  había  escondido  en  casa  de  uu  vecino  que  te- 
nia por  amigo,  le  saquearon  la  casa.  Luego  fueron  á  la 
iglesia ,  y  la  destruyeron  y  robaron,  sin  perdonar  cosa 
sagrada ,  y  la  quemaron ;  y  con  deseo  de  vengar  su  ira 
en  el  sacerdote  de  Jesucristo ,  fueron  á  la  casa  donde 
estaba,  y  rompiendo  las  puertas,  le  sacaron  y  le  llevaron 
desnudo  y  descalzo,  las  manos  atadas  atrás,  por  las  ca- 
lles, haciéndole  muchos  malos  tratamientos;  y  presen- 
tándole delante  de  los  monfís  y  de  los  regidores  de 
aquellos  lugares,  le  dijeron  dos  dellos,  llamados  Benito 
de  Abla  y  Diego  de  Abla ,  si  quería  ser  moro,  y  que  le 
dejarían  la  vida.  Y  como  les  respondiese  que  tenian  po- 
ca necesidad  de  daríe  tan  mal  consejo ,  porque  él  era 
cristiano  sacerdote  de  Jesucristo,  y  que  había  de  morír 
por  su  santa  fe  catóhca ,  le  hicieron  asentar  en  el  suelo 
delante  dellos,  y  mandaron  á  los  moros  mancebos  que 


REBELIÓN  Y  CASTIGO  DE  LOS  MORISCOS  DE  GRANADA. 


m 


le  jugaí?eii  á  hi  ballesta,  y  después  de  haberle  asaelea- 
do,  le  dierun  imiclias  cuchilladas  y  lanzadas ,  y  eclián- 
dole  una  soga  al  pescuezo,  le  entregaron  á  los  mucha- 
chos ,  que  lo  llevasen  arrastrando  hasta  un  barranco 
fuera  del  lugar. 

Los  moriscos  del  lugar  de  Alcudia  y  de  Paterna  se 
alzaron  el  primer  dia  de  pascua  de  Navidad,  y  como  los 
cristianos  que  alií  moraban  entendieron  el  alboroto  que 
traian,  y  que  se  querían  rebclar,  tomando  sus  mujeres 
y  hijos  consigo,  se  fueron  á  guarecer  ala  torro  de  la 
iglesia,  que  era  fuerte.  Y  los  moros ,  viendo  que  no  se 
podían  aprovechar  dellos,  los  aseguraron  diciendo  que 
se  volviesen  á  sus  casas,  porque  los  del  lugar  no  que- 
rían alzarse,  y  que  ellos  mesmos  los  defenderian  cuan- 
do fuese  menester;  los  cuales,  confiados  en  sus  falsas 
palabras,  se  salieron  de  la  torre;  y  porque  no  pareciese 
que  dejaban  de  cumplir  lo  que  les  habían  prometido, 
cuando  los  vieron  vueltos  á  sus  casas  enviaron  á  lla- 
mar á  los  monfís  forasteros ,  los  cuales  los  prendieron 
y  les  robaron  cuanto  tenian,  y  los  unos  y  los  otros  con 
grandísima  ira  entraron  en  la  iglesia,  y  la  saquearon  y 
robaron ,  y  destruyeron  todas  las  cosas  sagradas.  El 
beneficiado  Arcos  se  escondió  en  casa  de  un  moro  que 
soUa  tener  por  amigo,  llamado  Agustín  el  viejo,  el  cual 
le  pagó  la  amistad  con  entregarle  luego  á  sus  enemi- 
gos, y  ellos  le  llevaron  desnudo  y  descalzo  á  la  iglesia, 
adonde  estaban  los  otros  captivos  que  tenian  presos ,  y 
después  los  sacaron  á  matar.  Los  primeros  fueron  el 
beneficiado  y  Diego  López  de  Lugo,  hombre  muy  rico, 
señor  de  la  mayor  parte  del  lugar.  A  estos  los  desnu- 
daron encueres,  y  dándoles  muchas  bofetadas  y  puña- 
das, porque  se  encomendaban  á  Dios  y  á  su  bendita  Ma- 
dre ,  los  llevaron  desde  el  lugar  á  una  cruz  que  está  en 
el  camino  que  va  á  Iñiza,  y  atándolos  al  pié  della ,  los 
asaetearon,  y  después  les  dieron  muchas  estocadas  y 
cuchilladas,  hasta  que  los  acabaron  de  matar;  y  de  la 
mesma  manera  mataron  á  todos  los  otros  cristianos  que 
tenian  presos:  hubo  algunos  que  tuvieron  lugar  de  huir 
por  las  sierras  antes  que  los  prendiesen,  y  estos  se  sal- 
varon. Fueron  crueles  perseguidores  de  cristianos  en 
este  lugar  cuatro  moriscos,  llamados  Gaspar  Rojo, 
Hernando  de  Málaga ,  Pedro  de  Escobar  y  Bernardino 
de  Escobar. 

Codbaa,  como  queda  dicho,  tiene  título  de  ciudad, 
porque  moró  allí  el  rey  Abí  Abdilehi  el  Zogoybí ,  que 
rindió  á  Granada.  Están  tres  lugares  juntos ,  que  pare- 
cen barrios,  que  son  Codbaa,  Lauxary  el  Fondón  :  to- 
dos los  cristianos  que  vivían  en  estos  lugares  y  en  otros 
allí  cerca ,  se  recogieron  á  la  iglesia  de  Codbaa  en  sin- 
tiendo que  los  otros  lugares  se  levantaban ,  y  querién- 
dose ir  á  guarecer  en  la  ciudad  de  Almería ,  por  parc- 
cerles  que  no  estaban  allí  seguros,  un  morisco  regidor, 
llamado  Pedro  López  Aben  Hadami,  que  era  de  los  mas 
ricos  y  principales  de  la  taa,  les  aconsejó  que  no  se  fue- 
sen hasta  ver  en  qué  paraba  el  negocio :  llevó  á  su  casa 
al  beneficiado  Juan  Lorenzo  y  á  un  hermano  suyo  con 
toda  su  familia,  y  los  tuvo  el  lunes  en  la  noche  hacién- 
doles mucho  regalo.  Luego  el  siguiente  dia ,  que  fué 
martes  28  de  diciembre,  entraron  en  el  lugar  mu- 
chos moros  de  Alcolea  y  de  otras  partes,  y  los  monfís 
que  iban  alzando  la  tierra;  y  Aben  Hademi,  pareciéndo- 
le  que  no  estaban  seguros  los  cristianos  que  tenia  en 
su  casa ,  porque  aun  hasta  entonces  debía  de  tener  vo- 


luntad de  salvarles  la  vida,  los  metió  en  un  aposenüllo 
bajo  que  estaba  junto  al  corral ,  y  echándoles  unos  ha- 
ces de  cañas  de  alcandía  á  la  puerta ,  se  fué  á  la  plaza  á 
ver  lo  que  se  hacia,  y  halló  muchos  moros  forasteros  y 
del  lugar ,  que  andaban  con  banderas  tendidas  roban- 
do las  casas  de  los  cristianos;  los  cuales  le  dijeron  co- 
mo el  reino  todo  estaba  alzado,  y  que  Granada  y  sus  for- 
talezas eran  de  moros.  Entonces ,  viendo  que  la  cosa 
debia  ir  de  veras,  entró  con  ellos  en  la  iglesia  y  hizo 
prender  todos  los  cristianos  clérigos  y  legos  que  ailí  ha- 
bía, y  haciendo  pedazos  los  retablos  y  las  cruces  y  el  ar- 
ca del  Sanlísimo  Sacramento,  le  pu-^ieron  á  todo  fuego 
y  lo  quemaron.  No  mucho  después  Hernando  el  Gorri, 
queeraelprineipal  caudillo  de  aquel  partido,  y  vecino  de 
Lauxar,  y  Alonso  Aben  Cigue  y  el  mesmo  Pedro  López 
Aben  Hademi  mandaron  que  matasen  todos  los  cris- 
tianos que  tenian  presos  ,  como  se  había  hecho  en  los 
otros  lugares ;  y  juntándose  en  la  plaza  mucha  gente, 
tocando  sus  alabalejos  y  dulzainas,  cantando  canciones 
á  contemplación  del  dia  tan  deseado  que  veían,  sacaron 
Ins  primeros  á  Diego  Ortiz  y  á  Juan  Ortiz,  su  hermano, 
y  desnudos  en  cueros  los  llevaron  ante  el  Gorri,  el  cual 
mandó  que  los  arcabuceasen,  y  que  lo  mesmo  se  hicie- 
se de  todos  los  demás.  De  allí  los  llevaron  á  una  ram- 
bla que  está  antes  de  llegar  al  Fondón,  y  les  tiraron 
con  los  arcabuces  y  ballestas,  y  después  los  acabaron 
con  las  espadas  y  alfanjes.  Desta  manera  mataron  los 
cristianos  que  habían  prendido  en  los  tres  lugares ,  y  á 
los  de  Guénija  ,  lugar  del  marquesado  del  Cénete,  que 
también  los  trajeron  allí.  Solos  los  huéspedes  de  Aben 
Hademi  no  murieron  por  entonces,  mas  desde  á  quin- 
ce días,  enfadado  detenerlos  escondidos  tanto  tiempo, 
ó  por  miedo  de  Abenfarax,  alguacil  mayor  de  Aben  Hu- 
meya ,  que  habia  venido  á  lo  de  Andarax ,  y  mandaba 
que,  so  pena  de  muerte,  nadie  fuese  osado  de  dar  vida 
á  hombre  cristiano,  denunció  dellos  ante  él,  el  cual 
mandó  al  Iloceni  y  á  otros  sus  compañeros  llevasen 
luego  ante  él  al  beneficiado  Juan  Lorenzo,  y  haciéndo- 
le desnudar  en  cueros ,  atados  los  pies  y  las  manos,  le 
mando  poner  de  pies  sobre  un  brasero  de  fuego  ar- 
diendo en  casa  de  Lanxi ,  y  desta  manera  le  asaron  de 
las  rodillas  abajo ;  y  porque  llamaba  á  Jesucristo  y  á  su 
bendita  Madre  y  se  encomendaba  á  ellos,  el  hereje 
traidor  le  hizo  dar  con  una  suela  de  una  alpargata  su- 
cia en  la  boca  y  muchos  palos  y  puñadas  en  la  corona, 
y  escarneciendo  del ,  decía  :  «Perro,  di  agora  la  misa; 
que  lo  mesmo  hemos  de  hacer  del  Arzobispo  y  del  Pre- 
sidente, y  hemos  de  llevar  sus  coronas  á  Bcrberia.»  Y 
para  darie  mayor  tormento  trajeron  allí  dos  hermanas 
doncellas  que  tenia ,  para  que  le  viesen  morir ,  y  en  su 
presencia  las  vituperaron  y  maltrataron,  y  por  escarnio 
les  preguntaban  si  conocían  aquel  hombre  que  se  es- 
taba calentando  al  fuego.  Y  habiéndole  tenido  desta 
manera  un  buen  rato,  le  llevaron  arrastrando  con  una 
soga  fuera  del  lugar,  y  en  un  cerrillo  lo  entregaron  á 
las  moras,  para  que  también  ellas  se  vengasen,  las  cua- 
les le  sacaron  los  ojos  con  cuchillos  y  le  acabaron  de 
matar  á  pedradas.  Luego  fueron á  traer  á  su  hermano, 
y  junto  á  él  le  hicieron  pedazos ,  y  un  hereje  le  hizo 
abrir  la  boca  antes  que  espirase ,  y  le  echó  dentro  un 
huen  golpe  de  pólvora  y  le  puso  fuego ,  de  enojo  de  ver 
que  se  encomendaba  á  Dios  tan  de  veras,  glorificán- 
dole por  su  lengua.  También  mataron  al  sacristán  Fran- 


204 


LUIS  DEL  MARMOL  CARVAJAL 


cisco  de  Medina ,  entregándole  á  los  muchaclios  que  le 
apedreasen,  porque  les  enseñaba  la  doctrina  cristiana,  y 
hicieron  una  grandísima  crueldad  en  Luis  Montesino 
de  Solís,  de  quien  diremos  a  leíanle  en  el  capítulo  de 
Guécija.  A  Diego  Beltran,  mocito  de  edad  de  catorce 
años,  martirizaron  dos  herejes,  llamados  el  Huceni  y 
el  Caicerani,  el  cual ,  estándole  atando  para  lievarle  al 
lugar  del  martirio  ,  preguntó  á  su  madre  que  dónde  le 
querían  llevar;  y  ella  respondió  varonilmente  :  «¡Hijo, 
á  ser  mártir!  muere  por  Jesucristo.  Bienaventurado 
tú,  que  le  gozarás  presto ;  encomiéndate  á  él,  y  no  te- 
mas de  morir  por  tan  buen  señor.»  Y  ansí  lo  hizo  el 
mocito,  y  lo  mataron  los  sayoi>es  á  cuchilladas, 

CAPITILO  X.KL 

Cómo  los  lugares  de  la  t;ni  de  Dolías  se  alzaron,  y  la  descripción 
dclla. 

La  taa  de  Dalias  es  en  la  co-.la  del  mar  Mediterrá- 
neo :  á  poniente  confina  con  la  taa  de  Berja,  á  levante 
con  tierra  de  Almería,  al  mediodía  tiene  la  mar,  yá 
tramontana  parte  de  la  sierra  de  Gádor,  que  cae  entre 
ella  y  la  taa  de  Andarax ,  y  es  también  de  Almería. 
Toda  esta  taa  está  en  tierra  llana,  donde  hay  hermo- 
sísimoscamposparaapacentar  ganados  de  invierno.  Có- 
gese en  ella  mucha  cantidad  de  pan ,  trigo  y  cebada ,  y 
liay  grandes  arboledas ,  y  la  cria  de  la  seda  es  buena. 
Hay  en  ella  seis  lugares,  llamados  Asúbros,  Odba, 
Célita ,  Elchitan ,  Almecet  y  Dalias ,  que  es  el  principal, 
donde  están  los  campos  que  dicen  de  Dalias ,  famosos 
por  el  mucho  ganado  que  allí  se  cria. 

Contáronnos  algunos  moriscos ,  y  aun  cristianos,  que 
el  mesnio  día  que  se  alzaron  los  de  Berja  fué  al  lugar 
de  Dalias  aquel  moro  que  dijimos,  llamado  el  Bende- 
di ,  y  que  estando  todos  los  vecinos  á  la  puerta  de  la 
iglesia  para  entrar  en  misa,  llegó  con  cuatro  banderas 
y  mucha  gente  armada,  y  se  puso  á  vista  del  lugar,  en 
un  viso  que  se  hace  en  una  scrrczuela  que  cae  por  bajo 
de  la  sierra  de  Gádor  á  la  parte  de  levante ;  y  que  á  un 
raesmo  tiempo  hablan  asomado  otras  cuatro  banderas 
á  la  parte  de  poniente  sobre  una  punta  de  la  mesma 
sierra,  y  que  los  vecinos  se  alborotaron  con  aquella 
novedad;  yjuntándose  los  regidores,  que  todos  eran  mo- 
riscos, salieron  con  alguna  gente  á  ver  qué  banderas 
eran  aquellas ,  y  que  el  Rendedi  bajó  á  ellos  con  cin- 
cuenta tiradores,  y  les  dijo  que  se  alzasen  luego,  por- 
que todos  los  lugares  de  la  Alpujarra  estaban  alzados ; 
y  como  le  respondiesen  que  ellos  no  entendían  hacer 
mudanza  por  entonces,  el  moro  se  enojó  mucho,  y  les . 
dijo  que  no  habia  venido  á  otra  cosa,  y  que  se  habían 
de  alzar  mal  de  su  grado ;  el  cual  entró  con  toda  la  gente 
en  el  lugar,  y  mandó  pregonar  por  todo  él  que,  so  pena 
de  lavida,  todos  los  vecinos  saliesen  luego  ú  la  plaza  con 
sus  armas  los  que  las  tuviesen ;  y  porque  algunos  hom- 
bres ricos  no  salieron  tan  presto,  los  hizo  matar  y  sa- 
quearles las  casas,  diciendo  que  eran  cristianos  ene- 
migos de  Mahoma.  Corriendo  pues  los  rebeldes  con 
grandísimo  ímpetu  á  la  iglesia,  entraron  en  ella,  y  la 
saquearon  y  robaron,  y  haciendo  pedazos  los  retablos 
y  las  imagines  que  estaban  en  los  altares,  y  la  pila  del 
baptismo,  destruyeron  todas  las  cosas  sagradas  y  le 
pusieron  fuego.  Y  porque  unu  mujer  morisca  de  las 
principales  de  la  taa  les  reprendió  los  sacrilegios  y 
maldades  que  hacían,  y  quitó  á  los  muchachos  las  ho- 


jas de  un  misal  que  traían  haciendo  pedazos,  le  cortó 
un  hereje  de  aquellos  la  cabeza.  Algunos  cristianos,  así 
clérigos  como  legos,  fueron  presos  y  muertos  en  sus 
mesmas  casas ;  otros  muchos  se  habían  idQ  con  tiempo 
ii  la  villa  de  Adra.  A  los  beneíiciados  Antonio  de  Cue- 
vas y  maestro  Garavito  mataron  luego  dentro  de  sus 
casas,  l'n  hermano  del  maestro  Garavito,  y  con  él  al- 
gunos cristianos  de  aquel  lugar  y  de  los  otros  de  la  taa 
se  metió  en  la  fortaleza  vieja  de  Dalias  la  alta ,  y  allí  se 
defendieron  tres  días ;  mas  los  enemigos  de  Dios  junta- 
ron mucha  leña,  y  zarzos  de  cañas  y  tascos,  y  les  pusie- 
ron fuego;  y  al  hn  viéndose  sin  defensa  y  sin  remedio  de 
socorro,  y  que  se  quemaban  vivos,  pidieron  que  los  re- 
cibiesen á  partido;  mas  los  traidores,  haciendo  burla 
dellos,  y  deseando  matarlos  con  sus  manos,  les  dije- 
ron que  se  echasen  de  la  torre  abnjo,  que  ellos  los  re- 
cogerían ,  pues  no  podían  bajar  por  la  escalera  ;  los  cua- 
les, huyendo  del  fuego,  que  los  cercaba  ya  par  todas 
partes,  se  arrojaron  de  arriba,  así  hombres  como  mu- 
jeres. Unos  se  perniquebraban,  otros  se  descalabraban; 
y  quedando  aturdidos  del  golpe,  porque  la  torre  era 
muy  alta,  el  refrigerio  que  hallaban  era  el  cuchillo  de 
lósemeles  verdugos,  que  los  acababan  de  matar.  Des- 
ta  manera  los  mataron  á  todos ,  y  fueron  muy  pocas 
las  mujeres  y  niños  que  tomaron  captivos,  y  con  la  mes- 
ma crueldad  trataron  á  los  de  los  otros  lugares  que  se 
alzaron  en  el  mesmo  tiempo.  Digamos  agora  la  entra- 
da que  hizo  Aben  Humeya  en  la  Alpujarra,  y  lo  que  pro- 
veyó en  ello;  que  luego  diremos  cómo  se  alzaron  los 
lugares  de  las  otras  taas. 

CAPITULO  XXII. 

Cómo  Mafiamet  Aben  Huraeya  entró  en  la  Alpujarra  después  de 
electo  en  Béznar,  y  lo  que  proveyó  en  ella. 

Partido  Abenfarax  de  Béznar,  luego  le  siguió  Aben 
Humeya,  acompañado  de  muchos  moros ,  con  temor  de 
que  se  haría  alzar  por  rey  en  la  Alpujarra  ;  y  llegan- 
do á  l.anjaron,  halló  que  habia  quemado  la  iglesia  y 
muerto  unos  cristianos  que  estaban  dentro.  De  allí  pa- 
só á  Órgiba,  donde  los  cercados  de  la  torre  se  defen- 
dían, y  les  requirió  con  la  paz;  y  viendo  que  no  que- 
rían oir  su  embajada ,  repartió  la  gente  en  dos  partes : 
la  una  dejó  en  el  cerco  con  el  Corceni  de  Ujíjar,  car- 
pintero, y  con  él  Dalay;  y  la  otra  se  llevó  consigo  á 
Poqueira  y  á  Ferreira.  El  día  de  los  Inocentes  estuvo 
en  su  casa  en  Valor,  y  á  29  de  diciembre  entró  en  Ují- 
jar de  Albacete  ,  con  deseo ,  á  lo  que  él  decia  después, 
de  salvar  la  vida  al  Abad  mayor,  que  era  grande  ami- 
go suyo,  y  á  otros  que  también  lo  eran;  y  cuando  lle- 
gó y^  lo  habian  muerto.  Allí  repartió  entre  los  moros 
las  armas  que  habían  tomado  á  los  cristianos ,  y  el  mes- 
mo dia  fué  al  lugar  de  Andarax ,  y  hizo  que  confirma- 
sen su  elección  los  de  la  Alpujarra.  Y  siendo  jurado 
de  nuevo  por  rey,  dio  sus  patentes  á  los  moros  mas 
principales  de  los  partidos  y  mas  amigos  suyos ,  para 
que  con  su  autoridad  gobernasen  las  cosas  convinien- 
tes  al  nuevo  estado  y  nombre  real ,  aunque  vano  y  sin 
fundamento  :  mandándoles  que  tuviesen  especial  cui- 
dado de  guardar  la  tierra ,  puliendo  gente  en  las  en- 
tradas de  la  Alpujarra ;  que  alzasen  todos  los  lugares 
del  reino  ,  y  que  los  que  no  quisiesen  alzarse  los  ma- 
tasen y  les  conliscason  los  bienes  para  su  cámara.  He- 
cho esto,  volvió  á  Ujíjar,  dejando  por  alcaide  de  Anda- 


REBELIÓN  Y  CASTIGO  DE  LOS  MORISCOS  DE  GRANADA. 


20: 


rax  á  Aben  Zigui,  de  los  principales  de  aquella  tao ; 
y  allí  dio  sus  poderes  á  Miguel  de  Rojas ,  su  suegro,  y 
fe  hizo  su  tesorero  general ,  porque ,  demás  del  deudo 
que  con  él  tenia ,  era  hombre  principal  del  linaje  de  los 
Moliayguajes  ó  Cariines,  antiguos  alguaciles  de  aquella 
taa  en  tiempo  de  moros;  y  por  ser  muy  rico  y  de 
aquel  linaje ,  le  respetaban  los  moros  de  la  Alpujarra ; 
el  cual  no  se  tenia  por  menos  ofendido  de  las  justicias 
que  Aben  Humcya,  porque  deniás  de  haberle  tenido  pre- 
so muchos  dias  sobre  delitos  de  monfís,  le  hablan  de- 
fendido que  no  trújese  armas  teniendo  licencia  para 
poderlas  traer,  y  no  le  habían  dejado  acabar  una  torre 
fuerte  que  hacia  en  su  casa;  antes  se  la  habían  querido 
derribar.  Finalmente  Aben  Hunieya  hizo  todas  las  dili- 
gencias dichas  en  üjíjar  en  un  día ,  y  aquella  mesma 
noche  se  fuéá  dormir  á  Cúdiar,  y  dio  patente  de  su 
capitán  general  á  don  Hernando  el  Zaguer,  su  tío;  y 
dejando  gente  de  guarnición  en  la  frontera  de  Poquci- 
ra  y  Ferreira,  donde  pensaba  residir,  á  30  dias  d<'l 
mes  de  diciembre  estuvo  de  vuelta  en  el  valle  de  Le- 
crín ,  para  sí  fuese  menester  defender  la  entrada  de  la 
Alpujarra  por  aquella  parte  al  marqués  de  Mondéjar,  y 
nombró  por  alcaide  principal  de  aquel  partido  á  Miguel 
de  Granada  Xaba  el  de  Ferreira. 

CAPITI  LO  XXIII. 

Cómo  los  lugares  de  la  taa  de  Lucharse  alzaron,  y  la  doscripcioii 
della. 

La  taa  de  Luchar  confina  á  poniente  con  la  taa  de 
Andarax,á  tramontana  con  la  Sierra  Nevada ,  á  medio- 
día tiene  la  sierra  de  Gádor ,  y  á  levante  la  taa  de  Mar- 
chena.  Hay  en  ella  diez  y  siete  lugares,  llamados  Béy- 
res,  Almoazata,  Mulura,  Rogairaira,  Muleira,  Nieles 
de  Luchar,  Aleóla,  Padúles ,  Bolinebar,  Canjáyar, 
Ohanez  ,  Cumanotolo ,  Capeleira  de  Luchar,  Pago,  Ju- 
lina,  Guibídique,  Benihíber  y  Rooches.  Esta  taa  es 
'tierra  fértil  porrazon  del  rio  de  Andarax,  que  alravic?a 
por  ella,  y  de  otro  que  baja  de  la  sierra  de  Ohanez  y 
se  va  á  juntar  con  él  cerca  de  Rague ,  lugar  de  la  taa 
de  Marchena,  Hay  por  toda  ella  muy  buenos  pastos  para 
los  ganados,  y  muchas  arboledas,  fi  úfales  y  morales 
para  la  cria  de  la  seda ;  y  en  el  lugar  de  Rogairaira  hay 
una  herrería,  donde  se  labra  el  hierro  que  sacan  de 
una  mina  que  está  allí  cerca. 

Estos  lugares  se  alzaron  el  tercer  día  de  Pascua ,  y 
estando  los  cristianos  que  vivían  en  ellos  descuida- 
dos, los  prendieron  á  todos  y  les  robaron  las  casas; 
también  robaron  las  iglesias  y  destruyeron  los  alta- 
res ,  y  hicieron  pedazos  los  retablos  y  las  cruces  y  las 
campanas ,  y  no  dejaron  maldad  ni  sacrilegio  que  no 
cometieron. 

En  el  lugar  de  Canjáyar,  que  es  el  principal  desfa 
taa,  pregonaron  los  herejes  p(»r  mandado  de  Abenfa- 
rax  con  instrumentos  y  grandes  regocijos,  que,  so  pena 
de  muerte,  ninguna  persona  diese  vida  acristiano  que 
pasase  de  diez  años ;  y  para  solenizar  la  fiesta ,  degolla- 
ron luego  á  un  niño  cristiano  de  nueve  años,  que  se 
llamaba  Hernandíco ,  y  corlándole  la  cabeza ,  la  pusie- 
ron en  la  carnicería  en  una  esportilla ,  donde  el  corta- 
dor ponía  el  dinero  de  la  carne  que  vendía  á  los  cristia- 
nos ,  y  el  cuerpo  desollado  sobre  el  tajón ,  y  hinchendo 
el  pellejo  de  tascos ,  le  quemaron.  Desque  hubieron 
acabado  un  hecho  tan  inhumano  en  una  criatura  ino- 


cente ,  desnudaron  en  cueros  á  Francisco  de  la  Torre 
y  á  Jerónimo  do  San  Pedro,  vecinos  de  Granada ,  y  pe- 
lándoles las  barbas,  les  quebraron  también  los  dientes 
y  las  muelas  á  puñadas,  y  muy  de  su  espacio  les  cor- 
taron las  orejas  y  narices,  y  les  salearon  los  ojos  y  len- 
gua ,  y  después  les  dieron  muchas  cuchillarlas  y  esto- 
cadas ,  no  pudiendo  llevar  á  paciencia  los  descreídos  ver 
que  se  encomendaban  á  Jesucristo  y  á  su  Madre  glo- 
riosa. Y  no  contentos  con  esto,  cuando  los  vieron  muer- 
tos los  abrieron  por  las  espaldas,  y  les  sacaron  los  co- 
razones, y  un  moro  se  comió  crudo  á  bocados  delante  de 
todos  el  corazón  de  Francisco  la  Torre.  Luego  desnu- 
daron al  beneficiado  Marcos  de  Soto  y  á  su  sacristán 
Francisco  Nuñez,  y  los  llevaron  á  la  iglesia ;  y  hacien- 
do al  beneficiado  que  se  asentase  en  una  silla  de  cade- 
ras, en  el  lugar  donde  se  solía  poner  para  predicar, 
pusic!on  junto  áél  al  sacristán  con  el  padrón  de  todos 
los  vecinos  en  la  mano,  y  tañendo  una  campanilla  para 
que  todos  los  del  lugar  acudiesen  á  la  iglesia ;  y  cuando 
estuvo  llena  de  gente,  mandaron  al  sacristán  que  lla- 
mase por  aquel  padrón ,  como  solia,  para  ver  si  falta- 
ba alguno ;  el  cual  los  comenzó  á  llamar,  y  como  solían 
por  su  orden,  ansí  hombres  como  mujeres,  llegaban 
al  beneficiado  y  le  daban  de  bofetadas  y  de  puñadas  en 
la  corona,  y  algunos  le  pelaban  las  barbas  y  las  cejas. 
Cuando  hul)íeron  pasado  todos  chicos  y  grandes,  lle- 
garon á  él  dos  sayones  con  dos  navajas ,  y  coyuntura 
por  coyuntura  le  fueron  despedazando ,  comenzando  de 
los  dedos  de  los  pies  y  de  las  manos.  Y  porque  el  sa- 
cerdote de  Jesucristo  invocaba  su  santísimo  nombre  y  le 
glorificaba,  le  sacáronlos  ojos ,  y  se  los  dieron  á  comer, 
y  luego  le  cortaron  la  lengua ;  y  cuando  hubo  dado  el 
alma  á  su  Criador,  le  abrieron  ,  y  le  sacaron  el  corazón 
y  las  entrañas ,  y  las  dieron  á  comer  á  los  perros.  Y  no 
contentos  con  esto ,  llevaron  el  cuerpo  arrastrando  con 
una  soga  al  pescuezo,  y  poniéndole  al  pié  de  un  olivo, 
ataron  par  del  al  sacristán ,  y  les  tiraron  á  terrero  con 
las  ballestas ,  y  después  hicieron  una  hoguera  muy  gran- 
de ,  donde  los  quemaron.  Y  con  la  mesma  crueldad  ma- 
taron veinte  y  cuatro  personas  hombres  y  mujeres,  que 
aun  estas  no  quisieron  perdonar,  y  entre  ellos  algunos 
de  los  que  habían  captivado  en  el  Boloduí. 

CAPITULO  XXIV.- 

Cdmo  los  lugares  de  la  taa  de  Marchena  se  nizaron, 
y  la  descripción  della. 

La  taa  ó  condado  de  Marcliena  confina  á  poniente 
con  la  taa  de  Luchar,  á  tramontana  con  la  Sierra  Ne- 
í  vada,  á  levante  con  tierra  de  Almería,  y  al  mediodía 
I  con  la  sierra  de  Gádor.  Hay  en  ella  doce  lugares,  Ra- 
'  gue,  Instíncíon,  Ragol,  Alhabia,  Guécija,  Alicum,  Sur- 
gena,  Alhama  la  Seca,  Gádor  Hor,  Terque,  Ahentarí- 
que,  ílar,  el  Soduz,  Santa  Cruz  y  el  Hizan.  Esta  tierra 
\  no  es  tan  fértil  de  arboledas  como  la  de  arriba ,  espe- 
I  cialmente  de  morales.  Críanse  en  ella  muchos  ganados, 
i  y  por  medio  pasa  el  río  que  dijimos  que  atraviesa  por 
i  ia  taa  de  Luchar,  el  cual  de  aquí  para  adelante  hasta 
la  mar  llaman  río  de  Almería.  Alzáronse  estos  lugares 
cuando  los  de  Luchar  saquearon  y  destruyeron  los 
templos  y  las  casas- de  los  cristianos  y  hicieron  grandí- 
simos sacrilegios  y  crueldades  en  ellos,  y  especialmente 
en  el  lugar  de  Guécija,  que  es  el  principal  de  ia  taa,  del 


20« 


LUIS  DEL  MARMOL  CARVAJAL. 


cual  diremos  solamente  en  este  capítulo,  por  excusar 
prolijidad. 

El  segundo  dia  de  pascua  de  Navidad  llegó  á  Guócija 
una  carta  de  don  García  de  Villaroel,  que,  como  queda 
dicho,  estaba  por  cabo  de  la  gente  de  guerra  de  la  ciu- 
dad de  Almería,  para  el  licenciado  Gibaja,  alcalde  ma- 
yor desta  taa,  que  es  del  duque  de  Maqueda;  por  la 
cual  le  enviaba  á  decir  muy  encarecidamente  que  reco- 
giese todos  los  cristianos  que  había  en  aquellos  luga- 
res, y  se  fuese  á  meter  en  Almería  antes  que  los  moros 
los  degollasen,  porque  tenia  aviso  cierto,  por  cartas  de 
la  costa,  que  el  reino  se  levantaba  y  no  tenia  gente  con 
que  poderle  socorrer.  El  cual,  entendiendo  que  no  po- 
día pasar  el  negocio  muy  adelante,  le  respondió  que  no 
desampararía  aquellos  vasallos,  antes  pensaba  vivir  ó 
morir  con  ellos,  por  no  perder  en  un  día  lo  que  había 
ganado  en  sesenta  años;  y  luego  mandó  que  todos  los 
cristianos  se  recogiesen  con  sus  mujeres  y  lujosa  una 
torre  fuerte  que  había  en  el  lugar,  arredrada  un  poco 
de  la  esquina  de  un  monasterio  de  frailes  augustínos, 
y  que  metiesen  consigo  agua  y  todo  el  bastimento  que 
pudiesen,  por  si  fuese  menester  defenderse  algunos 
días  en  ella.  Con  esta  orden  se  encerraron  en  la  torre 
mas  de  doscientas  personas  de  los  lugares  de  la  taa;  y 
no  habían  bien  acabildóse  de  recoger,  cuando  Mateo 
el  Rami,  llamado  por  otro  nombre  el  Rubini,  alguacil 
del  lugar  de  Inslíncion ,  llegó  con  las  cuadrillas  de  los 
raonl'ís  y  con  otra  mucha  gente,  tocando  atabalejos  y 
dulzainas,  y  con  banderas  tendidas  que  andaban  levan- 
lando  la  tíeira ;  y  lo  primero  que  hicieron  en  entrando 
en  el  lugar  fué  robar  y  destruir  las  casas  de  los  cristia- 
nos y  la  iglesia.  Luego  fueron  á  combatir  la  torre,  y 
entrando  en  el  monasterio ,  que  hallaron  desamparado, 
porque  los  frailes  se  habian  recogido  con  el  alcalde 
mayor,  robaron  los  ornamentos,  cálices  y  frontales, 
deshicieron  los  altares  y  los  letablos,  y  no  dejaron  mal- 
dad que  no  cometieron,  como  si  en  aquello  estuviera  su 
felicidad.  Otro  dia  de  mañana  enviaron  á  requerir  los 
cercados  que  se  rindiesen  y  les  entregasen  las  armas 
y  que  los  dejarían  ir  libremente  adonde  quisiesen.  Este 
partido  pareció  bien  á  muchos  de  los  que  allí  estaban ; 
mas  luego  se  entendió  que  los  moros  les  trataban  en- 
gaño, porque  yendo  á  salir  de  la  torre  dos  doncellas 
nobles,  llamadas  doña  Francisca  Gibaja  y  doña  Leonor 
Yanegas,  les  tiraron  un  arcabuzazo,  y  mataron  á  Pe- 
dro de  Horozco,  hombre  viejo  que  iba  acompañándo- 
las. Viendo  esto  los  cristianos,  cerraron  á  gran  priesa 
la  puerta  de  la  torre,  dejándose  fuera  á  doña  Fran- 
cisca Gibaja,  que  no  la  pudieron  recoger,  y  se  pusieron 
en  defensa.  Ao  mucho  después  los  moros  acordaron  de 
poner  fuego  á  la  torre,  y  para  poderlo  hacer  mas  á  su 
salvo  echaron  algunos  tiradoresdescubiertos  al  derre- 
dor del  monasterio,  y  mientras  los  cristianos  estaban 
embebecidos  en  tirarles  desde  las  troneras  y  desde  las 
almenas,  llegaron  á  una  esquina  de  la  torre,  y  hora- 
dándola con  picos,  sin  ser  sentidos  de  los  nuestros 
ocuparon  la  bóveda  baja,  y  metiendo  en  ella  la  madera 
de  los  retablos  y  de  las  imagines  que  habían  deshecho, 
y  mucha  leña  y  tascos  untados  con  aceite  revueltos  en 
ella ,  le  pusieron  fuego  :  por  manera  que  cuando  los 
cristianos,  mal  pláticos  y  poco  avisados,  sintieron  el 
humo  y  la  llama ,  ya  el  primer  sobrado  y  la  escalera  de 
la  torre  ardía.  Viéndose  pues  quemar  vivos,  comenzó 


el  llanto  de  las  mujeres  y  niños  :  unas  llamaban  á  su^ 
padres,  otras  á  sus  maridos  ó  hermanos,  y  muchos 
hombres,  que  estando  solos  fueran  animosos,  desma- 
yaron, venciéndolos  la  piedad  de  sus  mujeres  y  hijos,  y 
á  gran  priesa  comenzaron  á  descolgarlas  con  sogas  ó 
como  mejor  podían,  á  la  parle  que  no  ocupaba  el  fuego, 
entregándolas,  y  entregándose  también  ellos,  á  merced 
de  los  crueles  enemigos,  que  como  iban  bajando  los 
desnudaban,  y  dándoles  muchos  palos  y  puñadas,  los 
maniataban.  El  alcalde  mayor  y  los  frailes  y  otros  mu- 
chos que  no  quisieron  rendirse ,  viendo  que  el  fuego 
crecía  cada  hora  mas ,  se  confesaron  y  se  encomenda- 
ron á  Dios ,  y  trayendo  el  alcalde  mayur  un  Cristo  cru- 
cificado en  los  brazos,  anduvieron  gran  rato  peleando 
con  el  fuego,  procurando  apagarlo  con  tierra  y  ropa 
que  echaban  encima ;  mas  aprovechábales  poco ,  por- 
que los  enemigos  de  Dios  lo  cebaban  con  mas  leña  y 
aceite;  y  fué  creciendo  el  humo  y  la  llama  de  manera 
que,  cercando  y  cubriendo  la  torre  por  todas  parles, 
perecieron  de  diferentes  muertes,  unos  ahogados  y 
otros  abrasados  del  fuego;  solo  un  fraile  y  dos  mozos 
del  monasterio  acertaron  á  quedar  vivos,  y  estos  hin- 
chados y  llenos  de  vejigas.  Murieron  dentro  de  la  torre 
el  alcalde  mayor,  los  beneficiados  de  aquel  lugar  y  de 
Alhama  la  Seca,  el  capellán  de  Inslíncion  y  muchos 
legos,  y  algunas  mujeres  y  criaturas  que  no  hubo  lugar 
de  poderlas  descolgar.  No  libraron  mejor  los  que  íq 
rindieron  que  los  que  se  quemaron  en  la  torre,  porque 
los  moros  los  degollaron  en  la  alberca  de  un  molino  de 
aceite  del  monasterio,  que  estaba  allí  cerca.  A  Luis 
Montesino  de  Solís,  de  quien  hicimos  mencionen  el 
capítulo  de  Andarax,  llevaron  con  las  cristianascaplívas 
á  la  sierra  de  Gádor  y  después  á  Codbaa,  donde  envia- 
ron á  doña  María  de  Solís,  su  hija,  y  á  doña  Francisca 
Gibaja,  hija  del  alcalde  mayor;  y  teniéndolas  en  casa 
de  un  moro  muy  rico,  llamado  Zacaría,  apartadas  de 
otras  cristianas ,  con  cuarenta  moros  de  guarda ,  para 
enviarlas  presentadas  al  rey  de  Marruecos,  dieron  en  su 
presencia  cruelísima  muerte  á  Luís  Montesino  de  Solís. 
Desnudáronle  encueres,  y  colgándole  de  los  dedos  pul- 
gares de  los  píes,  de  una  ventana  que  estaba  frontero 
do  la  casa  donde  lenian  presa  á  su  hija,  allí  fueron  cor- 
tándole los  miembros  con  una  navaja,  coyuntura  por 
coyuntura,  hasta  los  hombros;  y  porque  glorílícaba  á 
Jesucristo ,  le  sacaron  la  lengua  y  los  ojos  y  le  cortaron 
las  narices  y  las  orejas,  y  dándole  humo  y  después  fuego, 
le  quemaron.  Volviendo  pues  á  los  moros  de  Guécija, 
luego  que  hubieron  quemado  la  torre  recogieron  la 
gente  de  los  lugares  de  la  taa,  y  con  sus  mujeres  y  hijos 
y  bienes  muebles  se  subieron  á  la  sierra  de  Gádor,  lle- 
vando por  delante  los  bagajes  y  ganados  :  dejaron  qui- 
nientos moros  que  aguardasen  hasta  que  el  fuego  se 
apagase,  por  ver  sí  había  qué  robar  en  la  torre ;  los  cua- 
les entraron  otro  dia  dentro,  y  hallando  aquellos  tres 
cristianos  que  dijimos,  medio  quemados^  no  los  quisie- 
ron malar  luego,  sino  llevarlos  consigo  la  vuelta  de  la 
sierra ;  y  al  vadear  del  rio  de  Canjáyar,  que  se  pasa 
muchas  veces  en  aquel  camino,  les  hicieron  que  los 
pasasen á  todos á  cuestas;  y  siendo  ya  noche,  nopu- 
diendo  dilatar  mas  el  deseo  de  venganza ,  mataron  á 
cuchilladas  al  fraile ,  desollaron  vivo  al  uno  de  los  mo- 
zos, y  del  otro  no  supimos  lo  que  hicieron :  solo  se 
presume  que  lambien  le  matarían ;  por  manera  que  de 


REBELIÓN  Y  CASTIGO  DE  LOS  MORISCOS  DE  GRANADA. 


207 


todos  los  cristinnos  que  Iiabia  en  los  lugares  desta  taa 
solos  tres  escaparon  con  las  vidas,  que  los  escondieron 
unos  moriscos  sus  amigos ,  y  los  pusieron  después  en 
salvo. 

En  el  lugar  de  Terque  se  recogieron  los  cristianos 
con  sus  mujeres  y  Iiijos  en  la  torre  de  la  iglesia ,  pen- 
sando poderse  delénder  en  ella ;  mas  los  moros  le  pu- 
sieron luego  y  los  quemaron  á  todos  juntamente  con  la 
iglesia  y  con  la  torre.  Hacian  después  mucho  senti- 
miento las  moras  de  pesar  que  tenian ,  porque  se  habla 
quemado  en  este  lugar  el  haíiz  de  la  seda  de  aquella 
taa ,  no  por  lástima  que  tenian  dél ,  sino  porque  qui- 
sieran mucho  poderle  atormentar  de  so  espacio,  per- 
qué le  querían  muy  mal. 

CAPITULO  XXV. 

Cómelos  lugares  riel  rio  de  Colorluí  se  alzaron, 
y  la  descripción  dél. 

El  rio  del  Boloduí  nace  en  la  parte  mas  alta  y  mas 
oriental  de  la  Sierra  Nevada :  á  poniente  tiene  la  taa  de 
Marchena ,  á  mediodía  la  tierra  de  Almería ,  á  levante 
las  sierras  de  Baza ,  y  á  tramontana  las  de  Cuadix  y  los 
lugares  de  Abla  y  Lauricena.  Hay  en  este  rio  cinco  lu- 
gares, llamados  Alliizan,  Santa  Cruz,  Cocliuelos,  Bi- 
lumbin  y  Alhabia  ;  baja  entre  Abla  y  Lauricena  ,  y  va  á 
dar  á  Santa  Cruz,  que  es  el  lugar  principal,  y  después 
se  va  á  juntar  con  el  rio  de  Almena,  entre  Alhabia  y 
Guécija.  Es  tierra  de  muchas  arboledas ,  y  los  morado- 
res tienen  muy  buena  cria  de  seda ;  cogen  cantidad  de 
pan ,  trigo  y  cebada ,  y  tienen  muchos  ganados,  y  siem- 
bran la  alheña,  que  es  una  hoja  como  la  del  arrayan, 
mas  delgada ,  y  la  precian  mucho  los  moros.  Era  alcal- 
de mayor  destos  lugares,  que  son  de  don  Diego'de  Cas- 
lilla,  señor  de  Gor,  el  licenciado  Blas  de  Biedma,  el 
cual  tenia  su  casa  en  Santa  Cruz,  y  pudiera  muy  bien 
ponerse  en  cobro  con  todos  los  cristianos  de  aquel  par- 
tido ,  si  la  confianza  que  tenia  en  que  los  moriscos  de 
aquel  partido  no  se  levantarían,  no  le  engañara,  porque 
don  García  de  Villaroel  le  escribió  también  á  él,  cuan- 
do al  licenciado  Gibaja ,  rogándole,  y  aun  requiriéndo- 
le,  que  se  retirase  con  tiempo  á  la  ciudad  de  Almería, 
y  tampoco  lo  quiso  hacer. 

Alzáronse  estos  lugares  el  segundo  día  de  pascua  de 
Navidad,  y  los  del  lugar  de  Santa  Cruz  corrieron  á  las 
casas  de  los  cristianos,  y  prendiéndolos,  les  robaron 
cuanto  tenian,  y  destruyeron  la  iglesia.  Al  alcalde  ma- 
yor hicieron  morir  cruelísimamente  :  siguiendo  el 
ejemplo  de  los  de  Canjáyar  le  desnudaron  en  cueros  de- 
lante de  cuatro  doncellas  cristianas,  que  las  tres  eran 
hijas  suyas  y  la  otra  del  jurado  Bustos,  vecino  de  Al- 
mería, y  su  sobrina  ;  y  atándole  las  manos  atrás,  llegó 
un  hereje  á  él,  y  le  cortó  las  narices,  y  se  las  clavó  con 
un  clavo  de  hierro  en  la  frente;  luego  le  cortó  las  ore- 
jas y  se  las  dio  á  comer ;  y  porque  loaba  á  Dios  mien- 
tras le  estaban  martirizando ,  le  cortaron  la  lengua  y 
las  manos  y  los  pies;  y  abriéndole  la  barriga,  se  los 
metieron  dentro ;  y  un  sayón  le  abrió  el  pecho,  y  le  sa- 
có el  corazón,  y  comenzó  á  dar  bocados  en  el,  dicien- 
do :  «  Bendito  sea  tal  día ,  en  que  yo  puedo  ver  en  mis 
manos  el  corazón  deste  perro  descreído.»  Y  después 
desto  quemaron  el  cuerpo ,  y  á  los  demás  cristianos,  así 
hombres  como  mujeres ,  los  llevaron  al  lugar  de  Can- 
jáyar, donde  también  los  mataron  después. 


Alzáronse  los  de  Alhizan  cuando  los  de  Santa  Cruz ,  y 
el  beneíiciadoJuan  Rodríguez  recogió  todos  los  crislia- 
nos  en  una  torre  que  tenia  en  su  casa.  Los  moros  saquea- 
ron las  casas  y  la  iglesia ,  y  destruyendo  todas  las  cosas 
sagradas,  fueron  luego  ala  torre  y  le  pusieron  fuego 
por  todas  partes ,  y  quemaron  vivos  á  todos  los  que  se 
habían  metido  dentro,  excepto  al  beneficiado  y  á  tres 
doncellas  sobrinas  suyas.  Mas  después,  queriendo  rego- 
cijar el  pueblo  con  la  muerte  de  aquel  sacerdote  de  Je- 
sucristo ,  le  desnudaron  en  cueros,  y  se  lo  entregaron 
á  las  mujeres  moras  para  que  ellas  le  matasen;  las  cua- 
les le  sacaron  los  ojos  con  almaradas,  y  le  hirieron  con 
cuchillos  y  piedras ,  hasta  que  dio  el  alma  á  su  Criador, 
encomendándose  siempre  á  Jesucristo,  y  glorilicando 
su  santísimo  nombre.  Lleváronse  las  captivas  cristianas 
á  Canjáyar,  donde  las  mataron  después  con  otras  mu- 
chas ,  cuando  el  marqués  de  los  Vélez  hubo  vencido  á 
los  moros  de  Filíx ,  como  diremos  en  su  lugar.  Dejemos 
agora  de  tratar  de  los  otros  lugares  que  se  alzaron, 
que  á  su  tiempo  volveremos  á  ellos,  y  digamos  lo  que 
en  este  tiempo  se  hacia  en  la  ciudad  de  Granada. 

CAPITULO  XXVI. 

De  lo  que  se  lincia  en  este  tiempo  en  la  ciudad  de  Granada  para 
aseguiarse  de  los  moriscos,  y  las  desculpas  que  daban  ellos. 

Mucho  sentimiento  hubo  en  M  ciudad  de  Granada 
cuando  se  supo  que  la  gente  que  había  ido  con  el  mar- 
qués de  Mondéjar  no  había  podido  alcanzar  á  los  mon- 
fís,  y  crecia  cada  hora  mas  con  las  nuevas  que  venian 
dé  los  sacrilegios  y  crueldades  que  iban  haciendo  en  los 
lugares  que  alzaban  en  la  Alpujarra ;  y  movido  el  vulgo 
á  ira  con  deseo  de  venganza ,  hablaban  con  libertad, 
culpando  y  desculpando  á  quien  les  parecía,  y  al  fin 
buscando  todos  el  remedio.  Unos  le  hallaban  en  la  equi- 
dad ,  otros  en  el  rigor  de  la  justicia,  y  todos  en  la  fuer- 
za de  las  armas.  Habiéndose  pues  juntado  el  Acuerdo 
con  el  presidente  don  Pedro  de  Deza  en  la  sala  de  la 
real  Audiencia  este  día ,  como  lo  habían  hecho  otros, 
para  tratar  del  negocio,  el  licenciado  Alonso  Nuñez  de 
Bohorques,  oidor  del  real  consejo  de  Castilla  y  de  la 
general  Inquisición ,  que  entonces  lo  era  de  la  dicha 
audiencia ,  propuso  que  el  camino  mas  breve  para  ata- 
jar la  maldad  de  los  moriscos  alzados ,  y  que  los  demás 
no  se  alzasen ,  consistía  en  sacar  todos  los  que  moraban 
en  el  Albaicin  y  en  los  lugares  de  la  vega  de  Granada ,  y 
meterlos  veinte  leguas  la  tierra  adentro ,  donde  no  pu- 
diesen acudirles  con  avisos ,  con  gente ,  armas  y  conse- 
jo; cosa  que  no  se  podría  excusar  teniéndolos  en  la  ciu- 
dad ,  donde  venían  y  entendían  cuanto  se  hacia  y  trata- 
ba. Este  parecer  fué  bien  recebido  de  todos  los  que  allí 
estaban;  mas  hallaron  dificultad  en  la  ejecución  dél, 
pareciendo  cosa  grave  y  peligrosa  querer  echar  tanto 
número  de  gente  de  sus  casas.  Al  fin  se  díó  noticia  á  su 
majestad ;  y  si  por  entonces  no  hubo  cfeto ,  después  vi- 
no á  hacerse  con  menor  escándalo  y  peligro  del  que  se 
representaba,  como  se  dirá  en  su  lugar.  Por  otra  par- 
te ,  el  marqués  de  Mondéjar,  queriendo  usar  el  rigor  de 
las  armas,  avisó  á  las  ciudades  y  señores  de  la  Anda- 
lucía y  reino  de  Granada  que  con  brevedad  aprestasen 
la  gente  de  guerra,  por  sí  fuese  menester  acudir  á 
oprimir  el  rebelión,  y  el  Acuerdo  despachó  provisiones 
en  conformidad  de  lo  que  el  Marqués  pedia.  Y  porque 
se  tenia  ya  nueva  que  c!  alzamiento  pasaba  hacía  Jos 


sos 


LUIS  DEL  MARMOL  CARVAJAL. 


it  gares  del  reino  fie  Murcia,  acordaron  que  seria  bien 
avisar  á  don  Luis  Fajardo,  marques  de  los  Vélez  y  ade- 
Imlado  de  aquel  reino,  para  que  haciendo  junta  de 
^ente  de  guerra  por  aquella  parte ,  estuviese  apercebi- 
í'o  para  lo  que  su  majestad  enviase  á  mandar ,  á  quien 
so  daria  luego  aviso  de  aquella  diligencia,  Temian  mu- 
cho los  moriscos  al  marqués  de  los  Vélez,  y  parecía 
que  solo  oir  su  nombre  bastarla  para  ponerlos  en  razón ; 
y  con  este  acuerdo  el  presidente  don  Pedro  de  Deza 
mandó  llamará  un  licenciado  Carmona,  abogado  de  la 
Audiencia  real,  que  solicitaba  los  negocios  del  marqués 
de  los  Vélez,  y  le  dijo  que  le  despachase  luego  un  correo 
avisándole  de  su  parte  como  los  moros  hablan  en- 
trado á  levantar  el  Albaicin  de  Granada,  y  pregonado 
en  él  la  seta  de  Mahoma  con  instrumentos  de  guerra  y 
banderas  tendidas,  y  que  seria  de  mucha  importancia 
que  se  acercase  al  reino  de  Granada  con  el  mayor  nú- 
mero de  gente  de  á  pié  y  de  á  caballo  que  pudiese  jun- 
tar,  y  que  brevemente  temía  orden  de  su  majestad  de  lo 
r|ue  habiade  hacer  con  ella,  porque  él  le  escrebia  so- 
bre ello.  Luego  como  esto  se  publicó  en  la  ciudad,  los 
moriscos  se  turbaron ;  y  viendo  tantas  prevenciones 
como  se  hacian ,  procuraron  por  todos  los  medios  de 
humildad  echar  de  si  la  sospecha  que  se  tenia,  cargan- 
do la  culpa  á  los  monfís.  Juntándose  pues  los  principa- 
les del  Albaiciii  el  tercer  dia  de  Pascua,  fueron  con  su 
procurador  general  á  hablar  á  todos  los  ministros,  yá 
cada  uno  por  si  les  hicieron  su  razonamiento ,  signifi- 
cando estar  inocentes  de  lo  que  se  les  imputaba ,  y  exa- 
gerando el  atrevimiento  de  aquellos  perdidos ,  que  ha- 
blan entrado  en  el  Albaicin  á  hacerles  tanto  mal,  y  di- 
ciendo que  si  los  prendieran  luego,  se  entendiera  quién 
eran  los  culpados,  y  castigando  aquellos,  se  apagara 
el  fuego  de  la  sedición  antes  que  pasara  tan  adelante. 
Decian  mas :  que  la  premática  no  habia  alterádolos  á 
ellos ,  y  si  la  hablan  contradicho ,  habia  sido  con  buen 
celo,  y  que  ya  estaban  contentos  con  ella,  sabida  la  vo- 
luntad de  su  majestad ,  y  viendo  que  se  ejecutaba  con 
tanta  equidad,  que  cesaban  los  inconvenientes  que  ha- 
blan tenido;  y  que  estaban  prestos  de  servir  á  su  ma- 
jestad con  sus  haciendas,  para  que  los  malos  fuesen 
castigados  y  los  buenos  honrados,  como  se  habia  he- 
cho en  aquel  reino  en  tiempos  mas  trabajosos,  estando 
recien  ganado  y  poco  después.  A  estas  y  otras  cosas 
que  los  moriscos  decian  ,  les  respondieron  mansamente 
y  con  amor,  especialmente  el  Presidente,  cargando  la 
culpa  á  los  que  trataban  mal  de  sus  honras,  y  diciendo 
que  siempre  hablan  sido  tenidos  por  leales  vasallos  de 
su  majestad,  y  ansí  se  lo  hablan  escrito,  y  volverianá 
escrebírselo  de  nuevo;  y  les  ofreció  de  su  parle  que 
mirarla  por  ellos ,  y  no  daria  lugar  que  recibiesen  agra- 
vio en  el  cumplimiento  de  la  premática,  encargándoles 
que  perseverasen  en  la  fe  y  lealtad  que  decian,  pues  de 
lo  contrario  no  podría  venirles  menos  que  destruicion 
general,  ofendiendo  á  Dios  y  á  un  príncipe  tan  pode- 
roso, que  siendo  necesario,  haría  en  un  mesmo  tiempo 
guerra  por  mar  y  por  tierra  á  todos  los  príncipes  del 
universo.  Con  las  cuales  razones,  y  con  otras  muchas 
desta  calidad ,  procuraban  quietarlos  lo  mejor  que  po- 
dían, proveyendo  por  otra  parte  las  cosas  que  parecía 
convenir  para  la  seguridad  de  aquella  ciudad  y  del  rei- 
no. Y  con  todas  las  sospechas  y  temores,  solo  un  dia  se 
dejó  de  hacer  audiencia  eo  las  salas ,  y  todos  los  demás 


durante  e!  rebelión  los  oidores  y  alcaMos  hicieron  su> 
oficios  á  las  horas  acostumbradas;  lo  cual  fué  de  tanta 
importancia,  que  los  moriscos  no  osaron  hacer  nove- 
dad en  la  ciudad  ni  en  las  alearías  comarcanas ,  te- 
miendo tanto  y  mas  la  horca  que  la  espada.  Luego  se 
dio  órdon  que  las  coÍTipañías  de  las  parroquias  hiciesen 
cuerpo  de  guardia  en  la  audiencia,  de  donde  sulla  el 
Corregidor  tres  y  cuatro  veces  cada  noche  á  rondar  el 
Albaicin  y  la  Alcazaba ;  y  porque  habia  poca  gente,  y  no 
poco  temor,  para  que  los  moriscos  no  lo  entendiesen, 
se  usaba  de  un  ardid,  que  algunas  veces  suele  aprove- 
char ,  y  era,  que  después  de  haber  entrado  los  soldados 
acompañando  sus  banderas  por  la  puerta  principal, 
volvían  á  irse  uno  á  uno  por  otra  puerta  falsa,  y  torna- 
ban á  entrar  en  otras  compañías.  Esto  se  hacía  una  y 
mas  veces  con  tanta  destreza,  que  aun  los  propríos  ciu- 
dadanos no  lo  entendían.  Y  porque  los  capitanes  y 
gentileshombres  tuviesen  alguu  entretenimiento,  ha- 
cia el  Presidente  ponerles  mesas  de  juego,  y  les  man- 
daba dar  de  cenar  y  colaciones;  mas  con  tpdas  estas 
prevenciones  los  malaventurados,  que  ya  se  habia n  des- 
vergonzado, no  dejaban  de  proseguir  en  su  maldad, 
como  se  entenderá  por  el  discurso  desta  historia. 

CAPITULO  XXVII. 

Cómo  los  lugares  de  tierra  de  Salobreña  se  alzaron, 
y  la  descripción  della. 

S.ilobrcña  es  una  villa  muy  fuerte  por  arte  y  por  na- 
turaleza de  sitio :  está  en  la  orilla  del  mar  Mediterráneo, 
puesta  sobre  una  peña  muy  alfa ;  adelante  tiene  una  is- 
leta,  y  á  poniente  deila  una  pequeña  playa  abrigada  de 
levante,  donde  llegan  á  surgir  los  navios.  La  villa  está 
cercada  de  muros;  no  se  puede  minar,  porque  es  la  peña 
viva  marmoleña,  ni  menos  se  puede  batir,  por  ser  muy 
alta  y  tajada  al  derredor,  sino  es  á  la  parte  de  levante, 
donde  está  la  puerta  principal.  En  lo  mas  alto  hacia  el 
cierzo  tiene  un  fuerte  castillo,  que  solamente  desde  las 
casas  de  la  villa  se  puede  combatir,  y  por  allí  le  fortale- 
cen dos  muros  anchos  y  terraplenados  con  sus  barba- 
canas; todo  lo  demás  cerca  la  peña  tajada ,  y  hay  den- 
tro un  pozo  de  agua  manantial,  que  no  se  le  puede  qui- 
tar en  ninguna  manera.  Esta  tenencia  era  de  don  Diego 
Ramírez  de  Haro,  vecino  de  la  vjlla  de  Madrid,  y  fué  de 
sus  antepasados,  que  se  la  dieron  los  Reyes  Católicos 
cuando  conquistaron  el  reino  de  Granada.  Tiene  Salo- 
breña á  levante  la  villa  de  Motril,  á  poniente  la  ciudad 
de  Almuñécar,  al  mediodía  el  mar  Mediterráneo,  y  á 
tramontana  el  valle  de  Lecrin.  Hay  en  sus  términos  seis 
lugares,  llamados  Lóbras ,  Ilrabo,  Mulví  zar,  Guájar  la 
alta,  Guájar  de  Alfaguit  y  Guájar  del  Fondón.  Todos  es- 
tos lugares  estaban  poblados  de  moriscos,  mas  los  veci- 
nos de  la  villa  eran  cristianos  ,  la  cual  fuera  capaz  de 
seiscientas  casas  si  estuviera  toda  poblada ,  mas  en 
este  tiempo  no  tenia  mas  de  ochenta  vecinos.  Es  tierra 
áspera  y  muy  fragosa  á  poniente  y  á  tramontana,  y  có- 
gese en  ella  poco  pan.  Los  lugares  altos  están  en  una 
quebrada  que  hace  la  sierra,  por  donde  baja  un  rio  que 
procede  de  unas  fuentes  que  nacen  en  ella,  y  después 
se  va  á  juntar  con  el  rio  de  Motril.  Hay  muchas  arbole- 
das de  huertas,  olivos  y  morales  por  aquellos  valles,  y 
tienen  los  moradores  muy  buena  cria  de  seda ,  aunque 
la  principal  granjeria  es  agora  la  de  azúcar,  porque  en 
una  vega  que  está  á  levante  hacia  Motril  tienen  mu- 


REBELIÓN  Y  CASTIGO  DE  LOS  MORISCOS  DE  GRANADA. 


209 


chas  liazas  de  cañas  dulces,  y  abundancia  de  agua  con 
que  regarlas,  y  junto  á  losmuros  un  ingenio  muy  gran- 
de, y  otros  en  las  alearías  allí  cerca,  donde  se  labran  las 
cañas. 

Los  moriscos  de  las  Cuajaras  se  alzaron  el  primero  y 
segundo  dia  de  pascua  de  Navidad,  cuando  los  del  Va- 
lle; mas  no  hicieron  daño  en  las  iglesias  ni  á  los  cris- 
tianos, antes  dijeron  al  beneficiado  que  dijese  su  misa, 
y  el  alguacil  del  lugar,  llamado  Gonzalo  el  Tartel,  que 
era  su  amigo,  le  prometi(rque  no  le  enojaría  nadie,  y 
que  si  fuese  menester,  le  pondría  en  salvo,  como  en  efeto 
lo  hizo.  Los  de  Lóbras  y  Trabo  y  Mulvízar  se  subieron 
luego  á  las  sierras  de  las  Cuajaras,  y  desampararon  sus 
casas  por  huir  de  los  daños  que  los  vecinos  de  Salobre- 
ña y  Motril  les  hacían;  los  cuales  podremos  decir  que 
los  alzaron,  ó  á  lo  menos  les  dieron  priesa  á  que  se  al- 
zasen, porque  luego  que  se  supo  lo  que  habían  hecho  los 
de  órgiba,  salían  en  cuadrillas  á  robarles  las  casas  y  los 
ganados,  y  les  hacían  otros  malos  tratamientos,  y  tam- 
poco hicieron  daño  en  las  iglesias  por  entonces.  Cuando 
comenzaron  estas  revoluciones  don  Diego  Ramírez  es- 
taba con  su  casa  y  familia  en  la  villa  de  Motril,  y  siendo 
avisado  por  carta  del  marqués  de  Mondéjar,  se  fué  á 
meter  en  su  fortaleza,  y  viendo  que  en  la  villa  no  había 
bastante  número  de  gente,  ni  él  tenía  consigo  mas  que 
sus  criados,  hizo  con  el  concejo  que  enviasen  un  veci- 
no llamado  Claudio  de  Robles  á  Arévalo  de  Zuazo,  cor- 
regidor de  la  ciudad  de  Málaga,  pidiéndole  alguna  gente 
de  guerra  que  meter  en  la  villa,  entendiendo  que  los  al- 
zados procurarían  ocuparla  por  causa  de  la  fortaleza  y 
de  la  comodidad  de  aquel  puerto;  el  cual  envió  á  Diego 
Barzana  con  cincuenta  tiradores,  que  aseguraron  algo 
á  los  vecinos.  Finalmente,  don  Diego  Ramírez  puso  la 
fortaleza  en  defensa,  encabalgó  la  artillería,  que  estaba 
toda  por  aquel  suelo  sin  cureñas  ni  ruedas,  y  proveyó 
en  todo  lo  que  á  buen  alcaide  convenía.  Y  no  solo  de- 
fendió la  plaza,  mas  salió  muchas  veces  en  busca  de  los 
enemigos,  y  hizo  muchos  y  muy  buenos  efetos,  como  se 
dirá  en  su  lugar. 

CAPITULO  XXVIII. 

Cómo  los  moros  combatieron  la  torre  de  Órgiba. 
El  domingo,  segundo  dia  de  pascua  de  Navidad,  &  26 
de  diciembre,  acordaron  los  moros  de  combatirla  torre 
de  órgiba,  y  para  este  combate  juntaron  muchos  haces 
de  leña  y  zarzos  de  cañas  untados  con  aceite,  pensando 
quemar  los  cristianos  dentro.  El  alcaide  Gaspar  de  Sa- 
rabia  echó  luego  fuera  veinte  hombres,  que  mataron  al- 
gunos moros  y  quemaron  todos  aquellos  haces  en  el 
lugar  donde  los  tenían  recogidos.  Los  enemigos  corrie- 
ron á  la  iglesia,  y  hallándola  sin  defensa,  entraron  den- 
tro, y  con  grandísima  ira  quebraron  los  retablos ,  des- 
hicieron el  altar,  rompieron  la  pila  del  baptísmo,  der- 
ramaron el  olio  y  la  crisma  ,  arcabucearon  la  caja  del 
Santísimo  Sacramento ,  con  enojo  de  que  no  hallaron 
allí  la  santa  forma  de  la  Eucaristía  ,  que  los  beneficia- 
dos la  habían  consumido  en  todos  aquellos  lugares;  y 
arrojando  todas  las  cosas  sagradas  por  el  suelo,  no  de- 
jaron abominación  ni  maldad  que  no  hicieron.  Luego 
subieron  á  la  torre  del  campanario,  y  en  lo  mas  alto  del 
pusieron  un  reparo  de  colchones  y  mantas,  para  desde 
él  arcabucear  á  los  cristianos,  y  aquella  noche  les  en- 
viaron un  moro  del  lugar  de  Benizalte,  llamado  el  Fer- 


za,  hijo  de  Alonso  el  Ferza,  para  que  les  dijese  de  su 
parle  que  se  rindiesen,  y  que  entregasen  las  armas  y  el 
dinero  y  les  dejarían  las  vidas  ,  porque  de  otra  manera 
no  podían  dejar  de  morir.  Este  moro  llegó  con  una  ban- 
derilla blanca  á  la  torre,  y  propuso  su  embajada  di- 
ciendo que  Granada  era  perdida,  que  los  moros  te- 
nían ya  la  fortaleza  del  Alhambra  por  suya,  que  el  rey 
don  Felipe  no  les  podía  enviar  socorro,  porque  estaba 
cercado  de  luteranos,  y  que  las  cosas  de  los  moros  iban 
tan  prósperas,  que  esperaban  muy  en  breve  llegar  vi- 
toríosos  á  Castilla  la  Vieja.  Y  como  un  clérigo  de  los 
que  estaban  en  la  torre  le  preguntase  si  hablaba  como 
cristiano  ó  como  moro,  respondió  el  hereje  que  co- 
mo moro,  porque  ya  no  había  en  aquella  tierra  mas  que 
Dios  y  Mahoma,  y  que  harían  cuerdamente  los  que  allí 
estaban  en  tornarse  moros  si  querían  tener  libertad. 
Estas  palabras  sintieron  mucho  los  nuestros,  y  no  pu- 
diendo  oír  semejante  blasfemia,  le  respondieron  que  se 
alargase  luego  de  allí,  sí  no  quería  que  le  matasen  con 
los  arcabuces,  apercibiéndole  que  ni  él  ni  otro  no  vol- 
viesen con  aquel  recaudo,  porque  no  les  iría  bien  dello; 
mas  no  por  eso  les  dejaron  de  acometer  otras  veces  con 
la  paz,  por  ver  si  los  podrían  engañar.  No  mucho  des- 
pués acordaron  de  hacer  dos  mantas  de  madera  para 
picar  el  muro  por  debajo  y  dar  con  la  torre  en  el  suelo; 
mas  los  cercados  se  dieron  tan  buena  maña ,  que  les 
quemaron  la  una,  teniéndola  á  medio  hacer;  la  otra 
acabaron,  y  cuando  estuvo  puesta  en  orden ,  hicieron 
reseña  de  toda  la  gente,  y  se  apercibieron  al  combate. 
Esta  manta  era  hecha  de  maderos  gruesos,  cubierta  de 
tablas  aforradas  por  defuera  de  cueros  de  vaca, y  sobre 
los  cueros  y  la  madera  colchones  de  lana  mojada ,  para 
que  resistiesen  las  piedras  y  el  fuego ;  y  estando  asen- 
tada sobre  cuatro  ruedas  bajas ,  los  propríos  que  iban 
dentro  dclla  la  llevaban  rodando,  y  de  un  cabo  yde  otro 
iban  arrastrando  grandes  haces  de  cañas  y  de  leña  seca 
y  tascos,  untado  todo  con  aceite  para  poner  con  ellos 
fuego  á  la  torre  cuando  el  muro  estuviese  picado  y 
apuntalado  con  maderos.  Fué  la  determinación  de  los 
enemigos  tan  grande,  teniendo  presente  el  odio  y  la  ira, 
que  aunque  los  cristianos  mataban  muchos  dellos  con 
los  arcabuces,  no  dejaron  de  arrimar  su  ma-nta.  Los 
nuestros  procuraron  deshacérsela  arrojando  gruesas 
piedras  sobre  ella  desde  arriba;  y  viendo  que  no  apro- 
vechaba, porque  la  madera  era  recia,  y  los  reparos  que 
llevaba  encima  despedían  la  piedra,  tomaron  unos  la- 
drillos mazarís  que  acertó  á  haber  en  la  torre,  y  arro- 
jándolos de  esquina  donde  se  descubrían  los  colchones, 
rompieron  el  lienzo,  y  echando  sobre  ellos  dos  calderas 
de  aceite  hirviendo  de  lo  que  Leandro  había  traído,  y 
cantidad  de  tascos  de  cáñamo  y  de  lino  ardiendo,  pren- 
dió el  fuego  de  manera,  que  en  breve  espacio  se  quema- 
ron los  colchones  y  la  manta;  y  los  que  habían  ya  co- 
menzado á  picar  el  muro,  se  salieron  huyendo  con  harto 
peligro  de  sus  vidas.  No  se  halló  Aben  Humeya  en  este 
asalto  porque  había  pasado  de  largo,  como  queda  dicho, 
á  Pitres  de  Ferreíra  á  proveer  en  otras  cosas,  y  cuando 
supo  el  ruin  suceso  que  había  tenido,  mandó  que  cesa- 
sen los  asaltos,  y  que  solamente  tuviesen  la  torre  cer- 
cada, para  que  no  le  entrase  bastimento ;  y  desta  ma- 
nera estuvo  diez  y  siete  días  hasta  que  el  marqués  de 
Mondéjar  la  socorríó,  como  diremos  adelante. 


i4 


210 


LUIS  DEL  MARMOL  CARVAJAL. 


CAPULLO  XXIX. 

De  lo  qne  se  hizo  estos  dias  á  la  parte  de  Almería ,  y  la  descrip- 
ción de  aquella  tierra  y  de  algunos  lugares  que  se  alzaron  en 
ella. 

La  ciudad  de  Almería  aníiguamente  se  llamó  Viji : 
está  puesta  sobre  la  costa  de  la  mar,  sus  términos  son 
muy  grandes;  tienen  á  poniente  las  taas  de  Dalias  y  de 
Andarax,  á  tramontana  las  de  Luchar,  deMarchena  y 
del  Boloduí;  á  levante  el  rio  de  Almanzora  y  las  ciu- 
dades de  Mojácar  y  Vera ,  y  al  mediodía  compreliende 
en  la  costa  del  mar  Mediterráneo  desde  una  torre  lla- 
mada Rábita,  que  está  en  el  paraje  de  Fílix  á  la  parte 
de  poniente ,  hasta  la  mesa  de  Roldan ,  que  está  á  le- 
vante. Hay  en  estos  términos  de  Almería  treinta  y  siete 
lugares  y  villas,  cuyos  nombres  son  :  íiiix,  Fíüx,  Vi- 
car,  Turrillas,  Obrcvo,  Iiiox,  Carbal ,  Alquitan  ,  Pe- 
dregal, Alluidara,  Viátor,  Güércal,  Alguayan,  Bena- 
haduz,  Becliina,  Alhama  de  Berchina,  Rioja,  Gádor, 
Guyciliana ,  Santa  Fe  ,  Níjar  ,  Mondújar  ,  Guézhen, 
Alocainona,  Sorbas,  Líela  del  Campo,  Ulela  de  Cas- 
tro, Belelique,  Biibrin,  Alhamilla,  TaverníS,  Jergal, 
Castro,  Bacáres,  Elbeire ,  Bayarca  y  Macael.  Airaviesa 
por  esta  tierra  el  rio  de  Andarax,  el  cual  pasando  por  la 
laa  de  Marchena  se  va  á  juntar  con  otro  rio  que  sale 
por  bajo  del  castillo  de  Jergal ,  y  por  ¡as  faldas  meri- 
dionales de  la  sierra  de  Baza  va  al  lugar  de  Rioja,  en 
cuya  ribera  están  Tavernas,  Alhamilla  y  la  rambla  de 
Tavernas ,  y  por  Gádor  y  Benahaduz  se  mete  en  el  Me- 
diterráneo cerca  de  la  ciudad  de  Almería;  la  cual  está 
puesta  en  sitio  hermoso  y  agradable,  y  tenia  en  este 
tiempo  mas  de  dos  mil  y  quinientos  vé^os,  aunque  el 
ámbito  de  los  muros  es  capaz  de  mayor  número  de  ca- 
sas, porque  tienen  de  circuito  seis  mil  seiscientos  y  cin- 
cuenta pasos,  y  á  un  cabo  una  fortaleza  en  un  sitio  inex- 
pugnable, sentada  sobre  una  peña  viva  muy  alta,  que 
no  da  lugar  á  minas ,  baterías  ni  asaltos  por  las  tres  par- 
tes, y  por  la  otra  tiene  un  solo  padrastro  hacia  la  sier- 
ra; mas  está  en  medio  entre  él  y  la  fortaleza  un  valle 
muy  hondo,  y  toda  está  cercada  de  peña  tajada  muy  al- 
ta, y  la  muralla  terraplenada.  A  levante  de  la  ciudad 
hay  una  playa  espaciosa  y  larga ,  y  muy  segura  de  le- 
vante ,  donde  pueden  surgir  dos  mil  navios  y  mas ,  y  á 
poniente  tiene  otra,  que  no  es  tan  segura,  aunque  hay 
algún  abrigo  con  las  sierras  que  despuntan  en  la  mar 
hacia  aquella  parte.  Son  todos  estos  términos  abun- 
dantes de  yerba  para  los  ganados ;  tienen  los  morado- 
res mucha  y  muy  buena  cria  de  seda,  y  en  las  riberas  de 
los  rios  grandes  arboledas.  Cógese  en  ellas  alguna  can- 
tidad de  pan ,  aunque  no  es  tanto,  que  les  baste  para  to- 
do su  año;  mas  provéense  de  la  comarca.  Fué  Almería 
ciudad  muy  populosa  en  tiempo  que  la  poseían  los  mo- 
ros ,  y  tan  eslimada,  que  quiso  competir  con  Granada, 
y  asi ,  la  llamaban  Almereya ,  que  quiere  decir  el  espe- 
jo. Solía  tener  grandes  arrabales  y  armar  mucha  canti- 
dad de  navios  de  remos;  mas  después  se  fué  disminuyen- 
do en  población,  en  trato  y  en  todo  lo  demás;  y  cuando 
comenzó  la  guerra  dcste  levantamiento ,  moraban  en 
ella  muchos  caballeros  y  gente  principal ,  y  tenia  mas  de 
seiscientas  casas  de  moriscos  de  los  muros  adentro ,  y 
dos  compañías  de  gente  de  guerra  ordinaria,  la  una  de 
caballos  y  la  otra  de  infantería ,  para  correr  los  reba- 
tos de  la  costa  y  tener  cargo  de  la  guardia  della.  Vien- 
do pues  los  moriscos  de  las  alearías  de  la  taa  de  Mar- 


chena y  lugares  comarcanos  á  Almería ,  que  su  negocio 
iba  muy  adelante  y  que  los  turcos  no  acudían  á  su  pre- 
tensión ,  determinando  de  hacerlo  ellos,  escogieron 
ciento  y  cincucnla  hombres  de  hecho,  á  quien  tuvieron 
duda  orden  que  con  cargas  de  harina  y  de  otros  basti- 
mentos se  fuesen  á  la  albóndiga  de  la  ciudad,  que  estaba 
junto  á  la  fortaleza ,  y  descargando  allí ,  como  lo  solían 
liacer  de  ordinario,  pasasen  diez  ó  doce  dellos  con  car- 
gas de  leña  y  de  paja ,  so  color  de  llevarlas  presentadas 
al  alcaide ,  y  al  entrar  de  las^uertas  de  la  fortaleza  se 
atravesasen  de  manera,  que  los  cristianos  no  las  pu- 
diesen cerrar,  y  acudiendo  los  de  la  albóndiga,  se  me- 
tiesen dentro,  y  matando  al  alcaide  y  á  los  que  con  él 
hallasen,  se  hiciesen  fuertes  en  ellas,  y  diesen  aviso 
con  humo,  para  que  los  lugares  de  la  tierra  les  acudie- 
sen luego ;  y  para  tener  entendido  por  dónde  podrían 
entrar  sin  que  los  de  la  ciudad  lo  estorbasen .  había  ne- 
gociado aquellos  dias  Mateo  el  Rami,  alguacil  de  Ins- 
tincion,  que  era  grande  amigo  de  Alvaro  de  Sosa,  que 
le  llevase  un  día  á  comer  conél  ala  fortaleza,  porque  de- 
seaba irse  á  holgar  á  Almería  con  su  mujer ,  y  con  esta 
ocasión  había  reconocido  los  muros,  los  adarves  y  las 
torres  andando  con  el  alcaide  por  toda  ella ;  aunque  no 
le  habia  dejado  entrar  en  la  torre  del  Homenaje,  di- 
ciendo que  solo  el  Rey  y  él  la  podían  ver.  Y  como  el 
astuto  moro  vio  al  alcaide  con  mas  recato  que  otras 
veces  y  aquella  escuadra  de  soldados  en  la  primera  puer- 
ta, sospechando  que  habían  sentido  los  cristianos  algo 
de  lo  que  trataban,  acordó  de  dejar  aquel  consejo,  y 
tomar  otro  que  pudiera  ser  mas  dañoso  á  la  ciudad, 
porque  mostrando  querer  vencer  de  cortesía  y  libera- 
lidad á  su  amigo ,  le  rogó  que  fuese  otro  día  á  holgar- 
se con  él  á  su  alearía,  y  que  llevase  todos  sus  amigos 
y  parientes,  porque  le  quería  festejar  y  dar  de  comerá 
su  usanza;  y  habiéndolo  el  alcaide  aceptado,  y  convi- 
dado el  moro  de  su  parle  todos  los  hombres  de  valor, 
de  quien  entendió  que  podían  defender  la  ciudad ,  los 
hubiera  hecho  matar  aquel  día ,  sí  no  sucediera  una  re- 
vuelta entre  algunos  de  los  que  habían  sido  convidados, 
por  donde  el  alcaide  mayor  los  tuvo  encarcelados ;  y  así, 
no  hubo  efeto  el  convite.  Estando  pues  las  cosas  en  este 
estado ,  el  segundo  día  de  pascua  de  Navidad  llegó  á  él 
la  guarda  de  una  de  las  torres  de  la  costa  de  poniente, 
y  le  dio  la  carta  de  aviso  que  dijimos  que  le  envió  el 
capitán  Diego  Gasea,  que  decía  desta  manera  :  «A  la 
))hora  que  esta  escribo,  que  serán  las  once  del  dia,  hoy 
»  primero  de  pascua  de  Navidad,  he  teñidora  viso  que  van 
» trescientos  moros  la  vuelta  de  üjíjar  de  la  Alpujarra. 
»Voy  en  su  seguimiento;  vuestra  mercedme  socorra. 
»  Fecha  en  Dalias  ut  supra. »  Esta  carta  puso  en  mucha 
confusión  á  don  García  de  Villaroel,  porque  entendió 
que  no  eran  moros  los  que  Diego  Gasea  decía ,  ni  era 
posible  serlo ,  á  causa  de  que  habia  mas  de  quince  días 
que  andaba  la  mar  muy  brava  con  tiempo  de  mediodía, 
que  no  tiene  abrigo  en  nuestra  costa ;  tuvo  por  cierto 
que  eran  moriscos  de  la  tierra  que  se  alzaban;  y  parán- 
dose á  considerar  el  inconveniente  que  habia  en  salir  de 
la  ciudad,  y  lo  poco  que  podría  aprovechar  su  ida,  par- 
que en  caso  que  fueran  moros  de  Berbería  los  que  Diego 
Gasea  decía,  cuando  él  llegase  estarían  ya  embarcados, 
solamente  hizo  demostración  de  salir  de  los  muros,  con 
intento  de  no  apartarse  mucho  dellos.  Mandando  pues 
tocar  á  recoger,  dio  priesa  para  que  los  soldados  salic- 


REBELIÓN  Y  CASTIGO  DE  LOS  MORISCOS  DE  GRANADA. 


2H 


sen;  y  e'^fondo  ya  fuera ,  ordenó  á  la  ¡iifüntería  que  lu- 
ciese alto  en  la  cantera  á  vista  de  la  ciudad,  y  él  con  los 
caballos  se  estuvo  quedo ,  entreteniendo  la  gente  cerca 
de  los  muros;  y  luego  se  volvic)  á  meter  dentro  de  la  ciu- 
dad ,  parcciéndole  mas  conveniente  atender  á  la  guar- 
dia della  que  ir  en  socorro  do  Diego  Gasea  á  cosa  in- 
cierta. Vuelto  don  García  de  Villaroel  á  la  ciudad, 
la  justicia  y  regimiento  lucieron  diligencia,  y  hacién- 
dola él  por  su  parte ,  despacharon  luego  un  soldado  al 
marqués  de  Mondéjar,  pidiéndole  socorro  de  gente  y 
bastimentos  y  municiones ,  porque  de  todo  había  fal- 
ta en  Almería  ;  y  entendiendo  que  no  podría  socorrer 
con  la  brevedad  que  el  caso  pedia ,  despacharon  tam- 
bién al  marqués  de  los  Vélcz ,  y  á  las  ciudades  del  rei- 
no de  Murcia  ,  y  á  Gil  de  Andrada ,  á  cuyo  cargo  an- 
daban las  galeras  de  España ,  certificándoles  que  era 
cierto  el  levantamiento  de  los  moriscos  de  todo  el  rei- 
no, para  que  socorriesen  aquella  plaza.  Hicieron  tam- 
bién diligencia  con  los  cristianos  clérigos  y  legos  de  los 
lugares  de  tierra  de  Almería,  para  que  se  recogiesen 
con  tiempo  á  la  ciudad ,  mediante  la  cual  se  salvaron 
muchos;  y  escribieron  á  los  alcaldes  mayores  del  con- 
dado de  Marchena  y  del  Boloduí  que  hiciesen  lo  mis- 
mo. Este  dia  á  las  cuatro  de  la  tarde  llegaron  á  Alme- 
ría dos  escuderos  de  la  compañía  de  Diego  Gasea,  y  di- 
jeron que  estando  en  un  lugar  de  la  taa  de  Ltjchar,  los 
habían  querido  matar  los  moriscos,  y  que  habían  esca- 
pado por  gran  ventura  á  uña  de  caballo,  porque  de  to- 
dos los  lugares  por  donde  pasaban  les  salia  gente  arma- 
da para  atajarles  el  camino.  Luego  despacharon  otros 
dos  correos  á  los  dos  marqueses ,  tornándoles  á  certifi- 
car el  levantamiento ,  y  se  puso  mas  gente  de  guerra  en 
la  puerta  de  la  fortaleza ,  y  mandaron  pregonar  por  los 
lugares  comarcanos  que  todos  los  moriscos  que  qui- 
siesen recogerse  á  la  ciudad  con  sus  mujeres  y  hijos,  lo 
hiciesen ;  y  se  ordenó  á  Pedro  Martin  de  Aldana ,  te- 
niente de  la  compañía  de  caballos  de  don  García  de  Vi- 
llaroel ,  que  fuese  al  campo  de  Níjar ,  y  hiciese  que  los 
pastores  cristianos  se  recogiesen  con  tiempo  con  sus 
ganados,  y  metiesen  en  Almería  los  que  hallase  ser  de 
moriscos,  para  provisión  de  la  ciudad.  Andando  en  es- 
to, llegó  otra  nueva  el  tercero  día  de  Pascua,  como  Ují- 
jar  de  Albacete  se  había  alzado,  y  que  los  cristianos 
estaban  cercados  en  la  torre  de  la  iglesia ;  y  luego  el 
martes  28  de  diciembre  se  supo  como  eran  ya  perdidos, 
y  que  desde  allí  hasta  Almería  estaba  toda  la  tierra  le- 
vantada. Entonces  se  juntaron  las  justicias  y  regidores 
en  su  cabildo,  según  lo  que  don  García  de  Villaroel 
nos  contó :  nombraron  personas  que  fuesen  á  su  majes- 
tad ,  y  de  camino  llegasen  donde  estaba  el  marqués  de. 
los  Yélez  y  le  diesen  una  carta,  en  que  le  pedían  que 
fuese  á  socorrerlos  con  brevedad,  por  estar  aquella  pla- 
za en  mucho  peligro.  El  mesmo  dia  se  comenzaron  á 
recoger  á  la  ciudad  y  á  las  huertas  y  arrabales  muchos 
moriscos  de  los  lugares  de  la  tierra  con  sus  mujeres  y 
hijos;  y  porque  había  mucha  gente  entre  ellos  que  po- 
dían tomar  armas,  los  cristianos  se  recogieron  á  la  Al- 
medína .  También  vino  aquel  dia  en  ¡a  tarde  otra  espía  de 
Güécija,  y  avisó  como  los  moros  tenían  cercado  el  mo- 
nasterio y  la  torre,  y  que  había  encontrado  álosdeíníx, 
Fílix  y  Vícar,  que  iban  á  juntarse  con  ellos,  y  le  habían 
dicho  que  Granada  y  todo  el  reino  era  ya  de  moros ;  que 
noles  quedaba  mas  que  Almería  por  ganar,  mas  que  pres- 


to la  ganarían ,  porque  en  tomando  la  torre  de  Guécija 
y  el  castillo  de  Jergal,  se  había  de  juntar  mucha  gente 
para  ir  sobre  ella ;  y  por  señal  de  que  había  estado  cou 
ellos,  trajo  las  hojas  rotas  de  un  misal  que  habían  he- 
cho pedazos  en  la  iglesia  de  Albania  la  ^ca.  Esta  nueva 
confirmó  luego  otra  espía  que  llegó  el  mesmo  día ,  que 
puso  un  poco  de  mas  cuidado  á  la  ciudad,  por  verse  sin 
bastimentos  y  con  tan  poco  remedio  de  proveerse  por 
tierra;  mas  esto  se  remedió  muy  brevemente,  porque 
los  soldados  que  fueron  con  Pedro  Martin  de  Aldana  al 
campo  de  Níjar,  trajeron  mil  vacas  y  mucha  cantidad 
de  ganado  nienudo  de  lo  que  había  de  moriscos ,  con 
que  se  reparó  la  gente  y  tuvieron  que  comer  muchos 
días.  Fué  también  de  mucha  importancia  osla  salida, 
porque  se  recogieron  todos  los  ganados  de  cristianos 
y  los  pastores  que  andaban  con  ellos  en  aquella  tierra, 
y  pudieron  salir  seguros  con  tiempo  por  las  sierras  de 
Níjar  y  Fílábres  y  Tavernas ;  porque  como  el  marqués 
de  los  Vélez  comenzaba  á  juntar  gente  por  aquella  par- 
te ,  no  osaron  los  moriscos  de  aquellas  sierras  levantar- 
se,  y  lo  mesmo  hicieron  los  de  la  hoya  de  Baza ,  del  rio 
de  Almanzora ,  de  Vera  y  Mojácar  y  de  toda  la  jarquía; 
que  si  se  levantaran,  fuera  grandísimo  el  daño  que  hi- 
cieran, por  ser  mucho  número  de  gente.  Alzáronse  al- 
gunos lugares  de  la  tierra  de  Almería  que  es*:;ban  ha- 
cia la  parte  de  la  Alpujarra,  como  fueron  íiix,  Fílix, 
Vícar  y  Jergal ,  y  otros  donde  ejercitaron  los  herejes  sus 
crueldades ,  no  con  menor  rabia  que  en  los  otros  luga- 
res que  hemos  dicho,  de  los  cuales  diremos  agora. 

Los  lugares  de  ínix,  Fílix  y  Vícar  caen  á  poniente  de 
la  ciudad  de  Almería,  en  una  rinconada  que  hace  la 
sierra  de  Gádor  cuando  va  á  despuntar  sobre  el  mar 
Mediterráneo,  y  los  moradores  dellos  se  alzaron  cuan- 
do los  de  Guécija ;  y  cuando  hubieron  robado  y  des- 
truido las  iglesias,  y  muerto  algunos  cristianos  y  pren- 
dido otros ,  fueron  muchos  dellos  en  favor  de  los  que 
combatían  la  torre  de  Guécija.  La  cual  ganada,  como 
queda  dicho,  volvieron  á  sus  lugares,  y  ordenaron  de 
dar  cruel  muerte  al  bachiller  Salinas,  su  beneficiado,  y 
á  dos  sacristanes  que  tenían  presos.  Hiciéronlo  vestir 
como  cuando  decía  misa,  y  asentándole  en  una  silla 
debajo  de  la  peaña  del  altar  mayor,  pusieron  los  sacris- 
tanes á  los  lados  con  las  matrículas  de  los  vecinos  en 
las  manos,  mandándoles  que  llamasen  por  su  orden, 
como  cuando  querían  saber  si  había  faltado  alguno  pa- 
ra penarle ;  y  como  iban  llamándolos ,  llegaban  hom- 
bres y  mujeres,  chicos  y  grandes,  al  beneficiado  ,»y  le 
daban  de  bofetones  ó  puñadas ,  y  le  escupían  en  la  ca- 
ra, llamándole  de  perro.  Y  cuando  hubieron  llamado  á 
todos,  llegó  un  hereje  á  él  con  una  navaja  y  le  persig- 
nó con  ella ,  hendiéndole  el  rostro  de  alto  á  bajo  y  por 
través ,  y  luego  le  despedazó  coyuntura  por  coyuntura 
y  miembro  á  miembro ,  de  la  mesma  manera  que  ha- 
bían hecho  á  su  beneficiado  los  de  Canjáyar;  y  porque 
el  sacerdote  de  Cristo  glorificaba  su  santísimo  nombre, 
le  cortaron  la  lengua.  Después  los  llevaron  arrastrando 
fuera  del  lugar  y  los  asaetearon  juntos.  Hecho  esto, 
se  recogieron  todos  á  un  cerro  alto  que  está  junto  á 
Fílix,  con  sus  mujeres  y  hijos  y  ganados,  creyendo  po- 
derse defender  allí  por  la  disposición  del  sitio ,  que  es 
fuerte. 

Luego  que  los  lugares  de  la  taa  de  Marchena  y  del 
Boloduí  se  alzaron,  el  Gorri  y  el  Rami  enviaron  seis 


212 


LUIS  DEL  MARMOL  CARVAJAL. 


buiuleras  de  monfís  y  de  otros  hombres  sueltos  y  bien 
armados  ,  á  que  alzasen  los  lugares  del  rio  de  Almería 
y  recogiesen  toda  aquella  gente.  Los  cuales  llegaron  al 
lugar  de  Jergal,  que  es  del  conde  de  la  Puebla,  el  ter- 
cero día  de  Pascua,  y  el  alcaide  del  castillo,  que  tam- 
bién era  alcaide  mayor  del  lugar,  estando  ya  prevenido 
en  su  traición ,  dijo  ú  los  cristianos  que  se  recogiesen 
luego  á  la  fortaleza  con  sus  mujeres  y  hijos,  porque  allí 
se  podrían  guarecer,  y  cuando  los  tuvo  dentro,  hizo  que 
los  matasen  á  todos.  Degolló  al  vicario  Diego  de  Acebo 
y  á  su  madre,  que  era  ya  mujer  mayor,  y  al  beneficiado 
Paz  y  á  su  hermana,  y  á  Bernal  García,  escribano  de 
su  juzgado,  y  á  todos  los  otros  cristianos  y  cristianas, 
chicos  y  grandes,  cuantos  allí  vivían,  y  mandó  echar 
los  cuerpos  en  el  campo.  Quedaron  dos  mujeres  mal 
degolladas ,  que  estuvieron  siete  días  desnudas  en  el 
campo,  sin  comer  ni  beber,  sustentándose  con  sola 
nieve ;  y  estas  fué  Dios  servido  que  se  salvasen,  porque 
llegaron  por  allí  acaso  unos  soldados  de  Baza,  que  iban 
á  correr  la  tierra ,  y  hallándolas  de  aquella  manera ,  las 
recogieron  y  abrigaron,  y  las  enviaron  á  la  ciudad,  don- 
de fueron  curadas  y  sanaron  délas  heridas.  Este  hereje 
se  llamaba  en  lo  exterior  Francisco  Puerto  Carrero, y 
en  lo  interior  Aben  Mequenun,  nombre  de  moro;  el 
cual,  en  sintiendo  que  el  marques  de  Vélez  entraba  por 
aquella  parte,  no  osó  aguardar,  y  desamparando  el  cas- 
tillo, se  fué  con  toda  la  gente  á  la  Alpujarra,  como  ade- 
lante se  dirá. 

CAPITULO  XXX. 

Cómo  se  alzaron  AblayLauricena,  lugares  de  tierra  de  Guadix, 
y  la  descripción  dalla. 

La  ciudad  de  Guadix,  que  los  moros  llaman  Guet 
Aix,  que  quiere  decir  rio  de  la  Nída,  está  nueve  leguas 
á  levante  de  Granada  :  su  sitio  es  una  loma  pequeña 
que  baja  de  un  cerro ,  y  en  las  faldas  delante  del  tiene 
una  vega  espaciosa  y  llana,  por  la  cual  atraviesa  un  rio, 
de  donde  tomó  el  nombre  delaciudad,  cuya  fuente  está 
en  lo  alto  de  Sierra  Nevada ,  cerca  del  puerto  de  Lob , 
y  bajando  por  entre  Jériz  y  Alcázar ,  va  á  dar  al  Quif  y 
á  la  Calahorra,  lugares  del  marquesado  del  Cénete,  y  á 
Alcudia  y  Zalabin  y  á  Ixfiliana,  y  á  los  muros  de  la  ciu- 
dad de  Guadix ,  llevando  siempre  su  corriente  hacia  el 
cierzo ,  y  con  hermosísimas  riberas  de  arboledas  de  un 
cabo  y  de  otro  riega  las  huertas  y  hazas  de  la  Vega,  y 
saliendo  della,  vuelve  aponiente,  haciendo  algunos  se- 
nos jí  se  va  á  juntar  con  el  rio  de  la  Peza ,  y  por  entre 
aquellas  sierras  recogiendo  otras  aguas,  correa  jun- 
tarse con  el  rio  de  Genil,  una  legua  á  levante  de  la  ciu- 
dad de  Granada,  donde  está  al  pié  de  la  sierra  de  Güé- 
jar  la  puente  del  río  de  Aguas  Blancas.  Tiene  Guadix  á 
poniente  y  al  cierzo  los  términos  de  la  ciudad  de  Gra- 
nada ,  al  mediodía  el  marquesado  que  dicen  del  Cénete, 
que  es  tierra  de  señorío,  y  la  Sierra  Nevada;  y  á  levan- 
te la  ciudad  de  Baza.  Caen  en  sus  términos  veinte  y 
cuatro  lugares,  sin  los  del  marquesado  del  Cénete,  cu- 
yos nombres  son  estos  :  la  Peza,  los  Baños,  Veas,  Alá- 
res,  Purrillena,  Almadiar,  Cortes,  Greyena ,  Lúbros, 
Fonélas,  Lopera,  Darro,  Diezma,  Moreda,  Alcudia ,  el 
Sigení,  Salabin,  Cogollos  de  Guadix,  Paulanza,  Ixíilia- 
na,  Fiñana,  Gor,  Abla  y  Lauriccna.  Toda  esta  tierra 
es  muy  fértil,  abundante  de  pan  y  de  muchos  ganados; 
críase  eu  ella  mucha  seda  de  morales,  y  los  lugares  es- 


taban poblados  por  la  mayor  parte  de  moriscos,  y  aua 
en  la  propria  ciudad  había  mas  de  cuatrocientas  casas 
dellos,  en  medio  de  la  cual  está  un  castillo  antiguo  y 
maltratado ,  puesto  en  lo  mas  alto  della.  Solos  dos  lu- 
gares de  los  que  hemos  dicho  se  alzaron  en  esta  rebe- 
lión, que  eran  de  señorío,  llamados  Abla  y  Lauricena, 
y  estos  están  á  la  parte  de  Sierra  Nevada,  de  los  cuales 
diremos  en  este  lugar,  porque  adelante  diremos  de  los 
del  marquesado  del  Cénete. 

Abla  y  Lauricena  se  alzaron  el  tercero  día  de  Navi- 
dad, porque  llegaron  á  levantarlos  dos  cuadrillas  de 
monfís  y  moros  alzados  que  el  Gorri,  capitán  del  parti- 
do de  Ohanez,  envió  para  aquel  efeto;  los  cuales  des- 
truyeron las  iglesias  y  mataron  los  cristianos  que  pu- 
dieron haber  á  las  manos.  Y  los  de  A!)la ,  cuando  hu- 
bieron desbaratado  el  altar  y  quebrado  los  retablos  de 
la  iglesia,  tomaron  un  puerco  que  tenia  un  cristiano  en 
su  casa ,  y  lo  degollaron  sobre  el  altar  mayor ,  y  hicie- 
ron otros  muchos  sacrilegios  y  maldades.  Hecho  esto, 
recogieron  sus  mujeres  y  hijos  y  los  enviaron  la  vuelta 
de  la  Alpujarra,  y  ellos  fueron  á  levantar  la  villa  de  Fi- 
ñana, pensando  ocupar  la  fortaleza ,  porque  sabían  que 
no  había  gente  de  guerra  dentro;  mas  no  hicieron  por 
aquella  vez  efeto  ,  porque  los  moriscos  que  allí  vivían 
no  quisieron  irse  con  ellos;  y  lo  mesmo  hicieron  los  de 
los  lugares  del  marquesado  del  Cénete,  que  tampoco  se 
quisieron  alzar ,  hasta  que  después  volvió  mas  gente  á 
llevarlos ,  como  se  verá  en  su  lugar. 

CAPITULO  XXXI. 

Cómo  don  Diego  de  Qucsada  fué  á  ocupar  á  Tablate ,  lagar  del 
valle  de  Leerin,  y  los  moros  le  desbarataron,  y  la  descripcioa 
de  aquel  valle. 

Llámase  valle  de  Leerin  la  quebrada  que  hace  la 
sierra  mayor,  tres  leguas á  poniente  de  Granada,  don- 
de comienza  á  levantarse  la  Sierra  Nevada.  Tiene  á  po- 
niente la  sierra  de  Manjara,  que  confina  con  el  rio  de 
Alhama;  al  cierzo  la  vega  de  Granada  y  los  llanos  del 
Quempe;  al  mediodía  confina  con  las  Cuajaras,  que 
caen  en  lo  de  Salobreña ,  y  con  tierra  de  Motril ;  y  á 
levante  con  Sierra  Nevada  y  con  la  taa  de  Órgíba.  Hay 
en  este  valle  veinte  lugares,  llamados  Padul,  Dúrcal, 
Nigüélas,  Acequia,  Mondújar,  Harat,  Alarabat,  el  Chi- 
te, Béznar,  Tablate,  Lanjaron,  Ixbor,  Concha,  Guzbi- 
jar,  Melegix,  Múlchas,  Restábal,  las  Albuñuelas,  Sala- 
res ,  Lujar,  Pinos  del  Rich  ó  del  Valle.  Es  abundante 
toda  esta  tierra  de  muchas  aguas  de  ríos  y  de  fuentes, 
y  tiene  grandes  arboledas  de  olivos  y  morales  y  otros 
árboles  frutales,  donde  cogen  los  moradores  diversidad 
de  frutas  tempranas  muy  buenas,  y  muchas  naranjas, 
limones,  cidrasy  toda  suerte  de  agro,  que  llevan  á  vender 
á  la  ciudad  de  Granada  y  á  otras  partes.  Los  pastos  para 
los  ganados  son  muy  buenos,  y  cogen  cantidad  de  pan 
de  secano  y  de  riego  en  los  lugares  bajos,  y  la  cria  de  la 
seda  es  mucha  y  muy  buena.  Corren  por  este  valle  seis 
ríos,  que  proceden  de  la  sierra  mayor.  El  primero  nace 
á  la  parte  de  poniente ,  y  llámanle  rio  de  las  Albuñue- 
las, porque  nace  de  dos  fuentes  junto  al  lugar  de  las 
Albuñuelas;  el  cual  pasa  cerca  de  los  lugares  de  Sala- 
res y  Pinos  del  Valle,  y  se  va  después  á  juntar  con  el  rio 
de  Motril.  El  segundo  nace  par  del  lugar  de  Melegix,  y 
se  va  á  juntar  con  el  de  las  Albuñuelas  por  bajo  de  Res- 
tábal. Él  tercero  nace  de  la  Sierra  Nevada ,  y  va  á  dar 


REBEL'.O-N  Y  CASTIGO  DE 

en  una  laguna  granrle  que  se  hace  entro  los  lugares  del 
Padul  y  Dúrcal,  y  de  allí  va  á  juntar¿e  con  el  rio  de  las 
Alhuñuelas.  El  cuarto  nace  también  en  la  Sierra  Ne- 
vada, en  el  paraje  del  lugar  de  Acequia  ,  y  antes  quo 
llegiie  al  lugar  se  parte  en  dos  brazos,  y  tonnándole  en 
medio,  va  el  uno  á  dar  al  lugar  del  Cliite  y  el  otro  á 
Tablate,  y  de  allí  al  rio  de  las  Albuñuolas  y  al  de  Mo- 
tril. El  quinto  baja  también  de  la  Sierra  Nevada  y  va  al 
lugar  de  Lanjaron,  y  de  alli  al  rio  de  Motril,  Y  el  sexto, 
que  nace  mas  á  levante  de  la  mesma  sierra  ,  es  el  que 
divide  los  términos  del  valle  y  de  la  taa  de  órgiba ,  el 
cual  se  va  á  meter  en  el  rio  de  Motril  por  los  lugares  de 
Sórtes,  Benizalley  F»ago,  que  caen  en  lo  de  Órgiba.  Los 
lugares  bajos  del  valle  de  Lecrin  se  alzaron  el  segundo 
dia  de  Pascua,  cuando  Abenfarax  y  los  otros  moniís 
que  venían  de  Granada  llegaron  á  Béznar,  porque  lii- 
cieron  encreyente  á  los  moriscos  que  la  ciudad  y  el  Aí- 
hambra  era  suya,  y  que  el  Albaicín  quedaba  levantado, 
y  como  hubieron  robado  las  iglesias  y  muerto  muchos 
cristianos  de  los  que  vivian  en  ellos,  pasaron  á  levantar 
los  otros  lugares  de  la  Alpujarra;  mas  los  que  moraban 
en  el  Padul ,  Dúrcal ,  Nigüéles ,  las  Alhuñuelas  y  Sala- 
res, que  son  los  mas  cercanos  á  Granada,  no  se  alzaron 
por  entonces,  aunque  se  fueron  muchos  dellns  á  la  sier- 
ra ,  que  hicieron  después  harto  daño  en  busca  de  su 
perdición.  Uno  de  los  lugares  alzados  fué  Tablate,  que 
está  puesto  cerca  de  un  paso  importante,  por  donde  de 
necesidad  se  habia  de  ir  para  pasar  á  la  Alpujarra.  Que- 
riendo pues  el  marqués  de  Mondéjar  tenerle  ocupado 
para  cuando  fuese  menester ,  mandó  á  don  Diego  de 
Quesada  que,  con  la  gente  que  tenia  en  Dúrcal  y  la  que 
le  enviaba  para  aquel  efeto,  se  fuese  á  poner  en  Tabla- 
te,  y  que  el  capitán  Lorenzo  de  Avila  volviese  á  Grana- 
da, y  de  allí  fuese  á  recoger  la  gente  de  las  siete  villas, 
porque  entendía  salir  con  brevedad  á  castigar  los  re- 
beldes. Luego  que  llegó  esta  orden  á  Dúrcal ,  don  Die- 
go de  Quesada ,  con  toda  la  gente  de  á  pié  y  de  á  caba- 
llo que  allí  habia,  se  fué  al  lugar  de  Béznar^  y  hallando 
las  casas  solas  y  la  iglesia  destruida  y  quemada,  pasó  á 
Tablate,  donde  halló  también  las  casas  solas  y  los  mo- 
radores subidos  á  la  sierra.  A  este  lugar  llegó  la  gente 
muy  fatigada,  así  la  gente  como  los  caballos,  y  como  se 
desmandasen  luego  por  las  calles  y  casas  desordenada- 
mente ,  sin  poner  centinela  á  lo  largo,  y  con  harto  me- 
nos recato  del  que  convenía  á  gente  de  guerra,  los  mo- 
ros, que  los  estaban  mirando  desde  lo  alto  de  los  cer- 
ros, vieron  buena  ocasión  para  acometerlos,  y  juntán- 
dose muchos  dellos,  bajaron  lo  mas  encubierto  que  pu- 
dieron, y  los  acometieron  impetuosamente  en  las  casas 
y  calles,  y  mataron  y  hirieron  muchos  cristianos.  Hubo 
algunos  escuderos  que  no  teniendo  tiempo  de  enfrenar 
los  caballos,  que  estaban  comiendo ,  se  los  dejaron ,  y 
salieron  del  lugar  huyendo  á  pié;  y  hicieran  los  moros 
mucho  mas  daño,  si  no  fuera  por  unos  soldados  que  se 
habían  desmandado  sin  orden  á  buscar  qué  robar  por 
aquellos  cerros ;  los  cuales ,  viendo  que  bajaban  de  la 
sierra  desde  lejos ,  y  sospechando  lo  que  iban  á  hacer, 
dieron  grandes  voces  á  los  nuestros,  y  les  capearon  con 
una  capa ,  para  que  se  pusiesen  en  arma ,  y  hicieron 
tanto,  hasta  que  el  proprío  don  Diego  de  Quesada,  que 
andaba  por  la  plaza  del  lugar  con  algún  tanto  de  cuidado 
mas  que  los  otros,  oyó  las  voces ,  y  entendiendo  lo  que 
podía  ser,  hizo  tocar  á  arma  á  gran  priesa,  y  con  la 


LOS  MORISCOS  DE  GRANADA.  213 

gente  que  pudo  recoger  de  presto,  salió  al  campo  y  or- 
denó un  escuadrón ,  donde  guareciesen  los  que  salían 
huyendo  del  lugar ;  y  cuando  le  pareció  que  convenia, 
se  retiró,  y  dejó  el  paso  que  se  le  habia  mandado  guar- 
dar, teniendo  poca  confianza  en  aquella  gente  tímida, 
mal  plática  y  poco  experimentada  que  llevaba  consigo, 
y  por  los  lugares  de  Béznar  y  de  Dúrcal  pasó  al  Padul, 
yendo  siempre  escaramuzando  con  los  moros;  los  cua- 
les le  siguieron  hasta  el  barranco  de  Dúrcal ,  y  de  allí 
se  volvieron,  no  osando  pasar  adelante,  por  ser  tierra 
donde  era  superior  la  caballería. 

CAPITULO  XXXII. 

Délos  apercebímientos  que  el  marqués  de  Mondéjar  y  la  ciudad 
de  Granada  hicieron  estos  dias. 

Con  el  suceso  de  Tablate  cobraron  los  rebeldes  ma- 
yor ánimo ;  y  el  marqués  de  Mondéjar,  sabido  que  don 
Diego  de  Quesada  se  habia  retirado  al  Padul  sin  su  or- 
den, envió  á  mandarle  que  se  viniese  á  Granada,  y  en 
su  lugar  fueron  el  capitán  Lorenzo  de  Avila  con  la  gen- 
te de  las  siete  villas,  y  el  capitán  Gonzalo  de  Alcánta- 
ra, hombre  platico,  criado  en  Oran ,  con  cincuenta  ca- 
ballos, y  orden  que  se  metiesen  en  Dúrcal ,  y  procura- 
sen mantener  aquel  lugar  y  los  otros  comarcanos  del 
valle  de  Lecrin ,  que  aun  no  se  habían  alzado ,  en  leal- 
tad, mientras  llegaba  la  gente  que  se  aguardaba  de  las 
ciudades  de  la  Andalucía  y  reino  de  Granada.  Porque 
viendo  que  los  rebeldes  hacían  demostración ,  no  solo 
de  defender  sus  casas ,  mas  aun  de  ofender  á  los  cris- 
tianos en  las  suyas,  y  que  andaban  en  la  Alpujarra  y 
cerca  de  Granada  con  banderas  tendidas,  levantando 
los  lugares  por  do  pasaban,  y  no  dejando  hombre  á  vida 
que  tuviese  nombre  de  cristiano ,  quería  formar  ejér- 
cito con  que  poderlos  oprimir;  y  hallándose  falto  de 
gente,  de  artillería  y  de  municiones,  y  de  todas  las 
otras  cosas  necesarias  para  ello,  porque  en  Granada  no 
la  había,  ni  menos  se  podía  valer  de  la  gente  de  guer- 
ra que  estaba  en  los  presidios  de  la  costa ,  por  ser  poca 
y  estar  donde  era  bien  menester,  habia  despachado 
correos  á  toda  diligencia  á  los  grandes  y  á  las  ciudades 
y  villas  del  Andalucía,  dándoles  aviso  del  levantamien- 
to,  y  de  como  quería  salir  á  allanarlo  en  persona,  y  la 
falta  con  que  se  hallaba  de  gente  de  á  pié  y  de  á  caba- 
llo para  poderlo  hacer ,  ordenándoles  de  parte  de  su 
majestad  que  le  enviasen  el  mayor  número  que  pudie- 
sen. Yporque  los  corregidores  y  alcaldes  mayores  tar- 
daban en  hacerlo ,  pareciéndoles  que  debía  de  ser  lo 
que  otras  veces,  que  habían  sido  apercebídas  las  ciuda- 
des, y  se  habia  vuelto  la  gente  sin  ser  menester,  el  Acuer- 
do habia  despachado  provisiones  con  grandes  penas, 
mandándoles  que  con  toda  díhgencía  cumpliesen  las  ór- 
denes del  marqués  de  Mondéjar.  El  cual  mientras  sa 
juntaba  esta  gente  díó  orden  en  aprestar  vituallas  y 
municiones  dentro  de  la  ciudad  de  Granada  y  fuera  de- 
lla,  y  hizo  apercebir  todas  las  cosas  necesarias  para 
formar  un  campo; lo  cual  todo  se  aprestó  y  puso  á 
punto  desde  26  dias  del  mes  de  diciembre  hasta  2  de 
enero,  no  embargante  que  de  presente  no  habia  dinero 
de  su  majestad  de  que  poderlo  hacer,  proveyéndose  de 
otras  partes  lo  mejor  que  pudo;  y  porque  los  lugares 
de  la  costa  estaban  faltos  de  gente  y  de  bastimentos,  y 
no  se  podían  proveer  por  tierra,  escribió  á  la  ciudad  de 
Málaga,  y  al  proveedor  Pedro  Verdugo,  encargándoles 


214 


LUIS  DEL  MARMOL  CARVAJAL. 


que  con  toda  brevedad  los  proveyesen  en  bergantines  y 
barcos  por  mar,  ó  como  mejor  pudiesen.  Era  corregi- 
dor de  aquella  ciudad  y  de  la  de  Yélez  Francisco  Aré- 
valo  de  Zuazo,  caballero  del  bábito  de  Santiago ,  hom- 
bre prático  por  la  edad,  y  muy  cuidadoso  de  las  cosas 
de  su  cargo ;  el  cual  envió  luego  á  Castil  de  Ferro,  don- 
de no  liabia  mas  que  el  alcaide  y  dos  mozos,  á  Sancliíz- 
nar  con  veinte  hombres  y  algunos  mosquetes;  á  Salo- 
breña á  Diego  Barzana  con  cincuenta  tiradores,  yá 
Motril  á  Diego  de  Mendoza  con  otros  sesenta;  y  el  pro- 
veedor proveyó  aquellas  plazas  y  la  de  Almuñécar,  y  las 
que  hay  hasta  Almería,  de  bastimentos  y  municiones  lo 
mejor  que  pudo  para  reparo  de  la  necesidad  presente. 
También  se  acordó  en  el  cabildo  de  Granada  que, pues 
la  gente  de  guerra  ordinaria  era  poca,  y  el  peligro  gran- 
de y  común,  seria  bien  que  se  armasen  todos  los  veci- 
nos, y  se  hiciese  una  milicia  deüos,  sin  reservará  na- 
die ,  y  que  en  cada  parroquia  se  nombrase  un  capitán 
que  arbolase  una  bandera ,  á  la  cual  se  recogiesen  to- 
dos los  parroquianos,  ordenándoles  que  rondasen  y 
velasen  cada  noche  la  ciudad  por  sus  parroquias  y  cuar- 
teles, y  que  el  cuerpo  de  guardia  se  hiciese  en  las  casas 
de  la  Audiencia  real  por  estar  cerca  de  la  plaza  Nueva, 
donde  habia  de  ser  la  plaza  de  armas;  lo  cual  se  puso 
luego  por  la  obra;  y  porque  estaban  desarmados  los 
ciudadanos,  se  buscaron  las  armas  que  se  pudieron  ha- 
ber, y  se  las  dieron;  y  en  un  punto  se  mudaron  todos  los 
oficios  y  tratos  en  soldadesca ,  tanto ,  que  los  relatores, 
secretarios,  letrados,  procuradores  de  la  Audiencia, en- 
traban con  espadas  en  los  estrados,  y  no  dejaban  de  pa- 
rescer  muy  bien  en  aquella  coyuntura.  También  hi- 
cieron los  mercaderes  ginoveses  que  moraban  en  aque- 
lla ciudad  una  compañía  de  por  sí,  que  en  armas  y 
aderezos  de  sus  personas  hacia  ventaja  á  las  demás.  Y 
desde  luego  se  comenzó  la  ronda  ,  y  se  pusieron  los 
cuerpos  de  guardia  y  centinelas  en  las  partes  y  lugares 
que  pareció  ser  conveniente;  y  el  presidente  y  oidores 
mandaron  pregonar  que  todos  los  vecinos  estantes  y 
habitantes  en  Granada  acudiesen  á  lo  que  el  Corregi- 
dor les  mandase ;  aunque  esto  no  duró  mucho  tiempo, 
porque  su  majestad  escribió  á  la  Audiencia  y  al  Corre- 
gidor agradeciéndoles  el  cuidado  que  de  la  guardia 
de  la  ciudad  tenían,  y  mandándoles  que  obedeciesen  al 
marqués  de  Mondéjar,  su  capitán  general ,  y  estuviese 
todo  lo  de  la  guerra  á  su  orden ;  y  lo  mesmo  escribió  al 
cabildo,  porque  así  convenia  á  su  servicio. 

CAPITULO  XXXIII. 

Córao  don  Juan  Zapata  fué  con  ciento  y  cincuenta  soldados  á  fa- 
vorecer el  lugar  de  Cuajaras  del  Fondón ,  y  los  moros  los  ma- 
taron. 

El  lugar  de  Cuajaras  del  Fondón  era  de  don  Juan 
Zapata,  vecino  de  Granada,  el  cual  se  hallaba  estos  dias 
en  la  villa  de  Motril ;  y  queriendo  asegurar  aquellos  ve- 
cinos que  no  recibiesen  daño  de  los  moiifís  que  anda- 
ban levantando  la  tierra,  juntó  ciento  y  cincuenta  ti- 
radores de  los  sollados  do  ia  costa ,  y  el  jueves  30  dias 
del  mes  de  diciembre,  entre  las  cuatro  y  las  cinco  de  la 
tarde ,  se  fué  con  ellos  á  su  lugar.  Los  moriscos  se  al- 
borotaron luego  que  le  vieron  venir  con  aquella  gente 
armada,  y  rogaron  al  beneficiado  que  le  dijese  como 
los  lugares  estaban  alborotados  y  llenos  de  moriscos 
lorasteros  que  habian  venídose  huyendo  de  otros  lu- 


gares, y  andaban  de  mala  manera,  y  que  seria  bien  que 
se  volviese  á  Motril  antes  que  le  sucediese  alguna  des- 
gracia. El  beneficiado  fué  á  hablarle,  y  con  él  Gonzalo 
Tertel ,  alguacil,  y  algunos  de  los  regidores  del  lugar; 
los  cuales  le  pidieron  ahincadamente  que  se  volviese  á 
Motril,  porque  su  estada  allí  no  era  para  mas  que  aca- 
bar de  alborotar  la  tierra ;  mas  él  les  respondió  que 
aquellos  soldados  los  traia  á  su  costa  para  defenderlos 
de  los  monl'ís,  si  acudiesen  por  allí  á  hacerles  daño ,  y 
que  era  menester  que  los  pagasen  y  les  diesen  de  co- 
mer, y  que  le  trajesen  luego  docientos  ducados,  y  pan 
y  vino  y  carne  á  la  iglesia ,  donde  se  recogerían ,  por- 
que no  quería  que  diesen  pesadumbre  en  las  casas.  Y 
como  le  replic  ¡■^en  que  no  habia  orden  de  cumplir  nada 
de  lo  que  pedia ,  por  estar  la  tierra  de  la  manera  que 
veía,  los  amenazó  que  si  no  le  daban  lo  que  pedia,  sa- 
quearía las  casas  donde  se  habian  recogido  los  moris- 
cos forasteros,  y  podría  ser  que  á  las  vueltas  fuesen  las 
haciendas  de  los  vecinos.  Con  esta  respuesta  se  volvie- 
ron los  mon'scos  al  lugar,  quedándose  con  él  el  benefi- 
ciado, el  cual  le  importunó  mucho  que  se  fuese  antes 
que  anocheciese ,  porque  había  diez  moros  para  cada 
cristiano,  y  podría  ser  que  le  hiciesen  daño.  Y  vien- 
do que  no  aprovechaban  los  ruegos  ni  temores  que 
le  ponia ,  le  dejó,  y  se  fué  al  lugar  de  Cuajar  la  alta, 
donde  tenia  su  casa;  que  no  quiso  quedarse  con  él  aque- 
lla noche,  por  mucho  que  se  lo  rogó.  Los  moros  pues, 
indignados  de  ver  la  respuesta  que  don  Juan  Zapata  les 
habia  dado,  determinaron  de  matarle  á  él  y  á  los  solda- 
dos que  traia  consigo,  y  para  esto  juntaron  toda  la  gen- 
te armada,  y  caminaron  la  vuelta  de  la  iglesia.  El  algua- 
cil tomó  consigo  al  beneficiado  y  á  su  gente,  porque  no 
los  matasen,  y  los  encerró  en  un  aposento  de  su  casa 
debajo  de  llave,  y  con  ellos  otros  cristianos  del  lugar. 
Lo  primero  que  hicieron  los  moros  fué  tomar  las  puer- 
tas de  la  iglesia,  para  que  los  cristianos,  que  inconside- 
radamente se  habian  metido  dentro,  no  pudiesen  sa- 
lir á  pelear ;  y  haciendo  traer  muchas  haces  de  leña, 
cañas  y  tascos  untados  con  aceite,  le  pusieron  fuego  á 
hora  que  anochecía.  Los  soldados  viéndose  cerca- 
dos de  llamas ,  quisieran  salir  al  campo ,  mas  los  arca- 
buceros y  ballesteros  que  estaban  puestos  delante  de 
las  puertas ,  y  el  grandísimo  fuego  que  ardía  al  der- 
redor, se  lo  defendía;  y  si  algunos  atrevidos  se  aven- 
turaron, fueron  luego  muertos.  Creciendo  pues  la  lla- 
ma por  todas  partes ,  los  techos  de  la  iglesia  se  encen- 
dieron, y  se  fueron  quemando  hasta  que  vinieron  abajo, 
y  cayendo  tierra,  tejas,  ladrillos  y  maderos  quemados 
encima  dellos,  perecieron  todos  de  diferentes  muertes: 
unos  ahogados  de  humo  y  del  polvo ,  otros  aporreados, 
y  otros  abrasados  entre  llamas ;  por  manera  que  en  el 
espacio  de  una  hora  perecieron  todos,  excepto  tres 
que  tuvieron  lugar  de  poderse  descabullir.  Don  Juan 
Zapata  fué  muerto  queriendo  hacer  camino  á  los  de- 
más para  que  saliesen  á  pelear,  y  con  él  algunos  ani- 
mosos soldados  que  le  siguieron.  Este  infelice  caso  es- 
tuvieron mirando  el  beneficiado  y  los  cristianos  que 
estaban  con  él  en  casa  de  Gonzalo  Tertel  desde  una 
ventana ,  bien  temerosos  de  que  irían  luego  los  moros  á 
hacer  otro  tanto  dellos;  mas  el  morisco  les  acudió,  y 
los  aseguró  dende  á  tres  dias  con  enviarlos  á  Motril 
acompañados  de  cincuenta  moriscos  sus  amigos,  que 
los  llevaron  hasta  cerca  de  aquella  villa,  donde  entraron 


REBELIÓN  Y  CASTIGO  DE  LOS  MORISCOS  DE  GRANADA. 


215 


salvos  y  seguros  con  los  bienes  muebles  que  pudieron 
llevar ;  y  no  solamente  hicieron  esla  buena  obra,  pero 
antes  desto,  viendo  la  determinación  de  los  moros  y  el 
peligro  en  que  estaba  don  Juan  Zapata ,  envió  á  gran 
priesa  un  morisco  al  marqués  de  Mondéjar ,  avisándole 
de  lo  que  piisaba,paraque  proveyese  con  tiempo  de  al- 
gún socorro,  antes  que  se  perdiese  ;  el  cual  envió  lue- 
go á  mandar  al  capitán  Lorenzo  de  Avila  ,  que  estaba 
alojado  en  Dúrcal ,  que  fuese  á  socorrerle  con  quinien- 
tos arcabuceros.  Y  partiendo  otrodia  á  hacer  el  socor- 
ro, cuando  llegó  á  una  venta  que  está  en  la  cuesta  que 
llaman  de  la  Cebada,  donde  se  aparta  el  camino  que  va 
de  Granada  á  Motril,  supo  como  eran  perdidos  todos 
los  cristianos,  y  se  volvió  sin  hacer  efeto  ásu  aloja- 
miento. 

CAPITULO  XXXIV. 

Cómo  los  moros  quisieron  alzar  los  lugares  del  rio  de  Almanzora, 
y  la  causa  porque  no  se  alzaron. 

Luego  que  se  levantó  el  lugar  de  Jergal,  el  Gorri  en- 
vió á  dar  aviso  á  los  lugares  del  rio  de  Almanzora  de 
como  la  tierra  estaba  toda  levantada,  para  que  hiciesen 
ellos  lo  mesmo,  apercibiéndoles  que  si  luego  no  lo  ha- 
cían, iria  sobre  ellos  y  los  destruirla.  Andando  pues  las 
espías  que  había  enviado  persuadiendo  á  los  moriscos 
á  rebelión,  el  viernes,  postrero  dia  del  mes  de  diciem- 
bre, aquella  mesma  noche  acertó  á  venir  allí  Diego  Ra- 
mírez de  Rojas,  alcaide  de  Almuña,  que  con  el  alboroto 
de  la  Alpujarra  había  ido  á  llevar  su  mujer  y  familia  á  la 
villa  de  Oria;  y  llegando  cerca  del  lugar,  encontró  con 
unos  cristianos  que  por  aviso  de  ciertos  moriscos  sus 
amigos  se  ihaná  guarecer  en  la  misma  fortaleza;  délos 
cuales  supo  cerno  habían  llegado  moros  de  Jergal  y  de 
otras  partes  á  levantar  la  tierra  por  mandado  del  Gorri; 
y  aunque  le  rogaron  que  no  pasase  adelante  por  el  pe- 
ligro que  habia ,  no  lo  quiso  hacer.  Y  prosiguiendo  su 
camino,  entró  en  Almuña  antes  que  amaneciese ;  y  sin 
apearse  del  caballo  se  fué  derecho  á  la  plaza,  y  dando 
voces  de  industria  para  que  le  oyesen  los  vecinos,  llamó 
al  tendero,  que  tenía  cargo  de  vender  pan  amasado,  y 
le  preguntó  la  cantidad  de  harina  que  tenia  en  casa ;  y 
como  le  respondiese  que  era  muy  poca,  le  dijo  que 
fuese  luego  á  su  casa  y  le  daria  veinte  hanegas ,  y  que 
las  amasase,  porque  eran  menester  para  provisión  del 
campo  del  marqués  de  los  Vélez,  que  llegaba  aquel 
mesmo  dia  al  rio  con  mas  de  quince  mil  iiombres;  y 
apeándose  en  su  posada,  tomó  luego  tinta  y  papel,  y 
delante  de  los  moriscos  del  lugar  escribió  cuatro  cartas 
á  los  concejos  de  Bacáres,  Serón ,  Tíjola  y  Purchena , 
avisándoles  que  tuviesen  prevenidos  muchos  bastimen- 
tos para  aquel  efeto,  y  se  las  envió  con  cuatro  moris- 
cos. Luego  se  publicó  la  nueva  por  todos  los  lugares 
del  rio  y  sierras  de  Baza ,  de  como  el  marqués  de  los 
Vélez  entraba  poderoso  por  aquella  parte;  y  los  moros 
que  el  Gorri  había  enviado,  teniéndola  por  cierta,  die- 
ron vuelta  hacia  la  Alpujarra,  echando  ahumadas  por 
las  sierras,  y  algunos  dellos  llegaron  á  Jergal  y  lo  di- 
jeron á  Puerto  Carrero;  el  cual,  no  se  teniendo  por  se- 
fíuro  en  aquel  castillo,  lo  desamparó,  y  se  fué  con  toda 
la  gente  á  la  laa  de  Marchena.  Este  ardid  de  Diego  Ra- 
mírez de  Rojas,  intentado  con  tanta  determinación, 
fué  causa  de  que  los  moriscos  de  aquellos  lugares  de- 
jasen de  alzarse  por  entonces.  Y  no  les  engañó  en  lo 


que  les  dijo,  porque  el  miércoles  víspera  de  la  fiesta  de 
los  Reyes  llegó  el  marqués  de  los  Vélez  al  lugar  de  Olula 
con  tres  mil  infantes  y  trescientos  caballos;  y  de  allí 
pasó  á  dar  calor  á  lo  de  Almería,  y  se  alojó  en  Taver- 
nas ;  por  manera  que  si  el  alcaide  acrecentó  el  número 
de  la  gente,  no  dejó  de  decirles  verdad  en  cuanto  á  su 
venida. 

CAPITULO  XXXV. 

Que  trata  de  la  descripción  de  Marbella  y  su  tierra  ,  y  cómo 
los  moriscos  del  lugar  de  Istan  se  alzaron. 

Está  la  ciudad  de  Marbella  puesta  en  la  costa  del  mar 
Mediterráneo  iberio,  cercada  de  muros  y  torres  con  un 
castillo  antiguo :  su  sitio  es  en  tierra  llana ;  tiene  ocho- 
cientas casas  de  población.  Llamóse  antiguamente  il/ar- 
billi,  y  los  moros  no  le  mudaron  el  nombre.  Sus  térmi- 
nos son  todos  de  sierras  ásperas  y  muy  fragosas :  sola 
una  campiña  llana  tiene  delante,  que  se  extiende  cua- 
tro leguas  hacia  poniente ,  donde  hacen  sus  simenteras 
los  vecinos  y  los  de  los  otros  lugares  de  su  tierra.  Son 
las  sierras,  aunque  ásperas,  abundantes  de  viñas  y  de 
arboledas  de  morales,  castaños,  nogales  y  de  otros  ár- 
boles desta  suerte,  y  de  mucha  yerba  para  los  ganados. 
La  granjeria  principal  desta  tierra  es  la  de  la  pasa  y  del 
vino  que  van  á  cargar  cada  año  en  aquel  puerto  los  na- 
vios que  vienen  de  Flándes,  de  Bretaña  y  de  Inglaterra, 
y  la  cria  de  la  seda.  Solía  haber  en  tiempo  de  moros 
muchos  lugares  de  su  jurisdicion  metidos  entre  aque- 
llos valles,  la  mayor  parte  de  los  cuales  despobló  Nar- 
vaez,  alcaide  de  Gíbraltar,  en  tiempo  de  guerra,  lleván- 
dose los  moradores  captivos;  y  otros  so  despoblaron 
para  irse  después  á  Berbería ,  habiendo  los  Reyes  Ca- 
tólicos ganado  el  reino  de  Granada.  Solos  cinco  luga- 
res han  quedado  en  pié,  que  son  Hojen,  Istan ,  Daidin, 
Benahaduz  y  Estepona.  Tiene  Marbella  á  poniente  la 
ciudad  de  Gíbraltar,  al  mediodía  la  mar,  á  levante  la 
ciudad  de  Málaga,  y  al  cierzo  la  de  Ronda.  En  los  tér- 
minos de  Marbella  tiene  principio  la  Sierra  Bermeja,  la 
cual  prosigue  hacia  poniente  por  la  tierra  de  Ronda 
mas  de  seis  leguas,  hasta  los  postreros  lugares  del  Ha- 
varal  ó  Garbia,  llamados  Casares  y  Gausin,  yendo  siem- 
pre apartada  una  legua  poco  mas  ó  menos  de  la  mar. 
Solo  un  rio  atraviesa  por  la  tierra  de  Marbella ,  que  es 
el  rio  Verde,  tan  celebrado  por  una  notable  rota  que 
allí  hubo  nuestra  gente ;  el  cual  nace  cuatro  leguas  de 
la  mar  en  otra  sierra  alta  que  le  cae  al  cierzo ,  llamada 
Sierra  Blanquilla ,  del  cual  y  de  otros  que  nacen  en  ella 
haremos  mención  cuando  tratemos  de  la  descripción 
de  la  ciudad  de  Ronda.  Este  rio  baja  por  unos  valles 
muy  hondos,  y  sale  á  las  huertas  de  Istan ;  y  dejando  el 
lugar  á  la  mano  izquierda,  y  la  sierra  de  Arboto,  prin- 
cipio de  Sierra  Bermeja,  á  la  derecha,  se  mete  en  la 
mar  una  legua  á  poniente  de  Marbella. 

Istan  fué  siempre  lugar  rico ,  y  en  este  tiempo  lo  era 
mas  que  otro  ninguno  de  aquella  comarca.  Levantóse 
el  dia  de  año  nuevo,  y  la  causa  del  levantamiento  fué 
un  morisco  vecino  de  allí,  llamado  Francisco  Pacheco 
Manxuz.  Este  habia  estado  seis  meses  pleiteando  en  la 
chancillería  de  Granada  sobre  la  libertad  de  un  sobrino 
suyo;  y  entendiendo  la  determinación  de  los  del  Al- 
baicín  por  comunicación  de  Farax  Aben  Farax  y  de 
otros,  se  habia  ofrecido  á  hacer  que  se  levantasen  los 
moriscos  de  los  lugares  de  Sierra  Bermeja;  y  el  solune 


216 


LUIS  DEL  MARMOL  CARVAJAL. 


traidor  le  había  dado  orden  por  escrito  de  lo  que  liabia 
de  hacer,  y  patente  de  capitán  de  su  partido.  Con  estos 
recaudos  llegó  el  Manxuz  á  Istan  muy  ufano ,  y  dando  á 
entender  á  los  vecmos  del  lugar,  que  todos  eran  moris- 
cos, que  Granada  y  todo  el  reino  se  alzaba,  y  que  el  ne- 
gocio de  los  moros  iba  próspero,  los  movió  á  rebelión , 
confiados  en  la  sierra  de  Arbolo,  sitio  fuerte  por  su  as- 
pereza, donde  se  pensaban  recoger;  y  para  que  los  ga- 
nados y  bagajes  pudiesen  subir  arriba  cuando  fuese 
menester,  les  hizo  desmontar  y  abrir  las  antiguas  ve- 
redas, que  de  no  usadas,  estaban  ya  cerradas  de  monte 
y  deshechas.  Estando  pues  los  vecinos  movidos  por  las 
persuasiones  de  aquel  mal  hombre,  á  31  dias  del  mes 
de  diciembre  llegaron  sesenta  monfis  que  enviaba  Fa- 
rax  Aben  Farax  para  dar  calor  á  su  traición ;  los  cua- 
les, coníirmando  lo  que  el  Manxuz  les  habia  dicho, 
hicieron  que  se  levantasen  luego ,  solicitándolos  de 
uno  en  uno  aquella  noche,  de  manera  que  cuando 
fué  de  dia  estaban  todos  fuera  del  lugar;  que  no  que- 
daron dentro  sino  solos  dos  moriscos,  llamados  Pedro 
de  Rojas  Huzmin  y  Lorenzo  Alazarac,  que  no  quisieron 
irse  con  ellos.  Era  beneficiado  deste  lugar  el  bachiller 
Pedro  de  Escalante ,  el  cual  habia  poco  que  estaba  en 
él ;  y  por  no  tener  casa  propria,  moraba  en  una  torre  an- 
tigua de  tiempo  de  moros,  que  estaba  hecha  á  manera 
de  fortaleza ;  y  queriéndole  prender  los  moriscos  al 
tiempo  que  se  alzaban  para  matarle,  fué  uno  dellos  ú 
llamarle  muy  de  priesa,  diciendo  que  saliese  á  confesar 
una  morisca  que  se  estaba  muriendo ;  el  cual  receló  de 
salir,  no  porque  sospechase  la  .maldad  del  rebelión , 
como  nos  lo  dijo  después,  sino  por  ser  de  noche  y  no 
morar  en  el  lugar  otro  cristiano  mas  que  él ;  y  respon- 
diendo al  que  le  llamaba  que  esperase  hasta  que  ama- 
neciese, y  que  no  se  moriría  tan  presto  la  mujer,  que  no 
tuviese  lugar  para  confesar  de  dia,  dende  á  un  rato  vol- 
vieron con  otro  recaudo ,  y  le  dijeron  que  por  amor  de 
Dios  abriese  la  puerta  de  la  torre ,  porque  la  gente  de 
Marbella  venia  á  matarlos  y  querían  meter  las  doncellas 
dentro;  y  tampoco  le  pudieron  engañar.  No  mucho 
después  llegaron  á  una  ventana  del  aposento  donde 
dormia  los  dos  moriscos  que  dijimos  que  hablan  que- 
dado en  el  lugar,  y  le  rogaron  que  los  dejase  entrar 
dentro,  porque  todos  los  vecinos  iban  huyendo  al  cam- 
po y  no  querían  ir  con  ellos;  mas  no  por  eso  se  quiso 
liar  hasta  que  fué  de  dia  claro,  y  entonces  llegó  un  cris- 
tiano sastre  que  acaso  se  halló  allí  aquella  noche  y  ha- 
bia sentido  el  alboroto  de  la  gente  cuando  se  iban,  y 
juntándose  con  él,  fueron  hacia  la  iglesia  para  enten- 
der qué  novedad  era  aquella ;  y  encontrando  en  el  ca- 
mino á  Huzmin  y  á  su  mujer,  que  todavía  iban  á  reco- 
gerse á  la  torre,  estando  hablando  con  ellos,  vieron  un 
golpe  de  mancebos  armados  de  ballestas  y  arcabuces, 
que  venían  á  atajarles  la  calle  por  donde  iban ,  uno  de 
los  cuales  encaró  el  arcabuz  contra  el  beneficiado ,  y 
no  le  saliendo,  tuvo  lugar  de  meterse  de  presto  con  su 
compañero  en  la  casa  de  Huzmin ;  y  apenas  habían  cer- 
rado la  puerta  y  echado  una  aldaba  recia  que  tenía , 
cuando  los  herejes  estaban  ya  dando  golpes  para  rom- 
pería, diciendo  á  grandes  voces ;  «  Sal  fuera ,  perro  al- 
faquí.»  Entonces  dijo  el  Huzmin  al  beneficiado  que  mi- 
rase por  sí ,  porque  le  querían  matar ;  el  cual  arrojó  la 
ropa  y  la  vaina  de  la  espada  que  llevaba  por  bordón ,  y 
9)udáudoles  el  morisco,  subieron  él  y  el  sastre  por  una 


pared  arriba,  y  pasando  por  los  terrados  de  otras  casas 
quisieron  tomar  una  puerta  que  salia  al  barrio  de  la 
torre;  y  viendo  que  los  moros  la  tenían  ya  tomada,  con 
temor  de  la  muerte  se  metieron  en  una  caballeriza.  No 
se  descuidó  Huzmin  en  ayudarles  todo  lo  que  pudo  para 
que  se  salvasen,  y  cuando  vio  apartados  de  la  puerta 
los  que  la  querían  derribar,  buscando  los  dos  cristia- 
nos ,  fué  á  ellos,  y  los  bajó  por  la  mesma  pared  donde 
habían  subido,  y  abriéndoles  la  puerta ,  les  dijo  que  no 
convenia  parar  en  el  lugar,  porque  los  matarían  ;  h  s 
cuales  no  fueron  perezosos  en  tomar  el  campo,  sal- 
tando vallados  y  peñas,  como  si  fueran  por  tierra  llana, 
por  los  bancales  délas  huertas  abajo,  hasta  que  toma- 
ron la  sierra  que  está  entre  el  lugar  y  Marbella.  Allí  los 
devisaron  los  mancebos  gandules ,  y  saliendo  una  cua- 
drilla tras  dellos,  los  siguieron  mas  de  una  legua; 
mas  no  los  pudieron  alcanzar,  porque  los  unos  iban 
huyendo  y  los  otros  corriendo.  Llegaron  á  la  ciudad 
dos  horas  antes  de  mediodía  faltos  de  aliento  y  llenos 
de  sudor  y  de  rascuños,  que  aun  hasta  entonces  no  ha- 
bían sentido ,  de  las  zarzas  y  espinos  que  habían  atro- 
pellado. El  beneficiado  fué  el  primero  que  llegó  y  dio 
rebato ,  diciendo  que  los  moriscos  de  Islán  se  habían 
alzado  y  querídole  matar ;  y  apenas  habia  quien  lo  cre- 
yese: tanto  era  el  crédito  que  los  ciudadanos  tenian  de 
ía  gente  de  aquel  lugar,  po»  ser  rica ,  que  no  podían 
persuadirse  á  que  se  hubiesen  querido  perder;  y  antí 
liabia  muchos  que  le  consolaban  con  decir  que  debían 
de  haberle  tomado  entre  puertas  con  alguna  mujer. 
Habia  dejado  el  beneficiado  en  la  torre  una  sobrina 
doncella  que  tenia  consigo,  llamada  Juana  de  Escalan- 
te, y  una  moza  de  servicio ;  y  mientras  él  iba  huyendo, 
los  moros  hallando  la  puerta  abierta ,  como  él  la  habia 
dejado,  entraron  dentro,  y  robando  trigo  y  aceite  y  otras 
cosas  que  habia  en  la  primera  bóveda ,  prendieron  la 
moza,  que  acertó  á  hallarse  abajo;  la  cual  comenzó  á 
llorar  y  les  rogó  que  la  dejasen  subir  arriba  con  su  se- 
ñora. Tenia  la  torre  una  escalera  angosta,  alta  y  muy 
derecha,  y  la  sobrina  del  beneficiado,  que  veía  el  peli- 
gro en  que  estaba ,  habia  puesto  en  el  postrer  escalón 
una  gran  piedra,  y  junto  á  ella  otras  muchas  que  acertó 
á  haber  en  el  sobrado  alto  para  una  obra  que  se  habia  de 
hacer  en  él ;  y  como  tuvo  la  moza  consigo ,  determinó 
de  no  dejar  subir  á  nadie  arriba.  Los  hombres  carga- 
ron del  despojo  y  salieron  de  la  bóveda;  y  como  unos 
mozuelos  quisiesen  ir  donde  ellas  estaban,  poniéndose 
en  defensa,  echó  á  rodar  la  piedra  por  la  escalera  abajo, 
y  matando  al  uno,  los  otros  dieron  á  huir.  La  doncella 
pues,  que  vio  la  torre  desocupada ,  sin  perder  tiempo 
bajó  á  gran  priesa,  y  cerrando  la  puerta,  la  atrancó  con 
una  fuerte  viga  y  tornó  á  subirse  arriba.  No  tardaron 
mucho  los  moros  en  volverá  llevarlas  á  ella  y  ásu  com- 
pañera, y  hallando  la  puerta  cerrada,  quisieron  derri- 
baría con  un  vaivén ;  mas  defendióselo  animosamente 
la  doncella,  como  lo  pudiera  hacer  cualquier  esforzado 
varón,  arrojándoles  gruesas  piedras  por  el  ladrón  y  por 
encima  del  muro,  con  que  los  tuvo  arredrados  y  desca- 
labró algunos  dellos;  y  aunque  le  dieron  una  saetada, 
que  le  atravesó  un  brazo  por  junto  al  hombro ,  no  dejó 
de  pelear  ni  se  paró  á  sacar  la  saeta  en  mas  de  tres 
horas  que  duró  la  pelea,  deshaciendo  las  paredes  para 
sacar  piedras  que  poder  tirar  cuando  hubo  gastado  las 
que  habia  sueltas.  A  este  tiempo  llegó  Barto'omé  Ser- 


r.EBELION  Y  CASTIGO  DE  LOS  MORISCOS  DE  GRANADA. 


sn 


rano,  alférez  de  la  compañía  de  caballos  de  don  Gómez  | 
Hurtado  de  Mendoza,  capitán  de  la  gente  de  guerra  de  \ 
Marbella ,  que  había  salido  al  rebato  con  treinta  escu-  | 
deros  y  trecientos  infantes  ;  y  siendo  ya  dos  horas  des- 
pués de  mediodía ,  halló  los  moros  combatiendo  la 
torre,  y  escaramuzando  con  ellos,  los  retiró ,  mas  no 
los  pudo  romper,  porque  se  subieron  á  unas  peñas  que 
están  entre  el  lugar  y  el  rio,  donde  no  podían  hacer 
efeto  los  caballos ;  y  habido  su  acuerdo,  se  volvió  aque- 
lla noche  á  Marbella ,  llevando  la  doncella  y  la  moza 
consigo,  y  dejando  la  tierra  alzada. 

CAPITULO  XXXVI. 

Crtmo  las  ciudades  de  Ronda,  Marbella  y  Málaga  acudieron  luego 
contra  los  alzados,  y  de  las  prevenciones  que  Málaga  hizo  en 
sus  lugares. 

El  domingo  2  días  del  mes  de  enero  se  juntaron 
en  Marbella  al  pié  de  tres  mil  hombres,  y  habiendo  en- 
viado aviso  á  las  ciudades  de  Ronda  y  Málaga  como 
los  moriscos  se  habían  alzado ,  volvieron  en  su  deman- 
da; los  cuales  no  se  teniendo  por  seguros  en  las  peñas 
donde  se  habían  retirado  aquella  mañana ,  habían  su- 
bídose  á  la  sierra  por  las  veredas  que  tenían  abiertas, 
llevando  los  ganados  y  los  bagajes  cargados  por  delan- 
te,  y  se  iban  á  meter  en  el  fuerte  de  Arbolo ,  que  está 
al  norte  del  rio  Verde,  una  legua  de  Istan.  nuestra 
gente  no  pudo  tampoco  acometerlos  este  día,  por  la  as- 
pereza y  fragosidad  de  la  sierra  donde  estaban  metidos, 
y  tomando  por  el  rio  abajo  camino  de  Ronda,  fueron  á 
poner  su  campo  en  el  proprio  lugar  de  Arboto,  que  es- 
taba despoblado,  al  pié  de  Sierra  Bermeja,  donde  llegó 
otro  día  el  licenciado  Antonio  García  de  Montalvo,  cor- 
regidor de  Ronda  y  Marbella,  con  mas  de  cuatro  mil 
hombres  ;  y  por  discordia  que  hubo  entre  él  y  don  Gó- 
mez Hurtado  de  Mendoza ,  á  cuyo  cargo  venia  la  gente 
de  Marbella,  no  acometieron  aquel  día  á  los  alzados, 
dejándolo  para  el  martes  siguiente.  Los  moros  no  osa- 
ron aguardar,  y  desamparando  bien  de  mañana  el  fuer- 
te, huyeron  todos,  hombres  y  mujeres,  dejando  puesto 
fuego  á  las  barracas  y  á  los  bastimentos  que  tenían 
dentro.  No  gozaron  desta  caza  los  que  la  levantaron, 
porque  fueron  á  dar  en  manos  de  otra  gente  que  iba  de 
Monda ,  Guaro,  Tolos,  Cazarabonela,  Teba,  Bardales, 
Campiho,  Alora,  Coin ,  Cártama  y  Alhaurin  á  juntarse 
con  ellos,  y  encontrando  las  mujeres,  niños  y  viejos, 
que  iban  derramados  huyendo  por  aquellas  sierras, 
los  captivaron  á  todos,  y  solamente  se  les  fueron  los 
hombres  sueltos  y  libres  de  embarazo. 

Luego  que  sucedió  el  levantamiento  de  Istan,  la  ciu- 
dad de  Málaga ,  confiando  poco  en  los  moriscos  de  su 
hoya ,  ordenó  que  los  cristianos  de  Coin  se  metiesen  en 
Monda,  los  de  Alora  en  Tolox,  por  ser  lugares  sospe- 
.  chosos,  para  que  no  los  dejasen  alzar ,  y  que  ocupasen 
dos  casas  fuertes  que  elmarquésdeVillena,  cuyas  son 
aquellas  villas,  tenía  en  ellas;  avisó  á  don  Cristóbal  de 
Córdoba ,  alcaide  de  Cazarabonela,  que  fuese  á  meter- 
se en  su  fortaleza,  por  ser  aquel  paso  importante  y  es- 
tar maltratado,  y  la  ciudad  la  hizo  reparar  luego,  y  le 
(lió  ciento  y  cincuenta  soldados  que  tuviese  en  la  villa ; 
y  como  no  fuesen  allí  menester,  por  estar  aquellos 
moriscos  pacíficos,  los  enviaron  después  á  Yunquera, 
donde  hicieron  una  desorden  muy  grande ,  que  saquea- 
ron la  villa ,  y  captivaron  todas  las  mujeres  moriscas ;  y 


trayéndolas  la  vuelta  de  Alozaina,  en  las  cuestas  que 
dicen  de  Jorol ,  encontró  con  ellos  Gabriel  Alcalde  de 
Gozon,  vecino  de  Cazarabonela,  que  andaba  asegurando 
la  tierra  con  cincuenta  arcabuceros  por  mandado  de 
Arévalo  de  Zuazo,  y  se  las  quitó  y  prendió  algunos  sol- 
dados, que  fueron  castigados.  A  la  torre  de  Guaro,  quo 
está  junto  á  Monda,  fué  Gaspar  Bernal  con  cien  hom- 
bres; y  haciendo  reparar  la  fortaleza  de  Almoxía,  man- 
dó que  se  metiesen  dentro  los  cristianos  vecinos  del  lu- 
gar ,  avisó  á  los  alcaides  de  las  fortalezas  de  Alora,  Alo- 
zaina  y  Cártama,  que  estuviesen  apercebidos,  y  que 
los  vecinos  de  aquellas  villas  las  velasen  y  rondasen  por 
su  rueda.  El  marqués  de  Gomares  envió  una  compañía 
de  infantería  y  veinte  y  cinco  caballos  á  la  fortaleza  de 
Gomares,  con  que  la  aseguró,  porque  aquella  villa  es- 
taba toda  poblada  de  moriscos ;  y  habiendo  puesto  los 
ojos  en  ella  los  alzados,  tenian  hecho  trato  con  ellos 
para  ocuparla,  según  lo  que  después  se  supo.  Con  es- 
tas prevenciones  se  aseguró  aquella  tierra,  y  los  de  Is- 
tan, dejando  captivas  las  mujeres  y  los  hijos,  y  juntán- 
dose con  otros  quevenian  huyendo  de  tierra  de  Ron- 
da y 'de  la  hoya  de  Málaga,  quedaron  hechos  monta- 
races por  aquellas  sierras.  Volvamos  á  lo  que  en  este 
tiempo  se  hacia  á  la  parte  de  levante. 

CAPITULO  XXXVII. 

Cómo  los  moriscos  de  los  lugares  del  marquesado  del  Cenote 
se  alzaron ,  y  la  descripción  de  aquella  tierra. 

El  marquesado  del  Cénete  está  en  la  falda  de  la  Sier- 
ra Nevada  que  mira  hacia  el  cierzo;  á  la  parte  de  me- 
diodía confina  con  las  taas  de  Ujíjar  y  de  Andarax,  que 
son  en  la  Alpujarra ;  y  por  todas  las  otras  tiene  los  tér- 
minos de  la  ciudad  de  Guadix.  Es  tierra  abundante  tic 
aguas  de  fuentes  caudalosas  que  bajan  de  las  sierras. 
Atraviesa  por  ella  el  rio  que  después  pasa  por  junto  á 
la  ciudad  de  Guadix ,  y  por  eso  le  llaman  rio  de  Guadix ; 
aunque  mas  verisímil  es  haber  dado  el  rio  nombre  á  la 
ciudad,  porque  Gued  Aix,  como  le  llaman  los  moros, 
quiere  decir  rio  de  la  Vida.  Hay  en  él  nueve  lugares,  lla- 
mados Dólar,  Ferreira ,  Guevíjar ,  el  Deyre ,  Lanteira, 
Jériz,  Alcázar,  Alquif  y  la  Calahorra.  Los  moradores 
dellos  eran  todos  moriscos,  gente  rica  y  muy  regalada 
de  los  marqueses  del  Cénete,  cuyo  es  aquel  estado ;  vi- 
vían descansadamente  de  sus  labores  y  de  la  cria  de  la 
seda  y  del  ganado,  porque  tienen  muchas  y  muy  bue- 
nas tierras,  pastos  y  arboledas  en  la  sierra  y  en  lo  lla- 
no, donde  poder  sembrar  y  criarlos.  La  nueva  de  como 
los  moriscos  de  la  Alpujarra  se  levantaban ,  y  del  daño 
que  hacían  en  los  cristianos  y  en  las  iglesias,  llegó  á  la 
Calahorra  el  primero  día  de  pascua  de  Navidad ;  y  el 
alcalde  Molina  de  Mosquera,  que  estaba  entonces  en 
aquel  lugar  procediendo  contra  los  monfís,  como  queda 
dicho,  se  subió  luego  á  la  fortaleza  con  su  mujer,  que 
tenia  consigo,  y  con  sus  criados  y  veinte  arcabuceros 
que  llevaba  para  guarda  de  su  persona  y  ejecución  de 
la  justicia ,  y  metió  dentro  sesenta  monfís  moriscos  que 
tenia  presos,  haciéndolos  encarcelar  en  unas  bóvedas 
del  castillo,  porque  no  se  tuvo  por  seguro  con  ellos  don- 
de estaba.  De  todo  esto  holgó  el  gobernador  del  estado, 
llamado  Juan  de  la  Torre,  vecino  de  Granada,  porque 
entendió  que  estaria  la  fortaleza  mas  á  recaudo  con  la 
presencia  del  alcalde,  y  seria  mejor  socorrida  si  se 
viese  en  aprieto ;  y  cada  uno  por  su  parte  escribieron 


218 


LUIS  DEL  MARMOL  CARVAJAL. 


iuego  á  las  ciudades  de  Guadix  y  Baza ,  avisando  dei 
rebelión  y  del  peligro  en  que  estaban  aquella  fortaleza 
y  la  de  Finana ,  para  que  les  enviasen  gente  de  guerra 
que  se  metiese  dentro  y  las  asegurase.  Ordenaron  á 
los  concejos  de  los  lugares  del  Cénete  que  les  prove- 
yesen de  leña  y  bastimentos,  y  que  los  cristianos  que 
moraban  en  ellos  se  recogiesen  á  la  fortaleza  con  sus 
mujeres  y  hijos.  Los  vecinos  del  Deyre,  temiendo  que  si 
venia  mayor  número  de  gente  déla  Alpujarra,  levan- 
tarian  los  lugares  por  fuerza,  acudieron  al  Gobernador, 
y  le  pidieron  docientos  soldados ,  y  que  ellos  los  pa- 
garían á  su  costa  para  que  los  defendiesen,  por  estar 
desarmados.  El  cual,  como  no  los  tenia,  ni  orden  como 
podérselos  dar,  procuró  asegurarlos  con  buenas  pala- 
bras, amonestándoles  que  fuesen  leales,  y  ofreciéndo- 
les que  cuando  fuese  menester  socorrerlos  les  acudi- 
ría con  la  gente  de  Guadix ;  y  para  que  estuviesen  mas 
seguros,  les  mandó  que  recogiesen  las  mujeres  y  los 
niños  en  la  fortaleza,  los  cuales  holgaron  dello;  y  lo 
mesmo  hicieron  los  de  la  Calahorra,  y  hicieran  después 
todos  los  demás  lugares,  si  pudieran  caber  dentro,  por- 
que fueron  grandes  los  robos  y  malos  tratamientos  que 
la  gente  de  Guadix  les  hacian ,  so  color  de  irlos  á  favo- 
recer, y  los  moros  de  la  Alpujarra  porque  se  alzasen. 
Finalmente,  siendo  mal  defendidos ,  el  dia  de  año  nue- 
vo envió  el  Gorri  gente  de  la  Alpujarra  con  orden  que 
los  alzasen,  y  si  no  se  quisiesen  alzar,  los  robasen  y 
matasen.  Y  llegando  á  Guevíjar  y  á  Dólar  á  tiempo  que 
la  mayor  parte  de  los  vecinos  andaban  en  el  campo  en 
sus  labores ,  alzaron  aquellos  lugares ,  y  luego  los  de 
Jériz,  Lanteira,  Alquif  y  Ferreira ;  y  álos  del  Deyre  no 
hicieron  fuerza,  por  tener  las  mujeres  en  la  fortaleza ; 
mas  ellos  se  dieron  buena  maña  para  sacarlas  de  allí ; 
porque,  como  viesen  que  todo  iba  ya  de  rota  batida,  to- 
maron por  intercesor  al  alcalde  Moüna  de  Mosquera 
para  con  el  Gobernador,  que  no  queria  dárselas,  di- 
ciendo que  mientras  allí  estuviesen  no  se  alzarían  sus 
maridos  y  padres.  El  cual  le  porfió  tanto , que  se  las  hu- 
bo de  entregar,  y  juntamente  con  este  yerro,  que  fué 
muy  grande ,  se  hizo  otro  de  mayor  importancia  para 
el  desasosiego  de  aquellos  lugares ,  y  fué  que  el  Go- 
bernador, temiendo  que  los  sesenta  monfís  que  esta- 
ban presos  en  las  bóvedas  de  la  fortaleza  podrían  al- 
zarse una  noche  con  ella ,  por  no  tener  la  guardia  que 
convenia ,  requirió  al  alcalde  Molina  de  Mosquera  que 
los  sacase  de  allí,  y  los  enviase  á  la  cárcel  de  Guadix  ó 
á  otra  parte.  El  cual  los  mandó  bajar  al  lugar  y  meter 
en  una  casa  al  parecer  fuerte ,  de  donde  después  los 
sacaron  los  alzados  cuando  cercaron  aquella  fortaleza ; 
y  viéndose  en  libertad ,  usaron  estos  de  grandísimas 
crueldades  contra  los  cristianos  que  pudieron  haber  á 
las  manos,  en  venganza  de  su  injuria;  que  por  tal  tenían 
aquella  prisión  yel  tratamiento  que  se  les  habia  hecho. 

CAPITULO  XXXYIIL 

Cdmo  los  moros  alzados  acabaron  de  levantar  los  lugares  del  rio 
de  Almena,  y  se  juntaron  en  Benahaduz  para  ir  á  cercar  la  ciu- 
dad. 

Luego  que  la  taa  de  Marchena  se  alzó,  los  moros  al- 
zados de  aquella  comarca,  habiendo  levantado  los  luga- 
res altos  del  rio  de  Almena,  comenzaron  á  juntarse  para 
ir  á  cercar  la  ciudad,  no  les  pareciendo  dificultoso  ga- 
narla, por  kt  falta  de  gente,  de  bastimentos  y  de  muni- 


ciones de  guerra  que  sabían  que  había  dentro.  Teníase 
aviso  por  momentos  en  Almería  de  lo  que  los  alzados 
hacian  y  del  desasosiego  con  que  andaban  los  que  no  se 
habían  aun  declarado,  porque  demás  de  su  poco  secre- 
to, como  había  en  la  ciudad  mas  de  seiscientas  casas 
de  moriscos,  iban  y  venían  cada  hora  con  seguridad  á 
las  alearías  y  sierras,  so  color  de  entender  el  estado  en 
que  estaban  sus  cosas,  y  traían  avisos  ciertos ;  y  aun  los 
mesmos  alzados,  como  hombres  bárbaros  de  poco  saber, 
que  no  les  cabia  el  secreto  en  los  pechos  ocupados  de 
ira,  enviaban  soberbiamente  recaudos  para  poner  miedo 
á  los  cristianos,  acrecentando  las  cosas  de  su  vanidad  y 
poco  fundamento.  Un  morisco  que  venia  de  Guécijadijo 
un  día  á  don  García  de  Villaroel  públicamente  como 
Brahem  el  Cacis,  capitán  de  aquel  partido,  se  le  enco- 
mendaba y  decía  que  el  dia  de  año  nuevo  se  vería  con 
él  en  la  plaza  de  Almena,  donde  pensaba  poner  sus  ban- 
deras; que  tomase  su  consejo  y  diese  la  ciudad  á  los 
moros,  pues  no  les  quedaba  otra  cosa  por  ganar  en  el 
reino  de  Granada,  y  excusaría  las  muertes  y  incendios 
que  se  esperaban  entrándola  por  fuerza  de  armas.  Otro 
le  trajo  una  carta  del  alguacil  de  Tavernas,  llamado 
Francisco  López,  en  que  cautelosamente  le  decía  co- 
mo se  iba  á  recoger  en  aquella  ciudad  con  la  gente  de 
su  lugar  y  de  otros  que,  como  buenos  cristianos  fieles  al 
servicio  de  su  majestad,  querían  abrigarse  debajo  de 
su  amparo,  y  que  por  venir  su  mujer  en  días  de  parir, 
se  deternia  tres  ó  cuatro  días  en  los  baños  de  Alhami- 
lla.  Mas  luego  se  entendió  el  engaño  deste  mal  hombre 
por  aviso  de  una  espía,  que  certificó  sermucba  la  gente 
que  traía  consigo,  y  que  venia  entreteniéndose  mien- 
tras se  juntaban  los  moros  de  Jergal ,  Guécija ,  Boloduí 
y  de  la  sierra  de  Níjar  para  ir  luego  á  cercar  la  ciudad. 
Estos  y  otros  avisos  tenían  á  los  ciudadanos  con  cuida- 
do ;  fatigábales  la  falta  de  pan,  aunque  tenían  carne,  y 
mucho  mas  la  de  las  municiones  y  pertrechos;  y  con 
todo  eso,  ayudados  de  la  gente  de  guerra,  hacían  sus  ve- 
las y  rondas  ordinarias  y  extraordinarias,  y  salían  cada 
día  á  dar  vista  á  los  lugares  comarcanos,  así  para  pro- 
veerse, como  para  mantenerlos  en  lealtad,  ó  á  lo  menos 
entretenerlos  que  no  se  alzasen  de  golpe.  Sucedió  pues 
que  el  dia  de  año  nuevo,  habiendo  salido  don  García  de 
Villaroel  con  algunos  caballos  y  peones  á  correr  los 
lugares  del  rio,  llegando  cerca  del  lugar  de  Gádor,  vie- 
ron andar  los  moriscos  fuera  del  apartados  por  los  cer- 
ros, que  no  querían  llegarse  á  los  cristianos  como  otras 
veces ;  y  como  se  entendiese  que  andaban  alzados,  qui- 
siera don  García  de  Villaroel  hacerles  algún  castigo, 
si  no  se  lo  estorbaran  los  moros  de  Guécija ,  que  á  un 
tiempo  asomaron  por  unos  cerros  con  once  banderas,  y 
se  fueron  á  meter  en  el  lugar.  El  cual,  desconfiado  de 
poder  hacer  el  castigo  que  pensaba ,  se  volvió  á  poner 
cobro  en  la  ciudad,  temeroso  de  algún  cerco  que  la  pu- 
siese en  aprieto ,  porque  veía  que  había  dentro  de  los 
muros  al  pié  de  mil  moriscos  qne  podían  tomar  armas, 
y  de  quien  se  podía  tener  poca  confianza;  que  los  cris- 
tianos útiles  para  pelear  no  llegaban  á  seiscientos ,  y 
esos  mal  armados;  y  que  de  necesidad  se  habían  de  jun- 
tar muchos  moros,  y  teniendo  tan  largo  espacio  de  mu- 
ros rotos  y  aportillados  por  muchas  partes  que  defen- 
der, de  fuerza  habían  de  poner  la  ciudad  en  peligro. 
Vuelto  pues  don  García  de  Villaroel  á  Almería,  los  al- 
zados se  alojaron  aquella  noche  en  Gádor,  y  otro  dia  de 


REBELIÓN  Y  CASTIGO  DE  LOS  MORISCOS  DE  GRANADA, 


mañana  se  bajaron  el  rio  abajo,  y  se  fueron  á  poner  una 
legua  de  la  ciudad  en  el  cerro  que  dicen  de  Benaliaduz, 
donde  traían  acordado  de  juntarse;  y  como  nuestros 
corredores  de  á  caballo,  que  andaban  de  ordinario  en  el 
rio,  avisasen  dello,  hubo  muchos  pareceres  en  la  ciu- 
dad sobre  lo  que  se  debia  hacer.  Unos  decian  que  se 
atendiese  solamente  á  la  defensa  de  los  muros  mien- 
tras venia  socorro  de  gente,  pues  la  que  habia  en  la  ciu- 
dad era  poca  para  dividirse ;  y  otros,  con  mas  animosa 
determinación,  querían  que  se  fuese  á  dar  sobre  los  ene- 
migos, que  estaban  en  Benahaduz,  para  desbaratarlos 
antes  que  se  juntasen  con  ellos  los  demás  ,  afirmando 
que  solo  en  esto  consislia  su  bien  y  libertad.  Finalmente 
se  tomó  resolución  en  que  don  García  de  Villaroel  con 
algunos  caballos  y  infantes  fuese  á  reconocerlos,  y  á  ver 
el  sitio  donde  estaban  puestos,  y  el  acometimiento  que 
seles  podria  hacer;  y  con  esto  se  fué  la  gente  á  sus 
posadas  aquella  noche,  donde  los  dejaremos  hasta  su 
tiempo. 

CAPITULO  XXXIX. 

Cómo  los  lugares  de  las  Albufiuelas  y  Salares  se  alzaron. 

Las  Albuñuelas  y  Salares  son  dos  lugares  muy  cerca- 
nos el  uno  del  otro  en  el  valle  de  Lecrin ,  y  hablan  de- 
jado de  alzarse  cuando  la  elección  de  Aben  Humeya  en 
Béznar,  por  consejo  de  un  morisco  de  buen  entendi- 
miento, llamado  Bartolomé  de  Santa  María,  á  quien  te- 
nian  mucho  respeto,  el  cual,  siendo  alguacil  de  las  Al- 
buñuelas ,  los  habia  entretenido  con  buenas  razones 
diciéndoles  que  escarmentasen  en  cabezas  ajenas ,  y 
considerasen  en  lo  que  habían  parado  las  rebeliones  pa- 
sadas, el  poco  fundamento  que  tenían  contra  un  prín- 
cipe tan  poderoso,  y  lo  mucho  que  aventuraban  perder, 
la  poca  confianza  que  se  podía  tener  de  los  socorros  de 
Berbería,  y  el  gran  riesgo  de  sus  personas  y  haciendas 
en  que  se  ponían.  Y  como  después  vio  que  la  gente  an- 
daba desasosegada,  que  los  lugaresse  henchían  de  mo- 
ros forasteros  de  los  alzados  de  tierra  de  Salobreña 


219 

y  Motril ,  que  crecían  cada  día  los  malos  y  escandalosos, 
y  que  no  era  parte  para  estorbarles  su  determinación 
precipitosa,  porque  iba  todo  de  mala  manera,  llamando 
al  bachiller  Ojeda,  su  beneficiado,  que  aun  hasta  enton- 
ces no  se  habia  ido  del  lugar,  le  dijo  que  recogiese  los 
cristianos  que  pudiese  y  se  fuese  á  poner  en  cobro, 
si  no  quería  que  le  matasen  los  monfís,  certificándole 
que  si  lo  habían  dejado  de  hacer,  había  sido  por  te- 
nerle á  él  respeto,  sabiendo  que  era  su  amigo;  y  porque 
pudiese  irse  con  seguridad  y  los  monfís  no  le  ofendie- 
sen en  el  camino,  le  dio  cincuenta  hombres,  que  lo 
acompañaron  dos  leguas  hasta  el  lugar  de  Padul,  donde 
le  dejaron  en  salvo  el  día  de  año  nuevo.  No  fué  poco 
venturoso  el  beneficiado  en  tener  tal  amigo;  porque 
dentro  de  dos  días,  sobrepujando  la  maldad,  se  alzaron 
aquellos  lugares,  y  en  señal  de  libertad,  aunque  vana, 
sacáronlos  vecinos  de  los  Albuñuelas  una  bandera  an- 
tigua, que  tenían  guardada  como  reliquia  de  tiempo  de 
moros,  y  arbolándola  con  otras  siete  banderas  que  te- 
nían hechas  secretamente  para  aquel  efeto,de  tafetán  y 
lienzo  labrado,  se  recogieron  á  ellas  todos  los  mance- 
bos escandalosos,  y  lo  primero  que  hicieron  fué  destruir 
y  robar  la  iglesia  y  todas  las  cosas  sagradas.  Luego 
robaron  las  casas  del  beneficiado  y  de  los  otros  cristia- 
nos, y  dejando  las  suyas  yermas  y  desamparadas,  por 
no  se  osar  asegurar  en  ellas,  se  subieron  á  Ins  sienas 
con  sus  mujeres  y  hijos  y  ganados.  No  les  faltó  aun  en 
este  tiempo  el  alguacil  Santa  María  con  su  buen  conse- 
jo, el  cual  viendo  idos  la  mayor  parte  de  los  monfís, 
persuadió  al  pueblo  á  que  se  volviesen  á  sus  casas  y 
procurasen  desculparse  con  los  ministros  de  su  majes- 
tad, diciendo  que  los  malos  les  habían  hecho  que  se  al- 
zasen por  fuerza  y  contra  su  voluntad,  y  que  desta  ma- 
nera podrían  aguardar  hasta  ver  en  qué  paraban  sus 
cosas,  y  tomar  después  el  partido  que  mejor  les  estu- 
viese, como  adelante  lo  hicieron.  Vamos  agora á  loque 
el  marqués  de  Mondéjar  hacia  en  este  tiempo. 


LIBRO  QUINTO. 


CAPITULO  PRIMERO. 

Cómo  el  marqués  de  Mondéjar  formó  su  campo  contra 
los  rebeldes. 

Estaban  en  este  tiempo  los  ciudadanos  de  Granada 
confusos  y  muy  turbados ,  casi  arrepentidos  del  deseo 
que  habían  tenido  de  ver  levantados  los  moriscos,  por 
las  nuevas  que  cada  hora  venían  de  las  muertes,  robos 
émcendiosque  hacían  por  toda  la  tierra;  y  cansados 
losjuicios  con  estos  cuidados,  perdida  algún  tanto  la  cu- 
dicía,  solamente  pensaban  en  la  venganza.  El  marqués 
de  Mondéjar  daba  priesa  á  las  ciudades  que  le  enviasen 
gente  para  salir  en  campaña ,  porque  en  la  ciudad  no 
había  tanta  que  bastase  para  llevar  y  dejar,  certificán- 
doles que  de  su  tardanza  podrían  resultar  grandes  in- 
convenientes y  daños,  si  los  rebelados,  que  estaban  he- 
chos señores  de  la  Alpujarra  y  Valle,  lo  viniesen  tam- 
bién á  ser  de  los  lugares  de  la  Vega,  por  no  haber  can- 
tidad de  gente  con  que  poderlos  oprimir,  antes  que  sus 
fuerzas  fuesen  creciendo  con  la  maldad.  Habiendo  pues 


llegado  las  compañías  de  caballos  y  de  infantería  de  las 
ciudades  de  Loja,  Alhama,  Alcalá  la  Real,  Jaén  y  Ante- 
quera, y  pareciéndole  tener  ya  número  suficiente  con 
que  poder  salir  de  Granada,  partió  de  aquella  ciudad 
lunes  á  3  días  del  mes  de  enero  del  año  de  d5G9,  dejan- 
do á  cargo  del  conde  de  Tendilla ,  su  hijo ,  el  gobierno 
de  las  cosas  de  la  guerra  y  la  provisión  del  campo;  y 
aquella  tarde  caminó  dos  leguas  pequeñas,  y  fué  al  lu- 
gar de  Alhendin,  donde  se  alojó  aquella  noche ,  y  reco- 
giendo la  gente  que  estaba  alojada  en  Otura  y  en  otros 
lugares  de  la  Vega,  la  mañana  del  siguiente  día  caminó 
la  vuelta  del  Padul,  primer  lugar  del  valle  de  Lecrin, 
pensando  rehacer  allí  su  campo.  Llevaba  dos  mil  infan- 
tes y  cuatrocientos  caballos,  gente  lucida  y  bien  arma- 
da, aunque  nueva  y  poco  disciplinada.  Acompañábanle 
don  Alonso  de  Cárdenas,  su  yerno,  que  hoy  es  conde  de 
la  Puebla ,  don  Francisco  de  Mendoza ,  su  hijo ,  don 
Luis  de  Córdoba,  don  Alonso  de  Granada  Venegas,  don 
Juan  de  Villaroel,  y  otros  caballeros  y  veinte  y  cuatros, 


220 


LUIS  DEL  MARMOL  CARVAJAL. 


y  Antonio  Moreno  y  Hernando  de  Oruña ,  á  quien  su 
majestad  liabia  mandado  que  asistiesen  cerca  de  su 
persona  por  la  prática  y  experiencia  que  tenian  de  las 
cosas  de  guerra,  y  otros  muchos  capitanes  y  alféreces, 
soldados  viejos  entretenidos  con  sueldo  ordinario  por 
sus  servicios.  De  Jaén  iba  don  Pedro  Ponce  por  capitán 
de  caballos,  y  Valentín  de  Quirós  con  la  infantería.  De 
Antequera  Alvaro  de  Isla,  corregidor  de  aquella  ciudad, 
y  Gabriel  de  Treviñon,  su  alguacil  mayor,  con  otras  dos 
compañías.  Capitán  de  la  gente  de  Loja  era  Juan  de  la 
Ribera,  regidor;  de  la  de  Albania,  Hernán  Carrillo  de 
Cuenca,  y  de  Alcalá  la  Real,  Diego  de  Aranda.  Iba  tam- 
bién cantidad  de  gente  noble  popular  de  la  ciudad  de 
Granada  y  su  tierra,  y  las  lanzas  ordinarias,  cuyos  te- 
nientes eran  Gonzalo  Chacón  y  Diego  de  Leiva ,  y  la 
mayor  y  mejor  parte  de  los  arcabuceros  de  la  ciudad, 
cuyos  capitanes  eran  Luis  Maldonado,  y  Gaspar  Mal- 
donado  de  Salazar,  su  hermano.  Con  toda  esta  gente 
llegó  el  marqués  de  Mondéjar  aquella  noche  al  lugar  del 
Padul,  y  antes  de  entrar  en  él  salieron  los  moriscos  mas 
principales  á  suplicarle  no  permitiese  que  los  soldados 
se  aposentasen  en  sus  casas,  ofreciéndole  bastimentos  y 
leña  para  que  se  entretuviesen  encampana ,  porque  te- 
mían grandemente  las  desórdenes  que  harían;  y  aun- 
que el  Marqués  holgara  de  complacerles,  no  les  pudo 
conceder  lo  que  pedían,  porque  el  tiempo  era  asperísi- 
mo de  frío,  la  gente  no  pagada,  y  acostumbrada  á  poco 
trabajo,  y  se  les  hiciera  muy  de  mal  quedar  de  noche  en 
campaña ;  y  diciendo  á  los  moriscos  que  tuviesen  pa- 
ciencia, porque  sola  una  noche  estaría  allí  el  campo,  y 
que  proveería  como  no  recibiesen  daño,  los  aseguró  de 
manera,  que  tuvieron  por  bien  de  recoger  y  regalar  á 
los  soldados  en  sus  casas  aquella  noche ,  aunque  no  la 
pasaron  toda  en  quietud,  por  lo  que  adelante  diremos. 

CAPITULO  11. 

C(5mo  estando  el  marqués  de  Mondéjar  en  el  Padul,  los  moros 
acometieron  nuestra  gente ,  que  estaba  en  Dúrcal ,  y  fueron  des- 
baratados. 

La  propria  noche  que  el  marqués  de  Mondéjar  llegó 
con  su  campo  al  lugar  del  Padul ,  los  moros  acometie- 
ron el  lugar  de  Dúrcal ,  una  legua  de  allí,  donde  esta- 
ban alojados  el  capitán  Lorenzo  de  Avila  con  las  com- 
pañías de  las  siete  villas  de  la  jurisdicion  de  Grana- 
da,  y  el  capitán  Gonzalo  de  Alcántara  con  cincuenta 
caballos.  No  pudo  séroste  acometimiento  tan  secreto, 
que  dejasen  de  tener  aviso  los  capitanes ,  porque  el  mes- 
mo  día  que  el  marqués  de  Mondéjar  salió  de  Granada, 
los  soldados  de  aquel  presidio  habían  tomado  dos  espías, 
al  uno  de  los  cuales  hallaron  quebrando  los  aderezos  de 
un  molino,  donde  se  molía  el  trigo  para  las  raciones  de 
los  soldados,  y  el  otro  era  un  muchacho  hijo  de  cris- 
tianos, criado  desde  su  niñez  entre  moriscos  y  hecho 
á  sus  mañas ,  que  le  enviaba  Miguel  de  Granada  Xaba , 
capitán  de  los  moros  del  Valle,  á  que  espiase  la  canti- 
dad de  la  gente  que  había  en  aquel  lugar  y  el  recato 
con  que  estaban.  El  espía  que  fué  preso  en  el  molino 
jamás  quiso  confesar,  aunque  le  hicieron  pedazos  en  el 
tormento;  el  muchacho,  á  persuasión  del  doctor  Ojeda, 
vicario  de  Nigüéles,que  era  el  que  le  había  hecho  pren- 
der, entre  ruego  y  amenazas,  vino  á  confesar  y  declarar 
todo  el  hecho  de  la  verdad ,  y  el  efeto  para  que  los  ha- 
bían enviado.  Este  dijo  que  los  de  las  Alhuñuelas  ha- 


bían hecho  reseña  cuando  se  quisieron  alzar,  y  que 
se  habían  hallado  docientos  tiradores  escopeteros  y 
ballesteros  entre  ellos ,  y  trecientos  con  armas  enbas- 
tadas  y  espadas  ;  que  los  moriscos  forasteros  y  monfís 
habían  quemado  la  iglesia ,  y  que  después  se  habían 
arrepentido  los  vecinos ,  viendo  que  los  del  Albaícín  y 
déla  Vega  se  estaban  quedos;  y  que  queriéndose  tornar 
á  sus  casas  por  consejo  del  alguacil,  se  lo  habían  estor- 
vado  otros  de  los  alzados,  dícíéndoles  que  no  era  ya 
tiempo  de  dar  excusas  ni  de  pedir  perdón,  porque  los' 
cristianos  no  les  creerían  ni  se  fiarían  mas  dellos, 
viendo  la  señal  que  habían  dado  ;  y  que  el  alcaide  Xaba 
había  juntado  de  los  lugares  de  órgíba  y  del  Valle,  y 
de  Motril  y  Salobreña  mucha  cantidad  de  moros ,  y  en- 
tre ellos  mas  de  seiscientos  tiradores,  para  ir  á  dar  so- 
bre el  lugar  de  Dúrcal ,  y  que  sin  falta  daría  la  siguiente 
noche  sobre  él.  Con  este  aviso  fué  luego  aquella  tarde 
el  capitán  Lorenzo  de  Avila  al  marqués  de  Mondéjar,  y 
llevó  el  muchacho  consigo;  y  siendo  ya  bien  de  noche, 
se  volvió  á  su  alojamiento  con  cuidado  de  lo  que  podía 
suceder,  y  en  llegando  hizo  echar  bando  que  ningún 
soldado  quedase  desmandado  por  las  casas ;  que  todos 
se  recogiesen  á  la  iglesia ,  donde  estaba  el  cuerpo  de 
guardia.  Reforzó  las  postas  y  centinelas ,  y  puso  otras 
de  nuevo  donde  le  pareció  ser  necesarias ;  y  el  capitán 
Gonzalo  de  Alcántara  apercibió  la  caballería,  que  es- 
taba alojada  en  Margena,  que  es  un  barrio  cerca  de 
Dúrcal,  para  que  en  sintiendo  dar  al  arma,  saliesen  to- 
cando las  trompetas  desde  el  alojamiento  hasta  una 
haza  llana  delante  de  la  plaza  de  la  iglesia;  porque  este 
hombre  experimentado  entendió  el  efeto  que  se  po- 
dría seguir  animando  á  los  soldados  y  desanimando  á 
los  enemigos,  con  ver  que  tocaban  las  trompetas  hacia 
donde  estaba  el  campo  del  marqués  de  Mondéjar,  que 
de  necesidad  habían  de  presumir  que  venía  socorro. 
Andando  pues  los  animosos  capitanes  haciendo  estas 
prevenciones  y  apercibimientos,  el  Xaba,  que  no  dor- 
mía ,  venia  caminando  á  mas  andar  cubierto  con  la  es- 
curidad  de  la  noche ,  y  llegando  cerca  del  lugar,  repar- 
tió seis  mil  hombres  que  traía  en  despartes:  con  los  tres 
mil  fué  en  persona  á  tomar  un  barranco  muy  hondo 
que  se  hace  entre  el  Padul  y  el  barrio  de  Margena ,  por 
donde  había  de  ir  el  socorro  de  nuestro  campo ;  los  otros 
tres  mil  envió  con  otros  capitanes ,  para  que  unos  aco- 
metiesen por  el  camino  que  va  entre  Margena  y  Dúr- 
cal ,  y  otros  por  otra  parte  hacía  la  sierra ,  ordenándo- 
les que  excusasen  todo  lo  que  pudiesen  el  salir  á  lo  lla- 
no, porque  los  caballos  no  se  pudiesen  aprovechar 
dellos.  Desta  manera  llegaron  dos  horas  antes  que  ama- 
neciese con  un  tiempo  asperísimo  de  frío  y  muy  es- 
curo. Nuestras  centinelas  los  sintieron,  aunque  tarde; 
y  tocando  arma,  con  estar  apercebídas,  casi  todos  en- 
traron á  las  vueltas  en  el  lugar,  no  siendo  menor  el 
miedo  de  los  acometedores  que  el  de  los  acometidos. 
Los  capitanes,  que  andaban  á  esta  hora  reí^uiriendo  las 
postas ,  acudieron  luego  á  hacer  resistencia ;  mas  pres- 
to se  hallaron  solos.  Lorenzo  de  Avila  se  opuso  contra 
los  que  venían  á  entrar  de  golpe  por  una  haza  adelante 
con  sola  una  espada  y  una  rodela,  y  los  fué  retirando 
con  muertes  y  heridas  de  muchos  dellos ;  y  siendo  he- 
rido de  saeta,  que  le  atravesó  entrambos  muslos,  fué 
socorrido  y  retirado  á  la  iglesia.  Gonzalo  de  Alcántara 
se  puso  á  la  parte  del  camiao  de  Margena  á  resistir  un 


REBELIÓN  Y  CASTIGO  DE  LOS  MORISCOS  DE  GRANADA. 


pran  golpe  de  enemigos  que  venían  entrando  por  allí; 
y  fué  tanta  la  turbación  de  nuestra  gente  en  aquel  pun- 
to ,  que  ni  bastaban  ruegos  ni  amenazas  para  hacerles 
salir  de  la  iglesia,  como  si  la  aspereza  y  tenebrosidad 
de  la  noche  fuera  mas  favorable  á  los  enemigos  que  á 
ellos;  y  para  castigo  de  semejante  flaqueza  no  dejaré 
de  decir  que  hubo  muchos  que,  soltando  las  armas 
ofensivas,  se  metieron  huyendo  en  la  iglesia ,  tomando 
por  escudo  otros ,  para  que  los  moros  no  los  matasen  á 
ellos  primero ;  ni  menos  callará  mi  pluma  el  valor  de  los 
animosos  capitanes  y  soldados  que  pusieron  el  pecho 
al  enemigo  por  el  bien  común,  acudiendo,  no  todos 
juntos ,  que  hicieran  poco  efeto ,  por  ser  muchas  las 
entradas ,  sino  cada  uno  por  su  parte ,  y  reparando  con 
su  mucho  valor  un  gran  pehgro ;  porque  los  moros,  ha- 
llando aquella  resistencia  y  sintiendo  grande  estruen- 
do de  armas ,  no  creyendo  que  eran  de  la  gente  que  bula, 
sino  de  la  que  se  aparejaba  contra  ellos,  aflojaron  su 
furia,  y  aun  se  comenzaron  á  retirar.  A  este  tiempo  el 
capitán  Alcántara ,  viendo  que  Lorenzo  de  Avila,  herido 
como  estaba ,  procuraba  sacar  la  gente  de  la  iglesia 
animándolos  á  la  pelea ,  con  doce  ó  trece  soldados ,  que 
no  le  siguieron  mas ,  volvió  á  su  puesto ,  porque  los  ene- 
migos ciaban  de  nuevo  carga  por  allí.  Acudiéronle  tam- 
bién ocho  religiosos ,  cuatro  frailes  de  San  Francisco 
y  cuatro  jesuítas,  diciendo  que  querían  morir  por  Je- 
sucristo ,  pues  los  soldados  no  lo  osaban  hacer;  mas  no 
se  lo  consintió ,  rogándoles  de  parte  de  Dios  que  ha- 
ciendo su  oficio,  acudiesen á  esforzar  la  gente  que  es- 
taba á  las  bocas  de  las  calles  que  salían  á  la  plaza,  por- 
que no  las  desamparasen.  Viendo  pues  los  moros  que 
no  eran  seguidos ,  tornaron  á  hacer  su  acometimiento, 
y  adelantándose  uno  con  una  bandera  en  la  mano  ,  lle- 
gó á  reconocer  la  plaza  por  junto  aun  mesón  que  es- 
taba á  la  parte  del  cierzo  ;  y  como  no  vio  gente  por  allí, 
comenzó  á  dar  grandes  voces  en  su  algarabía ,  diciendo 
á  los  compañeros  que  allegasen ,  porque  los  cristianos 
habían  huido.  A  esto  acudió  Gonzalo  de  Alcántara,  y 
emparejando  con  el  moro  de  la  bandera,  le  hirió  con 
la  espada  en  el  hombro  izquierdo ,  y  dio  con  él  muerto 
en  tierra ;  mas  cargando  sobre  él  otros  que  venían  de- 
trás, le  hubieran  muerto,  si  no  fuera  por  las  armas  y 
poruña  adarga  que  llevaba  embrazada,  y  con  todo  eso 
le  dieron  una  estocada  en  el  rostro  y  le  derribaron  de 
espaldas  en  el  suelo,  con  otros  muchos  golpes  que  re- 
cibió sobre  las  armas.  No  le  faltó  en  este  tiempo  el  fa- 
vor de  un  buen  soldado,  llamado  Juan  Ruiz  Cornejo, 
vecino  de  Antequera,  que  le  acudió,  y  no  dio  lugar  á 
que  los  moros  le  acabasen  de  matar;  antes  con  sola  la 
espada  en  la  mano  y  la  capa  revuelta  al  brazo  le  de- 
fendió ,  y  mató  dos  moros  de  los  que  mas  le  aquejaban. 
Levantándose  pues  Gonzalo  de  Alcántara ,  volvió  con 
mayor  saña  á  la  pelea;  y  llegando  á  él  un  fraile  fran- 
cisco con  un  Cristo  crucificado  en  la  mano ,  diciendo- 
le :  «  Ea  hermano ,  veis  aquí  á  Jesucristo ,  que  él  os  fa- 
vorecerá;» estándoselo  mostrando,  y  diciendo  estas  y 
otras  palabras,  le  dio  uno  de  aquellos  herejes  con  una 
piedra  en  la  mano  tan  gran  golpe ,  que  se  lo  derribó  en 
el  suelo.  Creció  tanto  la  ira  á  Gonzalo  de  Alcántara 
viendo  un  tal  hecho ,  que  se  metió  como  un  león  entre 
aquellos  descreídos ,  y  acompañado  de  su  buen  amigo 
Cornejo,  mató  al  moro  que  había  tirado  la  piedra  y 
otros  que  le  quisieron  defender;  y  alzando  el  crucifijo 


221 

del  suelo ,  lo  puso  en  las  manos  del  fraile ,  jurando  por 
aquella  santa  insignia  que  habla  de  pasar  por  la  espada 
aquella  noche  todos  cuantos  herejes  le  viniesen  por  de- 
lante. No  estaba  ocioso  en  este  tiempo  el  capitán  Alon- 
so deContreras,  que  también  estaba  de  presidio  en  este 
lugar  con  una  compañía  de  gente  de  Granada;  mas  no 
le  sucedió  tan  felicemente  como  á  los  demás ,  porque 
defendiendo  la  entrada  de  una  calle ,  fué  herido  de  saela 
con  yerba ,  de  que  murió.  También  nuirió  Cristóbal 
Márquez,  alférez  de  Gonzalo  de  Alcántara,  peleando 
como  esforzado.  Estando  pues  nuestra  gente  en  harto 
aprieto,  y  bien  necesitada  de  ánimo,  si  los  enemigos 
le  tuvieran  para  proseguir  su  empresa,  la  caballería, 
que  había  tardado  en  salir  de  su  alojamiento ,  comenzó 
á  entrar  por  las  calles,  y  no  pudiendo  romper,  porque 
estaban  llenas  de  moros,  salió  lo  mejor  que  pudo  al  cam- 
po tocando  las  trompetas.  Este  aviso  fué  importante  y 
valió  mucho  á  los  nuestros,  porque  el  Xaba,  que  esta- 
ba en  el  barranco  entre  Dúrcal  y  el  Padul,  creyendo 
que  la  caballería  del  campo  del  marqués  de  Mondéjar 
había  pasado  de  la  ol.ra  parte,  ó  que  estaba  alojado  en 
Dúrcal,  comenzó  á  dar  grandes  voces  á  su  gente  di- 
ciendo :  «A  la  sierra ,  á  la  sierra  ;  que  los  caballos  vie- 
nen sobre  nosotros ; »  y  luego  dieron  todos  los  unos 
y  los  otros  vuelta.  A  este  tiempo  habían  sentido  las 
centinelas  del  campo  disparar  arcabuces  en  Dúrcal,  y 
siendo  avisado  dello  Antonio  Moreno,  que  andaba  ron- 
dando, había  dado  noticia  al  marqués  de  Mondéjar;  el 
cual , sospechando  loque  podría  ser  por  la  relación  que 
tenia ,  mandó  recoger  la  gente  á  gran  piesa ,  y  enviando 
delante  á  Gonzalo  Chacón  con  las  lanzas  de  la  compa- 
ñía del  conde  de  Tendilla,  que  estaba  á  su  cargo,  salió 
en  su  seguimiento  con  la  otra  caballería,  dejando  or- 
den á  Antonio  Moreno  y  á  Hernando  de  Oruña ,  que 
servían  de  superintendentes  de  la  infantería,  que  mar- 
chasen á  la  sorda  con  todas  las  compañías  la  vuelta  de 
Dúrcal ;  mas  ya  cuando  el  marqués  de  Mondéjar  llegó 
eran  idos  los  moros ,  y  nuestra  gente  estaba  algo  teme- 
rosa en  la  plaza  de  la  iglesia,  blasonando  de  la  Vitoria 
algunos  que  no  merecían  el  prez  ni  el  premio  della. 
Murieron  aquella  noche  veinte  soldados,  y  hubo  mu- 
chos heridos,  aunque  no  todos  por  mano  de  los  enemi- 
gos ;  antes  se  mataron  y  hirieron  unos  á  otros,  salien- 
do con  la  escuridad  de  la  noche  y  encontrándose  por 
las  calles,  y  estos  eran  de  los  que  se  habían  (juedado 
sin  orden  fuera  del  cuerpo  de  guardia ,  que  no  se  ha- 
bían querido  recoger  á  las  banderas.  Llegado  el  mar- 
qués de  Mondéjar  á  Dúrcal,  agradeció  mucho  á  los  ca- 
pitanes lo  hien  que  lo  habían  hecho ,  y  mandó  llevar 
los  heridos  á  Granada  para  que  fuesen  curados ;  y  para 
aguardar  la  gente  que  le  iba  alcanzando,  y  los  basti- 
mentos y  municiones  que  el  conde  de  Tendilla  enviaba 
de  Granada,  se  detuvo  cuatro  días  en  aquel  alojamien- 
to ,  porque  no  le  pareció  entrar  menos  que  bien  aper- 
cebido  en  la  Alpujarra. 

El  capitán  Xaba  volvió  medio  desbaratado  á  Poqueí- 
ra  con  pérdida  de  decientes  moros;  y  Aben  Hume- 
ya,  que  le  estaba  aguardando  para  tras  de  aquel  efeto 
hacer  otros  mayores ,  viéndole  ir  de  aquella  manera, 
quiso  cortarle  la  cabeza ;  mas  él  se  desculpó ,  diciendo 
que  si  había  retirado  la  gente  habia  sido  porque  en- 
tendió que  la  caballería  del  marqués  de  Mondéjar  ha- 
bia pasado  por  otra  parte  el  barranco  y  tomádole  lo 


222 


LUIS  DEL  MARMOL  CARVAJAL. 


llano;  y  que  lo  que  él  líabia  liecho,  liiciera  cualquier 
hombre  alentado,  oyendo  tocar  lanías  trompetas  Inicia 
la  parte  donde  estaba  el  enemigo.  Y  no  dejaba  de  tener 
alguna  razón  el  moro ,  porque  demás  de  las  trompetas 
de  la  compañía  de  Gonzalo  de  Alcántara,  que  salieron 
de  Margena ,  liabia  mandado  el  marqués  de  Mondéjar 
que  se  adelanlasen  dos  trompetas,  y  fuesen  solas  to- 
cando la  vuelta  de  Dúrcal,  para  que  los  nuestros  enten- 
diesen que  les  iba  socorro ;  y  como  no  liabia  visto  el 
Xaba  pasar  caballos  aquella  tardo,  entendiendo  que  to- 
dos debían  de  estar  alojados  en  Dúrcal,  quiso  retirarse 
con  tiempo  antes  que  le  atajasen ,  porque  los  tres  mil 
hombres  que  tenia  consigo  eran  ruin  gente  y  desar- 
mada, que  solamente  llevaban  hondas  para  tirar  pie- 
dras y  algunas  lanzuelas;  y  si  los  caballos  los  hallaran 
en  tierra  llana,  no  dejaran  hombre  dellos  ávida. 

CAPITaO  IIL 

Cómo  la  grille  de  Almería  salió  á  reconocer  los  moros  que  se 
hablan  puesto  en  Benahaduz,  y  cómo  después  volvió  sobre 
ellos  y  los  desbarató. 

A  gran  priesa  se  juntaban  los  moros  de  la  comarca 
de  la  ciudad  de  Almería  para  ir  á  cercarla;  y  demás  de 
los  que  dijimos  que  se  hablan  puesto  en  Benahaduz, 
habia  ya  oíros  recogidos  en  el  marchal  de  la  Palma, 
cerca  de  allí,  para  juntarse  con  ellos,  cuando  don  (lar- 
cía  de  Villar.iel ,  queriendo  liacfr  el  efeto  de  recono- 
cerlos y  ver  el  í-itio  que  tenían  y  por  dónde  se  les  po- 
dría entrar,  salió  de  Almería  con  cuarenta  soMidos  ar- 
cabuceros y  treinta  caballos,  y  dejando  airas  los  peo- 
nes, se  adelantó  con  la  gente  do  á  cal)aMo;'y  para  haber 
de  hacer  el  reconocimiento  entre  paz  y  guerra,  sin  que 
•sospechase  aquella  gente  tan  conocida  y  vecina  el  in- 
tento que  llevaba,  envió  delante  un  regidor  de  aquella 
ciudad,  llamado  Juan  de  Ponte,  á  que  les  preguntase  la 
causa  de  su  desasosiego,  y  reconociese  qué  gente  era, 
y  la  orden  que  tenían  en  el  asiento  de  su  campo.  El 
regidor  llegó  tan  cerca  de  los  moros,  que  pudo  muy 
bien  preguntarles  lo  que  quiso,  y  con  seguridad,  por  ir 
solo;  y  cuando  le  hubieron  oído,  le  respondieron  sober- 
biamente que  volviese  á  su  capitán  y  le  dijese  que  otro 
día  de  mañana,  cuando  tuviesen  puestas  sus  banderas 
en  la  plaza  de  Almería ,  le  darían  razón  de  lo  que  de- 
seaba saber.  Y  como  les  tornase  á  replicar,  aconseján- 
doles que  dejasen  las  armas  y  se  redujesen  al  servicio 
de  su  majestad,  que  era  lo  que  mas  les  convenia,  algu- 
nos dellos  le  comenzaron  á  deshonrar,  llamándole  perro 
judío,  y  diciéndole  que  ya  era  todo  el  reino  de  Grana- 
da de  moros,  y  que  no  liabia  mas  que  Dios  y  Malioma. 
Con  esto  volvió  Juan  de  Ponte  al  capitán,  el  cual  tornó 
A  enviarles  otro  recaudo  con  el  maestrescuela  don 
Alonso  Marín ,  á  quien  los  moriscos  de  aquella  tierra 
tenían  mucho  respeto ;  el  cual  llamó  algunos  conoci- 
dos, y  les  rogó  que  dejasen  el  camino  de  perdición  que 
llevaban.  Y  viendo  que  era  tiempo  perdido  aconsejar- 
les bien,  se  retiró,  y  don  García  de  ViÜaroel  se  les 
fué  acercando  lo  mas  que  pudo  en  son  de  guerra,  para 
ver  qué  tiradores  tenían ;  y  como  no  tirasen  mas  que 
con  un  mosquete  y  dos  ó  tres  escopetas,  entendi(^ue 
se  podría  hacer  el  efeto  antes  que  se  juntasen  mís  de 
los  que  allí  estaban,  especialmente  cuando  hubo  reco- 
nocido el  sitio  que  tenían ,  que ,  aunque  era  fuerte,  su 
mesma  fortaleza  mostraba  ser  favorable  á  nuestra  gen- 


te ;  porque  si  la  aspereza  de  una  penda,  por  donde  se 
habia  de  subir,  impedia  el  poder  llegar  de  golpe  á  los 
enemigos,  esa  mesma  era  defensa  para  que  tampoco 
ellos  pudiesen  bajar  juntos  ádar  en  los  cristianos.  So- 
bre la  mano  derecha  habia  otra  entrada,  por  donde  so 
les  podia  también  entrar,  hacia  un  cerro  que  estaba 
junto  al  de  Benahaduz ,  lugar  áspero  para  hollar  con 
caballos,  y  no  muy  fácil  para  gente  de  á  pié.  Callando 
pues  su  concepto,  y  diciendo  á  los  moros  que  en  la  ciu- 
dad los  aguardaba,  aunque  los  tenia  por  tan  ruin  gen- 
te que  no  cumplirían  su  palabra,  se  volvió  aquel  dia  á 
Almería,  donde  halló  que  le  aguardaban  con  cuidado 
de  saber  lo  que  se  habia  hecho;  que  cierto  le  tenían  to- 
dos muy  grande,  por  ser  poca  gente  la  que  habia  lle- 
vado consigo.  Deste  reconocimiento  llevó  don  García 
de  Villaroel  determinado  de  dar  á  los  moros  una  en- 
camisada la  mesma  noche  al  cuarto  del  alba;  y  no  S3 
osando  declarar,  según  lo  que  nos  certificó,  temiendo 
que  la  justicia  y  regimiento  lo  contradiría  por  el  peli- 
gro de  la  ciudad ,  si  por  caso  le  sucediese  alguna  des- 
gracia, para  tener  ocasión  de  poder  salir  sin  que  se 
entendiese  su  desinio,  dejó  una  espía  fuera  de  la  mu- 
ralla entre  las  huertas  con  orden  que  á  media  noche 
hiciese  una  almenara  de  fuego,  para  que  viéndola  las 
centinelas  de  la  ciudad,  tocasen  arma.  Sucedió  la  oca- 
sión y  el  efeto  conforme  con  su  deseo;  porque  en  vien- 
do la  almenara ,  toda  la  ciudad  se  puso  en  arma ,  y 
acudiendo  también  él  al  rebato,  reforzó  los  cuerpos  de 
guardia ;  y  siendo  ya  después  de  media  noche,  dijo  que 
quería  salir  á  ver  qué  rebato  había  sido  aquel,  y  si  an- 
daban moros  en  las  huertas.  Y  mandando  á  los  solda- 
dos que  saliesen  con  las  camisas  vestidas  sobre  las  ro- 
pas ,  para  que  en  la  oscuridad  de  la  noche  se  conocie- 
sen, partió  de  Almería  dos  horas  antes  del  dia  con  cien- 
to cuarenta  y  cinco  arcabuceros  de  á  pié  y  treinta  y 
cinco  caballos,  y  entre  ellos  algunos  caballeros  y  gen- 
te noble;  y  andando  un  rato  cruzando  de  una  parte  á 
otra,  por  desviarse  de  las  huertas  y  de  los  lugares  don- 
de le  pareció  que  los  enemigos  podrían  tener  alcruna 
espía  ó  centinela,  se  arrimó  hacia  el  rio,  y  cuando  vio 
que  ya  era  tiempo  paró  el  caballo  ,  y  haciendo  alto ,  es- 
tando toda  la  gente  junta,  les  declaró  la  determinación 
que  llevaba,  la  causa  porque  lo  había  tenido  secreto,  la 
importancia  que  seria  desbaratar  los  moros  que  esta- 
ban en  Benahaduz  antes  que  se  juntasen  con  ellos  los 
del  Marchal  de  la  Palma  y  otros ,  que  no  podrían  dejar 
de  ser  muchos;  diciendo  que  él  habia  reconocido  los 
enemigos,  gente  desarmada  y  harto  menos  de  la  que  se 
presumía ;  que  el  sitio  donde  estaban  les  era  mas  per- 
judicial que  favorable ,  y  que  haciendo  lo  que  debían, 
con  el  favor  de  Dios  fuesen  ciertos  que  temían  vitoría, 
en  la  cual  consistía  el  remedio  y  seguridad  de  los  veci- 
nos de  Almería,  y  los  que  allí  estaban  serían  aprove- 
chados de  los  despojos  de  los  moros  en  premio  de  su 
virtud.  No  fué  pequeño  el  contento  que  recibió  nuestra 
gente  cuando  supo  el  efeto  á  que  iban,  y  loando  mu- 
cho aquel  consejo,  movieron  todos  alegremente  la  vuel- 
ta de  Benahaduz.  En  el  camino  prendieron  tres  moris- 
cos, de  quien  supieron  como  estaban  todavía  los  mo- 
ros donde  los  habían  dejado  :  esto  les  hizo  alargar  el 
paso ,  y  llegando  ya  cerca ,  se  repartió  la  gente  en  dos 
partes.  Julián  de  Pereda ,  alférez  de  la  infantería ,  con 
cien  arcabuceros  se  apartó  por  uHa  vereda  encubierta 


REBELIÓN  Y  CASTIGO  DE  LOS  MORISCOS  DE  GRANADA. 


223 


sobre  la  mano  dereclia  ,  y  se  puso  en  el  cerro  que  esUi 
junto  con  el  de  Benahaduz,  donde  estaban  los  enemi- 
gos alojados,  y  llevó  orden  que  en  sintiendo  disparar  la 
arcabucería,  que  pelearla  por  frente,  saliese  impetuo- 
samente y  les  diese  Santiago",  y  el  capitán  con  el  resto 
de  la  gente,  llevando  los  arcabuceros  delante  y  la  ca- 
ballería de  retaguardia ,  se  fué  acercando  al  enemigo 
por  el  camino  derecbo,  y  llegó  á  descubrir  su  aloja- 
miento cuando  ya  esclarecía  el  alba.  A  este  tiempo  las 
centinelas  de  los  moros  hablan  ya  descubierto  el  bulto 
de  los  soldados  que  llevaba  Pereda,  y  como  iban  bajos 
y  encamisados,  y  no  se  recelaban  de  cristianos  que  acu- 
diesen por  aquella  parte,  juzgaron  ser  ganado  oveju- 
no que  traían  algunos  moros  para  provisión  del  cam- 
po, y  con  esto  se  aseguraron,  hasta  que  vieron  venir  ca- 
ballos por  la  otra  parle.  Entonces  comenzaron  á  dar 
voces  y  á  tocar  los  atabalejos  á  gran  priesa,  y  se  pusie- 
ron lodos  en  arma,  aunque  confusos,  como  gente  mal 
prática,  que  no  sabían  cuál  les  sería  mejor ,  salir  á  pe- 
lear ó  defenderse.  Dejando  pues  don  García  de  Villa- 
roél  la  caballería  atrás,  como  un  tiro  de  honda  fuera 
de  un  arboleda  que  llegaba  hasta  el  proprio  cerro ,  cu- 
yas ramas  impedían  el  efeto  de  las  saetas  y  piedras  que 
tiraban  de  arriba,  metió  la  infantería  por  debajo  de  los 
árboles ,  y  se  fué  mejorando  hasta  ponerla  detrás  de 
un4S  tapias,  cerca  del  vallado  de  una  acequia  y  de  una 
pena  tajada  que  había  hacia  aquella  parte ,  donde  se 
tomaba  una  angosta  senda,  la  cual  estorbaba  también 
á  los  moros  poder  bajar  de  golpe  á  hacer  acometimien- 
to. Y  cmndo  le  pareció  que  Julián  de  Pereda  habría 
llegado  á  su  puesto,  sin  aguardar  mas,  mandó  que 
los  arcabuceros  disparasen  por  su  orden  ,  dando  una 
carga  tras  de  otra.  Solas  dos  cargas  habían  dado,  y  en- 
tonces comenzaba  la  tercera,  cuando  los  cien  soldados 
hicieron  animoso  acometimiento  por  su  parte;  y  como 
don  García  de  Villaroel  oyó  el  estruendo  de  los  arca- 
buces, hizo  que  los  peones  subiesen  por  el  cerro  arriba, 
siguiéndolos  la  gente  de  á  caballo ,  y  pasaron  por  una 
puentecilla  harto  angosta,  que  estaba  sobre  el  acequia. 
Al  principio  mostraron  los  moros  ánimo  y  hicieron  al- 
guna resistencia ;  mas  cuando  vieron  la  otra  arcabu- 
cería á  las  espaldas,  creyendo  que  matas,  árboles  y  pie- 
dras lodo  era  cristianos ,  como  suele  acaecer  á  los  tí- 
midos, luego  desmayaron.  No  faltó  ánimo  en  este  pun- 
to á  Brahem  el  Caéis ,  el  cual  hacia  á  un  tiempo  oficio 
de  capitán  y  de  soldado,  peleando  por  su  persona,  y  es- 
forzando su  gente  con  ruegos  y  con  amenazas ;  y  cuan- 
do vio  que  todo  le  aprovechaba  poco,  apeándose  del 
caballo ,  con  unaJanza  en  la  mano  se  metió  entre  los 
cristianos,  y  hizo  tales  cosas,  que  algunos  le  volvieron 
las  espaldas;  mas  yendo  tras  de  un  soldado  que  le  huía, 
otro  mas  animoso  le  salió  de  través ,  y  le  dio  un  arca- 
buzazo  y  le  mató.  Con  la  muerte  de  su  capitán,  los  po- 
cos moros  que  hacían  armas  acabaron  de  desbaratarse, 
poniendo  mas  confianza  en  los  pies  que  en  las  manos, 
y  nuestra  gente  los  siguió,  y  fueron  muertos  los  que 
pudieron  alcanzar,  sin  tomar  hombre  á  vida ;  solos  sie- 
te moros  fueron  presos ,  que  se  quedaron  metidos  en 
una  cueva  en  su  alojamiento ,  y  los  hallaron  unos  sol- 
dados escondidos.  De  nuestra  parte  hubo  un  solo  es- 
cudero herido  y  dos  caballos  muertos.  Perdieron  los 
moros  todas  sus  banderas,  con  las  cuales  y  ct«i  la  ca- 
beza de  Brahem  el  Cacís,  en  cuyo  lugar  sucedió  Diego 


Pérez  el  Gorri ,  volvió  don  García  do  Villaroel  aquel 
día  á  la  ciudad  de  Almería,  donde  fué  alegremente  rc- 
cebido  del  Obispo  y  de  toda  la  clerecía,  y  del  común, 
chicos  y  grandes,  dando  gracias  al  Omnipotente  por 
tan  buen  suceso,  mediante  el  cual  los  moros  perdieron 
la  esperanza  que  tenian ,  y  se  abrió  el  camino  á  otros 
muchos  y  buenos  efetos.  Y  bien  considerado,  Brahem 
el  Cacis  cumplió  su  palabra,  pues  su  cabeza  y  sus  ban- 
deras se  vieron  en  la  plaza  de  Almería  cuando  él  dijo.  Se- 
ñaláronse este  día  don  Luis  de  Rojas  Narvaez,  arcediano 
de  aquella  santa  iglesia,  el  dotor  don  Diego  Marín, 
maestreescuela,  el  racionero  Paredes,  don  Alonso  Ha- 
biz  Venegas,  Pedro  Martin  de  Aldana,  Juan  de  Aponte, 
Francisco  de  Bolvís ,  y  otros  muchos  escuderos  y  sol- 
dados particulares.  Este  don  Alonso  Habiz  Venegas  era 
regidor  de  Almería  y  de  los  naturales  del  reino,  aun- 
que bien  diferente  dellos  en  su  trato  y  costumbres,  y  los 
moriscos  le  estimaban  mucho,  por  ser  fama  que  venia 
del  linaje  de  los  reyes  moros  de  Granada;  y  deseando 
hacerle  rey  en  este  rebelión ,  le  había  escrito  Mateo  el 
Rami  sobre  ello,  rogándole  de  su  parte  que  lo  acepta- 
se ;  el  cual  tomó  la  carta  y  la  llevó  al  ayuntamiento  de 
la  ciudad,  y  la  leyó  á  la  justicia  y  regidores,  diciéndo- 
les  que  no  dejaba  de  ser  grande  tentación  la  del  reinar. 
Y  de  allí  adelante  vivió  siempre  enfermo,  aunque  leal 
servidor  de  su  majestad ,  procurando  enriquecer  mas 
su  fama  con  esfuerzo  y  virtud  propria  que  con  cudicia 
y  nombre  de  tirano.  Súpose  después  de  aquellos  siele 
moros  que  llevaron  presos ,  todo  el  intento  que  tenian 
de  ocupar  la  ciudad  de  Almería,  y  otras  muchas  cosas 
que  confesaron  en  el  tormento;  y  al  fin  se  les  dio  la  so- 
ga que  andaban  buscando,  mandándolos  ahorcar  de  las 
almonas* de  la  ciudad.  Volvamos  al  mnrqués  de  Mondé- 
jar,  que  dejamos  alojndo  en  Dúrcal. 

CAPITULO  IV. 

Cómo  se  fué  engrosando  e!  campo  del  marqués  de  Mondéjar, 
y  cómo  los  moros  de  las  Albuüuclas  se  redujeron. 

En  este  tiempo  iba  juntándose  la  gente  de  las  ciuda- 
des del  Andalucía  en  Granada ;  y  estando  el  marqués  de 
Mondéjar  en  el  alojamiento  de  Dúrcal,  llegó  don  Ro- 
drigo de  Vivero,  corregidor  de  Ubeda  y  Baeza,  con  la 
gente  de  aquellas  dos  ciudades.  Iban  de  Ubeda  tres  com- 
pníiías  de  á  trecientos  infantes  y  dos  estandartes  de  á 
setenta  y  cinco  caballos.  De  Baeza  eran  novecientos  y 
ochenta  infantes  en  cuatro  compañías  y  cuatro  estan- 
dartes de  cada  treinta  caballos,  toda  gente  lucida  y  bien 
arreada  á  punto  de  guerra,  que  cierto  representaban  la 
pompa  y  nobleza  de  sus  ciudades  y  el  valor  y  destreza 
desús  personas,  ejercitados  en  las  guerras  externas  y 
civiles.  Los  capitanes  eran  todos  caballeros,  veinticua- 
tros y  regidores;  la  infantería  de  Ubeda  gobernaban 
don  Antonio  Porcel ,  don  Garcí  Fernandez  Manrique  y 
Francisco  de  Molina;  y  la  caballería  don  Gil  de  Valen- 
cia y  Francisco  Vola  de  los  Cobos.  De  la  infantería  do 
Baeza  eran  capitanes  Pedro  Mejía  de  Benavides,  Juan 
Ochoa  de  Navarrete,  Antonio  Flores  de  Benavides  y 
Baltasar  de  Aranda,  que  llevaba  la  compañía  de  los  ba- 
llesteros que  llaman  de  Santiago.  De  los  caballos  eran 
capitanes  Juan  de  Carvajal,  Rodrigo  de  Mendoza,  Juan 
Galeote  y  Martín  Noguera,  y  por  cabo  Diego  Vázquez 
de  Acuña,  alférez  mayor,  con  el  pendón  de  la  ciudad. 
De  toda  esta  gente  que  hemos  dicho ,  volvieron  á  Gra- 


224 


LUIS  DEL  MARMOL  CARVAJAL. 


nada  laf5  cuatro  compañías  de  caballos  de  Baeza  y  la  de 
Francisco  de  Molina  de  Ubeda,  porque  el  conde  deTen- 
dlüa,  que  liacia  oficio  de  capitán  general  en  lugar  del 
Marqués  su  padre ,  las  pidió  para  guardia  de  la  ciudad 
mientras  llegaba  otra  gente  :  todas  las  demás  pasaron 
al  campo,  y  con  ellas  mas  de  sesenta  caballeros  aventu- 
reros de  los  principales  de  aquellas  ciudades ,  que  sir- 
vieron á  su  costa  toda  aquella  jornada  ,  basta  que  el 
marqués  de  Mondéjar  les  mandó  volver  á  sus  casas. 
Viendo  pues  los  moriscos  de  las  Albuñuelas  que  nues- 
tro campo  se  iba  engrosando,  y  por  ventura  temiendo 
no  descargase  la  primera  furia  en  ellos ,  acordaron  de 
aplacar  al  marqués  de  Mondéjar  con  bumildad.  Esta 
embajada  llevó  Bartolomé  de  Santa  María  el  alguacil, 
que  dijimos  que  les  aconsejaba  que  no  se  alzasen;  el 
cual,  siendo  acepto  y  muy  servidor  del  Marqués,  vino 
por  su  mandado  á  tratar  con  él  este  negocio,  y  le  su- 
plicó admitiese  aquellos  vecinos  debajo  la  protección 
y  amparo  real,  y  los  perdonase,  certificándole  que  si  se 
habían  alzado  no  habia  sido  con  su  voluntad,  sino  for- 
zados á  ello  por  los  monfís  y  moros  forasteros,  y  que 
todos  estaban  con  pena  y  les  pesaba  de  lo  hecho.  El 
Marqués,  que  deseaba  asegurar  las  espaldas  antes  de 
pasar  adelante ,  holgó  de  admitirlos,  y  mandó  que  les 
dijese  de  su  parte  que  se  quietasen,  y  volviendo  á  sus 
casas,  procurasen  conservarse  en  lealtad,  noreceptando 
los  malos  entre  ellos:  y  que  le  avisasen  de  todo  lo  que 
les  ocurriese,  porque  haciendo  lo  que  debían  como  bue- 
nos vasallos  de  su  majestad ,  los  favorecería  y  no  con- 
sentiría que  se  les  hiciese  agravio.  Luego  se  volvieron 
los  moriscos  al  lugar,  y  el  alguacil  envió  por  su  bene- 
ficiado ,  que  aun  estaba  en  el  Padul ,  para  que  asistiese 
en  su  iglesia  y  les  dijese  misa;  mas  él  paró  poco  entre 
gente  tan  liviana,  que  ya  se  habían  comenzado  á  des- 
vergonzar,  y  tanto  mas  viendo  que  les  reprehendia  ha- 
ber puesto  las  manos  en  las  cosas  sagradas.  Finalmen- 
te, no  se  teniendo  por  seguro,  quiso  volverse  al  Padul,  y 
el  alguacil  le  dio  escolta  de  amigos  que  le  acompaña- 
ron. Este  morisco  anduvo  siempre  bien  con  los  cristia- 
nos, y  cuando  después  se  puso  gente  de  guerra  en  el 
Padul,  hizo  con  los  moriscos  de  su  lugar  que  llevasen 
cada  semana  veinte  cargas  de  pan  amasado  de  contri- 
bución, para  que  comiesen  los  soldados,  y  dio  avisos 
imporlantesycíertos  de  lo  que  losmoros  trataban;  mas 
nunca  pudo  conservar  el  pueblo  en  lealtad,  y  no  fué 
merecedor  de  la  muerte  que  después  se  le  dio  ni  del 
captiverio  de  su  familia,  si  en  alguna  manera  no  lo  cau- 
saran nuestros  soldados  furiosos,  teniendo  poco  respeto 
&  estos  servicios ,  como  se  dirá  en  la  destruicion  que 
don  Antonio  de  Luna  hizo  en  este  lugar.  Digamos  loque 
en  este  tiempo  hacia  el  marqués  de  los  Vélez. 

CAPITULO  V. 

Cómo  el  marqués  de  los  Vélez,  por  los  avisos  que  tuvo,  juntó 
cantidad  de  gente  y  entró  en  el  reino  de  Granada  á  oprimir  los 
rebeldes. 

El  aviso  que  el  presidente  don  Pedro  de  Deza  envió, 
la  necesidad  y  peligro  grande  que  representaban  las 
ciudades  de  Almería,  Baza  y  Guadix,  que  todas  pedían 
socorro,  fueron  causa  que  el  marqués  de  los  Vélez  apre- 
surase su  partida  antes  de  llegarle  orden  de  su  majes- 
tad para  poder  entrar  con  campo  formado  en  el  reino 
de  Granada,  ateniéndose  á  lo  que  dice  una  ley  tercera, 


título  diez  y  nueve  de  la  Segunda  Partida,  que  deben 
hacer  los  vasallos  por  sus  reyes  en  casos  de  rebelión ,  y 
aun  queriendo  satisfacer  á  la  no  vana  opinión  de  quien 
había  hecho  elección  y  confianza  de  su  persona  para 
negocio  tan  grave  y  de  tanto  peso.  Viendo  pues  que  la 
gente  ordinaria  de  su  casa  sería  poca,  y  que  podría  ha- 
cer poco  efeto  con  ella,  según  iban  las  cosas  encamina- 
das, y  que  seria  menester  tiempo  para  recogerla  dd 
reino  de  Murcia,  envió  á  llamar  á  gran  priesa  á  sus  ami- 
gos y  vasallos  y  avisó  á  algunos  pueblos  comarcanos  á 
la  raya  que  le  acudiesen.  A  don  Juan  Fajardo,  su  her- 
mano, envió  á  Lorca ,  y  mientras  venía  con  la  gente  de 
aquella  ciudad ,  atreviéndose  á  su  hacienda ,  pues  no 
tenía  orden  de  gastar  de  la  de  su  majestad,  proveyó 
Ixistimentos  y  municiones  y  todas  las  cosas  necesarias. 
Acudióle  la  gente  con  tanta  presteza,  que  á  2  días  del 
mes  de  enero  tenía  ya  en  su  villa  de  Vélez  el  Blanco  dos 
mil  y  quinientos  infantes  y  trecientos  caballos.  De 
Lorca  vinieron  mil  y  quinientos  hombres  de  á  pié  y 
ciento  de  á  caballo  muy  bien  en  orden ,  como  lo  suelen 
siempre  estar  los  de  aquella  ciudad.  Capitanes  desla 
gente  eran  Juan  Mateo  de  Guevara ,  Pedro  Hélices , 
Alonso  del  Castillo,  Martin  de  Loríta  y  Luis  Ponce.  De 
Caravaca  vinieron  los  capitanes  Andrés  de  Mora,  Her- 
nando de  Mora  y  Pedro  Martínez,  con  trecientos  infan- 
tes y  veinte  caballos ;  de  Moratalla,  Juan  López,  con 
docientos infantes  y  treinta  caballos;  de  Hellín, Pablo 
Pinero ,  con  ciento  y  cincuenta  infantes  y  quince  caba- 
llos; de  Zehegín  ,  Francisco  Fajardo,  con  docientos  y 
cincuenta  infantes  y  veinte  caballos;  de  Muía,  Diego 
Melgarejo,  con  docientos  infantes.  Con  esta  gente  es- 
cogida y  voluntaria  y  la  que  salió  de  los  Vélez  Blanco  y 
Rubio  y  de  Librilla  y  Alhama  con  el  capitán  Hernando 
de  León,  partió  el  marqués  de  los  Vélez  á  4  días  del 
mes  de  enero  de  1569  años,  dejando  apercebídos  los 
otros  lugares  de  aquel  reino  para  que  le  siguiesen ,  y 
fué  á  poner  aquella  noche  su  campo  en  la  casa  del  Mar- 
gen, donde  llaman  la  Boca  Oria.  En  el  camino  le  al- 
canzaron este  día  Jaime  Prado  y  otros  caballeros  de 
Orihuela,  ciudad  del  reino  de  Valencia,  que  venían  á 
hallarse  con  él  en  la  jornada.  Allí  llegó  un  correo  del 
presidente  don  Pedro  de  Deza,  con  cartas  en  que  le  de- 
cía que  había  sido  muy  buena  prevención  la  que  habia 
hecho,  y  que  recogiendo  la  mas  gente  que  pudiese, 
procurase  entretenerla  á  costa  de  los  pueblos ,  como  se 
hacía  en  los  lugares  de  la  Andalucía,  mientras  venía  la 
orden  que  se  aguardaba  de  su  majestad ;  mas  el  mar- 
qués délos  Vélez,  viendo  cuan  mal  la  podía  sustentar  de 
aquella  manera,  y  que  había  de  ser  á  su  costa,  tomando 
por  achaque  los  avisos  que  de  hora  en  hora  tenía ,  y 
juzgando  que  ningún  servicio  mayor  se  podría  hacer 
en  aquella  coyuntura  á  su  majestad  que  socorrer  á  la 
necesidad  presente,  sin  aguardar  mas  orden,  partió 
luego  otro  día  con  determinación  de  dar  socorro  y  calor 
á  lacíudad  de  Almería,  porque  no  sabia  él  la  rotadeBe- 
nahaduz,  aunque  algunos  creyeron  haberse  dado  tanta 
priesa  para  que  cuando  llegase  la  orden  le  tomase  dentro 
del  reino  de  Granada.  Y  como  después  tu  viese  nueva  del 
desbarate  de  aquellos  moros ,  viendo  que  la  ciudad  es- 
taba sin  peligro,  quiso  ir  sobre  el  castillo  de  Jergal ;  y 
tomando  lo  alto  de  aquel  valle ,  se  fué  á  alojar  aquella 
noche  al  lugar  de  Ulula,  que  es  en  el  rio  de  Almanzora. 
Allí  llegó  al  campo  don  Juan  Enriquez  el  de  Baza  con 


REBELIÓN  Y  CASTIGO  DE  LOS  MORISCOS  DE  GRANADA. 


cien  hombres  entre  caballos  y  peones.- Otro  dia  de  ma- 
ñana, partiendo  de  aquel  alojamiento,  atravesó  por  en- 
cima de  la  sierra  de  Filábres  con  un  tiempo  asperí- 
simo de  frió ,  agua  y  viento  cierzo,  que  traspasaba  los 
hombres  y  los  caballos,  y  caminando  siete  leguas  por 
veredas  de  sierras  ásperas  y  fragosas,  fué  á  alojarse  á  la 
villa  de  Tavernas,  donde  se  detuvo  hasta  i3  diasdel 
mes  de  enero,  así  para  que  la  gente  descansase,  como, 
según  él  nos  dijo,  para  aguardar  orden  de  su  majestad 
y  las  compañías  que  habían  de  venir  del  reino  de  Mur- 
cia. No  dejó  de  ser  importante  su  estada  en  aquel  lugar, 
porque  los  moros  de  la  comarca  mientras  allí  estuvo 
no  se  osaron  levantar,  como  lo  hicieron  después.  Esta 
entrada  del  marqués  de  los  Vélez  en  el  reino  de  Gra- 
nada no  fué  bien  recebida,  especialmente  de  los  que  le 
tenían  poca  afición ,  aunque  el  vulgo  y  los  que  estaban 
ofendidos  de  los  moros  se  alegraron  con  ella,  enten- 
diendo que  lo  había  de  llevar  todo  por  el  rigor  de  la  es- 
pada y  no  reducir  los  lugares  alzados,  como  lo  hacia  el 
marqués  de  Mondéjar.  De  aquí  nacieron  diferentes  opi- 
niones éntrela  gente  noble,  atribuyéndoselo  unos  á  mal 
y  otros á  servicio  muy  señalado.  Esta  competencia  duró 
mientras  duró  la  guerra,  que  cuando  unos  se  alegraban 
otros  se  entristecían,  y  por  el  contrario,  según  los  su- 
cesos destos  dos  generales,  aumentando  ó  diminuyen- 
do sus  hechos,  cOmo  acaece  donde  envidia  ó  enemis- 
tad reinan ;  y  lo  peor  era  que  las  relaciones  iban  á  su 
majestad  y  á  los  de  su  real  consejo  tan  diferentes,  que 
causaban  confusión  en  las  resoluciones  que  se  habían 
de  tomar. 

CAPITULO  VI. 

Cómo  los  moros  del  marquesado  del  Cénete  cercaron  la  fortaleza 
de  la  Calahorra,  y  Pedro  Arias  de  Avila  la  socorrió. 

Habiendo  entregado  Juan  de  la  Torre  las  moriscas 
que  tenia  en  la  fortaleza  de  la  Calahorra  á  sus  maridos, 
padres  y  hermanos,  como  queda  dicho,  el  día  de  los  Re- 
yes se  juntaron  muchos  monfís  y  moros  de  la  Alpujarra 
con  los  del  marquesado  del  Cénete,  y  con  veinte  y  seis 
banderas  tendidas  y  muchos  escopeteros  bajaron  de  la 
sierra,  y  dando  grandes  alaridos,  entraron  qu  el  lugar  de 
la  Calahorra,  y  sin  hallar  resistencia,  pusieron  en  liber- 
tada los  monfís  que  el  alcalde  Molina  de  Mosquera  te- 
nia presos,  y  cercaron  la  fortaleza  con  mas  de  tres  mil 
hombres,  y  sin  perder  tiempo  comenzaron  á  combatir- 
la, y  pasaron  tan  adelante,  que  horadando  unas  paredes 
del  rebellín,  entraron  animosamente  por  ellas,  y  se  lle- 
varon el  ganado  y  los  bagajes  que  allí  había  sin  que  los 
cristianos  se  lo  pudiesen  defender  Este  cerco  duró  tres 
días  peleando  siempre,  aunque  desde  lejos,  con  los  ar- 
cabuces y  escopetas.  Y  el  alcaide  Juan  de  la  Torre  en 
este  tiempo  mandó  hacer  ahumadas  de  dia,  y  de  noche 
almenaras,  y  tiró  algunas  piezas  de  artillería  para  que 
la  ciudad  de  Guadix,  que  está  tres  leguas  de  allí  el  rio 
abajo,  le  socorriese.  La  ciudad  lo  entendió  luego,  y  se 
juntó  para  tratar  del  socorro ;  y  aunque  hubo  diferen- 
tes pareceres  en  el  cabildo,  Pedro  Arias  de  Avila,  que  era 
corregidor,  se  arrimó  á  los  mas  animosos,  y  con  tre- 
cientos infantes  y  sesenta  caballos  que  pudo  juntar,  y  los 
caballeros  y  ciudadanos  nobles,  de  que  siempre  estuvo 
adornada  aquella  ciudad,  con  mas  ánimo  que  fuerzas,  por 
ser  tan  pocos  en  comparación  de  los  enemigos,  partió  de 
Guadix  á  8  días  del  mes  de  enero,  y  el  mesmo  diallegó 
H-i. 


225 

á  la  Calahorra.  Por  otra  parte,  los  moros,  viendo  ir  el 
socorro,  dejaron  atrás  sus  estancias,  y  haciéndose  to- 
dos un  tropel ,  salieron  al  encuentro  en  el  cuchillo  de 
un  cerro  donde  está  puesta  la  fortaleza,  para  defender 
á  los  nuestros  la  entrada  de  aquel  camino  que  traían; 
lugar  á  su  parecer  seguro  por  ser  áspero  y  no  poderle 
hollar  caballos ;  mas  no  lo  era,  por  tener  á  las  espaldas 
un  torreón  de  la  fortaleza ,  de  donde  los  descubrían  y 
tiraban  con  los  arcabuces  y  con  algunos  esmeriles.  Allí 
aguardaron  que  llegase  la  gente  de  la  ciudad,  y  mien- 
tras los  arcabuceros  peleaban  con  los  de  la  vanguardia, 
los  que  estaban  descubiertos  á  la  ofensa  de  la  torre 
desampararon  el  sitio  que  tenían,  y  desordenándoselos 
unos  y  los  otros,  como  gente  mal  plática,  dieron  todos 
confusamente  á  huir  la  vuelta  de  la  sierra,  por  donde  los 
caballos  no  los  pudiesen  seguir.  Un  golpe  dellos  entró 
por  el  lugar,  y  poniendo  fuego  á  las  casas,  quemaron  la 
iglesia ;  otros  se  acogieron  á  una  sierra  que  está  fron- 
tero de  la  fortaleza  á  la  parte  de  la  Alpujarra,  y  se  pu- 
sieron encobro,  no  sinmucho  daño,  porque  los  caballos 
y  algunos  soldados  que  pudieron  seguirlos  mataron  mas 
de  ciento  y  cincuenta  inoros,  y  hirieron  muchos  mas. 
Con  esta  vitoria  quedó  la  fortaleza  descercada ,  y  Pedro 
Arias  de  Avila  volvió  alegre  y  vitorioso  á  Guadix,  don- 
de fué  muy  bien  recebido;  y  por  si  los  moros  tornasen 
á  cercar  la  fortaleza,  dejó  dentro  al  capitán  Mellado  con 
algunos  arcabuceros  y  cantidad  de  municioQ. 

CAPITULO  VIL 

De  las  diligencias  que  el  conde  de  Tendilla  hizo  para  proveer 
de  bastimentos  el  campo  del  Marques  su  padre. 

Luego  como  el  marqués  de  Mondéjar  partió  de  Gra- 
nada, el  conde  de  Tendilla,  á  cuyo  cargo  había  quedado 
la  provisión  de  las  cosas  de  la  guerra,  envió  á  las  villas 
de  la  jurísdícion  de  aquella  ciudad  por  quinientos  hom- 
bres de  guerra,  y  los  metió  en  la  fortaleza  de  la  Alham- 
bra,  porque  había  poca  gente  dentro;  y  para  que  el 
campo  estuviese  bien  proveído  de  bastimentos ,  demás 
de  los  que  iban  con  las  escoltas  ordinarias,  proveyó  dos 
cosas  importantes  y  muy  necesarias.  Repartió  los  luga- 
res de  la  Vega  en  siete  partidos,  y  mandóles  que  cada 
uno  tuviese  cuidado  de  llevar  diez  mil  panes  amasados 
de  á  dos  Hbras  al  campo  el  dia  que  le  tocase  de  la  se- 
mana, y  que  los  vendiesen  á  como  pudiesen,  sin  que  se 
les  pusiese  tasa  en  el  precio,  por  manera  que  acu- 
diendo cada  día  diez  mil  panes  al  campo ,  estaba  sufi- 
cientemente proveído.  La  otra  fué  mandar  llamar  á  to- 
dos los  regatones  de  la  ciudad  que  trataban  en  cosas  de 
bastimentos,  y  juntándose  mas  de  ciento  dellos,  les 
mandó  que  según  el  trato  de  cada  uno  llevasen  al  campo 
tocino,  queso,  pescado,  vino  y  legumbres,  y  otras  cosas 
de  provisión,  y  para  que  con  mas  voluntad  lo  hiciesen, 
hizo  prestarles  seis  mil  ducados  por  cuatro  meses,  y  les 
dio  licencia  para  que  pudiesen  traer  de  retorno  lo  que 
les  pareciese ,  sin  que  incurriesen  en  pena  de  contra- 
bando, porque  había  orden  que  los  que  se  viniesen  del 
campo  con  despojos,  los  desbalijasen  y  castigasen.  Con 
esto  y  con  lo  que  hallaban  los  soldados  en  los  lugares 
por  donde  iban,  estuvo  el  campo  bien  proveído. 


13 


226 


LUIS  DEL  MARMOL  CARVAJAL. 


CAPITULO  VIII. 


Cómo  se  mandó  alojar  la  gente  de  guerra  que  acudía  á  Granada 
en  las  casas  de  los  moriscos,  y  el  sentimiento  que  dello  hicie- 
ron. 

Acudía  ya  á  mas  andar  la  gente  de  las  ciudades  y  vi- 
llas de  la  Andalucía  que  el  marqués  de  Mondéjar  ha- 
bía enviado  á  apercebir,  y  la  ciudad  de  Granada  se  iba 
hinchendo  de  soldados  y  de  caballeros  particulares  que 
venían  á  hallarse  en  la  jornada  á  su  costa  ;  y  el  Conde 
de  Tendilla,  cuidadoso  de  su  cargo,  no  hallando  mejor 
orden  para  poderlos  regalar  y  entretener,  mandó  que 
los  alojasen  en  las  casas  de  los  moriscos,  donde  les  die- 
sen camas  y  de  comer  el  tiempo  que  allí  estuviesen ,  y 
á  los  que  no  querían  comer  en  sus  posadas,  les  mandaba 
dar  sus  contribuciones  en  dinero,  ordenando  á  los  pa- 
gadores que  venían  con  ellos  que  guardasen  el  dinero 
que  traían  para  adelante,  porque  deteniendo  en  la  ciu- 
dad solamente  las  compañías  necesarias  para  la  guardia 
della,  todas  las  dem᧠ enviaba  luego  al  campo  del  mar- 
qués de  Mondéjar.  Este  alojamiento,  que  comenzó  á  9 
días  del  mes  de  enero,  era  la  cosa  que  mas  temían  los 
moriscos,  y  la  mas  grave  opresión  que  se  les  podía  ha- 
cer, y  ansí  lo  sintieron  extrañamente ,  no  tanto  por  la 
costa  que  seles  hacía,  como  por  ser  muy  celosos  de  sus 
mujeres  y  hijas,  y  amigos  de  su  regalo.  Y  sintiendo  ya  su 
desventura  en  casa,  acudieron  luego  los  principales  del 
Albaicin  con  su  procurador  general  almesmo  conde  de 
Tendilla,  y  viendo  el  poco  remedio  que  lesdaba,  acudie- 
ron al  presidente  don  Pedro  de  Deza,  y  le  significaron  con 
muchas  razones  los  inconvenientes  que  de  aquel  aloja- 
miento se  seguían,  diciendo  que  se  continuasen  las 
guardas  que  al  principio  se  habían  puesto  en  el  Albai- 
cin ,  y  si  pareciese  necesario,  se  acrecentasen  otras  á 
costa  de  los  moriscos,  y  que  la  otra  gente  de  guerra  que 
venia  de  fuera  de  la  ciudad  la  alojasen  en  las  iglesias 
y  en  casas  yermas,  como  lo  había  hecho  el  marqués  de 
Mondéjar,  y  que  los  moriscos  por  sus  parroquias  les 
llevarían  camas  y  de  comer.  Parecíéndole  pues  al  Pre- 
sidente que  se  podría  hacerlo  que  decían,  mandó  á  Jorge 
de  Baeza  que  fuese  al  conde  de  Tendilla  y  le  dijese  lo 
que  los  moriscos  le  habían  diclio^  y  la  orden  que  daban 
en  el  alojamiento  de  la  gente  de  guerra,  y  que  le  parecía 
que  debía  tomarse  el  menor  inconveniente,  teniendo 
consideración  á  lo  de  adelante ,  para  que  aquel  aloja- 
miento se  pudiese  conservar ,  como  era  razón  que  se 
conservase,  pues  los  negocios  de  la  guerra  se  alargaban. 
Con  este  recaudo  fué  Jorge  de  Baeza  al  conde  de  Ten- 
dilla, acompañado  de  aquellos  moriscos,  los  cuales  con 
palabras  de  humildad  le  representaron  el  agravio  que 
se  les  hacía,  poniéndole  nuevos  inconvenientes  por  de- 
lante, como  era  la  poca  seguridad  de  sus  mujeres  y  hi- 
jas, y  aun  de  sus  personas  y  haciendas ,  si  maliciosa- 
mente tocando  alguna  arma  falsa  de  noche,  les  robaban 
las  casas;  todo  lo  cual  cesaba  con  mandarlos  aposentar, 
como  se  había  hecho  hasta  allí.  Mas  el  conde  de  Ten- 
dilla les  respondió  que  la  gente  de  guerra  había  de  es- 
tar alojada  en  casas  pobladas ,  y  no  yermas ;  y  que  los 
soldados  habían  de  ser  regalados  y  muy  bien  tratados, 
porque  no  se  fuesen ;  y  se  les  había  de  dar  posadas  y 
contribuciones,  pues  no  había  orden  de  poderlos  entrete- 
ner de  otra  manera ;  que  al  servicio  de  su  majestad  con- 
venia que  los  moriscos  no  tuviesen  libertad  de  poder 
meter  moros  de  fuera  ni  hacer  juntas  secretas  en  sus 


casas,  sino  que  estuviesen  los  soldados  siempre  delante 
para  que  viesen  y  entendiesen  lo  que  decían  y  hacían 
diez  mil  moriscos  que  había  en  el  Albaicin  para  poder 
tomar  armas;  y  que  sí  alguna  desorden  hiciesen,  en 
tal  caso  lo  remediaria  castigando  á  los  culpados;  y  con 
esta  respuesta  los  despidió  bien  descontentos  y  tristes, 
y  de  allí  adelante  se  alojó  toda  la  gente  de  guerra  en  las 
casas  pobladas ,  donde  fué  poca  parte  el  castigo  para 
que  la  licencia  militar  no  soltase  la  rienda  con  mas  cu- 
dicia  y  menos  honestidad  de  lo  que  aquí  podriamos  de- 
cir. Pasó  este  negocio  tan  adelante,  que  muchos  moris- 
cos, afrentados  y  gastados,  se  arrepintieron  por  no  ha- 
ber tomado  las  armas  cuando  Abenfarax  los  llamaba,  y 
otros  enviaron  á  decir  á  Aben  Humeya  que  mientras  el 
marqués  de  Mondéjar  estaba  fuera  de  Granada  se  acer- 
case por  la  parte  de  la  sierra  con  alguna  cantidad  de 
gente,  y  se  irian  con  él.  El  conde  de  Tendilla  en  este 
tiempo,  usando  de  la  preeminencia  decapitan  general, 
y  viendo  la  necesidad  que  había  de  gente  de  ordenanza, 
nombró  siete  capitanes  y  les  díó  sus  condulas  para  que 
la  hiciesen.  Hizo  comisario  y  sargento  mayor  á  Lorenzo 
de  Avila,  que  ya  estaba  sano  de  las  heridas  que  le  die- 
ron enDúrcal,  mandándole  que  se  alojase  en  el  Albai- 
cin para  reparar  las  desórdenes  de  los  soldados.  No  mu- 
cho después  mandó  su  majestad  irá  Granada  á  don  An- 
tonio de  Luna,  señor  de  Fuentídueña,  y  á  don  Juan  de 
Mendoza  Sarmiento ,  para  las  cosas  que  ocurriesen  de 
la  guerra,  y  el  conde  de  Tendilla  díó  cargo  de  la  gente 
de  guerra  de  á  pié  y  de  á  caballo  que  se  alojase  en  los 
lugaresdelaVegaádon  Antonio  de  Luna,  y  á don  Juan 
de  Mendoza  dejó  en  Granada,  hasta  que  después  fué  con 
orden  al  campo,  estando  ya  de  vuelta  en  órgíba  >  como 
se  dirá  en  su  lugar. 

CAPITULO  IX. 

Cómo  nuestro  campo  ocupó  el  paso  de  Tablate. 

Teniendo  ya  el  marqués  de  Mondéjar  suficiente  nú- 
mero de  gente  con  que  pasar  á  la  Alpujarra,  domingo 
por  la  mañana,  á  9  dias  del  mes  de  enero,  partió  del  lu- 
gar de  Dúrcal  con  todo  el  campo  puesto  en  sus  orde- 
nanzas, la  vuelta  del  lugar  de  Tablate,  donde  se  habían 
juntado  los  rebeldes,  creyendo  poderle  defender  el  paso 
que  allí  hay,  y  tenían  recogidos  tres  mil  y  quinientos 
hombres  con  Gironcíllo,  Anacoz  y  el  Randatí,  sus  capi- 
tanes, y  con  otros  sediciosos  y  malos,  respetados,  no 
por  prátíca  de  cosas  de  guerra  ni  por  autoridad  de 
personas,  sino  por  sacrilegios  y  crueldades  que  habían 
hecho  en  este  levantamiento.  Aquella  noche  se  alojó  el 
marqués  de  Mondéjar  en  el  lugar  del  Chite,  dos  leguas 
de  Dúrcal ,  que  estaba  despoblado,  y  el  campo  estuvo 
puesto  en  arma ,  por  ser  el  lugar  dispuesto  para  cual- 
quiera acometimiento;  y  el  lunes  bien  de  mañana  ca- 
minó la  vuelta  de  Tablate ,  donde  sabía  que  le  aguar- 
daban los  enemigos.  Este  lugar  es  pequeño  de  hasta 
cien  vecinos,  aunque  nombrado  estos  días  por  la  rota 
de  don  Diego  de  Quesada ,  y  por  el  paso  de  una  puen- 
te, por  donde  se  atraviesa  un  hondo  y  dificultoso  bar- 
ranco, que  con  igual  hondura  y  aspereza,  sin  dar  en- 
trada por  otra  parte  en  mas  de  cuatro  leguas  arriba  y 
abajo  de  la  puente ,  atraviesa  desde  encima  del  lugar  de 
Acequia  hasta  el  rio  de  Melejíx.  Los  moros  tenían  des- 
baratada la  puente  de  manera,  que  no  podían  pasar  ca- 
ballos ni  aun  peones  sin  grandísima  dificultad  y  pe- 


REBELIÓN  Y  CASTIGO  DE  LOS  MORISCOS  DE  GRANADA. 


ligro  ,  porque  solamente  habían  dejado  unos  maderos 
viejos,  (Jue  debieron  ser  estantes  de  la  cimbra,  al  un 
lado,  y  sobre  ellos  un  poco  de  pared  taij^  angosta,  que 
apenas  pedia  ir  por  ella  un  liombre  suelto ;  y  aun  este 
poco  paso  que  para  ellos  liabian  dejado,  ofreciéndoseles 
necesidad  de  pasar,  le  tenían  descavado  y  solapado -por 
los  cimientos  de  manera,  que  si  cargase  mas  de  una 
persona  fuese  abajo ;  y  era  tan  grande  la  hondura  del 
barranco  por  esta  parte ,  que  mirando  desde  arriba  des- 
vanecía la  cabeza  y  quitaba  la  vista  de  los  ojos.  El  mar- 
qués deMondéjar  iba  muy  bien  apercebido,  aunque  uo 
avisado  de  la  rotura  de  la  puente ;  llevaba  la  gente  pues- 
ta en  escuadrón ,  sus  mangas  de  arcabuceros  á  los  lados» 
y  los  corredores  delante  descubriendo  el  campo.  Con 
esta  orden  llegó  la  vanguardia  á  unos  visos  que  descu- 
bren el  lugar  y  la  puente  que  está  antes  de  llegar  á  él. 
Luego  se  descubrieron  los  moros  que  estaban  de  la  otra 
parte,  y  muchas  banderas  blancas  y  coloradas  que  cam- 
peaban por  los  cerros  con  aparencia  de  querer  defender 
el  paso.  El  Marqués,  mandando  que  las  mangas  de  los 
arcabuceros  se  adelantasen ,  dejó  la  caballería  en  bata- 
lla, y  pasó  á  la  vanguardia,  para  que  los  animosos  sol- 
dados lo  fuesen  mas  con  la  presencia  de  su  capitán  ge- 
neral ;  y  llegando  al  barranco  y  á  la  puente ,  los  tirado- 
res de  entrambas  partes  comenzaron  á  tirar:  los  mo- 
ros no  pudieron  resistir  la  furia  de  nuestras  pelotas,  y 
se  arredraron,  teniendo  entendido  que  no  habia  hom- 
bre tan  animoso  que  osase  acometer  á  pasarla  desbara- 
tada puente,  que  tenian  por  bastante  defensa  contra 
nuestro  campo ;  mas  un  bendito  fraile  de  la  orden  del 
seráfico  padre  san  Francisco ,  llamado  fray  Cristóbal 
de  Molina,  con  un  crucifijo  en  la  mano  izquierda  y  la 
espada  desnuda  en  la  derecha ,  los  hábitos  cogidos  en 
la  cinta ,  y  una  rodela  echada  á  las  espaldas,  invocando 
el  poderoso  nombre  de  Jesús,  llegó  al  peligroso  paso,  y 
se  metió  determinadamente  por  él ;  y  haciendo  camino, 
no  sin  grandísimo  trabajo  y  peligro,  estribando  á  veces 
en  las  puntas  de  los  maderos  ó  estantes  de  la  cimbra, 
y  á  veces  en  las  piedras  y  en  los  terrones  que  se  le  des- 
moronaban debajo  de  los  pies,  pasó  á  la  parte  de  los 
enemigos,  que  aguardaban  con  atención  cuando  le  ve- 
rían caer.  Siguiéronle  luego  dos  animosos  soldados, 
aunque  el  uno  con  ínfelíce  suceso ,  ¿lorque  faltándole  la 
tierra  y  un  madero,  fué  dando  vueltas  por  el  aire, 
y  cuando  llegó  abajo  ya  iba  hecho  pedazos.  El  otro  pa- 
só, y  tras  del  otros  muchos,  no  cesando  de  tirar  siem- 
pre nuestros  arcabuceros  ni  los  moros ,  que  estaban  de 
mampuesto  en  un  cercano  cerro  sobre  la  puente  :  fi- 
nalmente cargó  nuestra  gente  de  manera,  que  los  mo- 
ros fueron  retirándose,  cediendo  al  riguroso  ímpetu  de 
los  que  reconocían  ser  suya  la  vítoría.  Ganada  la  puente 
y  el  lugar  con  poco  daño  nuestro  y  mucho  de  los  mo- 
ros ,  los  soldados  trajeron  maderos  y  puertas,  y  con  ha- 
ces de  picas,  rama  y  tierra  adobaron  la  puente  de  ma- 
nera, que  pudo  pasar  aquel  dia  el  carruaje ,  caballos  y 
artílleria,  y  aquella  noche  se  alojó  el  campo  en  el  lugar. 
Cebáronse  tanto  este  dia  los  arcabuceros  de  las  man- 
gas en  los  enemigos  que  iban  huyendo,  que  dejando 
muertos  mas  de  ciento  y  cincuenta,  fueron  siguiéndo- 
los hasta  llegar  al  rio  que  está  de  la  otra  parte  de  Lan- 
jaron.  Allí  reconocieron  ser  poca  gente  la  que  los  se- 
guía, y  revolvieron  sobre  ellos  con  grandes  alaridos,  y 
los  apretaron  tanto,  que  se  hubieron  de  retirar  á  las 


227 

casas  del  lugar;  y  no  se  teniendo  por  seguros  en  él,  to- 
maron algunas  vasijas  con  agua  y  cosas  de  comer  que 
hallaron ,  y  se  fueron  á  guarecer  en  los  antiguos  edifi- 
cios de  un  castillo  despoblado,  puesto  sobre  una  alta 
peña,  donde  solía  en  otro  tiempo  ser  la  fortaleza  del 
lugar ,  por  sí  fuese  menester  defenderse  entre  los  cai- 
dos  muros  mientras  nuestro  campo  llegaba.  En  este 
tiempo  el  marqués  de  Mondéjar,  alegre  con  la  vítoría, 
no  tanto  por  las  muertes  de  los  enemigos ,  como  por 
haber  ocupado  aquel  paso,  que  pudiera  quedar  famoso 
en  aquel  dia  con  su  muerte,  sí  no  acertara  á  llevar  un 
peto  fuerte ,  que  resistió  la  pelota  de  una  escopeta ,  que 
le  venía  á  dar  por  los  pechos ,  porque  no  sucediese  al- 
guna desgracia  á  los  arcabuceros  que  iban  delante,  que 
le  aguase  el  buen  suceso,  envió  un  diligente  soldado, 
con  su  anillo,  á  que  dijese  al  capitán  Caícedo  Maldo- 
nado,  vecino  de  Granada ,  que  iba  con  ellos,  que  se  re- 
tírase luego ,  y  mandó  al  capitán  Luis  Maldonado  que 
con  cuatrocientos  arcabuceros  le  asegurase  el  camino. 
Y  como  se  acercase  la  noche,  los  moros,  enemigos  de 
pelear  en  aquella  hora,  se  retiraron  á  las  sierras,. y 
nuestra  gente  toda  se  recogió  á  su  alojamiento. 

CAPITULO  X. 

Cómo  nuestro  campo  pasó  á  Lanjaron ,  y  de  allí  á  Órgiba, 
y  socorrió  la  torre. 

Toda  aquella  noche  estuvo  nuestro  campo  en  Tabla- 
te  con  muchas  centinelas  por  los  cerros  al  derredor,  por 
ser  sitio  dispuesto  para  poder  hacerlos  enemigos  cual- 
quier acometimiento ;  y  otro  dia,  martes  1 1  de  enero, 
dejando  el  marqués  de  Mondéjar  en  aquel  presidio  una 
compañía  de  infantería  de  la  villa  de  Porcuna,  cuyo 
capitán  era  Pedro  de  Arroyo,  para  que  la  gente  y  las  es- 
coltas pudiesen  ir  y  venir  seguramente ,  caminó  la  vuel- 
ta de  Lanjaron,  que  está  legua  y  media  mas  adelante, 
en  el  camino  de  Órgiba.  Este  dia  tuvo  nuestra  gente 
algunas  escaramuzas  ligeras  con  los  enemigos,  que 
viendo  marchar  el  campo,  bajaron  de  las  sierras,  y  ten- 
taron de  hacer  algunos  acometimientos  en  la  vanguar- 
dia; mas  luego  se  retiraron  hacia  una  sierra  que  está 
á  la  parte  de  levante  del  lugar  en  el  proprio  camino 
real,  donde  se  habían  juntado  muchos  dellos  con  pro- 
pósito de  defender  un  paso  áspero  y  dificultoso  por 
donde  de  necesidad  habia  de  pasar  nuestro  campo  el 
siguiente  dia.  Teníanle  fortalecido  con  reparos  de  pie- 
dras y  peñas  sueltas ,  puestas  en  las  cumbres  y  en  las 
laderas  que  venían  á  dar  sobre  el  camino ,  para  echarlas 
rodando  sobre  los  cristianos  cuando  fuesen  subiendo 
la  cuesta  arriba.  El  marqués  de  Mondéjar  llevaba  tanto 
deseo  de  socorrer  la  torre  de  órgiba,  que  no  quisiera 
detenerse  aquel  dia;  mas  húbolo  de  hacer,  porque  lle- 
gó la  retaguardia  tarde,  y  llovía  y  hacía  el  tiempo  tra- 
bajoso ;  y  demás  desto,  no  estaba  determinado  si  pasa- 
ría adelante  con  la  gente  que  llevaba,  ó  si  esperaría  que 
llegase  la  otra  que  venia  de  las  ciudades.  Estuvo  allí 
aquella  noche  á  vista  de  los  enemigos,  que  teniendo 
ocupado  el  paso  con  grandes  fuegos  por  aquellos  cer- 
ros, no  hacían  sino  tocar  sus  atabalejos,  dulzainas  y  ja- 
becas,  haciendo  algazaras  para  atemorizar  nuestros 
cristianos ,  que  con  grandísimo  recato  estuvieron  todos 
con  las  armas  en  las  manos.  Al  cuarto  del  alba  llegó  á 
la  tienda  de  don  Alonso  de  Granada  Venegas  un  sol- 
dado que  venia  de  la  torre  de  órgiba ,  y  dio  nueva  como 


228 


LUIS  DEL  MARMOL  CARVAJAL. 


los  cercados  se  defendían.  Otro  dia  miércoles,  antes 
que  amaneciese,  mandó  el  marqués  de  Mondéjar  á  don 
Francisco  de  Mendoza,  su  hijo,  que  con  cien  caballos  y 
docientos  infantes  arcabuceros  subiese  una  ladera  ar- 
riba, donde  habia  una  sola  senda  áspera  y  muy  fragosa, 
y  fuese  á  tomar  las  espaldas  á  los  enemigos ,  llevando 
algunos  gastadores  con  picos  y  bazadones  que  la  alla- 
nasen, porque  se  entendió  que  puestos  en  lo  alto,  baila- 
rían disposición  en  la  tierra  para  poderla  bollar.  Y  sien- 
do el  dia  claro,  partió  el  campo,  yendo  los  escuadrones 
proporcionados  y  bien  ordenados,  conforme  á  la  dispo- 
sición de  la  tierra,  y  dos  mangas  de  arcabuceros  delan- 
te, que  por  las  cordilleras  de  los  cerros  de  una  parte  y 
otra  del  camino  que  bacia  el  campo,  iban  ocupando 
siempre  las  cumbres  altas.  Desta  manera  fué  caminan- 
do nuestra  gente  la  vuelta  del  enemigo,  que  estuvo  un 
rato  suspenso  entre  miedo  y  vergüenza ,  no  se  deter- 
minando si  pelearla ,  ó  si,  dejando  pasar  á  nuestro  cam- 
po, le  seria  mas  seguro  romperle  las  escoltas  y  necesi- 
tarle con  hambre;  mas  aun  esto  no  supieron  hacer  los 
bárbaros  ignorantes,  porque  en  viendo  que  los  caballos 
habían  subido  con  la  escuridad  de  la  noche  por  donde 
apenas  entendían  que  pudiera  andar  gente  de  á  pié,  en- 
tendiendo que  no  Iiabria  sierra ,  por  áspera  que  fuese, 
que  no  hollasen,  perdieron  la  esperanza  de  lo  uno  y  de 
lo  otro ,  y  determinaron  de  tentar  otra  fortuna  retirán- 
dose á  la  aspereza  de  las  sierras ,  donde  no  les  pudiese 
enojar  la  caballería;  mas  no  lo  pudieron  hacer  tan 
presto ,  que  dejasen  de  recebir  daño  de  los  que  ya  les 
iban  en  el  alcance ;  y  dejando  el  paso  y  el  camino  deso- 
cupado, pasó  nuestro  campo  á  Orgiba,  y  aquella  tarde 
se  alojó  en  el  lugar  de  Albacete  con  grande  alegría  de 
todos,  mayormente  de  los  cercados,  que  habían  estado 
diez  y  siete  dias  peleando  noche  y  día  con  grandísimo 
trabajo  y  peligro.  Habíales  faltado  ya  el  bastimento,  y 
si  no  fuera  por  algunos  moros  padres  y  maridos  de  las 
mujeres  que  el  alcaide  habia  metido  en  la  torre,  que 
secretamente  le  habían  dado  agua  y  otras  cosas  de  co- 
mer, poniéndolo  de  noche  en  parte  que  los  cristianos 
lo  pudiesen  recoger,  hubieran  perecido  muchos  de 
hambre.  También  les  habían  traído  munición  de  Motril, 
que  les  hubiera  faltado  sí  un  animoso  soldado  natural 
de  órgiba ,  llamado  Juan  López ,  no  se  aventurara  á  ir 
por  ella ;  el  cual  aprovechándose  de  la  lengua  árabe,  en 
que  era  muy  ladino ,  y  del  hábito  de  los  moros,  salió  á 
media  noche  secretamente  de  la  torre,  y  pasando  por 
medio  de  su  campo ,  fué  á  la  villa  de  Motril  y  trajo  un 
gran  zurrón  de  pólvora  y  cantidad  de  plomo  y  cuer- 
da á  cuestas ,  con  que  se  defendieron  de  aquellos  lo- 
bos rabiosos  ciento  y  sesenta  almas  cristianas,  y  entre 
los  otros,  cinco  sacerdotes.  El  marqués  de  Mondéjar  dio 
muchas  gracias  á  Dios  por  tan  buen  suceso,  y  despachó 
luego  correo  con  la  nueva,  que  no  fué  menos  bien  re- 
cebida  que  la  de  Tablate.  Y  parecíéndole  tener  suficien- 
te número  de  gente  para  allanar  la  tierra,  escribió  á 
don  Francisco  Hurtado  de  Mendoza,  conde  de  Monta- 
gudo ,  asistente  de  Sevilla,  que  no  le  envíase  la  gente  de 
aquella  ciudad  ni  la  de  la  milicia  de  Sevilla,  Gibraltar, 
Carmona,  Utrera  y  Jerez,  que  ya  se  habia  juntado  para 
hacer  la  jornada.  Esta  carta  llegó  estando  en  Alcalá  de 
Guadayra,  y  con  él  Juan  Gutiérrez  Tello,  alférez  mayor 
de  Sevilla ,  con  dos  mil  infantes  arcabuceros  con  que 
servia  la  ciudad  á  su  costa;  y  Gonzalo  Argote  de  Molina, 


alférez  mayor  de  la  milicia  de  la  Andalucía,  con  los  ca- 
pitanes y  gente  della.  Luego  despidió  el  Conde*  los  dos 
mil  arcabuceros  de  Sevilla,  y  mandó  á  Gonzalo  Argote 
que  con  la  gente  de  la  milicia  fuese  á  embarcarse  en 
las  galeras  del  cargo  de  don  Sancho  de  Leiva ,  para 
guarnición  dellas;  de  cuya  causa  no  acudió  la  gente  de 
Sevilla  mientras  el  marqués  de  Mondéjar  estuvo  en 
campaña,  hasta  que  adelante  se  le  envió  nueva  orden 
para  que  la  enviase,  como  se  dirá  en  su  lugar. 

CAPITULO  XL 

Cómo  el  marqués  de  Mondéjar  pasó  á  la  taa  de  Poqueira  y  la  ganó. 

Siendo  avisado  el  marqués  de  Mondéjar  por  algunas 
espías  como  Aben  Humeya  y  Aben  Joubor  juntaban 
á  gran  priesa  los  moros  de  la  Alpujarra  y  los  que  se  ha- 
blan retirado  del  paso  de  Lanjaron  para  defender  la 
entrada  de  la  taa  de  Poqueira,  aunque  llevaba  la  gente 
fatigada  del  camino ,  otro  dia  de  mañana ,  que  fué  jue- 
ves á  13  dias  del  mes  de  enero,  salió  de  Albacete  de 
órgiba ,  dejando  de  presidio  en  aquel  lugar  al  capitán 
Luis Maldonado  con  cuatrocientos  soldados,  para  que 
recogiese  los  bastimentos  y  municiones  que  viniesen  de 
Granada,  y  los  fuese  enviando  al  campo.  Llevaba  el 
marqués  de  Mondéjar  su  campo  copioso  de  gente  muy 
lucida  y  bien  armada,  porque  habían  llegado  á  él  mu- 
chos caballeros ,  que  dejando  sus  casas,  iban  á  servir  á 
su  costa,  deseosos  de  hacer  ejemplar  castigo  en  aque- 
llos rebeldes  por  los  sacrilegios  que  hablan  cometido; 
y  crecíales  cada  hora  mas  el  deseo  con  ver  los  incendios 
y  crueldades  que  hallaban  por  los  lugares  do  pasaban. 
Sacó  la  infantería  en  tres  escuadrones  y  la  caballería 
á  los  lados,  de  manera  que  podía  salir  y  acometer  sin 
turbar  las  ordenanzas  :  las  mangas  de  los  arcabuceros 
iban  de  un  cabo  y  de  otro  ocupando  las  cumbres,  y  de- 
lante iban  las  cuadrillas  de  la  gente  del  campo  suelta 
descubriendo  la  tierra.  Desta  manera  caminaba  nuestro 
campo  con  paso  lento  y  reposado,  cuando  llegaron  á  él 
cuatro  caballeros  veinticuatros  de  Córdoba  con  cuatro 
compañías  de  gente  de  aquella  ciudad ,  las  dos  de  ca- 
ballería y  las  dos  de  infantería ,  que  enviaba  el  conde 
de  Tendilla  desde  Granada.  De  las  primeras  eran  capi- 
tanes don  Pedro  Ruiz  de  Aguayo  y  Andrés  Ponce,  y  de 
las  otras  dos  Cosme  de  Armenta  y  don  Francisco  de 
Simancas.  Con  esta  gente  holgó  el  marqués  de  Mondé- 
jar mucho,  y  fué  prosiguiendo  su  camino;  mas  aunque 
entendían  todos  que  su  intento  era  ir  á  echar  los  mo- 
ros de  aquellos  lugares  fuertes  donde  se  habían  me- 
tido, su  fin  no  era  por  entonces  otro  sino  tomar  un  si- 
tio fuerte  y  acomodado  para  su  alojamiento  cerca  de 
los  lugares  de  aquella  taa,  donde  le  parecía  poder  estar 
con  seguridad  y  poder  ser  proveído  de  vituallas ,  como 
sí  estuviera  en  Albacete  de  Órgiba,  y  desde  allí  turbar 
á  los  enemigos  con  correrías ,  porque  para  la  entrada 
de  aquella  tierra  le  parecía  convenir  mayor  número  de 
gente.  Habiendo  pues  caminado  las  escuadras  tres 
cuartos  de  legua ,  y  llegado  á  un  llano  que  llaman  el 
Faxar  Alí ,  los  moros,  que  dejando  atrás  los  pasos  y  lu- 
gares fuertes  donde  estaban,  se  habían  puesto  en  tres 
emboscadas  para  recebir  á  nuestro  ejército  en  la  an- 
gostura de  las  sierras ,  cuando  les  pareció  tener  bien 
tendidas  sus  redes ,  salieron  á  las  mangas  de  los  arca- 
buceros que  iban  de  vanguardia,  y  acometieron  la  que 
iba  mas  alta  tan  determinadamente ,  que  fué  necesario 


REBELIÓN  Y  CASTIGO  DE  LOS  MORISCOS  DE  GRANADA. 


reforzarla  con  mas  DÚmero  de  gente.  Pasando  pues  el 
marqués  de  Mondéjar  adelante  para  guiar  algunos  ca- 
ballos que  se  liallaron  en  la  vanguardia,  le  convino  ha- 
cer alto ,  y  formar  escuadrón  á  tiro  de  arcabuz  de  los 
enemigos,  y  desde  allí  socorrió  á  todas  partes,  porque 
cargaban  de  manera ,  que  en  todas  era  bien  menester 
socorro.  La  manga  delantera ,  que  llevaba  Alvaro  Flo- 
res, alguacil  mayor  de  la  inquisición  de  Granada,  venia 
ya  retirándose  á  mas  andar,  dejando  á  su  capitán  con 
solos  doce  ó  trece  soldados  haciendo  rostro,  cuando  don 
Francisco  de  Mendoza,  á  cuyo  cargo  iba  la  caballería, 
partió  con  una  banda  de  caballos  en  su  socorro ;  mas 
era  tan  grande  la  aspereza  de  la  sierra ,  que  cuando 
llegó  á  socorrerle  no  llevaba  mas  de  cuatro  de  á  caba- 
llo consigo ;  que  los  demás  no  le  habian  podido  seguir. 
Con  estos  hizo  rostro ,  y  dando  vuelta ,  puso  tanto  áni- 
•  mo  á  los  soldados,  que  venían  medio  desbaratados,  que 
se  juntaron  con  su  capitán,  y  sobreviniéndoles  mas 
gente  de  socorro,  no  solo  resistieron  el  ímpetu  de  los 
enemigos,  mas  aun  los  desbarataron  y  pusieron  en  hui- 
da ,  subiendo  tras  dellos  por  lugares  que  aun  para 
huir  parecían  dificultosos.  Lo  mesmo  hicieron  los  de 
la  retaguardia ,  siendo  socorridos  por  don  Alonso  de 
Cárdenas.  Este  recuentro  fué  muy  peligroso  al  princi- 
pio, mas  después  tuvo  felice  suceso  por  el  mucho  va- 
lor de  los  caballeros  y  de  los  capitanes  que  acudieron 
al  peligro.  Salieron  heridos  don  Francisco  de  Mendoza 
de  una  pedrada  que  le  dio  un  moro  en  la  rodilla ,  al 
cual  mató  allí  luego,  y  á  don  Alonso  Portocarrero  le 
dieron  dos  saetadas  en  los  muslos.  Hubo  solo  un  escu- 
dero cristiano  muerto,  y  de  los  moros  murieron  mas 
de  cuatrocientos  y  cincuenta  :  los  nuestros  siguieron  el 
alcance  por  donde  la  aspereza  y  fragosidad  de  las  sier- 
ras les  daba  lugar.  Alvaro  Flores,  con  los  soldados  que 
pudo  recoger  y  algunos  caballos,  tomó  por  las  cordille- 
ras altas,  yendo  siempre  superior  á  los  enemigos,  has- 
ta llegar  al  lugar  de  Bubíon;  y  hallándole  solo,  porque 
Aben  Humeya  no  osó  aguardar  en  él ,  entró  dentro ,  y 
desde  un  reducto  ó  mirador  que  estaba  delante  de  la 
puerta  de  la  iglesia  comenzó  á  capear,  llamando  nues- 
tra gente  para  que  caminase  á  la  vitoria,  porque  el  mar- 
qués de  Mondéjar ,  recelando  la  dificultad  del  camino, 
había  juntado  á  consejo ,  y  estaba  parado  tratando  del 
alojamiento  que  se  había  de  tomar  aquella  noche;  el 
cual ,  como  vio  el  lugar  ocupado  por  los  cristianos, 
mandó  que  marchase  todo  el  campo  hacia  él.  Ganá- 
ronse las  cuatro  alearías  de  aquella  taa,  sin  hallar  quien 
las  defendiese,  siendo  la  disposición  de  la  tierra  tan  fa- 
vorable á  los  moros ,  que  si  tuvieran  ánimo  de  defen- 
derla, fuera  menester  mas  tiempo  y  mayor  número  de 
gente  para  ganárselas.  Llegado  el  campo  á  Bubíon,  los 
soldados  subieron  en  cuadrillas  por  la  sierra  arriba,  y 
captivando  muchas  mujeres  y  niños,  mataron  los  hom- 
bres que  pudieron  alcanzar ,  y  les  tomaron  gran  canti- 
dad de  bagajes  cargados  de  ropa  y  de  seda ,  que  lleva- 
ban á  esconder  por  aquellas  breñas.  Cobraron  la  de- 
seada libertad  en  Bubíon  el  vicario  Bravo  y  ciento  y 
diez  mujeres  cristianas,  que  tenían  aquellos  herejes 
captivas.  Elsiguiente  día,  viernes  14  de  enero,  estuvo  el 
campo  en  aquel  alojamiento ,  y  desde  allí  envió  eJ  mar- 
qués de  Mondéjar  una  escolla  con  los  heridos  y  enfer- 
mos á  Granada,  con  orden  que  á  la  vuelta  acompañase 
los  bastimentos  y  municiones  que  había  en  órgiba ,  y 


229 

envió  á  dar  aviso  al  capitán  Luis  Maldonado  del  cami- 
no que  pensaba  hacer,  para  que  de  allí  adelante  supie- 
se por  dónde  había  de  encaminar  la  gente  y  el  basti- 
mento que  viuie'se  al  campo.  Dijese  aquel  día  misa  con 
grandísima  solenídad ,  y  oyéronla  todos  los  cristianos 
con  mucha  devoción  puestos  en  sus  ordenanzas  debajo 
délas  banderas;  que  cierto  era  contento  verles  glori- 
ficar al  Señor  por  la  vitoria  y  por  la  libertad  de  tantas 
almas  cristianas  como  se  habian  redimido. 

CAPULLO  XII. 

Cómo  los  moros  degollaron  la  gente  que  habla  quedado 
de  presidio  en  Tablate. 

Arriba  dijimos  como  el  marqués  de  Mondéjar  dejó 
de  presidio  en  Tablate  al  capitán  Pedro  de  Arroyo  con 
la  compañía  de  infantería  de  la  villa  de  Porcuna ,  para 
asegurar  aquel  paso  á  las  escoltas  que  fuesen  de  Gra- 
nada, con  orden  que  no  dejase  pasar  los  soldados  que 
se  iban  del  campo  sin  licencia.  Pudíendo  pues  hacer  al- 
gún reducto  donde  meterse  de  noche,  y  tener  su  cuer- 
po de  guardia  y  centinelas,  como  es  costumbre  de  gen- 
te de  guerra ,  estuvo  tan  descuidado,  que  los  moros  de 
la  comarca  tuvieron  lugar  de  ofenderle  á  su  salvo,  por- 
que su  fin  solo  era  salir  al  paso  á  los  soldados  que  se 
iban  del  campo  sin  licencia,  para  quitarles  por  de  con- 
trabando los  ganados,  las  esclavas  y  los  bagajes  que 
llevaban.  Estando  desta  manera,  el  Anacozy  Gironcíllo, 
que  andaban  atalayando  por  aquellos  cerros,  por  ver  si 
podrían  romper  alguna  escolta ,  viendo  el  descuido  de 
los  nuestros,  juntaron  mil  y  quinientos  moros,  y  los 
acometieron  á  medía  noche  por  tres  partes ;  y  entran- 
do el  lugar  y  la  iglesia ,  degollaron  todos  los  soldados 
que  allí  había,  y  los  despojaron  de  armas  y  vestidos  y 
de  todas  las  cosas  que  tenían  ellos  tomadas  por  de  con- 
trabando ;  y  no  se  teniendo  por  seguros  entre  las  vi- 
les tapias  de  las  casas,  se  tornaron  á  subirá  la  sierra. 
Esta  nueva  llegó  á  un  mesmo  tiempo  á  Granada  y  al 
campo  del  marqués  de  Mondéjar,  y  fué  volando  á  la 
corte  de  su  majestad,  y  con  ella  se  aguó  algún  tanto  la 
Vitoria  de  aquellos  días ,  porque  juzgaban  los  contem- 
plativos el  daño  y  el  peligro  harto  mayor  de  lo  que  era, 
diciendo  que  había  sido  ardid  de  guerra  del  enemigo 
dejar  pasar  nuestro  campo  á  la  Alpujarra,  y  cortar  á 
las  espaldas  el  paso  por  donde  les  habia  de  entrar  el 
bastimento,  para  necesitarle  á  que  se  retirase  ó  pere- 
ciese de  hambre.  Mas  luego  cayó  esta  quimera,  yse 
supo  como  Tablate  estaba  por  los  cristianos,  porque  el 
marqués  de  Mondéjar,  sabiendo  que  los  moros  no  ha- 
bian osado  parar  allí ,  ordenó  que  la  primera  compa- 
ñía que  llegase,  quedase  en  el  lugar  de  presidio;  y  lle- 
gando Juan  Alonso  de  Reínoso  con  la  gente  que  envia- 
ba la  ciudad  de  Andújar ,  guardó  la  orden  del  Marqués 
y  el  paso  con  mucho  cuidado;  y  hallando  á  Pedro  de  Ar- 
royo caído  entre  los  muertos  con  muchas  heridas  mor- 
tales, le  hizo  curar;  mas  él  estaba  tan  debilitado ,  por 
haber  estado  tres  días  sin  refrigerio,  que  llevándole  á 
Granada  murió  en  el  camino.  No  se  descuidó  el  conde 
de  Tendilla  en  este  socorro,  porque  luego  que  supo  la 
rota  de  Tablate,  aquella mesma  noche  envió á  llamar  á 
don  Alvaro  Manrique,  hijo  del  conde  de  Osorno,  caba- 
llero del  hábito  de  Calatrava ,  que  estaba  alojado  en 
una  alearía  de  la  Vega  con  ochenta  caballos  y  trecien- 
tos infantes  de  las  villas  de  Aguilar.  Montilla  y  Pliego; 


230 


LUIS  DEL  MARMOL  CARVAJAL. 


el  cual  llegó  antes  que  fuese  de  dia  á  la  puente  Genil, 
donde  ya  el  Conde  le  estaba  aguardando  con  ochocien- 
tos infantes  y  ciento  yveinte  caballos;  y  entregándole 
toda  aquella  gente,  le  envió  á  poner 'cobro  en  aquel 
paso,  con  orden  que,  dejando  buena  guardia  en  él ,  pa- 
sase á  juntarse  con  el  campo  del  Marqués  su  padre;  el 
cual  partió  luego,  y  hallando  el  lugar  desembarazado, 
cumplió  la  orden  del  Conde,  y  se  fué  á  juntar  con  nues- 
tro campo  en  Jubiles.  El  tiempo  nos  llama  ya  á  que 
volvamos  al  marqués  de  los  Vélez ,  que  dejamos  en  el 
lugar  de  Tavernas. 

CAPITULO  XIII. 

Cómo  el  marqués  de  los  Vélez  tuvo  orden  de  su  majestad  para  acu- 
dir á  lo  de  Almería,  y  fué  sobre  los  moros  que  se  habían  jun- 
tado en  Guécija  y  los  desbarató. 

Estaba  todavía  el  marqués  de  los  Vélez  con  su  campo 
en  Tavernas,  y  á  1 1  de  enero,  el  dia  que  el  marqués  de 
Mondéjar  partió  de  Tablate,  tuvo  orden  de  su  majes- 
tad ,  en  conformidad  de  su  ofrecimiento,  para  que  con 
la  gente  que  tenia  junta  acudiese  á  la  parte  de  Almería 
por  la  seguridad  de  aquella  comarca.  Túvose  por  bue- 
na esta  provisión ,  por  hallarse  ya  dentro  del  reino  de 
Granada  con  campo  formado  y  recogido  á  su  costa, 
aunque  no  dejaba  de  parecer  que  se  hacia  agravio  al 
marqués  de  Mondéjar  y  á  la  razón  de  la  guerra,  habien- 
do en  una  provincia  dos  capitanes  generales ,  que  nin- 
guno dellos  quería  igual.  Hubo  muchas  personas  que 
lo  atribuyeron  á  permisión  divina,  que  quiso  que  con- 
viniesen á  un  mesmo  tiempo  en  esta  guerra  dos  perso- 
najes de  voluntad  tan  contrarios,  que  cuando  con  equi- 
dad uno  intercediese  por  los  rebeldes,  procurando  me- 
dios para  reducirlos,  otro  con  rigor  y  aspereza  los  per- 
siguiese; de  manera  que  siendo  dignamente  castigados, 
desocupasen  el  reino  de  Granada,  donde  pudíendo  ser 
moros  encubiertos,  mantenían  con  menor  dificultad  la 
seta  de  Mahoma.  Luego  otro  dia  partió  el  marqués  de 
los  Vélez  de  aquel  alojamiento  en  busca  de  algunos 
enemigos;  y  siendo  avisado  que  los  moros  de  Guécija  se 
fortalecían  en  aquel  lugar,  y  que  habían  soltado  las  ace- 
quias del  rio  para  empantanar  los  campos ,  y  cortado 
gruesos  árboles  que  atravesar  en  los  caminos  y  vere- 
das, y  hecho  otros  impedimentos  para  que  por  ninguna 
pártelos  caballos  les  pudiesen  entrar,  enderezó  su  ca- 
mino hacia  ellos.  Llevaba  cinco  mil  infantes,  la  mayor 
parte  arcabuceros  y  ballesteros,  gente  ejercitada  en  los 
rebatos  de  la  costa  del  reino  de  Murcia  y  acostumbra- 
da á  los  trabajos  de  la  guerra ,  y  trescientos  de  á  caba- 
llo muy  bien  armados ;  y  habiendo  hecho  reconocer  el 
camino  y  los  impedimentos  que  los  enemigos  le  habían 
puesto ,  tomó  la  halda  de  la  sierra  un  poco  alta ,  por 
donde  entendió  que  la  podría  mejor  hollar,  y  con  sus 
ordenanzas  tendidas  caminó  la  vuelta  del  lugar,  donde 
aun  todavía  se  devisaba  desde  lejos  el  incendio  y  ruina 
de  la  torre  y  del  monasterio  en  que  los  moros  habían 
quemado  tantos  religiosos  cristianos.  No  se  mostraron 
los  moros  perezosos  en  salirle  á  recebir  con  dos  escua- 
drones de  gente  tan  bien  ordenados,  como  lo  pudieran 
hacer  soldados  viejos  muy  prá ticos ,  y  haciendo  alto  á 
vista  de  nuestro  campo ,  degollaron  cruelmente  todos 
los  cristianos  captivos  que  tenían.  Era  caudillo  destos 
herejes  el  Gorri,  principal  autor  de  tanta  crueldad,  el 
cual  hizo  muestra  ó  representación  de  batalla;  y  el  Mar- 


qués, que  con  honrosa  envidia  deseaba  hacer  hechos 
dignos  de  su  nombre ,  teniendo  reconocido  el  sitio  en 
que  estaban  y  por  donde  se  le  podría  entrar,  hizo  poco 
caso  dellos;  y  enviando  delante  al  capitán  Andrés  de 
Mora,  sargento  mayor,  con  quinientos  arcabuceros  por 
la  halda  de  la  sierra,  y  en  su  resguardo  á  don  Diego  Fa- 
jardo, su  hijo,  con  sesenta  caballos,  les  mandó  que  los 
fuesen  entreteniendo  con  escaramuza  mientras  llegaba 
con  el  golpe  de  la  gente.  El  Gorri  hizo  rostro  animosa- 
mente y  mantuvo  un  buen  rato  la  pelea ;  mas  al  fin ,  no 
pudíendo  resistir  la  furia  de  la  arcabucería,  se  comen- 
zó á  retirar  antes  que  la  caballería  le  cercase;  y  toman- 
do por  delante  la  gente  inútil,  llevando  á  las  espaldas 
nuestros  soldados,  se  encaramó  en  las  peñas  de  la  sier- 
ra de  ílar  que  estaba  cerca ,  donde  tenía  en  un  reduc- 
to de  piedras  que  está  en  la  cumbre  de  un  alto  cerro 
recogidos  los  ganados  y  bastimentos ;  y  rehaciéndose 
en  él  para  tornar  á  pelear,  tampoco  le  aprovechó  nada, 
y  al  fin  se  metió  por  las  sierras  de  Fílix.  Hubieron  li- 
bertad este  día  muchas  cristianas  captivas  que  se  que- 
daron escondidas  en  las  casas  del  lugar ,  y  otras  que 
dejaron  los  moros  en  las  sierras  cuando  iban  huyendo. 
El  marqués  de  los  Vélez  se  alojó  en  campaña ,  porque 
los  soldados  no  entrasen  á  cargar  de  despojos  y  se  fue- 
sen ,  cosa  muy  ordinaria  en  esta  guerra ;  aunque  fué  en 
vano  su  diligencia,  porque  luego  se  comenzaron  á  des- 
mandar en  cuadrillas  por  los  lugares  del  Boloduí  y  del 
condado  de  Marchena,  y  cargados  de  ropa,  yendo  bien 
proveídos  de  esclavas  y  de  bagajes,  se  volvían  á  sus  ca- 
sas ;  y  así,  hubo  de  estar  el  campo  en  aquel  alojamien- 
to mas  de  lo  que  el  General  quisiera. 

CAPITULO  XIV. 

De  una  entrada  que  la  gente  de  Guadix  hizo  en  el  marquesado 
del  Cénete. 

Mejor  les  hubiera  sido  á  las  moriscas  del  Deyre  y  de 
lá  Calahorra  que  sus  maridos  las  hubieran  dejado  es- 
tar quedas  en  la  fortaleza,  donde  el  alcaide  las  tenía  re- 
cogidas, que  no  sacarlas  con  el  engaño  que  las  sacaron; 
porque  habiéndolas  traído  algunos  días  de  sierra  en 
sierra  necesitadas  de  hambre ,  les  fué  forzado  meterse 
en  las  casas  del  Deyre,  confiadas  en  la  guardia  que  Je- 
rónimo el  Maleh  les  hacía  con  la  gente  del  marquesa- 
do, ó  como  después  nos  dijeron  algunas  dellas,  en  la 
palabra  que  Juan  de  la  Torre  les  había  dado,  díciéndo- 
les  que  se  asegurasen  en  sus  casas ,  porque  no  recibi- 
rían daño.  Sea  como  fuere ,  Pedro  Arias  de  Avila,  cor- 
regidor de  Guadix ,  fué  avisado  como  el  lugar  estaba 
lleno  de  mujeres,  y  que  había  con  ellas  gente  de  guer- 
ra, y  con  parecer  del  cabildo  acordó  de  ir  á  dar  sobre 
él.  No  lo  pudo  hacer  tan  secreto,  que  los  moros  dejasen 
de  ser  avisados  por  los  moriscos  de  paces  que  moraban 
en  aquella  ciudad.  Juntando  pues  toda  la  gente  de  á 
pié  y  de  á  caballo,  salió  de  Guadix  sábado,  13  días  del 
mes  de  enero,  y  á  gran  priesa  fué  la  vuelta  de  la  sierra, 
recelándose  de  algún  aviso ;  y  con  todo  eso ,  cuando 
llegó  á  vista  del  Deyre  ya  los  moros  y  moras  iban  hu- 
yendo la  sierra  arriba.  Adelantáronse  don  Hernando 
de  Barradas,  don  Juan  de  Saavedra,  don  Cristóbal  de 
Benavides ,  don  Pedro  de  la  Cueva  y  Hernán  Valle  de 
Palacios,  Lázaro  de  Fonseca,  y  otros  caballeros  y  ciu- 
dadanos ,  que  por  todos  fueron  catorce  de  á  caballo, 
para  alcanzarlos  antes  que  encumbrasen  el  puerto  de  la 


REBELIÓN  Y  CASTIGO  DE  LOS  MORISCOS  DE  GRANADA. 


Havaha ;  ios  cuales,  dejando  atrás  las  mujeres  y  baga- 
jes que  iban  alcanzando,  subieron  la  sierra  arriba  bas- 
ta llegar  á  un  llano  que  se  hace  en  la  cumbre  alta  del 
puerto.  Allí  habla  reparado  el  Maleh  con  tres  banderas 
y  un  golpe  de  gente  armada  para  hacer  rostro,  mien- 
tras se  ponían  en  cobro  las  mujeres  y  los  bagajes ;  el 
cual  resistió  á  nuestros  caballos,  y  cargando  animosa- 
mente sobre  ellos,  los  hubiera  puesto  en  aprieto,  si  en 
la  mayor  necesidad  no  les  acudiera  el  doctor  Fonseca 
con  cuarenta  arcabuceros.  Viendo  los  moros  este  so- 
corro y  otros  que  iban  llegando,  comenzaron  á  reti- 
rarse, no  del  todo  huyendo,  sino  haciendo  vueltas  so- 
bre nuestra  gente ,  y  en  una  montañeta  se  entretuvie- 
ron mas  de  media  hora  peleando ,  hasta  que  del  todo 
fueron  desbaratados  y  puestos  en  huida ,  dejando  de 
los  suyos  mas  de  cuatrocientos  hombres  muertos  y  dos 
mil  almas  captivas  entre  mujeres  y  niños,  y  mil  baga- 
jes cargados  de  ropa.  Esta  fué  una  de  las  mejores  pre- 
sas que  se  hicieron  en  esta  guerra  y  con  menos  peli- 
gro; con  la  cual  Pedro  Arias  de  Avila  volvió  muy  con- 
tento á  Guadix,  y  los  moros  quedaron  bien  lastimados. 

CAPITULO  XV. 

Cómo  el  marqués  de  Mondéjar  pasó  á  Pitres  deFerreira,y  de  una 
plática  que  don  Hernando  el  Zagucr  hizo  á  los  alzados. 

El  mesmo  dia  que  Pedro  Arias  de  Avila  hizo  la  en- 
trada en  el  marquesado  del  Cénete ,  partió  el  marqués 
de  Mondéjar  de  la  taa  de  Poqueira ,  para  ir  en  segui- 
miento de  Aben  Humeya  y  del  Zaguer,  que  tuvo  nueva 
se  iban  retirando  la  vuelta  de  Pitres  de  Ferreira;  y  de- 
jando el  camino  derecho,  tomó  la  cordillera  alta  de  una 
sierra  que  se  hace  entre  estas  dos  taas,  llevando  la  ar- 
tillería y  los  bagajes,  no  sin  grandísimo  trabajo,  por  ha- 
cer el  tiempo  áspero  de  frío  y  estar  las  sierras  cubier- 
tas de  nieve.  Mas  entrando  en  la  taa  de  Ferreira,  no 
halló  enemigos  con  quien  pelear;  y  lo  que  hubo  nota- 
ble en  este  camino  fué  que^  pasando  por  junto  al  lugar 
de  Pórtugos,  se  vio  un  gran  humo  que  salía  de  la  igle- 
sia, y  era  que  unos  cristianos  captivos,  queriéndolos 
matar  sus  amos,  se  habían  recogido  y  hecho  fuertes  en 
la  torre  del  campanario ,  y  los  herejes  le  habían  puesto 
fuego  para  quemarlos  dentro.  Luego  sospechó  el  Mar- 
qués lo  que  debía  ser,  y  mandó  á  don  Luís  de  Córdoba 
y  á  don  Alonso  de  Granada  Venegas  que  con  doscien- 
tos infantes  y  cincuenta  caballos  fuesen  á  ver  qué  era; 
los  cuales  llegaron  á  la  iglesia  sin  impedimento ,  por- 
que los  moros  se  habían  ido  huyendo  en  viéndolos  aso- 
mar. Contáronnos  estos  caballeros  como  llegaron  á  la 
iglesia,  y  entrando  dentro,  hallaron  cinco  mujeres  cris- 
tianas muertas  de  heridas,  tendidas  por  aquel  suelo,  y 
en  la  peaña  del  altar  mayor  un  niño  que  parecía  de 
hasta  tres  años ,  las  manecítas  atadas  con  un  cordel  y 
un  puñal  metido  por  el  lado  izquierdo,  y  la  sangre  tan 
fresca,  que  aun  no  estaba  resfriada,  y  los  ojitos  abier- 
tos mirando  tan  tiernamente  hacia  el  cíelo,  que  pare- 
cía quejarse  a  su  Criador  del  bárbaro  sacrificio  que  de 
sus  tiernos  miembrecitos  habían  hecho  aquellos  here- 
jes ;  y  era  tanta  la  hermosura  del  blanco  y  colorado 
rostro ,  que  en  la  tierra  mostraba  bien  el  reposo  con 
que  el  alma,  libre  de  los  temores  desta  guerra ,  glorifi- 
caba entre  los  ángeles  al  Señor;  y  que  viendo  aquel  es- 
pectáculo de  crueldad,  movidos  á  compasión,  les  crecía 
igualmente  tanta  ira,  que  no  vían  la  hora  de  tomar  la 


231 


venganza  por  sus  manos,  diciendo  contra  aquellos  rús- 
ticos :  «¡Oh  herejes  descreídos!  ¡No  osáis  aguardar  á  pe- 
lear con  los  hombres,  que  decís  haberos  ofendido,  y 
como  viles  y  cobardes  tomáis  venganza  en  las  mujeres 
y  en  los  niños,  ensuciando  vuestras  viles  y  torpes  espa- 
das en  su  inocente  sangre!»  Había  el  fuego  consumido 
una  parte  de  los  edificios  de  la  torre,  y  sí  tardara  el 
socorro  un  poco  mas ,  se  acabara  de  quemar ;  mas  los 
cristianos  se  habían  metido  en  parte  donde  aun  no  los 
calentaba  la  llama,  y  uno  dellos  fué  tan  grande  su  de- 
terminación con  el  deseo  de  la  libertad,  que  en  viendo 
llegar  nuestra  gente ,  sin  buscar  la  puerta  por  donde 
salir,  se  arrojó  de  la  torre  abajo,  y  no  pudiendo  las  fla- 
cas canillas  de  las  piernas  sustentar  la  carga  del  pesa- 
do cuerpo ,  se  quebraron  entrambas ,  y  todavía  fué  re- 
cogido por  los  soldados  y  llevado  á  las  ancas  de  un  ca- 
ballo, y  puesto  con  los  demás  en  libertad.  En  este  tiem- 
po caminaba  nuestra  gente  la  vuelta  de  Pitres,  lugar 
principal  de  aquella  taa,  el  cual  habían  dejado  los  mo- 
ros despoblado ,  y  en  la  iglesia  estaban  ciento  y  cin- 
cuenta cristianas  captivas,  que  fueron  puestas  en  liber- 
tad ,  no  habiendo  consentido  Miguel  de  Herrera ,  al- 
guacil de  aquel  lugar,  que  losmonfís  y  gandules  las  mata- 
sen. Había  entre  estos  algunos  hombres  nobles  de  buen 
entendimiento,  á  quien  parecían  mallas  crueldades  que 
se  hacían ,  y  ver  que  los  alpujarreños  perseverasen  en 
el  levantamiento  viendo  que  los  del  Albaícín  se  estaban 
quedos,  cargándoles  la  culpa ,  y  aun  pidiendo  que  fue- 
sen castigados  con  rigor ;  y  estos  tales,  por  echar  de  sí 
la  furia  de  la  guerra ,  atribuyendo  el  mal  á  los  sedicio- 
sos y  á  la  ignorancia  de  aquellos  pueblos,  no  deseaban 
mas  que  la  paz  y  quietud  desús  casas,  y  así  hacían  algu- 
nas obras  que  entendían  serles  provechosas  algún  día. 
El  que  hacia  mas  instancia  en  que  la  tierra  se  apacigua- 
se era  don  Hernando  el  Zaguer,  á  quien  Aben  Humeya 
había  hecho  su  capitán  general;  el  cual,  viendo  que  los 
moros  se  liabian  retirado  del  paso  de  Lanjaron,  y  des- 
pués de  Poqueira,  sin  dar  batalla  á  nuestro  campo,  y 
conociendo  su  perdición ,  juntó  los  alguaciles  y  hom- 
bres principales  de  las  taas  que  tenia  por  amigos ,  y 
queriéndoles  persuadir  á  que ,  pues  no  eran  poderosos 
contra  su  majestad ,  buscasen  algún  buen  medio  para 
que  los  perdonase,  les  hizo  una  plática  desta  manera: 
«No  sé  cómo  poderos  decir,  hermanos  míos,  el  poco 
cuidado  que  tenemos  de  nuestra  salud.  Si  no  podemos 
hacer  tanto  como  seria  menester  en  favor  de  nuestras 
casas,  mujeres  y  hijos,  siendo,  como  querríamos  ser, 
defensores  de  nuestra  libertad,  ¿por  qué  no  seguiremos 
el  consejo  de  los  cuerdos,  cediendo  á  la  contraría  for- 
tuna, que  tan  enemiga  se  nos  muestra,  pues  los  que  pu- 
dieran ser  mas  poderosos  que  nosotros  y  que  nos  po- 
nían mas  confianza,  aun  no  se  atrevieron  á  probarla* 
Cuerpos  tenían  como  nosotros  los  granadinos,  y  ánimos 
para  dar  y  recebir  heridas,  y  la  mesma  indignación  que 
nosotros  tenemos;  mas  no  se  quisieron  arrojar  precipi- 
tosamente por  los  despeñaderos  de  la  ira,  falta  de  con- 
sideración. Veamos  agora,  ¿qué  nos  aprovechará  á  nos- 
otros el  sacrificio  de  nuestra  sangre  en  caso  que  una  y 
mas  veces  seamos  vencedores,  sí  al  rey  Felipe  jamás  le 
faltarán  armas  para  combatirnos  con  mayor  fuerza 
cuanto  mas  indignado  le  tuviéremos?  Por  mejor  tengo 
irnos  á  su  clemencia  y  entregarle  nuestras  armas  y 
banderas ,  que  realmente  son  suyas ,  pidiendo  perdón 


232  LUIS  DEL  MARMOL  CARVAJAL 

de  nuestras  culpas ,  pues  somos  ciertos  que  nos  admi- 
tirá ,  y  tanto  mejor  agora,  que  la  fortuna  de  la  guerra 
parece  estar  algo  dudosa ,  que  no  perseverar  en  una  li- 
viandad tan  grande  como  hemos  intentado ,  agravada 
de  tantos  delitos  y  excesos  como  se  han  hecho,  á  nues- 
tro parecer  con  justas  causas;  aunque ,  si  bien  lo  consi- 
deramos ,  no  fueron  sino  desatinos  de  gente  de  poco 
entendimiento,  que  nos  sujetamos  luego  á  nuestra  vo- 
luntad y  deseo  de  venganza.  Estemos  á  cuenta  con  los 
cristianos ,  que  cierto  nos  la  tomarán  bien  estrecha. 
¿Podremos  negar  que  no  tenemos  agua  de  baptismo 
como  ellos?  ¿Negaremos  que  no  somos  vasallos  subdi- 
tos naturales  del  rey  Felipe?  Pues  tampoco  podemos 
negar  sino  que  la  premática  que  tanto  nos  ha  alboro- 
tado fué  hecha  á  buen  fin ,  aunque  nos  ha  parecido 
grave.  ¿Vosotros  no  veis  que  ni  somos  bien  moros  ni 
bien  cristianos?  Pues  si  esto  es  ansí, cierto  es  haber 
ofendido  con  este  levantamiento  á  Dios  primeramente, 
y  después  á  nuestro  rey.  Las  cosas  sagradas  en  cual- 
quier parte  se  deben  respetar;  nosotros  hemos  violado 
los  templos  con  incendios  y  destruiciones ,  robando  y 
matándolos  sacerdotes;  queremosobedecerá  otro  rey, 
como  si  lo  hubiéramos  de  hallar  mejor;  procuramos  so- 
corrernos de  gente  berberisca ,  so  color  de  ser  moros 
como  ellos :  pues  sed  ciertos  que  ni  podremos  susten- 
tarnos con  otro  gobierno ,  aunque  toda  África  nos  fa- 
vorezca, ni  los  berberiscos  vernán  á  favorecernos  por 
nuestro  bien,  sino  por  cudicia  de  robarnos,  porque  son 
tiranos  ejercitados  en  robos  y  en  latrocinios;  y  cuando 
mas  no  puedan,  se  volverán  cargados  de  los  despojos 
de  nuestras  casas,  dejándonos  deshonradas  nuestras 
mujeres  y  hijas,  como  lo  han  hecho  en  otras  partes. 
No  plega  á  Dios  que  tenga  yo  en  tanto  mi  vida,  que 
por  calvarla  cometa  traición  á  mi  nación  ni  deje  de 
decir  verdad.  Esta  que  llamáis  libertad  será  muy  bien 
trocada  por  la  paz.  No  sé  qué  pensamos  sacar  de  la 
guerra,  que  ni  sabemos  ponerle  el  pecho  ni  volverle  las 
espaldas,  faltos  de  experiencia,  de  armas ,  de  caballos, 
de  navios  y  de  muros  donde  podernos  asegurar,  y  que 
de  necesidad  habemos  de  andar  de  cueva  en  cueva  y 
de  sierra  en  sierra ,  cargados  de  mujeres  y  niños  y  hu- 
yendo de  la  fiereza  de  la  gente  española  que  nos  sigue; 
y  al  fin  ha  de  ser  la  hambre  la  que  nos  ha  de  rendir, 
como  rindió  á  Granada  y  á  otras  muchas  ciudades  des- 
te  reino,  cuando  aun  habia  mejor  comodidad  de  poder- 
le defender  nuestros  pasados.  Yo  sé  que  el  marqués  de 
Mondéjar  nos  admitirá  en  gracia  del  rey  Felipe  si  acu- 
dimos á  él  con  humildad ;  y  no  serán  vergonzosas  las 
condiciones  con  que  nos  recibiere  quien  tan  gravemen- 
te ha  sido  ofendido  de  nuestra  parte,  aunque  haga  cas- 
tigo ejemplar  en  algunos  de  nosotros ,  y  sea  yo  el  pri- 
mero; que  dichosa  me  será  tal  muerte ,  si  con  ella  pa- 
gare las  culpas  de  toda  mi  nación.»  Hasta  aquí  dijo  el 
Zaguer ;  y  aprobando  su  considerado  parecer  los  ancia- 
nos que  allí  estaban,  llamó  á  Jerónimo  de  Aponte  y  Juan 
Sánchez  de  Pina,  á  quien  dijimos  que  habia  salvado  las 
vidas  en  Ujíjar,  y  dándoles  parte  de  lo  que  tenían  acor- 
dado, les  rogó  que  fuesen  á  tratar  el  negocio  de  la  re- 
ducción con  el  marqués  de  Mondéjar,  y  le  informasen 
del  arrepentimiento  que  tenían  los  moriscos  de  la  Al- 
pujarra,  y  le  suplicasen  de  su  parte  intercediese  con  su 
majestad  para  que  perdonase  aquel  yerro,  y  se  hubiese 
piadosamente  con  aquellos  pueblos  que  humilmente  se 


querían  poner  en  sus  manos ;  y  que  mientras  esto  se 
negociaba,  rendirían  las  armas  y  las  banderas,  dándole 
una  cédula  firmada  de  su  nombre,  por  la  cual  le  ase- 
gurase su  persona  y  familia.  Con  esta  embajada,  y  una 
carta  del  Zaguer  para  el  Marqués,  en  que  se  desculpa- 
ba de  lo  hecho  y  cargaba  la  culpa  á  los  monfís,  partie- 
ron Jerónimo  de  Aponte  y  Juan  Sánchez  de  Pina  de  Ju- 
biles, y  llegaron  á  Pitres  el  mesmo  dia  que  entró  el 
campo ,  y  dieron  su  recaudo  al  marqués  de  Mondéjar; 
el  cual ,  para  responder  á  ella  y  dar  orden  en  enviar  las 
cristianas  á  Granada  con  escolta,  por  el  estorbo  que  ha- 
cían, y  poder  informarse  de  los  adahdes  del  campo  có- 
mo se  podría  desechar  un  paso  dificultoso  que  tenía  por 
delante  en  el  camino  de  Jubiles,  se  hubo  de  detener 
en  aquel  alojamiento  el  día  siguiente.  La  respuesta  quo 
dio  á  Jerónimo  de  Aponte  fué  que  tornase  al  Zaguer  y 
le  dijese  que,  rindiendo  las  armas  y  las  banderas,  como 
decía,  y  dándose  llanamente  á  merced  de  su  majestad, 
holgaría  de  ser  su  intercesor  para  que  se  hubiese  mi- 
sericordiosamente con  ellos ;  mas  que  se  resolviesen, 
porque  no  suspendería  un  solo  momento  la  ejecución 
del  castigo  que  llevaba  comenzado.  Y  disimulando  la 
cédula  de  seguro  que  pedia,  le  despachó  luego. 


CAPITULO  XVf. 

Cómo  los  moros  acometieron  á  entrar  en  Pitres  estando  nuestro 
campo  dentro  del  lugar. 

Está  el  lugar  de  Pitres  en  la  falda  de  la  Sierra  Nevada 
que  mira  hacía  el  mediodía,  repartido  en  tres  barrios, 
poco  distantes  uno  de  otro :  en  el  principal  está  la  igle- 
sia, y  delante  della  una  plaza  llana  de  mediana  gran- 
deza ;  todo  lo  demás  del  lugar  son  cuestas  y  barrancos, 
y  al  derredor  ásperas  sierras ,  aunque  fértiles  de  arbo- 
ledas, por  la  abundancia  de  fuentes  que  bajan  de  los  va- 
lles. Los  moros,  que  siempre  andaban  á  vista  de  nuestro 
campo  con  mas  ánimo  de  espantar  que  de  representar 
batalla ,  fuese  con  propósito  de  hacer  algún  efeto  con 
la  ocasión  de  una  cerrada  niebla  que  amaneció  el  do- 
mingo por  la  mañana ,  ó  porque,  como  después  decían 
algunos  dellos,  entendieron  que  unas  cuadrillas  que 
el  Marqués  enviaba  á  reconocer  el  camino,  era  todo  el 
campo  que  marchaba ,  y  quisieron  guarecerse  en  las  ca- 
sas de  la  tempestad  del  frío,  pareciéndoles  que  estaban 
yermas ,  bajaron  á  gran  priesa  de  los  cerros ,  y  por  dos 
partes  fueron  á  meterse  en  el  lugar,  y  llegaron  á  él  sin 
ser  sentidos  ni  vistos  por  las  centinelas :  tanta  era  la  es- 
curídadde  la  niebla.  Los  que  entraron  por  la  parte  baja 
hacia  el  rio  dieron  en  unas  casas  algo  apartadas,  don- 
de se  habia  metido  una  escuadra  de  soldados,  y  hallán- 
dolos desapercebidos,  los  degollaron;  solo  un  mucha- 
cho se  les  fué ,  que  comenzó  á  dar  voces  y  á  tocar  ar- 
ma por  una  cuesta  arriba,  hasta  fiegar  al  cuerpo  de 
guardia  y  á  la  posada  del  Marqués ,  el  cual  se  puso  luego 
á  caballo  y  salió  á  la  plaza  de  armas ;  y  sospechando 
que  debía  ser  ardid  de  guerra  llamar  al  enemigo  por  la 
parte  baja,  para  acudir  de  golpe  por  arriba  y  diviilír 
desta  manera  nuestra  gente ,  mandó  recoger  todas  las 
compañías  en  sus  cuarteles,  y  á  los  caballos  que  acu- 
diesen á  la  plaza  de  armas.  Ordenó  á  Juan  Ochoa  do 
Navarrele  y  á  Antonio  Flores  de  Benavides  ,  capita- 
nes de  la  infantería  con  que  servía  la  ciudad  de  Baeza, 
que  con  sus  compañías  se  metiesen  en  el  barrio  que  es- 
taba á  la  parte  de  levante  algo  apartado  del  de  la  iglc- 


REBELIÓN  Y  CASTIGO  DE  LOS  MORISCOS  DE  GRANADA. 


sia,  un  gran  barranco  en  medio,  por  si  los  enemigos 
viniesen  á  entrar  por  allí;  y  no  le  engañó  su  sospecha, 
porque  no  eran  bien  llegados  los  capitanes  al  puesto, 
cuando  los  moros,  que  con  las  armas  teñidas  en  sangre 
subian  el  barranco  arriba  ,  y  otros  que  bajaban  de  la 
sierra ,  se  encontraron  con  ellos.  Peleóse  al  principio 
animosamente  de  entragibas  partes ;  mas  acudiendo 
gente  de  parte  de  los  moros ,  aunque  menos  de  la  que 
parecía  con  la  oscuridad  de  la  fosca  niebla ,  y  con  la  pre- 
sencia del  peligro  los  soldados,  gente  nueva,  aflojaron, 
y  á  un  tiempo  volvieron  las  espaldas ,  dejando  solos  á 
suscapitanes.  Los  enemigos  no  fueron  perezosos  ease- 
guirlospor  un  lado  del  barranco ,  hasta  meterlos  en  el 
barrio  principal.  A  esto  acudió  luego  el  Marqués,  acom- 
pañado de  muchos  caballeros  y  capitanes,  y  reparando 
el  peligro,  hizo  que  los  moros  volviesen  huyendo  por 
donde  hablan  entrado,  quedando  algunos  dellos  muer- 
tos. Señaláronse  este  dia  doce  soldados  que  se  hallaron 
en  la  boca  de  una  calle  por  donde  venia  el  golpe  de  los 
enemigos,  y  defendiendo  la  entrada,  mataron  y  hirie- 
ron muchos;  quitáronles  tres  banderas ,  y  sobrevinién- 
doles socorro ,  los  hicieron  volver  huyendo.  Una  dellas 
era  un"  estandarte  de  damasco  carmesí  con  Huecos  de 
seda  y  oro,  que  solia  ser  guión  delante  del  Santísimo  Sa- 
cramento en  üjíjar ,  y  lo  traían  los  herejes  por  insignia 
de  su  traición  y  maldad.  Retiráronse  los  enemigos  de 
Dios  a  la  sierra ,  viendo  lo  mal  que  les  iba  en  el  lugar; 
y  pasando  por  entre  las  casas ,  mataron  un  pobre  atam- 
bor  que  hallaron  solo  tocando  á  gran  priesa  arma  con 
su  caja.  Juntándose  pues  con  el  golpe  de  la  otra  gente, 
que  aun  no  se  había  descubierto,  volvieron  segunda  vez 
al  lugar  para  ver  si  podrían  hacer  algún  efeto;  mas  lue- 
go quebrantaron  los  rayos  del  sol  aquella  niebla  y  die- 
ron claridad  al  dia  de  manera,  que  pudieron  ser  vistos: 
con  todo  eso,  no  dejaron  de  hacer  su  acometimiento  y 
de  llegar  tan  adelante,  que  con  las  piedras  que  tiraban 
á  brazo  alcanzaban  á  la  plaza  de  armas ;  mas  fué  tanto 
el  efeto  que  nuestros  arcabuces  hicieron  por  esta  parte, 
que  hubieron  por  bien  de  retirarse ,  entendiendo  que 
cuanto  mas  aclarase  el  dia  les  iría  peor,  y  por  la  orilla 
de  la  nieve  volvieron  á  su  alojamiento.  Aquí  murieron 
dos  esforzados  soldados,  Juan  de  Isla,  sobrino  de  Al- 
varo de  Isla,  corregidor  de  Antequera,  y  Jerónimo  de 
Avila ,  vecino  de  Granada ,  y  otros  cuyos  nombres  no 
supimos.  No  siguió  nuesira  gente  el  alcance,  por  serva 
tarde  y  caer  una  agua  menuda  mezclada  con  nieve, 
que  impedia  el  tirar  de  los  arcabuces. 

CAPITULO  XVII. 

C({mo  el  campo  del  marqués  de  Mondéjar  partió  de  Pflres 

en  seguimiento  del  enemigo. 

El  siguiente  día,  que  fué  lunes  i 7  de  enero,  partió 
el  marqués  de  Mondéjar  del  alojamiento  de  Pitres ,  y 
con  un  temporal  recio  de  agua  y  nieve ,  dejando  el  ca- 
mino derecho  que  iba  á  Jubiles ,  tomó  la  vuelta  de  Tre- 
vélez.  No  había  caminado  legua  y  media ,  cuando  se 
descubrió  el  campo  de  los  moros  que  iban  hacia  Jubiles 
por  la  cordillera  del  cerro  de  la  otra  parte  del  rio ,  don- 
de había  estado  alojado  aquella  noche;  los  cuales  en- 
tendiendo que  nuestra  gente  hacia  el  mesmo  camino  y 
que  les  tomaría  la  delantera ,  enviaron  seiscientos  hom- 
bres con  tres  banderas,  que  entretuviesen  con  escara- 
muz!\s  mientras  se  adelantaban  los  demás.  Viéndolos 


2.r. 

venir  el  marqués  de  Mondéjar,  mandó  á  los  capita)its 
Diego  de  Aranda  y  Hernán  Carrillo  de  Cuenca  que  fue- 
sen con  sus  compañías  á  darles  carga.  Los  moros,  pa- 
reciéndoles que  era  poca  gente,  hicieron  rostro,  y  los 
nuestros,  aunque  hacían  muestra  de  ir  hacia  ellos,  no 
se  alargaron  todo  lo  que  era  menester.  Entonces  el  Mar- 
qués envió  á  don  Hernando  y  don  Gómez  de  Agreda, 
hermanos ,  vecinos  de  Granada,  y  otros  gentileshom- 
bres  que  se  hallaron  par  del ,  á  que  reforzasen  las  dos 
compañías  con  quinientos  arcabuceros;  mas  luego  ad- 
virtió que  era  entretenimiento  que  procuraba  el  enemi- 
go, para  tener  lugar  de  ponerse  en  salvo;  y  haciéndo- 
los retirar ,  caminó  con  los  escuadrones  á  paso  largo, 
enviando  delante  á  los  capitanes  Gonzalo  Chacón  y  Lo- 
renzo de  Leiva,  y  Gonzalo  de  Alcántara  con  sus  caba- 
llos y  algunos  peones  sueltos,  á  que  atajasen  el  campo 
át  los  moros ,  que  iban  á  mas  andar  por  aquella  loma. 
La  caballería  pasó  el  rio  y  ,fué  tomando  lo  alto ;  mas 
por  mucha  priesa  que  los  capitanes  se  dieron ,  cuando 
llegaron  arriba  ya  habían  pasado,  y  solamente  pudie- 
ron alancear  algunos  que  se  quedaron  rezagados,  y  por- 
que cerraba  la  noche ,  dejaron  de  seguirlos.  Llegó  nues- 
tro campo  á  alojarse  por  bajo  del  lugar  de  Trevélez  en- 
tre unos  chaparros,  cerca  de  un  alcornocal  y  del  rio,  por 
la  comodidad  del  agua  y  de  la  leña  tan  necesaria  para 
guarecer  la  gente  del  frío  que  hacia.  Los  moros  toma- 
ron lo  alto  de  la  sierra ,  y  no  pararon  hasta  meterse  en 
la  nieve,  donde  perecieron  cantidad  de  mujeres  y  de 
criaturas  de  frío ,  y  aun  de  los  cristianos  amanecieron 
helados  á  la  mañana  tres  ó  cuatro,  y  algunos  caballos 
reventaron  de  comer  una  maldita  yerba  que  hallaron 
por  aquellos  valles. 

CAPITULO  XVIII. 

Cómo  el  marqués  de  Mondéjar  pasó  al  castillo  de  Jubiles,  y  los 
caudillos  de  los  moros  se  fueron  huyendo  sin  pelear. 

Los  moros  que  iban  huyendo  delante  de  nuestro  cam- 
po fueron  á  parar  aquella  noche  á  Jubiles ,  donde  tenían 
recogidas  las  mujeres  y  la  riqueza  de  aquellas  taas,  pen- 
sando defenderse  en  el  sitio  de  aquel  castillo  antiguo 
que  dijimos,  el  cual  era  asaz  fuerte  para  cualquier  ba- 
talla de  manos.  Su  intento  era  entretenerse  allí  algunos 
días,  mientras  se  trataba  de  medios  de  paz ,  porque  Je- 
rónimo Aponte  les  había  dado  esperanza  dello ,  por 
lo  que  había  entendido  en  Pitres  de  la  voluntad  del 
Marqués ,  aunque  el  Zaguer  y  los  otros  caudillos  esta- 
ban temerosos  de  ver  que  no  les  había  querido  dar  se- 
guro firmado  de  su  nombre ,  y  sospechaban  lo  que  por 
ventura  llevaban  en  pensamiento,  que  haría  algún  cas- 
tigo ejemplar  en  los  autores  del  rebelión.  Dando  pues 
y  tomando  sobre  este  negocio  de  reducirse,  hubo  varias 
opiniones  entre  los  moros  aquella  noche.  Los  malos,  á 
quien  las  culpas  hacían  perder  la  esperanza  del  perdón, 
decían  que  degollasen  todas  las  mujeres  cristianas  que 
tenían  captivas ,  y  que  se  pusiesen  en  defensa  y  pelea- 
sen todo  su  posible,  y  cuando  mas  no  pudiesen ,  deja- 
rían el  sitio  y  se  meterían  por  las  sierras ;  lo  cual  po- 
drían hacer  fácilmente,  por  haber  disposición  para  ello, 
á  causa  de  la  aspereza  dellas ,  que  era  tanta,  que  no  la 
podrían  hollar  caballos;  y  los  que  no  se  tenían  por  tan 
culpados,  movidos  del  amor  de  sus  mujeres  y  hijos, 
que  veian  padecer  hambre ,  frío ,  cansancio  y  otras  in- 
comodidades, con  esperanza  de  poder  tener  algún  so- 


234 


LUIS  DEL  MARMOL  CARVAJAL. 


siego  en  sus  casas,  arrimándose  ala  opinión  del  Zaguer, 
no  quisieron  que  las  matasen ;  antes  pensando  apla- 
car, con  ponerlas  en  libertad,  la  indignación  de  los 
cristianos,  las  sacaron  aquella  mesma  noche  de  las  cue- 
vas donde  las  tenian  metidas  en  el  castillo,  y  les  dije- 
ron que  se  fuesen  á  las  casas  del  lugar  y  esperasen  á 
sus  parientes ,  que  llegarían  presto.  Hubo  muchas  mo- 
ras que  las  recogieron  en  sus  casas  y  las  acariciaron,  á 
íin  de  que  ellas  las  favoreciesen  cuando  los  soldados 
entrasen.  Siendo  pues  informado  el  marqués  deMondé- 
jar  del  camino  que  el  enemigo  habia  hecho  aquella  no- 
che ,  el  martes ,  18  días  del  mes  de  enero,  bien  de  ma- 
ñana levantó  el  campo ,  y  caminó  la  vuelta  de  Jubiles. 
No  habia  bien  entrado  por  aquella  taa ,  cuando  jlegó 
Jerónimo  de  Aponte ,  y  con  él  Juan  Sánchez  de  Pina ,  y 
le  dieron  otra  carta  del  Zaguer ,  en  que  repetía  lo  de 
la  primera,  pidiendo  todavía  un  seguro  por  escríto  para 
su  persona  y  la  de  Aben  Humeya.  Estos  cristianos  re- 
lirieron  al  Marqués  la  voluntad  que  aquellos  moros 
mostraban  tener,  y  lo  que  habian  tratado  en  sus  jun- 
tas, y  cómo  habian  defendido  que  los  monfís  no  mata- 
sen las  cristianas,  certificándole  que  ellos  habian  sido 
la  principal  causa  del  mal  que  se  habia  hecho  en  los 
templos  y  en  los  sacerdotes  y  en  los  vecinos  cristia- 
nos ,  y  procurando  descargar  al  Zaguer  y  á  Aben  Hu- 
meya. El  cual  les  respondió  que  volviesen  á  ellos,  y  les 
dijesen  que  se  viniesen  luego  á  rendir ,  porque  él  los 
admitirla ,  y  á  todos  los  que  se  viniesen  con  ellos ,  co- 
mo se  lo  habia  dicho  en  Pitres;  mas  que  entendiesen 
que  no  les  habia  de  dar  una  sola  hora  de  tiempo ,  disi- 
mulando lo  del  seguro  por  escrito ;  y  sospechando  que 
era  todo  entretenimiento  para  sacar  la  ropa  y  las  muje- 
res que  allí  tenian ,  mandó  marchar  mas  apriesa  la  gen- 
te. Vueltos  los  dos  cristianos  con  la  respuesta,  los  cau- 
dillos moros  no  se  satisficieron  nada  della ;  y  recogien- 
do la  gente  de  guerra  y  algunas  cosas  de  precio  que  pu- 
dieron llevar,  dejando  orden  que  hiciesen  todos  lo  mis- 
mo, dejaron  el  castillo  y  se  fueron  por  las  sierras  hacia 
Bérchul.  El  marqués  deMondéjar,  llegando  cerca  del 
lugar ,  hizo  alto  con  los  escuadrones,  y  envió  á  reco- 
nocerle á  Gonzalo  de  Alcántara  con  algunos  caballos, 
mandándole  que  no  dejase  entrar  los  soldados  en  las  ca- 
sas ,  porque  no  se  desmandasen  á  robar  y  sucediese  al- 
guna desgracia.  No  tardó  mucho  que  volvieron  los  dos 
cristianos,  y  dijeron  al  Marqués  como  los  dos  caudillos 
y  toda  la  gente  de  guerra  se  habian  ido  la  vuelta  de  Bér- 
chul y  de  Cádiar ,  y  con  ellos  la  mayor  parte  de  las  mu- 
jeres, y  que  quedaban  como  quinientos  hombres  en  el 
castillo,  viejos  y  impedidos,  y  muchas  moras  que  no  se 
habian  podido  ir.  Luego  mandó  marchar  hacia  el  lugar, 
y  junto  á  unas  peñas  que  están  cerca  de  las  casas  á  la 
parte  alta  hacia  poniente ,  salieron  á  recebirie  las  cris- 
tianas captivas  con  un  piadoso  llanto  verdaderamente 
digno  de  compasión ;  las  mas  dellas  llevaban  sus  hijitos 
en  los  brazos ,  y  otros  algo  mayores  que  las  seguían  por 
sus  pies ,  y  todas  con  las  cabezas  descubiertas  y  los  ca- 
bellos tendidos  por  los  hombros ,  y  los  rostros  y  los  pe- 
chos bañados  de  lágrimas,  que  entre  gozo  y  tristeza 
destilaban  desús  ojos.  No  habia  consuelo  que  bastase 
consolarlas  viendo  nuestros  cristianos,  y  acordándose 
de  los  maridos ,  hermanos ,  padres  y  hijos  que  delante 
de  sus  ojos  les  habian  sido  muertos  con  tanta  crueldad, 
y  dando  voces,  decían  :  «No  tomen,  señores,  á  vida 


hombre  ni  mujer  de  aquestos  herejes,  que  tan  malos  han 
sido  y  tanto  mal  nos  han  hecho ,  y  sobre  todos  nues- 
tros trabajos  nos  persuadían  á  que  renegásemos  de  la  fe 
con  ruegos  y  amenazas.»  El  Marqués  se  enterneció  de 
ver  aquellas  pobres  mujeres  tan  lastimadas ,  y  consolán- 
dolas lo  mejor  que  pudo,  hizo  que  se  apartasen  á  un 
cabo ,  y  envió  gente  á  tomar  los  pasos  por  donde  le 
pareció  que  tenian  la  retirada  los  moros,  á  unas  partes 
peones  y  á  otras  caballos,  conforme  al  sitio  y  disposi- 
ción de  la  tierra,  y  con  el  golpe  de  los  soldados  caminó 
la  vuelta  del  castillo. 

CAPITULO  XIX. 

Cómo  el  beneficiado  Torrijos,  y  con  él  muchos  alguaciles  déla 
Alpujarra,  vinieron  á  nuestro  campo  á  tratar  de  reducir  la  tierra. 

Aun  no  habian  llegado  nuestras  gentes  á  ocupar  el 
castillo  de  Jubiles,  cuando  el  beneficiado  Torrijos,  y 
con  él  Miguel  Abenzaba,  alguacil  de  Valor,  y  otros 
diez  y  seis  alguaciles  de  los  principales  de  la  Alpujarra, 
llegaron  á  tratar  de  medios  de  paz  con  el  marqués  de 
Mondéjar.  Este  Torrijos,  como  atrás  dijimos,  era  bene- 
ficiado de  Darrícal ,  y  tan  querido  de  un  morisco  del 
linaje  de  los  antiguos  alguaciles  de  Ujíjar,  llamado  An- 
drés Alguacil,  que  muchos  creyeron  ser  su  hijo;  su  ma- 
dre era  morisca ;  el  cual  y  todos  sus  parientes  por  su 
respeto  le  favorecieron  en  este  levantamiento ,  para  que 
los  monfís  no  le  matasen.  Y  porque  se  entienda  su  his- 
toria mejor ,  que  no  fué  la  menos  memorable,  haremos 
aquí  una  breve  digresión  della.  Dicho  queda  en  el  ca- 
pítulo del  levantamiento  de  la  taa  de  Ujíjar  como  un 
morisco  su  amigo  le  sacó  de  la  torre  donde  se  habia 
metido,  y  le  escondió  en  una  cueva  de  la  sierra  de  Gá- 
dor.  Teniéndole  pues  en  la  cueva,  fué  avisado  Andrés 
Alguacil  dello,  y  le  llevó  á  Ujíjar  á  su  casa,  donde  le 
tuvo  algunos  días ,  y  allí  le  fueron  á  hablar  el  Zaguer 
y  el  Partal  y  otros ,  que  le  aseguraron  la  vida ;  y  mien- 
tras estos  y  Miguel  de  Rojas,  suegro  de  Aben  Humeya, 
estuvieron  en  el  pueblo  no  tuvo  de  qué  temer ;  mas 
después  que  se  fueron ,  y  entraron  otros  no  tan  ami- 
gos, Andrés  Alguacil  lo  llevó  al  lugar  de  Nechitecon 
intento  de  enviarie  una  noche  á  Guadix.  Sucedió  pues 
que  en  la  hora  que  le  habían  de  llevar  hizo  tan  gran 
tempestad  y  cayó  tanta  nieve,  que  no  se  pudo  atrave- 
sar la  sierra;  y  después  llegó  allugar  Abenfarax,  que 
andaba  haciendo  las  crueldades  dichas; y  sabiendo  que 
estaba  allí,  hizo  pregonar  que,  so  pena  de  la  vida,  nin- 
gún moro  le  encubriese ,  ni  á  otro  cristiano ,  y  que  ma- 
nifestasen luego  el  dinero ,  plata ,  oro  y  joyas  que  les 
hubiesen  tomado ,  como  lo  hacia  en  todos  los  lugares 
donde  llegaba.  Díjéronle  como  Torrijos  estaba  malo  en 
la  cama,  y  que  tenia  seguro  de  Aben  Humeya  y  del  Za- 
guer; y  con  todo  eso  aprovechara  poco,  si  cuatro  mil 
ducados  que  llevaba  en  dineros  y  plata  labrada  no  apla- 
caran la  ira  del  tirano,  poniéndoselos  en  las  manos;  y 
todavía  le  mató  tres  criados  cristianos  y  otros  dos  mo- 
citos que  se  habian  librado  de  la  muerte  en  Ujíjar,  y 
los  tenian  sus  madres  en  aquel  lugar.  Ido  Abenfarax, 
los  amigos  de  Torrijos  le  fievaron  á  Valor  á  casa  de  Mi- 
guel Abenzaba ,  hombre  cuerdo  y  de  los  mas  ricos  del 
lugar,  y  allí  comenzaron  á  tratar  del  negocio  de  la  re- 
ducion  con  él  y  con  otros  parientes  suyos.  Y  llevándole 
después  Andrés  Alguacil  á  Nechite  para  el  mesmo  efe- 
to ,  vinieron  á  verse  con  él  todos  los  alguaciles  que  agora 


REBELIÓN  Y  CASTIGO  DE  LOS  MORISCOS  DE  GRANADA. 


le  acompañaban,  llevándole  por  intercesor  para  con  el 
marqués  de  Mondéjar ,  y  otros  muchos  que  dejaban 
apalabrados ;  y  trayéndole  á  la  memoria  los  benelicios 
que  dellos  habia  recibido,  le  rogaron  que  ,  apiadán- 
dose de  aquella  tiefra ,  por  cualquier  via  que  pudiese 
la  procurase  remediar,  porque  conocían  muy  bien  su 
perdición,  y  él  les  liabia  hecho  grandes  ofrecimientos  y 
animádolos  de  su  parte.  Llegaron  á  nuestro  campo  con 
unas  banderillas  blancas  en  las  manos  en  señal  de  paz; 
y  luego  que  entendió  el  Marqués  á  lo  que  iban ,  man- 
dó que  los  dejasen  llegar  á  él.  Los  alguaciles  se  echa- 
ron á  sus  pies  y  pidieron  misericordia  y  perdón  de  sus 
culpas,  y  el  beneficiado  le  dijo  quien  eran ,  y  como,  co- 
nociendo el  yerro  cometido,  venian  á  darse  á  merced 
de  su  majestad  y  á  ponerse  debajo  de  su  protección 
y  amparo ,  como  lo  harian  los  demás  vecinos  de  sus  lu- 
gares teniendo  seguridad  para  poderlo  hacer;  y  que 
le  suplicaban  humilmente  fuese  intercesor  con  su  ma- 
jestad para  que  los  perdonase.  Estas  y  otras  palabras 
de  descargo  refirió  Torrijos  al  Marqués  de  parte  de  los 
alguaciles, y  él  las  recibió  alegremente,  y  los  aseguró, 
y  mandó  que  se  tuviese  cuenta  con  que  no  se  les  hiciese 
mas  daño ,  porque  los  soldados  no  podian  llevar  á  pa- 
ciencia ver  que  se  tratase  de  medios  con  los  rebeldes, 
maldiciendo  á  Torrijos  y  á  los  que  andaban  en  ello, 
como  si  les  quitaran  de  las  manos  el  premio  de  una 
cierta  Vitoria;  y  cuando  otro  dia  se  supo  que  los  admi- 
tía, fué  tan  grande  la  tristeza  en  el  campo  como  si 
hubieran  perdido  la  jornada. 

CAPITULO  XX. 

Cómo  los  cristianos  ocuparon  el  castillo  de  Jubiles ,  y  de  la 
mortandad  que  hicieron  aquella  noche  en  la  gente  rendida. 

Está  el  castillo  de  Jubiles  en  la  cumbre  de  un  cerro 
muy  alto ,  arredrado  de  las  casas  á  la  parte  de  levante ; 
y  aunque  tiene  los  muros  por  el  suelo,  es  sitio  en  que 
ios  enemigos  se  pudieran  defender  si  su  desconformi- 
dad no  se  lo  estorbara.  Caminando  pues  nuestra  gente 
hacia  él,  á  la  media  ladera  del  cerro  bajaron  tres  mo- 
ros ancianos  con  bandera  de  paz  delante  ;  y  siendo  ase- 
gurados para  poder  llegar ,  dijeron  al  marqués  de  Mon- 
déjar como  los  caudillos  con  la  gente  de  guerra  se  ha- 
bían ido  huyendo,  y  que  ellos  por  sí  y  por  los  que 
dentro  del  castillo  estaban,  le  suplicaban  los  quisiese 
recibir  á  merced.  Entonces  mandó  á  don  Alonso  de 
Cárdenas,  y  á  don  Luis  de  Córdoba,  y  á  don  Rodrigo 
de  Vivero  y  á  otros  caballeros,  que  se  adelantasen  y 
se  apoderasen  del  castillo  y  de  lo  que  hallasen  en  él ; 
los  cuales  lo  hicieron  luego ,  no  sin  murmuración  de 
los  soldados ,  parecíéndoles  que  lo  aplicaría  todo  para 
sí;  mas  el  Marqués  les  dio  á  saco  todo  el  mueble,  en 
que  habia  ricas  cosas  de  seda,  oro,  plata  y  aljófar,  de 
que  cupo  la  mejor  y  mayor  parte  á  los  que  habían  ido 
delante.  Fueron  los  rendidos  trecientos  hombres  y 
dos  mil  y  cíen  mujeres;  y  porque  tenia  aquel  sitio  algu- 
nas veredas  por  donde  poderse  descolgar  los  que  qui- 
sieran de  parte  de  noche  sin  ser  vistos ,  mandó  que  ba- 
jasen los  captivos  al  lugar,  y  metiendo  las  mujeres  en 
la  iglesia,  pusiesen  los  hombres  por  las  casas.  Estose 
comenzó  á  poner  luego  por  obra;  y  como  el  cuerpo  de 
la  iglesia  era  pequeño ,  y  la  gente  mucha ,  de  necesidad 
hubieron  de  quedarse  fuera  mas  de  mil  ánimas  en  la 
placeta  que  estaba  delante  de  la  puerta  y  en  los  ban- 


23o 

cales  de  unas  hazas  allí  cerca,  poniéndoles  gente  de  guer- 
ra al  derredor.  Seria  como  media  noche,  cuando  un 
mal  considerado  soldado  quiso  sacar  de  entre  las  otras 
moras  una  moza:  la  mora  resistía,  y  él  le  tiraba  re- 
ciamente del  brazo  para  llevarla  por  fuerza,  no  le  ha- 
biendo aprovechado  palabras;  cuando  un  moro  man- 
cebo, que  en  hábito  de  mujer  la  habia  siempre  acom- 
pañado, fuese  su  hermano  ó  su  esposo  ú  otro  bien 
queriente, levantándose  en  pié,  se  fué  para  el  soldado, 
y  con  una  almarada  que  llevaba  escondida  le  acometió 
animosamente  y  con  tanta  determinación,  que  no  so- 
lamente la  moza,  mas  aun  la  espada  le  quitó  de  las 
manos,  y  le  dio  dos  heridas  con  ella  ;  y  ofreciéndose  al 
sacrificio  de  la  muerte,  comenzó  á  hacer  armas  contra 
otros  que  cargaron  luego  sobre  él.  Apellidóse  el  cam- 
po ,  diciendo  que  habia  moros  armados  entre  las  mu- 
jeres, y  creció  la  gente,  que  acudía  de  todos  los  cuarte- 
les con  tanta  confusión,  que  ninguno  sabia  dónde  le 
llamaban  las  voces ,  ni  se  entendían ,  ni  veían  por  dónde 
habían  de  ir  con  la  escurídad  de  la  noche.  Donde  el  ai- 
rado mancebo  andaba,  acudieron  mas  soldados,  y  allí  fué 
el  principio  de  la  crueldad,  haciendo  malvadas  muertes 
por  sus  manos ;  y  ejecutando  sus  espadas  en  las  débiles 
y  flacas  mujeres,  mataron  en  un  instante  cuantas  ha- 
llaron fuera  de  la  iglesia;  y  no  quedaran  con  las  vidas 
las  que  esta  an  dentro ,  sí  no  cerraran  presto  las  puer- 
tas unos  criados  del  Marqués  que  se  habían  aposen- 
tado en  la  torre,  por  ventura  para  mirar  por  ellas.  Hu- 
bo muchos  soldados  heridos ,  los  mas  que  se  herían 
unos  á  otros ,  entendiendo  los  que  venían  de  fuera  que 
los  que  martillaban  con  las  espadas  eran  moros ,  porque 
solamente  les  alumbraba  el  centellar  del  acero  y  el 
relampaguear  de  la  pólvora  de  los  arcabuces  en  la  te- 
nebrosa escurídad  de  la  noche ;  y  estos  eran  los  que  ma- 
yor estrago  hacían,  queriendo  vengar  su  sangre  en 
aquellas  cuyas  armas  eran  las  lágrimas  y  dolorosos  ge- 
midos. En  tanta  desorden  el  Capitán  General  envió  á 
gran  priesa  los  capitanes  Antonio  Moreno  y  Hernando 
de  Oruña  y  los  sargentos  mayores  á  que  pusiesen  al- 
gún remedio,  y  todos  no  fueron  parte  para  ponerlo, 
por  haberse  movido  ya  todo  el  campo  á  manera  de  mo- 
tín, indignados  los  soldados  por  un  bando  que  se  había 
echado  aquel  dia,  en  que  mandaba  el  Marqués  que  no 
se  tomase  ninguna  mujer  por  captiva ,  porque  eran  li- 
bres. Duró  la  mortandad  hasta  que,  siendo  de  dia,  los 
mesmos  soldados  se  apaciguaron,  no  hallando  mas  san- 
gre que  derramar  los  que  no  se  podian  ver  hartos  della, 
y  conociendo  otros  el  yerro  grande  que  se  habia  he- 
cho. Luego  comenzó  á  proceder  el  licenciado  Ostos 
deZayas,  auditor  general,  contra  los  culpados,  y  ahor- 
có tres  soldados  de  los  que  parecieron  serlo  por  las  in- 
formaciones. Este  mesmodia  el  Zaguer,  que  se  había 
retirado  á  Bérchul,  envió  á  decir  al  marqués  de  Mon- 
déjar que  se  quería  reducir ;  el  cual  envió  á  don  Fran- 
cisco de  Mendoza  y  á  don  Alonso  de  Granada  Venegas 
con  un  estandarte  de  caballos  y  una  compañía  de  in- 
fantería á  recoger  los  que  quisiesen  venir;  mas  después 
se  arrepintió  el  Zaguer,  temiendo  que  se  haría  alguu 
riguroso  castigo  en  él ,  y  se  embreñó  en  las  sierras ;  y 
don  Francisco  de  Mendoza  llevó  consigo  á  su  mujer  y  hi- 
jas y  familia,  y  obra  de  cuarenta  cristianas  captivas  que 
estaban  con  ellas;  y  con  esto  se  volvió  á  Jubiles,  infor- 
mado que  Aben  Humeya  se  habia  ido  á  meter  en  üjíjar. 


236 


LUIS  DEL  MARMOL  CARVAJAL. 


CAPITULO  XXI. 


Cómo  el  marqués  de  Mondéjar  comenzó  á  dar  salvaguardia  á  los 
moros  reducidos, y  envió  las  cristianas  captivas  á  Granada. 

Luego  mandó  el  marqués  de  Mondéjar  dar  sus  salva- 
guardias á  los  moros  reducidos  que  habían  venido  con 
el  beneficiado  Torrijos ,  y  les  ordenó  que  fuesen  á  los 
lugares  y  hiciesen  de  manera  que  los  vecinos  se  volvie- 
sen á  sus  casas,  no  consintiendo  que  se  les  hiciese  mal 
tratamiento,  porque  otros  se  animasen  viendo  el  acogi- 
miento que  se  hacia  á  estos,  y  el  rigor  de  que  se  usaba 
con  los  demás  que  estaban  en  su  pertinacia.  Estoque 
el  General  hacia  no  placía  á  los  capitanes  y  soldados 
enemigos  de  la  paz  ni  á  los  que  se  veían  ofendidos  de  las 
tiranías  de  aquellos  rebeldes,  pareciéndoles  que  era 
demasiada  misericordia  la  que  usaban  con  ellos ;  y  quien 
mas  lo  sentia  eran  las  cristianas  que  habían  sido  capti- 
vas j  que  con  lágrimas  y  sollozos  tristes  contaban  las 
crueldades  que  habían  hecho,  los  regocijos  con  que 
habían  apellidado  el  nombre  y  seta  de  Mahoma,  y  el  es- 
carnio y  menosprecio  con  que  habían  tratado  las  cosas 
de  nuestra  santa  fe  delante  dellas ;  mas  todo  lo  atro- 
pellaba  el  marqués  de  Mondéjar,  entendiendo  ser  aque- 
llo lo  que  mas  convenia.  Habiendo  pues  de  pasar  el 
campo  adelante,  porque  iba  en  él  mucha  gente  inútil, 
envió  á  Tello  de  Aguilar  con  la  compañía  de  caballos 
de  Ecija  y  dos  compañías  de  infantería  á  Granada,  con 
las  cristianas  captivas  y  con  los  heridos  y  enfermos. 
Detuviéronse  seis  dias  en,  el  camino,  porque  iban  las 
mujeres  á  pié  y  eran  ochocientas  almas.  Al  entrar  de  la 
ciudad  metió  la  infantería  de  vanguardia  y  los  caballos 
de  retaguardia,  y  ellas  en  medio  á  manera  de  procesión ; 
los  escuderos  les  llevaban  cada  dos  niños  en  ios  arzones 
y  en  las  ancas  de  los  caballos,  y  algunos  tres,  dos  en  los 
brazos  y  el  mayor  en  las  ancas.  Salió  gran  concurso  de 
gente  á  verlas  entrar  por  la  puerta  de  Bibarrambla ,  y 
entre  alegría  y  compasión,  daban  todos  infinitas  gracias 
á  Dios,  que  las  había  librado  de  poder  de  sus  enemigos. 
Llegándolas  á  saludar,  habla  muchas  que  en  queriendo 
hablar  les  faltaban  las  palabras  y  el  aliento :  tan  grande 
era  el  cansancio  y  congoja  que  llevaban.  Había  entre 
ellas  muchas  dueñas  nobles,  apuestas  y  hermosas  don- 
cellas, criadas  con  mucho  regalo,  que  iban  desnudas  y 
descalzas ,  y  tan  maltratadas  del  trabajo  del  captiverio 
y  del  camino,  que  no  solo  quebraban  los  corazones  á 
los  que  las  conocían,  mas  aun  á  quien  ñolas  había  visto. 
Desta  manera  atravesaron  toda  la  ciudad  hasta  el  mo- 
nasterio de  Nuestra  Señora  de  la  Victoria,  que  está  en- 
cima de  la  puerta  de  Guadíx,  donde  llegaron  á  hacer 
oración,  y  de  allí  fueron  á  la  fortaleza  de  la  Alhambra  á 
que  las  viese  la  marquesa  de  Mondéjar.  Y  volviendo  á 
las  casas  del  Arzobispo,  las  que  tenían  parientes  las  lle- 
varon á  sus  posadas,  y  las  otras  fueron  hospedadas  con 
caridad  entre  la  buena  gente ,  y  de  limosna  se  les  com- 
pró de  vestir  y  de  calzar. 

CAPITULO  XXII. 

De  la  entrada  que  el  marqués  de  ios  Vélez  hizo  estos  dias 
contra  los  moros  de  Filix. 

Estuvo  el  marqués  de  los  Vélez  cinco  dias  en  Gué- 
cija,  después  de  haber  desbaratado  al  Gorri,  sin  deter- 
minarse hacia  donde  iría.  Dábale  priesa  el  licenciado 
Molina  de  Mosquera  desde  la  Calahorra  que  fuese  al 
n^arquesadodel  Cénete,  porque  seria  de  mucha  impor- 


tancia su  ida  para  la  seguridad  de  toda  aquella  tierra. 
Decíanle  las  espías  que  los  moros  tenían  dos  cuerpos 
de  gente,  uno  en  Andarax  y  otro  en  Fílix ,  y  deseaba  ir 
á  deshacerlos ;  y  á  1 8  dias  del  mes  de  enero,  martes,  el 
mesmo  día  que  el  marqués  de  Mondéjar  fué  á  Jubiles, 
partió  con  su  campo  de  aquel  alojamiento,  y  aquella 
noche  fué  á  dormir  en  lo  alto  de  la  sierra  de  Gádor, 
casi  á  la  mitad  del  camino  de  Fílix,  para  dar  el  miérco- 
les, víspera  de  San  Sebastian,  sobre  él.  La  nueva  de  esta 
partida  llegó  luego  á  Almería ,  y  don  García  de  Vílla- 
roel ,  hombre  mañoso  y  cudícioso  de  honra,  querién- 
düie  ganar  por  la  mano,  salió  de  la  ciudad  con  setenta 
arcabuceros  á  pié  y  veinte  y  cinco  hombres  de  á  caba- 
llo, y  el  mesmo  día  miércoles  bien  de  mañana  se  puso 
en  un  puerto  que  está  un  cuarto  de  legua  de  Fílix,  á 
vista  del  lugar  por  donde  de  necesidad  había  de  entrar 
el  campo  del  marqués  de  los  Vélez.  Su  fin  era  que  los 
moros,  viéndole  asomar,  entenderían  ser  la  vanguardia 
del  campo  y  huirían,  y  podría  robarle  antes  que  el 
Marqués  llegase;  mas  no  le  sucedió  como  pensaba, 
porque  siendo  descubierto.  Jos  moros  se  pusieron  en 
arma;  y  dejando  el  lugar  atrás ,  tocando  sus  atabales 
y  jábecas,  salieron  á  esperarlos  puestos  en  escuadrón 
con  dos  manguillas  de  escopeteros  delante.  Primero 
enviaron  cincuenta  hombres  sueltos  á  reconocer,  y  tras 
de  ellos  otros  quinientos  á  que  tomasen  un  cerro  alto, 
que  está  á  caballero  del  puerto ;  y  para  que  se  enten- 
diese que  tenían  mucho  número  de  gente ,  hicieron 
otro  escuadrón  de  muchachos  y  mujeres  cubiertas  con 
las  capas,  sombreros  y  caperuzas  de  los  hombres,  y 
puestos  al  pié  del  sitio  antiguo  de  un  castillejo  que  allí 
había.  Viendo  pues  don  García  de  Villaroel  tan  gran 
número  de  gente  como  desde  lejos  parecía  y  la  orden 
con  que  habían  salido ,  cosa  nueva  para  los  de  aquella 
tierra ,  entendió  que  debía  de  haber  turcos  ó  moros 
berberiscos  entre  ellos ;  y  teniendo  su  juego  por  desen- 
tablado, volvió  hacía  donde  iba  nuestro  campo,  por  ser 
aquel  el  camino  mas  seguro  para  su  retirada.  No  tardó 
mucho  de  verse  con  el  marqués  de  los  Vélez ,  y  dán- 
dole cuenta  de  lo  que  pasaba,  le  preguntó  sí  entendía 
que  osarían  aguardar  los  enemigos;  y  diciéndole  que 
creía  que  sí,  porque  tenia  aviso  que  estaba  allí  el  Fu- 
tey  y  el  Tezi,  y  Puerto  Carrero  el  de  Jergal,  con  mas 
de  tres  rail  hombres  de  pelea ,  y  que  tenían  el  lugar 
barreado  y  puesto  en  defensa,  le  pidió  cincuenta  solda- 
dos de  los  que  llevaba,  hombres  sueltos  y  plátícos  en 
la  tierra;  y  dándoselos,  se  volvió  aquella  noche  á  la 
ciudad  de  Almería ,  y  el  marqués  de  los  Vélez  prosi- 
guió su  camino  con  los  escuadrones  muy  bien  ordena- 
dos ,  mil  tiradores  delante ,  la  mayor  parte  dellos  ar- 
cabuceros, y  él  con  toda  la  caballería  á  un  lado.  Los 
moros,  que  ya  se  habían  vuelto  á  meter  en  el  lugar, 
entendiendo  que  eran  los  que  habían  visto  retirar,  tor- 
naron á  salir  fuera,  y  por  la  mesma  orden  que  la  otra 
vez  aguardaron  en  medio  del  camino ;  y  llegando  la 
vanguardia  á  tiro  de  arcabuz  de  la  suya,  se  comenzó 
una  pelea  harto  mas  reñida  y  porfiada  de  lo  que  se  pu- 
diera pensar,  porque  los  moros  se  animaban  y  hacian 
todo  su  posible ;  aunque  al  fin,  cuando  entendieron  que 
peleaban  contra  el  campo  del  marqués  de  los  Vélez,  ú 
quien  los  moros  de  aquella  tierra  solían  llamar  luiliz 
Arráez  el  Ha did,  que  quiere  decir  diablo  cabeza  de 
hierro,  perdieron  esperanza  de  Vitoria.  Estando  pues 


REBELIÓN  Y  CASTIGO  DE  LOS  MORISCOS  DE  GRANADA. 


la  escaramuza  trabada,  nuestra  caballería  cargó  por  un 
lado,  Y  haciendo  perder  el  sitio  á  los  enemigos,  que  era 
asaz  fuerte,  los  llevó  retirando  hasta  las  casas  del  lu- 
gar. Allí  se  tornaron  á  rehacer  y  pelearon  un  rato ;  y 
siendo  arrancados  segunda  vez,  los  fué  la  infantería 
siguiendo  por  la  sierra  arriba,  que  está  á  la  parte  alta, 
hasta  encaramarlos  en  la  cumbre,  donde  habia  buena 
cantidad  de  piedras  crecidas ,  que  naturaleza  puso  á 
manera  de  reducto;  en  las  cuales  hicieron  rostro  y  co- 
menzaron á  pelear  -de  nuevo ,  mostrando  hacer  poco 
caso  del  ímpetu  de  la  infantería,  por  verse  libres  de  los 
caballos ;  mas  los  arcabuceros ,  que  fueron  de  mucho 
efeto  este  día ,  les  entraron  valerosamente ,  y  matando 
muchos  dellos,  los  desbarataron  y  pusieron  en  huida. 
Los  que  cayeron  hacia  donde  estaban  los  caballos  mu- 
rieron todos,  y  los  que  tomaron  lo  alto  de  la  sierra  se 
libraron.  Quedaron  muertos  en  los  tres  recuentros  y 
en  el  alcance  mas  de  setecientos  moros,  y  entre  ellos 
algunas  mujeres  que  pelearon  como  animosos  varones 
hasta  llegar  á  herir  con  las  almaradas  en  las  barrigas 
de  los  caballos;  y  otras,  faltándoles  piedras  que  poder 
tirar,  tomaban  puñados  de  tierra  del  suelo  y  los  arro- 
iaban  á  los  ojos  de  los  cristianos  para  cegarlos  y  que 
llegasen  á  perder  la  vida  y  la  vista  juntamente.  Murie- 
ron peleando  el  Tezi  y  Futey,  y  fué  preso  un  hijo  de 
Puerto  Carrero  con  dos  hermanas  doncellas  y  mucha 
cantidad  de  mujeres.  De  los  cristianos  murieron  algu- 
nos, y  hubo  mas  de  cincuenta  heridos.  Ganóse  un  rico 
despojo  de  bagajes  cargados  de  ropa  y  de  seda  y  mu- 
cho oro  y  aljófar,  con  que  los  soldados  fueron  satisfe- 
chos de  la  Vitoria ;  aunque  su  demasiada  ganancia  fué 
dañosa,  porque  con  deseo  de  ponerla  en  cobro,  dejaron 
muchos  las  banderas  y  se  volvieron  á  sus  casas.  Desto 
se  quejaba  después  el  marqués  de  los  Yélez ,  diciendo 
que  al  tiempo  que  mas  los  habia  menester  le  habían 
faltado,  y  que  por  esta  causa  se  habia  detenido  en  Fíüx. 
proveyendo  no  se  le  fuesen  los  que  quedaban.  Estando 
en  este  alojamiento  le  llegó  la  gente  de  Murcia,  que 
hasta  entonces  no  se  la  habia  querido  enviar  el  licen- 
ciado Artiaga ,  juez  de  residencia  de  aquella  ciudad, 
sin  que  su  majestad  se  lo  mandase.  Vinieron  tres  re- 
gidores por  capitanes,  don  Juan  Pacheco  con  un  estan- 
darte de  cincuenta  caballos,  y  Alonso  Gualtero  y  Nofre 
de  Quirós  condes  compañías  de  docientos  y  cincuenta 
arcabuceros  y  ballesteros  cada  una.  Llegaron  también 
don  Pedro  Fajardo,  hijo  de  don  Alonso  Fajardo,  señor 
de  Polope,  y  don  Diego  de  Quesada,  que  después  de  la 
rota  de  Tablate  estaba  en  desgracia  del  marqués  de 
Mondéjar,  con  ochenta  soldados  arcabuceros  y  veinte 
caballos  aventureros  que  traían  de  Granada;  con  los 
cuales  atravesaron  el  rio  de  Aguas  Blancas ,  y  por  el 
marquesado  del  Cénete  y  el  Boloduí  fueron  á  dar  á  Fí- 
lix ,  donde  los  dejaremos  agora  para  volver  al  otro 
campo,  que  está  en  Jubiles. 

CAPITULO  XXIII. 

Cómo  el  campo  del  marqués  de  Mondéjar  pasó  á  Cádlary  á  Ujíjar, 
y  combatió  algunas  cuevas  donde  se  habían  recogido  cantidad 
de  moros. 

El  domingo  23  días  del  mes  de  enero  partió  nuestro 
campo  de  Jubiles,  y  aquel  día  llegó  al  lugar  de  Cádiar, 
siu  que  en  el  camino  hubiese  cosa  memorable,  porque 
los  moros  se  habían  retirado  hacia  Ujíjar;  y  si  algunos 


237 

bajaron  de  las  sierras  á  escaramuzar,  luego  se  volvieron 
á  ellas,  no  osando  acometer  mas  que  con  alaridos. 
Aquella  noche,  queriéndose  don  Alonso  de  Granada  Ve- 
negas  señalar  en  alguna  cosa  que  fuese  grata  al  mar- 
qués de  Mondéjar,  viendo  los  tratos  que  andaban  sobre 
la  reducion,  lepidio  licencia  para  escrebir  sobre  ello á 
Aben  Humeya,  y  siéndole  concedida,  le  despachó  luego 
un  moro  de  los  reducidos;  mas  no  llegó  la  carta  á  sus 
manos  esta  vez,  porque  los  soldados  mataron  al  men- 
sajero que  la  llevaba,  y  ansí  no  tendremos  para  qué  ha- 
cer mención  de  lo  que  en  ella  se  contenia,  en  este  lugar, 
reservándolo  para  otra  que  después  le  escribió.  El  lu- 
nes bien  de  mañana  salió  el  campo  de  Cádiar,  y  en  el 
camino  de  Ujíjar  se  vinieron  á  reducir  algunos  moros, 
y  entre  los  otros  vino  Diego  López  Aben  Aboo ,  primo 
de  Aben  Humeya  y  sobrino  del  Zaguer,  y  trajo  consigo 
al  sacristán  de  la  iglesia  de  Mecina  de  Bombaron,  don- 
de era  vecino,  para  que  certiücase  al  marqués  de  Mon- 
déjar como  había  defendido  que  losmonfís  no  quema- 
sen la  iglesia,  y  le  habia  tenido  escondido  á  él  y  á  su 
mujer  y  hijos  en  una  cueva  hasta  aquel  dra  porque  no 
los  matasen.  El  Marqués  holgó  mucho  con  la  relación 
del  sacristán, y  loó  al  moro  delante  de  los  otros,  di- 
ciendo que  no  todos  los  de  la  Alpujarra  se  habían  re- 
belado con  su  voluntad ;  y  le  mandó  dar  luego  una  sal- 
vaguardia muy  favorable  para  que  nadie  le  enojase,  y 
pudiese  reducir  todos  los  vecinos  de  aquel  lugar  y  de 
fuera  del  que  quisiesen  venir  al  servicio  de  su  majes- 
tad. Caminó  aquel  día  nuestra  gente  la  vuelta  de  Ujíjar 
puesta  en  sus  ordenanzas,  porque  se  entendió  que  ha- 
llarían allí  el  golpe  de  los  enemigos  con  quien  pelear. 
Habíase  recogido  en  este  lugar  Aben  Humeya  cuando 
huyó  de  Jubiles,  y  juntando  los  caudillos  de  los  alzados 
para  ver  lo  que  debían  hacer,  trataron  de  elegir  un  lu- 
gar fuerte,  que  lo  pudiese  ser  por  arte  y  por  naturaleza 
de  sitio,  donde  meterse  para  aguardar  á  nuestro  cam- 
po, y  probar  la  fortuna  de  las  armas,  defendiendo  y 
ofendiendo,  mientras  la  gente  de  los  partidos  hacia  sus 
acometimientos  á  las  escoltas  que  iban  á  los  campos 
délos  marqueses,  que  de  necesidad  habían  de  estar 
divididos.  Sobre  esta  elección  hubo  pareceres  diversos. 
Miguel  de  Rojas  y  los  naturales  de  Ujíjar  querían  que 
fuese  allí,  porque  andaban  ya  en  tratos  sobre  las  paces, 
y  decían  que  Ujíjar  era  lugar  fuerte  de  sitio,  y  que  con 
facilidad  se  podría  hacer  mucho  mas ,  y  que  estando 
en  medio  de  la  Alpujarra ,  se  podría  acudir  á  todas  las 
otras  partes  con  brevedad.  El  Gorri  y  otros,  que  aborre- 
cían la  paz  que  se  compraba  con  sus  cabezas,  puessien- 
do  principales  caudillos  y  autores  de  la  maldad,  tenian 
por  cierto  que  se  había  de  ejecutar  en  ellos  el  rigor  de 
la  justicia,  no  querían  ponerse  en  parte  que  pudiesen 
ser  acorralados ;  y  teniendo  mas  confianza  en  la  frago- 
sidad de  las  sierras  que  en  los  viles  muros  y  reparos  en 
que  se  podían  meter,  querian  irse  á  Paterna,  lugar 
puesto  en  la  falda  de  la  sierra  entre  Ujíjar  y  Andarax, 
donde  no  podrían  ser  cercados,  y  tenían  la  retirada  se- 
gura siempre  que  quisiesen  irse;  y  como  Miguel  de 
Rojas  tenia  autoridad  entre  ellos,  y  era  mucha  parte  en 
aquella  tierra,  atropellando  los  pareceres,  hizo  con 
Aben  Humeya  que  se  resolviese  de  hacer  el  fuerte  en 
Ujíjar,  y  así  se  determinó  en  aquella  junta.  Mas  el  Cor- 
rí y  el  Partal  y  el  Seniz  le  tomaron  luego  aparte ,  y  entre 
temor  y  malicia  le  hicieron  creer  que  su  suegro  le  en- 


238 


LUIS  DEL  MARMOL  CARVAJAL. 


ganaba ;  y  que  teniendo  trato  hecho  con  el  marqués  de 
Mondéjar,  andaba  por  meterlos  á  todos  en  parte  donde 
los  pudiese  coger  en  una  red,  y  quedarse  él  con  el  di- 
nero y  plata  que  tenia  en  su  poder;  y  pudo  ser  que  di- 
jesen verdad.  Finalmente  el  miedo  le  hizo  mudar  pro- 
pósito, y  se  fueron  á  Paterna;  y  no  contentos  con  esto, 
le  indignaron  tanto,  que  sin  mas  averiguación,  violan- 
do la  ley  del  parentesco,  acordó  de  matar  á  su  suegro ; 
y  enviándole  á  llamar  á  su  casa,  le  aguardó  con  una  ba- 
llesta armada  á  la  puerta ,  acompañado  de  los  otros 
malvados,  y  errando  el  tiro ,  porque  el  Miguel  e  Rojas, 
en  viéndole  encarar  hacia  él,  se  metió  despavorido  de- 
bajo de  la  ballesta,  y  la  saeta  fué  por  alto  ,  el  Seniz  acu- 
dió con  otro  tiro,  que  le  atravesó  entrambos  muslos, y 
luego  todos  con  las  espadas  le  acabaron  de  matar.  De 
aquí  nacieron  grandes  enemistades  entre  los  parientes 
del  muerto  y  Aben  Humeya,  el  cual  repudió  luego  la 
mujer,  y  juró  que  no  habia  de  dejar  hombre  dellos  á 
vida ;  y  el  mesmo  dia  del  homicidio  siguió  también  á 
Diego  de  Rojas,  su  cuñado,  por  unas  barranqueras  aba- 
jo para  matarle ,  y  todos  los  demás  parientes  suyos  y 
de  los  alguaciles  de  Ujíjar  anduvieron  de  allí  adelante 
recatados  del.  Mató  á  Rafael  de  Arcos,  mancebo  de 
aquel  linaje,  y  á  otros,  de  donde  se  recreció  tratarle  la 
muerte  á  él  y  dársela ,  como  diremos  en  su  lugar.  Vol- 
viendo pues  á  nuestro  campo,  que  iba  marchando  en 
ordenanza  la  vuelta  de  Ujíjar,  cuando  llegó  cerca  del 
lugar  halló  que  los  moros  se  habian  ido ;  y  algunos, 
que  no  habian  querido  ir  á  Paterna ,  no  se  teniendo 
tampoco  por  seguros  en  los  campos,  se  habian  hecho 
fuertes  en  cuevas  que  tenían  proveídas  de  bastimentos 
para  aquel  efeto,  hechas  las  bocas  y  entradas  entre  ro- 
quedos y  peñas  tajadas  tan  altas,  que  no  se  podia  subir 
á  ellas  sin  largas  escalas.  Alojóse  nuestro  campo  en  Ují- 
jar, con  determinación  de  pasar  luego  en  seguimiento 
del  enemigo,  por  no  darle  lugar  á  que  se  pudiese  reha- 
cer ni  fortalecer  en  ninguna  parte ;  mas  fuéle  forzado 
al  marqués  de  Mondéjar  detenerse ,  porque  fué  avisado 
que  desde  algunas  de  aquellas  cuevas,  los  moros  que 
estaban  metidos  dentro ,  como  hombres  que  el  temor 
del  mal  que  esperaban  los  hacia  arriscar  el  peligro,  de- 
cían palabras  contra  nuestra  santa  fe  católica,  vanaglo- 
riándose de  que  eran  moros  y  querían  morir  por  Ma- 
homa.  Esto  indignó  grandemente  al  marqués  de  Mon- 
déjar, y  mucho  mas  cuando  supo  que  desde  una  dellas 
habian  arrojado  hacia  los  cristianos,  como  por  escarnio, 
la  figura  de  un  Cristo  crucificado  hecha  pedazos,  di- 
ciendo :  «Perros,  tomad  allá  vuestro  Dios;»  y  otras 
cosas  que  no  merecían  menos  que  riguroso  castigo, 
como  en  efeto  se  hizo,  combatiéndolas  y  ganándolas 
por  fuerza  de  armas,  y  justiciando  á  todos  los  hombres 
que  hallaron  dentro.  En  una  destas  cuevas  se  metieron 
dos  moros  con  sus  mujeres  y  hijos  y  con  nueve  cris- 
tianas captivas,  con  fin  de  huir  el  rigor  de  los  soldados 
y  darse  á  partido  después ;  los  cuales  se  rindieron  lue- 
go que  nuestro  campo  llegó ;  y  el  Marqués  no  solamen- 
te los  admitió,  mas  se  sirvió  dellos  después  para  espías, 
y  aprovecharon  mucho  en  cosas  que  se  ofrecieron.  Re- 
luciéronse en  este  alojamiento  muchos  moros  de  los 
principales,  y  todos  eran  admitidos  graciosamente, y 
se  les  daban  salvaguardias  para  que  se  volviesen  se- 
guramente á  sus  pueblos.  Pero  esta  humanidad  acre- 
centaba la  ira  á  los  caudillos  monfís,  porque  veían  que 


cargándoles  á  ellos  toda  la  culpa,  no  les  dejaban  lugar 
de  perdón;  y  aun  los  propríos  cristianos,  que  sabían 
poco  de  la  disensión  que  andaba  entre  los  moros,  juz- 
gaban que  los  que  se  reducían  eran  compelidos  de 
necesidad  y  de  miedo,  por  verse  metidos  entre  dos  ejér- 
citos enemigos  en  tiempo  que  no  podían  durar  mas  en 
las  sierras  á  causa  de  los  duros  frios  y  grandes  nieves 
que  caían.  Desde  Ujíjar  escribió  otra  carta  don  Alonso 
de  Granada  Venegas  á  Aben  Humeya  en  conformidad 
de  la  primera,  diciéndole  que  le  pesaba  mucho  que  un 
caballero  de  su  calidad  y  de  tan  buen  entendimiento 
hubiese  tomado  camino  de  tan  gran  perdición  para 
sí  y  para  toda  la  nación  morisca  ;  que  compadecién- 
dose del  y  de  su  nobleza ,  le  aconsejaba  como  amigo 
lo  remediase  con  darse  llanamente  á  merced  de  su 
majestad ,  pues  estaba  á  tiempo  de  poderlo  hacer ; 
que  le  certificaba  que  hallaría  lugar  de  misericordia, 
porque  era  príncipe  tan  humano ,  que  no  miraría  al 
yerro ,  sino  al  arrepentimiento ;  y  que  dejando  aque- 
lla quimera  vana  y  odiosa  á  los  oídos  de  su  señor  y  rey 
natural,  tomase  resolución  breve ;  que  mucho  le  con- 
venia, porque  él  sabia  del  marqués  de  Mondéjar  que 
le  seria  buen  intercesor.  Hasta  aquí  decía  la  carta, 
la  cual  fué  luego  á  sus  manos ,  y  le  tuvo  harto  suspen- 
so y  casi  determinado  á  rendirse,  si  fijando  el  ánimo 
entre  temor  y  esperanza,  no  le  cegara  otro  suceso  que 
diremos  adelante. 

CAPITULO  XXIV. 

Cómo  el  campo  del  marqués  de  Mondéjar  fué  á  Ifíiza  y  á  Paterna 
en  busca  de  los  enemigos ,  y  de  los  tratos  que  hubo  para  que 
Aben  Humeya  se  redujese. 

Avisado  el  marqués  de  Mondéjar  como  los  moros  es- 
taban en  Paterna,  y  que  se  habian  juntado  mas  de  seis 
mil  hombres,  la  mayor  parte  dellos  del  marquesado  del 
Cénete,  y  puéstose  en  la  cuesta  de  Iñiza,  que  está  me- 
dia legua  de  Paterna,  con  demostración  de  querer  de- 
fender el  paso ,  aunque  la  subida  era  áspera  y  tan  difi- 
cultosa, que  poca  gente  parecía  poderla  defender  á  mu- 
cha, quiso  ir  luego  en  su  demanda  antes  que  se  forti- 
ficasen mas.  Haciendo  pues  reconocer  el  sitio  del  ene- 
migo, que  tenia  dos  retiradas,  la  una  á  la  parte  de  Sier- 
ra Nevada,  que  no  se  le  podia  quitar  por  tenerla  á  las  es- 
paldas y  ser  de  calidad  que  no  la  podían  hollar  caba- 
llos, y  la  otra  á  la  sierra  de  Gádor  hacia  la  mar,  que 
para  ir  á  tomarla  se  habia  de  atravesar  un  gran  llano 
que  está  entre  Paterna  y  Andarax  ;  mandó  á  los  capita- 
nes Gonzalo  Chacón  y  Lorenzo  de  Leiva  que  con  sus 
estandartes  de  caballos  y  trecientos  arcabuceros,  á 
orden  del  capitán  Alvaro  Flores,  fuesen  hacía  Codbaa, 
que  era  uno  de  los  lugares  ya  reducidos,  á  poner  cobro 
en  las  cristianas  captivas  que  allí  habia ,  antes  que  los 
moros  de  guerra  las  matasen  ó  se  las  llevasen  á  otra 
parte;  y  haciendo  dar  municiones  y  bastimento  para 
marchar  á  toda  la  gente,  el  miércoles  26  días  del  mes 
de  enero  partió  de  Ujíjar  con  todo  el  campo  puesto  en 
su  ordenanza,  aunque  le  faltaban  muchos  soldados  que 
se  habían  vuelto  desde  la  desorden  de  Jubiles.  Y  llegan- 
do cerca  del  lugar  de  Chirin,  que  está  una  legua  peque- 
ña de  Ujíjar,  vinieron  á  él  tres  moros  con  una  banderi- 
lla blanca  de  paz,  y  le  dieron  una  carta  de  Aben  Hume- 
ya, en  que  decía  que  procuraría  hacer  que  los  alza- 
dos se  redujesen,  y  lo  mesmo  haría  de  su  persona, 


REBELIÓN  Y  CASTIGO  DE  LOS  MORISCOS  DE  GRANADA. 


dándole  tiempo  para  ello ,  y  que  entre  tanto  que  esto 
se  hacia,  no  permitiese  que  pasase  el  campo  adelan- 
te, porque  alterando  la  tierra  con  desórdenes,  no  se 
interrumpiese  el  negocio  de  las  paces.  A  esto  le  res- 
pondió el  marqués  de  Mondéjar  que  lo  que  liabia  de 
iiacer  y  mas  le  convenia,  era  abreviar  y  venirse  á 
rendir  llanamente  con  la  gente,  armas  y  banderas  que 
tenia  consigo,  porque  los  demás  cada  uno  mirarla  por 
su  cabeza;  y  que  haciendo  lo  que  era  obligado  por  su 
parte,  le  seria  tan  buen  tercero,  como  veria  por  la 
obra;  mas  que  si  tardaba  en  determinarse,  entendie- 
se que  le  faltarla  lugar  de  misericordia.  Estas  pala- 
bras, y  dos  cartas  que  le  escribieron  don  Luis  de  Cór- 
doba y  don  Alonso  de  Granada  Venegas,  rogándole  que 
tomase  el  buen  consejo,  llevaron  los  tres  moros  por 
respuesta;  mas  nuestro  campo  no  por  eso  dejó  de  pro- 
seguir su  camino,  yendo -marchando  siempre  su  poco  á 
poco.  No  mucho  después  llegó  otro  moro  con  otra  carta 
del  mesmo  Aben  Humeya  en  respuesta  de  la  que  don 
Alonso  de  Granada  Venegas  le  habla  escrito  desde  Ují- 
jar, diciendo  que  tomarla  su  consejo  y  se  reduciría, 
y  que  para  que  hubiese  efeto  y  se  tratase  de  la  segu- 
ridad que  habla  de  haber,  le  rogaba  diese  orden  como 
se  viesen  tres  á  tres.  Esta  carta  mostró  kiego  don 
Alonso  Venegas  al  marqués  de  Mondéjar ,  y  le  suplicó 
que  no  pasase  aquella  noche  el  campo  de  Iñiza,  y  que 
le  diese  licencia  para  verse  con  Aben  Humeya  como  de- 
cía; el  cual  holgó  delloy  se  la  dio;  y  con  esto  volvió 
el  moro  á  Paterna.  Llevaba  el  Marqués  determinado  de 
noparar  hasta  llegar  al  enemigo,  y  con  esta  novedad 
acordó  de  quedarse  en  Iñiza;  y  como  para  haberse  de 
alojar  el  campo  fué  necesario  que  las  mangas  de  la  ar- 
cabucería pasasen  delante  del  alojamiento  para  hacer 
escolta,  como  es  orden  de  guerra,  los  moros,  que  esta- 
ban á  la  mira  encima  de  la  cuesta  y  del  camino,  puestos 
en  dos  escuadrones  de  cada  tres  mil  hombres ,  enten- 
dieron que  todo  el  campo  iba  la  vuelta  dellos,  y  mayor- 
mente cuando  vieron  que  los  arcabuceros  cristianos 
tomaban  lo  alto  de  la  sierra  hacia  donde  tenían  su  reti- 
rada. No  se  habla  aun  alojado  el  campo,  mas  quería  el 
Marqués  volver  á  tomar  alojamiento  en  el  lugar  de  Iñi- 
za ,  que  ya  lo  habla  dejado  atrás,  cuando  la  manga  de 
la  mano  izquierda,  que  llevaba  el  capitán  Juan  de  Lu- 
jan y  el  sargento  mayor  Pedraza,  se  encaramó  tanto, 
que  llegó  á  escaramuzar  con  el  escuadrón  de  los  moros, 
que  estaban  hacia  aquella  parte;  y  acudiéndoles  otra 
arcabucería ,  les  hicieron  perder  el  sitio,  y  los  pusieron 
en  huida.  Sucedió  pues  que  cuando  la  escaramuza  co- 
menzó, Aben  Humeya  acababa  de  oir  la  respuesta  del 
Marqués ,  y  tenia  las  cartas  en  las  manos,  que  las  abría 
ya  para  leerlas ;  y  como  vio  que  los  cristianos  iban  la 
sierra  arriba,  y  que  los  suyos  huían  desvergonzada- 
mente, entendiendo  que  todo  lo  que  don  Alonso  Vene- 
gas  trataba  era  engaño,  echó  las  cartas  en  el  suelo,  y 
subiendo  á  gran  priesa  en  un  caballo,  dejó  su  familia 
atrás,  y  huyó  también  la  vuelta  de  la  sierra;  luego  lo 
siguió  la  otra  vil  gente ,  procurando  cada  cual  ponerse 
en  cobro.  Nuestras  mangas  iban  ya  tan  encumbradas 
con  el  suceso  de  la  vitoria,  que  le  fué  necesario  apre- 
surar el  paso,  y  le  hicieron  dejar  el  caballo  para  em- 
breñarse á  pié  por  lo  mas  áspero  con  solos  cinco  moros 
que  le  quisieron  seguir,  uno  de  los  cuales  dejarretó  el 
caballo  porque  no  hubiesen  del  provecho  los  cristia- 


239 

nos.  Los  demás  todos,  despertándolos  el  temor  de  la 
ira,  hicieron  lo  mismo;  y  los  soldados,  siguiendo  el  al- 
cance, mataron  muchos  dellos,  y  les  tomaron  gran  can- 
tidad de  mujeres  y  de  bagajes  cargados  de  ropa ;  y  al- 
gunos se  adelantaron  tanto,  que  entraron  en  Paterna, 
y  captivaron  la  madre  y  hermanas  de  Aben  Humeya,  y 
á  su  no  legítima  esposa  y  á  otras  muchas  moras,  y  pu- 
sieron en  libertad  mas  de  ciento  y  cincuenta  cristianas 
que'tenian  captivas.  El  Marqués ,  que  todavía  quisiera 
aguardar  á  que  se  dieran  á  partido,  viendo  el  efeto  que 
se  habla  hecho,  llegó  con  su  guión  hasta  unos  encina- 
res que  tenían  á  caballero  el  lugar ;  y  haciendo  alio, 
mandó  que  la  gente  volviese  á  Iñiza,  donde  habia  de  ser 
el  alojamiento;  y  el  siguiente  dia  fué  á  Paterna,  sin  ha- 
llar quien  le  hiciese  estorbo  en  el  camino.  Sobre  este 
alto  del  encinar  que  el  marqués  de  Mondéjar  hizo ,  hu- 
bo hartas  pláticas,  como  suele  acaecer  entre  los  que, 
sin  saber  los  desiníos  de  los  superiores ,  juzgan  las  co- 
sas conforme  á  sus  apetitos.  Decían  algunos  que  por 
hacer  alto  se  había  dejado  de  acabar  la  guerra  aquel 
dia,  quitándoles  de  la  mano  una  cumplida  vitoria,  y 
que  detener  los  soldados  había  sido  que  del  todo  no 
diesen  cabo  de  los  moros,  que  de  tanta  utilidad  eran  en 
aquel  reino  después  de  reducidos;  y  otros  que  sabían 
el  fin  por  que  se  habia  hecho,  y  la  voluntad  de  su  ma- 
jestad, que  era  allanar  el  reino  con  el  menor  daño  que 
ser  pudiese  de  sus  vasallos,  con  mejor  juicio  aprobaban 
lo  que  se  habia  hecho. 

CAPITULO  XXV. 

Cómo  partid  el  campo  de  Paterna  y  fué  á  Andarax,  y  cdmo  sin  pa- 
sar adelante  volvió  á  Ujijarpara  hacer  la  jornada  de  las  Cua- 
jaras. 

Estuvo  nuestro  campo  en  Paterna  aquella  noche,  don- 
de los  soldados  fueron  abundantemente  bastecidos  de 
harina,  aceite,  queso,  carne  y  cebada,  de  lo  que  los  mo- 
ros dejaron  en  sus  casas,  y  fué  harto  menos  lo  que  co- 
mieron que  lo  que  desperdiciaron.  Otro  dia,  viernes  28 
de  enero,  se  fué  á  alojar  á  Lauxar  de  Andarax,  donde  es- 
taban ya  Alvaro  Flores  y  los  otros  capitanes,  menos  con- 
formes de  lo  que  convenia  en  semejante  ocasión.  La 
causa  de  la  discordia  habia  sido  cudicia,  porque  los  ca- 
pitanes de  la  caballería  quisieran  tomar  por  esclavos 
todos  los  moros  y  moras  que  se  habían  venido  á  gua- 
recer en  las  casas  de  los  reducidos,  diciendo  que  no  se 
entendía  con  ellos  la  salvaguardia;  y  Alvaro  Flores  so 
lo  habia  contradicho  con  la  orden  que  llevaba  del  Mar- 
qués para  conservar  los  que  se  hubiesen  ya  reducido  y 
todos  los  que  se  viniesen  á  reducir ;  el  cual  mandó  que 
no  tocasen  en  los  unos  ni  en  los  otros,  sino  que  los  de- 
jasen estar  libremente  en  sus  casas,  sin  daríes  pesadum- 
bre. Cobraron  hbertad  en  estos  tres  lugares,  Codbaa, 
Lauxar  y  el  Fondón ,  mas  de  trecientas  mujeres  crís- 
tíanas,  y  los  reducidos  presentaron  al  marqués  deMon- 
déjar  un  niño,  hijo  de  don  Diego  de  Castilla,  señor  de 
Gor,  que  le  habían  captivado  en  el  Boloduí.  Estos  di- 
jeron como  la  gente  que  habia  huido  de  Paterna  iba 
derramada  por  aquellas  sierras ,  y  que  sin  falta  se  re- 
duciría la  mayor  parte  della ,  y  que  á  la  parte  de  Ohánez 
se  habia  recogido  otra  mucha  gente,  que  los  mas  eran 
viejos  y  mujeres  y  muchachos,  que  también  se  reduci- 
rían enviándoselo  á  requerir.  Teniendo  pues  dada  orden 
el  marqués  de  Mondéjar  á  don  Francisco  de  Mendoza  y 


240 


LUIS  DEL  MARMOL  CARVAJAL* 


á  don  Juan  de  Villaroel,  que  con  mil  hombres  entre 
infantes  y  caballos  partiesen  el  sábado  29  de  enero  la 
vuelta  de  Oliánez,  después  la  suspendió,  por  entender 
que  se  liabia  ido  de  allí  la  gente  de  guerra,  y  que  sola- 
mente sirviera  aquella  ida  de  dar  que  robar  á  los  sol- 
dados y  hacer  que  captivasen  gente  inútil,  que  con  rús- 
tica simpleza  no  sabian  determinarse  en  lo  que  hablan 
de  hacer;  y  juntando  los  de  su  consejo  para  ver  lo  que 
mas  convenia,  conforme  á  las  órdenes  de  su  majestad, 
se  acordó  que  lo  mas  seguro  para  allanar  la  tierra  seria 
poner  presidios  en  los  lugares  reducidos,  y  particular- 
mente en  Andarax,  Ujíjar,  Berja  y  Pitres  de  Ferreira,  y 
que  se  llevasen  alli  todos  los  bastimentos  que  se  pudie- 
sen juntar  de  los  otros  lugares,  y  recogiendo  á  los  que 
se  viniesen  á  reducir  buenamente  ,  hubiese  cuadrillas 
de  soldados  hombres  del  campo  que  corriesen  la  tierra 
y  persiguiesen  á  los  pertinaces.  Para  este  efeto  se  man- 
dó que  Alvaro  Flores  con  seiscientos,  soldados  fuese 
luego  á  la  sierra  de  Gádor,  donde  dijeron  las  espías  que 
andaban  muchos  moros  de  los  que  habían  huido  de  las 
rotas  del  marqués  de  los  Vélez,  persuadiendo  y  estorban- 
do á  los  demás  que  no  se  viniesen  á  reducir,  y  allanase 
aquella  tierra.  Desde  Andarax  escribió  el  marqués  de 
Mondéjar  una  carta  al  marqués  de  los  Vélez,  haciéndole 
saberlo  que  se  había  hecho  en  aquella  guerra.  Decíale 
como  Aben  Humeya  había  sido  desbaratado  cuatro  ve- 
ces, que  no  había  osado  parar  en  la  Alpujarra,  ycon  so- 
los cincuenta  ó  sesenta  hombres  que  le  seguían  an- 
daba huyendo  de  peña  en  peña ,  y  que  entendiendo  que 
seria  de  mas  importancia  poner  presidios  y  enviar  mil 
hombres  sueltos  en  cuadrillas  que  deshiciesen  algunas 
juntas  de  hombres  perdidos  que  andaban  desmanda- 
dos, que  traer  campos  formados,  habia  acordado  de  lo 
hacer  ansí;  y  le  avisaba  dello  para  que  le  enviase  su  pa- 
recer, conformándose  con  la  orden  que  de  su  majestad 
tenia.  Esto  todo  era  á  fin  de  que  teniendo  el  marqués 
de  los  Vélez  por  acabado  el  negocio  de  la  guerra  con  la 
reducion,  se  dejase  de  proseguir  en  ella ;  el  cual  res- 
pondió después  de  la  de  Ohánez  bien  diferente  de  lo  que 
el  marqués  de  Mondéjar  pretendía,  condescendiendo  á 
su  mesmo  efeto,  que  era  acabar  él  por  la  vía  del  rigor  la 
guerra.  Habíanse  recogido  en  este  tiempo  en  los  luga- 
res de  las  Cuajaras,  que  son  tierra  de  Salobreña ,  mu- 
chos moros  de  los  lugares  comarcanos  á  la  fama  de  un 
fuerte  peñón  que  está  por  cima  de  Cuajara  alta,  y  de 
allí  salían  á  correr  la  tierra,  y  salteando  por  los  campos 
y  caminos  hacia  la  parte  de  Alhama ,  Guadix  y  Grana- 
da, mataban  los  caminantes,  quemaban  las  caserías  de 
los  cortijos  y  llevábanse  Jos  ganados.  Estas  y  otras  cor- 
rerías que  los  moros  hacían  á  diferentes  partes  indig- 
naban grandemente  á  los  ministros  de  su  majestad  que 
residían  en  Granada,  y  á  los  ciudadanos,  pareciéndolcs 
que  todo  lo  que  decían  los  moros  cerca  de  la  reducion 
era  fingido,  para  entretener  y  asegurar  á  los  cristianos 
pues  por  una  parle  mostraban  quererse  reducir,  y  por 
otra  salían  á  hacer  robos  y  salteamientos.  Sospechando 
pues  el  marqués  de  Mondéjar  que  si  se  detenia  mucho 
darían  otro  dueño  á  aquel  negocio,  y  aun  siendo  avi- 
sado que  el  proprío  conde  de  Tendilla,  su  hijo,  quería 
salir  á  hacer  aquella  jornada,  teniendo  ya  por  acabado 
lo  de  aquella  parte  donde  andaba ,  dio  vuelta  á  Ujíjar, 
suspendiendo  por  entonces  el  hacer'  de  los  presidios, 
hasta  tener  allanadas  los  Cuajaras.  Cinco  dias  estuvo  en 


aquel  lugar,  dando  orden  en  la  jornada  que  habia  de  ha- 
cer y  aligerando  el  campo  de  la  gente  inúlíl ,  que  sola- 
mente servia  de  embarazar  los  bagajes  y  comerse  los 
bastimentos.  Entre  las  otras  cosas  que  proveyó ,  fué 
mandar  entregar  mil  moriscas  de  las  que  hablan  que- 
dado vivas  en  Jubiles  y  captivádose  después  en  Pater- 
na, á  tres  alguaciles  reducidos  que  estaban  en  el  campo, 
llamados  Miguel  de  Herrera,  alguacil  de  Pitres  de  Fer- 
reira; García  el  Baba,  de  Ujíjar,  y  Andrés  el  Adrote, 
deNechite;  las  cuales  se  les  entregaron  por  mano  del 
beneficiado  Torrijos,  con  orden  que  las  diesen  á  sus  ma- 
ridos, padres  y  hermanos ,  y  les  notificasen  que  las  tu- 
viesen en  depósito  para  volverlas  cada  y  cuando  que  les 
fuesen  pedidas.  El  viernes  vifio  á  este  alojamiento  Al- 
varo Flores,  habiendo  corrido  la  sierra  de  Gádor  y  de 
Níjar  y  hecho  poco  efeto.  También  llegó  el  capitán 
Juan  Rico  con  trecientos  infantes  que  enviaba  el  mar- 
qués de  Gomares  á  su  costa  para  servir  en  esta  guerra. 

CAPÍTULO  XXVL 

Cómo  el  marqués  de  los  Vélez  partió  con  su  campo  liácia  lo  de 
Andarax,  y  desbarató  los  moros  que  se  hablan  recogido  en  la 
sierra  de  Ohánez. 

Desde  i  9  de  enero,  que  el  marqués  de  los  Vélez  llegó 
á  Filíx,  no  mudó  el  campo  ni  hizo  cosa  memorable, 
aguardando,  según  él  decía,  á  que  los  soldados  y  caba- 
llos se  restaurasen  del  cansancio  del  camino;  hasta  que 
á  30  del  dicho  mes  se  mudó  para  hacer  algún  efeto,  con 
ocasión  de  una  carta  de  su  majestad,  en  que  le  avisaba 
como  los  rebelados  habían  enviado  á  pedir  socorro  á 
Berbería,  y  se  tenia  aviso  cierto  que  para  la  luna  de  fe- 
brero les  vendrían  navios  de  ArgdydeTetuancongente 
y  municiones,  y  que  convenía  que  estuviese  sobre  aviso. 
Queriendo  pues  ir  á  la  sierra  de  hiox,  donde  tenía  nueva 
que  había  un  buen  golpe  de  enemigos  que  se  habían 
recogido  en  compañía  de  los  de  Níjar  y  de  los  otros  lu- 
gares de  la  comarca ,  fué  avisado  como  don  Francisco 
de  Córdoba ,  hijo  de  don  Martin  de  Córdoba,  conde  de 
Alcaudete,  que  por  mandado  de  su  majestad  había  tres 
dias  que  se  había  metido  en  Almería,  iba  allá  con  la 
gente  de  tierra  y  de  las  galeras  del  cargo  de  Gil  de  An- 
drada.  Y  pareciéndoleque  no  habia  que  hacer  en  aque- 
lla parte,  por  no  estar  ocioso  acordó  de  ir  la  vuelta  de 
Andarax,  ó  por  mejor  decir,  á  Ohánez,  donde  se  habían 
juntado  aquellos  moros  que  dijimos  en  el  capítulo  pre- 
cedente, no  teniendo  aviso,  ó  disimulándolo,  de  lo  que 
el  marqués  de  Mondéjar  dejaba  hecho.  Con  este  presu- 
puesto llegó  á  Canjáyar,  lugar  de  la  laa  de  Luchar,  á  31 
días  de  enero ;  y  como  los  corredores  que  iban  delante 
volviesen  á  decirle  que  en  una  loma  de  Sierra  Nevada, 
cerca  del  lugar  de  Ohánez,  habían  visto  gran  cantidad 
de  moros,^iandó  enderezar  hacia  ellos  el  siguiente  día, 
víspera  de  la  Purificación  de  Nuestra  Señora.  Llevaba 
las  ordenanzas  muy  bien  repartidas,  conforme  á  la  dis- 
posición de  la  tierra,  que  es  áspera;  y  apartándose  obra 
de  una  legua  del  rio,  por  laderas  y  cuestas  difíciles  de 
hollar  con  caballos,  llegó  la  vanguardia  á  alcanzar  la 
retaguardia  de  los  enemigos  en  otro  sitio  mas  áspero 
y  mas  fragoso  del  que  primero  tenían ,  porque  en  la 
hora  que  vieron  nuestro  campo  procuraron  tomar  lo 
mas  alto  de  la  sierra,  echándolas  mujeres  y  bagajes  por 
delante ,  y  quedándose  los  hombres  de  guerra  atrás, 
obedeciendo  á  su  capitán  Tahalí ,  que  animosamente 


REBELIÓN  Y  CASTIGO  DE  LOS  MORISCOS  DE  GRANADA. 


541 


hizo  rostro,  represenlanclo  forma  de  batalla  con  las  ban- 
deras tendidas  y  el  sonido  de  los  atabales  y  dulzainas  y 
alaridos  que  atronaban  aquellos  valles ;  el  cual  los  ani- 
mó para  la  pelea  con  estas  razones :  «Adelante,  valero- 
sos hombres  y  hermanos  mios ;  que  no  nos  importa 
menos  el  vencer  que  librar  nuestras  personas  y  las  de 
nuestras  mujeres  y  hijos  de  muerte  y  captiverio.  Los 
que  decis  que  por  mi  respeto  os  levantastes,  pelead  en 
esta  ocasión;  libraréis  vuestra  causa  de  culpa,  lo  que 
no  podréis  hacer  siendo  vencidos,  porque  ningún  ven- 
cido es  tenido  por  justo,  quedando  por  juez  della  el  ven- 
cedor enemigo.»  No  esperaron  los  animosos  bárbaros  á 
que  nuestra  gente  llegase,  favorecidos  del  sitio  ;  los  cua- 
les, tomando  ánimo  con  las  palabras  que  el  moro  les  de- 
cía,aunque  eran  muchos  menos  y  estaban  peor  armados, 
se  vinieron  á  nuestros  escuadrones,  y  los  acometieron 
por  el  lado  izquierdo,  cargando  á  un  mesmo  tiempo  por 
diferentes  partes.  Era  este  lugar  y  sitio  donde  los  moros 
se  hablan  juntado  asaz  fuerte  para  poderse  defender, 
aunque  de  agüero  infelice  á  su  nación,  porque  alli  se 
hablan  juntado  en  la  rebelión  pasada  en  tiempo  de  los 
Reyes  CatóUcos,  y  siendo  cercados  y  acosados  por  el 
conde  de  Lerin,  hablan  perecido  de  hambre,  y  por  eso 
le  llamaban  el  Cosar  de  Canjáyar,  como  si  dijésemos, 
el  lugar  de  la  hambre.  Serian  los  moros  como  dos  mil 
hombres  de  pelea ,  sin  la  gente  inútil,  que  era  mucha ; 
mas  los  nuestros  eran  cinco  mil  infantes,  los  mil  y  do- 
cientos  arcabuceros,  y  mas  de  ochocientos  ballesteros; 
los  otros  iban  armados  con  lanzas,  alabardas  y  espadas 
y  rodelas,  y  cuatrocientos  caballos  muy  bien  en  orden. 
Con  esta  gente  resistió  el  marqués  de  los  Vélez  el  ím- 
petu de  los  enemigos,  que  fué  muy  grande ,  y  subiendo 
de  abajo  para  arriba,  se  trabó  una  reñida  y  sangrienta 
pelea,  en  la  cual  comenzó  nuestra  vanguardia  á  aflojar, 
porque  los  moros  peleaban  con  tiros,  saetas  y  piedras 
tan  determinadamente,  que  sin  temor  holgaban  de  tro- 
car sus  vidas  con  muerte  de  los  que  tenian  delante.  Con- 
vino que  el  marqués  de  los  Vélez  acudiese  personal- 
mente al  peligro  común,  acompañado  de  muchos  caba- 
lleros, gente  valerosa,  con  los  cuales  socorrió  y  reparó 
la  flaqueza  de  los  suyos ,  acometiendo  á  los  enemigos 
por  el  lado  derecho ;  y  peleando  con  ellos  y  con  la  as- 
pereza de  la  tierra  que  no  menor  resistencia  le  hacia, 
los  desbarató  y  puso  en  huida,  y  apretó  de  manera,  que 
no  les  dejó  lugar  de  rehacerse,  siguiendo  el  alcance  mas 
de  una  legua  la  sierra  arriba,  por  donde  parecía  impo- 
sible poder  subir  con  los  caballos.  Murieron  este  dia  mil 
moros,  y  perdieron  muchas  banderas ,  y  fueron  capti- 
vas mil  y  seiscientas  almas  entre  mujeres  y  niños;  y  el 
despojo  de  bagajes  cargados  de  ropas  y  joyas  de  precio, 
y  de  ganados,  fué  muy  grande.  Cobraron  libertad  treinta 
cristianas  que  llevaban  captivas,  habiendo  degollado 
con  bárbara  crueldad  el  día  antes  otras  veinte,  y  entre 
ellas  algunas  doncellas  hermosas  y  nobles,  que  las  pro- 
prias  moras  las  habían  hecho  matar  y  vítuperádolas 
con  mil  géneros  de  vituperios^  mas  no  quedaron  sin 
castigo,  porque  los  soldados  mataron  algunas  en  la  pe- 
lea y  otras  en  el  alcance,  que,  aunque  moras,  hacían 
lástima  por  ser  mujeres;  la  cual  se  convirtió  en  ira  luego 
que  se  entendió  la  maldad  que  habían  hecho.  Los  mo- 
ros que  escaparon  desta  rota,  unos  se  embreñaron  por 
las  sierras,  otros  se  metieron  en  unas  cuevas  muy  fuer- 
tes que  están  sobre  aquel  rio,  y  allí  se  pusieron  en  de- 

H-i. 


fensa,  y  todos  los  que  fueron  presos,  no  habiendo  osado 
morir  peleando,  fiteron  ahorcados.  Cristianos  hubo  al- 
gunos muertos  y  muchos  heridos  de  arcabuz  y  de  sae- 
tas con  yerba ,  y  otros  de  pedradas  y  de  cuchilladas,  y 
peligraron  hartos  dellos.  Habida  esta  vítoria ,  se  alojó 
nuestro  campo  en  Ohánez,  donde  fué  otro  día  celebrada 
la  fiesta  de  la  gloriosa  Virgen  Señora  nuestra  con  gran 
solenidad,  yendo  el  marqués  de  los  Vélez  y  todos  los  ca- 
balleros y  capitanes  en  la  procesión  armados  de  todas 
sus  armas,  con  velas  de  cera  blanca  en  las  manos ,  que 
se  las  habían  enviado  para  aquel  dia  desde  su  casa ,  y 
todas  las  cristianas  en  medio  vestidas  de  azul  y  blanco, 
que  por  ser  colores  aplicadas  á  nuestra  Señora ,  mandó 
el  marqués  que  las  vistiesen  de  aquella  manera  á  su 
costa.  Anduvo  la  procesión  por  entre  las  escuadras  ar- 
madas, que  le  hicieron  muy  hermosas  salvas  de  arca- 
bucería ,  y  entró  en  la  iglesia  cantando  los  clérigos  y 
frailes  del  ejército  el  cántico  de  Te  Deum  laudamus,  y 
glorificando  al  Señor  en  aquel  lugar  donde  los  herejes 
le  habían  blasfemado.  Desta  vítoria  concibió  luego  el 
marqués  de  los  Vélez  que  sí  el  marqués  de  Mondéjar, 
lio  queriendo  gastar  mas  tiempo  en  la  Alpujarra ,  se  sa- 
lía della,  así  por  tener  la  gente  y  los  caballos  fatigados 
del  largo  y  fragoso  camino  por  donde  había  andado, 
como  por  parecerle  que  estaba  ya  todo  acabado,  po- 
dría entrar  él  con  cualquiera  ocasión  con  su  campo,  que 
estaba  descansado  y  brioso  con  el  refresco  de  Ohánez, 
y  hacerse  dueño  del  negocio  de  aquella  guerra  para  aca- 
barla por  su  mano ;  y  al  finio  consiguió,  aunque  no  desta 
vez,  porque  se  fueron  la  mayor  parte  de  los  soldados 
con  los  despojos,  y  hubo  de  levantar  su  campo  de  Ohá- 
nez y  volver  por  la  taa  de  Marcbena  á  Terque ,  donde 
estuvo  muchos  días  suspenso,  hasta  que  después  pasó 
á  Borja ;  y  con  este  intento  escribió  al  marqués  de  Mon- 
déjar en  respuesta  de  la  de  Andarax ,  diciendo  que  los 
moros  que  habían  huido  de  la  rota  de  Ohánez  eran  mu- 
chos ,  y  que  le  parecía  ser  necesario  mas  que  cuadri- 
llas para  deshacerlos,  y  que  hiciese  por  su  parte  lo  que 
pudiese,  porque  ansí  haría  él  de  la  suya. 

CAPITULO   XXVII. 

Cómo  don  Francisco  de  Córdoba  fué  sobre  el  faerto 
de  la  sierra  de  Inox. 

Estando  el  campo  del  marqués  de  los  Vélez  en  Fí- 
lix,  don  Francisco  de  Córdoba  entró  en  Almería ,  y  fué 
avisado  como  Francisco  López,  alguacil  de  Tavernas, 
y  otros  habían  fortalecido  un  fuerte  peñón  que  está  so- 
bre el  lugar  de  Inox,  y  metídose  dentro  con  las  muje- 
res y  muchos  bastimentos,  y  que  estaban  con  ellos  mo- 
ros de  Berbería  y  turcos,  que  habían  venido  aquellos 
días  en  unas  fustas,  no  enviados  por  sus  reyes ,  sino 
aventureros ;  los  cuales  hablan  prendido  poco  antes 
una  espía  que  enviaba  don  García  de  Villaroel ,  y  dá- 
dole  cruel  muerte,  espetado  en  un  asador  de  hierro. 
Queriendo  pues  hacer  esta  jornada,  y  parecíéndole  que 
había  poca  gente  en  la  ciudad  para  poder  llevar  y  dejar, 
escribió  al  marqués  de  los  Vélez  á  Fílix,  que  le  enviase 
alguna,  conforme  á  la  orden  que  de  su  majestad  tenia 
para  ello;  porque  cuando  se  mandó  á  don  Francisco  de 
Córdoba  que  fuese  á  meterse  en  Almería ,  y  se  le  en- 
comendó la  guardia  de  aquella  ciudad,  se  le  avisó  que 
el  marqués  de  los  Vélez  tenía  orden  para  proveerle  de 
gente  y  de  todo  lo  que  hubiese  menester;  mas  él  no  le 

16 


2í2 

respondió  sí  ni  no.  Y  viendo  don  Francisco  de  Córdo- 
ba que  tenia  mal  nícaudo  en  él,  desbuchó  un  correo  á 
Pedro  Arias  do  Avila,  corregidor  de  Gnadix ,  y  aun  avi- 
só ú  su  majestad  como  aquellos  alzados  aguardaban 
por  lloras  doce  bajeles  con  setecientos  turcos ,  y  le  en- 
vió una  carta  árabe  que  un  moro  escribía  á  un  morisco 
de  Almería ,  en  que  le  decia  que  Aben  Humeya  había 
despachado  dos  moros  para  Argel  pidiendo  socorro. 
Estos  despuchos  partieron  de  Almería  á  28  de  enero 
en  la  noche,  y  otro  dia  de  mañana  llego  á  la  playa  Gil 
de  Andrada  con  nueve  galeras  y  cantidad  de  bastimen- 
tos y  municiones  para  provisión  de  la  ciudad;  y  dándole 
parte  don  Francisco  de  Córdoba  del  negocio  de  Inox, 
le  pidió  trecientos  soldados  para  con  ellos  y  la  gente 
de  la  ciudad  hacer  la  jornada  ;  el  cual  se  los  dio,  y  por 
cabodellos  á  don  Juan  Zanoguera ,  aunque  difineron 
ol  principio  sobre  la  manera  como  se  había  de  repartir 
la  presa  y  sacar  el  quinto  y  diezmo  della ;  que  por 
nuestros  pecados  en  esta  era  reinaba  tanto  la  cudicia, 
que  escurecía  la  gloría  de  las  Vitorias;  mas  al  fin  se 
conrormaron  en  que  se  hiciese  dos  partes  della ,  y  que 
la  una  llevase  la  gente  de  tierra,  y  la  otra  la  de  la  mar, 
sacando  primero  el  quinto  y  el  diezmo  para  el  Capitán 
General.  Luego  se  apercibieron  de  todo  lo  necesario 
para  el  camino,  y  aquella  mesma  tarde  partieron  de 
Almería,  pensando  hacer  el  efeto  amaneciendo  otro 
dia  sobre  Inox ,  y  volver  á  la  noche  á  la  ciudad ;  mas 
no  fué  posible,  porque  la  guia  los  llevó  rodeando,  y 
cuando  llegaron  á  vista  de  los  enemigos,  eran  las  nue- 
ve horas  de  la  mañana,  domingo  30  días  del  mes  de 
enero.  Este  peñón  tiene  la  entrada  tan  dificultosa  y 
áspera ,  que  parece  cosa  imposible  poderlo  expugnar, 
habiendo  quien  le  defienda ;  y  tiene  otra  montaña  enci- 
ma del ,  de  donde  procede ,  que  la  fortalece  por  aquella 
parte ,  donde  hace  una  bajada  fragosísima  de  peñas  y 
piedras ,  que  no  tiene  mas  de  una  angosta  senda  para 
subir  ó  bajar  de  la  una  parte  á  la  otra ;  y  como  nues- 
tros capitanes  vieron  los  moros  puestos  en  sitios  tan 
fuertes,  juntándose  aconsejo,  trataron  lo  que  se  debria 
hacer,  y  hubo  entre  ellos  diferentes  pareceres.  A  los 
que  parecía  que  habría  dilación,  se  les  representaba 
haber  dejado  la  ciudad  y  las  galeras  en  peligro ,  y  á  esto 
añadían  otras  muchas  razones,  que  al  parecer  eran  su- 
ficientes para  dejar  la  jornada  y  volver  á  poner  cobro 
en  lo  uno  y  en  lo  otro ;  mas  al  fin  se  resolvieron  y  con- 
formaron en  que  se  difiriese  el  acometimiento  del 
fuerte  hasta  otro  dia,  por  ser  tarde  y  parecerles  que 
era  bien  comenzar  desde  la  mañana.  Y  porque  no  que- 
dase diligencia  por  hacer,  don  Francisco  de  Córdoba, 
queriendo  entender  el  intento  de  los  moros ,  y  si  se  re- 
ducirían sin  pelear,  les  envió  &  apercebir  con  un  moris- 
co de  paces ,  diciendo  que  si  se  quietaban  y  se  volvían 
á  sus  casas ,  dejando  las  armas  y  dándose  ú  merced  de 
su  majestad ,  los  favorecería  para  que  no  fuesen  mal- 
tratados. Mas  los  bárbaros,  mal  confiados  ysospecho- 
sos,  teniendo  por  consejo  poco  seguro  el  de  su  enemi- 
go, y  pareciéndoles  que  el  morisco  iba  con  aquel  acha- 
que á  espiar  y  ver  la  fortificación  que  tenían  hecha,  le 
prendieron  y  hicieron  morir  empalado,  poniéndole  en 
una  alta  peña  á  vista  de  nuestra  gente.  Había  amane- 
cido este  dia  claro  y  sereno,  ycomo  hacia  la  tarde  car- 
gasen nublados  con  tempestad  de  agua  y  vientos,  los 
soldados,  que  por  ir  ó  la  ligera  no  llevaban  canas  ni 


LUIS  DEL  MARMOL  CARVAJAL. 

con  que  abrigarse,  después  de  haber  resistido  un  gran 
rato,  esperando  que  pasasen  unos  turbiones  tras  de 
otros,  se  fueron  á  guarecer  en  las  casas  del  lugar  de 
Inox.  No  habían  aun  acabado  de  entrar  dentro,  cuan- 
do á  gran  priesa  se  tocó  arma,  porque  vieron  venir  de- 
rechos á  las  mesmas  casas  un  tropel  de  moros,  que  con 
ser  el  tiempo  fosco,  representaban  mayor  número  de 
gente  de  laque  era;  los  cuales  no  pasaban  de  treinta 
hombres,  y  venían  bien  descuidados  de  que  hubiese 
cristianos  en  aquel  pueblo,  huyendo  de  los  soldados 
del  campo  del  marqués  de  Mondéjar  ;  y  acercándose 
adonde  andaban  tres  hombres  desmandados ,  antes  de 
reconocidos,  les  mataron  uno  de  los  compañeros;  y  co- 
mo reconocieron  el  peligro ,  volvieron  las  espaldas  la 
vuelta  de  la  sierra.  Don  García  de  Villaroel  los  siguió, 
aunque  tarde  y  de  espacio,  y  el  efeto  que  hizo  fué  re- 
coger dos  cristianas  doncellas,  hijas  de  un  vecino  de 
Almería,  y  un  hijo  del  gobernador  de  Boloduí ,  quejle- 
vaban  cautivos.  Este  día,  con  toda  la  tempestad  que 
hacia,  mandó  don  Francisco  de  Córdoba  que  fuesen  los 
bagajes  á  la  ciudad  por  bastimentos ,  y  don  García  de 
Villaroel  con  docientos  arcabuceros  de  su  compañía 
les  hizo  escolta,  hasta  ponerlos  un  cuarto  de  legua  de 
allí,  donde  está  un  paso  que  necesariamente  habian  de 
pasar  los  enemigos  queriendo  atravesar  de  su  fuerte  al 
camino  de  Almería ;  y  viendo  andar  en  un  barranco 
que  está  hacia  el  fuerte,  cantidad  de  ganado  con  unos 
pastores,  envió  á  Julián  de  Pereda  con  ocho  soldados, 
que  recogieron  parte  dello;  con  que  la  gente  satisfizo  á 
la  necesidad  humana  aquella  noche.  Otro  dia  de  ma- 
ñana ,  sospechando  que  los  moros  querrían  restaurar 
aquella  pérdida ,  dando  en  los  bagajes  cuando  volvie- 
sen cargados  de  bastimentos,  don  García  de  Villaroel 
se  puso  en  el  mismo  paso  con  sesenta  arcabuceros  y 
veinte  caballos;  y  cuando  los  bagajes  hubieron  pasado 
al  campo,  queriendo  él  reconocer  las  fuerzas  del  ene- 
migo y  entender  si  tenia  mucha  escopetería,  y  qué 
turcos  había,  pasó  el  barranco,  y  mandó  á  dos  cabos  de 
escuadra  que  con  cada  doce  soldados  tomasen  dos  ve- 
redas fragosas ,  por  donde  los  moros  podían  bajar  del 
peñón  hacia  el  mediodía,  que  era  la  parte  donde  él  es- 
taba ,  porque  no  tenían  otra  bajada  por  donde  poderle 
acometer,  sino  era  con  mucho  rodeo.  Puso  á  Julián  de 
Pereda  con  la  otra  infantería  docientos  pasos  atrás , 
cerca  de  donde  hizo  alto  con  la  caballería,  para  dudes 
calor  y  orden  de  lo  que  habian  de  hacer.  Los  moros  ba- 
jaron luego  de  su  fuerte,  dando  grandes  alarídos;  y 
siendo  mas  de  quinientos  hombres,  echaban  á  rodar 
grandes  peñas  sobre  los  nuestros ,  que  estaban  libres 
de  aquel  peligro,  cubiertos  de  dos  peñascos  muy  altos 
y  derechos,  que  hacían  pasar  de  vuelo  las  peñas  y  pie- 
dras sin  ofenderlos.  Tampoco  les  podían  hacer  daño 
con  los  arcabuces  y  saetas,  porque  las  pelotas  pasaban 
por  alto  y  las  saetas  no  llegaban;  antes  eran  ellos 
ofendidosde  la  arcabucería,  que  les  tiraba  de  abajo  para 
arriba  con  mas  seguridad  y  mejor  puntería.  Andando 
pues  la  escaramuza  trabada ,  los  moros ,  que  veían  su 
pleito  mal  parado ,  comenzaron  á  desmayar,  y  muchos 
dellos  volvían  huyendo  hacia  el  peñón ,  cuando  un  ca- 
pitán turco  llegó  en  su  favor  con  algunos  escopeteros, 
y  haciendo  volverá  palos  á  los  que  huían  de  la  escara- 
muza, cerró  determinadamente  con  los  soldados ,  di- 
ciendo á  voces  :  «  Eq  vano  fuera  mi  venida  de  África 


REBELIÓN  Y  CASTIGO  DE  LOS  MORISCOS  DE  GRANADA. 


2i3 


si  pensara  que  cuatro  cristianos  se  me  habian  de  de- 
fender detrás  de  una  piedra,  en  medio  del  campo,  te- 
niendo tanto  número  de  valerosos  mancebos  alderre- 
dor de  mí.  Ea  pues,  amigos  mios ,  seguidme ;  que  con 
las  cabezas  destos  pocos  que  tenemos  delante  asegura- 
remos nuestro  partido.»  Con  estas  palabras  se  anima- 
ron, y  llegaron  con  gran  determinacioná  lossoldadosde 
los  cabos  de  escuadra,  que  aunque  eran  pocos,  defendie- 
ron su  puesto  y  les  hicieron  perder  la  furia  que  traian. 
No  aprovecharon  las  palabras,  las  obras,  ni  las  amena- 
zas del  turco,  ni  muchos  palos  y  cucliilladas  que  daba 
á  los  que  Imian  de  nuestra  arcabucería,  que  ya  estaba 
toda  junta,  á  hacerles  que  bajase  la  vil  canalla  á  pelear, 
hasta  que  vieron  venir  cuatro  de  á  caballo  y  seis  arca- 
buceros que  don  García  de  Villaroel  había  enviado  á 
otro  barranco  que  está  á  la  parte  de  levante ,  con  mas 
dedos  mil  cabezas  de  ganado  mayor  y  menor.  Enton- 
ces movidos  mas  del  interés  que  por  miedo  de  las  bra- 
vatas del  capitán  turco,  hicieron  un  acometimiento  tan 
determinado,  que  se  entendió  que  llegaran  &  las  ma- 
nos con  nuestra  gente;  val  íin ,  siendo  las  veredas  an- 
gostas, y  hallándolas  ocupadas  de  la  arcabucería ,  que 
los  hacia  tener  á  lo  largo  no  cesando  de  tirar,  hubieron 
de  retirarse  con  daño.  Volvió  don  García  de  \ilIaroel 
úlnox,  y  refirió  que  á  su  parecer  tenían  los  enemigos 
pocos  tiradores ,  y  que  seria  bien  acometerlos  antes 
que  les  acudiesen  de  otra  parte.  Solo  habia  un  incon- 
veniente, que  era  no  haber  cesado  la  tempestad  del 
viento,  antes  ido  en  crecimiento ;  mas ,  bien  considera- 
do, era  igualmente  fastidioso  á  los  unos  y  á  los  otros ;  y 
así  se  determinaron  los  capitanes  de  subir  el  miércoles, 
dia  de  la  Puriíicacion  de  nuestra  Señora,  al  peñón ,  que 
fué  elmesmodia  que  el  marqués  de  los  Yélez  celebró  la 
tiesta  en  Obánez.  Aquella  noche  se  juntaron  á  consejo 
para  la  orden  que  se  habia  de  tener  en  el  combate,  y  !o 
que  acordaron  fué ,  que  antes  que  amaneciese  partie- 
sen don  Francisco  de  Córdoba  y  don  Juan  Zanoguera 
con  la  gente  de  á  caballo  y  parte  de  la  infantería  de 
vanguardia;  y  luego  don  García  de  Villaroel  y  don 
Juan  Ponce  de  León  marchando  poco  á  poco  con  la 
otra  gente  toda  de  retaguardia;  porque  los  primeros, 
á  la  hora  que  encumbrasen  el  cerro,  habían  de  tomar 
un  rodeo  bacía  la  parte  de  levante,  donde  había  mejor 
disposición  para  bajar  al  peñón  y  quitar  al  enemigo  la 
retirada;  por  manera  que,  compasando  el  camino,  lle- 
gasen todos  á  un  mesmo  tiempo.  Y  con  esta  resolución 
mandaron  dar  ración  y  munición  á  la  gente,  y  que  se 
apercibiesen  para  el  combate. 

CAPITULO  XXVIll. 

Ctímo  se  combatió  y  ganó  el  fuerte  de  la  sierra  de  Inox. 
Cesó  la  tempestad  del  viento  aquella  noche,  y  al 
cuarto  del  alba  salió  nuestra  gente  de  Inox,  dejando 
cien  soldados  en  el  lugar  con  dos  esmeriles  que  habian 
llevado  de  Almería  ,  pensando  poderse  aprovechar 
dellos.  Allí  quedó  el  bagaje  y  el  ganado ;  y  toda  la  otra 
gente,  que  serian  seiscientos  tiradores,  docienlos 
hombres  de  espada  sola  y  cuarenta  caballos,  puesta  en 
dos  escuadrones,  fueron  la  vuelta  del  enemigo.  La 
vanguardia  ,  que  llevaba  don  Francisco  de  Córdoba , 
comenzó  á  subir  por  una  vereda  áspera  y  tan  angosta, 
que  con  dificultad  podían  ir  por  ella  mas  que  un  hombre 
tras  de  otro,  y  coa  trabaío,  por  la  grande  escuridad  que 


hacia;  el  cual  fué  rodeando  hacia  Gfiobro,  lugar  de  Al- 
mería que  está  á  la  parte  de  levante  desta  sierra,  que, 
como  dijimos,  está  á  caballero  sobre  el  peñón,  donde 
tenían  los  enemigos  hecho  su  alojamiento  ;  los  cuales, 
recelando  la  entrada  délos  cristianos  por  aquella  parte, 
habian  puesto  su  cuerpo  de  guardia  y  centinelas  en  la 
cumbre  mas  alta;  y  siendo  sentidos  los  que  subían  con 
el  ruido  que  llevaban,  comenzaron  á  saludarlos  con  las 
escopetas.  Don  Francisco  de  Córdoba  recogió  sus  sol- 
dados lo  mejor  que  pudo,  y  aunque  era  de  noche,  pa^ó 
adelante,  siguiendo  á  los  adalides  del  campo  que  guia- 
ban ,  y  fué  á  ocupar  lo  alto  por  el  mas  conveniente  lu- 
gar, para  bajar  por  allí  á  dar  en  el  enemigo,  como  es- 
taba acordado.  Don  Gjrcía  de  Villaroel,  que  llevaba  la 
retaguardia,  aunque  oyó  los  tiros  de  las  escopetas,  no 
pudo  ver  con  la  escuridad  lo  que  la  vanguardia  bacía; 
y  dándose  priesa  á  caminar,  cuando  llegó  cerca  de  unas 
peñas  altas,  halló  obra  de  treinta  cristianos  que  daban 
Santiago  en  unos  turcos  escopeteros  que  estaban  de- 
trás dellas ;  y  creyendo  que  eran  de  los  que  iban  con 
él,  se  adelantó  y  los  fué  animando  hasta  llegará  otras 
peñas  tan  altas  y  fragosas ,  que  le  compelieron  á  dejar 
el  caballo  para  subir  á  ellas.  En  esto  se  detuvo  tanto 
espacio,  según  lo  que  después  nos  decia ,  que  cuando 
volvió  á  juntarse  con  los  treinta  cristianos,  ya  ellos  an- 
daban á  las  manos  con  los  turcos ;  mas  como  era  la  no- 
che tan  escura,  los  unos  ni  los  otros  sabían  qué  número 
de  gente  era  la  que  tenían  delante,  y  todos  estuvieron 
de  buen  ánimo,  hasta  que,  riendo  el  alba,  los  nuestros 
se  reconocieron  y  se  tuvieron  por  perdidos,  viéndose 
tan  pocos,  opuestos  á  tan  grande  número  de  enemigos, 
que  pasaban  de  quinientos  hombres  entre  turcos  y  mo- 
ros los  con  quien  peleaban ;  y  ellos  eran  por  la  mayor 
parle  clérigos  y  acólitos  de  la  iglesia  mayor  de  Almería, 
y  procuradores  y  papelistas ,  que  ninguno  habia  sido 
soldado,  sino  era  un  viejo  de  mas  de  sesenta  años,  na- 
tural de  Almazarrón,  manco  de  las  dos  manos.  Este 
viejo,  con  el  ánimo  ejercitado  en  las  armas,  se  puso  de- 
lante de  todos  con  un  lanzon  en  la  mano  y  los  comenzó 
á  esforzar  como  lo  pudiera  hacer  un  animoso  y  fuerte 
capitán;  y  fué  bien  menester,  porque  á  la  mayor  parte 
de  arcabuceros  se  les  habian  apagado  las  mechas,  por 
estar  mal  cocidas,  cudicia  diabólica  y  tan  perjudicial 
de  los  maestros  que  la  hacen ,  que  porque  pese  mas  no 
la  dejan  bien  cocer,  y  aun  de  los  proveedores  que  se  la 
compran  por  mas  barata.  No  se  defendían  los  nuestros 
va  sino  con  piedras ,  y  piedras  eran  las  que  los  ofen- 
dían; y  era  bien  menester  estirar  los  brazos  y  reparar 
las  cabezas,  porque  caían  sobre  ellos  como  granizo  las 
que  los  enemigos  les  enviaban  ,  cargándolos  tan  deno- 
dadamente, que  se  tuvieron  dos  veces  por  perdidos; 
mas  defendiólos  el  bienaventurado  apóstol  Santiago, 
invocando  su  vitorioso  y  santo  nombre.  Estando  pues 
la  pelea  suspensa,  siendo  ya  claro  el  dia,  los  enemigos 
dieron  á  huir;  y  sabida  la  causa,  fué  porque  don  Fran- 
cisco de  Córdoba,  peleando  con  los  que  le  defenditm  el 
otro  paso ,  los  había  desbaratado  y  acudían  á  juntarse 
con  los  otros  hacia  el  peñón ,  donde  pensaban  defen- 
derse, por  ser  sitio  mas  fuerte.  Retirados  los  moros  y 
ganada  la  sierra,  nuestros  capitanes  los  fueron  siguien- 
do hasta  el  peñón,  en  el  cual  hallaron  mayor  resis- 
tencia de  la  que  se  pudiera  pensar.  Allí  pelearon  los 
enemigos  como  hombres  determinados  á  perder  las  vi- 


244 


das  por  la  libertad  de  sus  mujeres  y  hijos,  que  tenían 
por  compañeras  en  la  presencia  del  peligro;  y  resis- 
tiendo valerosamente  el  ímpetu  de  nuestros  soldados, 
mataron  algunos  y  hirieron  mas  de  docientos  de  esco- 
peta, saeta  y  piedra.  Al  alférez  Juan  de  las  Eras  hirió 
un  moro  de  una  puñalada ;  á  don  Diego  de  la  Cerda 
dieron  una  mala  pedrada  en  el  rostro,  y  á  Julián  de 
Pereda  le  hicieron  pedazos  la  bandera  entre  las  manos 
y  le  molieron  el  cuerpo  á  pedradas ;  y  llegó  á  tanto  el 
negocio ,  que  los  soldados ,  olvidados  de  que  eran  aco- 
metedores, sin  tener  respeto  á  sus  capitanes,  volvieron 
las  espaldas,  dejando  atrás  las  banderas,  y  el  estandarte 
de  caballos  á  discreción  del  enemigo ;  lo  cual  todo  se 
perdiera  si  Dios  no  lo  remediara ,  esforzando  á  los  que 
pudieron  ser  parte  para  detener  la  gente  que  se  retira- 
ba, y  para  resistir  la  furia  de  los  enemigos.  Estos  fue- 
ron don  Francisco  de  Córdoba,  don  Juan  Zanoguera, 
don  García  de  Villaroel ,  don  Juan  Ponce  de  León,  Pe- 
dro Martin  de  Aldana  y  Juan  de  Ponte ,  escudero  par- 
ticular; los  cuales  atajando  una  parte  de  la  gente ,  so- 
corrieron las  banderas  á  tiempo  que  fué  bien  menester. 
Andando  pues  los  capitanes  recogiendo  los  soldados  y 
haciéndolos  volver  á  pelear,  se  acercaron  &  unas  peñas 
que  estaban  á  la  mano  izquierda  del  peñón ,  donde  les 
pareció  que  habia  poca  gente ,  no  porque  entendiesen 
que  podian  subir  por  ellas,  porque  eran  muy  ásperas, 
sino  por  ver  si  podrían  divertir  al  enemigo  llamándole 
hacia  aquella  parte.  Mas  sucedióles  la  ocasión  en  todo 
favorable,  porque  los  moros,  no  pudiendo  creer  que  pu- 
diera subir  por  allí  criatura  humana,  confiados  en  la 
fragosidad  de  las  peñas,  se  habían  descuidado  de  poner 
en  ellas  la  guardia  conveniente ;  y  cuando  pareció  á  los 
capitanes  que  era  tiempo,  subieron  con  tanta  presteza, 
que  no  dieron  lugar  á  los  enemigos  de  poderles  resis- 
tir; los  cuales  comenzaron  luego  á  desmayar,  y  dando 
libre  entrada  á nuestra  gente,  se  pusieron  en  huida, 
dejando  muertos  mas  de  cuatrocientos  hombres  de  pe- 
lea, no  sin  daño  de  los  cristianos,  porque  mataron  siete 
soldados  y  quedaron  heridos  mas  de  trecientos.  Murió 
peleando  valerosamente  el  capitán  de  los  turcos,  lla- 
mado Cosali;  fué  preso  Francisco  López,  alguacil  de 
Tavernas;  captiváronse  algunos  moros,  que  don  Fran- 
cisco de  Córdoba  dio  para  las  galeras,  y  dos  mil  y  sete- 
cientas mujeres  y  muchachos ;  y  fué  tanta  la  ropa ,  di- 
neros, joyas,  oro,  plata,  aljófar  y  los  bastimentos  gana- 
dos y  bagajes,  que  á  la  estimación  de  muchos  valió  mas 
de  quinientos  mil  ducados  la  presa.  Sola  una  bandera 
se  tomó  á  los  moros,  porque  el  turco  no  habia  consen- 
tido que  se  arbolase  mas  que  la  suya,  y  aquella  habia 
tenido  siempre  arbolada  en  lugar  que  los  cristianos  la 
pudiesen  ver.  Habida  esta  Vitoria,  don  Francisco  de 
Córdoba  volvió  á  Inox,  y  de  allí  á  Almería,  donde  fué 
alegremente  recebido,  y  se  repartió  la  presa  conforme 
al  concierto  :  digo  que  solamente  se  repartieron  las 
mujeres  y  muchachos;  que  lo  demás  fuera  imposible 
traello  á  partición,  y  aun  desto  hubo  hartas  piezas 
hurtadas.  Gil  de  Andrada  embarcó  su  parte  y  sus  sol- 
dados, y  se  fué  con  las  galeras  á  correr  la  costa  ;  mas 
entre  los  capitanes  de  tierra  quedó  harta  desconformi- 
dad sobre  el  repartir  de  la  suya ,  y  sobre  el  quinto  y 
diezmo,  de  donde  vinieron  á  desgustarse  y  á  darse  poco 
contento.  Llegaron  á  Almería  en  5  días  del  mes  de  fe- 
brero don  Cristóbal  de  Bena vides,  hermano  de  don 


LUIS  DEL  MARMOL  CARVAJAL. 

García  de  Villaroel ,  con  trecientos  soldados  de  Baeza 
y  su  tierra,  á  su  costa,  para  hallarse  en  esta  jornada,  y 
el  capitán  Bernardino  de  Quesada  con  ciento  y  treinta 
soldados  que  Pedro  Arias  de  Avila  enviaba  á  don  Fran- 
cisco de  Córdoba  para  el  mesmo  efeto,  y  Andrés  Ponce 
y  don  Diego  Ponce  de  León,  y  don  Francisco  de  Aguayo; 
mas  ya  hallaron  hecha  la  jornada,  y  solamente  les  cupo 
parte  del  regocijo,  aunque  adelante  hicieron  otros  mu- 
chos buenos  efetos. 


CAPITULO  XXIX. 

Cómo  el  marqués  de  Mondéjar  partió  de  Ujíjar  para  ir  á  las 
Cuajaras ,  y  la  descripción  de  aquella  tierra. 

El  sábado  5  dias  del  mes  de  febrero  partió  nuestro 
campo  del  alojamiento  de  Ujíjar,  y  fué  á  Cádiar;  otro 
dia  á  órgiba ,  para  pasar  de  allí  á  las  Cuajaras ,  y  des- 
pués á  la  Sierra  de  Bentomiz;  porque  el  marqués  de 
Mondéjar  tenia  no  vana  sospecha  de  que  habían  de  le- 
vantar aquella  tierra  y  la  jarquía  y  hoya  de  Málaga 
los  proprios  cristianos ,  y  por  esta  causa  no  habia  osa- 
do enviar  á  nadie  hacia  aquella  parte ,  temiendo  algu- 
na desorden ,  según  estaba  la  gente  cudiciosa ,  y  los 
ejecutores  délas  armas  envidiosos  de  los  despojos  que 
habian  otros  ganado ;  plaga  de  este  tiempo ,  queriendo 
con  celo  de  virtud  y  cristiandad  encubrir  sus  intereses 
proprios,  y  honrarse,  no  con  los  medios  por  donde  se 
gana  la  verdadera  honra ,  sino  con  tratos  y  negociacio- 
nes que  adquieren  hacienda.  Pareciendo  pues  á  nues- 
tro capitán  general  que  llevaba  poca  gente  para  el  efeto 
que  se  habia  de  hacer,  porque  se  le  habían  ido  mucha 
parte  de  los  soldados  con  lo  que  habían  ganado,  así 
para  rehacer  sucainpo ,  como  para  atajar  una  sospecha 
que  se  tenia  de  que  en  Granada  se  trataba  de  enviar 
persona  que  hiciese  la  jornada,  con  ocasión  de  estar  él 
ocupado  en  la  Alpujarra,  despachó  un  correo  al  conde 
de  Tendilla  desde  el  alojamiento  de  órgiba ,  mandán- 
dole que  le  enviase  mil  y  quinientos  infantes  y  cien  ca- 
ballos de  los  que  estaban  alojados  en  la  ciudad  y  en  las 
alearías  de  la  Vega,  y  para  esperarlos  se  detuvo  un  dia 
en  aquel  alojamiento.  Y  el  mesmo  día  despachó  á  don 
Alonso  de  Granada  Venegas  para  la  corte ,  á  que  infor- 
mase á  su  majestad  del  estado  en  que  estaban  las  cosas 
de  la  guerra,  y  la  reducíon  de  los  alzados ;  y  le  supli- 
case de  su  parte  los  admitiese,  habiéndose  misericor- 
diosamente con  los  que  no  fuesen  muy  culpados ,  para 
que  él  pudiese  cumplir  la  palabra  que  tenía  ya  dada  á 
los  reducidos ,  entendiendo  ser  aquel  camino  el  mas  bre- 
ve para  acabar  con  ellos  por  la  via  de  equidad.  Esto 
que  el  marqués  de  Mondéjar  decía,  bien  considerado , 
era  lo  que  mas  convenia  á  la  quietud  general  de  todo  el 
reino ,  y  quedaba  la  puerta  abierta  para  ejecutar  el  cu- 
chillo de  la  justicia  en  las  gargantas  de  los  malos ,  cuan- 
do se  pudiese  hacer  sin  escándalo ;  aunque  tenia  por 
opósito  el  parecer  de  otros  hombres  graves,  que  juzga- 
ban ser  mas  necesario  y  seguro  el  rigor;  y  estos  tales 
decían  que  en  ningún  tiempo  podrían  ser  opresos  los 
rebeldes  mejor  que  en  aquel,  estando  faltos  de  fuerzas, 
acobardados,  discordes,  y  tan  menesterosos  de  todas 
las  cosas  necesarias  á  la  vida  humana,  que  andaban  ya 
buscando  los  frutos  silvestres  proprios  de  los  animales, 
y  raíces  de  yerbas  que  poder  comer,  con  la  pena  y  fa- 
tiga que  á  los  malhechores  suele  dar  su  propria  con- 
ciencia. Otro  dia  martes  partió  el  campo  de  órgiba,  y 


REBELIÓN  Y  CASTIGO  DE  LOS  MORISCOS  DE  GRANADA. 


fué  á  Vélez  de  Benaudalla.  El  miércoles  marchó  la  vuelta 
de  las  Cuajaras;  y  porque  se  entendió  que  liabia  enemi- 
gos con  quien  pelear  aquel  dia ,  mandó  el  Marqués  á  los 
escuderos  que  pasasen  los  soldados  á  las  ancas  de  los 
caballos  el  rio  de  Motril,  para  que  no  se  mojasen ,  que 
fuera  de  mucho  inconveniente ,  según  el  frió  que  hacia. 
Pasado  el  rio ,  caminóla  gente  toda  en  sus  ordenanzas, 
y  llegando  á  Cuajar  del  Fondón ,  donde  se  veian  las  re- 
liquias del  incendio  que  los  herejes  habían  hecho  en  la 
iglesia  cuando  mataron  á  don  Juan  Zapata,  haHaron 
el  lugar  desamparado ,  aunque  tenia  un  sitio  fuerte  don- 
de se  pudieran  defender  los  moradores.  De  allí  fué  el 
campo  á  Cuajar  de  Alfaguit ,  que  también  estaba  solo , 
y  allí  se  alojó  aquel  dia.  Siendo  pues  informado  el  Mar- 
qués que  los  enemigos  habían  tomado  dos  derrotas, 
unos  hacia  el  lugar  de  Cuajar  el  alto,  que  también  lla- 
man del  Rey,  y  otros  por  el  camino  de  la  cuesta  de  la 
Cebada  la  vuelta  de  la  Alpujarra,  envió  luego  dos  ca- 
pitanes con  cada  trecientos  arcabuceros ,  que  los  si- 
guiesen y  procurasen  atajar.  El  capitán  Lujan  llegó  á  un 
paso  por  donde  de  necesidad  habían  de  pasar  los  que 
iban  hacia  la  Alpujarra,  y  atajándolos,  mató  muchos 
dellos,  y  se  recogió  sin  recebir  daño,  y  el  capitán  Alva- 
ro Flores  siguió  á  los  que  iban  hacia  Cuajar  el  alto ,  y 
alcanzando  la  retaguardia,  cargaron  tantos  enemigos 
de  socorro ,  que  hubo  de  enviar  un  soldado  á  diligencia 
al  Marqués  á  pedirle  mas  gente,  porque  la  que  llevaba 
era  poca  para  poderlos  acometer ;  el  cual  mandó  aper- 
cebir algunas  compañías;  y  porque  los  soldados  tarda- 
ban en  recogerse  á  las  banderas ,  ocupados  en  robar  las 
casas,  fué  necesario  ponerse  á  caballo  para  que  no  se 
perdiese  la  ocasión ;  y  dejando  orden  á  Hernando  de 
Oruña  que  recogiese  el  campo,  y  marchase  luego  tras 
él,  caminó  hacia  donde  andaba  Alvaro  Flores  escara- 
muzando con  los  moros.  Fueron  delante  don  Alonso  de 
Cárdenas  y  don  Francisco  de  Mendoza  con  un  golpe  de 
soldados  que  pudieron  recoger  de  presto  ;  los  cuales 
dando  calor  á  n;;estra  gente,  acometieron  á  los  ene- 
migos ,  y  los  desbarataron  y  pusieron  en  huida ;  y  ma- 
tando algunos  les  ganaron  dos  banderas;  los  otros  se 
recogieron  á  un  fuerte  peñón,  que  está  medialegua  en- 
cima de  Cuajar  el  alto,  donde  tenían  recogida  la  ropa 
y  las  mujeres.  Este  es  un  sitio  fuerte  en  la  cumbre  de 
un  monte  redondo ,  exento  y  muy  alto ,  cercado  de  to- 
das partes  de  una  peña  tajada,  y  tiene  sola  una  vereda 
angosta  y  muy  fragosa ,  que  va  la  cuesta  arriba  mas  de 
un  cuarto  de  legua  á  dar  á  un  peñoucete  bajo  ,  y  de  allí 
sube  por  una  ladera  yerta ,  hasta  dar  en  unas  peñas  al- 
tas, cuya  aspereza  concede  la  entrada  en  un  llano  ca- 
paz de  cuatro  mil  hombres,  que  no  tiene  otra  subida 
á  la  parte  de  levante.  A  la  de  poniente  está  una  cordi- 
llera ó  cuchillo  de  sierra ,  que  procede  de  otra  mayor , 
y  hace  una  silla  algo  honda ,  por  la  cual  con  igual  difi- 
cultad se  sube  á  entrar  en  el  llano  por  entre  otras  pie- 
dras, que  no  parece  sino  que  fueron  puestas  á  mano 
para  defender  la  entrada ,  sí  humanos  brazos  fueran  po- 
derosos para  hacerlo.  En  este  peñón  tenía  puesta  toda 
su  confianza  Marcos  el  Zamar,  alguacil  de  Jáfar,  cau- 
dillo de  los  moros  de  aquel  partido ,  y  en  él  metieron 
todas  las  mujeres  con  la  riqueza  de  aquellos  lugares,  y 
mas  de  mil  hombres  de  pelea ,  cuando  vieron  que  nues- 
tro campo  iba  sobre  ellos ;  y  haciendo  reparos  de  pie- 
dra, de  colchones,  albardasy  otras  cosas,  tenían  por 


243 


bastante  fortificación  aquella  para  su  defensa.  Nuestros 
capitanes  dejaron  de  seguir  los  enemigos;  y  volviendo 
á  Cuajar  el  alto,  hallaron  al  marqués  de  Mondéjar  en  él 
con  alguna  gente  de  á  paballo ;  el  cual,  por sermuy  tar- 
de,  y  el  camino  muy  áspero  y  dificultoso  para  andarle 
de  noche,  envió  á  mandar  á  Hernando  de  Oruña  que 
no  marchase  hasta  que  fuese  de  dia ,  y  con  la  gente  que 
allí  tenía  se  quedó  alojado  en  aquel  lugar.  Estando  nues- 
tro campo  en  Cuajar  de  Alfaguit,  llegó  de  Granada  el 
conde  de  Santistéban,  acompañado  de  muchos  caballe- 
ros deudos  y  amigos  suyos ,  que  iba  á  hallarse  en  esta 
jornada ,  y  don  Alonso  Portocarrero ,  que  ya  estaba  sano 
de  la  herida  de  Poqueíra,  con  la  infantería  y  caballos 
que  había  enviado  el  marqués  de  Mondéjar  á  pedir  al 
conde  de  Tendilla. 

CAPITULO  XXX. 

Cómo  algunos  caballeros  de  nuestro  campo  quisieron  ocupar  el 
peñón  de  las  Cuajaras,  so  color  de  irle  á  reconocer,  y  los  mo- 
ros los  desbarataron,  y  mataron  algunos  dellos. 

Aquella  noche  pidió  don  Juan  de  Víllaroel  al  mar- 
qués de  Mondéjar  le  diese  licencia  para  ir  otro  día  á  re- 
conocer el  peñón  con  alguna  gente  suelta,  y  á  mucha 
importunación  suya  se  lo  concedió,  mandándole  que 
llevase  consigo  cincuenta  arcabuceros ,  y  que  hiciese 
el  reconocimiento  de  manera  que  no  hubiese  desorden. 
Era  don  Juan  de  Víllaroel  ambicioso  de  honra ,  y  pa- 
recíéndole  que  los  moros  no  habrían  osado  aguardaren 
el  fuerte ,  ó  que  en  viéndole  ir,  entenderían  que  iba  to- 
do el  campo  y  liuírían ,  ó  se  le  darían  á  partido  antes 
quellegase,  comunicando  su  negocio  con  algunos  caba- 
lleros y  soldados  particulares ,  que  correspondieron  á  su 
deseo ,  salió  del  campo  con  solos  los  cincuenta  soldados 
que  había  de  llevar;  mas  luego  le  siguieron  otros  mu- 
chos, unos  por  cudicia ,  y  otros  por  mostrar  valor,  en- 
tendiendo que  se  haría  efeto.  No  fué  bien  desviado  del 
lugar,  cuando  la  vanguardia  comenzó  á  escaramuzar 
con  algunos  moros  que  estaban  en  las  lomas  de  la  sier- 
ra. Tocóse  arma,  y  corrió  la  voz  al  lugar,  llamando 
caballería  de  socorro;  y  el  marqués  de  Mondéjar,  te- 
niendo aviso  de  la  desorden ,  recibió  tanto  enojo ,  que 
envió  á  decirle  que  no  era  bien  socorrer  desórdenes ,  y 
que  se  volviese ;  y  viendo  que  no  aprovechaba  ,  y  que 
pasaba  adelante ,  salió  él  en  persona  con  la  caballería 
que  se  pudo  recoger  de  presto ,  como  sí  adevinara  lo 
quesucedió.  Los  moros  pues  que  andaban  fuera  del  pe- 
ñon  ,  y  los  que  habian  comenzado  á  trabar  la  escara- 
muza ,  se  retiraron  luego  á  su  fuerte ;  y  cuando  el  mar- 
qués de  Mondéjar  llegó  á  una  loma  que  está  delante 
del  peñón ,  ya  íos  soldados  iban  por  la  ladera  arriba  á 
ocupar  el  cerro  que  dijimos  que  está  por  bajo  dél ,  don- 
de se  habian  puesto  también  otros  moros  á  defenderlo. 
Iban  con  don  Juan  de  Víllaroel  don  Luís  Ponce  de 
León,  vecino  de  Sevilla,  don  Jerónimo  de  Padilla,  Agus- 
tín Venegas,  Gonzalo  de  Oruña,  hijo  de  Hernando  de 
Oruña,  y  el  veedor  don  Juan  Velazquez  Ronquillo,  y 
otros  hombres  de  cuenta  y  mas  de  cuatrocientos  sol- 
dados; y  dejando  los  caballos  los  que  los  llevaban ,  por 
no  se  poder  aprovechar  dellos  ,  subieron  todos  á  pié 
por  la  cuesta  arriba,  y  llegaron  tan  adelante,  que  lan- 
zando á  los  enemigos  del  peñoncete ,  hubo  algunos 
animosos  soldados  que  llegaron  á  arrimarse  con  los 
proprios  reparos  del  fuerte.  Y  sí  todos  llegaran  tan  ade- 


Sin 


LUIS  DEL  MARMOL  CARVAJAL. 


.iiiilc,  piiflíera  ser  que  lo  ganaran  ;  mas  no  fueron  sc- 
¿.'uidos ,  como  fuera  razón  que  lo  hicieran  los  amigos, 
muchos  (le  los  cuales  se  quedaron  á  media  cuesla,  y 
otros  abiijo  ct'rca  del  arroyo,  remolinando  y  reparan- 
do donde  hallaban  peñas  ó  cibanoos  con  que  poderse 
cijcnbt  ir  de  las  piedras  que  los  enemigos  echaban  desde 
arriba.  Habiendo  pues  durado  el  temerario  asalto  mas 
de  una  hora,  gastando  nuestra  arcabucería  la  munición 
sin  hacer  efeto ,  por  estar  los  moros  encubiertos  detrás 
de  sus  reparos,  un  soldado,  mas  animoso  que  prático, 
comenzó  á  pedir  munición  de  mano  en  mano;  cosa  muy 
peligrosa  en  semejantes  ocasiones ,  porque  no  es  mas 
que  advertir  al  enemigo,  y  dar  á  entender  al  amigo 
que  está  cerca  de  huir  el  que  aquello  dice.  Y  así  suce- 
dió este  dia,  que  los  soldados  que  estaban  abajo  cerca 
del  arroyo,  sintiendo  aquella  flaqueza,  fueron  los  pri- 
meros que  huyeron  ;  luego  los  otros  de  mas  arriba ,  y  á 
Ja  postre  los  que  estallan  delante,  maravillados  de  ver 
tan  gran  novedad,  y  creyendo  que  la  debia  causar  al- 
gún acometimiento  grande  de  enemigos  hacia  otra  par- 
te, porque  bien  veían  que  no  había  para  qué  huir  de 
los  que  tenían  delante.  Eu  tanto  desorden  aun  no  osa- 
ban salir  los  que  estaban  en  el  fuerte ,  si  Marcos  el  Za- 
mar,  que  había  muerto  aquel  dia  dos  moros  porque 
huian ,  asomándose  á  la  parte  de  fuera  y  viendo  lo  que 
pasaba,  no  los  animara.  Saltaron  fuera  de  los  reparos 
cuarenta  animosos  mancebos  de  los  mas  sueltos,  arma- 
dos de  piedras  y  de  lanzuelas,  que  hicieron  un  mise- 
rable espectáculo  de  muertos.  Mataron  este  dia  á  don 
Luis  Ponce ,  y  á  Agustín  Venegas ,  y  á  Gonzalo  de  Gru- 
ña, y  al  veedor  Ronquillo,  y  á  don  Juan  de  Viliarocl, 
y  hirieron  á  don  Jerónimo  de  Padilla,  y  acabárale  un 
moro  que  le  iba  siguiendo,  sino  le  acudiera  un  esclavo 
cristiano;  el  cual  apretándole  reciamente  entre  los  bra- 
zos, y  echándose  á  rodar  con  él  por  una  peña  abajo, 
no  paró  hasta  dar  en  el  arroyo,  donde  fué  socorrido. 
Viendo  pues  el  marqués  de  Mondéjar  el  desbarate  de 
aquella  gente  liviana ,  y  como  los  moros  pasaban  á  cu- 
chillo cuantos  alcanzaban,  sin  poderlos  favorecer  con  la 
caballería ,  porque  ni  tenia  por  donde  pasar  el  barranco 
del  arroyo,  ni  la  tierra  era  para  poderla  hollar  caballos, 
apeándose  del  caballo  con  una  rodela  embrazada  y  la 
espada  en  la  mano ,  acompañado  de  los  caballeros  y  es- 
cuderos que  coa  él  estaban ,  que  todos  se  apearon ,  y 
de  los  alabarderos  de  su  guardia  y  obra  de  cuarenta  sol- 
dados arcabuceros,  tomó  un  sitio  fuerte  donde  poder 
recoger  á  los  que  venían  huyendo ,  porque  no  los  mata- 
sen los  moros,  que  á  gran  priesa  habían  salido  del  fuer- 
te y  los  seguían  por  todas  partes;  y  como  eran  gente 
suelta  y  sabían  la  tierra ,  fueran  pocos  los  que  se  les  es- 
caparan. Llegaron  tan  adelante  los  bárbaros  este  dia  en 
el  alcance,  que  hirieron  de  dos  escopetazos  á  dos  ala- 
barderos de  los  que  estaban  cerca  del  Marqués,  y  hicie- 
raa  mayor  daño  si  no  temieran  á  la  caballería.  Al  fin 
se  retiraron  á  su  salvo ;  y  el  Marqués  se  volvió  al  lugar, 
dejando  la  ladera  y  el  barranco  sembrado  todo  de  cuer- 
pos muertos.  A  este  tiempo  venia  Hernando  de  Gruña 
marchando  con  todo  el  campo;  mas  no  fué  posible  lle- 
gar á  hora  que  se  pudiese  combatir  el  fuerte  aquel  día, 
por  ser  el  camino  tan  áspero  y  angosto ,  que  de  necesi- 
dad habían  de  ir  los  hombres  y  los  bagajes  á  la  hila  uno 
detrás  de  otro,  y  cuando  llegó  era  ya  muy  tarde,  y  por 
esta,  causa  se  difirió  hasta  el  siguiente  dia  viernes. 


CAPITULO  XXXI. 


Cómo  se  combatió  y  ganó  el  fuerte  de  las  Guájara. 

Cuando  estuvo  el  campo  todo  junto,  el  marqués  de 
Mondéjar  mandó  dar  por  escrito  á  los  capitanes  la  orden 
que  se  había  de  guardar  en  el  combate ,  la  cual  fué  des- 
ta  manera  :  que  Alvaro  Flores  y  Gaspar  Maldonado  sa- 
liesen con  seiscientos  soldados  á  tomar  un  camino  que 
va  hacia  la  mar,  y  subiendo  por  él ,  fuesen  ganamlo  lo 
alto  de  la  sierra  entre  mediodía  y  poniente.  Que  Ber- 
nabé Pizaño  y  Juan  de  Lujan  con  cuatrocientos  arca- 
buceros, tomando  la  ladera  del  peñón,  llegasen  ú  ocu- 
par el  cerro  que  está  por  bajo  del  fuerte.  Que  Andrés 
Ponce  de  León  y  don  Pedro  Ruiz  de  Aguayo  con  las 
ciento  y  veinte  lanzas  de  la  ciudad  de  Córdoba ,  y  Mi- 
guel Jerónimo  de  Mendoza  y  don  Diego  de  Narvaez 
con  sus  dos  compañías  de  infantería,  y  con  ellos  el  ca- 
pitán Alonso  de  Robles,  tomasen  la  parte  del  norte,  y 
dejando  la  caballería  abajo ,  en  lugar  que  pudiese  apro- 
vecharse de  los  enemigos,  si  quisiesen  hurlarse  la  vuel- 
ta de  la  Alpujarra ,  procurasen  subir  la  sierra  arriba  ,  lo 
mas  alto  que  pudiesen  ,  hasta  ponerse  á  caballero  del 
enemigo;  y  que  él  con  todo  el  resto  del  ejército  iria 
por  el  camino  derecho.  Y  porque  los  sitios  donde  ha- 
bían de  ponerse  estas  gentes  no  se  descubrían  desde  el 
lugar  donde  estaba  el  campo ,  y  convenia  que  el  asalto 
se  diese  á  tiempo  que  el  peñón  estuviese  cercado,  man- 
dó que  la  señal  de  aviso  se  hiciese  con  una  pieza  de  ar- 
tillería de  campaña.  Había  de  tomar  Alvaro  Flores  dos 
grandes  leguas  de  rodeo  para  irse  á  poner  en  su  pues- 
to, y  por  ser  la  tierra  tan  áspera  no  pudo  llegar  hasta 
después  de  mediodía.  A  esta  hora  descubrieron  los  mo- 
ros la  gente  que  iba  tomando  lo  alto,  y  saliendo  á  gran 
priesa  á  defender  el  paso  del  sitio,  donde  se  iban  á  po- 
ner los  capitanes  Pizaño  y  Lujan,  no  fueron  parte  para 
estorbárselo,  antes  se  hubieron  de  retirar  con  daño. 
Estando  pues  el  peñón  al  parecer  muy  bien  cercado  pnr 
todas  partes ,  el  Marqués  mandó  dar  la  señal  del  asalto, 
y  la  infantería  subió  el  cerro  aiTÍba,  donde  aunse  veian 
los  regueros  de  la  sangre  cristiana ,  que  destilaba  p(  r 
las  heridas  de  los  cuerpos  desnudos;  y  hallando  el  pri- 
mer peñoncete  desocupado ,  porque  los  moros  que  es- 
taban en  él  le  dejaron  viendo  que  Alvaro  Flores  se  les  ha- 
bía puesto  á  caballero  en  lo  alto  de  la  sierra ,  de  donde 
les  hacia  mucho  daño  con  los  arcabuces,  fueron  retirán- 
dose hacia  el  fuerte.  Comenzóse  á  pelear  desde  ICjOS  con 
los  tiros  de  una  parte  y  de  otra ,  venciendo  los  ánimos 
de  nuestros  soldados  la  dificultad  y  aspereza  de  la  tier- 
ra. Duró  el  combate  hasta  puesto  el  sol ,  defendiéndose 
los  moros  en  sus  reparos ,  ejercitando  los  brazos  los 
hombres  y  las  mujeres  en  arrojar  grandes  peñas  y  pie- 
dras sobre  los  que  subían.  Desta  manera  resistieron 
tres  asaltos ,  no  con  pequeño  daño  de  nuestra  parte, 
hasta  que  el  marqués  de  Mondéjar,  viendo  que  ya  era 
tarde,  mandó  retirar  la  gente  y  difirió  el  combate  para 
el  siguiente  día.  Quedaron  los  bárbaros  ufanos,  aunque 
no  poco  temerosos,  por  conocer  que  la  cercana  noche 
les  había  alargado  la  vida;  y  cuando  entendieron  que 
podría  haber  algún  descuido  en  nuestra  gente,  oque  re- 
posarían los  soldados  del  trabajo  pasado,  llamando  el 
rústico  Zamar  á  Gironcillo  y  á  otros  moros  de  cuenta  que 
allí  estaban,  les  dijo  desta  manera :  «  Los  antiguosnues- 
tros  que  ganáronla  tierra  que  agora  perdemos,  metí- 


REBELIÓN  Y  CASTIGO  DE  LOS  MORISCOS  DE  GRANADA. 


247 


dos  entre  estas  sierras  celebraron  este  peñón  y  sitio, 
donde  leniau  cierta  guarida  de  cualquier  ímpetu  de  cris- 
tianos, estando  la  comarca  poblada  de  moros,  y  tenien- 
do á  su  disposición  la  costa  de  la  mar ;  mas  agora  no  sé 
si  le  tuvieran  en  tanto ,  desconfiados  de  socorro  como 
nosotros  estamos,  y  que  de  necesidad  nos  ha  de  consu- 
mir la  sed ,  la  hambre  y  las  heridas  destos  enemigos, 
que  tan  valerosamente  hemos  expelido  cuatro  veces  de 
nuestros  reparos.  La  que  tenemos  por  vitoria  es  propria 
indignación,  para  que  con  mayor  crueldad  pasen  las 
espadas  por  nuestras  gargantas,  perseverando,  como  as 
cierto  que  perseverarán  en  los  combates;  y  lo  que  mas 
siento  es  que  pasarán  por  el  mesmo  rigor  estas  muje- 
res y  criaturas  inocentes.  Tratar  de  rendirnos  en  esta  co- 
yuntura también  será  la  postrera  parte  de  nuestra  vida; 
porque  ¿quién  duda  sino  que  el  airado  Marqués  querrá 
sacrificarnos  á  todos  en  venganza  de  las  muertes  de  sus 
capitanes?  Ea  pues,  hermanos,  guardémonos  para  otros 
mejores  efetos;  y  pues  la  noche  nos  cubre  con  su  oscu- 
ridad ,  y  los  cristianos  están  descuidados  pensando  te- 
nernos en  la  red ,  sirvámonos  de  las  encubiertas  vere- 
das que  sabemos ,  guiando  á  nuestras  familias  Ja  vuelta 
de  la  sierra. »  Todos  aprobaron  este  parecer,  y  siendo 
su  capitán  el  primero,  salieron  lo  mas  calladamente  que 
pudieron ,  llevando  tras  de  sí  mucha  cantidad  de  muje- 
res que  tuvieron  ánimo  para  seguirlos ,  bajando  por  des- 
peñaderos que  aun  á  cabras  pareciera  dificultoso  ca- 
mino ,  y  sin  ser  sentidos  de  las  guardas  de  nuestro  cam- 
po que  rodeaban  el  peñón ,  se  fueron  hacia  las  Albu- 
ñuelas.  Quedaron  en  el  fuerte  los  viejos  y  mucha  parte 
de  las  mujeres  con  esperanza  de  salvar  las  vidas ,  dán- 
dose á  merced  del  vencedor;  y  antes  que  esclareciese 
el  día  dijeron  á  un  cristiano  sacerdote  que  tenían  cap- 
tivo, llamado  Escalona,  que  llamase  á  los  cristianos  y 
les  dijese  como  la  gente  de  guerra  toda  se  había  ido,  y 
los  que  allí  quedaban  se  querían  dar  á  merced.  El  cual 
se  asomó  sobre  uno  de  los  reparos ,  y  á  grandes  voces 
dijo  que  subiesen  los  cristianos  arriba ,  porque  no  había 
quien  defendiese  el  fuerte  ;  mas  aunque  le  oyeron  las 
centinelas  y  se  dio  aviso  al  Marqués ,  no  consintió  subir 
á  nadie  hasta  que  fué  claro  el  dia.  Entonces  mandó  á 
ios  capitanes  don  Diego  deArgote  y  Cosme  de  Amienta 
que  con  cuatrocientos  arcabuceros  de  Córdoba  fuesen 
á  ver  si  era  verdad  lo  que  aquel  hombre  decía ;  y  hallan- 
do ser  ansí,  ocuparon  el  fuerte,  y  dieron  aviso  dello. 
Este  dia  alancearon  los  caballos  cantidad  de  moros  y 
moras  que  iban  huyendo ;  y  el  Zamar,  que  llevaba  una 
hija  doncella  de  edad  de  trece  años  en  los  hombros  por 
aquellas  sierras ,  porque  se  le  habia  cansado ,  vino  á 
parar  en  poder  de  unos  soldados ,  que  le  prendieron ,  y 
en  Granada  hizo  el  conde  de  Tendilla  rigorosa  justicia 
después  del.  Fué  tanta  la  indignación  del  marqués  de 
Mondéjar,  que ,  sin  perdonar  á  ninguna  edad  ni  sexo, 
mandó  pasar  á  cuchillo  hombres  y  mujeres  cuantos  ha- 
bia en  el  fuerte ,  y  en  su  presencia  los  hacia  matar  á  los 
alabarderos  de  su  guardia ,  que  no  bastaban  los  ruegos 
de  los  caballeros  y  capitanes  ni  las  piadosas  lágrimas 
de  lasque  pedían  la  miserable  vida.  Luego  mandó  aso- 
lar el  fuerte ,  dando  el  despojo  á  los  soldados ;  y  así  para 
esto  como  para  enviar  una  escolta  á  Motril  con  los  en- 
fermos y  heridos,  que  eran  muchos ,  se  detuvo  hasta  el 
lunes  14  de  febrero ,  que  envió  al  conde  de  Santistéban 
con  el  campo  &  que  le  aguardase  en  Vélez  de  Benauda- 


lla ,  y  él  se  fué  con  sola  la  caballería  á  visitar  los  presi- 
dios de  Almuñécar,  Motril  y  Salobreña;  y  tornando  á 
juntarse  con  él,  volvió  á  órgiba  para  proseguir  en  la  re- 
duciondeloslugaresdela  Alpujarra.  Por  la  tomadeslo 
peñón  se  hicieron  alegrías  en  Granada,  aunque  mezcla- 
das con  tristeza  por  los  cristianos  que  habían  sido  muer- 
tos ,  y  lo  mesmo  fué  en  otras  muchas  partes  del  reino. 

CAPITULO  XXXII. 

Cómo  se  declaró  que  los  prisioneros  en  esta  guerra  fuesen 
esclavos  con  cierta  moderación. 

Habia  duda  desde  el  principio  desta  guerra  si  los 
rebelados ,  hombres  y  mujeres  y  niños  presos  en  ella, 
habían  de  ser  esclavos ;  y  aun  no  se  había  acabado  de 
determinar  el  Consejo  hasta  en  estos  días,  porque  no 
falfaban  opiniones  de  letrados  y  teólogos  que  decían 
que  no  lodebianser;  porque  aunque  por  la  ley  general 
se  permitía  que  los  enemigos  presos  en  guerra  fuesen 
esclavos,  no  se  debia  entender  ansí  entre  cristianos;  y 
siéndolo  los  moriscos,  ó  teniendo ,  como  tenían,  nom- 
bre dello ,  no  era  justo  que  fuesen  captivos.  Y  su  ma- 
jestad estando  suspenso ,  mandó  al  Consejo  Real  que  le 
consultase  lo  que  les  parecía ,  y  escribió  al  presidente 
y  oidores  de  la  audiencia  real  de  Granada  que  trata- 
sen dello  en  su  acuerdo  (que  es  una  junta  general  que 
ordinariamente  hacen  dos  días  en  la  semana),  y  le  en- 
viasen su  parecer.  Habiéndose  pues  platicado  sobre 
negocio  de  tanta  consideración,  se  resolvieron  en  que 
podían  y  debían  ser  esclavos,  conformándose  con  un 
concilio  hecho  en  la  ciudad  de  Toledo  contra  los  judíos 
rebeldes  que  hubo  en  otro  tiempo ,  y  por  haber  apelli- 
dado á  Malioma  y  declarado  ser  moros.  Este  parecer 
aprobaron  algunos  teólogos ,  y  su  majestad  mandó  que 
se  cumpliese  y  ejecutase  el  concilio  contra  los  moris- 
cos, de  la  mesma  manera  que  se  habia  hecho  contra 
los  judíos,  con  una  moderación  piadosa,  de  que  quiso 
usar  como  príncipe  considerado  y  justo  :  «que  los  va- 
rones menores  de  diez  años,  y  las  hembras  que  no  lle- 
gasen á  once,  no  pudiesen  ser  esclavos,  sino  que  los 
diesen  en  administración  para  criarlos  y  dotrinarlos  en 
las  cosas  de  la  fe.»  Y  sobre  ello  se  despachó  provisión 
en  forma  de  premática,  que  se  pregonó  y  divulgó  por 
todo  el  reino ;  y  aun  el  dia  de  hoy  se  guarda  con  aque- 
llos que  han  sabido  y  saben  pedir  su  justicia,  porque 
en  esto  hubo  desde  el  principio  mucha  desorden ,  her- 
rando á  los  niños  inocentes  y  vendiéndolos  por  es- 
clavos. Hubo  también  otra  duda  sobre  si  se  habían  do 
volver  los  bienes  muebles  que  los  rebeldes  habían  to- 
mado á  los  cristianos ,  porque  los  dueños,  conociendo 
sus  proprias  alhajas  en  poder  de  los  soldados  que  las 
habían  ganado  en  la  guerra,  se  las  pedían  por  justi- 
cia, y  sobre  ello  habia  muchos  pleitos  y  diferencias ;  y 
se  determinó  por  el  mesmo  acuerdo  que  no  se  las  de- 
bían volver,  por  ser  ganadas  en  la  guerra ,  y  porque  el 
marqués  de  Mondéjar,  yendo  á  entrar  con  su  campo  en 
la  Alpujarra  para  animar  los  soldados  que  iban  sin  suel- 
do, habia  mandado  echar  un  bando  al  pasar  déla  puen- 
te de  órgiba,  declarando  que  la  guerra  era  contra  ene- 
migos déla  fe  y  rebeldes  á  su  majestad,  y  que  se  habia 
de  hacer  á  fuego  y  á  sangre. 


248 


LUIS  DEL  MARMOL  CARVAJAL. 


CAPITULO  xxxiir. 


Cómo  se  prosiguió  la  reduclon  de  la  Alpujarra,  y  de  las 
contradiciones  que  para  ello  hubo. 

Vuelto  nuestro  campo  á  ór^iba ,  los  moros  de  la  Al- 
pujarra, que  se  vieron  reducidos  á  extrema  necesidad 
y  desventura,  porque  con  habérseles  beclio  la  guerra 
en  lo  recio  del  invierno  y  cebadólos  de  sus  lugares,  no 
tenían  otra  guarida  sino  las  sierras,  y  perecían  de  bam- 
brey  de  frió,  andando  cargados  de  mujeres  y  niños, 
con  peligro  de  muerte  y  de  captiverio  delante  de  los 
ojos,  tomando  el  mejor  consejo,  comenzaron  á  venirse  á 
reducir  y  darse  á  merced  de  su  majestad  sin  condi- 
ción ,  para  que  liiciese  dellos  y  de  sus  bienes  lo  que 
fuese  servido ,  como  lo  babian  liecbo  los  alguaciles  de 
Jubiles, Ujíjar y Andarax  y  de  los  otros  pueblos  que 
dijimos.  Prometíales  el  marqués  de  Mondéjar  que  in- 
tercedería por  ellos  para  que  su  majestad  los  perdona- 
se; y  como  iban  viniendo ,  los  recibía  debajo  del  am- 
paro y  seguro  real,  y  les  daba  sus  salvaguardias  para 
que  la  gente  de  guerra  no  les  hiciese  daño.  Mandaba 
que  trajesen  al  campo  las  armas  y  banderas  los  que 
eran  de  por  allí  cerca ,  y  á  los  de  mas  lejos  señalaba 
iglesias  particulares  y  personas  que  las  recogiesen. 
Luego  comenzaron  á  acudir  de  todas  partes;  aunque 
las  armasque  traían  venían  tan  maltratadas,  que  se  de- 
jaba entender  no  ser  aquellas  las  que  tenían  para  pe- 
lear, porque  entregaban  ballestas,  arcabuces,  chuzos  y 
espadas,  todo  mohoso  y  hecho  pedazos,  y  gran  cantidad 
de  hondas  de  esparto ;  y  si  les  preguntaban  dónde 
quedaban  las  buenas  armas,  decían  que  losmonfísy 
gandules,  que  no  querían  rendirse,  las  habían  llevado. 
Finalmente,  los  desventurados  daban  ya  algunas  mues- 
tras de  quietud ,  y  de  consentir ,  no  solo  las  premáti- 
cas,  mas  cualquier  pecho  que  se  les  echara  en  sus  ha- 
ciendas ;  y  en  muy  breve  tiempo  vinieron  á  Órgiba  to- 
dos los  lugares  de  la  Alpujarra  por  sus  alguaciles  y  re- 
gidores ó  por  sus  procuradores,  siendo  persuadidos  é 
inducidos  á  ello  por  los  dos  moriscos  de  quien  atrás 
hicimos  mención,  llamados  Miguel  Aben  Zaba  el  viejo, 
vecino  de  Valor ,  y  Andrés  Alguacil ,  vecino  de  Ujíjar ; 
los  cuales  habiendo  hecho  todo  su  posible  en  este 
particular,  pidieron  al  marqués  de  Mondéjar  con  mu- 
cha instancia  que  los  metiese  la  tierra  adentro  con 
sus  mujeres  y  hijos,  porque  veían  claramente  que  sí 
quedaban  en  la  Alpujarra  no  podían  dejar  de  perder- 
se; y  él  deseó  mucho  hacerles  tan  buena  obra;  mas 
no  se  atrevió  á  enviarlos,  temiendo  que  según  estaban 
los  negocios  enconados  en  Granada,  luego  como  llega- 
sen los  prenderían  los  alcaldes  de  chancíllería  y  los 
mandarían  ahorcar.  Y  al  fin  murieron  entrambos  en 
la  Alpujarra :  al  Miguel  Aben  Zaba  mataron  unos  sol- 
dados que  iban  á  hacerle  escolta,  y  Andrés  Alguacil, 
que  era  ya  muy  viejo ,  murió  de  enfermedad.  Desde 
Órgiba  envió  el  marqués  de  Mondéjar  al  beneficiado 
Torríjos  con  trecientos  soldados  á  que  redujese  los  lu- 
gares de  la  sierra  de  Filábres ;  el  cual  los  redujo  todos, 
y  otros  muchos  de  aquellas  taas  al  derredor,  y  recogió 
las  armas  y  las  banderas  que  rendían ,  y  las  envió  al 
campo ,  sin  hallar  quien  le  pusiese  impedimento  en 
ello.  También  redujeron  muchos  lugares  los  cuadrille- 
ros Jerónimo  de  Tapia  y  Andrés  Camacho,  aunque 
estos  hicieron  hartas  desórdenes,  hurtando  muchachos 


y  bagajes  á  los  reducidos;  y  lo  mesmo  hacían  otras 
cuadrillas  de  soldados  desmandados,  que  salían  á  cor- 
rer la  tierra,  sin  orden,  de  los  presidios  de  la  costa,  del 
campo  del  marqués  de  los  Vélez ,  de  órgiba  y  de  otras 
partes.  Para  excusar  estos  daños  hubo  algunos  conce- 
jos que  pidieron  al  marqués  de  Mondéjar  soldados  que 
estuviesen  con  ellos  y  los  defendiesen,  y  les  daban  de 
comer  y  dos  reales  de  salario  cada  dia ;  y  demás  desto, 
enviaba  de  ordinario  al  capitán  Alvaro  Flores  con  su 
compañía  á  que  corriese  la  tierra  y  retirase  la  gente 
que  hallase  desmandada  haciendo  desórdenes ;  por  ma- 
nera que  ya  estaba  la  Alpujarra  tan  llana,  que  diez  y 
doce  soldados  iban  de  unos  lugares  en  otros  sin  hallar 
quien  los  enojase,  y  no  eran  quinientos  hombres  los 
que  dejaban  de  acudir  á  sus  casas  debajo  de  salvaguar- 
dia. 

En  este  tiempo  mandó  el  marqués  de  Mondéjar  no- 
tificar á  los  moriscos  depositarios  de  las  esclavas  de 
Jubiles  que  las  llevasen  luego  á  órgiba;  y  Miguel  de 
Herrera  sacó  cuatrocientas  dellas  de  poder  de  sus  ma- 
ridos, padres  y  hermanos,  y  las  llevó  á  entregar ;  y  co- 
mo los  factores  del  Marqués  le  apretasen  para  que  las 
entregase  todas,  viendo  que  seria  imposible  poderlas 
dar,  porque  algunas  se  habían  muerto,  y  otras  laS  ha- 
bían captívado  de  nuevo  los  soldados  que  andaban  des- 
mandados sin  orden ,  por  excusar  su  vejación ,  trató  de 
componerse  por  todas  las  de  la  taa  de  Ferreira;  y  se 
efectuara  sise  pusieran  con  él  en  una  cosa  conveni- 
ble, porque  el  moro  daba  veinte  ducados  por  cabeza,  y 
las  personasá  quien  se  cometió  el  negocio  no  quisieron 
menos  dea  sesenta  ducados  por  cada  una.  Y  al  fin  hubo 
de  traer  las  que  pudo  recoger,  y  se  vendieron  muchas 
dellas  en  Granada  en  pública  almoneda  por  cuenta  de 
su  majestad ,  y  otras  murieron  en  captiverio ;  lo  cual 
todo  era  argumento  de  que  los  mal  aventurados  desea- 
ban ya  paz  y  sosiego  ;  y  así  lo  escribía  el  marqués  de 
Mondéjar  á  su  majestad  y  á  los  de  su  real  consejo ,  te- 
niendo el  negocio  ya  por  acabado.  Mas  otras  muchas 
personas  graves  hubo  que  con  diferente  consideración 
juzgaban  que  no  podía  permanecer  aquella  paz ,  di- 
ciendo que  los  malos  eran  muchos,  y  que  en  viniéndo- 
les socorro  de  Berbería ,  volverían  á  inquietar  á  los 
otros;  que  los  moriscos,  gente  mañosa,  habiendo  hecho 
tantos  males,  y  viendo  que  se  usaba  misericordia  con 
ellos,  tomando  experiencia  en  la  condición  del  Capitán 
General,  cuando  viesen  cesar  el  rigor  de  las  armas  to- 
marían mayor  atrevimiento  para  cometer  otros  mayo- 
res delitos ;  que  se  sabía  por  nueva  cierta  que  Aben 
Humeya  había  enviado  un  hermano  suyo  con  cartas  para 
Aluch  Alí,  gobernador  de  Argel,  pidiéndole  socorro  de 
navios,  gente,  armas  y  municiones,  y  ofrecídose  por 
vasallo  del  Gran  Turco ;  que  en  caso  que  esto  no  hu- 
biese efeto,  y  después  de  reducidos  losalzados,  hubiese 
de  entrar  la  justicia  de  por  medio  á  castigar  los  princi- 
pales autores  del  rebelión,  como  era  justo  se  hiciese, 
eran  tantos  y  tan  emparentados  en  la  tierra ,  que  no 
podría  dejar  de  haber  nuevas  alteraciones  en  ella;  y  que 
concediéndoseles  perdón  general,  tampoco  sería  cosa 
conveniente  á  la  reputación  de  un  rey  y  de  un  reino 
tan  poderoso  como  el  de  Castilla,  dejar  sin  castigo 
ejemplar  á  quien  tantos  crímenes  habian  cometido  con- 
tra la  majestad  divina  y  humana.  Estas  cosas  se  plati- 
caban en  Granada,  en  la  corte  y  por  todo  el  reino,  que- 


REBELIOiN  Y  CASTIGO  DE 

jándose  del  marqués  de  Mondéjar  como  autor  de  aque- 
lla paz,  y  diciendo  que  lo  que  hacia  era  por  su  parti- 
cular interese,  porque  si  la  tierra  se  despoblaba,  vernia 
á  perder  mucha  parte  de  la  hacienda  que  tenia  en  aquel 
reino,  y  el  provecho  que  sacaba  del  servicio  que  los 
moriscos  le  hacian ,  que  era  muy  grande ;  y  á  los  que 
peor  parecía  esta  paz ,  eran  aquellos  á  quien  los  rebel- 
des habian  lastimado  cont«jitos  géneros  de  crueldades, 
y  á  otros  que  esperaban  haber  buena  parte  del  despojo 
de  la  guerra,  porque  la  cudicia  no  mira  masque  al  in- 
terés. 

CAPITULO  XXXIV. 

Cómo  el  marqués  de  Mondéjar  fué  avisado  dónde  se  recogían  Aben 
Humeya  y  el  Zaguer,  y  envió  secretamente  á  prenderlos. 

En  estos  términos  estaban  las  cosas  de  los  alzados, 
cuando  Miguel  Aben  Zaba  el  de  Valor,  y  otros  deudos 
suyos,  enemigos  de  Aben  Humeya,  y  que  le  andaban 
espiando  para  hacerle  matar  ó  prender  ,  avisaron  al 
Marqués  de  Mondéjar  como  él  y  el  Zaguer  andaban  por 
las  sierras  de  los  Bérchules ,  y  que  de  dia  estaban  es- 
condidos en  cuevas  y  de  noche  acudían  á  los  lugares 
de  Valor  y  Mecinade  Bombaron ;  y  lo  mas  ordinario  era 
recogerse  en  Mecina ,  en  casa  de  Diego  López  Aben 
Aboo,  por  razón  de  la  salvaguardia  que  tenia.  El  cual 
deseando  haberlos  á  las  manos,  así  por  la  quietud  déla 
tierra,  como  porque  sabia  ya  que  su  majestad  trataba 
de  enviará  don  Juan  de  Austria  á  Granada,  y  quería 
tener  hecho  aquel  efeto  antes  que  llegase ,  hizo  llamar 
á  los  capitanes  Alvaro  Flores  y  Gaspar  Maldonado,  y 
les  mandó  que  con  seiscientos  soldados  escogidos ,  lle- 
vando consigo  las  espías,  que  les  habian  de  mostrar  las 
casas  sospechosas ,  fuesen  á  los  dos  lugares  y  los  cerca- 
sen, y  procurasen  prender  aquellos  dos  caudillos,  ó  ma- 
tarlos sise  les  defendiesen,  y  traerle  sus  cabezas,  sig- 
nificándoles la  importancia  de  aquel  negocio;  y  advir- 
tiéndoles que  lo  primero  que  hiciesen  fuese  cercar  la 
casa  de  Aben  Aboo,  donde  habia  mas  cierta  sospecha 
que  estarían.  Están  estos  dos  lugares  en  la  falda  de  la 
Sierra  Nevada ,  que  mira  ú.  la  Alpujarra  y  al  mar  Me- 
diterráneo ,  apartados  una  legua  el  uno  del  otro;  y  co- 
mo los  capitanes  llegaron  áCádiar,  deseosos  de  acertar, 
acordaron  de  partirla  gente  en  dos  partes,  y  dar  á  un 
mesmo  tiempo  en  ellos ;  porque  les  pareció  que  sí  to- 
dos juntos  llegaban  á  Mecina,  y  acaso  no  estaban  allí, 
antes  de  pasar  á  Valor  corría  peligro  de  ser  avisados. 
Con  este  acuerdo,  aunque  no  era  bastante  razón  para 
pervertirla  orden  de  su  capitán  general ,  repartieron  la 
gente  en  dos  partes  :  Alvaro  Flores  fué  á  dar  sobre  Va- 
lor con  cuatrocientos  soldados ,  y  Gaspar  Maldonado 
con  los  otros  docientos,  que  para  cercar  la  casa  de 
Aben  Aboo  bastaban,  caminó  la  vuelta  de  Mecina  de 
Bombaron.  Sucedió  pues  que  aquella  noche,  que  no  era 
la  última  de  su  vida  ni  el  fm  de  los  trabajos  de  aque- 
lla guerra ,  Aben  Humeya  y  el  Zaguer  y  otro  caudillo, 
alguacil  de  aquel  lugar,  llajmado  el  Dalay,  no  menos 
traidor  y  malo  que  ellos,  acertaron  á  hallarse  en  casa 
de  Aben  Aboo ,  los  cuales,  habiendo  estado  todo  el  dia 
escondidos  en  una  cueva,  en  anocheciendo  se  habian 
recogido  al  lugar,  como  inciertamente  y  á  deshora  lo 
habian  hecho  otras  veces ,  confiados  en  que  no  irian  á 
buscarlos  allí,  por  estar  de  paces  y  tener  salvaguardia. 
Gaspar  Maldonado  llegó  lo  mas  encubiertamente  que 


LOS  MORISCOS  DE  GRANADA.  2Í9 

I  pudo,  haciendo  que  los  soldados  llevasen  las  mechas 
de  los  arcabuces  tapadas ,  porque  con  la  escuridad  de  la 
noche  no  las  devisasen  desde  lejos  ;  mas  no  bastó  su 
diligencia,  ni  el  hervor  del  cuidado  que  le  revolvía  en 
el  pecho,  para  que  un  inconsiderado  soldado  dejase  de 
disparar  su  arcabuz  al  aire,  y  le  ínterrompiese  aque- 
lla felicidad  ,  que  tan  á  la  mano  le  estaba  aparejada.  Es- 
taban los  moros  bien  descuidados ,  la  casa  llena  de  mu- 
jeres y  críados,  y  la  mayor  parte  dellos  durmiendo; 
y  el  primero  que  sintió  el  temeroso  golpe  fué  el  Dalay, 
que, como  mas  astuto  y  recatado,  estaba  con  mayor 
cuidado;  el  cual  temeroso ,  sin  saber  de  qué ,  recordó  á 
gran  priesa  al  Zaguer,  y  corriendo  hacia  una  ventana 
no  muy  baja  que  respondía  á  la  parte  de  la  sierra,  en- 
tre sueño  y  temor  se  arrojaron  por  ella ,  y  maltratados 
de  la  caída ,  se  subieron  á  la  sierra  antes  que  los  solda- 
dos llegasen.  Aben  Humeya, que  dorinia  acompañado  en 
otro  aposento  aparte,  no  fué  tan  presto  avisado,  y  cuan- 
do acudió  á  la  guarida  ya  los  diligentes  soldados  cru- 
zaban por  debajo  de  la  ventana ;  por  manera  que  si 
se  arrojara  como  los  otros,  no  pudiera  dejar  de  caer  en 
sus  manos.  Turbado  pues,  sin  saberse  determinar,  dan- 
do muchas  vueltas  por  los  aposentos  de  la  casa ,  y  acu- 
diendo muchas  veces  á  la  ventana,  la  necesidad,  que  le 
hacia  revolver  el  entendimiento  buscando  alguna  ma- 
nera de  salud,  le  puso  delante  un  remedio  que  le  acre- 
centó la  perdida  confianza  y  le  aseguró  la  vida ,  guar- 
dándole para  mayores  desventuras.  Habia  llegado  Gas- 
par Maldonado  á  la  puerta  de  la  casa ,  y  viendo  que  los 
de  dentro  dilataban  de  abrirle ,  procuraba  derribarla, 
dando  grandes  golpes  en  ella  con  un  madero  ,  cuando 
Aben  Humeya,  no  hallando  cómo  poderse  guarecer,  lle- 
gó muy  quedo  á  la  puerta,  y  poniéndose  disimulada- 
monte  enhiesto,  igualado  entre  el  quicio  y  la  puerta,  qui- 
tó la  tranca  que  la  tenia  cerrada ,  para  que  con  facilidad 
se  pudiese  abrir ;  la  cual  abierta,  los  soldados  entraron 
de  golpe,  y  el  se  quedó  arrimado,  sin  que  ninguno 
advirtiese  lo  que  allí  podía  haber :  tanta  priesa  lleva- 
ban por  llegar  á  buscarlos  aposentos,  donde  hallaron 
á  Aben  Aboo,  y  con  el  otros  diez  y  siete  moros,  que 
algunos  eran  criados  del  Zaguer  y  los  otros  vecinos 
del  lugar.  El  capitán  los  mandó  prenderá  todos,  y  pre- 
guntándoles sí  sabían  de  Aben  Humeya  ó  del  Zaguer, 
dijeron  que  no  los  habian  visto,  y  que  los  que  allí  es- 
taban se  habian  reducido  con  la  salvaguardia  que  Aben 
Aboo  tenia ;  y  como  no  pudiesen  sacar  dellos  otra  co- 
sa, conociendo  que  no  le  decían  verdad,  hizo  ponerá 
tormento  á  Aben  Aboo,  mandándolo  colgar  de  los  tes- 
tículos en  la  rama  de  un  moral  que  estaba  á  las  espal- 
das de  su  casa ;  y  teniéndole  colgado ,  que  solamente  se 
sompesaba  con  los  calcañales  de  los  píes,  viendo  que 
negaba,  llegó  á  él  un  airado  soldado,  y  como  por  des- 
den le  dio  una  coz ,  que  le  hizo  dar  un  vaivén  en  vago 
y  caer  de  golpe  en  el  suelo ,  quedando  los  testículos  y 
las  binzas  colgadas  de  la  rama  del  moral.  No  debió  de 
ser  tan  pequeño  el  dolor ,  que  dejara  de  hacer  perder  el 
sentido  á  cualquier  hombre  nacido  en  otra  parte;  mas 
este  bárbaro,  hijo  de  aspereza  y  frialdad  indomable,  y 
menospreciador  de  la  muerte,  mostrando  gran  descui- 
do en  el  semblante ,  solamente  abrió  la  boca  para  de- 
cir :  «  Por  Dios  que  el  Zaguer  vive ,  y  yo  muero;  »  sin 

querer  jamás  declarar  otra  cosa.  Mientras  esto  se  ha- 
cía, y  los  soldados  andaban  ocupados  en  robar  la  casa, 


2ü0  LUIS  DEL  MARMOL  CARVAJAL 

Aben  Humeja  tuvo  lugar  de  salir  detrás  de  la  puerta , 
y  arrojándose  por  unos  peñascos  que  caen  á  la  parle 
baja, se  fué  sin  que  le  sintiesen.  Gaspar  Maldonado  dejó 
á  Aben  Aboo  en  su  casa  como  por  muerto ,  y  se  llevó 
los  diez  y  siete  moros  presos;  con  los  cuales,  y  con 
otros  que  después  prendieron  en  el  camino ,  y  mas  de 
tres  mil  y  quinientas  cabezas  de  ganado  que  recogie- 
ron de  aquellos  lugares  reducidos,  y  porque  no  pudie- 
ron hacer  otro  efeto  los  soldados  que  habían  ido  á 
Valor,  se  volvieron  luego  los  unos  y  los  otros  á  órgi- 
ba,  donde  siendo  reprehendidos  de  su  capitán  gene- 
ral ,  les  fué  quitada  la  presa  por  de  contrabando ,  man- 
dando poner  en  libertad  á  los  moros  que  tenian  su  sal- 
vaguardia. 


CAPULLO  XXXV. 

Cómo  nuestra  gente  saqueó  el  lugar  de  Laróles,  csiaMíto  de  paces. 
Entre  las  otras  provisiones  que  el  conde  de  Tendilla 
hizo  estando  en  lugar  de  su  padre  en  la  ciudad  de  Gra- 
nada, fué  enviar  á  la  fortaleza  de  la  Peza  al  capitán 
Bernardino  de  Villalía ,  vecino  de  Guad¡x,con  inia  com- 
pañía de  infantería,  porque  estaba  á  su  cargo  aque- 
lla tenencia ;  el  cual  viendo  que  los  negocios  de  la  re- 
ducion  estaban  en  el  estado  que  hemos  dicho,  querien- 
do hacer  alguna  entrada  de  provecho  hacia  la  parte  don- 
de él  estaba,  socolor  de  ir  á  prenderá  Aben  Humeya, 
pidió  licencia  y  gente  al  Conde,  diciendo  que  unas 
espías  le  habían  prometido  de  dársele  en  las  manos.  El 
Conde  le  dio  para  este  efeto  tres  compañías  de  infan- 
tería, cuyos  capitanes  eran  don  López  de  Jexas,  An- 
tonio Velazquez  y  Hernán  Pérez  de  Sotomayor ,  y  vein- 
te caballos  con  el  capitán  Payo  de  Ribera.  Toda  esta 
gente  se  juntó  con  Bernardino  de  Villalta  en  Alcudia, 
cerca  de  Guadix,  el  postrer  día  del  mes  de  febrero  del 
año  de  1560;  y  á  4."  de  marzo  partieron  de  aquel  lu- 
gar, y  atravesando  el  marquesado  de  Cénete,  fueron á 
cenar  y  á  dar  cebada  á  los  caballos  al  Deyre.  Y  entrando 
por  el  puerto  de  la  Ravaha  antes  que  amaneciese ,  die- 
ron en  el  lugar  de  Laróles,  que  era  uno  de  los  reduci- 
dos ,  y  se  habian  recogido  á  él  muchos  moros  y  moras 
de  los  otros  pueblos,  entendiendo  estar  seguros  por  ra- 
zón de  la  salvaguardia  que  tenian  del  marqués  de  xMon- 
déjar.  Y  como  estuviesen  descuidados  de  aquel  hecho, 
entrando  impetuosamente  por  las  calles  y  casas,  mata- 
ron mas  de  cien  moros ,  y  captivaron  muchas  mujeres, 
y  les  tomaron  gran  cantidad  de  ropa  y  ganados.  Otro 
día  de  mañana,  viernes  á  2  de  marzo,  habiendo  sa- 
queado las  casas  y  quemado  la  mayor  parte  dellas, 
llevando  la  presa  por  delante ,  volvieron  á  gran  priesa  á 
tomar  el  puerto  de  la  Ravaha  antes  que  los  moros  lo 
ocupasen ;  porque  los  que  habian  escapado  de  las  ma- 
nos de  los  soldados  hacían  grandes  ahumadas  por  los 
cerros,  apellidando  la  tierra,  y  comenzaba  ya  á  descu- 
brirse mucha  gente  que  acudía  á  favorecerlos.  No  fué 
depequcña  importancia  esta  diligencia,  porque  apenas 
liabian  comenzado  á  encumbrar  la  sierra,  cuando  los 
acometieron  por  la  retaguardia  con  tanta  determina- 
ción y  denuedo,  que  la  tuvieron  desordenada  por  dos 
veces ;  y  corrieran  peligro  de  perderse  todos ,  si  el  ca- 
pitán Bernardino  de  Villalta,  que  iba  de  vanguardia, 
no  les  acudiera  con  algunos  amigos,  resistiendo  ani- 
mosamente con  harto  peligro  de  sus  personas ;  porque 
en  una  vuelta  que  hizo  sobce  un  moro  que  acababa  de 


matará  un  soldado  y  corría  en  el  alcance  de  otro, ca- 
yó del  caballo,  y  hubiérale  muerto  á  él  también,  si  no 
fuera  socorrido  con  mucha  presteza.  Desta  manera 
fué  subiendo  nuestra  gente  hasta  lo  alto  del  puerto,  y 
los  moros,  habiendo  muerto  diez  y  ocho  soldados  y  he- 
rido otros  muchos,  quedando  ellos  no  menos  lastima- 
dos, dejaron  de  seguirlos,  y  se  volvieron  á  la  Alpujarra, 
con  determinación  de  irse  para  Aben  Humeya  y  jun- 
tarse con  él  para  que  renovase  la  guerra.  Estaba  este 
dia  en  la  Calahorra  un  morisco  llamado  Tenor ,  con 
quien  tenian  concertado  Juan  Pérez  de  Méscua  y  Her- 
nán Valle  de  Palacios,  vecinos  de  Guadix,  que  sí  daba 
vivo  ó  muerto  á  Aben  Humeya,  ó  le  traía  á  parte  que 
pudiese  ser  preso ,  le  rescatarían  á  su  mujer  y  á  dos  hi- 
jasque  tenia  captivas;  yestándoles  diciendo  cómo  de- 
jaba tratado  con  Diego  Barzana,  vecino  de  Guadix» 
casado  con  tía  de  Aben  Humeya ,  y  persona  de  quien 
mucho  coníiaba ,  que  le  traína  á  un  encinar  de  Sier- 
ra Nevada,  y  que  poniéndole  dos  ó  tres  emboscadas 
en  los  pasos  por  donde  había  de  pasar,  le  prenderían, 
vio  venir  á  nuestra  gente  con  tan  grande  presa  de  mu- 
jeres captivas  y  de  ganados  y  bagajes,  y  comenzando 
á  llorar ,  les  dijo  :  «  Señores ,  Dios  no  quiere  que  yo 
vea  libres  á  mí  mujer  y  hijas.  Esta  cabalgada  ha  de  des- 
baratar mi  negocio ;  y  de  hoy  mas  no  ha  de  haber  quien 
se  ose  fiar,  y  habrá  cada  dia  mas  mal ,  antes  volverán 
á  levantárselos  reducidos. »  Y  cierto  dijo  verdad ,  por- 
que con  este  suceso  quedó  la  tierra  puesta  en  arma ,  y 
juntando  Aben  Humeya  de  nuevo  gente,  interrompió 
la  reducion.  Sintieron  mucho  el  marqués  de  Mondéjar 
y  el  Conde  esta  desorden ,  y  mandando  el  Marqués  pren- 
der á  Bernardino  de  Villalta,  fuera  castigado  rigurosa- 
mente si  no  se  descargara  con  que  había  hallado  gente 
de  guerra  en  aquel  lugar,  y  con  algunas  otras  causas, 
al  parecer  justificadas ;  por  donde  las  indefensas  mu- 
jeres perdieron  su  libertad  y  fueron  vendidas  por  es- 
clavas. 

CAPITULO  XXXVI. 

De  las  diferencias  que  hubo  en  la  ciudad  de  Almería  entre  los 
capitanes  sobre  el  partir  de  la  cabalgada  de  Inox. 

Tenia  don  García  de  Villaroel  comisión  del  marqués 
de  Mondéjar  para  todas  las  cosas  tocantes  á  la  guerra 
en  la  ciudad  de  Almería ;  y  como  no  se  le  revocase  por 
la  cédula  de  su  majestad,  que  don  Francisco  de  Córdo- 
ba llevó,  pretendia  perteneceríe  la  jurísdicion  civil  y 
criminal,  y  por  el  consiguiente,  el  repartir  de  la  presa 
de  Inox.  Por  otra  parte  don  Francisco  de  Córdoba , 
usando  de  las  preeminencias  como  capitán  general, 
quería  que  se  hiciese  todo  por  su  orden,  y  pretendía  ser 
suyo  el  quinto  y  el  diezmo  de  la  presa.  Andando  pues 
en  estas  competencias,  don  Francisco  de  Córdoba,  que 
no  queria  que  se  diiese  del  cosa  que  oliese  á  cudicía, 
dejó  á  don  García  de  Villaroel  que  hiciese  el  reparti- 
miento, y  aun  se  lo  requiríó  por  escrito ;  el  cual,  cuando 
hubo  sacado  el  quinto  y  el  diezmo  aparte,  proveyó  un 
auto,  al  parecer  justificado ,  en  que  declaró  que  por 
cuanto  los  soldados  de  la  costa  del  reino  de  Granada  de 
tiempo  inmemorial  tenían  merced  de  los  quintos  de  las 
cabalgadas ,  y  los  capitanes  generales  no  estaban  en 
costumbre  de' llevar  los  diezmos,  se  deposítaselo  uno  y 
lo  otro  en  poder  del  depositario  general  de  aquella  ciu- 
dad hasta  que  su  majestad  mandase  lo  que  se  había  de 


REBELIÓN  Y  CASTIGO  DE  LOS  MORISCOS  DE  GRANADA. 


251 


liacfir  dello  en  la  presente  ocasión.  Desto  se  enojó 
don  Franciáco  de  Córdoba ,  y  haciendo  poco  caso  de 
aquel  auto,  mandó  al  capitán  Bernardino  de  Quesada 
que  con  los  soldados  de  su  compañía  fuese  á  la  casa 
donde  estaban  recogidas  las  esclavas  y  fhs  llevase  á  las 
atarazanas;  y  llevándolas,  no  con  pequeño  escándalo, 
las  repartió  él  por  su  persona,  sacando  primero  el  quinto 
y  el  diezmo.  De  aquí  pudiera  suceder  grande  mal,  por 
estar  la  gente  toda  repartida  en  dos  voluntades  y  liaber 
algunos  que  quisieran  que  don  García  de  Vilkiroel  se 
pusiera  en  defenderlo;  mas  al  fin  miró  por  su  cabeza, 
temiendo  la  indignación  de  su  majestad.  En  este  tiempo 
los  del  consejo  de  guerra,  pareciéndoles  que  no  conve- 
nia que  para  unmesmo  efeto  hubiese  dos  cabezas  en  la 
ciudad  de  Almería,  despacharon  cédula ,  mandando  á 
don  García  de  Villaroel  que  obedeciese  á  don  Francisco 
de  Córdoba  en  todas  las  cosas  tocantes  á  la  guerra,  y 
su  majestad  le  hizo  merced  del  quinto  de  las  esclavas, 
que  estaba  depositado,  y  de  las  que  se  captivasen;  mas 
venida  la  ley,  luego  salió  la  duda,  porque  don  Cristóbal 
de  Benaviiles,  hermano  de  don  García  de  Villaroel,  que 
tenia  en  Almería  trecientos  soldados  que  había  llevado 
á  su  costa,  pretendiendo  que  no  se  habia  de  entender 
con  él  ni  con  su  gente  aquella  cédula ,  no  acudía  á  las 
órdenes  de  don  Francisco  de  Córdoba ,  y  si  alguna  ca- 
balgada hacia ,  no  se  la  ponía  en  las  manos  ni  le  daba 
parte  della,  de  donde  vinieron  á  tener  descontentos 
y  á  darse  poco  gusto.  Por  otra  parte  el  marqués  de  los 
Vélez,  que  no  holgaba  de  ver  á  don  Francisco  de  Cór- 
doba en  el  partido  que  le  había  sido  cometido ,  no  de- 
jaba de  dar  calor  á  los  dos  hermanos,  y  lo  mesmo  el 
marqués  de  Mondéjar,  como  dueño  del  negocio,  mayor- 
mente cuando  entendió,  por  unas  informaciones  que  don 
García  de  Villaroel  le  euvió,  como  en  los  bandos  que  se 
echaban  en  Almería  don  Francisco  de  Córdoba  se  hacia 
llamar  capitán  general.  Menudeando  pues  quejas  por 
via  de  agravio  de  todas  partes,  vino  á  estar  don  Fran- 
cisco de  Córdoba  tan  mohíno,  que  así  por  esto  como 
por  su  indisposición,  suplicó  iísu  majestad  le  diese  li- 
cencia para  irse  á  su  casa,  y  se  la  dio  por  carta  de  28  de 
febrero,  en  que  decía  :  «Vista  la  instancia  con  que  nos 
wpedis  licencia  para  iros  á  vuestra  casa ,  hemos  tenido 
»por  bien  de  dárosla;  y  así,  podréis  ir  á  ella  cuando  os 
«pareciere;  que  al  marqués  de  los  Vélez  hemos  escrito 
«que  envíe  á  esa  ciudad  la  gente  que  le  pareciere  que 
«será  menester.»  Y  por  otra  de  la  mesma  data  envió  á 
mandar  al  cabildo  de  la  ciudad  y  al  alcaide  de  la  forta- 
leza y  á  don  García  de  Villaroel  que  obedeciesen  las 
órdenes  del  marqués  de  los  Vélez.  Recebidas  estas  car- 
tas en  6  días  del  mes  de  marzo,  don  Francisco  de 
Córdoba  se  fué  luego  de  Almería,  y  el  marqués  de  los 
Vélez  envió  comisión  á  don  García  de  Villaroel  para  to- 
dos los  negocios  de  guerra  civiles  y  criminales ;  y  que- 
dando solo  en  Almería,  lo  primero  que  hizo  fué  ahor- 
car á  Francisco  López ,  alguacil  de  Tavernas ,  que  es- 
taba todavía  preso ;  mandó  subir  dos  piezas  de  artillería 
y  algunas  municiones  á  la  fortaleza ,  de  las  que  habian 
traído  de  Cartagena  las  galeras;  dio  orden  en  algunos 
reparos  necesarios  en  los  muros  y  hizo  una  plaza  de 
armas  en  la  Almedina.  Y  saliendo  don  Cristóbal  de  Be- 
navides  algunas  veces  á  hacer  entradas  por  aquellas 
sierras,  se  trajeron  muchas  y  muy  buenas  presas,  de 
esclavas,  ganados  y  otros  bastimentos  á  la  ciudad,  y  se 


mataron  muchos  moros;  aunque  no  fueron  pequeñas 
las  desórdenes  que  los  soldados  desmandados  hicieron 
en  los  lugares  reducidos. 

CAPULLO  XXXVIL 

Cómo  su  majestad  acordó  de  enviar  á  Granada  á  don  Juan  do 
Austria,  su  hermano,  y  de  otras  provisiones  que  se  hicieron 
estos  dias. 

Mientras  estas  cosas  se  hacían  en  el  reino  de  Grana- 
da, ¿quién  podrá  decir  las  diferencias  de  relaciones  que 
iban  al  consejo  de  su  majestad,  cargando  á  unos  y  des- 
cargando á  otros?  Estaba  todavía  don  Alonso  de  Gra- 
nada Venegas  en  la  corte,  esforzando  el  negocio  de  !a 
reducioncon  muchas  razones,  y  era  tan  mal  oído  de 
algunos  de  los  del  Consejo,  que  apenas  sabia  por  donde 
poderles  entrar,  que  no  les  hallase  los  pechos  llenos  de 
contradicion ;  y  no  hallando  otro  mejor  medio ,  decía 
que  su  majestad  hiciese  merced  á  aquel  reino  de  irle  á 
visitar  por  su  persona,  porque  con  su  presencia  se  alla- 
naría todo ,  pararían  las  desórdenes,  temerían  los  ma- 
los, y  temían  seguridad  los  que  deseaban  quietud  ,  y 
cesarían  tantas  muertes,  robos  y  fuerzas  como  habla 
en  él,  poniendo  por  ejemplo  que  ios  Reyes  Católicos 
habian  hecho  otro  tanto  en  las  rebeliones  pasadas,  y  las 
habian  apaciguado  luego.  Mas  aun  esto,  que  les  pudie- 
ra ser  de  algún  provecho  en  lo  de  adelante,  no  lo  me- 
recieron las  culpas  de  aquellos  malaventurados ,  pare- 
ciendo al  Consejo  que  ni  era  conveniente  á  la  autori- 
dad de  un  príncipe  tan  poderoso,  ni  daban  lugar  á  ello 
las  grandes  ocupaciones  de  negocios  que  ocurrían  de 
otras  partes.  Concurrieron  enque  su  majestad  no  debía 
hacer  mudanza  el  cardenal  don  Diego  de  Espinosa , 
por  quien  corrían  estos  negocios,  y  la  mayor  parle  de 
los  del  Consejo;  mas  juntamente  con  esto  fueron  da 
parecer  que  fuese  á  Granada  don  Juan  de  Austria,  su 
Iiermano,  mancebo  de  grande  esperanza,  y  que  con  su 
autoridad  se  formase  en  aquella  ciudad  un  consejo  de 
guerra ,  y  en  él  se  proveyesen  todas  las  cosas  de  aquel 
reino,  con  que  no  se  determinase  en  el  mesmo  punto  sin 
consultarlo  con  el  supremo  consejo  :  adición  grande , 
que  causó  inconveniente  por  la  dilación  que  después 
hubo  en  cosas  que  requerían  brevedad  y  resolución  pre- 
cisa. Resuelto  pues  su  majestad  en  que  don  Juan  de 
Austria  fuese  á  Granada,  hizo  dos  provisiones ,  una  á 
don  Luis  de  Requesenes,  comendador  mayor  de  la  or- 
den de  Santiago  en  el  partido  de  Castilla, que  estaba 
por  embajador  en  Roma  y  era  teniente  de  capitán  ge- 
neral de  la  mar  por  don  Juan  de  Austria,  que  con  las 
galeras  de  su  cargo  que  habia  en  Italia  y  el  tercio  de  los 
soldados  viejos  españoles  de  Ñápeles  viniese  luego  á 
España,  y  juntándose  con  don  Sancho  de  Leiva,  estor- 
basen el  pasaje  de  bajeles  de  Berbería  y  proveyesen  por 
mar  los  presidios  de  nuestra  costa;  y  otra  al  marqués 
de  Mondéjar,  mandándole  por  carta  de  17  de  marzo  que, 
dejando  en  'la  Alpujarra  dos  mil  infantes  y  trecientos 
caballos  á  orden  de  don  Francisco  de  Córdoba ,  ó  de 
don  Juan  de  Mendoza,  ó  de  don  Antonio  de  Luna,  el 
que  dellos  le  pareciese,  coa  toda  la  otra  gente  de  su 
campo  se  viniese  á  Granada ,  porque  habia  acordado 
que  don  Juan  de  Austria,  su  hermano ,  fuese  allí  para 
los  negocios  de  aquel  reino ,  y  convenía  que  estuviese 
cerca  de  su  persona  por  la  mucha  noticia  qm  dellos 
tenia.  Esta  provisión,  divulgada  antes  de  ser  puesta  en 


232 


LUIS  DEL  MARMOL  CARVAJAL. 


ejecución ,  causó  mucho  daño ,  porque  los  soldados, 
aguardando  la  venida  de  un  príncipe  de  tanta  autori- 
djd,  y  no  curando  ya  de  las  salvaguardias  de  los  lugares 
de  moriscos,  se  desmandaron  á  hacer  entradas  en  los 
pueblos  reducidos,  alteraron  la  tierra,  armaron  los  ene- 
migos y  pagaron  muchos  dellos  con  las  vidas;  y  lo 
que  peor  es,  que  los  mesmos  que  iban  con  orden  eran 
los  que  hacian  las  mayores  desórdenes,  como  adelante 
diremos.  Ordenóse  también  al  marqués  de  los  Vélez 
que,  guardando  las  órdenes  que  don  Juan  de  Austria  le 
diese,  enviase  luego  á  Granada  relación  del  estado  en 
que  estaban  las  cosas  de  aquel  partido ,  para  que  mejor 
pudiese  dar  orden  en  lo  que  convendría  al  bien  y  paci- 
íicacion  de  aquel  reino.  Muchos  hubo  que  entendieron 
que  esta  ida  de  donjuán  de  Austria  á  Granada  habia  de 
ser  para  descomponer,  con  autoridad  honrosa,  á  los 
dos  marqueses;  masellin  de  su  majestad  no  fué  otra  cosa 
sino  que,  juntándose  con  él  el  duque  de  Sesa ,  el  mar- 
qués de  Mondéjar,  Luis  Quijada ,  presidente  de  Indias, 
el  presidente  don  Pedro  de  Deza  y  el  arzobispo  de  Gra- 
nada ,  cuando  ocurriesen  negocios  de  conciencia  bus- 
C-ison  los  mejores  medios  para  allanar  la  tierra,  si  fuese 
posible,  sin  rigor  de  guerra,  considerando  que  los  unos 
y  los  otros  todos  eran  sus  vasallos.  Mas  tampoco  hubo 
conformidad  en  esto;  que  Dios  no  quería  que  la  nación 
morisca  quedase  en  aquel  reino, 

CAPITULO  XXXVIIL 

Cómo  mataron  los  moriscos  que  estaban  presos  en  la  cárcel 
de  chancilieria. 

Estábanse  todavía  presos  en  la  cárcel  de  chancilieria 
los  moriscos  del  Albaicin  que  el  Presidente ,  tomando 
aviso  de  su  ofrecimiento,  habia  hecho  encarcelar,  co- 
mo dijimos  en  el  capítulo  quinto  del  libro  tercero  dcsta 
historia ;  y  como  creciese  cada  hora  mas  la  indignación 
en  la  gente  de  la  ciudad  contra  la  nación  morisca,  por 
ver  los  incendios,  muertes  y  crueldades  que  hacian,  no 
faltó  ocasión  para  degollarlos  á  todos  dentro  de  la  cár- 
cel. Hubo  algunos  contemplativosque  les  pareció  cosa 
acordada  entre  los  superiores  ministros  de  la  justicia, 
para  con  castigo  ejemplar  poner  temor  á  los  demás,  de 
manera  que  no  se  osasen  rcbelar ;  mas  según  lo  que 
después  se  averiguó  con  mucho  número  de  testigos ,  la 
causa  de  aquellas  muertes  fué  la  que  agora  diremos. 
Habíase  divulgado  una  fama  en  Granada,  diciéndose 
que  Aben  Humeya  hacia  instancia  con  los  del  Albaicin 
que  le  acudiesen  con  gente  para  acrecentar  su  campo, 
y  daria  vista  á  la  ciudad  y  haría  algún  buen  efeto ; 
y  que  algunos  se  le  habían  ofrecido  en  haciéndoles  se- 
ñal de  su  venida  desde  la  falda  de  Sierra  Nevada  con 
fuego  de  parte  de  noche;  y  demás  de  acudirle,  habían 
ofrecídole  que  pornian  en  libertad  á  su  padre  y  herma- 
no, que  estaban  presos  en  la  cárcel  de  chancilieria ,  y  á 
los  moriscos  que  estaban  presos  con  ellos.  Con  esta 
sospecha  andaba  la  gente  recatada,  y  se  tenia  especial 
cuidado  con  las  centinelas  y  rondas  del  Albaicin  y  de 
la  ciudad ,  y  cada  noche  se  juntaban  los  caballeros  ca- 
pitanes y  ciudadanos  honrados  en  el  cuerpo  de  guar- 
dia que  se  hacia  en  las  casas  de  la  Audiencia  y  en  la 
sala  del  Presidente,  donde  su  negocio  era  tratar  desta 
sospecha,  como  acontece  muy  de  ordinario  cuando 
hay  que  temer  ó  desear.  Estando  pues  en  buena  con- 
versación una  noche,  que  fué  jueves  á  17  dias  del  mes 


de  marzo,  don  Jerónimo  de  Padilla  bajó  del  Albaicin, 
y  se  llegó  al  Presidente  y  le  dijo  de  manera  que  nadie 
le  pudo  oír,  como  en  una  ladera  de  Sierra  Nevada  se 
habían  visto  fuegos  que  parecían  señales,  y  que  de 
ciertas  ventanaíy  terrados  del  Albaicin  habíanrespon- 
dido  con  otras  lumbres;  y  aunque  disimuló  porque  los 
que  allí  estaban  no  se  alborotasen  ,  no  tardó  mucho 
que  don  Juan  de  Mendoza  Sarmiento ,  que  estaba  alo- 
jado en  el  Albaicin ,  y  era  cabo  de  la  gente  de  guerra 
que  allí  había,  le  envió  el  mesmo  aviso  con  Bartolomé 
de  Santa  María,  cuadrillero  ,  que  le  dio  el  recaudo  que 
todos  lo  pudieron  oír.  Entonces  dijo  el  Presidente  que 
era  bien  apercebir  la  gente,  por  si  hubiese  algo,  no  los 
tomase  descuidados;  y  sospechando  que  debían  de 
querer  juntarse  para  soltar  los  moriscos  que  tenia  pi  e- 
sos  en  la  cárcel ,  mandó  al  proprio  Bartolomé  de  San, a 
María  que  fuese  á  ver  el  recaudo  que  tenían,  y  si  esta- 
ban con  don  Antonio  de  Valor  y  don  Francisco,  i\i 
hijo,  un  alguacil  y  seis  soldados  que  les  tenían  puestos 
de  guardia,  y  que  dijese  al  alcaide  de  la  cárcel  de  su 
parte  que  no  se  descuidase  con  los  presos.  Con  este 
aviso  tan  particular  llamó  el  alcaide  algunos  amigos  y 
deudos  suyos ,  y  les  rogó  que  le  acompañasen  aquella 
noche  con  sus  armas ,  y  buscando  las  que  pudo  haber 
prestadas,  las  repartió  entre  los  cristianos  que  estaban 
presos.  Estando  pues  todos  prevenidos,  lávela  de  la  Al- 
liambra,  que  estaba  enla torre  déla  Campana, que  otros 
llaman  del  Sol,  acertó  á  tocar  el  cuarto  de  la  modor,  a 
mas  tarde  y  mas  apresuradamente  que  otras  veces,  re- 
picando á  menudo,  como  si  tocara  á  rebato ;  y  creyen- 
do que  lo  era,  toda  la  ciudad  se  alborotó.  También  se 
alborotaron  los  cristianos  de  la  cárcel ,  y  los  moriscos 
juntamente,  teniendo  algún  aviso  ó  sospecha;  y  fué 
de  manera  el  alboroto,  que  vinieron  á  las  manos.  Los 
moriscos  peleaban  con  piedras ,  ladrillos  y  palos  que 
sacaban  de  los  calabozos,  y  los  cristianos  con  las  ar- 
mas que  el  alcaide  les  había  dado ,  ó  con  los  mástiles 
de  los  grillos,  procurando  cada  cual  deshacer  la  pared 
que  le  venia  mas  amano  para  sacar  material  que  arrojar 
á  su  enemigo.  Acudiendo  pues  el  alcaide,  se  renovó  la  pe- 
lea con  muertes  y  heridas  de  entrambas  partes,  sin  que 
en  mas  de  dos  horas  se  sintiese  fuera.  Contábanos  des- 
pués el  corregidor  Juan  Rodríguez  de  Villafuerte  que, 
estando  él  reposando  sobre  una  silla  en  la  sala  de  la 
Audiencia  que  responde  á  la  cárcel,  habia  sentido  gran 
ruido,  y  que  salió  corriendo  á  las  ventanas  que  salen  á 
la  plaza  Nueva,  y  como  vio  los  soldados  del  cuerpo  de 
guardia  sosegados ,  tornó  á  sentarse ;  y  dende  á  poco 
rato,  oyendo  el  mesmo  ruido,  y  pareciéndole  que  era 
en  la  cárcel ,  envió  allá  un  soldado,  que  volvió  á  decir- 
le como  andaban  los  presos  revueltos ,  peleando  los 
moros  con  los  cristianos  ,  y  que  unos  decían  «  viva  la  fe 
deJesucristo»,  y  otros  «viva  Mahoma»;  y  que  habia  ido 
luego  á  dar  aviso  al  Presidente ,  el  cual  mandó  que  la 
compañía  de  infantería  que  hacia  cuerpo  de  guardia  en 
la  plaza  Nueva  cercase  la  cárcel,  porque  no  se  fuesen 
los  presos.  Mas  ya  á  este  tiempo  la  gente  de  la  ciudad 
habia  acudido  al  rebato  y  muchos  soldados  á  las  vuel- 
tas ;  y  entrando  en  la  cárcel ,  combatían  los  calabozos 
y  otros  aposentos,  donde  los  moriscos  se  habían  retira- 
do para  defenderse  ;  muchos  de  los  cuales,  declarando 
lo  que  tenían  en  el  pecho,  invocaban  la  seta.  Otros,  co- 
mo desesperados,  que  ni  querían  carecer  de  culpa  ni 


REBELIÓN  Y  CASTIGO  DE  LOS  MORISCOS  DE  GRANADA. 


excusar  la  muerte  en  aquella  última  hora  de  su  vida, 
juntando  esteras,  tascos  y  otras  cosas  secas  que  pu- 
diesen arder,  se  metían  entre  sus  mesmas  llamas,  y  las 
avivaban ,  para  que ,  ardiendo  la  cárcel  y  la  audiencia, 
pereciesen  todos  los  que  estaban  dentro.  Mas  aun  esto 
no  pudieron  ver,  porque  los  cristianos  apagaron  el  fue- 
go, y  entre  polvo  y  Ijumo  los  mataron  á  todos,  sin  dejar 
hombre  á  vida ,  sino  fueron  los  dos  que  defendió  la 
guardia  que  tenian.  Duró  la  pelea  siete  horas ,  y  mu- 
rieron ciento  y  diez  moriscos  que  estaban  presos ,  y 
muchos  dellos  se  hallaron  estar  retajados ;  las  culpas 
de  los  cuales  debieron  ser  mayores  de  lo  que  aquí  se 
escribe,  porque  después  pidiendo  las  mujeres  y  hijos 
de  los  muertos  sus  dotes  y  haciendas  ante  los  alcaldes 
del  crimen  de  aquella  Audiencia ,  y  saliendo  el  fiscal  á 
la  causa,  se  formó  proceso  en  forma;  y  por  sentencias 
de  vista  y  revista  fueron  condenados,  y  aplicados  todos 
sus  bienes  al  real  fisco.  Murieron  cinco  cristianos  en 
esta  refriega  y  hubo  diez  y  siete  heridos,  y  el  alcaide 
fué  bien  aprovechado  de  los  despojos  de  los  muertos, 
porque  como  eran  gente  rica,  tenian  buena  cantidad  de 
dineros  consigo.  A  este  rebato  acudió  el  conde  de  Ten- 
dilla  cuando  ya  era  de  día,  y  estando  diciendo  al  Pre- 


253 

sidente  que  queria  ir  á  poner  algún  remedio  en  la  cár- 
cel, llegó  el  licenciado  Pero  López  de  Me«a,  alcalde  del 
crimen  de  aquella  audiencia  ,  que  venia  de  la  cárcel ,  y 
dijo  que  no  habia  para  qué  ir  allá,  porque  ya  los  mo- 
riscos quedaban  muertos.  No  mucho  después  mandó 
su  majestad  llevar  á  don  Antonio  y  á  don  Francisco  de 
Valor,  su  hijo,  donde  les  dióconquepodersesustentar, 
porque  pareció  no  ser  culpados  en  el  rebelión,  sino  que 
el  alcaide  mayor  de  Osuna  los  habia  prendido  viniendo 
del  puerto  de  Santa  María,  donde  estábanlas  galeras,  á 
Granada,  con  orden.  Estemesmo  día  el  conde  de  Ten- 
dilla,  queriendo  poner  en  efeto  lo  que  mucho  deseaba, 
que  era  juntar  gente  y  salir  en  campaña  á  la  parte  de 
Bentomiz,  envió  á  llamar  al  capitán  Lorenzo  de  Avila, 
que  con  la  gente  de  las  siete  villas  estaba  alojado  en 
los  lugares  de  Béznar ,  Alfacar  y  Cogollos;  y  teniendo 
apercebida  la  que  habia  en  Granada  y  los  lugares  de  la 
Vega,  la  Audiencia  y  la  ciudad  lo  contradijeron,  y  paró 
con  enviar  á  don  Juan  de  Mendoza  Sarmiento  á  Orgiba 
con  trecientos  hombres  de  la  gente  de  las  villas.  En  el 
siguiente  libro  diremos  la  causa  por  que  no  se  prosiguió 
en  la  reducion ,  y  cómo  se  tornaron  á  alzar  todos  los  lu- 
gares de  la  Alpujarra  que  ya  estaban  reducidos. 


LIBRO  SEXTO. 


CAPITULO  PRIMERO. 

C(5mo  estando  ya  reducidos  los  lugares  de  la  Alpujarra ,  Alvaro 
Flores  y  Antonio  de  Avila  saquearon  á  Valor,  y  se  perdieron 
con  la  gente  que  llevaban. 

Procuraba  el  marqués  de  Mondéjar  por  todas  las  vias 
posibles  como  acabar  el  negocio  de  la  reducion,  y  pren- 
der ó  matar  á  Aben  Humeya  y  al  Zaguer;  y  habiendo 
errado  de  prenderlos  Gaspar  Maldonado,  traía  espías 
sobre  ellos,  especialmente  á  los  Aben  Zabas  de  Valor, 
que  eran  sus  enemigos.  Estando  pues  con  este  cuidado, 
fué  avisado  como  acudían  algunas  noches  á  aquel  lugar, 
y  que  Aben  Humeya  había  de  venir  á  celebrar  una  bo- 
da á  las  casas  de  su  padre,  donde  podría  ser  con  facili- 
dad preso  si  á  deshora  daban  sobre  él  cuarenta  ó  cin- 
cuenta hombres  de  hecho,  porque  eran  pocos  los  moros 
que  le  acompañaban.  Y  mandando  llamar  á  Jerónimo 
de  Tapia  y  á  Andrés  Camacho  cuadrilleros,  hombres  del 
campo  y  muy  plátícos  en  aquella  tierra ,  les  encargó 
que  con  toda  diligencia  procurasen  hacer  aquel  efeto 
con  cuarenta  soldados  escogidos  de  sus  cuadrillas.  Par- 
tieron de  Órgiba  á  2o  días  del  mes  de  marzo,  y  llegan- 
do de  parte  de  noche  á  Valor  el  alto,  dejaron  la  gente 
emboscada  entre  unas  matas,  y  ellos  dos  solos  llegaron 
alas  casas;  y  hallando  las  puertas  abiertas,  entraron 
dentro  y  encendieron  lumbre ,  y  anduvieron  todos  ios 
aposentos,  y  no  hallando  gente  ni  señal  de  haber  mora- 
do allí  nadie  muchos  dias  habia ,  tornaron  á  salirse ,  y 
se  fueron  hacía  donde  habían  dejado  los  soldados.  En  el 
camino  oyeron  ruido  en  Valor  el  bajo,  y  sintiendo  cru- 
jidos de  ballestas,  y  estando  escuchando,  vieron  salir  de 
las  casas  un  moro  con  dos  bagajes  menores  cargados; 
y  aguardándole  en  un  paso  del  camino,  salieron  á  él  y 
le  prendieron,  para  saber  qué  gente  era  aquella  que  ti- 
raba con  las  ballestas ;  el  cual  les  dijo  como  Aben  Hu- 


meya quedaba  dentro  del  lugar  en  casa  de  un  morisco 
su  amigo  haciendo  la  zambra  de  una  boda,  y  que  esta- 
ban con  él  muchos  ballesteros  y  escopeteros,  monfís  y 
gandules,  y  otros  que  le  habían  ido  á  buscar  después 
de  la  entrada  de  Laróles.  Con  esta  nueva  se  volvieron 
los  cuadrilleros,  no  se  atreviendo  á  entrar  en  el  lugar 
con  tan  poca  gente,  porque  estaba  muy  poblado,  á  cau- 
sa de  haberse  reducido  en  él  los  vecinos  del  lugar  alto 
y  de  otras  partes ;  y  llegados  á  Órgiba ,  informaron  al 
marqués  de  Mondéjar  de  todo  lo  que  el  moro  les  había 
dicho ;  y  preguntándoles  qué  gente  bastaría  para  cer- 
car el  lugar  y  hacer  el  efeto  que  se  pretendía,  le  dije- 
ron que  cuatrocientos  hombres  sería  ntímero  sufi- 
ciente para  ello.  Aquella  noche  vino  Alvaro  Flores  de 
fuera,  y  el  Marqués  les  mandó  á  él  y  al  capitán  Antonio 
de  Avila,  vecino  de  Madrid,  que  con  seiscientos  arca- 
buceros escogidos  de  todas  las  compañías,  llevando 
consigo  los  dos  cuadrilleros,  fuesen  á  Valor  el  bajo;  y 
cercando  de  parte  de  noche  el  lugar  de  manera  que  no 
fuesen  sentidos,  avisasen  á  cualquiera  de  los  Aben  Za- 
bas, para  que  les  mostrasen  las  casas  donde  podja  estar 
Aben  Humeya;  y  cercándolos  á  un  tiempo ,  trabajasen 
por  prenderle  ó  matarle ;  y  no  le  hallando,  se  informa- 
sen si  habia  estado  allí  aquellos  dias,  y  donde  se  habia 
recogido.  También  se  entendió  que  mandó  á  Alvaro 
Flores  que  pidiese  á  los  regidores  le  entregasen  las  mo- 
riscas de  su  majestad,  que  se  les  habían  dado  en  depó- 
sito en  Jubiles,  y  que  las  llevase  á  Órgiba,  donde  se 
recogían  las  demás.  Con  esta  orden  salieron  los  capita- 
nes del  campo  miércoles  30  dias  del  mes  de  marzo ,  y 
al  pasar  de  la  puente  que  está  junto  al  lugar  de  Albace- 
te, hicieron  su  reseña,  y  hallaron  que  llevaban  seis- 
cientos y  cincuenta  hombres ,  sin  otros  que  los  siguie- 
ron después  sin  orden,  entendiendo  que  iban  á  hacer 


iU 


LUIS  DEL  MARMOL  CAUVAJAL. 


n:;4tin  burn  ofofo,  y  algunos  aventureros  que  llevaban 
canliflud  do  dineros  para  emplear  en  esclavas,  ropa  y 
joyas,  porque  cu  semejantes  jornadas  que  estas  siem- 
pre tenían  los  soldados  aprovechamiento  de  buena  ó 
de  mala  guerra;  y  hallando  al  pié  de  la  obra  quien  se 
lo  comprase,  lo  daban  por  poco  dinero.  Juntándose  pues 
al  pié  de  ochocientos  hombres,  caminaron  todo  aquel 
dia  hacia  la  mar,  dejando  á  Yálor  ú  la  mano  izquierda, 
por  desmentir  las  espías.  Otro  dia  encontraron  cuaren- 
ta soldados  del  presidio  de  Motril ,  que  estaban  en  una 
rambla  bien  descuidados  esperando  que  llegasen  otros 
compañeros  para  ir  á  saquear  un  lugar ;  y  llevándoselos 
consigo,  prosiguieron  su  camino,  dando  vueltas  á  una 
parte  y  á  otra;  y  el  viernes  bien  de  mañana  vieron  ba- 
jar por  un  cerro  abajo  otros  cincuenta  soldados  huyen- 
do, y  muchos  moros  que  bs  venian  siguiendo  dando 
grandes  alaridos.  Estos  eran  de  Adra  ,  y  habían  salido 
mas  do  ciento  juntos,  y  repartidos  en  dos  cuadrillas, 
para  saquear  á  un  tiempo  los  lugares  de  Murtas  y  Tu- 
rón. En  Turón  se  habían  defendido  los  moros,  y  muerto 
o  icedellos;  y  en  Murtas  se  habían  aposentado  la  no- 
che en  la  iglesia,  y  los  vecinos  les  habían  dado  de  cenar, 
y  de  almorzar  á  la  mañana ,  y  á  la  partida ,  en  pago  del 
hospedaje,  les  habían  saqueado  las  casas,  y  cargados 
del  despojo,  iban  huyendo,  y  los  moros  tras  dellos  dan- 
do voces ;  y  sí  no  acertara  &  llegar  nuestra  gente,  los 
degollaran  á  todos.  Recogiéndolos  pues  los  capitanes 
con  la  otra  gente,  fueron  haciendo  un  gran  rodeo  has- 
ta Valor,  donde  iiogaron  sábado  en  la  noche  á  2  días 
del  mes  de  abril;  y  antes  de  llegar  al  lugar  repartieron 
la  gente  en  dos  partes  para  poderlo  cercar  á  un  tiem- 
po. Antonio  de  Avila  y  Jerónimo  de  Tapia  tomaron  la 
ladera  poruña  vereda  que  iba  derecha  á  las  casas,  y 
Alvaro  Flores  y  Camacho  fueron  por  un  barranco  que 
se  había  de  pasar  para  tomar  lo  alto  á  la  parte  de  la 
sierra.  Habían  de  llegar  todos  á  un  tiempo  ;  y  como 
Alvaro  Flores  tenía  mas  camino  que  andar  y  mas  im- 
pedimento, por  ser  el  barranco  grande  y  hondo ,  llegó 
Antonio  de  Avila  á  su  puesto  primero  que  él.  Los  mo- 
ros tenían  su  cuerpo  de  guardia  en  el  camino  junto  á 
«na  cruz,  portemor  de  los  soldados  que  andaban  ha- 
ciendo daño  ;  y  adelantándose  Jerónimo  de  Tapia,  lle- 
gó á  ellos  y  les  dijo  que  no  se  alborotasen,  porque 
eran  soldados  de  Alvaro  Flores  que  andaban  visitando 
la  tierra;  y  conociéndole  uno  de  los  Aben  Zabasque 
estaba  con  ellos,  se  fué  para  él  y  le  abrazó,  y  le  rogo 
que  entretuviese  la  gente  mientras  iba  á  verse  con  Al- 
varo Flores,  porque  ya  tenía  aviso  ce  lo  que  iban  á  ha- 
cer. Sucedió  pues  que ,  yendo  Aben  Zaba  el  barranco 
arriba  por  defuera  de  las  casas  en  busca  de  Alvaro  Flo- 
res, llamándole  por  su  nombre,  y  con  la  salvaguardia 
que  tenia  del  marqués  de  Mondéjar  en  la  mano,  como 
hacía  luna  y  se  devisaba  el  bulto  desde  lejos,  un  solda- 
do le  tiró  un  arcabuzazo,  y  no  le  errando,  le  derribó 
muerto  en  tierra.  Los  moros  que  iban  con  él  dieron  lue- 
go voces ,  y  los  cristianos  tocaron  arma ;  y  dando  los 
de  Antonio  de  Avila  en  los  que  estaban  de  guardia  en 
la  cruz,  los  unos  y  los  otros  entraron  de  tropel  en  el 
lugar, y  matando  cuantos  moros  les  venian  por  delan- 
te ,  saquearon  las  casas,  captívaron  las  mujeres,  y  co- 
mo sí  fueran  muy  de  propósito  á  hacer  aquel  efeto,  re- 
cogieron la  presa  en  la  iglesia.  No  era  bien  amanecido, 
cuando  los  moros  que  habían  podido  huir  de  los  solda- 


dos comenzaron  á  echar  ahumadas  por  la  tierra,  y  los 
dos  cuadrilleros,  como  hombres  prá ticos,  dijeron  á  los 
capitanes  que  de  su  consejo  dejasen  la  presa  y  se  re- 
cogiesen con  tiempo,  porque  tenían  ocho  leguas  de  ca- 
mino áspero  y  fragoso  hasta  llegar  á  órgiba ,  y  si  car- 
gaban enemigos,  correrían  riesgo  de  perderse.  Alvaro 
Flores  quisiera  tomar  su  consejo ;  mas  Antonio  de 
Avila  burló  del,  diciendo  que  con  la  gente  que  allí  te- 
nia atravesaría  toda  África,  llevando  mayor  presa  que 
aquella.  Con  este  no  menos  cudicioso  que  soberbio  pa- 
recer se  conformaron  todos  los  soldados  y  aventure- 
ros ,  y  sacando  las  moras  de  la  iglesia  siendo  ya  alto  el 
día ,  hicieron  dos  escuadrones;  con  el  uno  tomó  la  van- 
guardia Alvaro  Flores,  y  el  otro  quedó  de  retaguardia  á 
orden  de  Antonio  de  Avila;  y  metiendo  las  moras  en 
medio ,  que  pasaban  de  mil  y  docienlas  almas ,  con  al- 
gunas mangas  de  arcabuceros  á  los  lados,  mientras 
marchaban  los  unos  y  los  otros,  Antonio  de  Avila  con 
docientos  y  cincuenta  soldados  hizo  alto  junto  á  las 
casas,  por  si  los  enemigos,  que  ya  acudían  dando  ala- 
ridos por  aquellas  laderas,  quisiesen  hacer  algún  aco- 
metimiento á  la  bajada  de  una  loma,  por  donde  nece- 
sariamente había  de  ir  la  gente  á  dar  al  camino  real. 
A  este  tiempo  los  moros,  despojados  de  sus  mujeres  y 
hijos  y  de  sus  haciendas,  conociendo  haber  sido  de- 
sorden la  que  se  había  hecho,  enviaron  dos  hombres 
delante ,  que  dijo'^en  á  los  capitanes  que  mirasen  que 
tenían  salvaguardia  del  marqués  de  Mondéjar  y  esta- 
ban reducidos,  y  que  no  había  causa  por  donde  hacer- 
les tanto  mal ;  que  sí  había  sido  inadvertencia  de  algu- 
nos soldados,  lo  pasado  fuese  pasado, y  les  dejasen  sus 
mujeres  y  hijos,  porque  ellos  querían  paz  y  quietud  en 
sus  casas,  y  de  lo  contrario,  tomaban  á  Dios  por  testi- 
go. A  los  cuales  respondió  Antonio  de  Avila  con  pala- 
bras injuriosas,  llamándolos  de  perros  traidores  á  Dios 
y  al  Rey,  que  teniendo  al  tirano  en  sus  casas,  le  habían 
avisado  para  que  se  fuese;  y  les  mandó  tirar  de  arca- 
buzazos.  Viendo  esto  los  moros,  acudieron  como  qui- 
nientos, la  mayor  parte  desarmados,  y  acometieron  co- 
mo hombres  desesperados  á  los  docientos  y  cincuen- 
ta soldados  al  tiempo  que  iban  bajando  la  cuesta  de  la 
ladera:  y  desbaratándolos,  mataron  á  Antonio  de  Avila 
y  mas  de  treinta  dellos;  los  otros  dieron  todos  á  huir 
vilmente  hacia  el  escuadrón.  Estaban  todos  los  reduci- 
dos alterados  por  los  daños  que  la  gente  desmandada 
les  hacia  desde  la  entrada  de  Laróles,  y  cuando  corrió 
la  fama  por  los  lugares  convecinos  de  lo  que  habían  he- 
cho en  Valor,  y  como  se  llevaban  todas  las  mujeres  cap- 
tivas, no  se  mostraron  nada  perezosos  en  acudir  á  las 
ahumadas,  y  ejecutando  animosamente  por  donde  veían 
mejor  entrada  en  los  desordenados  soldados,  que  á  un 
tiempo  les  faltó  consejo,  disciplina  y  ánimo ,  como  iban 
caminando,  les  salían  de  través  por  los  pasos  y  veredas 
que  sabían,  y  los  herían  y  mataban  á  su  salvo.  Un  gol- 
pe de  moros  cortó  por  medio  de  los  escuadrones  donde 
iban  las  mujeres  captivas,  y  matando  mas  de  cincuenta 
soldados,  les  quitaron  mas  de  trecientas  dellas  y  se 
las  llevaron.  Trasdestos  entraron  otros  y  otros,  hasta 
que  no  dejaron  ninguna ,  yéndose  peleando  tan  floja- 
mente de  nuestra  parte,  que  parecía  ira  del  cielo  la  que 
perseguía  aquellos  cudiciosos  soldados.  Caminando 
pues  cuanto  podían,  llegó  la  vanguardia  á  una  angostura 
que  se  hace  entre  dos  sierras,  donde  forzosamente  ha- 


REBELIÓN  Y  CASTIGO  DE  LOS  MORISCOS  DE  GRANADA. 


2o  5 


blíiii  de  pa>ar  desordenados;  y  dejando  de  tomar  las 
cordilleras  altas,  como  gente  de  disciplina,  se  metieron 
por  un  valle  angosto  y  hondo,  donde  apenas  podian  ir 
apareados ;  y  como  los  delanteros  se  diesen  priesa  á  ca- 
minar por  salir  del  mal  paso ,  dejando  á  los  traseros  en 
el  peligro,  lucieron  un  hilo  tan  largo ,  que  tuvieron  lu- 
gar los  moros  de  atajarlos;  y  entrándoles  por  muchas 
partes,  los  acabaron  de  romper,  matando  al  capitán 
Arrieta,  que  animosamente  había  resistido  gran  rato, 
haciendo  algunas  vueltas  sobre  los  enemigos.  Mientras 
la  gente  se  alargaba,  el  capitán  Alvaro  Flores  y  Cama- 
cho  trabajaron  su  posible  por  detener  los  soldados  que 
huian;  y  viendo  que  el  trabajo  era  en  vano,  porque  los 
moros  crecían  y  los  cristianos  desmayaban  cada  hora 
mas,  acordaron  de  ponerse  encobro  embreñándose  por 
aquellas  sierras  hacia  la  parte  que  la  fortuna  los  echase, 
y  para  ir  mas  ligeros  fueron  dejando  las  armas  y  los 
vestidos.  Camacho  se  salvó,  y  Alvaro  Flores,  faltándole 
el  aliento,  se  arrimó  á  una  peña,  y  allí  le  alcanzaron 
los  enemigos  y  le  mataron.  Este  fué  un  infelice  suce- 
so con  que  los  moros  tomaron  ánimo,  porque  se  per- 
dieron aquel  día  al  pié  de  mil  cristianos  y  mucha  can- 
tidad de  armas  y  de  dineros  que  llevaban,  con  que  se 
satisficieron  bien  del  dañorecebido  en  Laróles.  Y  ver- 
daderamente pareció  ser  juicio  de  Dios,  porque  debien- 
do bastar  un  soldado  para  diez  moros  viles  y  desarma- 
dos, hubo  moro  que  mató  diez  cristianos,  hallándolos 
tan  cargados  de  miedo  y  de  cudicia  juntamente,  que 
aun  en  la  presencia  del  peligro  no  querían  soltar  la  pre- 
sa que  llevaban  en  las  manos.  Sesenta  soldados  se  apar- 
taron por  un  valle  abajo,  y  fueron  á  parar  á  la  villa  de 
Adra ,  porque  tuvieron  buena  guia.  Otros  cincuenta  se 
hicieron  fuertes  en  la  torre  de  una  iglesia,  y  allí  los  cer- 
caron los  moros  y  los  quemaron  vivos ;  pocos  fueron 
los  que  pudieron  escapar  con  los  cuadrilleros  por  la 
sierra;  los  otros  todos  perecieron.  Acabado  de  seguir  el 
alcance,  que  duró  mas  de  cuatro  leguas,  porque  como 
llegaban  en  paraje  de  los  lugares  cansados  y  fatigados 
de  sed ,  salían  de  refresco  los  moradores  dellos  y  los 
iban  degollando,  luego  se  retiraron  ios  de  Valor,  y  en- 
viaron un  hombre  al  marqués  de  Mondéjar,  descargán- 
dose de  la  culpa  que  se  les  podría  imputar,  y  cargando 
á  los  capitanes,  diciendo  que  estaban  prestos  de  entre- 
gar luego  las  "armas  que  habían  tomado  á  los  cristianos, 
porque  no  deseaban  mas  que  quietud.  El  cual  quiso 
cirios  y  admitir  su  descargo ;  mas  fué  tanta  la  indigna- 
ción de  todos  los  del  campo ,  chicos  y  grandes,  que  no 
hubo  razón  que  bastase  para  aplacarlos,  diciendo  que 
cuanto  trataban  era  engaño  y  maldad ,  y  que  el  marqués 
de  Mondéjar  se  dejaba  engañar  de  aquellos  herejes, 
que  tenia  como  por  vasallos;  y  no  faltaron  personas 
particulares  que  ocurrieron  á  su  majestad  con  memo- 
riales de  quejas,  tomando  por  ocasión  esta  gran  pér- 
dida. 

CAPITULO  11. 

Cómo  los  moros  de  Turón  mataron  al  capitán  Diego  Gasea, 
y  sus  soldados  saquearon  el  lugar. 

Dos  días  después  desto  el  capitán  Diego  Gasea  qui- 
so tomar  satisfacion  de  los  de  Turón  por  los  once  sol- 
dados que  le  habían  muerto ,  inducido  á  ello  de  algu- 
nos vecinos  que  solían  ser  de  aquel  lugar;  amaneció 
sobre  él  una  mañana  con  la  gente  de  á  pié  y  de  á  ca- 


ballo de  Adra,  y  le  cercó.  El  alguacil  y  los  regidores  sa- 
lieron luego  á  mostrarle  la  salvaguardia  que  tenian,  y 
le  dijeron  que  los  de  aquel  pueblo  liabian  sido  leales 
al  servicio  de  Dios  y  de  su  majestad ,  y  puesto  en  li- 
bertad á  los  cristianos  que  moraban  entre  ellos,  y  no 
habían  consentido  quemar  la  iglesia;  y  cuando  habían 
podido,  habían  acudido  á  reducirse,  porque  antes  no 
lo  habían  osado  hacer  por  miedo  de  los  monfís;  y  que 
le  pedían  por  merced  los  favoreciese  y  amparase,  y  no 
diese  lugar  á  que  se  les  hiciese  agravio,  como  lo  ha- 
bían querido  hacer  ciertos  soldados  desmandados  que 
los  días  pasados  habían  estado  allí  y  querídoles  saquear 
las  casas.  Diego  Gasea  les  respondió  que  no  iba  á  lia- 
cerles  daño ,  sino  á  buscar  las  armas  que  tenian  escon- 
didas ,  y  las  que  habían  quitado  á  los  cristianos  que  ha- 
bían muerto,  y  aprender  á  los  matadores  para  que  fue- 
sen castigados  por  justicia;  y  entrando  en  el  pueblo, 
sin  embargo  de  los  requerimientos  que  los  reducidos  le 
hacían  con  la  salvaguardia  que  tenian ,  comenzaron  á 
desmandarse  los  soldados  por  las  casas ,  buscando  lo 
que  convenia  para  su  aprovechamiento.  Y  como  Diego 
Gasea  entrase  en  un  zofí  bajo,  donde  estaban  escondidos 
unos  moros  sospechosos ,  uno  dellos  se  le  descomidió  de 
palabras,  diciendo  que  lo  que  hacia  no  era  buscar  mal- 
hechores, sino  robar  las  gentes;  y  como  él  le  quisiese 
dar  de  mojicones,  sacando  el  moro  un  puñal  que  tenia 
escondido,  se  lo  escondió  en  el  cuerpo.  Los  soldados 
que  se  h;dlaron  presentes  mataron  luego  al  matador  y 
á  los  que  con  él  estaban ;  y  se  airaron  tanto ,  viendo  el 
desdichado  suceso  de  su  capitán ,  que  sin  otra  conside- 
ración tocaron  arma  á  gran  priesa ,  y  dando  igualmente 
en  los  vecinos  armados  y  desarmados,  mataron  ciento 
y  veinte  dellos,  y  robaron  el  lugar,  captívaron  todas 
las  mujeres  y  niños ,  y  dejando  ardiendo  las  casas ,  vol- 
vieron ásu  alojamiento,  y  repartieron  la  presa,  como 
si  hubieran  llevado  orden  particular  para  aquel  efeto, 
que  todo  lo  disimuló  la  muerte  de  su  capitán.  Era  Diego 
Gasea  mancebo  animoso ,  y  había  desbaratado  tres  ve- 
ces á  Aben  Humeya  yendo  sobre  Adra ,  estando  él  den- 
tro :  la  primera  vez  á  8  días  del  mes  de  enero  del  año 
de  1569 ,  en  la  cual  llevando  el  moro  ocho  mil  hombres, 
y  hallándose  él  con  sesenta  caballos  y  trecientos  infan- 
tes, le  desbarató, y  mató  docíenlos  moros;  la  segunda 
á  24  del  dicho  mes ,  que  volviendo  otru  vez  sobre  aquel 
presidio ,  también  le  rompió,  y  le  mató  otros  docientos 
y  veinte  moros;  y  la  tercera  y  última,  cuando  lleván- 
dole el  ganado  de  Adra,  salió  á  él  y  se  lo  quitó  y  hizo 
retirar  con  daño;  y  así  por  estas  Vitorias  como  por 
otras  entradas  que  había  hecho  la  tierra  adentro  con 
felices  sucesos,  estaba  bienquisto  de  la  gente  de  guer- 
ra, y  sintieron  mucho  su  muerte,  especialmente  sus 
soldados ,  á  quien  procuraba  siempre  aprovechar  cuan- 
to podía ;  cosa  con  que  mucho  se  gánala  benevolencia. 

CAPITULO   III. 

De  otras  desórdenes  que  la  gente  desmandada  hizo  estos  dias 
en  los  lugares  reducidos. 

En  este  mesmo  tiempo  los  soldados  que  habían  ido 
con  el  beneficiado  Torríjos  á  reducir  los  lugares  de  la 
sierra  de  Fílábrcs ,  enfadados  de  ver  tanta  paz ,  le  deja- 
ron ir;  y  desmandándose  docientos  y  cincuenta  dellos, 
cuando^bubieron  andado  rescatando  los  pueblos,  llega- 
ron al  lugar  de  Bayarca,  y  le  saquearon  para  salirse  por 


2"fi 


LUIS  DEL  MARMOL  CAUVAJAL. 


aquella  pnrfe  de  la  Alpujarra ;  mas  los  moros  de  la  co- 
marca se  juntaron  y  dieron  en  ellos ,  y  los  degollaron  á 
todos  el  mesmo  día  que  sucedió  lo  de  Turón.  Salió 
también  estos  días  del  campo  del  marqués  de  los  Ve- 
jez una  compañía  de  infantería  de  los  de  Lorca,  que 
anduvo  por  las  taas  de  Berja  y  Dalias  robando  todos 
aquellos  lugares,  y  llegando  liasta  Pezcina,  donde  esta- 
ban dos  soldados  de  guardia  que  liabia  dado  el  marqués 
de  Mondéjar  á  los  vecinos ,  para  que  si  acudiese  alguna 
gente  desmandada  mostrasen  la  salvaguardia  y  no  de- 
jasen hacerles  daño,  aunque  salieron  á  recebirlos  con 
el  alguacil  del  lugar  y  se  la  mostraron ,  como  si  no  fue- 
ran obligados  á  guardarla  por  no  ser  del  marqués  de 
los  Vélez,  entraron  airadamente  en  las  casas  y  las  sa- 
quearon, y  captivaron  mil  y  quinientas  almas  entre  mu- 
jeres y  niños ,  y  mataron  el  uno  de  los  dos  soldados 
porque  se  lo  reprehendía ,  y  mas  de  treinta  moros  de  los 
reducidos.  Los  otros ,  que  eran  muchos ,  huyeron  á  las 
sierras,  y  juntando  mas  gente  de  los  lugares  comarca- 
nos ,  les  salieron  al  camino ,  y  con  la  ocasión  de  una 
niebla  muy  espesa  y  de  una  aguanieve  que  se  les  ofre- 
ció favorable,  los  acometieron  por  diferentes  parles 
dando  grandes  alaridos;  y  como  los  soldados  no  se  pu- 
diesen aprovechar  de  sus  arcabuces,  porque  á  unos  se 
les  apagaron  las  mechas  que  llevaban  encendidas ,  y  á 
otros  en  descubriendo  la  cazoleta  del  fogón  se  les  moja- 
ba el  polvorín,  yendo  ansimesnio  embarazados  con  una 
presa  tan  grande  de  gente ,  ganados  y  bagajes,  tuvieron 
lugar  los  moros  de  entrarles,  y  desbaratándolos,  los 
degollaron  á  todos,  y  les  tomaron  mucha  cantidad  de 
arcabuces ,  ballestas  y  espadas ,  con  que  se  acabaron  de 
armar  los  que  no  lo  estaban.  Con  esta  vitoría  y  con  la 
presa  que  cobraron,  volvieron  los  moros  á  sus  lugares 
menos  contentos  de  lo  que  lo  suelen  estar  los  vencedo- 
res, porque  los  hombres  de  buen  entendimiento  veían 
que  era  dar  espuelas  á  su  destruícion.  No  sucedió  ansí 
á  don  Diego  Ramírez  de  Haro ,  alcaide  de  la  fortaleza 
de  Salobreña,  que  yendo  á  Mulvízar,  lugar  de  aque- 
lla jurisdícíon ,  donde  se  habían  recogido  muchos  de  los 
reducidos,  y  con  ellos  otros  moros  de  guerra ,  hallán- 
dolos cortando  cañas  dulces á  jornal  en  unas  hazas,  los 
prendió  á  todos;  y  pasando  al  lugar,  lo  saqueó  y  trajo 
captivas  las  mujeres ,  sin  hallar  quien  le  hiciese  resis- 
tencia á  la  ida  ni  á  la  vuelta.  Esla  presa  partieron  en- 
tre don  Sancho  de  Lcíva  y  él,  porque  iba  gente  de  mar 
y  de  tierra.  Los  moros  se  llevó  don  Sancho  para  las  ga- 
leras ,  y  las  moras  fueron  vendidas  por  esclavas.  No  me- 
nos que  esto  hacían  los  capitanes  y  soldados  de  los  pre- 
sidios hacia  la  parte  que  les  tocaba  con  pequeñas  oca- 
siones, buscando  sus  aprovechamientos  entre  paz  y 
guerra ,  antes  que  la  tierra  se  acabase  de  allanar. 

CAPITULO  IV. 

Cómo  los  moros  de  la  Alpujarra  se  tornaron  á  levantar,  y  juntán- 
dose con  Aben  Humeya  renovaron  la  guerra  ;  y  de  algunas  pro- 
visiones que  su  majestad  hizo  estos  dias. 

Estas  desórdenes  y  otras  muchas  que  sucedieron,  es- 
tándose todavía  el  marqués  de  Mondéjar  en  Orgiba,  es- 
perando que  don  Juan  de  Austria  partiese  de  la  corle, 
fueron  causa  que  los  ya  rendidos  pueblos  se  alterasen 
de  nuevo,  dando  crédito  á  los  sediciosos,  que  les  repre- 
hendían haberse  fiado  tan  de  ligero  y  rendido  las  ar- 
mas y  las  banderas ,  como  si  la  hambre  y  la  necesidad, 


que  es  la  que  suele  rendir  los  lugares  fuertes ,  no  los 
hubiera  combatido  y  doblado.  «Cruel  condición,  de- 
cían, es  la  de  nuestros  enemigos  para  ponernos  en  sus 
manos,  teniéndolos  tan  ofendidos.  Apresuremos  el  pa- 
so, y  tomemos  la  delantera  con  varoniles  ánimos  á  una 
honrosa  muerte ,  defendiendo  nuestras  mujeres  y  hijos, 
y  haciendo  lo  que  somos  obligados  por  salvar  las  vidas 
y  las  honras  que  naturaleza  nos  obliga  á  defender. »  Es- 
tas y  otras  muchas  razones  que  decían  á  la  gente  rús- 
tica acrecentaron  los  enemigos  ánimos  y  dieron  nue- 
vas fuerzas  á  Aben  Humeya;  y  cuando  pensábamos  te- 
nerle ya  vencido  y  deshecho,  tornó  á  renovar  la  guerra 
con  mayor  confianza ,  viéndose  rodeado  de  mucha  gen- 
te que  de  todas  partes  le  acudía ,  armados  de  las  armas 
que  quítabanjuntamenteconlas  vidas  á  nuestros cudi- 
cíosos  soldados.  Hízose  poderoso  para  entre  aquellas 
sierras  brevemente,  y  poniendo  su  ánimo  en  defender 
la  Alpujarra  y  en  levantar  los  otros  lugares  que  hasta 
entonces  no  se  habían  levantado,  con  vana  hinchazón 
imaginaba  como  poder  ofender  á  Granada  y  á  las  otras 
ciudades  de  aquel  reino;  mas  la  fortuna  de  su  acelera- 
da muerte  le  entregará  presto  á  las  tinieblas,  y  la  guerra 
tomará  castigo  de  los  que  la  despertaron ,  haciéndoles 
pagar  con  las  gargantas  los  alborotos  y  las  muertes  que 
hicieren  en  ella.  Cuando  ya  su  majestad  fué  bien  in- 
formado de  tantas  desórdenes,  de  los  daños  que  los  re- 
beldes habían  hecho  y  de  los  males  que  había  en  aquel 
reino,  apresurando  la  partida  de  don  Juan  de  Austria, 
en  que  parecía  consistir  el  remedio,  mandó  proveer  di- 
neros, bastimentos  y  municiones,  no  de  otra  manera 
que  si  hubiera  de  ir  su  real  persona  á  dar  fin  á  la  guer- 
ra. Avisó  á  las  ciudades  y  señores  para  que  le  obedecie- 
sen y  guardasen  sus  órdenes,  mandándoles  que  rehi- 
ciesen sus  compañías  de  gente,  porque  estaban  ya  casi 
deshechas,  y  á  los  que  no  las  habían  enviado,  que  las 
enviasen ;  y  así ,  envió  luego  á  Granada  la  ciudad  de  Se- 
villa los  dos  mil  infantes  con  que  se  había  ofrecido  á 
servir  en  esta  guerra  á  su  costa ,  y  docíentos  caballos. 
Capitanes  de  la  infantería  fueron  don  Pedro  de  Pine- 
da ,  escribano  mayor  del  cabildo,  don  Alonso  de  Arella- 
no,  don  Pedro  Niño,  Alonso  Ochoa  de  Rivera,  Pedro  de 
Vergara,  Diego  Orliz  Melgarejo  y  el  jurado  Alonso  de 
Arauz;  y  de  la  caballería  don  Juan  de  Velasco,  hijo  del 
conde  de  Nieva ,  y  don  Juan  Portocarrero ;  y  lo  mismo 
hicieron  las  otras  ciudades  y  villas  de  la  Andalucía  que 
no  habían  acudido.  Era  grande  el  contento  de  los  sol- 
dados enemigos  de  la  paz ,  pareciéndoles  que  resucitaba 
la  guerra ,  y  viendo  que  con  estas  nuevas  apenas  había 
ya  quien  osase  mentar  la  reducion.  Juzgaban  que  la  ida 
de  don  Juan  de  Austria  á  Granada  era  dar  fin  de  la  na- 
ción morisca,  por  las  nuevas  muertes  de  aquellos  solda- 
dos, y  que  para  este  efelo  se  había  mandado  al  marqués 
de  Mondéjar  que  saliese  de  la  Alpujarra.  Por  otro  cabo, 
los  moriscos  de  Granada  mostraban  haber  perdido  mu- 
cha parte  del  temor,  creyendo  que  con  su  presencia  se- 
rían desagraviados  y  temían  fin  sus  trabajos,  tenien- 
do seguridad  en  las  vidas  y  en  las  haciendas ;  porque 
no  osaban  salir  á  labrar  los  campos  ni  á  trabajar  en  sus 
oficios ,  por  miedo  que  no  los  matasen  ó  por  no  de- 
jar sus  mujeres  y  hijas  solas  y  las  casas  llenas  de  hués- 
pedes. No  menos  conformes  que  esto  estaban  los  áni- 
mos de  los  unos  y  de  los  otros  en  Granada ,  esperando 
que  don  Juan  de  Austria  viniese,  cuando  el  marqués  de 


REBELIÓN  Y  CASTIGO  DE  LOS  MORISCOS  DE  GRANADA. 


Mondéjar ,  avisado  como  habia  salido  de  Madrid,  par- 
tió del  alojarniontode  Órgiba  á  8  dias  del  mes  de  abril, 
dejando  en  él  á  don  Juan  de  Mendoza  Sarmiento  con  dos 
mil  infantes  y  cien  caballos  ;  y  con  toda  la  otra  gente 
entró  en  la  ciudad  la  víspera  de  pascua  de  Resurrección, 
acompañado  de  muchos  caballeros  y  ciudadanos  nobles 
que  le  salieron  á  recebir.  Metió  la  caballería  delante  con 
las  banderas  que  habia  ganado  ú  los  moros ,  arrastrán- 
dolas por  el  su<ilo ;  luego  iban  los  bagajes  cargados  de 
las  armas  que  le  habían  rendido ;  tras  deStos  iba  su  per- 
sona rodeada  de  los  alabarderos  de  su  guardia  ordina- 
ria ,  y  de  retaguardia  toda  la  infantería  puesta  en  sus 
ordenanzas :  entrada  cierto  de  mucho  regocijo ,  si  la 
demasiada  alegría  de  algunos  no  despertara  el  dolor  en 
los  corazones  lastimados  de  los  que  habían  perdido  sus 
padres,  maridos ,  hijos  y  hermanos ,  y  los  encendiera  en 
mayor  ira ;  porque  se  les  representaba  que  los  rebeldes 
quedarían  sin  castigo,  y  que  el  Capitán  General  era  autor 
de  que  fuesen  perdonados.  Salido  el  marqués  de  Mon- 
déjar de  la  Alpujarra,  Aben  Humeya  tuvo  lugar  de  exten- 
derse por  ella  ú  su  voluntad ;  y  perdiendo  la  vergüenza 
á  toda  crueldad,  porque  no  le  quedase  á  quien  temer, 
hizo  morir  muchos  hombres  principales,  alguaciles  y 
regidores  de  los  que  se  habían  reducido ,  diciendo  que 
por  haberlo  hecho  sin  autoridad  suya.  Y  enviando  sus 
mensajeros  á  Berbería  á  que  publicasen  de  nuevo  Vi- 
torias y  grandes  muertes  de  cristianos ,  movió  los  áni- 
mos de  muchos  hombres  inquietos ,  que  hasta  allí  no  se 
habían  determinado,  teniendo  por  cosa  de  aire  el  re- 
belión ,  para  que  le  viniesen  á  socorrer ,  unos  con  sus 
personas  y  bajeles ,  y  otros  con  armas  y  municiones  por 
sus  dineros. 

CAPULLO  V. 

Del  recebimiento  que  se  le  hizo  á  don  Juan  de  Austria 
cuando  entró  en  Granada. 

A  6  días  del  mes  de  abril  partió  don  Juan  de  Austria 
de  los  jardines  de  Aranjuez,  donde  habia  ido  á  besar  las 
manos  á  su  majestad  y  á  despedirse  para  proseguir  su 
camino ,  llevando  consigo  á  Luis  Quijada ;  y  tomando 
postas  por  jornadas  motleradas,  llegó  en  seis  dias  á  la 
villa  de  Hiznaleuz ,  que  está  cinco  leguas  de  Granada. 
Alborotóse  la  ciudad  con  regocijo  cuando  supo  su  lle- 
gada y  que  habia  de  entrar  otro  día  siguiente,  deseosos 
todos  de  festejar  un  príncipe  hermano  de  su  rey  y  señor 
natural,  que  tan  de  corazón  amaban.  El  marqués  de 
Mondéjar  salió  el  mesmo  día  con  la  compañía  de  caba- 
llos de  Juan  de  Carvajal  y  algunos  capitanes  entreteni- 
dos y  caballeros ,  deudos  y  amigos  suyos,  y  estuvo  con 
él  en  IJiznaleuz  aquella  noche ,  y  otro  día  de  mañana, 
viniendo  juntos  la  vuelta  de  Granada ,  se  adelantó  para 
dar  lugar  á  los  otros  recebimientos  que  se  habían  de 
hacer,  y  se  subió  á  la  fortaleza  de  la  Alhambra.  El 
conde  de  Tendilla  fué  el  primero  que  salió  á  recebir  á 
don  Juan  de  Austria  con  docientos  jinetes  muy  bien 
aderezados,  ciento  de  la  compañía  de  Tello  González  de 
Aguilar,  y  ciento  de  la  suya,  cuyo  teniente  era  Gonzalo 
Chacón,  Estos  iban  todos  vestidos  á  la  morisca,  y  los 
otros  con  ropetas  de  raso  y  de  tafetán  carmesí  á  nues- 
tra usanza ,  y  los  unos  y  los  otros  bien  armados  de  co- 
razas, capacetes,  adargas  y  lanzas;  de  manera  que  en- 
tre gala  y  guerra  hacían  hermosa  y  agradable  vista. 
Llegó  hasta  el  lugar  de  Albolote ,  legua  y  media  de  la 


2S*7 

cmdad ,  y  hecho  su  cumplimiento ,  se  volvió  para  dar 
también  lugar  á  otros  caballeros  y  señores  que  iban  al 
mesmo  efeto.  Ya  el  Presidente  tenía  orden  de  su  ma- 
jestad de  la  que  se  habia  de  tener  en  el  recebimiento  de 
su  hermano,  que  era  que  saliesen  con  él  solos  cuatro 
oidores  y  los  alcaldes  del  crimen,  y  con  el  Corregidor 
cuatro  veinticuatros  y  sus  tenientes,  y  con  el  Arzobispo 
cuatro  personajes  del  cabildo ,  los  que  él  señalase.  Y 
como  supo  que  venía  ya  cerca,  salió  á  juntarse  con  el 
Arzobispo  en  una  encrucijada  que  se  hace  á  la  entrada 
de  la  calle  Elvira,  junto  al  pilar  del  Toro ;  y  tomando  el 
Arzobispo  la  mano  izquierda,  salieron  al  hospital  real ,  ■ 
y  pasaron  un  tiro  de  ballesta  mas  adelante  hasta  el  ar- 
royode  Beyro,  donde  se  habia  de  hacerelrecebimiento. 
Llegando  don  Juan  de  Austria  á  un  mesmo  tiempo,  se 
adelantó  el  Presidente  el  primero,  cuando  le  vio  venir 
cerca,  y  llegó  humilmente  á  hacer  su  cumplimiento; 
el  cual  lo  recibió  muy  bien  y  con  el  sombrero  en  la 
mano,  y  le  tuvo  un  rato  abrazado.  Y  apartándose  á  un 
lado,  llegó  el  Arzobispo  y  hizo  lo  mismo  con  él;  y  luego 
llegaron  por  su  antigüedad  los  oidores  y  alcaldes,  y  las 
dignidades  de  la  iglesia,  y  el  Corregidor  y  los  veinti- 
cuatros por  esta  orden,  y  á  la  postre  los  caballeros  y 
ciudadanos  particulares.  Y  el  Presidente  le  decía  quien 
era  cada  uno ,  y  él  los  recebia  con  tanto  amor,  que  to- 
dos quedaban  satisfechos.  Acabado  este  recebimiento, 
el  conde  de  Miranda,  que  venia  al  lado  de  don  Juan  de 
Austria,  se  adelantó ,  y  el  Presidente  y  el  Arzobispo  le 
tomaron  en  medio ,  yendo  el  Presidente  á  la  mano  de- 
recha. Desla  manera  caminaron  á  la  ciudad  con  in- 
creíble concurso  de  gente  que  cubría  todos  aquellos 
campos.  Estaba  hecho  un  escuadrón  de  toda  la  infan- 
tería en  el  llano  de  Beyro ;  y  en  llegando  á  emparejar 
con  las  primeras  hileras,  comenzó  la  arcabucería  á  dis- 
parar por  su  orden,  y  tan  sin  intervalo,  que  haciendo 
una  hermosísima  salva,  pareció  muy  bien,  no  solo  á  los 
que  no  habían  visto  otra  cosa  semejante,  mas  aun  á  los 
soldados  prálicos  que  habían  sido  muy  experimenta- 
dos en  ello.  Y  el  belicoso  ánimo  del  mancebo  para 
quien  estaba  guardado  el  triunfo  de  la  vítoria  naval,  no 
podía  apartar  los  ojos  de  sobre  aquella  infantería,  que 
pasaba  ol  número  de  diez  mil  hombres.  No  hubo  pa- 
sado muy  adelante ,  cuando  le  salió  otro  recebimiento , 
espectáculo  piadoso  y  digno  de  compasión,  aunque  in- 
dustriosamente hecho  para  provocarle  á  ira  contra  los 
moriscos.  Salieron  mas  de  cuatrocientas  mujeres  cris- 
tianas, de  las  que  habían  sido  captivas  en  la  Alpujarra, 
todas  juntas,  faltas  de  atavíos  y  colmadas  de  tristeza, 
rociando  el  suelo  con  sus  lágrimas  y  esparciendo  por  él 
sus  rubios  y  mesados  cabellos;  y  cuando  le  tuvieron 
cerca ,  poniendo  algunas  dellas  silencio  á  sus  doloro- 
sos llantos,  no  sin  falta  de  sollozos  ygemidos,  abrazan- 
do consigo  su  dolor,  le  dijeron  desta  manera  :  «Justi- 
cia, señor,  justicia  es  la  que  piden  estas  pobres  viudas 
y  huérfanas,  que  aman  el  lloro  en  el  lugar  de  sus  ma- 
ridos y  padres;  que  no  sintieron  tanto  dolor  con  oír  los 
crueles  golpes  de  las  armas  con  que  los  herejes  los  ma- 
taban á  ellos  y  á  sus  hijos,  hermanos  y  parientes,  conK) 
el  que  sienten  en  ver  que  han  de  ser  perdonados.»  .Y 
como  prosiguiesen  en  sus  quejas,  hablando  unas  y  otras 
tumultuosamente,  don  Juan  de  Austria,  enternecido  de 
verlas  de  aquella  manera,  les  dijo  que  callasen,  y  las 
consoló  con  que  tuviesen  paciencia  y  fuesen  ciertas  que 

17 


2o8 


LL1S  DEL  MARMOL  CARVAJAL. 


favorecería  su  justicia  cuanto  fuese  posible.  De  allí  en-  \ 
tro  en  la  ciudad,  donde  vio  menos  lástimas  y  mas  galas  ¡ 
y  regocijos,  porque  estaban  las  ventanas  de  las  calles 
por  donde  habia  de  pasar  entoldadas  de  paños  de  oro  y 
de  seda,  y  mucho  número  de  damas  y  doncellas  nobles 
en  ellas,  ricamente  ataviadas,  que  habían  acudido  de 
toda  la  ciudad  por  verle.  El  cual  pasó  mirando  á  una 
parte  y  á  otra,  no  menos  hermoso  que  bien  compuesto, 
hasta  las  casas  de  la  Audiencia,  donde  le  tenia  hecho  el 
Presidente  su  aposento  en  unas  salas  ricamente  adere- 
zadas, conformo  á  quien  se  habia  de  hospedar  en  ellas. 
Y  antes  que  se  apease  se  despidieron  del  el  Arzobispo 
y  el  conde  de  Tendilla ,  y  el  Presidente  le  acompañó 
hasta  dejarle  en  su  aposento. 

CAPITULO  VL 

Cómo  los  moriscos  del  Albaicin  diputaron  personas  que  fuesen  á 
besar  las  pianos  á  don  Juan  de  Austria  y  á  darle  cuenta  de  sus 
trabajos. 

Cuando  pareció  á  los  moriscos  que  don  Juan  de  Aus- 
tria habría  ya  descansado  del  trabajo  del  camino ,  jun- 
tándose los  mas  ricos  y  principales,  diputaron  cuatro 
personas  entre  ellos  de  los  mas  ladinos,  que  con  su 
procurador  general  fuesen  á  besarle  las  manos  por  toda 
la  nación  y  á  darle  cuenta  de  sus  trabajos ;  los  cuales 
fueron  á  su  posada,  y  después  de  haberle  hecho  humil- 
de reverencia,  el  Procurador  general  habló  desta  ma- 
nera :  «  Grande  es  el  contento  que  todas  estas  gentes 
tienen  de  ver  á  vuestra  excelencia  en  esta  ciudad  para 
elremedio  de  tantos  malescomo  hayon  ella,  que  cierto 
les  representaban  su  destruicion.  Temen  que  algunos 
habrán  desatado  las  lenguas  y  dado  falsas  nuevas  de  su 
fidelidad ,  diciendo  ser  autores  del  mal  ó  favorecedores 
de  los  malos ;  mas  confian  en  Dios  y  en  la  bondad  y  cle- 
mencia de  su  majestad,  que  los  que  hubieren  sido  lea- 
les serán  favorecidos  y  bien  tratados,  como  es  justo  sean 
rigurosamente  castigados  los  que  pareciere  haber  sido 
culpados  en  el  levantamiento.  Quéjanse  que  son  moles- 
tados por  los  ministros  de  las  cosas  de  justicia  y  de 
guerra  con  cohechos;  que  los  soldados  les  roban  sus 
haciendas  y  les  deshonran  sus  casas ,  y  que  hasta  agora 
los  superiores  no  han  puesto  remedio  en  ello  ;  y  supli- 
can á  vuestra  excelencia  lo  mande  remediar  de  manera 
que, desagraviados  de  lo  pasado,  previniendo  á  lo  por- 
venir, cese  el  alojamiento  de  la  gente  de  guerra  en  sus 
casas,  y  tengan  libertad  de  poder  ir  seguros  á  sus  labo- 
res. Bien  saben  que  en  esta  ciudad  cada  uno  da  fuerza  á 
la  ruin  opinión  ó  la  acrecienta  de  manera  que  muchos 
temen  lo  que  ellos  mesmos  inventaron ;  mas  asegúralos 
la  presencia  de  vuestra  excelencia,  en  cuya  protección 
y  amparo  ponen  sus  vidas,  honras  y  haciendas.»  Hasta 
aquí  dijo  el  Procurador  general.  Y  don  Juan  de  Austria, 
con  una  serenidad  agradable  que  Dios  puso  en  su  ros- 
tro, les  respondió  estas  palabras :  «  El  Rey  mi  señor  me 
mandó  venir  á  este  reino  por  la  quietud  y  pacificación 
del ;  sed  ciertos  que  todos  los  que  hubíéredes  sido 
leales  al  servicio  de  Dios  nuestro  señor  y  de  su  majes- 
tad, como  decís ,  seréis  mirados,  favorecidos  y  honra- 
dos, y  se  os  guardarán  vuestras  libertades  y  franque- 
zas ;  pero  también  quiero  que  sepáis  que  juntamente 
con  usar  de  equidad  y  clemencia  con  los  que  lo  mere- 
cieren ,  los  que  no  hubieren  sido  tales  serán  castigados 
con  grandísimo  rigor.  Y  en  cuanto  ú  los  agravios  que 


vuestro  procurador  general  dice  que  habéis  recebido, 
darme  heís  vuestros  memoriales,  que  yo  lo  mandaré 
ver  y  remediar  luego;  y  quiéroos  advertir  que  lo  que 
dijéredes  sea  con  verdad ,  porque  de  otra  manera  ha- 
brjades  hecho  daño  á  vosotros  mesmos.»  Con  esto  se 
despidieron  los  moriscos,  y  don  Juan  de  Austria  nom- 
bró luego  por  asesor  y  auditor  general  al  licenciado  Pe- 
dro López  de  Mesa,  alcalde  de  aquella  real  audiencia , 
á  quien  cometió  todas  las  quejas  de  los  moriscos ;  y  para 
los  bienes  confiscados  y  negocios  tocantes  á  la  hacien- 
da de  su  majestad  dio  comisión  al  licenciado  Rodrigo 
Vázquez  de  Arce  y  al  licenciado  Montenegro  Sarmiento, 
oidores  della. 

CAPITULO  VII. 

Cómo  don  Juan  de  Austria  comenzó  á  entender  en  el  negocio 
del  rebelión  ,  y  las  relaciones  que  el  marqués  de  Mondéjary  el 
Presidente  hicieron  en  el  Consejo. 

Estuvo  don  Juan  de  Austria  en  Granada  esperando  á 
que  llegase  el  duque  de  Sesa  algunos  dias  sin  hacer 
consejo,  porque,  como  queda  dicho,  era  uno  de  los 
consejeros  que  habían  de  asistir  cerca  de  su  persona  ; 
y  en  este  tiempo  visitó  el  Albaicin  y  todas  las  murallas 
de  la  ciudad  por  de  dentro  y  por  de  fuera ;  ordenó  los 
cuerpos  de  guardia,  las  centinelas  y  rondas  en  lugares 
necesarios  y  convenientes ,  así  para  la  guardia  y  segu- 
ridad de  la  ciudad ,  como  para  que  los  moriscos  no  re- 
cibiesen daño ;  lo  cual  todo  se  hacía  con  asistencia  del 
marqués  deMondéjar  y  de  Luis  Quijada.  A  21  dias  del 
mes  de  abril  llegó  el  duque  de  Sesa,  y  se  comenzó  á 
tratar  de  negocios.  Luego  el  siguiente  día  se  tomó 
muestra  general  para  saber  el  número  de  gente  de  á 
pié  y  de  á  caballo  que  habia  en  la  ciudad  y  en  los  lu- 
gares de  la  Vega ,  así  de  vecinos ,  como  de  forasteros. 
Hecho  esto ,  se  juntaron  á  consejo  para  tomar  resolu- 
ción en  lo  que  mas  convendría  hacer,  y  porque  su  ma- 
jestad mandaba  que  ante  todas  cosas  se  viesen  las  re- 
laciones del  marqués  de  Mondéjar  y  del  Presidente,  que 
eran  los  que  mejor  podían  informar  en  aquel  negocio. 
El  marqués  de  Mondéjar  fué  el  primero  que  propuso, 
explicando  muy  en  particular  el  suceso  de  toda  la  guer- 
ra, y  lo  que  de  su  parte  habia  hecho  hasta  poner  el  ne- 
gocio en  el  estado  en  que  estaba,  facilitando  el  efeto  de 
la  reducion  con  la  disciplina  de  la  gente  de  guerra ,  y 
loándola  por  el  mas  breve  y  seguro  remedio.  Decía 
que  la  orden  y  traza  que  se  podría  dar  para  que  hu- 
biese brevedad,  consistía  en  uno  de  tres  medios.  El 
primero  y  principal  ponía  en  que  la  reducion  pasase 
adelante,  pues  los  lugares  de  la  Alpujarra  todavía  lo 
deseaban  y  pedían ;  y  que  reducidos ,  le  diese  orden  co- 
mo recogerlos  todos  en  las  taas  de  Berja  y  Dalias,  por- 
que, según  estaban  obedientes ,  se  podría  hacer  sin  di- 
ficultad, y  él  se  proferia á  ponerlos  allí;  y  puestos  en 
aquella  tierra  llana,  con  tomarles  la  parte  de  las  sier- 
ras con  la  gente  de  guerra ,  teniendo,  como  tenían ,  la 
mar  del  otro  cabo ,  podría  ejecutarse  en  ellos  lo  que 
su  majestad  mandase  fácilmente.  El  segundo  era ,  no 
satisfaciendo  el  primero ,  que  se  pusiesen  presidios  de 
gente  de  guerra  en  los  lugares  convenientes ,  como  él 
lo  habia  pensado  hacer,  porque  los  pueblos  lo  pedían 
con  instancia,  y  se  obligaban  á  sustentarlos  á  su  costa, 
para  que  los  defendiesen  de  los  males  y  daños  que  la 
gente  desmandada  les  hacia ;  y  que  á  la  hora  que  estos 


REBELIÓN  Y  CASTIGO  DE 

presidios  estuviesen  puestos ,  con  un  alguacil  se  po- 
dían enviar  á  prender  los  mas  culpados ,  y  los  que  pa- 
reciese que  merecian  algún  castigo.  Y  el  tercero,  pa- 
reciendo que  se  debia  usar  de  mayor  rigor  con  ellos, 
seria  darle  licencia  para  volver  á  entrar  en  la  Alpu jar- 
ra con  mil  soldados  y  docientos  caballos ;  porque  con 
ellos  y  con  los  que  habia  dejado  en  órgiba  destruiría 
los  panes  y  quemaría  todos  los  bastimentos  que  te- 
nían ;  lo  cual  liabia  dejado  de  hacer  por  poderse  apro- 
vechar dello  ;  y  que  proveyéndole  á  él  de  los  que  hu- 
biese menester,  de  necesidad  vendrían  á  darse  las  ma- 
nos atadas.  Hasta  aquí  dijo  el  marqués  de  Mondéjar ; 
y  don  Juan  de  Austria,  que  habia  estado  atento  á  lo  que 
decía,  volviéndose  hacia  el  Presidente ,  le  dijo  que  di- 
jese también  lo  que  le  parecía  que  se  debia  hacer  para 
que  aquel  negocio  se  acabase  con  brevedad .  El  cual 
propuso  desta  manera  :  «  Aunque  su  majestad  manda 
que  asista  yo  aquí  al  lado  de  vuestra  excelencia ,  nun- 
ca entendí  que  habia  de  ser  para  dar  parecer  en  cosas 
de  guerra,  porque  ni  la  he  usado  ni  las  entiendo,  y 
son  muy  fuera  de  mi  profesión ,  especialmente  estando 
aquí  quien  tan  bien  las  entiende,  como  son  el  duque 
de  Sesa  y  el  marqués  de  Mondéjar  y  Luis  Quijada ;  mas 
pues  soy  mandado,  diré  lo  que  siento  y  la  experiencia 
me  ha  mostrado  en  estos  días.  Dos  cosas  son,  excelente 
señor,  las  que  á  mi  parecer  se  deben  hacer  antes  que 
se  trate  de  ningún  medio  para  que  estos  negocios  ten- 
gan buen  fin  :  la  una,  sacar  estos  moriscos  del  Albai- 
cin  y  los  de  las  alearías  de  la  Vega  y  de  la  sierra ,  y 
meterlos  la  tierra  adentro;  porque  mientras  los  tuvié- 
remos aquí  no  han  de  dejar  de  favorecer  y  ayudar  á  los 
alzados  con  avisos,  con  armas  y  con  gente ,  y  será  di- 
ficultoso querérselo  estorbar,  no  se  pudiendo  poner 
puertas  al  campo ;  y  la  otra ,  que  para  aplacar  á  Dios 
nuesitro  Señor 'de  tantos  sacrilegios  y  maldades  como 
los  herejes  traidores  han  hecho,  convendrá  que  se  ha- 
ga un  castigo  ejemplar,  y  este  será  bien  se  comience 
porellugar  delasAlbuñuelas,  donde  hay  muchos  de 
los  que  mayores  daños  han  hecho  en  los  templos ,  me- 
nospreciando y  destruyendo  todas  las  cosas  sagradas, 
y  se  han  recogido  allí  so  color  de  que  se  vienen  á  redu- 
cir; y  acogiéndolos  los  vecinos  en  sus  casas  con  esta 
disimulación,  para  poderlos  mejor  favorecer,  salen  jun- 
tamente con  ellos  á  saltear  y  robar  á  los  cristianos  por 
toda  la  comarca ;  y  dello  tenemos  bastante  relación. 
Estas  dos  cosas  son  de  mucha  importancia,  y  hechas, 
se  podrá  tomar  resolución  con  mas  acuerdo  en  lo  que 
vuestra  excelencia  viere  que  conviene  al  servicio  de 
Dios  y  de  su  majestad.»  Con  esto  se  acabó  el  Consejo 
este  día ,  y  en  otros  que  adelante  se  hicieron  se  trató 
mas  largamente  del  negocio,  como  se  dirá  en  el  si- 
guiente capítulo. 

CAPITULO  VIII. 

De  los  pareceres  que  hubo  en  Granada  sobre  sacar  de  allí  los 
moriscos ,  y  de  algunas  provisiones  que  don  Juan  de  Austria 
bizo. 

Estas  dos  relaciones,  no  menos  desconformes  que 
lo  estaban  los  que  las  hacían,  tuvieron  suspensos  á  los 
del  Consejo  muchos  días,  y  en  otros  consejos,  donde 
se  trató  del  mesmo  negocio,  no  dejó  de  haber  diversos 
pareceres  y  opiniones  sobre  ello.  El  duque  de  Sesa 
aprobaba  la  saca  de  los  moriscos  del  Albaicin  ;  dificul- 


LOS  MORISCOS  DE  GRANADA.  259 

tábanlo  mucho  el  Arzobispo  y  Luis  Quijada,  parecién- 
doles  que  seria  imposible  echar  tanto  número  degenje 
de  sus  casas  sin  que  hubiese  grandísimo  escándalo  ; 
y  el  marqués  de  Mondéjar  lo  contradecía ,  diciendo 
que  cómo  se  habia  de  despoblar  un  reino  como  aquel, 
donde  se  perderían  los  frutos  de  la  tierra,  que  tan  apro- 
priada  era  para  aquella  nación,  acostumbrada  á  vivir 
entre  sierras,  y  á  sustentarse  con  muy  poco ,  y  tan  im- 
propria para  los  cristianos.  Estos  días  vino  á  Granada 
el  licenciado  Birviesca  de  Múñatenos,  del  consejo  y  cá- 
mara de  su  majestad ,  para  asistir  también  cerca  de  la 
persona  de  don  Juan  de  Austria ;  al  cual  al  principio 
no  le  parecía  buen  medio  haber  de  echar  los  moriscos 
de  la  tierra ,  por  los  inconvenientes  de  adelante ;  mas 
después  el  Presidente  y  el  licenciado  Bohorques  le  tra- 
jeron á  su  opinión  con  muchas  razones.  Y  el  marqués 
de  Mondéjar ,  viendo  que  ya  su  voto  era  solo ,  no  se 
apartando  del  primerjparecer,  vino  á  querer  lo  que  to- 
dos, porque  cierto  eran  muy  grandes  los  daños  que  los 
moros  hacían  en  este  tiempo  ,  saliendo  de  los  lugares 
que  habían  sido  reducidos ;  mas  era  su  conformidad 
de  manera ,  que  no  contradiciendo ,  procuraba  estor- 
barlo con  grandes  inconvenientes.  Decía  que  no  se  po- 
día negar  sino  que  los  moriscos  habían  cometido 
atrocísimos  delitos,  especialmente  los  que  se  habían 
alzado ;  mas  que  echar  del  reino  todos  los  que  habia  en 
él  no  lo  tenia  por  seguro ;  antes  entendía  que  se  de- 
jarían hacer  todos  pedazos  primero  que  dejar  sus  ca- 
sas y  recogerse  donde  se  les  mandase  ;  que  no  era  bien 
que  dejasen  de  ser  castigados  los  culpados  con  rigor; 
pero  que  había  muchos  entre  ellos  que  ni  habían  co- 
metido los  delitos  que  los  otros ,  ni  se  habían  levanta- 
do; y  muchos  lo  habían  hecho  contra  su  voluntad,  sien- 
do forzados  á  ello  por  los  malos ;  y  que  siendo  esto  an- 
sí ,  seria  bien  tomar  uno  de  los  medios  que  habia  dicho, 
y  no  usar  con  estos  tales  de  tanto  rigor  ni  darles  igual 
pena;  y  en  caso  que  pareciese  al  Consejo  otra  cosa,  el 
camino  que  habia  mas  breve  para  acabar  con  todos, 
era  el  postrero  que  habia  propuesto ;  y  al  fin  viendo 
cuan  mal  le  acudían  á  sus  pareceres,  poniéndolos  por 
escrito,  los  envió  á  su  majestad  con  don  Iñigo  de  Men- 
doza, su  hijo  segundo.  Sobre  esto  hubo  dares  y  toma- 
res, y  alongamiento  de  tiempo,  en  el  cual  los  rebeldes 
tuvieron  lugar  de  rehacerse ,  como  queda  dicho ;  y 
añadiendo  un  daño  á  otro,  se  tomó  resolución  en  que 
lo  que  mas  convenia  era  apretarlos  con  el  rigor  de  las 
armas,  hasta  que  viniesen  á  hacer  lo  que  se  les  manda- 
se. No  se  descuidaba  don  Juan  de  Austria  en  este  tiem- 
po, proveyendo  en  la  seguridad  de  aquel  reino ;  y  cuan- 
do tuvo  resolución  que  la  guerra  se  prosiguiese,  aun- 
que la  dilación  della  le  habia  tenido  ocioso,  con  mu- 
cha presteza  hizo  apercebir  todas  las  cosas  necesarias 
para  ella.  Solicitó  con  nuevas  órdenes  á  las  ciudades  y 
señores  que  servían  con  gente ,  que  enviasen  dineros 
con  que  pagar  los  soldados,  porque  no  se  fuesen ;  y  en 
el  entre  tanto  ordenó  como  fuesen  socorridos  de  ha- 
cienda de  su  majestad ,  queriendo  sobrellevar  la  costa 
que  los  moriscos  del  Albaicin  y  de  la  Vega  tenían  con 
ellos.  Proveyó  de  nuevo  capitanes  que  fuesen  á  levan- 
tar infantería  y  caballos  á  sueldo  ;  formó  tres  tercios, 
y  diólos  á  tres  capitanes  antiguos  ,  para  que  con  cabos 
tuviesen  cargo  dellos.  Estos  fueron  Antonio  Moreno, 
Hernando  de  Oruña ,  y  don  Francisco  de  Mendoza ,  ve- 


260 


LUIS  DEL  MARMOL  CARVAJAL. 


ciño  de  Alcalá  de  Henares.  Proveyó  asi  mesmo  los  pre- 
sidios :  en  algunos  dejó  los  capitanes  que  los  tenían,  y 
á  otros  envió  nuevos  gobernadores.  El  partido  de  Baza 
cometió  ú  don  Enrique  Enrique?. ;  la  ciudad  de  Alme- 
ría encomendó  á  don  Diego  de  Yíllaroel;  lo  de  Salo- 
breña á  don  Diego  Ramirez  de  Haro ;  á  Almuñécar  en- 
vió á  don  Lope  deValenzuela,  vecino  de  Baeza  ,  que 
servia  el  oficio  de  comisario  general  en  el  Albaicin  por 
el  marqués  de  Mondéjar;  y  lo  de  Motril  dejó  á  cargo  de 
don  Luis  de  Valdivia ;  avisándoles  á  todos  que  estu- 
viesen con  mucho  cuidado ,  porque  se  tenia  nueva  que 
habian  llegado  navios  de  Berbería  á  la  costa  de  la  Al- 
pujarra  con  gente ,  armas  y  municiones  en  favor  de  los 
alzados.  También  proveyó  en  las  fortalezas  y  castillos 
yen  la  seguridad  de  los  caminos;  porque  los  moros, 
con  la  comodidad  del  verano ,  que  tan  favorable  les  era 
para  su  pretensión,  sallan  atrevidamente  á  llevárselos 
hombres  y  los  ganados,  y  á  dar  en  las  escoltas  que  iban 
al  campo  del  marqués  de  los  Vélez  y  á  órgiba.  En  la 
fortaleza  de  la  Calahorra  puso  al  capitán  Navas  de  Pue- 
bla, y  en  la  de  Fiñana  á  Juan  Pérez  de  Vargas ,  vecino 
de  Granada ;  la  de  Gor  encomendó  á  don  Diego  de  Cas- 
tilla, señor  de  aquel  lugar,  que  moraba  en  él ;  en  el 
Padul  puso  á  Diego  Ponce,  vecino  de  Sevilla.  La  gente 
de  Alhama  encomendó  al  capitán  Hernán  Carrillo  de 
Cuenca,  con  orden  que  hiciese  algunas  entradas  á  la 
parte  de  las  Cuajaras  para  asegurar  aquella  tierra.  A 
don  Alonso  Mejia,  veinticuatro  de  Granada,  encargó 
la  gente  de  las  siete  villas,  y  le  mandó  que  se  alojase 
en  la  villa  de  Hiznaleuz,  y  asegurase  el  camino  de  Gra- 
nada y  de  Guadix,  donde  ios  moros  bajaban  de  las 
sierras  á  hacer  muchos  saltos ;  y  al  capitán  don  Her- 
nando Alvarez  de  Bohorques,  vecino  de  Villa-Marlin, 
que  había  venido  á  la  fama  del  rebelión  desde  los  pri- 
meros con  veinte  caballos  y  algunos  peones  á  su  costa, 
y  tenia  ya  cumplida  una  compañía  de  docientos  y  cin- 
cuenta soldados ,  mandó  que  se  alojase  en  el  lugar  de 
Guevíjar,  cerca  de  la  sierra  de  Cogollos,  y  que  corriese 
aquella  comarca,  y  hiciese  las  entradas  que  le  parecie- 
se á  la  parte  de  aquella  sierra  por  donde  salían  los  mo- 
ros de  noche  á  llevarse  los  ganados  de  la  Vega,  y  á  ha- 
cer otros  daños.  Hechas  todas  estas  provisiones  y  otras 
muchas  que  dejamos  de  decir,  se  ordenó  á  don  Fran- 
cisco de  Solís,  vecino  de  Badajoz,  que  por  mandado 
de  su  majestad  servía  el  oficio  de  comisario  y  provee- 
dor general ,  y  á  Francisco  de  Salablanca ,  contador 
general  del  ejército,  que  diesen  orden  en  comprar  bas- 
timentos ,  armas  y  municiones ,  y  todas  las  otras  cosas 
necesarias  para  la  gente  de  guerra ;  y  se  mandó  prego- 
nar segunda  vez  que  todos  los  moriscos  que  se  habian 
venido  al  Albaicin,  de  las  alearías  de  la  sierra  y  de  la  Ve- 
ga, se  volviesen  luego  á  sus  casas,  so  pena  de  la  vida ;  y 
finalmente,  se  dio  orden  en  todas  las  cosas  necesarias 
para  formar  un  ejército  suficiente  con  que  proseguir  la 
guerra  muy  de  propósito.  Y  porque  los  alzados  no  tu- 
viesen aprovechamiento  de  los  ganados  de  los  moris- 
cos de  paces  de  los  lugares  comarcanos  á  Granada, 
mandó  retirarlos  todos  á  la  Vega.  A  esto  fueron  don 
Antonio  de  Luna  y  don  Luis  de  Córdoba ,  cada  uno  por 
su  parte.  Don  Luis- de  Córdoba  retiró  los  de  la  sierra 
de  Cogollos ,  y  envió  á  Gonzalo  Argote  de  Molina  con 
treinta  arcabuceros  de  á  caballo ,  con  que  servia  á  su 
costa,  después  de  haber  dejado  la  gente  de  la  milicia 


en  las  galeras ,  como  queda  dicho ,  y  con  otras  treinta 
lanzas,  áque  retirase  los  de  los  lugares  de  la  sierra;  y 
don  Antonio  de  Luna  retiró  los  de  los  lugares  que  caen 
á  la  parte  del  valle  de  Lecrin.  Digamos  agora  lo  que  se 
hacia  en  este  tiempo  hacia  la  parte  del  marqués  de  los 
Vélez. 

CAPITULO  IX. 

Cómo  el  marqués  de  los  Vélez  quiso  meter  su  campo  en  la  Alp«- 
Jarra  y  hacer  un  fuerte  en  el  puerto  de  la  Ravaha,  y  cómo  se  le 
estorbó  la  entrada,  y  los  moros  desbarataron  los  soldados  que 
hacían  el  fuerte. 

Habiendo  estado  el  marqués  de  los  Vélez  en  Terque 
muchos  días ,  deseoso  de  hacer  algún  buen  efeto ,  sin 
consultar  ú  don  Juan  de  Austria  su  desinio  hasta  haber 
movido  con  su  campo  de  aquel  alojamiento,  caminó  la 
vuelta  de  Andarax ,  enviando  delante  á  don  Juan  Enri- 
quez  con  la  relación  del  estado  de  los  negocios  de  la 
guerra  que  su  majestad  mandaba  que  le  diese,  y  con 
aviso  de  su  partida ;  y  para  que  las  escoltas  que  le  ha- 
bian de  llevar  bastimentos  pudiesen  pasar  con  seguri- 
dad desde  Guadix,  envió  á  Pedro  Arias  de  Avila,  corre- 
gidor de  aquella  ciudad,  orden  que  hiciese  un  fuerte  en 
lo  alto  del  puerto  de  la  Ravaha,  adonde  pudiesen  estar 
dos  compañiasdeinfantería  de  presidio,  que  asegurasen 
aquel  paso.  Luego  que  don  Juan  de  Austria  supo  la  mu- 
danza del  campo  y  el  desinio  que  llevaba  ,  con  parecer 
del  Consejo  despachó  un  correo  á  diligencia  al  marqués 
de  los  Vélez  con  orden  que  donde  quiera  que  le  alcan- 
zase hiciese  alto  y  no  pasase  adelante,  porque  así  con- 
venia al  servicio  de  su  majestad ;  dándole  á  entender 
que  si  entraba  por  aquella  parte  en  la  Alpujarra ,  los 
enemigos  se  retirarían  á  la  parte  de  órgíba.j'  darían 
sobre  el  campo  de  don  Juan  Mendoza,  que  estaba  flaco  de 
gente,  y  podría  ser  que  le  desbaratasen ;  aunque  no  era 
esto  lo  que  daba  cuidado,  sino  por  quitarle  aquella  en- 
trada que  con  autoridad  propria  quería  hacer.  Final- 
mente, paró  en  alcanzando  el  correo,  y  dejando  el  ca- 
mino que  llevaba,  se  fué  á  poner  en  el  lugar  de  Berja 
para  estar  mas  cerca  de  su  pretensión ,  so  color  de  dar 
calor  á  la  ciudad  de  Almería  y  valerse  de  los  panes  que 
había  en  aquella  taa  y  en  la  de  Dalias.  Tampoco  hubo 
efeto  lo  del  fuerte,  porque  habiendo  enviado  Pedro 
Arias  de  Avila  al  capitán  Gonzalo  Hernández,  hombre 
animoso,  nacido  y  criado  en  Oran,  á  que  le  hiciese  con 
tres  compañías  de  infantería,  las  dos  de  gente  de  Ubeda, 
cuyos  capitanes  eran  Jorge  de  Ribera  y  Arnaldos  de 
Ortega,  y  la  otra  de  Juan  de  Benavides,  vecino  de  Gua- 
dix ,  y  habiendo  comenzado  la  obra  y  hecho  algunas  pa- 
redes bajas  á  manera  de  trincheras,  donde  poderse  en- 
cubrir la  gente,  en  3  días  del  mes  de  mayo  se  juntaron 
tres  capitanes  moros,  el  Hanon  de  Guevíjar,  el  Futey 
de  Lanteyra  y  el  Zerrea  de  Zújar,  y  con  poca  mas  gente 
que  la  nuestra  acometieron  el  fuerte  á  tiempo  que  los 
soldados  andaban  ocupados  en  dar  priesa  á  la  obra.  Las 
centinelas  tocaron  arma  y  dieron  aviso  como  venían  mo- 
ros ,  y  Gonzalo  Hernández  sacó  una  manga  de  ciento  y 
cincuenta  arcabuceros ,  y  la  puso  en  el  cuchillo  de  la 
sierra;  y  dejando  orden  á  las  banderas  que  se  pusiesen 
en  escuadrón  fuera  del  fuerte ,  pasó  á  reconocer  los 
enemigos  con  algunos  soldados.  Venían  repartidos, 
aunque  eran  pocos,  en  muchas  partes  :  unos  por  el  ca- 
mino real,  hacia  donde  iba  Gonzalo  Hernández,  y  otros 
por  veredas  que  ellos  sabían ;  y  acometiendo  á  un  mes- 


REBELIÓN  Y  CASTIGO  DE  LOS  MORISCOS  DE  GRANADA. 


261 


mo  tiempo  á  los  que  estaban  con  las  banderas,  dando 
grandes  alaridos,  creyeron  que  era  mayor  número  de 
gente.  Juan  de  Benavides  quiso  que  se  recogiesen  den- 
tro de  los  viles  reparos  contra  la  voluntad  de  algunos 
soldados  viejos,  que  decían  que  en  ningún  tiempo  se  ha- 
bía de  mostrar  flaqueza  al  enemigo ;  y  fué  así ,  que  en 
volviendo  la  cara  y  las  banderas  al  fuerte ,  los  moros 
fueron  tan  prestos,  que  entraron  á  las  vueltas  con  ellos, 
y  los  nuestros  se  turbaron  de  manera,  que  no  hubo 
quien  les  hiciese  rostro.  Mataron  á  Juan  de  Benavides  y 
al  alférez  Pedrosa,  que  llevaba  cargo  de  la  compañía  de 
Arnaldos  de  Ortega,  que  estaba  enfermo  en  Guadíx,  y 
poniéndose  los  demás  en  huida  ,  llevaron  tras  de  sí  los 
de  la  manga ,  sin  que  Gonzalo  Hernández  los  pudiese 
detener  :  afrenta  grande  de  nuestra  nación.  Los  moros 
siguieron  el  alcance,  mataron  ciento  y  setenta  soldados, 
ganaron  la  bandera  de  Juan  de  Benavides ;  las  otras  dos 
salvaron  con  harto  trabajo  Feliciano  Chacón,  alférez  de 
Jorge  de  Ribera ,  la  suya,  y  un  negro  libre  la  de  Arnal- 
dos de  Ortega,  que  era  abanderado.  Gonzalo  Hernán- 
dez se  escapó  milagrosamente ,  como  acaece  muchas 
veces  huir  la  muerte  de  quien  menos  la  teme,  porque 
atravesando  por  medio  de  los  enemigos ,  ninguno  le 
pudo  ofender.  Toda  la  otra  gente  llegó  á  Guadíx  desar- 
mada ,  que  para  aligerar  la  carga  soltaron  los  arcabuces 
y  las  espadas,  y  aun  les  pesaban  los  vestidos.  Sabida 
esta  desgracia  en  Granada ,  don  Juan  de  Austria  quiso 
poner  persona  de  su  mano  en  Guadix,  pareciéndole  que 
el  Corregidor  pudiera  excusar  lo  que  había  hecho, 
mientras  no  tenía  orden  suya ;  y  proveyó  por  cabo  de 
la  gente  de  guerra  de  aquel  partido  al  capitán  Fran- 
cisco de  MoHna,  vecino  de  Ubeda.  Y  porque  no  suce- 
diese alguna  desgracia  á  la  parte  de  Órgiba,  donde  es- 
taba don  Juan  de  Mendoza  Sarmiento,  envió  á  reforzar 
aquel  campo  á  don  Luís  de  Córdoba  con  cantidad  de 
gente  de  á  pié  y  de  á  caballo;  el  cual  partió  de  Granada 
lunes  á  i3  de  junio,  y  aquel  mismo  día  llegó  á  Órgiba, 
donde  estuvo  hasta  que  se  dividió  aquel  campo ,  como 
se  dirá  en  su  lugar. 

CAPITULO  X. 

De  los  apercebimientos  y  prevenciones  que  Aben  Humeya  hacia  en 
este  tiempo  en  la  Alpujarra,  y  cómo  alzó  el  lugar  de  la  Peza. 

De  cuanto  se  hacía  en  Granada  tenía  avisos  Aben 
Humeya  por  moriscos  del  Albaícin  que  iban  cada  día  á 
la  Alpujarra;  el  cual,  entendiendo  que  todo  su  negocio 
consistía  en  apresurar  el  socorro  de  Berbería,  hacia 
grandísima  diligencia ,  enviando  presentes  á  los  alcai- 
des y  alfiiquís  que  sabía  que  eran  privados  del  jarife 
Abdalá  y  de  Aluch  Alí ,  gobernador  de  Argel ,  para  te- 
nerlos gratos  y  que  les  persuadiesen  á  ello;  y  aunque  el 
socorro  no  venía,  ni  aun  creo  que  les  pasaba  por  pensa- 
miento enviarlo ,  todavía  no  dejaban  de  darles  buenas 
esperanzas.  En  Tetuan  se  disimulaba  con  algunos  mer- 
caderes y  soldados  aventureros  moros,  que  pasaban  á 
la  Alpujarra  con  armas  y  municiones  y  otras  mercade- 
rías de  su  provecho ;  y  Aluch  Alí  decía  que  solamente 
aguardaba  cuarenta  galeras  que  el  Gran  Turco  su  señor 
le  enviaba  de  levante ,  para  con  ellas  y  con  la  armada 
de  Argel  ir  luego  á  socorrerle.  Esta?  cosas  hacia  divul- 
gar Aben  Humeya  harto  mas  grandes  de  lo  que  eran, 
para  que  los  moros  alzados  se  animasen  viendo  que  el 
Gran  Turco  los  socorría ,  y  los  que  no  lo  estaban  se  al- 


zasen luego ,  pues  en  la  Alpujarra  no  había  ejército  de 
cristianos  que  les  pudiese  ofender ;  dándoles  á  entender, 
como  era  verdad,  que  en  órgiba  había  muy  poca  gente 
y  que  el  marqués  de  los  Vélez  se  sustentaba  con  sola  la 
opíuíondesu  nombre,  habiéndosele  deshecho  el  campo 
y  vuéltosele  la  mayor  parte  de  los  soldados  que  tenia 
enTerque.  Finalmente,  los  alpujarreños  comenzaron  a 
poblar  sus  casas  y  á  labrar  de  propósito  los  campos ,  y 
salían  á  correr  la  tierra  en  cuadrillas,  como  lo  solían 
hacer  sus  pasados  antes  que  aquel  reino  se  ganase;  y 
en  la  ciudad  de  Ujíjar  de  Albacete  vinieron  á  tener  mer- 
cado, donde  se  vendían  armas,  municiones,  bastimen- 
tos y  otras  mercaderías ,  en  tanta  abundancia  como  en 
la  ciudad  de  Tetuan.  Viendo  pues  Aben  Humeya  la  mu- 
chedumbre de  gentes  que  de  todas  partes  le  acudía, 
vanaglorioso  y  soberbio  con  el  vano  nombre  de  rey  de 
la  Alpujarra,  tan  odioso  á  los  oídos  de  los  leales  vasallos 
de  su  majestad,  quiso  establecer  de  propósito  un  nuevo 
estado,  proveyendo  alcaides  y  oficiales  de  la  guerra  y 
ministros  de  justicia.  A  Jerónimo  el  Maleh,  alguacil  de 
Ferreira,  encomendó  el  marquesado  del  Cénete  y  rio  de 
Almanzora,  y  la  frontera  de  Guádix  y  Baza;  á  Diego 
López  Aben  Aboo,  que  ya  estaba  sano  de  las  binzas,  el 
partido  de  Poqueira  y  Ferreira;  á  Miguel  de  Granada 
Xaba,  la  frontera  de  órgiba ;  á  Aben  Mequenun ,  el  de 
Jergal,  las  taas  de  Luchar  y  Marchena,  sierras  de  Fílá- 
hres  y  Gádor,  con  el  río  de  Almería ;  y  á  Gíroncillo  y  al 
Rendati,  lo  del  valle  de  Lecrín  y  la  frontera  de  Almu- 
ñécar.  Salobreña  y  Motril,  y  á  otros  diferentes  partidos, 
dándoles  patentes  firmadas  de  su  nombre  para  que  los 
moros  les  obedeciesen,  y  mandándoles  que  con  toda  di- 
ligencia levantasen  los  lugares ;  y  á  los  que  no  quisie- 
sen obedecer  los  matasen  y  les  coníiscasen  los  bienes 
para  su  cámara ;  y  que  cobrasen  el  quinto  de  todas  las 
presas  que  se  hiciesen  para  los  gastos  de  la  guerra ;  y 
para  de  su  consejo  dejó  á  don  Hernando  el  Zaguer ,  al 
Dalay,  á  Moxarraf  Calderón,  vecino  de  Ujíjar,  y  á  Her- 
nando el  Habaquí ,  que  se  había  ido  á  la  sierra  estos 
días,  porque  habiendo  estado  preso  en  Guadíx  por  sos- 
pecha de  rebelión ,  ó  como  él  nos  dijo  después ,  porque 
había  ido  á  contradecir  las  premáticas  á  la  corte ,  y  ha- 
biéndole soltado  en  fiado  el  corregidor  de  aquella  ciu- 
dad, supo  que  le  mandaban  prender  de  nuevo.  Todos 
estos  y  otros  muchos  que  ya  le  acompañaban  daban  ca- 
lor al  nuevo  estado,  que  ellos  llamaban  renovado  y  re- 
formado por  la  gracia  de  Dios.  Solo  Aben  Farax  faltó 
en  esta  junta ,  que  andaba  huyendo  de  Aben  Humeya, 
temiendo  que  le  mandaría  ahorcar,  como  en  efeto  lo 
hiciera  si  le  pudiera  haber  á  las  manos,  porque  le  albo- 
rotó muchas  veces  la  gente  y  hizo  grandes  desafueros, 
queriendo  ser  obedecido  por  gobernador  de  los  moros. 
Adelante  diremos  en  lo  que  paró  este  traidor,  porque 
no  quede  atrás  cosa  que  pertenezca  á  la  historia.  Jun- 
tando pues  Aben  Humeya  mas  de  cinco  mil  hombres, 
fué  á  levantar  el  lugar  de  la  Peza ,  y  se  llevó  todos  los 
moradores  á  la  Alpujarra ,  la  mayor  parte  dellos  por 
fuerza  maniatados,  porque  no  querían  levantarse;  mas 
no  esperó  á  combatir  la  fortaleza,  ni  el  alcaide  salió 
della  hasta  que  se  hubo  retirado  el  enemigo.  Entonces 
acabó  de  llevarse  lo  que  había  quedado  en  las  casas,  y 
se  proveyó  de  muchos  mantenimientos  que  no  pudie- 
ron llevar  los  moriscos,  y  lo  metió  en  la  fortaleza. 


262 


LUIS  DEL  MARMOL  CARVAJAL. 


CAPULLO  XI. 


Cómo  el  Maleh  fué  á  levantar  la  villa  de  Flñana,  y  Francisco  de 
Molina  socorrió  la  fortaleza  con  la  gente  de  Guadix. 

Estos  mesnios  días  fué  Jerónimo  el  Malelí  sobre  la 
villa  de  Fiñana,  pensando  ocupar  aquella  fortaleza,  por 
ser  el  paso  de  las  escoltas  que  iban  con  bastimentos  al 
campo  del  marqués  de  los  Vélez ,  y  llevando  consigo 
los  moriscos  del  marquesado  del  Cénete  y  otros  muchos 
de  la  Alpujarra,  llegó  á  la  hora  que  amanecía  sobre  ella, 
y  recogiendo  todos  los  vecinos,  liombres  y  mujeres,  con 
sus  bagajes  cargados  y  los  ganados  por  delante ,  los 
envió  la  vuelta  de  la  Alpujarra.  No  pudo  ocupar  la  for- 
taleza ni  hacer  daño  á  los  cristianos ,  porque  no  se  te- 
niendo por  seguros  entre  sus  vecinos,  se  hablan  metido 
dentro  y  la  defendieron,  hiriendo  y  matando  algunos 
moros.  Estaba  una  escuadra  de  soldados  en  la  iglesia , 
allí  junto,  que  guardaba  los  bastimentos  que  descarga- 
ban las  escoltas  que  iban  de  Guadix ,  mientras  venia  la 
gente  de  guerra  que  los  habia  de  acompañar  para  ir 
adelante;  y  teniendo  los  moros  mejor  comodidad  de 
poderla  combatir,  derribaron  una  pared  por  donde  les 
podian  entrar  á  pié  llano;  y  así  fué  necesario  que  los 
nuestros  la  dejasen  y  se  recogiesen  por  una  puerta  alta 
que  respondía  á  la  fortaleza,  y  los  enemigos,  descon- 
fiados de  poderla  ganar,  pusieron  fuego  al  templo  y  se 
volvieron  á  la  sierra.  Habia  tenido  aviso  Francisco  de 
Molina  aquel  mesmo  día  en  Guadix  como  el  Maleh  iba 
sobreestá  villa,  y  con  ochocientos  arcabuceros  y  dos 
estandartes  de  caballos  salió  luego  á  socorrerla;  y  ca- 
minando toda  la  noche,  llegó  otro  día  cuando  amanecía, 
y  hallando  los  moros  idos ,  no  quiso  seguirlos ,  porque 
le  parecía  que  le  llevaban  mucha  ventaja ,  y  dejando 
gente  de  guerra  en  la  fortaleza ,  dio  vuelta  á  la  ciudad 
de  Guadix.  Después  proveyó  don  Juan  de  Austria  alca- 
pitan  Juan  Pérez  de  Vargas,  como  queda  dicho,  en  guar- 
dia della  con  una  compañía  de  infantería  y  algunos  ca- 
ballos; el  cual  la  guardó  mientras  duró  la  guerra,  y 
saliendo  algunas  veces  de  allí,  hizo  buenos  efetos  por 
aquella  comarca. 

CAPITULO  XIL 

Como  los  lugares  de  Guéjar,  Dudar  y  Quéntar  se  alzaron,  y  don 
Juan  de  Austria  mandó  retirar  los  vecinos  de  Pinos  y  de  Mona- 
chil  á  la  vega  de  Granada. 

El  lugar  de  Guéjar  cae  tres  leguas  á  levante  de  la  ciu- 
dad de  Granada ,  y  entre  él  y  la  Sierra  Nevada  corren 
las  primeras  aguas  del  rio  Genil.  Está  repartido  en  tres 
barrios ,  y  en  el  de  en  medio  está  un  peñoncete ,  donde 
solía  haber  antiguamente  un  castillo.  Cércanle  por  to- 
das partes  sierras  altas,  y  queda  metido  en  una  hoya; 
y  para  ir  á  él ,  yendo  de  Granada,  hay  dos  caminos  ás- 
peros y  muy  fragosos  :  el  que  sube  á  la  mano  derecha 
por  el  lugar  de  Pinos  es  el  mas  corto  y  mas  áspero;  y 
el  otro  que  va  por  el  rio  de  Aguas  Blancas  á  la  mano  iz- 
quierda ,  y  por  los  lugares  de  Dudar  y  Quéntar,  sube 
dando  vueltas  la  sierra  arriba  á  la  parte  del  cierzo.  Es- 
tos lugares ,  y  los  demás  que  están  cerca  dellos  meti- 
dos en  las  quebradas  de  las  sierras ,  estuvieron  siempre 
á  la  mira  esperando  lo  que  los  moriscos  del  Albaicin 
hacían  para  seguir  su  fortuna.  Hubo  algunos  vecinos 
que  dejando  sus  casas ,  se  fueron  á  juntar  con  los  alza- 
dos al  principio  del  rebelión ,  hallándose  cargados  de 
culpas,  porque,  como  queda  dicho,  allí  se  hablan  he- 


cho las  escalas  para  escalarla  fortaleza  de  la  Alhambra, 
y  dellos  eran  la  mayor  parte  de  los  que  entraron  á  pre- 
gonar la  seta  de  Mahoma  en  el  Albaicin,  y  estos  eran 
los  que  persuadieron  á  Aben  Humeya  que  fuese*á  al- 
zar aquellos  lugares;  el  cual  envió  estos  diasjá  Pedro 
de  Mendoza  el  Husceni  con  mucho  número  de  gente  á 
que  los  levantase.  Sabido  esto  en  Granada ,  don  Juan 
de  Austria  hizo  dos  provisiones  :  la  una  fué  que  don 
Antonio  de  Luna  con  la  gente  de  su  cargo  retirase  los 
moriscos  de  Monachil  y  Pinos  y  de  los  otros  lugares 
comarcanos,  porque ,  como  ellos  decían ,  no  los  lleva- 
sen los  moros  á  la  sierra ,  y  que  los  llevase  á  la  Zubia 
y  á  Ujíjar,  lugares  de  la  Vega ,  donde  parecía  que  esta- 
l3an  mas  seguros ;  la  otra  fué  que  se  reconociese  el  pe- 
ñon  de  Guéjar,  para  ver  si  se  podría  hacer  en  él  algún 
fuerte  donde  poner  presidio,  porque  bajaban  por  aque- 
lla parte  los  moros ,  y  llegaban  á  correr  hasta  el  lugar 
de  Cenes,  una  legua  de  Granada,  y  hacían  mucho  da- 
ño. A  esto  quiso  ir  él  personalmente ,  y  mientras  don 
Antonio  de  Luna  recogía  los  lugares ,  pasó  con  la  caba- 
llería y  un  tercio  de  infantería  hacia  Guéjar;  mas  no 
se  efetuó  lo  del  fuerte  por  entonces,  porque  Luis  Qui- 
jada y  el  capitán  Hernando  de  Oruña  fueron  de  pare- 
cer que  no  se  podría  proveer  ni  socorrer  sin  grandí- 
sima dificultad  á  causa  de  la  aspereza  del  camino,  y  que 
seria  mas  la  costa  y  el  embarazo  que  el  provecho,  y  así, 
se  volvieron  aquel  mesmo  día  á  Granada.  Don  Antonio 
de  Luna  recogió  la  gente  de  aquellos  lugares  en  las  igle- 
sias, no  con  pequeño  desorden  de  los  capitanes  y  sol- 
dados ,  porque  hicieron  que  los  moriscos  y  las  moriscas 
encerrasen  sus  bienes  muebles  en  dos  casas  grandes, 
so  color  de  que  estarían  mejor  guardados  para  cuando 
se  fuesen ;  y  después,  sin  dejárselo  tomar ,  caminaron 
con  ellos  la  vuelta  de  la  Vega ,  y  partiendo  entre  sí  el 
despojo,  hubo  muchos  que  escondieron  doncellas  y  mu- 
chachos ,  y  se  los  llevaron  por  esclavos :  tan  grande  era 
la  cudicia  de  nuestra  gente  en  este  tiempo ,  que  cuanto 
veían  delante  de  los  ojos,  así  de  amigos  como  de  enemi- 
gos, todo  se  lo  querían  apropriar ,  y  les  pesaba  porque 
no  se  acababa  de  levantar  todo  el  reino  para  tener  que 
captívar  y  robar.  Luego  como  nuestra  gente  salió  de 
Guéjar ,  los  moros  que  se  habían  ido  á  la  Sierra  Nevada 
bajaron  á  poblar  sus  casas,  y  Aben  Humeya  mandó  á 
Pedro  de  Mendoza  que  se  metiese  en  el  lugar  y  le  for- 
taleciese y  guardase ,  como  lo  hizo ,  hasta  que  donjuán 
de  Austria  fué  sobre  él  y  lo  ganó,  como  se  dirá  ade- 
lante. 

CAPITULO  XIII. 

Cómo  los  moros  robaron  una  escolta  que  iba  de  Granada  á  Gua- 
dix ,  y  Francisco  de  Molina  salió  á  ellos,  y  los  desbarató  y  se 
la  quitó. 

En  este  mesmo  tiempo  salieron  de  la  Alpujarra  do- 
cientos  moros ,  y  bajando  por  la  sierra  que  cae  sobre 
el  río  de  Aguas  Blancas,  fueron  á  dar  por  cima  del  lu- 
gar de  la  Peza ,  y  por  una  punta  de  sierra  que  está  en- 
tre Hiznaleuz  y  Guadix,  llamada  el  Puntal,  llegaron  á 
la  venta  de  Tejada ,  y  se  pusieron  en  emboscada  en  unas 
quebradas  que  están  allí  cerca ,  aguardando  que  pasase 
alguna  escolta  de  cristianos,  porque  está  en  el  cami- 
no real  que  va  de  Guadahortunaá  Guadix.  Y  acertan- 
do á  pasar  Feliciano  Chacón  con  una  escuadra  de  sol- 
dados y  hasta  cuarenta  bagajes  cargados  de  bastimen- 


REBELIÓN  Y  CASTIGO  DE  LOS  MORISCOS  DE  GRANADA. 


263 


tos ,  y  una  mujer  recien  casada  con  todo  su  ajuar,  die- 
ron en  ellos,  y  matando  ocho  soldados,  huyeron  los 
otros,  y  les  tomaron  los  bagajes  y  caminaron  la  vuel- 
ta de  la  sierra.  Este  aviso  llegó  luego  á  Guadix ,  y  po- 
niéndose á  caballo  Francisco  de  Molina  con  algunos 
ciudadanos  que  acudieron ,  salió  en  busca  de  los  moros, 
dejando  orden  que  la  caballería  y  la  infantería  le  siguie- 
se ;  y  tomando  el  rastro  por  donde  iban ,  llegó  á  alcan- 
zarlos cerca  de  la  Peza ,  que  se  iban  metiendo  ya  en  la 
sierra;  y  aunque  no  llevaba  mas  que  trece  de  á  caballo, 
porque  los  otros  no  habían  podido  seguirle ,  parecién- 
dole  que  con  ellos  podria  entretenerlos  mientras  lle- 
gaba el  golpe  de  la  gente ,  puso  las  piernas  al  caballo ,  y 
apellidando  el  nombre  de  los  bienaventurados  Santiago 
y  santa  Bárbara ,  que  tenia  por  sus  abogados ,  los  aco- 
metió animosamente;  mas  hubiérase  de  hallar  burlado, 
porque  entendiendo  que  los  compañeros  le  seguían, 
cuando  volvió  la  cabeza  vio  que  solos  tres  estaban  á 
su  lado,  que  eran  el  dolor  Fonseca,  Hernán  Valle  de  Pa- 
lacios y  Juan  del  Castillo,  vecinos  de  Guadix,  los  cua- 
les peleando  como  hombres  de  honra ,  fueron  todos  tres 
heridos,  y  les  mataron  dos  caballos,  y  los  mataran  á 
ellos  si  no  fuera  porque  Francisco  de  Molina,  hallán- 
dose armado  de  todas  armas,  atravesó  por  medio  del 
escuadrón  de  los  moros  dos  veces,  y  revolviendo  sobre 
ellos,  los  socorrió ,  ayudándose  con  mucho  valor  los  unos 
á  los  otros ,  y  turbando  á  los  enemigos ,  alancearon  al- 
gunos dellos,  y  los  entretuvieron  hasta  tanto  que  los 
caballos  que  venían  atrás  y  los  que  no  habían  querido 
acometer  se  juntaron;  y  haciendo  sus  entradas  diver- 
sas veces,  rompieron  por  el  escuadrón  de  los  moros,  y 
los  desbarataron  y  pusieron  en  huida.  Murieron  este 
dia  veinte  y  siete  moros,  y  fueron  muchos  heridos,  y 
perdieron  una  bandera  y  los  ¡bagajes  que  llevaban  con 
toda  la  presa ,  y  de  los  cristianos  no  hubo  ningún  muer- 
to; y  con  esta  vitoría  volvieron  aquella  tarde  á  la  ciu- 
dad de  Guadix,  donde  fueron  alegremente  recebidos. 

CAPITULO  XIV. 

Cómo  el  comendador  mayor  de  Castilla,  viniendo  de  Italia  con 
veinte  y  cuatro  galeras  cargadas  de  infantería,  corrió  tormenta 
y  aportó  á  Palamós. 

Mientras  estas  cosas  se  hacían  en  el  reino  de  Grana- 
da, el  comendador  mayor  de  Castilla,  que  en  cumpli- 
miento de  la  orden  de  su  majestad  había  embarcado  á 
gran  priesa  la  infantería  española  del  tercio  de  Ñapó- 
les ,  y  venia  navegando  hacia  poniente  con  veinte  y  cua- 
tro galeras,  llegó  al  puerto  de  la  ciudad  de  Marsella, 
en  la  costa  de  Francia ;  y  partiendo  con  bonanza  de 
allí ,  en  entrando  la  noche  comenzó  á  refrescar  el  vien- 
to narbonés,  y  se  levantó  una  tormenta  de  mar  tan 
grande,  y  con  tanta  fuerza  de  viento,  que  las  galeras 
Imbieron  de  disparar  cada  una  por  su  cabo.  La  galera 
de  Estéfano  de  Mar,  ginovés,  embistió  en  medio  del 
golfo  con  otra  galera  por  un  costado,  y  salvándose  la 
embestida ,  se  abrió  esta  y  se  fué  á  fondo.  Perdióse 
toda  la  gente  desfa  galera  y  de  otras  tres  que  dieron 
al  través.  Otras  aportaron  á  Cerdeña ,  donde ,  pasada  la 
torment^i,  llegó  don  Alvaro  Bazan,  marqués  de  Santa 
Cruz,  con  las  galeras  de  Ñapóles  de  su  cargo ,  que  ha- 
bía quedado  para  asegurar  con  ellas  la  costa  de  Italia; 
ej  cual  reparó  con  brevedad  cinco  galeras  de  las  que  es- 
taban destrozadas  de  la  tormenta ,  y  en  ellas  y  en  las  su- 


yas embarcó  los  mas  soldados  que  pudo ,  y  navegó  la 
vuelta  de  Palamós,  donde  halló  al  Comendador  mayor 
con  su  capitana  y  otras  nueve  galeras  que  habían  se- 
guido su  derrota.  Duró  esta  tormenta  tres  días  sin  ce- 
sar, y  fué  necesario  aligerar,  hasta  venir  á  echar  los 
soldados  las  armas  y  los  vestidos  á  la  mar;  y  llegó  tan 
destrozada  la  capitana  á  Palamós ,  que  los  turcos  y  mo- 
rosforzados  tuvieron  atrevimiento  de  quererse  alzar  con 
ella;  mas  fueron  sentidos,  y  el  Comendador  mayor 
mandó  hacer  justicia  de  los  mas  culpados;  y  proveyen- 
do á  la  necesidad  de  los  soldados ,  lo  mejor  y  mas  bre- 
vemente que  pudo  partió  la  vuelta  de  poniente ,  y  el 
marqués  de  Santa  Cruz  le  dejó  la  infantería  que  traía  de 
aquel  tercio  en  sus  galeras,  y  se  tornó  á  levante.  Traía 
el  Comendador  mayor  en  estas  galeras  doce  compañías 
de  soldados  viejos,  diez  del  tercio  de  Ñapóles,  una  del 
de  Píamente  y  otra  del  de  Lombardía.  Los  capitanes  de 
las  del  tercio  de  Ñapóles  eran  el  maese  de  campo  don 
Pedro  de  Padilla ,  don  Alonso  de  Luzon,  Pedro  Ber- 
mudez  de  Santis,  Ruy  Franco  de  Buitrón,  Pedro  Ra- 
mírez de  Arellano,  Antonio  Juárez,  el  capitán  Martí- 
nez, Alonso  Beltran  de  la  Peña,  el  marqués  de  Espe- 
jo y  el  capitán  Orejón.  Destos  diez  capitanes  llegaron 
á  España  siete,  porque  los  dos  postreros  se  quedaron 
en  Ñapóles ,  y  enviaron  sus  compañías  con  sus  alfére- 
ces; y  el  capitán  Martínez  se  ahogó  en  la  mar,  y  se 
dio  su  compañía  á  Carlos  de  Antillon,  que  era  sargento 
mayor  del  tercio.  De  la  de  Piamonte  era  capitán  Mar- 
tin de  Avila ,  y  de  la  de  Lombardía  don  Luis  Gaitan. 
Demás  desta  gente  traía  muchos  caballeros  y  soldados 
aventureros,  que  venían  á  su  costa  por  solo  hallarse  en 
esta  jornada;  los  cuales  habían  llegado  atierra  tan  des- 
nudos y  desarmados ,  que  fué  bien  menester  tiempo  y 
diligencia  para  repararlos  y  rehacer  las  compañías  de 
gente,  armas  y  vestidos.  Siendo  pues  avisado  el  mar- 
qués de  los  Veloz  de  la  venida  desta  gente  y  de  la  cali- 
dad della,  tuvo  tiempo  de  escribir  á  su  majestad,  su- 
plicándole se  la  mandase  dar,  ofreciéndose  que  con  ella 
y  con  la  que  tenia  en  Berja  daría  fin  al  negocio  del  re- 
belión; y  su  majestad  le  envió  una  orden  en  que  man- 
daba que  en  llegando  el  Comendador  mayor  á  surgir  á 
la  villa  de  Adra ,  dejase  toda  aquella  infantería  en  tier- 
ra, para  que  la  juntase  con  su  campo;  mas  no  hubo 
efeto  esto,  porque  el  Comendador  mayor  llegó  á  la  pla- 
ya de  Adra  el  primer  día  del  mes  de  mayo ,  y  no  se  de- 
teniendo allí  mas  que  una  sola  hora,  pasó  la  vuelta  de 
Almuñécar  y  á  Vélez,  donde  hizo  el  efeto  del  fuerte 
peñón  de  Fregilíana,  como  diremos  en  su  lugar.  De- 
jémosle ir  navegando ,  y  vamos  á  los  movimientos  que 
Imbo  estos  días  en  la  sierra  de  Bentoraiz. 

CAPITULO  XV. 

Que  trata  la  descripción  de  la  sierra  de  Bentomiz,  y  como  los  mo- 
riscos de  Canilles  de  Aceituno  comenzaron  á  levantar  la  tierra 
y  cercaron  la  fortaleza. 

La  sierra  de  Bentomiz  cae  en  los  términos  de  la  ciu- 
dad de  Vélez,  y  como  atrás  dijimos,  es  un  brazo  que  se 
aparta  de  la  sierra  mayor  por  bajo  de  los  puertos  de  Za- 
lla, y  va  atravesando  hacia  el  mar  Mediterráneo.  Tiene 
de  largo  desde  su  principio  hacia  la  mar  ocho  leguas,  y 
de  ancho  seis,  mas  ó  menos  por  algunas  partes.  Toda 
esta  tierraes  fragosísima,  aunque  fértil,  poblada  de  mu- 
clías  arboledas ,  abundante  de  fuentes  frías  y  saluda- 


264 


LUIS  DEL  MARMOL  CARVAJAL. 


bles,  de  donde  proceden  muchos  arroyos  de  aguas  cla- 
ras, que  bajan  acompañados  entre  las  peñas  y  piedras 
de  aquellos  valles ;  y  sacándolos  en  acequias  por  las  la- 
deras, riegan  sus  huertas  y  hazas  los  moradores.  Es 
buena  la  cria  del  ganado  en  esta  sierra  porque  gozan 
Jjermosos  pastos  de  verano  y  de  invierno.  Cuando  car- 
gan losfrios  y  las  nieves ,  los  apacientan  por  los  otros 
términos  de  la  ciudad  de  Vclez ,  que  son  espaciosos  y 
muy  templados,  los  cuales  tienen  á  poniente  la  jarquía 
de  Málaga,  á  levante  la  tierra  de  Almuñécar,  al  cierzo  la 
de  la  ciudad  de  Albania  y  villa  de  Archidona,  y  al  me- 
diodía el  marMediterráneo  iberio.  Hay  por  toda  la  sierra 
grandísima  cantidad  de  viñas,  y  de  la  uva  hacen  los 
moradores  pasa  de  sol  y  de  lejía,  que  venden  á  los  mer- 
caderes^eptentrionales,  que  vienen á  la  torre  de  lámar 
de  Véiez  cada  año  á  cargar  sus  navios,  y  la  llevan  á  Bre- 
taña, Inglaterra  y  á  Flándes,  y  de  allí  la  pasan  á  Ale- 
maña  y  á  Noruega  y  á  otras  partes.  Demás  desto,  la  co- 
secha del  trigo  y  de  la  almendra  les  vale  mucho  dinero, 
y  cogen  tanto  pan ,  que  les  basta  para  su  sustento.  La 
cria  de  la  seda  es  en  cantidad  y  tan  tina,  que  iguala  con 
la  mejor  que  entra  en  la  alcaicería  de  Granada.  Alcanza 
un  cielo  tan  claro  y  tan  saludable,  que  haciéndola  ame- 
nísima, cria  los  hombres  ligeros,  recios  y  de  tan  grande 
ánimo,  que  antiguamente  los  reyes  moros  los  tenían  por 
los  mas  valientes,  mas  sueltos  y  de  mayor  eieto  que  ha- 
bía en  el  reino  de  Granada,  y  ansí  se  servían  dellos  en 
todas  las  ocasiones  importantes.  Tenia  veinte  y  dos  lu- 
gares poblados  de  gente  rica,  cuyos  nombres,  comen- 
zando á  la  parte  de  la  mar,  son  estos  :  Torrox,  Lautin, 
Periana,  Algarrobo,  Cuheíla,  Arenas,  Bentomiz,  Daima- 
los ,  Nerja,  Competa ,  Fregíliana ,  Sayalonga ,  Salares, 
Curumbila,  Batarjix,  Arches,  Canilles  de  Albaide ,  Be- 
nesscaler,  Sedella,  Rubite,  Canilles  de  Aceituno  y  Alcau- 
cin.  Está  en  Canilles  de  Aceituno  una  fortaleza  impor- 
tante, y  el  marqués  de  Gomares,  cuya  es,  tenia  por  al- 
caide della  áunGonzalo  de  Cárcamo,  hombre  cuidadoso 
y  de  mucha  confianza ,  noble,  de  los  Careamos  de  Cór- 
íloba ;  el  cual  siendo  avisado  del  alzamiento  de  la  Alpu- 
jarra,  y  teniendo  la  fortaleza  mal  reparada,  aportillados 
los  muros  por  muchas  partes,  escribió  luego  al  marqués 
de  Gomares  sobre  ello,  y  mientras  le  venia  gente  y  or- 
den para  repararla,  metió  dentro  los  cristianos  que  mo- 
raban en  el  lugar  con  sus  mujeres  y  hijos.  El  marqués 
le  envió  sesenta  soldados  y  cantidad  de  munición,  y  or- 
den para  que  hiciese  á  los  moriscos  que  reparasen  los 
muros ,  los  cuales  lo  hicieron  dando  peones  y  bestias 
que  trabajasen  en  traer  materiales,  por  manera  que  en 
poco  tiempo  la  puso  en  defensa,  sin  que  liubiese  el  me- 
nor estorbo  del  mundo,  porque  había  entre  aquellos 
serranos  muchos  hombres  de  buen  entendimiento,  que 
disimulando  su  negocio,  mostraban  estar  llanos  en  el 
cumplimiento  de  las  prcmáticas ,  aunque  les  fatigaba 
demasiadamente  lo  de  la  lengua.  Estando  pues  con 
muestra  dé  pacificación  y  quietud,  parece  que  vino  á 
ilesasosegarlos  un  moro  <le  los  que  escaparon  de  las 
Guájaras,  llamado  Alnuieden.  Este  tenia  su  mujer  cap- 
tiva en  poder  de  un  cristiano  vecino  de  Canilles  de 
Aceituno,  y  con  deseo  de  verla  y  de  tratar  de  su  resca- 
te, por  intercesión  de  algunos  amigos  fué  con  una  cua- 
Urilla  de  moros  á  un  molino  que  estaba  cerca  del  lugar, 
en  el  camino  de  Sedella,  encubierto  hacia  la  parte  de  la 
sierra,  donde  le  fueron  á  ver  los  vecinos  de  aquellos  lu- 


gares, unos  por  conocimiento,  y  otros  por  saber  lo  que 
pasaba  en  la  Alpujarra.  Viniendo  pues  á  tratar  de  ne- 
gocios del  rebelión,  el  moro  que  los  vio  inclinados  á  no- 
vedad, los  persuadió  mucho  á  que  se  alzasen,  ofrecién- 
doles que  haría  con  Aben  Humeya  que  les  enviase  so- 
corro, y  aun  se  lo  traería  él  mismo  si  fuese  menester ;  y 
contándoles  fabulosamente  prósperos  sucesos,  muertes 
de  tantos  cristianos  como  habían  nuierto  los  moros  en 
Valor  y  en  otras  partes,  y  grandes  socorros  de  Berbería, 
despertó  los  ánimos  de  aquellas  gentes,  y  los  alborotó 
de  manera,  que  no  veían  la  hora  de  estar  ya  con  ellos. 
Solo  un  morisco,  regidor  de  Canilles  de  Aceituno,  lla- 
mado Luis  Méndez ,  entre  deseo  y  temor  les  aconsejó 
que  por  ninguna  manera  se  alzasen  mientras  el  Albai- 
cín  estuviese  en  pié,  porque  seria  destruirse ;  mas  aun- 
que se  conformaron  con  su  parecer,  no  dejaron  los 
mancebos  de  quedar  alborotados.  Estaba  con  Almue- 
den  otro  monfí  natural  de  Sedella,  llamado  Andrés  el 
Xorairan,  y  deseando  haceralgunsaltoantesque  se  fue- 
sen, preguntaron  dónde  podrían  ir  que  le  hiciesen  á  su 
salvo;  los  de  Canilles  le  dijeron  que  en  la  venta  de  Pe- 
dro Mellado,  que  estaba  al  pié  del  puerto  de  Zalia ,  había 
un  ventero  rico  que  tenia  mucho  dinero ;  mas  que  seria 
menester  ir  cantidad  de  gente ,  porque  andaba  por  allí 
una  cuadrilla  de  soldados  de  Vélez,  y  podría  ser  topar 
con  ella  ;  y  ofreciéndosele  que  le  irian  á  acompañar  así 
ellos  como  los  de  Sedella  y  de  otros  lugares  convecinos, 
con  acuerdo  que  solamente  entrasen  los  forasteros  en  la 
venta,  se  juntaron  mas  de  sesenta  hombres  armados  de 
ballestas  y  escopetas.  Y  im  sábado  en  la  noche,  á  23  días 
del  mes  de  abril  de  1369  años,  fueron  á  emboscarse  en- 
tre unos  cerros ,  no  muy  lejos  de  la  venta,  y  otro  dia 
domingo,  ya  bien  tarde,  viendo  buena  ocasión  para  ha- 
cer su  salto,  dejando  la  gente  de  la  sierra  en  atalaya, 
bajó  el  Xorairan  con  veinte  monfís  forasteros  á  dar  en  la 
venta,  y  hallando  las  puertas  abiertas,  y  á  Pedro  Ruiz 
Guerrero, que  así  se  llamaba  el  ventero,  y  á  otro  soldado 
llamado  Domingo  Lucero,  sentados  en  un  poyo  con  sen- 
dos arcabuces  en  las  manos,  creyendo  que  toda  la  cua- 
drilla estaba  dentro,  tornaron  á  salirse  fuera,  y  los  dos 
cristianos  tuvieron  lugar  de  subirse  á  un  sobrado,  donde 
se  hicieron  fuertes,  llevando  consigo  á  la  ventera  y  á 
una  hija  suya  niña,  porque  no  pudieron  recoger  á  los 
demás.  Luego  tardaron  los  moros  á  entrar,  y  á  vuelta 
dellos  alguno  de  los  do  Canilles  de  Aceituno,  y  pusieron 
fuego  á  la  venta,  amenazando  á  los  venteros  que  si  no  les 
daban  el  dinero  que  tenían  los  quemarían  vivos.  La  ven- 
tera, con  temor  de  la  muerte,  bajó  luego  y  les  dio  una 
arquilla  con  cien  ducados;  y  teniéndolos  en  su  poder  el 
Xorairan,  echó  mano  della  y  le  dijo  que  si  no  le  daban 
también  las  armas,  la  matarían;  la  cual  con  muchas  lá- 
grimas las  pidió  á  su  marido,  mas  no  las  quiso  dar,  di- 
ciendo que  habia  de  morir  con  ellas  en  las  manos.  Es- 
tando pues  en  este  debate,  llegó  la  cuadrilla  de  Gaspar 
Alonso,  vecino  de  Vélez,  que  andaba  asegurando  aquel 
peso,  y  comenzando  á  disparar  algunos  arcabuces  con- 
tra los  moros  que  estaban  en  atalaya ,  trabaron  una  li- 
gera escaramuza  con  ellos,  que  solamente  aprovechó  á 
que  los  que  estaban  dentro  de  la  venta  se  saliesen  fuera, 
llevando  robado  lo  que  en  ella  había.  En  este  tiempo 
los  dos  cristianos  tuvieron  lugar  de  salir  al  campo  :  el 
soldado  tomó  de  la  mano  la  niña  y  la  escondió  detras 
de  una  mata ,  y  él  se  escapó  lo  mejor  que  pudo ,  y  lo 


REBELIÓN  Y  CASTIGO  DE  LOS  MORISCOS  DE  GRANADA. 


265 


mesmo  pudiera  hacer  el  ventero ;  mas  oyó  dar  voces  ú 
su  mujer  que  la  estaban  hiriendo  los  enemigos  de  Dios, 
y  queriéndola  favorecer  le  mataron  también  á  él ,  y  no 
les  quedando  mas  que  hacer,  se  retiraron  á  la  sierra, 
dejando  nueve  personas  muertas  en  la  venta.  Era  al- 
calde mayor  de  la  justicia  en  la  ciudad  de  Vélez  el  ba- 
chiller Pedro  Guerra ,  vecino  de  Málaga ,  el  cual  luego 
como  supo  lo  que  los  monfís  hablan  hecho  en  la  venta, 
hizo  información  desle  delito,  y  resultando  culpa  con- 
tra muchos  vecinos  de  Canilles  de  Aceituno  y  de  Sc- 
della,  Salares  y  Curumbila,  procedió  contra  ellos,  y  va- 
liéndose de  la  provisión  que  dijimos  que  ganaron  los 
alcaldes  de  la  cíiancillería  de  Granada  para  que  las  jus- 
ticias realengas  pudiesen  entrar  á  prender  los  delin- 
cuentes en  lugares  de  señorío,  determinó  de  ir  á  pren- 
der los  de  Canilles  de  Aceituno,  y  llevando  consigo  al 
capitán  Luis  de  Paz  con  los  caballos  de  su  compañía,  y 
otra  mucha  gente  por  ciudad,  fué  á  amanecer  entre  dos 
albas  sobre  el  lugar,  sin  haber  prevenido  al  alcaide  Gon- 
zalo de  Cárcamo,  que  también  era  alcalde  mayor  de  la 
justicia,  del  negocio  que  iba  á  hacer.  Teníase  aviso  en 
Granada  como  Aben  Humeya  enviaba  siete  mil  moros 
hacia  poniente  en  favor  de  Ins  de  la  sierra  de  Bentomiz, 
jarquía  y  hoya  de  Málaga ,  para  que  alzasen  todos  aque- 
llos pueblos,  y  que  había  echado  fama  que  tenia  cartas 
dé  Aluch  Alí,  gobernador  de  Argel  por  el  Gran  Turco, 
en  que  prometía  de  venirle  á  socorrer  brevemente.  Y 
porque  se  entendía  que  para  recebir  los  navios  de  los 
turcos  procuraría  ocupar  alguna  plaza  marítima,  había 
escrito  don  Juan  de  Austria  á  la  ciudad  de  Vélez  que 
estuviese  sobre  aviso,  por  ser  aquel  lugar  cómodo  para 
la  pretensión  del  enemigo,  y  con  esto  el  cabildo  había 
hecho  diligencia  con  los  alcaides  de  los  castillos  de  su 
partido ,  y  especialmente  había  escrito  á  Gonzalo  de 
Cárcamo,  diciéndole  como  mandaba  poner  doce  hom- 
bres en  la  cumbre  de  un  alto  cerro  junto  con  el  castillo 
de  Bentomiz,  de  donde  se  descubre  la  ciudad  y  la  for- 
taleza de  Canilles  de  Aceituno,  para  que  estuviesen  de 
día  y  de  noche  en  centinela ;  y  que  si  acaso  viniesen  mo- 
ros á  cercarle,  ó  supiese  que  entraban  por  aquella  parte, 
siendo  de  día  hiciese  tres  ahumadas  en  la  torre  del  ho- 
menaje y  de  noche  tres  fuegos ;  y  que  en  respondién- 
dole los  del  cerro,  entendiese  tener  la  ciudad  aviso  para 
socorrerle ;  y  que  siéndolos  moros  muchos  hiciese  mu- 
chas ahumadas  ó  eclui'^e  abajo  muchos  hachos  ardien- 
do, y  que  lo  mesmo  entendiese  que  había  de  hacer  si 
supiese  que  se  levantaba  la  tierra ;  y  él  había  mandado 
á  los  moriscos  que  pusiesen  cada  noche  centinelas  al 
derredor  del  lugar,  y  que  si  viesen  venir  algún  golpe  de 
gente,  le  avisasen;  los  cuales  lo  hacían  con  toda  dili- 
gencia ,  dando  á  entender  que  les  pesaba  que  viniese 
gente  forastera  á  desasosegarlos.  Llegando  pues  el  li- 
cenciado Pedro  Guerra  con  mas  de  seiscientos  hom- 
bres á  la  hora  (fue  dijimos,  con  intento  de  cercar  el  lu- 
gar y  entrar  á  hacer  sus  prisiones,  los  que  iban  delante 
dieron  con  el  cuerpo  de  guardia  de  los  moriscos ,  que 
estaba  par  de  auna  cruz  donde  se  juntan  los  caminos 
que  van  de  "Vélez  y  de  Granada ,  y  sospechando  mal  de 
aquella  diligencia,  sin  mas  aguardar  dieron  en  ellos,  y 
hiriendo  á  uno,  hicieron  ir  huyendo  á  los  demás ,  y  no 
parara  el  negocio  en  tan  poco  si  el  Alcalde  mayor  y  el 
capitán  Luis  de  Pazy  Beltran  de  Andia,  regidor  de  aque- 
lla ciudad,  que  llevaba  ej  cargo  de  la  infantería,  no  de- 


tuvieran la  gente  con  grandísimo  trabajo  de  sus  perso- 
nas, porque  cierto  saquearan  y  destruyeran  el  lugar, 
según  la  indignación  con  que  iban.  El  alcaide  luego  que 
sintió  el  rebato  se  puso  en  arma  con  la  poca  gente  que 
tenía  en  la  fortaleza,  entendiendo  que  había  moros  fo- 
rasteros en  la  tierra ;  y  cuando  supo  que  era  la  justicia 
de  Vélez,  procurando  apaciguar  el  pueblo,  requirió  al 
Alcalde  mayor  que  no  entrase  dentro ,  ni  quebrantase 
la  jurisdicion  del  marqués  de  Gomares ,  ni  le  alborotase 
los  vecinos  que  estaban  quietos  ,  haciéndole  muchas 
protestaciones  sobre  ello,  y  con  todo  eso  no  pudo  aca- 
bar que  dejase  de  entrar  con  alguna  gente,  y  prendiendo 
ocho  nmriscos,  se  volvió  con  ellos  á  Vélez.  Luego  los 
examinó  en  riguroso  tormento,  y  de  sus  confesiones  re- 
sultaron mucho  número  de  culpados,  así  de  Canilles 
como  de  otros  lugares  de  la  sierra ;  y  haciendo  prender 
algunos  dellos  y  darles  tormento,  comenzó  á  hacer  jus- 
ticia. Y  procediendo  en  el  castigo  á  22  días  del  mes  de 
mayo  de  aquel  año,  envió  su  requisitoria  al  alcaide  de 
Canilles  de  Aceituno,  pidiéndole  que  prendiese  cuatro 
moriscos  que  resultaban  culpados,  y  los  entregase  á 
Alonso  González  Enriquez,  vecino  de  Vélez,  que  concua- 
renta soldados  de  su  cuadrilla  iba  á  traerlos;  el  cual  los 
prendió  luego  y  se  los  entregó,  uno  de  los  cuales  era 
aquel  morisco  regidor  llamado  Luís  Méndez ,  que  diji- 
mos que  se  halló  en  la  junta  del  Molinillo,  y  otros  viejos, 
cuya  prisión  sintieron  tanto  todos  los  vecinos,  que  al- 
gunos convocaron  gente  para  salirlos  á  quitar  en  el  ca- 
mino; mas  el  cuadrillero  puso  tanta  diligencia,  que  sa- 
lió de  aquellas  sierras  con  ellos  antes  que  llegasen  á  ha- 
cer el  efcto.  Estando  pues  la  tierra  alterada  con  estas 
prisiones,  otro  día  lunes,  viniendo  un  soldado  de  hacía 
la  ciudad  de  Vélez  con  su  arcabuz  en  el  hombro,  le  ti- 
raron una  saetada  desde  una  mata,  que  le  cosieron  las 
dos  faldas  del  capotillo  con  la  saeta  ,  y  el  íin  desto  fué, 
que  dos  moriscos  de  los  que  andaban  ya  alborotados 
se  pusieron  en  aquel  paso  aguardando  algún  cristiano 
desmandado  de  los  que  iban  y  venían  á  Vélez,  para  ma- 
tarle y  quitarle  el  arcabuz,  y  armarse  el  uno  dellos  con 
él.  Mas  no  les  sucedió  como  pensaban,  porqne  el  sol- 
dado les  hizo  rostro,  y  pasó  por  ellos  sin  que  le  enoja- 
sen, y  fué  á  dar  aviso  á  Gonzalo  de  Cárcamo,  el  cual, 
queriendo  reconocer  si  había  gente  de  mal  vivir  en  la 
tierra,  envió  un  cabo  de  escuadra  llamado  5Iartin  Nu- 
ñez  con  catorce  arcabuceros,  mandándole  que  no  se 
alargase  mucho,  por  si  fuese  menester  retirarse  con 
tiempo  á  la  fortaleza.  Los  soldados  fueron  á  dar  con  un 
morisco  mancebo  que  estaba  echado  debajo  de  un 
olivo  con  una  espada  en  la  mano,  y  caminando  bacía  él, 
se  levantó,  y  subió  huyendo  por  una  loma  arriba  que 
llaman  EmbarcAlahauyz,  dando  vocesenalgarabíu  y  di- 
ciendo :  (i  Valientes,  favorecedme.»  Luego  salieron  de  la 
hoya  de  una  umbría  mas  de  doscientos  moros,  y  delante 
dellos  el  Xorairan  y  otro  capitán  llamado  Aben  Audalla, 
con  una  bandera  nueva  de  tafetán  colorado,  y  cargando 
sobre  los  nuestros,  los  fueron  siguiendo  la  vuelta  del  lu- 
gar. El  cabo  de  escuadra  y  los  que  guiaron  tras  del,  por 
trochas  y  veredas  que  sabia,  se  salvaron  en  la  fortaleza, 
y  cuatro  cristianos  que  tomaron  por  diferente  camino 
fueron  muertos.  Entrando  pues  los  moros  de  golpe  por 
las  calles,  las  moriscas  comenzaron  á  llorar  y  á  dar  vo- 
ces viendo  que  les  decían  los  monfís  que  dejasen  sus 
casas  y  caminasen  á  la  sierra,  y  muchos  moriscos  se  de- 


266 


LUIS  DEL  MARMOL  CARVAJAL. 


fendieron  diciendo  que  los  dejasen  estar,  porque  no 
querian  alzarse  ni  ir  á  otra  parle.  En  este  tiempo  el  al- 
caide tuvo  lugar  de  recoger  los  vecinos  cristianos  que 
estaban  fuera  de  la  fortaleza,  y  entre  ellos  algunas  ca- 
sas de  moriscos  que  acudieron  á  favorecerse  del ;  y 
echando  fuera  veinte  peones  que  andaban  en  el  reparo 
de  los  muros,  se  puso  en  defensa.  Entendióse  no  haber 
sido  cosa  acordada  entre  todos  los  vecinos  este  levanta- 
miento, y  estar  la  mayor  parte  dellos  ignorantes  del, 
sino  que  ios  ofendidos ,  juntándose  con  aquellos  honi- 
bresperdidos,  lo  comenzaron;  porque  si  otra  cosa  fuera, 
cuando  el  cabo  de  escuadra  y  los  otros  soldados  entra- 
ron huyendo  por  las  calles  del  lugar,  perdidos  todos  de 
cansancio  y  sin  aliento,  pudieran  matarlos  á  su  salvo  y 
tomarles  las  armas;  y  no  solamente  no  lo  hicieron,  an- 
tes los  ayudaron  y  favorecieron  hasta  ponerlos  en  la 
fortaleza.  Aun  no  era  bien  acabado  de  alzar  el  pueblo, 
cuando  pareció  en  la  plaza  del  lugar  una  bandera  de 
tafetán  colorado,  ya  deslucida  de  vieja,  con  unas  lunas 
verdes  muy  grandes,  y  después  se  supo  que  la  tenia 
guardada  Francisco  de  Rojas,  morisco  de  aquel  lugar, 
que  habia  sido  de  sus  pasados  en  tiempo  de  moros,  y  la 
hablan  traido  en  las  guerras  de  la  serranía  de  Ronda ; 
y  al  mesmo  punto  pareció  otra  bandera  blanca  que  pu- 
sieron en  un  peñón  alto  que  está  sobre  el  lugar  á  la  parte 
de  Sedclla,  donde  llaman  Haxar  el  Aocab,  que  quiere 
decir  la  piedra  del  Águila,  para  desde  allí  dar  aviso  en 
viendo  que  acudía  la  gente  de  Vélez ;  y  por  bravosidad 
se  pusieron  todos  los  mancebos  y  gandules  las  mangas 
de  las  marlotas  de  las  moriscas  en  la  cabeza,  y  tocas 
blancas  al  derredor  para  parecer  turcos,  y  enviando  las 
mujeres  con  los  muebles  y  ganados  al  peñón  que  está 
encima  del  lugar  de  Sedella ,  cercaron  el  castillo,  y  le 
combatieron  todo  aquel  día  hasta  que  vino  la  noche, 
defendiéndose  el  alcaide  valerosamente  con  treinta  y 
dos  cristianos  que  tenia  dentro,  los  vehite  soldados,  y 
los  doce  de  los  vecinos  del  lugar,  porque  los  demás  se 
habían  ido.  Elste  mesmo  día  se  alzaron  los  de  Sedella  y 
Salares  y  se  juntaron. 

CAPITULO  XYI. 

Cómo  Arévalo  de  Zuazo ,  corregidor  de  Vélez,  socorrió 
la  fortaleza  de  Canilles  de  Aceituno. 

No  se  descuidó  Gonzalo  de  Cárcamo  en  hacer  ahu- 
madas luego  que  los  moros  alzaron  el  lugar ;  mas  como 
hacia  el  sol  recio  y  el  día  muy  claro ,  no  las  determina- 
ron los  soldados  de  Vélez  que  estaban  de  centinela  en 
el  cerro  que  dijimos ,  ó  por  ventura  estuvieron  descui- 
dados. Y  viendo  que  no  le  acudían  con  el  contraseño, 
las  mujeres,  que  se  veían  cercadas,  comenzaron  á  afli- 
girse ,  y  con  muchas  lágrimas  le  pidieron  que  enviase 
algún  hombre  de  los  que  allí  estaban  á  dar  aviso  á  la 
ciudad  para  que  les  fuese  socorro ;  y  aun  ellas  mesmas 
rogaron  á  un  morisco  llamado  Juan  Navarro ,  que  es- 
taba preso  por  deudas,  que  fuese  á  hacer  aquel  efeto, 
prometiéndole  mucha  gratificación  por  ello ,  el  cual  se 
ofreció  de  ir  y  volver  con  la  respuesta.  Y  el  alcaide,  pa- 
recíéndole  que  en  caso  que  no  hiciese  lo  que  prometía 
se  aventuraba  poco  tener  un  enemigo  mas  en  el  campo, 
escribió  una  carta  al  cabildo  de  la  ciudad  de  Vélez ,  y 
encargándole  que  hiciese  el  deber ,  porque  haría  bien 
su  negocio,  se  la  cosió  en  las  espaldas  en  el  aforro  del 
sayo ;  y  mientras  los  moros  andaban  embebecidos  en 


sacar  los  muebles  de  las  casas  y  enviar  las  mujeres  al 
fuerte  de  Sedella ,  tuvo  lugar  de  echarle  por  el  postigo 
de  la  puerta  de  la  fortaleza,  diciéndole  que  si  los  moros 
le  preguntasen  algo,  dijese  que  iba  huyendo.  El  cual 
entró  corriendo  por  las  calles  del  lugar  como  hombre 
que  se  había  soltado  de  la  prisión ;  y  encontrando  tres 
moros,  que  le  preguntaron  cómo  venia  de  aquella  ma- 
nera, les  dijo  que  por  amor  de  Dios  le  favoreciesen,  que 
iban  los  soldados  tras  del ;  y  con  esto  no  solamente  le 
dejaron  pasar,  mas  animándole  á  proseguir  su  camino, 
le  encaminaron  á  la  plaza ,  donde  estaba  otro  hermano 
suyo  con  la  bandera  de  los  moros,  y  diciéndoles  que 
quería  ir  primero  por  una  ballesta  que  tenia  escondida, 
tomó  por  el  rio  de  Laguiz  abajo ,  y  fué  á  salir  al  camino 
de  Vélez  ;  y  avisando  á  los  cristianos  de  los  molinos  y  á 
otras  personas  como  la  tierra  estaba  alzada ,  llegó  á  la 
ciudad  y  dio  la  carta  á  Arévalo  de  Zuazo,  que  habia 
venido  allí  de  Málaga  á  poner  cobro  en  la  ciudad  por 
otra  carta  de  aviso  que  de  don  Juan  de  Austria  tenia,  y 
andaba  entendiendo  en  hacer  algunos  reparos ,  donde 
se  asegurasen  los  vecinos  dentro  de  los  aportillados 
muros.  El  cual ,  deseando  saber  si  era  el  levantamiento 
de  solos  los  vecinos ,  ó  si  habían  venido  forasteros  á  le- 
vantar la  tierra ,  antes  que  se  determínase  de  hacer  el 
socorro  quiso  enviar  el  proprio  morisco  á  Gonzalo  de 
Cárcamo  para  que  le  avísase  qué  gente  era  la  que  habia 
en  la  sierra;  mas  él  no  se  atrevió  á  ir  aquel  día  porque 
venia  muy  cansado.  Estando  pues  todo  el  cabildo  sus- 
penso por  no  tener  certinidad  de  cosa  tan  importante, 
temían  por  un  cabo  que  si  salía  la  gente  de  guerra  á 
hacer  el  socorro  de  Canilles,  que  está  tres  leguas  gran- 
des de  allí,  podrian  los  moros  de  los  otros  lugares  de 
la  sierra  acudir  á  la  ciudad  á  tiempo  que  hiciesen  algún 
efeto;  y  por  otro  deseaban  socorrer  aquella  fortaleza, 
porque  no  se  perdiese  delante  de  sus  ojos.  Queriendo  al 
fin  saber  lo  que  habia,  á  trueco  de  esperar  un  dia  mas, 
mandó  el  concejo  de  Bena  Mocarra  que  enviase  luego 
dos  moriscos  de  confianza  con  una  carta  del  Corregi- 
dor para  Gonzalo  de  Cárcamo ,  en  que  le  decía  que  avi- 
sase si  los  que  habían  alzado  el  lugar  eran  los  moros 
que  se  aguardaban  de  la  Alpujarra,  ó  si  eran  solos  los 
vecinos ,  y  qué  gente  le  parecía  que  seria  menester  para 
socorrerie.  Con  esta  carta  fueron  dos  moriscos  veci- 
nos de  aquel  lugar,  llamados  Hernando  el  Zordi  y  otro, 
con  orden  que  llegasen  de  noche  por  la  parte  baja  de  la 
fortaleza  y  la  diesen  al  alcaide ;  y  para  que  con  mas 
seguridad  lo  pudiesen  hacer,  les  mandaron  que  lleva- 
sen dos  arcabuces  y  sus  espadas.  Llegando  pues  cerca 
del  lugar  por  la  parte  que  les  pareció  que  serian  menos 
sentidos,  dieron  en  el  cuerpo  de  guardia  y  centinela 
que  los  monfís  forasteros  tenían ;  y  aunque  les  iiablaron 
en  su  lengua  y  les  dijeron  que  eran  de  los  alzados,  dán- 
doles poco  crédito,  quisieron  matados,  diciendo  que 
iban  con  algún  engaño ;  y  libraran  mal  si  no  acertara  á 
llegar  allí  un  moro  del  proprio  lugar  de  Canilles,  llama- 
do Francisco  Tauz,  el  cual  conoció  al  Zordi  y  le  abo- 
nó ,  diciendo  que  era  hombre  de  crédito,  y  que  no  seria 
acertado  hacerles  mal ,  porque  por  la  mesma  razón  no 
habría  quien  osase  venirse  á  ellos.  También  el  Zordi, 
hombre  astuto ,  les  dijo  que  los  de  Bena  Mocarra  los 
enviaban  á  saber  si  era  verdad  que  la  sierra  estaba  al- 
zada, porque  querian  hacer  ellos  lo  mismo  si  les  envia- 
ban alguna  gente  de  socorro  que  les  hiciese  escolta, 


REBELIÓN  Y  CASTIGO  DE  LOS  MORISCOS  DE  GRANADA. 


267 


porque  como  estaban  desarmados,  tenían  miedo  de  los 
de  Vélez.  Oyendo  estas  palabras  el  Tauz,  comenzó  á 
dar  saltos  de  regocijo ,  preguntándole  muchas  veces  si 
era  verdad  lo  que  decia ;  y  como  le  afirmase  que  sí,  dijo 
á  los  monfís  que  mejor  ni  mas  alegre  día  no  podia  venir 
á  los  moros  que  saber  que  Bena  Mocarra  se  quería  le- 
vantar ,  porque  no  quedaría  lugar  en  la  jarquía  y  hoya 
de  Málaga  que  no  hiciese  luego  otro  tanto.  Y  aplacán- 
dose con  esto  los  forasteros,  llevaron  los  dos  moriscos 
á  su  capitán  Xoraíran,  los  cuales  le  dieron  su  recaudo 
fingido ,  que  no  les  valió  menos  que  las  vidas ;  y  supie- 
ron decírselo  de  manera,  que  les  dio  crédito;  y  ale- 
grándose con  ellos,  les  mandó  que  volviesen  á  Bena 
Mocarra  y  dijesen  á  los  vecinos  que  dentro  de  tres  días 
les  daba  su  palabra  de  socorrerlos  con  mas  gente  de  la 
que  pensaban.  Cuando  el  Zordi  le  oyó  decir  aquellas 
palabras,  entendiendo  que  esperaba  alguna  gente  de 
fuera,  le  replicó  :  «Señor,  no  entiendo  que  podrán 
aguardar  tanto ,  porque  tienen  ya  liada  la  ropa ;  y  si  los 
de  Vélez  los  sienten,  los  degollarán.»  Al  moro  pare- 
ció bien  lo  que  decia,  y  estuvo  un  rato  suspenso;  y 
luego  dijo  que  se  fuesen ,  y  les  dijesen  que  otro  dia  por 
la  mañana  les  haría  escolta  con  docíentos  gandules  va- 
lientes ,  que  ninguno  volvería  el  rostro  á  diez  de  los  de 
Vélez,  y  que  no  habría  falla  en  ello;  y  que  por  señas 
pornia  en  amaneciendo  una  bandera  colorada  encima 
del  molino  que  dicen  del  Poaype  para  que  supiesen  que 
estaba  aguardándolos;  y  haciéndoles  dar  muy  bien  de 
cenar ,  los  despidió  con  aquella  buena  nueva.  Otro  dia 
amaneció  en  el  lugar  un  silencio  tan  grande ,  que  pare- 
cía no  haber  quedado  criatura  viva  en  él,  y  los  soldados 
quisieran  salir  de  la  fortaleza  á  recoger  lo  que  los  mo- 
riscos habían  dejado  en  las  casas;  mas  el  alcaide,  re- 
celando algún  engaño ,  no  lo  consintió,  por  mucho  que 
\e  importunaron;  y  enviando  otro  morísco  que  se  habia 
recogido  con  su  mujer  y  hijos  á  la  fortaleza  ú  que  viese 
si  los  enemigos  se  habían  ido,  en  entrando  por  la  puerta 
del  lugar  fué  preso  y  llevado  al  Xoraíran,  diciendo  que 
era  cristiano,  pues  se  habia  recogido  con  los  cristianos; 
el  cual  mandó  que  le  llevasen  al  fuerte  de  Sedella  yque 
le  entregasen  al  cadí  que  ya  tenia  puesto  de  su  mano 
para  ejecución  de  la  justicia.  Queriiíndo  pues  cumplir 
la  palabra  que  habia  dado  á  los  de  Bena  Mocarra ,  en- 
vió delante  su  bandera  colorada  con  diez  moros  á  que 
la  pusiesen  en  el  viso  de  Fax  Alaviz  sobre  una  piedra 
que  llaman  Uaxar  Alabracana,  que  quiere  decir  la  pie- 
dra de  la  Cornicabra ,  lugar  alto  y  relevado ,  adonde  se 
podia  devisar  muy  bien;  y  recogiendo  mas  de  quinien- 
tos moros ,  bajó  luego  á  juntarse  con  ellos  para  en  vi- 
niendo la  noche  ir  á  emboscarse  sobre  el  molino  del 
Poaype  ,  como  habia  dicho.  Dejó  en  el  lugar  á  un  mo- 
ro ,  llamado  Alonso  Montical ,  con  otro  golpe  de  gente 
del  pueblo  y  de  Sedella  y  de  otras  partes,  que  habían 
acudido  allí  sabiendo  que  Canilles  se  habia  alzado,  con 
orden  que  no  cesase  de  combatir  los  cercados  mientras 
iba  á  hacer  el  efeto  de  Bena  Mocarra  y  volvía.  Este  com- 
bate fué  muy  recio  y  duró  mas  de  dos  horas,  defen- 
diéndose el  alcaide  y  los  que  con  él  estaban  valerosa- 
mente ,  y  al  fin  se  retiraron  los  moros  del  con  daño  dos 
horas  antes  del  mediodía.  Habíanse  tardado  el  Zordi  y 
su  compañero  mas  de  lo  que  quisieran  en  llevar  la  nue- 
va de  lo  que  pasaba  á  la  ciudad  de  Vélez ,  deteniéndo- 
los la  importunidad  de  los  moros  que  acudían  á  certi- 


ficarse dellos  si  era  verdad  que  se  querían  alzar  los  de 
Bena  Mocarra ,  porque  era  grande  el  contento  que  to- 
dos tenían  dello ,  y  estaba  el  Corregidor  con  cuidado, 
sospechando  sí  los  habían  muerto  ó  si  se  habían  que- 
dado con  los  moros.  Y  haciendo  llamar  al  morísco  que 
habia  llevado  la  carta  del  alcaide ,  le  dio  otra  del  tenor 
de  la  que  le  habían  dado ,  y  le  encargó  mucho  que  pro- 
curase darla  con  toda  brevedad,  y  volver  luego  con  la 
respuesta.  El  cual  llegó  al  tiempo  que  los  moros  se  re- 
tiraban del  combate;  y  poniéndose  detrás  de  un  olivo, 
algo  arredrado  de  la  fortaleza,  hizo  señal  con  la  capa 
para  que  le  asegurasen  hasta  llegar  á  ella;  y  el  alcaide 
le  entendió  y  le  aseguró,  mandando  poner  los  arcabu- 
ceros hacía  aquella  parte ,  de  manera  que  pudo  llegar 
seguro  á  un  lienzo  del  muro,  donde  estaba  una  ventana 
grande;  y  subiéndole  con  una  soga  arriba,  el  alcaide 
leyó  la  carta  que  llevaba,  y  luego  le  envió  con  otra  en 
respuesta  della,  avisando  á  Arévalo  de  Zuazo  que  no  ha- 
bia mas  moros  que  los  de  la  tierra  y  pocos  forasteros 
con  ellos  hasta  aquel  punto.  Mas  ya  cuando  el  morisco 
llegó  á  la  presa  del  rio  de  Vélez ,  íe  encontró  que  iba  á 
hacer  el  socorro  con  mas  de  quinientos  hombres  de  á 
pié  y  de  á  caballo,  porque  los  dos  moriscos  de  Bena  Mo- 
carra habían  llegado  y  dádole  cuenta  muy  particular  de 
lo  que  pasaba.  Descubrieron  nuestra  gente  los  cerca- 
dos y  los  cercadores  á  un  mesmo  tiempo ,  y  abatiendo 
los  moros  la  bandera  blanca  que  tenían  puesta  en  la 
peña  del  Águila,  el  Montical  y  los  que  con  él  estaban 
dejaron  el  cerco  y  salieron  huyendo  la  vuelta  de  la  sier- 
ra;  y  el  Xoraíran  se  volvió  al  puerto  de  Sedella ,  y  de 
allí  se  fué  á  meter  en  el  peñón;  por  manera  que  cuando 
el  socorro  llegó  ya  no  había  moros  con  quien  pelear; 
mas  pudiérase  hacer  mucho  efeto  si  los  siguieran,  por- 
que iban  todos  desbaratados  y  perdidos  de  miedo.  Un 
escudero,  llamado  Diego  Moreno,  con  otros  compañe- 
ros se  adelantó  y  pasó  buen  rato ;  mas  el  Corregidor  le 
mandó  que  se  retirase,  contento  con  haber  socorrido  la 
fortaleza;  y  haciendo  sacar  cien  mujeres  y  niños  que 
había  dentro ,  dejó  veinte  soldados  al  alcaide ,  y  volvió 
aquella  noche á Vélez,  y  los  moros  se  metieron  en  su 
fuerte. 

CAPITCLO  XVII. 

Cómo  Competa  y  los  otros  lugares  de  la  sierra  de  Bentomíz  se 
alzaron  ,  y  se  recogieron  al  fuerte  peüon  de  Fregiliana. 

Alzados  los  vecinos  de  Canilles  de  Aceituno,  Sede- 
lla y  Salares,  los  de  Competa  y  de  los  otros  lugares  de 
la  sierra  de  Bentomíz  hicieron  lo  mismo,  movidos  por 
Martin  Alguacil,  vecino  de  Competa,  hombre  noble  y 
de  mucha  autoridad  entre  ellos,  por  ser  el  principal  del 
linaje  de  los  Alguaciles,  que  en  tiempo  de  moros  tu- 
vieron mando  en  aquella  tierra.  Este  morísco  daba  á 
entender  que  era  buen  cristiano  y  muy  servidor  de 
su  majestad ;  y  con  este  nombre  se  hacia  confianza  de 
él,  y  se  le  encomendaba  el  repartimiento  de  la  farda 
que  pagaban  los.  moriscos  de  aquel  partido;  y  el  pre- 
sidente don  Pedro  de  Deza  les  habia  cometido  á  él ,  y 
á  Bernardino  de  Reina  ,  regidor  de  Vélez ,  que  también 
era  de  su  nación,  y  tenia  cargo  de  repartir  la  farda  en  la 
jarquía  de  Málaga ,  que  distribuyesen  los  mantos  y  sa- 
yas de  la  limosna  de  su  majestad  entre  las  viudas  y  mu- 
jeres pobres,  encargándoles  que  animasen  aquellos  pue- 
blos á  que  dejasen  el  traje  y  ^lübito  morisco,  y  se  con- 


268 


LUIS  DIÍL  MARMOL  CARVAJAL. 


formasen  con  las  premátioas.  Los  cuales  en  esto  liabian 
hecho  buen  oficio,  y  se  tenia  entendido  que  por  res- 
peto de  Martin  Alguacil  estaba  la  sierra  de  Bentomiz  en 
pié ;  el  cual  habia  venido  aquellos  dias  á  Véiez ,  y  de  su 
propria  autoridad  habia  hecho  un  protesto  ante  la  jus- 
ticia, diciendo  que  era  buen  cristiano,  y  que  protesta- 
ba de  vivir  y  morir  en  la  fe  de  Jesucristo,  y  de  servir 
bien  y  fielmente,  como  leal  vasallo  de  su  majestad ,  en 
todo  lo  que  se  le  mandase.  Mas  era  con  engaño,  por- 
que supo  que  la  ciudad  trataba  de  traer  algunos  veci- 
nos de  los  principales  de  la  sierra ,  y  detenerlos  para  que 
los  otros  no  se  alzasen;  y  sabiendo  que  habia  de  ser  él 
uno  dellos,  hizo  aquella  diligencia  para  poderse  des- 
cabullir ;  y  así  fué  que  se  tornó  luego  á  Competa;  y 
enviándole  después  á  llamar  Arévalo  de  Zuazo ,  para 
animarle  á  que  perseverase  en  lealtad,  y  lo  procurase 
con  los  vecinos,  no  quiso  ir,  y  trató  de  levantar  la  tier- 
ra ;  y  juntándolos  vecinos  de  Con)peta  y  de  otros  pue- 
blos comarcanos,  les  hizo  un  razonamiento  desta  ma- 
nera :  «Hermanos  y  amigos,  que  pensábades  estar  li- 
bres de  los  trabajos  desta  malaventura  que  los  alpu- 
jarreños  lian  movido  :  bien  veis  el  pago  que  se  nos  da 
en  premio  de  nuestra  lealtad,  pues  por  un  desatino 
que  hicieron  los  monfís  forasteros  en  compañía  de  al- 
gunos mozos  livianos  y  de  poco  entendimiento  en  la 
venta  de  Pero  Mellado,  quiere  la  justicia  do  Vélez  des- 
truirnos á  todos,  no  se  contentando  con  haber  hecho 
morir  muchos  de  nuestros  amigos  y  parientes  ,  que  sa- 
bemos que  ni  fueron  en  ello  ni  aun  lo  supieron,  ha- 
ciendo que  se  condenasen  ellos  niesmos  con  crueles 
invenciones  de  tormentos  ;  y  como  si  les  pesase  de  ver 
que  estando  toda  la  nación  morisca  alborotada,  solo 
nosotros  estemos  quietos  en  nuestras  casas,  veis  aquí 
una  carta  en  que  me  envia  á  llamar  el  Corregidor.  Yo 
entiendo  que  es  para  prenderme  y  bacerme  morir ,  por- 
que no  tiene  otro  negocio  conmigo  ,  ni  yo  con  él.  Tam- 
bién envia  á  llamará  Hernando  el  Darra.  La  muerte  es 
cierta :  yo  pienso  emplearla  donde  á  lo  menos  no  que- 
de sin  venganza,  defendiendo  nuestra  libertad.  Si  mu- 
riésemos peleando  ,  la  madre  tierra  recibirá  lo  que  pro- 
dujo ;  y  al  que  ñtltare  sepultura  que  le  esconda  ,  no  le 
faltará  cielo  que  le  cubra.  No  quiera  Dios  que  se  diga 
que  los  hombres  de  Bentomiz  no  osaron  morir  por  su 
patria.  Aben  Humeya  está  poderoso  ;  ha  tenido  mu- 
chas Vitorias  contra  los  cristianos  ;  viénele  gente  de 
África  en  socorro  ;  el  gran  señor  de  los  turcos  le  ha 
prometido  su  favor;  espéralo  por  momentos.  Toda  Ber- 
lieríase  mueve  á  defendernos.  Venga  pues,  señorée- 
nos á  todos  ,  y  démosle  obediencia  ;  que  los  cristianos 
por  moros  declarados  nos  tienen  ;  y  no  demos  lugar  á 
que  rompiendo  la  equidad  de  las  leyes ,  ejecuten  sola- 
mente el  rigor ,  llevándonos  ala  horca  uno  á  uno.»  Has- 
ta aquí  dijo  Martin  Alguacil;  y  loando  todos  su  parecer, 
le  respondieron  que  demasiada  paciencia  había  sido 
la  que  liabian  tenido  ,  sujetos  á  tantos  agravios  como  se 
les  habían  heclio ;  y  sin  mas  aguardar,  tomaron  lasarmas 
que  tenían  escondidas,  y  ataviándole  á  él  con  ricos  al- 
maizares de  seda  y  oro,  como  á  hombre  santo,  le  pu- 
sieron sobre  una  muía  blanca,  y  llegaron  todos  á  besarle 
la  mano  y  la  ropa.  El  cual  declaró  luego  su  corazón  con 
las  manos  puestas  y  los  ojos  fijos  en  el  cielo,  diciendo: 
«Bendito  y  loado  seáis  vos,  Señor,  que  me  dejastes  ver 
este  día. »  Allí  nombraron  capitanes  particulares  de  ca- 


da lugar;  y  pareciéndoles  que  estarían  mejor  todos  jun- 
tos en  el  peñón  de  Fregílíana ,  que  era  muy  fuerte  y 
cerca  de  la  mar,  enviaron  á  decir  á  los  del  fuerte  de 
Sedella  que  se  viniesen  á  juntar  con  ellos.  Los  cuales, 
confiados  en  la  vana  devoción  que  tenían  con  los  sepul- 
cros de  cuatro  morabitos  que  decían  estar  enterrados 
en  la  Habita  de  Canilles  de  Aceituno,  que  está  junto 
al  fuerte,  no  querían  desamparar  el  sitio  hasta  que, 
enviándolcs  gente  y  bagajes,  los  obligaron á  no  hacer 
otra  cosa  contra  la  voluntad  de  un  moro  viejo ,  llama- 
do el  Jorron  de  Leimon ,  que  les  decía  que  por  ningu- 
na cosa  lo  dejasen ,  porque  era  lugar  dichoso,  donde 
habían  tenido  siempre  felices  sucesos  los  moros  con  la 
protección  de  aquellos  santos  ,  y  que  esto  se  hallaba 
por  sus  escrituras.  El  cual,  viendo  quenole  aprovecha- 
ban sus  amonestaciones ,  y  que  holgaban  mas  de  obe- 
decer á  la  voluntad  de  Martin  Alguacil,  dio  tantas  vo- 
ces sobre  ello,  que  vino  á  perder  el  juicio  y  juntamente 
la  habla  y  el  sentido.  Habiéndose  pues  juntado  todos  en 
Competa ,  nombraron  por  su  caudillo  y  capitán  general 
á  Hernando  el  Darra ,  que  tenia  entre  ellos  opinión  de 
muy  noble,  porque  sus  pasados  en  tiempo  de  moros 
eran  alcaides  y  alguaciles  de  Fregílíana.  Nombraron 
tres  alfaquís  para  consejeros  en  las  cosas  temporales  y 
de  religión ,  uno  de  Sedella  y  otro  de  Salares,  y  el  ter- 
cero de  Daimalos.  No  hicieron  daño  estas  gentes  en  los 
cristianos  sus  vecinos,  porque  con  la  sospecha  que  se 
tenia,  se  habían  puesto  todos  en  cobro;  y  los  benefi- 
ciados que  liabian  quedado  entre  ellos  los  enviaron  á 
Vélez,  entre  los  cuales  fué  uno  Cristóbal  de  Frías,  be- 
neficiado de  Competa  ,  el  cual  se  había  metido  en  la 
torre  de  la  iglesia  con  otros  tres  ó  cuatro  cristianos.  Y 
Martín  Alguacil ,  queriéndose  desculpar  de  aquel  he- 
cho con  los  de  Vélez,  y  darles  á  entender  que  el  levan- 
tamiento había  sido  contra  su  voluntad ,  forzados  de 
los  moros  forasteros,  y  que  habia  muchos  en  la  tierra, 
para  que  la  ciudad  no  saliese  á  ellos  hasta  ponerse  en 
cobro,  hizo  pasar  la  gente  al  derredor  de  la  iglesia, 
haciéndoles  mudar  las  armas  y  los  vestidos  porque 
pareciesen  mucbos;  y  cuando  hubo  hecho  esto  tres  ó 
cuatro  veces,  llegándose  á  la  torre,  llamó  al  beneficia- 
do, y  le  dijo  que  estuviese  de  buen  ánimo  ,  porque  no 
consentiría  que  se  le  hiciese  agravio  á  él  ni  á  los  que  con 
él  estaban  ;  que  se  fuesen  á  Vélez  seguramente  y  dije- 
sen á  los  ciudadanos  que  Gíroncillo  con  gente  foras- 
tera había  levantado  la  tierra  ,  y  que  á  los  de  Bentomiz 
les  pesaba  mucho  ,  porque  siendo  buenos  cristianos  y 
leales  servidores  de  su  majestad,  no  quisieran  que  de 
su  parte  hubiera  novedad  ;  y  que  les  certificasen  que 
no  les  harían  daño  á  ellos  ni  á  sus  cosas,  antes  procu- 
rarian  todo  su  bien  como  amigos  y  vecinos.  Y  dándo- 
les algunos  hombres  armados  que  los  acompañasen , 
los  envió  á  la  ciudad  de  Vélez ,  y  él  con  todas  las  muje- 
res ,  ganados  y  ropa  se  fué  á  meter  en  el  fuerte  de  Fre- 
gílíana. 

CAPITULO  XVIII. 

Cómo  Arévalo  de  Zuazo  juntó  la  gente  de  su  corregimiento  y  fué 
contra  los  alzados  de  la  sierra  de  Bentomiz  ;  y  la  descripción 
del  peñón  de  Fregiliana. 

Cuando  el  beneficiado  Cristóbal  de  Frías  se  vio  en 
Vélez,  dio  muchas  gracias  á  Dios  por  haberle  librado 
del  peligro  en  que  se  habia  visto  ;  y  hallando  la  ciudad 


REBELIOiN  Y  CASTIGO  DE  LOS  MORISCOS  DE  GRANADA. 


alborotada ,  que  se  andaba  la  gente  aprestando  para  sa- 
lir aquella  noche  á  la  sierra,  no  teniendo  aun  perdido 
el  miedo ,  exageraba  las  fuerzas  de  los  alzados  mucho 
mas  de  lo  que  eran ,  diciendo  que  estaba  la  tierra  llena 
de  moros  forasteros.  Y  aunque  algunos  de  los  compa- 
ñeros que  venian  con  él  deshacían  aquel  temor,  afir- 
mando que  la  gente  que  había  pasado  al  derredor  de  la 
iglesia  tantas  vecesestando  ellos  dentro ,  eran  unos  mes- 
mos  hombres,  que  hablan  conocido  muchos  dellos  , 
y  que  el  astuto  moro  lo  habla  hecho  de  industria  para 
que  la  ciudad  entendiese  que  habia  venidoles  socorro 
de  la  Alpujarra;  el  Corregidor  suspendió  la  salida  por 
aquella  noche,  no  se  determinando  á  quién  daria  mas 
crédito.  Mas  otro  dia  luego  siguiente,  haciendo  ins- 
tancia la  ciudad  sobre  ello ,  y  habiendo  venido  dos  com- 
pañías de  la  ciudad  de  Málaga,  cuyos  capitanes  eran 
don  Pedro  de  Coalla,  y  Hernando  Duarte  de  Barríen- 
tos,con  esta  gente  y  la  déla  ciudad,  que  eran  otros 
ochocientos  infantes  y  cien  caballos,  y  capitanes  de  la 
infantería  Alonso  Zapata ,  Beltran  de  Andia ,  Marcos 
de  la  Barrera  y  Juan  Moreno  de  Villalobos,  y  de  la  ca- 
ballería Luis  de  Paz ,  los  unos  y  los  otros  regidores  de 
aquellas  ciudades,  partió  de  la  ciudad  de  Vélez  á  27 
días  del  mes  de  mayo  de  este  año ,  y  aquella  noche  fué 
al  lugar  de  Torrox,  que  está  en  la  marina,  donde  des- 
punta la  sierra  de  Bentomiz  en  la  mar,  y  los  moriscos 
deste  lugar  se  habían  recogido  con  su  ropa,  mujeres 
y  hijos  en  la  iglesia  ,  diciendo  que  eran  cristianos  ;  y 
cuando  vieron  asomar  las  banderas  con  tanto  número 
de  gente,  quisieron  meterse  en  el  castillo ;  y  no  los  que- 
riendo acoger  los  cristianos  que  habia  dentro,  cami- 
naron la  vuelta  de  la  sierra  y  se  fueron  á  juntar  con 
los  alzados.  iNuestra  gente  se  alojó  aquella  noche  en 
Torrox ,  y  allí  llegaron  ciento  y  sesenta  soldados  de  Al- 
muñécar,  que ,  según  ellos  decían ,  habían  salido  á  co- 
brar una  manada  de  ganado  que  les  llevaban  los  moros ; 
y  alargáronse  tanto,  que  no  se  atrevían  á  volver,  por 
lemor  de  alguna  emboscada.  Otro  dia  bien  de  mañana 
partió  Arévalo  de  Zuazo  la  vuelta  del  peñón  de  Fregí- 
liana,  que  estaba  legua  y  media  de  allí;  y  llegó  al  pié 
del  á  las  diez  horas  del  día  por  la  parte  de  una  fuente 
que  llaman  del  Álamo,  que  cae  entre  poniente  y  me- 
diodía ,  doude  está  un  llano  espacioso  para  poderse  re- 
volver la  caballería.  Allí  hallaron  algunos  bagajes,  ro- 
pa y  bastimentos ,  que  no  habían  tenido  lugar  de  po- 
derlo subir  arriba  los  moros  que  iban  á  meterse  en  el 
fuerte ;  de  donde  se  entendió  que  si  los  de  Vélez  no 
se  detuvieran  tanto  en  salir,  los  alcanzaran  fuera  del 
peñón ,  y  con  cualquier  número  de  gente  se  pudiera 
hacer  mucho  efeto.  Este  peñón  está  entre  el  lugar  de 
Competa  y  la  mar;  tiene  á  levante  el  rio  de  Chillar,  que 
corre  por  asperísimas  quebradas  de  sierras;  á  poniente 
el  de  Lautin,  que  con  igual  aspereza  se  va  á  meter  en 
la  mar ;  á  tramontana  hace  la  sierra  de  Bentomiz  una 
quebrada  muy  honda ,  de  donde  comienza  á  subir  el 
peñón  en  mucha  altura ;  y  al  mediodía  vuelve  á  bajar 
con  otra  descendida  muy  áspera,  que  se  parte  en  dos 
lomas  :  la  una  va  entre  levante  y  mediodía  á  dar  al  lu- 
gar de  Fregiliana ,  y  la  otra,  mas  á  poniente,  al  castillo 
de  Nerja ;  y  quedando  el  peñón  mucho  mas  alto  que 
ellas,  sin  padrastro  que  de  ninguna  parte  le  señoree,  tie- 
ne las  entradas  tan  fragosas  de  riscos  y  de  peñas  tajadas, 
que  poca  gente  puesta  arriba  las  puede  defender  ú.  cual- 


269 

quier  numeroso  ejército.  Por  la  parte  del  rio  de  Chillar 
se  saca  una  acequia  de  agua  con  que  se  regaban  las  tier- 
ras y  hazas  de  Fregiliana,  que  estaba  en  este  tiempo 
despoblada ,  y  pasa  la  acequia  al  pié  del  peñón  ,  que 
era  la  ocasión  principal  que  los  movió  á  meterse  allí, 
porque  no  se  les  podía  quitar  el  agua  sin  grandísima  di- 
lícuítad;  y  la  fuente  del  Álamo,  que  está  á  estotra  par- 
te ,  entre  poniente  y  mediodía,  les  caía  algo  arredrada. 
En  lo  alto  del  peñón  se  hace  un  espacioso  ámbito  no 
muy  llano  ni  muy  áspero ,  donde  pudieran  caber  todos 
los  moradores  de  la  sierra  de  Bentomiz ,  y  mayor  nú- 
mero ,  si  lo  hubiera.  Los  moros  pues,  habiéndose  reti- 
rado á  lo  alto ,  se  pusieron  en  defensa ,  entendiendo  que 
los  cristianos,  como  hombres  de  guerra,  asentarían  su 
campo  y  después  harían  su  requerimiento ;  y  según 
nos  certificaron  algunos  dellos,  estuvieron  tan  des- 
conformes y  confusos  cuando  vieron  ir  tanto  número 
de  gente ,  que  la  mayor  parte  quería  darse  á  partido  ; 
y  por  ventura  se  rindieran  todos ,  y  no  costara  tanta 
sangre  cristiana  como  costó.  Estando  pues  Arévalo  de 
Zuazo  tratando  de  lo  que  se  debía  hacer,  una  manga 
de  soldados  que  habia  enviado  á  reconocer  se  alarga- 
ron mas  de  lo  que  convenía  la  cuesta  del  peñón  arriba, 
escaramuzando  con  algunos  moros  que  les  salieron  al 
encuentro  ;  los  cuales  fueron  luego  retirándose  hacia 
lo  alto,  peleando  lan  tibiamente,  que  parecía  ceder  la 
entrada  á  los  nuestros.  A  este  tiempo  Arévalo  de  Zuazo 
hizo  caminar  la  demás  gente ,  y  comenzaron  á  pelear, 
siguiendo  á  los  que  se  retiraban;  mas  luego  acudieron 
hacia  aquella  parte  los  caudillos,  que  se  habían  puesto 
á  hacer  su  consejo,  cuando  vieron  ir  los  cristianos á 
ellos ,  y  el  Uarra  vistoso  delante  de  todos  con  un  paleen 
la  mano ,  dando  grandes  voces  y  muchos  palos  á  los 
que  se  iban  retirando.  Entre  miedo  y  vergüenza  los  hizo 
volver  sobre  los  nuestros,  que  todavía  porfiaban  por  ir 
adelante  con  tan  peligrosa  como  inconsiderada  deter- 
minación, porque  estaban  mas  de  tres  mil  moros  pues- 
tos en  ala  á  la  parte  alta;  y  aunque  habia  entro  ellos 
pocos  escopeteros  y  ballesteros ,  tenían  muchos  hon- 
deros ,  y  arrojaban  tanta  piedra ,  que  parecía  estar  so- 
bre nuestra  gente  una  nube  de  granizo  ;  y  era  tan  gran- 
de el  crujido  de  las  hondas,  que  semejaba  una  hermosa 
salva  de  arcabucería;  y  las  piedras  venian  con  tanta  fu- 
ria, que  aun  las  armas  ofensivas  eran  poco  reparo  con- 
tra ellas.  Vimos  una  rodela  que  pasó  un  moro  este  día 
con  una  piedra,  teniéndgla  un  soldado  embrazada,  y 
estaba  una  guija  larga  tan  gruesa  como  el  puño  metida 
por  ella,  que  pasaba  la  mitad  de  la  otra  parte.  Acudien- 
do pues  gente  de  un  cabo  y  de  otro ,  cargaron  los  ene- 
migos de  manera ,  que  se  hubieron  de  retirar  los  nues- 
tros sin  orden ,  dejando  algunas  banderas  en  peligro  de 
perderse  ;  y  sin  duda  se  perdieran  las  de  Alonso  Zapata 
y  Juan  Moreno  de  Villalobos,  sí  ellos  propríos  no  las 
socorrieran  y  retiraran  peleando  y  resistiendo  el  ím- 
petu de  los  enemigos.  Valió  mucho  á  nuestra  infantería 
no  osar  salir  los  moros  de  la  aspereza  de  su  peñón  por 
miedo  déla  caballería,  que  veían  estar  puesta  en  escua- 
drón, esperando  que  bajasen  á  lugar  donde  poderse 
aprovechar  dellos,  porque  pelearon  determinadamen- 
te hasta  llegar  á  las  espadas ;  y  aunque  murieron  mu- 
chos de  arcabuzazos ,  bajando  descubiertos  á  la  ofensa 
de  nuestra  arcabucería,  que  les  tiraba  de  mampuesto, 
todavía  mataron  ellos  veinte  cristianos  y  hirieron  mas 


270 


LUIS  DEL  MARMOL  CARVAJAL. 


de  ciento  y  cincuenta,  y  hicieran  mayor  daño  si  tuvie- 
ran armas  y  osaran  seguir  el  alcance.  Retirada  la  gen- 
te y  curados  los  heridos ,  Arévalo  de  Zuazo  mandó  to- 
car á  recoger,  y  sin  intentar  mas  la  fortuna  de  la  em- 
presa ,  volvió  aquella  noche  bien  tarde  á  Vélez  con  poco 
contento  y  mucho  deseo  de  castigará  aquellos  bárbaros. 

CAPITULO  XIX. 

Cómo  tuvo  aviso  el  marqués  de  los  Vélez  en  Berja  que  Aben  Hu- 
meya  iba  sobre  él,  y  se  apercibió  para  esperarle. 

Estaba  el  marqués  de  los  Vélez  con  un  pequeño  cam- 
po en  Berja,  porque,  como  atrás  queda  dicho,  se  le  ha- 
bla ido  la  mayor  parte  de  la  gente,  unos  por  ir  á  poner 
en  cobro  lo  que  habian  ganado ,  y  otros  no  pudiendo 
sufrir  el  trabajo  y  la  grande  necesidad  que  allí  se  pasa- 
ba. Y  como  era  hombre  cuidadoso  de  su  cargo,  procu- 
raba siempre  saber  lo  que  el  enemigo  hacia,  y  habien- 
do algunos  dias  que  no  tenia  nueva  cierta  del,  fué  avi- 
sado como  en  la  cumbre  de  un  cerro  cerca  del  aloja- 
miento se  veia  cada  noche  un  fuego ,  que  parecía  ser 
señal  que  los  moros  hacian;  y  mandando  á  un  cuadri- 
llero, llamado  Francisco  de  Cervantes,  que  con  veinte 
soldados  de  su  cuadrilla  fuese  de  parte  de  noche  á  ver 
lo  que  era,  puso  tan  buena  diligencia,  que  le  trajo  pre- 
so un  moro  espía  de  Aben  Humeya,  que,  según  lo  que 
después  se  entendió,  hacia  de  noche  aquel  fuego,  y  de 
dia  se  escondía  en  el  cañón  de  la  chimenea  de  una  casa 
en  Dalias.  Traido  este  moro  á  Berja,  el  Marqués  le  man- 
dó dar  tormento,  y  confesó  como  Aben  Humeya  había 
juntado  toda  la  gente  de  guerra  de  la  Alpujarra  en  el 
lugar  de  Valor,  y  que  había  hecho  reseña  general  y  pa- 
saban de  diez  mil  moros  los  que  tenia  juntos,  mucha 
parte  dellos  armados  de  arcabuces  y  ballestas ,  y  que 
tenia  acordado  de  dar  con  toda  aquella  gente  una  albo- 
rada en  Berja ;  porque  habiendo  enviado  á  decir  á  los 
moriscos  del  Albaicin  de  Granada  y  de  la  Vega  y  á  los 
del  rio  de  Almanzora  que  cómo  se  sufría  ver  á  su  rey 
con  las  armas  en  las  manos  por  su  libertad ,  y  estarse 
ellos  quedos ,  teniendo  obligación  de  ser  los  primeros, 
y  que  si  no  se  alzaban  luego,  había  de  dar  orden  como 
los  cristianos  los  destruyesen  á  todos ;  le  habian  res- 
pondido que  mientras  el  marqués  de  los  Vélez  estuvie- 
se con  campo  formado  en  la  Alpujarra  no  osarían  de- 
terminarse ,  y  que  cuando  le  tuviese  muerto  ó  preso 
ellos  se  levantarían ;  y  que  en  tanto  que  se  aprestaba 
para  hacer  aquella  jornada,  queriendo  saber  sí  el  cam- 
po se  mudaba  de  Berja,  tenía  puesta  aquella  espía,  y  la 
señal  de  que  se  estaba  todavía  quedo  eran  aquellos  fue- 
gos que  hacía  cada  noche.  Habian  prendido  los  moros 
aquellos  días  cinco  espías  de  nuestro  campo,  y  el  mar- 
qués de  los  Vélez  estaba  muy  con  cuidado,  teniendo 
por  ruin  señal  la  demasiada  diligencia  que  ponían  ;  y 
viendo  la  confesión  del  moro,  entendió  que  sin  duda  de- 
cía verdad,  y  que  daban  orden  en  algún  acometimien- 
to ;  y  deseando  tener  mas  certidumbre  de  lo  que  tanto 
convenia  saber ,  el  capitán  Tomás  de  Herrera ,  á  cuyo 
cargo  estaba  la  gente  de  á  caballo  de  Adra  después  de 
la  muerte  de  Diego  Gasea,  salió  de  parte  de  noche  con 
algunos  compañeros,  y  prendió  tres  moros,  y  los  trajo 
maniatados  al  campo.  El  marqués  de  los  Vélez  se  lo 
agradeció  mucho ,  y  mandando  al  licenciado  Navas  de 
Puebla,  su  auditor  general,  que  les  diese  tormento, 
los  dos  dellos  no  quisieron  confesar  nada,  y  el  tercero 


declaró  ser  verdad  lo  que  la  espía  había  dicho ,  y  dijo 
que  le  ahorcasen  si  Aben  Humeya  no  venía  á  dar  so- 
bre el  campo  dentro  de  tres  ó  cuatro  días,  y  que  traería 
consigo  toda  la  gente  que  tenía  recogida  en  Valor,  re- 
partida en  tres  mangas,  y  con  la  una  acometería  el  lu- 
gar por  lo  llano ,  para  tirar  la  caballería  hacia  aquella 
parte  y  poder  acometer  mas  á  su  salvo  con  las  otras 
dos  los  alojamientos;  porque  desta  manera  entendía 
dividir  á  los  cristianos,  para  que  en  ninguna  parte  fue- 
sen poderosos  ni  le  resistiesen;  y  que  todos  los  moros 
que  venían  con  él  era  gente  escogida,  que  el  mas  mozo 
pasaba  de  veinte  años  y  el  mayor  no  llegaba  á  cuaren- 
ta. Estas  confesiones  acrecentaron  el  cuidado  al  mar- 
qués de  los  Vélez,  y  mucho  mas  un  dia  que  llegaron  los 
moros  á  correr  á  Berja  y  se  llevaron  ciertos  bagajes  de 
mozos  que  andaban  haciendo  yerba  para  los  caballos; 
cosa  que  hasta  entonces  no  habían  osado  acometer, 
entendiendo  que  su  venida  era  ensayo  para  ver  sí  la 
gente  acudía  de  golpe  al  rebato ,  y  qué  tanto  trecho  se 
alargaba  la  caballería  de  la  infantería.  Queriendo  pues 
hacer  reseña  y  ver  los  soldados  que  tenia ,  sin  que  se 
entendiese  para  el  fin  que  se  hacía,  mandó  que  saliesen 
caballos  y  infantes,  como  por  vía  de  regocijo,  á  escara- 
muzar al  campo,  y  después,  siendo  bien  tarde,  hizo  lla- 
mar á  don  Juan  Enriquez,  que  ya  había  vuelto  de  Gra- 
nada ,  y  á  don  Diego ,  don  Juan  y  don  Francisco  Fajar- 
do, y  á  don  Diego  de  Leiva,  y  á  otros  caballeros  y  capi- 
tanes que  intervenían  en  su  consejo;  y  cuando  los  tuvo 
juntos  en  su  posada  anduvo  un  gran  rato  paseándose 
por  un  aposento  sin  decirles  nada ,  no  sabiendo  qué  se 
hacer.  Consideraba  que  si  publicaba  la  venida  de  Aben 
Humeya  se  le  iría  la  mayor  parte  de  la  gente  que  allí 
tenía,  que  no  llegaban  á  dos  mil  y  quinientos  hombres 
de  á  pié  y  de  á  caballo  ;  sí  lo  encubría,  temía  que  le  ha- 
llaría el  enemigo  desapercebído ;  y  al  fin,  habiendo  es- 
tado vacilando  en  su  entendimiento,  les  dijo  desta  ma- 
nera :  «Pensarán ,  señores ,  que  lo  que  se  ha  hecho  hoy 
ha  sido  por  regocijo;  pues  quiero  que  sepan  que  fué 
para  entender  qué  soldados  tenemos ,  porque  no  he 
querido  hacer  muestra  general ,  y  hallo  infantería  muy 
ruin  y  caballos  pocos  y  no  muy  buenos.  Sin  falta  han 
de  dar  los  moros  esta  noche  en  nuestro  alojamiento  : 
vean  lo  que  les  parece  que  hagamos ;  que  demás  de  ser 
la  gente  de  la  calidad  que  digo ,  ya  habernos  visto  el  si- 
tio en  que  estamos ;  no  es  fuerte  ni  seguro  ni  lo  pode- 
mos defender.  Sí  nos  vamos  de  aquí,  perdernos  hemos, 
y  si  esperamos,  también.  »  Y  repitiendo  estas  últimas 
palabras  muchas  veces ,  don  Juan  Enriquez  le  respon- 
dió que,  pues  sabía  cuan  poco  fuerte  era  aquel  sitio, 
¿cómo  no  había  mandado  hacer  un  reducto  en  él  y  for- 
tíficádole,  en  un  mes  que  había  que  estaba  allí  alojado? 
A  lo  cual  respondió  el  Marqués  muy  enojado  :  «A  eso 
no  puedo  decir  nada  hasta  que  estotro  se  haya  acaba- 
do con  bien  ó  con  mal. »  Y  pasando  la  plática  adelante, 
se  tomó  resolución  que  el  mejor  remedio  en  tanta  bre- 
vedad sería  mandar  que  los  soldados  se  recogiesen  á 
sus  banderas  y  estuviesen  con  las  armas  para  las  ma- 
nos, porque  no  los  tomasen  los  enemigos  descuidados. 
Este  consejo  pareció  bien  al  Marqués;  mas  no  quiso 
que  se  publícase  el  fin  para  qué  lo  hacía ,  sino  que  se 
les  dijese  que  quería  mudarse  á  otro  alojamiento  cerca 
de  aquel  en  un  sitio  llano,  apacible  para  los  caballos. 
Con  este  acuerdo  mandó  al  capitán  Rodrigo  de  Mora, 


REBELIÓN  Y  CASTIGO  DE 

que  servia  el  oficio  de  sargento  mayor ,  que  hiciese  to- 
car á  recoger,  y  que  pusiese  la  gente  toda  en  sus  orde- 
nanzas, y  hiciese  cargar  los  bagajes,  diciéndoles  que 
para  mudar  alojamiento ;  y  por  otra  parte  dijo  á  los  del 
consejo  que  secretamente  avisasen  á  los  capitanes  del 
intento,  porque  no  se  descuidasen  y  estuviesen  aperce- 
bidos  con  los  soldados.  Hubo  algunos  que  dieron  el 
aviso  tan  diferente  de  lo  que  se  habia  tratado,  que  sola- 
mente dijeron  que,  aunque  viesen  tocar  las  cajas,  no 
se  alborotasen,  porque  no  era  para  mas  que  recoger  la 
gente;  cosa  que  hubiera  de  costarles  á  todos  caro.  Fi- 
nalmente el  Marqués  hizo  reforzar  los  cuerpos  de  guar- 
dia, doblar  las  centinelas  y  poner  gente  de  á  caballo  á 
lo  largo,  para  que  pudiesen  avisar  con  tiempo;  y  con 
las  armas  á  cuestas ,  que  siempre  las  traia  á  prueba  de 
arcabuz,  y  el  caballo  ensillado  y  enfrenado,  estuvo  lo 
que  faltaba  de  la  noche  aguardando  al  enemigo. 

CAPITULO  XX. 

Cómo  Aben  Humeya  acometió  el  campo  del  marqués  de  los  Vélez 
en  Berja. 

Habían  partido  aquella  tarde  de  Ujíjar  Aben  Humeya 
y  don  Hernando  el  Zaguer  y  Jerónimo  el  Maleh  y  Aben 
Mequenun  y  Juan  Gironcillo,  y  otros  muchos  capitanes 
moros,  con  mas  de  diez  mil  hombres;  y  llegando  cerca 
de  Berja  á  tiempo  que  los  atambores  del  campo  tocaban 
á  recoger,  aunque  sospecharon  que  hablan  sido  senti- 
dos, no  por  eso  dejaron  de  proseguir  su  camino.  Lleva- 
ban delante  muchos  moros  con  las  camisas  vestidas  so- 
bre los  sayos,  á  manera  de  encamisada,  para  conocer- 
se en  la  oscuridad  de  la  noche ;  luego  seguían  al  pié 
de  dos  mil  hombres,  entre  los  cuales  iban  muchos  ber- 
beriscos con  guirnaldas  de  flores  en  las  cabezas ,  por- 
que habían  jurado  de  vencer  ó  morir  muxehedines,  que 
quiere  decir  mártires  por  la  ley  de  Mahoma.  Estos  des- 
venturados, engañados  del  demonio,  que  no  temen  la 
muerte,  con  vana  esperanza  de  gloria  eterna,  se  meten 
en  grandes  peligros  de  la  vida,  y  llegaron  tan  determi- 
nadamente á  nuestras  centinelas,  que  no  les  dieron  lu- 
gar á  retirarse  con  tiempo ,  y  entraron  todos  revueltos 
en  el  lugar,  los  unos  tocando  arma ,  y  los  otros  dando 
el  asalto  con  tanta  furia  de  escopetería  y  tan  grandes 
voces  y  alaridos  á  su  usanza,  que  atronaban  todos  aque- 
llos campos.  Su  entrada  fué  por  el  cuartel  donde  esta- 
ba el  capitán  Barrionuevo,  vecino  de  Chinchilla,  con 
una  compañía  de  los  manchegos  de  los  lugares  redu- 
cidos, que  fueron  del  marquesado  de  Villena;  y  no  ha- 
llando la  defensa  que  fuera  razón  que  hubiera  en  gen- 
te prevenida,  pasaron  tan  adelante,  que  apenas  se  pudo 
el  marqués  de  los  Vélez  poner  á  caballo  para  salir  á  la 
plaza  de  armas,  que  estaba  junto  con  su  posada,  cuan- 
do ya  estaban  bien  cerca  del.  En  este  tiempo  hubiera 
de  ser  dañoso  el  consejo  del  Marqués,  porque  los  sol- 
dados se  embarazaban  con  los  bagajes ,  y  los  l>agajes 
embarazaban  las  calles ;  y  si  los  enemigos  acertaran  á 
entrar  por  la  puerta  por  donde  iban  á  salir,  mataran 
mucha  gente  y  pudiera  ser  que  desbarataran  el  campo. 
Pasado  pues  el  primer  ímpetu  del  temor,  que  los  había 
hecho  retirar  á  los  cuerpos  de  guardia,  los  caballeros 
Fajardos ,  y  los  capitanes  Gualtero ,  Mora  y  León,  que 
tenían  á  cargo  la  infantería,  con  hasta  quinientos  sol- 
dados resistieron,  y  acudíéndoles  la  gente  que  aun  no 
se  habia  acabado  de  recoger  á  las  banderas ,  pelearon 


LOS  MORISCOS  DE  GRANADA.  271 

valerosamente  con  los  porfiados  enemigos ,  que  traba- 
jaban por  salir  con  la  vitoria,  y  matando  muchos  de- 
llos,  los  hicieron  detener.  Estaba  á  todo  esto  quedo  el 
marqués  de  los  Vélez  en  la  plaza  con  la  caballería  sin 
hacer  acometimiento,  esperando  ver  buena  ocasión  pa- 
ra poder  salir,  porque  tenia  puesta  su  confianza  en  ella, 
y  no  quiso  oponerla  al  primer  ímpetu  de  los  enemigos ; 
y  Aben  Humeya,  viendo  lo  que  le  importaba  salir  con 
la  Vitoria,  enviaba  siempre  gente  de  refresco ;  la  cual, 
aunque  no  era  tan  furiosa  como  la  primera ,  su  gran 
número  suplía  la  furia,  y  eran  tantas  las  pelotas  y  sae- 
tas que  caían  sobre  los  alojamientos,  que  no  había  parte 
segura  en  todo  el  lugar.  Creciendo  pues  los  ánimos  con 
las  nuevas  fuerzas,  la  pelea  se  renovó  de  manera,  que  el 
marqués  de  los  Vélez  hubo  de  acudir  en  persona  á  fa- 
vorecer á  los  suyos ,  dejando  á  don  Francisco  Fajardo 
en  la  plaza  con  un  escuadrón  de  infantería;  y  saUendo 
por  un  portillo  que  hizo  romper  en  una  tapia,  porque 
la  calle  estaba  tan  llena  de  bagajes,  que  no  podían  pasar 
los  caballos,  acometió  por  dos  veces  á  embestir  con  los 
enemigos.  Mas  don  Juan  Enriquez  se  le  puso  delante, 
díciéndole  que  se  acordase  de  lo  que  la  espía  habia  di- 
cho, y  se  detuviese  hasta  ver  si  por  lo  llano  acudía  ma- 
yor golpe  de  gente ;  el  cual  envió  á  don  Alonso  Habiz 
Venegasáque  reconociese  si  habia  alguna  polvareda  ó 
señal  de  mas  moros  al  derredor  del  lugai'.  A  este  tiem- 
po ya  nuestra  gente  llevaba  lo  mejor  de  la  pelea  y  los 
moros  se  ponían  en  huida ;  y  dando  su  proprio  desbara- 
te mayor  osadía  á  los  soldados ,  los  acabaron  de  rom- 
per;  y  siguiendo  á  don  Diego  Fajardo  ya  de  dia  claro, 
fueron  tras  dellos  por  las  huertas,  hasta  llegar  á  unas 
puntas  que  bajan  de  Sierra  Nevada.  Don  Juan  Fajardo 
subió  por  la  sierra  arriba  con  quinientos  arcabuceros, 
y  el  capitán  León  fué  con  otros  docíentos  por  el  cami- 
no de  Dalias.  Quedaron  atajados  dentro  del  lugar  en 
una  calle  sin  salida  sesenta  y  seis  de  los  muxehedines, 
y  allí  fueron  todos  muertos.  Murieron  este  dia  mil  y 
quinientos  moros ,  y  perdieron  diez  banderas  y  algunos 
caballos  y  yeguas  que  llevaban  con  sillas  y  frenos ,  y 
muchos  bagajes  cargados  de  bastimentos.  De  los  nues- 
tros murieron  veinte  y  dos  soldados  y  dos  escuderos ,  y 
hubo  muchos  heridos.  Fué  de  mucha  importancia  este 
buen  suceso ;  porque  sí  el  enemigo  saliera  de  allí  con 
opinión ,  no  quedara  morisco  que  no  se  alzara  en  todo 
el  reino  de  Granada.  Los  que  escaparon  huyendo  por 
las  sierras  llegaron  á  la  taa  de  Andarax  tan  cansados  5 
faltos  de  aUento,  que  sí  el  marqués  de  los  Vélez  no  de- 
tuviera la  gente  que  los  seguía,  pudieran  degollarlos 
con  facilidad;  mas  no  les  consintió  pasar  adelante,  te- 
miendo siempre  que  Aben  Humeya  haría  algún  aco- 
metimiento por  otra  parte;  y  recogiendo  toda  la  gente, 
se  volvió  á  su  alojamiento.  Fué  luego  avisado  que  cier- 
tos soldados ,  cuando  los  moros  acometieron  el  lugar, 
se  habían  metido  en  unas  torres  mientras  los  compa- 
ñeros peleaban;  y  haciéndolos  traer  ante  sí,  les  pre- 
guntó de  qué  compañías  eran ;  y  díciéndole  que  de  la 
de  la  Mancha,  no  poco  temerosos  que  los  mandaría  cas- 
tigar, se  rió,  y  les  dijo  desta  manera  :  «  No  me  mara- 
villo que  los  que  no  conocéis  la  condición  de  los  moros 
ni  os  habéis  visto  con  ellos,  temáis  sus  gritos  y  algaza- 
ras; mas  pues  sois  españoles,  y  no  os  falta  otra  cosa 
para  ser  soldados  sino  haber  tratado  con  moros,  la  pe- 
nitencia que  os  quiero  dar  por  el  descuido  que  ha- 


272 


LUIS  DEL  MARMOL  CARVAJAL. 


beis  tenido  es  que  recojáis  todos  los  cuerpos  muertos, 
y  los  amontonéis  y  queméis,  porque  desta  manera  per- 
deréis el  miedo  que  tenéis  cobrado.»  Y  mandando  al 
auditor  Navas  de  Puebla  que  fuese  con  ellos,  juntaron 
mil  cuatrocientos  noventa  y  cuatro  cuerpos  de  moros 
muertos,  y  los  quemaron.  Quemó  también  el  auditor 
noventa  moros  que  se  hicieron  fuertes  en  unas  casas 
de  molinos  fuera  del  lugar;  y  porque  el  campo  no  es- 
taba ya  bien  en  aquel  alojamiento,  donde  se  padecía 
tanta  necesidad  de  vituallas,  se  pasó  á  la  villa  de  Adra 
ocho  dias  después  de  la  viloria.  Allí  se  entretuvo  mu- 
chos dias  con  el  trigo  que  los  soldados  traiandel  cam- 
po de  Dalias,  hasta  que  después  se  le  envió  mas  gente, 
y  se  le  dio  orden  para  entrar  en  la  Alpujarra ,  que  no 
fué  poca  parte  para  ello  este  suceso. 

CAPITULO  XXI. 

Cómo  don  Antonio  de  Luna  fué  sobre  el  lugar  de  las  Albuñuelas, 
estando  de  paces,  porque  recetaban  moros  de  guerra. 

Hacian  los  moros  tantos  dai*ios  en  este  tiempo  á  la 
parte  de  Granada,  Loja  y  Alliama,  captivando,  ma- 
tando y  robando  los  cristianos ,  que  no  habia  ya  cosa 
segura  en  todas  aquellas  comarcas ;  y  de  ordinario  se 
ponían  los  de  los  lugares  del  Valle  á  esperar  en  el  bar- 
ranco de  Acequia  las  escoltas  que  iban  con  bastimen- 
tos á  los  presidios  de  Tablate  y  de  Órgiba  ;  y  algunas 
veces  mataban  los  soldados  y  bagajeros,  y  se  las  lleva- 
ban, no  embargante  que  decian  estar  reducidos.  Y  por 
que  se  entendió  que  se  hallaban  en  ello  muchos  de  los 
vecinos  del  lugar  de  las  Albuñuelas ,  que  estaba  de  pa- 
ces, y  que  allí  se  acogian  los  otros,  tomando  don  Juan 
de  Austria  el  parecer  del  presidente  don  Pedro  de  De- 
za,  determinó  que  se  hiciese  castigo  ejemplar  en  ellos, 
diciendo  que  si  jamás  habia  sido  guerra  gobernada 
con  severidad,  en  esta  era  necesario  y  líiuy  conveniente 
reducir  la  diciplina  militar  á  su  antigua  costumbre, 
para  que  los  demás  pueblos  temiesen.  Consultado  pues 
con  su  majestad,  se  mandó  á  don  Antonio  de  Luna, 
que  con  la  gente  de  á  pié  y  de  á  caballo  que  estaba  alo- 
jada en  las  alearías  de  la  Vega,  y  con  las  cien  lanzas  de 
Ecija ,  del  cargo  de  Tello  González  de  Aguilar,  fuese  á 
hacer  el  efeto  del  castigo  que  se  pretendía ;  y  porque  el 
alguacil  Bartolomé  de  Santa  María  habia  servido  con 
avisos  ciertos  y  de  importancia,  y  no  era  justo  que  lle- 
vase igual  pena  que  los  malos ,  envió  al  beneliciado 
Ojeda  ,  que  era  grande  amigo  suyo ,  y  con  la  gente  á 
que  mirase  por  él.  Llegó  don  Antonio  de  Luna  al  Pa- 
dul  el  primer  dia  del  mes  de  junio,  y  allí  supo  cómo  un 
dia  antes  se  habia  pregonado  en  las  Albuñuelas  que 
ningún  vecino  recogiese  moro  forastero ,  y  que  los  que 
habia  en  el  lugar  se  saliesen  luego  fuera ;  y  parecién- 
dole  que  debían  de  estar  avisados,  no  quiso  partir  aquel 
dia ,  hasta  dar  noticia  á  don  Juan  de  Austria  ;  el  cual  le 
envió  á  mandar  que  sin  embargo  ejecutase  lo  acorda- 
do. Con  esta  segunda  órdfen  partió  del  alojamiento  de 
parte  de  noche  ,  llevando  consigo  á  don  Luis  de  Cardo- 
na, hijo  mayor  del  duque  de  Soma;  y  encontrando  en 
el  camino  cuatro  moriscos ,  que  venían  de  las  Albuñue- 
las al  Padul  con  las  cargas  de  pan  que  daban  cada  se- 
nmna  de  contribución  para  la  gente  de  guerra  de  aquel 
presidio,  los  mandó  alancear,  y  sin  detenerse  pasó  ade- 
lante ,  y  dio  sobre  el  barrio  del  lugar  principal  siendo 
ya  de  dia.  Lope,  famoso  monfí ,  que  estaba  dentro  con 


gente  de  guerra ,  tuvo  lugar  de  huir  á  la  sierra;  y  que- 
dándose la  mayor  parte  de  los  vecinos  disimuladamente 
en  sus  casas ,  como  hombres  que  les  parecía  no  haber 
cometido  delito,  y  que  bastaría  para  su  disculpa  haber 
echado  fuera  los  moros  forasteros ,  en  sintiendo  el  es- 
truendo de  los  soldados ,  que  entraban  furiosos  por  las 
calles,  salieron  algunos  á  dar  su  descargo;  mas  así  ellos 
como  los  demás  fueron  muertos ,  sin  que  el  beneficia- 
do Ojeda  tuviese  tiempo  de  poder  guarecerá  su  amigo 
el  alguacil.  La  gente  inútil  huyó  la  vuelta  de  la  sierra, 
pensando  poderse  salvar  hacia  aquella  parte;  mas  Te- 
llo González  de  Aguilar,  que  iba  de  vanguardia  con 
los  caballos,  los  atajó  por  una  ladera  arriba,  y  hizo 
volver  hacia  abajo  mas  de  mil  y  quinientas  mujeres  y 
gran  cantidad  de  bagajes ,  que  todo  ello  vino  á  poder  de 
la  infantería.  Y  hubiérase  de  perder  él  en  este  alcance, 
porque  yendo  la  sierra  arriba  se  le  metió  el  caballo  en- 
tre dos  peñas  en  una  angostura  tan  grande,  que  ni  lo 
pudo  revolver  ni  pasar  adelante  ,  y  le  fué  necesario 
apearse  y  dejarlo;  mas  luego  acudieron  dos  escuderos 
de  su  compañía,  y  no  lo  pudíendo  sacar,  lo  despeñaron 
por  un  barranco  abajo ;  y  dando  sobre  un  montón  de 
arena  que  tenia  recogida  la  corriente  del  agua,  se  man- 
có de  un  brazo ,  y  todavía  bajaron  por  él  y  se  lo  lleva- 
ron, manco  como  estaba,  no  queriendo  que  en  ningún 
tiempo  se  dijese  que  los  moros  habían  tomado  el  ca- 
ballo de  su  capitán.  Este  dia  un  animoso  moro  se  hizo 
fuerte  en  su  casa  con  una  ballesta  en  las  manos ,  y  por 
la  ventanilla  de  un  aposento  mató  al  abanderado  de  la 
compañía  de  don  Pedro  de  Pineda ,  que  con  la  bandera 
entraba  á  buscar  qué  robar ;  y  lo  mismo  hizo  á  otros  dos 
soldados  que  quisieron  retirar  á  cobrar  la  bandera.  A 
esto  acudió  luego  don  Pedro  de  Pineda,  y  un  soldado 
de  su  compañía,  llamado  Zayas,  vecino  de  Sevilla,  se 
lanzó  animosamente  con  el  moro  cubierto  de  una  rode- 
la y  una  celada,  que  fué  bien  provechosa;  y  como  el 
moro  errase  su  tiro ,  Zayas  le  atravesó  de  una  estocada ; 
y  el  moro,  pasado  de  parte  á  parte,  cerró  con  él,  y  bre- 
gando le  quitó  una  daga  que  llevaba  en  la  cinta,  y  le 
hirió  con  ella  sobre  la  celada  tan  reciamente,  que  se  la 
hendió,  y  le  matara  si  no  fuera  por  ella.  Mas  al  fin,  no 
pudiendo  resistir  el  desmayo  de  la  muerte ,  cedió ,  y 
cayendo  en  el  suelo,  le  cortó  el  soldado  la  cabeza ,  y  el 
capitán  retiró  su  bandera.  Hecho  esto,  los  capitanes  y 
soldados  quisieran  saquear  las  casas ,  porque  estaban 
llenas  de  muclias  riquezas  que  hablan  traído  de  otros 
lugares ,  á  causa  de  estar  aquel  de  paces,  y  no  les  parecía 
que  era  bien  dejarlas  á  los  enemigos ;  mas  don  Antonio 
de  Luna  no  lo  consintió,  diciendo  que  tenia  aviso  que 
venían  de  las  Cuajaras  mas  de  seis  mil  moros  á  las  ahu- 
madas, y  que  no  convenia  detenerse ;  y  aunque  hubo  har- 
tos requerimientos  sobre  ello,  se  hubieron  de  quedar  las 
casas  llenas.  Volvió  nuestra  gente  aquel  dia  al  Padul, 
que  está  dos  leguas  de  allí ,  con  mas  de  mil  y  quinientas 
alma  captivas ,  y  gran  cantidad  de  bagajes  y  de  ganados 
de  toda  suerte.  Esta  presa  mandó  don  Juan  de  Austria 
que  se  repartiese  entre  los  soldados ,  dando  las  moras 
por  esclavas;  y  dio  libertad  á  la  mujer  y  hijas  y  sobri- 
nas de  Bartolomé  de  Santa  María,  pagando  por  ellas  á 
los  que  les  habían  cabido  por  suerte  seiscientos  duca- 
dos de  la  hacienda  de  su  majestad ;  y  demás  desto,  les 
dio  licencia  para  que  pudiesen  vivir  en  Granada,  ó  don- 
de quisiesen  en  aquel  reino. 


REBELIÓN  Y  CASTIGO  DE 
.     CAPITULO  XXII. 

Cílmo  el  compndador  mayor  de  Castilla  Ilegii  á  la  playa  de  Vélez, 
y  avisado  del  suceso  del  pciioii  de  Kregiliana,  determinó  de  ha- 
cer la  empresa  por  su  persona  con  la  (fen'e  que  llevaba. 

El  comendador  mayor  de  Caslüla  Ileg(3  á  Adra  á  i." 
de  mayo ,  y  no  se  deteniendo  allí  mas  de  una  hora,  pa- 
só con  veinte  y  cinco  galeras  que  llevaba  á  la  ciudad  de 
Almuñécar,  donde  fué  avisado  de  todo  loque  liabia su- 
cedido á  nuestra  gente  en  el  peñón  de  Frcgiliana,  en  la 
sierra  de  Bentomiz.  Y  navegando  hacia  la  playa  de  Vé- 
lez,  llegó  ala  torre  de  la  Mar,  que  está  poco  mas  de  me- 
dia legua  de  la  ciudad ,  á  tiempo  que  Arévalo  de  Zuazo 
estaba  con  harto  cuidado  de  deshacer  los  moros  que 
allí  se  habían  juntado  ;  el  cual  acudió ,  luego  que  vio 
las  galeras,  ala  marina.  Y  como  el  Comendador  ma- 
yor, deseoso  de  saber  en  particular  lo  que  había  pasa- 
do ,  y  el  estado  en  que  estaban  las  cosas  de  aquel  par- 
tido, envíase  una  fragata  á  tierra ,  Arévalo  de  Zuazo  se 
metió  luego  en  ella,  y  fué  á  verse  con  él  á  la  galera 
real,  donde  trataron  del  negocio,  y  de  lo  mucho  que 
convenia  deshacer  aquellos  moros  antes  que  se  hicie- 
sen mas  fuertes  con  socorros  forasteros ,  expugnando 
aquel  peñón ,  donde  estaba  recogida  la  gente  y  riqueza 
déla  sierra  de  Bentomiz.  El  Comendador  mayor,  que 
ninguna  cosa  deseaba  mas  que  emplear  aquellos  solda- 
dos tan  aventajados  donde  pudiesen  ser  de  provecho, 
dijo  que  holgara  de  tomar  la  empresa  por  su  persona ; 
mas  que  no  traía  orden  para  ello,  ni  venia  proveído  de 
bastimentos  ni  de  las  otras  cosas  necesarias;  y  que  le 
parecía ,  según  la  cantidad  de  enemigos  le  decían  que 
había  juntos  en  sitio  tan  fuerte,  que  sería  menester 
mayor  número  de  gente,  y  una  provisión  muy  de  pro- 
pósito. Mas  al  fin  satisfizo  á  todas  estas  dificultades  su 
buen  deseo,  y  entender  del  Corregidor  la  cantidad  de 
caballos  y  peones  que  se  podrían  juntar  de  su  corregi- 
miento ,  y  la  provisión  de  bagajes  y  bastimentos  que  se 
podría  hacer  en  él.  Solo  faltaba  la  orden  ;  y  mientras 
se  aprestaban  las  otras  cosas  ,  envió  por  la  posta  á  don 
Miguel  de  Moneada,  caballero  catalán,  su  primo,  á  Gra- 
nada ,  á  que  informase  á  don  Juan  de-  Austria  de  aquel 
negocio  ,  y  se  la  pidiese.  Partido  don  Miguel  de  Mon- 
eada ,  mandó  el  Comendador  mayor  desembarcar  la 
gente,  y  haciendo  reseña,  halló  que  tenia  dos  mil  y  seis- 
cientos soldados  de  los  de  Italia,  y  cuatrocientos  de  los 
ordinarios  de  las  galeras ;  y  por  no  perder  tiempo,  mien- 
tras le  venía  la  orden  de  don  Juan  de  Austria,  envió  á 
donMartindí  Padilla,  que  después  fué  adelantado  de 
Castilla  y  general  de  las  galeras  de  España,  con  do- 
cientos  arcabuceros  de  los  de  Vélez  y  sesenta  caballos, 
á  reconocer  el  fuerte  y  á  ver  sí  andaban  los  moros  des- 
mandados fuera  del,  de  quien  poder  tomar  lengua.  Don 
Miguel  de  Moneada  llegó  á  Granada,  y  hizo  relación  en 
el  Consejo  del  negocio  á  que  iba ;  y  con  orden  que  el 
Comendador  mayor  hiciese  la  jornada ,  volvió  con  la 
mesma  diligencia  á  la  ciudad  de  Yélez.  Y  luego  envió  el 
Consejo  á  mandar  á  don  Gómez  de  Figueroa ,  corregi- 
dor de  Loja,  Alhamay  Alcalá  la  Keal,  y  al  licenciado 
Soto,  alcalde  mayor  de  Archidona,  que  con  el  mayor 
número  de  peones  y  caballos  que  pudiesen  recoger  en 
sus  gobernaciones  fuesen  á  juntarse  con  él ,  enten- 
diendo que  sería  menester  mas  fuerza  de  gente  de  la 
que  tenia  para  hacer  aquel  efeto ;  mas  cuando  llegaron 
fué  ya  tarde,  por  mucha  priesa  que  se  dieron. 

II-u 


LOS  MORiSCOS  DE  GRANADA.  273 

CAPITl  LO  XXIIL 

Cómo  el  Comendador  mayor  juntó  toda  la  gente  en  Torrox,  y  de 
allí  fué  á  poner  su  campo  sobre  el  peflon  de  Frcgiliana. 

Estando  pues  apercibido  todo  lo  necesario  para  la 
jornada,  á  O  del  mes'de  junio  del  año  de  i 569  partió 
Arévalo  de  Zuazo  de  Vélez  con  dos  mil  y  qu'nientos 
infantes  y  cuatrocientos  caballos  de  las  dos  ciudades 
de  su  corregimiento,  y  fuéá  poner  su  campo  cnrca  del 
lugar- de  Torrox,  en  unsítio  fuerte  cerca  del  rio.  El  mes- 
mo  dia  saltó  en  tierra  el  comendador  mayor  de  Castilla, 
y  acompañado  de  don  Juan  de  Cárdenas ,  que  agora  es 
conde  de  Miranda,  y  de  don  Pedro  de  Padilla  y  de  doa 
Juan  de  Zanoguera,  y  de  otros  caballeros  y  capitanes, 
fué  á  reconocer  el  fuerte ,  y  de  vuelta  vio  la  gente  de  las 
ciudades,  que  le  dio  mucho  contento  verla  tan  bien  en 
orden.  Aquella  noche  se  volvió  á  las  galeras,  y  otro  dia 
desembarcó  su  infantería  en  la  playa  del  castillo  de  Tor- 
rox ;  y  puestos  los  unos  y  los  otros  en  sus  ordenanzas, 
caminaron  los  dos  campos,  apartado  el  uno  del  otro,  la 
vuelta  delosenemígos.  ElComendador  mayor  fué  apo- 
ner su  campo  en  la  fuente  del  Álamo,  y  el  Corregidor 
de  la  otra  parte,  donde  llaman  la  fuente  del  Acebuchal, 
en  una  umbría  que  cae  entre  cierzo  y  levante ,  cerca 
del  puerto  Blanco.  Capitanes  de  la  infantería  de  Málaga 
eran  Hernán  Duarte  de  Barrientes,  don  Pedro  de  Coa- 
lla, Gómez  Vázquez,  Luis  de  Valdivia  y  el  jurado  Pe- 
dro de  Villalobos;  y  de  la  de  Vélez  Antonio  Pérez,  Mar- 
cos de  la  Barrera  y  Francisco  de  Villalobos ;  y  de  la  ca- 
ballería Luís  de  Paz;  y  sargentos  mayores  el  capitán 
Berengel  Cáncer  de  Omos  y  Martín  de  Andía  ,  vecinos 
de  Vélez.  Don  Martin  de  Padilla  reconoció  el  peñón,  y 
refirió  que  era  muy  fuerte ,  y  que  no  se  podría  subir  á 
él  sin  grandísimo  trabajo  y  peligro;  y  aunque  al  Comen- 
dador mayor  le  pareció  lo  mesmo,  su  mucha  prudencia 
y  gran  valor  le  hizo  dar  á  entender  á  los  soldados  que 
habia  menos  dificultad  de  la  que  parecía,  dícíéndoles 
que  no  habia  cosa  tan  áspera,  donde  la  virtud  y  el  es- 
fuerzo del  buen  soldado  no  hiciese  camino.  Era  el  si- 
tío  que  el  Corregidor  tenia,  áspero  y  poco  seguro ;  mas 
convenía  mucho  tenerle  ocupado,  por  ser  aquella  la  en- 
trada por  donde  podía  ser  socorrido  el  enemigo,  de  la 
gente  de  la  Alpujarra ;  y  para  ver  cómo  se  habia  aloja- 
do el  campo ,  y  dar  orden  en  lo  cfue  se  había  de  hacer, 
pasó  luego  el  Comendador  allá ,  y  vuelto  á  su  aloja- 
miento, estuvieron  aquella  noche  todos  puestos  en  ar- 
ma, sin  que  hubiese  cosa  notable.  Otro  día  de  mañana 
se  trabaron  dos  escaramuzas,  la  una  con  la  gente  de 
Vélez  Málaga,  defendiendo  á  los  moros  el  agua  del 
acequia ,  y  la  otra  con  don  Miguel  de  Moneada,  que  fué 
á  reconocer  el  peñón  por  la  parte  de  levante  con  sete- 
cientos arcabuceros  y  cincuenta  caballos;  el  cual  an- 
duvo al  pié  del  hasta  llegar  á  la  loma  de  Frcgiliana,  y 
subió  tanto  por  ella  escaramuzando  con  algunos  moros, 
que  llegó  á  descubrir  el  llano  que  se  hace  en  la  cumbre 
del  peñón,  y  vio  tantas  tiendas  y  chozas  de  rama ,  que 
parecía  estar  junto  en  aquel  sitio  un  ejército  numeroso 
de  gente.  En  estas  escaramuzas  murieron  algunos  mo- 
ros, y  se  retiraron  los  cristianos  á  sus  alojamientos  sía 
daño.  Estando  apercebidos  los  ánimos  y  las  armas  para 
el  asalto  tan  deseado  de  nuestra  gente,  la  víspera  de  Saa 
Bernabé  en  la  noche  dio  orden  el  Comendador  mayorá 
los  capitanes  de  lo  que  cada  uno  habia  de  hacer.  Por  la 

18 


274 


LUIS  DEL  iMARMOL  CARVAJAL. 


loma  de  los  Pínillos,  que  cae  entre  poniente  y  me- 
diodía, donde  primero  luibia  estado  Arévalo  de  Zua- 
zo,  mandó  que  fue«e  don  Pedro  de  Padilla  con  tres 
mangas  de  infantería  de  su  tercio,  reforzadas  á  manera 
de  escuadrones;  por  la  otra,  que  llaman  de  Frogiliana, 
que  cae  á  la  mano  derecha,  don  Juan  de  Cárdenas,  her- 
mano de  don  Pedro  de  Zúñiga,  conde  de  Miranda  ,  á 
quien  después  sucedió  en  el  estado,  con  cuatrocientos 
aventureros  y  alguna  gente  de  Italia;  don  Martin  de 
Padilla,  que  agora  es  adelantado  de  Castilla  y  conde 
de  Santa  Gadea ,  por  otra  lomilla  que  se  hace  entre  es- 
tas dos,  con  trecientos  soldados  de  los  de  Galera  y  al- 
guno de  Málaga  y  Vélez ,  y  una  compañía  de  los  del  ter- 
cio de  Ñapóles;  y  por  la  parte  de  Puerto  Blanco ,  ha- 
cia la  umbría  que  dijimos,  mandó  que  subiese  la  gente 
de  las  dos  ciudades  que  estaba  alojada  hacia  aquella 
parle,  por  la  loma  que  dicen  de  Conca.  Y  porque  el  asal- 
to había  de  ser  á  un  mesmo  tiempo,  y  no  se  descu- 
brían los  unos  á  los  otros,  les  ordenó  que  llegando  á 
sus  puestos  hiciesen  ahumadas ,  y  que  no  se  moviesen 
hasta  oír  tirar  una  pieza  de  artillería  de  su  cuartel.  En 
el  siguiente  capítulo  diremos  cómo  se  combatió  y  ganó 
el  fuerte. 

CAPITULO  XXIV. 

Cómo  se  combatió  y  ganó  por  fuerza  de  armas  el  fuerte 
de  Fregiliana. 

Cuando  estuvo  la  gente  apercebida  y  puesta  en  sus 
lugares  para  en  oyendo  la  señal  dar  el  asalto,  los  sol- 
dados de  Italia  que  iban  con  don  Pedro  de  Padilla, 
queriendo  llevarse  la  honra  y  el  premio  de  la  vitoria,  se 
anticiparon,  y  comenzaron  á  subir  animosamente  por 
el  cerro  arriba;  mas  presto  fueron  pocos  los  que  que- 
daron libres  de  muertes  ó  de  heridas,  porque  los  mo- 
ros los  aguardaron  metidos  detrás  de  sus  reparos,  y 
tirando  muchas  saetas  y  piedras,  aunque  pocas  esco- 
petas, porque  no  las  tenían,  los  tuvieron  arredrados 
con  daño.  Y  aun  se  comenzaron  á  retirar,  cuando  el 
Comendador  mayor,  viendo  la  desorden,  mandó  dar  la 
señal  del  asalto ,  para  que  no  se  acabasen  de  perder 
aquellos  soldados  atrevidos;  lo  cual  se  hizo  con  tanta 
furia  y  presteza ,  que  daba  bien  á  entender  nuestra 
gente  el  deseo  que  tenia  de  llegar  á  las  manos  con  los 
bárbaros  infieles,  subiendo  por  laderas  tan  ásperas  y 
fragosas ,  que  aun  huyendo  temieran  otros  de  ir  por 
ellas.  Hubo  muchos  que  antes  de  llegar  arriba  iban  ven- 
cidos del  cansancio,  que  les  doblaba  la  necesidad  de 
irse  apartando  y  encubriendo  délas  peñas  y  piedras  que 
los  enemigos  echaban  rodando  sobre  ellos,  que  no  era 
el  menor  peligro.  A  este  se  les  juntaba  otro  inconve- 
niente muy  grande ,  y  era  que  la  loma  por  donde  su- 
bían no  tenia  buena  arremetida ,  y  los  moros  industrio- 
samente habían  arrancado  las  matas  y  cortado  los  es- 
tribos que  hacían  las  peñas ,  porque  no  hallasen  los 
soldados  donde  estribar  con  los  pies  ni  de  qué  asir  con 
Jas  manos ;  mas  aunque  estas  dificultades  aguaban  el 
ímpetu  de  los  animosos  veteranos ,  muchos  las  vencie- 
ron con  valor  proprio,  hasta  llegar  á  pegarse  con  los  re- 
paros de  los  enemigos.  Allí  se  trabó  una  pelea  harto 
reñida  y  porfiada  de  entrambas  partes,  no  se  oyendo 
mas  que  un  horrible  estruendo  de  armas  y  los  doloro- 
sos gemidos  de  los  que  caían  con  desigualdad  de  las 
partes,  por  ser  el  sitio  mas  favorable  á  los  moros  que  á 


los  nuestros.  Ya  comenzaban  á  salir  del  fuerte  animo- 
sos bárbaros,  que  con  pronta  ligereza  herían  y  mataban 
cristianos,  y  nuestra  gente  se  retiraba  para  tornarse  á 
rehacer,  viendo  que  se  peleaba  con  adversa  fortuna, 
cuando  las  compañías  de  las  ciudades  de  Málaga  y  Vé- 
lez, en  oyendo  la  arcabucería,  comenzando  á  subir  por 
la  loma  ó  cuchillo  de  Conca,  donde  había  una  larga  le- 
gua de  cuesta,  vinieron  á  conseguir  la  deseada  Vito- 
ria, ayudados  de  la  desorden  de  los  soldados  de  Italia. 
Estaban  confiados  los  enemigos  de  la  natural  fortaleza 
que  sin  artificio  de  hombres  tenía  el  peñón  por  aquella 
parte,  atajando  la  entrada  una  peña  tajada  tan  sin  ca- 
mino ni  vereda ,  que  parecía  imposible  poderla  hollar 
hombre  humano;  y  desta  causa  había  acudido  el  golpe 
de  la  gente  hacía  donde  les  pareció  haber  mas  necesi- 
dad de  resistencia.  Iba  la  infantería  repartida  por  tres 
partes ,  unos  por  la  loma  de  Puerto  Blanco ,  otros  por 
la  mesma  umbría,  y  el  mayor  golpe  de  gente  por  el  cu- 
chillo que  dije  de  Conca,  y  el  Corregidor  con  los  ca- 
ballos, de  retaguardia;  solos  docientos  soldados  que- 
daron de  guardia  de  los  alojamientos.  Llegando  pues 
los  delanteros  á  la  peña  que  dijimos,  aunque  hallaron 
alguna  resistencia,  comenzaron  á  subir  á  gatas  y  como 
mejor  podían,  ayudándose  unos  á  otros,  no  sin  muer- 
tes de  algunos  animosos ,  que  señalaron  con  su  sangre 
el  camino  por  donde  habían  de  ir  los  compañeros.  Gon- 
zalo de  Bozmediano,  vecino  de  Vélez ,  alzó  arriba  una 
tobaja  blanca  en  la  punta  de  la  espada,  y  los  alféreces 
Hernando  de  Caraveo,  vecino  de  Málaga ,  y  Gaspar  Ce- 
rezo, vecino  de  Vélez,  cada  uno  por  su  parte,  fueron  los 
primeros  que  arbolaron  sus  banderas  y  las  campearon 
sobre  el  fuerte,  acompañados  de  sus  capitanes  y  solda- 
dos, que  animosamente  vencieron  la  dificultad  de  la 
subida  y  la  ofensa  de  los  enemigos,  siendo  bien  servi- 
dos de  piedras  y  saetas  por  aquella  parte,  y  fueron  ocu- 
pando tanto  espacio  del  fuerte ,  que  la  otra  gente  tuvo 
lugar  de  subir  arriba.  Luego  subieron  los  trompetas  á 
pié  y  comenzaron  á  tocar  el  son  de  vitoria,  con  que  se 
acobardaron  y  perdieron  el  ánimo  los  enemigos,  y  lo 
cobraron  los  esforzados  del  tercio  de  Ñapóles,  que  ha- 
bían tornado  á  renovar  el  asalto ,  y  les  iba  tan  mal  en  él 
como  en  el  primero,  y  el  Comendador  mayor  los  man- 
daba ya  retirar.  Cobrando  pues  nuevo  aliento,  no  de 
otra  manera  que  si  entonces  se  comenzara  la  pelea, 
de  docientos  moros  ó  mas  que  habían  salido  á  darles 
carga,  ninguno  volvió  al  fuerte ,  que  todos  los  pasaron 
á  cuchillo;  y  hallando  desocupada  la  entrada,  carga- 
ron á  los  otros  de  manera,  que  arrojándose  por  aque- 
llos despeñaderos  abajo ,  pusieron  su  esperanza  en  los 
pies ,  buscando  lo  mas  fragoso  de  la  sierra,  donde  po- 
derse guarecer  huyendo.  El  mayor  golpe  de  los  enemi- 
gos fué  dar  á  dos  cañadas  que  caen ,  la  una  cerca  de  la 
loma  de  Fregiliana,  y  la  otra  hacia  Puerto  Blanco, 
donde  los  caballos  que  llevaba  Arévalo  de  Zuazo  dieron 
en  ellos,  y  mataron  muchos;  otros  acudieron  á  otras 
partes,  que  también  cayeron  en  manos  de  la  infantería. 
Finalmente ,  de  cuatro  mil  moros  que  había  en  el  pe- 
ñon  murieron  los  dos  mil ;  los  otros  pudieron  irse  á  la 
Alpujarra ,  y  muchos  dellos  tan  heridos ,  que  murieron 
en  el  camino.  Hubo  algunas  moras  que  pelearon  como 
esforzados  varones ,  ayudando  á  sus  maridos ,  herma- 
nos y  hijos ;  y  cuando  vieron  el  fuerte  perdido,  se  des- 
peñaron por  las  peñas  mas  agrias ,  queriendo  mas  mo- 


REBELIÓN  Y  CASTIGO  DE  LOS  MORISCOS  DE  GRANADA. 


275 


rlr  hechas  pedazos  que  venir  en  poder  de  cristianos. 
A  otras  no  les  faltó  ánimo  para  ponerse  en  cobro  con 
sus  hijos  en  los  hombros,  saltando  como  cabras  de  pe- 
ña en  peña.  Fueron  captivas  tres  mil  almas,  y  el  despo- 
jo de  seda ,  oro ,  plata  y  aljófar  valió  mucho  precio.  To- 
móse gran  cantidad  de  ganado  mayor  y  menor,  trigo, 
cebada  y  otros  bastimentos  que  tenian  recogidos  en  el 
fuerte  en  tanta  cantidad ,  que  pudieran  sustentarse  con 
ello  muchos  dias.  No  hubieron  los  nuestros  la  vitoria 
sin  sangre ,  porque  murieron  en  los  asaltos  mas  de  cua- 
trocientos hombres,  y  entre  ellos  don  Pedro  de  Sando- 
val ,  sobrino  del  obispo  de  Osma ,  y  hubo  mas  de  ocho- 
cientos heridos,  la  mayor  parte  dellos  soldados  de  Italia, 
y  casi  todos  los  capitanes,  y  entre  ellos  don  Juan  de 
Cárdenas,  don  Antonio  Luzon,  don  Luis  Gaitan,  Carlos 
de  Anlillon  y  otros  caballeros.  Ganado  el  fuerte  y  sa- 
queado lo  que  había  en  él,  el  Comendadormayorse  es- 
tuvo quedo  en  su  alojamiento  aquella  noche,  dejando 
encargadas  las  esclavas  y  el  despojo  que  allí  había  al  ca- 
pitán don  Alonso  Luzon;  y  el  siguiente  día,  habiendo 
hecho  desbaratar  los  reparos  y  destruir  los  bastimen- 
tos y  las  otras  cosas  que  no  se  podian  llevar,  y  dado 
orden  en  curar  los  heridos ,  caminó  la  vuelta  de  Tor- 
rox,  y  de  allí  se  embarcó  para  Málaga ,  donde  fué  bien 
recebido,  y  los  ciudadanos  con  mucha  caridad  y  amor 
recogieron  los  caballeros  y  soldados,  y  los  acariciaron 
y  hicieron  curar,  que  lo  habían  bien  menester,  según 
el  trabajo  que  habían  pasado  en  la  mar  y  en  la  tierra. 
Arévalo  de  Zuazo  con  la  gente  de  su  corregimiento  se 
fué  á  Vélez ,  y  los  soldados  que  quedaron  sanos  fueron 
bien  aprovechados;  y  lo  fueran  todos  si  el  repartimiento 
de  las  esclavas  que  cupieron  á  los  soldados  del  tercio 
de  Ñapóles  se  hiciera  luego ;  mas  dilatóse  algunos  me- 
ses, hasta  que  se  consumieron ,  como  se  suelen  consu- 
.mir  las  cosas  de  comunidad;  y  cuando  vinoá  darse  al- 
guna parte ,  ya  los  que  la  habían  de  haber  eran  muertos 
ó  idos.  No  era  bien  acabado  de  ganar  el  fuerte  de  Fre- 
giliana,  cuando  la  gente  de  Loja,  Alhama,  Alcalá  la 
Heal  y  Archidona,  que  serian  ochocientos  hombres  de 
á  pié  y  de  á  caballo ,  llegaron  á  la  sierra  de  Bentomiz, 
y  viendo  que  no  había  qué  hacer ,  la  pasearon  muy  á  su 
voluntad,  y  recogieron  los  ganados  que  pudieron  haber 
en  los  campos,  y  de  las  casas  de  los  moros  sacaron  mu- 
chos silos  de  ropa  y  joyas,  que  habían  dejado  escondí- 
do  cuando  se  subieron  al  peñón ;  y  no  con  menor  des- 
pojo que  los  que  habían  combatido  se  volvieron  á  sus 
casas. 

CAPITULO  XXV. 

Cómo  Aben  Humeya  envió  á  levantar  los  lugares  del  rio  Almanzora, 
y  la  descripción  de  aquella  tierra. 

Rio  de  Almanzora  quiere  decir  rio  de  la  vitoria.  Tie- 
ne principio  de  una  fuente  que  nace  en  el  camino  que 
va  de  Canilles  de  Baza  á  Serón ,  llamada  Fuencalíente, 
y  corriendo  por  un  valle  lleno  de  arboledas,  va  á  dar  á 
la  villa  de  Tíjola ,  dejando  en  los  cerros  de  la  mano  de- 
recha, algo  apartadas  del  rio,  á  Serón,  el  Deyre,  Bayar- 
ca,  Lúcar,  Sierro ,  Sofloy,  Almuña,  Purchena,  que  tie- 
ne título  de  ciudad,  Olula,  Fínix,  Lanteyra,  Cantona, 
Lijar,  Códbar,  Errax,  el  Borx,  Alboleas ,  Sujura  ó  Sur- 
gena.  Overa,  las  Cuevas ,  Lubrin,  Urriecal,  Ante,  Ve- 
dar, Serena,  Teresea,  Cabrera,  Benitagla,  Albánchez ; 
y  en  la  torre  de  Montroy,  una  legua  á  poniente  de  la 


ciudad  de  Vera ,  se  mete  en  el  mar  Mediterráneo,  En  las 
sierras  que  son  á  levante  del  yendo  hacia  la  mar  están 
Lúcus,  Somontin,  Partaloba,  Códbar,  Oria,  Albox,  Vé- 
lez el  Rubio  y  Vélez  el  Blanco.  Tiene  á  poniente  la 
sierra  de  Bacáres  y  la  de  Fílábres,  cuyo  lugar  principal 
se  llama  Tahalí.  Los  otros  son  Senes,  Chércos,  Alcu- 
dia, Alhabra,  Benalguacil  el  alto,  Benalguacil  el  bajo, 
Benicanon,  Senimina,  Xenecit,  Castro,  Ulela  de  Castro 
y  Ulela  del  Campo.  Y  á  tramontana,  la  hoya  y  comarca 
de  Baza,  donde  están  las  villas  de  Canilles,  Benamaurel, 
Zújar ,  Freyla,  Cúllar,  Güéscar,  Castilleja,  Orce,  Gale- 
ra, Cortes  y  otras ;  á  levante  tiene  las  sierras  de  los  Vé- 
lez y  deMojácar,  yá  mediodía  el  mar  Mediterráneo. 
Toda  esta  tierra  es  abundante  de  pan  y  de  legumbres; 
crían  los  moradores  mucha  seda  y  muy  buena ,  y  tienen 
muchos  ganados.  En  las  laderas  de  las  sierras  de  una 
parte  y  otra  del  rio  hay  hermosas  arboledas  de  huertas, 
que  se  riegan  con  el  agua  de  las  fuentes  que  nacen  de- 
llas  y  corren  á  dar  al  río  principal,  y  las  frutas  todas 
son  tempranas  y  muy  sabrosas.  La  mayor  parte  de  las 
villas  tienen  castillos  antiguos  puestos  en  sitios  fuertes 
por  naturaleza ,  y  algunos  son  de  calidad  que  con  poco 
trabajo  se  podrian  hacer  inexpugnables.  Quisieron  los 
rebeldes  levantar  todos  los  pueblos  deste  rio  cuando  . 
levantaron  á  Jergal,  y  por  temor  del  marqués  de  los 
Vélez,  que,  como  atrás  dijimos,  entraba  por  aquella 
parte,  lo  dejaron  de  hacer.  Este  miedo  les  duró  todo  el 
tiempo  que  estuvo  alojado  en  Terque  ;  y  como  después 
salió  el  marqués  de  Mondéjar  de  la  Alpujarra,  y  el  mar- 
qués de  los  Vélez  se  recogió  en  Berja  y  después  en  Adra, 
acudiendo  los  moros  por  las  sierras  de  Jergal  y  de  Ba- 
cáres, comenzaron  á  hacer  algunos  saltos  en  el  rio  de 
Almanzora,  De  aquí  tomó  atrevimiento  Aben  Humeya  de 
enviar  á  levantar  aquella  tierra;  y  andándolo  tratando, 
un  moro  de  los  que  estaban  con  él  fué  al  lugar  de  Al- 
muña  ,  y  queriendo  consolar  á  la  mujer  y  hijas  de  Jeró- 
nimo el  Maleh ,  que  las  tenia  captivas  el  alcaide  Diego 
Ramírez,  les  dijo  que  estuviesen  de  buen  ánimo,  por- 
que dentro  de  quince  dias  tendrían  libertad ,  y  que  el 
proprio  Maleh  venia  con  mucha  gente  á  levantar  aque- 
llos pueblos,  Habia  hecho  Diego  Ramírez  muy  buen 
tratamiento  á  estas  moriscas ,  y  teníalas  recogidas  -en 
casa  de  un  morisco  amigo  suyo;  y  queriendo  gratificar- 
le la  buena  obra ,  le  dijeron  lo  que  el  moro  les  habia 
dicho,  para  que  se  pusiese  con  tiempo  en  cobro.  El 
cual  envió  luego  un  correo  á  don  Juan  de  Austria ,  su- 
plicándole que  enviase  alguna  gente  de  guerra  con  que 
poder  asegurar  aquella  tierra  antes  que  los  moros  en- 
trasen en  ella,  porque  de  otra  manera  se  perderia.  Y 
como  esto  no  se  pudo  hacer  tan  presto  como  la  necesi- 
dad pedia,  á  i2dias  del  mes  de  junio  deste  año  de  i  569 
bajaron  de  la  Alpujarra  el  Gorri  de  Andarax  y  el  Peli- 
gui  de  Jergal,  y  con  ellos  el  Maleh  y  otros  capitanes 
moros  con  mas  de  cuatro  mil  hombres  de  pelea ;  y  dan- 
do primero  en  Purchena,  se  hubieran  de  perder  los 
cristianos  que  allí  habia ,  sí  él  bachiller  Román,  beneG- 
ciado  de  Macaela,  que  venia  de  captiverío  de  la  Alpu- 
jarra y  habia  llegado  la  noche  antes ,  no  les  avisara 
como  dejaba  junta  aquella  gente  para  venir  á  amane- 
cer sobre  ellos.  Los  cuales ,  viendo  que  en  la  fortaleza 
no  había  alcaide  ni  gente  de  guerra,  aunque  de  sitio 
era  muy  fuerte,  no  osaron  meterse  dentro;  y  dejándola 
desamparada ,  se  fueron  huyendo  á  Oria  y  á  Vera  y  á 


276 


LUIS  DEL  MARMOL  CARVAJAL. 


otras  partes ;  por  manera  que  cuando  llegaron  los  mo- 
ros liubia  solas  tres  horas  que  se  liabian  salido  de  la 
ciudad ,  y  solamente  hicieron  qre  los  moriscos  que  mo- 
raban en  ella  se  rebelasen ,  y  á  los  que  no  querian  hacer- 
lo ,  les  daban  muchos  palos  y  los  llevaban  consigo  ma- 
niatados. Hubo  tres  moriscos  de  los  principales ,  que 
por  no  alzarse  dejaron  sus  mujeres  y  hijos ;  los  dos  de- 
ilos  se  metieron  en  Oria,  y  el  uno  en  Cantería ;  los  otros 
todos,  cual  de  grado,  cual  por  fuerza,  se  fueron  con  sus 
mujeres  y  hijos  á  la  Alpujarra.  Los  moros  robaron  y 
destruyeron  la  iglesia ,  luego  saquearon  las  casas  de  los 
cristianos,  y  mataron  una  mujer  vieja  que  no  habia 
querido  irse  con  los  demás ;  y  no  queriendo  dejar  aque- 
lla fortaleza  desamparada,  por  ser  de  la  calidad  que 
era,  metieron  gente  de  guerra  dentro  para  sustentar- 
la, y  de  la  madera  de  los  techos  de  la  iglesia ,  que  des- 
barataron, hicieron  aposentos  y  reparos  en  ella,  y  le- 
vantaron una  torre  de  tapiería  hacia  aquella  parte. 
Hecho  esto  pasaron  á  Olula  y  á  los  otros  lugares ,  y  le- 
vantando los  moriscos  dellos,  saquearon  y  destruyeron 
las  iglesias  y  las  casas  de  los  cristianos ;  mas  no  mata- 
ron ninguno ,  porque  se  hablan  puesto  todos  en  cobro 
con  el  aviso  de  la  mujer  y  hijas  del  Maleh.  Los  moris- 
cos de  Serón  estuvieron  tres  dias  que  no  se  alzaron, 
porque  los  entretuvo  Diego  de  Mirones,  vecino  de  Ma- 
drid, que  tenia  la  tenencia  de  aquel  castillo  por  el  mar- 
qués de  Villena,  cuya  es  aquella  villa ;  el  cual,  habien- 
do enviado  su  mujer  y  hijos  á  Castilla  con  los  soldados 
que  tenia  de  guarnición  y  con  los  vecinos  cristianos 
que  viviaii  en  aquel  lugar ,  que  por  todos  serian  ciento 
y  treinla  hombres,  se  velaba  con  mucho  cuidado;  y 
cuando  supo  que  los  moros  andaban  alzando  los  luga- 
res del  rio,  recogió  todas  las  mujeres  cristianas  en  el 
castillo.  Eslando  pues  los  alcaides  moros  en  el  rio,  le 
enviaron  ú  decir  que  por  tenerle  buena  voluntad  y  pe- 
sarles de  su  trabajo,  le  aconsejaban  que  les  entregase 
aquella  fortaleza;  y  que  si  esto  hacia,  le  dejarían  ir  con 
toda  la  gente  que  tenia  dentro,  y  le  acompañarian  has- 
ta ponerle  en  lugar  seguro  cerca  de  Baza ;  mas  que  si  no 
lo  hacia ,  supiese  que  no  podían  dejar  de  pasar  él  y  los 
que  con  él  estaban  por  el  rigor  de  la  muerte.  Diego  de 
Mirones  recibió  la  embajada  con  alegre  semblante,  y 
hizo  dar  de  comer  á  dos  moros  que  la  llevaban ,  y  sen- 
dos pares  de  alpargates  que  le  pidieron ;  y  después  les 
respondió  que  él  agradecía  mucho  á  los  alcaides  la 
voluntad  que  mostraban  á  sus  cosas;  mas  que  el  cas- 
tillo le  tenia  por  el  marqués  de  Villena,  á  quien  habia 
escrito  para  ver  loque  mandaba  que  hiciese  del;  y  que 
venida  la  resolución,  quesería  muy  en  breve,  podría 
responderles  con  mas  certidumbre.  Vueltos  los  dos  mo- 
ros con  la  respuesta ,  los  alcaides  entendieron  que  era 
dilación,  y  dende  á  dos  dias  el  Maleh  y  el  Hanon  fueron 
con  todo  el  golpe  de  la  gente  sobre  él ;  y  alzando  los 
moriscos  de  la  villa,  le  tuvieron  cercado  doce  días ;  y 
al  fin,  viendo  que  se  les  defendía,  y  que  no  tenían  arti- 
llería con  que  poderle  batir,  ni  se  podía  ganar  á  batalla 
de  manos,  levantaron  el  cerco  y  fueron  sobre  Tahalí, 
lugar  de  don  Enrique  Enriquez ;  y  alzándose  los  moris- 
cos del  lugar,  cercaron  y  combatieron  el  castillo,  donde 
estaba  don  Alvaro  de  Luna,  vecino  de  Baza,  con  cin- 
cuenta soldados.  Lo  primero  que  hicieron  fué  acome- 
ter el  reducto  ó  rebellín ,  y  picándole ,  hicieron  un  por- 
tillo, y  entraron  dentro,  y  sacaron  dos  caballos  que  es- 


taban en  una  caballeriza.  Luego  enviaron  á  requerir  al 
alcaide  que  se  rindiese,  diciendo  que  por  ser  aquel  lu- 
gar de  don  Enrique  Enriquez  harían  todo  buen  trata- 
miento á  los  que  estaban  dentro  con  él,  y  los  dejarían 
ir  libremente  con  sus  armas  y  bienes  muebles  donde 
quisiesen;  y  aunque  sobre  esto  hubo  demandas  y  res- 
puestas, estando  el  alcaide  suspenso  entre  temor  y  es- 
peranza, al  fin  aceptó  el  partido  con  que  le  diesen  so- 
los dos  dias  de  término,  y  los  moros  alzaron  el  cerco. 
Esto  hizo  don  Alvaro  de  Luna  contra  la  voluntad  de  un 
morisco  llamado  Juan  Alguacil  y  de  un  hijo  suyo,  de 
los  mas  ricos  de  aquel  lugar ,  que  se  habían  recogido 
con  él  en  el  castillo ;  los  cuales  le  requirieron  que  no 
lo  rindiese,  porque  ellos  se  ofrecían  á  defenderle  con  la 
gente  que  allí  habia;  mas  no  le  pudieron  convencer, 
antes  se  enojó  con  ellos  y  los  metió  en  una  mazmorra; 
y  dentro  del  término  que  los  alcaides  le  habían  dado 
salió  del  con  todos  los  soldados  y  cinco  mujeres  vesti- 
das en  hábito  de  hombres,  y  se  fué  á  la  ciudad  de  Al- 
mería. Los  moros  entraron  en  el  castillo,  y  hallando  en 
la  mazmorra  aquellos  dos  moriscos ,  los  sacaron  fuera 
y  los  ahorcaron  luego,  no  sin  grandísima  nota  del  que 
los  habia  dejado  allí.  Certificáronnos  personas  que  di- 
jeron haberse  hallado  presentes,  que  murieron  cristia- 
nos, diciendo  que  morían  por  no  ser  traidores  á  Dios  ni 
al  Rey.  Ganado  el  castillo  de  Tahalí,  los  moros  pasaron 
á  Cantória,  y  teniendo  cercada  aquella  villa  solo  un  día, 
se  les  díó,  porque  eran  todos  los  vecinos  moriscos.  Y 
por  esta  orden  fueron  levantando  todos  los  otros  luga- 
res del  río,  excepto  á  Oria,  las  Cuevas  y  Serón,  que  se 
defendieron  los  castillos  por  entonces. 

CAPITULO  XXVI. 

Cómo  los  moros  volvieron  á  cercar  el  castillo  de  Serón,  y  yendo  á 
socorrerle  don  Alonso  de  Carvajal,  se  le  mandó  que  uo  fuese,  J 
se  volvió  á  su  villa  de  Jódar. 

Queriendo  pues  Aben  Humeya  acabar  de  ocupar  to- 
dos los  lugares  del  rio  de  Almanzora  para  hacer  la 
guerra  por  aquella  parte,  recogió  el  mayor  número  de 
gente  que  pudo,  y  se  fué  á  poner  en  la  sierra  de  Saca- 
res, y  desde  allí  envió  un  alcaide,  llamado  el  Mecebe, 
sobre  el  castillo  de  Serón;  el  cual  le  cercó  con  cinco 
mil  moros ,  á  10  dias  del  mes  de  junio  deste  año ,  con 
grandes  regocijos  y  algazaras.  El  alcaide  Diego  de  Mi- 
rones envió  luego  un  soldado  á  Baza  para  que  desde 
allí  se  diese  aviso  á  su  majestad  y  á  don  Juan  de  Aus- 
tria del  estado  en  que  estaba ;  el  cual  salió  de  parte  de 
noche,  y  pudo  hacer  el  efeto  á  que  iba  sin  que  los  mo- 
ros se  lo  estorbasen.  Mas  ya  en  este  tiempo  don  Juan 
de  Austria  sabia  por  algunas  espías  como  los  moros  se 
aprestaban  para  ir  sobre  el  castillo ,  y  se  habia  tratado 
del  remedio ,  y  tomádose  resolución  en  el  Consejo  en 
que  convendría  que  fuese  á  socorrerle  suficiente  nú- 
mero de  gente,  por  si  fuese  menester  pelear  con  el  ene- 
migo en  campaña;  y  porque  no  la  habia  de  ordenanza 
que  pudiese  ir  con  la  brevedad  que  el  negocio  reque- 
ría,  acordaron  de  cometerlo  á  don  Alonso  de  Carvajal, 
señor  de  Jódar,  encargándole  que  juntase  el  mayor  ni? 
mero  de  gente  que  pudiese  de  sus  deudos ,  amigos  y 
vasallos,  y  hiciese  aquel  socorro.  Este  acuerdo  había 
sido  muy  acertado,  si  otra  provisión  no  lo  interrom- 
piera;  porque  su  majestad ,  siendo  avisado  del  cerco, 
escribió  aquellos  mesmos  dias  al  marqués  de  los  Vélez 


REBELIÓN  Y  CASTIGO  DE  LOS  MORISCOS  DE  GRANADA. 


que  procurase  socorrer  aquella  fuerza  ,  pareciéndole 
que  por  tener  su  campo  junto  en  Adra,  nadie  lo  podria 
Jiacer  con  mas  brevedad.  El  aviso  desta  orden  llegó  á 
don  Juan  de  Austria  á  tiempo  que  don  Alonso-de  Car- 
vajal iba  la  vuelta  de  Baza  con  mil  y  quinientos  arca- 
buceros y  ciento  y  cincuenta  caballos,  y  muclios  caba- 
lleros y  bijosdalgo  de  Lbeda  y  de  Baeza,  amigos  y  alle- 
gados de  su  casa.  Y  casi  á  un  mesmo  tiempo ,  estando 
un  dia  donJuan  de  Austria  con  los  del  Consejo,  le  llegó 
un  correo  con  carta  del  marqués  de  los  Vélez ,  en  que 
decia  que  habiéndole  su  majestad  cometido  el  socorro 
del  castillo  de  Serón,  y  viendo  cuan  mallo  podía  hacer, 
por  la  distancia  que  habia  desde  Adra,  le  había  pareci- 
do que  podria  ir  á  hacerlo  en  su  lugar  una  de  tres  per- 
sonas, Juan  Rodríguez  de  Víllafuerte  Maldonado,  cor- 
regidor de  Granada,  don  Luis  de  Córdoba  ó  don  Rodri- 
go de  Benavídes,  con  mil  y  quinientos  infantes  y  tre- 
cientos caballos,  que  era  número  suficiente  y  necesa- 
rio para  aquel  efeto.  Esta  carta  puso  en  confusión  á  los 
del  Consejo  por  el  inconveniente  que  traia,  y  estuvieron 
suspensos,  no  se  determinando  si  pasaría  adelante  don 
Alonso  de  Carvajal  con  la  orden  que  llevaba  de  don  Juan 
de  Austria ,  ó  si  se  le  mandaría  que  parase.  Luis  Qui- 
jada decía  que  no  se  debía  hacer  otra  provisión  sobre 
la  que  su  majestad  había  hecho  en  el  marqués  de  los 
Vélez ;  el  Presidente  porfiaba  que  la  que  don  Juan  de 
Austria  había  hecho  en  don  Alonso  de  Carvajal ,  pues 
el  Consejo  supremo  no  proveyera  lo  contrario  si  supie- 
ra lo  que  él  tenia  proveído,  era  la  que  se  habia  de  guar- 
dar, porque  tenia  poder  y  facultad  para  poderlo  hacer, 
como  capitán  general ;  mayormente  que  se  había  de 
mirar  el  inconveniente  que  se  presentaba  de  perder 
aquel  castillo  con  cualquiera  dilación ,  poniendo  ejem- 
plo en  que  en  tiempo  del  emperador  don  Carlos ,  ha- 
biendo él  mesmo  proveído  la  plaza  de  maese  de  campo 
del  tercio  de  Ñapóles,  que  estaba  vaca,  en  un  caballero 
particular,  teniéndola  proveída  el  vísorey  don  Pedro  de 
Toledo  en  otro,  se  había  determinado  que  la  provisión 
del  Vísorey  se  había  de  cumplir,  pues  siendo  capitán 
general,  habia  podido  proveerla.  Oeste  parecer  fueron 
la  mayor  parte  del  Consejo ;  mas  don  Juan  de  Austria 
se  arrimó  á  lo  que  Luis  Quijada  decia,  y  se  resolvió  en 
que  don  Alonso  de  Carvajal  se  volviese,  porque  llegó 
luego  otra  carta  del  marqués  de  los  Vélez,  avisando  co- 
mo, por  parecerle  que  había  dificultad  en  ir  á  hacer 
aquel  socorro  uno  de  los  tres  caballeros  que  había  se- 
ñalado, lo  habia  cometido  á  don  Enrique  Enriquez,  su 
cuñado,  que  estaba  mas  á  la  mano  en  Baza.  Toda  esta 
dihgencía  que  el  marqués  de  los  Vélez  hacía,  se  enten- 
dió que  era  para  deshacer  la  provisión  de  don  Alonso 
de  Carvajal,  de  que  ya  estaba  avisado,  queriendo  en- 
viar persona  de  su  mano.  Era  el  marqués  de  los  Vélez 
valeroso  y  esforzado  caballero  y  muy  discreto;  mas  no 
se  podía  determinar  cuál  era  en  él  mayor  extremo ,  su 
esfuerzo,  valentía  y  discreción,  ó  la  arrogancia  y  ambi- 
ción de  honra ,  acompañada  de  aspereza  de  condición, 
á  que  demasiadamente  era  inclinado.  Volviendo  puesá 
nuestra  historia ,  don  Juan  de  Austria  escribió  luego  á 
don  Alonso  de  Carvajal ,  mandándole  que  en  el  lugar 
que  le  alcanzase  aquella  carta  parase  y  se  volviese  á  su 
casa,  y  agradeciese  de  su  parte  á  la  gente  que  llevaba 
la  voluntad  con  que  se  habían  movido  á  hacer  aquella 
jornada,  la  cual  convenia  que  parase  por  algunos  res- 


277 

petos  que  había  parecido  al  Consejo ;  y  alcnnz.indole  el 
correo  en  Cúllar ,  una  legua  antes  de  llegar  á  Baza,  se 
volvió  bien. desgustado,  por  no  dejarle  llegar  á  hacer  el 
efeto  para  que  habia  salido.  Dejemos  agora  el  socorro 
deste  castillo,  que  hubo  hartas  controversias  en  él,  por 
encontrarse  las  dos  provisiones ,  y  vamos  á  echar  los 
moriscos  del  Albaicín  dé  Granada;  cosa  en  que  hacían 
grandísima  instancia  el  Presidente  y  el  duque  de  Sesa, 
pareciéndoles  que  aquella  gente  no  era  de  provecho,  y 
podria  ser  muy  dañosa  teniéndola  en  la  ciudad. 

CAPITULO  XXVII. 

Cómo  se  sacaron  los  moriscos  del  Albaicin  de  Granada, 
y  los  metieron  la  tierra  adentro. 

Todas  las  ocupaciones  del  Consejo  eran  estos  días  eil 
tratar  de  la  orden  que  se  ternia  para  echar  los  moriscos 
del  Albaicín ,  viendo  que  los  negocios  de  la  guerra  iban 
cada  día  empeorándose ;  porque  los  moros  ya  no  alza- 
ban los  pueblos  para  sacar  gente,  como  lo  habían  hecho 
hasta  allí,  sino  para  defenderlos,  poniendo  el  ánimo  y 
la  confianza  en  mayores  cosas;  lo  cual  parecía  causar 
la  remisión  que  había  de  nuestra  parte,  no  se  acabando 
de  resolver  en  cosa  de  cuantas  se  tratajjan.  Al  fin  vino 
orden  de  su  majestad  para  que  con  el  menor  escándalo 
que  ser  pudiese  se  metiesen  la  tierra  adentro  todos  los 
moriscos  de  Granada  y  del  Albaicín  que  fuesen  de  edad 
de  diez  años  arriba  y  de  sesenta  abajo ,  y  que  los  lleva- 
sen á  los  lugares  de  la  Andalucía  y  á  otros  pueblos  co- 
marcanos fuera  de  aquel  reino,  y  los  entregasen  por  sus 
nóminas  á  las  justicias  para  que  tuviesen  cuenta  con 
ellos;  y  que  para  que  esto  se  hiciese  sin  alboroto  se  les 
diese  á  entender  conío  los  apartaban  de  peligro  por  su 
bien  y  quietud ,  y  que ,  allanada  la  tierra ,  se  ternia 
cuenta  con  ellos ,  y  serían  remunerados  los  que  hubie- 
sen sido  leales.  Tomado  pues  acuerdo  de  la  manera 
que  esto  se  había  de  hacer,  la  víspera  de  San  Juan  de 
junio  don  Juan  de  Austria  mandó  apercebir  la  gente  de 
guerra  que  habia  en  la  ciudad  y  en  los  lugai^s  de  la  Ve- 
ga. Luego  se  echó  bando  general  que  todos  los  moris- 
cos y  mudejares  que  moraban  en  la  ciudad  de  Granada 
y  en  su  Albaicin  y  Alcazaba ,  así  vecinos  como  foraste- 
ros, se  recogiesen  á  sus  parroquias;  los  cuales  con  har- 
to miedo,  como  personas  que  sabían  muy  bien  la  pena 
en  que  habían  incurrido ,  y  temían  que  los  encerraban 
para  hacer  algún  castigo  ejemplar  en  ellos,  no  pudíen- 
do  hacer  otra  cosa,  obedecieron.  Y  viéndolos  tan  afli- 
gidos el  padre  Albotodo ,  fué  al  presidente  don  Pedro 
de  Deza,  y  le  dio  parte  del  temor  y  aOicíon  con  que  es- 
taban aquellas  gentes;  el  cual  le  dijo  que  fuese  de  su 
parte  á  decirles  que  no  temiesen,  porque  él  les  asegu- 
raba las  vidas ;  y  que  sí  para  ello  quisiesen  una  cédula 
firmada  de  su  nombre,  se  la  daría ;  el  cual  escribió  lue- 
go la  cédula  y  se  la  dio  que  la  firmase,  y  se  la  firmó  por 
solo  asegurarlos.  Y  con  esto  tomaron  algún  consuelo, 
porque  entendieron  que  siendo  clérigo  no  los  engaña- 
ría; aunque  lo  que  mas  les  aseguró  fué  la  palabra  que 
don  Juan  de  Austria  les  dio,  estando  ya  encerrados  en 
las  iglesias,  en  nombre  de  su  majestad,  diciendo  que 
los  tomaba  debajo  del  amparo  y  seguro  real  ,'y  les  cer- 
tificaba que  no  les  sería  hecho  daño ;  y  que  sacarlos  de 
Granada  era  para  desviarlos  del  peligro  en  que  estaban 
puestos  entre  Ja  gente  de  guerra.  También  don  Alonso 
de  Granada  Venegas  les  certificó  que  lo  que  se  hacia  era 


278 


LUÍS  DEL  MARMOL  CARVAJAL. 


para  su  bien ;  y  con  esto  se  aseguraron  los  hombres  de 
buen  entendimiento,  y  estos  tales  aseguraron  á  los  de- 
más. Estuvieron  aquella  noche  con  algunascorapañías 
de  infantería  de  guardia  en  las  puertas  de  las  iglesias; 
y  otro  dia  de  mañana,  estando  apercebida  y  puesta  en 
sus  escuadrones  toda  la  gente  de  guerra  en  el  llano  que 
se  hace  entre  la  puerta  de  Elvira  y  el  hospital  Real,  don 
Juan  de  Austria,  el  duque  de  Sesa,  el  marqués  de  Mou- 
déjar,  Luis  Quijada  y  el  licenciado  Birviesca  de  Muña- 
tones,  cada  uno  por  su  parte,  porque  no  hubiese  algún 
escándalo ,  los  sacaron  de  allí,  y  llevándolos  recogidos 
en  medio  de  las  ordenanzas  de  los  arcabuceros,  los  fue- 
ron encerrando  poco  á  poco  en  el  hospital  Real ,  donde 
estaba  Francisco  Gutiérrez  de  Cuéllar,  caballero  del 
liábito  de  Santiago  y  teniente  de  contador  mayor  de 
cuentas,  que  por  mandado  de  su  majestad  había  venido 
aquel  dia  á  Granada,  y  con  él  algunos  contadores  y  es- 
cribanos,  tomando  por  memoria  los  nombres  y  edades 
de  los  que  encerraban ,  para  que  hubiese  cuenta  y  ra- 
zón con  los  que  iban  y  quedaban,  y  se  pudiesen  entre- 
gar por  sus  listas  á  los  corregidores  de  los  partidos 
donde  habían  de  ir.  Fué  un  miserable  espectáculo  ver 
tantos  hombres  de  todas  edades,  las  cabezas  bajas,  las 
manos  cruzadas  y  los  rostros  bañados  de  lágrimas,  con 
semblante  doloroso  y  triste  viendo  que  dejaban  sus  re- 
galadas casas,  sus  familias,  su  patria,  su  naturaleza, 
sus  haciendas  y  tanto  bien  como  tenían,  y  aun  no  sa- 
bían cierto  lo  que  se  baria  de  sus  cabezas  :  ejemplo 
grande  para  que  los  subditos  entiendan  cuan  bien  les 
está  ser  leales  vasallos  á  sus  reyes  y  señores  naturales, 
pues  al  fin  son  ellos  los  que  los  han" de  amparar  y  de- 
fender; y  por  el  contrarío,  nadie  se  paga  del  traidor. 
Con  toda  cuanta  diligencia  pusieron  don  Juan  de  Aus- 
tria y  los  del  Consejo  en  recoger  los  moriscos  sin  escán- 
dalo ,  este  dia  se  ofreció  ocasión  con  que  los  hubieran 
de  matar  á  todos,  y  fué  que  don  Alonso  de  Arellano,  uno 
de  los  capitanes  de  infantería  de  Sevilla,  queriendo  ha- 
cer una  invención  á  diferencia  de  las  otras  compañías, 
puso  un  crucifijo  en  una  asta  de  una  lanza ,  cubierto 
con  un  velo  negro ,  y  le  hizo  llevar  delante  de  su  com- 
pañía ;  y  viniendo  por  la  calle  Elvira  con  los  moriscos 
de  dos  parroquias  en  medio  de  los  soldados,  viendo  los 
desventurados  aquella  insignia ,  entendieron  que  los 
llevaban  á  matar,  y  aun  las  moriscas,  que  iban  llorando 
tras  dellos,  creyeron  lo  mesmo;  una  de  las  cuales  víraos 
dar  grandes  voces ,  mesándose  los  cabellos  y  diciendo 
en  aljamía  :  «¡Oh  desventurados  de  vosotros,  que  os 
llevan  como  corderos  al  degolladero!  ¿Cuánto  mejor  os 
fuera  morir  en  las  casas  donde  nacistes?»  Llegando 
pues  con  este  miedo  á  la  puerta  del  hospital  Real,  su- 
cedió que  un  barrachel  de  campaña,  llamado  Velasco, 
dio  un  palo  á  un  morisco  mancebo  algo  falto  de  juicio, 
que  llevaba  medio  ladrillo  debajo  del  brazo ;  el  cual  se 
lo  tiró  y  le  hendió  una  oreja.  A  esto  acudieron  luego  los 
alabarderos  de  la  guardia ,  y  matando  al  morisco  ,  no 
parara  allí  el  negocio,  porque  los  mataran  los  soldados 
á  todos,  creyendo  que  era  don  Juan  de  Austria  el  heri- 
do, que  iba  vestido  de  las  mismas  colores  que  el  Velas- 
co, sí  el  valeroso  Príncipe  no  acudiera  á  detener  la  gen- 
te metiéndose  en  medio  y  diciendo  á  voces  :  «  ¿  Qué  es 
esto,  soldados?  Vosotros  no  veis  que  si  á  Dios  desplace 
la  maldad  del  infiel,  por  mas  ofendido  se  tiene  de  aque- 
llos que  profesan  su  ley;  porque  están  mas  obligados  á 


guardar  verdad  á  todo  género  de  gentes ,  principal- 
mente en  cosas  de  confianza.  Mirad  pues  lo  que  hacéis; 
no  quebrantéis  el  seguro  que  les  he  dado;  porque  hasta 
agora  no  hay  cosa  que  lo  pueda  innovar;  y  si  la  justicia 
de  Dios  tardare ,  no  disimulará  el  ejemplo  de  su  casti- 
go.» Con  estas  y  otras  razones  de  ruego  y  amenazas  los 
apaciguó  ;  y  porque  no  se  alborotase  la  ciudad  y  mata- 
sen los  moriscos  que  venían  por  las  calles,  mandó  á  don 
Francisco  de  Solís  y  á  mí  que  nos  fuésemos  á  poner  en 
las  puerta^  de  la  ciudad  y  no  dejásemos  entrar  á  nadie 
dentro ;  y  demás  desto,  dijo  al  barrachel  que  se  fuese  lue- 
go á  curar,  y  dijese  que  no  le  había  herido  nadie,  sino 
que  su  mesmo  caballo  le  había  dado  una  cabezada.  Final- 
mente, se  quietó  el  negocio,  y  fueron  encerrados  todos 
los  moriscos  en  aquel  hospital ,  que  es  un  edificio  muy 
suntuoso  y  muy  grande,  que  la  católica  reina  doña  Isabel 
mandó  hacer  poco  después  de  haber  ganado  aquella 
ciudad,  para  curar  enfermos  de  todas  enfermedades  y 
recoger  los  locos ;  y  de  allí  los  llevó  la  gente  de  guerra 
á  los  lugares  de  la  Andalucía,  dejandopor  entonces, 
demás  de  los  muchachos  y  viejos,  muchos  oficiales  que 
eran  menester  en  la  ciudad,  y  otros  que  tuvieron  favor. 
Quedaron  también  los  mudejares,  porque  alegaban  no 
deber  ser  ellos  tratados  igualmente  que  los  moriscos, 
por  haber  venido  en  vasallaje  del  pueblo  cristiano  en 
su  prosperidad,  y  no  opresos  de  necesidad  como  ellos, 
y  haber  servido  sus  antepasados  en  las  guerras  á  los 
príncipes  cristianos,  en  tiempo  que  pudieran  servirá 
los  reyes  moros;  y  así,  se  disimuló  con  ellos  por  enton- 
ces. Hecho  esto,  comenzó  á  sentirse  mas  seguridad  en 
la  ciudad ,  aunque  quedó  grandísima  lástima  á  los  que, 
habiendo  visto  la  prosperidad,  la  policía  y  el  regalo  de 
las  casas,  cármenes  y  huertas,  donde  los  moriscos  te- 
nían todas  sus  recreaciones  y  pasatiempos,  y  desde  á 
pocos  días  lo  vieron  todo  asolado  y  destruido,  y  tan  mal 
parado,  que  parecía  bien  estar  sujeta  aquella  felicísima 
ciudad  á  tal  destruicion;  para  que  se  entienda  que  las 
cosas  mas  espléndidas  y  floridas  entre  la  gente  están 
mas  aparejadas  á  los  golpes  de  fortuna.  Tenían  los  del 
Albaicin  cierto  pronóstico  que ,  según  nos  dijeron  al- 
gunos dellos,  les  decía  que  vernia  tiempo  en  que  verían 
bajar  por  la  cuesta  de  la  Alcazaba  un  arroyo  de  sangre 
morisca,  que  cubriría  una  gran  piedra  que  estaba  á  un 
lado  de  aquella  calle,  junto  al  pilar  de  la  Merced.  V  pu- 
dieron decir  que  se  les  cumplió  este  día ,  porque  por 
toda  aquella  cuesta  abajo  vimos  bajar  tantos  moriscos, 
que  cubrieron  la  calle  y  la  piedra ;  y  si  bien  se  consi- 
dera, ellos  eran  la  verdadera  sangre  que  su  pronóstico 
decía.  Dejémoslos  pues  con  su  mala  ventura,  que  los 
que  quedan  irán  presto  tras  dellos;  y  volvamos  al  rio  de 
Alraanzora,  donde  dejamos  cercado  elcastillo  de  Serón. 

CAPITULO  XXVIII. 

Cómo  don  Enrique  Enriquez  envió  á  don  Antonio  Enriquez.su 
hermano,  en  socorro  del  castillo  de  Serón ,  y  ios  moros  le  des- 
barataron. 

En  este  tiempo  los  moros  apretaban  reciamente  á 
los  cristianos  que  tenían  cercados  en  el  castillo  de  Se- 
rón; y  don  Juan  de  Austria,  siendo  avisado  que  don 
Enrique  Enriquez  estaba  mal  dispuesto ,  y  que  no  po- 
día ir  á  hacer  aquel  socorro  por  su  persona ,  como  el 
marqués  de  los  Vélez  decía,  acordó  de  enviar  á  ello  á 
don  Luis  de  Córdoba ,  uno  de  los  tres  caballeros  que 


REBELIÓN  Y  CASTIGO  DE  LOS  MORISCOS  DE  GRANADA. 


279 


Labia  señalado  al  principio;  y  mientras  se  aparejaba 
la  gente  que  había  de  ir,  y  se  daba  orden  en  las  cosas 
necesarias  para  la  jornada,  envió  delante  al  capitán 
Antonio  Moreno ;  el  cual  adoleció  en  Baza ,  de  cuya 
causa  se  procedió  en  el  socorro  mas  lenta  y  espaciosa- 
mente de  lo  que  convenia,  y  sucedieron  los  inconve- 
nientes que  adelante  diremos;  porque  viéndose  el  al- 
caide Diego  de  Mirones  en  granflísimo  trabajo  por  la 
falta  de  agua  para  tanta  gente  como  tenia  dentro ,  á 
culpa  de  los  mesmos  soldados  y  vecinos ,  que  por  ocu- 
parse en  robar  las  casas  del  lugar  cuando  se  fueron 
los  moriscos,  no  habían  querido  henchir  el  aljibe,  que 
les  fuera  de  mas  provecho  que  los  viles  despojos  que 
metieron  en  el  castillo,  hizo  que  se  descolgasen  por  el 
muro  de  parte  de  noche  tres  soldados  grandes  arábi- 
gos ,  y  les  mandó  que  lo  mas  encubiertamente  que 
pudiesen  pasasen  por  el  campo  de  los  enemigos  cada 
uno  por  su  parte ,  y  fuesen  á  dar  aviso  á  la  ciudad  de 
Baza  del  estado  en  que  le  dejaban ,  y  dijesen  á  don 
Enrique  Enriquez  que  le  enviase  socorro;  y  que  de 
vuelta  procurasen  traer  alguna  pólvora  á  cuestas,  como 
mejor  pudiesen;  avisándoles  que  cuando  tornasen,  si 
viesen  que  no  podían  llegar  al  castillo  con  seguridad, 
hiciesen  una  ahumada  de  dia  en  el  cerro  del  Javea,  que 
está  dos  leguas  de  Serón  á  la  parte  de  Baza;  y  si  les 
respondiesen  á  ella  desde  la  torre  del  homenaje,  llega- 
sen ;  y  si  no,  se  volviesen.  Salieron  estos  tres  soldados 
del  castillo,  de  la  manera  que  hemos  dicho,  dia  de  San 
Pedro,  á  29  de  junio,  y  fueron  tan  venturosos,  que  pa- 
saron por  medio  del  campo  de  los  moros  sin  ser  cono- 
cidos, y  llegaron  á  Baza  y  dieron  su  recaudo  á  don  En- 
rique; el  cual  no  fué  á  hacer  el  socorro,  por  estar  en- 
fermo ,  ni  lo  envió  por  entonces,  porque  no  tenia  can- 
tidad de  gente  para  ello  y  estaba  aguardando  que  le 
viniese  de  fuera ;  y  haciendo  dar  á  cada  uno  dellos  un 
zurrón  de  pólvora,  los  despidió,  mandándoles  que  di- 
jesen al  alcaide  Mirones  que  con  mucha  brevedad  le 
socorrería,  y  que  se  entretuviese  lo  mejor  que  pudiese. 
Sucedió  pues  que  los  moriscos  que  moraban  dentro 
la  ciudad  de  Baza  vieron  los  tres  soldados,  y  supieron 
lo  que  iban  á  tratar,  porque  tenían  espías  dentro  de  la 
casa  del  proprio  don  Enríque ;  y  para  dar  aviso  á  los 
moros  tomaron  las  señas  dellos,  y  despacharon  un 
morisco  al  alcaide  Mecebe,  avisándole  que  si  acudie- 
sen al  campo,  tuviese  cuenta  con  prenderlos;  el  cual 
usó  de  un  ardid  de  guerra  que  le  pudiera  aprovechar, 
y  fué  mandar  que  algunos  moros  aljamiados  se  llega- 
sen al  castillo ,  y  dijesen  como  los  tres  cristianos  que 
habían  enviado  á  Baza  eran  muertos,  y  diesen  las  pro- 
prias  señas  que  tenían ,  y  les  persuadiesen  á  que  se 
rindiesen,  pues  ya  no  tenían  remedio,  sino  que  se  habían 
de  perder.  Mas  los  cercados  entendieron  luego  que  no 
era  verdad  lo  que  decían ,  porque  los  soldados  habían 
hecho  la  ahumada  que  se  les  había  mandado  en  el  cer- 
ro del  Javea,  y  no  les  habían  respondido,  y  entendieron 
claramente  que  se  habían  vuelto  á  Baza ,  conforme  á  la 
orden  que  llevaban;  antes  tomaron  alguna  manera  de 
consuelo,  por  entender  que  habrían  pasado  á  dar  su 
recaudo.  Ño  mucho  después  don  Enrique  acordó  de 
enviar  el  socorro  con  don  Antonio  Enriquez,  su  herma- 
no ,  aunque  fué  muy  flaco ,  porque  no'llevó  mas  de 
quinientos  arcabuceros  y  sesenta  caballos ,  con  orden 
que  entrase  por  el  paraje  de  Lúcar ,  que  cae  tres  le- 


guas de  Serón  en  el  mesmo  rio.  Con  esta  gente  llegó 
don  Antonio  Enriquez  á  Lúcar ,  y  hallando  solas  las 
mujeres  en  las  casas,  y  doce  moros  que  se  habían  he- 
cho fuertes  en  el  castillo,  no  quiso  detenerse  en  com- 
batirle; antes  viendo  que  hacían  grandes  ahumadas, 
apellidando  la  tierra,  y  entendiendo  que  se  juntaría 
mucha  gente  contra  él,  dio  vuelta  hacia  Baza  sin  lle- 
gar á  Serón  ;  y  no  se  engañó  mucho,  porque  el  Mecebo 
con  toda  su  gente  acudió  luego  á  las  ahumadas.  Y  es- 
tando en  el  cortijo  del  Jauca ,  que  apenas  acababan  de 
llegará  él,  dieron  sobre  ellos;  y  hallándolos  desaper- 
cebidos ,  con  improviso  acometimiento  los  desbarata» 
ron;  y  matando  mas  de  docientos  soldados ,  pusieron 
los  demás  en  huida;  y  cargados  de  armas  y  despojos, 
volvieron  aquel  día  á  Serón,  haciendo  grandes  alegrías 
por  la  Vitoria.  Luego  envió  el  Mecebe  un  recaudo  á 
Mirones,  diciendo  que  no  porfiase  mas  en  su  vana  de- 
fensa, que  le  había  de  aprovechar  poco ,  porque  le  ha- 
cia saber  como  todos  los  cristianos  que  iban  á  socor- 
rerle eran  muertos,  y  ofreciéndole  cualquier  partido 
que  pidiese  si  determinaba  de  entregarle  aquel  cas- 
tillo. 

CAPITULO  XXIX. 

Cómo  Diego  de  Mirones  salló  á  buscar  socorro,  y  fué  preso,  y  los 
cercados  rindieron  el  castillo  de  Serón. 

Entendiendo  pues  los  cercados  que  debía  de  haber 
alguna  rota  de  nuestra  parte,  porque  la  pólvora  con 
que  los  moros  tiraban  era  de  mejor  respuesta  que  la 
con  que  habían  tirado  hasta  allí,  así  por  esto,  como  por 
ver  los  grandes  regocijos  que  por  todo  el  campo  ha- 
cían, comenzaron  á  desmayar;  y  estando  en  gran  con- 
fusión ,  vieron  asomar  cincuenta  de  á  caballo,  que  don 
Enrique  enviaba  á  que  diesen  vista  al  castillo  desde  le- 
jos para  entretener  á  los  cercados  en  esperanza ,  mien- 
tras llegaba  don  Luis  de  Córdoba  con  la  gente  que  iba 
de  Granada  ;  porque  tenia  aviso  que  le  enviaba  don 
Juan  de  Austria  á  hacer  aquel  socorro.  Estos  caballos 
los  pusieron  en  mayor  confusión ,  porque  como  dieron 
luego  la  vuelta  sin  llegar  al  castillo ,  entendieron  que 
iban  huyendo.  Creciendo  pues  cada  hora  el  temor  y  la 
falta  del  agua,  que  los  aquejaba  mucho,  Diego  de  Miro- 
nes determinó  de  salir  en  persona  con  treinta  arcabu- 
ceros de  parte  de  noche,  y  rompiendo  por  medio  del 
campo  de  los  enemigos,  ir  á  buscar  socorro  antes  que 
la  gente  pereciese  de  sed.  Con  este  acuerdo  salió,  y  ar- 
cabuceándose con  los  moros,  pasó  por  todos  ellos  sin 
perder  hombre  ;  y  pusiéranse  en  salvo  con  mucha  fa- 
cilidad si  los  soldados ,  que  iban  muertos  de  sed,  no  se 
detuvieran  tanto  en  el  rio  bebiendo ,  que  los  moros  tu- 
vieron lugar  de  alcanzarlos;  los  cuales  tomándoles  los 
pasos  por  diferentes  partes,  siguiendo  el  rastro  de  las 
cuerdas  que  llevaban  encendidas ,  dieron  con  catorce 
dellos,  y  los  mataron;  los  otros  diez  y  seis  pudieron 
salvarse  con  la  escuridad  de  la  noche,  y  llegaron  otro 
dia  á  Baza.  Diego  de  Mirones,  que  iba  á  caballo,  andu- 
vo toda  la  noche  perdido  de  un  barranco  en  otro,  con 
un  solo  mozo  que  le  pudo  seguir ;  y  como  no  era  prá- 
ticoen  la  tierra,  después  de  cansado  de  dar  vuellas, 
dejó  ir  el  caballo  por  donde  quiso;  y  cuando  creyó  es- 
tar cerca  de  Canilles ,  en  la  hoya  de  Baza ,  se  halló  en 
las  viñas  de  Serón,  porque  como  el  caballo  habia  sido 
criado  en  aquel  lugar,  volvió  á  la  querencia.  Y  descu- 


2?p 


LUIS  DEL  MARMOL  CARVAJAL. 


briéndole  los  moros  que  estaDan  «KÍas  atalayas,  baja- 
ron á  él  y  le  tomaron  los  pasos ;  y  al  fin,  no  se  pudien- 
do  menear  ya  el  caballo  de  cansado,  le  prendieron.  Con 
esta  prisión  fueron  los  enemigos  muy  alegres,  porque 
entendieron  que  se  les  entregarían  luego  los  cercados ; 
y  llevándole  á  la  tienda  del  Mecebe,  donde  estaba  tam- 
bién el  Maleb,  que  bahía  venido  aquellos  dias  al  campo, 
trataron  con  él  que  si  bacia  que  los  cristianos  rindie- 
sen el  castillo,  les  darían  libertad  á  él  y  á  cuantos  ba- 
bia  dentro,  diicos  y  grandes ,  bombres  y  mujeres ,  con 
que  dejasen  las  armas  y  no  llevasen  consigo  mas  de 
cada  ocho  reales ;  y  entre  ruego  y  amenazas  le  dijeron 
que  si  no  lo  bacian,  le  darían  cruelísima  muerte.  Vién- 
dose Diego  de  Mirones  preso ,  y  sabiendo  el  trabajo 
que  babía  dentro  del  castillo ,  y  cuan  mal  se  podía  ya 
sustentar ,  creyendo  que  los  moros  cumplirían  su  pa- 
labra ,  tuvo  este  medio  por  razonable ;  y  llevándole 
maniatado  auna  casa  junto  á  la  puerta  del  castillo,  lla- 
mó á  González,  su  escribano,  y  á  otros  cristianos  por  sus 
nombres,  y  les  dio  cuenta  de  su  desventura,  y  les  rogó 
que  saliese  uno  dellos  debajo  de  seguro  á  tratar  de  par- 
tido, porque  los  alcaides  le  bacian  tal ,  que  le  parecía 
que  no  era  de  desechar.  Luego  salió  el  escribano,  y 
con  él  otros  tres  cristianos ,  que  bícieron  sus  capitula- 
ciones con  los  alcaides  de  la  manera  que  dijimos, 
con  aquellas  condiciones;  y  á  M  de  julio  deste  año 
de  loC9  entregaron  el  castillo  á  los  moros;  maslos ene- 
migos de  Dios  no  les  guardaron  nada  de  cuanto  les 
prometieron ,  porque  lomaron  las  mujeres  y  niños  por 
esclavos,  y  mataron  cruelmente  todos  los  hombres,  y 
entre  ellos  dos  clérigos  de  misa ,  y  cuatro  mujeres  vie- 
jas. Y  como  dijese  un  moro  vecino  de  Serón  al  Maleh 
que  cómo  permitía  que  se  hiciese  un  tan  mal  becho 
como  aquel ,  mostró  una  carta  de  Aben  Humeya ,  por 
la  cual  le  mandaba  que  no  diese  vida  á  cristiano  que 
pasase  de  doce  años,  y  que  luego  le  envíase  á  Diego 
de  Mirones  y  á  todas  las  mujeres  á  Bacáres.  Mataron 
este  dia  ciento  y  cincuenta  cristianos,  y  fueron  captivas 
ochenta  mujeres.  Otro  día  siguiente  llegaron  á  vista 
de  Serón  don  Antonio  Enriquez  y  el  capitán  Antonio 
Moreno,  que  llevaban  la  vanguardia  del  socorro ;  y  ha- 
llando las  calles  llenas  de  cuerpos  de  cristianos  muer- 
tos yel  castillo  ocupado  de  moros,  se  volvieron;  y  lo 
mismo  hizo  don  Luis  de  Córdoba  desde  el  camino, 
cuando  supo  que  era  perdido  Serón. 

CAPITULO  XXX. 

Cdrao  don  Juan  de  Austria  mandó  proveer  de  gente  las  fortalezas 
de  los  Vélez  y  Oria,  y  encomendó  aquel  partido  á  don  Juan  de 
Uaro. 

Siendo  el  castillo  de  Serón  perdido,  los  moros  que- 
daron por  señores  de  todos  los  lugares  del  rio  de  Alman- 
zora.  Y  como  las  villas  de  los  Vélez  y  Oria  estuviesen 
en  peligro,  por  haber  en  ellas  muchos  moriscos  y  po- 
cos cristianos,  y  la  fortaleza  de  Vélez  el  Blanco ,  donde 
estaban  las  hijas  del  marqués  de  los  Vélez,  mal  proveída 
de  gente  que  la  pudiese  defender,  y  falta  de  agua ,  por- 
que un  aljibe  que  había  dentro  no  la  detenia,  que  es- 
taba hendido,  el  presidente  don  Pedro  de  Deza  pidió 
con  mucha  instancia  á  don  Juan  de  Austria  mandase 
proveer  aquellas  villas  de  manera  que  el  enemigo  no 
biciese  algún  daño  en  ellas,  estando ,  como  estaba ,  el 
marqués  de  los  Vélez  metido  en  la  Alpujarra,  donde  no 


podía  socorrerlas,  porque  podría  ser  que  fuese  sobre 
ellas  para  ocuparlas  y  alzar  aquellos  niuríscos;  ó  á  lo 
menos,  cuando  otra  cosa  no  pudiese  hacer,  sacarle  de 
la  Alpujarra  llamándole  hacia  aquella  parte;  cosa  que 
seriado  mucho  inconveniente.  A  esto  proveyó  luego  don 
Juan  de  Austria  que  se  escribiese  al  licenciado  Pedro 
del  Odio ,  alcalde  de  corte  do  la  Audiencia  real ,  que  es- 
taba en  la  ciudad  de  horca  haciendo  justicia  sobre  un 
delito ,  que  con  toda  brevedad  proveyese  aquellas  villas 
de  gente,  bastimentos  y  municiones,  y  de  todas  las  otras 
cosas  necesarias  para  su  defensa;  y  se  envió  orden  á 
donjuán  de  Haro,  capitán  de  los  caballos  del  marqués 
del  Carpió,  que  venia  de  camino  bacía  Granada ,  que  con 
su  compañía  se  metiese  en  Vélez  el  Blanco,  y  tuviese 
cuidado  de  guardar  aquel  partido,  procurando  que  los 
moros  no  hiciesen  daño  en  él.  Pedro  del  Odio  envió  so- 
los cuarenta  soldados  con  Diego  Ramírez ,  alcaide  de 
Almuña,  porque  no  pudo  sacar  mas  gente  de  Lorca; 
con  los  cuales  y  con  otros  sesenta  arcabuceros  que  en- 
vió la  ciudad  de  Murcia ,  se  metió  en  la  fortaleza  de  Oria; 
y  parecíéndole  no  estar  allí  muy  seguro,  sacó  cantidad 
de  munición  de  pólvora ,  cuerda  y  plomo,  y  muchas  es- 
clavas moras,  que  el  marqués  de  los  Vélez  tenia  den- 
tro ,  y  lo  llevó  todo  á  Vélez  el  Blanco.  Y  con  esta  gente 
y  la  que  don  Juan  de  FLiro  llevó ,  se  aseguraron  aquellas 
villas  por  entonces,  que  no  estaban  en  poco  peligro  si 
los  moros  fueran  sobre  ellas  antes  que  este  socorro  les 
llegara,  porque  el  Maleb  con  mas  de  tres  mil  bombres 
intentó  de  ocupar  la  fortaleza  de  Oria;  y  hallando  resis- 
tencia en  los  soldados  que  había  dentro,  alzó  el  lugar 
y  se  llevó  todos  los  vecinos  moriscos  á  la  sierra,  día  de 
señor  Santiago  deste  año  de  1569. 

CAPITULO  XXXI. 

Cómo  Aben  Humeya  escribió  á  don  Juan  de  Austria  pidiéndole 
que  le  rescatase  á  su  padre  y  hermano,  que  estaban  presos  en 
Granada. 

Habiendo  Aben  Humeya  apoderádose  de  las  fortale- 
zas del  río  de  Almanzora ,  dejó  por  general  de  aquel 
partido  al  Maleb ,  y  se  fué  al  Laujar  de  Andarax,  y  des- 
de allí  envió  la  gente  á  sus  partidos;  y  vanaglorioso  con 
aquel  suceso,  acordó  que  sería  bien  tratar  de  la  liber- 
tad de  su  padre  y  de  su  hermano,  que,  como  dijimos, 
estaban  todavía  presos  en  la  cárcel  de  la  chancillería 
de  Granada.  Para  esto  despachó  un  mozuelo  cristiano, 
que  había  sido  preso  en  Serón ,  con  tres  cartas ,  una 
para  don  Juan  de  Austria ,  otra  para  don  Luís  de  Cór- 
doba, y  la  tercera  para  el  marqués  de  los  Vélez,  en  la 
cual  le  rogaba  que  encaminase  aquel  mozo  á  Granada 
con  el  despacho  que  llevaba.  Y  porque  los  moros  no  le 
hiciesen  algún  mal  en  el  camino  ,  le  díó  un  pasaporte 
en  arábigo ,  que  traducido  en  romance  decía  desta  ma- 
nera :  «Con  el  nombre  de  Dios  misericordioso  y  piado- 
so. Del  estado  alto,  ensalzado  y  renovado  por  la  gracia 
de  Dios,  el  rey  Muley  Mahamete  Aben  Humeya,  haga 
Dios  con  él  dichosa  la  gente  afligida  y  atribulada  del 
poniente.  Sepan  todos  que  este  mozo  es  cristiano  de  los 
de  Serón ,  y  va  á  la  ciudad  de  Granada  con  negocios 
míos,  tocantes  al  bien  de  los  moros  y  de  los  cristianos, 
como  es  costumbre  tratarse  entre  los  reyes.  Todos  los 
que  le  vieren  y  encontraren  déjenle  pasar  libremente 
y  seguir  su  camino ,  y  ayúdenle ,  y  denle  todo  favor 
para  que  lo  ctunpla;  porque  el  que  lo  contrarío  hicie- 


r.EBELÍON  Y  CASTIGO  DE  LOS  MORISCOS  DE  GRANADA. 


re ,  y  le  estorbare.ó  prendiere ,  condenarse  lia  en  perdi- 
miento de  la  cabeza.  »  Y  abajo  decia  :  ((Escribiólo  por 
mandado  del  Rey,  Aben  Cliapela.»  Y  á  la  mano  iz- 
quierda ,  debajo  de  los  renglones ,  estaban  unas  letras 
grandes,  que  parecían  de  su  mano,  que  decian  :  ((Esto 
es  verdad ; »  imitando  á  los  reyes  moros  de  África ,  que 
no  acostumbran  firmar  sus  nombres  sino  por  aquellas 
palabras,  por  mas  grandeza.  Llegado  el  mozo  coneldes- 
paclio  á  la  Calahorra ,  el  marqués  de  los  Vélez  lo  enca- 
minó á  Granada,  y  él  se  fué  derecho  á  la  fortaleza  de 
la  Alhambra,  y  lo  dio  al  marqués  de  Mondéjar,  y  le  dijo 
como  Aben  Humeya  le  enviaba  á  solo  llevar  aquellas 
cartas,  y  que  para  aquel  efeto  le  habia  dado  libertad; 
mas  que  no  sabia  lo  que  se  contenia  en  ellas.  Y  el  Mar- 
qués, llevando  consigo  al  mozo,  se  fué  luego  á  don  Juan 
de  Austria ,  y  juntándose  los  del  Consejo,  algunos  qui- 
sieran que  el  proprio  mensajero  entrara  á  dar  su  recau- 
do ;  mas  el  licenciado  Birviesca  de  Muñatones  dijo  que 
ncTconvenia  á  la  autoridad  de  don  Juan  de  Austria  dar 
audiencia  á  la  embajada  de  un  hereje  y  traidor  que  es- 
taba con  las  armas  en  las  manos ,  sino  que  se  cometie- 
se á  uno  de  los  que  allí  estaban ,  que  viese  las  cartas  y 
examinase  aquel  mozo,  y  hiciese  después  relación  en  el 
Consejo.  Cometiéndoselo  pues  al  proprio  licenciado  Mu- 
ñatones ,  abrió  las  cartas ,  y  lo  que  se  contenia  en  la  que 
venia  para  don  Juan  de  Austria  era  que  habia  sabido 
que  habia  dado  tormento  á  don  Antonio  de  Valor,  y  á 
don  Francisco  su  hermano ;  los  cuales  no  tenían  culpa , 
de  lo  que  él  hacia ,  y  que  la  causa  de  aquel  levantamien- 
to solamente  había  sido  por  los  agravios  que  los  minis- 
tros de  justicia  habían  hecho  ;  que  le  rogaba  mucho 
mandase  hacerles  buen  tratamiento,  porque  de  otra 
manera  mataría  cuantos  cristianos  tenia  en  su  poder; 
y  que  queriéndoselos  dar  por  rescate  ó  trueque ,  daría 
ochenta  captivos  por  ellos;  y  si  fuese  menester  dar  al- 
gunos de  los  que  estaban  en  Berbería,  los  haría  traer 
para  aquel  efeto ,  aunque  estuviesen  en  poder  del  Gran 
Turco.  Esto  se  contenía  en  la  carta  de  don  Juan  de  Aus- 
tria; y  en  la  de  don  Luis  de  Córdoba  solamente  le  enco- 
mendaba que  tratase  aquel  negocio  con  don  Juan  de 
Austria.  Haciendo  pues  relación  en  el  Consejo  de  lo  que 
se  contenía  en  las  cartas,  se  acordó  que  no  se  le  res- 
pondiese, sino  que  el  proprio  don  Antonio  de  Valor  le 
escribiese,  certificándole  como  se  les  hacia  buen  tra- 
tamiento, y  que  no  se  les  había  dado  tormento ,  y  lo  que 
mas  á  él  le  pareciese,  aconsejándole  como  padre  que 
se  apartase  de  aquella  liviandad  en  que  andaba  ;  lo  cual 
se  hizo  así ,  y  dende  á  pocos  días  tornó  á  escrebir  otra 
carta  en  respuesta  de  la  de  su  padre,  por  la  vía  de  Gué- 
jar,  y  la  encaminó  al  alcaide  Xoaybí,  que  estaba  de 
guarnición  en  aquel  presidio,  con  otra  para  él,  quede- 
cía  desta  manera  :  (( Los  loores  á  Dios  del  estado  gran- 
ja de,  venturoso,  renovado  por  Muley  Mahamete  Aben 
«Humeya,  que  Dios  haga  vitorioso;  salud  en  Dios,  y 
»su  gracia  y  bendición,  que  desea  á  su  especial  amigo 
»el  alcaide  Xoaybí  de  Guéjar.  Hermano  mío,  lo  que  os 
«ruego  es  que  enviéis  luego  á  Granada  esta  carta,  que 
))os  será  dada  escrita  en  castellano;  y  guardaos  no  al- 
»  ceis  mas  alearía  ninguna  hasta  que  venga  respuesta 
»  della ;  que  después  desto  yo  os  daré  orden  de  lo  que 
»  habéis  de  hacer.  Y  por  Dios  os  encargo  seáis  hombre 
K  de  secreto ;  que  presto  iré  á  veros  y  proveeré  todo  lo 
«que  os  cumpliere.  La  salud  y  bendición  de  Dios  sea 


281 

» sobre  vos.  >)  Hasta  aquí  decía  la  carta  del  alcaide  Xoay- 
bí, la  cual  hallamos  originalmente  en  su  posada  cuan- 
do después  don  Juan  de  Austria  ganó  el  lugar  de  Gué- 
jar; y  según  parece ,  el  traidor  no  envió  la  otra  á  Gra- 
nada, antes  la  debió  de  abrir ,  y  visto  lo  que  se  conte- 
!  nía ,  la  guardó  para  calumniarle  con  ella.  Y  así ,  parece 
'  'que  los  moros,  gente  sospechosa,  entendiendo  que  tra- 
;   taba  de  su  daño  ,  se  indignaron  contra  él ,  persuadidos 
\  por  algunos  ofendidos  que  le  aborrecían  por  las  cruel- 
!  dades  que  había  hecho  en  los  hombres  mas  principales 
de  su  nación,  y  de  secreto  comenzaron  á  tratarle  la 
muerte;  y  al  fin  se  la  dieron ,  como  se  dirá  en  su  lugar, 

CAPITULO  XXXII. 

Cámo  Aben  Humeya  juntt)  su  campo  en  Andarax  para  ir  sobre  Al- 
mería ,  y  cómo  don  García  de  Villaroel  áió  sobre  Guécija ,  y  le 
desbarató  el  desinio  que  llevaba. 

En  el  capítulo  treinta  y  seis  del  quinto  libro  dijimos 
como  don  García  de  Villaroel  hizo  ahorcar  á  Francisco 
López,  alguacil  de  Tavernas,  luego  que  volvió  al  car- 
go de  la  gente  de  guerra  de  Almería ;  porque  se  temió 
que  el  marqués  de  los  Vélez  enviaba  por  él  á  ruego  de 
unos  moriscos  deudos  suyos,  que  andaban  de  paces  y 
habian  hecho  que  se  redujese  otro  moro  no  menos  va- 
leroso que  él ,  llamado  Alonso  López ,  con  un  hijo  suyo 
que  se  decía  Pedro  López ,  que  andaban  estos  días  en 
nuestro  campo ,  y  después  huyeron  á  la  sierra ;  y  jun- 
tando número  de  moros,  hicieron  grandes  daños  á  los 
cristianos,  corriendo  la  tierra ;  y  captivundo  y  matando 
mucha  gente,  fortalecieron  el  castillo  de  Tavernas,  y 
lo  sustentaron  hasta  que  don  Juan  de  Austria  ocupó  las 
fortalezas  del  río  de  Almanzora,  como  diremos  ade- 
lante ;  los  cuales  hacían  instancia ,  pidiendo  á  Aben 
Humeya  que  fuese  sobre  Almería,  facilitándole  aque- 
lla empresa  con  decir  que  no  había  gente  de  guerra  den- 
tro suficiente  para  defenderla ,  en  especial  habiendo 
tanto  número  de  moriscos  de  los  muros  adentro ,  coa 
quien  ellos  tenían  sus  inteligencias.  Y  no  se  engañaban, 
porque  por  el  mes  de  marzo  pasado  había  pedido  el 
marqués  de  los  Vélez  á  don  García  de  Villaroel  su  com- 
pañía de  caballos  para  cierto  efeto,  y  le  habia  enviado 
á  Juan  de  las  Heras,  su  alférez, con  treinta  escuderos 
escogidos  y  una  compañía  de  infantería  del  capitán  Ber- 
nardino  de  Quesada,  y  no  le  había  vuelto  mas  la  gen- 
te,  y  la  que  quedaba  era  poca ,  y  la  ciudad  estaba  como 
cercada,  y  era  tan  molestada  de  los  enemigos,  que  no 
osaban  salir  de  los  muros ,  especialmente  que  tenían 
aviso  como  Aben  Humeya  habia  tratado  de  sacados  por 
una  parte ,  y  teniéndolos  arredrados  de  los  muros,  dar 
él  por  otra,  y  atajados  fuera  de  la  ciudad ;  y  aun  lo  ha- 
bía ya  intentado  dos  veces,  enviando  mas  de  mil  mo- 
ros de  parte  de  noche  á  que  se  metiesen  en  las  huertas; 
los  cuales  se  llevaron  los  moriscos  de  paces  que  mora- 
ban en  ellas ,  y  mataron  algunos  que  no  quisieron  ir 
con  ellos.  Finalmente  Aben  Humeya,  con  determina- 
ción de  poner  cerco  sobre  Almería  y  ocupar  aquel  puer- 
to, tan  importante  para  recebir  los  navios  de  África, 
juntó  mucho  número  (Je  gente  en  Andarax ;  y  siendo 
avisado  dello  don  García  de  Villaroel  por  sus  espías, 
aunque  no  con  certidumbre  de  loquequeria  hacer,  por- 
que unos  le  decian  que  la  junta  era  para  dar  sobre  Al- 
mería, otros  sobre  Adra,  para  entender  el  desinio  que 


282 


LUIS  DEL  MARMOL  CARVAJAL. 


tenia,  ó  interrompérsele,  s¡  pudiese,  salió  de  Almería 
á  23  de  julio  con  docientos  arcabuceros  y  treinta  ca- 
ballos ;  y  sin  declarar  lo  que  iba  á  hacer,  porque  los  mo- 
riscos de  la  ciudad  no  lo  sintiesen  y  diesen  aviso  á  sus 
parientes,  caminó  aquel  dia  la  vuelta  de  Inox ,  que  está 
á  levante  de  Almería ,  y  cuando  anochecía  hizo  alto ;  y 
recogiendo  la  gente,  les  dijo  el  fin  para  que  los  había* 
sacado  de  la  ciudad,  y  como  iban  á  dar  sobre  Guécija, 
donde  sabia  que  estaban  moros  de  guerra ,  y  esperaba 
en  Dios  hacer  algún  buen  efeto.  Está  el  lugar  de  Guéci- 
ja cuatro  leguas  de  Andarax,  donde  tenía  Aben  Humeya 
recogida  su  gente,  y  desta  causa  quisieran  algunos  de 
los  que  iban  con  don  García  de  Viliaroel  que  se  dejara  la 
empresa  para  mejor  ocasión ,  cuando  el  campo  del  ene- 
migo estuviese  mas  apartado;  mas  él  los  persuadió  de 
manera,  que  hubieron  de  proseguir  su  camino.  Y  vol- 
viendo sobre  el  norte,  caminaron  toda  aquella  noche 
coa  grandísimo  trabajo ,  porque  demás  de  ser  el  cami- 
no áspero  y  muy  fragoso ,  hacia  grande  escuridad ;  y  al 
reír  del  alba  fueron  á  dar  sobre  el  lugar,  y  quedándose 
á  la  parte  de  fuera  don  García  de  Viliaroel  con  cien  ar- 
cabuceros y  quince  caballos  puestos  en  su  escuadrón, 
don  Cristóbal  de  Benavides,  su  hermano,  acometió  con 
los  demás  el  lugar;  y  matando  muchos  moros,  salió 
de  la  otra  parte  con  algunos  soldados,  siguiendo  á  los 
que  se  subían  huyendo  á  la  sierra.  A  este  tiempo  don 
García  de  Viliaroel  mandó  tocar  á  recoger,  porque  se 
desmandaban  mucho  yendo  cebados  en  los  enemigos, 
y  sabía  que  estando  Aben  Humeya  tan  cerca,  no  deja- 
ría de  acudir  á  las  ahumadas  que  hacían  por  las  sierras. 
Habiéndose  pues  recogido  nuestra  gente,  dio  vuelta  ha- 
cia Almería  con  ciento  y  treinta  esclavas  y  muchos  ba- 
gajes cargados  de  ropa.  No  tardó  mucho  en  llegar  el 
socorro  que  enviaba  Aben  Humeya ,  y  en  el  barranco 
que  dicen  del  Ramón,  dos  leguas  y  media  de  Almería, 
los  moros  mas  ligeros  alcanzaron  la  retaguardia,  donde 
iban  don  García  y  don  Cristóbal  de  Benavides  y  otros 
caballeros  y  soldados  de  honra;  los  cuales  se  pusieron 
en  emboscada  detrás  de  un  cerro,  aguardando  á  que  los 
enemigos  se  acercasen  para  darles  un  Santiago ;  mas 
ellos  se  desviaron,  y  tomaron  lo  alto  de  una  loma  sobre 
mano  izquierda ,  y  desde  allí  comenzaron  á  escopetear 
á  nuestra  gente.  Venía  delante  de  todos  un  moro  ani- 
mando á  los  otros ,  y  dando  grandes  voces  que  acome- 
tiesen sin  miedo ;  al  cual  derribó  un  soldado  de  un  ar- 
cabuzazo ,  y  muerto  aquel ,  todos  los  demás  aflojaron  y 
se  fueron  quedando  por  aquellos  cerros ;  y  no  siendo  los 
cristianos  mas  seguidos ,  prosiguieron  su  camino  con 
toda  la  presa,  y  entraron  en  Almería  una  hora  antes  de 
mediodía.  Desta  jornada  se  consiguió  mucho  efeto;  por- 
que Aben  Humeya  mudó  parecer,  entendiendo  que  le 
habían  mentido  los  moriscos  de  Almería  y  que  había  en 
la  ciudad  mas  gente  y  mejor  recaudo  del  que  le  habían 
dicho;  y  quedó  tan  enojado  con  ellos  de  allí  adelante, 
que  hacía  matar  cuantos  le  venían  á  las  manos  con  sola 
información  de  que  los  hubiesen  visto  hablar  con  don 
García  de  Viliaroel ,  creyendo  que  eran  espías ,  y  en  po- 
co tiempo  faltaron  veinte  y  tres  moriscos  de  la  ciudad 
y  su  tierra,  que  hizo  morir  cruelisímamente.  A  unos  ha- 
cia enterrar  basta  la  cinta  y  tiraries  con  las  ballestas;  á 
otros  descuartizaban  vivos,  y  á  uno  hizo  aserrar  por 
medio  con  una  sierra.  Y  fué  tanto  el  miedo  que  de  allí 
adelante  tuvieron,  que  muchos  dejaron  el  oficio,  y  sí 


no  era  con  grande  interés ,  no  se  hallaba  quien  quisiese 
ser  espía. 

CAPITULO  XXXIII. 

De  ana  entrada  que  don  Antonio  de  Luna  hizo  en  el  valle  de  Le- 
crin,  donde  murió  el  capitán  Céspedes,  y  de  algunos  recuentros 
que  hubo  estos  dias  con  los  enemigos  á  la  parte  de  Salobreña. 

Habíanse  vuelto  los  vecinos  de  Pinillos  del  Valle  á  sus 
casas  estos  dias ,  y  como  hubiese  entre  ellos  algunos 
moros  de  guerra  que  hacían  daño,  don  Juan  de  Austria 
mandó  á  don  Antonio  de  Luna  que  con  las  compañías 
que  estaban  alojadas  en  la  vega  de  Granada,  y  tomando 
de  camino  alguna  gente  de  la  que  estaba  en  el  presidio 
de  Tablate,  fuese  á  dar  una  alborada  sobre  aquel  lugar, 
el  cual  recogió  tres  mil  y  docientos  infantes  y  ciento 
y  veinte  caballos,  con  que  llegó  á  Tablate  la  víspera  áe 
señor  Santiago.  Y  porque  no  halló  allí  al  capitán  Cés- 
pedes ,  cabo  y  gobernador  del  presidio,  que  era  ido  á 
uno  de  los  lugares  reducidos  allí  cerca,  dejó  orden  al 
capitán  Juan  Díaz  de  Orea  que  en  viniendo  le  dijese  que 
dos  horas  antes  que  amaneciese  envíase  dos  compañías 
de  infantería  de  tres  que  allí  tenia  por  el  camino  derecho 
de  Pinillos,  y  fuesen  á  amanecer  sobre  el  lugar,  porque 
lo  mesmo  haría  él  con  toda  la  otra  gente.  Y  porque  en- 
tendió que  los  moros  que  le  habían  visto  llegar  estaban 
sobre  aviso  para  desmentir  las  espías,  acordó  de  volverse 
pordonde  había  venido,  para  que  entendiesen  queeraes- 
colta  que  había  traído  bastimentos,  y  se  volvía  á  Granada; 
y  se  fué  á  emboscar  aquella  noche  en  lo  de  Béznar,  has- 
ta que  vio  que  le  quedaba  de  la  noche  el  tiempo  que  había 
menester  para  ir  á  amanecer  sobre  Pinillos.  Apenas  se 
había  vuelto  don  Antonio  de  Luna ,  cuando  el  capitán 
Céspedes  vino  á  Tablate,  y  vista  la  orden  que  había  de- 
jado, quiso  ir  él  con  la  gente,  no  embargante  que  algu- 
nos amigos  le  aconsejaron  que  no  hiciese  la  jornada, 
pues  no  tenia  orden  de  don  Juan  de  Austria  para  ello, 
ni  estaban  bien  él  y  don  Antonio  de  Luna.  Otro  día  de 
mañana,  que  fué  la  fiesta  de  señor  Santiago,  á  23  de  ju- 
lio, al  reír  del  alba,  se  halló  toda  nuestra  gente  sobre  el 
lugar  de  Pinillos;  mas  no  se  pudo  hacer  el  efeto,  por- 
que estaban  los  moros  avisados  y  habían  subídose  con 
sus  mujeres  y  hijos  á  las  sierras.  Y  viendo  que  había 
errado  el  tiro  don  Antonio  de  Luna,  dio  vuelta  hacía  los 
lugares  de  las  Albuñuelas  y  Salares,  y  llegando  á  Restá- 
val,  que  todos  estos  pueblos  están  juntos,  ordenó  al  ca- 
pitán Céspedes  que  fuese  por  el  camino  arriba  que  sube 
hacia  las  Albuñuelas ,  con  docientos  arcabuceros,  y  con 
él  Francisco  de  Arroyo  con  los  soldados  de  la  cuadrilla 
de  Pedro  de  Vilches,  y  él  con  toda  la  otra  gente  pasó  al 
lugar  de  Salares,  á  fin  de  cercar  aquellos  dos  lugares  á 
un  tiempo.  Llegando  pues  el  capitán  Céspedes  á  lo  alto 
de  la  sierra  que  está  entre  Restával  y  las  Albuñuelas, 
vio  estar  un  golpe  de  moros  en  un  cerro  redondo  que 
está  á  la  mano  izquierda  en  medio  de  un  llano,  y  á  las 
espaldas  del  tenían  las  mujeres,  bagajes  y  ganados  en  el 
valle  de  la  sierra  que  está  sobre  Restával.  Dejando  pues 
el  camino  que  llevaba,  y  enderezando  hacía  ellos,  los 
tiradores  comenzaron  á  trabar  escaramuza ,  y  á  la  pri- 
mera rociada  le  dieron  un  escopetazo  por  los  pechos, 
que  le  pasó  un  peto  fuerte  que  llevaba, y  le  derribó 
muerto  en  tierra.  Acudieron  tantos  moros  de  los  que 
andaban  derramados  por  aquellas  sierras  sobre  los  cris- 
tianos que  con  él  iban,  que  hubieron  de  retirarse  des- 


REBELIÓN  Y  CASTIGO  DE  LOS  MORISCOS  DE  GRANADA. 


283 


ordenadamente ,  dejando  muertos  algunos  soldados,  y 
entre  ellos  uno  llamado  Narvaez  de  Jimena ,  que  peleó 
esle  día  como  buen  español  al  lado  de  su  capitán  por 
retirarle.  No  pudo  don  Antonio  de  Luna  socorrerlos, 
hallándose  de  la  otra  parte  de  un  barranco  que  se  hace 
entre  los  dos  cerros,  y  la  caballería  que  estaba  abajo  en 
el  rio  con  don  Alvaro  de  Luna,  su  hijo,  se  retiró  luego 
desbaratada.  Algunos  dijeron  que  don  Antonio  de  Lu- 
na no  habia  querido  socorrer  al  capitán  Céspedes,  mas 
no  se  debe  presumir  semejante  crueldad  en  caballero 
cristiano,  ni  aunque  le  socorriera  llegara  á  tiempo  de 
poderle  salvarla  vida,  porque  le  mataron  luego  como 
comenzó  la  escaramuza;  antes  se  entendió  haber  sido 
causa  de  su  muerte  su  demasiado  ánimo  y  quererse 
meter  donde  estaban  los  moros  de  todo  el  valle,  por 
ventura  con  deseo  de  hacer  algún  efeto  importante.  Fi- 
nalmente, don  Antonio  de  Luna  no  quiso  pasar  el  bar- 
ranco que  estaba  entre  él  y  el  cerro  de  la  escaramuza; 
el  cual,  habiendo  saqueado  á  Salares,  juntó  los  capitanes 
á  consejo  para  ver  lo  que  se  haria;  y  después  de  haber 
dado  y  tomado  gran  rato  sobre  ello,  viendo  que  el  nú- 
mero de  los  moros  crecia,se  fué  retirando  la  vuelta 
del  Padul  por  diferente  camino  del  que  habia  llevado, 
quedando  el  capitán  Lázaro  de  Heredia,  esforzado  man- 
cebo, de  retaguardia  con  su  compañía  para  recoger  la 
gente,  que  venia  medio  desbaratada.  Los  moros  siguie- 
ron el  alcance  todo  lo  que  les  duró  la  aspereza  de  la 
tierra,  que  no  osaron  pasar  adelante  por  miedo  de  los 
caballos,  y  volviendo  á  Salares,  mataron  algunos  sol- 
dados que  se  habían  quedado  saqueando  las  casas.  El 
alférez  de  Céspedes  se  hizo  fuerte  en  la  iglesia  con  tres 
soldados,  y  se  defendió  allí  tres  días  hasta  que  les  pu- 
sieron fuego  y  los  quemaron  dentro.  Solamente  lleva- 
ron los  escuderos  algim  ganado  que  toparon  desman- 
dado, y  cantidad  de  bagajes  y  ropa  que  sacaron  del  lu- 
gar y  seis  moras  captivas.  El  suceso  deste  día  puso  ma- 
yor ánimo  á  los  alzados ,  y  luego  la  semana  siguiente, 
yendo  el  alférez  Moriz  con  la  infantería  de  la  ciudad  de 
Trujillo,  cuyo  capitán  era  Juan  de  Chaves  de  Orellana, 
acompañando  una  escolta  que  iba  del  Padul  á  Tablate, 
el  Macox  envió  trecientos  escopeteros  á  esperarla  en 
el  barranco  de  Talará,  y  saliendo  de  una  emboscada  en 
que  se  habia  metido,  la  desbarataron,  y  mataron  al  al- 
férez y  á  todos  los  soldados  que  iban  con  ella;  mas  luego 
envió  don  Juan  de  Austria  otra  mas  á  recaudo  con  el 
capitán  Iñigo  de  Arroyo  Santistéban  y  Pedro  de  Vil- 


ches,  Pié  de  palo,  los  cuales  dejando  el  paso  de  Talará, 
donde  se  entendía  que  estarían  los  moros ,  fueron  de 
parte  de  noche  á  pasar  por  otro  paso  mas  arriba,  que 
llaman  de  los  Nogales ,  y  los  burlaron  de  manera ,  que 
cuando  era  de  día  estaban  de  la  otra  parte  del  barran- 
co, y  llegaron  seguramente  á  Tablate,  donde  quedó  la 
mitad  del  bastimento,  y  la  otra  mitad  llevó  el  capitán 
Gaspar  de  Alarcon,  que  vino  por  ello  desde  órgiba.  No 
mucho  después  se  mandó  sacar  el  presidio  de  Tablate, 
y  se  pasó  á  Acequia,  lugar  mas  conveniente  para  la  se- 
guridad del  camino  y  de  las  escoltas. 

Habíanse  juntado  algunas  veces  los  moros  del  valle 
de  Lecrin  y  de  las  Cuajaras  ,  y  llevádolos  Gironcillo  á 
correr  hacía  lo  de  Motril  y  Salobreña,  y  saliendo  á  ellos 
los  caballos,  aunque  pocos,  les  habían  hecho  mucho 
daño.  Juntando  pues  el  moro  seiscientos  tiradores  es- 
tos días,  fué  á  emboscarse  detrás  del  cerro  que  llaman 
del  Hacho,  cerca  de  Salobreña,  y  andando  unos  cristia- 
nos desmandados  en  el  campo,  salió  á  ellos  y  mató  uno 
y  hirió  otro ;  los  demás  volvieron  huyendo  á  la  villa.  Y 
como  las  centinelas  tocasen  rebato,  don  Diego  Ramí- 
rez de  Haro  hizo  disparar  una  culebrina  para  dar  aviso 
en  Motril,  que  está  una  legua  de  allí  y  es  todo  tierra 
llana;  y  saliendo  don  Luis  de  Baldívía  con  sesenta  ca- 
ballos de  su  compañía,  y  de  la  de  los  contiosos  de  Ar- 
jona  que  estaban  con  él  de  guarnición  en  aquella  villa, 
fué  en  busca  de  los  enemigos,  los  cuales  en  sintiendo 
disparar  la  pieza  de  artillería  se  habían  retirado  hacia 
la  sierra ;  y  alcanzándolos  en  las  cuestas  de  Termay,  que 
están á  poniente  de  Salobreña,  andando  peleando  con 
ellos,  salió  don  Diego  Ramírez  con  solos  siete  caballos 
que  tenía  consigo,  y  acometiéndolos  animosamente,  los 
desbarataron  y  hicieron  huir.  Y  pasando  los  capitanes 
hasta  junto  á  Itrabo,  pusieron  fuego  á  los  panes  y  que- 
maron todos  aquellos  montes;  y  como  no  llevaban  in- 
fantería para  combatir  el  lugar,  se  volvieron  á  sus  pre- 
sidios. Sucedió  aquel  día  que  un  moro  de  á  pié  se  abrazó 
con  un  escudero,  y  derribándole  del  caballo,  se  lo  quitó 
y  subió  en  él  para  llevárselo ;  mas  otro  escudero  de  Mo- 
tril, llamado  Diego  Pérez  Treviño,  viendo  que  se  iba  con 
el  caballo  del  cristiano,  arremetió  con  el  suyo  contra 
él,  y  alcanzándole,  le  echó  mano  de  los  cabezones,  y  el 
moro  asió  del  tan  recio,  que  entrambos  vinieron  al  sue- 
lo, y  bregando  un  buen  rato,  al  fin  mató  Treviño  al 
moro,  y  cobró  el  caballo  y  lo  volvió  á  dar  á  su  dueño. 


LIBRO  SÉPTIMO. 


CAPÍTULO  PRIMERO, 

Cómo  su  majestad  mandó  reforzar  el  campo  del  marqués  de  los 
Vélez,  y  se  le  ordenó  que  allanase  la  Alpujarra. 

Estábase  todavía  el  campo  del  marqués  de  los  Vélez 
en  Adra  sin  hacer  efeto  porque  tenia  muy  poca  gente, 
y  gran  falta  de  bastimentos,  por  haber  consumido  ya  el 
trigo  y  cebada  que  habia  hallado  en  el  campo  de  Da- 
lías,  y  deseoso  de  salir  de  allí,  pedía  que  le  engrosasen 
el  campo,  proveyéndole  de  gente  y  de  toáas  las  otras 
cosas  necesarias  con  que  poder  deshacer  al  enemigo  y 


allanar  la  tierra.  Y  habiéndose  platicado  largamente 
sobre  su  comisión  en  el  consejo  de  su  majestad,  se  tomó 
resolución  en  que  se  pusiese  luego  por  la  obra,  no  siendo 
tiempo  de  poderse  dilatar  mas  el  negocio.  Ordenóse  al 
comendador  mayor  de  Castilla  que  con  las  galeras  que 
traía  á  su  orden  llevase  al  campo  del  marqués  de  los  Vé- 
lez los  soldados  plátícos  de  Italia  y  la  gente  que  don  Juan 
de  Mendoza  tenia  en  órgiba,que  iría  á  embarcarse  ála 
playa  de  Motril,  y  cinco  compañías  que  iban  á  orden  del 
marqués  de  la  Favara,  las  cuatro  de  la  ciudad  de  Córdo- 
ba ,  cuyos  capitanes  eran  don  Francisco  de  Simancas, 


284 


LUIS  DEL  MARMOL  CARVAJAL. 


Cosme  de  Armenia,  don  Pedro  de  Acevedo  y  don  Diego 
deArgote,  y  la  otra  suya;  y  á  don  Sandio  de  Leiva,  que 
fuese  á  traer  mil  catalanes  que  estaban  hechos  en  Tor- 
tosa,  cuyo  cabo  era  un  caballero  del  hábito  de  Santia- 
go, de  aquella  nación,  llamado  Antic  Sarriera.  Al  capi- 
tán Francisco  de  Molina  se  mandó  que  entregase  Iív 
gente  de  guerra  que  tenia  en  Guadix  á  don  Rodrigo  de 
Benavides  ,  hermano  del  conde  de  Santistéban,  y  que 
con  rail  infantes  y  cincuenta  caballos  que  se  le  darian 
en  Granada,  se  fuese  á  meter  en  Órgiba,  y  que  don  Luis 
de  Córdoba,  general  de  la  caballería  que  allí  estaba,  se 
viniese  á  Granada ;  todo  lo  cual  se  puso  luego  por  la 
obra.  El  Comendador  mayor  llevó  los  soldados  viejos 
y  toda  la  otra  gente  á  la  villa  de  Adra,  y  hizo  tres  via- 
jes desde  Motril,  cargado  de  bastimentos,  municiones  y 
bagajes ;  y  don  Sancho  de  Leiva  llevó  el  tercio  de  los 
catalanes.  Los  proveedores  de  Granada  y  Málaga  apres- 
taron mucha  cantidad  de  bastimentos;  el  de  Granada 
Jos  envió  á  Órgiba,  y  el  de  Málaga  por  mar  á  Adra.  So- 
lamente se  dejó  de  poner  bastimento  en  la  Calahorra, 
cosa  que  el  marqués  de  los  Vélez  pedia  con  instancia, 
entendiendo  que  no  seria  menester,  ó  por  los  fines  que 
al  Consejo  pareció;  que,  según  lo  que  después  sucedió, 
fuera  de  grande  importancia,  y  fué  de  mucho  daño  no 
haberlos  puesto  allí.  Tampoco  se  le  proveyeron  todos 
los  bagajes  que  pedia,  porque  se  habían  con  grandísima 
d¡ficultad,á  causa  de  que  los  bagajeros  los  huían,  y  mu- 
chos los  desjarretaban  ó  les  dejaban  morir  de  hambre 
por  no  servir  con  ellos  :  tantos  eran  los  cohechos,  ro- 
bos y  malos  tratamientos  que  los  alguaciles  y  comisa- 
rios les  hacían.  Había  opiniones  diferentes  en  el  con- 
sejo de  Granada  en  este  tiempo  sobre  la  orden  que  se 
había  de  dar  al  marqués  de  los  Vélez  :  algunos  querían 
que  pasase  á  Vera  para  asegurar  la  sospecha  que  había 
délos  moriscos  de  los  reinos  de  Murcia  y  Valencia  y 
de  toda  aquella  costa,  y  allanar  lo  del  rio  de  Almanzora ; 
otros  que  se  estuviese  quedo  en  Adra ,  y  saliese  de  allí 
á  hacerlos  eí'etos  necesarios  para  allanar  la  Alpujarra 
y  deshacer  al  enemigo.  Y  estando  un  día  tratando  so- 
bre ello  don  Juan  de  Austria,  dijo  que  le  parecia  que  no 
podría  ser  bien  proveído  el  campo  en  Adra,  porque  por 
tierra  era  muy  largo  el  camino  para  las  escoltas,  ha- 
biendo de  ir  desde  Granada  á  Órgiba,  y  desde  allí  á  Adra, 
y  por  mar  tampoco  había  seguridad  de  poder  enviar  los 
navios,  por  los  inciertos  temporales;  y  que  le  parecía 
debía  ponerse  en  parte  donde  estuviese  mas  cerca  del 
enemigo  y  fuese  proveido  con  menos  dificultad,  y  que 
sería  bien  que  se  pusiese  en  üjíjar  dé  la  Alpujarra,  lu- 
gar puesto  entre  las  taas  y  en  buen  comedio  para  salir 
á  conseguir  el  efeto  que  se  pretendía ;  cosa  que  se  podía 
hacer  muy  mal  desde  Vera,  por  estar  á  trasmano ;  y  es- 
tando todos  deste  acuerdo,  al  marqués  de  Mondéjar  se 
le  representó  un  inconveniente  á  su  parecer  grande ,  y 
era  que  para  pasar  de  Adra  á  Ujíjar  se  había  de  ir  for- 
zosamente á  Berja,  y  entre  Berja  y  Ujíjar  había  un  paso 
por  donde  de  necesidad  se  pasaba  la  sierra  por  una 
peña  horadada ,  que  no  podía  ir  mas  que  un  hombre 
tras  de  otro ;  y  si  se  ponían  allí  los  enemigos,  que  habían 
de  acudir  á  las  ahumadas  en  viendo  marchar  el  campo, 
podrían  recebir  mucho  daño  los  cristianos.  Esta  difi- 
cultad tuvo  algo  suspensos  á  los  del  Consejo,  enten- 
diendo que  no  había  otro  camino  por  donde  poder  ir  sino 
aquel,  y  mandando  venir  los  adalides  allí  delante  del  los, 


se  informaron  muy  particularmente  si  había  otra  parle 
por  donde  se  pudiese  ir,  queriendo  desechar  el  paso  que 
el  marqués  de  Mondéjar  decía ;  los  cuales  dijeron  que 
rodeando  una  legua  se  podía  excusar,  yendo  á  dar  á  Lu- 
cainena,  y  de  allí  á  Ujíjar;  aunque  también  había  otro 
mal  paso  en  un  barranco,  que  los  moros  llamaban  Hau- 
dar  el  Bacar,  que  quiere  decir  el  arroyo  de  las  vacas, 
dificultoso  no  tanto  como  el  de  la  Peña  Horadada.  Final- 
mente se  concluyó  aquel  consejo  con  que  se  escribiese  al 
marqués  de  los  Vélez  que  tomase  el  camino  que  los  ada- 
lides decían,  y  se  fuese  á  poner  en  Ujíjar,  no  perdiendo 
el  tiempo  ni  la  ocasión  en  lo  que  se  había  de  hacer ;  por- 
que en  lo  que  tocaba  á  las  provisiones  se  harían  las  di- 
ligencias posibles  para  proveerle.  En  el  siguiente  capí- 
tulo diremos  lo  que  le  sucedió  en  el  camino. 

CAPITULO  II. 

Cómo  el  marqués  de  los  Vélez  partió  con  su  campo  de  Adra,  y 
cómo  los  moros  le  salieron  al  camino  y  los  desbarató ,  y  pasó  á 
Ujíjar. 

Siendo  avisado  el  marqués  de  los  Vélez  dónde  habia 
de  ir  y  el  camino  que  había  de  llevar,  y  teniendo  apres- 
tadas todas  las  cosas  para  la  partida ,  mandó  dar  cinco 
raciones  á  la  gente  de  guerra ;  y  haciendo  cargar  to- 
dos los  bastimentos  y  las  municiones  que  pudieron  ir 
en  los  bagajes,  partió  de  la  villa  de  Adra  á  26  diasdel 
mes  de  julio  de  1569  años  con  doce  mil  infantes  y  cua- 
trocientos caballos.  Llevaba  su  campo  puesto  en  orde- 
nanza, repartida  la  infantería  en  tres  escuadrones,  el 
uno  á  vista  del  otro.  La  vanguardia  llevaba  el  marqués 
de  la  Favara;  de  batalla  iban  don  Pedro  de  Padilla  y 
don  Juan  de  Mendoza  y  don  Juan  Fajardo ,  á  cuyo  cargo 
estaba  la  infantería  que  el  marqués  de  los  Vélez  tenia 
en  Adra ;  y  de  retaguardia  Antic  Sarriera ;  el  bagaje 
iba  en  medio ,  y  el  marqués  de  los  Vélez  detrás  de  todo 
el  campo  con  la  caballería.  Aquella  tarde  llegaron  al 
lugar  de  Berja ,  donde  estuvo  tres  días  alojado  el  cam- 
po; y  habiéndose  informado  muy  bien  el  marqués  de  Ic.^ 
Vélez  del  camino  que  se  habia  de  tomar  para  huir  el 
paso  de  Peña  Hjoradada ,  partió  otro  día  de  mañana  la 
vuelta  de  Ujíjar  por  el  camino  de  Lucaínena ,  llevando 
la  mesma orden  que  cuando  salió  de  Adra,  excepto  que 
los  tercios  iban  trocados.  De  vanguardia  iba  don  Juan 
de  Mendoza ,  luego  el  marqués  de  la  Favara ;  seguíale 
el  marqués  de  los  Vélez  con  la  caballería,  y  detrás  del 
Antic  Sarriera  y  don  Juan  Fajardo;  y  de  retaguardia  de 
todos  don  Pedro  de  Padilla.  Tenia  ya  aviso  Aben  Hu- 
meya  del  poderoso  ejército  que  se  aparejaba  contra  él, 
y  hizo  tres  provisiones.  A  Hernando  el  Habaquí  envió 
con  cartas  á  Argel  para  que  procurase  traerle  algún  so- 
corro; á  don  Hernando  el  Zaguer  hizo  ir  á  recoger  el 
mayor  número  de  gente  que  pudiese  en  los  partidos  de 
Almería,  rio  de  Almanzora  y  sierras  de  Baza  y  Filábres; 
y  á  Pedro  de  xMendoza  el  Hoscein ,  con  cinco  mil  hom- 
bres, mandó  que  defendiese  la  entrada  de  la  Alpujarra 
á  nuestro  campo ,  aunque  el  proprio  Hoscein  nos  dijo 
después  que  no  llevaba  orden  de  pelear,  sino  de  espan- 
tar, porque  tenían  acordado  de  no  pelear  hasta  tener 
toda  la  gente  junta.  Caminando  pues  nuestros  escua- 
drones poco  á  poco ,  llevando  sus  mangas  de  arcabuce- 
ría sueltas  á  los  lados,  y  algunos  caballos  y  peones  des- 
cubriendo delante ,  á  las  ocho  horas  de  la  mañana  los 
descubridores  llegaron  á  unas  vertientes  de  sierras  que 


REBELIÓN  Y  CASTIGO  DE  LOS  MORISCOS  DE  GRANADA. 


28o 


están  á  la  mano  derecha  del  paso  de  las  Vacas ,  donde 
descubrieron  los  moros ,  que  estaban  derramados  por 
aquellos  cerros  haciendo  grandes  algazaras.  Don  Juan 
de  Mendoza  prosiguió  su  camino  y  llegó  á  un  llano  que 
se  hace  junto  al  barranco,  y  allí  hizo  alto,  tomando 
por  frente  á  los  enemigos,  los  cuales  comenzaron  á 
deshonrar  á  los  soldados ,  diciendo  y  haciendo  las  des- 
honestidades que  semejantes  bárbaros  acostumbran. 
Metiéronse  algunos  soldados  en  el  barranco  con  deseo 
de  arcabucearse  con  ellos  á  tiempo  que  el  marqués  de 
los  Yélez  asomaba  por  un_  cerro  con  la  caballería ;  el 
cual,  viendo  trabada  la  escaramuza  sin  orden  suya, 
envió  á  mandar  á  don  Juan  de  Mendoza  que  parase ,  y 
pasando  á  la  vanguardia ,  le  reprehendió,  diciendo  que 
habia  sido  atrevimiento ,  con  el  cual  pudiera  poner  el 
campo  en  condición  de  jferderse;  y  mostrando  estar 
enojado  con  él ,  mandó  á  don  Juan  Fajardo  que  pasase 
adelante  con  dos  mil  infantes ,  y  que  acometiendo  á  los 
enemigos,  procurase  echarlos  de  aquellos  lugares;  y 
por  otra  parte  envió  á  don  Juan  Enriquez  con  algunos 
caballos  el  barranco  arriba  á  buscar  paso  por  donde 
pudiese  pasar  la  caballería.  Los  moros  comenzaron  á 
remolinar,  y  dende  un  puco  se  fueron  retirando ;  mas 
luego  dieron  vuelta,  mostrando  querer  hacer  algún  aco- 
metimiento ,  como  gente  que  presumía  defender  aquel 
paso;  y  cuando  vieron  subir  otra  manga  de  arcabuce- 
ros, y  entre  ellos  caballería  que  los  iba  cercando,  no 
osando  aguardar,  dieron  luego  á  huir.  A  este  tiempo 
los  soldados  delanteros  comenzaron  á  llamar  la  caba- 
llería para  que  los  siguiese,  y  el  marqués  de  los  Vélez, 
dejando  sobre  el  barranco  á  don  Juan  Enriquez  con  las 
banderas  de  los  catalanes  y  del  tercio  de  Ñapóles,  pasó 
y  fué  en  su  seguimiento.  Iban  ya  los  moros  huyendo 
por  aquellos  cerros  la  vuelta  de  Lucainena,  y  no  osan- 
do aguardar  en  ninguna  parte ,  pasaron  á  Ujíjar  y  á  Va- 
lor, donde  estaba  Aben  Humeya,  dejando  muertos  mas 
de  cincuenta  dellos  que  pudo  nuestra  gente  alcanzar;  y 
matáranse  muchos  mas  si  no  fuera  el  calor  que  liacia 
tan  grande ,  que  desmayaba  los  hombres  y  los  caballos; 
y  hubo  algunos  soldados  que  perecieron  de  sed  en  el 
alcance.  Aquella  noche  se  alojó  nuestro  campo  en  Lu- 
cainena tan  desordenadamente ,  que  el  marqués  de  los 
Yélez,  viendo  la  mala  orden  del  alojamiento ,  se  apeó 
fuera  del  lugar  al  pié  de  una  encina.  A  este  tiempo  don 
Juan  Enriquez ,  que  vio  el  paso  del  barranco  desemba- 
razado ,  hizo  pasar  la  infantería  adelante ,  y  se  quedó 
con  los  caballos  de  resguardo  mientras  pasaba  el  baja- 
je,  por  si  acudiesen  enemigos;  y  fué  bien  que  no  los 
hubiese,  según  el  embarazo  y  la  confusión  grande  que 
hubo ,  porque  cayendo  los  bagajes  cargados  unos  sobre 
otros  en  el  barranco ,  murieron  muchos ;  y  siendo  ne- 
cesario poner  cobro  en  la  munición  y  bastimentos  que 
llevaban,  se  detuvieron  tanto,  que  sobrevino  la  noche; 
y  juntándose  los  capitanes  á  consejo,  acordaron  de  que- 
darse allí  hasta  otro  dia,  y  enviaron  dos  escuderos  que 
avisasen  al  marqués  de  los  Vélez  para  que  mandase  po- 
ner dos  ó  tres  compañías  de  guardia  en  el  camino,  que 
hiciesen  escolta  á  los  bagajes  que  iban  enviando  poco  á 
poco ;  mas  no  hubo  esto  efeto,  porque  los  escuderos  no 
le  hallaron  aquella  noche,  por  haberse  apeado  de  la  ma- 
nera que  dijimos.  Otro  dia  los  capitanes  hicieron  car- 
gar los  bagajes ,  y  los  aviaron  lo  mejor  que  pudieron, 
no  con  pequeño  trabajo ,  haciendo  que  los  escuderos 


llevasen  la  pólvora ,  plomo  y  cuerda  y  pelotas  de  los 
bagajes  que  quedaban  muertos  delante,  en  los  arzones 
de  los  caballos ,  porque  no  se  quedase  allí  aquella  mu- 
nición. Recogida  toda  la  gente ,  partió  el  Marqués  del 
alojamiento  de  Lucainena,  y  fué  aquel  diaá  Ujíjar, y 
se  metió  dentro  á  vista  de  los  enemigos,  que  estaban 
puestos  en  ala  por  las  laderas  de  las  sierras ;  los  cuales 
se  retiraron  luego  á  Valor  sin  hacer  acometimiento. 
Esta  mesma  noche  llegó  don  Hernando  el  Zaguer  con 
mucha  gente  que  traia  recogida  de  los  lugares  por  don- 
de habia  andado;  y  cuando  vio  nuestro  campo  en  Ují- 
jar y  supo  cuan  poca  defensa  habia  hecho  el  Hoscein 
en  el  paso  que  habia  ido  á  defender ,  y  que  tampoco  ha- 
bia osado  acometer  el  segundo  dia ,  desconfiado  del 
negocio  de  la  guerra ,  dijo  que  no  era  ya  tiempo  de 
aguardar  mas ,  y  se  fué  la  vuelta  de  Murtas ;  y  en  un  lu- 
gar llamado  Mecina  de  Tedel  murió  de  enfermedad 
dentro  de  cuatro  días.  Estuvo  el  marqués  de  los  Vélez 
en  Lljíjar  dos  días,  y  siendo  avisado  que  Aben  Humeya 
habia  juntado  la  gente  de  la  Alpujarra  en  Valor,  y  que 
estaba  con  determinación  de  pelear,  pareciéndole  que 
no  habia  mas  que  aguardar  para  deshacerle,  quiso  in- 
formarse del  camino  que  podría  llevar  para  que  la  caba- 
llería fuese  superior  y  pudiese  ejecutar  el  alcance.  Y 
como  las  guías  le  dijesen  que  de  ninguna  manera  se 
podría  ir  por  tierra  llana ,  sino  era  rodeando  una  jorna- 
da y  haciendo  noche  en  el  camino  en  parte  donde  no 
habia  agua ,  quiso  ir  él  en  persona  á  reconocerlo ;  y  pa- 
reciéndole que  el  camino  derecho  que  va  por  el  rio  ar- 
riba no  era  tan  dificultoso  como  decían  las  guias,  acor- 
dó de  ir  por  él  en  busca  del  enemigo. 

CAPITULO  HI. 

Cómo  nnestro  campo  fué  en  busca  del  enemigo ,  y  peled 
cou  él  en  Valor,  y  le  venció. 

Habiendo  reconocido  el  marqués  de  los  Vélez  el  ca- 
mino ,  y  determinado  de  ir  por  él ,  á  3  días  del  mes  de 
agosto,  después  de  haber  oído  misa  y  encomendádose 
todos  los  fieles  á  Dios ,  comenzó  á  marchar  con  todo  su 
campo  en  la  mesma  orden  que  habia  venido  hasta  allí. 
Llevaba  la  vanguardia  don  Pedro  de  Padilla  con  los  sol- 
dados viejos  de  su  tercio  y  la  mayor  parte  de  la  gente 
del  tercio  de  los  pardillos ,  mezclados  unos  con  otros. 
Luego  seguía  el  marqués  de  los  Vélez  con  la  caballería, 
armado  de  unas  armas  negras  de  la  color  del  acero ,  y 
una  celada  en  la  cabeza  llena  de  plumajes ,  ceñida  coa 
una  banda  roja,  que  daba  una  lazada  muy  grande  atrás, 
y  una  gruesa  lanza  en  la  mano,  mas  recia  que  larga.  El 
caballo  era  de  color  bayo ,  encubertado  á  la  bastarda, 
con  muchas  plumas  encima  de  la  testera ;  el  cual  iba 
poniéndose  con  tanta  furia,  lozaneándose  y  mordiendo 
el  espumoso  freno  con  los  dientes ,  que  señoreando 
aquellos  campos,  representaba  bien  la  pompa  y  feroci- 
dad del  Capitán  General  que  llevaba  encima.  Detrás  de 
la  caballería  iba  el  bagaje ,  y  en  la  batalla  el  marqués  de 
la  Favara  con  sus  compañías  y  algunas  del  reino  de 
Murcia ;  y  de  retaguardia  Antic  Barriera  con  los  catala- 
nes,y  luego  don  Juan  de  Mendoza.  Todos  estos  escua- 
drones llevaban  sus  mangas  de  arcabuceros  á  los  lados, 
ocupando  las  laderas  y  las  cumbres  de  los  cerros  de 
donde  parecía  que  los  enemigos  podrían  hacer  daño;  y 
desta  manera  caminaban  poco  á  poco ,  guardando  sus 
ordenanzas  por  el  rio  arriba.  Habíase  puesto  el  enemi- 


l 


286 


LUIS  DEL  MARMOL  CARVAJAL. 


go  con  tocia  su  gente  en  la  ladera  de  un  cerro  que  está 
por  bajo  de  Valor  con  las  banderas  tendidas,  tocando 
los  atabalejosy  las  dulzainas  con  tanta  armonía,  que 
atronaban  aquellos  valles;  ven  un  cerrillo  que  está  á 
caballero  del  rioy  del  camino  por  donde  forzosamente 
Jiabia  de  pasar  nuestra  gente ,  tenia  puestos  quinientos 
escopeteros  escogidos  que  defendiesen  aquel  paso.  Lle- 
gando pues  nuestra  vanguardia  á  este  cerrillo,  don  Pe- 
dro de  Padilla  y  otros  caballeros  sus  amigos,  que  se 
babian  apeado  de  los  caballos  y  puéstose  en  la  primera 
hilera  de  la  vanguardia,  acometieron  animosamente  á 
los  enemigos,  los  cuales  esperaron  y  resistieron  como 
si  fuera  gente  de  ordenanza ;  y  de  tal  manera  pelearon, 
que  hubieron  bien  menester  los  nuestros  las  manos  un 
buen  rato;  mas  al  fin  se  valieron  tan  bien  dellas,  que 
les  entraron,  matando  mas  de  docientos  moros,  aun- 
que murieron  también  de  los  nuestros  treinta  cristia- 
nos. Y  fué  bien  menester  que  les  acudiese  la  caballería, 
porque  andaba  Aben  Humeya  vistoso  delante  de  todos 
ea  un  caballo  blanco  con  una  aljuba  de  grana  vestida  y 
un  turbante  turquesco  en  la  cabeza  discurriendo  de  un 
cabo  á  otro,  animando  su  gente  y  diciendo  que  fue- 
sen adelante,  y  peleando  animosamente  tomasen  ven- 
ganza de  sus  enemigos ;  que  no  temiesen  el  vano  nom- 
bre del  marqués  de  los  Vélez ,  porque  en  los  mayores 
trabajos  acudía  Dios  á  los  suyos;  y  cuando  les  faltase, 
no  les  podría  faltar  una  honrosa  muerte  con  las  armas 
en  las  manos,  que  les  estaba  mejor  que  vivir  deshonra- 
dos. Por  otra  parte,  el  marqués  de  los  Vélez,  viendo 
que  los  de  la  vanguardia  pedían  caballería  de  mano  en 
mano,  mandó  á  don  Diego  Fajardo,  su  hijo^  que  pasase 
con  los  caballos  adelante;  el  cual  pasó  por  una  acequia 
ala  mano  izquierda  del  rio,  yendo  un  caballo  tras  de 
otro ,  porque,  siendo  el  paso  angosto ,  no  desbaratasen 
las  hileras  de  la  infantería.  Siguiéronle  don  Jerónimo 
de  Guzman  con  algunos  caballos  de  Córdoba ,  y  don 
Martín  de  Avila  con  los  de  Jerez  de  la  Frontera,  y  su- 
bieron por  la  halda  del  cerro,  y  fueron  á  salir  con  harto 
trabajo  á  unas  viñas  que  estaban  á  medía  ladera ,  y  por 
allí  acometieron  á  los  enemigos;  los  cuales,  viéndolos 
subir  por  donde  jamás  pensaron  que  pudiesen  correr 
caballos,  comenzaron  á  desmayar,  y  teniéndose  por 
perdidos ,  dejaron  el  sitio  y  el  lugar  y  se  pusieron  to- 
dos en  huida.  Viendo  pues  Aben  Humeya  él  desbarate 
de  su  gente,  y  que  no  podía  hacerlos  detener,  volvien- 
do también  él  las  espaldas,  llegó  á  un  barranco  donde 
se  hacia  una  quebrada  de  peñas ,  entre  Valor  y  Mecina; 
y  apeándose  del  caballo ,  le  hizo  desjarretar,  y  se  em- 
breñó en  las  sierras  con  solos  seis  moros  que  le  siguie- 
ron ,  dejando  ahorcados  á  Diego  de  Mirones ,  alcaide 
de  Serón ,  y  á  un  alguacil  de  la  sierra  de  Filábres  lla- 
mado Juan  Alguacil,  que  llevaba  preso  porque  no  que- 
ría ser  contra  nuestra  santa  fe,  para  con  aquel  espec- 
táculo entretener  nuestra  gente.  Los  caballos  subieron 
buen  rato  por  la  sierra  arriba  hasta  encaramar  á  los 
enemigos  en  lo  mas  alto  della,  donde  no  eran  ya  de 
provecíio.  La  infantería  llegó  cerca  de  Valor;,  y  pasan- 
do de  largo ,  fué  siguiendo  el  alcance  hasta  el  proprio 
barranco  donde  Aben  Humeya  había  hecho  desjarretar 
el  caballo ,  que  estaba  casi  una  legua  mas  arriba ,  y  allí 
se  alojó  aquella  noche  por  haber  agua  y  leña  de  chapar- 
ros en  abundancia.  Al  marqués  de  los  Vélez  le  reventó 
el  caballo  al  subir  de  la  cuesta ,  y  tomando  otro  subió 


á  mano  derecha,  y  llegó  al  puerto  de  Loh  con  don  Al- 
varo Bazan ,  marqués  de  Santacruz,  y  don  Jorge  Vique 
y  otros  caballeros,  y  obra  de  cincuenta  caballos.Y  sien- 
do ya  las  cinco  horas  ó  mas ,  pasó  la  sierra  y  se  fué  á  la 
fortaleza  de  la  Calahorra,  no  le  pareciendo  que  seria 
acertado  volver  de  noche  con  los  caballos  cansados  por 
donde  andaban  los  enemigos ,  ó,  como  después  decía, 
porque  en  el  campo  no  había  bastimentos  mas  que  para 
aquella  noche  y  para  otro  dia ,  cuando  mucho ;  y  espe- 
cialmente les  faltaban  á  los  catalanes,  que  por  no  llevar 
las  raciones  á  cuestas  se  habían  dejado  la  mitad  dellas 
en  Adra;  y  quiso  ir  á  dar  orden  en  el  despacho  de  los 
que  hallase  en  aquella  fortaleza,  y  no  los  habiendo,  re- 
mediar con  su  presencia  como  se  llevasen  de  otra  par- 
te; y  como  no  halló  ningunos  que  poder  llevar,  des- 
pachó luego  á  la  hora  á  Guaáix  y  á  Baza  y  á  Granada, 
para  que  con  brevedad  le  proveyesen  de  algunos.  Otro 
dia  de  mañana  fueron  el  obispo  de  Guadix  y  don  Rodri- 
go de  Benavides  á  visitarle ,  y  le  llevaron  mas  de  dos- 
cientos bagajes  cargados  de  pan  y  de  bizcocho,  con  que 
volvió  aquel  mesmo  dia  al  campo ,  que  halló  alojado  en 
Valor,  donde  se  detuvo  dos  dias  aguardando  otras  es- 
coltas; y  como  vio  que  no  venían,  ni  tenia  nueva  que 
fuesen ,  dejando  puesto  fuego  á  las  casas  que  Aben  Hu- 
meya tenia  en  aquel  lugar,  se  fué  á  poner  en  lo  mas 
alto  del  puerto  de  Loh.  En  este  alojamiento  se  comen- 
zaron á  ir  los  soldados  sin  orden ,  que  no  fué  posible 
detenerlos  en  viendo  la  tierra  llana ;  y  desde  allí  fueron 
á  Guadix  los  marqueses  de  Santacruz  y  de  la  Favara  y 
otros  caballeros.  Enfermó  mucha  gente  con  los  aires 
delgados  de  la  sierra;  y  fué  tanto  lo  que  aquejó  la  ham- 
bre á  los  que  quedaban ,  que  fué  necesario  bajar  con 
todo  el  campo  á  la  Calahorra ,  confiado  en  que ,  con  las 
vituallas  que  traerían  vianderos,  se  podría  entretener 
mientras  le  proveían  los  ministros  de  su  majestad. 
Puesto  el  campo  en  la  Calahorra ,  comenzaron  á  irse 
los  soldados  mas  de  veras,  pudiéndolo  hacer  mejor;  y 
aunque  don  Juan  de  Austria  envió  luego  al  licenciado 
Pero  López  de  Mesa ,  alcalde  de  la  chancillería  de  la 
ciudad  de  Granada,  á  que  le  proveyese  de  bastimentos 
con  diligencia  desde  la  ciudad  de  Guadix ,  no  se  pudo 
enviar  tanta  cantidad  junta,  que  bastase  á  suplir  la  ne- 
cesidad presente ;  y  así  se  estuvo  en  aquel  alojamiento 
muchos  dias  consumiendo  poco  á  poco  los  bastimentos 
de  aquella  comarca,  sin  hacer  efeto.  Estando  pues  el 
marqués  de  los  Vélez  en  la  Calahorra,  don  Enrique 
Enriquez ,  su  cuñado ,  falleció  en  Baza  de  enfermedad, 
y  don  Juan  de  Austria  envió  en  su  lugar  á  don  Antonio 
de  Luna  con  mil  infantes  y  docientos  caballos ;  el  cual 
estuvo  en  aquella  ciudad  desde  i  4  dias  del  mes  de  agos- 
to hasta  15  del  mes  de  noviembre ;  y  en  la  vega  de  Gra- 
nada quedó  en  su  cargo  don  García  Manrique,  hijo  del 
marqués  de  Aguilar.  Vamos  alo  que  Hernando  el  Ha- 
baquí  negoció  en  la  ciudad  de  Argel  con  Aluch  Alí  so- 
bre el  socorro  que  Aben  Humeya  le  pedia. 

CAPITULO  IV. 

Cómo  Hernando  el  Haboquí  pasó  á  Berbería  por  socorro,  y  cómo 
Aben  Humeya  se  rehizo  con  los  socorros  que  le  vinieron  de 
Argel  y  de  otras  partes. 

Partió  Hernando  el  Habaquí  de  España  á  3  dias  del 
mes  de  agosto ,  el  proprio  dia  que  Aben  Humeya  fué 
desbaratado  en  Valor,  y  llegando  á  Argel  dentro  de 


REBELIÓN  Y  CASTIGO  DE  LOS  MOIlISCOS  DE  GRANADA. 


287 


OCHO  días,  Iiizo  instancia  con  Aluch  Alí  para  que  lo  diese 
socorro  de  navios  y  gente,  poniéndole  por  intercesores 
algunos  morabitos  que  le  moviesen  á  ello  por  via  de 
religión;  el  cual  mandó  pregonar  que  todos  los  turcos 
y  moros  que  quisiesen  pasar  á  socorrer  á  los  andalu- 
ces, que  así  llaman  en  África  á  los  moros  del  reino  de 
Granada ,  lo  pudiesen  hacer  libremente.  Mas  después, 
viendo  que  á  la  fama  desle  socorro  habia  acudido  mu- 
cha y  muy  buena  gente,  acordó  que  seria  mejor  llevarla 
consigo  al  reino  de  Túnez ,  y  así  lo  hizo ,  dejando  in- 
dulto en  Argel  para  que  todos  los  delincuentes  que  an- 
daban huidos  por  delitos  y  quisiesen  ir  á  España  en  fa- 
vor de  los  moros  andaluces,  fuesen  perdonados.  Destas 
gentes  recogió  Hernando  el  Habaquí  cuatrocientos  es- 
copeteros debajo  la  conduta  de  un  turco  sedicioso  y 
malo  llamado  Hoscein  ;  y  embarcándose  con  ellos  en 
ocho  fustas,  donde  metieron  algimos  particulares  mu- 
cha cantidad  de  armas  y  municiones  para  vendérselas 
á  los  moros,  vino  con  todo  ello  á  la  Alpujarra.  Con  este 
socorro  y  con  el  de  otras  fustas  que  vinieron  también 
de  Tetuan  con  armas  y  municiones  que  traían  merca- 
deres moros  y  judíos,  los  enemigos  de  Dios  tomaron 
ánimo  para  proseguir  en  su  maldad  y  se  hicieron  mas 
fuertes ,  no  habiendo  en  toda  la  Alpujarra  ejército  de 
cristianosque  poder  temer.  Luego  tornó  Aben  Humeya 
á  proveer  sus  fronteras;  y  los  moros,  habiéndose  reco- 
gido á  sus  pueblos ,  sembraban  sus  panes  y  labraban 
sus  heredades  y  criaban  la  seda,  como  si  estuvieran  ya 
seguros  y  muy  de  reposo  en  sus  casas.  El  Hoscein, 
hinchéfldolos  de  esperanza  con  decirles  que  Aluch  Alí 
le  enviaba  por  mandado  del  Gran  Turco  á  que  viese  la 
disposición  y  calidad  de  la  tierra  y  el  número  de  gente 
morisca  que  había  en  ella  para  poder  tomar  armas, 
quiso  ver  los  ríos  de  Almanzora  y  Almería ,  y  la  sierra 
de  Filábres  y  todos  los  lugares  de  la  Alpujarra,  y  des- 
pués entró  secretamente  en  la  ciudad  de  Granada  y  en 
la  de  Guadix  y  en  la  de  Baza,  y  las  reconoció.  Y  siendo 
informado  de  todo  lo  que  quiso  saber  de  los  morado- 
res dellas,  diciendo  que  deseaba  tener  alas  para  ir 
volando  á  dar  cuenta  de  lo  que  habia  visto  al  Gran 
Turco  su  señor,  para  que  luego  les  enviase  su  pode- 
rosa armada  de  socorro  ,  se  tornó  á  Berbería  cargado 
de  preseas,  joyas  y  captivos  que  le  dieron  en  aquellos 
partidos  donde  anduvo.  Vamos  á  loque  se  hacia  en  este 
tiempo  á  la  parte  del  valle  de  L"crin,  y  como  los  mo- 
ros fueft)n  sobre  el  lugar  del  Padul  para  alzarle  y  des- 
baratar el  presidio  que  allí  habia  para  seguridad  de  las 
escoltas. 

CAPITULO  V. 

Cómo  los  moros  del  valle  de  Lecrin  combatieron  el  fuerte  que  los 
naestros  tenian  hecho  en  el  Padul,  y  quemaron  parte  de  las  ca- 
sas del  lugar. 

Con  la  nueva  del  socorro  de  África  tornaron  los  al- 
zados á  su  vana  porfía,  y  los  moriscos  del  Padul,  que 
ya  no  podían  sufrir  la  costa  ordinaria  y  las  molestias  y 
vejaciones  de  la  gente  de  guerra  que  tenian  alojada  en 
sus  casas,  teniendo  aviso  que  andaban  dando  orden  de 
irlos  á  levantar,  y  gobernándose  por  algunos  hombres 
de  buen  entendimiento  que  habia  entre  ellos,  determi- 
naron de  pedir  ucencia  á  don  Juan  de  Austria  para  irse 
á  Castilla  con  sus  mujeres  y  hijos.  Y  andando  en  esto , 
les  aconsejó  un  clérigo  beneficiado  del  lugar  de  Gójar 


que  pidiesen  que  los  dejase  ir  á  poblar  aquel  lugar,  que 
estaba  despoblado  y  los  moradores  del  se  babian  iilo  á 
la  sierra;  lo  cual  les  fué  luego  concedido,  y  con  mucha 
brevedad  mudaron  sus  casas  á  Gójar.  No  eran  bien  idos 
del  lugar,  cuando  los  moros  del  valle  de  Lecrin  y  de  las 
Cuajaras  y  de  otros  lugares  comarcanos  se  juntaron;  y 
siendo  mas  de  dos  mil  hombres  de  pelea,  en  que  había 
muchos  escopeteros  y  ballesteros,  determinaron  de  ir 
á  dar  una  madrugada  sobre  el  Padul,  y  degollando  los 
cristianosque  estaban  en  él  de  presidio,  llevarse  los 
moriscos  á  la  sierra.  Con  esta  determinación  partieron 
de  las  Albuñuelas  á  21  días  del  mes  de  agosto  deste 
año  de  1569,  y  caminando  toda  aquella  noche,  fueron 
la  vuelta  de  Granada  para  engañar  las  centinelas  y  po- 
der tomar  á  los  nuestros  descuidados ;  y  volvieron  luego 
por  el  camino  real  que  va  desde  aquella  ciudad  al  Pa- 
dul, puestos  en  su  ordenanza,  y  caminando  poco  á 
poco,  como  lo  solían  hacer  las  compañías  que  iban 
acompañando  alguna  escolta.  Desta  manera  llegaron  al 
esclarecer  del  dia  cerca  del  lugar,  y  como  la  centinela 
que  estaba  puesta  en  lo  alto  de  la  torre  de  la  iglesia  los 
descubrió,  aunque  tocó  la  campana  á  rebato,  diciendo 
que  por  el  camino  de  Granada  venían  muchos  moros, 
no  por  eso  se  alteraron  los  soldados  ni  se  pusieron  en 
arma;  antes  hubo  algunos  que  le  dijeron  que  debía  de 
estar  borracho,  que  cómo  podía  ser  que  viniesen  moros 
de  hacia  Granada.  Estando  pues  en  esto,  asomaron  por 
un  viso  donde  estaba  un  humilladero,  no  muy  lejos  de 
las  casas,  con  once  banderas  tendidas;  y  acometiendo 
el  lugar  con  grande  ímpetu ,  antes  que  los  nuestros  se 
acabasen  de  recoger  á  un  fuerte  que  tenian  hecho  al 
derredor  de  la  iglesia,  mataron  treinta  y  seis  soldados 
y  tomaron  treinta  caballos  de  una  compañía  de  gente 
de  Córdoba  que  estaba  allí  de  presidio,  cuyo  capitán 
era  don  Alonso  de  Valdelomar,  y  saqueando  la  mayor 
parte  de  las  casas,  se  llevaron  hartos  despojos  y  dine- 
ro, y  con  la  misma  furia  acometieron  el  fuerte,  cre- 
yendo hallar  poca  defensa  en  él ;  mas  el  capitán  Pedro 
de  Redrovan ,  vecino  del  Corral  de  Almaguer,  que  es- 
taba allí  por  gobernador,  y  don  Juan  Chacón,  vecino  de 
Antequera,  que  por  mandado  de  don  Juan  de  Austria  se 
habia  metido  en  aquel  presidio  con  ciento  y  cincuenta 
soldados  de  su  compañía  dos  días  habia,  y  otros  dos  ca- 
pitanes, llamadosPedro  de  Vilches,  vecino  de  la  ciudad 
de  Jaén,  y  Juan  de  Chaves  de  Orellana,  natural  de  la 
ciudad  de  Trujillo,  que  después  de  la  rota  del  barranco 
de  Acequia  habia  vuelto  á  rehacer  su  compañía,  se  de- 
fendieron valerosamente,  y  matando  buena  cantidad  de 
moros,  los  arredraron  de  sí.  Los  cuales,  viendo  que  no 
eran  poderosos  para  entrarlos  á  batalla  de  manos,  en- 
viaron nras  de  quinientos  hombres  á  traer  de  las  viñas 
cantidad  de  rama,  espinos  y  paja ,  y  pusieron  fuego  á 
todas  las  casas  del  lugar,  creyendo  poder  también  que- 
mar las  que  estaban  dentro  del  fuerte;  y  estando  las 
unas  y  las  otras  cubiertas  de  llamas  y  de  humo,  no  ce- 
saban de  dar  asaltos  por  donde  entendían  poder  tener 
entrada,  horadando  las  casas  y  las  paredes  por  muchas 
partes ;  lo  cual  todo  resistía  el  notable  valor  y  esfuerzo 
de  los  capitanes  y  soldados,  no  sin  gran  daño  de  los 
enemigos.  Habia  una  casa  grande  fuera  del  pueblo , 
donde  vivía  un  vizcaíno ,  natural  de  Vergara ,  llamado 
Martin  Pérez  de  Arozlíguí,  el  cual,  habiendo  llevado  su 
mujer  y  hijos  á  Granada,  acertó  á  hallarse  aquella  no- 


^í?8  LUIS  DEL  MARMOL  CARVAUL 

che  en  su  casa  con  cuatro  mozos  cristianos  y  tres  mo-  - 
riscos  amigos  suyos ,  de  los  que  se  liabian  ido  á  vivir  á 
Gójar,  que  se  quisieron  recoger  con  él;  y  como  el  aco- 
metimiento de  los  moros  fué  tan  de  improviso  por  aque- 
lla parte,  no  teniendo  lugar  de  recogerse  dentro  del 
fuerte ,  se  fortaleció  en  la  casa,  atrancando  las  puertas 
con  maderos  y  piedras.  Y  viéndose  en  manifiesto  peli- 
gro, porque  no  liabia  dentro  mas  que  una  sola  escope- 
ta, dijo  á  los  moriscos  que  tenia  consigo  que  hablasen 
á  los  moros  y  les  rogasen  que  no  le  hiciesen  daño  en  la 
persona  ni  en  la  hacienda,  pues  sabian  que  era  su  amigo 
y  los  habia  favorecido  siempre  en  sus  negocios  en 
tiempo  de  paz;  los  cuales  respondieron  que  así  era 
verdad,  y  que  les  diese  el  dinero  y  la  escopeta  si  queria 
que  le  dejasen  ir  libremente  á  Granada;  mas  él  no  lo 
quiso  hacer,  diciendo  que  dineros  no  los  tenia,  y  que  la 
escopeta  habia  de  ir  juntamente  con  la  cabeza.  Enton- 
ces los  enemigos  combatieron  la  casa,  y  poniéndole 
fuego  á  todaspartes,  procuraron  también  hacer  un  por- 
tillo con  picos  y  hazadones  en  una  pared  que  respondía 
al  campo.  No  faltó  ánimo  á  Martin  Pérez  para  defen- 
derse, viéndose  combatido  del  fuego  y  de  las  escopetas 
y  ballestas,  que  no  le  daban  lugar  de  poderse  asomar 
&  tirar  piedras  desde  las  ventanas,  y  acudiendo  á  la 
mayor  necesidad,  hizo  echar  agua  en  la  puerta  de  la 
casa  que  ardia;  y  echando  grandes  piedras  al  peso  de 
la  pared ,  donde  los  moros  hacían  el  agujero,  procu- 
raba también  ofenderlos  con  la  escopeta ,  porque  hasta 
entonces  no  lo  habia  osado  hacer,  creyendo  poderlos 
entretener  con  buenas  palabras  mientras  llegaba  el  so- 
corro. Finalmente  se  dio  tan  buena  maña ,  que  no  hizo 
tiro  que  no  derribase  moro;  por  manera  que  cuando 
tuvo  muertos  siete  de  los  que  mas  ahincaban  el  com- 
bate, los  otros  tuvieron  por  bien  de  retirarse  afuera. 
A  este  tiempo,  habiendo  ya  mas  de  cuatro  horas  que 
duraba  la  pelea  en  el  fuerte  y  en  la  casa,  la  atalaya  que 
los  enemigos  tenían  puesta  á  la  parte  de  Granada  les 
avisó  cómo  venia  gente  de  á  caballo,  y  sin  hacer  mas 
efeto  del  que  hemos  dicho,  se  retiraron  la  vuelta  del 
valle.  Habia  salido  del  Padul  un  escudero  de  los  de  Cór- 
doba cuando  los  moros  llegaron,  y  pasando  por  medio 
dellos,  habia  ido  á  dar  rebato  á  don  García  Manrique, 
que  estaba  en  Otura ,  alearía  de  la  vega  de  Granada,  y 
pasando  á  la  ciudad ,  habia  también  dado  aviso  á  don 
Juan  de  Austria.  Y  la  gente  que  los  moros  descubrieron 
eran  sesenta  caballos  que  se  habían  adelantado  con 
don  García  Manrique ;  los  cuales,  juntándose  con  once 
escuderos  que  habían  quedado  en  el  Padul ,  se  pusie- 
ron en  su  seguimiento  y  alancearon  algunos  que  que- 
daron atrás  desmandados.  También  acudió  al  socorro 
el  duque  de  Sesa  desde  Granada  con  mucha  gente  de  á 
pié  y  dea  caballo;  pero  llegó  tarde,  á  tiempo  que  ya 
llevaban  los  moros  mas  de  una  legua  de  ventaja ;  y  pro- 
veyendo la  plaza  de  gente,  que  la  habia  bien  menester, 
porque  habían  sido  muertos  cincuenta  soldados  y  mu- 
chos mas  heridos,  loó  á  los  capitanes  lo  bien  que  se 
habían  defendido  de  tanto  número  de  gente  y  de  una 
violencia  tan  grande  del  fuego,  que  era  lo  que  mas  se 
temía,  y  aquella  noche  volvió  á  Granada. 


CAPITULO  VI. 

De  las  pláticas  que  hubo  sobre  la  salida  que  el  marqués  de  los 
Vélez  hizo  á  la  Calahorra,  y  cómo  el  marqués  de  Moudéjar  fué 
llamado  á  corte. 


Aunque  el  marqués  de  los  Vélez  desbarató  á  Aben 
Humeya  en  Valor  de  la  manera  que  hemos  dicho,  algu- 
nos contemplativos  no  le  atribuían  gloria  entera  de  la 
Vitoria,  por  salir  como  salió  á  la  Calahorra,  dejándole 
en  la  Alpujarra,  donde  con  facilidad  pudo  tornar  á  jun- 
tar gente  y  rehacerse,  especialmente  viendo  que  no  ha- 
bia vuelto  ú  entrar  luego  para  acabarle  de  deshacer.  Y 
como  en  los  consejos  suele  siempre  haber  humores  di- 
versos y  aficiones  particulares  que  despiertan  los  jui- 
cios delicados  á  dar  justas  causas  y  sospechas  de  su 
desacuerdo,  formando  queja  de  lo  que  porventura  po- 
dría merecer  loor,  estando  sanas  y  conformes  las  vo- 
luntades, no  fallaba  quien  decía  que  los  enemigos  ha- 
bían sido  menos  de  los  que  había  escrito;  que  se  le 
había  dado  mas  gente  al  doble  de  la  con  que  se  habia 
ofrecido  á  allanar  la  tierra ;  que  habia  perdido  ocasión 
por  salir  de  la  Alpujarra  antes  de  tiempo;  que  la  salida 
había  sido  mas  para  dar  á  entender  que  se  podia  hollar 
la  Alpujarra  con  caballos,  cosa  que  se  habia  dificultado 
en  el  consejo  de  don  Juan  de  Austria  algunas  veces , 
que  por  necesidad  de  bastimentos;  y  que  habiendo 
consumido  un  campo  tan  numeroso ,  se  estaba  en  el 
alojamiento  consumiendo  los  bastimentos  y  la  gente 
que  le  habia  quedado  sin  hacer  cfeto.  Estas  cosas  agua- 
ban la  Vitoria  al  marqués  de  los  Vélez ,  el  cual  se  que- 
jaba que  cuarenta  días  antes  que  partiese  de  Adra  ha- 
bia avisado  al  consejo  de  Granada  que  le  pusiesen  bas- 
timento y  municiones  en  la  Calahorra,  porque  entendía 
acudir  hacía  aquella  parte  y  proveerse  de  allí;  y  por  no 
lo  haber  hecho ,  le  habia  sido  necesario  sacar  la  gente 
á  parte  donde  pereciese  de  hambre ;  ni  menos  le  pro- 
veían para  poder  salir  de  donde  estaba,  de  cuya  causa 
se  le  iban  cada  dia  los  soldados ,  y  cargaba  la  culpa  de 
todo  ello  al  marqués  de  Mondéjar  y  al  duque  de  Sesa 
y  á  Luis  Quijada,  entendiendo  que  le  hacían  poca 
amistad  ;  el  marqués  de  Mondéjar,  por  pasiones  anti- 
guas, renovadas  por  razón  del  cargo  y  preeminencia  en 
que  se  habia  metido;  el  duque  de  Sesa,  por  tenerle 
por  su  enemigo,  aunque  era  su  sobrino;  y  Luís  Quija- 
da, según  él  decía,  por  ser  su  émulo  y  envidioso  de  su 
felicidad,  y  que  habia  acrimínádole  la  entrarl»  en  el 
reino  de  Granada  sin  orden  de  su  majestad.  Y  porque 
nuestro  oficio  no  es  condenar  ni  asolver estas  cosas, 
sino  apuntarlas  para  los  que  esta  historia  leyeren,  sola- 
mente diremos  como  su  majestad,  príncipe  discretísi- 
mo, vistos  los  cargos  que  por  vía  de  justificación  se  da- 
ban unos  á  otros,  dijo  que  aunque  no  era  tanto  el  daño 
de  los  moros  como  se  habia  dicho ,  había  sido  impor- 
tante cosa  desbaratarlos  y  esparcirlos;  y  dende  á  pocos 
días,  para  mejor  se  informar,  mandó  al  marqués  de 
Mondéjar,  por  carta  de  3  de  setiembre,  que  fuese  luego 
á  la  corte ,  y  que  el  Consejo  enviase  relación  de  todos 
los  bastimentos  y  municiones  que  se  habían  llevado  á 
la  Calahorra.  El  cual  partió  de  Granada  á  12  días  de 
dicho  mes ,  y  llegado  á  la  villa  de  Madrid,  satisfizo  al 
negocio  para  que  había  sido  llamado;  y  su  majestad  le 
mandó  ir  con  él  á  la  ciudad  de  Córdoba,  donde  habia 
llamado  á  cortes;  y  ansí  no  volvió  mas  al  reino  de  Gra- 


REBELIÓN  Y  CASTIGO  DE  LOS  MORISCOS  DE  GRANADA. 


289 


ñafia,  porque  le  proveyó  por  visorey  de  Valencia,  y  des- 
pués le  envió  por  visorey  de  Ñapóles. 

CAPITULO  VIL 

Cómo  el  capitán  Francisco  de  Molina  se  fortaleció  en  Albacete  de 
Órgiba,  y  de  una  escaramuza  que  hubo  con  los  moros  sobre  el 
quitar  el  agua. 

Habiéndose  metido  Francisco  de  Molina  en  Órgiba 
de  presidio  con  la  gente  que  dijimos,  luego  comenzó 
á  fortalecerse  en  Albacete,  lugar  principal  de  aquella 
t.aa ,  atajándole  de  manera  que  se  pudiese  defender  con 
menos  gente;  y  porque  tenia  orden  de  don  Juan  de 
Austria  para  meter  la  torre  y  la  iglesia  en  el  reducto 
que  hiciese,  á  causa  de  que  se  liabian  de  encerrar  den- 
tro cantidad  de  bastimentos  y  municiones  que  estuvie- 
sen de  respeto,  y  no  se  podia  bacer  la  fortiíicacion  tan 
aventajadamente  como  convenia,  por  tener  muchos 
padrastros  que  señoreaban  desde  fuera  la  plaza  y  el 
muro,  fué  necesario  que  se  hiciesen  dos  murallas  de 
tapia ,  la  una  á  la  parte  de  fuera ,  y  la  otra  á  la  de  den- 
tro ,  para  que  entre  ellas  pudiesen  estar  los  soldados  en- 
cubiertos, y  algunas  trincheas  por  donde  pudiesen 
atravesar  de  una  parte  á  otra.  Y  porque  no  había  agua 
dentro  del  lugar,  ni  se  podia  hallar  ea  pozos  á  cincuen- 
ta ni  á  sesenta  brazas ,  habiéndose  de  proveer  necesa- 
riamente de  una  acequia  que  los  moros  podian  quitar 
á  todas  horas,  mandó  cavar  unos  hoyos  muy  grandes 
al  derredor  del  muro  donde  echarla,  para  tenerlos  lle- 
nos si  acaso  le  cercasen.  Queriendo  pues  Aben  Hume- 
ya  irsobre  este  presidio ,  el  proprio  diaque  se  acabaron 
de  hacer  los  hoyos  envió  once  banderas  de  moros  que 
quitasen  el  agua  de  la  acequia ,  y  procurasen  tomar  al- 
gún prisionero  de  quien  saber  la  gente  que  habia  que- 
dado dentro  y  en  qué  términos  estaba  la  fortificación  ; 
los  cuales  llegaron  cerca  del  lugar  y  quitaron  luego 
el  agua,  pudiéndolo  hacer  fácilmente,  porque  se  toma- 
ba á  media  legua  de  alli.  Francisco  de  Molina  pues, 
sospechando  el  desinio  del  enemigo ,  y  viendo  ir  las 
banderas  hacia  el  tomadero  de  la  acequia ,  envió  al  ca- 
pitán Diego  Nuñez,  vecino  de  Granada,  con  docientos 
arcabuceros,  á  que  se  pusiese  sobre  el  tomadero  del 
agua ,  y  se  la  defendiese  de  manera ,  que  no  dejase  de 
ir  su  camino ;  el  cual  procuró  de  hacerlo  así ;  mas  eran 
los  moros  tantos ,  que  no  se  atrevió  á  pasar  de  unas 
peías,  donde  estuvo  arcabuceándose  con  ellos  gran  ra- 
to. Entendiendo  esto  Franci<;co  de  Molina ,  envió  lue- 
go al  capitán  Lorenzo  de  Avila  con  otro  golpe  de  gen- 
te, y  después,  pareciéndole  que  todo  era  poco  para  ar- 
rancar á  los  enemigos  de  donde  se  habían  puesto ,  de- 
jando encomendado  el  fuerte  á  don  Gabriel  de  Montalvo, 
vecino  de  Granada ,  que  era  capitán  de  infantería  y  sar- 
gento mayor  de  aquel  presidio ,  salió  él  con  cíen  arca- 
buceros y  piqueros  y  veinte  caballos,  y  llegando  cerca 
délas  peñas,  halló  que  los  dos  capitanes  estaban  pe- 
leando con  los  moros;  los  cuales,  viendo  venir  aquel 
socorro  cargaron  de  manera,  que  matando  algunos,  los 
arredraron  de  sí  tanto,  que  tuvieron  lugar  de  volver  la 
acequia  hacia  el  lugar,  y  estuvieron  guardando  el  to- 
madero hasta  que  fué  de  noche,  escaramuzando  siem- 
pre con  ellos.  A  esta  hora  Francisco  de  Molina  se  reti- 
ró; y  porque  entendiesen  los  moros  que  todavía  se  es- 
taba quedo,  y  no  osasen  bajar  á  quitar  otra  vez  el  agua, 
hizo  dejar  muchos  cabos  de  cuerdas  encendidas  á  los 

ñ-u 


soldados  entre  las  matas  y  al  derredor  de  las  peñas,  y 
con  este  ardid  de  guerra  los  entretuvo  burlados  tiran- 
do toda  la  noche  á  los  fuegos,  y  el  agua  corrió  á  los  fo- 
sos hasta  que  se  hincheron;  y  como  fué  de  dia,  los  ene- 
migos entendieron  el  engaño,  y  tornando  á  quitar  el 
agua,  se  fueron  la  vuelta  de  la  sierra  sin  hacer  otro 
efeto.  Francisco  de  Molina ,  queriendo  ver  si  los  hoyos 
detenían  algunos  días  el  agua,  halló  que  so  secaron  á 
segundo  dia ;  entonces  sacó  una  parte  del  fuerte  mas  ú 
fuera  hasta  un  barranco  que  cae  sobre  el  rio ,  y  desde 
allí  hizo  un  camino  cubierto  á  manera  de  trinchea ,  por 
donde  los  soldados  pudiesen  ir  á  tomar  agua  sin  que 
los  enemigos  se  lo  estorbasen ;  y  con  esto  aseguró  aque- 
lla plaza  por  entonces. 

CAPITULO  VIH. 

Cómo  Aben  Humeya  alzó  el  lugar  de  las  Cuevas  y  fué  á  cercar 
á  Vera  ,  y  cómo  Lorca  socorrió  aquella  ciudad. 

Estaba  por  alcaide  mayor  en  la  ciudad  de  Lorca  el 
doclor  Matías  de  Huerta  Sarmiento,  natural  de  la  ciudad 
de  Sigüenza ;  el  cual,  debajo  de  profesión  de  letras,  era 
también  soldado  y  habia  estado  muchos  días  en  Oran 
en  tiempo  que  era  allí  capitán  general  don  Alonso  de 
Córdoba  ,  conde  de  Alcaudete,  y  tenia  prática  y  expe- 
riencia en  cosas  de  guerra.  Y  deseando  conservar  los 
lugares  de  su  jurisdicion  y  saber  el  desinio  de  los  ene- 
migos, enviaba  algunas  espías  al  rio  de  Almanzora ;  y 
puso  tan  buena  diligencia  en  esto  y  en  prender  las  de 
los  enemigos,  que  á  i7  días  del  mes  de  setiembre  deste 
año  le  vinieron  á  las  manos  dos  espías  de  Aben  Hume- 
ya, y  dándoles  tormento,  confesaron  como  se  quedaba 
aprestando  para  ir  á  ocuparla  ciudad  de  Vera,  donde 
tenia  pensado  esperar  el  socorro  de  Berbería,  por  ser 
plaza  á  su  propósito  para  aquel  efeto,  y  quesería  su 
venida  sin  falta  á  la  entrada  de  la  luna  de  otubre ,  que 
era  al  íin  de  setiembre ,  con  toda  la  gente  que  pudiese 
juntar ,  y  que  los  moriscos  de  las  villas  de  los  Vélez  se 
liabian  ofrecido  de  enviarle  encubiertamente  bastimen- 
tos ;  y  demás  desto  declararon  quién  habían  sido  los 
moros  que  hablan  captivedo  aquellos  días  ciertos  cris- 
tianos de  María  y  de  Caravaca ,  y  de  los  otros  lugares 
sus  comarcanos.  Estas  confesiones  envió  luego  á  don 
Juan  de  Austria  y  al  marqués  de  los  Vélez,  y  al  Co- 
mendador mayor,  que  todavía  andaba  por  la  costa  con 
las  galeras ,  para  que  estuviesen  todos  apercebidos,  si 
fuese  menester  hacer  algún  socorro  por  mar  ó  por  tier- 
ra. Avisó  también  á  la  ciudad  de  Vera  con  tres  de  á  ca- 
ballo que  estuviesen  sobre  aviso,  porque  sin  duda  irian 
los  moros  á  cercarla,  y  envió  al  cabildo  el  traslado  de 
las  confesiones  de  las  dos  espías,  ofreciéndose  queso- 
correría  con  la  gente  de  Lorca  siempre  que  fuese  me- 
nester. Y  para  tener  aviso  cierto  y  poder  acudir  con 
tiempo,  hizo  poner  atalayas  que  se  descubriesen  uiias 
á  otras  desde  Lorca  á  Mojácar,  y  ios  de  Mojácar  hicie- 
ron lo  mismo  hasta  Vera,  para  que  de  dia  con  ahuma- 
das, y  de  noche  con  almenaras  de  fuego ,  se  correspon- 
diesen y  avisasen  cuando  llegase  el  enemigo;  advir- 
tiéndoles que  en  el  punto  enviasen  tres  de  á  caballo 
con  toda  diligencia  con  el  aviso ,  por  si  acaso  faltase 
alguna  atalaya.  Y  para  ver  como  correspondían,  á  23  de 
setiembre  se  hizo  el  ensayo  y  prueba  de  las  ahumadas 
de  dia  y  de  las  almenaras  de  noche;  las  cuales  pasa- 
ron de  mano  en  mano  desde  Vera  á  Mojácar ,  y  al  Como 

19 


290 


LUIS  DEL  MARMOL  CARVAJAL. 


dt)  Cali ,  y  al  cerro  de  Enmedio,  y  al  cerro  Gordo,  y  á 
la  torre  de  Alfonsi  de  Lorca.  No  se  engañaron  los  cris- 
tianos en  hacer  esta  diligencia,  porque  Aben  Humeya, 
viendo  que  el  marqués  de  los  Yélez  se  estaba  quedo  en 
la  Calahorra,  y  que  no  habia  campo  que  le  pudiese  eno- 
jar, deseando  ocupar  la  ciudad  de  Vera  en  aquella  oca- 
sión ,  bajó  con  cinco  mil  hombres  al  rio  de  Almanzora, 
y  juntando  con  ellos  mas  de  otros  cinco  mil  de  aquellos 
lugares,  fué  sobre  la  villa  de  las  Cuevas,  que  es  del 
marqués  de  los  Vólez,  y  haciendo  que  se  alzasen  los 
vecinos,  que  eran  todos  moriscos,  en  venganza  de  las 
casas  que  le  habia  hecho  quemar  en  Valor,  le  hizo 
destruir  y  talar  una  hermosa  huerta  que  alli  tenia ;  y  no 
pudiendo  tomar  el  castillo,  porque  lo  defendían  los  cris- 
tianos que  se  hablan  metido  dentro ,  pasó  á  la  ciudad 
de  Vera ,  y  el  dia  de  San  Mateo,  á  24  de  setiembre,  pu- 
so su  campo  sobre  Vera  la  vieja ,  y  desde  allí  hizo  una 
gran  salva  de  arcabucería  contra  la  ciudad  de  Vera  la 
nueva ,  que  está  á  la  parte  de  abajo.  Era  alcalde  mayor 
desta  ciudad  el  licenciado  Méndez  Pardo,  el  cual  salió 
á reconocer  el  campo  con  treinta  de  ú  caballo;  y  ha- 
biendo escaramuzado  un  rato  con  los  enemigos,  se  re- 
tiró ala  ciudad,  y  dio  luego  aviso  á  las  ciudades  de 
Lorca  y  Murcia  por  las  atalayas  y  con  gente  de  á  ca- 
ballo, como  estaba  tratado.  Queriendo  pues  Aben  Hu- 
meya poner  temor  á  los  ciudadanos,  plantó  dospece- 
zuelas  de  artillería  de  bronce  que  llevaba,  y  comenzó  á 
batir  un  lienzo  de  muro  viejo,  tirando  asimesmoálas 
casas  que  se  descubrían  por  aquella  parte;  mas  luego 
reventó  la  una  dellas ,  y  un  arcabucero  hirió  desde  una 
tronera  al  artillero  que  tiraba  la  otra ,  y  paró  la  bate- 
ría. En  este  tiempo  las  atalayas  daban  priesa  con  las 
ahumadas,  que  se  alcanzaban  unas  á  otras;  y  estando 
la  gente  de  Lorca  en  el  sermón  poco  antes  de  mediodía, 
llegó  la  guardia  de  la  atalaya  de  la  torre  del  Alfonsin 
con  el  aviso  al  alcalde  mayor;  el  cual,  sospechándolo 
que  debía  ser  ,  hizo  luego  tocar  á  rebato ,  y  haciendo 
alarde  de  la  gente  de  la  ciudad,  proveyó  de  armas  á  los 
que  no  las  tenían ,  y  juntando  á  cabildo ,  se  nombraron 
por  capitanes  de  la  infantería  Juan  Navarro  de  Álava  y 
Alonso  de  Ortega  Salazar,  y  de  los  caballos,  Diego  Ma- 
teo Jerez,  todos  regidores.  Y  estando  haciendo  el  nom- 
bramiento, llegó  un  escudero  de  Vera,  que  habia  cor- 
rido nueve  leguas,  á  dar  aviso  como  habían  llegado 
domingo  de  mañana  mas  de  doce  mil  moros ,  y  como 
tiraban  con  dos  piezas  de  artillería  á  la  ciudad,  pidien- 
do que  fuese  luego  el  socorro.  Y  siendo  todos  de  con- 
formidad que  se  hiciese  así,  entre  las  dos  y  las  tres  de 
la  tarde  se  juntaron  en  el  campo  que  dicen  de  Nuestra 
Señora  de  Gracia ,  novecientos  y  setenta  y  dos  infantes 
y  ochenta  caballos  muy  bien  en  orden ;  y  antes  que  par- 
tiesen de  allí,  envió  el  alcalde  mayor  sus  cartas  requi- 
sitorias y  notiíicatorias  á  la  ciudad  de  Murcia,  y  á  las 
villas  de  Cehegin ,  Caravaca,  Calasparra,  Morataíla,  Se- 
villa, Alhamay  Alumbres  del  Almazarrón,  avisándoles 
como  iba  á  socorrer  á  Vera  con  la  gente  de  Lorca,  y  re- 
quiríéndoles  de  parte  de  su  majestad  que  hiciesen  lo 
mesmo.  Y  prosiguiendo  su  camino,  anduvo  toda  aque- 
lla noche,  yal  amanecer  entró  en  la  ciudad  de  Vera, 
que  son  nueve  leguas  de  camino ;  mas  cuando  él  llegó, 
los  moros  habían  tenido  aviso  del  socorro  que  iba,  y 
estando  para  picar  el  muro ,  porque  no  tenian  ya  con 
que  batir,  hablan  dejudo  la  obra  y  retiráduse  hádalas 


(huevas.  Juntándose  pues  la  gente  de  Lorca  con  la  de 
Vera,  fueron  en  su  seguimiento  hasta  el  rio  de  las  Cue- 
vas. De  allí  se  volvieron  los  de  Lorca,  porque  los  pare- 
ció que  no  convenia  ir  mas  adelante  con  tan  poca  gen- 
te, siendo  tan  grande  el  número  de  los  enemigos,  y 
habiendo  conseguido  el  efeto  que  se  pretendía,  que  era 
descercar  á  Vera;  y  en  el  camino  encontraron  la  gente 
de  Murcia  que  iba  al  socorro,  y  eran  tres  mil  infantes  y 
trecientos  caballos.  Y  juntándose  los  alcaldes  mayores 
y  capitanes  á  consejo  sobre  si  sería  bien  ir  todos  en  se- 
guimiento del  enemigo ,  aunque  hubo  algunos  que  de- 
cían que  no  había  para  qué ,  pues  Vera  estaba  descer- 
cada ,  los  mas  votos  fueron  de  parecer  que  le  siguie- 
sen, porque  no  hiciese  daño  en  otra  parte.  Y  estando 
con  esta  determinación,  nació  entre  ellos  una  diferencia 
honrosa  :  los  de  Lorca  decían  que  les  pertenecía  por 
privilegio  antiquísimo  llevar  en  la  guerra  del  reino  de 
Granada  la  vanguardia  yendo  hacia  el  enemigo,  y  la 
retaguardia  á  la  retirada ;  y  los  de  Murcia  querían  lle- 
varla ellos,  por  ser  cabeza  de  reino  y  de  aquel  corregi- 
miento ,  y  sobre  ello  hubieran  de  llegar  á  las  armas ;  y 
viendo  esto  los  alcaldes  mayores,  mudaron  parecer,  y 
recogiendo  su  gente,  se  volvieron  á  las  ciudades.  Aben 
Humeya  tornó  á  Purchena ,  y  de  allí  al  Laujar  de  Anda- 
rax ;  y  envió  la  gente  á  sus  partidos. 

CAPITULO  IX. 

Cómo  unos  soldados  que  se  iban  sin  orden  del  campo  del  marqués 
de  ios  Vélez  hirieron  á  don  Diego  Fajardo  queriéndolos  volver 
al  campo. 

Era  tan  grande  el  desgusto  que  nuestra  gente  tenia 
en  verse  acorralada  en  el  alojamiento  de  la  Calahorra 
sin  salir  á  hacer  efeto,  que  no  habia  reparo  que  bastase 
á  detener  los  soldados;  y  aun  los  mesmos  capitanes 
por  ventura  holgaban  que  se  les  deshiciesen  las  com- 
pañías, por  tener  ocasión  de  salir  de  allí  so  color  de 
tornarlas  á  rehacer ;  y  ansí  habia  muchas  banderas  que 
no  habían  quedado  diez  hombres  con  ellas.  El  marqués 
de  los  Vélez  hacia  sus  diligencias ,  y  no  le  pareciendo 
tener  suficiente  número  de  gente ,  ni  la  provisión  de 
vituallas  que  habia  menester  para  volver  á  entrar  en  la 
Alpujarra ,  de  necesidad  habia  de  estarse  quedo  gas- 
tando las  que  el  licenciado  Pero  López  de  Mesa  le  en- 
viaba de  un  día  para  otro  desde  Guadix.  Culpábanle 
mucho  de  remiso,  y  no  los  que  sabían  qué  cosa  era  go- 
bernar ejércitos,  yaventurarlos  tan  á  costa  de  la  auto- 
ridad y  reputación  de  los  capitanes  generales.  Estando 
pues  no  con  pequeño  cuidado  y  congoja  en  ver  que  se  le 
iba  cada  dia  deshaciendo  mas  el  campo,  y  que  apenas 
tenia  de  quien  poder  liar  las  rondas  y  centinelas,  que 
cada  noche  mandaba  poner  dobladas ,  mas  para  guar- 
dar que  la  gente  no  se  fuese  que  por  temor  del  enemigo, 
fué  avisado  que  tenian  concertado  de  irse  juntos  mas 
de  cuatrocientos  soldados;  y  encomendando  á  don  Ro- 
drigo de  Benavides ,  que  había  venido  de  Guadix  con 
la  compañía  de  caballos  del  duque  de  Osuna,  y  á  don 
Diego  Fajardo,  su  hijo,  con  un  estandarte  de  caballos  de 
Córdoba,  que  estaba  á  cargo  de  don  Jerónimo  de  Guz- 
man,  la  ronda  de  la  noche  en  que  le  habían  dicho  que 
setenian  de  ir,  sucedió  que  andando  rondando  don  Die- 
go Fajardo  ,  y  con  él  don  Jerónimo  de  Guzman  y  el 
capitán  Castellanos,  comisario  de  la  caballería,  al  cuar- 
to Je  la  modorra  sintieron  salir  gente  por  hacia  dpiíd^ 


HEBELION  Y  CASTIGO  DE  L 

don  Rodrigo  de  Beriavides  andaba ,  que  era  á  la  parte 
de  levante  del  lugar ;  y  volviendo  el  capitán  Castella- 
nos por  los  escuderos.de  Córdoba,  que  habían  quedado 
en  el  cuerpo  de  guardia,  fueron  los  dos  hacia  donde  es- 
taba otra  compañía  de  caballos  de  Osuna ,  y  llamándo- 
los, acudió  también  don  Rodrigo  de  Benavides ,  y  jun- 
tos se  metieron  por  los  soldados  fugitivos,  que  iban 
atropellados  sin  orden,  y  hicieron  volver  muchos  de- 
llos  á  sus  alojamientos.  Otros,  que  no  quisieron  dejar 
de  proseguir  su  camino,  subieron  por  un  cerro  arriba 
que  cae  hacia  aquella  parte  de  levante ,  y  ú  paso  largo 
procuraron  tomar  lo  alto  y  mas  agrio  del ,  donde  los 
caballos  no  pudiesen  aprovecharse  dellos.  Los  capita- 
nes se  pusieron  en  su  seguimiento ,  y  llegando  cerca 
don  Diego  Fajardo,  les  dijo  que  no  hiciesen  cosa  tan  fea 
como  era  dejar  las  banderas,  y  que  se  volviesen  á  sus 
cuarteles,  porque  él  les  daba  su  palabra  que  no  les  se- 
ria hecho  mal  ni  daño  por  aquella  salida;  mas  ellos  no 
le  quisieron  oir  ni  responder,  prosiguiendo  siempre  su 
camino  á  la  sorda  con  las  mechas  de  los  arcabuces  en- 
cendidas. De  ver  esto  se  airó  mucho  don  Rodrigo  de 
Benavides ,  y  llamando  á  voces  á  don  Diego  Fajardo, 
para  que  los  soldados  le  conociesen  y  temiesen ,  dijo  : 
((Corramos,  señor  don  Diego ;  por  esta  ladera  atajarlos 
hemos,  y  cerrando  con  ellos,  caiga  el  que  cayere;  que 
desta  manera  se  han  de  tratar  estos  bellacos  traido- 
res.» Estas  palabras  indignaron  á  los  determinados 
soldados  de  tal  manera,  que  como  hombres  agraviados 
dellas,  respondieron  que  el  que  las  decía  y  los  que 
con  él  iban  eran  los  traidores  y  malos  caballeros,  y 
que  se  hiciesen  adelante,  verían  cómo  les  iba.  De  aques- 
te desacato  se  enojó  don  Rodrigo  de  Benavides;  y 
aunque  no  eran  mas  de  catorce  de  á  caballo  los  que 
estaban  juntos  para  poder  acometer,  porque  los  otros 
se  habían  quedado  muy  atrás,  hizo  con  don  Diego  Fa- 
jardo que  los  acometiesen ,  apellidando  don  Rodrigo 
de  Benavides  el  nombre  de  señor  Santiago ;  y  pasando 
por  ellos  los  que  estaban  á  la  parte  alta,  pareciéndoles 
que  los  trataban  como  á  moros ,  dispararon  sus  arca- 
buces. Don  Diego  Fajardo  se  fué  metiendo  á  media  la- 
dera, yendo  par  del  don  Jerónimo  de  Guzman  y  un  es- 
cudero de  Córdoba ,  y  allí  le  dieron  un  arcabuzazo,  que 
le  pasó  la  rodela  acerada  que  llevaba  por  junto  á  la  em- 
brazadura, y  le  quebró  un  dedo  de  la  mano  izquierda, 
y  pasó  la  balaá  la  tetilla  derecha,  donde  paró.  Fué  tan 
grande  el  golpe,  que  el  caballo  cayó  y  echó  por  cima 
de  la  cabeza  á  don  Diego  Fajardo  medio  •aturdido;  y 
apeándose  don  Jerónimo  de  Guzman  y  el  escudero ,  le 
alzaron  del  suelo.  Era  don  Diego  Fajardo  esforzado  ca- 
ballero ,  afable  y  muy  amigo  de  soldados ,  y  viéndose 
herido  de  tan  mala  manera ,  pidió  su  rodela  para  ver  si 
estaba  pasada,  y  cuando  vio  el  agujero  que  había  he- 
cho la  bala,  entendió  que  le  habían  muerto;  y  sintien- 
do en  sí  un  estímulo  de  virtuosa  congoja ,  que  no  le 
dejaba  descansar  en  otra  cosa,  dijo  que  le  llegaba  al 
alma  que  cristianos  le  hubiesen  puesto  en  aquel  esta- 
do ;  y  subiendo  lo  mejor  que  pudo  en  su  caballo,  se  vol- 
vió á  la  Calahorra.  Encontróle  en  el  camino  el  marqués 
de  los  Vélez,  que  había  salido  con  toda  la  caballería  en 
oyendo  tocar  al  arma ;  el  cual  viéndole  de  aquella  ma- 
nera recibió  tanta  alteración ,  que  no  le  pudo  hablar ; 
y  mandando  ádon  Juan  Fajardo,  su  hermano,  y  á  don 
Rodrigo  de  Benavides, que  también  se  había  vuelto, 


OS  MORISCOS  DE  GRANADA.  201 

que  diesen  orden  de  atajar  aquellos  soldados  por  tres  ó 
cuatro  partes  con  caballos  y  infantes,  se  subió  ala  for- 
taleza. Los  soldados  se  fueron ,  que  no  bastó  nada  á 
detenerlos ,  y  de  allí  adelante  se  fueron  otros  muchos; 
por  manera  que  vino  á  quedar  aquel  campo,  en  que  ha- 
bla doce  mil  hombres,  en  menos  de  tres  mil  ,  la  mayor 
parte  dellos  del  tercio  que  llamaban  de  los  pardillos  y 
del  de  don  Pedro  de  Padilla,  que  como  gente  obligada 
y  de  ordenanza  vieja,  tuvieron  mas  sufrimiento. 

CAPITULO  X. 

De  una  Vitoria  que  don  García  Manrique  hubo  del  Anaooi 
en  el  valle  de  Lecrin. 

Andaba  en  el  valle  de  Lecrin  el  Anacoz  con  mas  de 
mil  hombres  haciendo  daño  en  las  escoltas  que  iban 
de  Granada  á  Órgiba ;  el  cual  había  muerto  los  do- 
cientos  soldados  de  la  compañía  de  Juan  de  Chaves  de 
Orellana,  que  dijimos,  entre  Acequia  y  Lanjaron,y  he- 
cho otros  muchos  daños  en  la  Vega  y  en  lo  de  Allia- 
ma.  Y  queriendo  el  Consejo  refrenar  la  insolencia  de 
aquel  hereje,  mandaron  llamará  Pedro  de  Vilches,por 
sobrenombre  Pié  de  palo ,  porque  tenia  una  pierna 
cortada  de  la  rodilla  para  abajo,  y  en  su  lugar  otra  do 
madera,  hombre  platico  en  toda  aquella  comarca  y 
muy  animoso.  Y  preguntándole  qué  orden  se  podria 
tener  para  hacer  una  emboscada  al  Anacoz,  dijo  que 
le  dejasen  ir  á  él  de  parte  de  noche  á  las  Albuñuelas  y 
á  Salares,  donde  se  recogían  aquellos  moros,  y  que  les 
daría  un  arma,  y  se  ven(lria  retirando  á  la  mañana  en- 
treteniéndolos, hasta  sacarlos  de  día  al  río ,  porque  do 
noche  era  cierto  que  no  saldrían;  y  que  estuviese  la  ca- 
ballería metida  en  emboscada  en  los  llanos  que  caen 
entre  la  laguna  del  Padul  y  Dúrcal,y  qufe  él  se  los  pon- 
dría en  las  manos  de  manera  que  los  pudiesen  alancear 
á  todos.  Este  consejo  pareció  bien  á  don  Juan  de  Aus- 
tria y  á  los  del  Consejo ,  y  luego  se  mandó  á  don  Gar- 
cía Manrique-  que  apercibiese  la  gente  de  la  Vega,  y 
dejando  ir  delante  á  Pedro  de  Vilches,  se  pusiese  él 
en  emboscada  con  la  caballería  en  el  lugar  que  le  se- 
ñalase ;  el  cual  partió  de  Otura  con  cíen  caballos  y  cua- 
trocientos arcabuceros  de  los  que  estaban  alojados  en 
las  alearías  de  la  Vega,  llevando  consigo  á  Tello  Gonzá- 
lez de  Aguilar  con  las  cien  lanzas  de  Ecija ,  que  fué 
para  aquel  efeto  desde  Granada,  y  se  fueron  á  meter 
antes  que  amaneciese  en  unas  huertas  que  están  por 
bajo  del  barraiico  del  rio  de  Dúrcal.  Pedro  de  Vilches 
se  fué  derecho  á  los  lugares  de  los  Albuñuelas  y  Sala- 
res con  los  soldados  de  las  cuadrillas,  y  ellos  se  estuvie- 
ron quedos  esperando  á  que  viniese  huyendo  de  los 
enemigos,  como  había  dicho ;  lo  cual  se  hizo  con  tan- 
to recato,  que  las  centinelas  que  tenían  puestas  los  mo- 
ros hacia  aquella  parte  no  lo  sintieron ,  y  las  nuestras 
las  veían  á  ellas.  Pedro  de  Vilches  tocó  su  arma  al  ama- 
necer del  día;  luego  comenzaron  las  ahumadas,  y  los 
moros  salieron  á  él  con  grande  grita  :  hizo  un  poco  de 
resistencia,  y  dando  á  entender  que  tenia  miedo,  co- 
menzó á  retirarse  con  orden  hacia  la  emboscada.  Los 
moros  fueron  creciendo  cada  hora  en  tanto  número, 
que  cubrían  aquellos  cerros,  y  apretaron  tanto  á  Pedro 
de  Vilches,  que  cuando  llegó  cerca  del  socorro,  ya  le 
habían  muerto  dos  soldados  y  herido  algunos;  y  ve- 
nían tan  cerca  del,  que  fué  necesario  que  don  García 
Manrique,  viendo  venir  alas  vueltas  moros  y  oristia- 


202 


LUIS  DEL  MARMOL  CARVAJAL. 


nos,  saliese á ellos,  sin  aguardar  que  bajasen  todos  á 
lo  llano  ,  como  estaba  acordado;  y  matando  seis  tur- 
cos, que  venian  delante  de  todos ,  y  mas  de  docientos 
moros,  el  Anacoz  con  todos  los  demás  se  pusieron  en 
huida ,  metiéndose  por  los  barrancos  y  despeñaderos 
del  rio,  donde  no  pudieron  los  caballos  seguirlos ,  ni  la 
gente  dea  pié,  que  no  llegó  á  tiempo  de  poderlos  alcan- 
zar. Mas  adelante  llevó  la  pena  de  sus  maldades;  por- 
que siendo  preso,  le  mandó  justiciar  el  duque  de  Arcos 
en  Granada.  Ganaron  los  nuestros  en  esta  Vitoria  tres 
banderas ,  y  para  regocijar  la  ciudad  entraron  por  ella 
arrastrándolas  y  llevando  los  escuderos  las  cabezas  y 
las  manos  de  los  moros  en  los  hierros  de  las  lanzas. 
Estando  pues  todos  muy  contentos  en  Granada  con  este 
suceso,  solo  el  animoso  Vilches  se  quejaba  de  don  Gar- 
cía Manrique,  diciendo  que  por  haber  salido  la  caba- 
llería tan  presto  á  favorecerle,  no  habían  alanceado 
aquel  día  todos  aquellos  moros;  y  como  le  dijese  el 
Presidente  que  si  había  salido  antes  de  tiempo ,  había 
sido  porque  no  le  matasen  los  moros  á  él ,  siendo  hom- 
bre impedido ,  y  trayéndolos  tan  cerca  á  las  espaldas, 
le  respondió  muy  enojado  :  «Bien  entiendo  yo,  señor, 
que  lo  hizo  por  eso ;  mas  ¿qué  iba  en  ello  que  matasen 
un  hombre  como  yo ,  á  trueco  de  alancear  dos  mil  mo- 
ros?» Respuesta  de  hombre  leal ,  que  no  estimaba  la 
vida  por  el  servicio  de  Dios  y  de  su  rey. 

CAPITULO  XI. 

De  algunas  provisiones  que  su  majestad  hizo  estos  días 
para  el  breve  despacho  déla  guerra. 

Hizo  SU  majestad  estos  días  dos  provisiones  muy  im- 
portantes para  la  brevedad  que  se  pretendía  en  esta 
guerra ,  con  parecer  de  don  Juan  de  Austria  y  de  los 
consejeros  que  quedaron  cerca  de  su  persona.  Launa 
fué  mandar  que  acabasen  de  sacar  los  moriscos  que  ha- 
bían quedado  en  Granada ,  y  los  metiesen  la  tierra 
adentro,  por  sospecha  que  dellos  se  tenia  que  daban 
avisos  á  Aben  Humeya  de  todo  lo  que  se  hacia ,  tenien- 
do sus  inteligencias  con  los  que  andaban  levantados ; 
y  la  otra  mandar  que  se  publicase  la  guerra  á  fuego  y 
á  sangre ;  cosa  que  aun  hasta  este  tiempo  no  se  había 
publicado,  porque  solamente  se  trataba  en  el  supremo 
consejo  de  Guerra  con  nombre  de  castigo  en  los  rebel- 
des, no  les  queriendo  dar  otra  autoridad ;  y  aun  se  ofen- 
dían con  muy  justa  razón  los  señores  del  reino  de  que 
llamasen  rey,  ni  aun  tirano ,  á  Aben  Humeya ,  á  quien 
mejor  cuadraba  el  nombre  de  traidor,  pues  lo  era  con- 
tra su  rey  y  señor  natural  y  dentro  de  su  proprio  rei- 
no. Concedió  ansímesmo  campo  franco  á  todos  los  cris- 
tianos que  sirviesen  debajo  de  bandera  ó  estandarte,  y 
que  aprehendiesen  en  sí  todos  los  bienes  muebles,  di- 
neros, joyas  y  ganados  que  tomasen  á  los  enemigos,  y 
que  no  pagasen  quinto  ni  otra  cosa  alguna  de  las  per- 
sonas que  captívasen ,  haciéndoles  de  todo  ello  gracia 
y  merced  por  esta  vez  y  presente  ocasión ,  para  animar 
la  gente,  que  andaba  ya  muy  desgustada,  á  que  sirvie- 
sen voluntariamente,  sin  que  fuese  menester  otro  ri- 
gor, porque  estaban  escandalizados  los  pueblos  de  la 
Andalucía  de  oír  las  quejas  que  daban  los  soldados 
que  se  iban  huyendo  del  campo  del  marqués  de  los  Vé- 
lez.  Y  para  que  mejor  se  pudiesen  entender  con  la  paga 
ordinaria ,  les  mandó  acrecentar  el  sueldo  á  respeto  de 
como  se  acostumbraba  pagar  la  gente  de  guerra  en  Ita- 


lia, que  es^cuatro  escudos  de  oro  cada  mes  al  coselete 
y  al  arcabucero,  y  tresal  piquero,  que  llaman  pica  seca. 
Y  porque  los  cabildos,  concejos  y  señores,  á  quien  se 
mandó  que  rehiciesen  las  compañías  con  que  servían, 
y  las  acrecentasen  á  mayor  número,  estaban  ya  muy 
gastados,  no  les  bastando  los  propríos  ni  las  sisas  que 
con  licencia  del  Consejo  Real  echaban  sobre  los  basti- 
mentos ,  para  pagar  la  gente,  ordenó  que  desde  el  pri- 
mero día  del  mes  de  noviembre  luego  siguiente  se  pa- 
gase toda  la  infantería  del  dinero  de  su  real  hacienda, 
y  que  los  cabildos ,  concejos  y  señores  pagasen  sola- 
mente la  gente  de  á  caballo.  Lo  cual  todo  se  publicó 
en  la  ciudad  de  Granada  por  bando  general  á  19  de 
otubredeste  año  de  1569;  y  luego  se  enviaron  traslados 
autorizados  á  todas  las  ciudades  y  señores  del  Andalucía 
y  reino  de  Granada,  para  que  se  supiese  en  todas  partes 
las  gracias  y  mercedes  que  su  majestad  hacia  á  la  gen- 
te de  guerra.  Dejemos  agora  el  provecho  que  resultó 
destas  provisiones,  que  fué  muy  grande,  y  digamos  có- 
mo Aben  Humeya  pagó  la  pena  de  sus  crímenes  y  mal- 
dades por  mano  de  los  proprios  rebeldes  que  le  orde- 
naron la  muerte. 

CAPITULO  XIL 

Cómo  los  moros  mataron  á  Aben  Humeya ,  y  nombraron  en  su  lugar 
á  Diego  López  Aben  Aboo. 

Mientras  estas  provisiones  se  hacían  de  nuestra  par- 
te, Diego  Alguacil ,  vecino  de  Albacete  de  Ujíjar,  y  otros 
deudos  suyos,  enemigos  de  Aben  Humeya ,  que  anda- 
ban ausentes  del  por  rniedo  que  los  mandaría  matar, 
trataban  de  darle  ellos  la  muerte  por  librarse  de  aquel 
temor  y  tomar  venganza  de  las  crueldades  que  había 
usado  con  los  naturales  de  la  tierra ,  y  especialmente 
con  Miguel  de  Rojas ,  su  suegro ,  y  Rafael  de  Arcos,  y 
con  otros  alguaciles  y  hombres  principales  de  aquella 
taa  y  de  la  de  Jubiles,  que  había  hecho  morir  por  consejo 
de  los  capitanes  de  los  monfís  que  traía  consigo;  y  al 
fin  vinieron  á  tomar  venganza  del  matándole  por  sus 
proprias  manos ,  como  agora  diremos.  Entre  otras  co- 
sas que  Aben  Humeya  había  hecho,  de  que  se  sentía 
muy  agraviado  Diego  Alguacil ,  era  haberse  llevado  de 
Ujíjar  una  prima  suya  viuda ,  con  quien  estaba  aman- 
cebado ,  y  traerla  consigo  por  amiga  contra  su  volun- 
tad ,  aunque  otros  entendieron  que  la  causa  del  enojo 
que  tenía  con  él  no  eran  celos  ,  sino  punto  de  honra, 
afrentado  de  que,  siendo  mujer  principal ,  que  podía  ca- 
sar con  ella," la  traía  por  manceba.  Mas  desto  nos  des- 
engañó después  el  tiempo  cuando  la  vieron  casada  á  ley 
de  maldición  con  el  proprio  Diego  Alguacil  en  Tetuan, 
seis  años  después  de  aquesta  guerra.  Finalmente,  sea 
como  fuere ,  él  tuvo  buena  ocasión  para  conseguir  el 
efeto  que  deseaba ,  siendo  la  mesma  mora  la  secretaria 
de  su  enemigo  y  el  instrumento  de  su  mal.  Era  ya  Aben 
Humeya  extrañamente  aborrecido  y  casi  tenido  por  sos- 
pechoso en  toda  la  Alpujarra,  después  que  se  supo  lo 
que  había  escrito  á  don  Juan  de  Austria  y  al  alcaide 
Xoaybi  de  Guéjar ,  entendiendo  que  andaba  en  tratos 
para  entregar  la  tierra  á  los  cristianos ,  procurando  so- 
lamente su  particular  seguridad  y  aprovechamiento ,  y 
por  ventura  tenia  aquel  deseo;  mas  era  tan  pusílánimo 
y  hallábase  tan  cargado  de  culpas ,  que  no  se  osaba  fiar, 
teniendo  por  cierto  que  la  culpa  del  rebelión  había  de 
ser  atribuida  á  pocos,  y  necesariamente  castigado  el 


REBELIÓN  Y  CASTIGO  DE  LOS  MORISCOS  DE  GRANADA. 


que  liubiese  sido  cabeza  dél ;  y  como  hombre  que  tenia 
poca  seguridad  de  su  persona ,  tenia  en  Laujar  de  An- 
darax,  donde  se  liabia  recogido  después  de  la  jornada 
de  Vera ,  los  caudillos  y  capitanes  mas  amigos  con  dos 
mil  moros,  que  repartían  la  guardia  cada  noche  por  su 
jueda,  y  tampoco  se  descuidaban  de  dia ,  teniendo  bar- 
readas las  calles  del  lugar  de  manera,  que  nadie  pu- 
diese entrar  en  él  sin  ser  visto  ó  sentido.  Y  porque  no 
se  fiaba  de  los  turcos  ni  estaba  bien  con  ellos ,  ó  por 
ventura  no  tenia  con  qué  pagarles  el  sueldo  mientras 
estuviesen  ociosos ,  por  apartarlos  de  sí  los  habia  en- 
viado á  la  frontera  de  Órgiba  á  orden  de  Aben  Aboo. 
Sucedió  pues  que  como  estos  hombres  viciosos  eran  to- 
dos cosarios,  ladrones  y  homicidas,  donde  quiera  que 
llegaban  hacían  muchos  insultos  y  deshonestidades, 
forzando  mujeres  y  robando  las  haciendas  á  los  moros 
de  la  tierra.  Y  como  fuesen  muchas  quejas  dellosá  Aben 
Humeya ,  escribió  sobre  ello  á  Aben  Aboo  ,  encargán- 
dole que  lo  remedíase;  el  cual  le  respondió  que  los  tur- 
cos no  hacían  agravio  á  nadie,  y  que  sí  alguna  desor- 
den hiciesen ,  él  lo  castigaría.  Sobre  esto  fueron  y  vi- 
nieron correos  de  una  parte  á  otra ;  y  ansí  de  lo  que  se 
trataba ,  como  de  la  indignación  que  Aben  Humeya  te- 
nía contra  los  turcos ,  avisaba  por  momentos  la  mora  á 
Diego  Alguacil ;  y  de  aquí  tuvo  principio  la  traición  que 
le  urdió ,  revolviéndole  con  ellos  para  que  viniesen  á 
descomponerle  y  matarle,  como  lo  hicieron;  porque 
queriendo  estos  dias  ir  á  alzar  los  moriscos  que  vivían 
en  Motril  y  saquear  la  villa,  sin  dar  á  entender  su  de- 
sinio  á  Aben  Aboo ,  le  envió  á  decir  que  recogiese  los 
turcos  y  camínase  con  ellos  la  vuelta  de  las  Albuñuelas, 
y  que  en  el  camino  le  alcanzaría  otro  correo  con  la  or- 
den de  lo  que  habia  de  hacer ;  y  como  estos  correos 
pasaban  forzosamente  por  Ujíjar,  y  la  mora  avisaba  á 
Diego  Alguacil  de  los  despachos  que  llevaban,  saliendo 
á  esperar  en  el  camino  al  postrero  en  compañía  de  Die- 
go de  Arcos  y  de  otros  sus  amigos,  le  mataron  y  le 
quitaron  la  carta  que  llevaba ,  y  contrahaciéndola  Die- 
go de  Arcos,  que  había  servido  de  secretario  á  Aben 
Humeya  y  firmado  algunas  veces  por  él,  como  decía 
que  volviese  luego  con  los  turcos  á  dar  sobre  Motril, 
puso  que  los  llevase  á  Mecina  de  Bombaron ,  y  que  des- 
pués de  tenerlos  alojados  de  manera  que  no  se  pudie- 
sen juntar  con  la  gente  de  la  tierra  y  con  cien  hombres 
que  llevaba  Diego  Alguacil ,  los  desarmase  y  hiciese 
degollar  á  todos ,  y  que  lo  mesmo  hiciese  de  Diego  Al- 
guacil después  que  se  hubiese  aprovechado  dél.  Esta 
carta  enviaron  luego  á  Aben  Aboo  con  persona  de  re- 
caudo; el  cual,  maravillado  de  tan  gran  novedad,  en- 
tendió que  sin  duda  era  verdad  lo  que  se  decia  que 
Aben  Humeya  andaba  en  tratos  para  entregar  la  tierra. 
Y  estando  suspenso  sin  poderse  determinar  en  lo  que 
haría ,  Diego  Alguacil ,  que  habia  medido  el  camino  y 
el  tiempo,  llegó  con  los  cíen  hombres  á  su  puerta;  y 
hallándole  alborotado,  le  dijo  como  Aben  Humeya  le 
habia  enviado  á  mandar  que  fuese  con  aquella  gente  á 
bailarse  en  la  muerte  de  los  turcos ;  mas  que  no  pensa- 
ba intervenir  en  semejante  crueldad ,  por  ser  personas 
que  habían  venido  á  favorecer  á  los  moros  y  puesto  las 
vidas  por  su  libertad;  antes,  cansado  de  servir  un  hom- 
bre ingrato ,  voluntario ,  de  quien  no  se  podía  esperar 
otra  mejor  paga ,  pensaba  avisarlos  dello  para  que  mi- 
rasen por  sí.  Y  estándole  diciendo  estas  palabras,  acertó 


293 

á  pasar  por  delante  de  la  puerta  donde  estaban  Huscein, 
capitán  turco;  y  como  Diego  Alguacil  quisiese  hablar- 
le ,  Aben  Aboo  se  adelantó  porque  no  le  previniese,  te- 
miendo que  le  matarían  los  turcos ,  ó  por  ventura  que- 
riendo ganar  él  aquellas  gracias ;  y  llamándole  á  él  y  4 
Caracax ,  su  hermano ,  les  mostró  la  carta ;  los  cuales 
avisaron  luego  a  Nebel ,  y  á  Alí  arráez ,  y  a  Mahamcte 
arráez ,  y  al  Hasccn  y  á  otros  alcaides  turcos ;  y  alboro- 
tándose todos  entre  temor  y  saña,  comenzaron  a  bra- 
vear, cargando  las  escopetas  y  diciendo  que  aquello  me- 
recían los  que  habian  dejado  sus  casas ,  sus  mujeres  y 
sus  hijos  por  venirlos  á  socorrer;  y  apenas  podía  Aben 
Aboo  apaciguarlos,  diciéndoles  estuviesen  seguros  por- 
que no  se  les  haría  el  menor  ¡agravio  del  mundo.  Diego 
Alguacil ,  viendo  los  turcos  alterados  y  su  negocioi.bíen 
encaminado,  para  acreditarle  mas  sacó  una  yerba  que 
llaman  haxiz,  que  los  turcos  acostumbran  á  comer  cuan- 
do han  de  pelear,  porque  los  hace  borrachos,  alegres 
y  soñolientos ,  y  dijo  que  se  la  había  enviado  Aben  Hu- 
meya para  que  se  la  diese  estando  cenando  á  los  capita- 
nes ,  porque  se  adormeciesen  y  pudiesen  matarlos  aque- 
lla noche.  Tratóse  allí  que  no  convenia  que  reinase 
aquel  hombre  cruel  que  mataba  toda  la  gente  noble, 
sino  que  le  matasen  á  él  y  criasen  otro  rey.  Diego  Al- 
guacil decia  que  lo  fuese  el  Huscein  ó  Caracax ;  mas 
ellos,  aunque  aprobaban  en  lo  de  la  muerte ,  no  quisie- 
ron aceptar  la  oferta,  diciendo  que  Aluch  Alí  los  ha- 
bía enviado ,  no  á  ser  reyes,  sino  á  favorecer  al  rey  de 
los  andaluces ,  y  que  lo  mas  acertado  era  poner  el  go- 
bierno en  manos  de  alguno  de  los  naturales  de  la  tierra 
que  fuese  hombre  de  linaje ,  de  quien  se  tuviese  con- 
fianza que  procuraría  el  bien  de  los  moros,  mientras 
venía  aprobación  del  reino  de  Argel.  Esto  pareció  á  to- 
dos bien ,  y  sin  perder  tiempo  nombraron  á  Aben  Aboo, 
harto  contra  su  voluntad',  á  lo  que  mostró  al  principio; 
mas  al  fin  aceptó  el  cargo  y  honra  que  le  daban,  con  que 
le  prometieron  de  matar  luego  á  Aben  Humeya  y  de 
prender  todos  los  alcaides  y  hombres  principales  que 
tenia  por  amigos ,  y  de  no  soltarlos  hasta  que  llana- 
mente fuese  obedecido.  Era  Caracax  hombre  escanda- 
loso y  malo ,  y  por  muchos  delitos  que  habia  cometido 
andaba  desterrado  de  Argel  cuando  su  hermano  el  Hus- 
cein vino  con  el  socorro  que  trajo  el  Habaquí;  y  po- 
niendo luego  por  obra  lo  que  Aben  Aboo  pedía ,  hizo 
primeramente  que  todos  los  que  allí  estaban  le  obede- 
ciesen por  gobernador  de  los  moros  por  tres  meses, 
mientras  venía  aprobación  de  Argel.  Luego  se  puso  en 
camino  la  vuelta  de  Andarax  con  docíentos  turcos  y 
otros  tantos  moros ,  y  con  él  Aben  Aboo  y  Diego  Algua- 
cil ,  y  Diego  de  Rojas  con  los  cien  moros  que  llevaban. 
Y  llegando  á  media  noche  al  Laujar ,  aseguró  las  guar- 
das con  decirles  que  eran  turcos  que  iban  á  hablar  con 
el  Rey ;  y  dejándolos  pasar ,  llegaron  á  la  posada  de 
Aben  Humeya ,  y  haciendo  pedazos  las  puertas ,  entra- 
ron dentro;  y  hallándole  que  salía  á  la  puerta  con  una 
ballesta  armada  en  la  mano,  le  prendieron.  Algunos 
dicen  que  estaba  acostado  durmiendo  entre  dos  muje- 
res ,  y  que  la  una  era  aquella  prima  de  Diego  Alguacil, 
y  que  ella  mesma  se  abrazó  con  él  hasta  que  llegaron  á 
prenderle.  No  sé  cómo  puede  ser  esto ,  porque  habia 
sido  avisado  á  prima  noche,  y  tenia  dos  caballos  ensi- 
llados y  enfrenados  para  irse ,  y  por  no  dejar  una  zam- 
bra, en  que  estuvieron  gran  rato  de  la  noche,  no  ha- 


2S4 


LUIS  DEL  JIARMOL  CARVAJAL. 


biíi  querido  decir  nada;  y  después,  cansado  de  festejar, 
se  había  ido  á  su  posada,  donde  tenia  veinte  y  cuatro 
escopeteros  y  mas  de  trecientos  moros  de  guardia  al 
derredor  del  lugar  para  caminar  antes  que  amaneciese. 
Seii  como  fuere,  ninguno  de  ios  que  con  él  estaban  le 
acudió  la  hora  que  le  vieron  preso ;  y  atándole  las  ma- 
nos con  un  cordel  Aben  Aboo  y  Diego  Alguacil ,  le  hi- 
cieron luego  cargo  de  sus  culpas  y  le  mostraron  la  car- 
la;  y  conociendo  la  firma,  dijo  que  su  enemigo  la  ha- 
bla hecho ,  y  que  no  era  suya ,  y  les  protestó  de  parte 
deMahoma  y  del  Gran  Turco  que  no  procediesen  contra 
él ,  sino  que  le  tuviesen  preso ,  porque  no  eran  ellos  sus 
jueces  ni  tenian  autoridad  de  juzgarle,  y  que  era  buen 
moro  y  no  tenia  trato  con  los  cristianos;  y  envió  á  ila- 
mar^l  Habaquí  para  justiíicar  su  negocio.  Mas  la  razón 
tuvo  poca  fuerza  entre  aquella  genle  bárbara  indignada 
y  llena  de  cudicia ,  porque  le  saquearon  la  casa;  y  me- 
tiéndole en  un  palacio ,  Diego  Alguacil  y  Diego  de  Ar- 
cos se  encerraron  con  él  so  color  de  guardarle,  porque 
no  se  les  fuese;  y  antes  que  amaneciese ,  echándole  un 
cordel  á  la  garganta ,  le  ahogaron ,  tirando  uno  de  una 
parte  y  otro  de  otra.  Dicen  que  él  mesmo  se  puso  el 
cordel  como  le  hiciese  menos  mal,  concertó  la  ropa, 
cubrió  la  cabeza ,  y  que  dijo  que  iba  bien  vengado  y  que 
era  cristiano,  Desta  manera  dio  lin  aquel  desventurado 
á  su  desconcertada  vida  y  á  su  nuevo  y  temerario  esta- 
do, en  conformidad  de  moros  y  de  cristianos.  Hubo  al- 
gunos que  afirmaron  haberle  oido  decir  muchos  dias 
antes  que  le  traia  desasosegado  un  sueño  que  habia  so- 
ñado tres  noches  arreo,  pareciéndole  que  unos  hom- 
bres extranjeros  le  prendían  y  le  entregaban  á  otros 
que  le  ahogaban  con  su  propria  toca ,  y  que  por  esta 
causa  andaba  imaginativo  y  se  recelaba  de  los  turcos; 
de  donde  se  puede  colegir  que  el  espíritu  del  hombre 
en  las  cosas  que  teme ,  el  hervor  que  le  eleva  á  la  con- 
templación dellas  le  hace  pronosticar  en  futuro  parte 
de  su  suceso,  porque  como  los  cuidados  del  día  hacen 
que  el  espíritu  entre  sueños  esté  do  noche  imaginando 
muchas  cosas,  que  después  vemos  puestas  en  efeto 
por  razón  de  una  simpatía  natural  á  que  la  naturaleza 
obedece,  ansí  en  futuro  la  mesma  simpatía,  que  está 
obediente á  las  influencias  celestiales,  hace  afirmar,  no 
por  fe,  sino  por  temor,  parte  de  lo  que  se  teme.  Y  no 
liay  duda  sino  que  Aben  Humeya  tenia  entera  noticia  de 
los  reyes  moros  á  quien  los  turcos  habían  favorecido 
al  principio  en  África  para  ponerlos  en  estado;  y  des- 
pués los  habían  ellos  mesmos  muerto  y  quedádose  con 
todo  lo  que  les  habían  ayudado  á  ganar ,  y  estaba  con 
temor  de  que  harían  otro  tanto  del.  Volviendo  pues  á 
nuestra  historia,  otro  día  de  mañana  le  sacaron  muer- 
to y  le  enterraron  en  un  muladar  con  el  desprecio  que 
merecían  sus  maldades;  saqueáronle  la  casa,  cobró 
Diego  Alguacil  su  prima ,  y  los  otros  alcaides  repartie- 
ron entre  sí  las  otras  mujeres;  y  dando  el  gobierno  y 
mando  á  Aben  Aboo  con  término  limitado  de  tres  me- 
ses, envió  por  confirmación  de  su  elección  al  goberna- 
dor de  Argel ,  como  á  persona  que  estaba  en  lugar  del 
Gran  Turco.  A  esto  fué  Mahamete  Ben  Daud,  de  quien 
al  pnncipio  desta  historia  hicimos  mención,  con  un  pre- 
sente de  cristianos  captivos  y  de  cosas  déla  tierra;  y 
no  mucho  después  Daud  le  envió  el  despacho,  y  se  que- 
dó allá;  que  no  osó  volver  mas  á  España.  De  allí  ade- 
lante se  intituló  el  hereje  Muley  Abdalá  Aben  Aboo,  rey 


de  los  andaluces ,  y  puso  en  su  bandera  unas  letras  que 
decían  :  «No  pude  desear  mas  ni  contentarme  con  me- 
nos.» Los  turcos  prendieron  todos  los  alcaides  que  no 
querianobedecerle,  y  hicieron  que  lediesenobedíencia, 
sino  fué  Aben  Mequenun  ,  hijo  de  Puertocarrero ,  que 
se  apartó  con  cuatrocientos  moros  en  el  río  de  Almería, 
y  á  la  parte  de  Almuñécar  Gironcillo,  llamado  por  otro 
nombre  el  Archídoni.  Nombró  Aben  Aboo  por  general 
de  los  ríos  de  Almería,  Boloduí,  Almanzora  y  sierra  de 
Baza  y  Filábres  y  tierra  del  marquesado  del  Cénete,  á 
Jerónimo  el  Maleh ;  al  Xoay bi  y  al  Hascein  de  Guéjar  en- 
cargó el  partido  de  Sierra-Nevada ,  tierra  de  Vélez,  Al- 
pujarra  y  valle  y  sierra  de  Granada,  con  patentes  que 
les  obedeciesen  todos  los  otros  capitanes;  y  dende  á 
poco  tiempo  despachó  al  alcaide  Hoscein,  turco,  con 
segundo  presente  para  el  gobernador  de  Argel  y  para  el 
mefti  de  Constantinopla ,  encargándole  que  por  vía  d-í 
religión  encomendase  sus  negocios  al  Gran  Turco,  pa- 
ra que  le  mandase  dar  socorro  de  gente ,  armas  y  muni- 
ciones mientras  bajaba  su  poderosa  armada ;  y  orde- 
nando una  milicia  ordinaria  de  cuatro  mil  tiradores, 
mandó  que  los  mil  dellos  asistiesen  por  su  rueda  cerca 
de  su  persona,  los  docientos  hiciesen  cada  diaguardií', 
y  pusiesen  centinelas  de  noche  dentro  y  fuera  del  lugar 
donde  se  hallase ,  como  personas  en  quien  tenia  puesta 
su  confianza  y  que  pensaba  gobernarse  por  su  consejo. 

CAPITULO  XIIL 

Cómo  Aben  Aboo  juntó  la  gente  de  la  Alpujarra  y  fué  á  cercar 
á  Órgiba. 

Cuando  Aben  Aboo  hubo  asentado  las  cosas  de  la  Al- 
pujarra ,  juntando  el  mayor  número  de  gente  que  pudo, 
fué  á  reconocer  el  valle  de  Lecrin,  y  dio  vuelta  áLó- 
bras  y  vista  á  Salobreña,  y  se  alojó  en  la  boca  del  rio  de 
Motril,  y  de  allí  ordenó  de  ir  á  combatir  el  fuerte  de 
órgiba.  Habían  salido  de  aquel  presidio  aquellos  dias 
ochenta  soldados  de  la  compañía  de  Antonio  Moreno  á 
hacer  una  entrada  con  Vilches,  su  alférez ,  y  engañados 
por  una  espía  que  los  llevaba  vendidos,  habían  dado  en 
una  emboscada  de  moros ,  que  los  aguardaba  en  el  bar- 
ranco de  la  Negra ,  y  los  habían  muerto á  todos;  y  en- 
tendiendo el  moro  que  debía  quedar  poca  gente  dentro, 
y  que  podría  ocupar  aquella  plaza,  partió  del  lugar  de 
Cádiar  á  26  días  del  mes  de  otubre  con  diez  mil  hom- 
bres de  pelea,  y  entre  ellos  seiscientos  turcos  y  moros 
berberiscos.  Y  el  siguiente  dia,  víspera  de  San  Simón  y 
Judas,  en  la  noche  llegó  cerca  de  nuestro  fuerte ;  y  em- 
boscando toda  la  gente  en  unas  ramblas  que  se  hacen 
dos  tiros  de  arcabuz ,  el  otro  día  domingo  de  mañana 
echó  cuatro  moros  delante  que  disimuladamente,  como 
que  andaban  cazando ,  procurasen  sacar  á  lo  largo  una 
escuadra  de  soldados  que  salían  de  ordinario  á  descu- 
brir la  tierra  para  poder  tomar  lengua.  Mudábase  cada 
mes  la  gente  de  guerra  deste  presidio ,  porque  los  sol- 
dados huían  de  ir  á  él  por  causa  del  mucho  trabajo  que 
padecían;  y  don  Juan  de  Austria  enviaba  desde  Gra- 
nada con  las  escoltas  las  compañías  que  habían  de  que- 
dar ,  y  con  los  bagajes  vacíos  se  volvían  las  que  habían 
estado  su  temporada ;  y  esto  era  cada  mes.  Con  esta  or- 
den habían  llegado  poco  antes  que  los  moros  matasen 
al  alférez  Vilches  y  á  los  ochenta  soldados ,  en  una  es- 
colta seis  compañías  de  infantería ,  las  tres  con  sus  pro- 
prios  capitanes,  llamados  Gaspar  Maidonado,  don  Alón- 


REBELIOiN 

so  de  Arellano  y  Gaspar  Delgado ,  sobrino  del  obispo  de 
Jaén ,  que  servia  á  costa  de  su  tio  con  trecientos  arca- 
buceros; y  las  otras  tres ,  que  eran  de  Antonio  Moreno 
y  Francisco  de  Salante  y  Alonso  de  Arauz ,  capitán  de 
ios  de  Sevilla,  llevaban  sus  alféreces,  porque  quedaban 
ellos  ocupados  en  Granada;  y  dos  estandartes  de  caba- 
llos, el  uno  de  Juan  Alvarez  de  Boborques,  y  el  otro 
que  servia  Lorenzo  de  Leiva  por  don  Luis  de  la  Cueva; 
y  con  el  inlelice  suceso  de  aquella  gente  estaba  Fran- 
cisco de  Molina  muy  recatado,  y  no  dejaba  salir  del 
fuerte  á  nadie  sin  primero  descubrir  y  reconocer  muy 
bien  toda  la  tierra  al  derredor,  entendiendo  que  con  la 
vanagloria  de  aquellas  muertes  no  dejarían  los  moros  de 
venirle  á  correr  y  á  poner  emboscadas.  Y  como  aquel 
dia  saliese  una  escuadra  á  descubrir  hacia  la  parte  don- 
de los  cuatro  moros  andaban,  y  ellos  diesen  luego  á 
huir,  el  caporal  que  iba  con  ella,  llamado  Francisco 
Hidalgo ,  sin  considerar  lo  que  podía  haber  en  las  ram- 
blas ,  se  puso  en  su  seguimiento ,  y  fué  cebándose  tanto 
en  ellos,  que  dio  de  golpe  en  una  de  las  emboscadas;  y 
saliéndole  los  moros  de  muy  cerca,  le  cercaron  por  todas 
partes  y  le  mataron,  y  con  él  otros  cuatro  soldados  que 
iban  delante;  los  otros  se  retiraron  con  mucho  peligro 
al  fuerte  y  dieron  aviso  á  Francisco  de  Molina  del  suce- 
so. El  cual  envió  luego  á  Lorenzo  do  Leiva  con  seis  ca- 
ballos suyos  y  cuatro  del  capitau  Juan  Alvarez  de  Bo- 
borques, que  estaban  alojados  fuera  del  fuerte,  á  que 
reconociese  qué  gente  era  aquella ,  con  los  cuales  llegó 
al  lugar  donde  Ins  moros  habian  estado  emboscados,  y 
hallándolos  retirados,  pasó  tan  adelante,  que  llegó 
adonde  estaba  el  proprio  Aben  Aboo  con  el  guipe  de  la 
gente;  y  deteniéndose  para  reconocer  bien,  se  hubiera 
de  perder ,  porque  le  cargaron  tantos  escopeteros,  que 
matando  el  caballo  á  un  escudero,  le  hirieron  el  suyo, 
y  se  hubo  de  retirar  con  harto  trabajo,  yéndole  siguien- 
do siempre  los  enemigos  con  grandes  alaridos  hasta 
meterle  dentro  del  fuerte.  Y  este  dia,  que  fué  28  dias 
del  mes  de  otubre,  cercaron  el  sitio  que  tenían  los 
nuestros  por  todas  partes,  ocupando  todos  los  lugares 
que  le  tenían  á  caballero  para  poderlos  ofender  con  las 
escopetas;  y  haciendo  un  recio  acometimiento,  mata- 
ron algunos  cristianos ,  y  entre  ellos  á  Cristóbal  de  Za- 
yas,  alférez  de  don  Alonso  de  Arellano,  y  á  un  escude- 
ro de  la  compañía  de  Juan  Alvarez  de  Boborques ,  lla- 
mado Pescador.  Viendo  pues  nuestra  gente  la  determi- 
nación que  traían  los  enemigos, y  que  los  muros  del 
fuerte  eran  tapias  de  tierra  y  paredejas  de  piedra  seca 
tan  bajas  que  en  algunas  partes  no  cubrían  un  hombre, 
acudiendo  animosamente  al  reparo  con  sus  personas  y 
con  la  arcabucería  puesta  de  mampuesto  en  las  saete- 
ras y  traveses,  mataron  y  hirieron  muchos  dellos,  y 
les  hicieron  perder  la  furia  que  traían.  Juan  Alvarez  de 
Boborques  con  sus  escuderos  se  puso  á  defender  un 
portillo  que  aun  no  estaba  acabado  de  cerrar ,  entre  el 
cuartel  de  Salante  y  el  de  don  Alonso  de  Arellano ,  por 
donde  á  pié  llano  pudiera  entrar  un  buen  golpe  de  gen- 
te. Y  cierto  fué  provisión  divina  la  inadvertencia  de  los 
moros  este  dia,  porque  si  acometieran  por  tres  ó  cuatro 


CASTIGO  DE  LOS  MORISCOS  DE  GRANADA.  29o 

cuatro  partes;  y  quitando  el  agua  de  la  acequia ,  co- 
menzó á  dar  orden  en  los  combates.  En  estg  tiempo  re- 
partió Francisco  de  Molina  los  cuarteles,  señalando  á 
cada  compañía  lo  que  habian  de  defender.  A  la  parte 
del  norte,  donde  sale  el  camino  que  va  á  Granada,  puso 
la  compañía  de  Arauz,  y  con  ella  á  Jerónimo  Casaus,  su 
alférez;  y  á  la  mano  izquierda  del  á  Gaspar  Maldonado 
con  la  suya,  teniendo  á  las  espaldas  la  iglesia;  á  la  parte 
del  rio  que  responde  hacia  poniente  la  de  Salante  con 
Alonso  Velazquez  de  Portillo  ,  su  alférez ;  á  la  parte  de 
mediodía,  donde  sale  el  camino  para  Motril,  á  don  Alon- 
so de  Arellano;  y  entre  él  y  el  cuartel  de  Arauz  á  Gaspar 
Delgado.  Los  capitanes  de  caballos  quedaron  sobresa- 
lientes para  acudir  á  pié  donde  viesen  ser  mas  necesa- 
rio, y  con  ellos  para  el  dicho  efeto  don  Antonio  Enri- 
quez,  Gonzalo  Rodriguel ,  el  capitán  Medrano  y  Fran- 
cisco Jiménez,  soldados  práticos  entretenidos  por  ha- 
ber tenido  cargos  en  la  milicia,  á  quien  su  majestad 
había  mandado  irá  servir  en  esta  guerra,  y  don  Juan 
de  Austria  los  había  enviado  aquellos  dias  á  Órgiba.  Lo 
primero  que  los  enemigos  hicieron  fué  ocupar  la  casa 
de  un  horno  que  estaba  tan  cerca,  que  sola  una  callo 
habia  entre  ella  y  el  muro;  y  mandando  juntar  mucha 
fagina,  la  echaron  por  una  ventana  en  otra  casa  qno 
estaba  incorporada  en  el  proprio  muro  para  ponerlo 
fuego  y  quemarla ,  porque  donde  unos  tnivcses  bajos 
que  había  hechos  en  ella  les  hacían  daño  los  nuestros 
con  los  arcabuces,  y  porque  también  entendieron  quo 
quemando  aquella  casa  les  quedaría  la  entrada  llana  por 
aquella  parte.  Mas  no  les  sucedió  como  pensaban ,  por- 
que antes  que  hubiesen  arrojado  tanta  fagina  que  bas- 
tase para  hacer  el  efeto  que  pretendían,  nuestros  capi- 
tanes hicieron  echar  sobre  ella  muchas  esteras  ardien- 
do untadas  con  aceite ,  y  se  les  quemó  toda ;  y  arrojan- 
do cantidad  de  alcancías  de  fuego  por  las  ventanas  en 
la  otra  casa  del  horno ,  les  fué  necesario  desampararla 
y  que  se  retirasen  con  daño.  No  por  eso  dejaban  do 
acercarse  los  enemigos  por  otras  paj-tes  haciendo  im- 
petuosos acometimientos;  y  eran  tantas  las  piedras  quo 
echaban  sobre  los  que  estaban  en  las  troneras  y  en  los. 
traveses,  que  fué  menester  que  el  capitán  Juan  Alvarez 
acudiese  hacia  aquella  parte,  y  cubriendo  los  soldados 
con  las  adargas  y  rodelas  de  los  escuderos,  resistió  el 
ímpetu  y  furia  de  piedras;  y  los  moros,  viendo  cuan 
poco  les  aprovechaba ,  tomaron  unos  cerros  al  derre- 
dor que  descubrían  el  ámbito  del  fuerte ;  y  poniéndose 
algunos  escopeteros  en  un  palomar  alto  y  en  unas  casas 
que  habian  sido  de  los  Abulmestes ,  entre  los  cuarteles 
de  Gaspar  Maldonado  y  don  Alonso  de  Arellano ,  mata- 
ron ocho  caballos  y  hirieron  algunos  soldados  y  escu- 
deros que  atravesaban  de  una  parte  á  otra ;  y  para  re- 
parar este  daño  fué  necesario  hacer  trincheas  por  don- 
de atravesase  nuestra  gente  encubierta.  Hicieron  tam- 
bién los  moros  cuatro  minas,  que  respondían  á  dife- 
rentes partes.  La  que  iba  hacia  el  cuartel  de  Gaspar 
Maldonado  pensaron  meter  debajo  de  la  iglesia ,  donde 
entendían  que  estaban  los  bastimentos  y  municiones; 
mas  el  capitán  levantó  luego  un  caballero  alto  para  su- 


partes  el  fuerte ,  según  los  muros  estaban  bajos  y  mal  |  jetar  á  los  trabajadores  y  poderies  descubrir  en  la  obra 
reparados,  y  la  muchedumbre  que  eran,  fácilmente  pu-  que  hacían ;  y  acudiendo  hacia  aquella  parte  los  capí- 
dieran  entrade.  Viendo  pues  Aben  Aboo  la  resistencia  tañes  Juan  Alvarez  de  Boborques  y  Lorenzo  de  Leiva, 
que  habia  en  nuestros  cristianos,  retiró  su  gente,  y  re-  fueron  también  de  mucha  importancia  las  adargas  este 
partiémlola  en  cuatro  cuarteles,  cercó  el  fuerte  por  día,  porque  resistieron  con  ellas  la  furia  de  las  piedras 


296 


LUIS  DEL  MARxMOL  CARVAJAL. 


que  los  de  fuera  tiraban.  La  otra  mina  enderezaron  ha- 
cia el  cuartel  del  capitán  Delgado,  la  cual  pasó  tan  ade- 
lante ,  que  llegaron  á  encontrarse  con  los  soldados  en 
una  contramina  que  les  Iiicieron;  y  peleando  con  ellos, 
mataron  algunos  moros  dentro  y  se  la  hicieron  des- 
amparar, y  les  tomaron  las  herramientas  con  que  ca- 
vaban. Las  otras  dos,  que  respondían  al  cuartel  de 
don  Alonso  de  Arellano,  no  hubieron  efeto,  porque 
toparon  luego  con  una  peña  viva  que  las  atajó.  Dejando 
pues  la  obra  de  las  minas  porque  vieron  el  ruin  suceso 
dellas,  los  turcos  comenzaron  á  hacer  un  terrapleno  de 
tierra ,  fagina  y  piedra  en  una  casa  junto  á  la  muralla, 
que  no  habian  tenido  lugar  los  cristianos  de  derribarla. 
Desde  allí  señoreaban  otra  casamata  que  habia  entre 
los  cuarteles  de  Gaspar  Maldonado  y  Aruuz;  y  fué  tanta 
la  presteza  con  que  lo  hicieron ,  que  los  nuestros  no  tu- 
vieron otro  remedio  sino  retirarse  al  segundo  muro  de 
la  casamata,  dejando  el  primero  desamparado  y  el  ám- 
bito della  hecho  plaza.  Allí  hicieron  nuevos  travesé?, 
porque  los  enemigos  les  cegaron  los  que  tenían  á  la 
parte  de  fuera,  hinchendo  la  calle  de  tierra,  piedra  y 
rama  de  manera,  que  entendían  poder  entrar  á  pié  lla- 
no por  encima  de  los  terrados.  Como  vio  Aben  Aboo  que 
los  cristianos  habian  desamparado  la  casamata,  creyen- 
do que  también  habian  dejado  el  muroyrecogídoseá  la 
torre  y  á  la  iglesia ,  mandó  que  se  les  diese  por  allí  un 
recio  combate;  y  juntándose  hacía  aquella  parte  los 
turcos  y  toda  la  mejor  gente  de  los  moros,  con  muchos 
sones  de  atabalejos  y  dulzainas  y  grandes  alaridos  á  su 
usanza  acometieron  el  fuerte,  día  de  Todos  Santos.  Fué 
lanía  la  presteza  de  los  bárbaros ,  que  antes  que  Fran- 
cisco de  Molina  y  los  otros  capitanes  que  andaban  visi- 
tando los  cuarteles  acudiesen,  habian  entrado  ya  mu- 
chos dellos  dentro  del  fuerte;  y  aunque  Jerónimo  de 
Casaus,  alférez  de  Arauz,  que  guardaba  aquel  cuartel, 
resistió  su  ímpetu  animosamente,  andando  envuelto  en 
polvo  y  sangre  de  los  enemigos,  no  fuera  parte  para 
defenderles  la  entrada ,  porque  los  soldados  se  retiraban 
si  no  llegara  Francisco  de  Molina,  el  cual ,  armado  de 
un  coselete  dorado ,  con  la  espada  en  la  mano  se  opu- 
so valerosamente  á  los  enemigos;  y  acudiéndole  Juan 
Alvarez  de  Bohorques  y  Lorenzo  de  Leiva  y  el  alférez 
Portillo,  y  con  ellos  muchos  animosos  escuderos  y  sol- 
dados, resistieron  su  acometimiento.  Este  día  hizo  Fran- 
cisco de  Molina  oficio  de  capitán  y  valiente  soldado,  el 
cual,  discurriendo  de  una  parte  á  otra,  animaba  á  los 
unos  y  amenazaba  á  los  que  veía  que  aflojaban;  y  pe- 
leando por  su  persona  donde  veia  que  era  menester, 
retiró  y  echó  fuera  á  los  enemigos,  que  tenían  ya  ar- 
boladas dos  banderas  sobre  el  muro ,  la  una  de  damas- 
co blanco ,  y  la  otra  de  tafetán  carmesí  con  una  media 
luna  blanca  en  medio  bordada  de  oro  y  las  borlas 
guarnecidas  de  aljófar  ;  y  cayendo  los  alféreces  moros 
que  las  traían,  se  las  quitaron,  y  mataron  mas  de  do- 
cientos  moriscos.  Cerca  dellas  un  alférez  destos  quedó 
caído  á  la  parte  de  fuera  del  muro  con  los  muslos  atra- 
vesados de  un  arcabuzazo ,  el  cual ,  viendo  huir  su  gen- 
te, comenzó  á  dar  grandes  voces  díciéndoles  que  volvie- 
sen á  pelear,  porque  mas  valia  morir  como  hombresque 
huir  como  mujeres ;  y  viendo  que  no  acudían  á  retirar- 
le,  los  comenzó  á  deshonrar  de  perros  cobardes,  y  ro- 
gó á  los  cristianos  que  bajasen  y  le  acabasen  de  matar, 
porque  mayor  honra  le  seria  morir  á  sus  manos ,  que 


vivir  entre  gente  tan  vil ;  y  no  tardó  mucho  que  bajó 
un  soldado  del  fuerte  y  le  cortó  la  cabeza.  Después  des- 
to,  queriendo  Aben  Aboo  dar  tercero  asalto,  mandó 
que  se  metiesen  mas  de  dos  mil  moros  en  unas  casas 
que  estaban  destechadas  par  del  muro,  los  cuales,  es- 
tando cubiertos  con  las  paredes  de  la  ofensa  de  los  ar- 
cabuces ,  comenzaron  á  tirar  por  encima  dellas  tanta 
multitud  de  piedra ,  que  apenas  se  podían  defender  de- 
lla los  soldados,  porque  les  caía  de  peso  encima;  y 
estando  Francisco  de  Molina  cerca  de  la  puerta  de  Gra- 
nada ,  quitada  la  celada  de  la  cabeza  ,  le  descalabra- 
ron. Fué  tanta  la  furia  de  las  piedras  este  día ,  que  der- 
ribaron mucha  parte  de  la  pared  de  una  casa  donde 
posaba  el  capitán  Delgado,  con  ser  de  cal  y  ladrillo, 
y  hicieron  portillos  en  otras ,  por  donde  pudieran  en- 
trar á  placer  si  los  soldados  no  los  repararan  luego. 
Acudiendo  pues  á  esta  parte  el  capitán  Juan  Alvarez  de 
Bohorques,  tomó  por  remedio  ofender  á  los  enemigos 
con  sus  mesmas  armas;  y  juntando  el  mayor  número 
de  soldados  y  mozos  que  pudo,  les  m.andó  que  volvie- 
sen á  arrojar  contra  las  casas  donde  se  habian  metido 
los  enemigos  las  mesmas  piedras  que  ellos  tiraban;  y 
como  no  tenían  adargas  ni  celadas  con  que  cubrir  las 
cabezas,  como  los  cristianos ,  fuéles  forzado  salir  hu- 
yendo y  dejarlas  desamparadas;  y  con  esto  cesó  aquel 
asalto ,  y  de  allí  adelante  no  osaron  llegar  mas  á  tirar 
piedras.  Este  capitán  Juan  Alvarez  de  Bohorques  era 
natural  de  Villamartin ,  hermano  del  otro  capitán  don 
Hernando  Alvarez  de  I3ohorques,  de  quien  hice  men- 
ción, y  servia  con  una  compañía  de  caballos  de  su  mes- 
mo pueblo,  y  don  Juan  de  Austria  le  había  mandado 
que  llevase  á  Orgiba  la  escolta  última  que  dijimos.  Y 
porque  estaba  enfermo  y  tenia  necesidad  de  curarse, 
le  habia  dado  licencia  para  que  en  llegando  al  presidio 
dejase  allí  sus  escuderos  y  se  volviese  á  Granada ;  el 
cual ,  como  supo  que  habia  sospecha  de  cerco ,  no  le 
pareciendo  que  convenía  á  su  honra  dejar  la  gente  y 
volverse  á  Granada,  dijo  á  Francisco  de  Molina  que  no 
quería  usar  de  la  licencia ,  sino  esperar  la  común  fortu- 
na; el  cual  se  lo  tuvo  en  mucho,  porque  todos  huían 
de  estar  en  aquel  presidio ;  y  cierto  fué  su  quedada  im- 
portante, porque  era  hombre  animoso  y  de  muy  buen 
entendimiento.  Viendo  pues  Aben  Aboo  el  poco  efeto 
que  hacían  los  suyos  en  los  asaltos ,  y  que  cada  día  ha- 
bía mayor  defensa  en  los  cercados,  determinó  de  tomar 
el  fuerte  por  hambre.  Veia  que  tomando  los  pasos  por 
donde  habian  de  venir  las  escoltas  de  Granada ,  de  ne- 
cesidad les  habia  de  faltar  el  bastimento,  y  que  quitán- 
doles el  agua  del  rio  y  de  la  acequia ,  perecerían  de  sed 
en  acabándoseles  la  que  tenían  en  los  fosos,  los  cuales 
se  secaban  luego  al  principio,  mas  después  se  habia  ido 
apretando  la  tierra  y  detenían  ya  el  agua;  y  poco  an- 
tes que  el  campo  de  los  enemigos  llegase,  los  habian 
henchido  ,  y  de  allí  bebían  los  soldados ,  aunque  salían 
á  tomaria  con  peligro,  hasta  que  se  hizo  una  mina  por 
de  dentro  para  poder  llegar  encubiertos  á  ellos,  y  no 
les  quedaba  ya  aguapara  dos  días.  Por  otra  parte  Fran- 
cisco de  Molina,  en  retirándose  los  moros  del  asalto, 
dio  orden  como  aquella  noche  saliesen  del  fuerte  dos 
soldados  que  sabían  la  lengua  arábiga  y  eran  muy  prá- 
ticos  en  la  tierra,  y  tocando  arma  por  diferentes  partes, 
para  pervertir  al  enemigo  y  que  tuviesen  lugar  de  pa- 
sar adelante  encubiertos ,  los  envió  á  Granada  con  una 


REBELIÓN  Y  CASTIGO  DE  LOS  MORISCOS  DE  GRANADA. 


■Lr. 


carta  para  don  Juan  de  Austria.  Y  por  si  acaso  los  pren- 
diesen en  el  camino ,  porque  no  se  entendiese  la  fla- 
queza que  había  en  el  fuerte ,  decia  en  ella  que  no  tu- 
viese su  alteza  pena ,  porque  aunque  los  moros  eran 
muchos ,  con  mil  y  quinientos  hombres  que  allí  había, 
y  cantidad  de  bastimentos  y  municiones  que  le  queda- 
ban para  mas  de  un  mes ,  estaba  seguro  el  presidio ,  y 
aun  entendía  salir  á  ofender  al  enemigo.  Y  por  otra 
parte  mandó  á  los  dos  soldados  que  dijesen  de  palabra 
la  falta  que  había  de  lo  uno  y  de  lo  otro,  y  lo  mucho 
que  convenía  socorrer  con  brevedad.  Estos  dos  solda- 
dos se  dieron  tan  buena  maña ,  que  pasando  por  medio 
del  campo  de  los  moros ,  fueron  á  Granada  y  dieron 
aviso  á  don  Juan  de  Austria  del  estado  del  cerco ;  mas 
ya  se  tenían  otros  avisos  por  espías ,  y  se  aparejaba  el  \ 
duque  de  Sesa  para  ir  á  hacer  el  socorro ,  como  diré-  i 
mes  en  el  siguiente  capítulo.  j 

CAPITULO  XIV.  ¡ 

Cómo  el  duque  de  Sesa  salió  á  socorrer  á  Órgiba,  y  cómo  Aben 
Aboo  alzó  el  cerco  y  le  fué  á  defender  el  paso.  i 

Como  se  supo  en  Granada  el  aprieto  en  que  estaba  I 
órgiba,  el  duque  de  Sesa,  á  quien  estaba  cometido  el  I 
socorro,  salió  con  la  gente  de  guerra  que  había  en  la  ! 
ciudad  y  en  los  lugares  de  la  Vega,  y  fué  al  Padul,  y  de  | 
allí  pasó  al  lugar  de  Acequia.  Por  cabo  de  la  infantería  | 
iba  don  Pedro  de  Vargas ,  y  de  los  caballos  don  Miguel  | 
de  León;  y  capitanes  eran  don  Jerónimo  Zapata  y  Ruy  I 
Díaz  de  Mendoza.  En  este  alojamiento  se  detuvo  mu-  I 
chos  días,  así  por  aguardar  que  llegase  la  gente  de  la  ' 
Andalucía  que  don  Juan  de  Austria  había  enviado  á  pe- 
dir aquellos  días  para  que  llevasen  los  moriscos  que  ha- 
bían quedado  en  Granada,  como  porque  le  dio  la  en- 
fermedad de  la  gola ,  y  don  Juan  de  Austria  quiso  en- 
viar á  Luis  Quíjadií  en  su  lugar,  mas  luego  mejoró. 
Siendo  pues  avisado  Aben  Aboó  que  el  Duque  estaba 
en  campaña  y  que  iba  á  socorrer  aquel  presidio,  al  oc- 
tavo día  acordó  de  alzar  el  cerco  y  salir  á  esperarle  en 
el  paso  de  Lanjaron  para  defenderle  la  entrada  y  pelear 
con  él  con  ventaja  de  sitio.  Y  porque  los  cercados  no  le 
sintiesen  partir,  levantó  el  campo  á  medía  noche,  y  tan 
á  la  sorda ,  que  no  se  entendió  en  el  fuerte  hasta  otro 
día  de  mañana,  que  Francisco  de  Molina,  viendo  que  no 
bulha  cosa  viva  en  el  campo,  hizo  abrir  una  puerta  que 
salía  á  los  fosos  del  agua,  y  envió  al  alférez  Portillo  á 
reconocer  las  trincheas  de  los  enemigos ,  el  cual  refirió 
cómo  se  habían  ido.  Esta  fué  una  alegre  nueva  para  los 
cercados,  y  dando  muchas  gracias  á  Dios  por  verse  li- 
bres de  aquel  peligro  ,  salieron  á  los  alojamientos, 
donde  hallaron  muchos  cuartos  de  carne  y  otras  cosas 
de  comer  que  se  habían  dejado  con  la  priesa  de  la  par- 
tida, y  lo  recogieron  todo ;  y  echando  la  acequia  en  los 
fosos,  los  tornaron  á  henchir  de  agua,  porque,  como 
queda  dicho,  tenían  ya  mucha  falta  della.  Luego  en- 
vió Francisco  de  Molina  otros  dos  soldados  con  segundo 
aviso  á  don  Juan  de  Austria  de  como  el  enemigo  había 
alzado  el  cerco ,  y  entendía  que  se  iba  á  poner  en  la 
sierra  de  Lanjaron  para  defender  el  paso  á  la  gente  del 
socorro.  En  este  tiempo,  los  dos  soldados  que  habían 
ido  primero  á  Granada  volvieron  á  órgiba  con  la  res- 
puesta de  don  Juan  de  Austria ,  en  que  decia  que  se 
había  tratado  en  el  Consejo  de  retirar  aquel  presidio  y 
dejar  el  fuerte,  y  que  no  se  había  acabado  de  tomar  re- 


solución hasta  ver  su  parecer;  por  tanto,  que  avisase 
luego,  y  si  le  parecía  que  convenia  defenderle,  enviase 
las  causas,  con  relación  de  la  gente  y  de  las  otras  cosas 
que  serían  menester  para  ello.  A  esto  respondió  Fran- 
cisco de  Molina  que  al  servicio  de  Dios  y  de  su  majes- 
tad convenia  que  aquel  fuerte  se  sustentase  por  mu- 
chos respetos,  y  especialmente  porque  los  moros  co- 
brarían ánimo  viéndole  retirar;  que  conforme  á  esto  le 
parecía  que  se  debía  socorrer  con  brevedad,  y  llegando 
la  gente  del  socorro,  podría  quedar  el  número  que  pa- 
reciese suficiente  para  defenderle.  Mas  este  parecer  no 
fué  aprobado;  antes  el  Consejo  se  resolvió  en  que  se 
desamparase,  retirando  la  gente  que  había  dentro,  por 
ser  lugar  mas  costoso  que  provechoso ,  y  no  de  mo- 
mento para  el  enemigo.  Después  desto  tuvo  otra  carta 
del  duque  de  Sesa  con  los  segundos  soldados,  en  que 
decia  que,  habiendo  llegado  hasta  el  lugar  de  Acequia 
para  socorrer  aquella  plaza,  estaba  aguardando  que  lle- 
gase la  gente  que  venía  de  las  ciudades  para  ir  adelan- 
te, y  que  le  avisase  luego  para  cuantos  dias  tenia  de 
comer,  porque  para  el  día  y  hora  que  le  dijese  iria  á  sa- 
carle de  allí ,  como  estaba  acordado,  advirtiéndole  que 
estuviese  á  punto  para  retirarse  con  brevedad ,  porque 
no  llegaría  mas  que  hasta  el  barranco  de  Lanjaron.  El 
cual  le  respondió  que  tenia  solo  pan  para  cinco  días,  y 
que  para  cualquiera  hora  que  fuese  menester  estarín 
apercebído ;  mas  que  habia  en  el  fuerte  ochenta  solda- 
dos heridos  y  enfermos,  y  algunas  mujeres  y  niños,  y 
otras  muchas  cosas  de  munición ,  que  para  llevarlo  se- 
ria necesario  llegar  hasta  el  lugar  de  Órgiba  con  algu- 
nos bagajes.  Dejemos  agora  á  Francisco  de  Molina  en 
Órgiba,  y  digamos  lo  que  sucedió  en  Acequia  al  campo 
del  duque  de  Sesa  estos  días. 

CAPITULO  XV. 

Cómo  Aben  Aboo,  procurando  que  nuestro  campo  no  pnsnso 
á  socorrer  á  Órgiba,  peleó  con  él  entre  Acequia  y  Lanjaron. 

Usaba  de  muchas  mañas  Aben  Aboo  para  entretener 
al  duque  de  Sesa  que  no  pasase  á  socorrerá  órgiba, 
porque  entendía  que  los  cristianos  que  estaban  dentro 
no  podían  dejar  de  perderse  muy  en  breve,  faltándoles 
los  bastimentos.  Hacía  grandes  representaciones  de 
gentes  por  aquellos  cerros,  fingía  cartas  exagerando  el 
poder  de  los  moros,  y  aun  echaba  fama  que  ya  era  per- 
dido el  fuerte  y  que  eran  muertos  todos  los  cristianos 
de  hambre.  Estas  cosas  divulgaban  los  moriscos  de  paz 
en  Granada,  las  espías  en  el  campo,  y  los  unos  y  los 
otros  tan  disimuladamente,  que  tenían  suspenso  al  du- 
que de  Sesa,  no  se  determinando  sí  pasaría  con  la  gente 
que  allí  tenia,  ó  si  esperaría  la  que  venia  de  las  ciuda- 
des, que  no  acababa  de  llegar.  Estando  pues  con  esto 
cuidado ,  deseoso  de  prender  algún  moro  de  quien  to- 
mar lengua,  Pedro  de  Vilches,  Pié  de  palo,  se  le  ofreció 
que  se  lo  traería,  dándole  licencia  para  ello.  Quisiera 
el  Duque  excusarle  de  aquel  trabajo,  por  ser  hombre 
impedido  y  hacer  la  noche  escura  y  tempestuosa  de 
agua  y  viento ;  mas  el  animoso  Vilches  porfió  tanto  con 
él,  y  la  necesidad  era  tan  grande,  que  hubo  de  darle  la 
hcencia  que  pedía,  enviando  con  él  á  Francisco  de  Ar- 
royo, otro  cuadrillero,  con  su  gente.  Los  cuales  salieron 
á  prima  noche ,  y  emboscándose  con  los  soldados  en 
unas  trochas  que  sabían ,  cuando  vino  el  día  tenían  ya 
presos  seis  moros  que  venían  hacia  donde  estaba  Aben 


20S 


LUIS  DEL  MARMOL  CARVAJAL. 


Aboo  con  carfas  suyas.  Con  esta  presa  volvieron  al 
campo;  y  queriendo  saber  el  duque  de  Sesa  lo  que  se 
conícnia  en  aquellas  cartas,  porque  estaban  en  arábigo 
y  no  habia  allí  quien  las  supiese  leer,  escribió  luego  al 
IVesidente  que  le  enviase  un  romanzador  que  las  decla- 
rase; el  cual  envió  al  licenciado  Castillo,  que  las  ro- 
manzó, y  eran,  según  lo  que  después  nos  dijo,  para  los 
alcaides  de  Guójar,  Albuñuelas  y  Cuajaras,  diciéndoles 
que  al  bien  de  los  moros  convenia  que  recogiesen  luego 
toda  la  gente  de  sus  partidos,  y  se  fuesen  á  juntar  con 
él,  porque  queria  dar  batalla  al  duque  de  Sesa,  que  es- 
taba en  Acequia  con  íin  de  pasar  á  socorrer  á  Orgiba, 
y  sin  duda  le  desbaratarían  ;  y  que  se  habia  dejado  de 
proseguir  en  el  cerco  de  Órgiba  para  venirle  á  esperar 
rn  el  paso;  y  que  los  cristianos  quedaban  ya  de  manera, 
que  no  podrían  dejar  de  perderse  brevemente.  Y  en  la 
<'arta  que  iba  para  el  alcaide  Xoaybi  de  Cuéjar  decia 
otra  particularidad  mas:  quesalicse  con  seis  mil  moros 
(ic  los  que  allí  tenia,  y  tomando  el  barranco  entre  Ace- 
quia y  Lanjaron,  cuando  el  campo  del  Duque  hubiese 
pasado,  cortase  el  camino  á  las  escoltas,  que  de  necesi- 
dad habian  de  ir  con  bastimento,  porque  esto  solo  bas- 
taría para  desbaratarle.  Por  otra  parte  había  hecho 
que  se  divulgase  en  Granada  que  el  fuerte  era  ya  per- 
dido y  que  los  cristianos  habian  sido  todos  muertos, 
para  que  don  Juan  de  Austria  mandase  al  duque  de 
Sesa  que  retirase  el  campo,  ó  á  lo  menos  le  entretuviese 
en  aquel  alojamiento;  y  habíalo  sabido  hacer  de  ma- 
nera que,  para  que  se  diese  mas  crédito,  habia  escrito 
que  lo  dijese  algún  morisco  á  un  religioso  en  forma  de 
confesión;  y  estando  un  día  don  Juan  de  Austria  solo 
en  su  aposento,  llegó  á  él  un  fraile  á  decírselo  por  cosa 
muy  cierta.  Esta  nueva  puso  en  harto  cuidado  al  ani- 
moso Príncipe,  y  mandando  juntar  luego  consejo,  pro- 
puso lo  que  el  fraile  le  habia  dicho,  para  ver  el  remedio 
fjue  se  podría  tener;  y  dando  y  tomando  sobre  el  ne- 
gocio, jamás  se  pudo  persuadir  el  presidente  don  Pedro 
de  Deza  á  que  fuese  verdad,  diciendo  que  sin  duda  era 
algún  trato  de  moros ;  porque  si  otra  cosa  fuera,  nó  era 
posible  dejar  de  haber  venido  alguna  persona  que  de- 
pusiera de  vista ;  y  tanto  mas  dejó  de  creerlo  cuando 
don  Juan  de  Austria  le  dijo  de  quién  y  cómo  lo  habia 
sabido.  Dando  pues  todavía  priesa  al  duque  de  Sesa 
que  pasase  adelante,  determinó  de  hacerlo ;  y  enviando 
á  Pedro  de  Yilches  con  ochocientos  infantes  á  que  re- 
conociese el  barranco  que  atraviesa  el  camino  real  y 
baja  á  dará  Tablate,  le  mandó  que  tomase  lo  alto  del, 
y  se  pusiese  donde  el  camino  de  Lanjaron  liace  vuelta 
cerca  de  Órgiba,  y  desde  allí  diese  aviso  á  Francisco 
de  Molina ;  y  para  asegurarle  envió  luego  en  su  res- 
guardo ochocientos  hombres,  y  él  siguió  con  todo  el 
resto  del  ejército ,  que  serian  poco  mas  de  cuatro  mil 
infantes  y  trecientos  caballos,  sospechando  que  los 
unos  y  los  otros  habrían  menester  socorro.  Luego  que 
los  enemigos  vieron  caminar  nuestra  gente ,  repar- 
tiendo la  suya  en  dos  partes,  el  Huscein  y  el  Dalí ,  ca- 
pitanes turcos,  fueron  á  encontrará  nuestro  cuadrillero 
con  la  una ,  y  la  otra  quedó  de  retaguardia ;  y  encu- 
briéndose los  delanteros,  antes  de  llegar  á  ellos  co- 
menzó Dali  á  mostrarse  tarde  y  á  entretenerse  escara- 
muzando; y  entre  tanto  apartaron  seiscientos  hombres, 
trecientos  con  el  Rendati,  para  que  se  emboscase  á  las 
espaldas,  y  trecientos  con  el  Macox,  que  fuese  encu- 


biertamente á  ponerse  junto  al  camino  de  Acequia , 
donde  dicen  Ca/aíeí  Ilaxar,  que  quiere  decir  atalaya  de 
las  piedras:  cosa  pocas  veces  vista,  y  de  hombres  muy 
práticos  en  la  tierra,  apartarse  con  gente  estando  es- 
caramuzando, y  emboscarse  sin  ser  sentidos  delosqi:(5 
estaban  á  la  frente  ni  de  los  que  venian  á  las  espaldas. 
Cayó  la  larde,  y  cargó  Dali  reforzando  la  escaramuz;i 
á  la  parte  del  barranco  cerca  del  agua,  de  manera  qu*' 
á  los  nuestros  pareció  retirarse  hacia  donde  entendió  n 
que  venia  el  Duque.  A  este  tiempo  se  descubrió  el  Ren- 
dati, y  fué  cargando  sobre  ellos ;  los  cuales,  hallándose 
lejos  del  socorro  y  viendo  que  cerraba  ya  la  noche,  se 
retiraron  á  un  alto  cerca  del  barranco  con  propósito 
de  parar  allí  hechos  fuertes ;  y  pudieran  estar  seguros, 
aunque  con  algún  daño,  si  el  capitán  Perca,  natural  de 
Ocaña ,  tuviera  sufrimiento ;  mas  en  viendo  el  socorro 
que  les  iba,  desamparó  el  cerró,  y  bajando  el  barranco 
abajo,  fué  seguido  de  los  enemigos  y  muerto  peleando 
con  parte  de  los  soldados  que  iban  con  él.  Los  otros 
pasaron  adelante,  siguiéndolos  los  moros,  hasta  que 
llegaron  donde  estaba  el  Duque  ya  anochecido ,  el  cual 
los  socorrió  y  retiró;  mas  dando  en  la  segunda  embos- 
cada del  Macox ,  y  hallándose  por  una  parte  aprelado 
de  los  enemigos,  y  por  otra  incierto  del  camino  y  de  la 
tierra,  con  la  escuridad  y  confusión,  y  con  el  miedo  de 
la  gente  que  le  iba  faltando,  fué  necesario  hacer  frente 
al  enemigo  con  su  persona.  Quedaron  con  ei  Duque 
don  Gabriel  de  Córdoba  y  don  Luis  de  Córdoba ,  y  don 
Luis  de  Cardona,  Pagan  de  Oria,  hermano  de  Juan  An- 
drea de  Oria,  y  otros  caballeros  y  capitanes,  muchos 
de  los  cuales  se  apearon  con  la  infantería,  y  con  la 
mejor  orden  que  pudieron  se  retiraron  al  alojamiento 
casi  á  media  noche.  Hubo  algunas  opiniones  que  si  los 
moros  cargaran  como  al  principio,  corrieran  peligro 
de  perderse  todos  los  nuestros ;  mas  el  daño  estuvo  en 
que  Pedro  de  Vilches  partió  á  hora  que  no  le  bastó  al 
Duque  el  día  para  llegar  á  órgiba  ni  para  socorrer, 
porque  le  faltó  el  tiempo:  cosa  que  engañó  á  muchos 
en  el  reino  de  Granada,  que  no  le  median  bien  por  la 
aspereza  de  la  tierra,  hondura  de  barrancos  y  estre- 
chura de  caminos.  Murieron  cuatrocientos  cristianos  y 
hubo  muchos  heridos,  y  perdiéronse  muchas  armas, 
según  lo  que  los  moros  decían;  pero  según  nosotros, 
que  en  esta  guerra  nos  enseñamos  á  disimular  y  encu- 
brir la  pérdida,  solos  sesenta  fueron  los  muertos,  no 
con  poco  daño  de  los  enemigos  y  con  mucha  reputación 
del  Duque,  que  de  noche,  sospechoso  de  la  gente, 
apretado  de  los  enemigos,  impedido  de  la  persona, 
tuvo  libertad  para  poner  en  ejecución  lo  que  se  ofrecía 
proveer  á  todas  partes,  resolución  para  apartar  los  ene- 
migos y  autoridad  para  detener  á  los  soldados,  que  ha- 
bian ya  comenzado  á  huir. 

CAPITULO  XVI. 

Cómo  Francisco  de  Molina  dejó  el  fuerte  de  Órgiba  ,  y  se  retiró 
con  toda  la  gente  á  Motril ,  y  el  duque  de  Sesa  se  volvió  á  Gra- 
nada. 

En  este  tiempo  Francisco  de  Molina ,  viendo  qiie  los 
cinco  días  en  que  el  duque  de  Sesa  había  enviado  & 
decir  que  le  socorrería  eran  ya  pasados,  y  otros  cinco 
mas,  considerando  que,  pues  su  entrada  no  era  para 
mas  efeto  que  para  sacarle  de  allí ,  podría  excusarse 
con  salir  él;  el  proprio  día  que  recibió  ia  carta  última, 


REBELIÓN  Y  CASTIGO  DE  LOS  MORISCOS  DE  GRANADA. 


209 


tomando  consigo  á  los  capitanes  Juan  Alvarez  de  Bo- 
liorques  y  Gaspar  Maldonado  y  otros  tres  de  á  caballo, 
salió  á  reconocerel  sitio  donde  se  habia  puesto  el  cam- 
po del  enemigo ;  y  pasando  por  muclias  centinelas  de 
moros  que  estaban  puestas  por  aquellos  cerros ,  lle- 
gó basta  el  castillo  de  Lanjaron,  dos  leguas  de  Órgiba, 
donde  habia  una  escuadra  de  soldados  á  su  orden  ;  á 
los  cuales  preguntó  qué  nuevas  tenían  del  campo  délos 
moros ;  y  diciéndole  que  no  sabian  mas  de  que  todos 
aquellos  cerros  estaban  cubiertos  dellos ,  considerando 
que  su  intento  no  era  mas  que  defender  aquella  entra- 
da ,  volvió  luego  al  fuerte  por  otro  camino ;  y  aquella 
misma  noche  hizo  calentar  con  las  astas  délas  picas  y 
alabardas  de  la  munición  unas  piezas  de  artillería  de 
campaña  que  habia  dentro ;  y  haciéndolas  pedazos,  en- 
terró el  metal  y  otras  cosas  de  peso,  que  entendió  que 
no  se  podían  llevar.  Y  haciendo  subir  ios  enfermos  y 
heridos  y  algunas  mujeres  en  los  caballos  de  los  escu- 
deros, lo  mejor  que  pudo,  tomando  por  estandarte  un 
crucifijo ,  á  quien  todos  se  encomendaron  con  mu- 
cha devoción,  sin  hacer  ruíilo  con  las  cajas,  sacó  toda 
la  gente  del  fuerte  á  las  diez  de  la  noche ,  y  caminó  la 
vuelta  de  Motril,  llevando  las  cruces ,  los  retablos  y  los 
ornamentos  de  la  iglesia  consigo.  Dejó  cuatro  soldados 
en  la  torre  de  la  campana,  con  orden  que  tañesen  siem- 
pre, como  se  tenia  de  costumbre,  hasta  que  la  gente  se 
hubiese  alargado  de  la  otra  parte  del  rio;  y  que  en 
viendo  cierta  señal  que  se  les  baria  con  fuego ,  se  re- 
tirasen. Desta  manera  se  fueron  todos  por  el  camino  de 
Motril ,  sin  hallar  quien  les  hiciese  estorbo ,  donde  lle- 
garon otro  día  de  mañana ;  y  se  excusó  la  entrada  del 
duque  de  Sesa  por  entonces,  dejando  burlado  al  ene- 
migo. Llegada  nuestra  gente  á  vista  de  Motril ,  los  de 
la  villa  estuvieron  harto  temerosos ,  creyendo  que  eran 
moros,  porque  la  mesma  noche  que  salieron  de  órgi- 
ba liabian  venido  los  enemigos  de  Dios  á  dar  en  lasca- 
ses del  barrio  de  los  moriscos,  y  se  los  habían  llevado 
á  la  sierra ,  á  unos  por  fuerza  y  á  otros  de  grado ,  y  ha- 
bían peleado  buen  rato  con  los  cristianos,  que  tenían 
barreadas  las  bocas  de  las  calles ,  y  las  mujeres  y  niños 
metidos  en  ía  iglesia ,  que  es  á  manera  de  una  fortale- 
za. Mas  cuando  supieron  que  eran  los  soldados  de  ór- 
giba, no  se  puede  encarecer  el  contento  que  recibieron, 
así  por  verlos  libres  del  cerco,  como  por  entender  que  la 
villa  estaría  guardada ;  y  porque  tenían  falta  de  basti- 
mentos, y  los  nuevos  huéspedes  llevaban  pocos,  acorda- 
ron luego  de  salir  á  buscar  qué  comer  á  los  lugares  de 
Lóbras,  Patabra  y  Mulvízar.  Otro  día  siguiente  salió  el 
capitán  Juan  Alvarez  de  Bohorques  con  la  gente  de  á 
caballo  y  algunos  arcabuceros  de  á  pié ,  y  dando  sobre 
ellos ,  los  saqueó ,  y  recogió  muchas  cosas  de  comer  y 
cantidad  de  paja ,  que  era  lo  que  mas  habían  menester 
páralos  caballos;  mas  no  Uizo  daño  á  los  moros  en  sus 
personas,  porque  tuvieron  aviso  de  como  iba ,  y  se  su- 
bieron á  la  sierra.  Cuando  don  Juan  de  Austria  supo  lo 
que  Francisco  de  Molina  habia  hecho,  loó  mucho  su 
buena  diligencia;  y  mandándole  que  se  quedase  en  Mo- 
tril por  cabo  de  la  gente  de  guerra  que  allí  había ,  hizo 
hartos  buenos  efetos  en  los  moros ;  y  cuando  hubo  de 
ir  al  rio  de  Almanzora ,  le  mandó  que  fuese  á  servir 
aquella  jomada.  Por  otra  parte,  el  duque  de  Sesa,  que 
todavía  estaba  con  su  campo  en  Acequia ,  viendo  que 
ya  no  habia  para  qué  pasar  adelante   dio  vuelta  hacía 


las  Albuñuelas,  donde  se  habían  recogido  muchos  mo- 
ros, y  acabando  de  desiruir  aquellos  lugares ,  dejó  allí 
mil  hombres  de  presidio,  y  se  fué  á  Granada.  El  pri- 
mero que  dio  aviso  cómo  Francisco  de  Molina  habia  de- 
jado á  órgiba  y  retirado  la  gente  á  Motril,  fué  un  cris- 
tiano captivo  que  acudió  á  la  Calahorra,  y  dijo  al  mar- 
qués de  los  Vélez  como  los  moros  habían  hecho  gran- 
des alegrías  por  toda  la  Alpujarra,  y  que  era  tan  grande 
su  regocijo  ,  que  se  habia  descuidado  su  amo  con  él , 
y  había  tenido  lugar  para  poder  huir  ;  el  cual  despachó 
kiego  con  la  nueva  á  su  majestad  y  á  don  Juan  de 
Austria. 

CAPITULO  XVII. 

Cóííio  Jerónimo  el  Maleh  alzó  I»  villa  de  Galera,  y  cómo  los  do 
Güéscar  fueron  á  socorrer  unos  soldados  que  se  hicieron  fuer- 
tes en  la  iglesia. 

La  villa  de  Galera  era  de  don  Enrique  Enriquez,  ve- 
cino de  Baza  ;  el  cual  á  pedimento  de  los  proprios  veci- 
nos, que  todos  eran  moriscos,  para  defenderlos  si  vi- 
niesen algunos  moros  á  hacerles  que  se  alzasen ,  habia 
enviádoles  sesenta  arcabuceros  con  Almarta,  su  criado, 
encargándoleque  no  los  alojase  en  las  casas,  porque  no 
diesen  pesadumbre  á  los  moriscos  ;  el  cual  estaba  alo- 
jado con  ellos  en  la  iglesia ,  que  está  fuera  de  la  villa  á 
la  parte  del  cierzo,  en  un  llano  que  se  hace  entre  las  ca- 
sas y  el  rio.  La  torre  del  campanario  era  fuerte ,  y  en 
ella  tenia  su  centinela  de  noche  y  de  dia.  Andaba  en 
este  tiempo  Jerónimo  el  Maleh  con  otro  campo  de  mo- 
ros á  la  paríe  del  rio  de  Almanzora  y  Baza,  solicitando 
todos  los  pueblos  de  moriscos  á  rebelión ,  y  haciendo  el 
daño  que  podía  en  los  cristianos,  y  traía  consigo  un  ca- 
pitán turco  llamado  Caravajai  con  docientos  escopete- 
ros berberiscos;  y  queriendo  levantar  á Galera,  para 
recoger  allí  la  gente  de  Orce  y  Castilleja ,  por  ser  sitio 
fuerte,  del  cual  haremos  adelante  mención,  los  vecinos 
se  excusaban  con  decir  que  no  podían  alzarse  mientras 
Almarta  estuviese  allí  con  aquellos  soldados ;  y  para 
quitárselos  de  delante,  habia  metido  secretamente  en 
!a  villa  docientos  moros  armados  que  los  matasen; 
cosa  que  pudiera  hacer  coii  mucha  facilidad,  según 
estaba  Almarta  confiado  de  que  no  le  harían  traición, 
porque  subían  cada  mañana  los  soldados  de  dos  en  dos 
y  de  tres  en  tres  ala  plaza  á  comprar  bastimentos,  tan 
descuidados  como  si  todos  fueran  unos,  ellos  y  los  ve- 
cinos. Ordenaron  pues  los  enemigos  de  Dios  de  poner- 
se una  mañana  á  trechos  por  las  calles  y  por  las  casas, 
y  como  fuesen  subiendo  los  soldados ,  matarlos,  y  acu- 
dir luego  á  la  iglesia  y  ponerle  fuego  para  quemar  á  los 
que  hubiesen  quedado  dentro.  Estando  pues  con  esta 
determinación  la  noche  antes  del  dia  que  liabian  de  ha- 
cer el  efeto,  un  moro  llamado  Anrique,  natural  de  Pur- 
chena ,  de  los  cfiie  el  Maleh  habia  enviado ,  que  habia 
sidomonfí  en  tiempo  de  paces,  pareciéndole  que  era 
buena  coyuntura  la  que  se  ofrecía  para  alcanzar  gracia 
y  perdón  de  sus  culpas,  determinó  de  meterse  en  la  igle- 
sia ,  y  dar  aviso  á  los  cristianos  del  engaño  que  les  te- 
nían ordenado ;  y  arrojándose  por  la  ventana  de  una 
casa ,  aunque  fué  sentido  de  las  centinelas  y  de  otros 
moros  sus  compañeros,  que  salieron  en  su  seguimien- 
to y  le  descalabraron ,  todavía  corrió  mas  que  ellos,  y 
se  metió  con  los  cristianos  en  la  iglesia ,  y  les  descubrió 
lo  que  tenían  acordado  para  matarlos,  y  cómo  habia 


300 


LUIS  DEL  MARMOL  CARVAJAL. 


en  la  villa  docientos  moros  que  el  Malelí  había  euviudo, 
y  que  él  era  uno  dellos.  Almarta  le  agradeció  mucho 
el  aviso,  y  envió  luego  dos  soldados  á  Güéscar,  que  es- 
tá una  legua  de  allí,  pidiendo  al  alcaide  Francisco  de 
Villa  Pecellin ,  caballero  del  hábito  de  Calatrava  y  go- 
bernador de  aquel  estado,  que  es  del  duque  de  Alba,  y 
al  doctor  Huerta,  alcalde  mayor,  que  le  socorriesen  con 
alguna  gente  para  poderse  retirar  con  la  poca  que  te- 
nia consigo.  Los  cuales  juntaron  á  gran  priesa  los  ca- 
ballos y  peones,  y  fueron  á  Galera ;  mas  ya  cuando  lle- 
garon la  villa  estaba  alzada  y  los  moros  tenían  cerca- 
da la  iglesia ,  y  la  habían  combatido  y  puéstole  fuego 
para  quemarla ;  y  como  los  de  Güéscar  llegaron ,  se 
retiraron  escaramuzando  hacía  la  villa;  de  manera  que 
los  cercados  tuvieron  lugar  de  poder  salir  por  unas  ven- 
tanas que  salían  hacía  el  río  con  igual  trabajo  que  peli- 
gro ;ysin  hacer  olro  efeto  mas  que  retirar  aquella 
gente ,  se  volvieron  el  mesmo  día  á  Güéscar,  dejando 
aquella  villa  alzada  y  puesta  en  arma,  con  propósito  de 
volver  mejor  apercebidos  sobre  ella. 

CAPITULO  xviir. 

Cómo  la  gente  de  Güéscar  volvió  sobre  Galera  ,  y  volviendo  desba- 
ratados, quisieron  matarlos  moriscos  que  viviaii  en  Güéscar. 

Vuelta  nuestra  gente  á  Güéscar,  creció  tanto  la  ira 
popularen  ver  la  insolencia  con  que  se  habían  alzado 
los  de  Galera ,  y  el  trato  que  aquellos  moros  tan  regala- 
dos de  su  señor  tenían  hecho  para  matar  á  los  soldados 
que  les  había  enviado  para  que  los  defendiesen,  que 
indignados  contra  toda  la  nación  morisca,  quisieron  ma- 
tar á  los  que  vivían  entre  ellos,  y  saquearles  las  casas 
antes  que  viniesen  á  hacer  otro  tanto.  Y  como  anduvie- 
se este  ruido  entre  la  gente  común,  el  comendador  Pe- 
cellin recogió  todos  los  moriscos  en  las  casas  de  las 
tercias,  que  son  unos  alholís  muy  grandes,  donde  se  en- 
cierra el  pan  que  pertenece  al  duque  de  Alba  de  sus  ren- 
tas ,  dejando  solas  las  moriscas  en  las  casas.  Apaciguó- 
se el  pueblo  por  entonces  con  esperanza  de  saquear  á 
Galera ;  y  enviando  á  llamar  á  los  vecinos  de  la  villa  de 
Bolteruela  para  que  los  acompai'iasen ,  fueron  luego  á 
hacer  el  efeto ,  aunque  confusa  y  desordenadamente, 
como  hombres  que  llevaban  menos  celo  y  mas  cudicia 
de  la  que  era  menester  en  aquella  coyuntura.  Llegados 
á  Galera ,  pelearon  dos  días  con  los  moros  sin  hacer  na- 
da ni  quererse  retirar ;  y  viendo  la  resistencia  que  les 
hacían ,  y  que  sería  menester  mas  fuerza  de  gente,  en- 
viaron á  pedir  socorro  á  don  Antonio  de  Luna,  que, 
como  queda  dicho,  estaba  por  cabo  de  la  gente  de  guer- 
ra de  Baza.  En  este  tiempo  doña  Juana  Fajardo  viuda, 
mujer  de  don  Enrique  Enriquez,  porque  no  le  saquea- 
sen aquellos  vasallos ,  entendiendo  poderlos  apaciguar, 
envió  á  don  Antonio  Enriquez,  su  cuñado,  con  algunos 
caballos,  á  que  les  hablase  de  su  parte,  y  les  persuadie- 
se á  que  dejasen  las  armas  y  se  redujesen  al  servicio 
de  su  majestad  ;  el  cual  llegó  á  la  villa  estando  sobre 
filos  los  de  Güéscar;  y  acercándose  á  las  casas,  llamó 
por  sus  nombres  á  algunos  de  los  vecinos  que  cono- 
cía, y  les  dijo  que  se  maravillaba  mucho  de  ver  no- 
vedad tan  grande  en  gente  que  siempre  habían  sido 
leales,  y  que  bien  se  dejaba  entender  no  ser  ellos  los 
autores  de  la  maldad  ,  sino  los  moros  forasteros 
que  habían  hecho  que  se  alzasen  por  fuerza  ;  que  el 
remedio  estaba  en  la  mano,  porque  él  venia  á  defen- 


derlos, y  á  dar  orden  como  tampoco  recibiesen  daño 
de  la  gente  de  guerra ;  por  tanto  les  rogaba  que ,  ase- 
gurando sus  cabezas,  volviesen  al  servicio  de  su  majes- 
tad ,  y  que  él  haría  con  los  de  Güéscar  que  se  volviesen 
á  sus  casas  sin  que  el  daño  pasase  mas  adelante.  Des- 
tas  palabras  escarnecieron  los  bárbaros  ignorantes, 
engañados  de  su  propria  confianza  y  de  la  que  les 
ponian  los  turcos  que  estaban  con  ellos  ;  y  sin  dejar 
hablar  á  los  llamados,  algunos  de  los  moros  berbe- 
riscos respondieron  que  los  de  aquella  villa  no  cono- 
cían mas  que  á  Dios  y  á  Mahoma ,  y  que  se  quitase  de 
allí ,  porque  le  tirarían  con  las  escopetas.  Con  esta  res- 
puesta se  airaron  nuestros  cristianos  de  manera ,  que 
quisieron  luego  combatir  la  villa  contra  la  voluntad 
de  los  capitanes ,  á  quien  don  Antonio  Enriquez  hacía 
muchos  requerimientos  que  no  lo  consintiesen,  di- 
ciendo que  él  haría  con  los  moriscos  que  se  rindie- 
sen ,  porque  no  eran  los  vecinos ,  sino  los  moros  fo- 
rasteros los  que  habían  respondido  de  aquella  manera; 
y  al  fin  pudo  tanto  la  ira  en  la  gente  común ,  poco 
acostumbrada  á  obedecer ,  que  sin  aguardar  orden  se 
fueron  determinadamente  hacia  las  casas;  y  subiendo 
unos  tras  de  otros  por  las  calles,  llegaron  hasta  cerca 
de  la  plaza  con  voz  de  declarada  Vitoria  ;  y  si  fueran 
seguidos  de  toda  la  etra  gente ,  pudiera  ser  que  toma- 
ran la  villa  en  aquel  día,  y  no  costara  la  sangre  que 
cosió  después  ganarla;  mas  como  los  capitanes  estaban 
suspensos ,  no  sabiendo  cómo  se  tomaría  aquel  hecho, 
y  detenían  la  gente,  fué  necesario  que  los  atrevidos  se 
retirasen ,  y  á  la  retirada  mataron  y  hirieron  los  moros 
muclios  dellos;  los  cuales  no  salieron  de  la  villa,  con- 
tentándose con  lo  hecho  y  con  defender  sus  paredes, 
porque  tenían  mucho  temor  á  los  de  á  caballo.  Los  cris- 
tianos volvieron  tan  desbaratados  á  Güéscar  y  con  tan- 
ta indignación  contra  la  nación  morisca,  que  entrando 
en  la  ciudad,  así  hombres  como  mujeres ,  comenzaron 
á  dar  voces ,  diciendo  que  por  qué  habían  de  quedar 
vivos  los  moriscos  que  Pecellin  había  recogido  en  las 
tercias,  pues  los  de  Galera  sus  parientes  habían  muer- 
to y  herido  tantos  cristianos,  y  apellidado  el  nombre  y 
seta  de  Mahoma  ;  añadiendo  á  esto  que  quien  los  de- 
fendía era  peor  que  ellos;  y  á  furia  de  pueblo  corrieron 
unos  á  combatir  las  tercias,  y  otros  á  saquear  las  casas 
de  la  morería.  Los  que  fueron  á  las  tercias  pusieron 
fuego  á  las  puertas,  porque  las  hallaron  cerradas;  y 
tirando  con  los  arcabuces  por  las  lumbreras  de  los  só- 
tanos, donde  los  moros  estaban  metidos,  mataron  al- 
gunos dellos ;  y  los  mataran  á  todos  si  el  mesmo  fue- 
go encendido  en  su  daño  ne  les  fuera  favorable ,  por- 
que creció  tanto  la  llama  con  la  fuerza  del  trigo  y  de  la 
cebada  que  allí  había ,  que  estando  ardiendo  las  puer- 
tas ,  umbrales  y  techos,  hecho  todo  una  llama,  no  hu- 
bo cristiano  que  osase  entrar  dentro,  y  se  quedaron 
los  moriscos  metidos  en  las  Bóvedas.  A  este  tiempo  los 
que  habían  acudido  á  robar  las  casas  de  la  morería  se 
llevaron  cuanto  había  en  ellas,  sin  haber  quien  se  lo 
contradijese;  y  como  acudiesen  también  á  la  fama  del 
despojo  los  que  combatían  las  tercias,  Pecellin  tuvo 
lugar  de  favorecer  los  moriscos ;  y  haciendo  apagar  el 
fuego,  los  sacó  de  las  bóvedas  y  los  llevó  á  casa  de  don 
Rodrigo  de  Balboa ,  y  de  allí  á  unos  sótanos  que  había 
en  el  rebellín  del  castillo,  donde  los  tuvo  encerrados 
muchos  días  por  miedo  que  se  los  matarían,  has- 


ÍIEDELION  Y  CASTIGO  DE  LOS  MORISCOS  DE  GRANADA 
ta  que  su  majestad  mandó  que  los  metiesen  la  tierra 
adentro  con  los  demás  de  aquel  reino. 


CAPITULO  XIX. 

Cómo  el  marqués  de  los  Vélez  fué  avisado  que  Jerónimo  el  Maleh 
iba  á  cercarla  fortaleza  de  Oria,  y  cómo  fue  luego  socorrida. 

Sabiendo  Jerónimo  el  MaleJí  que  en  la  fortaleza  de 
Oria  habia  mucha  gente  inútil  y  falta  de  bastimentos 
y  de  municiones,  quisiera  mucho  ocuparla,  por  ser  plaza 
importante  para  su  pretensión;  y  como  anduviese  jun- 
tando gente  y  haciendo  otras  prevenciones,  el  marqués 
de  los  Vélez  fué  avisado  dello,  el  cual  escribió  desde  la 
Calahorra  á  Baza  á  don  Juan  Enriquez,  y  á  Vélez  el 
Blanco  á  don  Juan  de  Haro,  ordenándoles  que  cada  uno 
por  su  parte  procurasen  bastecer  con  toda  brevedad 
aquella  fortaleza,  y  que  sacasen  las  mujeres  y  gente  inú- 
til que  habia  ^ientro,  y  los  llevasen  á  los  Vélez  y  á  otros 
lugares  apartados  del  peligro,  y  que  si  el  capitán  Va- 
lentin  de  Quirós ,  cabo  del  presidio,  hubiese  menester 
mas  gente  de  la  que  tenia,  se  la  dejasen.  Don  Juan  En- 
riquez salió  de  Baza  con  ciento  y  cuarenta  de  á  caballo, 
y  dando  vista  al  campo  del  enemigo  que  andaba  junto  á 
Canilles,  envió  á  don  Antonio,  su  hermano,  con  ciento  y  , 
veinte  escuderos,  y  otros  tantos  costales  de  harina  en  i 
las  ancas  de  los  caballos,  la  vuelta  de  Oria,  mientras  \ 
hacia  representación  con  los  otros  veinte,  y  burlando 
desla  manera  á  los  moros,  hizo  el  efeto  del  socorro. 
También  envió  don  Juan  de  Haro  cuarenta  de  á  caballo 
desde  Vélez  el  Blanco,  y  con  ellos  cien  arcabuceros,  los 
cuales  entraron  en  Oria  el  primero  dia  del  mes  de  no- 
viembre conalgunos  bastimentosy  municiones,  y  orden 
de  retirarla  gente  inútil  que  allí  habia ;  y  siendo  el  Maleh 
avisado  dello,  tomó  consigo  dos  mil  moros  escogidos, 
y  á  gran  priesa  fué  á  tomarles  un  paso,  donde  llaman 
la  boca  de  Oria,  por  donde  forzosamente  hablan  de  vol- 
ver á  Vélez  el  Blanco,  Y  pudiera  ser  que  hiciera  mucho 
daño,  si  no  fuera  por  la  diligencia  de  un  clérigo  llamado 
Martin  de  Falces,  beneficiado  de  Vélez  el  Blanco,  hom- 
bre aficionado  á  la  caza  de  montería,  y  por  esta  razón 
muy  platico  en  toda  aquella  tierra;  el  cual  quiso  ir  á 
reconocer  el  camino  antes  que  partiese  la  gente  de  Oria, 
y  dando  con  la  emboscada  de  los  moros,  volvió  luego  á 
los  capitanes,  y  les  requirió  que  no  partiesen  de  allí 
hasta  tanto  que  el  paso  estuviese  desembarazado,  ó  hu- 
biese mayor  número  de  gente  con  que  poder  pasar.  Con 
este  aviso  se  detuvo  la  escolla,  y  los  capitanes  escri- 
bieron luego  á  don  Juan  de  Haro  el  estado  en  que  que- 
daban, para  que  diese  orden  como  asegurarles  el  ca- 
mino. Luego  escribió  don  Juan  de  Haro  al  cabildo  de 
la  ciudad  de  Lorca ,  avisando  del  peligro  en  que  esta- 
ban aquellos  cristianos,  y  pidiendo  que  le  acudiesen  con 
el  mayor  número  de  gente  que  ser  pudiese,  porque  con- 
venia socorrer  aquella  fortaleza,  y  desocupar  el  paso  que 
el  enemigo  tenia  tomado  á  la  escolta.  Y  como  la  carta 
fuese  con  alguna  manera  de  superioridad,  los  regidores, 
enfadados  de  ver  el  término  con  que  escribía ,  respon- 
dieron que  enviarían  primero  á  Murcia  y  á  Caravaca, 
para  que  se  recogiese  la  gente,  y  que  venida,  harían  el 
socorro.  Luego  se  entendió  en  Vélez  el  Blanco  la  causa 
porque  no  habían  acudido  los  de  Lorca ,  y  las  hijas  del 
marqués  de  los  Vélez,  doncellas  discretas  y  de  mucho 
valor,  escribieron  por  su  parte  á  la  ciudad  y  al  doctor 
Huerta  Sarmiento,  alcalde  mayor,  representando  la  rau- 


30i 

cha  necesidad  que  había  de  que  fuese  socorrida  la  gente 
que  estaba  en  Oria,  y  encargándoles  que  fuese  con  toda 
brevedad.  Y  juntándose  sobre  ello  otra  vez  á  cabildo, 
aunque  de  doce  regidores  fueron  los  ocho  de  parecer 
que  todavía  se  dilatase  el  negocio  hasta  que  la  gente 
de  Murcia  y  de  Caravaca  viniese,  el  alcalde  mayor  no 
quiso  arrimarse  á  los  mas  votos,  sino  acudir  á  la  nece- 
sidad presente ;  y  luego  hizo  avisar  á  las  villas  de  los 
Alumbres,  Totana  y  Librilla,  para  que  fuesen  á  espe- 
rarlo en  Vélez  el  Blanco,  y  recogiendo  la  gente  de  líi 
ciudad,  partió  de  Lorca  á  5  días  del  mes  de  noviembre, 
con  ochocientos  infantes  y  cien  caballos.  Capitanes 
de  la  infantería  eran  Juan  Navarro  de  Alba,  Juan  Hé- 
lices Gutiérrez  y  Diego  Mateo  de  Guevara,  y  de  los  ca- 
ballos Juan  Hernández  Manchíron.  Con  esta  gente  llegó 
el  alcalde  mayor  á  Vélez  el  Blanco,  y  se  alojó  fuera  de 
la  villa  en  el  arrabal,  en  las  casas  de  los  moriscos,  que 
según  pareció,  tenían  liada  la  ropa  para  caminar  á  la 
sierra,  y  habia  dentro  de  las  casas  algunos  moros  de 
los  alzados  de  las  Cuevas ,  que  aguardaban  un  capitán 
moro  llamado  Francisco  Chelen ,  que  habia  de  ir  á  le- 
vantarlos. En  este  alojamiento  estuvieron  los  de  Lorca 
hasta  que  llegó  la  gente  de  los  Alumbres,  Totana  y  Li- 
brilla; y  á  10  días  del  mes  de  noviembre  partieron  con 
toda  la  gente  en  ordenanza,  y  fueron  á  dormir  aque- 
lla noche  á  Chíríbel ,  llevando  cantidad  de  bagajes  car- 
gados de  bastimentos  y  municiones  para  dejar  en 
Oria.  Enviaron  delante  dos  hombres pláticos  en  la  tier- 
ra, que  reconociesen  aquel  paso,  con  orden  que  vol- 
viesen luego  al  amanecer  del  día  por  el  mesmo  cami- 
no. Estos  hombres  pasaron  tan  adelante,  que  cuando 
quisieron  tornar  á  dar  aviso,  no  pudieron,  porque  los 
moros  les  tomaron  el  paso;  y  metiéndose  por  aquellas 
sierras,  fueron  á  parar  desde  á  cuatro  días  á  Lorca.  El 
alcalde  mayor,  viendo  que  no  venían,  como  se  les  habia 
ordenado,  llevando  sus  descubridores  delante,  prosi- 
guió su  camino,  y  cuando  llegó  al  paso,  halló  que  los 
moros  se  habían  retirado  aquella  noche ;  y  entrando  pa- 
cíficamente en  Oria,  metió  los  bastimentos  y  municio- 
nes que  llevaba,  y  sacó  toda  la  gente  inútil  que  allí  ha- 
bía, y  la  envió  á  los  Vélez  y  á  otros  lugares ;  y  dejando 
la  plaza  proveída,  fué  de  vuelta  sobre  Cantería,  y  que- 
mó á  los  moros  una  casa  de  munición  que  allí  tenían,  y 
peleó  con  ellos  y  los  venció,  como  se  dirá  en  el  siguiente 
capítulo. 

CAPITULO  XX. 

Cómo  la  gente  de  Lorca,  habiendo  socorrido  á  Oria,  y  pasando  á 
Cantória,  quemado  á  los  moros  la  casa  de  munición  que  allí  te- 
nían, de  vuelta  pelearon  con  ellos  y  los  vencieron. 

Habiendo  los  de  Lorca  socorrido  la  fortaleza  de  Oria, 
y  sacado  la  gente  inútil  que  allí  había,  quisieran  mu- 
cho ir  luego  sobre  la  villa  de  Galera,  sabiendo  que  los 
moriscos  della  estaban  alzados,  y  el  daño  que  habían 
hecho  en  los  de  Güéscar ;  y  juntándose  con  los  capita- 
nes á  consejo,  no  vinieron  en  ello,  diciendo  que  no  ha- 
bían salido  por  aquel  efeto,  ni  era  bien  poner  el  estan- 
darte de  su  ciudad  debajo  del  de  don  Antonio  de  Luna 
sin  orden  de  su  majestad.  Y  siendo  avisados  que  en  la 
villa  de  Cantória  había  muchas  mujeres,  ropa  y  gana- 
dos, y  que  tenían  los  moros  una  casa  de  munición, 
donde  hacían  pólvora,  acordaron  de  ir  sobre  ella ;  y  re- 
partiendo munición  álos  arcabuceros^  á  media  noclití 


302 

salieron  de  Oria  con  propósito  de  llegar  á  darles  una 
alborada,  por  estar  Cantória  cuatro  leguas  de  allí;  mas 
es  tan  áspero  el  camino,  que  no  pudieron  llegar  hasta 
que  ya  ora  alto  el  dia ,  porque  les  amaneció  en  Parta- 
loba,  y  bailando  los  moros  apercebidos,  pasaron  con  la 
gente  en  ordenanza  por  las  huertas,  y  caminando  por 
el  rio  abajo,  descubriéronla  fortaleza  de  Cantória,  y  vie- 
ron estar  en  la  muralla  y  sobre  los  terrados  mucha  gente 
haciendo  algazaras  con  instrumentos  y  voces  que  atro- 
naban aquella  tierra,  y  muchas  banderas  tendidas  por 
las  almenas;  los  cuales  comenzaron  luego  á  tirar  con 
dos  tirillos  de  artillería  que  tenian.  El  alcalde  mayor 
envió  una  compañía  de  arcabuceros  por  una  ladera  ar- 
riba i'i  que  tomase  un  peñón  que  está  á  caballero  de  la 
fortaleza ;  y  con  toda  la  otra  gente  se  arrimó  á  la  puerta 
del  rebellin ,  y  comenzó  á  pelear  con  los  de  dentro,  que 
se  defendían  con  escopetas  y  ballestas  y  hondas.  Duró 
la  pelea  desde  las  siete  de  la  mañana  hasta  las  dos  de 
la  tarde.  En  este  tiempo  nuestra  gente  ganó  el  peñnn, 
y  teniendo  desde  allí  la  muralla  y  los  terrados  á  ca- 
ballero, que  no  se  podía  encubrimadie  de  los  que  anda- 
han  de  dentro,  mataron  algunos  moros,  y  tuvieron  lu- 
gar de  poder  llegar  los  que  estaban  con  el  alcalde  ma- 
yor á  desquiciar  las  puertas  primeras  del  rebellin  con 
rejas  de  arados  y  con  hazadones  y  hachas ,  donde  los 
moros  tenian  metido  todo  el  ganado.  Y  entrando  den- 
tro, aunque  de  las  saeteras  y  traveses  del  muro  princi- 
pal herían  algunos  soldados,  se  metieron  en  la  casa  de 
la  munición  que  estaba  entre  los  dos  muros,  y  desbara- 
taron el  ingenio  de  reíinar  el  salitre  y  de  hacer  la  pól- 
vora, y  pegaron  luego  al  edificio  y  lo  quemaron  todo. 
Y  porque  no  se  podia  entrar  la  fortaleza  sin  artillería 
ó  escalas,  sacaron  dos  mil  y  setecientas  cabezas  de  ga- 
nado menudo  y  trecientas  vacas,  y  se  retiraron.  Y  en- 
viando delante  á  Martin  de  Molina  con  treinta  caballos 
y  trecientos  peones ,  que  se  alargase  con  la  cabalgada  y 
procurase  llegar  aquella  noche  al  lugar  de  Giiércal  de 
Lorca,  porque  se  tuvo  entendido  que  acudirían  mu- 
chos moros,  según  las  grandes  ahumadas  que  hacían, 
llamándose  unosá  otros  por  todo  el  rio  de  Almanzora, 
caminó  luego  el  alcalde  mayor  con  toda  la  otra  gente; 
y  como  cerca  del  lugar  de  Alboreas  se  descubriesen 
cantidad  de  enemigos,  que  venian  al  socorro  de  Cantória , 
del  rio  de  Alaianzora,  y  hallando  nuestra  gente  relira- 
da,  la  seguían,  estuvo  un  rato  hecho  alto  para  que  el 
ganado  tuviese  lugar  de  alargarse ;  y  entre  tanto  envió 
algunos  caballos  á  reconocer  qué  gente  era  la  que  pa- 
recía, y  tras  del  los  fué  él  proprio,  y  reconoció  cuatro 
banderas  de  moros  que  iban  algo  arredradas,  y  parecía 
que  caminaban  á  meterse  en  las  huertas  de  Alboreas, 
donde  habla  un  paso  peligroso  por  la  espesura  de  las 
arboledas  y  de  las  acequias  que  cruzaban  de  una  parte 
á  otra  sin  puentes.  Y  temiendo  que  si  los  moros  toma- 
ban aquel  paso  podrían  hacerle  daño,  porque  de  nece- 
sidad habían  de  ir  las  hileras  desbaratadas,  hizo  mues- 
tra de  aguardarlos  para  pelear  á  la  entrada  de  las  huer- 
tas. A  este  tiempo  habia  pasado  ya  la  presa  de  la  otra 
parte  de  las  huertas,  y  los  moros,  teniendo  entendido 
que  pues  aquella  gente  hacia  alto  para  pelear,  debía  te- 
nerles armada  alguna  emboscada,  dejando  el  camino 
del  rio,  que  llevaban,  subieron  á  gran  priesa  por  emcíma 
de  una  venta  que  dicen  de  Bena  Romana ,  y  desde  allí 
comenzaron  á  arcabuceará  nuestra  retaguardia.  En  este 


LüIS  DEL  MARMOL  CARVAJAL. 

lugar  quisieran  los  do  Lorca  dar  Santiago  en  los  enemi- 
gos; mas  el  alcalde  mayor  no  lo  consintió,  diciendo  que 
pasasen  adelante;  que  61  les  daría  orden  para  ello  en 
hallando  disposición  de  sitio  donde  los  caballos  se  pu- 
diesen revolver.  Y  habiendo  pasado  la  venta  y  atrave- 
sado el  rio  y  un  lodazar  grande  que  se  hacia  par  della, 
llegando  como  medía  legua  adelante  cerca  de  donde 
dicen  el  Corral,  puso  toda  la  gente  en  orden  de  batalla. 
Los  enemigos  llegaron  hechos  una  grande  ala,  y  como 
práticos  en  la  tierra,  enviaron  tres  turcos  de  á  caballo 
y  cinco  moros  de  á  pié  que  descubriesen  nuestras  orde- 
nanzas y  viesen  la  orden  que  llevaban  y  el  sitio  y  dispo- 
sición en  que  estaban  puestos;  porque,  como  habían  ve- 
nido hasta  allí  algo  arredrados,  aun  no  sabían  bien  con 
quién  habían  de  pelear.  Y  habiéndolos  reconocido  y 
descubierto  una  emboscada  de  infantería  y  de  caballos 
que  el  capitán  Diego  Mateo  les  habia  puesto  á  un  lado 
del  camino,  pareciéndoles  que  era  poca  gente,  según 
la  mucha  que  ellos  traían ,  acometieron  con  grandes 
alaridos,  disparando  sus  escopetas  y  ballestas;  mas  los 
hombres  de  Lorca,  acostumbrados  ano  temer,  habiendo 
hecho  su  oración  yencnmendádoseá  Dios,  dieron  San- 
tiago en  ellos,  y  la  caballería  procuró  atajados  y  entre- 
tenerlos con  su  acometimiento  mientras  llegaba  la  in- 
fantería ;  y  fué  tan  grande  el  ímpetu  de  los  unos  y  de 
los  otros ,  que  no  tuvieron  lugar  de  tirar  mas  que  una 
rociada  de  arcabucería,  porque  llegaron  luego  á  las  ma- 
nos; y  peleando  esforzadamente  caballos  y  peones, 
mataron  algunos  turcos  y  moros  que  venian  de  vanguar- 
dia, y  pusieron  los  otros  en  huida,  y  les  tomaron  cinco 
banderas.  Peleó  este  dia  un  moro  que  llevaba  la  una 
destas  banderas  admirablemente ,  el  cual  estando  pa- 
sado de  dos  lanzadas  y  teniéndole  atravesado  con  la 
lanza  el  alférez  de  la  caballería,  con  la  una  mano  asida 
de  la  lanza  del  enemigo,  y  la  otra  puesta  en  la  bandera, 
estuvo  gran  rato  Udiando,  hasta  que  el  alcalde  mayor 
mandó  á  un  escudero  que  le  atropellase  con  el  caballo, 
y  caido  en  el  suelo,  jamás  pudieron  sacaríe  de  las  ma- 
nos la  bandera  mientras  tuvo  el  alma  en  el  cuerpo.  Es- 
tas banderas  eran  de  los  lugares  de  Códbar,  Lijar,  Al- 
bánchez ,  Purchena ,  Serón ,  Tavernas,  y  Benitagla,  y 
venia  con  ellas  un  hijo  del  Maleh.  Siendo  pues  los  mo- 
ros vencidos,  y  muertos  mas  de  cuatrocientos  y  cincuen- 
ta dellos,  los  otros  se  derríbaron  por  unas  ramblas  abajo, 
y  por  ser  ya  noche,  no  pudieron  seguir  los  nuestros  el 
alcance.  Murieron  de  nuestra  parte  dos  soldados,  y  hu- 
bo herídos  treinta  y  siete,  y  entre  ellos  cinco  escu- 
deros y  catorce  caballos  muertos  :  algunos  desbarrígó 
un  moro  al  pasar  por  junto  á  una  paredeja  de  piedra, 
estando  cubierto  con  ella,  con  una  lanzuela  en  la  mano. 
Y  siendo  ya  anochecido,  caminaron  á  paso  largo  hasta 
alcanzar  á  Martin  de  Molina,  y  aquella  noche  se  aloja- 
ron en  Güércal  de  Lorca  con  buenas  guardas  y  centi- 
nelas. Allí  recibió  el  alcalde  mayor  una  carta  de  su  ca- 
bddo,  encargándole  que  volviese  á  poner  cobro  luego  en 
aquella  ciudad,  porque  habia  cada  hora  rebatos  de  mo- 
ros; á  la  cual  no  quiso  responder  más  de  enviará  Mar- 
tin de  Molina  y  á  Pedro  de  Oliver  con  las  nuevas  del 
buen  suceso.  Otro  día  á  13  de  noviembre  caminó  la 
vuelta  de  Lorca,  donde  fueron  todos  alegremente  re- 
cebidos  de  los  ciudadanos;  y  las  banderas  que  se  gana- 
ron á  los  moros  quedaron  por  trofeo  en  aquella  ciudad 
en  memoría  desta  Vitoria,  y  votó  el  cabildo  de  los  regi- 


UEDELION  Y  CASTIGO  DE  LOS  MORISCOS  DE  GRANADA. 


303 


(lores  de  celebrar  cada  ano  la  fiesta  de  señor  sanMi- 
llan,  por  haber  sido  en  el  dia  de  su  festividad. 

CAPITULO  XXI. 

De  algunas  provisiones  que  don  Juan  de  Austria  hizo  á  la  parte 
de  Granada  estos  días,  por  los  daños  que  los  moros  de  Guéjar 
hacían. 

La  dilución  en  las  provisiones  de  la  guerra  que  de 
nuestra  parte  se  habian  de  hacer ,  causaba  mayor  atre- 
vimiento á  los  rebeldes.  Habíanse  recogido  en  Guéjar 
con  Pedro  de  Mendoza  el  Hoscein  tantos  moros ,  que 
demás  de  la  gente  del  presidio  que  allí  tenia ,  que  eran 
seiscientos  hombres,  se  juntaban  algunas  veces  tres  y 
cuatro  mil  con  los  capitanes  Xoaybi ,  Choconcillo  ,  el 
Macox  y  el  Mojájar,  y  otros  que  se  mudaban  á  tempo- 
radas, por  la  comodidad  que  tenían  en  la  aspereza  de 
aquellas  sierras  para  salir  á  robar  y  poderse  retirar  á 
su  salvo ;  y  como  desasosegasen  á  Granada ,  llegando  á 
todas  horas  cerca  de  los  muros  de  la  ciudad ,  don  Juan 
de  Austria  puso  alguna  gente  de  guerra  en  presidios,  con 
que  asegurar  la  tierra  y  excusar  los  daños  que  hacían. 
A  los  lugares  de  Pinos  y  Cenes,  que  están  en  la  ribera 
de  Geni!,  envió  dos  compañías  de  infantería.  En  el  cer- 
ro del  Sol  se  pusieron  dos  cuadrillas  de  las  ordinarias, 
porque  desde  aquella  cumbre  alta  se  descubren  todos 
los  cerros  que  hay  hasta  la  sierra  de  Guéjar.  Hizo  alzar 
un  muro  de  tapias,  que  atravesaba  por  la  ermita  do  los 
Mártires ,  y  cerraba  toda  la  entrada  de  la  loma  por  aque- 
lla parte;  y  en  la  ermita  hacia  cuerpo  de  guardia  una 
compañía ,  otra  en  Antequeruela ,  y  otra  en  la  puerta 
de  los  Molinos.  Y  porque  se  tardaba  en  salir ,  cuando 
habia  rebatos,  la  caballería,  aguardando  orden ,  mandó 
&  Tello  González  de  Aguilar  que  en  sintiendo  rebato, 
á  cualquiera  bora  que  fuese ,  saliese  con  sus  caballos  en 
busca  de  los  enemigos,  y  que  no  perdiese  tiempo  en  es- 
perar órdenes.  Y  para  asegurarlas  entradas  de  la  Vega, 
demás  de  la  gente  de  guerra  que  estaba  alojada  en  las 
alearías,  envió  á  don  Jerónimo  de  Padilla,  hijo  de  Gu- 
tierre López  de  Padilla ,  á  que  se  alojase  en  Santa  Fo 
con  una  compañía  de  caballos,  y  otra  á  la  villa  de  Iliz- 
naleuz  para  que  asegurase  aquel  paso.  Desta  manera 
estaba  la  ciudad  de  Granada  rodeada  de  presidios,  por 
razón  de  la  molestia  de  los  moros  de  Guéjar ,  cuando  don 
Juan  de  Austria  propuso  un  dia  en  el  Consejo  cuan  im- 
portante cosa  seria  que  el  marqués  de  los  Vélez,  pues 
estaba  consumiendo  los  bastimentos  en  la  Calaliorra  sin 
hacer  efeto ,  fuese  á  expugnar  aquella  ladronera  con  la 
gente  que  allí  tenia;  y  que  á  la  parte  de  Granada  podría 
salir  otro  campo  que  atajase  los  enemigos  que  respon- 
diesen por  allí,  porque  no  podían  en  ninguna  manera 
atravesar  la  sierra ,  que  estaba  cargada  de  nieve.  Y  co- 
mo pareciese  á  todos  que  seria  cosa  acertada ,  y  fuese 
el  marqués  de  los  Vélez  avisado  dello ,  proviniendo  á 
la  orden,  quiso  hacer  la  jornada ,  y  envió  secretamente 
á  Tomás  de  Herrera  á  que  reconociese  el  lugar  y  la  can- 
tidad de  gente  que  había  dentro ;  y  mientras  iba  y  ve- 
nía, escribió  á  don  Rodrigo  de  Benavides  que ,  dejando 
buena  guardia  en  la  ciudad  de  Guadix,  se  viniese  con 
toda  la  otra  gente  á  la  Calaliorra,  porque  pensaba  hacer 
una  importante  entrada.  Hizo  reseña  general,  y  aperci- 
bió todas  las  cosas  necesarias  para  ella;  mas  venido  To- 
más de  Herrera,  fué  de  calidad  la  relación  que  le  trajo 
que  le  hizo  mudar  parecer,  fuese  por  tener  poca  gente, 


siendo  menester  mucha  para  cercar  y  acometer  el  lu- 
gar por  diferentes  partes,  como  era  necesario  que  se 
hiciese,  por  estar  repartido  en  tres  barrios  arredrados 
uno  de  otro ,  y  metidos  entre  asperísimas  sierras,  ó  por- 
que entendió  que  don  Juan  de  Austria  saldría  luego  do 
Granada,  y  llevando  consigo  á  Luis  Quijada,  vendrían  á 
juntarse  de  necesidad;  cosa  que  él  procuraba  excusar 
todo  lo  posible.  Sea  como  fuere ,  él  despidió  la  gente  de 
Guadix,  agradeciendo  la  voluntad  con  que  habian  ve- 
nido ,  y  dijo  á  don  Rodrigo  de  Benavides  que  breve- 
mente le  enviaría  á  llamar  para  otra  cosa  de  mayor  im- 
portancia ;  y  ansí,  se  dejó  de  hacer  la  jornada  de  Guójar 
por  entonces,  hasta  que  después  hubo  de  hacerla  don 
Juan  de  Austria  por  su  persona. 

CAPITULO  XXII. 

De  la  entrada  que  el  marqués  de  los  Vélez  hizo  en  el  Boloduf. 
Cuatro  diiis  después  desto  vinieron  unas  espías  al 
marques  de  los  Vélez  con  aviso  como  Aben  Aboo  ha- 
bia enviado  gran  número  de  mujeres  á  coger  la  aceitu- 
na en  los  lugares  del  rio  del  Boloduí,  y  ocbocientos 
moros  de  guardia  con  ellas;  y  tornando  á  enviará  lla- 
mar á  don  Rodrigo  de  Benavides  con  su  gente,  y  á  los 
caballeros  de  la  ciudad  de  Guadix,  juntó  un  campo  áe. 
dos  mil  y  quinientos  infantes  y  trecientos  caballos, 
con  el  cual  partió  de  la  Calahorra  dos  horas  antes  de 
mediodía,  sin  dar  parte  á  nadie  de  lo  que  iba  á  hacer. 
Aquella  tarde  llegó  á  la  villa  de  Fiñana,  y  á  las  nueve 
de  la  noche,  cuando  entendió  que  la  gente  babia  ya  ce- 
nado, mandó  tocar  las  cajas  y  las  trompetas  á  recoger, 
y  que  luego  marchasen  los  escuadrones  de  la  infantería, 
llevando  don  Pedro  de  Padilla  la  vanguardia  y  donjuán 
de  Mendoza  la  retaguardia  ;  y  con  la  caballería  y  las 
guias  por  delante  tomó  la  vuelta  de  Santa  Cruz  del  Bo- 
loduí, donde  decían  las  espías  quedaban  las  moras  y 
los  moros  que  Aben  Aboo  habia  enviado.  Este  camino 
quisiera  hacer  el  marqués  de  los  Vélez  con  mucha  bre- 
vedad para  ir  á  amanecer  sobre  los  enemigos ,  que  es- 
taban cinco  leguas  de  allí ;  mas  iban  los  soldados  tan 
desmayados  de  hambre  y  de  enfermedad,  y  hacia  una 
noche  tan  áspera  de  frío ,  que  no  fué  posible,  especial- 
mente habiendo  de  pasar  el  rio  mas  de  diez  veces  por 
aquel  camino.  El  cual,  viendo  que  la  infantería  se  iba 
quedando  y  que  aclaraba  ya  el  dia,  envió  á  decir  á  don 
Pedro  de  Padilla  que  anduviese  todo  lo  que  pudiese;  y 
poniendo  las  piernas  á  su  caballo,  corrió  al  galope  has! a 
meterse  en  la  rambla  donde  están  aquellos  lugares  del 
Boloduí  y  Santa  Cruz ;  mas  con  toda  esta  diligencia, 
cuando  llegó  habian  descubierto  las  atalayas  y  comen- 
zado á  hacer  ahumadas  por  las  sierras,  apellidando  la 
tierra.  Viendo  pues  que  había  sido  sentido,  envió  á  don 
Rodrigo  de  Benavides  con  cien  caballos  por  la  rambla 
abajo ;  y  atajando  él  por  una  vereda  harto  áspera  y  fra- 
gosa, fué  á  ponerse  encima  del  lugar  del  Boloduí  sobre 
el  proprio  rio,  en  un  cerro  alto  que  descubría  toda  aque- 
lla tierra.  Desde  allí  hizo  ir  los  caballos  en  seguimiento 
de  los  moros ,  que  iban  huyendo  por  aquellas  sierras  ar- 
riba, llevando  las  mujeres  por  delante;  los  cuales  alcan- 
zaron algunos  hombres  y  los  mataron,  y  captívaron 
mucba  cantidad  de  moras  y  tomaron  muchos  bagajes. 
Don  Rodrigo  de  Benavides  fué  siguiendo  el  alcance  por 
la  rambla  abajo  hasta  cerca  de  Guécija ,  y  recogió  mu- 
chas mujeres,  y  mató  algunos  moros  de  los  que  habian 


304  LUIS  DEL  MARMOL  CARVAJAL. 

acudido  liácia  aquella  parte ;  porque  siendo  sobresalta- 
dos de  aquella  manera,  huian  cada  cual  hacia  donde  la 
fortuna  le  echaba ,  y  andaban  los  cristianos  como  en 
montería  tras  dellos.  En  este  tiempo  los  moros  que  ha- 
bla enviado  Aben  Aboo  en  guardia  de  las  mujeres  acu- 
dieron á  las  ahumadas,  y  entreteniendo  la  caballería 
con  escaramuza,  hicieron  alguna  resistencia ,  y  dieron 
lugar  á  que  se  pusiesen  en  cobro  muchas  dellas.  Lle- 
gó la  infantería  como  á  las  nueve  de  la  mañana ,  y  vien- 
do el  marqués  de  los  Vélez  que  no  era  ya  de  efeto ,  y 
podría  serlo  si  los  moros  acudiesen ,  mandó  que  hiciese 
alto  en  la  rambla,  puesta  en  su  ordenanza,  y  que  ningún 
soldado  se  desmandase  de  las  banderas,  so  pena  de  la  vi- 
da ,  hasta  que,  siendo  ya  mas  de  mediodía,  hizo  que  las 
trompetas  tocasen  á  recoger.  Venia  á  este  tiempo  don 
Rodrigo  de  Benavides  retirándose  poruñas  lomas  abajo 
á  dar  á  un  paso ,  por  donde  forzosartiente  había  de  bajar 
al  rio  ;  el  cual  era  tan  angosto ,  que  de  necesidad  ha- 
bían de  pasar  los  caballos  uno  á  uno  á  la  hila,  y  ve;iían 
siguiéndole  muchos  moros  con  tanta  determinación,  que 
algunos  llegaban  á  echar  mano  de  las  colas  de  los  caba- 
llos. Y  como  el  Marqués  los  vio  venir  de  aquella  mane- 
ra, mandó  á  gran  priesa  que  veinte  soldados  arcabuce- 
ros tomasen  un  cerro,  donde  le  pareció  que  estarían  bien 
para  asegurar  el  paso  á  los  nuestros ;  los  cuales  llega- 
ron á  tan  buen  tiempo ,  que  repararon  el  daño ,  y  don  Ro- 
drigo de  Benavides  y  los  que  con  él  venían  se  pudieron 
retirar.  Recogida  la  gente  y  la  presa ,  mandó  el  marqués 
de  los  Vélez  al  auditor  Navas  de  Puebla  que  con  trein- 
ta de  á  caballo  fuese  á  tomar  un  paso  de  la  vereda ,  por 
donde  dijimos  que  había  entrado,  temiendo  que  se  irían 
por  allí  los  soldados  desmandados  con  las  moras,  y  cau- 
sarían algún  desorden ;  el  cual  llevó  consigo  al  capitán 
Juan  Zapata ,  vecino  de  Albacete ,  y  otros  capitanes  sus 
amigos ;  y  deteniéndose  en  el  camino  mas  de  lo  que  con- 
venia ,  cuando  llegó  á  lo  alto  halló  que  los  moros  le  te- 
nían tomado  el  paso;  y  queriendo  romper  por  ellos  para 
juntarse  con  la  otra  gente ,  al  pasar  mataron  de  un  es- 
copetazo en  la  frente  al  capitán  Juan  Zapata ,  y  desba- 
rataron á  los  demás.  Hubo  algunos  que  acudieron  á  la 
retaguardia  de  la  infantería,  donde  iba  don  Pedro  de 
Padilla;  y  otros,  tomando  por  guía  un  escudero  que  sa- 
bia la  tierra,  volvieron  el  rio  abajo  y  fueron  á  parar  á  la 
ciudad  de  Almería ,  y  con  ellos  el  licenciado  Navas  de 
Puebla.  El  marqués  de  los  Vélez  no  pudo  volver  á  socor- 
rerlos, aunque  se  tocó  arma ,  porque  iba  muy  adelante 
y  se  daba  priesa  por  subir  á  tomar  lo  alto  antes  que  fue- 
Be  de  noche ,  y  dejar  aquellos  lugares  angostos ,  donde 
no  podían  los  caballos  rodearse.  Y  no  siendo  mas  se- 


guido de  los  enemigos,  fué  á  alojarse  aquella  noche  á  la 
venta  de  Doña  María,  donde  estuvieron  los  soldados  con 
las  armas  en  las  manos,  y  con  una  tempestad  de  nieve 
y  de  viento  tan  grande ,  que  perecieron  de  frío  algunas 
criaturas  de  las  que  llevaban  las  moras.  Otro  dia  pasó  á 
Fiñana,  y  allí  se  detuvo  dos  días,  y  al  tercero  llegó  á 
la  Calahorra.  Murieron  en  esta  jornada  docíentos  mo- 
ros ,  y  fueron  captivas  ochocientas  mujeres  y  niños ,  y 
tomáronse  mucha  cantidad  de  bagajes.  De  los  cristia- 
nos faltaron  diez  y  ocho,  y  hubo  algunos  heridos. 


CAPITULO  XXIII. 

Cómo  el  marqués  de  los  Vélez  tuvo  orden  de  su  majestad  para 
acudir  al  partido  de  Baza  ,  y  cómo  el  Malelí  fué  sobre  Güéscar, 
y  lo  que  sucedió  estos  días  hacia  aquella  parte. 

Vuelto  el  marqués  de  los  Vélez  á  la  Calahorra,  tuvo 
orden  de  su  majestad  para  ir  á  lo  de  Baza ,  y  que  con  la 
gente  que  allí  tenia ,  y  la  que  había  en  aquella  ciudad  á 
orden  de  don  Antonio  de  Luna ,  y  mil  hombres  que  el 
marqués  de  Camarasa  había  enviado  aquellos  días  de  las 
villas  del  adelantamiento  de  Cazorla ,  procurase  poner 
freno  al  enemigo,  que  andaba  campeando.  El  cual  par- 
tió de  aquel  alojamiento  á  23  días  del  mes  de  noviem- 
bre deste  año  de  1569,  con  mil  infantes  y  docientos 
caballos,  porque  ya  no  le  habían  quedado  mas.  Don  An- 
tonio de  Luna  salió  de  Baza  con  orden  de  don  Juan  de 
Austria ,  y  volvió  á  servir  su  oficio  de  general  de  la 
gente  que  estaba  alojada  en  la  vega  de  Granada.  El  mar- 
qués de  los  Vélez  estuvo  algunos  días  en  aquella  ciudad 
apercibiendo  las  cosas  necesarias  para  ir  adelante.  Y 
en  este  tiempo  Jerónimo  el  Maleh  fué  con  mas  de  seis 
mil  hombres  á  la  villa  de  Orce ,  y  sacando  todos  los  mo- 
riscos que  vivían  en  ella ,  los  envió  con  sus  mujeres  y 
hijos  y  bienes  muebles  á  la  villa  de  Galera ;  y  no  pu- 
diendo  ocupar  la  fortaleza  de  Oria ,  que  se  la  defendió 
el  alcaide  Serna,  y  le  mató  algunos  moros ,  pasó  á  Cas- 
tilleja  y  recogió  también  los  moriscos  de  aquella  villa, 
y  los  metió  en  Galera;  y  pensando  hacer  allí  la  masa  de 
la  guerra ,  encerró  dentro  gran  cantidad  de  trigo ,  ce- 
bada y  harina  y  otros  bastimentos.  Ordenó  un  molino 
de  pólvora ,  y  atajando  las  calles,  comenzó  á  fortalecer 
aquella  villa  con  toda  diligencia,  entendiendo  en  la 
fortificación  aquel  capitán  turco  que  dijimos ,  llamado 
Caravajal ,  que  era  hombre  ingenioso  en  cosas  de  guer- 
ra; y  pareciéndole  buena  ocasión  para  ocupar  á  Güés- 
car, fué  á  ponerse  una  noche  en  emboscada  en  unas 
viñas  cerca  del  pueblo  con  mas  de  cinco  mil  hombres, 
para  en  amaneciendo ,  antes  de  ser  sentido ,  hallarse  en 
las  calles  y  casas,  y  ponerles  fuego  y  cercar  la  forta- 
leza, donde  sabía  que  estaban  los  moriscos  encerrados 
en  los  sótanos ;  y  cuando  no  los  pudiese  sacar  de  allí 
ni  ganarla ,  hacer  todo  el  daño  que  pudiese  en  los  cris- 
tianos y  llevarse  las  moriscas.  Sucedió  pues  que  á  18 
días  del  mes  de  diciembre  entre  las  siete  y  las  ocho  ho- 
ras de  la  mañana ,  estando  veinte  de  á  caballo  foraste- 
ros en  la  plaza ,  que  habían  madrugado  para  irse  á  la 
fortaleza  de  Orce ,  vieron  venir  corriendo  la  calle  ade- 
lante un  fraile  de  santo  Domingo ,  revestido  para  decir 
misa ,  tocando  arma  y  diciendo  que  los  moros  entraban 
por  las  calles;  y  como  se  hallaron  á  punto,  juntándose 
con  ellos  otros  diez  ó  doce  de  á  caballo  de  los  vecinos, 
corrieron  hacía  donde  les  dijo  que  venían ,  y  cuando  ¡le- 
garon ,  andaban  ya  muchos  moros  poniendo  fuego  á  las 
casas,  y  apenas  habían  sido  sentidos,  porque  Güéscar 
es  un  pueblo  grande ,  llano  y  desparramado ,  y  no  tiene 
cercado  mas  que  la  villa  vieja  y  el  castillo ,  y  habían  po- 
dido llegar  encubiertos  y  entrar  por  las  calles ,  donde 
no  había  guardias  ni  defensa  de  muros  que  se  lo  impi- 
diese. Mas  presto  acudió  el  verdadero  muro,  que  son  los 
ánimos  de  los  hombres  esforzados,  y  recogiéndose  obra 
de  docientos  arcabuceros  con  calor  de  la  gente  de  á 
caballo,  se  les  opusieron,  y  pelearon  valerosamente 
con  ellos  mas  de  tres  horas ,  acudiendo  siempre  gente 


REBELIÓN  Y  CASTIGO  DE  LOS  MORISCOS  DE  GRANADA. 


30: 


de  refresco  en  favor  de  los  cristianos,  que  peleaban  por 
sus  proprias  casas ,  mujeres  y  liijos ;  y  al  fin  los  enemi- 
gos fueron  desbaratados  y  puestos  en  huida,  con  muerte 
de  mas  de  cuatrocientos  dellos  y  de  solos  cinco  cristia- 
nos. Traia  el  Maleh  docientos  turcos  escopeteros,  que 
fueron  siempre  haciendo  rostro  mientras  su  gente  se  re- 
tiraba,  y  si  no  fuera  por  ellos  recibiera  mucho  mas  daño ; 
el  cual  se  recogió  á  Galera ,  y  dejando  bastante  núme- 
ro de  gente  dentro ,  y  á  Caravajal  con  ciento  y  cuarenta 
turcos,  pasó  con  la  otra  gente  al  rio  de  Almanzora. 
Los  de  Güéscar  quedaron  alegres  y  muy  regocijados, 
dando  infinitas  gracias  á  Dios  por  haberlos  librado  de 
aquel  peligro  y  dádoles  tan  señalada  vitoria.  Tres  dias 
después  desto  les  llegó  el  socorro  de  Caravaca ,  Cehegin 
y  Morataila,  que  eran  cuarenta  de  á  caballo  y  quinien- 
tos infantes  muy  bien  en  orden ;  y  queriendo  el  alcalde 
mayor  ir  á  cercará  Galera,  le  envió  á  mandar  el  mar- 
qués de  los  "Vélez  que  no  fuese.  Y  dende  á  ocho  dias 
partió  él  de  Baza  con  cuatro  mil  infantes  y  docientos 
caballos ,  y  pasando  por  junto  á  Galera ,  dejó  allí  al  ca- 
pitán Diego  Alvarez  de  León  con  cantidad  de  gente, 
entendiendo  que  los  moros  se  irían  y  no  osarían  aguar- 
dar el  cerco;  y  fué  á  media  noche  á  Güéscar  á  dar  or- 
den en  las  cosas  que  le  pareció  convenir.  Y  dende  á  tres 
dias ,  viendo  que  se  estaban  quedos  los  moros ,  salió  con 
todo  el  campo  y  cercó  aquella  villa,  y  la  batió  con  seis 
piezas  de  bronce  y  dos  lombardas  de  hierro,  aunque 
con  poco  efeto,  porque  salían  los  moros  fuera  cada  dia, 
y  hacian  daño  sin  recebirlo ,  y  no  hubo  asalto  ni  cosa 
memorable.  Dejémosle  agora  aquí,  y  vamos  alo  que  se 
hacia  á  la  parte  de  Granada. 

CAPITULO  XXIV. 

Cómo  Tello  González  de  Aguilar  desbarató  los  moros  de  Guéjar 
que  venían  á  correr  á  Granada. 

Estos  mesmos  dias  salieron  de  Guéjar  cuatrocientos 
moros  con  el  Choconcillo,  y  llegaron  hasta  la  casa  de 
las  Gallinas  cerca  de  la  ciudad  de  Granada ,  dia  de  San 
Nicolás,  á  16  de  diciembre.  Y  como  las  centinelas  del 
cerro  del  Sol  los  descubrieron  y  tocaron  arma,  Tello 
González  de  Aguilar  salió  con  los  escuderos  de  Ecija,  de 
su  cargo,  por  la  puerta  de  Fraxal  Leuz,  y  bajando  al  rio 
Darro,  subió  luego  al  cerro  donde  estaban  las  cuadri- 
llas, y  siendo  avisado  que  los  moros  se  iban  retirando 
la  vuelta  de  Guéjar  y  que  iban  cerca  de  allí,  tomó  con- 
sigo veinte  arcabuceros  y  se  puso  en  su  seguimiento. 
Los  moros  iban  recogidos,  caminando  poco  á  poco ,  y 
como  descubrieron  los  caballos,  comenzaron  á  echar 
ahumadas  por  los  cerros,  y  dando  muestras  de  querer 
pelear,  reparar  en  la  cumbre  de  un  cerro,  haciendo 
las  algazaras  que  suelen.  Tello  de  Aguilar,  porque  ve- 
nían los  escuderos  atrás ,  que  no  le  habían  podido  se- 
guir mas  de  veinte  caballos ,  hizo  también  alto,  y  man- 
dó tocar  las  trompetas  para  que  se  diesen  priesa  á  ca- 
minar. No  tardó  mucho  que  se  juntaron  ochenta  de  á 
caballo;  y  porque  algunos  decían  que  detrás  del  cerro 
donde  los  moros  se  habían  parado  había  emboscada, 
envió  dos  escuderos  que  le  reconociesen ,  el  uno  hacia 
el  rio  Genil ,  donde  habia  grandes  quebradas,  y  el  otro 
á  la  parte  alta  del  cerro,  los  cuales  partieron  sin  saber 
uno  de  otro.  Y  venido  el  que  habia  ido  á  la  parte  de 
Genil ,  dijo  que  no  habia  en  todo  aquello  mas  moros  de 
los  que  se  descubrían;  y  el  segundo  diferentemente 

H-i. 


refirió  que  habia  mas  de  cuatro  mil  moros  emboscados 
detrás  del  cerro;  mas  luego  se  entendió  que  el  prímero 
decía  verdad ,  porque  si  hubiera  gente  emboscada ,  era 
cierto  que  los  enemigos  no  hicieran  ahumadas;  y  que 
sí  las  hacian,  era  llamando  socorro.  Poniendo  pues  Te- 
llo de  Aguilar  los  caballos  en  orden ,  mandó  tocar  las 
trompetas  y  dio  Santiago.  Los  moros  hicieron  rostro, 
y  en  la  primera  rociada  de  las  escopetas,  porque  no  se 
les  dio  lugar  á  tirar  otra,  hirieron  dos  escuderos  y  ma- 
taron tres  caballos ,  y  á  él  le  pasaron  el  adarga  por  la 
embrazadura ;  mas  luego  los  atropello  la  caballería,  y 
desbaratándolos,  mataron  cincuenta  moros  y  hirieron 
muchos  :  los  otros  dieron  á  huir  echándose  por  aque- 
llas quebradas  hacia  Genil ,  y  dejaron  muchas  escopetas 
y  ballestas  por  ir  mas  ligeros.  Los  caballos  los  siguie- 
ron gran  rato,  y  del  pié  de  las  sierras  de  Guéjar  les  to- 
maron cien  vacas  y  treinta  bagajes  vacíos^  y  con  esta 
presa  no  pensada  se  retiraron  la  vuelta  de  Granada. 
A  este  tiempo  acudieron  muchos  moros  á  las  ahumadas, 
y  cargando  á  nuestra  gente,  fueron  escaramuzando  cori 
ellos ,  y  les  necesitaron  á  que  dejasen  parte  de  la  presa, 
no  la  pudíendo  guiar  toda  por  aquellos  lugares  ásperos 
y  fragosos ;  mas  llegando  al  cerro  del  Sol ,  donde  los  ca- 
ballos podían  mejor  revolverse ,  no  osaron  pasar  ade- 
lante. Este  efeto  fué  importante  para  refrenar  los  mo- 
ros del  presidio  de  Guéjar ,  porque  de  allí  adelante  sa- 
lían menos  veces,  y  no  se  atrevían  llegar  á  hacer  daño 
tan  cerca  de  la  ciudad. 

CAPITULO  XXV. 

Cómo  su  majestad  mandó  formar  dos  campos  contra  los  alzados, 
y  que  don  Juan  de  Austria  fuese  con  el  uno. 

El  poco  efeto  que  nuestro  campo  hacía  en  Galera,  y 
la  dilación  del  castigo  de  los  alzados,  dio  materia á que 
don  Juan  de  Austria ,  mancebo  belicoso  y  de  grande 
ánimo ,  cargase  la  mano  con  su  majestad ,  como  agra- 
viado de  que  le  hubiese  enviado  á  Granada ,  y  le  tuviese 
allí  metido  en  tiempo  que  todos  andaban  ocupados ,  y 
él  solo  estaba  ocioso ,  siendo  el  que  menos  convenia 
holgar.  Representábale  el  deseo  que  tenia  de  emplear 
su  persona ,  el  entretenimiento  de  los  moros  en  la  Al- 
pujarra ,  el  espacio  con  que  se  hacia  la  guerra  en  el 
río  de  Almanzora ,  el  peligro  que  habia  de  que  el  rebe- 
lión pasase  á  los  reinos  de  Murcia  y  Valencia  si  los  ene- 
migos se  afirmaban  en  las  plazas  de  Serón,  Tíjola,  Pur- 
chena.  Tahalí,  Jergal,  Cantória,  Galera  y  otras  que 
tenían  ocupadas,  lo  mucho  que  convenia  tomar  el  ne- 
gocio de  la  guerra  con  calor,  y  la  merced  tan  particu- 
lar que  recibiría  en  que  se  le  diese  licencia  para  salir  de 
Granada  y  ir  á  acabaría  por  su  persona.  Considerando 
pues  su  majestad  todas  estas  cosas,  y  condescendiendo 
con  tan  buenos  deseos,  ordenó  que  se  formasen  de 
nuevo  dos  campos,  uno  á  la  parte  del  rio  de  Almanzora, 
donde  andaba  el  marqués  de  los  Vélez ,  y  que  fuese  en 
su  lugar  don  Juan  de  Austría ,  y  otro  á  la  parte  de  Gra- 
nada ,  para  que  entrase  en  la  Alpujarra  el  duque  de  Sesa 
por  aquella  parte.  Hiciéronse  grandes  prevenciones,  y 
proveyéronse  muchos  bastimentos ,  armas  y  municio- 
nes para  esta  jornada.  Salieron  alcaldes  de  corte  y  de 
chancillería  á  proveer  en  las  comarcas  todíis  las  cosas 
necesarias,  y  á  mí  se  me  ordenó  que  fuese  á  las  ciuda- 
des de  Ubeda  y  Baeza  y  al  adelantamiento  de  Cazoría, 
á  dar  orden  en  la  provisión  de  bastimentos  y  municio- 

20 


300 


LUIS  DEL  MARMOL  CARVAJAL. 


ne?,  que  de  allí  liabian  fie  ir,  y  los  cabildos  nombraron 
conii  arios  de  sus  ayuntamientos,  y  se  les  dejó  dinero 
para  ellos  y  para  los  bagajes.  El  comendador  mayor  de 
Castilla  fué  á  traer  de  Cartagena  artillería,  armas  y  mu- 
niciones, y  muclia  cantidad  de  bastimentos  por  tierra. 
Nombráronse  nuevos  capitanes  con  condutas  para  ba- 
cer  gente.  Apercibióse  á  las  ciudades  que  reluciesen  las 
compañías  con  que  servían ,  y  á  las  que  no  las  liabian 
enviado,  que  las  enviasen.  Fué  grande  el  regocijo  de  la 
gente  de  guerra  cuando  se  publicó  la  salida  de  don  Juan 
de  Austria  en  campana.  Acudieron  al  campo  niucbos 
caballeros  y  soldados  particulares  que  basta  entonces 
no  se  liabian  movido  :  bincbiéronse  los  ánimos  de  las 
gentes  de  buena  esperanza ,  y  temieron  los  moros,  pro- 
nosticando su  perdición,  por  ver  que  con  la  autoridad 
de  un  tan  gran  príncipe  cesaría  la  dilación  que  los  en- 
tretenía y  les  era  tan  favorable.  Y  porque,  habiendo  de 
salir  de  Granada  don  Juan  do  Austria,  no  era  bien  dejar 
atrás  á  Quejar,  determinó  de  ir  por  su  persona  á  ex- 
pugnar aquella  ladronera  antes  que  partiese;  y  aunque 
tuvo  algunas  contradiciones  en  ello ,  la  expugnó,  como 
diremos  adelante.  Vamos  á  lo  que  en  este  tiempo  se 
hacia  á  la  parte  de  Bentomiz. 

CAPITULO  XXVL 

Cómo  los  moros  de  la  sierra  de  Bentomiz  volvieron  á  poblar  sus 
casas,  y  quemaron  la  fortaleza  de  Torrox,  y  hicieron  otros  da- 
flos  en  la  tierra. 

Luego  como  el  comendador  mayor  de  Castilla  ganó 
el  fuerte  de  Fregiliana,  Martin  Alguacil  y  Hernando  el 
Darra  y  los  otros  caudillos  de  los  moros  de  la  sierra 
de  Bentomiz  se  recogieron  á  la  Alpujarra;  los  cuales 
anduvieron  muchos  días  con  Aben  Humeya,  y  después 
con  Aben  Aboo ,  ganando  sueldo  ;  y  todo  lo  que  hay 
desde  11  de  junio  hasta  13  de  diciembre  estuvo  des- 
poblada la  sierra,  y  tan  segura,  que  andaban  los  de  Ve- 
jez por  ella  sin  peligro  ni  sospecha  del,  buscando  las 
cosas  que  habían  dejado  los  alzados  escondidas  ;  y  co- 
mo había  ganancia,  á  esta  fama  acudió  tanta  gente  á 
la  ciudad ,  que  parecía  haber  en  ella  un  grueso  presi- 
dio ,  de  cuya  causa  los  moros  no  osaban  volver  á  la  tier- 
ra ;  y  ansí  padecían  trabajo  y  hambre  los  que  estaban 
en  la  Alpujarra ;  y  andaban  ya  tan  necesitados  por  tier- 
ras ajenas,  que  el  Xorairan  se  determinó  de  ir  con  se- 
senta compañeros  á  reconocer  la  sierra  y  ver  cómo 
estaba;  y  hallándola  sola  y  llena  de  frutos ,  volvió  á  ellos 
y  les  dijo  como  sus  casas  estaban  solas,  los  árboles  que 
se  desgajaban  de  fruta ,  y  que  aun  pájaros  no  había  que 
les  enojasen;  y  con  esta  nueva  se  vino  luego  el  Darra 
con  toda  la  gente  á  Competa,  y  de  allí  se  repartieron 
el  Xorairan  á  Sedella,  y  los  capitanes  cada  uno  á  su  lu- 
gar. Lo  primero  que  hicieron  con  ejemplo  de  lo  que  ha- 
bían visto  en  la  Alpujarra,  fué  quemar  las  iglesias,  y 
corriendo  la  tierra ,  de  allí  adelante  hicieron  grandes 
daños,  captivando  y  matando  cristianos ,  y  llevándoles 
los  ganados;  y  demás  desto,  pusieron  en  tanto  aprieto 
la  fortaleza  de  Canilles  de  Aceituno,  que  era  menester 
gruesa  escolta  para  proveerla,  y  obligaron  á  que  el  mar- 
qués de  Comáres  viniese  en  persona  con  mas  de  rail 
hombres  de  la  villa  de  Lucena  á  requerirla  y  proveerla, 
porque  el  Darra  vino  á  tener  mas  de  siete  mil  hombres 
de  pelea  en  la  sierra,  con  que  desasosegaba  á  todas  ho- 
ras la  ciudad  de  Vélez,  llegando  hasta  las  proprias  ca- 


sas ,  y  retirándose  á  su  salvo ,  por  serles  el  tiempo  y  la 
disposición  de  la  tierra  favorables.  Luego  se  publicó 
que  fortalecían  á  Competa  para  poner  allí  su  frontera 
contra  Vélez,  y  que  no  aguardaban  otra  cosa  los  luga- 
res déla  jarquía  y  hoya  de  Málaga  para  alzarse;  mas 
fué  nueva  fabricada  por  personas  á  quien  pesaba  de  ver 
aquellos  pueblos  pacíficos,  por  el  provecho  que  de  su 
inquietud  les  podía  venir.  Arévalo  de  Zuazo,  enten- 
diendo ser  verdad  lo  que  le  decían  de  Competa ,  juntó 
mil  y  seiscientos  infantes  y  ciento  y  sesenta  caballos 
de  su  corregimiento ,  y  trecientos  soldados  de  las  ga- 
leras, que  le  dieron  don  Sancho  de  Leiva  y  don  Beren- 
guel  Domos,  y  con  toda  esta  gente  fué  á  amanecer  so- 
bre aquel  lugar;  mas  los  moros  fueron  avisados  con 
tiempo,  y  no  osando  aguardar,  se  retiraron  á  la  sierra. 
Tomáronseles  muchos  bastimentos,  bagajes  y  gana- 
dos; y  no  consintiendo  que  la  gente  pasase  del  puerto 
Blanc  en  su  seguimiento,  mandó  destruir  el  lugar, 
donde  no  había  fuerte  ni  señal  de  quererle  hacer,  y  se 
volvió  á  Vélez.  No  mucho  después  envió  el  Darra  nove- 
cientos moros,  que  quemaron  el  lugar  de  Alfarnatejo, 
y  devuelta  mataron  veinte  soldados  que  el  alcaide  de 
Canilles  enviaba  de  escolta  con  un  alguacil ,  donde  di- 
cen la  Tinajuela  de  Canilles.  Y  teniendo  aviso  como  los 
cristianos  que  vivían  en  Torrox  se  recogían  en  la  for- 
taleza, y  que  de  día  salían  á  hacer  las  labores  en  el 
campo,  y  dejaban  un  hombre  solo  con  las  mujeres,  en- 
vió cantidad  de  moros  que  de  parte  de  noche  se  em- 
boscasen en  las  casas  del  lugar,  y  aguardando  á  tiempo 
que  estuviesen  fuera  los  cristianos,  la  ocupasen.  Los 
cuales  se  emboscaron ,  y  cuando  les  pareció  tiempo, 
hicieron  ladrar  un  perro,  y  saliendo  á  ver  qué  ruido  era 
aquel  un  hombre  poco  avisado,  llamado  Hernando  de  la 
Coba,  le  mataron  de  una  saetada;  y  poniendo  fuego  á 
la  puerta  de  la  fortaleza,  las  temerosas  mujeres,  que  no 
tenían  quien  las  defendiese,  se  rindieron,  y  las  llevaron 
captivas  á  la  Alpujarra ;  y  no  les  pareciendo  que  po- 
drían defender  la  fortaleza ,  le  pusieron  fuego  y  se  vol- 
vieron á  la  sierra. 

CAPITULO  XXVII. 

Cómo  donjuán  de  Austria  fué  sobre  el  lugar  de  Guéjar,y  lo  ganó. 
Quejar  es  un  lugar  grande ,  que ,  como  queda  dicho, 
está  repartido  en  tres  barrios ,  metidos  en  el  seno  de 
una  sierra  muy  fragosa  que  procede  de  la  b.  rra  Ne- 
vada, al  pié  de  la  umbría  que  los  moros  llaman  HofaraX 
Gihenen,  de  donde  proceden  las  fuentes  principales  deí 
río  Qenil;  el  cual  corriendo  por  entre  aquellas  sierras, 
baja  por  asperísimas  peñas  con  el  lecho  pedregoso  y 
desigual ,  hasta  llegar  al  lugar  de  Pinillos ,  y  poco  mas 
abajo  se  junta  con  Aguas  Blancas ,  que  viene  por  los  lu- 
gares de  Quéntar  y  Dudar,  por  un  valle  mas  llano  y 
apacible ;  y  juntos  van  á  dar  á  la  alearía  de  Cenes,  y  de 
allí  á  la  ciudad  de  Granada ;  y  sale  á  una  vega  llana,  la 
mas  fresca  y  graciosa  que  puede  ser  para  el  deleite  de 
la  vista ,  porque  sus  huertas  y  arboledas  parecen  un  so- 
lo jardín  en  que  naturaleza ,  con  la  diversidad  de  fru- 
tas que  aUí  puso ,  se  quiso  deleitar  en  su  pintura  ;  por 
manera  que  la  sierra  de  Quejar  es  la  que  cae  entre  estos 
dos  ríos,  y  fenece  donde  se  vienen  á  juntar.  Queriendo 
pues  don  Juan  de  Austria  salir  en  campaña  á  la  parte  de 
Baza  y  rio  de  Almanzora,  y  estando  acordado  que  se  hi- 
ciese primero  la  empresa  de  Quejar,  nacieron  algunas 


REBELIÓN  Y  CASTIGO  DE  LOS  MORISCOS  DÉ  GRANADA. 


307 


dificultades  en  ol  Consejo.  Los  que  estaban  diputados 
para  el  efeto  principal  quisieran  desviarla ,  como  cosa 
que  podría  ser  menos  útil  que  dañosa ;  porque,  si  suce- 
día bien,  paraba  en  solo  expugnar  aquel  presidio ,  y  no 
habia  donde  ir  adelante  por  aquella  parte  ;  y  si  mal ,  se 
venia  á  perder  muclia  reputación,  siendo  aquella  la 
primera  jornada  que  don  Juan  de  Austria  liacia  por  su 
persona.  Y  el  presidente  don  Pedro  de  Deza,  á  cuyo 
cargo  babia  de  quedar  lo  de  Granada,  decia  que  conve- 
nia ante  todas  cosas  quitar  de  allí  aquella  ladronera 
para  asegurar  la  ciudad  de  correrías  y  no  dejar  enemi- 
go atrás;  que  no  era  tanta  la  aspereza  del  sitio,  la  for- 
tificación que  los  moros  babían  liecbo,  ni  el  presidio 
era  tan  grande  como  se  publicaba,  y  que  parecía  cosa 
impertinente  querer  ir  á  buscar  al  enemigo  á  otra  parte 
tan  lejos,  dejándole  cerca  de  casa.  Era  negocio  de  mu- 
clia  consideración  este,  especialmente  en  aquella  co- 
yuntura; y  por  dificultarse  tanto,  don  Juan  de  Austria 
mandó  llamar  al  Consejo  á  don  Antonio  de  Luna,  y  á 
don  Juan  de  Mendoza  Sarmiento,  y  á  don  Diego  de  Que- 
sada,  bombre  nacido  y  criado  entre  aquellas  sierras  y 
muy  platico  en  todas  ellas,  para  que ,  juntamente  con 
los  del  Consejo,  platicase  lo  que  mas  convenia  bacer  en 
él.  Y  como  no  se  acabasen  de  resolver,  por  no  tener 
certidumbre  de  lo  que  habia  en  Guéjar,  don  Diego  de 
Quesada  se  ofreció  de  traerles  dos  ó  tres  moros  delpro- 
prio  lugar,  que  pudiesen  dar  razón  de  lo  que  se  desea- 
ba; y  como  don  Juan  de  Austria  le  dijese  que  no  queria 
ponerle  en  aquel  peligro,  respondió  que  peligro  no  lo 
habia,  trabajo  sí;  mas  que  los  pies  lo  pagarían.  Esto 
pareció  muy  bien  á  todos,  y  quedando  á  su  cargo  la  di- 
ligencia, se  mandó  también  á  don  García  Manrique  y 
á  Tello  González  de  Aguilar  que  con  docientos  caba- 
llos fuesen  á  reconocer  el  lugar  por  el  camino  de  Aguas 
Blancas;  mas  este  reconocimiento  solamente  sirvió 
para  aventar  parte  del  presidio  que  allílKibía,  como 
adelante  diremos.  Don  Diego  de  Quesada  tomó  consi- 
go doce  hombres  bien  sueltos,  y  rodeando  por  la  villa 
de  Híznaleuz,  y  por  las  sierras  de  la  Peza,  donde  era 
natural,  fué  á  pié  á  dar  á  unas  trochas  que  él  sabia  á 
las  espaldas  déla  sierra  de  Guéjar,  y  prendiendo  tres 
moros  que  venían  del  mesmo  lugar,  dio  luego  vuelta 
con  ellos  á  Granada.  Estos  dieron  noticia  de  la  fortifi- 
cación que  los  moros  hacían ,  y  dijeron  como  estaba 
dentro  el  Xoaybi  con  cuatrocientos  escopeteros  de  la 
tierra  y  sesenta  turcos  y  moros  berberiscos,  con  aquel 
capitán  turco  llamado  Caravajal,  que  dijimos  que  anda- 
ba con  el  Maleh ;  el  cual  se  habia  salido  estos  días  de 
Galera,  diciendo  á  los  moros  que  la  desamparasen,  por- 
que se  perdería  ;  y  que  también  estaba  allí  el  Rendati  y 
el  Partal,  y  otros  capitanes  moros  con  sus  cuadrillas; 
que  lodos  se  velaban  con  mucho  cuidado,  y  tenían  ata- 
jado el  camino  que  sube  de  Aguas  Blancas  con  una 
trinchea  de  piedra  ancha  y  mas  alta  que  un  estado,  que 
atajaba  la  silla  del  portichuelo  de  un  cerro  á  otro ,  que 
está  como  un  tiro  de  ballesta  del  primer  barrio  á  la 
parte  del  cierzo ;  y  que  en  el  barrio  de  en  medio ,  don- 
de antiguamente  estaba  el  castillo ,  andaban  haciendo 
un  muro  de  tapias  en  la  frente  del  cerro,  por  donde  era 
menos  dificultosa  la  entrada,  por  estar  todo  lo  demás 
cercado  de  una  alta  peña  tajada  que  asómbralas  aguas 
de  Genil.  Habiéndose  pues  tomado  lengua  de  los  tres 
moros,  que  fueron  conformes  en  lo  que  dijeron,  cosa 


pocas  veces  vista  en  esta  guerra,  don  Juan  de  Austria 
mandó  llamar  los  adalides  y  algunos  hombres  pláticos 
en  la  tierra;  de  los  cuales  se  entendió  que,  poniéndose 
un  poco  de  mas  trabajo,  se  podría  entrar  en  el  lugar 
por  dos  partes ,  sin  tocar  en  los  caminos  ni  en  la  trin- 
chea, partiendo  la  gente  de  manera,  que  mientras  los 
unos  subiesen  por  el  cuchillo  de  la  sierra  que  sube  de 
la  parte  del  río  de  Aguas  Blancas,  los  otros,  tomando 
un  largo  rodeo,  viniesen  á  entrar  por  la  parte  de  levan- 
te á  un  mesmo  tiempo ,  salvando  los  unos  y  los  otros  la 
entrada  de  la  Silla,  y  bajando  entre  ella  y  el  lugar  por 
las  laderas  de  los  dos  cerros,  sin  que  los  eiiemigos  die- 
sen en  ello,  estando  confiados  en  que  no  era  posible 
entrarles  por  otra  parte  que  por  los  caminos.  Final- 
mente, se  tomó  resolución  en  que  la  jornada  se  hicie- 
se, y  porque  se  ofreció  una  diferencia  honrosa  entre  el 
conde  de  Tendilla  y  el  corregidor  Juan  Rodríguez  de 
Villafuerte  sobre  cuál  habia  de  llevar  á  su  cargo  la 
gente  de  la  ciudad,  el  uno  como  alcaide,  y  el  otro  como 
corregidor,  y  se  hubo  de  remitir  esta  duda  al  supremo 
Consejo,  se  dilató  hasta  que  vino  orden  que  el  Corregi- 
dor fuese  con  ella.  Estando  pues  todo  puesto  á  punto  pa- 
ra partir,  don  Juan  de  Austria  hizo  dos  partes  de  la  gen- 
te de  guerra,  que  eran  nueve  mil  infantes  y  setecientos 
caballos;  y  con  la  una,  en  que  iban  cinco  mil  infantes 
y  cuatrocientos  caballos,  salió  de  Granada  viernes  á  23 
días  del  mes  de  diciembre  á  las  tres  de  la  tarde,  para 
tomar  el  rodeo  que  se  habia  de  hacer,  y  entrar  por  la 
parte  de  levante ;  y  por  el  lugar  de  Veas,  donde  cenó  y 
reposó  un  rato-aquella  noche,  prosiguió  su  camino.  La 
otra  dejó  á  cargo  del  duque  de  Sesa  con  cuatro  mil  in- 
fantes y  trecientos  caballos,  y  con  orden  que  partiese 
á  medía  noche ,  porque  tenia  menos  camino  que  andar. 
Iban  con  don  Juan  de  Austria  los  tercios  de  la  infantería 
pagada  y  parte  de  la  gente  de  la  ciudad.  Llevaba  la 
vanguardia  Luis  Quijada  con  dos  mil  infantes,  y  él  con 
ella ;  don  García  Manrique  iba  con  la  caballería,  y  en  la 
retaguardia ,  donde  iba  su  guión ,  el  licenciado  Pedro 
López  de  Mesa ,  y  con  la  artillería  y  bagaje  don  Fran- 
cisco de  Solís,  proveedor  general.  El  duque  de  Sesa 
llevaba  las  compañías  de  milicia  de  la  ciudad ;  de  van- 
guardia iba  don  Juan  de  Mendoza  y  su  persona ;  el  Cor- 
regidor con  la  caballería;  erartillería  y  bagaje  á  mi 
cargo,  y  algunas  compañías  de  infantería  de  retaguar- 
dia ,  y  delante  de  todo  el  campo  las  cuadrillas  de  la 
gente  suelta.  Detúvose  un  gran  rato  el  duque  de  Sesa 
en  el  camino  para  que  don  Juan  de  Austria  tuviese  lu- 
gar de  hacer  su  rodeo,  y  cuando  le  pareció  tiempo,  por 
junto  á  la  puente  que  dijimos,  que  está  donde  el  rio  de 
Aguas  Blancas  se  junta  con  Genil,  tomó  una  cordillera 
y  cuchillo  de  la  sierra  de  Guéjar,  yendo  siempre  por 
las  cumbres  mas  altas,  y  mandando  hacer  almenaras 
de  fuegos  para  que  don  Juan  de  Austria,  que  iba  de  la 
otra  parte,  viese  dónde  llegaba,  y  hiciese  la  diligencia 
de  manera,  que  por  las  señales  de  los  fuegos  pudiesen 
llegar  á  un  tiempo.  Los  adaUdes  que  don  Juan  de  Aus- 
tria llevaba  guiaron  por  camino  tan  fragoso  y  rodea- 
ron tanto,  que  no  fué  posible  llegar  al  cerro  de  levante 
de  la  Silla  hasta  que  ya  el  día  iba  bien  alto ;  y  en  este 
tiempo  los  soldados  de  las  cuadrillas  que  guiaban  la 
vanguardia  del  Duque ,  como  tuvieron  menos  que  an- 
dar y  por  mejor  camino,  llegaron  mas  presto  al  cerro 
de  poniente,  por  donde  habia  de  bajar;  y  entre  dos  al- 


308 


LUIS  DEL  MARMOL  CARVAJAL. 


bas  fueron  á  dar  con  las  centinelas  de  los  moros  que 
estaban  en  la  cumbre  dé! ;  y  por  la  parte  de  dentro,  co- 
mo si  les  fueran  mostrando  ellos  mesmos  el  camino  por 
donde  liabian  de  entrar,  fueron  liuyendo  á  dar  rebato 
en  el  cuerpo  de  guardia  que  tenian  puesto  en  la  trin- 
chea.  Siguiéronlos  los  soldados  sin  orden  y  con  tanta 
determinación,  que  no  les  dieron  lugar  á  poder  resistir, 
y  dieron  todos  á  buir  la  vuelta  del  lugar.  Cargando  pues 
toda  nuestra  gente,  caminaron  al  otro  fuerte,  que  tam- 
bién desampararon  luego  los  moros;  y  llevando  por  de- 
lante las  mujeres  y  algunos  bagajes  cargados  de  ropa, 
se  subieron  á  la  Sierra  Nevada,  cuya  guarida  tenian  tan 
cerca,  que  no  bay  masque  el  cristalino  Genil  en  medio. 
El  Duque,  viendo  ^trado  el  lugar  y  el  fuerte,  pasó  al 
barrio  bajo  y  al  vado  del  rio,  donde  los  moros  escope- 
teros bacian  rostro  para  dar  lugar  á  que  las  mujeres  se 
adelantasen.  Aquí  mataron  al  capitán  Quijada  de  una 
pedrada  en  la  cabeza,  y  treinta  y  cinco  soldados  que 
con  cudicia  de  atajar  las  moras  y  los  bagajes  que  iban 
huyendo  se  desmandaron ;  y  fuera  mayor  el  daño  si  el 
dia  que  llegó  don  García  Manrique  no  se  bubieran  ido 
los  turcos,  y  después  el  Rendati  y  el  Parta  1  y  los  otros 
caudillos  con  la  mayor  parte  de  los  tiradores ;  porque 
estos  bombres  ladrones,  que  no  buscaban  mas  que  ro- 
bar, y  para  esto  babian  ido  allí  por  la  comodidad  de  las 
sierras,  no  quisieron  ponerse  en  peligro  de  defender  el 
lugar,  tomando  por  ocasión  que  iban  á  recoger  mas 
gente  para  dar  en  las  espaldas  de  nuestro  campo,  si  fue- 
se sobre  él.  Murieron  este  dia  cuarenta  moros,  y  fué 
poca  la  presa  que  nuestros  soldados  hicieron,  habien- 
do poco  que  saquear.  Con  todo  eso  se  les  tomó  canti- 
dad de  ganado  mayor  y  menor,  y  algunos  bastimentos 
y  ropa  que  tenian  metido  en  silos.  En  la  casa  donde 
posaba  el  alcaide  Xoaybi,  hallé  yo  muchos  papeles,  y 
entre  ellos  la  carta  que  Aben  Humeya  le  habia  escrito 
mandándole  que  no  alzase  mas  alearías  hasta  que  se  lo 
mandase ,  como  queda  dicho  atrás.  Ya  los  moros  eran 
idos  y  el  lugar  ganado  cuando  don  Juan  de  Austria 
asomó  por  el  cerro  donde  habia  de  bajar;  y  viendo  que 
no  le  había  dejado  el  Duque  nada  que  hacer,  mostró 
mucho  sentimiento  dello.  Pusiéronsele  los  ojos  encen- 
didos como  brasa,  de  puro  coraje ;  no  sabía  si  culparía 
á  los  adalides  por  haberle  guiado  mal,  ó  al  Duque  por 
no  haber  aguardado  á  que  llegase;  el  cual  se  desculpó 
y  satisfizo  muy  bien  con  que  desde  el  camino  le  había 
enviado  un  billete  con  un  soldado,  diciendo  que  le  pa- 
recía que  se  detenia  mucho,  y  si  aclaraba  el  dia  y  los 
moros  babian  sentimiento,  podría  perderse  ocasión; 
que  viese  lo  que  era  servido  que  hiciese;  y  le  había 
respondido  que  hiciese  lo  que  mejor  le  pareciese ;  no 
embargante  que  tampoco  había  sido  en  su  mano ,  por- 
que los  soldados  de  las  cuadrillas  habían  dado  de  im- 
proviso sobre  las  centinelas  de  los  enemigos,  y  no  se 
había  podido  dejar  de  seguirlos.  Con  todo  eso  don  Juan 
de  Austria  no  quiso  detenerse  allí,  y  mandando  á  don 
Juan  de  Mendoza  que  se  quedase  en  el  fuerte  que  los 
moros  habían  comenzado  á  hacer  en  el  barrio  de  en  me- 
dio, mientras  se  proveía  quien  había  de  estar  en  él  de 
presidio,  sin  comer  bocado  en  todo  aquel  día  se  volvió  á 
la  ciudad  de  Granada.  No  mucho  después  fué  allí  don 
Juan  de  Alarcon,  señor  de  Buenache,  con  cuatro  com- 
pañías de  su  cargo  y  algunos  caballos ;  el  cual  estuvo 
hasta  que  don  Luis  de  Córdoba  y  el  capitán  Oruña  re- 


dujeron el  fuerte  en  menor  ámbito,  y  quedó  en  él  don 
Francisco  de  Mendoza  con  quinientos  infantes. 

CAPITULO  XXVIII. 

Del  fin  que  hubo  el  traidor  de  Farax  Aben  Farax. 
Bien  vemosque  habrá  ido  pidiendo  cuenta  el  letor  de 
lo  que  hacía  en  este  tiempo  Farax  Aben  Farax,  babiendo 
sido  principal  autor  deste  rebelión ,  creyendo  que  nos 
liemos  olvidado  del;  y  porque  no  quede  atrás  cosa  que 
se  pueda  desear,  diremos  su  discurso  en  este  lugar,  que 
no  será  lo  menos  agradable  desta  historia.  Ya  dijimos 
como  Aben  Humeya,  cuando  en  el  valle  le  dieron  los 
deBéznar  el  vano  nombre  de  rey,  por  descebar  de  sí 
este  mal  hombre,  le  envió  á  que  recogiese  la  plata,  oro 
y  dinero  que  los  alzados  hubiesen  tomado  á  los  cristia- 
nos de  la  Alpujarra  y  de  las  iglesias  ;  el  cual  hizo  tan- 
tas tiranías  y  crueldades  por  toda  la  tierra,  con  favor 
de  docíentos  monfís  que  traía  consigo ,  que  temió  que 
se  le  alzaría  con  el  gobierno  y  mando  de  los  moros.  Y 
haciéndole  venir  al  lugar  de  Laujar,  le  mandó  que  en- 
tregase todo  el  dinero,  oro  y  plata  que  tenia  recogido, 
á  Miguel  de  Rojas,  su  suegro,  que ,  como  queda  dicho,  le 
habia  hecho  su  tesorero ;  y  enviando  los  docíentos  mon- 
fís á  diferentes  partes,  so  color  de  servirse  dellos  y  apro- 
vecharlos, le  mandó  á  él  que  no  se  partiese  del  campo 
sin  su  licencia  y  mandado,  so  pena  de  la  vida;  y  desta 
manera  le  trajo  consigo  muchos  días,  hasta  tanto  que 
el  marqués  de  Mondéjar  desbarató  el  campo  de  los  mo- 
ros y  se  comenzó  á  reducir  la  tierra.  Entonces  el  so- 
lene  traidor,  hallándose  tan  aborrecido  de  los  moros 
como  de  los  cristianos ,  por  las  insolencias  y  crueldades 
que  con  los  unos  y  con  los  otros  habia  usado,  se  retiró 
al  lugar  de  Guéjar,  y  allí  estuvo  encubierto  hasta  que 
Aben  Humeya  se  rehizo  con  nuestras  desórdenes  y 
tornó  á  resucitar  la  guerra.  Y  viendo  que  si  volvía  á  él 
le  iría  mal ,  y  si  se  iba  á  los  cristianos  peor,  no  sabien- 
do á  qué  parle  se  echar,  tomó  por  remedio  presentarse 
en  el  santo  oficio  de  la  Inquisición  y  pedir  misericor- 
dia de  sus  culpas,  entendiendo  que  allí  no  le  matarían, 
dándole  alguna  pena  corporal.  Dando  pues  cuenta  de 
su  determinación  á  un  mal  cristiano  tintorero  que  an- 
daba en  su  compañía,  le  dijo  desta  manera  :  «  Herma- 
no, nosotros  andamos  ya  aborrecidos  de  las  gentes; 
nuestro  negocio  no  ha  correspondido  como  pensába- 
mos ,  porque  los  moros ,  malamente  conformes ,  no  se 
han  sabido  gobernar ;  bannos  despreciado ,  y  traemos 
el  cuchillo  de  Aben  Humeya  cerca  de  las  gargantas. 
Sí  los  cristianos  nos  prenden  ó  nos  vamos  á  ellos,  tam- 
poco nos  faltará  la  soga.  Solo  un  remedio  tenemos  para 
sustentar  algunos  días  esta  miserable  vida ,  y  es  irnos 
á  poner  en  manos  de  la  Inquisición ,  donde  si  nos  die- 
ren algún  castigo  en  penitencia  de  nuestras  culpas,  no 
nos  matarán.  Yo  soy  muy  conocido  en  Granada ,  y  no 
podrá  ser  menos  sino  que  entrando  por  la  ciudad  me 
maten  ó  prendan ,  y  lo  mesmo  harán  á  tí  yendo  con- 
migo. Pues  para  evitar  este  inconveniente ,  me  parece 
que  vayas  tú  solo  delante,  y  presentándote  ante  los  in- 
quisidores, les  pidas  de  mi  parte  que  manden  venir  un 
familiar  ó  dos  por  mí,  con  quien  pueda  ir  seguro.»  Esto 
pareció  bien  al  compañero,  y  quedaron  de  acuerdo  que 
en  anocheciendo  partiría  de  una  cueva  donde  estaban 
escondidos,  y  iría  á  Granada.  Mas  en  este  tiempo ,  Fa- 
rax Aben  Farax  se  echó  á  dormir,  y  el  compañero,  en- 


REBELIÓN  Y  CASTIGO  DE  LOS  MORISCOS  DE  GRANADA. 


309 


fadado  de  traerle  tanto  tiempo  consigo ,  ó  por  ventura 
pensando  ganar  el  perdón  mas  fácil  con  su  muerte,  de- 
terminó de  acabar  con  él  y  con  sus  maldades;  y  alzan- 
do una  piedra  muy  grande  que  lialló  par  de  sí ,  le  dio 
en  la  cabeza  tantos  golpes,  que  le  quebró  los  dientes  y 
las  muelas  y  las  quijadas,  y  le  deshizo  las  narices  y  la 
boca  y  los  ojos  y  toda  la  cara ;  y  creyendo  que  le  dejaba 
muerto,  se  fué  derecho  á  Granada,  y  no  parando  hasta 
la  sala  del  aposento  del  Arzobispo ,  dijo  á  un  paje  que 
entrase  á  su  señoría,  y  le  dijese  como  estaba  allí  un  sol- 
dado que  quería  darle  parte  de  cierto  negocio  impor- 
tante en  confesión  ;  el  cual  le  oyó ,  y  le  envió  luego  á 
los  inquisidores,  en  cuyo  poder  le  dejaremos .  Volviendo 
pues  á  Aben  Farax,  estuvo  dos  noches  y  un  día  en  lacue- 
va  sin  sentido,  como  hombre  muerto,  hasta  que  llegan- 
do acaso  por  allí  unos  moros  de  Guéjar ,  y  viendo  aquel 
hombre  tendido  con  la  cabeza  y  la  cara  hinchada,  y  las 


heridas  llenas  de  gusanos,  llegaron  á  reconocer  si  era 
moro  ó  cristiano,  y  hallándole  vivo  y  relajado,  le  lle- 
varon á  su  lugar  sin  poderle  conocer;  y  siendo  cura- 
do, vino  á  sanar  de  las  heridas,  y  quedó  como  monstruo 
tan  disforme,  que  no  tenia  después  semejanza  de  hom- 
bre humano;  y  cuando  había  de  comer  ó  beber,  le  ha- 
bían de  echar  el  agua  y  el  mantenimiento  con  un  ca- 
ñuto de  caña  por  un  pequeño  agujero  que  le  había  que- 
dado en  el  lugar  de  la  boca.  Y  cuando  don  Juan  do 
Austria  ganó  á  Guéjar,  como  queda  dicho  en  el  capí- 
tulo precedente ,  estaba  allí ,  y  huyó  con  los  otros  mo- 
ros, y  anduvo  después  por  la  Alpujarra  pidiendo  limos- 
na; y  enlareducíon  general  se  redujo  con  los  moros 
del  valle  de  Lecrin ,  y  con  ellos  le  metieron  la  tierra 
adentro.  No  pudimos  saber  lo  que  fué  del  ni  en  qué 
paró,  aunque  lo  procuramos  con  toda  diligencia  entre 
los  que  fueron  con  él. 


LIBRO  OCTAVO. 


CAPITULO  PRIMERO. 

Cómo  don  Juan  de  Austria  fué  á  la  jornada  del  rio  de  Almanzora, 
y  el  marques  de  los  Vclez  alzó  el  cerco  de  sobre  Galera. 

Para  la  salida  queden  Juan  de  Austria  había  de  hacer 
seapercibierony  aprestaron  muchas  cosas.  Hiciéron- 
se  gran  cantidad  de  provisiones  en  los  pueblos  comar- 
canos al  reino  de  Granada ,  cometiéndolas  á  los  pro- 
prios  concejos,  y  enviándoles  dineros  para  ello,  por  ex- 
cusar los  robos ,  sobornos  y  cohechos,  que  con  mayor 
disolución  de  lo  que  aquí  podríamos  decir  hacían  los 
comisarios  y  los  alguaciles  de  las  escoltas.  Y  porque 
convenia  quedar  recaudo  en  la  ciudad  de  Granada ,  an- 
tes de  su  partida  diputó  cuatro  mil  infantes  que  le  guar- 
dasen ;  con  los  cuales,  estando  ya  los  moriscos  fuera, 
Guéjar  por  nosotros,  la  Vega  con  su  guarda,  y  andando 
las  cuadrillas  corriendo  la  tierra,  quedó  suficientemen- 
te asegurada,  y  lo  estuvo  todo  el  tiempo  que  duró  la 
guerra.  Partió  don  Juan  de  Austria  á  29  días  del  mes 
de  diciembre  del  año  del  Señor  1569  con  tres  mil  in- 
fantes y  cuatrocientos  caballos,  llevando  consigo  á 
Luis  Quijada  y  al  licenciado  Birviesca  de  Muñatones, 
del  consejo  y  cámara  de  su  majestad,  que  por  su  man- 
dado asistía  en  el  Consejo,  y  dejando  lo  de  aquella  ciu- 
dad á  cargo  del  duque  de  Sesa  hasta  que  fuese  tiempo 
de  salir  con  el  otro  campo;  el  cual  se  pasó  luego  á  su 
aposento ,  y  comenzó  á  dar  orden ,  juntamente  con  el 
Presidente ,  en  la  provisión  y  en  las  otras  cosas  nece- 
sarias para  la  expedición  de  la  guerra.  El  primer  día 
fué  don  Juan  de  Austria  ala  villa  deHíznaleuz,  que  está 
cinco  leguas  de  allí,  el  segundo  á  Guadix,  que  los  anti- 
guos llamaron  Adurge ,  y  los  moros  Guer  Aix ,  el  ter- 
cero á  Gor,  donde  hallaron  á  don  Diego  de  Castilla  con 
todas  las  moriscas  del  lugar  encerradas  en  el  castillo, 
porque  no  se  las  llevasen  á  la  sierra ,  y  aun  para  tener 
seguridad  de  los  moriscos  que  no  se  alzasen.  El  cuarto 
día  llegó  á  la  ciudad  de  Baza ,  que  los  moros  llaman 
Batha,  y  los  antiguos  Basta,  y  á  la  provincia  bastetana. 
Allí  estaba  el  comendador  mayor  de  Castilla  esperan- 
do ;  el  cual  habia  venido  de  Cartagena ,  y  traído  la  ar- 


tillería ,  armas,  munición  y  bastimentos  que  dijimos ,  y 
de  paso  se  había  visto  con  el  marqués  de  los  Vélez  y 
proveídole  de  algunas  cosas  destas,  que  le  había  pedi- 
do. Estuvo  don  Juan  de  Austria  en  aquella  ciudad  po- 
cos días,  esperando  gente  y  proveyendo  otras  cosas  que 
convenían,  siendo  mucha  la  priesa  que  llevaba;  y  por- 
que para  ir  á  combatir  á  Galera  se  habia  de  hacer  la 
máquina  de  la  guerra  en  Güéscar,  envió  delante,  dos 
dias  antes  que  partiese,  todos  los  carros  y  bagajes  que 
habia  en  el  ejército,  cargados  de  los  bastimentos  y  mu- 
niciones, con  orden  que  volviesen  luego  á  llevar  lo  que 
quedaba  en  su  partida.  Toda  esta  diligencia  se  hacía 
con  recelo  que  el  marqués  de  los  Vélez ,  agraviado  de 
la  idea  de  don  Juan  de  Austria ,  en  sabiendo  que  partía 
de  Baza,  alzaría  el  cerco  de  sobre  Galera ;  y  por  ven- 
tura le  habían  oído  decir  algunas  palabras  personas 
que  habían  avisado  dello;  porque  fué  ansí,  que  la  noche 
antes  que  partiese  la  primera  escolta  de  Baza ,  despojó 
aquel  alojamiento  ,  donde  con  adverso  favor  de  la  for- 
tuna había  estado  muchos  dias ,  y  alzó  el  campo  y  se 
retiró  á  Güéscar,  dejando  á  los  moros  libres  para  poder 
salir  donde  quisiesen;  y  pudiera  correr  riesgo  de  per- 
derse la  escolta,  donde  iban  setecientos  carros  y  mil  y 
cuatrocientos  bagajes  cargados  de  armas  y  municiones 
sí  tuvieran  aviso  de  dar  en  ella,  porque  no  llevaba  mas 
de  trecientos  caballos  de  guardia  y  ninguna  infantería. 
Esta  escolta  iba  á  mi  cargo,  y  siendo  avisado  en  el  ca- 
mino de  la  retirada  del  marqués  de  los  Vélez  y  de  co- 
mo los  moros  andaban  fuera  de  Galera ,  no  quise  aven- 
turarme á  pasar  sin  que  se  me  envíase  mayor  número 
de  gente  de  guerra ,  y  me  recogí  aquella  noche  al  cor- 
tijo de  Malagon  sobre  el  rio  de  Benzulema  y  avisé  á 
donjuán  de  Austria  y  al  marqués  de  los  Vélez,  para 
que  me  asegurase  el  paso  de  una  atalaya  que  estaba 
cerca  de  Galera;  y  con  dos  compañías  de  infantería, 
que  estaban  alojadas  en  Benamaurel,  y  una  de  caballos 
que  don  Juan  de  Austria  rae  envió,  proseguí  otro  día 
bien  de  mañana  mi  camino ;  por  manera  que  en  me- 
dio día  de  dilación  se  aseguró  la  escolta;  y  llegando  á 
Güéscar  aquella  noche ,  torné  á  enviar  luego  los  carros 


310 

y  bagajes  á  Baza.  Partió  don  Juan  de  Austria  con  todo 
el  campo,  y  en  una  jornada  fué  á  Güéscar,  que  son  siete 
leguas  por  el  camino  derecho,  y  nueve  por  el  carril. 
Pasóse  grandísimo  trabajo  este  día,  porque  los  moros, 
soltando  las  acequias,  habían  empantanado  todas  las  ye- 
pas,  y  hécliose  tan  grandes  atolladeros,  que  no  podían 
salir  los  carros  ni  los  bagajes.  Salió  el  marqués  de  los 
Vélez  á  recebir  á  don  Juan  de  Austria  como  un  cuarto 
de  legua  con  algunos  caballeros ,  dejando  mandado  á 
sus  criados  que  mientras  iba  y  volvía  cargasen  su  re- 
cámara para  irse  á  su  casa,  porque  aun  no  había  deso- 
cupado los  aposentos  del  castillo,  donde  había  de  apo- 
sentarse don  Juan  de  Austria,  y  había  entretenido  al  li- 
cenciado Simón  de  Salazar,  alcalde  de  casa  y  corte, 
que  tres  días  antes  había  ido  á  liacer  el  alojamiento. 
No  podía  el  marqués  de  los  Vélez  disimular  el  senti- 
miento que  tenia  de  la  ida  de  don  Juan  de  Austria;  y 
aunque  se  había  visto  con  el  comendador  mayor  de 
Castilla  y  dádose  buenas  palabras  de  ofrecimientos, 
sabía  muy  bien  que  le  hacia  poca  amistad,  y  que  habia 
escrito  á  su  majestad  que  no  le  parecía  á  propósito 
para  dar  fin  á  aquella  empresa;  y  por  ventura  habian 
venido  á  su  noticia  las  cartas  primero  que  á  las  de  su 
majestad,  y  lo  habia  disimulado;  y  por  esta  causa  huía 
de  hallarse  en  un  consejo  con  él  y  con  Luis  Quijada ,  y 
solamente  quiso  hacer  el  cumplimiento  de  salir  á  rece- 
bir á  don  Juan  de  Austria ,  y  sin  apearse  tomar  el  ca- 
mino para  su  casa,  como  en  efeto  lo  hizo;  porque  ha- 
biendo llegado  á  besarle  las  manos  y  á  darle  el  para- 
bién de  su  venida ,  volvió  con  él  hasta  la  puerta  de  la 
fortaleza ,  dándole  cuenta  del  estado  de  las  cosas  de  la 
guerra ;  y  sin  apearse  se  despidió  del  y  de  todos  aque- 
llos caballeros  que  le  acompañaban ,  y  se  fué  de  camino 
á  la  villa  de  Vélez  el  Blanco  con  la  gente  de  su  casa  y 
una  com  pañía  de  cabal  los  de  Jerez  de  la  Frontera ,  cuyo 
capitán  era  don  Martin  de  Avila- 

CAPITULO  IL 

Cómo  don  Juan  de  Austria  fué  sobre  la  villa  de  Galera, 
y  la  cercó. 

Habiéndose  acrecentado  el  campo  á  número  de  doce 
mil  hombres,  don  Juan  de  Austria  mandó  al  capitán 
Francisco  de  Molina,  que  había  venido  de  Motril  por  su 
mandado  á  serviren  la  jornada,  que  con  diez  compañías 
de  infantería  se  fuese  á  poner  en  la  villa  de  Castilleja, 
una  legua  de  Galera,  que  estaba  despoblada,  porque 
era  importante  tenerle  tomado  á  los  enemigos  aquel 
paso,  por  donde  habia  de  ser  la  entrada  del  socorro  ó  se 
habian  de  retirar.  Luego  partió  con  el  resto  déla  gente, 
y  á  19  días  del  mes  de  enero  de  1370  años  caminó  la 
vuelta  de  Galera.  Esta  villa  era  muy  fuerte  de  sitio :  es- 
taba puesta  sobre  un  cerro  prolongado  amanera  de  una 


galera,  y  en  lo  mas  alto  del,  entre  levante  y  mediodía, 
tenía  los  edificios  de  un  castillo  antiguo  cercado  de  tor- 
ronteras muy  altas  de  peñas,  que  suplían  la  falta  de  los 
caídos  muros.  La  entrada  era  por  la  mesma  villa  ;  la 
cual  ocupando  toda  la  cumbre  y  las  laderas  del  cerro,  se 
iba  siempre  bajando  entre  norte  y  poniente  hasta  llegar 
aun  pequeño  llano,  donde  á  la  parle  de  fuera  estaba  la 
iglesia  que  dijimos,  con  una  torre  nueva  muy  alta,  que 
señoreaba  el  llano,  y  m  rio  que  bajando  de  la  villa  de 
Orce,  se  junta  con  el  de  Güéscar,  y  viene  4  romper  las 
aguas  en  la  punta  baja  de  Galera,  y  desviándose  luego. 


LLIS  DEL  MARMOL  CARVAJAL. 

cerca  el  llano  donde  estaba  la  iglesia ,  y  poco  a  poco 
corre  hacia  la  villa  de  Castilleja.  No  estaba  cercada  de 
muros,  mas  era  asaz  fuerte  por  la  dificultosa  y  áspera 
subida  de  las  laderas  que  habia  éntrelos  valles  y  las  ca- 
sas, las  cuales  estaban  tan  juntas,  que  las  paredes  eran 
bastante  defensa  para  cualquier  furioso  asalto ,  no  se 
pudiendo  hacer  en  ellas  batería  que  fuese  importante, 
porque  estaban  puestas  unas  á  caballero  de  otras  en  las 
laderas ,  de  manera  que  los  terrados  de  las  primeras 
igualaban  con  los  cimientos  de  las  segundas ,  y  el  fun- 
damento era  sobre  peñas  vivas,  alzándose  hasta  la  mas 
alta  cumbre ;  y  por  esta  causa  eran  los  terrados  tan  des- 
iguales, que  no  se  podía  subir  ni  pasar  de  uno  en  otro 
sin  muy  largas  escalas;  y  teniendo  los  moros  hechos 
muchos  reparos  y  defensas  en  las  calles ,  tampoco  se 
podía  andar  por  ellas  sin  manifiesto  peligro.  Habia  dos 
calles  principales  que  subían  desde  la  puerta  de  la  villa 
que  salia  á  la  iglesia ,  hasta  el  castillo ;  las  cuales ,  de- 
más de  ser  muy  angostas,  las  tenían  los  moros  barrea- 
das de  cincuenta  en  cincuenta  pasos,  y  hechos  muchos 
traveses  de  una  parte  y  de  otra  en  las  puertas  y  pare- 
des de  las  casas ,  para  herir  á  su  salvo  á  los  que  fuesen 
pasando;  y  para  poderse  socorrer  los  unosá  los  otros 
en  tiempo  de  necesidad ,  las  tenían  horadadas  y  hechos 
unos  agujeros  tan  pequeños ,  que  apenas  podía  caber 
un  hombre  á  gatas  por  ellos  :  por  manera  que  aunque 
faltaban  los  muros,  no  se  tenían  por  menos  fuertes  con 
esta  fortificación  que  si  los  tuvieran  muy  buenos.  Y 
porque  dentro  no  habia  pozos  ni  fuentes ,  habian  hecho 
una  mina ,  que  iba  cubierta  desde  las  casas  bajas  hasta 
el  rio,  donde  salían  á  todas  horas  á  tomar  agua,  sin  que 
se  les  pudiese  defender.  Habiendo  pues  de  cercar  don 
Juan  de  Austria  esta  fuerte  villa,  donde  habia  mas  de 
tres  mil  moros  de  pelea,  y  algunos  turcos  y  berberiscos 
entre  ellos,  antes  de  asentar  su  campo  quiso  recono- 
cerla por  su  persona ;  y  tomando  consigo  al  comenda- 
dormayordeCastillayá  Luis  Quijada, con  toda  la  gente 
dea  caballo  y  algunos  arcabuceros  sueltos,  la  rodearon 
por  unos  cerros  altos  que  la  señorean  á  lo  largo.  Y  pues- 
tos en  una  cumbre,  donde  mejor  se  descubría ,  enten- 
dieron que  para  tenerla  bien  cercada  convenia  repartir 
la  gente  en  tres  partes  y  ponerle  tres  baterías  :  la  una 
hacía  el  mediodía,  por  la  parte  del  castillo;  la  otra  hacia 
levante,  donde  habia  un  padrastro  que  tomaba  la  villa 
por  través;  y  la  tercera  al  norte,  hacia  la  iglesia.  Y 
para  que  se  pudiesen  socorrer  mejor  estos  cuarteles ,  y 
los  alojamientos  estuviesen  mas  acomodados,  asento 
el  campo  poco  mas  arriba  de  donde  el  marqués  de  los 
Vélez  habia  tenido  el  suyo ,  cubierto  con  un  corro  que 
cae  á  la  parle  de  levante  cerca  del  rio ,  y  seguro  de  los 
tiros  de  los  enemigos;  y  mandando  al  maese  de  campo 
don  Pedro  de  Padilla  que  se  pusiese  con  su  tercio  á  la 
parte  del  norte  por  bajo  de  la  iglesia,  quedó  la  villa  cer- 
cada por  todas  partes.  Estemesmo  día  murió  en  Güés- 
car el  licenciado  Birviesca  de  Muñatones,  de  enferme- 
dad; cuya  muerte  se  sintió  mucho  en  el  campo,  porque 
era  hombre  de  valor  y  de  consejo;  y  habiendo  andado 
mucho  tiempo  fuera  destos  reinos  en  servicio  del  cris- 
tianísimo emperador  don  Carlos,  había  dado  buena 
cuenta  de  los  cargos  que  habia  tenido ,  y  era  muy  prá- 
tico  y  experimentado  en  las  cosas  de  la  guerra  y  de 
gobernación. 


REBELIÓN  Y  CASTIGO  DE  LOS  MORISCOS  DE  GRANADA. 


3H 


CAPITULO  III. 

Cuino  se  plantaron  las  baterías  contra  la  villa  de  Galera  y  se  dieron 
dos  asaltos ,  uno  á  la  iglesia  y  otro  á  la  villa. 

Teníanse  todavía  los  enemigos  la  iglesia  y  la  torre 
del  campanario ;  y  porque  liacian  daño  en  el  cuartel  de 
don  Pedro  de  Padilla  con  las  escopetas,  y  convenia 
echarlos  luego  de  allí,  don  Juan  de  Austria  mandó  que 
ante  todas  cosas  Francisco  de  Molina,  que  ya  servia 
el  olicio  de  capitán  de  la  artillería ,  y  en  su  lugar  liabia 
ido  á  Castilleja  don  Alonso  Porcel  de  Molina ,  regidor 
de  Ubeda,  liiciese  traer  de  Güéscar  la  artillería  que  ha- 
bía venido  de  Cartagena  y  estaba  á  cargo  de  Diego 
Vázquez  de  Acuña,  y  les  plantase  batería ;  el  cual  puso 
tanta  diligencia  en  hacer  lo  que  se  le  mandó,  que  en 
una  noche  hizo  un  carril  desde  Güéscar  á  Galera,  y  dos 
pontones  de  madera  sobre  el  rio,  por  donde  pasaron  las 
carretas,  y  una  plataforma  cubierta  con  sus  cestones  de 
rama  terraplenados ;  y  antes  que  amaneciese  comenzó 
á  batir  la  iglesia  con  dos  cañones  gruesos.  A  pocos  ti- 
ros se  hizo  en  la  pared  un  portillo  alto  y  no  muy  grande, 
y  juntándose  con  don  Pedro  de  Padilla,  el  marqués  de 
la  Favara  y  don  Alonso  de  Luzon  y  otros  caballeros 
animosos,  dieron  el  asalto  y  la  entraron  con  muerte  de 
los  moros  que  la  defendían ,  y  no  sin  daño  de  los  cris- 
tianos ;  y  metiendo  en  la  torre  dos  escuadras  de  arca- 
buceros, hicieron  una  trinchea,  por  donde  podian  lle- 
gar los  soldados  encubiertos  de  los  tiros  de  los  enemi- 
gos. Luego  se  puso  en  obra  otra  trinchea  á  la  parte  de 
mediodía,  que  bajaba  por  la  ladera  abajo,  dando  vueltas 
hasta  el  valle  cerca  del  castillo,  donde  se  hizo  otra  pla- 
taforma y  se  plantaron  seis  piezas  de  artillería  para 
batir  un  golpe  de  casas  que  estaban  á  las  espaldas  del, 
puestas  sobre  la  torrontera  que  le  cercaba  ú  la  parte  de 
fuera.  A  esta  obra  atendía  personalmente  y  con  gran- 
dísimo cuidado  donjuán  de  Austria,  haciendo  oficio 
de  soldado  y  de  capitán  general,  porque  habiéndose  do 
ir  por  la  atocha  de  que  se  hacia  la  trinchea  á  unos 
cerros  algo  apartados,  á  causa  de  que  los  enemigos  ha- 
bían quemado  la  que  había  por  allí  cerca,  para  que  los 
soldados  se  animasen  al  trabajo ,  iba  delante  de  todos 
á  pié,  y  traía  su  haz  acuestas  como  cada  uno,  hasta 
ponerlo  en  la  trinchea.  Demás  desta  plataforma  se 
puso  otra  con  diez  piezas  de  artillería  en  el  padrastro 
que  dijimos ,  que  tomaba  la  villa  por  través  á  la  parte 
de  levante,  para  batir  por  allí  las  casas  y  unos  paredo- 
nes viejos  del  castillo,  y  quitar  las  defensas  á  los  ene- 
migos, echándoles  los  edificios  encima  cuando  se  diese 
el  asalto  por  las  otras  baterías ,  porque  por  esta  no  ha- 
bía arremetida,  aunque  se  tenia  todo  el  costado  déla 
villa  á  caballero,  porque  había  en  medio  un  valle  muy 
hondo  fragoso.  Estando  pues  las  cosas  en  estos  térmi- 
nos, no  faltaron  animosos  pareceres  que  importunaron 
á  don  Juande  Austria  que  mandase  dar  un  asalto  por  el 
cuartel  de  don  Pedro  de  Padilla,  diciendo  que  pues  los 
de  Güéscar  habían  entrado  por  aquella  parte  hasta  cer- 
ca de  la  plaza,  lo  mesmo  harían  nuestros  soldados;  y 
seria  de  mucha  importancia  ir  ganando  á  los  moros 
algunas  casas,  y  llevarlos  retirando  á  lo  alto.  Este  con- 
sejo parecía  ir  fundado  en  alguna  manera  de  razón  á  lo 
que-^veia  desde  fuera ,  porque  todas  las  casas  que  es- 
taban delante  de  la  iglesia  eran  de  tapias  de  tierra  y 
no  se  descubría  otra  defensa ;  mas  entrando  dentro, 


estaba  la  fortiíicacion  bien  diferente  de  lo  que  parecía, 
porque  ni  la  artillería  podía  hacerles  daño  ni  los  nues- 
tros ir  adelante;  y  ellos  podian  hacer  mucho  mal  á  los 
que  iban  entrando,  con  las  escopetas  y  con  piedras  des- 
de lo  alto,  estando  siempre  encubiertos.  Dióse  elinfe- 
lice  asalto,  habiendo  hecho  algunos  portillos  en  las  pa- 
redes con  la  artillería ;  y  como  los  capitanes  y  soldados 
hallasen  los  impedimentos  dichos, y  grandísima  resis- 
tencia en  los  enemigos,  después  de  haber  peleado  un 
buen  rato,  se  hubieron  de  retirar  con  daño,  dejando 
dentro  acorralados  muchos  hombres  principales,  que 
porfiaron  por  ir  adelante.  Uno  dellos  fué  don  Juan  Pa- 
checo, caballero  del  habito  de  Santiago  y  vecino  de  la 
villa  de  Talavera  de  la  Reina ,  el  cual  fué  preso  por  los 
eAemigos,  y  viendo  el  hábito  que  llevaba  en  los  pechos, 
le  despedazaron  miembro  á  miembro  con  grandísima 
ira.  Había  llegado  este  caballero  al  campo  dos  horas 
antes  que  se  diese  el  asalto,  y  no  había  hecho  mas  de 
besar  las  manos  á  don  Juan  de  Austria  en  la  trinchea,  y 
bajará  visitar  á  don  Pedro  de  Padilla ,  que  era  su  deu- 
do y  de  su  tierra ;  y  hallando  que  querían  dar  el  asalto, 
quiso  hacerle  compañía ;  y  pasó  tan  adelante,  que  cuan- 
do se  hubo  de  retirar  no  pudo. 

CAPITULO  IV. 

Cómo  se  dio  otro  asalto  á  la  villa  de  Galera,  en  que  murió 
mucha  gente  principal. 

Con  el  infelice  suceso  deste  asalto  no  se  alteró  nada 
don  Juan  de  Austria ;  antes  viendo  que  la  artillería  ha- 
cia poco  efeto  en  las  casas,  y  que  solamente  horadaba 
las  paredes  de  tapias,  y  no  derribaba  tanta  tierra  que 
pudiese  hacer  escarpe  por  donde  poder  subir  la  gente, 
acordó  de  ha  cer  una  mina  al  lado  derecho  de  la  bate- 
ría alta,  que  entrase  por  debajo  dellas  y  alcanzase  par- 
te del  muro  del  castillo ;  porque  se  veía  que  volando 
todo  aquel  trecho,  haría  escarpe  suficiente  la  ruina, 
por  donde  la  infantería  pudiese  subir  arriba  y  tomar  á 
caballero  á  los  enemigos  en  la  villa.  Esta  obra  se  co- 
metió al  capitán  Francisco  de  Molina,  el  cual  hizo  la 
mina  con  mucha  diligencia;  y  habiendo  acabado  el 
horno  y  metido  dentro  cantidad  de  barriles  de  pólvora, 
y  algunos  costales  llenos  de  trigo  y  de  sal  para  que  el 
fuego  surtiese  con  mayor  furia,  á  20  días  del  mes  de 
enero  se  mandó  á  las  compañías  de  la  infantería  que 
bajasen  á  las  tríncheas,  y  diesen  muestra  de  querer 
acometer  á  subir  por  unos  portillos  que  había  hecho  la 
artillería ,  y  por  las  casas  que  estaban  á  las  espaldas 
del  castillo,  que  caían  encima  de  la  mina,  para  llamará 
los  enemigos  hacia  aquella  parte  y  poderlos  volar ;  y 
por  si  fuese  menester  acudir  con  mayor  fuerza  para 
cualquier  suceso,  se  puso  don  Juan  de  Austria  con  un 
escuadrón  de  cuatro  mil  infantes  á  la  mira  de  lo  que  se 
hacia  por  frente  del  enemigo.  Estaban  los  moros  muy 
descuidados  de  que  los  nuestros  pudiesen  minar  por 
aquella  parte,  donde  había  tan  grande  altura  de  peñas, 
que  parecía  cosa  imposible  poderlas  levantar  el  fuego; 
los  cuales,  viendo  entrar  las  banderas  en  las  tríncheos 
y  ponerse  las  otras  en  escuadrón ,  entendieron  que  siti 
duda  querían  darles  algún  asalto  por  los  portillos  de  la 
batería ;  y  acudiendo  luego  á  la  defensa ,  se  metieron 
mas  de  setecientos  escopeteros  y  ballesteros  en  las  ca- 
sas que  estaban  sobre  la  mina ,  y  comenzaron  á  tirar 
con  las  escopetas  á  unos  soldados  que  andaban  descu- 


312 

biertos.  Cuando  pareció  ser  tiempo,  dio  señal  para  que 
se  pusiese  fuego  á  la  mina ,  la  cual  disparó  con  tanta 
violencia ,  que  voló  la  peña  y  las  casas  y  mató  mas  de 
seiscientos  moros,  y  hizo  una  ruina  tan  grande  de  la 
tierra,  piedras  y  maderos  que  voló,  que  parecía  que  el 
escarpe  daba  entrada  larga  y  capaz  para  cualquier  nú- 
mero de  gente.  Luego  envió  los  reconocedores,  por  si 
fuese  menester  quitar  algunas  defensas  antes  que  la 
gente  acometiese  el  asalto ;  y  habia  sido  bien  acordado, 
si  los  animosos  soldados  que  estaban  en  las  trincheas 
no  quisieran  serlo  ellos  mismos.  Era  gran  contento  ver 
salir  algunos  moros  de  entre  el  polvo,  como  cuando  se 
cae  alguna  casa  vieja;  mas  presto  se  aguó,  porque  los 
soldados  se  desmandaron  tras  dellos,  y  comenzaron  á 
subir  por  la  ruina  de  la  mina  sin  orden ,  hasta  llegar^al 
muro  del  castillo.  A  este  tiempo  don  Juan  de  Austria 
mandó  dar  la  señal  del  asalto,  y  acometiendo  los  alfé- 
reces con  las  banderas  en  las  manos,  se  comenzó  una 
pelea  menos  reñida  que  peligrosa.  Los  nuestros  traba- 
jaban por  ocupar  un  portillo  que  la  artillería  habia  he- 
cho en  el  muro  del  castillo,  no  liallando  entrada  por 
otra  parte,  porque  la  mina  no  habia  pasado  tan  adelante 
como  convenia,  y  solamente  habia  voladíj^la  peña  y  las 
casas  que  estaban  á  la  parte  de  fuera,  dejando  los  ene- 
migos mas  fortalecidos  ;  los  cuales  estaban  prevenidos 
de  manera,  que  para  cada  casa  era  moiesterun  com- 
bate, según  las  tenian  atajadas  y  puestas  en  defensa. 
Acudiendo  pues  los  enemigos  á  la  defensa  del  portillo, 
y  siendo  forzoso  que  los  alféreces  y  soldados  reparasen 
al  pié  del  muro,  era  grande  el  daño  que  recebian  de  los 
traveses  y  de  las  piedras  que  les  arrojaban  á  peso  des- 
de un  reducto  alto  donde  estaban  los  moros  berbe- 
riscos, y  entre  ellos  algunas  moras  que  peleaban  co- 
mo varones,  siendo  bien  proveídas  de  piedras  de  las 
otras  mujeres  y  de  los  muchachos,  que  se  las  traian  y 
daban  á  la  mano.  Habiendo  pues  estado  detenida  nues- 
tra gente  recibiendo  el  daño  que  hemos  dicho,  los  ani- 
mosos alféreces  se  adelantaron ,  y  subiendo  á  raíz  del 
muro  uno  tras  de  otro ,  porque  no  podían  ir  de  otra 
manera,  fueron  á  entrar  por  el  portillo ,  siendo  el  de- 
lantero el  de  don  Pedro  Zapata,  que  puso  su  bandera 
sobre  el  enemigo  muro  con  tanto  valor ,  que  si  la  dis- 
posición de  la  entrada  diera  lugar  á  que  le  pudieran 
seguir  dos  ó  tres  de  los  otros,  se  ganara  la  villa  aquel 
dia;  mas  como  no  pudo  ser  socorrido,  los  moros  car- 
garon sobre  él,  y  dándole  muchas  heridas,  le  derri- 
baron por  la  batería  abajo,  llevando  siempre  la  ban- 
dera entre  los  brazos ,  que  no  se  la  pudieron  quitar, 
aunque  le  tiraban  reciamente  della.  Luego  cerraron  á 
gran  priesa  el  portillo  con  maderos,  tierra  y  ropa,  y  le 
fortalecieron  de  manera ,  que  no  se  pudo  llegar  mas  á 
él.  Estaba  en  este  tiempo  don  Juan  de  Austria  mirando 
lodo  lo  que  se  hacia,  y  pareciéndole  que  se  podía  en- 
trar la  villa  por  los  terrados  de  las  casas  que  caían  á  la 
parte  de  levante,  mandó  á  los  capitanes  don  Pedro  de 
Sotomayor,  don  Antonio  de  Gormaz  y  Bernardino  de 
Quesada ,  que  con  los  arcabuceros  de  sus  compañías 
fuesen  á  intentarlo ,  y  que  procurasen  quitar  del  reduc- 
to del  castillo  los  moros  y  moras  que  hacían  daño  con 
las  piedras;  los  cuales,  aunque  conocían  el  peligro  que 
llevaban,  rindiéndole  las  gracias  por  la  merced  que  les 
hacía  en  darles  muerte  tan  honrosa,  se  adelantaron 
luego,  y  llegando  á  la  batería,  procuraron  hacer  lo 


LUIS  DEL  MARMOL  CARVAJAL. 

que  se  les  mandaba,  tentando  la  entrada  por  diferentes 
partes;  mas  era  por  demás  su  trabajo,  porque  los  ene- 
migos, esperándolos  encubiertos  con  sus  reparos,  los 
herían  de  mampuesto  desde  los  traveses  con  las  esco- 
petas y  ballestas,  y  matando  mas  de  ciento  y  cincuen- 
ta soldados,  fueron  también  los  capitanes  heridos. 
Estando  pues  nuestra  gente  con  esta  dificultad  descu- 
biertos á  la  ofensa  de  los  enemigos  sin  hacer  otro  efeto, 
y  habiendo  durado  el  asalto  mas  de  dos  horas,  don 
Juan  de  Austria,  viendo  la  resistencia  que  habia,  y  que 
convenia  hacer  mayor  batería ,  mandó  tocar  á  recoger, 
y  se  retiró  la  gente  á  tiempo  que  no  iba  mejor  á  los 
soldados  del  tercio  de  don  Pedro  de  Padilla ,  que  lia- 
bian  acometido  á  entrar  por  su  cuartel.  Murieron  este 
dia  muchos  moros  ,  aunque  fué  mayor  el  daño  de  los 
cristianos,  porque  mataron  cuatrocientos  soldados  y 
hubo  mas  de  quinientos  heridos,  y  entre  ellos  muchos 
hombres  de  cuenta ,  que  como  el  ánimo  es  de  personas 
nobles  que  desean  honra ,  mataban  y  herían  en  ellos 
como  en  hombres  destroncados,  antes  de  poder  llegará 
mostrar  su  valor.  Murieron  los  capitanes  Martín  de 
Lorite,  Juan  de  Maqueda,  Baltasar  de  Aranda,  Alonso 
Beltran  de  la  Peña,  Carlos  y  Fadrique  de  Antillon ,  her- 
manos, y  Pedro  Mirez,  alférez  de  don  Antonio  de  Gor- 
maz, y  otros ;  y  fueron  heridos  don  Juan  de  Castilla,  de 
escopeta  en  un  brazo;  don  Antonio  de  Gormaz,  vecino 
de  Jaén,  de  muchas  pedradas,  y  el  capitán  Abarca ,  de 
otra  escopeta  en  el  rostro ,  y  murieron  dentro  de  pocos 
días  de  las  heridas.  Fueron  también  heridos  don  Pedro 
de  Padilla  y  su  alférez  Bocanegra ,  el  marqués  de  la  Fa- 
vara,  don  Luis  Enriquez,  sobrino  del  almirante  de 
Castilla ;  Pagan  de  Oria,  don  Luis  de  Ayala,  y  los  capi- 
tanes don  Alonso  deLuzon,  Juan  deGalarza,  Lázaro 
de  Heredía,  don  Antonio  de  Peralta,  y  su  alférez  y  sar- 
gento don  Pedro  de  Sotomayor,  y  don  Diego  Delga- 
dillo,  su  alférez;  Bernardino  de  Quesada,  Diego  Vázquez 
de  Acuña,  don  Luís  de  Acuña,  su  hijo;  Bernardino 
Duarte,  Bernardino  de  Víllalta  y  su  hermano  Melchor 
de  Víllalta,  Francisco  de  Salante  y  su  alférez  Portillo, 
Alonso  de  Alvarado,  alférez  de  don  Alonso  de  Vargas; 
Velasco,  alférez  de  don  Juan  de  Avila  Zimbron,  y  otros 
muchos  que  por  excusar  prolijidad  no  ponemos  aquí. 


CAPITULO  V. 

Cómo  don  Juan  de  Austria  mandó  hacer  otras  dos  minas  en  la 
villa  de  Galera,  y  la  combatió  y  ganó  por  fuerza  de  armas. 

No  paró  en  lágrimas  ni  en  gemidos  el  dolor  que  don 
Juan  de  Austria  sintió  cuando  víó  tantos  cristianos 
muertos  y  heridos;  antes,  furioso,  con  justa  y  santa 
piedad  hizo  enterrar  á  los  unos  y  llevar  á  curar  los 
otros.  Y  mandando  juntar  luego  á  los  del  Consejo ,  les 
dijo  desta  manera :  «  La  llaga  de  hoy  nos  ha  mostrado 
la  cierta  medicina.  Yo  hundiré  á  Galera  y  la  asolaré  y 
sembraré  toda  de  sal ,  y  por  el  riguroso  filo  de  la  espa- 
da pasarán  chicos  y  grandes,  cuantos  están  dentro,  por 
castigo  de  su  pertinacia  y  en  venganza  de  la  sangre 
que  han  derramado.  Apercíbanse  luego  los  ingenieros, 
y  el  capitán  de  la  artillería  no  repose  hasta  tener  he- 
chas otras  dos  minas,  que  entren  tanto  debajo  del  cas- 
tillo, que  vuelen  el  rebellín  de  donde  hemos  recebido 
el  daño,  por  manera  que  quede  la  entrada  abierta  á 
nuestra  infantería  por  aquella  parte;  que  sin  duda  no 
habrá  resistencia  que  se  lo  impida.  Y  sí  se  pone  la  dilí- 


REBELIÓN  Y  CASTIGO  DE  LOS  MORISCOS  DE  GRANADA. 


gencía  que  conviene  en  ello,  yo  espero  en  Dios  que  con 
la  infelice  nueva  llegará  juntamente  la  de  la  viloria  á 
oidos  del  Rey  mi  señor.»  Diciendo  estas  palabras  el  ani- 
moso mancebo,  su  voz  fué  recebida  del  consentimiento 
de  todos  y  muy  loada ;  y  acrecentó  tanto  el  ánimo  y 
ardor  del  ejército,  que  los  capitanes  y  soldados,  menos- 
preciando el  peligro,  no  deseaban  cosa  mas  que  volver 
á  las  armas  con  los  enemigos  para  tomar  entera  ven- 
ganza por  sus  manos.  Mientras  de  nuestra  parte  se  tra- 
bajaba en  las  minas,  los  cercados  no  se  descuidaban  en 
la  obra  de  sus  reparos  y  en  todo  aquello  que  entendían 
serles  necesario  para  su  defensa;  mas  faltábales  ya  la 
munición ,  que  era  lo  principal ,  habiéndola  gastado  en 
los  asaltos,  y  hablan  perdido  la  mayor  parte  de  la  gen- 
te de  guerra  ;  y  con  todo  eso  pensaban  poderse  defen- 
der, confiados  en  la  vana  promesa  que  el  Maleh  les 
había  hecho,  de  que  los  vendría  á  socorrer  con  todo  el 
poder  de  los  moros.  Salieron  una  noche  docientos  mo- 
ros á  impedir  la  obra  de  una  de  las  minas,  donde  acer- 
tó á  hallarse  el  capitán  Francisco  de  Molina,  y  con  él 
el  alférez  Rincón  y  obra  de  veinte  soldados ,  que  todos 
hubieron  menester  menear  bien  las  manos,  porque  lle- 
garon determinadamente  á  la  boca  della  y  hirieron  al- 
gunos de  los  nuestros;  mas  como  se  tocase  luego  ar- 
ma, fueron  retirados  con  daño,  y  no  se  atrevieron  á  sa- 
lir mas,  ni  contraminaron,  teniendo  por  imposible  que 
la  pólvora  pudiese  volar  un  monte  tan  grande  y  tan  alto 
como  aquel  sobre  que  estaba  edificado  el  castillo,  y 
entendieron  que  reventaría  por  lo  mas  flaco  antes  de 
llegará  él.  Esto  es  lo  que  después  nos  dijeron  algunos 
moros ,  aunque  lo  mas  cierto  fué  que  no  se  atrevieron 
á  hacer  la  contramina ,  porque  fuera  necesario  cavar 
mas  de  cuarenta  estados  en  hondo  para  ir  á  dar  con 
ella.  Sea  como  fuere,  ellos  no  hicieron  diligencia  en 
este  particular ,  habiendo  hecho  muchas  en  las  otras 
defensas.  Estando  ya  á  punto  las  minas  para  poderlas 
volar,  don  Juan  de  Austria  mandó  batir  con  la  artillería 
todas  las  defensas  por  cuatro  partas.  Don  Luis  de  Aya- 
la  batió  con  cuatro  cañones  á  la  parte  de  mediodía  las 
casas  y  los  muros  del  castillo  que  se  podían  descubrir. 
Los  capitanes  Bernardino  de  Villalfa  y  Alonso  de  Bena- 
vides  batieron  con  otras  cuatro  piezas  el  castillo  por 
través,  y  las  casas  que  se  descubrían  de  un  cerro  algo 
relevado  que  está  á  la  parte  de  poniente.  Don  Diego 
de  Leiva,  con  dos  piezas,  las  casas  y  defensas  bajas  por 
el  cuartel  de  don  Pedro  de  Padilla,  á  la  parte  del  norte; 
y  Francisco  de  Molina  con  diez  piezas  de  artillería  ba- 
tía por  través  el  castillo  y  unos  paredones  antiguos  de 
la  torre  del  homenaje,  donde  los  enemigos  tenían  pues- 
ta la  cabeza  del  capitán  León  de  Robles,  natural  de  Ba- 
za, que  lo  habían  muerto  estando  allí  el  marqués  de  los 
Vélez,  y  todas  las  casas  de  la  villa  que  caían  en  la  lade- 
ra que  responde  á  la  parte  de  levante.  Habíase  salido  de 
Galera  huyendo  estos  dias  un  muchacho  morisco,  y  da- 
do muy  cierto  aviso  del  estado  en  que  estaban  las  co- 
sas de  los  moros,  y  de  la  fortificación  que  tenían  hecha, 
certificando  á  don  Juan  de  Austria  que  la  mina  pasa- 
da había  muerto  mas  de  setecientos  moros  escopeteros 
y  ballesteros.  El  cual,  entendiendo  que  acudirían  á  po- 
nerse á  la  defensa  en  parte  que  las  nuevas  minas  pu- 
diesen volar,  los  que  quedaban,  á  10  dias  del  mes  de 
febrero  mandó  que  toda  la  infantería  bajase  á  las  trin- 
cheas,  y  que  la  gente  de  á  caballo  se  pusiese  al  derre- 


313 

dor  de  la  villa,  por  si  los  enemigos  acometiesen  á  salir; 
y  estando  todos  á  punto  con  las  armas  en  las  manos, 
los  que  tenían  cargo  de  las  minas  pusieron  fuego  á  la 
primera,  que  estaba  junto  con  la  mina  vieja;  la  cuiil 
salió  con  tanta  furia,  que  voló  peñas,  casas  y  cuanto  ha- 
lló encima ;  mas  no  llegó  al  castillo  ni  hizo  daño  en  los 
moros,que,  escarmentados  de  lo  pasado,  se  habían  reti- 
rado á  la  parle  de  dentro  en  una  placeta  que  se  hacia 
allí  junto,  dejando  solos  tres  hombres  de  centinela  en 
lo  alto,  echados  de  pechos,  que  no  podían  estar  de  otra 
manera,  con  orden  que  en  viendo  subir  á  nuestra  gen- 
te les  diesen  aviso,  para  acudir  con  tiempo  á  la  defen- 
sa. Volada  la  una  mina,  la  artillería  no  dejó  de  tirar  sin 
intervalo,  y  dende  á  un  rato  salió  la  otra,  que  estaba 
hacía  poniente ;  la  cual  hizo  tanta  ruina ,  que  los  ene- 
migos, atemorizados  del  gran  terremoto  y  temblor  de 
tierra  que  hizo  estremecer  todo  el  cerro,  no  subieron  á 
descubrir  al  castillo,  creyendo  por  ventura  que  aun  no 
eran  acabadas  de  saUr  todas  las  minas,  ni  las  centine- 
las osaron  aguardar  en  lo  alto ,  porque  venían  tan  es- 
pesas las  pelotas  sobre  ellos  de  todas  partes,  que  no  te- 
nían donde  poderse  guarecer.  A  este  tiempo  envió  don 
Juan  de  Austria  tres  soldados  á  que  reconociesen  si  las 
minas  habían  hecho  suficiente  entrada  para  el  asalto, 
y  si  quedaba  algún  impedimento  que  lo  estorbase;  uno 
de  los  cuales  llegó  hasta  el  proprio  muro  del  castillo, 
donde  á  la  parte  de  poniente  tenian  los  enemigos  pues- 
ta una  bandera  grande  colorada ;  y  sin  hallar  quien  se 
lo  impidiese,  la  tomó  y  se  bajó  con  ella  en  la  mano  has- 
ta la  trinchea.  Viendo  pues  los  soldados  que  el  capitán 
Lasarte,  que  así  se  llamaba  el  que  trajo  la  bandera  á  la 
trinchea,  había  subido  hasta  arriba  y  tomádola  sin  re- 
sistencia, pareciéndoles  que  no  había  para  qué  perder 
tiempo,  sin  esperar  otra  señal  salieron  de  las  trinchea*; 
y  subiendo  por  las  baterías,  antes  que  los  enemigos 
acudiesen  ala  defensa,  ya  tenían  ocupado  lo  alto  del 
castillo;  y  tomándolos  á  caballero,  les  fueron  ganando 
las  calles  y  las  casas,  saltando  de  unos  terrados  en  otros 
por  los  mesmos  pasos  que  ellos  se  retiraban.  Ayudó 
mucho  para  divertirlos  y  desanimarlos  el  acometimien- 
to que  á  un  mesmo  tiempo  hizo  por  la  parte  baja  don 
Pedro  de  Padilla  con  su  tercio;  el  cual  pasando  á  largo 
de  la  villa  por  la  ladera  de  poniente,  entró  animosa- 
mente por  los  portillos  que  la  artillería  había  hecho  en 
las  paredes  de  las  casas ;  por  manera  que  siendo  los 
moros  cercados  y  combatidos  por  muchas  partes,  desa- 
tinados con  la  niebla  del  temor,  se  iban  á  meter  huyen- 
do por  las  armas  de  nuestros  soldados;  y  temiendo  de 
caer  en  ellas,  daban  ellos  mesmos  consigo  en  la  muer- 
te. Estaba  una  placeta  junto  á  la  puerta  principal,  don- 
de se  iban  recogiendo ,  y  en  ella  acabaron  de  morir  la 
mayor  parte  dellos.  Fueron  de  mucho  efeto  las  diez 
piezas  de  artillería  con  que  batía  Francisco  de  Molina, 
porque  entró  por  allí  el  golpe  de  la  gente;  y  como  se 
descubrían  los  terrados  por  través,  no  dejaban  parar 
moro  en  ellos,  y  los  soldados,  con  las  proprias  escalas 
que  tenian  los  enemigos  aparejadas  para  ir  de  unos  ter- 
rados en  otros ,  subieron  y  se  los  fueron  ganando  ;  y 
horadando  los  techos  de  las  casas  con  maderos,  los  ar- 
cabuceaban y  se  las  hacían  desamparar,  y  les  fueron 
ganando  la  villa  palmo  á  palmo,  hasta  acorralar  mas  de 
dos  mil  moros  en  aquella  placeta  que  dijimos.  Reco- 
giéronse algunos  en  una  casa  pensando  darse  á  parli- 


3Í 


LUIS  DIX  MARMOL  CARVAJAL. 


do ;  mas  todos  fueron  muertos,  porque  aunque  se  ren- 
dian,  no  quiso  don  Juan  de  Austria  que  diesen  vida  á 
ninguno;  y  todas  las  calles,  casas  y  plazas  estaban  lle- 
nas de  cuerpos  de  moros  muertos ,  que  pasaron  de  dos 
mil  y  cuatrocientos  hombres  de  pelea  los  que  perecie- 
ron acuchillo  en  este  dia.  Mientras  se  peleaba  dentro 
en  la  villa,  anclaba  don  Juan  de  Austria  rodeándola  por 
defuera  con  la  caballería ;  y  como  algunos  soldados,  de- 
jando peleando  á  sus  compaíieros,  sahesen  á  poner  co- 
bro en  las  moras  que  habían  captivado ,  mandaba  á  los 
escuderos  que  se  las  matasen;  los  cuales  mataron  mas 
de  cuatrocientas  mujeres  y  niños;  y  no  pararan  hasta 
acabarlas  á  todas,  si  las  quejas  de  los  soldados  á  quien 
se  quitaba  el  premio  de  la  Vitoria,  no  le  movieran;  mas 
esto  fué  cuando  se  entendió  que  la  villa  estaba  ya  por 
nosotros ,  y  no  quiso  que  se  perdonase  á  varón  que  pa- 
sase de  doce  años  :  tanto  le  crecia  la  ira,  pensando  en 
el  daño  que  aquellos  herejes  hablan  heclio,  sin  jamás 
haberse  querido  humillar  á  pedir  partido  ;  y  ansí  hizo 
matar  muchos  en  su  presencia  á  los  alabarderos  de  su 
guardia.  Fueron  las  mujeres  y  criaturas  que  acertaron 
á  quedar  con  las  vidas  cuatro  mil  y  quinientas,  así  de 
Galera  como  de  las  villas  de  Orce  y  Castilleja  y  de 
otras  partes.  Hallóse  tanta  cantidad  de  trigo  y  cebada, 
que  bastara  para  sustento  de  un  año,  y  ganaron  los  ca- 
pitanes y  soldados  rico  despojo  de  seda ,  oro  y  aljófar, 
y  otras  cosas  de  precio,  que  aplicaron  para  sí.  Luego 
despachó  don  Juan  de  Austria  correo  con  la  segunda 
nueva  de  la  vitoria ,  que  no  fué  menos  bien  recebida 
en  la  corte  de  lo  que  liabia  sido  mal  oída  la  primera. 
Alcanzó  á  su  majestad  en  Nuestra  Señora  de  Guadalu- 
pe, que  iba  de  camino  para  la  ciudad  de  Córdoba,  don- 
de habia  hecho  llamamiento  de  cortes  con  deseo  de  ver 
los  pueblos  de  la  Andalucía,  cosa  que  no  habia  podido 
hacer  hasta  esfa  ocasión  desde  que  el  cristianísimo  Em- 
perador su  padre  le  habia  hecho  dejación  de  los  reinos, 
por  las  muchas  y  grandes  ocupaciones  que  habia  teni- 
do; mas  no  se  hicieron  por  ello  alegrías  ni  otra  demos- 
tración de  placer ;  solo  dar  gracias  á  Dios  y  á  la  glorio- 
sa Virgen  María,  encomendándoles  el  católico  Rey 
aquel  negocio ,  por  ser  de  calidad  que  deseaba  mas 
gloria  de  la  concordia  y  paz  que  de  la  vitoria  sangrien- 
ta. Don  Juan  de  Austria  me  mandó  á  mí  que  hiciese 
recoger  el  trigo  y  cebada  que  tenían  allí  los  moros,  y 
que  la  villa  fuese  asolada  y  sembrada  de  sal,  y  partió  con 
todo  el  campo  la  vuelta  del  rio  de  Almanzora. 

CAPITULO  VI. 

Cómo  don  Juan  de  Austria  fué  á  Baza  y  envió  á  reconocer 
á  Serón. 

Habiendo  mandado  don  Juan  de  Austria  asolar  todas 
las  casas  de  Galera  y  sembrarlas  do  sal,  partió  de  aquel 
alojamiento  con  toda  la  gente  de  guerra  para  el  lugar 
de  Cúllar.  Mas  comenzando  á  caminar  la  vanguardia, 
se  entendió  que  no  podrían  ir  por  aquel  camino  las  car- 
retas de  la  artillería  ni  los  bagajes ,  porque  habia  llovi- 
do y  nevado  mucho  la  noche  pasada,  y  estaba  la  tierra 
hecha  pantanos  y  barrizales,  y  habia  grandes  atollade- 
ros; y  así  fué  necesario  que  las  tiendas  y  todo  el  car- 
ruaje del  campo  se  llevase  á  Güéscar;  y  dejándolo  á  mi 
cargo,  prosiguió  su  camino  con  sola  la  infantería  y  ca- 
ballos, mandándome  que  se  enviase  pan  y  cebada  para 
sola  aquella  noche ,  y  que  otro  dia  luego  siguiente  jun- 


tase carros  y  bagajes  en  que  fuese  todo  el  bastimento, 
armas  y  municiones  que  allí  habia ,  y  lo  llevase  á  la 
ciudad  de  Baza,  donde  le  hallaría.  Alojóse  aquella  no- 
che en  Cúllar,  y  allí  le  envié  cantidad  de  pan  y  cebada; 
y  llegando  el  dia  siguiente  á  la  ciudad  el  carruaje,  se 
juntó  allí  todo  el  campo,  y  se  dio  luego  orden  en  la  ida 
del  rio  de  Almanzora.  Lo  primero  fué  mandar  á  don 
García  Manrique  y  á  don  Antonio  Enriquez  y  á  Tello 
González  de  Aguilar,  que  con  ciento  y  sesenta  lanzas  y 
cincuenta  arcabuceros  de  á  caballo  de  la  compañía  de 
don  Alonso  Portocarrero ,  llevando  consigo  los  capita- 
nes Jordán  de  Valdés  y  García  de  Arce ,  fuesen  la  vuel- 
ta de  Serón ,  que  era  la  primera  plaza  que  se  habia  de 
combatir,  y  reconociesen  la  disposición  de  la  tierra  y 
el  sitio  de  aquella  villa  y  el  lugar  donde  se  podría  poner 
bien  el  campo ;  porque,  aunque  se  habia  enviado  á  re- 
conocer desde  Galera ,  no  se  habia  podido  hacer  el  re- 
conocimiento, á  causa  de  que  acudieron  muchos  moros 
á  defenderlo.  Estos  capitanes  llegaron  al  lugar  de  Ca- 
nilles de  Baza  al  anochecer,  y  á  las  nueve  de  la  noche, 
después  de  haber  dado  cebada  á  los  caballos ,  camina- 
ron la  vuelta  de  Serón;  mas  era  tan  grande  la  escuri- 
dad  que  hacia ,  que  la  guia  que  llevaban  perdió  el  tino 
de  la  tierra ;  y  viendo  que  iba  perdido,  tomó  por  reme- 
dio descabullirse  de  la  gente  y  dar  á  huir  por  los  mon- 
tes. Sucedió  pues  que  apartándose  don  García  Manri- 
que á  beber  en  una  laguna  de  agua  que  estaba  junto  al 
camino  con  solos  dos  de  á  caballo,  y  no  acertando  des- 
pués á  volver  á  él ,  convino  que  diesen  voces,  y  que  la 
otra  gente  les  respondiese  para  atinar  adonde  estaban, 
y  por  esta  causa  vinieron  á  ser  sentidos  de  los  moros, 
según  lo  que  después  se  entendió.  Hallándose  don  Gar- 
cía sin  guia  con  una  escuridad  tan  grande,  acordó  de 
hacer  alto  hasta  que  amaneciese  en  un  monte  que  está 
antes  de  llegar  á  la  Fuen  Caliente ;  y  en  siendo  de  dia 
claro,  comenzó  á  caminar,  enviando  delante  sus  ata- 
jadores. Y  como  no  parecía  moro  por  todo  el  camino, 
entendiendo  que  habían  dejado  á  Serón,  pasaron  ios 
corredores  tan  adelante,  que  llegaron  cerca  de  la  villa, 
yendo  siempre  el  rio  abajo.  Tenían  los  enemigos  hecha 
una  empalizada  en  la  entrada  del  camino ,  por  donde  se 
sube  al  rio  de  Serón;  y  estando  puestos  allí  de  embos- 
cada, habían  echado  doce  vacas  y  seis  bagajes  hacia  el 
rio,  para  mientras  los  cristianos  fuesen  á  tomarlas  sa- 
lir á  ellos;  mas  luego  fueron  descubiertos,  porque  lle- 
gando los  atajadores  al  ganado ,  los  moros  salieron  de 
la  emboscada  y  los  fueron  retirando  el  rio  arriba  hasta 
la  otra  gente.  Estos  eran  doce  escuderos  de  la  compa- 
ñía de  Tello  de  Aguilar ;  los  cuales  refirieron  á  don  Gar- 
cía Manrique  como  detrás  de  aquella  empalizada  ha- 
bia mucho  número  de  enemigos ;  y  entendiendo  que 
debían  de  tener  mas  emboscadas  que  aquella,  no  quiso 
pasar  adelante  ni  volver  por  donde  habia  entrado;  y 
tomando  una  vereda  que  don  Antonio  Enriquez  sabia, 
dieron  vuelta  por  la  halda  de  la  sierra  hacia  Canilles, 
dejando  de  retaguardia  los  arcabuceros  de  á  caballo  de 
don  Alonso  Portocarrero  y  los  escuderos  de  Ecija. 
Los  moros  saltaron  fuera  de  aquellos  valles,  viendo  re- 
tirar nuestra  gente ,  y  con  grandes  alaridos  fueron  si- 
guiéndolos hasta  que  salieron  de  la  sierra ;  mas  aunque 
tenían  ochenta  de  á  caballo ,  no  osaron  apartarse  de  la 
escopetería ,  temiendo  que  nuestra  caballería  daría  la 
vuelta  sobre  ellos  ;  lo  cual  quisieron  hacer  muchas  ve- 


REBELIÓN  Y  CASTIGO  DE  LOS  MORISCOS  DE  GRANADA. 


3i; 


ce?,  mas  los  capitanes  no  se  lo  consintieron.  Esta  reti- 
rada por  diferente  Ccimino  del  que  los  nuestros  habían 
entrado  fué  de  mucha  importancia  ;  y  si  salieran  por 
el  camino  derecho,  hubieran  bien  menester  las  manos, 
porque  les  hablan  ya  tomado  el  paso  mas  de  dos  mil 
moros;  de  donde  se  entendió  que  habían  sido  senti- 
dos aquella  noche  cuando  don  García  Manrique  se 
apartó  déla  gente.  Este  día  un  escudero  de  los  de  la 
compañía  de  Tello  de  Aguilar,  llamado  Leí  va,  yendo  á 
retirar  unos  compañeros  que  habían  quedado  hacien- 
do atalaya  sobre  un  cerro,  vio  estar  en  una  ladera  diez 
ó  doce  hombres  de  á  caballo,  vestidos  de  colorado;  y 
entendiendo  que  eran  escuderos  de  su  compañía ,  por- 
que traían  todos  aquella  divisa ,  se  fué  para  ellos  y  les 
dijo  :  «Ea,  compañeros,  retiraos;  que  hay  embosca- 
da. »  Los  cuales  le  rodearon,  y  tomándole  en  medio,  le 
prendieron  y  le  llevaron  á  Serón,  porque  eran  turcos  y 
moros  berberiscos ;  y  no  quisieron  matarle.  Retirado 
don  García  Manrique  sin  hacer  el  reconocimiento,  vol- 
vió á  puesta  de  sol  al  lugar  de  Canilles,  donde  estaba  ya 
^on  Juan  de  Austria  con  todo  el  campo  esperándole  pa- 
ra irá  cercará  Serón;  y  viendo  que  habían  dejado  de 
reconocerla  villa  porir  poca  gente,se  acordóenel  Con- 
sejo que  fuesen  mayor  número  de  caballos  y  de  infan- 
tes á  hacer  aquel  efeto. 

CAPITULO  VII. 

Cómo  don  Juan  de  Austria  fué  á  rcconoecr  á  Serón  y  los  moros 
le  desbarataron,  y  la  muerte  de  Luis  Quijada. 

La  propria  noche  que  don  García  Manrique  volvió  á 
Canilles,  se  tomó  resolución  de  que  fuesen  á  recono- 
cer á  Serón  dos  mil  arcabuceros  escogidos  y  docienlos 
caballos,  porque  convenía  mucho  entender  bien  la  dis- 
posición que  había,  para  cercar  la  villa  de  manera  que 
no  le  pudiese  entrar  socorro ,  y  que  los  cuarteles  se  pu- 
diesen socorrer  los  unos  á  los  otros  cuando  fuese  me- 
nester; cosa  que  dificultaban  mucho  todos  los  que  ha- 
bían estado  en  aquel  pueblo ,  diciendo  que  era  tierra 
muy  quebrada ,  y  que  por  haber  falta  de  agua  en  algu- 
nas partes ,  no  se  podía  bien  cercar.  Don  Juan  de  Aus- 
tria quiso  ir  personalmente  con  esta  gente,  y  acompa- 
ñado del  comendador  mayor  de  Castilla  y  de  Luís  Qui- 
jada y  de  otros  caballeros  y  gentíleshombres  de  su 
casa,  partió  del  lugar  de  Canilles  á  las  nueve  de  la  no- 
che. Llevaba  tres  compañías  de  caballos ,  una  del  du- 
que de  Medína-Sidonia ,  cuyo  capitán  era  Francisco  de 
Mendoza ,  vecino  de  Gibraltar ;  otra  de  la  ciudad  de  Je- 
rez de  la  Frontera  ,  que  llevaba  don  Luis  de  Avila ,  por 
indisposición  de  don  Martin  de  Avila,  su  hermano,  que 
era  el  capitán;  y  la  tercera  del  adelantamiento  de  Ca- 
zorla ,  y  capitán  della  Hernando  de  Quesada.  Con  la 
infantería  iban  el  maese  de  campo  don  Lope  de  Fígue- 
roa ,  y  don  Miguel  de  Moneada ,  y  Juan  de  Espuche ,  y 
otros  capitanes  y  gentíleshombres  de  cuenta.  Cami- 
nando pues  toda  aquella  noche  sin  parar,  á  la  hora  que 
amanecía  se  emboscó  la  infantería  en  unas  quebradas 
que  están  antes  de  llegará  Serón  en  la  propria  falda  de 
la  sierra ;  y  pasando  adelante  don  García  Manrique  con 
cien  lanzas  de  la  compañía  del  duque  de  Medina ,  se  le 
dio  orden  que  entrase  al  galope  por  el  rio  abajo,  dando 
muestra  á  los  enemigos  que  iba  á  reconocer  la  villa, 
porque  si  hubiese  algunos  moros  emboscados ,  saliesen 
á  él ;  el  cual  llegó  desta  manera  basta  la  empalizada  que 


dijimos;  y  viendo  que  no  salía  nadie,  volvió  búcia  don- 
de había  dejado  la  otra  gente.  Viendo  pues  don  Juan 
de  Austria  que  los  moros  no  habían  salido ,  como  la 
otra  vez ,  mandó  á  don  Francisco  de  Mendoza  que  con 
sus  cien  lanzas  y  algunos  caballos  mas  fuese  por  el  rio 
abajo,  y  se  pusiese  de  la  otra  parte  de  Serón  en  el  paso 
por  donde  podian  venir  moros  de  lijóla  y  de  Purche- 
na.  Y  haciendo  de  la  int'autería  dos  escuadrones,  el 
uno  dio  á  Luis  Quijada  para  que  fuese  por  la  ladera  de 
la  mano  derecha  del  rio ,  y  con  él  Juan  de  Espuche;  y 
el  otro  dio  al  comendador  mayor  de  Castilla  para  que 
fuese  ocupando  la  otra  parte  del  rio  hacía  la  maiio  iz- 
quierda, y  con  él  don  Lope  de  Figueroa;  y  por  el  le- 
cho del  rio  mandó  ir  la  gente  de  á  caballo  consu  guíoii, 
quedándose  él  con  los  alabarderos  de  la  guardia  y  al- 
gunos gentíleshombres,  y  obra  de  cien  soldados,  en 
un  cerro  que  descubría  toda  aquella  tierra  ;  porque  el 
Comendador  mayor  y  Luis  Quijada  no  le  consintieron 
pasar  adelante  ,  hasta  que  se  entendiese  que  estaba  to- 
do el  rio  seguro  de  emboscada,  y  que  podría  llegar 
cerca  de  la  villa  sin  peligro  de  su  persona,  que  era  lo 
que  mas  se  procuraba.  Con  esta  orden  caminó  toda  la 
gente,  y  comenzando  los  moros  á  hacer  ahumadas,  acu- 
dieron muchos  de  todos  aquellos  cerros  con  sus  bande- 
ras; y  así  los  de  Serón  como  los  que  venían  de  otras 
partes,  poniéndose  en  los  recuestos ,  comenzaron  á  ti- 
rar de  mampuesto  con  las  escopetas  á  la  gente  de  á  ca- 
balloque  iba  por  medio  del  rio;  de  cuya  causa  mand-') 
don  Juan  de  Austria  que  se  subiese  su  guión  donde 
él  estaba ,  porque  recebian  daño  los  que  le  acompaña- 
ban, tirándoles  los  enemigos  como  á  terrero.  Tello 
González  de  Aguilar,  que  iba  esta  jornada  con  solos 
cuatro  escuderos  de  su  compañía  cerca  de  la  persona  de 
don  Juan  de  Austria ,  y  acompañaba  el  estandarte ,  con 
otros  caballeros  y  gentíleshombres,  pasaron  adelante, 
y  fueron  á  juntarse  con  el  escuadrón  de  Luís  Quijada, 
que  marchaba  poco  á  poco  buscando  lugar  dispuesto 
para  poder  acometer  á  los  moros,  que  ocupaban  las 
cumbres  de  aquellos  cerros;  el  cual  llegando  en  el  pa- 
raje de  una  atalaya  antigua,  que  estaba  frontero  de  la 
villa  en  un  cerro  antes  de  llegar  al  camino  que  sube  del 
rio,  repartió  la  gente  en  dos  partes :  la  una  dio  á  Tello 
González  de  Aguilar  para  que  subiese  derecho  á  la 
torre;  y  con  la  otra  subió  él  por  cerca  del  camíjio  que 
va  á  Serón.  Y  subiendo  animosamente  los  soldados  es- 
caramuzando con  los  enemigos,  fueron  retirándolos 
hasta  la  propria  villa;  y  no  osán.lolos  tampoco  aguar- 
dar allí ,  la  desampararon ,  y  se  subieron  á  una  sierra 
alta  que  está  por  cima  de  las  casas.  Las  moras  corrie- 
ron luego  á  meterse  en  el  castillo,  donde  estaban  mu- 
chos moros,  que  no  cesaban  de  hacer  ahumadas  lla- 
mando socorro.  A  este  tiempo  llegó  la  gente  del  escua- 
drón que  llevaba  don  Lope  de  Figueroa ,  y  entrando 
los  soldados  por  las  casas,  comenzaron  á  desmandarse, 
y  algunos  fueron  por  las  calles  hasta  llegar  á  las  puer- 
tas del  castillo  y  captivaron  muchas  moras  de  las  que 
iban  á  meterse  dentro ;  y  muchos  cudiciosos,  teniendo 
mas  cuenta  con  el  interese  que  con  la  honra  de  la  na- 
ción, se  encerraron  en  las  casas  para  guarecer  la  pre- 
sa que  habían  ganado.  Mientras  esto  se  hacia ,  el  Co- 
mendador mayor  y  Luis  Quijada  comenzaron  á  recono- 
cer la  villa,  y  andando  mirando  la  disposición  de  aque- 
lla tierra,  se  descubrieron  mas  de  seis  mil  moros,  que 


316 


LUÍS  DEL  MARMOL  CARVAJAL. 


acudieron  á  las  ahumadas  de  Tíjola  y  de  Purcheua  y 
de  los  otros  lugares  del  rio,  con  Hernando  el  Habaquí 
y  el  Maleh  y  otros  capitanes  moros ;  los  cuales  llegaron 
donde  estaba  el  capitán  Francisco  de  Mendoza  á  tiem- 
po que  la  mayor  parte  de  los  escuderos  se  le  hablan 
ido  á  saquear  las  casas  de  la  villa ;  y  no  se  hallando 
poderoso  para  resistir  á  tan  gran  golpe  de  enemi- 
gos, comenzó  á  retirarse,  tocando  arma,  por  el  rio  arri- 
ba. El  Comendador  mayor  y  Luis  Quijada  enviaron  á 
don  Miguel  de  Moneada  con  cantidad  de  caballos  y  de 
infantes  á  que  le  socorriese  y  reforzase  la  guardia  de 
aquel  paso;  mas  ya  cuando  llegó  era  tarde,  porque  en- 
contró los  caballos  que  venian  retirándose  á  mas  andar; 
y  los  unos  y  los  otros  se  retiraron ,  dejando  libre  el  pa- 
so á  los  enemigos.  A  esto  acudió  luego  el  Comendador 
mayor  en  persona ,  y  con  mucha  brevedad  y  presteza 
hizo  un  cuerpo  de  los  soldados  y  caballos  que  pudo  re- 
coger, donde  se  favorecieron  los  que  venian  desmanda- 
dos. Por  otra  parte  los  moros ,  hallando  el  paso  deso- 
cupíido ,  subieron  hacia  Serón;  y  juntándose  con  ellos 
los  que  hablan  salido  huyendo  de  la  villa,  entraron  por 
la  parte  alta;  y  hallando  á  nuestra  gente  desordenada, 
ocupados  los  soldados  en  robar,  mataron  muchos  de  los 
que  se  les  opusieron ;  otros  arrojaron  vilmente  las  ar- 
mas y  dieron  á  huir,  no  siendo  parte  los  mas  animosos 
para  detenerlos.  Don  Lope  de  Figueroa  fué  herido  de 
un  escopetazo  en  un  muslo;  y  matáranle  si  los  escude- 
ros de  Ecija  no  le  retiraran.  Estos  escuderos  libraron 
también  al  compañero ,  que  los  turcos  de  á  caballo  ha- 
blan captivado  y  le  tenían  en  una  mazmorra.  Fué  tanto 
el  temor  y  poca  vergüenza  de  algunos  soldados  este 
dia ,  que  pareció  ira  del  cielo ,  porque  sin  aguardarse 
unos  á  otros,  no  sabiendo  por  dónde  poner  las  espaldas 
á  losenemigos  huyendo,  ni  por  dónde  el  pecho  pelean- 
do, iban  de  corrida  hasta  el  rio  un  buen  cuarto  de  le- 
gua, y  aun  allí  no  se  tenían  por  seguros.  En  tanta  de- 
sorden don  Juan  de  Austria  bajó  del  cerro  donde  esta- 
ba ,  y  acudió  animosamente  á  mostrarse  á  nuestros 
cristianos ,  para  que  hiciesen  rostro ,  ó  á  lo  menos  se 
retirasen  con  orden, diciéndoles :  «¿Qué  es  esto,  espa- 
ñoles? ¿De  qué  huis?  ¿Dónde  está  la  honra  de  España? 
¿No  tenéis  delante  á  don  Juan  de  Austria ,  vuestro  ca- 
pitán? ¿De  qué  teméis?  Retiraos  con  orden,  como  hom- 
bres de  guerra,  con  el  rostro  al  enemigo,  y  veréispres- 
to  arredrados  estos  bárbaros  de  vuestras  armas. »  Con 
estas  y  otras  palabras  animaba  y  recogía  los  soldados, 
metido  en  el  común  peligro ,  porque  los  moros  crecían, 
yendo  siempre  ejecutando  su  Vitoria.  Este  dia,  andando 
Luis  Quijada  recogiendo  la  gente  y  poniéndola  en  es- 
cuadrón ,  fué  herido  de  un  escopetazo  en  el  hombro, 
que  le  entró  la  pelota  en  lo  hueco ,  y  don  Juan  de  Aus- 
tria mandó  retirarle  luego  y  que  Tello  González  de 
Aguilar  con  loscaballos  de  Jerez  de  la  Frontera  le  lleva- 
se á  curar  á  Ciuiílles ;  y  con  toda  la  otra  gente  se  fué 
retirando  lo  mejor  que  pudo  con  grande  ejemplo  de  su 
invicto  valor,  acudiendo  á  todas  las  necesidades  con 
peligro  de  su  persona,  porque  le  dieron  un  escopetazo 
en  la  cabeza  sobre  una  celada  fuerte  que  llevaba,  que  á 
no  ser  tan  buena,  le  mataran.  Finalmente  los  moros, 
habiendo  seguido  mas  de  un  cuarto  de  legua  á  nuestros 
cristianos  y  hecho  poco  daño  en  la  retaguardia ,  se  vol- 
vieron aquella  noche  á  Serón,  y  don  Juan  de  Austria 
pasó  á  Canilles.  Hubo  algunos  soldados  de  los  que  en- 


traron en  la  villa,  que  no  se  pudiendo  retirar,  se  hicie- 
ron fuertes  en  las  casas  y  en  las  iglesias ,  y  pelearon 
tres  dias  con  los  moros,  defendiéndose  hasta  que  les 
pegaron  fuego  y  los  quemaron  dentro.  Murieron  este 
dia  seiscientos  hombres  de  nuestra  parte  y  de  los  ene- 
migos hubo  fama  que  cuatrocientos,  y  hubo  muchas 
moras  captivas.  Perdimos  con  la  reputación  mas  de  mil 
arcabuces  y  espadas.  Teniendo  ganada  la  villa ,  los  mo- 
ros quedaron  ufanos  por  aquella  vi  toria,  y  hicieron  gran- 
des regocijos.  Estuvo  nuestrocampoalgunosdiasen  Ca- 
nilles ;  y  en  este  tiempo  murió  Luis  Quijada  de  la  herida, 
cuya  muerte  sintió  don  Juan  de  Austria  tiernamente, 
porque  era  muy  buen  caballero,  y  habla  servido  al  Em- 
perador su  padre  desde  niño,  y  halládose  con  él  en  todas 
las  ocasiones  de  las  guerras  que  se  le  hablan  ofrecido,  y 
por  la  mucha  confianza  que  de  su  virtud  tenia,  se  lo 
habla  encomendado  y  lo  había  criado  desde  su  niñez, 
cuando  aun  no  sabia  cuyo  hij  o  era,  y  así  le  llamaba  tío,  y  él 
á  él  sobrino.  La  nueva  deste  suceso  tuvo  su  majestad  en 
Córdoba  por  carta  de  don  Juan  de  Austria  de  19  de  fe- 
brero, dándole  cuenta  como  por  la  desorden  de  los  sol- 
dados se  había  dejado  de  ganar  la  villa  de  Serón ,  y  pi- 
diendo mayor  número  de  gente  con  que  poder  prose- 
guir adelante;  y  luego  se  despachó  correo  á  las  ciuda- 
des de  Ubeda  y  Baeza  y  Jaén,  por  donde  habían  de  pa- 
sar dos  mil  infantes  que  iban  de  Castilla  y  del  reino  de 
Toledo,  con  orden  que  donde  quiera  que  los  alcanzase, 
parasen ;  y  dejando  de  ir  á  Granada ,  como  les  había  si- 
do ordenado ,  fuesen  al  campo  de  don  Juan  de  Austria. 
Y  al  duque  de  Sesa  se  le  escribió  que  le  enviase  el  ma- 
yor número  de  gente  que  pudiese,  quedando  él  proveí- 
do de  manera  que  por  falta  della  no  dejase  de  hacer  los 
cfetos  que  se  pretendían  por  aquella  parte ;  encargán- 
dole brevedad  en  su  entrada  en  la  Alpujarra,  por  ser 
cosa  que  daría  mucho  calor  á  lo  que  don  Juan  de  Aus- 
tria había  de  hacer  en  el  río  de  Almanzora.  Mas  ya  cuan- 
do le  hegó  este  mandato  liabia  salido  de  Granada,  y 
estaba  recogiendo  su  campo  en  el  lugar  del  Padul,  co- 
mo diremos  en  el  siguiente  capítulo.  Dejemos  agora  á 
don  Juan  de  Austria  rehaciendo  su  campo,  y  vamos  á 
lo  que  se  hizo  en  este  tiempo  á  la  parte  de  Granada. 

CAPITULO  VHL 

De  lo  que  proveyó  el  duque  de  Sesa  en  Granada,  y  cómo  salió  á 
juntar  su  campo  en  el  lugar  del  Padul  para  entrar  en  la  Alpu- 
jarra. 

Antes  que  el  duque  de  Sesa  saliese  de  Granada ,  por- 
que en  la  ciudad  y  presidios  comarcanos  hubiese  la  guar- 
dia y  seguridad  que  convenia ,  proveyó  las  cosas  siguien- 
tes :  que  en  la  fortaleza  de  la  Alhambra  quedasen  los 
capitanes  Lorenzo  de  Avila  y  Gaspar  Maldonado  con  sus 
compañías ,  y  Antonio  Martínez  Camacho,  con  cincuenta 
soldados,  á  orden  del  conde  de  Tendílla  ;  en  la  ciudad 
seis  compañías  de  infantería ,  capitanes  Juan  Nuñez  de 
la  Fuente,  don  Cristóbal  de  León ,  don  Diego  de  Vera, 
Francisco  Montesdoca ,  don  Lope  Osorio  y  Bartolomé 
Pérez  Zumel ,  capitán  y  cabo  de  toda  esta  gente ,  y  Juan 
Franco ,  sargento  mayor ;  y  tres  estandartes  de  caba- 
llos del  marqués  de  Mondéjar,  de  don  Bernardino  de 
Mendoza  y  de  Martín  Noguera ,  y  Jerónimo  López  de 
Mella  con  su  gente.  Este  era  vecino  de  Medina  de  Rio- 
seco  ,  hombre  caudaloso  en  aqueha  tierra ,  y  había  veni- 
do con  un  hermano  suyo ,  llamado  Blas  López  de  Mella, 


REBELIÓN  Y  CASTIGO  DE  LOS  MORISCOS  DE  GRANADA. 


317 


ciento  y  sesenta  leguas,  á  servir  en  esta  guerra  á  su  cos- 
ta con  ocho  escuderos  de  á  caballo  y  diez  arcabuceros 
de  á  pié,  y  después  se  le  habia  acrecentado  el  número 
de  la  gente.  En  la  Vega  mandó  quedar  las  compañías  de 
Antonio  de  Baena  y  Pedro  Navarro,  con  seiscientos  in- 
fantes ,  y  con  orden  que  en  la  ciudad  de  Santa  Fe  pu- 
siesen cincuenta  soldados,  que  estuviesen  allí  de  ordi- 
nario con  la  caballería  del  duque  de  Arcos.  Quedaron 
asimesmo  en  la  Vega  dos  estandartes  de  caballos  de  Lá- 
zaro de  Briones  y  de  Gaspar  de  Aguilera.  En  Alfacar, 
la  Zubia  y  Gójar  Hernán  López  con  trecientos  hombres 
de  las  cuadrillas.  En  Guéjar  cuatro  compañías  de  infan- 
tería ,  capitanes  Pedro  de  la  Fuente ,  Luis  Coello  de 
Vílche<!,  Hernando  Becerra  de  Moscoso  y  don  Francisco 
Hurtado  de  Mendoza ,  capitán  y  cabo  del  presidio  ;  el 
cual  pusiese  cien  soldados  en  Pinillos  para  guardia  de 
aquel  paso,  y  en  Níbar  la  compañía  de  don  Francisco, 
del  partido  de  Alcántara.  Dio  orden  al  corregidor  Juan 
Rodríguez  de  Villafuerte,  que  apercibiese  de  nuevo  los 
capitanes  de  cada  colación,  para  que  tuviesen  la  gente 
de  la  ciudad  á  punto,  así  la  de  á  pié,  como  la  de  á  caba- 
llo, señalando  por  cabo  de  las  compañías  de  infantería 
á  don  Pedro  de  Vargas ,  veinticuatro  de  aquella  ciudad, 
y  por  sargento  mayor  á  Jorge  de  Baeza  ;  y  que  las  guar- 
das ,  rondas  y  centinelas  se  hiciesen  de  la  mesma  mane- 
ra que  hasta  allí.  Quedó  el  gobierno  de  paz  y  de  guerra 
al  presidente  don  Pedro  de  Deza,  y  que  don  Gabriel  de 
Córdoba ,  como  superintendente  de  la  gente  de  guerra, 
asistiese  en  el  Consejo  con  él,  y  se  ejecutase  lo  que  allí 
se  ordenase,  haciendo  oficio  de  capitán  general;  asis- 
tiendo asimesmo  con  ellos  el  Corregidor  y  los  que  mas 
pareciese  al  Presidente  ,  según  las  ocasiones  que  se 
ofreciesen.  Todas  estas  cosas  proyectó  el  duque  de  Sesa 
antes  de  salir  de  Granada ;  y  cuando  le  pareció  tiem- 
po, á  21  dias  del  mes  de  febrero  deste  año  de  1570, 
partió  de  aquella  ciudad,  y  aquel  proprio  dia  llegó  al 
Padul,  donde  se  habia  de  juntar  toda  la  gente.  Estaba 
don  Juan  de  Mendoza  en  las  Albuuuelas,  que  habia  ido 
&  recoger  las  compañías  que  iban  viniendo  de  las  ciu- 
dades y  señores ;  el  cual  vino  al  Padul  á  23  de  febrero. 
Detúvose  el  Duque  en  aquel  alojamiento  muchos  dias 
con  harta  importunidad,  esperando  gente  y  vituallas  y 
armas ,  que  hablan  de  venir  de  Málaga ,  y  haciendo  re- 
ductos en  Acequia  y  en  las  Albuñuelas  y  en  las  Cuaja- 
ras. En  las  Albuñuelas  puso  de  presidio  á  don  Gutierre 
de  Córdoba  con  mil  infantes  y  un  estandarte  de  caba- 
llos; á  las  Cuajaras  envió  al  capitán  Antonio  de  Berrio 
con  quinientos  arcabuceros,  sin  caballería,  por  no  ser 
la  tierra  dispuesta  para  ella ;  y  en  el  Padul  y  Acequia 
ordenó  otros  presidios  para  en  su  partida.  A  Jayena  en- 
vió á  don  Alonso  de  Granada  Venegas  con  cincuenta  ar- 
cabuceros y  el  estandarte  de  caballos  de  Baeza  de  Juan 
de  Carvajal ,  porque  su  majestad  habia  mandado  que  se 
pusiese  allí  con  alguna  caballería,  para  que  por  su  me- 
dio ,  como  persona  de  confianza ,  de  quien  la  podían  te- 
ner los  rebeldes,  se  pudiese  tener  alguna  inteligencia 
con  ellos  para  que  se  redujesen,  como  él  lo  habia  ofre- 
cido ,  que  era  el  lenguaje  que  mas  se  trataba ;  porque 
su  majestad ,  como  atrás  dijimos,  deseaba  mas  la  con- 
cordia que  la  Vitoria  de  sus  vasallos.  Y  porque  la  gente 
no  estuviese  ociosa  comiendo  el  bastimento  en  el  Pa- 
dul, mientras  se  engrosaba  el  campo,  y  llegaban  los 
bastimentos,  armas  y  municiones  que  esperaba  de  Gra- 


nada y  de  Málaga  y  de  otras  partes ,  mandó  hacer  el 
Duque  algunas  correrías,  y  se  pusieron  emboscadas  á 
los  moros  que  andaban  por  el  valle,  y  fueron  presos  al- 
gunos, de  quien  se  entendió  el  desinio  del  enemigo,  y 
como  habia  enviado  al  Habaquí  á  lo  del  rio  de  Almauzo- 
ra  con  autoridad  de  capitán  general,  y  puéstose  él  con 
toda  la  gente  de  la  Alpujarra  en  Andarax,  no  con  pro- 
pósito de  defender  la  entrada  á  nuestro  campo  ,  sino 
para  molestarle ,  dando  en  la  retaguardia  y  en  las  escol- 
tas de  los  bastimentos,  y  necesitándole  á  que,  fatigado 
de  hambre,  de  cansancio,  y  sin  ganancia,  le  dejasen, 
porque  deste  parecer  eran  el  Habaquí  y  los  capitanes 
turcos.  Y  que  á  la  parte  de  poniente  habia  enviado  cua- 
tro mil  moros  con  el  Rendati  y  el  Macox  y  con  otros, 
la  mayor  parte  de  los  cuales  eran  de  aquellas  comarcas 
y  de  la  sierra  de  Bentomiz ,  para  el  mesmo  efeto ;  man- 
dándoles que  metiesen  cuatrocientos  hombres  en  ol  cas- 
tillo de  Lanjaron ,  y  procurasen  defenderle ,  para  desde 
allí  salir  á  hacer  sus  saltos  cuando  el  campo  del  duque 
de  Sesa  pasase  ,  ofreciéndoles  que  los  socorrería  con 
todo  su  poder  cuando  fuese  menester,  y  que  estaba  con- 
fiado en  el  socorro  que  le  prometía  su  esperanza  que  ha- 
bia de  venirle  de  Argel.  En  este  lugar  ponemos  dos  car- 
tas, una  que  Aben  Aboo  escribió  al  menfti  (1)  de  Cons- 
tantinopla ,  que  es  como  obispo ;  y  otra  del  secretario 
de  Aluch  Alí ,  á  fin  de  que  se  entienda  que  no  se  des- 
cuidaba en  este  particular;  y  luego  volveremos  á  nues- 
tra historia. 

CARTA  DE  ABEN  ABOO  AL  MENFTI  DE  CONSTANTINOPLA,  PI- 
DIENDO SOCORRO  DEL  GRAN  TURCO. 

«Loores  á  Dios.  Del  siervo  de  Dios,  que  está  confiado 
»en  él ,  y  se  sustenta  mediante  su  esfuerzo  y  poderío.  El 
wque  guerrea  en  servicio  de  Dios,  el  gobernador  de  los 
«creyentes ,  ensalzador  de  la  ley,  y  abatidor  de  los  he- 
»rejes  descreídos ,  y  aniquilador  de  los  ejércitos  que 
»ponen  competencia  con  Dios ,  que  es  Muley  Abdalá 
»Aben  Aboo ;  ensálcele  Dios  ensalzamiento  honroso,  y 
»haga  señor  de  notorio  estado  y  señorío.  El  que  susten- 
»ta  el  alzamiento  déla  Andalucía,  á  quien  Dios  ayude  y 
»haga  vitorioso,  mediante  la  fuerza  de  su  brazo,  que  es 
»el  que  tiene  el  cuidado  y  el  poderío  para  ello ;  á  nues- 
»tro  amigo  y  especial  querido  nuestro ,  el  señor  engran- 
«decido,  honrado,* generoso,  magnífico,  adelantado, 
Mjusto ,  limosnero  y  temeroso  de  Dios ,  á  quien  Dios  gua- 
))lardone  con  la  felicidad  del  perdón,  y  después  desto  la 
«salud  de  Dios  general  y  comprehendiente  sea  con  vues- 
))tro  estado  alto ,  y  la  gracia  y  bendición  abundante  de 
«Dios.  Hermano  y  amigo  muy  preciado  nuestro ,  ya  lie- 
«mos  tenido  noticia  de  vuestro  estado  alto  y  ser  tan 
«generoso,  y  como  de  compasión  que  habéis  tenido  de 
«la  desamparada  y  abatida  gente,  habéis  siempre  pre- 
«guntado  con  cuidado  por  nosotros  para  certificaros  de 
«nuestros  sucesos,  y  os  habéis  dolido  de  todo  nuestro 
«trabajo  y  aprieto  en  que  nos  han  puesto  estos  cristia- 
«nos  ;  y  también  nos  envió  una  carta  el  alto  y  poderoso 
«Rey,  sellada  con  su  sello,  prometiéndonos  socorro  de 

(1)  Mofli,  ó  mufíi  mas  bien.  Otras  veces  escribe  Mármol  mefH, 
como  ya  hemos  visto.  Según  la  interpretación  de  esta  palabra  que 
hace  el  Cartulario  de  Alonso  del  Castillo,  publicado  por  la  Real 
Academia  de  la  Historia,  de  que  hablamos  en  el  prólogo  de  este 
tomo,  muflí  era  una  especie  de  juez  supremo  en  cuestiones  canó- 
aicas  y  legales. 


31« 


LUIS  DEL  MARMOL  CARVAJAL. 


))gran  número  de  gente  con  su  armada,  y  todo  lo  que 
«mas  liubicsemos  menester  para  sustentar  esta  tierra. 
))Y  porque  estamos  con  estos  malos  en  gran  congoja, 
«ocurrimos  de  nuevo  á  las  altas  y  muy  poderosas  Piier- 
wtas,  y  pedimos  el  socorro  de  vuestra  parte  y  la  vito- 
«ria  por  vuestra  mano.  Por  tanto  socorrednos;  socorre- 
«ros  ha  Dios  altísimo  sobre  todas  las  gentes.  Y  vuestra 
«soñoría  informe  de  nuestro  negocio  al  Rey  poderoso, 
«y  le  haga  saber  de  nuestro  ser  y  estado ,  y  de  la  gran- 
«dísima  guerra  que  de  presente  tenemos  entre  las  ma- 
wnos.  Y  dígasele  á  su  alteza  que  si  es  servido  de  nos 
"favorecer,  nos  socorra  presto  y  se  dé  muclia  priesa, 
«antes  que  perezcamos ,  porque  vienen  dos  ejércitos  po- 
»derosos  contra  nosotros  para  acometernos  pordospar- 
«tes ;  y  si  nos  perdemos ,  le  será  pedida  cuenta  de  nos- 
«otros ,  y  terna  largo  juicio  el  dia  de  la  resurrección ;  y 
«la  razón  dcslo  se  podría  alargar  en  esta  parte;  y  por- 
«queel  hombre  no  tiene  mas  poder  ni  esfuerzo  para  lia- 
«blar,  ceso.  La  salud  de  Dios  y  su  gracia  y  bendición 
«os  acompañe.  Que  es  escrita  martes  á  i  i  días  de  la  lu- 
«na  de  Xaliaban  el  acatado  del  año  de  977;»  que  con- 
forme á  nuestra  cuenta,  fué  á  H  dias  de  la  luna  de  fe- 
brero en  el  año  del370.  Ydeciaen  el  sobrescrito :  «Sea 
«dada  al  señor  alto  vicario  y  consejero  mayor  de  Cons- 
«tantinopla,  que  está  debajo  del  amparo  de  Dios.»  El 
registro  desta  carta  se  tomó  en  la  cueva  de  Gastares 
eulre  los  papeles  de  Aben  Aboo ,  y  se  mandó  romanzar 
después  en  Granada,  dándola  el  comendador  mayor  de 
Castilla  á  don  Juan  de  Austria ;  el  cual  la  envió  al  presi- 
dente don  Pedro  de  Deza  para  aquel  efeto. 

CARTA  DEL  SECRETARIO  DEL  REY  DE  ARGEL 
PARA  ABEN  ABOO. 

«Con  el  nombre  de  Dios  poderoso  y  misericordioso. 
«Guarde  Dios  el  estado  alto ,  cumplido ,  generoso ,  ven- 
«turoso  del  rey  Mahamete  Abdalá  Aben  Aboo.  La  sa- 
«lud  de  Dios  sea  con  vos,  y  su  gracia  y  bendición.  Ha- 
«cémoos  saber  que  recibimos  el  recaudo  que  nos  en- 
«viastes  acerca  de  los  negocios  de  vuestro  estado  y  de 
«los  enemigos  de  nuestra  ley ,  y  entendimos  lo  que  nos 
»diji:ites  que  dijo  el  señor  de  España,  que  está  deter- 
«minado  de  acabaros.  Nosotros  seremos  aquellos  que 
«con  el  ayuda  de  Dios  le  acabaremos  á  él;  y  para  esto 
«os  enviamos  las  armas ,  escopetas ,  pólvora  y  plomo  que 
«veréis,  en  lo  cual  hicimos  de  presente  toda  nuestra  po- 
«sibilidad;  y  en  lo  que  decís,  que  no  os  hemos  socorri- 
«do  porque  las  ciudades  que  tenemos  están  flacas  de 
«gente ,  juro  por  Dios  que  tal  acá  no  he  sabido  que  se 
«haya  dicho;  antes  os  queremos  socorrer  por  el  grande 
«amor  que  os  tenemos,  y  por  el  grande  amor  que  el  Rey, 
«Dios  le  ensalce,  os  tiene.  Por  tanto  no  temáis,  que  el 
«Rey  tuvo  necesidad  de  irá  las  ciudades  de  África ,  que 
«es  la  ciudad  de  Túnez,  y  no  se  partió  hasta  que  en- 
«vió  una  galeota  á  la  costa  de  Turquía  á  la  casa  alta  del 
«Rey,  que  Dios  ensalce,  haciéndole  saber  el  estado  en 
«que  estáis ;  y  nuestro  rey,  que  Dios  conserve  su  estado, 
«acabado  este  viaje  partirá  luego  para  esa  tierra,  me- 
«diante  Dios.  Hemos  sabido  que  se  ha  visto  con  el  rey 
«de  Túnez  sobre  una  ciudad  que  se  llama  Bexa,  y  que  le 
«echó  de  ella ,  y  dio  Dios  la  viloria  á  nuestro  rey  y  le 
«rompió  su  ejército ,  y  le  mató  cantidad  de  dos  mil  hom- 
»bres ,  y  huyó  el  rey  die^  Túnez  con  número  de  docien- 


«tos  de  á  caballo,  y  entró  el  rey  nuestro  en  Túnez,  y 
«prestamente  vendrá  á  esta  ciudad  y  irá  á  socorreros, 
«y  enviará  la  armada  que  baja  para  vuestro  intento  y 
«socorro,  mediante  Dios.  Hemos  oído  decir  que  capti- 
«vastes  al  hermano  del  Marqués :  si  es  así  y  ha  venido 
«á  vuestra  mano ,  enviadlo  al  Rey ,  y  enviad  con  él  otra 
«cosa  antes  que  venga ,  para  que  el  dia  que  llegare  se  lo 
«presentemos ,  diciéndole  :  Veis  aquí  el  presente  que  os 
«envía  el  rey  de  la  Andalucía ;  y  con  esto  le  aumentaré- 
«mos  el  descoque  tiene  de  ayudaros,  porque  vosotros 
«el  dia  de  hoy  sois  un  cuerpo  con  nosotros.  Y  por  Dios 
«os  encargo  que  lo  hagáis  ansí,  y  esta  es  la  verdad  que 
«os  certiíicamos ;  y  lo  demás  os  informará  nuestro  ami- 
»go  Cacim ,  criado  nuestro ;  y  no  sigáis  las  palabras  de 
«las  gentes,  y  haced  lo  que  Cacim  os  dijere.  Esto  es  lo 
«que  os  hacemos  saber.  Dios  os  haga  saber  lodo  bien. 
«La  salud  sea  con  vuestra  alteza ,  y  la  gracia  y  bendi- 
«cion  de  Dios.  El  que  tiene  necesidad  de  su  socorro, 
«secretario  de  nuestro  señor  el  Rey,  que  Dios  ensalce.» 
Estaba  puesto  en  la  carta  el  sello  de  Aluch  Alí,  que  co- 
nocimos ;  y  decía  en  el  sobrescrito  :  «  Guarde  Dios  al 
«gobernador  grande,  ensalzado,  acatado,  Mahamete 
«Abdalá  Aben  Aboo. »  También  vino  esta  carta  original- 
mente á  poder  de  don  Juan  de  Austria ,  y  la  romanzó  el 
hceuciado  Castillo  en  Granada  por  su  mandado. 

CAPITULO  IX. 

Cómo  don  Antonio  de  Luna  corrió  la  sierra  de  Bentomiz  y  puso 
presidio  en  Zalia ,  y  retiró  los  moriscos  de  algunos  lugares  de 
la  jarquía  de  Málaga. 

Demás  de  las  provisiones  que  dijimos  que  hizo  el  du- 
que de  Sesa  cuando  salió  de  Granada,  fué  una,  que 
pudiera  ser  muy  importante  si  la  gente  no  faltara  al 
mejor  tiempo,  que  fué  enviará  don  Antonio  de  Luna 
á  correr  y  asegurar  la  sierra  de  Bentomiz  y  la  tierra  de 
Vélez-Málaga ,  donde  el  Darra  y  los  otros  caudillos  de 
los  moros  hacían  muchos  daños,  y  á  recoger  los  mo- 
riscos de  paces  de  los  lugares  del  Borge ,  Gomares ,  Cú- 
tar  y  Benamargosa ,  y  enviarlos  la  tierra  adentro ,  y  ha- 
cer tres  fuertes,  y  poner  presidios  en  Zalia,  Competa 
y  Nerja,  y  entrar  luego  corriendo  la  costa  hacia  Almu- 
ñécar  para  divertirá  los  enemigos,  y  quemarles  los  bas- 
timentos y  necesitarlos  con  hambre.  Para  este  efeto 
se  ordenó  á  los  corregidores  de  Antequera  y  Málaga 
que  le  acudiesen  con  su  gente  de  á  pié  y  de  á  caballo ; 
los  cuales  acudieron  luego ,  don  Fadrique  Manrique  con 
la  de  Antequera,  don  Gómez  Mejía  de  Fígueroa  con  la 
de  Loja ,  Albania  y  Alcalá  la  Real ,  y  Arévalo  de  Zuazo 
con  la  de  Málaga  y  Vélez ,  y  el  licenciado  Soto  con  la  de 
Archidona ,  que  serían  todos  al  pié  de  cinco  mil  hom- 
bres. Y  juntándose  en  Canilles  de  Aceituno  á  d."  de 
marzo,  fué  á  Competa,  pensando  hallar  alguna  resis- 
tencia; y  no  hallándola,  pasó  á Nerja,  y  de  camino  cor- 
rió el  fuerte  de  Fregiliana,  donde  se  mostraron  al  pié 
del  hasta  cien  moros,  que  escaramuzaron  con  los  sol- 
dados sueltos  déla  vanguardia;  y  volviendo  luego  hu- 
yendo al  fuerte  con  una  bandera ,  subieron  tras  dellos 
ios  nuestros ,  y  matando  seis  moros,  se  derrocaron  los 
otros  por  aquellas  sierras ,  de  manera  que  no  fueron  mas 
vistos,  y  captiváronse  doce  moras.  Aquella  noche  dur- 
mió el  campo  en  Nerja,  y  estuvo  el  siguiente  dia  en 
aquel  alojamiento,  aguardando  las  vituallas  que  ibarir 
de  Vélez  y  de  Loja ;  y  en  este  tiempo  envió  don  Auto- 


REBELIÓN  Y  CASTIGO  DE  LOS  MORISCOS  DE  GRANADA.  ni 9 

j  -16  de  marzo.  Y  porque  no  llevaba  gente  que  poder  de- 


nlo de  Luna  dos  mangas  de  arcabuceros  &  correr  la 
sierra  por  dos  partes ,  que  mataron  otros  dos  ó  tres  mo- 
ros ycaptivaronotras  seis  mujeres.  Y  siendo  avisado 
que  el  Darra  tenia  lieclia  una  fusta  para  pasarse  á  Ber- 
bería, llevando  el  moro  que  le  dio  el  aviso  áque  se  la 
mostrase ,  la  halló  en  una  rambla  metida ,  y  en  otra 
rambla  bailó  otra  comenzada  á  labrar,  y  una  caldera 
de  brea  para  brearla,  y  madera  ,  y  lo  bizo  quemar  to- 
do. El  sábado  4  de  marzo,  queriendo  partir  de  allí, 
bailó  que  se  le  babia  ido  casi  toda  la  gente,  unos  con 
achaque  que  les  faltaba  la  comida ,  y  otros  por  enten- 
der que  era  jornada  de  poca  ganancia  ,  por  haber  ya 
poco  que  saquear  en  aquella  tierra.  Decía  después  don 
Gómez  Mejía  de  Figueroa  que  don  Antonio  de  Luna 
le  babia  mandado  que  se  fuese  á  Loja  con  la  gente  de 
aquellas  tres  ciudades ,  pareciéndole  que  bastaba  la  de 
Antequera,  Málaga  y  Vélez,  por  el  poco  bastimento 
que  babia.  Sea  como  fuere ,  hallándose  con  solos  mil 
hombres,  determbió  pasar  adelante  con  ellos  por  el  ca- 
mino de  la  marina  derecho  á  Almuñécar ;  y  porque  no 
se  podía  ir  por  otra  parte  con  los  caballos  y  bagaje,  hi- 
zo noche  en  el  camino  en  la  boca  del  rio  de  la  Miel. 
Llegado  á  Almuñécar,  tomó  algún  refresco  de  vitualla 
para  ir  al  lugar  de  Lentejí ,  donde  dijo  una  espía  que 
había  mas  de  cinco  mil  moros ,  y  era  mentira ,  porque 
no  babia  sino  obra  de  quinientas  almas.  Estuvo  la 
gente  algo  temerosa  con  esta  nueva ,  y  ton)ando  do- 
cientos  soldados  de  los  de  aquel  presidio ,  fué  aquella 
noche  á  alojarse  legua  y  media  de  allí  en  la  mitad  del 
camino.  Otro  día  martes,  á  7  de  marzo,  tomó  la  mañana, 
y  llegó  á  las  nueve  al  lugar,  donde  pensaba  hallar  los 
enemigos ;  mas  halló  que  habían  huido  de  media  noche 
abajo.  Mataron  los  soldados  cinco  que  hallaron  en  el 
lugar,  y  captivaron  uno,  y  tomáronse  alguiios  baga- 
jes. Los  soldados  de  Almuñécar,  que  estaban  algo  las- 
timados de  aquellos  moros,  pusieron  fuego  al  lugar  y 
le  quemaron  todo.  Hallóse  cantidad  de  pasa  y  mucho 
aceite,  y  poco  pan  en  las  casas  y  cuevas,  que  todo  se 
quemó  y  derramó  ;  y  lo  mesmo  se  hacia  en  los  lugares 
donde  llegaban,  destruyendo  y  quemando  todos  los  bas- 
timentos. Súpose  del  moro  que  se  prendió  como  los 
moros  iban  la  vuelta  de  los  prados  de  Lopera ,  y  por 
ser  temprano,  determinó  don  Antonio  de  Luna  de  ir  tras 
dellos,  y  fué  ádormíraquella  noche  aun  cortijo  del  mar- 
qués de  Mondéjar.  Los  moros  que  iban  delante  echa- 
ron sobre  mano  izquierda  antes  de  llegar  á  los  prados, 
y  fueron  la  vuelta  de  Almijar.  Aquella  noche,  estando 
en  el  cortijo,  se  le  fueron  mas  de  quinientos  hombres ,  y 
cuando  quiso  partir,  hallándose  solamente  con  obra 
de  seiscientos  soldados  de  Vélez  y  de  Málaga,  y  pocos 
de  los  de  Antequera,  pasó  á  la  ciudad  de  Alliama ,  don- 
de llegó  á  9  de  marzo ;  pidió  á  la  ciudad  bastimentos 
y  docíentos  hombres ;  y  con  ellos ,  y  con  otros  do- 
cientos  que  escribió  al  corregidor  de  Loja  que  le  en- 
víase ,  y  la  gente  que  le  había  quedado ,  volvió  al  cas- 
tillo de  Zalia ,  donde  dejó  al  capitán  Cristóbal  de  Re¡- 
noso  con  los  caballos  contiosos  de  Andújar  y  alguna  in- 
fantería ;  y  entrando  en  la  Jarquía ,  retiró  los  moriscos 
de  los  lugares  sospechosos  sin  escándalo  ni  alboroto, 
porque  los  hallaron  descuidados.  A  los  del  Borge  reti- 
ró Arévalo  de  Zuazo,  donFadrique  Manrique  á  los  de 
Gomares ,  y  don  Antonio  de  Luna  á  los  de  Cútar  y  Be- 
namargosa ;  los  cuales  caminaron  la  tierra  adentro  á 


jar  en  Competa ,  no  se  puso  aquel  presidio  desta  vez. 

CAPITULO  X. 

Cúmo  se  comenzó  á  hacer  negociación  pafa  que  los  alzados 
se  redujesen. 

Deseaba  su  majestad  mucho  que  se  efetuase  la  re- 
ducion  de  los  alzados,  movido  de  su  natural  clemen- 
cia, y  por  ver  que  babia  muchos  entre  ellos  que  ni  se 
habían  alzado  con  voluntad,  ni  cometido  los  sacrile- 
gios y  delitos  que  otros ;  y  demás  desto  se  trataba  de 
la  liga  y  confederación  de  los  príncipes  cristianos  con- 
tra el  Gran  Turco,  que  amenazaba  los  pueblos  de  levan- 
te con  su  poderosa  armada;  y  habiendo  de  ir  don  Juan 
de  Austria  por  generalísimo  del  ejército  de  la  liga, 
convenia  que  diese  fin  á  lo  que  tenia  entre  manos ;  por- 
que papa  Pío  V,  de  felice  memoria,  había  enviádole 
su  embajada  con  el  maestro  don  Luis  de  Torres ,  natu- 
ral de  la  ciudad  de  Málaga,  que  después  fué  arzobispo 
do Monreal, exhortándole,  como  verdadero  pastor,  ala 
general  concordia  y  defensa  del  pueblo  católico.  Con 
este  aviso  fué  al  campo  Juan  de  Soto ,  y  á  servir  de 
secretario  á  don  Juan  de  Austria.  Y  entendida  la  vo- 
luntad de  su  majestad ,  se  trataba  con  calor  el  negocio 
déla  reducion;  y  hubo  algunas  personas  principales, 
que  solían  tener  amistad  con  los  caudillos  de  los  mo- 
ros antes  que  se  alzasen ,  que  se  ofrecieron  á  reducir- 
los, especialmente  don  Alonso  de  Granada  Venegas, 
que,  como  dijimos,  se  había  ido  á  poner  de  presidio 
en  Jayena,  para  desde  allí  procurar  alguna  inteligencia 
con  ellos ;  y  don  Hernando  de  Barradas ,  vecino  de 
Guadix,  y  otros  que  deseaban  hacer  algún  buen  efeto 
en  este  particular,  y  con  la  paz  y  reducion  excusarla 
saca  que  se  trataba  de  los  moriscos  de  paces  del  reino. 
Don  Hernando  de  Barradas  había  tenido  licencia  de 
don  Juan  de  Austria  para  poder  escrebir  á  Hernando  el 
Ilabaquí,  que  era  grande  amigo  suyo,  y  aun  se  ha- 
bía visto  con  él  en  15  días  del  mes  de  febrero  en  un 
monte  de  Sierra-Nevada  sobre  el  lugar  del  Deyre,  vi- 
niendo el  moro  hecho  ya  capitán  general  en  lugar  de 
Jerónimo  el  Maleb ,  que  era  fallecido  de  enfermedad , 
con  quinientos  escopeteros ,  y  entre  ellos  cien  turcos 
con  un  sanjaque  ó  estandarte  colorado ;  y  llevando  don 
Hernando  de  Barradas  solos  cinco  de  á  caballo ,  babia 
tratado  con  él  del  negocio ,  y  aconsejádole  que  ganase 
perdón  y  gracia  con  su  majestad ,  pues  tenia  buena 
ocasión  para  ello;  y  él  le  había  prometido  que  lo  tra- 
taría con  sus  amigos  por  los  mejores  medios  que  pu- 
diese, ydádole  á  entender  que  nadie  lo  deseaba  mas 
que  él,  y  que  había  muchos  de  esta  opinión  entre  los 
alzados;  y  con  estos  principios  se  hicieron  algunas  di- 
ligencias para  atraerlos  á  este  propósito  por  algunas 
vías.  El  presidente  don  Pedro  de  Deza,  para  que  ge- 
neralmente entendiesen  los  alzados  que  tenían  lugar 
de  misericordia  con  su  majestad  sí  dejaban  las  armas, 
cosa  que  les  desviaban  de  creer  los  monfís  y  los  que 
tenían  las  conciencias  cargadas  de  gravísimos  delitos, 
industriosamente  mandó  al  licenciado  Castillo  que  es- 
cribiese en  lengua  árabe  una  carta  persuatoría ,  dismi- 
nuyéndoles el  ayuda  y  favor  de  los  turcos,  deshacien- 
do los  pronósticos  que  tenían,  encareciendo  mucho 
el  poder  y  clemencia  de  su  majestad,  y  aconsejándo- 
les con  buenas  razones  que  tratasen  de  algún  medio 


320 

para  reducirse ;  el  cual  la  escribió ,  y  sin  poner  en  ella 
nombre  de  autor,  porque  entendiesen  que  era  algún 
morabito  ó  alfaquí  que  se  condolía  de  sus  trabajos  y 
de  ver  su  perdición,  se  sacaron  muchos  traslados  della, 
que  llevó  una  espía  á  los  lugares  de  la  Alpujarra,  y  eclió 
en  parte  donde  pudo  ser  hallada  y  leida.  La  cual  fui- 
mos después  informados  que  hizo  mucho  efeto  en  los 
hombres  de  buen  entendimiento,  y  generalmente  en  to- 
dos los  que  deseaban  quietud ;  y  por  esta  razón  la  por- 
némos  en  este  lugar,  que  traducida  en  lengua  castellana 
á  la  letra,  decía  desta  manera  : 

CARTA   PEKSüATORIA. 

«Con  el  nombre  de  Dios  piadoso  y  misericordioso. 
»No  hay  esfuerzo  ni  poderío  sino  en  Dios ,  y  la  santifi- 
»cacion  sea  sobre  el  mejor  de  sus  mensajeros  y  sobre 
»su  gente  y  familias.  La  salud  cumplida  sea  con  aque- 
»llos  que  honró,  y  no  les  desamparó  el  bien;  que  son 
))en  este  mundo  dichosos,  y  en  el  otro  serán  con  su 
«ayuda  gozosos.  Los  caudillos,  ancianos,  alcaides,  al- 
»guaciles  belicosos,  y  otros  señores  y  amigos,  vecinos 
«y  conquistadores  de  la  Alpujarra  y  de  sus  anejos,  sa- 
«luden  Dios,  y  gracia  y  bendición  sea  con  todos  nos- 
wotros,  y  nos  esfuerce  con  su  favor  y  ayuda.  Esto  es  lo 
»que  os  desea  un  especial  amigo  vuestro,  que  de  nues- 
wtro  general  bien  y  conservación  de  nuestras  vidas  y 
«honras  está  muy  solícito  y  congojoso ;  el  cual  ha  leni- 
»do  siempre  cuidado  de  considerar  los  sucesos  desta 
«nuestra  guerra,  y  lo  que  della  pretendemos  sacar,  an- 
«dando  siempre  entre  vosotros  tanteando  las  cosas  que 
«suceden  y  las  que  podrán  suceder  adelante,  para  am- 
»paro  de  nuestras  vidas  y  honras.  Y  habiéndome  des- 
«vclado  para  hallar  manera  como  se  pueda  sustentar  y 
«continuar  lo  comenzado ,  es  verdad  que  me  obliga 
«vuestro  grande  amor,  y  lo  que  debo  al  servicio  de 
«Dios  altísimo ,  á  que  os  declare  lo  que  en  realidad  de 
«verdad  siento  dello,  mediante  lo  cual  pienso  alcanzar 
«gracia  ante  el  acatamiento  divino,  en  el  dia  que  á  nin- 
«guno  aprovechará  la  hacienda  ni  las  familias ,  sino 
«limpieza  de  corazón  de  toda  mácula  y  culpa.  Y  lo 
«que  con  mis  fuerzas  he  alcanzado  á  saber  es ,  que  an- 
«damos  muy  errados  y  fuera  del  camino  de  la  verdad 
«en  esta  conquista  que  pretendemos  todos,  confiados, 
«miserables  y  desventurados  de  nosotros,  en  razones 
«flacas ,  y  fuerzas  inválidas  y  vanas  promesas ,  que  no 
«pueden  guiarnos  al  fin  que  pretendemos.  Ysinosaten- 
«demos  á  ellas,  sed  ciertos  que  nos  perderémosconfian- 
«doenel  socorro  de  los  turcos,  y  asegurándonos de- 
«Ilos  ;  los  cuales  vemos  claramente  que  nos  burlan  y 
«engañan  y  desean  nuestra  perdición ;  porque  ellos  no 
«pretenden  mas  que  aprovecharse  de  nuestras  rique- 
«zas  y  de  nuestras  mujeres  y  hijas,  como  lo  hemos  vis- 
«to ;  y  cuando  se  hallaren  ricos,  se  irán  á  sus  tierras,  y 
«nos  dejarán  cargados  de  molestias  y  vejaciones,  usan- 
»do  de  su  acostumbrada  tiranía  y  maldad ,  que  lleva  su 
«natural  condición;  y  después  se  reirán  de  nosotros, 
«como  lo  han  hecho  y  hacen  muy  de  ordinario  donde 
«llegan.  Y  ciertamente  os  digo  que  ha  pasado  así  en 
«efeto ,  y  que  muchos  dcllos  me  han  dicho ,  que  si  no 
«ven  en  nosotros  mas  provecho  del  que  han  visto  hasta 
«agora,  nos  han  de  saquear  y  tomar  cuanto  tenemos,  y 
«se  han  de  ir,  y  que  mas  vale  que  lo  lleven  ellos  que 
»no  que  quede  ú  los  cristianos.  Y  no  dudéis  eJi  ello, 


LLIS  DEL  MARMOL  CARVAJAL. 

«que  ya  lo  han  comenzado  á  hacer,  por  ser,  como  son. 


«estas  gentes  extranjeras ,  bárbaras ,  y  que  carecen  de 
«toda  lealtad  y  misericordia,  y  de  condición  tiranos  y 
«muy  avarientos;  lo  cual  es  muy  ordinario  en  los  le- 
«vantiscos  y  en  la  gente  de  Berbería;  y  asi  dice  nues- 
«tro  antiguo  proverbio,  que  tenemos  acerca  desto, 
«que  todo  lo  que  viene  de  levante  es  bueno,  salvo  el 
«hombre  y  el  aire.  Esto  es  ansí ,  y  se  comprueba  por 
«lo  que  vemos  que  hacen  cada  dia  y  por  lo  que  han 
«hecho  en  otras  partes,  como  fué  en  Argel,  que,  so  co- 
«lor  de  socorrer  el  Rey  de  aquella  ciudad ,  vimos  todos 
«que  se  le  alzaron  con  el  reino,  y  sujetaron  toda  la  gente 
«del ,  y  hasta  hoy  está  debajo  de  su  dominio ,  tiranía  y 
«tributo ;  y  es  cierto  que  los  naturales  querrían  mas 
«ser  tributarios  de  otro  cualquier  rey  cristiano  que  de- 
«llos.  Lo  mesmo  hicieron  en  Túnez  en  tiempo  de  Hay- 
«redinBarbarroja ;  el  cual,  fingiendo  querer  socorrer  á 
«un rey  de  aquella  ciudad,  se  alzó  con  el  reino,  y  fué 
«causa  de  la  destruicion  de  los  moros,  como  todos  sa- 
«bemos.  Estas  y  otras  cosas  semejantes  se  han  hecho 
«en  nuestros  días.  Y  pues  lo  sabemos ,  y  entendemos  lo 
«que  se  puede  fiar  de  los  turcos,  miremos  bien  lo  que 
«hacemos  y  loque  nos  cumple;  no  se  venga  á  cum- 
«plir  en  nosotros  lo  que  nuestra  profecía  dice,  que 
«nuestra  generación  ha  de  perecer  beyn  barbar  y 
nagem,  que  quiere  decir  entre  bárbaros  y  advenedi- 
«zos  (i).  Asimesmo  me  parece  que  las  causas  que  nos 
«movieron  á  seguir  esta  conquista,  como  son  lospro- 
«nósticos  que  nos  prometen  los  juicios  que  tenemos 
«della,  no  son  ciertas  ni  bastantes;  porque  en  estos 
«pronósticos  mas  se  promete  nuestra  perdición  que 
«otra  cosa.  Y  los  socorros  que  dicen  que  tememos  no 
«consta  cómo  ni  cuándo ,  ni  hay  en  ellos  tiempo  limi- 
«tado;  y  lo  que  dicen  unos,  deshacen  y  contradicen 
«otros.  Y  en  cuanto  al  año  que  ha  de  entrar  en  sábado, 
«también  hubo  yerro  y  falta  por  nuestro  poco  saber ; 
«porque  el  año  que  dice  el  pronóstico  es  conforme 
«á  nuestra  computación  lunar,  y  no  á  la  computación 
«del  año  solar,  como  lo  fué  el  año  que  comenzamos  esta 
«guerra,  que  es  año  de  los  cristianos,  del  cual  nohabla 
«nuestro  pronóstico.  Y  dado  caso  que  entrase  el  año 
«en  sábado ,  no  hay  razón  que  satisfaga  á  que  fuese 
«aquel  dia  mas  que  otros  muchos  sábados,  en  que  ha 
«comenzado  muchas  veces  el  año,  y  comenzará  de  aquí 
«adelante  ;  en  los  cuales  no  nos  movimos  á  comenzar 
«esta  guerra.  Demás  desto ,  vemos  claramente  la  con- 
«tradicion  que  hay  en  los  pronósticos,  y  no  se  hade 
«dar  crédito  á  cosas  semejantes,  contrarias  y  diferen- 
«tes  en  todo  género  de  contradicion  ;  porque  en  uno 
«de  los  juicios  dice  que  en  esta  nuestra  conquista  no 
«perecerá  mas  de  un  solo  hombre  de  nosotros,  de  ofi- 
«cio  bajo,  y  que  será  molinero;  y  el  otro,  que  es  el  jui- 
«cio  de  Zaid  el  Guergali,  que  es  el  mas  cierto  de  los 
«juicios  que  tenemos ,  dice  que  serán  muy  pocos  en 
«número  los  que  de  nosotros  quedarán  en  esta  con- 

(1)  Asi  la  edición  de  Sancha;  la  primitiva,  Beyn  Barbar  y  Agem. 
En  el  citado  Cartulario  de  Alonso  del  Castillo  se  halla  también  la 
presente  carta ,  aunque  bastante  diferente  de  como  aquí  la  leemos, 
pues  sin  duda  la  alteró  Mármol  al  transcribirla,  con  el  objeto  de 
hacerla  mas  inteligible.  La  frase  arábiga  es  beyn  barbar  gua  ajem, 
que  no  quiere  decir  entre  bárbaros  y  advenedizos,  sino  entre  ber- 
beriscos y  cristianos  {séase  el  Cartulario,  pag.  17) ;  y  la  idea  de  la 
palabra  ajem  corresponde  á  la  significación  que  en  otra  parte  atii- 
buimos  á  la  voz  ágeme,  castellanizada  así  por  MÁimot. 


REBELIÓN  Y  CASTIGO  DE  LOS  MORISCOS  DE  GRANADA. 


»21 


«quista.  Otras  contradiciones  y  repugnancias  hay,  y 
Mcosas  imposibles,  que  parecen  fabulosas  ficciones  para 
«engañar  á  los  que  saben  poco ,  como  es  lo  de  las  nu- 
»bes  y  de  las  aves ,  y  del  arcángel  Gabriel  y  de  Miguel, 
»y  de  la  mano  de  Josef ,  y  de  la  espada  de  Idris,  rey  de 
«Fez ,  y  otras  fábulas  que  se  refieren  en  ellos ;  y  no  es 
»de  creer  que  sean  profecías  ni  dichos  de  nuestro  Pro- 
wfeta  ni  de  olro  ninguno  que  tuviese  espíritu  de  profe- 
Mcía;  antes  deben  ser  consuelo  y  entretenimiento  que 
«algunos  alffiquís  modernos  compusieron  para  entre- 
«tener  con  esperanza  á  nuestros  antepasados  y  á  nos- 
«otros  en  estos  reinos  de  la  Andalucía.  Y  por  Dios  todo 
«poderoso  os  juro  que  esto  me  certificaron  personas 
«de  grande  erudición  y  saber ,  diciendo  que  esta  fué  la 
«intención  y  la  razón  destos  pronósticos.  Y  si  otra  cosa 
«fuera,  no  hubiéramos  dejado  de  hallar  alguna  mincion 
«dellos  en  el  Alcorán  ó  en  alguna  otra  dotrina  de  la 
«Zuna  y  ley  que  tenemos  aprobada  por  los  halifasy  su- 
«cesores  denuestro  Profeta  ;  la  cual  no  se  halla,  yes  lo 
«que  totalmente  quita  la  devoción  de  darles  crédito  en 
«poco  ni  en  mucho ;  antes  es  en  contrario  dellos  lo  que 
«se  halla  en  la  Zuna  acerca  desto ,  porque  es  nuestra 
«total  destruicion,  y  triunfo  perpetuo  que  los  cristianos 
«teman  de  las  tierras  de  Europa,  como  se  refiere  por 
«estas  palabras  que  nuestro  Profeta  dice : — Sacaros  han 
«los  rumís  (1)  della  en  diversas  juntas  á  las  partes  mas 
«ásperas  de  sus  tierras. — Demás  desto,  no  sé  yo  quién  po- 
»ne  duda  en  el  poder  del  gran  rey  de  España,  y  en  que 
«nosotros  comparados  con  él  somos  como  la  mosca 
«con  el  elefante.  Y  por  el  descomedimiento  que  le  he- 
«mos  hecho  podría  decirnos ,  como  nos  lo  dice  la  len- 
«gua  de  la  representación  desta  guerra,  lo  que  el  gran- 
«dísimo  roble  dijo  al  mosquito,  que  habiendo  susurra- 
«do  dentro  del  un  buen  rato,  pidiéndole  perdón  por  el 
«ruido  que  le  parecía  que  halDÍa  hecho ,  le  respondió  el 
«roble : — Porcierto  no  tienesque  pedirme  perdón,  por- 
«que  ni  sentí  cuando  entraste  entre  mis  ramas  ni  cuan- 
«dosaUstedellas. — En  verdad  os  digo,  hermanos,  que  si 
«este  poderosísimo  rey  no  tuviera  en  mas  nuestra  lo- 
«cura  que  el  ruido  del  mosquito ,  y  pretendiera  de  no- 
«sotros  alguna  venganza ,  que  en  una  hora  diera  cabo 
«de  nuestras  vidas ,  aunque  no  enviara  de  sus  pueblos 
«mas  que  los  cojos.  Y  si  nos  confiamos  en  los  socorros 
«que  estos  mentirosos  burladores  nos  prometen,  tanto 
«mas  le  enojaremos,  y  daremos  causa  para  que  hágalo 
«que  hizo  Hércules  con  los  Pigmeos,  que  los  hizo  pe- 
«dazos  á  todos,  viendo  su  contumacia  de  querérsele 
«poner  encima  estando  durmiendo.  También  os  quiero 
«desengañar,  que  aunque  todos  los  socorros  de  turcos 
»y  árabes  y  reyes  de  África  vengan  ,  no  podrán  ganar 
«nada  con  el  rey  de  España ,  porque  es  invencible,  y  el 
«día  de  hoy  le  temen  todos  los  reyes  de  levante  y  de 
«poniente ,  y  ninguno  hemos  visto  que  le  haya  osado 
«acometer ;  antes  piensan  no  hacer  poco  en  guardarse 
«y  defenderse  del ,  y  les  ha  ganado  sus  fronteras ;  las 
«cuales  no  han  podido  recuperar  con  todo  el  poderío 
«que  tienen ,  estando  dentro  de  los  límites  de  sus  rei- 
«nos.  Pues  si  esto  es  así,  ¿qué  confianza  tenemos,  ó  en 
«qué podemos  fundarnos,  para  pensar  que  le  han  de 
«ganar  las  tierras  que  él  tiene  y  posee  dentro  de  sus  lí- 

(11  Ttum,  rumi,  rom,  subdito  del  imperio  romano;  cristiano. 
(£/  mismo  Cartulario ,  pág.  18.) 

H-i. 


«mites  en  España?  Considerando  pues  estas  tan  váli- 
«das  y  convencibles  razones ,  me  parece,  hermanos 
«mios,  que  miremos  muy  bien  lo  que  hacemos,  y  que 
«alcemos  la  mano  de  la  guerra,  procurando  algún  me- 
«dio  que  menos  dañoso  nos  sea ,  siguiendo  la  dotrina 
))de  los  cuerdos,  que  dicen  que  «de  dos  males  se  debe 
wescogerel  menor», que  «mas  vale  tuertos  que  ciegos.» 
«Yo  entiendo,  por  la  mucha  equidad  y  templanza  que 
))hemos  visto  en  este  rey,  que  se  nos  concederá ,  pro- 
Mcurándolo  con  tiempo  y  no  enojándole  mas;  porque  la 
i  »culpa  del  yerro  hecho  inconsideradamente ,  cuanto  al 
I  Mprincipio  tiene  la  puerta  del  remedio  abierta ,  la  tiene 
i  «después  cerrada  con  la  perseverancia  y  contumacia; 
I  )>y  como  dice  nuestro  refrán  antiguo,  «el  que  no  pudiere 
!  "ganar  el  juego,  bien  es  que  lo  haga  maña» .  Bien  sé  que 
I  »nos  concederá  esta  maña ,  por  lo  que  hemos  visto  que 
»nos  ha  esperado;  porque  si  otra  cosa  hubiera  preten- 
»dido ,  en  un  almuerzo  ó  cena  nos  despachara ;  y  á  mi 
;  »juicio  debe  de  haberlo  hecho  de  lástima  y  de  compa- 
«sion  que  de  nosotros  tiene ,  á  lo  menos  de  algunos 
«que  entiende  no  haber  sido  participantes  deste  mal 
»en  poco  ni  en  mucho ,  como  en  efeto  es  la  verdad. 
«Atengámonos  pues  á  la  buena  razón  y  al  buen  conse- 
»jo,  y  alcemos  este  juego  antes  que  nos  dé  mate ,  y  tal, 
«que  no  podrá  ser  mayor  ni  mas  malo  ni  de  tanta  per- 
«dicion, porque  será  pérdida  de  haciendas,  de  honra  y 
«de  cabezas ;  y  por  ventura  valdrá  mas  mi  consejo  que 
«las  vanas  promesas  de  los  turcos  y  moros  de  Berbería 
»y  que  los  pronósticos  en  que  tan  neciamente  hemos 
»puesto  nuestra  confianza.  Por  ventura  podrá  ser  que 
«este  rey,  á  cuyo  cargo  estábamos,  terna  compasión 
«de  nosotros ,  especialmente  de  los  que  entiende  y  es 
«informado  que  están  inocentes  desta  liviandad  que 
«hemos  intentado,  como  lo  ha  hecho  con  los  granadi- 
«nos ;  á  los  cuales  ha  mandado  amparar  y  recoger  en 
«sus  tierras,  no  permitiendo  que  se  les  haga  mal  ni  da- 
Ȗo  en  poco  ni  en  mucho ,  por  la  constancia  que  tu- 
»vieron  en  no  alzarse  ni  venir  á  estos  desesperaderos 
«de  sierras  á  padecer  tanta  malaventura  como  padece- 
«mos,  esperando  la  miel  del  vientre  de  las  hormigas. 
«Dios  sea  el  que  nos  guie  por  el  camino  que  mas  sea 
«servido ,  y  nos  esfuerce  para  ello ,  y  agradezca  la  vo- 
«luntad  con  que  os  significo  todas  estas  cosas ,  y  se 
«apiade  de  nosotros  y  de  nuestros  hijos.  Y  perdonadme 
»que  no  os  declaro  quién  soy,  declarándoos  mi  inlen- 
«cion,  porque  lo  hago  de  miedo  de  la  calumnia  de  los 
«que  quieren  seguir  esta  mala  ventura,  y  porque  la 
«verdad  fué  siempre  odiosa  á  los  que  no  se  precian 
«della.  Que  es  escrita  en  esta  Alpujarra  por  uno  de  vues- 
«tros  especiales  amigos,  que  el  bien  general  de  todos 
«desea,  á  20  días  de  la  luna  de  Ramadan  el  grande  M 
»año  de  977.  Dios  nos  haga  participantes  de  sus  bie- 
«nes  y  bendición  por  su  infinita  misericordia.»  Y  en  el 
sobrescrito  decía :  «A  los  señores  caudillos,  alguaciles, 
«regidores  de  la  Alpujarra',  que  Dios  altísimo  tenga 
«debajo  de  su  amparo.»  Esto  es  lo  que  decia  la  carta. 
Volvamos  al  campo  de  don  Juan  de  Austria. 

CAPITULO  XI. 

Cómo  don  Juan  de  Austria  fué  sobre  la  villa  de  Serón  y  la  ganó. 

Cuando  don  Juan  de  Austria  hubo  reforzado  su 

campo  en  Canilles  de  Baza ,  donde  estuvo  algunos  dias, 

y  proveídose  de  bastimentos ,  artillería  y  municione» 

2i 


3$S 


pnrn  ir  al  rio  de  Almanzora ,  sobiendo  que  ya  el  duque 
de  Sesa  liiibia  salido  de  Granada  con  el  otro  campo, 
partió  de  aquel  alojamiento  con  ocho  mil  infantes  y  qui- 
nientos caballos.  La  primera  jornada  que  hizo  fué  á  la 
Fuen  Caliente ,  y  á  la  iiora  que  llegó ,  que  seria  á  víspe- 
ras, mandó  á  Teilo  González  de  Aguilar  que  con  los 
caballos  de  su  cargo  diese  vista  á  Serón  desde  unos  cer- 
ros que  están  de  la  otra  parte  del  rio  por  frente  de  la 
villa ,  y  que  no  se  quitase  de  allí  hasta  que  el  campo  es- 
tuviese alojado.  Los  moros  pensaron  hacer  lo  que  la 
vez  primera,  y  en  descubriendo  la  caballería  salieron 
huyendo  la  vuelta  de  la  sierra  para  aguardar  el  socorro 
y  volver  á  dar  sobre  nuestra  gente;  mas  como  vieron 
que  no  iba  nadie  á  ocupar  la  villa,  volvieron  aquella 
noche  á  meterse  dentro.  Otro  dia  de  mañana  marchó 
nuestro  campo  en  su  ordenanza  por  el  rio  abajo ,  lle- 
vando la  vanguardia  de  la  infantería  el  capitán  Antonio 
Moreno  con  el  tercio  de  su  cargo ,  y  la  caballería  de- 
lante ;  y  como  los  enemigos  entendieron  que  se  les  iba 
á  poner  cerco  de  propósito ,  no  se  asegurando  en  la  vi- 
lla ni  en  el  castillo ,  le  pusieron  fuego  de  parte  de  no- 
che ;  y  dejándole  ardiendo ,  tornaron  á  subirse  á  la  sier- 
ra, como  de  primero.  "Viendo  pues  don  Juan  de  Austria 
que  el  castillo  ardía ,  y  entendiendo  que  los  moros  le 
habían  desamparado,  mandó  á  Tello  González  de  Agui- 
lar que  fuese  á  ponerse  en  el  proprio  paso  donde  había 
estado  Francisco  de  Mendoza ,  y  á  don  García  Manrique 
que  con  mil  y  quinientos  arcabuceros  tomase  lo  alto 
de  la  sierra  sobre  la  villa  á  la  parte  de  Tíjola ,  que  eran 
los  pasos  por  donde  los  moros  habían  de  entrar  con  el 
socorro.  Habíanse  recogido  á  las  almenaras  que  toda 
la  noche  habían  hecho  los  de  Serón ,  mas  de  siete  mil 
moros  en  Purchena ,  donde  había  venido  Hernando  el 
Habaquí;  y  al  tiempo  que  nuestra  gente  caminaba  la 
vuelta  de  la  villa,  comenzaron  á  descubrirse  como  ve- 
nían el  rio  arriba  puestos  en  sus  escuadrones ,  con  sus 
banderas  tendidas,  tocando  sus  atabalejos  y  dulzainas» 
á  manera  de  representación  de  batalla.  Don  Juan  de 
Austria  envió  luego  á  don  Martin  de  Avila  que  fuese  á 
reconocerlos  con  las  cien  lanzas  que  servia  Jerez  de  la 
Frontera;  el  cual  los  reconoció,  y  reíirió  que  era  mucha 
gente ,  y  que  le  parecía  traer  determinación  de  pelear. 
Entonces  mandó  cesar  el  alojamiento ,  y  ordenó  sus  es- 
cuadrones y  exhortó  los  capitanes  y  soldados ;  y  apeán- 
dose del  caballo ,  se  puso  en  la  vanguardia  delante  del 
escuadrón  de  la  infantería.  El  Habaquí  traía  la  vanguar- 
dia de  su  campo  con  ochenta  caballos,  y  luego  seguía 
un  escuadrón  de  infantería  ú  veinte  y  cinco  por  hilera, 
puestos  en  tan  buena  orden  como  si  fueran  soldados 
muy  prátícos ,  y  dos  mangas  de  escopeteros  sueltas, 
que  fueron  acercándose  hacía  nuestra  caballería,  tiran- 
do con  las  escopetas  para  provocar  á  que  los  nuestros 
liiciesen  algún  acometimiento  desordenadamente.  Y  hi- 
ciérale  Tello  González  de  Aguilar  si  don  Juan  de  Aus- 
tria quisiera  darle  licencia  para  ello;  el  cual  le  mandó 
que  se  estuviese  quedo ;  y  haciendo  apartar  el  escua- 
drón de  la  vanguardia  sobre  mano  izquierda  para  que 
pudiese  tirar  la  artillería  contra  los  enemigos,  bastó 
aquello  para  que  dejasen  el  camino  que  llevaban  y  to- 
masen la  vuelta  de  la  sierra  hacia  donde  don  García 
Manrique  estaba ;  y  cargándole  con  grandísima  furia, 
comenzaban  ya  nuestros  soldados  á  aflojar  y  muchos 
dellos  á  huir;  y  perdiéranse  todos  si  don  Juan  de  Aus- 


LUfS  DEL  MARMOL  CARVAJAL. 

tria ,  viendo  ir  al  enemigo  la  vuelta  dellos,  no  enviara 


dos  mil  arcabuceros  en  su  socorro,  los  cuales  reforza- 
ron la  pelea  por  nuestra  parte  cargando  animosamente 
á  los  enemigos,  que  firmes  se  sustentaron  mas  de  una 
hora.  En  este  tiempo  mandó  don  Juan  de  Austria  á  Te- 
llo González  de  Aguilar  que  con  sus  cien  lanzas  subiese 
la  sierra  arriba ,  y  con  él  dos  adalides  que  guiasi^  n,  por- 
que era  tan  fragosa ,  que  apenas  parecía  poderia  hollar 
caballos :  tardó  en  subir  mas  de  media  hora  por  la  parte 
hacia  donde  nuestra  gente  peleaiía ;  y  cuando  llegó  ar- 
riba no  llevaba  mas  de  cuarenta  caballos  con  su  estan- 
darte, porque  no  le  habían  podido  seguir  los  otros.  Y 
siendo  á  tiempo  que  don  García  Manrique  tenia  frente 
á  los  enemigos  y  los  comenzaba  á  arrancar  con  la  gente 
del  socorro,  hizo  tocar  las  trompetas  y  los  acometió. 
Fué  tanta  la  turbación  de  los  moros  en  ver  caballería 
donde  entendían  que  no  podía  subir,  que  perdiendo  la 
furia  y  el  ánimo  juntamente ,  dieron  á  huir.  Siguióse  el 
alcance  por  nuestra  parte,  matando  y  hiriendo  muchos 
dellos,  y  prendiendo  algunos,  les  tomaron  siete  bande- 
ras, y  el  Habaquí,  dejando  muerto  el  caballo,  se  esca- 
pó huyendo  á  pié.  Habida  esta  Vitoria ,  la  villa  y  el  cas- 
tillo quedó  por  nosotros  :  alojóse  nuestro  campo  en 
unas  viñas  junto  al  rio,  y  mandóse  á  los  gastadores  que 
enterrasen  los  cuerpos  de  los  cristianos  muertos,  que 
aun  estaban  tendidos  por  aquellos  campos  desde  la  rota 
pasada.  Detúvose  don  Juan  de  Austria  allí  algunos 
días,  porque  comenzaban  á  faltar  los  bastimentos  para 
ir  adelante ,  mandándome  á  mí  que  fuese  á  las  ciuda- 
des de  übeda  y  Baeza  y  al  adelantamiento  de  Cazorla  á 
proveer  el  campo ,  como  lo  hice.  Y  cuando  fué  tiempo, 
partió  sobre  Tíjola ,  dejando  de  presidio  en  Serón  al  ca- 
pitán Antonio  Sedeño  con  cuatro  compañías  de  infan- 
tería y  una  de  caballos  para  asegurar  las  escoltas,  y  en 
el  castillo  á  Cristóbal  Carrillo ,  criado  del  marqués  de 
Villena ,  con  docientos  soldados  que  habia  enviado  á 
su  costa  para  aquel  efeto.  Vamos  á  lo  que  en  este  tiem- 
po hacia  el  duque  de  Sesa. 

CAPITULO  xn. 

Cómo  el  duque  de  Sesa  fué  con  su  campo  á  Órgiba ,  y  de  algunas 
escaramuzas  que  tuvo  con  Aben  Aboo  estando  en  aquel  aloja- 
miento. 

Treinta  días  estuvo  el  duque  de  Sesa  en  el  primer 
alojamiento  aguardando  la  gente,  armas  y  bastimen- 
tos, que  con  harta  importunidad  se  le  enviaba  desde 
Granada ;  tanto,  que  fué  necesario  dar  por  coadjutores 
al  Proveedor  general,  al  licenciado  Pedro  López  de  Me- 
sa y  al  Corregidor  Juan  Rodriguez  de  Villafuerte.  Y  co- 
mo todo  estuviese  ya  aprestado ,  y  su  majestad  diese 
prisa  por  razón  de  que  don  Juan  de  Austria  estaba  ya 
en  el  rio  de  Almanzora ,  y  cualquiera  dilación  era  muy 
dañosa,  especialmente  que  enfermaba  la  gente  y  se 
consumían  los  bastimentos,  don  Pedro  de  Deza  fué  á 
visítarie  y  á  solicitar  su  partida ;  y  á  9  días  del  mes  de 
marzo ,  yendo  con  él  el  contador  Francisco  Gutiérrez 
de  Cuéllar,  marchó  con  todo  el  campo,  en  que  iban 
diez  mil  infantes  y  quinientos  caballos  y  doce  piezas  de 
artilleria  de  campaña  y  muchos  caballeros  del  de  Anda- 
lucía y  de  Granada ,  parte  con  cargos,  y  otros  que  de  su 
voluntad  le  acompañaban.  Aquella  noche  se  alojó  en 
Béznar,  donde  llegó  la  retaguardia  muy  tarde,  por  ser 
piuciio  el  bagaje  y  el  camino  malo.  Estuvo  en  a^iuel  alo- 


REBEIION  Y  CASTIGO  DE  LOS  MORISCOS  DE  GRANADA. 


323 


jumiento  dos  dias,  y  en  este  tiempo  se  descubrieron  al- 
gunas banderas  de  moros,  con  mas  ánimo  de  espantar 
y  entretener  que  de  pelear,  porque  en  cargándoles 
nuestra  gente,  se  retiraron  y  fueron  á  meterse  en  el  cas- 
tillo de  Lanjaron,  flaco  de  muros,  aunque  de  sitio  fuer- 
te para  batalla  de  manos.  Y  como  fuesen  algunos  de  pa- 
recer que  lo  combatiesen ,  el  duque  de  Sesa  no  lo  con- 
sintió ,  diciendo  que  los  moros  no  tenian  agua  ni  basti- 
mento dentro,  y  que  de  necesidad  se  hablan  de  ir  de 
allí  aquella  noche,  y  le  dejarían  el  paso  libre  y  desem- 
barazado, que  era  lo  que  se  pretendía ,  como  en  efoto 
lo  hicieron.  Pasó  otro  día,  12  de  marzo,  nuestro  campo 
á  Lanjaron ,  y  los  moros  mostraron  querer  hacer  algún 
acometimiento;  mas  don  Martín  de  Padilla  con]a  ca- 
ballería de  la  vanguardia  les  dio  la  carga  hasta  el  lugar 
de  Cánar ,  y  los  escarmentó  de  manera ,  que  no  pare- 
cieron mas.  Y  de  un  moro  que  se  prendió  se  supo  como 
Aben  Aboo  había  encomendado  el  castillo  de  Lanjaron 
al  Rendedí  con  cuatrocientos  moros ,  con  orden  que  lo 
sustentase ,  mas  no  se  atrevió  á  parar  en  él ;  antes  en 
viendo  llegar  nuestra  vanguardia ,  salieron  huyendo  los 
que  estaban  dentro,  y  se  pusieron  á  dar  grita  á  los  cris- 
tianos desde  la  otra  parte  del  río.  No  pudo  llegar  la  re- 
taguardia aquella  noche  á  Lanjaron ,  y  para  esperar  la 
escolta  que  iba  de  Acequia  se  detuvo  un  día  en  este 
alojamiento ,  y  á  14  de  marzo  caminó  la  vuelta  de  Ór- 
giba.  Desde  este  alojamiento  fué  Francisco  Gutiérrez 
de  Cuéllar  á  informar  á  su  majestad  del  estado  de  las 
cosas  de  la  guerra ,  y  volvió  luego  á  Granada  con  la  or- 
den de  lo  que  se  había  de  hacer,  y  asistió  en  el  Consejo 
con  el  Presidente  hasta  que  se  acabó  de  allanar  la  tier- 
ra. Llevaba  el  Duque  su  campo  bien  ordenado  confor- 
me á  la  disposición  de  la  tierra  por  donde  iba,  que  era 
difícil  de  hollar  por  su  aspereza.  Iban  los  escuadrones 
de  la  infantería  prolongados  de  á  once  soldados  por  hi- 
lera para  formarlos  con  brevedad  cuando  fuese  menes- 
ter, y  las  mangas  de  arcabucería  ocupando  de  un  cabo 
y  de  otro  las  cumbres  y  los  pasos  peligrosos ;  el  bagaje 
muy  recogido,  y  guarnecidos  los  lados  de  arcabucería, 
y  la  caballería  puesta  siempre  en  parte  que  pudiese  sa- 
lir á  hacer  sus  acometimientos  sin  turbar  las  ordenan- 
zas, y  las  cuadrillas  de  la  gente  del  campo  sueltas  de- 
lante descubriendo  la  tierra,  y  algunos  caballos  con 
ellas.  Y  llegando  al  paso  donde  se  entendía  que  habría 
alguna  resistencia,  el  Rendedí  y  otros  capitanes  con  él, 
que  tenian  tomadas  las  cumbres  de  las  sierras,  se  des- 
cubrieron con  mas  de  tres  mil  moros;  y  dando  mues- 
tra de  querer  defender  el  paso ,  comenzaron  á  desver- 
gonzarse y  á  hacer  algunos  acometimientos  animosos, 
aunque  de  poco  efeto ,  porque  el  Duque  les  mandó  dar 
una  fuerte  carga ;  y  se  les  dio  tal ,  que  no  pararon  hasta 
meterse  en  las  sierras,  recibiendo  daño  y  haciendo  po- 
co ,  y  dejando  algunas  armas ,  y  entre  ellas  la  mas  her- 
.  mosa  escopeta  turquesca  que  se  había  visto  en  estas 
partes ,  porque  tiraba  onza  y  cuarta  de  pelota,  y  tenia 
diez  palmos  de  cañón.  Desocupado  el  paso ,  nuestro 
campo  fué  á  alojarse  á  Albacete  de  Órgíba ,  donde  es- 
tuvo mas  de  veinte  días  haciendo  un  fuerte  en  que  po- 
der dejar  mil  hombres  de  presidio,  por  causa  de  las  es- 
coltas. En  este  tiempo  Aben  Aboo  llegó  algunas  veces 
á  desasosegar  nuestro  campo  :  envió  cuatrocientos  es- 
copeteros, á  19  dias  del  mes  de  marzo ,  á  que  procura- 
sen prender  algua  cristiano  para  tomar  lengua ;  los  cua- 


les llegaron  á  tiempo  que  pudieran  hacer  algún  efeto  si 
el  duque  de  Sesa  no  previniera,  enviando  luego  cien 
caballos  y  docíentos  arcabuceros ,  que  pelearon  con 
ellos  un  buen  rato  y  los  desbarataron;  y  matando  diez 
y  siete  moros,  les  ganaron  una  bandera  y  captivaron 
dosalpujarreños,  de  quien  se  supo  la  cantidad  de  gente 
que  Aben  Aboo  tenia  en  Poqueíra,  y  como  pensaba  pe- 
lear en  aquel  paso  y  le  tenía  reparado.  Dos  dias  después 
desto  envió  dos  mil  hombres ;  y  estando  el  duque  de 
Sesa  en  misa ,  que  quería  recibir  el  Santísimo  Sacra- 
mento, hincado  de  rodillas  delante  el  preste,  se  des- 
cubrieron de  la  otra  parte  del  río  como  trecientos  mo- 
ros escopeteros  con  una  bandera  blanca,  puestos  en 
tan  buena  orden  como  si  fueran  soldados  práticos.  Y 
como  los  alambores  tocasen  arma  y  los  soldados  se  re- 
cogiesen alborotadamente  á  las  banderas  viendo  que 
llegaban  los  enemigos  cerca  de  los  alojamientos,  el  Du- 
que, conociendo  del  sacerdote  que  se  habia  alterado,  le 
dijo  mansamente  que  se  reportase  y  que  prosiguiese  en 
el  oficio  sin  alteración ;  y  cuando  hubo  comulgado  con 
mucha  devoción,  salió  luego  á  poner  su  gente  en  or- 
denanza. Mandó  á  don  Jorge  Morejon ,  vecino  de  Ante- 
quera ,  que  con  la  caballería  de  su  cargo  y  algunos  ar- 
cabuceros á  las  ancas  fuese  la  vuelta  de  los  moros  ,  los 
cuales  les  hicieron  rostro,  y  hechos  una  muela  sobre 
un  cerrillo,  comenzaron  á  escaramuzar  con  ellos,  sa- 
liendo de  diez  en  diez  con  tan  buena  orden ,  como  si 
fuera  gente  disciplinada  en  la  milicia.  Desta  manera 
tuvieron  suspenso  y  puesto  en  arma  nuestro  campo 
hasta  las  cuatro  de  la  tarde,  y  áesta  hora,  dando  mues- 
tra que  se  retiraban  á  la  sierra  que  cae  á  la  parte  de 
mediodía,  asomaron  las  banderas  con  el  golpe  de  la 
gente  húcia  Poqueíra.  Mas  ya  á  este  tiempo  el  duque 
de  Sesa,  sospechando  el  ardid  del  enemigo,  y  que  lla- 
maba por  una  parte  para  acometer  por  otra ,  se  había 
puesto  á  su  frente ;  y  mandando  á  don  Jorge  Morejon 
que  se  retirase,  estaba  con  sus  ordenanzas  aguardando 
á  que  los  enemigos  bajasen.  Luego  se  entendió  que  no 
venían  á  pelear  y  que  aquella  representación  que  hacían, 
solamente  era  para  desasosegar  nuestro  campo  y  para 
que  no  se  entendiese  la  flaqueza  que  de  su  parte  habia. 
Desta  manera  estuvieron  los  unos  y  los  otros  puestos 
en  arma.  Los  moros  hicieron  gran  cantidad  de  fuegos 
por  todos  aquellos  cerros  al  derredor,  y  estuvieron  ha- 
ciendo algazaras  hasta  medía  noche  y  tocando  los  ata- 
balejos  y  dulzainas ,  y  al  cuarto  del  alba  se  retiraron  á 
Poqueíra.  El  duque  de  Sesa  estuvo  siempre  puesto  en 
arma  hasta  que  supo  que  el  enemigo  estaba  retirado, 
y  entonces  mandó  que  se  fuesen  las  banderas  á  sus 
cuarteles.  Dejemos  agora  al  duque  de  Sesa ;  que  ade- 
lante diremos  otras  cosas  que  sucedieron  en  este  aloja- 
miento ,  y  digamos  la  orden  que  se  tuvo  en  este  tiempo 
en  sacar  los  moriscos  de  paces  de  la  vega  de  Granada. 

CAPITULO  XIII. 

Cómo  se  sacaron  los  moriscos  de  paces  de  los  lagares  de  la  veg> 
de  Granada ,  y  los  llevaron  la  tierra  adeairo ,  y  la  orden  que  e» 
ello  se  tuvo. 

Para  necesitar  á  los  rebeldes  y  reducirlos  á  extrema 
miseria ,  ninguna  cosa  convenia  mas  que  quitarles  los 
moriscos  de  paces  que  quedaban  en  el  reino  de  Grana- 
da ;  porque  metiéndolos  la  tierra  adentro ,  se  les  quita- 
ba de  todo  punto  la  comodidad  de  poderse  rehacer  de 


32* 


LUIS  DEL  MARMOL  CARVAJAL. 


gente ,  y  especialmente  de  avisos ,  armas  y  bastimentos, 
que  les  daban  secretamente.  Deste  parecer  habla  sido 
siempre  el  licenciado  Alonso  NuFiez  de  Boliorques ,  y 
lo  estaban  ya  los  del  Consejo,  y  especialmente  el  duque 
de  Scsa  y  don  Pedro  de  Deza ;  y  habiéndose  dado  y  to- 
mado sobre  el  negocio,  y  consultádolo  á  su  majestad,  se 
resolvió  en  que  se  hiciese  ansí.  Quisiera  mucho  su  ma- 
jestad que  don  Juan  de  Austria  sacara  los  de  Guadix  y 
Baza  y  de  los  lugares  de  su  jurisdicion  antes  de  en- 
trar en  el  rio  de  Almanzora  ;  y  asi  lo  habia  escrito  por 
carta  de  24  de  febrero ,  que  los  recogiese  con  el  menor 
escándalo  que  ser  pudiese ,  dándoles  á  entender  que  se 
hacia  por  su  bien,  y  dejándoles  llevar  sus  mujeres  y  hi- 
jos y  bienes  muebles ;  el  cual  habia  dejado  de  hacerlo 
por  liallarse  ya  en  el  alojamiento  de  Serón  cuando  reci- 
bió la  carta ,  y  parecerle  que  no  convenia  volver  atrás 
ni  dividir  el  campo,  y  que  se  podría  hacer  con  mejor 
comodidad  cuando  llegasen  las  banderas  de  los  dos  mil 
infantes  que  venían  de  Castilla  y  del  reino  de  Toledo  á 
cargo  de  don  Juan  Niño  de  Guevara ,  deteniéndolos  al- 
gún dia  en  aquellas  ciudades  con  achaque  de  tomarles 
muestra ,  porque  de  necesidad  los  hablan  de  encerrar 
en  las  iglesias  en  un  mesmo  dia ,  como  se  habia  hecho 
con  los  del  Albaicin  de  Granada ,  para  quitaríes  la  co- 
modidad de  poderse  ir  á  las  sierras ;  cosa  que  ninguno 
dejara  de  hacer  pudiendo ,  según  lo  mucho  que  sentían 
haber  de  dejar  sus  casas ;  y  ansí  lo  escribió  á  su  majes- 
tad. Después  de  esto ,  por  carta  de  5  de  marzo  su  ma- 
jestad replicó  que  le  habia  parecido  bien  lo  que  decia ; 
y  que  después  de  haberle  enviado  la  primera  orden ,  se 
habia  acordado  en  el  Consejo  que  en  todo  el  reino  de 
Granada  no  quedase  morisco  de  paces ;  y  que  parecién- 
dole,  lo  remitiese  al  presidente  don  Pedro  de  Deza,  dán- 
dole calor  y  gente  para  que  lo  ejecutase,  por  estar  menos 
ocupado  que  él  ni  el  duque  de  Sesa.  Y  aunque  todavía 
donjuán  de  Austria  dificultaba  el  negocio  por  el  poco 
número  de  gente  que  habia  fuera  de  los  dos  campos,  y 
decia  que  en  la  forma  de  ponerlo  el  Presidente  en  eje- 
cución se  le  representaban  las  mesmas  dificultades  que 
á  él ,  y  que  en  ninguna  manera  se  podia  desmembrar 
parte  de  la  gente  que  llevaba,  sin  la  fuerza  de  la  cual 
no  se  debía  intentar  negocio  tan  arduo  como  era  sacar 
los  moriscos  de  sus  casas;  y  que  todavía  seria  bien 
aguardar  á  que  llegase  la  gente  de  Castilla ,  como  habia 
dicho,  y  á  que  se  hiciese  algún  buen  efeto  en  lo  que 
traia  entre  manos ,  como  hombre  que  deseaba  hacerlos 
todos  por  su  persona ,  todavía  su  majestad ,  resuelto  en 
que  no  convenía  dilación ,  por  otra  carta  de  21  de  mar- 
zo le  avisó  como ,  por  excusar  que  no  se  dividiese  el 
campo ,  se  habia  cometido  al  Presidente  que  lo  hiciese 
él  con  la  gente  de  las  ciudades  y  de  los  señores  que  es- 
taban cerca  de  Granada ;  y  que  por  no  perder  ocasión 
habia  parecido  no  aguardar  á  la  que  venia  de  Castilla. 
Con  esta  carta  se  le  envió  la  orden  para  que  la  enviase 
al  Presidente  y  le  advirtiese  de  lo  que  le  ocurría  sobre 
ello.  Hubo  duda  si  quedarían  algunos  moriscos  princi- 
pales regidores,  y  que  tenían  privilegios  particulares 
para  traer  armas,  y  otros  que  no  las  traían  y  habían  ser- 
vido extraordinariamente  después  del  levantamiento ,  ó 
si  seria  el  llevarlos  cosa  general,  de  manera  que  no  que- 
dase ninguno;  y  su  majestad,  como  príncipe  justo, 
quiso  guardar  las  preeminencias  á  los  que  lo  merecían, 
y  ansí  mandó  que  se  hiciese.  Llegada  esta  orden  á  don 


Pedro  de  Deza ,  luego  puso  eji  ejecución  lo  que  tocaba 
á  despoblar  las  alearías  de  la  vega  de  Granada.  Nombró 
por  comisarios ,  regidores  y  personas  principales  de  la 
ciudad,  que  fuesen  á  encerrarlos  en  las  iglesias,  y  les 
dijesen  como  su  majestad ,  por  hacerles  bien ,  los  que- 
ría apartar  del  peligro  en  que  estaban ,  y  meterios  la 
tierra  adentro,  donde  viviesen  seguros  mientras  se  aca- 
baban aquellos  trabajos ;  y  mandó  que  les  dejasen  ven- 
der todos  sus  bienes  muebles,  y  que  no  les  consintie- 
sen hacer  molestia  ni  vejación  alguna.  Y  para  que  tu- 
viesen mejor  despacho  en  el  pan  y  ganados ,  que  no  po- 
dían llevar  consigo,  mandó  al  Proveedor  general  que  lo 
tomase  para  provisión  de  la  gente  de  guerra,  pagándo- 
les el  trígo  y  cebada  de  contado  á  la  tasa,  y  los  ganados 
á  precios  justos  y  moderados.  Con  estas  cosas  s^  ase- 
guraron, y  con  igual  quietud  y  desconsuelo  se  encerra- 
ron en  las  iglesias  domingo  de  Ramos,  19  días  del  mes 
de  marzo  deste  año  de  70 ,  y  los  llevaron  al  hospital 
real  de  Granada.  Juan  Sánchez  de  Obregon ,  veinte  y 
cuatro  de  aquella  ciudad,  sacó  los  de  Otura  con  la  gente 
que  allí  estaba  alojada.  Los  de  üjíjar,  la  alta  y  la  baja, 
retiró  don  Pedro  de  Vargas  con  la  gente  que  estaba  alo- 
jada en  las  proprias  alearías  y  otra  que  se  le  dio  de  la 
ciudad ;  y  don  Martín  de  ^.oaysa ,  con  una  compañía  de 
infantería  de  Yillanueva  de  la  Serena ,  recogió  los  de 
Churriana.  Este  fué  el  primer  tercio ,  y  en  el  segundo 
fueron  para  el  mesmo  efeto  Pedro  Ñuño,  con  infantería 
de  la  ciudad,  á  Albolote;  Alonso  López  de  Obregon, 
con  la  gente  de  la  hermandad  y  la  de  su  parroquia,  fué 
á  Armilla ;  Juan  Moreno  de  León ,  á  Belicena ,  y  don 
Diego  Zapata  al  Atarfe;  y  á  Pinos,  LuisdeBéjar,  al- 
guacil mayor  de  Granada ,  con  gente  que  á  todos  estos 
se  dio  de  la  que  habia  en  la  ciudad  y  la  que  don  Diego 
Zapata  traia  consigo.  En  el  otro  tercio  fueron  el  capiíaa 
don  Antonio  de  Tejeda,  vecino  de  Salamanca,  con  su 
compañía  de  infantería ,  á  Alhendín ,  y  don  Pedro  y  don 
Miguel  de  León,  con  la  gente  de  Medina  del  Campo,  á 
Gábia  la  Grande.  Hecho  esto  se  echó  un  bando  ge- 
neral ,  que  todos  los  moriscos  que  habían  quedado  en 
Granada  y  en  las  otras  alearías  y  cortijos  de  su  juris- 
dicion, saliesen  luego  del  reino,  so  pena  de  la  vida.  Los 
del  primer  tercio  se  juntaron  en  Churriana,  y  el  si- 
guiente dia  fueron  con  escolta  á  Santa  Fe,  y  de  allí  á 
íllora  y  á  Alcalá  la  Real  con  otra  escolta  de  gente  de  la 
tierra.  En  esta  ciudad  los  detuvieron  un  dia,  esperando 
que  llegasen  los  del  segundo  tercio,  que  se  habían  jun- 
tado en  el  Atarfe  y  salido  por  Pinos  á  Modín,  y  con  la 
gente  de  aquella  villa  y  de  sus  cortijos,  volviéndose  la 
escolta ,  los  llevaron  á  Alcalá  la  Real ,  donde  se  juntaron 
con  ellos,  y  juntos  fueron  á  Aleándote,  á  la  Torre  de  don 
Jimeno,  á  Mengíbar,  á  Linares,  á  las  ventas  de  Arqui- 
llos, á  Santistéban  del  Puerto,  al  Castellar,  áVíllaman- 
rique ,  á  Valdepeñas ,  á  Almagro  y  á  Ciudad  Real ,  don- 
de los  entregaron  á  las  justicias  para  que  tuviesen  cuenta 
con  ellos,  y  allí  quedaron  hechos  moradores.  El  pos- 
trer tercio  de  los  de  Alhendín  y  Gábia  fueron  el  siguiente 
dia  con  escolta  á  Colomera,  y  los  de  aquella  villa  los 
llevaron  al  Campillo  de  Arenas ,  y  de  mano  en  mano  á 
Jaén,  á  Baeza,  á  la  torre  Perogil ,  á  Villacarrillo,  y  á  la 
Torre  de  Juan  Abad,  donde  los  entregaron  al  goberna- 
dor del  partido  de  Montiel  para  que  los  repartiese  en 
aquellos  lugares.  Esta  nueva  llegó  á  su  majestad  estan- 
do en  Córdoba,  y  holgó  extraatunente  de  ver  la  facili- 


REBELIÓN  Y  CASTIGO  DE  LOS  MORISCOS  DE  GRANADA. 


325 


dad  con  queseliabia  heclio,  porque  le  ponian  mil  in- 
convenientes, y  loó  la  buena  diligencia  y  la  resolución 
que  se  liabia  tenido  en  la  ejecución  de  aquel  negocio. 
Dejemos  agora  la  saca  de  los  otros  moriscos  de  paces, 
que  á  tiempo  seremos,  y  vamos  á  don  Juan  de  Austria, 
que  ha  rato  que  nos  espera  en  el  rio  de  Almauzora. 

CAPITULO  XIV. 

Cómo  don  Juan  de  Austria  fué  sobre  la  villa  de  Tíjola  ,  y  cómo  el 
capitán  Francisco  de  Molina  y  don  Francisco  de  Córdoba  tuvie- 
ron pláticas  coo  el  Habaqui ,  persuadiéndole  á  que  se  redujese. 

Partió  don  Juan  de  Austria  del  alojamiento  de  Serón, 
donde  se  detuvo  algunos  dias  dando  orden  en  la  provi- 
sión de  los  baslimentos ,  á  H  dias  del  mes  de  marzo ,  y 
fué  el  mesmo  dia  á  poner  su  campo  sobre  Tíjola.  Esta 
villa  está  una  legua  de  Serón,  yendo  el  rio  abajo  en  la 
propria  acera.  Fug  antiguamente  edificada  por  los  mo- 
ros sobre  un  monte  áspero  y  fragoso,  cercado  todo  de 
peñas  muy  altas,  que  no  dan  mas  de  una  entrada  bien 
dificultosa  á  la  parte  de  la  sierra ;  y  los  moradores,  por 
caerles  tan  á  trasmano  la  morada  antigua  para  sus  labo- 
res, babian  bajádose  ú  vivir  al  pié  del  monte,  cerca  de 
las  huertas  y  del  rio.  Los  cuales  en  la  ocasión  de  este  le- 
vantamiento repararon  los  caidos  muros ,  y  se  recogie- 
ron á  lo  alto  con  sus  mujeres  y  hijos;  y  fortaleciéndose 
lo  mejor  que  pudieron ,  cuando  supieron  que  don  Juan 
de  Austria  iba  sobre  ellos,  metieron  dentro  á  Caracax 
con  cincuenta  turcos  de  guarnición  ;  y  estando  confia- 
dos en  la  fortaleza  del  sitio,  y  proveídos  de  bastimen- 
tos, pensaban  defenderse  dentro  de  cualquier  impe- 
tuoso acometimiento.  Alojóse  nuestro  campo  en  el  lu- 
gar bajo  y  las  huertas ;  y  para  tener  cercados  á  los  ene- 
migos y  quitarles  el  socorro ,  mandó  luego  don  Juan  de 
Austria  que  don  Pedro  de  Padilla  con  su  tercio  ocupase 
la  montaña  que  cae  á  la  parte  de  Purchena ,  por  donde 
les  podia  venir ;  y  que  mil  arcabuceros  del  tercio  de  don 
Lope  de  Figueroa  ocupasen  otra  montaña  que  cae  ha- 
cia Serón ,  donde  se  hablan  de  poner  las  balerías.  Ha- 
bía dentro  del  fuerte  mil  moros  de  pelea,  y  entre  ellos 
trecientos  escopeteros;  los  demás  todos  eran  de  ar- 
mas enhastadas  de  poca  importancia;  los  cuales  salie- 
ron algunas  veces  á  escaramuzar ,  queriendo  defender 
el  alojamiento,  y  siempre  se  retiraron  con  daño.  Aten- 
dió donjuán  de  Austria  á  plantarles  la  artillería  por  dos 
partes ,  y  no  se  pudo  comenzar  á  batir  hasta  2t  de  mar- 
zo, por  ser  muy  dificultoso  el  subirla  á  lo  alto;  tanto,  que 
fué  necesario  desencabalgar  cuatro  piezas  de  bronce,  de 
lasque  llamaban  de  la  nueva  invención,  de  peso  de  diez 
y  ocho  quintales  cada  una ,  para  subirlas  con  un  nuevo 
artificio  en  el  aire,  arrimando  dos  árboles  gruesos  y  muy 
largos  á  una  peña  tajada ,  y  por  cima  de  ellos  tiraban 
las  piezas  arriba  con  carruchas  y  maromas  :  tanto  pue- 
de el  ingenio  y  la  fuerza  de  los  hombres;  y  de  la  mcs- 
ma  manera  subieron  las  cureñas  y  las  ruedas ,  y  los  ta- 
blones y  maderos  para  hacer  la  plataforma.  Mientras 
esto  se  hacia,  el  capitán  Francisco  de  Molina  ,  que  te- 
nia conocimiento  con  Hernando  el  Habaqui,  general 
de  los  moros ,  y  había  posado  en  su  casa  en  el  lugar  de 
Alcudia  siendo  cabo  de  la  gente  de  guerra  de  Guadix, 
y  hedióle  algunas  buenas  obras  antes  que  se  fuese  á  la 
sierra,  pidió  licencia  á  don  Juan  de  Austria  para  escri- 
birle una  carta  aconsejándole  que  se  redujese,  porque 
nitendia  que  tomaría  su  consejo.  Estaba  el  Habaqui  en 


Tíjola  poco  antes  que  nuestro  campo  llegase ;  y  como 
hombre  poco  amigo  de  estar  cercado,  liabía  ídose  á 
meter  en  Purchena ,  y  allí  tenia  recogida  la  fuerza  de 
los  moros  del  rio  de  Almnnzora ;  y  como  Francisco  de 
Molina  sabia  los  tratos  que  había  entre  él  y  don  Her- 
nando de  Barradas,  quisiera  que  se  efectuara  el  nego- 
cio por  su  mano ,  confiado  en  la  amistad  que  con  él  te- 
nia. Y  siéndole  concedida  la  licencia  que  pedía,  le  es- 
cribió luego  que  holgaría  mucho  que  se  viesen ,  coa 
ocasión  de  tratar  algunas  cosas  convenientesy  muy  ne- 
cesarias al  bien  de  los  cristianos  y  de  los  moros,  y  de 
dar  orden  en  lo  de  los  prisioneros,  porque  los  turcos  se 
quejaban  que  en  prendiendo  alguno  dellos  le  ahorca- 
ban ,  y  que  se  les  hacia  mala  guerra ,  siendo  soldados 
aventureros,  y  no  vasallos  rebelados.  Esta  era  la  letra 
de  la  carta ;  mas  el  moro ,  qiie  tenía  buen  entendimien- 
to, coligió  el  fin  á  que  se  le  escribía,  y  respondió  que 
el  siguiente  dia  saldría  media  legua  de  Purchena  con 
cuarenta  de  á  caballo  y  cincuenta  escopeteros  de  á  pié, 
y  que  fuese  de  su  parte  con  otros  tantos,  porque  allí  tra- 
tarían de  lo  que  decía.  Salió  Francisco  de  Molina  al 
puesto  con  cuarenta  caballos ,  y  entre  ellos  algunos  ca- 
balleros y  capitanes,  que  holgaron  de  acompañarle  por 
ver  al  Habaqui  y  á  los  turcos  que  venían  con  él;  y  ha- 
llando al  moro  que  le  estaba  esperando  con  cuarenta  de 
á  caballo  y  quinientos  peones  escopeteros,  le  envió  á 
decir  que  no  era  razón  que  llegase  con  mas  gente  de  la 
que  él  llevaba ;  que  dejase  atrás  los  peones,  y  se  adelan- 
tase con  sola  la  caballería.  El  moro  holgó  dello,  y 
adelantándose  los  dos  capitanes,  el  nuestro  solo,  y  el 
Habaqui  con  dos  turcos  aljamiados  á  los  lados,  que  co- 
mo gente  sospechosa,  no  se  fiando  de  su  capitán,  qui- 
sieron hallarse  presentes  y  oír  lo  que  trataban ,  estu- 
vieron un  rato  hablando  en  conformidad  de  lo  que  Fran- 
cisco de  Molina  había  escrito ,  y  concluyeron  su  .plática 
con  que  era  cosa  razonable  hacer  buena  guerra  á  los 
prisioneros ,  y  lo  contrario  crueldad ;  y  que  se  hiciese 
ansí,  porque  ellos  holgarían  mucho  dello.  Queriendo 
pues  Francisco  de  Molina  apartar  al  Habaqui  de  los  tur- 
cos para  decirle  el  negocio  principal,  como  por  vía  de 
amistad  le  dijo  :  «  Estos  gentileshombres  turcos  ten- 
drán gana  de  beber;  á  mí  me  traen  ahí  unas  conservas: 
comámoslas  y  bebamos  en  buena  conversación;  que  no 
es  inconveniente  para  que  mañana  dejemos  de  darnos 
de  lanzadas.»  El  moro  entendió  el  fin  á  que  lo  decía ,  y 
dijo  que  le  placía ;  y  haciendo  traer  allí  Francisco  de 
Molina  una  acémila  en  qué  llevaba  cosas  de  comer  y 
unos  frascos  de  vino ,  llegaron  los  turcos  á  comer  y  be- 
ber de  lo  que  iba  en  los  cestones.  Y  mientras  comían  y 
bebían  tuvo  lugar  de  apartar  al  Habaqui ,  y  le  dijo  des- 
ta  manera  :  «Señor  Hernando  el  Habaqui,  sabed  que 
no  me  trae  aquí  otro  negocio  sino  el  amor  que  os  tengo 
por  el  regalo  que  recebí  en  vuestra  casa ;  y  como  amigo 
os  aconsejo  que  volváis  al  servicio  de  su  majestad,  te- 
niendo consideración  cuan  estrecha  cárcel  es  la  en  que 
están  los  que  sirven  á  tiranos  sí  se  quieren  conservar  en 
la  tiranía ,  y  á  que  los  que  sirvieron  á  los  Reyes  Cató- 
licos y  perseveraron  en  lealtad  se  les  hizo  mucha  mer- 
ced ,  y  los  que  dellos  descienden  están  hoy  en  dia  ri- 
cos y  muy  honrados.  Y  pues  tenéis  buena  ocasión  para 
entrar  en  este  número,  no  será  bien  que  la  dejéis  pa- 
sar.» A  esto  respondió  el  moro  que  le  agradecía  mucho 
el  buen  consejo  que  como  verdadero  amigo  le  daba ,  y 


32S 

que  holgaría  de  tomarle ;  mas  que  había  de  ser  de  ma- 
nera que  los  turcos  ni  los  moros  no  recibiesen  daño  por 
su  respeto.  «Muchos  medios  habrá,  dijo  Francisco  de 
Molina,  por  donde  eso  se  pueda  conservar,  y  el  servicio 
que  de  presente  podréis  hacer,  es  que  aconsejéis  á  los 
moros  que  dejen  las  fuerzas  del  rio  de  Almanzora  y  se 
recojan  todos  á  la  Alpujarra;  y  después  de  juntos  po- 
dréis persuadirlos  á  que  se  reduzgan ,  pues  ven  cuan 
mal  pueden  sustentarse  contra  el  poder  de  un  rey  tan 
poderoso,  que  tan  aparejado  está  para  usar  con  ellos 
de  clemencia  si  se  ponen  libremente  en  sus  manos, 
siendo,  como  son,  sus  vasallos  y  naturales  de  su  reino.» 
El  Habaquí  le  respondió  que  en  cuanto  á  las  fortalezas, 
él  baria  de  manera  que  su  majestad  entendiese  que  le 
deseaba  servir ,  y  en  cuanto  á  lo  demás  se  veria  con 
Aben  Aboo  y  con  sus  deudos  y  amigos ,  y  le  responde- 
rla dentro  de  diez  dias.  Y  con  esto  se  despidieron  el 
uno  del  otro  sin  que  los  turcos  entendiesen  la  materia 
de  que  hablan  tratado ,  según  nos  certificó  después  el 
Habaquí ;  el  cual  escribió  á  20  dias  de  marzo  otra  carta 
á  Francisco  de  Molina ,  diciéndole  que  se  tornasen  á 
ver;  y  por  estar  ocupado  en  plantar  la  artillería,  mandó 
don  Juan  de  Austria  á  don  Francisco  de  Córdoba ,  que 
por  mandado  de  su  majestad  habia  venido  aquellos  dias 
al  campo  para  asistir  en  el  Consejo  en  lugar  de  Luis 
Quijada ,  fuese  á  ver  lo  que  quería ;  el  cual  se  fué  á  ver 
con  él ,  y  confirmó  el  moro  lo  que  habia  prometido  á 
Francisco  de  Molina  ,  y  quedó  muy  contento  de  la  oferta 
que  don  Francisco  de  Córdoba  le  hizo  de  parte  de  don 
Juan  de  Austria. 


CAPITULO  XV. 

Cómo  don  Juan  de  Austria  combatió  y  ganó  la  villa  de  Tijola. 

Vuelto  el  Habaquí  á  Purchena  á  21  dias  del  mes  de 
marzo ,  hizo  pregonar  que  todos  los  moros  se  recogie- 
sen á  la  Alpujarra,  diciendo  que  no  les  convenia  defen- 
derse en  las  fortalezas,  porque  los  cristianos  los  dego- 
llarían á  todos  ,  como  habían  hecho  á  los  de  Galera, 
y  harían  á  los  de  Tijola  si  no  se  sahan  con  tiempo  an- 
tes que  les  echasen  los  muros  encima ;  y  despachó  aque- 
lla noche  un  nioro  á  los  cercados ,  á  que  les  dijese  que 
se  saliesen  del  fuerte  lo  mas  secretamente  que  pudie- 
sen ,  porque  en  ninguna  manera  los  podia  socorrer.  En 
este  tiempo  estuvo  toda  la  artillería  á  punto  para  poder 
batir,  y  se  tuvo  aviso  cierto  del  estado  de  los  cercados 
por  un  renegado  siciliano,  natural  de  la  ciudad  de  Trá- 
pana, llamado  Felipe,  y  en  turquesco  Mami ,  que  se  vino 
á  nuestro  campo.  Este  dijo  la  gente  que  habia  dentro, 
y  como  estaban  los  moros  tan  acobardados,  que  á  pa- 
los no  podían  los  turcos  hacerlos  ir  á  la  muralla,  por 
miedo  de  la  artillería.  Que  habían  intentado  de  huir  la 
noche  pasada  cuando  llegó  el  hombre  del  Habaquí;  y 
no  habiendo  podido,  pensaban  salir  huyendo  la  siguien- 
te noche  por  la  puerta  del  lugar  que  sale  al  rio,  descon- 
fiados del  socorro  de  Purchena;  aunque  algunos  habia 
que  no  tenían  perdida  la  esperanza  de  ser  socorridos. 
Que  tenían  trigo  y  cebada  en  abundancia,  y  unos  mo- 
linillos de  mano  en  que  lo  molían;  carne  poca,  y  no  otro 
género  de  bastimentos.  Que  bebían  del  agua  de  una  cis- 
terna después  que  se  les  había  quitado  poderla  tomar 
del  rio ,  y  la  repartían  por  una  medida  pequeña ;  y  ha- 
bia tanto  número  de  mujeres  y  niños,  que  no  les  podía 
durar  dos  dias,  y  que  los  moros  estaban  inclinados  á 


LUIS  DEL  MARMOL  CARVAJAL. 

rendirse,  sí  no  fuera  por\os  turcos  que  se  lo  defendían. 
Habían  batido  los  nuestros  este  día ,  que  fué  miércokiS 
déla  Semana  Santa,  22  dias  del  mes  de  marzo,  la  villa 
y  el  castillo  por  seis  partes  desde  la  mañana  hasta  la  tar- 
de ;  y  aunque  la  una  batería ,  que  estaba  puesta  á  la  par- 
te del  castillo,  habia  hecho  muy  grande  efeto,  y  parecía 
que  se  podría  entrar  por  ella ,  no  se  resolvió  don  Juan 
de  Austria  en  que  se  hiciese,  por  los  inconvenientes  que 
suelen  suceder  en  los  asaltos  que  se  dan  de  noche ;  y 
como  el  principio  de  la  presente  fuese  con  muy  grande " 
niebla  y  oscuridad  y  con  alguna  agua,  los  moros,  que  se 
vieron  perdidos,  aprovechándose  de  la  ocasión  del  tiem- 
po ,  salieron  por  diferentes  partes  del  lugar ,  y  se  repar- 
tieron, huyendo  perlas  cañadas  y  quebradas  de  los  mon- 
tes ,  cada  cual  hacía  donde  su  fortuna  le  echaba ,  de- 
jando las  riendas  de  su  huida  al  antojo,  que  guíase  por 
do  quisiese.  La  gente  que  estaba  d^  guardia  sintió  e 
ruido,  y  tocando  arma,  cuando  entendieron  que  los  mo- 
ros se  iban,  corrieron  los  soldados  á  la  batería,  y  entra- 
ron por  ella  sin  hallar  quien  la  defendí  ese ;  de  manera 
que  en  muy  poco  espacio  el  lugar  fué  11  eno  de  cristia- 
nos; y  de  los  enemigos  que  cayeron  en  manos  de  las 
guardas  que  estaban  puestas  á  todas  partes  por  el  aviso 
del  renegado ,  fueron  muertos  muchos ;  captiváronse 
muchas  mujeres ,  y  ganóse  un  rico  despojo  que  habían 
recogido  los  moros  en  aquel  lugar  fuerte.  Y  hiciéraseles 
mucho  mayor  daño  sí  la  escuridad  de  la  noche  no  fue- 
ra tan  grande,  que  con  ella  y  con  tomar  el  nombre  y 
contraseño  á  los  cristianos,  se  salvaron  muchos  moros 
aljamiados ,  ellos  y  sus  compañeros.  Hubo  muy  grande 
desorden  en  nuestra  gente ,  porque  dejó  la  artillería  y 
los  cuarteles,  y  se  fué  á  saquear  el  lugar;  coyuntura 
bien  importante  al  enemigo ,  si  llegara  con  algún  so- 
corro; aunque  don  Juan  de  Austria  mandó  recoger  los 
mas  soldados  que  se  pudieron  haber,  y  envió  personas 
de  recaudo  que  estuviesen  en  la  artillería;  y  porque  se 
iban  muchos  con  la  presa ,  proveyó  luego  cuarenta  ca- 
ballos que  corriesen  la  vuelta  de  Serón ,  con  orden  que 
no  dejasen  pasar  ningún  soldado.  Escribió  á  don  Juan 
Enriquez  á  Baza,  y  á  Antonio  Sedeño  á  Serón,  que  todos 
los  que  acudiesen  hacía  aquella  parte  los  prendiesen 
y  se  los  enviasen;  lo  cual  todo  proveyó  con  increibte 
presteza  aquella  noche.  Otro  día  en  amaneciendo  subió 
al  lugar ,  y  al  parecer  era  tan  fuerte,  que  si  se  hubiera 
de  tomar  por  asalto,  no  pudiera  ser  sin  gran  daño  de 
nuestra  gente.  Luego  se  entendió  como  los  moros  que 
se  habían  ido  habia  sido  por  ciertas  quebradas  que 
fuera  imposible  podérselo  estorbar  los  soldados ;  cwi 
todo  eso  fueron  muertos  y  captivos  mas  de  cuatrocien- 
tos ,  y  los  que  huyeron  aportaron  á  Purchena  con  tan- 
to miedo  y  espanto ,  que  fué  causa  que  huyesen  la  ma- 
yor parte  de  los  que  allí  habia,  como  lo  hicieron ;  y  los 
que  quedaron  se  dieron  á  merced  de  su  majestad  á  don 
García  Manrique,  á  quien  don  Juan  de  Austria  envió  con 
la  gente  de  á  caballo  á  saber  lo  que  pasaba ;  el  cual  se 
metió  luego  en  la  fortaleza ,  y  recogió  dentro  todas  las 
mujeres  y  ropa ,  pareciéndole  pertenecerle  por  haber- 
se rendido  á  él;  mas  don  Juan  de  Austria  gustó  poco 
de  aquella  diligencia,  y  envió  á  don  Jerónimo  Manri- 
que que  se  fuese  á  poner  en  ella  con  cuatro  compañías 
de  infantería  mientras  llegaba  el  campo ;  y  ordenó  á 
Lorenzo  del  Mármol ,  mi  hermano ,  que  se  apoderase 
de  todas  las  moras  y  de  los  bienes  muebles  que  había 


HEBELION  Y  CASTIGO  DE  LOS  MORISCOS  DE  GRANADA. 


en  la  fortaleza,  en  nombre  de  su  majestad,  para  repar- 
tirlo todo  por  su  mano ,  como  lo  hizo. 

CAPITULO  XVI. 

Cómo  don  Juan  de  Austria  pasó  á  Purchena. 
Súbado  víspera  de  pascua  de  Resurrección ,  á  2o  dias 
del  mes  de  marzo,  partió  don  Juan  de  Austria  con  su 
campo  de  Tíjola,  dejando  destruida  y  asolada  aquella 
villa ,  y  fué  á  alojarse  en  las  huertas  que  están  debajo 
de  Purcliena:  parecióle  el  lugar  tan  fuerte,  que  holgó 
de  ver  que  los  enemigos  hubiesen  hecho  tan  buena 
obra  en  dejarle  y  irse.  Hablan  quedado  dentro  como 
docientas  personas,  los  mas  dellos  impedidos,  que  no 
pudieron  huir.  Señaló  cuatro  compañías  de  infantería 
y  una  de  caballos  para  la  guardia  della  y  seguridad  de 
las  escoltas,  a  orden  de  Antonio  Sedeño,  que  mandó 
venir  allí  de  Serón ,  y  en  su  lugar  envió  al  capitán  Her- 
nán Vázquez  de  Loaysa.  Mandó  repartir  las  moras  y 
todos  los  bienes  muebles  que  había  dentro  de  la  forta- 
leza entre  los  capitanes  y  gentileshombres  que  andaban 
cerca  de  su  persona ,  y  el  siguiente  día  envió  á  don  Fran- 
cisco de  Córdoba  con  dos  mil  infantes  y  algunos  caba- 
llos á  la  fortaleza  de  Oria,  donde  fué  avisado  que  el  al- 
caide no  había  querido  recebir  ciertos  moros  que  se  le 
venían  á  reducir ,  por  no  concederles  las  vidas;  aunque 
lo  mas  cierto  era  que  los  entretenía  hasta  dar  aviso  á 
algunos  capitanes  sus  amigos  que  saliesen  á  esperarlos 
en  el  camino,  y  los  captívasen  cuando  fuesen  á  redu- 
cirse. Esto  se  entendió  luego  en  nuestro  campo,  y  don 
Juan  de  Austria  mandó  á  los  capitanes  que  estaban  apa- 
rejados para  ir  á  correr ,  que  no  fuesen,  y  á  don  Fran- 
cisco de  Córdoba  que  se  informase  si  había  alguna  cau- 
tela ó  engaño  en  el  negocio;  y  si  acaso  viniesen  á  re- 
ducirse, los  admitiese,  y  no  consintiese  hacerles  daño, 
porque  no  convenía  que  se  siguiese  tan  grande  incon- 
veniente en  coyuntura  de  la  reducíon  que  el  Habaquí 
comenzaba  á  tratar.  Llegó  don  Francisco  de  Córdoba  á 
Oria ,  y  halló  en  una  rambla  junto  al  castillo  algunos  mo- 
ros, que  se  le  dieron  luego  llanamente  á  merced  de  su 
majestad  con  sus  mujeres  y  hijos ;  y  queriendo  saber 
del  alcaide  con  qué  orden  trataba  de  reducir  los  moros, 
y  cómo  no  había  dado  aviso  á  don  Juan  de  Austria ,  dio 
por  descargo  que  ellos  mesmos  se  le  habían  ofrecido ,  y 
que  entendiendo  que  no  le  decían  verdad ,  no  había  da- 
do noticia.  Luego  entendió  don  Francisco  de  Córdoba 
la  malicia,  y  llevando  el  negocio  cuerdamente  admi- 
tió aquellos  moros,  y  dejó  orden  al  alcaide  que  los  re- 
cogiese allí  husta  que  se  le  enviase  á  mandar  lo  que  ha- 
bía de  hacer  dellos,  y  que  admitiese  todos  los  que  vi- 
niesen á  reducirse,  y  les  hiciese  iodo  buen  tratamiento. 
Y  con  esto,  viendo  que  los  moros  habían  desamparado 
la  fortaleza  de  Cantória ,  volvió  aquel  día  á  Purchena, 
donde  dejaremos  agora  á  don  Juan  de  Austria,  para  acu- 
dir á  lo  que  hacia  en  este  tiempo  el  duque  de  Sesa  con 
el  otro  campo  que  tenia  en  la  villa  de  órgiba ,  y  decir  lo 
que  don  Diego  Ramírez,  alcaide  del  castillo  de  Salo- 
breña ,  y  don  Juan  de  Castilla  hicieron  sobre  el  castillo 
de  Vélez  de  Ben  Audalla  y  el  fuerte  de  Lentejí. 

CAPITULO  XVII. 
Cómo  se  ganaron  estos  dias  el  castillo  de  Vélez  de  Ben  Audalla  y 
el  fuerte  de  Lentejí. 
Estando  el  duque  de  Sesa  en  el  alojamiento  de  órgi- 
ba ,  supo  como  los  moros  habían  puesto  gente  de  guar- 


327 

nicion  en  el  castillo  de  Vélez  de  Ben  Audalla ,  y  que 
salían  á  hacer  daño  á  los  que  pasaban  por  el  camino  de 
Motril  y  por  toda  aquella  costa  ;  y  luego  envió  sobre  él 
á  don  Juan  de  Castilla  con  mil  infantes  y  docientos  ca- 
ballos, y  escribió  á  don  Diego  Ramírez,  alcaide  de  Sa- 
lobreña, avisándole  del  efelo  para  que  enviaba  aquella 
gente,  y  pidiéndole  con  mucha  instancia  que  fuese  á 
hacer  aquella  jornada  por  su  persona,  porque  convenia 
mucjio  al  servicio  de  su  majestad  quitar  de  allí  aquella 
ladronera.  Llegado  don  Juan  de  Castilla  á  Salobreña, 
don  Diego  Ramírez  puso  en  orden  dos  piezas  de  ba- 
tir, una  culebrina  y  un  canon  reforzado,  y  otras  dos 
pequeñas,  para  tirar  á  las  defensas;  y  porque  los  mo- 
ros no  se  fuesen  antes  que  llegase,  mandó  á  Francis- 
co de  Arroyo  el  cuadrillero  que  se  adelantase  con  la 
gente  de  su  cuadrilla  y  una  compañía  de  caballos,  y  se 
fuese  á  meter  de  parte  de  noche  en  las  casas  del  lu- 
gar, que  estaban  despobladas,  por  bajo  del  castillo  al 
pié  del  cerro;  y  con  toda  la  otra  gente  partió  de  Salo- 
breña á  26  dias  del  mes  de  marzo  cuando  anochecía.  Y 
porque  no  podía  ir  la  artillería  encabalgada,  á  causa  de 
la  nmcha  aspereza  del  camino ,  la  hizo  desencabalgar 
y  llevar  arrastrando  sobre  tablones  á  fuerza  de  brazos 
al  pié  de  dos  leguas  por  el  río  de  Motril  arriba.  Fran- 
cisco de  Arroyo  se  metió  harto  encubiertamente  en  las 
casas ,  conforme  á  la  orden  que  llevaba ;  mas  los  solda- 
dos no  tuvieron  el  silencio  que  convenia ,  y  fueron  sen- 
tidos por  los  moros,  que  estaban  escandalizados  de  ha- 
ber visto  pasar  la  gente  que  llevaba  don  Juan  de  Casti- 
lla ;  mas  luego  se  aseguraron ,  porque  Francisco  de 
Arroyo  tuvo  habla  con  ellos,  y  les  dijo  que  era  una  es- 
culta  grande  que  iba  por  bastimentos.  No  pudo  alle- 
gar nuestra  gente  hasta  otro  día,  por  el  embarazo  de  la 
artillería,  y  aquella  noche  despachó  don  Juan  de  Casti- 
lla al  duque  de  Sesa  un  peón  pidiéndole  mas  gente  y  vi- 
tuallas; el  cual  le  envió  quinientos  arcabuceros  con  los 
capitanes  Juan  de  Borge ,  Iñigo  de  Arroyo  Santistéban 
y  Luis  Alvarez  de  Sotomayor.  Y  poniendo  luego  cerco 
al  castillo,  que  está  sobre  un  cerro  redondo ,  alto  y  fra- 
goso ,  tan  exento,  que  no  se  podía  subir  arriba  sin  ma- 
nifiesto peligro,  fueron  luego  los  capitanes  á  recono- 
cerle, y  determinaron  de  plantar  la  arüllería  en  lo  alto 
del  cerro,  en  un  sitio  harto  llano  á  cincuenta  pasos  del 
muro;  y  porque  no  podia  subir  en  las  carretas,  la  lle- 
varon los  soldados  sobre  los  tablones  y  puertas  que  hi- 
cieron quitar  de  las  casas  del  lugar ,  allanando  con  fa- 
gina y  piedra  algunos  pasos  dilicultosos.  Plantada  la 
artillería,  comenzaron  á  batir  la  mesma  tarde,  siendo 
ya  la  oración;  y  estando  repartiendo  la  pólvora  á  sus 
soldados  el  capitán  Luis  Godinez  deSandoval,  prendió 
fuego  en  ella,  y  se  quemaron  él  y  los  que  estaban  allí 
cerca.  Los  moros  se  defendían,  y  mataron  dos  solda- 
dos desde  los  traveses  con  las  escopetas ;  y  viendo  que 
les  aprovechaba  poco  su  vana  defensa,  tuvieron  habla 
con  algunos  soldados  de  los  que  hacían  guardia  delante 
de  la  puerta  del  castillo,  y  dándoles  buena  suma  de  dine- 
ros ,  los  dejaron  irá  media  noche  con  sus  mujeres  y  ro- 
pa. Esto  se  entendió  ser  trato,  porque  aunque  las  cen- 
tinelas tocaron  arma,  los  que  iban  guiando  á  los  moros 
les  dijeron  que  era  la  ronda  que  andaba  requiriendo  las 
centinelas,  y  desta manera  pasaron,  dejando  burlados 
á  los  capitanes,  sin  que  se  pudiese  saber  quién  fueron 
los  autores  del  negocio ,  aunque  hubo  algunos  indicia- 


328 


LUIS  DEL  MARMOL  CARVAJAL. 


dos,  que  después  los  tuvo  presos  el  duque  de  Sesa  sobre 
ello'.  Otro  dia de  mañana,  viendo  que  los  moros  no  ti- 
raban ,  envió  don  Juan  de  Castilla  á  reconocer  el  casti- 
llo ;  y  hallándole  solo ,  que  no  liabian  quedado  dentro 
sino  un  moro  viejo  y  tres  moras  que  no  se  podian  me- 
near le  ocuparon ;  y  dando  aviso  al  duque  de  Sesa  del 
suceso ,  holgó  que  no  le  hubiesen  batido ,  y  mandó  me- 
ter cien  soldados  dentro  de  guarnición,  por  estar  en  paso 
conveniente,  dando  orden  á  Juan  González  Castrejon 
que  levantase  ciento  y  cincuenta  hombres  para  aquel 
efeto ,  porque  no  fuese  menester  dejar  allí  la  gente  del 
campo.  No  fué  pequeño  el  daño  que  hicieron  los  codi- 
ciosos en  dejar  ir  aquellos  moros ;  porque,  demás  de  es- 
tar dentro  siete  capitanes  de  cuadrillas,  en  quien  se  pu- 
diera hacer  ejemplar  castigo ,  en  saliendo  de  allí  fue- 
ron á  tomar  los  pasos  por  donde  habían  de  volver  nues- 
tros soldados  al  campo  del  duque  de  Sesa ;  y  como  fue- 
sen muchos  desmandados ,  dieron  en  ellos ,  y  mataron 
y  captivaron  tantos,  que  se  pagaron  bien  del  daño  recc- 
bido.  En  este  mesmo  tiempo  el  capitán  Antonio  de  Ber- 
rio,  que  estaba  de  presidio  en  las  Cuajaras,  fué  sobre 
el  lugar  de  Lentejí ,  donde  los  moros  tenían  hecho  un 
fuerte,  en  que  se  habían  metido  algunos  dellos ,  y  aco- 
metióle con  tanta  determinación ,  que  no  osaron  aguar- 
dalle.  Desmandáronse  los  soldados  con  cudicia  de  cap- 
tivar  cantidad  de  moras  que  iban  huyendo ;  y  hubié- 
ranse  de  perder,  sí  el  capitán ,  como  hombre  prático  y 
experimentado,  no  mantuviera  cuerpo  de  gente  junta, 
porque  los  moros,  viendo  sus  mujeres  y  hijas  captivas, 
tornaron  á  rehacerse ,  y  dando  en  los  desordenados,  ma- 
taron y  hirieron  algunos  dellos ;  mas  Berrio  socorrió  ani- 
mosamente su  gente,  y  desbaratando  á  los  enemigos, 
recogió  la  presa  y  se  retiró  con  ella  á  su  alojamiento. 

CAPITULO  xvin. 

De  un  ardid  que  usó  Aben  Aboo  para  romper  «na  escolta  que  iba 
al  campo  del  duque  de  Sesa  con  bastimentos. 

Estaba  el  duque  de  Sesa  á  punto  para  arrancar  de 
órgiba  con  un  hermoso  campo  bien  armado  y  de  gente 
muy  lucida;  solamente  le  faltaban  bastimentos,  porque 
había  consumido  una  infinidad  dellos  en  aquel  aloja- 
miento ;  y  para  efeto  que  viniese  una  gruesa  escolta, 
envió  al  capitán  Andrés  de  Mesa  con  quinientos  arca- 
buceros y  algunos  caballos  y  todos  los  bagajes,  á  que  los 
hiciese  cargaren  Acequia  y  en  el  Padul,  y  acompañase 
los  que  venían  cargados  de  la  ciudad  de  Granada.  Sien- 
do pues  avisado  el  enemigo  como  iba  tan  grande  es- 
colla la  vuelta  del  Padul,  parecíéndole  que  ninguna  co- 
sa haría  mas  á  su  propósito  que  romperla ,  determinó 
de  dar  en  ella;  y  para  poderlo  hacer  mas  á  su  salvo, 
mandó  á  Pedro  de  Mendoza  el  Xoaybi  y  al  Macox  y  al 
Dali  que  fuesen  á  meterse  en  emboscada  con  dos  mil 
moros  y  le  atajasen  el  camino  á  la  vuelta;  y  mientras 
ellos  hacían  el  efeto,  fué  con  la  otra  gente  que  tenía  á 
dar  vista  á  nuestro  campo  para  entretener  al  duque  de 
Sesa.  Había  nueve  días  que  no  se  descubría  moro  ni  se 
tenia  nueva  cierta  de  donde  estaba  el  enemigo;  yaque- 
lia  mañana  una  cuadrilla  que  había  ido  á  correr  trajo 
dos  moros  presos,  de  quien  se  supo  como  estaba  toda- 
vía en  Poqueira ,  y  que  se  habían  venido  para  él  mu- 
chos moros  del  rio  de  Almanzora.  Este  día,  4  de  abril, 
á  las  cuatro  de  la  tarde  se  descubrieron  los  enemigos 
en  tres  emboscadas ,  á  la  parte  de  la  sierra  de  Bujol  y 


sobre  el  camino  á  la  mano  derecha  que  va  al  puerto  de 
Jubíley.  El  Duque  envió  á  don  Jorge  Morejon  con  algu- 
nos caballos  y  arcabuceros  de  ú  pié  á  que  los  alargase  de 
donde  estaban ;  con  los  cuales  tramó  escaramuza,  y  los 
moros  se  fueron  retirando  á  lo  alto,  yendo  tan  cebados 
en  ellos  los  caballos,  que  entendiendo  el  duque  de  Sesa 
lo  que  fué ,  mandó  que  les  hiciesen  espaldas  mayor  nú- 
mero de  arcabuceros;  porque  los  moros,  reconociendo 
su  ventaja  y  que  los  de  á  caballo  no  se  podian  aprove- 
char en  la  tierra  donde  estaban ,  acometieron  á  darles 
una  carga ;  mas  no  les  fué  bien  dello,  porque  nuestros 
arcabuceros  se  hubieron  valerosamente  con  ellos  y  los 
retiraron  con  daño,  quedando  un  solo  cristiano  herido. 
En  este  tiempo  parecieron  hacía  Poqueira  gran  canti- 
dad de  enemigos,  tan  tarde ,  que  no  había  ya  una  hora 
de  sol ,  y  hasta  tres  ó  cuatro  caballos  con  ellos ;  y  co- 
menzando á  bajar  hacia  donde  los  otros  estaban,  dieron 
muestra  de  querer  ceñir  nuestros  alojamientos.  Por 
otra  parte  el  Duque  hizo  poner  en  orden  los  escuadro- 
nes ;  reforzó  unos  cerrillos  donde  tenía  gente  y  arlille- 
ría,  y  asestándola  contra  los  enemigos,  trabó  la  arca- 
bucería una  buena  escaramuza  con  ellos,  habiendo  un 
solo  valle  en  medio.  Los  moros  estuvieron  arredrados; 
que  no  se  osaron  acercar  hasta  que ,  siendo  ya  tarde, 
nuestra  gente  pasó  el  barranco ;  y  cargándoles  la  sierra 
arriba,  los  fueron  siguiendo  gran  rato ,  matando  y  hi- 
riendo muchos  dellos ;  y  como  fuese  ya  muy  tarde ,  el 
Duque  mandó  tocar  á  recoger,  y  Aben  Aboo,  sin  hacer 
otro  efeto,  se  retiró  á  la  sierra,  dejando  mas  de  cincuen- 
ta moros  muertos.  Hernando  de  Oruña ,  capitán  viejo 
por  edad  y  por  larga  experiencia ,  sospechando  el  de- 
sinío  del  enemigo ,  dijo  al  duque  de  Sesa  este  día  que 
sin  duda  aquel  había  sido  ardid  de  guerra,  y  que  debía 
de  haber  enviado  gente  á  tomar  el  paso  á  la  escolta ,  y 
convenía  enviar  luego  infantería  y  caballos  que  la  ase- 
gurasen. Esto  confirmó  luego  un  moro  que  captivaron 
tres  soldados  que  siguieron  el  campo  de  Aben  Aboo ;  el 
cual  dijo  como  su  intento  había  sido  entretener  al  Du- 
que. Y  luego  que  se  entendió,  envió  á  don  Martín  de 
Padilla  con  quinientos  arcabuceros  y  ochenta  caballos 
á  que  reforzase  la  escolta ,  y  tras  del  otros  quinientos 
arcabuceros ,  porque  fué  avisado  que  se  habían  des- 
cubierto como  ciento  y  cincuenta  moros.  Había  Andrés 
de  Mesa  escrito  al  duque  de  Sesa  aquel  día  desde  Ace- 
quia avisándole  como  venía ,  y  habíanle  dado  tan  tarde 
la  carta ,  que ,  según  estaba  confiado  en  la  gente  que 
había  llevado,  pudieran  hacerlos  enemigos  mucho  efe- 
to ;  los  cuales ,  bajando  por  la  sierra  de  Órgiba ,  se  ha- 
bían puesto  en  cuatro  emboscadas  'en  el  paso  entre 
Acequia  y  Lanjaron,  y  esperaban  á  que  pasase  para  dar 
en  la  escolta,  la  cual  había  partido  del  Padul  la  propría 
mañana  con  dos  mil  y  quinientos  bagajes  cargados ,  y 
venido  aquella  noche  al  lugar  de  Acequia.  Y  otro  día 
de  mañana ,  yendo  la  vuelta  de  Lanjaron ,  en  llegando 
al  paso  del  barranco ,  los. moros  de  las  emboscadas  sa- 
lieron por  cuatro  partes,  y  acometieron  con  tanto  ímpe- 
tu, que  los  soldados  que  iban  repartidos  en  vanguardia  y 
retaguardia  no  pudieron  defender  que  no  atajasen  por 
medio  y  la  rompiesen.  Ocupáronse  los  enemigos  lue- 
go en  derramar  vitualla,  matar  bagajes  y  escoger  otros 
que  llevarse  cargados  la  vuelta  de  la  sierra.  El  capitán 
Andrés  de  Mesa,  viendo  cuan  mal  podía  pasar  á  favore- 
cer la  vanguardia  ni  remediar  en  tanta  confusión  el  ep- 


REBELIÓN  Y  CASTIGO  DE  LOS  MORISCOS  DE  GRANADA. 


ligro  presente,  porque  ocupaba  la  escolta  mas  de  una 
grande  legua  de  camino,  tomando  por  delante  los  ba- 
gajes que  pudo  recoger,  dio  vuelta  al  lugar  de  Acequia, 
y  puso  en  cobro  todos  los  que  no  habian  pasado  del 
barranco,  Don  Pedro  de  Velasco,  que  por  mandado  de 
su  majestad  iba  ádar  priesa  en  la  partida  del  Duque  y 
á  tomar  relación  del  campo,  peleó  como  esforzado  ca- 
ballero este  dia;  y  lo  mesmo  liicieron  Juan  de  Porras, 
vecino  de  Zamora ,  y  Alonso  Martin  de  Montemayor, 
vecino  de  Córdoba,  y  Lázaro  Moreno  de  León,  capitán 
de  arcabuceros  de  á  caballo  y  vecino  de  Granada ,  por 
defender  hacia  la  parte  que  les  tocaba ;  y  matándole  el 
caballo  entre  las  piernas,  se  hubiera  perdido  don  Pedro 
de  Velasco ,  si  no  lo  socorriera  don  Antonio  de  Soto- 
mayor,  hijo  del  licenciado  Sotomayor,  alcalde  de  clian- 
cillería  de  Granada.  En  esta  refriega  murieron  doce 
moros  y  fueron  heridos  muchos,  y  de  los  cristianos  hu- 
bo dos  muertos  y  cuatro  heridos.  Y  fuera  mucho  ma- 
yor el  daño,  si  don  Martin  de  Padilla  no  llegara  á  tiem- 
po que  pudo  socorrer  la  gente  y  cobrar  la  mayor  parte 
de  los  bagajes  que  llevaban  los  enemigos ;  y  trayendo 
consigo  los  que  se  habian  recogido  en  Acequia,  dio 
vuelta  con  todos  ellos  al  campo  aquella  noche  bien  tar- 
de. Lleváronse  los  enemigos  cuarenta  bestias  mulares 
cargadas  de  harina  y  de  bizcocho;  y  hicieron  tanto  re- 
gocijo con  ellas,  como  si  hubieran  ganado  una  grande 
Vitoria.  Prendió  nuestra  gente  dos  moros ,  el  uno  del 
Albaicin  de  Granada  y  el  otro  del  lugar  de  Dílar ;  estos 
dijeron  en  el  tormento  que  habian  sido  mas  de  dos  mil 
hombres  los  que  habian  dado  en  la  escolta ;  que  Aben 
Aboo  tenia  mas  de  doce  mil  hombres ,  y  docientos  tur- 
cos escopeteros  entre  ellos ,  y  que  habia  fortalecido  el 
paso  de  la  puente  de  Poqueira ,  que  está  por  bajo  del 
lugar  de  Capileira,  y  en  toda  la  cuesta  habia  hecho 
grandes  reparos  y  trincheas,  y  atravesado  gruesos  ár- 
boles en  los  caminos  y  veredas  para  que  la  caballería  no 
pudiese  pasar.  Recogida  la  escolta  en  órgiba,  el  duque 
de  Sesa  determinó  de  partir  el  siguiente  dia ,  y  dando 
raciones  y  municiones  á  la  gente ,  se  puso  todo  en  or- 
den para  marchar. 

CAPITULO  XIX. 

Cómo  el  duque  de  Sesa  partió  de  Órgiba  y  fué  á  alojarse  al 
aljibe  de  Campuzano ,  y  de  una  refriega  que  tuvo  con  la  gente 
de  Aben  Aboo. 

Con  el  aviso  que  tuvo  el  duque  de  Sesa  de  la  fortifi- 
cación del  enemigo,  acordó  de  hacer  diferente  cami- 
no del  que  pensaba;  y  dejando  mil  hombres  de  presidio 
en  el  fuerte  que  habia  hecho  en  Albacete  de  órgiba, 
partió  de  aquel  alojamiento  á  6  de  abril ,  yendo  en  su 
comparáa  el  conde  de  Orgaz,  el  conde  de  Bailen,  el 
marqués  de  la  Favara ,  don  Juan  de  Mendoza  Sarmien- 
to, don  Martin  de  Padilla ,  don  Luis  de  Cardona,  don 
Luis  de  Córdoba,  don  Ruy  López  de  Avalos  y  don  Gon- 
zalo Chacón,  y  otros  muchos  caballeros  aventureros. 
Llevaba  en  el  campo  ocho  mil  infantes,  los  seis  mil  y 
ochocientos  tiradores ,  y  quinientos  y  cincuenta  caba- 
llos ,  sin  la  gente  de  los  sei'iores  y  de  particulares  ,  que 
era  mucha;  doce  piezas  de  artillería  de  campaña  y  mil  y 
quinientos  bagajes;  porque  los  demás  envió  luego  á que 
fuesen  trayendo  bastimentos,  y  con  ellos  se  volvió  don 
Pedro  de  Velasco  á  Granada ,  para  ir  á  dar  cuenta  á  su 
majestad  de  lo  que  se  le  habia  cometido.  Comenzó  á 


329 

subir  nuestro  campo  por  la  sierra  de  Poqueira  arribo, 
donde  se  habia  puesto  el  enemigo  haciendo  represen- 
tación de  mucha  gente  y  de  tener  ocupadas  las  cum- 
bres, caminando  los  escuadrones  poco  á  poco,  á  paso 
tan  lento,  que  habiendo  partido  bien  de  mañana,  era 
ya  hora  de  vísperas  cuando  llegó  la  vanguardia  á  vista 
de  Poqueira ,  legua  y  media  de  camino,  bien  cerca  de 
donde  Aben  Aboo  estaba  aguardando  con  toda  la  gente 
en  el  paso,  creyendo  que  nuestro  campo  entraría  por 
aquella  parte ;  mas  el  Duque  tomó  diferente  camino  el 
rio  abajo  por  el  rodeo,  para  ir  entre  Ferreira  y  el  rio  Cá- 
diar  por  el  de  Jubiles,  á  un  aljibe  que  llaman  de  Campu- 
zano, que  está  á  la  asomada  de  Pórtugos.  Hallándose  el 
moro  burlado,  mandó  hacer  grandes  ahumadas  llaman- 
do los  moros  que  acudiesen  bacía  donde  marchaba  nues- 
tra gente,  para  que  ocupasen  otro  paso  de  la  sierra  de 
Pitres,  por  donde  forzosamente  habia  de  pasar,  y  hicie- 
sen diversos  acometimientos  por  muchas  partes.  Detú- 
vose nuestro  campo  en  pasar  el  rio,  que  tenia  las  entra- 
das y  el  lecho  barrancoso  y  muy  fiagoso  de  peñas  y  pie- 
dras, tanto  espacio,  que  los  enemigos  tuvieron  lugar  de 
llegar  á  tomar  la  delantera,  á  tiempo  que  el  marqués  do 
la  Favara,  habiendo  pasado  con  la  vanguardia,  subia 
por  el  cerro  arriba  con  la  compañía  de  herreruelos  de 
Sancho  Vélez  de  Teran  Montañés,  y  los  caballos  del 
conde  de  Tendilla  y  cuatrocientos  arcabuceros,  á  ocu- 
par la  cumbre  alta,  que  tenia  á  caballero  el  sitio  donde 
se  habia  de  alojar  el  campo;  el  cual  llegó  peleando  con 
los  enemigos  á  unos  peñascos  tan  ásperos  y  fragosos, 
que  no  pudo  pasar;  y  estando  los  enemigos  de  la  otra 
parte,  le  fué  forzado  hacer  alto  y  esperar  que  llegase  la 
batalla.  A  este  tiempo  los  moros,  que  bajaban  por  las  la- 
deras délas  sierras,  acometieron  la  retaguardia,  y  fué 
por  tantas  partes,  que  el  Duque  hubo  de  volver  con  la 
artillería  y  parte  de  la  gente  de  á  caballo ,  y  acudiendo 
por  su  persona  á  todas  las  necesidades ,  con  un  tiempo 
frío,  ventoso  y  lleno  de  nieblas,  se  entretuvo  hasta 
puesto  el  sol ,  que  llegó  don  Juan  de  Mendoza  con  la 
batalla  bien  tarde  al  lugar  del  alojamiento ;  y  dando 
carga  con  la  arcabucería  á  los  moros  que  hacian  mues- 
tra de  quererse  defender,  los  hizo  retirar  con  daño, 
aunque  hicieron  muchos  acometimientos.  Quedaron 
los  capitanes  Centeno ,  vecino  de  Ciudad  Rodrigo ,  y 
Luis  Alvarez  de  Sotomayor,  con  sus  compañías  de  in- 
fantería, de  retaguardia  de  todo  el  campo  en  unos  casa- 
rones  que  habia  en  un  llano  y  en  un  cerrillo  junto  á 
ellos,  para  hacer  cuerpo  mientras  nuestra  gente  pasa- 
ba el  rio ,  y  allí  fueron  acometidos  por  el  Xoaybi  con 
mas  de  quinientos  escopeteros  y  otra  mucha  gente  de 
honda  y  asta ;  mas  los  capitanes  defendieron  su  par- 
tido animosamente ;  y  siendo  socorridos  por  don  Luis 
de  Córdoba  y  Hernando  de  Oruña,  que  llevaban  la  reta- 
guardia, retiraron  los  enemigos  y  mataron  y  hirieron 
muchos  dellos ,  y  llegada  nuestra  gente  al  rio ,  los  mo- 
ros los  acometieron  de  nuevo  por  muchas  partes ;  y  lo 
mesmo  hicieron  á  la  subida  de  la  cuesta  del  aljibe, 
aunque  con  poco  daño,  porque  les  acudieron  el  Duque 
y  don  Martin  de  Padilla  y  otros  caballeros,  que  trabaja- 
ron harto  este  dia.  Y  viendo  los  enemigos  que  no  po- 
dían hacer  efeto  con  sus  acometimientos ,  subieron  á 
gran  priesa  á  tomar  el  cerro  que  cae  sobre  el  aljibe  á 
la  parte  de  Pórtugos;  mas  el  Duque,  sospechando  algún 
acometimiento  por  allí,  mandó  asestar  la  artillería  con- 


330 


LUIS  DEL  MARMOL  CARVAJAL. 


tra  ellos;  con  la  cual ,  y  con  la  caballería  y  gente  de  á 
pié  que  cargó  liácia  aquella  parte  les  defendió  que  no 
le  ocupasen,  y  le  ocupó  él.  Ya  comenzaba  nuestro  cam- 
po á  alojarse  y  se  ponian  las  centinelas,  cuando  el  mar- 
qués de  la  Favara  se  retiró.  Hubo  alguna  desorden  en 
el  hacer  del  alojamiento ,  por  ser  de  noche  y  el  tiempo 
áspero;  y  fué  herido  don  Gonzalo  Chacón,  que  iba  con 
el  marqués  de  la  Favara ,  y  otros  muchos  soldados. 
Aben  Aboo  recogió  su  gente  y  se  fué  á  poner  frontero 
de  nuestro  alojamiento,  el  rio  en  medio,  tan  cerca,  que 
las  escopetas  alcanzaban  á  placer  de  una  parte  á  otra, 
y  hacian  daño.  Encendió  muchos  fuegos,  y  estuvieron 
los  moros  escopeteando  á  nuestra  gente  mas  de  dos 
horas;  y  eran  tantas  las  pelotas  y  las  jaras  que  tiraban 
desde  aquellas  laderas,  que  no  habia  seguridad  en  nin- 
gún cabo.  El  Duque  se  fortaleció  con  la  arcabucería  lo 
mejor  que  pudo  hacia  aquella  parte,  y  anduvo  siempre 
á  caballo  requiriendo  los  cuerpos  de  guardia  y  las  cen- 
tinelas; siendo  la  noche  tan  escura,  que  solamente  se 
veían  los  hombres  con  el  resplandor  del  fuego  de  los 
arcabuces.  Duró  el  tirar  desta  manera  hasta  media  no- 
che, y  de  allí  adelante  el  cansancio  y  las  tinieblas  hicie- 
ron treguas ;  y  dejando  los  fuegos  encendidos ,  cami- 
naron los  moros  antes  que  amaneciese  la  vuelta  de  Ju- 
biles sin  hacer  mas  efeto ;  y  si  queremos  decir  verdad, 
ellos  acometieron  como  muy  buenos  soldados  este  día; 
mas  enflaquecieron  y  desbaratáronse  como  ruines.  En- 
tendióse que  si  cargaran  de  golpe  aquella  noche,  cor- 
riera peligro  nuestro  campo,  porque  la  confusión  fué 
muy  grande,  y  las  palabras  entre  la  gente  común  tan 
viles,  que  mostraban  miedo,  metiéndose  muchos  deba- 
jo de  los  bagajes,  porque  no  les  diesen  las  pelotas  y  ja- 
ras que  volaban  por  el  aire ;  mas  valió  mucho  la  reso- 
lución de  los  capitanes,  caballeros  y  gente  particular, 
y  la  provisión  del  Duque,  enderezada  á  deshacer  el  ene- 
migo sin  aventurar  un  día  de  batalla ;  en  lo  cual  pare- 
cía conformarse  Aben  Aboo  y  él,  porque  cada  uno  pen- 
saba deshacer  al  otro,  y  romperle  con  el  tiempo  y  falta 
de  vituallas. 

CAPITULO  XX. 

Cómo  pasó  el  duque  de  Sesa  á  Pórtugos,  y  envió  á  correr 
las  sierras. 

El  duque  de  Sesa  veló  toda  la  noche,  y  la  pasó  con 
'  Larto  trabajo  de  su  persona ;  y  luego  en  siendo  de  día 
claro ,  queriéndose  apartar  de  aquellos  lugares  ásperos 
y  fragosos,  mandando  que  toda  la  gente  se  pusiese  en 
orden  para  caminar,  y  teniendo  aviso  de  dos  cristianos 
que  vinieron  huyendo  del  campo  de  los  moros  aquella 
noche ,  como  el  enemigo  iba  la  vuelta  de  Jubiles ,  y  que 
tenia  fortalecido  el  castillo,  pensando  defenderse  en  él, 
tomó  por  la  loma  de  la  sierra  de  Jubiles ,  y  sin  llegar  á 
Pórtugos,  caminó  todo  aquel  día  hasta  las  tres  de  la  tar- 
de, que  llegó  al  lugar  de  Gastares;  y  en  un  prado  que 
está  encima  del ,  donde  habia  agua ,  aunque  poca ,  alo- 
jó el  campo ,  y  mandó  estar  toda  la  gente  en  arma ,  cre- 
yendo que  los  enemigos  harían  algún  acometimiento, 
porque  estaba  el  alojamiento  al  pié  de  la  sierra.  Aque- 
lla mesma  noche  mandó  á  don  Jorge  Morejon  que  con 
sus  caballos  y  los  del  conde  de  Tendilla ,  y  cuatro  com- 
pañías de  infantería,  cuyos  capitanes  eran  don  Hernan- 
do Alvarez  de  Bohorques ,  Juan  Fernandez  de  Luna, 
don  Garios  de  Samano  y  Iñigo  de  Arroyo  Sanlistéban, 


fuese  á  reconocer  á  Jubiles ;  el  cual  lo  reconoció ,  y  ha- 
llando que  los  moros  lo  habían  dejado  desamparado ,  y 
que  no  habia  nadie  en  el  castillo ,  dio  luego  vuelta  al  Du- 
que. Otro  día  siguiente  partió  el  campo  de  Gastares,  y 
fué  á  ponerse  en  Pórtugos,  y  en  el  camino  las  cuadri- 
llas que  iban  delante  descubrieron  muchos  moros ,  que 
hacían  poca  demostración  de  querer  huir;  mas  el  Du- 
que llevaba  la  gente  tan  recogida  ,  que  no  se  desmandó 
nadie  á  escaramuzar  con  ellos.  Desde  este  alojamiento 
fueron  don  Juan  de  Mendoza  y  don  Luis  de  Córdoba  con 
dos  mil  infantes  y  docientos  caballos  á  correr  la  tierra; 
los  cuales  pasaron  por  lo  alto  de  la  sierra  que  cae  sobre 
Ferreira,  y  dando  de  improviso  en  el  lugar  de  Poquei- 
ra,  le  saquearon,  y  captivaron  como  cien  personas  que 
hallaron  dentro.  Derribaron  el  reparo  y  Irinchea  que 
tenia  hecho  el  enemigo ,  que  estaba  muy  curioso  y  fuer- 
te; y  corriendo  toda  aquella  sierra,  mataron  y  captiva- 
ron algunos  moros,  y  se  volvieron  al  campo  sin  hallar 
quien  les  hiciese  estorbo,  porque  el  enemigo,  no  habien- 
do podido  conseguir  su  intento  el  dia  del  aljibe ,  tam- 
poco habia  osado  aguardar  en  Jubiles,  y  se  habia  reti- 
rado con  todo  el  campo  á  Mecina  de  Bombaron  y  á 
otros  lugares  dentro  de  la  Alpujarra.  Algunos  enten- 
dieron que  lo  hizo  por  consejo  del  Habaquí ,  que  decía 
que  no  se  pusiese  á  riesgo  de  batalla  con  el  Duque,  que 
en  todo  le  era  superior,  sino  que  le  cansase  acometién- 
dole con  escaramuzas  y  necesitándole  con  hambre; 
porque  aunque  le  desbaratase ,  habría  ganado  poco  si 
formando  su  majestad  mayor  ejército ,  tornaba  á  en- 
viarle sobre  él ;  y  que  lo  mejor  seria  entretenerie  hasta 
que  le  viniese  algún  socorro  de  gente  forastera.  Esto 
mesmo  nos  dijo  después  en  Andarax,  Caracax ,  que  le 
habia  aconsejado  él,  y  que  de  esta  causa  no  habían  aco- 
metido el  campo  del  Duque  aquella  noche.  Desde  este 
alojamiento  mandó  el  duque  de  Sesa  al  licenciado  Cas- 
tillo, que  iba  con  él,  que  escribiese  algunas  cartas  en 
arábigo  á  sus  amigos  y  conocidos,  persuadiéndolos  á 
que  se  redujesen  y  no  perseverasen  en  el  camino  de 
perdición  que  llevaban ,  y  dándoles  á  entender  que  su 
majestad  usaría  de  clemencia  con  ellos ;  una  de  las 
cuales  llegó  á  manosdel  Darra ;  el  cual,  no  se  queriendo 
reducir  ni  quedar  en  la  tierra ,  se  embarcó  en  unas  fus- 
tas con  su  mujer  y  hijos  y  amigos ,  que  pudo  llevar,  y 
se  pasó  á  Tetuan. 

CAPITULO  XXL 

Del  progreso  qoe  el  campo  de  don  Juan  de  Austria  hizo  desde  que 
partió  de  Purchena  hasta  que  se  alojó  en  Santa  Fe  de  Rioja  ;  y 
las  diligencias  que  se  hicieron  cerca  de  la  reducion  de  los  mo- 
ros. 

Habiendo  don  Juan  de  Austria  mandado  asolar  y  des- 
truir á  Tíjola ,  y  puesto  presidios  en  Serón  y  en  Purche- 
na, pasó  la  vuelta  de  Cantona,  y  dejando  de  presidio 
en  aquella  fortaleza ,  que  halló  despoblada ,  al  capitán 
Bernardino  de  Quesada  con  una  compañía  de  infantería 
y  otra  de  caballos,  partió  de  aquel  alojamiento  á  3  de 
abril,  y  fué  á  Surgena  de  Aguilar,  donde  puso  de  guar- 
nición á  don  Luis  Ponce  de  León  con  su  compañía  de 
caballos  y  otra  de  infantería.  Otro  dia  á  las  cuatro  de  lu 
mañana  partió  de  allí,  y  fué  al  rio  de  Aguas,  que  son 
mas  de  cuatro  leguas.  En  este  alojamiento  se  detuvo  un 
dia  esperando  vituallas,  y  á  los  6  de  abril  pasó  á  Sor- 
bas, donde  se  detuvo  hasta  los  quince.  Desde  este  alo- 
jamiento envió  á  don  García  Manrique  y  á  Juan  de  Es- 


REBELIÓN  Y  CASTIGO  DE  LOS  MORISCOS  DE  GRANADA. 


puche  con  quinientos  infantes  arcabuceros  y  docientos 
caballos  á  la  sierra  de  Filábres ,  con  orden  que  se  me- 
tiesen en  Tahalí ,  y  dejando  allí  presidio ,  pasasen  á  re- 
conocer á  Jergal.  Era  el  intento  de  don  Juan  de  Aus- 
tria quitar  á  los  moros  que  no  se  proveyesen  de  aquella 
parte  de  trigo  y  cebada ,  como  se  entendía  que  lo  ha- 
cían, por  no  tener  otra  de  donde  llevarlo ,  y  que  de  ham- 
bre viniesen  á  tomar  algún  término  de  los  que  se  pre- 
tendían con  ellos.  Hallaron  los  capitanes  el  castillo  de 
Tahalí  solo,  y  pusieron  dentro  al  capitán  Juan  Garrido 
de  Salcedo  con  una  compañía  de  infantería  y  algunos 
caballos,  y  pasaron  á  reconocer  á  Jergal,  y  en  todo  el 
camino  no  hallaron  moros  juntos,  aunque  muchos  es- 
parcidos buscando  de  comer.  Tomóseles  mucho  gana- 
do, y  hallaron  muchos  silos  de  trigo  y  de  cebada,  de 
donde  se  sacó  cantidad  para  los  presidios ;  y  lo  que  no  se 
podia  recoger ,  mandaba  don  Juan  de  Austria  que  le 
echasen  agua  ó  lo  quemasen ,  porque  los  moros  no  se 
aprovechasen  dello.  Y  porque  en  este  tiempo  iba  muy 
adelante  el  negocio  de  la  reducion  con  el  Habaquí ,  y  se 
entendía  que  la  mayor  parte  de  los  alzados  lo  deseaban, 
mandó  á  don  Alonso  de  Granada  Venegas  que ,  dejan- 
do en  Jayena  á  don  Jerónimo  Venegas,  su  hermano,  fue- 
se luego  donde  quiera  que  estuviese  el  campo  ,  para 
tratar  de  aquel  negocio ,  por  ser  persona  á  quien  los 
moros  daban  mucho  crédito.  También  quisiera  que  en- 
tendiera en  esto  don  Gonzalo  el  Zegrí,  vecino  de  Gra- 
nada ;  mas  él  se  excusó,  diciendo  que  pelear  con  los 
moros  él  lo  haría ,  mas  que  reducirlos ,  no  ;  porque  no 
estaba  tan  bien  con  sus  cosas,  que  le  •pareciese  que  me- 
recían perdón  de  tan  graves  delitos  como  habían  come- 
tido. Hecha  esta  diligencia ,  y  otras  que  pareció  conve- 
nir para  el  fin  de  que  se  trataba,  partió  nuestro  campo 
la  vuelta  de  Ta venias,  dejando  en  Sorbas  de  presidio  ai 
capitán  Salido  de  Molina  con  otra  compañía  de  infante- 
ría y  algunos  caballos  ,  y  por  cabo  y  superintendente 
de  todos  los  presidios  del  rio  de  Almanzora,  en  Purche- 
na  para  abajo,  á  don  Diego  de  Leiva.  El  siguiente  día 
estuvo  en  aquel  alojamiento,  esperando  que  llegasen 
las  escoltas  que  iban  con  bastimentos.  Envió  todos  los 
bagajes  del  campo  á  la  ciudad  de  Almería  para  que  car- 
gasen los  que  allí  había ,  con  una  gruesa  escolta ,  en  que 
fué  el  comendador  mayor  de  Castilla  á  curarse  de  unas 
tercianas  que  le  habían  dado  estos  días.  Aquí  tuvo  aviso 
don  Juan  de  Austria  como  el  campo  del  duque  de  Sesa 
se  le  venia  acercando ;  y  porque  convenia  pasar  luego 
al  rio  de  Almería  para  apretar  los  enemigos  por  aquella 
parte ,  sin  aguardar  que  volviese  la  escolta ,  hizo  cargar 
todo  el  fardaje  del  ejército ,  y  los  bastimentos  y  muni- 
ciones, en  los  bagajes  de  los  capitanes  y  gentileshom- 
bres  que  habían  quedado.  Y  dejando  en  aquella  plaza 
por  gobernador  al  capitán  Peña  Roja  con  infantes  y  ca- 
ballos, fué  aquel  día,  lunes  17  de  abril,  á  dormir  al  pago 
de  Rioja ,  donde  se  detuvo  con  harta  necesidad  de  bas- 
timento, por  no  haberse  podido  proveer  por  mar,  á 
causa  del  mal  tiempo  ;  mas  esto  se  remedió  luego  con 
las  escoltas  que  yo  le  envié  de  Ubeda  y  Baeza  y  del  ade- 
lantamiento de  Cazorla.  Remediada  esta  necesidad,  pasó 
el  campo  á  Santa  Fe,  y  en  estos  días  se  mataron  algu- 
nos moros  y  se  tomaron  otros  captivos ,  que  declara- 
ron ser  extrema  la  necesidad  que  pasaban  de  hambre. 
Ya  en  este  tiempo  había  su  majestad  enviado  comisión 
á  don  Juan  de  Austria  para  que  admitiese  á  los  que  vi- 


3ril 

niesen  á  reducirse  llanamente  ;  y  en  este  alojamienlo 
mandó  divulgar  un  bando  general  en  la  forma  siguiente: 

BANDO  EN  FAVOR  DE  LOS  QUE  SE  REDUJESEN. 

«Habiendo  entendido  el  Rey  mi  señor  que  la  ma- 
yor parte  de  los  moriscos  deste  reino  de  Granada  que 
se  han  rebelado ,  fueron  movidos ,  no  por  su  voluntad, 
sino  compelidos  y  apremiados ,  engañados  é  inducidos 
por  algunos  principales  autores  y  movedores,  cabezas 
y  caudillos,  que  han  andado  y  andan  entre  ellos;  los 
cuales  por  sus  fines  particulares ,  y  por  gozar  y  ayudar- 
se de  las  haciendas  de  la  gente  común  del  pueblo,  y  no 
para  hacerles  beneficio  alguno ,  procuraron  que  se  al- 
zasen ;  y  habiendo  mandado  juntar  algún  número  de 
gente  de  guerra  para  castigarlos,  como  lo  merecían  sus 
culpas  y  delitos,  y  tomádoles  los  lugares  que  tenían  en 
el  rio  de  Almanzora  y  sierra  de  Filábres  y  en  la  Alpu- 
jarra,  con  muerte  y  captiverio  de  muchos  dellos,  y  re- 
ducídolos,  como  se  han  reducido ,  á  andar  perdidos  y 
descarriados  por  las  montañas,  viviendo,  como  bestias 
salvajes,  en  las  cavernas  y  cuevas  y  en  las  selvas ,  pade- 
ciendo extrema  necesidad  ;  movido  por  esto  á  piedad, 
virtud  muy  propría  de  su  real  condición,  y  queriendo 
usar  con  ellos  de  clemencia ,  acordándose  que  son  sus 
subditos  y  vasallos ,  y  enterneciéndose  de  saber  las  vio- 
lencias, fuerzas  de  mujeres,  derramamiento  de  sangre, 
robos  y  otros  grandes  males  que  la  gente  de  guerra  usa 
con  ellos ,  sin  se  poder  excusar ,  nos  dio  comisión  para 
que  en  su  nombre  pudiésemos  usar  de  su  real  clemencia 
con  ellos,  y  admitirlos  debajo  de  su  real  mando  en  la 
forma  siguiente : 

«Prométese  á  todos  los  moriscos  que  se  hallaren  re- 
belados fuera  de  la  obediencia  y  gracia  de  su  majestad, 
así  hombres  como  mujeres ,  de  cualquier  calidad ,  gra- 
do y  condición  que  sean ,  que  si  dentro  de  veinte  días, 
contados  desde  el  día  de  la  data  deste  bando,  vinie- 
ren á  rendirse  y  á  poner  sus  personas  en  manos  de  su 
majestad,  y  del  señor  don  Juan  de  Austria  en  su  nom- 
bre ,  se  les  hará  merced  de  las  vidas ,  y  mandará  óir  y 
hacer  justicia  á  los  que  después  quisieran  probar  las  vio- 
lencias y  opresiones  que  habían  recibido  para  se  levan- 
tar ;  y  usará  con  ellos  en  lo  restante  de  su  acostumbra- 
da clemencia ,  ansí  con  los  tales ,  como  con  los  que ,  de- 
más de  venirse  á  rendir,  hicieren  algún  servicio  parti- 
cular, como  será  degollar  ó  traer  captivos  turcos  ó  mo- 
ros berberiscos  de  los  que  andan  con  los  rebeldes ,  y  do 
los  otros  naturales  del  reino  que  han  sido  capitanes  y 
caudillos  del  rebelión,  y  qué  obstinados  en  ella,  no  quie- 
ren gozar  de  la  gracia  y  merced  que  su  majestad  les 
manda  hacer. 

«Otrosí :  á  todos  los  que  fueren  de  quince  años  arri- 
ba y  de  cincuenta  abajo ,  y  vinieren  dentro  del  dicho 
término  á  rendirse,  y  trajeren  á  poder  de  los  ministros 
de  su  majestad  cada  uno  una  escopeta  ó  ballesta  con 
sus  aderezos ,  se  les  concede  las  vidas  y  que  no  puedan 
ser  tomados  por  esclavos ,  y  que  demás  desto  puedan 
señalar  para  que  sean  libres  dos  personas  de  las  que 
consigo  trajeren ,  como  sean  padre  ó  madre ,  hijos  ó  mu- 
jer ó  hermanos ;  los  cuales  tampoco  serán  esclavos, 
sino  que  quedarán  en  su  primera  libertad  y  arbitrio, 
con  apercebimiento  que  los  que  no  quisieren  gozar 
desta  gracia  y  merced,  ningún  hombre  de  catorce  años 
arriba  será  admitido  á  ningún  partido  j  antes  todos  pa- 


332 

sarán  por  el  rigor  de  la  muerte,  sin  tener  dellos  nin- 
guna piedad  ni  misericordia. » 

ueste  bando  fueron  diversos  traslados  por  todo  el 
reino  de  Granada ,  y  don  Juan  de  Austria  envió  órdenes 
á  todos  los  ministros  de  su  majestad  para  que  en  virtud 
del  admitiesen  cuantos  moros  viniesen  á  reducirse.  Y 
para  que  supiesen  donde  habían  de  acudir,  les  señaló 
su  campo  y  el  del  duque  de  Sesa,  y  los  lugares  princi- 
pales y  mas  cercanos  de  donde  se  hallasen.  Y  porque 
fuesen  conocidos,  y  la  gente  de  guerra  no  les  hiciese 
daño,  se  les  mandó  que  trajesen  una  cruz  de  paño  ó 
lienzo  de  color  en  el  hombro  izquierdo  cosida  sobre  el 
vestido ,  tan  grande ,  que  se  pudiese  bien  divisar  desde 
lejos.  Echóse  otro  bando  este  mesmo  dia,  mandando 
que  no  se  hiciesen  correrías,  porque  no  se  inlerrompie- 
se  el  negocio  de  la  reducion,  que  se  trataba  con  desór- 
denes, como  se  había  hecho  la  primera  vez. 

CAPITULO  XXII. 

Del  progreso  que  hizo  el  campo  del  duque  de  Sesa  desde  que  par- 
tió de  Pórtugos  hasta  llegará  üjijar,  y  cumo  Aben  Aboo  repar- 
tió su  gente. 

Hallábanse  los  alzados  en  este  tiempo  en  tal  estado, 
que  ni  podían  hacer  guerra  ni  estaren  paz.  Faltában- 
les fuerzas  para  sustentar  ejército;  y  aunque  muchos 
dellos  deseaban  la  paz ,  no  se  podían  inducir  á  ella,  por 
el  dolor  de  las  mujeres  y  hijos  y  haciendas  que  hablan 
perdido.  Aben  Aboo  pues,  sin  perder  un  punto  de  áni- 
mo, luego  que  vio  el  campo  del  duque  de  Sesa  dentro  de 
la  Alpujarra ,  repartió  su  gente  á  que  tomasen  los  pasos 
á  las  escoltas.  Mil  y  quinientos  moros  puso  entre  Ujíjar 
y  Orgiba,  mil  en  la  sierra  de  Gádor,  mil  y  docientos 
hacía  Adra  y  Almería,  y  ochocientos  á  la  parte  de  la 
sierra  de  Bentomiz.  Otro  golpe  de  gente  envió  á  Sier- 
ra-Nevada y  hacia  el  Puntal, que  corriesen  los  caminos 
de  Granada  y  de  Guadix ;  y  dejando  para  sí  cuatro  mil 
tiradores,  traía  los  dos  mil  dellos  siempre  sobre  el  cam- 
po del  duque  de  Sesa  por  lo  alto  de  las  sierras  y  lugares 
fragosos,  porque  desta  manera  pensaba  entretenerse, 
aprovechándose  de  los  frutos  de  la  tierra  con  mejor  co- 
modidad, y  necesitar  á  nuestro  campo  con  hambre.  Por 
otra  parte,  el  duque  de  Sesa ,  entendiendo  el  desinio 
del  enemigo ,  y  lo  mucho  que  importaba  quitarle  los 
bastimentos,  y  que  no  había  cuchillo  queloacabase  tan 
presto  como  la  falta  dellos,  en  toda  la  comarca  donde 
llegaba  hacía  talar  y  destruir  los  sembrados ,  enviando 
cuadrillas  de  gente  aunas  partes  y  á  otras,  que  corriesen 
la  tierra  con  tanta  orden  y  recato,  que  los  enemigos  no 
eran  parte  para  enojarlos,  ni  aun  osaban  hacerles  ros- 
tro. Esta  orden  tuvo  nuestro  campo  desde  12  días  del 
mes  de  abril  que  partió  de  Pórtugos,  hasta  que  llegó 
á  Ujíjar.  En  la  primera  jornada,  que  fué  á  Jubiles,  se 
descubrieron  algunos  moros  que  mostraban  tener  gana 
de  pelear;  mas  luego  se  recogieron  á  la  sierra,  y  el  Du- 
que se  alojó  en  el  lugar,  que  estaba  despoblado,  porque 
no  se  habían  asegurado  en  él  ni  en  el  castillo,  que  ha- 
bían comenzado  á  reparar  y  fortalecer,  y  tenían  ya  he- 
chos bastiones  con  sus  casamatas  y  tríncheas  de  tapias 
gruesas,  y  dos  aljibes  grandes  para  recoger  el  agua  de 
las  lluvias,  y  un  horno  de  pan,  y  una  casa  para  muni- 
ción y  morada  de  Aben  Aboo ,  con  intento  de  defender 
aquella  plaza,  que  cierto  era  fuerte  de  sitio,  porque  te- 
nia una  sola  entrada  por  dos  puertas  que  habian  co- 


LUIS  DEL  MARMOL  CARVAJAL. 

menzado  á  hacer.  El  Duque  subió  á  verla  fortificación, 
y  parecióle  tal ,  que  si  los  enemigos  osaran  defenderla, 
le  dieran  bien  en  qué  entender  para  ganársela,  porque 
con  una  pieza  de  artillería  que  pusieran  en  la  entrada  pu- 
dieran hacer  grandísimo  daño.  Y  no  estaban  sin  ella,  que 
Aben  Aboo  la  había  pedido  al  gobernador  de  Argel ,  y 
se  la  había  dado  por  setecientos  ducados  de  oro,  y  en- 
viádosela  eu  una  galeota;  mas  no  habia  tenido  tiempo 
ni  aun  industria  para  subirla  al  castillo,  y  teníala  aba- 
jo en  el  rio,  media  legua  de  allí,  con  todos  sus  aderezos. 
Desto  dio  aviso  un  moro  berberisco  que  se  vino  hu- 
yendo á  nuestro  campo,  y  envió  el  Duque  por  ella ;  y  no 
la  pudiendo  sacar  de  donde  estaba ,  la  mandó  enclavar 
y  enterrar  demanera  que  el  enemigo  no  la  hallase.  Des- 
de este  alojamiento  fueron  á  correr  la  sierra  don  Luis 
de  Cardona  y  don  Luis  fie  Córdoba  con  dos  mil  infan- 
tes y  ciento  y  cincuenta  caballos,  y  volvieron  con  al- 
gunas mujeres  y  muchachos  que  captivaron,  y  canti- 
dad de  ganado.  En  este  tiempo  mandó  deshacer  el  Du- 
que los  reparos  del  caslillode  Jubiles,  y  recogida  la 
gente,  fué  á  Cádiar,  y  sin  detenerse  pasó  aquella  noche 
á  Yátor.  Este  dia  se  descubrieron  los  moros  por  lo  alto 
de  las  sierras  de  Bérchul ,  y  el  Duque  no  quiso  alojar 
e!  campo  en  el  lugar,  por  estar  muy  pegado  con  la  sier- 
ra ,  sino  abajo  en  el  rio ,  entre  unos  cerros  que  mandó 
luego  ocupar  á  las  cuadrillas  para  que  el  campo  estu- 
viese mas  seguro.  Y  siendo  ya  bien  tarde ,  los  enemigos 
se  acercaron  y  hicieron  grandes  fuegos  en  las  cumbres 
de  las  sierras ,  con  que  tuvieron  toda  la  noche  en  ar- 
ma nuestro  campo ,  sospechando  que  querían  hacer  al- 
gún acometimiento.  Este  era  Aben  Aboo  con  sus  cua- 
tro mil  escopeteros  y  los  turcos  y  moros  berberiscos  y 
otra  mucha  gente  de  hondas  y  armas  enhastadas,  que 
venia  con  mas  ánimo  de  espantar  que  de  pelear,  di- 
ciendo á  los  que  le  aconsejaban  que  pelease,  que  no 
habia  para  qué  probar  el  salitre  de  la  pólvora  de  los  ar- 
cabuces de  los  cristianos,  porque  ellos  se  hartarían  de 
andar  y  dejarían  la  tierra  mal  de  su  grado.  Y  cierto  fué 
providencia  divina  no  acometer  algunas  destas  noches, 
porque  pudiera  ser  que  hiciera  daño.  Partió  el  campo 
deste  alojamiento  otro  dia  viernes  por  la  mañana ,  y  sin 
estorbo  llegó  á  Ujíjar,  que  también  estaba  despo- 
blada, y  se  alojó  dentro  del  lugar  de  Albacete.  Aquí 
trajo  un  moro  de  Jubiles  á  don  Diego  Osorío ,  que 
por  mandado  de  su  majestad  iba  con  despachos  al  du- 
que de  Sesa ,  en  que  se  trataba  la  resolución  de  la  guer- 
ra y  lo  que  se  había  de  hacer  en  la  reducion  que  se  pla- 
ticaba; el  cual  habia  salido  de  Órgiba  con  quince  es- 
cuderos de  la  compañía  de  Osuna  de  escolta ,  creyendo 
hallar  el  campo  en  Jubiles;  mas  había  ya  una  hora  que 
era  partido.  Y  como  llegó  cerca  del  lugar,  y  víó  las  ca- 
lles llenas  de  gente ,  entrando  dentro ,  no  halló  el  hos- 
pedaje que  pensaba,  porque  no  eran  cristianos,  sino 
moros,  que  en  viendo  salir  nuestro  campo  habian  ba- 
jado de  las  sierras ;  los  cuales  le  dejaron  entrar,  y  cer- 
cándole, le  prendieron  con  todos  los  escuderos,  y 
le  tomaron  los  despachos ;  y  después  de  haberle  ator- 
mentado ,  lo  dieron  en  guarda  á  este  moro ,  que  te- 
nia á  su  mujer  y  una  hija  captivas;  el  cual  fué  tan  hom- 
bre de  bien ,  qiie  le  regaló  y  le  tuvo  sin  prisiones,  y  le 
dijo  que  si  se  atrevía á  irse  con  él,  le  llevaría  á  nues- 
tro campo,  como  le  prometiese  de  darle  á  su  mujer  y 
hija.  El  cual,  maravillado  de  ver  en  moro  aquella  corte- 


REBELIÓN  Y  CASTIGO  DE  LOS  MORISCOS  DE  GRANADA. 


sía ,  rindiéndole  las  gracias  por  tan  buen  tratamiento 
como  le  hacia ,  siendo  su  captivo,  prometió  de  darle  lo 
que  pedia ,  y  hacer  con  su  majestad  que  le  hiciese  otras 
muchas  mercedes.  El  moro  le  replicó  que  no  le  tenia 
por  prisionero ,  antes  lo  era  él  suyo,  y  sabia  que  habia 
menester  su  favor,  según  el  desatino  que  los  moriscos 
hablan  hecho  en  levantarse  con  la  tierra  que  no  podían 
sustentar.  Y  diciendo  y  haciendo,  otro  diade  mañana 
le  llevó  al  campo  del  duque  de  Sesa,  que  estaba  en  Ujíjar; 
y  llegando  de  parte  de  noche,  porque  las  centinelas  no 
los  dejaron  entrar,  se  detuvieron  hasta  ser  de  dia.  Don 
Diego  Osorio  dijo  al  Duque  la  cortesía  que  el  moro  le 
habia  hecho ,  y  le  suplicó  le  hiciese  merced  y  favor ;  el 
cual  le  loó  mucho  aquel  hecho,  diciéndole  que  pidiese 
gratificación ,  porque  se  le  haría  de  muy  buena  volun- 
tad; y  él  pidió  que  le  diesen  ásu  mujer  y  á  su  hija, 
que  las  habían  captivado  en  la  correduría  que-don  Luis 
de  Córdoba  habia  hecho,  y  una  salvaguardia  para  po- 
der ir  y  venir  libremente  al  campo ,  porque  entendía 
poner  en  libertad  algunos  cristianos  de  los  que  habían 
sido  captivos  con  don  Diego  Osorio,  y  reducir  mucho 
número  de  los  alzados  á  merced  de  su  majestad.  El  Du- 
que prometió  de  darle  á  su  mujer  y  hija,  que  las  habían 
llevado  á  la  Calahorra,  y  le  dio  luego  la  salvaguardia, 
y  le  despachó  al  campo  de  don  Juan  de  Austria  con 
avisos;  y  antes  de  llegar  allá  le  prendieron  unos  mo- 
ros de  Aben  Aboo ,  los  cuales,  hallándole  la  salvaguar- 
dia y  el  despacho  en  el  seno,  le  llevaron  ante  él ,  y  le 
mandó  ahorcar  de  un  olivo,  y  muerto,  le  hizo  jugará 
la  ballesta.  No  mucho  después  desto  el  Habaquí  su- 
plicó á  don  Juan  de  Austria  por  la  libertad  de  aquellas 
mujeres,  que  eran  sus  parientas,  y  pagó  docientos 
ducados  por  el  rescate  dellas,  y  las  puso  en  libertad, 

CAPITULO  XXIII. 

Cdmo  don  Antonio  de  Luna  volvió  á  correr  la  sierra  de  Bentomiz, 
y  puso  presidios  en  Competa  y  en  Nerja. 

Mientras  estas  cosas  se  hacían  en  los  dos  campos, 
su  majestad,  á  instancia  del  duque  de  Sesa,  mandó  á 
don  Antonio  de  Luna,  que  se  había  recogido  ya  á  Hué- 
tor  Tajar,  después  de  haber  despoblado  los  cuatro  lu- 
gares de  la  jarquía  de  Málaga,  y  puesto  alguna  gente 
de  presidio  en  ellos,  por  estar  en  el  paso  por  donde  se 
va  de  la  Alpujarra  y  sierra  de  Bentomiz  á  los  otros  lu- 
gares de  la  hoya  de  Málaga  y  serranía  de  Ronda,  que 
tornase  á  entrar  en  la  sierra  de  Bentomiz ,  y  dando  el 
gasto  en  la  tierra ,  hiciese  un  fuerte  en  Competa,  y  pu- 
siese presidio  en  él  y  en  el  castillo  de  Nerja,  por  ser  pla- 
za de  importancia  para  la  segundad  de  aquella  costa 
y  del  paso  de  Almuñécar;  y  hecho  esto,  pasase  ade- 
lante hasta  el  Cehel,  donde  se  tenia  aviso  que  los  mo- 
ros habían  recogido  muchos  bastimentos  para  entrete- 
nerse en  la  aspereza  de  aquellos  montes  mientras  les 
venia  socorro  de  Berbería.  Para  esta  jornada  mandó 
su  majestad  á  los  corregidores  de  las  ciudades  comar- 
canas, que  recogiendo  la  gente  de  sus  corregimien- 
tos, se  volviesen  á  juntar  con  él  y  estuviesen  á  su 
orden ,  guardando  don  Antonio  de  Luna  la  que  el  du- 
que de  Sesa  le  diese;  y  porque  no  se  siguiese  el  in- 
conveniente de  volverse  los  soldados  si  acaso  fuese 
menester  mas  de  diez  días,  se  mandó  á  Pedro  Verdu- 
go, proveedor  de  Málaga,  que  los  proveyese  de  los 
baslimentos  necesarios.  Era  el  intento  del  duque  de 


S33 


Sesa  desbaratar  eldesinio  de  los  enemigos  y  quitar- 
les la  esperanza  de  levantar  de  nuevo  lugares ,  despo- 
blándolos y  necesitándolos  con  hambre  y  trabajo  de 
guerra;  y  hacia  instancia  con  su  majestad  en  que 
mandase  meter  la  tierra  adentro  todos  los  moriscos  de 
paces  de  la  jarquía  y  hoya  de  Málaga  y  serranías  de 
Ronda,  para  que  los  alzados  no  pudiesen  valerse  dellos. 
Don  Antonio  de  Luna  aceptó  la  jornada ;  mas  temia  ha- 
cerla con  gente  de  ruego  y  poco  disciplinada,  y  pidió 
soldados  de  ordenanza ,  diciendo  que  no  era  bien  tor- 
nar á  arrojar  su  honra  y  crédito  á  la  ventura ;  y  que  le 
pusiesen  vitualla  en  la  ciudad  de  Vélez,  en  Nerja,  en 
Almuñécar  y  en  Motril.  El  duque  de  Sesa  le  dio  dos 
compañías  de  infantería,  una  suya  y  otra  del  duque 
de  Alcalá,  y  dos  estandartes  de  caballos  de  los  duques 
de  Medína-Sidonia  y  Arcos ;  ordenó  á  los  proveedores 
que  pusiesen  bastimentos  en  los  lugares  que  decía ;  y 
con  esta  gente  y  la  de  las  ciudades  volvió  don  Antonio 
de  Luna  á  entrar  en  la  sierra  de  Bentomiz,  y  con  poco 
trabajo  dio  el  gasto  á  la  tierra,  escaramuzando  con  los 
moros ,  que  andaban  como  salvajes  por  aquellas  sier- 
ras ,  matando  y  captivando  algunos  dellos ;  y  perdien- 
do á  las  veces  soldados,  comenzó  el  fuerte  en  Compe- 
ta. Y  habiendo  enviado  mil  hombres  á  correr  el  rio  de 
Chillar,  con  poca  presa  y  pérdida  igual,  sin  hacer  otro 
efeto,  dio  fin  á  la  jornada,  dejando  de  presidio  en  Com- 
peta al  capitán  Antonio  Pérez,  regidor  de  Vélez,  con 
docientos  soldados,  y  en  el  castillo  de  Nerja  á  Diego 
Vélez  de  Mendoza  con  otra  compañía  de  infantería,  y 
fué  á  la  ciudad  de  Antequera,  donde  se  vino  á  ver  con 
él  Pedro  Bermudez ,  cabo  de  la  gente  de  guerra  que  es- 
taba en  Ronda ,  para  dar  orden  en  cómo  se  habían  de 
despoblar  los  lugares  de  aquellas  serranías ,  porque  su 
majestad,  informado  que  algunos  andaban  alborotados, 
le  pareció  sacallos  de  allí  antes  que  se  acabasen  de 
declarar,  y  cometió  la  ejecución  dello  á  don  Antonio  de 
Luna. 

CAPITULO  XXIV. 

Cómo  los  moros  desbarataron  la  escolta  que  llevaba  el  marqués 
de  la  Favara  á  la  Calahorra. 

Comenzaba  ya  á  faltar  bastimento  á  nuestro  campo 
en  Ujíjar;  y  no  le  viniendo  tan  á  cuento  proveerse  del 
que  Pedro  Verdugo  enviaba  por  mar  desde  la  ciudad  de 
Málaga  á  la  villa  de  Adra ,  el  duque  de  Sesa  mandó  jun- 
tar todos  los  bagajes ,  y  que  fuese  una  gruesa  escolta 
con  ellos  á  traerlo  de  la  Calahorra ,  camino  mas  corto, 
que  se  podía  ir  y  volver  en  un  dia ,  aunque  áspero  y 
peligroso,  por  estar  las  fuerzas  del  enemigo  hacia  aque- 
lla parte,  y  haber  de  pasar  el  puerto  de  la  Ravaha. 
Mas  estas  dificultades  previno  con  diligencia  y  fuerza 
de  gente ,  encomendando  el  viaje  al  marqués  de  la  Fa- 
vara; y  dándole  mil  infantes  y  cien  caballos  que  le 
acompañasen,  partió  del  alojamiento  de  Ujíjar  á  16  días 
del  mes  de  abril,  una  hora  antes  que  amaneciese,  yen- 
do él  de  vanguardia  con  docientos  infantes  y  cuarenta 
caballos :  luego  seguía  el  bagaje  con  algunos  arcabu- 
ceros sueltos  á  los  lados,  y  de  retaguardia  dejó  la  in- 
fantería de  Sevilla  y  sesenta  caballos.  Desla  manera 
comenzó  á  subir  nuestra  gente  por  la  sierra  arriba,  sin 
noticia  de  los  enemigos  ni  de  la  tierra,  y  aun  sin  ocu- 
par lugares  aventajados,  para  asegurar  el  bagaje.  Y  co- 
mo se  adelantase  demasiadamente  la  vanguardia,  y  el 


334 


LUIS  DEL  MARMOL  CARVAJAL. 


embarazo  de  las  mujeres,  enfermos  y  heridos  impidie- 
se poder  seguirla,  fué  necesario  quedar  entre  ellos  y  el 
bagaje  mucho  espacio  de  tierra.  No  fué  menor  descui- 
do el  de  la  retaguardia ,  caminando  á  paso  tan  lento,  y 
deteniéndose  en  recoger  algunos  ganados,  que  por 
ventura  los  enemigos  les  echaron  á  las  manos,  que  hu- 
bieron de  hacer  el  mesmo  intervalo  entre  ellos  y  el  ba- 
gaje. Estaba  Aben  Aboo  á  la  mira ,  y  viendo  salir  de 
nuestro  campo  tanto  número  de  bagajes  juntos,  no  sa- 
biendo para  dónde  caminaban,  mandó  al  alcaide  Ala- 
rabi ,  que  tenia  cargo  de  aquel  partido ,  que  los  siguie- 
se. Traia  este  moro  quinientos  hombres,  y  muchos  ti- 
radores entre  ellos;  y  repartiéndolos  en  tres  escuadras, 
tomó  la  una  para  sí  con  obra  de  cien  escopeteros,  otra 
dio  al  Picení  de  Guéjar  con  docientos  hombres,  y  la 
tercera  al  Martel  del  Cénete ,  mandándoles  que  mien- 
tras él  daba  en  el  bagaje ,  acometiesen  el  uno  la  reta- 
guardia por  frente,  y  el  otro  la  rezaga  de  la  vanguardia, 
metiéndose  por  entre  ella  y  el  bagaje.  Con  este  acuer- 
do se  emboscaron  en  partes  que  pudieron  estar  bien 
encubiertos;  y  dejando  pasar  la  vanguardia,  cuando 
tuvieron  la  escolta  en  la  mayor  angostura  del  camino, 
el  Alarabi  salió  á  ella  con  sus  cien  hombres  en  tres  cua- 
drillas. Con  la  primera,  en  que  llevaba  cuarenta  esco- 
peteros, acometió  el  bagaje^  cargando  luego  la  segun- 
da y  la  tercera;  y  hallando  poca  defensa,  porque  los 
arcabuceros,  poco  cuidadosos  de  lo  que  llevaban  á  car- 
go ,  se  hablan  desmandado  á  buscar  algún  aprovecha- 
miento ,  rompió  por  medio,  poniendo  á  los  bagajeros, 
enfermos  y  heridos  en  confusión.  A  un  mesmo  tiempo 
dio  el  Piceni  en  la  caballería  de  la  retaguardia,  y  des- 
baratándola, desbarató  ella  la  infantería;  lo  mesmo 
hizo  el  Martel  en  el  rezago  de  la  vanguardia :  lo  uno  y 
lo  otro  con  grandísima  presteza  y  tanto  silencio ,  que 
no  parecía  ser  moros ,  sino  soldados  de  disciplina  an- 
tigua. Iba  el  Picení  siguiendo  la  retaguardia  de  mane- 
ra, que  parecia  que  los  nuestros  huían.  El  Martel  hizo 
otro  tanto,  y  entrambos  siguieron  su  alcance  sin  que 
los  caballos  ni  los  soldados  se  rehiciesen.  El  Alarabi 
fué  matando  bagajeros,  enfermos  y  bagajes,  y  todos  á 
una  mataban  soldados  y  escuderos.  Llegó  e!  arma  con 
silencio  y  temor  de  los  nuestros  al  marqués  de  la  Fa- 
vara  tan  tarde ,  que  no  pudo  remediar  el  daño;  aun- 
que con  obra  de  veinte  caballos  y  algunos  arcabuceros 
procuró  llegar  á  tiempo,  porque  se  lo  impedia  la  frago- 
sidad del  camino,  bagajes  caídos  y  otros  impedimentos 
que  había  en  él;  y  al  íin  prosiguió  su  camino,  yendo 
los  moros  á  las  espaldas  hasta  cerca  de  la  Calahorra. 
Murieron  este  día  al  pié  de  ochocientos  cristianos,  los 
seiscientos  enfermos  y  heridos,  que  iban  á  curarse  á 
Guadix.  Lleváronse  los  moros  seiscientas  moriscas  que 
iban  captivas,  y  trecientos  bagajes  escogidos,  sin 
otros  muchos  que  mataron,  y  captivaron  quince  hom- 
bres, sin  perder  uno  ni  mas  de  los  suyos.  Fué  tanta  la 
turbación  de  los  bagajeros  y  soldados  que  escaparon  de 
allí,  que  en  llegando  á  la  Calahorra  se  fueron  huyendo 
la  mayor  parte  dellos ;  y  así  no  hubo  quien  volviese  con 
la  escolta  al  campo.  La  nueva  destc  suceso  llegó  á 
Ujíjar aquella  mesma  noche,  porque  el  marqués  de  la 
Favara  en  llegando  á  la  Calahorra  envió  al  capitán  Lá- 
zaro Moreno  de  León  con  seis  caballos  á  dar  aviso  al 
Duque,  el  cual  pasó  por  el  mesmo  camino  sobre  los 
cuerpos  muertos,  y  llegó  antes  que  amaneciese  con  la 


desastrada  nueva,  que  sintió  gravemente  el  duque  de 
Sesa.  Y  hallándose  sin  bagajes  y  sin  bastimento ,  ani- 
mosamente determinó  de  ir  luego  la  vuelta  de  Valor 
para  entender  de  mas  cerca  lo  que  había ,  y  pelear  con 
el  enemigo  si  le  aguardase  ,  y  con  los  bagajes  que  pu- 
diese juntar,  enviar  por  bastimento  ó  ir  por  ello ;  por- 
que habían  quedado  muchos  enfermos ,  y  faltándole  la 
gente  que  había  llevado  el  marqués  de  la  Favara,  le 
quedaba  poca  que  enviar  para  aquel  efeto. 

CAPULLO  XXV. 

Cómo  el  duque  de  Sesa  fué  á  poner  su  campo  en  la  villa  de  Adra. 
Otro  día  de  mañana ,  17  de  abril ,  partió  el  duque  de 
Sesa  de  Ujíjar  con  todo  el  campo  puesto  en  ordenanza, 
y  fué  á  Valor  harto  congojado  de  ver  la  flaqueza  de  nues- 
tra gente  :  halló  el  lugar  solo;  que  los  moros  se  hablan 
recogido.á  las  sierras.  Desde  allí  despachó  espías  á  Gua- 
dix y  á  Granada ,  encargando  al  presidente  don  Pedro 
de  Deza  que  diese  orden  como  el  marqués  de  la  Favara 
recogiese  la  gente ,  y  juntase  otra  de  nuevo  con  que  irle 
luego  á  buscar  donde  quiera  que  estuviese.  Aquella 
noche  tuvo  toda  la  gente  puesta  en  arma  y  mucho  re- 
caudo de  centinelas  y  cuerpos  de  guardia  á  la  parte  de 
la  sierra,  por  si  los  enemigos  hiciesen  algún  acometi- 
miento de  noche ;  los  cuales  habían  soltado  las  acequias 
y  empantanado  los  barbechos  y  sembrados  al  derredor 
del  lugar,  para  que  los  caballos  atollasen  y  no  fuesen 
de  provecho ,  y  se  habían  puesto  á  la  mira  en  la  halda 
de  Sierra-Nevada.  Contónos  un  moro  de  los  que  se  ha- 
llaron con  Aben  Aboo  este  día,  que  cuando  iba  cami- 
nando nuestra  gente  hacia  Valor,  estaba  mirando  des- 
de la  cumbre  de  una  sierra  á  los  soldados  que  subían 
por  aquellas  cuestas  arriba  ;  y  pareciéndole  que  iban 
muy  cansados ,  había  dicho  que  era  hermosa  procesión 
aquella,  y  muy  buena  ventana  la  en  que  él  estaba  mi- 
rando como  pasaba  ,  y  que  con  sola  la  vista  pensaba 
desbaratarlos,  sin  hacer  otro  acometimiento.  El  duque 
de  Sesa,  considerando  el  daño  que  se  le  podía  seguir  de 
salir  á  la  Calahorra,  porque  se  le  deshiciera  el  campo, 
y  el  enemigo  viéndole  fuera  de  la  Alpujarra  le  tomaría 
los  puertos ,  y  le  sería  dificultoso  tornarlos  á  cobrar, 
así  por  esto ,  como  porque  en  opinión  de  moros  y  cris- 
tianos no  faltaría  quien  dijese  que  salia  roto  y  desbara- 
tado ,  acordó  de  dar  vuelta  ú  la  villa  de  Adra,  donde 
entendía  hallar  recaudo  de  bastimentos.  Para  esto  jun- 
tó los  caballeros  y  capitanes  á  consejo ,  y  como  hubiese 
algunos  de  contrario  parecer,  don  Juan  de  Mendoza 
Sarmiento  se  les  opuso,  diciendo  que  no  se  sacaba  otro 
fruto  de  salir  á  la  Calahorra  sino  perder  reputación, 
pues  era  cierto  que  en  viéndose  los  soldados  fuera  de 
la  Alpujarra,  harían  lo  que  habían  hecho  en  el  campo 
del  marqués  de  los  Vélez.  El  Duque  pues,  arrimándose 
al  mas  sano  consejo  ,  hizo  un  razonamiento  á  los  ca- 
pitanes y  soldados ,  encomendándoles  que  guardasen 
las  ordenanzas  y  no  se  desmandasen  ,  y  dio  vuelta  ha- 
cia Ujíjar.  Los  moros,  viendo  el  camino  que  tomaba, 
bajaron  á  gran  priesa  de  la  sierra ;  y  habiendo  pasado 
el  rio  nuestra  vanguardia  y  batalla,  dieron  en  la  reta- 
guardia, y  escaramuzaron  mas  de  tres  horas  con  los 
soldados  para  entretener  el  campo.  Llegaba  el  duque 
de  Sesa  á  la  ermita  de  San  Sebastian,  cerca  de  Ujíjar, 
cuando  sintió  tocar  arma ;  y  mandando  hacer  alto ,  acu- 
dió á  reforzar  la  retaguardia.  Y  porque  la.escararauza 


REBELIÓN  Y  CASTIGO  DE  LOS  MORISCOS  DE  GRANADA. 


era  en  lugar  donde  la  caballería  no  podía  aprovechar, 
liizo  cargar  á  los  enemigos  con  dos  mangas  de  arcabu- 
ceros ,  que  les  hicieron  volver  las  espaldas ,  y  en  parte 
se  pagaron  del  daño  recebido  en  el  puerto  de  la  Ravaha; 
con  todo  eso,  se  llevaron  una  carga  de  moneda  que  ha- 
llaron desmandada.  Llegó  la  gente  áüjíjar,  donde  ha- 
llaron muertos  algunos  soldados  y  bagajeros  que  ha- 
bían quedado  enfermos  en  el  hospital ,  que  estaba  en 
una  mezquita  que  los  moros  habian  hecho  de  nuevo  pa- 
ra su  zalá,  y  algunos  bastimentos  robados  que  había 
dejado  el  tenedor  en  la  casa  de  la  munición ,  por  no  te- 
ner bagajes  en  que  poderlos  cargar.  Esto  habian  hecho 
unos  moros  que  andaban  por  aquellos  montes ;  los  cua- 
les, viendo  salir  el  campo ,  habían  bajado  á  las  casas  del 
lugar.  Sintiólo  mucho  el  duque  de  Sesa ,  y  reprehendió 
gravemente  á  los  capitanes  y  comisarios  á  cuyo  cargo 
había  sido  recoger  el  campo  aquel  día ;  y  sin  detenerse 
allí,  pasó  á  Lucaínena,  enviando  gente  delante  que  re- 
conociese el  camino  por  donde  había  de  ir.  Llegando 
cerca  de  Lucaínena ,  tuvo  aviso  que  tenían  tomado  el 
paso  los  enemigos ,  y  no  por  eso  dejó  de  pasar  adelante. 
Los  moros,  viendo  la  determinación  que  llevaba,  deja- 
ron el  lugar  que  tenían  tomado ,  y  se  fueron  retirando  á 
Darrícal.  Pasó  el  campo  por  Lucaínena,  y  poniendo 
fuego  los  soldados  á  las  casas,  como  lo  hacían  en  todos 
los  lugares  donde  llegaban ,  fué  á  alojarse  aquella  no- 
che á  un  aljibe  tres  leguas  y  media  de  Adra ,  donde 
llegó  la  gente  cansada ,  mojada  y  bien  muerta  de  ham- 
bre, tanto,  que,  sin  querer  hacer  franqueza,  hubo  sol- 
dados que  compraron  un  pan  por  seis  reales  y  una 
azumbre  de  vino  por  ducado  y  medio.  Hicieron  los  ene- 
migos algunos  acometimientos  á  la  parte  de  Berja ;  pero 
el  Duque  mandó  asestar  la  artillería  contra  ellos,  y  se 
retiraron  luego.  Otro  día  miércoles  de  mañana  marchó 
el  campo  la  vuelta  de  Berja  con  tanta  hambre ,  que  aun- 
que se  caminaba  por  tierra  llana ,  no  podían  los  hom- 
bres ni  los  bagajes  andar,  y  hubo  muchos  que  se  caye- 
ron de  su  estado.  Y  pasando  por  el  lugar  á  mediodía, 
llevando  siempre  á  vista  los  enemigos,  fuéá  los  aljibes 
de  Adra  hacia  la  costa  de  la  mar;  y  llegando á  repechar 
en  la  cuesta  que  baja  hacia  la  villa,  halló  á  Hernando 
de  Narvaez,  capitán  del  presidio,  que  le  habia  salido á 
recebir  con  cincuenta  caballos.  Alojóse  el  campo  aque- 
lla noche  en  las  huertas  fuera  de  los  muros,  y  allí  man- 
dó armar  el  Duque  sus  tiendas;  que  no  quiso  entrar 
dentro  de  la  villa.  Era  tanta  la  hambre  de  la  gente  y  de 
las  bestias ,  que  en  término  de  una  hora  no  quedó  cosa 
verde  que  no  cortasen  y  destruyesen  en  las  huertas  y  en 
las  hazas ;  pero  remedióse  otro  día  con  el  bizcocho  y 
harina  que  habia  de  respeto  en  lo  5  almacenes  de  su  ma- 
jestad. 

CAPITULO  XXVI. 

De  lo  que  se  hizo  en  Adra  mientras  el  campo  del  duque  de  Sesa  es- 
tuvo en  aquel  alojamiento  ;  y  cómo  se  apercibió  para  ir  sobre 
Castil  de  Ferro. 

Llegado  el  duque  de  Sesa  á  Adra ,  corrió  con  la  ca- 
ballería las  taas  de  Dalias  y  Berja  y  parte  de  la  sierra 
de  Gádor ,  hacia  donde  entendió  que  andaban  moros; 
y  volviendo  al  alojamiento  con  algunas  presas,  estuvo 
aguardando  que  llegasen  las  galeras  del  cargo  de  don 
Sancho  de  Leíva  para  embarcarse  en  ellas  y  dar  sobre 
Castil  de  Ferro ,  donde  tenia  puestos  los  ojos ,  y  los  mo- 


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ros  su  esperanza.  Este  castillo  está  en  la  marina  en  el 
paraje  de  la  taa  de  órgiba ,  y  era  del  duque  de  Sesa. 
Habíale  vendido  un  mal  cristiano ,  hijo  de  una  morisca, 
por  cuatrocientos  ducadosá  el  Hoscein  de  Motril;  y  para 
hacerlo  á  su  salvo,  había  muerto  á  traición  al  alcaide, 
ó  como  algunos  decían ,  lo  habían  ganado  con  embos- 
cadas los  moros;  y  deseaba  mucho  el  duque  de  Sesa  co- 
brarle antes  que  le  fortaleciesen  mas  de  lo  que  estaba,  y 
para  este  efeto  solicitaba  las  galeras ;  porque  habiendo 
de  ir  por  tierra,  eran  siete  leguas  de  camino  áspero  y 
muy  trabajoso  para  llevar  las  carretas  de  la  artillería. 

;  En  este  tiempo  llegaron  á  la  playa  de  Dalias  tres  galeo- 
tas cargadas  de  trigo  y  arroz,  y  de  armas  y  municiones 
que  traían  de  Berbería ;  y  habiéndolo  ya  desembarcado 
los  arráeces  turcos ,  supieron  como  los  alzados  andaban 
en  tratos  para  rendirse  ;  y  blasfemando  dellos  ,  qui- 
sieron tornarlo  á  embarcar  y  volverse  á  su  tierra ;  pero 
no  lo  pudieron  hacer  tan  ásu  salvo,  que  dejasen  de  perder 
la  mayor  parte  del  trigo  y  de  las  otras  cosas  que  tenian 
fuera,  porque  los  descubrieron  nuestras  atalayas;  y 

'  acudiendo  la  gente  de  á  caballo,  no  les  dio  mas  lugar 
de  cuanto  pudieron  embarcar  las  personas  y  hacerse 
á  largo.  Tomóseles,  entre  las  otras  cosas ,  un  costal  de 
angeo  encerado  lleno  de  libros  árabes,  en  que  venían 

I  algunos  Alcoranes  y  un  libro  intitulado  Instrucción  de 

i  la  guerra  y  ardides  della,  que  según  pareció,  los  en- 
viaban los  alfaquís  de  Argel  á  los  moros;  y  decía  el  tí- 
tulo que  venía  en  el  encerado  Habices  para  los  anda- 
luces ,  como  que  los  enviaban  en  limosna.  Esto  fué  á  26 

'  días  del  mes  de  abril ,  y  aquella  mesma  noche  tocaron 
en  tierra  otras  siete  galeotas ,  en  que  venia  el  alcaide 
Hoscein ,  hermano  de  Caracax ,  con  cuatrocientos  tur- 
cos de  socorro  y  muchas  armas  y  municiones ;  el  cual, 
avisado  asimesmo  de  los  conciertos  en  que  andaban  de 
moros  de  la  tierra ,  se  volvió  luego  á  la  ciudad  de  Argel. 
Tenia  el  duque  de  Sesa  ya  en  su  poder  dos  días  habia  el 
bando  y  la  orden  de  don  Juan  de  Austria  para  admitir 
los  moros  que  se  viniesen  á  reducir,  y  habia  hecho  que 
el  licenciado  Castillo  sacase  traslados  de  todo  ello  tra- 
ducido en  arábigo ,  y  enviádolos  á  diversas  partes  de  la 
Alpujarra  con  un  morisco  llamado  el  Zambori ,  para  que 
se  divulgase  á  un  tiempo  por  todas  las  taas.  Y  como  se 
publicasen  en  Adra  á  27  días  del  mes  de  abril ,  aquel 
mesmo  día  se  le  fueron  mas  de  cien  soldados,  diciendo 
que  ya  había  paces;  y  pudiera  ser  que  se  fuera  la  mayor 
parte  de  la  gente ,  si  no  llegaran  las  galeras  aquella  no- 
che, y  se  embarcara  luego  otro  día  para  Castil  de  Fer- 
ro, donde  le  iremos  á  buscar  cuando  sea  tiempo.  Va- 
mos á  lo  que  se  hacía  en  el  negocio  de  la  reducion. 

CAPITULO  XXVII. 

Cómo  don  Alonso  de  Granada  Venegas  escribió  á  Aben  Aboo  per- 
suadiéndole á  que  se  redujese ;  y  lo  que  el  moro  le  respondió. 

Por  el  discurso  de  esta  historia  se  ha  entendido  la  ins- 
tancia que  don  Alonso  de  Granada  Venegas  hacia ,  in- 
tercediendo con  su  majestad  y  con  los  de  su  consejo 
por  los  moriscos  del  reino  de  Granada  que  no  habian 
sido  culpados,  y  les  habían  hecho  otros  que  se  rebela- 
sen por  fuerza ,  ofreciéndose  á  que  haría  con  ellos  que 
se  redujesen.  Para  este  efeto  había  su  majestad  manda- 
do á  don  Juan  de  Austria  que  le  pusiese  de  presidio  en 
Jayena  con  alguna  gente  de  á  pié  y  de  á  caballo ,  yel 
duque  de  Sesa  le  habia  proveido  de  la  que  dijimos ;  el 


336 

cual  liabia  hecho  estos  dias  algunas  entradas,  y carteá- 
dose  con  algunos  caudillos  de  los  alzados,  amigos  y  co- 
nocidos suyos,  persuadiéndolos  á  que  dejasen  las  ar- 
mas y  conociesen  su  desatino,  y  la  merced  que  su  ma- 
jestad les  hacia.  Y  como  se  comenzase  á  encaminar  el 
negocio  bien,  en  18  dias  del  mes  de  abril  deste  ano, 
antes  de  ir  al  campo,  escribió  unacartaá  Aben  Aboo  del 
tenor  siguiente : 

CARTA  DE  DON  ALONSO  DE  GRANADA  VENEGAS 
PARA  ABEN  ABOO. 

((Señor  Aben  Aboo  :  Muy  espantado  he  estado  que 
))una  persona  tan  cuerda  y  de  tan  buena  casta  como 
«sois ,  haya  venido  á  parar  en  un  camino  de  tan  gran 
«perdición ,  así  para  el  alma  como  para  la  vida,  y  des- 
«truicion  de  toda  esa  tierra  y  gente  della.  Y  porque 
wmepesa  mucho  dello,  y  deseo  vuestro  bien  y  el  de 
))todos,  y  poner  remedio  en  ello,  os  pido  por  merced 
)>que  me  enviéis  algunas  personas  de  confianza  con  quien 
«tratarlo;  que  yo  prometo  como  cristiano  y  caballero  de 
»lesdar  toda  seguridad,  como  de  presente  se  la  doy, 
))para  que  puedan  ir  y  venir  libremente  á  Jayena ,  don- 
»de  me  hallarán ;  porque  quiero  tratar  con  ellos  cosas 
«que  podrían  ser  muy  convenientes  al  servicio  de  Dios 
«nuestro  Señor  y  de  su  majestad ,  y  para  el  bien  deto- 
»da  la  gente.  Y  creedme  que  digo  verdad  sin  ninguna 
«malicia  y  engaño ;  y  espero  la  respuesta ,  la  cual  venga 
«luego.  Y  al  que  esta  lleva  se  le  haga  todo  buen  tra- 
«tamiento  por  amor  de  mí ,  pues  lo  que  me  mueve  á 
«enviarlo  es  el  bien  que  á  todos  deseo  ;  y  querría  mu- 
«cho  que  nos  viésemos  para  tratar  destos  negocios. 
«Fecha  en  Jayena,  á  8  dias  del  mes  de  abril.» 

Y  juntamente  con  la  carta  dio  una  salvaguardia  al 
mensajero,  encargando  á  don  Gutierre  de  Córdoba, 
gobernador  de  las  Albuñuelas,  que  le  dejase  ir  y  vol- 
ver libremente,  porque  iba  á  negocio  que  cumplía  al 
servicio  de  su  majestad.  Esta  carta  recibió  Aben  Aboo 
en  Mecina  de  Bombaron ,  estando  ya  el  duque  de  Sesa 
en  Adra ;  y  por  consejo  de  Hernando  el  Habaquí ,  que 
se  halló  presente  cuando  se  la  leyeron,  le  respondió 
desta  manera  : 


LUIS  DEL  MABMOL  CARVAJAL. 

«la  causa  de  haberse  encendido  este  fuego  fué  malos 
«consejeros;  y  á  estos  tales  se  les  debe  echar  la  culpa, 
«que  ordenaron  tantas  liviandades ,  que  los  del  reino  no 
«podían  ya  vivir ;  y  como  entre  ellos  hay  hombres,  qui- 
«sieron  tragar  la  muerte  antes  que  padecer  tantos 
«trabajos  y  sí njusticias  como  se  les  hacían.  Esto  ha  sido 
«la  causa  de  tanto  mal  y  daño  como  ha  venido ,  y  de 
«tantas  muertes  de  criaturas  ¡nocentes ;  y  por  esta  ra- 
»zon  no  se  ha  de  hacer  culpa  á  ninguno  de  los  naturales, 
«sino  á  los  que  fueron  causadores ;  porque  si  los  agra- 
Mvios  que  se  hacían  á  estas  gentes  se  hicieran  al  mas 
«cuerdo  hombre  que  hay  en  la  cristiandad,  no  se  con- 
«tentara  con  hacer  lo  que  ellos  hicieron ,  sino  que  hicie- 
»ra  mucho  mas  mal.  Cuanto á  lo  que  decisque  envíe  dos 
«hombres  de  quien  mucho  me  confie  á  Jayena  debajo 
«de  vuestro  seguro  y  palabra ,  bien  tengo  entendido 
«que  como  caballero  lo  cumpliréis ;  mas  habrá  otros  de 
«diferente  opinión ,  que  harán  lo  contrarío ;  y  hasta  que 
«haya  comisión  del  Rey  ó  de  don  Juan  de  Austria  no 
))se  atreverán  á  ir.  Don  Hernando  de  Barradas  escribió 
«á  Hernando  el  Habaquí ,  que  es  general  desta  tierra 
«levantada,  los  dias  pasados,  pidiendo  que  se  juntase 
«con  él  en  el  marquesado  del  Cénete,  y  juntos  trataron 
«del  remedio  para  que  este  fuego  se  apague ;  y  de  allí 
«se  fué  el  Habaquí  al  rio  de  Almanzora,  donde  también 
«le  escribió  Francisco  de  Molina,  y  se  viócon  él;  y  des- 
«pués  fueron  á  verse  con  él  don  Francisco  de  Córdoba 
«y  otros  caballeros,  y  el  Habaquí  nos  vino  á  dar  cuenta 
«de  lodo,  como  hombrea  quien  tenemos  dadacomi- 
«síon  para  estos  negocios.  Si  quisiéredes  veros  con  él, 
«enviadle  seguro  del  Rey  paraél  y  los  que  fueren  de  nues- 
«tra  parte  con  él,  porque  de  la  nuestra  aseguramos  á 
«vos  y  á  los  que  vinieren  con  vos.  Y  para  tratar  des- 
«te  negocio,  y  que  venga  á  tener  efeto,  nos  parece 
«que  se  podrá  negociar  por  la  vía  de  Guadix ,  pues  está 
«allá  comenzado  y  puesto  en  buenos  términos ;  y  si  no, 
«en  órgiba  os  podréis  ver  con  él ,  porque  es  persona  que 
«holgaréis  de  verle  y  de  tratar  con  él  cualquier  ne- 
«negocio.  Fecha  en  la  Alpujarra,  á  22  del  mes  de  abril 
«de  1570  años.  —  Muley  Abdalá  Aben  Aboo.» 


RESPUESTA  DE  ABEN  ABOO. 

«Señor  don  Alonso :  Por  vuestra  carta  entendí  el  buen 
Bcelo  que  tenéis  del  sosiego  deste  reino  y  del  ser- 
«vicio  de  nuestro  rey,  como  buen  cristiano;  y  esto  os 
«obliga  procurar  el  remedio ,  para  que  cese  tanto  mal 
«y  daño  como  ha  venido  por  la  cristiandad  y  por  los 
«deste  reino ,  y  la  pacificación  y  sosiego  del.  En  lo  que 
«decís  que  estáis  espantado  que  yo  me  pusiese  en  tan 
«gran  peligro  del  alma  y  del  cuerpo ,  en  lo  que  toca  al 
«alma ,  Dios  sabe  lo  mejor;  en  lo  del  cuerpo,  ya  tene- 
»mos  entendido  que  el  rey  don  Felipe  es  poderoso  y 
«puede  mucho;  mas  también  se  ha  de  entender  que  le 
«podemos  hacer  mucho  daño  mas  del  que  se  le  ha  he- 
«cho ,  porque  á  los  deste  reino  no  les  queda  ya  qué 
«perder,  y  lo  que  les  puede  venir  agora  ya  lo  tienen 
«tragado.  Y  todo  lo  que  ha  venido  y  viniere  á  los  unos 
«y  á  los  otros  cuelga  de  quien  no  lo  ha  remediado  con 
«tiempo,  creyéndose  de  livianos  juicios,  y  no  de  los 
«caballeros  que  le  informaron  de  lo  que  convenía  al  ser- 
Dvicio  de  Dios  y  suyo.  No  hay  de  qué  hacerme  á  mí  cul- 
vpado  Di  á  los  deste  reino  acerca  deste  negocio ,  pues 


CAPITULO  xxvni. 

Del  progreso  del  campo  de  don  Juan  de  Austria  desde  que  partió 
de  Santa  Fe  hasta  que  se  alojó  en  Padúles  de  Andaras ,  y  cómo 
se  prosiguió  en  la  reducion  de  los  alzados. 

Publicado  el  bando  y  hechas  otras  diligencias  en  el 
alojamiento  de  Santa  Fe ,  así  para  apretar  á  los  moros 
como  para  reducirlos,  don  Juan  de  Austria  pasó  con 
su  ejército  á  Terque ;  y  siendo  informado  que  en  Fínix 
había  algunos  moros  y  turcos  berberiscos  con  los  de 
la  tierra,  y  que  hacían  daño  á  la  parte  de  Almería, 
envió  contra  ellos  á  Jordán  de  Valdés  con  dos  mil  in- 
fantes, y  á  Tello  González  de  Aguilar  con  las  cíen  lan- 
zas de  Ecija  ,  ordenándoles  que  diesen  antes  que  ama- 
neciese sobre  el  lugar,  y  procurasen  degollarios ,  porque 
los  otros  temiesen  y  se  apresurasen  á  tomar  el  buen 
consejo.  Partieron  del  alojamiento  cuando  anochecía, 
ycaniinando  de  noche,  llegaron  á  hora  que  pudieran 
hacer  efeto  si  las  diligentes  atalayas  y  centinelas  de 
los  moros  no  los  sintieran  y  fueran  á  dar  rebato  ;  por 
manera  que  cuando  nuestra  gente  llegó,  ya  los  moros 
iban  la  sierra  arriba  con  las  mujeres  por  delante  cami- 
nando cuanto  podían ;  y  poniéndose  la  caballería  en  su 


REBELIÓN  Y  CASTIGO  DE  LOS  MORISCOS  DE  GRANADA. 


alcance,  pelearon  un  buen  rato  con  ellos,  hasta  que 
cargó  la  arcabucería  y  los  desbarataron  y  mataron.  Mu- 
rieron al.pié  de  cien  moros ,  y  captivaron  cuatrocientas 
mujeres.  Y  pareciendo  á  los  capitanes  que  no  era  bien 
meterse  mas  adentro  en  la  sierra,  porque  los  enemigos 
apellidaban  la  tierra  y  se  rehacían ,  dieron  vuelta  hacia 
el  lugar ,  y  entrando  dentro,  le  saquearon;  y  cargados 
de  despojos ,  con  mil  cabezas  de  ganado  que  pudieron 
recoger  de  presto  tornaron  aquel  mesmo  dia  bien  tarde 
á  Terque.  A  este  alojamiento  vino  don  Alonso  de  Gra- 
nada Venegas,  que,  como  atrás  dijimos,  le  babia  en- 
viado á  llamar  don  Juan  de  Austria  para  que  tratase 
el  negocio  de  la  reducion  con  los  moros;  y  vista  lares- 
puesta  de  Aben  Abooá  su  carta,  se  le  mandó  que  con- 
tinuase la  plática  que  habia  comenzado  con  él,  y  le 
volviese  á  escrebiren  el  negocio.  El  cual  despachó  lue- 
go un  morisco  con  otra  carta ,  en  que  le  decia  que 
conforme á  lo  que  le  habia  escrito  los dias  pasados,  con 
el  deseo  que  tenia  de  excusar  tan  gran  perdición  como 
la  gente  de  aquella  tierra  traia,  se  habia  dado  la  priesa 
posible  en  suplicar  á  su  majestad  usase  con  ellos  de 
clemencia,  entendiendo  lo  mucho  que  deseaban  redu- 
cirse á  su  servicio  y  ponerse  en  sus  reales  manos ;  y 
que  para  efetuar  aquel  negocio ,  como  se  lo  habia  pro- 
metido, habia  venido  á  Terque,  y  deseaba  verse  con  él 
y  con  el  Habaquí ,  y  con  las  demás  personas  que  qui- 
siese ,  y  donde  él  señalase  ;  porque  habiendo  tantas  lar- 
gas de  simparte ,  en  cosa  que  solo  aquel  remedio  les  que- 
daba para  no  ser  muerte  general ,  no  podia  don  Juan  de 
Austria  dejar  de  darse  la  priesa  que  era  justo  para  eje- 
cutarla en  todos  con  mucho  rigor  :  por  tanto,  que  se 
aprovechase  de  tan  buena  coyuntura ,  pues  teniendo  la 
espada  en  la  mano ,  deseaba  también  usar  de  la  clemen- 
cia que  su  majestad  les  concedía,  como  lo  hablan  en- 
tendido por  los  bandos  que  se  hablan  publicado.  La  cual 
singular  gracia  y  merced  debian  estimar  y  recebir  con 
alegría ,  y  creer  que  habia  sido  mucha  parte  la  buena 
intercesión  de  donjuán  de  Austria,  y  lo  que  él  habia 
ofrecido  de  parte  de  todos  los  de  la  nación  morisca,  con- 
fiado en  el  arrepentimiento  que  les  habia  conocido ;  avi- 
sándoles asimesmo  como  el  bando  que  se  habia  publica- 
do no  era  para  suspender  la  guerra  sola  una  hora ,  sino 
con  aquellos  que  se  fuesen  á  reducir  dentro  del  térmi- 
no en  él  contenido ;  y  que  estos  tales ,  aunque  hubiesen 
sido  capitanes ,  alcaides  ó  caudillos  de  los  alzados,  su 
majestad  los  admitía  en  su  gracia,  y  no  consentiría  que 
se  les  hiciese  mal  ni  daño.  Que  estuviese  cierto  que  las 
palabras  del  bando  se  habían  de  cumplir,  diciéndolas 
don  Juan  de  Austria  de  parte  de  su  majestad,  que  tan 
inviolablemente  las  guardaba ;  y  que  para  que  mejor 
entendiese  esta  verdad ,  y  la  llaneza  y  bondad  con  que 
don  Juan  de  Austria  trataba  de  su  negocio,  holgaría 
mucho  se  viese  con  él  y  con  otras  personas  de  crédito 
que  pudiesen  satisfacer.  Esto  todo  decía  don  Alonso 
de  Granada  Venegas,  porque  Aben  Aboo  y  los  que  con 
él  estaban  entendían  diferentemente  el  bando,  y  ha- 
bia escrito  el  Habaquí  sobre  ello  á  don  Hernando  de 
Barradas,  entendiendo  que  se  suspendía  la  guerra  con 
todos  mientras  se  trataba  de  la  reducion,  y  aun  parecía 
que  no  aseguraba  á  los  caudillos.  También  habia  escri- 
to Hernando  el  Habaquí  que  los  de  la  Alpujarra ,  en- 
tendiendo que  se  trataba  de  sacar  los  moriscos  de  las 
ciudades  de  Guadix  y  Baza ,  que  no  se  habían  rebelado, 

H-i. 


337 

estaban  escandalizados,  y  don  Alonso  de  Granada  Ve- 
negas satisfizo  en  esta  propria  curta,  diciendo  que 
entendiesen  el  buen  celo  con  que  su  majestad  lo  hacia, 
y  verían  que  solo  era  para  apartarlos  de  las  molestias  y 
malos  tratamientos  de  la  gente  de  guerra ,  que  ni  se  po- 
dían reparar  ni  sufrir;  y  que  no  iban  tan  lejos  do  sus 
casas,  que  cuando  los  negocios  tuviesen  buen  término 
dejasen  de  volver  á  ellas  acrecentados  de  mercedes  que 
su  mnjestad  les  haría ;  y  que  él  habia  suplicado  á  don 
Juan  de  Austria  que  detuviese  el  campo  en  aquel  alo- 
jamiento algún  dia  para  tratar  del  negocio,  y  se  lo  ha- 
bia concedido  por  seis  dias  :  por  tanto,  que  envíase  los 
que  habían  de  verse  con  él  con  la  verdad  y  llaneza  que 
era  justo ,  pues  habia  entendido  la  voluntad  de  su  ma- 
jestad ,  y  no  debian  dar  lugar  á  que  de  todo  punto  cer- 
rase la  puerta  do  su  clemencia.  Estos  mesmos  dias  se 
tornó  á  ver  don  Hernando  de  Barradas  con  el  Habaquí 
en  el  castañar  de  Lanteira,  y  le  dijo  como  tenia  en 
buenos  términos  el  negocio  déla  reducion,  y  que  su- 
plicase á  don  Juan  de  Austria  de  su  parte,  mandase  que 
no  llevasen  los  moriscos  de  Guadix  la  tierra  adentro, 
porque  habia  sabido  que  los  tenían  ya  encerrados  en 
las  iglesias  para  dar  con  ellos  en  Castilla ;  y  que  él  se 
ofrecía  á  hacer  de  manera  que  todos  los  de  la  Alpujarra 
rindiesen  las  armas  y  se  diesen  á  merced  de  su  majes- 
tad, y  que  Aben  Aboo  viniese  también  en  ello.  Don 
Juan  de  Austria,  aunque  entendió  que  era  negociación 
de  losproprios  moriscos  para  que  no  los  sacasen  de  sus 
casas ,  no  embargante  que  muchos  dellos  habia  dias 
que  pedían  se  les  señalase  donde  pudiesen  irse,  que 
estuviesen  seguros  de  los  trabajos  de  la  guerra ,  fuera 
del  reino  de  Granada,  por  atajar  inconvenientes  mandó 
que  los  dejasen  estar  mientras  otra  cósase  proveía.  Y 
porque  se  habían  de  juntar  con  el  Habaquí  y  con  los 
caudillos  moros  que  viniesen  á  tratar  de  la  reducion 
algunos  caballeros  de  nuestra  parte ,  mandó  venir  á  don 
Juan  Enriquez,de  Baza,  don  Alonso Haibz  Venegas, de 
Almería,  y  don  Hernando  de  Barradas,  de  Guadix,  y 
les  díó  orden  y  comisión  para  que,  juntamente  con  don 
Alonso  de  Granada  Venegas,  entendiesen  en  ello  ;  y  á 
30  dias  del  mes  de  abril  partió  con  todo  el  campo  de 
Terque.  Aquel  dia  se  alojó  en  el  lugar  de  Instincion, 
y  el  siguiente  fué  á  la  Rambla  de  Canjáyar,  donde  vino 
á  darse  un  moro  conforme  al  bando ,  y  dijo  como  los 
alzados  perecían  de  hambre,  y  que  valia  entre  ellos  la 
hanega  de  trigo  ocho  ducados  y  la  de  cebada  seis,  y 
que  no  se  hallaba.  Desde  este  alojamiento  se  enviaron 
algunos  traslados  del  bando,  escritos  y  traducidos  ea 
lengua  árabe,  á  diferentes  partes  para  que  lo  entendie- 
sen mejor ;  y  porque  acabado  lo  del  rio  de  Almería  ha- 
bia de  ir  efcampo  á  los  Padúles  de  Andarax,  donde 
don  Juan  de  Austria  pensaba  detenerse  algunos  días, 
por  ser  lugar  cómodo  para  tratar  la  paz  ó  proseguir  la 
guerra ,  ordenó  á  todos  los  proveedores  y  comisarios 
que  teníamos  cargo  de  enviar  bastimentos  al  campo, 
así  de  Granada,  como  de  Jaén,  Baza,  Ubeda,  Cazoria 
y  otras  partes ,  que  los  encaminásemos  por  la  vía  de 
Guadix  ,  y  que  los  proveedores  de  Málaga  y  Cartagena 
los  enviasen  por  mar  á  la  villa  de  Adra.  Dejando  pues 
el  río  de  Almería  á  la  mano  izquierda,  yendo  por  ca- 
mino harto  áspero  y  trabajoso ,  por  ser  la  mayor  parte 
del  cuestas ,  á  2  dias  del  mes  de  mayo  fué  á  poner  el 
campo  en  los  Padúles,  dos  leguas  pequeñas  de  Anda- 

22 


338 


LUIS  DEL  MARMOL  CARVAJAL. 


rax,  cinco  de  Ujíjar,  tres  del  puerto  la  Ravalia,  cin- 
co de  Fifiana ,  ocho  de  Almería ,  y  otras  cinco  de  Berja 
y  de  Dalia?.  Aquí  liizo  asiento,  pareciendo  á  los  del 
Consejo  que  no  convenia  pasar  adelante  por  el  mucho 
impedimento  de  bagajes,  aspereza  de  la  tierra,  y  ven- 
taja que  podían  tener  los  enemigos,  que  perdido  un 
sitio,  se  podían  pasará  otro  sin  daño ,  y  hacerle  á  nues- 
tro campo ;  y  por  ser  muy  á  propósito,  según  el  estado 
de  las  cosas  y  lo  que  se  pretendía;  y  demás  desto  era 
tierra  acomodada  de  árboles,  abundante  de  aguas,  y 
tenia  un  sitio  apto  para  poderle  fortalecer  á  poca  costa, 
que  era  lo  que  mucho  hacia  al  caso  para  recoger  dentro 
los  bastimentos  y  el  campo ,  cuando  los  tercios  salie- 
sen á  correr  ó  fuesen  á  hacer  escoltas, que  de  nece- 
sidad habían  de  ser  grandes  y  muy  acompañadas  de 
gente  de  guerra,  para  quitar  á  los  alzados  la  esperanza 
de  poderlas  romper  y  valerse  de  los  bastimentos  que 
tomasen,  como  lo  habían  hecho  otras  veces. 

Eldcsiniode  don  Juan  de  Austria  era  enviar  desde 
este  alojamiento  cuatro  ó  cinco  mil  hombres  de  á  pié 
con  docientos  de  á  caballo,  sin  bagajes,  y  con  mochilas 
para  cinco  ó  seis  días ,  á  que  corriesen  la  sierra  por  la 
parte  que  mas  pareciese  convenir,  y  entrasen  adentro 
todo  lo  que  fuese  posible,  haciendo  á  los  alzados  el  daño 
que  pudiesen  sino  se  venían  luego  á  reducir;  el  cual  no 
podía  dejar  de  ser  mucho,  hallándose,  como  se  hallaba, 
el  duque  de  Sesa  en  Adra  ,  tres  leguas  de  Ujíjar,  cua- 
tro de  Valor,  tres  de  Lucainena,  y  cuatro  dePoquei- 
ra ,  que  podía  con  gente  suelta  hacer  el  mesmo  efeto  en 
la  Alpujarra;  y  si  viesen  que  convenía,  darse  los  unos 
á  los  otros  la  mano.  El  día  que  llegó  el  campo  á  Pa- 
dúles,  se  hallaron  cantidad  de  moros  metidos  en  cue- 
vas sobre  el  río,  y  por  bajo  del  lugar  y  del  proprio  alo- 
jamiento; y  como  se  defendiesen  dentro  por  ser  fuer- 
tes y  estar  puestos  en  torronteras  de  peñas  muy  altas 
don  Juan  de  Austria  les  hizo  combatir  con  humo ,  con 
bombas  de  fuego,  con  artillería  y  con  escalas,  confor- 
me á  la  disposición  de  cada  uno,  y  todos  los  moros  que 
había  dentro  fueron  muertos  ó  presos,  no  sin  daño  de 
los  combatidores.  A  6  dias  del  mes  de  mayo  llegó  á 
Padúles  un  moro  con  una  carta  del  Habaquí  para  don 
Alonso  de  Granada  Venegas,  en  conformidad  del  nego- 
cio que  se  trataba  de  la  reducion ;  la  conclusión  de  la 
cual  fué  que  el  Habaquí  con  los  caudillos  principales 
de  los  alzados  viniese  al  lugar  del  Fondón  de  Andarax, 
una  legua  de  Padúles,  y  dando  rehenes  de  su  parte, 
irían  los  caballeros  que  estaban  diputados  á  verse  con 
ellos.  Otro  dia  luego  siguiente  fué  avisado  don  Juan  de 
Austria  como  en  la  sierra  de  Bazay  Filábres  había  mu- 
chas cuadrillas  de  moros,  y  que  andaban  con  ellos  Aben 
Mequenun ,  hijo  de  Puertocarrero  el  de  Jergal ,  y  el 
Moxahali ,  y  el  negro  de  Almería  ,  que  llamaban  An- 
drés de  Aragón  ;  los  cuales  corrían  la  tierra  y  hacían 
daños;  y  para  castigados  envió  á  don  Pedro  de  Padilla 
con  mil  y  docientos  soldados  de  su  tercio ,  y  á  don  Die- 
go de  Argote  con  setenta  lanzas  de  Córdoba  y  treinta 
de  las  de  Ecija,  á  que  corríesen  la  sierra  y  les  hicie- 
sen todo  el  daño  que  pudiesen.  Esta  gente  anduvo  tres 
dias  de  una  parte  á  otra,  sin  que  las  guias  pudiesen  ati- 
nar á  dar  sóbrelos  enemigos,  hasta  que  una  noche  aca- 
so descubríeron  lumbres  en  un  valle  muy  hondo ;  y  ca- 
minando hacia  ellas,  al  amanecer  del  dia  fueron  á  dar 
cerca  de  unas  fuentes,  donde  estaban  mas  de  tres  mil 


moros  y  mucha  cantidad  de  mujeres,  bagajes  y  gana- 
dos. Los  hombres  hicieron  rostro  y  trabaron  una  asaz 
reñida  pelea  en  que  murieron  algunos  soldados  y  fue- 
ron muchos  heridos;  pero  al  íin  se  hubieron* tan  va- 
lerosamente los  capitanes ,  que  matando  al  pié  de  cua- 
trocientos moros,  los  desbarataron  y  pusieron  en  hui- 
da, y  les  tomaron  las  mujeres,  bagajes  y  ganados;  y 
recogiendo  la  presa ,  dieron  luego  vuelta  al  campo,  lle- 
vando mas  de  cinco  mil  almas  captivas.  Mas  no  les  su- 
cedió como  pensaban ,  porque  los  moros  se  rehicieron; 
y  acometiendo  la  retaguardia,  mataron  doce  escuderos, 
siete  de  Córdoba  y  cinco  de  Ecija ,  y  muchos  y  muy 
buenos  soldados,  y  cobraron  la  mayor  parte  de  la  presa, 
que  por  ser  tan  grande  y  ocupar  tanto  camino ,  no  pu- 
dieron guarecerla  toda ;  y  fuera  mayor  el  daño  deste 
dia ,  si  los  capitanes  no  acudieran  á  resistir  tan  grande 
ímpetu  como  los  enemigos  traían,  y  los  retiraran.  To- 
davía salvaron  mil  y  cien  esclavas  que  iban  en  la  van- 
guardia, y  alguna  cantidad  de  bagajes  y  de  ganados, 
con  que  volvieron  á  Padúles. 

CAPITULO  XXIX. 

Cómo  el  duque  de  Sesa  ocupó  á  Castil  de  Ferro. 
En  el  capítulo  xxvi  deste  libro  dijimos  cómo  el  du- 
que de  Sesa  se  embarcó  en  Adra  para  ir  sobre  Castil  de 
Ferro.  Llevando  pues  la  gente  en  diez  y  nueve  galeras 
del  cargo  de  don  Sancho  de  Leiva  y  en  una  nao,  salió 
de  aquel  puerto  á  28  dias  del  mes  de  abril ;  y  el  mesmo 
dia  le  dio  un  soldado  una  carta  escrita  en  arábigo,  que, 
según  él  dijo ,  la  había  tomado  á  un  moro ,  y  era  del 
alcaide  de  Castil  de  Ferro,  que  la  enviaba  á  Berbería, 
en  la  cual  daba  cuenta  de  la  artillería  y  gente  que  tenia 
en  el  castillo  y  de  la  fortificación  que  hacia  para  que  no 
le  pudiesen  batir,  pidiendo  con  instancia  á  los  arráeces 
moros  y  turcos  que  llegasen  con  las  fustas  á  hacer  es- 
cala en  aquel  puerto,  diciendo  que  allí  estarían  segu- 
ros de  los  cristianos  y  podrían  poner  sus  contratacio- 
nes. El  Duque  holgó  mucho  con  la  carta,  y  llegando 
aquel  mesmo  día  á  Castil  de  Ferro,  echó  la  gente  en 
tierra  en  la  playa  que  está  á  la  parte  de  levante ,  donde 
llaman  el  Pararique ,  lugar  cubierto  de  la  artillería  del 
castillo.  Luego  mandó  ocupar  una  montañeta  que  le 
tiene  á  caballero ,  donde  los  enemigos  habían  comen- 
zado á  hacer  un  baluarte  y  tenían  cantidad  de  cal ,  are- 
na y  piedra  recogida  para  él ;  y  haciendo  subir  dos  pie- 
zas de  artillería  con  harto  trabajo,  por  ser  la  tierra  ás- 
pera, comenzó  á  batir  las  defensas.  Los  moros  mostra- 
ron gran  determinación  de  no  quererse  rendir,  tirando 
con  una  pieza  gruesa  y  con  otros  tirulos  pequeños  que 
tenian;  y  el  Hoscein,  que,  como  dijimos,  había  com- 
prado el  castillo,  conociendo  flaqueza  en  un  moro  que 
decía  que  no  se  podían  defender,  y  que  seria  bien  que 
se  rindiesen,  le  despeñó  vivo  por  cima  de  las  almenas, 
diciendo  que  haría  lo  mesmo  á  todos  los  que  tratasen 
de  dar  el  castillo  á  los  cristianos.  Otro  día  siguiente 
mandó  el  Duque  subir  otras  dos  piezas  gruesas  de  ba- 
tir, con  que  se  prosiguió  en  la  batería  mas  de  propósi- 
to,  y  se  quebró  á  los  enemigos  la  pieza  principal  con 
que  tiraban.  A  este  tiempo  faltó  la  munición ,  y  mandó 
hacer  dos  mantas  de  madera  de  las  arrumbadas  de  las 
galeras  para  picar  el  muro  del  castillo ;  y  enviando  á  re- 
conocer el  lugar  donde  se  habían  de  arrimar,  á  las  diez 
de  la  noche  lo?  recopocedores  se  encontraron,  coo  el 


REBELIÓN  Y  CASTIGO  DE  LOS  MORISCOS  DE  GRANADA. 


339 


ílosceín;  el  cual,  desengañado  de  poderse  defender, 
salia  con  treinta  moros  para  irse  á  la  sierra;  y  pren- 
diendo algunos  dellos,  se  echaron  otros  á  la  mar,  y 
fueron  nadando  liácia  una  serrezuela  que  despunta  en 
la  playa  á  la  parte  de  Motril ;  el  Hoscein  y  otro  moro 
viejo  granadino ,  llamado  el  Taibili ,  fueron  muertos. 
Aquella  mesma  noche  tuvieron  los  nuestros  habla  con 
los  moros  que  hablan  quedado  dentro  del  castillo,  los 
cuales  trataron  luego  de  rendirse;  y  el  Duque,  por  no 
acabar  de  echarle  por  el  suelo,  holgó  de  concederles 
las  vidas  y  que  no  los  echarla  en  galeras.  Y  mandando  á 
don  Juan  de  Mendoza  y  al  marqués  de  la  Favara  y  á  don 
Juan  Niño  de  Guevara ,  capitán  de  la  infantería  con  que 
servia  la  ciudad  de  Toledo,  que  subiesen  á  ocuparle, 
fué  restaurado  y  vuelto  á  poder  de  cristianos  en  2  dias 
del  mes  de  mayo.  Los  turcos  que  hahia  dentro  repartió 
el  Duque  entre  los  capitanes  y  gentileshombres  que  le 
pareció  que  habían  trabajado;  los  moros  de  la  tierra 
remitió  á  la  Inquisición  para  que  los  castigase  confor- 
me á  sus  culpas;  y  á  los  que  habían  intentado  de  irse, 
para  ejemplo  de  otros  los  hizo  ahorcar,  y  que  á  cuenta 
de  su  majestad  se  pagase  veinte  ducados  por  cada  uno 
á  los  que  los  habían  tomado ;  y  las  moras  y  todo  el  mue- 
ble mandó  repartir  entre  la  gente  de  guerra.  Ganado 
Castil  de  Ferro,  don  Sancho  de  Leiva  fué  con  las  gale- 
ras á  traer  bastimentos  de  Málaga  para  ellas  y  para  el 
campo ,  que  ya  faltaban ;  y  como  se  detuviese  en  el  viaje 
cinco  días,  hubiera  de  deshacerse  de  todo  punto  el  cam- 
po, según  la  necesidad  que  pasaban  los  soldados ,  espe- 
cialmente de  agua ,  porque  era  menester  ir  por  ella  á 
una  fuente  que  está  media  legua  de  allí ,  y  no  eran  parte 
el  Duque  ni  los  capitanes  para  detenerlos  que  no  se  fue- 
sen desmandados  en  cuadrillas  la  vuelta  de  Órgiba  y  de 
Motril ,  y  los  moros  mataban  muchos  dellos  en  el  cami- 
no. En  este  tiempo  llegaron  de  parte  de  noche  dos  fus- 
tas de  turcos  á  vista  de  Castil  de  Ferro,  y  hicieron  señal 
con  los  eslabones,  creyendo  que  estaba  todavía  por  los 
moros ;  y  aunque  no  les  respondieron ,  llegaron  á  la  pla- 
ya y  saltaron  en  tierra ,  sin  que  las  centmelas  echasen 
de  ver  en  ello,  porque  como  vieron  bajar  aquellos  dos 
bajeles ,  creyeron  que  eran  algunos  barcos  de  los  que 
el  mesmo  día  habían  venido  de  Almuñécar,  Motril  y  Sa- 
lobreña con  refresco.  Subieron  hacia  el  castillo  quince 
turcos;  y  cuando  llegaron  á  las  centinelas  y  reconocie- 
ron que  eran  de  cristianos ,  dieron  vuelta  huyendo  á  las 
fustas ,  y  metiéndose  dentro ,  tomaron  una  barca  que 
venía  de  Motril ,  y  se  fueron  sin  recebu'  daño ,  dejando 
nuestro  campo  todo  puesto  en  arma;  el  cual  se  embarcó 
para  volver  á  Adra  á  8  días  del  mes  de  mayo,  quedando 
de  guarnición  en  aquel  castillo  el  capitán  Juan  de  Borja 
con  cien  soldados. 

CAPITULO  XXX. 

Del  progreso  que  hizo  el  campo  del  duque  de  Sesa  desde  que  vol- 
vió á  Adra  hasta  que  se  juntó  con  el  de  don  Juan  de  Austria. 

Vuelto  el  duque  de  Sesa  á  Adra,  no  fueron  menores 
inconvenientes  que  los  pasados  los  que  allí  tuvo  por  falta 
de  bastimentos,  enfermedades  y  fuga  de  soldados,  que 
se  le  iban  cada  día  por  mar  y  por  tierra  sin  poderlos  de- 
tener. Estaban  los  moros  en  este  tiempo  tan  divísos, 
que  si  unos,  compelidos  de  necesidad ,  venían  á  rendir- 
se, otros  muchos  andaban  haciendo  daños,  no  perdiendo 
coyuntura  ni  ocasión  en  que  poder  ofender  á  los  cris- 


tianos; por  manera  que  no  salia  hombre  ni  bagaje  fuera 
del  campo  desmandado  que  no  lo  captivusen  ó  mata- 
sen. Y  el  mayor  daño  de  todos  era  el  descontento  que 
nuestra  gente  tenia  de  ver  que  no  les  dejaban  hacer 
correrías,  las  cuales  estorbaba  el  Duque,  no  porque  le 
faltaba  voluntad  de  castigar  los  rebeldes,  que  siempre 
había  sido  de  aquel  parecer,  sino  por  excusar  el  daño 
que  podían  hacer  en  los  rendidos.  Vínose  á  disminuir 
en  tanta  manera  el  campo  con  estas  cosas ,  que  de  mas 
de  diez  mil  hombres  que  había  metido  en  la  Alpujarra, 
no  le  quedaban  cuatro  mil,  y  destos  se  le  iban  cada  día 
á  mas  andar.  Pasóse  al  lugar  de  Dalias ,  donde  estuvo 
algunos  dias ,  y  vinieron  muchos  moros  de  todas  las  taas 
de  la  Alpujarra  á  rendirse  conforme  al  bando ;  y  los  que 
no  podían  ir  luego ,  daban  sus  poderes  al  Habaquí ,  co- 
mo autor  de  aquella  paz.  En  este  alojamiento  se  refres- 
có la  gente  con  la  frescura  y  delicadeza  de  las  aguas  de 
las  fuentes  de  aquel  lugar ;  mas  pasando  de  allí  á  Berja, 
donde  era  necesario  que  estuviese  el  campo  para  que 
las  escoltas  que  pasaban  con  bastimentos  desde  Adra  al 
campo  de  don  Juan  de  Austria  fuesen  con  mas  seguri- 
dad, las  aguas  malasy  calientes  de  aquella  taa  y  los  calo- 
res, que  iban  creciendo  cada  día  mas,  causaron  muchas 
enfermedades ,  de  que  vino  á  morir  mucha  gente ;  y  por 
esta  razón  deseaba  el  Duque  extrañamente  que  los  dos 
campos  se  juntasen,  y  hacia  instancia  en  ello  antes  que 
el  suyo  se  le  acabase  de  deshacer.  En  este  tiempo  su- 
cedió que  un  moro  berberisco ,  espía  de  Aben  Aboo, 
que  hablaba  muy  bien  la  lengua  castellana  y  estaba  por 
soldado  en  una  compañía  de  infantería,  persuadió  á 
unos  soldados  que  andaban  movidos  para  irse  del  cam- 
po ,  diciendo  que  sabía  muy  bien  la  tierra  y  que  los  lle- 
varía por  toda  la  Alpujarra  seguros  de  moros  y  de  cris- 
tianos ;  y  para  acreditarse  mas  con  ellos  les  pidió  inte- 
reses por  su  trabajo é  industria.  Los  soldados,  que  eran 
mas  de  setenta ,  creyéndose  de  sus  palabras,  le  ofrecie- 
ron que  le  daría  cada  uno  un  real ,  y  el  solene  traidor, 
cuando  los  tuvo  apalabrados,  dio  aviso  á  Aben  Aboo 
del  camino  que  pensaba  hacer  para  que  les  tomase  los 
pasos.  Salieron  á  la  hora  que  anochecía  del  alojamien- 
to, y  guiólos  el  moro  hacia  Mecina  de  Bombaron.  El 
Duque  tuvo  aviso  de  como  se  iban ,  y  envió  dos  estan- 
dartes de  caballos  y  dos  compañías  de  infantería  tras 
dellos;  mas  aunque  los  alcanzaron,  no  fueron  parte 
para  que  por  bien  ni  por  mal  quisiesen  volver;  antes  se 
defendieron  con  tanta  determinación ,  que  las  compa- 
ñías, no  queriendo  derramar  su  mesma  sangre,  hubie- 
ron de  tornarse  al  campo  sin  hacer  efeto ;  y  ellos,  guia- 
dos de  su  falso  consejero ,  llegando  cerca  de  Mecina  de 
Bombaron,  dieron  en  una  emboscada  que  Aben  Aboo 
les  tenia  puesta ,  y  fueron  todos  muertos  ó  captivos. 
Estos  dias  vino  un  capitán  moro  llamado  el  Pícení,  na- 
tural de  Berja,  con  trecientos  escopeteros  al  campo 
del  Duque,  á  tratar  de  rendirse  y  á  desculparse  de  que 
le  habían  dicho  que  estaba  informado  que  enviaba  él 
moros  de  noche  á  que  matasen  y  robasen  los  cristianos, 
caballos  y  bagajes  que  se  desmandaban  del  campo ;  el 
cual  ofreció  al  Duque  reduciría  al  servicio  de  su  majes- 
tad cinco  ó  seis  mil  ánimas,  y  le  certificó  que  los  daños 
no  eran  con  su  consentimiento ,  antes  había  ahorcado 
dos  moros  de  los  que  los  hacían  con  muy  pequeña  in- 
formación. El  Duque  le  mandó  hacer  muy  buen  trata- 
miento, y  cuando  hubo  de  volver  donde  habían  dqado 


3í0 


LUIS  DEL  MARMOL  CARVAJAL . 


su  gente ,  envió  con  él  cincuenta  de  &  caballo  que  le  hi- 
ciesen escolta;  pero  el  Piccní  no  quiso  después  redu- 
cirse, pareciéndole  que  los  negocios  iban  encaminados 
de  mtinera  que  no  le  podia  suceder  bien  dello;  y  jun- 
tando sus  compañeros ,  les  dijo  :  «  Hermanos ,  los  cris- 
tianos nos  miran  con  odio  terrible  ;  la  tierra  está  per- 
dida ;  malo  es  estar  en  ella  como  enemigos,  y  peor  co- 
mo amigos.  Mi  parecer  es  que  nos  pongamos  en  cobro; 
que  sí  mujeres  y  liijos  perdiéremos,  otras  mujeres  ha- 
llaremos ,  y  otros  hijos  podremos  tener  donde  quiera 
que  fuéremos.  »  Y  dende  á  pocos  dias  se  pasó  con  ellos 
á  Berbería  en  unas  fustas  de  turcos  que  vinieron  á  la 


costa.  Estando  el  Duque  en  este  alojnmiento,  lo  escri- 
bió don  Juan  de  Austria  que  tenia  necesidad  de  verse 
con  él  para  tratar  de  algunas  cosas  que  convenían  al 
servicio  de  su  majestad ;  y  él  le  respondió  que  iría  á  be- 
sarle las  manos ;  y  ansí ,  hubieron  de  partir  el  camino, 
y  se  juntaron  en  el  cortijo  que  dicen  de  Leandro  ó  de 
Juan  Caballero,  donde  comieron  y  trataron  de  los  nego- 
cios, y  de  allí  se  volvieron  á  sus  alojamientos.  Donjuán 
de  Austria  se  fué  á  Padúles  de  Andarax,  y  el  duque  de 
Sesa  á  Berja ,  y  no  mucho  después  partió  de  aquel  alo- 
jamiento ,  y  fué  á  juntarse  con  él  en  Pudúles,  y  de  allí 
adelante  asistió  cerca  de  su  persona. 


LIBRO  NOVENO. 


CAPITULO  PRIMERO. 

Cómo  el  Habaquí  y  otros  alcaides  moros  se  juntaron  en  el  Fondón 
de  Andarax  con  los  caballeros  comisarios  para  tratar  del  nego- 
cio de  la  reducion. 

Dábase  mucha  priesa  don  Juan  de  Austria  por  con- 
cluir el  negocio  de  la  reducion  mientras  los  alzados 
padecían  hambre,  porque  entendía  que  pasado  el  mes 
de  mayo,  hallarían  en  cada  parte  la  mesa  puesta  de  los 
frutos  que  producía  la  tierra ,  y  que  sería  menester  en- 
grosar de  nuevo  el  ejército  á  mucha  costa  y  con  gran- 
de embarazo ,  especialmente  que  el  Habaquí  lo  traia  ya 
en  buenos  términos,  y  venían  muchos  á  reducirse.  A 
unos  traia  el  temor  de  morir  y  la  esperanza  del  per- 
don  ,  á  otros  el  amor  de  las  mujeres  y  hijos  que  tenían 
captivos,  pensando  rescatarlos ;  y  por  la  mayor  parte,  á 
todos  el  deseo  de  quietud  y  paz ,  cansados  de  tantos 
trabajos  y  desventuras.  Habiéndose  pues  juntado  en  el 
alojamiento  de  Padúles  los  caballeros  diputados  que 
don  Juan  de  Austria  había  mandado  venir  para  tratar 
del  negocio,  á  4  3  dias  del  mes  de  mayo  vinieron  al  Fon- 
don  de  Andarax  Hernando  el  Habaquí ,  y  Hernando  el 
Galíp ,  hermano  de  Aben  Aboo ,  y  Pedro  de  Mendoza 
el  Hosceni,  y  un  hijo  de  Jerónimo  el  Maleh,  y  Alon- 
so de  Velasco  el  Granadino ,  y  Hernando  el  Corrí ,  y 
doce  turcos  délos  principales  con  ellos,  y  mil  escopete- 
ros de  guardia.  El  mesmo  día  escribió  el  Habaquí  á  don 
Alonso  de  Granada,  avisándole  como  había  venido  á 
cumplir  lo  prometido ,  para  que  suplícase  á  don  Juan  de 
Austria  mandase  ir  luego  los  caballeros  que  habían  de 
tratar  del  negocio,  significándole  que  ninguna  cosa  de- 
seaban mas  que  paz  y  volver  al  servicio  de  su  majestad, 
concediéndoseles  algunas  cosas  fuera  de  las  contenidas 
en  el  bando.  Luego  que  don  Juan  de  Austria  supo  la  ve- 
nida del  Habaquí  al  Fondón  de  Andarax  con  los  alcaides 
moros  y  turcos ,  mandó  que  los  caballeros  diputados 
fuesen  á  ver  lo  que  querían,  y  con  ellos  el  doctor  Ma- 
rín y  los  beneficiados  Torríjos  y  Tamarin.  Lo  primero 
que  trataron  fué  ponderar  con  arrogancia  cuan  mal  se 
podían  guardar  las  premáticas ,  los  daños  que  dellas  se 
les  seguía,  y  los  malos  tratamientos  que  recebían  de  las 
justicias  y  de  los  ministros  ejecutores'dellas.  Quejában- 
se de  no  haberles  guardado  nada  de  cuanto  se  había 
asentado  con  ellos  desde  que  se  quisieron  reducir  al 
marqués  de  Mondéjar,  refiriendo  lo  de  Alvaro  Flores 


en  Valor,  lo  de  Villalta  en  Laróles,  y  las  mujeres  que 
habían  tomado  por  esclavas  en  la  Calahorra  yéndose  á 
reducir;  y  mostraban  mucho  sentimiento  de  que  lleva- 
sen á  Castilla  los  moriscos  que  no  se  habían  alzado,  di- 
ciendo que  si  aquello  se  hacía  con  los  que  habían  sido 
leales,  qué  podían  esperar  les  rebelados.  Finalmente 
dijeron  que  su  pretensión  era  que  don  Juan  de  Austria 
nombrase  personas  de  quien  ellos  se  fiasen ,  que  reci- 
biesen y  amparasen  á  los  que  se  fuesen  á  reducir ,  reco- 
giendo á  cada  uno  en  su  partido ;  que  se  diese  paso  libre 
á  los  de  Berbería ,  porque  como  gente  que  había  veni- 
do á  ayudarlos ,  querían  que  no  se  les  hiciese  daño  por 
ninguna  manera.  Que  se  los  ayudase  para  el  rescate  de 
las  mujeres  y  hijos ,  y  no  se  consintiese  sacarlas  de  Cas- 
tilla ,  y  que  darían  luego  todos  los  cristianos  que  tenían 
captivos  en  su  poder ;  que  los  dejasen  vivir  en  el  reino  de 
Granada,  y  que  volviesen  los  que  habían  metido  la  tierra 
adentro;  que  se  les  guardasen  las  provisiones  que  te- 
nían antiguas  ,  y  que  una  vez  perdonados  y  reducidos 
hasta  aquel  día ,  había  de  haber  perdón  general ,  sin 
que  hubiese  recurso  contra  ellos  por  ninguna  persona. 
Esta  relación  enviaron  luego  los  caballeros  comisarios 
con  Hernán  Valle  de  Palacios  á  don  Juan  de  Austria,  el 
cual  llegó  al  campo  á  medía  noche,  y  aquella  mesma  no- 
che se  juntó  el  Consejo ;  y  visto  lo  que  pedían  los  moros, 
se  les  respondió  que  ante  todas  cosas  trajesen  poder  de 
Aben  Aboo  y  de  los  otros  caudillos  en  cuyo  nombre  se 
venían  á  rendir,  y  que  presentasen,  juntamente  con  él, 
su  memorial  en  forma  de  suplicación ,  pidiendo  lo  que 
viesen  que  les  convenia,  tratando  solamente  de  aque- 
llas cosas  que  fuesen  pertinentes.  Y  porque  se  entendió 
que  por  falta  de  estilo  no  lo  habían  hecho ,  Juan  de  So- 
to ,  secretario  de  don  Juan  de  Austria ,  que  también  lo 
era  del  Consejo ,  les  envió  la  orden  que  habían  de  tener 
en  lo  que  quisiesen  pedir.  Con  este  despacho  volvió 
aquella  noche  Hernán  Valle  de  Palacios  al  Fondón,  y  los 
moros  holgaron  de  hacerlo  ansí.  Y  para  que  el  negocio 
fuese  mas  acertado ,  suplicaron  á  don  Juan  de  Austria 
mandase  á  Juan  de  Soto  que  fuese  también  á  hallarse 
en  la  conclusión  del ,  ofreciéndose  de  volver  luego  con 
los  poderes.  Y  con  esto  se  partieron  los  unos  y  los  otros, 
y  el  Habaquí  prometió  de  hacer  que  dentro  de  ocho  dias 
viniesen  con  los  recaudos  al  mesmo  lugar. 


REBELIÓN  Y  CASTIGO  DE  LOS  MORISCOS  DE  GRANADA. 


34! 


CAPITULO  II. 

Cdmo  volvieron  los  caballeros  comisarios  al  Fondón  de  Andaras, 
y  concluyeron  el  negocio  de  la  reducion. 

El  Habaquí  cumplió  su  palabra,  y  el  viernes  19  dias 
del  mes  de  mavo  volvió  al  Fondón  de  Andaras  y  con  él 
los  otros  alcaides,  excepto  Hernando  el  Galip,  que  ma- 
liciosamente, de  envidia  de  ver  que  hacian  los  caballe- 
ros cristianos  mas  cuenta  del  Habaquí  que  del ,  no  qui- 
so volver  con  ellos.  Sabida  su  venida  en  el  campo,  don 
Juan  de  Austria  mandó  que  fuesen  luego  las  personas 
que  habían  intervenido  en  las  pláticas  pasadas,  y  con 
ellos  el  secretario  Juan  de  Soto  y  García  de  Arce;  los 
cuales  partieron  el  mesmodia  del  campo,  y  encontran- 
do en  el  ca.mino  diez  moros  que  el  Habaquí  enviaba  en 
rehenes,  los  entregaron  á  don  Martin  de  Argote,  que 
con  los  caballos  de  su  compañía  iba  haciendo  escolta, 
y  ellos  pasaron  adelante.  Llegados  al  lugar  del  Fondón, 
el  Habaquí  presentó  sus  poderes,  y  hizo  sus  memoria- 
les en  la  forma  que  Juan  de  Soto  le  dijo  que  habían  de 
ir;  y  con  ellos  partió  luego  Hernán  Yalle  de  Palacios  al 
campo,  y  los  presentó  en  el  Consejo.  Aquella  noche  que- 
daron los  caballeros  comisarios  en  buena  conversación 
con  los  moros,  y  cenaron  todos  juntos;  aunque  se  hu- 
biera de  convertir  aquel  placer  en  mayor  desasosiego 
por  la  inadvertencia  de  un  capitán  de  caballos  del  cam- 
po del  duque  de  Sesa,  llamado  Pedro  de  Castro,  que  es- 
cribió una  carta  al  Habaquí,  conque  los  alteró  áél  y 
á  todos  los  que  habían  venido  á  tratar  del  negocio  de 
las  paces,  porque  cierto  en  aquella  coyuntura  pudiera 
excusar  los  términos  della.  Salían  los  escuderos  del 
campo  del  duque  de  Sesa  &  buscar  de  comer  para  los 
caballos,  y  desmandábanse  tanto  algunas  veces,  que 
llegaban  hasta  cerca  de  Andarax;  y  el  Habaquí,  por  qui- 
tar inconvenientes,  entendiendo  que  hacía  servicio,  ha- 
bía mandado  pregonar  en  su  campo  que  ningún  moro 
fuese  osado  de  hacerles  daño ,  y  había  escrito  sobre  ello 
al  Duque,  avisándole  de  la  diligencia  que  había  hecho, 
para  que  mandase  á  los  escuderos  que  no  pasasen  de 
ciertos  límites  que  señalaba  en  la  carta,  porque  hasta 
allí  llegarían  seguros.  Desto  hizo  poco  caso  el  duque  de 
Sesa ,  y  Pedro  de  Castro ,  ofendido  que  hubiese  tenido 
atrevimiento  aquel  moro  de  querer  poner  límites  á  su 
capitán  general,  le  respondió  por  su  parte  que  bien  sa- 
bia él  que  todas  las  veces  que  el  Duque  había  querido 
pasear  la  Alpujarra ,  lo  había  hecho  á  pesar  suyo  y  de 
todos  los  moros  della ,  y  que  lo  mesmo  haría  de  allí  ade- 
lante, y  otras  palabras  á  este  propósito.  Esta  carta  aca- 
baba de  recebir  el  Habaquí  cuando  Hernán  Valle  de 
Palacios  entró  por  el  lugar  con  la  resolución  del  Conse- 
jo ;  el  cual  le  llamó  desde  la  ventana  de  su  aposento,  es- 
tando con  él  el  Maleh  y  Pedro  de  Mendoza  y  Alonso  de 
Velasco,  tan  indignados  todos,  que  tenían  acordado  de 
matar  á  los  comisarios ,  y  no  hablar  mas  en  el  negocio, 
entendiendo  que  cuanto  se  trataba  con  ellos  era  enga- 
ño. Mas  Hernán  Valle  los  aplacó,  mostrándoles  el  des- 
pacho que  les  traía,  y  con  buenas  razones  los  persuadió 
á  que  no  hiciesen  caso  de  las  palabras  de  Pedro  de  Cas- 
tro ,  dicíéndoles  que  confiasen  de  los  caballeros  que 
allí  estaban ,  pues  eran  los  mayores  amigos  que  tenían, 
y  tales ,  que  ellos  proprios  los  habían  escogido  para  tra- 
tar con  mayor  confianza  de  su  bien;  y  que  mü-asen  que 
cualquiera  desorden  que  hiciesen  les  seria  tan  dañosa, 


que  jamas  tornarian  á  enristnir  su  negocio  ni  hollarían 
lugiir  de  clemencia  en  su  majestad.  El  Habaquí  le  dio 
la  carta  para  que  la  fuese  á  mostrar  á  Juan  de  Soto,  y 
le  prometió  que  no  dejaría  salir  de  aquel  aposento  á 
ninguno  de  los  que  con  él  estaban  basta  que  los  comi- 
sarios se  juntasen.  Los  primeros  que  vieron  la  carta 
fueron  don  Juan  Enriquez  y  Juan  de  Soto;  los  cuales 
entraron  luego  en  la  posada  del  Habaquí ,  y  enviando  á 
llamar  los  compañeros,  trabajaron  tanto  con  él  y  con 
los  otros  alcaides ,  que  los  pusieron  en  razón ,  y  sin  sa- 
lir de  allí  concluyeron  el  negocio  desta  manera  :  que  el 
Habaquí,  en  nombre  de  Aben  Aboo  y  de  los  otros  cu- 
yos poderes  tenia ,  fuese  á  echarse  á  los  pies  de  don 
Juan  de  Austria  pidiendo  misericordia  de  sus  culpas,  y 
le  rindiese  las  armas  y  la  bandera,  y  que  su  alteza  los 
admitiría  en  nombre  de  su  majestad  ,  y  daría  orden 
como  no  fuesen  molestados,  cohechados  ni  robados,  y 
enviaría  á  los  que  se  redujesen  con  sus  mujeres  y  hi- 
jos y  bienes  muebles  á  las  partes  y  lugares  donde  ha- 
bían de  vivir,  porque  no  habían  de  quedaren  la  Alpu- 
jarra. Con  estas  cosas  y  otras  particulares  que  el  Haba- 
quí pidió  para  Aben  Aboo  y  para  ios  amigos  y  para  sí 
mismo,  que  todas  se  le  concedieron,  partió  aquel  día 
para  los  Padúles,  llevando  consigo  á  Alonso  de  Velas- 
co y  trecientos  escopeteros,  y  fué  á  hacer  la  sumisión 
á  don  Juan  de  Austria  en  nombre  de  su  majestad.  En- 
tró en  nuestro  campo  acompañado  de  los  caballeros  co- 
misarios y  sus  trecientos  escopeteros  moros  puestos 
en  orden  á  cinco  por  hilera ,  á  los  cuales  tomaron  en 
medio  cuatro  compañías  de  infantería  que  los  estaban 
aguardando.  Luego  entregó  la  bandera  de  Aben  Aboo, 
por  mandado  de  don  Juan  de  Austria ,  á  Juan  de  Soto, 
y  él  la  cogió  en  el  hasta ;  y  pasando  por  medio  de  los 
escuadrones  de  la  gente  de  á  pié  y  de  á  caballo,  que 
estaban  puestos  en  sus  ordenanzas  tocando  sus  instru- 
mentos de  guerra,  hicieron  una  hermosa  salva  de  arca- 
bucería ,  que  duró  un  cuarto  de  hora.  Estaba  don  Juan 
de  Austria  en  su  tienda  acompañado  de  todos  los  caba- 
lleros y  capitanes  del  ejército ,  y  llegando  el  Habaquí 
cerca,  se  apeó  del  caballo  y  fué  á  echarse  á  sus  píes, 
diciendo  :  «Misericordia,  señor,  misericordia  nos  con- 
ceda vuestra  alteza  en  nombre  de  su  majestad,  y  per- 
don  de  nuestras  culpas,  que  conocemos  bal)er  sido  gra- 
ves ; »  y  quitándose  una  damasquina  que  llevaba  ceñi- 
da ,  se  la  dio  en  la  mano,  y  le  dijo  :  «  Estas  armas  y  ban- 
dera rindo  á  su  majestad  en  nombre  de  Aben  Aboo  y  de 
todos  los  alzados  cuyos  poderes  tengo ; »  y  Juan  de  Soto 
arrojó  á  sus  pies  la  bandera  de  Aben  Aboo.  Don  Juan 
de  Austria  estuvo  á  todo  esto  con  tanta  serenidad ,  que 
representaba  bien  la  majestad  del  cargo  que  tenia;  y 
mandándole  que  se  levantase,  le  tornó  á  dar  la  damas- 
quina, y  le  dijo  que  la  guardase  para  servir  con  ella  á  su 
majestad,  y  después  le  hizo  mucha  merced  y  favor.  Los 
trecientos  moros  se  volvieron  á  Andarax ,  y  el  Habaquí 
quedó  en  el  campo.  Llevóle  á  comer  á  su  tienda  don 
Francisco  de  Córdoba,  y  sobrecomida  se  trataron  algu- 
nas cosas  concernientes  al  bien  de  los  negocios,  que 
quedaron  apuntadas.  Otro  díale  llevó  á  comer  el  obispo 
de  Guadix ,  que  no  holgó  poco  de  verle  con  demostra- 
ción de  arrepentimiento  y  contento  de  haber  hecho 
aquel  servicio  á  Dios  y  á  su  majestad.  Y  á  22  de  mayo 
volvió  á  la  Alpujarra  á  dar  cuenta  á  Aben  Aboo  y  á  los 
otros  caudillos  de  lo  que  dejaba  efetuado.  Este  mesmo 


342 


LUIS  DEL  MARMOL  CARVAJAL. 


día  partió  don  Juan  de  Austria  de  Padúles,  y  se  fué  á 
poner  ea  Codbaa  de  Andarax. 

CAPITCLO  IIL 

C<5mo  don  Antonio  de  Luna  fué  á  despoblar  los  lugares 
de  la  sierra  de  Ronda. 

La  ciudad  de  Ronda,  que  los  moros  llamaron  Hizna 
Rand,  que  quiere  decir  castillo  del  laurel,  está  en  la 
parte  mas  occidental  del  reino  de  Granada :  fué  funda- 
da por  los  alárabes  sectarios  en  lugar  algo  apacible,  aun- 
que rodeada  de  asperísimas  sierras ,  donde  se  acaba  la 
sierra  mayor.  A  poniente  tiene  los  términos  de  las  ciu- 
dades de  Gibraltar,  Jerez  de  la  Frontera  y  Sevilla ,  al 
cierzo  los  lugares  de  la  tierra  llana  de  Andalucía,  al  me- 
diodía la  de  Marbella,  y  al  levante  la  de  Málaga.  Su  sitio 
es  fuerte  por  naturaleza,  porque  la  rodea  por  las  tres 
partes  una  muy  honda  cava  de  peña  tajada ,  por  la  cual 
corre  un  rio,  que  la  mayor  parte  del  nace  debajo  de  la 
puente  de  la  mesma  cava;  la  demás  que  viene  por  aquel 
lugar  son  juntas  de  arroyuelos  que  bajan  de  las  sierras, 
y  se  secan  á  tiempos  en  el  año ;  por  manera  que  la  ver- 
dadera fuente  está  debajo  de  la  propria  ciudad,  donde 
no  se  le  puede  quitar  por  cerco  el  agua.  Donde  no  la 
cerca  la  cava  ni  el  rio,  que  es  entre  poniente  y  medio- 
día, la  fortalece  un  castillo,  bastante  defensa  para  guar- 
dar aquella  entrada.  Sus  términos  son  fértiles,  vestidos 
de  arboledas,  de  olivares  y  de  viñas;  y  tiene  grandes 
montes  para  cria  de  ganados,  y  muy  buenas  tierras  pa- 
ra sembrar  pan.  Los  lugares  de  su  jurisdicion  son  mu- 
chos; están  metidos  en  los  valles  de  las  sierras ,  donde 
corren  aguas  frescas  y  saludables  de  fuentes  y  de  ríos 
que  nacen  en  ellas.  Atraviesa  por  esta  tierra  de  levante 
á  poniente  la  sierra  mayor  con  nombre  de  Sierra  Ber- 
meja; aunque  los  moradores  la  llaman  diferentemente, 
conforme  á  las  poblaciones  que  están  en  ella.  Su  prin- 
cipio es  en  la  sierra  de  Arboto,  cerca  delstan,  y  fenece 
en  Casares  y  Gausin,  últimos  pueblos  del  Havaral  ó  al- 
garbe  de  Ronda,  que  está  á  poniente  de  aquella  ciudad. 
El  rio  que  sale  de  la  cava  llaman  al  principio  Guadal 
Cobacin,  y  cuando  va  mas  abajo  Guadiaro,  y  con  este 
último  nombre  se  mete  en  la  mar  entre  Gibraltar  y  la 
torre  de  la  Duquesa,  llevando  consigo  las  aguas  de  otros 
ríos  que  le  acompañan.  Sobre  Igualeja,  que  es  el  mas 
alto  lugar  desta  sierra ,  nace  otro  rio  que  corre  por  el 
valle  del  Havaral,  donde  hay  muchos  lugares  de  una  par- 
te y  otra  del,  y  le  llaman  Genal.  El  primer  lugar  que  está 
en  la  ladera  á  mano  derecha  es  Parauta,  luego  Carta- 
gima,  Júscar,  Faraxam,  Pandeire,  Atájate,  Benadalid, 
BenaIabría,Benamaya,Algatucin,Benarrabá  y  Gausin, 
donde  fenece  el  Havaral.  En  la  otra  ladera  de  la  mano 
izquierda  están  Pujerra,  Moción,  Jubrique,  Botillas, 
Benameda,  Ginalguacil,  BenesteparyCasáres,  que  está 
en  el  paraje  de  Gausin.  En  Júscar  hay  una  torre  anti- 
gua, labrada,  de  cuatro  esquinas,  que  sirve  de  campa- 
nario en  la  iglesia,  que  en  tiempo  de  moros  fué  mez- 
quita ;  la  cual  con  fuerza  de  un  hombre  puesto  sobre 
el  pretil  alto,  donde  está  la  campana,  se  menea  tanto, 
que  se  tañe  sin  llegar  á  ella.  No  hallamos  quien  nos 
dijese  la  causa  de  su  movimiento ;  mas  puesto  arriba, 
consideré  que  es  la  delicadeza  de  la  fábrica;  y  ansí  di- 
cen unas  letras  árabes  que  están  en  ella,  que  la  hizo  el 
maestro  de  los  maestros  del  arte  de  albañilería.  Vol- 
viendo á  nuestro  propósito,  el  rio  corre  siempre  á  po- 


niente hasta  llegar  á  Casares,  y  allí  vuelve  hacia  me- 
diodía ;  y  dejando  á  mano  izquierda  aquella  villa ,  se  va 
á  meter  en  la  mar  entre  Gibraltar  y  Estepona.  Vadéan- 
se  estos  dos  rios  por  todas  partes,,  sino  es  dos  ó  tres 
leguas  de  la  mar,  que  Guadiaro  se  pasa  en  barca.  Casa- 
res y  Gausin  son  villas  fuertes  por  naturaleza  de  sitio. 
Casares  está  cercada  de  una  cava  de  peña  tajada,  de  la 
manera  que  Ronda ,  y  también  Gausin ,  aunque  la  cava 
no  es  tan  alta;  y  en  tiempo  de  moros  era  la  llave  del 
Havaral.  Otra  serranía  está  tres  leguas  desviada  del 
Havaral  á  la  parte  del  cierzo,  que  llaman  de  Villaluen- 
ga,  la  cual  solía  ser  de  Ronda,  y  agora  es  de  señorío ,  y 
en  ella  hay  siete  villas.  Esta  sierra  es  alta  y  prolonga- 
da, y  tiene  cinco  leguas  de  largo  del  norte  á  mediodía. 
Tornando  pues  ala  parte  de  levante  de  Ronda ,  donde 
llaman  la  Jarquía ,  encima  de  la  villa  de  Tolox,  que  es 
de  la  hoya  de  Málaga,  cuatro  leguas  de  la  mar,  está  la 
Sierra  Blanquilla,  mas  alta  que  otra  del  reino  de  Grana- 
da, fuera  de  la  Sierra  Nevada;  en  la  cual  están  las  fuen- 
tes de  tres  rios.  El  uno  es  Rio  Verde ,  que ,  como  diji- 
mos en  la  descripción  de  Marbella ,  corre  hacia  aquella 
parte.  El  otro  llaman  Rio  Grande,  sale  entre  Tolox  y 
Yunquera,  y  por  bajo  de  Alozaina  pasa  á  Casapalma ;  y 
juntándose  con  el  rio  que  baja  de  Alora,  va  á  entrarse 
en  la  mar  una  legua  á  poniente  de  Málaga  junto  á  Chur- 
riana. El  tercero  rio,  que  baja  de  Sierra  Blanquilla,  na- 
ce á  la  parte  del  Burgo;  y  pasando  junto  á  la  villa,  va  al 
castillo  de  Turón,  fortaleza  importante  cuando  la  tier- 
ra estaba  por  los  moros ,  y  á  la  villa  de  Bardales;  yjun- 
tándose  con  él  otros  rios  en  unas  sierras ,  se  va  á  des- 
peñar entre  dos  peñas  tajadas  de  grandísimo  altor,  que 
están  media  legua  abajo  de  la  junta,  donde  llaman  el  des- 
periadero  :  allí  entra  el  rio  por  una  angostura  ó  gollizo 
muy  largo ,  donde  antiguamente  estaban  dos  grandes 
poblaciones,  cuyas  reliquias  se  ven  el  día  de  hoy  apar- 
tadas media  legua  del  rio,  la  una  hacia  el  mediodía  y 
la  otra  hacia  el  norte.  La  de  mediodía  llaman  los  mo- 
dernos Villaverde  y  la  otra  Abdelagiz,  donde  está  una 
población  pequeña  que  corruptamente  llaman  Audala- 
jix.  De  allí  va  el  rio  á  Alora,  y  en  Casapalma,  dos  leguas 
mas  abajo,  se  junta  con  el  Rio  Grande  que  dijimos. 

Estando  pues  su  majestad  y  los  de  su  consejo  resuel- 
tos en  que  se  despoblasen  todos  los  lugares  de  moriscos 
de  paces  que  estaban  por  alzar  en  el  reino  de  Granada, 
para  que  los  alzados  acabasen  de  perder  la  esperanza  que 
en  ellos  tenían,  y  se  rindiesen  ó  deshiciesen  presto, 
aunque  con  la  ocasión  de  la  reducion  que  se  trataba  en 
Andarax,  había  don  Juan  de  Austria  suspendido  la  saca 
de  los  de  Guadix  y  Baza,  no  se  asegurando  de  los  de  la 
serranía  y  Havaral  de  Ronda,  por  haber  algunos  levan- 
tados en  aquellas  sierras,  mandó  á  don  Antonio  de  Lu- 
na que ,  valiéndose  del  corregidor  de  aquella  ciudad  y 
de  Pedro  Bermudez  de  Santis ,  á  cuyo  cargo  estaba  la 
gente  de  guerra  de  la  guardia  della,  y  de  los  corregido- 
res de  las  otras  ciudades  comarcanas,  con  el  mayor  nú- 
mero de  gente  que  pudiese  fuese  á  sacarlos  de  allí,  y  los 
llevase  la  tierra  adentro  á  los  lugares  de  Andalucía  y 
hacia  la  raya  de  Portugal  con  la  menor  molestia  que 
fuese  posible ,  porque  no  tuviesen  ocasión  de  resistir  el 
mandato  y  orden  que  se  les  daba.  Para  este  efeto  partió 
don  Antonio  de  Luna  de  Antequera,  donde  había  veni- 
do Pedro  Bermudez  de  Santis  á  comunicar  la  jornada 
con  él,  á  20  de  abril ,  y  llevando  dos  mil  infantes  y  se- 


REBELIÓN  Y  CASTIGO  DE  LOS 

sonta  de  á  caliallo,  fué  á  la  ciudíid  de  Ronda,  donde 
cumplió  el  número  de  cuatro  mil  infantes  y  cien  caba- 
llos; luego  puso  en  ejecución  la  orden  que  llevaba ;  y  á 
un  mesmo  tiempo  juntó  Arévalo  de  Zuazo  la  gente  de 
su  corregimiento,  y  fué  á  despoblar  á  Monda  y  áTolox, 
que  confinan  por  aquella  parte  con  la  serranía  de  Ron- 
da, ansí  porque  no  liabia  muclia  seguridad  de  los  mo- 
riscos que  moraban  en  ellos,  como  para  tomar  el  paso  á 
los  déla  Hoya  y  Jarquía,  en  caso  que  quisiesen  hacer 
alguna  novedad.  Siendo  avisado  don  Antonio  de  Luna 
que  para  el  buen  efeto  del  negocio  convendría  ocupar 
ante  todas  cosas  la  parle  alta  de  la  sierra  antes  que  los 
moriscos  entendiesen  lo  que  se  iba  á  hacer,  mandó  á 
Pedro  Bcrmudez  de  Sanlis  que  con  quinientos  soldados 
se  fuese  á  poner  en  el  lugar  de  Jubrique,  sitio  á  propó- 
sito para  asegurar  las  espaldas  á  los  que  habían  de  ir  á 
despoblar  los  otros  lugares  del  Havaral.  Hecho  esto, 
repartió  las  compañías,  dándoles  orden  que  á  un  tiem- 
po y  en  una  hora  los  encerrasen  en  las  iglesias  y  los 
comenzasen  á  sacar.  Partieron  á  las  ocho  de  la  maña- 
na, no  pareciendo  cosa  conveniente  ir  de  noche,  por  la 
aspereza  délos  caminos  poco  conocidos;  y  los  moros, 
que  estaban  sospechosos  y  recatados ,  en  descubriendo 
nuestra  gente  se  subieron  con  sus  armas  á  la  sierra,  de- 
jando las  casas,  las  mujeres,  los  hijos  y  los  ganados  á 
discreción  délos  soldados ;  los  cuales,  como  gente  bi- 
soña  y  mal  disciplinada,  comenzaron  á  robar  y  cargar- 
se de  ropa  y  á  recoger  esclavos  y  ganados ,  hiriendo  y 
matando  sin  diferencia  á  quien  en  alguna  manera  daba 
estorbo  á  su  codicia.  Viendo  los  moros  esta  desorden, 
movidos  de  ira  y  de  dolor,  bajaron  de  la  sierra,  y  aco- 
metiendo á  los  que  andaban  embebecidos  en  robar,  los 
desbarataron.  Creció  esta  desorden  con  la  oscuridad 
de  la  noche,  y  como  algunos  soldados  desamparasen  la 
defensa  de  sí  y  de  sus  banderas ,  Pedro  Bermudez ,  de- 
jando alguna  gente  en  la  iglesia  de  Genalguacil  en 
guardia  de  las  mujeres,  niños  y  viejos  que  tenia  allí  re- 
cogidos, tomó  fuera  del  lugar  un  sitio  fuerte  donde 
guarecerse.  Entraron  los  moros  determinadamente  por 
las  casas,  y  cercando  la  iglesia,  la  combatieron,  y  sa- 
cando los  que  había  dentro,  le  pusieron  fuego  y  la  que- 
maron, y  á  los  soldados,  sin  que  pudiesen  ser  socorri- 
dos. Luego  acometieron  á  Pedro  Bermudez ,  el  cual  se 
defendió  animosamente,  y  al  fin  le  mataron  cuarenta 
soldados;  y  quedando  muchos  heridos  de  una  parte  y 
de  otra,  se  recogieron  los  enemigos  á  la  sierra.  Vista  la 
desorden  y  el  poco  efeto  que  se  había  hecho,  retiró 
don  Antonio  de  Luna  las  banderas  con  obra  de  mil  y 
quinientos  soldados ,  bien  cargados  de  moriscas  y  de 
muchachos  y  de  ropa  y  ganados ,  que  vendían  después 
en  Ronda,  como  si  fuera  presa  ganada  de  enemigos. 
Luego  se  deshizo  aquel  pequeño  campo,  yéndose  cada 
uno  por  su  parte,  como  lo  suelen  hacer  los  que  han  he- 
cho ganancia  y  temen  por  ella  castigo;  y  don  Antonio 
de  Luna,  dando  licencia  á  la  gente  de  Antequera,  y  en- 
viando los  moriscos  que  habia  podido  recoger  la  tierra 
adentro,  sin  hacer  mas  efeto  partió  para  Sevilla ,  donde 
habia  su  majestad  ido  aquellos  días ,  á  darle  cuenta  de 
sí  y  del  suceso,  porque  los  de  Ronda  y  los  moros  le 
cargaban  culpa;  los  unos  diciendo  que,  habiendo  de 
dar  al  amanecer  sobre  los  lugares,  habia  dado  en  ellos 
alto  el  sol  y  dividida  la  gente  en  muchas  partes ,  y  que 
liabia  dado  confusa  la  orden,  dejando  en  libertad  á  los 


MORISCOS  DE  GRANADA.  313 

capitanes  y  oficiales;  y  los  otros,  que  había  quebran- 
tado el  seguro  y  palabra  real ,  que  tenían  como  por  re- 
ligión ,  y  qne  estando  resueltos  en  obedecer  lo  que  se 
les  mandaba,  les  habían  robado  las  casas,  las  mujeres, 
los  hijos  y  los  ganados,  y  que  no  les  quedando  mas  que 
las  armas  en  las  manos  y  la  aspereza  de  las  sierras ,  se 
habían  acogido  á  ellas  por  salvar  las  vidas;  y  que  toda-* 
vía  estaban  aparejados  á  dejarlas,  y  volverían  á  obe- 
diencia tornándoles  las  mujeres,  hijos  y  viejos  que  les 
habían  llevado  captivos,  y  la  ropa  que  con  mediana  di- 
ligencia se  pudiese  cobrar.  A  lo  primero  decía  don  An- 
tonio de  Luna  haber  repartido  la  gente  como  convenia 
en  tierra  áspera  y  no  conocida ;  que  si  caminara  de  no- 
che, fuera  repartir  á  ciegas  y  llevarla  desordenailay 
deshilada;  de  manera  que  fácilmente  pudiera  ser  desba- 
ratada, por  estar  los  enemigos  avisados ,  saber  los  pa- 
sos, y  serles  la  escuridad  de  la  noche  favorable.  Y  á  lo 
segundo,  aunque  parecía  no  ir  los  moros  fuera  de  ra- 
zón, eran  tantos  los  interesados,  que  por  solo  esto  fue- 
ron habidos  por  enemigos,  no  embargante  la  demostra- 
ción de  haberse  movido  provocados  y  en  defensa  desús 
vidas;  por  manera  que  las  razones  de  don  Antonio  de 
Luna  fueron  admitidas,  y  se  dio  culpa  á  la  desorden  de 
los  soldados  Y  en  efeto,  no  sirvió  esta  jornada  mas  que 
para  acabar  de  levantar  aquella  tierra  y  dejarla  puesta 
en  arma. 

En  este  tiempo  Arévalo  de  Zuazo  llegó  á  la  villa  de 
Tolox  con  la  gente  de  su  corregimiento,  y  mandó  en- 
cerrar los  moriscos  de  aquella  villa  en  la  iglesia  con  al- 
guna manera  de  quietud ;  mas  teniendo  puestas  guar- 
das al  derredor  de  la  villa,  los  soldados  se  descuida- 
ron ,  y  tuvieron  muchos  moriscos  lugar  de  irse  á  la 
sierra  con  sus  mujeres  y  hijos ;  y  recogiendo  el  gana- 
do que  tenían  en  ella,  fueron  á  juntarse  con  los  demás 
alzados  que  andaban  á  la  parte  del  Rio  Verde.  Despo- 
blada aquella  villa,  dejó  en  ella  al  capitán  Juan  de  Paja- 
riego  con  ciento  y  treinta  hombres ,  mientras  se  reco- 
gían los  bienes  muebles;  el  cual,  siendo  avisado  como 
los  moros  que  habían  huido  á  la  sierra  tenían  mas  de 
tres  mil  cabezas  de  ganado  y  muchas  mujeres  y  niños, 
y  que  se  podrían  desbaratar  fácilmente,  por  ser  gente 
desarmada,  juntó  ciento  y  veinte  hombres  de  Alhau- 
rin  y  de  Alozaina  y  de  otros  lugares,  que  andaban  aven- 
tureros ,  y  fué  á  buscarlos ;  y  llegando  al  puerto  de  las 
Golondrinas ,  vieron  el  ganado  cabrío  en  unas  ramblas 
junto  á  la  majada  que  dicen  de  la  Parra,  con  tres  moros 
que  lo  andaban  guardando.  Habían  los  enemigos  pues- 
to allí  aquel  ganado  de  industria  cuando  vieron  ir  los 
cristianos,  y  puéstose  en  emboscada;  y  como  el  capi- 
tán hiciese  alto  en  un  cerrillo  y  enviase  cuatro  mozos 
ligeros  que  lo  recogiesen,  salieron  de  la  emboscada 
dando  grandes  alaridos,  y  á  gran  priesa  subieron  a  to- 
mar los  puertos  mas  altos  para  revolver  sobre  ellos. 
Viendo  esto  algunos  temerosos  cristianos,  dieron  á 
huir;  que  no  bastaban  los  ruegos  del  capitán  ni  del  al- 
férez ni  de  los  otros  oficiales  á  detenerlos ,  ni  las  ame- 
nazas que  les  hacían.  Algunos  hombres  de  vergüenza 
repararon  y  comenzaron  á  hacer  un  escuadrón  mal  or- 
denado, porque  ya  los  enemigos  venían  tan  cerca,  que 
no  tuvieron  lugar  de  poderlo  formar ;  y  fueron  acome- 
tidos con  tanta  determinación ,  que  los  rompieron ,  y 
matando  siete  cristianos ,  hirieron  treinta  y  les  hicie- 
roo  pedazos  el  tafetán  de  la  bandera  y  la  caja  del  atara- 


3Í1 


LUIS  DEL  MARMOL  CARVAJAL. 


bor.  Yéndose  retirando  desta  manera ,  llegaron  á  la  lo- 
ma de  Corona ,  que  es  una  cordillera  alta  que  da  vista 
á  todas  aquellas  sierras;  y  alli  salió  otra  manga  de  mo- 
ros que  los  fué  cercando ;  y  renovando  la  pelea ,  mata- 
ron otros  cuatro  cristianos  y  hirieron  veinte.  Y  como 
ya  estuviesen  cansados  y  faltos  de  munición,  se  arroja- 
ron la  sierra  abajo,  que  es  fragosa  y  sin  arboleda ;  y  los 
moros,  yendo  á  la  parte  alta ,  echaban  á  rodar  sobre 
ellos  peñas  y  piedras  grandes  con  que  los  iban  apocan- 
do. Quedábase  atrás  el  capitán  Pajariego  metido  entre 
unas  matas ,  y  un  hijo  suyo  volvió  animosamente  en 
busca  de  su  padre,  y  pasando  por  medio  de  los  enemi- 
gos, con  catorce  soldados  llegó  al  lugar  donde  estaba  y 
le  retiró.  Y  sin  duda  se  perdieran  todos  si  el  capitán 
Luis  de  Valdivia,  vecino  de  la  ciudad  de  Málaga,  no  los 
socorriera  con  veinte  caballos  y  la  gente  de  á  pié  que 
habia  en  Tolox;  el  cual  los  retiró;  y  llevando  los  lieridos 
á  curar  á  Alozaina,  dejaron  á  Tolox  despoblado.  Idos  los 
cristianos  de  allí ,  los  moros  bajaron  luego  á  la  villa ,  y 
quemaron  la  iglesia  y  las  casas  de  los  cristianos  que 
vivían  entre  ellos. 

CAPÍTULO  IV. 

Cómo  el  Habaquí  volvió  al  campo  de  don  Juan  de  Austria  con  re- 
solución ,  y  se  dio  orden  á  los  caballeros  comisarios  que  habían 
de  recoger  los  moros  que  viniesen  á  reducirse. 

El  dia  de  Corpus  Christi ,  que  fué  este  año  á  2b  de 
mayo,  volvió  el  Habaquí  al  campo  de  don  Juan  de  Aus- 
tria con  resolución  de  lo  que  se  habia  platicado  con  él, 
y  con  el  consentimiento  de  Aben  Aboo  y  de  los  otros 
caudillos  principales  de  los  alzados  y  de  los  turcos ,  y 
especialmente  de  la  gente  común,  que  no  deseaban 
cosa  mas  que  verse  en  quietud.  Y  porque  á  la  hora  que 
llegó  andaba  la  procesión  del  Santísimo  Sacramento, 
salieron  á  entretenerle  mientras  se  acababa,  don  Her- 
nando de  Barradas  y  Hernán  Valle  de  Palacios ,  los 
cuales  estuvieron  con  él  hasta  que  se  acabó  la  fiesta , 
que  fué  muy  solene,  porque  anduvo  la  procesión  por  una 
calle  hecha  de  alamedas  y  frescuras  al  derredor  de  la 
tienda  donde  se  pouia  el  altar  para  decir  misa,  estando 
los  escuadrones  de  la  infantería  y  la  gente  de  á  caballo 
de  un  cabo  y  de  otro  con  sus  banderas  tendidas  to- 
cando los  instrumentos  de  guerra,  y  se  hicieron  tres 
salvas  de  arcabucería,  que  duró  cada  una  un  cuarto  de 
hora.  Iban  en  la  procesión  el  obispo  de  Guadix  con  los 
clérigos  y  frailes  que  habia  en  el  campo ,  y  todos  los 
caballeros,  capitanes  y  gentileshombres  con  hachas  y 
velas  de  cera  ardiendo  en  las  manos.  Llevaban  las  va- 
ras delanteras  del  palio  del  Santísimo  Sacramento  don 
Juan  de  Austria  y  el  comendador  mayor  de  Castilla ,  y 
las  traseras  don  Francisco  de  Córdoba  y  el  licenciado 
Simón  de  Salazar,  alcalde  de  la  casa  y  corte  de  su  ma- 
jestad. Cierto  era  cosa  de  ver  el  abatir  de  los  estandar- 
tes y  banderas,  las  gracias  que  todos  daban  al  Sobera- 
no, loando  su  infinita  bondad  y  misericordia  en  aquel 
lugar,  donde  tantas  abominaciones  y  maldades  habían 
cometido  los  herejes  rebeldes  contra  la  majestad  di- 
vina y  humana.  Aquel  dia  predicó  un  fraile  de  san 
Francisco,  el  cual  con  muchas  lágrimas  alabó  á  nues- 
tro Señor  por  tan  gran  bien  y  merced  como  habia  he- 
cho al  pueblo  cristiano  en  traer  aquellas  gentes  á  co- 
nocimiento desu  pecado;  y  sobre  esto  dijo  hartas  cosas 
con  que  se  consoló  la  gente.  Acabada  de  solenizar  la 


fiesta  deste  dia,  el  Habaquí  entró  en  el  campo,  y  se  lo 
dieron  luego  los  recaudos  que  hacían  al  caso  para  el 
despacho  de  su  negocio,  y  un  bando  firmado  de  don 
Juan  de  Austria  en  confirmación  del  pasado  con  algu- 
nas declaraciones  y  prorogacion  de  tiempo.  Riéronse 
comisiones  á  los  caballeros  comisarios  á  cuyo  cargo 
habia  de  ser  el  recoger  los  moros  que  se  viniesen  á  re- 
ducir, para  que  fuesen  luego  á  los  partidos  donde  ha- 
bia de  estar  cada  uno.  A  don  Juan  Enriquez  se  cometió 
lo  de  Baza  y  su  hoya,  rio  de  Alraanzora,  sierra  de  Filá- 
bres  y  tierra  de  Vera ;  á  don  Alonso  de  Granada  Vene- 
gas  ,  todo  lo  de  la  Alpujarra ,  sierra ,  vega  de  Granada , 
taa  de  Órgiba,  costa  de  la  mar,  valle  deLecrin  y  rio  de 
Albania;  á  don  Hernando  de  Barradas ,  lo  de  Guadix, 
!a  Peza,  Fiñan;i,  Abla,  Lauricena,  Guécija,  Dílar,  Fer- 
reira  y  la  Calahorra ;  á  don  Alonso  Habiz  Venegas,  lo 
de  Almería  y  su  rio;  á  Juan  Pérez  deMéscua,  lo  del 
Deyre,  Elquif,  Nanteira  y  Jériz;  y  á  Tello  González  do 
Aguilar  y  Hernán  Valle  de  Palacios  se  mandó  recoger 
todos  los  que  viniesen  á  reducirse  al  campo  de  don  Juan 
de  Austria.  Y  porque  Hernando  el  Darra  y  los  de  la 
sierra  de  Bentomiz  trataban  también  de  rendirse,  y  ha- 
bían enviado  á  don  Alonso  de  Granada  Venegas  dos 
moriscos  llamados  Gonzalo  Gaytan,  vecino  de  Competa, 
y  Jorge  Abul  Hascen ,  vecino  de  Canilles ,  por  toda  la 
sierra ,  se  envió  comisión  á  Arévalo  de  Zuazo  para 
que  él  y  Alonso  Vélez  de  Mendoza,  vecino  de  Vélez, 
los  recogiesen.  La  orden  que  se  les  dio  á  todos  fué 
que  los  dejasen  ir  á  morar  en  las  partes  y  lugares 
donde  pareciese  que  habia  mas  comodidad,  á  su  libre 
voluntad,  con  que  fuese  en  tierra  llana  fuera  de 
las  sierras,  y  apartados  de  la  costa  de  la  mar  todo  lo 
que  fuese  posible,  haciendo  Hsta  de  todos  los  hom- 
bres de  quince  años  arriba  y  de  sesenta  abajo ,  con  re- 
lación del  dia  en  que  se  reducían,  de  las  armas  que  en- 
tregaban ,  y  del  lugar  donde  querían  ir  á  vivir;  y  que 
les  dejasen  vender  ó  llevar  los  bienes  muebles,  sin  que 
se  les  pusiese  impedimento  en  ello.  Ofrecióse  el  Haba- 
quí á  reducir  también  los  de  la  serranía  de  Ronda  y 
Marbella  que  anduviesen  alzados ;  y  con  ánimo  de  ir 
encaminando  luego  los  de  la  Alpujarra,  diciéndoles 
adonde  habían  de  acudir  y  por  qué  caminos  habían  de 
ir  seguros,  se  partió  del  campo  con  orden  de  embarcar 
los  turcos  y  moros  berberiscos  que  andaban  en  la  tierra, 
y  enviarlos  á  Berbería;  cosa  que  aunque  al  parecer  era 
áspera  de  sufrir,  bien  considerado,  fué  importante  para 
quitar  á  los  alzados  la  esperanza  que  de  su  socorro  te- 
nían, y  quien  los  pudiese  persuadir  á  que  no  se  reduje- 
sen; porque  aunque  eran  pocos,  podían  mucho  en  este 
particular,  y  era  una  cosa  en  que  el  Habaquí  habia  he- 
cho instancia  por  quitar  este  inconveniente  que  podía 
interromper  su  negocio ,  aunque  también  le  debió  de 
mover  á  ello  haberlos  traído  él  de  Argel,  y  por  ventura 
persuadídolos  á  que  se  volviesen  con  ganancia  y  segu- 
ridad antes  que  todo  se  perdiese. 

CAPITULO  V. 

Cómo  don  Alonso  de  Granada  Venegas  fué  á  vcrs€  con  Aben  Aboo. 
Había  de  ir  don  Alonso  de  Granada  Venegas  á  po- 
nerse en  Otura,  lugar  de  la  vega  de  Granada,  para  re- 
coger los  moros  que  viniesen  á  reducirse  de  su  partido ; 
y  porque  diese  esperanza  á  Aben  Aboo  de  todo  lo  que 
el  Habaquí  le  habia  dicho,  don  Juan  de  Austria  le  man- 


REBELIÓN  Y  CASTIGO  DE  LOS  MORISCOS  DE  GRANADA. 


3iS 


dó  que  hiciese  camino  por  el  Alpujarra  y  fuese  á  verse 
con  él,  y  que  de  su  parte  le  dijese  la  merced  que  en 
nombre  de  su  majestad  le  hacia,  y  como,  condoliéndose 
de  verle  embarazado  en  cosa  tan  íuera  de  su  buena  in- 
clinación, entendiendo  su  inocencia  y  sencillez,  como 
se  lo  liabia  significado  el  Habaquí,  le  liabia  tomado  de- 
bajo de  su  protección  y  amparo  para  suplicará  su  ma- 
jestad, como  se  lo  suplicarla,  que  le  hiciese  toda  mer- 
ced y  favor ;  y  que  debajo  desto  podria  estarse  en  su 
casa  sin  salir  della ,  pues  aunque  se  ordenaba  á  los  de- 
más que  estaban  en  la  Alpujarra  que  saliesen,  no  se  de- 
bia  esto  entender  con  su  persona  ni  con  algunos  parti- 
culares de  los  que  él  quisiese  nombrar,  teniendo  por 
cierto  que  haria  el  servicio  que  habia  ofrecido.  Y  por- 
que llevaba  también  orden  de  ir  á  Mecina  de  Bomba- 
ron árecoger  las  armas  de  todos  los  que  se  redujesen,  y 
enviarlas  á  Granada ,  se  mandó  que  en  este  particular 
no  hiciese  novedad  con  Aben  Aboo,  pues  ya  el  Habaquí 
habia  hecho  el  auto  de  sumisión  con  poder  suyo.  Peli- 
grosa comisión  era  la  que  don  Alonso  de  Granada  Ve- 
negas  llevaba  entre  gente  bárbara  indignada,  y  holgara 
harto  poder  excusar  aquel  camino,  temiendo  algún  de- 
satino de  quien  tantos  habia  hecho,  con  el  cual  venia 
á  desbaratarse  el  negocio ;  y  diciéndolo  ansí  á  don  Juan 
de  Austria,  el  animoso  Príncipe  le  respondió  que  no 
habia  que  parar  en  el  peligro ,  porque  en  los  grandes 
hechos  grandes  peligros  habia  de  haber.  Viendo  pues 
don  Alonso  Venegas  la  determinación  de  don  Juan  de 
Austria,  domingo  á  28  de  mayo,  á  mas  de  las  cuatro  de 
la  tarde,  partió  de  Codbaa  de  Andarax;  y  llevando  con- 
sigo al  beneficiado  Torrijos  y  al  alférez  Serna  y  otras 
once  ó  doce  personas,  llegó  á  puesta  de  sol  á  Alcolea , 
donde  estaba  Pedro  de  Mendoza  el  Xoaybi,  que  le  salió 
á  recebir  con  des  de  á  caballo  y  cincuenta  arcabuceros 
yballesteros.  Quedó  allí  aquella  noche,  y  no  quiso  pre- 
gonar el  bando  que  llevaba ,  por  ser  el  distrito  de  otro 
comisario ;  mas  dijo  de  palabra  á  los  vecinos  las  partes 
donde  habían  de  ir  á  rendirse ,  la  seguridad  con  que  lo 
podían  hacer,  la  confianza  del  buen  acogimiento  que 
hallarían  en  todos  los  caballeros  que  estaban  diputados 
para  aquel  efeto,  y  lo  mucho  que  les  convenia  reducirse 
con  brevedad.  Los  moros  forasteros  de  Granada  y  de 
otras  partes  que  estaban  en  el  lugar  mostraron  estar 
en  el  cumplimiento  del  bando  llanos;  mas  los  de  la 
tierra  sentían  mucho  haber  de  dejar  sus  casas ;  y  con 
todo  eso  le  dijeron  que  harían  lo  que  se  les  mandaba. 
Y  porque  se  temían  de  írcon  sus  mujeres  y  hijos  y  ropa 
por  entre  los  monfís ,  le  rogaron  que  escribiese  á  don 
Juan  de  Austria  que,  como  el  Habaquí  tenia  comisión 
de  poder  traer  gente,  la  tuviesen  algunos  particulares, 
como  Pedro  de  Mendoza  el  Xoaybi  y  otros,  que  asegu- 
rasen los  caminos  y  los  acompañasen  hasta  ponerlos  en 
salvo;  el  cual  les  dijo  que  lo  haría  ansí ,  y  les  avisó  que 
ninguno  fuese  al  campo  sin  orden ,  y  que  llevándola , 
entrasen  de  día,  y  no  de  noche,  por  el  inconveniente  que 
podria  haber.  Otro  día  de  mañana  partió  de  Alcolea  y 
llegó  á  Albacete  de  Ujijar,  donde  fué  bien  recebido,  y 
mandó  pregonar  y  fijar  el  bando  en  una  puerta;  y  di- 
ciendo á  los  moros  que  halló  en  el  lugar  lo  que  había 
dicho  á  los  de  Alcolea,  fué  por  el  camino  derecho  á  Cá- 
diar,  donde  supo  que  le  aguardaban  Aben  Aboo  y  el 
Habaquí.  Y  era  verdad  que  le  habían  estado  aguardan- 
do el  domingo ,  y  se  lo  habían  enviado  á  decir  ansí;  y 


porque  el  mensajero  no  había  tornado  con  la  respuesta, 
se  habían  vuelto  á  Mecina  de  Bombaron,  y  enviaron á 
Alonso  de  Vclasco  con  seis  de  á  caballo  el  camino  ade- 
lante que  le  fuese  á  encontrar;  el  cual  le  topó  media 
legua  de  aquel  cabo  de  líjíjar,  y  se  fué  con  él  á  Cádibr. 
Habia  en  aquel  pueblo  mucha  gente  de  Cogollos  y  de 
los  lugares  de  la  vega  y  sierra  de  Granada,  que  le  reci- 
bieron con  mucho  contento  y  le  aposentaron  y  regala- 
ron mucho ,  regocijándose  todos  con  la  nueva  de  las 
paces.  Aquel  mesmo  día  vinieron  á  Cúdiar  Aben  Aboo 
y  el  Habaquí  con  trecientos  moros  escopeteros  y  cin- 
cuenta turcos,  y  se  fueron  á  apeará  la  posada  de  don 
Alonso  de  Granada  Venegas;  y  apartándose  con  ellos  el 
beneficiado  Torrijos,  toda  la  plática  de  Aben  Aboo  fue- 
ron descargos,  dando  á  entender  que  no  habia  tenido 
culpa  en  el  levantamiento;  antes  habia  amparado  á  ios 
cristianos  de  su  lugar  y  defendido  á  los  alzados  que  no 
quemasen  la  iglesia ,  aconsejándoles  que  no  hiciesen 
semejante  maldad.  Que  después  desto  habia  sido  de 
los  primeros  que  se  habían  reducido  al  marqués  de 
Mondéjar  y  hecho  que  se  redujesen  otros  muchos;  que 
por  fuerza  y  contra  su  voluntad  habia  aceptado  el  cargo 
de  la  gobernación  de  los  moros ,  y  que  siendo  cristiano 
de  corazón ,  no  habia  permitido  que  se  hiciesen  cruel- 
dades en  los  cristianos  captivos ,  y  habia  comprado  los 
que  habia  podido ,  á  fin  de  que  no  los  matasen.  Y  últi- 
mamente concluyó  con  decir  que  venía  allí  á  que  don 
Juan  de  Austria  hiciese  del ,  y  de  sus  armas,  y  de  todo 
lo  demás,  loque  fuese  servido;  y  que  ordenándosele , 
illa  con  los  de  la  Alpujarra  donde  se  le  mandase,  aun- 
que le  parecía  que  serviria  mas  en  encaminar  la  gente 
á  sus  distritos,  sin  que  hubiese  desorden  que  pudiese 
impedir  lo  que  tanto  deseaba ,  y  en  hacer  embarcar  los 
turcos  y  moros  berberiscos,  que  era  la  cosa  que  de  pre- 
sente mas  cuidado  le  daba ,  por  ser  gente  tan  ocasio- 
nada para  cualquier  mal  efeto,  y  tan  desconfiados,  que 
dañaban  á  los  demás,  de  cuya  causa  los  traía  consigo  á 
fin  de  no  dejarlos  desmandar,  por  ser  mozos  y  los  que 
mas  mano  tenían  en  la  tierra  con  los  malos ;  y  que 
desde  el  día  que  su  majestad  habia  abierto  la  puerta 
de  la  misericordia ,  habia  hecho  cuanto  habia  podido 
para  dar  á  entender  á  los  alzados  lo  mucho  que  les  im- 
portaba reducirse,  aunque  habia  tenido  hartas  contra- 
diciones en  ello.  Conestas  y  otras  cosas  que  Aben  Aboo 
decía  daba  á  entender  que  tenía  voluntad  de  reducir- 
se; mas  no  se  asegurando  de  susmesmas  culpas,  como 
si  tuviera  el  cuchillo  á  la  garganta ,  temía  la  muerte. 
Don  Alonso  de  Granada  Venegas  le  dijo  que  don  Juan 
de  Austria  estaba  muy  satisfecho  de  su  persona ,  y  que 
se  diese  priesa  en  concluir  aquel  negocio,  que  era  lo 
que  mas  le  convenia  para  su  quietud  y  descanso;  pues, 
como  el  Habaquí  le  habia  dicho,  el  dejar  la  tierra  y  las 
armas  no  se  entendía  con  su  persona  ni  con  algunos  de 
los  que  él  nombrase.  Con  estas  y  otras  razones  que  le 
dijo,quedó  Aben  Aboo  al  parecer  algo  mas  asegurado, 
y  prometió  de  hacer  todo  cuanto  don  Juan  de  Austria 
le  mandase ;  solamente  pidió  á  don  Alonso  de  Granada 
Venegas  que  no  tratase  de  recoger  las  armas,  como  se 
lo  mandaba  por  su  instrucción,  diciendo  que  la  gente 
que  traía  consigo  era  para  servir  á  su  majestad  y  hacer 
el  efeto  que  tenia  prometido ;  el  cual  holgó  dello,  y  le 
dijo  que  no  habia  ya  para  qué  traer  banderas  ni  otra  in- 
signia; y  en  su  presencia  las  mandó  luego  Aben  Aboo 


I 


348 


LUIS  DEL  MARMOL  CARVAJAL. 


quitar,  y  con  esto  se  volvió  aquel  mesmo  dia  á  Mecina 
de  Bombaron. 

CAPITULO  VL 

Cdmó  don  Alonso  de  Granada  Venegas avisó  á  don  Juan  de  Austria 
de  lo  que  había  pasado  con  Aben  Aboo. 

Estuvo  don  Alonso  de  Granada  Venegas  en  Cádiar 
dos  dias  inquiriendo  las  voluntades  de  aquellas  gentes; 
y  aunque  no  liizo  pregonar  públicamente  el  bando,  por- 
que Aben  Aboo  le  rogó  que  lo  suspendiese  basta  que  los 
turcos  fuesen  embarcados,  no  dejó  de  liacer  muclio  efe- 
to  divulgándolo  de  palabra ,  y  asegurando  á  los  que  se 
fuesen  á  reducir.  Y  luego  avisó  á  don  Juan  de  Austria, 
y  particularmente  como  el  Habaquí  decia  que  estaban 
ya  los  turcos  á  punto  para  embarcarse  en  sabiendo  que 
habia  navios  en  que  poderse  ir;  y  que  convenia  mucho 
despacharlos  con  brevedad,  porque  no  alterasen  la  tier- 
ra, porque  andaban  diciendo  que  los  cristianos  debian 
de  tratar  cómo  meterlos  á  todos  juntos  en  parte  donde 
los  pudiesen  degollar  en  una  hora;  y  que  pedian  navios 
de  remos  en  que  pasar,  no  se  asegurando  en  otros  de 
otra  suerte.  Avisó  mas :  que  seria  bien  que  se  hallase 
presente  al  embarcar  alguna  persona  particular,  que 
tuviese  cuenta  con  que  no  llevasen  moriscas  ni  moros 
de  la  tierra,  ni  cristianos  captivos,  ni  otras  cosas  de  las 
que  estaban  prohibidas ;  y  porque  la  ocasión  de  los  cris- 
tianos que  tenian  captivos  no  los  entretuviese ,  procu- 
rando embarcarlos  á  escondidas  en  fustas  ó  en  otros 
navios,  fuese  servido  mandar  enviar  algún  dinero  que 
se  les  diese  por  ellos,  pues  Aben  Aboo  y  los  otros  alza- 
dos no  los  rescataban,  ni  tenian  con  qué  poderlo  ha- 
cer ;  y  el  Habaquí  se  ofrecía  á  concertarlos  en  muy  po- 
co precio.  Hechas  estas  diligencias,  y  otras  que  pare- 
cieron convenir  al  bien  del  negocio,  don  Alonso  de 
Granada  Venegas  pasó  á  la  vega  de  Granada ,  y  hacien- 
do su  asiento  en  Otura  y  en  Zubia ,  comenzó  á  recoger 
los  que  se  iban  á  reducir,  que  fueron  muchos.  Repar- 
tíalos por  los  lugares  como  iban  viniendo ,  asegurába- 
los, y  proveíalos  de  bastimentos;  todo  esto  con  gran- 
dísimo trabajo ,  por  las  desórdenes  de  nuestra  gente, 
que  sallan  á  los  caminos  y  los  mataban  y  robaban,  y 
hacían  esclavas  las  mujeres,  escondiéndolas  y  llevándo- 
las á  vender  la  tierra  adentro.  No  fué  menor  inconve- 
niente el  que  hubo  en  los  otros  partidos ,  donde  por  la 
mesma  orden  los  recogían  los  otros  caballeros  comisa- 
rios,  sin  que  se  pudiese  reparar  ni  remediar,  aunque 
algunos  soldados  fueron  castigados  ejemplarmente;  y 
su  majestad  envió  á  mandar  á  los  corregidores  de  las 
ciudades  y  á  los  cabos  de  la  gente  de  guerra,  que  die- 
sen orden  como  no  recibiesen  agravio  y  fuesen  bien 
tratados  los  que  se  viniesen  á  reducir,  castigando  á  los 
transgresores 

CAPITULO  VIL 

De  algunas  entradas  que  los  capitanes  hicieron  estos  dias  en  di- 
ferentes partes  del  reino  contra  los  que  no  se  iban  á  reducir. 

Tenían  orden  general  los  capitanes  de  la  gente  de 
guerra,  en  que  se  les  mandaba  que  no  cesasen  de  correr 
la  tierra  á  la  parte  que  sintiesen  haber  moros  de  guer- 
ra, para  quitarles  los  mantenimientos,  necesitándolos  á 
que  con  hambre  se  diesen  priesa  á  reducir,  mandán- 
doles asimesmo  que  no  hiciesen  correrías,  porque  no 
se  siguiese  algún  estorbo  ó  inconveniente  que  inter- 


rumpiese lo  que  estaba  asentado  con  ellns ;  mas  esto  se 
disimukiba  con  los  que  las  hacian  en  parle  donde  an- 
daban moros  inobedientes.  Con  este  calor  se  hicieron 
muchas  entradas  entre  paz  y  guerra  en  diferentes  par- 
tes del  reino ,  algtnias  de  las  cuales  pornémos  en  este 
capitulo,  porque  fueron  espuelas  para  traerá  obedien- 
cia la  mayor  parte  de  los  alzados,  aunque  lo  pudieran 
ser  para  lo  contrario.  Había  enviado  el  presidenfe  don 
Pedro  de  Deza  desde  Granada  una  gruesa  escolta  con 
muchos  bagajes  cargados  de  bastimentos  á  Guadix  con 
Bartolomé  Pérez  Zumel  y  Jerónimo  López  de  Mella; 
los  cuales  de  vuelta  fueron  por  encima  del  lugar  de  la 
Peza  á  dar  á  Valdeinfierno  sobre  Guéjar,  donde  sabían 
que  se  habían  recogido  muchos  moros  con  sus  mujeres, 
hijos  y  ganados;  y  llegando  de  improviso  sobre  ellos, 
captivaron  sin  resistencia  ciento  y  trece  personas,  y  les 
tomaron  mucha  cantidad  de  ganado.  Eran  los  nues- 
tros seiscientos  infantes  y  cien  caballos,  y  no  osando 
aguardar  los  moros,  dieron  á  huir  por  aquellas  sierras. 
Fué  de  mucho  efeto  el  daño  que  se  les  hizo  este  dia, 
porque  la  mayor  parte  de  los  que  huyeron  fueron  lue- 
go á  reducirse,  pareciéndoles  que  pues  los  habian  ido 
á  buscar  en  aquella  umbría,  temían  poca  seguridad  en 
otra  parle;  y  porque  se  averiguó  que  de  allí  bajaban  á 
correr  á  Guéjar  y  hacian  otros  daños ,  fueron  dadas  por 
esclavas  las  personas  que  captivaron.  Don  Diego  Ra- 
mírez y  don  Alonso  de  Leiva  fueron  en  este  tiempo 
con  la  gente  de  Motril  y  Salobreña  y  alguna  de  las  ga- 
leras al  lugar  de  Itrabo,  donde  habia  muchos  moros 
juntos;  mas  hicieron  poco  efeto,  porque  fueron  avisa- 
dos y  huyeron  á  la  sierra.  Supieron  que  estos  y  otros 
muchos  se  habian  puesto  en  Pinillos  de  Rey,  seis  leguas 
de  Salobreña  y  cinco  de  Granada;  y  avisando  á  don 
Juan  de  Austria  como,  estando  reducidos  los  de  Restá- 
val  y  Melejíx  allí  cerca,  se  estaban  quedos  ellos,  con- 
íiados  en  la  aspereza  del  sitio  de  aquel  lugar,  les  mandó 
que  fuesen  en  su  busca,  y  sin  tocar  en  los  lugares  re- 
ducidos, porque  no  se  alborotasen,  procurasen  des- 
truirlos. Con  esta  orden ,  y  con  dos  mil  infantes  y  cien 
caballos,  partieron  nuestros  capitanes  de  Salobreña  una 
tarde,  y  fueron  aquella  noche  á  la  garganta  del  Dragón, 
que  es  una  angostura  de  peñas  muy  larga ,  por  donde 
el  rio  de  Motril  sale  al  lugar  de  Pataura  y  á  la  mar. 
Otro  dia  pasaron  á  Vélez  de  Ben  Audalla,  donde  tuvie- 
ron aviso  del  alcaide  de  la  fortaleza  como  andaba  por 
allí  un  capitán  moro  llamado  Moxcalan,  que  hacia  mu- 
cho daño  con  una  cuadrilla  de  moros  forasteros  y  na- 
turales de  la  tierra;  el  cual  venia  de  ordinario  á  las  ca- 
sas del  lugar,  y  hablaba  con  los  soldados,  y  les  decia 
que  se  quería  reducir.  Con  este  aviso  acordaron  los  ca- 
pitanes de  detenerse  allí  aquel  día  puestos  en  embos- 
cada hasta  que  fuese  tarde ,  para  ir  á  amanecer  sobre 
Pinillos;  mas  el  moro,  que  habia  estado  en  atalaya  y 
vístolos  partir  de  la  boca  del  río,  bajó  luego  á  la  angos- 
tura,  y  encontrando  tres  soldados  que  venían  de  Mo- 
tril en  busca  de  nuestra  gente,  mató  al  uno,  al  otro 
captivo,  y  el  tercero  fué  huyendo,  y  dio  rebato  en  Vélez 
de  Ben  Audalla  á  nuestra  gente.  Entendiendo  pues  los 
capitanes  que  el  captivo  habría  descubierto  á  los  mo- 
ros el  desinio  que  llevaban,  mandando  tocarlas  cajas,  á 
gran  priesa  recogieron  la  gente  y  caminaron  la  vuelta 
de  Pinillos,  pensando  poder  llegar  á  dar  sobre  el  lugar 
antes  que  el  Moxcalan  avisase;  mas  aprovechó  poco  su 


HtíBELION  Y  CASTIGO  DE  LOS  MORISCOS  DE  GRANADA. 


347 


diligencia,  porque  los  moros  estaban  ya  avisados  y  se 
liabian  comenzado  á  ir.  Don  Diego  Ramirez  puso  la  ca- 
ballería á  la  parte  alta  para  tomarles  el  paso  de  la  sier- 
ra ,  y  con  la  infantería  cercó  el  lugar  por  las  otras  par- 
tes donde  habia  disposición  de  poderle  cercar,  porque 
está  en  un  sitio  muy  fragoso ,  y  á  la  parte  baja,  que  cae 
sobre  el  rio  deMelejix,  tiene  grandes  barranqueras  y 
despeñaderos.  Era  tanta  la  gente  que  liabia  en  este  lu- 
gar, que  aunque  fueron  avisados,  no  se  pudieron  poner 
todos  en  cobro;  la  mayor  parte  dellos,  los  cuales  salie- 
ron tarde  y  acudieron  hacia  la  sierra,  dieron  en  manos 
de  la  caballería  y  se  perdieron ;  los  otros  se  arrojaron 
por  aquellas  barranqueras  abajo  con  sus  mujeres  y  hi- 
jos, y  fueron  á  meterse  en  Restával  y  en  Melejix,  que, 
como  dijimos,  estaban  de  paces,  y  allí  se  guarecieron 
porque  don  Diego  Ramirez  no  consintió  que  los  solda- 
dos pasasen  adelante.  Ochenta  moras  que  no  pudieron 
descabullirse  fueron  captivas  y  dadas  por  esclavas ; 
toda  la  demás  gente  que  allí  habia  se  redujo  luego,  y 
dejando  saqueado  el  lugar,  con  muchos  bagajes  carga- 
dos de  ropa  volvió  la  gente  á  Salobreña.  Estaba  en  lo  de 
Almuñécar  otro  moro  llamado  Cacera  el  Mueden,  que 
en  la  furia  de  la  guerra  traia  ochocientos  hombres  de 
pelea,  la  mayor  parte  dellos  escopeteros,  y  habia  hecho 
mucho  daño  por  toda  aquella  comarca,  corriendo  la 
tierra  hasta  las  puertas  de  la  ciudad;  el  cual  viendo  que 
le  iba  dejando  la  gente  para  irse  á  reducir,  iiabia  reco- 
gídose  en  la  sierra  de  Mínjar  con  ciento  y  cincuenta 
moros  y  las  mujeres,  y  de  allí  salia  algunas  veces  á  ha- 
cer saltos.  Destofué  avisado  don  Diego  Ramirez,  y  con 
cien  soldados  de  los  que  tenia  en  Salobreña,  y  cincuen- 
ta que  don  Luis  de  Valdivia  le  envió  de  Motril,  y  doce 
de  á  caballo,  partió  una  tarde  de  Salobreña,  y  fué  á  po- 
nerse antes  que  amaneciese  bien  cerca  de  donde  esta- 
ban los  moros  metidos  en  una  rambla ;  y  para  tomarles 
los  pasos  por  donde  se  le  podían  ir  hizo  tres  partes  de 
la  gente.  Los  soldados  de  Motril  mandó  que  se  adelan- 
tasen y  fuesen  á  ocupar  un  paso  por  donde  de  necesi- 
dad los  enemigos  habían  de  salir  á  tomarlas  otras  sier- 
ras ,  y  cincuenta  de  los  de  Salobreña  envió  por  la  cor- 
dillera de  la  propria  sierra,  que  fuesen  siempre  á  caba- 
llero, y  acudiesen  á  la  parte  donde  viesen  que  podían 
hacer  mejor  efeto ;  y  con  los  otros  cincuenta  soldados 
y  los  doce  caballos  se  puso  él  en  la  boca  de  la  propria 
rambla,  que  sola  aquella  entrada  tenia  por  llano.  Sien- 
do pues  ya  claro  el  día,  los  moros  descubrieron  la  gente 
que  iba  por  la  cordillera  de  la  sierra;  y  reconociendo  ser 
cristianos,  dieron  rebato  al  Mueden,  que  estaba  muy  de 
9u espacio  almorzando  con  las  mujeres;  el  cual,  viendo 
que  le  tenían  tomada  la  sierra,  y  que  la  importancia  de 
su  negocio  consistía  mas  en  tomar  la  aspereza  de  los 
montes  que  en  hacer  armas,  dijo  á  los  compañeros  que 
le  siguiesen ;  y  tomando  una  vereda  en  la  mano,  co- 
menzó á  subir  la  sierra  arriba,  hacia  donde  estaban  los 
cincuenta  soldados  de  Motril,  llevando  consigo  las  mu- 
jeres. Tenia  este  moro  una  cueva  muy  secreta  junto  á 
la  vereda  por  donde  iba ,  metida  entre  unas  peñas,  y  la 
boca  della  salia  entre  unas  matas  tan  espesas,  que  por 
ninguna  manera  se  podía  ver ;  y  emparejando  con  ella, 
dejó  pasar  toda  la  gente  adelante;  y  haciendo  que  las 
mujeres  se  metiesen  dentro,  quebrándose  también  él 
entre  las  matas,  hizo  lo  mesrao  Los  otros  moros  fue- 
ron á  dar  donde  estaban  los  soldados  de  Motril,  y  rom- 


piendo determinadamente  por  ellos ,  tuvieron  lugar  de 
escaparse  y  de  subirse  á  las  otras  sierras;  y  lo  mesmo 
pudiera  hacer  el  Mueden ,  si  no  se  tuviera  por  mas  se- 
guro en  su  cueva.  Mas  no  le  sucedió  como  pensaba, 
porque  un  soldado  le  vio  quedar  entre  aquellas  matas, 
y  teniendo  cuenta  con  él,  como  no  le  vio  salir  hacia  nin- 
guna parte,  dio  aviso  á  otros,  que  entraron  á  buscarle  y 
toparon  con  la  boca  de  la  cueva ;  y  entrando  dos  dellos 
dentro,  anduvieron  buen  rato  por  ella  sin  encontrar  con 
nadie;  y  queriéndose  ya  salir,  el  trasero  volvió  la  cabe- 
za, y  vio  el  rostro  de  un  hombre  en  lo  último  de  la  cue- 
va. Estaba  el  Mueden  con  la  ballesta  armada  en  las  ma- 
nos, y  entendiendo  que  habia  sido  descubierto ,  dispa- 
ró y  dio  una  saetada  en  los  lomos  al  soldado;  mas  no  le 
hirió,  porque  acertó  á  dar  la  saeta  en  unos  alpargates 
de  cáñamo  que  llevaba  en  la  cinta.  A  este  tiempo  llegó 
don  Diego  Ramirez,  y  viendo  aquel  moro  puesto  en  de- 
fensa, porque  no  matase  algún  cristiano,  hizo  que  le 
dijesen  en  arábigo  que  se  rindiese,  y  que  le  salvaría  la 
vida;  y  al  fin  se  rindió,  y  le  llevó  preso  al  castillo  de  Sa- 
lobreña, donde  le  tuvo  algunos  días,  hasta  que  el  pre- 
sidente don  Pedro  de  Deza  y  los  del  Consejo  que  esta- 
ban en  Granada  enviaron  por  él ;  y  porque  tan  graves 
delitos  como  habia  hecho  no  quedasen  sin  castigo,  le 
mandaron  entregar  al  auditor  de  la  guerra ,  que  hizo 
justicia  del.  Las  mujeres  que  se  hallaron  en  la  cueva 
fueron  captivas ,  y  la  mayor  parte  de  los  moros  que  de 
allí  escaparon,  hallándose  desarmados,  porque  unos  no 
habían  tenido  lugar  de  tomar  las  armas,  y  otros  las  ha- 
bían soltado  para  huir,  fueron  á  reducirse.  Andaban  los 
turcos  y  moros  berberiscos  en  este  tiempo  con  volun- 
tad de  pasarse  á  Berbería,  desconfiados  de  las  cosas  de 
la  Alpujarra ;  y  aunque  algunos  confiaban  de  las  pala- 
bras del  Habaquí,  que  les  ofrecía  navios  en  que  pudie- 
sen pasar  seguros,  otros  no  se  aseguraban  de  ir  en  ba- 
jeles de  cristianos,  y  aguardaban  fustas  de  Berbería  en 
que  meterse.  Estando  pues  muchos  dellos  y  de  los  re- 
belados en  el  cabo  de  Gata  con  el  negro  de  Almería  y 
cincuenta  cristianos  captivos  para  pasarse,  don  García 
de  Villaroel  con  orden  de  don  Juan  de  Austria  fué  á 
dar  sobre  ellos,  llevando  docientos  soldados  y  veinte  y 
cinco  dea  caballo.  No  se  pudo  hacer  tan  secreto,  que 
los  enemigos  dejasen  de  ser  avisados:  el  negro  huyó 
con  parte  de  la  gente  armada  de  la  tierra ;  los  turcos  y 
moros  berberiscos,  y  con  ellos  algunos  de  los  rebela- 
dos, con  los  cincuenta  cristianos,  se  mudaron  á  otra 
parte,  y  la  gente  inútil  se  fué  luego  toda  á  reducir ;  por 
manera  que  cuando  don  García  de  Villaroel  llegó  don- 
de tenia  aviso  que  estaban,  no  halló  mas  de  seis  perso- 
nas que  habían  quedádose  durmiendo ;  mas  prendió  en 
el  camino  dos  moriscos  de  los  de  Almería ,  que  habían 
ido  con  el  aviso,  de  quien  supo  como  se  habían  ido 
aquella  noche.  Y  entendiendo  que  no  podían  estar  muy 
lejos,  por  los  rastros  que  halló  nuestra  gente,  fué  á  dar  á 
los  Frailes  del  cabo  de  Gata ,  que  son  unas  peñas  cerca 
de  la  mar;  y  tomando  los  pasos  aquella  noche,  otro 
día  9  de  junio  repartió  ciento  y  veinte  soldados  en  cua- 
tro cuadrillas,  que  subiesen  por  cuatro  partes  en  busca 
de  los  enemigos,  que  parecía  no  haber  pasado  adelan- 
te, y  fuesen  á  juntarse  en  lo  alto  del  fraile  mayor  al  sa- 
lir del  sol.  El  caporal  Pedro  de  Aguilar  fué  el  primero 
que  se  encontró  con  ellos,  que  iban  retirándose  de  ía 
cuadrilla  que  llevaba  Villaplana,  porque  le  habían  visto 


348 


LUIS  DEL  MARMOL  CARVAJAL. 


ir  subiendo  el  cerro  arriba  hacia  donde  estaban;  los 
cuales  dejaron  muertos  en  el  camino  siete  cristianos  de 
los  cincuenta  que  llevaban  captivos,  porque  no  podiun 
caminar  con  las  cargns  que  llevaban  á  cuestas.  Y  como 
se  descubrieron  los  unos  y  los  otros,  comenzaron  á  pe- 
lear valerosamente ;  y  aunque  los  enemigos  eran  mas 
de  docientos  hombres  escogidos,  todavía  los  treinta 
soldados,  ayudados  del  sitio  que  tenian  tomado,  que 
era  fuerte,  y  con  esperanza  de  socorro ,  les  daban  bien 
en  qué  entender.  A  este  tiempo  asomó  Villaplana  con 
su  cuadrilla,  que  iba  siguiendo  el  rastro;  y  creyendo 
los  treinta  soldados  de  Pedro  de  Aguilar  que  los  unos  y 
los  otros  eran  moros,  comenzaron  á  aflojar,  y  algunos 
volvieron  las  espaldas.  No  falló  Pedro  de  Aguilar  con 
palabras  y  obras  de  animoso  soldado  á  su  gente,  tanto, 
que  les  hizo  disponerse  á  morir  ó  vencer;  y  tornando  á 
renovar  la  pelea,  tuvieron  rostro  al  enemigo,  hasta  que 
llegó  Villaplana  á  juntarse  con  ellos,  y  se  mejoró  su  par- 
tido. No  tardaron  mucho  que  llegaron  las  otras  dos 
cuadrillas,  que  llevaban  Julián  de  Pereda  y  Diego  de 
Olivencia,  y  todavía  los  turcos  peleaban  animosamente, 
hasta  que  los  nuestros  cerraron  con  ellos,  y  viniendo 
á  las  espadas,  mataron  al  capitán  turco  y  los  pusieron 
en  huida.  Murieron  algunos  en  el  alcance ,  fueron  cap- 
tivos treinta  y  cinco ,  y  entre  ellos  un  chauz  del  Gran 
Turco,  por  quien  se  gobernaba  Aben  Aboo,  y  treinta  y 
tres  moros  de  los  de  la  tierra,  con  Alonso  el  Gehecel, 
natural  de  Tavernas,  y  cincuenta  mujeres  y  mucha- 
chos; y  lo  que  en  mas  se  tuvo,  que  se  dio  la  deseada  U- 
bertad  á  cuarenta  y  tres  cristianos  que  estaban  para 
perecer  de  hambre,  y  hablan  querido  matarlos  un  dia 
antes  los  moros  porque  no  tenian  qué  darles  de  comer, 
y  los  turcos  no  lo  hablan  consentido,  diciendo  que  era 
inhumanidad  matar  los  captivos;  y  tenian  acordado 
que  si  dentro  de  tres  dias  no  venian  navios  de  Berbe- 
ría en  que  poderse  embarcar,  que  los  matasen  ó  hicie- 
sen lo  que  les  pareciese  dellos.  Esta  jornada  fué  impor- 
tante para  que  los  otros  turcos  abreviasen  su  partida 
con  menos  condiciones  de  las  que  pedian.  Otros  mu- 
chos efetos  dejamos  de  poner  que  se  hicieron  estos 
dias,  excediendo  los  capitanes  en  !a  orden  que  de  don 
Juan  de  Austria  tenian  para  que  castigasen  á  los  rebel- 
des pertinaces,  de  manera  que  no  recibiesen  daño  los 
obedientes;  y  excusábanse  con  decir  que  en  son  de 
amigos  hacian  mas  daños  que  cuando  eran  enemigos, 
y  que  era  imposible  castigar  á  los  unos  sin  hacer  daño 
á  los  otros,  estando  todos  juntos,  pues  los  soldados 
que  hablan  de  ser  ministros  del  castigo  no  los  cono- 
cían ,  y  cuando  los  conociesen  ó  tuviesen  orden  de  po- 
derlos conocer,  no  habla  tanta  justificación  en  gente  de 
guerra, que,  pudiéndolo  hacer,  dejasen  de  vengarlos 
daños  que  hablan  recebido  de  sus  enemigos,  hasta  tan- 
to que  estuviesen  apartados  los  reducidos  de  los  re- 
beldes; y  ansí  se  disimulaban  muchas  cosas  que  en 
otros  tiempos  y  ocasiones  merecieran  riguroso  castigo. 

CAPITULO  VIII. 

Cámo  el  Ilabaquí  embarcó  los  turcos,  y  vinieron  otros  de  nuevo 
en  socorro  de  los  alzados ;  y  cámo  Aben  Aboo  mudó  parecer. 

Acudían  en  este  tiempo  á  todas  horas  navios  de  Ber- 
bería á  nuestra  costa,  cargados  de  bastimentos,  gente, 
armas  y  municiones  que  los  moros  andaluces  que  ha- 
bían pasado  á  Teluan  y  á  Argel  procuraban  enviar  á 


los  alzados  para  enf  retonerlos  que  no  se  redujesen ,  sa- 
biendo los  tratos  en  que  andaban  compelilos  de  pura 
necesidad.  Venian  también  otros  muchos  cosarios  tur- 
cos y  moros  berberiscos  á  pasar  gente  á  Berbería  por 
su  flete;  y  estos  tenian  mas  ganancia,  porque  tomaban 
la  mitad  de  los  muebles,  joyas  y  dineros  que  lltívabaa 
los  pasajeros ;  y  algunas  veces  se  lo  quitaban  todo ,  co- 
mo hombres  que  no  tenian  mas  lin  que  al  interés.  Y 
aunque  don  Sancho  de  Leiva  ponia  diligencia  en  qui- 
tarles estos  socorros,  andando  de  dia  y  de  noche  por  la 
costa  con  las  galeras  de  su  cargo ,  no  se  podía  excusar, 
siendo  el  pasaje  tan  breve,  que  dejasen  de  llegar  algu- 
nos navios  á  tierra,  y  desembarcasen  la  gente  y  lo  que 
traían.  En  este  mes  de  junio  les  tomó  trece  fustas  eu 
diferentes  partes  de  la  costa.  El  proprio  día  que  don 
García  de  Villaroel  fué  al  cabo  de  Gata,  como  dijimos 
en  el  capítulo  antes  deste,  llegaron  á  la  playa  de  Castil 
de  Ferro  de  parte  de  noche  dos  fustas,  en  las  cuales  se 
embarcaron  secretamente  algunos  turcos  de  los  que  el 
Habaquí  tenia  recogidos  para  enviar  con  salvoconduto 
á  Berbería,  por  llevarse  los  cristianos  captivos  que  te- 
nian consigo ;  pero  el  alcaide  del  castillo  fué  avisado 
dello,  y  disparó  una  pieza  de  artillería  de  aviso  por  si 
las  galeras  estuviesen  donde  la  pudiesen  oír ;  y  no  es- 
tando muy  lejos,  acudieron  hacia  aquella  parte,  y  las  to- 
maron yendo  navegando ;  y  poniendo  en  libertad  aque- 
llos pobres  cristianos,  fueron  los  turcos  y  moros  cap- 
tivos. El  Habaquí  pues,  que  ninguna  cosa  deseaba  mas 
que  acabar  el  negocio  que  había  comenzado,  de  donde 
pensaba  sacar  honra  y  provecho ,  daba  grande  priesa 
que  le  diesen  navios  en  que  embarcar  los  turcos  que 
quedaban  en  la  tierra  antes  que  viniesen  otros  que  los 
alborotasen ;  y  aunque  le  pedian  bajeles  de  remos ,  di- 
ciendo que  no  sabían  navegar  en  otros,  hizo  tanto  con 
ellos,  que  los  embarcó  en  navios  mancos ,  haciéndoles 
dejar  todos  los  cristianos  captivos  que  tenian,  y  los  en- 
vió á  Berbería.  Estando  pues  los  turcos  embarcados  y 
á  pique  para  partirse ,  llegaron  á  la  propria  playa  cinco 
fustas  con  gentes,  bastimentos  y  municiones;  y  aun- 
que nuestras  galeras  las  tomaron ,  fué  después  de  ha- 
ber dejado  docientos  turcos  y  moros  berberiscos  en 
tierra ,  que  subieron  á  la  sierra  y  fueron  en  busca  de 
Aben  Aboo ,  y  se  juntaron  con  él ,  y  le  dieron  nueva  co- 
mo en  Argel  esperaban  por  momentos  navios  de  levante 
con  que  socorrerle.  Era  Aben  Aboo  hombre  mudable, 
aunque  de  mediano  entendimiento ;  deseaba  reducirse, 
quedando  con  honra  y  con  provecho ;  y  pareciéndole 
que  esto  lo  procuraba  el  Habaquí  para  sí  mesmo  y  para 
sus  deudos,  y  que  no  se  hacia  tanto  caudal  de  su  ne- 
gocio como  él  quisiera ,  estaba  envidioso  del  y  aun 
sospechoso  de  que  no  le  trataba  verdad  en  lo  que  le  de- 
cía; y  teniendo  el  lobo  por  las  orejas,  no  osaba  soltarle, 
ni  sabia  como  tenerlo  asido,  de  miedo  que  en  reducién- 
dose le  habían  de  matar.  Y  creciendo  cada  hora  mas  en 
él  esta  envidia  y  sospecha ,  aunque  no  impedia  pública- 
mente á  los  que  se  querían  ir  á  reducir,  favorecía  á  los 
turcos  y  moros  berberiscos,  y  á  los  escandalosos  de  la 
tierra,  y  entretenía  á  los  demás  con  decir  que  se  ha- 
cian malos  tratamientos  á  los  reducidos,  que  se  guar- 
daba mal  lo  capitulado  en  el  Fondón  de  Andarax,  y 
que  el  Habaquí  habia  mirado  mal  por  el  bien  común, 
contentándose  con  lo  que  solamente  don  Juan  de  Aus- 
tria le  habia  querido  conceder,  y  procurando  el  bien  y 


REBELIÓN  Y  CASTIGO  DE 

l>rovccIio  para  sí  y  para  sus  deudos.  Y  según  lo  que 
d'?3pués  nos  dijeron  personas  con  quien  comunicaba  su 
peclio,  su  fin  era,  viendo  al  Habaquí  hecho  tan  señor 
del  negocio  de  la  reducion ,  quilárselo  de  las  manos  y 
hacerlo  él ,  para  asegurar  mas  su  partido  con  servicio 
tan  particular ;  mas  el  vulgo  todo  entendió  haberse  ar- 
repentido con  el  nuevo  socorro  de  Berbería ,  y  hacér- 
sele de  mal  dejar  la  seta  y  el  vano  nombre  de  rey  mien- 
tras le  durase  la  vida.  Lo  primero  mostró  en  las  cartas 
que  después  escribió  á  particulares  que  tenia  por  ami- 
gos, rogándoles  que  intercediesen  con  don  Juan  de  Aus- 
tria de  manera  que  hubiese  efeto  la  paz  que  se  preten- 
día ;  y  lo  segundo,  por  otras  que  escribió  á  Berbería, 
que  las  unas  y  las  otras  irán  en  esta  historia  para  satis- 
facion  de  los  que  la  leyeren.  Por  manera  que  cuando  el 
Habaquí  pensó  tener  acabado  el  negocio  con  haber 
echado  los  turcos  de  la  tierra,  que  tenia  por  amigos, 
se  le  puso  de  peor  condición ,  y  sobre  todo  se  le  recre- 
ció ignominiosa  muerte,  como  adelante  diremos. 

CAPITULO  IX. 

Cómo  el  Habaquí  quiso  prender  -á  Aben  Aboo  viendo  que  mudaba 
parecer,  y  cómo  Aben  Aboo  lo  hizo  prender  y  matar  á  él. 

Luego  que  los  turcos  fueron  embarcados ,  el  Habaquí 
fué  á  dar  cuenta  de  lo  que  había  hecho  á  don  Juan  de 
Austria ;  y  aunque  entendió  la  mudanza  de  Aben  Aboo, 
estaba  tan  confiado  en  sí  y  teníale  en  tan  poco  ya ,  que 
no  haciendo  caso  del,  ofreció  al  Consejo  que  le  haría 
cumplir  lo  que  había  prometido,  ó  le  traería  maniatado 
al  campo  :  solamente  pedia  quinientos  arcabuceros 
cristianos,  para  con  ellos  y  con  los  moros  deudos  y 
amigos  suyos  ir  á  dar  sobre  él  cuando  mas  descuidado 
estuviese.  Don  Juan  de  Austria  no  quiso  dar  la  gente 
que  pedia,  por  parecerle  que  no  seria  bienaventurarla; 
y  mandándole  dar  ochocientos  ducados  de  oro,  con  que 
levantase  cuatrocientos  moros  de  quien  pudiese  tener 
confianza  para  el  efeto  que  decía,  partió  el  Habaquí  con- 
tento de  Andarax  la  vuelta  de  Bérchul ,  donde  tenía  á 
su  mujer  y  á  sus  hijas ,  para  sacarlas  de  allí  y  llevarlas  á 
la  ciudad  de  Guadíx  primero  que  comenzase  á  levantar 
la  gente.  Era  el  Habaquí  astuto ,  pero  muy  confiado  de 
sí  mesmo ;  y  viéndose  tan  favorecido  de  don  Juan  de 
Austria ,  que  cierto  le  hacía  mucha  merced ,  entendía 
que  nadie  seria  parte  para  ofenderle  ;  el  cual  llegando 
al  lugar  de  Yégen  el  segundo  dia  que  partió  de  Anda- 
ras ,  y  viendo  estar  parados  en  la  plaza  muchos  moros, 
llegó  á  ellos  y  soberbiamente  les  dijo  que  á  qué  aguar- 
daban, por  qué  no  se  iban  á  reducirá  los  partidos  que 
les  estaban  señalados,  como  lo  hacían  los  demás.  Y  co- 
mo le  respondiese  uno  dellos  que  aguardaban  orden  de 
Aben  Aboo ,  replicó  que  la  reducion  estaba  bien  á  to- 
dos ,  y  que  cuando  Aben  Aboo  de  su  voluntad  no  lo  hi- 
ciese, le  llevaria  él  atado  á  la  cola  de  su  caballo.  Estas 
palabras  llegaron  el  mesmo  dia  á  oídos  de  Aben  Aboo, 
y  acrecentando  con  ellas  su  indignación ,  envió  luego  á 
que  le  prendiesen  los  ciento  y  cincuenta  turcos  que  te- 
nia consigo,  y  dos  cuadrillas  de  moros  de  los  de  su 
guardia ;  los  cuales  le  espiaron,  sabiendo  que  estaba  en 
el  lugar  de  Bérchul ,  le  cercaron  la  casa  de  parte  de  no- 
che, estando  bien  descuidado  de  aquel  hecho  y  de  pen- 
sar que  hubiese  en  la  Alpujarra  quien  osase  acometer- 
le ;  y  sintiendo  el  ruido  de  la  gente,  tuvo  lugar  de  salir 
hacia  el  arroyo  del  lugar  sin  que  le  sintiesen;  y  hubié- 


LOS  MORISCOS  DE  GRANADA.  349 

rase  escapado  del  peligro  si  sus  propríos  vestidos  no  le 
acusaran ;  porque  estando  en  una  quebrada  otro  dia  de 
mañana ,  devisaron  los  que  le  buscaban  el  cafetan  de 
grana  que  llevaba  vestido  y  el  turbante  blanco  de  la 
cabeza ;  y  aunque  iba  bien  lejos,  le  siguieron  por  aque- 
llas peñas  y  le  prendieron  junto  á  unos  molinos,  y  le 
llevaron  á  Cujurío,  donde  estaba  Aben  Aboo,  el  cual  le 
tomó  luego  su  confesión ;  y  como  le  preguntase  el  Ha- 
baquí la  causa  por  qué  le  habia  mandado  prender,  pues 
nunca  le  habia  hecho  deservicio,  le  dijo  que  por  trai- 
dor, que  le  habia  tratado  mentira ,  procurando  el  bien 
y  la  honra  para  sí  y  para  sus  parientes  tan  solamente. 
Esto  fué  jueves ,  y  el  viernes  siguiente  lo  hizo  ahogar 
secretamente,  y  mandó  echar  el  cuerpo  en  un  muladar, 
envuelto  en  un  zarzo  de  cañas,  donde  estuvo  mas  de 
treinta  días,  sin  saberse  de  su  muerte;  y  para  disimu- 
larla, envió  luego  á  decir  á  su  mujer  y  á  sus  hijas  que  se 
fuesen  á  Guadix ,  y  que  no  tuviesen  pena ,  porque  él  le 
tenia  preso  y  brevemente  le  soltaría.  Muerto  el  Haba- 
quí, Aben  Aboo  despachó  á  su  hermano  Hernando  el 
Galípe  á  las  sierras  de  Vélez  y  Ronda  á  que  estorbase  la 
reducion ,  y  animase  á  los  que  no  se  habían  alzado  p;ira 
que  se  alzasen.  Y  para  disimular  mas  escribió  luego  á 
don  Hernando  de  Barradas  una  carta  en  letra  arábiga, 
que  traducida  en  nuestro  romance  castellano,  decía 
desta  manera : 

CARTA  DE  ABEN  ABOO  Á  DON  HERNANDO  DE  BARRADAS. 

«  Las  alabanzas  sean  á  Dios  solo  antes  de  lo  que  quie- 
»ro  decir.  Salvación  honrada  al  que  honró  el  que  da  la 
«honra.  Señor  y  amigo  mió,  el  que  yo  mas  estimo ,  don 
"Hernando  de  Barradas :  Hago  saber  á  vuestra  honrada 
«persona  que  si  quisiéredes  venir  á  veros  conmigo, 
«vernéis  á  vuestro  proprio  hermano  y  amigo  muy  segu- 
«ramente ,  y  lo  que  de  mal  os  viniere  será  sobre  mi  lia- 
«cienda  y  fe ;  y  si  quisiéredes  tratar  destas  benditas 
«paces,  lo  que  tratáredes  tratarlo  heis  conmigo,  y  haré 
«yo  todo  lo  que  vos  quisiéredes  con  verdad  y  sin  trai- 
«cíon.  Paréceme  que  el  Habaquí ,  de  todo  lo  que  hacía 
«ninguna  parte  me  daba,  antes  encubría  de  mí  la  ver- 
«dad,  porque  todo  lo  que  pidió  lo  aplicaba  para  sí  y 
«para  sus  parientes  y  amigos.  Esto  hago  saber  á  vues- 
«tra  honrada  persona,  y  conforme  á  ello  podrá  hacer  lo 
«que  le  pareciere ,  y  lo  que  viere  que  estará  bien  á  los 
«cristianos  y  á  nosotros ;  y  Dios  permita  este  bien  en- 
«tre  nosotros ,  y  que  vuestra  honrada  persona  sea  causa 
«dello.  Y  perdonadme,  que  por  no  haber  tenido  quien 
«me  escribiese  no  he  escrito  antes  de  ahora.  La  sal- 
«vacion  sea  con  nosotros,  y  la  misericordia  de  Dios  y  su 
«bendición.  Que  fué  escrita  dia  martes. « 

A  esta  carta  respondió  luego  don  Hernando  de  Bar- 
radas que  holgaría  mucho  de  verse  con  él  para  efetuar 
el  negocio  de  la  reducion  por  la  orden  que  decía,  y  que 
le  hiciese  placer  de  avisarle  dónde  estaba  el  Habaquí  y 
lo  que  se  habia  hecho  del.  Y  Aben  Aboo  le  tornó  á  es- 
crebir  otra  carta  en  castellano,  del  tenor  siguiente: 

OTRA  CARTA  DE  ABEN  ABOO  Á  DON  HERNANDO  DE  BARRADAS. 

«Muy  magnífico  señor :  la  de  vuestra  merced  recebí; 
«y  en  cuanto  me  envía  á  decir  por  ella  de  la  prisión  del 
«Habaquí  y  si  hubo  causa  para  ella ,  digo  que  las  cau- 
»sas  que  hubo  para  prenderle  fueron  estas  que  ahora 
»diré.  La  primera,  que  andaba  engañando  á  vuestra 


356 


LUIS  DEL  MARMOL  CARVAJAL. 


»mercefl  y  á  mí ;  porque  cosas  que  yo  le  decía  no  las 
»íba  él  á  decir  allá ,  ni  menos  me  daba  parte  de  lo  que 
»£e  hacia  ni  qué  era  lo  que  trataba;  porque  sí  yo  le  hu- 
>)b¡era  dado  mí  sello,  entendiera  vuestra  merced  que 
»yo  lo  sabia  y  que  pasaría  por  lo  que  él  hiciese  ;  mas 
«entendí  que  andaba  engañando  á  una  parte  y  á  otra,  y 
»halléle  que  también  había  hecho  una  barca  para  irse 
«con  sus  hijos  á  Berbería  ;  y  por  estas  razones  y  otras 
))le  tengo  preso  hasta  que  estas  paces  se  acaben  de  efe- 
»tuar.  Y  de  mi  parte  ruego  á  vuestra  merced  las  acabe, 
»y  que  se  apague  este  fuego  para  que  se  quite  tanto 
«mal.  Hecho  esto,  yo  le  soltaré.  Y  entienda  vuestra  mer- 
«ced  que  no  tiene  mal  ninguno,  porque  sí  al  presente 
«estuviera  aquí  cerca ,  él  escribiera  á  vuestra  merced 
«de  su  mano.  Vuestra  merced  consuele  á  sus  hijos,  y 
«les  diga  como  está  bueno ,  y  que  yo  les  doy  la  palabra, 
«como  quien  soy,  de  no  tratarle  mal,  sino  que  le  terne 
«preso  por  algunos  días.  Y  vuestra  merced  acabe  lo  que 
«ha  comenzado ;  que  todo  se  hará  como  vuestra  mer- 
«ced  manda.» 

No  mucho  después,  viendo  Aben  Aboo  que  la  ida  de 
don  Hernando  de  Barradas  á  verse  con  él  se  dilataba, 
escribió  otra  carta  á  don  Alonso  de  Granada  Venegas, 
que  decía  ansí : 

CARTA  DE  ABEN  ABOO  Á  DON  ALONSO  DE  GRANADA 
VENEGAS. 

«  Señor :  Sabrá  vuestra  merced  que  de  pocos  días  á  es- 
»ta  parte  me  ocurrieron  ciertas  cosas  en  los  negocios  de 
«las  paces,  y  fué  que  los  de  la  Alpujarra  sospecharon 
«naal  en  Hernando  el  Habaquí,  por  donde  pensaron  que 
«los  había  de  engañar  y  que  les  hacía  traición;  y  co- 
»mo  les  vino  á  notificar  el  bando  que  salgan  de  la  tier- 
«ra dentro  de  seis  días,  sintiéronlo  tanto,  que  enten- 
«dieron  ser  traición ,  y  luego  le  prendieron ;  y  creo  que 
«sucedió  mal :  nuestro  Señor  lo  remedie.  Y  quisíe- 
«ra  mucho  que  vuestra  merced  estuviera  cerca;  por- 
«que  quizá  se  pudiera  remediar,  porque,  después  de 
«Dios,  entendemos  que  vuestra  merced  podrá  remediar 
«mucho  en  este  negocio;  y  pues  ha  hecho  lo  mucho, 
«es  menester  que  se  haga  alguna  diligencia  para  que 
«se  acabe  esta  buena  obra;  y  esto  sea  con  brevedad, 
«porque  así  cumple  al  servicio  de  su  majestad.  Y  si 
«acaso  no  pudiere  venir  por  acá ,  escriba  á  don  Juan  de 
«Austria,  para  ver  si  remedía  algo.  Y  sí  determinare 
«de  venir  hacia  Órgiba  ó  hacia  el  campo ,  y  le  pareciere 
«traer  en  su  compañía  al  beneficiado  Torrijos  y  á  Pedro 
«de  Ampuero,  hágalo;  que  podrá  ser  que  aprovechen 
«harto ;  y  si  recelan  de  algo ,  para  su  seguridad  les  en- 
«viaré  la  gente  que  fuere  menester.» 

Hasta  aquí  decía  la  carta  de  Aben  Aboo,  la  cual  en- 
vió luego  don  Alonso  de  Granada  Venegas  á  don  Juan 
de  Austria ,  que  todavía  estaba  en  el  alojamiento  de 
Andarax  aguardando  el  efeto  de  la  reducion ,  aunque 
harto  suspenso  de  ver  que  ya  no  venían  moros  á  redu- 
cirse. Y  porque  no  se  podía  acabar  de  entender  bien 
por  las  cartas  de  don  Hernando  de  Barradas,  ni  por 
otros  avisos,  el  encantamiento  del  Habaquí ,  si  era  vivo 
ó  muerto ,  se  acordó  en  el  Consejo  que  don  Hernando 
de  Barradas  diese  buena  esperanza  á  Aben  Aboo ,  y 
procurase  verse  con  él,  como  se  lo  pedia  en  su  carta. 
Y  porque  su  ida  no  hubo  efeto ,  se  tomó  resolución  que 
Hernando  Valle  de  Palacios  fuese  en  su  lugar ,  y  que 


entendiese  del  qué  era  lo  que  quería ,  y  supiese  lo  quo 
se  había  hecho  del  Habaquí,  y  procurase  espiar  con 
mucho  cuidado  el  estado  en  que  estaban  las  cosas  do 
los  moros;  qué  desinío  era  el  de  Aben  Aboo ,  la  canti- 
dad de  gente  armada  que  tenía ,  ansí  de  naturales  co- 
mo de  extranjeros ,  y  á  qué  parte  estaba  la  mayor  fuer- 
za dellos,  y  todas  las  otras  cosas  que  le  pareciese  con- 
venir. Diósele  para  este  efeto  una  instrucion  de  lo  que 
había  de  tratar  con  Aben  Aboo,  y  una  carta  de  don 
Hernando  de  Barradas  en  respuesta  de  la  última  suya, 
remitiéndose  á  Hernán  Valle  de  Palacios,  con  quien 
podría  tratar  sus  negocios  como  con  su  mesma  perso' 
aa.  Y  para  que  mejor  se  entienda  la  dobladura  con  que 
Aben  Aboo  andaba,  y  su  disimulación  y  maldad ,  por- 
némos  en  el  siguiente  capítulo  una  carta  que  escribió 
en  el  mesmo  tiempo  á  unos  alcaides  turcos  sus  amigos, 
que  estaban  en  Argel ,  y  después  diremos  lo  que  Hernán 
Valle  de  Palacios  hizo  en  su  viaje. 

CAPITULO  X. 

Cómo  Aben  Aboo  escribió  á  unos  alcaides  turcos  de  Argel , 
dándoles  cuenta  de  la  muerte  del  Habaquí. 

Estos  mesmos  días  tomaron  nuestras  galeras  una 
fusta  de  moros  andaluces  que  iban  á  Berbería ,  y  entre 
otras  cosas,  les  hallaron  una  carta  escrita  en  arábigo, 
que  según  el  tenor  della  pareció  ser  de  Aben  Aboo ,  que 
la  enviaba  á  unos  alcaides  turcos  amigos  suyos,  que  es- 
taban en  Argel ,  dándoles  cuenta  del  suceso  de  sus  ne- 
gocios y  pidiéndoles  todavía  socorro ;  y  porque  el  lector 
se  vaya  entreteniendo,  la  pornémosen  este  capítulo, 
traducida  en  lengua  castellana: 

«  Los  loores  sean  á  Dios ,  que  es  uno  solo.  Del  siervo 
«de  Dios  soberano  á  los  alcaides  Bazquez  Aga ,  Con- 
«coxari ,  Albazquez  Husten  y  Aga  Baxa ,  y  á  todos  los 
«otros  turcos  nuestros  amigos  y  confederados  :  Hacé- 
«moos  saber  como  estamos  buenos,  loado  sea  Dios,  y 
«que  para  nuestro  contentamiento  no  nos  falta  mas  que 
«ver  vuestras  presencias.  Habéis  de  saber  que  Nebel  y 
«el  alcaide  Caracax  nos  han  destruido  ya  todo  este  rei- 
»no ,  porque  ellos  vinieron  á  decirnos  que  se  querían 
«ir  á  sus  tierras ;  y  aunque  no  quisimos  darles  licencia 
«para  que  se  fuesen,  esperando  el  socorro  de  Dios  y  de 
«vosotros ,  todavía  trataron  de  irse  y  se  fueron.  Los  que 
«allá  dijeren  que  yo  di  licencia  á  los  andaluces  para 
«hacer  paces  y  rendirse  á  los  cristianos,  tenedlos  por 
«mentirosos  y  por  herejes,  que  no  creen  en  Dios ;  por- 
«que  la  verdad  es  que  el  Habaquí  y  Muza  Cache  y 
«otros  fueron  á  los  cristianos,  y  se  concertaron  con 
«ellos  de  venderles  la  tierra,  y  estos  se  conformaron 
«después  con  Caracax  y  con  Nebel  y  con  Alí  arráez  y 
«con  Mahamete  arráez;  y  ellos  y  los  otros  mercaderes 
«les  dieron  sesenta  captivos  de  los  que  tenían  en  su  po- 
«der,  porque  les  diesen  navios  en  que  pasasen  segura- 
«mente  á  Berbería.  Y  habiendo  hecho  este  concierto, 
«vino  el  Habaquí  á  los  moros  andaluces,  y  les  dijo  que 
«habían  de  entregarse  todos  á  los  cristianos ,  y  retirarse 
«á  Castilla;  y  pensando  yo  que  andaba  procurando  el 
«bien  de  los  moros,  hallé  después  que  nos  andaba  ven- 
«diendo  á  todos ,  y  por  esta  causa  le  hice  prender  y  de- 
«gollar  (1).  Lo  que  acá  ha  sucedido  después  que  Caracax 

(1)  El  citado  Cartulario  de  Castillo,  que  contiene  también  esta 
carta  (pág.  112),  aunque  en  otros  términos,  no  dice  »qüí  prender  y 
degollar,  sino  detener  y  t^risioifar. 


REBELIÓN  Y  CASTIGO  DE  LOS  MORISCOS  DE  GRANADA. 


»y  sus  compañeros  se  fueron,  es  que  los  cristianos  nos 
jjacometieron ,  y  hubo  entre  nosotros  y  ellos  muy  gran 
«pelea ,  y  matamos  muchos  dellos  (1);  por  manera  que 
»ya  no  les  queda  ejército  en  pié  con  que  podernos  ofen- 
»der;  mas  tememos  que  su  rey  juntará  otro  campo  y  lo 
wenviará  contra  nosotros.  Por  tanto,  socorrednos  con 
«brevedad,  socorreros  ha  Dios;  y  ayudadnos,  ayudaros 
»ha  Dios.  Y  por  amor  de  Dios  nos  avisad  qué  nueva  te- 
wneis  de  la  armada  de  levante.  Y  si  no  hay  aprestados 
»en  esa  costa  navios,  alquilad  los  que  pudiéredes,  en 
»que  pasemos  las  mujeres  y  los  hijos ,  porque  nosotros 
«queremos  quedar  guerreando  con  nuestros  enemigos 
«hasta  morir.  Y  mirad  que  si  no  nos  socorréis,  os  lo 
«demandaremos  en  el  dia  del  juicio  ante  el  acatamiento 
«divino.  Conmigo  está  Alí,  é  Válquez  con  ciento  y  cin- 
«cuenta  turcos  y  muchas  mujeres  y  criaturas  desam- 
«paradas  (2) :  tened  piedad  dellas,  pues  á  vosotros  mas 
«que  á  otra  persona  del  mundo  toca  este  socorro,  como 
«cosa  en  que  pusistes  las  manos.»  Que  es  fecha  esta  car- 
ta á  i  5  dias  del  mes  de  Zafar  del  año  de  la  hixara  987  (3) 
(que  á  nuestra  cuenta  fué  en  17  dias  del  mes  de  julio 
del  año  del  Señor  i  570).  Y  abajo  decia  la  firma  :  Maha- 
mud  Aben  Aboo. 

CAPITULO  XI. 

Cómo  los  vecinos  de  Alora  mataron  al  Galipe ,  hermano  de  Aben 
Aboo  ,  que  iba  á  recoger  los  alzados  de  la  sierra  de  Ronda. 

Habia  enviado  Aben  Aboo  estos  dias  al  Galipe,  su 
hermano,  á  levantar  los  moros  que  nose  hablan  alzado, 
y  hacer  que  los  alzados  no  se  redujesen ,  dándoles  á  en- 
tender que  esperaba  socorro  de  Berbería ,  y  la  armada 
del  Gran  Turco  en  su  favor.  Este  moro  habia  sido  uno 
de  los  de  la  junta  de  Andarax  para  el  negocio  de  la  re- 
ducion;  y  pareciéndole  que  los  caballeros  cristianos 
Ijabian  hecho  mas  caso  del  Habaquí  que  del ,  se  habia 
ido  muy  enojado  y  procuraba  estorbar  todo  cuanto  se 
hacia ;  y  para  este  efeto  se  partió  con  docientos  esco- 
peteros la  vuelta  de  la  serranía  de  Ronda,  y  llegó  á  la 
sierra  de  Bentomiz,  estando  Arévalo  de  Zuazo,  corre- 
gidor de  Málaga ,  en  la  ciudad  de  Vélez  tratando  con  los 
de  aquella  tierra  que  se  redujesen  al  servicio  de  su  ma- 
jestad. Y  como  supo  que  un  morisco ,  vecino  de  la  villa 
de  Gomares  ,  llamado  Bartolomé  Muñoz,  andaba  en 
ello ,  y  que  estaba  allí ,  mandó  luego  prenderle ,  y  que- 
riéndole justiciar,  acudieron  áél  los  amigos  que  tenia, 
y  le  dijeron  que  no  permitiese  que  se  hiciese  mal  ni 
daño  á  aquel  hombre,  que  debajo  de  su  palabra  habia 
venido  á  tratar  del  bien  de  los  moros,  y  á  rescatarles 
sus  mujeres  y  hijas ,  que  tenían  captivas ,  á  trueco  de 
unos  mozos  cristianos;  y  pudieron  tanto  con  él,  que 
le  mandó  soltar  y  que  luego  se  fuese  de  la  sierra,  y 
hizo  pregonar  que  ninguno  se  redujese,  so  pena  de  la 
vida.  No  fué  perezoso  Bartolomé  Muñoz  en  ponerse  en 
la  ciudad  de  Vélez,  y  dando  aviso  á  Arévalo  de  Zuazo 
de  la  venida  de  aquel  moro ,  y  como  traía  docientos 
escopeteros,  y  entre  ellos  algunos  berberiscos,  y  que 


(1)  Ocho  mil,  según  la  traducción  de  Castillo  ;  pero  el  caudillo 
morisco  exageraba  este  número,  sin  duda  para  mejorar  su  causa. 

{%  «Cincuenta  turcos  é  ciento  cincuenta  muchachos» ,  se  lee 
en  el  Cartulario. 

(3)  En  dicha  traducción  la  fecha  está  enmendada  así:  «  en 
quince  dias  de  la  luna  de  Zafar  del  año  de  novecientos  e  setenta 
y  ocho  años.» 


3bl 

habia  de  pasar  á  lo  de  Ronda,  despachó  luego  á  la  ciu- 
dad de  Málaga  y  á  las  villas  de  su  jurisdicion ,  para  que 
enviasen  gente  que  tomase  los  pasos  por  donde  se  en- 
tendía que  habia  de  pasar  para  ir  á  Ronda;  y  particu- 
larmente encomendó  esta  diligencia  á  Hernando  Duar- 
te  de  Barrientos ,  vecino  de  Málaga.  Estando  pues  toda 
la  tierra  apercebida,  el  Galipe  partió  de  Bentomiz  con 
su  gente  y  algunos  de  la  sierra  que  le  quisieron  acom- 
pañar,  llevando  su  guia  que  le  guiase  por  los  caminos 
y  trochas  de  las  sierras  que  caen  sobre  la  hoya  de  Má- 
laga, por  donde  entendía  pasar  seguro.  Esta  guia  se  le 
murió  en  el  camino,  y  llegando  los  moros  en  el  paraje 
de  la  villa  de  Almoxia,  captivaron  un  cristiano  que  an- 
daba requiriendo  unos  lazos,  y  preguntándole  si  sabría 
guiarlos  á  Sierra-Bermeja,  dijo  que  sí,  porque  sabia 
muy  bien  los  caminos  y  las  trochas  de  aquellas  sierras. 
Y  diciéndole  el  Galipe  que  guiase  hacia  un  lugarito  pe- 
queño de  cristianos  que  le  habían  dicho  que  estaba  allí 
cerca,  los  guió  la  vuelta  de  Alora ,  y  llevándolos  por  las 
viñas  para  ir  á  dar  en  el  río ,  el  moro  oyó  campanas ;  y 
pareciéndole  que  no  eran  de  lugar  pequeño ,  preguntó 
al  cazador  qué  vecindad  tenia ;  el  cual  le  dijo  que  hasta 
noventa  vecinos ;  y  no  se  fiando  del,  envió  dos  renegados, 
uno  valenciano  y  otro  calabrés,  á  reconocer,  los  cuales 
llegaron  á  Alora,  y  como  los  vecinos  andaban  sobre  avi- 
so, luego  echaron  las  guardas  de  ver  que  no  eran  hom- 
bres de  la  tierra,  y  los  prendieron,  y  se  supo  como  los  mo- 
ros quedaban  en  el  arroyo  que  dicen  del  Moral.  Luego  se 
tocó  á  rebato,  y  en  siendo  poco  mas  de  media  noche, 
salieron  trecientos  hombres  repartidos  en  tres  cuadri- 
llas á  buscarlos.  Por  otra  parte  el  Galipe,  viendo  que 
los  renegados  tardaban  y  que  las  campanas  repicaban 
todavía,  entendió  que  el  cazador  le  llevaba  engañado, 
le  hizo  matar,  y  tornó  á  tomar  el  camino  por  donde  iba. 
Habíase  puesto  Hernando  Duarte  de  Barrientes  con  su 
gente  en  una  trocha  muy  cierta,  por  donde  entendía 
que  habían  de  pasar  los  moros,  y  como  llegasen  las  es- 
cuchas que  llevaban  delante,  y  hacía  tan  grande  escu- 
ridad ,  entendieron  las  centinelas  que  era  el  golpe  de 
los  moros  que  venian  juntos.  Y  saliendo  á  ellos,  los  ha- 
llaron tan  arredrados,  que  tuvieron  lugar  de  apartarse 
de  aquella  trocha ,  y  tomando  otra ,  fueron  á  dar  en  ma- 
nos de  la  gente  de  Alora;  y  como  se  vieron  cercados  de 
cristianos,  luego  desmayaron,  y  muriendo  algunos  que 
hicieron  defensa ,  los  otros  dieron  á  huir.  Un  vecino  de 
Alora,  llamado  Alonso  Gavilán,  prendió  al  Galipe,  que 
se  habia  escondido  en  unas  matas,  y  llevándole  preso, 
lo  mató  Melchior  López,  alférez  de  la  gente  de  la  villa, 
que  no  bastó  decirle  que  era  el  Rey,  diciendo  que  no 
conocía  él  otro  rey  sino  á  don  Felipe,  ni  tenía  cuenta 
con  moros.  De  todos  los  que  iban  con  el  Galipe,  solos 
veinte  quedaron  vivos ;  los  doce  captivaron  aquel  mes- 
mo  dia  y  después  los  vendieron,  y  del  precio  hicieron 
una  ermita  á  la  advocación  de  la  Veracruz ,  que  hoy  está 
en  pié  en  piemoria  desta  vítoria,  no  poco  celebrada  en 
aquella  villa.  La  mesma  noche  sucedió  que  unos  veci- 
nos de  Alozaína,  que  iban  á  la  ciudad  de  Antequera, 
llegaron  al  rio  de  Cazarabonela ,  donde  dicen  el  paso 
del  Saltillo ,  y  unos  moros  que  aguardaban  la  venida  del 
Galipe  los  mataron  y  captivaron ,  que  no  escaparon 
mas  que  tres  dellos.  Y  como  fuese  el  uno  á  dar  rebato 
á  Alora ,  luego  enviaron  dos  escuderos  á  dar  aviso  á 
los  de  Alozayna,  pera  que  saliesen  á  tomarles  el  paso 


35? 


LUIS  DEL  MARMOL  CARVAJAL. 


por  la  Iroclia  que  llevaban ,  y  saliendo  doce  caballos  y 
cincuenta  peones,  fueron  la  vuelta  de  la  villa  de  Tolox, 
y  bailando  por  aquellos  cerros  mucbas  cuadrillas  de 
moros  que  babian  bajado  de  las  sierras  á  recebir  al  Ga- 
lipe ,  arbolaron  una  banderilla  blanca  en  señal  de  pa- 
ces, y  les  preguntaron  si  querían  rescatarlos  cristianos 
que  babian  captivado  en  lo  de  Cazarabonela;  mas  ellos 
respondieron  con  las  escopetas,  y  los  cristianos  co- 
menzaron á  retirarse  por  el  camino  que  va  de  Tolox  á 
Coin,  yendo  los  moros  en  su  seguimiento.  Un  animo- 
so escudero,  llamado  Martin  de  Erencia,  fué  parte  este 
dia  para  detenerlos,  revolviendo  sobre  los  enemigos  y 
exbcrtando  ú  los  amigos  de  manera,  que  siendo  los 
nuestros  como  sesenta  bombres,  y  los  moros  mas  de 
trecientos,  los  desbarataron,  y  mataron  muclios  dellos, 
y  entre  los  otros,  á  un  mal  moro,  natural  de  la  villa  de 
Yunquera,  llamado  León.  Este  moro,  teniéndole  pa- 
sado de  una  lanzada  un  escudero  llamado  Juan  de  Mo- 
ya ,  se  le  metió  por  la  lanza ,  y  con  un  chuzo  que  llevaba 
lebirió  el  caballo,  y  le  matara  á  él  si  la  muerte  le  die- 
ra un  poco  de  mas  lugar.  Entre  otras  cosas  que  gana- 
ron los  soldados  este  dia ,  fué  una  haquita  en  que  venia 
un  moro  santo  al  recebimiento  de  su  nuevo  rey  y  á 
echarle  la  bendición ,  porque  era  grande  la  confianza 
que  aquellos  serranos  bárbaros  tenian  en  él,  y  pensa- 
ban hacer  grandes  cosas  con  su  presencia. 

CAPITULO  XII. 

Cómo  los  moros  de  la  sierra  de  Ronda  fueron  sobre  la  villa 
de  Alozaina  y  la  saquearon. 

No  estaban  muy  quietos  en  este  tiempo  los  moros  al- 
zados de  la  serranía  de  Ronda  ;  los  cuales ,  habiéndose 
juntado  en  Sierra  Bermeja,  salían  á  correr  la  tierra ,  y 
desasosegaban  los  lugares  comarcanos,  llevándose  los 
ganados  mayores  y  menores ;  y  no  podíu:i  los  cristianos 
salir  á  segar  sus  panes  ni  recoger  sus  esquilmos  sin 
manifiesto  peligro,  porque  eran  mas  de  tres  mil  hom- 
bres de  pelea  los  que  se  habían  juntado  con  Alfor ,  Lo- 
renzo Alfaquí ,  y  el  Jubeli,  sus  caudillos,  aguardando 
al  Galipe,  hermano  de  Aben  Aboo,  con  cuya  presencia 
esperaban  hacer  mayores  daños.  Juntándose  pues  el  Ju- 
beli y  Lorenzo  Alfaquí  con  seiscientos  hombres  de  pe- 
lea en  la  villa  de  Tolox,  á  5  días  del  mes  de  julio,  acor- 
daron de  ir  sobre  Alozaina ,  lugar  pequeño ,  de  hasta 
ochenta  vecinos,  que  está  una  legua  de  allí,  y  eran  to- 
dos cristianos,  gente  rica  de  ganados  y  de  pan  ;  y  to- 
mando por  el  camino  de  Yunquera  para  ir  mas  encu- 
biertos por  la  sierra  de  Jurol ,  fueron  á  dar  sobre  él. 
Llevaban  doce  moros  por  delante  á  trechos,  de  cuatro 
en  cuatro ,  que  iban  descubriendo  la  tierra ,  y  antes  que 
amaneciese  llegaron  al  arroyo  de  las  Viñas,  donde  es- 
tuvieron emboscados  el  miércoles  7  días  del  mes  de  ju- 
lio con  sus  centinelas  en  el  portichuelo  de  los  Olivares, 
como  tres  tiros  de  ballesta  del  lugar.  Desde  allí  descu- 
brían toda  la  tierra  y  veían  los  que  entraban  y  salían; 
y  viendo  que  los  vecinos  se  iban  á  segar  los  panes,  bien 
descuidados  de  que  estuviesen  ellos  en  la  tierra ,  baja- 
ron el  jueves  á  las  nueve  de  la  mañana  puestos  en  su  es- 
cuadrón de  ocho  por  hilera,  con  seis  caballos á  los  la- 
dos ,  que  parecían  cristianos  que  venían  del  Burgo  á  ha- 
cer alguna  entrada  ;  y  ansí  aseguraron  á  las  atalayas 
que  los  del  lugar  tenian  puestas  en  lo  alto  de  las  bar- 
rancas. Y  pudieran  hacer  mucho  mas  daño  del  que  hi- 


cieron, sino  se  pararan  í  matar  dos  cristianos  que  an- 
daban segando  cerca  de  las  casas :  al  uno,  llamado  Luis 
del  Campo,  mataron  de  un  arcabuzazo,  que  alborotó  el 
lugar;  el  otro,  llamado  Francisco  Hernández,  dio  á  huir, 
y  siguiéndole  un  moro  de  á  caballo,  revolvió  sobre  él 
y  le  ganó  la  lanza ;  y  estando  bregando  para  sacársela  de 
las  manos ,  llegó  otro  moro ,  que  por  mal  nombre  llama- 
ban Daca  Dinero,  y  le  desjarretó  ;  y  juntamente  mata- 
ron á  su  mujer,  que  había  ido  á  llevarles  el  almuerzo  á 
la  siega  aquella  mañana.  Luego  como  se  entendió  que 
eran  moros  los  que  entraban  por  el  lugar,  comenzaron 
á  tocararmayá  repicar  las  campanas;  y  acudiendo  dog 
escuderos  que  estaban  con  sus  caballos  en  el  campo, 
porque  otros  ocho ,  de  diez  que  allí  había  de  presidio, 
se  habían  ido  con  su  capitán  á  Coin ,  el  uno  partió  la 
vuelta  de  Alora  á  dar  rebato ,  y  el  otro ,  llamado  Cines 
Martin,  entró  en  el  lugar;  y  rompiendo  una  y  mas  veces 
por  el  escuadrón  de  los  moros ,  pasó  animosamente  ade- 
lante ;  y  si ,  como  era  uno  solo,  fueran  los  diez  que  allí 
estaban  de  presidio,  hicieran  mucho  efeto ;  mas  él  hizo 
harto  en  recoger  la  gente  hacia  el  castillo.  Es  Alozaina 
lugar  abierto ,  y  tiene  un  castillo  antiguo  y  mal  repara- 
do, donde  está  la  iglesia  y  algunas  casas,  y  allí  se  pu- 
dieron recoger  tumultuosamente  las  mujeres  y  níños^ 
llevándolas  por  delante  don  Iñigo  Manrique,  vecino  de 
Málaga ,  que  se  halló  allí  este  día.  También  se  halló  allí 
el  bachiller  Julián  Fernandez,  beneficiado  de  Cazara- 
bonela, que  servía  el  beneficio  de  Alozaina  aquel  año; 
el  cual  acudió  luego  ásu  iglesia  para  consumir  el  Santí- 
simo Sacramento  sí  los  enemigos  entrasen  dentro, 
porque  no  había  en  el  lugar  mas  de  siete  hombres.  Mas 
las  mujeres ,  animándolas  aquel  caballero  y  el  benefi- 
ciado, suplieron  animosamente  por  los  hombres,  ha- 
ciendo el  oficio  de  esforzados  varones ,  y  acudiendo  á  la 
defensa  de  los  flacos  muros ,  con  sombreros  y  monteras 
en  las  cabezas  y  sus  capotillos  vestidos,  porque  los 
enemigos  entendiesen  que  eran  hombres;  y  otras  pues- 
tas en  el  campanario  no  cesaban  de  tocar  las  campanas 
á  rebato.  Los  moros  se  repartieron  en  tres  partes  para 
acometer  á  un  tiempo  :  el  Jubeli  con  dos  banderas  fué 
hacia  la  puerta  del  castillo ,  y  Lorenzo  Alfaquí  con  otras 
dos  fué  á  la  plaza  del  Burgo ,  y  la  tercera  con  los  de  á 
caballo  cercó  el  pueblo  para  atajar  los  que  saliesen  ó 
viniesen  á  meterse  en  él ;  y  dieron  tres  asaltos  á  los  mu- 
ros, en  los  cuales  perdieron  diez  y  siete  moros  que  les 
mataron,  y  fueron  heridos  mas  de  setenta.  Aquí  me 
ocurre  por  buen  ejemplo  decir  el  valor  de  una  doncella 
llamada  María  de  Sagredo ;  la  cual  viendo  caído  á  Mar- 
tin Domínguez,  su  padre,  de  un  escopetazo  que  le  ha- 
bía dado  un  moro ,  llegó  á  él  y  le  tomó  un  capotillo  que 
traía  vestido,  y  se  puso  una  celada  en  la  cabeza,  y  con 
la  ballesta  en  las  manos  y  el  aljaba  al  lado  subió  al  mu- 
ro,, y  peleando  como  lo  pudiera  hacer  un  esforzado  va- 
rón ,  defendió  un  portillo ,  y  mató  un  moro ,  y  hirió  otros 
muchos  de  saeta ,  y  hizo  tanto  este  dia ,  que  mereció  que 
los  del  consejo  de  su  majestad  le  hiciesen  merced  de 
unas  haciendas  de  moriscos  en  Tolox  para  su  casamien- 
to. Fué  tanta  la  turbación  de  las  pobres  mujeres  este 
dia ,  que  yendo  una  mujer  al  castillo  con  un  niño  en  los 
brazos,  y  un  moro  de  á  caballo  tras  de  ella  para  capti- 
varla ,  se  metió  en  una  casa ,  y  en  un  poco  de  estiércol 
que  allí  había  escondió  el  niño;  y  como  tirasen  desde  el 
castillo  una  saeta  al  moro  y  le  pasasen  el  muslo,  se 


REBELIÓN  Y  CASTIGO  DE  LOS  MORISCOS  DE  GRANADA. 


liubo  de  retirar,  y  la  mujer  tuvo  lugar  de  volver  poi^su 
liijo  y  ponerse  en  cobro.  Otra  mujer  tenia  una  niña  de 
tres  meses  en  la  cuna ,  y  turbada,  lomó  un  lio  de  paños 
en  ios  brazos,  entendiendo  que  llevaba  su  bija,  y  se  fué 
liuyendo  al  castillo ;  y  entrando  un  moro  en  la  casa, 
liallü  la  niña  en  la  cuna ,  y  la  tomó  por  los  pies  para  dar 
con  ella  en  una  pared ;  y  como  otro  moro ,  que  era  ami- 
go de  su  padre ,  se  la  quitase  de  las  manos ,  la  arrojó  en 
el  suelo ;  y  cuando  la  mujer  volvió  á  buscar  su  hija, 
siendo  ya  idos  los  moros,  la  halló  viva  Viendo  pues  los 
enemigos  la  resistencia  que  habia  en  la  villa ,  y  que  no 
podian  conseguir  el  efeto  que  pretendían ,  acordaron  de 
retirarse ,  porque  acudia  ya  la  gente  del  campo,  y  las 
mujeres  con  sogas  subian  algunos  hombres  por  donde 
estaba  el  muro  mas  bajo ;  y  dejando  quemadas  mas  de 
treinta  casas  en  el  arrabal,  y  robado  y  destruido  cuanto 
liabia  en  ellas,  se  retiraron,  llevando  cuatro  mozas  cap- 
tivas y  una  vieja ,  que  después  mataron ,  porque  enten- 
día su  algarabía,  y  mas  de  tres  mil  cabezas  de  ganado 
que  acaso  tenian  los  vecinosjunto  para  llevar  parte  dello 
á  la  feria  de  Antequera ;  y  volviéndose  á  Tolox ,  repar- 
tieron entre  ellos  la  presa ,  y  se  fueron  á  sus  partidos, 
Lorenzo  Alfaquí  á  la  sierra  de  Gaimon ,  y  Diego  Jubeli 
á  la  de  Ronda.  Llegó  el  socorro  de  los  lugares  aquel 
mesmo  dia,  aunque  tarde  para  poder  hacer  algún  efe- 
to. De  Cazarabonela  llegó  el  beneficiado  Juan  Antonio 
de  Leguizamo  con  cuarenta  hombres  que  envió  don 
Cristóbal  de  Córdoba;  de  Alhaurin,  don  Luis  Manrique 
con  mucha  gente  de  á  caballo ,  y  dende  á  un  cuarto  de 
hora  llegó  la  gente  de  Alora ,  y  luego  los  de  Coin.  Y  es- 
tando toda  esta  gente  junta,  y  sabiendo  el  camino  que 
los  moros  llevaban  j  se  trató  de  ir  en  su  seguimiento; 
mas  como  eran  muchas  cabezas,  no  se  conformaron. 
Y  otro  diaá  las  nueve  de  la  mañana  llegó  Arévalo  de 
Zuazo  con  la  gente  de  Málaga ,  y  dejando  algunos  sol- 
dados de  presidio ,  se  volvió  á  la  ciudad. 

CAPITULO  XIII. 

Cómo  Hernán  Valle  de  Palacios  fué  á  verse  con  Aben  Aboo  en  lu- 
gar de  don  Hernando  de  Barradas  ,  y  lo  que  trató  con  él. 

Teniendo  ya  Hernán  Valle  de  Palacios  instrucción  y 
orden  para  lo  que  habia  de  hacer,  partió  del  alojamien- 
to de  Andarax  á  30  dias  del  mes  de  julio,  llevando  con- 
sigo á  Mendoza  el  Jayar,  vecino  de  Granada,  que  ha- 
bia servido  de  secretario  al  Habaquí,  y  otros  moris- 
cos de  los  que  se  hablan  venido  ya  á  reducir.  Aquella 
noche  fué  al  lugar  de  Sopron ,  y  posó  en  casa  de  un  al- 
caide llamado  el  Mohahaba  ;  y  desde  allí  despachó  un 
moro  á  Aben  Aboo ,  avisándole  como  iba  á  tratar  con  él 
negocios  de  parte  de  don  Hernando  de  Barradas,  para 
que  le  diese  seguro.  Y  otro  dia  luego  siguiente  vino  á 
Sopron  un  moro  llamado  el  Roquemí  con  cuarenta  es- 
copeteros, que  le  hizo  escolta  hasta  el  lugar  de  Almau- 
zata,  donde  halló  orden  de  Aben  Aboo  y  seguro  para 
pasar  adelante,  y  fué  á  dormir  á  Valor  el  alto.  En  este 
lugar  estaba  un  moro ,  primo  de  Aben  Humeya,  llama- 
do don  Francisco  de  Córdoba ,  enemigo  capital  de  Aben 
Aboo,  así  por  la  muerte  de  su  primo,  como  por  otras 
cosas  que  liabia  entre  ellos ;  el  cual,  aunque  no  habia 
tralído  á  Hernán  Valle  de  Palacios,  pareciéndole  hom- 
bre de  buena  razón,  hizo  confianza  del,  y  se  le  des- 
cubrió ,  y  le  dio  entera  noticia  de  todo  lo  que  quiso  sa- 
ber del  hecho  de  los  moros.  Cuanto  á  lo  primero  le  dijo 

H-i. 


333 

con  certidumbre  la  muerte  del  Habaquí ,  y  el  ruin  pro- 
pósito que  Aben  Aboo  tenia  de  reducirse ,  y  como  que- 
daban cinco  mil  hombres  de  pelea  en  la  Alpujarra  bien 
armados  á  su  devoción  ;  porque  aunque  se  habia  publi- 
cado que  no  les  quedaban  armas ,  en  efeto  tenian  mas 
de  doce  mil  arcabuces  y  ballestas ,  y  las  que  habían  ren- 
dido eran  las  inútiles.  Díjole  mas:  que  todos  estos  mo- 
ros estaban  dentro  de  siete  leguas,  y  tenian  ochocien- 
tos hombres  de  presidio  en  Pitres ,  y  que  para  cualquier 
suceso  habían  de  acudir  á  ciertas  ahumadas  que  tenian 
por  señal ;  y  que  habiendo  ya  cogido  en  lo  del  Cehel  los 
panizos  y  alcandías ,  con  esto  y  con  algunos  silos  de  tri- 
go y  de  cebada  que  les  quedaban ,  habia  bastimento 
para  mas  de  tres  meses ,  y  que  los  turcos  hacían  pólvo- 
ra ,  y  tenian  la  que  habían  menester;  y  estaban  confia- 
dos en  que  les  vendría  socorro ,  porque  no  habia  mas 
que  seis  dias  que  habían  llegado  siete  turcos  de  Argel, 
y  les  habían  certificado  que  parte  de  la  armada  tur- 
quesca bajaba  de  levante  en  su  favor,  y  que  si  Aben 
Aboo  habia  callado  la  muerte  del  Habaquí ,  era  temien- 
do que  don  Juan  de  Austria  entraría  luego  en  su  busca, 
y  por  dar  lugar  al  tiempo  y  poderse  entretener  algunos 
días  hasta  ver  cómo  se  ponían  los  negocios.  Con  estos  y 
otros  avisos  que  el  moro  dio  á  Hernán  Valle  ,  quedó  muy 
satisfecho  de  que  le  trataba  verdad,  y  le  ofreció  de  in- 
terceder con  don  Juan  de  Austria  pura  que  le  hiciese 
merced;  yotrodiademañanapartieronjuntosdeaquel 
lugar,  y  fueron  á  Yátor,  donde  habia  enviado  á  decir 
Aben  Aboo  que  le  hallarían ;  y  llegando  cerca  del  lu- 
gar, encontró  dos  moros  que  le  iban  á  buscar  para  de- 
cirle que  pasase  á  Mecina  de  Bombaron.  Y  pasando  ade- 
lante, cuando  llegó  cerca,  antes  de  entrar  en  el  lugar, 
salieron  quinientos  escopeteros  moros  hacía  él  en  son 
de  guerra  tirando  con  las  escopetas;  mas  luego  les  man- 
dó Aben  Aboo  que  dejasen  llegaraquel  cristiano  para  ver 
el  recaudo  que  traía,  porque  solamente  hacía  estas  de- 
mostraciones á  fin  de  que  se  entendiese  que  aun  estaba 
poderoso.  Luego  se  apartaron  los  turcos,  y  entre  ellos 
algunos  moros  bien  aderezados ,  que  por  todos  serian 
hasta  trecientos  tiradores  puestos  en  su  ordenanza ;  y 
poniendo  una  bandera  en  la  ventana  del  aposento  de 
Aben  Aboo,  tomaron  las  bocas  de  todas  las  calles  al 
derredor  ;  y  cuando  Hernán  Valle  de  Palacios  llegó,  en 
apeándose  para  entrar  en  el  aposento  donde  el  moro  es- 
taba, le  quitaron  las  armas  y  le  buscaron  si  llevaba  al- 
gunas secretas.  Recibióle  Aben  Aboo  con  autoridad 
bárbara  arrogante ,  sin  levantarse  de  un  estrado  donde 
estaba  sentado ,  cercado  de  unas  mujercillas  que  le  can- 
taban la  zambra;  y  desta  manera  estuvo  escuchando  las 
razones  que  Hernán  Valle  de  Palacios  decía,  con  muchos 
ofrecimientos  de  parte  de  don  Juan  de  Austria ,  para 
persuadirle  á  que  se  redujese  al  servicio  de  su  majes- 
tad y  no  fuese  causa  de  la  total  destruícion  de  la  nación 
morisca,  sin  darle  respuesta  por  entonces.  Luego  hizo 
que  se  juntasen  los  turcos  y  moros  con  quien  se  acon- 
sejaba, y  respondiendo  por  escrito  á  la  carta  de  don 
Hernaiído  de  Barradas  que  Hernán  Valle  de  Palacios 
le  llevaba ,  le  dijo  también  á  él  de  palabra  que  Dios 
y  el  mundo  sabían  que  no  había  procurado  ser  rey ,  y 
que  los  turcos  y  moros  le  habían  elegidlo  y  querido  que 
lo  fuese ;  que  no  habia  impedido  ni  iría  á  la  mano  á  nin- 
guno de  los  que  se  quisiesen  reducir;  mas  que  enten- 
diese don  Juan  de  Austria  que  liabia  de  ser  él  el  pos- 

23 


3U 


LUIS  DEL  MARMOL  CARVAJAL. 


iroro.  Que  ciinrulo  no  qnerlníe  olro  sino  él  en  ia  AIpii- 
jarra,  con  sola  la  Ciimisu  que  lenin  vestida,  estimaba  mas 
vivir  y  morir  moro  que  lorias  cuantas  mercedes  el  rey 
Felipe  le  podía  hacer;  y  que  fuese  cierto  que  en  nin- 
gún tiempo  ni  por  ninguna  manera  se  pondria  en  su 
poder;  y  cuando  la  necesidad  lo  apretase, se  metería 
en  una  cueva  que  tenia  proveida  de  agua  y  bastimentos 
para  seis  años ,  durante  los  cuales  no  le  fallaría  una 
barca  en  que  pasarse  á  Berbería.  Con  esta  respuesta  se 
despidió  Hernán  Valle  de  Palacios  de  Aben  Aboo,  y  don 
Francisco  de  Córdoba  dio  orden  como  llevase  seis  cris- 
tianos captivos  entre  los  moros  que  iban  á  hacerle  es- 
colla hasla  el  puerto  del  Rejón,  que  cae  por  encima  del 
lupar  deJeriz.  Hacíase  en  este  tiempo  un  fuerte  en  e' 
lugar  de  Codbaa  de  Andarax ,  donde  dejar  suficiente 
presidio  de  infantería  y  caballos  que  corriesen  toda  aque- 
lla tierra,  porque  su  majestad  había  enviado  á  mandar 
que  de  nuevo  se  formasen  dos  campos ,  que  entrasen  por 
dos  partes  en  la  Alpujarra :  el  comendador  mayor  de 
Castilla  con  el  uno  por  la  parte  de  Granada ,  y  don  Juan 
de  Austria  y  el  duque  de  Sesa  porGuadix;  los  cuales 
fuesen  áencontrarse  en  medio  de  la  Alpujarra ,  talando 
y  quemando  los  panes,  alcandías  y  panizos  á  los  moros 
de  guerra ,  viendo  la  remisión  que  había  en  la  reducion. 
Y  estando  ya  el  fuerte  puesto  en  defensa ,  bastecido  de 
todas  las  cosas  necesarias,  dejando  en  él  doce  compa- 
iiías  de  infantería  y  un  estandarte  de  caballos  á  orden 
de  don  Lope  de  Figueroa ,  parlió  don  Juan  de  Austria  á 
2  días  del  mes  de  agosto  de  aquel  alojamiento,  y  por 
el  puerto  de  Guécija  fué  á  la  ciudad  de  Guadix,  donde 
liabia  de  reliacerse  de  gente ,  porque  era  poca  la  que  le 
habia  quedado  en  su  campo.  Tres  días  después  desto 
llegó  Hernán  Val!e  de  Palacios  con  relación  cierta  de  lo 
que  había  en  la  Alpujarra  y  de  lo  que  le  liabia  parecido 
de  la  resolución  de  Aben  Aboo ;  y  ansí  se  tomó  luego  de 
que  se  le  hiciese  la  guerra ,  para  castigarle  como  mere- 
cían sus  culpas.  Escribióse  al  consejo  de  Granada  que 
se  diesen  priesa  en  hacer  provisiones  para  juntar  la 
gente  que  había  de  llevar  el  Comendador  mayor ;  y  ha- 
ciéndose la  mesma  diligencia  en  Guadix ,  se  comenzó  á 
levantar  nuevo  campo  de  los  lugares  mas  numerosos  de 
la  Andalucía  y  reino  de  Granada. 

CAPITULO  XIV. 

Cdmo  Aben  Aboo  tomó  á  escrebir  diciendo  que  se  queria  reducir; 
y  orno  se  acabó  de  entender  el  Un  por  que  lo  bacia,  y  se  dio  or- 
den en  la  entrada  de  la  Alpujarra. 

Luego  que  Hernán  Valle  de  Palacios  partió  de  Meci- 
na  de  Bombaron,  Aben  Aboo  y  los  otros  moros  que  le 
aconsejaban ,  entendiendo  que  su  majestad  mandaría 
que  don  Juan  de  Austria  juntase  nuevo  ejército  contra 
ellos,  para  entretener  y  dilatar  esta  entrada  con  espe- 
ranza de  que  se  irian  á  reducir,  acordaron  que  se  escri- 
biese una  carta  á  Juan  Pérez  de  Méscua ,  por  la  cual  le 
encargase  cuan  encarecidamente  pudiese  que  interce- 
diese en  el  negocio  de  las  paces,  diciendo  que  se  que- 
ria reducir  por  su  intercesión,  y  que  fuese  á  verse  con 
él  al  lugar  de  Lanteira,  donde  le  hallaría  y  podría  lle- 
gar con  toda  seguridad.  Esta  carta  se  escribió  luego,  y 
la  envió  Aben  Aboo  á  Guadix  coa  seis  moros  de  los 


principales  que  hablan  quedado  con  él,  con  poder  su- 
yo y  de  otros  particulares,  para  que  se  les  diese  mas 
crédito;  los  cuales  dieron  la  carta  á  Juan  Pérez  deMés- 
cua,  y  él  ia  llevó  á  don  Juan  de  Austria;  y  leída  en  el 
Consejo,  causó  hurta  confusión,  viendo  cuan  diferente 
era  aquello  que  decía  de  lo  que  Hernán  Valle  de  Pala- 
cios había  referido.  Y  mandándole  llamar,  para  en- 
tender del  sí  era  posible  aquella  mudanza  en  Abea 
Aboo,  les  dijo  que  no  era  determinación  la  que  había 
visto  en  él  para  que  hiciese  nada  de  lo  que  decia  en  la 
carta.  Estando  en  esto  llegó  otro  moro  con  una  carta  de 
don  Francisco  de  Córdoba,  aquel  primo  de  Aben  Hume- 
yaque  dijimos,  para  Hernán  Valle  de  Palacios,  en  la 
cual  declaraba  el  trato  de  los  moros ,  y  le  decia  que 
avisase  luego  dello  á  don  Juan  de  Austria,  porque  su  txa 
solamente  era  entretener  tí  los  cristianos  mientras  reti- 
raban las  mujeres  al  Cehel ,  porque  Aben  Aboo  no  ha- 
bía mudado  propósito  de  lo  que  había  visto  y  entendi- 
do del;  y  que  para  mas  certidumbre  cotejasen  las  car- 
tas, y  verían  como  eran  entrambas  escritas  de  su  mano 
y  letra,  porque  se  había  comunicado  el  negocio  con  él. 
Con  esto  se  verificó  lo  que  don  Francisco  de  Córdoba 
decía,  y  se  entendió  que  todas  las  pláticas  que  había 
traído  Aben  Aboo  estos  dias  eran  falsas,  y  que  su  fin 
era  morir  tan  moro  como  nació  y  había  vivido;  y  que 
lo  que  convenía  era  atender  á  dar  fin  al  negocio  coa 
castigar  rigurosamente  á  los  rebeldes  pertinaces,  pues 
no  habían  querido  gozar  del  bien  y  merced  que  su  ma- 
jestad les  hacia ,  no  cerrando  la  puerta  á  los  que  se  fue- 
sen reduciendo,  y  prorogándoles  los  términos  del  ban- 
do ;  porque  se  entendió,  que  muchos  dejaban  de  hacer- 
lo por  ignorancia,  ó  por  temor  que  tenían  de  poca  se- 
guridad en  los  caminos.  La  orden  que  se  dio  en  esta 
última  entrada  de  la  Alpujarra  fué  que  el  Comendador 
mayor  levantase  la  gente  de  la  ciudad  de  Granada,  que 
estaba  descansada  de  algunos  dias  atrás;  y  con  ella  y  la 
que  se  juntaba  de  las  ciudades  convecinas  entrase  por 
la  parte  de  órgiba  ;  y  que  don  Juan  de  Austria  no  en- 
trase mas  en  la  Alpujarra ,  sino  que  se  pusiese  en  Jeriz 
ó  en  otro  lugar  de  los  del  marquesado  del  Cénete,  don- 
de pudiese  valerse  de  vituallas,  para  desde  allí  enviar  á 
hacer  correrías  á  los  enemigos.  Mas  después  se  acordó 
que  no  partiese  de  Guadix,  y  que  los  tercios  de  la  infan- 
tería con  los  estandartes  de  caballos  entrasen  por  el 
puerto  de  Loh ;  y  dando  el  gasto  á  la  tierra ,  talasen  los 
panizos  y  alcandías  que  había  nacidos,  y  fuesen  ¿jun- 
tarse en  Cádiar  con  el  campo  del  Comendador  mayor, 
y  estuviesen  á  su  orden.  Queriendo  pues  don  Juan  de 
Austria  gratificar  á  don  Francisco  de  Córdoba  el  servi- 
cio que  había  hecho  á  su  majestad  en  dar  tan  ciertos  avi- 
sos, mandó  dar  una  salvaguardia  á  Hernán  Valle  de  Pa- 
lacios para  que  se  la  enviase,  y  le  escribiese  que  viniese  á 
reducirse  solo,  cuando  no  pudiese  traer  otra  gente 
consigo,  porque  deseaba  hacerle  merced.  El  cual,  de- 
jando de  tomar  tan  buen  consejo ,  respondió  que  enten- 
día hacer  mas  servicio  á  su  majestad  en  el  lugar  donde 
estaba,  que  reducido ;  y  al  fin  vino  después  á  rendirse 
en  una  cueva  que  combatieron  los  soldados  del  campo 
del  Comendador  mayor,  y  de  allí  fué  llevado  á  servirá 
las  galeras,  como  adelante  diremos. 


REBELIÓN  Y  CASTIGO  DE  LOS  MORISCOS  DE  GRANADA. 


tíSS 


LIBRO  DÉCIMO. 


CAPITULO  PRIMERO. 

Cí5mo  su  majestad  cometió  al  duque  de  Arcos  la  rcducion  de  los 
moros  de  la  seirania  de  Honda  >  y  lo  que  se  trató  con  ellos. 

Luego  que  don  Antonio  de  Luna  partió  de  la  ciu- 
dad de  Ronda,  como  dijimos  en  el  capítulo  in  del  no- 
veno libro,  los  soldados  que  quedaron  desmandados  en 
compañía  de  la  gente  de  la  ciudad  comenzaron  á  salir 
por  la  tierra  á  robar  las  alearías  y  lugares;  y  los  moros, 
por  liuir  estos  daños ,  indignados  y  persuadidos  de  los 
que  iban  huyendo  de  la  Alpujarra ,  hallándose  libres  de 
todo  embarazo ,  comenzaron  á  hacer  la  guerra  descu- 
bierta. Recogieron  las  mujeres  y  hijos  y  los  bastimen- 
tos que  les  habían  quedado ;  y  subiéndose  á  lo  mas  ás- 
pero déla  Sierra  Bermeja,  se  lorlificaron  en  el  fuerte 
de  Arbole  cerca  de  Islán,  tomando  la  mar  á  las  espal- 
das para  recebir  el  socorro  que  les  viniese  de  Berbería. 
Deallípasaban  hasta  las  puertas  deRonda,  desasosegan- 
do la  tierra,  robando  ganados,  matando  cristianos,  no 
como  salteadores,  sino  como  enemigos  declarados.  Su 
majestad  pues,  como  príncipe  considerado  y  justo,  in- 
formado que  estas  gentes  no  habían  sido  participantes 
en  el  rebelión,  y  que  lo  sucedido  había  sido  mas  por 
culpa  de  los  ministros,  cometió  á  don  Luis  Cristóbal 
Ponce  de  León ,  duque  de  Arcos,  gr¿in  señor  en  la  An- 
dalucía, que  los  redujese  á  su  servicio,  volviéndoles 
las  mujeres,  hijos  y  muebles  que  les  habían  tomado; 
y  que  recogiéndolos,  los  enviase  la  tierra  adentro  por 
la  orden  queden  Juan  de  Austria  le  daría.  Tenia  el  du- 
que de  Arcos  una  parte  de  su  estado  en  la  serranía  de 
Ronda,  y  por  aprovechar  mas  se  llegó  ala  villa  de  Casa- 
res, que  era  suya ,  para  tratar  desde  cerca  con  los  al- 
zados el  negocio  de  la  rcducion.  Luego  les  envió  una 
lengua  que  le  refirió  como  mostraban  deseo  de  quie- 
tud, y  pesar  de  lo  sucedido,  y  que  enviarían  personas 
que  tratasen  del  negocio  de  las  paces  donde  y  como  se 
les  mandase ,  y  se  reducirían.  No  tardó  tnucho  que  en- 
viaron dos  hombres  principales  y  de  autoridad  entre 
ellos,  llamados  el  Alarabique  y  el  Atayfar;  los  cuales 
bajaron  á  una  ermita  que  estaba  fuera  de  Casares,  y 
con  ellos  otros  particulares  de  las  alearías  levantadas. 
El  Duque,  por  no  escandalizarlos  y  mostrar  confianza, 
salió  á  hablarles  con  poca  gente;  y  persuadiéndoles 
con  eficacia ,  respondieron  lo  mesmo  que  le  habian  en- 
viado á  decir,  y  le  dieron  ciertos  memoriales  firmados, 
de  cosas  que  habían  de  concedérseles ;  y  con  decirles 
que  avisaría  á  su  majestad  se  partió  dellos,  dejándolos 
llenos  de  buena  esperanza.  Luego  despachó  correo  á  su 
majestad ,  dándole  aviso  del  estado  en  que  estaban  las 
cosas,  y  le  envió  los  memoriales  que  habian  presenta- 
do; y  antes  que  volviese  la  respuesta,  le  vino  orden 
para  que ,  juntando  la  gente  de  las  ciudades  de  la  An- 
dalucía comarcanas  á  Honda ,  estuviese  á  punto,  por  si 
hubiese  de  hacer  la  guerra  por  aquella  parte ,  en  caso 
que  los  moros  no  quisiesen  reducirse,  porque  había  su 
majestad  enviado  sus  reales  cédulas  de  21  de  agosto  á 
las  ciudades  y  á  los  señores  do  la  Andalucía  ,  mandán- 
doles que  acudiesen  ú  orden  de  don  Juan  de  Austria 


con  toda  la  gente  de  á  pié  y  de  á  caballo  que  pudiesen 
recoger,  y  vitualla  para  quince  días,  que  era  el  tiempo 
que  parecía  bastar  para  dar  fin  al  efeto  que  se  preten- 
día. Mientras  la  gente  se  juntaba,  acordó  el  duque  de 
Arcos  que  sería  bien  ir  al  fuerte  de  Calaluy,  por  si  con- 
vendría ocuparle  en  caso  que  se  hubiese  de  hacer  guer- 
ra ,  antes  que  los  enemigos  se  metiesen  dentro ;  y  vista 
la  importancia  del ,  envió  dende  á  pocos  días  una  com- 
pañía de  infantería  que  lo  guardase.  Vínole  en  este 
tiempo  resolución  de  su  majestad ,  que  concedía  á  los 
alzados  casi  todo  lo  que  pedían  en  sus  memoriales.  Lue- 
go comenzaron  algunos  á  reducirse,  aunque  con  pocas 
armas,  diciendo  que  los  que  quedaban  en  la  sierra  no 
se  las  dejaban  traer.  Estaba  entre  los  moros  uno  escan- 
daloso y  malo  llamado  el  Melchi,  imputado  de  herejía, 
y  suelto  de  las  cárceles  de  la  Inquisición,  ido  y  vuelto 
á  Tetuan ;  el  cual,  juntando  el  ignorante  pueblo,  que  ya 
estaba  resuelto  en  reducirse,  les  hizo  mudar  de  propó- 
sito, afirmando  que  cuanto  trataban  el  Alarabique  y  el 
Atayfar  era  todo  engaño ;  que  habían  recebído  nueve 
mil  ducados  del  duque  de  Arcos ,  y  vendido  por  precio 
su  tierra ,  su  nación  y  las  personas  de  su  ley;  que  las 
galeras  habian  venido  á  Gíbrallar;  que  la  gente  de  las 
ciudades  y  señores  de  la  Andalucía  estaba  levantada;  y 
que  los  cordeles  estaban  á  punto  con  que  los  principa- 
les habian  de  ser  ahorcados,  y  los  demás  atados  y  pues- 
tos perpetuamente  al  remo,  á  padecer  hambre,  azotes 
y  frío,  sin  esperanza  de  otra  libertad  que  la  de  la  muer- 
te. Con  estas  palabras  tales,  y  con  ser  la  persona  que 
las  decía  tan  acreditado  con  los  malos,  fácilmente  se 
persuadieron  aquellos  rústicos;  y  tomando  las  armas 
contra  el  Alarabique ,  le  mataron,  yjuntamente  con  él  & 
otro  moro  berberisco  que  era  de  su  opinión ;  y  de  allí 
adelante  quedaron  mas  rebeldes  de  lo  que  habian  esta- 
do ;  y  si  algunos  querían  reducirse ,  el  Melchi  se  lo  es- 
torbaba con  guardas  y  con  amenazas.  Los  de  Bena  Ha- 
biz  enviaron  por  el  bando  y  perdón  de  su  majestad, 
con  propósito  de  reducirse ,  á  un  moro  llamado  el  Bar- 
cochi ,  á  quien  el  duque  de  Arcos  dio  una  carta  para  el 
cabo  déla  gente,  que  estaba  en  el  fuerte  de  Montema- 
yor,  mandándole  que  tuviese  cuenta  con  él  y  con  sus 
compañeros,  y  les  hiciese  escolta  hasta  ponerlos  en  lu- 
gar seguro;  mas  nuestra  gente,  por  cudiciade  loque 
llevaban ,  ó  por  estorbarla  reducion,  con  que  cesaba  la 
guerra ,  le  mataron  en  el  camino.  Esta  desorden  moviíS 
á  los  de  Bena  Habiz  y  confirmó  la  razón  del  Melchi ;  de 
manera  que  no  fué  parte  el  castigo  que  el  duque  de  Ar- 
cos hizo,  ahorcando  y  echando  á  galeras  los  culpados, 
para  que  no  se  alzasen  todos  y  quedasen  de  mala  mane- 
ra. Dejemos  agora  esta  historia,  que  á  su  tiempo  vol- 
veremos á  ella,  y  digamos  cómo  el  comendadormayor 
de  Castilla  hizo  la  entrada  en  la  Alpujarra. 

CAPITULO  II. 

Cómo  cl  comendador  mayor  de  Castilla  juntó  la  gente  con  qu« 
habla  de  entrar  en  la  Alpujarra.  • 

Mientras  en  Guadix  se  aprestaban  las  vituallas  y  mu- 
niciones para  la  gente  que  habia  de  entrar  por  aquella 


3Uf^ 


LUIS  DEL  MARMOL  CARVAJAL. 


1 


parte  en  la  Alpiijarra ,  el  cornenrlador  mayor  de  Casti- 
Iki  fué  á  hacer  Iü  inc^mo  en  la  ciudad  de  Granada,  don- 
dellcgó  á  U)  dias  dt¡i  mes  de-agosto.  Aposentóse  en  las 
casas  de  la  Audiencia,  y  allí  fué  muy  regaladt)  del  pre- 
sidente don  P.idro  de  Deza,  que  en  este  particular  era 
muy  cumplido  con  los  ministros  de  su  majestad.  Fue- 
ron'con  él  don  Miguel  de  Moneada,  don  Bernardino  de 
Mendoza,  hijo  del  conde  de  Coruña;  don  Lope  Hurtado 
de  Mendoza,  y  otros  caballeros  deudos  y  amigos  suyos. 
Llevaba  poder  y  facultad  de  su  majestad  para  levantar 
gente  en  la  ciudad,  llamar  la  déla  comarca,  y  hacer 
todaa  las  otras  provisiones  necesarias  para  la  expedi- 
ción de  la  guerra,  como  teniente  de  capitán  general, 
y  como  tal  presidió  en  el  Consejo  mientras  allí  estuvo; 
nombró  capitanes  y  cabos  de  la  infantería  y  todos  los 
demás  oliciales,  y  encargóme  ú  mí  el  oficio  de  provee- 
dor de  su  campo.  Y  cuando  tuvo  toda  la  gente  apcrce- 
Lida  y  hecha  una  gruesa  provisión  de  vituallas  y  muni- 
ciones ,  y  puesta  buena  parte  della  en  Órgiba  y  en  el 
Padul,  partió  déla  ciudad  de  Granada  á  2  dias  del  mes 
de  setiembre  deste  año  de  1570,  y  aquella  tarde  á 
puesta  de  sol  fué  al  lugar  del  Padul,  donde  le  alcanzó  la 
gente  de  las  ciudades,  y  engrosó  su  campo  á  número 
de  cinco  mil  hombres  lucidos  y  bien  armados.  Los  ca- 
bos de  la  infantería  que  sacó  de  Granada  eran  don  Pe- 
dro de  Vargas  y  Bartolomé  Pérez  Zumel,  y  de  la  de  las 
siete  villas  de  su  jurisdicion  don  Alonso  Mejía.  Con  la 
gente  de  Loja,  Alliama  y  Alcalá  la  Real  iba  don  Gómez 
de  Figueroa,  corregidor  de  aquellas  ciudades.  Don  Fa- 
drique  Manrique  con  la  de  Antequera,  y  una  compañía 
de  infantería  de  la  villa  de  Archidona  con  Iñigo  Del- 
gado de  San  Vicente,  su  capitán.  Iban  también  Fran- 
cisco de  Arroyo,  Leandro  de  Palencia,  Juan  López,  Lo- 
renzo Rodríguez,  Diego  de  Ortega  y  Juan  Jiménez,  con 
sus  cuadrillas  de  gente  ordinaria,  y  el  capitán  Lorenzo 
de  Avila  con  trecientos  arcabuceros  de  los  que  el  conde 
de  Tendilla  tenia  en  la  fortaleza  de  la  Alhambra ;  y  de- 
más de  los  estandartes  de  las  ciudades  iba  una  compa- 
ñía de  herreruelos  de  Lázaro  Moreno  de  León ,  vecino 
de  Granada.  Solo  un  dia  se  detuvo  el  Comendador  ma- 
yor en  el  Padul  para  hacer  paga,  y  me  mandó  que  hi- 
ciese dar  cuatro  raciones  á  la  gente,  que  llevasen  para 
cuatro  dias  en  sus  mochilas,  porque  no  ocupasen  los 
bagajes  que  habían  de  llevarla  vitualla  y  municiones 
del  campo ;  y  á  4  dias  del  mes  de  setiembre  bien  tarde 
se  alojó  en  el  lugar  de  Acequia.  De  allí  fué  á  Lanjaron 
y  á  Orgiba,  sin  hallar  impedimento  en  el  camino ;  y  en 
este  alojamiento  se  detuvo  un  dia,  para  que  descansase 
la  gente  y  esperar  la  que  le  iba  alcanzando,  y  poder  to- 
nyir  resolución  del  camino  que  habia  de  hacer.  Aquel 
dia  llegaron  los  estandartes  de  caballos  de  Córdoba, 
que  estaban  en  las  Albuñuelas,  y  setecientos  y  treinta 
soldados  de  las  Cuajaras,  Almuñécar  y  Salobreña,  y  por 
cabo  el  capitán  Antonio  de  Berrio.  Estando  pues  el 
campo  en  Órgiba,  á  7  dias  del  raes  de  setiembre  partió 
don  Juan  de  Austria  de  la  ciudad  de  Guadix,  y  fué  á  la 
Calahorra ,  donde  estaba  junta  la  gente  que  habia  de 
entrar  por  aquella  parte  para  aviarla ;  y  aquel  dia  bien 
de  mañana  fueron  á  dormir  al  puerto  de  Loh  tres  mil  y 
docientos  infantes  y  trecientos  caballos,  con  raciones 
parar  cuatro  dias  en  las  mochilas,  y  mil  y  quinientos  ba- 
gajes mayores  cargados  de  bastimentos  y  municiones. 
Los  cabos  desta  gente  eran  don  Pedro  de  Padilla,  maese 


de  campo  del  tercio  de  Ñapóles,  Juan  de  Solís,  vecino 
de  Badajoz,  maese  de  campo  del  tercio  que  llamaban 
de  Francia,  porque  hablan  servido  aquellas  banderas  al 
rey  de  Francia  contra  los  luteranos,  con  orden  de  su 
majestad,  y  después  se  habían  venido  á  juntar  con  el 
campo  de  don  Juan  de  Austria  en  Andarax,  Antonio  Mo- 
reno y  don  Rodrigo  de  Benavídes,  y  los  capitaties  de 
la  caballería  Tello  González  de  Aguilar  y  don  Gómez  (Je 
Agreda,  vecmo  de  Granada.  Otro  dia  fueron  á  Valor, 
donde  vino  don  Lope  de  Figueroa  con  ochocientos  sol- 
dados y  cuarenta  caballos  de  los  que  tenia  en  Andarax. 
Llevaban  orden  por  escrito  de  lo  que  habían  do  hacer, 
y  porque  no  hubiese  diferencias  entre  los  cabos,  mien- 
tras sejuntabancon  el  campo  del  Comendador  mayor, 
ú  quien  todos  habían  de  obedecer,  se  les  mandó  que 
cada  uno  gobernase  un  día,  y  los  demás  le  obedeciesen 
como  á  capitán  general.  Hízose  esto  con  mucha  con- 
formidad, enviando  todos  los  dias  infantería  y  caballos 
que  corriesen  la  tierra  y  talasen  los  panizos  y  alcan- 
días, y  hiciesen  todo  el  daño  que  pudiesen  á  los  ene- 
migos. En  estas  correrías  captivaron  y  mataron  mucha 
gente  y  recogieron  gran  cantidad  de  ganados;  y  ven- 
diendo luego  la  presa  en  almoneda,  la  repartían  entre 
los  capitanes  y  soldados,  y  al  gobernador  del  dia  en  que 
llegaban  con  la  presa  al  campo  daban  el  quinto,  como 
á  capitán  general.  Habiendo  pues  enviado  una  gruesa 
escolta  desde  este  alojamiento  á  la  Calahorra,  y  traido 
buena  cantidad  de  bastimentos  y  municiones,  pasó  el 
campo  al  lugar  de  Cádiar,  donde  llevaba  orden  de  aguar- 
dar al  Comendador  mayor;  y  desde  allí  hicieron  otras 
muchas  corredurías,  en  que  los  capitanes  y  soldados 
fueron  bien  aprovecliados,  sin  hallar  quien  les  hiciese 
resistencia.  En  este  tiempo  partió  el  Comendador  ma- 
yor de  órgiba ,  y  porque  tuvo  aviso  en  el  camino  que 
los  moros  de  guerra  se  recogían  á  la  umbría  de  Valde- 
infierno,  avisó  al  presidente  don  Pedro  de  Deza  que 
mandase  á  don  Francisco  de  Mendoza,  gobernador  del 
presidio  de  Guéjar,  que  con  el  mayor  número  de  gente 
que  pudiese  acudiese  hacia  aquella  parte.  Llegó  nues- 
tro campo  á  Poqueira  á  8  dias  del  mes  de  setiembre,  y 
mataron  las  cuadrillas  tres  moros  y  talaron  todos  los 
mijos,  panizos  y  alcandías  de  aquella  taa ;  y  el  siguiente 
dia  bien  de  mañana  pasó  á  Pitres  de  Ferreira.  Fueron 
las  cuadrillas  á  correr  la  tierra,  mataron  cinco  moros 
y  captivaron  cinco  mujeres,  y  gastóse  todo  aquel  dia  en 
talar  y  cortar  las  mieses.  Y  porque  se  entendió  que  en 
saliendo  el  campo  de  Poqueira  habían  vuelto  los  moros 
á  meterse  en  las  casas,  así  para  esto  como  para  acabar 
de  talar  los  sembrados ,  fué  un  buen  golpe  de  gente  á 
amanecer  sobre  aquella  taa,  que  hicieron  algún  efeto. 
Estuvo  el  campo  en  Pitres  desde  9  días  del  mes  de  se- 
tiembre hasta  los  diez  y  siete  :  hallóse  en  las  casas  de 
los  lugares  de  aquella  taa  mucha  uva  pasada, higos, 
nueces,  manzanas,  castañas  y  otras  frutas  de  la  tierra, 
y  miel,  y  algún  trigo  y  cebada,  aunque  poco  ;  y  los  sol- 
dados no  se  daban  á  manos  á  ¡Duscar  silos  de  ropa  que 
los  moros  habían  dejado  escondida.  Desde  este  aloja- 
miento fueron  dos  gruesas  escoltas  por  el  bastimento 
que  habia  de  respeto  en  órgiba,  y  no  perdiendo  el  Co- 
mendador mayor  tiempo  en  lo  que  mas  importaba,  que 
era  hacer  la  guerra  de  alli  adelante  con  cuadrillas  de 
gente  suelta  que  corriesen  les  sierras  buscando  los 
enemigos,  y  poner  presidios  en  los  lugares  importan- 


REBELIÓN  Y  CASTIGO  DE  LOS  MORISCOS  DE  GRANADA. 


3b7 


tes,  mientras  se  hacia  un  fuerte  al  derredor  de  la  igle- 
sia de  Pitres,  donde  liabia  de  dejar  quinientos  soldados 
de  guarnición,  á  i2  dias  del  mes  de  setiembre  envió 
á.amanecer  sobre  el  lugar  de  Trevélez  mil  y  quinientos 
infantes  y  ciento  y  veinte  caballos,  divididos  en  dos 
bandas ,  coa  orden  que  se  detuviesen  por  allá  dos  dias 
talando  la  tierra  y  procurando  degollar  los  moros  que 
hallasen.  Con  esta  gente  fué  don  Miguel  de  Moneada. 
Don  Alonso  Mejía  fué  á  combatir  unas  cuevas  que  es- 
taban de  la  otra  parte  del  rio  que  pasa  por  bajo  de  Pi- 
tres, y  otros  capitanes  á  otras  partes;  que  todos  hicie- 
ron buenos  efetos  y  volvieron  con  presas  de  moras  y 
ganados,  dejando  muertos  algunos  moros  de  los  que 
andaban  desmandados,  y  talada  toda  la  tierra,  y  tra- 
yendo algunos  captivos,  entre  los  cuales  vino  un  moro 
que  dio  aviso  de  una  cueva  que  estaba  en  un  monte 
donde  no  bastara  á  hallarla  nadie.  Hallóse  en  ella  algún 
trigo,  cebada  y  harina,  que  tenian  los  moros  escondido, 
y  iiabiéndose  ofrecido  de  descubrir  otras ,  y  prometí- 
dole  el  Comendador  mayor  Hbertad  por  ello,  unos  sol- 
dados queiban  con  él,  sintiendo  tocar  arma,  le  mataron; 
cosa  que  dio  harto  desgusto  al  Comendador  mayor, 
porque  no  podia  dejar  de  haber  muchas  cuevas  secre- 
tas ,  y  no  habria  de  quien  se  liase  para  ir  á  mostrarlas. 
Estando  pues  el  fuerte  en  defensa,  y  habiendo  traido  de 
órgiba  y  del  Padul  el  bastimento  y  munición  que  habia 
quedado,  dejó  en  aquel  presidio  al  capitán  Hernán  Váz- 
quez de  Loaysa ,  vecino  de  Málaga,  con  quinientos  sol- 
dados y  orden  que  corriese  y  diese  el  gasto  á  la  tierra 
por  aquella  comarca ;  y  á  i8  dias  del  mes  de  setiembre 
partió  la  vuelta  de  Jubiles,  y  aquel  dia  envió  mil  y  do- 
cientos  infantes  y  setenta  caballos  que  tornasen  á  cor- 
rer lo  de  Trevélez  y  toda  aquella  sierra,  porque  se  en- 
tendió que  los  moros  hablan  vuelto  hacia  aquella  parte 
al  calor  de  los  moriscos  de  paces,  que  siempre  les  ayu- 
daban con  algún  bastimento.  Dejando  pues  las  taas  de 
Poqueira  y  Ferreira  y  Jubiles  tan  taladas  y  destruidas, 
que  muy  pocas  mazorcas  de  panizos  y  alcandías  podían 
ser  de  provecho ,  aunque  los  moros  quisiesen  valerse 
dellas,  y  el  presidio  en  Pitres,  para  acabar  de  desarrai- 
garlos que  no  volviesen  á  su  querencia,  y  degollarlos 
que  hallasen,  fué  á  juntarse  con  el  otro  campo,  que  le 
estaba  aguardando  en  Cádiar ;  y  este  mesmo  dia  se  dio 
orden  en  otras  corredurías  de  que  adelante  diremos, 
porque  nos  llama  el  duque  de  Arcos,  que  en  este  tiem- 
po no  estaba  de  vagar  en  Ronda. 

CAPITULO  III. 

Cómo  el  duque  de  Arcos  salió  contra  los  alzados  de  la  sierra 
de  Ronda,  y  los  echó  del  fuerte  de  Arbolo. 

En  el  mesmo  tiempo  que  se  hacían  estas  cosas  en  la 
Alpujarra,  el  duque  de  Arcos,  á  quien  su  majestad  ha- 
bia cometido  lo  de  la  serranía  de  Ronda,  aprestaba 
tercero  campo  en  aquella  ciudad ;  y  teniendo  juntos 
cuatro  mil  infantes  y  ciento  y  cincuenta  de  á  caballo, 
y  cantidad  de  bastimentos  y  municiones  para  quince  ó 
veinte  dias,  á  16  dias  del  mes  de  setiembre  salió  en 
campaña ,  y  fué  á  alojarse  una  legua  del  fuerte  de  Ar- 
boto.  Allí  estaba  recogida  la  fuerza  de  los  enemigos, 
lugar  áspero  y  dificultoso  de  subir,  donde  naturaleza 
en  la  cumbre  mas  alta  de  aquel  monte  puso  una  com- 
posición y  máquina  de  peñas  cercadas  de  tantos  tajos 
y  despeñaderos,  que  parece  una  fortaleza  artificial,  ca- 


paz de  mucho  número  de  gente.  Dejó  el  duque  en  Ron- 
da á  Lope  de  Zapata,  hijo  de  Luis  Poiice,  para  que  en 
su  nombre  recogiese  y  encaminase  los  moros  que  vi- 
niesen á  reducirse,  porque  nunca  su  majestad  quiso 
cerrarles  la  puerta,  teniendo  solamente  fin  á  la  pacifi- 
cación y  seguridad  de  aquel  reino.  Vinieron  pocos,  por 
estar  escandalizados  de  la  muerte  de  Barcoclii,  y  de  ver 
que  en  Rondayen  .Marbella  hubiesen  los  cristianosque- 
brantado  la  salvaguardia  del  duque  de  Arcos  y  muerto 
al  pié  de  cíen  moros  reducidos  al  salir  de  los  lugares. 
No  se  detuvo  el  Duque  en  este  castigo,  porque  era  da- 
ñosa cualquier  dilación  al  negocio  principal;  mas  dio 
luego  aviso  á  su  majestad,  que  envió  juez  que  castigó 
los  culpados.  La  noche  primera,  estando  el  Duque  alo- 
jado donde  llaman  la  Fuenfria,  se  encendió  fuego  en  el 
campo,  no  se  entendió  de  dónde  vino ,  y  atajóse  con 
mucho  trabajo.  Luego  el  siguiente  dia  reconoció  el  Du- 
que el  fuerte  con  mil  infantes  y  cincuenta  caballos,  y 
vio  el  alojamiento  de  los  enemigos  y  el  lugar  del  agua, 
desde  la  sierra  de  Arboto,  que  está  puesta  enfrente  del ; 
y  aunque  se  mostraron  fuera  de  sus  reparos,  no  los 
acometió,  por  ser  ya  tarde  y  aguardar  que  llegase  la 
gente  que  venia  de  Málaga.  Otro  dia  puso  guardia  de 
gente  en  aquella  sierra ,  no  sin  resistencia  de  los  ene- 
migos, que  á  un  tiempo  acometieron  la  guardia  y  el 
alojamiento,  y  trabaron  una  escaramuza  lenta  y  espa- 
ciosa ,  que  duró  mas  de  tres  horas.  Los  moros  eran 
ochocientos  tiradores,  y  algunos  con  armas  enhastadas, 
los  cuales  viendo  que  dos  mangas  de  arcabuceros  les 
tomaban  la  cumbre,  se  retiraron  á  su  fuerte  con  poco 
daño  de  los  nuestros  y  alguno  suyo.  El  Duque  reforzó 
la  guardia  de  aquel  sitio  con  dos  compañías  de  infan- 
tería, por  ser  de  importancia,  y  á  18  dias  del  mes  de  se- 
tiembre llegó  Arévalo  de  Zuazo ,  corregidor  de  la  ciu- 
dad de  Málaga ,  con  dos  mil  infantes  y  cien  caballos. 
Con  su  venida  mejoró  el  Duque  el  alojamiento,  y  sé 
puso  mas  cerca  de  los  enemigos,  cuyas  fuerzas  se  pre- 
sumían harto  mas  de  loque  eran,  porque  habían  procu- 
rado dar  á  entender  que  estaban  poderosos  de  gente. 
Luego  se  tomó  resolución  de  combatir  el  fuerte ,  y  á 
20  días  del  mes  de  setiembre  repartió  el  duque  de  Ar- 
cos la  gente,  y  dio  la  orden  que  habian  de  tener  los 
capitanes  en  la-subida  de  la  sierra,  señalándoles  los  lu- 
gares por  donde  habian  de  ir.  A  Pedro  Bermudez  de 
Santis  mandó  que  con  una  manga  de  gente  reforzada 
tomase  las  cumbres  de  dos  lomas  que  subían  al  sitio 
del  enemigo ,  y  que  el  capitán  Pedro  de  Mendoza ,  con 
Otro  buen  golpe  de  gente,  le  hiciese  espaldas  á  la  mano 
izquierda.  Tomó  el  Duque  para  sí,  con  la  artillería  y  ca- 
ballos y  mil  y  quinientos  infantes,  á  la  mano  derecha 
de  Pedro  Bermudez,  lugar  menos  embarazado  y  nías 
descubierto,  quedando  entre  ellos  un  espacio  de  breñas 
que  los  moros  habian  quemado  para  que  rodasen  mejor 
las  piedras  desde  arriba.  Ordenó  á  Arévalo  de  Zuazo 
que  con  la  gente  de  su  corregimiento  y  dos  mangas  de 
arcabuceros  delante  subiese  á  la  mano  derecha  del  Du- 
que; y  adelante  del ,  hacía  el  mesmo  lado,  Luis  Ponce 
con  seiscientos  arcabuceros  por  un  pinar,  camino  mas 
desocupado  que  los  otros.  La  orden  era  que,  saliendo 
del  alojamiento,  fuesen  todos  encubiertos  por  la  fa  Ida  de 
la  montaña  donde  estaba  el  sitio  del  enemigo,  y  poruña 
quebrada  que  hacia  un  arroyo  hondo  que  estaba  al  pié  de 
ella ,  y  subiendo  poco  á  poco  para  guardar  el  aliento, 


3SS 


LUIS  DEL  MARMOL  CARVAJAL. 


á  un  tiempo  diesen  el  asalto  en  sintiendo  una  señal  que 
se  baria.  Desta  manera  quedaba  cercada  toda  la  mon- 
taña, sino  era  por  la  parte  de  Istan,  que  no  se  podia 
cercar  por  su  aspereza;  y  nuestra  gente  iba  tan  junta, 
que  parecía  poderse  dar  las  manos  los  unos  ú  los  otros. 
Habiendo  pues  repartido  munición  á  los  arcabuceros  y 
apercebido  á  los  capitanes  para  el  siguiente  dia,  el  Du- 
que mandó  á  Pedro  de  Mendoza  que  con  la  gente  de  su 
cargo  y  algunos  gastadores  fuese  delante  á  aderezar 
ciertos  pasos  por  donde  babia  de  ir  la  caballería;  y 
como  los  moros  le  vieron  desviado  en  parte  donde  les 
pareció  que  no  podia  ser  socorrido  tan  presto,  al  caer 
de  la  tarde  salieron  cantidad  de  tiradores  desmanda- 
dos, quedando  el  golpe  de  la  gente  á  manera  de  em.- 
boscada,  y  trabaron  una  escaramuza  de  tiros  perdidos 
con  él;  el  cual,  confiado  en  sí  mesmo,  podiendo  guar- 
darla orden  y  estarse  quedo  sin  peligro,  acudió  (x  la  es- 
caramuza con  demasiado  calor,  desmandándose  los 
soldados  por  la  sierra  arriba  desordenadamente ,  y  sin 
aguardarse  unos  á  otros,  yéndose  los  enemigos  unas 
veces  retirando  y  otras  reparando ,  como  si  los  fueran 
cebando  para  meterlos  en  alguna  emboscada.  Viendo 
Pedro  de  Mendoza  el  peligro,  y  no  lo  pudiendo  reparar, 
porque  ya  no  era  parte  para  detener  la  gente ,  envió  á 
dar  aviso  al  duque  de  Arcos  á  tiempo  que,  puesto  que 
habia  enviado  tres  capitanes  á  retirarle,  fué  necesario 
tomar  con  su  persona  lo  alto  para  reconocer  el  lugar  de 
la  escaramuza,  y  con  los  que  con  él  iban  y  los  que  pudo 
recoger,  atravesó  por  medio  de  los  que  subían,  y  pudo 
tanto  su  autoridad,  que  los  desmandados  se  detuvieron, 
ylosmoros,  que  ya  babian  comenzado á  descubrirse,  se 
recogían  al  fuerte ,  en  ocasión  que  por  ser  cerca  de  la 
iiocbe  pudieran  bacer  liarte  daño.  Hallóse  el  Duque  tan 
adelante  cuando  descubrió  el  golpe  de  los  enemigos, 
que  teniendo  por  imposible  poder  detener  los  soldados 
que  subían  desmandados  ,  quiso  aprovecharse  de  su 
desorden ,  y  con  el  mayor  número  de  gente  que  pudo 
juntar,  todo  á  un  tiempo  acometió  y  se  pegó  con  el 
fuerte,  de  manera  que  fué  de  los  primeros  que  entraron 
en  él.  Los  moros  no  osaron  aguardar,  y  se  descolgaron 
por  diferentes  partes  de  la  sierra  ,  que  era  larga  y  con- 
tinuada, y  de  allí  se  repartieron  :  unos  fueron  á  Rio 
Verde,  otros  la  vuelta  de  Istan,  otros  á  Monda ,  y  otros 
á  Sierra  Blanquilla,  dejando  quinientas  mujeres  y  niños 
en  poder  de  los  cristianos.  Desta  manera  se  ganó  el 
fuerte  de  Arboto ,  tan  nombrado  y  temido  ,  aunque  no 
con  tan  buena  orden  como  el  Duque  quisiera ;  y  ansí  le 
mataron  alguna  gente ,  habiendo  peleado  tres  horas  ó 
mas.  Y  por  ocuparse  en  recoger  la  presa  los  soldados  y 
sobrevenir  la  noche,  no  se  siguió  el  alcance,  hasta  que 
en  saliendo  la  luna  fueron  mil  y  quinientos  arcabuceros 
por  la  parte  que  se  entendió  que  habían  huido ;  mas  no 
ios  pudiendo  hallar,  se  volvieron  al  campo. 

CAPITULO  IV. 

pe  lo  que  el  duque  de  Arcos  liizo  en  prosecución  desta  guerra 
hasta  que  volvió  á  Ronda. 

Ganado  el  fuerte  de  Arboto ,  el  duque  de  Arcos  dio 
licencia  al  corregidor  de  la  ciudad  de  Málaga  para  que 
se  fuese,  con  orden  que  corriese  la  tierra,  y  con  el  resto 
del  campo  pasó  á  Istan  á  22  días  del  mes  de  setiembre, 
porque  le  pareció  conveniente  dejar  presidio  en  aquel 
lugar,  donde  podría  ser  fácilmente  proveído  de  la  ciu- 


dad de  Marbella  y  de  la  de  Málaga.  Aquel  día  envió 
cuatro  compañías  de  infantería  divididas,  sin  bande- 
ras ni  alambores,  á  correr  la  sierra,  bacía  donde  pa- 
reció que  podrían  estar  los  moros ;  las  tres  dellas  les 
quemaron  tres  barcas  grandes  que  tenían  hechas  para 
pasar  á  Berbería ,  7  mataron  algunos ;  y  la  otra,  que  iba 
con  el  capitán  Morillo ,  á  quien  mandó  que  corriese  el 
Río  Verde,  no  guardando  la  orden  que  llevaba,  fué  á 
dar  con  la  gente  del  Melclii ,  no  lejos  de  Monda ,  en  un 
cerro  que  los  de  la  tierra  llaman  Alborno ,  y  siendo  in- 
ferior, fueron  desbaratados  los  nuestros.  El  capitán  so 
vino  retirando  hasta  llegar  á  vista  de  Islán ,  tan  cerca 
del  campo,  que  se  oyeron  los  arcabuces  y  escopetas;  y 
el  Duque ,  sospechando  lo  que  era ,  envió  á  Pedro  de 
Mendoza  á  que  le  socorriese;  el  cual  llegó  á  descubrir 
los  enemigos ,  y  contentándose  con  recoger  algunos  de 
los  soldados  que  venían  huyendo ,  no  quiso  pasar  ade- 
lante, temiendo  alguna  emboscada.  El  capitán  Morillo, 
que  con  calor  del  socorro  había  dado  vuelta  sobre  los 
moros,  murió  peleando ,  y  con  él  la  mayor  parte  de  su 
gente.  En  el  mesmo  tiempo  el  capitán  Francisco  Asca- 
nio,  á  quien  Arévalo  de  Zuazo  había  dejado  en  Monda 
para  que  fuese  á  correr  la  tierra  en  compañía  de  los  de 
Alora,  codicioso  de  hacer  alguna  buena  presa,  sin 
aguardarle,  con  solos  sesenta  soldados  y  el  alcaide  de 
la  fortaleza,  que  quiso  acompañarle,  fué  la  vuelta  de  Ho- 
jen ;  y  cerca  del  puerto  que  está  sobre  aquel  lugar  die- 
ron los  moros  en  ellos,  y  matándole  á  él  y  al  alcaide  y 
mas  de  treinta  soldados,  escaparon  huyendo  los  otros. 
También  desbarataron  una  compañía  de  cien  hombres 
de  Jerez  de  la  Frontera,  que  enviaba  el  duque  de  Ar- 
cos á  que  hiciese  escolta  á  un  correo  que  iba  desde  Is- 
tan á  Monda ,  para  que  de  allí  fuese  con  despachos  á 
su  majestad ;  y  matando  algunos  soldados ,  tuvo  lugar 
de  favorecerse  el  correo  en  Monda.  El  Duque  pues, 
viendo  que  hacia  aquella  parte  estaba  el  golpe  de  los 
enemigos,  envió  ordena  Arévalo  de  Zuazo  que  con  la 
gente  de  Málaga  y  Vélez  volviese  á  Monda ,  escribió  á 
don  Sancho  de  Leiva  que  le  enviase  ochocientos  sol- 
dados de  los  de  Galera,  y  envió  á  Pedro  Bermudez  por 
la  gente  de  Ronda ,  y  él  con  la  que  había  quedado  en  el 
campo  fué  á  esperarlos  en  Monda ,  y  habiéndose  jun- 
tado todos,  partió  para  Hojen.  En  el  camino  le  encon- 
tró don  Alonso  de  Leiva ,  hijo  de  don  Sancho  de  Leiva, 
con  los  ochocientos  soldados.  Entendióse  que  los  mo- 
ros esperarían  una  legua  de  allí,  y  mandando  á  Pedro 
Bermudez  que  con  mil  arcabuceros  tomase  á  la  mano 
izquierda,  y  que  don  Alonso  de  Leiva  fuese  derecho  á 
Hojen  por  un  monte  que  llaman  el  Negral ,  con  toda  la 
otra  gente  caminó  él  hacia  el  Corvachin,  tierra  de  gran- 
de aspereza  y  espesura ;  y  con  esta  orden  llegaron  to- 
dos á  un  tiempo  á  Hojen ,  donde  babian  estado  los  mo- 
ros; y  no  los  liallando,  fueron  calando  la  sierra  hasta 
llegar  á  vista  de  la  Fuengírola ,  sin  hallar  mas  que  ras- 
tros de  gentes  á  diferentes  partes ,  porque  los  moros  se 
habían  esparcido  á  la  parte  de  las  sierras.  Y  como  no 
hubiese  qué  hacer,  don  Alonso  de  Leiva  se  volvió  con 
su  gente  á  las  galeras,  y  Arévalo  de  Zuazo  fué  corrien- 
do la  tierra  de  Málaga,  dejando  orden  á  Gabriel  Alcalde 
de  Gozon,  vecino  de  Cazarabonela,  hombre  diligente 
y  cuidadoso  del  servicio  de  su  majestad ,  para  que,  re- 
cogiendo gente  de  aquellos  lugares ,  anduviese  á  la  mira 
pqr  las  caras  de  Rio  Verde ,  por  si  algunos  moros  reven- 


REBELIÓN  Y  CASTIGO  DE  LOS  MORISCOS  DE  CHANADA. 


3:59 


tasen  Iiícia aquella  parte,  poderlos  opritnir;  el  cual  con 
veinte  caballos  y  cantidad  de  peones  anduvo  aseguran- 
do la  tierra,  y  hizo  al^'unos  efetos  de  iniportanc'a, 
siendo  muy  prálico  en  ella.  Habiendo  estado  el  duque 
de  Arcos  a'gunos  d  as  en  Monda ,  porque  Uovia  mucho 
para  tenerla  gente  en  ciimpana ,  dejó  presidios  en  Ca- 
ialuy ,  Istan ,  Monda ,  To!ox ,  Guaro,  Cartágima  y  Jubri- 
que ,  y  fué  á  Marbella ,  y  de  allí  á  Ronda ,  á  esperar  or- 
den de  su  majestad  para  lo  que  adelante  se  liabia  de 
Iiacer,  donde  estuvo  á  5  dias  del  mes  de  otubre.  Vol- 
vamos al  campo  del  Comeiidador  mayor,  que  dejamos 
en  la  Alpujarra. 

CAPITULO  V. 

Del  progreso  del  carapo  del  comendador  mayor  de  Castilla  desde 
que  se  juntaron  los  dos  campos  basta  que  volvió  á  Cádíar. 

El  mesmo  dia  que  el  comendador  mayor  de  Ca'ililla 
llpgó  á  Cádiar ,  envió  los  tercios  de  Juan  de  Solís  y  Bar- 
tolomé Pérez  Zumel  y  don  Pedro  de  Vargas  á  hacer 
escolta  á  los  bagajes  que  iban  á  traer  bastimentos  de 
Adra,  donde  ya  habían  ido  dos  veces  don  Pedro  de  Pa- 
dilla y  Antonio  Moreno  antes  que  llegase ,  y  saqueando 
el  lugar  de  Lucaínena,  la  orden  que  les  dio  fué  que 
mientras  Bartolomé  Pérez  Zumel  volvía  con  la  escolta 
hasta  Berja ,  porque  se  habían  de  detener  un  dia  en  car- 
gar, amaneciesen  los  otros  dos  tercios  el  jueves  en  Da- 
lías,  y  procurasen  degollar  los  moros  que  allí  hubiese 
y  talar  la  tierra ,  y  el  viernes  se  juntasen  con  la  escolla 
en  Berja ,  para  volver  el  sábado  al  campo.  Volvieron  los 
que  habían  ido  á  correr  segunda  vez  á  Trevélez ,  y  tra- 
jeron ciento  y  veinte  moras  y  dos  mil  cabezas  de  ga- 
nado y  cien  vacas  y  cincuenta  bagajes,  y  mataron  can- 
tidad de  moros.  El  mesmo  dia  vinieron  don  Lope  de 
Fígueroa  y  don  Rodrigo  de  Benavídes ,  que  habían  ido 
&  correr  el  Cehel,  con  otras  ochenta  moras,  dejando 
muertos  algunos  moros,  y  quemadas  tres  barcas  muy 
buenas  que  tenían  hechas  para  pasarse  á  Berbería.  Vi- 
nieron también  otros  que  habían  ídoá  otras  partes,  con 
dejar  hechos  tanbuenos  efetos,  que  á  los  22de  setiembre 
habían  ya  traídose  al  campo  mil  y  cien  esclavas  y  muér- 
tose  al  pié  de  quinientos  moros,  y  tomádoles  gran  can- 
tidad de  ganados  y  bagajes ,  y  taládoles  la  comarca  al 
derredor,  asegurando  la  tierra  de  manera  que  á  24  de 
setiembre  pudieron  ir  dos  escoltas  juntas  en  un  dia,  una 
á  órgiba  y  otra  á  Pitres,  á  traer  los  bastimentos  que  allí 
habían  quedado,  teniendo  fuera  en  correrías  ocho  ter- 
cios de  diez  que  había  en  el  campo.  Corrióse  toda  la  Al- 
pujarra ,  sin  dejar  Cehel  ni  Dalias ,  y  mucha  parte  della 
dos  y  fres  veces ;  talaron  y  quemaron  los  soldados  infi- 
nitos panizos  y  alcandías,  y  hallaron  gran  cantidad  de 
trigo  y  cebada  en  las  cuevas.  Este  día  se  trajeron  al 
campo  decientas  moras,  dejando  al  pié  de  ochocientos 
moros  muertos.  Hizo  arcabucear  el  Comendador  mayor 
veinte  moros ,  y  el  dia  de  antes  cuatro  de  los  mas  prin- 
cipales, y  entre  ellos  á  Miguel  de  Herrera  el  de  Pitres ,  á 
quien  dijimos  que  el  marqués  de  Mondéjar  había  enco- 
mendado las  esclavas  de  Jubiles;  y  á  ninguno  de  cuantos 
se  prendían  de  veinte  años  arriba  se  daba  vida.  Comen- 
záronse á  hacer  los  fuertes  en  Cádiar,  Cujurio,  Bérchul, 
Mecina  de  Bombaron  y  en  Jubiles ,  para  dejar  gente  de 
guarnición  en  ellos,  que  corriesen  siempre  la  tierra,  por- 
que no  quedase  á  los  moros  donde  habitar.  Traían  estas 


corredurías  tan  corridos  y  acosados  á  los  malaventura- 
dos, que  ya  no  tenían  sierra,  cueva  ni  barrunco  segu- 
ro. A  29  de  setiembre  fué  una  escolta  á  traer-basti- 
mento de  la  Calahorra ,  llevó  mas  de  mil  moras,  y  que- 
daron pocas  menos  en  el  campo,  habiéndose  degollado 
otros  cuatrocientos  moros  y  hecho  justicia  de  treinta 
y«eis.  En  la  cueva  de  Mecina  de  Bombaron  se  toma- 
ron docientas  y  sesenta  personas,  y  se  ahogaron  de  hu- 
mo que  se  les  dio  otras  cíenlo  y  veinte.  En  otra  cueva 
cerca  de  Bérchul  se  ahogaron  sesenta  personas,  y  en- 
tre ellas  la  mujer  y  dos  hijas  de  Aben  Aboo;  y  estando 
él  dentro,  se  salió  por  un  agujero  secreto  con  solos  dos 
hombres  que  le  pudieron  seguir.  En  la  cueva  de  Gamita- 
res murieron  treinta  y  siete  personas,  y  en  la  de  Tíar 
se  tomaron  vivas  sesenta  y  dos,  y  en  todas  fe  hallaron 
muchas  armas,  vituallas  y  ropa.  Ganáronseles  otras 
cuevas  menores  por  fuerza  de  armas,  y  elbs  desampa- 
raban algunas  cuando  veían  la  pérdida  de  sus  vecinos; 
y  finalmente,  la  procesión  que  ellos  decían  que  pasaba 
cuando  veían  pasar  nuestros  ejércitos,  les  fué  quila  11- 
do  el  último  refugio.  Cuando  hubo  el  Comendador  ma- 
yor acabado  los  cuatro  fuertes,  dejándolos  bastecidos 
de  gente  y  de  vituallas  para  un  mes,  á  3  dias  del  mes 
de  otubre  pasó  á  Ujíjar;  y  dejando  allí  un  tercio,  otro 
en  Laróles ,  haciendo  dos  fuertes ,  pasó  á  Be?ja  y  á  Da- 
lías  á  hacer  otros  dos ,  para  que  á  un  mesmo  tiempo  se 
acabasen  todos  cuatro,  como  se  había  hecho  en  los 
otros;  y  á  los  13  de  otubre  los  tuvo  acabados  y  avitua- 
llados y  con  gente.  Desde  el  alojamiento  de  l);dias  en- 
vió el  Comendador  mayor  á  don  Pedro  de  Padilla  con 
su  tercio  y  las  cien  lanzas  de  Ecija  á  correr  los  lugares 
de  Inix ,  Fílix  y  Vícar ,  con  orden  que ,  habiendo  dego- 
llado unos  moros  que  andaban  en  aquel  partido ,  pasa- 
sen á  Canjáyar  y  corriesen  la  sierra  de  Gádor.  Esta 
gente  llegó  al  amanecer  del  día  á  Fílix,  donde  tenían 
aviso  que  estaban  cantidad  de  moros,  y  antes  que  lle- 
gasen á  él  ,  salieron  todos  con  sus  mujeres  y  hijos,  y  ca- 
minaron la  vuelta  de  la  ciudad  de  Almería  á  fin  de  que- 
rerse reducir;  nuestra  gente  entró  en  el  lugar  y  le  sa- 
queó ,  y  captívaron  algunas  mujeres  y  muchachos  que 
se  habían  quedado  en  las  casas.  Y  unos  escuderos  de  los 
de  Ecija ,  siendo  avisados  como  aquellos  moros  iban  ba- 
cía Almería ,  fueron  tras  dellos ,  y  habiéndose  alargado 
gran  rato  de  los  compañeros  sin  poderlos  alcanzar,  qui- 
sieran volverse;  mas  andaban  tantos  moros  apellidando 
la  tierra,  que  determinaron  de  ir  adelante ,  y  llegaron 
á  la  ciudad  á  tiempo  que  don  García  de  Víllaroel  aca- 
baba de  recoger  los  moros  y  moras  que  llevaban  por  de- 
lante; y  queriendo  que  se  los  diese  todos  por  esclavos, 
don  García  de  Víllaroel  no  lo  quiso  hacer,  diciendo  que 
eran  libres  conforme  al  bando  de  su  majestad ,  pues  se 
iban  á  reducir  y  tenía  comisión  para  admitirlos ,  y  so- 
bre esto  hubo  algunas  demandas  y  respuestas,  de  don- 
de resultó  descomedirse  los  escuderos  y  mandarlos 
prender.  Destose  quejó  Tello  González  deAguíIará  don 
Juan  de  Austria,  y  envió  un  juez  á  determinar  aquel 
negocio,  el  cual  soltó  los  escuderos,  y  los  adjudicó  to- 
dos aquellos  moros  por  esclavos.  Estuvieron  don  Pe- 
dro de  Padilla  y  Tello  González  de  Aguilar  en  Canjáyar 
algunos  días,  y  corrieron  toda  aquella  tierra  aseguran- 
do los  pueblos  reducidos,  hasta  que  se  les  dio  orden 
que  los  metiesen  la  tierra  adentro.  En  este  tiempo  don 
Sancho  de  Leiva,  que  andaba  discurriendo  por  la  costa 


360 


LUIS  DEL  MARMOL  CARVAJAL. 


con  las  galeras,  puso  gente  en  la  Rábita  y  en  Castil  de 
Ferro  y  en  Albuñol ,  conforme  á  la  orden  que  se  le  en- 
vió. C6ntinuábanse  siempre  las  correrías,  y  captivá- 
ronse  mas  de  tres  mil  moras  y  muchachos,  y  fueron 
muertos  al  pié  de  mil  y  quinientos  moros;  ganáronse- 
Íes  seis  cuevas  muy  grandes ,  que  en  solas  dos  dellas 
hubo  al  pié  de  ochocientas  personas ,  y  en  la  postrera, 
que  se  rindió  á  10  de  otubre ,  que  fué  la  de  Détiar,  ha- 
bla cien  moros  de  la  tierra  y  treinta  de  Berbería ,  y  un 
turco,  todos  muy  bien  armados,  y  mas  de  trecientas 
mujeres  y  niños ;  y  en  otra  que  estaba  sobre  el  lugar  de 
Murtas  hacia  la  mar,  se  rindió  don  Francisco  de  Cór- 
doba, aquel  primo  de  Aben  Humeya  que  dijimos  en  el 
capítulo  XIV  del  Ubro  noveno,  y  otro  hermano  suyo 
y  dos  capitanes  turcos ,  y  un  sobrino  de  Aben  Aboo,  que 
después  se  les  huyó  á  los  soldados  que  le  llevaban :  con- 
cedióles el  Comendador  mayor  las  vidas,  y  después  los 
mandó  llevar  á  las  galeras.  Acabados  los  fuertes  arriba 
referidos  sin  contradicion  del  enemigo  ,  que  andaba 
ya  reducido  á  extrema  miseria,  huyendo  de  cueva  en 
cueva  con  algunos  tan  pertinaces  como  él ,  y  donde  es- 
taba un  rato  de  la  noche  no  osaba  aguardar  el  dia,  el 
Comendador  mayor  volvió  corriendo  la  tierra  con  sus 
tercios  repartidos  á  todas  partes ;  y  visitando  los  presi- 
dios, ú  i6deotubreestuvoenUjijar  de  vuelta,  y  á  19  en 
Cádiar.-Diüseles  otra  mano  á  los  moros  tal  y  tan  buena 
como  las  pasadas ;  tomáronseles  muchas  cuevas ,  y  vol- 
vían los  soldados  al  campo  con  las  manos  llenas  de  los 
moros  y  moras  que  prendían ,  que  eran  muchos,  y  unos 
enviaba  el  Comendador  mayor  á  las  galeras ,  otros  ha- 
cia justicia  dellos,  y  los  mas  consentía  que  los  vendie- 
sen ios  soldados  para  que  fuesen  aprovechados.  La  ma- 
yor parte  de  los  moros  que  se  prendieron  y  mataron  es- 
tos días  fueron  de  los  que  habían  ido  á  reducirse  al  mar- 
quesado del  Cénete,  que  se  volvían  ya  muchos,  y  les 
hallaban  las  salvaguardias  en  el  seno ;  y  aunque  decían 
que  venían  á  encaminar  á  sus  parientes  y  amigos  á  que 
se  redujesen ,  les  aprovechaba  poco ,  por  los  avisos  que 
de  allá  se  tenían  en  contrario.  Estos  días  yendo  don 
Diego  de  Leiva  visitando  los  lugares  que  estaban  á  su 
cargo,  y  llevando  nueve  arcabuceros  á  pié  y  cincuenta 
caballosde  la  compañía  de  Diego  Merlin  de  Avalos,  García 
el  Zaycal,  y  elBayzi  de  Jergal  y  el  Naguar,  con  docíen- 
tos  moros  de  sus  cuadrillas,  se  pusieron  en  embosca- 
da y  le  aguardaron  en  un  paso  antiguo  entre  Tavernas 
y  Jergal ,  á  la  bajada  de  la  rambla  que  dicen  de  Belel- 
che,  y  saliendo  de  improviso  á  los  nueve  arcabuceros 
que  iban  delante,  los  pusieron  en  huida,  y  luego  tras 
dellos  siguieron  los  caballos.  Bien  pudiera  don  Diego 
de  Leiva  retirarse  este  día ,  si  quisiera;  mas  como  ani- 
moso y  buen  caballero,  hizo  rostro,  y  procuró  detener  la 
gente  y  recoger  los  bagajes ,  donde  iba  cantidad  de  di- 
nero de  su  majestad ;  y  no  le  aprovechando  su  trabajo 
y  diligencia,  que  fué  mucha ,  porque  la  vereda  que  lle- 
vaba era  angosta,  y  los  caballos  no  podían  correr  por 
ella,  ni  los  bagajes  dar  vuelta,  herido  de  dos  escopeta- 
zos, uno  en  un  brazo  y  otro  en  los  lomos,  le  retiró  dOn 
Felipe  de  Leiva ,  su  hermano,  bien  contra  su  voluntad; 
y  poniéndose  un  paje  en  las  ancas  de  su  mesmo  caballo, 
le  fué  teniendo ,  porque  no  cayese ,  hasta  la  ciudad  de 
Almería,  donde  murió  de  las  heridas.  Este  dia  probó 
nuestra  gente  tan  mal,  que  si  no  fueron  don  Felipe  de 
Leiva  y  el  bachiller  Soler,  su  auditor,  y  seis  caballos, 


todos  los  demás  huyeron ,  dejando  á  su  capitán  solo  en 
poder  de  los  enemigos. 

CAPITULO  VI. 

Cómo  su  majestad  mandó  sacar  todos  los  moriscos  que  habla  en 
el  reino  de  Cranada ,  ansí  de  paces  como  reducidos,  y  meter- 
los la  tierra  adentro. 

Ya  en  este  tiempo  su  majestad  había  enviado  á  man- 
dar á  don  Juan  de  Austria ,  y  al  presidente  don  Pedro 
de  Deza ,  y  al  duque  de  Arcos ,  á  cada  uno  por  su  par- 
te, que  con  toda  brevedad  y  diligencia  posible  ejecuta- 
sen las  órdenes  que  tenían  de  sacar  todos  los  moriscos 
del  reino  de  Granada ,  ansí  los  nuevamente  reducidos, 
como  los  que  no  se  habian  alzado ,  y  los  metiesen  la 
tierra  adentro,  porque  los  pocos  que  quedaban  en  la 
sierra,  perdiendo  la  confianza  de  poderse  valer  dellos, 
acabasen  de  reducirse  ó  de  perderse.  Estando  pues  las 
cosas  de  la  Alpujarra  y  de  la  serranía  de  Ronda  en  los 
términos  que  hemos  dicho,  por  carta  de  28  días  del  mes 
de  otubre,  fecha  en  la  villa  de  Madrid,  tuvo  don  Juan 
de  Austria  segunda  orden  y  última  resolución  sobre  ello; 
y  por  ser  negocio  de  tanta  importancia,  comunicándo- 
se los  consejos,  se  acordó  que  antes  que  el  Comendador 
mayor  saliese  de  la  Alpujarra,  pues  los  moriscos  deja- 
ban ya  de  venirse  á  reducir,  y  se  volvían  muchos  de  los 
reducidos  á  la  sierra,  se  pusiese  en  ejecución  el  man- 
dato de  su  majestad,  y  ansí  se  hizo  por  la  orden  siguien- 
te :  que  los  de  Granada  y  de  la  vega  y  valle  de  Lecrin, 
sierra  de  Bentomiz,  jarquía  y  hoya  de  Málaga  y  serra- 
nías de  Ronda  y  Marbella,  saliesen  encaminados  la  vuel- 
ta de  Córdoba,  y  de  allí  fuesen  repartidos  por  los  luga- 
res de  Extremadura  y  Galicia  y  por  sus  comarcas.  Los 
de  Guadix ,  Baza  y  rio  de  Almanzora  fuesen  por  Chin- 
chilla y  Albacete  á  la  Mancha ,  al  reino  de  Toledo ,  á  los 
campos  de  Calatrava  y  Montiel,  al  priorato  de  San  Juan, 
y  por  toda  Castilla  la  Vieja  hasta  el  reino  de  León;  y 
los  de  Almería  y  su  tierra  por  mar,  en  las  galeras  del 
cargo  de  don  Sancho  de  Leiva ,  á  la  ciudad  de  Sevilla ; 
y  que  no  fuesen  ningunos  para  quedar  en  el  reino  de 
Murcia  ni  en  el  marquesado  de  Villena,  ni  en  los  otros 
lugares  cercanos  al  reino  de  Valencia,  donde  habia 
grande  número  de  moriscos  naturales  de  la  tierra ,  por- 
que no  se  pasasen  con  ellos,  y  por  el  peligro  de  la  co- 
municación de  los  unos  con  los  otros ;  ni  menos  que- 
dasen en  los  pueblos  de  la  Andalucía,  por  haber  en  ellos 
muchos  de  los  que  se  habian  llevado  primero ,  y  estar 
la  tierra  trabajada;  y  demás  desto  había  inconveniente 
por  poderse  volverá  las  cercanas  sierras  los  que  quisie- 
sen huir.  La  orden  que  se  dio  á  los  que  los  habian  de 
llevar  fué  que  la  primera  escala ,  fuera  del  reino  de 
Granada,  la  hiciesen  en  los  lugares  que  fuesen  mas  á 
propósito  para  llevarlos  de  allí  donde  habían  de  parar 
con  seguridad  y  comodidad  suya;  de  manera  que  no  se 
fuesen,  ni  los  hurtasen,  ni  llevasen  á  otras  partes,  y 
así  ellos  como  sus  bienes  fuesen  seguros ;  no  permi- 
tiendo que  los  hijos  se  apartasen  de  los  padres  ni  las 
mujeres  de  los  maridos  por  los  caminos  ni  en  los  luga- 
res donde  habian  de  quedar,  sino  que  las  casas  fuesen 
y  estuviesen  juntas ;  porque,  aunque  lo  merecían  poco, 
quiso  su  majestad  que  se  les  diese  este  contento,  man- 
dando que,  demás  de  la  gente  de  guerra,  fuesen  con 
ellos  comisarios,  personas  de  autoridad  y  confianza,  con 
lista  y  memorial  de  los  que  cada  uno  llevaba  á  su  car- 


REBELfON  Y  CASTIGO  DE  LOS  MORISCOS  DE  GRANADA. 


361 


go,  para  que  los  llevasen- de  unos  lugares  á  otros  y  pro- 
veyesen vituallas  y  gente  que  los  acompañase ,  presu- 
puesto que  la  que  liabia  de  salir  del  reino  de  Granada 
no  habia  de  pasar  de  la  primera  escala.  Dando  pues  su 
majestad  priesa ,  y  no  estando  don  Juan  de  Austria  de 
vagar,  despachó  correos  en  diligencia  á  todas  partes, 
solicitando  las  personas  que  habían  de  hacer  el  efeto,  y 
Handándoles  que  para  primero  dia  de  noviembre ,  dia 
en  que  la  Iglesia  católica  celebra  la  fiesta  de  Todos  los 
Santos,  aun  mesmo  tiempo  encerrasen  todos  losmoris- 
íos,  de  cualquiera  calidad  y  condición  que  fuesen ,  en 
las  iglesias  de  los  lugares  de  sus  partidos,  y  acompaña- 
dos de  la  gente  de  guerra  que  para  ello  estaba  repar- 
tida, los  metiesen  la  tierra  adentro;  y  para  que  se  hi- 
ciese con  mas  seguridad  ^e  proveyeron  algunas  co- 
sas necesarias.  Ordenóse  que  tres  mil  hombres  de  la 
Andalucía  y  de  otras  partes ,  que  venían  ya  camino 
para  quedarse  de  presidio  en  los  fuertes  que  el  Comen- 
dador mayor  dejaba  hechos,  se  ocupasen  primereen 
sacar  los  moriscos  del  reino  de'  Granada.  Que  el  Co- 
mendador mayor,  para  el  dia  en  que  se  habían  de  re- 
coger, tuviese  tomados  los  pasos  de  las  sierras  por 
donde  se  podrían  volver  á  ellas.  Que  don  Francisco 
Zapata  de  Cisneros,  señor  de  Barajas,  que  después 
tuvo  título  de  conde  y  fué  presidente  del  supremo  con- 
sejo de  Castilla ,  y  á  la  sazón  era  corregidor  de  Córdo- 
ba, con  la  gente  de  aquella  ciudad  acudiese  á  la  vega 
de  Granada ;  y  que  don  Alonso  de  Carvajal ,  señor  de  la 
villa  de  Jódar,  haciendo  otra  junta  de  gente  como  la 
que  habia  hecho  para  el  socorro  de  Serón,  fuese  al  par- 
tido de  Baza.  La  gente  de  la  Andalucía  llegó  á  un  mes- 
mo tiempo  á  lo  de  Granada  y  de  Guadíx,  repartida  en 
dos  partes.  El  Comendador  mayor  pasó  con  su  campo 
desde  Cádiar  á  Pitres  de  Ferreira ,  y  el  primer  dia  del 
mes  de  noviembre  tuvo  tomados  catorce  pasos  de  las 
sierras  con  gruesas  mangas  de  arcabucería.  Don  Fran- 
cisco Zapata  de  Cisneros,  con  docientos  caballos  y 
mil  infantes  de  su  corregimiento  partió  de  aquella  ciu- 
dad á  28  días  del  mes  de  otubre  en  la  tarde ,  y  á  los  30 
estuvo  en  Alhendin,  lugar  de  la  vega  de  Granada.  Ca- 
pitanes de  la  caballería  eran  don  Luis  Ponce  y  Alonso 
Martínez  de  Ángulo,  y  de  la  infantería  Gutierre  Muñoz 
de  Valenzuela ,  Hernando  Cebico ,  Pero  Hernández  de 
Monegra  y  don  Luis  de  Córdoba,  y  Luis  Hernández  de 
Córdoba ,  que  servia  el  oficio  de  sargento  mayor.  Iba 
toda  esta  gente  tan  bien  aderezada  y  proveída  de  armas 
y  de  caballos,  que  representaban  bien  la  pompa  de  su 
ciudad  y  de  su  capitán.  Llevaban  los  estandartes  y  ban- 
deras con  las  armas  de  la  ciudad,  que  son  un  león  ras- 
pante leonado  en  campo  blanco,  y  castillos  y  leones  por 
orla.  Los  escuderos  iban  vestidos  de  marlotas  colora- 
das ,  y  los  trompetas  y  ministriles  que  acompañaban  al 
capitán,  con  ropetas  de  terciopelo  carmesí  y  capotillos 
de  saya  entrapada ,  guarnecidos  de  franjas  y  pasamanos 
de  oro;  y  los  atambores  y  pifaros  con  libreas  de  seda  de 
colores  azul  y  amarillo ;  y  lo  que  mas  hubo  que  notar 
en  esta  gente  fué  su  buena  orden  y  disciplina.  Habia 
ya  enviado  á  mandar  don  Juan  de  Austria  á  don  Alonso 
de  Granada  Venegas  y  ú  los  otros  comisarios  que  tenían 
cargo  de  los  moros  reducidos  que  retirasen  los  que  te- 
nían alojados  cerca  de  la  sierra  á  otros  lugares  mas 
apartados ,  dándoles  á  entender  que  lo  hacían  porque 
no  recibiesen  daño  cuando  saliese  de  la  Alpujarra  la  gen- 


te del  Comendador  mayor.  Estando  pues  todo  preveni- 
do, el  dia  de  Todos  Santos  á  un  mesmo  tiempo  en  todo 
el  reino  de  Granada  se  encerraron  todos  los  moriscos, 
ansí  hombres  como  mujeres  y  niños ,  en  las  iglesias  y 
lugares  diputados,  aunque  en  algunas  partes  con  me- 
nos orden  de  la  que  convenia  Los  que  habían  quedado 
en  la  ciudad  de  Granada  y  los  que  estaban  recogidos  en 
los  lugares  del  valle  de  Lecrín  y  de  la  Vega  los  encerra- 
ron sin  escándalo  ni  alboroto,  y  los  llevaron  al  hospital 
Real  de  Granada  y  los  entregaron  á  los  capitanes  que  los 
habían  de  llevar.  Don  Francisco  Zapata  llevó  cinco  mil, 
y  don  Luis  de  Córdoba,  alférez  mayor  de  aquella  ciu- 
dad ,  los  demás.  Fueron  divididos  en  dos  partes,  y  cada 
parte  hechas  escuadras  de  á  mil  y  quinientos  moriscos, 
sin  los  viejos ,  mujeres  y  niños,  y  con  cada  escuadra 
iban  docientos  soldados  y  veinte  caballos  y  un  comisa- 
rio. Los  primeros  llevó  Luís  Hernández  de  Córdoba  á 
Extremadura  y  tierra  de  Plasencia ,  y  los  otros  fueron 
al  reino  de  Toledo.  Habia  algunos  moriscos  granadinos 
que  habían  sido  reservados  la  otra  vez ;  y  pretendiendo 
serlo  también  en  esta  ocasión ,  hicieron  diligencia  con 
el  presidente  don  Pedro  de  Deza ,  suplicándole  que  es- 
cribiese sobre  ello  á  don  Juan  de  Austria ;  el  cual  res- 
pondió que,  sin  embargo  de  que  aquellos  tales  hubiesen 
mostrado  voluntad  de  servir  á  su  majestad,  no  tenia 
orden  suya  para  mostrarles  gratificación  de  presente, 
ni  era  de  parecer  que  dejasen  de  salir  del  reino  de  Gra- 
nada ;  y  que ,  dando  fianzas  que  dentro  de  tres  días  sal- 
drían de  todo  él ,  los  dejasen  ir  solos  á  las  partes  y  lu- 
gares que  quisiesen  con  sus  familias  y  bienes  muebles; 
y  que  estando  fuera  del  reino,  intercedería  con  su  ma- 
jestad y  le  suplicaría  les  diese  licencia  para  volver  á  sus 
casas.  Por  la  mesma  orden  y  á  un  mesmo  tiempo  se  en- 
cerraron los  de  la  ciudad  de  Guadíx  y  de  los  lugares  de 
su  jurisdicíon  y  los  de  las  villas  del  marquesado  del  Cé- 
nete. También  el  duque  de  Arcos  recogió  los  que  pudo 
en  los  lugares  de  las  serranías  de  Ronda  y  Marbella ,  y 
los  envió  con  Antonio  Flores  de  Benavídes,  corregidor 
de  Gibraltar,  á  (llora,  y  allí  los  juntaron  con  los  que 
iban  de  Granada  á  la  ciudad  de  Córdoba.  Don  Alonso 
de  Carvajal ,  señor  de  la  villa  de  Jódar,  se  gobernó  tan 
bien  con  los  del  partido  de  Baza ,  que  siendo  gente  de 
quien  menos  seguridad  se  tenia ,  por  haber  andado  la 
mayor  parte  dellos  alzados  y  en  las  sierras,  los  recogió 
en  las  iglesias  pacíficamente ,  metiendo  gente  de  parte 
de  noche  en  los  lugares  donde  entendió  que  habia  mo- 
riscos sospechosos ,  y  publicando  que  les  quería  repar- 
tir trigo  y  bueyes  con  que  sembrasen  aquel  año ;  y  con 
esto,  y  con  mandar  soltar  libremente  algunos  moriscos 
que  los  soldados  le  traían  presos  por  haberlos  encon- 
trado que  se  iban  con  sus  armas  á  la  sierra ,  los  aseguró 
de  manera ,  que  muchos  de  los  que  estaban  ya  allá  se 
volvieron  á  sus  lugares ,  y  caminó  con  ellos  la  vuelta  de 
Albacete,  donde  habían  de  ir,  conforme  á  su  instruc- 
ción. Arévalo  de  Zuazo,  corregidor  déla  ciudad  de  Má- 
laga ,  con  la  gente  de  su  corregimiento  recogió  también 
pacíficamente  los  que  quedaban  en  los  lugares  del,  aun- 
que dificultó  el  negocio  harto  al  principio,  y  quiso  in- 
terceder por  algunos  de  los  que  no  se  habían  alzado; 
mas  no  hubo  lugar,  y  conforme  á  la  orden  que  se  le 
envió,  los  llevó  á  la  ciudad  de  Antequera ,  y  de  allí  pa- 
saron á  Extremadura  y  á  Plasencia ;  y  á  las  ciudades  do 
Ecija  y  Carmona  llevó  Gabriel  Alcalde  de  Gozon  los  de 


302 


LOS  DEL  MARMOL  CARVAJAL. 


Tolox  y  de  Cazarabonela.  Don  Juan  de  Alarcon  y  don 
Miguel  de  Moneada ,  á  quien  don  Juan  de  Austria  habia 
proveido  eslos  días  por  cabo  de  los  presidios  del  rio  de 
Almanzora ,  estuvieron  tan  desconformes  en  la  saca  de 
los  moriscos  de  aquel  partido,  que  hubo  notable  des- 
orden ,  y  los  soldados  con  mano  armada  comenzaron  á 
matar  y  á  captivar  la  gente  reducida;  y  viendo  esto,  se 
pusieron  muchos  moros  en  arma  y  se  subieron  á  la 
sierra  de  Bacáres.  Don  Pedro  de  Padilla  recogió  los  de 
su  partido  casi  con  igual  desorden ,  porque  estando  re- 
partidos en  muchas  partes ,  fué  dificultoso  poderlos  en- 
cerrar á  todos  en  las  iglesias  sin  que  algunos  lo  enten- 
diesen; y  los  dol  Boloduí  huyeron  á  la  sierra  de  Bacá- 
res. Habianso  de  recoger  los  otros  todos  en  tres  luga- 
res ,  y  en  el  uno ,  donde  estaba  el  capitán  Diego  Vene- 
gas,  hubo  tan  grande  desorden,  que  dio  materia  á  que 
los  moriscos  se  alborotasen ;  y  poniéndose  los  soldados 
en  arma,  mataron  al  pié  de  docientos  hombres ,  no  sin 
dafio  suyo,  porque  también  hubo  dellos  muchos  muer- 
tos y  heridos.  Los  que  pudieron  huir  se  subieron  á  la 
sierra  de  Bacdres ,  y  allí  se  juntaron  con  los  otros  y  co- 
menzaron á  hacer  nuevos  daños;  saquearon  los  solda- 
dos las  casas  del  lugar  y  tomaron  todas  las  mujeres  por 
esclavas;  cosa  que  dio  harta  sospecha  de  que  la  desor- 
den habia  nacido  de  su  codicia ;  mas  don  Pedro  de  Pa- 
dilla lo  atajó  con  poner  las  moriscas  en  libertad  y  en- 
viarlas con  los  reducidos  de  los  otros  lugares ,  que  fue- 
ron llevados  á  la  ciudad  de  Almería ,  y  de  allí  á  Vera  y  á 
Albacete;  y  don  Sancho  de  Leiva  embarcó  los  de  Alme- 
ría y  su  tierra  en  las  galeras  de  su  cargo ,  y  los  llevó  á  la 
ciudad  de  Sevilla.  Desla  manera  se  despobló  el  reino  de 
Granada  de  la  nación  morisca,  y  si  no  acaecieran  las 
desórdenes  dichas,  fueran  muy  pocos  los  montaraces 
que  quedaran  en  él ;  como  quiera  que  después  los  que 
se  fueron  huyendo  ó  la  mayor  parte  dellos  tornaron  á 
reducirse ,  entendiendo  el  buen  tratamiento  que  se  ha- 
cia á  los  que  iban  la  tierra  adentro ,  y  fueron  admitidos 
y  llevados  con  ellos,  y  los  que  no  quisieron  tomar  el 
buen  consejo  se  perdieron.  Muchos  fueron  los  que  se 
pasaron  á  Berbería,  que  sirvieron  á  Abdul  Malic,  rey 
de  Fez ,  en  su  milicia ,  con  nombre  de  andaluces,  que  no 
fueron  poca  parte  para  desbaratar  y  vencer  á  don  Se- 
bastian ,  rey  de  Portugal ,  en  la  batalla  cerca  del  rio  de 
Alcázar  Quibir,  donde  murió,  yendo  á  restituir  en  aque- 
llos estados  á  Mahamete  Xerife,  hijo  de  Abdalá,  á  quien 
Abdul  Malic  habia  desposeído,  como  lo  diremos  en  la 
segunda  impresión  de  nuestra  África ,  que  saldrá  bre- 
vemente á  luz  con  el  favor  divino. 

CAPITULO  VIL 

Cdmo  don  Juan  de  Austria  y  el  eomendador  mayor  de  Castilla 
despidieron  la  gente  de  guerra  ,  y  se  di6  orden  cómo  se  acaba- 
sen los  rebeldes  que  habían  quedado  en  la  sierra. 

Retirados  los  moriscos  del  reino  de  Granada  de  la 
manera  que  hemos  dicho,  y  metidos  la  tierra  adentro, 
el  Comendador  mayor  encaminó  la  gente  que  habia  de 
quedar  en  los  presidios  de  la  Alpujarra ,  y  los  dejó  pro- 
veídos, y  con  orden  que  no  dejasen  de  hacer  correrías 
á todas  partes;  y  mandó  que  Francisco  de  Arroyo  y 
Luis  de  Arroyo,  y  Reinaldos  y  Leandro  de  Palencia, 
y  Juan  López  y  Diego  Rodríguez,  y  Diego  de  Ortega  y 
Juan  Jiiíienez  con  sus  cuadrillas  de  gente  del  campo, 
corriesen  la  tierra.  Estas  cuadrillas  sirvieron  &.  orden 


de  don  Hernando  Hurtado  de  Mendoza,  que  hoy  es  ca- 
pitán general  de  la  costa  del  reino  de  Granada,  de  quien 
podemos  decir  que  dio  fin  al  rebelión  de  la  Alpujarra, 
siguiendo  á  los  rebeldes  pertinaces  por  su  persona  de 
noche  y  de  día,  yendo  á  pié  con  las  cuadrillas  como 
cualquier  soldado  particular,  hasta  que  dio  fin  dellos 
en  las  sierras  y  en  las  cuevas  donde  se  habían  metido. 
Dejando  pues  el  Comendador  mayor  prevenido  lo  de 
la  Alpujarra,  á  3  días  del  mes  de  noviembí  e  fué  á  la  ciu- 
dad de  Granada ,  y  en  llegando ,  dio  licencia  á  la  gente 
de  las  ciudades  que  se  fuesen  á  sus  casas.  También 
partió  don  Juan  de  Austria  de  Guadix  cinco  días  des- 
pués ,  y  á  los  once  entró  en  la  ciudad  de  Granada ,  y 
con  él  el  duque  de  Sesa;  fué  alegremente  recebido  de 
todos  los  tribunales  y  gente'  de  guerra,  porque  cierto 
le  amaban  mucho.  Y  mientras  estuvo  en  Granada,  que 
fueron  diez  y  nueve  días ,  se  ocupó  en  dar  orden  como 
acabar  los  moros  rebelados  que  quedaban  en  las  sier- 
ras, y  en  reformar  capitanes  y  oficiales  de  los  que  ha- 
bían servido  á  sueldo  de  su  majestad  y  no  eran  ya  me- 
nester, mandándoles  pagar  lo  que  se  les  debía ,  y  ha- 
ciéndoles otras  mercedes  mas  conformes  á  la  posibi- 
lidad presente,  que  al  deseo  que  tenia  de  que  no  fuesen 
menores  que  los  servicios  que  habían  hecho  en  aquella 
guerra; y  dejando  ordenadas  las  escoltas  que  habían 
de  proveer  los  presidios  para  aquel  invierno,  y  las  cua- 
drillas que  de  ordinario  corriesen  las  sierras  en  segui- 
miento de  Aben  Aboo  y  de  otros  rebeldes,  quedó  en  su 
lugar  el  comendador  mayor  de  Castilla  ,  y  á  30  días  del 
mes  de  noviembre  partió  de  la  ciudad  de  Granada 
para  la  corte  de  su  majestad. 

No  mucho  después  el  duque  de  Arcos  juntó  de  nue- 
vo gente  en  la  ciudad  de  Ronda  para  acabar  de  des- 
hacer los  moros  que  hacían  daños  en  aquella  tierra ,  y 
partió  en  su  busca  con  mil  y  quinientos  arcabuceros 
de  los  soldados  y  gente  de  señores ,  y  otros  mil  de  sus 
vasallos,  y  con  los  caballos  que  pudo  juntar.  Eran  los 
enemigos  tres  mil  hombres,  los  dos  mil  escopeteros 
acaudillados  por  el  Melchi,  y  mostraban  determinación 
de  morir  ó  defender  la  sierra ;  y  siendo  el  duque  de  Ar- 
cos avisado  dello ,  ordenó  á  Pedro  de  Mendoza  que  con 
seiscientos  arcabuceros  fuese  á  la  boca  del  Rio  Verde 
por  el  pié  de  la  sierra ,  y  á  Lope  Zapata ,  que  con  otros 
seiscientos  caminase  hacia  Gaimon,  á  la  parte  délas  vi- 
ñas de  Monda,  yendo  el  uno  del  otro  medía  legua  ,  y 
con  el  resto  de  la  gente  comenzó  á  caminar  por  aquel 
espacio  que  quedaba  entre  ellos.  Pedro  Bermudez,  que 
llevaba  la  mano  derecha ,  dio  mandato  á  Carlos  de  Vi- 
llegas, que  estaba  en  la  guardia  de  ístan  y  de  Hojen  con 
dos  compañías  de  infantería  y  cincuenta  caballos ,  que 
con  docientog  arcabuceros 'tomase  á  un  tiempo  lo  alto 
de  la  sierra  y  las  espaldas  del  sitio  del  enemigo;  y  á 
Arévalo  de  Zuazo,  que  partiendo  de  Málaga  con  mil  y 
docientos  soldados  y  cincuenta  caballos,  acudiese  á  la 
parte  de  Monda.  Partieron  todos  á  un  tiempo  de  no- 
che, para  hallarse  á  la  mañana  con  los  enemigos,  los 
cuales  avisados  por  unos  tiros  de  arcabucería  que  ha- 
bían oído  ó  por  alguna  espía,  dejaron  el  lugar  que  te- 
nían ,  y  se-mejoraron  á  la  parte  de  Pedro  de  Mendoza, 
que  era  el  postrero,  por  tener  la  salida  mas  abierta. 
Comenzó  el  Duque  á  subir  la  sierra,  y  Pedro  de  ¡Mendo- 
za á  pelear  con  igualdad ,  yéndose  los  moros  siempre 
mejorando;  y  aunque  el  Duque  iba  algo  apartado  del, 


REBELIÓN  Y  CASTIGO  DE  LOS  MORISCOS  DE  GRANADA. 


3«3 


en  oyendo  la  arcabucería,  entendió  que  se  peleaba  por 
aquella  parte,  y  se  le  acercó  por  la  ladera  de  la  sierra;  y 
en  descubriendo  la  escaramuza,  con  los  mas  arcabu- 
ceros y  caballos  que  pudo  juntar,  acometió  á  los  ene- 
migos, llevando  cerca  de  sí  á  don  Luis  Ponce,  su  hijo. 
Porfióse  buen  ruto  de  entrambas  partes,  y  no  pudien- 
do  los  moros  resistir ,  tomaron  lo  alto,  y  de  allí  se  par- 
tieron desbaratados,  quedando  muertos  mas  de  ciento, 
y  entre  ellos  el  Melchi ;  y  si  acudieran  á  salir  á  la  hora 
que  se  les  ordenó  Pedro  Bermudez  y  Curios  de  Ville- 
gas, se  hiciera  mayor  efeto.  Repartió  luego  el  Duque  la 
gente  en  cuadrillas,  que  anduvieron  siguiendo  á  los  mo- 
ros, y  mataron  otros  ochenta,  que  no  so  hallaron  mas; 
y  con  esto  se  volvió  á  Ronda,  y  se  dio  fin  á  la  guerra 
por  aquella  parte.  Y  porque  el  Comendador  mayor  ha- 
bla de  ir  á  la  jornada  de  la  Uga  que  los  príncipes  cris- 
tianos hacían  contra  el  Gran  Turco,  como  teniente  de 
capitán  general  de  la  mar  por  don  Juan  de  Austria, 
mandó  su  majestad  al  duque  de  Arcos  que  fuese  á  dar 
fin  en  lo  que  quedaba  por  hacer  en  Granada ;  el  cual 
entró  en  aquella  ciudad  á  20  días  del  mes  de  enero  del 
año  del  Señor  1371.  Estúvose  allí  algunos  días  el  Co- 
mendador mayor  informándole  de  los  negocios  de  la 
Alpujarra,  como  persona  que  tan  bien  los  entendía.  Re- 
forzáronse las  cuadrillas  de  la  gente  del  campo  del  car- 
go de  don  Hernando  Hurlado  de  Mendoza,  y  dióse 
orden  en  otras  cosas  del  servicio  de  su  majestad,  con 
asistencia  y  parecer  del  presidente  don  Pedro  de  Deza ; 
y  por  febrero  de  aquel  año  se  fué  á  la  corte,  donde  llegó 
también  el  duque  de  Sesa,  habiendo  estado  algunos 
días  en  su  estado.  En  Baza  quedó  por  capitán  y  cabo 
de  la  gente  de  guerra  don  Juan  Enriquez  por  orden  de 
su  majestad ,  y  en  el  rio  de  Almanzora  don  Miguel  de 
Moneada,  donde  se  hicieron  después  buenos  efetos 
contra  los  moros  que  quedaban  derramados,  desha- 
ciéndolos con  hierro,  hambre  y  desventura.  Solo  nos 
queda  por  decir  el  fin  y  muerte  de  Aben  Aboo ,  cuya 
sangre  hubo  al  fin  de  derramar  el  torpe  Seníz,  famoso 
monfí,  de  quien  mucho  se  fiaba. 

CAPITULO  VIH. 

Que  traía  de  la  muerte  de  Aben  Aboo  y  fln  desla  guerra. 
Andaba  en  este  tiempo  Aben  Aboo  huyendo  por  las 
sierras  que  caen  entre  Bérchuly  Trevélez,  en  lomas 
agrio  de  la  Alpujarra,  y  escondiéndose  de  cueva  encue- 
va, porque  ya  no  le  quedaban  sino  cuatrocientos  hom- 
bres que  le  siguiesen ;  y  las  personas  de  quien  mas  se 
fiaba  eran  un  Bernardino  Abu  Amer,  su  secretario ,  y 
Gonzalo  el  Seníz,  famoso  monfí,  de  quien  habernos  he- 
cho mención  otras  veces.  Este  habla  estado  cuatro  años 
preso  en  la  cárcel  de  chancillería  de  Granada  por  muer- 
te de  un  hombre ,  y  un  año  antes  del  rebelión  se  había 
soltado  y  dádose  á  la  sierra  con  los  monfís,  donde  ha- 
bía cometido  otros  muchos  delitos ;  y  viendo  su  perdi- 
ción ,  había  hecho  una  barca  secretamente  para  irse  á 
Berbería,  y  Aben  Aboo  se  la  había  hecho  quemar,  y 
mandádole  que  no  bajase  hacia  la  marina,  sino  que  an- 
duviese en  la  sierra  con  los  otros  compañeros ;  y  así  por 
esto,  como  por  otrascosas  que  habían  pasado  entre  ellos, 
teniéndose  por  muy  agraviado,  mantenía  enemistad  se- 
creta con  él ;  y  aun  deseaba,  según  lo  que  nos  certificó, 
que  se  ofreciese  ocasión  en  que  poderse  vengar.  Suce- 
dió pues  que,  estando  Galaso  Rotulo ,  natural  de  Ciu- 


dad Real,  por  gobernador  de  los  presidios  de  Cádiar  y 
Bérchul,  y  teniendo  presos  ciertos  moros  para  hacerles 
justiciar,  llegó  allí  un  platero  vecino  de  Granada,  lla- 
mado Francisco  Barredo ,  que  solía  tener  mucha  amis- 
tad y  conocimiento  con  los  moriscos  de  la  Alpujarra 
antes  que  se  levantasen,  y  les  llevaba  á  vender  cosas  do 
plata  y  de  oro;  el  cual,  confiado  en  que  no  le  harían 
mal  por  este  respeto ,  iba  también  en  tiempo  de  guer- 
ra á  comprarles  seda ,  oro  y  aljófar  y  otras  cosas  ;  y  an- 
dando un  día  mirando  unos  moros  que  Galaso  Rotulo 
quería  hacer  arcabucear,  uno  dellos,que  era  muy  su 
amigo  y  se  llamaba  Bernardino  Zataharí ,  corrió  á  to- 
marle las  manos  para  besárselas,  y  le  comenzó á  contar 
sus  trabajos.  El  Barredo  le  consoló,  y  hizo  con  los  sol- 
dados que  se  lo  dejasen  llevar  á  su  posada  aquel  día ;  y. 
preguntándole  por  Aben  Aboo,  y  por  jos  que  andaban 
con  él ,  y  el  lugar  donde  se  recogían ,  le  contó  el  moro 
con  verdad  todo  lo  que  pasaba ,  y  como  Bernardino 
Abu  Amer  y  el  Seníz  de  Bérchul  eran  las  personas  do 
quien  mas  se  fiaba.  Era  este  Bernardino  Abu  Amer 
muy  grande  amigo  suyo,  y  luego  concibió  en  sí  que  si, 
le  enviaba  á  hablar,  ofreciéndole  perdón  de  sus  culpas 
y  otras  mercedes  de  parte  de  su  majestad,  no  dejaría 
de  hacer  algún  señalado  servicio,  persuadiendo  á  Aben 
Aboo  á  que  se  redujese,  ó  entregándole  muerto  ó  vivo; 
y  preguntando  al  Zataharí  si  se  atrevería  á  hacer  un 
hecho  de  hombre,  por  donde  viniese  á  ganar  libertad, 
le  respondió  que  por  salvar  la  vida  haría  cualquier 
cosa  que  le  mandase.  «  Has  de  ir  ( dijo  entonces  el  pla- 
tero) á  llevarme  una  carta  á  Bernardino  Abu  Amer,  y  á. 
decirle  que  se  venga  á  ver  conmigo  entre  Bérchul  y 
Trevélez.  Y  si  esto  cumples  como  hombre  de  bien,  y  me 
traes  respuesta ,  yo  haré  que  tengas  libertad  y  que  su 
majestad  te  haga  mercedes.»  Y  como  el  moro  prome- 
tiese de  servir  fielmente,  Barredo  lo  comunicó  con  Ga- 
laso Rotulo,  y  lepidio  que  mientras  iba  á  Granada  á 
liablar  con  los  del  Consejo  no  hiciese  justicia  del ;  el 
cual  holgó  dello,  y  partiendo  luego  para  Granada,  tra- 
tó con  el  Comendador  mayor,  que  aun  no  era  ido,  y 
con  el  duque  de  Arcos,  el  negocio ,  ofreciéndose  que 
daría  orden  por  medio  de  aquel  moro  como  Aben  Aboo 
se  redujese  ó  fuese  preso  ó  muerto.  Los  del  Consejo 
tuvieron  el  negocio  por  incierto  al  principio,  y  no  to- 
maban resolución,  hasta  que  viendo  la  instancia  que 
Barredo  hacia,  y  lo  poco  que  se  aventuraba  en  soltar  un 
moro,  acordaron  que  se  le  diese  orden  para  que  Gala- 
so  Rotulo  se  lo  entregase  ;  el  cual  se  lo  entregó ,  y  lo 
envió  con  una  caria  para  Bernardino  Abu  Amer,  ad- 
virtiéndole que  si  le  prendiesen  otros  moros  en  el  ca- 
mino, dijese  que  iba  huyendo  y  que  se  había  soltado 
de  la  prisión  de  Cádiar.  Tenia  Gonzalo  el  Seníz  pues- 
tas sus  atalayas  al  derredor  de  las  sierras  donde  estaba 
su  cueva ;  y  como  el  Zataharí  llegó  cerca  dellas,  salieron 
quince  moros  á  él ,  y  le  prendieron ,  y  lo  llevaron  ante 
él ;  y  preguntándole  de  donde  venía,  dijo  que  iba  hu- 
yendo de  Cádiar;  mas  el  solene  monfí  entendió  luego 
quele  mentía,  y  le  amenazó  con  la  muerte  si  no  le  decía 
la  verdad.  El  moro  no  osó  decir  otra  cosa ,  y  sacan- 
do la  carta  que  llevaba,  se  la  dio ,  y  le  contó  todo  lo  que 
pasaba.  Entonces  dijo  el  Seniz  que  no  tuviese  miedo, 
porque  mejor  negocio  haría  con  él  que  con  Abu  Amer; 
el  cual,  en  oyendo  semejante  embajada ,  era  cierto  que 
le  había  de  malar,  y  que  si  Barredo  quisiese  tratarle 


364 

verdad ,  seria  mas  parte  para  su  pretensión  que  nadie; 
y  encargándole  el  secreto,  para  cumplir  con  los  moros 
que  le  liabian  visto  prender  hizo  llamar  allí  á  Abu 
Amer,  y  le  dio  la  carta  de  Barredo;  el  cual  se  enojó 
tanto,  que  quiso  matar  al  moro  que  la  llevaba;  y  le 
matara  si  no  se  lo  quitara  de  delante  el  Seniz ,  diciendo 
que  no  le  liabia  de  liacer  mal ,  porque  lo  que  liabia  lie- 
ebo  liabia  sido  por  salvar  la  vida.  Luego  habló  secre- 
tamente coa  Zatahari  ,  y  le  dijo  que  fuese  á  Cádiar,  y 
dijese  de  si>  parte  á  Rarredo   que  aquel  negocio  no 
iba  bien  encaminado  por  aquella  via;  que  él  lo  baria 
mejor  si  le  traia  perdón  de  su  majestad  generalmente 
de  todas  sus  culpas,  y  le  daban  á  su  mujer  y  á  una  hija 
que  tenia  captivas.  El  moro  fué  á  Cádiar,  y  refiriendo 
á  Barredo  lo  que  el  Seniz  le  habia  dicho  que  le  dijese, 
fué  luego  á  verse  con  él  entre  Bérchul  y  Trevélez ;  y 
después  que  hubieron  platicado  largamente  en  el  ne- 
gocio,  escribió  el  Seniz  una  carta  en  arábigo  para  el 
Presidente,  ofreciéndose  de  reducir  á  Aben  Aboo,ó 
darle  muerto  ó  vivo,  si  veia  seguridad  de  la  merced 
que  su  majestad  le  hacia  ;  y  pidiendo  que  para  satis- 
facion  desto  y  de  que  no  se  le  trataba  engaño,  lo  que 
se  acordase  y  la  orden  ó  carta  que  se  hubiese  de  en- 
viar fuese  en  letra  árabe  de  mano  del  licenciado  Cas- 
tillo, que  conocía  muy  bien.  "Viendo  pues  el  duque  de 
Arcos  y  el  Presidente  y  los  del  Consejo  que  con  el 
ofrecimiento  del  Seniz  se  daba  fin  á  la  guerra ,  manda- 
ron al  licenciado  Castillo  que  le  escribiese  como  su 
majestad  le  concedía  lo  que  pedia ;  y  que  cumpliendo  lo 
que  prometía^  demás  de  su  merced  particular,  tendrian 
libertad  los  moros  que  trajese  consigo,  y  se  les  harían 
otras  mercedes.  Con  este  recaudo,  y  una  carta  de 
creencia  para  Leonardo  Rotulo  Carrillo ,  que  en  este 
tiempo  asistía  por  cabo  y  gobernador  de  aquellos  presi- 
dios, por  ausencia  de  Galaso  Rotulo,  su  hermano,  partió 
Barredo  de  Granada  á  13  dias  del  mes  de  marzo  del  año 
de  1571;  y  enviando  desde  Cádiar  á  avisar  al  Seniz, 
se  fueron  á  ver  luego  con  Leonardo  Rotulo  en  el  pro- 
prio  lugar  donde  se  hablan  visto  la  otra  vez;  el  cual 
holgó  mucho  del  buen  despacho  que  le  llevaban,  vien- 
do la  carta  de  letra  del  licenciado  Castillo,  y  una  orden 
que  iba  firmada  del  Presidente,  cuya  firma  conocía, 
porquela  habia  visto  otras  veces ;  y  prometiéndoles  que 
cumpliriabrevementeloqueá  él  tocase,  volvieron  á  Bér- 
chul. Restas  vistas  del  Seniz  con  Barredo  fué  avisado 
Aben  Aboo,  y  como  hombre  sospechoso,  queriendo  sa- 
ber lo  que  trataba,  tomó  consigo  á  Abu  Amer  y  una 
cuadrilla  de  escopeteros,  y  se  fué  á  la  cueva  del  Seniz , 
que  era  fuerte  en  la  sierra,  llamada  el  Huzúm,  entre 
Bérchul  y  Mecina  de  Bombaron ,  á  media  noche;  y  de- 
jando la  gente  á  la  parte  de  fuera ,  entró  con  solos  dos 
moros,  por  mejor  disimular  con  él ,  y  le  preguntó  que 
con  qué  licencia  habia  hablado  con  Barredo.  El  cual 
le  respondió:  «Señor,  con  la  vuestra;  y  agora  queria 
ir  á  daros  parte  de  lo  que  tratamos.  Sabed  que  nuestra 
platicaba  sido  para  bien  vuestro  y  de  todos  los  que 
aquí  estamos ;  porque  el  Presidente  nos  envía  á  decir 
quenosreduzgamosal  servicio  de  su  majestad  ,yque 
nos  hará  merced  de  perdonarnos,  y  que  nos  dejará  ir 
libremente  á  vivir  donde  quisiéremos;  y  demás  desto 
nos  hará  otras  muchas  mercedes ,  que  nos  envía  firma- 
das de  su  nombre  en  este  papel.»  Y  sacando  los  des- 
pachos que  Barredo  le  habia  llevado  ^ara  mostrárselos, 


LUIS  DEL  MARMOL  CARVAJAL. 

Aben  Aboo  se  airó  grandemente ,  diciendo  que  todo 
era  maldad  y  traición ,  y  quiso  salir  á  llamar  á  Abu 
Amer;  pero  cuando  llegó  á  la  boca  de  la  cueva ,  donde 
habia  dejado  los  dos  moros  y  á  un  sobrino  del  Seniz  lla- 
mado Rartolomé,y  otro  cunado  suyo,  habían  muerto 
el  uno  dellos,  y  el  otro  habia  salido  huyendo.  Tenia  el 
Seniz  consigo  seis  hombres  de  hecho  ,  todos  parientes 
suyos,  los  cuales,  viendo  la  determinación  de  Aben 
Aboo,  quisieron  detenerle ,  y  estando  bregando  con  él, 
llegó  el  Seniz  por  detrás  y  le  dio  con  el  mocho  de  la  es- 
copeta tan  gran  golpe  en  la  cabeza,  que  le  derribó  en 
el  suelo,  y  allí  le  acabaron  de  matar.  Y  porque  Abu 
Amer  y  los  que  "con  él  estaban  entendiesen  que  no  te- 
nían ya  á  quien  defender,  arrojáronles  luego  el  cuerpo 
muerto  desde  una  peña  alta  que  estaba  delante  de  la 
cueva;  mas  no  estaban  allí  los  moros  que  habia  dejado, 
porque  habian  ido  á  visitar  amigos  por  las  otras  cue- 
vas allí  cerca.  Esta  ocasión  fué  tan  á  propósito  del  Se- 
niz como  lo  pudiera  desear ,  viniéndosele  á  las  manos; 
aunque  no  era  cosa  nueva  para  Aben  Aboo  irse  las  mas 
noches  de  cueva  en  cueva  con  dos  ó  tres  compañeros. 
Finalmente  el  primer  aviso  que  Abu  Amer  tuvo  fué  ver 
el  cuerpo  muerto,  y  como  hombres  inconstantes ,  sos- 
pechosos de  sí  mesmos,  se  fué  cada  uno  por  su  parte,  y 
los  mas  se  juntaron  luego  con  el  Seniz ,  para  gozar  del 
indulto  que  tenia.  Abu  Amer  no  quiso  reducirse ,  y 
después  le  prendieron  las  cuadrillas ,  y  murió  arrastra- 
do y  hecho  cuartos.  Muerto  Aben  Aboo ,  el  Seniz  avisó 
á  Leonardo  Rotulo  y  á  Francisco  Rarredo,  que  estaban 
en  Bérchul ,  y  les  pidió  una  acémila  en  que  llevar  el 
cuerpo ,  y  siéndole  enviada ,  lo  llevó  al  presidio  y  se  lo 
entregó.  De  allí  lo  llevaron  á  Cádiar,  y  porque  no  olíe- 
se  mal,  habiéndole  de  llevar  á  Granada,  le  abrieron  y 
hincheron  de  sal.  Luego  avisaron  al  duque  de  Arcos,  y 
tornando  á  la  sierra ,  recogieron  los  moros  y  moras  que 
se  venían  á  reducir,  que  eran  muchos;  y  cuando  vol- 
vieron á  Cádiar,  hallaron  á  Juan  Rodriguez  de  Villa- 
fuerte  Maldonado,  corregidor  de  Granada,  y  del  Conse- 
jo, que  por  orden  del  Duque  iba  á  asistir  á  la  reducion 
desaquellas  gentes ;  el  cual  quedó  en  el  lugar  para  aquel 
efeto,  y  mandó  que  Leonardo  Rotulo  y  Barredo  lleva- 
sen á  Granada  el  cuerpo  de  Aben  Aboo  y  los  moros 
reducidos.  Entraron  por  la  ciudad  con  gran  concurso 
de  gente ,  deseosos  de  ver  el  cuerpo  de  aquel  traidor, 
que  había  tenido  nombre  de  rey  en  España.  Delante  iba 
Leonardo  Rotulo,  y  luego  Francisco  Barredo  á  la  mano 
derecha ,  y  á  la  izquierda  el  Seniz  con  la  escopeta  y  al- 
fanje de  Aben  Aboo  ;  todos  tres  á  caballo.  Luego  se- 
guía el  cuerpo  sobre  un  bagaje,  enhiesto  y  entablado  de- 
bajo de  los  vestidos ,  de  manera  que  parecía  ir  vivo ;  y 
de  un  cabo  y  de  otro  los  parientes  del  Seniz  con  sus  ar- 
cabuces y  escopetas.  Detrás  de  todos  iban  los  moros 
reducidos  con  sus  bagajes  y  ropa ;  los  que  llevaban  ba- 
llestas, quitadas  las  cuerdas;  y  los  que  escopetas,  las 
llaves ;  y  á  los  lados  la  cuadrilla  de  Luís  de  Arroyo,  y 
de  retaguardia  Jerónimo  de  Oviedo ,  comisario  de  la 
gente  de  guerra  de  aquellos  presidios,  con  un  estandar- 
te de  caballos.  Desta  manera  entraron  por  la  ciudad,  ha- 
ciendo salva  los  arcabuceros  y  respondiendo  la  artille- 
ria  de  la  Alhambra,  y  fueron  hasta  las  casas  de  la  Au- 
diencia, donde  estaban  el  duque  de  Arcos,  y  el  presi- 
dente don  Pedro  de  Deza,  y  los  del  Consejo,  y  gran  nú- 
mero de  caballeros  y  ciudadanos.  Apeáronse  Leonardo 


REBELIÓN  Y  CASTIGO  DE  LOS  MORISCOS  DE  GRANADA. 


33S 


Rotulo  y  Francisco  Barrerlo  y  el  Seniz,  y  subieron  á 
besar  las  manos  al  Duque  y  al  Presidente,  á quien  el 
Seniz  bizo  su  acatamiento  y  entregó  el  alfanje  y  la  es- 
copeta de  Aben  Aboo,  diciendo  queiíacia  como  el  buen 
pastor,  que  no  pudiendo  traer  á  su  señor  la  res  viva, le 
traía  el  pellejo.  Tomó  el  Duque  las  armas,  agradecién- 
doles á  todos  tres  lo  bien  que  se  habían  gobernado  en 
aquel  negocio,  y  ofreciéndoles  que  intercedería  con  su 
majestad  para  que  les  hiciese  particulares  mercedes. 
Mandó  luL'go  arrastrar  y  hacer  cuartos  el  cuerpo  de 
Aben  Aboo,  y  la  cabeza  fue  puesta  en  una  jaula  de  hier- 
ro sobre  el  arco  de  la  puerta  del  Rastro,  que  sale  al 
camino  de  las  Alpujarras,  donde  hoy  está.  Estuvo  el  du- 
que de  Arcos  en  aquella  ciudad  hasta  diez  y  siete  de  no- 
viembre de  aquel  año,  que  partió  para  su  casa  proveído 
por  visorey  de  Valencia ;  y  quedó  á  cargo  de  don  Pedro 
de  Deza  la  presidencia  de  todos  los  negocios  de  justi- 
cia ,  de  guerra ,  de  hacienda  y  de  población.  Fuese  po- 
blando la  tierra  de  cristianos  con  alguna  dificultad  al 
principio ;  mas  la  codicia  de  las  haciendas,  que  su  ma- 
jestad mandó  repartir  éntrelos  nuevos  pobladores,  y 
las  franquezas  que  les  dio,  lo  facilitó  adelante;  y  desta 
manera,  habiendo  sido  la  mudanza  de  aquel  reino  el 
quicio  sobre  que  toda  España  dio  la  vuelta,  y  hachóse 
la  guerra  por  la  religión  y  por  la  fe,  el  premio  de  los 
trabajos  y  de  tanta  sangre  cristiana  como  en  ella  se 
derramó,  fué  desterrar  la  nación  morisca  que  ha- 
bla quedado  en  él.  ¡Oh  cuan  felice  hora  fué  para  tí, 
insigne  ciudad  de  Granada,  cuando  los  católicos  re- 
yes don  Hernando  y  doña  Isabel  te  sacaron  de  la  suje- 
ción del  demonio!  Ellos  te  ennoblecieron  con  suntuosos 
edificios,  aumentáronte. y  adelantáronte  en  religión  di- 
vina y  estado  temporal ,  haciendo  tus  ceremoniosas 
mezquitas ,  en  que  se  veneraba  el  falso  Mahoma ,  tem- 
plos sagrados ,  donde  fuese  glorificado  el  Redentor  del 


mundo.  En  lugar  de  los  raenftis  y  de  los  sectarios  ¡ilfu- 
quís,  y  desús  guadores  y  zalaes,  cobraste  arzobispos 
santos,  sacerdotes  y  religiosos  celosos  de  la  verdadera 
fe,  que  celebrasen  el  culto  divino,  y  administrando  los 
sacramentos  á  tus  moradores,  le  hiciesen  parroquiana 
del  cielo.  Juntándote  pues  con  el  pueblo  crístiano ,  te 
hicieron  hija  de  quien  siempre  habías  sido  enemiga; 
metiéronte  en  el  gremio  de  la  santa  Iglesia  romana; 
conformáronte  con  los  príncipes  católicos  y  con  los  va- 
rones escogidos,  por  quien  esclarece  el  sagrado  Evan- 
gelio; apartáronte  de  la  confusión  de  los  alcoranistas; 
y  siendo  maestra  de  las  setas  y  de  errores,  te  hicieron 
discípula  de  verdad.  En  lugar  de  los  carlís,  que  te  re- 
gían y  gobernaban  con  leyes  frivolas  y  de  poco  funda- 
mento, te  dieron  gobernacíonaprobada,  un  corregidor, 
un  cabildo ,  un  tribunal  de  la  fe ,  una  audiencia  supre- 
ma ,  donde  las  leyes  de  verdad  igualan  á  chicos,  media- 
nos y  mayores,  con  el  juicio  de  hombres  escogidos, pro- 
fesores de  letras  legales ,  y  un  presidente,  que  presi- 
diendo á  loque  se  hace ,  ordena  lo  que  se  ha  de  hacer. 
Harto  mas  debes,  Granada,  á  estos  católicos  príncipes 
que  á  los  que  edificaron  tus  primeros  fundamentos ;  que 
no  han  sido  mayores  los  trabajos  bélicos  que  has  pade- 
cido que  la  paz  cristiana  de  que  al  presente  gozas  me- 
diante el  felice  gobierno  del  cristianísimo  rey  don  Feli- 
pe, su  biznieto,  que  extirpando  la  herejía,  que  había 
quedado  en  los  corazones  de  los  nuevamente  convertí- 
dos  de  moros  en  tu  reino,  te  ha  dejado  en  nuestros 
tiempos  al  cristianísimo  rey  don  Felipe,  su  hijo,  libre 
y  desembarazada  de  aquella  nación, para  que  mejor  te 
goces  con  el  pueblo  crístiano.  Dios,  por  su  misericor- 
dia, que  tanto  bien  y  merced  te  ha  hecho,  guarde, 
ampare  y  defienda  tan  esclarecido  príncipe,  y  tu  noble 
y  virtuosa  república  conserve. 


RELACIÓN 


OE  LAS 


COMUNIDADES  DE  CASTILLA 


w 


ESCRITA 


POR  EL  MUY  ILUSTRE  CABALLERO  PERO  AIEJU, 

eronilta  del  invictísimo  emperadoi*  doa  Carlos  V. 


PROEMIO. 
Üos  años  y  medio  liabia,  y  aun  no  cabales,  que  el  Em- 
perador liabia  venido  á  estos  reinos,  y  gobernádolos  por 
su  persona  y  presencia,  y  los  tenia  en  mucha  tranquili- 
darl,  paz  y  justicia,  cuando  el  demonio,  sembrador  de 
zizanas,  comenzó  á  alterar  los  pensamientos  y  volun- 
tades de  algunos  pueblos  y  gentes,  de  tal  manera,  que 
se  levantaron  después  tempestades,  alborotos  y  sedi- 
ciones ;  de  que  se  siguieron  grandes  daños  y  aun  muer- 
tes y  guerras  en  la  mayor  parte  de  Castilla,  que  dura- 
ron hartos  dias  :  lo  cual  considerando  yo,  y  acordán- 
dome de  la  quietud  y  sosiego  en  que  este  reino  estaba 
enlonces,  y  de  la  bondad  y  humanidad  deste  príncipe,  y 
cuan  sin  causa  ni  razón  se  movieron  estas  cosas,  me  pa- 
rece que  buenamente  podré  alegar  aquel  verso  del  se- 
gundo salmo  de  David  :  Quare  fremuerunt  gentes,  et 
populi  medüatisunt  inania?  Que  quiere  decir :  «¿Por 
qué  murmuraron  y  se  alborotaron  las  gentes,  y  los  pue- 
blos pensaron  y  acometieron  cosas  vanas?»  Que  muya 
propósito  lo  puedo  yo  aplicar  á  mis  castellanos,  como 

(i)  De  esta  obra,  inédita  hasta  hoy,  como  dejamos  dicho,  existen 
varios  ejemplares  entre  los  manuscritos  de  la  Biblioteca  Nacional 
(estante  G,  números  57,  64, 66  y  "O,  y  estante  Aa ,  numero  45i.  El 
cOdice  G,  64,  comprende  solo  la  Relación  de  las  comumdadeii, 
pups  torios  ios  demás  son  copias  de  la  vida  6  historia  de!  empe- 
r.idor  Carlos  V,  que  escribió  y  dejó  imcorapleta  al  principiar  el 
libro  V  el  cronista  Pedro  Mejía.  El  libro  ii,  que  es  el  que  aquí 
trasladamos,  se  reliere  únicamente  á  lo  ocurrido  durante  la  guer- 
ra rie  las  comunidades,  y  por  lo  mismo  se  puede  considerar  como 
obra  integra  y  separada  de  la  principal.  Para  la  impresión  hemos 
tenido  presentes  y  confrontado  entre  si,  además  de  los  citados 
manuscritos,  que  algunos  sun  del  siglo  xv,  y  los  mas  del  xvi,  otro 
que  hemos  debido  á  la  benévola  amistad  del  señor  don  Aureliano 
Fernandez  Guerra  y  Orbe,  perteneciente  á  su  escogida  librería,  y 
no  rl  peor  de  todos  seguramente.  El  cotejo  de  l;is  referidas  co- 
pias i  tarea  prolija  y  penosa  como  la  que  mas)  nos  ha  dado  el  pre- 
sente texto,  que  si  no  está  literalmente  conforme  con  ninguna  de 
aquellas  en  su  conjunto,  conviene  con  todas  en  la  esencia,  y  siem- 
pre con  alguna  en  particular,  pues  cuando  en  una  hemos  trope- 
zado con  erraias  ó  frases  desaliñadas,  que  las  tienen  á  cada  pa- 
so ,  hemos  hallado  en  otra  la  corrección  que  necesitábamos.  Y 
como  el  mencionado  libro  ii  de  la  obra  general  de  Mejía  no  lleva 
titulo  especial,  hemos  puesto  aquí  el  que  nos  ha  parecido  mas 
adecuado  i  la  Índole  del  escrito. 


David  lo  dijo  por  los  judíos;  pero,  como  digo,  fué  obra 
del  demonio;  el  cual,  pesándole  de  los  buenos  sucesos 
deste  rey,  y  de  la  paz  y  justicia  que  en  Castilla  liabia,  se 
dio  tan  buena  mam  ( permitiéndolo  Dios  por  nuestros 
pecados,  y  por  ventura  para  castigo  del  mesino  pue- 
blo, y  para  prueba  de  la  paciencia  y  clemencia  del  Em- 
perador, y  por  otros  fines  que  él  sabe ),  que  en  lugar  de 
quietud  y  tranquilidad,  puso  desasosiego  y  temor;  don- 
de había  justicia ,  agravios  y  insultos ;  en  lugar  de  paz, 
guerra  y  alborotos;  finalmente,  en  pocos  dias  las  cosas 
se  mudaron  de  bien  en  mal  en  aquellas  partes  y  pue- 
blos que  quisieron  seguir  csfa  vanidad ,  que  este  nom- 
bre merece  bien  por  cierto ;  y  para  encaminar  esto,  aun- . 
que  no  hubo  causa  ni  razón,  nunca  faltaron  imagina- 
ciones y  ocasiones,  que  bastaron  á  levantarlos  livianos 
corazones ,  y  después  creciendo  la  tempestad ,  llevaron 
tras  de  sí  &  los  demás;  lo  cual,  según  entonces  pude 
entender  y  asentarlo  en  mi  memoria,  y  por  relaciones 
verdaderas  lo  pude  colegir,  se  comenzó  y  prosiguió  en 
la  forma  que  se  sigue. 

CAPITULO  PRIMERO. 

Del  principio  y  origen  de  las  comunidades  de  Castilla,  y  cdmo  co- 
menzaron en  Toledo,  y  quién  fueron  sus  principales  caudillos, 
y  de  las  primeras  diligencias  que  hicieron  escribiendo  cartas  á 
todas  las  ciudades ,  y  del  llamamieuto  de  cortes  para  la  ciudad 
de  Santiago. 

Luego  que  se  publicó  poY  el  reino  la  determinación  de 
la  partida  del  Emperador  para  Alemana  á  su  corona- 
ción, á  todos  comunmente  pesó  della,  por  celo  que  se 
tenía  de  los  inconviníentes  y  daños  que  podría  causar 
su  ausencia ;  y  como  este  justo  pesar,  si  no  pasara  á  mas 
que  sentillo,  vino  sobre  la  injusta  querella  y  odio  que 
de  atrás  se  tenia  de  que  monsieur  de  Xebres  y  los  oíros 
extranjeros  tuviesen  el  aceptación  que  tenían  acerca 
del  Rey,  y  el  descontento  de  su  gobernación,  abrióse  ca- 
mino y  tomóse  atrevimiento  para  murmurar  y  tratar  de- 
11o  por  muchos  en  común,  diciendo  que  era  recia  cosa  que 
el  Einperador  se  fuese  ansí  y  dejase  desamparados  estos 
reinos,  y  que  manda«e  llamar  acortes  para  Galicia,  quo 
era  fuera  de  los  términos  deslos  reinos,  y  que  se  le  ütor- 


368  PERO  MEJIA. 

gil  se  agora  servicio  para  gastarlo  y  llevarlo  en  reinos  ex 


trunos,  no  habiéndose  aun  acabado  de  cobrar  lo  que  se 
liabia  otorgado  en  las  cortes  pasadas;  y  á  vueltas  destos 
descontentos,  que  parecían  tener  alguna  color  aparente, 
la  liviandad  del  pueblo  y  malicia  de  algunos  malditos 
y  escandalosos  ánimos  comenzaron  á  añadir  sospechas 
y  falsedades,  como'era  decir  que  se  iba  de  España  el 
iíey  para  nunca  volver  á  ella,  y  para  desfrutarla  y  lle- 
varse las  rentas  reales  y  servicios;  que  agora  en  estas 
cortes  queria  pedir  nuevas  sisas  é  imposiciones  muy 
graves,  y  ansí  otras  cosas  como  estas,  que  á  los  simples 
y  sencillos  y  sospechosos  eran  fáciles  de  persuadir,  y 
los  movian  y  alteraban.  Estas  cosas,  aunque  eran  así 
en  c5mun,  y  se  hablaban  por  muchos,  era  en  murmu- 
ración privada  y  particular ;  pero  no  que  en  los  cabil- 
dos y  ayuntamientos  de  las  ciudades  se  tratase  dello;  y 
á  lo  que  yo  he  podido  alcanzar,  donde  primero  se  puso 
en  público  acuerdo  fué  en  la  ciudad  de  Toledo,  la  cual, 
ansí  como  es  grande  y  poderosa ,  y  su  sitio  es  natural- 
mente fuerte  y  arriscado ,  ansí  produce  los  ánimos  del 
pueblo  y  común  della  levantados  y  osados,  y  acomete- 
dores de  cualquier  cosa  rigurosa. 

Tratándose  allí  pues  esta  plática  por  ventura  mas 
que  en  las  otras  ciudades,  los  regidores  della,  movi- 
dos con  engañado  celo  ó  por  pasiones  particulares  que 
tenían,  ó  porque  nunca  pensaron  que  la  cosa  llegase 
á  lo  que  después  llegó  (siendo  los  pr^icipales  y  cau- 
dillos dello  Juan  do  Padilla  y  don  Pero  Lasso  de  la 
Vega,  hijo  de  Garcilasso,  comendador  mayor  de  Cas- 
tilla de  la  orden  de  Santiago,  y  Hernando  de  Avalos,  al 
cual  cargan  la  mayor  culpa  deste  hecho) ;  después  de 
habello  comunicado  ellos  entre  sí,  lo  pusieron  en  pú- 
blica consulta,  y  propusieron  en  su  ayuntamiento  y 
ciudad  las  cosas  que  tengo  dichas,  y  otras  algunas,  pon- 
derándolas y  encaresciéndolas  mucho ,  representando 
los  daños  que  se  siguirian  de  la  partida  del  Rey,  y  la 
mala  orden  que  á  ellos  les  parecía  que  habría  en  la  go- 
bernación, y  los  naturales  destos  reinos  eran  desfa- 
vorecidos y  agraviados,  y  que  los  extranjeros  goza- 
ban de  las  mercedes  y  favores ;  que  en  todo  había  des- 
orden y  turbación ,  y  se  esperaba  cada  dia  mayor  si 
no  se  atajaba,  y  que  á  aquella  ciudad,  por  su  grandeza 
y  preeminencia ,  competía  procurar  y  buscar  el  reme- 
dio de  tantos  daños,  y  que  el  que  parecía  mas  conví- 
niente  era  escribir  luego  á  todas  las  ciudades  del  reino 
que  suelen  tener  voto  y  juntarse  en  cortes,  informándo- 
les de  lo  que  pasaba,  para  que  se  juntasen  en  algún  lu- 
gar señalado  á  platicar  en  el  remedio  dello;  y  que  se 
había  de  enviar  á  suplicar  al  Emperador  que  no  se  aven- 
turase á  ausentarse  destos  reinos,  y  pusiese  orden  y  re- 
medio en  las  cosas;  que  no  haciéndolo  ansí  su  majes- 
tad ,  el  reino  entendiese  en  poner  el  remedio  necesario 
á  su  servicio  y  al  bien  general  de  sus  reinos. 

Estas  y  otras  cosas  semejantes  se  propusieron  aquel 
dia,  y  como  tenían  muestra  y  apariencia  de  bien  públi- 
co, á  la  mayor  parte  del  ayuntamiento  agradaron,  y  les 
pareció  que  hacerse  ansí  era  conviniente;  pero  no  fal- 
taron algunos,  aunque  fueron  los  menos,  que  enten- 
dieron el  desacato  y  atrevimiento  que  en  esto  se  come- 
tía, en  querer  juntar  ciudades  sin  licencia  del  Rey,  y 
cuan  escandaloso  era,  y  también  conocieron  la  poca 
razón  que  había  para  algunas  de  las  querellas  propues- 
tas; y  estos  fueron  de  voto  y  parecer  que  no  se  escri- 


biese á  las  ciudades,  ni  sobre  aquello  se  hiciese  junta 
pública  ni  particular,  y  que  si  alguna  cosa  pareciese 
que  requería  enmienda,  que  se  buscase  alguna  hones- 
ta y  humilde  manera  de  suplicarlo  al  Rey.  A  lo  cual  los 
de  la  opinión  contraria  replicaron ,  y  desta  manera  se 
porlíó  y  altercó  la  cosa  gran  pieza  de  tiempo ,  y  al  cabo 
los  de  mas  sano  consejo,  que  fueron,  como  digo  y  como 
suele  acontecer,  los  menos ,  hicieron  una  protestación 
y  requerimiento  á  la  ciudad ,  conforme  á  lo  que  habían 
votado,  y  lo  mismo  hicieron  al  corregidor  que  allí  á  la 
sazón  estaba,. que  era  el  conde  de  Palma;  el  cual,  ó 
porque  le  pareció  que  ansí  convenia,  ó  porque  era  ca- 
sado con  hermana  de  don  l>ero  Lasso  de  la  Vega,  que 
tenia  la  parte  contraria,  no  puso  resistencia  ninguna 
á  lo  que  se  platicaba,  aunque  le  fué  requerido;  antes 
estuvo  callado  á  todo.  Pero  todavía  se  embarazó  la  cosa 
de  manera,  qOe  por  aquel  día  no  se  tomó  resolución 
alguna,  y  la  porfía  que  en  el  Ayuntamiento  se  tuvo  se 
publicó  luego,  y  toda  la  ciudad  se  dividió  en  aquellos 
dias  en  dos  opiniones ;  pero  la  mayor  parte  se  alicionó 
á  la  nueva  proposición,  cebado  el  pueblo  con  el  falso 
título  del  provecho  común  y  bien  del  reino. 

Los  menos  y  que  habían  bien  sentido  enviaron  lue- 
go á  hacer  saber  al  Emperador  lo  que  en  Toledo  pasa- 
ba, que  fué  al  tiempo  que  venía  de  Aragón  á  Vallado- 
lid;  mas  luego  en  otro  ayuntamiento  que  se  hizo,  se  pasó 
por  ciudad,  por  votos  de  la  mayor  parte,  que  se  escri- 
biesen cartas  á  todas  las  ciudades,  como  el  primer  dia 
se  había  platicado,  y  que  al  Emperador  se  enviasen  dos 
regidores  y  dos  jurados  á  le  pedir  y  suplicar  lo  que  aquí 
se  dirá';  y  aunque  se  conlrarlijo  y  requirió  lo  contrario 
por  los  mesmosque  el  día  pasado,  fueron  nombrados 
mensajeros  don  Pedro  Lasso  de  la  Vega  y  don  Alonso 
Suarezde  Toledo,  regidores,  y  dos  jurados;  los  cuales 
aderezaron  su  viaje ,  y  en  breve  se  partieron ;  y  las  car- 
tas para  las  ciudades  se  escribieron  y  enviaron  con  to- 
da diligencia,  aunque  antes  que  las  recibiesen,  ya  en 
algunas  de  las  de  Castilla  andaba  la  misma  plática ;  que 
en  las  del  Andalucía  llegó  tarde  esta  enfermedad,  y 
prendió  en  pocas  dellas. 

En  esta  misma  sazón  había  llegado  á  Toledo  el  lla- 
mamiento que  el  Emperador  había  mandado  hacer  de 
procuradores  de  cortes ,  y  conforme  á  la  costumbre  que 
hat)ía  en  Toledo  de  elegirse  por  suerte,  le  cupo  á  don 
Juan  de  Ribera,  caballero  muy  principal  y  regidor, 
que  después  fué  marqués  de  Montemayor,  y  á  Alonso  de 
Aguírre,  jurado;  á  los  cuales,  porque  tenían  la  parte 
y  opinión  contraría ,  no  les  quiso  dar  la  ciudad  el  po- 
der cumplido  y  general,  como  el  Rey  enviaba  á  mandar, 
sino  especial  y  limitado  solamente  para  ir  á  cortes  y 
suplicar  algunas  cosas,  y  no  para  otorgarservicio  ni  otra 
cosa  alguna.  El  cual  poder,  don  Juan  de  Ribera  no  qui- 
so aceptar  ni  partió  para  las  cortes,  esperando  que  se  le 
diese  poder  ordinario  y  bastante,  y  que  el  Emperador 
ansí  lo  envíase  á  mandar ;  y  la  cosa  se  embarazó  de  ma- 
nera ,  que  ni  el  poder  se  les  dio  ni  ellos  fueron  á  las 
Cortes. 

Las  cartas  que  Toledo  envió  á  las  ciudades  fueron 
por  las  mas  de  Castillaakgrementerecebídas,  y  respon- 
dieron favora  blemente;  porque  á  los  mas  de  los  regidores 
dellas  les  parecían  bien  lascosas que  se  pedían,  noconsi- 
derando  lo  que  podía  suceder;  aunque  Burgos  no  alabó 
el  consejo,  y  Granada  también  respondió  que  se  debía 


COMUNIDADES 
dejar  nqnelln  pláüca  para  otra  coyunfura ,  y  llevar  oira 
forma;  Sevilla  no  quiso  re«;pon(ler;i  Toledo;  y  así,  hu- 
bo otras  que  respondieron  con  disimulaciones,  pero 
dieron  l)uena  respuesta,  y  mas  que  otras.  Salamanca 
y  Murcia  se  señalaron  en  promesas  y  ofrecimientos. 
En  lo  de  juntarse  en  lugar  señalado  no  se  resolvie- 
ron ;  poro  respondieron  unas  á  tiempo,  y  otras  después, 
que  mandarían  á  sus  procuradores  que  se  conforma- 
sen y  pidiesen  lo  que  los  procuradores  y  embajadores 
de  Toledo  suplicasen ;  y  así,  las  que  tuvieron  esta  opi- 
nión y  lofliabian  ya  nombrado,  les  enviaron  A  mandar 
que  ansí  lo  hiciesen;  lo  cual  luego  se  publicó  por  la 
ciudad  de  Toledo,  y  los  de  aquella  opinión  se  ensober- 
becieron y  favorecieron  mucho,  y  procuraban  persua- 
dir al  pueblo  y  tenerlo  de  su  parte  para  lo  que  se  ofre- 
ciese, ayudándose  del  favor  de  Hernando  de  Avalosy 
de  Juan  de  Padilla,  principales  cabezas  deste  negocio; 
lo  cual  estorbaban  algunos  de  sana  y  acertada  inten- 
ción. El  principal  dellos  era  don  Hernando  de  Silva,  her- 
mano de  don  Juan  de  Ribera,  que  estaba  nombrado 
por  procurador  de  cortes,  que  con  gran  determinación 
resistía  y  contradecía  todas  estas  cosas;  yasí  áél,  como 
á  los  demás  que  favorecían  esta  causa,  escribió  el  Em- 
perador respondiendo  á  las  cartas  que  ellos  habían  es- 
crito avisando  de  lo  que  pasaba  ,  que  se  tenía  por  muy 
servido  dellos  en  lo  que  hacían  y  habían  hecho,  encar- 
gándoles que  perseverasen  en  ello,  pero  que  fuese  con 
el  menos  escándalo  que  pudiese  ser;  y  también  mandó 
escrebir  al  Corregidor,  que  era  el  conde  de  Palma,  re- 
prehendiénilole  su  tibieza  en  lo  pasado,  y  mandándole 
la  orden  que  había  de  tener  en  lo  de  adelante ;  aunque 
él  después  no  acertó  á  tener  la  manera  que  convenía; 
por  lo  cual  el  Emperador  le  mandó  desde  á  pocos  días 
revocar  el  poder,  y  envió  á  Toledo  por  corregidor  á  don 
Antonio  de  Córdoba ,  hermano  del  conde  de  Cabra ,  el 
cual  vino  á  tiempo  que  no  pudo  tener  remedio ;  y  así, 
las  cosas  se  fueron  empeorando  cada  día  mas,  y  crecien- 
do los  atrevimientos,  haciéndose  grandes  juntas  y  ligas 
en  favor  de  lo  que  ya  llamaban  Comunidad,  por  orden 
de  Hernando  de  Avalos  y  Juan  de  Padilla,  que  eran  los 
que  mas  calor  y  favor  daban  á  todo;  y  llegada  la  cosa 
á  este  estado,  vino  al  rompimiento  que  adelante  se  di- 
rá, cuando  se  diga  primero  el  camino  y  partida  del  Em- 
perador de  Valladolíd,  y  lo  que  hicieron  y  trataron  con 
él  los  mensajeros  de  Toledo.  Pero  ante  todas  cosas  diga- 
mos aquí  la  sustancia  de  su  embajada  y  las  cosas  que 
peilian,  porque  se  vea  sobre  qué  fundaron  la  justiíica- 
cion  de  su  causa  los  movedores  destos  escándalos,  y  exa- 
minarlo hemos  en  pocas  palabras. 

Lo  primero,  y  en  que  mas  insistían  ellos,  era  en  que 
el  Emperador  no  se  fuese  ni  "ausentase  dcslos  reinos, 
representándole  los  ¡nconvínienfes  que  podrían  resultar 
de  su  ausencia,  y  aun  con  algunas  razones  inconsidera- 
das, como  fué  decir  que  los  reinos  de  Castilla  no  podían 
vivir  sin  su  rey,  ni  teiiian  costumbre  de  ser  regidos  por 
gobernadores. 

Que  no  se  daría  oficio  ni  cargo  ninguno  en  estos  rei- 
nos á  extranjeros,  y  que  los  ya  dados  se  les  quitasen. 

Pedían  mas,  que  ninguna  moneda  se  pudiese  sacar 
di'l  reino  por  persona  del  mundo,  porque  de  haberla 
sacado  estaba  pobre  y  falto  della. 

Que  en  las  cortes  que  ag'  ra  quería  hacer  no  pi- 
diese que  se  le  otorgase  servicio  alguno,  mayormente 

Il-i. 


DE  CASTILLA.  36& 

si  el  Rey  se  determinaba  en  su  partirla,  y  que  las  Cortes 
se  dilatasen  y  hiciesen  en  tierra  llana  de  Castilla,  y  no 
en  Santiago  ni  en  Galicia. 

Que  los  oficios  no  se  vendiesen  ni  diesen  por  dineros. 

Que  en  la  Inquisición  se  diese  cierta  orden  como  el 
servicio  y  honra  de  Dios  se  mirase ,  y  que  nadie  fuese 
agraviado. 

Pedían  mas,  que  las  personas  particulares  destos 
reinos  que  estaban  agraviadas  fuesen  oidas  y  desagra- 
viadas. 

Esto  era  lo  principal  que  Toledo  acordó  de  enviar  á 
suplicar,  aunque  después  con  los  atrevimientos  y  de- 
sacatos crecieron  las  peticiones ,  como  se  hallará  ade- 
lante. Destose  enamoraron  las  otras  ciudades,  que  con- 
sintieron en  ello  entonces,  y  no  se  puede  negar  que 
esta  petición  no  contenia  algunas  cosas  que  parece 
fueran  provechosas,  y  otras  que  en  sí  son  buenas;  pero 
no  por  eso  quedan  libres  de  culpa  los  que  las  pedían ,  ni 
se  le  puede  cargar  al  Rey  por  no  concederlas,  porque 
no  todos  los  provechos  son  siempre  lícitos,  ni  se  deben 
pedir  ni  conceder,  ni  todas  las  cosas  que  son  buenas 
lo  son  á  todos  tiempos  ni  lugares ,  ni  permitidas  á  to- 
das personas;  y  por  excusar  prolijidad  de  traer  otros 
ejemplos,  con  los  mismos  desta  suplicación  lo  vamos  pro- 
bando, ayudándonos  de  las  razones  necesarias. 

Provechoso  cierto  es,  y  aun  necesario, que  elReyresi- 
da  personalmente  en  sus  reinos,  como  estos  pedían,  para 
que  mejor  los  pueda  regir  y  gobernar;  pero  no  es  esta 
regla  tan  rigurosa  y  inviolable  que  no  tenga  sus  limita- 
ciones, porque  por  causas  grandes  y  honrosas  lícito  es  al 
Rey  salir  de  sus  reinos;  y  así,  leemos  de  algunos  santos 
y  excelentes  reyesque  hicieron  grandes  ausencias,  no 
solo  por  conservar  sus  estados  y  señoríos ,  pero  por  con- 
quistar los  ajenos,  como  fué  el  rey  y  profeta  David  en  las 
guerras  de  los  filisteos,  y  san  Luis,  rey  de  Francia,  que 
por  hacer  guerra  á  los  infieles  dejó  muchas  veces  sus 
reinos,  y  al  fin  murió  fuera  dellos;  y  ansí  podría  decir 
de  otros  mil  que  lo  liícícron,  que  no  solamente  no  fue- 
ron reprehendidos  ni  murmurados,  pero  fueron  y  hoy  ' 
son  alabados  por  ello;  de  manera  que  aunque  el  Em- 
perador no  tuviera  otros  reinos  sino  los  de  España ,  era 
tan  justa  y  honrosa  la  jornada  del  imperio ,  y  aun  nece- 
saria, como  arriba  apunté,  que  todos  sus  subditos  no 
solamente  no  debieran  estorbársela ,  pero  fuera  justo  y 
razonable  que  le  ayudaran  y  encaminaran  á  hacerla,  y 
sufrieran  con  paciencia  esta  ausencia ;  cuanto  mas  que 
su  justificación  es  mayor  que  la  común  de  los  otros  re- 
yes, porque  no  menos  le  había  Dios  encomendado  i 
él  la  gobernación  de  los  estados  de  Flándes,  Austria, 
Borgoña ,  i\ápoles  y  .Sicilia,  y  los  demás  (|Uo  había  he- 
redado, que  los  de  Castilla,  y  á  todo-;  era  obligado  á  asis- 
tir y  acudir,  y  todos  tenían  el  mismo  titulo  que  Toledo 
pretendía;  por  lo  cual,  para  la  conservación  y  amparo 
de  todos  ellos,  ninguna  cosa  parecía  entonces  mascon- 
vinienle  que  el  imperio,  y  así  se  ha  visto  y  pareció  des- 
pués por  experiencia;  y  pues  los  de  Alemania  y  Flán- 
des sufrieron  con  paciencia  su  ausencia  cuando  en  Es- 
paña vino,  y  ayudaronconsus  navesyaun  dineros  para 
su  venida,  no  debiera  de  haber  en  estos  reinos  quien 
pudiera  quejarse  de  volver  á  visitar  aquellos  que  lo  ha- 
bían criado  y  donde  nació,  y  los  había  heredado  de  su 
padre;  y  esto  con  tanto  rigor  y  sequedad,  que  hubo  vo- 
tos tan" desacatados  (y  lo  añadió  por  capítulo  cierta 

24 


370  PERO 

ciudad),  que  si  su  majestad  se  fuese,  no  se  permitiese 
sacar  las  rentas  reales  de  Castilla  ni  enviárselas,  sino 
que  se  hiciese  arca  y  deposite  dellas,  do  se  guardasen 
hasta  su  venida. 

Pues  pedir  que  no  se  le  otorgase  servicio  en  las  Cor- 
tes no  era  menos  contra  el  derecho  y  preeminencia  real 
que  lo  dicho,  pues  por  ley  divina  y  humana  se  les  deben 
á  los  reyes  los  servicios  como  á  ministros  de  Dios ,  y  así 
lo  dice  y  manda  san  Pablo,  escribiendo  á  los  romanos, 
y  los  judíos  imponían  falsamente  a  Cristo  por  muy  grave 
delito  que  prohibía  que  no  se  pagase  el  pecho  á  César, 
y  por  costumbre  inmemorial  antiquísima  destos  rei- 
nos se  le  dan  á  los  reyes  los  pechos  y  servicios,  con- 
forme á.las  causas  y  necesidades,  y  no  á  tiempos  limita- 
dos; y  de  las  letras  también  de  los  llamamientos  de 
cortes  y  otorgamiento  de  servicios ,  vemos  darse  dos  y 
tres  juntos,  según  la  causa  se  ofrecía,  y  no  podía  ser 
mas  justa  que  la  jornada  del  imperio ;  de  la  cual  compe- 
lido,  se  anticiparon  algunos  días  estas  cortes,  visto  que 
no  se  podían  celebrar  en  su  ausencia,  y  no  fué  tanto,  que 
no  había  mas  dedos  años  que  eran  hechas  las  pasadas. 

La  petición  que  no  se  sacase  la  moneda  del  reino, 
justa  era  por  cierto ,  pero  muy  excusada ,  porque  por 
las  leyes  destos  reinos  está  dispuesto  y  vedado ,  las  cua- 
les siempre  el  Emperador  ha  mandado  y  manda  guar- 
dar; y  querer  meter  en  esta  cuenta  sus  rentas  y  dine- 
ros que  se  llevaban  para  sus  gastos  y  necesidades,  fué 
terrible  atrevimiento,  y  parece  crimen  lesee  majestatis; 
y  la  falsa  murmuración  de  que  había  sacado  dineros  y 
tesoros  destos  reinos,  enviándolos  á  Flándes,  era  ma- 
licia sin  consideración ,  pues  aunque  quisiera  haber- 
lo hecho,  nunca  había  sido  posible,  porque  apenas  ha- 
¿ia  podido  cumplir  los  gastos  que  se  le  habían  ofre- 
cido ,  lo  primero  en  aderezar  su  venida  y  en  el  arma- 
da para  ello,  y  en  la  que  se  hizo  para  llevar  al  Infan- 
te, y  antes  desto  en  la  que  don  Hugo  de  Moneada  per- 
dió sobre  Argel  y  después  en  rehacerla,  y  en  la  gente 
que  se  envió  contra  Barbaroja,  y  la  otra  armada  y  gentes 
•de  guerra  que  úllímamente  había  llevado  don  Hugo, 
con  que  conquistó  la  isla  de  los  Gelves,  y  la  que  agora 
tenia  aderezada  para  su  partida;  en  las  cuales  y  en  sus 
ordinarios  gastos  se  habían  consumido  mas  que  sus 
rentas  ordinarias;  de  manera  que  está  clara  la  falsedad 
desta  sospecha;  pero  antigua  querella  y  malicia  es  es- 
ta, porque  yo  me  acuerdo  del  tiempo  del  Rey  Católico, 
que  decían  y  murmuraban  del  que  sacaba  los  tesoros 
de  Castilla  y  los  llevaba  á  Aragón,  y  los  tenia  en  una  for- 
taleza de  Játiva,  y  después  murió,  y  no  se  halló  que  ha- 
bía llevado  ni  tenía  un  solo  ducado. 

Pues  en  lo  que  pedian  que  no  se  diesen  oficios ,  te- 
nencias ni  cargosa  extranjeros,  verdaderamente  el  Em- 
perador siempre  en  esto  ha  guardado  tal  moderación, 
que  no  había  razón  por  do  se  quejar ,  y  lo  que  en  esto 
se  ha  alargado ,  antes  es  en  favor  y  gracia  de  españoles, 
porque  en  Milán ,  Ñapóles  y  Sicilia  y  otros  estados  ha- 
llarán muchos  españoles  colocados  en  cargos  de  oficios, 
y  muy  pocos  ó  ningunos  de  aquellas  tierras  en  España. 

En  lo  que  tocaba  á  la  Inquisición ,  yo  no  he  podido 
saber  lo  que  pedían ;  pero  sé  que  hay  tan  buena  orden 
en  aquel  Santo  Oficio ,  que  ninguna  mudanza  podían 
pedir  que  no  fuese  mala,  y  ninguno  pudiera  tener  atre- 
vimiento de  entremeterse  á  reformar  lo  que  la  santa 
madre  Iglesia  tiene  tan  bien  ordenado. 


MEJÍA. 

Lo  que  pedían  que  los  oficios  y  regimientos  no  se 
vendiesen,  también  está  así  mandado  por  las  leyes  rea- 
les, pero  con  mañas  y  malicias  se  va  contra  ellas,  se- 
gún el  tiempo,  y  por  su  clemencia  y  mansedumbre ,  y 
por  no  apretar  á  sus  subditos ,  lo  disimularon  sus  abue- 
los y  lo  ha  disimulado  su  majestad. 

Pedir  también  que  fuesen  oídos  los  que  estaban 
agraviados  fué  díhgencia  demasiada,  porque  nunca  se 
hallará  que  entonces,  ni  antes  ni  después,  el  Empera- 
dor haya  negado  el  audiencia  al  que  pidiese  justicia  y 
se  sintiese  agraviado,  aunque  fuese  contra  «u  propia 
persona  y  hacienda  lo  que  pidiese;  por  do  parece  que 
mas  era  esto  por  atraer  y  alterar  las  voluntades  de  los 
que  injustamente  se  hacían  agraviados,  y  por  dar  buen 
nombre  y  color  á  lo  que  hacían,  y  porque  viesen  que  en 
esto  había  falta. 

Ansí  que,  bien  mirado  y  considerado ,  todo  lo  que  se 
hacia  era  errado  y  malo,  y  ansí  lo  mas  de  lo  que  se  pedía; 
lo  cual ,  aunque  lodo- fuera  santo  y  bueno,  erróse  tanto 
en  la  forma  y  manera  como  se  intentó ,  que  hizo  toda  la 
causa  injusta,  y  ansí  mereció  el  suceso  y  fin  que  tuvo ;  y 
agora ,  que  esto  se  ha  dado  á  entender,  volvamos  á 
nuestro  cuento. 

CAPITULO  II. 

De  cómo  pasó  lo  de  la  partida  del  Emperador  deValladolid  á  ha- 
cer las  cortes  de  Santiago,  y  lo  que  los  mensajeros  de  Toledo 
hicieron,  y  de  las  otras  cosas  que  pasaron  en  aquella  ciudad. 

El  Emperador,  como  tengo  dicho,  había  venido  á 
Valladolid  el  i.°  día  de  marzo,  y  en  aquella  villa  no  de- 
jaba de  haber  muy  grandes  pláticas  y  murmuraciones 
sobre  el  mismo  propósito  que  en  Toledo,  porque,  allen- 
de de  las  que  dentro  de  casa  se  habían  criado ,  las  car- 
tas de  TolecO  escritas  al  consejo  della  habían  desper- 
tado y  movido  otras,  porque  hallaron  dispuesto  el  hu- 
mor para  ello,  y  aun  también  las  que  Salamanca  ha- 
bía escrito ,  que  contenían  muchas  cosas ;  por  lo  cual  el 
Emperador,  en  los  pocos  días  que  allí  estuvo,  mandó 
hablará  los  regidores  y  procuradores  de  aquella  villa, 
para  hacer  entender  las  justas  causas  que  le  movían  y 
compelían  á  ausentarse  destos  reinos,  y  para  les  desen- 
gañar de  las  sospechas  que  tenían ;  y  aunque  en  esto  se 
puso  la  diligencia  que  fué  posible ,  y  aprovechó  con  los 
que  gobernaban,  todavía  no  cesaba  el  miedo  y  murmu- 
raciones del  pueblo ;  y  habiendo  once  días  que  allí  ha- 
bía llegado,  determinó  de  partirse  á  los  12  del  dicho 
mes,  y  ir  de  camino  á  Tordesíllas  á  visitar  á  la  Reina, 
su  madre ;  y  sabido  por  la  villa  que  el  Rey  se  partía ,  el 
común  y  vecinos  della  hubieron  gran  pesar  y  sentimien- 
to, y  comenzaron  por  el  pueblo  á  tratar  dello ;  y  los  pro- 
curadores generales  y  los  de  las  cuadrillas  y  otros  regi- 
dores habiendo  entendido  mejor  lo  que  debían  hacer, 
se  juntaron  en  San  Pablo,  monasterio  de  frailes  domi- 
nicos, para  dar  orden  en  el  poder  general  á  sus  procu- 
radores para  otorgar  el  servicio  en  las  Cortes ,  y  tam- 
bién para  suplicar  al  Emperador  algunas  cosas  de  su 
servicio ,  y  para  le  enviar  á  besar  las  manos  antes  de  su 
partida;  y  estando  ellos  en  este  ayuntamiento,  don  Pe- 
dro Lasso  de  la  Vega  y  sus  compañeros  mensajeros  de 
Toledo,  que  aquel  mesmo  día  habían  llegado  á  Vallado- 
lid,  queriendo  diligentemente  hacer  lo  que  su  ciudad  les 
había  encargado,  antes  de  subirá  besar  las  manos  al 
Emperador,  que  fuera  el  mas  derecho  camino,  acom- 


COMUNIDADES 

panados  de  algunos  del  pueblo  y  procuradores  de  las 
cuadrillas,  que  sabiendo  que  eran  llegados,  los  fueron 
á  ver  y  comunicar  su  propósito ,  que  era  el  mismo  que 
ellos  traian ,  fueron  al  dicho  monasterio  de  San  Pablo 
á  hablar  con  el  regimiento  y  procuradores  de  la  villa, 
á  los  cuales  les  hicieron  una  habla,  en  que  les  signifi- 
caron las  causas  de  su  venida  y  lo  que  pensaban  pedir 
en  nombre  de  Toledo  al  Emperador,  justificándolo  y 
vistiéndolo  de  las  mejores  palabras  que  pudieron;  y  al 
cabo  les  pidieron  que,  como  lo  hablan  escrito  y  ofreci- 
do á  Toledo ,  enviasen  juntamente  con  ellos  sus  mensa- 
jeros y  procuradores  que  pidiesen  lo  mesmo,  como  Sa- 
lamanca y  otras  ciudades  lo  hacian,  para  que  pedido  por 
muchos,  tuviese  mas  fuerza;  y  acabada  su  habla ,  con 
acuerdo  de  todos  les  respondió  don  Hernando  Enriquez, 
hermano  del  almirante  de  Castilla ,  que  ellos  no  estaban 
determinados  de  lo  que  hablan  de  hacer;  y  queallí  jun- 
tos estaban  para  ello,  y  que  en  lo  que  se  determina- 
rían seria  lo  que  fuese  servicio  del  Rey  y  bien  de  sus 
reinos ;  que  ellos  hiciesen  lo  que  les  pareciese. 

Los  mensajeros  de  Toledo ,  pareciéndoles  que  no  ha- 
llaban el  recaudo  que  pensaban ,  desde  allí  se  fueron  de- 
rechos al  palacio  del  Emperador ,  y  después  de  haberle 
besado  las  manos,  le  suplicaron  les  mandase  dar  audien- 
cia ,  porque  le  querían  suplicar  é  informar  de  muchas 
cosas.  El  Emperador  les  respondió  que  él  estaba  de  ca- 
mino, como  veian  ;  que  no  había  tiempo  para  le  poder 
bien  informar :  ellos  replicaron ,  señaladamente  el  don 
Pedro  Lasso,  que  mucho  mas  iba  en  que  su  majestad 
les  hiciese  merced  de  oírlos,  dilatando  su  partida,  y 
mas  siendo  el  día  que  era ,  muy  llovioso ;  y  que  le  que- 
rían informar  y  suplicar  algunas  cosas  que  convenían 
mucho  Á  su  servicio  y  al  bien  de  sus  reinos ;  y  así,  in- 
sistió mucho  en  pedir  que  no  se  partiese.  El  Empera- 
dor, que  tenia  ya  entendido  lo  que  le  venían  á  pedir,  y 
no  se  tenia  por  servido  de  la  forma  con  que  se  lo  pedían, 
les  respondió  que  no  había  persona  en  el  mundo  que 
mas  cuidado  tuviese  de  lo  que  cumplía  á  sus  reinos  que 
él ;  que  se  fuesen  al  primer  lugar  adelante  de  Tordesí- 
llas,  camino  de  Santiago ,  que  allí  les  oiría ;  y  con  esto 
se  despidieron  los  mensajeros  de  Toledo. 

En  tanto  que  esto  pasaba,  comenzóse  á  publicar 
por  el  pueblo  que  los  embajadores  habían  otorgado 
ya  allí  el  servicio  y  pecho  al  Emperador,  y  que  él  se 
iba ,  y  pensaba  llevar  á  la  Reina  su  madre  consigo  fue- 
ra del  reino;  y  como  el  vulgo  cree  fácilmente  lo  que 
teme,  andaban  todos  turbados  y  indignados  desto, 
por  unas  partes  y  otras  diciendo  que  se  debía  suplicar 
al  Emperador  no  se  partiese.  En  esta  disposición,  algún 
hombre  escandaloso,  que  no  se  pudo  saber  quién  fuese, 
tocó  una  campana  de  la  iglesia  de  San  Miguel ,  que  en 
los  tiempos  pasados  de  guerra  se  solía  tocar  á  los  re- 
batos y  armas  que  se  daban ;  la  cual  luego  que  fué  oí- 
da, sin  entender  ni  saber  para  qué ,  tomaron  las  armas 
con  que  se  pudieron  hallar  cinco  ó  seis  mil  hombres  del 
pueblo;  y  viéndose  así  armados,  muchos  quisieran, 
según  pareció,  estorbar  la  partida  del  Emperador,  y 
esto  fué  á  tiempo  que  él  salía  ya  de  su  posada  para  ca- 
minar;  y  cuando  llegó  á  la  puerta  de  la  villa,  llegó  allí 
parte  de  la  gente  que  se  habia  juntado ,  que  por  lo  mu- 
cho que  llovía,  se  había  algo  detenido,  y  algunos  dellos 
acometieron  á  cerrar  la  puerta,  y  por  la  guarda  del  Em- 
perador les  fué  resistido;  y  ansí  prosiguió  su  camino,  y 


DE  CASTILLA.  37! 

el  lugar  quedó  muy  escandalizado  y  alborotado  de  lo 
que  habían  hecho ,  y  otros  de  verlo  hacer;  pero  como  la 
cosa  no  había  llevado  fundamento  ni  causa ,  luego  se 
acabó  y  amansó  el  tumulto,  y  quedaron  confusos  y  ata- 
jados del  desacato  que  habían  hecho. 

El  Emperador  llegó  á  Tordesillas ,  y  deteniéndose  allí 
un  solo  dia ,  prosiguió  su  camino,  y  á  la  primera  jornada, 
que  fué  en  Villalpando,  dio  audiencia  á  los  mensajeros 
de  Toledo,  que  se  habían  allí  adelantado  á  esperarlo; 
juntándose  con  ellos  los  procuradores  de  cortes  de  Sa- 
lamanca ,  que  eran  don  Pedro  Maldonado ,  que  después 
fué  degollado,  y  Antonio  Hernández,  regidores ,  ytara- 
bien  sus  mensajeros,  que  eran  Juan  Alvarez  Maldonado 
y  Juan  Arias  y  Antonio  Enriquez ,  que  particularmente 
venían  á  pedir  lo  que  Toledo  pedia ;  y  los  unos  y  los 
otros  tenían  instrucción  que  se  conformasen  con  los 
mensajeros  de  Toledo,  á  los  cuales  solo  el  Emperador 
dio  allí  audiencia  en  presencia  de  monsieur  de  Xevres, 
y  de  su  caballerizo  mayor  don  Carlos  de  Lanoy,  y  del 
maestro  Mota ,  obispo  de  Palencia ,  y  de  don  García  de 
Padilla  y  del  secretario  Francisco  de  los  Cobos ,  que 
ya  era  parte  en  los  negocios  y  consejos;  y  ellos  le  lu- 
cieron una  larga  habla,  pidiéndole  lo  que  ya  tenemos 
dicho  arriba,  insistiendo  principalmente  en  que  no  de- 
bía su  majestad  partirse  deslos  reinos,  y  concluyendo 
en  este  articulo  con  decir  que,  si  todavía  se  determinaba 
en  su  partida,  que  mandase  dejar  tal  orden  en  la  go- 
bernación ,  que  diese  parte  della  á  las  ciudades  del  rei- 
no ,  y  también  que  fuese  servido  de  no  pedir  que  se 
otorgase  servicio  ninguno  por  ahora. 

El  Emperador,  aunque  tenia  suficientes  respuestas 
con  que  confundirlos  y  convencerlos ,  templando  su 
justa  indignación,  no  quiso  entrar  enjuicio  con  sus  sier- 
vos ;  antes  dijo  que  les  habia  oído  y  les  mandaría  respon- 
der, y  lo  mismo  respondió  á  los  de  Salamanca,  que  des- 
pués le  hablaron  por  su  parte,  y  ensustancia  pidieron  lo 
mesmo ,  y  le  significaron  cómo  tenían  orden  de  su  ciu- 
dad que  en  todo  se  conformasen  con  los  mensajeros  de 
Toledo;  á  los  cuales  el  Emperador  mandó  responder  por- 
el  obispo  de  Palencia  y  don  García  de  Padilla ,  que  poc 
que  los  de  su  consejo  estaban  en  la  villa  de  Benavente, 
para  donde  él  partiría  otro  dia ,  que  se  fuesen  allí ,  por- 
que allí  con  su  acuerdo  les  mandaría  responder;  y  ellos 
lo  hicieron  ansí. 

Venido  el  Emperador  á  Benavente,  por  donde  era  su 
camino,  y  estando  don  Pedro  Lasso  y  su  compañero  es- 
perando por  la  respuesta  de  su  embajada,  mandó  jun- 
tar los  de  su  consejo  de  Justicia  y  Estado,  y  todos  ellos» 
considerando  la  forma  y  el  tiempo  y  origen  della ,  les 
pareció  que  antes  merecían  castigo,  que  ninguna  buena 
respuesta  ni  satisfacción  á  lo  que  pedían ;  por  lo  cual 
el  Emperador  los  mandó  después  llamar  á  su  cámara, 
y  con  rostro  algo  severo ,  según  hoy  dia  lo  cuenta 
don  Pedro  Lasso,  les  dijo  él  proprio  que  él  no  se  tenia 
por  servido  de  lo  que  hacian ,  y  que  sí  no  mirara  á  cu- 
yos hijos  eran ,  los  mandara  castigar,  por  entender  en 
lo  que  entendían ;  y  que  acudiesen  al  presidente  de  su 
consejo ,  que  él  les  diría  lo  que  convenia  que  hiciesen; 
y  ellos  comenzaron  ase  disculpar  y  decir  algunas  causas 
y  razones;  pero  el  Emperador  paró  poco  á  oíllas,  antes 
se  entró  en  otra  pieza,  y  luego  los  tomó  don  García  de 
Padilla  y  les  reprehendió  de  lo  que  hacian,  dícíéndoles 
que  no  era  servicio  del  Emperador  insistir  tanto  en  im- 


372  PliliO 

pedir  su  pnriifla  ,  pues  fon  imporfanfe  era  á  su  honra  y 
á  la  repulaoiüii  de  su  persona,  y  aun  á  la  seguridad  y 
conservación  de  su  eslado,  y  que  eran  ocasión  de  al- 
terar y  desasosegarlas  voluiilades  de  los  procuradores 
de  corles  y  de  las  mismas  ciudades,  por  la  autoridail 
que  Toledo  tenia  acerca  dellas ;  que  lo  mirasen  y  consi- 
derasen bien ;  y  después  desto  fueron  también  al  presi- 
dente del  Consejo  Real,  que  era  el  arzobispo  de  Gra- 
nada, como  el  Emperador  se  lo  habia  mandado,  y  él  les 
dijo  que  lo  que  podian  tomar  por  respuesta ,  era  que  su 
majestad  iba  á  hacer  corles  á  la  ciudad  de  Santiago, 
donde  todos  los  procuradores  del  reino  se  juntarian; 
que  Toledo  enviase  allí  los  suyos,  con  memoria  de  las 
causas  que  ellos  habían  suplicado,  y  que  vistas  y  exa- 
minadas, el  Emperador  proveería  lo  que  mas  convinie- 
se á  su  servicio  y  al  bien  general  de  todos  sus  subditos, 
y  lo  que  ellos  debían  hacer  era  dejar  de  entender  en 
aquellas  cosas,  y  acabar  con  su  ciudad  enviase  sus  pro- 
curadores ,  como  lo  hacían  todas  las  demás  destos  rei- 
nos ,  y  no  insistiesen  en  las  novedades  que  habían  co- 
menzado. 

Ellos  respondieron  lo  que  les  pareció ,  diciendo  que 
no  eran  parte  n)as  de  para  suplicar  aquello,  y  no  acep- 
taron el  consejo  que  les  daba;  antes  tenían  ya  por  caso 
de  honra  porfiar,  y  bien,  en  lo  que  habían  comenzado, 
que  es  una  cosa  que  á  muchos  ha  traído  de  pequeños 
errores  ú  muy  grandes.  Siguieron  al  Emperador  hasta 
Santiago,  y  allí  anduvieron  solicitando  é  induciendo  á 
todos  los  procuradores  de  las  ciudades,  que  allí  eran  ya 
venidos,  á  su  propósito  y  opinión  y  á  que  pidiesen  lo  mes- 
moque  Toledo  pedia,  como  muchas  dellas  lo  habían 
enviado  á  ofrecer,  siendo  ayudados  en  todo  de  los  men- 
sajeros do  Salamanca,  que  los  seguían  y  acompañaban. 

Entrando  pues  el  Emperador  en  la  ciudad  de  Santia- 
go con  muchos  grandes  y  señores  de  Castilla,  las  Cor- 
tes se  comenzaron  i°  día  de  abril,  y  fué  presidente 
dellas  Hernando  de  Vega ,  que  hoy  es  vírey  en  Sicilia,  y 
por  letrados  don  García  de  Padilla  y  el  licenciado  Za- 
pata, y  el  Emperador  se  quiso  hallar  el  primero  dia  en 
ellas,  y  mandó  hacer  la  proposición  en  su  presencia ;  la 
cual  fué  manifestando  las  justas  y  grandes  causas  que 
tenia  para  la  jornada  que  hacía,  y  los  muchos  gastos 
que  se  le  habían  ofrecido  y  esperaba  tener,  pidiéndo- 
les le  socorriesen  con  el  servicio  acostumbrado ,  y  que 
en  su  ausencia  guardasen  la  paz  y  fidelidad  que  de  tan 
leales  vasallos  se  esperaba;  y  por  su  acatamiento,  al- 
gunos de  los  procuradores  estaban  en  otorgar  el  ser- 
vicio y  manifestar  aquel  día  su  propósito,  sino  fue- 
ron los  de  Salamanca,  que  descubiertamente  no  qui- 
sieron hacerla  solemnidad  del  juramento  ordinario,  sin 
que  primero  su  majestad  otorgase  loque  le  habían  pe- 
dido :  lo  cual ,  tenido  por  desacato,  les  fué  mandado  que 
no  entrasen  mas  en  las  Corles  ni  fuesen  admitidos,  y 
ansí  se  hizo;  y  otro  día  siguiente  ellos  se  juntaron  con 
los  mensajeros  de  Toledo,  y  determinaron  de  hacer  un 
requcf ¡miento  á  los. procuradores  de  cortes,  que  por 
cuanto  los  procuradores  de  la  ciudad  de  Toledo  no  eran 
venidos,  y  los  de  Salamanca  no  eran  admitidos,  que 
hasta  hallarse  presentes  los  unos  y  los  oíros  no  se  de- 
terminase ni  concediese  cosa  alguna;  donde  no, que 
protestaban  que  no  parase  perjuicio  á  sus  ciudades  ;  y 
llevando  esto  escrito  á  la  larga,  fueron  á  San  Francisco, 
doQdd  se  liaciun  las  Corles,  y  pidieron  que  les  fuese 


iMEJlA. 

dada  audiencia  en  ellas;  y  aunque  sobre  ello  hubo  di- 
versos votos  y  algunas  dilerencias,  al  cal)o  les  fué  ne- 
gada la  entrada  ,  y  ellos  liicieron  su  protestación  y  au- 
tos; lo  cual  sabido  por  el  Emperador,  resultó  dcllo  que 
aquella  mesma  noche  el  secretario  Francisco  de  los 
Cobos  y  Juan  Ramírez ,  secretario  del  Consejo,  vinieron 
á  hablará  los  mensajeros  de  Toledo  de  parle  del  Empe- 
rador, y  á  cada  uno  de  por  sí  les  mandaron  y  notifica- 
ron :  á  don  Alonso  Snarez,  que  otro  dia  lunes  en  todo 
el  dia  saliese  de  su  corte ,  y  dentro  de  dos  meses  se  fuese 
á  servir  y  residir  en  la  capitanía  de  hombres  de  armas 
que  tenia,  do  quiera  que  estuviese,  hasta  que  pnr  su 
majestad  le  fuese  mandado  otra  cosa ,  so  pena  de  per- 
dimiento de  todos  sus  bienes  y  de  la  dicha  capilain'a; 
y  á  don  Pedro  Lasso,  que  ansimesmo  saliese  de  !a  corte 
el  dia  siguiente,  y  dentro  de  cuarenta  días  se  fuese  á 
residir  en  la  tenencia  deGibrallar,  que  del  Rey  tenia, 
y  della  no  saliese  sin  su  licenia  y  mandado,  so  pena 
de  perderla,  con  lodos  los  demás  bienes  que  tuviese. 
Notificado  este  mandado,  ellos  lo  sintieron  mucho, y 
por  vía  de  monsieur  de  Xebres  y  por  todos  los  que  mas 
pudieron,  trataron  de  quedar  en  la  corte ;  pero  no  lo  pu- 
dieron acabar,  y  hubiéronse  de  salir  della  á  un  lugar  lla- 
mado el  Padrón,  animando  y  solicitando  primero  al- 
gunos de  los  procuradores  de  cortes  á  su  opinión,  y 
de  allí  procuraron  el  alzamiento  de  su  destierro;  pero 
el  Emperador  jamás  lo  quiso  conceder,  y  el  don  Alonso, 
conociendo  que  acertaba  en  ello,  cumplió  lo  que  le  fué 
mandado,  y  no  entendió  después  en  cosa  de  las  que  se 
ofrecieron  en  Castilla  ;  lo  cual  le  fué  tenido  á  buen  seso 
y  cordura ;  y  dicen  que  don  Pedro  Lasso  estuvo  tam- 
bién en  obedecer,  que  le  fuera  harto  honroso  y  prove- 
choso; pero  sus  cosas  se  ordenaron  después  de  otra  ma- 
nera, como  se  verá;  y  este  fin  hubo  la  embajada  de  To- 
ledo, tan  porfiada  y  que  tan  poco  fruto  y  provecho  hizo. 
Estando  el  Emperador  en  la  ciudad  de  Santiago,  don- 
de tuvo  la  pascua  de  Resurecion  de  aquel  ano  de  20,  que 
fué  á  8  de  abril,  y  pasada  la  Pascua,  por  estar  mas  á 
punto  y  tiempo  para  su  navegación,  se  partió  para  la 
Coruña,  donde  también  mandó. ir  los  procuradores  de 
cortes  de  las  ciudades,  para  las  concluir  y  acabar,  como 
después  se  hizo. 

CAPITULO  IIL 

De  qué  manera  pasó  el  levantamiento  de  Toledo, 
y  las  cosas  que  en  él  pasaron. 

Las  cosas  de  Toledo  no  so  habían  mejorado  nada  en 
el  entre  tanto  que  se  entendía  en  lo  que  acabo  agora 
de  contar;  antes  se  habían  empeorado  y  iban  en  creci- 
miento ,  porque  los  que  las  habían  movido  y  levantado, 
sabiendo  que  los  mensajeros  enviados  al  Emperador  no 
fueron  tan  bien  oidos  como  quisieran ,  comenzaron  á 
temer ;  y  para  su  seguridad  y  fuerza ,  y  también  con  de- 
seo de  salir  con  sus  intentos ,  procuraron  de  levantar  y 
alterar  el  pueblo  contra  la  justicia  y  contra  los  que  les 
hacían  contradícion,  haciéndoles  entender  que  el  ne- 
gocio era  bien  público,  y  que  de  su  interese  y  provecho 
se  trataba;  y  para  este  fin  echaban  personas  disímu-. 
ladas  que  dijesen  y  publicasen  grandes  desórdenes  y 
agravios  que  por  los  que  gobernaban  se  hacían,  siendo 
todo  falsedad  y  fingido ,  y  de  la  misma  suerte  los  pechos 
y  servicios  que  decían  se  querían  echar  sobre  el  pueblo; 
y  que  ansimesmo  alabasen  y  encareciesen  las  cosas  que 


COMUNIDADES 

se  pedían  y  no  se  qncrian  otorgar,  y  llegó  la  cosa  á  que 
sobornaríin  predicadores,  induciéndolos  para  que  lo 
alabasen  y  publicasen  en  Io>  púlpilos.  Y  como  todo  esto 
no  sucedía  tan  bien  como  ellos  pensaron,  ansí  porque 
el  nuevo  corregidor  don  Antonio  de  Córdoba  ponía  toda 
su  posibilidad  para  apaciguar  al  pueblo  y  quietar  los 
ánimos  de  la  gente,  como  porque  ellos  proprios  se  mo- 
ví;.n  de  mala  gana  ai  rigor  y  rompimiento,  aunque  an- 
daban bulliciosos  y  alterados,  acordaron  entre  sí  buscar 
forma  cómo  hacer  una  gran  junta  de  gente  popular, 
para  que  de-de  allí  resultase  quedar  ansí  unidos  y  ani- 
mados ,ó  que  naciese  algún  escándalo  ó  alboroto  contra 
los  que  lo  quisiesen  estorbar,  y  ansí  quedase  la  gente 
prendada  é indignad'!,  y  ellos  poderosos;  y  para  esto  or- 
denaron que  se  hiciese  una  muy  solemne  procesión  en 
nombre  de  la  cofradía  de  la  Caridad  ,  que  es  en  aquella 
ciudad  muy  antigua  y  principal  cosa ,  y  en  que  hay  muy 
gran  nínnero  de  colrudes ,  y  no  suele  salir  así  de  propó- 
sito, sino  á  cosas  muy  señaladas;  y  que  saliese  desde  la 
iglesia  de  Santa  Justa  hasta  la  iglesia  mayor,  con  muy 
grande  fiesta  de  músicas  y  aderezos,  y  que  el  intento 
de  los  de  ia  letanía  y  procesión  fuese  porque  nuestro 
Señor  alumbrase  el  entendimiento  y  voluniad  del  Rey 
para  bien  regir  y  gobernar  sus  reinos ;  porque  aquesto 
es  ansí  muy  ordinario,  que  nunca  se  persuade  una  cosa 
muy  mala  sino  con  titulo  y  colores  honestas.  Tomada 
resolución ,  la  publicaron  luego  y  comenzaron  á  dar  or- 
den cómo  se  hiciese,  y  fué  el  consejo  aceptado  y  apro- 
bado mucho  por  la  nayor  parte  del  pueblo,  que  uatu- 
ralmenle  es  amigo  de  juntas  y  regocijos. 

Sabido  esto  por  los  que  tenían  la  parte  y  opinión  con- 
traria, y  por  don  Hernando  de  Silva,  que  era  el  caudillo 
y  cabeza  dellos,  entendieron  luego  el  propó'^ito  con  que 
se  hacía,  y  procuraron  cuanto  pudieron  de  lo  estorbar; 
y  el  don  Hernando  envió  á  decir  á  los  cofrades  que  no 
juntasen  ni  alborotasen  á  los  cofrades  ni  al  pueblo,  so 
color  de  devoción,  en  deshonor  del  Emperador  y  des- 
acato de  su  justicia ;  si  no,  que  les  hacia  saber  que  él  con 
sus  amigos  y  criados  se  lo  había  de  estorbar  y  resistir. 

Enviado  este  recado,  y  oído  por  los  que  esto  habían 
enoaminado,  fué  muy  alegre  cosa  para  ellos,  porque  fué 
camino  para  su  deseo ;  porque  el  pueblo ,  que  tenia  su 
opinión,  se  levantó  y  determinó  mas  con  la  resistencia, 
íomo  es  cosa  natural,  y  don  Hernando  y  los  de  la  suya 
se  hicieron  malquistos  y  odiosos  á  ellos ,  diciendo  que 
no  solamente  estorbaban  y  contradecían  el  bien  del  pue- 
blo, pero  las  cosas  divinas  y  de  devoción.  Finalmente ,  la 
cósase  puso  en  términos, que  don  Hernando  se  hubo 
de  apartar  de  su  determinación  á  instancia  del  Corregi- 
dor, por  evitar  el  grande  escándalo  que  estaba  apareja- 
do, y  por  consejo  de  sus  amigos,  aunque  estaba  muy 
determinado.  De  manera  que  la  procesión  se  hizo  el 
día  que  estaba  señalado  con  muy  gran  placer  del  pueblo 
y  favor,  y  con  muchos  menosprecios  y  mormuraciones 
de  los  contrarios ;  de  lo  cual  quedaron  de  allí  adelante 
tan  desvergonzados  y  atrevidos  los  de  la  Comunidad , 
que  la  justicia  tenia  muy  poca  fuerza,  y  en  todo  había 
desorden  y  confusión ,  y  comunmente  se  liacia  y  orde- 
naba lo  que  Hernando  de  Avales  y  Juan  de  Padilla  que- 
rían ,  en  el  regimiento  y  aun  fuera  dél.  Don  Hernando 
de  Silva  se  determinó  de  se  ir  de  Toledo ,  y  se  fué  para 
donde  el  Emperador  estaba ;  lo  cual  sabido  por  el  Em- 
perador antes  que  partiese  de  Santiago,  y  entendiendo 


DE  CASTILLA.  373 

que  estos  eran  los  que  principalmente  liahinn  estorbado 
que  á  don  Juan  de  Ribera  y  á  su  compañero,  p.ocura- 
dores  que  habían  sido  por  suerte  elegidos,  como  aniba 
tengo  dicho,  no  se  les  diese  el  poder  general  tan  cum- 
plido, y  que  poroso  no  liabian  ido  ellos,  paresciólequo 
convenia  de  mandarlos  salir  de  Toledo,  para  que  con  su 
ausencia  se  curasen  mejor  los  males  comenzados,  co-- 
mo  se  cree  que  se  hiciera  si  ellos  cumplieran  senci- 
llamente su  mandamiento.  Pero  pasó  ansí ,  que  siéndo- 
les notificadas  por  el  Corregidor  las  cédulas  del  Empe- 
rador, que  aun  creo  que  eran  segundas,  y  de  las  pri- 
meras habían  suplicado,  en  que  lüs  mandaba  parecer 
ante  él  dentro  de  cierto  y  breve  término ,  ellos  dijeron 
que  las  obedecían  y  estaban  prestos  de  las  cumplir,  y 
Ungiendo  que  lo  querían  hacer  ansí,  aderezaron  luego 
su  partida ;  y  habiendo  primero  secretamente  juntado 
gente,  y  incitado  el  pueblo  para  lo  que  se  hizo,  en  16 
días  de  abril  salieron  de  sus  casas  aderezados  de  cami- 
no, como  si  muy  de  veras  se  partieran,  y  llegando  á 
pasar  por  la  iglesia  mayor,  ó  según  otros  cuentan ,  ha- 
biéndose apeado  en  ellaá  hacer  oración,  donde  ya  los 
estaban  esperando  los  que  hablan  de  hacer  el  hecho, 
salieron  á  ellos  con  grande  ímpetu  y  alboroto,  convo- 
cando á  todos  los  que  podían,  y  diciendo  que  no  se  ha- 
bía de  permitir  que  aquellos  caballeros  se  fuesen  de 
Toledo;  que  aquello  era  perdición  de  todo  el  pueblo, 
y  muy  grande  desagradecimiento  y  crueldad  dejarlos 
ir  á  padecer.  Los  prendieron  y  detuvieron ,  hacieiido 
ellos  grandes  ademanes  y  apariencias  de  que  eran  for- 
zados y  que  querían  proseguir  su  camino ;  y  esto  se  co- 
menzó con  tanto  bullicio,  que  en  muy  poco  espacio 
acudieron  y  concurrieron  mas  de  seis  ó  siete  mil  hom- 
bres, los  mas  dellos  con  armas;  y  dando  voces  y  al- 
borotos, los  llevaron  á  sus  posadas,  y  les  pusieron  guar- 
dias y  penas  que  no  saliesen  deltas  ni  se  fuesen ;  y  lue- 
go se  fueron  á  la  posada  del  Corregidor;  el  cual,  visto 
loque  pasaba,  andaba  mandando  díir  pregonesque  lo- 
dos se  fuesen  á  sus  casas,  y  haciendo  otros  mandados 
sin  fruto  ni  efeto ;  antes  unos  le  querían  matar,  y  estu- 
vo muy  á  punto  de  hacerse,  y  otros  qnitalles  las  varas 
á  él  y  á  sus  oíiciales,  y  que  las  tomasen  por  la  Comuni- 
dad; y  estando  él  en  este  peligro  confuso,  le  prendie- 
ron ,  ó  por  mejor  decir,  le  forzaron  á  que  repusiese  el 
mandato  y  notificación  de  las  cédulas  que  había  hecho 
á  Juan  de'Padilla  y  á  Hernando  de  Avalos,  y  él  lo  hizo ; 
y  por  evitar  la  furia  del  pueblo  se  re  trujo  á  su  posada,  y 
así  estuvo  no  sé  qué  días  después  sin  fuerza  ni  autori- 
dad, y  al  cabo  se  salió  de  la  ciudad,  de  temor  de  ser 
muerto. 

Hecho  lo  de  Juan  de  Padilla ,  el  pueblo  anduvo  como 
bestia  fiera,  apellidándose  y  discurriendo  de  uní  parte 
á  otra ;  y  vista  esta  furia  por  los  pacíficos  que  tenían  y 
habían  tenido  la  parte  contraria,  como  eran  los  menos 
y  la  fuerza  tan  desigual ,  no  solamente  no  se  atrevieron 
á  hacer  resistencia ,  pero  ni  aun  á  parecer  ni  esperar  el 
fin  desto ;  y  ansí,  unos  se  escondieron  en  sus  casas,  y 
otros  se  ausentaron  déla  ciudad.  Las  personas  mas  se- 
ñaladas, en  que  habia  algunos  regidores  y  jurados,  se 
metieron  en  el  alcázar  con  don  Juan  de  Ribera,  que 
tenia  la  tenencia  dél  y  de  las  puertas;  el  cual  luego 
se  retrujo  á  él  con  algunos  de  sus  hijos  y  hermanos, 
y  alguna  gente  que  de  sus  villas  mandó  venir  con  la  pro- 
visión que  pudieron ,  que  fué  muy  poca ;  y  los  de  la  Co- 


374  •  PERO 

munidad,  que  este  nombre  se  llamaba  ya,  por  santo  y 
agradable,  que  era  todo  lo  restante,  siguiéndose  por  los 
quepresumian  de  mas  bulliciosos,  entendieron  luego 
en  fortiíicarse  en  su  ciudad ,  de  temor  de  fuerza  de  fue- 
ra, ya  que  dentro  ninguna  tenian;  y  por  esto  acordaron 
de  apoderarse  de  las  puertas  y  puentes  que  don  Juan  de 
Ribera ,  como  digo ,  tenia ;  de  las  cuales ,  aunque  en  la 
que  llaman  de  San  Martin  hubo  alguna  defensa,  en  tres 
ó  cuatro  dias  se  apoderaron ,  parte  por  combate ,  par- 
te por  partido,  y  pusieron  sus  guardas ,  tratando  tam- 
bién en  el  mismo  tiempo  con  don  Juan  de  Ribera,  que 
le  tenian  cercado  en  el  alcázar,  sin  le  dejar  entrar  man- 
tenimiento alguno,  que  saliese  del  y  se  fuese  de  la  ciu- 
dad ;  lo  cual  él,  forzado  de  hambre  y  de  sed  intolerable, 
con  los  que  dentro  estaban  lo  hubo  de  liacer,  con  par- 
tido que  dejase  en  ella  teniente  que  la  tuviese  en  su  nom- 
bre por  el  Rey ;  y  dando  este  asiento  él  con  todos  los 
caballeros  y  regidores ,  y  otras  gentes  que  allí  se  habían 
entrado ,  se  salió  públicamente  de  Toledo  sábado ,  á  21 
dias  del  mes  de  abril,  y  se  fueron  á  un  lugar  suyo,  llama- 
do Villaseca ,  adonde  recogió  á  los  que  con  él  quisieron 
ir,  y  estuvo  después  siempre  en  servicio  del  Rey ;  pero 
los  de  la  Comunidad  no  cumplieron  ni  guardaron  lo 
asentado ,  antes  tuvieron  forma  cómo  se  apoderaran 
del  alcázar. 

Ido  ansí  don  Juan,  y  ausentado  después  el  Corregi- 
dor, quedaron  libres  y  señores,  y  hicieron  sus  dipu- 
tados ,  y  comenzaron  á  querer  poner  forma  de  gobier- 
no á  su  voluntad,  nombrando  y  diciendo  que  se  hacia 
en  nombre  del  Rey  y  de  la  Reina  y  de  la  Comunidad ; 
y  Juan  de  Padilla  y  Hernando  de  Avalos  enviaron  á  dar 
sus  fingidas  disculpas  al  Emperador,  diciendo  que  ha- 
bían sido  presos  y  no  habían  podido  ir  á  su  llamamien- 
to, y  que  de  todo  lo  sucedido  les  habia  pesado.  Y  esta 
es  en  suma  la  manera  cómo  la  ciudad  de  Toledo  se  alzó 
y  dio  principio  á  lo  que  las  otras  hicieron  después;  y  en 
lo  que  en  Toledo  se  hacía  y  después  se  hizo,  era  la  prin- 
cipal parte  en  lo  mover  y  sostener  doña  María  Pacheco, 
mujer  de  Juan  de  Padilla,  hermana  del  marqués  de  Mon- 
déjar,  que  fué  una  mujer  de  muy  inquieto  y  bullicioso 
ánimo,  y  que  presumió  siempre  de  muy  valerosa  y  de 
altos  pensamientos;  que  es  una  pasión  que  ha  hecho  á 
muchos  hombres  hacer  grandes  desatinos  y  atrevimien- 
tos. 

CAPITULO  IV. 

De  la  resolución  que  el  Emperador  tomó,  sabida  la  alteración  de 
Toledo,  y  cómo  se  concluyeron  las  Cortes,  y  él  se  embarcó  y 
partió,  y  á  quién  dejó  por  gobernador  en  Castilla. 

La  nueva  y  movimiento  del  escándalo  de  Toledo  le 
tomó  al  Emperador  en  la  Coruña,  donde  estaba  para  se 
embarcar,  aunque  las  Cortes  aun  no  se  habían  concluí- 
do.  Hubo  dello  grandísimo  sentimiento,  y  puso  en  plá- 
tica de  venir  luego  personalmente  á  castigarlo,  y  como 
inozo  animoso,  que  entonces  había  cumplido  veinte 
años,  tuvo  grande  gana  de  hacerlo;  pero  fué  apartado 
desle  propósito  por  Xebres  y  los  del  Consejo,  por  respe- 
tos que  tuvieron ,  de  temor  de  mayor  desacato  sí  el 
Emperador  iba  á  ello,  teniendo  entendido  la  fortaleza 
y  sitio  de  aquella  ciudad,  y  estar  aquella  cosa  en  prin- 
cipio de  su  furia,  y  que  sería  muy  mal  si  se  desvergon- 
zaban contra  su  persona,  como  temían  que  lo  harían, 
asi  de  temor  de  lo  que  habían  cometido,  como  por  es- 
tar, como  digo,  aun  en  la  fuerza  del  primer  furor;  lo 


MEJIA. 

cual  se  tenia  esperanza  que  el  tiempo  amansaría  y  tem- 
plaría, pasados  aquellos  ímpetus  del  pueblo,  que,  como 
se  suele  encender  con  poco  fundamento,  así  acontece 
apagarse  y  deshacerse  presto,  teniendo  fresco  ejemplo 
dello  en  el  alboroto  pasado  de  Valladolíd,  que  comenzó  y 
acabó  en  un  día.  Juntábase  también  con  esto  la  necesi- 
dad que  su  majestad  tenía  de  no  dilatar  su  camino,  por  la 
priesa  que  del  Imperio  y  de  sus  estados  de  Flándes  le 
daban ,  y  porque  le  convenia  verse  con  el  rey  de  Ingla- 
terra en  Picardía  antes  que  él  y  el  rey  de  Francia  se  vie- 
sen, como  tenia  concertado,  para  1.°  de  junio,  cerca  de 
Calés,  villa  del  rey  de  Inglaterra;  por  lo  cual  se  acordó 
esperar  el  tiempo  y  lugar  de  hacer  otros  mas  seguros 
remedios,  de  los  cuales  algunos  intentaron  luego,  de 
cartas  y  apercebimientos,y  que  el  Emperador,  conclui- 
das las  Cortes,  que  ya  estaban  en  esto,  prosiguiese  su 
viaje,  confiando,  como  digo,  que  lo  de  Toledo  no  iría  en 
crecimiento,  antes  se  curaría  presto;  y  en  esto  se  re- 
solvieron, no  adivinando  lo  que  después  sucedió,  por- 
que á  la  verdad  fueron  cosas  que  no  pudieran  caber  en 
consideración  ni  ordinario  juicio;  y  así  se  acabaron  las 
Cortes,  en  que  se  ordenaron  algunas  cosas  cumplideras 
á  la  justicia  y  gobernación,  y  las  ciudades  otorgaron  el 
servicio  ordinario  al  Rey,  que  fueron  ducientos  cuentos 
en  tres  años,  aunque  hubo  algunos  procuradores  que  no 
lo  otorgaron  ni  votaron,  que  fueron  los  de  Salamanca, 
Toro,  Madrid,  Murcia  ,  Córdoba  y  Toledo,  cuyos  pro- 
curadores nunca  vinieron ;  y  los  de  León  el  uno  negó  y 
el  otro  concedió,  y  los  unos  y  los  otros  se  fueron  á 
sus  casas ;  y  el  Emperador,  siendo  ya  entrado  mayo,  y 
no  esperando  otra  cosa  sino  tiempo  para  su  navegación, 
con  acuerdo  de  los  de  su  consejo  y  su  presidente  don 
Antonio  de  Rojas,  arzobispo  de  Granada,  ordenó  de- 
jar por  gobernador  destos  reinos  de  Castilla  al  cardenal 
Adriano ,  para  evitar  las  invidias  y  parcialidades  si  de- 
jara algún  grande  de  Castilla  juntamente  con  su  real 
consejo,  y  que  fuesen  á  residir  en  la  villa  de  Valladolíd. 
Y  porque  Toledo  quedaba  alterada  y  las  cosas  sospecho- 
sas, dejó  por  capitán  general  á  Antonio  de  Fonseca, 
señor  de  Coca  y  Alaejos ,  para  sí  algún  hecho  de  armas 
fuese  necesario ;  y  ordenado  esto,  plugo  á  Dios  que  des- 
de á  pocos  días,  que  fueron  20  del  dicho  mes  de  mayo, 
vino  eí  viento  que  se  deseaba,  y  la  noche  siguiente  el 
Emperador  se  embarcó,  acompañado  de  los  señores  ex- 
tranjeros que  acá  andaban  en  su  servicio,  y  del  duque  de 
Alba  don  Fadrique  de  Toledo,  y  del  marqués  de  Villa- 
franca  don  Pedro  de  Toledo,  y  de  su  hijo,  y  de  algunos 
deudos  suyos,  y  de  algunos  otros  señores  y  caballeros 
españoles  de  menor  estado.  Hízose  su  navegación  de- 
recha á  Inglaterra,  y  en  seis  dias  llegó  y  tomó  puerto  en 
Dobla,  frontera  de  Calés,  en  el  estrecho  entre  Francia 
y  Inglaterra ;  y  luego  el  mesmo  día ,  que  fué  víspera  de 
la  pascua  del  Espíritu  Santo,  desembarcó  allí  con  toda 
su  corte,  donde  ya  estaba  el  cardenal  de  Inglaterra,  que 
era  gran  privado  del  Rey  y  por  quien  se  gobernaba.  Y 
luego  la  misma  noche,  siendo  avisado  de  su  venida ,  vi- 
no allí  por  la  posta  el  rey  de  Inglaterra,  y  fueron  muy 
grandes  las  muestras  de  amor  con  que  habló  y  recibió 
al  Emperador,  y  las  fiestas  y  alegre  recibimiento  que  á 
él  y  á  toda  su  corte  hizo,  y  luego  otro  dia  los  dos  reyes 
fueron  á  Santo  Tomé  de  Contarberi,  donde  la  reina  doña 
Catalina  de  Inglaterra ,  mujer  del  Rey  y  tía  del  Empe- 
rador, estaba  y  tenia  riquísimamente  aderezado  el  apo- 


COMUNIDADES 
sentó,  en  el  cual  estuvieron  los  tres  dias  de  la  Pascua,  y 
se  hicieron  muy  grandes  y  muy  solemnes  fiestas.  Pasa- 
da la  Pascua,  y  habiendo  estos  dos  príncipes  tratado  las 
cosas  que  les  convenían,  y  ratificado  y  confirmado  las 
paces  y  deudos  que  entre  ellos  habia,  con  buena  gracia 
y  amor,  el  Emperador  se  despidió  de  su  tia  y  del  Rey  su 
marido,  y  se  vino  á  una  playa  en  aquella  mesma  isla,  y 
se  tornó  á  embarcar  en  su  armada,  que  allí  se  habia  pa- 
sado ;  y  prosiguiendo  su  navegación,  fué  á  tomar  puerto 
en  la  isla  de  Holanda ,  en  la  villa  de  Freguelingas ,  y  de 
su  llegada,  los  naturales  de  aquellos  estados,  luego  co- 
mo fué  publicada ,  recibieron  increíble  alegría ,  y  ansi- 
mismo  en  toda  Alemania,  en  la  cual  también  era  muy  de- 
seado. De  Holanda,  sin  se  detener,  pasó  á  Flándes,  y 
en  las  villas  de  aquellos  estados,  por  do  pasaba,  le  fue- 
ron hechos  muy  solemnes  recebimientos,  señaladamen- 
te en  Gante,  donde  le  esperaron  madama  Margarita, 
su  tia ,  y  el  infante  don  Hernando,  su  hermano,  que  ya 
era  duque  de  Austria,  y  fué  dellos  alegremente  recebi- 
do,  y  de  allí  se  acercó  á  la  villa  de  Calés  para  tornarse 
á  ver  con  el  rey  de  Inglaterra;  el  cual ,  después  que  del 
Emperador  se  habia  apartado,  se  pasó  en  Calés,  y  cerca 
del  habia  hecho  sus  vistas  muy  solemnes  con  el  rey  y 
reina  de  Francia,  de  donde  habiéndose" ido  el  de  Fran- 
cia, el  Emperador  se  acercó,  como  digo ,  con  el  rey  y 
reina  de  Inglaterra,  que  también  vino  allí,  y  trataron  sus 
ligas  y  oíros  negocios  grandes  que  no  han  venido  ámi 
noticia,  porque  es  cierto  que  el  rey  de  Francia  procu- 
raba mucho  que  el  de  Inglaterra  se  declarase  por  él,  si 
fuese  menester,  contra  el  Emperador,  de  cuya  potencia 
y  acrecentamiento  á  él  no  le  placía  nada;  antes  le  era 
odiosa  y  sospechosa,  y  le  hacía  todos  los  estorbos  que 
podía.  Concluidas  estas  vistas,  el  Emperador  se  volvió  á 
la  villa  de  Gante  á  se  aderezar  y  ponerse  á  punto  para  ir 
á  recebir  su  corona  en  la  ciudad  de  Aquísgran,  donde  le 
dejamos  agora  hasta  su  tiempo,  y  digamos  las  cosasque 
pasaron  en  estos  reinos  luego  que  se  ausentó  el  Empe- 
rador dellos,  que  fueron  harto  extrañas. 

CAPITULO  V. 

De  las  cosas  que  sucedieron  en  Castilla  luego  que  el  Emperador 
partió  dalla ,  y  cómo  fueron  en  crecimiento  los  alborotos  y  es- 
cándalos populares. 

La  partida  del  Emperador  fué  diversamente  sentida 
en  España  porque  los  que  tenían  sana  y  buena  inten- 
ción y  ánimos  quietos,  que  la  habían  aprobado  y  tenido 
por  justa,  sintieron  con  ella  mucha  soledad  y  pena,  do- 
liéndose de  lo  que  luego  sucedió,  temiendo  y  adivinan- 
do lo  que  después  vino;. pero  los  que  eran  bulliciosos  y 
levantados  no  la  tomaban  ansí ,  antes  parecía  que  anda- 
ban regocijados  con  una  vana  esperanza  que  en  los 
ánimos  semejantes  se  suele  criar  de  acrecentar  sus  es- 
tados y  estimación  con  las  disensiones  y  mudanzas;  y 
de  los  desta  calidad  no  hubo  pocos,  y  cierto  fueron 
grandes  ocasiones  de  los  males  que  sucedieron.  Señala- 
damente en  la  gente  popular  de  algunas  ciudades  de 
Castilla  creció  sin  parar  el  atrevimiento ,  trocando  las 
murmuraciones  y  desvergüenzas  pasadas,  ya  dichas,  en 
desacatos  y  osadías  intolerables,  coloreando  los  unos  y 
los  otros  lo  que  se  hacía  y  decía  con  el  nombre  y  título 
de  bien  común  y  defensión  de  sus  repúblicas.  Los  co- 
razones é  intenciones  Dios  las  sabe,  y  solo  las  conoce 


DE  CASTILLA.  37S 

y  entiende ;  pero  los  hechos  que  se  hicieron  y  la  fami 
dellos  claramente  fué  mala,  como  en  el  cuento  destai 
historia  severa,  y  así  permitió  Dios  que  fuesen  en  daño 
y  destruícion  de  los  que  las  ordenaron  y  ejecutaron. 

Partido  pues  el  Emperador,  al  tiempo  que  tengo  di- 
cho, del  puerto  de  la  Coruña,  los  grandes  y  señores  que 
allí  habían  quedado  se  fueron  á  sus  casas  y  tierras ,  y 
el  cardenal  de  Tortosa  con  algunos  dellos  y  los  del  Con- 
sejo Real  tomaron  su  camino  para  Valladolid,  como  se 
habia  ordenado;  y  antes  que  allí  llegasen,  tuvieron 
nuevas  de  algunos  de  los  movimientos  que  pasaron; 
porque  en  muchtis  ciudades  habían  concebido  tan  gran- 
de odio  contra  los  procuradores  de  cortes  que  otorgaron 
el  servicio,  juntándose  con  ello  las  mentiras  y  fama 
de  cosas  que  decían  haber  otorgado ,  que  en  las  mas 
dellas,  luego  que  los  procuradores  llegaban,  hacían 
contra  ellos  atrevimientos  é  insultos  nunca  pensados. 
Las  primeras,  después  de  lo  que  en  Toledo  estaba  he- 
cho, fueron  Zamora  y  Segovía,  cuyas  poblaciones  casi 
en  un  día  se  levantaron  en  comunidad ,  y  se  pusieron 
en  armas  con  grandísimo  escándalo,  ejecutando  la  pri- 
mera furia  en  sus  procuradores  de  cortes ,  que  fué  el 
nombre  y  ocasión  con  que  se  levantaron ,  llamándolos 
traidores  y  vendedores  de  la  patria ,  porque  habían 
otorgado  el  servicio  á  su  rey;  y  los  procuradores  de  la 
ciudad  de  Zamora  escapáronse  de  la  muerte  que  les 
iban  á  dar,  porque  huyeron  por  maña  y  mandamiento 
del  conde  de  Alba  de  Liste,  que  era  vecino  y  parte  prin- 
cipal en  aquella  ciudad;  pero  con  aquel  ímpetu  que  los 
iban  á  matar,  les  fueron  á  derribar  las  casas,  y  lo  co- 
menzaron á  hacer,  y  dejaron  de  acabarlo  por  ruego  y 
acatamiento  de  la  condesa  de  Alba,  que  salió  á  se  lo  pe- 
dir y  estorbar.  Tomóse  allí  no  sé  qué  medio  de  ponerles 
dos  estatuas  en  memoria  de  lo  que  ellos  llamaban  trai- 
ción. Este  conde  fué  muchos  dias  freno  y  remedio  para 
templar  las  cosas  de  aquella  ciudad ,  para  que,  aunque 
tenia  voz  de  comunidad ,  no  se  hiciesen  en  ella  insultos 
y  desatinos ,  como  en  las  otras. 

En  Segovia  fué  mas  cruel  y  abominable  el  hecho,  por- 
que habiéndose  juntado  el  común  de  aquella  ciudad  en 
la  iglesia  de  Corpus  Christi  á  elegir  ciertos  oficiales, 
como  lo  habían  de  costumbre ,  en  martes,  día  de  pas- 
cua de  Espíritu  Santo ,  estaba  allí  acaso  con  ellos  un 
hombre  llamado  Fulano  Melena,  allegado  ó  criado  de  la 
justicia,  con  la  cual  tenían  ya  grande  odio  y  enojo;  y 
como  el  Melena  pareciese  que  la  quería  disculpar,  co- 
menzándolo algunosque  particularmente  lequerian  mal, 
súbitamente  se  alborotaron  todos,  y  con  grandes  vo- 
ces y  escándalo  le  prendieron,  y  sin  mas  razón  ni  dila- 
ción" fué  llevado  por  el  pueblo,  que  luego  acudió  todo  al 
campo ,  á  la  horca ,  adonde  llegando  el  Melena  casi 
muerto,  lo  ahorcaron  de  los  pies;  y  viniendo  de  hacer 
este  cruel  hecho ,  toparon  con  otro  hombre,  y  porque 
le  vieron  escrebir  en  un  pliego  de  papel ,  y  á  uno  dellos 
le  pareció,  ó  lo  quiso  decir,  que  estaba  escribiendo  los 
nombres  de  los  que  aquello  habían  hecho,  comenza- 
ron á  decir  :  «Muera ,  muera ; »  y  con  la  mesma  orden 
de  proceso  que  al  otro,  volvieron  con  él  á  la  horca,  y 
pusiéronlo  en  ella ,  donde  desde  á  poco  murió  con 
grande  inhumanidad  :  con  que  gastado  el  dia  en  estas 
extorsiones,  luego  al  siguiente  ,  que  fué  miércoles ,  se 
juntaron  en  su  ayuntamiento  los  regidores  de  aquella 
ciudad  á  tratar  de  lo  que  habia  pasado;  al  cual  ansimes- 


376  PEHO 

mn  vino  el  rcgiflnr  Torflcsillas.prociiMdnr  rio  cortes 
que  liíibia  sido,  á  dar  cuenla  de  lo  que  allí  se  lialjia  he- 
dió, aunque  fué  aconsejado  que  no  lo  hiciese;  y  es- 
tando así  en  el  dicho  ayuntaniiento,  vino  grande  nú- 
mero de  gente  del  pueblo,  armada ,  con  grande  gritería 
y  alboroto,  y  comenzaron  á  pedir  que  les  fuese  entre- 
gado el  traidor  Tordesillas,  y  como  no  lo  hiciesen, 
luego  escalaron  y  subieron  por  diverjas  parles  á  las  ca- 
sas del  cabildo,  sin  que  nadie  se  atreviese  á  resistilio; 
de  manera  que  se  le  entregaron  por  fuerza;  y  ansí  lo 
llevaron  preso,  y  aunque  en  el  camino  el  deán  de  aquella 
iglesia,  y  muchos  clérigos  y  religiosos  salieron  á  es- 
torbarlo con  el  Santo  Sacramento  en  las  manos ,  no 
fueron  parte  para  que  no  le  llevasen  arrastrando  y  des- 
pedazándole, y  con  una  soga  ú  la  garganta,  hasta  la 
mesma  horca  donde  habían  llevado  á  los  otros,  y  pusié- 
ronle en  medio  dellos  también  colgado  de  los  pies ,  que 
fué  un  harto  fiero  y  lastimoso  espectáculo,  y  ansí  acabó 
la  vida  este  pobre  caballero ,  y  la  acabara  también  el 
otro  procurador  su  compañero,  llamado  Juan  Vázquez, 
EÍ  hubiera  venido  á  Segovia ;  pero  escapóse  huyendo, 
siendo  avisado  de  lo  que  pasaba  antes  que  allí  viniese. 

Habiendo  el  pueblo  hecho  esto,  eligieron  sus  dipu- 
tados de  comunidad ,  y  quitaron  las  varas  á  la  justicia 
del  Rey ,  y  diéronlas  á  otros  que  las  tuviesen  por  la 
Comunidad,  y  apoderáronse  de  las  puertas  de  la  ciu- 
dad ,  y  pusiéronse  tan  en  armas  y  vela  como  si  estuvie- 
ran cercados  de  enemigos,  y  dende  á  pocos  días  pusie- 
ron también  cerco  sobre  la  fortaleza,  cuya  tenencia  era 
de  don  Hernando  de  Bobadilla,  conde  de  Chinchón,  y 
teníala  por  él  su  hermano  don  Diego.  Escribieron  asi- 
mismo sus  cartas  á  la  ciudad  de  Toledo,  haciéndoles 
saber  lo  que  pasaba,  y  pidiéndoles  que  si  les  viesen  en 
necesidad  les  enviasen  socorro;  y  esta  orden  de  quitar 
y  poner  las  varas  y  hacer  diputados,  siguieron  en  Za-> 
mora  y  en  las  otras  ciudades  que  también  tomaron  esta 
voz;  de  lo  cual  algunos  caballeros  y  personas  princi- 
pales dellas  mesmas  se  encargaron  al  principio,  algu- 
nos, aunque  pocos,  con  buena  intención ,  pensando 
ser  medio  y  camino  por  do  la  furia  del  pueblo  se  tem- 
plase. Otros  que  ciegos  y  con  malicia  y  ambición  lo 
aceptaron,  queriendo  gozar  del  tiempo,  como  arriba  se 
tocó,  y  no  entendiendo  ni  considerando  el  suceso  y  fin 
que  podían  esperar,  y  aun  algunos  que  del  temor  de  la 
muerte  ó  de  ser  desterrados,  lo  hicieron ,  y  los  otros 
nobles  y  caballeros  que  sin  cargos  ni  oficios  quedaron 
en  esta  y  en  otras  ciudades  y  villas  que  se  alzaron,  tam- 
bién fueron  movidos  por  algunos  destos  respetos,  aun- 
que al  cabo  los  mas  dellos  vinieron  á  ser  tan  sospe- 
chosos al  pueblo  y  tan  mal  tratados  del,  que  si  no  fueron 
aquellos  que  desvergonzadamente  consintieron  en  esta 
vanidad ,  casi  todos  los  demás  se  desterraron  de  sus  ca- 
sas y  patrias,  y  se  fueron  á  aquellas  partes  y  lugares 
donde  pudieron  estar  seguros. 

La  nueva  destas  cosas  acaecidas  en  Zamora  y  Se- 
govia tomó  al  cardenal  gobernador,  y  al  Presidente  y 
&  los  del  Consejo  antes  de  llegar  á  Yailadolid  ;  y  si  no 
se  dieran  priesa  á  entrar  en  aquella  villa,  lo  mesmo 
aconteciera  luego  en  ella,  según  andaba  ya  el  pueblo 
bullicioso  y  desasosegado;  pero  venido  el  Consejo,  y 
luego  el  Cardenal,  bastó  su  presencia  y  acatamiento 
para  diferirlo  algún  ticmgo,  que  fué  mucho  para  como 
estaban. 


MEJIA. 

Pero  en  los  otros  lugares  no  hubo  este  respeto,  y 
no  tardó  nada  en  prenderse  el  fuego  y  pestilencia; 
porque,  como  si  se  hubieran  concertado  para  ello  ó  co- 
mo si  se  entendieran  por  almenaras  ó  ahumadas,  co- 
mo suele  acontecer  en  fierras  de  las  costas  de  España 
ó  en  fronteras  de  enemigos ,  asi  se  movieron  casi  á  un 
mismo  tiempo  muchos  lugares.  Porque  en  el  mismo 
principio  del  mes  de  junio  se  levantaron  también  en  la 
ciudad  de  Burgos  con  voz  de  comunidad ,  y  con  grande 
alboroto  y  mano  armada  tomaron  la  fortaleza  y  quita- 
ron las  varas  á  la  justicia  y  hicieron  sus  diputados ,  y 
dieron  la  de  corregidor  á  un  caballero  vecino  llamado 
don  Diego  Osorio ,  y  luego  fueron  á  casa  de  Garci  Ruiz 
de  la  Mola ,  procurador  que  había  sido  en  aquellas  cor- 
tes, hermano  del  maestro  Mota,  obispo  de  Badajoz, 
para  lo  matar;  y  como  no  pudo  ser  habido,  que  fu6 
avisado  y  huyó,  derribáronle  y  quemáronle  la  casa  y  to- 
das las  escripturas  y  previlegios,  y  otros  instrumentos 
tocantes  al  Rey  y  al  reino,  que  él  tenia  en  su  poder  y  á 
su  cargo.  Y  con  el  mismo  ímpetu  fueron  y  derribaron 
la  casa  de  un  aposentador  del  Rey  llamado  Garci  Jofré, 
el  cual,  aunque  era  natural  de  Francia,  había  gran 
tiempo  que  servia  al  rey  don  Fernando  el  Católico  y  al 
Emperador,  su-nieto,  y  era  casado  y  vecino  en  aquella 
ciudad ;  contra  el  cual  se  indignaron  solamente  porque 
el  Emperador  le  había  confirmado  la  tenencia  de  la  casa 
y  castillo  de  Lara,  que  Burgos  pretendía  ser  suya ;  y  no 
paró  en  esto  la  furia  comenzada  contra  él,  porque  ha- 
biendo el  mismo  Jofré  halládose  allí  aquel  día,  que  iba 
con  el  embajador  del  rey  de  Francia  por  mandado  del 
Emperador,  despuésde  haberse  comenzado  el  derri- 
bamiento  de  su  casa  se  habiaido  su  camino ;  y  acordán- 
dose de  enviar  en  su  alcance  cierta  gente  de  á  caballo, 
alcanzáronle  en  un  pequeño  lugar  tres  leguas  ya  de 
Burgos,  donde  le  prendieron ,  sacándolo  de  una  iglesia 
y  del  sagrario  della,  adonde  se  habla  acogido;  y  así 
preso,  fué  traído  á  la  ciudad  de  Burgos  y  puesto  en  la, 
cárcel,  en  la  cual  con  golpes  y  heridas  lo  mataron,  y 
luego  ansí  muerto,  lo  sacaron  por  las  calles  arrastrando 
y  lo  ahorcaron.  Sabido  esto  por  el  condestable  don  Iñi- 
go de  Velasco,  que  había  venido  al  rebato,  se  entró  en 
la  ciudad ,  y  pensando  amansar  el  pueblo  por  esta  vía, 
se  encargó  de  tomar  la  vara  de  la  justicia,  como  se  lo 
pidieron,  y  tuvo  muchos  días  aquella  ciudad  con  su 
presencia  con  mediana  quietud ,  y  sucedió  después  lo 
que  adelante  se  dirá. 

En  estos  proprios  dias  se  alborotó  toda  la  comunidad 
y  villa  de  Madrid,  y  se  puso  también  en  armas  y  se 
asentó  cerco  sobre  la  fortaleza,  y  hicieron  sus  diputa- 
dos y  forma  de  comunidad  como  en  las  otras  ciudades 
se  habia  hecho.  Y  en  la  ciudad  de  Valencia,  que  días 
habiaque  tenia  desterrados  á  los  nobles  y  caballeros, 
en  esta  mesma  sazón  se  alzó  el  pueblo  contra  la  justi- 
cia, y  echó  fuera  al  viso  rey  de  aquel  reino,  que  era  don 
Diego  de  Mendoza,  hermano  del  marqués  de  Cañete, 
y  se  puso  en  la  forma  y  manera  que  las  otras.  Y  á  su 
ejemplo,  en  pocos  dias  se  alzaron  en  voz  de  comunidad 
la  ciudad  de  Sigüenza  y  de  Guadalajara  y  Salamanca  y 
otros  lugares,  y  se  escribieron  y  conjuraron  de  ayudar 
las  unas  á  las  otras,  y  en  todas  ellas  y  lasque  después  se 
alzaron  pasaron  grandes  escándalos  y  insultos  y  tira- 
nías que  hacían ,  que  no  puedo  contar  en  particular. 
Daslacscrcbir  en  general  y  común  lo  que  en  nombre  de 


COMUNIDADES 
todas  ellas  y  contra  ellas  se  hizo,  así  de  guerras  romo  de 
juntas  y  tratos ,  y  otras  cosas  de  las  mas  señaladas. 

CAPITULO  VI. 

Cómo  el  Rey  fué  avisado  de  lo  que  en  Castilla  pasaba,  y  lo  que 
proveyó  sobre  ello,  y  lo  que  el  Cardenal  Gobernador  hizo,  y  las 
otras  cosas  que  sucedieron. 

Sabidos  por  el  Emperador  los  movimientos  ya  dichos 
que  en  Castilla  habían  sucedidodespuésdesu  ausencia, 
hubo  gran  pesar  y  mostró  gran  sentimiento  dello,  y  ha- 
bido su  consejo ,  y  usando  de  su  natural  clemencia  y 
bondad ,  con  deseo  de  reducir  á  su  servicio  á  los  que 
estaban  alterados,  y  de  confortar  y  remunerar  á  los 
que  habían  perseverado  en  él  y  no  se  habían  alzado, 
antes  del  rigor  y  justicia ,  quiso  usar  de  clemencia  y  li- 
beralidad, y  envió  á  mandar  que  el  servicio  que  se  le 
liabia  otorgado  en  las  cortes  de  la  Coruña  no  se  co- 
brase de  las  ciudades  qile  estaban  en  su  obediencia  ni 
de  las  que  á  ella  se  redujeren ,  porque  él  les  hacia  gra- 
cia y  merced  del  dicho  servicio.  Asimesmo  hizo  mer- 
ced á  todo  el  reino  de  que  las  rentas  reales  del  se  die- 
sen por  encabezamiento  de  la  manera  que  estaban  en 
tiempo  de  los  Reyes  Católicos,  sus  abuelos,  y  quiso 
perder  y  hacer  suelta  de  las  fujas  que  se  le  habían  he- 
cho, que  eran  grandes,  por  los  arrendadores,  para  que 
no  fuesen  mas  gravados  sus  vasallos.  Envió  asimesmo 
á  ofrecer  y  certificar  que  ningún  oficio  se  proveería  en 
estos  sus  reinos  sino  á  los  que  fuesen  naturales  dellos ; 
y  con  ser  estas  tres  cosas  las  mas  principales  é  impor- 
tantes de  que  la  ciudad  de  Toledo  y  las  otras  de  su 
liga  se  agraviaban,  y  lo  habían  pedido,  y  lo  daban  por 
descargo  y  disculpa  de  sus  levantamientos,  no  fueron 
bastantes  para  los  asosegar  y  traer  á  obediencia ,  por- 
que los  que  eran  movedores  y  habían  inducido  á  los 
pueblos  á  ello,  no  solamente  estorbaban  que  no  se  acep- 
tase, pero  procuraban  que  no  se  supiese  ni  publicase, 
y  no  se  diese  crédito  á  ello.  Y  á  la  villa  de  Valladolid, 
por  estar  en  su  servicio  y  estar  en  ella  su  gobernador  y 
consejo  real,  no  solamente  le  hizo  merced  de  la  parte 
que  deste  general  beneficio  y  gracia  le  cabia,  pero  par- 
ticularmente le  otorgó  feria  franca,  que  tenían  en  cier- 
to tiempo,  y  los  derechos  de  la  venta  del  trigo  y  pes- 
cado; lo  cual  fué  todo  mal  empleado,  como  adelante 
se  verá ,  en  los  unos  y  en  los  otros ,  y  prueba  bastante 
que  el  propósito  de  ios  que  esto  encaminaron  no  fué 
celo  del  bien  común ,  como  publicaban. 

Habiendo  pues  asentado  en  la  villa  de  Valladolid  el 
Cardenal  Gobernador  con  los  del  Consejo  Real  y  Presi- 
dente, y  entendiendo  la  dureza  de  los  pueblos  que  se  ha- 
bían alzado,  parescióle  que  se  debía  ya  usar  de  remedios 
y  medicinas  mas  fuertes,  viendo  que  las  blandas  no 
habían  aprovechado ,  pensando  curar  con  ellas  lo  pasa- 
do y  estorbar  lo  que  sucedió ,  aunque  el  consejo  no  sa- 
lió como  pensaba ;  y  para  esto  acordó  enviar  á  Segovía, 
donde  la  fuerza  y  desacato  había  sido  mayor,  al  licen- 
ciado Ronquillo,  alcalde  de  corte,  para  allanar  y  traer 
á  obediencia  aquella  ciudad,  y  castigar  á  los  mas  cul- 
pados en  aquel  liecho.  Para  fuerza  y  autoridad  déla  jus- 
ticia, enviaron  con  él  mil  hombres  de  á  caballo,  los  mas 
de  los  cuales  eran  de  las  guardias  que  poco  había  eran 
venidos  de  la  jornada  de  mar  que  don  Hugo  deMoncada 
había  hecho  de  los  Gélves;  y  por  capitanes  desta  gen- 
te fueron  enviados  don  Luis  de  la  Cueva,  caballero  prin- 


DE  CASTILLA.  377 

¡  cipal  de  la  ciudad  de  Bacza,  y  Ruy  Diaz  de  Rojas,  ca- 
j  pilan  esforzado  y  de  mucha  experiencia,  porque  sí  el 
alcalde  no  fuese  recebido  ni  obedecido  en  la  ciudad ,  é\' 
procediese  contra  ellos  en  rebeldía,  hasta  compeli-rlos 
á  obedecer;  pero  andaba  ya  esta  furia  infernal  tan  suel- 
ta, que  cuando  se  esperaba  que  el  temor  deste  casti- 
go, que  se  publicaba,  escarmentaría  á  losque  no  habían 
pecado,  se  levantaron  otros  de  nuevo ;  y  ansí  en  estos 
dias  tomaron  voz  de  comunidad  Toro,  León,  Avila, 
Murcia  y  otros  lugares;  y  la  ciudad  de  Toledo,  como 
inventora  que  había  sido  desta  tragedia ,  acordó  de  pro- 
curar que  se  hiciese  junta  general  de  las  ciudades  que 
tenían  su  opinión,  y  escribió  carias  A  todas  ellas,  pi- 
diéndoles que  enviasen  sus  procuradores  al  lugar  que 
la  ciudad  de  Burgos  señalase,  para  tratar  y  asentar  ¡o 
que  convenia  que  todos  hiciesen  para  su  defensa  y  con- 
servación, y  para  lo  que  ellos  decían  bien  común  del 
reino;  ú  lo  cual  los  que  estaban  ya  alzados  respondie- 
ron aprobando  su  consejo ,  y  asi  lo  pusieron  por  obra , 
como  se  dirá  adelante;  pero  Sevilla,  Granada,  Córdo- 
ba y  otros  lugares  de  Andalucía,  no  solamente  no  lo 
quisieron  hacer  ni  enviaron  sus  mensajeros ,  pero  algu- 
nas dellas no  respondieron,  y  otras  lo  hicieron  repre- 
hendiendo lo  que  se  hacia. 

El  pueblo  y  comunidad  de  Segovia,  perseverando  en 
su  desatino ,  como  endurecidos  y  obstinarlos ,  no  qui- 
sieron recebir  al  alcalde  Ronquillo  níobedecelle,anlos 
se  pusieron  enarmaspiira  resisliilo,  y  hicieron  sus  capi- 
tanes, y  apercibimiento  de  su  gente  para  defenderse. 
El  cual  y  los  capitanes  que  con  él  iban,  vista  la  fuerza  y 
fortaleza  de  aquella  ciudad,  y  porque  la  orden  y  propó- 
silo  que  llevaban  era  tratarel  negDciosin  sangre,  si  ser 
pudiera,  pararon  con  sus  gentíos  en  un  lugar  seis  leguas 
de  Segovia,  llamado  Santa  María  de  Nieva,  y  el  alcalde 
hizo  allí  sus  protestaciones,  y  comenzó  por  pregone-^á 
hacer  sus  autos  y  procesos  contra  los  seguvianos,  requi- 
riéndolos  hiciesen  la  ciudad  llana  á  la  justicia  rt-al.ópa- 
resciesen  á  dar  razón  porqué  no  lo  hucian ;  y  á  esto  los  de 
Segovia,  como  ya  no  era  parte  en  la  ciudad  hombre  de 
honra  ni  de  cuenta ,  sino  el  pueblo  bravo  y  furioso ,  no 
solamente  no  obedecieron  ni  respondieron,  pero  pasados 
algunos  dias  en  tratos  y  en  pláticas  sin  tomo  ni  funda- 
mento, con  la  mejor  orden  que  pudieron  salieron  un  dia 
al  campo  tres  ó  cuatro  mil  hombres,  casi  todos  á  pié,  con 
vozy  propósito  depelearconRonquilloy  sugente;yasí 
llegaron  á  un  lugar  cerca  de  donde  el  alcalde  estaba,  el 
cual  con  los  dichos  capitanes  salió  á  ellos,  y  según  afir- 
man, pudiera  bien  romperlos,  porque,  aunque  eran  mas 
en  número,  era  gente  popular  y  mal  diciplínada;  pero  él 
quiso  estorbar  esto  por  excusar  muertes  y  rigores,  ó 
por  ventura  dudando  el  fin;  y  pasó  la  cosa  en  algunas 
livianas  escaramuzas,  en  que  el  alcalde  Ronquillo  les 
tomó  parte  del  fardaje  y  prendió  algunos  delios,  en  los 
cuales  ejecutó  pena  de  muerte ,  ahorcando  á  unos  y 
dando  á  otros  otras  penas ;  de  manera  que  los  de  Se- 
govia con  poco  efeto  y  algún  daño  se  hubieron  de  vol- 
ver á  sus  casas,  y  de  allí  adelante  el  alcalde  Ronquillo 
apret;P  mas  el  sitio  con  quitarles  el  trato  y  manteni- 
miento, pero  no  cuanto  pudiera,  porque  siempre  se  te- 
nia esperanza  de  algún  buen  medio.  Los  de  Segovía, 
viéndose  ansí  apretados,  enviaron  á  Toledo  y  á  las  otras 
ciudades  sus  confederadas  á  dar  priesa  por  el  socorro 
que  habían  pedido;  las  cuales  todas  respondieron  que 


378  ERO 

con  toda  diligencia  lo  harían ;  y  los  de  Toledo  y  Ma- 
drid, como  mas  vecinos  y  determinados,  y  porque  se 
temiaa  que  si  Segovia  se  sojuzgaba ,  corrian  ellos  el 
mismo  peligro ,  con  toda  presteza  eligieron  capitanes 
y  mandaron  hacer  gente  para  el  socorro ,  y  en  Toledo 
fué  señalado  por  capitán  general  Juan  de  Padilla,  prin- 
cipal movedor  destos  negocios;  al  cual  dieron  comisión 
para  hacer  mil  hombres,  para  los  cuales  nombraron  ca- 
pitanes, y  cien  jinetes,  cuyo  capitán  fué  Hernando  de 
Ayala,  y  algunas  piezas  de  artillería  de  campaña.  De  la 
villa  de  Madrid  mandaron  hacer  socorro  de  cuatro- 
cientos hombres  y  cincuenta  de  á  caballo,  y  por  cabo  y 
capitán  que  log  gobernase  Juan  Zapata. 

Ya  en  estos  dias  habian  venido  las  respuestas  á  To- 
ledo de  las  ciudades  á  quien  habian  escrito  que  se  hi- 
ciese junta  general,  y  de  consentimiento  de  lasque  es- 
taban confederadas  se  asentó  que  la  dicha  junta  fuese 
en  Avila ,  para  la  cual  nombró  Toledo  por  sus  procu- 
radores á  don  Pedro  Lasso  de  la  Vega ,  que  era  teni- 
do en  aquella  ciudad  en  grande  veneración,  por  la  ins- 
tancia con  que  habiatralado  la  embajada  pasada,  como 
se  ha  dicho ,  con  su  majestad ;  de  la  cual  venido  á  To- 
ledo, se  le  hizo  solemnísimo  recibimiento,  llamándole 
libertador  de  la  patria,  y  con  él  enviaron  á  don  Pedro 
de  Ayala  y  dos  jurados  y  los  diputados  del  común;  y 
acertaron  á  salir  de  Toledo  á  este  efeto  el  mismo  dia 
que  salieron  los  otros  capitanes  al  socorro  de  Segovia, 
y  los  unos  se  fueron  á  Avila,  do  se  h'zo  el  ayuntamien- 
to, y  los -otros  á  juntarse  con  los  de  Madrid ;  y  así  jun- 
tos, se  fueron  al  Espinar,  adonde  vino  Juan  Bravo, 
capitán  de  la  gente  de  guerra  de  Segovia,  que  había 
salido  á  recibiiíos  con  ella,  que  serian  por  todos ,  según 
se  contaba  entonces,  dos  mil  infantes  y  ciento  y  cin- 
cuenta de  á  caballo;  y  todos  tres  capilanes  acordaron 
de  acercarse  á  Santa  María  de  Nieva,  donde  Ronquillo 
estaba  pensando  hacer  algún  efeto ,  en  tanto  que  la 
gente  de  Salamanca  y  de  otras  partes  se  juntaba ,  y  hi- 
ciéronlo  así  como  lo  acordaron.  Mas  el  alcalde  Ron- 
quillo y  sus  capitanes ,  perseverando  en  su  propósito, 
aunque  salieron  al  campo ,  no  quisieron  pelear,  y  con 
muy  buena  orden  se  desviaron  dellos ,  mudando  su  alo- 
jamiento; de  manera  que  los  enemigos  se  aposentaron 
en  el  que  ellos  dejaron,  y  ellos  en  otro. 

Sabida  por  el  cardenal  de  Tortosa  la  junta  destos  ca- 
pitanes, acordó  de  acrescentar  las  fuerzas  de  su  gente,  y 
hac'ir  forma  de  campo  para  reprimir  con  él  la  furia  de 
los  pueblos;  y  para  esto  mandó  á  Antonio  de  Fonseca, 
señor  de  las  villas  de  Coca  y  Alaejos ,  capitán  general, 
que  con  la  gente  de  la  corte  y  conlinos  de  la  casa  del 
Rey,  y  con  la  mas  que  pudiese  haber  de  á  pié  y  de  á 
caballo ,  se  fuese  á  juntar  con  Ronquillo ,  y  de  la  arti- 
llería que  en  Medina  del  Campo  estaba  del  Rey  tomase 
la  que  le  pareciese ;  y  á  Ronquillo  envió  á  mandar  que 
por  ninguna  manera  viniese  á  las  manos  con  los  dichos 
capitanes,  sino  que  buenamente  se  juntase  con  Antonio 
de  Fonseca  para  el  efeto  ya  dicho,  y  á  los  que  estaban 
en  Avila  envió  á  mandar  y  requerir  que  no  hiciesen 
junta ,  pues  estaba  vedado  por  ley  y  derecho ,  sin  licen- 
cia de  sus  príncipes,  y  si  algo  quisiesen  pedir,  viniesen 
á  Valladolid ,  que  el  Consejo  y  él  lo  suplicarían  á  su 
majestad  juntamente  con  ellos;  lo  cual  no  quisieron 
oir  ni  dieron  buena  respuesta,  y  estuvieron  tan  desa- 
catados y  pertinaces,  que  habiéndoles  desde  á  pocos 


MEJIA. 

dias  enviado  el  Gobernador  al  comendador  Hineslrosa 
con  la  mesma  embajada,  no  solamente  no  lo  quisieron 
cumplir  ni  obedecer,  pero  ni  le  permitieron  entrar  en 
la  ciudad  ni  tuvieron  por  bien  de  darle  audiencia. 

Este  consejo  de  la  ida  de  Fonseca  no  pudo  ser  tan 
secreto,  que  el  pueblo  de  Valladolid,  donde  se  acordó, 
no  lo  entendiese ;  de  lo  cual  se  alborotaron  mucho  mas 
de  lo  que  estaban ,  que  no  era  poco ,  pues  cada  dia  ha- 
cían juntas  y  cabildos  sin  que  se  lo  osase  prohibir  el 
Cardenal  ni  el  Consejo ,  que  con  su  autoridad,  y  con  la 
presencia  y  diligencia  del  conde  de  Benavente,  que  era 
mucha  parte  en  aquella  villa,  y  de  don  Alonso  Enriquez, 
obispo  de  Osma,  hermano  del  Almirante,  y  de  .otros  ca- 
balleros que  amaban  el  servicio  del  Rey,  los  entrete- 
nían y  sobrellevaban;  pero  sabido  que  Antonio  de  Fon- 
seca  hacia  gente  para  lo  dicho,  con  tanta  furia  se  albo- 
rotaron los  del  pueblo,  que  habiéndose  juntado  en  sus 
ayuntamientos ,  enviaron  á  suplicar  al  Cardenal  que  no 
consintiese  que  en  aquella  ^\sl  se  sacase  gente  ni  ar- 
mas contra  Segovia ;  antes  enviase  á  mandar  á  Ron- 
quillo que  se  retirase  con  la  que  en  su  comarca  tenia. 
El  Cardenal,  conformándose  con  el  tiempo,  mandó 
prover  en  lo  de  la  gente  con  pregón  público  que  sobre 
ello  se  dio,  y  á  lo  de  la  retirada  de  Ronquillo  respon  üó 
con  dulces  palabras,  dilatando  la  determinación  dello 
para  adelante.  Pero  no  obstante  esto,  Antonio  de  Fon- 
seca,  habiéndose  salido  disimuladamente  de  Vallado- 
lid,  se  fué  á  Arévalo  con  la  gente  que  había  podido  jun- 
tar de  á  pié  y  de  á  caballo;  donde  vino  el  Ronquillo ,  y 
los  capitanes  que  con  él  estaban ,  con  la  suya ,  y  de  allí 
con  la  mayor  parte  y  la  mejor  acordó  de  ir  ala  villa  de 
Medina  del  Campo  á  tomar  el  artillería  por  fuerza,  si  de 
grado  no  se  la  quisiesen  dar,  como  ya  lo  habian  negado 
habiéndoles  sido  mandado  que  la  diesen  al  alcalde.  Y 
madrugando  mucho  Antonio  de  Fonseca,  martes  á  21 
de  agosto,  tres  meses  después  que  el  Emperador  par- 
tió de  Castilla,  en  los  cuales  pasó  todo  lo  susodicho, 
amaneció  sobre  Medina  del  Campo ,  donde  estaban  ya 
avisados  y  puestos  en  armas ,  con  acuerdo  de  negar  el 
artillería,  como  lo  hicieron;  y  como  Fonseca  tuviese 
servidores  y  parte  en  aquella  villa,  y  el  Corregidor,  que 
era  Gutierre  Quijada ,  un  buen  caballero,  estuviese  de 
buena  voluntad ,  comenzó  á  tratar  por  bien  y  por  me- 
dios que  se  la  diesen ,  mostrando  las  provisiones  y  man- 
damientos que  traían  para  ello.  En  estas  pláticas  se  pa- 
só gran  parte  del  dia ,  habiendo  dentro  algunos  que 
eran  de  buen  parecer;  pero  sidndo  todo  el  resto  de  la 
gente  del  lugar  en  lo  contrario,  no  solamente  no  qui- 
sieron obedecer  las  provisiones,  pero  puestos  en  la  pla- 
za del  lugar,  pusieron  el  artillería  en  las  bocas  de  !as 
calles;  lo  cual  visto  por  Fonseca,  comenzó  á  mandar 
á  su  gente  entrase  peleando,  y  los  de  la  villa  dispararon 
algunas  de  las  dichas  piezas,  y  mataron  á  ciertos  de  los 
de  Fonseca ,  y  murieron  también  algunos  dellos,  y  de- 
fendieron valerosamente  la  entrada.  A  este  tiempo  la 
gente  de  Antonio  de  Fonseca  puso  fuego  á  ciertas  ca- 
sas cerca  de  la  plaza,  con  pensamiento  de  que  con  acu- 
dir los  de  la  villa  á  matar  el  fuego  aflojasen  en  la  defen- 
sa; lo  cual  no  se  sabe  si  fué  mandamiento  de  Antonio 
de  Fonseca,  ó  que  acaso  se  hiciese;  pero  fué  ansí  que 
el  fuego  comenzó  con  tanta  fuerza,  que  luego  comenzó 
á  quemar  las  casas  enteras,  porque  los  edificios  de  aque- 
lla tierra  son  muy  aparejados  para  ello ;  mas  los  veciuos, 


COMUNIDADES  DE  CASTILLA. 


379 


como  si  fueran  las  casas  de  sus  enemigos  las  que  así  ar- 
dían, no  hicieron  caso  dello,  ni  aflojaron  un  punto  de 
pelear  ni  de  defender  la  entrada :  tanta  era  la  dureza  y 
pertinacia  que  andaba  en  sus  corazones.  De  manera 
que*,  visto  por  Antonio  de  Fonseca  que  la  villa  se  abra- 
saba toda,  y  que  no  podia  hacer  el  efeto  á  que  era  veni- 
do ,  recogió  su  gente  y  cesó  de  combatirlos,  y  partióse 
luego  de  allí  para  dalles  lugar  de  atajar  el  fuego ,  y  que 
la  villa  no  se  abrasase  toda ;  pero  esto  fué  á  tiempo  que 
no  se  pudo  excusar  que  lo  mejor  della  no  fuese  que- 
mado ;  porque  ardió  la  mayor  parte  de  la  plaza  y  el  mo- 
nasterio de  San  Francisco  y  la  iglesia  de  San  Anto- 
lin,  y  gran  parte  de  las  calles  comarcanas,  con  toda 
la  riqueza  de  ropa,  oro  y  plata  de  los  mercaderes  que 
en  ellas  estaban,  que  fué  una  suma  inumerable.  Asi- 
mesmo  fueron  quemadas  algunas  mujeres  y  niños;  de 
manera  que  fué  una  de  las  mas  lastimeras  y  tristes  co- 
sas que  se  han  visto.  Antonio  de  Fonseca ,  muy  enojado 
por  el  daño  hecho,  y  mas  por  no  haber  salido  con  la  em- 
presa de  sacar  el  artillería ,  fué  aquella  noche  á  parar  á 
Arévalo ,  de  do  había  salido,  y  con  él  Gutierre  Quijada, 
corregidorde  Medina  del  Campo,  que  en  medio  de  la  fu- 
ria dicha,  vista  la  resistencia  que  hacían,  y  no  querien- 
do élconsentir  en  ella ,  se  había  salido  á  juntar  con  él. 
Los  vecinos  de  Medina,  quedando  mas  encendidos 
en  su  furia  que  la  villa  con  el  fuego ,  apellidaron  luego 
comunidad,  y  tomó  el  pueblo  la  forma  del  regimiento 
que  las  otras  ciudades  habían  tomado,  y  escribieron 
luego  á  Juan  de  Padilla  y  á  los  otros  capitanes  dellas, 
llamándolos  en  su  socorro,  y  á  la  junta  de  Avila  envia- 
ron á  quejarse  del  daño  que  se  les  hizo ,  y  á  pedir  ayu- 
da para  vengarse  de  los  culpados ;  para  cuyo  principio, 
en  medio  destos  acuerdos  y  alborotos,  se  levantó  entre 
ellos  un  tundidor,  llamado  Bobadilla,  hombre  cruel  y 
perverso;  y  siguiéndole  mucha  gente  popular,  fué  al 
Consistorio,  donde  estaban  ayuntados  los  regidores,  y 
sin  osarle  á  resistir  nadie ,  mató  á  cuchilladas  á  Gil 
Mentó ,  que  era  uno  de  los  principales  dellos ,  cuyo 
criado  había  sido,  por  señalarse  como  Judas  en  malar 
á  su  señor.  Después  mató  á  un  librero  y  á  otro  regidor, 
llamado  Lope  de  Vera,  y  así  mataron  después  á  los  que 
les  parescieron  que  habían  sido  en  que  Antonio  de  Fon- 
seca  viniese  á  pedir  el  artillería  y  en  querérsela  dar,  y 
derribaron  las  casas  que  allí  tenia  don  Rodrigo  Mejía , 
y  hicieron  otras  crueldades  y  desatinos,  Deste  atrevi- 
miento quedó  el  tundidor  Bobadilla  tan  reputado  cerca 
del  pueblo,  que  de  allí  adelante  no  se  hacía  mas  en  Me- 
dina de  lo  que  él  mandaba  y  quería,  y  podemos  decir 
que  era  tirano  della ;  y  lo  mesmo  pasaba  en  las  otras 
ciudades ,  porque  en  cada  una  se  levantaba  y  señalaba 
uno,  el  mas  facineroso  y  atrevido  del  común,  y  por  se- 
mejantes hechos  que  este ,  alcanzaba  tanta  autoridad, 
que  después  gobernaba  y  mandaba  lo  que  quería.  Así 
fué  un  Villoría,  pellejero,  en  Salamanca,  y  un  Antón 
Collado  en  Segovia,  y  otros  tales  en  las  otras  partes,  y 
por  ellos  y  sus  favorecedores  se  hacían  insultos  y  agra- 
vios intolerables,  matando  y  desterrando  á  las  perso- 
nas que  querían ,  y  levantándoles  que  se  carteaban  ó 
trataban  con  los  que  andaban  en  el  servicio  del  Empe- 
rador ,  ó  por  otra  ocasión  que  les  parecía ;  de  manera 
que  á  la  voluntad  destos  tales  estaban  sujetos  los  mas 
principales  caballeros  que  seguían  esta  opinión  y  vívian 
en  los  lugares  de  comunidad ,  y  con  mañas  y  halagos 


se  sustentaban  y  vallan  con  ellos ;  que  era  un  narto  mi- 
serable y  triste  estado. 

CAPITULO  VII. 

Del  levantamienfo  de  Valladolid,  y  de  lo  que  hicieron  los  de  la 
junta  y  capitanes  de  la  Comunidad  después  de  la  quema  de  Me- 
dina del  Campo. 

Con  la  quema  de  la  villa  de  Medina  verdaderamente 
se  avivó  y  encendió  mas  el  fuego  que  en  las  comunida- 
des de  las  ciudades  y  villas  de  Castilla  estaba  prendido, 
y  se  extendió  y  alcanzó  á  otras  donde  no  había  aun  lle- 
gado. Los  secretos  de  Dios  son  muy  escondidos  y  muy 
grandes  :  él  sabe  por  qué  fué  servido  que  este  consejo 
y  acuerdo  no  saliese  como  se  pensaba,  y  que  donde 
iban  á  apagar  y  remediar,  encendiesen  y  dañasen  mu- 
cho mas  que  estaba. 

La  mala  nueva  de  la  quema  de  Medina  se  supo  el  mes- 
mo día  en  Valladolid ,  á  las  cinco  de  la  tarde ,  y  con 
tanta  furia  como  allá  el  fuego,  se  levantaron  acá  los 
corazones,  y  sin  ningún  respeto  del  Cardenal  Goberna- 
dor ni  de  la  justicia  y  Consejo  Real,  y  sin  memoria  ni 
agradecimiento  de  lo  que  el  Rey  hacia  con  ellos,  toca- 
ron luego  la  campana  de  concejo ,  y  el  pueblo  todo  se 
puso  en  armas,  y  corriendo  de  todas  partes,  se  juntaron 
en  la  plaza;  que  ninguna  cosa  aprovechó  el  conde  de 
Benavente  ni  el  obispo  de  Osma ,  que  salieron  al  reba- 
to y  trabajaron  por  asosegallo ;  y  así  juntos  cinco  ó  seis 
mil  hombres,  se  fueron  á  las  casas  de  Pedro  de  Porti- 
llo, procurador  de  la  villa  y  riquísimo  mercader,  y  la 
combatieron  para  le  matar,  y  él  escapóse  huyendo ;  le 
quemaron  todo  cuanto  en  la  casa  hallaron,  que  era  mu- 
cha riqueza,  y  así  comenzaron  á  hacer  lo  mesmo  en 
la  casa ;  pero,  por  evitar  el  daño  de  las  cercanas  á  ella, 
lo  apagaron.  Hecho  este  sacriíicio,  se  fueron  á  la  casa 
de  Francisco  de  la  Serna,  que  había  sido  procurador 
y  otorgado  el  servicio  en  las  cortes  pasadas  de  la  Coru- 
ña ,  y  no  pudiéndole  haber  á  él  para  le  matar,  comen- 
zaron á  derríballe  la  casa ,  y  no  cesaron  de  la  obra,  si- 
no que  los  frailes  de  San  Francisco  vinieron  con  el  San- 
tísimo Sacramento  á  pedirles  que  lo  dejasen  de  hacer, 
siendo  ya  casi  media  noche ;  y  de  allí  se  fueron  á  casa 
de  Gabriel  de  Santistéban,  que  también  había  sido  pro- 
curador, y  pasó  lo  mesmo  que  en  la  de  Portillo  y  la  de 
Antonio  de  Fonseca,  y  no  tuvo  tan  buenos  padrinos; 
antes  fué  quemada  toda  y  dos  ó  tres  de  las  vecinas  á 
ella,  y  en  esto  gastaron  toda  aquella  noche.  Otro  dia 
miércoles  se  juntaron  los  principales  comuneros  en  el 
monasterio  de  la  Santísima  Trinidad,  y  eligieron  nue- 
vos procuradores  y  diputados,  y  de  allí  enviaron  á  lla- 
mará todos  los  principales  caballeros  que  se  hallaban 
en  Valladolid,  y  les  hicieron  que  jurasen  la  Comunidad, 
y  ellos,  con  temor  de  la  muerte,  lo  hicieron;  y  de  la 
mesma  manera  aceptó  el  infante  de  Granada  el  nom- 
bramiento que  del  fué  hecho  de  capitán  general  y  go- 
bernador de  las  armas,  con  otros  cinco  capitanes;  por- 
que él  era  un  muy  buen  caballero  y  gran  servidor  del 
Rey;  y  hecho  esto,  enviaron  sus  mensajeros  luego  á 
Medina  del  Campo  á  ofrecerles  su  socorro ,  y  para  ello 
mandaron  hacer  á  sueldo  dos  mil  hombres ,  y  nombra- 
ron también  sus  procuradores  para  enviar  á  la  junta  de 
la  ciudad  de  Avila,  que  llamaban  ya  santa  junta,  como 
lo  hicieron,  yéndose  á  ella. 

El  Cardenal  y  el  Presidente,  con  los  del  Consejo  Real, 


380  PERO 

en  lanto  que  esfo  posaba ,  no  solamente  no  probihieron 
ni  mandaron  cosa,  pero  ni  aun  osaron  juntarse  en  nin- 
guna p:irte  para  bahiar  en  lo  que  se  liabia  de  liacer, 
ni  pjrecia  cosa  posible;  antes,  como  en  tormenta  de 
mar,  que  es  tan  furiosa,  que  no  bay  modo  ni  manera 
como  se  pueda  resistir  al  viento,  tienen  por  último  re- 
medio los  que  gobiernan  y  rigen  la  nao  abajar  sus  ve- 
las y  dejarla  ir  donde  los  vientos  la  quieran  llevar  ; 
an«í  al  Gobernador  le  pareció  que  convonia  antes  dar  lu- 
gar á  la  furia  del  pueblo  que  encenderla  mas  con  resis- 
tirle. Y  porque  estaban  tan  furiosos  que  cualquiera 
fuerza  y  desacato  se  presumía  que  acometieran ,  les  en- 
vió á  dar  salvas  y  disculpas,  que  nunca  babia  mandado 
lo  que  en  Medina  del  Campo  se  bizo,  antes  le  pesaba 
de  lo  sucedido ;  y  siéndole  pedido  por  el  común  de  la 
villa  de  Valladolid,  y  aun  pareciéndole  que  ansí  conve- 
nia ,  mandó  pregonar  por  toda  la  villa  que  toda  la  gen- 
te que  con  el  generalAntonio  do  Fonseca  estaba ,  le  de- 
jasen y  se  fuesen  á  sus  tierras,  y  le  envió  su  provisión, 
mandándole  que  despidiese  la  que  tenia  á  sueldo,  y 
diese  licencia  á  las  gentes  de  las  guardias  de  Castilla 
qrese  fuesen  á  sus  aposentamientos,  dejando  la  que 
para  guarda  y  compañía  de  su  persona  liubiese  me- 
nester; porque  no  quería  que  por  entonces,  no  lia- 
bicndo,  como  no  babia,  orden  ni  manera,  se  bicie?e  co- 
sa ninguna,  pues  no  babia  modo  para  tener  campo  en 
aquella  comarca,  ni  donde  se  sacase  dinero  para  las 
pagas  de  los  soldados  y  gastos  que  se  (ifrecian;  por- 
que aunque  Sevilla,  Córdoba,  Granada  y  otras  ciuda- 
des del  Andalucía,  y  algunas  de  Castilla,  estaban  en 
servicio  del  Roy,  no  podían  ansí  cómodamente  apro- 
vecbarse  de  su  ayuda  y  favor,  lo  uno  por  oslar  tan  lejos 
y  apartadas,  lo  otro,  porque  como  en  tiempo  enfermo  y 
cuando  anda  aire  contagioso ,  también  se  curan  y  pre- 
vienen los  sanos  como  los  enfermos ,  ansí  en  esla  sazón, 
no  queriendo  los  que  gobernaban  apremiar  ni  enojar  á 
pueblo  ninguno  de  los  que  estaban  en  servicio  del  Roy, 
con  recelo  que  no  se  alterasen  ni  desobedeciesen,  los 
regalaban  y  les  aliviaban  los  pedios  y  servicios,  aunque 
después  las  ciudades  principales  del  Andalucía  sir- 
vieron, como  se  verá,  y  lo  babian  preferido;  y  en  esta 
sazón  lo  ofrecieron  Vizcaya  y  Asturias;  Galicia,  por  el 
contrario,  se  alzó  en  comunidad  lo  mas  de  la  tierradella, 
y  procuraron  matar  al  conde  de  Fuensalida,  que  era  go- 
bernador de  Galicia ;  el  cual  escapó  con  la  diligencia  y 
favor  de  don  Alonso  de  Fonseca,  arzobispo  de  Santiago, 
y  con  alguna  gente  de  á  caballo  se  salió  del  reino,  por- 
que toda  aquella  tierra  le  era  contraria ,  y  noquiso  de- 
jarse cercar  de  sus  enemigos  en  Arévalo,  ni  en  sus  villas 
de  Coca  y  Alacjos;  antes  dejando  á  don  Hernando,  su 
hijo,  en  Coca,  aportó  á  Portugal,  y  después  por  mar 
se  fué  á  Flándes,  adonde  estaba  el  Emperador,  y  llevó 
consigo  al  alcalde  Ronquillo,  que  también  le  acompa- 
ñó en  sus  peregrinaciones. 

El  mesmo  día  que  pasó  lo  que  tengo  dicho  en  Valla- 
dolid,  que  fué  miércoles,  llegaron  á  Medina  del  Cam- 
po los  capitanes  Juan  de  Padilla,  Juan  Bravo  y  Juan  Za- 
pata, con  las  gentes  que  de  Toledo,  Segovia  y  Madrid 
traían,  y  con  ellas  les  hicieron  los  de  aquella  villa  muy 
gran  favor  y  consuelo  del  daño  recebido,  y  los  acogieron 
y  aposentaron  con  muy  gran  voluntad  en  lo  que  el  fuego 
no  babia  consumido,  y  ellos  se  detuvieron  allí  seis  ó  sie- 
te días,  en  los  cuales,  entendido  lo  que  en  Yalladolid 


MEJIA 

babia  pasado,  y  cómo  las  gentes  de  Antonio  de  Fonse- 
ca eran  derramadas  y  desparcidas,  y  viniéndoles  cada 
dia  á  Medina  embajadas  de  ofrecimientos  y  favores,  des- 
pués de  haber  platicado  con  los  de  aquella  villa  en  la 
venganza  que  se  debía  tomar  de  los  que  tanlo  estrago 
habían  beclio  en  ella,  determinaron  de  hacer  uno  délos 
mas  atrevidos  becbos  que  se  pudieran  pensar. 

El  becbo  fué  apoderarse  de  la  persona  déla  reina  doña 
Juana,  que  oslaba  en  la  villa  de  Tordesillas  á  cargo  y 
guarda  del  marqués  de  Denia,  don  Bernardinode  Ho- 
jas Sandoval,  pareciéndolesque  con  esto  su  causa  toma- 
ría grande  autoridad  y  reputación;  para  lo  cual  luvieron 
plática  y  trato  con  algunos  vecinos  y  aun  regidores  de 
aquella  villa,  donde  ya  babia  voz  y  nombre  de  comu- 
nidad, y  poniendo  en  eftto  este  atrevimiento,  bacién- 
dolo  primero  saber  á  la  junta  de  Avila,  partieron  de  Me- 
dina con  cuatro  piezas  mas  de  artillería  de  las  que  ellos 
traían  (las  cuales  les  dieron  allí,  habiéndolas  negado  al 
capitán  general  del  Emperador, -su  rey  y  señor  natural); 
y  llegaron  á  Tordesillas  miércoles,  á  29  de  dicho  mes  de 
agosto,  en  la  cual  no  bailando  resistencia  ninguna,  por- 
que el  Marqués  no  era  parle  para  poderla  bacer,  se  en- 
traron con  sus  banderas  y  alambores;  y  llegando  á  la 
plaza  delante  del  palacio  do  la  Reina  posaba  los  di- 
chos capitanes,  y  otros  con  ellos,  se  apearon,  fingiendo 
y  diciendo  que  su  alteza  les  había  hecho  señas  desde 
un  corredor  que  se  apeasen  y  subiesen.  Entraron  por 
su  palacio,  y  se  apoderaron  del  y  subieron  adonde 
la  Reina  estaba,  y  después  de  besarla  las  manos,  le 
hablaron  muy  largo  y  muy  libre  y  atrevidamente,  y 
el  intento  y  lin  de  su  habla  fué  procurar  de  indinarla 
contra  el  Emperador  y  su  hijo  y  contra  sus  privados  y 
los  de  su  consejo,  diciendo  que  se  habían  hecho  por 
ellos  en  sus  reinos  grandes  tiranías  y  agravios,  y  que 
sobre  ello  babia  grandes  escándalos  y  movimientos; 
á  cuya  causa  eran  venidos  allí  á  hacérselo  saber  y  á 
darle  aviso  dello,  y  para  suplicarle  mandase  entender 
y  proveer  en  el  remedio,  y  que,  porque  sus  manda- 
mientos fuesen  cumplidos  y  obedecidos,  traían  aquella 
gente  y  ejército,  y  que  para  tratar  y  platicar  sobre 
ello,  estaban  juntos  en  la  ciudad  de  Avila  los  mas  de  los 
procuradores  de  las  ciudades  y  villas  destos  reinos  que 
tenían  voto  en  cortes;  que  le  suplicaban  los  mandase 
venir  allí ,  porque  con  su  autoridad  y  mandamiento  se 
ordenasen  las  cosas  que  ellos  pedían. 

La  Reina  estaba  oyendo,  extrañándose  mucho  de  la 
nueva  visita,  y  acabada  su  plática,  les  respondió,  confor- 
me á  su  natural  condición  y  costumbre  antigua  suya, 
palabras  humanas  y  generales,  pero  no  que  alase  ni  con- 
cluyese cosa  alguna  en  ellas,  como  aquella  que,  por  su 
enfermedad  y  falta  de  juicio,  no  tenia  cuenta  en  cosa 
que  tocase  á  gobernación  y  regimiento;  pero  ellos,  por 
seguir  su  opinión,  interpretáronlo  que  había  dicho,  y 
añadiendo  lo  que  no  dijo,  como  les  pareció,  escribie- 
ron muchas  cartas  y  publicaron  por  el  reino  que  la  Rei- 
na se  babia  holgado  con  su  venida,  y  que  mandaba  que 
los  procuradores  de  las  ciudades  que  estaban  en  Avila 
viniesen  allí ;  y  enviaron  falsos  testimonios  de  notarios 
y  escribanos  que  para  ello  llevaban. 

Aposentando  aquella  noche  sus  gentes  en  las  aldeas 
cerca  de  la  villa ,  se  vinieron  otro  día  á  ella  con  los  que 
les  pareció  que  bastaban,  y  siendo  recebidas  sus  cartas 
por  los  de  la  Junta,  mostrando  que  daban  entero  crédito 


COMUNIDADES 

¡5  lo  que  les  era  escrito,  después  de  algunas  diferencias 
que  entre  ellos  liubo,  se  partieron  para  Tordesillas,  y 
de  camino  quisieron  visitar  á  los  de  Medina,  donde  se 
detuvieron  tres  dias;  y  tratando  ya  las  cosas  como  ad- 
ministradores y  gobernadores  del  reino,  platicaron  con 
ellos,  porque  ellos  se  lo  pidieron,  de  que  tomarían  las 
villas  de  Coca  y  Alaejos,  que  eran  de  Antonio  de  Fon- 
seca,  para  lo  cual  los  de  Medina  del  Campo  hacian  gran- 
des aparejos  y  municiones,  por  el  estrago  y  daño  que 
el  señor  de  aquellas  villas  les  liabia  heclio.  Y  estando 
también  allí,  vinieron  algunos  vecinos  de  Tordesillas, 
los  ma!;  dellos  solicitados  por  Juan  de  Padilla  y  los  otros 
capitanes,  según  es  do  creer,  ó  por  su  malicia  y  ruin- 
dad, ase  quejar  del  marqués  de  Denia,  y  á  informar 
que  liabia  hecho  algunos  agravios,  y  que  !a  Reina  no 
era  servida  como  convenia,  y  los  de  la  Junta ,  haciendo 
de  los  muy  celosos  de  su  servicio  y  de  justicia,  prove- 
yeron de  elegir  entre  sí  tres  que  luego  fuesen  delante  á 
se  informar  desto  y  diesen  su  parecer  en  lo  que  conve- 
nia hacer,  y  fueron  nombrados  para  ello  el  maestro  fray 
Pablo,  procurador  de  León,  y  el  comendador  Almaraz, 
procurador  de  Salamanca ,  y  al  bachiller  de  Guadalaja- 
ra ',  procurador  de  Segovia ;  los  cuales  con  gran  pres- 
teza fueron  allá,  y  haciendo  sus  informaciones  como 
les  pareció ,  y  comunicando  con  los  dichos  capitanes, 
se  resolvieron  en  decir  que  lo  que  convenia  al  servicio  i 
de  la  Reina  y  á  la  salud  de  su  persona  era  que  el  Mar-  \ 
qués  ni  la  Marquesa  no  estuviesen  en  su  servicio  ni  ! 
compañía,  y  que  ellos  habían  alcanzado  que  esta  era  su  \ 
voluntad ;  y  ansí  lo  enviaron  á  decir  á  los  otros  procura-  : 
dores  al  camino,  y  ellos,  que  holgaron  de  oírlo,  y  querían 
cuando  llegasen  hallar  ya  echado  el  Marqués  de  allí,  les  ; 
enviaron  luego  nueva  provisión  para  que  de  su  parte  ; 
mandasen  requerir  al  Marqués  y  á  su  mujer  que  luego  : 
se  saliesen  del  palacio  de  la  Reina  y  de  la  villa ,  y  pu- 
siesen en  su  compañía  las  mas  principales  mujeres  que  ' 
en  la  villa  se  hallasen ;  lo  cual  ellos  cumplieron  á  la  letra 
como  se  lo  cometieron,  y  el  Marqués,  sufriendo  con  seso  ; 
y  paciencia  la  fuerza  que  le  hacian,  se  hubo  de  salir  lue- 
go; que  no  le  dieron  una  hora  de  término  ni  para  sacar  su 
casa  ni  hacienda,  haciendo  primero  sus  autos  y  protes- 
taciones cómo  él  no  dejaba  la  guardia  de  la  Reina  ni  de 
la  Infanta  de  su  voluntad,  sino  forzado  y  compelído  y 
por  no  poder  mas,  porque  via  la  villa  ocupada  con  gente 
de  guerra,  á  la  cual  no  podía  resistir;  y  salido  ansí  el 
Marqués  y  Marquesa  á  una  aldea  donde  ya  eran  llegados  i 
los  procuradores,  quedó  en  compañía  de  la  Reina  doña  í 
Catalina  de  Figueroa,  mujer  de  Juan  de  Quintanilla,  | 
con  las  otras  mujeres  de  su  servicio  ordinario  y  algunas  i 
de  la  villa.  La  administración  de  la  casa  tomaron  los  : 
tres  diputados  ya  dichos,  y  el  dicho  Quintanilla  con  ! 
ellos,  que  fué  un  muy  hermoso  trueque.  i 

Otro  día,  á  10  de  setiembre ,  entraron  en  la  villa  los  j 
otros  procuradores;  y  queriendo  autorizar  lo  que  ha-  ; 
cían,  fueron  á  besar  las  manos  á  la  Reina,  y  procuraron  j 
por  todas  las  vias  que  pudieron  que  íirmase  cartas  y  | 
provisiones ;  pero  jamás  lo  pudieron  acabar  con  ella , 
como  gran  tiempo  había  que  no  lo  había  querido  ha- 
cer; y  que  mandase  llamar  y  juntar  los  procuradores 
que  faltaban  del  reino ,  pero  plugo  á  Dios  que  á  ningu- 
na cosa  acudió  la  Reina  ,  antes  les  dijo  que  no  había  ne- 
cesidad dello;  pero  ellos,  no  obstante  esto,  publicando 
y  diciendo  que  ella  lo  mandaba ,  y  teniendo  formas  y 


DE  CASTILLA.  gsi 

maneras  como  ciertos  escribanos  diesen  testimonio  que 
ella  mandaba  y  quería  que  entendiesen  en  la  goberna- 
ción del  reino ,  comenzaron  luego  á  gobernar  como  re- 
yes, aunque  en  nombre  de  ¡a  Reina,  on  la  forma  que 
adelante  se  dirá.  Y  el  Cardenal  Gobernador,  que  do  to- 
das las  cosas  de  importancia  daba  por  sus  cartas  aviso 
al  Emperador,  de  la  toma  de  Tordesillas  y  de  la  Reina, 
como  mas  importante,  se  le  envió  luego  particular- 
mente. 

CAPITULO  VIII. 

De  las  cosas  que  pasaron  estos  dias  en  diversas  partes. 

Con  haber  lomado  así  la  tenencia  de  la  persona  de  la 
Reina,  la  voz  y  parte  de  la  Comunidad  creció  en  gran 
manera,  y  los  qué  la  meneaban  tomaron  mayores  pen- 
samientos y  atrevimientos ,  y  las  cosas  eran  ya  tantas  y 
en  tantas  partes,  que  no  se  pueden  contar  todas,  ni  aim 
las  que  son  necesarias  escrcbírse,  ni  se  puede  guardar 
la  orden  ni  forma  que  conviene.  Los  de  la  Junta  proce- 
dían en  confirmarse  en  su  trono,  y  las  ciudades  comu- 
neras en  echar  de  dentro  de  sí  y  de  su  vecindad  los  que 
les  eran  contrarios,  y  en  traerá  su  opinión  cuantos  po- 
dían, y  favorecían  lo  posible  á  los  que  de  nuevo  se  le- 
vantaban. Ansí  en  Patencia  el  pueblo  quiso  matar  al 
hermano  del  obispo  Mota,  y  estuvieron  por  hacer  lo 
mismo  á  los  canónigos  y  vecinos  de  aquella  ciudad,  por- 
que habían  dado  la  posesión  de  aquel  obispado  al  dicho 
obispo,  que  el  Emperador  le  había  proveído,  por  el 
odio  que  con  él  tenían.  En  Alcalá  de  Henares  echaron 
al  vicario  gobernador  que  allí  estaba  por  el  arzobispo 
de  Toledo,  por  persuadirlos  á  la  quietud.  En  Extre- 
madura se  alzó  Cáceres  y  su  comarca  y  íierras. 

En  Andalucía,  donde  no  había  llegado  esta  pestilen- 
cia, pocos  dias  antes  destos  había  tentado  voz  de  co- 
munidad la  ciudad  de  Jaén,  aunque  don  Rodrigo  Me- 
xía,  señor  de  Santa  Eufimia,  que  tenía  mucha  parte  y 
naturaleza  en  aquella  ciudad,  trabajó  mucho  por  lo  es- 
torbar, y  no  pudiéndolo  hacer,  á  fin  de  refrenar  el  pue- 
blo se  encargó  de  la  justicia  por  la  Comunidad ,  como 
el  Condestable  había  hecho  en  Burgos,  y  de  allí  á  pocos 
dias  se  levantó  la  ciudad  de  Ubeda  y  Baeza,  y  el  bando 
de  los  Benavides,  que  parecía  favorecer  la  Comunidad, 
echó  fuera  al  de  los  Carvajales,  y  hubo  muertes  y  es- 
cándalos y  derribamientos  de  casas,  y  otras  cosas  se- 
mejantes. 

De  la  mesma  manera  y  tiempo  se  alzó  la  ciudad  de 
Badajoz,  y  tomaron  la  fortaleza  al  que  la  tenía  por  el 
conde  de  Feria;  y  en  la  ciudad  y  reino  de  Valencia 
pasaban  ansí  muy  grandes  alborotos  que  las  comuni- 
dades hacían  contra  los  que  les  eran  contraríos ,  y  las 
de  Castilla,  que  no  lo  habían  hecho  hasta  allí,  Bur- 
gos, Salamanca,  Avila  y  León  eligieron  sus  capitanes, 
y  mandaron  hacer  gente  para  la  enviar  á  la  empresa 
.que  Medina  quería  hacer  contra  Coca  y  Alaejos,  villas 
de  Antonio  de  Fonseca ;  en  lo  cual  todas  consentían 
alegremente,  porque  deseaban  hacer  sobre  aquello  tal 
escarmiento,  que  no  se  atreviesen  á  cometer  contra 
ellos  otro  semejante  castigo;  aunque  lo  que  se  presu- 
mía era  que  el  principal  respeto  para  que  querían  tener 
ejército  era  para  fuerza  y  consolación  suya;  pero,  en 
conclusión,  el  cerco  se  puso  dende  á  pocos  dias  sobre 
Alaejos  con  Ins  capitanes  y  gente  de  Medina  del  Campo, 
Avila  y  Segovia,  que  duró  juuchos  dias,  y  hubo  i)ate- 


382 


PERO  MEJÍA. 


rías  y  combates,  en  que  murieron  mas  de  docientos 
hombres.  El  alcaide  anduvo  en  todo  como  esforzado 
caballero  y  muy  leal  hombre,  y  como  tal  defendió  su 
fortaleza  con  gran  daño  y  muerte  de  los  cercadores  y 
muy  poco  de  los  suyos;  eu  que  hubo  señalados  ardides 
y  avisos  para  ello ,  de  contraminas  y  otras  cosas  nota- 
bles que  les  hizo. 

Los  de  la  ciudad  de  Burgos,  al  tiempo  que  para  este 
cerco  se  convocaban,  porque  el  Condestable,  que  dentro 
estaba ,  como  tengo  dicho ,  templaba  las  cosas  de  allí, 
y  queria  entretener  y  estorbar  esta  gente  que  enviaban, 
porque  su  hijo  el  conde  de  Haro  quiso  encargarse  de 
la  capitanía  dclla,  y  por  otras  cosas  que  se  ofrecieron, 
vinieron  en  tanto  aborrecimiento  suyo  y  en  tanta  des- 
vergüenza, que  en  ninguna  cosa  los  querían  obedecer, 
y  llegó  á  término  que  el  dia  de  Nuestra  Señora  déla  Na- 
tividad, que  esa  8  de  setiembre,  se  levantó  toda  la  co- 
munidad contra  él  de  manera,  que  le  quisieron  matar, 
y  él  se  hubo  de  retraer  á  su  casa ,  donde  le  cercaron 
con  mucha  gente  armada ,  y  así  le  tuvieron  cerca  de  dos 
días  á  él  y  al  conde  de  Salinas  don  Diego  Sarmiento, 
y  &  la  Duquesa  y  Condesa,  sus  mujeres;  y  no  pudién- 
do  allí  sustentarse  sin  peligro  de  muerte ,  ó  á  lo  menos 
de  prisión ,  vino  á  concierto  con  el  pueblo  que  le  deja- 
sen salir  libremente  con  toda  su  casa,  y  ansí  se  hizo,  y 
se  fué  á  una  villa  suya  llamada  Briviesca.  Deste  desa- 
cato contra  él  hecho  en  Burgos,  y  favorable  suceso  que 
parecía  llevaba  la  parte  de  la  Comunidad,  comenzaron 
algunos  lugares  de  señores  á  alzarse  también  contra 
ellos  en  nombre  de  comunidad  y  del  Rey,  y  ansí  se  alzó 
la  villa  de  Haro  al  Condestable,  su  señor,  y  Najara  al 
duque  della,  y  Dueñas  al  conde  de  Buendía,  su  señor, 
y  otros  lugares  acometieron  lo  mismo.  Las  villas  "de 
Haro  y  Najara  en  breve  las  cobraron  cuyas  eran,  con  ir 
con  sus  personas  y  con  muchas  gentes  y  con  mucha 
presteza  sobre  ellas ;  lo  de  Dueñas  duró  mas  en  defen- 
derse, pero  al  íin  se  entregó. 

Estando  las  cosas  en  este  estado ,  que  ni  regalos  ni 
fuerzas  bastaban  para  sustentar  en  la  fe  del  Rey  á  los 
mas  de  los  lugares  de  Castilla,  guardaba  la  ciudad  de 
Sevilla,  do  yo  esto  escribo  ysoy  natural,  tanta  lealtad  y 
fidelidad  con  él ,  que  no  fueron  parte  cartas  ni  ofreci- 
mientos ni  requerimientQS  y  protestaciones  de  Toledo  y 
de  otras  ciudades,  que  no  faltaron,  para  apartarla  della; 
antes  siempre  estuvo  obediente  en  todo  á  los  manda- 
mientos del  Rey  y  de  sus  gobernadores ,  y  con  su  auto- 
ridad y  ejemplo  estuvieron  firmes  y  constantes  en  el 
mismo  propósito  las  ciudades  de  Córdoba ,  Jerez ,  Ecija 
y  Málaga ,  y  Granada  y  otras  ciudades  y  villas  desta  co- 
marca; eu  lo  cual  perseveró  desde  el  principio  hasta  el 
íin,  aunque  fué  muy  inducida,  como  parecerá  por  lo 
que  en  ella  aconteció  en  esta  sazón;  que  por  ser  cosa 
notable,  quiero  contar,  aunque  sea  hacer  digresión 
no  muy  necesaria. 

Don  Juan  de  Figueroa,  hermano  de  don  Rodrigo 
Poncede  León,  duque  de  Arcos,  inducido  y  aconse- 
jado por  algunas  personas  bulliciosas,  y  movido  de  am- 
bición y  vanagloria,  estando  el  Duque  su  hermano  au- 
sente de  la  villa  de  Marchena,  quiso  alzar  la  ciudad  y 
pueblo  de  Sevilla  en  comunidad,  pensando  ser  él  capi- 
tán y  gobernador ;  para  lo  cual ,  teniéndolo  antes  ama- 
sado y  concertado  con  los  que  eran  con  él  en  este  trato, 
un  domingo  después  de  mediodía,  á  16  de  setiembre 


del  dicho  año  de  20 ,  él  y  algunos  caballeros  desta  ciu- 
dad, deudos  y  criados  del  Duque  su  hermano,  se  fue- 
ron á  la  misma  casa  del  Duque,  que  es  en  la  parroquia 
de  Santa  Catalina ;  y  convocados  allí  mas  de  seiscientos 
hombres  de  los  criados  y  allegados  suyos,  y  de  los  que 
estaban  hablados  y  pechados  para  este  propósito,  ar- 
mándose todos,  y  poniéndose  á  caballo  él  y  los  otros 
caballeros,  y  la  otra  gente  á  pié,  tomando  cuatro  pie- 
zas de  artillería  que  en  la  misma  casa  estaban,  salieron 
por  las  calles  apellidando  :  «Viva  el  Rey  y  la  Comuni- 
dad ; »  y  así  caminaron  hasta  la  plaza  de  San  Francisco, 
sin  que  el  pueblo  se  alterase  ni  juntase  con  ellos,  mas 
de  á  ver  lo  que  pasaba ;  y  en  el  camino  hizo  don  Juan 
de  Figueroa  quitar  las  varas  á  algunas  justicias,  y  pú- 
solas en  otras  personas  suyas  en  nombre  de  la  Comuni- 
dad. Habiendo  así  llegado  á  dicha  plaza,  la  gente  del 
duque  de  Medina  Sidonia,  que  al  rebato  se  hablan  jun- 
tado, comenzaron  á  venir  contra  él  por  la  calle  de  la 
Sierpe,  viniendo  por  capitán  Valencia  de  Benavides,  ca- 
ballero esforzado ,  natural  de  Baeza ,  que  era  cuñado 
del  duque  de  Medina,  casado  con  su  hermana  bastarda, 
y  estuvieron  muy  á  punto  de  pelear  los  unos  con  los  otros, 
y  fué  por  entonces  estorbado  por  algunos  caballerosque 
amaban  la  paz,  que  se  atravesaron  entre  ellos;  de  ma- 
nera que  los  del  duque  de  Medina  Sidonia  se  hubieron 
de  volver,  y  el  don  Juan  con  su  gente  pasó  adelante ,  y 
llegando  á  la  puerta  del  alcázar  real,  que  es  una  casa 
llana  y  sin  defensa,  determinó  de  se  apoderar  della,  y 
iiallándola  cerrada,  hizo  tirar  algunos  tiros,  con  los 
cuales  derribaron  las  puertas  y  entró  dentro  Con  sus 
gentes,  y  prendió  á  don  Jorge  de  Portugal ,  conde  de  Gél- 
ves,  que  teníala  tenencia;  y  estando  en  ella  y  siendo  ya 
noche,  se  aposentó  allí,  pensando  que  viniera  el  común 
y  pueblo  desta  ciudad  á  le  favorecer  y  á  aprobar  lo  que 
había  hecho;  y  no  solamente  no  le  acudió  ansí,  pero 
de  los  que  con  él  habían  venido ,  los  mas  le  desampa- 
raron y  se  fueron  á  sus  casas  aquella  noche. 

Otro  dia  muy  de  mañana  don  Hernando  Enriquez  de 
Ribera,  hermano  del  marqués  de  Tarifa  don  Fadrique, 
que  era  ido  á  Jerusalen  en  romería,  y  padre  de  donPe- 
rafan  de  Ribera,  que  hoy  es  marqués  de  Tarifa  y  vein- 
te y  cuatro  desta  ciudad  de  Sevilla,  y  los  otros  veinte 
y  cuatros  y  la  justicia  se  juntaron  en  el  cabildo,  y  co- 
menzaron á  tratar  de  que  el  pendón  real  se  sacase  por 
mandado  de  la  ciudad ,  y  por  todos  se  combatiese  el  al- 
cázar, y  se  restituyese  al  alcaide  que  por  el  Rey  le  te- 
nia ;  y  tomado  este  acuerdo,  acudió  allí  don  Francisco  de 
Zúñiga,  conde  de  Benalcázar,  y  muchos  caballeros  de 
la  ciudad  y  algunos  del  pueblo.  Pero  en  tanto  que  esto 
se  trataba,  los  capitanes  y  gente  del 'duque  de  Medina 
Sidonia ,  siendo  su  general  el  dicho  Valencia  de  Benavi- 
des, por  orden  de  la  duquesa  de  Medina  doña  Ana  de 
Aragón  y  de  don  Juan  Alonso  de  Guzman  (que  hoy 
es  duque  y  marido  suyo,  y  estaba  aquel  dia  y  mucho 
antes  enfermo  en  la  cama;  el  cual,  por  la  natural  in- 
habilidad del  duque  don  Alonso,  su  hermano  , gober- 
naba y  mandaba  las  cosas  de  su  estado),  se  juntaron  y 
convocaron  á  muy  gran  priesa ,  y  sin  esperar  que  el 
pendón  real  ni  la  gente  de  la  ciudad  viniese,  con  grande 
ánimo  y  determinación  fueron  al  alcázar  y  comenzáronlo 
á  combatir;  y  aunque  don  Juan  de  Figueroa  y  los  que 
con  él  habían  quedado  lo  defendieron  esforzadamente, 
en  menos  de  tres  horas  le  entraron  por  fuerza,  y  en  el 


COMUNIDADES 

combate  y  entrada  murieron  quince  ó  diez  y  seis  hora-  | 
b'res  de  los  unos  y  de  los  otros,  y  hubo  algunos  heridos, 
y  el  don  Juan  de  Figueroa  fué  preso  con  dos  heridas  que 
le  fueron  dadas  al  tiempo  de  su  prisión,  y  fué  entre- 
gado sobre  su  fe  y  palabra  al  arzobispo  don  Diego  de 
Deza ,  que  lo  pidió  con  grande  instancia ,  y  el  alcázar 
fué  restituido  á  don  Jorge  de  Portugal ,  y  así  se  deshizo 
en  menos  de  veinte  y  cuatro  horas  este  nublado,  que 
tanta  tempestad  amenazaba.  En  lo  cual  dos  cosas  prin- 
cipalmente se  deben  considerar  :  la  una  es  el  señalado 
servicio  que  el  duque  de  Medina  y  su  casa  hicieron  ú  la 
corona  real,  en  se  determinar  tan  presto  en  rematar 
este  hecho  con  tanta  determinación,  que  cierto  fué  muy 
grande  y  señalado;  la  otra  es  la  lealtad  del  común  y  los 
otros  estados  de  la  ciudad  de  Sevilla,  pues  en  tiempo 
que  la  mayor  parte  del  reino  estaba  alzada  en  voz  de 
bien  común ,  como  ellos  decian ,  ni  con  halagos  ni  ame- 
nazas pudieron  atraerlos  á  sí  las  otras  ciudades;  ella, 
por  el  contrario ,  rogada  y  convidada  y  casi  forzada ,  co- 
mo acabo  de  contar,  jamás  quiso  consentir  ni  apartarse 
de  la  obediencia  de  su  rey  y  de  su  justicia ;  en  lo  cual 
guardó,  cierto,  la  antigua  y  maravillosa  lealtad  suya;  por- 
que no  se  hallará  que  jamás  se  haya  rebelado  ni  desobe- 
decido á  su  rey  por  guerras  ni  contrastes  que  hubiese 
en  el  reino ,  aunque  otras  muchas  lo  hiciesen,  como  se 
verá  por  las  crónicas  de  Castilla;  antes  en  tiempo  del 
rey  don  Alonso  el  Sabio ,  habiéndose  apartado  de  su 
obediencia  todo  el  reino ,  y  dado  la  gobernación  al  rey 
don  Sancho,  su  hijo,  solo  Sevilla  y  Murcia  permanecie- 
ron en  su  servicio,  y  en  Sevilla  fué  acogido  y  obedecido 
basta  que  en  ella  murió ;  que  es  hecho  de  lealtad  no- 
table. Y  lo  mismo  ha  mostrado  y  guardado  siempre  con 
todos  los  reyes  que  en  Castilla  han  reinado ;  por  lo  cual 
dignamente  merece  el  nombre  de  Muy  Leal ,  que  tiene 
y  ellos  le  dieron;  y  aunque  nunca  se  le  hubieran  dado, 
lo  merecía  por  solo  este  hecho ,  en  que  todos  juzgaban 
entonces  que  si  Sevilla  se  alzara  en  esta  sazón,  las  otras 
ciudades  de  Andalucía  le  siguieran  en  esto,  como  mas 
principal  y  cabeza,  y  los  de  Castilla  se  esforzaran  mas 
en  su  pertinacia ,  y  apenas  hubiera  con  qué  resistirles ; 
de  manera  que  por  ello  merece  Sevilla  perpetua  fama  y 
renombre. 

Por  este  servicio  mandó  el  Emperador  restituir  al 
duque  de  Medina  las  fortalezas  de  Niebla  ,  Saniúcar  y 
Huelva ,  que  desde  el  tiempo  del  Rey  Católico  estaban 
por  el  Rey,  cuando  fué  saqueada  Niebla  por  mandado 
del  Rey  Católico,  y  le  hizo  otras  mercedes  y  favores,  co- 
mo tan  gran  lealtad  merecía.  La  ciudad  de  Sevilla  se  lo 
agradeció  y  alabó  mucho,  y  ha  tenido  respeto  y  memoria 
de  hecho  tan  señalado,  y  así  lo  ha  mostrado,  y  espera- 
mos que  lo  mostrará  en  obras  y  en  palabras ;  y  entonces 
le  escribió  cartas  de  mucho  favor  y  encarecimiento. 
Desta  manera  pues  quedó  Sevilla  en  servicio  del  Rey 
como  antes  lo  estaba ,  aunque  después  pasaron  en  ella 
algunos  desasosiegos  que  causaba  la  competencia  y  ene- 
mistad tan  antigua  que  entre  las  dos  casas  del  duque 
de  Medina  Sidonia  y  del  duque  de  Arcos  había ;  por  don- 
de en  esta  sazón  el  duque  de  Medina  intentó  estorbar 
la  entrada  en  la  ciudad  al  duque  de  Arcos  y  á  sus  deu- 
dos y  parciales,  y  pasaron  después  sobre  esto  cosas 
que  no  hacen  á  mi  historia. 

Agora  volvamos  á  la  Comunidad  y  general  della,  aun- 
que DO  será  mucho  rodeo  poner  aquí  antes  una  carta 


DE  CASTILLA.  383 

que  el  Emperador  envió  á  la  ciudad  de  Sevilla  ,  prime- 
ro aun  que  pudiese  saber  el  servicio  que  le  había  hecho 
en  apaciguar  el  escándalo  que  acabo  de  contar;  que 
por  ser  mi  propria  patria  y  naturaleza ,  me  lo  sufrirá  el 
lector  en  paciencia;  la  cual  es  laque  se  sigue  : 

«Concejo,  justicia,  asistente,  alcaldes,  alguacil 
»  mayor,  veinte  y  cuatros,  caballeros,  jurados,  escude- 
»  ros ,  oficiales ,  hombres  buenos  de  la  muy  noble  y  muy 
))leal  ciudad  de  Sevilla:  Por  cartas  de!  muy  reverendo 
«cardenal de  Tortosa,  mi  gobernador  desos  reinos  de 
.»  Castilla,  he  sido  informado  de  la  buena  voluntad  y  obras 
» que  en  esa  ciudad  he  hallado  después  de  mi  partida 
»  para  las  cosas  de  mi  servicio ,  y  cómo  ha  estado  y  está 
»  en  toda  paz  y  sosiego  y  obediencia  de  nuestra  justi- 
»  cía ;  que  todo  ello  ha  sido  como  de  la  mucha  nobleza 
))  y  lealtad  que  desa  ciudad  se  esperaba ;  y  vos  lo  agra- 
))  dezco  mucho  y  tengo  en  servicio ;  que  por  haber  si- 
»  do  en  tal  coyuntura ,  razón  es  de  lo  estimar  como  yo 
» lo  estimo,  y  así  lo  terne  siempre  en  la  memoria ,  para 
))que  esa  ciudad  sea  remunerada  y  gratificada  en  todo 
))loque  se  ofreciere,  como  su  mucha  lealtad  y  servicios 
))lo  merecen;  y  así,  os  encargo  y  mando  que  durante 
»mi  breve  ausencia  desos  reinos,  continuando  vuestra 
«antigua  lealtad,  estéis  en  toda  paz  y  sosiego,  y  obe- 
«diencia  de  nuestra  justicia,  y  guardéis  y  cumpláis  lo 
«que  nuestros  visoreyes  y  gobernadores  de  nuestra 
«parte  os  enviaren  á  mandar,  y  que  esa  ciudad,  demás 
«de  lo  hacer  ansí ,  como  tan  principal,  trabaje  en  que 
« los  otros  pueblos  del  Andalucía  y  su  comarca  no  hagan 
«novedades,  y  para  el  remedio  dello  cumplan  loque  los 
»  dichos  visoreyes  y  los  de  nuestro  conseju  y  chancille- 
«  rías  de  nuestra  parte lesmandaren ;  que  en  ello,  demás 
«de  hacerlo  que  deben  y  son  obligados,  recebiré  mu- 
«cho  placer  y  servicio,  como  de  mi  parte  os  lo  escrebirá 
«el  dicho  reverendo  cardenal  de  Tortosa,  mi  goberna- 
«dor. — De  Malinas  ú  veinte  y  dos  días  de  setiembre  de 
«mil  quinientos  y  veinte  años.  —  Yo  el  Rey.» 

CAPITULO  IX. 

De  cómo  el  Rey  proveyó  para  Castilla  de  nuevos  gobernadores,  y 
los  desacatos  y  enormidades  que  dijeron  y  hicieron  los  de  la 
junta  que  en  Tordesilias  estaban,  y  las  cartas  que  escribieron 
al  Emperador,  y  qué  tales  eran  los  capítulos  que  ordenaron 
para  le  enviar. 

Estando  el  Condestable  en  la  villa  de  Briviesca,  que 
podría  ser  mediado  el  mes  de  setiembre  ya  dicho ,  vino 
á  él  Lope  Hurtado  de  Mendoza,  gentilhombre  del  Em- 
perador, con  provisiones  y  despachos  suyos ,  en  que  le 
hacia  visorey y  gobernador  destos  reinos,  juntamente 
con  el  cardenal  de  Tortosa,  que  ya  lo  era,  y  con  el  al- 
mirante de  Castilla ;  por  cuanto  siendo  avisado  de  que 
los  levantamientos  de  las  ciudades  iban  en  crecimiento, 
recibió  dello  la  pena  y  enojo  que  como  buen  rey  ama- 
dor de  sus  vasallos  debia ;  y  viéndose  imposibilitado  de 
poder  venir  luego  por  su  persona  á  remediarlo,  como 
quisiera,  por  estar  tan  á  punto  de  recebir  la  primera  co- 
rona del  imperio,  acordó  de  enviar  su  poder  á  los  grandes 
que  tengo  dicho,  porque  la  gobernación  tuviese  mayor  au- 
toridad, y  porque  le  pareció  que  ya  la  cosa  no  podía  dejar 
de  llevarse  por  armas,  y  para  esto  era  necesario  que  los 
que  las  gobernasen  fuesen  personas  que  pudiesen  y  su- 
piesen ejecutar;  y  para  este  fin  envió  á  nombrar  por  ca- 
pitán generala  don  Pedro  de  Velasco,  conde  de  Haro, 
hijo  primogénito  del  Condestable.  Recebidos  por  el 


3Í?Í  P^f^O 

Condestable  estos  despaclios,  aceptó  luego  con  gran- 
de determinación  la  goheniücion  destos  reinos  de  Casti- 
lla; y  porque  el  poder  venia  para  todos  tres,  ó  los  dos  de- 
llos,  que  se  juntasen  luego  á  ejercitar  su  gobernación , 
y  por  cuanto  el  cardenal  de  Tortosa  estaba  en  Vallado- 
lid,  como  se  ha  visto,  y  el  Almirante  á  la  sazón  estaba 
en  Cataluña,  donde  era  ido  á  visitar  cierto  estado 
Buyo  ,  allí  le  fueron  los  despachos ;  y  pareciéndole 
que  debia  dilatarla  aceptación  hasta  venir  en  Castilla 
y  probar  algunos  medios  de  concordia,  como  lo  hizo, 
entendida  esta  dificultad  por  el  Emperador,  envió  á 
mandar  dentro  de  pocos  dias  por  sus  cartas ,  hechas 
en  7  dias  del  mes  de  otubre,  al  Condestable,  yendo  de 
camino  para  Aquisgran  á  coronarse ,  que  llamados  algu- 
nos del  Consejo,  él  solo  entendiese  en  la  gobernación 
en  tanto  que  se  juntaba  con  el  dicho  cardenal  de  Tor- 
tosa y  con  el  Almirante ,  por  el  desmán  que  habia  en" 
los  negocios,  por  estar  ansí  divididos;  y  ansí  lo  hizo  al 
.tiempo  que  se  dirá. 

Pero  en  tanto  que  esto  venia,  ensoberbecidos  del 
suceso  que  tengo  dicho  ios  procuradores  de  las  ciu- 
dades que  tenían  voz  de  comunidad ,  y  estaban  juntos 
en  Tordesillas,  llegó  á  tanto  su  osadía  y  soberbia,  que 
no  solamente  no  se  contentaban  con  gobernar  y  man- 
dar desde  allí  á  los  que  les  querían  obedecer  de  la  ma- 
nera que  tengo  contado ,  pero  determinaron  de  procu- 
rar que  no  hubiese  en  el  reino  otro  nombre  de  gober- 
nación por  el  Rey,  que  gobernase,  sino  ellos ,  y  deshacer 
el  visorey  y  gobernador  real  y  los  de  su  consejo,  y 
para  esto  enviaron  á  "Valladolid  un  día  del  fin  de  se- 
tiembre á  Francisco  de  Anaya ,  procurador  de  Sala- 
manca, y  á  otros  procuradores,  con  poder  de  la  Santa 
Junta  ,  que  ellos  llamaban  ,  á  requerir  en  forma  con 
grandes  protestaciones  al  Cardenal  Gobernador  que  no 
entendiese  mas  en  la  gobernación  destos  reinos,  y  que 
señalase  un  lugar  do  él  quisiese  residir  para  ejecutar  el 
oficio  de  inquisidor  mayor  solamente ;  y  el  mismo  re- 
querimiento hicieron  al  Presidente  arzobispo  de  Grana- 
da y  á  los  del  Consejo;  y  allende  de  les  requerir  esto, 
les  citaron  y  dijeron  que  mandaban  que  dentro  de  cier- 
tos dias  pareciesen  en  Tordesillas  ante  la  Reina ,  á  dar 
razón  de  cómo  habían  usado  de  sus  oficios,  y  estar  á 
justicia  con  quien  algo  les  quisiese  demandar;  y  dichas 
estas  blasfemias,  á  las  cuales  ellos  no  osaron  respon- 
der, mas  que  oírlas,  mandaron  y  requirieron  también 
de  parte  de  la  Junta ,  á  los  oficíales  de  Hacienda  y  con- 
taduría ,  de  previlegios  y  mercedes,  que  entregasen  los 
libros  y  registros  y  el  sello  real ,  y  ellos  por  sus  perso- 
nas fuesen  á  usar  sus  oficiosa  dicha  villa  de  Tordesi- 
llas, donde  los  de  la  Junta  tenían  asentado  su  trono, 
con  color  y  nombre  de  la  Reina. 

Visto  por  el  Cardenal  Gobernador  el  desacato  tan 
grande,  y  el  desmán  que  habia  enlodas  las  cosas,  deseó 
y  procuró  irse  de  Valladolid  á  alguna  tierra  de  algún 
grande,  donde  estuviese  seguro;  y  queriéndolo  poner 
en  eftíto ,  un  dia ,  que  fué  1."  de  oiubrc  deste  año ,  sa- 
lió de  su  posada  con  su  guardia  y  algunos  del  Consejo, 
con  ánimo  de  irse  á  Medina  de  Rioseco,  villa  del  Al- 
mirante, y  llegando  á  la  puente  que  está  en  el  río  Pí- 
suerga,  salió  mucha  gente  del  pueblo  armada,  y  con 
ellos  don  Pedro  Girón,  primogénito  del  conde  de  Urc- 
ña,  que  ya  profesaba  seguirla  Comunidad,  y  por  fuerza 
y  coülra  su  voluntad,  aunque  con  buenas  palabras  que 


MEJIA. 

el  dicho  don  Podro  Girón  le  dijo,  le  compelieron  á  tor- 
nar á  su  posada ;  de  manera  que  ni  él  era  obedecido  en 
Valladolid,  ni  le  consentían  salir  de  allí  porque  no  pu- 
diese usar  de  su  oficio  en  otra  parte.  Y  los  de  la  Junta, 
creciendo  en  su  soberbia  con  tantos  sucesos  á  su  volun- 
tad y  con  las  exorbitancias  que  hacían ,  después  do 
muy  platicado  y  conferido  entre  ellos,  acordaron  de 
enviar  á  Valladolid  á  prender  al  Presidente  y  los  del 
Consejo;  y  para  ejecutar  este  tan  nefando  hecho  fue- 
ron señalados  Juan  de  Padilla,  capitán  de  Toledo,  que 
era  el  que  en  estos  días  tenia  el  primer  lugar  y  el  que 
I  mas  se  nombraba,  y  Juan  Bravo,  capitán  de  Segovia, 
i  y  Juan  Zapata ,  capitán  de  Madrid,  y  Suero  de  Avila ;  los 
i  cualeSj  con  la  gente  de  guerra  de  á  pié  y  de  á  caballo, 
;  fueron  á  aquella  villa  para  lo  hacer;  y  aunque  no  publi- 
¡  carón  el  propósito  que  llevaban,  no  dejó  de  ser  enten- 
I  dido  por  el  Presidente  y  los  del  Consejo,  y  antes  que 
!  ellos  llegasen  y  al  mismo  tiempo ,  se  salieron  y  huyeron 
I  lo  mas  presto  y  secreto  que  pudieron,  mudando  los  liá- 
!  bitos  y  compañías ,  y  por  algunas  maneras  harto  Iraba- 
¡  josas  aportaron  á  diversas  partes  y  lugares  de  señores; 
\  pero  todavía  fueron  tomados  y  alcanzados  cuatro  ó  cin- 
co dellos,  los  cuales  llevaron  presos  estos  capitanes  pú- 
blicamente, con  grande  estruendo  de  alambores  y  trom- 
petas, la  vía  de  Tordesillas;  aunque  en  el  camino,  una 
legua  antes  que  allá  llegasen,  los  de  la  Junta  enviaron 
á  mandar  que  los  soltasen ,  con  requerirles  y  mandar- 
les primero ,  so  graves  penas,  que  no  usasen  mas  de  sus 
i  oficios. 

i  Idos  desta  manera  de  Valladolid ,  quedó  el  Cardenal 
¡  detenido  en  la  forma  que  tengo  dicha ,  y  los  de  la  Jun- 
j  ta  habían  tenido  por  muy  importante  hacer  esto  de 
;  dividir  y  deshacer  el  Consejo  Real  desta  manera ;  y  víén- 
I  dose  ya  con  los  sellos  reales  y  con  los  libros  y  registros, 
!  y  como  de  diez  y  ocho  ciudades  y  villas  que  tenían  voto 
i  en  cortes,  se  hallasen  allí  procuradores  de  trece  ó  ca- 
torce delias,  aunque  en  la  verdad  propriamenteno  se 
debia  llamar  procurador  á  aquel  que  no  se  enviaba  de 
I  común  consentimiento,  porque  todas  las  ciudades  es- 
¡  taban  divididas ,  y  faltaban  en  ellas  los  señores  y  mu- 
í  clios  caballeros  vecinos;  pero,  como  quiera  que  sea, 
I  losqueibanallí  eran  de  Burgos,  León,  Toro, Zamora, 
i  Salamanca ,  Avila,  Segovia ,  Valladolid ,  Soria ,  Toledo, 
Murcia,  Guadalajara ,  Madrid,  y  aun  creo  que  también 
los  de  Cuenca,  y  con  esto  tuvieron  su  trono  y  tiranía 
por  firme.  Y  perdiendo  la  vergüenza  del  todo,  solta- 
ron la  rienda  á  los  desacatos  y  atrevimientos,  comen- 
zando á  mandar  y  proveer  como  reyes,  publicando  fal- 
samente que  la  Reina  lo  mandaba  y  quena,  y  que  habia 
mejoria  en  su  salud  y  se  entendía  en  curalla ;  y  hicieron 
grandes  fiestas  de  toros  y  juegos  de  cañas,  y  otras  de- 
j  mostraciones  de  grande  alegría  y  seguridad ,  usurpati- 
!  do  totalmente  la  jurisdicíon  y  preeminencia  real,  y  alri- 
1  huyéndola  á  sí  mesmos  con  nombre  de  la  Reina;  y  par- 
¡  lieron  entre  sí  los  oficios  y  justicias,  nombrando  en 
I  particular  personas  del  real  consejo  de  Justicia  y  de 
!  Guerra,  y  presidentes  dellos,  y  otros  oficiales  para  la 
I  hacienda  y  contadurías  y  para  tener  el  sello  y  regis- 
I  tros,  y  proveían  y  despachaban  provisiones,  cartas  y 
i  mandamientos,  como  el  Rey  y  sus  gobernadores  lo  acos- 
tumbraban á  hacer;  y  enviaron  por  auto  solemne  con- 
vocando gente  ú  requerir  al  Condestable ,  que  en  su 
villa  do  Briviesca  estaba  llamando  á  algunos  del  Coa- 


COMUNIDADES 

sejo  para  comenzar  á  entender  en  la  gobernación  del 
reino,  con  grandes  protestaciones,  que  no  usase  del 
poder  que  le  era  venido ,  y  escribieron  á  todo  el  reino 
que  no  obedeciesen  á  sus  mandamientos  ni  de  otro  go- 
bernador alguno;  y  lo  que  peor  es,  mandaron  prego- 
nar en  la  plaza  de  Valladolid  que  ninguno  fuese  osado 
de  obedecer  ni  cumplir  carta  ni  provisión  del  Empe- 
rador, sin  primero  la  llevar  á  presentar  y  notificar  á  la 
villa  de  Tordesillas  ante  la  Santa  Junta.  Y  subiendo  su 
soberbia  al  mas  alto  grado  que  pudo  subir,  pusieron  en 
plática  de  quitar  al  Emperador  el  nombre  de  rey,  y  hu- 
130  algunos  que  fueron  en  ello ;  y  mandaron  ansimesmo 
de  nuevo  ocupar  y  tomar  todas  las  rentas  reales,  y  li- 
braban y  gastaban  dellas  en  la  gente  de  guerra  y  en  los 
acostamientos  y  partidos  de  los. capitanes  y  de  los  otros 
oficiales  que  nombraron  y  señalaron ,  y  mandaron  sus- 
pender todas  las  mercedes  y  quitaciones  que  el  Empe- 
rador habia  becho  y  dado  después  de  la  muerte  del  rey 
don  Fernando  el  Católico ,  su  abuelo.  Y  porque  enten- 
dían y  sabian  que  los  grandes  y  caballeros  destos  reinos 
se  querían  y  trataban  de  juntarse  en  servicio  y  voz  del 
Rey,  comenzaron  de  propósito  á  tratar  que  sus  villas  y 
tierras  se  les  alzasen  en  comunidad ,  y  á  favorecer  y 
ayudar  á  los  que  se  habían  alzado ;  y  ansí  daban  calor 
á  las  meríndades  de  Castilla  la  Vieja  para  levantarlas 
contra  el  Condestable,  y  les  enviaron  cartas  y  provisio- 
nes de  favor,  y  favorecían  la  villa  de  Dueñas  alzada  con- 
tra el  conde  de  Buendía,  y  de  la  mesma  manera  al  cerco 
que  Segovia  tenia  puesto  á  su  alcázar,  en  el  cual  hubo 
muchas  muertes  de  hombres;  y  á  otros  lugares  y  for- 
talezas que  también  se  levantaban  y  desobedecían  á  sus 
señores,  y  á  los  caballeros  y  otras  personas  que  en  las 
ciudades  alzadas  eran  vecinos  y  llevaban  acostamiento 
del  Rey  y  de  otros  señores,  enviaron  á  notificar  y  man- 
dar que  no  les  acudiesen  ni  fuesen  á  sus  llamamientos, 
si  no,  que  les  derribarían  las  casas  y  destruirían  las  ha- 
ciendas, y  lo  mismo  enviaron  á  decir  á  las  gentes  de  los 
guardias  que  de  don  Antonio  Fonseca  y  de  Ronquillo 
habían  quedado,  y  que  nuevamente  habían  venido  de 
África ;  porque  sabian  que  el  Condestable  los  procuraba 
traer  al  servicio  del  Rey,  y  que  fuesen  donde  él  estaba. 
Y  ansimesmo  contra  los  grandes  que  habían  castiga- 
do á  algunos  de  sus  vasallos  porque  se  les  habían  al- 
zado, soltaban  muchas  palabras  y  hacían  muchas  ame- 
nazas, diciendo  que  por  ello  los  habían  de  mandar  des- 
truir. Y  mandaron  dar  cartas  y  mandamientos  contra  el 
conde  de  Benavente,  que  de  Valladolid  habia  salido, 
y  para  otros  grandes  y  caballeros ;  por  las  cuales  les 
requerían  y  mandaban  que  se  juntasen  con  ellos ,  con 
sus  personas,  casas  y  estados,  en  favor  de  la  Santa 
Junta  y  bien  del  reino ,  so  pena  que  los  que  así  no  lo 
hiciesen  serian  habidos  por  traidores  y  enemigos ,  y 
que  como  á  desleales  les  harían  cruda  guerra.  Y  asi- 
mesmo  mandaron  continuar  y  apretar  el  cerco  que  so- 
bre la  villa  de  Alaejos  tenían  puesto.  Y  usando  también 
de  todo  género  de  persuasión  é  inducimiento ,  enviaron 
predicadores  y  personas  hábiles  para  aquel  oficio ,  pú- 
blicas y  secretas  con  cartas  y  provisiones ,  que  procu- 
rasen mover  y  levantar  los  pueblos  y  ciudades  que  no 
estaban  alzadas.  Señaladamente  para  esto  enviaron  á  un 
caballero  de  Salamanca,  llamado  Francisco  de  Anaya, 
arriba  nombrado,  con  instruicíones  y  provisiones  muy 
largas  para  todas  las  ciudades  y  para  algunos  señores 

H-i. 


DE  CASTILLA.  38á 

que  pensaban  tener  favorables ,  el  cual  fué  con  intento 
de  hacer  lo  que  le  era  encargado;  pero  no  sucediéndole 
como  él  pensó,  se  volvió  sin  hacer  efeto ,  habiendo  sido 
bien  reprehendido  en  la  ciudad  de  Ecija  del  conde  de 
Palma,  por  haber  aceptado  aquella  empresa  y  andar  en 
ella;  el  cual ,  aunque  en  lo  de  Toledo  se  habia  habido 
descuidadamente,  en  la  respuesta  que  dio  á  este  caba- 
llero y  en  conservar  y  tener  aquella  ciudad ,  donde  era 
mucha  parte  en  servicio  del  Emperador  y  su  justicia,  se 
mostró  muy  buen  caballero  y  muy  leal  á  su  servicio. 

Enviaron  después  desto  los  de  la  Junta  otra  embajada 
con  el  deán  de  la  iglesia  mayor  de  Avila,  al  rey  don  Ma- 
nuel de  Portugal ,  dándole  cuenta  de  todo  lo  que  pasa- 
ba, colorando  y  justificando  con  palabras  su  causa,  su- 
plicándole les  ayudase  y  favoreciese ;  y  llevaba  el  deán 
comisión  que  moviese  plática  de  casamiento  con  el 
príncipe  don  Juan,  que  es  hoy  rey,  y  la  infanta  doña 
Catalina,  que  ellos  tenían  en  su  poder,  pensando  atraer- 
los por  este  casamiento  á  su  propósito;  pero  el  Dean 
no  halló  allí  el  acogimiento  que  pensaba,  porque  el  rey 
de  Portugal^  como  buen  hermano  y  amigo  del  Empe- 
rador, les  envió  á  reprehender  lo  que  hacían,  y  les  acon- 
sejó se  dejasen  dello ;  ofreciéndoles  que  sí  ellos  pidie- 
sen al  Emperador  con  el  acatamiento  que  debían  cosas 
que  cumpliesen  al  bien  del  reino,  que  él  les  ayudaría; 
y  en  lo  demás  que  le  apuntaban  del  casamiento,  no  quiso 
ni  permitió  que  le  fuese  dicho  ni  se  tocase  en  ello.  Y 
hechas  estas  diligencias  y  atrevimientos  exorbitantes, 
como  tengo  dicho,  acordaron  de  hacer  otro,  el  cual  fué 
escrebír  una  carta  al  Emperador  firmada  de  todos  los 
procuradores  de  la  Junta ,  cuya  fecha  era  á  20  de  otu- 
bre  deste  año ,  para  descargarse  con  el  nombre  y  tí- 
tulo della  de  todo  lo  que  habían  hecho ,  en  la  cual  le 
confesaban  y  contaban  este  proceso,  y  en  lugar  de  pedir 
perdón  y  misericordia  dello  y  prometer  enmienda  para 
adelante,  pedían  desvergonzadamente  aprobación  de 
lo  hecho  por  las  ciudades  y  por  ellos,  y  poder  y  autori- 
dad para  lo  que  adelante  hiciesen;  porque  todo  decían 
haberlo  hecho  por  servirle  y  por  remediar  los  intolera- 
bles males  que  por  los  de  su  consejo  y  gobernador  se 
habían  cometido  en  estos  reinos.  Y  allende  de  tratar 
esto  ansí,  ponían  muchos  desacatos  y  descomedimien- 
tos, como  fué  contar  que  habían  quitado  y  dividido  los 
del  Consejo  que  en  Valladolid  estaban,  y  decir  que  lo 
mesmo  hicieran  con  los  otros  que  con  su  majestad  esta- 
ban sí  acá  estuvieran,  y  que  le  suplicaban  luego  los  man- 
dase quitar  de  su  consejo,  y  revocase  el  poder  que  ha- 
bia enviado  al  Condestable  y  al  Almirante  para  gober- 
nadores destos  reinos,  y  el  que  habia  dejado  al  cardenal 
de  Tortosa,  porque  el  reino  no  los  podía  sufrir  ni  con- 
sentir; y  ansí  otras  cosas  y  palabras  desta  manera,  como 
por  la  mesma  carta  parece ,  que  ellos  mandaron  impri- 
mir y  publicar ;  la  cual  enviaron  á  su  majestad  con  un 
caballero  de  Avila,  llamado  Antonio  Vázquez ,  al  cual 
sucedió  allá  lo  que  diremos.  Todo  esto  decían  habcrl© 
hecho  por  su  servicio  y  por  el  bien  público,  significandf 
antes  merecer  mercedes  por  ello  que  castigo  ni  perdón; 
y  que  obligados  y  forzados  por  las  leyes  destos  reinos  y 
de  la  lealtad  que  á  su  rey  y  señor  natural  debían ,  lo  ha- 
bían hecho ;  que  es  una  soberbia  intolerable.  Y  ansi- 
mismo  decían  en  la  carta  que  quedaban  ordenando  cier- 
tos capítulos  para  enviar  á  suplicar  á  su  majestad  las 
cosas  que  convenía  hacer  y  remediarse  como  después 

26 


386  PERO 

]os  enviaron;  y  aunque  tardaron  algunos  dias  en  ello, 
no  será  inconvenienle  que  me  anticipe  acontar  algunos 
de  los  dichos  capítulos ,  pues  fueron  tan  públicos ,  que 
ellos  mismos  los  mandaron  imprimir  y  estampar. 

Primeramente  pedian  lo  mesmo  que  habían  hecho  en 
la  carta ,  que  luego  quitase  su  majestad  al  Cardenal  y 
los  otros  gobernadores  que  en  Castilla  tenia ,  y  los  que 
pusiese  fuesen  naturales,  elegidos  á  contento  del  reino, 
y  que  desto  se  hiciese  ley  para  sus  sucesores. 

Que  el  gobernador  flue  así  fuese  puesto ,  pudiese 
proveer  y  dar  todo  lo  que  la  persona  real  puede,  de  en- 
comiendas, tenencias,  justicia  y  gobernación  y  todo  lo 
demás,  salvo  que  no  pudiese  hacer  merced  del  patri- 
monio real,  y  ansí  pedían  otras  cosas,  que  era  poco 
menos  que  hacerlo  rey,  y  de  mas  á  mas  puesto  de  su 
mano. 

Pedian  ansimesmo  que  ningún  grande  ni  señor  pudie- 
se tener  oficio  ni  usarlo  en  la  casa  real,  y  otras  cosas 
contra  los  nobles  y  caballeros. 

Pedian  ansímesmo  que  no  se  pudiesen  echar  huéspe- 
des en  ningún  tiempo,  y  solamente  se  diesen  al  Rey  y 
á  su  casa  y  á  los  de  su  consejo  y  oficiales  sesenta  posa- 
das, y  que  estas  se  pagasen  á  los  dueños  de  las  casas, 
y  lo  que  montase  se  repartiese  por  sisa  entre  exemptos 
y  no  exemptos;  lo  cual  cualquiera  juzgará  cuan  inicua 
é  injusta  petición  era. 

Pedian  mas :  que  las  alcabalas  y  tercias  se  diesen 
por  encabezamiento  al  reino ,  al  precio  en  que  se  ha- 
bían dado  en  el  año  de  1444,  y  que  fuese  perpetuo,  sin 
poder  crecer  mas,  y  que  jamás  se  pudiesen  arrendar; 
queriendo  privar  al  Rej  injustamente  de  su  derecho 
y  de  la  mejoría  y  acrecentamiento  que  hay  en  todas  las 
cosas  con  las  altas  y  bajas  que  da  el  tiempo. 

Estas  y  todas  las  otras  rentas  reales,  pedian  en  otro 
capítulo  que  se  pusiesen  en  arcas  y  depósitos,  y  que  de 
allí  sesacase  y  gastase  solamente  lo  necesario  para  el  es- 
tado del  reino,  y  este  era  el  que  ellos  tenían,  y  para  el 
servicio  de  la  Reina  y  el  gasto  de  su  casa ,  y  de  la  casa  y 
criados  del  Rey,  y  para  la  gente  de  guardias  y  chanci- 
Uerías  y  consejo ;  y  lo  demás  que  se  guardase  y  ateso- 
rase hasta  la  venida  del  Rey ;  de  manera  que  lo  hacían 
menor  y  pupilo,  y  á  ellos  tutores  y  gobernadores. 

Pedian  también  que  el  servicio  que  se  había  otorga- 
do en  las  cortes  de  la  Coruña  no  se  cobrase,  y  que  ja- 
más se  pudiese  pedir  por  el  Rey  ni  por  su  sucesor  otro 
servicio ;  que  fué  blasfemia  y  deslealtad  conocida,  como 
arriba  eotá  dicho  y  mostrado. 

Querían  asimesmo  que  los  procuradores  de  las  ciu- 
dades que  tienen  voto  en  cortes  se  pudiesen  juntar  de 
tres  en  tres  años  perpetuamente  donde  quisiesen,  en 
ausencia  de  los  reyes,  para  que  allí  juntos  proveyesen 
y  tratasen  lo  que  tocaba  al  servicio  del  Rey  y  al  bien 
público;  lo  cual  claramente  era  una  perpetua  comuni- 
dad y  deshacer  el  poder  real. 

Juntamenle  con  esto  d^cian  que,  cuando  por  man- 
dado del  Rey  se  juntasen  corles,  que  tuviesen  facultad 
los  procuradores  dellas  para  se  juntar  en  ellas  sin  pre- 
sidente puesto,  como  el  ordinario  del  Consejo  Real  lo 
es;  lo  cual  era ,  cierto ,  quitar  á  los  miembros  la  cabe- 
za ,  y  pervertir  la  orden  y  concierto  natural,  que  siem- 
pre se  ha  tenido  tan  bien  ordenado  en  estos  reinos. 

En  otro  capítulo  pedían  quitase  todos  los  de  su  con- 
sejo y  presidente,  y  pusiese  otros,  y  queestosnopudie- 


MEJIA. 

sen  ser  perpetuos ;  de  manera  que  no  querian  que  que- 
dase nadie  que  no  les  fuese  acepto,  ni  durase  el  que  no 
saliese  á  su  voluntad. 

Metíanse  también  en  lo  eclesiástico  y  espiritual ,  en 
desacato  y  menosprecio  de  la  Iglesia  y  de  la  inmunidad 
della,  pidiendo  que  no  se  echasen  ni  publicasen  bulas 
sino  con  cierta  forma  que  ellos  ponían,  y  también  la 
daban  en  el  gasto  y  cobranza  de  los  dineros  dellas;  lo 
cual  no  dejaba  de  tener  sabor  de  infidelidad  y  blasfe- 
mia ;  como  era  también  que  quitase  el  Emperador  el 
arzobispado  de  Toledo  al  cardenal  Guillermo  deCroy, 
sobrino  de  su  privado  monsieur  de  Xebres ;  y  desta  ma- 
nera daban  la  orden  que  debían  guardar  los  obispos  en 
sus  obispados  y  en  los  entredichos  y  excomuniones. 

Por  otros  capítulos  demandaban  que  todas  las  mer- 
cedes que.se  hubiesen  hecho  después  de  la  muerte  de 
la  reina  doña  Isabel  la  Católica,  por  el  rey  don  Felipe 
y  por  el  Emperador,  fuesen  revocadas  y  de  ningún  efe- 
to;  que  era  descubiertamente  decir  que  no  habían  te- 
nido jurisdicion  ni  poder  real  para  poderlas  hacer  á  los 
que  las  recibieron. 

Al  cabo  concluían  pidiendo  aprobación  de  todo  lo 
que  las  comunidades  habían  hecho,  y  perdón  general 
y  particular  para  todos  los  que  las  habían  seguido.  Y 
desta  manera  trataban  otras  semejantes  cosas,  que  aun- 
que todas  fueran  honestas  y  buenas,  la  forma  con  que 
se  pedian  las  hacía  muy  malas,  porque  era  con  sober- 
bia ,  y  puestos  en  armas  contra  el  Emperador,  su  rey  y 
señor  natural. 

Y  aun  con  ser  ansí ,  se  les  otorgaban  las  justas  por 
concierto ;  pero  ellos  lo  querían  todo,  y  ansí  nunca  se 
concertaron ;  y  la  ambición  de  los  que  en  esta  junta  de 
Tordesillas  estaban  era  tanta ,  que  á  algunas  de  las 
ciudades  que  los  habían  enviado  les  parecía  mal  lo  que 
hacian ;  y  ansí,  la  ciudad  de  Burgos  les  escribió  repre- 
hendiendo la  prisión  de  los  del  Consejo  y  algunas  de  las 
cosas  dichas ,  y  no  tardó  mucho  después  de  enviar  á  lla- 
mar á  sus  procuradores;  y  la  misma  reprehensión  hizo, 
según  dicen ,  Guadalajara ,  Soria  y  Zamora  por  sus  car- 
tas, y  aun  entre  los  regidores  de  las  ciudades  hubo  al- 
gunos que  no  vinieron  ni  fueron  en  las  cosas  contadas; 
pero  yo  veo  que  la  mayor  parte  consintió,  y  los  otros 
pasaron  por  ello ,  sin  los  dejar  ni  apartarse  de  su  liga 
y  compañía. 

CAPULLO  X. 

Cómo  el  Condestable  comenzó  á  usar  la  gobernación,  y  cómo  los 
de  la  Junta  hicieron  capitán  general  y  juntaron  sus  gentes,  y  lo 
que  los  grandes  ansimesmo  hicieron. 

Todas  estas  diligencias  hizo  la  Santa  Junta  desde  fin 
de  setiembre  hasta  fin  de  otubre,  en  cuyo  principio 
había  sido  la  prisión  de  los  del  Consejo;  en  el  cual  es- 
pacio de  tiempo  el  Condestable ,  nuevo  gobernador,  es- 
tando todavía  ausente  el  Almirante,  no  se  había  descui- 
dado en  cosa  alguna,  antes  había  hecho  todas  las  dili- 
gencias posibles ;  pero  aunque  pasaron  diversas  cosas, 
á  un  mesmo  tiempo  no  pueden  contarse;  y  así,  irán  di- 
vididas. 

Primeramente  envió  á  notificar  sus  provisiones  de 
visorey  y  gobernador,  con  el  Cardenal  y  el  Almirante,  á 
todas  las  ciudades  y  villas  del  reino  que  cómodamente 
se  pudo  hacer;  las  cuales  me  acuerdo  yo  que  en  Sevilla 
fueron  obedecidas ,  y  se  pregonaron  á  8  dias  de  otubre 


COMUNIDADES 

deste  dicho  año  de  d520;  y  ansí  lo  fueron  en  todas  las 
otras  ciudades  y  lugares  que  estaban  en  la  obediencia 
y  fidelidad  del  Rey.  Comenzó  ansimismo  á  llamar  deudos 
y  amigos  y  á  juntar  gentes,  y  escribió  á  los  grandes  y  ca- 
balleros del  reino,  animándolos  y  convocándolos  á  que 
se  juntasen  y  favoreciesen;  y  sabido  que  los  del  Con- 
sejo y  Presidente  se  hablan  salido  huyendo ,  de  la  ma- 
nera que  tengo  dicho,  de  Valladolid ,  les  escribió  que  se 
viniesen  para  él,  como  lo  hizo  el  Presidente  y  algunos 
dellos.  Y  como  recibió  la  carta  del  Emperador,  en  que 
le  mandaba  que  en  tanto  que  se  juntaban  él  y  el  Carde- 
nal y  el  Almirante,  que  él  con  los  del  Consejo  que  pudie- 
sen venir  para  él,  entendiese  en  la  gobernación,  luego 
lo  comenzó  á  hacer  con  los  que  allí  le  eran  llegados  en 
tos  lugares  que  no  estaban  alzados,  y  comenzó  á  buscar 
dineros  para  hacer  y  pagar  la  gente  de  guerra,  porque 
ya  sin  fuerza  de  armas  no  parecía  posible  de  hacer  efeto 
ninguno ,  y  para  ello  enviaron  á  pedir  dineros  presta- 
dos al  Rey  de  Portugal,  y  él  les  prestó  liberalmente  cin- 
cuenta mil  ducados,  con  los  cuales  y  con  los  de  su  casa 
y  otras  partes  que  pudo  el  Condestable  juntar,  hizo  al- 
guna infantería ,  y  escribió  al  duque  de  Najara,  don  An- 
tonio Manrique ,  visorey  que  era  en  Navarra,  que  le  en- 
viase alguna  infantería  de  la  ordinaria  que  en  aquel 
reino  había, y  el  Duque  le  envió  quinientos  buenos  sol- 
dados y  alguna  artillería ,  que  también  le  pidió  con 
grande  instancia. 

Envió ansimesmo  á  llamar  y  solicitar  las  gentes  de  las 
guardias  de  Castilla  que  tengo  dicho  que  nuevamente 
habían  venido  de  los  Gélves,  parte  de  los  cuales  acu- 
dieron al  servicio  del  Rey,  y  los  demás  se  fueron  á  ser- 
vir á  los  de  la  Junta,  inducidos  por  don  Pedro  Girón, 
que  ya  trataba  de  ser  capitán  general ,  y  también  por 
el  obispo  de  Zamora  don  Antonio  de  Acuña ,  grande 
favorecedor  y  protector  de  la  santa  comunidad  de  los 
procuradores,  como  ellos  llamaba  en  todas  ocasiones , 
fomentando  su  causa  y  ensalzamiento.  Comenzó  ansi- 
mesmo á  tratar  con  los  de  Burgos,  y  pedirles  que  le 
dejasen  entrar  en  la  ciudad,  y  se  redujesen  al  servicio 
del  Rey  con  ciertos  partidos  de  que  no  les  fuesen  echa- 
dos huéspedes,  y  que  las  alcabalas  se  redujesen  á  la 
tasa  antigua,  y  otras  algunas  cosas;  y  el  trato  se  con- 
cluyó, y  el  Condestable  les  prometió  de  traerlas  confir- 
madas del  Emperador,  y  les  dio  en  seguridad  y  rehenes 
deque  se  cumpliría  así  á  su  hijo  don  Juan  Sánchez  de 
Tovar,  y  también  les  dio  á  su  hijo  menor  don  Bernar- 
dino  de  Velasco. 

En  tanto  que  el  Condestable  hacia  estas  diligencias 
tan  provechosas  y  necesarias,  el  cardenal  de  Tortosa, 
gobernador,  que  en  Valladolid  estaba  detenido  en  la 
forma  que  tengo  dicho ,  pudo  tener  manera  como  una 
noche,  que  fué  la  de  20  del  mes  de  otubre,  con  un  solo 
paje  de  cámara  suyo,  se  salió  de  Valladolid  muy  encu- 
bierta y  disimuladamente,  y  á  la  mas  priesa  que  pudo 
se  fué  á  Medina  de  Rioseco,  adonde  asimesmo  estaban 
y  acudieron  luego  algunos  del  Consejo,  y  hízolo  saber 
con  mucha  diligencia  al  Condestable  y  á  algunos  de  los 
grandes  comarcanos,  pidiéndoles  que  enviasen  sus 
gentes,  y  ellos  con  sus  personas  viniesen  á  les  asegu- 
rar y  ¿vorecer;  los  cuales  lo  hicieron  ansí,  y  de  los 
primeros  que  vinieron  fueron  don  Alonso  Pimentel, 
conde  de  Benavente  y  don  Alvaro  Osorio,  marqués  de 
Astorga ,  con  muclia  gente  de  á  caballo  y  de  á  pié ;  y 


DE  CASTILLA.  387 

ansí  se  juntaron  allí  después  los  que  se  dirán,  en  diversos 
días,  y  se  esperaba  al  Almirante ,  Señor  de  aquella  villa 
de  Rioseco,  que  ya  habia  escrito  que  venia. 

El  Condestable  hubo  gran  placer  de  la  salida  del 
Cardenal  Gobernador,  de  la  villa  de  Valladolid ,  y  con- 
forme lo  asentado  con  los  de  Burgos ,  se  entró  en  la 
ciudad  á  1."  de  noviembre ,  y  por  algunos  contrastes  se 
apoderó  de  lo  mejor  que  pudo  della ,  y  comunicándolo 
con  el  Cardenal  Gobernador  y  con  los  que  en  Rioseco 
estaban,  se  acordó  que,  pues  otro  remedio  no  habia, 
se  llevase  la  cosa  por  armas ,  y  que  allí  en  Rioseco  se 
juntase  el  campo  y  todos  ellos ,  por  estar  mas  en  co- 
marca y  frontera  cercana  de  Tordesillas,  donde  ya  se 
comenzaba  á  formar  el  del  enemigo.  Para  esto  acordó 
el  Condestable  quedarse  en  Burgos  con  la  gente  que  le 
pareció,  para  hacer  rostro  á  las  merindades  que  estaban 
alzadas,  de  las  cuales  don  Pero  de  Ayala,  conde  de 
Salvatierra ,  con  poca  prudencia  y  saber,  se  habia  hecho 
capitán;  y  siendo  llegada  la  gente  y  artillería  ya  dicha 
de  Navarra,  envió  con  ella  y  con  la  demás  de  á  pié  y  de 
á  caballo  que  él  habia  juntado,  á  don  Pero  de  Velasco, 
conde  de  Haro,  su  hijo  mayor  (que  habia  sido  nombrado 
capitán  general  para  estas  ocasiones  por  el  Emperador), 
á  Medina  de  Rioseco ;  el  cual,  poniendo  en  efeto  su  par- 
tida ,  salió  de  Burgos  con  su  campo  y  fuese  á  la  villa  de 
Melgar ,  ocho  leguas  de  allí,  donde  esperó  á  recoger  to^ 
da  la  gente,  y  juntáronse  allí  con  él  don  Pedro  Vélez  de 
Guevara,  conde  de  Oñate,  don  García  Manrique,  conde 
de  Osorno,  don  Alonso  de  Peralta,  marqués  de  Falces, 
don  Luis  de  Benavides,  mariscal  de  Fromesta,  y  algu- 
nos otros  caballeros  que  no  vinieron  á  mi  noticia,  cada 
uno  con  la  gente  que  [podía,  y  de  allí  prosiguieron  su 
camino  á  Rioseco,  donde  cada  día  llegaban  caballeros  y 
señores  con  gentes  de  guerra  para  ir  en  esta  jornada. 

Los  contrarios  de  la  junta  de  Tordesillas  no  se  olvi- 
daban de  proveer  lo  que  convenia  hacer  para  los  pen- 
samientos que  tenían  y  para  resistir  lo  que  sabían  que 
contra  ellos  se  aparejaba,  como  hombres  que  tenían 
avisos ;  para  lo  cual  ordenaron  lo  siguiente  : 

Primeramente  mandaron  apercebir  y  aderezar  los  ca- 
pitanes y  gentes  que  allá  tenían,  y  escribieron  á  las 
ciudades  y  villas  de  su  bando  que  no  lo  habían  hecho» 
que  enviasen  las  m  as  gentes  de  guerra  que  pudiesen, 
advírtíéndoles  las  necesidades  que  tenían;  y  efias  así  lo 
hicieron  con  gran  puntualidad. 

Concluyóse  también  el  trato  que  con  don  Pedro  Giren 
se  traia,  y  fué  elegido  por  capitán  general  con  título  de 
la  Reina  y  del  reino,  paresciéndoles  que  por  ser  hom- 
bre tan  principal  y  deudo  de  tantos  grandes,  ganaba 
su  parte  gran  reputación ,  y  de  don  Pedro  creyeron  to- 
dos entonces  que  habia  aceptado  y  seguido  aquella 
opinión,  teniendo  por  fin  que  en  las  alteraciones  se 
descubriría  camino  para  poder  haber  el  ducado  de 
Medina  Sidonia,  que ,  como  arriba  está  dicho,  preten- 
día pertenecerle. 

Desta  elecion  pesó  mucho  á  Juan  de  Padilla,  que 
en  la  común  opinión  era  tenido  por  capitán  general,  y 
tenia  presunción  de  serlo ,  y  por  su  causa  no  fueron  en 
ella  los  procuradores  de  Toledo  ni  de  Madrid;  y  Juan 
de  Padilla,  sabido  lo  que  pasaba,  antes  que  don  Pedro 
Girón  viniese,  fingió  no  sé  qué  causas  que  le  movian  á 
ello,  y  partióse  para  Toledo  por  la  posta ,  y  la  gente 
que  tenia ,  viendo  ido  á  su  capitán ,  comenzó  otro  día 


388  PERO 

álmcer  lo  mismo.  Pero,  no  obstante  esto,  don  Pe- 
dro Girón  aceptó  el  cargo,  y  vino  á  Tordesillas  con 
ochenta  lanzas  suyas,  y  comenzó  á  dar  gran  priesa  y 
orden  como  el  ejército  se  juntase;  y  ayudado  de  la  in- 
dustria y  diligencia  de  don  Antonio  de  Acuña,  obispo 
de  Zamora,  trujo  á  servicio  de  la  Junta  casi  quinientos 
hombres  de  armas  de  las  gentes  de  las  guardias ;  que 
los  demás,  como  está  dicho,  fueron  al  llamamiento  del 
Condestable.  El  Obispo  trujo  otros  setenta  ó  ochenta 
lanzas  suyas  y  casi  mil  peones,  y  mas  de  los  cuatrocien- 
tos dellos  eran  clérigos  de  misa  de  su  obispado,  sin  la 
gente  de  Zamora  que  venia  á  su  disposición  y  volun- 
tad. El  cual  con  el  favor  de  la  Junta  habia  forzado  al 
conde  de  Alba  de  Liste  á  salir  de  la  ciudad  de  Zamora , 
después  de  grandes  debates  y  escándalos  que  hubo  én- 
trelos dos.  Allende  destas  gentes,  cada  dia  venian  com- 
pañías de  las  ciudades  comuneras ,  y  todas  contribuían 
y  enviaban  gente  de  á  pié  y  de  á  caballo  para  esta  guer- 
ra, y  algunas  enviaban  capitanes  principales  con  ellas, 
como  de  Salamanca,  que  vino  don  Pedro  Maldonado 
con  mil  hombres. 

Otras  ciudades  eligieron  por  capitanes  á  algunos 
de  los  procuradores  que  tenían  en  la  Junta,  como  la  ciu- 
dad de  León  á  Gonzalo  de  Guzman,  hijo  de  Ramiro 
Nuñez  de  Guzman;  Toro,  á  don  Hernando  de  UUoa ,  y 
desla  manera  otros  de  otras  partes ;  y  ansí  se  hacían  mas 
poderosos  los  de  la  Junta ,  que  pensaban  llevar  su  nego- 
cio por  fuerza  de  armas,  y  era  muy  grande  su  soberbia, 
y  la  significaban  con  muchos  fieros  y  amenazas ,  espe- 
cialmente la  gente  popular,  llamándoles  traidores  y 
enemigos  del  reino,  y  diciendo  que  los  habían  de  des- 
truir y  quitarle  los  estados;  y  atrevíanse  á  poner  en  plá- 
tica que  seria  bien  que  la  reina  doña  Juana  casase  con 
don  Fernando  de  Aragón ,  duque  de  Calabria ,  y  lo  alza- 
sen por  rey ,  y  lo  trataron  y  movieron  algunos  destos 
procuradores ;  y  en  los  pregones  y  mandamientos,  no 
nombraban  al  Emperador,  sino  á  la  Reina  y  al  reino, 
de  manera  que  el  odio  y  enemistad  iba  creciendo,  y  de 
cada  parte  se  hacían  grandes  diligencias  y  preparativos, 
y  ya  no  restaba  á  los  de  la  Junta  sino  mandar  salir  á  cam- 
pear su  ejército,  como  lo  tenían  determinado.  Y  estan- 
do las  cosas  en  estos  términos ,  podría  ser  el  mes  de 
noviembre  mediado  cuando  llegó  á  Medina  de  Rioseco 
el  Almirante,  llamado,  como  está  dicho,  para  la  go- 
bernación destos  reinos,  que  no  habia  aceptado.  Salie- 
ron á  recebirle  los  grandes  y  caballeros  que  allí  esta- 
ban, con  el  cardenal  de  Tortosa,  gobernador,  y  todos 
los  del  Consejo,  aderezados  para  la  guerra,  los  cuales 
eran  :  el  conde  de  Benavente,  el  marqués  de  Astorga, 
don  Pedro  Osorio,  su  hijo  mayor;  don  Diego  de  Tole- 
do, prior  de  San  Juan,  hijo  del  duque  de  Alba ;  donBer- 
nardino  de  Rojas  y  Sandoval,  marqués  de  Denia ;  don 
Diego  Enriquez  de  Guzman,  conde  de  Alba  de  Liste ; 
don  Francisco  de  Quiñones,  conde  de  Luna;  don  En- 
rique Enriquez,  conde  de  Ribadavia,  hermano  del  Al- 
mirante; don  Hernando  de  Silva,  conde  de  Cifuentes, 
alférez  mayor  de  Castilla;  don  Juan  de  Moscoso ,  conde 
de  Altamíra ;  don  Fadrique  Enriquez ,  señor  de  Cañiza- 
res ;  Diego  de  Rojas ,  señor  de  Santiago  de  la  Puebla  y 
de  la  villa  de  Poza ;  don  Pedro  Bazan  ,  vizconde  de  Val- 
duerna  ;  don  Juan  de  Ulloa ,  señor  de  la  Mota ;  Hernan- 
do de  Vega,  comendador  mayor  de  Castilla,  de  la  or- 
den de  Santiago,  señor  de  Grajales;  don  Juan  Manrique, 


MEJIA. 

marqués  de  Aguilar ;  y  otros  caballeros  cuyos  nombres 
no  he  podido  saber;  los  cuales  todos  se  alegraron  mu- 
cho con  la  venida  del  Almirante ,  ansí  por  el  valor  y  ca- 
lidad de  su  persona  y  estado ,  como  por  ser  amabilísi- 
mo y  ser  uno  de  los  gobernadores ;  el  cual ,  aunque  hol- 
gó de  ver  tantos  grandes  y  señores  y  caballeros  juntos, 
y  la  buena  gente  de  guerra  que  tenían,  como  traía  es- 
peranza y  pensamiento  de  procurar  algún  medio  de 
paz,  procuró  de  entretener  por  pocos  días  el  rompi- 
miento y  guerra,  y  comunicándolo  con  aquellos  seño- 
res ,  concertó  de  verse  con  los  de  la  Junta  para  tratar  de 
medios  de  concordia ;  á  los  cuales  sobre  lo  mismo  habia 
escrito  desde  la  villa  de  Cigales,  viniendo  de  camino;  y 
aunque  él  quisiera  muchojr  en  persona  á  Tordesillas  á 
hablarles  á  todos  juntos,  jamás  ellos  lo  quisieron  ha- 
cer; pero  asentóse  plática  en  la  villa  de  Torre  de  Loba- 
ton,  donde  vinieron  tres  ó  cuatro  de  los  procuradores, 
y  aun  no  de  los  mas  principales,  porque  como  todos 
ellos  estaban  ya  tan  resueltos  en  su  propósito,  más  ha- 
cían aquello  por  cumplimiento  y  por  autoridad  del  Al- 
mirante, que  por  voluntad  que  tuviesen  deque  en  los 
negocios  se  diese  algún  buen  asiento.  Con  los  cuales 
procuradores  el  Almirante  comenzó  la  plática,  y  en  vis- 
tas y  cartas  y  respuestas  gastó  cinco  ó  seis  días  con 
poco  efeto,  en  los  cuales  los  dejaremos  agora,  y  asi- 
mesmo  las  cosas  de  Castilla  en  el  estado  que  tengo  mos- 
trado ,  que  los  comuneros  ya  querían  sacar  su  gente  en 
campo,  y  que  en  Medina  de  Rioseco  estaban  ya  á  punto 
de  guerra  los  grandes  y  caballeros  ya  dichos ,  y  se  es- 
peraba cada  dia  al  conde  de  Haro,  á  quien  todos  holga- 
ban de  tener  por  capitán  general,  y  el  Condestable  esta- 
ba en  Burgos  con  el  Presidente  y  algunos  del  Consejo , 
donde  también  se  juntaron  algunos  grandes  y  caballeros 
que  adelante  se  dirán ;  y  contemos  lo  que  su  majestad 
hizo  en  tanto,  en  otubre  y  parte  de  noviembre,  y  cómo 
tomó  la  posesión  y  corona  del  imperio ;  lo  cual  conta- 
do brevemente,  volveremos  á  nuestra  contienda  y 
guerra  de  la  Comunidad. 

CAPITULO  XL 

Cómo  el  Emperador  partió  de  Flándcs  para  Alemana,  y  de  qué 
manera  pasó  su  coronación ,  y  lo  que  acaesció  á  los  que  le  lleva- 
ban las  cartas  y  capítulos  de  la  Junta. 

Después  de  haber  el  Emperador  enviado  á  Lope  Hur- 
tado de  Mendoza  en  Castilla  con  las  provisiones  de  vi- 
soreyes  y  gobernadores  suyos  para  el  Condestable  y  el 
Almirante,  con  el  Cardenal ,  que  ya  lo  era ,  como  está 
dicho,  se  dio  la  mayor  priesa  que  le  fué  posible  para 
efetuar  su  coronación  y  lo  demás  que  convenía  hacer 
en  aquellas  partes,  para  que  mas  brevemente  fuese  á  es- 
tas de  Castilla  su  venida ;  y  no  perdiendo  punto  ni  cui- 
dado de  lo  que  convenía,  envió  nuevamente  á  otro  ca- 
ballero, que  fué  don  Alvaro  de  Ayala,  con  cartas  para 
los  gobernadores  y  los  de  su  consejo,  y  para  los  gran- 
des y  señores  de  Castilla,  haciéndoles  saberla  priesa 
que  se  daba,  y  certificándoles  que  en  breve  seria  su  ve- 
nida, aunque  después  no  pudo  ser  tan  presto  como  de- 
seaba ,  por  las  cosas  que  acontecieron ;  y  encargándoles 
asimesmo  con  grandes  encarecimientos  y  graciosas  pa- 
labras las  cosas  de  por  acá. 

Hecha  esta  diligencia ,  y  poniendo  en  efeto  lo  que 
prometía ,  en  principio  del  mes  de  otubre  ya  dicho  se 
partió  de  Fiándes  para  Aquísgran,  ciudad  principal  de 
Alemana ,  en  la  comarca  de  Colonia',  donde  habia  de  re- 


COMUNIDADES  DE  CASTILLA. 


cebir  su  primera  corona,  acompañado  del  cardenal  Gui- 
ileimo  de  Croy,  arzobispo  de  Toledo,  y  de  muchos  seño- 
res y  caballeros  principales ,  borgoñones  y  flamencos ,  y 
del  duque  de  Alba  y  otros  caballeros  españoles  que  con 
él  habian  ido ,  y  de  la  gente  de  armas  ordinaria  de  guar- 
da de  Flándes  y  otra  buena  copia  de  las  fronteras ,  to- 
dos muy  ricamente  aderezados  de  guerra,  y  de  tres  mil 
infantes  alemanes  muy  en  orden.  Iba  también  con  él  el 
infante  don  Fernando ,  su  hermano ,  archiduque  de 
Austria ,  para  celebrar  sus  bodas  con  madama  Ana,  her- 
mana del  rey  de  Hungría ,  como  se  hizo  en  el  mes  de 
abril  del  año  siguiente.  El  Emperador  por  sus  jornadas 
llegó  á  21  de  otubre  á  dormir  á  un  castillo  dos  leguas 
de  Aquisgran ,  y  porque  la  su  coronación  se  habia  de 
hacer  á  los  23 ,  hizo  otro  dia  su  entrada ,  que  fué  una  de 
las  mas  solemnes  del  mundo,  así  por  los  aderezos  yapa- 
ratos  de  los  que  iban  con  él ,  de  armas,  vestidos  y  caba- 
llos ,  que  fué  cosa  maravillosa ,  como  de  los  que  á  rece- 
birle  salieron,  que  no  lo  fueron  menos.  Estaban  allí  es- 
perando, y  salieron  á  este  recebimiento,  cuatro  prínci- 
pes de  los  electores,  que  fueron  los  arzobispos  de  Ma- 
guncia de  Colonia,  y  de  Tréveris ,  y  el  conde  Palatino 
del  Rin.  Salieron  los  embajadores  del  rey  de  Bohemia  y 
duque  de  Sajonia  y  marqués  de  Brandenburg,  que  son 
los  otros  tres  electores,  que  por  la  priesa  del  Emperador 
y  por  justas  ocupaciones  no  pudieron  hallarse  presentes, 
y  ansí  enviaron  sus  embajadores  con  poderes  bastantes 
para  que  por  ellos  se  hallasen  en  la  coronación.  Otros 
muchos  príncipes  alemanes,  y  los  gobernadores  y  bur- 
go-maestre de  la  ciudad,  salieron  á  recebirlo  media  le- 
gua del  lugar,  y  por  su  orden  llegaron  todos  á  besarle 
las  manos  con  grande  alegría  y  acatamiento ,  y  el  Em- 
perador les  habló  y  trató  con  grande  benevolencia  y 
mucho  amor. 

La  orden  que  se  tuvo  en  la  entrada  Otro  dia  fué,  que 
en  la  delantera  venían  los  tres  mil  infantes  alemanes  en 
su  orden ,  á  siete  por  hilera ,  muy  pláticamente  vesti- 
dos de  calzas  y  jubones  de  colores,  á  los  cuales  seguían 
los  gobernadores  y  gente  de  la  villa,  y  luego  un  Huque 
alemán  con  trecientos  y  cincuenta  caballos  del  impe- 
rio vestidos  de  negro ,  y  un  guión  negro  con  la  divisa 
del  Emperador ;  á  estos  seguían  cuatrocientas  lanzas 
del  conde  Palatino,  y  tras  dellas  docientos  ballesteros 
de  á  caballo,  vestidos  de  colorado,  de  la  guarda  del 
arzobispo  de  Maguncia ,  y  luego  la  guarda  del  arsíbbis- 
po  de  Tréveris,  que  eran  ciento  y  cincuenta,  y  luego 
otros  docientos  cincuenta  de  á  caballo,  también  de  la 
guarda  del  arzobispo  de  Colonia ;  después  destas  guar- 
das entraron  dos  mil  y  docientos  caballos  de  las  guar- 
das que  el  Emperador  traía ,  y  luego  venia  el  mayor- 
domo mayor  monsieur  de  Biberri ,  con  otro  muy  her- 
moso escuadrón  de  los  gentilhombres  y  estados  de  la 
casa  del  Emperador,  muy  rica  y  hermosamente  adere- 
zados y  armados ,  salvo  las  cabezas,  como  iba  la  demás 
gente  de  armas.  Al  escuadrón  de  la  casa  del  Rey  seguían 
todos  los  grandes  señores  y  caballeros ,  así  flamencos 
como  españoles  y  alemanes  y  borgoñones ,  vestidos  to- 
dos de  brocados  y  de  telas  dfe  oro  y  escarlata ,  recama- 
das de  bordados  y  otros  géneros  de  galas  y  primores 
muy  grandes,  ansí  en  sus  personas  como  en  sus  caba- 
llos ,  como  en  las  libreas  de  sus  criados ,  entre  los  cua- 
les iban  mucha  copia  de  ministriles  y  trompetas  y  ata- 
bales del  Emperador  y  de  los  príncipes  electores.  Tras 


389 


esta  caballería  venia  la  caballeriza  del  Emperador,  que 
era  gran  número  de  caballos  maravillosos,  ricamente 
aderezados  á  la  brida  y  á  la  jineta,  y  en  cada  uno  uu  paje 
suyo  con  su  librea  de  tela  de  oro  y  plata,  y  raso  carme- 
sí ;  á  los  cuales  seguían  seis  reyes  de  armas  en  la  forma 
ordinaria,  derramando  moneda  de  oro  y  de  plata  por  el 
campo  y  por  las  calles  de  la  villa,  y  junto  á  estos  re- 
yes de  armas  llegaba  la  gente  de  la  guarda  de  á  pié  del 
Emperador  con  su  librea ,  en  medio  de  la  cual  venia  él 
armado  de  hombre  de  armas  en  un  gran  caballo ,  la  cu- 
bierta del  cual  y  el  sayo  de  armas  eran  de  brocado  blan- 
co recamado  de  perlas :  llevábanlo  en  medio  los  arzobis- 
pos de  Colonia  y  de  Maguncia ,  y  á  la  mano  diestra  el  de 
Colonia ,  por  entrar  en  su  diócesis ,  aunque  fuera  della , 
en  Alemana  le  prefiriera  el  de  Maguncia ;  y  delante,  y  en 
derecho  del  Emperador,  iban  el  arzobispo  de  Tréveris 
y  el  conde  Palatino,  y  los  embajadores  lugartenientes 
del  duque  de  Sajonia  y  del  marqués  de  Brandenburg; 
y  junto  á  la  persona  del  Emperador,  detrás  del ,  iba  el 
embajador  del  rey  de  Bohemia,  conforme  á  la  orden  y 
costumbre  antigua  que  en  estas  precedencias  se  tiene, 
y  después  del  iban  el  cardenal  de  Croy,  arzobispo  de 
Toledo,  y  el  cardenal  Colona,  legado  del  Papa,  y  otros 
prelados  y  embajadores.  Después  destos  venian  los  ar- 
cheros  y  guardia  de  á  caballo  del  Emperador,  de  la  li- 
brea y  colores  de  los  pajes. 

Llegado  á  la  puerta  de  la  ciudad,  salió  la  clerecía  y 
cruces  en  procesión,  y  también  unas  andas  ricamente 
aderezadas  con  el  casco  de  la  cabeza  del  emperador 
Carlo-Magno,  que  allí  se  tiene  en  gran  veneración,  y  el 
Emperador  se  apeó  allí  y  adoró  las  cruces ,  y  dio  paz 
á  la  cabeza  del  emperador  Carlo-Magno ,  y  mudó  otro 
caballo,  porque  el  de  que  se  apeó  era  por  costumbre 
antigua  de  las  guardas  de  la  puerta  de  aquella  ciudad ; 
y  recebida  la  procesión  dentro  de  la  guarda  de  á  pié , 
el  Emperador  entró  por  la  ciudad  y  se  fué  apear  al  tem- 
plo de  Nuestra  Señora ,  y  hecha  oración  delante  del 
Santísimo  Sacramento,  se  vino  á  su  palacio,  y  todos 
los  demás  á  sus  posadas. 

El  dia  siguiente ,  que  fueron  23  días  del  mes  de  otu- 
bre, que  estuvo  señalado  para  la  coronación,  los  prínci- 
pes y  electores ,  y  todos  los  demás  en  la  forma  y  manera 
susodicha,  lo  llevaron  al  templo.  Iba  su  majestad  ves- 
tido de  ropa  larga  de  brocado  y  un  collar  muy  rico  al 
cuello,  en  un  caballo  á  la  brida  ricamente  aderezado,  y 
todos  los  demás  príncipes  y  señores  muy  galanes  y  cos- 
tosamente vestidos ,  de  manera  que  habia  mucho  que 
ver,  y  llegaron  al  templo  donde  se  habia  de  hacer  el  ofi- 
cio y  coronación. 

Comenzáronse  los  divinos  oficios ;  y  estando  el  Em- 
perador en  su  asiento  entre  los  arzobispos  de  Maguncia 
y  de  Tréveris,  el  de  Colonia,  á  quien  tocaba  hacer  la 
consagración,  dijo  lamísa;  y  dicha  la  epístola  y  pasadas 
otras  ceremonias ,  el  mismo  Arzobispo  se  volvió  hacia 
el  Emperador,  y  en  alta  voz  le  hizo  ciertas  protestacio- 
nes y  preguntas.  Las  principales  dellas  fueron  las  si- 
guientes : 

Si  tenia  y  quería  defender  la  santa  fe  católica  en 
obras  y  palabras. 

Si  tenia  propósito  de  ser  fiel  tutor  y  defensor  de  la 
santa  Iglesia  y  de  sus  ministros. 

Si  quería  regir  y  con  eficacia  y  ahinco  defender  el 
imperio  romano  y  reino  que  Dios  le  daba, 


390  PERO 

Si  pensaba  guardar  y  conservar  las  leyes  y  previle- 
gios  y  patrimonio  del  imperio,  y  cobrar  lo  usurpado  y 
perdido  de  los  que  lo  tuviesen. 

Si  quería  ser  piadoso,  y  defender  como  patrono  al  rico 
y  al  pobre ,  al  huérfano  y  á  la  viuda. 

Si  quería  y  prometía  tener  y  guardar  al  sumo  Pontí- 
fice romano  y  á  la  sacra  romana  Iglesia  la  sujeción  y  obe- 
diencia que  debia. 

A  las  cuales  cosas  el  Emperador  á  cada  una  respon- 
día :  «  Quiérelo  y  promételo. » 

Acabado  esto,  los  dos  arzobispos  dichos,  de  una 
parte  uno  y  otro  de  otra,  acercaron  al  Emperador  hasta 
junto  al  altar,  donde  con  solemnidad  de  juramento  pro- 
metió de  guardar  y  cumplir  todo  lo  dicho;  y  entonces 
el  arzobispo  de  Colonia,  que  decía  la  misa,  alzando  la 
voz  dijo  al  pueblo  una  vez  en  latín  y  otra  en  alemán : 
«¿Queréis  sujetaros  á  tal  príncipe  como  este,  y  defen- 
der y  conservar  y  confirmar  su  imperio ,  y  guardarle 
fe  y  lealtad ,  y  obedecer  sus  mandamientos  como  á 
señor  natural  y  emperador  vuestro  ?» 

A  lo  cual  á  voces  respondieron :  Fiat;  «todos  lo  que- 
remos.» 

Y  entonces  el  arzobispo  de  Colonia  con  el  olio  y  cris- 
ma bendita  le  ungió  en  la  cabeza ,  diciendo  en  latín  : 
«Yo  te  unjo  por  emperador  y  rey  en  el  nombre  del 
Padre  y  del  Hijo  y  del  Espíritu  Santo.»  Y  hecha  esta 
ceremonia  con  grande  aplauso  y  alegría  del  pueblo ,  los 
arzobispos  de  Maguncia  y  Tréveris  metieron  al  Empe- 
rador en  la  sacristía,  junto  al  altar,  donde  pasaron  otras 
ceremonias ,  y  dende  á  poco  le  sacaron  vestido  con  la 
ropa  imperial ,  que  es  una  dalmática  como  de  diácono, 
y  capa  rica  de  brocado  y  piedras;  y  tornando  á  su  asien- 
to, ellos  mismos  le  trujeron  y  dieron  una  espada,  que 
dicen  que  fué  del  emperador  Carlo-Magno,  que  para 
este  auto  se  guarda  en  gran  reverencia  en  la  sacristía 
desta  iglesia  ;  diciéndole : 

«Recibe  esta  espada ,  con  la  cual  ejercites  justicia  y 
equidad,  y  destruyas  la  iniquidad,  y  defiendas  y  ampares 
la  Iglesia,  y  álos  falsos  cristianos  oprimas  y  castigues.» 
Después  le  pusieron  el  mundo  en  la  mano  izquierda, 
y  en  la  derecha  ceptro  de  oro,  y  al  cabo  todos  tres  le  pu- 
sieron una  rica  corona  de  oro  en  la  cabeza;  cada  cosa 
destas  con  ciertas  palabras  en  latín,  y  todas  las  cere- 
monias muy  al  propósito  :  y  ansí  ungido  y  coronado, 
fué  traído  á  una  silla  de  piedra  del  emperador  Carlo- 
Magno,  que  en  el  mismo  templo  se  ha  conservado  en 
gran  veneración,  donde  siendo  asentado ,  fué  el  rema- 
te desta  fiesta  y  coronación.  Y  estando  allí  armó  caba- 
lleros á  muchos  de  los  grandes  y  señores  y  caballeros 
que  allí  estaban,  así  españoles  como  de  otras  naciones. 
Y  pasado  esto  y  vueltos  al  altar,  el  arzobispo  de  Colo- 
nia prosiguió  su  misa  con  grande  solemnidad  y  espacio, 
durante  la  cual,  antes  y  después  de  lo  dicho ,  se  hicie- 
ron muchas  ceremonias,  que  seria  muy  largo  cuento 
referirlas. 

Tuvieron  las  insignias  imperiales  estos  señores :  el 
conde  de  Salemburgo,  procurador  del  rey  de  Bohemia, 
tuvo  la  corona;  el  del  duque  de  Sajonia,  el  estoque  ó 
espada ;  el  conde  Palatino,  el  mundo ;  el  embajador  del 
marqués  de  Brandenburgo  el  ceptro ;  y  dando  fin  á  la  mi- 
sa, el  Emperador,  acompañado  de  la  manera  que  había 
venido ,  volvió  al  palacio  y  casa  de  la  ciudad,  en  el  cual, 
por  antigua  costumbre,  come  el  Emperador  el  día  de  su 


MEJIA. 

coronación ,  estando  aparejadas  las  mesas  para  su  per- 
sona y  para  cada  uno  de  los  siete  electores ,  conforme 
á  sus  preeminencias  y  lugares ;  conviene  á  saber : 

A  la  mano  derecha  del  Emperador  en  el  mas  preemi- 
nente lugar,  estaba  la  silla  del  arzobispo  de  Colonia,  y 
luego  cabe  la  suya  la  del  procurador  del  rey  de  Bohe- 
mia, y  tercera  en  orden  la  del  conde  Palatino.  En  la 
mano  izquierda  la  silla  del  arzobispo  de  Maguncia,  que 
siendo  el  convite  fuera  fie  aquella  diócesis,  fuera  la  suya 
en  mejor  lugar ;  luego  estaba  la  del  embajador  del  du- 
que de  Sajonia,  y  luego  la  del  embajador  del  marqués 
deBrandenburg;  todas  estas  iguales.  La  del  arzobispo 
de  Tréveris  estaba  en  medio,  enfrente  de  la  del  Empe- 
rador, también  igual.  Esta  es  la  orden  que  se  guarda 
en  los  asieníos  cuando  comen  á  una  mesa  el  Empera- 
dor y  los  electores  del  imperio. 

Apartadas  de  la  mesa  del  Emperador  había  ansi- 
mesmo  otras  pequeñas  para  otros  grandes  y  procurado- 
res de  las  ciudades  del  imperio.  Asentándose  el  Empe- 
rador á  la  mesa,  el  conde  Palatino  le  sirvió  el  primer 
manjar,  y  el  embajador  del  rey  de  Bohemia  le  sirvió  la 
copa  la  primera  vez,  que  es  preeminencia  y  oficio  suyo, 
y  después  lo  que  duró  la  comida  le  sirvieron  muchos 
señores  de  diversas  naciones ;  y  acabado  el  convite ,  el 
Emperador  armó  caballeros  á  muchos ;  y  de  á  poco  de 
hora  volvió  á  la  iglesia ,  y  desde  allí  á  palacio  con  la 
pompa  y  compañía  que  había  venido ;  y  desta  manera 
se  hizo  esta  coronación. 

En  este  mismo  día,  en  la  ciudad  de  Constantinopla, 
se  coronó  por  emperador  de  los  turcos  Solimán,  por 
muerte  de  Selim,  su  padre. 

Acabada  la  fiesta  de  la  coronación,  el  Emperador  se 
partió  de  Aquisgran  para  Colonia ,  y  con  él  vinieron  al- 
gunos de  los  señores  y  príncipes ,  y  los  demás  se  fueron 
á  sus  casas.  Y  siendo  ya  el  mes  de  noviembre  del  mismo 
año  de  1520,  mandó  convocar  y  llamar  cortes,  que  en 
aquellas  partes  llaman  dietas,  de  todos  los  príncipes  y 
ciudades  del  imperio,  como  á  nuevo  principe  y  empe- 
rador convenia,  para  la  ciudad  de  Bórmes,  en  Alemania; 
y  él  se  partió  luego  para  ella,  con  propósito  de,  en  sien- 
do concluidas,  partirse  para  España,  si  las  cosas  que  se 
ofrecieron  no  lo  estorbaran ;  y  así  lo  escribió ,  y  dio 
cuenta  de  lo  que  pasaba  de  su  coronación ,  y  lo  que  le 
parecía  que  se  debia  hacer  en  los  reinos  de  Castilla;  y 
lue^  que  fué  venido  á  Bórmes,  llegó  allí  Antonio  Váz- 
quez ,  el  caballero  de  Avila  que  dijimos  que  llevaba  la 
carta  de  la  Junta ;  al  cual  el  Emperador  mandó  prender 
y  lo  quiso  mandar  degollar,  como  merecía ;  y  por  pare- 
cer del  obispo  Mota  y  de  otros  de  su  consejo  difirió  esta 
ejecución,  y  lo  mandó  tener  preso  en  un  castillo  hartos 
días;  y  al  cabo,  usando  de  su  clemencia,  le  hizo  mer- 
ced de  la  vida.  Y  dende  algunos  días  después  desto  vi- 
nieron á  Flándes  los  que  traían  los  capítulos  que  los  de 
la  Junta  enviaban  al  Emperador,  para  ir  también  á  Bór- 
mes, adonde  entonces  estaba ,  los  cuales  eran  el  maes- 
tro fray  Pablo,  procurador  de  la  ciudad  de  León,  y 
Sancho  de  Cimbrón ,  procurador  de  Avila;  mas  siendo 
en  Bruselas  avisados  de  lo  que  le  había  sucedido  á  An- 
tonio Vázquez ,  que  había  ido  con  la  carta,  no  se  atre- 
vieron á  ir  ellos  con  los  capítulos,  y  volviéronse  desde 
allí  á  España,  que  fué  cierto  mejor  consejo  que  haberse 
encargado  de  llevarlos;  que  yo  no  sé  en  qué  entendi- 
miento de  hombres  habia  cabido  el  hacerlos. 


COMUNIDADES 


CAPITULO  xir. 


Cómo  los  de  la  Junta  sacaron  su  ejército  al  campo  y  se  acercaron 
á  Rioseco,  y  cómo  los  grandes  juntaron  el  suyo,  y  las  cosas  que 
pasaron  hasta  que  el  campo  real  fué  sobre  Tordesülas. 

Bien  se  acordará  el  lector  que  en  la  orden  de  nuestro 
cuento  dejamos  á  los  grandes  ayuntados  con  gente  de 
guerra  en  Medina  de  Rioseco,  y  á  los  de  la  Junta  hecho 
ejército ,  y  que  lo  querían  sacar  en  campo  contra  ellos, 
y  que  el  Almirante,  procurando  medios  de  paz,  si  fuese 
posible  haberla  con  ellos,  tenia  determinado  de  no 
aceptar  la  gobernación  hasta  haber  probado  todas  las 
vías  que  pudiese  para  dar  algún  asiento  y  concordia 
sin  llegar  á  las  manos.  Pasó  pues  ansí,  que  el  almi- 
rante de  Castilla,  en  vistas  y  embajadas  que  con  los 
de  la  Junta  tuvo ,  gastó  muchas  palabras  y  razones,  así 
por  cartas  como  de  boca,  que  él  tenia  muy  agudas  y 
discretas,  dándoles  á  entender  el  yerro  grande  que  ha- 
cían y  la  injusta  causa  que  defendían ,  y  la  peor  forma 
que  llevaban  en  ella,  y  ofreciéndoles  muy  razonables  y 
favorables  partidos  y  medios  porque  dejasen  las  armas 
y  inquietudes,  y  viniesen  á  la  obediencia  del  Empera- 
dor. Pero  todo  su  trabajo  fué  en  balde  y  aprovechó  po- 
co, porque  no  solamente  no  quisieron  venir  en  con- 
cierto alguno ,  pero  para  hablar  en  él  pedían  ante  todas 
cosas  que  el  Condestable  renuncíase  y  sobreseyese  el 
oficio  de  vísorey  y  gobernador  que  ya  había  comenza- 
do; y  andando  en  estas  pláticas  con  el  Almirante,  man- 
daron dar  pregones  contra  el  Condestable  y  contra  el 
conde  de  Alba  de  Liste  y  otros  grandes,  y  sacar  su  ar- 
tillería al  campo  y  mover  gente;  por  lo  cual  el  Almiran- 
te,  desesperado  ya  de  la  paz ,  les  hizo  un  grande  y  bien 
ordenado  requerimiento  y  protestación  ,  y  vínose  á 
Rioseco  con  propósito  de  aceptar  la  gobernación,  ya 
que  los  medios  no  eran  posibles.  Los  de  la  junta  de 
Tordesülas,  desechando  la  paz  con  soberbia  y  osadía, 
habiendo  dado  órdenes  como  don  Pedro  Girón,  su  capí- 
tan  general ,  sacase  su  ejército  y  se  acercase  con  él  á  la 
villa  de  Rioseco ,  donde  los  grandes  estaban ,  fingiendo 
justificaciones,  que  en  la  verdad  eran  delitos,  enviaron 
un  trompeta  con  un  rey  de  armas ,  con  voz  y  nombre  de 
la  Reina  y  en  nombre  dellos,  al  Cardenal  gobernador  y 
á  los  del  Consejo  con  un  requerimiento  en  forma,  en  que 
les  requerían  y  mandaban  que  dejasen  luego  la  gober- 
nación, y  no  se  entremetiesen  en  cosa  tocante  á  ella ;  y  á 
los  grandes  que  allí  estaban  juntos,  que  no  les  obedecie- 
sen, antes  luego  les  mandasen  salir  de  la  villa  de  Río- 
seco,  y  que  despidiesen  y  deshiciesen  luego  la  gente  de 
guerra  que  tenían  junta;  donde  no, que  ellos,  en  nom- 
bre de  la  Reina ,  enviarían  su  ejército  contra  ellos  á  los 
prender  y  castigar.  Enviada  esta  embajada,  á  la  cual 
ellos  no  quisieron  dar  audiencia,  como  era  razón ,  antes 
fueron  presos  los  que  la  llevaban,  el  campo  de  Torde- 
sillas,  que  era  de  la  Comunidad,  comenzó  á  moverse,  ha- 
biendo sacado  alguna  artillería  y  gente  de  la  que  tenia 
sobre  la  villa  de  Alaejos,  y  con  él  fueron  algunos  de  los 
de  la  Junta,  allende  de  los  que  dije  que  habían  hecho 
capitanes,  ansí  por  ambición  y  autoridad  como  porque 
tenían  sospecha  de  don  Pedro  Girón,  por  haberse  visto 
con  el  Almirante  sin  comunícarío  con  ellos;  el  principal 
de  los  cuales  era  don  Pedro  Lasso  de  la  Vega.  Para  la 
guarda  y  defensa  de  Tordesülas  y  los  de  la  Junta  que  allí 
quedaron, dejaron  los  cuatrocientos  clérígos  que  el 
obispo  de  Zamora  había  traído,  y  otras  compañías  de 


DE  CASTILLA.  39i 

soldados  y  alguna  gente  de  á  caballo;  y  por  en  pitan  de 
todas  estas  gentes  dejaron  á  Hernando  de  Porras ,  ua 
caballero  vecino  y  procurador  de  Zamora,  y  también  á 
don  Suero  del  Águila  y  á  Gómez  de  Avila  y  á  otros  ca- 
balleros. El  número  de  las  gentes  que  el  campo  de  la 
Comunidad  llevaba  fueron  diez  mil  infantes  y  nove- 
cientos de  á  caballo;  los  quinientos  jinetes,  y  el  resto 
hombres  de  armas. 

Con  este  campo  pues  se  aposentó  don  Pedro  Girón, 
su  capitán  general,  una  legua  y  medía  de  Rioseco,  á 
los  27  de  noviembre ,  en  tres  lugares  pequeños  lla- 
mados Vülagarcía,  Villabrájima  y  Tordehumos,  que 
estaban  á  media  legua  el  uno  del  otro.  El  artillería  é  in- 
fantería y  fuerza  de  su  campo,  aposentaron  en  Villa- 
brájima, que  era  el  mas  cercano  á  Rioseco,  de  donde 
empezaron  algunas  escaramuzas  entre  ellos  y  los  otros ; 
y  don  Pedro  Girón,  á  instancia  de  don  Antonio  de  Acu- 
ña,obispo  de  Zamora,  y  de  algunos  otros  capitanes, 
hizo  luego  grandes  muestras  de  querer  haber  batalla 
con  los  grandes  antes  que  el  conde  de  Haro,  hijo  del 
Condestable,  viniese  sacando  su  gente  al  campo ,  y 
acercándose  á  la  villa  de  Rioseco  dos  ó  tres  días  arreo. 

Los  grandes  que  allí  estaban  tenían  entonces  trecien- 
tos hombres  de  armas  y  trecientos  caballos  ligeros, 
cuatrocientos  y  cincuenta  jinetes  y  tres  mil  y  quinien- 
tos infantes;  gente  toda,  la  una  y  la  otra,  tan  buena, 
que  aunque  eran  menos  en  número  que  la  de  la  Comu- 
nidad, bastaban  á  esperar  la  batalla  y  alcanzar  la  vic- 
toria. Pero  aunque  esto  era  ansí,  excusaron  de  hacer 
jornadacon  los  comuneros,  ansí  porque  esperaban  cada 
día  al  conde  de  Haro,  capitán  general,  como  porque 
tenían  por  mas  prudente  y  seguro  consejo  no  aventurar 
el  negocio ,  antes  procurar  vencerlos  sin  sangre ,  dila- 
tándolo si  pudiesen,  considerando  que  la  de  los  con- 
trarios era  gente  poco  plática  la  mas  della,  y  que  en- 
tre los  que  la  regían  había  ya  algunas  sospechas  y  com- 
petencias; y  también  tenían  por  inconveniente  pelear 
cabe  el  lugar,  por  los  ejemplos  y  experiencias  que  se 
tiene  de  que  la  gente  flaca ,  sí  tiene  cerca  la  guarída, 
pelea  mal  con  esperanza  de  acogerse  á  ella ;  pero  mo- 
lestábanlos con  rebatos  y  escaramuzas  de  día  y  de  no- 
che, sin  dejarlos  reposar  á  ninguna  hora;  con  que  los 
traían  cuidadosos  y  afligidos.  Lo  cual  entendido  por 
los  comuneros ,  acordaron  antes  que  el  conde  de  Haro 
viniese,  trabajar  por  venir  á  batalla,  ó  á  lo  menos  ganar 
reputación  con  hacer  gran  demostración  dello,  y  para 
esto  un  día  hicieron  alarde  general  de  su  gente  en  la 
villa  de  Tordehumos;  y  otro  siguiente,  que  á  mi  cuenta 
fué  postrero  de  noviembre ,  sacáronla  toda  al  campo ,  y 
puesta  en  orden  con  su  artillería ,  caminaron  para  Rio- 
seco  ,  y  la  órilen  que  llevaron  fué  esta. 

Sanabría,  procurador  de  Valladolid,  con  treinta  ji- 
netes iba  descubríendo  el  campo  de  la  gente  de  guerra; 
de  la  vanguardia  iba  por  capitán  don  Pero  Lasso  de  la 
Vega;  de  los  jinetes,  don  Pedro  y  Francisco Maldonado, 
capitanes  de  la  ciudad  de  Salamanca ;  del  escuadrón  de 
infantería  de  la  vanguardia  iba  por  capitán  don  Antonio 
de  Acuña,  obispo  de  Zamora;  iban  con  él  don  Juan  de 
Mendoza,  capitán  de  Valladolid,  hijo  del  cardenal  don 
Pedro  González  de  Mendoza,  y  Gonzalo  de  Gnzmaii,  ca- 
pitán de  León ,  y  don  Hernando  de  Ulloa ,  capitán  de  la 
ciudad  de  Toro,  y  otros  capitanes.  En  la  batalla  iba  el 
capitán  general  don  Pedro  Girón,  entrando  y  saliendo 


392 


PERO  MEJIA. 


cuando  le  parecía;  y  iba  asimesmo  don  Juan  de  Figue- 
roa ,  hermano  del  duque  de  Arcos ,  que  aquel  dia  llegó 
al  ejército,  habiendo  salido  de  la  prisión  donde  diji- 
mos que  estaba  en  Sevilla  sobre  su  fe,  con  cierto  alza- 
miento della  que  los  de  lu  Junta  enviaron  en  nombre  de 
la  Reina ;  y  ansí,  en  buena  manera  y  mostrando  mucho 
denuedo,  y  con  grande  estruendo  de  pífanos  y  atambo- 
res,  llegaron  á  tiro  de  culebrina  de  Rioseco ;  y  hacien- 
do allí  alto,  mandaron  á  sus  corredores  que  dijesen  á 
los  de  los  grandes ,  que  se  acercaron  á  compás  de  po- 
derse hacer  mal  ó  bien,  que  hiciesen  saber  al  Almiran- 
te y  al  conde  de  Benavente  y  á  los  otros  grandes  y  ca- 
balleros que  en  Medina  estaban,  cómo  allí  era  venido  el 
ejército  de  la  Reina,  su  señora,  por  su  mandado  á  eje- 
cutar en  ellos  las  penas  en  que  habian  incurrido  en  go- 
bernar el  reino  contra  su  voluntad  y  mandamiento,  y 
en  estar  así  en  su  servicio  y  desacato  asomados  y  pues- 
tos en  armas,  y  para  este  fin  les  presentaban  la  batalla, 
y  los  esperaban  en  aquel  llano ;  y  habiendo  dicho  esto 
mal  dicho  y  peor  entendido,  se  estuvieron  así  parados 
en  el  campo,  sin  hacer  movimiento  alguno  hasta  casi 
el  sol  puesto,  que  se  fueron.  Pero  de  parte  de  los  gran- 
des ,  aunque  estuvieron  puestos  en  armas  y  sobre  aviso, 
no  se  hizo  muestra  ninguna  de  batalla ,  ni  aun  permi- 
tieron aquel  dia  escaramuza ;  sino  que  perseverando  en 
el  consejo  que  tenían  acordado,  los  dejaron  estar  per- 
diendo el  tiempo. 

Don  Pedro  Girón,  paresciéndole  que  era  hora  de  reti- 
rarse con  su  campo ,  se  volvió  con  la  orden  que  había 
venido  á  sus  alojamientos ,  y  al  tiempo  que  partieron 
del  puesto  que  habian  tomado ,  hicieron  disparar  la 
mayor  parte  de  su  artillería ,  y  algunas  pelotas  llegaron 
cerca  de  los  muros  de  la  villa,  aunque  no  hicieron  daño 
alguno.  Llegó  pasado  esto,  después  de  pocos  días,  el 
conde  de  Haro  con  sus  gentes  por  la  otra  parte  de  la  vi- 
lla, que  tenían  aviso  de  la  venida  de  don  Pedro  Girón,  y 
se  habian  dado  mucha  priesa  con  deseo  de  llegar  á 
tiempo,  por  si  alguna  necesidad  se  ofreciese,  aunque 
ya  sabían  que  no  había  propósito  de  pelear,  y  aquellos 
señores  le  salieron  á  recebir  á  punto  de  guerra  adere- 
zados ,  y  él  traía  quinientos  hombres  de  armas  y  cua- 
trocientos caballos  ligeros ,  y  dos  mil  y  quinientos  in- 
fantes á  sueldo ,  toda  muy  útil  y  buena  gente ,  deseosa 
de  llegar  á  las  manos  con  el  enemigo ,  y  doce  piezas  de 
artillería. 

La  misma  noche  entraron  en  Rioseco  don  Francisco 
de  Zúñiga  y  Avellaneda ,  conde  de  Miranda  y  muy  ser- 
vidor del  Rey;  don  Beltran  de  la  Cueva,  hijo  primogé- 
nito del  duque  de  Alburquerque;  don  Luis  de  la  Cueva, 
su  hermano;  don  Bernardino  de  Rojas  y  Sandoval,  mar- 
qués de  Denia  y  conde  de  Lerma,  y  don  Luis  de  Rojas, 
su  hijo ;  también  llegó  don  Francisco  de  Quiñones, 
conde  de  Luna  :  todos  con  la  gente  de  á  pié  y  de  á  ca- 
ballo que  pudieron  juntar  de  sus  criados  y  vasallos ;  de 
manera  que  el  campo  de  los  grandes  se  hizo  de  mas  de 
dos  mil  y  ciento  de  á  caballo ,  entre  hombres  de  armas 
y  caballos  ligeros  y  jinetes ,  y  seis  mil  infantes ,  sin 
otra  buena  copia  de  la  gente  de  á  pié  de  sus  vasallos ; 
ansí  que  notoriamente  se  tenían  por  mas  poderosos  que 
los  comuneros,  sus  enemigos.  Y  luego  otro  día  que  el 
Conde  llegó,  se  juntaron  en  consejo  todos,  y  hubo  di- 
versos pareceres  entre  ellos  sobre  lo  que  se  debía  de 
hacer,  porque  á  algunos  les  páresela  que  debían  ir  luego 


en  busca  de  los  contrarios,  y  pelear  con  ellos  y  desha- 
cerlos, porque,  deshecho  aquel  campo,  tenían  por 
cierto  que  todo  el  reino  se  reduciría  al  servicio  del  Em- 
perador, y  no  osarían  hacer  resistencia  alguna ;  y  otros 
decían  que  era  mejor  entretener  la  guerra  y  no  poner- 
lo todo  en  aventura  de  una  batalla,  y  procurar  la  victo- 
ria sin  derramamiento  de  sangre;  porque  el  ejército  de 
la  Comunidad  era  de  muchas  partes  y  voluntades,  y 
que  no  podía  ser  permanente  ni  durar  mucho  en  con- 
cordia ni  orden ,  y  que  inquietándolos  con  rebatos  y 
emboscadas ,  y  quitándoles  los  mantenimientos,  como 
lo  hacían,  ellos  mesmos  se  desharían  de  todo  punto, 
huyéndose  de  sus  capitanes.  Otros  eran  de  voto  que 
ante  todas  cosas  se  procurase  cobrar  á  Tordesíllas ,  y 
sacar  de  su  poder  á  la  Reina,  que  era  grande  ignominia 
y  vergüenza  tenerla  ellos;  y  si  para  ello  fuese  menester 
pelear,  que  lo.hicíesen. 

En  lo  que  se  resolvieron,  al  cabo  de  algunos  debates, 
fué  en  salir  al  campo  ,  acercarse  á  los  enemigos ,  y 
usar  de  la  oportunidad  y  ocasión  que  el  tiempo  y  ellos 
les  diesen;  y  gastando  dos  ó  tres  días  en  acordar  esto 
y  en  ponerlo  á  punto  para  ponello  en  ejecución  y  efe- 
to,  Don  Pedro  Girón  y  los  capitanes  comuneros  no  sa- 
lieron, como  solían,  al  campo,  ni  vinieron  á  dar  vista  á 
los  grandes  de  Rioseco ;  antes ,  sintiéndose  faltos  de 
mantenimientos  y  cansados  de  los  rebatos  que  los  con- 
trarios les  daban,  hubieron  por  consejo  de  mudarse  de 
donde  estaban,  y  irse  á  parte  donde  tuviesen  mas  liber- 
tad y  provisión;  y  por  ganar  reputación  y  ofender  al 
Condestable,  acordaron  de  irse  á  Villalpando,  villa  cer- 
cada del  condestable  de  Castilla ,  que  era  cinco  ó  seis 
leguas  de  allí,  y  apoderarse  por  fuerza  della ;  y  cOn  este 
acuerdo,  que  no  les  salió  tan  bien  como  pensaron,  par- 
tieron un  domingo  de  mañana,  á  2  de  diciembre,  y  pro- 
siguieron su  camino ;  lo  cual  fué  luego  sabido  por  el 
conde  de  Haro  y  los  grandes;  y  enviados  sus  corredo- 
res aquel  dia,  entendiendo  el  camino  que  llevaban, 
luego  el  lunes  siguiente  salieron  con  su  campo  de  Rio- 
seco,  muy  ricamente  aderezadas  sus  personas ,  y  cria- 
dos y  gentes  con  grandes  libreas  de  diversas  colores, 
y  dejando  al  Cardenal  y  á  otros  prelados  que  allí  se  ha- 
llaban con  la  guardia  necesaria,  se  fueron  aquella  no- 
che á  alojar  á  los  mismos  tres  lugares  en  que  los  ene- 
migos habian  estado,  y  fué  menester  tomar  por  com- 
bale la  fortaleza  de  Villagarcía,  lugar  de  Gutierre  Qui- 
jada, que  era  uno  de  los  que  los  commieros  habían  de- 
jado con  buena  guardia  de  escuderos  y  alcaide. 

El  mismo  dia  llegó  don  Pedro  Girón  á  Villalpando,  y 
la  villa  se  le  dio  sin  esperar  mas  combate,  con  ciertas 
condiciones,  por  ser  sobrino  del  Condestable,  su  señor; 
y  ansí ,  se  aposentó  dentro  con  su  ejército,  y  se  le  en- 
tregó también  la  fortaleza,  sin  que  sus  personas  ni  ha- 
cienda recibiesen  daño  notable ;  lo  cual  aquella  mesma 
noche  fué  sabido  por  el  conde  de  Haro  y  los  demás  se- 
ñores. 

Otro  día,  martes,  muy.de  mañana  se  juntaron  todos 
en  Villagarcía  para  acordar  lo  que  se  debia  hacer ;  y 
aunque  hubo  algunos  de  parecer  que  se  debía  ir  contra 
los  enemigos  y  echarlos  por  fuerza  de  armas  de  la  villa 
que  habian  tomado,  y  ponerse  en  guarnición  sobre  ella, 
porque  parecía  que  se  perdía  reputación  en  que  ansí  en 
su  haz  hubiesen  ocupado  aquella  villa,  siendo  del  Con- 
destable ,  que  tan  bien  servia  y  habia  servido  á  su  ma- 


COMUNIDADES 
¡estad ,  el  conde  de  Haro  y  los  demás  señores  fueron 
de  parecer  que  ante  todas  cosas  se  fuese  sobre  Torde- 
sillas  y  se  combatiese,  y  sacase  la  Reina  de  poder  de 
los  comuneros,  y  al  cabo  en  esto  se  conformaron  to- 
dos ,  porque  tenian  también  entendido  que  esta  era  la 
voluntad  del  Emperador. 

Tomada  esta  determinación ,  partieron  luego  para 
allá;  y  aquella  noche,  dividiéndose,  fueron  á alojarse 
en  diversos  lugares  que  estaban  casi  en  el  camino.  El 
conde  de  Haro ,  con  parte  de  la  gente ,  se  aposentó  en 
Peñaflor ;  el  artillería  y  parte  de  la  infantería  fué  á  pa- 
rar tres  leguas  de  Tordesillas ,  con  orden  que  otro  día 
de  mañana  todos  partiesen  de  donde  habían  dormido,  y 
se  fuesen  á  juntar  cerca  de  la  villa  de  Tordesillas ,  con 
determinación  de  la  combatir  muy  reciamente,  como 
se  hizo. 

Del  camino  que  los  grandes  habían  llevado  y  de  su 
propósito  fueron  aquella  noche  avisados  el  general  don 
Pedro  Girón  y  sus  consortes,  en  Villalpando,  donde  es- 
taban ;  y  cayendo  tarde  en  el  yerro  que  habían  hecho 
en  dejar  á  Tordesillas,  y  en  apartarse  del  camino  don- 
de podían  estorbar  la  pasada  para  allá ,  enviaron  á  muy 
gran  priesa  á  un  Luís  de  Herrera  con  algunos  caballos 
ligeros  y  una  compañía  de  arcabuceros,  que  se  metie- 
sen dentro,  y  determinaron  de  partir  luego  con  su  cam- 
po para  allá ;  pero  Luis  de  Herrera  no  hizo  el  socorro 
que  le  mandaron ,  porque  no  pudo  llegar  á  tiempo. 

CAPITULO  xm. 

De  cómo  el  ejército  real  y  los  grandes  fueron  sobre  la  villa  de 
Tordesillas  y  la  combatieron,  y  cómo  pasó  el  combate  y  toma 
deila. 

Otro  día,  miércoles  S  días  del  mes  de  diciembre  del 
dicho  año  de  1520,  todos  aquellos  grandes  y  caballe- 
ros, y  el  conde  de  Haro,  su  capitán  general,  madru- 
gando lo  que  fué  posible ,  partieron  con  sus  gentes  de 
sus  alojamientos  para  la  villa  de  Tordesillas,  con  el  áni- 
mo y  voluntad  que  tales  personas  como  ellos  debían  te- 
ner; y  esperándose  los  unos  á  los  otros  en  el  lugar  que 
estaba  concertado,  llegaron  allá  casi  á  las  dos  horas 
después  de  mediodía,  que  no  pudieron  antes;  y  como 
juzgasen  que  el  buen  suceso  de  aquel  hecho  que  tenian 
acordado,  consistía  en  la  presteza,  por  no  dar  lugar 
á  los  que  en  la  villa  estaban  para  se  fortificar  y  proveer, 
y  porque  los  enemigos  estaban  muy  cerca  y  se  enten- 
día que  habían  de  hacer  todo  su  poder  para  lo  estor- 
bar, y  el  invierno  estaba  ya  tan  adelante,  que  no  con- 
venia ni  parecía  posible  asentar  sobre  ella  ni  ponelle 
cerco,  determinaron  con  cualquier  riesgo  de  ejecutar- 
lo luego ;  y  por  hacer  el  cumplimiento  que  con  Dios  y 
con  las  gentes  se  debía ,  el  conde  de  Haro  mandó  ir  á 
un  rey  de  armas  que  de  su  parte  y  de  aquellos  señores 
y  caballeros  requiriesen  á  los  de  la  villa  que  los  acogie- 
sen en  ella,  porque  ellos  venían  á  besar  las  manos  á  la 
Reina  y  á  ponella  en  libertad ,  y  sacalla  de  poder  de 
aquellos  que  se  habían  apoderado  por  fuerza  della.  A 
esto  los  áe  la  villa  de  Tordesillas  dieron  por  respuesta 
que  acordarían  lo  que  habían  de  hacer  y  responder. 

Visto  esto ,  se  les  tornó  á  requerir  con  el  mismo  rey 
de  armas,  y  no  se  pudo  hacer ,  porque  los  de  la  villa  co- 
menzaron á  tirar  saetadas  y  piedras,  mostrando  grande 
determinación  de  defenderse ;  en  lo  cual  no  estaban 
menos  determiiiados  los  vecinos  de  la  villa  que  los  pro- 


DE  CASTILLA.  393 

curadores  y  gentes  que  allí  habia  quedado,  publicando 
que  no  habían  de  ser  ellos  para  menos  que  los  de  Me- 
dina del  Campo  ,  que  tan  bien  se  habían  defendido ; 
viendo  lo  cual  el  conde  de  Haro,  mandó  por  pregón  que 
luego  se  combatiese  la  villa,  dando  campo  franco  á  la 
gente ;  y  como  no  se  habia  podido  bien  reconocer  cuál 
era  la  parte  del  muro  mas  flaca,  para  coiTibatilla  por 
ella ,  acertóse  á  señalar  para  ello  el  lugar  que  hay  desde 
la  puerta  que  llaman  de  Valladolid  hasta  la  puerta  que 
llaman  de  Santo  Tomás ,  que  era  lo  mas  fuerte,  por  ser 
el  muro  casi  ciego;  y  puesta  la  gente  de  á  caballo  en 
el  lugar  que  pareció ,  con  el  estandarte  real ,  que  tenia 
don  Fernando  de  Silva,  conde  de  Cifuentes,  como  al- 
férez mayor  del  reino,  mandó  á  dos  compañías  de  hom- 
bres de  armas  que  se  apeasen  para  combatir  juntamen- 
te con  los  soldados  de  infantería ,  y  á  Ruy  Díaz  de  Rojas 
que  con  ciertos  jinetes  hiciese  la  guardia  del  campo 
hacía  do  estaban  los  enemigos ,  camino  de  Villalpando. 
Dada  pues  la  señal  y  tomadas  las  escalas,  porque 
el  artillería  que  traían  era  de  campo  y  podía  poco  ba- 
tir, se  comenzó  el  combate  y  batalla  de  manos  y  á  es- 
cala vista,  con  muy  grande  furia  y  determinación ,  con 
grande  estruendo  de  campanas  y  voces  de  dentro  de 
la  villa ,  y  de  arcabucería  y  alambores  dentro  y  fuera, 
y  con  muchas  muertes  y  heridas  de  los  unos  y  de  los 
otros ;  pero  por  la  disposición  del  lugar  y  por  la  resis- 
tencia de  los  cercados ,  los  de  fuera  recebian  mucho 
daño  y  hacían  poco  efeto.  Lo  cual  reconocido  por  el 
conde  de  Haro  y  aquellos  señores,  mandaron  mudar  el 
combate  de  aquella  parte  á  otra,  lo  cual  se  hizo  con 
mucha  presteza  y  buena  orden,  pero  no  con  mas  ven- 
tura que  la  primera  vez,  aunque  pusieron  en  el  comba- 
te muchos  caballeros  de  los  que  allí  venían  las  manos; 
y  andando  en  esto ,  siendo  ya  muertos  mas  de  cíenlo  y 
cincuenta  hombres  de  los  que  combatían,  y  pocos  de  los 
de  dentro ,  procurando  el  conde  de  Haro  batir  una 
puerta  que  estaba  cerrada  con  el  artillería  de  campo, 
allegó  Dionís  de  Deza,  caballero  navarro,  sabio  y  ex- 
perimentado en  semejantes  trances  (al  cual  el  conde 
de  Haro  habia  enviado  á  reconocer  el  muro  de  la  villa 
en  torno),  y  dio  aviso  que  á  la  otra  parte  habia  visto  un 
boquerón  en  la  muralla  que  tenian  cerrado  con  una  ó 
dos  tapias  al  parecer  flacas  y  fáciles  de  batir,  aunque 
la  subida  le  parecía  dificultosa  por  haber  un  poco  de 
cuesta;  lo  cual  entendido  por  el  Conde,  sin  aflojar  del 
combate,  hizo  pasar  allá  cuatro  falconetes,  y  comen- 
zando á  tirar  al  portillo,  dando  á  veces  lugar  á  los  sol- 
dados que  llegasen,  para  que  con  sus  picas,  ó  como  pu- 
diesen ,  cavasen  y  gastasen  las  tapias,  plugo  á  Dios  que 
se  dio  tal  maña ,  que  fué  el  portillo  abierto  con  poca 
defensa  de  los  de  dentro,  que,  ocupados  en  el  otro 
combate  que  les  daban ,  se  descuidaron  de  aquello,  así 
por  se  confiar  en  la  gran  subida  que  había,  como  por 
haber  aviso  que  aquel  boquerón,  allende  de  las  ta- 
pias que  le  cercaban  por  defuera,  estaba  cubierto  con 
ciertas  casas  por  la  parte  de  dentro;  mas  habíatise 
tardado  tanto  en  esto,  que  ya  era  cerca  de  la  noche 
cuando  se  hizo ,  y  abrióse  solamente  lugar  por  donde 
pudiesen  entrar  dos  hombres.  De  verla  tardanza  y  gen- 
te que  moría,  habia  habido  algunos,  y  no  pocos,  de 
opinión  que  dejasen  el  combate  para  otro  día ;  pero  per- 
severando el  Conde  y  los  principales  caballeros  que  allí 
estaban  en  su  determinación  y  en  descubrir  mas  el  lu- 


394 


PERO  MEJIA. 


gar  que  digo ,  se  entró  por  él  con  grande  esfuerzo  un 
soldado  natural  de  Medina  del  Campo  ^  llamado  Nieto, 
con  una  espada  y  rodela,  y  tras  del  entraron  un  grande 
tropel  de  gente  y  algunos  alféreces  con  sus  banderas, 
de  las  cuales  la  primera  que  pareció  encima  del  muro 
fué  la  del  conde  de  Alba  de  Liste.  A  este  tiempo  los 
que  habían  entrado  y  todos  los  de  afuera  comenzaron 
á  apellidar  victoria,  victoria,  con  grande  estruendo  de 
trompetas  y  atabales ,  de  que  los  de  la  villa  se  turbaron 
mucho,  y  los  combatientes  se  animaron,  y  entraron 
luego  muchos  de  los  hombres  de  armas  que  estaban 
apeados ,  y  pusieron  sus  banderas  en  una  torre  que  es- 
taba allí  cerca;  y  aunque  los  de  la  villa  pelearon  algo 
con  los  que  hablan  entrado ,  y  pusieron  fuego  á  las  ca- 
sas que  estaban  cerca,  no  bastó  su  resistencia  para  que 
no  entrasen  mas,  y  desde  á  poco  de  hora  por  mas  ade- 
lante cerca  de  la  puente  entró  gente  del  marqués  de 
Falces  y  de  otros  caballeros,  con  que  los  de  dentro  co- 
menzaron á  desamparar  sus  estancias ,  y  á  desesperar 
de  la  defensa  de  la  villa. 

El  conde  de  Haro ,  visto  que  por  el  agujero  entraban 
con  dificultad ,  mandó  á  gran  priesa  traer  picos  y  aza- 
dones, y  abrir  una  puerta  que  tenian  muy  tapiada,  y 
puesto  que  al  principio  la  defendieron  los  que  la  guar- 
daban, al  cabo  se  abrió,  aunque  con  mucho  trabajo,  y 
por  la  dilación  que  en  esto  habia,  aquellos  señores  se 
entraron  por  el  dicho  agujero ,  que  habían  hecho  ya 
mayor ,  y  los  soldados  y  gente  suelta  entendieron  en 
saquear  las  casas  de  la  villa,  sin  herir  ni  matar  á  nadie, 
porque  así  les  fué  mandado,  y  ellos  lo  obedecieron  con 
gran  puntualidad. 

Los  grandes  y  señores  se  fueron  derechos  al  palacio 
de  la  Reina  á  le  besar  las  manos ,  la  cual  hallaron  en  el 
patio  del  con  la  Infanta  su  hija,  que  se  volvía  á  su  apo- 
sento ,  de  donde  la  habia  sacado  don  Pedro  de  Ayala, 
procurador  de  la  ciudad  de  Toledo,  durante  el  comba- 
te, unos  decían  que  para  que  desde  las  almenas  man- 
dase á  los  de  fuera  que  no  combatiesen  la  villa,  otros, 
que  á  fin  de  sacarla  de  allí  y  llevarla  á  Medina  del  Cam- 
po por  la  parte  de  la  puente;  y  como  esta  salida  de  la 
Reina  fué  á  tiempo  que  el  lugar  se  entraba ,  el  don  Pe- 
dro de  Ayala  la  desamparó,  y  se  fué  huyendo  á  Medina. 
Aquellos  señores  le  besaron  la  mano  y  la  acompañaron 
hasta  su  aposento,  y  ella  les  mostró  alegre  y  amoroso 
semblante ,  conforme  á  su  natural  condición,  aunque 
por  su  enfermedad  y  falta  de  juicio  tenia  poca  cuenta  y 
cuidado  en  las  cosas  que  pasaban.  Solamente  afirman 
que ,  estando  combatiendo  la  villa,  le  fueron  á  decir  al- 
gunos de  los  procuradores  que  allí  estaban  que  enviase 
á  mandar  á  los  grandes  que  no  lo  hiciesen,  y  respondió 
ella  :  o  Abrildes  vosotros  las  puertas  y  dejaldos  entrar, 
con  que  excusaré  tal  mandado.» 

El  conde  de  Haro  se  detuvo  en  abrir  la  puerta  y  me- 
ter el  artillería  y  gente  de  á  caballo  hasta  media  noche, 
y  á  esta  hora  fué  también  á  besar  la  manos  á  la  Reina, 
donde  halló  á  todos  los  otros  señores,  y  de  allí  se  fue- 
ron adormir  á  las  posadas  que  tomaron;  y  el  conde  de 
Haro ,  como  general ,  anduvo  toda  aquella  noche  po- 
niendo la  guardia  y  recaudo  que  convenia  en  las  puer- 
tas y  muros  de  la  villa.  De  los  procuradores  de  la  Jun- 
ta que  estaban  en  aquella  villa  de  Tordesillas ,  que  de 
cada  ciudad  eran  dos  ó  tres,  fueron  solamente  presos 
nueve  ó  diez ,  y  los  otros  fueron  huyendo  cuando  la 


villa  se  entraba ,  y  aportaron  á  diversas  partes.  Los  pro- 
curadores presos  fueron  entregados  por  el  Conde  ge- 
nerala Ortega  de  Bañuelos,  alcaide  de  Briviesca,  salvo 
Suero  de  Vega  y  Gómez  de  Avila,  procuradores  de  Avi- 
la, y  el  doctor  Zúñiga,  procurador  de  Salamanca ,  que 
se  encargaron  dellos  y  los  pidierou  algunos  de  los  gran- 
des. 

Desta  manera  fué  entrada  y  rendida  la  villa  de  Tor- 
desillas, aunque,  habiendo  durado  el  combate  mas  de 
cinco  horas,  con  gran  trabajo  y  muertes  de  casi  decien- 
tes hombres,  salieron  heridos  muchos  mas,  entre  ellos 
algunos  caballeros  principales,  don  Diego  Osorio,  hijo 
del  marqués  de  Astorga,  de  una  saetada  en  un  brazo; 
don  Francisco  de  la  Cueva  de  una  pedrada  en  el  rostro, 
y  al  conde  de  Benavente  le  dieron  otra  saetada  en  el 
brazo ,  pero  no  le  tocó  en  la  carne,  y  al  conde  de  Alba 
de  Liste  le  mataron  el  caballo ,  y  el  estandarte  real  fué 
pasado  y  rompido  de  dos  escopetazos  teniéndolo  en  las 
manos  el  conde  de  Cifuentes.  Fué  esta  jornada  que  es- 
tos caballeros  hicieron,  en  la  buena  ventura  del  Empe- 
rador muy  señalada  é  importante,  y  digna  de  perpetua 
memoria  ,  así  por  la  dificultad  y  determinación  con 
que  se  hizo,  como  por  el  valor  é  importancia  della ;  por- 
que en  la  verdad ,  fué  el  principio  y  camino  para  desha- 
cerse la  rebelión  y  tiranía  de  las  comunidades,  y  qui- 
tarles el  descuido  y  disculpa  que  fingida  y  falsamente 
daban  los  que  la  gobernaban,  diciendo  que  lo  que  ha- 
cían era  por  voluntad  y  mandamiento  de  la  Reina,  su 
señora ,  y  sobre  todo,  fué  cosa  muy  honrosa  y  digna  de 
todos  los  que  la  hicieron;  porque  era  grande  ignominia 
y  vergüenza  sufrir  que  en  haz  de  la  nobleza  y  caballería 
de  Castilla  tuviesen  su  reina  y  señora  natural  los  que 
eran  sus  deservidores  y  estaban  rebeldes  y  alzados  con- 
tra ella;  era  la  cosa  que  mas  sentía  y  había  sentido  el 
Emperador,  su  hijo ,  de  todas  las  que  habían  pasado,  y 
que  mas  deseaba  remediar,  y  así  lo  habia  escripto  y 
significado.  Por  lo  cual ,  la  primera  cosa  que  aquellos 
grandes  y  caballeros  hicieron,  fué  restituir  la  tenencia 
y  cargo  de  la  Reina,  en  la  forma  y  manera  que  la  tenia 
de  antes,  al  marqués  de  Denia,  y  á  toda  díhgencia  hi- 
cieron saber  al  Emperador  lo  que  pasaba ;  de  lo  cual  él 
recibió  muy  grande  alegría  y  se  tuvo  por  bien  servido 
dellos,  y  así  se  lo  escribió  en  la  respuesta  de  su  carta 
con  grandes  agradecimientos. 

CAPITULO  XIV. 

De  lo  que  el  campo  de  la  Junta  hizo  sobre  la  toma  de  TordesillaSi 
y  asiraesmo  los  grandes  que  en  ella  estaban  con  el  suyo,  y  es- 
tado en  que  se  puso  la  guerra  de  ambas  partes. 

La  nueva  del  combate  y  entrada  de  la  villa  de  Torde- 
sillas y  de  la  libertad  de  la  Reina  llevó  luego  la  fama  con 
la  Hgereza  que  suele  por  todas  las  ciudades  de  Castilla, 
y  á  los  servidores  del  Rey  y  leales  y  pacíficos  ánimos 
puso  mucha  alegría  y  esfuerzo,  y  en  los  de  contraria 
opinión  obró  contrarios  efetos,  causándoles  pesar  y 
miedo  notable ,  aunque  en  estos ,  como  estaban  endu- 
recidos y  obstinados  en  sus  malos  propósitos ,  no  hubo 
la  enmienda  que  fuera  razón ;  antes  el  nuevo  temor  los 
trujo  luego  á  caer  en  nuevos  errores  y  delitos.  Luego 
otro  día  que  Tordesillas  se  tomó,  y  lo  supo  Quintanílla, 
que  habia  quedado  por  capitán  sobre  la  fortaleza  de 
Alaejos,  se  alzó  de  sobre  ella,  y  se  fué  á  toda  priesa 
con  la  gente  á  la  villa  de  Medina  del  Campo,  no  osando 


COMUNIDADES 

estar  mas  allí  á  peligro  tan  cercano ,  quedando  el  al- 
caide con  honra  y  fama  perpetua  de  leal  y  esforzado  ca- 
ballero. 

A  don  Pedro  Girón  y  al  campo  de  la  Comunidad  les 
tomó  la  nueva  el  mismo  dia  en  Viliagarcía,  de  donde 
habiau  partido  cuando  fueron  á  YillaJpando,  que  venian 
á  toda  priesa  á  socorrer  á  Tordesillas;  de  lo  cual  la 
gente  que  traia  sintió  tanta  alteración  y  desmayo,  que 
no  solamente  no  se  atrevió  á  caminar  con  ella  para 
Tordesillas^  pero  con  poca  orden  y  con  harto  temor 
acordaron  de  se  ir  para  Yalladolid,  porque  señalada- 
mente la  gente  de  aquella  villa ,  que  eran  mas  de  dos 
mil  hombres,  no  quisieron  parar  ni  reposar  hasta  allá; 
por  lo  cual  don  Pedro  Girón ,  por  estar  cerca  della ,  se 
fué  á  aposentar  ú.  Villanubla  con  su  campo,  y  parte  de 
su  gente  puso  en  la  villa  de  Saldaña  y  Zaratán,  lugares 
cercanos  á  Valludolid.  Pero  este  aposentamiento  duró 
poco ;  porque  recelándose  del  ejército  y  gentes  del  Em- 
perador, acordaron  de  se  entrar  todos  en  Yalladolid, 
donde  metierMisu  artillería,  y  recogiéndose  todos  los 
procuradores  de  las  ciudades  que  hablan  huido  de  Tor- 
desillas, con  los  que  venian  en  el  ejército ,  escribiendo 
á  las  ciudades  cuyos  eran  los  presos  que  enviasen  otros, 
trataron  de  hacer  junta  con  el  nombre  de  Santa ,  como 
de  antes,  en  las  casas  que  el  almirante  de  Castilla  tiene 
en  aquella  villa,  y  empezaron  á  Hbrar  y  despachar  car- 
tas y  provisiones,  como  reyes,  para  las  ciudades  que 
estaban  alzadas;  las  cuales  acordaron  de  enviar  nuevas 
gentes  para  reforzar  su  campo. 

Don  Pedro  Girón,  general  de  la  Comunidad,  no  fué 
recebido  con  la  voluntad  y  confianza  que  cuando  de  allí 
había  salido;  antes  pública  y  secretamente  murmuraba 
la  gente  y  pueblo  del,  cargándole  la  culpa  de  la  toma  de 
Tordesillas,  por  haberse  descuidado  con  su  campo  y 
ídose  á  Villalpando ,  diciendo  que  habia  sido  concier- 
to y  trato  suyo ;  por  lo  cual  era  poco  obedescido,  y  se 
recelaban  y  temían  ya  del,  y  este  recelo  duró  en  tan- 
to que  los  comuneros  se  pusieron  en  la  forma  que  ten- 
go dicho  arriba. 

El  campo  y  ejército  del  Emperador,  y  los  grandes  que 
allí  venian ,  lo  primero  que  hicieron ,  que  hasta  ver  el 
camino  y  propósito  que  el  de  la  Comunidad  llevaba,  es- 
tuvieron muy  á  punto  y  sobre  aviso  dentro  de  Tordesi- 
llas, porque  se  tuvo  por  muy  cierto  que  con  la  deses- 
paracion  y  enojo  de  haber  perdido  á  la  Reina  vernian 
á  buscarlos ;  pero  como  ellos  pasaron  á  Yalladolid ,  co- 
mo tengo  dicho,  con  consejo  y  voluntad  de  aquellos  se- 
ñores, el  cardenal  goberaador,  se  vino  en  un  dia  desde 
Rioseco  á  Tordesillas  con  la  gente  de  guardia  que  con 
él  habia  quedado,  que  fué  bieu  recebido,  y  con  él  vino 
don  Rodrigo  de  Mendoza ,  conde  de  Castro ,  con  gente 
de  á  caballo  suya;  el  cual  no  habiendo  podido  alcanzar 
el  ejército  cuando  fué  sobre  Tordesillas,  se  habia  entra- 
do en  Rioseco.  Los  del  Consejo  se  fueron  á  la  ciudad  de 
Burgos  con  el  Condestable,  que  estaban  allá  con  el  Pre- 
sidente la  mayor  parte  dellos ,  y  para  la  buena  gober- 
nación convenia  no  andar  divididos. 

Venido  el  Cardenal  á  Tordesillas,  el  almirante  don 
Fadrique  Enriquez  determinó  aceptar  la  gobernación 
del  reino,  y  así  lo  hizo  por  aucto,  habiendo  primero 
tentado  todas  las  vias  posibles  para  dar  algún  asiento 
en  la  paz,  y  reducir  al  servicio  del  Emperador  las  ciu- 
dades y  tierras  qiie  estaban  alzadas  ;  porque ,  aun 


DE  CASTILLA.  303 

después  de  tomada  Tordesillas,  y  llegado  don  Pedro 
Girón  con  su  campo  á  Yillanubla ,  como  tengo  dicho, 
por  él  y  por  aquellos  señores  fué  enviado  allá  Gómez 
de  Avila,  procurador  de  Avila,  preso  en  Tordesi- 
llas (tomado  pleito  homenaje  que  volvería  á  la  pri- 
sión), á  procurar  y  tratar  concordia;  el  cual  se  volvió 
sin  poder  concluir  cosa  alguna.  Hecho  esto,  y  visto  que 
no  había  esperanza  de  paz,  y  que  la  junta  y  fuerza  de 
las  comunidades  se  habia  toda  pasado  y  puesto  en  Ya- 
lladolid, que  era  cinco  leguas  de  Tordesillas,  y  que  no 
habia  ejército  en  campo  á  quien  ya  ellos  pudiesen  bus- 
car, y  que  alejarse  ni  ir  sobre  otra  ciudad  no  conve- 
nia, y  mas  dejando  los  enemigos  á  las  espaldas;  los  go- 
bernadores, con  acuerdo  de  todos  aquellos  señores, 
determinaron,  de  la  gente  que  tenían,  de  la  cual  se 
les  habia  ido  buena  parte  de  soldados,  dejar  guarnición 
en  la  comarca,  porque  mas  á  su  salvo  y  daño  de  los  ene- 
migos se  pudiese  hacer  la  guerra ,  con  deseo  y  espe- 
ranza de  los  traer  por  fuerza  á  la  obediencia  del  Rey ;  y 
ansí ,  quedando  el  conde  de  Raro,  capitán  general ,  en 
guardia  y  compañía  de  la  Reina ,  con  la  parte  de  la 
gente  que  les  páreselo  necesaria,  fué  enviado  á  Siman- 
cas don  Pedro  Yélez  de  Guevara  con  una  buena  banda 
de  infantes  y  caballos;  porque  aunque  la  tenencia  era 
de  Hernando  de  Yega ,  comendador  mayor  de  Castilla, 
por  ser  del  consejo  de  Estado  del  Emperador,  conve- 
nia que  residiese  en  Tordesillas;  pero  cada  vez  que  pá- 
resela que  habia  necesidad,  iba  allá  por  su  propria  per- 
sona, á  cualquier  hora  que  fuese.  A  la  villa  de  Portillo, 
lugar  fuerte  del  conde  de  Renavente,  fué  por  capitán 
donHierónimo  de  Padilla, primo  hermano  del  mismo 
conde  de  Benavente  y  hermano  del  adelantado  de  Cas- 
tilla. A  Torre  de  Lobaton,  villa  del  Almirante,  entre 
Tordesillas  y  Rioseco ,  que  era  uno  de  los  pasos  por 
donde  les  venian  los  bastimentos,  fué  un  caballero  lla- 
mado Garcí  Osorio ,  deudo  muy  cercano  del  marqués 
de  Astorga.  A  Medina  de  Rioseco  enviaron  otra  banda 
de  gente,  allende  de  la  que  tenia  allí  don  Hernando  En- 
riquez, hermano  del  almirante  de  Castilla,  teniendo 
respeto  á  que  era  por  allí  el  paso  para  Burgos ,  donde 
el  Gobernador  Condestable  estaba  con  el  Consejo  Real, 
con  quien  convenia  comunicarse  muy  á  menudo ,  y 
para  ello  tener  el  campo  y  camino  seguro. 

Por  todas  partes,  entre  unas  gentes  y  otras ,  y  entre 
los  lugares  comuneros  y  los  que  tenían  la  voz  del  Rey, 
somataban  y  robaban  y  hacían  correrías,  como  entre 
enemigos  conocidos.  En  Medina  y  en  Yalladolid  y  su 
comarca  no  se  entendía  sino  en  rebatos  y  armas;  los 
oficiales  no  hacían  sus  oficios  y  los  labradores  no  sem- 
braban los  campos ,  los  mercaderes  no  podían  tratar  con 
seguridad ;  y  generalmente ,  en  todas  las  ciudades  que 
estaban  en  comunidad  no  se  hacia  ni  administraba 
justicia,  y  habia  desasosiegos  y  escándalos.  Crecíanlas 
cosas  con  las  sisas  y  imposiciones  del  pueblo  para  pa- 
gar el  ejército  y  gente  de  guerra,  no  bastándolas  rentas 
reales  que  se  tenían  tomadas;  de  manera  que  estos 
fueron  los  frutos  y  provechos  que  causaron  los  que  de- 
cían que  procuraban  y  trataban  del  bien  público;  y  aun 
con  estaren  este  triste  y  miserable  estado,  no  mostra- 
ban enmienda  ni  arrepentimiento  para  pedir  perdón  ni 
aceptar  los  buenos  medios  y  tratos  de  paz  que  se  les 
ofrecían ;  antes  cada  día  convocaban  y  llamaban  mas 
gentes  para  sostener  y  hacer  la  guerra  desde  Yailado- 


396  PERO 

lid,  donde  liabian  puesto  la  fuerza  y  trono  de  su  go- 
bierno, ó  por  mejor  decir,  de  su  tiranía,  los  que  gober- 
naban esta  cosa;  aunque  de  su  capitán  general,  don 
Pedro  Girón,  tenian  ya  tau  gran  sospecba  y  desconten- 
tamiento ,  principalmente  la  gente  popular  y  común, 
que  ya  no  le  querían  obedecer ,  ni  él  se  tenia  ya  por 
seguro  entre  ellos.  Viéndose  apretados  en  Valladolid  del 
capitán  y  guarnición  que  los  gobernadores  habían  pues- 
to en  Simancas,  porque  los  prendían  y  robaban  los  cam- 
pos basta  cerca  de  los  muros ,  se  proveyó  un  día  que 
don  Pedro  Girón  con  toda  la  gente  saliese  y  fuese  allá, 
y  que  diese  orden  como  la  puente  de  Simancas  se  rom- 
piese de  tal  manera,  que  por  allí  no  pudiesen  ser  apre- 
tados ni  molestados.  Don  Pedro  Girón ,  por  cumplir 
con  ellos,  aunque  no  parecía  cosa  hacedera ,  aceptó  el 
ir  á  ello ,  y  la  gente  salió  tan  mal  y  tan  tarde,  que  se 
hubo  de  volver  del  camino  sin  tentar  ni  acometer  lo 
que  iba  á  hacer,  y  hubo  tanta  murmuración  y  alboroto 
en  la  gente,  cargándosele  á  él,  que  no  se  atrevió  á  vol- 
ver con  ella  á  Valladolid ;  antes,  apartándose  lo  mejor 
que  pudo  con  los  suyos,  se  pasó  sin  entrar  en  la  villa 
por  defuera  della ,  y  se  fué  á  dormir  á  Víllayáñez ,  y 
otro  dia  á  Peñaíiel ,  villa  de  su  padre;  y  ansí  se  apartó 
desta  empresa ,  que  no  debiera  haber  comenzado,  que- 
dando todos  en  Valladolid  murmurando  y  quejándose 
dél ,  diciendo  que  los  había  engañado  y  destruido,  y  que 
la  ida  queliabia  hecho  á  Víllalpando  con  el  campo  ha- 
bía sido  sobre  concierto  y  trato  que  tenia  con  los  gran- 
des, por  darles  lugar  para  hacer  la  jornada  que  hicie- 
ron de  Tordesíllas;  de  manera  que  el  fruto  que  sacó 
desta  demanda  fué  haber  deservido  y  enojado  á  su  rey, 
y  quedar  murmurado  é  infamado  acerca  de  aquellos 
de  cuya  defensa  y  capitanía  se  había  encargado;  que 
esto  trae  consigo  la  compañía  y  defensión  de  los  rebel- 
des á  su  señor,  que  demás  de  la  traición,  siempre  tie- 
nen mal  suceso  en  sus  empresas,  y  dan  mal  pago  y  cul- 
pan á  quien  los  ayuda  en  ellas. 

Verdad  es  que  algunos  que  se  precian  de  haber  bien 
entendido  y  sabido  los  secretos  destos  negocios,  me  Ikbi 
dicho  á  mí  y  querido  certificar  que  verdaderamente  don 
Pedro  Girón,  conociendo  presto  el  yerro  que  había  he- 
cho en  aceptar  la  capitanía  de  la  Comunidad,  había  traí- 
do sus  tratos  secretos  con  el  almirante  de  Castilla  y  con 
el  Condestable  su  tío,  y  que  con  industria,  y  con  aviso  y 
voluntad  dellos  fué,  como  está  dicho,  á  tomar  á  Víllal- 
pando, por  desembarazarles  el  camino  para  Torde- 
síllas ,  y  después  dentro  de  pocos  días  dejó  la  capitanía 
en  la  forma  que  tengo  dicho;  y  esta  mesma  disculpa  han 
dado  siempre  sus  amigos  y  deudos  y  criados  en  este 
propósito,  el  cual  si  él  tuvo ,  no  quiero  quitárselo ;  pero 
como  cosa  que  no  sé  muy  cierto,  no  oso  afirmarla,  aun- 
que no  faltaron  indicios  para  creerlo,  por  pláticas  y 
mensajes  que  pasaron  entre  él  y  el  Almirante.  Como 
quiera  que  haya  sido,  fuera  á  mí  juicio  mejor  consejo, 
luego  que  conoció  su  yerro,  pasarse  claramente  á  la  par- 
te del  Emperador,  porque  no  parece  honesta  manera  de 
servir  con  engaño  de  aquellos  que  se  fiaban  dél ;  y  así, 
lo  que  en  esto  pasó,  si  algo  fué,  no  debió  ser  muy  acepto 
al  Rey,  pues  cuando  hizo  el  perdón  general  en  la" villa  de 
Valladolid,  después,,  como  adelante  se  contará,  fué  don 
Pedro  Girón  exceptado  dél,  entre  otros,  y  no  perdonado, 
y  le  fué  dado  cierto  castigo  y  pena  de  destierro,  y  con 
grandes  dificultades  y  dilaciones  alcanzó  perdón. 


MEJIA. 

He  tocado  esto  tan  particularmente ,  porque  en  la 
verdad  don  Pedro  G;run  fué  el  mas  principal  hombre 
de  los  que  siguieron  esta  opinión,  así  por  su  linaje  y 
grandes  deudos  que  en  Castilla  tenía ,  como  por  el  es- 
tado que  esperaba ,  y  después  poseyó,  y  también  por- 
que fué  tenido  por  sabio  y  esforzado  caballero;  y  pasada 
esta  jornada,  anduvo  siempre  bien  en  servicio  del  Em- 
perador hasta  que  murió ,  y  su  persona  tuvo  muciía  au- 
toridad, grandeza  y  reputación,  allende  de  la  que  su 
casa  y  estado  le  daba. 

Después  de  ido  don  Pedro  Girón  de  Valladolid  en  la 
forma  que  tengo  dicha,  la  gente  común  y  del  pueblo 
pusieron  sus  ojos  y  deseo  en  Juan  de  Padilla,  y  le  escri- 
bieron cartas  de  aviso  dello  á  Toledo ,  donde  estaba  y 
donde  ya  tenia  buena  copia  de  gente  hecha  para  el  re- 
paro y  socorro  del  ejército  de  la  Comunidad ,  que  esta- 
ba como  tengo  dicho.  El  cual ,  sabida  esta  nueva ,  par- 
tióse á  toda  priesa  con  ella  camino  de  Valladolid ,  aun- 
que era  en  el  corazón  del  invierno ,  en  los  fines  ya  de 
diciembre  del  año  de  1520;  y  viéndose  con  lo  que  tanlo 
deseaba,  como  era  ser  capitán  general  del  ejército  de  la 
Comunidad  ,  no  reparó  en  nada,  ni  en  el  sentimienlo 
que  tuvo  cuando  nombraron  á  don  Pedro  Girón;  todo 
lo  disimuló ,  pensando  que  por  esto  tenia  sus  acrecen- 
tamientos. 

Llegado  por  sus  jornadas  á  Medina  del  Campo,  que 
estaba  cuatro  leguas  de  Tordesíllas,  los  gobernadores  y 
grandes  que  allí  estaban  tuvieron  aviso  dello,  y  el  conde 
de  Haro ,  con  su  acuerdo  y  consejo,  determinó  de  salir 
con  él  á  pelear  en  el  camino  que  hay  entre  Valladolid  y 
Medina,  y  para  ello  mandó  venir  á  Simancas  á  don  Hie- 
rónimo  de  Padilla  con  la  gente  que  dijimos  que  tenía 
en  Portillo ;  pero  estando  para  partir ,  supo  muy  cierto 
cómo  algunos  vecinos  de  Tordesíllas  habían  dado  aviso 
á  Juan  de  Padilla  de  su  desinio,  y  concertado  con  él  que, 
luego  que  él  partiese  á  le  buscar  y  atajar,  él  por  otro 
camino  viniese  á  dar  sobre  Tordesíllas,  donde  los  mas 
de  los  vecinos  eran  comuneros  y  lo  deseaban ;  lo  cual 
entendido  por  el  conde  de  Haro,  acordó  dejar  la  jorna- 
da, por  la  poca  confianza  y  seguridad  que  en  los  vecinos 
de  aquella  villa  tenia ;  y  ansí ,  pudo  Juan  de  Padilla  pa- 
sar ala  villa  de  Valladolid  sin  contraste,  y  fué  recebído 
en  ella  con  increíble  alegría  y  regocijo  de  la  Comuni- 
dad y  pueblo  y  gente  de  guerra ,  acerca  de  los  cuales 
tenia  tal  reputación ,  que  les  parecía  que  con  su  venida 
se  había  todo  de  hacer  y  de  acabar  como  lo  deseaban ; 
y  el  pueblo,  á  pesar  de  la  Santa  Junta,  lo  loaba  y  tenia 
por  capitán  general,  queriendo  todos  los  della  que  lo 
fuese  don  Pero  Lasso  de  la  Vega ,  que  era  un  caballero 
cuerdo  y  prudente  y  bastante  para  ello ;  y  ansí,  pasaron 
allí  grandes  competencias  entre  los  dos,  que  no  hay 
para  qué  contarse ,  y  al  cabo  prevaleció  la  parte  de 
Juan  de  Padilla ,  porque  la  comunidad  de  Valladolid  lo 
quiso  así ,  á  pesar  de  la  Junta ,  á  la  cual  tenian  ya  poco 
acatamiento ;  de  manera  que ,  aunque  la  Junta  dio  cier- 
to modo  de  conformidad  é  igualdad  entre  Juan  de  Pa- 
dilla y  el  obispo  de  Zamora  y  Gonzalo  de  Guzman ,  to- 
davía tuvo  el  mando  y  mayor  autoridad  Juan  de  Padilla, 

Pasada  ansí  esta  ocasión  de  pelear  con  él,  se  tuvo  avi- 
so en  Tordesíllas  que  en  un  lugar  llamado  Rodíllana, 
entre  Medina  y  Valladolid,  estaban  aposentados  qui- 
nientos soldados  que  venían  de  Salamanca,  y  por  estar 
cerca  de  Medina  se  tenian  por  seguros  y  estaban  des- 


COMUNIDADES  DE  CASTILLA. 


397 


cuidados.  El  Almirante  y  aquellos  señores  acordaron 
de  enviar  á  dar  sobre  ellos  y  deshacerlos ,  y  encargóse 
de  la  em¡iresa  don  Pedro  de  la  Cueva ,  hermano  del  du- 
que de  Alburquerque,  que  era  muy  esforzado  caballe- 
ro, y  que  después  fué  acepto  al  Emperador,  y  le  quiso 
bien,  y  le  hizo  comendador  mayor  de  Alcántara  y  otras 
mercedes;  el  cual,  con  pocos  mas  soldados  que  ellos 
eran,  caminó  una  noche,  y  llegando  al  lugar,  entrando 
de  rebato  por  él ,  prendió  y  mató  muchos  dellos ,  y  los 
que  quedaron  escaparon  huyendo ;  y  dende  á  otros  cin- 
co ó  seis  dias  fué  avisado  el  mismo  don  Pedro  de  la 
Cueva  que  hablan  llegado  áotro  lugar  llamado  La-Zar- 
za, seis  leguas  de  Tordesillas,  ochocientos  soldados 
que  Segovia  enviaba ;  y  el  conde  de  Haro ,  ansí  por  ser 
suprimo  hermano,  hijo  de  hermana  del  Condestable 
su  padre,  como  por  la  buena  maña  que  en  lo  pasado 
se  habla  dado,  le  dio  docientos  hombres  de  armas  y 
quinientos  soldados,  y  le  encargó  fuese  á  salteallos. 
El  don  Pedro  trasnochó ,  y  rodeando  una  buena  legua 
por  desviarse  de  Medina  del  Campo,  dio  sobre  el  lugar 
de  improviso;  y  aunque  los  soldados  que  estaban  en  él 
se  retrujeron  peleando  á  una  iglesia ,  el  don  Pedro  los 
apretó  de  manera ,  que  los  entró  por  fuerza,  y  mató  y 
hirió  muchos  dellos,  y  todos  los  demás  trujo  presos  á 
Tordesillas,  lo  cual  se  tuvo  por  hecho  muy  acertado. 

Juan  de  Padilla  y  el  obispo  de  Zamora  y  los  otros  ca- 
pitanes comuneros  no  se  descuidaban  tampoco  por  su 
parte  en  hacer  la  guerra ;  antes  trabajando  mucho  Juan 
de  Padilla  por  sacar  su  ejército  en  campo ,  aunque  con 
mucha  dificultad,  lo  hizo,  y  se  aposentó  en  Villanubla, 
dos  leguas  de  Valladolid ,  y  en  otros  lugares  cercanos, 
yendo  y  viniendo  á  la  villa ;  y  dende  á  poco  se  apoderó 
de  Cigales ,  villa  del  conde  de  Benavente ,  donde  hizo 
daños  y  rebatos ;  y  el  obispo  de  Zamora,  como  era  hom- 
bre muy  osado  y  bullicioso,  hacia  con  sus  gentes  gran- 
des saltos  en  la  tierra;  señaladamente  fué  sobre  la  vi- 
lla de  Empudia,  que  era  del  conde  de  Salvatierra,  en 
la  cual  por  ser  él  comunero ,  por  mandado  de  los  go- 
bernadores se  habia  metido  con  alguna  gente  don 
Francisco  de  Viamonte,  caballero  navarro ;  y  no  hallán- 
dose poderoso  parai  resistir  al  Obispo ,  desamparó  con 
su  gente  el  lugar ,  y  con  harto  peligro  y  priesa  se  vino 
retirando  á  Rioseco;  y  el  obispo  de  Zamora,  habiendo 
cobrado  á  Empudia,  pasó  adelante,  camino  de  la  ciu- 
dad de  Burgos,  y  llegó  hasta  diez  leguas  della,  pen- 
sando con  la  fama  de  su  venida  alterar  mas  y  levantar 
la  comunidad  de  aquella  ciudad  contra  el  Condestable, 
que  dentro  estaba ,  el  cual  se  vio  en  el  trabajo  que  lue- 
go se  dirá.  De  allí  se  volvió  el  Obispo  haciendo  el  da- 
ño que  pudo  á  Valladolid,  salteando  de  camino  el 
lugar  y  fortaleza  de  Fuentes ,  que  era  de  un  caballero 
llamado  Andrés  de  Ribera ,  y  prendió  en  ella  al  doctor 
Nicolás  Tello,  suegro  de  Ribera,  caballero  de  Sevilla, 
ya  arriba  nombrado ,  que  era  uno  del  Real  Consejo  que 
acaso  habia  venido  allí  á  holgarse  las  fiestas  pasadas,  y 
le  tuvieron  preso  muchos  dias.  De  manera  que  por 
buen  principio  del  año  de  21  se  trataba  la  guerra  con 
este  rigor  y  diligencia  de  entrambas  partes ,  en  espe- 
cial en  Valladolid  y  su  comarca,  entre  los  comuneros 
y  gente  de  los  gobernadores ,  aunque  en  estos  mismos 
dias  el  nuncio  del  Papa ,  que  era  venido  para  procurar 
paz  en  este  reino,  y  un  caballero  llamado  Juan  Rodrí- 
guez ,  que  el  rey  de  Portugal  envió  para  lo  mismo,  en 


medio  desta  tormenta  comenzaron  á  tratar  de  concor- 
dia entre  los  unos  y  los  otros ,  andando  de  una  parte  á 
otra ;  pero  fué  de  tan  poco  efeto ,  que  por  eso  no  será 
menester  contarlo.  Y  dejando  las  cosas  en  este  furor, 
será  bien  decir  en  pocas  palabras  lo  que  el  Condestable 
hizo  en  la  ciudad  de  Burgos,  y  lo  que  sucedió  en  otras 
partes,  pues  también  hace  á  nuestro  propósito. 

CAPITULO  XV. 

De  lo  que  sucedió  al  Condestable  en  Burgos,  y  lo  que  pasaba  en 
el  reino  de  Toledo  en  esta  sazón  ,  y  lo  que  hicieron  las  ciuda- 
des del  Andalucía ,  y  otras  cosas  que  sucedieron. 

Si  todas  las  cosas  que  pasaron  se  hubiesen  de  es- 
crebir  juntas,  la  misma  confusión  seria  que  cuando  es- 
tán muchos  hombres  juntos  y  hablan  todos  á  la  par, 
porque  no  se  pueden  entender  los  unos  á  los  otros;  y 
por  esto  á  la  buena  disposición  de  la  historia  conviene, 
aunque  los  acaecimientos  y  sucesos  concurran  en  una 
sazón,  que  se  escriban  y  traten  por  sí  aparte  los  que 
no  sufran  ir  en  compañía  de  otros  para  ser  bien  enten- 
didos; y  guardando  yo  esta  regla,  de  que  habemos  usa- 
do y  usaremos  adelante,  digo  que  en  tanto  que  pa- 
saban las  cosas  ya  dichas  en  la  comarca  de  Valladolid, 
después  de  la  toma  de  Tordesillas,  el  Condestable,  que 
en  Burgos  estaba ,  no  dejó  de  tener  en  qué  entender, 
ansí  en  lo  de  dentro  de  la  ciudad  como  con  el  conde  de 
Salvatierra  y  los  que  habían  alzado  las  merindades  de 
Castilla  la  Vieja ;  porque  como  él  habia  sido  acogido  en 
aquella  ciudad  por  cierta  capitulación,  como  arriba  se 
dijo,  y  se  envió  á  confirmar  del  Emperador,  el  que  ha- 
bia ido  con  ella  volvió  con  la  aprobación  de  los  mas  ca- 
pítulos, pero  negándole  algunos  que  verdaderamente 
lio  convenían  ser  otorgados ,  aunque  el  Condestable  por 
la  presente  necesidad  los  habia  aceptado  todos ;  de  lo 
cual  la  comunidad  de  aquella  ciudad  se  alteró  y  escan- 
dalizó tanto,  que  los  vecinos  della  tornaron  á  ponerse  en 
armas,  y  estuvo  la  cosa  en  harto  riesgo  y  peligro,  ha- 
biendo sido  incitados  por  cartas  é  inducimientos  del 
obispo  de  Zamora  y  del  conde  de  Salvatierra  y  otros; 
pero  el  Condestable  tenia  ya  tan  buena  compañía  de  se- 
ñores y  caballeros  y  gente  que  habia  traído ,  que  deter- 
minó no  llevar  la  cosa  ya  por  trato  y  conciertos,  sino 
por  autoridad  y  fuerza;  y  ansí,  andando  la  ciudad  es- 
candalizada diciendo  y  haciendo  atrevimientos,  habién- 
dolo comunicado  con  todos  los  señores  que  allí  estaban, 
determinó  sojuzgarlos  y  tomarles  la  fortaleza ,  que  des- 
de la  alteración  pasada  estaba  por  la  Comunidad.  Y  po- 
niendo eii  efeto  esta  determinación,  salió  un  día  ar- 
mado auna  plaza  que  estaba  delante  de  sus  casas,  con 
sus  criados  y  toda  la  gente  de  guerra  que  allí  tenia,  y 
luego  le  acudieron  los  señores  que  allí  estaban  con  las 
suyas;  los  cuales  eran  don  Juan  de  Lacerda,  duque  de 
Medinaceli,  y  don  Luis,  su  hijo ,  marqués  de  Cogollu- 
do ;  don  Antonio  de  Velasco,  conde  de  Nieva,  y  dos  hi- 
jos suyos ;  don  Hernando  de  Bobadilla  ,  conde  de  Chin- 
chón; don  Bernardino  de  Cárdenas,  marqués  de  Elche, 
yerno  del  Condestable ,  hijo  mayor  del  duque  de  Ma- 
queda ;  don  Juan  de  Tobar,  marqués  de  Berlanga ,  hijo 
del  Condestable ;  don  Juan  de  Rojas ,  señor  de  Poza ,  y 
otros  muchos  caballeros ,  deudos  y  criados  destos ;  y 
estando  todos  ansí  con  el  dicho  propósito ,  el  pueblo 
todo  de  la  ciudad  se  habia  juntado  y  puesto  asimesmo 
eD  armas,  cpn  peRsamiento  de  pelear  con  ellos ;  y  estu- 


398  -  PERO 

vo  tan  á  punto  de  hacerse ,  que  se  tiraron  de  una  parte 
á  otra  algunas  saetadas  y  arcabuzazos;  pero  recono- 
ciendo los  procuradores  de  las  vecindades  y  los  demás 
la  ventaja  que  el  Condestable  les  tenia ,  y  enviándolos  á 
requerir  y  mandar  que  estuviesen  quedos,  y  se  juntasen 
con  él  pacificamente,  y  obedeciesen  sus  mandamientos, 
como  de  visorey  y  gobernador  de  su  rey  y  señor,  no  se 
atrevieron á  venir  en  rompimiento;  antes  faltándoles  el 
ánimo  para  ello ,  dejaron  las  armas  y  vinieron  pacíficos 
y  obedientes  á  acompañar  al  Condestable ;  el  cual  en- 
vió luego  á  requerir  al  alcaide  de  la  fortaleza  que  se  la 
entregase,  con  protestación,  si  no  lo  hiciese,  de  comba- 
tirla y  hacer  justicia  del  y  de  los  que  con  él  estaban;  y 
pasando  primero  algunas  demandas  y  respuestas,  al  ca- 
bo el  mismo  dia  se  entregó,  y  el  Condestable  puso  al- 
caide por  el  Rey;  y  desta  manera,  no  osando  resistir 
nadie ,  se  pacificó  y  allanó  aquella  ciudad ,  y  se  puso  en 
ella  corregidor  y  el  gobierno  en  la  forma  que  antes  que 
hubiese  comunidad ,  y  no  hubo  mas  alboroto  ni  deso- 
bediencia en  ella. 

Habiendo  hecho  esto,  también  acordó  el  Condestable 
enviar  á  donjuán  Manrique  de  Lara,  hijo  primogénito 
del  duque  de  Nájera,  que  allí  habia  venido,  con  buena 
copia  de  gente  contra  las  merindades  y  contra  los  que 
las  tenían  alzadas;  y  por  la  poca  edad  que  entonces  te- 
nia ,  fueron  enviados  con  él  Martin  Ruíz  de  Avendaño  y 
Gómez  de  Butrón,  caballeros  principales  de  aquella 
tierra,  los  cuales,  llegados  á  ella,  dieron  cierto  asiento 
y  manera  de  paz  entre  las  merindades  y  el  Condesta- 
ble; la  cual,  aunque  se  guardó  algunos  días,  fué  poco 
durable,  por  cuanto  un  tal  Barahona  y  el  abad  de  Rue- 
da y  otro  García  de  Arce ,  que  eran  ciertos  hidalgos  es- 
candalosos, las  procuraron  levantar,  y  salieron  con  ello. 
Y  ansíniisrno  lo  hizo  el  conde  de  Salvatierra  don  Pe- 
dro de  Ayala,  alborotando  y  corriendo  la  tierra  ávoz 
de  la  Comunidad,  y  entre  otras  cosas  que  hizo,  fué  sal- 
tear en  el  puerto  que  llaman  de  San  Adrián  ciertas  pie- 
zas de  artillería  que  desde  Fuenterrabía  traian  al  Con- 
destable, y  las  quebró  y  rompió  porque  no  se  pudiesen 
servir  dellas,  visto  que  él  no  las  podía  llevar;  y  pasa- 
ron después  muchas  cosas  que  yo  no  podré  contar;  pero 
decirse  há  el  fin  y  remate  que  tuvieron,  á  su  tiempo. 

En  el  reino  de  Toledo  no  comenzó  este  año  de  21 
con  menos  escándalo  y  alborotos  que  en  estotras  par- 
tes que  tenemos  contado,  sin  los  desafueros  y  injusti- 
cias que  dentro  de  la  ciudad  se  hacían  por  los  que  la 
gobernaban ,  cuya  tirana  y  caudillo  era  doña  María  Pa- 
checo ,  mujer  de  Juan  de  Padilla,  que  en  ausencia  de 
su  marido  lo  era ,  y  aun  en  presencia  lo  habia  sido. 

Fuera  de  la  ciudad,  en  los  lugares  de  aquel  reino, 
habia  grandes  diferencias  y  desasosiegos  entre  los  pue- 
blos y  los  caballeros  y  otros  que  estaban  en  servicio  del 
Rey,  en  especial  lugares  de  señores,  que  procurándolo 
Toledo  y  favoreciéndoles  para  elJo,  y  haciendo  guerra 
y  mala  vecindad  á  los  que  eran  leales,  se  habían  alzado. 
Destos  eran  la  villa  de  Orgaz  contra  el  conde  della;  y 
Ocaña,  que  es  del  maestrazgo  de  Santiago,  estaba  tam- 
bién rebelada  con  voz  de  comunidad,  haciendo  desde 
ella  muchos  agravios  y  fuerzas  á  la  villa  del  Corral  de 
Almaguer  y  otros  lugares  de  la  comarca,  y  desta  ma- 
nera pasaban  otros  muchos  males  y  desórdenes;  para 
remedio  de  lo  cual  se  había  encargado  de  la  capitanía 
general  de  aquel  reino  don  Antonip  de  Zúñiga,  prior  do 


MEJIA. 
San  Juan,  juntamente  con  don  Diego  de  Toledo,  hijo  del 
duque  de  Alba,  que  por  el  pleito  que  entre  los  dos  ha- 
bía habido  sobre  á  quién  pertenecía  el  priorazgo ,  es- 
tando en  la  posesión  el  dicho  don  Diego,  por  sentencia  y 
concierto  se  habia  dividido  del  priorazgo  la  renta  y  lu- 
gares del  entre  ambos ,  y  en  la  parte  del  don  Antonio 
habia  caído  la  villa  y  castillo  de  Consuegra,  en  la  cual 
estando  á  la  sazón,  comenzó  á  juntar  gente  y  á  salir  al 
campo  para  reducir  á  Ocaña  y  á  otros  pueblos  del  reino 
de  Toledo,  y  sucedióle  en  esta  empresa  lo  que  en  el  pro- 
ceso de  nuestra  historia  se  verá. 

En  Valencia  no  faltaban  trabajos  y  escándalos,  es- 
tando aquella  ciudad,  como  estaba,  toda  en  comuni- 
dad ;  y  habiendo  echado  fuera  al  Visorey  y  á  la  nobleza 
della,  pasaron  otras  muchas  cosas,  de  las  cuales  algu- 
nas se  dirán,  aunque  muy  en  suma. 

En  el  Andalucía  pasaba  el  negocio  muy  al  contrario; 
porque,  aunque  en  las  ciudades  de  Ubeda  y  Baeza  y 
Jaén,  por  las  parcialidades  que  en  ellas  habia,  el  uno 
de  los  bandos  juntándose  con  el  común,  tenían  voz  de 
comunidad,  como  arriba  se  tocó ;  la  ciudad  de  Sevilla, 
Córdoba  y  Granada,  y  las  demás  ciudades  todas,  puesto 
que  se  habían  ofrecido  en  algunas  dellas  competencias 
y  porfías  entre  señores  y  hombres  principales,  que  el 
tiempo  parecía  traer  consigo  (que  por  no  ser  de  sus- 
tancia se  dejan  de  escrebir ),  en  lo  que  tocaba  al  servi- 
cio del  Rey  y  en  la  obediencia  de  sus  gobernadores  y 
justicia,  no  solamente  habían  estado  y  estaban  bien, 
pero  en  este  mes  de  enero,  principio  del  año  de  21, 
cuando  Valladolid  y  Castilla  y  el  reino  de  Toledo  ardían 
en  fuego,  como  se  ha  dicho,  el  regimiento  y  justicias  de- 
llas, con  deseo  é  intención  de  apagario  y  remediarlo  si 
pudieren,  y  de  estorbar  que  no  se  emprendiese  y  acre- 
centase mas ,  y  en  lo  que  se  ofreciese  servir  á  su  rey, 
enviaron  á  pedir  Ucencia  á  los  gobernadores  para  se 
juntar  en  alguna  parte  por  sus  procuradores,  para 
tratar  medios  como  lo  dicho  se  remedíase ;  y  habida 
esta  facultad,  se  juntaron  en  la  Rambla  cerca  de  Cór- 
doba, por  estar  mas  en  comarca  para  todos  los  procu- 
radores y  mensajeros  de  ks  ciudades  de  Sevilla ,  Cór- 
doba, Ecija,  Jerez,  Cádiz  y  otros  pueblos.  Los  cuales 
todos  se  juntaron,  y  ansí  juntos  hicieron  una  confede- 
ración y  unión  que  verdaderamente  se  pudiera  llamar 
santa,  como  falsamente  se  llamaba  la  de  Valladolid  y 
Tordesillas  ;  y  por  ella  se  obligaron  y  juramentaron  de 
guardar  cierta  capitulación,  que  en  sustancia  contenia: 

Primeramente,  que  guardarían  el  servicio  del  Rey  y 
de  la  Reina  y  la  obediencia  de  sus  gobernadores  y  vi- 
reyes;  que  guardarían  paz  y  concordia  entre  sí,  y  que 
si  escándalo  ó  alboroto  se  ofreciese,  harían  toda  su  po- 
sibilidad por  lo  allanar  y  apaciguar;  que  sosternian  y 
favorecerían  con  toda  obediencia  y  acatamiento  las  jus- 
ticias que  en  cada  uno  de  los  pueblos  fuese  puesta  por 
su  majestad,  dándoles  todo  el  favor  y  ayuda  que  para  la 
ejecución  de  la  justicia  fuese  menester,  y  que  esto  pro- 
curarían de  hacer  y  sustentar  todas  juntas  y  cada  una 
por  sí;  y  que  si  en  alguna  de  ellas  ó  en  su  tierra  hubiese 
alguna  persona,  de  cualquier  estado  ó  condición  que 
fuese,  que  perturbase  ó  diese  ocasión  de  perturbar  la 
paz  y  concordia  deIJas  ó  de  alguna  dellas,  ó  impidiese  la 
ejecución  y  obediencia  de  la  justicia  ,  ó  se  desacatase 
contra  ella,  que  todas  las  ciudades  juntas  y  cada  una 
ppr  ^  los  ^lífts^u|ujrft  de  Ja,Ji§rr{i;  y  aasiíoisaí©,  siai- 


COMUNIDADES 

gun  grande,  ó  caballnro  poderoso  ó  cualquier  otra  per- 
sona alborotase  la  tierra  ó  hiciese  junta  de  gente  con- 
tra el  servicio  del  Rey  ó  contra  la  paz  y  unión  de  dichas 
ciudades  y  villas,  que  todas  ellas  con  toda  presteza  se 
juntasen  á  lo  resistir  y  remediar  con  la  gente  que  fuese 
menester. 

Capitularon  ansimismo  que  ninguna  provisión,  carta 
ni  mandamiento  que  por  los  de  la  Junta  en  nombre  de 
la  Reina  ó  del  reino  se  enviara ,  fuese  obedecida  ni 
cumplida ,  antes  fuesen  contradichas  y  resistidas,  y 
que  los  que  las  Irujesen  fuesen  presos  y  castigados;  y 
que  si  por  parte  de  la  Junta  y  Comunidad  fuesen  envia- 
dos algunos  capitanes  ó  ejército  contra  estas  ciudades 
confederadas  ó  contra  alguna  dellas,  hiciesen  luego  ejér- 
cito para  les  resistir  y  hacer  guerra;  y  ante  todas  cosas 
concertaron  que  se  escribiese,  y  ansí  lo  hicieron,  á  To- 
ledo y  á  las  otras  ciudades  que  estaban  alzadas  en  co- 
munidad, requiriéndoles  y  pidiéndoles  dejasen  la  dicha 
voz,  y  se  redujesen  á  la  obediencia  y  servicio  de  su 
majestad,  ofreciéndose  que  serian  por  ellos  buenos  in- 
tercesores en  lo  tocante  á  su  perdón  y  justas  peticio- 
nes ,  y  que  si  ansí  no  lo  hiciesen ,  que  aquellas  ciuda- 
des no  podían  dejar  de  hacer  en  este  propósito  lo  que 
el  Rey  y  sus  gobernadores  les  mandasen;  lo  cual  para 
todas  las  otras  cosas  que  se  podrían  ofrecer  nombraron 
y  apuntaron  luego  la  copia  de  gente  que  cada  ciudad  ó 
villa  fuese  obligada  á  enviar  y  enviase,  con  orden  de 
la  acrescentar  y  acortar  conforme  á  la  presente  necesi- 
dad ,  y  dieron  y  concertaron  la  forma  que  se  debía  te- 
ner en  se  avisar  y  apercebir  las  unas  á  las  otras,  y  en 
poner  en  efeto  y  ejecutar  lo  que  dicho  es. 

y  habiendo  asentado  y  capitulado  todo  esto,  hicie- 
ron mensajero  propio  y  escribieron  sus  cartas  al  Em- 
perador, enviándole  á  suplicar  que  con  la  mas  brevedad 
que  fuese  posible  viniese  á  estos  reinos,  y  que  fuese  su 
venida  por  algún  puerto  de  la  Andalucía,  y  que  su  ma- 
jestad no  fuese  servido  de  se  embarazar  en  traer  gente 
de  guerra  extranjera  mas  de  la  que  pareciese  necesaria 
para  su  navegación,  porque  en  ella  hallaría  toda  la  gen- 
te de  á  pié  y  de  á  caballo  que  fuese  menester  para  su 
servicio  y  para  la  pacificación  de  sus  reinos.  Hecha  es- 
ta confederación,  la  enviaron  á  otorgar  particularmente 
á  todas  las  ciudades ,  cuyos  poderes  tenían  ya  confir- 
mados por  los  gobernadores,  y  agora  fué  por  ellos  con- 
firmada la  dicha  confederación,  y  para  lo  mismo  fué 
enviada  al  Emperador,  que  á  esta  sazón  estaba  en  la 
ciudad  de  Borníes  prosiguiendo  las  cortes  y  dieta  que 
tenía  comenzada;  el  cual,  habiendo  sabido  y  entendi- 
do lo  que  pasaba ,  se  tuvo  por  muy  servido  de  Sevilla  y 
de  las  otras  ciudades  que  en  esta  unión  habían  sido,  y 
ansí  lo  envió  á  signiíicar  por  sus  cartas,  aprobando  y 
alabando  lo  que  habían  hecho. 

Estando  ansimismo  allí  en  Bórmes,  en  el  principio 
del  año  de  21  murió  el  cardenal  de  Croy,  sobrino  de 
Xebres ,  que  era  arzobispo  de  Toledo  y  obispo  de  Cam- 
bray,  y  tenia  otras  prelacias  y  dignidades,  y  por  su 
muerte  vacó  el  arzobispado  de  Toledo ,  y  estuvo  vaco 
muchos  días. 

*  Entre  las  cosas  que  en  esta  dieta  y  cortes  de  Bórmes 
se  trataron,  en  la  que  mas  tuvo  el  Emperador  que  ha- 
cer, y  que  mas  procuró  de  reformar  y  remediar,  fué  en 
lo  que  tocaba  á  los  errores  y  herejías  de  Martin  Lute- 
ro,  famoso  hereje  de  nuestros  tiempos,  de  cuyo  origen 


DE  CASTILLA.  300 

y  suceso  tratamos  ya  arriba ;  lo  cual  por  nuestros  pe- 
cados había  ya  ido  en  estos  días  con  tanto  acrcsccnta- 
miento,  y  el  fuego  estaba  tan  encendido ,  que  no  pudo 
apagarse  como  el  Emperador  quisiera. 

El  negocio  pasó  desta  manera.  Que  propuesto  por 
él  que  se  debía  por  autoridad  y  mano  de  todo  el  im- 
perio perseguir  y  deshacer  al  Lutero  y  sus  herejías,  y 
forzar  con  mañas  y  castigos  los  que  las  seguían  á  apar- 
tarse dellas,  había  allí  tantos  inficionados  ya  desta 
ponzoña,  que  no  se  pudo  concluir  otra  cosa  sino  que 
el  Martin  Lutero  fuese  oído  primero,  para  lo  cual  el  Em- 
perador le  mandó  parescer,  con  seguridad  bastante  que 
le  dio  que  no  seria  muerto  ni  preso  ni  detenido ;  y 
ansí,  él  vino  allí  á  Bórmes  con  la  soberbia  y  desvergüen- 
za que  había  venido  el  año  de  18  á  la  dieta  que  el  em- 
perador Maximiliano  tuvo  en  Agusta ;  y  pareciendo  un 
día  ante  el  Emperador  y  ante  los  electores  y  procura- 
dores del  imperio ,  le  fué  preguntado  si  eran  suyos 
ciertos  libros  que  en  su  nombre  andaban  impresos,  que 
allí  le  fueron  mostrados,  y  si  pensaba  retraerse  de  los 
errores  que  contenían,  que  estaban  ya  declarados  y 
condenadospor  la  Iglesia  y  por  los  santos  concilios;  alo 
cual  él  respondió  que  aquellos  libros  eran  suyos ,  y  que 
no  lo  negaba  ni  pensaba  negar ;  y  en  lo  que  tocaba  á  se 
desdecir  y  retractar  de  lo  que  en  ellos  había  escrito, 
pidió  que  le  fuese  dado  término  para  acordar  y  delibe- 
rar sobre  ello.  Y  siéndole  concedido  por  el  Emperador 
espacio  hasta  otro  dia ,  tornó  á  aparecer  en  el  mismo 
lugar;  y  después  de  haber  hecho  una  habla  muy  vana- 
gloriosa, concluyó  que  él  no  se  retractaría  de  lo  que. 
había  escrito  si  de  nuevo  no  le  convencían  con  luga- 
res expresos  del  Evangelio  y  Testamento  Viejo;  lo  cual 
el  malvado  hacia  por  nunca  acabar ,  porque  declaraba 
la  escriplura  falsamente ,  y  no  quería  admitir  ni  rece- 
bir  la  declaración  de  la  Iglesia  ni  de  los  santos  conci- 
lios y  doctores;  y  sus  herejías  ya  estaban  reprobadas  y 
condenadas  con  autoridades  de  la  Sagrada  Escritura. 
Y  siéndole  replicado  claramente  dijese  sí  ó  no,  si  que- 
ría estar  por  lo  que  la  santa  Iglesia  y  los  santos  con- 
cilios tenían  disputado  y  determinado,  él  con  soberbia 
de  Lucifer, que  traía  en  el  alma  yenel  corazón, respon- 
dió que  no  pensaba  revocar  lo  que  tenia  escripto,  ni 
podia  estar  por  lo  que  los  concilios  y  decretos  tenían 
determinado.  Lo  cual  visto  por  el  Emperador,  con  justa 
y  santa  indignación  lo  mandó  quitar  luego  de  su  pre- 
sencia, y  por  aquel  dia  no  se  trató  de  otra  cosa  alguna, 
y  algunos  tuvieron  por  opinión  que  fuera  bien  que  á 
un  tan  desvergonzado  hereje  no  se  le  guardara  la  se- 
guridad que  se  le  había  dado ,  y  que  fuera  ansí  preso  y 
quemado ,  porque  se  presumía  que  faltando  la  cabeza  y 
movedor ,  que  era  él ,  con  mas  facilidad  se  remediaría 
lo  demás;  pero  el  Emperador ,  como  no  quería  faltar  á 
la  fe,  aunque  fuese  á  quien  no  la  tenia ,  ni  jamás  la  ha 
faltado  ni  rompido,  no  estuvo  en  lo  hacer;  antes,  vista 
su  dureza,  habiendo  tentado  otros  modos  para  con- 
vencerle en  tres  días  que  allí  estuvo,  le  mandó  salir 
de  su  corte  dentro  de  otro  día,  dándole  otros  veinte  de 
seguro  para  se  ir  donde  quisiese ;  y  después  de  gran- 
des altercaciones  y  pláticas  que  hubo  sobre  este  caso, 
porque,  como  dije,  había  muchos  hombres  principales 
en  estas  cortes  tocados  desta  pestilencia ,  por  mandado 
del  Emperador  y  por  edito  de  todo  el  imperio  fueron 
los  libros  de  Lulero  quemados  en  público ,  y  mandado 


400  PERO 

hacer  lo  mismo  con  todos  los  que  fuesen  liailados,  con 
graves  penas  á  los  que  los  tuviesen  y  defendiesen  sus 
opiniones.  Y  esto  fué  lo  que  se  proveyó  y  mandó;  que 
fué  harto  conviniente,  pero  no  se  ejecutó  después  co- 
mo convenia,  porque  muchos  de  los  que  habían  de  ser 
ejecutores  dello  eran  culpados  en  el  mismo  error  y 
delito. 

Las  otras  cosas  que  el  Emperador  trató  en  esta  dic- 
to no  debieron  ser  de  poca  importancia,  pues  eran 
locantes  al  imperio  y  provincias  del ;  pero  no  las  cuento 
¡X)  porque  no  tengo  dellas  la  relación  y  noticia  que  se- 
ria menester;  por  lo  cual  me  vuelvo  al  proceso  de  la 
guerra  que  contra  Juan  de  Padilla  y  los  capitanes  de  la 
Comunidad,  que  en  Yalladolidy  su  comarca  estaban, 
se  hacia,  tomándolo  en  el  estado  que  en  el  fin  del  capí- 
tulo pasado  lo  dejamos. 

CAPITULO  XVI. 

De  !o  que  el  Almirante  Gobernador  y  los  grandes  qne  en  Tordesi- 
lias  estaban  hicieron  en  estos  dias,  y  cómo  Juan  de  Padilla  y 
el  campo  de  la  Comunidad  fueron  sobre  Torre  de  Lobaton  y  la 
combatieron,  y  el  suceso  que  hubo  eu  esto  y  en  lo  demás. 

Estando  las  cosas  de  la  guerra  entre  los  comuneros  y 
los  grandes  en  el  rigor  que  se  ha  entendido,  el  ejército 
de  la  Comunidad  se  hacia  cada  dia  mas  poderoso  por 
los  nuevos  socorros  que  le  venian,  y  Juan  de  Padilla,  ca- 
pitán del,  procuraba  mucho  hacer  alguna  cosa  señalada 
por  ganar  reputación,  y  porque  pareciese  que  haberle 
dado  d  él  la  capitanía  había  sido  necesario  y  provecho- 
so; por  lo  cual,  aunque  se  habían  movido  algunas  plá- 
ticas de  paz ,  él  ni  los  demás  capitanes  no  asentían  bien 
áello,  antes  disimuladamente  daban  los  desvíos  que 
podían,  señaladamente  el  obispo  de  Zamora,  que  entre 
ellos  tenia  grande  autoridad,  y  en  la  inquietud  y  atre- 
vimiento hacia  á  todos  ventaja.  El  cual  habiendo  sabido 
en  esta  sazón  la  muerte  del  arzobispo  de  Toledo,  con 
color  de  ir  á  resistir  al  prior  de  San  Juan,  que  comen- 
zaba á  hacer  ejército  en  servicio  del  Rey ,  como  está 
dicho,  en  aquel  reino,  procuró  ser  enviado  por  capi- 
tán contra  él,  siendo  solo  su  pensamiento  ocupar  con 
voz  de  comunidad  las  villas  y  fuerzas  de  aquel  arzobis- 
pado en  sede  vacante ,  y  poner  en  sí ,  como  después  lo 
pensó  y  procuró ,  su  silla ,  haciéndose  arzobispo  de  To- 
ledo; y  con  este  santo  propósito  partió  luego  con  lamas 
gente  que  pudo  y  con  cartas  y  provisiones  de  la  Jun- 
ta, para  serrecebído  y  obedecido  en  las  villas  y  lugares 
por  administrador  y  gobernador  en  el  arzobispado;  pero 
ido  allá,  no  le  sucedieron  ias  cosas  como  pensaba;  por- 
que doña  María  Pacheco,  mujer  de  Juan  de  Padilla, 
que  tenia  mas  soberbios  y  ambiciosos  los  pensamientos 
que  no  él ,  le  hizo  grandes  estorbos  y  resistencias,  por- 
que también  tenia  ella  imaginada  la  misma  locura,  pen- 
sando haber  el  arzobispado  para  un  hermano  suyo,  que 
á  él  por  ventura  no  le  pasaba  tal  por  pensam.iento. 
El  Obispo  hizo  allá  sus  diligencias,  y  como  no  le  qui- 
sieran recehir  en  Toledo,  fué  á  Alcalá  de  Henares,  y  allí 
quitó  y  puso  varas ,  y  lo  mismo  hizo  en  Uceda  y  otros 
lugares  del  arzobispado ,  y  alteró  y  levantó  aquel  reino 
mas  de  lo  que  estaba,  y  después  en  la  guerra  con  el 
Prior  le  sucedieron  trances  señalados. 

El  Almirante  Gobernador  y  los  grandes  que  con  él 
estaban ,  no  descuidándose  de  lo  que  á  la  guerra  con- 
venia ,  antes  habiéndola  proseguido  en  la  forma  que 


MEJfA. 

tengo  dicha ,  procuraban  y  deseaban  la  paz ;  ymovién- 
dose  nuevas  pláticas  sobre  ello ,  como  algunos  ó  los 
mas  de  la  Junta  entendiesen  ya  que  les  convenia,  aun- 
que, como  digo ,  Juan  de  Padilla  no  parecía  estar  en 
ello,  por  los  fines  que  tenía,  trataron  por  sus  mensaje- 
ros con  los  gobernadores  en  que  la  una  parte  y  la  otra 
señalase  y  nombrase  terceros  que  tentasen  la  paz.  Por 
parte  de  la  Junta  y  Comunidad  fueron  non)brados  don 
Pero  Laso  de  la  Vega  ( que  era  el  que  dellos  mas  lo  de- 
seaba, entendiendo  cuan  fuera  iba  lo  que  se  hacia  de 
lo  que  habian  publicado  y  decían  que  pretendían),  y  el 
bachiller  Alonso  de  Guadalujara,  procurador  de  Sego- 
via;  los  cuales  con  seguridad  que  hubieron  de  los  go- 
bernadores, salieron  de  Valladolid,  y  fueron  á  un  mo- 
nasterio de  santo  Tomás,  de  la  orden  de  santo  Domingo, 
que  está  fuera  y  cerca  de  Tordesillas,  y  pasada  la  puente 
en  el  camino  de  Medina  del  Campo;  y  porque  no  lle- 
vaban comisión  para  entrar  en  las  vilías,  el  Almirante 
con  algunos  de  aquellos  señores  vino  allí  á  hablarlos; 
y  tratando  así  en  general  las  cosas,  se  dio  orden  que 
cada  día  á  cierta  hora  saliesen  allí  á  conferir  y  plati- 
car los  capítulos  y  apuntamientos  que  se  proponían  de 
concordia^  el  licenciado  Polanco,  del  Consejo  Real, 
con  algunos  de  aquellos  señores,  y  los  generales  de 
santo  Domingo  y  san  Francisco.  Así  se  comenzó  á  hacer 
con  buena  esperanza;  pero  estando  las  cosas  en  estos 
términos,  Juan  de  Padilla,  que  como  tengo  dicho,  se 
hallaba  con  ejército  de  mas  de  diez  mil  soldados  de  á 
pié  y  de  mil  caballos,  después  de  diversos  acuerdos  y 
consejos ,  se  determinó  de  ir  á  combatir  á  Torre  de 
Lobaton,  que  es  una  villa  del  Almirante  bien  cercada 
y  con  buena  fortaleza,  tres  leguas  de  Tordesillas,  en 
la  cual  estaba,  como  se  ha  dicho,  don  García  Osorio 
con  cierta  guarnición  de  soldados.  Determinado  en  esto, 
publicando  primero  que  pensaba  ir  sobre  Medina  de 
Rioseco,  partió  de  Zaratán,  cerca  de  Valladolid,  donde 
había  juntado  su  campo,  á  los  21  de  hebrero  á  la  media 
noche ,  y  caminando  lo  mas  apriesa  que  pudo,  enderezó 
para  aquella  villa ,  y  llegando  sobre  ella  á  las  diez  horas 
del  dia  siguiente,  se  entró  luego  en  el  arrabal  sin  ha- 
llar en  él  defensa  ninguna.  Y  como  la  gente  llegó  or- 
gullosa  y  soberbia,  aunque  Juan  de  Padilla  y  los  otros 
capitanes  estuvieron  dudosos  si  la  combatirían  luego  ó 
si  esperarían  á  plantar  su  artillería  y  batirla  primero, 
visto  el  buen  ánimo  de  la  gente  y  viniendo  bien  pro- 
veídos de  escalas,  aunque  los  de  la  villa  hacían  su  de- 
ber mostrando  grande  ánimo  de  defenderse,  y  tiraban 
á  los  de  fuera  muchos  arcabuzazos  y  saetadas ,  acorda- 
ron ,  pensando  aquel  dia  entrarla ,  de  mandar  dar  luego 
el  combate  de  manos,  porque  los  de  dentro  no  tenían 
bastante  artillería  para  se  poder  defender;  y  dada  con 
grande  presteza  la  orden  para  ello,  se  comenzó  la  ba- 
talla de  entrambas  partes  con  gran  furia  y  determina- 
ción y  con  mucho  sonido  de  voces  y  estruendo  de  ar- 
cabucería y  ballestería,  procurando  los  de  fuera  arri- 
mar sus  escalas  y  subir  por  ellas,  y  los  de  dentro  de- 
fender sus  muros  y  estorbárselo.  En  esta  porfía,  qu& 
duró  casi  todo  el  día ,  fueron  muchos  muertos  y  herir 
dos,  en  especial  de  los  combatientes,  como  aquellos 
que  peleaban  sin  defensa  ni  amparo  de  muros;  y  visto 
por  los  capitanes  el  mucho  daño  que  su  gente  recebia, 
y  el  poco  efecto  que  se  hacía ,  porque  las  mas  de  las  es- 
calas venian  cortas,  y  los  que  por  ellas  subían  caían 


COMUNIDADES 
rnuerlos  ó  heridos ,  hicieron  señal  de  retirar,  y  cesó  el 
combale  por  aquel  dia,  con  daño  muy  conocido  de  los 
comuneros. 

Venida  la  noche ,  Juan  de  Padilla  entendió  en  lo  que 
convenia  para  fortiíicarse  en  su  alojamiento  y  para  po- 
ner su  artillería  á  propósito  de  dar  otro  dia  batería  á  la 
villa,  como  lo  hizo.  Y  siendo  el  Almirante  y  los  gran- 
des que  en  Tordesillas  estaban,  avisados  aquella  misma 
noche  de  la  llegada  del  campo  de  la  comunidad  sobre 
Torre  de  Lobaton ,  enviaron  luego  á  llamar  las  guarni- 
ciones que  estaban  en  Portillo  y  en  Simancas ,  con  pen- 
samiento de  ir  á  socorrer  aquella  villa  si  fuese  posible, 
aunque  se  vían  faltos  de  infantería ,  de  la  cual  abunda- 
ba el  campo  de  la  Comunidad;  y  ansí,  enviaron  otro  dia 
una  banda  de  gente  de  á  caballo  á  reconocer  el  ejército 
y  orden  de  los  enemigos ,  los  cuales  llegaron  muy  cerca 
y  escaramuzaron  con  ellos.  Aquel  dia  lo  gastó  Juan  de 
Padilla  en  batir  la  villa  sin  tentar  otra  cosa,  pero  con 
poco  efeto ,  porque  acertó  á  ser  por  la  parte  del  muro 
que  estaba  ciego;  y  luego  el  siguiente,  que  fué  el  ter- 
cero de  su  venida ,  mudó  el  sitio  de  la  batería  á  otra 
parte  del  muro  que  estaba  mas  flaco,  y  tuvo  lugar  la 
artillería  para  batir,  y  se  hicieron  algunos  portillos,  los 
cuales  vistos  por  la  gente  de  Valladolid  y  Toledo,  aco- 
metieron sin  orden ,  y  el  combate  duró  gran  pieza  de 
tiempo;  pero  los  de  dentro  hicieron  tan  buena  resisten- 
cia, que  no  fueron  parte  para  eutrallos ,  antes  los  compe- 
lieron á  se  retirar,  quedando  algunos  muertos,  y  siendo 
muchos  heridos  de  arcabuzazos  y  saetadas  y  piedras. 

Este  mismo  dia  el  conde  de  Haro  y  aquellos  señores 
que  en  Tordesillas  estaban,  con  la  gente  de  á  caballo 
que  pudieron  juntar,  mandando  venirla  guarnición  que 
tenían  en  Portillo  y  parte  de  la  de  Simancas,  dejando 
el  recaudo  que  convenia  en  Tordesillas,  donde  quedaba 
el  Almirante ,  acordaron  de  venir  á  dar  vista  á  los  con- 
trarios, con  orden  de  que  dando  el  rebato  poruña  parte 
del  arrabal,  por  la  otra  parte  se  metiese  dentro  en  Loba- 
ton  don  Francisco  Osorio,  señor  de  Valderonquillo,  con 
algunos  soldados,  de  que  parecía  tener  falta ;  aunque 
yendo  ya  caminando,  envió  el  Almirante  á  decir  que  fue- 
sen hombres  de  armas  los  que  entrasen ;  lo  cual  no  pa- 
reció al  Conde  que  convenia ,  por  la  necesidad  que  lia- 
bia  de  la  gente  de  á  caballo  en  el  campo ;  y  prosiguien- 
do su  camino,  siendo  ya  tarde,  llegaron  á  vista  de  la 
villa  y  se  pusieron  en  una  cuesta,  de  donde  se  podía  bien 
ver  el  lugar,  y  algunos  caballeros  bajaron  della  á  esca- 
ramuzar con  los  arcabuceros  que  entre  los  cercados  y 
tapias  estaban  puestos  á  su  ventaja;  y  después  de  ha- 
ber escaramuzado  y  andado  envueltos  con  ellos  con 
poco  efeto  de  entrambas  partes,  don  Francisco  Osorio 
los  mandó  recoger  á  lo  alto ;  el  cual  estando  esperando 
la  comodidad  necesaria  para  ejecutar  su  propósito  de 
entrar  á  socorrer  la  villa,  como  le  estaba  ordenado,  le 
vino  un  caballero  con  una  carta  del  Almirante,  en  que 
le  decía  que  se  podia  volver,  porque  él  tenia  aviso  que 
no  era  menester  entrar  socorro  en  Torre  de  Lobaton, 
porque  tenia  la  gente  y  defensa  que  era  menester.  No 
obstante  esto ,  hubo  allí  algunos  caballeros  que  se  ofre- 
cieron á  entraren  la  villa;  pero  no  se  pudo  intentar, 
porque  el  Almirante  había  estorbado  que  las  escalas  no 
se  trujesen  como  se  había  concertado ;  de  manera  que 
visto  esto  por  el  conde  de  Haro  y  por  aquellos  señores, 
y  que  Juan  de  Padilla  no  habia  querido  salir  de  su  ar- 

U-i. 


DE  CASTILLA.  40! 

rabal  y  alojamiento ,  se  tornaron  aquella  noclie  á  Tor- 
desillas sin  haber  conseguido  su  propósito.  En  lo  cual, 
según  se  vio  por  lo  que  después  sucedió,  seengañaron¡ 
aunque  algunos  quisieron  decir  que,  desabrido  el  Almi- 
rante de  que  el  conde  de  Haro  no  habia  aprobado  su 
parecer  en  que  se  metiese  socorro  de  hombres  de  ar- 
mas, lo  habia  impedido  aquel  día,  parecíéndole  no  ha- 
ber peligro  en  la  tardanza,  y  que  había  tiempo  para  ha- 
cer el  socorro ;  pero  acaesció  muy  al  contrario,  porque 
Juan  de  Padilla  tornó  á  combatir  la  villa  por  diversas 
partes,  y  como  los  de  dentro  estuviesen  cansados,  no 
pudieron  hacer  tanta  resistencia ;  y  ansí ,  rindiéndose 
los  unos  por  la  una  parte,  y  siendo  entrados  por  fuerza, 
con  muerte  de  muchos  de  los  que  se  defendían ,  por  la 
otra,  la  villa  fué  entrada  y  saqueada  y  robada  por  los 
comuneros,  y  don  García  Osorio  fué  preso,  después  de 
haber  hecho  él  y  los  escuderos  que  con  él  estaban  lo 
posible  para  la  defender.  Los  que  guardaban  la  forta- 
leza, viendo  la  villa  domada,  perdieron  el  ánimo,  y 
haciendo  su  partido  que  las  personas  fuesen  libres  y  les 
dejasen  la  mitad  de  la  ropa  y  hacienda ,  se  dieron  otro 
dia  siguiente ,  y  desta  manera  se  apoderó  enteramente 
Juan  de  Padilla  de  Torre  de  Lobaton ,  la  cual  él  tuvo 
por  muy  importante  jornada ,  y  ansí  lo  escribió  á  Va- 
lladolid y  á  Toledo ;  y  cierto  que  él  ganó  por  ella  acerca 
del  pueblo  muy  grande  opinión ,  por  ser  tierra  tan  cer- 
cana á  Tordesillas ,  donde  los  gobernadores  y  gente  del 
Rey  estaban  ,  y  haberse  ganado  por  fuerza  de  armas, 
siendo  hecha  tanta  resistencia  por  los  que  la  guarda- 
ban. En  los  lugares  de  la  Comunidad  liioieron  demos- 
traciones de  grande  alegría,  y  el  Almirante ,  cuya  era, 
y  aquellos  señores  que  allí  estaban,  lo  sintieron  mucho 
mas  por  la  repulacíon  que  por  la  importancia,  porquv 
parecía  falla  de  cuidado  no  Iiaber  proveído  mejor  aque- 
lla villa  antes  de  la  necesidad,  y  después  en  ella,  dando 
orden  como  fuera  socorrida ,  y  también  les  daba  cui- 
dado y  nuevo  trabajo  tener  el  enemigo  tan  cerca,  en 
especial  teniendo  todas  las  ciudades  vecinas ,  que  eran 
Toro, Zamora,  Salamanca,  Medina,  Valladolid,  Avi- 
laySegovía,  porcontrarias  y  enemigas.  Peroqueríendo 
Dios  ayudar  ñ  la  justicia  y  fortuna  del  Emperador,  co- 
mo siempre  lo  ha  hecho  en  las  mayores  necesidades, 
esto,  que  pareció  entonces  desmán  y  mal  suceso,  vino 
después  á  ser  ocasión  y  camino  déla  victoria;  porque, 
como  adelante  se  verá ,  queriendo  Juan  de  Padilla  con- 
servar lo  que  había  ganado  y  perseverar  en  detenerse 
allí  por  sustentar  la  estimación  de  lo  que  había  hecho, 
imitando  en  este  error  á  Aníbal  cuando  reposó  en  Ca- 
pua  mas  de  lo  que  debiera,  habiéndola  ganado,  fué 
causa  de  su  mas  temprana  perdición ;  el  cual ,  viéndose 
alegre  y  victorioso ,  á  él  y  á  los  otros  capitanes  les  pa- 
reció que  debían  parar  allí  en  Torre  de  Lobaton  con  su 
campo ,  porque  les  parecía  pondrian  en  gran  necesidad 
á  los  grandes,  atajándoles  los  caminos  y  quitándoles 
los  bastimentos;  lo  cual  se  empezó  á  hacer,  y  llegó  su 
soberbia  á  osar  decir  que  pensaban  ir  á  combatirios  á 
Tordesillas. 

En  tanto  que  esto  pasó ,  que  fueron  cuatro  ó  cinco 
días,  cesó  la  plática  que  entre  don  Pero  Laso  y  su 
compañero  se  habia  comenzado  con  la  parte  de  los  go- 
bernadores ,  como  está  dicho ;  porque  el  Almirante, 
teniendo  el  enojo  que  era  razón  ,  no  habia  querido  tra- 
tar de  paz;  pero  todavía  se  estaban  él  y  el  bachiller  de 

26 


402  PERO 

Guadalajara  en  el  dicho  monasterio  de  Sonto  Tomás 
cerca  de  T ordesillas ;  y  habiendo  sabido  la  toma  de  Lo- 
baton ,  holgó  que  se  tornase  de  nuevo  á  tratar  de  paz, 
porque  siempre  tuvo  muclio  deseo  della;  y  liabiéndoso 
concertado  de  aml>as  partes  en  algunos  capítulos ,  pa- 
reció á  todos  que,  para  dar  asiento  en  aquellos  y  tratar 
de  los  demás  se  debían  asentar  treguas  por  algunos 
dias;  y  para  las  concertar,  y  porque  á  don  Pero  Laso 
y  á  su  compañero  se  les  acababa  el  término  que  liabian 
traido,  fueron  á  Torre  de  Lobalon  á  tratarlo  con  Juan 
de  Padilla  y  los  otros  capitanes  y  con  los  procurado- 
res de  la  Junta  que  allí  hablan  venido ;  y  puesta  la  cosa 
en  consulta  y  comunicada  con  los  que  en  Valladolid 
habían  quedado,  hubo  muy  diversos  pareceres,  y  al 
cabo  se  asentó  la  tregua  por  solos  ocho  dias,  que  em- 
pezaron dende  1.*"  ó  2  de  marzo,  en  los  cuales  todas  las 
cosas  de  una  y  otra  parte  habían  de  parar  en  el  estado 
en  que  estaban. 

Vueltos  pues  don  Pero  Laso  y  el  bachiller  á  Santo 
Tomás,  se  tornaron  á  ver  los  capítulos  que  las  comu- 
nidades pedían  por  el  Almirante  y  Cardenal  y  algunos 
de  aquellos  señores,  y  se  conformaron  en  les  otorgar 
muchos  dellos,  que,  según  decian,  eran  los  mas,  y 
otros,  que  eran  muy  injustos,  les  pedían  que  se  apar- 
tasen de  los  demandar,  y  parecía  que  la  cosa  llevaba 
manera  de  concertarse  en  lo  principal  que  se  trataba; 
pero,  faltando  la  confianza  en  los  de  la  Comunidad,  no 
se  concluía  nada ;  porque ,  aunque  los  gobernadores  y 
grandes  se  obligaban á  suplicará  su  majestad  con  gran- 
de instancia  que  les  confirmase  lo  que  ellos  les  conce- 
dían, y  para  ello  obligaban  sus  personas  y  bienes,  y 
daban  otros  buenos  medios,  interviniendo  en  ello  tam- 
bién el  embajador  del  rey  de  Portugal,  los  de  la  Co- 
munidad pedían  que  se  obligasen  los  grandes  á  pedirlo 
por  armas  y  guerra  en  caso  que  el  Emperador  no  lo 
otorgase,  y  que  para  la  seguridad  desto  les  diesen  rehe- 
nes de  personas  principales  y  fortalezas  que  tuviesen 
easu  poder;  de  manera  que  lo  ponían  en  términos  im- 
posibles para  poder  haber  concordia ;  y  por  no  perder 
la  esperanza  della,  antes  que  se  cumpliese  la  tregua 
se  acordó  pedir  prorogacion  por  término  mas  largo,  y 
el  postrer  día  fueron  á  Torre  de  Lobaton  el  embajador 
de  Portugal  y  don  Pero  Laso  y  ciertos  religiosos  de 
grande  autoridad,  y  dieron  cuenta  á  Juan  de  Padilla  y 
á  los  otros  capitanes  de  lo  que  pasaba;  y  no  queriendo 
ó  no  teniendo  poder  los  que  allí  estaban  para  otorgar 
lo  que  se  pedía,  aunque  se  cumplió  la  tregua,  acorda- 
ron de  ir  á  Zaratán,  aldea  de  Valladolid ,  adonde  salie- 
ron los  de  la  Junta ,  y  se  juntaron  todos  á  tratar  dello; 
pero  estaban  tan  soberbios ,  y  por  otra  parte  temían 
tanto  dejar  los  cargos  que  tenían,  especialmente  los  ca- 
pitanes, que  no  se  pudo  acabar  con  ellos  que  viniesen 
en  tregua  ni  en  paz ,  aunque  algunos  de  la  Junta  vota- 
ron por  ella,  el  principal  de  los  cuales  fué  don  Pero 
Laso,  que  desde  allí  por  esta  causa  los  dejó  y  se  apartó 
de  aquel  propósito,  y  se  vino  á  Tordcsíllas  á  los  go- 
bernadores; de  manera  que  la  tregua  y  tratos  fueron 
sin  fruto  ninguno,  salvo  que  á  Juan  de  Padilla  en  aque- 
llos ocho  dias  se  le  disminuyó  parle  de  su  gente ;  por- 
que los  soldados  que  habían  habido  dinero  y  buena 
ropa  en  el  saco  de  Lobaton,  como  con  la  tregua  podían 
pasar  seguros,  todos  se  fueron  á  sus  casas ,  y  io  mis- 
mo hicieron  parte  de  la  gente  de  armas  y  de  las  guar- 


MEJIA. 

das  que  andaban  en  el  campo ,  porque  no  los  pagaba. 

Ya  en  estos  mismos  dias  tenia  el  prior  de  San  Juan, 
don  Antonio  de  Zúuíga,  campo  formado  en  el  reino  de 
Toledo  en  favor  de  los  servidores  del  Rey,  y  para  re- 
ducir á  Ocaña ,  que ,  como  queda  dicho ,  estaba  alzada 
con  otras  ciudades,  estando  él  en  el  corral  de  Alma- 
guer,  vino  allí  el  guardián  de  San  Juan  de  los  Reyes  de 
Toledo  con  tratos  y  amonestaciones  de  aquella  ciudad 
y  de  la  comunidad  della  para  procurar  alguna  concor- 
dia; y  ansí ,  en  4  dias  del  mes  de  marzo  se  asentó  tre- 
gua, pensando  hallar  algún  camino  de  paz  ó  sosiego; 
pero,  como  la  tiranía  y  justicia  no  se  pueden  concer- 
tar, no  se  pudo  efectuar  ni  la  hubo  entre  ellos,  antes 
vino  en  cruel  rompimiento  de  guerra,  siendo  capitán 
contra  el  Prior,  por  Ocaña  y  los  otros  alzados,  el  obispo 
de  Zamora,  principal  cabeza  destos  escándalos. 

En  Sevilla  y  en  su  arzobispado ,  aunque  gozaban  en 
esta  sazón  de  paz  y  estaban  en  servicio  y  obediencia 
del  Rey,  no  faltó  otro  azote  y  castigo  de  Dios,  mereci- 
do por  los  pecados  de  los  que  en  ella  morábamos,  y  es- 
te fué  falta  de  agua  del  cielo;  porque  pasó  ansí,  que  ha- 
biendo llovido  en  principio  del  invierno  bastantemente 
para  arar  y  sembrar ,  después  en  lo  que  quedaba  del 
año  de  20  y  en  todo  el  resto  del  invierno  del  año  de  21, 
y  verano  hasta  la  entrada  del  otro  invierno  siguiente,  no 
llovió  gota  de  aguaen  la  mayor  parte  de  la  Andalucía;  de 
manera  que  no  se  cogió  pan  ninguno,  ni  quedó  yerba  ni 
cosa  verde  en  el  campo,  y  perecieron  casi  todos  los  ga- 
nados; de  lo  cual  resultó  tan  gran  carestía  de  pan  cual 
nunca  había  sido  en  esta  tierra  ni  en  memoria  de  hom- 
bres; y  ansí,  ya  en  estos  días  comenzaba  la  hambre,  que 
después  fué  muy  mayor. 

En  este  mismo  tiempo  empezó  el  rey  Francisco  de 
Francia  á  hacer  algunos  movimientos  contra  el  Empe- 
rador por  mano  de  un  conde  llamado  Roberto  de  La- 
marca;  y  cómo  y  por  qué  ocasiones  se  hizo,  y  el  suceso 
que  hubo  después,  se  dirá  en  mas  conveniente  lugar; 
pero  tócase  aquí  porque  se  entienda  que  fué  en  esta 
sazón. 

CAPITULO  XVIL 

Cómo  pasada  la  tregua,  se  tornó  á  conti«aar  la  gnerra  entre  el 
campo  de  la  Comunidad  y  el  de  los  gobernadores,  y  las  cosas 
que  en  ella  pasaron  y  que  ca  el  reino  de  Toled«  hacia  el  prioí 
de  San  Juan. 

No  solamente  no  hubo  orden  de  paz  ni  prorogacion 
de  las  treguas  en  el  tiempo  que  duraron ,  pero  aun  los 
ocho  dias  que  se  habian  asentado  no  se  guardaron  en- 
teramente, porque  el  postrero  dellos,  que  fué  en  8  ó  9 
de  marzo ,  salieron  ciertas  compañías  de  Torre  de  Lo- 
baton y  robaron  á  algunos  que  salían  de  Simancas ,  y 
hubo  una  recia  escaramuza  entre  ellos  y  la  guarnición 
que  allí  estaba;  aunque  desto  se  desculpaban  los  comu- 
neros con  los  gobernadores ,  porque  dentro  del  térmi- 
no de  la  tregua  habian  metido  cierta  pólvora  que  de 
Portugal  les  venía ;  de  manera  que  la  guerra  se  tornó  á 
encender  con  mayor  determinación  y  enemistad  que  de 
antes  entre  los  leales  y  comuneros.  Juan  de  Padilla  y 
sus  secuaces  procuraban  por  todas  vías  de  matar  y 
prender  á  los  que  iban  á  Tordesillas,  y  traían  por  los 
caminos  compañías  de  arcabuceros  para  procurar  qui- 
tar los  bastimentos  á  los  que  allí  estaban;  por  lo  cual 
el  conde  de  Haro  salió  un  dia  al  campo  con  los  mas  de 
aquellos  señores  y  de  la  caballería  que  allí  estaba ,  y 


COMUNIDADES 
mató  á  algunos  dellos  y  trujo  mas  de  ciento  y  cincuenta 
presos;  y  ansí  los  escarmentó  de  manera  que  de  alií 
adelante  no  osaban  salir  ni  alargarse  tanto  á  hacer  cor- 
rerías como  cuando  ?.llí  vinieron.  Y  porque  los  de  la  vi- 
lla de  Medina  del  Campo  procuraban  y  hacían  lo  mismo 
los  mas  de  los  dias,  salieron  algunos  de  aquellos  se- 
ñores hacia  allá  algunas  veces;  y  tomándolo  mas  de 
propósito,  acordaron  que  ei  conde  de  Haro  con  todos 
ellos  (salvo  el  Almirante,  que  por  ser  gobernador  y  por 
su  edad  parecía  quo  debía  quedar  con  la  Reina)  fuesen 
un  día  á  dar  vista  á  Medina  y  á  correr  todo  el  campo ;  y 
poniéndolo  en  efeto,  fueron  con  sus  gentes  iiasta  jun- 
to á  ella ,  de  donde  salió  mucha  gente  y  se  trabó  grande 
escaramuza ,  en  la  cual  fueron  algunos  muertos  y  heri- 
dos, y  fué  preso  Quíntanilla,  capitán  de  aquella  villa, 
hijo  de  otro  á  quien  los  de  la  Junta  dieron  cargo  de  la 
Reina  cuando  se  apoderaron  de  Tordesillas ;  y  parece 
ser  que  Juan  de  Padilla  fué  avisado  por  algún  vecino  de 
Tordesillas  desta  salida  que  los  grandes  habían  hecho, 
y  determinó  cu  el  entre  tanto  de  venir  él  con  su  campo 
á  Tordesillas  y  poner  en  rebato  álos  gobernadores ,  y 
aun  decían  que  traía  plática  con  algunos  vecinos  para 
que  le  diesen  entrada ;  pero  teniendo  el  Almirante  avi- 
so desto,  lo  envió  luego  á  liacer  saber  al  conde  de  Ha- 
ro ,  por  lo  cual  él  y  todos  aquellos  señores  se  volvieron 
apriesa  á  Tordesillas ,  y  los  contrarios  se  tornaron  del 
camino,  que  no  osaron  llegar  á  dar  visla  á  la  villa.  Ansí 
pasaron  algunos  dias  sin  hacer  rencuentro  ni  cosa  no- 
table, porque  á  Juan  de  Pudílla,  por  liaber  porfiado  de 
sostener á  Torre  de  Lobaton,  se  le  había  menoscabado 
mucho  su  ejército,  y  no  se  hallaba  poderoso  para  salir 
en  campo;  por  lo  cual  envió  luego  á  Salamanca,  Zamo- 
ra ,  Toro  y  otras  ciudades  á  pedir  nuevas  ayudtis  y  so- 
corros, y  por  otra  parte  los  gobernadores  acordaron  de 
poner  en  efeto  lo  que  se  iiabía  platicado,  que  era  jun- 
tarse, viniendo  el  Condestable  de  Burgos,  donde  estaba 
con  sus  gentes,  para  liacer  de  las  unas  y  de  las  otras  un 
ejército  bastante  para  pelear  con  Juan  de  Padilla  si  con 
los  socorros  que  esperaba  saliese  en  campo ;  porque  es- 
tando ansí  divididos  no  se  podía  hacer  nada  desto  sin 
grande  aventura  y  riesgo ,  ni  aun  había  caudal  de  gente 
para  ello ,  habiendo  de  dejar  en  Tordesillas  el  presidio 
y  defensa  que  convenía. 

Tomada  esta  resolución ,  el  Condestable  y  los  que  ar- 
riba nombre  que  con  él  estaban  en  Burgos,  con  la  gen- 
te que  tenían,  se  aderezaron  para  su  partida,  para  la 
cual  les  envió  el  duque  de  Nájera ,  vísorey  de  Navarra, 
mil  soldados  viejos  y  alguna  artillería  de  la  que  para 
guarda  de  aquel  reino  tenía,  porque  el  Condestable  se 
lo  invió  á  pedir,  teniendo  lo  do  Castilla  por  mas  impor- 
tante ;  de  manera  que  con  este  socorro ,  con  la  gente 
que  él  tenia  pagada  á  sueldo  del  Rey,  y  con  la  que  es- 
taba allí  suya  y  de  aquellos  señores,  pudo  hacer  campo 
para  aquella  jornada  de  tres  mil  infantes  y  quinientos 
iiombres  de  armas,  y  algunos  caballos  ligeros  y  jinetes, 
toda  muy  buena  gente,  sin  la  que  habia  enviado  con  el 
conde  de  Salinas,  don  Diego  de  Sarmiento,  y  con  don 
l'ero  Suarez de  Velasco,  su  sobrino ,  deán  de  Burgos, 
contra  las  merindudes  que  todavía  andaban  alborola- 
das,  y  á  la  sazón  habían  venido  á  cercará  Medina  de 
Pomar,  villa  suya;  á  los  cuales  sucedió  después  bien, 
porque  los  que  estaban  sobre  Medina  de  Pomar  no  le  ora- 
ron esperar  y  £c  alzaron  de  sobre  ella.  En  conclusión, 


DE  CASTILLA.  403 

el  Condestable  partió  de  Burgos,  dejando  en  la  ciudad 
para  guarda  y  gobernación  della  á  don  Antonio  Velas- 
co, conde  de  Nieva ,  con  la  gente  que  pareció  bastan- 
te ;  lo  cual  sabido  por  Juan  de  Padilla  y  los  otros  capi- 
tanes ,  pensando  ponerle  algún  embarazo  en  el  camino, 
enviaron  á  la  villa  de  Becerri! ,  que  es  en  Campos,  por 
donde  habia  de  pasar  el  Condestable,  que  estaba  por 
ellos,  á  don  Juan  de  Figueroa,  hermano  del  duque  de 
Arcos,  con  algunos  hombros  de  armas  y  caballos  lige- 
ros para  que  la  defendiesen  y  hiciesen  el  estorbo  que 
pudiesen.  Llegado  allí  el  Condestable,  hizo  combatir  la 
villa,  y  con  poco  trabajo  fué  entrada,  por  ser  poco  fuer- 
te; y  el  donjuán  Figueroa  fué  preso,  con  otro  caballero 
llamado  Juan  de  Luna,  que  ambos  fueron  llevados  al 
castillo  de  Burgos ;  y  el  Condestable  prosiguió  su  ca- 
mino con  el  suceso  que  luego  diré,  cuanto  haga  pri- 
mero memoria  de  lo  que  en  estos  días  había  pasado  en 
el  reino  de  Toledo  entre  el  prior  de  San  Juau  y  el  obispo 
de  Zamora, 

Fué  ansí ,  que  teniendo  el  prior  gente  bastante  para 
salir  en  campo,  que ,  según  se  afirmó,  serian  seis  mil 
hombres  de  á  pié  y  de  á  caballo ,  y  habiéndole  venido  á 
ayudar  en  aquella  empresa  algunos  caballeros ,  entre 
ellos  don  Diego  de  Carvajal ,  señor  de  Jódar ,  caballero 
muy  principal  y  esforzado  de  la  ciudad  de  Baeza ,  y  don 
Alonso ,  su  hermano ,  con  buena  copia  de  gente  de  i 
caballo  de  deudos  y  criados  suyos,  conque  hicieron  se- 
ñaladas cosas ,  salió  del  corral  de  Almaguer  y  se  acercó 
á  Ocaña,  con  pensamiento  de  la  reducir  al  servicio  del 
Rey  por  fuerza  ó  por  trato.  El  obispo  de  Zamora,  que  no 
tenia  menos  campo,  ansí  de  la  gente  que  él  traía  pri- 
mero, como  de  la  que  Toledo  y  Ocaña  y  otros  lugares 
de  aquella  comarca  le  habían  invíado,  se  puso  al  en- 
cuentro ,  y  estando  los  ejércitos  muy  cerca  el  uno  del 
otro  para  pelear,  junto  á  un  lugar  llamado  el  Romeral, 
algunos  religiosos  que  venían  entre  ellos  les  pusieron 
treguas  por  tres  dias  ;y  tornándose  á  retirar  el  Obispo, 
algunos  soldados  sueltos  del  Prior  se  revolvieron  con 
otros  del  Obispo,  y  queriendo  un  capitán  de  infantería 
del  mismo  Prior  ayudar  á  los  suyos,  sin  él  ío  mandar 
ni  querer,  dio  con  su  compañía  sobre  otra  del  Obispo,  y 
de  tal  manera  se  trabaron  y  cebaron,  queriendo  cada 
uno  favorecer  su  parte ,  que  el  Obispo  hubo  de  volver; 
y  rompiendo  los  unos  escuadrones  con  los  otros ,  se  co- 
menzó la  batalla,  contra  la  voluntad  del  Prior;  la  cual 
fué  bien  porfiada  por  ambas  partes ,  en  que  murieron  y 
fueron  heridos  muchos ;  pero  al  cabo ,  siendo  vencidos 
los  del  Obispo ,  comenzó  á  huir  el  capitán  y  gente  de 
Ocaña ;  y  siguiendo  la  victoria  la  gente  del  Prior ,  sobre- 
vino la  noche ,  la  cual  fué  causa  que  no  la  tuviesen  del 
todo  entera,  aunque  hicieron  mucho  daño  en  los  enemi- 
gos. El  Obispo  con  la  escuridad  de  la  noche  se  partió 
lo  mejor  que  pudo  con  los  que  escaparon  y  pudo  reco- 
ger del  campo ,  y  con  ellos  se  fué  á  Ocaña ;  pero  sabido 
que  el  Prior  venia  sobre  él ,  y  que  los  de  la  villa  traían 
sus  tratos  para  se  le  entregar,  se  salió  dclla  y  se  acercó 
á  Toledo ,  y  los  de  Ocaña  dentro  de  tres  dias  se  concer- 
taron con  el  Prior,  alcanzando  perdón  de  lo  pasado;  se 
redujeron  al  servicio  del  Rey,  y  le  recibieron  con  cruces 
y  gran  demostración  de  humildad ;  y  ansí  fué  el  Prior  y 
su  campo  creciendo  en  poder  y  reputación ,  viniéndolo 
cada  día  nuevas  gentes ,  las  cuales  puso  en  fronteria  en 
lugares  cercanos  á  Toledo;  y  aposentándose  en  Ocaña. 


40i  I^l'^I^O 

por  entonces,  comenzó  á  liacor  la  guerra  por  la  otra 
parle  de  Tajo,  donde  también  la  hacia  don  Juan  de  Ili- 
íjora. 

Entre  otras  cosas  que  en  ella  sucedieron,  pasó  una 
en  la  villa  de  Mora ,  tierra  del  maestrazgo  de  Santiago, 
cerca  de  Ocafia ,  la  mas  lastimera  y  desastrada  que  pudo 
pasar,  y  fué  que  como  los  vecinos  della,  siguiendo  la  voz 
y  vanidad  de  Toledo ,  se  hubiesen  alzado  en  comunidad 
y  perseverado  en  ella,  vista  la  pujanza  y  victoria  del 
IVior,  le  habían  dado  la  obediencia  y  hecho  con  él  tra- 
tos de  concordia ;  pero  como  en  esta  gente  popular  ha- 
bia  poca  verdad  y  firmeza,  tornaron  á  alborotarse  y  es- 
tar en  la  primera  opinión ;  y  no  contentos  con  esto ,  pa- 
sando por  cerca  de  la  villa  un  capitán  del  Prior  con  cierta 
cabalgada  de  vacas  y  carneros  de  los  montes  de  Toledo, 
salieron  della  trecientos  hombres  y  se  la  quitaron ,  por 
lo  cual  otro  dia  siguiente  don  Diego  de  Carvajal  salió 
con  su  gente  de  á  caballo  y  se  juntó  con  don  Hernando 
de  Rebolledo ,  capiían  de  infanteria,  al  cual  el  Prior,  ú 
instancia  de  Diego  López  de  Avalos,  comendador  de 
Mora ,  habia  enviado  con  quinientos  soldados  para  les 
poner  temor  y  hacer  guardar  lo  asentado ,  y  ansí  juntos 
llegaron  con  sus  escuadrones  hasta  las  paredes  de  Mora, 
la  cual  los  vecinos  tenían  toda  barreada;  y  aunque  les 
dijeron  que  se  diesen  al  Rey  y  los  acogiesen  pacífica- 
mente ,  no  lo  quisieron  hacer;  antes  llamándolos  trai- 
dores y  díciéndoles  otras  injurias,  les  tiraron  muchos 
arcabuzazos  y  saetazos,  de  lo  cual  indignados  los  capí- 
lanes  y  su  gente ,  entraron  por  fuerza  peleando  hasta  la 
iglesia,  en  la  cual,  porque  era  bien  grande,  habían  re- 
cogido todas  las  mujeres  y  niños,  y  cerrando  y  fortifi- 
cando las  puertas,  en  la  una  dellas,  que  dejaron  abierta 
y  barreada,  pusieron  dos  falconetes  con  dos  pipotes  de 
pólvora  para  su  defensa;  y  como  llegase  la  gente  y  re- 
quiriesen á  los  que  guardaban  la  puerta  que  se  diesen,  y 
ellos  no  lo  quisieran  hacer,  antes  disparando  un  tiro, 
mataron  á  un  caporal  de  don  Hernando ,  indignados  los 
soldados,  sin  orden  ni  mandamiento  de  capitán  ni  de 
nadie,  Irujeron  apriesa  muchos  sarmientos,  y  derra- 
mándolos á  las  puertas,  les  pusieron  fuego,  pensando  ha- 
cer entrada  quemándolos;  y  como  el  fuego  llegase  á  la 
pólvora  de  los  pipotes  que  de  la  parte  de  dentro  estaban, 
fué  tanto  el  ímpetu  y  fuerza  con  que  ardieron  y  la  llama 
y  fuego  que  dellos  se  levantó,  que  el  enmaderamiento 
de  la  iglesia  y  la  madera  que  á  la  puerta  estaba  comenzó 
luego  á  arder  con  grande  furia ;  y  como  la  pobre  gente 
que  dentro  se  habia  metido  no  tuviese  otra  salida  sino 
la  de  por  donde  el  fuego  estaba,  y  la  iglesia  cerrada  sin 
otro  res[iiradero ,  sin  poder  ser  socorridos  se  abrasaron 
y  murieron  casi  todos ,  en  que  afirman  que  se  quemaron 
mas  de  tres  mil  personas;  de  lo  que  al  Prior  pesó  en  gran 
manera  cuando  lo  supo ,  y  á  todo  el  reino  puso  gran  lás- 
tima ;  y  ansí  pagaron  los  de  Mora  su  infidelidad  y  poca 
fe  mas  rigurosamente  que  quisieran  los  que  lo  ejecu- 
taron. 

El  obispo  de  Zamora  entre  tanto  no  habia  estado  des- 
pacio ,  porque  saliendo  de  Ocaña  de  la  manera  que  dije, 
liabia  ¡do  á  Toledo  solo  y  disimulado,  dejando  su  gente 
dos  ó  tres  leguas  de  la  ciudad;  y  descubriéndose  des- 
pués y  dándose  á  conocer,  luego  concurrió  todo  el  pue- 
blo, el  cual  con  grande  alboroto  le  fué  á  ver  y  le  otor- 
garon la  administración  del  arzobispado,  como  si  lu- 
vieran  autoridad  del  suoioponlífice  para  ello,  y  le  lle- 


MEJIA. 
varón  &  la  iglesia  mayor  y  le  sentaron  en  la  silla  arzo- 
bispal; y  hecho  este  vano  auto  y  solemnidad,  le  dieron 
después  dineros  y  plata  de  las  iglesias  para  socorro  y 
paga  de  sus  gentes ;  con  lo  cual  volvió  muy  contento  á 
ellas  donde  las  habia  dejado ,  y  fué  luego  sobre  el  cerro 
del  Águila,  que  era  de  don  Juan  de  Ribera,  ya  nombra- 
do,  y  lo  combatió  y  hubo  muchas  muertes  de  una  parle 
y  de  otra.  Ansí  andaba  procurando  hacer  al  Prior  el  ma- 
yor estorbo  que  podia ,  contra  el  cual  fué  poca  parte  por 
los  nuevos  socorros  que  le  vinieron,  entre  los  cuales 
vino  de  Sevilla  don  Pedro  de  Guzman ,  hermano  del  du- 
que de  Medina  Sidonia ,  que  hoy  es  conde  de  Olivares, 
con  mil  hombres  de  á  pié  y  cien  jinetes  y  alguna  arti- 
llería de  campo,  y  sirvió  muy  esforzadamente  en  esta 
guerra ,  aunque  era  de  tan  poca  edad ,  que  no  habia 
diez  y  nueve  años  cumplidos. 

En  este  estado  andaban  las  cosas  de  Toledo,  cuando 
el  Condestable  tomó  á  Becerril ,  como  dije ,  yendo  de 
camino  á  se  juntar  con  los  grandes  que  en  Tordesillas 
estaban;  el  cual  caminó  de  allí  con  su  campo  á  los  i  9  de 
abril ,  y  vino  á  aposentarse  á  Peñaflor,  que  es  junto  á 
la  Torre  de  Lobaton,  cerca  de  Valladolid  y  no  lejos  de 
Tordesillas  ,  donde  dijimos  que  el  conde  de  Haro,  su 
hijo ,  se  aposentó  la  noche  antes ,  que  vino  sobre  ella  y 
la  combatió. 

Sabida  su  venida  en  Tordesillas,  se  alegraron  mu- 
cho aquellos  señores,  y  en  Valladolid  hubo  grande  al- 
boroto, poniéndose  todo  el  pueblo  en  armas  con  dife- 
rentes pareceres  y  votos ,  unos  queriendo  y  mandando 
que  saliese  la  gente  al  campo ,  sacando  el  pendón  de  la 
villa  paradlo,  otros  que  se  estuviesen  quedos  para  la 
defender,  y  en  esto  pararon  al  cabo. 

Juan  de  Padilla,  estándose  todavía  en  Lobaton,  tenia 
este  dia  hasta  siete  mil  infantes  y  pocos  mas  de  cuatro- 
cientos de  á  caballo ,  que  todos  los  demás  se  le  habían 
ido,  y  esperaba  cada  hora  nuevos  socorros  de  las  ciu- 
dades; los  cuales,  por  mala  orden  que  en  ellas  habia 
en  todas  las  cosas,  se  habían  tardado,  y  otras,  viéndo- 
le tan  cercano  al  peligro,  rehusaban  de  venir,  en  espe- 
cial agora  que  la  llegada  del  Condestable  habia  estor- 
bado la  entrada  de  mil  hombres  que  de  Palencia  y 
Dueñas  le  venían ;  de  manera  que  se  vio  claro  el  ruin 
consejo  que  él  y  los  otros  capitanes  tomaron  en  se  de- 
tener allí  dos  meses  como  habian  estado. 

El  Almirante  y  los  grandes  que  con  él  estaban  en 
Tordesillas ,  luego  que  el  Condestable  llegó  á  Peñaflor 
se  determinaron  de  ir  á  juntar  allí  con  él ,  y  avisándole 
dello,  fué  acordado  que  con  la  Reina  quedase  el  Carde- 
nal Gobernador  y  el  marqués  de  Denia  don  Bernardino 
de  Rojas ,  que  la  tenia  en  cargo ,  con  su  compañía  de 
hombres  de  armas,  y  Diego  de  Rojas,  señor  de  Santiago 
de  la  Puebla ,  con  la  suya  y  ciertas  compañías  de  infan- 
tería ;  que  la  una  y  la  otra  era  gente  bastante  para  la 
guarda  de  aquella  villa,  por  estar  ya  bien  reparada  en 
los  cuatro  meses  que  allí  habian  estado.  El  capitán  y 
gente  que  estaba  en  Portillo  se  invió  á  llamar  para  ir 
con  ellos ,  y  el  conde  de  Oñate  con  la  gente  de  á  caba- 
llo que  en  Simancas  tenia,  que  era  buena  copia,  pare- 
ció que  convenia  estarse  quedo  por  entonces  para  te- 
ner embarazados  los  de  Valladolid  y  para  estorbarles 
que  de  allí  no  pudiesen  enviar  socorro  á  Juan  de  Pa- 
dilla. 

Dada  esta  orden  y  apercebida  por  el  conde  de  Haro, 


COMUNIDADES 

capitán  general,  la  noche  antes  toda  la  gente,  partieron 
deTordesülas  domingo  de  mañana  20 de  abril,  y  aquel 
mismo  dia  llegaron  á  Peñaílor  con  grande  alegría  de  los  , 
que  estaban  y  de  los  que  venian ;  y  los  unos  y  los  otros  j 
se  alojaron  y  reposaron  allí  aquella  noche,  y  luego  otro 
dia  lunes  en  amaneciendo,  por  no  perder  tiempo,  los  ' 
gobernadores  y  capitán  generul  salieron  al  campo  con 
toda  la  gente  suya  y  de  sueldo ,  y  haciendo  reseña 
liallaron  que  eran  mas  de  seis  mil  infantes  y  dos  mil 
y  cuatrocientos  de  á  caballo,  los  mejores  que  se  pu- 
dieran juntar  en  ningún  otro  reino,  porque  entraban 
en  ellos  los  grandes  señores  y  principales  caballeros 
que  se  han  nombrado,  ansí  los  que  fueron  en  h  toma 
d«'Tordesillas,como  los  que  de  Burgos  vinieron  con 
el  Condestable ,  sin  otros  muchos  que  no  se  han  nom- 
brado y  que  después  llegaron.  Dos  mil  y  quinientos  de 
á  caballo  eran  hombres  de  armas ,  y  el  resto  caballos  li- 
geros y  jinetes.  Estedia  no  se  hizo  mas  de  ver  y  en- 
tender la  gente,  y  enviar  algunos  caballos  ligeros  á  re- 
conocer qué  disposición  habia  cerca  de  Lobaton  para 
se  poder  poner  sobre  ella;  porque  el  parecer  de  todos 
era  que  Juan  de  Padilla  fuese  cercado  de  manera  que 
no  pudiese  salir  de  allí  sin  batalla ,  porque  con  ayuda  do 
Dios  tenían  por  cierta  la  victoria,  por  la  grande  y  cono- 
cida ventaja  que  en  número  de  gente  y  bondad  le  ha- 
cían ;  y  con  este  propósito  tornaron  á  sus  aposentos. 

CAPITULO  xvm. 

Del  propósito  y  acuerdo  que  Juan  de  Padilla  y  los  otros  capitanos 
comuneros  tenian,  y  cómo  pasó  la  batalla  de  Villalar,  y  las  co- 
sas que  después  de  pasada  sucedieron. 

Entendida  bien  por  Juan  de  Padilla  y  los  otros  capi- 
tanes comuneros  la  ventaja  que  el  campo  del  Empera- 
dor les  hacia ,  no  atreviéndose  á  pelear,  y  temiendo  de 
ser  salteados  y  entrados,  cayeron  tarde  eu  el  error  que 
habían  hecho  de  haber  esperado  tanto  en  Torre  de  Lo- 
baton ,  y  tomaron  por  el  mas  sano  consejo  salir  de  allí 
luego  lo  mas  aprisa  y  secreto  que  pudiesen,  y  no  pa- 
rar hasta  entrar  en  Toro  donde  podían  estar  seguros 
con  la  gente  y  favor  de  la  ciudad,  y  esperar  que  de 
León  y  Zamora  y  Salamanca  les  enviasen  socorro;  y 
verdaderamente,  si  ellos  hubieran  hecho  esto  antes 
cuando  tuvieron  lugar,  ó  entonces  salieran  con  ello,  la 
cósase  pusiera  en  grande  peligro  y  dificultad,  ansí  por 
lo  dicho  como  por  lo  que  sucedió  de  la  venida  de  los 
franceses,  con  los  cuales  se  afirma  que  algunos  dellos  y 
otros  desta  opinión  tenían  tratos  y  pláticas  por  cartas 
y  mensajeros ;  pero  plugo  á  Dios  por  la  bondad  y  buena 
ventura  del  Emperador,  que  se  ordenó  de  manera  que 
no  acertaron  en  sus  consejos  y  salieron  vanos  sus  pen- 
samientos. 

Queriendo  pues  poner  en  efeto  Juan  de  Padilla  lo 
que  tenía  acordado,  otro  dia,  que  fué  martes  á  23  de  di- 
cho mes  de  abril,  antes  que  amaneciese,  con  el  mas 
cuidado  que  pudo  mandó  levantar  y  armar  su  gente,  y 
en  comenzando  á  amanecer ,  empezó  á  caminar  con 
ella  la  vía  de  Toro ,  en  muy  buena  orden ,  llevando  de- 
lante su  artillería  é  infantería  en  dos  escuadrones,  y 
él  con  la  gente  de  á  caballo  en  su  retaguarda. 

Los  gobernadores  y  el  Capitán  General  fueron  luego 
avisados  por  sus  corredores  que  en  el  campo  traian,  có- 
mo Juan  de  Padilla  salía  de  Lobaton,  y  la  vía  que  lleva- 
ba, y  luego  á  la  mayor  prisa  que  fué  posible  manda- 


DF.  CASTILLA.  403 

ron  tocar  alarma,  y  partieron  en  su  alcance  con  todo  su 
campo;  y  porque  les  llevaba  tanta  ventaja,  que  era  im- 
posible alcanzarle  yendo  al  paso  de  la  infantería,  de- 
jada orden  que  caminasen  cuanto  pudiesen,  se  adeliin- 
taron  con  toda  la  caballería  y  alguna  artillería  de  cam- 
po ,  que  al  paso  que  llevaban  podia  ir  tirada  por  ca- 
ballos; y  llegando  á  vista  de  los  eneinigos,  les  mataron 
con  sus  tiros  algunos  soldados  y  les  fueron  dando  al- 
gunos alcances,  pensando  desordenarlos  y  romperlos  ó 
entretenerlos  hasta  que  su  infantería  los  alcanzase ;  pe- 
ro ellos  caminaban  tan  en  orden  ycerrados,  que  no  bas- 
tó esto  para  les  desordenar  en  mas  de  dos  leguas  que 
caminaron  ansí;  y  aun  dícese  por  cierto  que  dos  veces 
hizo  Juan  de  Padilla  alto ,  y  quisiera  dar  la  batalla  en 
dos  buenos  sitios  que  se  le  ofrecieron,  viendo  que  lo  ha- 
bia de  haber  con  la  caballería  sola ,  sino  que  sus  com- 
pañeros fueron  de  contrario  parecer  y  se  lo  estorbaron. 
Caminando  desta  manera  los  unos  y  los  otros,  llegan- 
do cerca  de  un  lugar  que  es  de  la  orden  de  Santiago, 
llamado  Villalar,  acabada  de  subir  una  cuesta  ,  descu- 
;  brieron  un  gran  prado  que  estaba  antes  de  llegar  al  lu- 
;  gar,  por  el  cual  los  escuadrones  de  los  comuneros  co- 
,  menzaron  á  caminar  mas  apriesa  y  á  se  desordenar  al- 
'•  go  de  la  vanguardia,  con  pensamiento  de  entrar  en  el 

lugar. 
i      El  capitán  general  del  campo  imperial  y  aquellos  sc- 
!  ñores  que  con  él  venian,  reconociendo  esto,  determi- 
i  naron  de  dar  en  ellos ;  y  sin  mas  lo  dilatar ,  todos  á  un 
'  tiempo ,  hechas  dos  batallas,  como  se  habia  ordenado 
en  la  batalla  real ,  á  la  mano  derecha  los  gobernadores  y 
I  todos  los  mas  de  los  grandes  y  señores  que  allí  se  halla- 
;  ron ,  y  en  la  de  la  mano  izquierda  la  vanguardia ,  y  en 
I  ella  el  conde  de  Haro ,  capitán  general,  con  la  gente  de 
]  las  guardas  y  de  señores ,  partieron  para  ellos. 
!      Ya  en  este  tiempo  habia  disparado  dos  veces  la  arti- 
:  Hería  de  los  enemigos  desde  Villalar,  adonde  habían 
'■■  llegado ,  y  mató  algunos  escuderos  de  la  vanguardia, 
i  á  uno  deílos  junto  al  conde  de  Haro  ,  y  otra  pelota 
llovó  el  pié  á  Pedro  de  Ulloa ,  un  caballero  de  Toro , 
I  hijo  de  Garcí  Alonso  de  Ulloa.  Juan  de  Padilla,  que 
!  aquel  dia  iba  como  hombre  de  armas,  con  una  ropeta 
;  de  brocado  sobre  ellas,  visto  que  ya  no  podia  excu- 
!  sarse  sino  huyendo,  determinó  de  pelear,  y  habien- 
;  do  esforzado  y  mandado  esperar  su  gente ,  con  algunos 
!  capitanes  y  la  gente  de  á  caballo  que  quiso  tener  con 
■  él ,  salió  al  encuentro  á  la  batalla  real ,  y  rompiendo  los 
!  unos  y  los  otros,  él  acertó  á  encontrarse  con  don  Pejro 
I  de  Bazan,  vizconde  de  Baldueña ,  el  cual  aunque  iba  a 
I  ki  jineta ,  como  caballero  esforzado,  no  dudó  su  encuen- 
tro ;  pero  llegando  primero  y  con  mas  fuerza  la  lanza 
de  Juan  de  Padilla,  lo  sacó  de  la  silla  sin  berilio;  y  sien- 
do fácilmente  rompidos  Juan  de  Padilla  y  los  que  con 
él  arremetieron ,  las  batallas  pasaron  á  dar  en  su  infan- 
tería ,  la  cual  si  quisiera  pelear  bien ,  la  victoria  fuera 
harto  sangrienta ,  según  la  ventaja  que  en  el  número 
hacían ;  pero  habiéndose'comenzado  á  desordenar  por  se 
entrar  en  el  lugar,  que  fué  causa  de  su  perdición,  hubo 
poca  resistencia,  y  aunque  algunos  cargaron  las  pic!|S 
y  esperaron ,  fueron  ansimismo  rompidos,  y  los  unos  y 
los  otros  volvieron  las  espaldas  huyendo.  El  conde  de 
Haro  y  algunos  señores  mancebos  y  otros  caballeros  si- 
gnieron  el  alcance  gran  trecho;  Juan  de  Padilla  y  don  Pe- 
dro Maldonado  ó  Pimentel  y  Francisco  Maldonado,  ca- 


400  PEI'^O 

pitan  de  Salamanca,  y  Juan  Bravo,  capitán  de  Segovia, 
habiendo  peleado  animosamente,  fueron  presos  en  la 
batalla,  y  el  Juan  de  Padilla  mal  jierído  en  una  pierna 
si  cual  prendió  don  Alonso  de  la  Cueva ,  caballero  muy 
esforzado,  Yccino  de  Jaén,  y  don  Hernando  de  Ulloa, 
capitán  de  Toro,  y  oíros  escaparon  huyendo.  Fueron 
muertos  de  1(»  comuneros  casi  quinientos  hombres  y 
no  mas,  porque  aquellos  señores  usaron  con  los  venci- 
dos de  misericordia ;  de  los  del  campo  del  Rey  quince 
ó  veinte  escuderos  y  pocos  mas  heridos.  Ansí  plugo  á 
nuestra  Señor  de  dar  esta  victoria  al  Emperador,  que 
fué  una  de  ías  mas  importantes  que  Dios  le  ha  dado, 
ansí  por  lo  que  se  remedió  con  ella  en  estos  reinos,  co- 
mo por  la  que  excusó  y  preservó  para  adelante;  lo  cual 
el  suceso  de  las  cosas  la  mostró  bien  después,  y  acertó 
á  ser  en  dia  del  bienaventurado  san  Jorge  y  en  un  cam- 
po llamado  de  los  Caballeros,  que  todo  parece  que  fué 
ayuda  á  aquellos  señores  que  fueron  ministros  della,  y 
ansí  el  campa  en  que  se  dio  la  batalla  como  el  santo 
que  cayó  en  aquel  dia  es  muy  señalado  en  estos  rei- 
nos, por  haber  nacido  en  semejante  dia  la  reina  cató- 
lica doña  Isabel,  tan  querida  y  amada  de  todos  ellos  con 
justa  razón.  Traían  ios  del  campo  de  la  Comunidad  cru- 
ces coloradas  y  los  del  campo  del  Emperador  cruces 
blancas,  que  fué  remedia  que  muckos  de  la  Comunidad 
tuvieron  para  escaparse,  quitándose  las  coloradas  y  po- 
niéndose las  blancas. 

En  este  tiempa peleó  en  Álava  Martin  Ruiz  de  Aven- 
daño  ,  con  gente  de  Vitoria  y  de  algunas  hermandades, 
contra  el  conde  de  Salvatierra  don  Pedro  de  Ayala,  y 
desbaratándole ,  le  tomó  la  bandera.  Tampoco  espera- 
ron los  que  estaban  sobre  Medina  de  Pomar  al  conde  de 
Salinas  y  al  deán  de  Burgos  cuando  supieron  que  iban 
contra  eüos,  antes  se  retrujeron  con  toda  la  priesa  que 
pudieroa. 

Presos  estos  cabañeros,  como  tenga  dicho,  otro  dia 
miércoles  se  mandó  hacer  justicia  dellos ;  y  ansí,  fueron 
degollados  Juan  de  Padilla  y  Juan  Bravo  y  Francisco 
Maldonado  en  el  lugar  de  Villalar  con  pública  pregón, 
en  que  los  declaraban  por  traidores;  el  cual  como  oye- 
se Juan  Bravo ,  capitán  de  Segovia ,  cnanda  lo  llevaban 
por  la  ealle ,  dija  al  pregonera  que  mentia  él  y  quien  se 
k)  habia  mandado ;  y  Juan  de  Padilla,  pareciéndole  que 
no  era  tienapade  semejantes  palabras,  le  dijo  :  «Señor 
Juan  Brava,  ayer  era  dia  de  pelear  como  caballeros^ 
pero  hoy  no  es  sinademorircomo  cristianos ; »  y  llega- 
dos al  lugar dcxnde fuero» degollados, queriendo  el  ver- 
dugo empezar  por  Juan  de  Padilla,  dicen  que  le  dijo 
Juan  Bravo  que  le  degollase  á  él  primero ,  porque  na 
viese  muerte  de  tan  buen  caballero. 

Ansí  acabaron  los  vanos  pensamientos  destos  caba- 
lleros con  titula  y  nombre  de  traidores,  por  haberse 
puesto  en  armas  contra  su  rey,  que  no  puede  ser  mayor 
deshonra  ni  afrenta.  Perdieron ,  juntamente  con  la  vi- 
da ,  la  nobleza  y  hidalguía  que  heredaron  de  sus  padres, 
ganada  par  ser  leales,  en  la  cual  pueden  tomar  ejem- 
plo todos  las  caballeros  y  hidalgos  para  nunca  apar- 
tarse del  servicio  de  su  rey  por  ninguna  cosa  que  acon- 
tezca, pues  no  solamente  lo  mandan  así  las  leyes  huma- 
nas, pero  las  divinas  y  santas  lo  dispanen  también;  y 
tanto ,  que  dice  san  Pablo  que  aun  á  los  malos  reyes  y 
príncipes  deijemos  ser  leales.   . 

üecU-i  esta  justicia ,  de  la  cual  escapó  por  entonces 


MEJIA. 

'  don  Pedro  Pimonlcl ,  capitán  Je  Safamanca,  á  interce- 
sión del  conde  de  Benavcnte,  con  quien  tenia  deudo, 
I  fué  llevado  preso  á  Simancas,  aunque  adelante  liuba 
i  el  mismo  íin,  como  se  dirá.  Los  gobernadores  cnvia- 
!  ron  requerhnientos  con  trompetas  á  todas  las  ciudades 
I  que  estaban  alzadas  ,  para  que  se  diesen  á  ellos  eu 
I  nombre  del  Emperador,  sino,  que  irian  con  su  campo 
i  á  les  hacer  cruel  guerra  y  castigar  como  merecían; 
,  y  el  misma  dia  ellos  y  aquellos  señores,  con  toda  la 
gente,  tornaron  la  via  de  Tordesillas;  mas  la  fama,  co- 
,  mo  mas  ligera ,  habia  llegada  primera  que  los  trom- 
petas, y  fué  de  tanto  efeta  perder  los  comuneros  esta 
batalla ,  y  puso  tanta  temor  la  nueva  della  en  los  capi- 
tanes y  pueblos  alzados,  juntamente  con  la  justicia  qüc 
se  habia  hecha,  que  no  pareció  sino  de  la  manera  que 
de  Sansón  cuenta  la  Sagrada  Escripturaque  tenia  su 
fuerza  en  un  cabella,  y  cortado  aquel,  la  perdia  toda, 
ansí  la  tenían  ellos  en  este  su  campa  y  en  estos  capita- 
nes suyos ,  porque  en  deshaciéudole,  perdieron  el  áni- 
j  mo  y  el  esfuerzo ,  y  los  orgullos  y  soberbias  se  trocaron 
en  temores  y  humildades ;  porque  pasados  tres  días 
¡  que  fué  la  victoria ,  vinieron  frailes  y  personas  reli- 
í  glosas  de  "Valladolid ,  á  tratar  por  aquella  villa  su  per- 
j  don ,  y  se  dio  con  ellos  asiento,  excepta  á  algunos  que 
!  parecieron  mas  culpados,  siendo  los  demás  perdona- 
dos ;  y  dentro  de  dos  días  los  gobernadores  y  los  gran- 
des fueron  á  Valladolid ,  donde  los  recibieron  con  gran- 
de solemnidad  y  obediencia,  habiendo  sido  el  lugar  de 
mayores  alborotos.  Los  mas  de  los  exceptados ,  que 
creo  fueron  doce,  se  ausentaran,  y  de  los  que  dellos 
fueron  hallados  se  hizo  justicia ;  y  haciendo  el  mismo 
concierto  en  Medina  del  Campo,  partieran  los  gober- 
nadores para  allá ,  y  los  mas  de  los  grandes  se  fueron 
para  sus  casas  á  descansar  de  los  trabajos  pasados;  y 
de  la  misma  manera  venían  cada  dia  mensajeros  de 
otras  ciudades  alzadas ,  y  eran  recebidos  y  perdonados, 
exceptando  á  algunas  personas  notablemente  culpa- 
das. Las  principales  dellas  fueron  Toro,  Zamora,  Sala  - 
manca.  Avila  y  otras;  y  porque  en  Segovia ,  aunque 
también  traían  el  mismo  trato ,  estaba  la  cosa  dudosa 
y  alterada,  por  las  grandes  diferencias  que  allí  habían 
pasado  entre  la  ciudad  y  el  alcázar,  que  la  Comunidad 
tenia  todavía  cercada  y  le  pretendía  quitar  al  conde 
de  Chinchón  don  Hernando  de  Bobadilla ,  acordaron 
los  grandes  y  Capitán  General  ir  con  gente  de  guerra 
á  aquella  ciudad  á  la  acabar  de  apaciguar,  aunque  se 
decia  ya  que  los  franceses  venían  sobre  Navarra  por 
allanar  primero  las  cosas  deste  reino ;  y  haciéndolo 
ansí ,  fueron  recebidos  en  Segovia  con  los  partidos  casi 
iguales  á  las  otras  ciudades;  de  manera  que  en  pocos 
dias  se  redujeron  al  servicio  real  todas  las  ciudades  de 
Castilla  que  estaban  levantadas  en  comunidad,  sino 
fué  Toledo ,  en  la  cual  pasaban  las  cosas  diferentemen- 
te; porque,  sabiendo  la  muerte  del  Juan  de  Padilla,  en 
lugar  de  enviar  á  pedir  misericordia ,  hicieron  de  nuevo 
su  capitán  al  obispo  de  Zamora,  que  allí  se  halló; 
aunque  el  Obispo,  como  algunas  aves  que  reconocen 
la  tormenta  y  mal  tiempo  se  recogen  y  apartan  al  abri- 
go, ansí  él,  adevinando  el  suceso  que  lodo  habia  de  ha- 
ber, pensando  ponerse  en  cobro,  dende  á  pocos  dias  se 
desapareció  y  huyó  de  la  ciudad  en  hábito  disimulado; 
y  llevando  la  via  de  Francia ,  fué  preso  en  Logroño ,  y 
estuvo  algunos  dias  en  prisión,  y  acabó  conforme  á 


la  vida  que  Iiabia  vivido.  Pero  doña  María  de  Padilla, 
endurecida  mas  con  la  muerfc  del  marido,  como  esta- 
ba apoderada  del  alcázar  y  de  las  puertas,  procuraba 
^char  fuera  de  la  ciudad  á  todos  los  que  le  eran  sos- 
pechosos; y  teniendo  cerca  de  sí  hombres  traviesos  y 
facinerosos,  y  amigos  de  guerras  y  bullicios,  estaba 
hecha  señora  y  tirana  de  aquella  ciudad  ;  de  manera 
que  aunque  se  asentó  tregua  por  ciertos  días  con  el 
Prior,  que  les  hacia  guerra,  para  tratar  de  reducirse  al 
servicio  del  Rey ,  no  se  pudo  asentar  cosa ,  porque  lle- 
gada la  nueva  que  los  franceses  venían  sobre  Navarra, 
doñaMcUÍa  y  sus  valedores  se  ensoberbecieron  de  nue- 
To ,  y  duró  lo  de  Toledo  muchos  días ,  y  padeció  aque- 
lla ciudad  por  sus  durezas  grandes  daños ,  por  la  guerra 


COMUNIDADES  DE  CASTILLA.  407 

que  el  Prior  y  don  Juan  de  Ribera  le  hacían.  Y  ansí  duró 
la  comunidad  en  Valencia  (i) ;  de  manera  que  fueron 
estas  dos  ciudades  como  reliquias  y  opilaciones  que 
suelen  quedar  de  grandes  y  largas  enfermedades  á 
los  hombres  que  no  acaban  de  sanar,  y  padecen  des- 
pués indisposiciones  y  trabajos. 


(1)  De  ?o  ocurrido  en  el  reino  de  Valencia  y  en  la  ciudad  de  To- 
ledo hasta  la  corapleta  reducción  de  los  sublevados  y  fuga  á  Por- 
tugal de  doña  María  Pacheco,  esposa  de  Padilla,  da  cuenta  Mejla 
mas  adelante,  en  el  libro  iii  de  su  Historia  de  Carlos  V ;  pero  fi- 
nalizando aquí  el  libro  que  consagró  exclusivamente  á  las  Comu- 
nidades, y  no  ofreciendo  interés  alguno  los  fragmentos  que  pu- 
diéramos añadir,  preferimos  no  alterar  las  divisiones  que  puso  el 
autor  á  su  obra,  dejándola  en  el  punto  donde  él  mismo  la  ter- 
mina. 


COMENTARIO 


DE 


LA  GUERRA  DE  ALEMANIA 

HECHA  POR  CARLOS  V, 

MÁXLMO  EMPERADOR  ROMANO,  REY  DE  ESPAÑA,  EN  EL  AÑO  DE  1546  Y  1547; 


POR  EL  ILUSTRE  SEJiOR 


DON  LUIS  DE  AVILA  Y  ZUMGA, 

comcnilaJor  mayor  de  Alcántara. 


Sacra  majestad  :  Suélense  hacer  á  los  príncipes  presentes  de  las  cosas  mas  preciadas  que  ha- 
lla el  que  los  hace;  y  así,  le  hago  yo  á  vuestra  majestad  de  una  de  mucho  mas  valor  que  todas 
cuantas  se  pueden  hallar,  y  es  una  relación  de  parte  de  sus  hechos ;  porque  en  la  de  todos  ellos, 
otros  ingenios  y  otro  estilo  mejores  que  el  mió  se  han  de  ocupar.  No  va  tan  extendida,  que  no  se 
pueda  añadir  mucho  en  ella;  mas  va  tan  verdadera  y  sucinta,  que  si  algo  se  le  quitase,  seria  hacer 
agravio  á  la  verdad  del  que  la  escribió.  Vuestra  majestad  la  lea,  y  dé  gracias  á  Dios,  que  le  hizo  tan 
gran  principe,  y  tan  merecedor  de  serlo,  que  es  mas;  y  también  nosotros  se  las  daremos,  pues 
nos  le  dio  por  señor;  que  tanto  le  debo  vuestra  majestad  por  lo  uno,  como  nosotros  por  lo  otro. 
De  vuestra  majestad  vasallo  y  hechura ,  que  sus  imperiales  manos  besa , 

Don  Luis  de  Avila  y  Zúñiga. 


COMENTARIO 


.A  GUERRA  DE  ALEMANIA 


a) 


L'sTABAN  ya  Tas  cosas  Je  Alcrnanía  en  tafes  términos, 
que  liabia  venido  ;'i  ser  tan  grande  el  poder  de  los  que 
proteslaban  la  nuera  religión,  que  se  via  claramente 
cuan  necesario  era  que  Dios  pusiese  su  remedio  en 
ellas.  Porque  el  que  con  fuerzas  humanas  podia  reme- 
diallas  tenia  tantas  dificultades,  que  por  ningún  dis- 
curso se  pedia  alcanzar  el  medio  que  podía  tener  para 
remedio  de  tanto  mal;  porque  si  el  negocio  se  habia 
de  acabar  por  maña  y  consejo,  eran  tantos  los  pueblos 
y  los  principales  con  quien  se  habia  de  negociar,  que 
en  muy  largo  tiempo  y  con  muy  gran  dificultad  se 
pudieran  traer  á  nna  concordia  y  voluntad;  y  sí  por 
fuerza  scquisicra  llevar,  era  cosa  dificilísima,  porque 
Ja  confederación  y  liga  que  entre  sí  tenian  era  tan  gran- 
de, que  ninguna  parte  habia  en  Alemania  donde  los 
luteranos  no  fuesen  los  mas  poderosos ,  excepto  CJéves 

(1)  Er  fexta  qae  para  esta  reimpresión  íiemos  adoptado  es  el  de 
la  de  Madrid  de  1767,  hecha  por  {■'raiicisco  Javier  García ,  y  á  f;illa 
lie  la  edición  príncipe,  qoe  no  hemos  podido  adíjuirir,  y  que  debió 
ser  defectuosrsirasf,  hcn«)s  tenido  presente  la  segunda ,  impresa  en 
Vcnecia  por  Fraitcisco  Marcolini,  el  ano  1552.  El  cotejo  de  una 
eon  otra  nos  ha  servido  para  enmendar  los  inlinitos  yerros  de  am- 
bas, y  solo  en  el  principio  déla  obra  hemos  hallado  inconciliables 
MIS  variantes, consistiendo,  como  consisten,  en  una  adición  que  res- 
pecto 3  la  impresión  de  Madrid  tiene  la  de  Venecia.  Es  un  exordio 
é  introducción,  que  puede  ser  muy  bien  snplemento  del  editor ;  mas 
eomo  en  él  se  relicreii  algunos  preliminares  que  no  carecen  de  im- 
portancia ,  juzgamos  conveniente  reproducirlo  en  su  mayor  parte , 
para  no  privar  á  los  tectore*de  una  ilusfracíoii  que  ignoramos  por 
qué  causa  se  omitiese  posterionneníe.  El  trozo,  copiado  á  la  letra, 
liespnés  de  nnos  cnantos  períodos  en  que  el  autor  encarece  la  im- 
portancia de  su  empresa,  dice  así : 

«...Escribiré  yo  pues  esta  guerra  brevemente,  como  conviene  á 
&n  comentario , y  fielmente,  de  la  manera  que  la  vi,  hallándome 
Vresente  á  toda  ella  cerca  del  Emperador,  mi  señor,  adonde  podia 
mas  particHlarmentc  saber  y  ver  la  verdad  de  lo  que  allí  pasaba. 
Alemana,  provincia  grandísima,  es  hoy  toda  ella  divisa  en  dos 
partes  por  el  rio  dicho  Asímogou'.  La  que  va  y  acaba  en  la  ribera 
del  mar  Océano  llaman  comunmente  la  baja ;  y  ¡a  otra,  que  va  hacia 
Italia  ,  se  llama  alta.  En  ambas  hay  gran  número  de  ciudades,  de 
villas  y  castillos,  parte  de  los  cuales  llaman  imperiales,  por  ser, 
como  son ,  patrimonio  del  imperio ;  otra  parte  es  de  tierras  francas, 
que  viven  libres  á  modo  de  república  ;  hay  también  otra  sujeta  á 
duques,  marqueses,  condes,  baronesy  señores,  ansí  eclesiásticos 
como  seglares.  Mas  de  todas  ellas  y  ellos  es  cabeza  y  superior  el 
Emperador,  elegido  de  siete  príncipes,  llamados  por  esta  elección 
electores,  tres  de  los  cuales  son  eclesiásticos:  arzobispo  de  Ma- 
guncia, arzobispo  de  Colonia  y  arzobispo  de  Tréveresjtos  otros 
cuatro  son  conde  Palatino,  duque  de  Sajonia  y  el  marques  de  Bran- 
daraburque ;  los  cuales,  siendo  ¡goales  en  votos,  tienen  por  séptimo 
el  serenísimo  rey  de  Bohemia,  para  poder  juzgar  mejor  en  la  elec- 
ción. Promete  con  juramento  toda  Alemana  al  nuevo  emperador 
elegido  obediencia  y  lidelidad  contra  los  inobedientes  á  su  majes- 
tad, y  promete  el  Emperador  á  aquella  provincia  de  conservarle  su 

*  Si  no  es  el  Danubio  ó  donan,  como  le  llaman  los  alemanes, 
i;;noramos  á  qué  otro  rio  puede  atribuirse  nombre  tan  peregrino, 
que  no  se  halla  en  ninguna  geografía  antigua  ni  moderna.  Es  evi- 
dentemente una  errata ,  pero  indescifrable. 


y  Caviera  ;  la  cuaT,  aunque  en  fa  profesión  era  eatóíí- 
ea,temporizabacoH  los  luteranos,  mostrándose  tan  ami- 
ga dellos  como  délos  católicos;  de  manera  que  se  po- 
dia decir  casi  neutral.  Todo  el  resto  de  Alemania  (no 
comprehendiendo  las  tierras  del  rey  de  romanos  y  al- 
gunas pocas  ciudades  imperiales)  estaba  dentro  de  la 
liga  Esmalcalda  (que  así  se  llama  la  liga  de  los  protes- 
tantes, por  el  lugar  donde  se  hizo),  y  las  que  fuera  de- 
Ha  están ,  eran  declaradas  luteranas.  Las  católicas  prin- 
cipales eran  Colonia  y  Metz  de  Lorena  y  Aquisgran  y 
otras  pequeñas  y  muy  pocas.  Las  principalesdelaliga 
eran  Augusta  y  Uhna  y  Argentina  y  Francfort,  ciu- 
dades riquísimas  y  poderosísimas;  y  sin  estas,  Lubec  y 
Brema ,  Brunsvic  y  Hamburg,  ciudades  muy  principa- 
les, yjimtamente  con  ellas  otras  infinitas.  Nuremberg 
1  y  Norling,  Rotemburg  y  otras  muclias,  cuyo  aúmero 

í 

]    libertad  y  leyes.  La  manera  de  administrar  Justicia  es  por  vía  de- 
dietas ,  de  las  cuales  es  cabeza  y  autor  el  Emperador  cada  vez  que 
:    se  ofrece  necesidad  de  convocar  estas  cortes  por  servicio  del  impe- 
'■    río  y  benelicio  de  la  provincia.  Entre  otras  machas  y  buenas  leyes 
de  Alemana,,  y  que  hacen  á  propósito  deste  comentario,  una  es  que 
BingLin  príncipe,  señor,  ciudad  ó  villa  pueda  mover  guerra  ni  lia- 
\   €cr  fuerza,  eon  pretexto  de  religión  ó  por  otras  causas,  á  otro,  sin 
'    expresa  licencia  del  Emperador  ó  de  la  dieta  ,  eon  eoncficion  que 
!    el  tal  no  hubiese  sido  declarado  rebelde  del  imperio,  y  dádofe,  co- 
mo ellos  dice»,  el  bando  imperial ;  lo  cual  no  quiere  decir  otra 
cosa  qae  dar  licencia  para  que  cualquiera  le  pueda  matar  ó  pren- 
der, y  ansimismo  ocuparle  los  bienes.  En  el  año  de  28  del  imperio 
de  Cario  V  Máximo,  Juan  Federico,  duque  de  Sajonia, elector, y 
Fílipo,  lanlgrave  de  Asía ,  aquel  hombre  de  gra»  casta  y  gran  es- 
tado, y  este  de  gran  séquito  y  astucia ,  por  ventura  no  contentos  de 
su  fortuna,  aspirando  á  mayores  cosas,  llevaron  tras  si  algunos 
años  antes  diversos  pueblos  y  señores,  con  color  de  una  rmeva  se- 
ta luterana,  que  habia  tenido  principio  de  un  fraile  augustíno  lia- 
Biado  Martin  Lutero,  que  permite  gran  libertad  y  licencia  de  vida : 
propio  celo  para  llevar  tras  sí  pueblos ;  y  ansí  es  que,  hallándose 
ios  dichos  por  esto  con  mucha  potencia  y  soberbia,  y  con  poca 
obediencia  al  Emperador  y  á  sus  dictas ,  siendo  llamados  poréf  y 
i    por  ellas,  ó  no  venían,  ó  viniendo,  no  tenian  el  respeto  que  conve- 
nia y  eran  tenidos  á  su  superior;  y  eran  ya  llegados  á  términos 
'    que  hecha  entre  sí  la  liga  ( dicha  por  el  lugar  donde  se  concluyó, 
'    Smacáldka),  celebraban  aparte  entre  sí  dietas,  y  hacían  ayunta- 
j    míenlos,  en  depresión  de  la  majestad  del  Emperador;  y  habíéndo- 
1    lo  él  disimulado  por  algunos  justos  respetos,  y  por  impedímientos 
I    de  otros  grandes  negocios  y  guerras ,  ansí  de  África  y  Hungria  co- 
mo de  otras  partes ;  en  fin ,  viendo  la  soltura  destos ,  y  que  la  lla- 
ma se  iba  avivando,  de  manera  que  aquella  provincia  tan  antigua, 
de  tanta  religión  y  iusticla ,  por  falta  de  lo  uno  y  de  lo  otro  se  venia 
á  perder,  si  no  fuese  puesto  el  remedio  oportuno,  y  viendo  que 
estos  dos  príncipes ,  con  ayuda  de  las  ciudades  y  de  los  demás  de 
sn  liga,  iban  á  damnificar  por  su  autoridad  á  quien  ellos  les  venia 
á  cuenta ,  si  bien  fuesen  sujetos  al  imperio,  el  Emperador,  movido 
de  tan  justas  cansas ,  se  dispuso  al  remedio  de  males  tan  importan, 
tes  como  se  veían  y  esperaban.» 

Hasta  aquí  la  impresión  veneciana  de  V6''>'i,  pues  aunque  des- 
pués dilicre  todavía  unas  cuantas  líneas  de  la  de  Madrid ,  que  nos 
sirve  de  guia,  es  tan  solo  en  las  palabras,  yendo  las  dos  acordes 
en  la  sustancia ;  y  cuando  mas  adelante  ocurre  lo  contrario, como 
sucede  algunas  veces,  preferimos  y  copiamos  la  mas  exacta. 


COMENTARIO  DE  LA  GV 

e^  tan  grande,  que  por  esto  no  lo  escribo,  no  estaban  en 
¡a  liga,  aunque  eran  luteranas;  de  manera  que  la  poten- 
cia de  las  unas  y  las  otras  se  podía  decir  que  era  la  del 
imperio.  Los  principes  y  señores  de  Alemania  que  es- 
taban compreliendidos  eran  todos  los  del  imperio,  ex- 
cepto el  rey  de  romanos,  y  duque  de  Baviera  ,  y  du- 
que de  Cléves,  y  algunos  pocos  genliles-liombres,  que 
por  ser  tan  pocos,  no  se  liace  relación  dellos;  y  aun 
destos  siempre  liabia  algunos  que  de  nuevo  se  juntaban 
en  la  amistad  de  los  luteranos ,  los  cuales  aun  fuera  del 
imperio  tenian  amistades  poderosas  cuanto  sospecho- 
sas. Estando  pues  en  esta  potencia  tan  grande,  que 
cada  dia  crecia  su  soberbia  con  ella ,  juntamente  tra- 
taban muchas  cosas,  que  no  solamente  eran  la  ruina 
del  imperio,  mas  total  destruicion  de  la  república  cris- 
liana  ;  porque  ellos  designaban  un  nuevo  imperio ,  y 
juntamente  con  esto,  todas  las  novedades  que  se  re- 
querían para  ser  nuevo. 

En  este  tiempo  su  majestad  estaba  en  Flándes  orde- 
nando algunas  cosas  que  tocaban  á  aquella  provincia; 
lüs  cuales  puestas  en  la  orden  que  con  venia,  se  partió 
para  Alemania,  pasando  por  Utrerjue,  dondehizo  el  ca- 
pítulo de  su  orden  del  Tusón,  y  allí  le  dio  á  algunos  ca- 
balleros, ansí  de  España  como  de  Flándes  y  Alemania 
y  Italia;  y  visitando  después  todo  el  ducado  de  Uuél- 
dres,  pocos  años  antes  ganado  por  su  majestad,  vino 
á  Mastrique  sobre  la  Mosa,  adonde  tuvo  algunas  emba- 
jadas de  señores  de  Alemania;  los  cuales,  entre  otras 
cosas,  parecían  que  estaban  algo  escandalizados  de  una 
fama  que  entre  ellos  se  había  divulgado,  la  cual  era  que 
su  majestad  con  grc-^n  gente  de  armas  y  mucha  infante- 
ría iba  en  Alemania;  mas  entendido  del  que  no  pensa- 
ba en  cosa  semejante,  se  desengañaron  de  lo  que  habían 
creido;porque  sumajestad  no  quería  llevarsinola  com- 
pañía acostumbrada,  que  eran  su  corte  y  quinientos  ca- 
ballos ,  que  ordinariamente  todas  las  veces  que  pasa  de 
Flándes  para  Alemania  lleva  consigo.  Y  acompañado 
destos,  partió  de  Mastrique  con  su  corte,  donde  se 
despidió  de  la  reina  María,  su  hermana;  y  por  el  duca- 
do de  Luxemburg,  también  nuevamente  cobrado  de 
franceses,  entró  en  Alemania,  donde,  aunque  las  sos- 
pechas que  los  della  habían  tenido  estaban  al  parecer 
quitadas,  no  por  eso  sus  intenciones  estaban  tan  segu- 
ras, que  no  pudiera  suceder  harto  peligro  dellas;  mas 
su  majestad  se  determinó  á  todo ;  y  así,  llegó  á  Espira , 
adonde  el  conde  Palatino  y  su  mujer,  sobrina  de  su  ma- 
jestad, vinieron  á  visitarle.  También  el  Lantgrave  vino 
allí ,  cada  uno  dellos  á  negociación,  conforme  á  sus  de- 
siuios,  el  Conde  á  ver  si  hallaría  medio  de  algún  con- 
cierto para  las  cosas  de  Alemania ,  y  Lantgrave  por  ver 
si  podría  tratar  alguna  que  fuese  A  propósito  de  las  que 
él  pretendía;  mas  el  Conde  no  halló  aparejo  en  los  ne- 
gocios para  loque  él  quería,  ni  Lantgrave  en  su  ma- 
estad  para  su  intención ;  y  así,  se  partieron  el  uno  y  el 
otro ,  y  el  Conde  pocos  días  después  se  juntó  con  los  de 
la  Liga. 

Su  majestad  partió  de  Espira,  habiendo  estado'en  ella 
cuatro  ó  cinco  días,  y  pasando  por  allí  el  Rin,  atra- 
vesando la  Suevía,  vino á  Donavert  y  á  Ingolstat  y  á  Ra- 
lisbona,  adonde  e^Ljtba  convocada  la  dieta  del  año  pa- 
sado. Allí  vinieron  procuradores  de  los  príncipes  de  Ale- 
mania y  de  las  ciudades  della,  y  se  comenzaron  á  tratar 
algunas  cosas  que  tocaban  al  bien  del  imperio  y  república 


ERRA  DE  ALEMANIA.  4fl 

cristiana.  En  el  tiempo  que  su  majestad  allí  estuvo  se 
casóla  hija  mayor  del  rey  de  romanos,  llamada  Ana,  con 
el  hijo  del  duque  de  Baviera,  y  la  segunda,  llamada  Ma- 
ría, con  el  duque  de  Cléves.  Yo  me  doy  priesa  píira  co- 
menzar la  guerra  que  su  majestad  hizo  contra  los  lute- 
ranos ,  cuya  potencia  era  tan  grandísima;  y  por  esto  no 
me  detendré  en  escribir  particularmente  todas  las  co- 
sas que  sucedieron  antes  que  se  comenzase,  ni  otras 
particularidades  que  locan  al  estado  en  que  estaba  hi 
religión;  porque  esto  y  otras  cosas  quedarán  para  los 
que  tienen  cargo  de  escribirlas  por  extenso.  Solamente 
escribiré  aquello  que  como  testigo  de  vista  puedo  decir 
con  verdad. 

Ya  las  ciudades  de  la  Liga  y  señores  della  comenza- 
ban abíerlamcnte  á  mostrar  cuan  pocose  había  de  con- 
cluir en  aquella  dieta  de  todo  lo  que  su  majestad  pre- 
tendía ,  y  juntamente  con  esto  se  comenzaban  á  escan- 
dalizar, porque  entendían  que  sumajestad  tenia  inten- 
ción de  poner  los  negocios  en  aquellos  términos  que 
al  servicio  de  Dios  y  bien  de  la  cristiandad  y  al  olicio 
que  él  tiene  convenían,  para  lo  cual  habían  venido  al- 
gunos coroneles  allí  á  Ratisbona  pormandadosuyo;y 
aunque  tan  pequeños  aparejos  para  guerra  tan  grande 
pudieran  estar  secretos ,  no  dejaron  de  saberlo  los  pro- 
curadores de  señores  y  villas  que  allí  estaban,  porque 
verdaderamente  no  les  falta  poder  ni  astucia  :  así  que, 
juntándose  un  dia,  vinieron  á  hablar  á  su  majestad 
todos  juntos.  La  suma  de  la  habla  fué  decir  que  ha- 
bían sabido  cómo  su  majestad  mandaba  llamar  algu- 
nos coroneles  y  capitanes,  y  que  esto  era  para  man- 
dalles  hacer  infantería;  que  suplicaban  á  su  majes- 
tad les  diese  á  entender  si  tenia  guerra  en  alguna  par- 
te ,  ó  contra  quién  la  quería  comenzar ;  porque  ellos 
procurarían  de  serville  en  ella  conforme  á  lo  que  pu- 
diesen, como  otras  veces  lo  habían  hecho.  Su  ma- 
jestad íes  respondió  que  él  mandaba  hacer  alguna  gen- 
te, y  que  esta  era  para  castigar  algunos  rebeldes  del 
imperio;  y  que  quien  para  esto  le  sirviese  y  ayudase, 
su  majestad  le  tendría  por  bueno  y  leal  servidor ,  y  él 
seria  buen  emperador,  y  como  ellos  dicen,  gracioso 
señor;  y  que  el  que  hiciese  lo  contrario ,  su  majestad  le 
tendría  en  la  misma  cuenta  que  á  los  rebeldes  por  cu- 
ya causa  la  guerra  se  bacía.  Y  con  esta  respuesta  se  sa- 
lieron los  de  la  Liga,  y  se  fueron  á  sus  posadas,  y  de  ahí 
á  poco  á  sus  casas  y  desús  señores ;  y  desde  aquí  se  co- 
menzó la  guerra ,  la  cual  procuraré  describir  tan  parti- 
cularmente cuanto  la  memoria  me  ayudare;  mas  pri- 
mero es  menester  entender  dónde  estaba  su  majestad 
cuando  ella  se  declaró,  y  los  aparejos  que  en  aquel 
tiempo  estaban  hechos,  porque  se  entienda  cómo  fué 
tan  grande  la  determinación  cuanto  la  dificultad;  la 
cual  entenderá  bien  el  que  consideradamente  leyere 
este  Comentario  mío. 

Su  majestad  estaba  en  Ratisbona,  donde  la  dieta  se- 
había  convocado,  la  cual  está  asentada  sobre  el  Danu- 
bio, y  es  la  última  de  las  ciudades  imperiales  que  están 
á  la  ribera  dcste  rio  hacia  Austria.  Su  asiento  se  cuen- 
ta en  Baviera ;  es  ciudad  grande  y  de  las  luteranas. 
Dende  allí  á  Augusta  hay  diez  y  ocho  leguas,  y  á  In- 
golstat ,  que  es  el  postrero  lugar  de  Baviera ,  hay  nue- 
ve. Del  Danubio  arriba ,  desde  Ingolstat  adelante  hasta 
Colonia,  toda  Alemania,  excepto  algunos  obispos  y  po- 
cas villas,  era  luterana ;  y  los  que  no  lo  eran ,  por  con- 


412 

servarse ,  daban  lambien  vituallas  á  los  enemigos, 
como  las  otras.  El  duque  de  Baviera,  aunque  católico, 
trataba  estos  negocios  tan  atentadamente,  ya  que  no 
digamos  tímidamente ,  que  tardó  en  determinarse  mu- 
cho tiempo  ;  la  cual  indeterminación  no  acrecentó  poco 
la  dificultad  de  nuestra  guerra ,  porque  á  determinarse 
mas  presto,  pudiera  su  majestad  tener  las  provisio- 
nes necesarias  un  mes  antes ;  y  no  solamente  hubo  es- 
te inconveniente,  mas  aun  el  rey  de  romanos,  por  los 
negocios  que  se  le  ofrecieron,  tardó  en  venir  un  mes 
mas  de  lo  que  su  majestad  le  esperaba ,  siendo  su  veni- 
da tan  necesaria  cuanto  por  las  cosas  que  con  él  se  con- 
■  cortaron  se  podrá  ver;  y  juntamente  con  esto,  no  dejó 
de  dañar  mucho  el  poco  secreto  ó  poco  recafamiento 
que  algunos  ministros  de  su  santidad  tuvieron ,  y  algu- 
nos eclesiásticos  que,  con  pasión  ó  con  afección,  no  su- 
pieron callar.  De  manera  que  los  enemigos  lo  vinieron 
á  entender  antes  que  los  amigos  de  su  majestad  ni  nin- 
guna cosa  de  las  necesarias  estuviese  en  orden;  por- 
que el  Emperador  entonces  no  tenia  levantado  un  ale- 
mán ,  ni  los  españoles  se  habían  movido  de  las  tres  par- 
tes donde  estaban,  que  son  las  que  adelante  se  dirán, 
ni  su  santidad  habia  comenzado  á  hacer  la  gente  que 
liabia  de  enviar.  Solamente  la  determinación  del  Em- 
perador era  nuestra  fortaleza,  y  el  poder  de  los  católi- 
cos que  tenia  en  Alemania. 

Los  de  Augusta  fueron  los  primeros  que  comenzaron 
ú.  levantar  gente  y  ponerse  en  arma ;  y  esto  no  con  nom- 
bre de  ser  contra  el  Emperador,  porque  en  el  mesmo 
tiempo  dejaban  entrar  en  su  ciudad  á  todos  los  criados 
de  su  majestad  que  iban  allí  á  hacer  armas  ó  á  pagar  las 
que  habían  hecho.  Ya  cuando  esto  pasaba,  su  majestad 
habia  enviado  sus  coroneles  para  levantar  la  infantería 
alemana ,  los  cuales  eran  Aliprando  Madrucho,  herma- 
no del  cardenal  de  Tremo,  y  Jorge  de  Renspurg ,  sol- 
dado viejo  y  que  en  muchas  guerras  habia  servido  á  su 
majestad;  y áXamburg  también  se  dio  otra  coronelía, 
y  al  marqués  de  Mariñano,  el  cual  era  juntamente  ge- 
neral de  la  artillería.  Cada  uno  destos  cuatro  coroneles 
habia  de  levantar  cuatro  mil  alemanes.  Estas  cuatro 
coronelías  alemanas  se  hicieron,  según  costumbre,  dos 
regimientos :  el  uno  se  llamaba  de  Madrucho ,  en  el  cual 
entraba  la  coronelía  del  marqués  de  Mariñano;  y  el  otro 
se  llamaba  de  Jorge  de  Renspurg ,  en  el  cual  entraba  la 
deXamburg.  Después  desto  se  repartieron  entre  estos 
dos  regimientos  igualmente  otras  diez  banderas  que  su 
majestad  mandó  hacer  al  bastardo  de  Baviera  y  á  otros 
capitanes ;  de  manera  que  vinieron  á  ser  cincuenta  ban- 
deras de  tudescos ,  veinte  y  cinco  en  cada  regimiento. 
Proveyó  su  majestad  juntamente  que  viniese  don  Alvaro 
de  Sande  de  Hungría  con  su  tercio,  que  eran  dos  mil  y 
ochocientos  españoles,  y  que  Arce  viniese^onlosde 
Lombardía,  que  eran  tres  mil;  y  el  marqués  Alberto  de 
Brandemburg  envió  luego  por  los  caballos  con  que  era 
obligado  á  servir,  que  eran  dos  mil  y  quinientos,  aun- 
que parte  dellos  se  debían  de  dar  y  se  dieron  después  al 
Archiduque  de  Austria.  El  marqués  Juan,  hermano  del 
elector  de  Brandemburg,  se  partió  luego  para  traer 
seiscientos  caballos  con  que  servia ,  y  el  maestre  de 
Prusia  habia  de  traer  mil ;  el  duque  Enrique  de  Brans- 
vique,  el  mancebo,  cuatrocientos ;  el  príncipe  de  Hun- 
gría, archiduque  de  Austria^  mil  y  quinientos.  Mas 
loda  esta  caballería  so  hacia  en  tantas  partes  de  Alc- 


DON  LLIS  DE  ÁVILA  Y  Z LAICA. 


manía,  que  para  juntarse  hubo  después  grandísima  di- 
ficultad, por  estar  en  medio  dellos  y  de  su  majestad  todo 
el  poder  de  los  enemigos,  como  adelante  se  podrá  ver. 
Ya  en  este  tiempo  habia  mandado  hacer  su  santidad  la 
gente  de  Italia  que  habia  de  enviar;  así  que  su  majes- 
tad, habiendo  proveído  estas  cosas ,  escribió  á  Flándes 
al  conde  de  Bura ,  y  enviando  recaudo  para  ello,  mandó 
que  trujóse  diez  mil  alemanes  bajos  y  tres  mil  cabíillos. 
Todo  este  campo  junto  era  bastante  para  combatir  con 
otro  cualquiera;  mas  siendo  fuerzas  que  se  habían  de 
juntar  de  tantas  partes,  no  bastaba  ninguna  dellas  por 
sí  á  ser  tan  poderosa,  que  con  razón  combatiese  con 
ninguna  de  los  enemigos ;  los  cuales,  antes  que  su  ma- 
jestad tuviese  juntos  setecientos  caballos  y  dos  mil  ale- 
manes de  los  de  Madrucho,  y  tres  mil  de  los  de  Jorge, 
y  los  españoles  de  Hungría ,  salieron  de  Augusta  con 
veinte  y  dos  banderas  de  infantería  de  la  misma  ciudad, 
y  seis  del  duque  de  Yitemberg  y  cuatro  de  los  de  Lima, 
y  mil  caballos  y  veinte  y  ocho  piezas  de  artillería,  debajo 
de  nombre  que  iban  contra  los  soldados  que  habían  de 
venir  de  Italia,  los  cuales  ellos  decian  que  eran  envia- 
dos por  el  Papa  para  destruir  á  Alemania,  y  que  en  este 
negocio  no  tocaban  en  el  Emperador,  ni  mostraban  que 
por  el  pensamiento  les  pasaba  de  alzar  contra  él  sus 
banderas,  sino  contra  la  gente  del  Papa ;  y  así,  fueron 
derechos  á  la  Chusa.  Y  para  que  esto  mejor  se  entien- 
da, se  ha  de  saber  que  desde  Italia  para  venir  en  Ba- 
viera se  ha  de  venir  por  Trento,  y  de  allí  á  losprug 
hay  un  camino ,  y  desde  Insprug  para  entrar  en  Baviera 
hay  dos,  el  uno,  por  el  rio  abajo,  viene  á  Rofpstain,  que 
es  una  villa  cercada  muy  fuerte  de  Tirol,  para  entrar  en 
Baviera ;  el  otro  es  mas  alto,  hacia  Suiza,  el  cual  va  po 
un  valle ,  y  á  la  boca  deste  valle  está  un  castillo  harto 
fuerte ,  que  cierra  la  salida  del ,  y  esta  es  la  otra  entra- 
da en  Baviera.  Luego  está  Fiesen ,  una  villa  del  carde- 
nal de  Augusta;  luego  Queinten,  villa  imperial  de  las  pri- 
meras luteranas,  y  luego  Memminguen ,  también  impe- 
rial luterana,  y  ambas  á  dos  luteranas  de  la  liga  de  Au- 
gusta ;  y  esta  fué  la  causa  de  la  primera  empresa  dellos, 
por  parecelles  que  les  convenia  tener  tomado  aquel 
paso  que  mas  cerca  de  sí  tenían;  y  así,  con  catorce  ó 
quince  mil  hombres  y  mil  caballos,  llevaron  por  capi- 
tán á  Sebastian  Xertel ,  del  cual  se  dice  que  fué  alal)ar- 
dero  de  su  majestad,  y  cuando  el  saco  de  Roma  taberne- 
ro, y  después  en  la  guerra  de  Sandresí  preboste  de  justi- 
cia en  los  alemanes  por  su  majestad;  del  cual  recibió  tan- 
to bien,  que  en  el  tiempo  desta  guerra  estaba  tan  rico  y 
tenido  por  hombre  tan  principal  de  los  de  Augusta,  que 
por  tal  fué  elegido  por  general  desta  empresa,  y  después 
lo  fué  en  toda  la  guerra,  de  la  infantería  que  las  villas  da- 
ban para  ella;  así  que  ellos  con  este  campo  llegaron  á 
Fiesen ,  la  cual  Xertel  tomó  sin  contradicción  algunas 
y  yendo  sobre  la  Chusa,  se  le  entregó  sin  esperar  golpe 
de  cañón.  Alguna  culpa  echan  al  capitán  del  castillo ; 
mas  esto  quede  para  que  lo  averigüe  el  rey  de  roma- 
nos, que  es  su  señor.  Estaban  cerca  de  allí  cuatro  ó  cin- 
co mil  alemanes  do  los  de  Madrucho  y  del  marqués  de 
Mariñano,  porque  los  demás  estaban  en  Ralisbona  á  la 
guardia  de  la  persona  de  su  majestad :  estos  moslraron 
gran  voluntad  de  combatir,  mas  lofe'coroneles  no  lo  con- 
sintieron, por  ser  la  ventaja  tan  conocida;  y  aunque  no 
lo  fuera ,  no  era  razón  aventurar  la  empresa  por  lo  que 
se  ganaba  en  deshacer  la  gente  de  Augusta,  pues  les 


COMENTARIO  DE  LA  GIIERHA  DE  ALEMANIA. 


413 


quedaban  á  los  enemigos  otras  fuerzas  muy  mayores ; 
y  así,  estos  alemanes  nuestros  se  vinieron  por  mandado 
de  su  majestad  a  alojar  junto  á  Ratisbona ,  y  lo  mismo 
iíizo  Jorge  de  Renspurg ,  que  ya  liabia  liecho  su  coro- 
nelía cerca  de  las  tierras  de  Lima. 

En  este  tiempo  los  enemigos,  que  habían  tomado  la 
Chusa,  caminaron  derechos  ú  Insprug  con  intención  de 
tomaile,  que  fuera  empresa  tan  importante  si  la  acaba- 
ran, que  pudieran  acabar  lo  demás;  porque  puestos 
allí,  eran  señores  de  los  dos  caminos  que  tengo  dicho 
que  entran  de  Tirol  en  Baviera ,  y  también  lo  fueran 
del  que  viene  desde  Italia  y  Trento  hasta  Insprug;  de 
manera  que  cerraban  y  señoreaban  todas  aquellas  par- 
tes por  donde  al  Emperador  le  podían  venir  dineros  y 
gente;  mas  los  de  Insprug,  que  tenían  á  cargo  el  go- 
bierno de  la  tierra ,  proveyeron  tan  bien  lo  que  conve- 
nia ,  que  los  enemigos  no  llegaron  allá  con  cuatro  le- 
guas ,  porque  en  seis  ó  siete  dias  se  juntaron  diez  ó  do- 
ce mil  hombres;  y  metiéndose  con  Castelalto  parte 
dellos  dentro,  los  enemigos  desesperaron  de  la  empre- 
sa ;  y  así ,  se  retiraron ,  dejando  proveída  la  Chusa  y  Fie- 
sen.  Este  Castelalto  es  un  coronel  de  los  mas  antiguos 
de  Alemania,  vasallo  del  rey  de  romanos;  el  cual,  des- 
pués andando  la  guerra ,  mas  adelante  tornó  ú  cobrar 
la  Chusa. 

Ya  en  estos  dias  la  gente  que  su  santidad  enviaba  co- 
menzaba á  caminar,  y  ni  mas  ni  menos  los  españoles  de 
Lombardía  y  los  de  Ñapóles  se  habían  embarcado  en  la 
Pulla,  y  venian  á  desembarcar  en  tierra  del  rey  de  ro- 
manos, que  es  junto  á  la  de  venecianos,  en  una  villa  que 
se  llama  Fíume,  en  la  Dalmacia,  y  de  allí,  por  Carintia  y 
Estiria,  habían  de  venir  á  Salesburg,  y  de  ahí  á  Baviera. 
Los  enemigos  volvieron  á  Augusta,  habiendo  errado  la 
empresa  de  Insprug,  y  éabido  que  estaba  guardado  el 
paso  de  Rofpstain  con  cuatrocientos  españoles  arcabu- 
ceros, fuera  esta  empresa  harto  importante  para  ellos, 
mas  mucho  mas  importante  fuera  si  cuando  de  Augus- 
ta salieron  vinieran  derechos  á  Ratisbona  ,  porque  ha- 
llaran á  su  majestad  tan  sin  gente,  que  el  mas  seguro 
remedio  que  tuviera  era  irse  por  el  Danubio  abajo  fuera 
de  Alemania,  porque  entonces  no  estaban  juntas  las 
coronelías  de  Madrucho  y  Jorge,  y  los  españoles  de 
Hungría  no  acababan  de  llegar :  solamente  el  Empera- 
dor y  su  nombre,  que  vale  mucho  en  Alemania,  eran  el 
ejército  que  teníamos.  Artillería  no  teníamos  ninguna, 
porque  se  esperaba  la  que  venia  de  Viena ;  así  que  todo 
estaba  tan  desproveído,  que  si  los  enemigos  vinieran, 
ellos  acabaran  la  empresa  sin  contradicción  alguna :  este 
fué  el  primer  yerro  que  ellos  hicieron. 

En  este  tiempo  el  duque  de  Sajonia  y  Lantgrave  escri- 
bieron una  carta  á  su  majestad.  La  suma  della  era  que 
habían  entendido  que  su  majestad  quería  castigar  algu- 
nos rebeldes  y  deservidores  suyos,  que  deseaban  mucho 
saber  quiénes  eran,porquese  pornian  en  orden  para  ser- 
virá su  majestad;  y  que  si  por  ventura  su  majestad  tenia 
algún  enojo  dellos,  ysi  contra  ellosera  la  armada  que  su 
majestad  mandaba  hacer,  que  ellos  estaban  aparejados 
á  dar  la  satisfacción  que  fuese  razón,  A  esta  carta  no 
respondió  su  majestad  ninguna  cosa,  porque  no  respon- 
der á  ella  era  su  respuesta.  Ya  cuando  ellos  esto  escri- 
bieron estaban  juntos,  y  daban  orden  en  acabar  de  jun- 
tar el  campo,  del  cual  lenian  puesto  en  pié  una  parte 
muy  grande,  y  habían  enviado  á  todas  las  villas  de  la  Liga 


y  señores  della  por  la  gente  que  cada  uno  dellos  estaba 
obligado  á  envía».  Por  otra  parte,  Sebastian  Xertel  ha- 
bía salido  de  Augusta  con  toda  la  gente  que  llevó  á  Li 
empresa  de  Insprug,  y  vino  á  Donavert,  que  es  seis  le- 
guas de  Augusta  y  catorce  de  Ratisbona  el  Danubio  ar- 
riba, un  lugar  tan  importante  como  su  nombre  signifi- 
ca, que  quiere  decir  defensa  del  Danubio.  Es  ciudad 
imperial,  pocos  años  antes  hecha  luterana  y  de  la  Liga. 
Aquella  tomó  Xertel,  ó  por  mejor  decir,  se  entró  den- 
tro ;  y  allí  esperaba  que  se  juntase  con  el  campo  del  du- 
que de  Sajonia  y  de  Lantgrave.  Tenia,  estando  en  Do- 
navert, gran  aparejo  para  las  cosas  que  tocaban  á  los 
de  Augusta,  porque  era  señor  del  rio  Lico,  que  es 
el  que  pasa  por  ella  y  divide  la  Baviera  de  Suevia : 
también  tenia  el  Danubio ,  por  donde  le  venian  las  vi- 
tuallas de  Ulma  y  de  Vitemberg ;  de  manera  que  el  sitio 
era  muy  suíiciente  para  alojarse  en  él  un  gran  ejército, 
con  las  cosas  que  para  él  son  necesarias.  Poco  después 
que  el  campo  que  con  Xertel  estaba  se  había  alojado  en 
Donavert,  llegaron  el  duque  de  Sajonia  y  Lantgrave 
con  el  suyo ;  de  manera  que  todo  se  vino  á  hacer  un  po- 
derosísimo ejército,  el  cual  se  había  recogido  de  todas 
las  ciudades  de  la  Liga  y  señores  que  entraban  en  ella. 
Hallábanse  de  setenta  á  ochenta  mil  infantes,  y  de  nue- 
ve á  diez  mil  caballos,  y  cien  piezas  de  artillería.  En 
este  tiempo  no  tenia  su  majestad  en  Ratisbona  mas 
gente  de  la  que  tengo  dicha,  ni  otra  artillería  sino  diez 
piezas  que  había  tomado  á  la  ciudad  prestadas;  porque 
la  que  esperaba  no  era  venida  de  Viena.  Las  nuevas 
que  tenia  de  gente  eran  que  Xamburg  tenia  hecha  su 
coronelía  á  la  Montaña-Negra,  que  los  alemanes  llaman 
Xuarezbalt,  que  con  grandísima  dificultad  podía  pasar, 
porque  el  camino  era  por  tierras  de  L'lma,  poderosísi- 
ma ciudad  y  enemiga,  y  por  Vitemberg  el  mas  podero- 
so príncipe  de  la  Liga,  y  que  por  esto  les  convenia  hacer 
un  rodeo  muy  grande,  viniendo  cerca  de  Constancia 
por  el  lago  della,  y  después  por  Tirol,  camino  menos  pe- 
ligroso que  este  otro,  pero  muy  mas  largo.  También 
tenía  nueva  que  los  españoles  de  Ñapóles  eran  embar- 
cados, y  que  la  gente  del  Papa  era  hecha  y  venia,  y 
que  los  españoles  de  Lombardía  comenzaban  á  cami- 
nar, y  el  príncipe  de  Salmona,  capitán  de  la  caballería 
ligera  de  su  majestad,  con  seiscientos  caballos  ligeros^ 
venia  juntamente,  y  que  la  artillería  de  Viena,  queso 
i  traía  por  el  río  arriba  en  barcas,  comenzaba  á  venir. 
Mas  el  enemigo  estaba  muy  cerca,  y  todas  estas  cosas 
requerían  tiempo  para  juntarse,  en  el  cual  el  duque  de 
Sajonia  y  Lantgrave  pudieran  con  su  poderoso  ejército 
sin  contradicion  ninguna  venir  á  Ratisbona ,  y  hallar  á 
su  majestad  con  diez  ó  doce  mil  hombres,  y  muy  poca 
artillería,  y  menos  vitualla,  y  la  villa  no  tan  fortificada 
que  se  pudiera  esperar  en  ella,  y  aunque  lo  fuera,  no 
era  justo  dejarse  sitiar  el  Emperador,  no  teniendo  otro 
socorro  sino  la  gente  que  esperaba.  A  mi  juicio,  si  el 
duque  de  Sajonia  y  Lantgrave  vinieran ,  ellos  sacaran 
de  Ratisbona  á  su  majestad ,  y  sacándole  della,  le  saca- 
ban de  Alemania ;  y  el  venir  fuérales  muy  fácil,  que  no 
dejaban  á  sus  espaldas  cosa  que  les  estorbase,  sino  era 
una  bandera  de  infantería  que  estaba  en  Rain,  que  es 
una  villa  del  duque  de  Baviera,  que  está  una  legua  de 
Donavert,  y  dos  banderas  de  infantería  que  estaban  cu 
Ingolstat  con  don  Pedro  de  Guzman,  caballero  de  la 
casa  de  su  majestad;  y  aunqie  había  allí  gente  del  du- 


414  DON  LUIS  DE  ÁV 

que  de  Baviera ,  liabia  en  ella  poca  demostración  de  ! 
querer  dañar  al  enemigo;  así  que,  ¿ejaron  de  hacer   j 
«na  empresa^  á  mi  parecer  y  de  oíros  muchos,  muy  he-   1 
cha;  y  este  fué  el  segundo  yerro  ,  y  muy  importante,   I 
que  eílos  hicieron,  no  venir  desde  Donavert,  en  juntan-  : 
dose,  derechos á  Halisbona;  mas  fueron  sobre  Rain,  la 
cual  se  les  rindió  sin  esperar  batería ,  y  dejando  salir  la   , 
gente  que  estaba  dentro  con  su  bandera  y  armas,  sin 
hacer  ningún  daño  en  ella ,  pusieron  otra  bandera  den-  , 
Iro,  y  de  ahí  vinieron  sobre  Neuburg ,  adonde  asenta- 
ron su  campo.  La  villa  estaba  por  ellos,  porque  era  del 
duque  Olto  Lnrique,  primo  de  los  duques  de  Baviera,  y 
del  conde  Palatino,  señor  luterano.  El  lugar  es  fuerte 
y  con  puente  sobre  el  Danuljio,  tres  leguas  de  Dona- 
vert y  tres  de  Ingolstat.  Ya  el  rey  de  romanos  era  par- 
tido de  Ratisbona  para  Praga,  donde  él  y  el  duque  ¡\Iau-  ; 
ricio  de  Sajonia  se  habían  de  concertar  por  orden  de  ! 
su  majestad  para  entrar  en  tierra  del  duque  de  Sajo-  i 
nía,  elector.  Este  duque  Mauricio  es  uno  de  los  du-  i 
ques  de  Sajonia ,  porque ,  según  la  costumbre  de  Ale-  ¡ 
inania ,  todas  las  cosas  se  reparten  entre  los  linajes  de-  i 
ila,  y  este  es  gran  señor,  y  siempre  ha  tenido,  aunque  j 
luterano,  enemistad  con  el  duque  de  Sajonia,  su  parlen-  j 
le,  aunque  al  tiempo  que  esta  guerra  se  comenzó  es- 
taban en  paz ;  mas  después  de  comenzada ,  su  majestad  | 
puso  al  bando  del  imperio  al  duque  de  Sajonia  y  á  Lant-  | 
grave  como  rebeldes.  Este  bando  del  imperio,  como  es-  1 
tá  dicho,  es  dar  las  tierras  de  los  rebeldes  á  todos  los  ; 
que  quisieren  tomarlas;  y  así,  el  rey  de  romanos  y  el  du- 
que Mauricio  se  juntaron  para  tomar  el  estado  de  Síi-  I 
jonia,  el  cual  les  venia  muy  á  propósito,  porque  coníi-  i 
lian  todas  las  tierras  del  con  las  suyas,  i 

En  este  tiempo  vino  aviso  á  su  majestad  que  los  ene-  i 
rnigos  determinaban  de  tomar  á  Lanzuet,  que  es  una  j 
villa  del  duque  de  Baviera  puesta  en  el  camino  de  Ra- 
tisbona para  ínsprug,  que  era  aquel  mismo  por  donde 
su  majestad  esperaba  toíla  la  gente  que  había  de  venir 
de  Italia  y  de  la  Selva-Negra,  y  no  había  otro,  por  es- 
tar tomado  el  de  la  Chusa ;  y  si  esto  ellos  hicieran  des- 
pués de  la  empresa  de  Ratisbona,  no  podían  hacer  cosa 
mas  acertiida,  porque  puestos  allí  (lo  cual  fácilmen- 
te pudieran  hacer),  dejaban  á  su  majestad  encerrado 
en  Ratisbona,  y  poníanse  en  parte  que  ninguna  gente 
de  la  que  su  majestad  esperaba ,  aunque  salieran  de  Ti- 
rol,  pudieran  llegará  Ratisbona,  porque  los  españoles 
y  los  italianos  habían  por  fuerza  de  venir  allí,  yni  mas 
ni  menos  los  alemanes  de  la  Selva-Negra  que  traiaXam- 
hurg,  y  después  desto  pudieran  dejar  aquel  lugar  forli- 
íicado  y  proveído,  y  volverse  sobre  Ratisbona ,  adonde 
haciendo  ellos  esto,  pudiera  ser  que  estuvieran  los  ne- 
gocios de  su  majeslad  en  ruines  términos,  y  por  esto  él 
acordó  de  proveer  á  peligro  tan  evidente,  y  con  su  per- 
sona irá  defender  aquella  tierra,  á  la  cuafse  endereza- 
ba toda  la  fuerza  de  los  enemigos,  Y  dejando  en  Ratis- 
bona cuatro  mil  tudescos  y  una  bandera  de  españoles, 
y  la  artillería  y  municiones ,  que  todo  era  venido  ya  de 
"Viena,  y  dando  el  cargo  dcllo  á  Pirro  Colona,  su  majes- 
tad con  la  resta  del  campo  partió  para  Lanzuet,  adon- 
de llegó  en  dos  alojamientos,  y  alojando  el  campo,  él 
no  quiso  alojar  en  la  tierra,  sino  fuera  della.  Allí  deter- 
minó de  esperar  á  los  enemigos  y  á  la  infantería  que  de 
Italia  había  de  venir,  si  pudiese  llegar  antes  que  ellos. 
La  nueva  de  la  venida  de  los  enemigos  cada  día  cre- 


ILA  Y  ZLiNIGA. 

cía,  y  se  sabia  que  habían  pasado  de  Ingolstat,  donde, 
demás  de  las  dos  banderas  que  allí  estaban,  y  de  la 
gente  que  el  Duque  allí  tenía,  que  era  el  mayor  núme- 
ro, había  docientos  arcabuceros  italianos;  mas  los  ene- 
migos pasaron  sin  hacer  ni  recebir  daño,  porque  la  gen- 
te del  duque  de  Baviera,  aunque  estaban  declarados  por 
servidores  de  su  majestad,  no  estaban  declarados  por 
enemigos  de  los  otros.  Su  majestad,  sabiendo  la  nueva, 
no  hizo  otra  provisión  sino  enviar  á  todos  los  cabezas 
que  esperaban  gente  que  les  hiciesen  hacer  convenien- 
te diligencia ,  y  él  entre  tanto  eligió  aquel  sitio  apare- 
jado para  combatir  con  los  enemigos  cuando  viniesen, 
porque  esto  era  lo  que  él  tenia  determinado  de  hacer, 
pues  no  lo  haciendo,  se  les  había  de  dejar  á  Alemania  en 
su  poder  pacíficamente,  lo  cual  su  majestad  determi- 
naba que  no  fuese  así,  porque  como  muclias  veces  yo 
le  oí  decir  hablando  en  esta  terrible  guerra,  muerto  ó 
vivo  él  habia  de  quedar  en  Alemania.  Con  esta  deter- 
minación, esperó  allí  á  los  enemigos,  con  los  cuales  pu- 
do tanto  la  persona  y  el  valor  del  Emperador,  que  sa- 
biendo ellos  que  Ratisbona  estaba  razonablemente  pro- 
veída, y  él  puesto  en  parte  donde  ya  ellos  no  podían  qui- 
talle  k  gente  que  le  venia,  sin  pelear  con  él,  y  sabiendo 
que  él  estaba  determinado  de  hacello,  acordaron  de  parar 
estando  ya  á  seis  leguas  de  nosotros,  y  así  campeando, 
Mínique  é  Ingolstat  se  entretuvieron  en  estos  dias. 

El  duque  de  Sajonia  y  Lantgrave  enviaron  un  paje  y 
un  trompeta  á  su  majestad ;  el  paje  traía  una  carta  pues- 
ta en  una  vara,  como  es  la  costumbre  de  Alemania, 
que  cuando  uno  hace  guerra  á  otro  le  envía  una  carta 
puesta  así ,  notificándosela.  Estos  fueron  llamados  á  la 
tienda  del  duque  de  Alba,  capitán  general  de  su  majes- 
tad, el  cual  les  dijo  que  la  respuesta  de  aquello  á  que 
venían  había  de  ser  ahorcailos;'  mas  que  su  majestad  les 
hacia  merced  de  las  vidas,  porque  no  quería  castig  r 
sino  á  los  que  tenían  la  culpa  de  todo;  y  así,  les  deja- 
ron volver,  dándoles  impreso  el  bando  que  el  Emperador 
habia  dado  contra  sus  amos,  porque  ellos  mismos  se 
lo  llevasen,  que  á  mi  parecer  fué  respuesta  muy  acerta- 
da. Su  majestad  no  curó  de  ver  la  carta,  porque  debían 
de  ser  desvergüenzas  de  Lantgrave,  de  las  cuales  él 
suele  ser  buen  maestro.  La  infantería  italiana  llegó  á 
Lanzuet  casi  en  este  tiempo;  la  cual  era  una  de  las  her- 
mosas bandas  que  yo  he  visto  salir  de  Italia:  serian  diez 
ó  once  mil  infantes  y  seiscientos  caballos  ligeros.  De 
todo  venia  por  capitán  el  duque  Octavio  Farncse,  nieto 
de  su  santidad  y  yerno  del  Emperador,  También  vinie- 
ron docientos  caballos  ligeros  que  el  duque  de  Floren- 
cia envió  á  servir  á  su  majestad ,  y  ciento  del  duque  de 
Ferrara.  También  llegaron  en  estos  dias  los  españo- 
les de  Lombardía,  muy  excelentes  soldados,  y  poco 
después  los  deNúpoles,  soldados  viejos  muy  buenos;  de 
manera  que  todos  estos  tres  tercios  eran  la  flor  de  sol- 
dados viejos  españoles,  "Ya  los  alemanes  de  Xamburg, 
hechos  en  la  Selva-Negra,  habían  llegado;  los  cuales, 
aunque  habían  rodeado ,  no  dejaron  de  pasar  muchos 
pasos  peleando  con  los  enemigos,  que  por  todas  aque- 
llas partes  tenían  gente  para  poderlo  hacer.  Ya  habia 
en  nuestro  campo  forma  de  ejército ,  porque  tenía  su 
majestad  entonces,  con  los  que  estaban  en  Ratisbona, 
diez  y  seis  mil  alemanes  altos,  que  aun  eran  veinte  mil 
de  paga,  y  por  las  cuentas  que  suele  haber  entre  la  in- 
fantería, se  hallaLan  cerca  de  ocho  mil  españoles  y  diez 


COMENTARIO  DE  LA 

mil  italianos.  Habian  venido  también  seiscientos  ca- 
ballos del  marqués  Juan  de  Brandemburg  por  Bohemia. 
El  marqués  Alberto  tenia  hasta  ochocientos;  el  maes- 
tre de  Prusia  hasta  docientos;  porque  todos  los  otros 
del  marqués  Alberto  y  suyos  y  del  Archiduque,  que 
serian  tres  mil  y  quinientos  ó  cuatro  mil  caballos,  aun 
no  eran  llegados  al  Rin ,  el  cual  era  defendido  con 
gente  de  los  enemigos.  De  manera  que  su  majestad, 
con  la  gente  que  había  traído  de  Flándes  y  con  los  de 
su  corte  y  docientos  caballos  del  Archiduque,  tendria 
dos  mil  caballos  armados  y  mil  caballos  ligeros,  har- 
to buena  caballería  la  una  y  la  otra;  mas  la  infantería 
no  la  he  visto  tal  á  mi  parecer,  porque  yo  vi  los  alema- 
nes que  su  majestad  llevó  á  Viena  cuando  fué  contra 
el  turco ,  y  estos  que  agora  llevaba  eran  mejores ,  y  vi 
!os  españoles  que  allí  iban  entonces ,  y  estos  eran  me- 
jores; y  ansimismo  los  italianos,  y  esta  era  mas  hermo- 
sa banda.  También  vi  los  alemanes,  españoles  é  italia- 
nos que  su  majestad  llevó  á  Túnez ,  y  los  que  después 
ilevó  á  Provenza,  y  los  que  después  llevó  cuando  tomó 
á  Guéldres,  y  hizo  retirar  al  rey  de  Francia  con  su  cam- 
po de  Cambras!;  mas  no  me  parece  que  ninguna  de  la? 
bandas  de  aquellas  tres  naciones  se  igualase  con  estas 
de  agora,  por  buenas  que  eran.  Lo  mismo  dicen  los  que 
con  ti  Emperador  se  hallaron  en  la  guerra  de  Sandesi 
y  vieron  el  campo  que  en  ella  tuvo ,  y  parece  ser  que  es- 
tos soldados  eran  mejor  gente  que  la  otra,  aunque  era 
muy  escogida ,  fa  cual  yo  no  vi,  por  estar  ausente.  Des- 
pués que  todo  esto  fué  junto,  su  majestad  partió  de 
Lanzuet,  y  fué  á  Ratisbona  por  tomar  su  artillería  y 
la  gente  que  allí  había  dejado,  y  desde  allí  salir  á  bus- 
cará sus  enemigos.  Llegadoá  Ratisbona,  mandó  poner 
en  orden  treinta  y  seis  piezas  de  artillería,  parte  dellas 
de  batería  y  parte  de  campaña ,  y  dejando  tres  bande- 
ras en  guarda  de  la  artillería,  se  partió  con  todo  el  cam- 
po la  vía  de  Ingolstat,  que  era  por  donde  los  enemigos 
andaban  campeando.  Había  desde  Ratisbona  á  Ingols- 
tat nueve  leguas;  estas  se  repartieron  en  cuatro  jorna- 
das, y  así,  el  primer  día  su  majestad  anduvo  tres  leguas, 
y  otro  día  dos  y  media,  y  alojóse  con  el  campo  en  un 
iugar  sobre  el  Danubio,  llamado  Neustat;  allí  había 
una  puente  sobre  el  mismo  lugar  sobre  la  ribera ,  y  de- 
más desta,  su  majestad  mandó  hacer  dos  de  las  barcas 
que  traia  en  el  campo  para  estos  efetos,  porque  deter- 
minando de  pasar  por  allí  el  rio,  hubiese  mas  presteza 
en  ello. 

Estañado  en  esto ,  le  vino  aviso  que  el  duque  de  Sa- 
jonía  y  el  Lantgrave  con  todo  su  campo ,  por  la  otra 
banda  del  Danubio,  tomaban  el  camino  de  Ratisbona. 
Empresa  era  bien  entendida;  mas  su  majestad  envió 
luego  cuatrocientos  arcabuceros  españoles  á  caballo  y 
dos  banderas  de  tudescos,  los  cuales  pusieron  tan  bue- 
na diligencia,  que  aquella  noche,  como  les  mandó ,  en- 
traron en  Ratisbona,  la  cual  conesto  estaba  ya  segura, 
porque  si  los  enemigos  no  venian  sobre  ella,  no  era  me- 
nester mas  gente,  y  si  venian,  bastaba  hasta  que  su 
majestad  llegase  á  socorre  lia  con  su  campo;  lo  cual  se 
pudiera  muy  bien  hacer,  por  estar  el  Danubio  en  medio 
del  de  los  enemigos  y  el  nuestro;  mas  ellos,  avisados 
que  fiabia  en  Ratisbona  buena  guardia,  ó  sabiendo  que 
su  majestad  quería  pasar  ya  el  rio,  y  les  podría  tomar  las 
espaldas  y  quítalles  las  vituallas ,  habiendo  llegado  tres 
leguas  de  Ratisbona,  dieron  Ja  vuelta  hacía  Ingolstat, 


GUERRA  DE  ALEMANIA.  4ír, 

dándose  mucha  priesa  á  salir  de  los  bosques  y  pasos 
estrechos  donde  se  habian  metido,  en  los  cuales  es  opi- 
nión que  se  les  pudiera  haber  hecho  gran  daño;  mas  el 
no  haber  plálicos  de  aquella  tierra  en  el  campo  de  su 
majestad,  y  haber  ellos  hecho  extremada  diligencia  ea 
salir  dellos,  lo  estorbó.  Con  todo,  se  enviaron  algunos 
arcabuceros  españoles  y  caballos  ligeros;  mas  ya  llega- 
ron á  tiempo  que  los  enemigos  estaban  en  campaña 
rasa;  así  que  no  sirvieron  de  mas  de  traer  lengua  de 
que  los  enemigos  caminaban  la  vía  de  Ingolstat,  aun- 
que mas  á  mano  derecha.  El  Emperador  pasó  la  ribera 
en  dos  días,  y  alojóse  con  su  campo  en  un  valle  y  sobre 
una  montaña  cerca  del  ño.  Este  alojamiento  estaba  po- 
co mas  de  dos  leguas  de  Ingolstat.  Esta  pasada  fué  de 
grandísima  importancia;  porque  demás  de  hacer  al  ene- 
migo que  anduviese  mas  recogido  que  hasta  allí,  y  no 
tan  señor  de  la  campaña  como  había  andado,  fué  mos- 
traile  que  se  llevaba  determinación  de  combatir  con  él 
cuando  el  lugar  lo  permitiese.  Allí  se  fortificó  nuestro 
campo  de  una  Irínchea  pequeña,  porque  el  lugar  don- 
de el  duque  de  Alba  le  había  alojado ,  estaba  tan  bien 
entendido ,  que  no  se  requería  mayor ;  allí  se  tuvo  una 
arma,  aunque  no  salió  verdadera.  Nuestros  soldados 
se  pusieron  tan  bien  en  orden,  que  se  vio  evidente- 
mente la  voluntad  que  tenían  de  combatir,  Al  cabo 
de  los  dos  días  su  majestad  partió  de  allí,  teniendo 
nueva  que  los  enemigos  se  habian  alojado  de  la  olra 
banda  de  Ingolstat  seis  millas,  porque  fué  tanta  su  di- 
ligencia para  tomar  aquel  alojamiento,  que  ya  estaban 
en  él  un  dia  antes  que  su  majestad  saliese  del  suyo.  Con- 
j  venia  mucho  que  su  majestad  con  diligencia  fuese  ú 
Ingolstat,  por  no  dejar  aquella  tierra  en  peligro  que  los 
enemigos  la  pudiesen  tomar,  porque  desde  ella  podían 
dar  fácilmente  gran  estorbo  á  que  mosiur  de  Bura  se 
juntase  con  nuestro  campo,  ó  ya  que  no  la  tomasen, 
que  no  viniesen  á  entrarse  en  un  alojamiento  que  es- 
taba entre  ella  y  el  alojamiento  de  donde  su  majestad 
partía;  mas  antes  que  él  partiese,  habiendo  conside- 
rado cuánto  importaba,  estando  ya  tan  vecino  á  lo> 
enemigos,  alojarse  siempre  superior  dellos,  mandó  que 
se  visitasen  dos  alojamientos,  el  uno  á  una  legua  grande 
de  Ingolstat,  que  es  el  que  tengo  diclio,  y  estaba  en 
nuestro  camino,  y  el  otro  junto  á  Ingolstat,  de  la  otra 
banda;  porque  conviniendo  tomar  el  que  estaba  mas 
cerca  de  la  villa  antes  que  nuestro  campo  llegase  el  otro 
dia,  era  muy  bueno  y  era  necesario  tomarle  antes  que 
su  majestad  saliese  del  suyo;  y  por  esto  el  dia  antes  se 
había  enviado  á  Juan  Batista  Gastaldo,  macstredecnm- 
po general,  á  que  particularmente  reconociese  el  un 
alojamiento  y  el  otro,  y  él  con  la  mayor  diligencia  que 
pudo  otro  dia  de  mañana  partió  con  todo  el  campo, 
el  cual  iba  repartido  en  avanguardia  y  batalla,  y  el  arti- 
llería y  bagaje  iban  á  nuestra  mano  izquierda  á  la  ban- 
da delrío,  lacaballeríaá  laderecba,  y  en  medio  la  infan- 
tería. El  duque  de  Alba  llevaba  la  vanguardia,  y  su  ma- 
jestad la  l>atalla,  con  el  duque  Juan,  el  marqués  Alberto 
y  su  caballería,  el  maestre  de  Prusia,  el  archiduque  de 
Austría  el  príncipe  de  Píamonte  y  el  marqués  Juan  de 
Brandemburg.  Los  españoles,  ítalianosytudescossemu- 
dabaná  días,  conforme  á  la  orden  que  el  Duque  les  da- 
ba ;  y  así,  iban  en  la  vanguardia  ó  en  la  batalla,  por  qui- 
tar la  concurrencia  entre  ellos.  Caminando  su  majestad 
en  esta  orden,  llegó  al  primer  alojiímiento  de  los  dos 


4 ir,  DON  LUIS  DE  AV 

que  lengo  dicho ,  y  allí  comió  un  poco  en  tanto  que  la 
batalla  caminaba,  porque  la  vanguardia  ya  estaba  cer- 
ca;  y  de  allí ,  tomando  el  duque  de  Alba  consigo  veinte 
caballos,  llegó  á  Ingolstat,  y  miró  el  otro  alojamiento 
que  estaba  junto  á  él  muy  particularmente.  Es  menester 
saber  que  aquel  día  por  orden  de  su  majestad  babia  en- 
viado el  duque  de  Alba  al  príncipe  de  Salmona  y  á  don 
Antonio  de  Toledo ,  para  que  con  parte  de  la  caballería 
ligera  y  docientos  arcabuceros  españoles  á  caballo  re- 
conociesen los  enemigos  ,  con  los  cuales  tuvieron  una 
muy  hermosa  y  brava  escaramuza,  habiendo  salido  los 
enemigos  á  ella  tan  fuertes  como  es  costumbre ;  mas 
siendo  esta  escaramuza  por  los  unos  y  los  otros  relira- 
da,  se  tornó  por  otra  parte  á  comenzar,  y  de  nuevo 
tornaron  á  ella;  y  salieron  los  enemigos  tan  fuertes  y 
tan  acrecentado  el  número  de  sus  escuadrones ,  que  el 
aviso  que  á  su  majestad  vino  fué  que  con  todo  su  cam- 
po venían  los  enemigos  á  combatir  con  el  nuestro ;  así , 
fué  necesario  que  su  majestad  lo  mandase  poner  en  or- 
den ;  y  mandado  al  duque  de  Alba  que  de  punto  en  pun- 
to le  avisase  del  proceder  de  los  enemigos,  él  volvió  al 
lugar  donde  había  mandado  alirmar  la  vanguardia  y  la 
batalla,  que  era  en  el  alojamiento  que  tengo  dicho,  que 
estaba  en  nuestro  camino;  y  escogiendo  allí  sitio  dispues- 
to para  combatir,  puso  la  infantería  en  lugar  conve- 
niente, y  la  artillería  y  gente  de  á  caballo  donde  habían 
de  estar.  Así  estuvo  esperando  la  venida  de  los  ene- 
migos; de  los  cuales,  según  su  semblante,  se  creyó 
que  querían  combatir.  Paréceme  á  mí  debajo  de  mejor 
juicio,  que  si  ellos  caminaran  aquel  día,  y  vinieran á 
combatirnos  en  el  camino,  que  pudieran  ponerla  cosa 
en  gran  aventura,  aunque  el  lugar  que  su  majestad  ha- 
bía ocupado  para  la  batalla  era  harto  favorable  para 
nosotros.  En  este  tiempo ,  pareciéndole  á  su  majestad 
que  ya  los  enemigos  habían  de  haber  parecido  si  aquel 
día  habían  de  combatir,  porque  ya  era  algo  tarde,  pensó 
caminar;  mas  el  Duque  le  envió  á  decir  que  se  afirma- 
se ,  porque  tenia  aviso  que  los  enemigos  hacían  mucha 
muestra  de  pasar  adelante;  mas  de  ahí  á  un  rato  le  en- 
vió á  decir  que  su  majestad  podía  caminar  con  el  cam- 
po ,  porque  el  semblante  de  los  enemigos  había  parado 
en  recogerse  dentro  del  suyo.  Este  variar  fué  en  algo 
causa  del  partir  tarde;  mas  viendo  su  majestad  cuánto 
mas  se  aventuraba  en  esperar  á  llegar  otro  día,  que 
no  en  llegar  tarde  aquella  noche ,  y  cuánto  se  daba  á 
los  enemigos  en  darles  una  noche  y  parte  de  otro  día 
de  espacio  para  mejorarse  de  alojamiento,  y  que  ha- 
bían errado  en  no  estorbarnos  nuestro  camino  con  el 
campo ,  llegó,  aunque  algo  larde,  á  su  alojamiento ,  el 
cual  era  de  la  otra  banda  de  Ingolstat  hacia  los  enemi- 
gos ,  teniendo  la  villa  á  las  espaldas,  á  la  mano  izquier- 
da el  Danubio  y  un  pantano,  y  á  la  mano  derecha  y  á  la 
frente  la  campaña.  Estas  dos  partes  hizo  cerrar  el  du- 
que de  Alba  aquella  noche;  y  puso  tanta  diligencia, que 
antes  que  viniese  el  dia  dejó  el  campo  la  mayor  parte 
del  cerrado.  Pareciónos  á  algunos  que  á  venir  otro  dia 
los  enemigos,  nos  dieran  algún  trabajo,  por  algunas 
razones  que  para  ello  se  podían  dar;  mas  ellos  estaban 
tan  confiados  en  su  muchedumbre  y  ánimos,  que  cual- 
quier tiempo  les  parecía  aparejado  para  acabar  la  em- 
presa ;  y  así,  con  esta  confianza  Lanlgrave  había  pro- 
metido á  luda  la  Liga  que  dentro  de  tres  meses  él  ccha- 
ria  á  su  majestad  de  Alemania  ó  le  prenderla;  &  las 


UA  Y  ZLÑIGA. 

cuales  palabras  dieron  tanto  crédito  las  ciudades  y  se- 
ñores dellas,  que,  como  cosa  hecha,  venían  y  daban 
algo  mas  de  lo  que  les  pedían;  y  así,  trajo  setenta ú 
ochenta  mil  infantes  y  mas  de  diez  mil  caballos  y  mas 
de  ciento  y  treinta  piezas  de  artillería;  mas  los  enemi- 
gos aquella  noche  estuvieron  quedos,  sin  hacer  mas 
diligencia  de  traer  algunos  caballos  por  la  campaña. 
Otro  dia  su  majestad  estuvo  en  aquel  alojamiento  pro- 
veyendo las  cosas  necesarias  contra  las  que  los  enemi- 
gos podían  hacer;  los  cuales  aquel  dia  no  hicieron  mo- 
vimiento ninguno.  Otro  dia  siguiente  se  fué  á  recono- 
cer su  alojamiento,  que  ,  como  tengo  dicho,  estaba  á 
seis  millas  pequeñas  del  nuestro,  en  lugar  forlísimo, 
porque  por  la  mano  derecha  y  por  la  frente  tenían  un 
rio  hondo  y  un  pantano ,  lo  cual  todo  era  guardado  de 
un  castillo  que  sobre  el  rio  estaba  asentado,  por  las  es- 
paldas un  bosque  muy  grande,  y  por  el  otro  lado  una 
montañeta,  donde  tenían  puesta  toda  su  artillería. 
Hubo  al  reconocer  una  escaramuza ,  mas  fué  de  poca 
cualidad. 

Otro  dia  los  enemigos  pusieron  su  caballería  é  in- 
fantería en  escuadrones,  y  sacáronla  á  la  campaña;  pen- 
sóse que  era  para  venir á  nuestro  campo,  mas  no  fué 
sino  para  tomar  la  muestra  de  toda  su  gente ,  la  cual, 
después  de  tomada,  la  redujeron  á  su  alojamiento.  Otro 
dia  después  se  levantaron  de  allí,  y  vinieron  á  alojarse 
á  tres  millas  de  nuestro  campo,  en  un  alojamiento  fuer- 
te que  era  sobre  unas  montañuelas,  las  cuales,  aunque 
tenían  el  agua  un  poco  lejos ,  su  majestad  habia  pen- 
sado ocupar,  porque  estando  mas  cerca  del  enemigo, 
le  parecía  que  podia  haber  mas  aparejo  de  dañalle. 
La  disposición  deste alojamiento  era  tal,  que  el  mismo 
sitio  le  ayudaba  á  defenderse.  Aquella  noche  que  los 
enemigos  se  alojaron  allí ,  el  duque  de  Alba,  habiéndo- 
lo consultado  con  su  majestad,  envió  á  don  Alvaro  de 
Sande  y  á  Arce  con  mil  arcabuceros,  y  dándoles  orden 
de  lo  que  habían  de  hacer  y  guias  que  sabían  bien  la 
tierra,  ellos  se  partieron ,  y  atravesando  por  unos  bos- 
ques, dieron  en  el  alojamiento  de  los  enemigos  á  la  una 
ó  á  las  dos  después  de  media  noche,  y  degollando  sus 
centinelas,  dieron  en  el  cuerpo  de  su  guardia,  donde 
hicieron  muy  gran  daño  á  los  enemigos ,  matando  mu- 
chos dellos ,  hasta  que  todo  su  campo  se  puso  en  orden; 
y  así,  se  volvieron,  habiendo  hecho  este  daño  y  dádoles 
una  bravísima  arma,  sin  perder  sino  dos  ó  tres  solda- 
dos, de  los  cuales  habia  ganado  uno  un  estandarte  de 
caballo;  y  créese  que  por  yerro  los  mismos  nuestros  le 
mataron  :  esto  mismo  se  piensa  délos  otros,  de  lo  cual 
fué  causa  la  oscuridad  de  la  noche.  Los  enemigos  estu- 
vieron en  aquel  alojamiento ,  el  cual  pasado,  el  duque 
Olavio  con  Juan  Balista  Sábelo,  capitán  de  la  caballe- 
ría del  Papa,  y  Alejandro  Vitelo,  capitán  de  la  infan- 
tería italiana,  habían  concertado  de  dar  con  su  gente 
una  brava  escanimuzaá  los  enemigos,  y  así  se  comen- 
zó á  poner  en  orden  otro  dia;  mas  los  enemigos, tenien- 
do el  mismo  designio,  habían  ocupado  cierto  lugar  en  un 
bosque,  el  cual  era  escogido  del  duque  Otavio  y  dcstos 
sus  capitanes  para  aquel  negocio;  mas  los  enemigos 
fueron  los  que  comenzaron,  dando  en  unos  sacomanos 
nuestros  que  estaban  en  un  casal  cerca  del  bosque;  y 
así,  aquel  dia  hubo  una  escaramuza,  que  aunque  no  sa- 
lió comose  habia  ordenado,  fué  buena,  y  los  enemigos 
recibieron  dancen  ella  de  los  arcabuceros  que  con  Alo- 


jandro  estaban ,  y  de  una  parte  y  de  otra  hubo  algunos 
muertos  y  presos.  Estaban  ya  los  dos  campos  tres  mi- 
llas uno  de  otro ,  y  no  babia  en  medio  dellos  sino  un 
pequeño  rio,  el  cual  por  muchas  partes  se  pasaba,  y  es- 
tos pasos  estaban  los  mas  dellos  muy  mas  cerca  de  su 
campo  que  del  nuestro ;  de  manera  que  las  escaramu- 
zas no  podiau  hacerse  sin  que  la  una  de  las  partes  pa- 
sase á  esperar. 

Estando  la  cosa  en  estos  términos,  y  su  majestad  pen- 
sando la  manera  que  habría  para  dañar  al  enemigo,  por- 
que ya  estábamos  tan  cerca,  que  levantándose  de  allí  ó 
no  levantándose  convenia  hacello  ,  y  teniendo  respeto 
á  la  mucha  arte  que  se  babia  de  tener  para  esto  sien- 
do tan  inferiores  en  el  número  de  la  gente  como  éra- 
mos, los  enemigos  se  levantaron  de  su  alojamiento  antes 
que  amaneciese,  con  todo  su  campo  en  orden  y  toda  su 
artillería;  la  cual  ellos  podían  traer  muy  á  su  volun- 
tad, por  ser  toda  aquella  campaña  muy  abierta  y  de- 
sembarazada ;  y  así,  cuando  amaneció,  habían  ya  pasado 
el  rio  que  tengo  dicho,  y  caminaron  derechos  la  vuelta 
de  nuestro  campo.  Este  aviso  vino  á  su  majestad,  y  él 
luego  cabalgó,  y  mandando  poner  el  campo  en  orden, 
halló  al  duque  de  Alba  alas  trincheas,  que  estaba  prove- 
yendo loque  convenía;  las  cuales  trincheas  no  estaban 
tan  altas  como  el  primer  día  que  se  hicieron,  porque 
con  haberse  labrado  mas  en  ellas,  la  gente  que  salía  del 
campo  pasaba  sobre  ellas,  y  ansí  estaban  mas  bajas.  Ya 
el  dia  era  claro,  y  la  niebla  que  había  comenzaba  á  des- 
hacerse; y  así,  se  podía  mejor  considerar  la  orden  que 
los  enemigos  tenían;  la  cual,  cuanto  yo  pude  com- 
prebender,  era  esta.  Venían  en  forma  de  luna  nueva, 
porque  la  campaña,  espaciosísima,  á  todo  daba  lugar : 
á  su  mano  derecha  traian  el  pantano  que  estaba  á  la 
nuestra  izquierda,  el  cual  era  hacia  el  Danubio,  y  por 
esta  parte  venia  un  escuadrón  de  gente  de  á  caballo 
grosísimo,  acompañado  de  ocho  ó  diez  piezas  de  arti- 
llería. A  mano  izquierda  de  aquel,  un  poco  apartado, 
venia  otro  escuadrón  de  caballos,  también  muy  grueso» 
acompañado  de  otras  veinte  piezas,  y  así  toda  su  caba- 
llería repartida  en  escuadrones  y  acompañada  de  su 
artillería,  la  cual  se  mostraba  extendida  por  la  cam- 
paña como  los  caballos,  y  no  caminaba  en  hileras,  sino 
á  fapar,  porque  juntamente  pudiesen  tirar  las  piezas 
que  quisiesen ,  y  desta  manera  sacaron  todas  sus  pie- 
zas y  toda  su  caballería.  Su  infantería  venía  en  escua- 
drones detrás  de  sus  caballos.  Víase  muy  bien  la  infan- 
tería por  los  espacios  que  habia  entre  los  escuadrones 
de  la  gente  de  armas.  Desta  manera  venia  el  Land- 
grave  á  cumplir  la  palabra  que  habia  dado  á  las  villas 
de  la  liga.  Nuestro  campo  se  ordenó  para  combatir  con- 
forme á  los  cuarteles  de  como  estaban  alojados.  Los  es- 
pañoles estaban  á  la  frente  de  los  enemigos,  y  tenían 
el  pantano  á  la  mano  izquierda;  luego  cabe  ellos,  á  la 
mano  derecha,  estaban  los  alemanes  del  regimiento  de 
Jorge  con  una  manga  de  arcabuceros  españoles,  y  luego 
dando  vuelta  hacia  la  derecha ,  la  mas  de  la  infantería 
italiana,  porque  alguna  parte  della  estaba  en  el  fuerte 
que  se  había  hecho  dentro  del  pantano.  Luego  tras 
ellos,  siempre  siguiendo  la  mano  derecha,  estaban  los 
alemanes  del  regimiento  de  Madrucho;  desde  ellos  hasta 
la  villa  estaba  abierto;  y  así ,  parte  de  aquel  espacio  se 
cerró  con  las  barcas  de  nuestras  puentes ,  y  lo  demás 
que  quedaba  por  cerrar  se  ocupó  con  nuestra  gente  de 

H-i. 


COMENTARIO  DE  LA  GUERRA  DE  ALEMANÍA.  447 

á  caballo,  la  cual  estaba  en  cuatro  escuadrones,  porque 


•si  los  enemigos  con  su  caballería  vinieran  por  aquella 
banda,  estando  nuestra  caballería  puesta  en  aquel  fuer- 
te, pudiésemos  combatir  con  ellos;  y  también  era  sitio 
conveniente  para  cargar,  si  por  la  parte  que  las  trin- 
cheas estaban  mas  bajas  cargaran  sus  caballos,  y  para 
esto  se  habían  dejado  algunos  espacios  entre  los  escua- 
drones de  nuestra  infantería. 

Ya  los  enemigos  en  este  tiempo  comenzaban  á  alle- 
garse,  tirando  con  su  artillería,  y  desta  manera,  con  la 
orden  que  traian,  ciñeron  nuestro  campo  desde  el  panta- 
no, que  era  á  nuestra  mano  izquierda,  hasta  casi  la  mitad 
de  la  campaña,  que  estaba  á  nuestra  mano  derecha, ti- 
rando siempre  y  tan  cerca,  que  muchas  piezas  de  las  su- 
yas, especialmente  las  que  traian  á  la  mano  derecha, 
no  tiraban  seiscientos  pasos  de  nuestros  escuadrones. 
Nuestra  artillería  también  tiraba,  mas  la  suya  era  ayu- 
dada de  la  disposición  de  la  tierra.  Su  majestad  había 
dado  vuelta  por  todo  el  campo  y  visto  la  orden  que  eí 
duque  de  Alba  había  puesto  en  él ;  y  después,  así  como 
estaba  á  caballo  y  armado,  se  volvió  á  poner  delante  su 
escuadrón,  y  de  allí  algunas  veces  ibaá  los  escuadro- 
nes de  los  alemanes  y  los  rodeaba ,  y  otras  tornaba  á  los 
españoles,  y  otras  á  los  de  los  italianos,  dando  los  ene- 
migos en  los  unos  y  en  los  otros  muchos  golpes  de  arti- 
llería, los  cuales  tenían  en  muy  poco  los  nuestros,  vien- 
do á  su  majestad  entre  ellos;  por  donde  se  conoce  cla- 
ramente cuánto  importa  en  estas  cosas  la  presencia  de  un 
príncipe  ó  capitán  general,  especialmente  teniendo  bue- 
na opinión  entre sussoldados.  Los'enemigos,  habiéndose 
acercado  adonde  á  ellos  les  pareció  que  bastaba  para  ba- 
tirnos á  su  placer,  hicieron  alto  con  sus  escuadrones  de  á 
caballo  y  infantería,  y  comenzaron  con  todas  las  bandas 
de  su  artillería  á  batirnos  tan  apriesa  y  con  tanta  furia, 
que  verdaderamente  parecía  que  llovía  pelotas,  porque 
en  las  trincheas  y  en  los  escuadrones  no  se  vía  otra  cosa 
sino  cañonazos  y  culebrinazos.  El  duque  de  Alba  esta- 
ba con  los  españoles  á  la  punta  del  campo,  adonde  batía 
de  mas  cerca  el  artillería  de  los  enemigos ,  una  pieza  de 
las  cuales  llevó  un  soldado  que  estaba  junto  á  él ,  que 
andaba  proveyendo  algunas  cosas  necesarias.  Lo  demás 
que  se  esperaba  era,  que  después  de  habernos  batido 
los  enemigos,  arremeterían,  de  lo  cual  dos  veces  habían 
hecho  semblante  muy  conocido ,  y  habia  ordenado  que 
toda  nuestra  arcabucería  estuviese  sobre  aviso  á  no  dis- 
parar hasta  que  los  enemigos  estuviesen  á  dos  picas 
de  largo  de  nuestras  trincheas;  porque  desta  manera 
ningún  tiro  de  nuestros  arcabuceros,  que  eran  muchos 
y  muy  buenos,  se  perdería,  y  si  tiraban  de  lejos,  los 
mas  fueran  en  balde;  y  así,  mandó  que  las  primeras  sal- 
vas, que  suelen  ser  las  mejores,  se  guardasen  para  de 
cerca.  Los  enemigos  batían  todavía,  de  manera  que  pare- 
cía que  de  nuevo  entonces  lo  comenzaban,  hecho  alto  con 
sus  escuadrones,  á  los  cuales  tiraba  la  artillería  nuestra ; 
mas  como  tengo  dicho,  la  disposición  de  la  tierra  ayu- 
daba á  que  no  les  hiciese  mucho  daño,  ni  la  suya  quifo 
Dios  que  lo  hiciese  en  los  nuestros,  aunque  muchas  ve- 
ces daba  dentro  dellos ;  tanto,  que  en  el  escuadrón  de  su 
majestad  entraron  hartos  cañones  y  culebrinas ,  pasán- 
dole tan  cerca  á  él  las  pelotas,  que  muchos  dejaban  de 
mirar  su  peligro  por  el  del  Emperador;  especialmente 
una  pelota  dio  del  tan  derecho  y  tan  cerca,  que  cual- 
quier golpe  que  hiciera,  estaba  el  peligro  muy  mani- 

27 


4iá 


DON  LUIS  DE  ÁVILA  Y  ZíJÑIGA. 


fiesto;  mas  plugo  á  Dios  que  quedó  enterrada  en  la  par- 
te donde  dio.  Otra  pieza  mató  dentro  del  escuadrón  un" 
arcliero  de  la  guardia  de  su  majestad ,  otra  llevó  un  es- 
tandarte, otras  dos  mataron  dos  caballos  :  este  fué  el 
daño  que  se  hizo  en  el  escuadrón  de  la  corte,  con  dar 
muchas  piezas  dentro  del.  En  los  otros  escuadrones, 
aunque  también  fueron  bien  batidos,  se  baria  poco  mas 
daño  que  en  el  nuestro.  Seis  piezas  de  las  nuestras  re- 
ventaron aquel  dia;  una  dellas  mató  cinco  soldados  es- 
pañoles y  hirió  dos. 

Los  enemigos  se  daban  tanta  priesa  á  tirar,  cuanto 
ellos  vian  que  era  menester  para  desalojarnos  á  golpes 
de  artillería,  como  Lantgrave  lo  habia  hecho;  y  así,  no 
se  via  otra  cosa  por  el  campo  sino  pelotas  de  canon  y 
culebrinas,  dando  botes  con  una  furia  infernal.  Otras 
daban  en  los  escuadrones  alemanes  y  españoles  y  ita- 
lianos, y  en  todos  ellos  se  hizo  poco  daño,  aunque  el  nú- 
mero de  los  golpes  fué  muy  grande ;  y  con  toda  esta  fu- 
ria y  este  nunca  cesar,  no  hubo  escuadrón  que  se  mo- 
viese, y  no  solamente  escuadrón ,  mas  ningún  solda- 
do se  meneó  de  su  lugar,  ni  volvió  la  cabeza  á  mirar 
si  habia  otro  mas  seguro  que  el  que  tenia.  Habia  du- 
rado el  batir  de  los  enemigos  siete  ú  ocho  horas  sin 
cesar,  cuando  pareció  que  se  cansaban  de  tirar  y  to- 
maban otro  designio,  y  no  venian  á  combatir  con  no- 
sotros, viendo  que  estábamos  mas  íirmes  de  lo  que  ha- 
bían pensado .  Lo  cual  conociendo  su  majestad,  y  que  ya 
comenzaba  á  haber  flojedad  en  ellos,  mandó  que  la  gen- 
te de  á  caballo  se  fuese  á  su  alojamiento,  y  que  todos 
estuviesen  aparejados  para  que  si  fuese  necesario,  vol- 
viesen á  pié  á  las  tríncheas.  Alguno  podría  ser  que  qui- 
siese entender  á  qué  fin  dentro  de  un  campo  cerrado 
estábamos  á  caballo,  porque  parece  cosa  impertinente, 
habiendo  tríncheas  delante,  combatir  á  caballo.  A  esto 
se  responde  que  las  tríncheas,  con  no  se  haber  labrado 
mas  de  la  primera  noche,  en  algunas  partes  estaban  tan 
bajas,  que  fácilmente  se  podían  atravesar,  y  nuestra  gen- 
te de  á  caballo  estaba  puesta  adonde  ellas  faltaban;  y  por 
donde  los  enemigos  podían  entrar  con  su  gente  de  ar- 
mas, allí  estábala  nuestra;  y  así,  por  la  orden  en  que 
ellos  nos  venian  á  combatir,  en  aquella  estábamos  apa- 
rejados á  defender.  Todo  el  tiempo  que  los  enemigos 
batían  había  el  duque  de  Alba  puesto  fuera  de  las  trín- 
cheas algunos  arcabuceros  españoles,  los  cuales  esca- 
ramuzaban con  los  enemigos  que  estaban  á  la  guardia 
de  su  artillería,  digo  de  aquella  que  habían  traído  á  la 
parte  del  pantano,  junto  á  una  casa  grande  y  aparejada 
para  defenderse  :  esta  estaba  seiscientos  pasos  de  nues- 
tras tríncheas.  Los  enemigos  la  tomaron,  y  proveyeron 
de  arcabuceros,  y  desde  allí  defendían  su  artillería,  que 
estaba  delante  de  la  casa  hacía  nuestras  tríncheas :  así 
que,  en  un  mismo  tiempo  los  enemigos  batían ,  y  nues- 
tros soldados  escaramuzaban  con  los  suyos  que  estaban 
puestos  á  la  defensa  del  campo.  Ya  aflojaba  su  artille- 
ría y  dejaba  de  batir,  habiéndolo  hecho  nueve  horas;  y 
así,  la  comenzaron  á  retirar  mas  cerca  de  la  casa  y  del 
rio  pequeño  que  tengo  dicho,  donde  había  unos  molí- 
nos,  junto  á  los  cuales  y  por  el  rio  arriba  habían  asen- 
tado sus  pabellones  y  tiendas,  haciendo  una  trinchea  á 
toda  su  artillería  en  el  mismo  lugar  que  aquel  dia  ha- 
bían tenido,  salvo  la  que  estiba  á  la  parte  del  pantnno, 
que  la  retiraron  mas  hacia  la  casa  donde  tengo  dicho; 
y  así  estuvieron  con  sus  escuadrones  tendidos  por  la 


campaña  hasta  que  anocheció,  que  se  retrujeron  adonde 
tenían  asentado  su  campo,  el  cual  tenía  el  asiento  de 
manera  que  la  una  punta,  que  estaba  hacía  el  pantano, 
estaba  á  ochocientos  pasos  de  nuestro  campo,  y  la  otra 
de  su  mano  izquierda,  que  estaba  mas  lejos,  estaba  dos 
mil  y  quinientos  pasos. 

Aquellanoche  estando  Lantgrave  cenando,  tomó  una 
copa,  y  según  la  costumbre  de  Alemania,  bebió  á  Xer- 
tel,  diciendo  estas  palabras :  «  Xertel,  yo  bebo  á  los  que 
hoy  hemos  muerto  con  nuestra  artillería; »  á  lo  cual  el 
Xertel  respondió  :  «Señor,  yo  no  sé  los  que  hoy  hemos 
muerto,  mas  sé  que  los  vivos  no  han  perdido  un  pié  de 
su  plaza.»  Dícese  que  aquel  dia  Xertel  habia  sido  de 
opinión  de  venimos  á  combatir  á  nuestras  tríncheas,  y 
que  Lantgrave  no  habia  querido;  y  parecióme  á  mí  que 
lo  consideró  mejor;  porque  aunque  en  estas  cosas 
acaecen  muchas  veces  cosas  fuera  de  razón ,  por  ser 
varios  los  acaecimientos  de  la  guerra ;  pero  bien  mira- 
do, no  era  gente  la  que  el  Emperacíor  allí  tenia  para  po- 
derse desalojar  así  de  un  alojamiento,  aunque  no  muy 
fortificado ;  cuanto  mas  que  la  muestra  que  desto  Lant- 
grave pudo  tomar  fué  bastante  para  dalle  clara  expe- 
riencia dello,pues  habiéndonos  batido  tantas  horas  y 
tan  furiosamente,  no  pudo  conocer  señal  de  flaqueza  en 
nuestro  campo;  antes  vía  que  nuestros  soldados  en  el 
mismo  estaban  en  la  defensa  del,  y  salían  á  escaramu- 
zar con  los  suyos  á  la  boca  de  su  artillería.  Así  que  el 
consejo  del  Xertel  no  rae  parece  á  mí  que  le  sucediera 
bien,  y  que  fué  muy  mas  sano  el  de  Lantgrave.  También 
dicen  que  el  duque  de  Sajonia  habia  aconsejado  que  nos 
combatiesen  otro  día  como  llegamos  allí ;  mas  la  misma 
razón  fuera  la  del  un  consejo  que  la  del  otro.  En  fin, 
ellos  se  gobernaron  como  tengo  dicho,  habiendo  los 
enemigos  lirado  aquel  día  novecientos  golpes  de  ca- 
ñón y  culebrina. 

Aquella  noche  se  proveyó  que  todos  los  carros  del 
campo  trujesen  fagina  para  levantar  los  reparos  de  las 
tríncheas,  y  todos  los  soldados  por  sus  cuarteles  labra- 
ban de  manera,  que  otro  dia  amaneció  el  campo  tan 
fortificado,  que  se  podia  estar  detrás  de  los  reparos  á  la 
defensa  muy  seguramente.  Juntamente  con  esto  el  du- 
que de  Alba  hizo  alargar  aquella  noche  la  trinchea,  to- 
mando mucha  parte  de  la  campaña  hacia  los  enem  gos, 
por  la  parte  que  los  españoles  estaban  fortificados  de 
la  misma  manera ,  y  la  parte  del  campo  que  el  dia  an- 
tes habíamos  tenido  abierto  se  puso  en  mas  seguridad. 

Aquel  dia  los  enemigos  dejaron  descansar  su  artille- 
ría, y  echaron  algunos  arcabuceros  sueltos  para  provo- 
car á  los  nuestros  que  saliesen  de  los  reparos  á  escara- 
muzar; y  así  so  hizo,  porque  salieron  ochocientos  ó 
novecientos  arcabuceros  españoles,  los  cuales  escara- 
muzaron con  los  enemigos  en  aquella  campaña  rasa,  y 
fué  la  escaramuza  de  manera,  que  los  enemigos  fueron 
forzados  á  sacar  mil  caballos  en  favor  de  sus  arcabu- 
ceros, y  estos  vinieron  en  tres  escuadrones  :  el  primero 
sería  de  cien  caballos,  los  cuales  venian  sueltos  y  espar- 
cidos; los  otros  dos  venian  en  su  orden  detrás  uno  de 
otro.  Nuestros  arcabuceros  estaban  trecientos  ó  cua- 
trocientos dellos  derramados,  y  en  su  retaguardia  es- 
taban hasta  quinientos.  Los  cien  caballos  de  los  ene- 
migos, que  venian  sueltos,  embistieron  á  los  primeros 
de  nuestros  arcabuceros,  confiados  en  ser  la  campaña 
rasa ,  en  la  cual  por  la  mayor  parte  los  cuballos  suelen 


COMENTARIO  DE  LA  GUERRA  DE  ALEMANIA. 


4id 


tener  ventnja  á  los  arcabuceros;  mas  los  nuestros  los 
recibieron  de  manera,  que  los  lucieron  volver  huyendo, 
y  así,  tuvieron  necesidad  que  el  segundo  escuadrón,  que 
traia  un  estandarte  amarillo,  viniese  á  socorrerlos,  car- 
gando en  nuestros  arcabuceros;  mas  ellos  les  dieron 
una  ruciada  tan  apretada,  que  le  abrieron  por  medio, 
y  volvió  como  los  primeros;  y  cargándole  siempre 
nuestros  arcabuceros,  vino  el. tercero  escuadrón,  que 
traia  un  estandarte  colorado ;  mas  á  este  se  le  dio  por 
nuestros  arcabuceros  una  carga  tan  buena,  que  ni  mas 
ni  menos  que  á  los  otros  dos  le  abrieron ,  y  hicieron 
volver  las  espaldas  hasta  dentro  de  sus  trincheas,  que- 
dando hartos  dellos  heridos ,  y  caballos  y  caballeros 
caldos  en  la  campaña :  cosa  bien  de  alabar,  y  por  tal  fué 
alabada  de  su  majestad,  porque  á  la  verdad  el  sitio  era 
desigual,  siendo  caballería  contra  arcabuceros  :  así  se 
acabó  aquella  escaramuza,  y  también  el  dia. 

Aquella  noche  el  duque  de  Alba  hizo  á  los  gastado- 
res, los  cuales  eran  bohemios,  y  serían  hasta  dos  mil,  y 
son  los  mejores  gastadores  de  cuantos  puede  haber  en 
el  mundo,  que  labrasen  en  una  trinchea  nueva,  la  cual 
partió  y  se  tiró  á  la  parte  de  la  casa  que  los  enemi- 
gos habian  ocupado,  hasta  llegar  á  cuatrocientos  pasos 
della;  de  manera  que  los  mosquetes  de  la  una  parte  y 
de  la  otra  se  alcanzaban,  y  de  suerte,  que  podíamos 
decir  que  llegaba  nuestro  campo  á  cuatrocientos  pa- 
sos del  suyo.  Era  esta  trinchea  ayudada  de  una  cierta 
disposición  de  tierra ,  de  manera  que  con  lo  que  en  ella 
se  labraba  se  llegaba  bien  á  cubierto  hasta  la  distancia 
que  tengo  dicho  que  había  desde  ella  á  la  casa  que  los 
enemigos  tenían  ocupada ,  la  cual  ellos  tenían  tam- 
bién fortificada  con  trinchea;  y  de  la  nuestra  tenia  car- 
go don  Alvaro 'de  Sandecon  su  arcabucería  española. 
Obra  era  de  que  á  los  enemigos  les  pesaba  harto,  vien- 
do cuan  á  su  despecho  nos  allegábamos  cerca  dellos ,  y 
conocióse  bien  esto  por  los  muchos  cañonazos  y  cule- 
brinazos  que  de  contino  allí  tiraban. 

En  este  tiempo  el  duque  de  Alba ,  habiéndolo  tratado 
con  su  majestad,  había  ordenado  de  enviar  al  marqués 
de  Maríñano  y  á  Madrueho  con  su  regimiento,  y  á  Alon- 
so Vivas  con  su  tercio,  á  degollar  tres  mil  suizos  que 
estaban  alojados  en  el  burgo  de  Neuburg,  los  cuales 
había  dejado  allí  el  duque  de  Sajonia  y  Lantgrave  en 
guardia  de  cierta  ariillería  que  allí  estaba  y  de  la  tier- 
ra; mas  aquel  dia  se  habían  venido  á  su  campo  por 
mandado  dellos ;  y  así,  cesó  esta  empresa  ,  la  cual  se 
cree  que  hubiera  buen  efecto,  porque  ellos  estaban  de 
la  otra  banda  de  la  ribera  y  lejos  de  sus  amigos,  alo- 
jados en  arrabales  abiertos,  y  no  con  mucha  guarda;  el 
camino  por  donde  los  nuestros  habian  de  ¡r  era  muy 
encubierto  y  con  muy  buenas  guias  para  él ;  el  puente 
por  donde  habian  de  pasar  nuestros  soldados,  junto  á 
nuestro  campo;  y  finalmente,  todas  las  cosas  que  para 
ello  se  requerían,  muy  bien  proveídas.' 

Otro  dia  los  enemigos  en  la  misma  orden  que  el  pri- 
mero se  pusieron  en  campaña ,  y  sacando  su  artillería , 
comenzaron  á  batir  nuestro  campo  con  grandísima  fu- 
ria, «unque  no  acercaron  todas  las  piezas  tanto  como 
el  primer  dia,  porque  la  trinchea  nueva  que  habíamos 
sacado  hacia  la  casa ,  les  hizo  tener  respeto  á  que  por 
aquella  parte  no  llegasen  tanto  su  artillería.  La  batería 
fué  bravísima  y  comenzada  muy  de  mañana,  y  fuimos 
batidos  por  mas  partes  que  el  primer  dia^  porque  por 


la  mano  derecha  de  nuestro  campo  se  extendieron  á  la 
campaña  con  su  artillería  mas  que  la  primera  vez.  Su 
majestad  oyó  misa  aquel  dia  en  las  trincheas  junto  á  un 
caballero  que  estaba  enfrente  dellas  contra  los  enemi- 
gos, y  allí  comió  entre  los  soldados  de  Lombardía  y  de 
Ñapóles,  cuyo  cuartel  era  aquel.  Los  enemigos  tiraban 
continuamente,  mas  hacian  muy  poco  daño,  porque 
todos  los  soldados  estaban  á  los  reparos,  y  aunque  al- 
gunas veces  había  piezas  que  los  pasaban ,  eran  pocas. 
Adonde  el  Emperador  estaba  murió  uno ,  porque  un 
tiro  le  llevó  una  alabarda  de  las  manos  al  que  la  te- 
nia, y  aquella  alabarda  mató  á  otro  que  estaba  cabe  él. 
Aquel  día  una  pieza  de  artillería  pasó  la  tienda  de  su 
majestad  y  la  sala  y  cámara  donde  él  dormía ,  que  den- 
tro de  la  misma  tienda  estaba  hecha  de  madera.  Ha- 
biendo los  enemigos  batido  hasta  las  cuatro  lioras  do 
la  tarde,  el  Duque  mandó  á  Alonso  Vivas  que  saliese 
con  quinientos  arcabuceros  de  su  tercio ,  y  escaramu- 
zase con  unos  que  los  enemigos  habían  sacado  fuera; 
y  la  escaramuza  fué  tan  buena,  que  les  ganó  la  prime- 
ra trinchea  de  dos  que  tenían ,  y  después  revolvió  sobre 
los  que  estaban  en  la  casa;  y  escaramuzando  con  ellos 
hasta  que  ya  era  tarde ,  y  habiéndoles  dado  muchos  ar- 
cabuzazos,  se  retiró  con  muy  buena  orden  á  nuestro 
campo.  Aquella  noche  se  dio  una  arma  á  los  enemigos 
bravísima,  como  fueron  todas  las  que  se  les  habian 
dado  después  que  allí  llegaron ;  de  manera  que  los  te- 
nían tan  desvelados  y  desasosegados ,  que  teniendo  los 
días  en  escaramuzas,  las  noches  estaban  puestos  en 
arma,  como  entonces  se  sabia  por  los  prisioneros,  y 
muchos  dellos  nos  habian  dicho  después  de  nuestra 
trinchea,  que  se  había  tirado  hacia  la  casa,  que  los 
apretaban  mucho  :  así  que  el  ímpetu  y  furioso  acome- 
timiento de  los  enemigos  comenzó  á  amansarse ,  porque 
ya  les  traíamos  tan  recogidos,  que  sus  caballos,  que 
solían  andar  docientos  pasos  de  nuestro  campo,  reco- 
nociéndole, no  se  llegaban  á  él  con  mil  y  quinientos, 
porque  nuestros  arcabuceros  los  traían  bien  apartados 
del ,  y  nuestro  alojamiento  estaba  asegurado  con  los 
reparos,  y  la  trinchea  nueva  se  llevaba  adelante ,  porque 
su  majestad  queria  desalojar  sus  enemigos  de  allí ,  co- 
mo después  lo  hizo ,  porque  se  viese  que  el  que  había 
venido á  desalojalle  á  él,  aquel  mismo  era  desalojado; 
y  así,  la  trinchea  se  tiraba  hacia  la  casa ,  la  cual  ganá- 
bamos con  ella,  y  ganada ,  batíase  tan  fácilmente  todo 
el  campo  de  los  enemigos,  que  en  ninguna  manera  del 
mundo  podían  dejar  de  levantalle. 

En  este  tiempo  el  conde  Palatino  envió  trecientos 
íaballos  al  campo  de  los  enemigos ,  los  cuales  anduvie- 
ron en  esta  guerra  hasta  pocos  días  antes  que  fuesen 
rotos.  El  ConcTe,  entre  otras  disculpas  que  después  á  su 
majestad  dio,  fué  decir  que  aquella  gente  él  la  había  en- 
viado al  duque  de  Vitemberg  por  la  amistad  y  liga  que 
coa  él  particularmente  tenía  muchos  años  había,  y 
que  no  la  había  enviado  contra  su  majestad,  sino  que  el 
Duque  la  hizo  ir  por  fuerza  al  campo  de  los  enemigos. 
Sea  como  fuere ,  cuantos  mas  fueron  contra  su  majes- 
tad ,  tanto  mayor  fué  la  vítoria  que  Dios  le  dio.  Siempre 
hubo  escaramuzas  en  estos  días,  y  algunas  cosas  seña- 
ladas bien  hechas  de  soldados  particulares. 

Otro  día  de  mañana  bien  temprano  comenzó  la  tem- 
pestad de  artillería  de  los  enemigos  á  batir  nuestro 
campo ;  mas  ya  la  mayor  parte  de  sus  piezas  tiraban  de 


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DON  LUIS  DE  ÁVILA  Y  ZÚÑIGA. 


mas  lejos  de  lo  que  hasta  allí  hablan  hecho.  Esta  furia 
en  el  tirar  duró  hasta  mediodía  y  cesó,  hasta  la  tarde,  que 
tornaron  á  dar  otra  muy  buena  ruciada.  Y  porque  me- 
jor se  entienda  lo  que  en  aquellos  días  tiraron  los  ene- 
migos, es  bien  saber  que,  sin  las  pelotas  que  quedaron 
perdidas  y  las  que  no  entraron  en  nuestro  campo,  so- 
lamente de  las  que  se  recogieron  en  la  tienda  del  capi- 
tán de  la  artillería  se  hallaron  mil  y  setecientas  pelo- 
tas. Siempre  las  escaramuzas  de  los  arcabuceros  eran 
ordinarias ,  y  aquella  noche  se  les  dio  una  arma  por  la 
^arte  de  la  casa  con  la  arcabucería,  que  toda  la  noche 
íes  hizo  estar  con  el  campo  en  orden.  Esto  era  ya  tan 
continuo,  que  nunca  faltaban  sus  escuadrones  de  la  pla- 
za del  arma,  y  nuestra  trinchea  estaba  tan  cerca,  que 
el  salir  della  era  entrar  en  las  suyas.  Habían  perdido 
allí  muchos  caballos  y  muchos  soldados  muertos  y  he- 
ridos;, y  demás  desto,  nuestra  caballería  les  hacia  muy 
gran  daño ,  tomándoles  la  vitualla  por  todas  partes ,  y 
así  se  pasaban  muy  gran  trabajo.  Nunca  los  dejábamos 
estar  sosegados,  sino  de  noche  y  de  día  sus  caballos  é 
infantería  puestos  en  escuadrón;  de  manera  que  de- 
terminaron de  desalojarse,  viendo  que  no  les  conve- 
nia otra  cosa,  y  aquella  noche  pasaron  el  rio  pequeño 
el  artillería  gruesa  y  carruaje  con  tanta  diligencia,  que 
otro  día  antes  que  amaneciese  no  se  via  tienda  en  todo 
el  campo,  sino  solamente  sus  escuadrones,  que  co- 
menzaban á  pasar  el  agua,  aunque  ya  toda  su  infan- 
tería era  pasada,  porque  esta  era  la  que  ellos  echa- 
ban delante,  y  toda  la  caballería  iba  en  trece  ó  cator- 
ce escuadrones  con  algunas  piezas  de  campaña  que 
quedaban  en  retaguardia.  Con  esta  orden  camina- 
ron la  vuelta  de  Neuburg.  Su  majestad  envió  algunos 
caballos  ligeros  á  reconocer  bien  el  camino  que  los  ene- 
migos tomaban,  y  él  con  el  duque  de  Alba  y  algunos, 
otros  caballeros  fué  á  ver  la  orden  que  llevaban ,  la  cual 
era  esta  que  digo,  que  era  haber  enviado  su  artillería 
gruesa  delante,  y  luego  su  infantería,  y  luego  su  caba- 
llería. Era  hermosísima  cosa  de  ver  toda  la  campaña 
cubierta  de  infantería,  y  los  altos  della  de  escuadrones 
de  caballos.  Con  esta  orden  en  dos  alojamientos  lle- 
garon á  Neuburg. 

Su  majestad  tenia  ya  nueva  que  el  conde  de  Bura 
Labia  pasado  el  Rin  á  pesar  de  los  enemigos ,  cuyo  ca-' 
pitan  era  el  conde  de  Aldamburg,  dejado  allí  por  Lant- 
grave  para  este  efecto ,  y  que  ya  estaba  cerca  de  Franc- 
fort. Era  el  campo  que  traía  harto  poderoso  para  con- 
trastar después  de  pasado  con  los  enemigos,  que  le  de- 
fendían el  Rin;  mas  no  lo  era  para  con  ellos  y  con  el  de 
la  liga  todo  junto,  y  por  esto  su  majestad  le  avisó  d? 
cómo  habia  desalojado  al  duque  de  Sajonia  y  al  Lant- 
grave ,  los  cuales  habían  tomado  la  vuelfa  de  Neuburg, 
y  de  allí  la  de  Donavert,  desde  donde  habrían  lomado 
camino  para  él.  Pareció  conveniente  cosa  dar  este  avi- 
so al  conde  de  Bura ,  porque  ya  estaba  tan  adelante  de 
Francfort,  que  pudiera  el  enemigo  tomar  este  designio. 
El  conde  de  Bura  traía  tres  mil  caballos  á  su  cargo  y 
cuatro  mil  que  se  le  habían  juntado  de  los  del  marqués 
Alberto  de  Brandemburg  y  maestre  de  Prusia  y  archi- 
duque de  Austria,  sobrino  de  su  majestad;  los  cuales, 
por  no  ser  poderosos  para  pasar  el  Rin,  aguardaron  la 
venida  del  Conde,  que  traía  veinte  y  cuatro  banderas  de 
alemanes  bajos,  muy  buenos  soldados,  y  cuatro  ban- 
deras de  españoles  de  los  que  habían  andado  en  servi- 


cio del  rey  de  Inglaterra  contra  Francia,  y  dos  de  ita- 
lianos de  los  que  se  habían  hallado  en  aquella  misma 
guerra ,  y  docientos  arcabuceros  de  á  caballo  italianos, 
y  doce  piezas  de  artillería.  Los  enemigos  que  defendían 
el  Rin  eran  treinta  y  seis  banderas  y  mil  y  docientos 
caballos.  El  Conde  hizo  pasar  cinco  mil  soldados  una 
noche  tres  leguas  mas  arriba  de  donde  los  enemigos  es- 
taban, y  ocupó  una  villa,  con  que  era  señor  de  aquel  pa- 
so, por  donde  después  pudo  pasar  todo  el  resto  del 
ejército  sin  contradicion,  y  después  en  Francfort  trabó 
una  gruesa  escaramuza  con  los  enemigos,  y  matando 
muchos  dellos,  los  encerró  dentro  de  la  tierra.  Esta 
nueva  tuvo  su  majestad  luego ,  aunque  muy  difícil- 
mente se  podía  tener  aviso  y  enviallo ,  por  haber  tan- 
tas tierras  de  los  enemigos  en  medio,  y  esto  paradlos 
era  muy  fácil ,  juntamente  con  otras  cosas  que  á  noso- 
tros eran  difíciles,  por  ser  ellos  señores  de  todo. 

El  duque  de  Sajonia  y  el  Lantgrave  estuvieron  en 
Neuburg  dos  días,  de  donde  vinieron  á  su  majestad 
diversos  avisos;  porque  unos  decían  que  los  enemigos 
pasaban  el  Danubio  para  entrar  en  Baviera,  otros  de- 
cían que  iban  á  Donavert.  Su  majestad  determinó  de 
esperar  á  ver  el  designio  que  tomaban,  conforme  á  lo 
que  mas  conviniese  hacer;  mas  ellos  á  cabo  de  dos  días 
partieron  con  su  campo,  y  en  desalojamientos  fueron 
á  Donavert,  dejando  en  Neuburg  tres  banderas  de  in- 
fantería para  defender  la  tierra.  Este  fué  otro  yerro 
gravísimo  que  ellos  hicieron ;  porque  tenían  allí  un 
alojamiento  fortísimo,  con  muy  gran  comodidad  de 
agua  y  leña,  y  muchas  vituallas,  y  eran  señores  del  rio, 
por  el  puente  que  Neuburg  tiene,  y  muchas  aldeas  para 
forraje  de  sus  caballos,  y  por  ellas  paso  libre  para  cor- 
rer toda  Baviera  superior  hasta  Menique.  Tenían  ase- 
gurado el  paso  de  Lico ,  que  es  el  rio  de  Augusta , 
con  la  villa  de  Rain,  que  de  allí  tenían  tomada  ,1a  cual 
estaba  segura;  porque  para  ir  allá  habíamos  de  dejar  á 
Neuburg  á  nuestras  espaldas.  El  campo  del  Emperador 
no  podía  ir  á  Augusta  sin  que  ellos  llegasen  primero, 
ni  á  Ulma  tampoco ,  porque  ellos  estaban  en  el  pa- 
so; mas  no  mirando  todas  estas  cualidades  buenas ,  ó 
por  ventura  teniendo  respeto  á  otras  cosas ,  se  levan- 
taron de  aquel  alojamiento  y  fueron  al  de  Donavert, 
haciendo  este  yerro ,  que ,  al  parecer  de  muchos ,  fué 
grande.  Habiendo  estado  en  Donavert  el  duque  de  Sa- 
jonia y  Lantgrave  dos  ó  tres  días ,  Lantgrave  fué  sobre 
una  villa  del  duque  de  Baviera,  que  es  dos  leguas  de 
allí,  llamada  Lembiguen,  la  cual  se  le  rindió,  y  él  me- 
tió comisarios  dentro  para  las  vituallas;  y  habiendo  he- 
cho esta  empresa,  se  volvió  á  Donavert,  adonde  tenia 
su  campo  en  un  sitio  fortísimo.  En  todo  esto  Lant- 
grave escribió  á  las  ciudades  muchas  cartas ,  dándoles 
cuenta  de  todas  las  cosas  que  pasaban ,  encaresciéndo- 
las  de  manera ,  que  daba  á  entender  haber  hecho  mu- 
cho mas  de  lo  que  habia  hecho ;  engrandeciendo  las 
escaramuzas  y  muertes  y  prisiones  muy  principales;  y 
todo  esto  fingía,  porque  al  cabo  de  sus  cartas  siem- 
pre enviaba  á  pedir  dineros ;  lo  cual  á  las  ciudades  no 
era  muy  agradable ,  porque  ya  se  acercaba  el  térrftino 
en  que  había  prometido  echar  á  su  majestad  de  Alema- 
nia ó  prendellC;,  y  vian  que  no  llevaba  el  negocio  la  or- 
den y  facilidad  que  les  habia  prometido  y  ellos  pen- 
saban. 

En  estos  días  vino  aviso  á  sw  majestad  cómo  Lant- 


COMENTARIO  DE  LA  GUERRA  DE  ALEMANIA, 


421 


grave  habia  ido  sobre  Bendiguen ,  y  que  aquel  era  el 
camino  para  ir  contra  mosiur  de  Bura ,  y  que  así  se 
afirmaba  en  el  campo  de  los  enemigos  que  lo  querían 
hacer;  por  lo  cual  su  majestad  despachó  algunos  hom- 
bres plálicos  de  la  tierra  á  mosiur  de  Bura ,  avisán- 
dole del  camino  que  debia  tomar,  para  que,  apartán- 
dose un  poco  de  aquel  que  los  enemigos  habiau  toma- 
do, pudiese  el  Emperador  juntarse  mas  presto  con  él, 
porque  esto  eradlo  que  tenia  determinado;  y  ya  que  es- 
to no  pudiese  ser,  seguir  al  enemigo  y  tomalle  en  me- 
dio, porque  lo  uno  ó  lo  otro  era  la  razón  de  la  guerra; 
no  dejar  que  el  campo  de  los  enemigos  fuese  á  encon- 
trar con  los  de  mosiur  de  Bura ,  y  su  majestad  volver 
contraías  ciudades  principales;  las  cuales  de  razón  el 
duque  de  Sajonia  y  Lantgrave  las  habian  de  dejar  tan 
bien  proveídas,  que  fuera  cosa  vana  el  sitiallas ,  y  entre 
tanto  pasara  gran  peligro  aquella  parte  tan  principal  de 
nuestro  ejército,  siendo  tan  grande  desigualdad  la  que 
habia  en  el  número  de  la  gente ,  porque  el  campo  del 
Duque  y  de  Lantgrave  era  muy  poderoso ;  cuanto  mas 
que  ya  se  habian  juntado  con  él  treinta  y  seis  banderas 
que  sobre  el  Rin  tenia ,  y  los  caballos  que  con  él  esta- 
ban. Algunos  son  de  parecer  que  los  enemigos  lo  erra- 
ron en  esto ,  los  cuales  estaban  en  Donavert.  En  todo 
este  tiempo  ya  habian  pasado  el  Danubio  diez  ó  doce 
mil  infantes  y  algunas  piezas  de  artillería ;  y  hecho  un 
fuerte  sobre  el  rio  Lico junto  á  Rain,  los  alojaron  allí; 
de  manera  que  se  pusieron  como  hombres  que  que- 
rían hacer  cabeza  de  la  guerra ,  en  el  sitio  que  habian 
tomado ,  porque  con  el  paso  de  Lico  aseguraban  lo  de 
Augusta ,  y  con  el  de  Donavert  sobre  el  Danubio  ase- 
guraban lo  de  Ulma. 

Ellos,  contentos  con  esto ,  se  estuvieron  quedos  y 
afirmaron  muy  despacio  en  aquel  alojamiento,  Y  Mo- 
siur de  Bura  en  este  tiempo,  habiendo  pasado  por 
Francfort,  viniendo  por  Rotemburg,  habia  llegado  cer- 
ca de  Norimberg,  .y  parecía  que  los  enemigos  ya  no  po- 
dían salirle  al  camino ;  por  lo  cual  su  majestad  acordó 
deesperalle  allí  en  Ingolstat,  adonde  pocos  días  des- 
pués llegó  con  todo  su  campo ,  del  cual  tengo  ya  hecha 
particular  relación.  El  Emperador  salió  á  la  campaña 
el  día  que  él  entró,  y  vio  toda  la  gente  del  Conde, 
que  era  muy  hermosa ,  así  la  de  á  pié  como  la  de  á  ca- 
ballo; y  habiendo  reposado  dos  días,  determinó  de  se- 
guir á  los  enemigos,  y  acordó  que  fuese  yendo  pri- 
mero sobre  Neuburg ;  porque  no  era  razón  dejar  una 
tierra  tan  fuerte  y  tan  bien  proveída  á  sus  espaldas, 
especialmente  estando  sobre  el  Danubio,  que  es  una 
ribera  tan  principal,  y  que  tanto  importaba  al  un  cam- 
po y  al  otro ;  por  lo  cual  su  majestad  quiso  él  mismo  ir 
á  reconocer  aquella  tierra,  y  tomando  consigo  la  caba- 
llería ligera  y  alguna  parte  de  la  arcabucería  española , 
se  partió  de  Ingolstat  muy  de  mañana ,  y  llegó  á  Neu- 
burg á  buena  hora,  adonde  anduvo  reconociendo  la 
tierra;  y  para  hacello  mejor,  se  apeó,  y  el  duque  de  Alba 
con  él,  en  el  cual  tiempo  los  enemigos  tiraban  hartos 
golpes  de  artillería  menuda  y  arcabuces. 

Yo  no  me  oso  determinar  si  es  bien  que  un  príncipe 
ó  capitán  general,  cuya  persona  importad  todo,  se  pon- 
ga en  estos  peligros  como  un  capitán  ó  soldado  parti- 
cular ;  porque  por  otra  parte  veo  cuan  necesario  es  que 
el  que  es  cabeza  y  gobierna  un  negocio  entienda  y  co- 
nozca por  vista  de  sus  ojos  cómo  está  lá  cosa  que  quie- 


re emprender.  Así  que  entre  estas  dos  opiniones  yo  no 
quiero  dar  mi  parecer ;  juzgúelo  quien  mejor  lo  enten- 
diere. 

Habiendo  pues  reconocido  su  majestad  aquella  tierra, 
so  volvió  á  Ingolstat,  y  otro  día  mandó  levantar  el  cam- 
po, y  que  se  echasen  dos  puentes  sobre  el  Danubio,  que 
con  las  que  habia  de  la  misma  tierra ,  eran  tres ;  de  ma- 
nera que  en  muy  breve  tiempo  pasó  el  ejército,  y  se  alojó 
medía  legua  de  Ingolstat,  camino  de  Neuburg.  Desde 
este  día  en  adelante  caminó  el  campo  en  otra  razón 
que  hasta  allí  habia  caminado;  porque  hasta  aquel  tiem- 
po íbamos  repartidos  en  dos  partes,  que  era  á  vanguar- 
dia y  batalla.  La  causa  desto  era  ser  el  número  de  nues- 
tra gente  tan  pequeño ,  que  si  hiciéramos  retaguardia, 
cualquiera  parte  destas  tres  de  nuestro  campo  fuera  tan 
flaca,  que  ninguna  de  los  enemigos  dejara  de  ser  mas 
fuerte  que  ella ,  por  ser  tan  superiores  en  el  número  de 
la  gente;  y  por  esto  nuestra  vanguardia  y  batalla,  que 
cada  una  dellas  era  de  dos  escuadrones  de  infantería  y  dos 
de  caballos,  iban  mas  fuertes  para  lo  que  pudiese  suce- 
der; mas,  como  digo,  de  aquel  día  en  adelante  hubo 
para  hacer  el  tercero  del  ejército;  y  así,  mosiur  de  Bura 
una  vez  iba  en  avanguardia  con  el  duque  de  Alba,  otras, 
cuando  le  cabía,  llevaba  la  retaguardia,  porque  otras 
veces  la  llevaba  el  maestre  de  Prusía  y  el  marqués  Al- 
berto, Desta  manera  su  majestad  en  dos  alojamientos 
llegó  á  media  legua  de  Neuburg,  donde  el  mismo  día, 
dos  horas  después  de  comer,  vinieron  los  burgomaes- 
tres de  la  villa  (que  así  se  llaman  los  gobernadores  de 
las  tierras  de  Alemania)  á  rendille  la  villa,  de  su  parte  y 
de  los  capitanes  que  en  ella  estaban  puestos  por  el  du- 
que de  Sajonia  y  Lantgrave.  El  rendirse  fué  á  la  volun- 
tad de  su  majestad,  porque  de  los  unos  y  de  los  otros 
hiciese  lo  que  fuese  servido.  Fué  gran  cosa  que  un  lu- 
gar tan  fuerte  y  tan  bien  proveído  y  tan  cerca  del  so- 
corro y  puente  ganada  de  la  misma  tierra  por  donde 
el  socorro  podía  venir,  se  rindiese  así;  y  túvose  con 
razón  en  mucho.  En  este  tiempo  ya  los  enemigos  ha- 
bian desamparado  á  Rain;  solamente  sostenían  el  fuer- 
te que  habian  hecho  sobre  Lico,  Antes  desto  había  ha- 
bido muchos  pareceres  que  su  majestad  no  debia  po- 
nerse sobre  Neuburg,  por  ser  tan  aparejada  para  ser 
socorrida  y  defendida;  mas  á  él  pareció  hacello  así  por 
otras  razones,  las  cuales  sucedieron  en  este  efecto. 
Rendida  esta  tierra^  el  duque  de  Alba  por  orden  de 
su  majestad  hizo  entrar  dentro  en  la  villa  dos  banderas 
de  tudescos,  y  la  gente  de  guerra  que  estaba  en  ella  fué 
metida  aquella  noche  en  una  isla  que  hace  el  rio  junto 
al  castillo. 

Otro  día  su  majestad,  con  la  orden  que  el  día  antes 
habia  traído,  se  vino  á  alojar  en  las  huertas  y  arrabales 
de  Neuburg,  Allí  fueron  quitadas  las  armas  á  los  sol- 
dados que  habian  salido  della,  aunque  pudiera  su  ma- 
jestad quitalles  también  las  vidas ,  que ,  como  rebeldes 
ásu  príncipe,  tenían  perdidas;  pero  mas  quiso  mos- 
trar clemencia  que  severidad,  y  tomándoles  juramento 
que  no  servirían  contra  él,  les  mandó  dar  licencia. 
También  la  dio  á  los  capitanes,  habiéndoles  mandado 
decir  que  no  los  castigaba  porque  sabia  que  como 
hombres  engañados  habian  venido  á  hallarse  en  aquella 
guerra.  Ellos  dijeron  que  no  solamente  engañados,  mas 
que  por  fuerza  habian  sido  traídos  á  ella.  Habiendo  es- 
tado su  majestad  tres  dias  en  el  alojamiento  de  Neu- 


422 


DON  LUIS  DE  AVILA  Y  ZÚÑIGA. 


burg,  hizo  muestra  general  del  ejército ,  en  el  cual  se 
halló  número  de  ocho  ó  nueve  mil  caballos  y  cuarenta 
y  ocho  ó  cuarenta  y  nueve  mil  infantes,  que,  aunque 
€ra  mas  el  nombre,  faltaban  algunos,  así  por  heridos  y 
muertos,  como  por  otras  enfermedades. 

Después  de  recebido  el  juramento  de  fidelidad  de  la 
villa  y  tierra,  y  puesto  en  ella  gobernador ,  se  partió  á 
buscar  el  enemigo,  porque  su  intención  era  verse  con 
él  en  lugar  igual  que  se  pudiese  combatir;  yasí,  deseaba 
acercársele ,  y  por  eso  determmó  de  pasar  el  Danubio 
por  la  puente  de  la  misma  villa ,  y  por  otras  que  allí  se 
hicieron,  y  fué  la  vuelta  de  Donavert,  donde,  como  dije, 
los  enemigos  estaban  acampados,  haciendo  cabeza  de 
aquel  sitio  para  toda  la  guerra ;  su  majestad  en  dos  alo- 
jamientos llegó  á  asentar  su  campo  una  legua  pequeña 
del  délos  enemigos,  en  una  aldea  que  se  llama Mar- 
quesen.  Habia  desde  allí  á  Donavert  lo  que  tengo  dicho; 
el  camino  era  poco,  mas  cuanto  á  la  posibilidad  de  po- 
derse hacer,  la  distancia  era  mucha,  por  ser  todoun  bos- 
que espesísimo,  y  los  caminos  estrechos;  tanto,  que  por 
cada  uno  no  cabía  mas  de  un  carro;  y  esta  espesura  co- 
menzaba desde  nuestro  campo  y  acababa  junto  al  suyo;  y 
tomaba  desde  el  rio  Danubio,  que  estaba  junto  á  nuestra 
mano  izquierda ,  y  iba  tornando  á  la  mano  derecha ,  y 
prosigii  iendo  siempre,  paraba  en  una  villa  que  estaba  dos 
leguasdel campo  nuestro, llamada  Monham.  El  Empera- 
dor mandó  reconocer  estos  bosques,  y  vióse  con  cuánta 
dificultad  podía  un  campo  caminar  por  ellos ;  mas  que- 
riéndose acercar  á  los  enemigos,  parecióle  que  habien- 
do disposición  cerca  de  su  campo  de  podernos  alojar, 
que  haciéndonos  señores  del  bosque ,  con  nuestra  ar- 
cabucería se  podia  pasar;  y  por  esto  mandó  al  duque 
de  Alba  que  reconociese  la  disposición  que  habia  para 
nuestro  campo  entre  el  de  los  enemigos  y  el  bosque. 
Y  así,  el  duque  de  Alba  fué  otro  dia  con  alguna  caballe- 
ría de  arcabuceros  ,  los  cuales  repartió  por  el  bosque 
en  las  partes  que  convenían ,  y  él  con  algunos  pocos 
que  apartó,  pasó  adelante  hasta' llegar  donde  se  aca- 
baba ,  que  era  tan  cerca  de  la  trinchea  de  los  enemi- 
gos, cuanto  un  tiro  de  un  sacre.  El  Duque  tomó  con- 
sigo cuatro  ó  cinco ,  y  á  pié  salió  un  poco  fuera  del  bos- 
que en  lugar  donde  vía  muy  bien  todo  el  sitio  de  los 
enemigos;  los  cuales  estaban  tan  atentos  en  labrar, 
que  no  tuvieron  cuidado  de  tirar  alh',  aunque  tiraban  á 
otras  partes.  El  sitio  que  ellos  tenían  era  desta  manera. 
El  bosque  que  estaba  entre  el  campo  de  su  majestad  y 
el  suyo,  se  acercaba  tan  cerca  dellos,  que  no  habia  en 
medio  sino  un  raso,  que  tenia  de  ancho  cuatrocientos  ó 
quinientos  pasos.  Acabado  este  llano,  comenzaba  una 
descendida  harto  áspera,  y  luego  una  subida  de  la 
mismamanera.  En  loalto  de  la  subida  por  toda  la  frente 
della  á  la  larga  de  como  iba  el  valle  que  hacia  esta  su- 
bida y  descendida,  tenían  los  enemigos  hechas  sus  trín- 
cheas  y  sus  reparos,  los  cuales  iban  hasta  que  por  su 
mano  izquierda  se  juntaban  con  el  bosque.  Por  aquella 
parte  se  tornaba  á  juntar  con  su  campo,  de  manera  que 
enla  delantera  se  servían  de  foso  con  este  valle  que  tengo 
dicho,  y  á  su  mano  dcrechasefortificabancon  el  Danu- 
bio, y  las  espaldas  con  la  villa  de  Donavert  y  el  ríoPrens, 
que  junto  á  ellas  entra  en  el  Danubio.  Así  estaban  los 
enemigos  alojados.  Para  alojar  nuestro  campo  no  ha- 
bia lugar;  porque,  demás  de  ser  el  espacio  que  había  en- 
tre el  bosque  y  el  campo  de  los  enemigos  tan  estrecho, 


que  era  imposible  alojar  ninguna  parte  del  nuestro,  no 
habia  ningún  medio  de  tener  agua ,  así  por  no  habella 
en  todo  el  bosque,  como  por  ser  la  descendida  al  Da- 
nubio muy  difícil  y  áspera,  y  juntamente  con  esto  aquel 
poco  espacio  que  habia,  donde  cuatro  banderas  no 
se  pudieran  alojar,  cuanto  mas  el  campo  todo  descu- 
bierto de  su  artillería,  estando  el  suyo  muy  cubierto  de 
la  que  contra  ellos  allí  se  pusiese.  Con  esta  relación 
volvió  el  Duque  á  su  majestad,  y  viendo  ijue  por  allí  no 
era  posible  acercarnos  al  enemigo  por  las  causas  que 
tengo  dichas,  su  majestad  comenzó  á  pensar  qué  ca- 
mino se  tomaría  para  sacar  al  enemigo  de  sitio  tan 
fuerte  como  el  que  habia  tomado;  porque  estar  ellos 
allí  y  el  bosque  en  medio,  era  nunca  llegar  la  cosa  al 
cabo,  y  que  la  guerra  fuese  muy  mas  á  la  larga ;  y  así,  se 
acordó  que  caminásemos  á  la  mano  derecha  con  nues- 
tro campo  la  vuelta  de  aquella  villa  que  se  llama  Ben- 
dinguen,  dejando  á  los  enemigos  á  la  mano  izquierda. 

Es  bien  saber  que  el  Emperador,  demás  de  haber  an- 
dado por  Alemania  muchas  veces ,  y  tener  entendido 
parte  della,  tiene  una  descripción  universal  de  todo, 
muy  diligentemente  hecha;  la  cual,  como  los  negocios 
lo  requieren ,  tiene  tan  estudiada,  que  verdaderamente 
comprehendió  el  sitio  de  las  villas  y  tierras  donde  es- 
tán asentadas,  con  las  distancias  de  las  unas  á  las  otras, 
que  mas  parece  que  las  ha  andado  personalmente ,  que 
no  que  las  ha  visto  en  pintura ;  y  así,  tuvo  siempre  opi- 
nión que  yendo  con  su  campo  sobre  Bendinguen  venia 
á  estar  alojado  junto  á  Norling,  y  puesto  allí,  estaba  en 
tierra  de  muchas  vituallas  y  á  las  espaldas  de  los  ene- 
migos, y  el  sitio  aparejado  para  quítalíes  todas  las  que  de 
aquella  parte  lesvenian.  Entre  tanto  que  el  Emperador 
se  vino  á  resolver  en  esta  determinación,  siempre  hubo 
algunas  escaramuzas  en  aquel  bosque ,  porque  siempre 
salían  soldados  de  una  parte  y  otra  á  buscarlo  que  ha- 
bía en  las  aldeas  y  villas  que  por  allí  habia;  y  también 
algunos  caballos  salían  algunas  veces;  aunque  pocas, 
y  así,  los  muertos  de  una  parte  y  de  otra  no  fueron 
muchos.  Y  venido  el  dia  que  el  Emperador  habia  de 
partir,  mandó  desalojar  el  campo  del  alojamiento  de 
Marquesen,  y  con  la  orden  acostumbrada,  haciendo  una 
niebla  grandísima,  se  vino  á  alojar  á  Monham,  una  villa 
del  señorío  de  Neuburg.  Otro  día  de  buena  hora  desa- 
lojó de  allí  su  majestad  y  vino  en  litera ,  por  estar  malo 
de  su  gota;  y  llegando  cerca  de  Bendinguen  el  duque 
de  Alba,  le  envió  los  burgomaestres  que  se  habían  ve- 
nido á  rendir. 

Su  majestad  tuvo  aviso  que  parecían  caballos  de  los 
enemigos  en  la  retaguardia,  por  lo  cual  la  mandó  re- 
forzar de  alguna  arcabucería,  porque  para  la  disposi- 
ción del  camino  estos  eran  los  mas  necesarios ;  y  así, 
les  puso  en  parte  donde  pudieran  aprovechar  si  los  ene- 
migos hicieran  otra  provisión  ó  diligencia ;  mas  como 
no  la  hicieron,  no  fué  necesario  que  su  majestad  hi- 
ciese otra  ninguna.  Aquel  dia  se  alojó  el  campo  entre 
Bendinguen  y  Norling,  guardando  siempre  esta  orden. 
La  vanguardia  estaba  siempre  enescuadron,  basta  que 
llegábala  batalla,  la  cual  en  llegando,  hacia  luego  sus 
escuadrones,  y  alojábase  la  vanguardia  ;  y  la  batalla 
aguardaba  á  que  la  retaguardia  llegase ;  y  venida ,  alo- 
jábanse todos.  Esta  orden  se  tuvo  en  toda  la  guerra. 
Alojado  pues  el  campo  de  su  majestad  en  este  alo- 
jamiento, se  supo  cómo  el  mismo  día  Norling  había 


COMENTARIO  DE  LA 

recibjflo  dos  banderas  del  duque  de  Sajonia  y  de  Lant- 
grave  dentro  en  la  villa,  de  lo  cual  se  arrepintió  bien 
después,  según  las  disculpas  que  dio  á  su  majestad 
cuando  se  le  rindió.  En  todo  este  tiempo  no  se  supo 
que  los  enemigos  hubiesen  hecho  ninguna  mudanza 
con  su  campo ,  mas  de  haber  puesto  aquellas  bande- 
ras en  Norling.  Aquella  noche,  después  de  alojado  to- 
do el  campo,  se  enviaron  caballos  ligeros  á  reconocer 
los  caminos  á  la  parte  de  los  enemigos ,  de  los  cuales 
se  entendió  que  hablan  comenzado  á  descubrir  alguna 
parte  de  su  infantería  y  dos  escuadrones  de  caballos 
y  algún  carruaje;  mas  no  supieron  entender  el  camiuo 
derecho  que  llevaban.  Referido  todo  esto ,  el  Empera- 
dor mandó  al  duque  de  Alba  que  el  campo  estuviese  en 
orden  para  cuando  amaneciese. 

En  este  tiempo  vino  otro  aviso  que  los  enemigos 
caminaban  derechos  á  nuestro  campo,  y  que  estaban 
ya  cerca  del.  Esto  era  poco  antes  que  amaneciese;  y 
así,  estuvo  todo  el  campo  apercebido  para  cuando  vi- 
niese el  dia,  el  cual  amaneció  con  una  niebla  tan  es- 
cura,que  della  á  la  noche  liabia  poca  diferencia.  Su  ma- 
jestad cabalgo  luego ,  y  por  tener  la  pierna  derecha 
muy  mala  de  su  gota,  llevaba  por  estribo  una  toca  de 
camino;  y  desta  manera  anduvo  todo  el  dia.  Después 
yendo  á  la  tienda  del  duque  de  Alba ,  almorzó  en  ella ,  y 
allí  se  ordenó  que  toda  la  gente  de  á  caballo  y  de  infan- 
tería estuviese  (in  sus  escuadrones,  y  no  esperar  á  or- 
denarlos después  que  la  niebla  se  alzase ;  porque  si  los 
enemigos  venían  á  combatirnos,  lo  cual  se  esperaba 
que  harían,  hallasen  en  nosotros  la  orden  conveniente; 
y  si  por  ventura  tomasen  otro  camino ,  y  el  lugar  nos 
diese  ocasión,  siendo  igual,  depresentalles  la  batalla,  la 
cual  Lantgrave  tantas  veces  había  prometido  de  dar- 
nos, combatir  con  ellos.  A  estas  horas  la  niebla  perse- 
veraba en  ser  tan  oscura,  que  verdaderamente  no  solo 
no  se  podían  descubrir  los  enemigos ,  mas  en  nuestro 
campo,  con  estar  muy  juntos  los  escuadrones,  no  se 
descubrían  el  uno  al  otro. 

Su  majestad  estaba  en  la  tienda  del  Duque  esperan- 
do el  avisO  que  tendría  de  los  enemigos,  los  cuales  en 
este  tiempo,  ayudados  de  la  niebla,  de  la  cual  verdade- 
ramente pueden  decir  que  fueron  ayudados ,  prosíguie- 
ronel  camino  de  Norling,  y  pasaron  dos  pasos,  en  los  cua- 
les no  pudieron  ser  descubiertos  de  nuestros  caballos, 
ni  los  alemanes  que  su  majestad  traía  en  su  campo  le 
supieron  avisar  dello.  Así  que,  á  estas  horas,  que  serían 
las  doce  de  mediodía,  ya  ellos  habían  pasado  estos  dos 
estrechos,  y  una  ribera  donde  había  un  muy  mal  paso, 
y  ganado  las  montañas  por  donde  podían  caminar  hasta 
Norling,  y  defenderlas  muy  bien  á  quien  quisiese  ir 
contra  ellos,  porque  así  era  la  disposición  de  la  tierra. 
Para  hacer  este  efecto  tuvieron  harto  tiempo ,  porque 
caminaron  toda  la  noche,  y  después  el  día  con  la  niebla 
tan  cerrada,  que  les  servia  también  de  noche ;  y  cami- 
naron con  tan  buena  diligencia ,  que  yo  nunca  tal  pen- 
sé de  alemanes,  los  cuales  parecen  gente  perezosa  y 
pesada ;  mas  ellos  han  mostrado  lo  contrario ,  porque 
lo  que  dellos  hemos  experimentado  y  visto  en  esta 
guerra,  es  que,  demás  de  saber  llevar  su  campo  muy 
ordenado,  y  su  carruaje  muy  recogido,  y  su  artille- 
ría en  los  lugares  que  conviene ,  todas  las  veces  que  se 
ofrece  hacer  diligencia,  con  todo  ello  la  saben  muy 
bien  hacer. 


GUERRA  DE  ALEMANIA.  423 

Y  pues  he  dicho  esto ,  quiero  decir  otras  cosas  que 
se  han  experimentado  desta  nación.  Y  es  que  con  saber 
llevar  el  campo  como  tengo  dicho ,  se  saben  alojar  muy 
bien,  escogiendo  sitios  tortísimos  y  seguros,  á  lo  cual 
siempre  ellos  tienen  mas  respeto  que  á  las  otras  co- 
modidades que  se  requieren  para  un  campo ,  porque 
vimos  que  en  Norling  estaban  Tortísimos,  y  tuvieron 
mas  respeto  á  esto  que  al  agua,  que  la  tenían  bien  le- 
jos. EnGuinguen  y  en  Ingolstat  se  alojaron  conforma 
á  esta  razón;  de  manera  que  lo  que  hemos  alcanzado 
dellos  es  que  saben  alojarse  seguramente.  También  hay 
otra  cosa  que  me  parece  que  tienen  bien  entendida, 
que  es  venir  á  una  escaramuza.'á  la  cual  ordinariamen- 
te salen  fuertes,  y  sábenla  muy  bien  traer.  Comiénzan- 
la  siempre  con  sus  caballos  ligeros .  que  son  los  caba- 
llos negros  que  ellos  llaman ,  los  cuales  toman  el  nom- 
bre de  las  armas  que  traen,  que  son  unos  arneses  ne- 
gros y  mangas  de  malla  ,  murriones  cubiertos,  esco- 
petas de  dos  palmos  y  unos  venablos,  de  lo  cual  todo 
se  aprovechan  muy  diferentemente  ;  y  cuando  su  gen- 
te de  á  pié  con  la  escaramuza  tiene  alguna  necesidad, 
sábenla  bien  favorecer.  Así  que  estas  cosas,  y  aprove- 
charse de  su  arlillería,  hácenlo  bien;  lo  demás  de  rom- 
per vituallas  á  sus  enemigos  y  dalles  armas  de  noche, 
liacer  diligentemente  emboscadas,  y  otras  diligencias 
semejantes  á  estas  que  se  suelen  hacer  en  la  guerra, 
no  les  hemos  visto  hacer  ninguna  en  esta.  He  querido 
decir  estas  cosas  porque  me  pareció  que  en  este  lu- 
gar no  iban  fuera  de  propósito. 

Esta  diligencia  que  digo  hicieron  los  enemigos  ayu- 
dados de  la  noche ,  y  después  de  la  niebla ,  y  eran  las 
doce  del  dia  cuando  ella  se  empezó  á  levantar,  y  así 
fueron  descubiertos  sobre  las  montañas  cerca  de  Nor- 
ling, las  cuales  eran  de  sitio  fortísimo  para  quien  las 
ocupase.  Había  entre  ellos  y  nuestro  campo  una  ribera, 
que  en  pocas  partes  se  podía  pasar,  si  no  fuese  como 
se  suele  hacer,  poniendo  caballos  á  la  parte  de  arriba 
de  la  corriente, porque  en  ellos  quebrase  el  agua  y  ba- 
jase al  vado;  y  esta  manera  de  pasar  ejército  en  vía- 
la de  enemigos,  ni  era  conveniente  ni  aun  posible;  y 
para  pasar  por  puentes,  también  era  difícil  y  peligroso. 
Su  majestad  á  esta  hora  tenia  el  campo  puesto  en  or- 
den, y  el  sol  era  ya  muyclaro,  y  andaba  mirando  los  es- 
cuadrones con  su  toca  de  camino  por  estribo.  Andando 
así,  llegó  á  él  el  duque  de  Alba,  que  había  ido  á  recono- 
cer el  continente  que  los  enemigos  tenían.  Dijo  á  su  ma- 
jestad que  parecía  que  los  enemiguí  querían  la  batalla, 
que  viese  lo  que  era  servido  :  á  lo  cual  su  majestad  res- 
pondió que  en  el  nombre  de  Dios ,  que  si  los  enemigos 
querían  combatir,  que  él  lo  quería  también.  Estas  fueron 
en  suma  las  palabras  que  dijo.  Y  estando  así  á  caballo, 
porque  por  su  gota  no  se  podia  apear,  tomó  la  coraza  y 
los  brazales,  y  luego  movió  con  el  campo ,  el  cual  iba 
en  esta  orden.  El  duque  de  Alba  llevaba  la  vanguardia; 
iba  con  él  mosiur  de  Bura  con  toda  su  caballería  é  in- 
fantería ;  y  en  esta  vanguardia  iba  toda  la  infantería  es- 
pañola, y  luego  iba  la  batalla  que  llevaba  su  majestad, 
con  la  caballería  de  su  casa  y  corte,  y  bandas  de  Flán- 
des,  que  eran  con  estandartes.  Allí  iba  el  príncipe  de 
Piamonte,  á  quien  su  majestad  había  dado  cargo  en  esta 
guerca  del  escuadrón  de  su  casa  y  corte.  Iba  también 
allí  Maximiliano,  archiduque  de  Austria,  con  toda  su 
caballería,  y  el  marqués  J  uan  de  Brandemburg  con  la  su- 


424 

ya.  La  infantería  de  la  batalla  era  el  regimiento  de  Ma- 
drucho  y  los  italianos.  La  retaguardia  llevaba  el  gran 
maestre  de  Prusia ;  el  marqués  Alberto  el  regimiento 
de  Jorge  de  Renspurg.  La  vanguardia  llevaba  diez  y 
seis  ó  diez  y  siete  mil  infantes  en  tres  escuadrones,  y 
tres  mil  caballos.  La  retaguardia  seria  de  siete  ó  ocho 
mil  infantes  en  un  escuadrón ,  y  mas  dos  mil  caballos. 
La  caballería  destas  tres  partes  se  repartió  conforme  á 
lo  necesario,  poniendo  los  arneses  negros  en  los  escua- 
drones y  parte  que  convenia,  y  la  gente  de  armas  con 
lanzas  todo  en  su  lugar.  La  retaguardia  y  batalla  iban 
casi  á  la  par,  porque  su^majestad  quiso  hacer  honra  á 
los  capitanes  que  querían  que  un  dia  como  aquel ,  en  el 
cual  se  iba  á  combatir  con  los  enemigos  por  frente  tan 
ancha,  no  pareciese  que  los  dejaba  atrás. 

Es  menester  saber  que  antes  que  la  niebla  del  todo 
fuese  quitada ,  el  príncipe  de  Salmona  habia  comenza- 
do una  escaramuza  con  los  enemigos,  y  á  esta  hora,  que 
su  majestad  caminaba  para  ellos,  aun  la  escaramuza 
andaba  bien  caliente,  y  por  esta  causa  su  majestad  habia 
mandado  á  mosiur  de  Bura  qde  pasase  adelante  un  poco 
con  sus  caballos,  porque  era  bien  estar  cerca  de  la  ri- 
bera ,  si  por  ventura  se  ofreciese  necesidad  de  pasarla. 
Estando  las  cosas  en  estos  términos ,  ya  la  batalla  de 
su  majestad  estaba  casi  con  el  paraje  de  la  vanguardia 
cerca  de  la  ribera.  Allí  tomando  el  Emperador  al  duque 
de  Alba  y  á  otros  capitanes ,  se  subieron  sobre  una 
montañuela,  donde  se  podía  ver  lo  que  los  enemigos  ha- 
cían, que  en  alguna  manera  parecían  tener  semblante 
de  aceptar  la  batalla,  y  descender  á  lo  llano  que  entre 
la  montaña  y  la  ribera  estaba,  la  cual  se  procuraba  de 
nuestra  parte  mucho ,  comenzándoles  una  escaramuza 
de  nuevo  con  unos  arcabuceros  nuestros  que  habían  pa- 
sado el  agua.  Mas  ellos  nunca  dejaron  las  montañas,  y 
siempre  estuvieron  firmes  en  proseguir  el  camino  que 
habían  comenzado,  lo  cual  era  ya  tan  cerca  de  Norling, 
que  su  avanguardia  estaba  ya  en  el  alojamiento ;  y  por 
esto  su  majestad  mandó  hacer  alto  á  todo  el  campo  y  á 
mosiur  de  Bura ,  el  cual  comenzaba  á  probar  el  paso 
de  la  ribera  con  algunos  caballos,  lo  cual  se  hacía  tra- 
bajosamente, por  ser  el  paso  muy  estrecho.  Esto  era  ya 
muy  tarde;  mas  aquel  día  se  combatiera  sin  duda  nin- 
guna si  la  niebla  no  oscureciera  á  los  enemigos  tanto 
tiempo  cuanto  fué  menester  para  que  ellos  pudiesen 
pasar  los  pasos  donde  habíamos  de  venir  con  ellos  á  las 
manos ;  en  el  cual  tiempo  ocuparon  estas  monlañetas 
que  tengo  dicho ;  y  después  de  ocupadas ,  sí  ellos  baja- 
ran á  lo  llano,  como  se  procuraba  abajallos,  cebándoles 
con  las  escaramuzas,  aunque  fuera  con  alguna  desaven- 
taja ,  porque  nuestra  caballería  había  de  pasar  la  ribera 
y  no  muy  en  orden ,  y  la  infantería  muy  mojada,  peleá- 
ramos con  ellos.  Mas  habiéndoles  presentado  la  bata- 
lla así ,  ellos  tomaron  otro  consejo ,  tomando  sitio  para 
su  alojamiento,  donde  con  ejército  harto  menor  que  el 
suyo  pudieran  estar  bien  seguros.  Ya,  como  tengo  di- 
cho, era  tarde;  por  lo  cual  su  majestad  acordó  de  vol- 
ver á  alojar  su  campo ,  y  los  enemigos  hicieron  lo  mis- 
.  mo  en  aquellas  montañas,  aunque  aquella  noche  per- 
dieron hartos  soldados  y  carros  que  nuestros  caballos 
les  tomaron. 

Otro  dia  su  majestad  acordó  de  partir  con  su  oempo 
y  acercarse  á  los  enemigos ;  y  así ,  con  la  misma  orden 
que  se  habia  tenido  el  dia  antes,  caminó  la  vuelta  dellos, 


DON  LUIS  DE  ÁVILA  Y  ZÜÑIGA. 


y  tomó  su  alojamiento  á  una  milla  y  media  de  su  cam- 
po, donde  aquel  mismo  día  hubo  una  escaramuza  de 
caballos,  la  cual  fuera  grande  si  el  tiempo  diera  lugar; 
mas  era  tan  tarde,  que  aun  para  alojar  el  campo  no  se 
veía;  y  así,  de  ambas  partes  fué  retirada.  En  esta  esca- 
ramuza el  marqués  Juan  de  Brandemburg  con  treinta 
caballos  de  los  suyos  peleó  muy  bien ;  y  uno  de  los  du- 
ques de  Brunzvic,  el  cual  venia  con  el  campo  de  los 
enemigos ,  fué  allí  herido,  y  de  las  heridas  murió  des- 
pués en  Noriíug,  y  otros  algunos  que  eran  hombres  de 
cuenta  entre  los  contraríos ,  fueron  muertos  y  heridos 
aquel  dia,  y  de  los  nuestros  pocos. 

Allí  estuvo  el  Emperador  algunos  días ,  en  los  cua- 
les siempre  buscó  medio  de  hacer  daño  á  sus  enemi- 
gos ;  mas  ellos  estaban  en  sitio  tan  bueno  y  tan  á 
propósito  de  vituallas,  que  su  majestad  conoció  que  era 
necesario  mudar  la  razón  de  la  guerra,  y  no  estar  pe- 
diendo tiempo,  campeando  contra  los  enemigos  tan  sin 
provecho;  los  cuales  tenían  alojamiento  tan  fuerte,  que 
para  sacallos  del  convenía  mas  usar  de  arle  que  de  fuer- 
za; y  así,  su  majestad  determinó  de  buscalla,  y  acordó 
que  fuese  quitándoles  el  Danubio ;  el  cual  era  tan  im- 
portante para  cualquiera  de  los  dos  campos,  que  á  mi 
juicio  mucha  parte  de  la  victoria  consistía  en  tenelle 
ganado ;  porque  las  villas  que  están  sobre  él  son  de 
mucha  importancia,  por  ser  señores  de  las  puentes  que 
pasan  á  Baviera  y  á  mucha  parte  de  Suevia ;  y  en  aquel 
tiempo  los  enemigos  tenían  todas  aquellas  que  estaban 
desde  ülma  á  Donavert ;  y  así,  eran  señores  de  grandí- 
sima vitualla ,  y  tenían  los  pasos  de  Augusta  muya  pro- 
pósito. Pues  viendo  su  majestad  cómo,  ganada  aquella 
parle  contra  los  enemigos,  ellos  perdían  mucho,  y  él  ga- 
naba gran  reputación  y  se  hacía  señor  de  lugares  muy 
necesarios  para  dañar  á  Ulma  y  Augusta,  que  eran  dos 
muy  principales  fuerzas  de  la  liga,  hizo  una  cosa  muy 
bien  considerada,  y  fué  mandar  que  todos  aquellos  días 
siempre  se  mostrase  alguna  gente  nuestra  á  los  enemi- 
gos, y  una  noche  envió  al  duque  Octavio  con  la  caballe- 
ría é  infantería  italiana,  y  á  Xamburg  con  sus  alemanes 
y  doce  piezas  de  artillería;  y  mandóles  caminasen  con 
diligencia  á  Donavert,  el  cual  estaba  de  nuestro  campo 
tres  leguas ;  y  dándoles  orden  de  la  manera  que  habían 
de  tener,  ellos  pusieron  tan  buena  diligencia,  que  antes 
del  dia  estaban  sobre  la  villa,  la  cual  comenzaron  de  ba- 
tir sin  asestarle  artillería ,  y  á  escala  vista  tomaron  el 
arrabal,  y  luego  se  rindió  la  villa,  saliendo  huyendo  por 
la  puente  dos  banderas  de  infantería  que  allí  habían  deja- 
do de  guarda  el  duque  de  Sajonia  y  Lantgrave.  Y  paré- 
cerne  que  es  razón  declarar  aquí  una  cosa,  porque  quien 
esto  leyere  podrá  ser  que  desee  sabello :  cuántos  solda- 
dos eran  una  bandera  ó  dos  ó  tres ,  porque  muchas  ve- 
ces hago  memoria  aquí  del  número  de  las  banderas ,  y 
no  del  de  la  gente;  y  así,  es  bien  que  se  sepa.  Una  ban- 
dera de  tudescos  lo  mas  ordinario  es  de  trecientos 
hasta  cuatrocientos  hombres,  y  todas  las  que  su  ma- 
jestad dejaba  en  guardia  destas  tierras,  eran  alemanes. 
Esto  entendiendo,  no  será  menester  referillo  muchas 
veces.  Tomado  Donavert,  quedaron  allí  dos  banderas  de 
guardia,  y  todo  el  resto  de  la  gente  volvió  al  campo  de  su 
majestad  con  el  artillería.  Los  enemigos  no  supieron 
ninguna  cosa  desta  empresa  hasta  otro  dia  después, 
porque  aunque  estábamos  á  milla  y  media  el  un  campo 
del  otro  esto  fué  tan  bien  ordenado  y  con  tanta  dili- 


COMENTARIO  DE  LA  GUERRA  DE  ALEMANIA. 


425 


gencia,  que  no  pudieron  tener  inteligencia  que  fuese  á 
tiempo  de  proveer  nada  contra  ella.  Acabado  este  nego- 
cio, que  importaba  harto,  por  el  sitio  que  tengo  dicho 
que  tiene  aquella  villa,  su  majestad  se  levantó  de  aquel 
alojamiento,  y  en  un  dia  con  todo  su  campo  fué  á  Do- 
navert,  y  allí  se  alojó,  teniendo  á  sus  espaldas  la  villa, 
y  á  mano  izquierda  el  Danubio . 

Aquel  dia  los  enemigos  no  se  movieron,  ni  pareció 
mas  gente  de  á  caballo  de  la  que  tenían  ordinariamente 
en  su  guardia,  ni  tampoco  en  ninguna  cosa  nos  hicie- 
ron estorbo  en  caminar;  de  lo  cual  yo  me  maravillo,  te- 
niendo ellos  tanta  gente  de  á  caballo ,  siendo  plátícos 
de  la  tierra,  y  sabiendo  que  habia  pasos  que  por  fuerza 
los  habíamos  de  pasar  no  con  mucha  orden ,  ó  que  que- 
riendo nosotros  pasar  con  ella,  hablamos  de  estar  hecho 
alto  y  perdiendo  tiempo,  y  desta  manera  ser  forzados 
de  alojarnos.  De  lo  cual  se  pudieran  seguir  otros  mu- 
chos inconvenientes  que  se  suelen  seguir  de  no  alojar 
bien;  aunque  su  majestad  habia  proveído  contra  lo  que 
ellos  pudieran  hacer,  poniendo  el  arcabucería  española 
y  italiana  en  lugares  dispuestos  para  ella,  y  haciendo  la 
retaguardia  convenientemente  fuerte ,  según  la  dispo- 
sición del  camino ,  el  cual  no  daba  lugar  sino  á  que  el 
campo  caminase  muy  en  hilera,  asi  como  tengo  dicho. 
El  Emperador  llegó  cerca  de  Donavert ,  donde  estuvo 
aquella  noche,  y  otro  dia  de  mañana,  por  la  ribera  del 
Danubio  arriba  se  fué  con  el  campo  á  Tilinguen ,  que  es 
una  villa  del  cardenal  de  Augusta,  sobre  la  ribera,  con 
una  puente  muy  buena.  Nuestro  camino  era  ancho,  por 
ser  todo  campaña  rasa ,  teniendo  á  nuestra  mano  iz- 
quierda el  Danubio,yáladerechaunos  bosques muyan- 
chos  y  muy  espesos,  los  cuales  estaban  en  nuestro  cam- 
po y  el  de  los  enemigos,  y  siempre  iban  prosiguiendo 
hasta  llegar  á  acabarse  junto  al  rio  Prens,  que  es  tres 
leguas  sobre  Tilinguen,  y  entra  en  el  Danubio,  y  la  cam- 
paña por  donde  caminábamos  tiene  el  mismo  término. 
Así  que,  caminando,  llevábamos  á  nuestra  mano  dere- 
cha estos  bosques ,  en  los  cuales  hay  dos  ó  tres  cami- 
nos, que  los  han  de  travesar  los  quede  Norling quisie- 
ren venir  á  Tilinguen.  Pues  llevando  su  majestad  este 
camino,  se  le  vino  á  rendir  una  villa  llamada  Hochstet 
con  un  buen  castillo  sobr^el  Danubio,  y  después  Ti- 
linguen se  envió  á  rendir,  la  cual  había  sido  tomada  al 
cardenal  de  Augusta  por  los  enemigos,  y  tenían  dentro 
della  una  bandera  de  guarda,  mas  esta  se  salió  sabiendo 
la  venida  de  su  majestad,  y  él  se  alojó  aquel  día  con  su 
campo  entre  Tilinguen  y  Lauguínguen,  la  cual  es  una 
villa  que  está  una  milla  mas  adelante  de  Tilinguen,  con 
puente  sobre  el  Danubio ;  lugar  fuerte  de  sitio  y  de  ra- 
zonable fortificación.  En  esta  tenían  los  enemigos  tres 
banderas,  y  la  que  salió  de  Tilinguen  se  entró  allí ,  y 
con  ella  fueron  cuatro.  Mas  aquella  noche,  siendo  re- 
queridos por  el  duque  de  Alba  que  se  rindiesen  á  su 
majestad,  respondieron  muy  bravos,  diciendo  que  no 
querían,  porque  otro  dia  esperaban  socorro  del  duque 
de  Sajonia  y  de  Lantgrave ;  mas  viendo  aquella  noche 
demostraciones  de  ser  batidos,  otro  dia  tomaron  otro 
consejo,  y  antes  que  amaneciese  salieron  por  el  puente 
llevando  el  camino  de  Augusta.  Los  burgomaestres  de 
la  villa  se  salieron  á  rendir  al  Emperador,  dándole  por 
disculpa  que  antes  lo  hicieran  si  la  gente  de  guerra 
que  dentro  estaba  no  se  lo  hubiera  estorbado.  En  este 

tiempo  su  majestad  tuvo  aviso  que  el  duque  de  Sajonia 


y  Lantgrave  venían,  y  que  traían  el  camino  derecho  de 
Lauguínguen;  á  lo  cual  se  dio  crédito  por  haberlo  di- 
cho el  dia  antes  la  gente  de  guerra  que  en  ella  estaba, 
que  otro  dia  esperaban  ser  socorridos;  y  así ,  mandó  que 
el  campo  estuviese  en  orden  para  ir  á  tomar  cierto  pa- 
so ,  el  cual  aunque  era  ancho,  y  no  áspero,  era  harto 
conveniente  para  combatir  con  los  enemigos,  los  cua- 
les no  podían  venir  por  otra  parte  habiendo  de  venir  á 
Lauguínguen ;  y  viniendo  por  allí,  no  se  podia  dejar  de 
combatir,  ó  habían  de  volver  atrás,  viéndonos  á  nos- 
otros. Si  combatían,  su  majestad  tenia  su  campo  en  si- 
tio bastantemente  bueno;  si  ellos  volvieran  atrás ,  per- 
dieran su  negocio ;  y  así,  de  una  manera  ó  de  otra,  pien- 
so yo  que  aquel  dia  se  echara  á  parte  esta  empresa  tan 
porfiada.  Mas  estando  las  cosas  en  estos  términos ,  la 
villa  de  Lauguínguen  se  vino  á  rendir,  y  así  se  supo  de 
los  della  que  no  solo  no  se  esperaba  socorro  del  duque 
de  Sajonia  y  del  Lantgrave,  mus  que  Xertel  había  estado 
allí  aquella  noche  con  sesenta  caballos,  y  habia  sacado 
las  cuatro  banderas  y  llevádolas  á  Augusta.  Luego  tras 
Lauguínguen  se  vino  á  rendir  otra  villa  llamada  Gundel- 
finguen,  que  está  asentada  cerca  del  río  Prens.  El  du- 
que de  Alba,  por  orden  de  su  majestad,  hizo  que  Juan 
Batista  Sábelo  con  la  caballería  del  Papa  siguiese  á  Xer- 
tel y  á  estas  cuatro  banderas ,  y  envió  con  él  á  Aklana 
y  Aguilera  con  sus  dos  compañías  de  arcabuceros  es- 
pañoles á  caballo,  y  á  Nicolao  Seco  con  la  suya  de  ita- 
lianos; y  púsose  tanta  diligencia, que  los  alcanzaron, 
aunque  Xertel  con  los  caballos  ya  habia  ido  delante;  y 
con  las  cuatro  banderas  tuvieronuna  buena  escaramu- 
za, en  la  cual  les  tomaron  hartos  soldados  y  tres  piezas 
de  artillería  que  desde  Lauguínguen  llevaban  á  Augus- 
ta. Con  esto  se  volvió  Juan  Batista  Sábelo  al  Empera- 
dor ,  el  cual  aquel  mismo  día,  dejando  en  Lauguínguen 
dos  banderas,  se  alojó  con  todo  su  campo  pasado  el  rio 
Prens,  sobre  su  ribera,  en  una  aldea  que  se  llama  Sól- 
ten ,  tres  leguas  de  Ulma,  adonde  su  majestad  iba  por- 
que teniendo  ganadaslas  tierras  que  quedaban  sobre  el 
Danubio,  y  -habiendo  tomado  la  delantera  á  los  enemi- 
gos, quería  apretar  aquella  ciudad,  poniéndose  en  si- 
tioquesi  ellos  viniesen  á  socorrerla,  pudiésemos  comba- 
tir con  ventaja,  lo  cual  estaba  claro  que  ellos  habían  de 
procurar,  si  no  la  querían  dejar  perder;  y  así,  ordenó 
de  partir  otro  dia.  Masa  la  hora  que  el  campo  habia 
de  levantarse,  algunos  caballos  ligeros  que  su  ma- 
jestad había  enviado  el  día  antes  á  la  banda  de  los 
enemigos,  vinieron  con  avisoquc  caminaban;  y  fué  ne- 
cesario, hasta  reconocer  lo  que  ellos  determinaban  de 
hacer,  que  su  majestad  no  desalojase  su  campo;  y  así, 
envió  de  nuevo  mas  caballos  que  reconociesen  el  ca- 
mino que  los  enemigos  traían,  los  cuales  habían  par- 
tido el  día  antes  de  su  alojamiento  sobre  Norling,  y  ca- 
minado dos  leguas  muy  grandes ,  y  aquel  día  quedá- 
bales poco  camino  hasta  el  alojamiento  que  tomaron 
después.  Y  haberse  reconocido  esto  tan  tarde,  no  fué 
en  todo  por  culpa  de  nuestros  descubridores,  que  no 
siendo  naturales  de  la  tierra,  no  eran  pláticos  della;  y 
asi,  estuvieron  mucho  tiempo  sin  entender  á  qué  parte 
se  enderezaba  el  camino  de  los  enemigos,  y  algunos 
alemanes  que  trujeron  aviso  desto  estuvieron  tan  de- 
satinados, que  ninguna  cosa  cierta  supieron  referir. 

Ya  en  este  tiempo  los  enemigos  estaban  tan  adelan- 
te, que  saliendo  el  duque  de  Alba  á  reconocer  la  dis- 


426 


DON  LUIS  DE 


posición  de  la  parte  por  donde  se  pensaba  que  ellos  en- 
derezaban su  camino,  sus  alambores  se  oian  muyela- 
ros  ,  y  comenzaba  á  parecer  alguna  gente  suya.  Y  así, 
su  majestad  cabalgó  con  algunos  caballeros,  y  tomando 
al  duque  de  Alba  en  su  compañía ,  se  subieron  á  una 
monfafiuela  donde  ya  muy  cerca  venia  la  vanguardia 
de  los  enemigos,  la  cual  traían  muy  reforzada  de  gen- 
te de  á  caballo ,  y  su  infantería  d  la  mano  derecha  cer- 
ca de  unos  bosques,  y  algunas  piezas  de  campaña,  con 
las  cuales  comenzaron  á  tirar  muy  bien ,  porque  Lant- 
grave  hace  profesión  de  saberse  aprovechar  de  su  arti- 
llería, y  en  esta  guerra  á  mi  parecer,  ó  gobernándola 
él  ó  sus  capitanes  ( que  desto  yo  no  sé  á  quién  se  debe 
dar  la  gloria),  ellos  han  sabido  traella  muy  diligen- 
temente. Después  que  su  majestad  hubo  muy  bien  mi- 
rado la  manera  que  los  enemigos  traían ,  y  entendido 
que  iban  la  vuelta  de  Guinguen ,  que  es  una  villa  asen- 
tada una  legua  de  nuestro  campo ,  el  rio  Prens  arriba, 
él'se  volvió  á  su  alojamiento,  y  los  enemigos  se  aloja- 
ron sobre  esta  \U\VL  y  sobre  el  mismo  rio.  Hubo  en  este 
tiempo  un  poco  de  escaramuza,  mas  no  cosa  de  mucha 
cualidad.  Aquel  dia  pareció  á  algunos  que  fuera  bien 
combatir  con  los  enemigos ;  mas  venidas  á  sacar  en  lim- 
pio todas  las  razones,  se  averigua  que  cuando  se  reco- 
noció que  ellos  estaban  en  parte  donde  hubiera  lugar 
para  dar  la  batalla,  por  ser  allí  los  bosques  mas  abier- 
tos, estaban  ellostan  cerca  de  su  alojamiento,  que  no 
habia  tiempo  para  sacar  ningún  escuadrón  del  nuestro 
antes  que  ellos  llegasen  al  suyo,  ni  habia  lugar  de  po- 
ner en  orden  el  campo,  como  habia  de  estar,  especial- 
mente habiendo  de  pasar  el  rio  Prens,  que  estaba  entre 
los  unos  y  los  otros,  tan  hondo,  que  no  se  podía  pasar 
sin  puentes ,  y  para  echallas  era  menester  tiempo,  por- 
que habían  de  ser  muchas  para  que  pudiese  todo  el 
ejército  pasar  con  la  diligencia  necesaria,  habiendo  de 
combatir.  Asi  que,  la  falta  desto,  si  fuese  falta,  estuvo 
en  ser  los  enemigos  reconocidos  á  tiempo  que  ya  no 
le  habia  para  hacer  cosa  con  él ,  y  esto  fué  por  hacer  los 
reconocedores  tan  diversas  relaciones ,  que  cuando  se 
vino  á  saber  la  verdad,  era  ya  pasada  la  ocasión,  si  al- 
guna hubo. 

Yo ,  considerando  muchas  veces  en  las  guerras  que 
con  su  majeslad  me  he  hallado,  cslas  cosas,  he  visto 
que  por  la  mayor  parte  siempre  han  faltado  hombres 
que ,  aunque  pláticos  de  la  tierra  y  naturales  della ,  hi- 
ciesen averiguada  relación  de  lo  que  á  los  enemigos  to- 
caba, y  por  esto  muchas  veces  era  necesario  andar  á 
tiento,  como  quien  anda  á  escuras  y  conjeturando,  por 
no  ser  bastantes  los  avisos  que  estos  descubridores 
traían.  Yo  no  sé  determinar  qué  sea  la  causa,  sino  es 
lo  que  César  dice  de  Considio,  muy  valiente  y  muy  ex- 
perimentado soldado  suyo,  que  eiiviándole  á  recono- 
cer los  enemigos,  vio  á  Labieno,  capitán  de  César,  en 
el  monte  que  convenia  tener  contra  los  enemigos , 
y  andando  Considio  mirando  y  reconociendo  aquella 
gente,  satisfecho  de  habello  visto  bien,  volvió  á  Cé- 
sar, y  le  dijo  que  el  monte  que  habia  mandado  á  La- 
bieno  que  tomase,  ya  lo  tenian  los  enemigos  ocupado, 
y  que  esto  habia  él  muy  bien  reconocido,  porque  cono- 
ció muy  claras  las  armas  y  banderas  francesas.  Este  er- 
ror de  Considio  fué  causa  que  César  estuviese  puesto 
en  escuadrón  aquel  dia  y  no  hiciese  nada,  y  que  los 
helvecios  (en  cuya  guerra  esto  acaeció)  tuviesen  tiem- 


AVILA  Y  ZÚNiGA.  M 

po  de  mudar  alojamiento  á  sü  ventaja;  y  dice  César 
que  Considio,  teniendo  temor,  le  había  parecido  otra 
cosa  de  lo  que  había  visto ;  y  así,  había  referido  lo  que  le 
habia  parecido,  haciendo  relación  diversa  de  lo  que  era. 
Este  ejemplo  me  parece  muy  semejante  á  la  materia 
que  se  trata,  porque  nuestros  descubridores,  por  no 
llegar  tan  adelante  que  viesen. á  los  enemigos,  ó  des- 
pués de  vistos,  teniendo  algún  recelo,  pocas  veces  han 
referido  tan  entera  relación  como  era  menester,  y  esto 
no  por  falta  de  diligencia  de  los  que  tenian  el  cargo  de 
mandarlo;  y  podría  también  ser  que  allende  del  miedo, 
que  ciega  en  actos  semejantes,  también  la  infidelidad 
de  los  descubridores  ó  la  limitación  del  premio  tuviese 
la  culpa  desto.  He  hecho  esta  digresión  por  parecerme 
algo  conveniente  en  este  lugar. 

Vuelto  el  Emperadora  su  alojamiento,  los  enemigos 
hicieron  muestra  con  algunos  escuadrones  de  caballos 
de  venir  por  un  llano  hacía  él ,  y  habiendo  una  muy  pe- 
queña escaramuza ,  como  tengo  dicho,  se  volvieron  al 
suyo,  el  cual,  aunque  estaba  divido  entre  sí  por  algunos 
valles  y  arroyos  que  le  atravesaban  cada  parte  del,  era 
fortísimo;  porque,  como  ya  se  ha  dicho,  esto  sábenlo 
muy  bien  hacer. 

Aquel  dia  en  la  noche  su  majestad  trató  en  la  ida  de 
Ulma ,  y  después  de  muchas  opiniones,  finalmente  otro 
dia  se  tomó  resolución  de  mudar  el  campo ,  porque  se 
entendió  que  ya  los  enemigos  habían  enviado  á  Ulma 
los  tres  mil  suizos  y  mil  y  quinientos  soldados  de  la 
misma  tierra ,  y  qué  esta  era  bastante  gente  para  de- 
fensión de  aquella  ciudad;  la  cual  estando  así,  no  era 
razón  ponernos  sobre  ella,  dejando  á  las  espaldas  un 
ejército  de  norenta  mil  hombres ;  los  cuales  estaba  cla- 
ro que  en  dejando  nuestro  alojamiento  se  habían  de 
poner  en  él,  y  ocupado,  nos  quitaban  las  vituallas  coa 
muy  gran  facilidad,  porque  no  nos  podían  venir  por 
otra  parte  sino  por  allí,  y  quedaban  señores  de  todas 
aquellas  villas  que  sobre  el  Danubio  habíamos  tomado; 
porque  poniéndose  donde  digo,  les  quitaban  del  todo  la 
esperanza  de  ser  socorridas.  Así  que,  la  razón  de  ir  so- 
bre Ulma,  estando  desproveída  y  su  socorro  lejos,  fuera 
necesario  mudarse,  por  estar  ya  proveída  y  su  socorro 
cerca,  con  todas  las  otras  particularidades  que  tengo 
dicho.  Ya  la  manera  de  la  guerra  se  nos  había  vuelto 
en  hacellade  alojamiento  á  alojamiento,  porque  ambos 
estaban  asentados  á  vista  el  uno  del  otro.  Desta  manera 
cada  dia  habia  escaramuzas,  y  como  eran  tan  conti- 
nuos los  enemigos  á  salir  á  ellas,  el  duque  de  Alba  or- 
denó que  se  hiciese  una  escaramuza  algo  mas  gruesa 
que  las  ordinarias ;  y  así ,  otro  dia  de  mañana  se  embos- 
caron tres  mil  arcabuceros  en  el  bosque  que  estaba  jun- 
to al  Prens,  hacia  los  enemigos  cuanto  seiscientos  pasos; 
y  enviando  al  príncipe  de  Salmona  con  algunos  caballos 
suyos,  sacó  á  los  enemigos  luego,  porque  comenzó  á 
hacer  daño  en  algunos  desmandados  que  estaban  de- 
lante de  su  alojamiento;  y  ellos  salieron ,  viendo  esto, 
tan  en  grueso  como  acostumbran  salir ,  así  de  caballos 
como  de  arcabuceros  á  pié,  partidos  según  su  costum- 
bre, parte  sueltos  y  parte  en  escuadrones.  El  Príncipe 
los  supo  tan  bien  traer, que  los  metió  en  el  mismo  lugar 
que  le  habian  ordenado.  Allí  hubo  una  muy  buena  es- 
caramuza, así  entre  los  caballos  como  entre  los  arca- 
buceros, y  cayeron  muchos  de  los  enemigos,  los  cua- 
les después  se  veían  por  aquella  campaña  tendidos  con 


COMENTARIO  DE  LA 

sus  bandas  amarillas ,  que  desta  color  las  traían  ellos. 
En  esta  escaramuza  se  aprovecharon  de  su  artillería , 
como  siempre  lo  suelen  hacer,  y  con  todo  esto  reci- 
bieron muy  gran  daño  de  nuestra  arcabucería ;  y  aun- 
que sus  caballos  cargaban  muy  en  grueso ,  los  nues- 
tros ligeros  los  sostuvieron  y  tornaron  á  cargar  muy 
bien,  porque  andaban  entre  ellos  muchos  caballeros 
principales  de  todas  las  naciones  que  servian  allí  á  su 
majestad.  Mas  porque  algunas  cosas  que  habia  ordena- 
do el  Duque  la  noche  antes  no  se  pusieron  en  efecto, 
conforme  á  lo  que  estaba  determinado ,  y  hubo  en  ellas 
alguna  negligencia,  su  majestad  mandó  retirar  la  esca- 
ramuza ;  lo  cual  fué  con  tan  buena  vokmtad  de  los  ene- 
migos, que  juntamente  se  retiraron  ellos. 

Viendo  su  majestad  cómo  los  enemigos  salían  siem- 
pre en  siendo  provocados,  acordó  de  hacelles  algún 
daño  señalado ;  y  así ,  ordenó  que  un  dia  fuesen  los  ca- 
ballos ligeros  á  las  trincheas  de  los  ei>emigos,  para  que 
escaramuzando  los  sacasen  dellas,  y  puso  la  caballería 
tudesca  repartida  en  diez  partes  del  bosque,  donde  pe- 
dia estar  encubierta,  y  mandó  meter  por  él  arcabucería 
española  y  ilaliana ,  y  todo  el  resto  del  campo  hizo  es- 
tar en  orden  para  lo  que  fuese  necesario,  y  juntamente 
con  esto,  hizo  poner  cubiertas  algunas  piezas  de  arti- 
llería en  partes  muy  convenientes ,  y  mandó  al  principe 
de  Salmona  que  con  los  caballos  ligeros  hiciese  lo  que  le 
estaba  ordenado,  que  era  sacar  los  enemigos  como  los 
días  pasados  habia  hecho;  y  así ,  salieron  de  su  campo 
dos  escuadrones  de  caballos  bien  gruesos,  los  cuales 
nunca  se  apartaron  de  sus  trincheas ,  sino  tan  cerca 
dellas ,  que  su  artillería  los  podía  ayudar,  y  escaramu- 
zaron con  los  nuestros;  y  esto  creo  yo  que  fué  por  una 
de  dos  cosas :  ó  porque  ellos  supieron  la  orden  que  en 
nuestro  campo  se  habia  tomado ,  ó  porque,  escarmen- 
tados de  la  otra  escaramuza  pasada ,  no  osaron  llegar 
al  lugar  donde  habían  recebido  tanto  daño.  Así ,  todo 
aquel  tiempo  que  se  esperó  que  ellos  se  cebarían  en 
nuestros  caballos,  estuvo  nuestro  campo  en  orden ;  mas 
los  enemigos ,  habiendo  escaramuzado  gran  parte  dtl 
día,  se  volvieron  á  su  alojamiento ,  y  ya  tarde  el  Empe- 
rador al  suyo ;  el  cual ,  viendo  que  aquí  no  habia  habi- 
do efecto  su  designio ,  el  cual ,  como  tengo  dicho,  era 
romper  la  mayor  parte  que  pudiese  de  los  enemigos, 
pues  ellos  estaban  alojados  de  manera  que  otra  cosa 
no  se  podía  hacer ,  ordenó  que ,  pues  de  día  no  se  ha- 
bia podido  poner  en  efecto  lo  que  se  habia  ordenado, 
que  se  probase  de  noche ;  y  así ,  se  ordenó  una  encami- 
sada, en  la  cual  iba  toda  la  infantería  española  y  el  regi- 
miento deMadrucho,  y  el  gran  maestre  de  Prusia,  y 
el  marqués  Alberto  con  su  caballería.  Con  esta  gente 
partió  el  duque  de  Alba  aquella  noche  de  nuestro  cam- 
po,  y  en  partiendo,  el  Emperador  mandó  apercebir  la 
resta  del,  y  él  se  fué  desperaren  campaña  el  aviso  que 
el  Duque  le  enviaría  para  proveer  conforme  á  lo  nece- 
sario., Y  así  estuvo  con  algunos  caballeros ,  á  los  cua- 
les mandó  que  le  acompañasen,  armado  de  su  gola  y 
corazas,  y  cubierta  una  lobera;  y  porque  la  noche  era 
larga  y  frígidísima,  se  puso  á  dormir  en  un  carro  cu- 
bierto, al  cual  en  Hungría  llaman  coche,  porque  el  nom- 
bre y  la  invención  es  de  aquella  tierra.  Y  así  estuvo  es- 
perando los  avisos  que  ternia,  para  socorrer  á  lo  que 
fuese  necesario. 
Ya  en  este  tiempo  el  duque  de  Alba  con  gran  dilí- 


GUERRA  DE  ALEMANIA.  427 

gencia  había  llegado  á  media  milla  del  campo  de  los 
enemigos;  mas  reconociendo  que  sus  centinelas  y  guar- 
dias estaban  reforzadas,  sospechando  lo  que  era,  man- 
dó hacer  alto  á  la  gente ;  y  reconocido  mejor  lo  que  los 
enemigos  hacían ,  se  vio  claramente  cómo  estallan  avi- 
sados ,  porque  tenían  encendidos  muchos  fuegos  y  gran 
número  de  hachas  y  faroles ,  los  cuales  andaban  de  es- 
cuadrón en  escuadrón.  Así  que,  por  esta  causa,  y  por 
tener  ellos  sitio  y  fortificación  tan  grande ,  que  aunque 
no  estuvieran  avisados  y  apercebídos,  como  estaban,  se 
había  de  porfiar  mucho  si  con  ellos  se  llegara  á  las  ma- 
nos ,  no  hubo  lugar  la  buena  orden  que  en  esto  se  ha- 
bía dado.  Después  se  supo  que  aquella  noche  los  ene- 
migos habían  sido  avisados  cuatro  horas  antes  que 
nuestra  gente  llegase ,  por  una  espía  suya  que  salió 
de  nuestro  campo.  Pasando  esto  así,  el  Duque  tornó 
con  la  gente  al  alojamiento  antes  que  amaneciese ,  y 
su  majestad  también  á  la  misma  hora.  Pienso  yo  que  si 
los  enemigos  no  fueran  avisados  á  tan  buen  tiempo,  re- 
cibieran aquella  noche  en  su  campo  un  notable  daño, 
porque  de  la  orden  que  se  habia  dado  y  de  la  gente  que 
iba  á  ejecutalla  no  se  esperaba  otra  cosa. 

Ya  la  guerra  parecía  que  era  tornada  á  los  primeros 
términos,  y  que  los  enemigos  estaban  en  alojamiento 
muy  seguro  y  muy  de  asiento  en  él ,  por  lo  cual  el  Em- 
perador comenzó  á  buscalles  otra  entrada,  y  así  se  em- 
pezó á  platicar.  Mas  entre  tanto  que  su  majestad  esto 
trataba,  nunca  se  dejó  de  hacer  daño  á  los  enemigos, 
rompiéndoles  sus  vituallas ,  matándoles  los  sacomanos 
y  forrajeros,  y  dándoles  armas  de  noche,  que  es  cosa 
que  á  cualquiera  nación  suele  enojar,  especialmente  á 
esta. 

Entre  otras  cosas,  un  dia,  por  orden  de  su  majestad, 
el  príncipe  de  Salmona  con  sus  caballos  ligeros,  y  mo- 
siur  de  Barbanson,  caballero  de  la  orden  del  Tusón,  fla- 
j  meneo,  con  parte  de  la  caballería  de  mosiur  de  Bura, 
:  fueron  á  encontrar  la  escolta  que  los  enemigos  haciau  á 
'  suvitualla,yno  muy  lejos  del  campo  dellos  encontraron 
¡  con  dos  escuadrones  de  caballería  de  los  suyos  harto 
!  gruesos ,  y  pelearon  tan  bien ,  que  los  enemigos  fueron 
;  desbaratados  y  muertos ,  y  presos  mucUos  dellos ,  y  uu 
i  estandarte  tomado  con  el  alférez  que  lo^ traía.  Y  acae- 
I  ció  una  cosa,  que  me  pareció  que  es  bien  escribilla;  y 
I  es  que  aquel  caballero  que  tomó  el  alférez  con  su  es- 
!  tandarte  era  de  la  caballería  de  mosiur  de  Bura ,  y  este 
i  habia  un  año  antes ,  en  el  mismo  dia  que  esto  acaeció, 
j  muerto  en  otro  reencuentro  á  un  hermano  deste  mis- 
I  mo  alférez  que  aquí  prendió ,  y  le  habia  tomado  otra 
bandera.  Con  esto  se  volvió  el  Príncipe  y  mosiur  de 
Barbanson  á  su  majestad ,  habiendo  ganado  muchos 
prisioneros  y  muerto  muchos  enemigos ,  y  traído  un 
buen  número  de  caballos  de  carro,  que  no  fué  poco 
daño  para  su  caballería.  Destos  trujeron  muchos  los 
caballos  ligeros,  y  algunos  arcabuceros  españoles  que 
con  Arce  se  habían  hallado  aquel  dia  por  aquel  bosque. 
También  hubo  otras  escaramuzas  en  estos  días,  las  cua- 
les hacían  los  caballeros  que  por  su  pasatiempo  iban  á 
ver  el  campo  de  los  enemigos ,  mas  que  por  otra  orden 
ninguna;y  así,  á  sus  trincheas  las  comenzaban, ysiem- 
p"e  habia  heridos  de  unas  parles  y  de  otras,  aunque  los 
menos  no  eran  de  los  enemigos. 

Habiendo  el  Emperador  determinado  de  mudar  alo- 
jamiento por  muchas  causas,  y  entre  ellas  era  ver  que 


428 

de  la  empresa  de  Ulma  no  so  debía  ya  tratar,  por  estar 
aquella  tierra  en  la  orden  que  convenia  para  defenderse, 
y  junto  con  esto^  que  nuestro  alojamiento  se  dañaba,  así 
por  la  enfermedad  de  los  soldados  como  por  el  lodo 
grandísimo  que  comenzaba,  el  cual  parecía  que  á  cre- 
cer un  poco ,  quedaría  nuestra  artillería  inmovible,  no 
solamente  para  poderla  sacar  de  allí,  mas  para  apro- 
vecliarnos  della  estando  en  aquel  sitio ;  y  por  esto,  y 
viendo  ya  que  no  se  podía  ni  se  debía  ir  adelante ,  pa- 
reció mas  conveniente  cosa  volver  al  alojamiento  de 
Lauguinguen,  por  ser  aquel  lugar  mas  oportuno  para- 
las cosas  necesarias.  En  este  alojamiento,  antes  que 
su  majestad  partiese  dél,  murió  el  coronel  Jorge  de 
Renspurg,  soldado  viejo  y  que  en  todas  las  guerras 
del  Emperador  en  que  se  había  hallado  le  había  servido 
muy  bien.  Casi  en  este  tiempo  el  cardenal  Fernesi,  so- 
brino de  su  santidad,  que  había  venido  por  legado  suyo 
en  esta  guerra,  se  volvió  á  Roma ,  por  algunas  indisposi- 
ciones que  en  su  salud  sentía.  Partiendo  el  Emperador 
del  alojamiento  de  Sólten  en  la  orden  acostumbrada, 
vino  á  alojarse  á  Lauguinguen. 

Aquel  día  los  enemigos  no  hacían  otra  demostración 
sino  fué  mostrarse  un  escuadrón  de  cuatrocientos  ca- 
ballos á  vista  de  nuestro  campo.  Hay  muchos  pareceres 
que  si  el  duque  de  Sajonia  y  Lantgrave  quisieran  pelear 
aquel  día,  lo  pudieran  hacer  con  comodidad  y  ventaja, 
porque  en  aquel  tiempo  habían  reforzado  su  campo  de 
quince  mil  hombres  de  Vitemberg,  á  los  cuales  llamaban 
los  villanos ;  mas  los  villanos  de  aquella  tierra  son ,  que 
no  há  muchos  años  que  dieron  la  batalla  á  veinte  y  cua- 
tro mil  suizos,  y  ganaron  la  victoria ;  y  siendo  ellos  así 
reforzados ,  á  nosotros  nos  faltaba  gente ,  porque  de 
nuestros  alemanes  altos  y  bajos  habían  enfermado  mu- 
chos ,  y  de  los  españoles ,  así  por  dolencia  como  por  es- 
tar en  correrías, faltaban  aquel  día  hartos.  De  los  italia- 
nos no  liabía  cuatro  mil ,  porque  los  demás  eran  muer- 
tos y  vueltos.  Mas  como  digo,  los  enemigos  no  hicieron 
otra  demostración  n  i  se  quisieron  aprovechar  de  ninguna 
comodidad  de  las  que  pudieran  tener  para  combatir. 

Después  que  el  Emperador  partió  de  Sólten,  y  se  alo- 
jó en  Lauguinguen ,  le  vino  nueva  cómo  el  campo  del 
Rey  su  hermano  había  desbaratado  al  duque  Juan  de 
Sajonia,  y  que  él  y  el  duque  Mauricio  tenían  tomada  la 
mayor  parte  de  aquel  estado;  lo  cual,  porque  mas 
presto  fuese  significado  á  los  enemigos,  ó  porque  si 
ya  lo  sabían  viesen  que  lo  sabíamos  nosotros,  mandó 
hacer  una  salva  de  artillería  muy  grande.  Todo  el  tiem- 
po que  su  majestad  estuvo  alojado  en  Lauguinguen, 
cabalgaba  cada  día  ácaballo,  y  visitaba  todo  el  campo 
con  la  campaña  en  torno,  como  es  costumbre  suya  muy 
ordinaria  en  todas  las  guerras  que  se  halla ,  y  no  dejaba 
de  mirar  los  lugares  que  los  enemigos  podian  ocupar 
contra  él  ó  él  contra  ellos;  los  cuales  habían  venido  dos 
6  tres  veces  á  reconocer  un  castillo  que  estaba  guarda- 
do de  cincuenta  españoles,  una  milla  de  nuestro  campo; 
mas  siempre  so  reconocía  á  tiempo  que  no  se  les  po- 
día hacer  ningún  daño ;  y  así  lo  hicieron  un  día,  que  de 
cerca  del  castillo  llevaron  ciertas  vacas,  en  el  cual  sien- 
do seguidos,  estuvieron  cerca  de  recebir  un  gran  daño, 
del  cual  se  escaparon  por  su  buena  diligencia.  Mas  el 
Emperador,  que  aquel  día  había  cabalgado  con  la  caba- 
llería para  este  efecto,  fué  adelante  hacia  el  campo  de 
los  enemigos,  y  consideró  que  tomando  un  alojamiento 


DON  LUIS  DE  ÁVILA  Y  ZÚÑIGA. 


mas  cerca  dellos,  se  podría  desde  allí  hacer  algún  buen 
efecto,  y  como  otras  voces  habla  hecho  ,  anduvo  mi- 
rando todos aq.uellos  lugares,  y  entre  ellos  reconoció 
uno  con  la  disposición  á  su  propósito ,  y  después  de 
visto  se  volvió  á  su  alojamiento  á  su  campo  de  Lauguin- 
guen; el  cual  estaba  ya  tal  por  los  lodos  que  en  él  había, 
que  no  parecía  poderse  sufrir,  y  el' tiempo  era  tan  re- 
cío,  que  los  soldados  y  toda  la  otra  gente  de  guerra  pa- 
saba gran  trabajo ;  y  por  esto  hubo  muchos  pareceres, 
y  todos  conformes,  que  su  majestad  debria  alojar  su 
campo  en  cubierto ,  y  repartillo  por  guarniciones  con- 
venientemente puestas,  y  que  desdedías  se  hiciese  la 
guerra;  mas  el  Emperador  fué  de  muy  contraría  opi- 
nión, y  por  esto,  siguiendo  la  suya  misma,  prosiguió  la 
guerra;  el  cual  fué  tan  saludable  consejo,  como  des- 
pués se  vio  por  experiencia.  Estando  pues  así  nuestro 
alojamiento  tan  lleno  de  lodo ,  que  aun  los  carros  de  la 
vitualla  no  podían  llegar  á  él ,  su  majestad  determinó 
dé  ir  al  otro  que  él  había  reconocido ,  llevando  el  cam- 
po en  dos  partes ,  la  infantería  y  artillería  por  la  una ,  y 
por  la  otra  mas  á  la  banda  de  los  enemigos ,  la  caballe- 
ría. Aquel  día  me  parece  á  mí  que  los  enemigos  debie- 
ran y  aun  pudieran  venir  á  combatirnos ,  porque  te- 
nían el  camino  para  venir  contra  nuestra  caballería 
muy  ancho  y  muy  desembarazado,  y  nosotros  nuestra 
infantería  y  artillería  lejos.  Hasta  ahora  yo  no  he  en- 
tendido por  qué  lo  dejaron,  si  no  fué  por  no  saber  con 
tiempo  la  orden  y  el  camino  que  llevábamos,  el  cual  fué 
forzado  que  el  Emperador  le  repartiese,  así  como  ten- 
go dicho,  por  ser  la  disposición  dél  de  manera  que  no 
sufría  otra  cosa ,  á  causa  de  los  muchos  bosques  que 
en  él  había,  y  era  muy  necesario  hacerse  este  camino 
para  tomar  aquel  alojamiento.  Alojado  su  majestad  allí 
adonde  digo,  con  todo  el  campo,  fué  gran  contenta- 
miento para  todo  el  ejército;  porque  este  alojamiento, 
al  cual  después  llamaban  los  soldados  alojamiento  del 
Emperador,  era  muy  enjuto  y  muy  diferente  del  que 
habíamos  dejado.  Tenía  mucha  leña  y  mucha  agua ,  y 
las  vituallas  podían  venir  á  él  con  mas  facilidad,  y  te- 
nía sitio  harto  fuerte ,  porque  en  el  frente  contra  los 
enemigos  teníamos  una  montañeta  que  parecía  hecha 
á  mano.  Sobre  ella  estaba  asentada  nuestra  artillería, 
que  tiraba  por  toda  la  campaña.  A  la  mano  derecha  te- 
níamos un  lago  y  unos  pantanos ,  á  la  izquierda  unos 
bosques,  que  también  aseguraban  las  espaldas,  por  ser 
muy  extendidos,  y  estábamos  tan  cerca  de  los  enemigos, 
que  nuestras  guardias  y  las  suyas  escaramuzaban  ordi- 
nariamente. El  Emperador,  después  desto ,  mandaba 
que  nuestros  caballos  cortasen  las  vituallas  á  los  ene- 
migos ;  lo  cual  se  hacia  con  tanta  diligencia  y  tan  bien, 
que  por  todas  las  partes  que  les  podian  venir  corrían 
nuestros  caballos  ligeros  y  arcabuceros  de  á  caballo ;  y 
así,  los  caminos  de  Norlíngy  de  Tínchspin  hasta  los 
de  Ulma  estaban  llenos  de  gente  muerta  y  carros  que- 
brados y  vituallas  derramadas ;  y  por  nuestra  parte  se 
les  daban  tantas  armas  de  noche  y  escaramuzas  de  día, 
que  nunca  tenian  comida  segura  ni  sueño  reposado. 
Después  que  nuestro  campo  se  alojó  en  este  alojamien- 
to, llamado  del  Emperador,  nuestra  ventaja  comenzó  á 
ser  muy  conocida ,  y  los  enemigos  comenzaron  a  ser 
mas  remisos  en  las  escaramuzas ,  á  las  cuales  ya  no  sa- 
lían con  aquel  vigor  ni  con  aquella  verdura  que  solían; 
y  así,  los  nuestros  llegaban  á  sus  trincheas,  de  las  cuu- 


COMENTARIO  DE  LA  GUERRA  DE  ALEMANIA. 


429 


les  ellos  salían  pocas  veces.  Solamente  mostraban  con 
su  artillería  la  voluntad  que  tenían  de  la  escaramuza , 
porque  con  los  cañones  la  hacían  ya  de  su  fuerte ,  y 
con  esto  muchas  veces  les  tomaban  prisioneros  de  jun- 
to á  su  campo .  Y  no  solo  se  les  apretaba  por  aquí ,  mas 
fué  tanta  la  necesidad  que  comenzaron  á  pasar,  espe- 
cialmente de  pan,  que  muchos  prisioneros  confesaron 
que  habían  estado  cinco  días  sin  él ,  y  junto  con  esto, 
fué  con  ellos  gran  espanto  ver  que  en  tiempo  que  ellos 
podían  pensar  que  el  Emperador  había  de  apartarse  de- 
llos  y  alejarse,  entonces  se  les  acercaba  mas,  y  tenia 
la  campaña  con  determinación  de  echallos  della.  Lo 
cual  podían  muy  bien  entender,  viendo  el  sitio  que  su 
majestad  habia  tomado ;  y  porque  los  enemigos  fuesen 
mas  apretados,  determinó  que  se  reconociese  una 
montañeta  que  estaba  á  caballero  dellos,  de  la  cual  se 
podía  batir  su  campo  muy  fácilmente.  Esta  se  recono- 
ció, yendo  á  escaramuzar  á  las  trincheas  de  los  enemi- 
gos por  una  parte  y  por  la  otra.  El  duque  de  Alba,  con 
algunos  capitanes  y  caballeros,  vio  la  disposición  que 
tenia  tan  á  propósito,  y  el  Emperador  acordó  de  tomalla 
y  alojar  allí  el  campo.  La  orden  que  para  ello  se  habia 
de  tener  era  muy  buena ;  y  hiciérase  así  como  estaba 
ordenado, 'si  en  este  tiempo  la  ciudad  de  Norlíng  no  en- 
viara á  tratar  de  rendirse  á  su  majestad ;  porque  era  tan 
importante,  que  teniendo  esta,  no  era  menester  otra 
diligencia  para  desalojarlos  enemigos;  pues  poniendo 
gente  de  á  caballo  en  ella,  se  les  podían  quitar  todas  sus 
vituallas,  y  se  les  ponía  en  el  campo  una  hambre  y  una 
necesidad  mas  brava  que  ninguna  artillería. 

En  estos  días  los  enemigo?  estaban  ya  tales ,  que 
acordaron  el  duque  de  Sajonia  y  Lanf grave  que  se  es- 
cribiese una  carta  al  marqués  Juan  de  Brandemburg,  en 
nombre  de  un  caballero,  criado  de  su  hermano  el  Elec- 
tor, y  la  sustancia  della  era,  que  esto  caballero  rogase 
al  marqués  Juan  hablase  al  Emperador,  y  le  dijese 
que  teniendo  allá  entendido  que  él  era  un  príncipe  muy 
puesto  en  razón ,  y  que  no  le  parecerían  mal  cuales- 
quier  medios  de  paz,  le  hablase  en  ella,  poniéndole 
delante  el  bien  que  seria  para  toda  la  Germania ,  y  pa- 
ra esto  ofrecían  ciertas  capitulaciones,  que  algunos 
anos  antes  dicen  que  habían  tratado  con  el  duque 
Mauricio,  tocantes  á  la  religión,  de  las  cuales  no  me 
acuerdo ;  sé  que  eran  harto  ventajosas  para  los  cató- 
licos, aunque  no  tanto  cuanto  su  majestad,  con  ayuda 
de  Dios,  pretende  que  sean.  Esta  carta  escribió  este 
caballero  que  se  llama  Adam  Trop,  que  es  canciller 
del  elector  de  Brandemburg,  con  todas  las  palabras 
que  pudo  para  inducir  al  hermano  de  su  señor  áque  lo 
tratase  con  su  majestad,  y  con  toda  la  disimulación 
que  le  fuese  posible  para  encubrir  la  necesidad  y  flaque- 
za que  todos  ellos  tenían.  Esta  carta  trajo  un  trompeta 
al  marqués  Juan,  y  él ,  haciendo  relación  dello  al  Em- 
perador, con  acuerdo  de  su  majestad  le  respondió  que 
sí  el  duque  de  Sajonia  y  Lantgrave  ponían  sus  personas 
y  sus  estados  en  las  manos  de  su  majestad ,  que  él  en- 
tonces de  muy  buena  gana  les  hablaría  en  la  paz ;  mas 
que  no  haciendo  esto,  no  se  había  de  tratar  della.  Oída 
por  ellos  esta  respuesta ,  tornaron  á  escribir  por  la 
misma  vía ,  diciendo  que  los  negocios  que  tocaban  á 
personas  y  estados  requerían  mucha  deliberación ,  y 
que  por  esto,  si  le  parecía,  que  viniese  él  y  el  conde 
de  Hura,  y  que  saldrían  el  duque  de  Sajonia  y  Lantgra- 


ve, y  que  en  un  lugar,  donde  les  pareciese,  en  la  cam- 
paña, todos  cuatro  tratarian  destos  negocios,  y  habla- 
rían en  ellos  mas  largamente.  El  marqués  Juan,  por 
orden  de  su  majestad,  le  tornó  á  enviar  por  respuesta 
las  mismas  palabras  que  antes  había  escrito.  Así  estu- 
vieron los  enemigos,  sin  replicar  á  esto  mas. 

En  este  tiempo,  los  de  Norlíng,  ó  por  disimulación  ó 
por  no  poder  echar  las  banderas  que  estaban  en  su 
guardia,  puestas  por  el  duque  de  Sajonia  y  Lantgrave, 
traían  á  la  larga  el  trato  de  rendirse,  y  por  esto  á  su  ma- 
jestad le  pareció  el  llevar  á  efeto  el  tomar  la  montañe- 
ta, y  desalojar  al  enemigo  por  fuerza ;  porque  yací  es- 
tar en  campaña  era  dificilísimo ,  y  su  majestad  tenia 
voluntad  que  este  negocio  se  llevase  al  cabo.  Y  así,  de- 
terminó que  la  víspera  de  Santa  Catalina  se  levantase 
nuestro  campo,  y  el  día  se  batiese  el  de  los  enemigos, 
y  mandó  al  duque  de  Alba  que  con  las  diligencias  ne- 
cesarias pusiese  la  orden  que  para  esto  estaba  concer- 
tada ;  porque ,  pues  lo  de  Norlíng  parecía  que  se  dila- 
taba, él  quería  tomar  este  otro  medio ,  pues  era  camino 
mas  corto  para  echar  á  los  enemigos  de  su  campo. 
Esto  era  ya  á  20  ó  21  de  noviembre ,  en  el' cual  día  hubo 
una  escaramuza,  en^ue  fué  preso  un  cuñado  de  Lant- 
grave ,  hermano  de  otra  mujer  que  ha  tomado ,  y  así 
tiene  dos ;  que  esta  licencia  de  dos  mujeres  debe  hallar 
en  sus  evangelios. 

A  27  de  noviembre  el  Emperador  tuvo  aviso  cómo 
los  enemigos  se  levantaban ,  y  esta  nueva  vino  poco  an- 
tes de  mediodía ,  porque  la  es^ía  que  la  trajo ,  aunque 
era  natural  de  la  tierra ,  por  la  niebla  que  hizo  aquel 
día ,  se  desatinó  y  perdió  el  camino ;  y  así ,  hasta  que 
ella  se  levantó  no  acertó  á  venir  á  nuestro  campo ;  y  á 
esta  causa  se  vino  á  saber  el  aviso ,  ya  que  eran  par-^ 
tidos  y  puesto  fuego  á  su  alojamiento.  Súpose  que 
aquella  tarde  antes  habían  enviado  su  carruaje  y  su 
artillería  gruesa  delante ,  y  desde  la  medía  noche  co- 
menzó su  infantería  á  caminar,  dejando  por  retaguar- 
dia toda  la  caballería  con  todas  las  piezas  de  campaña, 
que  solían  traer  en  la  vanguardia.  Venido  este  aviso,  el 
Emperador  mandó  que  algunos  caballos  ligeros  fuesen 
á  reconocer  claramente  su  partida.  No  se  via  centinela 
suya,  todas  las  trincheas  estaban  desamparadas.  Des- 
pués de  haber  enviado  su  majestad  estos  caballos,  él 
con  la  caballería  de  mosiur  de  Bura  partió  luego,  y 
mandando  que  la  otra  caballería  tudesca  le  siguiese , 
hizo  que  toda  la  infantería  estuviese  en  orden  para  lo 
que  él  enviase  á  mandar,  y  hizo  que  luego  caminasen 
seiscientos  ó  setecientos  arcabuceros  españoles ,  que 
mas  expedidamente  pudieron  ser  por  entonces  sacados, 
y  él  con  los  caballos  que  consiga  había  tomado  llegó  al 
campo  de  los  enemigos;  los  cuales  estaban  ya  bien  lejos 
del,  y  habían  dejado  muchos  dolientes,  porque  á  la  ver- 
dad partieron  con  razonable  diligencia.  Su  majestad 
pasó  de  aquel  alojamiento,  donde  habia  hallado  ya  al  du- 
que de  Alba ,  y  allí  le  vino  aviso  que  los  enemigos  pa- 
recian  tres  millas  italianas  mas  lejos ,  y  por  esto  ordenó 
que  los  caballos  los  comenzasen  á  seguir,  entretenién- 
dolos con  escaramuza.  El  duque  de  Alba  pidió  á  su  ma- 
jestad la  caballería  de  mosiur  de  Bura,  y  su  majestad  se 
la  dio,  siguiéndole  siempre  con  la  otra  tudesca.  Ya  los 
caballos  que  su  majestad  había  enviado  que  procurasen 
de  entretener  los  enemigos  escaramuzando  con  ellos, 
estaban  revueltos  con  los  caballos  desmandados  que 


430  DON  LUIS  DE  ÁVILA  Y  ZÚÑIGA. 

ellos  traían  en  su  retaguardia ,  y  habían  comenzado 
una  buena  escaramuza  ;  mas  no  por  eso  los  enemigos 
dejaban  de  caminar,  ganando  siempre  tierra,  hacía  una 
moutañeta  donde  tenían  mil  arcabuceros;  y  habían 
pasado  de  la  otra  parte della  toda  su  caballería,  excep- 
to dos  estandartes  que  quedaban  sobre  ella  juntos  á  los 
arcabuceros,  cuando  el  Duque,  con  la  caballería  que 
llevaba  y  aquella  con  que  su  majestad  seguía,  llegó  á 
vista  dellos  casi  una  milla ,  la  cual  en  siendo  d'escu- 
bierta  por  ellos,  desampararon  aquella  montañeta,  así 
los  caballos  como  los  arcabuceros,  y  bajaron  de  la  otra 
parte  á  un  llano  que  estaba  en  el  camino  que  su  ejér- 
cito llevaba.  El  Duque  puso  la  diligencia  posible  en 
caminar  con  los  caballos  y  con  los  arcabuceros  espa- 
ñoles que  he  dicho ;  y  así,  ocupó  la  montañeta  que  los 
enemigos  habían  desamparado ,  desde  la  cual  hasta 
otra  montañeta  mas  alta  que  estaba  en  el  mismo  cami- 
no que  ellos  llevaban,  podia  haber  una  gran  milla  ita- 
liana ,  y  el  espacio  que  había  entre  estas  dos  montañas 
todo  era  llano  y  descubierto. 

Los  enemigos  pusieron  en  esta  montaña  que  digo 
seis  piezas  de  artillería,  con  las  cuales  batían  todo  aquel 
raso,"por  donde  ya  ellos,  bajados  de  la  montañeta  que  el 
duque  de  Alba  había  ocupado,  caminaban,  llevando 
ásu  mano  derecha  junto  á  un  bosque,  sus  arcabuceros 
y  su  caballería  repartidos  por  el  llano  en  ocho  ó  nue- 
ve escuadrones.  Nuestros  caballos  ligeros  comenzaban 
á  escaramuzar  con  algunos  desmandados  de  los  enemi- 
gos ,  y  un  estandarte  de'arnescs  negros ,  que  son  arca- 
buceros de  á  caballo  (como  antes  de  ahora  tengo  dicho), 
por  orden  del  Duque  habían  bajado  de  la  montaña  para 
hacer  la  escaramuza  mas  gruesa,  cuando  su  majestad 
con  la  otra  caballería  estaba  ya  cerca.  Mas  los  enemí- 
'g03  en  este  tiempo  á  muy  buen  trote  ganaron  tanto  ca- 
mino, que  se  pusieron  debajo  de  su  artillería,  la  cual  co- 
menzó á  defendellos  batiendo  los  nuestros,  y  sus  arca- 
buceros por  la  orilla  del  bosque  con  paso  harto  largo  se 
vinieron  á  juntar  con  la  infantería  que  tenían  en  guar- 
dia de  su  artillería ,  la  cual  estaba  sobre  la  moutañeta 
que  dije. 

Ya  el  Emperador  habia  llegado  con  unos  pocos  ca- 
ballos á  la  montañeta  que  habíamos  ocupado,  porque 
los  otros  le  seguían  al  paso  que  gente  de  armas  puede 
seguir,  y  estuvo  mirando  si  se  podía  hacer  cosa  para 
detenellos  de  manera  que  se  hiciese  algún  buen  efec- 
to; mas  ya  iba  el  sol  muy  bajo  y  quedaba  muy  poco  del 
dia,  y'los  encnu'gos  estaban  ya  sobre  la  montaña  y  co- 
menzaron á  encender  muchos  fuegos  para  alojarse.  Así 
que ,  visto  por  su  majestad  que  aquel  dia  no  habia  sido 
posible  alcanzar  los  enemigos ,  y  esto  por  falta  del  espía, 
que  vino  tan  tarde  con  el  aviso ;  viendo  que  los  enemigos 
hacían  muestra  muy  clara  de  alojar  en  aquella  monta- 
ña ,  deleiininó  de  alujar  en  la  que  él  estaba ;  y  dejando 
al  duque  de  Alba  allí  con  toda  la  caballería,  yaque  ano- 
checía ,  se  volvió  á  su  alojamiento  para  sacar  toda  la 
infantería  aquella  noche,  porque  no  se  diese  ningún 
tiempo  á  que  el  enemigo  se  pudiese  apartar  mas,  pues 
el  designio  del  Emperador  era  segu¡llos,yno  apartarse 
dellos  hasta  hallar  lugar  donde  se  acabase  derompellos, 
y  si  este  no  se  hallaba,  irlos  siempre  desalojando,  como 
hasta  allí  habia  hecho. 

Cuatro  veces  en  esta  guerra  los  desalojó  su  majes- 
tad, y  según  lo  que  á  mí  me  parece,  las  dos  fueron 


por  arte,  y  las  dos  por  fuerza.  En  Ingolstat,  donde  fué 
la  primera,  fueron  desalojados,  como  por  lo  que  he 
dicho  se  puede  entender,  y  como  ellos  después  han 
dicho,  que  forzados  se  retiraron.  La  segunda  vez  los 
desalojó  de  Donavert  por  arte,  pues  les  ganó  las  espal- 
das de  sus  vituallas,  poniéndose  sobre  Norling,  ciudad 
que  tanto  convenía  á  la  reputación  dellos  tenella  guar- 
dada. De  Norling  los  desalojó  la  otra  vez  también  con 
arte,  porque  les  tomó  á  Donavert,  y  les  ganó  todas  las 
villas  del  Danubio  hasta  ülma,  y  les  tomó  la  delantera, 
para  ir  sobre  aquella  ciudad ,  á  la  cual  les  convenía  so- 
correr con  suma  diligencia ,  siendo  una  de  las  princi- 
pales cabezas  de  todo  su  poder ,  la  cual  sí  la  dejaban  en 
cualquiera  ventura,  aventuraban  ellos  también  la  em- 
presa. La  cuarta  vez  fué  esta  de  sobre  Guinguen,  donde 
ahora  los  acababa  de  desalojar,  la  cual  fué  por  fuerza  y 
razón  de  guerra ,  como  se  puede  conocer  evidentemen- 
te por  lo  que  tengo  escrito ;  y  así,  no  dejaré  de  decir 
una  cosa,  que  aunque  es  donaire  de  soldados,  puédese 
alargar  á  propósito  de  lo  que  digo.  Dicen  los  soldados 
tudescos  que  cuando  Lantgrave  amenazaba  á  alguno, 
le  amenazaba  diciendo  que  le  haría  ir  á  Lauf.  Este  es 
nombre  de  una  villa  donde  él  hizo  retirar  un  ejército 
en  cierta  guerra,  de  lo  cual  él  se  preciaba  mucho, 
y  lauf  en  tudesco  quiere  decir  correr.  Los  soldados 
cuentan  esto,  y  dicen  ahora : «  Lantgrave  nos  amenaza- 
ba hasta  aquí  que  nos  haría  ir  á  Lauf;  eu  pago  desto 
nosotros  le  hemos  hecho  ir  á  Guinguen,»  que  en  tudes- 
co quiere  decir  huir.  Esto  en  la  lengua  alemana  tiene 
mas  gracia  por  la  propriedad  de  las  palabras ,  que  di- 
chas entre  soldados  sondonaires  militares,  que  tienen 
gracia  y  fuerza  cuando  son  tan  verdaderos. 

Tornando  á  propósito,  el  Emperador  volvió  á  su  alo- 
jamiento, y  súbito  mandó  poner  en  orden  toda  la  in- 
fantería y  la  artillería ,  porque  con  esta  diligencia  que- 
ría ganar  tiempo  para  otro  dia;  y  habiendo  hecho  un 
poco  de  colación ,  se  partió,  y  con  una  niebla  oscurí- 
sima y  un  frío  terrible  llegó  á  las  dos  después  de  media 
noche  al  alojamiento  donde  había  dejado  al  duque  de 
Alba  alojado  con  la  caballería  y  los  arcabuceros  espa- 
ñoles. Toda  la  otra  infantería  y  artillería  caminaba  con 
diligencia.  Los  enemigos  vían  nuestros  fuegos,  y  no- 
sotros los  suyos ;  mas  ellos ,  dejándolos  encendidos  toda 
la  noche ,  caminaron ,  y  cuando  amaneció  habían  ya  pa- 
sado el  rio  Prens,  y  alojádose  sobre  él,  junto á  un  canti- 
llo llamado  Haidenen,  muy  luerte,  y  del  duque  de  Vi- 
temberg. 

Aquella  noche  fué  Luis  Quijada,  capitán  de  los  de 
Lómbardía,  á  reconocer  lo  que  los  enemigos  liacian ,  el 
cual  dijo  que  lo  habia  bien  mirado,  y  que  se  habían  ya 
levantado.  Esto  fué  por  el  duque  de  Alba  referido  al 
Emperador.  Era  ya  amanecido  y  dia  claro,  mas  la  nie- 
ve que  habia  caído  desde  antes  que  amaneciese  y  caía 
entonces  era  tan  grande ,  que  estaba  sobre  la  tierra  de 
dos  pies  en  alto ,  y  desta  causa  toda  nuestra  infantería 
estaba  tan  fatigada  y  tan  esparcida,  buscando  donde  ca- 
lentarse ,  por  ser  el  frío  terribilísimo ,  que  era  gran 
lástima  vella;  y  los  caballos  estaban  muy  trabajados  de 
la  mala  noche,  porque  allí  no  liabiau  tenido  qué  comer, 
y  toda  ella  habían  estado  ensillados  y  enfrenados;  de 
manera  que  el  trabajo  del  dia  pasado  se  le  habia  dobla- 
do aquella  noche.  Mas  ni  el  tiempo ,  ni  los  otros  incon- 
venientes que  he  dicho ,  ni  el  estar  los  enemigos  fortí- 


COMENTARIO  DE  LA 

simamente  alojados,  bastaban  áque  el  Emperador  no 
los  siguiera ,  si  no  hubiera  otra  cosa ,  que  se  tenia  por 
mayor' inconveniente  que  ninguno  de  los  otros,  y  muy 
mas  bastante  para  estorbar  lo  que  su  majestad  quería 
hacer ,  y  esta  fué  no  haber  ninguna  parte  donde  pu- 
diésemos alojar  cerca  de  los  enemigos ,  ert  que  pudié- 
semos hallar  vituallas  para  nosotros  y  forraje  para  los 
•  caballos,  sin  grandísimo  trabajo ,  por  estar  ya  todas 
aquellas  partes  gastadas  y  comidas  del  ejército  del  ene- 
migo, el  cual  habia  estado  alojado  tantos  días  por  allí ; 
cuanto  mas  que  ya  nosotros  en  nuestro  campo  tenía- 
mos las  vituallas  y  forrajes  muy  lejos ,  y  así ,  nos  alar- 
gábamos cuatro  ó  cinco  leguas;  mas  fuera  cosa  que  si  la 
gente  con  dificultad  la  sufriera ,  los  caballos  fuera  im- 
posible sufrirla ;  y  así,  nosotros  nos  pusiéramos  en  la 
necesidad  y  trabajo  que  habíamos  puesto  á  nuestros 
enemigos ,  teniendo  ellos  á  las  espaldas  á  Vitemberg, 
provincia  fértilísima, 'por  la  cual  mostraban  querer  ha- 
cer su  camino.  De  nianera  que  el  Emperador,  forzado  de 
inconveniente  tan  grande  como  es  el  de  la  hambre,  el 
cual  en  la  guerra  y  en  los  ejércitos  es  el  mayor  de  to- 
dos, y  juntándose  con  él  ser  el  tiempo  tan  recio  y  es- 
tarlos enemigos  tan  adelante,  aunque  no  dejó  la  de- 
terminación de  seguillos ,  acordó  que  fuese  por  otra 
parte,  por  donde,  aunque  el  tiempo  fuese  tan  recio 
como  comenzaba  á  ser ,  no  faltase  qué  comer  ni  dónde 
la  gente  alojase  en  cubierto,  porque  ya  en  campaña 
era  imposible.  Así  que  aquella  noche  tarde  volvió  al 
alojamiento  con  todo  el  campo,  lo  cual  fué  bien  necesa- 
rio para  toda  la  gente,  porque  estaba  muy  trabajada,  y 
allí  se  remediaron  todos  con  vituallas,  y  tomaron  algún 
descanso  para  poder  después  mejor  trabajar  en  lo  que 
estaba  por  hacer. 

Este  desalojar  al  duque  de  Sajonia  y  á  Lantgrave  de 
Guinguen  fué  substancial  punto  de  la  guerra ,  y  desde 
allí  fueron  ellos  finalmente  rotos ;  porque  desde  allí  su- 
cedió todo  lo  que  adelante  se  dirá.  Mas  antes  que  la  es- 
criba me  parece  que  es  bien  tocar  una  cosa,  y  es,  que 
jamás  en  toda  esta  guerra  se  nos  ofreció  ocasión,  no 
digo  que  pudiésemos  pelear  con  nuestra  ventaja  con  los 
enemigos,  mas  aun  igualmente  no  se  ha  ofrecido  tiem- 
po para  podello  hacer.  Pues  siendo  esto  verdad,  como 
lo  es,  digo  que  ya  que  se  ofreciera,  no  sé  si  fuera  cosa 
acertada  hacello,  porque  dejado  aparte  que  las  batallas 
son  ventura,  y  que  así  como  podíamos  ganar,  podía- 
mos perder,  como  se  ve  cada  dia,  si  perdíamos,  estaba 
claro  cuánto  se  perdía,  y  si  ganábamos,  era  imposible 
ser  tan  sin  sangre  de  nuestro  ejército,  que  no  quedara 
roto  muy  gran  parte  del ,  y  quedaban  las  ciudades  de 
Alemania  tan  enteras  y  con  tanto  aparejo  de  ofender  al 
ejército,  que,  aunque  victorioso,  por  fuerza  había  de 
quedar  tan  quebrado,  que  no  se  pudiera  resistir  á  fuer- 
zas nuevas;  y  esto  se  parece  bien  claro,  pues  fué  me- 
nester que  quedando  los  enemigos  rotos,  el  campo  de 
su  majestad  quedase  tan  entero  cuanto  quedó,  para  que 
las  ciudades  de  Alemania  tuviesen  el  respeto  que  des- 
pué-  han  tenido.  Así  que  en  mi  juicio  muy  mayor  hon- 
ra fué  la  del  E;nperador  haber  deshecho  á  sus  enemigos, 
quedando  su  ejército  tan  entero ,  que  no  con  cualquier 
pérdida  del  habellos  rompido ;  porque,  según  suelen  de- 
cir, como  las  victorias  sangrienlus  se  atribuyen  á  los 
soldados ,  así  las  que  se  alcanzan  sin  sangre,  siempre  la 
honra  debas  se  debe  al  capitán. 


GUERRA  DE  ALEMANIA.  431 

Mas  tornando  á  la  orden  de  lo  que  voy  escribiendo, 
digo  que  su  majestad  estuvo  en  este  alojamiento ,  que 
llamaban  del  Emperador,  dos  días.  Allí  tuvo  aviso  que 
los  enemigos ,  luego  otro  dia  de  como  se  habían  aloja- 
do á  Haidenen,  se  habían  partido  en  dos  partes;  la  una 
fué  la  gente  de  las  villas ,  la  cual  parecía  que  tomaba 
el  camino  de  Augusta  y  Ulma;  y  la  otra,  que  era  toda 
la  caballería  del  duque  de  Sajonia  y  Lantgrave  y  sus  in- 
fantes con  ellos,  parecía  que  tomaban  el  camino  de 
Franconia.  Y  sin  duda  ninguna,  si  ellos  vinieran  á  po- 
derse hacer  señores  de  aquella  provincia,  fuera  comen- 
zar la  guerra  de  nuevo,  porque  tenían  gran  aparejo 
de  rescatar  muchas  villas  y  obispados  muy  ricos  que 
hay  en  ella,  de  donde  pudieran  sacar  dineros  en  buen 
número.  Tenían  gran  abundancia  de  vituallas  y  bue- 
nos alojamientos  por  las  muchas  poblaciones  que  tenia; 
y  si  por  ventura  quisieran  hacer  cabeza  de  la  guerra  á 
Rotemburg,  villa  imperial  y  luterana,  aunque  no  de  la 
liga ,  tuvieran  gran  ventaja ,  por  la  población  y  fortifi- 
cación que  aquella  villa  tiene,  á  la  cual  fortificación 
ellos  llaman  Landeberg,  que  quiere  decir  defensa  de  la 
tierra;  y  tuvieran  á Franconia á sus  espaldas,  de  la  cual 
se  pudieran  hacer  señores,  por  no  haber  en  ella  bas- 
tante cabeza  para  defenderla;  y  siendo  señores  deste 
sitio,  fueran  muy  mas  trabajosamente  echados  del  que 
de  todos  aquellos  de  donde  hasta  entonces  habían  sido 
echados  por  el  Emperador;  porque,  aunque  iban  rotos, 
allí  se  redujeran  y  rehicieran  con  las  pagas  de  sus  res- 
cates y  abundancias  de  vituallas ,  juntamente  con  los 
buenos  alojamientos,  que  son  tres  cosas  bastantes  á 
reforzar  un  campo  trabajado  y  roto.  Teniendo  el  Em- 
perador es'te  aviso  de  la  intención  de  los  enemigos ,  ha- 
biéndolo él  antes  sospechado,  con  la  mayor  diligencia 
que  pudo  levantó  su  campo  y  comenzó  á  caminar  la  vía 
de  Norling  con  un  tiempo  harto  trabajoso  y  difícil  de 
nieves  y  hielos,  y  en  dos  alojamientos  vino  á  alojarse  á 
una  milla  de  la  dicha  villa  en  otra  pequeña  imperial ,  lla- 
mada Boffinguen ,  porque  este  era  el  camino  derecho 
para  ir  adonde  su  majestad  quería ,  que  era  á  Rotem- 
burg, para  ponerse  delante  de  los  enemigos  antes  que 
llegasen,  y  allí  combatir  con  ellos  en  el  camino;  por- 
que, prosiguiendo  ellos  el  que  tenían  comenzado ,  no 
podia  esto  dejar  de  ser,  y  su  majestad  podía  tomarles 
la  delantera  fácilmente,  porque  ellos  rodeaban ,  y  él  iba 
camino  derecho.  Llegado  el  Emperador  á  Boffinguen, 
'los  burgomaestres  salieron  á  rendille  la  tierra ;  y  un  cas- 
tillo que  estaba  sobre  ella,  de  los  condes  de  Etinguen, 
con  gente  de  guerra ,  se  rindió  á  la  voluntad  de  su  ma- 
jestad, aunque  antes  habían  braveado  un  poco. 

Otro  dia  vinieron  los  gobernadores  de  Norling  á  ren- 
dirse, porque  ya  su  campo  estaba  tan  cerca  dellos,  que 
no  habia  lugar  íle  otros  tratos,  sino  rendirse  á  la  vo- 
luntad de  su  majestad,  el  cual  metió  dentro  cuatro 
banderas.  Las  dos  del  duque  de  Sajonia  yXantgrave, 
que  tongo  dicho  que  estaban  dentro,  se  habían  salido 
aquella  noche  antes,  y  metiéronse  en  un  castillo  que 
está  una  milla  pequeña  de  Norling,  grande  y  fuerte, 
también  de  los  condes  de  Etinguen ,  donde  ya  estaban 
otras  dos;  y  así ,  estas  cuatr^o  banderas  sacaban  solda- 
dos para  que  escaramuzasen  con  los  nuestros,  que  allí 
cerca  estaban  alojados  ,  y  mostraron  delerminacion 
de  defenderse;  mas  el  Emperador  envió  al  conde  de 
Bura  con  su  gente,  y  en  fin  ellos  vinieron  á  rendirse. 


DON  LUIS  DE  ÁVILA  Y  ZCÑIGA. 


432 

El  Conde  trajo  las  cuatro  banderas  á  su  majestad,  de- 
jando ir  libres  los  soldados,  los  cuales  quisieran  entrar- 
se en  alguna  villa  imperial ;  mas  el  Emperador  no  se  lo 
consintió;  y  así,  les  hizo  que  siguiesen  el  camino  que 
el  duque  de  Sajonia  y  Lanlgrave  hablan  llevado,  por- 
que fuesen  como  los  otros  iban.  Después  que  Norling 
quedó  rendida  y  con  gente  de  guerra  dentro,  y  puesto 
por  gobernador  en  todo  el  condado  de  Etinguen  un  her- 
mano de  los  dichos  condes,  el  cual  es  católico,  y  de- 
jando al  cardenal  de  Augusta  en  Norling  por  algunas 
provisiones  que  convenían  hacerse,  partió  de  Bofíin- 
guen,  y  sin  querer  entrar  en  Norling,  vino  á  Tinch- 
spin ,  villa  imperial  y  de  la  liga ,  la  cual  no  habia  hecho 
muestra  de  rendirse ;  mas  el  duque  de  Alba  habia  ido 
aquel  dia,  por  orden  de  su  majestad,  con  el  artillería 
y  españoles  y  parte  de  los  alemanes  adelante ,  y  amo- 
nestando á  los  de  la  villa  que  si  una  vez  se  asentaba  la 
artillería  sobre  ellos  serian  combatidos  y  dados  á  saco 
á  la  gente  de  guerra ,  por  esta  causa  ellos  vinieron  á  ren- 
dirse. El  duque  de  Alba  trajo  á  su  majestad  los  burgo- 
maestres de  la  villa,  estando  ya  su  majestad  cerca  de- 
lla ;  y  deteniéndose  allí  un  dia  y  dejando  dos  banderas  de 
guardia,  se  partió  para  Rotcmburg,  y  este  camino  hizo 
en  dos  días,  que  fué  grandísima  diligencia,  por  ser  el 
tiempo  tan  trabajoso  y  los  enemigos  estar  ya  tales,  que 
en  ninguna  manera  se  podían  tratar.  Los  de  Rotem- 
burg  salieron  ú  su  majestad  el  dia  antes  que  en  ella  en- 
trase, y  vinieron  á  ofrecer  la  villa,  diciendo  que  ellos 
nunca  habían  dado  gente  ni  dinero  contra  él,  y  así  era 
verdad. 

Supo  también  el  Emperador  cómo  los  enemigos  no 
estaban  lejos  de  allí,  y  que  verdaderamente  llevaban 
intención  de  hacerse  señores  de  Franconia ,  y  por  es- 
to se  dio  priesa  á  ocupar  á  Rotemburg ,  donde  contra 
todo  les  tenia  la  delantera  para  el  camino  que  ellos  pen- 
saban hacer.  Mas  es  necesario  entender  que  cuando  su 
majestad  llegó  á  Boffinguen ,  era  ya  el  tiempo  tan  ri- 
guroso por  las  nieves  y  por  los  hielos ,  que  parecía  into- 
lerable para  la  gente  de  guerra;  y  así,  por  esto  la  ma- 
yor parte  de  sus  capitanes  ó  todos  fueron  de  voto ,  y  así 
lo  aconsejaron  á  su  majestad ,  que  alojase  su  campo 
en  Norling  y  en  las  otras  tierras  que  sobre  el  Danu- 
bio se  habían  conquistado,  y  cerca  de  Ulma  y  Augusta, 
y  para  esto  daban  razones  harto  bastantes.  Mas  su  ma- 
jestad fué  de  otro  parecer  muy  diverso  del  de  sus  ca- 
pitanes; y  así,  escogió  por  mas  importante  cosa  de- 
fender á  Franconia  ,  poniéndose  delante  á los  enemigos, 
que  no  alojarse  sobre  Augusta  y  Ulma,  porque  esta  era 
empresa  que,  acabándose  de  romper  por  los  enemigos, 
se  podía  hacer  mas  fácilmente  después;  y  dejándoles 
rehacer  y  cobrar  fuerzas  en  Franconia ,  fuera  muy  di- 
fícil de  acabar ,  porque  siempre  las  ciudades  tuvieran 
alguna  esperanza  de  entretenerse ,  viendo  que  aun  no 
eran  del  todo  deshechos  sus  amigos.  Y  así ,  con  todas 
las  dilicultades  que  al  presente  se  ofrecían,  se  determi- 
nó de  atajalles  el  camino  ó  forzalles  á  que  tomasen  otro, 
donde  acabasen  de  deshacerse ;  y  este  designio  fué  tan 
bien  entendido  como  pareció  después  por  experiencia. 
Porque  sabiendo  los  enemigos  que  el  Emperador  estaba 
ya  en  Rotemburg,  dejaron  el  camino  de  Franconia  y 
tomaron  otro  á  mano  izquierda  con  un  rodeo  grandísi- 
mo y  por  unas  montañas  harto  ásperas ,  y  por  esta  causa 
les  convino  dejar  la  mayor  parte  de  su  artillería  gruesa 


repartida  en  algunos  castillos  del  duque  de  Vitcmberg, 
que  estaban  por  allí  cerca;  con  lo  cual  pudieron  ha- 
cer tanta  diligencia ,  que  el  dia  que  su  majestad  llegó 
á  Rotemburg  estaban  á  ocho  leguas  del ,  habiendo  es- 
tado tres  el  dia  antes.  Ya  ellos  iban  tan  rotos  eri  este 
tiempo ,  querías  dos  cabezas  que  los  guiaban  se  aparta- 
ron ,  y  Lantgrave  se  fué  con  docientos  caballos  á  su  ca- 
sa, y  pasando  por  Francfort ,  los  gobernadores  de  la  vi- . 
lia  le  fueron  á  hablar  como  á  vecino  y  capitán  general 
de  la  liga ,  y  le  demandaron  consejo  y  parecer,  qué  de- 
brian  hacer  en  tiempo  que  tanta  necesidad  tenían  de 
sabello,  y  les  respondió  diciéndoles  :  «Lo  que  me  pa- 
rece es  que  cada  raposo  guarde  su  coda. »  Y  dada^sta 
respuesta  tan  resoluta,  se  partió  con  sus  caballos  y  se 
fué  á  su  casa. 

También  el  duque  de  Sajonia  tomó  otro  camino,  re- 
cogiendo las  reliquias  del  ejército  que  pudo  allegar,  y 
con  un  grandísimo  rodeo  fué  hacia  su  tierra,  compo- 
niendo por  el  camino  las  abadías  que  podía ,  y  sacando 
dellas  dinero  para  sustentar  los  soldados  que  llevaba  y 
se  le  iban  allegando. 

Estando  el  Emperador  en  Rotemburg,  y  viendo 
cuánto  se  habían  alejado  los  enemigos  del ,  entendien- 
do que  el  tiempo  ni  la  tierra  no  daban  esperanza  de  po- 
dellos  alcanzar,  ordenó  de  dar  licencia  á  mosiur  de  Du- 
ra para  que  volviese  en  Flándes  cojí  el  campo  que  habia 
traído,  y  dióle  orden  que  fuese  por  Francfort,  y  pro- 
curase por  fuerza  ó  por  maña  ganar  aquella  tierra,  la 
cual  es  grande,  rica  y  muy  importante.  Partido  mosiur 
de  Hura,  el  Emperador,  con  el  resto  del  ejército,  dio  la 
vuelta  sobre  las  ciudades  en  quien  consistió  la  fuerza 
de  los  negocios  pasados.  Mas  el  ímpetu  y  la  reputación 
de  la  victoria  hacían  ya  la  guerra  en  Alemania  por  el 
Emperador;  y  así,  muchas  ciudades  enviaron  allí  á  Ro- 
temburg sus  embajadores  á  rendirse ,  y  otras  comen- 
zaban á  tratar  de  hacer  lo  mismo.  Así  que,  antes  que  su 
majestad  de  allí  partiese ,  todas  las  ciudades  y  villas 
imperiales  hasta  el  Rin,  y  algunas  de  las  de  Suevia, 
y  hasta  Sajonia,  vinieron  á  rendirse. 

Partido  el  Emperador  de  Rotemburg,  vino  en  dos 
alojamientos  á  Hala  de  Suevia ,  que  era  ya  de  las  ciuda- 
des rendidas  y  de  las  mas  ricas  de  aquella  provincia  y 
de  la  liga.  Allí,  por  indisposición  de  su  gota,  que  le 
apretó  mucho,  se  detuvo  algunos  dias  mas  de  los  que 
quisiera . 

Ya  en  este  tiempo  el  conde  Palatino  comenzaba  á 
tratar  como  hombre  bien  arrepentido  de  la  demostra- 
ción que  contra  su  majestad  habia  hecho ;  y  estos  tra- 
tos y  ruegos  fueron  tan  adelante,  que  su  majestad  le 
admitió  á  su  clemencia ;  porque  en  íin  esta  es  natural 
virtud  de  César,  y  así  lo  dijeron  por  el  primero,  que  de 
todo  se  acordaba  sino  de  sus  ofensas.  Vino  el  conde  Pa- 
latino allí  en  Hala ,  á  la  corte  del  Emperador :  un  dia  le 
fué  señalada  hora  para  venir  á  palacio;  y  así,  entró  en 
la  cámara  donde  su  majestad  estaba  sentado  en  una  si- 
lla por  la  indisposición  de  sus  pies.  Llegó  á  él  el  Conde 
haciendo  muchas  reverencias  y  quitada  la  gorra ,  y 
comenzó  á  dar  disculpas ,  diciendo  y  mostrando  que  si 
alguna  culpa  tenia,  estaba  dello  arrepentido ;  y  esto  tan 
largamente  dicho  cuanto  le  convenia.  Su  majestad  le 
respondió  :  «  Primo ,  á  mí  me  ha  pesado  en  extremo  que 
en  vuestros  postrimeros  dias ,  siendo  yo  vuestra  san- 
gre y  habiéndoos  criado  en  mi  casa,  hayáis  hecho  con- 


COMENTARIO  DE  LA  GUERRA  DE  ALEMANIA. 


4']3 


ira  mí  la  demnstrncinn  que  habéis  hecho,  enviando 
genle  contra  mí  en  favor  de  mis  enemigos,  y  sostenién- 
dola muchos  dias  en  su  campo  ;  mas  teniendo  yo  res- 
peto á  la  crianza  que  tuvimos  juntos  tanto  tiempo ,  y  á 
vuestro  arrepentimiento,  esperando  que  de  aquí  ade- 
lante me  serviréis  como  debéis,  y  os  gobernaréis  muy 
al  revés  de  como  hasta  aquí  os  habéis  gobernado,  tengo 
por  bien  perdonaros,  y  olvidar  lo  que  habéis  hecho  con- 
tra mí.  Y  así,  espero  que  con  nuevos  méritos  merece- 
réis bien  el  amor  con  que  agora  os  recibo  en  mi  amis- 
tad.» El  Conde  de  nuevo  comenzó  á  dar  disculpas,  á  su 
parecer  muy  bastantes ;  pero  las  que  al  mió  y  al  de  las 
4ue  allí  estaban  mas  lo  eran,  fueron  las  kígrimas  y  la 
humildad  con  que  las  daba;  porque  ver  un  señor  de 
casa  tan  antigua ,  primo  del  Emperador,  y  tan  honrado 
y  principal,  aquellas  canas  descubiertas,  las  lágrimas 
en  los  ojos,  verdaderamente  era  cosa  que  daba  grandí- 
sima fuerza  á  su  descargo,  y  gran  compasión  á  quien 
lo  veia.  De  allí  adelante  su  majestad  le  trató  con  la  fa- 
unliaridad  pasada,  aunque  entonces  le  habia  recibido 
ton  la  severidad  necesaria. 

Ya  los  señores  de  ülma,  como  los  alemanes  dicen  en 
su  proverbio,  se  habían  dado  tanta  priesa  á  reducirse 
al  servicio  de  su  majestad,  que  en  el  mismo  tiempo  que 
el  conde  Palatino  estaba  en  Hala ,  estaban  ya  ellos  allí ;  y 
mandóles  á  la  hora  que  habian  de  venir  á  palacio  á  ha- 
blar con  su  majestad.  Entraron  en  su  cámara,  donde  le 
hallaron  sentado  en  su  silla ;  y  estando  el  conde  Palati- 
no delante,  se  hincaron  de  rodillas,  y  con  semblante  que 
mostraban  lo  que  tenían  en  los  ánimos ,  el  principal  de- 
llos  dijo  en  suma  estas  palabras : 

«Nosotros  los  de  ülma  conocemos  el  yerro  en  que 
hemos  caído  y  la  ofensa  que  os  hemos  hecho,  lo  cual 
todo  ha  sido  por  falta  nuestra  y  de  algunos  que  nos  han 
engañado  ;  mas  juntamente  conocemos  que  no  hay  pe- 
cado ,  por  grave  que  sea ,  que  no  alcance  la  misericor- 
dia de  Dios  arrepintiéndose  del ;  y  por  esto  esperamos 
que,  queriendo  vos  imitarle,  tendréis  respeto  á  nuestro 
arrepentimiento  y  nos  recibiréis  á  vuestra  misericor- 
dia. Y  así ,  os  pedimos  por  amor  de  la  pasión  de  Cristo, 
hayáis  piedad  de  nosotros  y  nos  recibáis  en  gracia,  pues 
nos  entregamos  á  vuestra  voluntad  con  determinación 
de  serviros,  como  buenos  y  leales  vasallos,  con  las  ha- 
ciendas y  la  sangre  y  con  las  vidas ,  como  lo  debemos  á 
tan  buen  emperador. »  Su  majestad  les  respondió  que 
venir  ellos  en  conocimiento  de  su  yerro  era  muy  gran 
parte  para  que  él  se  lo  perdonase,  y  que  juntamente 
con  esto,  tener  él  por  cierto  que,  arrepentidos  de  lo  pa- 
sado, le  habian  de  servir  en  lo  porvenir  como  buenos 
servidores  y  leales  vasallos  del  imperio,  hacia  que  de 
mejor  voluntad  les  perdonase ;  y  que  así,  él  los  admi- 
tía á  su  gracia ,  reservando  para  sí  lo  que  en  aquella 
ciudad  convenia  que  se  hiciese  para  el  bien  y  sosiego 
de  todo  el  imperio.  Esto  me  parece  que  fué  en  suma 
lo  que  allí  pasó. 

Después,  de  ahí  á  pocos  dias  partió  de  allí  su  majes- 
tad ;  porque  aunque  el  duque  de  Vitemberg  comenzaba 
á  sentir  que  las  banderas  imperiales  se  le  acercaban,  y 
blandeaba  un  poco ,  no  era  tanto,  que  no  fuese  necesa- 
rio que  el  Emperador  con  las  armas  en  la  mano  le  hi- 
ciese venir  á  su  obediencia ;  y  teniendo  su  majestad  á 
Ulma  tan  vecina  al  ducado  de  Vitemberg,  no  era  con- 
veniente cosa  dejarle  libre  con  las  fuerzas  que  tenia,  y 

Hh. 


apartarse  del,  yendo  á  otra  empresa  ,  pues  con  la  au- 
sencia de  su  majestad  se  podía  dar  ocasión  á  cosas  nue- 
vas ;  tanto  mas  .que  estando  Augusta  en  pié  juntamente 
con  aquel  estado,  pudieran  fácilmente  hacer  alguna  re- 
volución en  L'lma,  y  para  esto  tuvieran  aparejo  por  la  ve- 
cindad que  este  estado  con  ella  tiene,  y  con  otros  veci- 
nos que  naturalmente  son  desasosegados  y  siempre  han 
deseado  revolver  los  negocios  de  su  majestad  cuando 
mas  en  quietud  están :  y  esto  dígolo  por  los  franceses,  los 
cuales,  estando  Vitemberg  fuera  de  la  obediencia  de  su 
majestad,  tuvieran  una  gran  puerta  abierta  para  todaj 
las  revueltas  de  Alemania.  Así  que ,  el  Emperador,  por 
este  ó  por  otros  respetos  que  él  debe  de  saber  mejor  que 
los  que  no  alcanzamos  otra  cosa  sino  lo  que  tocamos 
con  las  manos ,  determinó  de  hacer  la  empresa  de  aquel 
estado,  y  envió  al  duque  de  Alba  delante  con  los  es- 
pañoles y  el  regimiento  de  Madrucho  y  coronelía  de 
Xamburg,  y  los  italianos  que  habian  quedado,  que 
eran  tan  pocos,  que  por  eso  no  se  pone  número.  Y  á  mi 
juicio  la  causa  desto  era  que  los  continuos  trabajos  que 
nuestro  campo  pasaba  hacían  que  de  todas  las  naciones 
faltasen  muchos  soldados;  mas  destos  fali^ibon  muchos 
mas ;  y  juntamente  con  esto,  la  flojedad  de  sus  pagas  y 
descuido  de  muchos  capitanes  suyos  les  habían  traído 
á  tanta  diminución ,  la  cual  desde  el  rio  Prens  siempre  ^e 
fué  conociendo  en  nuestro  campo ;  y  con  todo  esto,  Lant- 
grave ,  habiendo  reforzado  el  suyo ,  como  está  dicho,  no 
nos  dio  la  batalla  tan  prometida  sobre  su  cabeza  á  las 
villas  de  la  liga. 

Partido  pues  el  duque  de  Alba  con  esta  parte  del 
ejército  que  digo,  y  alguna  caballería  tudesca,  y  los  tre- 
cientos hombres  de  armas  que  vinieron  del  reino  de 
Ñapóles,  su  majestad  les  siguió  con  la  otra  parte  de  los 
caballos  y  el  regimiento  de  tudescos  que  habia  sido  de 
Jorge ,  y  entonces  su  majestad  le  habia  dudo  al  conde 
Juan  de  Nasau.  El  camino  fué  derecho  á  Hailprum ,  que 
es  una  villa  imperial ,  y  fué  de  la  liga ,  porque  de  tres  en- 
tradas que  hay  para  entrar  en  el  ducado  de  Vitemberg 
por  la  banda  donde  su  majestad  estaba,  la  de  aquella 
villa  es  la  mas  llana  y  mas  abierta  para  llevar  campo  y 
artillería.  Llegado  el  Emperador  á  Hailprum ,  el  duque 
de  Vitemberg  comenzó  á  apretar  mas  en  sus  negocios, 
porque  el  duque  de  Alba  de  camino  habia  rendido  al- 
gunas villas  del  estado.  Entrado  mas  adelante,  habia  re- 
ducido á  la  obediencia  de  su  majestad  casi  todas  las  vi- 
llas del ,  excepto  algunas  fortalezas ,  para  las  cuales 
eran  menester  muchos  años  de  sitio,  así  por  ser  fortí- 
simas  como  por  estar  bien  proveídas.  Mas  el  duque  de 
Vitemberg,  lomando  el  consejo  mas  saludable,  vino  en 
todo  lo  que  el  Emperador  mandaba ,  dándole  tres  fuer- 
zas del  Estado ,  las  que  su  majestad  quiso  escoger.  Es 
tas  eran  Ahsperg,  un  castillo  muy  grande,  muy  lleni 
de  artillería  y  municiones ,  puesto  en  un  sitio  muy  im- 
portante, y  kirhanderg,  lugar  fortísimo;  la  tercera  enf 
otra  villa  llamada  Schorendorf ,  y  esta  es  la  mas  fuen. 
te,  y  por  eso  estaba  la  mas  bien  proveída,  porque  ha" 
bia  en  ella  vitualla  para  dos  mil  hombres  muchos  años, 
y  artillería  y  municiones  conforme  á  esto.  En  todas  es- 
tas fuerzas  se  halló  artillería  del  duque  de  Sajonia  y  de 
Lantgrave,de  la  que  por  ir  con  mas  diligencia  habian 
dejado,  especialmente  en  esta  villa ,  por  ser  señora  de 
una  entrada  muy  importante  para  aquel  estado;  y  en- 
tregando esto  que  tengo  dicho ,  dio  á  su  majestad  do- 

28 


43  í 


DON  LUIS  DE  ÁVILA  Y  ZÚÑIGA. 


cientos  mil  ducados,  y  prometió  de  hacer  todo  lo  que 
él  mandase,  sin  exceptuar  ninguna  cosa. 

Habiendo  el  Emperador  en  tan  breve  tiemposujetado 
al  duque  de  Vitemberg  y  asegurado  aquel  estado  con 
tener  estas  fuerzas  en  su  poder,  le  vino  aviso  de  mo- 
siur  de  Bura  cómo  Francfort  se  habia  rendido  á  la  vo- 
luntad de  su  majestad ,  y  que  él  estaba  dentro  con  do- 
ce banderas.  Dos  dias  después  destas  nuevas  vinieron 
los  burgomaestres  de  la  dicha  villa ,  y  su  majestad  los 
recibió  con  las  condiciones  que  á  los  otros ,  reservan- 
do en  sí  lo  que  para  el  bien  de  la  Germania  convenia 
que  se  hiciese.  Luego  otro  dia  vinieron  juntas  siete  ciu- 
dades, todas  de  la  liga,  entre  las  cuales  eranMemin- 
guen  y  Hempten,  de  las  cuales  ya  tengo  hecha  memo- 
ria. De  manera  que  antes  que  su  majestad  de  Hailprum 
partiese ,  ya  todas  las  ciudades  de  Suevia ,  excepto 
Augusta,  eslaban  rendidas  á  su  obediencia;  porque, 
como  tengo  dicho ,  ya  la  victoria  del  Emperador  pelea- 
ba por  él  en  todas  las  partes  de  Alemania.  Partiendo 
el  Emperador  de  Hailprum,  tomó  su  camino  para  Lima, 
pasando  por  el  ducado  de  Vitemberg,  y  en  seisjornadas 
Jlcgó  á  ella.  Mas  los  de  la  ciudad  habian  enviado  á  los 
confines  de  su  señorío  sus  embajadores  á  recebir  á  su 
majestad ,  muy  acompañados ;  los  cuales  le  hablaron  en 
español,  hincados  de  rodillas  allí  en  el  campo,  adonde 
habian  salido  á  esperar  al  Emperador,  que  venia  de  ca- 
mino. La  causa  de  hablalle  en  español  dicen  que  fué, 
parecelles  que  era  mas  acatamiento  hablalle  en  lengua 
que  mas  natural  es  suya  y  mas  tratable ,  que  no  en  la 
propria  dellos.  La  habla  fué  ofreciéndole  la  ciudad ,  y 
particularmente  las  personas  y  haciendas,  que  unos 
hombres  muy  determinados  deservir  á su  príncipe  pue- 
den ofrecer.  Sumajestad  les  respondió  en  español,  dán- 
doles una  respuestamuy  buena  y  graciosa,  como  ellos  di- 
cen; de  la  cual  quedaron  tan  contentos  cuanto  era  razón, 
ymostraron  bien  la  voluntad  que  al  Emperador  tienen,  la 
cual  en  toda  Alemania  generalmente  se  la  tienen  muy 
buena;  tanto,  que  la  gente  de  guerra  ordinariamente 
le  llaman  unser  fater;  que  quiere  decir  nuestro  padre. 
Este  nombre  quiso  usar  un  prisionero  de  los  enemigos 
que  unos  tudescos  nuestros  trujeron  un  dia  á  su  ma- 
jestad. Preguntándole  su  majestad  si  le  conocía,  di- 
jo :  «Sí,  conozco  que  sois  nuestro  padre.»  Al  cual  su 
majestad  dijo  :  «Vosotros,  que  sois  bellacos ,  no  sois 
mis  hijos.  Estos  que  están  aquí  á  la  redonda,  que  son 
hombres  de  bien ,  estos  son  mis  hijos,  y  yo  soy  su  pa- 
dre. »  Fueron  estas  palabras  oídas  del  prisionero  con 
gran  confusión ,  y  con  grandísima  alegría  de  todos  ios 
tudescos  que  al  derredor  estaban.  Y  demás  desto ,  con 
todas  las  otras  gentes  está  bienquisto ;  porque  aun  de 
los  que  han  andado  contra  él  en  esta  guerra ,  los  mas 
dellos  se  ofrecen  á  probar  que  han  sido  engañados  y  no 
haber  sabido  que  era  contra  él ,  y  en  su  arrepentimien- 
to se  ve  bien,  y  entre  ellos  un  conde  muy  principal  se 
dio  de  puñaladas,  por  ver  la  falta  en  que  habia  caído. 
Y  nadie  se  maraville  desto ,  porque  la  fuerza  de  la  vir- 
tud es  tanta,  que  aun  á  los  malos  convida  á  querella 
bien ;  y  así,  agora  todos  estiman  mas  el  volver  en  gracia 
de  su  majestad  por  volver  á  su  amistad ,  que  no  por 
salvar  las  haciendas  que  sin  ella  podían  perder.  Yo  es- 
cribo lo  que  he  visto  y  conocido. 

Estando  su  majestad  en  una  villa  de  las  de  Ulma,  vi- 
nieron á  ella  embajadores  de  los  de  Augusta ,  porque 


ya  les  daba  el  aire  de  nuestro  campo;  y  aunque  se  en- 
viaban á  rendir  á  su  majestad,  era  con  condiciones  que 
su  majestad  no  las  aceptaba  en  ninguna  manera ,  por- 
que le  suplicaban  que  perdonase  á  Sebastian  Xertel; 
y  si  desto  no  fuese  servido,  que  alo  menos  sus  castille- 
jos los  dejase  á  sus  hijos.  Mas  no  queriendo  su  majes- 
tad conceder  ninguna  cosa  destas,  ellos  dijeron  que 
Xertel  estaba  dentro  de  Augusta ,  y  que  tenia  dos  mil 
hombres,  y  mucha  parte  en  Augusta,  y  que  estas  eran 
fuerzas  tan  grandes ,  que  ellos  no  bastarían  á  eclialle. 
Su  majestad  respondió  que  no  se  fatigasen  por  esto; 
que  él  iría  muy  presto  allá  y  le  echaría.  Vueltos  ellos  á 
su  ciudad  con  esta  última  resolución  dé  su  majestad, 
fué  tanto  el  temor  del  pueblo,  que  acordaron  de  ren- 
dirse. Y  estando  los  del  Señado  en  la  casa  de  la  villa, 
entró  Xertel  y  díjoles :  «Señores,  yo  sé  lo  que  tratáis, 
que  es  concertaros  con  el  Emperador;  mas  porque 
por  mí  no  lo  dejéis  de  hacer,  yo  determino  de  ir- 
me. Por  ventura  este  servicio  que  hago  á  su  majestad 
en  irme ,  y  otros  que  le  pienso  hacer ,  serán  causa  que 
me  perdone.  «  Dichas  estas  palabras,  se  fué  á  su  casa; 
de  allí,  lo  mas  encubiertamente  que  pudo,  dicen  que 
fué  camino  de  Suiza.  Los  de  Augusta  vinieron  á  Ulma, 
donde  ya  su  majestad  estaba ,  y  el  dia  y  hora  que  les 
fué  señalado  vinieron  á  palacio.  Su  majestad  los  reci- 
bió sentado  en  una  silla  con  todas  las  ceremonias  im- 
periales acostumbradas ,  y  ellos  hincados  de  rodillas 
con  toda  la  humildad  que  convenia  á  hombres  que  tan- 
to les  iba  en  mostralla,  el  uno  dellos  habló  en  suma 
desta  manera ,  diciendo  primero  los  títulos  que  ordi- 
nariamente suelen  decir  á  los  emperadores. 

«Tenemos  entendido  los  de  Augusta  la  grandeza  de 
nuestro  pecado,  y  también  el  castigo  que  por  él  merece- 
mos ;  masconociendo  por  experiencia  que  vuestra  cle- 
mencia es  tanta ,  que  todos  aquellos  que  os  han  ofen- 
dido, y  después,  arrepentidosde  sus  yerros,  espiden  mi- 
sericordia, la  hallan  en  vos;  os  osamos  suplicar  que, 
pues  nosotros  arrepentidos  de  los  nuestros,  y  con  áni- 
mo de  serviros  mejor  que  todos,  venimos  á  socorrer- 
nos de  vuestra  clemencia,  seáis  servido  que  la  que  no 
os  ha  faltado  para  con  ellos ,  no  os  falte  para  con  noso- 
tros. Y  pues  nos  entregamos á  vuestra  voluntad,  supli- 
camos que  sea  de  manera  que  la  desgracia  que  me- 
recemos se  torne  en  gracia ,  que  de  tan  piadoso  prín- 
cipe se  espera.»  Su  majestad  les  respondió  conforme 
á  los  de  Ulma,  pocas  palabras  mas  ó  menos;  y  des- 
pués mandándolos  levantar,  le  vinieron  á  tocar  la  ma- 
no, como  los  de  las  otras  ciudades  también  habian 
hecho. 

Después  de  rendida  Augusta  y  Olma  y  Francfort,  no 
faltaba  sino  Argentina  para  que  todas  las  cuatro  cabe- 
zas principales  de  todas  las  ciudades  estuviesen  á  la 
obediencia  del  Emperador.  Mas  viendo  ella  que  Ulma, 
Augusta  y  Francfort  habian  alcanzado  el  ser  admitidos 
de  su  majestad,  envió  á  él  á  Ulma  á  pedir  salvocon- 
ducto para  sus  burgomaestres,  los  cuales  vinieron  á 
poner  su  ciudad  debajo  del  amparo  y  obediencia  de  su 
majestad ;  porque  se  sabe  que  hasta  agora  puede  mas 
la  clementísima  victoria  del  Emperador,  que  los  indu- 
cimientos y  promesas  de  algunos  que  por  sus  respetos 
particulares  trataban  con  ellos  otras  cosas. 

Las  condiciones  con  que  generalmente  su  majestad 
ba  recibido  al  conde  Palatino, al  duque  de  Vitemberg, 


COMENTARIO  DE  LA  GUERÜA  DE  ALEMANIA. 


43Í 


y  á  todos  los  oJros  caballeros  y  á  todas  las  ciudades, 
sin  las  que  particularmente  yo  no  sé ,  son  : 

Li^fT  perpetua  con  Ins  de  Austria. 

Dan  por  ningunas  todas  las  otras  ligas  que  hasta  aquí 
liayan  lieclio  con  otros. 

Decláranse  por  enemigos  del  duque  Juan  de  Sajonia 
y  de  Felipe  de  Hesen ,  lantgrave. 

Castigan  á  todos  los  soldados  que  salieron  ó  hubie- 
ren salido  de  sus  tierras  á  servir  á  ningún  príncipe  con- 
tra el  Emperador. 

Reciben  gente  de  guerra  en  los  lugares  que  su  ma- 
jestad quiere  poner,  así  como  Xamburg  con  su  coro- 
nelía en  Augusta,  el  conde  Juan  de  Nasau  con  la  su- 
ya en  Cima,  y  las  doce  banderas  que  mosiur  de  Bura 
metió  en  Francfort;  y  sin  esto,  otras  condiciones  que 
su  majestad  ha  puesto,  y  otras  que  ha  reservado  en  sí 
para  ponellas  á  tiempo  conveniente. 

Esta  guerra  se  ha  tratado  seis  meses  con  esta  fero- 
císima nación.  En  todo  este  tiempo  á  su  majestad  no 
ha  faltado  el  cuidado  y  el  trabajo,  peligro  y  vigilancia 
que  para  acabar  tan  gran  empresa  era  menester  pasar 
y  tener;  en  la  cual  oso  decir  que,  aunque  se  ha  hecho 
felicemente,  nunca  la  fortuna  del  Emperador  fué  ma- 
yor que  su  industria;  porque  quien  considerare  desde 
el  día  que  se  puso  en  campo  y  á  vista  de  los  enemigos, 
verá  que  siempre  les  fué  ganando  tierra  y  retirándolos. 
Y  asi  los  desalojó  de  Ingolstat  forzosamente,  y  des- 
pués de  Donavert  y  de  Norling  con  gran  industria ,  y 
después  últimamente  de  sobre  Guinguen  por  fuerza  y 
razón  de  guerra ;  de  donde  fueron  tan  rotos  los  enemi- 
gos, que  no  les  queda  otra  fuerza  sino  la  gente  que  el 
duque  Juan  de  Sajonia  pudo  llegar,  para  ir  contra  el 
duque  Mauricio  y  Lantgrave,  retirado  en  su  tierra.  Su 
majestad  reserva  para  tiempo  mas  conveniente  lo  que 
contra  estos  dos  se  ha  de  hacer.  Entre  tanto,  para  estas 
cosas  y  otras  tales  quiso  descansaren  Ulma  algunos  dias, 
y  purgarse  allí  con  el  palode  las  Indias,  que  para  su  go- 
ta suele  ser  muy  provechoso.  El  duque  de  Vilemherg 
venia  á  besar  las  mañosa  su  majestad  y  ofrecerle  esen- 
cialmente lo  que  ya  tiene  en  su  poder,  y  á  cuatro  leguas 
de  Ulmn  se  detuvo ,  porque  allí  le  apretó  la  gota,  de  que 
61  es  muy  apasionado. 

Quien  considerare  bien  el  progreso  desta  jomada, 
verá  cuan  importantes  efectos  fueron  las  cuatro  veces 
que  los  enemigos  fueron  desalojados,  y  cuánto  mas 
fué  elseguillossu  majestad  contra  el  tiempo  y  contra 
todos  los  otros  estorbos  que  se  le  ponían  delante.  Por- 
que á  mi  parecer  en  esto  solo  consistió  el  cumplimien- 
to de  la  victoria  que  Dios  le  ha  dado ;  de  la  cual  no  han 
faltado  en  este  tiempo  personas  que,  envidiosas  de  su 
grandeza,  procuran  estorbar  el  progreso  della;  mas 
Dios,  que  la  ha  permitido,  permitirá  que  vaya  adelan- 
te. Y  así,  su  majestad  con  la  industria ,  ánimo  y  felici- 
dad con  que  ha  adquirido  este  imperio,  con  ellas  mis- 
mas también  le  conservará,  porque  con  las  artes  que 
se  gana  un  imperio,  con  aquellas  es  cosa  fácil  sosle- 
nelle. 

LIBRO  SEGUNDO. 

Todo  el  tiempo  que  el  Emperador  osluvo  en  Ulma, 
que  no  fué  mucho,  entendía  eu  los  negocios  que  toca- 
ban á  las  ciudades  que  ya  se  le  liabian  rendido,  y  á  las 


que  entendían  en  venirse  á  rendir,  y  en  otras  cosasque 
tocan  al  imperio,  y  juntamente  con  esto,  no  dejaba  de 
proveer  lo  necesario  para  los  negocios  de  Sajonia;  por- 
que las  cosas  estaban  en  ella  en  términos,  que  no  solo 
el  duque  Juan  Federico  de  Sajonia  habia  cobrado  lo 
que  habían  tomado  el  rey  de  Romanos  y  el  duque  Mauri- 
cio, mas  aun  de  sus  estados  les  habia  tomado  parte;  y 
habia  extendido  tanto  sus  inteligencias,  que  en  Bohemia 
tenia  amistades  harto  bastantes  para  poner  aquel  reino 
en  peligro,  y  habia  tomado  á  Jaquimistal,  que  es  un  valle 
muy  principal  en  aquel  reino,  y  donde  son  todas  las 
mineras  que  hay  en  él.  Y  esta  empresa  fué  hecha  mas 
con  voluntad  de  los  boliemios,  los  cuales  con  sus  di- 
simulaciones fingían  el  rendirse ,  que  por  fuerza  de  los 
capitanes  del  Duque,  de  los  cuales  el  principal  se  llama- 
ba Tumesbierne,  que  como  general  andaba  en  aquella 
empresa;  la  cual,  como  digo,  al  principio  fué  disimu- 
lada por  los  bohemios;  mas  después  se  declararon  en 
ella  tan  por  del  duque  de  Sajonia,  que  del  todo  vinie- 
ron á  perder  la  vergüenza  al  Rey,  como  adelante  se 
dirá. 

Pues  siendo  la  cosa  de  tanta  importancia  y  habiendo 
el  Emperador  sido  informado  dello,  no  solo  por  cartas 
bien  continuas  del  Rey,  mas  también  por  las  de  los 
ministros  que  su  majestad  había  enviado  á  saber  par- 
ticularmente lo  que  pasaba,  él  no  tuvo  lugar  de  tomar 
el  palo  en  lima  ,  del  cual  por  los  trabajos  pasados  te- 
nía harta  necesidad.  Y  así,  de  nuevo  comenzó  apo- 
ner orden  en  la  empresa,  para  la  cual  era  ya  tan  ne- 
cesaria su  persona  como  para  la  pasada ,  porque  el 
duque  Juan  Federico  con  la  gente  que  entonces  tenía, 
que  eran  cuatro  mil  infantes,  se  habia  dado  tan  buena 
maña,  que  no  tenía  por  cobrar  de  todo  su  estado  sino 
solamente  Zuibica ,  ni  habia  dejado  al  duque  Mauricio 
i  otra  cosa  sino  á  Trésen  y  á  Lipsia  ,  y  á  la  Zuibica ,  que 
i  todavía  la  guardaba  el  duque  Mauricio  con  buena  in- 
fantería. De  manera  que  se  podía  decir  que  tenia  toda 
la  Sajonia  y  Bohemia  puesta  en  tales  términos,  que  muy 
abiertamente  le  confesaban  por  amigo,  y  en  esto  nin- 
guna memoria  hacían  del  Rey,  para  no  hacer  por  el  Du- 
que todo  lo  que  le  convenia.  Y  había  llegado  la  desver- 
güenza de  los  bohemios  á  tanto,  que  con  una  honesta 
disimulación  tenían  detenidas  las  hijas  del  Rey  en  el 
castillo  de  Praga. 

Habia  el  Emperador  proveído  antes  que  partiese  de 
Ulma  algunas  cosas  que  parecían  tan  bastantes,  que 
con  ellas  pudiera  excusar  el  nuevo  trabajo  de  su  per- 
sona, porque  envió  ocho  banderas  de  infantería  y  ocho- 
cientos caballos,  y  con  ellos  al  marqués  Alberto  de 
Brandemburg,  el  cual,  demás  desto,  llevó  consigo  otros 
mil  caballos  y  otras  ocho  banderas.  También  envió  al- 
gunos dineros,  que  son  el  niervo  de  la  guerra.  Eraii  fuer- 
zas estasque,  juntas  con  las  del  Rey  y  del  duque  Mau- 
ricio, estaban  superiores  á  las  del  duque  de  Sajonia ,  si 
la  manera  de  tratar  la  guerra  fuera  conforme  á  los  apa- 
rejos della ;  mas,  como  adelante  se  dirá,  pasó  la  cosa  al- 
go diferente  de  lo  que  al  principio  se  pensó.  Y  porque 
mas  abundantemente  fuese  proveído  lo  que  al  Rey  to- 
caba ,  el  Emperador  enviaba  á  don  Alvaro  de  Sande, 
maestre  de  campo,  con  su  tercio  de  los  españoles,  y  al 
marqués  deMariñano  con  ocho  banderas  de  tudescos; 
mas  estas  fueron  mandadas  detener,  porque  la  relación 
lie  las  cosas  de  Sajonia  venia  tan  llena  de  necesidad 


436  DON  LUIS  DE 

quo  'íu  majestad  se  hallase  personalmente  en  esta  guer- 
ra, que  él  determinó  de  no  perdonar  á  trabajo  suyo  ni 
peligro,  viendo  en  el  que  estahan  las  cosas  del  Rey  su 
hermano  y  las  del  duque  Mauricio,  y  junto  con  esto,  el 
que  de  allí  podia  resultar  para  todo  lo  de  Alemania; 
porque  dejar  que  fuese  mas  adelante  aquel  fuego  que  ya 
estaba  tau  encendido,  era  poner  la  victoria  pasada  en 
los  términos  que  estaba  antes  que  se  alcanzase.  Asi 
que,  consideradas  todas  estas  cosas,  el  Emperador  par- 
tió de  Ulma,  habiendo  proveido  que  la  infantería  espa- 
lóla partiese  de  sus  alojamientos,  y  enviado  alguna  ar- 
tillería, la  cual  tomó  de  los  de  Ulma. 

El  duque  de  Vitemberg  por  su  enfermedad  no  habia 
podido  venir,  como  por  el  Emperador  le  habia  sido  man- 
dado; mas  ya  á  este  tiempo  estando  mejor,  vino  el 
mismo  dia  que  su  majestad  partió  de  Ulma,  á  dar  la 
obediencia  que  un  príncipe  vencido  debe  á  su  vencedor 
y  señor;  y  así,  estuvo  en  la  sala  esperando  que  su  ma- 
jestad acabase  de  comer,  sentado  en  una  silla  en  que  le 
traían  cuatro  hombres,  porque  por  su  enfermedad  no  po- 
día estar  de  otra  manera.  El  Emperador  salió,  y  pasó  ca- 
be él  sin  mirallo ,  lo  cual  no  dejó  de  mirar  el  Duque.  El 
Emperador  se  sentó  con  aquellas  ceremonias  que  en  tal 
caso  se  suelen  hacer,  estando  el  marichal  del  imperio 
delante  con  la  espada  imperial  sacada  y  puesta  en  el 
hombro.  El  chanciller  del  Duque  y  todos  los  de  su  con- 
sejo se  hincaron  de  rodillas,  quitados  los  bonetes.  Ha- 
biendo dicho  los  títulos  que  á  su  costumbre  suelen  de- 
cir al  Emperador,  dijeron  en  nombre  de  su  amo  estas 
palabras  : 

«Yo,  con  toda  la  humildad  que  puedo  y  debo,  me 
presento  delante  de  vuestra  majestad ,  y  públicamente 
confieso  que  le  he  ofendido  gravísímamente  en  la  guer- 
ra pasada  y  merecido  toda  la  indignación  que  contra 
mí  tuviere,  por  lo  cual  yo  tengo  el  arrepentimiento  que 
debo,  el  cual  es  igual  á  la  razón  que  para  tenelle  hay. 
Y  así,  yo  vengo  humilmente  á  suplicar  á  vuestra  ma- 
jestad, por  la  misericordia  de  Diosj  por  vuestra  natu- 
ral clemencia,  que  vuestra  majestad  por  su  bondad  me 
perdone  y  de  nuevo  reciba  en  su  gracia ;  porque  á  él 
solo,  y  no  á  otro  ninguno,  conozco  por  supremo  prínci- 
pe y  natural  señor  mío ;  al  cual  prometo  que  en  cual- 
quiera parte  que  esté,  le  serviré,  con  todos  los  míos, 
como  humilísimo  príncipe,  vasallo  y  subdito  suyo, 
con  toda  aquella  obediencia  y  sujeción  y  agradecimiento 
que  debo,  para  merecer  la  grandísima  gracia  que  agora 
recibo.  Demás  desto,  me  ofrezco  de  cumplir  fidelísima- 
mente  todo  lo  que  en  los  capítulos  que  por  vuestra 
majestad  me  han  dado  se  contiene.» 

El  chanciller  del  Emperador,  por  su  mandado,  res- 
pondió :  «La  majestad  cesárea,  nuestro  señor  clementí- 
s¡mo,^atendido  lo  que  el  duque  Udalrico  de  Vitemberg 
humilmente  ha  propuesto,  suplicado  y  ofrecido,  vien- 
do su  arrepentimiento,  y  que  públicamente  confiesa  que 
gravemente  ha  ofendido  á  su  majestad,  y  cuan  digna- 
mente merece  su  indignación ;  teniendo  respeto  que  ha 
implorado  y  pedido  por  la  misericordia  de  Dios  per- 
don  de  todas  estas  cosas,  su  majestad  cesárea,  por  la 
honra  de  Dios  y  por  su  natural  clemencia ,  especial- 
mente porque  el  pobre  pueblo  que  no  pecó  no  padezca, 
tiene  por  bien  de  olvidar  la  ira  y  indignación  que  con- 
tra el  Duque  tenia,  y  perdonalle  clementísimamente,  con 
condición  que  el  Duque  observe  y  guarde  todas  las  co- 


AVILA  Y  ZÜNIGA. 

sas  á  que  se  ofreció  y  está  obligado.»  El  duque  de  Vi- 
temberg dio  grandes  gracias  á  su  majestad  por  ello ;  y 
así,  prometió  de  ser  siempre  fidelísimo.  A  toilo  esto  es- 
taban de  rodillas  su  chanciller  y  los  del  Consejo.  Él  Du- 
que estaba  sentado  en  una  silla,  quitado  el  bonete,  bajo 
de  todo  el  estrado,  porque  antes  por  sus  embajadores 
habia  enviado  á  suplicar  á  su  majestad  le  dejase  estar 
de  la  manera  que  su  dolencia  lo  permitía,  porque  en  pié 
ni  de  rodillas,  aunque  era  para  pedir  perdón,  era  impo- 
sible poder  estar.  Fué  para  los  de  Ulma  esta  vista  harto 
admirable ,  porque,  como  no  tienen  otro  vecino  mas  po- 
deroso, parecíales  este  poderosísimo. 

Pasado  esto,  su  majestad  se  puso  á  caballo  y  prosi- 
guió su  camino.  De  Ulma  vino  el  Emperador  á  Guin- 
guen,  adonde  en  la  guerra  pasada  los  enemigos  hai)ian 
estado  alojados,  y  en  el  alojamiento  tan  extendido  se 
vio  bien  el  número  dellos.  Allí  se  víó  la  fortificación  que 
tenían  por  la  parte  que  se  les  pensó  dar  la  encamisada, 
como  está  escrito ;  la  cual  ellos  tenían  tan  bien  fortifi- 
cada y  entendida ,  que  cualquiera  cosa  que  por  allí  se 
emprendiera  fuera  muy  á  su  ventaja.  De  allí  vino  el 
Emperador  á  Norling,  donde  el  tiempo  y  el  no  haberse 
purgado  se  juntaron  con  la  gola,  y  túvola  tan  recia,  que 
le  puso  en  tanta  flaqueza,  que  á  todos  quitaba  la  espe- 
ranza de  poder  verle  convalecido  tan  presto;  mas  él  se 
dio  tanta  priesa  á  curarse  con  todo  lo  que  al  presente 
se  podia  curar,  que  comenzó  á  mejorar  y  á  poderse  le- 
vantar de  la  cama. 

En  este  tiempo  Juan  Federico ,  duque  de  Sajonia, 
acrecentándosele  siempre  su  campo,  prosiguió  el  ha- 
cerse señor  de  toda  ella,  y  habia  deshecho  al  marqués 
Alberto  y  prendídole,  lo  cual  fué  desta  manera.  El 
marqués  Alberto  estaba  en  un  lugar  que  se  llama  Ro- 
queliz ,  porque  los  que  gobernaban  la  guerra  contra  el 
duque  de  Sajonia  tenían  repartida  toda  su  gente  en 
frontera  contra  él ;  y  así ,  el  rey  de  romanos  estaba  con 
su  gente  en  Trésen ,  y  el  duque  Mauricio  en  Frayberg 
con  la  suya ,  y  el  marqués  Alberto  con  diez  banderas  y 
mil  y  ochocientos  caballos  en  este  lugar  que  digo.  De- 
más desto,  tenían  proveída  á  Zuibica  y  á  Lipsia,  la  cua\ 
algunos  días  antes  habia  sido  combatida  por  el  duque 
de  Sajonia ,  mas  fué  muy  bien  defendida  por  los  que  en 
ella  estaban.  Era  esta  villa  de  Roqueliz ,  donde  el  mar- 
qués Alberto  tenia  su  frontera,  de  una  señora  viuda 
hermana  delLantgrave,  la  cual  entretenía  al  marqués 
Alberto  con  danzas  y  banquetes,  que  son  fiestas  acos- 
tumbradas en  Alemania ,  y  mostrábale  tanta  amistad, 
que  le  hacia  estar  mas  descuidado  de  lo  que  un  capitán 
conviene  estar  en  la  guerra;  y  por  otra  parte  avisaba 
al  duque  de  Sajonia ,  el  cual  estaba  en  Garte ,  tres  le- 
guas pequeñas,  con  muy  buena  gente  de  caballo  y  trein- 
ta y  seis  banderas  de  infantería ,  y  usando  de  buena  di- 
ligencia amaneció  otro  día  sobre  el  marqués  Alberto;  el 
cual,  por  lo  que  á  él  le  pareció,  acordó  de  combatir  en 
la  campaña ;  finalmente ,  fué  roto ,  y  él  preso ,  habien- 
do peleado  mas  como  valiente  caballero  que  como  cuer- 
do capitán.  Hay  muchas  opiniones :  unos  dicen  que 
el  lugar  no  se  podia  defender;  otros  dicen  que  si  se  de- 
tuviera en  él,  llegaran  presto  caballos  del  duque  Mauri- 
cio á  socorrelle;  otros  dicen  que  quiso  guardar  cuatro 
banderas  que  alojaban  en  el  burgo ,  no  fuesen  rotas ,  y 
que  por  eso  se  puso  en  campaña  con  las  otras  que  esta- 
ban dentro  della.  En  fin,  todas  estas  opiniones  se  resu- 


COMENTARIO  DE  LA  GUERRA  DE  ALEMANIA. 


niieron  en  que  él  perdió  cuatrocientos  ó  quinientos 
caballos,  muertos  y  presos,  y  mucha  parte  de  los  otros 
se  recogieron  al  rey  de  romanos.  Otros  dicen  que  que- 
daron alguna  parle  dellos  en  servicio  del  duque  de  Sa- 
jorna ,  el  cual  ganó  todas  las  banderas  de  la  infantería, 
de  la  cual  murieron  pocos,  porque  muchos  se  recogie- 
ron al  Rey,  y  otros  que  fueron  presos  juraron  de  no 
servir  contra  él ,  como  se  acostumbra  hacer  en  Alema- 
nia cuando  los  vencedores  dan  libertad  á  los  vencidos. 
El  marqués  Alberto  fué  llevado  á  Gota ,  un  lugar  fortí- 
simo  del  Duque. 

Habida  esta  victoria  por  él,  no  procedió  por  aquél 
camino  que  todos  pensaron ,  que  era  ir  contra  el  du- 
que Mauricio,  el  cual  estaba  mas  cerca  del ;  mas  deján- 
dole estar  en  Frayberg,  comenzó  luego  á  entender  en 
las  cosas  de  Bohemia;  y  así,  envió  á  Tumeshierne  con 
seiscientos  caballos  y  doce  banderas ,  el  cual  se  seño- 
reó del  valle  de  Jaquimistal  con  muy  buena  voluntad  de 
los  bohemios,  aunque  muy  disimulada.  Este  era  el  fun- 
damento de  todo  lo  que  ellos  y  el  Duque  pensaban  ha- 
cer. Sabida  esta  nueva  por  el  Emperador,  y  viendo  que 
el  Rey  y  el  duque  Mauricio  sostenían  esta  guerra,  guar- 
dando las  fuerzas  principales ,  y  no  sacaban  la  gente  de- 
ltas para  tentar  otra  vez  la  fortuna,  él  se  díó  priesa  á 
partir  de  Norling,  adonde,  pocos  días  antes  que  partiese, 
viniéronlos  burgomaestres  de  Argentina,  ciudad  fortí- 
simay  poderosísima,  como  está  dicho,  y  allí  se  pusieron 
debajo  de  la  obediencia  de  su  majestad,  con  las  condi- 
ciones que  á  él  le  pareció  que  se  les  debían  poner;  en- 
tre las  cuales  fué  jurarle  por  Emperador,  lo  cual  no  ha- 
bían hecho  con  ningún  emperador  pasado.  Renuncia- 
ron todas  las  ligas  que  tuviesen  hechas,  y  juraron  de 
no  entrar  en  ninguna  donde  la  casa  de  Austria  no  en- 
trase primero.  Castigan  á  todos  los  soldados  de  su  tier- 
ra que  hubieren  sido  contra  su  majestad.  Ponen  graví- 
simas penas  á  los  que  de  aquí  adelante  salieren  con- 
tra él. Echan  de  su  ciudad  á  todos  los  rebeldes  y  deser- 
vídores  de  su  majestad,  y  entre  ellos  fué  uno  que  era 
capitán  general  dellos,  llamado  el  conde  Guillaorae  de 
Fustamberg ,  el  cual  negocia  su  perdón  con  todas  las 
diligencias  y  justificaciones  que  él  puede.  Dieron  lo  que 
les  fué  impuesto  por  su  majestad ,  y  el  artillería  y  mu- 
niciones que  les  mandó  dar,  como  las  otras  ciudades 
lo  habían  hecho ,  y  sin  esto  otras  cosas  que  yo  dejo  de 
decir,  porque  no  quiero  dejar  de  proseguir  con  la  bre- 
vedad que  he  comenzado.  Otros  lo  podrán  escribir  mas 
particularmente,  pues  el  Emperador  les  ha  abierto  en 
sí  un  campo  tan  ancho ,  que  podrán  bien  extender  en  él 
sus  ingenios  y  estilos,  que  por  grandes  que  sean,  yo 
les  aseguro  que  quedarán  inferiores  á  la  materia. 

Partido  el  Emperador  de  Norling,  tomó  el  camino  de 
Nuremberga ,  llevando  consigo  los  dos  regimientos  de 
alemanes  de  los  viejos,  el  uno  del  marqués  de  Mariñano 
y  el  otro  de  Aliprando  Madrucho,  el  cual,  poco  antes 
que  el  Emperador  partiese  de  Ulma,  murió  de  calen- 
turas. Perdió  el  Emperador  en  él  un  muy  buen  servidor, 
y  un  soldado  de  quien  se  tenia  esperanza  que  valdría 
mucho  en  Alemania.  Sin  estos  dos  regimientos  mandó 
hacer  otro  de  nuevo.  Este  hizo  un  caballero  de  Suevia, 
llamado  Hanzbalter.  Llevaba  también  toda  la  infantería 
española  y  los  hombres  de  armas  de  Ñapóles  y  seiscien- 
tos caballos  ligeros ,  mil  caballos  tudescos  del  Tayche- 
maestre  y  del  marqués  Juan  y  del  archiduque  de  Aus- 


437 

tria.  Había  el  Emperador  enviado  delante  el  duque  Je 
Alba,  el  cual  había  alojado  en  torno  de  Nuremberga 
este  campo ,  excepto  algunas  banderas  que  quedaban 
para  la  compañía  del  Emperador ;  y  él  estaba  ya  en  Nu- 
remberga,  donde  habia  hecho  el  aposento  para  su  ma- 
jestad, y  metido  ocho  banderas,  que  era  el  regimiento 
del  marqués  de  Mariñano,  porque  la  autoridad  del  Em- 
perador así  lo  requería  y  era  necesario ;  porque ,  aun- 
que allí  los  nobles  son  muy  imperiales,  el  pueblo,  que 
es  grandísimo ,  suele  algunas  veces  tener  furias  dignas 
del  freno  que  entonces  se  les  puso.  El  Emperador  fué 
recibido  en  aquella  ciudad  conmucha  demostración  de 
placer  de  todos  los  della,  y  fué  á  alojar  al  castillo,  que  es 
su  acostumbrado  alojamiento.  Allí  estuvo  cinco  ó  seis 
días  entendiendo  en  recoger  el  campo,  y  en  su  salud, 
porque  aun  sus  indisposiciones  no  eran  acabadas. 

Quien  considerare  esta  guerra ,  parecerle  ha  una  to- 
da ,  por  ser  esta  presente  un  ramo  que  salió  de  la  pa- 
sada^  y  en  alguna  manera  tendría  razón.  Mas  á  mi  jui- 
cio no  ha  sido  una  guerra,  sino  dos ,  porque  la  primera 
ya  el  Emperador  la  había  acabado  deshaciendo  el  po- 
derosísimo campo  de  la  liga ,  y  rindiendo  las  ciudades 
della  y  algunos  de  los  príncipes  que  mas  podían ;  y 
cuanto  á  esto,  ya  la  guerra  de  la  liga  estaba  acabada. 
Esta  otra  de  Sajonia,  aunque  el  Duque  se  habia  halla- 
do en  la  otra ,  no  se  podía  contar  por  miembro  della, 
sino  por  cabeza  de  otra  tan  principal  y  tan  peligrosa, 
que  fué  bien  necesario  para  ella  el  consejo  del  Empe- 
rador, acompañado  de  su  determinación  y  osadía.  Yo 
no  quiero  encarecer  sus  cosas;  porque,  demás  de  ser 
ellas  grandes  de  sí  mismas ,  seria  muy  mal  que  yo  pa- 
gase el  haberme  criado  en  su  casa  con  ninguna  mane- 
ra de  lisonja;  aunque  deste  trabajo  me  quita  ser  ellas 
tan  valerosas ,  que  consigo  se  traen  la  admiración  que 
todos  deben  tener  dellas.  Ni  tampoco  quiero  encarecer 
las  de  los  enemigos  porque  las  del  Emperador  que  los 
venció  parezcan  mayores ;  mas  diré  la  verdad  como 
testigo  della,  pues  no  pasó  cosa  ninguna  en  que  yo 
no  me  hallase  cerca  del. 

Desde  Nuremberga,  que  era  el  camino  que  el  Empe- 
rador habia  de  tomar  para  juntarse  con  el  Rey  y  el  du- 
que Mauricio ,  fué  derecho  á  la  villa  de  Eguer,  donde, 
por  la  oportunidad  del  lugar,  estaba  concertado  que  allí 
se  hiciese  la  vagsa  de  la  guerra.  Allí  se  habían  de  juntar 
el  Rey  con  sus  caballos  y  algunas  banderas  de  infante- 
ría ,  y  el  duque  Mauricio  con  los  suyos ;  y  así ,  habían 
concertado,  á  término  señalado ,  que  fuese  en  esta  vi- 
lla. El  Rey  partió  de  Trésen ,  que  es  lugar  del  duque 
Mauricio  y  el  duque  de  Frayberg,  y  dejando  á  mano 
derecha  las  fuerzas  de  su  enemigo ,  por  Laytemeriz  en- 
traron en  Bohemia  para  tornar  á  travesar  los  montes 
de  que  ella  está  rodeada,  y  juntarse  en  Eguer  con  el 
Emperador.  Mas  los  de  Bohemia  mostraron  entonces 
abiertamente  su  intención,  y  declararon  cómo  no  eran 
vanas  las  esperanzas  que  el  duque  Juan  de  Sajonia  tenia 
en  ellos;  las  cuales  se  extendían  á  tanto,  que  fué  causa 
de  decirse  muchas  opiniones,  las  cuales  no  escribo 
porque  no  las  sé  tan  averiguadamente  cuanto  es  razón 
para  ponellas  aquí. 

Ya  el  Emperador  había  andado  tres  jornadas  después 
que  partió  de  Nuremberga ,  donde  vino  un  gentil- 
hombre del  rey  de  romanos  haciéndole  saber  cómo , 
después  de  haber  entrado  él  y  el  duque  Mauricio  con  la 


438 

caballería  y  alguna  infantería  en  Bohemia,  un  caballero 
bohemio  habia  juntado  mucha  gente,  y  cortado  los  bos- 
ques y  atajado  los  pasos  por  donde  el  Rey  habia  de  pa- 
sar, por  dos  ó  tres  partes ,  por  las  cuales  habia  probado 
hacello  para  venir  á  Eguer ,  y  este  siempre  las  habia 
embarazado;  que  le  seria  forzado  rodear  algunas  jor- 
nadas, y  pasar  por  las  montañas  por  unos  castillos  de 
ciertos  caballeros  bohemios  que  con  él  venían ;  y  jun- 
tamente con  esto  quería  algunos  arcabuceros  españo- 
les, para  que  mas  fácilmente  pudiese  pasar  y  ser  señor 
de  aquellos  bosques.  El  Emperador  proveyó  todo  lo  que 
convenia,  aunque  después  no  fué  necesario  que  los  es- 
pañoles llegasen  al  paso;  porque  aquellos  caballeros 
que  con  el  Rey  venían  le  sirvieron  tan  bien,  que  le  tu- 
vieron desembarazado ,  y  aquel  caballero  bohemio ,  que 
era  enemigo,  no  llegó  con  su  gente  allí.  Estese  llama 
Gaspar  Fluc,  hombre  muy  principal  en  aquel  reino,  á 
quien  ya  otras  veces  méritamente  el  Rey  le  habia  qui- 
tado su  hacienda,  y  después  muy  überalmente  hé(Jiole 
merced  della;  mas  él  parece  que  tuvo  mas  memoria 
del  habérsela  quitado  que  de  la  merced  de  habérsela 
vuelto;  porque  los  ingratos  lo  primero  que  olvidan  son 
los  beneficios  que  reciben. 

Cuentan  que  los  caballeros  que  se  juntaron  para  de- 
fender aquellos  pasos  hicieron  un  banquete,  y  que  des- 
pués echaron  suertes  cuál  seria  capitán  general ,  y  or- 
denáronlo de  manera  que  cayese  sobre  este  Gaspar 
Fluc;  no  porque  hubiese  en  él  mas  habilidad  que  en 
otro  para  este  cargo,  sino  porque  tenia  mas  aparejo  de 
gpnte  y  dinero  para  sostener  aquellos  pasos ,  por  ser 
señor  de  la  mayor  parte  dellos.  Y  también  podía  ser 
que  lo  hiciesen  porque,  si  la  cosa  sucediese  después 
mal ,  quería  cada  uno  ver  mas  el  peligro  sobre  la  cabe- 
za ajena  que  sobre  la  suya.  En  fin ,  sea  como  fuere ,  la 
mayor  parte  de  aquel  reino  hizo  una  muy  ruin  demos- 
tración contra  su  príncipe. 

Ya  el  rey  de  romanos  había  pasado  por  los  castillos 
que  digo ,  y  el  Emperador,  habiéndolo  sabido,  estaba  á 
tres  leguas  de  Eguer,  la  cual  es  una  ciudad  de  la  coro- 
na de  Bohemia  á  los  confínes  de  Sajonía ,  mas  es  fuera 
de  los  montes;  porque  Bohemia  es  toda  rodeada  de 
grandísimos  bosques  y  espesos,  y  solamente  á  la  parte 
de  Morabia  tiene  entradas  llanas;  por  todas  las  otras 
parece  que  la  naturaleza  la  fortificó,  porgue  la  espesu- 
ra de  las  selvas  y  pantanos  que  hay  en  ellos  hace  difici- 
lísimas las  entradas.  La  tierra  que  se  encierra  dentro 
destos  bosques  es  llana  y  fértilísima,  y  muy  poblada  de 
castillos  y  ciudades.  La  gente  della  es  valiente  natu- 
ralmente y  de  buenas  disposiciones.  La  gente  de  caba- 
llo se  arma  como  la  de  los  alemanes ;  la  de  pié  di- 
ferentemente,  porque  ni  tienen  aquella  orden  que  la 
infantería  alemana ,  ni  traen  aquellas  armas ;  porque 
unos  traen  alabardas  y  otros  venablos,  otros  unos  palos 
de  braza  y  medía  de  largo,  de  los  cuales  cuelgan  con 
una  cadena  otro  de  dos  palmos  herrado ,  ú  los  cuales 
llaman  pavisas;  otros  traen  escopetas  cortas  y  hache- 
tas  anchas ,  las  cuales  tiran  á  veinte  pasos  diestrísima- 
mente.  Solían  estos  bohemios  en  tiempos  pasados  ser 
soldados  muy  estimados;  al  presente  no  están  en  tanta 
reputación.  Lo  mas  de  Sajonía  confina  con  Bohemia 
desde  Eguer,  teniendo  las  montañas  de  Bohemia  á  ma- 
no derecha,  como  van  hasta  pasado  el  Albis,  que  sale 
de  Bohemia  y  entra  en  Sajonía  por  Laitemcriz ,  ciudad 


DON  LUIS  DE  ÁVILA  Y  ZLÑIGA. 


de  Bohemia.  Esto  me  parece  que  ha  sido  necesario  de- 
cir para  entenderse  mejor  lo  que  pasó. 

Estando  el  Emperador  tres  leguas  de  Eguer,  vino 
allí  el  Rey  su  hermano  y  el  duque  Mauricio  y  el  mar- 
qués Juan  de  Brandemburg,  hijo  del  Elector,  que  ya  su 
padre  se  habia  concertado  con  el  Rey  en  el  servicio  del 
Emperador;  y  así,  envió  á  su  hijo  á  servirle  en  esta 
guerra.  La  gente  de  caballo  que  vino  con  el  Rey  serían 
ochocientos  caballos;  el  duque  Mauricio  trujo  mil ,  el 
marqués  Juan  Jorge  cuatrocientos;  los  unos  y  los  otros 
bien  en  orden.  Demás  desto,  trajo  el  Rey  novecientos 
caballos  húngaros,  que  á  mi  juicio  son  de  los  mejores 
caballos  ligeros  del  mundo,  y  así  lo  mostraron  en  la 
guerra  de  Sajonía  en  el  año  de  46,  y  agora  en  esta  de  47. 
I  as  armas  que  traen  son  lanzas  largas ,  huecas  y  grue- 
sas, y  dan  grande  encuentro  con  ellas;  traen  escudos 
ó  tablachinas  hechos  de  manera,  que  abajo  son  anchos, 
y  así  lo  son  hasta  el  medio,  y  del  medio  arriba  por  la 
parte  de  delante  vienen  enangostándose  hasta  que  aca- 
ban en  una  punta,  que  les  sube  sobre  la  cabeza ;  son 
acombados  como  paveses ;  algunos  traen  jacos  de  malla. 
En  estas  tablachinas  pintan  y  ponen  divisas  á  su  modo, 
que  parecen  harto  bien ;  traen  cimitarras  y  estoques 
juntamente  muchos  dellos,  y  unos  martillos  en  unas 
astas  largas,  de  que  se  ayudan  muy  bien.  Muestran  gran- 
de amistad  á  los  españoles ;  porque,  como  ellos  dicen, 
los  unos  y  los  otros  vienen  de  los  scitas.  Esta  fué  la  ca- 
ballería que  vino  con  el  Rey.  Infantería  no  trajo  ningu- 
na ,  porque  en  Trésen  dejó  cuatro  banderas,  y  las  otras 
en  entrando  en  Bohemia  se  fueron  á  sus  casas.  Sola 
una  bandera  quedó  con  él,  que  después  mandaron  que- 
dar en  Eguer.  Tampoco  el  duque  Mauricio  trajo  infan- 
tería, porque  Lipsia  y  Zuibíca  habían  de  quedar  pro- 
veídas, pues  el  duque  de  Sajonía  estaba  cerca  con  ocho 
ó  nueve  mil  tudescos  muy  buenos,  y  otros  tantos  sol- 
dados hechos  en  la  tierra,  que  no  eran  malos,  y  tres 
mil  caballos  armados  muy  escogidos.  Las  otras  do- 
ce banderas  y  el  resto  de  la  caballería  estaban  con 
Tumeshierne,  como  está  dicho,  y  repartido  por  otras 
partes. 

El  Emperador  partió  para  Eguer,  la  cual  ciudades 
cristiana ,  que  no  es  poca  maravilla,  estando  cercada 
de  bohemios  y  sajones ;  porque  en  los  unos  hay  muy 
pocos  cristianos,  y  en  los  otros  no  hay  ningunos.  Lue- 
go otro  día  de  como  el  Emperador  allí  llegó,  vino  el 
Rey,  y  el  Emperador  se  detuvo  la  Semana  Santa  y  pas- 
cua de  Resurrección  en  esta  villa;  y  pasada  la  fiesta, 
luego  se  partió,  habiendo  enviado  al  duque  de  Alba  de- 
lante con  toda  la  infantería  y  parte  de  los  caballos;  el 
cual  envió  cuatro  banderas  de  infantería  y  tres  com- 
pañías de  caballos  ligeros  con  don  Antonio  de  Toledo 
á  una  villa  donde  estaban  dos  banderas  del  duque  de 
Sajonía ;  y  habiendo  una  pequeña  escaramuza ,  la  villa 
se  rindió  y  los  soldados  dejaron  las  banderas  y  las  ar- 
mas. Toda  aquella  tierra  de  Sajonía,  que  es  confin  de 
Eguer,  es  áspera  y  llena  de  bosques  y  de  pantanos;  mas 
después  que  se  ha  llegado  á  una  villa  que  se  llama  Plao, 
seis  ó  siete  leguas  de  Eguer,  la  tierra  se  comienza  á 
abrir  y  extender  en  muy  hermosas  campañas  y  pra- 
derías, muy  llenas  de  castillos  y  lugares.  Toda  esta 
provincia  estaba  tan  puesta  en  armas,  y  el  Duque  la  te- 
nia tan  llena  de  gente  de  guerra,  que  muy  pocos  luga- 
res habia  donde  no  estuviesen  banderas  de  infantería, 


COMENTARIO  DE  LA  GUERRA  DE  ALEMANIA 

y  juntamente  con  esto  él  andoba  conquistando  algunos 
lupares  que  liasta  entonces  no  iiabia  ganado. 

En  Cale  tiempo  el  Emperador  con  toda  la  diligencia 
posible  caminó  la  vuelta  de  su  enemigo,  porque  no 
Labia  cosa  que  mas  desease  que  hallarle  con  todas 
sus  fuerzas  en  la  campaña,  y  que  no  se  metiese  en  cua- 
tro tierras  fortísimas,  las  cuales  son  Vitemberg,  Gota, 
Sonovalte  y  Heldrum ,  que  había  ganado  del  conde  de 
Mansfelt  pocos  dias  Iiabia;  y  cada  una  destas  era  tan 
fuerte ,  que  bastaba  á  dilatar  la  guerra  muchos  años. 
Así  que,  el  Emperador,  usando  suma  diligencia,  cami- 
no la  vuelta  de  Maisen,  villa  del  duque  Mauricio,  la  cual 
Iiabia  tomado  en  este  tiempo  el  duque  de  Sajonia,  y 
estaba  en  ella  su  campo ;  porque  el  lugar  era  oportuno 
para  cualquier  designio  que  quisiese  tomar,  por  tener 
puentes  sobre  el  rio  Albis  y  ser  cerca  de  Bohemia,  de 
donde  él  esperaba  gran  socorro  de  infantería  y  caballos, 
y  también  para  irseá  Vitemberg  si  conviniese.  Así  que, 
estando  en  este  lugar ,  el  Emperador  prosiguió  su  ca- 
mino, viniéndosele  á  rendir  algunas  villas  que  estaban 
cerca  del ,  y  también  deshaciendo  la  infantería  que  por 
aquellas  partes  el  duque  de  Sajonia  tenia  repartida, 
porque  un  dia  deshizo  el  príncipe  de  Salmona  tres  ban- 
deras ,  y  otra  deshizo  un  capitán  de  arcabuceros  á  ca- 
ballo españoles,  llamado  Aldana,  y  algunos  húngaros 
con  él ;  y  luego  otro  dia  un  capitán  de  su  majestad, 
llamado  Jorge  Espech,  con  siete  banderas  de  tudescos 
y  algunos  caballos ,  deshizo  ocho  banderas  de  infante- 
ría que  el  Duque  tenia  en  un  lugar  llamado  Xeneiberg, 
y  todas  las  trajo  al  Emperador.  Así  que,  nuestro  cami- 
no siempre  fué  haciendo  faciones,  que  cada  una  dellas 
se  podía  escribir  mas  largamente  que  yo  la  escribo. 

Desta  manera  llegó  el  Emperador  á  tres  leguas  de 
Maisen  con  su  campo,  y  queriéndose  alojar,  le  vino 
nueva  que  Tumeshierne  estaba  con  su  gente  á  legua  y 
media  de  allí ;  lo  cual  fué  tomado  con  tanta  alteración 
del  duque  Mauricio,  que  trujo  la  nueva,  y  del  rey  de 
romanos ,  que  lo  creyeron  como  si  vieran  los  enemi- 
gos al  ojo ;  y  conforme  á  esto ,  les  parecía  que  era  bien 
proveer  algunas  cosas  bien  diferentes  á  lo  que  conve- 
nia ,  llegando  nuestra  gente  bien  cansada  y  con  gran- 
dísimo calor :  no  sabiendo  la  nueva  tan  cierta  como  era 
menester,  era  dar  mas  trabajo  al  campo.  Mase)  Empe- 
rador, que  era  el  que  había  de  proveer  lo  que  había  de 
hacerse,  proveyó  que  docientos  húngaros  por  una  parte 
y  docientos  caballos  ligeros  por  otra ,  descubriesen  la 
campaña,  y  entre  tanto  todo  el  campo  reposase ;  lo  cual 
á  mi  juicio  fué  mejor  consejo  que  no  fatigar  la  gente 
con  empresa  tan  incierta.  Los  descubridores  llegaron 
al  lugar  donde  decían  que  estaban  los  enemigos,  y  no 
solamente  no  los  hallaron,  mas  no  tuvieron  nueva  que 
aquel  dia  hubiese  parecido  caballo  ni  soldado,  sino  unos 
que  aquella  mañana  habían  prendido  ciertos  caballos  li- 
geros españoles,  de  los  cuales  se  supo  que  el  duque  de 
Sajonia  estaba  en  Maisen,  de  la  otra  parle  del  rio  Albis, 
y  habia  fortificado  su  alojamiento.  El  Emperador  estu- 
vo en  el  suyo  aquel  dia  y  otro ,  porque  habiendo  diez 
dias  que  la  infantería  caminaba  desde  que  partió  de 
Eguer,  estaban  los  soldados  muy  fatigados.  Habiendo 
reposado  un  dia,  y  estando  con  determinación  de  ir  á 
Waisen  y  hacer  allí  puentes  y  barcas,  porque  el  Duque 
Iiabia  quemado  las  de  la  villa,  y  procurar  pasar  y  com- 
batir de  la  otra  banda  con  su  enemigo ,  le  vino  nueva 


439 
cómo  se  habia  levantado  de  allí  y  caminaba  la  vuelta 
de  Vitemberg. 

Yo  he  visto  muchas  veces  muy  bien  acertados  los  de- 
signios del  Emperador ,  mas  nunca  he  visto  ninguno 
que  tan  particularmente  se  acertase  como  este;  porque 
tiende  que  partió  deste  alojamiento  hasta  que  volvió 
(acabada  la  jornada  del  rio,  donde  partió  para  hacerla), 
ninguna  cosa  dejó  de  ejecutarse  como  él  lo  habia  ordena- 
do ,  ni  de  suceder  como  él  habia  pensado.  Y  así ,  sabida 
esta  nueva,  consideró  que  yendo  á Maisen  con  el  cam- 
po, que  era  ir  el  rio  arriba,  se  perdería  tanto  tiempo,  que 
ya  el  duque  de  Sajonia  por  la  otra  parte  estaña  con  el 
suyo  no  muy  lejos  de  Vitemberg,  que  era  el  rio  abajo; 
y  parecióle  que  habiendo  vado  por  allí,  podía  pasará 
tiempo  que  alcanzase  á  su  enemigo;  y  informándose  de 
algunos  de  la  tierra,  le  dijeron  que  tres  leguas  el  rio  aba- 
jo habia  dos  vados,  mas  que  ambos  eran  hondos  yapa- 
rejados  á  ser  defendidos  por  los  que  de  la  otra  parte  es- 
tuviesen. En  esto  vinieron  algunos  arcabuceros  &  caba- 
llo españoles,  con  un  capitán  llamado  Aldana,  que  por 
mandado  del  Emperador  habia  ido  á  descubrir  los  ene- 
migos, y  deste  capitán  se  supo  cómo  aquella  noche  se 
alojaban  en  Milburg,  que  es  un  lugar  de  la  otra  banda 
de  la  ribera  tres  leguas  de  nuestro  campo,  y  que  por 
allí  decían  que  habia  vado ,  mas  que  sus  cabo  líos  habían 
pasado  á  nado.  Al  Emperador  le  pareció  que  no  era 
tiempo  de  dilatar  la  jornada ,  y  envió  luego  á  llamar  al 
duque  de  Alba ,  para  que  se  proveyese  lo  que  convenia, 
porque  él  determinaba  de  pasar  el  rio  por  vado  ó  por 
puente,  y  combatir  lo=:  enemigos.  Y  fundado  sobre  esta 
determinación ,  ordenó  las  cosas  conforme  á  ella ;  lo 
cual  á  muchos  pareció  imposible,  por  estar  los  enemi- 
gos de  la  otra  banda  del  rio ,  y  el  camino  ser  largo ,  y 
otras  cosas  que  habia  que  parecían  ser  estorbo  á  la  pres- 
teza que  era  necesario  tener.  Mas  el  Emperador  quiso 
que  su  consejo  se  pusiese  en  efecto;  y  así,  mandó  que 
el  artillería  y  las  barcas  del  puente  luego  aquel  dia,  an- 
tes que  anocheciese ,  caminasen ,  y  la  infantería  espa- 
ñola á  media  noche,  y  luego  los  tres  regimientos  tudes- 
cos y  toda  la  caballería  en  la  orden  acostumbrada  de  los 
otros  dias.  Hizo  aquella  mañana  una  niebla' tan  oscu- 
ra ,  que  ninguna  parte  deste  ejército  veía  por  dónde  iba 
la  otra,  y  desto  vi  quejarse  el  Emperador  diciendo  : 
«Estas  nieblas  nos  han  de  perseguir  siempre  estando 
cerca  de  nuestros  enemigos. »  Mas  ya  que  llegamos  cer- 
ca del  rio ,  se  fué  alzando  la  oscuridad ,  y  comenzamos 
á  descubrir  el  Albis  y  á  los  enemigos  alojados  de  la  otra 
banda.  Este  es  el  Albis  tantas  veces  nombrado  por  los 
romanos ,  y  tan  pocas  visto  por  ellos. 

Estaba  el  duque  de  Sajonia  alojado  de  la  otra  banda, 
en  esta  villa  que  se  llama  Milburg,  con  seis  mil  infan- 
tes soldados  viejos  y  cerca  de  tres  mil  caballos,  porque 
los  demás  tenia  con  Tumeshierne,  y  los  otros  habíanse 
deshecho  con  las  catorce  banderas  que  de  camino  el 
Emperador  había  tomado ,  y  juntamente  tenia  veinte  y 
una  piezas  de  artilleria,  y  estaba  bien  asegurado,  por- 
que sabia  que  si  íbamos  á  pasar  por  Maisen,  él  nos  te- 
nia gran  ventaja  para  esperar  ó  irse  donde  quisiese;  y 
por  donde  él  estaba  era  difícil  cosa  pasar,  por  el  anchu- 
ra y  profundidad  del  rio ,  y  por  ser  la  ribera  que  él  te- 
nia ocupada  muy  superior  á  la  nuestra,  y  guardada  de 
una  villa  cercada  y  un  castillo ,  que  aunque  no  era  tan 
fuerte  oue  bastase  para  guardarse  á  sí,  éralo  para  de- 


440  DON  LUIS  DE  A\ 

fentler  el  rio.  Ya  el  alojamiento  de  nuestro  campo  es- 
taba señalado,  yreparlidos  ios  cuarteles,  cuando  el  Em- 
perador llegó,  que  serian  ocho  lioras  de  la  mañana,  por 
lo  cual  mandó  que  estuviese  la  gente  de  caballo  en  la 
misma  orden  que  estaba  sin  alojarse.  El  sitio  de  nues- 
tro campo  era  cerca  del  rio,  mas  habia  en  medio  del  de 
los  enemigos  y  el  nuestro  unas  praderías  y  unos  bosques 
(,'randes  que  llegaban  cerca  de  la  ribera.  A  la  hora  que 
rengo  dicho,  el  Emperador  y  el  rey  de  romanos  toma- 
ron algunos  caballos,  y  adelantáronse  á  topar  al  duque 
de  Alba,  que  iiabia  ido  adelante  y  liabia  bien  recono- 
eido  los  enemigos;  y  considerando  que  el  rio  defen- 
dido dellos  mostraba  no  haber  medio  de  poder  pasar, 
el  Emperador  y  el  Rey,  hablando  con  el  Duque,  ordenó 
que  se  buscasen  algunos  de  la  tierra,  que  mas  particu- 
larmente mostrasen  el  vado  de  loque  se  sabia  por  la 
relación  que  hasta  alli  se  tenia,  pues  no  se  habia  de 
emprender  cosa  tan  grande  temerariamente  y  sin  sa- 
ber cómo  se  emprendía.  En  esto  se  puso  mucha  diligen- 
cia, y  entre  tanto  el  Emperador  y  el  Rey,  y  el  duque 
Mauricio  con  ellos,  se  entraron  en  una  casa  á  comer  un 
poco ,  y  estando  poco  tiempo  alli,  se  salieron  para  ir  á 
la  parte  donde  estaban  los  enemigos;  y  yendo  allá  el 
duque  de  Alba,  vino  al  Emperador,  y  le  dijo  que  le  traia 
una  buena  nueva,  que  tenia  relación  del  vado,  y  hombre 
de  la  tierra  que  lo  sabia  bien.  Llamábase  este  lugar  de 
donde  el  Emperador  salió,  Schermeser,  que  en  español 
quiere  decir  navaja ,  el  cual  estaba  no  muy  lejos  del  va- 
do; al  cual,  después  que  el  Emperador  llegó  con  el  Rey  y 
el  duque  de  Alba  y  el  duque  Mauricio ,  vio  que  los  ene- 
migos estaban  á  la  otra  parte  del ,  y  tenían  repartida  su 
artillería  y  arcabucería  por  la  ribera,  y  estaban  puestos 
á  la  defensa  del  paso  y  del  puente  que  traían  hecho  de 
barcas,  el  cual  estaba  repartido  en  tres  piezas,  para  lle- 
varle consigo  el  rio  abajo  con  mas  facilidad.  Era  la  dis- 
posición del  paso  desta  manera  :  la  ribera  que  los  ene- 
migos tenían  era  muy  superior  á  la  nuestra ,  porque 
de  aquella  parte  era  muy  alta  y  sobre  ella  un  reparo 
como  los  que  hacen  para  cercar  lieredades,  que  en  mu- 
chas partes  podian  cubrir  sus  arcabuceros;  nuestra 
parte  era  tan  descubierta  y  llana ,  que  tedas  las  crecien- 
tes del  rio  corrían  por  allí.  Ellos  tenian  la  villa  y  el  cas- 
tillo que  tengo  dicho ;  de  nuestra  banda  todo  estaba 
raso,  sino  eran  algunos  árboles  pequeños  y  espesos, 
que  estaban  bien  apartados  del  agua,  la  cual  por  aque- 
lla parte  do  se  pensaba  que  era  vado  tenia  trecientos 
pasos  de  ancho.  La  corriente  ,  aunque  parecía  mansa, 
traia  tan  gran  ímpetu ,  que  no  ayudaba  poco  á  la  for- 
taleza del  paso ;  el  cual,  por  todas  estas  cosas  que  tengo 
dicho ,  estaba  tan  dificultoso ,  que  era  bien  menester 
acompañar  la  determinación  del  Emperador  con  arte 
y  fuerza.  Ordenó  que  en  aquellos  árboles  espesos  que 
estaban  apartados  del  agua  se  pusiesen  algunas  piezas 
de  artillería ,  y  se  metiesen  ochocientos  ó  mil  arcabu- 
ceros españoles,  y  que  estos,  juntamente  con  el  artille- 
ría ,  disparasen  y  arremetiesen ,  porque  por  el  artillería 
los  enemigos  se  apartasen  y  no  fuesen  tan  señores  de 
la  ribera,  y  nuestros  arcabuceros  viniesen  á  ser  señores 
de  la  nuestra,  y  llegar  al  agua,  aunque  la  parte  era  des- 
cubierta ;  lo  cual ,  aunque  se  hacia  con  dificultad  y  pe- 
ligro ,  era  menester  hacerse  así. 
^  Mas  en  este  tiempo  los  enemigos,  poniendo  arcabuce- 
ría en  sus  barcas,  las  llevaban  por  el  rio  abajo;  y  así ,  fué 


ILA  Y  ZÚÑIGA. 

necesario  que  nuestros  arcabuceros  saliesen  á  la  ribe- 
ra abierta ,  lo  cual  hicieron  con  tanto  ímpetu,  que  en- 
traron por  el  rio  muchos  dellos  hasta  los  pechos ,  y  co- 
menzaron á  dar  tanta  priesa  dearcabuzazos  á  los  de  la 
ribera  y  á  los  de  las  barcas ,  que  matando  muchos  de- 
llos, se  las  hicieron  desamparar ;  y  así ,  quedaron  sin  ir 
por  el  rio  mas  adelante.  Esta  arremetida  de  nuestros 
arcabuceros  fué  estando  el  Emperador  con  ellos ;  y  así, 
juntamente  arremetió  hasta  el  rio.  Allí  se  comenzó  la 
escaramuza  dende  la  una  ribera  á  la  otra :  toda  la  arca- 
bucería de  los  enemigos  tiraba  á  la  nuestra  y  su  artille- 
ría; mas  la  nuestra  y  nuestros  arcabuceros,  aunque  es- 
taban en  sitio  desigual,  les  daban  grandísima  priesa; 
tanto,  que  se  conocía  ya  la  ventaja  de  nuestra  parte, 
por  parecer  que  los  enemigos  tiraban  mas  flojamente. 
Por  esto  el  Emperador  mandó  que  viniesen  otros  mil 
arcabuceros  españoles  con  Arce ,  maestre  de  campo  de 
los  de  Lombardia ,  para  que  mas  vivamente  los  enemi- 
gos fuesen  apretados;  y  así ,  anduvo  la  escaramuza  tan 
caliente,  que  de  una  parle  y  de  otra  parecían  salvas  las 
arcabucerías,  cuando  dejaron  los  enemigos  las  barcas, 
quedando  en  ellas  muchos  muertos ,  y  habían  dejado 
puesto  fuego  en  las  mas  dellas,  y  también  muchos  sol- 
dados dellos  no  osaron  salir,  por  nuestra  arcabucería, 
porque  les  parecía  que  levantándose  tenian  mas  peli- 
gro, y  se  quedaron  tendidos  en  ellas. 

En  este  tiempo  nuestra  puente  liabia  llegado  á  la  ri- 
bera ,  mas  la  anchura  del  rio  era  tan  grande ,  que  se  vio 
que  no  bastaban  nuestras  barcas  para  ella;  y  así,  era 
necesario  que  ganásemos  las  de  nuestros  enemigos;  y 
como  para  la  virtud  y  fortaleza  no  hay  ningún  camino 
difícil,  tampoco  lo  fué  este  del  Albis,  con  todas  sus  di- 
ficultades. 

Ya  en  este  tiempo  los  enemigos  comenzaban  á  des- 
amparar la  ribera ,  no  pudiendo  sufrirla  fuerza  de  los 
nuestros;  mas  no  tanto  que  no  hubiese  muchos  á  la  de- 
fensa. Pues  viendo  el  Emperador  que  era  necesario  ga- 
nalles  su  puente ,  mandó  que  el  arcabucería  usase  toda 
diligencia;  y  así,  súbitamente  se  desnudaron  diez  ar- 
cabuceros españoles,  y  estos,  nadando  con  las  espadas 
atravesadas  en  las  bocas,  llegaron  á  los  dos  tercios  de 
puente  que  los  enemigos  llevaban  el  rio  abajo ,  porque 
el  otro  tercio  quedaba  el  rio  arriba  muy  desamparado 
dellos.  Estos  arcabuceros  llegaron  á  las  barcas,  tirán- 
doles los  enemigos  muchos  arcabuzazos  de  la  ribera,  y 
las  ganaron,  matando  á  los  que  habían  quedado  dentro, 
y  así  las  trujeron  :  también  entraron  tres  soldados  es- 
pañoles á  caballo  armados ,  de  los  cuales  uno  se  ahogó. 
Ganadas  estas  barcas ,  y  estando  ya  toda  nuestra  ar- 
cabucería tendida  por  la  ribera  y  señora  della,  los  ene- 
migos comenzaron  del  todo  á  perder  el  ánimo. 

En  este  tiempo  el  duque  de  Alba  tornó  á  decir  á  su 
majestad  certificadamente  cómo  el  vado  era  descu- 
bierto y  se  podía  pasar ;  y  así ,  el  Emperador  quiso  pro- 
seguir su  determinación  y  pasar  el  rio ,  porque  en  todt 
caso  determinaba  de  pasar  aquel  día,  y  no  dar  tiempo  á 
que  el  duque  de  Sajonia  ocupase  aquellas  fuerzas  que 
tengo  dichas,  que  eran  bastantes  á  dilatar  la  guerra 
muchos  años;  el  cual,  cuando  el  Emperador  llegó  al 
vado,  dicen  que  estaba  oyendo  el  sermón,  como  es  la 
costumbre  de  luteranos ;  mas  pienso  yo  que  después 
de  sabida  nuestra  llegada ,  no  debió  de  ser  mucho  el 
tiempo  que  en  oír  su  predicador  gastó;  y  así,  luego 


COMENTARIO  DE  LA 

comenzó  á  proveer  toflas  las  cosas  necesarias  á  la  de- 
fensa ;  las  cuales  aprnvecliaron  poco  contra  la  virtud 
del  que  venia  contra  él  y  de  los  soldados  que  traia.  Ya 
la  ribera  de  nuestros  enemigos  parecía  desamparada; 
y  así,  el  Emperador  con  una  presteza  increíble  mandó 
que  la  caballería  comenzase  á  pasar  el  vado,  y  junta- 
mente que  del  puente  de  los  enemigos  y  del  nuestro  se 
luciese  uno,  y  pasase  la  infantería  española  y  luego  los 
tres  regimientos  de  alemanes.  Había  puesto  tanta  dili- 
gencia el  duque  de  Alba  en  descubrir  el  vado ,  que  por 
todas  partes  había  becbo  buscar  guias  y  plúticos  del  rio, 
entre  los  cuales  se  bailó  un  villano  muy  mancebo,  al 
cual  habían  los  enemigos  tomado  el  día  antes  dos  ca- 
ballos, y  como  en  venganza  de  su  pérdida,  se  vino  á  ofre- 
cer que  él  mostraría  el  vado ,  y  decía  :  «  Yo  me  venga- 
ré destos  traidores  que  me  han  robado,  con  ser  causa 
que  hoy  sean  degollados. »  Parecía  que  tenia  ánimo 
digno  de  otra  fortuna  mayor  que  la  suya ,  pues  no  se 
acordaba  de  su  pérdida,  sino  de  la  venganza  que  había 
de  tomar,  la  cual  ya  parecía  que  se  le  representaba. 

Venida  toda  la  caballería  á  la  ribera  del  río ,  el  Em- 
perador maiidó  quedar  á  la  guarda  del  campo  nue- 
ve banderas  de  alemanes ,  de  cada  regimiento  tres ,  y 
quinientos  caballos  tudescos,  docientos  y  cincuenta  de 
los  del  marqués  Alberto,  que  de  la  rota  de  su  señor  se 
recogieron  al  Rey,  y  otros  tantos  de  los  del  marqués 
Juan;  y  luego  mandó  que  comenzasen  á  pasar  los  caba- 
llos húngaros,  de  los  cuales  y  de  los  Ugeros  que  el  Em- 
perador tenia ,  ya  habían  comenzado  á  pasar  antes  que 
los  enemigos  hubiesen  acabado  de  salir  de  la  villa  que 
tengo  dicha,  y  habían  habido  algunas  cargas  sobre 
ellos.  Mas  nuestros  arcabuceros,  entrando  en  el  rio  bas- 
ta los  pechos,  defendían  tan  vivamente  y  tiraban  tan  á 
menudo ,  que  nuestros  caballos  estaban  tan  seguros  en 
la  otra  ribera  como  en  la  nuestra;  mas  ya  que  los  ene- 
migos se  comenzaron  á  alargar,  dejaron  del  todo  la 
esperanza  de  sostener  el  vado ;  y  viendo  que  el  Empe- 
rador se  le  había  combatido  y  ganado,  hicieron  su  de- 
signio de  ir  á  una  villa  que  se  llama  Torgao,  sí  no  pu- 
diesen ganar  tanta  ventaja,  que  llegasen  á  Yitemberg,  ó 
combatir  en  el  camino ,  si  para  una  destas  dos  cosas  no 
tuviesen  tiempo. 

El  duque  de  Alba,  por  orden  del  Emperador,  mandó 
que  toda  la  caballería  húngara  y  el  príncipe  de  Salmo- 
na  con  sus  caballos  ligeros  pasase  el  rio ,  llevando  ca- 
da uno  un  arcabucero  á  las  ancas  del  caballo ,  y  luego 
pasó  con  la  gente  de  armas  de  Ñapóles,  llevando  con- 
sigo al  duque  Mauricio  y  á  los  suyos,  porque  esta  caba- 
llería era  la  vanguardia.  Luego  el  Emperador  y  el  rey  de 
romanos  con  sus  escuadrones  llegaron  á  la  ribera.  Iba 
el  Emperador  en  un  caballo  español  castaño  oscuro, 
el  cual  le  había  presentado  mosiur  de  Ri,  caballero  del 
orden  del  Tusón,  y  su  primer  camarero ;  llevaba  un  ca- 
parazón de  terciopelo  carmesí  con  franjas  de  oro  ,  y 
unas  armas  blancas  y  doradas,  y  no  llevaba  sobre  ellas 
otra  cosa  sino  la  banda  muy  ancha  de  tafetán  carmesí 
listada  de  oro ,  y  un  morrión  tudesco,  y  una  media  has- 
ta ,  casi  venablo,  en  las  manos.  Fué  como  la  que  escri- 
ben de  Julio  César  cuando  pasó  el  Rubícon ,  y  dijo 
aquellas  palabras  tan  señaladas;  y  sin  duda  ninguna  co- 
sa mas  al  propio  no  se  podia  representar  á  los  ojos  de 
los  que  allí  estábamos,  porque  allí  vimos  á  César  que 
pasaba  un  rio,  él  armado  y  con  ejército  armado ,  y  que 


GUERRA  DE  ALEMANIA.  44i 

'  de  la  otra  parte  no  había  que'  tratar  sino  de  vencer ,  y 
que  el  pasar  del  río  había  de  ser  con  esta  determina- 
ción y  con  esta  esperanza ;  y  así,  con  la  una  y  con  la  otra 
el  Emperador  se  metió  al  agua ,  siguiendo  el  villanoque 
tengo  dicho ,  que  era  nuestra  guía ;  el  cual  tomó  el  va- 
do masa  la  mano  derecha  el  rio  arriba  de  lo  que  los 
otros  habían  ido.  El  suelo  era  bueno ,  mas  la  profun- 
didad era  tanta ,  que  cubría  las  rodillas  de  los  caballe- 
ros, por  grandes  caballos  que  llevasen;  enalgunas  par- 
tes nadaban  los  caballos;  mas  era  poco  trecho.  Desta 
manera  salimos  á  la  otra  ribera,  adonde,  por  ser  el  rio 
mas  extendido ,  tenia  mas  de  trecientos  pasos  en  an- 
cho. El  Emperador  hizo  dar  á  su  guia  dos  caballos  y 
cien  escudos. 

Ya  la  puente  se  comenzaba  á  hacer  de  nuestras  bar- 
cas y  de  las  que  ganamos  á  nuestros  enemigos,  y  la 
infantería  española  estaba  junto  della  para  pasar  en 
siendo  acabada,  y  luego  seguía  la  alemana  para  pasar 
como  dicho  es,  porque  esta  orden  habla  dado  el  Em- 
perador; y  ya  los  húngaros  y  caballos  ligeros ,  dejando 
los  arcabuceros  que  habían  pasado  á  las  ancas ,  se  ade- 
lantaron y  iban  escaramuzando  y  entreteniendo  el  ene- 
migo, que  caminaba  con  la  mayor  orden  y  priesa  que 
podía ,  sin  dejar  en  la  villa  de  Milburg  ningún  soldado ; 
lo  cual  al  principio  se  penseque  hiciera,  y  este  fué  uno 
délos  respetos  que  se  tuvo  para  hacer  qu^  pasasen  ar- 
cabuceros con  los  caballos  ligeros;  mas  él  con  to3o  su 
campo  ganaba  siempre  la  ventaja  de  la  tierra  que  po- 
día, repartida  su  infanteria  en  dos  escuadrones,  uno 
pequeño  y  otro  grueso ,  y  nueve  estandartes  de  caba- 
llería ,  repartidos  de  manera  que  cuando  nuestros  ca- 
ballos ligeros  y  húngaros  los  apretaban,  ellos  volvían  y 
les  cargaban  de  manera ,  que  daban  lugar  á  que  su  in- 
fantería en  este  tiempo  pudiese  caminar.  El  Empera- 
dor, con  mayor  trote  que  podía  sufrir  gente  de  armas, 
seguía  el  camino  que  los  enemigos  llevaban ,  en  el  cual 
halló  un  crucifijo  puesto,  como  suelen  poner  en  los  ca- 
minos, con  un  arcabuzazo  por  medio  de  los  pechos. 
Esta  fué  una  vista  para  el  Emperador  tan  aborrecible, 
que  no  pudo  disimular  la  ira  que  de  una  cosa  tan  fea  se 
dedia  recebir ,  y  mirando  al  cíelo  dijo  :  «  Señor ,  sí  vos 
queréis,  poderoso  sois  para  vengar  vuestras  injurias; » 
y  dichas  estas  palabras,  prosiguió  su  camino  por  aque- 
lla campaña  tan  ancha  y  tan  rasa;  y  porque  el  polvo  que 
nuestra  vanguardia  hacía  era  muy  grande ,  y  el  aire  le 
traía  á  darnos  en  los  ojos,  el  Emperador  se  puso  sobre 
la  mano  derecha  della ,  y  así  hizo  dos  cosas :  la  una  te- 
ner la  vista  libre  para  lo  que  fuese  necesario,  y  la  otra 
proveer  al  peligro  que  en  nuestros  tiempos  habernos 
visto  suceder  de  no  ir  los  escuadrones  en  la  orden  que. 
conviene,  porque  tenemos  por  experiencia  que  vinieih 
do  rompida  una  vanguardia ,  suele  romper  á  la  batalla, 
por  no  ir  colocada  en  aquel  lugar  que  debe.  Así,  el  Em- 
perador proveyó  á  este  inconveniente  con  ponerse  en 
parte  él  y  el  Rey  con  sus  dos  escuadrones,  que  siendo 
nuestra  vanguardia  puesta  en  peligro,  él  estaba  á  punto 
para  socorrer  cargando  en  los  enemigos;  los  cuales 
iban  tan  fuertes,  que  era  necesario  hacer  esta  provi- 
sión. 

Ya  el  duque  de  Alba  con  la  gente  de  la  vanguardia, 
yendo  escaramuzando  siempre,  estaba  tan  cerca,  que 
¡os  enemigos  hicieron  alto  y  comenzaron  á  tirar  toda 
su  artillería;  lo  cual  los  alemanes  saben  siempre  hacer 


442 


DOiN  LUIS  DE  ÁVILA  Y  ZÚÑIGA. 


muy  bien,  y  por  esto  el  Emperador  dió  mas  priesa  ú 
igualar  con  la  vanguardia.  Nuestra  inrantería  aun  no 
parecía ,  ni  seis  piezas  de  artillería  que  con  ella  hablan 
de  venir;  y  no  era  maravilla,  porque  el  puente  no  se 
liabia  podido  hacer  con  tanta  presteza.  Esto  era  ya  tres 
leguas  tudescas  del  Albis,  y  el  Emperador  se  habia  dado 
gran  priesa  con  la  caballería ,  porque  con  ella  empren- 
dió deshacer  á  su  enemigo ;  el  ciial ,  si  esperara  mas  á 
nuestra  infantería,  tuviera  lugar  de  llegar  al  cabo  su 
designio ;  donde  se  ve  claramente  cuánto  pueden  en  las 
cosas  grandes  los  consejos  determinados. 

Eran  los  caballos  de  nuestra  vanguardia  los  que  aquí 
diré.  Cuatrocientos  caballos  ligeros  con  el  príncipe  de 
Salmona  y  con  don  Antonio  de  Toledo,  y  cuatrocientos 
y  cincuenta  húngaros,  porque  trecientos  habían  sido 
enviados  aquella  mañana  á  reconocer  á  Torgao;  cien 
arcabuceros á  caballo  españoles,  seiscientas  lanzas  del 
duque  Mauricio ,  y  docientos  arcabuceros  á  caballo  su- 
yos ;  docientos  y  veinte  hombres  de  armas  de  los  de 
Ñapóles  con  el  duque  de  Castrovílla;  nuestra  batalla, 
que  era  dos  escuadrones;  el  del  Emperador  seria  de 
cuatrocientas  lanzas  y  trecientos  arcabuceros  tudescos 
de  caballo;  el  del  Rey  era  de  seiscientas  lanzas  y  tre- 
cientos arcabuceros  de  caballo.  Toda  nuestra  caballería 
era  esta ,  de  la  cual  yo  afirmo  que  no  bajo  ni  hago  me- 
nor el  número  de  lo  que  era.  Iban  nuestros  escuad^o- 
nes ordenados  diferentemente  de  los  tudescos,  porque 
ellos  hacen  la  frente  de  los  escuadrones  de  su  caballe- 
ría muy  angosta,  y  los  lados  muy  largos.  El  Emperador 
ordenó  los  suyos  que  tuviesen  diez  y  siete  hileras  de 
largo ;  y  así  venia  á  ser  la  frente  dellos  muy  ancha ,  y 
mostraba  mas  número  de  gente,  y  representaba  una  vista 
muy  hermosa.  Y  á  mi  juicio  esta  es  la  mejor  orden  y 
mas  segura,  cuando  la  disposición  de  la  tierra  lo  sufre, 
porque  la  frente  de  un  escuadrón  de  caballos  muy  an- 
cho ,  no  da  tanto  lugar  que  sea  rodeado  por  los  lados; 
lo  cual  se  puede  hacer  muy  fácilmente  en  un  escuadrón 
que  trae  la  orden  angosta ,  y  bastan  diez  y  siete  hi- 
leras de  espeso  para  el  golpe ,  y  un  escuadrón  puede 
dar  en  otro.  Desto  se  ha  visto  el  ejemplo  maniliesto  en 
la  batalla  que  la  gente  de  armas  de  Flándes  ganó  á  la 
gente  de  armas  de  Cléves,  cabe  la  villa  de  Citar,  el  año 
de  i 543. 

Los  enemigos  iban  en  la  orden  que  tengo  dicho,  que 
eran  seis  mil  infantes  en  dos  escuadrones,  y  nueve  es- 
tandartes de  caballería  en  que  habia  dos  mil  y  seis- 
cientos caballos,  y  un  guión  gue  andaba  acompañado  de 
ochenta  ó  noventa  caballos.  Este  era  el  duque  de  Sajo- 
nia,  que  andaba  proveyendo  por  sus  escuadrones  lo  que 
convenia;  el  cual  al  principio,  no  habiendo  descubierto 
sino  nuestra  vanguardia,  porque  los  polvos  le  quitaban 
la  vista  de  la  batalla ,  parecíale  que  facílísimameute  po- 
día resistir  aquella  caballería;  mas  un  mariscal  de  su 
campo,  llamado  Wolf  Krayz,  que  nos  había  mejor  reco- 
nocido, le  dijo  que  se  apartase  un  poco  á  un  lado,  y 
vería  lo  que  contra  sí  tenia ;  y  así ,  descubrió  la  batalla, 
donde  el  Emperador  y  el  Rey  iban;  la  cual  iba  de  la 
manera  que  tengo  dicho.  La  persona  del  Rey  iba  junto 
con  la  del  Emperador,  y  en  este  escuadrón ,  con  su  ma- 
jestad, iba  el  príncipe  de  Piamonle.  Los  dos  archidu- 
ques de  Austria,  hijos  del  Rey,  llevaban  el  escuadrón 
del  Rey. 

Descubriendo  el  duque  de  Sajonia  del  todo  nuestra 


caballcíía,  y  viendo  claramente  en  la  orden  y  en  el  ca- 
minar nuestra  determinación,  se  envolvió  entre  sus 
escuadrones,  y  determinó  con  la  mejor  orden  que  pudo 
de  ganar  un  bosque  que  estaba  en  su  camino ,  porque  le 
pareció  que  con  su  infantería  podía  editar  allí  tan  fuerte, 
que  venida  la  noche,  podía  irse  á  Vilemberg,  porque 
era  lo  que  deseaba.  Torgao  no  le  había  parecido  lu- 
gar seguro  para  irse  á  ella,  porque  según  él  después 
dijo ,  habia  oido aquella  mañana  golpes  de  artillería,  los 
cuales  tiraban  á  los  reconocedores  que  allí  habían  ido, 
y  él  habia  pensado,  viéndose  seguido  de  parte  de  nues- 
tro campo,  que  la  mitad  del  con  el  duque  de  Alba  le 
ejecutaba,  y  que  la  otra  mitad  llevaba  el  Emperadora 
ponerse  sobre  Torgao,  y  que  no  siendo  fuerte  el  lugar, 
aunque  está  sobre  el  Albis,  no  era  cosa  segura  dejar- 
se encerrar;  ó  sea  esto,  ó  lo  que  dicen,  que  dejó  de 
irse  á  Torgao,  porque  no  se  le  acordó,  ni  en  aquel 
tiempo  tuvo  hombre  de  su  consejo  que  se  le  diese  ea 
ninguna  cosa  de  las  que  le  convenían;  sea  como  fue- 
re, en  fin ,  él  acordó  de  procurar  ganar  el  bosque  para 
Vilemberg,  y  si  le  conviniese  combatir,  hacerlo  con 
mas  ventaja  suya.  Y  para  conseguir  uno  destos  dos 
efectos  ganando  aquel  bosque,  que  es  lleno  de  pantanas 
y  caminos  estrechos,  mandó  á  su  arcabucería  de  pié  y 
á  toda  la  de  caballo  hacer  una  carga  en  toda  nuestra  ca- 
ballería ligera,  porque  mas  cómodamente  la  infantería 
ganase  el  sitio  que  él  quería ,  la  cual  hicieron  harto  vi- 
vamente. 

Ya  en  este  tiempo ,  como  está  dicho ,  el  Emperador 
se  habia  igualado  con  el  avanguardia ,  y  habia  iiabla- 
doal  duque  Mauricio  muy  alegremente,  y  á  la  gente 
de  armas  de  Ñapóles,  diciéndoles  las  palabras  que  en 
un  dia  como  aquel  un  capitán  debe  decir  á  sus  solda- 
dos, y  dándoles  el  nombre,  que  era  Sant  Jorge,  Impe- 
rio; Sant  lago,  España.  Así  caminaron  la  vuelta  de 
los  enemigos  al  paso  que  convenia.  Yendo  así  igualados 
todos  los  escuadrones ,  la  batalla  halló  á  su  mano  de- 
recha un  arroyo  y  un  pantano  grande,  donde  cayeron 
algunos  caballos;  y  porque  no  cayesen  todos,  fué  ne- 
cesario que  la  batalla  se  estrechase  tanto ,  que  la  van- 
guardia pudiese  pasar  sin  que  se  mezclase  el  un  es- 
cuadrón con  el  otro,  y  se  desordenasen  ambos.  Y  desta 
causa  sucedió  que,  yendo  al  lado,  vino  á  pasarla  van- 
guardia delante,  al  tiempo  que  los  enemigos querian 
comenzar  la  carga  que  tengo  dicha;  la  cual  hicieron  en 
nuestros  caballos  ligeros  con  muy  buena  orden. 

A  este  tiempo  el  duque  de  Alba,  conociendo  tan  bue- 
na ocasión ,  envió  á  decir  al  Emperador  que  él  carga- 
ba, y  así  lo  hizo  por  una  parte  con  la  gente  de  armas 
de  Ñapóles,  y  el  duque  Mauricio  con  sus  arcabuceros 
por  la  otra.  Y  luego  su  gente  de  armas  y  nuestra  bata- 
lla, que  ya  habia  tornado  á  ganar  la  mano  derecha, 
movieron  contra  los  enemigos  con  tanto  ímpetu,  que 
súpito  comenzaron  á  dar  la  vuelta  los  enemigos,  y  apre- 
taron los  nuestros  de  manera,  que  á  ninguna  otra  cosa 
les  dieron  lugar  sino  de  huir;  y  comenzaron  á  dejar 
su  infantería ,  la  cual  al  principio  hizo  un  poco  de  re- 
sistencia para  recogerse  í¡1  bosque.  Mas  ya  toda  nuestra 
caballería  andaba  tan  dentro  de  la  suya  y  de  sus  infan- 
tes, que  en  un  momento  fueron  todos  rotos.  Los  hún- 
garos y  los  caballos  ligeros,  tomando  un  lado,  acome- 
tieron por  un  costado,  y  con  una  presteza  maravillosa 
comenzaron  á  ejecutar  la  victoria ,  para  lo  cual  estos 


COMENTARIO  DE  LA  GUERRA  DE  ALEMANIA. 


4i3 


liúngaros  tienen  grandísima  industria;  los  cuales  ar- 
remetieron diciendo  España,  porque  á  la  verdad  el 
nombre  del  Imperio,  por  la  antigua  enemistad ,  no  les 
es  muy  agradable.  1 

Desta  manera  se  llegó  al  bosque ,  por  el  cual  eran  ! 
tantas  las  armas  derramadas  por  el  suelo ,  que  daban 
grandísimo  estorbo  á  los  que  ejecutaban  la  victoria ;  los 
muertos  y  heridos  eran  muchos;  unos  muertos  de  en-  : 
cuentro,  otros  de  cuchilladas  grandísimas,  otros  de 
arcabuzazos;  de  mantira  que  era  únala  muerte,  y  los 
géneros  della  muy  diversos.  Eran  tantos  los  prisione- 
ros ,  que  habia   muchos  de  los  nuestros  que  traiaa 
quince  y  veinte  soldados  rodeados  de  sí.  Habia  muchos 
hombres,  que  parecían  ser  de  mas  arte  que  los  otros,  , 
muertos  en  el  campo,  otros  que  aun  no  acababan  de  \ 
murir,  gimiendo  y  revolviéndose  en  su  misma  sangre;  i 
otros  se  veía  que  se  les  ofrecía  su  fortuna  como  era  la 
voluntad  del  vencedor ,  porque  á  unos  mataban  y  á  otros 
prendían,  sin  haber  para  ello  mas  elección  que  la  volun- 
tad del  que  los  seguía.  Estaban  los  muertos  en  muchas  ¡ 
partes  amontonados,  y  en  otras  esparcidos,  y  esto  era 
como  les  tomaba  la  muerte,  huyendo  ó  resistiendo.  El 
Emperador  siguió  el  alcance  una  gran  legua.  Toda  la  ; 
caballería  ligera ,  y  mucha  parte  de  la  tudesca  y  de  los 
hombres  de  armas  del  reino  el  siguieron  tres  leguas. 
Ya  estábamos  en  medio  del  bosque,  cuando  el  Empera- 
dor, que  allí  estaba,  paró  y  mandó  recoger  alguna  gente 
de  armas,  porque  toda  andaba  ya  tan  esparcida,  que  tan 
sin  orden  andaban  los  vencedores  como  los  vencidos; 
lo  cual  fué  asegurar  la  victoria,  y  si  algún  inconvenien- 
te sucediera  á  los  que  iban  adelante  provcello,  porque 
es  cosa  muy  sabida  que  un  capitán  lo  ha  de  pensar  todo, 
y  no  decir  después  :  a  No  lo  pensé.» 

Habiendo  parado  allí  el  Emperador  y  el  Rey,  el  cual 
en  todo  esto  mostró  ánimo  verdaderamente  de  rey,  vino 
el  duque  de  Alba,  que  habia  llegado  mas  adelante  si- 
guiendo el  alcance ,  armado  de  unas  armas  doradas  y 
blancas,  con  su  banda  colorada,  en  un  caballo  bayo, 
sin  otra  guarnición  alguna  mas  de  la  sangre  de  que  ve- 
nia lleno  de  las  heridas  que  traía  en  él.  El  Emperador 
le  recibió  muy  alegremente  y  con  mucha  razón.  Estan- 
do así,  vinieron  á  decir  al  Emperador  cómo  el  duque 
de  Sajonia  era  preso.  En  su  prisión  pretendían  ser  los 
principales  dos  hombres  de  armas  españoles  de  los  de 
Ñapóles,  y  tres  ó  cuatro  caballos  ligeros  españoles  y  ita- 
lianos, y  un  húngaro  y  un  capitán  español.  El  Empera- 
dor mandó  al  duque  de  Alba  que  le  trújese;  y  así,  fué  traí- 
do delante  del.  Venia  en  un  caballo  frison,con  una  gran 
cota  de  malla  vestida,  y  encima  un  peto  negro  con  unas 
correas  que  se  ceñían  por  las  espaldas ,  todo  lleno  de 
sangre,  de  una  cuchillada  que  traía  en  el  rostro,  en  el 
lado  izquierdo.  El  duque  de  Alba  venia  á  su  mano  de- 
recha, y  así  lo  presentó  á  su  majestad.  El  duque  de  Sa- 
jonia se  quiso  apear,  y  queríase  quitar  el  guante  para 
tocar  la  mano ,  según  costumbre  de  alemanes,  al  Em- 
perador; mas  él  no  lo  consintió  ni  lo  uno  ni  lo  otro, 
porque  á  la  verdad,  del  trabajo  y  de  la  sed  y  de  la  he- 
rida venia  tan  fatigado,  y  él  es  tan  pesado,  que  pienso 
que  el  Emperador  tuvo  mas  respeto  á  esto  que  á  lo  que 
él  merecía.  El  se  quitó  el  chapeo  y  dijo  al  Emperador, 
según  costumbre  de  Alemania :  «Poderosísimo  y  gra- 
ciosísimo Emperador,  yo  soy  vuestro  prisionero. »  A  es- 
to el  Emperador  respondió  :  « Agora  me  llamáis  em- 


perador; diferente  nombre  es  este  del  que  me  solíades 
llamar;»  y  esto  dijo  porque  cuando  el  duque  de  Sa- 
jonia y  Lantgrave  traian  el  campo  de  la  liga ,  en  sus 
escritos  llamaban  al  Emperador  «Curios  de  Gante,  el 
que  piensa  que  es  Emperador  ».  Y  así,  nuestros  alema- 
nes cuando  esto  oían  decían  :  «Deja  hacer  á  Carlos  de 
Gante ;  que  él  os  mostrará  si  es  emperador ; »  y  por  es- 
ta causa  el  Emperador  respondió  a  sí ;  y  después  le  dijo 
que  sus  méritos  le  habían  traído  en  los  términos  en  que 
estaba.  A  estas  palabras  el  duque  de  Sajonia  no  respon- 
dió nada,  sino  alzando  los  hombros  abajó  la  cabeza, 
suspirando  con  semblante  digno  de  haberle  lástima,  si 
la  mereciera  un  bárbaro  tan  bravo  y  tan  soberbio  co- 
mo él  habia  sido.  El  Duque  tornó  á  decir  al  Empera- 
dor le  suplicaba  que  le  tratase  como  á  su  prisionero; 
el  Emperador  le  dijo  que  él  seria  tratado  según  que 
merecía;  y  mandó  al  duque  de  Alba  que  con  buena 
guardia  le  hiciese  llevar  al  alojamiento  del  rio,  que  era 
el  que  se  tomó  aquel  día  mismo  cuando  ganamos  el  va- 
do. La  alegría  de  la  victoria  fué  general  en  todos ,  por- 
que se  entendió  entonces  cuan  importante  era,  y  ca- 
da día  se  entendía  mas.  El  duque  Mauricio  aquel  día 
yendo  ejecutando  la  victoria,  uno  de  los  enemigos  lle- 
gó por  detrás  y  púsole  un  arcabuz  en  parte,  que  si  acer- 
tara á  dar  fuego,  le  matara ;  el  cual  fué  luego  hecho  pe- 
dazos él  y  su  caballo  por  los  que  con  el  Duque  iban. 

Fueron  muertos  de  la  infantería  de  los  enemigos 
hasta  dos  mil  hombres,  y  heridos  muchos,  que  deján- 
dolos allí,  se  saheron  y  salvaron  en  aquella  noche,  y  otro 
día  fueron  presos  ochocientos  infantes.  De  los  de  caba- 
llo fueron  muertos,  según  se  puede  estimar,  mas  de 
quinientos;  el  número  de  los  presos  fué  muy  mayor, 
porque  entre  nuestros  alemanes,  como  la  nación  ?ca 
una,  pudiéronse  encubrir  mejor,  y  los  que  se  saben, 
fueron  tantos,  que  los  húngaros  y  caballos  ligeros  y 
la  otra  gente  de  armas  ganaron  muchos ;  de  mane- 
ra que  se  sabe  que  no  se  recogieron  en  Vitemberg,  de 
los  de  pié  y  de  los  de  caballo,  cuatrocientos  hombres. 
Ganáronse  quince  piezas  de  artillería,  dos  culebrinas 
largas ,  cuatro  medias  culebrinas ,  cuatro  medios  caño- 
nes ,  cinco  falconetes  y  grandísima  copia  de  municio- 
nes, y  otro  día  se  ganaron  otras  seis  piezas,  que  por  ha- 
ber caminado  con  mucha  diligencia  mas  que  las  otras, 
se  habían  entrado  en  un  lugar  pequeño.  Ganóse  todo 
el  carruaje,  en  lo  cual  nuestra  gente  de  caballo  hubo 
grandísima  copia  de  ropa  y  dinero.  Fueron  ganadas 
diez  y  siete  banderas  de  infantería  y  nueve  estandartes 
de  caballo,  y  el  guión  del  duque  de  Sajonia.  Fué  preso 
el  duque  Ernesto  de  Brunsvic ,  el  cual  en  la  guerra  pa- 
sada era  el  que  traía  todas  las  escaramuzas  que  los 
enemigos  hacían ,  y  otros  muchos  principales ,  y  el  hi- 
jo mayor  del  duque  de  Sajonia  fué  herido  en  la  mano 
derecha  y  en  la  cabeza,  y  derribado  del  caballo;  él  dice 
que  mató  con  un  arcabuz  pequeño  que  traía  al  que  le 
hirió,  y  así  pudo  ser  puesto  á  caballo  por  los  suyos,  el 
cual  se  salvó  y  entró  en  Vitemberg.  De  los  nuestros  mu- 
rieron hasta  cincuenta  de  caballo,  con  los  que  después 
murieron  de  las  heridas  que  allí  recibieron. 

Esta  batalla  ganó  elEmperador  á  24  de  abril  de  1347 
años,  un  día  después  do  San  Jorge  y  víspera  de  San 
Marco,  habiendo  doce  días  que  partió  de  Egucr.  Co- 
menzóse sobre  el  rio  Albis  á  las  once  horas  del  día; 
acabóse  alas  siete  de  la  tarde,  habiendo  combatido 


444 

sobre  el  vado  yganádole  al  enemigo,  y  seguídole  tres 
leguas,  como  está  dicho,  combatiéndole  siempre  hasta 
llegar  donde  con  sola  su  caballería  le  prendió,  rompien- 
do su  infantería  y  caballería  con  tanto  ánimo  y  buena 
industria ,  que  se  puede  decir  por  él ,  como  se  dijo  por 
Scipion  Emiliano : 

Ule  sapit  solus ,  volitant  alii  velut  umbrae. 

Esta  victoria  tan  grande  el  Emperador  la  atribuyó  á 
Dios ,  como  cosa  dada  por  su  mano ;  y  así ,  dijo  aquellas 
tres  palabras  de  César,  trocando  la  tercera  cumo  un 
príncipe  cristiano  debe  hacer,  reconociendo  el  bien  que 
Dios  le  hace  :  «  Vine  y  vi,  y  Dios  venció. » 

Pareció  bien  á  todos  la  moderación  de  ánimo  que  el 
Emperador  usó  con  el  duque  de  Sajonia,  porque  otro 
vencedor  pudiera  ser  que,  contra  quien  le  hubiera  ofen- 
dido como  este  le  ofendió ,  no  templara  su  ira  como  el 
Emperador  lo  hizo,  la  cual  es  mas  dificultosa  de  vencer 
algunas  veces  que  el  enemigo.  Siendo  ya  tarde,  su  ma- 
jestad, recogiendo  la  gent,e  que  allí  estaba ,  se  volvió  á 
su  alojamiento,  donde  llegó  á  la  una  de  la  noche.  Otro 
dia  se  recogió  el  artillería  y  municiones  ganadas  el  dia 
antes,  y  grandísimo  número  de  armas,  y  las  otras  seis 
piezas  que  tengo  dicho ;  y  de  nuevo  muchos  húngaros 
y  caballos  ligeros  trujerou  muchos  prisioneros,  porque 
tres  leguas  mas  adelante  de  donde  llegó  nuestro  alcan- 
ce siguieron  la  victoria.  El  duque  de  Sajonia  fué  dado 
por  el  duque  de  Alba  en  guardia á  Alonso  Vivas,  maes- 
tre de  campo  de  los  españoles  del  reino  de  Ñapóles,  y 
juntamente  el  duque  Ernesto  de  Brunsvic,  como  es  di- 
cho ,  fué  preso  en  la  batalla  por  un  tudesco ,  vasallo  del 
rey  de  romanos  y  criado  del  duque  Mauricio.  En  este 
lugar  estuvo  el  Emperador  dos  días. 

En  este  tiempo  Torgao  se  rindió ,  y  el  Emperador 
con  todo  el  ejército  determinó  de  ir  sobre  Vitemberg, 
cabeza  del  estado  del  duque  Juan  ,  y  principal  villa  de 
las  de  la  elección ;  y  así ,  como  tierra  importantísima  la 
tenia  el  Duque  fortificada,  habiendo  comenzado  su  for- 
tificación veinte  y  cinco  años  antes,  fortificando  siem- 
pre con  grandísima  diligencia  y  con  grandísimo  núme- 
ro de  artillería.  El  camino  fué  por  Torgao ,  donde  esta- 
ba un  castillo ,  que  es  una  de  las  mas  hermosas  casas 
que  hay  en  Alemania.  Allí  era  donde  el  duque  Juan  to- 
maba mas  ordinariamente  pasatiempo.  En  este  camino 
se  supo  de  los  prisioneros  cómo  el  Duque  esperaba  á 
Tumeshierne  con  la  gente  que  habia  llevado  á  Bohemia 
y  veinte  banderas  de  infantería  que  los  de  aquel  reino 
le  enviaban,  y  mucha  gente  de  caballo  con  ellas ;  mas 
la  presteza  del  Emperador,  la  cual  en  este  negocio  tie- 
ne muy  mas  natural  que  en  todos  los  otros ,  atajó  todas 
estas  ligas  y  socorros. 

Pasó  el  Emperador  el  rio  Albis  media  legua  mas 
abajo  de  Vitemberg ,  por  puente  hecha  de  sus  barcas  y 
de  las  ganadas  de  los  enemigos.  Paréceme  que  es  cosa 
de  memoria  lo  que  deste  rio  se  supo  en  este  tiempo ;  y 
es  que  por  la  parte  que  el  Emperador  le  pasó  á  vado, 
aunque  hondo ,  otro  dia  después  de  la  batalla  no  se  po- 
día pasar  sino  á  nado  y  con  grandísimo  trabajo.  Paréce- 
me que  nuestro  Señor  facilita  las  cosas  cuando  son  en 
su  servicio.  Otras  dos  cosas  pasaron ,  que  por  haber 
mirado  en  ellas  todos,  las  escribo,  y  es  que  pasando  la 
infantería  española  anduvo  una  águila  volando  mansa- 
mente ,  torneando  sobre  ella  muy  gran  tiempo ;  y  an- 


DON  LUIS  DE  ÁViLA  Y  ZÚÑIGA. 


dando  ansí ,  saüó  \v\  lobo  muy  grande  de  un  bosque,  el 
cual  fué  muerto  pur  los  sokladus  á  cuchilladas  on  me- 
dio de  un  campo  raso.  Son  acaecimientos  estos ,  que,  ó 
permitidos  de  nuestro  Señor,  ó  ofreciéndolos  el  caso 
así ,  miraron  mucho  en  ellos  los  que  los  vieron. 

Aquel  dia  fué  de  harto  calor,  y  el  sol  tenia  un  color 
que  claramente  parecía  sangriento ;  y  á  los  que  lo  mi- 
ramos nos  parecía  verdaderamente  que  no  estaba  tan 
bajo  como  habia  de  estar  según  la  hora  que  era.  Fué 
tan  notablemente  mirado  esto,  y  queda  por  opinión  tan 
verdadera  entre  todos,  que  yo  no  lo  osaría  contradecir. 
Esto  mismo  fué  notado  aquel  dia  en  Nuremberga  y  en 
Francia ,  según  el  Rey  lo  contó ,  y  en  Piamonte ,  porque 
del  mismo  color  lo  vieron.  Fueron  todas  estas  cosas  tan 
notadas  y  tratadas,  que  por  esto  hé  querido  hacer  me- 
moria dellas. 

Pasado  el  Emperador  el  rio  Albis,  se  alojó  entre  unos 
bosques  á  vista  de  Vitemberg,  cuyo  sitio  y  fortificación 
es  desta  manera.  Esta  villa  de  Vitemberg  es  harto 
grande  fortificación ,  y  de  hechura  es  cuadrada ,  mas 
el  cuadro  es  muy  prolongado ;  por  la  parte  donde  ella 
está  mas  extendida ,  tiene  el  rio  Albis  á  cuatrocientos 
pasos  lejos  della.  Está  asentada  en  un  llano  muy  raso  y 
muy  igual,  el  cual  se  descubre  della  sin  que  haya  donde 
se  pueda  encubrir  ninguna  gente  :  tiene  en  todo  ala  re- 
donda un  foso  de  agua  muy  ancho  y  muy  hondo,  y  un  re- 
paro de  sesenta  pies  de  grueso  de  tierra  tan  firme,  que 
todo  él  está  lleno  de  yerba  crecida  en  él  dende  lo  alto 
hasta  el  foso,  el  cual  tiene  al  pié  del  reparo  todo  á  la 
redonda  un  rebellín  de  ladrillo  y  cal,  que  está  hecho 
para  arcabucería,  y  tan  encubierto  del  foso,  que  es 
imposible  batirse.  Tiene  cinco  baluartes  harto  grandes 
y  harto  buenos,  y  el  castillo  que  sirve  de  caballero  des- 
cubriendo  toda  la  campaña.  Por  esta  parte  del  castillo 
viene  el  cuadro  de  la  tierra  á  tener  la  frente  mas  angos^ 
ta,  y  por  aquí  estaba  determinado  que  se  batiese,  y  para 
esto  el  Emperador  mandó  que  se  trujesen  los  gasta- 
dores que  el  duque  Mauricio  habia  prometido,  que  eran 
quince  mil ,  y  que  viniese  artillería  de  Trésen ,  de  la 
cual  habia  tanto  número  en  aquella  villa ,  que  bastaba, 
quedando  ella  proveida,  á  dar  la  que  para  batir  á  Vi- 
temberg era  necesaria.  Mas  estos  ofrecimientos  para- 
ron en  que,  aunque  se  dio  el  artillería,  los  gastadores 
fueron  tan  mal  proveídos ,  que  de  quince  mil  vinieron 
trecientos,  y  estos  traídos  con  grandísima  dificultad, 
según  decia  el  duque  Mauricio. 

Mas  en  este  tiempo  el  Emperador  habia  comenzado 
á  oir  los  ruegos  del  marqués  de  Brandemburg,  elec- 
tor, que  habia  venido  allí,  el  cual  intercedía  por  el  du- 
que Juan  de  Sajonia  por  los  mejores  medios  que  él  po- 
día; y  su  majestad  habia  considerado  algunas  cosas,  en- 
tre las  cuales  tuvo  muy  gran  consideración  al  duque  da 
Cléves,  yerno  del  rey  de  romanos  y  cuñado  del  duque 
Juan,  que  con  grandísima  instancia  habia  procurado 
lo  que  tocaba  á  salvar  la  vida  al  duque  Juan,  su  cuñado, 
con  aquella  parte  de  su  estado  que  fuese  posible ;  por 
donde  comenzó  á  inclinarse  mas  á  la  misericordia  que 
se  debía  tener  de  un  príncipe  tan  grande  puesto  en  tan 
miserable  fortuna,  que  no  á  poner  en  efecto  la  primera 
determinación ,  que  era  cortarle  la  cabeza.  Y  así ,  se 
comenzó  á  tratar  lo  que  convenia  para  que  el  duque 
Juan  quedase  castigado,  y  junto  con  esto  no  se  dejase 
de  ejecutar  la  clemencia  del  Emperador,  que  en  un  prín- 


COMENTARIO  DE  LA  GUERRA  DE  ALEMANIA. 


443 


cipe  es  tan  alabada  virtud  y  tan  provechosa,  como  del 
primero  César  se  dice  :  que  mas  ganó  con  la  clemencia 
que  con  las  armas. 

Hubo  diversas  opiniones  en  lo  que  tocaba  á  la  vida 
del  duque  Juan,  porque  unos  tenian  consideración  á 
solo  el  castigo ,  otros  consideraban  la  manera  del  cas- 
tigar con  otras  calidades  que  fuesen  tan  importantes, 
que  tuviesen  la  victoria  del  Emperador  viva  para  siem- 
pre ,  y  consideraban  cuánto  importaba  que  no  fuesen 
reducidos  á  última  desesperación  los  que  tenian  su  con- 
fianza en  la  clemencia  del  Emperador,  de  la  cual  aguar- 
daban á  tomar  ejemplo  en  lo  que  con  el  duque  de  Sajo- 
nia  se  hacia.  Y  asi,  tratando  lo  uno  y  lo  otro,  el  Empera- 
dor se  resolvió  conforme  á  su  natural  condición ,  que 
fué  dando  la  vida  al  duque  Juan  con  las  condiciones  que 
fueron  bastantes  para  que  fuesen  recompensa  de  la 
muerte ,  de  que  muchos  le  juzgaban  que  era  digno. 

Estaban  dentro  de  Vitemberg  la  mujer  del  Duque  y 
su  hermano  y  los  hijos  menores.  Dentro,  en  Gota,  es- 
taba el  mayor,  que  habia  escapado  herido  de  la  batalla. 
Todos  estos  esperaban  el  suceso  de  lo  que  al  Duque  to- 
caba, al  cual  ya  el  Emperador  habia  perdonado  la  vida 
por  intercesión  de  los  que  esto  trataban. 

Fuéle  quitada  primeramente  la  elección  y  las  villas 
que  suelen  andar  con  ella,  de  las  cuales  la  principal  es 
Vitemberg  y  Torgao ,  y  otras  muchas.  Entregó  toda  la 
artillería  y  municiones,  que  es  un  número  grandísimo, 
porque  solo  de  Vitemberg  se  sacaron  ciento  y  veinte 
piezas  de  artillería,  sin  las  piezas  menudas.  Su  majes- 
tad le  dejó  en  Turingia  ciertos  castillos  y  tierras.  Go- 
ta, que  es  fortaleza  inexpugnable,  mandó  que  fuese 
derribada  por  el  suelo,  y  halláronse  en  ella  cien  piezas 
de  artillería ,  sin  la  menuda ,  y  cien  mil  pelotas ,  y  las 
otras  municiones  conforme  á  esto.  El  queda  preso  en 
la  corte  del  Emperador,  ó  en  cualquier  otra  parte  que  él 
mandare,  por  todo  el  tiempo  que  su  voluntad  fuere. 
Entregó  luego  las  banderas  y  estandartes  y  artillería 
que  habia  ganado  al  marqués  Alberto;  y  al  Marqués,  que 
estaba  en  Gota,  mandó  el  Emperador  que  viniese  luego 
á  su  corte.  En  lo  que  toca  á  la  religión,  al  principio  es- 
tuvo muy  duro;  después  respondió  tan  blando,  que  por 
entonces  á  su  majestad  le  pareció  que  no  era  menester 
tratar  mas  dello.  Su  hermano  perdió  una  villa,  la  cual 
su  majestad  dio  al  marqués  Alberto.  El  Duque  entregó 
todos  los  castillos  que  tenia  usurpados  á  los  condes  de 
Mansfelt  y  de  Sulma.  Lo  de  la  iglesia  y  monasterios  de 
Sajonia ,  con  lo  usurpado  á  particulares ,  queda  á  la  dis- 
posición del  Emperador ;  el  cual  viendo  que  lo  principal 
que  él  pretendía,  que  era  lo  que  tocaba  la  Religión, 
comenzaba  á  llevar  tiuen  camino,  tuvo  por  bien  todas 
estas  condiciones,  y  no  quiso  que  una  casa  tan  noble  y 
tan  antigua ,  y  que  tantos  servicios  habia  hecho  á  la  su- 
ya en  los  tiempos  pasados,  quedase  tan  extinta  y  tan 
del  todo  deshecha;  y  quiso  mas  en  esto  seguir  la  equi- 
dad y  mansedumbre,  que  no  la  ira  y  justa  indignación 
á  que  méritamente  le  habia  incitado  la  guerra  del  año 
pasado  cuando  deshizo  el  campo  de  la  liga. 

Compuestas  las  cosas  desta  manera,  quedó  el  duque 
Juan  vivo  y  castigado,  con  un  castigo  tan  grande,  que 
de  uno  de  los  mas  poderosos  príncipes  de  Alemania, 
viene  á  ser  un  caballero  privado  en  ella ,  y  sus  hijos  lo 
serán  mas,  porque  han  de  repartir  entre  ellos  lo  que  él 
solo  posee  ahora.  De  manera  que  aquella  casa  que  tan- 


tas fuerzas  hasta  aquí  ha  tenido,  vendrá  á  tener  tan  po- 
cas cuanto  su  soberbia  merecía. 

Entre  todas  estas  cosas,  que  tanto  podían  abajar  el 
ánimo  de  un  hombre,  por  grande  que  fuese,  no  se  sabe 
que  este  Duque  haya  dicho  palabra  baja  ni  mostrado 
semblante  conforme  á  su  fortuna,  sino  siempre  una 
constancia  digna  de  habella  tenido  en  nuestra  verdadera 
religión.  Así  que,  concertado  lo  que  tocaba  al  duque 
Juan  con  otras  condiciones  que  yo  no  pongo  aquí  ( por- 
que no  escribo  sino  las  generales),  y  rendida  Vitemberg, 
j  de  la  cual  saheron  tres  mil  hombres  de  guerra,  el  Em- 
I  perador  mandó  entrar  cuatro  banderas  en  ella,  y  al 
j  cabo  de  dos  días  la  Duquesa  saHó  á  ver  á  su  majestad  y 
I  hacerle  reverencia,  y  vino  á  la  tienda  donde  estaba,  y 
j  con  ella  el  hermano  del  duque  Juan  y  su  mujer,  herma- 
I  na  del  duque  Ernesto  de  Brunsvic,  y  un  hijo  del  duque 
i  Juan,  porque  el  otro  quedaba  malo  en  Vitemberg,  y  el 
I  otro  quedaba  en  Gota.  Veníanla  acompañando  los  hijos 
'  del  rey  de  romanos,  y  el  marqués  de  Brandemburg  y 
I  otros  señores  alemanes.  Ella  llegó  al  Emperador  con 
í  toda  la  humildad  que  pudo,  y  no  era  menester  procurar 
I  mostralla,  porque  una  mujer  que  tenia  á  su  marido  en 
i  tan  trabajosos  términos ,  y  ella  se  veía  desposeída  y 
I  puesta  en  estado  tan  mísero,  su  ventura  le  mostraba  el 
j  semblante  que  habia  de  tener;  y  así,  se  hincó  de  rodillas 
¡  delante  del  Emperador,  mas  él  la  levantó,  recibiéndola 
!  con  tanta  cortesía,  que  ninguna  cosa  le  quitó  de  lo  que 
j  hiciera  con  ella  cuando  estaba  en  su  primera  fortuna .  B'ué 
I  cosa  que  á  todos  movió  á  piedad,  y  no  bastó  para  no  ha- 
I  bella  la  memoria  tan  fresca  de  los  deservicios  de  su  ma- 
1  rido.  Suplicó  al  Emperador  algunas  cosas  que  tocaban  al 
I  Duque,  y  á  todo  fué  respondido  clementísimamente;  y 
I  asi,  se  volvió  por  donde  su  marido  estaba ,  que  era  el 
!  cuartel  del  duque  de  Alba,  entre  la  infantería  española, 
y  le  visitó ,  habiendo  primero  pedido  licencia  al  Empe- 
rador, y  de  allí  se  volvió  al  castillo  de  Vitemberg.  Otro 
día  el  Emperador  fué  á  ver  la  tierra  y  entró  en  el  casti- 
llo ,  y  visitó  á  la  Duquesa,  la  cual  pareció  á  todos  visita- 
ción muy  semejante  á  la  que  Alejandro  hizo  á  la  madre 
y  mujer  de  Darío ;  y  es  así,  que  tanto  mayor  es  la  victo- 
ria de  un  príncipe,  cuanto  mas  moderadamente  usa 
della. 

En  este  tiempo  vinieron  de  los  confines  de  Tartaria  y 
Moscovia,  cerca  del  rio  Borístenes,  que  ahora  se  llama 
Néper,  tres  capitanes  ofreciendo  al  Emperador  su  ser- 
vicio con  cuatro  mil  caballos.  El  respondió  agrade- 
ciéndoselo mucho,  mas  ya  la  guerra  estaba  en  términos 
que  no  eran  menester ;  y  así,  se  fueron.  También  vino  un 
embajador  del  rey  de  Túnez  á  ciertas  cosas  que  su  se- 
ñor le  enviaba  para  tratar  con  el  Emperador,  y  entre 
ellas  le  ofreció  otros  tantos  alárabes.  De  manera  que  de 
la  Scítia,  podemos  decir,  y  de  la  Libia  venían  las  gen- 
tes, atraídas  de  la  grandeza  del  Emperador,  á  servirle. 
Ya  el  Emperador  habia  enviado  un  caballero  de  su 
casa,  llamado  Lázaro  Esvendí,  para  que  tuviese  á  Gota 
con  dos  banderas,  y  diese  libertad  al  marqués  Alber- 
to ,  y  estuviese  en  ella  hasta  que  fuese  derribada  por  el 
suelo.  Las  otras  plazas  fuertes  se  rendían  por  sus  tér- 
minos ,  y  todo  se  ordenaba  de  la  manera  que  convenia, 
sin  que  en  Sajonia  quedase  nada  por  hacer;  solo  lo  de 
Bohemia,  que  era  vecina ,  estaba  muy  de  mala  manera 
contra  el  Rey;  mas  los  de  aquel  reino  enviaron  embaja- 
dores al  Emperador  con  las  mas  blandas  palabras  y 


4i6 

mayores  ofrecimientos  que  ellos  supieron  enviar.  El 

Emperador  los  oyó  y  los  detuvo  hasta  despacballos  á  su 

tiempo. 

En  estos  días  el  duque  Enrique  de  Brunsvic,  el  man- 
cebo, que  estaba  sobre  Brema  con  dos  mil  caballos  y 
cuatro  mil  infantes  (al  cual  el  Emperador  le  habia  ayu- 
dado para  aquella  empresa,  por  ser  enemigo  de  los  du- 
ques de  Luneburque,  luteranos  y  de  la  liga  ,  como  mas 
particularmente  escribirán  los  que  tienen  cargo  de  es- 
cribir estas  cosas),  fué  desbaratado  de  un  conde  deMans- 
l'elt,  rebelde  y  luterano,  y  de  Tumesbierne,  capitán  del 
duque  Juan  de  Sajonia,  el  cual,  con  la  gente  que  tenia 
en  Bohemia,  por  unos  grandísimos  rodeos  se  juntó  con 
el  conde  de  Mansfelt,  y  juntos  estos  dos,  tenian  cuatro 
mil  caballos  y  doce  ó  trece  mil  infantes. 

El  duque  Enrique  de  Brunsvic  se  quejó  después  al 
Emperador  de  otro  capitán  que  también  con  comisión 
de  su  majestad  hacia  la  guerra  á  aquellas  ciudades  que 
no  se  habian  juntado  con  él  á  tiempo.  Pleito  fué  tra- 
tado entre  los  dos :  después  sucedió  que  el  Emperador 
mandó  prenderá  los  otros  capitanes.  Esta  es  una  his- 
toria larga,  y  que  la  han  de  escribir  los  que  la  del  Em- 
perador escribieren  mas  particularmente ;  solo  diré  que 
las  fuerzas  del  duque  Juan  de  Sajonia  eran  tan  gran- 
des, que,  como  él  decia  después,  si  el  Emperador  tar- 
dara doce  dias,  él  pudiera  salirle  á  recebir  con  trein- 
ta mil  infantes  y  siete  mil  caballos.  Fuerzas  eran  bas- 
tantes para  poder  pelear  con  cuatro  ó  ciuco  mil  caba- 
llos que  llevábamos,  y  diez  y  seis  mil  infantes,  si  el 
que  los  llevara  no  valiera  tanto,  que  supliera  bien  el 
número  de  la  gente  que  faltaba  para  igualar  con  la  de 
nuestro  enemigo;  y  vióse  claro  que  tenia  estas  fuer- 
zas, pues  sin  las  que  él  tenia  cuando  fué  preso,  y  con 
las  banderas  que  deshicimos  antes  que  él  ganase  la 
batalla,  quedaban  enteros  cuatro  mil  caballos  y  doce  ó 
quince  mil  infantes,  sin  los  que  esperaba  de  Bohemia. 
Y  así,  tenia  determinado  que  ya  que  no  se  ofreciese  de 
combatir  con  la  ventaja  que  él  quería ,  de  repartir  toda 
su  gente  metiéndose  él  en  Madeburque,  y  un  hijo  su- 
yo en  Gota,  y  otro  en  Vitemberg,  un  capitán  en  Hel- 
drum,  y  otro  en  Sonebalt,  y  desta  manera  rodear  al  Em- 
perador y  hacelle  la  guerra  quitándole  las  vituallas; 
mas  todas  estas  dificultades  se  vencieron;  porque  la  vic- 
toria del  Emperador  fué  de  tanta  fuerza,  que  los  que 
desbarataron  al  duque  de  Brunsvic,  se  comenzaron  á 
deshacer,  y  no  solo  estos,  mas  el  Lantgrave,  que  en 
estos  dias  no  dejaba  de  intentar  todas  las  cosas  que  él 
pensaba  que  le  podían  valer,  las  dejó  caer,  y  perdió  la  es- 
peranza de  sus  tramas  y  socorros  forasteros,  para  los 
cuales  ya  tenia  algunos  dineros  dados  por  aquellos  que 
tenian  tanta  gana  como  él  que  las  cosasdel  Emperador 
no  fuesen  por  aquel  camino  que  iban.  Y  en  esto  se  verá 
cuánto  importaba  en  Alemania  la  persona  del  duque 
Juan  de  Sajonia  ysu  poder,  porque  después  que  él  fué 
deshecho  y  preso,  no  tuvo  fuerza  ninguna  el  que  pen- 
saba que  gobernaba  todas  las  de  Alemania.  Mas  esta 
victoria  fué  tan  importante,  que  luego  el  Lantgrave  co- 
menzó por  intercesión  del  duque  Mauricio,  ya  elector, 
á  tratar  su  perdón,  y  al  principio  propuso  condiciones 
harto  grandes,  mas  no  tan  bastantes,  que  no  quedasen 
algunas ;  de  manera  que  se  podía  decir  que  negociaba 
bien. 

Entendía  en  ello,  junto  con  el  duque  Mauricio,  el  elec- 


DON  LUIS  DE  ÁVILA  Y  ZÚÑIGA. 


tor  de  Brandemburg,  á  los  cuales  el  Emperador  tuvo 
grandísimo  respeto  ;  y  por  su  contemplación  oyó  loque 
le  proponían  de  parte  de  Lantgrave;  mas  por  "tanto  no 
dejó  de  hacer  lo  que  convenia;  y  así,  les  respondió  lo 
que  él  quería  que  hiciese ,  y  el  Lantgrave  replicó  aña- 
diendo algo ;  mas  dejaba  siempre  algunas  cosas  que  le 
convenían,  alo  cual  el  Emperador  respondió  resoluta- 
mente que  él  no  quería  tratar  con  el  Lantgrave;  que 
hiciese  lo  que  le  pareciese.  Esta  respuesta  se  dio  á  Lant- 
grave, el  cual  estaba  ocho  leguas  de  nuestro  campo  en 
una  villa  de  Mauricio  que  se  llama  Lipsia,  y  luego  se 
partió  con  grandísima  desesperación;  y  tanta,  que  nin- 
guna esperanza  le  quedó  de  remedio,  sino  el  que  mas 
temía,  y  el  que  decia  que  por  ninguna  cosa  deste  mun- 
do él  haría,  que  era  ponerse  á  los  pies  del  Emperador 
y  socorrerse  de  su  misericordia,  entregándosele  á  su 
voluntad.  Y  con  esta  determinación  escribió  al  duque 
Mauricio  que  procurase  su  venida  y  la  concertase;  y  de 
su  mano  escribió  las  capitulaciones  con  que  se  entre- 
gaba, que  eran  las  mismas  que  el  Emperador  quería;  y 
así  se  concertó. 

La  conclusión  de  todo  esto  tomó  al  Emperador  en 
Hala  de  Sajonia,  camino  de  las  tierras  de  Lantgrave, 
para  donde  el  Emperador  con  su  campo  caminaba ;  y  el 
mismo  día  que  entró  en  Hala  llegó  el  marqués  Alberto 
de  Brandemburg,  á  quien  su  majestad,  cumo  está  di- 
cho, bahía  dado  libertad,  y  hecíio  volverlos  estandartes 
y  baoilcras  y  artillería  que  había  perdido,  porque  no  le 
faltase  ninguna  cosa  délas  que  con  la  libertad  se  le  po- 
dían volver.  Holgó  el  Emperador  tanto  con  él ,  que  una 
de  las  mas  agradables  cosas  que  en  estas  dos  guerras 
le  han  sucedido  fué  la  recuperación  deste  príncipe  ,  el 
cual,  llegando  al  Emperador,  le  dijo:  «Señor,  yo  doy 
muchas  gracias  á  Dios  y  á  vos;»  y  no  dijo  mas  :  pa- 
réceme  que  bastaba  esto. 

Dos  dias  antes  que  el  Emperador  partiese  de  Vitem- 
berg, partió  el  rey  de  romanos  para  Praga  con  dos  ó 
tres  mil  caballos  suyos  y  de  Mauricio,  y  cinco  ó  seis 
mil  infantes  tudescos,  con  los  que  después  el  Empera- 
dor le  envió,  que  eran  el  regimiento  del  marqués  de 
Maríñano;  y  el  emperador  partió  de  Vitemberg  para  ir 
contra  Lantgrave,  por  ser  una  raíz  de  donde  nacían 
los  males  de  Alemania,  y  era  tan  necesario  arranci:l¡a, 
que  dejándolo  de  hacer  por  ir  personalmente  á  Bohe- 
mia, aunque  aquel  reino  se  sojuzgase,  no  por  eso  Lant- 
grave quedaba  en  térnn'nos  que  no  fuese  menester  de 
nuevo  ir  contra  él ;  y  sojuzgado  él,  lo  de  Bohemia  que- 
daba mas  fácil,  porque  aquel  reino  y  todos  los  rebeldes 
de  Alemania  tenían  puestos  los  ojos  en  la  sustentación 
de  Lantgrave,  como  en  caheza^de  quien  dependían, 
después  del  duque  Juan.  Y  desta  causa  el  Emperador 
ordenó  que  el  Rey  partiese  luego  ,  porque  la  calor  de 
la  victoria  tan  grande  acrecentaba  las  fuerzas  del  Rey, 
para  que  aquel  reino ,  que  ya  temía  tanto  las  de  su 
majestad  pudiese  con  mas  facilidad  ser  traído  por  fuer- 
za ó  por  voluntad  á  la  del  Rey,  y  ser  reducido  ásu  obe- 
diencia. 

Un  día  antes  que  el  Bey  partiese,  los  capitanes  hún- 
garos vinieron  á  besar  las  manos  al  Emperador  y  á  su- 
plicarle se  acordase  de  socorrer  á  Hungría.  Hicíéronle 
una  habla  acomodada  al  tiempo  y  ú  su  fortuna;  y  el 
Emperador  les  respondió  consolándole^,  yescriiiíó  á  los 
estados  de  aquel  reino  con  aquellas  esperanzas  dignas 


COxMENTARlO  DE  LA  GU 

lie  su  persona ,  y  mandó  dar  á  cada  uno  de  los  capita- 
nes una  cadena  de  oro  de  trecientos  escudos,  y  una 
paga  átod»  la  olfa  gente  suya,  lo  cual  ellos  tuvieron 
en  muclio ,  siéndoles  dada  de  gracia.  También  dio  allí 
su  majestad  al  duque  Mauricio  la  envestidura  de  la  elec- 
ción, con  las  villas  que  con  ella  suelen  andar.  Y  por- 
que entre  las  cosas  grandes  se  viese  que  también  te- 
nia memoria  de  las  pequeñas,  mandó  dará  los  soldados 
que  entraron  á  nado  y  ganaron  las  barcas ,  un  vestido 
de  terciopelo  carmesí  á  su  modo ,  y  treinta  escudos  á 
cada  uno ,  y  sus  ventajas  en  sus  banderas. 

Llegado  el  Emperador  en  Hala  de  Sajonia ,  que  es 
una  villa  muy  grande  del  obispado  de  Madeburque, 
aunque  el  duque  Juan  la  liabia  lieclio  suya,  su  majestad 
se  fué  á  alojar  en  las  casas  que  liabian  sido  del  Obispo, 
y  allí  determinó  de  esperar  la  venida  de  Lantgrave  para 
que  se  pusiese  en  efecto  lo  que ,  por  intercesión  de  los 
(ios  electores,  el  Emperador  habia  tenido  por  bien  de 
concederle.  Las  condiciones  generales  de  que  yo  me 
acuerdo  son  : 

Que  el  Lantgrave  se  puso  en  las  manos  del  Empera- 
dor, él  y  toda  su  tierra ,  la  cual  juró  fidelidad  á  su  ma- 
jestad ,  y  dio  las  cuatro  villas  principales  que  tiene,  y 
derriba  las  que  el  Emperador  mandare.  Dio  ciento  y 
cincuenta  mil  florines  de  oro.  Entregó  toda  la  artillería, 
que  son  mas  de  docientas  piezas  encarretadas  que  él  te- 
nia. Entregó  al  Emperador  al  duque  Enrique  de  Bruns- 
vic,  el  cual  tenia  preso  desde  el  año  de  iS45.  Restituye 
su  estado  al  dicho  duque.  Todas  las  cosas  que  tiene 
usurpadas  quedan  á  la  determinación  de  la  cámara  im- 
perial. Y  este  es  punto  en  que  á  él  le  va  tanto,  que*  por 
no  venir  á  estos  términos  ha  sostenido  la  opinión  que 
tiene  y  tramado  todas  las  ligas  que  ha  hecho.  Juró  fide- 
lidad al  Emperador,  y  su  tierra  y  la  nobleza  della  tornan 
ájurar  que  cuando  Lantgrave  dejare  de  seguir  el  camino 
que  debe  al  servicio  del  Emperador,  ellos  son  obligados 
ú  prendelley  á  traelle  á  su  majestad,  el  cual  le  hace  mer- 
ced de  la  vida,  y  de  alzar  el  bando  imperial  que  contra 
éf  estaba  dado.  También  le  hace  merced  de  no  tenelle 
preso  perpetuamente. 

Estas  son  en  general  las  condiciones  con  que  el  Em- 
perador le  recibió  y  él  vino  á  ponerse  en  sus  manos. 
Antes  que  allí  viniese  sucedió  en  Hala  una  cuestión  ! 
entre  los  españoles  y  tudescos;  fué  cosa  que  iba  tan  I 
adelante,  que  el  Emperador  salió  y  púsose  en  medio  ; 
de  los  unos  y  de  los  otros.  Fué  remedio  muy  necesa-  ¡ 
rio,  porque  la  cosa  estaba  tan  encendida,  que  solo  el 
Emperador,  y  no  otro,  bastaba  para  remedialla ;  y  así 
lo  hizo,  aunque  el  remedio  no  dejaba  de  tener  el  pe- 
ligro que  podia  resultar  de  meterse  entre  dos  partes 
que  ya  de  furiosas  comenzaban  á  estar  ciegas. 

Estando  allí  el  Emperador ,  dio  licencia  á  los  emba-  [ 
jadores  de  Bohemia ,  diciéndoles  en  suma  que  inter- 
cederia  con  el  Rey  para  que  si  aquel  reino  estuviese 
agraviado  en  algo ,  le  desagraviase ;  mas  aquesto  se  en- 
tendía viniendo  ellos  primero  á  la  obediencia  del  Rey,  \ 
haciendo  lo  que  eran  obligados ,  y  cuando  no  lo  hicie- 
sen, su  majestad  no  podia  hacer  menos  de  tener  las  co- 
sas de  su  hermano  por  proprias  suyas.  Esto  fué  en  su- 
ma lo  que  el  Emperador  les  mandó  responder ,  aunque 
por  sus  cartas  y  en  la  misma  respuesta  fué  mejor  y  mas 
largamente  respondido. 

Venido  el  dia  que  Lantgrave  habia  de  ser  en  Hala  dé 


ERRA  DE  ALEMANIA.   '  447 

Sajonia,  llegó  á  ella  con  cien  caballos,  y  fuese  ala  po- 
sada del  duque  Mauricio,  su  yerno,  ya  elector,  y  otro 
dia,  después  de  comer,  á  la  hora  que  el  Emperador 
mandó,  vino  á  palacio,  acompañándole  los  dos  electores. 
El  Emperador  estaba  en  una  sala  con  aquellas  ceremo- 
nias acostumbradas  en  estos  casos.  Habia  muchos  se- 
ñores alemanes  y  caballeros  que  ve.iian  á  ver  lo  que 
ellos  nunca  creyeron  ni  Lantgrave  decia  que  habia  de 
ser.  Llegado  delante  del  Emperador,  quitado  el  bonete, 
se  hincó  de  rodillas,  y  su  chanciller  también,  el  cual  en 
nombre  de  su  señor  dijo  estas  palabras : 

«Serenísimo,  muy  alto  y  muy  poderoso,  muy  victo- 
rioso é  invencible  Príncipe,  Emperador  y  gracioso  Se- 
ñor :  Habiendo  Felipe,  lantgrave  de  Hesen,  ofendido  en 
esta  guerra  gravísimamente  á  vuestra  majestad ,  y  dá- 
dole  causa  de  toda  justa  indignación,  é  inducido  á  otras 
personas  á  que  cayesen  en  la  misma  falta,  por  lo  cual 
vuestra  majestad  podia  usar  de  todo  rigor  en  el  cas- 
tigo que  él  merece,  el  confiesa  humilísimamente  que 
con  razón  le  pesa  de  todo  lo  hecho;  y  siguiendo  los 
ofrecimientos  que  él  ha  hecho  para  venir  delante  de 
vuestra  majestad ,  él  se  rinde  á  vuestra  majestad  de 
todo  punto  y  francamente  á  su  voluntad ,  suplican- 
do muy  humilmente  que  por  el  amor  de  Dios  y  por 
su  misericordia,  vuestra  majestad  sea  contento,  usan- 
do de  su  bondad  y  clemencia ,  perdonar  y  olvidar  la 
dicha  ofensa,  y  levantar  el  bando  del  imperio,  que  tan 
justamente  vuestra  majestad  habia  declarado  contra 
él ;  permitiendo  que  pueda  poseer  sus  tierras  y  gober- 
nar sus  vasallos,  los  cuales  suplica  á  vuestra  majes- 
tad sea  servido  de  perdonar  y  recibillos  en  su  gracia ;  y 
él  se  ofrece  para  siempre  jamás  reconocer  á  vuestra 
majestad  y  acatalle  por  su  solo  derechamente  ordena- 
do de  Dios,  soberano  señor  y  emperador,  y  obedecerle 
y  hacer  en  servicio  de  vuestra  majestad  y  del  santo 
imperio  todo  aquello  que  un  príncipe  y  vasallo  es  obli- 
gado á  hacer ,  y  para  siempre  perseverar  en  esto ;  y  que 
no  hará  ni  tratará  jamás  cosa  contra  vuestra  majestad ; 
mas  será  toda  su  vida  muy  humilde  y  muy  obediente 
servidor,  y  reconocerá  su  gran  clemencia  del  perdón 
que  de  vuestra  majestad  ha  alcanzado;  para  lo  cual 
desea  y  deseará  toda  su  vida  poder  para  servirlo  con 
aquel  agradecimiento  que  es  obligado ;  de  manera  que 
vuestra  majestad  conozca  por  efecto  que  el  Lantgra- 
ve*y  los  suyos  guardarán  y  obedecerán  lo  que  son  obli- 
gados por  los  artículos  que  vuestra  majestad  fué  ser- 
vido de  otorgalles.»  Estas  fueron  las  palabras  que  el 
lantgrave  dijo  al  pié  de  la  letra.  El  Emperador  mandó 
á  uno  de  su  consejo  alemán,  que  estaba  allí  para  res- 
ponder en  su  nombre,  que  dijese  estas  palabras:  «Su 
majestad,  clementísimo  Señor,  ha  entendido  lo  que 
Lantgrave  deHésen  ha  dicho,  que  aunque  el  Lan  I  grave 
confiesa  que  le  ha  ofendido  tan  gravemente,  y  de 
suerte  que  merece  todo  castigo,  aunque  fuese  el  mas 
grande  que  se  pudiese  dar,  lo  cual  á  todo  el  mundo  es 
notorio,  mas  no  obstante  esto,  teniendo  su  majestad 
respeto  á  que  se  viene  á  echará  sus  pies ,  por  su  acos- 
tumbrada clemencia,  y  también  por  intercesión  de  los 
príncipes  que  por  él  lian  rogado,  es  contento  de  levan- 
tarle  el  bando  que  justamente  habia  declarado  contra 
él ,  y  de  no  le  castigar  cortándole  la  cabeza,  lo  cual  él 
merecía  por  la  rebelión  cometida  contra  su  majestad, ni 
le  quiere  castigar  por  prisión  perpetua,  ni  menos  por 


DON  LUIS  DE  ÁVILA  Y  ZÚÑIGA. 


confiscación  de  sus  bienes  ni  privación  dellos ,  ni  mas 
adelante  de  lo  que  se  contiene  en  los  artículos  que  cle- 
menlemente  su  majestad  le  concede,  y  que  recibe  en 
su  gracia  y  merced  á  sus  subditos  y  criados  de  su  casa ; 
entendiéndose  que  cumpla  todo  lo  contenido  en  sus  ca- 
pítulos, y  que  no  vaya  directa  ni  indirectamente  en  nin- 
guna cosa  contra  ellos.  Y  su  majestad  quiere  creer  y 
esperar  que  el  Lantgrave  con  sus  subditos  servirá  y  re- 
conocerá de  aquí  adelante  la  gran  clemencia  que  con 
ellos  lia  usado. »  Estas  fueron  las  palabras  al  pié  de  la 
letra  que  se  respondieron  á  Lantgrave. 

En  todo  este  tiempo  el  Lantgrave  estuvo  de  rodillas, 
y  después  se  levantó.  Su  majestad  no  le  tocó  la  mano  ni 
le  hizo  ninguna  seiíal  de  cortesía.  Era  cosa  digna  de 
considerar,  por  donde  se  conoce  la  variedad  de  los  su- 
cesos humanos ,  ver  al  Lantgrave  hincado  de  rodillas  y 
preso,  y  junto  con  él  el  duque  Henrique  de  Brunsvic, 
á  quien  él  liabia  tenido  preso ,  con  libertad  y  en  pié. 
Acabado  esto,  el  duque  de  Alba  se  llegó  á  él ,  y  le  dijo 
que  se  viniese  con  él ,  y  á  los  dos  electores  les  rogó  que 
se  viniesen  con  él  á  cenar,  y  así  sacó  de  palacio  á  Lant- 
grave, y  le  llevó  al  castillo  donde  el  Duque  posaba,  y 
después  de  cenar  el  Duque  dio  un  aposento  al  Lant- 
grave en  el  castillo,  y  mandó  á  don  Juan  de  Guevara, 
capitán  del  Emperador,  del  tercio  de  Lombardía ,  que 
le  guardase. 

Al  principio  tomó  Lantgrave  su  prisión  ¡mpacientí- 
simamente,  porque  á  la  verdad  él  pensó  que,  no  siendo 
la  prisión  perpetua ,  la  temporal  había  de  ser  tan  livia- 
na y  disimulada,  que  pudiera  irse  á  caza  á  las  flores- 
tas de  Hésen ;  mas  parece  que  nuestro  Señor  permitió 
que  en  lo  que  este  pensaba  exceder  á  todos  los  de  Ale- 
mania, que  es  en  entender  negocios,  que  en  aquello 
mismo  viniese  á  capitular  contra  sí,  escribiéndolo  de  su 
mano;  y  así,  no  entendió  que  no  tratando  sino  de  la 
prisión  perpetua ,  la  temporal  quedaba  á  discreción  de 
aquel  en  cuyas  manos  se  metía.  Después  vino  á  conocer 
que  su  boca  habló  contra  él ,  y  comenzó  á  quietarse  y  to- 
mar su  fortuna  con  mas  paciencia.  Así  que,  este,quese 
preciaba  tanto  de  negocios,  se  vino  á  perder  por  los  ne- 
gocios; y  el  duque  de  Sajonia,  que  se  preciaba  de  hom- 
bre de  guerra  y  de  fuerza,  vino  á  perderse  en  la  guerra. 

Estas  dos  cabezas  de  luteranos,  que  tanto  han  hecho 
en  desasosiego  de  la  cristiandad ,  los  ha  traído  Dios  á 
poder  del  Emperador,  con  medios  tan  honrados  para 
él ,  cuanto  el  mundo  sabe  y  sabrá  hasta  que  se  acabe. 
Y  pues  hablo  destos  dos  príncipes ,  no  me  parece  que 
será  fuera  de  propósito  decir  lo  que  de  cada  uno  dellos 
se  juzga.  El  duque  de  Sajonia  es  hombre  de  muy  gran- 
de ánimo ,  muy  afable  y  discreto ,  y  á  su  modo,  de  muy 
buena  gracia  en  todo  lo  que  dice ,  liberal ;  y  por  estas 
buenas  partes  es  tan  bienquisto  en  toda  Alemania ,  que 
en  ninguna  parte  della  deja  de  tener  buenos  amigos. 
Es  mas  sosegado  que  el  Lantgrave  ,  por  cuyo  consejo 
dicen  que  él  comenzó  la  guerra  del  ailo  pasado.  Es  muy 
diferente  condición  desla  la  de  Lantgrave,  porque  es 
muy  desasosegado  en  extremo,  muy  amigo  de  tratos; 
uo  tiene  aquella  afabilidad  que  el  otro  en  su  conversa- 
ción ,  ni  en  su  plática  se  conoce  mucha  discreción ;  an- 
tes se  ve  que  tiene  ingenio  levantado.  Cuanto  á  lo  del 
ánimo,  no  tiene  aquella  opinión  entre  las  gentes  que 
el  duque  de  Sajonia ;  mas  como  ha  sido  el  que  ha  anda- 
do mas  diligente  en  las  tramas  pasadas,  y  era  capitán 


general  de  la  Liga,  ha  dado  ocasión  que  se  hablase  mas 
del  que  del  otro  ,  siendo  muy  mayor  autoridad  la  del 
duque  de  Sajonia  que  la  suya. 

Allí  en  Hala  vino  á  su  majestad  una  gran  congratula- 
ción de  la  victoria  de  parte  del  Papa,  y  en  el  breve  que 
le  escribió  le  puso  el  renombre  de  máximo  y  forlisimo, 
renombres  tan  merecidos  cuanto  bien  ganados.  Aca- 
badas estas  cosas,  el  Emperador  partió  de  Hala,  ha- 
biendo proveído  cómo  se  derribase  Gota  y  se  trajese  el 
artillería  della  á  Francfort;  y  también  proveyó  cómo  se 
derribasen  todas  la  fuerzas  de  Lantgrave,  excepto  una 
que  su  majestad  le  deja,  y  el  artillería  y  municiones  se 
llevasen  de  la  una  parte  y  de  la  otra  á  Francfort ,  por- 
que allí  hace  juntar  toda  el  artillería  y  municiones  ga- 
nadas en  estas  dos  guerras ,  sino  son  las  cien  piezas  de 
Vitemberg,  que  envía  cincuenta  á  Milán  y  cincuenta  á 
Ñapóles.  Las  docientas  que  se  tomaron  á  Lantgrave  y 
las  cien  de  Gota ,  y  ciento  que  dan  las  ciudades  que  el 
Emperador  rindió  cuando  deshizo  el  campo  de  la  Liga, 
se  juntan  allí  para  las  llevar  á  Flándes.  Destas  cuatro- 
cientas el  Emperador  envía  á  España  ciento,  con  otras 
ciento  y  cuarenta  que  él  tenia  para  enviar  allí.  En  Flán- 
des quedan  trecientas,  porque  es  muy  justo  que  en  to- 
das las  partes  de  sus  estados  donde  se  sabe  la  fama 
desta  victoria  se  vean  las  insignias  della.  Proveyendo 
cómo  todas  estas  cosas  se  pusiesen  luego  en  efeto,  y 
cumpliéndose  todos  los  capítulos  que  se  dieron  al  Du- 
que y  á  Lantgrave,  el  Emperador  se  partió  para  Nu- 
remberga,  llevando  el  camino  de  Bamberga,  porque 
esto  era  no  apartarse  de  Bohemia,  sino  irla  siempre 
corteando,  por  dar  todavía  calor  á  las  cosas  del  rey 
de  romanos,  del  cual  su  majestad  tuvo  nueva  cómo  ha- 
bía sujetado  á  Bohemia.  Tanto  vale  la  reputación  de 
un  príncipe  valeroso ,  que  con  ella  da  calor  á  cualquier 
empresa,  por  difícil  que  sea. 

El  Emperador  fué  por  Turingia ,  tierra  muy  fértil, 
aunque  llena  de  pasos  harto  ásperos,  los  cuales  los 
de  la  tierra  tenían  tan  fortificados,  que  parecía  bien 
que  tenían  esperanza  muy  diferente  de  lo  que  después 
sucedió,  y  que  estaban  tan  confiados  de  las  fuerzas  de 
su  señor,  que  no  esperaban  por  allí  al  Emperador  vic- 
torioso, porque  los  pasos  eran  tales,  que  si  no  fuera  así, 
era  imposible  pasar;  mas  por  todo  se  pasó  muy  bien, 
porque  al  vencedor  nada  lees  difícil. 

Muchas  cosas  dejo  de  escribir,  como  es  la  guerra  de 
Lantgrave  con  el  duque  de  Brunsvic,  la  del  duque 
Erico,  su  hijo,  mosiur  de  Cruyningue  y  Frisberger  con 
los  de  Brema,  y  otras  particularidades;  porque  no  quie- 
ro alargar  este  mi  Comentario,  ni  quitallas  á  los  que 
tienen  cargo  de  escribir  estas  y  las  otras.  Las  que  yo 
aquí  pongo  servirán  algo  de  ayudar  á  su  memoria,  y 
también  á  que  por  mi  parte  no  se  pierda  la  que  se  ha  de 
tener  de  hechos  tan  valerosos  y  tan  de  caballero  comf 
son  los  del  Emperador. 

En  este  camino  de  Turingia  vino  á  hacer  su  humilla^ 
cion  al  Emperador  el  hijo  mayor  del  duque  de  Sajonia, 
que  estaba  en  Gota,  y  ratificó  todo  lo  que  por  su  padre 
se  había  otorgado.  Su  majestad  le  oyó  y  recibió  muy 
bien,  y  después  de  haber  tratado  de  los  negocios,  le 
llamó,  y  le  preguntó  cómo  estaba  la  herida  de  la  cabeza 
y  de  la  mano;  del  cual  favor  el  mancebo  mostró  gran 
contentamiento.  Son  estas  afabilidades  que  en  un  prín- 
cipe y  vencedor  parecen  muy  bien. 


COMENTARIO  DE  LA 

Venido  el  Emperador  á  Bamherga ,  recibió  allí  el  le- 
gado del  Papa.  De  allí  vino  á  iXuremberga,  adonde  se 
detuvo  algunos  días ,  esperando  tomar  resolución  de  la 
ciudad  donde  temía  la  dieta  ;  porque  en  Ulma ,  donde 
pensaba  tenella ,  no  liabia  la  salud  que  convenia  para 
juntarse  toda  Alemania  allí,  pues  habían  de  venir  todos 
los  príncipes  y  de  todas  las  ciudades  della. 

En  este  tiempo  ya  Lubcc,  ciudad  poderosísima,  se 
liabia  venido á  presentará  su  majestad,  y  mostrar  có- 
mo nunca  le  había  deservido;  y  así  es  verdad,  que  nunca 
hizo  cosa  contra  su  maj oslad.  Brema,  tomando  al  rey  de 
Dinamarca  por  intercesor,  trata  su  perdón  ;  los  duques 
de  Pomerania  y  Lunemburg  negocian  con  disculpas  y 
ruegos  y  justificaciones  sus  negocios ;  Bransvic  y  Hil- 
desiieim  y  Broma  vienen  aquí  á  Augusta,  á  ponerse  en 
la  misericordia  de  su  majestad,  porque  saben  cuan  á  la 
mano  tiene  el  castigo  deltas,  porque  no  solamente  su 
persona,  mas  ninguna  parte  de  su  ejército  es  menester 
para  castigarlas ,  sino  mandar  á  los  señores  vecinos  de- 
ilas  que  les  hagan  la  guerra;  lo  cual  ellos  desean  co- 
mo cosa  de  que  les  vendrá  gran  provecho,  y  que  harán 
con  gran  facilidad ,  porque  ya  la  liga  que  hacia  tan  po- 
derosas á  las  ciudades ,  el  Emperador  la  deshizo  el  año 
pasado.  Hamburgo  se  vino  á  rendir,  estando  ya  el  Em- 
perador en  Nuremberga ;  y  así,  la  cabeza  de  las  ciudades 
marítimas  ha  sido  la  primera  de  lasque  se  han  venido 
á rendir,  haciendo  un  gran  sen'icio  de  dinero,  y  po- 
niéndose debajo  de  la  obediencia  imperial,  la  cual  no 
reconocia  hasta  ahora,  y  haciendo  otras  cosas  que  al 
Emperador  le  parecía  que  se  le  debían  mandar. 

Otros  muchos  lugares  se  han  venido  á  rendir,  de  que 
no  hago  memoria,  porque  seria  larga  historia;  sola- 
mente escribo  esto,  porque  habiendo  hecho  al  princi- 
pio memoria  destas  ciudades ,  no  pareciese  ahora  que 
las  olvidaba,  las  cuales,  si  su  fortuna  no  las  ayuda  para 
que  su  majestad  las  reciba  en  su  gracia ,  antes  que  la 
dieta  se  acabe,  pienso  que  en  ella  se  determinará  el 
castigo  dellas  mas  duramente  de  lo  que  piensan,  por 
mucho  que  ellas  teman  su  daño. 

Dcsta  manera  ha  compuesto  el  Emperador  las  cosas 
de  Alemania ,  que  estaban  en  la  cumbre  de  la  soberbia 
y  con  tanto  poder,  que  los  que  eran  cabezas  dellas  no 
les  parecía  su  soberbia  presunción,  sino  razón.  Y  sin 
duda  ninguna  su  poder  era  tan  grande,  que,  cuanto 
á  lo  humano ,  no  parecía  que  había  fuerzas  en  el  resto 
de  la  cristiandad  toda  junta  para  contrastar  con  las  des- 


GlfeBRA  DE  ALEMANIA.  U9 

tos;  mas  Dios,  que  todo  lo  puede,  ha  permitido  lo  me- 
jor. Y  así ,  el  Emperador  ha  ganado  estas  victorias ,  de 
las  cuales  quedará  su  nombre  mas  claro  que  el  de  los 
emperadores  romanos,  pues  en  los  efectos  muy  grandes 
ninguno  le  hizo  vcntíija ,  y  en  la  causa  dellos  él  la  ha 
hecho  á  todos;  y  así,  tiene  obligados  á  todos  estos 
príncipes  que  estén  por  la  determinación  de  la  Iglesia, 
as!  como  al  conde  Palatino  y  duque  Mauricio  y  marqués 
de  Brandemburg,  electores,  y  á  todos  los  de  su  nom- 
bre y  al  duque  de  Vítemberg  ,  y -lo  que  mas  imposible 
parecía  en  Alemania,  al  mismo  Lantgrave  y  otros  prínci- 
pes, y  juntamente  todas  las  ciudades  imperiales;  de  lo 
cual  desde  Augusta  ,  donde  se  tiene  la  dieta ,  su  majes- 
tad envió  con  el  cardenal  de  Trento  larga  relación  ásu 
santidad. 

La  grandeza  desta  guerra  merece  muy  mas  larga 
relación  que  esta  mía;  mas  yo  con  esta  breve  ayudo á 
la  memoria  de  los  que  la  han  de  hacer  de  toda  ella 
mas  particularmente.  Solo  esto  diré,  que  César,  de  cu- 
yos comentarios  el  mundo  está  lleno,  tardó  en  sojuz- 
gar á  Francia  diez  años,  y  con  solo  haber  pasado  el 
Riu  y  estado  diez  y  ocho  días  en  Alemania,  liorna  ha- 
cia suplicaciones  á  los  dioses,  y  le  pareció  que  bastaba 
aquello  para  la  autoridad  y  dignidad  del  pueblo  que  se- 
ñoreaba el  mundo.  El  Emperador  en  menos  de  un  año 
sojuzgó  esta  provincia,  bravísima  por  testimonio  de  los 
romanos  y  de  los  de  nuestros  tiempos.  También  Cario- 
Magno  en  treinta  años  sojuzgó  á  Sajonia ;  y  el  Empera- 
dor en  menos  de  tres  meses  fué  señor  de  toda  ella.  Así 
que  la  grandeza  desta  guerra  merece  otros  estilos  mas 
altos  que  el  mío,  porque  yo  no  la  sé  escribir  sino  po- 
niendo la  verdad  libre  y  desnuda  de  toda  afición  apa- 
sionada ;  porque  la  memoria  della ,  en  cuanto  en  mí  es, 
pues  lo  vi  todo,  sea  tan  perpetua  cuanto  merece  la  gran- 
deza de  la  empresa ,  la  cual  y  la  del  año  pasado  han  sido 
gobernadas  por  el  Emperador  tan  acertadamente,  que 
sí  de  otra  manera  se  hubiera  guiado,  no  se  hubiera  con- 
seguido el  fin  que  todos  hemos  visto.  Porque  todas  las 
veces  que  ha  sido  menester  el  gobierno  y  arte ,  se  ha 
observado  la  orden  para  aquel  efecto  necesaria ;  y  cuan- 
do ha  sido  conveniente  la  fuerza  y  la  determinación ,  se 
ha  ejecutado  con  aquel  ánimo  y  esfuerzo  que  es  menes- 
ter para  que  la  fama  de  su  majestad  quede  tan  supe- 
rior á  la  de  los  capitanes  pasados,  cuanto  en  la  virtud 
y  valor  él  lo  es  á  todos  ellos. 


ll-i. 


29 


JORNADA  DE  CARLOS  V 

Á  TÚNEZ, 

POR  EL  DOCTOR  GONZALO  DE  ILLESCAS. 


Dns  hermanos  había  en  la  isla  de  Lesbo,  en  la  ciudad 
de  Mil.ilenc,  cabeza  dellü ,  hijos  de  un  hombre  bien  po- 
bre, griego,  turco  de  ley,  que  se  llamaba  el  uno  Hor- 
rucio  Barbaroja,  y  el  otro  Hariadeno.  Eran  estos  dos 
tan  pobres  y  de  vil  suerte ,  que  no  tenían  en  esta  vida 
otra  hacienda  mas  qice  una  galerilla  de  á  dos  remos  por 
banda  ,  con  la  cual  se  metieron  poco  á  poco  en  la  mar 
&  robar  lo  que  podian  de  pasajeros  cristianos ,  y  aun  no 
cristianos,  como  gente  perdida  y  que  no  tenian  qué 
comer  si  no  lo  hurtaban.  Y  como  quiera  que  por  sí  so- 
los no  bastaban  á  sustentarse ,  procuraron  animarse  á 
un  muy  famoso  cosario  que  se  decía  Camales,  para  que 
los  favoreciese  y  los  enseñase  en  aquel  oficio.  Diéronse 
tan  buena  maña  ellos  á  servirle,  y  él  á  favorecerlos,  que 
en  pocos  días  se  hicieron  ricos.  Con  lo  que  habían  ga- 
nado ,  que  no  era  poco ,  apartáronse  de  Camales  para 
hacer  cabeza  por  sí;  y  tomando  en  su  compañía  otros 
ladrones  menores,  hicieron  una  flota,  y  todos  dieron  el 
título  y  nombre  de  capitán  á  Horrucio  Barbaroja,  co- 
mo á  mas  anciano  y  mas  diestro  en  el  oficio.  Hízose  en 
pocos  días  Horrucio  tan  poderoso  con  gentes  que  se  le 
venían  á  juntar,  que  tuvo  ánimo  para  desviarse  bien  de 
su  tierra.  Y  allegándose  á  la  costa  de  Berbería,  vinoá 
tocaren  Argel  á  tiempo  que  dos  hermanos  traian  entre 
sí  cruel  guerra  sobre  la  sucesión  de  aquel  reino.  El  uno 
dellos,  que  por  sí  no  tenia  fuerzas  para  poderse  defen- 
der de  su  hermano,  acudió  de  presto  á  Horrucio  Bar- 
baroja ,  y  rogóle  que  le  favoreciese  ,  prometiéndole  una 
gran  suma  de  dineros ;  y  él  holgó  de  hacerlo  de  muy 
buena  gana.  Diéronse  los  dos  tan  buen  cobro,  que  en 
pocos  días  despojaron  al  otro  hermano,  y  quedó  el  ami- 
go de  Barbaroja  con  el  reino  pacíficamente.  Horrucio 
estuvo  con  esto  algunos  días  en  paz,  yendo  y  viniendo 
á  sus  negocios  de  cosario  ,  y  recogiéndose  muchas  ve- 
ces en  Argel  como  en  casa  de  su  amigo,  hasta  que  le  tuvo 
seguro  ;  y  cuando  él  mas  descuidado  estaba ,  hízole  una 
tal  burla ,  que  le  mató,  con  todos  los  amigos  que  tenia, 
y  se  levantó  con  el  reino  á  devoción  del  gran  turco  Sc- 
iiman ,  cuyo  vasallo  él  era,  como  turco  de  nación.  Ganó 
después  el  puerto  de  Cercello,  que  antiguamente  se  lla- 
mó Julia  Cesárea,  y  dende  el  un  puerto  al  otro  alteraba 
toda  la  mar,  y  las  costas  de  España  y  Francia  hasta  Ve- 
necia,  que  no  se  podía  por  ellas  navegar  sin  grandísimo 
peligro.  Puso  después  Horrucio  cerco  sobre  Bugía,  y 
túvola  puesta  en  harto  trabajo ;  pero  fué  su  desgracia 
que  con  una  pelota  de  artillería  le  llevaron  el  brazo  de- 
recho casi  todo;  y  así ,  tuvo  por  bien  de  alzar  el  cerco 
para  irse  á  curar  de  aquella  cruel  herida.  Sanó  muy 


bien ,  y  púsose  un  brazo  y  mano  de  hierro  con  tanta 
destreza,  que  apenas  sentía  falla  ninguna.  Con  él  hizo 
cosas  hazañosísimas,  porque  venció  á  Diego  de  Vera 
cerca  de  Argel,  peleó  con  don  Hugo  de  Moneada,  y 
hízole  retirar  á  las  galeras,  y  por  una  tempestad  que 
sobrevino  hubo  en  su  poder  la  mayor  parte  de  su  gente. 
Quitó  después  el  reino  al  rey  de  Tremecen,  amigo  y 
tributario  del  Emperador.  Vino  desde  ahí  á  poco  sobro 
Oran ,  y  allí  fué  vencido ,  y  se  salió  huyendo,  y  en  el  al- 
cance vino  á  poder  de  sus  enemigos,  y  ellos  le  cortaron 
la  cabeza,  la  cual  se  trajo  después  por  muchos  pueblos 
de  España  como  en  triunfo ,  con  grandísimo  regocijo 
de  toda  la  cristiandad ,  pensando  que  con  faltar  Horru- 
cio Barbaroja  quedaba  la  mar  y  la  tierra  segura  de  sus 
ladronicios.  Pero  engañáronse  mucho,  porque  el  otro 
hermano  Hariadeno,  ansí  como  le  sucedió  á  Horrucio 
en  el  nombre,  llamándose  también  Barbaroja,  ansí  tam- 
bién le  sucedió  en  el  reino  de  Argel  y  de  Cercello ,  y  en 
el  ser  inimicísimo  de  cristianos ;  y  con  otro  espíritu  mas 
que  el  de  su  hermano,  comenzó  ú  quererse  hacer  señor 
de  toda  la  costa  de  África,  teniendo  por  poco  todo  lo 
que  el  hermano  le  había  dejado,  para  hartar  su  insacia- 
ble codicia.  Era  temido  extrañamente  de  los  moros  y 
alárabes,  y  mucho  mas  de  los  insulares  de  Sicilia  y  Cór- 
cega, Cerdeña,  Mallorca,  y  de  las  otras  islas  y  costas 
de  la  cristiandad;  porque  luego  se  le  juntaron  lodos  los 
cosarios  de  menor  nombre.  En  todas  las  cosas  que  to- 
maba entre  las  manos  era  dichosísúno  sobre  manera  : 
mató  por  asechanzas  al  capitán  Hamete,  que  veniacon- 
tra  él  con  infinita  multitud  de  alárabes ,  y  después  ven- 
ció otros  dos  capitanes ,  Beucádes  y  Amidas.  En  la  mar 
venció,  como  ya  dijimos,  á  don  Hugo  de  Moneada  jun- 
to á  Cerdeña ;  desbarató  y  mató  á  Portundo  el  año  de  29 
cuando  se  volvía  de  llevar  al  César  á  la  coronación ;  to- 
móle ocho  galeras,  y  llevó  preso  al  hijo  á Constantíno- 
pla.  Como  cada  día  ganaba  galeras ,  vino  á  tener  tanto 
número  dellas,  que  pudo  competir  con  Andrea  Doria, 
y  aun  le  venció  una  vez  junto  á  Cercello.  Tomó  una  for- 
taleza que  tenian  españoles  muchos  años  habia  cerca 
de  Argel ,  y  púsola  por  tierra.  Con  estas  y  con  otras  fa- 
mosas hazañas  vino  á  ser  conocido  por  fama  del  turco 
Solimán,  el  cual,  cuando  volvió  á  Constantinopla  hu- 
yendo de  Viena ,  envió  por  él  para  hacerle  capitán  ge- 
neral de  sus  galeras,  en  lugar  de  Himeral ,  el  que  huyó 
de  Andrea  Doria  cuando  ganó  á  Coron.  Favorecióle  a 
Barbaroja  mucho  el  grande  privado  de  Solimán ,  Ha- 
braim-basá.  Holgóse  extrañamente  Barbaroja  de  tan 
alegre  embajada  ,  y  con  cuarenta  galeras  bien  armadas 


452 


GONZALO  DE  ILLESCAS. 


ptirlió  de  Argel  píira  Conslantinopla.  Venció  y  quemó 
en  el  camino  ciertos  navios  gcnovescs  que  iban  por  tri- 
go á  Sicilia ,  saqueó  á  Rio  y  la  isla  Uva  ,  llevó  consigo 
al  rey  Rósceles ,  de  Túnez ,  hermano  de  Muleáses ,  que 
liabia  sido  vencido  y  despojado  por  él ,  y  se  liabia  enco- 
mendado á  Barbafoja  para  que  le  favoreciese  contra 
Muleáses.  Con  este  Rósceles  hizo  Barbaroja  grande  os- 
lentacion ,  y  pudo  acabar  con  Solimán  que  le  diese  el 
oficio  de  capitán  general ,  para  que  fué  llamado.  Diósele 
juntamente  el  nombre  de  basa,  para  que  fuesen  con  él 
los  basas  cuatro,  que  no  solían  antes  ser  mas  do  tres. 
Diúie  Solimán  de  su  mano  las  insignias  de  capitán  ge- 
neral ,  y  entrególe  luego  ochocientos  mil  ducados  para 
proveer  la  armada,  y  ochocientos  genízaros  para  con 
que  hiciese  la  guerra  contra  Muleáses.  Salió  Barbaroja 
de  Conslantinopla  con  ochenta  galeras  un  poco  antes 
que  Solimán  se  fuese  á  la  guerra  de  Persia ;  dejó  en  el 
puerto  otras  doce  galeras  para  que  Amurátes,  su  capi- 
tán ,  pasase  en  ellas  el  ejército  de  Solimán  en  Asia ;  to- 
mó tierra  Barbaroja  en  Calabria;  saqueó  á  san  Lucido, 
adonde  halló  riquísimo  despojo ,  y  llevó  cautivos  todos 
los  vecinos  del  lugar,  sin  dejar  uno ;  fué  &  Citrario,  por- 
que le  dijeron  que  se  labraban  allí  galeras ;  no  halló 
gente,  y  mandó  quemar  la  madera  con  que  se  labra- 
ban ;  pasó  de  allí  á  vista  de  Ñapóles ;  y  si  saltara  á  tier- 
ra, no  dejara  de  hacer  harto  daño,  y  aun  por  ventura 
tomara  la  ciudad ,  porque  estaba  sola  y  sin  defensa ; 
pasóse  á  la  isla  Prócida,  y  saqueó  la  ciudad  ;  saltó  al 
piierto  de  Gaota,  y  tomó  la  Espelunca,  pueblo  allí  cer- 
ca, cautivando  mas  de  mil  y  docientas  personas.  En- 
tráronse por  la  tierra  de  noche  hasta  Finidi  docientos 
turcos  con  intención  de  prender  á  la  hermosísima  Julia 
Gonzaga,  nuera  de  Próspero  Colona ,  una  de  las  mas  her- 
mosas mujeres  que  se  han  visto  en  el  mundo  en  nuestros 
tiempos  ( según  refiere  Ariosto  en  su  Orlando  furioso, 
y  ansí  lo  oí  yo  decir  á  quien  la  conoció),  y  es  averiguado 
que  volábala  fama  de  su  extraña  hermosura  y  graciosí- 
simos ojos.  Fué  grandísima  ventura  poderse  escapar 
esta  señora;  porque  los  turcos  entraron  la  ciudad  y  ma- 
taron casi  á  todos  los  que  dentro  hallaron,  profanando  y 
destruyendo  los  templos  y  las  honradas  sepulturas  de  los 
coloneses,  con  las  banderas  y  trofeos  de  sus  Vitorias,  que 
allí  estaban.  Quisiera  infinitísimo  Barbaroja  haber  á  las 
manos  á  la  señora  Julia  para  hacer  presente  dolía  á  So- 
liman  ;  pero  no  quiso  Dios  que  aquel  bárbaro  gozase  de 
tan  rara  belleza.  Robó  después  la  ciudad  de  Terracina 
con  la  mesma  crueldad  que  hizo  á  Fundí.  Acudieron 
luego  á  Roma  con  la  nueva  los  vecinos  de  Piperno,  al 
tiempo  que  el  pontífice  Clemente  estaba  en  la  cama  muy 
al  cabo  de  la  enfermedad  de  que  murió.  Fué  grandísima 
la  turbación  que  se  sintió  en  la  ciudad ,  porque  cierto 
ella  estaba  tan  sola  y  desapercibida,  que  si  por  malos  de 
pecados  á  Barbaroja  le  viniera  gana  de  probar  ventura, 
tiénese  por  muy  cierto  que  pudiera  saquear  á  Roma. 
Juntáronse  luego  á  consistorio  los  cardenales ,  sacaron 
de  la  cámara  y  erario  apostólico  todo  el  dinero  que  se 
pudo  hallar,  y  encargóse  al  cardenal  Hipólito  que  to- 
mase el  cuidado  de  defender  la  patria.  ílízose  alguna 
gente,  que  salió  en  campaña ;  pero  todos  eran  ladrones 
y  gente  perdida ,  y  por  do  quiera  que  pasaban  liafian 
mas  daño  que  hicieran  los  mismos  turcos  si  por  olla  an- 
duvicnm.  Pero  al  fin  no  fué  menester,  porque  Barba- 
roja  llevaba  otro  designio,  y  de  presto  dio  consigo  en 


África  con  tanta  diligencia,  que  cuando  pensaban  en 
Roma  que  le  tenían  á  cuestas ,  estaba  él  sobre  Túnez  á 
íin  de  tomar  á  Muleáses  de  sobresalto;  porque  todas 
estas  salidas  que  hizo  en  Italia  las  hizo  por  engañarle, 
y  porque  pensase  que  su  venida  no  era  contra  él ,  sino 
contra  cristianos,  no  embargante  que  siempre  echó  fa- 
ma ( y  así  se  creyó  en  Túnez)  que  llevaba  consigo  á  Ros- 
cóles para  restituirle  en  su  reino ;  aunque  Muleáses  bien 
sabia  que  quedaba  medio  preso  en  Conslantinopla ,  y 
por  eso  se  descuidó  asegurarse ,  porque  sabia  él  que  el 
mayor  pertrecho  que  contra  él  podía  traer  Barbaroja  era 
su  hermano,  porque  tenia  muchos  amigos  en  Túnez. 
Era  Muleáses  hijo  de  Mahométes,  rey  de  Túnez,  y  de 
Lentigesia ,  una  de  sus  mujeres ,  de  nación  alárabe,  tan 
varonil  y  ambiciosa,  que  con  tener  Mahométes  otros 
veinte  y  dos  hijos,  y  algunos  mayores  que  Muleáses, 
ella  tuvo  maneras  como  él  fuese  rey  en  competencia  de 
todos  sus  hermanos.  A  Maymon,  el  hijo  mayor,  levan- 
tóle Lentigesia  que  se  había  querido  alzar  con  el  reino, 
y  tuvo  manera  como  su  padre  le  hizo  matar.  Roscóles 
se  escapó  huyendo.  A  todos  los  demás  prendiólos  Ma- 
lcases ,  y  mató  algunos ,  y  los  demás  cególos  con  el  ar- 
tificio que  usan  los  bárbaros  de  poner  ante  los  ojos  una 
plancha  de  cobre  encendida.  Los  tres  de  estos  ciegos, 
Barca,  Balotes  y  Saytes,  hallólos  después  su  majestad 
en  Túnez,  y  trujólos  consigo.  Mató  ansimesmo  Muleá- 
ses todos  cuantos  sobrinos  y  parientes  pudo  haber,  y 
con  ellos  hizo  también  matar  á  dos  amigos  de  su  padre, 
los  que  por  su  industria  habían  muerto  á  Maymon.  No 
los  mato  por  otra  cosa  sino  por  no  les  pagar  aquella 
buena  obra,  y  porque  no  les  pagando  como  debia  ,  de 
fuerza  se  le  habían  de  rcbelar.  Tuvo  también  Lentige- 
sia maneras  como  matar  casi  todas  las  mancebas  y  mu- 
jeres de  su  marido ;  y  algunos  dijeron  que  Muleáses  con 
su  industria  dolía  hizo  morir  consigo  á  su  propio  pa- 
dre ,  que  así  se  usa  entre  gente  tan  bárbara.  Todas  es- 
tas tiranías  publicaba  Barbaroja  que  quería  cartigarlas, 
y  restituir  el  reino  á  Roscólos ;  pero  no  era  esta  su  in- 
tención, sino  de  hacer  lo  que  hizo.  En  pasando  de  Ita- 
lia, tomó  puerto  en  Biserta,  y  echó  fama  que  Roscóles 
quedaba  en  su  galera  mal  dispuesto,  y  por  eso  se  le  rin- 
dieron luego  los  de  Biserta  antes  que  Muleáses  supiese 
su  venida.  Salió  de  allí  con  sus  galeras ,  y  púsose  á 
vista  de  la  Goleta.  No  le  recibieron  dentro ,  como  tenia 
pensado,  porque  los  que  tenían  la  fortaleza  dijeron  que 
pasase  adelante  sobre  su  seguro ;  y  que  ganando  él  la 
ciudad,  se  la  darían  ellos  luego.  Estaba  ya  la  ciudad  al- 
borotadísima con  pensar  que  Roscóles  venia :  Muleáses 
era  extrañamente  malquisto  por  sus  crueldades ,  y  por 
eso  acordó  de  irse,  y  con  harto  trabajo  pudo  salirse 
huyendo  de  la  ciudad,  sin  llevar  consigo  dineros  ni  jo- 
yas, que  tenia  infinitas.  Como  los  de  Túnez  vieron  sa- 
lido de  la  ciudad  á  Muleáses,  tomaron  la  mujer  y  los  hi- 
jos do  Roscólos,  y  salieron  con  ellos  muy  gozosos  á  re- 
cibir á  Barbaroja ,  pensando  que  Roscóles  venia  con  él 
allí.  Salló  luego  Barbaroja  en  tierra ,  púsose  á  caballo, 
y  tomó  consigo  hasta  cinco  mil  hombres,  y  entró  por 
la  ciudad  con  una  grita  muy  grande,  apellidando  todos 
Solimán,  Solimán,  Barbaroja,  Barbaroja.  Los  de  Tú- 
nez, que  andaban  buscando  con  los  ojos  si  vian  á  Rós- 
celes, como  no  lo  hallaban ,  y  después  supieron  de  cier- 
to que  quedaba  casi  preso  en  Conslantinopla,  y  vieron 
que  Barbaroja  los  habla  engañado  por  alzarse  con  la 


JORNADA 
ciudad,  acudieron  lodos  á  las  armas.  Tomaron  por  su 
eapitan.al  mesuar  de  la  ciudad,  que  es  lo  mismo  que 
gobernador  ó  corre^'idor ;  pusiéronse  lodos  en  un  lugtu- 
alio,  y  comenzaron  á  apelHilar  la  Iraicion  queliarbaro- 
ja  usaba  con  ellos.  Hicieron  luego  un  correo  y  muclios 
á  Mufeáses  que  volviese ;  y  con  el  mismo  furor  que  le- 
nian  conlra  Barbaroja ,  acouietieron  á  los  turcos  y  ma- 
taron muclios  dellos.  Muleáses  volvió  luego,  porque  aun 
no  liabia  pasado  de  los  huertos  donde  posan  los  rabas- 
lenios,  que  son  ciertos  caballeros  cristianos  que  viven 
en  su  ley,  y  hacen  guarda  á  la  persona  del  rey  de  Túnez 
por  antigua  costumbre.  Los  turcos,  como  vieron  el  plei- 
to mal  parado,  fuéronse  retrayendo  hasta  la  fortaleza. 
Recibiéronlos  bien  los  de  dentro,  y  luego  acudió  el  31e- 
suar  á  cercarlos  con  tanta  furia ,  que  si  no  fuera  por  un 
renegado  que  se  llamaba  Baeza,  la  entraran.  Este  Bae- 
za  hizo  subir  de  presto  á  la  torre  una  culebrina,  y  dis- 
paróla con  tanta  furia,  que  puso  en  los  de  la  ciudad 
grandísimo  temor  y  espanto,  y  aflojaron  un  poco,  hasta 
que  llegaron  Muleáses  y  Doray,  un  lio  suyo,  hermano 
tle  Lenligesia,  que  pusieron  en  grandísimo  peligro  y 
trabajo  á  Barbaroja,  Y  no  sabiendo  qué  medio  tomar, 
fué  á  él  un  renegado  español,  natural  de  Málaga,  que 
había  sido  soldado  de  Pedro  Navarro ,  y  se  llamaba  Ha- 
lis,  y  aconsejóle  que  saliese  animosamente  á  pelear, 
porque  los  moros  eran  gente  vil  y  para  poco ,  y  no  su- 
frirían la  furia  de  los  turcos.  Hízolo  ansí  Barbaroja ,  y 
con  tan  buen  ánimo,  que  en  el  primer  acometimiento 
mató  al  Mesuar  y  mas  de  tres  mil  ciudadanos ,  y  los  hizo 
á  todos  retirar  en  sus  casas  con  mas  de  seis  mil  dellos 
heridos,  y  tan  amedrentados,  que  no  osaron  mas  tomar 
armas  conlra  él.  Muleáses  hubo  de  salirse  huyendo  de 
la  ciudad ,  y  fuese  con  Doray  á  Conslanlina,  allá  dentro 
en  África ,  adonde  se  estuvo  quedo  basta  que  pasó  á  Tú- 
nez el  Emperador.  Otro  día  de  mañana  movieron  los 
ciudadanos  trato  de  paz  con  Barbaroja ,  y  de  bueno  á 
bueno  le  recibieron  por  su  rey  en  nombre  de  Solimán  y 
á  su  devoción ;  con  que  les  prometió  y  les  dio  muy  bue- 
nas esperanzas  de  que  el  gran  turco  Solimán  algún  día, 
y  bien  presto,  daría  el  reino  á  Rósceles,  á  quien  ellos 
tanlo  querían :  con  lo  cual  Barbaroja  fué  sin  contradi- 
cion  ninguna  reconocido  y  llamado  rey  en  Túnez  y  en 
todas  las  ciudades  y  pueblos  del  reino.  Dende  allí  pro- 
siguió su  oficio  de  cosario ,  y  cada  día  hacia  en  las  islas 
y  costas  de  la  cristiandad  infinitos  saltos  y  correrías, 
con  que  no  nos  dejaba  cosa  segura. 

En  el  estado  que  acabo  de  decir  estaban  las  cosas  de 
Haríadeno  Barbaroja ,  cuando  el  emperador  Carlos  V, 
por  espantar  &  sus  enemigos  y  defender  la  causa  co- 
mún de  la  cristiandad,  comenzó  á  ponerse  á  punto  para 
la  jornada  de  Túnez,  porque  sabia  que  Barbaroja  ponía 
en  orden  muy  grande  armada  para  ir  sobre  Ñapóles ,  ó 
á  lo  menos  apoderarse  de  Sicilia.  Era  esta  guerra  que 
el  Emperador  comenzaba,  honestísima  y  de  muy  buen 
sonido,  porque  en  ella  se  habían  de  asegurarlas  costas 
de  la  cristiandad :  cumplía  mucho  su  majestad  con  esta 
tan  santa  y  pía  jornada  con  su  reputaciony  fama  de  cris- 
tiauísimo  y  celoso  de  la  honra  de  la  fe  católica,  y  parecía 
que  queriayanioslrarsus  fuerzas  y  felicidad  contrainfie- 
les, como  hasta  aquí  las  mas  d<í  las  veces  las  haWa  mos- 
trado conlra  eristíanos;  y  con  tomar  él  soloy  á  su  costa 
y  por  su  misma  persona  esta  común  empresa,  dismi- 
nuía el  crédito  de  sus  émulos,  y  parecía  que  les  cansaba 


DE  TINEZ.  4S3 

j  confusión,  pues  siendo  oí  negocio  de  todos,  le  liaciaél  á 
I  tanta  costa  de  sus  negocios ;  y  mieiilras  los  otros  se  es  • 
(aban  descansando  en  sus  casas,  d(¡jabaél  sus  regalos 
I  y  su  pro[)ia  casa  y  hijos,  y  se  iba  á  poner  en  los  peli- 
j  gros  y  trabajos  que  la  mar  y  la  guerra  suelen  traer  con- 
I  sigo.  El  papa  Paulo,  cuando sup6  la  delermiiiacion  de 
j  su  majestad,  alabó  mucho  su  sanio  celo,  y  ofrecióSii 
I  de  ayudarle  con  doce  gtderas  armadas  á  su  cosía,  y  lue- 
I  go  hizo  capitán  dellas  á  Virginio  Ursino ,  dándole  por 
I  con)pañero  y  colega  á  Paulo  Jusliniano,  persona  muy 
diestra  y  ejercitada  en  las  cosas  de  la  mar,  Y  porque  el 
Emperador  pudiese  con  mas  facilidad  proveerse  de  di- 
neros para  la  guerra ,  concedióle  Paulo  subsidio  sobro 
los  bienes  eclesiásticos  de  sus  reinos  de  España ,  aun- 
que se  sintió  mucho  el  César  de  ver  que  concedió  tam- 
bién Paulo  el  subsidio  al  rey  Francisco  sin  haber  do 
hacer  guerra  contra  infieles,  pareciéndole  que  aquel 
provecho  de  su  émulo  había  después  de  redundar  en 
daño  suyo.  Mandó  su  majestad  aparejar  con  toda  breve- 
dad, así  en  España  como  en  Italia,  todas  las  cosas  ne- 
cesarias para  la  guerra;  y  cuando  supo  que  ya  estaba 
todo  á  punto,  partióse  de  Castilla  para  la  ciudad  de  Bar- 
celona. Los  señores  y  repúblicas  de  Italia  todos  acu- 
dieron con  sus  socorros,  teniéndose  por  seguros  de  sus 
cosas  con  ver  que  la  guerra  se  hacía  contra  infieles.  So- 
los los  venecianos  se  esluvíeron  quedos,  porque  no  osa- 
ron quebrantar  la  tregua  que  tenían  con  Solimán  trein- 
ta años  había ,  desde  que  se  capituló  la  paz  con  Baya- 
celo.  Estaba  en  Barcelona  el  príncipe  Doria  con  treinta 
galeras,  y  la  una  dellas  de  cuarenta  remos,  la  mas  her- 
mosa y  bien  artillada ,  y  entoldada  de  paños  ricos,  que 
jamás  se  vio ,  para  que  en  ella  pasase  la  persona  de  su 
majestad:  los  galeotes  que  remaban  en  ella  iban  vestidos 
de  raso,  y  los  soldados  de  seda  y  de  recamados  muy  cos- 
tosos. Envió  el  Pontifico,  por  honrarle,  al  príncipe  Doria 
un  breve  lleno  de  favores,  y  un  estoque  bendito,  con  la 
empuñadura  sembrada  de  piedras  de  inestimable  valor, 
la  vaina  esmaltada  y  las  guarniciones  de  oro,  con  un  ri- 
quísimo cinto  de  lo  mismo,  y  un  bonete  de  felpa  con 
muy  muchas  perlas ;  que  todas  estas  son  insignias  que 
los  pontífices  suelen  enviarlas  á  los  grandes  príncipes 
cuando  comienzan  alguna  guerra  de  propósito  conlra 
infieles.  El  marqués  del  Vasto,  por  orden  de  su  majes- 
tad ,  puso  en  Genova  todas  las  compañías  de  gente  es- 
pañola ,  italianos  y  tudescos,  de  que  él  era  capitán  ge- 
neral. Antonio  de  Leiba  no  fué  en  esta  jornada  por  sus 
muchas  enfermedades,  y  también  porque  convenia  que 
en  Lombardía  quedase  una  persona  de  recaudoque  mi- 
rase por  lo  de  Milán ,  si  acaso  el  Rey  se  quisiese  mover 
entre  tanto  que  su  majestad  estaba  ocupado  en  esta 
guerra.  Con  AnlíHiio  de  Leiba  mandó  el  César  que  que- 
dasen en  I  talia  los  soldados  viejos  que  le  parecióque  bas- 
taban. Escribiéronse  cinco  mil  italianos  mas  de  los  or- 
dinarios, cuyos  capitanes  fueron  el  conde  de  Sarno,  Fe- 
derico Carréelo  y  Auguslino  Espinóla.  De  Alemania 
trajo  Maximiliano  Eberslenio  hasta  ocho  mil  tudescos, 
con  los  cuales  y  con  la  demás  gente  partió  el  marqués 
de  Genova  en  doce  galeras  de  Antonio  Doria  y  en  otros 
treinta  navios  de  carga.  Siguió  la  vía  de  Sicilia  para 
recoger  de  camino  las  galeras  del  Papa  y  las  de  Ñápe- 
les. Tomó  puesto  en  Civila-Vieja ,  adonde  el  papa  Pau- 
lo le  estaba  esperando  para  ver  la  gente  y  echarles  ú 
lodos  la  bendición.  Allí  dio  de  su  mano  el  Pontífice,  con 


45'4  GONZALO  DE 

las  ceremonias  acoslumbradas,  á  Virginio  Ursino  las 
insignias  de  capitán  general.  Partióse  el  Marqués  con 
Virginio  para  Ñápeles,  adonde  el  virey  don  Pedro  de 
Toledo,  marqués  de  Villafranca,  y  los  príncipes  de  Sa- 
lerno  y  Bisigñaiio,  Espineto,  Garrafa  y  Hernando  Alar- 
con  lenian  puestas  en  orden  cada  sendas  galeras  arma- 
das ásu  costa,  y  otras  siete,  sin  estas,  á  cosía  de  lodo  el 
reino ;  con  todas  se  fueron  al  puerto  de  Palermo,  en  Si- 
cilia. El  Emperador  tenia  juntos  ya  en  Barcelona  ocho 
mil  infantes  y  setecientos  caballos  de  sus  guardas  ordi- 
narias, que,  conforme  á  la  costumbre  antigua,  se  pagan 
en  estos  reinos  para  su  seguridad,  sin  otros  algunos 
con  que  sirvieron  los  señores  de  Castilla.  Estaban  ansi- 
mesmo  con  su  majestad  otros  muchos  señores  y  caba- 
lleros, que  no  quisieron  quedar  ellos  holgando  y  en  sus 
casas,  viendo  ir  á  su  rey  en  una  demanda  tan  justa. 
Destoserán  los  duques  de  Alba  y  de  Najara,  el  conde  de 
Benavenfe ,  el  marqués  de  Aguilar,  el  conde  de  Niebla, 
don  Luis  de  Avila,  don  Fadrique  de  Toledo,  comenda- 
dor mayor  de  Alcántara,  y  don  Fadrique  de  Acuña,  que 
después  fué  conde  de  Buemlía,  y  otras  muciías  perso- 
nas de  calidad.  Vino  también  allí  el  infante  don  Luis 
de  Portugal,  hermano  de  la  Emperatriz  nuestra  señora, 
con  veinte  y  cinco  carabelas  y  con  un  galeón ,  el  mayor 
y  mas  bien  armado  que  hasta  entonces  se  había  visto 
en  la  mar :  en  estas  carabelas  iban  hasta  dos  mil  infan- 
tes. Estaban  también  con  su  majestad  sesenta  navios 
gruesos  de  Flándes,  con  mnclia  gente  y  con  remeros 
de  los  condenados  por  justicia ,  para  suplir  las  galeras 
si  alguno  faltase.  Partieron  casi  á  un  tiempo  su  majes- 
tad de  Barcelona  y  el  marqués  del  Vasto  de  Palermo, 
y  viniéronse  á  juntar  en  el  puerto  de  Cáller,  euCerdeña. 
Allí  se  esperó  hasta  que  llegasen  las  galeras  de  España; 
y  como  llegaron,  luego  el  Emperador  se  dio  á  lávela, 
y  fué  á  tomar  puerto  en  Clica ,  ciudad  de  Berbería.  En 
la  entrada  deste  puerto  encalló  la  galera  capitana,  don- 
de iba  la  persona  imperial ,  y  no  dejó  de  correr  algún 
peligro;  pero  acudió  de  presto  el  príncipe  Doria ,  y  hi- 
zo cargar  toda  la  gente  al  borde,  y  con  esto  vino  á  to- 
mar agua  y  salió  adelante.  No  dejó  de  dar  á  todos  cui- 
dado este  caso ,  porque  sabían  que  el  rey  don  Filipe, 
su  padre  del  César,  se  había  visto  en  otro  semejante  in- 
conveniente en  los  bancos  de  Flándes,  viniendo á Es- 
paña. Salióse  presto  su  majestad  de  Úlica ,  y  fuese  á 
poner  á  vista  de  Túnez ,  adonde  estaba  el  cosario  Bar- 
baroja ,  el  cual  quedó  atónito  de  ver  taijta  multitud  de 
velas,  que  pasaban ,  entre  grandes  y  pequeñas,  de  mas 
de  setecientas;  pero  lo  que  mas  espanto  le  puso  fué 
saber  que  venia  allí  el  Emperador  en  persona;  cosa  que 
nunca  él  pensó  que  fuera  posible ;  y  porque  Aloisio  Pre- 
benda,  cautivo  genovés,  le  había  dicho  que  el  Empera- 
dor no  habia  de  ir  con  la  armada ,  sino  solo  Andrea  Do- 
ria ,  y  no  con  tanto  aparato  como  allí  habia,  mandóle 
luego  cortar  la  cabeza,  diciendo  que  le  habia  engañado. 
Llamó  á  consejo  sus  capitanes  :  díjoles  que  no  habia 
qué  temer,  pues  el  tiempo  era  tan  caluroso,  la  tierra 
herviente  y  arenosa,  y  los  enemigos  no  acostumbrados 
á  tan  excesivos  calores ;  y  que  si  la  guerra  duraba,  ne- 
cesariamente, pues  eran  tantos ,  les  habían  de  faltar 
mantenimientos;  que  todo  el  negocio  consistía  en  de- 
fender la  Goleta,  por  ser  aquella  la  principal  fuerza  de 
la  ciudad  y  aun  del  reino.  Diéronle  todos  muy  buena 
respuesta,  prometiéndole  de  morir  ó  defender  la  Gole- 


ILLESCAS. 

ta.  Estaban  con  Barbaroja  tres  ó  cuatro  famosos  cosa- 
rios; los  principales  eran,  Sinan,  judio,  HaydinoCa- 
chadiablo,  Saleco  y  Tabaques.  En  llegando  nuestra  flo- 
ta á  la  torre  que  llaman  del  Agua ,  mandó  el  César  que 
todos  comenzasen  á  saltar  en  tierra ,  temando  al  largo 
la  costa,  porque  saliesen  á  un  mesmo  tiempo.  Hízose 
con  tan  buena  orden,  disparando  artillería  contra  los 
moros  y  turcos  que  asomaban,  que  sin  resistencia  nin- 
guna se  puso  en  pocas  horas  el  ejército  en  1  ierra.  Tomó 
el  Marqués  lugar  seguro  para  los  alojamientos,  y  man- 
dó que  na  die  se  moviese  hasta  que  los  caballos  y  arti- 
llería se  desembarcasen.  La  tienda  imperial  púsola  el 
Marqués  entre  las  dos  torres  que  se  llaman  del  Agua 
y  de  las  Salinas.  Enviáronse  luego  corredores  á  calar  el 
sitio  y  asiento  de  la  ciudad,  y  la  calidad  de  la  tierra; 
topáronse  con  algunos  alárabes  bien  diestros  y  para 
mucho,  los  cuales  mataron  algunos  de  los  corredores, 
y  entre  ellos  murieron  dos  personas  bien  señaladas, 
Frcderico  Carréelo  y  Hierónimo  E'^pínola,  genovés. 
Con  todo  eso,  algunas  veces  salía  su  majestad  á  correr 
el  campo,  con  harto  peligro  de  su  persona,  y  tanto, 
que  algunos  lo  tenían  á  temeridad;  como  quiera  que 
en  la  guerra  el  Capitán  General,  mayormente  siendo  rey 
ó  emperador,  el  principal  cuidado  que  ha  de  teneres 
guardar  su  salud,  porque  della  pende  la  de  todo  el 
ejército  que  lleva,  ¡base  cada  día  ganando  tierra  con 
los  alojamientos  hacia  la  Goleta ,  llevando  delante  sus 
trinclieas  y  reparos  para  seguridad;  trabajaban  todos 
en  hacerlas,  porque  siempre  andaba  su  majestad  entre 
los  gastadores,  que  no  le  faltaba  mas  de  tomar  el  haza- 
don.  Cada  dia  se  trababan  escaramuzas  bien  reñidas  con 
los  cosarios  que  sallan  de  la  Goleta.  L'n  dia  saUó  Saleco 
con  buena  parte  de  su  gente ,  y  dio  en  un  bastión  don- 
de tenia  su  estancia  el  conde  Samo  con  sus  itahanos. 
Salióle  al  encuentro  el  Conde,  y  el  turco,  por  enga- 
ñarle y  desviarle  de  su  gente ,  fingió  que  huía ;  y  cuan- 
do le  tuvo  cerca  de  una  emboscada ,  revolvió  sobre  el 
Conde  con  tanta  furia,  que  le  mató  á  él  y  á  cuantos  con 
él  se  hallaron ,  que  apenas  quedó  ninguno ;  y  si  alguno 
huyó,  tampoco  pudo  escapar,  porque  los  turcos  siguie- 
ron su  alcance  hasta  volver  á  nuestro  campo ;  y  los  es- 
pañoles ,  según  se  dice,  aunque  pudieran,  no  los  qui- 
sieron socorrer,  porque  tenían  desabrimiento  do  que 
los  italianos  hubiesen  tomado  aquel  lugar,  por  mas  pe- 
ligroso y  honrado,  en  competencia  de  los  mesraos  es- 
pañoles. Llevó  Saleco  á  Barbaroja  la  cabeza  y  la  mano 
derecha  del  Conde ,  y  hicieron  con  ella  gran  fiesta  los 
turcos ;  de  que  su  majestad  sintió  grandísimo  dolor, 
porque  el  Conde  era  muy  buen  caballero.  No  se  goza- 
ron mucho  los  españoles,  si  acaso  les  plugo,  con  la  des- 
gracia de  los  italianos,  porque  luego  otro  dia  salió  de 
la  Goleta  Tabaques,  y  dio  tan  repentinamente  en  el 
cuartel  de  los  españoles  ,  que  mató  muchos  en  la  Irin- 
chea  y  en  el  foso ,  y  ganó  una  bandera  de  don  Francis- 
co Sarmiento,  y  mató  al  capitán  Méndez,  que  de  muy 
grueso  no  pudo  huir.  Fué  tanto  el  peligro  en  que  se 
vieron,  que  hubo  de  acudir  su  majestad  á  remediarlo 
y  á  castigar  de  palabra  el  descuido  que  habían  tenido. 
Holgáronse  mucho  deste  desmán  los  italianos;  y  como 
por  la  mayor  parte  todos  eran  bisónos ,  y  los  españoles 
soldados  viejos,  dábanles  grita  burlando  dellos,  porque 
siendo  tan  cursados  en  la  guerra  se  habian  tanto  descui- 
dado ,  sabiendo  que  lo  habian  con  gente  arrebatada  y 


JORNADA 

que  no  peleaban  sino  como  ladrones,  Je  sobresalto.  Riñó 
muy  de  veras  el  Marqués  á  los  capitanes  y  sargentos  es- 
pañoles este  daño,  y  rogóles  que  procurasen  con  alguna 
liazaña  notable  enmendar  el  avieso ,  y  cobrar  la  reputa- 
ción como  quien  ellos  eran.  Prometiéronselo  todos,  y 
cumpliéronlo  muy  bien ;  porque  otro  dia,  saliendo  Jafer 
con  sus  genízaros  y  gran  multitud  de  alárabes  y  moros 
en  medio  del  dia ,  subió  con  grandísima  osadía  sobre 
las  trincbeas,  y  comenzó  á  disparar  de  sus  arcabuces 
con  tanta  destreza ,  que  si  no  estuvieran  los  nuestros 
sobre  aviso,  les  hiciera  mucho  daño.  Acudió  de  presto 
el  Marqués  con  arcabuceros  á  pié  y  á  caballo ,  puso  los 
escuadrones  en  orden ,  y  comenzóse  una  muy  hermosa 
escaramuza,  la  cuai  duró  grandísimo  rato  en  peso,  has- 
ta que  Jafer  cayó  muerto,  y  los  suyos  comenzaron  á 
huir.  Siguióse  el  alcance  hasta  las  puertas  de  la  Gole- 
ta con  tanto  ímpetu,  que  no  tuvieron  los  que  huían 
tiempo  de  entrar  por  la  puerta  principal.  Muchos  se 
quedaron  fuera,  y  otros  se  escaparon  por  caminos  se- 
cretos. Al  retirar  deste  alcance  se  tuvo  grandísimo  tra- 
bajo, porque  Sinan,  el  judío,  disparó  muchas  piezas 
de  artillería  dende  la  Goleta ,  con  que  mató  muchos  de 
los  nuestros,  y  principalmente  al  alférez  Diego  de  Avi- 
la, y  Rodrigo  de  Ripalta  salió  mal  herido.  Con  este 
próspero  suceso  cobraron  los  españoles  nuevo  ánimo 
y  los  enemigos  se  comenzaron  á  encoger.  Su  majestad, 
que  no  quería  gastar  el  tiempo  en  cosas  de  poca  im- 
portancia ,  como  vio  que  los  suyos  estaban  contentos  y 
con  buena  gana  de  pelear,  determinó  dar  una  batería 
fuerte  á  la  Goleta,  temiendo  no  les  viniese  á  los  cer- 
cados algún  socorro ,  ó  recreciese  en  los  suyos  alguna 
enfermedad ,  porque  de  dia  hacia  excesivos  calores,  y 
de  noche  frígidísimas  rociadas.  Batióse  la  Goleta  por 
mar  y  por  tierra  con  grandísima  furia,  en  12  días  del 
mes  de  julio  del  año  de  lo3S.  Duró  la  batería  donde 
la  mañana  hasta  pasado  mediodía ;  parecía  que  se  hun- 
día el  cielo  y  la  tierra,  tanto,  que  del  gran  ruido  se  al- 
teró la  mar,  que  parecía  estaba  en  tormenta  :  pusie- 
ron por  tierra  una  torre  con  sus  barbacanas ;  todas  las 
troneras  donde  los  turcos  tenían  su  artillería  vinie- 
ron al  suelo  con  los  mesmos  artilleros ,  y  quedó  tan 
abierto  el  muro ,  que  fácilmente  se  pudo  dar  el  asalto. 
Cuando  hubieron  de  arremeter  salió  delante  un  fraile 
con  un  crucifijo  en  las  manos,  animando  á  los  soldados 
á  la  pelea,  y  lo  mesmo  hacía  su  majestad,  que  andaba 
de  uno  en  otro,  esforzando  á  todos.  Fué  tan  animoso  el 
acometimiento,  que  Sinan  y  los  suyos  no  osaron  espe- 
rar, y  se  salieron  huyendo  por  una  puerta  trasera,  y  se 
fueron  á  meter  en  la  ciudad.  Ganóse  con  esto  fácilmen- 
te la  Goleta ,  y  juntamente  se  ganaron  casi  todas  las  ga- 
leras de  Barbaroja,  que  las  había  él  sacado  y  puesto 
enseco.  Fué  increíble  el  contentamiento  del  Empera- 
dor cuando  vio  que  al  tirano  se  le  habían  quitado  los 
instrumentos  de  sus  latrocinios;  y  por  el  contrario, 
quedó  desesperadísimo  Barbaroja  de  verse  sin  galeras: 
dijo  á  Sinan  muchas  palabras  injuriosas  porque  se  ha- 
bía venido  huyendo ,  y  respondióle  con  mucha  pacien- 
cia :  «Yo  te  digo ,  Señor,  que  si  yo  hubiera  de  pelear 
con  hombres,  que  no  huyera ;  mas  no  me  pareció  cor- 
dura tomarme  con  Satanás ,  y  por  eso  me  quise  guar- 
dar para  mejor  tiempo.»  Con  estose  asosegó  Barbaroja 
un  poco,  y  comenzó  á  dar  orden  en  aparejar  todas  las 
cosas  necesarias  para  sufrir  el  cerco  que  esperaba.  Po- 


DE  TÚNEZ.  ÍSíf 

co  después  de  ganada  la  Goleta,  llegó  á  aucstro  campo 
el  rey  Muleáses,  acompañado  de  sus  pari€ntes  y  ami- 
gos, y  él  llegó  á  besar  la  mano  al  Emperador,  el  cual 
le  mandó  sentar,  y  hízolo  él  en  un  tapiz  á  sa  modo. 
Habló  muy  discreta  y  concertadamente ,  dand»  á  su 
majestad  las  gracias  por  ver  vengar  sus  injurias,  casti- 
gando la  crueldad  y  tiranía  de  aquel  ladrón,  enemigo 
del  género  humano,  y  por  lu  intención  que  en  su  cle- 
mencia conocía  de  que  le  había  de  restituir  en  el  rei- 
no de  su  padre.  Ofrecióse,  en  reconocimiento  desto,  de 
ser  siempre  muy  leal  amigo  y  vasallo ,  y  de  acudir  con 
el  tributo  que  su  majestad  fuese  servido  de  mandarle 
pagar.  Dióle  el  Emperador  agradable  respuesta,  dicien- 
do que  su  principal  motivo  no  era  otro  sino  el  deseo  de 
vengar  las  injurias  que  de  aquel  tirano  diversas  gentes, 
ansí  cristianos  como  de  otra  opinión,  habían  recibido, 
y  que  su  intención  era  quitar  del  mundo  aquellos  ladro- 
nes, gente  perniciosísima  para  todos  :  por  tanto,  te- 
nia esperanza  en  Jesucristo,  su  Dios,  que  como  había 
comenzado  á  favorecerle ,  lo  llevaría  adelante,  y  le  da- 
ría cumplida  vitoria  de  sus  enemigos ;  y  que  cuando  se 
la  hubiese  dado ,  entonces  le  prometía  muy  de  veras  de 
hacer  de  manera  que  no  se  pudiese  quejar,  sin  que  ja- 
más le  pasase  á  él  por  pensamiento  de  recelarse  de  su 
ingratitud;  porque  para  creer  del  que  seria  grato  y 
reconocería  la  buena  obra  que  entendía  hacer,  le  bas- 
taba ser  él  rey  noble  y  de  casta  de  reyes;  cuanto  mas 
que  cuando  en  él  no  hubiese  la  fidelidad  necesaria,  no 
habían  de  faltar  armas  con  que  le  castigar  después, 
como  no  faltaban  al  presente  contra  Barbaroja.  Húbose 
Muleáses  en  todas  las  cosas  como  persona  de  valor  y 
que  representaba  su  real  estado ,  sin  mostrar  en  cosa 
ninguna  bajeza  ni  pusilanimidad;  y  junto  con  eso,  en 
todo  lo  que  allí  estuvo  en  nuestro  campo,  le  vieron  y 
probaron  ser  un  hombre  muy  discreto  y  bien  entendi- 
do, muy  gentil  filósofo  y  matemático,  y  buen  astrólogo, 
y  no  menos  diestro  eri  menear  un  caballo  y  jugar  en  él 
de  una  lanza  y  de  todas  armas  con  muy  buena  gracia 
y  desenvoltura.  Dióle  por  huésped  su  majestad  al  mar- 
qués del  Vasto,  el  cual  le  trató  espléndidamente,  como 
á  quien  él  era.  Comunicábanse  con  él  todas  las  cosas  de 
la  guerra,  porque  en  todas  tenia  muy  buen  voto;  dio 
muchos  y  muy  importantes  avisos,  y  casi  en  ninguna 
cosa  de  las  que  dijo  que  habían  de  suceder  se  engañó. 
Súpose  del  la  calidad  de  la  tierra ,  el  asiento  y  fuerzas 
de  la  ciudad ,  los  pozos  y  cisternas  que  había,  y  de  dón- 
de se  habían  de  proveer  de  agua  para  el  campo  el  día 
que  se  quisiesen  allegar  con  él  á  la  ciudad;  dio  parti- 
cular cuenta  de  los  olivares,  adonde  llegaban,  y  cómo  se 
habían  de  cortar  para  desviarse  de  alguna  celada ;  dijo 
qué  tantas  eran  las  fuerzas  de  los  enemigos;  y  consi- 
derando loque  dentro  de  la  ciudad  había,  y  las  inexpug- 
nables fuerzas  de  nuestro  campo,  vio  lo  que  habia  de 
suceder,  ni  mas  ni  menos  de  como  después  acaeció, 
porque  entendió  que  Barbaroja  no  esperaría  dentro  de 
la  ciudad  batería  ni  asalto ,  sino  que  saldria  con  sus 
gentes  al  campo,  dejando  la  ciudad  á  sus  espaldas.  Dijo 
que,  por  ostentación  y  por  parecer  que  hacía  algo,  asen- 
taría sus  escuadrones,  pondría  por  avanguardia  la  chus- 
ma de  alárabes  y  moros  que  tenia  consigo ,  y  él  con  los 
genízaros  se  quedaría  junto  á  las  puertas  de  la  ciudad 
en  retaguardia;  y  que  á  los  primeros  encuentros,  si 
viese  que  los  suyos  vencían ,  apretaría  con  los  geníza- 


rjG  GONZALO  DE 

ros  de  veros,  y  s¡  no ,  volvería  las  espaldas  y  se  pondría 
en  cobro.  Últimamente  avisó  al  Emperador  que  ningún 
trabajo  mayor  liabía  de  tener,  cuando  quisiese  iiacer  el 
tiitimo  acometimiento,  cuanto  lo  seria  la  sed  que  los 
suyos  licibian  de  pasar;  porque  en  lodolo  que  habia 
dende  el  alojamiento  hasta  la  ciudad  no  habia  sino  cis- 
ternas, que  para  beber  en  ellas  se  habia  necesariamen- 
te de  desordenar  el  campo.  Para  remediar  esto  aconse- 
jó á  todos  que  llevasen  sus  bolas  ó  calabazas  en  las  cin- 
tas, ó  algunas  bestias  cargadas  de  agua.  Importaron 
tanto  estas  cosas,  que  sin  ellas  apenas  se  pudiera  con- 
seguir el  fin  deseado.  Diéronse  los  capitanes,  por  orden 
de  su  majestad,  toda  la  priesa  posible  por  ir  ganando 
tierra  hacia  la  ciudad ,  llevando  sus  trincheas  adelante, 
según  orden  militar,  por  ir  mas  al  seguro,  con  intención 
deallegarseá  tiro  de  culebrina,  para  poder  batir  el  mu- 
ro y  dar  los  asaltos  necesarios.  Entre  tanto  no  dejaba 
cada  día  de  ofrecerse  ocasión  de  escaramuzar,  y  aun 
alguna  vez  se  encendió  el  negocio  tan  de  veras,  que  por 
poco  se  peleara  de  poder  á  poder.  Aquel  día  fué  mal 
herido  Garcifaso  de  la  Vega ,  elegante  poeta  español ,  y 
aun  matúranle  si  no  le  socorriera  Frederico  Garrafa, 
napolitano ,  y  fué  menester  jue  su  majestad  en  persona 
saliese  con  sus  hombres  de  armas  al  socorro ;  y  aun  es 
averiguado  que  peleando  el  mesmo  César  valenlisima- 
mentc ,  sacó  de  entre  los  pies  de  los  moros  á  un  Andrés 
Ponce,  caballero  andaluz,  que  le  habían  muerto  el 
caballo,  y  él  estaba  cuido  en  tierra.  Salieron  de  ahí  á 
dos  ó  tres  días  hasta  treinta  mil  moros  á  tomar  una 
torre  que  tenían  ganada  los  nuestros  en  un  cerro  alto, 
donde  antiguamente  fué  la  famosa  ciudad  deCarlago. 
Llevaban  los  moros  delante  de  sí  un  sacerdote  óallaquí, 
el  cual  iba  derramando  muchas  cedulillas  de  conjuros 
y  maldiciones  céntralos  nuestros,  pensando  dañarlos 
con  aquello.  Acudió  su  majestad  con  algunas  banderas 
de  caballos  en  socorro  de  los  de  la  torre ;  díó  en  los 
moros  con  grandísima  furia,  matando  muy  muchos,  y 
entre  los  primeros  murió  el  hechicero  alfíiquí  que  los 
guiaba ;  puso  los  demás  en  huida,,  y  aun  afirmaba  des- 
])ués  su  majestad  que  si  llevara  consigo  una  sola  ban- 
da de  ballesteros  á  caballo,  que  hiciera  aquel  día  una 
jornada  importantísima;  y  propuso  de  hacer  de  mane- 
ra que  de  allí  adelante  se  usasen  en  la  guerra  estos  ba- 
llesteros ,  porque  para  muchas  cosas  venían  á  ser  me- 
nester. Eran  tan  diestros  los  alárabes  y  moros  en  el 
pelear  á  caballo,  y  tenían  á  los  nuestros  tan  conocida 
ventaja  en  el  sal>erse  menear ,  y  en  sufrir  el  calor  y  los 
otros  trabajos  de  aquella  calurosísima  tierra,  que  se 
conocía  bien  que  viniendo  á  batalla  cam[>al ,  se  había 
de  tener  harto  trabajo  en  la  viloria;  y  tan  de  veras  se 
imprimió  en  algunos  esta  imaginaGÍon,  que  no  falló 
quien  pusiese  en  plática  que  sería  bien  dar  la  vuelta  pa- 
ra España,  sin  proceder  mas  adelante  en  la  guerra,  di- 
ciendo que  su  majestad  se  podia  contentar  con  lo  he- 
cho, y  cumplir  con  su  reputación  con  lialxjr  ganado  la 
Goleta  y  las  galeras  del  enemigo ,  pues  aquella  era  su 
principal  fuerza  y  las  armas  con  que  solia  castigar  el 
mundo ,  dejado  aparte  que  cada  día  se  morían  en  nues- 
tro campo  muchos  de  ílujo  de  vientre.  "Vino  esto  á  oí- 
dos del  César,  y  sintió  dello  gran  desabrimiento,  pe- 
sándolo mucho  de  que  hubiese  en  el  campo  gente  de 
tün  poco  ánimo.  Para  sacarlos  de  la  duda  que  tenían 
de  la  viloria,  lazóles  á  todos  un  grande  razonamiento, 


ILLESCAS. 

reprehendiendo  á  I05  que  lal  plática  como  esta  osaban 
mover,  porque  en  ella  mostraban  tener  harto  mas  cui- 
dado de  la  vida  que  no  del  honor.  Díjolos  que  sí  algu- 
nos inconvenientes  hallaban  en  la  empresa,  los  debie- 
ran advertir  en  España ,  antes  que  se  pusieran  á  lo  que 
se  habían  puesto,  y  no  cuando  ya  no  se  podia  dejar  sin 
gran  vergüenza;  que  bien  vían  todos  cuan  á  su  gusto 
pudiera  él  eslarse  en  su  casa  con  su  mujer  y  con  sus 
dulcísimos  hijos,  si  hubiera  querido  píisar  en  disi- 
mulación, como  otros  reyes,  las  injurias  de  toda  la 
cristiandad;  y  que  pues  todos  sabían  cuan  urgentes 
oran  las  causas  que  allí  le  habían  llevado ,  no  tratase 
nadie  de  pensar  que  había  de  alzar  la  mano  de  aquel 
negocio  hasta  poner  en  él  el  fin  deseado,  ó  á  lómenos 
morir  honradamente ,  como  cualquier  hondjre  valeroso 
lo  debe  procurar;  finalmente,  vino  á  decir  que  se  apa- 
rejasen para  la  batalla,  que  luego  la  quería  dar  si  se  to- 
pase con  el  enemigo,  ó  sí  no ,  batir  el  muro  y  darle  el 
asalto  dentro  de  la  ciudad.  Con  esta  plática  quedaron 
en  resolución  de  que  se  habia  de  llevar  al  cabo  el  inten- 
to de  la  empresa  que  tenían  comenzada ,  y  sin  otra  di- 
lación luego  se  comenzó  á  poner  á  punto  la  partida  para 
la  ciudad  de  Túnez  en  orden  de  batalla  formada.  Púso- 
se en  el  castillo  de  la  Goleta  el  recaudo  conveniente, 
aderezóse  el  artillería  en  sus  carros  y  de  la  manera  que 
con  mas  facilidad  se  pudiese  llevar.  El  maríjués  del 
Vasto  quiso  su  majestad  del  E)nperador  que  aquel  día 
hiciese  el  oftcio  decapitan  general;  y  ansí  acetó  el  car- 
go que  el  César  le  dio,  lomando  para  sí  la  avanguar- 
dia  con  los  itahanos  á  k  mano  izquierda  y  con  los  es- 
pañoles á  la  derecha.  En  medio  iban  los  tudescos,  adon- 
de también  iba  el  duque  de  Alba,  don  Hernando  de 
Toledo.  Su  majestad  andaba  sobresaliente,  animando  á 
todos,  aunque  su  propio  lugar  era  la  batalla,  adonde  iba 
el  estandarte  imperial  con  el  infante  don  Luís,  su  cu- 
ñado. El  principal  coronel  de  los  italianos  era  el  prínci- 
pe de  Salerno,  de  los  españoles  el  señor  Alarcon,  y  de 
los  tudescos  Maximiliano  Eberstenio,  Poníales  el  Em- 
perador delante  á  todos  el  premio  de  la  viloria,  que  ha- 
bían de  ser  los  despojos  de  aquella  riquísima  ciudad; 
traíales  á  la  memoria  sus  muchas  hazañas  y  lo  que  en 
su  servicio  habían  hecho  en  las  guerras  de  Italia;  pro- 
metíales el  descanso  tras  aquellos  trabajos,  y  todo  esto 
con  tan  alegre  rostro  y  tan  lleno  de  confianza,  que  to- 
dos á  una  voz  le  prometieron  de  darle  en  las  manos  la 
Vitoria,  y  aun  de  seguirle,  si  les  quería  llevar,  bástala 
Casa  Santa.  Barbaroja,  que  supo  de  sus  corredores  có- 
mo nuestro  campo  se  le  acercaba,  hizo  del  suyo  iu  que 
.Huleases  tenía  ya  dichoque  haría.  Salió  al  rampo  y  pú- 
sose en  orden  de  pelear,  echando  delante  la  gente  vil 
y  de  poco  precio,  y  quedóse  con  la  mayor  en  la  reta- 
guardia. Cuando  los  nuestros  llegaron  á  las  cisternas, 
como  el  calor  era  ardentísimo,  y  la  sed  tanta,  que  no 
bastaba  el  agua  que  se  llevaba  en  botas,  tanto,  que  al- 
guno hubo  que  díó  por  un  jarro  della  dos  escudos ;  acu- 
dieron tantos  y  tan  desvalidos  al  agua,  que  se  desorde- 
naron algunos  escuadrones  con  harto  peligro  ;  y  si  los 
enemigos  acudieran  entonces,  se  pudiera  recibir  algún 
notable  daño;  pero  ellos  no  vinieron,  y  su  majestad  y 
los  otros  capitanes  acudieron  á  echar  á  palos  la  gente 
de  sobre  el  agua;  y  así,  se  volvió  toda  á  su  orden.  Tenía 
l?arbaroja  bien  cíen  mil  hombres,  y  cuando  los  nues- 
tros llegaron  á  vista  de  su  campo,  comenzó  á  disparar  de 


JORNADA 

su  artiflería ,  pero  sin  fruto  ningunn.  Venia  mas  atrás  !a 
nuestra,  y  p^ir  eso  no  se  pudo  jugar ;  y  porfjiie  el  cami- 
no era  arenoso,  y  la  llcvaljan  en  carros  ó  en  iioinhros 
de  esclavos,  no  se  pndia  mover  con  diligencia.  Era  lan- 
ía la  gana  que  los  cristianos  mostraban  de  verse  ya  en- 
vueltos con  los  enemigos ,  que  cada  momento  de  dila- 
ción se  les  liacia  un  ano.  A  esta  causa  le  pareció  al  Mar- 
qués que  no  dcl)ia  dilatar  mas  el  rompimiento ,  ni  se-- 
virse  aquel  dia  délas  culebrinas,  sino  arremeter  luego, 
porque  los  suyos  no  se  enfriasen ,  ó  los  turcos  cobra- 
sen ánimo  con  pensar  que  los  nuestros  se  detenían  de 
miedo.  Con  esta  determinación  acudió  el  Marqués  á  su 
majestad ,  que  andaba  entre  los  delanteros,  discurrien- 
do de  una  parte  á  otra,  exhortando  y  animando  á  todos, 
y  díjole estas  palabras  :  «  Si  á  vuestra  majestad  le  pare- 
ciese, yo  no  esperaría  hoy  artillería,  sino  tocaría  luego 
arma.»  Respondió  entonces  el  César  :  «También  me 
parece  á  mí  eso,  mas  yo  no  lo  puedo  mandar;  vos,  que 
podéis,  liacedlo,  pues  es  boy  vuestro  dia.»  Respondió 
el  Marqués  con  rostro  alegre  :  «Bien  me  parece.  Se- 
ñor, que  baya  vuestra  majestad  querido  echarme  á  cues- 
tas esta  carga.  Y  pues  ansí  es,  yo  quiero  usar  mí  ofi- 
cio ;  y  ante  todas  cosas  mando  á  vuestra  majestad  que 
luego  se  vaya  á  su  puesto ,  y  se  ponga  en  su  batalla  con 
el  estandarte,  no  sea  nuestra  mala  suerte  que  se  des- 
mande algún  arcabuz,  y  peligre  vuestra  persona  para 
total  perdición  del  mundo.»  Hinchóse  el  César  de  ale- 
gría cuando  oyó  tan  cortesanas  palabras,  y  volvió  luego 
las  riendas  al  caballo,  diciendo:  «Pláceme  por  cierto  de 
obedecer  lo  que  mandáis,  aunque  no  había  de  qué  te- 
mer; que  pues  nunca  emperador  murió  tal  muerte  co- 
mo esa ,  no  es  de  creer  que  la  moriré  yo.»  No  hubo  bien 
su  majestad  llegado  á  su  puesto,  cuando  luego  sin  mas 
detenimíentose  dio  señal  dearremeter.  Fué  tanta  la  prie- 
sa y  el  ánimo  con  que  se  hizo  el  primer  acometimiento, 
que  aunque  don  Hernando  de  Gonzaga  con  una  banda 
de  caballos  ligeros  fué  el  primero  que  vino  á  las  manos 
con  el  enemigo,  y  mató  un  capitán  y  trescientos  ócuatro- 
cientos  moros,  casi  ala  par  llegaron  los  escuadrones  de 
la  infantería.  Fué  tal  el  primer  acometimiento ,  que  los 
alárabes  volvieron  luego  las  espaldas ,  y  Barbaroja  con 
sus  siete  mil  turcos  se  metió  huyendo  dentro  de  la  ciu- 
dad, y  cerró  las  puertas  á  gran  priesa.  El  César,  como 
vio  tan  presto  desembarazado  el  campo,  fué  á  ponerse 
en  los  mesmos  alojamientos  donde  Barbaroja  tenia  sus 
gentes,  con  propósito  de  batir  el  muro  y  ganar  la  ciu- 
dad por  fuerza.  Luego  en  entrando  en  la  ciudad,  Bar- 
baroja ,  como  iba  rabiando  y  medio  loco  de  coraje ,  di- 
jo que  le  trajesen  todos  los  cautivos  cristianos  que  es- 
taban en  las  mazmorras  de  la  fortaleza,  que  los  quería 
matar.  Estorbóselo  Sinan,  judío,  pareciéndole  bajeza 
muy  grande  matar  á  quien  no  podía  ofender.  Supieron 
esta  determinación  de  Barbaroja  dos  renegados  cristia- 
nos, Francisco  Catarío,que  se  llamaba  Yafaraguas,  y 
Francisco  de  Medillín,  español ,  que  se  decía  Memín. 
Estos  dos,  que ,  con  ser  renegados ,  no  tenían  olvidado 
el  amor  de  su  ley,  avisaron  á  los  cautivos,  que  pasaban 
de  seis  mil ,  de  lo  que  pasaba ,  y  de  cómo  se  trataba  de 
maltratarlos;  y  con  las  llaves  que  pudieron  hallar  abrie- 
ron las  mazmorras,  y  ayudaron  á  quebrar  de  las  pri- 
siones, y  los  sacaron  á  todos  fuera  desnudos  y  mal- 
tratados. Así  como  estaban  abrieron  las  puertas  de 
lU  fortaleza ,  y  con  piedras  y  palos  y  con  lo  que  pu- 


DE  TÚNEZ.  437 

I  dieron  hallará  mano  mataron  algunos  turcos; tornú- 
i  ronse  luego  ú  meter  en  la  fortaleza ,  y  con  la  mesma  fu- 
,  ría  acudieron  á  la  sala  de  las  armas,  y  en  un  momento 
:  se  armaron  todos ,  y  se  pusieron  en  orden,  y  comenza- 
ron de  hacer  ahumadas  en  señal  de  la  vitoria,  para  que 
los  nuestros  supiesen  que  estaba  por  ellos  la  fortaleza. 
El  Emperador  y  todos,  aunque  vían  las  ahumadas,  no 
entendían  qué  podría  ser,  hasta  que  de  algunos  que  se 
salían  de  la  ciudad  y  so  pasaban  al  campo  de  Muleá- 
scs  se  vino  á  saber  la  verdad.  Barbaroja,  como  víó  la 
fortaleza  perdida,  quiso  matar  á  Sinan,  porque  no  le 
dejó  hacer  lo  que  quería  de  los  cautivos.  Acudió  á  la  for- 
taleza ,  pensando  que  por  halagos  y  buenas  razones  le 
abrirían,  y  respondiéronle  con  piedras  y  lanzas.  Con 
lo  cual  acabó  de  perder  de  todo  punto  la  esperanza  de 
poderse  defender;  y  tomando  consigo  todos  los  turcos, 
dio  con  ellos  y  con  todo  lo  que  pudo  llevar  de  sus  teso- 
ros en  Bona ,  porque  allí  tenia  catorce  gateras  de  res- 
peto para  si  se  viese  en  alguna  necesidad.  No  fué 
bien  salido  de  la  ciudad  Barbaroja,  cuando  salieron 
della  los  magistrados  con  el  Mcsuar  á  entregará  su  ma- 
jestad las  llaves,  suplicándole  no  permitiese  que  fuesen 
saqueados ,  pues  se  venían  á  dar  de  su  buena  voluntad 
lo  mní  presto  que  habían  podido;  pedia  lo  mesmo  con 
grande  instancia  Muleáses.  Bien  quisiera  su  majestad 
poderlo  hacer  sin  que  su  gente  se  resabiara ;  pero  no 
se  osó  determinar  á  prometerlo,  porque ,  no  sin  razón, 
se  receló  de  algún  notable  desabrimiento ,  y  también 
porque  los  de  Túnez  no  merecían  que  se  usase  con  ellos 
de  tanta  humanidad,  pues  no  habían  acudido á  tiem- 
po, sino  cuando  ya  no  tenían  remedio  ninguno  mas  que 
rendirse.  El  primero  que  entró  en  la  ciudad  fué  el  mar- 
qués del  Vasto :  acudió  á  la  fortaleza  á  regocijarse  con 
los  cautivos;  halló  entre  otros  despojos  hasta  treinta 
mil  ducados,  que  Barbaroja  no  pudo  llevarlos  consigo. 
Estos  se  le  dieron  al  Marqués  por  el  trabajo  de  aquel 
día  como  capitán  general.  Los  cautivos  fueron  los  que 
comenzaron  el  saco  de  la  ciudad,  y  tras  ellos  entraron 
todos  los  demás  soldados,  que  no  hubo  orden  de  dete- 
neríos :  pusiéronse  algunos  moros  en  resistencia,  y  ma- 
táronlos luego.  Después  atendieron  todos  á  robar,  aun- 
que los  tudescos  no  se  hartaban  de  matar  en  aquellos 
infieles,  hasta  que  las  lágrimas  y  alaridos  de  los  niños 
y  mujeres  movieron  á  piedad  al  César,  y  mandó  que 
nadie  matase  á  quien  no  se  defendiese  con  armas.  Cau- 
tiváronse con  todo  eso  muchas  mujeres  hermosas  y 
niños,  que  vimos  después  en  España  muchos  dcllos. 
Otros  muchos  se  rescataron ,  y  aun  dicen  que  rescató 
el  rey  Muleáses  una  de  sus  mujeres  por  solos  dos  duca- 
dos ,  porque  el  que  la  vendía  no  la  conoció.  Su  majes- 
tad fuese  derecho  al  alcázar;  agradeció  mucho  á  los 
cautivos  lo  que  habían  hecho  por  él ;  mandólos  vestir  y 
proveer,  para  que  se  pudiesen  cada  uno  ir  á  su  tierra. 
La  razón  por  que  en  Túnez  había  tantos  cristianos  era 
porque  aquella  ciudad  había  sido  la  manida  y  receptá- 
culo de  todos  los  cosarios ,  los  cuales  pagaban  al  rey  de 
Túnez,  porque  les  diese  alh  puerto  seguro,  una  cierta 
parte  de  todas  las  presas  que  hacían ,  así  de  ropa  y  di- 
neros como  de  personas.  Valia  tanto  esto  al  rey  de  Tú- 
nez, que  apenas  tenia  renta  mayor  ni  de  mas  provecho 
en  todo  su  reino.  Favoreció  mucho  de  palabra  y  de  obra 
el  César  á  los  renegados  Memin  y  Jafer,  porque  se  torna- 
ron luego  ásu  ley.  Supo  delios  su  majestad  muchos  se- 


45?  GOIVZALO  DE 

cretos  tic  Barbaroja.  Fué  esle  saco  de  Túnez  harto  rico, 
y  apenas  hubo  nadie  á  quien  no  le  cupiese  buena  parte 
de  provecho.  El  que  inas  perdió  en  él  de  todos  los  ciu- 
dadanos fué  el  niesmo  rey  Muleáses;  porque,  dejada 
aparte  toda  su  recámara  y  allKijas ,  que  fueron  níuchas 
y  de  gran  valor  las  que  se  le  saquf^aron,  solas  tros  co- 
sas le  destruyeron,  que  decía  él  después  que  no  las 
diera  por  la&  tres  mejores  ciudades  que  tenia  :  la  pri- 
mera fué  una  cámara  llena  de  tinturas  y  colores ,  como 
son  brasiles,  grana,  pastel  y  azules,  y  otras  cosas  seme- 
jantes ,  en  grandísima  cantidad ;  la  otra  fué  una  pieza 
llena  de  olores,  ámbar,rCÍbeto,  almizque,  mosquetes  y 
de  todas  otras  suertes  odoríferas ,  de  que  Muleáses  era 
muy  vicioso ,  y  aun  le  hubiera  después  de  costar  la  vi- 
da, porque  siempre  andaba  lleno  de  olores ,  y  casi  no 
comía  cosa  sino  enlardada  con  cosas  olorosas;  la  terce- 
ra y  última  cosa  que  allí  perdió ,  y  la  que  mas  él  que- 
ría ,  fué  una  de  las  mas  copiosas  y  ricas  librerías  del 
mundo,  adonde  tenía  exquisitísimos  libros  en  arábigo 
de  todas  las  ciencias  matemáticas ,.  que  las  sabia  él  con- 
sumadísimamente ,.  y  solía  decir  muchas  veces  que  á 
quien  le  diese  otros  tantos  y  tales  libros  le  daría  por 
ellos  una  ciudad.  Las  cosas  de  armas  que  allí  perdió 
Muleáses  eran  de  grandísimo  precio,  pero  de  todo 
aquello  hacia  él  poco  caso.  Halláronse  en  su  armería 
muchos  arneses  y  piezas  dellos ,  de  lo  que  allí  dejaron 
antiguamente  los  franceses  en  el  cerco  que  tuvo  el 
santo  rey  Luís  sobre  Túnez,  adonde  murió.  Mientras 
los  nuestros  se  ocupaban  en  el  saco  tuvo  Barbaroja 
tiempo  para  irse  á  su  placer  á  Bona.  A  la  pasada  del 
río  Bragada  dicen  que  se  puso  á  beber  Haidíno  Ca- 
chadiablo,  el  famoso  cosario,  y  que  bebió  tanto  con 
la  gran  sed  que  llevaba,  ejue  reventó  por  los  ijares.  En 
Bona  se  detuvo  Barbaroja  dos  dias  enteros ,  poniendo 
á  punto  las  galeras  que  allí  tenia ,  para  irse  en  ellas 
á  meter  en  Argel.  Consoló  á  los  suyos,  y  ellos  á  él ,  pro- 
metiéndose de  emendar  aquella  desgracia  otro  día  en 
alguna  buena  ocasión.  Fortalecióse  de  trincheasy  de 
lodo  lo  necesario  para  entre  tanto  que  sacaba  las  ga- 
leras, que  las  había  mandado  hundir  para  mejores- 
conderlas.  Envió  el  príncipe  Doria  en  su  busca  de  Bar- 
baroja á  un  sobrino  suyo,  Adán  Centurión,  y  dióse  tan 
ruin  maña,  que  se  volvió  sin  acometerle.  Importaba 
infinito  ganarle  aquellas  galeras^  porque  no  pudiera 


ILLESCAS, 

huir  por  mar,  y  por  tierra  era  impasílife  que  se  esca- 
para. Acudió  luego  á  Bona  el  príncipe- Doria,  y  fué  tar- 
de, que  ya  él  era  salido  y  se  Imbia  metido  en  Argel. 
Tomóse  la  fortaleza  de  Bona ;  puso  su  maiostad  en  ella 
por  su  teniente  á  don  Alvar  Gómez ,  y  después  pareció 
cosa  impertinente  quererla  susfeenlar,  y  púsose  por 
tierra.  Fuera  cumplida  d'ctoílo  punto  esta  insigne  vito- 
ría,  si  se  pudiera  haber  á  his  manos  el  tirano ;  pero  no 
quiso  Dios  sino  que  viviese  para  castigamos  de  su  ma- 
no con  otras  mil  injurias  que  nos  dio  por  todo  lo  que 
le  duró  la  vidr. ,  que  fueron  otros  once  d  doce  años. 
Luego  que  la  ciudad  se  aseguró  delsaco,  se  comenzó  á 
tratar  del  negocio  de  Muleáses  :  usó  con  él  su  majes- 
tad de  la  clemencia  y  magnanimidad  suya  ordinaria ^ 
restituyéndole  libremente  en  su  reino.  Las  condiciones 
que  le  puso  fueron  harto  livianas  y  bien  tolerables :  que 
pagase  catla  un  año ,  en  reconocimiento  de  vasallaje  y 
tributo,,  dos  caballos  y  dos  halcones,,  y  que  sustentase 
de  todo  lo  necesario  y  del  sueldo  conveniente  á  mil 
hombres  que  quedaban  de  guarnición  en  la  Goleta ;  que 
fuese  obligado  á  mostrarse  nuestro  amigo  en  toílas  las 
cosas,  y  enemigo  de  Solimán;  que  diese  libertad  á  todos 
los  cautivos  cristianos  que  se  hallasen  en  su  reino,  y 
que  de  allí  adelante  no  permitiese  que  ningún  cristiana 
fuese  maltratado. ni  preso-  en  su  tierra;  que  pudiesen 
entrar  y  salir,  y  morar,  comprar  y  vender ,  y  contratar 
eristiiinos  en  Túnez,  tener  iglesias,^ decir  misa  pública- 
mente, y  hacer  lo  que  según  ley  eran  obligados;  queno' 
consintiese  renegados  en  su  tierra  ni  admitiese  cosa- 
rios en  su  puerto;  y  últimamente ,  que  sí  alguna  plaza 
se  conquistase  en  la  costa  de  Berbería,  que  fuese  para 
el  César.  Con  lo  cual  Muleáses  quedó  contentísimo  y 
puesto  en  el  trono  de  su  reino,  y  su  majestad  se  partió 
alegre  y  contento ,  con  propósito  de  cercar  la  ciudad  de 
África  en  la  mesma  costa;  pero  no  Imbo  lugar  de  hacer- 
se por  entonces^  porque  los  tiempos  corrieron  contra- 
rios, y  no  se  pudo  pasarcon  la  armada  de  Sicilia.  Desem- 
barcó su  majestad  en  Palermo,  y  acudiéronle  toda  la  isla 
con  servicios  y  congratulaciones  de  la  vitoria.  Y  ha- 
biendo descansado  allí  algunos  dias ,  pasó  el  estrecho  & 
Ríjoles,  y  por  tierras  dfl  príncipe  de  Salerno  caminó 
hasta  su  gran  ciudad  de  Ñapóles.  Entróse  Túnez  por  el 
Emperador  á  20  de  julio  de  lo3o ,  habiéndose  detenido 
su  majestad  en  toda  esta  guerra  solos  veinte  y  seis  días. 


HISTORIA 


Di;    LOS 


MOVIMIENTOS,  SEPARACIÓN  Y  GUERRA  DE  CATALUÑA, 

EN  TIEMPO  DE  FELIPE  IV, 

ESCniTA 

-  POR  DON  FRANCISCO  MANUEL  DE  MELÓ  (i). 


Si  buscas  la  verdad  ,  yo  te  convido  á  que  leas;  si  no  mas  del  deleite  y  policía,  cierra  el  libro, 
sitisfeclio  de  que  tan  á  tiempo  te  desengañe. 

Ni  el  arte  ni  la  lisonja  lian  sido  parciales  á  mi  escritura :  aquí  no  hallarás  citadas  sentencias  ó 
aforismos  de  filósofos  y  políticos ;  todo  es  del  que  lo  escribe.  JIuchos  casos  sí  se  refieren  de  que 
las  puedes  formar,  si  con  juicio  discurres  por  la  naturaleza  de  estos  sucesos ;  entonces  será  tuyo 

(1)  El  título  de  esta  obra  es  el  que  lleva  la  impresión  de  Sancha,  de  !808,  que  hemos  tomado  por  texto;  pero  ya  de- 
jamos advertido  que  Meló  se  valió  de  un  pseudónimo  al  publicar  su  Historia,  y  porqué  razón  ocultó  su  nombre.  La 
portada  de  la  edición  príncipe  de  161o  decia  así :  «  Historia  de  los  movimientos  y  separación  de  Cataluña,  y  de  la  guerra 
entre  la  majestad  católica  de  D.  Felipe  el  IV,  rey  de  Castilla  y  de  Aragón,  y  la  Diputación  general  de  aquel  Principado: 
dedicada,  ofrecida  y  consagrada  á  la  santidad  del  beatísimo  padre  Inocencio X,  ponlílice  sumo  máximo  romano;  es- 
crita por  Clemente  Libertino. — En  San  Vicente  de  Rasíelio,  por  Paulo  Craesbeeck,  impresor  de  las  órdenes  militares : 
año  de  1645. » 

Y  hé  aquí  también ,  copiada  exactamente ,  la  dedicatoria  á  Inocencio  X. 

«  Padre  Santo  —  Vertiendo  sangre  el  Pueblo  Cristiano,  puso  Dios  á  Vuestra  Santidad  en  su  .Silla  para  que  la  detenga 
y  restañe;  todos  así  lo  creemos  y  esperamos.  Obedece  la  sangre  á  la  virtud  de  una  piedra  beneficiada  del  Sol ,  para  y 
se  reprime  :  le  mismo  ha  de  ser  ahora  por  el  valor  de  la  Piedra  angular  de  la  Iglesia ,  depósito  de  las  influencias  del 
Sol  mas  poderoso.  ¿Quién  lo  duda,  quando  en  medio  del  diluvio  de  los  intereses  humanos  sálela  Paloma  de  Vuestra 
Santidad,  asegurando  al  Universo ,  que  no  puede  fallar  quien  llene  por  blasón  la  Paz ,  y  por  oficio  dar  la  vida  por  ella? 
Contémplese  Vuestra  Santidad;  y  se  hallará  cercado  de  obligaciones,  no  sé  quales  mayores,  su  Dignidad,  ó  su  Nom- 
bre? Ella  de  amor  de  Padre,  él  de  justicia  de  Inocente:  ¿pues  de  las  del  tiempo  qué  diremos?  Nació  Cristo  en  edad 
pacifica.  Vuestra  Santidad  en  siglo  turbulento  :  misteriosa  confianza  hace  Dios  de  su  gran  Espíritu  de  Vuestra  Santi- 
dad ;  pues  ahora  le  envía  y  le  entrega  su  poder;  esto  es  decir  á  Vuestra  Santidad  que  el  que  se  desviare  de  las  Llaves 
de  Pedro,  tema  el  Montante  de  Pablo.  De  un  mismo  metal  .son  fabricadas  las  dos  celestiales  Insignias,  y  entrambas  pro- 
pias á  la  poderosa  Mano  de  Vuestra  Santidad.  Al  que  no  acude  á  la  voz,  reduzca  al  cayado;  así  lo  usa  el  Pastor,  y  el 
Pastor  bueno  no  desampara  por  la  asistencia  de  otras  la  oveja  mas  apartada,  cuyos  Religiosos  balidos  le  llaman  fiel- 
mente. Y  porque  naciendo  Vuestra  Santidad ,  como  ha  nacido,  á  la  quietud  de  los  Fieles,  necesita  de  muchas  verdades, 
que  han  de  ser  el  material,  con  que  debe  obrarse  este  candido  Templo  de  la  Paz  pública,  informándose  de  las  razones 
ó  sinrazones  délas  Gentes.  Yo  pequeño  entre  los  mas  ofrezco  á  los  benditos  pies  de  Vuestra  Santidad  esta  Humilde 
Historia  de  Cataluña,  y  su  primer  rompimiento  en  guerra  con  el  Rey  D.  Felipe  el  IV;  como  origen  de  los  grandes 
acontecimientos  de  España  :  de  la  qual  separación  y  guerra  tomaron  también  motivo  los  mayores  negocios  de  Europa , 
que  de  importantes  ó  mortales  solamente  aspiran  á  los  remedios  de  la  Iglesia.  A  Dios  llamo  por  Juez  de  mi  intención,  y 
espero  conocer  ha  oído  mi  ruego  según  el  acogimiento  que  Vuestra  Santidad  fuere  servido  mandar  h^er  á  mis  escri- 
tos, que  por  destinados  desde  su  principio  á  Vuestra  Santidad,  se  escusáron  á  Príncipes  y  Reyes,  á  quienes  podia  oíic_ 
cerlos  el  amor  ó  el  respeto.  Empero  pues  yo  llegué  á  coronar  mi  edificio  del  gran  nombre  de  Vuestra  Santidad  ¿qué 
otra  cosa  me  queda  que  pedir,  Beatísimo  Padre,  después  de  la  Apostólica  Rendición ,  sino  que  Dios  prospere  y  santifi- 
que la  vida  y  persona  de  Vuestra  Santidad ,  para  consuelo  y  quietud  de  los  Fieles?  Escrita  en  San  Vicente  de  Rastello 
á  10  de  Octubre,  año  segundo  de  vuestro  Pontificado  y  del  Señor  164o—  Padre  Santo—  Cesa  humildemente  los  sagra- 
dos pies  de  Vuestra  Santidad  —  Clemente  Libertino 


460  DON  FRANCISCO  MANUEL  DE  5IEL0. 

el  útil,  como  el  trabajo  mió,  sacando  de  mis  letras  doctrina  por  ti  mismo;  y  ambos  así  nos  lla- 
maremos autores,  yo  con  lo  que  te  refiero ,  tú  con  lo  que  te  persuades. 

Ofrezco  á  los  venideros  un  ejemplo,  á  los  presentes  un  desenf^año,  un  consuelo  á  los  pasados. 
Cuento  los  accidentes  de  un  siglo  que  les  puede  servir  á  estos,  aquellos  y  esotros  con  lecciones 
tan  diferentes. 

Algunos  condenarán  mi  Historia  de  triste.  No  hay  modo  de  referir  tragedias  sino  con  términos 
graves.  Las  sales  de  Marcial,  las  fábulas  de  Plauto  jamiis  se  sirvieron  ó  representaron  en  la  mesa 
de  Livio. 

Si  alguna  vez  la  pluma  corriere  tras  la  armonía  de  las  razones,  certificóte  que  en  nada  entró 
el  artificio,  sino  que  la  materia ,  entonces  mas  deleitable,  la  llc\a  apaciblemente. 

Hablo  de  las  acciones  de  grandes  principes  y  otros  hombres  de  superior  estado :  lo  primero  se 
excusa  siempre  que  se  puede,  y  cuando  se  llega  á  hablar  de  los  reyes,  es  con  suma  reverencia 
á  la  púrpura;  pero  esa  es  condición  de  las  llagas,  no  dejarse  manejar  sin  dolor  y  sangre. 

Muchos  te  parecerán  secretos ;  no  lo  han  sido  á  mi  inteligencia  :  ninguno  juzga  temerariamen- 
te sino  aquel  que  afirma  lo  que  no  sabe.  No  es  secreto  lo  que  está  entre  pocos;  de  estos  escribo. 

Llamo  á  los  soldados  del  ejército  del  rey  don  Felipe  algunas  veces  católicos,  como  ásu  rey  :  no 
se  quejen  los  mas  de  esta  separación ;  sigo  la  voz  de  historiadores.  Otras  veces  los  nombro  espa- 
i.oles ,  castellanos  ó  reales ;  siempre  entiendo  la  misma  gente.  Para  todos  quisiera  el  mejor  nombre. 

Procuro  no  faltar  á  la  imitación  de  los  sugetos  cuando  hablo  por  ellos ,  ni  á  la  semejanza 
cuando  hablo  de  ellos.  En  inquirir  y  retratar  afectos ,  pocos  han  sido  mas  cuidadosos;  si  lo  he  con- 
seguido, dicha  ha  sido  de  la  experiencia  que  tuve  de  casi  todos  los  hombres  de  que  trato.  He  de- 
seado mostrar  sus  ánimos ;  no  los  vestidos  de  seda,  lana  ó  pieles,  sobre  que  tanto  se  desveló  un 
historiador  grande  de  estos  años ,  estimado  en  el  mundo. 

Si  en  algo  te  he  servido ,  pídote  que  note  entrometas  á  saber  de  mí  mas  de  lo  que  quiero  decir- 
te. Yo  te  inculco  jni  juicio,  como  íe  he  recibido  en  suerte;  no  te  ofrezco  mi  persona,  que  no  es 
del  caso  para  que  perdones  ó  condenes  mis  es^critos.  Si  no  te  agrado,  no  vuelvas  á  leerme ,  y  si  te 
obligo ,  perdonóte  el  agradecimiento ;  no  es  temor ,  como  no  es  vanidad.  Largo  es  el  teatro ,  dila- 
tada la  tragedia;  otra  vez  nos  toparemos;  ya  me  conocerás  por  la  voz,  yo  á  tí  por  la  censui'a. 


HISTORIA 


1>E    IOS 


MOVilENTOS,  SEPARACIÓN  Y  GUERRA  DE  CATAllA. 


LIBRO  PRIMERO. 

Intereses  y  discordias  entre  España  y  Francia.— Progresos  de  las 
armas  católicas  y  cristianísimas  en  Flándes,  Francia  é  Italia.— 
Ocupación  de  Tierra  de  Labor.— Sitios,  embestidas  y  tomas  de 
Leucata,Fuenterrabia,  Coruñay  Salses.—  Guerra  y  ejércitos  en 
España,  origen  de  escándalos  y  alborotos  ea  Catalana.  —  Des- 
cripción de  aquella  provincia.  — Violencias  en  su  gobierno.— 
Descontento  común.— Prisión  de  sus  ministros.— Entrada  délos 
segadores.— Movimientos  de  Barcelona.— Muerte  del  Santa  Co- 
loma, virey  del  Principado. 

Yo  prel enrío  escribir  lo5  casos  memorables  que  en 
nuestros  dias  han  sucedido  en  España ,  en  la  provin- 
cia de  Cataluña ,  cuyos  movimientos  alteraron  todo  el 
orden  déla  república,  á  vista  de  los  cuales  estuvo  pen- 
diente la  atención  politica  de  todos  ios  príncipes  y  gen- 
tes de  Europa. 

Graiidísimaes  la  materia;  y  aunque  la  pluma,  inferior 
noluiblemeiitc  á  las  cosas  que  ofrece  escribir,  podia  en 
alguna  manera  hacerlas  menores,  ellas  son  de  tal  cali- 
dad, que  por  ningún  accidente  dejarán  de  servir  á  la 
enseñanza  de  reyes,  ministros  y  vasallos. 

Desobligado  y  libre  de  toda  afición  ó  violencia,  pon- 
go los  hombros  al  peso  de  tan  grande  historia.  Hablo, 
dichosamente,  de  príncipes  á  quienes  no  debo  lisonjear 
ó  aborrecer,  y  de  naciones  que  no  conozco  por  buenas 
ó  malas  obras,  con  certísimas  noticias  de  los  sucesos, 
porque  en  muchos  tuvo  parte  mi  vista ,  y  en  todos  mis 
observaciones,  no  solo  como  inclinación,  mas  como 
precepto. 

Primero  este  motivo,  después  el  temor  de  que  es- 
tas cosas  lleven  y  hayan  de  correr  la  misma  infelicidad 
que  las  pasadas  entre  la  conversación  y  memoria  de  los 
hombres,  me  obligó  á  escribirlas. 

Castellanos,  franceses,  catalanes,  naciones,  minis- 
tros, repúblicas,  príncipes  y  reyes  de  quienes  he  de 
tratar,  ni  me  hallo  deu  lor  á  los  unos ,  ni  espero  me  de- 
ban los  otros;  la  verdad  es  la  que  dicta,  yo  quien  es- 
cribe; suyas  son  las  razones,  mías  las  letras  :  por  esto 
no  soy  digno  de  acusación  ni  de  alabanza: sirva  esta 
religiosa  igualdad,  jamás  alterada  en  mis  escritos,  al 
desagravio  ó  desobligacion  de  los  que  llegaren  á  leer- 
me quejosos  ó  agradecidos;  bien  que  la  variedad  de 
los  sucesos  y  de  los  juicios  á  que  ellos  sirven  de  oca- 
sión, fácilmente  dará  á  entender  cómo  no  callo  el  error 
ó  alabanza  de  ninguno. 

Quien  retrata,  tan  fielmente  debe  pintar  el  defec- 
to como  la  perfección  :  tampoco  el  severo  espíritu  de 


la  historia  puede  guardar  decoro  ala  iniquidad;  em- 
pero si  siempre  hubiésemos  de  escribir  acciones  sere- 
nas, justas  y  apacibles,  mas  les  dejáramos  á  los  veni- 
deros envidia  que  advertimiento.  No  solo  sirven  á  la 
república  las  obras  heroicas;  el  pregón  que  acompaña 
al  delincuente  también  es  documento  saludable,  por- 
que el  vulgo,  entendiendo  rudamente  de  las  cosas,  mas 
se  persuade  del  temor  del  castigo,  que  se  eleva  á  la  es- 
peranza d«l  premio. 

Yo  quisiera  haber  escrito  en  los  tiempos  d«  gloria; 
mas  pues  que  la  fortuna,  dejándoles  á  otros  para  escri- 
bir los  gratísimos  triunfos  de  los  cesares,  me  lia  traido 
á  referir  adversidades,  sediciones,  trabajos  y  muertes, 
en  fin,  una  guerra  como  civil  y  sus  efectos  lamentables, 
todavía  yo  procurare  contar  á  la  posteridad  estos  gran- 
des aconteciinicntos  de  la  edad  presente  con  tanta  cla- 
ridad, cuidado  y  observación,  que  aunque  la  materia 
sea  triste,  pueda  igualar  su  ejemplo  con  las  mas  agra- 
dables y  provechosas. 

Tuvo  la  guerra  presente  de  España  y  Francia  no 
pequeños  ni  ocultos  motivos,  públicos  ya  en  los  pape- 
les, y  mas  en  las  acciones  de  entrambas  coronas ;  pero 
sin  duda  yo  habré  de  contar  por  el  mas  urgente  el  gran 
valor  de  una  y  otra  nación ,  que  no  cabiendo  en  los  tér- 
minos de  la  templanza  desde  los  siglos  de  sus  pasados 
reyes  hasta  nuestros  dias  ,  resultó  algunas  veces  en  so- 
berbias y  escándalos.  Ayudáronse  del  interés,  émulos 
de  la  gloria  ó  del  dominio ,  que  es  el  espíritu  viviente 
en  las  venas  del  Estado;  y  ministrando  la  vecindad  en 
que  ia  naturaleza  puso  estas  dos  famosas  provincias 
muchas  ocasiones  de  discordia ,  eso  mismo,  que  debía 
servir  á  la  amistad  y  alianza,  era  sobre  lo  que  se  funda- 
ba la  queja  ó  injuria;  de  tal  suerte,  que  ni  la  confor- 
midad de  religión,  ni  los  vínculos  de  la  sangre,  ni  la 
bondad  y  virtud  de  los  príncipes,  fué  bastante  para 
conformar  sus  ánimos  ni  los  de  sus  ministros,  aun 
confra  el  clamor  universal  de  los  vasallos,  que  ó  me- 
nos informados  de  los  resentimientos, ó  menos  sensi- 
bles en  ellos,  públicamente  pedían  y  deseaban  la  paz. 

Propusieron  conseguida  por  medio  de  la  guerra,  per- 
suadidos de  otros  ejemplos ;  y  después  de  varios  casos 
conque  cada  uno  ofendía  la  misma  justificación  que 
mostraba  querer  defender,  comenzó  á  temblar  Europa 
de  los  estruendos  y  aparatos  de  armas  que  hacían  espa- 
ñoles y  franceses.       • 

Mosiráronse  el  año  de  635  kis  banderas  do  Fran- 


462  DON  FRANCISCO 

cia  fürinidables  a  todo  el  País-Bajo  ;  fué  roto  el  prín- 
cipe Tomás  de  Saboya;  entraron  en  Tirlomon  ,  sitia- 
ron á  Lovaina ,  amenazaron  á  Bruselas  y  á  Italia,  em- 
bestida Valencia  del  Pó,  y  la  Val  telina  ocupada;  con  otros 
algunos  sucesos  favorablesá  franceses ;  pero  no  sin  des- 
cuento de  los  españoles,  que  no  con  menos  diclia  pe- 
netraron la  Francia,  ganaron  la  Capolla,  Cliatelet,  Lan- 
drecí  y  Corbía  en  la  Picardía ,  desearon  París ,  defen- 
dieron la  misma  Valencia  sitiada  ,  y  poco  después,  de- 
sesperando de  mayor  empresa ,  se  lucieron  dueños  de 
las  islas  de  San  Honorato  y  Santa  Margarita. 

Era  ya  voracísimo  el  fuego  de  la  guerra ,  mas  en- 
cendido en  los  ánimos  acomodados  á  toda  ruina;  así, 
creciendo  el  enojo  en  la  contradicción  de  los  sucesos, 
Imbo  entonces  el  odio  de  arrrebalar  para  sí  las  accio- 
nes que  antes  solo  ejecutaba  la  ira. 

Continuóse  como  externa  aquella  inquietud  por  casi 
dos  años ,  sin  que  los  pueblos  vecinos  de  España  y 
Francia  llegasen  á  experímentar  sus  costosos  movi- 
mientos; porque  aunque  se  guardaban  con  el  cuidado 
conveniente,  según  lo  deben  hacer  los  que  no  quieren 
hallarse  en  el  súbito  peligro,  todavía  de  una  ni  de  otra 
parte  se  había  dado  hasta  aquel  punto  ocasión  al  es- 
cándalo. Alteróse  en  íin  el  temperamento  de  todo  el 
cuerpo  de  las  dos  coronas ,  y  comenzaron  á  padecer  los 
efectos  de  su  dolor  sus  miembros  mas  apartados. 

Era  aquel  año  virey  de  Navarra  don  Francisco  de  An- 
diaéirazaval,  marqués  de  Valparaíso,  hombre  queja- 
más  excusó  de  hacerse  agradable  á  aquellos  de  quienes 
dependía.  Había  descubierto  en  pláticas  y  escritos  en 
el  ánimo  de  don  Gaspar  de  Guzman,  conde -duque  de 
Sanlúcar,  portentoso  favorecido  del  Rey  Católico,  cier- 
to género  de  contrariedad  á  la  corona  francesa  y  accio- 
nes del  cardenal  Armando  Juan  de  Plessís  (dicho  co- 
munmente Richelíeu),  primer  ministro  también  de 
aquel  reino,  y  sobre  todos  valido  de  la  majestad  cris- 
tianísima. Juzgó  que  el  mejor  camino  de  introducirse 
en  la  voluntaddel  Conde  era  facilitarle  los  medios  de  la 
venganza;  negoció  secretamente  los  empleos  de  las 
armas  españolas,  y  de  improviso  bajó  los  Pirineos,  se- 
guido de  algunos  trozos  de  gente  mal  armada ,  á  que 
eludamos  llamar  ejército.  Entendiéronlo  los  franceses 
cuando  se  hallaba  ya  destruyendo  y  ocupando  á  Sibu- 
ro,  San  Juan  de  Luz,  Socoa  y  la  Tapida ,  lugares  de  la 
Gascuña , en  la  tierra  que  llaman  de  Labor,  que  es  aque- 
lla que  yace  de  esotra  parte  de  los  Pirineos,  y  se  ter- 
mina á  poniente  con  el  mar  Cantábrico.  Era  el  poder 
del  Valparaíso  mas  proporcionado  al  descuido  de  aque- 
lla provincia  que  no  á  sus  fuerzas  :  recogiéronse  los 
que  se  retiraban  de  la  campaña  á  Bayona,  primera  ciu- 
dad de  la  Gascuña,  puesta  al  principio  de  las  Laudas ; 
intentó  ganarla  por  sorpresa,  desvanecióse  su  designio, 
porque  habiéndose  detenido  antes  en  lo  que  no  tenia 
dificultad,  faltó  primero  la  ocasión,  que  el  Marqués  se 
valiese  de  ella.  Volvióse,  en  fin,  forzado  de  las  preven- 
ciones que  ya  hacían  los  franceses :  ejecutólo  pocos  días 
después  d€su  entrada,  sin  que  de  su  empresa  se  luciese 
otro  efecto  que  haber  llamado  la  guerra  hacia  aquella 
parte  donde  no  convenía.  Presidió  los  puestos ,  obli- 
gando las  armas  de  su  rey  á  mayores  empeños.  Esta 
diversión  impracticable,  según  después  la  acusó  la  ex- 
periencia ,  [)odrétnos  contar  por.el  primer  paso  que  dio 
España  en  su  misma  ruina,  porque  de  ella  tomaron  mo- 


MANUEL  DE  MELÓ. 

tivo  todos  los  sucesos  y  accidentes  que  poco  tiempo 
después  turbaron  la  serenidad  del  Estado. 

Crecía  la  oposición  de  parte  de  los  franceses  por  co- 
brar sus  lugares,  y  cada  día  se  reconocía  mas  en  Es- 
paña el  yerro  de  habérselos  retenido.  Intentaron  en- 
mendar el  desorden  pasado,  y  trazaron  otro  mayor  para 
remediar  el  primero.  Pareció  se  debían  dejar  los  pues- 
tos ocupados  en  Francia,  y  se  obró  la  retirada  con  tan 
poca  atención  como  la  empresa.  No  haycaso  monstruo- 
so á  los  principios,  á  que  no  sigan  fines  desordenados. 
Retiráronse  los  españoles  á  tiempo  que  solo  su  elección 
podía  obligarlos,  dejando  de  la  misma  suerte  que  es- 
taban las  fortificaciones,  que  habían  fabricado  con  gran 
peligro  y  dispendio;  dejaron  las  provisiones  y  víveres 
prevenidos  para  su  misma  defensa ,  y  lo  que  es  mas, 
mucha  parte  de  la  artillería;  cosa  que  por  increíble  á 
los  franceses,  con  temor  gozaban  de  su  utilidad. 

Pasó  adelante  la  atención  y  deseo  de  venganza  con 
que  el  Conde-Duque  disponía  inquietar  y  divertir  á  el 
Richelíeu  en  la  paz  interior  de  su  provincia ,  y  de  los 
intereses  que  mostraba  en  la  guerra  del  Artois  y  Lom- 
bardía. 

Juzgóse  que  la  Leucata ,  postrer  lugar  del  Langue- 
doc,  ó  por  mas  vecino  á  España,  ó  también  por  mas 
descuidado  de  las  armas,  podía  será  propósito  para  la 
embestida :  encargóse  la  empresa  á  don  Enrique  de 
Aragón,  duque  de  Cardona  y  de  Scgorbe ,  entonces  vi- 
rey de  Cataluña,  para  que,  asistido  del  conde  Juan  Cer- 
bellon,  ilustre  soldado  milanés,con  buena  parte  de  in- 
fantería y  caballería  obrasen  la  interpresa  ó  silio ,  si 
fuese  necesario ,  casi  infaliblemente. 

Fué  sitiada  Leucata ,  porque  la  ocasión  no  dio  lu- 
gar á  que  se  apretase  por  términos  mas  breves,  y 
después  que ,  á  juicio  de  los  españoles,  no  podía  resis- 
tirse, fué  socorrida  por  los  de  Narbona  y  Tolosa  tan 
osadamente,  que  siendo  los  católicos  acometidos  en  sus 
mismos  cuarteles,  fueron  rotos  con  gran  pérdida  de 
gente  y  no  pequeña  nota  en  la  opinión. 

No  tardó  mucho  el  ejército  cristianísimo  en  dar  vis- 
ta á  la  provincia  de  Guipúzcoa,  gobernado  por  Enri- 
que de  Borbon ,  príncipe  de  Conde ,  hombre  en  todos 
tiempos  mas  esclarecido  que  afortunado  :  pasó  los  lin- 
deros de  la  Francia  con  poderosa  mano,  á  la  que  obe- 
decían hasta  veinte  mil  combatientes.  Viendo  España 
entonces  las  lises  de  sangre ,  que  ya  la  antigua  paz  y 
deudo  habían  vuelto  de  oro ,  sitió  á  Fuenterrabía^  pla- 
za de  opinión  en  la  Cantabria,  y  después  de  un  riguroso 
asedio,  perdió  la  empresa,  el  poder  y  los  intentos,  ha- 
biéndola socorrido  contra  toda  esperanza  los-  ejérci- 
tos de  don  Juan  Alonso  Henriquez  de  Cabrera,  almi- 
rante de  Castilla,  y  de  don  Pedro  Fajardo  de  Zúñiga  y 
Requesens ,  marqués  de  los  Vélez ,  por  la  industria  de 
Carlos  Caraciolo ,  marqués  de  Torrecusa ,  su  maestre 
de  campo  general. 

En  este  estado  se  hallaban  los  negocios  de  la  guer- 
ra inleríor  de  España  al  fin  del  año  de  638  (el  que  en- 
tre todos  pudo  llamar  dichoso  aquella  monarquía);  pero 
aunque  sus  armas  triunfasen  victoriosas,  érales  impo- 
sible poder  cubrir  y  asegurar  las  provincias  distantes. 
Con  esta  ocasión  la  tuvieron  los  fianceses  el  año  sí- 
guíente  de  ocupar  á  viva  fuerza  el  castillo  de  Sálses 
(dicho  de  losgeógrafosSa/suiac),  y  última  plazadel  Rey 
Católico  en  el  condado  de  Rosellon :  no  pudo  resistirse 


MOVIMIEXTOS,  SEPARACIÓN 

;i  la  furia  del  contrario,  que  añadiendo  al  valor  natural 

la  injuria  del  suceso  de  Fuenterrabín  ,  ohraba  en  Sal-  . 

ses  como  desconfiado  y  como  valeroso.  Ganóse  en  po-  i 

cosdias,  mostrando  la  fortuna  mas  aquella  vez  cómo  | 

no  vinculó  las  victorias  á  ninguna  nación.  j 

La  bizarría  española,  contra  el  común  sentimiento  | 

de  los  prácticos,  que  no  aconsejaban  la  guerra  íiqucl  I 

año  por  ser  ya  los  últimos  meses  de  C39,  no  se  acomodó  I 

á  sufrir  un  corto  espacio  ese  lunar  en  el  rostro  de  su  ! 

república,  feísimo  á  los  ojos  de  los  atrevidos ,  mucho  I 

mas  que  á  la  consideración  de  los  cuerdos.  i 

Armó  grueso  ejército  el  Rey  Católico,  cuyo  mando  i 

entregó  á  Felipe  Espinóla ,  marqués  de  los  Ralbases.  ' 

comendador  mayor  de  Castilla,  que  poco  antes  liabia  ¡ 

dejado  el  reposo  de  su  república ,  Genova,  en  que  tam-  , 

bien  se  había  empleado  poco  después  de  grandes  ocu-  i 
paciones  de  la  guerra.  Siendo  Felipe  hijo  de  Ambrosio, 
discípulo  de  aquel  gran  maestro,  ¿  cómo  se  puede  creer 

habrá  faltado  á  la  herencia  de  la  sangre  y  de  la  doctri-  ' 

na?  Con  esto  juzgollamarle  dignísinw  capitán  del  prín-  : 

cipe  que  quisiere  servir.  ; 

La  plaza  fortificada  nuevamente,  goberuadapor  hora-  ; 

bre  experto,  cual  era  monsicur  Espernan,  á  quien  fué  • 

encomendada  su  defensa ;  la  sazón  del  año,  extrañísima  j 

al  manejo  de  las  armas;  el  grueso  del  ejército  español,  i 

formado  de  gente  mas  lustrosa  que  robusta,  todo  junto  i 

fué  causa  de  que  se  dilatase  el  sitio  y  de  que  las  tropas  i 

católicas  fuesen  heridas  de  terribles  enfermedades.  ' 

Hubo  en  fin  de  rendirse  la  plaza,  capitulando  los  fran-  : 

ceses  briosamente;  obtuvieron  con  todo  el  castillo  de  \ 

ópol,  fuerza  poco  considerable,  y  que  por  cosa  sin  nom-  j 

bre  olvidaron  ó  disimularon  los  españoles.  Ahora  lo  ; 
podremos  advertir  no  sin  misterio,  porque  parece  que 
en  haberle  dejado  obediente  á  Francia  se  denotó  la 

posesión  que  su  rey  conservaba  de  toda  aquella  tierra,  j 

que  poco  después  le  habia  de  llamar  señor.  | 

Casi  en  estos  dias  la  armada  naval  del  Cristianísi-  i 

mo,  á  cargo  de  Enrique  de  Sordis,  arzobispo  de  Bur-  ; 

déos,  dio  fondo  en  la  Coruña,  que  pudiendo  destruir,  | 

se  contentó  con  amenazar.  Detúvose  algunos,  eraba-  ■ 

razada  quizá  en  las  muchas  ocasiones  que  se  le  ofre-  I 

cían,  ó  de  aj)rasar  la  armada  católica  que  se  hallaba  en  i 

el  puerto,  inferior  á  su  número  y  fortuna  (mandada  de  ^ 
don  Lope  de  Hoces,  que  el  año  antes  habia  recibido  in- 
cendio por  el  mismo  contrario),  ó  de  escalar  la  plaza, 

que  aunque  bien  guarnecida  de  soldados,  no  pudiera  ! 

resistirse  á  un  daño  grande,  por  falta  de  municiones.  [ 

En  medio  de  esta  duda  se  levantó  un  gran  temporal  con-  j 
tra  el  uso  de  naturaleza,  cuyo  brazo  peleó  por  España, 

gobernado  de  la  divina  Providencia;  obligóla  el  viento  | 

furioso  á  que  se  recogiese  en  sus  puertos  con  mayores-  j 
panto  que  peligro.  Reparóse,  y  salió  á  navegar  segunda 
vez  la  vuelta  de  España;  asombró  toda  la  costa  de  Viz- 
caya, y  desembarcando  eti^Jas  cuatro  villas,  arruinó  á 
Laredo,  lo  intentó  en  Santander,  abrasó  sus  astilleros, 
y  amenazada  nuevamente  del  tiempo  aun  mas  que  del 
enemigo,  que  ya  salía  á  buscarla  con  la  infelicísima  flota 
de  don  Antonio  de  Oquendo,  se  volvió  á  Francia  poco 
rica  de  triunfos. 

La  variedad  de  esta  guerra,  diferente  todos  los  años, 
fué  causa  de  que  las  tropas  y  ejércitos  del  Rey  Católico 
hubiesen  de  revolverse  muchas  veces  de  unas  provin- 
cias en  otras ,  conforme  el  enemigo  mostraba  querer 


Y  GLTBRA  DE  CATALUÑA.  .iG3 

acometerlas,  y  que  á  estos  sus  tránsitos  y  pasajes  se  si- 
guiesen los  robos,  escándalos  é  insultos  que  trae  con- 
sigola  multitud  y  libertad  de  los  ejércitos.  En  otras  par- 
tes llegaban  á  ser  con  mas  exceso  insufribles  por  la  lar- 
ga existencia  en  ellas;  de  tal  suerte,  que  unos  y  otros 
pueblos  no  cesaban  de  gemir  con  el  peso  de  la  molestia 
en  que  los  ponían  sus  armas  propias.  Era  de  todas 
Cataluña,  como  la  mas  ocasionada,  la  mas  afligida 
provincia. 

Habíanse  mostrado  los  catalanes  á  los  principios  de 
la  guerra  con  demasiada  templanza  :  primero  tuvieron 
intentos  de  que  se  les  fiase  la  defensa  de  sus  plazas ;  fun- 
dábanlo en  su  práctica  y  valor,  atentos  á  aquella  má- 
xima de  1^  naturaleza,  de  que  cada  uno  sabe  lo  que 
basta  para  su  conservación;  ofrecían  no  perdonará  gas- 
tos ó  contribuciones  en  beneficio  de  su  república;  ase- 
guraban al  Rey  cualquiera  invasión  por  aquella  parte; 
esquivábanse  de  que  entre  ellos  se  introdujesen  armas 
extrañas;  juzgaban  como  extranjeros  los  que  no  eran 
ellos  mismos;  en  fin,  pensaban  que  en  ofrecerlo  así  ser- 
vían al  Príncipe  y  á  la  patria. 

Hízose  esta  proposición  impracticable  á  los  Conse- 
jos por  algunos  respetos,  todos  encaminados  á  la  poca 
satisfacción  que  se  tenia  de  los  catalanes,  de  quienes  el 
Rey  conservaba  alguna  memoria  cerca  de  la  entereza 
con  que  habia  sido  tratado  el  año  de  632,  cuando  fué  á 
celebrar  sus  corles.  Ayudaban  esta  poco  digna  recor- 
dación las  diligencias  del  Conde-Duque,  humanamente 
ofendido  de  que  la  nobleza  catalana  y  buena  parte  de  la 
plebe  se  declarasen  en  favor  del  almirante  de  Castilla 
cuando  en  Barcelona  sucedieron  las  contiendas  entre 
el  mismo  almirante  y  el  Conde-Duque.  De  otra  parte, 
Jerónimo  de  Villauueva,  protonotario  de  Aragón,  favo- 
recido del  Conde,  tampoco  daba  calor  á  los  negocios 
públicos  del  Principado,  ó  fuese  lisonja  á  su  dueño,  que 
reconocía  desaficionado,  ó  venganza  particular  á  que  le 
llevaba  su  propio  afecto. 

Juzgándose  el  celo  sospechoso,  siguióse  naturalmente 
á  la  duda  el  desagradecimiento ;  de  modo  que  á  un  mis- 
mo tiempo  aquella  atención  que  no  se  tuvo  á  su  servi- 
cio, desobligó  á  los  catalanes  de  proseguirle,  y  puso  á 
los  ministros  reales  en  cierto  genero  de  desconfianza.  Y 
si  por  entonces  aquellos  no  justificaron  su  intención 
afectuosa  y  sencilla,  estos  no  dejaron  por  lo  menos  de 
medir  y  observar  sus  fuerzas  para  lo  venidero. 

En  esta  opinión  estaban  las  cosas  públicas  del  Prin- 
cipado, cuando  llegó  la  nueva  de  que  los  franceses  ha- 
bían ocupado  á  Sálses  :  pedia  la  necesidad  prontísimo 
remedio,  y  no  se  hallaban  en  Castilla  todos  los  medios 
proporcionados  á  la  guerra.  Pareció  que  esta  ocasión 
habría  de  ser  la  piedra  de  toque  donde  se  daría  á  cono- 
cer la  fineza  de  Cataluña,  porque  de  su  pérdida  ó  de  su 
ganancia  siempre  sacaban  conveniencia ,  ayudándose 
de  ellos  como  de  buenos  vasallos ,  y  dándoles  por  otra 
parte  causa  á  que  templasen  su  orgullo ,  abatiendo  sus 
fuerzas,  si  acaso  ellos  fuesen  los  que  pretendían  averi- 
guar alguna  sospecha.  Con  esta  ocasión  concedieron 
una  como  igualdad  con  el  Espinóla  en  el  mando  de  la 
empresa  al  virey  de  Cataluña.  Era  en  este  tiempo  don 
Dalmau  de  Queralt,  conde  de  Santa  Coloma,  que  algu- 
nos años  antes  fué  reputado  por  atentísimo  repúblico, 
y  como  tal  querido  de  su  pueblo. 

Con  esta  elección  se  consiguieron  asaz  particulares 


4Gt  DOiN  FRANCISCO 

servicios ;  porque  los  catalanes,  ó  ya  olvidados  del  pri- 
mer desprecio ,  ó  solicitados  por  la  industria  del  Con- 
de, ó  también  porque  las  quejas  de  los  principes  en  los 
hombres  no  duran  mas  de  lo  que  ellos  mismos  se  lo 
permiten,  acudieron  vivamente  ú  la  ocasión  con  grueso 
número  de  vasallos  y  copiosísima  provisión  de  víveres: 
cuéntase  este  por  el  mas  abundante  ejército  que  Espa- 
ña formó  dentro  de  sí,  cuya  prosperidad  se  fundó  sobre 
la  industria  de  los  catalanes. 

Concurrieron  al  servicio  de  Sálses  grande  parte  de 
la  nobleza  y  mucba  de  la  plebe  :  los  mismos  castella- 
nos, sin  atención  á  los  extremos  del  Principado,  es- 
timan en  treinta  mil  plazas  las  que  pagó  y  mantuvo  Ca- 
luluña  en  lossicte  meses  que  duró  el  sitio,  haciendo  re- 
petidas levas  de  infantería,  y  continuas  conducciones 
de  gastadores  para  manejo  y  fortificación  del  ejército. 

Tanto  fué  el  caudal  con  que  entró  en  la  empresa;  y 
con  la  misma  proporción  que  ayudó  al  número ,  sirvió 
también  al  peligro.  Hallábanse  en  el  fin  de  la  guerra 
por  todas  sus  provincias  muchos  huérfanos  y  viudas, 
cuyos  padres  y  esposos  habían  servido  al  alimento  de 
aquella  bestia  insaciable  que  se  sustenta  en  la  sangre 
de  los  humanos :  sus  llantos  y  clamores  cargaban  sobre 
su  afligida  república ,  que  lastimada  dellos,  tuvo  poco 
lugar  de  alegrarse  con  los  vivas  del  triunfo,  que  indi- 
visiblemente gozaba  Castilla ,  como  si  sola  ella  hubiese 
merecido  el  aplauso. 

Los  catalanes,  poco  acostumbrados  en  la  edad  pre- 
sente al  servicio  militar  de  sus  príncipes,  juzgaban 
por  de  singular  fineza  sus  empleos,  que  sin  duda  pare- 
cieran grandesaun  en  las  naciones  mas  belicosas  y  opu- 
lentas. Con  este  aprecio  esperaban  atentísimamente  los 
premios  y  gratificaciones,  por  ser  cosa  natural  que  el 
mérito  engendre  la  esperanza.  Y  si  cuantos  después 
llegaron  á  publicar  los  servicios  de  aquella  nación,  los 
acordaran  antes  de  la  queja,  no  les  faltara  el  consuelo 
á  tiempo  que  se  excusara  la  desconfianza;  empero,  o 
fuese  que  los  ministros  á  cuyo  cargo  estaban  estas  in- 
formaciones, tardasen  en  hacerlas  al  Rey,  ó  que  juzgan- 
do diferentemente  de  la  acción ,  contasen  la  deuda  por 
de  menor  calidad,  ó  que  también,  como  sucede  en  las 
cortes,  aquel  expediente  no  hallase  en  los  ¡ínimos  la 
sazón  y  fuerza  que  las  mas  veces  falta  en  los  negocios 
ajenos  (como  si  el  pagar  servicios  y  obligaciones  no 
fuese  el  mas  propio  negocio  de  los  reyes),  y  se  deter- 
minase para  otro  tiempo  el  premio  de  aquella  gente, 
dicen  ellos,  y  la  verdad  lo  confirma ,  que  no  solamente 
lardaron  las  mercedes  y  gracias,  pero  que  ni  un  ligero 
ó  vano  agradecimiento  de  sus  aciertos  reconocieron  ja- 
más ;  y  sin  duda,  si  no  se  les  negó  con  artificio,  la  suerte, 
que  ya  lo  iba  encaminando  á  otros  fines,  ordenó  que  el 
desprecio  de  los  mayores  disimulase  aquella  grande 
obligación.  Esta  experiencia  volvió  á  dispertar  en  ellos, 
si  no  un  arrepentimiento  de  lo  pasado,  un  propósito  de 
no  tentar  con  nuevos  méritos  segunda  vez  la  fortuna : 
así  fué  común  el  interior  descontento  introducido  en  el 
ánimo  de  todos.  Si  llegasen  á  conocer  los  príncipes  qué 
baratamente  compran  la  afición  de  los  vasallos,  y  lo 
mucho  que  vale  el  aplauso  universal  de  las  gentes,  nin- 
guno llegara  á  ser  remiso ,  cuanto  mas  á  parecer  in- 
grato. 

No  se  juzgaban  todavía  por  acabadas  las  cosas  do 
Francia  con  la  recuperación  de  Súlses,  porque  aun 


MANUEL  DE  MELÓ. 

después  de  su  cobro  quedaba  la  guerra  en  el  mismo 
estado  que  antes  de  perdida;  su  victoria  también  había 
dado  ocasión  á  mayores  pensamientos  en  el  Conde-Du- 
que, que  ya  entonces  juzgaba  por  corta  felicidad  solo 
la  conservación  de  su  imperio;  el  invierno  riguroso,  la 
gente  fatigada  y  enferma  del  trabajo  de  la  campaña, 
vivamente  pedia  lugar  de  cura  y  descanso;  las  conve- 
niencias no  permitían  se  apartasen  tanto  las  armas,  que 
las  tropas  fuesen  reducidas  á  Castilla,  ni  su  gran  des- 
mayo daba  tiempo  para  que  se  pudiese  pensar  el  modo 
de  acomodarlas. 

En  esta  consideración  ordenaron  el  Espinóla  y  San- 
ta Coloma  que,  guarnecidas  las  plazas  de  la  frontera 
conforme  pedíanlas  ocasiones  présenles,  lo  restante 
del  ejército  se  repartiese  por  el  país  en  varios  cuarte- 
les, según  la  capacidad  de  los  pueblos.  Salió  esta  re- 
solución molestísima  á  los  catalanes,  que  habían  sufri- 
do el  pasado  hospedaje  con  gran  paciencia,  esperando 
que  con  la  mejora  de  las  armas  católicas  saldrían  de 
gran  opresión,  aliviándose  de  las  milicias  que  tantos 
años  habían  agasajado  contra  su  natural,  y  perturbación 
de  sus  fueros.  Empero  viendo  que  nuevamente  se  co- 
menzaban á  acomodar  para  proseguir  la  guerra,  no  se 
hallaba  entre  ellos  hombre  alguno  que  con  templanza 
supiese  llevar  aquel  accidente,  á  que  tan  poco  ninguno 
podría  resistir. 

Cumplióse ,  en  fin ,  la  disposición  de  los  cabos;  y  los 
catalanes,  que  ya  obedecian  antes  rabiosos  que  atentos, 
asentaron  mas  este  peso  por  nueva  partida  en  el  gran 
memorial  de  sus  agravios. 

Pasó  adelante  el  daño,  porque  hallándose  las  ren- 
tas reales  en  sumo  aprieto,  procedido  del  continua- 
do dispendio  de  la  guerra ,  siguióse  que  los  socorros 
ordinarios  de  los  soidados  no  corriesen  entonces  con 
aquella  igualdad  y  concierto  que  pide  la  infalible  ne- 
cesidad de  los  ejércitos.  Era  fuerza  que  á  la  falla  común 
en  que  se  hallaban  todos  se  siguiese  nueva  inquietud 
y  discordia,  que  habiendo  tomado  tantas  veces  moti- 
vo en  la  ambición  y  demasía,  no  era  mucho  que  en- 
tonces se  ocasionase  en  la  miseria  y  hambre  de  la  gen- 
te. Llegaban  estas  noticias  á  Barcelona  y  á  los  cabos, 
y  al  principio  no  parecieron  otra  cosa  que  alguna  de 
aquellas  ordinarias  contiendas  entre  soldados  y  paisa- 
nos;achaque  para  que  ninguna  prudencia  halló  remedio. 
Crecían  cada  instante  las  cartas  y  las  quejas,  ya  de 
los  ministros  de  la  provincia,  ya  de  los  soldados  del 
ejército.  Quejábanse  estos,  oprimidos  de  su  continua 
miseria ,  juzgando  por  excesivo  trabajo  el  que  padecían 
cuando  los  enviaban  al  descanso ;  acusaban  la  dureza 
de  sus  patrones  y  aun  su  soberbia ,  que  los  trataban  co- 
mo esclavos,  no  como  compañeros ;  justificaban  su  c  lu- 
sa con  que  no  pedían  mas  de  lo  lícito  {su  gran  aprieto 
podrá  ser  les  hiciese  parecer  corta  cualquiera  demos- 
tración oficiosa).  Aquellos*©  quejaban  de  la  insolencia 
militar;  representaban  su  codicia  y  trato  violentísimo; 
hacían  memoria  del  sufrimiento  pasado;  decían  que  su 
pobreza,  y  no  su  impaciencia,  lo  rehusaba;  que  ellos 
acudían  aun  con  mas  de  lo  posible;  pero  que  la  ingra- 
titud y  libertad  de  los  huéspedes  ahogaba  todos  los  me- 
dios de  su  industria. 

Oíanse  los  clamores  de  unos  y  otros, que  esto  pa- 
recía entonces  lo  mas  que  se  podía  hacer  por  ellos;  y 
en  medio  de  las  dudas  y  quejas,  ninguna  cosa  se  ad- 


MOVIMIENTOS,  SEPARACIÓN 

verlia  competente  á  la  templanza ,  sino  era  el  mostrar- 
les lástima  á  cada  uno ;  que  este  es  el  mas  lacil  medio 
para  aplicar  á  aquellas  cosas  que  no  tienen  remedio. 

El  de  Santa  Coloma,  combatido  á  un  mismo  tiem- 
po de  celo  del  servicio  de  su  rey  y  de  compasión  de 
sus  naturales,  inclinaba  diferentemente  el  ánimo,  se- 
gún lo  llevaba  la  fuerza  de  la  razón  :  algunas  veces  re- 
prehendía los  excesos  y  libertad  de  la  soldadesca,  y 
otras  se  convertía  contra  los  mismos  moradores;  pero 
los  catalanes,  celosos  de  entender  que  en  su  corazón 
tuviesen  lugar  otros  respetos  que  los  que  debia  ú  la  con- 
servación de  su  patria ,  y  creyendo  también  que  su  for- 
tuna crecia  con  las  ruinas  de  la  república,  por  instantes 
mudaban  en  aborrecimiento  la  primera  alicion  que  le 
lenian. 

El  Espinóla  procuraba  la  conservación  de  su  ejér- 
cito,  juzgando  que  á  su  oíicio  no  tocaba  arbitrar  los 
medios  del  descanso  y  sosiego  del  Principado  (propia 
fatiga  al  espíritu  del  Santa  Coloma),  y  persuadido  de  al- 
gunos hombres  mas  prácticos  que  amantes  de  la  nación 
catalana  (y  entre  ellos  de  don  Juan  de  Benavides  y  de 
la  Cerda ,  veedor  general  de  la  provhicia),  disponía  á 
este  tiempo  en  gracia  de  la  hacienda  real  un  gran  ne- 
gocio, á  que  mejor  pudiéramos  llamar  mina  secreta^ 
que  después  arruinó  la  paz  común  de  Cataluña. 

Tratóse  por  algunos  dias  aquella  negociación  en  cón- 
sul tas  y  papeles  secretísimos  :  era  de  hermosa  aparien- 
cia en  orden  á  la  utilidad  del  Príncipe,  ycomprehen- 
dia  interiormente  riesgos  á  la  república ,  como  después 
lo  dieron  á  conocer  sus  efectos:  las  conveniencias  agra- 
dables no  hicieron  lugar  á  que  se  penetrase  con  la  con- 
sideración hasta  el  peligro;  así,  en  corto  espacio  de 
tiempo  se  pensó,  se  consultó,  se  aprobó  y  caminó  á  su 
ejecución. 

Había  el  Espinóla  manejado  los  ejércitos  de  Milán; 
tenia  mas  conocimiento  de  la  gran  sustancia  y  ferti- 
lidad de  aquella  tierra,  de  lo  que  alcanzaba  de  la  cor- 
tedad ú  opulencia  de  los  catalanes;  y  de  tal  suerte  se 
llevó  y  dejó  llevar,  lisonjeado  de  aquel  pensamiento, 
que  asentó  consigo  y  los  otros  podría  conseguir  que  la 
provincia  acudiese  á  mantener  el  ejército  católico,  co- 
mo lo  hacen  los  gruesísimos  pueblos  de  la  Lombardía. 
Así,  habiendo  alcanzado  la  permisión  y  aun  el  agrade- 
cimiento del  Rey,  sin  otra  prevención  ó  diligencia,  fa- 
cilitando la  ley  en  el  ejemplo,  y  fortificándola,  á  su  pa- 
recer insuperablemente ,  en  las  mismas  armas  que  le 
obedecían ,  despachó  con  prontitud  órdenes  á  los  pue- 
blos y  cuarteles  para  que  sirviesen  con  el  socorro  ordi- 
nario á  las  tropas  de  su  alojamiento;  señaló  bocas  á  los 
oficiales  y  soldados,  cantidades  de  forrajes  á  la  caballe- 
ría; separó  los  cuarteles  al  tren  y  bagajes;  en  fin,  dis- 
tribuyendo los  despachos  conforme  la  ciencia  mihlar, 
si  él  no  faltara  á  la  templanza,  como  no  faltó  á  la  disci- 
plina ,  no  pudiéramos  negar  que  había  hecho  un  gran 
servicio  á  su  señor. 

Acudieron  á  embarazar  este  primer  efecto  las  uni- 
versidades ,  donde  primero  llegó  el  aviso ;  empero  el  Es- 
pinóla, por  moderar  su  queja,  las  dio  á  entender  que 
ni  su  intención  ni  la  del  Rey  era  obligarles  á  que  diesen 
mas  á  los  soldados  de  lo  que  daban  de  antes;  que  era 
solo  arbitrarles  un  medio  que  sirviese  como  de  tasa  á 
su  codicia  dellos  y  de  moderación  á  la  liberalidad  de  los 
( ucblos ;  que  no  se  hacia  mas  de  mudar  el  nombre,  Ha- 
ll i. 


Y  GUERRA  DE  CATALUÑA.  465 

mando  contribución  á  lo  que  primero  se  pudo  llamar 
cortesía ;  que  la  estrechez  de  los  tiempos  presentes  no 
daba  lugar  á  que  el  Rey  dejase  de  valerse  de  tan  buenos 
vasallos;  que  el  beneficio  de  aquellas  armas  era  mas 
propio  de  Cataluña  que  de  Castilla ,  pues  se  oponían  ú 
la  invasión  de  sus  enemigos;  que  el  soldado  hace  al  la- 
brador arar  y  recoger  seguro ;  no  menos  el  labrador  de- 
be hacer  que  el  soldado  pelee  satisfecho;  que  el  tiempo 
del  servicio  seria  cortísimo ;  que  apenas  conocerían  el 
peso ,  cuando  ya  se  le  quitarian  del  hombro ;  que  la  ne- 
cesidad era  tan  grande,  que  por  fuerza  les  habría  de  to- 
car alguna  parte;  que  cuando  es  inmensa  la  carga ,  mu- 
chos brazos  la  facilitan  y  hacen  ligera ;  finalmente ,  que 
la  voluntad  de  los  reyes ,  y  con  la  razón  á  las  espaldas, 
siempre  es  digna  de  obediencia. 

Así  pensó  persuadirles  el  Marqués;  pero  ningún  ad- 
vertimiento ó  dulzura  fué  capaz  de  templar  el  enojo  y 
rabia  de  aquella  gente  en  la  proposición  señalada,  y 
mucho  mas  cuando  últimamente  lo  escuchaban  como 
precepto. 

Rompieron  con  furia  y  desorden  en  desconcertadas 
palabras  y  algunos  hechos  de  mayor  desconcierto  :  en- 
tonces hacían  larguísima  lista  de  sus  progresos  y  ser- 
vicios ,  celebraban  sus  obras,  exageraban  su  paciencia; 
luego  cotejaban  los  méritos  con  las  mercedes,  y  toda 
esta  cuenta  venia  á  parar  en  endurecerse  mas  en  su  pro- 
pósito :  los  mas  atentos  clamaban  la  libertad  de  sus  pri- 
vilegios ,  revolvían  todas  las  historias  antiguas ,  mostra- 
ban claramente  la  gloria  con  que  sus  pasados  habían 
alcanzado  cuanta  honra  hoy  perdían  con  vituperio  sus 
descendientes.  Algunos,  con  mas  artificio  que  celo, 
daban  como  un  cierto  género  de  queja  contra  la  libera- 
lidad de  los  reyes  antiguos,  que  tan  ricos  los  babian  de- 
jado de  fueros,  cuya  religiosa  defensa  ya  les  costaba 
tanta  injuria  y  peligro. 

Los  soldados,  gente  por  su  naturaleza  licenciosa, 
fortalecidos  en  la  permisión ,  no  había  insulto  que  no 
hallasen  lícito  :  discurrían  libremente  por  la  campaña 
sin  diferenciarla  del  país  contrario,  desperdiciando  los 
frutos,  robando  los  ganados,  oprimiendo  los  lugares; 
otros  dentro  de  su  propio  hospedaje,  violentando  las 
leyes  del  agasajo,  osaban  á  desmentir  la  misma  cor- 
tesía déla  naturaleza.  Unos  se  atrevían  ala  hacienda, 
disipándola;  otros  á  la  vida,  haciendo  contra  ella;  y 
muchos  fulminaban  atrozmente  contra  la  honra  del  que 
los  sustentaba  y  servia.  Toda  la  fatigada  Cataluña  re- 
presentaba un  lamentable  teatro  de  miserias  y  escán- 
dalos ,  tan  execrables  á  la  consideración  de  los  cristia- 
nos como  á  la  de  los  políticos. 

Disculpábase  cada  cual  con  la  aflicción  de  la  ham- 
bre que  el  ejército  padecía  comunmente,  como  si  los 
delitos  y  desórdenes  fuesen  medios  proporcionados  para 
alcanzar  la  prosperidad.  El  natural  aprieto  á  que  nos 
reduce  la  miseria  humana,  casi  no  hay  acción  que  nos 
evite ;  empero  de  tal  suerte  nos  debemos  valer  de  esta 
infelicísima  libertad ,  que  no  nos  hagan  parecer  brutos 
esas  mismas  pasiones  que  nos  hacen  parecer  hombres. 

Los  que  mandaban  las  tropas  reales,  fatigados  de 
la  misma  falta  ó  de  la  misma  ambición ,  ni  enmendaban 
los  soldados,  ni  daban  satisfacción  á  los  paisanos :  gran 
culpa  de  los  que  tienen  ejércitos  ú  su  cargo ,  permitir 
toda  la  libertad  deque  pretende  valerse  la  juventud  y 
descuello  de  los  que  siguen  la  guerra;  bien  es  verdad 

30 


46fi  DON  FRANXISCO 

que  la  milicia  afligida  está  incapaz  de  ninguna  discipli- 
na; el  descuido  de  estos  ó  su  artificioso  silencio  des- 
pertaba mas  las  quejas  de  todo  el  Principado ,  y  en  po- 
cos dias,  aunque  asentado  sobro  mucbos casos, ocupó 
la  discordia  de  tul  suerte  los  ánimos  de  los  naturales, 
que  ya  ninguno  buscaba  el  remedio,  sino  la  venganza. 
A  este  tiempo  el  Espinóla,  llamado  de  mayores  ocu- 
paciones, ó  de  su  mayor  diclia,  Iiabia  dejado  el  régi- 
men de  las  armas.  Suerte  es,  y  no  injuria,  de  poner 
la  espada  enflaquecida  para  que  se  rompa  en  manos  del 
segundo  diestro  que  la  coge  ambicioso :  uníase  todo  el 
mando  en  el  Santa  Coloma ,  que ,  apropiándose  mas  en 
el  patrocinio  de  los  soldados ,  al  mismo  tiempo  que  Se 
afirmaba  en  el  bastón  de  general ,  resbalaba  en  la  silla 
de  virey:  tan  contrario  concepto  liabian  formado  de  su 
celo  ya  los  naturales. 

Entendíase  exteriormente,  y  no  sin  buenos  funda- 
mentos, que  este  modo  de  gobierno  podría  ser  el  mas 
suave  ala  provincia,  porque  llevando  el  ejército  á  las 
manos  de  su  natural ,  no  pddria  haber  la  ocasión  de 
queja  que  pudiera,  trayendo  el  Principado  al  gobierno 
del  extranjero.  Pero  esto  mismo  era  en  el  Santa  Colo- 
ma un  nuevo  estudio  que  le  desvelaba  en  hacerse  mas 
agradable  á  los  soldados  que  á  los  paisanos,  temiendo 
podrían  decir  ellos  que  su  corazón  era  solo  de  sus  patri- 
cios. Los  catalanes  con  el  mismo  temor  observaban  di- 
ferente atención  en  el  Santa  Coloma  para  las  materias 
del  ejército  que  para  la  conservación  de  la  provincia; 
y  á  la  verdad  él  deseaba  satisfacer  los  forasteros ,  lleva- 
do de  la  razón,  que  enseña  cuan  importante  esa  los 
hombres  grandes  el  aplauso  y  gracia  de  las  armas ,  que 
tantas  veces  en  el  mundo,  no  solo  han  hecho  famosos  al- 
gunos en  su  misma  esfera,  sino  que  los  han  subido  has- 
ta la  majestad  del  imperio. 

Esta  consideración  por  ventura  le  incitó  á  granjear 
la  gracia  y  voluntad  de  los  soldados,  ó  porque  juzgan- 
do la  razón  mas  de  su  parte ,  pretendía  emplearse  en 
su  desagravio.  Eran  continuas  las  lástimas  que  cada 
día  parecían  por  los  tribunales  y  audienciíis,  repelidas 
por  las  voces  y  plumas  de  abogados  en  Barcelona,  y 
confirmadas  con  llantos  y  clamores  de  los  pobres. 

Publicábanse  cada  vez  mas  y  mayores  defilos  de  la 
soldadesca,  escribíanse  procesos,  sacábanse  manifies- 
tos, ofrecíanse  memoriales,  hablábanse  en  las  plazas, 
motejábanse  en  las  conversaciones,  y  acusábanse  des- 
de los  pulpitos.  Todo  el  escándalo  y  descontento  de  los 
nobles  y  plebeyos  tenia  por  objeto  la  opresión  de  su  pa- 
tria; otras  veces  las  exequias  y  luto  tristísimo  daban 
testimonio  de  muertes  y  desastres  continuos.  Fué  entre 
todas  profundamente  sentida  la  de  don  Antonio  Fluviá, 
á  quien  iiabian  abrasado  en  un  castillo  suyo  algunas 
tropas  de  caballería  napolitana  á  cargo  de  los  Espata- 
fóras;  bien  que  entre  los  españoles  y  catalanes  hubo 
gran  diferencia  en  contar  los  principios  del  caso,  refi- 
riéndole cada  cual  como  mas  se  acomodaba  á  su  razón. 
Mas  no  era  este  solo  el  delito  escandaloso ;  muchos  y  va- 
rios se  referían ,  donde  podemos  pensar  que  ni  en  todo 
los  unos  fueron  culpados,  ó  inocentes  los  otros;  mas 
antes  que ,  como  entre  ellos  sembró  el  odio  el  fértilísi- 
mo grano  de  su  discordia,  tales  se  podían  esperar  las 
cosechas  de  turbación  y  desconsuelo  universal. 

Mirábalo  ya  con  recelo  de  mayor  daño  el  Santa  Co- 
loma ,  y  pensando  evitar  muchas  ocasiones  al  desabri- 


MANUEL  DE  MELÓ. 

¡  miento  de  los  naturales,  tuvo  por  cosa  conveniente 
que  las  quejas  comunes  de  los  soldados  no  corriesen 
con  el  estilo  de  la  curia  punitiva,  juzgando,  según  la 
experiencia  ,  que  muchas  de  las  acusaciones  eran  fal- 
sas, y  que  de  las  verdaderas  no  seria  conveniente  vivir 
escrita  la  memoria  de  tan  torpes  acontecimientos.  Per- 
suadido de  este  discurso  mandó  por  el  doctor  Miguel 
Juan  Magarola  que  ninguno  de  los  abogados  de  Barce- 
lona pudiese  asistir  á  las  causas  ordinarias  de  paisanos 
contra  soldados.  Fué  esta  la  cosa  mas  sensible  para  los 
afligidos,  pues  es  verdad  que  el  último  desconsuelo  del 
miserable  es  quitarle  hasta  la  voz  para  pedir  el  remedio. 
Al  rigor  de  este  mandamiento  comenzaron  á  esforzar  las 
voces  los  quejosos,  como  sucede  al  agua  que ,  detenida 
por  algún  espacio,  revienta  por  otra  parte  ó  sale  por 
aquella  con  mayor  ímpetu. 

Vanas  salían  y  contrarias  las  diligencias  encamina- 
das á  la  salud  pública;  vivían  todos  los  pueblos  en  te- 
mor y  aborrecimiento  de  los  soldados,  estremecidos  coa 
el  incendio  del  Fluviá.  Corría  fama  en  Santa  Coloma  de 
Farnés,  lugar  del  vizconde  de  Joch,que  el  tercio  de  don 
Leonardo  Moles  caminaba  á  destruirle,  porque  entonces 
entre  el  hospedaje  y  la  ruina  no  había  ninguna  dife- 
rencia; si  bien  ellos  propiamente  temían  que  los  napo- 
fitanos  pretendiesen  vengarse,  como  amenazaban, de 
los  agravios  recibidos  en  otro  pueblo  vecino.  Procuró 
el  Vizconde  en  Barcelona  desviar  el  peligro  de  los  su- 
yos; pero  no  pudo  alcanzar  otro  medio  que  haberse 
enviado  contra  el  mismo  lugar  un  aguacil  real  dicho 
Monredon  (es  en  Cataluña  este  oficio  de  mayor  esti- 
mación y  dignidad  que  en  Castilla).  Era  él  hombre  de 
naturaleza  asaz  acomodada  á  su  intento,  soberbio  y 
áspero.  Llegó  publicando  amenazas,  pretendió  culpar 
y  castigar  sin  reservar  ninguno ,  siendo  la  primera  par- 
te de  su  prevenido  castigo  alojar  en  la  villa  todo  el  ter- 
cio del  Moles:  advertidos  pues  de  su  enojo  los  morado- 
res por  la  experiencia  de  otras  demasías ,  comenzaron 
á  dejar  el  lugar,  retirándose  á  la  iglesia.  Desesperóse  el 
Monredon ,  reconociendo  cómo  los  vecinos  iban  esca- 
pándose desús  manos,  y  mandó  públicamente  fuesen 
quemadas  las  casas  que  sus  moradores  desamparasen. 
A  este  terrible  mandamiento  se  opuso  alguno ,  que  los 
catalanes  afirman  ser  forastero ,  y  aunque  natural ,  ni 
por  eso  olvidado  como  indigno;  pero  él ,  arrebatado  de 
su  furor,  le  disparó  una  pistola  á  los  pechos.  Sus  cria- 
dos y  otros  que  le  seguían,  imitando  la  barbaridad  de 
su  dueño ,  como  á  la  seña  militar,  oyéndola,  se  arroja- 
ron á  embestir  la  plebe  descuidada  y  temerosa ;  trabó- 
se la  pendencia  entre  estos  y  aquellos  con  muerte  y 
sangre  de  algunos  naturales.  Engrosóse  su  número,  ya 
con  mayores  intentos  que  la  defensa :  retiróse  el  Mon- 
redon á  una  casa,  donde  pensó  escaparse;  cercáronsela 
los  ofendidos,  y  pegándola  fuego,  ni  el  partido  de  la 
confesión,  que  pedia,  quisieron  concederle. 

La  nueva  de  este  suceso  prosiguió  en  irritar  y  re- 
volver el  ánimo  de  los  reales,  dándole  al  Santa  Colo- 
ma desde  aquel  punto  mas  cuidado  las  cosas,  como 
aquel  que  ya  tocaba  con  las  manos  lo  que  hasta  entonces 
miraba  como  desde  lejos  el  discurso.  Envió  contra  el 
pueblo  uno  desusoidores,  á  cuyaslentísimasdiligencias 
se  consiguió  la  entrada  en  la  villa  por  los  soldados  de  Mo- 
les, y  después  su  ruina  :  fueron  quemadas  y  derribadas 
poco  menos  de  doscientas  casas.  No  perdonó  su  fuña 


MOVIMIENTOS,  SEPARACIÓN 

á  la  iglesia  consagrada  á  Dios ,  como  ya  dicen  se  liabia 
atrevido  en  el  incendio  lamontiible  de  Riu  de  Arenas,  ó 
fuese  sacrilega  malicia  de  algún  hereje  disimulado  en  el   : 
ejército  católico ,  ó  inevitable  peligro  de  los  que  se  trae  | 
consigo  la  guerra,  digno  siempre  de  hígrimas,  y  que   , 
yo  llego  á  escribir  con  moderación,  según  lo  que  be  vis- 
to y  oido ,  por  no  escandalizar  la  memoria  del  que  le- 
yere con  la  recordación  de  este  abominable  suceso. 
Tampoco  es  mi  propósito  ofender  el  nombre  ójustifica- 
cion  de  los  que  en  ello  se  dice  han  tenido  parte  : 
quédela  verdad  sin  injuria,  y  sin  mancha  la  inocencia,  y 
desengañe  el  tiempo  á  la  posteridad ,  ya  que  nosotros 
padecemos  la  duda. 

Contenia  el  campo  católico,  demás  de  los  tercios 
españoles,  algunos  regimientos  de  naciones  extranje- 
ras, venidos  de  Ñapóles,  Módena  é  Irlanda,  los  cua- 
les no  solo  cumplidamente  constan  de  hombres  natura- 
les, mas  antes  entre  ellos  se  introducen  siempre  mu- 
chos de  provincias  y  religiones  diversas  ;  los  trajes, 
lengua  y  costumbres,  diferentes  de  los  españoles,  no 
tanto  para  con  la  gente  común  los  hacia  reputar  por 
extraños  en  la  patria, sino  también  en  la  ley :  este  er- 
ror, platicado  en  el  vulgo ,  que  de  su  parte  de  ellos  al- 
guna vez  se  ayudaba  con  demostraciones  escandalosas, 
vino  á  extenderse  de  tal  suerte,  que  casi  todos  erante- 
nidos  por  herejes  y  contrarios  de  la  Iglesia.  Miraban 
con  estos  ojos  los  catalanes  sus  demasías,  contando 
como  delitos  muchas  ligerezas  y  apariencias  dignas  de 
desprecio ,  en  que  no  hubieran  reparado  los  ojos  acos- 
tumbrados á  mirar  la  desenvoltura  de  los  ejércitos. 

Habia  el  Santa  Coloma  dado  cucnla  por  muchas  ve- 
ces al  Rey  de  la  turbación  de  aquella  provincia  ;  ha- 
bia significado  sus  quejas,  ofreciendo  uno  de  dos  me- 
dios para  moderarla :  eran ,  ó  aUviar  los  moradores  de 
los  alojamientos  y  contribuciones,  á  que  no  se  acomo- 
daban y  no  podian  llevar,  ó  también  que  las  tropas  se 
engrosasen  á  tal  número ,  que  los  soldados  fuesen  su- 
periores á  los  naturales,  porque  su  temor  los  tuviese 
obedientes. 

No  dejó  de  causar  novedad  en  los  ministros  del  Rey 
Católico  el  estilo  del  Santa  Coloma ;  algunos  llegaron 
á  presumir  que  representaba  el  segundo  remedio ,  por- 
que, considerándole  extraño é  imposible,  su  dificultad 
los  obligase  á  usar  del  primero,  que  era  sin  falta  el  mas 
conforme  á  su  deseo. 

El  Espinóla  también,  al  lado  del  Conde-Duque,  le 
hacia  entender  que  su  industria  habia  ya  facilitado  to- 
das las  dudas  del  país,  y  que  el  Santa  Coloma  las  vol- 
vía á  platicar,  porque  se  conociese  que  en  todas  las  ac- 
ciones y  finezas  del  Principado  tenia  parte.  Llevados 
de  este  discurso,  y  siempre  con  incredulidad  de  su  ma- 
yor daño,  le  respondían  sin  determinar  el  fin  de  las  co- 
sas; antes  con  modos  y  palabras  generales,  llenas  de 
duda  ó  artificio,  llegaban,  cuando  mucho,  á  decirle  cas- 
ligase  los  culpados  sin  excepción  de  dignidad  ó  fuero ; 
que  averiguase  los  delitos  por  jueces  desapasionados. 
Dejábanle  en  mayor  confusión  las  respuestas  que  su 
misma  duda. 

Entonces  los  diputados  de  la  provincia,  persua- 
didos de  su  celo  y  obligaciones ,  con  acuerdo  de  los 
mas  prácticos  en  la  república,  entendieron  que  por 
razón  de  su  oficio  les  tocaba  acudir  por  la  generalidad, 
oprimida  de  diferentes  excesos.  Ofrecióse  por  parte  del 


Y  GUERRA  DE  CATALINA.  4C7 

Principado  delante  el  Vircy  el  diputado  militar  Fran- 
cisco de  Tamarit ,  voz  de  la  nobleza  catalana ;  repre- 
sentó las  ofensas  y  opresiones  recibidas,  pidió  el  reme- 
dio, protestó  por  los  daños  comunes,  y  con  brío  no 
desigual  al  comedimiento  enseñó,  como  desde  lejos, 
algunas  misteriosas  razones ,  que  todas  se  aplicaban  á 
mostrar  la  gran  autoridad  de  la  unión  y  poder  pú- 
blico. 

Recibióle  el  Santa  Coloma  con  severidad,  respon- 
dió gravemente,  y  poco  después  aumentó  su  turbación 
la  segunda  embajada  de  Barcelona,  una  y  otra  encami- 
nada á  un  mismo  fin,  fundadas  ambas  en  unas  mis- 
mas quejas,  adornadas  con  las  propias  razones  y  mi- 
nistradas de  un  semejante  espíritu. 

Creció  con  la  ocasión  su  desplacer,  y  juzgando  que 
si  desde  los  principios  no  cortaba  las  raíces  á  aquella 
planta  de  la  libertad,  que  ya  temia  nacida ,  podría  ser 
después  durísima  de  arrancar,  y  cuya  sombra  causa- 
ría abrigo  á  una  miserable  sedición  en  la  patria ,  re- 
solvió mandar  ala  prisión,  ejecutándolo  luego,  al  di- 
putado Tamarit,  como  persona  principal  en  el  magis- 
trado ,  y  por  la  ciudad  á  Francisco  de  Vergos  y  Leonar- 
do Scrra,  entrambos  votos  del  concejo  de  Ciento;  y 
que  contra  el  diputado  eclesiástico  procediesen  los 
jueces  del  breve  apostólico  impetrado  á  este  fin ,  por- 
que la  riguridad  usada  con  los  mayores  excusase  el 
castigo  de  los  pequeños. 

Sintiólo  interiormente  la  ciudad ,  aunque  sin  voces, 
que  las  mas  veces  el  silencio  suele  ser  efecto  del  ma- 
yor dolor.  Cualquiera  guardaba  en  su  ánimo  la  afren- 
ta do  su  república,  como  si  él  solo  fuese  el  ofendido, 
proponiendo  consigo  mismo  el  desagravio  común ,  que 
porque  le  deseaban  igual  á  la  injuria ,  ninguno  se  de- 
terminaba á  vengarse  por  sí  solo. 

Dio  el  Santa  Coloma  aviso  al  Rey  de  la  demostra- 
ción hecha  en  Barcelona ,  y  no  sin  vanidad  de  lo  obra- 
do, decía  del  silencio  en  que  la  ciudad  se  hallaba  á  vista 
de  su  resolución,  y  cómo  ya  ninguno  osaría  á  decla- 
rarse en  favor  de  la  república ;  que  procedía  en  formar 
el  proceso  y  averiguar  la  culpa ;  que  el  castigo  podría 
quedarse  al  arbitrio  real.  Llegó  á  entender  que  en  esta 
acción  cobraba  todo  el  crédito  dudoso  al  juicio  de  los 
otros  ministros ,  que  no  le  podrían  argüir  flojedad  al- 
guna que  no  satisfaciese  la  deliberación  de  haber  cas- 
tigado los  mas  poderosos  :  en  fin ,  esta  diligencia  en  su 
ánimo  fué  mas  sacrificada  á  la  lisonja  que  á  la  equidad. 
No  dejó  de  agradecérsela  el  Rey,  ordenándole  que  unos 
y  otros  reos  fuesen  reducidos  á  prisión  áspera  mien- 
tras se  pensaba  el  castigo  conveniente,  ó  se  pasaban  al 
cantillo  de!  Perpiñan.  Satisfizose  su  mandamiento,  vol- 
viendo á  renovar  entonces  la  provincia  las  antiguas 
llagas  de  su  afrenta  ;  y  como  desde  el  corazón  se  comu- 
nica la  vida  ó  la  muerte  á  las  mas  partes  del  cuerpo,  así 
desde  Barcelona,  como  corazón  del  Principado,  se  de- 
rivaba el  veneno  de  la  injuria  por  todas  sus  regiones  en 
cartas  y  avisos,  con  tanta  prontitud,  que  en  breves  días 
el  ánimo  de  todos  parecía  gobernado  de  una  sola  pa- 
sión. 

Estiman  los  catalanes  notablemente  sus  magistra- 
dos ,  y  sobre  todos ,  aquellos  que  representan  la  au- 
toridad suprema  de  la  repúbb'ca,  como  los  romanos  á 
sus  dictadores ;  no  podian  mirar  sin  lágrimas  sus  ma- 
yores arrastrando  los  hierros,  en  que  los  oprimía  la 


468 


DON  FRANCISCO  MANLEL  DE  MELÓ. 


violencia  de  su  señor;  lloraban  su  libertad  como  per- 
dida, y  todos  temian  el  castigo  á  proporción  de  su  for- 
tuna. Encendíase  con  cada  acción  el  mortal  odio  contra 
la  persona  del  Vircy ;  entendían  que  la  gracia  común  lo 
liabia  subido  á  la  dignidad ;  cuanto  mas  lo  juzgaban 
obligado,  tanto  mas  ingrato  les  parecía;  mirábanle  con 
ceño  de  parricida,  y  todo  su  pensamiento  se  empleaba 
en  cómo  les  seria  posible  arrojar  de  su  gobierno  aquel 
liombre  que  tan  mal  babia  usado  de  sus  aplausos. 

De  este  vivísimo  deseo  de  venganza  resultaron  mi- 
serables efectos  en  toda  Cataluña,  porque  siendo  ya 
común  el  odio  entre  naturales  y  soldados,  ninguno  bus- 
caba otra  razón  para  dañar  al  contrario  que  el  ser  de 
estos  ó  aquellos.  Llegábase  el  tiempo  de  disponer  las 
cosas  de  la  guerra  aquel  año,  y  las  tropas  se  comenza- 
ban á  revolver  en  sus  cuarteles  para  marcbar  donde  les 
era  señalado;  pero  los  catalanes,  que  ya  pensaban  eran 
públicos  sus  propósitos,  mostraban  temerlas  como  ene- 
migas. De  la  misma  suerte  los  soldados,  sin  aguardar 
otra  averiguación  mas  del  temor  de  los  naturales,  los 
ofendían  y  robaban  sin  piedad  alguna. 

Marcbaban  las  compañías  de  unos  lugares  ú  otros, 
y  salían  á  recibirlas  armados  los  paisanos,  como  á 
gente  contraria ;  €n  otras  partes  los  agasajaban  fea- 
mente contra  las  leyes  naturales ,  y  como  en  la  casa  de 
Tbiéstes,  desde  la  mesa  pasaban  á  la  sepultura  :  unos 
pueblos  pagaban  tal  vez  la  insolencia  de  otros  con  in- 
cendios, muertes  y  vituperios;  corrían  por  todo  el  país 
ríos  de  sangre,  cuyo  movimiento  no  obedecía  á  ningún 
poder  ó  industria.  Bien  procuraba  el  Santa  Coloma  im- 
pedir los  excesos,  aunque  no  sabia  de  todos  (esta  es  la 
primera  calamidad  que  padecen  los  males  de  la  repú- 
blica) ;  empero  no  se  bailaba  medicina  de  tan  fuerte 
virtud, que  templase  el  poder  de  la  malicia  común, 
y  los  accidentes  llevados  de  la  violencia  de  otros,  ve- 
nían (1)  hacer  una  sucesión  de  desastres,  como  cosa 
natural  é  infalible. 

Hallóme  ahora  obligado  á  dar  alguna  noticia  de  Ca- 
taluña, para  que  mejor  se  entienda  lo  que  habré  de 
decir  después ,  tocando  en  sus  antigüedades,  del  natu- 
ral y  costumbres  de  sus  moradores ,  y  otras  cosas  que 
pertenecen  á  mi  historia;  todo  procuraré  hacer  en 
cortísima  digresión.  No  ofenda  mí  brevedad  la  grande- 
za de  esta  provincia,  ni  mi  juicio  embarace  la  noticia  de 
los  mas  bien  informados ;  bien  que  yo  en  procurarlas 
certísimas  de  lo  que  no  vi  he  cumplido  con  mi  obliga- 
ción ,  y  quizá  con  mí  deseo. 

Es  Cataluña  la  provincia  mas  oriental  de  España , 
puesta  por  los  romanos  en  la  Citerior,  después  en  la  Tar- 
raconense, nombre  derivado  á  su  tercera  parte  de  la 
antigua  ciudad  de  Tarragona,  famosa  en  aquellas  eda- 
des, y  en  esta  célebre  por  sus  militares  acontecimien- 
tos. De  los  pueblos  celtas  ó  celtiberos  fué  llamada  Cel- 
tiberia; pero  en  siglos  mas  próximos,  entre  godos  y 
alanos,  que  la  ocuparon,  mudó  el  primer  nombre,  lla- 
mándose, de  las  naciones  dominantes,  Cotia  Alania  ó 
Gocia  Alonia,  y  ahora  Catalunia ó  Cataluña,  obede- 
ciendo á  los  tiempos  en  la  variedad  de  los  nombres  co- 
mo en  la  del  imperio. 

Tiene  á  levante  la  Calía  dicha  Narbonense,  de  quien 
la  dividen  los  I'irinoos,  famosos  montes  de  Europa, 

(!)  I.a  falta  de  la  proposición  á  os  indudablemente  yerro  de  im- 
{irentn.  ] 


que  unos  denominan  de  Pyr,  voz  griega  que  significa 
fuego,  y  le  fué  aplicada  por  su  memorable  incendio; 
otros  de  un  antiguo  rey  en  España  llamado  Pyrros. 
A  poniente  confina  con  Aragón  y  parte  de  Valencia: 
apártalos  en  ciertos  lugares  el  rio  Ebro  ;  pero  en  otros 
pasan  allende  sus  aguas  algunos  pueblos  de  Catalu- 
ña. Por  el  septentrión  la  toca  Navarra  y  el  Bearne  ,  y 
se  acaba  en  el  mar  Mediterráneo  por  el  lado  que  mi- 
ra á  mediodía.  Divídese  toda  la  tierra  en  cinco  pro- 
vincias diferentes,  que  algunas  de  ellas  tuvieron  dife- 
rente señorío;  las  mas  célebres  son  Cataluña,  de  quien 
habernos  dicho;  Roseilon,  UamadoRhusino;  Cerdaña, 
que  es  la  antigua  Sardonum,  después  Conflent  y  Am- 
purdan.  Ahora  se  comprehenden  todas  en  el  condado 
de  Barcelona,  cuyo  estado,  según  las  historias,  tuvo 
principio  enLudovicoPio,  hijo  de  Carlo-Magno  ,  año 
delSeñor814;  si  bien  aquella  ciudad,,  con  algunas  otras 
de  su  dominio,  se  cuentan  entre  las  dudosas  fundacio- 
nes de  Hércules,  ó  Amílcar  Barcino,  como  otros  dicen : 
juntas  sus  provincias,  hacen  un  principado,  siéndoles 
común  á  sus  naturales  una  lengua,  un  hábito  y  unas 
costumbres,  en  que  se  diferencian  poco  délos  narbo- 
nenses  ó  lenguadoques,  de  quienes  se  han  derivado. 

Son  los  catalanes  por  la  mayor  parte  hombres  de  du- 
rísimo natural;  sus  palabras  pocas,  á  que  parece  les 
inclina  también  su  propio  lenguaje  ,  cuyas  cláusulas 
y  dicciones  son  brevísimas;  en  las  injurias  muestran 
gran  sentimiento,  y  por  eso  son  inclinados  á  venganza; 
estiman  mucho  su  honor  y  su  palabra;  no  menos  su 
exención,  por  lo  que  entre  las  mas  naciones  de  España 
son  amantes  de  su  liberlad.  La  tierra,  abundante  de 
asperezas ,  ayuda  y  dispone  su  ánimo  vengativo  á  ter- 
ribles efectos  con  pequeña  ocasión ;  el  quejoso  ó  agra- 
viado deja  los  pueblos  y  se  entra  á  vivir  en  los  bosque?, 
donde  en  continuos  asaltos  fatigan  los  caminos;  otros, 
sin  mas  ocasión  que  su  propia  insolencia,  siguen  á  es- 
totros; estos  y  aquellos  se  mantienen  por  la  industria 
de  sus  insultos.  Llaman  comunmente  andar  en  trabajo 
aquel  espacio  de  tiempo  que  gastan  en  este  modo  de 
vivir,  como  en  señal  de  que  le  conocen  por  descon- 
cierto; no  es  acción  entre  ellos  reputada  por  afrentosa, 
antes  al  ofendido  ayudan  siempre  sus  deudos  y  ami- 
gos. Algunos  han  tenido  por  cosa  política  fomentar  sus 
parcialidades  por  hallarse  poderosos  en  los  aconteci- 
mientos civiles :  con  este  motivo  han  conservado  siem- 
pre entre  sí  los  dos  famosos  bandos  de  narros  y  ca- 
dells,  no  menos  celebrados  y  dañosos  á  su  patria  que 
los  güelfos  y  gibelinos  de  Milán,  los  pafos  y  médicis 
de  Florencia,  los  bcamonteses  y  agramonteses  de  Na- 
varra ,  y  los  gamboínos  y  oñasitios  de  la  antigua  Viz- 
caya. 

Todavía  se  conservan  en  Cataluña  aquellas  diferen- 
tes voces,  bien  que  espantosamente  unidas  y  confor- 
mes en  el  fin  de  su  defensa :  cosa  asaz  digna  de  notar, 
que  siendo  ellos  entre  sí  tan  varios  en  las  opiniones  y 
sentimiento,  se  hayan  ajustado  de  tal  suerte  en  un  pro- 
pósito ,  que  jamás  esta  diversidad  y  antigua  contienda 
les  dio  ociision  de  dividirse ;  buen  ejemplo  para  ense- 
ñar ó  confundir  el  orgullo  y  disparidad  de  otras  nacio- 
nes en  aquellas  obras  cuyo  acierto  pende  de  la  unión 
de  los  ánimos. 

Habitan  los  quejosos  por  los  boscajes  y  espesuras , 
y  entre  sus  cuadrillas  hay  uno  que  gobierna,  á  quien 


MOVIMIENTOS,  SEPARACIÓN 
obedecen  los  demás.  Ya  de  este  pernicioso  mando  han 
salido  para  mejores  empleos  Roque  Guinart,  Pedraza 
y  algunos  famosos  capitanes  de  bandoleros ,  y  última- 
mente don  Pedro  de  Santa  Cilia  y  Paz,  caballero  de  na- 
ción mallorquín,  hombre  cuya  vida  hicieron  notable 
en  Europa  las  muertes  de  trescientas  y  veinticinco 
personas,  que  por  sus  manos  ó  industria  hizo  morir 
violentamente,  caminando  veinte  y  cinco  años  tras  la 
venganza  de  la  injusta  muerte  de  un  hermano.  Ocú- 
pase estos  tiempos  don  Pedro  sirviendo  al  Rey  Católi- 
co en  honrados  puestos  de  la  guerra ,  en  que  ahora  le 
da  al  mundo  satisfacción  del  escándalo  pasado. 

Es  el  hábito  común  acomodado  á  su  ejercicio :  acom- 
páñanse  siempre  de  arcabuces  cortos,  llamados  pe- 
dreñales, colgados  de  una  ancha  faja  de  cuero,  que 
dicen  charpa ,  atravesada  desde  el  hombro  al  lado 
opuesto.  Los  mas  desprecian  las  espadas  como  cosa 
embarazosa  á  sus  caminos;  tampoco  se  acomodan  á 
sombreros ,  mas  en  su  lugar  usan  bonetes  de  estambre 
listados  de  diferentes  colores,  cosa  que  algunas  veces 
traen  como  para  señal ,  diferenciándose  unos  de  otros 
por  las  listas;  visten  larguísimas  capas  de  jerga  blan- 
ca, resistiendo  gallardamente  al  trabajo,  con  que  se  re- 
paran y  disimulan ;  sus  calzados  son  de  cáñamo  tejido, 
á  que  llaman  sandalias;  usan  poco  el  vino,  y  con  agua 
sola,  de  que  se  acompañan,  guardada  en  vasos  rústicos, 
y  algunos  panes  ásperos  que  se  llevan,  siempre  pasa- 
dos del  cordel  con  que  se  ciñen ,  caminan  y  se  mantie- 
nen los  muchosdiasque  gastan sinacudirálos  pueblos. 

Los  labradores  y  gente  del  campo ,  á  quien  su  ejer- 
cicio en  todas  provincias  ha  hecho  llanos  y  pacíficos , 
también  son  oprimidos  de  esta  costumbre ;  de  tal  suer- 
te, que  unos  y  otros,  todos  viven  ocasionados  á  la  ven- 
ganza y  discordia  por  su  natural,  por  su  habitación  y 
por  el  ejemplo.  El  uso  antiguo  facilitó  tanto  el  escán- 
dalo común ,  que,  templando  el  rigor  de  la  justicia ,  ó 
por  menos  atenta  ó  por  menos  poderosa,  tácitamente 
permite  su  entrada  y  conservación  en  los  lugares  co- 
marcanos, donde  ya  los  reciben  como  vecinos. 

No  por  esto  se  debe  entender  que  toda  la  provin- 
cia y  sus  moradores  vivan  pobres,  sueltos  y  sin  poli- 
cía; antes,  por  el  contrario,  es  la  tierra,  principal- 
mente en  las  llanuras,  abundantísima  de  toda  suerte 
de  frutos,  en  cuya  fertilidad  compite  con  la  gruesa  An- 
dalucía, y  vence  cualquiera  otra  de  las  provincias  de 
España;  ennoblécenla  muchas  ciudades,  algunas  fa- 
mosas en  antigüedad  y  lustre;  tiene  gran  número  de 
villas  y  lugares ,  algunos  buenos  puertos  y  plazas  fuer- 
tes ;  su  cabeza  y  corte,  Barcelona ,  está  llena  de  noble- 
za, letras,  ingenios  y  hermosura ;  y  esto  mismo  se  re- 
parte con  mas  que  medianía  á  los  otros  lugares  del 
Principado.  Fabricó  la  piedad  de  sus  príncipes,  seña- 
lados en  la  religión,  famosos  templos  consagrados  á 
Dios.  Entre  ellos  luce ,  como  el  sol  entre  las  estrellas, 
el  santuario  do  Monserrate ,  célebre  en  todas  las  me- 
morias cristianas  del  universo.  Reconocen  el  valor  de 
sus  naturales  las  historias  antiguas  y  modernas  en  el 
Asia  y  Europa  ;  ¿  África  también  no  se  lo  confiesa?  Es, 
en  fin,  Cataluña  y  los  catalanes  una  de  las  provincias  y 
gentes  de  mas  primor,  reputación  y  estima  que  se  ha- 
lla en  la  grande  congregación  de  estados  y  reinos  de 
que  se  formó  la  monarquía  española. 

Andaba  en  este  tiempo  mas  viva  que  nunca  eo  el 


Y  GUERRA  DE  CATALl'.^A.  iCO 

Principado  la  plática  de  las  cosas  públicas,  que  cada 
uno  encaminaba  según  su  intención  ó  noticia ;  aunque 
generalmente  la  cólera  de  los  naturales,  persuadidos 
de  su  efecto ,  daba  poco  lugar  á  distinguir  la  razón  del 
antojo.  Rabian  los  casos  presentes  sacado  muchos  hom- 
bres de  sus  casas,  algunos  ofendidos  y  otros  temeros 
sos ;  vivian  estos  retirados,  según  su  costumbre  y  con- 
tinuo deseo  de  inquietud  y  venganza;  engrosábase  ca- 
da dia  con  esta  gente  el  número  de  los  que  infesta- 
ban la  campaña;  de  suerte  que  su  fuerza  y  atrevimien- 
to era  bastante  á  poner  en  cuidado  cualquiera  de  los 
pueblos  pacíficos;  empero  ellos,  esperándola  ocasión 
favorable  que  ya  les  traia  el  tiempo ,  se  disimulaban 
mas  de  lo  que  se  comedian. 

Grecia  con  las  ocasiones  la  furia  del  pueblo,  hasta  que 
en  12  de  mayo  rompió  tumultuosamente  las  cárceles, 
sacando  al  diputado  militar  y  otros  oficiales  del  común 
de  la  prisión  pública,  de  que  avisados  los  mas,  acudie- 
ron al  remedio  de  mayor  daño  sin  artificiosa  diligen- 
cia :  los  inquietos,  como  triunfantes,  amenazábanlas 
casas  del  Santa  Coloma  y  marqués  de  Villafranca  :  fué 
como  proemio  aquel  día  á  la  obra  que  ya  determina- 
ban. Habíanse  retirado  los  dos  á  la  tarazana,  donde, 
asistidos  de  los  conselleres  y  algunos  caballeros,  salie- 
ron libres,  excusando  aquella  vez  el  peligro  á  la  injuria. 

Habia  entrado  el  mes  de  junio ,  en  el  cual,  por  uso 
antiguo  de  la  provincia,  acostumbran  bajar  de  toda 
la  montaña  hacia  Barcelona  muchos  segadores ,  la  ma- 
yor parte  hombres  disolutos  y  atrevidos  que  lo  mas  del 
año  viven  desordenadamente,  sin  casa,  oficio  ó  habila- 
cion  cierta ;  causan  de  ordinario  movimientos  é  inquie- 
tud en  los  lugares  donde  los  reciben;  pero  la  necesi- 
dad precisa  de  su  trato  parece  no  consiente  que  se  les 
prohiba  :  temían  las  personas  de  buen  ánimo  su  llega- 
da, juzgando  que  las  materias  presentes  podrian  dar 
ocasión  á  su  atrevimiento  en  perjuicio  del  sosiego  pú- 
blico. 

Entraban  comunmente  los  segadores  en  vísperas  de 
Corpus ,  y  se  habian  anticipado  aquel  año  algunos :  tam- 
bién su  multitud,  superior  á  los  pasados,  daba  mas  que 
pensar  á  los  cuerdos ,  y  con  mayor  cuidado  por  las  ob- 
servaciones que  se  hacían  de  sus  ruines  pensamientos. 

El  de  Santa  Coloma ,  avisado  de  esta  novedad,  pro- 
curó, previniéndola,  estorbar  el  daño  que  ya  antevia: 
comunicólo  á  la  ciudad,  diciendo  le  parecía  conve- 
niente á  su  devoción  y  festividad  que  los  segadores  fue- 
sen detenidos,  porque  con  su  número  no  tomase  al- 
gún mal  propósito  el  pueblo ,  que  ya  andaba  inquie- 
to; pero  los  conselleres  de  Barcelona  (así  llaman  los 
ministros  de  su  magistrado;  consta  de  cinco  personas), 
que  casi  se  lisonjeaban  de  la  libertad  del  pueblo,  juz- 
gando de  su  estruendo  habría  de  ser  la  voz  que  mas 
constante  votase  el  remedio  de  su  república,  se  excu- 
saron con  que  los  segadores  eran  hombres  llanos  y  ne- 
cesarios al  manejo  de  las  cosechas ;  que  el  cerrar  las 
puertas  de  la  ciudad  causaria  mayor  turbación  y  tris- 
teza; que  quizá  su  multitud  no  se  acomodaría  á  obe- 
decer la  simple  orden  de  un  pregón.  Intentaban  con 
esto  poner  espanto  al  Yirey  para  que  se  templase  en  la 
dureza  con  que  procedía ;  por  otra  parte  deseaban  jus- 
tificar su  intención  para  cualquier  suceso. 

Pero  el  Santa  Coloma  ya  imperiosamente  les  mos- 
tró con  claridad  la  peligrosa  confusión  que  los  aguar- 


470 


DON  FRANCISCO  MANUEL  DE  MELÓ. 


daba  en  recibir  tales  liombres;  empero  volvió  el  ma- 
gistrado por  segunda  respuesta  que  ellos  no  se  atre- 
vían á  mostrar  á  sus  naturales  tal  desconfianza ;  que 
reconocían  parte  de  los  efectos  de  aquel  recelo;  que 
mandaban  armar  algunas  compañías  de  la  ciudad  para 
tenerla  sosegada;  que  donde  su  flaqueza  no  alcanzase, 
supliese  la  gran  autoridad  de  su  oficio,  pues  á  su  poder 
locaba  hacer  ejecutar  los  remedios  que  ellos  solo  po- 
dían pensar  y  ofrecer.  Estas  razones  detuvieron  al  Con- 
de, no  juzgando  por  conveniente  rogarles  con  lo  que 
no  podía  hacerles  obedecer,  ó  también  porque  ellos  no 
entendiesen  eran  tan  poderosos,  que  su  peligro  o  su 
remedio  podiu  estar  en  sus  manos. 

Amaneció  el  día  en  que  la  Iglesia  católica  cele- 
bra la  institución  del  Santísimo  Sacramento  del  altar; 
fué  aquel  año  el  7  de  junio :  continuóse  por  toda  la  ma- 
ñana la  temida  entrada  de  los  segadores.  Afirman  que 
hasta  dos  mil ,  que  con  los  anticipados,  hacían  mas  de 
dos  mil  y  quinientos  hombres,  algunos  de  conocido  es- 
cándalo: dícese  que  muchos,  á  la  prevención  y  armas 
ordinarias,  añadieron  aquella  vez  otras ,  como  que  ad- 
vertidamente fuesen  venidos  para  algún  hecho  grande. 

Entraban  y  discurrían  por  la  ciudad ;  no  había  por 
todas  sus  calles  y  plazas  sino  corrillos  y  conversa- 
ciones de  vecinos  y  segadores;  en  todos  se  discurría 
sobre  los  negocios  entre  el  Rey  y  la  provincia,  sobre  la 
violencia  del  Virey,  sobre  la  prisión  del  diputado  y  con- 
cejeros, sobre  los  intentos  de  Castilla,  y  últimamente, 
sobre  la  hbertad  de  los  soldados :  después,  ya  encendi- 
dos de  su  enojo,  paseaban  llenos  de  silencio  por  las  pla- 
zas, y  el  furor,  oprimido  de  la  duda ,  forcejaba  por  sa- 
lir asomándose  á  los  efectos ,  que  todos  se  reconocían 
rabiosos  é  impacientes ;  si  topaban  algún  castellano, 
sin  respetar  su  hábito  ó  puesto ,  lo  miraban  con  mofa  y 
descortesía,  deseando  incitarlos  al  ruido;  no  había  de- 
mostración que  no  prometiese  un  miserable  suceso. 

Asistían  áeste  tiempo  en  Rarcelona,  esperando  la 
nueva  campaña ,  muchos  capitanes  y  oficiales  del 
ejército ,  y  otros  ministros  del  Rey  Católico ,  que  la 
guerra  de  Francia  había  llamado  á  Cataluña  :  era  co- 
mún el  desplacer  con  que  los  naturales  los  trataban. 
Los  que  eran  mas  servidores  del  Rey,  atentos  á  los  su- 
cesos antecedentes ,  medían  sus  pasos  y  divertimien- 
tos, y  entre  todos  se  hallaba  como  ociosa  la  libertad  de 
la  soldadesca.  Habían  sucedido  algunos  casos  de  es- 
cándalo y  afrenta  contra  personas  de  gran  puesto  y  ca- 
lidad, que  la  sombra  de  la  noche  ó  el  temor  había  cu- 
bierto ;  eran ,  en  fin ,  frecuentísimas  las  señales  de  su 
rompimiento.  Algunos  patrones  hubo  que,  compadeci- 
dos de  la  inocencia  de  los  huéspedes ,  ios  aconsejaban 
mucho  de  antes  se  retirasen  á  Castilla;  tal  hubo  tam- 
bién que,  rabioso  con  pequeña  ocasión,  amenazaba  á 
otro  con  el  esperado  día  del  desagravio  público. 

Este  conocimiento  incitó  á  muchos ,  bien  que  su 
calidad  y  oficio  les  obligase  ú  la  compañía  del  Con- 
de, á  que  se  fingiesen  enfermos  é  imposibífitados  de 
seguirle;  algunos,  despreciando  ó  ignorando  el  riesgo, 
le  buscaron. 

Era  ya  constante  en  todas  partes  el  alboroto:  los 
naturales  y  forasteros  corrían  desordenadamente;  los 
castellanos,  amedrentados  del  furor  público,  se  escon- 
dían en  lugares  olvidados  y  torpes ;  otros  se  confia- 
ban á  la  fidelidad,  pocas  veces  incorrupta ,  de  algunos 


moradores ;  tal  con  la  piedad ,  tal  con  la  industria,  tal 
con  el  oro.  Acudió  la  justicia  á  estorbar  las  primeras 
revoluciones,  procurando  reconocer  y  prender  algunos 
de  los  autores  del  tumulto  :  esta  diligencia,  á  pocos 
agradable,  irritó  y  dio  nuevo  aliento  á  su  furor,  como 
acontece  que  el  rocío  de  poca  agua  enciende  mas  la 
llanuí  en  la  hornaza. 

Sc;ñalábase  entre  todos  los  sediciosos  uno  de  los 
segadores,  hombre  facineroso  y  terrible,  al  cual  que- 
riendo prender,  por  haberlo  conocido ,  un  ministro  in- 
ferior de  justicia  ,  hechura  y  oficial  del  Monredon  (de 
quien  hemos  dicho),  resulló  destu  contienda  ruido  en- 
tre los  dos;  quedó  herido  el  segador,  á  quien  ya  so- 
corría gran  parte  de  los  suyos.  Esforzábase  mas  y  mas 
uno  y  otro  partido,  empero  siempre  ventajoso  el  de  los 
segadores.  Entonces  algunos  soldados  de  milicia,  que 
guardaban  el  palacio  del  Virey,  tiraron  hacía  el  tumul- 
to, dando  á  todos  mas  ocasión  que  remedio.  A  este 
tiempo  rompían  furiosamente  en  gritos  :  unos  pedían 
venganzas;  otros,  mas  ambiciosos,  apellidaban  la  hber- 
tad de  la  patria ;  aquí  se  oía  :  o¡  Viva  Cataluña  y  los  ca- 
talanes!» Allí  otros  clamaban :  «¡Muera  el  mal  gobierno 
de  Felipe!»  Formidables  resonaron  la  primera  vez  estas 
cláusulas  en  los  recatados  oídos  de  los  prudentes;  casi 
todos  los  que  no  las  ministraban  las  oían  con  temor,  y 
los  mas  no  quisieran  haberlas  oído.  La  duda,  el  espan- 
to, el  peligro ,  la  confusión ,  todo  era  uno;  para  todo 
había  su  acción ,  y  en  cada  cual  cabían  tan  diferentes 
efectos;  solo  los  ministros  reales  y  los  de  la  guerra  lo 
esperaban,  iguales  en  el  celo.  Todos  aguardaban  por 
instantes  la  muerte  ( el  vulgo  furioso  pocas  veces  para 
sino  en  sangre);  muchos,  sin  contener  su  enojo,  servían 
de  pregón  al  furor  de  otros;  este  gritaba  cuando  aquel 
hería ,  y  este  con  las  voces  de  aquel  se  enfurecia  de 
nuevo,  infamábanlos  españoles  con  enormísimos  nom- 
bres; buscábanlos  con  ansia  y  cuidado,  y  el  que  des- 
cubría y  mataba,  ese  era  tenido  por  valiente,  fiel  y  di* 
choso. 

Las  milicias  armadas  con  pretexto  desosiego,  ó  fuese 
orden  del  Conde,  ó  solo  de  la  ciudad,  siem|ire  encami- 
nada ala  quietud,  los  mismos  que  en  ellas  debían  servir 
á  la  paz ,  ministraban  el  tumulto. 

Porfiaban  otras  bandas  de  segadores,  esforzadas  ya 
de  muchos  naturales,  en  ceñir  la  casa  de  Santa  Colo- 
ma: entonces  los  diputados  de  la  General  con  los  con- 
selleres  de  la  ciudad  acudieron  á  su  palacio;  diligencia 
que  mas  ayudó  la  confusión  del  Conde ,  de  lo  que  pudo 
socorrérsela  :  allí  se  puso  en  plática  saliese  de  Barce- 
lona con  toda  brevedad ,  porque  las  cosas  no  estaban 
vade  suerte  que  accidentalmente  pudiesen  remediar- 
se :  facilitábanle  con  el  ejemplo  de  don  Hugo  de  Mon- 
eada enPalermo,  que  por  no  perder  la  ciudad,  la  dejó, 
pasándose  á  Mesina.  Dos  galeras  genovesas  en  el  mue- 
lle daban  todavía  esperanza  de  salvación.  Escuchábalo 
el  Santa  Coloma;  pero  con  ánimo  tan  turbado,  que  el 
juicio  ya  no  alcanzaba  á  distinguir  el  yerro  del  acierto. 
Cobróse,  y  resolvió  despedir  de  su  presencia  casi  todos 
los  que  le  acompañaban,  ó  fuese  que  no  se  atrevió  á  de- 
cirles de  otra  suerte  que  escapasen  las  vidas,  ó  que 
no  quiso  hallarse  con  tantos  testigos  á  la  ejecución  de 
su  retirada.  En  fin  se  excusó  á  los  que  le  aconsejaban 
su  remedio,  con  peligro,  no  solo  de  Barcelona,  sino  de 
toda  la  provincia;  juzgaba  la  partida  indecente  á  su 


MOVIMIENTOS,  SEPARACIÓN 

dignidad  ;  ofrecía  en  su  corazón  la  vida  por  el  real  de- 
coro :  de  esta  suerte,  firme  en  no  desamparar  su  mando, 
se  dispuso  á  aguardar  todos  los  trances  de  su  fortuna. 

Del  ánimo  del  magistrado  no  haremos  discurso  en 
esta  acción,  porque  ahora  el  temor,  ahora  el  artiücio, 
le  liacian  que  ya  obrase  conforme  á  la  razón,  ya  que  di- 
simulase según  la  conveniencia.  Afírmase  por  sin  duda 
que  ellos  jamas  llegaron  á  pensar  tanto  del  vulgo,  ha- 
biendo mirado  apaciblemente  sus  primeras  demostra- 
ciones. 

No  cesaba  el  miserable  Vírey  en  su  oficio ,  como  el 
que  con  el  remo  en  la  mano  piensa  que  por  su  trabajo 
ha  de  llegar  al  puerto  :  miraba,  y  revolvía  en  su  ima- 
ginación los  daños,  y  procuraba  su  remedio ;  aquel  úl- 
timo esfuerzo  de  su  actividad  estaba  enseñando  ser  el 
fin  de  sus  acciones. 

Recogido  á  su  aposento,  escribía  y  ordenaba ;  pero 
ni  sus  papeles  ni  sus  voces  hallaban  reconocimiento  ú 
obediencia.  Los  ministros  reales  deseaban  que  su  nom- 
bre fuese  olvidado  de  todos;  no  podían  servir  en  nada; 
los  provinciales  ni  querían  mandar,  menos  obedecer. 

Intentó  por  última  diligencia  satisfacer  su  queja  al 
pueblo,  dejando  en  su  mano  el  remedio  de  las  cosas 
públicas ,  que  ellos  ya  no  agradecían ,  porque  ninguno 
se  obliga  ni  quiere  deber  á  otro  lo  que  se  puede  obrar 
por  sí  mismo;  empero  ni  para  justificarse  pudo  hallar 
forma  de  hacer  notoria  su  voluntad  á  los  inquietos, 
porque  las  revoluciones  interiores,  á  imitación  del  cuer- 
po humano,  habían  de  tal  suerte  desconcertado  los  ór- 
ganos de  la  república,  que  ya  ningún  miembro  de  ella 
acudía  á  su  movimiento  y  oficio, 

A  vista  de  este  desengaño  se  dejó  vencer  de  la  con- 
sideración y  deseo  de  salvar  la  vida,  reconociendo  úl- 
timamente lo  poco  que  podía  servir  á  la  ciudad  su  asis- 
tencia, pues  antes  el  dejarla  se  encaminaba  á  la  lison-. 
ja  ó  á  remedio  acomodado  á  su  furor.  Intentólo,  pero 
ya  no  le  fué  posible,  porque  los  que  ocupaban  la  ta- 
razana  y  baluarte  del  mar,  á  cañonazos  habían  hecho 
apartar  la  una  galera,  y  no  menos  porque  para  salir  á 
buscarla  á  la  marina,  era  fuerza  pasar  descubierto  á  las 
bocas  de  sus  arcabuces.  Volvióse,  seguido  ya  de  pocos, 
á  tiempo  que  los  sediciosos  á  fuerza  de  armas  alrope- 
Ilaban  las  puertas ;  los  que  las  defendían ,  entendiendo 
la  causa  del  tumulto,  unos  les  seguían,  otros  no  lo  es- 
torbaban. 

A  este  tiempo  vagaba  por  la  ciudad  un  confusísimo 
rumor  de  armas  y  voces ;  cada  casa  representaba  un 
espectáculo ;  muchas  se  ardían,  muchas  se  arruinaban, 
á  todas  se  perdía  el  respeto  y  se  atrevía  la  furia  :  olvi- 
dábase el  sagrado  de  los  templos;  la  clausura  ó  inmu- 
nidad de  las  religiones  fué  patente  al  atrevimiento  de 
los  homicidas;  hallábanse  hombres  despedazados  sin 
examinar  otra  culpa  que  su  nación;  aun  los  naturales 
eran  oprimidos  por  crimen  de  traidores :  así  infamaban 
aquel  día  á  la  piedad,  si  alguno  abrió  sus  puertas  al  alli- 
gido  ó  las  cerraba  al  furioso.  Fueron  rotas  las  cárce- 
les, cobrando  no  solo  la  libertad,  mas  autoridad  los 
delincuentes. 

Había  el  Conde  ya  reconocido  su  postrer  riesgo,  oyen- 
do las  voces  de  los  que  le  buscaban  pidiendo  su  vida; 
y  depuestas  entonces  las  obligaciones  de  grande,  se 
dejó  llevar  fácilmente  de  los  afectos  de  hombro ;  pro- 
curó todos  los  modos  de  salvación,  y  volvió  desorde- 


Y  GUERRA  DE  CATALUÑA.  411 

nadamente  á  proseguir  en  el  primer  intento  de  em- 
barcarse; salió  segunda  vez  á  la  lengua  del  agua,  pero 
como  el  aprieto  fuese  grande ,  y  mayor  el  peso  de  las 
aflicciones ,  mandó  se  adelantase  su  hijo  con  pocos  que 
le  seguían,  porque  llegando  al  esquife  de  la  galera,  que 
no  sin  gran  peligro  los  aguardal)a ,  hiciese  como  lo  es- 
perase también;  no  quiso  aventurar  la  vida  del  liijo, 
porque  no  coníiaba  tanto  de  su  fortuna.  Adelantóse  el 
mozo,  y  alcanzando  la  embarcación ,  no  le  fué  posible 
detenerla  (tanta  érala  furia  con  que  procuraban  des- 
de la  ciudad  su  ruina );  navegó  hacia  la  galera ,  que  le 
aguardaba  fuera  de  la  batería.  Quedóse  el  Conde  mi- 
rándola con  lágrimas ,  disculpables  en  un  hombre  que 
se  veía  desamparado  á  un  tiempo  del  hijo  y  de  las  es- 
peranzas; pero  ya  cierto  de  su  perdición,  volvió  con 
vagarosos  pasos  por  la  orilla  opuesta  á  las  peñas  que 
llaman  de  San  Beltran ,  camino  de  Monjuich. 

A  esta  sazón,  entrada  su  casa  y  públ.ca  su  ausen- 
cia, le  buscaban  rabiosamente  por  todas  parles,  co- 
mo si  su  muerte  fuese  la  corona  de  aquella  victoria ; 
todos  sus  pasos  reconocían  los  de  la  tarazana:  los  mu- 
chos ojos  que  lo  miraban  caminando  como  verdade- 
ramente á  la  muerte ,  hicieron  que  no  pudiese  ocultar- 
se á  los  que  le  seguían.  Era  grande  la  calor  del  día , 
superior  la  congoja,  seguro  el  peligro,  viva  la  imagi- 
nación de  su  afrenta; estaba  sobre  todo  firmada  la  sen- 
tencia en  el  tribunal  infalible  :  cayó  en  tierra  cubierto 
de  un  mortal  desmayo,  donde  siendo  hallado  por  algu- 
nos de  los  que  furiosamente  le  buscaban ,  fué  muerto 
de  cinco  heridas  en  el  pecho. 

Así  acabó  su  vida  don  Dalmau  de  Queralt ,  conde 
de  Santa  Coloma,  dando  famoso  desengaño á  la  am- 
bición y  soberbia  de  los  humanos,  pues  aquel  mis- 
mo hombre,  en  aquella  región  misma,  casi  en  un  tiem- 
po propio ,  una  vez  sirvió  de  envidia ,  otra  de  lástima. 
¡Oh  grandes ,  que  os  parece  nacisteis  naturales  al  im- 
perio! ¿Qué  importa,  si  no  dura  mas  de  la  vida,  y 
siempre  la  violencia  del  mando  os  arrastra  temprana- 
mente al  precipicio ! 

No  paró  aquí  la  revolución ;  porque ,  como  no  te- 
nia fin  determinado ,  no  sabían  hasta  dónde  era  me- 
nester que  llegase  la  fiereza.  Las  casas  de  todos  los  mi- 
nistros y  jueces  reales  fueron  dadas  á  saco ,  como  si  en 
porfiadísimo  asalto  fuesen  ganadas  á  enemigos.  Em- 
pleóse mas  el  furor  en  el  aposento  de  don  García  de 
Toledo,  marqués  de  Villafranca ,  general  de  las  galeras 
de  España,  que  algunos  diasantes  había  dejado  aquel 
puerto :  tenían  largas  noticias  del  Marqués  por  la  asis- 
tencia que  hacía  en  la  ciudad ;  aborrecían  entrañable- 
mente su  despejo  y  exquisito  natural;  pagaron  enton- 
ces las  vidas  de  sus  inocentes  criados  el  odio  concebido 
contra  el  señor.  Aquí  sucedió  un  caso  extraño,  asaz 
en  beneficio  de  la  templanza :  toparon  los  que  desvali- 
jaban la  casa ,  entre  sus  alhajas ,  un  reloj  de  raro  artifi- 
cio, que  ayudándose  de  los  movimientos  de  sus  ruedas 
(encerradas  en  el  cuerpo  de  un  jimio,  cuya  figura  re- 
presentaba ),  fingía  algunos  ademanes  de  vivo ,  revol- 
viendo los  ojos  y  doblando  las  manos  ingeniosamente. 
Admirábase  la  multitud  en  tal  novedad ,  ciega  dos  ve- 
ces del  furor  y  de  la  ignorancia ;  y  creyendo  ser  aque- 
lla alguna  invención  diabólica ,  deseosos  de  que  todos 
participasen  de  su  propia  admiración,  clavaron  el  reloj 
en  la  punta  de  una  pica;  así  discurriendo  por  toda  la 


472 


DON  FRANCISCO  MANLEL  DE  MELÓ. 


ciudad,  lo  onscriiiban  al  pueblo,  que  le  miraba  y  seguía 
igualmente  lleno  de  asombro  y  rabia :  de  esta  suerte  ca- 
minaron á  la  Inquisición,  y  le  entregaron  á  sus  minis- 
tros;,  acusando  todos  á  voces  el  encanto  de  su  dueño; 
ellos,  bien  que  reconocidos  del  abuso  vulgar  que  los  mo- 
vía ,  temerosos  de  su  desorden,  convinieron  en  su  sen- 
timiento, prometiendo  de  averiguar  el  caso,  y  casti- 
garle como  fuese  justo. 

La  gente  que  llevó  tras  sí  esta  novedad,  y  el  tiem- 
po que  se  gastó  en  seguirla ,  alivió  mucho  el  tumul- 
to ;  por  otra  parte  se  empleaban  otros  en  acompañar 
y  aclamar  de  nuevo  al  diputado  Tamarit  y  conselleres , 
que  recibiendo  del  vulgo  el  aplauso ,  como  la  libertad 
poco  antes ,  discurrían  por  las  plazas  llevados  en  liom- 
bros  de  la  plebe  :  ocupó  este  ejercicio  gran  parte  del 
dia;  mas  no  por  eso  le  faltaban  al  tumulto  voces,  ma- 
nos, armas  y  delitos. 

El  convento  de  San  Francisco ,  casa  en  Barcelona 
de  suma  reverencia,  ofrecía  con  su  autoridad  y  devo- 
ción inviolable  sagrado  á  los  temerosos ;  acudieron 
muchos  á  buscarle  :  esto  mismo  dio  motivo  de  crecer 
el  ardor  de  los  inquietos.  Hicieron  los  religiosos  algu- 
nas diligencias  mas  constantes  de  lo  que  permitía  su 
profesión ,  bien  que  cortísimas  para  resistir  las  fuerzas 
contrarias;  pretendieron  quemar  las  puertas,  y  ven- 
ciéndolas en  íin,  entraron  espantosamente;  fueron  en 
un  instante  hallados  y  muertos  con  terrible  inhumani- 
dad casi  todos  los  que  se  hablan  retirado,  y  entre  ellos 
algunos  hombres  de  gran  calidad  y  puesto;  estos  son 
los  que  podríamos  llamar  dichosos,  acabando  en  la  casa 
de  Dios  y  á  los  pies  de  sus  ministros.  Tal  hubo,  que  pi- 
diendo entrañablemente  confesión ,  se  la  concedieron; 
pero  luego  impaciente  el  contrario,  salpicó  de  inocente 
y  miserable  sangre  los  oidos  del  que  en  lugar  de  Dios 
le  escuchaba;  otros,  medio  muertos  por  las  calles,  aca- 
baban sin  el  refugio  de  los  sacramentos;  alguno  pudo 
contar  iníinitos  homicidas,  pues  comenzándole  á  he- 
rir uno,  era  después  lastimoso  despojo  al  furor  de  los 
que  pasaban ;  á  otro  embestían  en  un  instante  innume- 
rables riesgos;  llegando  juntas  muchas  espadas,  no  se 
podría  determinar  á  qué  mano  debía  la  muerte;  ella 
tampoco,  como  á  los  demds  hombres,  los  aseguraba  de 
otras  desdichas.  Muchos  después  de  muertos  fueron 
arrastrados ,  sus  cuerpos  divididos ,  sirviendo  de  juego 
y  risa  aquel  humano  horror  que  la  naturaleza  religio- 
samente dejó  por  freno  de  nuestras  demasías ;  la  cruel- 
dad era  deleite ,  la  muerte  entretenimiento  :  á  uno  ar- 
rancaban la  cabeza,  ya  cadáver ,  le  sacaban  los  ojos , 
cortaban  la  lengua  y  narices;  luego  arrojándola  de 
uñasen  otrasmanos,  dejando  en  todas  sangre,  y  en  nin- 
guna lástima,  les  servia  como  de  fácil  pelota;  tal  hubo 
que  topando  el  cuerpo  casi  despedazado,  le  cortó  aque- 
llas partes  cuyo  nombre  ignora  la  modestia,  y  acomo- 
dándolas en  el  sombrero ,  hizo  que  le  sirviesen  de  tor- 
písimo y  escandaloso  adorno. 

Todo  aquel  dia  poseyó  el  delito  repartido  en  enor- 
mes accidentes ,  de  que  cansados  ya  los  mismos  ins- 
trumentos del  desorden ,  pararon  en  ella ,  ó  también 
porque  con  la  noche  temieron  de  los  mismos  que  ofen- 
dían, y  aun  de  sí  propios. 

Estos  son  aquellos  hombres  (caso  digno  de  gran  pon- 
deración) que  fueron  tan  famosos  y  temidos  en  el  mun- 
do ;  los  que  avasallaron  príncipes ,  los  que  domina- 


ron naciones,  los  que  conquistaron  provincias,  los  que 
dieron  leyes  á  la  mayor  parte  de  Europa,  los  que  reco- 
noció por  señores  todo  el  Nuevo-Mundo.  Estos  son  los 
mismos  castellanos,  hijos,  herederos  y  descendientes 
de  estotros,  y  estos  son  aquellos  que  por  oculta  provi- 
dencia de  Dios  son  ahora  tratados  de  tal  suerte  dentro 
de  su  misma  patria  por  manos  de  hombres  viles,  en  cu- 
ya memoria  puede  tomar  ejemplo  la  nación  mas  so- 
berbia y  triunfante.  Y  nosotros,  viéndoles  en  tal  estado, 
podremos  advertir  que  el  cielo ,  ofendido  de  sus  exce- 
sos, ordenó  que  ellos  mismos  diesen  ocasión  á  su  cas- 
ligo,  convirtiéndose  con  tacílidad  el  escándalo  en  es- 
carmiento. 

Al  otro  día,  atemorizada  la  ciudad  del  rumor  pasa- 
do, y  manchada  de  sangre  de  tantos  inocentes,  ama- 
neció como  turbada  é  interiormente  llena  de  pesar  y 
espanto.  Hizo  celebrar  sus  funerales  por  el  Conde 
muerto,  llena  de  tristísimos  lutos,  en  demostración  de 
su  viudez,  y  en  pregones  y  edictos  públicos  ofreció  pre- 
mios considerables  al  que  descubriese  el  homicida. 

Dio  luego  la  Diputación  cuenta  al  Rey  Católico  de 
lo  sucedido  el  día  de  Corpus  :  disculpaba  los  minis- 
tros provinciales ,  dejaba  toda  la  ocasión  á  la  parte  del 
Vírey,  cuya  inconsiderada  entereza  á  los  principios  ha- 
bla revuelto  los  ánimos  de  los  atrevidos;  hablaban  tem- 
pladamente del  alboroto,  y  con  gran  exageración  desu 
sentimiento  negaban  la  violencia  en  la  muerte  del  Con- 
de; antes  acomodándolo  á  accidente  natural,  se  que- 
jaban del  temor  que  le  trajo  á  aquellos  términos;  en  íin, 
llenos  de  lágrimas,  mas  pedían  el  consuelo  que  el  re- 
medio; y  entre  tanto  prosegiiían  en  sus  averiguaciones, 
por  excusarse,  siles  fuese  posible,  del  escándalo  que 
un  tal  suceso  podia  haber  dado  en  el  mundo. 

LIBRO  SEGUNDO. 

Tortosa  sigue  la  inquietud  de  la  provincia.— Gobierno  del  Cardo- 
na.—Sus  acciones  y  muerte.— Junta  el  Arce  las  armas  reales. — 
Su  camino.— Asalto  de  Perpiñan.— Obispo  de  Barcelona,  nue- 
vo virey. — La  Diputación  envia  embajada  al  Rey  Católico. — 
Efectos  de  ella.— Previene  el  Conde-Duque  gran  junta  cerca  de 
los  negocios  del  Principado.— Sus  proposiciones  y  pareceres.— 
Resuélvese  la  guerra. 

Pública  la  revolución  de  Barcelona  por  todo  el  Prin- 
cipado, estimuló  terriblemente  los  ánimos  de  sus  mo- 
radores á  imitarle,  juzgándose  por  mejor  natural  aquel 
que  con  mas  libertad  perturbase  su  repúbhca :  esta  pa- 
sión, aunque  apoderada  de  todos,  como  sucesiva  ala 
queja,  tuvo  particularmente  su  fuerza  en  aquellos  pue- 
blos donde  se  hallaba  alojado  parte  del  ejército  católi- 
co, que,  como  mas  ocasionados,  eran  los  mas  expues- 
tos á  la  contienda  y  sinrazón  de  los  huéspedes.  Lérida, 
Balaguer  y  Gerona ,  todas  ciudades  principales,  y  otras 
villas,  continuaron  duramente  el  tumulto  comenzado 
antes  de  la  muerte  del  Conde,  aunque  también  algunas 
con  poca  mas  causa  que  el  despecho  é  interior  contra- 
riedad entre  las  dos  naciones.  Eran  los  miserables  cas- 
tellanos asaltados,  arrojados  y  perseguidos  de  todas  par- 
tes, de  todas  personas  y  á  todos  tiempos;  ni  la  campaña 
ni  la  soledad  los  aseguraba ;  antes  allí  parecía  mayor  el 
riesgo. 

Ocupaban  entonces  el  castillo  de  la  ciudad  de  Tor- 
tosa, última  población  de  Cataluña,  puesta  sobre  el 
Ebro,  fronteriza  al  reino  de  Valencia,  tres  mil  solda- 
dos bisoñes  y  desarmados,  á  cargo  de  don  Luis  de  Mon- 


MOVIMIENTOS,  SEPARACIÓN 

suar,  baile  general  del  Principado  (e?  allá  baile  como 
recibidor  y  administrador  de  todo  lo  tocante  al  Rey); 
y  era  don  Luis  uno  de  los  hombres  que  verdaderamen- 
te amaban  el  servicio  de  su  príncipe.  Fué  avisado  pron- 
tamente de  los  movimientos  que  la  ciudad  prevenía; 
trató  de  recoger  consigo  al  castillo  algunasmuniciones 
y  bastimentos  que  basta  entonces  confiadamente  se 
estaban  esparcidos  por  todo  el  lugar;  intentólo  con  ar- 
tificio, pretendiendo  manejarlos  aquella  noclie,para 
lo  que  le  ayudaba  mucho  un  caballero  natural  de  la 
misma  ciudad ,  de  apellido  Oliveros,  en  extremo  aficio- 
nado al  partido  del  Rey;  empero  siendo  descubierta  su 
intención ,  acudió  el  pueblo  á  pedirle  se  detuviese  en 
aquella  diligencia. 

Deseaba  el  Monsuar  apoderarse  de  las  municiones  y 
pertrechos  de  guerra,  porque  hallándose  con  tres  mil 
infantes,  que  con  ellos  podria  armar,  no  dudaba  hacerse 
dueño  de  la  ciudad  y  mantenerla  á  devoción  del  Rey  Ca- 
tólico contra  todo  el  Principado,  esperando  ser  por  ins- 
tantes socorridos  de  Aragón  y  Valencia.  Excusóse  con 
buenasrazonesá  la  demanda  del  vulgo,  queya  impacien- 
te de  la  duda,  con  súbito  motin  habia  revuelto  los  ciu- 
dadanos; fueron  de  improviso  asaltados  los  soldadosino- 
centes  sin  armas  ni  intentos;  hasta  entonces  ignoraban 
ladeterminacio(i<Íel  Monsuar;  salvólos  su  inocencia,  y 
recibiendo  la  vida  y  la  libertad  de  mano  de  los  sedicio- 
sos, fueron  enviados  á  diferentes  partes,  habiendo  ju- 
rado primero  no  volver  á  Cataluña,  con  pena  de  la  vida. 
Empleóse  toda  la  furia  contra  el  baile  y  veedor  general 
que  allí  asistía ,  por  nombre  don  Pedro  de  Velasco,  que 
topando  una  grande  cuadrilla  de  los  inquietos ,  fué 
muerto  y  despedazado. 

Al  tumulto  de  la  ciudad  acudieron  piadosamente  los 
párrocos  y  cabildo,  sacando  de  cada  iglesia  en  proce- 
sión el  Santísimo  Sacramento  ,  cuya  sacrosanta  pre- 
sencia templó  milagrosamente  el  furor,  que  amenazaba 
grandes  daños  en  vidas,  honras  y  haciendas.  Muchos 
hombres  perseguidos  de  la  plebe  corrían  y  se  escapaban 
asidos  de  las  varas  del  palio,  otros  cubiertos  de  las  mis- 
mas ropas  de  los  sacerdotes ;  entre  todos  fué  señalada- 
mente dichoso  el  Monsuar,  de  quien  mas  que  de  ningu- 
no deseaban  venganza;  escapóse  siendo  embestido  de 
muchos,  y  topando  al  Señor,  se  echó  á  los  pies  del  mi- 
nistro :  hasta  aquel  lugar  violaron  las  espadas,  y  fué 
defendido  con  la  propia  custodia ;  reconoció  la  muerte 
al  Autor  de  la  vida,  y  detúvose,  abriendo  losojosla  mis- 
ma ceguedad;  en  esta  forma,  siempre  cubierto  de  la 
casulla  sacerdotal ,  bien  que  siempre  perseguido  é  in- 
famado del  pueblo ,  llegó  á  la  iglesia  y  escapó  la  vida, 
prosiguiéndose  el  tumulto  hasta  otros  excesos. 

No  se  oía  á  este  tiempo  por  toda  Cataluña  y  sus  pue- 
blos mas  que  los  temerosos  vias  [oras  :  usan  de  este 
modo  de  decir  los  catalanes  en  sus  furiosos  concursos, 
que  suena  en  romance  sal  de  aquí.  A  la  señal  de  esta 
voz  eran  los  soldados  católicos  embestidos  terriblemen- 
te en  sus  cuarteles  de  todo  el  villanaje  comarcano ,  que 
el  ejemplo  de  Barcelona  concitaba  contra  los  reales;  su 
descuido  aumento  en  gran  parte  la  fuerza  de  los  con- 
trarios: alguno  podía  temer,  pero  los  mas  confiaban; 
el  prímer  aviso  fué  el  daño  (hablo  de  los  lugares  antes 
pacíficos) ;  muchos  hombres  murieron  lastimosamente, 
suelta  ya  é  incorregible  la  crueldad  de  los  rústicos. 

Alojaban  los  tercios  del  marqués  de  Mortara,  Juan 


Y  GUERRA  DE  CATALUÑA.  473 

de  Arce  ,  don  Diego  Caballero ,  don  Leonardo  Moles  y 
el  de  Módenaenlos  lugares  del  AmpurdanylaSelva  an- 
tes de  la  muerte  del  conde  de  Santa  Coloma;  y  ausente 
el  de  Mortara ,  era  el  mas  antiguo  el  Arce ,  gobernador 
del  regimiento  de  la  guardia  del  Rey,  por  cuya  prcro- 
gativa superentendía  álos  otros ;  su  tercio, como  el  mas 
favorecido,  el  mas  soberbio ,  y  de  eso  el  mas  insolente, 
ejecutaba  los  mayores  escándalos.  Era  el  Arce  hombre 
industriosoy  severo,  hermano  de  ministro  acreditado, 
cortoderazones,  estimado  por  virtuoso  y  entero;  obra- 
ba como  quien  no  temia,  disimulando  la  libertad  de  los' 
soldados  para  con  los  paisanos,  en  descuento  de  que  le 
fuesen  obedientes  al  manejo  militar. 

Siendo  el  mas  aborrecido,  fué  el  que  primero  ex- 
perimentó el  furor  de  los  contrarios;  así, anticipándose 
al  peligro ,  se  retiró  á  un  convento  dos  leguas  de  la 
villa  de  Olot,  alojamiento  del  Mortara ,  con  quien  pre- 
tendió juntarse  ;  fortificóse  como  le  fué  posible,  acudió 
á  su  socorro  parte  del  otro  regimiento,  y  pudo  defen- 
derse; llegaban  los  paisanos  á  número  de  tres  mil,  con 
cuyas  bandas ,  llenas  mas  de  osadía  que  orden ,  fué  es- 
caramuzando hacia  las  puertas  de  Gerona, ciudad  fa- 
moso ,  dicha  de  los  antiguos  Geranda,  donde  se  le  jun- 
taron los  otros  tercios,  con  los  cuales  se  hizo  grueso 
de  cuatro  mil  infantes. 

Eran  las  doce  de  la  noche  cuando  las  primeras  com- 
pañías de  los  católicos  se  descubrieron  junto  alas  puer- 
tas de  la  ciudad ,  que  estremecida  con  el  suceso ,  y  aun 
mas  temerosa  quizá  de  sus  pensamientos,  tocó  al  ar- 
ma; acudió  todo  el  pueblo;  fué  fácil  la  resistencia  des- 
pués de  una  grande  confusión.  El  Arce  en  medio  de 
estas  demostraciones  no  se  afirmaba  en  el  modo  de  ha- 
berse con  los  naturales;  esta  duda  oprimía  á  cuan- 
tos gobernaban  las  armas  del  Rey;  de  todo  y  en  todo 
consideraba  el  daño  :  peligroso  estado  para  el  que  es 
fuerza  resolverse,  cuando  ni  la  ira  ni  la  paciencia  ni  la 
moderación  aseguran  el  fin  de  las  acciones. 

Dejaron  á  Gerona ,  no  sin  desorden  y  muerte  de  dos 
capitanes ,  y  siendo  avisados  por  un  castellano  de  que 
en  el  pan  se  trataba  de  administrarles  veneno ,  toma- 
ron el  camino  de  San  Feiíu  por  el  lugar  de  Caldas , 
donde  recibiendo  mas  infantería ,  crecía  con  su  núme- 
ro su  miseria  de  San  Feliu  á  Blánes ;  pero  los  villanos 
(así  suelen  llamar  la  gente  de  guerra  á  la  del  campo),  por 
no  perder  diligencia  encaminada  á  la  ruina,  se  embos- 
caron entre  San  Feliu  y  Blánes  poco  mas  de  doscientos 
tiradores,  que  á  su  tiempo  asaltaron  las  tropas  católi- 
cas; duró  la  escaramuza  algún  espacio,  y  fueron  rotos 
los  naturales,  pero  sin  daño  considerable. 

Mientras  los  tercios  se  movían,  como  habernos  di- 
cho, parte  de  la  caballería  acuartelada  mas  á  los  con- 
fines de  Aragón,  á  cargo  de  Felipe  Filangíeri,  caballero 
napolitano,  pudo  salvarse  con  facilidad,  dejando  de  no- 
che improvisamente  sus  cuarteles,  y  entrándose  en 
aquel  reino,  donde  sus  tropas  fueron  bien  acogidas, 
juzgándolas  ya  iguales  en  la  pérdida  á  las  otras. 

Gobernaba  don  Fernando  Cherinos  de  la  Cueva ,  con 
título  de  comisario  general ,  mas  de  otros  cuatrocien- 
tos caballos  andaluces  y  extremeños  que  habia  con- 
ducido á  Cataluña;  era  su  alojamiento  en  Blánes  ;  lle- 
gó primero  á  experimentar  parte  de  los  movimientos 
del  Principado;  trató  de  recogerse  luego,  y  caminando 
ala  ciudad,  aquella  mismadílígenciaquepudiera  salvar- 


474  DON  FRANCISCO 

le  vino  á  servir  de  su  mayor  daño ;  reconocían  los  luga- 
res su  poder  y  orden,  y  juzgando  diferentemente  de  sus 
designios,  entendieron  pretendía  vengar  los  rumores 
de  Barcelona;  juntáronse  por  toda  la  campaña  algunas 
bandas  copiosas  de  gente  suelta,  tomaron  los  montes 
por  donde  habia  de  hacer  sus  marchas,  y  eu  lasangos- 
turas  de  los  valles  bajaban  á  ofenderle.  El  Cherinos, 
hombre  naturalmente  inexperto,  no  supo  acomodarse 
á  la  defensa ;  recibía  el  daño  como  de  enemigos ,  y  no 
acababa  de  ofenderlos  como  contrarios;  entretretávo- 
los  algunos  días ;  no  seatrevió  á  romper, ó  no  pudocuan- 
dose  determinó,  porque  los  catalanes,  mas  resueltos, 
aprovechándose  de  la  duda^  cargaron  impensadamente 
sobre  sus  tropas,  y  degollando  la  mayor  parte  de  ellas, 
se  hicieron  dueños  de  sus  caballos  y  armas ,  escapán- 
dose pocos  de  la  prisión  ó  de  la  muerte.  Fué  esta  pér- 
dida de  grande  consideración  á  las  armas  católicas ,  y 
la  primera  suerte  del  Principado. 

El  Arce  y  Moles,  á  quienes  cada  dia  llegaban  nue- 
vas de  las  ruinas  de  sus  compañeros,  no  les  pareció  con- 
veniente ni  segura  la  asistencia  de  Blánes;  deseaban 
acercarse  á  Rosellon ,  pusiéronlo  en  efecto  ;  pero  los 
soldados, que  se  olvidaban  ya  del  agasajo  de  la  villa, 
acordándose  solo  de  lo  que  oian  de  los  otros,  dieron 
saco  al  arrabal  y  talaron  la  campaña ;  no  los  siguieron 
los  catalanes,  aunque  pudieron ;  con  lo  cual  ellos  co- 
brando nuevo  orgullo  en  su  detención,  abrasaron  á 
Montíró  y  PalnfurgcU ,  lugares  de  su  camino;  los  mis- 
mos daños  recibió  Rosas  en  su  término ,  Aro ,  Calonge 
y  Castolló  de  Ampurias  en  casas ,  árboles  y  frutos. 

Cogían  los  soldados  algunos  paisanos ,  y  los  presen- 
taban al  Arce ,  que  mostrando  compadecerse  de  ver- 
los ,  lo  dccia  con  tales  razones,  que  ellos,  interpretando 
su  indignación  primero  que  su  piedad,  cuando  después 
topaban  otros  los  ahorcaban  ó  mataban  á  puñaladas, 
dando  por  excusa  de  su  inhumanidad  que  aquello  que- 
ría decirles  su  gobernador,  mandándoles  que  no  se  los 
trajesen  delante  :  tal  era  el  furor  de  unos  y  otros;  tan 
pequeña  causa  bastaba  para  la  mayor  desdicha. 

De  esta  suerte  en  brevísimos  días  se  fué  enflaque- 
ciendo el  poder  y  reputación  de  las  armas  del  Rey  en 
toda  la  provincia:  aquellos  sucesos,  apaciblesá  su  liber- 
tad ,  consecutivamente  iban  aficionando  los  ánimos  de 
algunos  que  no  rehusaban  la  sedición  mas  de  por  el 
daño  que  temían;  al  mismo  paso  se  aumentaba  el  des- 
cuello de  los  inquietos.  Tanto  poder  tienen  los  buenos 
ó  malos  acontecimientos  en  las  acciones  humanas,  que 
de  ordinario  parece  que  mudan  el  valor  ó  la  naturaleza, 
mudando  el  íln. 

Llegó  la  nueva  de  la  muerte  del  conde  de  Santa  Co- 
loma y  otros  movimientos  á  la  corte  en  12  de  junio : 
fueron  oídos  todos  con  lástima  y  confusión ;  amenazaba 
el  negocio  todo  el  sosiego  público ;  incluía  terribles  con- 
secuencias; juzgábanse  los  catalanes  por  hombres  dis- 
puestos á  su  precipicio;  la  guerra  dentro  en  España  se 
reputaba  por  el  mas  siniestro  accidente  déla  monarquía; 
decían  que  con  esto  no  se  comparaba  nada  de  lo  pasado; 
que  no  podría  suceder  caso  alguno  digno  de  que  por 
él  se  perturbase  la  paz  natural  que  España  gozaba  con- 
sigo ,  envidiada  de  otras  naciones ;  que  los  catalanes, 
habiendo  roto  la  piedra  de  su  escándalo,  ya  no  les  fal- 
laba que  hacer  mas  que  negociar  el  perdón ,  y  que  es- 
te no  se  les  debia  dificultar  mucho,  por  no  llevarles  & 


MANUEL  DE  MELÓ. 

mayores  desesperaciones.  Otros  decían  que  la  majes- 
tad ofendida  pedia  vivamente  un  castigo  ejemplar ;  que 
si  los  príncipes  no  volviesen  por  las  injurias  heclias  á 
sus  ministros,  no  podrían  vestir  su  misma  púrpura  sin 
zozobra;  que  aquel  que  disimula  un  gran  maleficio  en 
la  república,  parece  queda  consentimiento  para  otros 
mayores ;  que  si  los  reyes  hubiesen  de  contemporizar 
con  los  malos  ^  ¿de  qué  suerte  habían  de  coronarse  de 
justicia?  O  que  si  sola  ella  era  para  los  pequeños  erro- 
res, entonces  ¿cómo  podrían  ser  buenos  los  pode- 
rosos ? 

Todavía  íos  ministros  superiores,  donde  la  con- 
sideración se  debe  hallar  mas  atenía,  no  desdeñaban  el 
sufrimiento,  dando  lugar  á  que  los  malcontentos  vol- 
viesen en  sí ;  mostraban  ignorar  lo  mas  sensible  de  los 
sucesos,  porque  la  piedad  no  pareciese  indigna  aun  á 
los  mismos  perdonados;  sentian  cuánto  la  industria 
suele  ser  mas  oficiosa  que  la  fuerza,  que  esta  no  se  con- 
tradice en  esotra.  Hércules  venció  á  Anteo  inas  con  al- 
zarle de  la  tierra  que  con  apretarle  en  sus  brazos :  allí 
obedeció  al  arte  el  poder. 

Rabian  los  catalanes  ya  desde  los  principios  de  sus 
movimientos  enviado  á  la  corte  á  fray  Bernardino  de 
Manlleu,  religioso  descalzo,  persona  entre  ellos  de 
señalada  virtud  y  reverencia ;  preseiÜhron  por  sus  ma- 
nos un  memorial  é  información  de  sus  cosas  al  Rey  y  al 
valido,  donde  con  razones  (escritas  de  alguna  pluma 
menos  cuerda  de  lo  que  el  caso  pedia)  representaban 
sus  quejas  de  tal  suerte,  que  mus  ofendían  la  claridad 
de  su  justicia  que  la  explicaban ;  informaban  por  la  re- 
lación de  varios  casos,  de  algunos  escandalosos  delitos, 
casi  todos  en  comprobación  de  la  insolencia  de  los  sol- 
dados ;  cosa  que  en  la  corte  no  podía  ignorarse.  La  otra 
parte  contenia  el  remedio  :  también  en  esta  no  repre- 
sentaban con  felicidad  su  intención ,  porque  la  descu- 
brían á  las  primeras  razones;  paraban  todos  sus  arbi- 
trios en  que  el  Principado  se  aliviase  de  las  armas  que 
le  oprimían ,  y  esto  parece  que  no  estaba  entonces  en 
manos  del  Rey  Católico,  pues  no  era  ya  el  autor  de  la 
guerra;  volvían  á  prometer  su  defensa,  y  aquí  debia 
ser  toda  la  fuerza  de  sus  negociaciones ,  porque  los  cas- 
tellanos, cansados  de  la  campaña  de  Sálses,  en  aquel 
tiempo  vendrían  á  acomodarse  con  que  caí  la  cual  defen- 
diese sus  provincias.  Nada  tuvo  efecto,  ó  fuese  por  flo- 
jedad de  los  que  manejaban  el  negocio ,  ó  por  descon- 
fianza de  los  que  en  él  tenían  parte;  pero  en  medio  des- 
tas  dudas  (que  en  fin  prevalecieron  sin  ajustamiento), 
cuantos  las  consideraban  desde  afuera  juzgaban  que  los 
catalanes  se  darían  por  satisfechos  con  que  se  les  ali- 
viase parte  del  peso  de  los  alojamientos ;  que  se  les  qui- 
tasen de  la  provincia  algunas  personas  de  oficio  militar, 
de  quienes  decian  haber  recibido  malas  obras.  En  esta 
forma  escribían  desde  Barcelona  á  los  confidentes,  y 
aun  afirman  que  fray  Bernardino,  desesperando  ya  de 
otros  fines ,  lo  propuso  y  suplicó  así  al  Rey  Católico. 

El  Conde-Duque  y  los  suyos  sentían  con  gran  di- 
ferencia el  acomodamiento  de  las  cosas  :  no  pareclén- 
dole  decente  convenir  en  la  voluntad  de  hombres  in- 
quietos ,  y  cuyo  natural  estaba  inficionado  de  la  desobe- 
diencia, entendía  que  ellos  aborrecían  el  servicio  del 
Príncipe ,  y  que  por  eso  deseaban  apartar  de  sí  los  su- 
getos  donde  el  celo  real  se  hallaba  mas  seguro ;  canoni- 
zaba en  su  mente  cuantos  ellos  acusaban  en  sus  demos- 


MOVIMIENTOS,  SEPARACIÓN 

tracioncs;  y  asi ,  era  lo  mismo  (como  sucede  al  viento  | 
con  el  árbol  de  Séneca)  rempujarles  con  uno  y  otro 
vaivén  de  la  calumnia,  que  fortiíicarlos  en  la  gracia  y 
en  la  valía  del  Conde. 

Lo  primero  ú  que  debia  mirarse  después  de  la  muer- 
te del  Santa  Coloma,  era  á  poner  en  aiiuel  lugar  una 
persona  tul ,  que  con  su  autoridad  é  industria  pudie- 
se reparar  y  tener  las  ruinas  de  la  república;  túvose 
entonces  por  conveniente  volver  el  gobierno  á  la  casa 
de  los  Cardonas  ,  que  poco  antes  ocupara  el  duque  de 
Cardona  don  Enrique  de  Aragón.  Era  el  Duque  reve- 
renciado en  su  nación,  no  solo  por  la  grandeza  de  su 
casa ,  mayor  sin  competencia  en  toda  la  provincia,  mas 
también  por  las  muchas  virtudes  que  se  hallaban  en  su 
persona;  su  gobierno  pasado,  celoso  para  el  Rey  y  apa- 
cible para  sus  naturales ,  lo  habia  de  nuevo  hecho  amar 
entre  todos.  Injustamente  espera  la  coníianza  de  aquel 
que  sin  obras  pretende  el  aplauso ;  ni  es  acción  de  mi- 
nistro ó  príncipe  prudente  dejarlo  todo  al  amor  de  los 
subditos  ó  vasallos,  ,    ,   ,  • 

Algunos  motivos  de  fácil  desconfianza  lo  habían 
apartado  del  régimen  de  la  república,  cultivando  en- 
tonces por  manos  de  su  desengaño  sus  cosas  particula- 
res ;  en  este  estado  lo  halló  la  orden  real  por  la  que  se 
le  mandaba  volviese  á  encargarse  del  gobierno  de  la 
provincia,  y  que  tanto  debia  esforzarse  á  aquel  peso, 
cuanto  era  cierto  que  solo  sus  hombros  lo  podían  lle- 
var- que  el  Rey  fiaba  de  su  prudencia  la  salud  univer- 
sal de  aquella  gente;  que  en  las  grandes  borrascas  se 
prueba  el  arte  del  famoso  piloto ;  que  escogiese  los  me- 
dios suficientes  á  que  ni  el  Rey  perdiese  alguna  parte 
del  decoro  debido  á  su  majestad ,  ni  los  quejosos  la  es- 
peranza de  alcanzar  perdón  y  sosiego. 

Hubo  de  aceptar  el  Duque  su  peligroso  oficio,  apar- 
tando de  sí  las  dificultades  que  la  consideración  le  ofre- 
cía y  procurando  generosamente  acudir  con  todas  sus 
fuerzas  á  la  ruina  de  su  patria,  que  ya  sentía  temblar 
á  la  violencia  de  sus  afectos  (los  gentiles  llamaban  dul- 
ce el  morir  por  ella)  :  miserable  estado  el  de  la  re- 
pública cuyas  riendas  arrebatan  los  malos  y  los  igno- 
rantes; esa  camina  al  precipicio,  y  si  alguna  vez  se  es- 
capa ,  ¿qué  mas  despeno  se  le  puede  esperar  que  aquel 
mismo  gobierno? 

También  á  los  catalanes  no  les  fue  desagradable 
aquel  expediente ,  porque  viéndose  en  manos  de  su  na- 
tural (ó  que  les  ministrase  el  azote  ó  quizá  el  escudo, 
como  algunos  esperaban),  para  cualquier  suceso  ama- 
ban su  compañía. 

Halló  el  Cardona  las  cosas  publicas  en  sumo  des- 
orden, porque  muchos,  juzgándose  ya  perdidos,  no 
rehusaban  añadir  nuevos  delitos  á  las  primeras  culpas; 
otros  casi  desesperados  de  la  satisfacción  de  sus  que- 
jas, se  disponían  á  seguir  los  sediciosos  en  la  venganza 
común.  A  todo  atendía  el  Duque ,  y  después  de  bien  in- 
formado de  sus  observaciones,  entendió  propiamente 
que  los  fundamentos  de  la  quietud  consistían  en  la  tem- 
planza del  pueblo  de  Barcelona,  que,  ó  ensoberbecido 
ó  indignado ,  todavía  instaba  por  continuar  su  descon- 
cierto. Con  esto  comenzó  á  prevenir  castigos  á  los  acu- 
sados por  ellos,  sin  dar  lugar  á  largas  averiguaciones; 
porque,  como  los  quejosos  habían  antes  gastado  toda  la 
paciencia  inútilmente ,  ahora  lo  pedían  todo  con  incon- 
siderada ejecución. 


Y  GUERRA  DE  CATALUÑA.  475 

Mientras  las  cosas  en  Barcelona  parece  se  iban  en- 
caminando al  reposo ,  continuaba  el  rríncipado  en  los 
primeros  movimientos;  los  párrocos  y  predicadores 
desde  los  pulpitos  tal  vez  persuadían  al  pueblo  su  liber- 
tad ,  y  predicaban  venganza ;  verdaderamente  ellos  juz- 
gaban la  causa  por  tal,  que  les  convenía  hablar  de  aque- 
lla suerte,  encendidos  del  celo  de  la  honra  de  Dios.  Las 
ciencias  se  estudian ,  la  cordura  no  se  lee  en  las  cáte- 
dras; muchos  hombres  doctos  caen  fácilmente  en  este 
error,  sin  considerar  que  la  enmienda  de  los  vicios,  co- 
mo obra  en  fin  de  suma  caridad,  pide  orden  y  concier- 
to; el  pulpito,  lugar  dedicado  á  las  verdades,  así  se 
ofende  de  la  lisonja  como  de  la  imprudencia;  de  ordi- 
nario aquel  grano  corresponde  en  gran  cosecha  sem- 
brado en  ánimos  sencillos ;  miren  los  labradores  del  Se- 
ñor qué  semilla  escogen.  De  esta  misma  suerte ,  según 
se  lee  en  las  historias ,  comenzaron  las  alteraciones  pa- 
sadas de  Cataluña  en  tiempo  de  don  Juan  el  Segundo, 
rey  de  Arngon,  persuadidos  ellos  por  las  voces  de  fray 
Juan  Calvez,  hombre  insignemente  libre  de  aquellos 
tiempos. 

Casi  en  estos  días  pronunció  el  obispo  de  Gerona 
nm  nofnhle  sonfoncia  de  excomunión  y  anaíema  sobre 
los  regimientos  de  Arce  y  Moles,  declarándoles  por  he- 
rejes sacramcntarios,  y  refiriendo  en  ella  dos  estupen- 
dos sacrilegios  ,  uno  en  Ríu  de  Arenas ,  y  otro  en  Santa 
Coloma  de  Farnés;  cosa  ciertamente,  ó  dudosa  ó  creí- 
da ,  digna  siempre  de  lágrimas.  A  vista  de  esta  demos- 
tración no  hubo  pueblo  que  no  se  incitase  como  religio- 
samente al  castigo  de  aquellas  escandalosas  y  aborreci- 
bles gentes.  Este  fué  el  mas  irremediable  accidente  que 
padecieron  los  negocios  del  Rey ,  porque  muchos ,  en 
cuyos  ánimos  prevalecía  aun  entonces  el  temor  de  la 
majestad ,  no  se  excusaban  de  juntarse  con  los  inquie- 
tos, después  que  vieron  una  (ó  por  lo  menos  mezclada) 
la  causa  de  Dios  con  sus  propias  pasiones;  satisfacían 
su  enojo  y  prohijaban  su  indignación  al  celo  santo;  or- 
denaban la  venganza  de  sus  agravios ,  y  lo  ofrecían  todo 
al  desagravio  de  la  fe.  No  se  entienda  que  todos  obra- 
ban con  este  mismo  espíritu,  porque  ciertamente  res- 
plandecía en  muchos  la  devoción  y  piedad  cristiana. 
Alzaron  banderas  negras  por  testimonio  de  su  tristeza; 
en  otras  pintaban  en  sus  estandartes  á  Cristo  crucifica- 
do ,  con  letras  y  jeroglíficos  acomodados  á  su  intento, 
y  de  esta  vista  los  catalanes  cobraban  aliento  y  discul- 
pa  los  castellanos  temor  y  confusión. 

Arce,  con  la  infantería  que  llevaba  junta  y  algu- 
na otra  que  no  pudo  incorporarse  con  sus  tropas ,  ca- 
minaba á  Rosellon  con  gran  trabajo  y  peligro.  Procu- 
raron introducirse  en  diferentes  pueblos;  los  mayores 
los  arrojaban ,  los  pequeños  se  resistían ;  m  les  valia  la 
industria  ni  la  cortesía,  y  menos  la  fuerza.  Marchaban 
los  reales  dentro  de  España  con  la  misma  miseria  y  nes- 
go que  si  atravesasen  los  desiertos  de  la  Arabia  o  LÜJia, 
En  fin  rompiendo  hacia  Perpiñan  por  entre  Cada- 
ffués  V  el  Porlús,  dejaron  con  temor  á  Palamos.y 
¿or  la  vía  de  Argeles  y  Elna  llegó  la  infantería  y  algunos 
ciábanos  á  aquella  gran  villa,  donde  se  encamina  an 
como  á  centro  de  sus  armas.  Allí  fue  mayor  la  diíicul- 
tad  cuando  esperaban  mas  cierto  el  amparo.  Mandaba 
en  Rosellon.  ausentes  los  primeros  cabos  del  ejercito,, 
i^^^rqués  Xeli  de  la  Re¡na\  general  de  la  artillería  ea 
ía  Jipaña  pasada;  gobernaba  el  caslUlo  de  Perpmau 


476  DON  FRANCISCO 

Martin  de  los  Arcos, aquel  florentin  y  este  nuvarro,  en- 
trambos soklidos  de  larga  experiencia. 

Habian  recibido  aviso  de  las  tropas;  y  pareciendo 
inexcusable  el  recibirlas  no  menos  para  su  reposo  que 
para  sosiego  de  la  plaza ,  se  comenzó  á  disponer  aquel 
tnanejo  por  los  medios  que  sojuzgaron  mas  á  propósito. 

Es  Perpiñan  lugar  de  menos  que  mediana  grandeza 
entre  los  de  España,  fabricado  de  las  ruinas  de  la  anti- 
gua ciudad  Rbuscino,  que  dio  nombre  á  todo  Rose- 
llon.  Perpenianum  la  llaman  historiadores  modernos, 
por  la  vecindad  con  los  Pirineos ,  según  se  cree,  de  cu- 
yas asperezas  se  aparta  por  distancia  de  tres  legua?; 
pero  yace  en  llanura,  regado  del  rio  Tech,  llamado  de 
los  geógrafos  Tlielis ,  que  junto  á  Canet  entra  en  el  Me- 
diterráneo. Es  la  villa  cabeza  de  su  condado,  y  de  las 
mas  fuertes  de  España  por  beneficio  de  la  guerra,  prin- 
cipalmente el  año  de  Vái3.  Fué  empeñado  por  Juan  el 
Segundo  de  Aragón  á  Luis  XI  de  Francia,  y  restituido 
por  Carlos  VIII  ú  Fernando  el  Católico ,  atento  á  los  de- 
signios de  la  guerra  de  Ñapóles. 

Pedian  los  cabos  cuarteles  en  la  villa  capaces  á  su 
alojamiento;  determinaban  secretamente  asegurarse 
de  los  paisanos  por  este  medio;  pero  el  magistrado,  en- 
tendiendo (y  no  sin  causa)  que  de  todo  lo  obrado  en 
Cataluña  ellos  hablan  de  pagar  la  pena ,  procuró  excu- 
sarse de  recibir  tanta  gente  hambrienta  y  escandaliza- 
da; defendíase  con  sus  fueros  y  con  orden  particular  del 
conde  de  Santa  Coloma  para  que  ninguno  se  alojase 
de  otra  mano  que  la  suya. 

Volviéronse  á  apretar  las  pláticas,  sin  que  el  Xeli  qui- 
siese admitir  excusa  alguna ;  pero  los  naturales,  ya 
con  razones,  ya  con  rumores  de  armas  que  prevenían, 
instaban  en  defenderse :  no  se  puede  dudar  que  ellos  lo 
pensaron  con  mucho  brio  ó  con  mucha  ceguedad,  vien- 
do en  lo  eminente  de  su  pueblo  el  mejor  cíistillo  de  Es- 
paña, lleno  de  cabos,  soldados  y  municiones,  y  junto  á 
sus  muros  mas  infantería  que  ellos  podían  juntar.  Po- 
cas veces  discurre  la  ira,  y  raras  acierta  la  desespera- 
ción; no  obstante,  ellos  cerraron  las  puertas,  guarne- 
cieron los  puestos  por  donde  podían  ser  acometidos,  y 
armados  oían  las  demandas  y  amenazas  de  los  reales, 
y  respondían  á  ellas. 

De  esta  suerte ,  cada  cual  movido  de  sus  intereses , 
y  todos  del  enojo,  perseveraban  en  la  discordia,  sin 
topar  otro  medio  de  ajustamiento  que  la  violencia.  No 
hay  caso  mas  difícil  de  acomodar  que  aquel  donde  to- 
dos los  contendientes  tienen  razón ;  porque,  como  cada 
uno  ama  su  sentimiento,  ninguno  quiere  obligarse  del 
ajeno.  Es  la  razón  hija  del  entendimiento ,  ó  antes  es  el 
mismo  entender;  y  aunque len  los  hombres  se  halla  tan 
poderoso  el  interés,  mas  veces  suelen  dejarse  de  lo  que 
desean  que  de  lo  que  entienden;  como  si  el  juicio  y  la 
ambición  no  estuvieran  sujetos  á  unos  mismos  desca- 
minos. 

Los  reales,  que  ya  estaban  desesperados  de  conse- 
guir amigablemente  el  hospedaje,  asaltaron  de  im- 
proviso una  de  las  puertas  de  la  villa,  dicha  la  del  Cam- 
po ,  con  la  infiuitería  que  se  hallaba  mas  cercana  ú  ella; 
acudió  á  su  defensa  buena  parte  de  los  moradores ,  es- 
forzándose el  alboroto  de  tal  suerte,  que  mas  parecía 
escalada  do  plaza  enemiga  que  no  porfía  ó  inquietud 
entre  españoles;  hacia  la  noche  mayor  el  espanto  y  aun 
el  peligro;  porque ,  valiéndose  de  sus  sombras  algunos 


MANUEL  DE  MELÓ, 

de  los  naturales ,  ministraban  con  mas  seguridad  su  de- 
fensa y  daño  de  sus  contrarios. 

Xeli,  que  desde  el  castillo  estaba  mirando  la  furio- 
sa resolución  de  unos  y  otros,  lleno  de  escándalo  y 
despecho ,  trató  de  favorecerá  los  suyos ;  mandó  se  dis- 
parase contra  el  lugar  toda  la  artillería,  juzgando  cuer- 
damente que  una  vez  puestas  las  cosas  en  manos  de  la 
fuerza ,  no  podría  convenirles  dejarla  sin  salir  vence- 
dores. Detúvole  el  gobernador  Arcos ,  teniendo  por  cosa 
de  gran  riesgo  romper  tan  severamente  contra  hom- 
bres que  todavía  eran  vasallos  de  su  rey  y  le  recono- 
cían por  señor;  pero  el  Xeli,  tomando  sobre  sí  todo  el 
enojo  de  aquella  majestad ,  hizo  como  se  comenzasen 
las  baterías  de  cañones  y  morteros.  Era  en  el  primer 
cuarto  de  la  noche  cuando  el  castillo  dio  principio  á  su 
furor,  y  se  continuó  con  tanta  fuerza,  que  en  poco  tiem- 
po arrojó  sobre  la  miserable  villa  mas  de  seiscientos 
cañonazos  con  gran  cantidad  de  bombas;  fué  terrible 
el  estrago;  arruinóse  la  tercera  parte  del  lugar,  pere- 
cieron muchos  inocentes :  tales  son  de  ordinario  las  sen- 
tencias de  la  indignación;  pagan  los  no  culpados,  y  los 
delincuentes  quedan  sin  cas'.igo.  Esta  tan  extraña  se- 
veridad despertó  igualmente  la  ira  de  los  soldados  y  el 
temor  de  los  moradores ,  con  lo  cual  fácilmente  aque- 
llos se  hicieron  dueños  de  la  mayor  parte  del  pueblo, 
sin  mas  pretexto  que  el  de  su  soberbia  y  codicia  :  fue- 
ron entradas  asaco  mil  y  quinientas  casas,  dando  la  no- 
che, no  solo  ocasión ,  mas  licencia  á  los  insolentes  para 
que  cada  uno  obrase  conforme  su  ambición  ó  su  apetito. 

Los  moradores ,  ya  desesperados  de  su  remedio 
en  la  resistencia,  acudieron  á  buscarle  por  via  del 
perdón,  valiéndose  de  la  piedad  cristiana ,  que,  como 
tan  natural  en  los  católicos,  nunca  la  consideraban  di- 
ficultosa. Vestido  el  Obispo  en  sus  vestiduras  pontifi- 
cales, llevando  en  las  manos  la  custodia  del  Señor,  y 
acompañado  do  todo  el  clero  y  religiones,  subió  al  cas- 
tillo; salió  á  recibirlo  Xeli  y  los  mas  oficiales  españo- 
les, y  después  de  algunas  razones,  en  que  todos  mos- 
traron mas  indignación  que  reverencia  al  divino  Media- 
nero de  la  concordia,  el  Xeli  prometió  templarse,  usando 
con  aquel  pueblo  de  la  real  clemencia  de  su  dueño. 

Detúvose  por  entonces  el  daño ;  mas  porque  la  cau- 
sa estaba  impresa  en  el  corazón,  cada  instante  vol- 
vía á  brotar  mil  desórdenes.  Era  grandísima  la  opresión 
de  la  gente  y  mucho  mayor  después ,  cuando  tratándo- 
los como  vencidos,  no  los  diferenciaban  de  esclavos; 
desarmaron  á  los  naturales ,  apoderándose  do  su  domi- 
nio militar  y  civil ,  alzaron  horcas,  formaron  cuerpos  de 
guardia  por  toda  la  villa;  obraban  mas  de  lo  necesario 
á  la  seguridad,  atropellaban  afectadamente  sus  costum- 
bres, quebrantaban  sus  fueros ,  solo  á  fin  de  poner  es- 
panto en  los  ánimos  de  aquellos  que  así  se  mostraban 
amantes  de  su  república. 

Cada  día  reconocían  mas  los  perpiñaneses  su  escla- 
vitud, y  daban  voces  acusando  á  aquellos  que  habian 
escogido  tan  miserable  remedio ;  quisieran  antes  haber 
acabado  en  su  desesperación  ;  ni  quejarse  ni  sentirse 
lesera  lícito,  ni  comunicar  por  letras  sus  dolores,  por- 
que los  reales,  informados  de  los  otros  sucesos  contra- 
rios, procuraban  estorbar  las  correspondencias,  donde 
se  les  podía  seguir  aliento  y  esperanza. 

Muchos  de  los  moradores  dejaron  la  patria ,  y  con 
mujeres  é  hijos  se  huían  á  la  montaña ,  esperando  me- 


MOVIMIENIOS,  SEPARACIÓN 

;or  coyuntura  para  vengar  sus  agravios;  llevados  de 
es'a  pasión,  salia  á  todas  horas  muclia  cantidad  de 
hombres  y  mujeres ,  y  á  la  verdad  los  castellanos  en  los 
principios  no  se  desagradaban  de  verlos  dejar  la  villa  en 
sus  propias  manos,  juzgando  que  para  cualquier  su- 
ceso les  convenia  el  ser  superiores  en  número  á  la  gen- 
te natural.  A  este  fin,  primero  disimulaban  suíuga, 
pero  después  se  vino  á  conocer  el  daño ,  ú.  tiempo  que 
ya  no  podia  evitarse,  porque  faltando  la  mayor  parle 
de  la  gente  popular  que  sirve  al  manejo  de  la  república,   ; 
fallaban  juntamente  con  ella  los  útiles  en  que  la  suele  ¡ 
emplear  la  necesidad  común.  Impensadamente  vinie-  j 
ron  á  caer  en  continuas  miserias  :  no  habia  quien  cor-  : 
tase  leña ,  quien  moliese  trigo ;  el  agua  estaba  quieta  sin  j 
quien  la  traginase ;  el  ganado  discurría  suelto  como  sin  ] 
dueño  ,  las  tiendas  se  veian  cerradas ,  los  obradores  de 
los  oficiales  vacíos;  crecía  la  falta  de  todo  lo  que  se  co- 
me y  se  viste. 

Con  esta  ocasión  comenzó  el  Xeli  á  sacar  sus  tro- 
pas á  la  campaña ,  que  discurrían  mas  como  hombres 
llevados  de  la  ambición  que  de  la  miseria ;  no  habia 
pueblo,  casar  ó  granja  por  todo  el  país,  á  que  no  visi- 
tase el  robo  ó  el  incendio ;  todo  estaba  cubierto  de  rui- 
nas; los  paisanos  se  veian  escondidos  por  los  bosques, 
Jas  mujeres  y  niños  perdidos  por  las  sendas;  ninguno 
atinaba  con  el  descanso ,  porque  no  habia  entonces  nin- 
gún camino  á  la  piedad  ó  á  la  justicia. 

Llegó  la  información  dcstas  miserias  al  Cardona,  que 
infatigablemente  se  empleaba  en  el  sosiego  de  Barce- 
lona :  entendió  que  las  cosas  de  Rosellon  pedían  su  pre- 
sencia ,  y  las  buenas  señales  de  aquella  ciudad  le  daban 
alguna  conlianza  para  poder  dejarla.  Los  políticos  dis- 
putan si  conviene  al  Príncipe  apartarse  de  la  cabeza  de 
su  dominio  por  acudir  al  remedio  de  otro  miembro  :  son 
diversos  los  pareceres,  como  lo  han  sido  las  causas;  yo 
pienso  que  el  negocio  consiste  en  entenderse  bien  el  es- 
tado del  Príncipe,  juzgando  que  el  pacífico  puede  sin 
daño  acudir  á  cualtiuier  parte  donde  lo  pida  la  ocasión; 
mas  que  no  lo  debe  liacer  así  el  que  gobernase  un  impe- 
rio turbulento,  porque  entonces  el  grande  riesgo,  aun 
contingente,  descuenta  la  conveniencia.  Los  presentes 
trabajos  de  Curios,  rey  de  Inglaterra,  no  hubieran  su- 
cedido si  se  conservara  en  Londres. 

En  fin,  asentando  el  Duque  su  partida,  propuso 
luego ,  no  sin  industria,  pedir  á  la  Diputación  y  ciudad 
un  diputado  y  un  conseller  por  acompañados  :  previno 
con  destreza  que  con  ministros  de  la  provincia  llevaba 
mas  segura  su  obediencia ,  y  que  ellos  también,  viendo 
convidarse  con  la  autoridad  que  miraba  al  castigo,  no 
podrían  dudar  de  que  se  deseaba  satisfacer  al  Principa- 
do; y  aun  para  los  mismos  era  asaz  conveniente  mos- 
trar cómo  pretendía  unir  sus  acciones  á  un  espíritu 
acomodado  á  la  justificación.  Fuéle  concedida  la  com- 
pañía de  los  dos  magistrados,  como  lo  pidió,  y  par- 
tiéndose á  Perpiñan  ya  con  poca  salud  (ó  fuese  fruto  de 
los  años  ó  del  gobierno),  llegando  allí  en  pocos  días ,  se 
introdujo  en  los  negocios  de  aquel  estado,  tomando  jus- 
tificadas noticias  de  todos  sus  acontecimientos. 

Sabia  el  Duque,  como  natural,  el  ánimo  de  sus  pa- 
tricios, y  que  por  gente  tenaz  en  las  pasiones,  guar- 
daban vivo  el  odio  concebido  contra  los  cabos ;  enten- 
día que  el  primer  paso  de  la  templanza  era  comenzar 
castigando  aquellos  que  el  clamor  público  acusaba  :  no 


Y  GUERRA  DE  CATALINA.  477 

creía  hallarlos  inocentes,  ni  tampoco  juzgaba  su  culpa 
igual  al  escándalo  ;  pero  también  no  tenia  en  tanto  su 
agravio  cuanto  la  furia  de  una  nación  entera.  De  esta 
suerte  dispuso  sus  acciones,  encaminando  todo  á  la 
quietud  pública. 

Lo  primero  fué  mandar  prender  al  Arce  y  Moles, 
porque  deseaba  que  la  satisfacción  se  mostrase  pronta 
y  notoria  :  mandó  que  fuesen  llevados  á  la  cárcel  co- 
mún de  los  malhechores;  hizo  de  la  misma  suerte  se 
prendiesen  algunos  otros  oficiales  y  soldados,  y  volvió 
á  hacer  platicables  las  querellas  que  el  Santa  Coloma 
habia  prohibido  entre  catalanes  y  castellanos,  porque 
cada  uno  entendiese  podia  temer  y  podia  esperar. 

Dio  cuenta  al  Rey  Católico  de  su  deliberación,  ha- 
lagando su  enojo  con  la  esperanza  de  recobrar  su  au- 
toridad por  medio  de  una  cortísima  violencia.  Decía  que 
en  apartarde  los  ojosde  aquella  gente  la  ocasión  de  sus 
escándalos  consistía  el  modo  de  hacerlos  olvidar  to- 
dos; que  á  los  dos  cabos  se  les  seguía  pnca  injuria,  por- 
que remitiéndolos  á  la  corte,  allá  podria  su  majestad 
disponer  su  desagravio,  ocupándolos  en  otras  provin- 
cias; tras  esto,  no  olvidaba  sus  excesos,  refiriendo  los 
casos  así  como  los  habia  entendido. 

No  se  había  hasta  este  tiempo  hecho  entre  los  mi- 
nistros el  verdadero  juicio  de  estos  movimientos,  por- 
que la  condición  del  Rey  Católico,  por  oculta  en  sus  ope- 
raciones, no  daba  alguna  señal  de  su  aprecio.  El  Conde- 
Duque,  aconsejado  de  aquella  altivez  que  siempre  le  ha- 
bló al  oído ,  si  bien  no  dejaba  de  temer  en  su  corazón, 
todavía  no  desmayaba  en  el  semblante  y  palabras ;  an- 
tes, como  si  aun  entonces  dependiesen  de  su  arbitrio 
los  intereses  de  los  catalanes ,  mostraba  despreciar 
igualmente  su  arrepentimiento  que  su  obstinación. 
Creció  con  esto  el  error  en  los  superiores ;  porque,  co- 
mo los  mas  vivían  observando  su  apetito  engañados  de 
la  confianza  exterior,  no  llegaban  á  penetrarlas  dudas 
del  ánimo,  mal  persuadidos  de  la  apariencia.  Mucho 
servía  también  á  la  soberbia  del  Conde  el  notar  algu- 
nas señales  de  humildad  en  los  catalanes,  porque  aque- 
llas demostraciones  que  suelen  mover  á  clemencia  los 
grandes  espíritus,  suelen  también  incitar  los  terribles 
á  mayor  venganza;  consideraba  las  diligencias  de  fray 
Bernardino  con  los  reyes  por  alcanzar  misericordia  d 
su  república ;  el  cuidado  con  que  la  Diputación  y  ciudad 
despedían  misionarios  ó  embajadores  por  dar  satisfac- 
ción á  su  príncipe;  su  protonotario ,  hombre  fatal  en 
la  monarquía,  también  con  intervención  de  algunos 
confidentes,  le  aseguraba  no  menos  su  confusión  y  te- 
mor; finalmente,  persuadido  de  su  propio  natural,  se 
dejó  entregar  antes  á  la  perdición  que  á  la  templanza. 

Con  este  propósito  se  le  ordenó  al  Cardona  no  pro- 
cediese contra  los  presos,  extrañándose  la  resolución 
de  cosa  tan  grande;  que  no  diese  por  sí  solo  paso  al- 
guno en  su  castigo  ;  antes  que  de  lo  que  obrase  diese 
cuenta  á  la  junta  que  para  expediente  de  aquellos  ne- 
gocios se  mandaba  formar  en  Aragón.  No  hallaron  otro 
modo  de  reprehenderle  mas  decente  á  sus  años  y  auto- 
ridad; pero  el  Duque,  saliendo  á  recibir  loque  se  le  re- 
cataba, entendió  que  el  Rey  se  desplacía  de  su  gobier- 
no :  vióse  ceñido  de  obligaciones ,  unas  que,  como  su- 
jeto, le  forzaban  á  consultar  con  otros,  y  otras  que,  co- 
mo libre,  pedían  su  ejecución  :  en  estas  contrariedades 
comenzó  á  afligirse  con  tantas  congojas,  que  no  hallan- 


475  DON  FRANCISCO 

(lo  el  e=píril,u  desahogo  alguno ,  comunicó  sus  pasiones 
ú  la  salud,  hasta  que  esforzándose  el  mal  por  medio  de 
una  calentura,  concitada  de  la  viva  imaginación  de  su 
afrenta,  en  pocos  dias  dejó  la  vida  y  el  cuidado  de  la 
república,  que  juntamente  con  su  cuerpo  enterró  to- 
das las  esperanzas  de  su  remedio.  Aman  los  hom- 
bres el  mando  como  cosa  divina,  sin  advertir  el  riesgo 
que  se  trae  consigo  el  gobernar  á  los  otros  hombres  : 
no  hay  ninguno  que  por  justificado  deje  de  ser  sospe- 
choso al  Príncipe  ó  al  pueblo;  que  lo  uno  basta  para 
perder  la  grande  fortuna ,  y  lo  otro  la  buena  fama.  En 
menos  de  la  tercera  parte  de  un  año  nos  lo  enseña  el 
ejemplar  destos  dos  vireyes,  el  primero  por  muy  obe- 
diente á  su  señor,  muerto  á  las  manos  de  la  plebe ;  el 
segundo,  por  muy  amante  de  su  república,  muerto  tam- 
bién al  enojo  de  su  rey. 

Fué  su  muerte  del  Cardona  la  última  diligencia  de 
la  turbación ,  porque  como  su  autoridad  servia  de 
freno  á  las  demasías  de  unos  y  de  columna  al  temor  de 
otros,  viéndose  aquellos  sin  qué  temer  y  estos  sin  qué 
esperar ,  los  primeros  reiteraron  su  soberbia  ,  y  los  se- 
gundos estragaron  su  templanza ;  de  tal  manera ,  que 
brevemente  fueron  en  el  Principado  de  una  misma  ca- 
lidad casi  todos  los  ánimos ;  con  que  las  cosas  tomaban 
cada  dia  peor  camino ,  y  la  inquietud  cobraba  mayores 
fuerzas:  tal  suele  ser  de  mayor  peligro  la  seguuda  en- 
fermedad que  la  primera. 

Habia  el  Principado  algunos  dias  antes  expedido 
sus  embajadores  al  Rey  Católico  en  representación  de 
sus  tres  estamentos.  Iglesia,  nobleza  y  pueblo,  y  por 
ellos  nueve  personas  de  sus  órdenes ,  y  una  en  nombre 
de  Barcelona ;  mas  como  siempre  suceda  que  la  indig- 
nación se  irrite  con  los  clamores  del  que  pide  clemen- 
cia, los  ministros  reales,  abusando  de  aquel  arrepen- 
timiento, dieron  señales  de  despreciarle ;  mandaron  que 
los  embajadores  fuesen  detenidos  en  Alcalá  de  Henares, 
lugar  puesto  á  seis  leguas  de  la  corte.  Lo  primero  que 
deseaban  era  saber  su  ánimo  de  los  enviados,  porque 
el  Conde  y  los  suyos  procuraban  apartar  de  las  noticias 
del  Rey  toda  la  justificación  de  los  catalanes;  quisieron 
amedrentarlos  con  aquellas  apariencias  de  enojo ,  por- 
que cansados  con  la  detención  y  molestia,  mudasen  ú 
olvidasen  las  razones  que  habían  estudiado  entre  sus 
fieles  patricios.  Era  el  estilo  común  de  sus  papeles  pú- 
blicos y  secretos  unas  vivísimas  quejas  del  Conde  y  pro- 
tonotario;  al  principio  dispusieron  sin  industria  sus 
querellas,  hablando  siempre  con  desatenta  libertad  en 
las  personas  de  los  dos  ministros,  y  no  obstante  que  el 
mayor  estaba  segurísimo  en  la  gracia  del  Rey,  y  el  se- 
gundo no  menos  firme  en  la  del  [¡rimero,  todavía  aque- 
llos celos  naturales  en  el  valimiento  les  hacia  temer  mas 
de  lo  justo  la  eficacia  con  que  los  catalanes  les  adjudi- 
caban sus  males;  procuraban  desacreditar  sus  clamo- 
res y  apartarlos  cuanto  les  fuese  posible ,  y  lo  conse- 
guían con  facilidad  por  el  gran  poder  de  los  dos,  y  por- 
que, como  ellos  eran  los  instrumentos  ó  sentidos  de  las 
acciones  del  Rey ,  jamás  podían  obrar  cosa  en  su  des- 
crédito ni  en  conocimiento  de  aquella  verdad,  que  les 
fuese  contraria. 

Famosa  lección  pueden  aquí  tomar  los  príncipes 
para  no  dejarse  poseer  de  ninguno  ;  el  que  entrega  su 
voluntad  y  su  albedrío  á  otro,  este  mas  se  puede  llamar 
esclavo  que  señor;  hace  contra  sí  lo  que  no  ha  hecho 


MANUEL  DE  MELÓ. 

su  desventura;  la  suerte  le  hizo  libre,  y  él  se  ofrece  al 
cautiverio ;  la  mayor  miseria  de  un  príncipe  es  aquella 
que  le  pone  vencido  á  los  pies  de  otro  :  ¡  cuánto  mayor 
debe  ser  esotra  que  le  trae  avasallado  y  preso  al  arbitrio 
de  su  propia  hechura ! 

Pensaban  los  catalanes  que  escribían  al  Rey  sus 
lástimas ,  y  hablaban  en  aquel  modo  que  la  miseria  ha- 
lló para  rogar  á  la  grandeza :  el  dolor  sensible  no  sufre 
elegancias  ó  decoros ;  á  cualquier  hora  y  por  cualquier 
término  se  queja  el  dolorido.  Decían  con  sencillez  sus 
trabajos,  y  como  cosa  natural  en  los  hombres,  acudían 
con  la  mano  y  con  el  dedo  á  señalar  la  parte  ofendida  y 
la  causa  de  la  ofensa  :  escribieron  á  la  Reina ,  al  Prín- 
cipe y  á  los  ministros  superiores;  escribieron  al  mundo 
todo  un  papelimpreso,  á  que  llamaron  proclamación 
católica;  manifestaron  á  todas  las  gentes  su  razón  y  su 
justicia,  llamando  por  cómplices  en  la  ruina  al  Conde  y 
su  protonotarío  ,  que  indignados  entonces  con  la  publi- 
cidad de  sus  injurias,  se  esforzaban  en  desmentirlas, 
haciendo  cómo  ellas  se  disimulasen,  y  abultasen  en  su 
lugar  las  acciones  del  Principado  en  deservicio  de  su 
rey;  de  tal  suerte,  que  podemos  decir  que  aquel  propio 
camino  que  los  catalanes  habían  buscado  para  alcanzar 
su  remedio,  los  llevaba  al  precipicio. 

A  este  tiempo  andaban  mas  vivas  que  nunca  las 
negociaciones  é  inteligencias,  estudio  particular  deaquel 
ministro.  Pretendíase  de  parte  del  Rey  que  la  provincia 
con  grandes  muestras  de  humildad  y  reverencia  supli- 
case el  perdón  públicamente;  que  con  demostraciones 
de  su  error  y  como  gente  engañada,  entrase  á  pedir  mi- 
sericordia sobre  su  república ;  que  se  valiesen  de  la  in- 
tercesión del  Pontífice  y  de  los  príncipes  amigos.  Esto 
no  era  remitirles  el  castigo,  sino  asegurar  su  obedien- 
cia, porque  lo  pudiesen  llevar  en  tiempos  mas  acomo- 
dados. Con  esta  satisfacción  y  algún  servicio  parti- 
cular en  materia  de  intereses  ,  mostraba  el  Conde  se 
inclinaría  el  Rey  al  acomodamiento  de  las  cosas;  y  lo 
primero  que  prometía  en  orden  á  la  seguridad  de  la 
provincia,  era  poner  la  justicia  catalana  en  su  primera 
autoridad  y  fuerza.  Usaban  los  ministros  católicos  de 
esta  cláusula  en  todas  sus  pláticas  y  papeles,  porque 
previniendo  el  espanto  que  causaría  en  el  Principado 
ver  entrar  por  sus  puertas  un  poder  grande ,  juzgando 
que  se  encaminaba  á  constituir  la  nueva  reputación  de 
la  justicia,  no  tuviesen  lugar  de  temerlo. 

Variaban  los  catalanes,  porque  aun  sobre  el  caso 
del  perdón  decían  que  pedirle  confirmaba  la  culpa  que 
ellos  negaban;  que  el  error  particular  de  algunos  no 
habia  de  servir  de  mancha  á  la  fidelidad  de  una  nación; 
no  obstante,  se  negociaba  por  diferentes  caminos  con 
los  embajadores;  de  que  celoso  el  Principado,  les  escri- 
bió de  secreto  reprehendiéndoles  el  haber  admitido 
nuevas  pláticas :  volvía  á  instar  pidiesen  el  alivio  de 
aquellas  armas  y  el  castigo  de  los  cabos;  no  les  era  ya 
tan  molesto  el  peso  como  la  consideración  de  que  por 
medio  de  ellas  se  habían  de  obrar  todas  las  venganzas; 
deseaban  verlas  apartar  de  sí  para  cualquier  aconteci- 
miento; mirábanlas  con  agüero,  ó  no  podían  verlas; 
así  acontece  al  condenado,  desviar  los  ojos  del  acero 
que  sabe  le  ha  de  ministrar  el  suplicio. 

A  todas  las  sospechas  del  Rey  para  con  la  pro- 
vincia, y  á  todos  los  temores  de  esta  para  con  el  Rey, 
ayudaban  mucho  las  cartas  y  negociaciones  de  algunas 


MOVIMIENTOS,  SEPARACIÓN 

personas  que  residian  en  Madrid  y  Barcelona,  que  por  sus 
intereses,  ó  por  ventura  por  su  buen  celo,  deseosos  de 
la  concordia ,  daban  unas  veces  señales  de  serenidad, 
y  otras  de  borrasca,  según  lo  prometían  los  accidentes 
exteriores  de  uno  y  otro  pueblo. 

Entre  los  que  tuvieron  mayor  parte  en  estos  ma- 
nejos, fué  el  maestre  de  campo  don  José  Sorribas,  ca- 
ballero catalán,  liombre  práctico  y  de  industria.  Llegó 
de  Barcelona  aquellos  dias ,  como  retirado  y  temeroso 
del  furor  de  los  suyos ;  bízose  buen  lugar  en  el  aplauso 
del  Conde  y  Protonotario,  juzgándole  por  sugeto  asaz  á 
propósito  para  sus  designios,  porque  después  de  ser 
noticioso  de  las  cosas,  tenia  parientes  y  amigos  de  au- 
toridad en  Barcelona.  Con  este  pensamiento  le  fiaban 
los  secretos  de  mas  importancia  en  aquel  negocio,  en 
los  cuales  el  Sorribas  se  acomodó  de  tal  suerte,  que  re- 
cibiendo en  sí  la  substancia  de  las  cosas,  parece  las  apli- 
caba después  según  la  parte  á  que  convenían.  Este  fué 
el  juicio  qne  se  bacía  sobre  su  persona.  No  ofenda  mi 
testimonio  la  integridad  de  aquel  liombre;  liablo  como 
historiador,  según  las  noticias  de  lo  que  be  visto  y  oído. 
A  todo  dio  ocasión  verle  al  principio  de  estos  movimien- 
tos en  gran  confidencia  con  los  ministros  reales,  y  verle 
después  por  ellos  mismos  preso  en  la  cárcel  pública. 
No  le  acusa  mi  sentimiento,  ni  á  otro  ninguno,  porque 
inmisteriosamcnte  refiero  los  casos  como  lian  sido, 
apunto  lo  que  después  ó  entonces  se  discurrió  sobre 
ellos,  valiéndome  algunas  veces  del  juicio  competente 
á  mi  instituto,  y  á  que  me  dan  motivo  los  mismos  su- 
cesos que  voy  escribiendo. 

Eran  los  principios  de  agosto,  y  corrían  entonces 
los  negocios  públicos  de  Cataluña  en  sumo  silencio: 
aquellos  que  no  miraban  mas  que  á  la  apariencia  y  se- 
renidad del  semblante,  entendían  que  ellos  estaban  in- 
teriormente compuestos  á  satisfacción  del  Hey;  otros 
que  con  mas  atención  examinaban  las  señales,  temían 
que  de  aquel  sosiego  resultasealguna  mayor  turbación, 
como  acontece  en  el  otoño,  que  de  las  grandes  calmas 
se  arman  horribles  truenos  :  así  detennínuba  la  varie- 
dad de  los  juicios  de  los  hombres,  según  el  ánimo  ó  no- 
ticia de  cada  uno. 

Fué  casi  .en  estos  dias  nombrado  por  virey  de  Ca- 
taluña y  sucesor  del  Cardona  el  obispo  de  Barcelo- 
na don  García  Gil  Manrique ,  varón  docto  y  templado, 
cuya  persona  no  sirvió  al  remedio,  y  menos  al  daño. 
Pensóse  profundamente  esta  elección  del  nuevo  virey, 
porque  los  ministros  reales,  ya  mas  temerosos  de  loque 
al  principio,  no  se  fiaban  de  la  obediencia  de  los  cata- 
lanes :  por  esto  no  se  atrevían  á  aventurar  á  su  furia  un 
tal  sugeto,  cual  deseaban  para  su  enmienda. 

Ellos  también  seguían  este  mismo  discurso,  no  de- 
jando de  desvanecerse  y  gloriarse,  habiendo  recono- 
cido en  esta  acción  el  recelo  de  los  ministros  reales,  y 
le  juzgaban  dichosísimo  pronóstico  de  su  libertad.  Esta 
fué  entre  todas  !a  causa  mas  eficaz  que  los  llevó  á  reci- 
birlo alegres,  y  también,  porque  como  no  le  temían,  no 
habia  para  qué  aborrecerle. 

Juró  en  Barcelona  el  Obispo  con  las  acostumbra- 
das ceremonias,  y  recibiendo  la  contingente  dignidad, 
comenzó  á  asistir  á  su  gobierno ;  pero ,  ó  fuese  que 
con  cordurii  alcanzase  la  cortedad  de  su  poder,  ó  que 
los  mismos  subditos,  porque  no  se  apropiase  en  el  im- 
perio con  algunas  demostraciones  de  libertad,  le  acor- 


Y  GUEHRA  DE  CATALUÑA.  479 

dasen  los  fines  de  sus  antecesores,  determinó  reducir- 
se á  solo  su  primer  oficio  de  pastor,  haciendo  poco  mas 
en  el  de  virey  que  desearla  templanza  de  su  república. 

Perdidas  andaban  las  cosas  á  este  tiempo  en  toda 
la  provincia,  mas  que  en  los  alborotos  pasados;  to- 
dos los  movimientos  de  la  política  estaban  torpes;  mu- 
chos pedían  justicia,  algunos  la  deseaban ;  pero  no  era 
posible  hallarse  forma  de  ejecutarla,  habiéndose  per- 
dido entre  la  sinrazón  y  la  violencia.  Los  jueces  reales, 
escondidos  unos,  y  otros  ausentes,  aborrecibles  todos; 
los  ministros  de  guerra  y  hacienda  amedrentados  y 
huidos;  el  Virey  temeroso,  vivas  las  memorias  de  las 
otras  tragedias;  los  inquietos  pujantes  y  soberbios  á  la 
dciencion,  paciencia  ó  estado  del  Rey,  todo  junto  for- 
maba una  tristísima  confusión  tan  espantosa  álos  hom- 
bres cuerdos,  que  ninguno  pensaba  en  mas  que  obrar 
de  tal  suerte,  que  su  nombre  no  fuese  acordado  ó  pú- 
blico, porque  el  silencio  y  olvido,  niiulando  de  natura- 
leza, entonces  érala  mas  apetecida  felicidad  de  los  pru- 
dentes. 

Corría  en  la  corle  del  Rey  Católico  voz  común  que 
los  catalanes  habían  recibido  al  Obispo  por  goberna- 
dor solo  para  excusarse  de  otro,  que  bien  lo  habían 
dado  á  entender  teniéndole  aprisionado;  quejábanse 
de  que  el  atrevimiento  de  los  sediciosos  fnese  tal,  que 
sucesivamente  osase  á  poner  las  manos  ó  las  ofensas  en 
Ires  hombres,  que  cada  cual  representaba  la  persona 
de  su  señor ;  juzgaban  al  Oliispo  como  preso,  y  no  era 
sino  que  su  prudencia  era  el  mayor  estorbo  de  su  pro- 
pio mando. 

Tales  quejas  daban  los  católicos  de  parte  del  Rey, 
y  los  catalanes  de  la  suya  no  disimulaban  tampoco 
en  proseguirlas  :  decían  que  en  tiempo  en  que  las  co- 
sas habían  menester  amor,  poder  é  ingenio,  les  envia- 
ban para  gobernarlos  un  liombre  que  para  quererlos 
era  extranjero,  para  castigarlos  incapaz,  y  para  regir- 
los falto  de  experiencia;  que  su  cindicion,  como  su 
estado,  leimpedía  cualquier  venganza  conveniente,  pues 
hasta  aquella  facultad  acostumbrada  que  los  reyes  sue- 
len alcanzar  del  Ponlílice  para  que  los  eclesiásticos 
puedan  administrar  la  justicia  punitiva,  también  esta 
le  faltaba,  porque  los  ministros  artificiosamente  se  lo 
habían  disimulado,  solo  á  fin  de  no  poder  dar  satis- 
facción y  castigo  á  los  delitos  de  los  soldados,  como  ya 
|o  habían  hecho  en  tiempo  del  Cardona.  Cada  día  do 
una  y  de  otra  parte  añadían  nuevas  quejas  con  tal  arto 
ó  con  tanta  razón,  que  apenas  podremos  dar  licen- 
cia al  juicio  paraque  se  entrometa  á  apurarla  verdad  de 
unas  y  otras. 

En  medio  de  estas  negociaciones  pareció  convenien- 
te admitirla  emba;ada  de  la  provincia,  porque  no  es- 
taban ya  las  materias  on  aquel  primer  estado  en  quo 
las  informaciones  suelen  mudar  la  naturaleza  de  los 
negocios.  Húbose  en  fin  de  cumplir  con  aquella  cere- 
monia, y  quitarles  á  los  catalanes  una  razón  de  mas  á  su 
queja;  pero  habiéndose  entendido  por  la  boca  do  sus 
embajadores  lo  mismo  que  hasta  entonces  por  señales 
y  observaciones  se  conocía ,  se  hizo  público  que  el  áni- 
mo de  la  Diputación  no  era  otro  que  conseguirsu  quie- 
tud por  los  propios  medios  que  la  había  perdido;  que  lo 
que  pedían  y  oliecian  éralo  mismo  que  tanto  antes  ha- 
bían propuesto  en  descrédito  de  los  cabos  del  ejército; 
y  para  salisfaccion  déla  coro.ia  oícudida,  obligaban 


480  DON  FRANCISCO 

con  eslo  á  que  se  Uiv'ese  por  cierto  que  eu  aquella 
mudanza  de  los  ánimos  catalanes,  ó  en  aquel  Ungido 
arrepentimiento  del  Principado,  no  iiabia  otra  razón 
mas  de  la  conveniencia  temporal.  Probábanlo  con  que 
siendo  después  tantos  los  excesos  con  que  de  su  pare- 
cer babia  obrado ,  pretendian  hacer  practicables  toda- 
vía aquellas  mismas  cosas  que  antes  no  les  fué  posible 
conseguir;  decian  que  aquel  no  quiere  concordia  y  paz 
que  propone  partidos  desiguales. 

El  Conde-Duque ,  si  bien  en  su  ánimo,  ó  con  ma- 
yor enojo  ó  con  mejor  discurso,  babia  determinado  la 
guerra,  por  justiíicarse  con  su  rey  y  con  España  y  el 
mundo  en  un  negocio  tan  grande,  hizo  llamar  y  preve- 
nir en  su  aposento  una  gran  Junta,  que  constó  de  los 
mayores  ministros  de  España,  de  varios  magistrados, 
dignidades  y  oficios;  compúsose  de  algunos  del  consejo 
de  Estado  y  Guerra ,  y  de  otros  de  la  llamada  junta  de 
Ejecución ,  de  consejeros  del  real  de  Castilla,  y  de  Ara- 
gón algunos. 

Presentes  ya  todos,  entonces  el  Conde-Duque  in- 
trodujo su  razonamiento,  suíiciente  á  influir  su  pro- 
pósito en  otros  ánimos  mas  libres;  habló  poco  y  grave, 
recatando  ingeniosamente  su  sentimiento :  gran  artifi- 
cio de  los  políticos  (ya  doctrina  de  Tiberio),  disponer 
las  resoluciones  de  tal  suerte,  que  ellos  vengan  á  ser 
rogados  con  lo  mismo  que  desean;  hizo  luego  que  su 
protonotario  leyese  un  papel  formado  por  entrambos; 
llamóle  justificación  real  y  descargo  de  la  conciencia 
del  Rey.  Decia  de  la  poca  ocasión  que  de  parte  de  la 
majestad  católica  se  babia  dado  á  los  perturbadores 
del  bien  y  quietud  del  Principado;  justificaba  la  causa 
délos  alojamientos  y  cuarteles  en  Cataluña;  negaba  que 
fuesen  en  forma  de  encontrar  sus  fueros;  excusaba  mu- 
chosdelos  delitos  á  los  soldados;  confundía  sus  senten- 
cias é  informaciones  con  otros  documentos  de  los  cata- 
lanes; disculpaba  ios  excesos  de  la  milicia  como  natu- 
raleza de  los  ejércitos;  satisfacía  con  nulidad  compro- 
bada á  los  sacrilegios  impuestos  por  los  catalanes  á  los 
de  Arce  y  Moles;  apercibía  y  convidaba  al  castigo  de  lo 
averiguado;  del  caso  de  Perpiñan  hablaba  con  ambi- 
güedad ;  exageraba  con  exceso  la  clemencia  y  templan- 
za de  su  rey;  señalábalos  cargos  del  Principado,  di- 
ciendo que  liabian  invadido  las  banderas  de  su  majes- 
tad; que  sacaron  libres  al  diputado  y  otros  presos  que 
lo  estaban  por  crimen  contra  la  corona;  que  habían  que- 
mado bárbaramente  á  Monredon,  ministro  real  y  en 
servicio  de  su  señor;  que  habían  muerto  al  doctor  Ga- 
briel de  Berrat ,  juez  de  su  audiencia ,  sin  culpa  alguna ; 
que  de  la  misma  suerte,  amotinados  y  sediciosos,  osa- 
ron á  matar  un  virey ,  y  mataran  á  otro  si  no  se  antici- 
para la  muerte;  que  perseguían  todos  los  ministros 
fieles ,  sin  haber  hombre  que  por  parte  del  Rey  se  ofre- 
ciese al  peligro;  que  tenían  impedida  la  justicia,  sin 
que  le  fuese  posible  obrar  como  debía ;  que  alObispo,  su 
nuevo  gobernador,  no  obedecían ;  que  últimamente  tra- 
taban entre  sí  de  fortificarse ,  sin  saber  contra  quién  lo 
liacian,  sino  contra  su  natural  señor,  en  notable  perjui- 
cio de  la  fidelidad  y  pernicioso  ejemplo  de  los  otros 
reinos. 

Tal  fué  la  proposición  del  Conde  á  la  Junta,  donde, 
va  que  no  en  voces  y  razones  distintas,  en  los  afec- 
tos se  conocía  el  escándalo  de  los  circunstantes;  por- 
que, ignorando  algunos  la  gran  arte  déla  disimulación. 


MANUEL  DE  MELÓ. 

con  las  admiraciones  exteriores  aseguraban  la  ira.  El, 
sobre  todos  templado  y  misterioso ,  aguardó  los  votos : 
casi  todos  hablaron  sin  diferencia,  hasta  que  llegando 
el  tiempo  de  votará  don  íñígo  Velez  de  Guevara,  conde 
de  Oñate ,  del  consejo  de  Estado  de  España ,  presidente 
de  su  tribunal  de  Ordenes,  hombre  que  por  su  autori- 
dad y  larguísima  experiencia  de  negocios ,  era  el  de  que 
mas  dudaba,  mirólo  entonces  el  Conde  con  profunda 
atención,  ó  porque  lo  temía,  ó  porque  deseaba  avisarle 
con  los  ojos  su  sentimiento  ;  escuchóle  pronto ;  mas  el 
de  Oñate  j  fija  la  vista  en  solo  la  razón  ,  fué  fama  que 
dijo  asi: 

«A  un  gran  negocio,  señores,  somos  llamados  :  yo 
por  cierto,  sobre  setenta  años  de  edad  en  que  me 
ludio,  y  con  pocos  menos  de  experiencia,  atreveréme 
á  decir  que  ninguno  de  los  accidentes  pasados  fueron 
de  tanto  peso  como  el  que  tratamos.  Largos  días  há  que 
reposa  en  España  la  rebelión  de  vasallos;  ya  vine  i  creer 
en  los  aprietos  presentes,  que  algunos  han  vivido  tem- 
plados, mas  por  ignorar  la  desobediencia  que  por  rehu- 
sarla; tal  debe  ser  nuestro  cuidado  en  aumentar  esta 
su  ignorancia.  Yo  no  pretendo  manchar  la  fidelidad  es- 
pañola; mas  sí  el  discurso  no  me  engaña,  nación  es 
esta  de  quien  estamos  quejosos,  ocasionada  al  preci- 
picio; conozco  su  natural  airado  y  vengativo,  y  por  eso 
dispuesto  á  todos  los  efectos  de  la  ira;  véolos  vecinos 
y  deudos  de  nuestros  mayores  enemigos ,  y  sin  pertur- 
barme del  temor  ó  el  odio ,  voy  á  temer  un  gran  suceso, 
harto  mas  lamentable  á  ia  experiencia  que  al  discurso. 
¡  OIi !  No  hagamos  de  suerte  que  nuestro  enojo  les  des- 
cubra algún  camino  que  su  osadía  no  ha  pensado.  Cos- 
tumbre es  de  los  afligidos  abrazar  cualquier  medio  que 
los  excusa  la  calamidad  presente,  aunque  los  lleve  á 
otros  nuevos  daños  :  el  esclavo  oprimido  del  látigo  se 
despeña  por  la  ventana;  no  mira  que  es  mayor  riesgo 
el  precipicio  que  el  azote ;  solo  atiende  á  escaparse  de 
las  coléricas  manos  del  señor,  ¿Qué  seguridad  tenemos, 
pregunto,  de  que  estos  hombres,  amenazados  de  su 
rey,  no  se  arrojen  por  la  rebeldía  hasta  caerse  á  los  pies 
de  su  mayor  émulo?  Mas  pienso  yo  lia  hecho  Cataluña 
en  salir  del  estado  pacífico  para  el  sedicioso,  que  hará 
en  pasarse  ahora  de  sediciosa  á  rebelde,  IVo  es  la  es- 
puela aguda  la  que  doma  el  caballo  desbocado;  la  dócil 
mano  del  jinete  lo  templa  y  acomoda.  Si  de  otros  tiem- 
posadvertimos  en  los  progresos  de  esta  gente,  todos  nos 
informan  de  su  valor  y  dureza,  calidades  que  piden  las 
armas.  En  los  tiempos  modernos  amaron  la  paz  como 
la  deben  amar  todos  los  hombres  á  quien  gobierna  la 
razón  :  saboreáronse  de  la  serenidad,  y  olvidados  de 
las  primeras  glorias,  empleaban  todo  su  orgullo  en  las 
pendencias  civiles ,  divididos  en  bandos  y  facciones.  No 
íiabian  perdido  el  valor,  aunque  lo  habían  estragado  en 
efectos  inútiles.  Herido  el  pedernal  vomita  fuego ,  y  no 
herido  lo  disimula;  empero  en  las  mismas  entrañas  le 
deposita  :  la  ocasión  suele  ser  siempre  instrumento  de 
la  naturaleza.  Juzgad  ahora ,  señores ,  sí  conviene  vol- 
ver á  despertar  esta  dura  nación,  y  amaestrarla  contra 
nosotros  en  el  uso  de  la  guerra,  en  que  fué  excelente, 
Carlos,  nuestro  invicto  señor,  juzgándolo  así  con  los 
holandeses ,  puso  tan  grande  estudio  en  hacerles  olvi- 
dar de  las  armas,  como  en  inclinar  los  cs,Kiñoles  á  su 
ejercicio ,  dándoles  gran  enseñanza  á  los  príncipes  de 
que  hay  gentes  que  sirven  mas  á  su  señor  con  lo  que  ig- 


MoVr.MIRXTOS,  SEPARACrON 
nor.m  que  con  lo  que  ejiTciiini.  Siciibi  (|i;c  es  y  a  itic 
iu  cau::i  cOi  i|iie  [i  ovocuii  la  iinligiiaciou  de  nuestro 
monarca,  y  que  si  h.illaseinos  im  ca^ijío  igual  al  cri- 
men (le  los  (leliiicueiites,  yo  me  clis|>iH¡('ra  á  segiiide; 
emjiero  si  ciialiiuiera  pena  cotejada  con  el  delito  parece 
hifeiior ,  enionces solo  la  podrá  ignalar  aquella  cleruen- 
cia  que  la  puede  vencer.  Yo  digo  que  la  justicia  es  la 
virtud  mas  propia  e:i  los  buenos  re>es;  pero  hay  casos 
en  que  al  l'ríncipe  le  conviene  perdonar  sin  ra/,iin,vio- 
Icniailode  la  contingencia  del  c:ist,igo.  En  la  digniílad 
de  Rey  y  en  el  amor  de  padre  no  pueden  entrar  aquellos 
afectos  conumes  que  llevan  los  hombres  á  venganza; 
de  tal  suerte, que  si  la  culpa  del  va<^al!oó  del  hijo  puede 
perm¡liralgimolvidoypjrdon,noseconsideradilicuUad 
ninguna  de  parte  de  los  ofendidos.  Tan  diferentes  son 
los  castigos  de  la  mano  del  odio  ó  del  amor:  aquel  siem- 
pre pide  sangre,  este  no  mas  de  enmienda.  Procedió 
Cataliam  ciegamente,  yo  lo  confieso  :  muestra  ahora 
señales  de  su  dolor ;  justifícase  con  voces  y  papeles,  con 
informaciones  y  embajadas;  llama  á  la  piedad  del  Pon- 
lííice  por  intercesión,  las  repúblicas  por  medianeras; 
escribe  á  sus  reyes,  llora  á  todo  el  mundo,  pide  justi- 
cia contra  Its  que  han  perlurbado  sus  cosas,  nómbra- 
los, y  limítase  á  este  ó  aquel  medio;  pLiblícasepor  íiel  y 
humilde  postrada  álo5  pies  de  su  señor,  ¿qué  le  falla  si- 
no la  dicha  de  que  la  creamos?  No  sé  que  estas  demoslra- 
ciones  sean  dignas  de  desprecio;  dicese  que  son  vana?, 
y  simulado  su  arrepentimiento;  y  ¿qué  sacamos  nos- 
otros de  esa  incredulidad?  ¿De  qué  conveniencia  nos 
podrá  ser  adelantar  nueslra  desconlianza  á  su  malicia? 
No  hay  soplo  que  así  encienda  la  llama ,  como  la  deses- 
peración del  perdón  da  fuerzas  á  la  culpa.  ¿  Qué  es  en  lo 
que  reparáis?  Piden  á  su  majestad  les  aparte  tres  ó  cua- 
tro sugetos  ocupados  en  la  gobernación  de  las  armas  : 
poco  es  esto.  Aquí  tío  pretendo  discurrir  por  sus  demé- 
ritos ni  por  lajustiücacion  delosqu'-josos;  digo  empero 
que  es  mas  fácil  cosa  pensar  que  puedan  errar  cuatro 
hombres  que  una  provincia  entera.  Podéis  decir  que 
hay  (liíicultad  en  el  modo  de  sacarlos  con  buena  opi- 
nión; no  es  grande  el  mal  que  tiene  remedio  :  no  hay 
ninguno  de  los  acusados  (si  son  como  yo  creo  que  son) 
que  no  ofrezca  su  reputación  particular  por  el  sosiego 
público  :  si  ellos  son  buenos,  así  lo  deben  hacer;  si  lo 
dilicultan  ó  impiden,  no  tenéis  para  qué  estimarlos.  Sa- 
bed ,  señores,  que  no  hay  miseria  que  se  iguale  á  una 
guerra  civil.  Si  fuésemos  ciertos  de  que  Cataluña  se 
hubiese  de  humillar  al  primer  crujido  del  azote,  no 
dudo  que  también  fuera  conveniente  dárselo  á  temer; 
mas  si  por  ventura  su  ceguedad  les  hiciese  proseguir  su 
obstinación ,  y  tomasen  las  armas  en  la  propia  defensa, 
¿seria  cosa  prudente  exponerse  la  autoridad  de  nuestro 
monarca  á  la  suerte  de  una  ó  de  otra  batalla  con  sus  va- 
sallos? ¿Seria  buen  ejemplar  para  los  otros  reinos  cual- 
quiera dicha  de  estos  rebeldes?  Y  con  mas  peligro  en 
estacorona,  que  se  compone  de  tantas  naciones  diversas 
y  distantes,  las  mas  del  las  desaficionadas  á  la  fortuna 
castellana.  Apartemos  el  temor  de  la  suerte;  no  pienso 
sino  que  entramos"victoriosos,  que  abrasamos ,  talamos 
y  destruimos;  ¿qué  es  lo  que  ganamos,  sino  montes 
desiertos,  pueblos  abrasados  y  plazas  echadas  por  tier- 
ra? ¿Esto  se  puede  llamar  ganar  Cataluña?  ¿Qué  es 
esto  sino  cortarnos  una  mano  con  otra  y  quedar  España 
con  una  provincia  menos?  Y  entre  tanto  que  gastamos 

H-i. 


V  GUEnílA  DE  CATAÍ,'  \\.  4R1 

el  liempn  en  virlirias  (a«í  qiPc  "o  yo  Hn'ivirtn  !'■  es- 
tros arontccim  Cutos) ,  ¿c^mit  n  .s';<ni  i>oí;íí,|i-  rmiir 
á  Flándes  con  dineros,  á  Itidia  cun  socotrus,  á  la  mii- 
qnislas  con  í]of;S,  yá  todo  ol  Ociiino  con  ¡iniiadü  ? 
l*ues  si  e>to  falta' p,  ¿qué  lal  podra  quedar  hiic'm) 
partido  expuesto  á  la  fi.r  a  ,  á  la  iiiiii^lria  y  ú  la  tur  u- 
na  de  nuestros  contrarios?  Forzosa,  ó  por  lo  me;ios  na- 
tural cosa  liabria  de  <er  el  perder  en  las  proviuoi  se;- 
fcrnas  cuMito  en  las  nneslias  ganásemos;  y  entone  s 
¿cómo  lo  podramos  l'amar  triunfo,  liabieiido  i!e  «or 
contrapesado  de  pérdiiias  iiifald,les?.Misera''lepor>  ier- 
to  seria  aquella  guerra  en  que  nosotros  m  sinos  fuése- 
mos los  vencedores  y  los  vencidos.  No  hay  ¡aliga  en  el 
campo  do  que  el  labrador  en  >-'U  ca^a  pa  iiica  no  se  re- 
pare. Esie  era  el  consuelo  de  lo>  traluijosque  la  monar- 
quía padece  en  su-  parles,  g  ^zar  á  mies'ra  España  con 
jiiiclud.  Los  Pdíses-BajO^<  y  Alemaü  a  (que  también  po- 
ilemos  llamar  propia)  oprimidas  esián  de  armas,  Eom- 
oardíii  afligida  con  su  pe<o,  Ñapóles  y  Sicilia  amenaza- 
dos, la  Borgoña  ni  por  desierta  segura,  Alsacia  nr.as 
que  nunca  faligadií,  unas  y  otras  Indias  en  continua 
i  ifestacion  de  enemigos,  el  Brasil  en  manos  (ie  una 
guerra  desespiTada,  las  costas  de  España  visitadas  de 
corsarios.  ¿Qué  otro  lugar  nos  quedaba  de  descanso 
'-iiio  la  España?  Pues  si  ni  este  pequeño  abrigo  os  que- 
;'.is  reservar  entero  á  los  ánimos  cansados  óarrcpen- 
lidos,  ¿d('inde  habremos  de  hallar  reposo  y  consuelo? 
Dónde  habrán  nuestros  hijos  y  descendientes  de  go- 
zar el  premio  de  lo  que  ahora  trabajamos  nosotros?  ¡A 
gran  cosa,  á  peligrosa  cosa  por  cierto  se  ofrece  aquel 
espíritu  que  se  encargare  de  esta  novedad!  Costoso  edi- 
ficio es  este  á  que  pretendéis  abrir  los  cimientos,  y 
cuya  ruina  podrá  sepultar  nuestra  república.  No  qui- 
siera ahoia  que  mi  ponderación  os  llevara  el  pensamien- 
to á  otros  casos  miverablc? ;  empero,  si  la  prudencia  es 
lince,  dadme  licencia  siquiera  para  pensarlo;  no  se 
cuente  (norabuena  como  referido)  qué  habría  de  ser 
de  nosotros  si  al  ejemplar  de  Cataluña  conspirasen  ó 
se  armasen  otras  naciones,  dándoles  esta  guerra  que 
apetecéis,  no  solo  ocasión  , sino  conveniencia.  ¡Ah  se- 
ñores !  Lleno  está  el  mundo  de  historias ,  y  las  historias 
llenas  de  sucesos  que  nos  encaminan  á  la  templanza  : 
advertid  que  aquel  que  excesivamente  sigue  un  afecto, 
necesita  después  de  un  exceso  mayor  para  deshacer  el 
primero.  ¡Oh!  No  sea  así  que  vuestra  impaciencia  os 
traiga  á  tal  desdicha,  que  vengáis  á  sufrir  en  algún 
tiempo  mucho  mas  de  lo  que  no  queréis  tolerar  ahora. 
Benigno  rey  tenemos ,  y  tan  piadoso ,  que  solo  extra- 
ñará los  consejos  de  la  ira,  no  los  de  la  clemencia ,  solo 
porque  casi  no  los  conoce.  Ninguno  subió  tan  presto 
á  la  inmortalidad  por  la  venganza  como  por  el  perdón, 
porque  siendo  en  los  hombres  lo  mas  diücultoso,  así 
debe  ser  lo  mas  estimable.  ¿Llora  Cataluña?  No  la  de- 
sesperemos; ¿gimen  los  catalanes?  Oigámosles.  Esto 
es  el  mayor  artificio  de  los  físicos,  ayudar  á  la  natura- 
leza con  beneficios  por  llevarla  allí  donde  muestra  in- 
clinarse. Salga  el  Rey  de  su  corte,  acuda  á  los  que  le 
llaman  y  le  han  menester,  ponga  su  autoridad  y  su  per- 
sona en  medio  de  los  que  le  aman  y  le  temen ,  y  luego 
le  amarán  todos,  sin  dejar  de  temerle  niní,'uno.  hifór- 
mese  y  castigue,  consuele  y  reprenda.  Buen  ejemplar 
hallará  en  su  augusto  bisabuelo,  cuando  por  moderar 
la  inquietud  de  Flándes,  con  pompa  indigna  de  cesar, 

3i 


482  DON  FRANCISCO 

mas  con  corazón  de  cesar,  pasó  á  los  Países,  y  acom- 
pañado de  su  solo  valor,  enlró  en  Gante  amotinado  y  fu- 
rioso, y  lo  redujo  á  obediencia  sin  otra  fuerza  que  su  vis- 
ta. Salga  su  majestad,  vuelvo  á  decir;  llegue  á  Aragón, 
pise  Cataluña,  muéstrese  á  sus  vasallos,  satisfágalos, 
mírelos  y  consuélelos;  que  mas  acaban  y  mas  feliz- 
mente triunfan  los  ojos  del  Príncipe  que  los  mas  pode- 
rosos ejércitos.» 

Era  tan  grande  la  autoridad  del  Oñate ,  que ,  ayu- 
dada entonces  de  la  suavidad  de  sus  razones  y  eíicacia 
de  los  afectos  con  que  las  propuso,  casi  tuvo  vueltos 
los  ánimos  de  aquellos  mismos  que  interiormente  sen- 
tían ó  determinaban  lo  contrario.  El  Conde -Duque 
mostró  algún  desplacer  de  su  razonamiento,  y  pudo 
moderarle,  coníiando  en  el  otro  voto,  que  esperaba  lia- 
bria  de  desvanecer  todo  lo  dicho.  Siguióse  al  de  Oñate 
el  cardenal  don  Gaspar  de  Borja  y  Velasco ,  presidente 
de  Aragón,  hombre  de  grande  dignidad  y  fortuna,  que 
pudiera  hacer  mayor  si  gozara  su  felicidad  indepen- 
diente :  habló  dicen  que  de  esta  manera  : 

«Si  otro  fuera  el  estado  de  nuestras  cosas,  yo, 
señores,  seria  el  primero  que  os  pidiera  clemenciii; 
empero,  llegando  los  sucesos  al  extremo  en  que  los  ve- 
mos, parece  ajeno  de  nuestro  poder  discurrir  ó  variar 
sobre  la  naturaleza  del  remedio,  sino,  entendiendo  de- 
be ser  solo  este,  aplicarnos  todos  á  disponerle  con  eje- 
cución igual  al  peligro.  Ya  no  es  posible  usar  de  mas 
templanza ,  ni  siempre  el  perdón  se  cuenta  por  virtud, 
¿Quién  duda  que  la  real  benignidad  de  nuestro  monar- 
ca, mal  recibida  del  atrevimiento  de  los  sediciosos,  en 
vez  de  reducir  á  la  enmienda ,  haya  esforzado  á  la  osa- 
día? No  tengo  que  satisfaceros  de  que  no  me  obliga  á 
tanta  severidad  alguna  pasión  humana;  antes,  si  fuera 
lícito  dar  entrada  en  mi  ánimo  á  los  afectos  particula- 
res, no  hay  en  mí  cosa  que  no  obligue  moderación; 
mas,  ó  sea  que  no  hay  respeto  comparado  con  la  fide- 
lidad, ó  que  verdaderamente  nuestra  justicia  pese  mu- 
cho mas  que  su  queja ,  puedo  decir  sin  temor,  que  des- 
pués de  conocer  unos  y  otros  motivos  y  ambas  justifi- 
caciones, nunca  tuve  por  dudosa  la  culpa  ó  excusable 
el  castigo.  Terrible  es  en  todas  leyes  la  inobediencia;  y 
de  la  misma  suerte  que  el  contagio  no  tiene  otra  cura 
sino  el  fuego ,  no  se  halla  á  la  infidelidad  otro  acomo- 
damiento que  la  muerte.  Todas  las  dignidades  del  mun- 
do asientan  sobre  obediencia  ;  no  tiene  otros  cimien- 
tos el  trono  de  los  monarcas  sino  la  misma  permisión  y 
conformidad  de  los  subditos.  Pues  ¿de  qué  suerte,  de- 
cidme, se  podía  hacer  permaneciente  el  imperio,  afir- 
mándose en  hombres  fáciles  é  inquietos?  ¿Cómo  podría 
administrar  justicia  y  premio  aquel  rey  que  estuviese 
dependiente  del  enojo  de  sus  vasallos?  Miserable  lla- 
máramos al  príncipe  cuyos  aciertos  necesitasen  de  la 
aprobación  del  vulgo,  que  por  naturaleza  aborrece  el 
profundo  entender  de  los  mayores.  Reloj  es  la  repúbli- 
ca, cuyas  ruedas  y  volantes  son  los  ministros  de  ella;  el 
peso  es  quien  la  rige  ó  manda  :  de  esta  oficiosa  concor- 
dia procede  la  medida  de  los  días  y  cuenta  de  los  tiem- 
pos ;  así  del  mando  de  los  reyes  y  obediencia  de  los  va- 
sallos sale  hermosamente  medido  y  gobernado  el  mun- 
do,  y  en  habiéndose  parado  este  ó  aquel  movimiento, 
ese  es  el  desconcierto  de  la  repúbhca.  No  tienen  los 
reyes  otro  superior  que  la  razón,  y  esta  no  es  menestra- 
que  sea  de  todos;  basta  que  sea  suya.  Aquel  ignora  el 


MANUEL  DE  MELÓ. 

ser  de  las  cosas  que  no  comprehende  todas  sus  partes; 
y  comunmente  en  las  materias  de  estado,  que  vistas  á 
diferentes  luces  y  en  diversos  aspectos,  unas  veces  pa- 
recen justas  y  otras  injustas,  no  es  lícito  al  vulgo  juz- 
gar de  las  ocasiones  supremas;  conténtese  con  mirar- 
las; ni  á  la  majestad  es  decente  satisfacer  á  la  ignoran- 
cia del  pueblo.  Importantísima  cosa  fué  siempre  á  los 
monarcas  castigar  los  agravios  de  la  corona.  Aquel  va- 
sallo se  puede  llamar  idólatra  que,  despreciando  la  ma- 
jestad de  su  rey,  adora  en  el  poder  de  la  unión;  aquel 
le  usurpa  tanta  parte  de  imperio,  cuanto  ó  le  niega  ó  le 
duda  de  vasallaje.  Vuelvo  á  decir  que  no  solo  entiendo 
merecen  estos  hombres  el  castigo  por  los  excesos  que 
han  hecho ,  sino  que  bastaba  la  misma  razón  de  su  dis- 
culpa para  que  los  contásemos  como  delincuentes.  Ver- 
daderamente ,  señores ,  ese  no  es  vasallo,  criado  ó  ami- 
go que  os  pretende  obedecer,  servir  ó  amar  en  oficio 
determinado ;  porque,  así  como  no  hay  caso  en  que  el 
Príncipe  pueda  faltar  á  sus  vasallos  por  verles  misera- 
bles, no  le  hay  también  en  que  el  subdito  deba  excusar- 
se de  servir  al  señor  por  verle  afligido :  entonces  el  im- 
perio fuera  mayorazgo  de  la  fortuna,  no  de  la  natura- 
leza ;  sirviéramos  los  mas  dichosos,  no  los  mas  dignos. 
Si  preguntásemos  al  Príncipe  su  ánimo  cerca  del  privi- 
legio, responderá  que  pensó  pagar  el  servicio  hecho  y 
asegurar  el  agradecimiento  para  otros  mayores.  ¿Cuál 
podrá  ser  ahora  el  señor  liberal  con  su  vasallo  si  llega- 
re á  entender  le  desobliga  con  el  beneficio?  Terrible  y 
lamentable  cosa  sea  que ,  en  medio  de  las  fatigas  co- 
munes y  cuando  ninguno  recata  la  misma  sangre  en 
obsequio  de  la  salud  pública ,  estos  hombres  quieran 
atar  sus  acciones  á  la  dudosa  interpretación  de  sus  per- 
gaminos ,  y  que  la  grandeza  de  sus  reyes  haya  de  ser 
fundamento  de  su  terquedad.  Aman  sobre  todo  sus  in- 
tereses; tienen  por  ajena  la  causa  de  la  monarquía; 
aborrecen  la  gallardía  española ;  no  penetran  hasta 
dónde  está  la  necesidad  ó  conveniencia  de  nuestras 
guerras,  y  apropiándose  en  juzgar  del  ánimo  de  nues- 
tro monarca,  ellos  consigo  mismo  quieren  aprobar  y 
reprobar  sus  mayores  acuerdos  :  esto  bastaba  para  ser 
grande  culpa.  Tras  de  esto,  fortalecidos  en  la  piedad  de 
nuestro  dueño ,  piensan  máquinas  asaz  peligrosas  á  la 
conservación  de  su  majestad ,  introducen  tratos  y  par- 
tidos con  su  rey,  y  pretendiendo  capitular  como  con 
iguales,  á  un  mismo  tiempo  y  en  una  misma  acción  ha- 
cen deuda  de  la  clemencia,  y  justicia  del  atrevimiento, 
dándole  á  entender  al  mundo  que  se  les  debe  de  dere- 
cho la  mayor  abundancia  á  que  llega  la  gracia  del  Prín- 
cipe. Y  porque  la  violencia  de  los  casos  no  da  lugar  es- 
tos tiempos  para  que  sean  tratados  como  en  aquellos, 
sin  que  dejen  espacio  alguno  al  agradecimiento  ( por- 
que es  costumbre  de  los  hombres  no  acordarse  sino  de 
lo  postrero),  todos  sus  ánimos  ahora  son  ocupados  de 
la  queja,  siendo  ciertoque  la  misma  naturaleza  nos  pre- 
viene con  ejemplos,  pues  el  mismo  sol  una  vez  nos  ca- 
lienta y  otra  nos  abrasa ;  el  mismo  aire  ahora  nos  rega- 
la, ahora  nos  castiga.  Pretendió  el  Principado  que  so 
le  guardase  la  inmunidad  de  sus  fueros,  y  se  cumplió 
mientras  lo  quiso  nuestro  estado ;  hubo,  en  fin,  de  tur- 
barse, habiendo  mojado  aquellas  olas  las  mas  soberbias 
y  remotas  naciones.  ¡Cuándo  el  mundo  se  estremece, 
solo  los  catalanes  pretenden  gozar  de  reposo !  Cierta- 
mente yo  me  persuado  que  este  su  crimen  toca  antea 


MOVIMIENTOS,  SEPARACIÓN 
en  inliumanidad  que  en  desobediencia;  no  es  menester  ; 
valemos  aquí  de  la  razón  de  vasallos ,  bastando  la  de 
hombres.  Con  esto  conoceréis  ahora  que  su  culpa  ha- 
ce pequeña  cualquier  venganza;  y  pues  la  guerra  es  re- 
medio de  las  cosas  sin  remedio,  ¿qué  nos  falta  por  ha- 
cer después  que  la  clemencia  ni  la  amenaza  ni  la  indus- 
tria han  sido  bastantes?  Atento  podemos  considerar  el 
mundo  todo  á  nuestras  acciones.  ¿Seria  buena  satis- 
facción para  los  extraños  ver  que  los  españoles,  que  así 
han  sabido  superará  los  otros,  no  tengan  brio  para  mo- 
derarse á  sí  mismos?  Decis  que  os  teméis  del  ruin  ejem- 
plar en  la  futura  desdicha ,  y  ¿no  queréis  temeros  de 
ese  mismo  en  la  libertad  presente?  Si  esta  gtnte,  roto 
tantas  veces  el  freno  de  la  obediencia,  discurriese  libre 
y  sin  castigo ,  esto  fuera  mostrarles  á  los  otros  cuál  era 
el  camino  de  la  rebelión,  por  el  cual  no  hubiera  nación 
tan  cobarde  que  no  probase  á  repetir  las  venturosas 
huellas.  Si  el  error  no  tuviera  otra  pena  que  haber 
obrado  mal ,  solo  los  justos  llegarian  á  temer  las  obras 
ruines;  empero  para  que  malos  y  buenos  teman  el  de- 
lito, ordenóla  providencia  del  derecho  que  la  pena  si- 
ga á  la  culpa  como  infalible  consecuencia  :  por  eso  el 
suplicio  se  ejecuta  en  lugar  público,  porque  llegue  el 
escarmiento  donde  llegó  el  escándalo.  ¿Qué  tales  que- 
daran los  ánimos  de  nuestros  enemigos,  habiendo  visto 
Cataluña  como  plaza  de  nuestras  injurias,  robos,  muer- 
tes é  incendios ,  sin  que  de  otra  parte  miren  también 
los  azotes  y  los  castigos?  De  gran  consuelo  sin  duda 
les  habría  de  ser,  si  los  consideran  como  flojedad;  de 
gran  ánimo  por  cierto  si  lo  juzgan  como  cobardía.  Yo 
lo  entiendo  así  de  estos  mismos  catalanes ,  que  ellos 
jamás  habrán  esperado  tanto  de  su  furia,  como  nues- 
tra detención  les  ha  ofrecido.  Aprendamos  siquiera  de 
ellos ,  que  para  acomodar  sus  cosas  injustas,  es  fama 
que  se  previnieron  primero  de  la  potencia :  tal  debe  ser 
nuestra  resolución.  Empuñe  su  majestad  la  espada,  ó 
por  ella  su  ejército.  Así  les  oiga,  si  aun  se  sirve  de  oírles; 
así  les  responda,  si  aun  se  sirve  de  responderles.  Vana  es 
sin  duda  la  majestad  sin  el  poder;  el  que  quiera  ser  es- 
timado muéstrese  poderoso;  salga  nuestro  rey  si  con- 
viene ,  empero  salga  acompañado  de  famosos  escuadro- 
nes, de  antiguos  capitanes.  No  ha  de  salir  el  César  sino 
para  triunfar,  ni  hade  llevar  la  victoria  dependiente  del 
arrepentimiento  ajeno  :  en  sí  mismo ,  en  su  justicia ,  en 
su  poder  ha  de  fundar  la  esperanza  del  vencimiento ,  no 
en  la  cortesía  de  sus  enemigos;  mande  tocar  sus  cajas, 
enarbole  sus  banderas,  y  los  que  oyeron  los  clamores  de 
los  miserables ,  escuchen  ahora  los  ecos  de  los  clarines 
vengativos.  Vean  los  españoles  que  tienen  príncipe  que 
así  sabe  volver  por  los  afligidos ;  y  las  provincias  de  Eu- 
ropa, que  tenemos  rey  que  no  tarda  mas  en  abrazar  las 
ocasiones  de  valor  que  lo  que  tardan  ellas  en  ofrecér- 
sele delante.» 

Al  silencio  del  Cardenal  sucedió  un  lento  y  misterioso 
ruido  entre  los  circunstantes;  porque  si  bien  los  mas, 
advertidos  del  semblante  del  valido ,  estaban  dispues- 
tos á  convenir  con  su  sentimiento ,  todavía  no  acababan 
algunos  de  entregarse  á  sus  razones,  detenidos  de  su 
propio  dictamen  y  acordados  de  la  eficacia  del  Oñate. 
Parecióle  al  Conde  interponer  su  autoridad  antes  que  se 
esforzase  la  duda,  y  en  pocas  razones  dijo. 

« Que  á  él  no  le  quedaba  qué  decir  en  aquella  ma- 
teria, qué  sentir  sí,  mucho ;  porque  aunque  su  vida  fue- 


Y  GUERRA  DE  CATALUxÑA.  483 

se  larguísima  (que  no  podría  ser  atropellada  de  tantos 
sentimientos),  no  acabaría  de  llorar  ver  en  sus  dias  una 
desdicha  tan  grande,  de  la  cual  no  se  hallaría  en  las 
historias  ejemplar  antiguo  ni  moderno  que  se  ajusta- 
se con  aquel  caso  tan  desmerecido  de  parte  del  Rey  y 
de  sus  ministros;  que  podría  contarse  (mas  que  me- 
jor era  no  contarse)  como  rarísimo  á  todo  el  mundo, 
que  pocos  hombres  viles  y  desarmados  perturbasen  su 
repúbhca  llena  de  barones  y  de  nobleza;  hacer  cuerpo 
y  amotinarse,  poniendo  las  manos  en  lo  mas  soberuno 
de  su  gobierno  natural,  y  obligasen  después  la  gente 
escogida  y  atenta  á  imitar  y  favorecer  sus  desaciertos; 
que  en  los  negocios  de  aquella  calidad  en  otras  partes 
suelen  muchos  nobles ,  ó  á  veces  pocos,  llevar  tras  sí  la 
plebe ,  pero  que  aquí  la  nobleza  habia  servido  á  la  villa- 
nía; y  que  en  fin  se  resolviesen  á  pretender  capitular 
con  su  rey,  que  tantas  veces  le  despreciasen  el  perdón, 
forzándole  á  derramar  sangre  de  vasallos  y  poner  nota 
en  la  antigua  fidelidad  de  los  suyos.  Que  una  hora  mas 
de  disimulación  no  era  posible  ni  conveniente;  que  los 
cuidados  de  afuera  obligaban  á  no  dejar  aquella  obra 
imperfecta,  antes  ponerla  en  toda  quietud  y  olvido, 
porque  los  intentos  mayores  del  Monarca  pudiesen  lo- 
grarse el  año  siguiente ,  pues  con  la  alteración  de  aque- 
lla provincia  se  babian  también  alterado  tantas  diver- 
siones provechosas  que  á  Flándes  é  Italia  estaban  aper- 
cibidas; que  ya  era  tiempo  de  mostrarles  á  los  catalanes 
el  camino  de  su  perdición;  que  el  Rey  no  debía  castigar 
tanto  aquella  nación  por  remediar  su  culpa ,  cuanto  por 
excusar  con  aquel  espanto  la  ruina  de  otras ;  que  á  Dios 
llamaba  por  testigo  de  que  á  costa  de  su  sangre  propia 
tomara  excusar  el  menor  derramamiento  ó  venganza, 
que  ya  parecía  inexcusable;  que  interiormente  lloraba 
de  que  en  su  tiempo  hubiese  podido  tanto  la  malicia, 
que  osase  á  obscurecer  las  luces  de  la  verdad  yjustifica- 
cion  del  Rey ,  suya  y  de  sus  ministros.  Que  él  esperaba 
en  el  suceso  mostrase  á  los  venideros  de  qué  parte  es- 
taba la  razón.  Que  esto  así  venia  á  tocar  en  desdicha 
mas  que  en  demérito ,  que  era  solo  lo  que  podía  darle 
consuelo  en  aquella  aflicción ;  que  le  parecía  que  el 
castigo  se  ordenase  luego,  y  que  sobre  todo  seguía  el 
parecer  de  los  mas.» 

No  aguardaban  los  presentes  otra  diligencia  ó  dis- 
curso que  el  breve  razonamiento  del  Conde  para  ajus- 
tarse todos  en  un  solo  pensamiento,  y  de  la  misma  suer- 
te que  sucede  bajo  la  Equinocial  levantarse  poderosos 
nublados  en  partes  opuestas,  hasta  que  de  otro  lugar 
comienza  á  soplar  y  prevalecer  el  viento  que  los  humi- 
lla á  todos,  así  la  voz  del  Conde  abatió  las  diferencias 
de  estos  y  aquellos,  recogiendo  sus  opiniones  á  su  pare- 
cer solo,  con  indubitable  aplauso  de  los  circunstantes. 

Resolvieron  que  el  Rey  debía  salir  de  Madrid  con  pre- 
texto de  hacer  cortes  á  la  corona  aragonesa;  que  se  pu- 
blicase quería  dar  consuelo  y  satisfacción  á  aquellos 
vasallos,  ayudando  juntamente  la  restitución  de  la  jus- 
ticia y  castigo  de  los  perturbadores  del  bien  de  Catalu- 
ña; que  como  al  Rey  era  indecente  pedir  lo  que  podia 
mandar,  llevase  delante  su  ejército ,  el  mas  copioso  que 
pudiese  juntarse;  que  ajustadas  las  cosas  del  Principa- 
do por  manos  del  temor,  como  esperaban,  se  podía 
después  emplear  en  las  fronteras  de  Francia ,  cogiendo 
la  ocasión  que  en  la  primavera  se  había  perdido ;  que  si 
los  catalanes  se  pusiesen  en  defensa ,  no  faltarla  qué 


4^4  nON  FRANCISCO 

liiiccr  en  su  (laño  y  castifío ,  ambanrlo  de  una  vez  con 
el  orgullo  y  lilterüicl  de  aquella  nación;  que  oslando 
fcrmailo  el"  ejército,  se  le  ordenase  al  gobernador  de 
las  armas  de  Rosellon  tentase  á  los  paisanos  hasta  des- 
cubrir sus  intentos;  que  para  que  el  Rey  pudiese  salir 
Ja  primera  vez  como  convenia  A  su  autoridad  y  al  ne- 
gocio que  empezaba,  llamase  al  punto  las  parles  de 
ejército  que  se  hallaban  en  las  provincias  de  Guipúzcoa, 
Álava  y  tierra  de  Campos,  reliquias  de  los  soldados  ven- 
cedores de  Fuenterrabía;  que  se  «Pilcasen  todos  los  ter- 
cios, compañías  y  capitanes  de  los  presidios  de  Espa- 
ña ,  particularmente  de  Portugal ,  Galicia  y  Aragón ,  con 
todos  los  oliciales  entretenidos  y  personas  de  puesto; 
que  se  publicasen  bandos  para  que  los  hombres  que 
u'gunavoz  hubiesen  recibiilo  sueldo  real  acudiesen  á 
servir ;  que  se  despachasen  decretos  á  los  consejos  y  tri- 
bunales, no  admitieren  memorial  ninguno  de  soldado; 
qne  se  hiciese  lisia  de  los  que  se  hallaban  en  la  corte ,  y 
íuesen  echados  violenlamentc  por  las  justicias  en  ca'-o 
que  ellos  dudasen  obedecer  los  bandos ;  que  los  seis  mil 
hombres  que  se  habían  repartido  á  los  señores  de  Por- 
tugal fiiehen  pedidos  luego,  y  los  trajesen  indispensa- 
blenicnle;  que  de  las  milicias  de  Castilla,  León,  Anda- 
lucía, Extremadura,  Granada  y  Murcia  se  entresacasen 
las  dos  de  cinco  partes ;  que  se  llamasen  de  Navarra  dos 
de  los  (^uatro  tercios  en  que  se  divide;  que  se  pidiese 
genle  voluntaria  á  Aragón  y  Valencia;  que  pasasen  á 
España  el  tercio  de  Mallorca  con  su  virey  y  nobleza ;  que 
las  levas  de  asientos  hechas  por  todos  los  distritos, 
tratasen  de  acabarlas  con  suma  brevedad;  que  toda  la 
caballería  derrotada  de  Cataluña ,  y  la  que  so  hallaba  en 
lasprov¡nci;is,  se  juntase  luego;  que  los  jinetes  de  la 
cosía  fuesen  tamb.eu  á  incorpoiaise  con  ella;  que  las 
guardias  viejas  de  Castilla  se  remontasen,  y  marchasen 
hisquc  se  habían  excusado  los  años  antes;  que  se  avi- 
sase al  capitán  ilc  los  continuos  estuviese  pronto,  y  los 
suyos,  para  campear;  que  la  caballería  de  las  órdenes 
militares ,  pedida  para  la  guerra  de  Francia ,  se  obliga- 
re ú  salir,  u  ando  para  ello  de  cualquier  medio;  que  la 
otra  repartida  á  los  triliuiales ,  se  les  pidiese  con  vivísi- 
ma ijstaiicía;  que  marchase  alguna  parte  de  la  artille- 
ría que  se  hallaua  en  el  castillo  de  Pamplona ;  que  la  que 
esuiba  en  Segovia  saliese  también;  que  el  marqués  de 
las  iNavas  diese  las  piezas  que  tenia  en  aquella  villa, 
para  juntarse  con  las  de  Segovia ;  que  toda  |a  gente  de 
guerra,  así  infantes  como  caballos,  entrase  en  Aragón 
y  parle  de  Valencia,  hacienilo  frente  á  Cataluña,  acuar- 
telada por  las  riberas  del  Ebro  hacia  la  mar;  que  se 
BOMibrase  por  plaza  de  armas  general  á  Zaragoza ;  que 
las  galeras  de  España  acudiesen  á  Vinaroz  para  dar  ca- 
lor al  ejército ,  y  los  bergantines  de  Mallorca  para  ser- 
vir al  manejo  de  los  víveres;  que  el  tren  y  los  oficiales 
de  sueldo  acudiesen  á  Aragón  á  esperar  la  formación 
del  ejército;  que  allí  podría  ir  á  tomar  su  gobierno  la 
persona  á  quien  el  Rey  lo  encargase. 

Esta  fué  la  resolución  de  aquella  granjunta  y  de  aque- 
lla gran  cosa,  medida  casi  por  las  mismas  pasiones  y 
respetos  con  que  se  trataban  los  negocios  humildes.  Por 
infalible  se  puede  contar  la  perdición  del  reino  don- 
de los  negocios  se  han  de  acomodar  al  ánimo  del  que 
manda,  habiendo  siempre  el  ánimo  de  acomodarse  ú 
ellos.  Llaman  traición  ú  aquel  delito  que  se  encamina 
al  daño  particular  del  Príncipe  ó  del  Estado ,  y  no  11a- 


MANUEL  DE  MELÓ. 

man  traidora  aquel  hombre  que  por  sus  respetos  de:>- 
camina  el  Príncipe  y  po:¡c  el  Estado  á  peligro. 

LIBRO  TERCERO. 

Elección  áe  general  del  ejército  del  Rey  Católico.— Examen  de  los 
sugotos  sulieieiites.— Junta  de  la  generalidad  en  Barcelona.— 
Ventilase  de  la  paz  ó  defensa.— Llámanse  los  títulos  catalanes. 
— límbajada  y  rehenes  á  Francia.— Juicios  de  aquel  reino.— Ca- 
pitulaciones y  ajustamiento  con  el  Cristianísimo.— Rompe  el  Ca- 
ray con  hostilidad  en  Rosellon.  —  Sucesos  de  sus  armas —Re- 
dúcese Tortosa.— Ociipanla  los  reales.— Entra  en  ella  el  mar- 
qués de  los  Vélez.— Jura  de  virey  del  Principado. 

Resuelta  la  guerra ,  lo  que  daba  mayor  cuidado  á  los 
ministros  reales  era  la  elección  de  persona  que  debía 
gobernar  las  armas ,  porque  siendo  la  ocasión  tan  gran- 
de ó  mayor  que  las  antiguas  de  E-p;iña,  no  alcanzó 
aquella  suerte  que  las  pasadas,  en  haber  de  concurrir 
con  ella  los  famosos  hombres  de  que  su  nación  fué  tan 
abundante :  todavía  se  nombraban  a'gunos  siigetos  dig- 
nos de  gran  confianza,  particularmente  cuatro,  queen- 
Ire  lodos,  según  el  discurso  común,  nierecian  sobre  lus 
mas  el  ruiJado  de  aquel  gran  negocio.  Era  el  primero 
el  marqués  Espino. a ,  en  ruien  se  hallaban  muchas  ca- 
lidades de  capitfin;  pero  como  aun  entonces  no  se  había 
perdido  la  esperanza  de  ¡dgun  ajustamiento,  pareció 
que  por  sus  manos  se  dificultaba  toda  concordia  ,  por 
ser  el  Marqués  á  los  catalanes ,  desde  la  guerra  de  Sál- 
ses ,  en  lodo  extremo  aborrecible.  Créese  que  el  mismo 
Esjjíiiola,  temeroso  de  que  la  empresa  parase  en  su  pu- 
dor, acordaba  dícstramenle  sus  inhabilidades;  otros 
daban  en  que  no  parecía  conveniente  queespañolesfue- 
sen  castigados  pur  el  arbitrio  de  un  extranjero;  que  el 
padre  enmienda  y  disciplina  sin  injuria  al  hijo  inquieto, 
no  le  manda  corregir  por  el  esclavo  ó  erado.  Muchos 
salían  i'i  contradecir  la  elección  del  Espinóla,  y  ningu- 
no la  deseaba  menos  que  el  Es|iinola. 

El  almirante  de  Castilla  era,  despuésdesle,  aqufl  don- 
de luego  se  encaminaban  los  ojos,  y  muchos  W-  aiitt  po- 
nían al  primero.  Era  el  Almirante  hombre  con  princi- 
pios de  grande ,  y  en  sangre  y  á nimo  asaz  ilustre,  an;a- 
do  sobre  los  mas  de  su  orden ;  había  vencido  tantas  vis- 
ees como  peleado;  fueron  pocas  sus  victorias,  parque 
lo  fueron  sus  ocasiones;  mas  como  la  grandeza  de  los 
validos  se  desplace  naturalmente  de  aquellos  qne  por 
algún  otro  medio  suben  á  la  eminencia  de  la  aiiloridud, 
no  le  pareció  al  Conde  conveniente  darle  nueva  mate- 
ria para  añadir  á  su  buena  fama  otros  aplausos.  Así  con 
algún  honesto  desvío  no  fué  dificultoso  apartarle  de  la 
consideración  de  los  que  lo  deseaban;  y  á  la  verdad, 
medida  su  suficiencia  con  el  valor  de  la  empresa ,  uo 
eran  iguales. 

Creyeron  algunos  que  le  lisonjeaban  en  proponerle  á 
don  Francisco  de  Acevedo  yZúñiga,  con. le  de  Monte- 
rey,  que  poco  antes  había  gobernado  á  Ñapóles  con  mas 
dicha  que  providencia.  Servía  entonces  el  cargo  de  pre- 
sidente de  Italia,  sobre  consejero  de  Estado  de  España, 
en  mediano  aplauso  de  los  políticos;  era  su  primo  y  su 
cuñado  dos  veces  del  Conde ;  pero  como  no  es  cierto 
que  la  naturaleza  ate  siempre  los  ánimos  de  los  hom- 
bres con  los  vínculos  de  la  sangre,  tra vendóles  á  unas 
mismas  inclinaciones,  hacían  en  los  dos,  el  uno  muy 
severo,  el  otro  muy  festivo,  antes  disonancia  que  ar- 
monía. Era  este ,  según  fama ,  el  que  menos  adoraba  la 
majestad  de  aquel ;  subido  ya  á  gran  estado ,  y  sin  bi- 


MOVIMIENTOS,  SEPARACIÓN 
JOS  d  qiiipnes  desease  buenas  correspoiuleüL :as ,  así  co- 
mo no  miraba  á  la  esperanza,  solo  atentiiaá  gozar  lo 
que  liabia  alcanzado  dé  su  fortuna.  Tampoco  el  Conde- 
Duque  quiso  liar  al  descuello  y  capricho  del  cuñado 
cosiis  tan  grandes ,  porque  cuanto  era  mas  suyo,  temia 
mas  que  en  los  otros  el  yerro  contingente;  pretcndia 
poner  en  aquel  lugar  un  tal  sugeto,  que  siendo  la  elec- 
ción solo  suya ,  fuesen  los  peligros  ajenos.  Con  esto  fué 
forzoso  pasar  con  el  discurso  á  buscar  otro. 

Hallábase  á  esta  sazón  en  la  corte  el  marqués  de  los 
Veléz,  adelantado  mayor  del  reino  de  Murcia,  hijo  y 
nieto  de  ministros,  biznieto  de  grandes  capitanes,  liom- 
bre  en  quien  la  naturaleza  anticipó  la  cordura  á  las  ex- 
periencias; ornó  la  juvontud  con  el  consulado,  siendo 
virey  tres  veces,  y  tros  general  en  Valencia ,  Aragón  y 
Navarra ,  do  cuyo  gobierno  militar  y  civil  aun  no  des- 
pedido ,  asistia  en  la  corte,  reputado  por  digno  de  ma- 
yores empleos.  No  desayudaba  al  Marqués  su  fortuna, 
aunque  naturalmente  modesto,  porque  también  ido- 
latraba aquella  admirable  estatua  de  la  soberanía ;  pero 
con  tales  modos  y  afectos,  que  en  los  ojos  del  mundo 
pareciese  su  devoción  mas  atenta  al  conservar  quo.  al 
crecer.  Habíale  alabado  el  Conde  públicamente  en  otras 
ocasiones,  y  acordados  de  aquella  alabanza,  mas  que  de 
sus  méritos,  acudieron  todos  con  la  memoria  á  su  per- 
sona. Este  fué  el  primer  motivo  para  nombrarle;  des- 
pués, viéndole  bien  recibido,  fueron  con  ingenio  arri- 
mándole otras  consideraciones  de  gran  peso ,  que  todas 
le  liacian  asazá  propósito  para  el  mando,  como  era  ser 
descendiente  y  heredero  de  la  ca^a  del  comendador  ma- 
yor don  Luis  de  Requesens ,  estimado  por  hijo  en  Cata- 
luña.; conservar  en  aquella  provincia  deudo,  amistad 
yaliiinza  con  muchas  casas  ilustres,  por  el  estado  de 
Marrorell,que  poseía;  haber  gobernado  reinos  muy  pa- 
recidos en  leyes  y  costumbres  á  los  catalanes ,  y  prin- 
cipalmente la  buena  famacou  que  lo  trataban  las  tres 
Daciones  vecinas. 

Ejecutóse  lo  propuesto  ,  linbiéndosele  encargado 
el  manejo  de  aquellos  negocios  con  segundo  título  de 
virey  de  Aragón  y  general  del  ejército  que  en  él  se  for- 
mase; y  por  acomodarle  en  sus  conveniencias,  le  fué 
liet  ha  merced  de  la  plaza  de  mayordomo  mayor  del  in- 
fante don  Fernando ,  con  el  puesto  de  capitán  general 
del  mar  de  Fiándeí,  y  una  de  las  mas  gruesas  encomien- 
das do  Castilla ,  sin  ul  sueldo  de  mil  y  quiuieutos  escu- 
doí  cada  mes. 

Aceptólo  con  salisfaccion  el  Vélez,  porque  se  lia- 
lla!;a  igualineule  engañado  que  los  otros  ministros  cu 
aquel  negocio;  no  llegó  jamás  ú  creer  que  los  catalanes 
se  sustentasen  en  su  entereza,  y  como  juzgaba  conlin- 
pente  la  neoesitlaíl  de  las  armas,  no  se  excusó  la  alegría 
de  habérselas  condado  su  señor;  considerábale  igual 
con  la  dicha  de  algunos  que  sin  lidiar  triunfan.  Esta 
imaginación  le  hizo  ligero  aquel  peso,  que  poco  des- 
pués le  cargó  tanto ,  que  le  puso  eu  aprieto  de  dejar  la 
reputación  ó  el  mando. 

Buena  ocasión  nos  daría  este  suceso  para  avisará 
las  ambiciones  de  algunos  que  procuran  los  puestos  y 
lugares  que  no  merecen.si  el  oíicio  de  historiador  fuese 
tanto  miiralizar  como  decir.  La  historia  aconseja  y  re- 
prehende sin  mas  razones  que  los  mismos  casos;  aíjuí 
entra  la  enseñanza  por  el  entendimiento ,  no  por  los  oí- 
dos; note  cada  cual  en  las  accioues  ajenas  su  aprove- 


Y  GUERRA  DE  CATALUÑA.  483 

chamiento.  Es  la  experiencia  estudio  de  brutos;  para 
el  hombre  cuerdo  debe  bastar  el  aviso  de  lo  que  suoe- 
dif^  á  otro ;  no  es  menester  que  le  busque  por  el  njismo 
daño.  El  Vélez,  engañado  de  si  propio,  pagó  después,  no 
sin  injuria,  la  facilidad  con  que  discurrió  al  principio. 
Ningún  sabio  debe  asentar  sus  discursos  sobre  mate- 
rias inciertas,  pues  por  firmes  que  las  considere,  si  pro- 
firiendo la  esperanza  de  mas  dichosos  fines,  camina  á 
la  felicidad,  temblando  ó  mudándose  después  los  ci- 
mientos de  las  cosas  á  la  violencia  de  accidentes  imper- 
ceptibles, viene  á  hallarse  sepultado  él  y  sus  pensa- 
mientos entre  las  ruinas  de  su  eililicio. 

Mientras  en  Castilla  se  procedía  en  consejos,  tra- 
tados y  expedientes ,  no  descansaban  también  los  ca- 
talanes de  disponer  lo  necesario.  Luego  que  falló  el  de 
Cardona  á  su  gobierno,  quisieron  juntarse  para  dar  for- 
ma á  su  república,  porque  si  bien  los  imperios  se  con- 
servan por  aquellos  mismos  medios  que  se  han  adqui- 
rido, no  es  asi  todavía  en  aquellos  donde  el  movimien- 
to común  de  las  gentes  se  aparta  de  un  cetro  por  seguir 
á  otro;  porque  el  furor  y  unión  de  los  muchos,  raras 
veces  constante,  siendo  acomodado á  la  naturaleza  del 
emprender,  no  alcanza  la  virtud  del  conservar:  lo  uno 
se  puede  conseguir  con  la  fuerza,  y  lo  otro  no  se  halla 
sino  en  la  templanza. 

Esta  máxima  de  eslndo,  siendo  bien  enfenlida  por 
los  caialanes,  los  obligó  á  poner  luego  las  manos  y  en- 
tendimiento en  bu-car  los  modos  de  su  conservación. 
Pareció  lo  primero  debían  convocar  generalmente  sus 
estamentos,  y  los  llamaron  por  aquella  autoridad  que  los 
daba  la  ocasión ,  y  alguna  que  ellos  creían  se  les  deri- 
vaba de  sus  propios  oficios, en  defeclode  los  lu:.'arlc- 
nientes  de  su  príncipe.  Llamaron  por  su  aiiíigna  forma 
todos  aquellos  que  tenían  voto  en  la  congregación,  no 
olvidando,  artificiosamente,  los  mismos  de  quienes  es- 
peraban no  obedecerían  por  los  intereses  del  Rey.  Es- 
cribieron carias  al  nuevo  duque  de  Cardona,  á  los  mar- 
queses de  Aílona  y  de  los  Vélez ,  al  conde  de  Santa  Co- 
loma, hijo  del  difunto,  y  á  todos  cuantos  señores  cas- 
tellanos y  extranjeros  tenían  en  el  Principado  estadú''f  ó 
baronías;  llamaron  á  los  obispos  y  prelados,  á  todos 
los  ministros  y  tribunales ,  sin  reser  var  al  Santo  Oficio; 
declaraban  á  todos  el  aprieto  de  su  patria,  la  común  mi- 
seria de  su  república ,  su  justificación,  el  eno;o  de  su 
rey  y  la  indignación  de  sus  ministros;  decían  de  las 
prevenciones  de  Castilla,  encaminadas  á  su  destruc- 
ción; pedíanles  viniesen  á  aconsejar,  ayudar  y  a¡i- 
vertir. 

Algunos  do  los  llamados  orrecian  sus  e\iMras,  Icnie- 
rosos  de  hallarse  en  obra  do  tanto  pelgm ;  porque  ce- 
rno en  las  monarqiu'as  es  cierto  que  el  bit  ii  y  conser- 
vación de  cada  ci:al  se  incluye  naturalmente  c:i  el  cii- 
dado  del  Príncipe,  aquel  ofende  su  pnividcni-ia  que 
por  si  solo,  ó  con  sus  iguales,  ó  por  sus  medios,  preten- 
de juntarse  para  tratar  desu  remedio. 

Este  mismo  recelo  de  algunos  particulares  nb'igó  ú 
la  Diputación  á  reescribirlos,  usando  todo  el  p  dcrdo 
madre  y  señora  del  estado  publico;  quitóles  la  duda, 
satisfizo  á  su  temor,  dióles  término  y  dia  señalado,  y  en- 
volviendo amenazas  entre  lástimas,  así  crmo  les  ase- 
guraba del  peligro  cuanto  al  enojo  del  Roy,  prometía 
severos  castigos  á  los  desobedientes  á  su  autoridad. 
Pudo  esta  diligencia  vencer  la  cautela  y  temor  en  los 


4S6 


DON  FRANCISCO  MANUEL  DE  MELÓ. 


mas  prudentes  y  respetuosos :  así,  faltando  pocos,  for- 
maron la  congregación  en  su  antigua  forma. 

Cierto  podemos  afirmar  que  su  intención  do  los  ca- 
talanes no  fué  otra  que  juntarse  para  discurrir  sobre 
los  medios  acomodados  á  su  estado ,  porque  verdade- 
ramente ellos  amaban  la  persona  del  Rey  Católico ;  em- 
pero aborrecidos  y  temerosos  de  sus  dos  ministros, 
Conde  y  Protonotario,  de  tal  suerte  deseaban  el  servi- 
cio del  Rey,  que  si  el  Principado  pudiese  hallar  ven- 
ganza contra  los  dos,  ó  por  lo  menos  quietud  sin  ellos, 
fácilmente  se  dispondría  á  vivir  obediente ;  mas  no  con 
tal  obligación  y  apremio  que  se  redujesen  al  gobierno 
pasado,  habiendo  de  quedar  sus  cosas  en  poder  de  los 
dosacusados.  Hacían  estas consideracionesporque,  pe- 
sado el  odio  que  tenían  al  Conde  y  su  protonotario,  con 
la  afición  que  no  negaban  al  Rey,  aquel  era  sin  compa- 
ración superior  á  esotra  y  de  fundamentos  mas  fuertes, 
siendo  constante  entre  todos  que  por  manos  y  consejo 
de  aquellos  ministros  habían  recibido  muchos  agravios, 
mas  por  las  del  Príncipe  ningún  beneficio.  Y  como  lo 
uno  se  fundaba  en  sus  intereses ,  y  lo  otro*no  era  mas 
de  una  obediencia  á  la  virtuosa  costumbre  que  nos  obli- 
ga á  amar  á  los  mayores,  ninguna  vez  se  oponían  entre 
sí  las  dos  causas,  que  no  quedase  victoriosa  la  segunda, 
y  esta  no  llevase  tras  sí  las  acciones  que  estaban  dedi- 
cadas á  la  primera.  Juntáronse,  en  fin,  sus  cortes  en 
Barcelona,  precediendo  en  todo  el  consistorio  de  la  Di- 
putación. 

Es  entre  los  catalanes  diputación  general  el  supremo 
magistrado,  que  representa  la  unión  y  libertad  púbfica, 
como  ya  entre  los  rom.anos  sus  cónsules  antes  del  im- 
perio ,  y  después  del  imperio  sus  senadores  ó  conscrip- 
tos. En  varías  provincias  de  España  se  gobiernan  á  este 
modo;  en  algunas  se  fiama  cabildo,  en  otras  cámara,  y 
en  otras  ayuntamiento ;  esto  mismo  vienen  á  ser  los  es- 
clavínos  en  Flándes,  en  Holanda  los  burgomestres  y  en 
Milán  los  senadores ;  lo  mas  en  Italia  algo  se  desvía  de 
esta  forma  (no hablo  de  las  repúblicas).  Asiste  la  Dipu- 
tación general  en  Barcelona,  metrópoli  del  Principado; 
consta  de  tres  diputados,  como  hemos  dicho,  que  nom- 
bran cadaaño  por  elección  común  el  día  de  San  Andrés; 
aseada  cual  voz  de  su  estado,  y  ellos  tres,  sagrado,  mí- 
fitary  real;  y  en  cada  uno  concurren  los  votos  de  la 
gente  de  su  orden,  que  escogiendo  por  suerte  aquellos 
que  deben  ser  nombrados,  van  apurando  sus  nóminas 
délos  números  mayores  á  los  menores,  hasta  que  aque- 
llos pocos  electos  por  la  comunidad  eligen  aquel  uno 
que  los  significa  todos :  sagrado  es  la  iglesia,  militar  la 
nobleza,  real  la  plebe. 

A  estos  tres  se  juntan  otros  tantos  jueces ,  hombres 
de  profesión  jurisprudentes ,  cuya  dignidad  no  como 
los  diputados  es  anual ,  antes  dura  hasta  otra  promo- 
ción ;  asiste  cada  cual  al  diputado  de  su  estamento,  ha- 
biendo en  los  jueces  también  la  misma  diferencia  de 
•  órdenes,  sí  no  en  la  calidad,  en  el  oficio  y  negocios;  por- 
que, aunque  juntos  en  la  Diputación  mandan  en  todo, 
todavía  ellos  por  sí  solos  no  se  entremeten  en  mas  de 
las  cosas  de  su  estado. 

Esta  diputación,  llamada  General,  no  solo  gobierna 
en  la  ciudad  superiormente ,  empero  se  extiende  cuan- 
to se  dilatan  sus  provincias  :  todas  las  villas  y  ciudades 
tienen  de  esta  suerte  gobierno  natural,  que  representa 
el  cuerpo  de  todo  su  pueblo,  como  la  Diputación  repre- 


senta el  de  toda  la  provincia ;  en  uníislos  llaman  cónsules, 
en  otras  procuradores,  en  otras  jurados ;  mas  en  todas 
viene  á  ser  igual  su  autoridad  y  casi  conforme  su  há- 
bito, que  se  mejora  ó  humilla  según  el  caudal  de  cada 
pueblo.  Vístense  ropas  largas,  dichas  gramallas,  colo- 
radas, de  paño  ó  seda,  de  extrañísima  hechura ;  de  or- 
dinario son  de  damasco ,  sus  orlas  de  terciopelo,  y  sobre 
ellas  una  faja  de  lo  mismo ;  esta  viene  á  ser  el  propio 
hábito,  porque  sin  él  no  pueden  entrar  en  su  magistra- 
do, y  con  él  se  suplen  la  falta  de  la  ropa.  Usan  la  gorra 
y  cuello  español ,  y  en  sus  acompañamientos  públicos 
se  sirven  de  muías  mas  que  de  caballos,  llevándolas 
pomposamente  aderezadas;  traen  delante  sus  porteros 
y  maceres,,  como  los  ediles  ó  tribunos  de  los  romanos, 
significando  la  gran  autoridad  de  su  oficio. 

Todos  los  pueblos  y  su  gobierno  guardan  entre  sí  la 
propia  correspondencia  con  el  magistrado  de  su  provin- 
cia superior  á  toda  ella ,  que  este  tiene  y  guarda  con 
la  Diputación  general,  donde  todos  se  unen  conforme- 
mente por  sus  procuradores.  Este  es  el  modo  porque  se 
gobiernan  en  sus  cosas  públicas,  y  por  el  mismo  se  dis- 
tribuyen los  servicios  y  contribuciones  de  todo  el  Prin- 
cipado, y  se  administran  todas  las  rentas  comunes,  aque- 
fias  cuyos  efectos  se  disponen  en  propio  beneficio  de  la 
provincia,  sin  intervención  alguna  del  Príncipe. . 

Era  á  este  tiempo  diputado  eclesiástico  Pau  Claris, 
canónigo  de  la  iglesia  de  Urgel ;  militar,  Francisco  de 
Tamarit,  caballero  de  Barcelona ;  real ,  Josef  Miguel 
Quintana,  ciudadano ;  jueces,  Jaime  Ferran,  Rafael  An- 
tíc  y  Rafael  Cerda;  los  conselleres  de  Barcelona,  Luís 
de  Caldés  Doncell,  Antic  Saleta  y  Morgadcs,  Josef  Mas- 
sana,  ciudadanos;  Pedro  JuanGírauy  Antonio  Carre- 
ras, oficíales;  y  porque  en  muchas  partes  habremos  de 
nombrarlos,  entonces  daremos  razón  de  sus  inclina- 
ciones, según  nuestra  costumbre,  cuando  los  aconteci- 
mientos nos  don  ocasión  de  hacer  juicio  de  sus  espí- 
ritus. 

En  los  casos  de  suma  importancia  forman  otro  con- 
sejo que  llaman  Sabio;  consta  de  cien  personas  dife- 
rentes, incluyendo  en  ellas  todos  los  ministros,  todos 
losestados  y  calidades  de  la  república.  Este  es  por  ma- 
yor su  gobierno  natural ,  de  que  me  pareció  debía  dar 
esta  breve  noticia,  por  satisfacer  la  curiosidad  ó  duda 
del  que  llegare  á  leer. 

Juntos  los  catalanes  en  sus  cortes,  entonces  se  co- 
menzó á  tratar  generalmente  del  miserable  estado  de  su 
patria ,  diciendo  que  sobre  verse  ofendida  de  un  mal  in- 
terior, que  como  veneno  implacable  abrasaba  sus  entra- 
ñas, la  volvían  á  ver  amenazada  de  otro  mayor  accidente, 
á  cuyas  manos  sin  falta  acabaría  la  salud  pública ;  que 
tanto  era  mayor  el  trabajo,  cuantas  mas  fuerzas  añadía  al 
primero.  Escogían  otra  vez  las  memorias  de  obligaciones 
y  de  lástimas  pasadas;  volvían  á  contar  los  robos,  los 
incendios,  los  estupros  y  los  adulterios;  aquel  parecía 
mas  celoso  del  bien  público,  que  los  afligía  con  la  re- 
cordación de  mas  horrendossacrilegios  y  alevosías;  ha- 
blaron de  su  gran  justificación,  de  la  piedad  de  su  causa, 
del  socorro  que  podían  esperar  de  Dios,  siendo  su  desa- 
gravio su  mayor  motivo;  no  olvidaron  la  industria  con 
que  los  ministros  contrarios  de  su  quietud  desvia- 
ban los  remedios  que  en  la  clemencia  de  su  rey  podían 
prometerse,  y  aun  sobre  la  persona  del  mismo  Príncipe 
hacían  juicio ,  diciendo,  ¿qué  les  importaba  fuese  su 


MOVIMIENTOS,  SEPARACIÓN 
corazón  lleno  de  piedad,  sino  vivía  con  su  propio  espí-  | 
ritu ,  sino  con  aquel  de  los  que  amaba?  Que  la  bondad 
en  los  príncipes,  sino  se  ejercita ,  es  como  las  riquezas 
del  fondo  del  mar,  que  aunque  es  cierto  que  las  hay,  no 
aprovechan  á  ninguno ;  que  las  virtudes  que  están  aho- 
gadas de  la  omisión  ó  pereza,  son  como  prisioneras  del 
vicio,  y  antes  son  dignas  de  lástima  que  de  loa ;  que  el 
Príncipe  no  cumple  con  poseer  las  buenas  costumbres  de 
hombre,  si  no  las  acompaña  con  el  valor  de  príncipe; 
que  aquel  rey  sin  duda  reprueba  la  elección  que  Dios 
hizo  en  su  persona  á  la  dignidad  real ,  cuando  pone  su 
mismo  oficio  en  manos  de  otro,  pues  al  sumo  poder  tan 
fácil  fuera  hacer  rey  al  valido  como  al  señor,  y  él  des- 
hace en  sí  propio  la  obra  de  la  sabiduría ;  en  fin,  que 
del  natural  de  su  monarca  no  había  que  esperar  acción 
alguna,  cuando  su  bien  estaba  opuesto  á  la  voluntad  de 
sus  favorecidos. 

Por  aquí  caminaban  á  la  mayor  desesperación;  alen- 
tábanse con  lo  que  se  prometían  seguro  en  Francia  y 
aun  en  otras  naciones ;  en  esto  que  creían,  ó  mostraban 
creer,  fundaban  vanamente  todas  las  esperanzas  de  su 
remedio.  Lleva  el  apetito  de  ordinario  los  hombres  á 
grandes  peligros ,  y  aun  no  contento  de  llevarlos  hacia 
el  trance,  también  allí  acostumbra  deslumhrarlos,  ha- 
ciéndolos creer  fácilmente,  y  obligándolos  á  usar  de 
medios  incapaces  ó  ilícitos;  donde  viene  que  yerran  lo 
que  podían  enmendar  quizá  con  el  sufrimiento,  por- 
que el  vivísimo  deseo  de  salir  del  aprieto  no  da  lugar  á 
que  examinen  si  son  ó  no  son  justos  ó  posibles  los  re- 
medios y  las  esperanzas  que  se  les  ofrecen  delante. 

De  otra  parte ,  les  parecía  la  guerra  inexcusable ,  se- 
gún juzgaban  por  las  deliberaciones  del  Rey,  deque  re- 
cibían continuados  avisos :  cada  día  llegaban  nuevas  de 
las  grandes  prevenciones  que  se  hacían  contra  su  pro- 
vincia. 

No  se  olvidaban  también  en  la  propuesta  á  los  Esta- 
dos de  pedir  se  les  buscasen  algunos  medios  suficien- 
tes para  poder  alcanzar  la  paz,  que  habían  perdido;  la 
restauración  de  la  justicia,  que  se  había  estragado;  el 
desenojo  del  Iley,  que  los  amenazaba ;  la  satisfacción  de 
los  pueblos,  quejosos;  la  seguridad  de  la  mayor  parte  de 
los  hombres,  á  quienes  había  tocado  la  inquietud. 

En  estas  y  semejantes  raines  se  incluía  toda  la  pro- 
puesta de  los  catalanes  en  su  congregación;  duraron 
lasjuntas  muchos  días,  recusando  algunos  pareceres  y 
escogiendo  otros ,  y  después  dejando  estos  escogidos,  y 
volviendo  á  platicar  los  mismos  que  poco  antes  habían 
reprobado,  ú  otros  introducidos  nuevamente,  porque 
todos  los  caminos  por  donde  se  saha  el  discurso  para- 
ban en  confusión  y  desconsuelo. 

Después,  volviendo  á  juntarse  á  la  última  acción, 
cuando  parece  que  ya  los  ánimos  estaban  firmes  y  re- 
sueltos en  un  pensamiento,  comenzaron  su  nueva  plá- 
tica, volando  mas  regularmente  que  hasta  entonces, 
desengañados  de  que  por  el  modo  de  conferencia  no 
podrían  conseguir  la  resolución.  Este  es  vicio  común 
en  los  grandes  concursos,  donde  siempre  se  hallan 
hombres  que,  ambiciosos  del  aplauso  aun  mas  que  del 
acierto,  ó  con  exquisitas  palabras ,  misteriosas  á  los  ig- 
norantes ,  ó  con  demostraciones  de  afecto,  persuaden 
ó  turban  la  gente  fácil ,  hasta  traer  algunos  á  la  idola- 
tría de  sus  vanidades. 
Habíase  discurrido  indiferentemente  en  todos  los 


Y  GUERRA  DE  CATALUÑA.  487 

circunstantes  sobre  la  proposición  de  los  diputados: 
la  mayor  parte  délos  votos,  con  poca  variedad  de  ra- 
zones, se  inclinaba  á  la  defensa  de  las  armas.  Si  alguno 
añadía ,  no  era  sino  circunstancias  de  dolor  á  la  causa 
pública;  si  otro  moderaba  en  algo  el  sentimiento  ante- 
rior, en  vano  persuadía. 

Llegó  entóneosla  ocasión  de  hablará  monseñor  Juan, 
obispo  de  Urgel ,  hombre  que  nació  mas  felizmente  de 
la  virtud  que  de  la  naturaleza,  letrado  de  opinión  en- 
tre los  suyos,  práctico  en  los  negocios  de  la  corte  ro- 
mana, donde  ocupó  la  plaza  de  auditor  de  Rota,  y  de 
presente  la  de  canciller  de  Cataluña ;  interrumpió  el 
silencio,  y  (según  de  su  boca  le  escuchamos  después) 
habló  en  este  sentido  : 

«Por  cierto,  señores  compañeros  y  hermanos  niios, 
yo  no  puedo  negar  que  empiezo  á  hablaros  lleno  de  es- 
panto y  desconsuelo ,  considerando  que  siendo  ya  de 
los  últimos  votos  en  esta  junta,  habéis  pasado  por  la 
razón,  sin  que  ninguno  de  vosotros  la  haya  conocido. 
"Violentamente  me  sacasteis  de  mi  iglesia  para  que  os 
acompañase  en  esta  congregación ;  yo  me  llamara  rail 
veces  mal  afortunado  sí  mi  resistencia  me  hubiese  va- 
lido :  tanto  estimo  ahora  el  servicio  que  puedo  hace- 
ros hablándoos  como  se  debe.  Casi  os  estoy  viendo 
todos  cubiertos  de  la  sombra  de  vuestra  pasión ;  esto 
me  pone  en  temor  de  vuestro  descamino ,  y  esto  mis- 
mo me  obliga  á  que  os  dé  voces  que  os  avisen  del  pre- 
cipicio. Véome  igual  á  vosotros  en  la  naturaleza ,  su- 
perior á  algunos  en  la  fortuna,  y  á  mis  méritos  prime- 
ro :  á  aquellas  obligaciones  antiguas  de  la  sangre  y  de 
la  patria  se  añaden  estas  del  premio  que  entre  vos- 
otros he  hallado,  contra  el  uso  de  los  tiempos;  no  sa- 
bré determinarme  en  cuáles  son  mayores;  sé  por  lo 
menos  que  todas  son  amables.  Ya  digo,  señores,  mi 
patria  afligida,  mi  estado  exento  de  ficción,  mí  expe- 
riencia provecta  de  algunas  observaciones,  mi  edad 
incapaz  de  toda  esperanza ,  y  por  eso  mas  acomodada 
al  desengaño;  todo  junto  me  hace  cargo  para  que  yo 
os  sea  constante  compañero  y  consejero  fiel.  Veo  que 
constantemente  entendéis  todos  que  para  reparar  las 
miserias  é  infortunios  que  hoy  padecemos,  origina- 
das de  la  insolencia  de  los  soldados  forasteros,  con- 
viene tomar  las  armas  en  defensa  de  los  naturales  y  de 
los  famosos  privilegios  que  nos  han  dejado  nuestros 
antecesores.  Primeramente,  yo  no  puedo  negar  que 
vuestra  causa  es  justísima;  confieso  el  peso  que  ha  caí- 
do sobre  nuestra  república ;  también  yo  he  oído  muchas 
veces  las  lástimas  y  quejas  de  nuestros  patricios,  tam- 
bién conozco  la  libertad  de  las  legiones;  pero  ¿por  qué 
razón  no  probaremos  primero  otros  remedios  mas  sua- 
ves y  proporcionados  que  ese  que  determináis,  tan  vio- 
lento, y  de  que  podéis  usar  á  cualquier  hora?  No  es  el 
cauterio  ó  la  lanceta  la  primer  cura  de  la  apostema; 
antes  que  esta,  instituyó  la  medicina  los  que  llama  ma- 
durativos ,  y  muchos  males  rebeldes  á  la  dureza  del 
acero  obedecieron  á  la  facilidad  de  los  polvos.  Preten- 
déis vengar  vuestra  patria  de  la  insolencia  de  los  sol- 
dados, y  ¿queréis  poblarla  de  nuevo  de  otros  tantos? 
¿Quién  os  ha  de  vengar  á  vosotros  de  estos  segundos? 
La  soberbia  de  estas  gentes  no  consiste  en  su  nación, 
sino  en  su  oficio  ;  no  son  estos  insolentes  porque  son 
castellanos  ( tales  han  sido  ya  romanos  y  griegos) ;  mu- 
chos hay  y  de  varias  naciones ,  y  todos  se  conforman  en 


488  DON  FRANCISCO  .M 

las  costumbres  l¡cpnc.io<!ns;  luogo  nó  es  mal  fundado  el 
recelo  de  que  los  miamos  catiilaiios  que  habéis  de  ocu- 
par  en  este  ejercicio  os  salgan  tan  molestos  A  la  re-  I 
pública  como  los  castellanos,  que  no  podéis  sufrir.  Ya 
veréis  ahora  en  vuestra  necesidad  vuestro  peligro, 
pues  no  es  tiui  suave  el  natural  de  los  nuestros,  que  no 
DOS  dé  mucho  que  temer  de  su  orgullo.  Vamos  á  los 
extranjtros :  ¿cuáles  han  de  ser  estos?  No  hay  en  Es- 
paña nación  que  no  sea  parcial ,  y  apenas  hay  provincia 
en  Europa  donde  no  llegue  ó  el  imperio  ó  el  respeto 
del  que  tenemos  por  señor.  Francia  entre  todas  anima- 
rá vuestra  flaqueza ;  muchos  dias  há  que  triunfa  :  eso, 
que  á  vosotros  os  puede  alentar,  á  mi  me  desanima.  Si 
la  fqrtuna  no  ha  mudado  sus  antiguas  costumbres,  ya 
la  podemos  contar  en  las  horas  de  su  declinación;  pero 
yo  no  quiero  valerme  de  este  accidente  :  decidme,  ¿qué 
certeza  tendréis  que  aquellos  contra  quien  ayer  os  ar- 
masteis se  querrán  armar  hoy  por  vuestra  defensa?  Y 
cuando  sea  cierto  que  os  ayuden,  ¿con  qué  graváme- 
nesosenviarán  ese  socorro? ¿Cuándo  llegará?  Y  ¿cuál 
será?  Y  ¿qué  podréis  vosotros  obrar  sin  él?  La  nación 
francesa  así  como  ninguno  le  ha  negado  el  valor,  ¿deja 
de  confesar  su  inconstancia?  ¿Seria  por  ventura  conve- 
niente que  una  vez  empeñados  en  la  guerra  y  declara- 
dos contra  vuestro  rey,  os  faltasen  sus  asistencias?  Mi- 
rad bien  á  qué  cosa  os  ofrecéis,  y  como  por  cuenta  de 
vuestro  juicio  corre  el  peligro  común;  en  vuestras  vo- 
luntades están  las  de  todo  el  pueblo  :  ¡  oh !  no  se  cor- 
rompa su  inocencia  en  vuestra  pasión.  Mas,  cuando 
todo  suceda  prósperamente ,  ¿qué  es  lo  que  determi- 
náis? Si  pretendéis  quedar  libre  república,  claro  eí^tá 
es  imposible  en  medio  de  dos  monarcas  tan  grandes; 
como  se  dice  de  aquel  miserable  pez  que,  deseando  vo- 
lar ,  ó  le  traga  una  ballena  ó  le  despedaza  una  águila. 
Si  pretendéis  nuevo  príncipe,  ¿cuál  hay  entre  vosotros 
mas  digno  de  imperio  ?  Si  le  queréis  extraño ,  ¿  por  qué 
le  esperáis  propicio?  Decis  que  la  libertad  de  vuestros 
fueros  os  permite  tomar  las  armas  por  defensa  della; 
todavía  á  vista  de  una  demostración  tan  contraria  al  uso 
de  las  gentes,  ¿cómo  os  podréis  excusar  de  ingratísi- 
mos, viendo  que  os  queréis  vengar  de  la  misma  mag- 
nificencia ?  Yo  no  me  atrevo  á  afirmar  que  os  sea  ilíci- 
to; empero  pregunto  si  os  es  conveniente.  Lícito  es 
al  ciudadano  el  pasearse  en  la  dorada  carroza;  pero  si 
esa  excusada  pompa  le  trajese  á  un  costoso  empeño, 
no  le  excusaría  la  justificación  de  la  imprudencia.  Dos 
cosas  son  precisamente  necesarias  al  que  emprende  la 
guerra  :  la  primera  es  conocerse ,  la  segunda  conocer 
á  su  contrario.  Cotejad  ahora  brevemente  esta  dife- 
rencia :  ¿quién  somos,  señores,  y  contra  quién  nos 
armamos?  Quién,  como  cada  cual  de  los  presentes, 
conoce  el  asiento  de  nuestra  región,  ocasionada  por 
mar  y  tierra  á  invasiones  que  quizá  para  templarnos 
nos  puso  así  naturaleza?  Quién  mejor  que  vosotros  ha 
tocado  lo  tenue  de  vuestros  caudales?  La  moderación, 
no  la  prosperidad,  nos  hace  ricos;  vuestra  pruden- 
cia son  vuestras  minas  :  ¿no  veis  hasta  dónde  se  ex- 
tienden los  términos  de  nuestra  república?  ¿Dónde 
están  los  comercios?  Dónde  los  tratos  y  navegacio- 
nes? Estos  son  los  nervios  que  manejan  la  potencia 
del  imperio.  ¿Hacia  qué  parte  son  vuestras  conquis- 
ta»? Ahora  digo,  lo  pasado  no  nos  hace  mas  que  envi- 
dia, 6  por  ventura  cargo  de  que  lo  olvidemos.  ¿Cuáles 


\NLEL  DE  MELÓ. 

son  los  famosos  capitanes  que  lian  de  gobernar  vues- 
tras huestes?  No  dudo  yo  que  la  sangre  de  los  ilustres 
que  nos  acompañan  rehusarúcuaiquier  peligro  en  ob- 
sequio de  la  patria;  empero  es  menester  que  sepáis 
que  entre  el  vah-r  y  la  ciencia  hay  grande  despropor- 
ción. ¿Cómo  se  llama  el  puerto  en  que  asisten  vuestras 
armadas  para  guardar  vuestras  cosías?  ¿En  qué  cam- 
pañas se  apacientan  los  briosos  j'netes  de  que  habéis 
de  formar  vuestros  batallones?  ¿Cuáles  son  entre  vos- 
otros los  industriosos  ingenieros  que  han  de  delinear 
vuestros  fuertes?  Pues  si  yo,  que  soy  un  humilde  é  ig- 
norante hombre,  á  solo  la  luz  de  la  razón  hallo  tan  fa- 
llidos vuestros  designios,  ¿cuántas  mas  faltas  podrá' 
descubrirles  la  consideración  de  los  varones  prácticos 
en  la  guerra ,  cuales  debían  ser  aquellos  que  os  aconse- 
jasen? Mirad,  señores,  atentamente  dónde  os  lleva 
vuestro  enojo ;  y  pues  os  habéis  visto,  volved  ahora  los 
ojos  al  que  queréis  tener  por  enemigo.  Felipe  IV  se  lla- 
ma rey  de  las  Españas ,  y  le  podremos  llamar  mayoraz- 
go de  las  riquezas  del  mundo ;  pocos  son  aquellos  que 
le  ignoran  el  nombre  y  la  grandeza  :  ¿qué  gentes  se 
moverán  contra  vosotros  á  la  muda  voz  de  un  despacho 
suyo?  Qué  estudio  le  costará  juntar  sus  fuerzas  contra 
vuestro  atrevimiento?  A  porfía  se  le  ofrecerán  los  vasa- 
llos fieles  para  servir  de  instrumento  á  vuestro  castigo: 
¿qué  descomodidad  se  les  seguirá  á  sus  ejércitos  en  que 
saque  de  Flándes,  Lombardía,  Sicilia  y  Ñapóles  algunos 
famosos  tercios  de  soldados  veteranos?  ¡  Con  qué  vo- 
luntad vendrán  estos  á  libertar  y  vengar  sus  hermanos, 
oprimidos  de  nuestra  furia!  j  Qué  de  capitanes  pasea- 
rán hoy  en  su  corte  en  pretensión  de  que  les  fie  alguna 
parte  de  vuestra  ruina !  Vosotros  habéis  de  rogar  á 
quien  os  defienda;  él  ha  de  ser  rogado  por  los  que  quie- 
ren vengarle :  las  armadas  de  uno  y  otro  mar  poco  tra- 
bajo les  costará  infestar  vuestras  costas;  suyas  son  to- 
das las  fuerzas  marítimas  de  Rosellon.  Cuando  otros 
tiempos  tuvisteis  famosas  contiendas  con  don  Juan  el 
Segundo  de  Aragón ,  estaba  entonces  España  repartida 
en  muchos  brazos  :  los  mas  fuertes  ayudaban  á  levan- 
tar al  mas  débil  cuerpo  de  vuestra  república;  hallasteis 
un  don  Enrique  en  Castilla,  que  os  ayudó  con  socor- 
ros; un  don  Pedro  en  Portugal ,  que  se  puso  en  vues- 
tras manos;  un  Renato  en  Francia ,  que  también  no  os 
desdeñó  de  vasallos ;  y  á  todos  ofrecisteis  nueva  servi- 
dumbre, que  no  os  salía  tan  barato  el  auxilio  :  ahora 
está  el  juego  del  mundo  y  de  la  fortuna  armado  de  otra 
suerte.  Advertid  que  no  perdáis  de  un  solo  lance  la  jus- 
ta libertad  que  habéis  gozado  hasta  ahora ;  un  solo  rey 
es  para  la  ofensa,  y  muchos  os  parecerá  para  el  castigo. 
Mirad  en  qué  paró  una  ligera  inquietud  de  los  vizcaí- 
nos el  año  de  33 :  antes  estaban  castigados  que  se  en- 
tendiese en  España  la  culpa.  Volved  ahora  la  vista  á  los 
portugueses,  que  tenéis  por  hermanos,  que  fácilmente 
templaron  su  orgullo  á  vista  de  las  armas  de  Mérida, 
año  de  37.  Ved  los  aragoneses,  nuestros  vecinos  y  ami- 
gos, cómo  se  humillan  al  precepto  después  que  don 
Alonso  de  Vargas  les  hizo  besar  el  látigo  ;  los  valencia- 
nos se  contentan  con  solo  el  nombre  de  reino  que  po- 
seen. Navarra ,  ni  su  vecindad  y  deudo  con  Francia ,  ni 
la  antigua  contienda  de  su  derecho  contaminó  su  obe- 
diencia ,  ni  la  movió  la  guerra  ni  la  alteró  la  fatiga.  De 
todos  los  vasallos,  nosotros  somos  los  que  llevamos  me- 
nos cargas,  ó  sea  que  nuestro  apartamiento  las  desvie,  ó 


MOVIMIENTOS,  SEPARACIÓN 
qiielas  modere  la  buena  opinión  en  que  estamos  de  brio- 
sos. Rey  tenemos,  señores;  rey  y  padre,  no  solo  cris- 
tiano ,  sino  Católico  por  renombre  :  cuanto  es  mayor 
nuestra  justicia ,  así  debe  crecer  nuestra  con(iaii/.a  ; 
representémosle  postrados  nuestra  miseria;  bable  solo 
nuestra  fidelidad  :  el  vasallo  ó  el  siervo  que  pide  inmo- 
destamente, ya  lleva  la  negación  escrita  en  el  desco- 
medimiento. Informemos  á  nuestro  rey  con  una  perso- 
na llena  de  verdad  y  celo ,  desnuda  de  todos  respetos 
humanos;  justifiquemos  nuestra  causa  con  Dios,  con 
su  majestad  y  con  las  gentes ;  este  es  el  medio  del  so- 
siego, de  la  paz  y  de  la  enmienda  :  entonces  podemos 
esperar  el  verdadero  é  infalible  socorro  del  Omnipo- 
tente Señor,  Rey  de  los  reyes,  amparo  de  los  afligidos, 
Dios  de  los  ejércitos.  Yo  por  lo  menos,  tomando  su  di- 
vinidad por  juez  de  mis  acciones,  protesto  que  siem- 
pre os  hablaré  en  este  sentido  y  con  este  sentimiento.» 

Calló  entonces  el  Obispo,  y  acabó  el  llanto  su  ra- 
zonamiento. La  elocuencia,  ordinariamente  superior 
á  los  ánimos,  no  dejó  de  hacer  en  los  presentes  algunos 
interiores  efectos;  ninguno  osó  á  retractarse,  juzgán- 
dolo á  delito ;  los  mas  libres  le  escucharon  con  despre- 
cio. Continuóse  la  materia ,  reiterándose  todos  en  la 
opinión  primera,  hasta  que  hablando  los  diputados  ge- 
nerales Quintana ,  el  real ,  en  representación  del  pue- 
blo, y  Tamarit,  el  militar,  en  nombre  de  la  nobleza, 
dijeron  su  parecer  casi  en  una  misma  sentencia,  difi- 
riendo tan  poco  en  las  palabras  como  en  los  afectos. 

Faltaba  solamente  por  declararse  el  diputado  Cla- 
ris, de  superior  autoridad  entre  los  tres,  no  menos 
por  su  dignidad,  que  por  su  espíritu  atentísimo  á  las  co- 
sas públicas.  Era  Claris  hombre  que,  liabiendo  sido 
antes  olvidado ,  deseaba  de  hacerse  conocido,  sin  pe- 
sar mucho  los  medios  que  se  le  ofrecerían  á  la  fama; 
aspiraba  al  mando,  que  no  puilo  conseguir  antes  de  la 
inquietud;  y  después  puso  todo  su  mérito  en  la  liber- 
tad, de  la  que  se  inculcaba  por  celoso.  Aborrecía  de 
otros  tiempos  su  obispo,  y  aunque  su  sentimiento  fuera 
igual,  por  solo  no  convenir  en  su  opinión  mudara  de 
ánimo.  Había  callado  con  suma  observación  hasta  en- 
tonces ,  si  bien  las  demostraciones  informaban  del  fue- 
go que  guardaba  en  el  pecho.  Suspendióse  gran  espa- 
cio, y  revolviendo  la  vista  melancólicamente,  pidió 
atención  con  los  ojos,  y  habló  así : 

«Nobilísimo  y  afligidísimo  concurso  :  Ni  mis  lágri- 
mas ni  vuestro  dolor  dan  lugar  á  que  me  dilate;  mas 
aun  así  es  la  materia  tan  grave,  que  no  podré  ceñirla 
tan  brevemente  como  deseo ,  pues  el  espíritu  que  mue- 
ve mi  lengua ,  todo  aquello  que  tardare  en  explicarse, 
le  parece  que  os  debe  de  tiempo  en  la  afanoga  ejecución 
que  os  espera.  Habéis  oído  atentos  la  plática  de  ese  doc- 
to prelado  mío;  ahora  os  suplico  como  particular  ciu- 
dadano escuchéis  mis  razones ,  y  como  cabeza  de  vues- 
tra junta  os  encargo  examinéis  la  substancia  de  estas  y 
aquellas  palabras,  que  yo  sé  de  mi  opinión  no  tomará 
fuerzas  en  mi  autoridad  para  persuadiros,  sino  en  sí 
mismo.  No  creo  que  este  varón  que  escuchasteis  siente 
con  diferencia  del  consejo  que  os  ofrece;  no  pienso  yo 
tan  impíamente ,  ni  me  ajustaré  á  entender  que  el  mis- 
mo pastor  es  quien  conduce  las  ovejas  á  la  estación  del 
lobo;  antes  vengo  á  persuadirme  que  los  hombres  cria- 
dos á  la  leche  de  la  servidumbre  ignoran  del  todo  aque- 
lla bizarría  y  libertad  de  ánimo  de  que  necesita  el  ver- 


Y  CIERRA  DE  CATALINA.  489 

dadero  repúblico.  ¿  Por  ventura  es  mas  prudente  ó  mas 
templado  que  l(jdos  los  que  aquí  estáis?  No  por  cierto; 
la  ventaja  que  nos  lleva  no  es  otra  que  haber  perdido  el 
sentimiento,  de  puro  ejorcitatla  la  pacienciu  en  otros 
oprobios;  pues  ¿cómo,  nobilísimos  catalanes,  quercis 
vosotros  regular  vuestras  acciones  por  la  pauta  de  his 
humildades  ó  lisonjas  de  un  hombre  antiguo  cortesa- 
no? Esiá  Cataluña  esclava  de  insolentes,  niiestnts  pue- 
blos como  anfiteatros  de  sus  espectáculos ,  nuestras 
haciendas  despojo  de  su  ambición,  nuestros  edificios 
i  materia  de  su  ira;  los  caminos,  ya  seguros  por  la  in- 
I  dustria  de  nuestras  justicias,  ahora  se  hallan  nueva- 
i  mente  infestados ;  las  casas  de  los  nobles  les  sirven  de 
i  fáciles  hosterías ,  sus  techos  de  oro  y  preciosas  pinturas 
I  arden  lastimosamente  en  sus  hogueras;  mas  ¿cómo 
tratarán  con  reverencia  los  palacios  los  que  no  se  des- 
deñan de  ser  incendiarios  de  los  templos?  Pues  á  vista 
de  todas  estas  lástimas,  ¿hay  quien  pretenda  ahora  per- 
suadirnos espacios,  negociaciones  y  mansedumbres? 
Verdaderamente  el  que  corrige  el  fuego  con  delicadas 
varas,  antes  le  ayuda  que  le  castiga.  Divina  cosa  es  la 
clemencia;  pero  en  las  materias  de  la  honra  de  su  cisu, 
el  mismo  Cristo  nos  enseña  á  desceñirse  el  cordel  con- 
tra sus  enemigos  basta  arrojarlos  de  ella.  Dice  que  use- 
mos e  medios  suaves ;  esto  des  sin  duda  acusar  nuestra 
justificación.  ¿Cuánto  ha,  señores,  que  padecemos? 
Desde  el  año  de  20  está  nuestra  provincia  sirviendo  de 
cuartel  de  soldados;  pensamos  que  el  de  32  con  la  pre- 
sencia de  nuestro  príncipe  se  mejorasen  las  cosas ,  y 
nos  ha  dejado  en  mayor  confusión  y  tristeza,  suspensa 
la  república  é  imperfectas  las  cortes.  Ya  los  medios  sua- 
ves se  acabaron  :  largos  dias  rogamos,  lloramos  y  es- 
cribimos ;  pero  ni  los  ruegos  haliaron  clemencia,  ni  las 
lágrimas  consuelo  ,  ni  respuesta  las  letras.  Romper  las 
venas  al  primer  latido  de  los  pulsos  no  lo  apruebo ;  con 
todo ,  mirad ,  señores,  que  el  mucho  disimular  con  los 
males  es  aumentar  su  malicia;  lo  que  ahora  quizá  po- 
déis atajar  con  una  demostración  generosa,  no  reme- 
diaréis después  con  muchos  años  de  resistencia.  Cuan- 
to mas  se  os  encarece  la  piedad  de  vuestro  príncipe, 
tanto  debemos  asegurarnos  no  castigará  la  defensa  co- 
mo delito.  No  porque  el  águila  es  la  soberana  entre  las 
aves  dejó  la  naturaleza  de  armar  de  uñas  y  pico  á  los 
otros  pájaros  inferiores,  yo  creo  que  no  para  que  la 
compitan ,  mas  para  que  puedan  conservarse ;  los  hom- 
bres hicieron  á  los  reyes,  que  no  los  reyes  á  los  hom- 
bres; los  hombres  los  hicieron  hombres ,  porque  si  ellos 
mismos  se  hubieran  hecho ,  mas  altamente  se  fabrica- 
ran; claro  está,  pues  siendo  ellos  en  fin  hombres,  he- 
chos por  ellos  y  para  ellos ,  algunos ,  olvidados  de  su 
principio  y  de  su  fin,  les  parece  que  con  la  púrpura  se 
han  revestido  otra  naturaleza.  Yo  no  compreliendoen 
esta  generalidad  todos  los  príncipes,  ni  propiamente 
nuestro  rey;  antes  reconozco  en  su  real  persona  virtu- 
des dignas  de  amor  y  reverencia ;  pero  séame  lícito  de- 
cir que  para  el  vasallo  afiigido  viene  aserio  mismo  que 
el  gobierno  se  estrague  por  malicia  ó  ignorancia.  Para 
nosotros,  señores-,  tales  son  los  efectos;  aquí  no  dis- 
putamos de  la  causa.  Pues  si  vemos  que  por  ios  modos 
fáciles  caminamos  á  nuestra  perdición ,  mudemos  la 
vía.  Ya  no  es  menester  ventilar  si  debemos  defender- 
nos ( eso  tiene  determinado  la  furia  del  que  viene  á  bus- 
carnos), sino  creer  que  no  solamente  es  coiiveuieiiQia 


490 

temporal ,  mas  antes  obligación  en  que  la  naturaleza 
nos  ha  puesto :  los  medios  parece  es  ahora  lo  mas  dií'ícil 
de  hallarse.  Entended,  señores,  que  ninguno  topa  la 
perla  en  la  superficie  del  mar;  no  faltéis  vosotros  de 
vuestra  parte  con  la  diligencia ,  que  no  faltará  la  fortu- 
na de  la  suya  con  la  dicha ;  si  no,  demos  con  el  discurso 
una  brevísima  vuelta  á  los  negocios  del  mundo,  y  á 
pocos  pasos  veréis  cómo  no  nos  podrán  faltar  amigos  y 
auxiliares.  Decidme  :  síes  verdad  que  en  toda  España 
son  comunes  las  fatigas  de  este  imperio,  ¿cómo  dudare- 
mos que  también  sea  común  el  desplacer  de  todas  sus 
provincias?  Una  debe  ser  la  primera  que  se  queje,  y  una 
la  primera  que  rompa  los  lazos  de  la  esclavitud;  á  esta 
seguirán  las  mas  :  ¡  oh ,  no  os  excuséis  vosotros  de  la 
gloria  de  comenzar  primero !  Vizcaya  y  Portugal  ya  os 
han  hecho  señas;  no  es  de  creer  callen  ahora  de  satis- 
fechos, sino  de  respetosos ;  también  su  redención  está 
á  cargo  de  vuestra  osadía  :  Aragón ,  Valencia  y  Navarra 
bien  es  verdad  que  disimulan  las  voces,  mas  no  los  sus- 
piros. Lloran  tácitamente  su  ruina ;  y  ¿quién  duda  que 
cuando  parece  están  mas  humildes  estén  mas  cerca  de 
la  desesperación?  Castilla,  soberbia  y  miserable,  no 
logra  un  pequeño  triunfo  sin  largas  opresiones;  pre- 
guntad á  sus  moradores  si  viven  erfvidiosos  de  la  acción 
que  tenemos  á  nuestra  libertad  y  defensa.  Pues  si  esta 
consideración  os  promete  aplauso  y  alianza  de  los  rei- 
nos (ie  España ,  no  tengo  por  mas  difícil  la  de  los  auxi- 
liares. ¿Dudáis  del  amparo  de  Francia,  siendo  cosa  in- 
dubitable? Decid,  ¿de  qué  parte  consideráis  la  duda?  El 
pueblo,  inclinado  á  vivir  exento,  bien  favorecerá  la  opi- 
nión que  sigue.  El  Rey  (cuya  fortuna  naturalmente  se 
ofende  con  la  grandeza  de  España),  prosiguiendo  la 
guerra  comenzada,  ¿qué  mayor  felicidad  se  le  puede 
entrar  por  sus  puertas  que  hallar  de  par  en  par  las  de 
nuestra  provincia  á  la  entrada  de  Castilla?  Si  de  eso  os 
queréis  temer,  os  anticiparéis  el  peligro;  que  observar 
desordenadamente  los  accidentes  venideros  no  es  pru- 
dencia; bastará  conocerlos  para  remediarlos,  sin  estor- 
bar con  ese  recelo  las  acciones  convenientes.  Ingleses, 
venecianos  y  genoveses  solo  aman  su  interés  en  Casti- 
lla; búscanla  como  puente,  por  donde  pasan  á  sus  repú- 
blicas el  oro  y  plata;  si  sus  tesoros  tomasen  otro  cami- 
no ,  en  ese  mismo  día  habrían  de  cesar  su  amistad  y 
alianza.  Los  atentísimos  holandeses  no  habrán  de  abor- 
recer en  nosotros  el  repetir  las  pisadas  por  donde  glo- 
riosamente caminaron  á  su  libertad,  ni  nos  negarán 
tampoco  las  asistencias  (si  se  las  pedimos)  suministra- 
das estos  dias  á  otras  naciones,  pues  introducida  una 
vez  la  guerra  dentro  en  España ,  los  socorros  de  Flán- 
des  habrían  de  ser  mas  contingentes ;  lo  que  todo  es  fa- 
vorable á  sus  designios.  Notáis  nuestra  provincia  de 
apretada  entre  España  y  Francia ;  eso  es  ser  ingratos  á 
la  naturaleza ,  á  quien  debéis  la  mar  enfrente ,  que  nos 
enriquece  con  puertos ,  la  montaña  á  las  espaldas,  que 
nos  asegura  con  asperezas,  pues  los  dos  lados  que  mi- 
ran á  las  dos  mayores  potencias  de  Europa ,  con  su  opo- 
sición nos  fortalecen.  ¿Qué  es  lo  que  os  falta,  catala- 
nes, sino  la  voluntad  ?  ¿  No  sois  vosotros  descendientes 
de  aquellos  famosos  hombres  que,  después  de  haber 
sido  obstáculo  á  la  soberbia  romana,  fueron  también 
azote  á  la  fehcidad  de  los  africanos?  No  guardáis  toda- 
vía reliquias  de  aquella  famosa  sangre  de  vuestros  an- 
tepasados, que  vengaron  las  injurias  del  imperio  orien- 


DON  FRANCISCO  MANUEL  DE  MELÓ. 

tal  domando  la  Grecia  ?  ¿  Y  de  los  mismos  que  después, 
contra  la  ingratitud  de  los  Paleólogos,  en  corto  número 
os  dilatasteis  á  dar  leyes  segunda  vez  á  Atenas  ?  ¿Quién 
os  ha  hecho  otros?  Yo  no  lo  creo  por  cierto,  sino  que 
sois  los  mismos,  y  que  no  tardaréis  mas  en  parecerlo 
que  lo  que  tardare  la  fortuna  en  dar  justa  ocasión  á  vues- 
tro enojo.  Pues  ¿qué  mas  justa  la  esperáis  que  redimir 
vuestra  patria  ?  Fuisteis  á  vengar  agravios  de  extran- 
jeros ,  ¿y  no  seréis  para  satisfaceros  de  los  propios?  Mi- 
rad los  cantones  de  esguízaros,  gente  innoble,  faltos 
de  policía  y  religión  incierta ,  ¿cómo  dejarán  la  sombra 
de  la  diadema  imperial  ?  Mirad  cómo  ahora  solicitan  ó 
compran  su  aplauso  los  príncipes  mayores.  Ved  los  bá- 
tavos  ó  provincias  unidas,  sin  la  justificación  de  vuestra 
causa,  cómo  la  fortuna  les  ha  dado  la  mano  hasta  subir- 
los en  su  propio  trono.  Si  no  queréis  creer  ninguno  de 
estos  ejemplares,  y  el  temor  por  ventura  os  fuerza  á  que 
os  imaginéis  menos  dichosos,  revolved  cualquier  piedra 
de  esta  vuestra  ciudad,  que  cada  cual  de  ellas  no  se  excu- 
sará de  contaros  la  famosa  resistencia  que  hizo  al  sitio 
de  don  Juan  el  Segundo  de  Aragón ,  hasta  que  capitu- 
lando á  nuestro  arbitrio  en  los  ojos  del  mundo,  él  en- 
tró como  vencido ,  y  nosotros  le  recibimos  como  triun- 
fantes. Si  os  detiene  la  grandeza  del  Rey  Católico,  acer- 
caos á  ella  con  la  consideración,  y  la  perderéis  el  te- 
mor; no  hay  estatua  de  metales  preciosos  á  quien  el 
barro  no  enflaquezca ,  ni  bastan  las  fatales  armas  á 
Aquíles  si  pisa  con  planta  desarmada.  ¿Veis  la  potencia 
de  vuestro  rey  cuántos  años  há  que  padece?  Cierto 
podemos  decir,  á  vista  de  sus  ruinas,  que  mejor  se 
medirá  su  grandeza  por  lo  que  ha  perdido  que  por  lo 
que  ha  gozado  :  tanto  es  lo  que  cada  dia  se  le  va  per- 
diendo de  nuevo.  Si  queréis  plazas ,  muchas  os  ofrecerá 
Flándes  y  Lombardía ,  apartadas  ya  de  su  obediencia; 
si  queréis  regiones,  preguntadlo  á  unas  y  otras  Indias; 
si  queréis  armadas,  el  mar  y  fuego  os  darán  razón  de 
ellas;  si  capitanes,  responderá  por  ellos  la  muerte  ó 
el  desengaño.  Algunos  filósofos  pensaron  con  Pitágo- 
ras  que  las  almas  se  pasaban  de  unos  cuerpos  á  otros; 
mas  ciertamente  lo  pueden  afirmar  los  políticos  en  las 
monarquías,  donde  parece  que  la  felicidad  que  anima 
sus  cuerpos,  dejándolos  cadáveres,  se  pasaá  dar  es- 
píritu y  aliento  a  otras  olvidadas  naciones :  tal  podemos 
esperarnos  suceda.  Pero  si  además  de  lo  referido  lle- 
gáis á  temer  la  confusión  que  os  puede  dar  la  real  pre- 
sencia de  vuestro  príncipe,  no  dudo  que  tenéis  razón; 
dudo  pero  que  os  dé  causa:  no  sois  vosotros  de  tanta 
estimación  en  los  ojos  de  ios  que  le  aconsejan ,  que  el 
rey  de  España  por  sí  propio  altere  la  serenidad  de  su 
imperio  poc  haceros  guerra ;  yo  me  atrevo  á  afirmar 
que  ya  todos  estáis  destinados  al  despojo  de  algún  va- 
sallo; no  será  mayor  el  instrumento.  Este  es,  en  fin,  se- 
ñores, el  verdadero  juicio  de  nuestras  cosas:  si  el  es- 
tado de  ellas  os  parece  digno  de  nueva  paciencia ,  el  que 
se  hallare  mas  abundante  desta  virtud  reparta  con  los 
otros,  no  con  razones  artificiosas, sino  con  medios  con- 
venientes á  la  moderación  de  vuestro  mal.  Yo  no  soy  de 
opinión  que  arméis  vuestros  naturales  para  que,  si- 
guiendo su  enojo,  representéis  batallas  contingentes; 
no  digo  que  con  demasías  solicitéis  la  indignación  del 
Rey;  no  digo  que  á  su  majestad  neguéis  el  nombre  de 
señor ;  empero  digo  que,  tomando  las  armas  briosamen- 
te, procuréis  defender  con  ellas  vuestra  justísima  líber- 


MOVIMIENTOS,  SEPARACIÓN 

tad ,  vuestros  honrados  fueros;  que  guarnezcáis  vues- 
tras villas  y  ciudades ,  que  fortifiquéis  lo  flaco ,  que  re- 
paréis lo  fuerte,  que  generosamente  pidáis  satisfacción 
de  los  delitos  destos  bárbaros  que  nos  oprimen;  que  al- 
cancéis su  apartamiento  de  nuestra  región  y  el  descan- 
so de  la  patria ;  y  que  si  no  lo  alcanzareis,  lo  ejecutéis 
vosotros  :  este  es  mi  parecer  ;  ó  que,  si  también  ba- 
ilareis dura  esta  resolución,  á  ese  punto  tratemos  to- 
dos juntos  de  desamparar  y  dejar  de  una  vez  la  misera- 
ble provincia  á  otros  hombres  dichosos.  Y  si  á  mí  (co- 
mo aquel  que  mas  tiernamente  vive  sintiendo  vuestras 
lástimas)  me  tenéis  por  pesado  compañero  cuando  con 
esta  hbertad  llego  á  hablaros,  ó  si  alguno  le  parece 
que  por  mas  exento  del  peligro  os  llevo  á  él  mas  fácil- 
mente, digo,  señores,  que  yo  cedo  de  toda  la  acción 
que  tengo  á  vuestro  gobierno.  Volved  enhorabuena  á 
los  pies  de  vuestro  principe,  llorad  allí,  acrecentad  con 
vuestra  humildad  la  insolencia  de  los  que  os  persiguen, 
y  sea  yo  el  primero  acusado  en  sus  tribunales;  arrojad 
al  fierísimo  mar  de  su  enojo  este  pernicioso  Jonás;  que 
si  con  mi  muerte  hubiere  de  cesar  la  tempestad  y  peli- 
gro de  la  patria ,  yo  propio ,  desde  este  lugar  donde  me 
pusisteis  para  mirar  por  el  bien  de  la  república ,  ca- 
minaré á  la  presencia  del  enojado  Monarca  arrastrando 
cadenas,  porque  sea  delante  de  ella  odiosísimo  fiscal  y 
acusador  de  mis  propias  acciones.  Muera  yo ,  muera  yo 
infamadamente,  y  respire  y  viva  la  afligida  Cataluña.  » 

Apenas  hablan  escuchado  los  congregados  las  últi- 
mas razones  de  Claris,  cuando  en  común  aplauso  fué 
aclamada  su  opinión  como  salud  de  la  patria,  dispo- 
niendo sus  ánimos  de  manera,  que  cada  uno  parecía 
haber  recibido  nuevos  espíritus  para  emplear  en  su  ob- 
sequio. Conciliáronse,  en  fin,  los  pareceres  de  todos,  y 
cuerdamente  caminaron  á  infatigable  paso  tras  de  aque- 
llas cosas  convenientes  al  establecimiento  de  sus  armas 
y  resistencia  de  las  enemigas. 

Nombraron  sus  plazas  de  armas  según  las  partes 
por  donde  podían  ser  acometidos,  que  fueron  Cam- 
brils,  Bellpuig ,  Granollers  y  Figueras;  repartieron  sus 
veguerías  en  tercios  distintos  (es  veguería  en  Cata- 
luña lo  que  en  lo  mas  de  España  se  suele  llamar  dis- 
trito, partido  ó  comarca);  nombraron  sus  oficiales, 
dejando  á  la  Diputación  el  miütar  dominio;  alistaron 
gente  capaz  de  aquel  ejercicio ;  visitaron  sus  villas  aten- 
tos á  la  fortificación ;  buscaron  con  desvelo  y  premio 
los  hombres  prácticos  en  la  guerra  que  tenían  en- 
tre sí :  pocos  eran  en  número ,  porque  el  ocio  de  la  lar- 
guísima paz  en  que  se  ha  liaban ,  así  como  les  habia  qui- 
tado las  esperanzas,  les  quitó  el  precio;  otros  hicieron 
llamar  de  nuevo  desde  las  provincias  donde  asistían. 
El  médico,  que  en  salud  es  aborrecible,  al  tiempo  de 
la  enfermedad  es  agradable. 

Con  esto,  juzgando  que  ellos  por  sí  solos  no  eran  ca- 
paces de  resistir  las  desiguales  fuerzas  de  tan  grande 
monarca,  miraron  en  su  corazón  por  todo  el  mundo 
qué  príncipe  les  podía  dar  ayuda  y  consuelo ,  y  después 
de  haberle  corrido  con  el  discurso,  no  hallaron  otro  que 
el  cristianísimo  Luis  XIII,  rey  de  Francia,  cognomi- 
nado  el  Justo  :  su  clemencia  les  prometía  amparo,  su 
poder  defensa.  Esta  era  la  razón  común;  empero  so- 
bre esta  se  alegraban  interiormente  en  la  consideración 
de  que  para  las  conveniencias  del  estado  de  Francia 
fuesen  tan  propicios  los  accidentes  de  España,  que  nin- 


Y  GUERRA  DE  CATALUÑA.  491 

gun  juicio  dejaría  de  abrazar  sus  intereses;  que  era 
preciso  el  echar  mano  de  las  turbaciones  del  enemi- 
go, como  de  materiales  útilísimos  para  la  serenidad 
propia,  j  Miserable  condición,  por  cierto,  de  la  fortuna, 
que  no  tiene  caudal  para  fabricar  gran  imperio  á«un 
príncipe  sino  con  las  ruinas  de  otro ! 

Así  resolutos,  eligieron  entre  todos  á  Francisco  Vi  la- 
plana,  caballero  perpiñanés,  práctico  y  conocido  en  las 
fronteras  de  Francia  ,  para  haber  de  pasar  á  aquella 
corte  con  su  embajada  al  Cristianísimo  :  pocas  otras  ca- 
lidades tenia  de  embajador;  no  buscaban  entonces  mas 
de  la  fidelidad;  ella  lo  suplía  todo.  Partió  brevemente 
lleno  de  lastimosas  cartas  al  Rey  y  la  Reina,  al  Carde- 
nal-Duque y  otros  ministros;  en  todas  referían  los  ca- 
talanes su  miseria ,  su  razón  y  su  peligro. 

Llegó  en  pocos  días,  festejólo  el  vulgo ,  que  sin  dis- 
curso ama  y  aborrece  aquellas  mismas  cosas  que  igno- 
ra. Entre  los  políticos  fué  diverso  el  juicio  con  que  se 
recibió  aquella  novedad ;  los  ambiciosos  de  gloria  ó  de 
venganza  creyeron  haber  topado  el  hilo  por  que  podían 
penetrar  los  laberintos  de  España  á  pesar  de  su  arqui- 
tecto ;  prometíanse  larguísimos  intereses  en  la  nueva 
guerra  ,  considerando  que  allá,  de  la  felicidad  y  repu- 
tación en  que  estaban  sus  armas,  habrían  de  crecer  sus 
triunfos  por  aquel  medio.  Los  hombres  llanos  y  civiles 
temían  que  por  aquel  alborozo  se  empeñase  la  Francia 
en  otros  sucesos,  al  tiempo  que  su  fortuna  los  habia 
regalado  tanto,  que  no  sin  gran  honra  se  podían  aco- 
modar á  la  quietud.  Los  templados  y  medianos  ni  de- 
seaban mas  glorias  ni  las  rehusaban  tampoco;  procura- 
ban verlas  seguras. 

Los  ministros  del  Rey,  y  sobre  todos  el  Cardenal-Du- 
que ,  juzgaron  por  cosa  digna  de  príncipe  justo  y  cris- 
tianísimo amparar  una  nación  cristiana  y  oprimida;  no 
se  les  dificultó  con  la  consideración  de  algunos  que  de- 
cían que  á  los  reyes  no  es  lícito  ni  conveniente  favo- 
recer facciones  ó  sediciones  de  vasallos  de  otro  príncipe, 
por  la  ruin  correspondencia  que  podían  hallar  en  sus 
ocasiones,  y  también  por  el  mal  ejemplo  que  forzosa- 
mente daban  á  sus  descontei^tos,  viéndolos  amparar  los 
escándalos  ó  quejas  de  otros. 

A  esto  se  respondía  que  la  cortesía  de  los  grandes  no 
llega  á  quebrantar  sus  conveniencias;  que  el  Príncipe 
no  puede  ser  liberal  del  bien  de  sus  vasallos ;  que  nin- 
guno debe  guardar  igualdad  á  aquel  que  no  se  la  guar- 
da; que  los  pretextos  de  la  inquietud  pasada  de  Trancia 
el  año  de  35,  fundaban  todos  en  las  negociaciones  del 
Rey  Católico  y  en  la  cautela  de  su  valido;  que  el  Rey 
Cristianísimo,  en  favorecer  los  catalanes  no  hacia  otra 
cosa  que  reconvenir,  ó  desforzarse  de  los  movimientos 
delPoitú,  introducidos  de  los  españoles;  que  no  habia 
disculpa  con  que  satisfacer  la  posteridad ,  si  estando  la 
guerra  tan  sangrienta  en  ambas  provincias,  Francia  ol- 
vidase la  mayor  ocasión  de  sus  mejoras ;  que  de  ordina- 
rio en  los  acontecimientos  de  la  guerra  el  que  excusa 
el  daño  de  su  enemigo  viene  á  pagar  después  con  su 
ruina  su  inconsiderada  confianza. 

Por  estos  motivos  y  otros  que  le  serían  presentes  al 
espíritu  del  Cardenal  (por  ventura  no  comprebensibles 
á  nuestra  cortedad) ,  se  dispuso  á  introducir  su  indus- 
tria ,  las  fuerzas  de  su  reino  y  la  autoridad  de  su  rey  en 
el  manejo  de  las  cosas  de  Cataluña. 

Al  punto  fueron  enviados  á  Barcelona  monsiur  de  Se- 


492  DON  FRANCISCO 

ririun  (á  quien  algunos  papeles  catalanes  llaman  de  Ser- 
niú),  mariscal  de  campo^  ymonsiurde  Plesís  Besan- 
zon,  sargento  mayor  de  batalla ;  dos  tales  hombres  cua- 
les pedia  e!  gran  hecho  para  que  fueron  escogidos ,  y 
qué  así  hacian  proporción  con  r.quel  lin  como  con  la 
elección  de  quien  los  liabia  nombrado. 

Volvió  Vilaplana,  y  los  dos  á  su  ciudad,  donde  todos 
fueron  alegrísimamentc  recibidos.  Tratóse  luego  de 
ajuslar  con  brevedad  su  negociación  en  varias  juntas 
que  hacian  la  Diputación ,  Id  ciud;  d  y  los  enviados;  fué 
fácil  el  acomodamiento ,  porque  como  todos  se  encami- 
naban á  una  razón,  ella  misma  vencía  las  dificultades. 
No  se  duda  que  en  algunos  podia  hallarse  parle  de  te- 
mor, y  en  otros  de  negocio ;  mas  como  es  destreza  de 
los  políticos  encubrir  el  miserable  la  desconfianza  y  el 
poderoso  la  soberbia,  unos  y  otros  lo  dispusieron  de 
suerte  que  ni  la  fe  ni  la  prudencia  parece  que  padecían 
fuerza  ó  duda. 

Ajustáronse  finalmente  en  que  el  Principado  baria  el 
mayor  esfuerzo  posible  por  arrojar  y  resistir  las  armas 
castellanas;  que  el  Rey  Cristianísimo  les  socorrería  en 
espacio  de  dos  meses  con  dos  mil  caballos  y  seis  mil  in- 
fantes; que  lo  uno  y  lo  otro  seria  pagado  por  cuenta  de 
la  generalidad  ;  que  el  Rey  solo  enviaría  los  cabos  y  ofi- 
ciales que  le  fuesen  pedidos,  y  no  mas;  que  mientras 
durase  la  resistencia  de  Cataluña,  su  majestad  no  man- 
daría invadir  algunos  lugares  de  catalanes  como  ene- 
migo del  Rey  Católico,  salvo  aquellos  en  que  hubiese 
presidio  y  armas  españolas;  que  el  Principado  pondría 
en  manos  del  Rey  CrislianísÍMio  nueve  rehenes,  tres  de 
cada  orden ,  y  que  no  baria  ajuslaiuiciUo  coa  su  rey  sin 
inlerveiicíon  di;  Francia. 

Con  este  breve  tratado  y  larguis'mas  demostracio- 
nes de  amistad  se  partieron  á  París  el  Plesís  y  Seriñan 
con  la  misma  salíslaccion  que  habían  dejado  á  uuos  y 
otros  llenos  de  diferentes  esperanzas. 

Ahora  será  conveniente  dar  razón  de  las  armas  y  pro- 
gresos locantes  al  Rey  Católico ,  bien  que  en  orden  del 
tiempo  noshabemosadelantaiio  alguna  parte,  por  í^e- 
guir  las  cosas  de  Cataluña  sin  intermisión  ile  otáis 
acoutecimieulos,  porque  mas  claramente  se  eulioudau 
unos  y  otros. 

Asentada  ya  la  guerra  contra  Cataluña ,  como  hemos 
dicho,  fueron  luego  despachatias  órdenes  por  el  Rey 
Católico  á  toilas  las  p'azas  marítimas  del  Principado, 
avisando  sus  gobernadores  de  la  resolución  de  su  coi:- 
Sfjo,y  encomendándoles  grandemente  las  prevencio- 
nes de  la  guerra  que  podían  esperar  cada  dia ;  y  en  par- 
ticular se  encargó  este  cuidado  ádon  Juan  de  Gaiay, 
gobernador  de  las  armas  de  Rosello:),  que  en  aquel 
tiempo  se  hallaba  en  Pcrpiñan,  de  pues  delí  nuierle 
del  Cardo,  a.  Lsel  Caray  homorequep :>r  la  vía  de  las 
armas  pudo  juntar  el  mérito  y  la  uicha;  comenzó  por 
los  [lequenos  (uieslos  de  la  guerra,  pasó  por  elloí  co:i 
velocidad  tan  grande,  que  en  algunos  vinoá  mandarlos 
niii-niusque  poco  aoles  había  obedecido;  atua  la  iiidus- 
tría  sin  aborrecer  el  trabajo ,  presume  de  lo  que  obra,  y 
tiene  mas  dicha  para  sí  que  para  los  suyos. 

A  e4e  liempo  iiauia  llegado  á  Zaragoza  el  marqués 
de  los  Vélez ,  de  donde  miídstraba  sus  negociaciones  en 
Cataluña.  Comenzó  solicitando  correspondencias  en  las 
plazas  qi.e  todavía  estaban  en  obediencia  del  Rey;  en- 
comeiiduba  ú  sus  goberuadorcs  el  vivísimo  cuidado  que 


MANUEL  DE  MELÓ. 

le  convenia  de  adelantar  su  partido.  A  los  catalanes  ex- 
hortaba al  arrepentimiento,  prometiéndoles  perdón  y 
conveniencias.  Ayudaba  mucho  en  estas  diligencias  la 
persona  del  baile  general  don  Luis  de  Monsuar,  retira- 
do de  Tortosa,  donde  entre  parientes  y  amigos,  y  con 
algunas  personas  de  religión,  había  tratado  el  cobro  y 
reducción  de  aquella  ciudad.  Vino  oculto  á  Zaragoza,  y 
dando  buena  razón  de  su  industria,  hizo  cómo  el  ma- 
gistrado en  nombre  de  todos  escribiese  al  Vélez,  pidién- 
dole juntamente  piedad  y  socorro.  Estaban  de  secreto 
dispuestas  las  cosas  de  tal  suerte,  que  aun  no  había 
Sidiilo  la  carta  de  la  ciudad ,  cuando  sobre  el  puente  de 
Ebro,  que  la  baña,  se  hallaban  dos  mil  infantes  españo- 
les y  cuatroeíentos  caballos,  á  cargo  todo  del  maestre 
de  campo  don  Fernando  Miguel  de  Tejada,  soldado 
práctico  y  cuidadoso,  que  siguiendo  con  todo  el  orden 
del  magistrado,  contra  el  aplauso  del  vulgo,  que  ya  le 
miraba  como  arrepentido ,  entró  en  Tortosa,  causando 
desiguales  afectos  en  los  corazones  de  sus  naturales, 
según  era  en  ellos  diferente  la  razón  con  que  miraban 
sus  movimientos.  Muchos  sereliraron  medrosos  ó  abor- 
recidos, y  aun  ni  de  todos  los  que  quedaron  se  podia  ha- 
cer confianza. 

Con  esta  observación  trató  don  Fernando  de  fortifi- 
car la  ciudad  (que  por  su  sitio  y  un  castillo  no  muy  an- 
tiguo, que  todavía  conserva,  pareció  fácil),  por  lo  me- 
nos de  suerte  que  quedase  reparada  á  una  interpresa  y 
motín.  Pocos  dias  después  se  descubrieron  algunos  ca- 
bezas de  los  sediciosos,  y  fueron  condenadosá  muerte 
por  la  justicia  hasta  cinco  ó  seis  hombres  plebeyos,  no 
si.i  lástima  de  tíidos. 

Con  la  impensada  entrega  de  Tortnsa  tomaron  las 
cosas  del  Rey  me_,or  semhuuile,  no  solo  pn.r  la  impor- 
tancia de  la  |)laza,  de  asaz  utilidad  á  sus  intereses,  [lues 
pi  relia  se  facilitaba  el  paso  de  Ebro  á  las  armas  católi- 
cas ,  mas  también  porque  su  reducción  inducía  á  la  es- 
peranza de  otras,  y  ponía  en  los  catalanes  gran  duda  y 
temor,  viendo  que  ellos  mismos  se  fallaban  primero  que 
su  fortuna. 

En  Rosellon  se  movían  las  armas  cnn  mas  pre«ífeza, 
porque  entendiendo  don  Juan  de  Caray  que  los  mora- 
dores de  Illa  (lugar  mediano  en  el  condado  de  la  Cer- 
dada, asaz  vecino  ú  Francia,  á  quien  sirve  de  paso) 
tenían  trato  con  vasa'Iosdel  Rey  Cristianísimo,  y  de- 
terminaban ayudarse  do  ellos  contra  los  españoles,  dán- 
doles entrada  en  la  vilia,  qui'-o  reconocer  y  ca^ti^ar 
personalmente  sus  excesos,  poniendo  todaaíjuella  f.on- 
leraen  mejor  orden.  Salió  el  Caray  de  Periiiñan  á  los 
últimos  de  setiembre  con  suficienle  número  de  ¡uf:ui- 
tería,  algunos  cabalos  y  cuatro  pie/as  de  campaña. 
Llegó  á  Millas,  hízose  reconocer  en  aquel  lugar  sin  re- 
sistencia, tomó  las  llaves  de  sus  puertas  á  su  propio  due- 
ño don  Felipe  Ashert,  dejándole  co:i  temor  y  escánda- 
lo; llamó  desde  allí  los  cónndes  y  baile  de  Illa  ;  larda- 
rí.'n  en  obedecerle,  temiendo  con  mas  ra/on  de  la  se- 
veridad que  se  usaban  con  sus  vecinos.  Salió  de  .Millas 
prontamente  contra  Illa  en  intención  de  embestirla  y 
castigarla,  abominando  con  palabras  feas  el  hecho  de 
sus  moradores ;  no  debía  ofrecerlas  al  espanto ,  sino  al 
remedio,  porque  aveces  oleaba  lo  detenido  en  la  carre- 
ra sale  mas  pronto  al  grito  que  al  azitte.  Amaneció  robre 
el  lugar,  batióle  sin  efecto;  pretendió  romper  una  puer- 
ta por  la  furia  de  un  petardo;  nada  salió  como  se  espera- 


MOVIMIENTOS,  SEPARACIÓN 

ba ,  bleri  qne  Juon  de  Arce  gobernaba  aquella  facción; 
defendiéronse  briosamente  ios  de  adentro.  Retiróse  el 
Arce  herido  del  golpe  de  una  piedra;  y  el  Caray, reco- 
nociendo en  la  resistencia  de  tan  pequeño  lugar  la  in- 
dustria de  monsiur  de  Aubiñí  (de  quien  trataremos  ade- 
lante) ,  que  la  defendía  con  hasta  seiscientos  hombres 
franceses  y  catalanes,  no  quiso  proseguir  en  la  vengan- 
za por  entonces,  mirando  ya  en  aquel  estado  mas  por 
la  opinión  que  podia  perder,  que  por  la  plaza  que  juzga- 
ba perdida  :  dejó  el  negocio  para  mejor  tiempo,  aun- 
que no  pensó  diferirlo  niuclio ,  por  no  dar  lugar  á  que 
se  engrosase  el  enemigo.  Con  este  pensamiento,  ayu- 
dado también  de  una  voz  que  sin  causa  se  esparció  en- 
tre la  gente,  de  que  los  franceses  entraban  por  el  Crao 
en  el  estado  de  Rosellon  (algunos  piensan  que  el  mis- 
mo don  Juan  hizo  introducir  esta  voz  por  dar  mejor 
pretexto  á  su  retirada),  volvióse  en  fin,  y  haciendo  alto 
cu  San  Feliu,  mandó  reconocer  los  puestos  acomoda- 
dos á  la  entrada  del  enemigo.  En  este  tiempo  hizo  ve- 
nir de  Perpiñan  cuatro  cañones  enteros  y  dos  cuartos, 
aumentó  sus  tropas  hasta  número  de  seis  mil  infantes  y 
seiscientos  caballos ,  y  con  los  tercios  de  la  guardia  del 
Rey,  que  gobernaba  el  Arce  y  don  Felipe  de  Guevara,  y 
el  de  don  Leonardo  Moles,  llenos  de  la  mejor  infante- 
ría que  entonces  tenia  España  en  ningún  ejército.  Vol- 
vió segunda  vez  sobre  Illa  ,  pocos  dias  después  de  ha- 
berse levantado  de  ella,  dispuso  sus  baterías,  y  la  batió 
furiosamente. 

Es  Illa  cercada  de  un  casamuro  antiguo,  acomodado 
al  modo  de  las  primeras  defensas.  Conlinuóse  poralgu- 
nas horas  la  batería,  y  habiendo  con  poca  resistencia 
abierto  mas  de  veinte  varas  de  brecha  (quieren  así  lla- 
mar los  sokbulos  á  la  rotura  ó  portillo  que  hace  la  arti- 
llería en  las  murallas),  trató  don  Juan  de  que  el  tercio 
gobernado  por  el  Guevara  embistiese  al  lugar,  ganando 
la  entrada,  pero  desórdenes  no  dignos  de  escritura  lo 
dilicultarou.  Tardóse  mas  en  disponer  el  asalto  de  lo 
que  tardaron  los  sitiados  en  acudir  al  reparo  animosa- 
mente; los  capitanes  y  solilados  del  tercio,  suspensos 
con  el  desorden,  no  sedelerniiuaban  á  embestir;  im- 
paciente entonces  el  Caray,  d  cen  que  bajó  desde  don- 
de estaba  mandando,  y  poniéndose  delante  dellos,  con 
las  voces,  y  mas  con  el  ejemplo  (que  en  tales  casos  es 
la  voz  mas  elicaz  y  obedecida),  los  persuadía  y  ordenaba 
la  escalada ;  moviéronse  tardemente,  como  aquellos  que 
no  llevaba  la  voluntad;  recibió  don  Juan  un  mosquetazo 
en  la  mano  derecha  y  otro  en  el  peto ,  de  que  cayó  he- 
rido; bástanle  ocasión  para  descomponer  gentes  mas 
osadas,  cuanto  mas  aquellas,  enfermas  ya  del  miedo. 
Todo  esto  ayudaba  á  los  contrarios,  siendo  cierto  que 
no  hay  mayor  socorro  para  unos  que  el  temor  de  otros, 
pues  á  estos  se  les  añade  de  esfuerzo  el  vigor  que  huye 
del  ánimo  de  aquellos.  Crecían  las  rociadas  de  mosque- 
tería desde  la  plaza ,  con  que  á  un  mismo  paso  se  au- 
mentaba el  daño  y  desfallecía  la  esperanza.  El  Caray, 
empachado  de  los  suyos,  mostró  querer  apartarse  del 
lugar ,  igualmente  obligado  del  peligro  y  de  la  vergüen- 
za ;  mandó  tocar  á  recoger,  y  entonces  fué  fácilmente 
obedecido.  Retiróse  con  pérdida  considerable  á  Perpi- 
ñan, melancólico  y  temeroso  de  lo  venidero. 

Todavía  los  ministros  del  Rey  Católico  no  se  excusa- 
ban de  seguir  alguna  esperanza  de  concierto ,  y  lo  de- 
seaban sin  reparar  mucho  en  su  calidad ;  pensaban  que 


Y  GUERRA  DE  CATALUÑA.  493 

puestos  una  vez  los  catalanes  en  sus  manos,  dospnés 
enmendarla  la  fuerza  cualquiera  condicidn  [tuco  hon- 
rosa á  que  la  necesidad  primero  se  acomodase;  inten- 
taron mucha*  cosas,  algunas  con  poco  fundamento, 
como  suele  el  eniérmo  no  examinar  la  virtud  del  reme- 
dio, creyendo  que  entre  muchos  topará  alguno  conve- 
niente. Parecióle  al  Conde-Duque  medio  acomodado 
valerse  de  los  poderes  de  la  Iglesia  contra  la  dur  cza  de 
los  eclesiásticos ,  en  Quyo  estado,  mas  que  en  nii.guuo, 
ardía  el  celo  de  la  libertad  de  su  patria. 

Llamó  al  nuncio  apostólico  residente  en  la  corte,  é 
intentó  persuadirle  pasase  á  Cataluña,  para  que  unas 
veces  con  su  autoridad ,  y  otras  valiéndose  de  los  pode- 
res pontificios,  trabajase  en  la  reducción  de  uquel'a  gen- 
te. No  fué  posible  conseguirlo,  defendiéndose  el  Nun- 
cio con  que  sin  consentimiento  del  Ponlífice  no  podía 
dejar  su  legacía  y  emplearse  en  negocios  ajenos,  para 
que  no  tenía  jurisdicion ;  todavía  por  convenir  en  parte 
con  su  capricho,  y  mostrar  el  deseo  de  la  paz  y  servicio 
del  Rey  Católico ,  temeroso  quizá  de  la  no  bien  pasada 
tragedia  de  su  antecesor,  vino  en  escribir  á  la  provin- 
cia llamando  benignamente  al  diputado  Claris;  envió  la 
cartacon  su  confesor,  por  si  hallase  algún  medio  de  in- 
troducir la  voluntad  del  Rey ,  lo  ejecutase  y  dispusiese 
según  su  orden. 

Llegó  á  Lérida  el  enviado ,  avisó  de  su  comisión,  res- 
pnndiósele  qua  remitiese  las  cartas  y  se  detuviese  en 
aquella  ciudad;  cumpHólo  así,  y  en^jocos  dias  volvió 
&  ¡acorte  sin  haber  negociado  masque  nuevas  esperan- 
zas á  los  catalanes,  fundadas  en  el  temor  que  ya  se  te- 
nia de  sus  resoluciones,  pues  por  tantos  medios  se  so- 
licitaba la  concordia. 

Este  mismo  ju  cío  había  heolio  el  Nuncio,  y  se  lo  re- 
presentó al  Conde,  cuando  discurrían  en  el  negocio; 
empero,  vencido  de  su  respeto,  vino  á  aprobar  en  parte 
su  opinión.  Permítasenos  a!iora  decir  qué  poco  alen- 
tos  proceden  los  ministros  de  cuya  prudencia  fia  la 
Iglesia  su  autoridad ,  cuando  se  entremeten  á  esforzar 
sentimientos  de  príncipes ,  arrimándose  á  sus  faccio- 
nes. Raras  veces  los  intereses  políticos  siguen  la  razón , 
y  entonces  seria  fuerza ,  si  ella  los  ha  de  seguir ,  doblar 
la  justicia  á  la  parte  mas  poderosa,  con  escándalo  del 
universo.  A  la  gran  dignidad  pontifical  y  paternal  sobre 
toda  la  tierra ,  al  Vicario  de  Cristo ,  suma  verdad,  suma 
entereza,  ¿cómo  le  puede  ser  licito  negar  su  agasajo 
igualmente  á  alguna  de  las  ovejas  que  le  han  sido  en- 
tregadas en  el  rebaño  espiritual  ? 

Ño  desmayó  el  Conde-Duque  con  este  desengaño ; 
antes  por  sí  propio  volvió  á  escribir  y  dar  á  entender'al 
Principado  que  el  Rey  apartaría  sus  armas  de  la  pro- 
vincia si  la  ciudad  de  Barcelona  se  acomodase  á  dejar 
fabricar  dos  fuertes  reales ,  uno  en  Monjuich  y  otro  en 
la  casa  de  la  Inquisición ;  entrambos  sitios  acomodados 
á  la  defensa,  pues  era  cierto  que  de  la  seguridad  d=j 
aquel  pueblo,  como  cabeza  de  su  provincia,  pendía 
toila  la  quietud  y  conservación  pública.  Tampoco  esta 
plática  tuvo  efecto  ,  y  antes  los  irritó  de  nuevo,  porque 
esto  de  fortificarse  los  españoles  fué  siempre  lo  quemas 
temían. 

Prosiguió  buscando  otros  caminos  acomodadas  á  sus 
pensamientos,  é  hizo  cómo  don  Pedro  de  Aragón,  mar- 
qués de  Pobar  ( hijo  segundo  del  Cardona,  y  que  había 
acompañado  á  su  padre  en  las  primeras  guerras  contra 


494  DON  FRANCISCO 

Francia),  con  pretexto  de  haber  sido  llamado  á  las  cor- 
tes de  Cataluña,  se  fuese  á  Barcelona,  publicando  tam- 
bién acudía  al  desconsuelo  y  soledad  de  su  madre  viuda 
y  de  su  patria  afligida.  Corrió  la  posta  mas  rico  de  in- 
dustria que  de  prudencia ;  bien  que  llevó  promesas  para 
sí  y  los  que  quisiesen  seguirle. 

Era  la  casa  de  Cardona  (como  hemos  dicho)  estima- 
da sobre  todas  las  del  Principado;  mas  después  de  la 
muerte  del  Duque ,  y  desde  aquel  punto  que  comenzó  á 
resonar  el  nombre  de  hbertad ,  fué  desfalleciendo  su 
autoridad  de  tal  suerte ,  que  la  Duquesa  hubo  do  reti- 
rarse en  un  convento,  donde  se  hallaba  al  tiempo  que 
llegó  el  Marqués  su  hijo. 

Esta  visita ,  por  tantas  razones  sospechosa ,  fué  en 
extremo  desagradable  á  cuantos  la  consideraban,  ó 
porque  verdaderamente  no  oslaban  ya  las  cosas  en  es- 
lado  de  remedio,  ó  porque  la  industria  del  Pobar  no  al- 
canzó á  confiarlos  que  era  e!  primer  paso  de  aquel  ne- 
gocio. Ellos  miraban  sus  acciones  con  suma  observa- 
ción, y  pocos  días  después  lo  encerraron  en  prisión  ás- 
pera ,  dándole  á  entender  que  con  menor  retiro  no  esta- 
ba seguro  á  la  furia  del  pueblo ,  que  había  concebido 
mala  opinión  de  su  jornada,  y  trazaba  su  muerte.  Así 
dispusieron  asegurarse  de  sus  designios ;  cosa  á  que  los 
príncipes  deben  mirar  mucho  hallándose  en  tal  esta- 
do ,  y  trabajar  por  elegir  un  medio  para  que  ni  la  cre- 
dulidad ni  la  desconfianza  les  pongan  en  peligro,  abra- 
zando ó  despreciando  cuantos  le  buscan. 

Trabajaba  continuamente  el  Vélez  en  acomodar  las 
tropas  que  bajaban  por  los  reinos  de  Valencia  y  Aragón ; 
habla  enviado  á  don  Pedro  Pablo  Fernandez  de  Heredia, 
gobernador  de  Aragón  (es  gobernador  en  aquel  reino 
casi  presidente  de  justicia),  con  muchos  otros  comisa- 
rios, para  que  recibiese  el  mayor  grueso  de  gente  que 
entraba  porla  villa  de  Molina;  pero  el  negocio  que  mas 
ocupaba  su  ánimo  era  disponer  los  aragoneses  á  algún 
lin  provechoso  al  servicio  del  Rey,  haciendo  todo  lo 
posible  por  apartarlos  del  sentimiento  de  los  catalanes, 
sus  vecinos  y  deudos;  por  otra  parte  los  persuadía  á 
que  ellos  tomasen  la  mano  en  el  ajustamiento  de  sus 
cosas ,  como  ya  en  tiempos  pasados  la  ciudad  de  Zara- 
goza llegó  á  ser  medianera  entre  su  rey  don  Juan  el 
Segundo  y  el  mismo  Principado.  No  era  otro  su  fin  que 
procurar  obrasen  los  de  Aragón  de  tal  manera,  que  pu- 
siesen en  desconfianza  de  su  hermandad  á  los  catala- 
nes, de  cuyas  correspondencias  se  temía. 

Ya  los  jurados  de  Zaragoza  (supremo  magistrado  de 
aquella  ciudad)  habian  comenzado  á  mover  estas  pláti- 
cas con  el  Rey^  á  que  se  les  respondió  de  suerte  que 
ellos  descifraron  de  las  palabras  de  la  carta  mas  amena- 
zas que  agradecimiento.  Y  á  la  verdad  los  aragoneses  no 
aborrecían  la  libertad  catalana,  que  disimulaban  con 
cautela ;  el  Vélez,  que  los  miraba  profundamente,  en  lo 
poco  que  habían  obrado  reconocía  lo  poco  que  querían 
obrar;  esto  mismo  le  dispuso  á  que  incitase  segunda 
vez  con  mayores  bríos  lo  tratado  cerca  del  acomoda- 
miento ,  y  platicándolo  con  algunos  caballeros  que  te- 
nían mano  entre  el  gobierno  de  Zaragoza,  no  fué  difi- 
cultoso acabar  con  los  jurados  y  ciudadanos  volver  á 
ja  plática ;  también  porque  entendiendo  los  celos  del 
Vélez  cerca  de  su  ánimo,  no  les  parecía  conveniente 
rehusar  ni  excusarse  de  aquellas  cosas  en  que  no  les 
era  costoso  el  empeño,  pensando  que  así  lo  llevarían 


MANUEL  DE  MELÓ. 

confiado  y  seguro  de  que  les  pidiese  otras  mayores. 

A  este  fin  trataron  de  enviar  su  embajada  á  Barcelo- 
na con  toda  brevedad,  antes  que  la  guerra  que  ya  co- 
menzaba á  encenderse  en  Rosellon  abrasase  aquella 
frontera,  y  quedase  suspenso  lo  tratado.  Dispúsose  en- 
tre ellos  si  podría  ó  no  ser  conveniente  enviar  la  per- 
sona del  Jurado  en  cap,  que  era  á  esta  sazón  don  Lu- 
percio  Contamina  (es  jurado  en  cap  en  Aragón  la  cabeza 
de  su  gobierno  civil ;  oficio  entre  los  aragoneses  de  asaz 
estimación ,  aunque  anual )  :  no  pareció  acomodado 
empeñar  al  primer  paso  la  mayor  autoridad  de  su  re- 
pública ;  fué  elegido  en  su  lugar  don  Antonio  Francés, 
caballero  noble  y  suficiente.  Partió  á  Barcelona  por  la 
posta, fué  recibido  no  sin  cortesía;  negoció  cercado 
siempre  de  asechanzas,  porque  los  catalanes,  con  al- 
gún escándalo  del  reposo  de  Aragón,  á  quien  habian 
convidado,  sospechaban  mal  de  aquellos  oficios  con 
que  nuevamente  se  les  ofrecían,  y  con  mayor  exceso 
cuando  llegaron  á  entender  que  los  aragoneses,  como 
pretendientes  á  la  primogenitura  de  la  corona  de  Ara- 
gón (en  que  se  comprehende  el  Principado) ,  intenta- 
ban ingerirse  en  aquellas  negociaciones  con  algunotro 
derecho  mas  que  el  de  amistad:  cosa  insufrible  á  la  en- 
tereza de  los  catalanes. 

Fué  escuchado  don  Antonio  en  la  Diputación,  pre- 
sente el  sabio  Consejo  :  dio  sus  cartas ,  habló  con  tem- 
planza, introduciendo  sus  razones  con  que  su  reino  de 
Aragón,  y  en  particular  su  ciudad  de  Zaragoza,  les 
pedían  como  á  hermanos  y  amigos  tuviesen  por  bien 
admitirles  por  medianeros  entre  su  razón  y  la  queja  de 
su  majestad  católica  ;  que  fiasen  de  su  amor  les  baria 
descubrir  un  medio  acomodado  á  la  quietud  y  satisfac- 
ción ;  que  á  los  intereses  y  castigos  que  se  podían  pre- 
tender de  ambas  partes  se  daría  un  expediente  tal, 
que  todos  quedasen  acomodados  y  pacíficos. 

Respondiéronle  con  grandes  muestras  de  agradeci- 
miento ,  diciéndole  que  no  se  trataban  bien  las  cosas 
de  la  paz  entre  el  estruendo  de  la  guerra;  que  no  se 
compadecían  oficios  y  ejércitos,  medianeros  y  gene- 
rales; que  ellos  deseaban  la  concordia  mas  que  ningu- 
nos ;  que  el  Rey  apartase  luego  las  armas  con  que  le 
amenazaba ,  y  mandase  cesar  las  que  fatigaban  Rose- 
llon, y  entonces  se  conocería  que  allí  se  pretendía  la 
quietud  sencillamente,  y  no  la  mejora  con  artificios  : 
que desta  suerte  estaban  prontos,  no  solo  para  acep- 
tar, sino  para  suplicar  partidos  á  su  majestad  católica 
convenientes  al  bien  público.  Con  esta  resolución,  lle- 
na de  brio  y  constancia,  se  volvió  don  Antonio  á  Zara- 
goza ,  con  cuya  venida  se  excusaron  por  entonces  otros 
algunos  medios  que  se  habian  prevenido ,  encamina- 
dos á  este  propósito. 

Fundaban  todas  las  resoluciones  del  Rey  y  sus  mi- 
nistros sobre  haberse  entendido  que  la  gente  junta  pa- 
ra la  guerra  llegaría  á  cincuenta  mil  hombres  y  seis  mil 
caballos ;  no  era  excesivo  el  número,  según  habian  sido 
copiosas  las  preparaciones.  Sobre  esta  certeza,  que 
después  convenció  de  vana  la  experiencia,  fabricaban 
los  ministros  todo  su  discurso :  tales  salían  las  provi- 
siones y  acuerdos,  como  asentados  sobre  fundamentos 
vanos. 

Dísponíasele  al  Vélez  que  todo  el  grueso  se  repar- 
tiese en  tres  partes;  que  la  una  entrase  por  la  Plana 
de  Urgel ,  que  era  el  país  mas  acomodado  á  carapear> 


MOVIMIENTOS,  SEPARACIÓN 
haciendo  frente  á  Lérida,  y  caminando  á  Balaguer  y 
Urgel  bajase  por  Monserrate ,  hasta  caerse  sobre  Bar- 
celona. Que  la  otra  parle  del  ejército,  pasando  el  Ebro 
enTortosa,  ocupase  el  Coll  de  Balaguer,  y  allanase 
todos  los  lugares  del  campo  de  Tarragona ,  llevando 
siempre  la  mar  por  el  lado  diestro,  donde  podia  ayu- 
darse en  la  falta  de  víveres;  que  ganase  á  Martorell, 
que  se  fortificaba ,  y  por  las  costas  de  Garraf  bajase  á 
Barcelona ;  que  el  último  trozo  se  quedase  en  Aragón,. 
mirando  á  Cataluña ,  para  acudir  ó  entrar  según  el 
caso  lo  pidiese;  y  que  este  seria  llamado  ejército  real, 
y  por  eso  mas  copioso  y  de  mejor  gente ,  pues  el  Rey 
lo  habia  de  g')bernar  por  su  propia  persona.  De  la  mis- 
ma suerte  se  le  ordenaba  á  don  Juan  de  Garay  que  con 
la  gente  de  Rosellon  se  moviese  contra  Barcelona,  pa- 
ra que  todos  juntos  obrasen  la  expugnación  de  ella. 

Fué  así  que  el  Garay  habia  recibido  las  órdenes; 
pero  era  de  diferente  parecer,  habiendo  escrito  que  las 
fuerzas  se  uniesen  todas;  que  juntas  atravesasen  la  pro- 
vincia ,  sin  detenerse  en  sitiar  plaza ;  que  llegasen  á  in- 
corporarse con  su  trozo  ;  que  así  ocupasen  el  Conflent 
(es  el  Conflent  país  fértil,  no  muy  largo,  contenido 
entre  Rosellon,  Cerdaña  y  Ampurdan,  casi  corazón 
del  Principado ) ;  que  desde  allí  bajasen  á  socorrer  y 
ser  socorridos  de  las  plazas  marítimas;  que  el  mayor 
esfuerzo  se  debía  poner,  no  entre  Aragón  y  Cataluña, 
donde  no  podia  temerse  cosa  importante ,  sino  entre 
catalanes  y  franceses ,  por  el  peligro  que  había  de  que 
el  Cristianísimo  engrosase  sus  tropas ,  como  ya  hacia 
por  aquella  parte ;  que  el  invierno  no  era  acomodado 
á  sitios ;  que  el  ejército,  vagando  por  los  lugares  peque- 
ños ,  se  podia  sustentar  sin  gasto ,  sin  peligro  y  sin  tra- 
bajo. 

No  fué  recibido  este  parecer  de  don  Juan :  desdicha 
ordinaria  en  las  grandes  resoluciones  de  los  príncipes, 
6  aconsejarse  con  personas  extrañas  de  aquella  profe- 
sión ,  ó  no  seguir  las  opiniones  de  los  mismos  á  quie- 
nes confian  las  empresas.  Respondiósele  que ,  dejando 
guarnecidas  las  plazas  de  gobierno,  se  embarcase  en 
las  galeras  que  allí  se  enviaban  ,  con  toda  la  infantería 
que  pudiese  sacar,  que  en  Castilla  era  estimada  en  nú- 
mero de  seis  mil  infantes;  que  con  ellos  y  todo  el  tren 
que  se  hallaba  en  Perpiñan  prevenido  para  la  invasión 
de  Francia  viniese  á  unirse  con  el  ejército,  que  habia 
de  marchar  hacia  Tarragona  por  junto  á  la  mar,  cuyo 
gobierno  le  estaba  aguardando. 

Y  porque  el  mando  de  las  armas  en  Rosellon  no  que- 
dase sin  persona  conveniente ,  se  le  ordenaba  al  Conde 
Jerónimo  Rhó  ,  maestre  de  campo  general  del  reino 
de  Navarra ,  soldado  mas  antiguo  que  grande,  de  na- 
ción milanés,  que  desde  Zaragoza,  donde  asistía  es- 
perando su  empleo,  pasase  á  Vinaroz;  y  de  allí,  en  las 
galeras  que  habían  de  traer  al  Garay,  navegase  á  Ro- 
sellon con  dos  mil  infantes  bisónos,  que  se  mandaban 
en  su  compañía  para  tripulación  de  aquellas  plazas, 
entresacados  de  las  levas  prevenidas  al  ejército. 

Casi  en  estos  días  llegó  de  Madrid  á  Zaragoza ,  don- 
de se  juntaban  los  cabos  españoles ,  Carlos  Caraciolo, 
marqués  de  Torrecusa,  caballero  napolitano ,  capitán 
práctico,  aunque  de  mas  valor  que  prudencia  ;  venia 
á  servir  el  cargo  de  maestre  de  campo  general  del  ejér- 
cito llamado  de  la  vanguardia;  entendíase  el  de  Léri- 
da, porque  por  aquella  parte  se  juzgaba  la  primera  en- 


Y  GUERRA  DE  CATALUÑA.  493 

trada.  Poco  después  vino  Carlos  María  Caraciolo,  su  hi- 
jo, duque  de  San  Jorge,  mozo  en  quien  resplandecían 
grandes  virtudes ,  dignas  de  mejor  suerte  :  gozaba  el 
San  Jorge  el  gobierno  de  la  caballería  ligera.  Así  dife- 
renciaban unas  de  otras,  llamando  de  las  Ordenes ,  con 
nombre  y  oficiales  diferentes,  aquella  que  constaba  de 
los  caballeros  cruzados  ó  sus  sustitutos ;  esta  goberna- 
ba por  sí  solo ,  sin  dependencia  del  San  Jorge,  don  Al- 
varo de  Quiñones,  del  consejo  de  Guerra  de  España, 
hombre  en  quien  los  muchos  años  de  servicio  dejaron 
poco  mas  de  una  gran  vanidad  de  haber  servido  mu- 
cho ;  ejercía  en  Rosellon  la  tenencia  general  de  aque- 
lla caballería;  de  allí  bajó  á  Zaragoza  por  incorporarse 
en  su  nuevo  oficio. 

Llegó  á  este  tiempo  el  marqués  Xelí  de  la  Reina,  ge- 
neral propietario  de  la  artillería  en  la  Alsacia,  para  que 
en  aquel  título  se  emplease  en  la  guerra  de  Cataluña, 
donde  habria  de  ser  el  segundo  cabo  en  el  trozo  man- 
dado por  el  Garay. 

El  de  los  Vélez  se  hallaba  dueño  de  todas  las  armas, 
sin  que  hasta  aquel  punto  se  le  diese  otra  autoridad  pa- 
ra mandarlas  que  el  título  de  virey  de  Aragón  :  ha- 
bíanle nombrado,  como  dijimos,  en  consideración  de 
Cataluña ;  mas  después  los  varios  accidentes  del  nego- 
cio tenían  á  los  ministros  como  dudosos  en  la  satisfac- 
ción cerca  de  su  ingenio  en  materia  tan  importante; 
prefiriéronle  á  otros  por  un  discurso,  que  todo  se  en- 
caminaba á  conveniencias  de  la  quietud;  pero  ya  deses- 
perados de  ella,  deseaban  hallar  algún  modo  de  intro- 
ducir en  aquel  mando  un  sugeto  de  mayor  experiencia 
en  las  armas  :  tan  presto  se  traen  el  arrepentimiento 
como  el  peligro  las  elecciones  á  quien  guia  el  respeto. 

Esforzábase  esta  confusión  con  que  desde  la  corte 
se  daba  á  entender  por  manos  de  personas  prácticas  en 
los  negocios,  unas  veces  que  el  marqués  de  los  Ralba- 
ses venia  á  gobernar  aquella  guerra,  otras  que  el  al- 
mirante de  Castilla,  á  quien  entonces  se  había  dado  el 
título  de  teniente  real,  á  imitación  del  imperio;  cosa 
hasta  entonces  no  oida  en  España ,  y  en  que  luego  fal- 
tó, como  la  razón,  el  efecto  della ;  no  se  alcanza  con  qué 
necesidad  ó  con  qué  industria.  Tiempo  fué  aquel  de 
novedades,  las  mas  de  poco  crédito  á  la  esencia  del 
mando.  Algunos  querían  que  otra  vez  se  platicase  la 
venida  del  Montcrey ,  cada  cual  inculcaba  con  su  pro- 
pio pregón  la  suficiencia  del  amigo ;  con  que  ningún 
ánimo  desapasionado  sabia  afirmarse  en  nada ,  ni  los 
hombres  acababan  de  entender  á  cuya  obediencia  les 
dedicaban  :  de  otra  parte,  las  provisiones  y  despachos 
que  venían  de  la  corte  se  hallaban  tan  encontradas, 
ahora  hablando  en  muchos  ejércitos,  ahora  con  dife- 
rentes generales,  que  apenas  por  entre  las  dudas  se  po- 
dia atinar  con  la  resolución ,  y  por  eso  caminaban  mas 
tardamente  las  ejecuciones. 

Gran  daño,  ó  casi  inevitable,  que  los  expedientes  de 
graves  negocios  no  se  traten  con  aquella  claridad  y 
llaneza  que  conviene ,  siquiera  por  quitarles  la  ocasión 
del  yerro  á  los  que  les  tienen  á  su  cargo.  Dos  son  los 
modos  de  obedecer  y  servir  á  los  reyes  :  unos  que  cie- 
gamente se  atan  á  cumplirla  resolución ,  otros  que  la 
moderan  y  mudan  según  los  accidentes;  lo  primero  es 
mas  seguro  para  los  siervos ,  lo  se_gundo  mas  provecho- 
so para  los  señores.  Yo  juzgo  por  cosa  impía  que  el 
ministro  aventure  á  perder  el  negocio  por  obedecer  ir- 


49Í)  DON  FRANCISCO 

riicionnblemenfe  á  su  orden  ,  pudioiido  remediarle  con 
allorar  en  algui  a  circunslancía  la  resolución  :  nada 
leti^'o  por  (irme  para  caminar  al  establecimiento  de  la 
gracia,  siendo  cierto  que  muchos  príncipes  iiabemos 
visto  dejarse  obligar  por  la  entereza  del  vasallo,  y  al- 
gunos ofenderse  pur  haber  sido  bien  obedecidos  :  es- 
coja el  que  navega  el  ruml)0  según  le  aconsejare  su 
prudencia  ;  no  camine  sin  temor  á  ninguna  parte,  que 
cada  uno  puede  llegar  al  puerto  y  al  escollo. 

Fatigúba«e  el  Vélez  con  el  embarazo  de  las  órdenes, 
que  caiia  dia  crecia  ;  sobre  todo  le  era  desurnaaílicciotí 
verque se  pasaba  el  tiempo  sin  fruto,  y  que  pidii-mlo 
ni  Rey  vivamente  la  explicación  de  las  cosas,  se  despa- 
chaban con  mayor  duda  ,  cuiuido  al  mismo  tiomp»  se  le 
daba  gran  priesa  porque  formase  los  ejt'rcilos,qne  de 
ninguna  mano  de[)endian  menos.  Oira'ia  con  e-;|)¡rl:u 
amedrentado;  así  buscaba  el  modo  de  aca!iar  las  co- 
sas, no  el  de  acabarlas  con  p;<rleccion  ;  tr  'pczá'^nse 
de  unas  en  otras,  y  á  vecesse  caiaendiíicultailes  don- 
de no  había  ralida;  como  el  que  hu\eiido  de  la  amena- 
za, se  precípíia  :  á  paso  igual  sesu  en  las  alt  s cuestas; 
el  que  las  atrepella  se  rinde  aiifes  de  lo  áspero. 

Era  la  mejor  parte  del  ejército  aquellos  tercios  vie- 
jos que  habían  bajado  de  la  Cantabria ,  y  sus  maestres 
decampo,  don  Fernando  de  Ribera,  léñente  coronel 
del  regimiento  de  la  guardia  del  Rey,  don  Fernando 
Miguel,  que  ya  se  hallaba  enToróo^a  y  don  Diego  de 
Toledo;  los  dos  tercios  de  irlandeses  y  walones,  sus 
maestres  de  campo  Hugo  Onelli,  conde  de  Tirón,  y 
Felipe  de  Gante  y  Meroile,  conde  de  Isínguicn;  y  el  ter- 
cio llamado  de  los  hijosdalgo  de  Castíla,  á  ca'go  de 
don  Pedro  Fernandez  Portocarrero  ,  conde  de  Montijo 
y  Fuentidueñu;  á  quienes  seguian  al^'unas  tropas  de 
gente  suelta  para  efecto  de  reclular  los  otros  tercios, 
según  pidiese  su  necesidad. 

Es  Fraga  último  pueblo  de  Aragón,  puesto  entre  los 
Ilergiles  de  Ptolomeo,  y  llamada  de  los  antiguos  Fia- 
vía;  otros  con  mas  semejanza  deducen  el  nomiire  de  su 
aspereza.  Riégala  el  rio  Cinca  ó  Cinga,  que  la  divide  de 
los  celtiberos.  Su  vecindad  á  Lérida  la  hizo  necesitar 
de  fuerzas  capaces  á  defensa  y  ofensa ;  porque  el  ene- 
migo se  mostraba  en  aquella  frontera  demasiadamente 
orgulloso  :  con  esta  ocasión  envió  el  Vélez  al  conde  de 
Montijo  y  otro  tercio  de  inlanlería  portuguesa,  su 
maestre  de  campo  Pablo  de  Parada,  para  que  guarne- 
ciesen la  ciudad  y  su  partido.  Deseaba  el  Vélez  apartar 
de  sí  al  Montijo,  porque  su  estado  y  las  vanas  preroga- 
tivas  de  su  regimiento .  incompatible  con  los  mas ,  se 
lo  hacían  molesto.  Juntóle  también  alguna  parte  de  la 
caballería  remontada  en  Aragón,  con  lo  que  por  en- 
tonces pareció  que  estaba  guarnecida  en  proporción  á 
su  peligro ,  y  se  dispuso  aquel  cuidado. 

Los  aragoneses,  y  entre  ellos  la  gente  vulgar,  que 
no  miraban  la  guerra  sin  despecho  de  alguna  suerte, 
favorecían  el  partido  de  sus  vecinos  tácitamente ,  y  co- 
mo les  era  posible,  persuadían  y  ayudaban  los  soldados, 
conducidos  casi  todos  con  violencia,  para  que  se  esca- 
pasen y  volviesen  á  sus  tierras;  con  lo  que  conseguían, 
sin  Contar  los  intereses  de  los  catalanes,  para  sí  mismo 
gran  conveniencia,  aliviando  sus  pueblos  de  tantos 
hospedajes  y  alojamientos. 

No  fué  esto  tan  pocí  sensible,  que  dejase  de  dar  gran 
cuidado  al  Vélez,  y  mayor  cuando  le  certificaban  los 


MANUEL  DE  MELÓ. 

cabos  y  oficiales  del  sueldo  que  de  la  misma  suerte  que 
llegaban  las  tropas  se  volvían ,  y  que  del  número  de 
gente  señalada  fallaba  casi  la  tercera  parte.  Los  lugares 
de  Castilla,  obligados  á  la  contribución  de  ios  quinta- 
dos, ofrecían  sus  quejas,  diciendo  que  por  allá  no  se 
guardaba  la  gente ,  pues  en  breves  dias  volvían  á  sus 
pueblos  los  mismos  á  quien  había  tocado  la  suerle  de 
acudir  á  la  guerra;  con  que  ellos  jamás  se  pudrían  des- 
obligar del  número. 

Pareció  conveniente  atajar  este  desorden  con  todo 
cuidado,  y  se  despachó  luego  la  persoüa  (hd  marqués 
de  Torrecusa ,  maestre  de  campo  general  d  d  ejército, 
á  la  villa  de  Alcañiz,  donde  ,  como  mas  cerca  á  tuilns 
los  cuarteles  de  él,  pudí  se  atender  al  reparo  de  aque- 
llos daños;  también  para  que  fuese  ejecutando  la  lor- 
macion  de  los  tercios  y  rogímenlos  que  llogaban  ,  por- 
que hasta  aquel  tiempo  nada  tenia  forma  miliUir  s  no 
el  e.'ércitode  Cantabria.  P.irtíó  Torrecusa  ,  y  fué  dis- 
poniendo las  cosas  conforme  al  estalo  en  que  se  halla- 
ban, dándole  continuos  avisos  al  Vélez,  así  de  lo  que 
obraba  como  de  lo  que  entenilia  del  enemigo;  ceriiü- 
cábase  en  que  la  gente  que  se  hallaba  en  los  cuarteles 
por  ninguna  diligencia  llegaría  al  número  prometí  lo; 
quea«í,  convenia  acnmodarlas  disposiciones  y  juicios. 
El  Vélez  lo  avisaba  al  Rey,  el  itey  á  los  tribunales;  ellos 
escribían  al  Velez  con  seque. lad  y  admiración. 

Entonces  los  catalanes,  habiendo  reconocido  la  gran- 
deza y  poder  del  Rey  Católico,  que  ya  se  descubría  por 
unas  y  otras  fronteras,  entendieron  en  repartir í;us 
fuerzas  acomodadamente ,  según  parecía  los  llamaban 
los  designios  de  su  enemigo. 

Habían  ordenado  mucho  de  antes  á  don  Guillen  de 
Armengol,  castellano  del  Porlús, se  recogieseásu  l'uer-r 
za,  como  hizo  con  buen  número  de  infantería  y  víve- 
res; con  lo  cual  quedaban  imposibilitadas  para  poder 
unirse  las  armas  católicas  que  se  hallaban  en  Roíe- 
llon,  estotras  que  pretendían  invadir  Cataluña,  ó  bajar 
aquellas  á  darse  la  mano  con  Rosas  y  Culibre. 

Es  el  Portús  antiguo  castillo  y  lugar  corto  en  los  pa- 
sos llamados  de  los  geógrafos  Bergusios,  situado  en  la 
cumbre  de  una  gran  serranía,  dicha  Coll  de  la  Mazana, 
ramo  de  los  Pirineos  que,  bajando  desde  el  septentrión, 
corre  al  mar  de  Mediodía  por  entre  los  países  del  Am- 
purdan  y  Conflent,  cuyas  impenetrables  fraguras  solo 
en  aquel  espacio  consienten  camino,  pero  tan  dificul- 
toso, que  defendido  de  pocos,  como  se  ejecute  con  va- 
lor, sojuzga  inexpugnable.  A  una  legua  del  mismo  pa- 
so dicho  Portús  se  halla  la  Bellaguarda  ,  fortaleza  edi- 
ficada de  los  antiguos  señores  de  Barcelona  para  de- 
fensa de  unas  y  otras  provincias. 

Los  de  Rosellon  al  mismo  paso  hacían  sus  correrías 
olas  estorbaban,  acompañando  la  caballería  del  país 
con  alguna  francesa,  que  cada  dia  se  les  entraba  por 
Illa  y  otros  puestos ;  con  que  los  reales  tenían  poco  lu- 
gar de  hacer  salidas ,  bien  que  las  intentaban,  no  juz- 
gando la  campaña  por  segura. 

En  este  tiempo,  entendiendo  la  Diputación  cómo  la 
ciudad  de  Tortosa  se  había  puesto  en  manos  del  Rey 
Católico  y  recibido  sus  armas  contra  el  sentir  univer- 
sal del  Principado,  envió  prontamente  sobre  ella  al  di- 
putado real  Miguel  Juan  Quintana  para  que,  juntando 
las  gentes  convecinas,  ya  por  industria,  ya  por  fuerza, 
tratase  de  su  recuperación.  Era  Tortosa  asaz  coave- 


MOVIMIENTOS,  SEPARACIÓN 

nienle  á  cualquier  partido,  por  ser  paso  dol  Ebro;  &  i 
aquellos,  para  defender  entera  su  provincia ,  y  á  estos,  ¡ 
para  tener  un  puente  y  una  puerta  que  les  aseguraba  la  ' 
entrada  en  ella.    • 

Introdujo  el  diputado  sus  negocios,  despachó  sus 
convocatorias;  pero  habiendo  llegado  tarde  y  poco 
apercibido,  finalmente,  por  obrar  en  cosa  deque  no  ' 
tenia  experiencia ,  tan  presto  se  desconfió  del  artificio 
como  del  poder,  siendo  certificado  en  que  los  de  aden- 
tro le  armaban  traición  por  consejo  del  Tejada,  dándo- 
le muestras  de  quererle  recibir  pacífico ,  solo  á  fin  de 
haberle  á  las  manos  y  entregarle  á  los  ministros  reales, 
que,  oficiosos,  les  daban  á  entender  era  la  suma  fineza 
y  obligación  en  que  ponian  á  su  príncipe. 

llelirósc  luego,  y  volvió  poco  después  el  consellcr  en 
cap  de  iJarcelona,  don  Rainon  Caldés ,  con  grueso  nú- 
mero de  infantería  y  algunos  caballos  á  orden  de  Josef 
Dardcna  :  no  los  fué  posible,  ó  no  pensaron  que  les  po- 
dría ser,  embestirá  Tortora,  espanlados  de  su  gran 
presidio;  pero  la  corta  fortificación  pudiera  dar  osadía 
á  otra  gente  mas  práctica,  siquiera  para  emprenderlo. 
Retiráronse  á  la  sierra,  desde  donde  bajaban  hacia  el 
Coll  del  Alba,  distante  de  la  ciudad  media  legua.  De 
esla  suerte  la  fatigaban  con  escaramuzas  de  día  y, alar- 
mas de  noche,  sin  daño  ni  provecho  de  ninguna  parte. 
Pocos  días  después  intentaron  con  algunas  compa- 
ñías de  gente  suelta  quemar  de  noche  el  puente  por 
esotra  parte  del  rio;  es  de  madera,  fabricado  sobre 
barcas  :  prendió  el  fuego  en  algunas ;  pero  siendo  sen- 
tidos en  la  ciutlád,  salieron  con  gran  valor  y  cuidado 
á  defendérselo.  Obraban  los  catalanes  como  igfioran- 
do;  no  sabían  hasta  dónde  el  peligro  se  deja  llevar  de 
la  suerte ,  ó  dónde  esta  se  ha  de  trocar  pur  aquel ;  des- 
mayaron luego,  pudiendo  haber  obrado  mucho.  En 
fin  se  retiraron,  rechazados  por  la  mosquetería  del 
presidio. 

Los  bergantines  de  don  Pedro  de  Santa  Cilia  ,  que 
en  aquella  sazón  se  hallaban  en  los  Alfaques,  avisados 
por  el  estruendo  de  las  rociadas ,  subienm  por  el  rio,  y 
llegaron  á  tiempo  de  poner  mayor  espanlo  á  los  contra- 
rios :  arrimáronse  á  la  orilla  opuesta  á  la  ciudad,  y  des- 
de allí  hicieron  apartar  las  mangas  que  venian  en  so- 
corro de  los  incendiarios. 

Dio  la  embestida  causa  á  la  forlificafion  del  puente, 
y  trataron  de  recogerle  por  la  parte  de  afuera  dentro 
de  una  media  luna,  defendida  de  travesesáun  lado  y 
otro,  que  venian  á servir  como  de  trinchera  á  ambos 
costados  de  la  orilla ,  quedando  por  entonces  reparada 
contra  otro  acometimiento. 

Tortosa  ,  de  quien  hemos  dicho  y  hablaremos  ade- 
lante, es  la  primer  ciudad  y  pueblo  de  Cataluña ,  y  no 
siendo  de  las  mayores  de  su  provincia ,  goza  el  mayor 
obispado,  poique  se  entra  en  mucha  tierra  de  Aragón 
y  Valencia  (célebre  ya  con  la  persona  de  Adriano,  pon- 
tífice) :  no  pasa  su  vecindad  de  dos  mil  moradores;  es 
fértil  y  antigua;  dícese  ser  fabricada  de  las  ruinas  de 
otra  mas  antigua  población  nombrada  Iberia ,  y  fué 
uno  de  los  lugares  llamados  de  los  romanos  Ilarcaoncs. 
No  lejos  le  hacen  espaldas  los  montes  Idubedas,  deno- 
minados así  de  Iduboda,  hijo  de  Ibero:  después  de 
varias  vueltas  y  desvíos,  fenecen  antes  de  mojarse  en  el 
Mediterráneo.  El  lado  occidental  de  Tortosa  se  termi- 
na y  extiende  en  la  orilla  de  Ebro,  famoso  rio  de  Espa-  ' 

II-i. 


y  GUERRA  DE  CATALUÑA.  497 

ña ,  casi  padre  de  sus  aguas,  como  do  su  nombre;  nace 
en  las  montañas  de  León,  junto  á  las  Asturias  de  San- 
tillana,  entre  Reinosa  y  Aguilar  de  Campo,  donde  di- 
cen Fuentibre  (que  vale  como  Fuente  de  Ebro);  sale,  y 
beliiéndose  las  aguas  de  la  provincia  de  Campos  y  los 
reinos  de  Navarra,  Aragón  y  Cataluña ,  se  da  á  la  mar 
en  los  Alfaques,  distantes  cuatro  leguas  de  Tortosa, 
llevando  siempre  su  corriente  apartada  por  igual  de  los 
Pirineos. 

Deseaba  el  marqués  de  los  Vélez  llegar  con  las  cosas 
á  estado  que  le  fuese  posible  saür  de  Zaragoza  ;  era  lo 
que  por  entonces  le  detenia  mas  el  despacho  del  tren  y 
la  artillería,  para  cuyo  avío  faltaban  muchos  géneros 
necesarios;  porque,  como  en  España  se  hallase  ya  tan 
olvidado  (ó  por  mejor  decir  perdido)  el  modo  de  la  guer- 
ra, no  sirviese  el  antiguo,  y  del  moderno  no  gozasen  to- 
davía la  provechosa  disciplina,  costaba  mucho  mas  tra- 
bajo y  precio  hallar  aquellas  cosas  pertenecientes  al 
nuevo  instituto  militar  que  en  otras  menores  provin- 
cias acostumbradas  á  ejércitos.  No  había  carros,  y  fué 
necesario  fabricar  unos  y  remediar  otros;  no  había  ca- 
ballos, fué  menester  comprar  muías  en  gran  cantidad; 
buscáronse  en  toda  España  ,  y  aun  de  Francia  fueron 
traídas  algunas  por  Aragón  y  Navarra;  faltaban  con- 
destables, minadores,  pctarderosy  artilleros  diestros; 
faltaba  balería  de  todas  suertes,  tablazón,  barcas, 
puentes,  grúas,  alquitrán,  brea,  salitre,  cánfora,  azu- 
fre ,  azogue ,  mazas  y  confecciones  sulfúreas ,  grana- 
das ,  lanzas,  bombas,  morteros,  yunques,  hierro,  plo- 
mo, acero,  cobre  ,  clavos,  barras,  vigas,  escalas,  za- 
pas, palas,  espuertas;  en  fin,  todo  género  de  maes- 
tranza competente  al  gran  manejo  de  la  artillería.  Lo 
uno  se  esperaba  de  Flándes,  Holanda,  Inglaterra  y 
Ilamburgo,  donde  se  habia  contratado;  lo  otro  se  bus- 
caba en  lo  mas  apartado  de  España ,  y  habia  menester 
largo  tiempo  para  IVgar;  salir  sin  ello  no  era  conve- 
niente :  el  invierno  ya  entrado ,  los  enemigos  cuidado- 
sos, prontos  los  auxiliares,  marchando  los  socorros ; 
todo  lo  consiileraba  el  Marqués ,  y  todo  lo  sentía  mas 
que  lo  remediaba;  porque  lo  uno  era  propio,  lo  otro 
ajeno. 

Llegó  alguna  parte  de  las  cosas  esperadas  con  la  ve- 
nida del  Xeli ;  pero  él ,  como  extranjero  ó  poco  activo, 
en  todo  procedía  lentísimamente;  con  que  al  Vélez  se 
le  añadían  cada  día  los  cuidados  de  otros :  hizo,  en  fin, 
marchar  la  artillería  la  vuelta  de  Valencia ,  por  donde 
el  camino  era  mas  llano,  aunque  poco  acomodado,  por 
su  esterilidad  :  dividióla  en  dos  trozos  ;  el  primero  á 
cargo  del  teniente  Arteaga ,  el  segundo  á  orden  de  Or- 
telano,  que  ejercía  el  mismo  oficio  en  el  castillo  de  Pam- 
plona ;  siguiólos  el  Xeli  con  los  mas  oficíales  de  artille- 
ría. Sucedió  que  marchando  por  los  páramos  de  Valen- 
cia, como  la  tierra  estuviese  ya  humedecida  de  las  pri- 
meras aguas ,  hallábase  en  partes  pantanosa  :  faltaron 
tablones  para  esplanar  ciertos  pasos ;  rindiéronse  á  la 
violencia  del  tirar  algunos  carromatos;  no  se  hallaban 
entre  ellos  sobresalientes  de  pinas,  llantas  y  ejes.  De- 
túvose el  tren  mientras  se  acomodaron ,  y  tardóse  en 
remediarlo  muchos  días ;  perdióse  el  tiempo  de  la  mar- 
cha ,  notable  suma  de  dineros  en  los  fletes  y  sueldos  de 
los  que  servían  en  los  bagajes :  estimóse  la  pérdida  en 
gran  precio ;  la  detención  no  fué  de  menor  costa  á  los 
designios.  Escribióse  este  suceso,  casi  indigno  de  his- 

32 


408 


DON  FRANCISCO  MANUEL  DE  MELÓ. 


loria  ,  porque  les  sirva  de  enseñanza  á  ministros  y  ca- 
bos que  tienen  el  mando  de  las  armas ;  donde  se  reco- 
nocerá fácilmente  de  cuánta  importancia  sea  en  la 
guerra  la  prevención  aun  de  cosas  tan  pequeñas. 

Dentro  de  pocos  dias  salió  e!  Yélez  de  Zaragoza ;  era 
el  8  de  octubre  :  liabia  despachado  antes  de  salir  todos 
los  oíiciales  del  ejército  á  sus  tropas ,  que  entre  vivos  y 
reformados  liacian  un  copioso  y  lustroso  número. 

Goza  el  reino  de  Aragón ,  por  antiguos  fueros,  algu- 
nos privilegios,  que  antes  parecen  acuerdos  que  gra- 
cias :  es  uno,  que  ausente  de  la  ciudad  de  Zaragoza  el 
virey  de  Aragón ,  suceda  inmediatamente  en  el  mando 
universal  el  gobernador  (de  cuyo  oficio  habernos  dado 
breve  noticia).  Dejaba  el  Vélez  grandes  dependencias 
en  el  reino  de  cosas  pertenecientes  todavía  al  buen  des- 
pacho del  ejército,  y  no  dejaba  de  temer  que,  puesto  el 
gobierno  en  mano  de  natural ,  se  procediese  flojamen- 
te. Era  cl  Gobernador,  sobre  mozo  y  no  muy  experto, 
asazlntercsado  en  sangre  y  amistad  con  la  nobleza  ca- 
talana :  todo  le  fué  presente  al  Vélez ;  y  buscando  mo- 
do de  concertar  la  justicia  y  desconfianza  del  otro  y  su- 
ya, resolvió  llevarle ,  inventando  alguna  vana  ocurren- 
cia competente  á  su  persona,  para  que  su  jornada  se 
disculpase  debajo  de  un  honesto  motivo  :  no  quiso  co- 
municarle su  resolución  sino  casi  en  aquella  hora  en 
que  habia  de  partirse ,  por  no  dar  lugar  á  su  excusa ; 
obrólo  con  estudio,  y  le  salió  como  queria.  Tócale  al 
Virey  nombrar  lugarteniente  cuando  no  asiste  el  Go- 
bernador en  la  ciudad :  dejó  su  poder  al  juez  mas  anti- 
guo de  la  Audiencia  real ;  partióse  con  pequeña  com- 
pañía y  sin  oficial  alguno  de  la  guerra  ú  otra  persona 
particular,  mas  del  maestre  de  campo  don  Francisco 
Manuel ,  á  quien  el  Rey  habia  enviado  desde  el  ejército 
de  Cantabria  para  que  le  asistiese. 

Visitó  algunos  cuarteles  que  se  hallaban  en  el  cami- 
no de  Alcañiz ,  como  Samper,  Calanda  y  otros :  el  pri- 
mer tercio  que  le  ofreció  obediencia  fué  el  de  portu- 
gueses, su  maestre  de  campo  don  Simón  Mascareñas, 
caballero  del  hábito  de  San  Juan ,  mozo  en  quien  se  an- 
ticiparon los  frutos  á  las  flores,  tan  temprano  capitán 
como  soldado ;  fueron  los  portugueses  los  primeros  á 
obedecerle ,  quizá  no  sin  misterio ,  porque  lo  habían  de 
ser  también  en  despreciar  su  mando,  como  sucedió 
poco  después. 

No  paró  el  Vélez  por  atender  á  ningún  negocio,  y  en 
tres  dias  llegó  á  Alcañiz,  famosa  villa  de  Aragón  y  uno 
de  los  antiguos  pueblos  edetanos,  célebre  en  aquellas 
edades  por  vecino  al  campo  donde  por  españoles  fué 
muerto  el  capitán  Hamílcar.  Yace  en  una  eminencia, 
sirviéndole  de  espaldas  el  rio  Guadalope,  y  frontero  á 
las  rayas  de  Cataluña  y  Valencia.  Por  merced  de  los  re- 
yes de  Aragón  le  goza  hoy  la  orden  militar  de  Calatrava 
eii  Castilla :  era  Alcañiz  lugar  deputado  para  las  cortes 
convocadas á  su  corona,  donde  juntos  residían  espe- 
rándolas los  ministros  así  de  aquel  reino  como  de  su 
consejo,  que  asiste  junto  al  Rey. 

Halló  el  Vélez  los  negocios  tocantes  á  las  Cortes  de 
tal  suerte,  como  si  verdaderamente  el  Rey  las  hubiese 
de  celebrar  por  su  persona ;  cosa  en  que  por  entonces 
no  se  pensaba ,  ni  se  atendía  á  mas  que  entretener  con 
aquella  esperanza  los  ánimos  de  aragoneses  y  valencia- 
nos :  con  esto,  fué  la  primera  diligencia  del  Marqués 
prorogar  el  término  de  la  convocación.  Luego  se  co- 


menzó á  tratar  en  el  ejército ,  disponiéndose  una  mues- 
tra general,  para  que  con  entereza  se  entendiese  la  ca- 
lidad y  cantidad  de  las  fuerzas,  y  se  usase  de  ellas  según 
su  conocimiento. 

De  pocos  días  llegado  á  Alcañiz ,  el  Marqués  recibió 
aviso  y  despachos  reales,  por  donde  se  le  encargaba  el 
oficio  de  virey,  lugarteniente  y  capitán  general  del 
principado  de  Cataluña.  Fué  este  el  medio  que  se  tomó 
para  concertar  diferencias  y  jurisdicciones  de  otros  ca- 
bos ,  que  habian  de  concurrir  en  diversos  gobiernos ,  y 
era  menester  se  uniesen  todos  debajo  de  un  solo  impe- 
rio. Ordenábale  también  el  Rey  que  despachase  aviso  en 
su  nombre  á  Barcelona  de  su  nuevo  oficio  :  no  pareció 
decente  escribir  el  Príncipe  á  los  que  le  desobedecían, 
ni  tampoco  olvidar  la  posesión  de  su  dominio. 

A  este  mismo  tiempo  se  dispuso  que  don  Francisco 
Garraf,  duque  de  Nochera,  virey  entonces  de  Navarra, 
pasase  luego  á  suceder  al  Vélez  en  Aragón  y  alojarse 
en  Fraga,  donde  asistía  el  Montijo ,  para  hacer  opósito 
á  Lérida,  entre  tanto  que  no  se  resolvía  la  segunda  for- 
ma que  ya  pretendían  dar  á  la  guerra ,  y  que  de  Navar- 
ra bajasen  los  tercios  del  señor  de  Ablítas  y  don  Faus- 
to Francisco  de  Lodosa,  á  cargo  de  don  Martín  de  Re- 
din  y  Crúzate ,  gran  prior  de  San  Juan ,  y  maestre  de 
campo  general  de  aquel  reino  en  ausencia  del  Rhó,  pa- 
sado á  Rosellon ;  que  el  Vélez  dejase  en  Aragón  los 
mismos  dos  tercios  que  ya  se  estaban  en  Fraga  para  en- 
grosar aquel  trozo ;  que  le  acompañase  la  misma  caba- 
llería que  bajara  desde  Navarra  poco  antes,  á  cargo  del 
comisario  general  Octavio  Márquez ;  que  su  persona  del 
Vélez,  con  todas  las  tropas  y  tercios,  entrasen  en  Tor- 
tosa;  que  allí  se  jurase  virey  del  Principado  ;  que  alo- 
jase el  ejército  en  los  lugares  vecinos,  y  pudíendo  ser, 
en  los  inquietos ;  que  todo  se  ejecutase  con  suma  bre- 
vedad, porque  de  ella  dependían  los  buenos  sucesos. 

Recibió  el  Marqués  la  nueva  dignidad  con  poca  ale- 
gría ,  por  sacrificarse  á  la  obediencia  real ;  tales  son  las 
dichas  de  los  grandes,  que  luego  comienzan  perdiendo 
el  querer  y  el  entender.  Despachó  al.punto  á  Barcelona 
su  pliego  con  cartas  llenas  de  comedimiento  :  todos 
juzgaron  la  diligencia  por  vana ,  y  él  mas  que  ninguno, 
como  mejor  informado  de  los  ánimos ;  disculpábase  con 
ser  mandado;  y  así,  continuaba  su  obra  en  lo  tocante 
al  ejército  con  aquel  exceso  con  que  se  aventaja  el  cui- 
dado del  dueño  á  los  del  siervo. 

Entre  tanto  el  Rey  Católico,  avisado  del  Vélez  desde 
Aragón,  y  de  Federico  Colona,  príncipe  de  Rutera  y 
condestable  de  Ñapóles,  que  gobernaba  en  Valencia, 
de  cómo  la  salud  pública  de  aquellos  reinos  pendía  de 
la  fe  con  que  se  esperaba  y  creía  la  venida  de  su  majes- 
tad á  la  función  de  sus  cortes,  juzgó  por  conveniencia 
real  fomentar  la  credulidad  de  aquellos  vasallos,  dando 
muestras  mas  eficaces  de  partir.  A  este  fin  se  ordenó 
marchase  su  caballeriza  á  Zaragoza  con  la  acostumbra- 
da pompa  y  ceremonias  :  no  habia  otro  pensamiento 
que  abonar  con  las  demostraciones  sus  promesas ;  pero 
como  faltaba  el  espíritu  de  la  voluntad  para  moverlas 
(espíritu  sin  quien  no  saben  regirse  los  poderosos), 
todo  se  obraba  sin  brío  ni  sazón  :  por  esto,  en  un  mis- 
mo tiempo  y  en  unas  mismas  acciones  se  entendió  fá- 
cilmente que  todo  habia  de  parar  en  amagos. 

Era  plática  entonces  constante  en  todos  los  hombres 
•de  discurso  que  á  la  grandeza  del  Rey  Católico  no  podía 


iMOVIJIIEMCS,  SEPARACIÓN 
ser  decente  salir  y  empeñarse  en  uu  negocio  tan  gran-  | 
de,  sin  que  las  cosas  mostrasen  primero  áqué  parle 
se  inclinaban;  porque  se  podia  contar,  decian  ellos, 
por  miserable  suceso  en  un  príncipe  llegar  á  ser  tes- 
tigo de  sus  propias  injurias.  Muchos  casos  no  compre- 
hende  el  juicio  humano,  en  los  cuales  obrándose  con- 
trariamente ,  se  topa  con  el  acierto  ( este  fué  el  uno ) ; 
porque,  según  después  lo  mostraron  los  acontecimien- 
tos, se  conoce  que  si  el  Rey  Católico  saliera  en  medio 
de  todas  las  dudas ,  los  negocios  de  aquellos  reinos  se 
acomodaran  á  su  arbitrio. 

Mieütras  esto  se  pasaba  en  Aragón,  recibieron  los  ca- 
talanes aviso  deque  las  tropas  enemigas  que  estaban  en 
Fraga,  Tamarit  y  por  toda  la  frontera  en  oposición  á 
Lérida  y  Balaguer,  se  hablan  retirado  la  tierra  adentro, 
juzgando  de  ahí  los  hombres  fáciles  que  el  Rey,  persua- 
dido de  su  razón,  ó  por  ventura  de  su  temor,  disponía 
las  cosas  como  se  liabian  pedido  en  el  tratado  de  la  paz. 
Esta  nueva ,  de  gran  gusto  y  honor  á  los  principios,  se 
desvaneció  en  breve;  porque  volviendo  á  ser  vistas  las 
mismas  tropas  en  la  campaña,  se  entendió  habían  acu- 
dido á  alguna  orden  particular ;  y  fué  la  verdad  de  este 
suceso  que  llamadas  á  la  muestra  general ,  dejaron  los 
cuarteles  con  la  guarnición  necesaria.  Esta  es  costum- 
bre natural  en  todos  aquellos  que  no  han  pasado  por 
grandes  cosas,  alegrarse  ó  entristecerse  fácilmente  con 
los  movimientos  de  su  contrarío ;  no  puede  ser  mayor 
la  miseria  que  llegar  una  provincia  á  estado  que  su  bien 
ó  mal  esté  pendiente  de  la  prosperidad  ó  fatiga  de  sus 
vecinos,  y  que  aquel  que  pretende  hacer  la  guerra  á  su 
enemigo,  no  fie  en  otras  fuerzas  que  en  la  flaqueza  del 
contrario  :  no  aconsejo  se  desprecie  aquella  observa- 
ción; mas  que  no  funde  en  solo  accidentes  ajenos  la 
confianza  de  cada  uno. 

Dispuestas  las  cosas  según  la  ocasión ,  y  dejando  al- 
gunas á  cargo  de  don  Viceiicio  Ram  de  Wontoro,  señor 
de  Montero,  comisario  general  de  la  infantería  de  aque- 
lla frontera,  hombre  de  asaz  industria  y  bondad,  se 
partió  el  de  los  Vélez  á  Aguasvivas  (distante  cuatro  le- 
guas de  Alcañiz),  pequeño  lugar  de  Aragón,  puesto  á 
la  falda  de  aquella  montaña,  que  le  divide  de  Valencia ; 
pequeño ,  mas  famoso  por  el  gran  milagro  que  Dios 
obró  en  él ,  reservando  sobrenaturalmente  la  sacrosan- 
ta Hostia  de  un  incendio  terrible  que  abrasó  todo  el 
templo,  donde  hoy  se  venera  reedificado,  y  conserván- 
dola pura  y  candida  contra  el  orden  natural  por  mas  de 
doscientos  años. 

En  este  lugar  asistió  el  Vélcz  algunos  días  mientras 
que  la  infantería  daba  muestra ,  eti  lo  que  no  se  perdía 
instante,  dándose  despacho  á  dos  tercios  cada  día  sin 
reparar  en  el  tiempo ,  que  con  todo  rigor  lo  estorbaba : 
no  bastaba  con  todo  su  diligencia  para  que  en  la  corte 
se  creyese  que  en  aquel  manejo  se  procedía  con  la  acti- 
vidad posible ;  antigua  costumbre  de  los  grandes,  pen- 
sar que  sus  obraS  no  deben  respeto  al  tiempo ,  y  que  las 
ejecuciones  son  consecuencias  de  su  arbitrio ,  en  que 
jamás  puede  haber  falta.  Con  esta  desconfianza  fué  des- 
pachado á  Aragón  don  Jerójiímo  de  Fuenmayor,  alcalde 
de  corte  de  Yalladolid ,  hombre  agudo,  para  que  ofre- 
ciéndose al  Vélez  como  enviado  á  ayudarle  en  el  minis- 
terio de  reducir  y  castigar  la  gente  que  se  liuia  del  ejér- 
cito, sirviese  juntamente  de  despertailor  á  su  condi- 
ción ,  que  los  que  le  enviaban  allá  juzgaban  por  un  poco 


Y  CIERRA  DE-CATALliXA.  4{);i 

detenida,  y  también  fuese  informando  al  Conde-Duque 
de  todo  lo  sucedido.  IIízolo  don  Jerónimo ,  y  si  bien 
quisiera  liaber  hallado  algún  desconcierto  ó  descuido 
de  que  poder  asirse,  llegó  á  entender  con  experiencia 
que  el  monstruoso  cuerpo  de  un  ejército  no  puede  mo- 
verse con  ligeros  pasos.  El  Vélcz  conoció  su  comisión  y 
aun  su  artificio;  y  no  sin  industria  le  nielia  en  las  mismas 
dificultades  que  quizá  ya  había  vencido,  dejándole  lu- 
char con  las  dudas  con  que  había  peleado.  Fuenmayor, 
confuso  entre  los  estruendos  y  violencias  de  cosas  qué 
jamás  había  pensado,  por  instantes  iba  trocando  el  celo 
con  que  allí  era  venido.  Suma  maldad  es  de  aquel  que 
siente  la  inocencia  de  otro  porque  le  excusa  del  mérito 
de  la  acusación,  y  frecuentísima  en  casi  todos  los  qi:e 
fiscalizan  acciones  ajenas :  juzgan  por  inútil  su  severi- 
dad sí  no  hallan  materia  de  parecer  justicieros,  como 
el  médico  ó  el  piloto  no  se  prueban  sin  dolor  ó  siu  bor- 
rasca. 

Ya  el  Marqués  trataba  de  partirse,  porque  la  mucha 
tardanza  de  la  respuesta  de  los  catalanes ,  en  su  mismo 
espacio  daba  á  entender  la  flojedad  de  su  obediencia ; 
llegó  en  fin  al  cabo  de  veinte  y  dos  días. 

Decian  que  habiendo  hecho  entre  sí  junta  de  esta- 
dos, hallaban  ser  cosa  de  gran  peligro  haber  de  entrar 
el  nuevo  gobernador  con  armas,  y  de  no  menor  el  en- 
trar sin  ellas ;  que  el  Rey  les  habia  dado  por  su  vírey  al 
Obispo ;  que  parecería  acción  de  poca  autoridad  rehusar 
sin  causa  su  elección;  que  ellos  no  habían  pedido  otro, 
ni  se  excusaban  de  obedecer  á  aquel ;  que  los  rumores- 
públicos  no  estaban  todavía  olvidados;  que  era  mucho 
de  temer  en  tiempos  de  inquietud  mudar  tantas  veces 
la  forma  de  gobierno ;  que  se  suplícase  á  su  majestad  lo 
quisiese  mirar  y  mandar  detener  algo  mas,  porque  en- 
tre tanto  tomarían  las  cosas  mejor  camino. 

Intentaban  con  esto  los  catalanes  detener  algún  es- 
pacio la  furia  de  las  armas,  enseñándoles  aquella  distan- 
te esperanza  de  concordia  para  ganar  tiempo,  y  mejo- 
rar sus  prevenciones  mientras  que  no  llegase  el  desen- 
gaño. 

Empero  el  Vélez,  que  ya  no  aguardaba  su  obstina- 
ción ó  su  aplauso,  mandó  marchar  los  tercios  en  buen 
orden,  sucediéndose  unos  á  otros,  y  al  costado  izquier- 
do la  caballería;  mandó  que  entrando  en  Valencia,  vol- 
viesen después  sobre  la  una  orilla  del  Ebro,  y  que  sin 
pasarlo  aguardasen  su  llegada  á  Tortosa,  como  luego 
se  ejecutó,  llevando  la  vanguardia  el  regimiento  real, 
que  gobernaba  el  Ribera.  Es  privilegio  particular  de 
aquellos  regimientos  ser  los  primeros  en  todos  casos, 
contra  el  orden  militar  de  los  mas  ejércitos  deEspaña; 
pudo  fundarse  en  que  siempre  se  forman  de  la  mejor 
gente. 

Como  primero  en  las  marchas,  lo  fué  también  en  las 
ocasiones.  Caminaba  don  Fernando  de  Ribera,  su  te- 
niente coronel,  por  junto  al  rio  Algas,  que  en  aquella 
parte  divide  Aragón  de  Cataluña,  y  se  entra  en  Ebro 
junto  al  lugar  dicho  Favo.  Viéronle  temerosos  los  ca- 
talanes de  la  otra  parte,  recelándose  de  la  vecindad  de 
su  enemigo  :  comenzaron  á  juntarse  en  tal  número, 
que  podían  provocarlos,  pero  no  resistirlos;  bajaron  á 
la  oriila,  disparando  á  los  soldados  algunas  rociadas  de 
mosquetería,  y  mucho  mayor  ruido  de  injurias  y  feas 
palabras  contra  la  persona  del  Rey  y  ministros.  Menos 
ocasión  era  baslante  para  dispertar  la  ira  de  aquellos, 


500 


que  ya  les  oian  coléricos;  la  codicia  también  concitaba 
como  la  queja;  arrojáronse  al  agua  muchos  sin  órilcn 
ni  respeto  á  sus  oficiales,  y  esguazando  el  rio,  entraron 
en  los  lugares  opuestos  con  poca  dificultad;  mataron, 
robaron  y  abrasaron  gentes,  casas  y  pueblos;  escapó 
mal  de  las  llamas  la  iglesia.  Acudió  don  Fernando  á  re- 
coger los  suyos,  mas  con  temor  de  lo  venidero  que  es- 
candalizado de  lo  sucedido ;  redújolos  á  estotra  parte 
del  rio,  marchó  &  sus  cuarteles,  no  sin  alguna  vanidad 
de  que  sus  gentes  fuesen  las  primeras  que  hubiesen 
derramado  sangre  del  enemigo  en  esta  corta  ocasión. 
Siguieron  á  este  los  otros  tercios,  y  alojados  todos  se- 
gún la  cortedad  del  país,  faltaba  solo  la  entrada  del  Mar- 
qués en  Tortosa  para  dar  principio  á  la  guerra.  Esto 
mismo  le  llevaba  por  las  cosas  con  gran  deseo  de  darles 
fin;  salió  de  Aguasvivas  y  de  Aragón,  entró  en  Valen- 
cia por  San  Mateo,  dio  orden  que  le  siguiese  el  tren  que 
allí  había  hecho  alto,  se  alojó  en  Morella,  pasó  á  Trigue- 
ra, y  desde  allí  á  Llldecona,  primer  lugar  del  Principa- 
do ;  detúvose  en  él  pocos  días,  previniendo  su  entrada 
en  Tortosa ;  vinieron  á  Ulldecona  el  Baile  general ,  el 
obispo  de  Urgel  y  otros  algunos  caballeros  de  la  devo- 
ción del  Rey;  y  porque  luego  quería  mostrar  á  los  ca- 
talanes fieles  é  infieles  el  poder  de  su  príncipe ,  deter- 
minó entrar  -acompañado  de  armas.  Esperábanle  en 
unos  llanos  que  yacen  entre  aquel  lugar  y  Tortosa,  el 
comisario  general  de  la  caballería  ligera,  Filangieri,  con 
quinientos  caballos,  formados  sus  batallones :  eran  aque- 
llas tropas  las  mejor  montadas  y  gobernadas  del  ejér- 
cito, y  con  su  bizarría  y  ceremonias  de  la  guerra  hacían 
una  agradable  y  temerosa  vista,  según  los  ojos  délos 
que  las  miraban.  Pasó  el  Vélez,  y  repartiéndose  en  va- 
rias formas  militares  todo  aquel  cuerpo  de  gente,  ocu- 
pando vanguardia,  retaguardia  y  costados,  le  llevaron 
en  medio  hasta  junto  al  puente,  donde  lo  aguardaba  el 
magistrado  do  la  ciudad  (es  de  tres  diputados  de  dife- 
rentes suertes)  con  los  oficiales  de  su  cabildo,  y  con 
toda  aquella  pompa  á  que  se  extiende  la  autoridad  de 
una  pequeña  república. 

Recibiólos  el  Marques  &  caballo  y  con  gran  demos- 
tración de  alegría ;  habló  uno  dellos  brevemente,  ala- 
bandola  fidelidad  de  su  ciudad,  el  amor  y  reverencia 
que  en  medio  de  los  alborotos  pasados  habían  conser- 
vado á  su  rey ;  dijo  de  lo  que  olVecian  hacer  y  padecer 
por  su  causa;  encomendó  la  templanza  de  parle  de  los 
soldados,  y  sobre  todo  pidió  misericordia  á  su  patria, 
perturbada  por  algunos, 

A  todo  satisfizo  el  Vélez  con  gravedad  y  compasión ; 
afectos  que  le  costaban  poco,  siéndole  naturales.  Agra- 
decióles su  ánimo,  empeñóles  la  grandeza  de  su  rey  pa- 
ra la  satisfacción,  y  su  diligencia  para  procurársela; 
trujóles  á  la  memoria  la  sangre  catalana  conque  se  hon- 
raba; habló  de  la  estimación  del  nuevo  cargo  de  su 
principado,  y  difiriendo  lo  mas  para  su  tiempo,  hizo  su 
entrada  acompañado  de  ¡os  suyos,  y  atravesando  el  puen- 
te, ocupó  la  ciudad.  Eian  muchas  las  gentes  que  con- 
currían á  verle;  bien  que  con  diferentes  corazones, 
porque  unos  le  miraban  como  salud,  otros  como  muer- 
te. Caminó á  la  sede,  donde  le  aguardaban  el  cabildo 
eclesiástico  y  su  obispo  electo  fray  Juan  Bautista  Cam- 
paña, general  que  había  sido  de  la  familia  franciscana, 
á  quien  el  Rey  enviara  antes  de  consagrado  porque 
ayudase  á  la  reducción  de  aquel  pueblo. 


DON  FRANCISCO  MANUEL  DE  MLLO. 

Habíanse  convocado ,  según  costumbre  de  los  cata- 
lanes, con  edictos  públicos  los  síndicos  y  procurado- 
res del  Principado  para  el  acto  del  juramento  en  Torto- 
sa; acudieron  solamente  aquellos  cuyos  lugares  esta- 
ban mas  expuestos  al  castigo  de  la  desobediencia,  y 
aun  en  ellos  se  conocía  que  no  los  trajera  el  amor,  sino 
el  miedo.  Con  estos  y  algunos  jueces  naturales,  que 
desde  la  corte  venian  á  este  efecto,  y  con  las  personas 
del  obispo  de  Urgel,  prelado  y  ministro,  el  Baile  gene- 
ral y  el  magistrado  de  Tortosa,  hicieron  cómo  se  repre- 
sentase todo  el  cuerpo  y  estados  de  la  provincia,  su- 
pliendo la  regalía  del  Príncipe  cualquier  defecto  ó  nu- 
lidad que  los  ausentes  repitiesen ;  y  con  las  ceremonias 
usadas  entre  ellos,  delante  de  notario  y  testigos  juró  el 
Vélez  en  manos  del  Urgel  en  la  misma  forma  que  los 
vireyes  pasados,  prometiendo  de  guardar  sus  fueros, 
sin  quebrantar  ninguno,  como  en  tiempos  de  la  paz  lo 
hacían  sus  antecesores. 

La  forma  de  aquel  juramento  había  sido  ventilada  de 
muchos  días  antes;  porque,  siendo  constante  que  el  áni- 
mo de  los  ministros  reales  y  sus  disposiciones  parecía 
encontrado  á  lo  que  era  fuerza  prometerse ,  paraba  to- 
da esta  duda  en  un  escrúpulo  vivo  que  el  Vélez  padecía 
con  grande  afecto;  y  como  si  solo  sobre  su  conciencia 
cargase  el  peso  de  aquella  cautela,  varias  veces  lo  trató 
y  propuso  á  su  confesor  fray  Gaspar  Catalán ,  religioso 
de  Santo  Domingo,  varón  de  estimadas  letras  y  virtu- 
des en  Aragón ;  en  fin  se  halló  modo  decente  para  con- 
certar aquellos  puntos  que  parecían  contrarios,  juran- 
do de  guardar  (como  se  ha  dicho )  sus  libertades  y  pri- 
vilegios al  Principado  mientras  el  Principado  siguiese 
obediente  las  órdenes  de  su  rey.  Sobre  esta  cláusula, 
tácita  ó  expresa,  asentó  la  forma  del  juramento  sobre- 
dicho, con  que  el  Vélez  se  dio  por  seguro,  y  los  minis- 
tros de  la  provincia  entonces  por  satisfechos. 


LIBRO  CUARTO. 

Progresos  de  Ins  armas  mientras  el  Vélez  asistia  en  Tortosa.— To- 
mas de  las  villas  y  pasos  de  Gherta,Aldovcr  y  Tivenys.— Primera 
forma  del  ejército  en  campaña.— Gánase  el  Perelló.— Embestida 
y  toma  del  Coll  de  Balaguer.— Retírase  el  conde  de  Zavallá. — 
Sitio  de  Cambrils.— Razón  del  caso  de  los  rendidos.— Muerte  del 
barón  de  Rocafort.— Ocúpase  el  campo  de  Tarragona.— Asalto  de 
Villaseca.— Sitio  del  fuerte  de  Salou.— Frente  sobre  Tarragona. 
—Negociaciones  con  Espcrnan.— Retirada  del  pendón  y  Consr- 
ller.— Entrega  de  laciudad.— Suceso  de  Portugal.— Alojamiento 
del  ejército. 

Erales  notoria  á  los  catalanes  la  orden  real  de  que 
el  marqués  de  los  Vélez  se  jurase  en  Tortosa  de  viroy 
del  Principado,  y  juzgando  que  con  todas  sus  fuerzas 
é  industria  debían  obstar  la  celebración  y  justificación 
de  aquel  acto,  declarando  su  violencia,  juntáronse  en 
consistorio  la  Diputación,  Consejo  Sabio  y  conselleres, 
donde  resolvieron  que  la  ciudad  de  Tortosa  y  todos  los 
pueblos  que  siguiesen  su  parecer  fuesen  solemnemen- 
te segregados  del  Principado  y  reputados  como  extra- 
ños y  enemigos,  privando  á  los  moradores  de  sus  privi- 
legios y  unión  de  su  república ,  inhabilitándolos  para 
cualquier  oficio  de  guerra  ó  paz.  De  esta  suerte  comen- 
zaron á  obrar ,  no  tan  solamente  por  castigo  del  apar- 
tamiento de  Tortosa ,  sino  también  para  que  con  esta 
prevención  se  excusase  el  derecho  que  el  Vélez  podía 
alegar  en  su  juramento :  como  si  las  grandes  contien- 
das de  príncipes  ó  naciones  pudiesen  sujetarse  á  los  tér- 


MOVIMIENTOS,  SEPARACIÓN 

jniíios  legales;  siendo  cierto  que  los  ¡nterescs  del  impe- 
rio pocas  veces  obedecen  sino  &  otro  mayor. 

No  olvidaban  por  estas  diligencias  polilicas  otras  que 
mas  prácticamente  miraban  á  la  defensa ;  antes  con  j 
prontitud,  por  atajar  los  progresos  de  los  invasores,  '■ 
ordenaron  que  el  maestrer  de  campo  don  Ramón  de 
Guimerá,  con  el  tercio  de  Montblanc,  que  gobernaba, 
fortificase  la  villa  de  Clierta  y  los  pasos  de  Aldover,  jun- 
to á  Ebro,  en  el  margen  opuesto  á  Tortosa;  conque 
se  quitaba  á  los  reales  la  comunicación  por  agua  y  tier- 
ra con  los  lugares  de  Aragón ;  y  de  la  misma  suerte  fué 
enviado  don  José  de  Biure  y  Margarit  con  el  tercio  de 
Villafranca  para  guardar  el  paso  de  Tivisa,  que  era  el 
segundo  puerto  después  del  Coll  de  Balaguer;  y  que  don 
Juan  Copons,  caballero  de  San  Juan,  con  el  regimiento 
de  la  veguería  de  Tortosa  guarneciese  á  Tivenys,  lugar 
casi  en  frente  de  Cberla ,  del  mismo  lado  de  la  ciudad  y 
distante  de  ella  dos  leguas ;  que  los  tres  se  socorriesen 
en  los  casos  de  necesidad,  á  quienes  liabian  de  ayudar 
y  seguir  algunas  compañías  de  los  que  llaman  mique- 
lets,  á  cargo  de  los  capitanes  Cabanas  y  Casellas.  Eran 
entre  ellos  los  miquelets  al  principio  de  la  guerra  la 
gente  de  mayor  confianza  y  valor ;  bien  que  sus  compa- 
ñíasno  parecían  mas  de  una  junta  de  hombres  facine- 
rosos, sin  otra  disciplina  ó  enseñanza  militar  que  la  du- 
reza alcanzada  en  los  insultos,  terribles  por  ellos  á  los 
ojos  de  los  pacíficos :  tomaron  el  nombre  de  miquelets, 
en  memoria  de  su  antiguo  Miquelot  de  Prats,  compa- 
ñero y  cómplice  del  duque  de  Yaientinois  y  sus  beclios, 
Iiombre  notable  en  aquellos  tiempos  de  Alejandro  VI  y 
don  Fernando  el  Católico  en  la  guerra  de  Ñapóles.  An- 
tes fueron  llamados  almogávares,  que  en  antiguo  len- 
guaje castellano ,  ó  mezcla  de  arábigo ,  dice  gente  del 
campo;  hombres  todos  prácticos  en  montes  y  caminos, 
y  que  profesaban  conocer  por  señales  ciertas,  aunque 
bárbaros ,  el  rastro  de  personas  y  animales. 

Parecióles  á  los  catalanes,  en  medio  de  todos  los  mo- 
vimientos referidos,  que  el  mas  cierto  camino  para  ase- 
gurar la  defensa  de  su  república  era  acudirá  Dios,  á 
cuyo  desagravio  ofrecían  sus  peligros ;  y  bien  que  fuese 
piedad  ó  artificio,  ó  todo  junto,  ellos  mostraban  que 
en  sus  cosas  la  honra  de  Cristo  tenia  el  primer  lugar. 
Con  esta  voz  se  alentaban  y  prevenían  á  la  venganza. 
Son  los  catalanes ,  aunque  de  ánimo  recio,  gente  in- 
clinada al  culto  divino,  y  señaladamente  entre  todas  las 
naciones  de  España,  reverentes  al  Santísimo  Sacra- 
mento del  Altar.  Sentían  con  celo  cristiano  sus  ofensas: 
con  este  motivo,  y  también  por  hacer  su  causa  mas  agra- 
dable á  la  cristiandad ,  previniendo  excusar  el  pregón 
de  desleales,  exageraban  su  dolor  en  declamaciones  y 
papeles.  Pretendieron  hacerle  mas  solemne,  y  á  este 
lin  celebraron  fiestas  en  todas  las  iglesias  de  su  ciudad 
por  desagravio  y  alabanza  de  Dios  sacramentado  y  ofen- 
dido ;  juzgaron  por  cosa  muy  á  propósito  dar  á  enten- 
der al  mundo  que  al  mismo  tiempo  que  las  banderas 
del  Rey  Católico  y  sus  armas  les  intimaban  guerra ,  se 
ocupaban  ellos  en  alabar  y  reverenciar  los  misterios  de 
nuestra  fe ,  porque  cotejándose  entonces  en  el  juicio 
público  unas  y  otras  ocupaciones,  se  conociese  por  la 
diferencia  de  los  asuntos  la  mejor  de  las  causas. 

Proseguían  en  sus  festividades,  cuando  el  tiempo  les 
trajo  otra  ocasión  asaz  útil  á  sus  justificaciones.  Llegó 
el  diade  San  Andrés,  el  30  de  noviembre,  en  el  cual,  por 


Y  GUERRA  DE  CATALUÑA.  {joi 

uso  antiguo ,  la  ciudad  de  Barcelona  muda  y  elige  cada 
año  los  conselleros,  de  quienes  se  forma,  como  diji- 
mos, su  gobierno  político.  Muchos  eran- de  opinión  se 
disimulase  aquella  vez  la  nueva  elección,  atento  álos 
accidentes  de  la  república,  entre  los  cuales,  como  en 
el  cuerpo  enfermo,  parecía  cosa  peligrosa  introducir 
mudanzas  y  nuevos  remedios  ;  añadían  que  se  debia 
prorogar  el  año  sucesivo  á  los  mismos  conselleres  que 
acababan ,  de  cuyos  ánimos  ya  la  patria  había  hecho 
experiei;cia ;  que  era  un  nuevo  modo  de  tentación  á  la 
fortuna  ó  á  la  Providencia,  estando  sus  negocios  con- 
formes y  bien  acomodados,  d(;secbar  los  instrumentos 
con  que  habían  obrado  felizmente ,  y  buscar  otros  de 
cuya  bondad  no  tenían  mas  fiador  que  su  confianza. 
Pero  los  mas  eran  de  parecer  que  en  tiempo  que  tanto 
afectaban  la  entereza  de  sus  estatutos  y  ordenanzas, 
por  cuya  libertad  ofrecían  la  salud  común ,  no  habían 
de  ser  ellos  mismos  los  que  comenzasen  á  interrumpir 
sus  buenos  usos;  que  entonces  les  quedaba  justa  de- 
fensa á  los  castellanos,  diciendo  que  la  misma  necesi- 
dad que  les  obligaba  á  mudar  la  forma  de  su  gobierno 
los  bahía  forzado  á  ellos  á  que  se  la  alterasen;  que  los 
ánimos  de  los  naturales  eran  así  en  el  servicio  de  la 
patria,  que  no  podría  la  suerte  caer  en  ninguno  que 
dejase  de  parecer  el  que  espiraba;  que  los  presentes  es- 
taban ya  seguros,  aunque  no  fuese  tanto  por  su  vir- 
tud como  por  lo  que  habían  obrado;  que  era  necesario 
eslabonar  otros  en  aquella  cadena  de  la  unión,  para  ha- 
cerla mas  fuerte  y  dilatada;  que  los  que  nuevamente 
entran  en  el  combate  sacan  mayores  alientos  para  em- 
plear en  la  lid ;  que  esos  que  seguían  sus  conveniencias 
dependientes  de  las  dignidades,  por  ventura  aflojaban, 
ó  con  lo  que  ya  poseían ,  ó  por  lo  que  no  esperaban ; 
como  es  cierto  que  al  sol  adoran  mas  hombres  en  el 
oriente  que  en  el  ocaso.  Esta  voz,  arrimándose  al  uso, 
que  en  ellos  se  convierte  en  naturaleza,  templo  la  con- 
sideración de  los  primeros ;  celebróse  en  fin  la  ceremo- 
nia sin  alterar  su  costumbre  antigua. 

Fueron  nombrados  en  suerte  por  nuevos  conselleres 
de  Barcelona  Juan  Pedro  Fontanella,  Francisco  Soler, 
Pedro  Juan  Rosell,  Juan  Francisco  Ferrer,  Pablo  Sali- 
nas; el  primero  y  tercero  ciudadanos,  el  segundo  ca- 
ballero, el  cuarto  mercader,  y  oficial  el  quinto;  también 
en  el  consejo  de  Ciento  se  acomodaron  algunos  suge- 
tos  capaces  según  las  materias  presentes ;,con  que  la 
ciudad  quedó  satisfecha  y  gozosa. 

Hecha  la  elección,  se  vino  á  tocar  una  dificultad 
grande,  en  que  no  habían  reparado  á  los  principios  : 
era  costumbre  no  introducirse  los  electos  en  el  nuevo 
mando  sin  la  aprobación  del  Rey ;  parecía  cosa  imprac- 
ticable, en  medio  de  las  discordias  que  se  padecían, 
cumplir  con  aquella  costumbre ,  en  que  se  consideraba 
mucho  mas  de  vanidad  que  de  justificación ;  todavía 
resolvieron  en  enviar  despachando  su  correo  á  la  corte, 
de  la  misma  suerte  que  lo  hacían  en  los  años  de  quie- 
tud. De  este  modo  daban  á  entender  que  solo  se  desvia- 
ban de  la  voluntad  de  su  rey  en  aquella  parte  tocante  á 
la  defensa  natural,  que  hace  lícito  al  esclavo  detener  el 
cuchillo  con  que  el  señor  pretende  herirle;  pereque 
en  lo  mas  el  Rey  Católico  era  su  príncipe  y  ellos  sus  va- 
sallos. Llegó  el  correo  á  Madrid,  y  su  humillación,  tan 
poco  esperada  de  los  castellanos,  no  dejó  de  renovar 
algunas  esperanzas  de  remedio  :  confirmóseles  en  lo- 


y02 


DON  FRANCISCO  MANLEL  DE  MELÓ. 


1 


do  su  propuesta  lombien  en  la  forma  antigua,  y  en 
pocos  (lias  volvió  á  Barcelona  rcspowlido. 

No  dejaban  fos  cabos  catalanes,  fortificados  en  los  lu- 
gares vecinos  á  Torlosa,  de  molestar  toda  aquella  tierra 
con  correrías  y  asaltos ,  impidiendo  particularmente  la 
conducción  de  víveres  á  la  ciudad,  y  el  despacho  de  los 
correos  que  se  encaminaban  ú  diferentes  partes  de  Ara- 
fíon  y  Valencia ;  era  esto  lo  que  daba  mas  cuidado  al 
Tejada  ,  que  gobernaba  la  plaza.  Llegó  el^  Vélez,  y  le 
propuso  cómo  se  debia  remediar  aquel  daño  con  pron- 
titud antes  que  el  enemigo  se  engrosase;  pareció  con- 
veniente á  los  generales  su  advertimiento,  y  que  el 
mismo  gobernador  de  la  plaza  se  debia  emplear  en 
aquella  primera  facción,  por  la  ventaja  que  tenia  en  sus 
noticias,  también  por  ser  don  Fernando  uno  de  los 
maestres  de  campo  mas  prácticos  del  ejército  :  con 
esto  se  satisfizo  á  la  pretensión  de  don  Fernando  de  Ri- 
bera, que,  como  dueño  de  las  vanguardias,  entendía 
ser  el  que  primero  fuese  empleado. 

Salió  el  Tejada  de  Tortosa  al  anochecer  con  mil  y 
quinientos  infantes  escogidos  de  su  tercio,  y  otros  mu- 
chos aventureros  ó  voluntariosy  doscientos  caballos,  cu- 
yos capitanes  eran  don  Antonio  Salgado  y  don  Francis- 
co de  Ibarra ;  pasó  el  puente  del  Ebro,  y  en  buena  or- 
denanza, conducidos  por  el  sargento  mayor  de  Tortosa 
José  Cintis ,  de  nación  catalán ,  marcharon  la  vuelta  de 
Cherta :  movióse  la  gente  con  espacio,  midiendo  el  paso, 
el  tiempo  y  el  camino  (primera  observación  de  los  gran- 
des soldados  en  las  interpresas ) ;  llegaron  los  batido- 
res á  encontrarse  con  las  centinelas  del  enemigo;  to- 
cóse al  arma  en  el  cuerpo  de  guardia  vecino  al  lugar  de 
Aldover,  distante  de  Cherta  media  legua,  y  reconocido 
el  poder  de  los  españoles,  á  quien  hacia  mas  horrible 
su  temor  y  la  confusión  de  la  noche,  desampararon  unas 
y  otras  trincheras  los  catalanes ,  subiéndose  á  la  emi- 
nencia que  por  parte  de  mano  izquierda  les  cubre  y 
ciñe  la  estrada.  Eran  bajas  las  fortificaciones  en  aquel 
paso,  y  sobre  bajas,  mal  defendidas;  no  hubo  dificultad 
en  ganárselas;  saltólas  sin  trabajo  la  infantería  y  con 
un  poco  mas  la  caballería ;  tocábanse  vivamente  alar- 
mas por  toda  la  montaña.  Don  Fernando,  juzgando  ser 
ya  descubierto,  mandó  se  marchase  mas  aceleradamen- 
te, por  no  dar  lugar  á  que  el  enemigo  se  previniese  ó  se 
escapase.  Llegaron  primero  los  catalanes  que  se  retira- 
ban de  los  puestos  que  no  habian  defendido,  y  haciendo 
creer  á  los  de  Cherta  que  todo  el  ejército  contrario  les 
embestía,  por  dar  mejor  disculpa  á  su  miedo,  acordaron 
de  retirarse  á  gran  priesa ;  hicieron  fuegos  (señal  cons- 
tituida entre  ellos  para  avisarse  del  peligro,  y  ordinaria 
en  las  retiradas);  pasaron  el  rio  los  mas  en  barcos,  con 
que  se  hallaban  temerosos  de  aquel  suceso.  Llegó  el 
Tejada  sobro  la  villa  á  tiempo  que  el  Guímerá,  que  la 
gobernaba ,  y  casi  todo  el  presidio  se  había  retirado  á 
esotra  parte :  constaba  su  defensa  de  trincheras  cortas  é 
informes,  de  algunas  zanjas  y  árboles  cortados  esparci- 
dos por  la  campaña ;  todo  cosa  de  mas  confianza  á  los  bi- 
sónos que  de  embarazo  álos  soldados  diestros.  Don  Fer- 
nando, que  ignoraba  lo  que  los  de  adentro  disponían, 
liizo  tomar  las  avenidas,  dobló  allí  su  gente,  dio  orden  de 
embestir  á  algunas  mangas,  abriólas  á  los  lados,  y  metió 
la  caballería  en  medio,  por  atropellar  la  puerta,  si  acaso 
Ja  abriesen  para  alguna  salida;  embistió  el  lugar,  nunca 
murado ,  y  entonces  sin  presidio ;  ganóle  como  le  quiso 


ganar;  perecieron  muchos  de  lús  que  su  olvido  ó  su  va- 
lor había  dejado  dentro  ;  retiráronse  algunos  morado- 
res á  la  iglesia ,  y  fueron  guardados  en  ella  salvas  las 
vidas;  robóse  la  hacienda  sin  reparar  en  lo  sagrado, 
porque  la  furia  de  los  soldados  no  obedeció  á  lá  religión 
en  la  codicia  ,  como  ya  en'la  ira  le  había  obedecido  : 
parece  que  aun  estotro  es  mas  poderoso  afecto  en  los 
hombres.  Ardió  brevemente  gran  parte  de  la  villa ;  fué 
considerable  el  despojo.  Era  Cbg rta  lugar  rico,  y  sobre 
todos  los  de  aquella  ribera  ameno  y  deleitable,  bañado 
de  las  aguas  de  Ebro.  Parecióle  á  don  Fernando  pasar 
adelante ,  dejándole  guarnecido ,  por  ver  si  acaso  topa- 
ba al  enemigo  en  la  campaña;  pero  los  soldados,  mas 
atentos  á  la  pecorea  que  al  son  de  las  cajas  y  trompe- 
tas, siguieron  pocos  y  en  desorden;  bajaron  algunos 
catalanes  á  la  orilla  opuesla ,  y  desde  las  matas  con  que 
se  cubrían  daban  cargas,  con  pequeño  daño  de  los  que 
las  recibían.  Volvióse  á  Cherta  don  Fernando,  donde  ha- 
lló ya  quinientos  walones  que  se  le  enviaban  de  socor- 
ro y  habian  de  quedar  de  guarnición;  acomodólos,  y 
sin  esperar  orden  del  Vélez,  tocó  á  recoger  y  encaminó 
su  marcha  hacía  Tortosa. 

Era  grande  el  enojo  con  que  los  cnfalanes  miraban 
arder  su  pueblo ;  deseaban  vengarse;  y  notando  que  la 
gente  se  había  retirado ,  quisieron  que  el  Quimera  pa- 
sase otra  vez  sobre  Cherta  :  no  le  pareció  conveniente 
sin  otra  prevención,  y  era  sin  duda  que  la  hubieran 
perdido  y  cobrado ,  si  pasasen ,  en  el  mismo  día.  Orde- 
nó á  don  Ramón  de  Aguaviva  que  con  cien  hombres  de 
los  miquelets  atravesase  la  ribera  y  descubriese  al  ene- 
migo, reconociendo  el  modo  de  guarnición  y  fuerza  del 
lugar.  Ejecutólo  con  valor  y  tan  buen  orden,  que  el  ca- 
pitán y  los  suyos  se  entraron  en  la  villa  por  varias  puer- 
tas que  salían  á  la  campaña  ,  sin  que  fuese  sentido  de 
los  walones,  que,  ocupados  todos  en  la  rebusca  de  los 
despojos,  no  advertían  su  peligro.  Ocuparon  los  mique- 
lets algunas  casas ,  desde  donde  cargando  súbitamente 
sobre  los  del  presidio,  mataron  muchos.  Fué  grande  el 
espanto,  y  algunos  se  persuadían  que  era  traición  ó 
motín;  tocaron  al  arma  con  notable  estruendo  ;  volvió 
á  socorrerlos  el  Tejada,  que  iba  marchando ;  salieron  los 
walones  inadvertidamente  á  la  campaña ,  donde  ya  se 
hallaban  muchos  de  los  catalanes  que  se  retiraban ,  in- 
feriores en  número,  aunque  iguales  en  desorden.  Entró 
en  esto  la  caballería,  y  revolviéndose  entre  ellos  con  ve- 
locidad, jamás  los  dejó  formar ;  embistiéronse  los  infan- 
tes unos  á  otros  con  asaz  valor  :  murió  don  Ramón  de 
Aguaviva  pasado  dedos  balazos,  caballero  ilustre  cata- 
lán ,  y  el  primero  que  con  su  sangre  compró  la  defensa 
y  libertad  de  la  patria.  Los  otros,  puestos  en  huida, 
pocos  alcanzaron  el  rio;  casi  todos  fueron  muertos,  y 
algunos  cayeron  en  prisión. 

A  los  clamores  de  Cherta  acudió  la  mayor  parte  de  los 
soldados  vecinos  del  cargo  de  Mafgarít ,  pero  en  tiempo 
que  no  podían  servir  á  la  venganza  ni  al  remedio  :  los 
moradores  de  aquella  tierra ,  oprimidos  de  la  impacien- 
cia ordinaria,  en  que  son  iguales  cuantos  ven  perder 
sus  bienes  sin  poder  remediarlo ,  soltaron  muchas  ra- 
zones contra  los  cabos  catalanes  :  este  escándalo ,  y  el 
temor  de  la  causa  de  el ,  los  puso  en  cuidado  de  que  po- 
drían ser  acometidos  en  sus  mismas  defensas  :  acudie- 
ron luego  á  engrosar  la  guarnición  de  Tivcnys  hasta 
dos  mil  hombres :  sus  mismas  prevenciones  servían  de 


MOVIMIENTOS,  SEPARACIÓN 

aviso  á  los  cabos  católicos,  considerando  lambien  que 
ios  provinciales  determinaban  reliacerse ,  para  que  sa- 
liendo el  ejército  de  Torlosa,  cargasen  sobre  eiia  y  ofen- 
diesen su  retaguardia.  Dispúsose  prontamente  el  re- 
medio, y  se  ordenó  que  el  maestre  de  campo  don  Diego 
Guardiola ,  teniente  coronel  del  gran  prior  de  Castilla, 
con  su  regimiento  de  la  Mancha  y  algunas  compañías 
de  gente  vieja  y  dos  de  caballos ,  sus  capitanes  Blas  de 
Pinza  y  don  Ramón  de  Campo ,  obrase  aquella  inter- 
presa. Ejecutóse,  mas  no  con  tanto  secreto,  que  los  ca- 
talanes no  recibiesen  aviso  de  algún  confidente  :  pare- 
cióles dejar  el  lugar  de  poca  importancia,  y  por  su  si- 
tio ,  irreparable  contra  la  fuerza  que  esperaban  :  retirá- 
ronse á  Tivisa  un  dia  antes  de  acometerle  el  Guardiola; 
pero  él  creyendo  lo  mismo  para  que  fuera  mandado, 
aunque  no  le  faltaban  algunas  señales  por  donde  podia 
entenderse  la  retirada ,  repartió  su  gente  en  dos  trozos. 
Eran  dos  los  caminos  de  Tivenys,  y  aun  por  junto  al  rio 
mandó  algunos  caballos :  tomó  con  su  persona  el  cami- 
no real ,  foripó  su  escuadrón  antes  de  llegar  á  la  villa, 
basta  que  don  Carlos  Buil ,  su  sargento  mayor,  que  go- 
bernaba el  segundo  escuadrón,  se  asomó  por  unas  co- 
linas eminentes  al  lugar.  Hizo  señal  de  embestir;  aco- 
metió, y  ganó  las  trincheras  desiertas;  y  don  Carlos, 
bajando  por  la  cuesta,  peleaba  con  la  misma  furia  y  es- 
truendo como  si  verdaderamente  el  lugar  se  defendie- 
se ;  no  habia  otra  resistencia  que  su  propio  antojo,  por- 
que no  creyendo  ó  no  esperando  la  retirada  del  enemi- 
go, temian  de  la  misma  facihdad  con  que  iban  vencien- 
do. Ocupóse  la  villa ,  y  se  dejó  de  allí  á  pocos  días. 

Entre  tanto  el  Vélez  trabajaba  grandemente  por  in- 
troducir en  el  Principado  la  noticia  de  un  edicto  real, 
que  le  fuera  enviado  desde  la  corte  solo  á  fin  de  ha- 
cerle público,  contra  la  industria  de  los  que  mandaban 
en  Cataluña,  por  donde  la  gente  plebeya  entrase  en  es- 
peranzas del  perdón  y  en  temor  del  castigo. 

Contenia  que  el  Rey  Católico,  habiendo  entendido 
que  los  pueblos  del  Principado,  engañados  y  persua- 
didos de  hombres  inquietos ,  se  habían  congregado  en 
deservicio  de  su  majestad,  por  lo  cual  en  Cataluña  se 
experimentaban  muchos  daños  costosos  á  la  república, 
y  que  deseando  como  padre  el  buen  efecto  de  la  con- 
cordia ,  y  certificado  de  la  violencia  con  que  habían  sido 
Jlevados  á  aquel  fin,  quería  dar  castigo  á  los  sediciosos, 
y  á  los  mas  vasallos  conservarlos  en  paz  y  justicia;  que 
les  ordenaba  y  mandaba  que  siéndoles  notorio  aquel 
bando,  se  apartasen  y  segregasen  luego,  reduciéndose 
cada  uno  á  su  casa  ó  lugar,  sin  que  obedeciesen  mas 
en  aquella  parte,  ni  en  otra  tocante  á  su  unión ,  á  los 
magistrados,  conselleres  ó  diputación ,  ó  á  otra  alguna 
persona ,  á  cuyo  respeto  pensasen  estar  obligados ;  que 
no  acudiesen  á  sus  mandados  ó  llamamientos ;  que  de 
la  misma  suerte  no  pagasen  imposición  ó  derecho  al- 
guno antiguo  ni  moderno,  de  que  su  majestad  les  ha- 
bía por  relevados ;  que  realmente  perdonaba  todo  deli- 
to ó  movimiento  pasado;  que  prometía  debajo  de  su 
palabra  satisfacerlos  de  cualquier  persona  de  que  tu- 
viesen justa  queja ,  pública  ó  particular ;  y  que  hacien- 
do lo  contrario,  siéndoles  notoria  su  voluntad  y  cle- 
mencia, luego  los  declaraba  por  traidores  y  rebeldes, 
dignos  de  su  indignación ,  y  condenados  á  muerte  cor- 
poral, confiscación  de  sus  bienes,  desolación  de  sus 
pueblos,  sin  otra  forma  ni  recurso  mas  que  el  arbitrio 


Y  GUERRA  DE  CATALUÑA.  «03 

de  sus  generales ,  y  les  intimaba  guerra  de  fuego  y  san- 
gre, como  contra  gente  enemiga. 

Este  bando,  introducido  con  industria  en  algunos 
lugares,  no  dejó  de  causar  gran  confusión ,  y  mas  en 
aqucllus  que  solo  amaban  su  conservación,  sin  otro  res- 
peto, y  creían  que  el  seguir  á  sus  naturales  era  el  mejor 
medio  para  vivir  seguros.  Algunos  lugares  vecinos  á 
Tortosa,  que  miraban  las  armas  mas  de  cerca,  temie- 
ron ser  primeros  en  los  peligros :  la  villa  de  Orta  y  otros 
enviaron  á  dar  su  obediencia  al  Vélez,  pidiéndole  el 
perdón  y  excusándose  de  las  culpas  pasadas.  Pudiera 
ser  mayor  el  efecto  de  esta  negociación,  si  los  catalanes 
con  vivísimo  cuidado  no  se  previnieran  de  tal  suerte, 
que  totalmente  se  abogó  aquella  voz  del  perdón  que  los 
españoles  esparcían ,  porque  no  tocase  los  oídos  de  la 
gente  popular,  inclinada  á  novedades,  y  sobre  todo  á  las 
que  se  encaminan  al  reposo.  Consiguiéronlo  felizmente, 
porque  examinados  después  muchos  de  los  rendidos, 
certificaban  no  haber  jamás  entendido  tal  perdón;  an- 
tes todos  señales  y  ejemplos  de  impiedad  y  venganza. 

Ellos  también,  no  despreciando  la  astucia  de  los  pa- 
peles, que  algunas  veces  suele  ser  provechosa,  hicieron 
publicar  otro  bando ,  escrito  en  el  ejército  católico,  en 
que  prometían  que  todo  soldado  que  quisiese  pasar  á 
recibir  servicio  del  Principado,  no  siendo  castellano, 
seria  bien  recibido  y  pagado  ventajosamente;  y  queá 
los  extranjeros  que  descasen  libertad  y  paso  para  sus 
provincias,  se  les  daría  debajo  de  la  fe  natural  con  la 
comodidad  posible :  cosa  que  en  alguna  manera  fué  da- 
ñosa, y  lo  pudiera  ser  mucho  mas  si ,  como  sucede  en 
otros  ejércitos,  el  real  constase  de  mayor  número  de 
naciones  extrañas. 

Después  de  esto  se  despacharon  órdenes  á  todos  los 
lugares  de  la  ribera  del  Ebro  porque  estuviesen  cuida- 
dosos de  acudir  á  defender  los  pasos  donde  podían  ser 
acometidos ;  pero  la  gente  vulgar,  bárbaramente  con- 
fiada en  la  noticia  de  que  el  ejército  real  era  corto  para 
grandes  empresas ,  despreciaban  ó  mostraban  despre- 
ciar sus  avisos ,  lisonjeados  de  su  pereza,  aun  mas  que 
engañados  de  su  ignorancia. 

Entendía  el  Vélez  entre  tanto  en  acomodar  las  cosas 
de  la  proveeduría  del  ejército  :  dábanle  á  entender 
hombres  prácticos  que  aun  después  de  ganado  el  Coll 
de  Balaguer,  les  habia  de  ser  casi  imposible  la  comuni- 
cación de  Tortosa ,  porque  no  se  podrían  aprovechar 
del  manejo  de  los  víveres  sin  gruesos  convoyes  ó  guar- 
dias de  gente,  porque  los  catalanes,  acostumbrados 
aun  en  la  paz  á  aquel  modo  de  guerra ,  no  dejarían  de 
usariaengrandañodelas  provisiones.  Habíase  encar- 
gado el  oficio  de  proveedor  general  á  Jerónimo  de  Am- 
bes,  hombre  intehgente  en  varios  negocios  de  Aragón; 
pero  como  hasta  entonces  estuviese  ignorante  de  la  na- 
turaleza de  los  ejércitos  que  no  habia  tratado,  no  sabia 
determinarse  en  hacer  las  larguísimas  prevenciones  de 
que  ellos  necesitan ,  que  todas  penden  de  la  providen- 
cia de  uno  ó  de  pocos  oficiales.  No  se  puede  llamar 
práctico  en  una  materia  aquel  que  solo  la  ha  tratado  en 
los  libros  ó  en  los  discursos :  allí  no  se  encuentran  con 
los  accidentes  contrarios,  que  á  veces  mudan  la  natu- 
raleza á  los  negocios ;  una  cosa  es  leer  la  guerra,  otra 
mandarla ;  ningún  juicio  la  comprehendió  aun  dentro 
en  las  experiencias,  cuanto  mas  sin  ellas  :  tampoco 
guardan  entre  sí  regulada  proporción  las  cosas  grandes 


504  DON  FRANCISCO 

con  las  pequeñas;  el  que  es  bueno  para  capitán,  no 
siempre  sale  bueno  para  gobernador,  como  el  palron  de 
una  clialupa  no  seria  acomodado  piloto  de  una  nave  : 
trabajosa  ciencia  aquella  que  se  ha  de  adquirir  á  costa 
de  las  pérdidas  de  la  república. 

Habíase  ofrecido  don  Pedro  de  Santa  Cilia  para  que 
con  los  bergantines  de  Mallorca ,  que  gobernaba  pocos 
menos  de  veinte,  diese  el  avío  necesario  al  ejército, 
pensando  poderle  ministrar  los  bastimentos  desde  Vi- 
naroz  y  ios  Alfaques,  principalmente  el  grano  para  sus- 
tento de  la  caballería;  pero  en  esto  se  consideraban 
mayores  diíicultades  por  la  natural  contingencia  de  la 
navegación,  y  mas  propiamente  en  aquel  tiempo,  en 
que  de  ordinario  cursan  los  levantes  del  todo  contrarios 
para  pasar  de  Valencia  á  Cataluña :  después  lo  conocie- 
ron cuando  no  podían  remediarlo. 

Faltaba  solo  para  salir  á  campaña  la  última  muestra 
general ,  y  se  liabian  convocado  los  tercios  ú  este  íin  : 
desde  los  cuarteles  donde  se  alojaban  fueron  traídos  á 
la  campaña  de  Tortosa,  donde  con  trabajo  grande  se 
acomodaron  mientras  se  pasaba  la  muestra :  pasóse ,  y 
se  hallaron  veinte  y  tres  mil  infantes  de  servicio,  tres 
mil  y  cien  caballos ,  veinte  y  cuatro  piezas ,  ochocientos 
carros  del  tren,  dos  mil  muías  que  los  tiraban,  doscien- 
tos y  cincuenta  oficiales  pertenecientes  al  uso  de  la  ar- 
tillería. 

La  infantería  constaba  de  nueve  regimientos  bisó- 
nos ,  encargados  á  los  mayores  señores  de  Castilla,  cua- 
tro tercios  mas  de  gente  quintada,  uno  de  portugue- 
ses, otro  de  irlandeses,  otro  de  walones,  el  regimiento 
de  la  guardia  del  Rey,  el  tercio  que  llamaban  de  Casti- 
lla, el  de  la  provincia  de  Guipúzcoa  y  el  de  los  presidios 
de  Portugal ,  con  algunas  compañías  italianas  en  corto 
número.  La  caballería  se  repartía  en  dos  partes :  la  de 
las  órdenes  militares  de  España  (excepto  las  portugue- 
sas) todas  hacían  un  cuerpo,  que  gobernaba  el  Quiño- 
nes, su  comisario  general  don  Rodrigo  de  Herrera,  en 
número  de  mil  y  doscientos  caballos,  con  oficios  á  par- 
te, todos  caballeros  de  diferentes  órdenes.  En  las  elec- 
ciones de  capitanes  no  entró  todo  aquel  respeto  que  pa- 
rece se  debía  á  cosa  tan  grande  :  eran  mozos  algunos, 
y  otros  inferiores  á  la  grandeza  del  puesto ;  bien  que  al- 
gunos suficientes.  Concurrían  también  con  la  caballería 
los  estandartes  de  sus  órdenes,  llevados ,  no  por  los  cla- 
varios, áquíenes  tocaban,  sino  por  caballeros  particula- 
res :  don  Juan  Pardo  de  Figueroa  fué  encargado  del  de 
Santiago ;  los  dos  no  advertimos :  después  por  conside- 
raciones justas  se  dejaron  venerablemente  depositadas 
aquellas  insignias  en  un  convento  de  san  Bernardo  en 
Valencia ,  y  los  tres  caballeros  seguían  la  persona  de  su 
gobernador. 

La  otra  caballería  mandaba  el  San  Jorge  y  Filangierí : 
asistíale  Juan  de  Terrasa ,  el  año  antes  su  comisario  ge- 
neral, que  entonces  se  hallaba  sin  ejercicio. 

La  veeduría  general  del  ejército  ocupaba  don  Juan 
de  Bena vides ;  la  contaduría  Martín  de  Velasco;  la  paga- 
duría don  Antonio  Ortiz ,  y  por  tesorero  general  Pedro 
de  León ,  secretario  del  Rey,  en  cuya  mano  se  entrega- 
ba todo  el  dinero  del  ejército,  y  allí  se  separaba  y  salía 
dividido  para  los  diferentes  oficiales  del  sueldo  que 
concurrían. 

Pareció  que  con  esto  se  hallaban  vencidas  las  dificul- 
tades de  aquella  gran  negociación ,  bien  que  la  mas  po- 


MANLEL  DE  MELÓ. 

;  derosa  se  reconocía  invencible :  era  la  sazón  del  tiempo, 
i  irrevocablemente  desacomodada  á  la  guerra  que  deter- 
minaban comenzar;  pero  fiando  en  la  benignidad  del 
clima  español ,  ó  lo  que  es  mas  cierto ,  pensando  que 
su  poder  no  hallaría  resistencia  ,  temían  poco  la  cam- 
paña y  rigores  del  invierno ,  porque  esperaban  hallar 
agasajo  en  los  pueblos,  y  que  la  descomodidad  no  du- 
ruria  mas  que  lo  que  el  ejército  tardase  en  llegar  á 
Barcelona. 

Dispuesta  ya  la  salida  del  ejército,  llegó  aviso  de  có- 
mo el  enemigo,  previniendo  sus  intentos,  había  zanja- 
do algunos  pasos  angostos  en  el  camino  real  del  Coll ,  á 
fin  de  impedir  el  tránsito  de  la  artillería  y  bagajes  :  or- 
denó el  Veloz  que  Felipe  Vandostraten ,  sargento  ma- 
yor de  Avaioiics,  uno  de  los  soldados  de  mas  opinión 
del  ejército,  y  Clemente  Soriano,  español,  en  puesto 
y  reputación  nada  inferior  al  primero,  con  doscientos 
gastadores,  trescientos  inlimtes  y  cincuenta  caballos 
saliesen  á  reconocer  los  pasos ,  acomodar  las  cortadu- 
ras y  desviar  los  árboles,  porque  la  caballería  y  tren  no 
hallasen  embarazo. 

Salieron  y  ejecutaron  cumplidamente  su  orden  :  ba- 
jaron á  impedírselo  algunas  pequeñas  tropas  de  gente 
suelta  que  el  enemigo  traía  esparcida  por  la  montaña  ; 
fueron  poco  considerables  las  escaruniuzas  :  acabaron 
su  obra ,  y  se  volvieron  dando  razón  y  íín  de  lo  que  se 
les  había  encargado. 

Entendióse  con  su  venida  cómo  en  el  Pereltó,  lugar 
pequeño ,  mas  cerrado,  puesto  en  la  mitad  del  camino, 
se  alojaban  con  alguna  fuerza  los  catalanes,  que  no  de- 
bía ser  poca ,  pues  ellos  mostraban  querer  aguardar  allí 
al  primer  ímpetu  del  ejército.  Con  esta  noticia  fué  se- 
gunda vez  enviado  el  Vandostraten  con  mayor  poder 
de  infantería  y  caballería ,  para  que  ganase  los  puestos 
convenientes  al  paso  del  ejército,  que  había  de  mante- 
ner hasta  su  llegada ;  y  si  la  ocasión  fuese  tal  que  sin 
perder  su  primer  intento  pudiese  inquietar  al  enemigo, 
lo  procurase,  que  el  ejército  seguía  su  marcha,  y  le  po- 
día esperar  consigo  dentro  de  dos  días. 

Vandestraten  tomó  su  primer  camino ,  y  topando  al- 
gunas tropas  de  caballos  catalanes ,  los  rebatió  sin  da- 
ño; eligió  los  puestos,  y  ocupó  una  eminencia  superiir 
al  lugar  y  estrada  que  baja  ú  Tortosa ;  mandó  que  algu- 
nos caballos  é  infantes  se  adelantasen  á  ganar  otra  co- 
lina ,  que  aunque  desviada ,  divisaba  toda  la  campaña 
hasta  el  pié  del  Coll ,  por  donde  era  fuerza  pasasen  des- 
cubiertos los  socorros  á  Perelló  ;.en  fin,  disponiéndolo 
todo  como  práctico,  avisó  al  Vélcz  de  lo  que  había 
obrado. 

Los  catalanes,  viendo  ya  las  armas  del  Hey  señorean- 
do sus  tierras,  puestas  como  padrones  que  denotaban 
su  posesión  en  los  lugares  altos,  entraron  en  nuevo 
furor  :  despachaban  correos  á  Barcelona,  desde  donde 
suban  órdenes,  avisos  y  prevenciones  á  toda  la  provin- 
cia; no  se  descuidaba  el  Vandestraten  de  inquietarlos, 
solo  á  fin  de  saber  qué  fuerza  tenían ;  pero  ellos  cuer- 
damente se  retiraban,  tanto  á  su  noticia  como  á  su  da- 
ño. Algunos  caballos  catalanes  de  los  que  salían  á  la 
ronda  embistieron  el  cuerpo  de  guardia  puesto  en  la 
colína;  fué  socorrido  de  los  españoles,  y  no  se  aventu- 
raron otra  vez,  temerosos  de  su  fuerza. 

La  guarnición  del  Perelló  constaba  do  alguna  gente 
colecticia  de  los  lugares  comarcanos,  sin  cabo  de  suli- 


MOVIMIENTOS,  SEPARACIÓN 
ciencia,  y  ellos  sin  otra  disciplina  que  su  obstinación, 
mas  firme  en  unos  que  en  otros ;  parte  dellos,  esperando 
por  instantes  ser  acometidos,  se  escaparon  valiéndose 
de  la  noche ;  á  estos  siguieron  otros ;  todavía  quedaron 
pocos,  á  quienes  sin  falta  detuvo  ó  el  temor  ó  la  igno- 
rancia de  la  salida  de  los  suyos. 

Era  el  aviso  del  Yandestralen  el  último  negocio  que 
se  esperaba  para  la  salida  del  ejército ;  recibióle  el  Vé- 
lez  con  satisfacción ,  y  señalóle  el  dia  viernes  7  de  di- 
ciembre del  año  de  1640,  dia  que  por  notable  en  el  tiem- 
po, debe  ser  nombrado  en  todos  siglos  (cuya  recorda- 
ción será  siempre  lastimosa  á  los  descendientes  de  Fe- 
lipe), y  año  memorable  de  su  imperio,  vaticinado  de 
los  pasados,  temido  de  los  presentes,  fatal  el  año,  fatal 
el  mes  y  la  semana.  El  sábado  1."  de  diciembre  perdió 
la  corona  de  España  el  reino  de  Portugal ,  como  dire- 
mos adelante ;  el  viernes  7  de  diciembre  perdió  el  prin- 
cipado de  Cataluña,  porque  desde  aquella  hora  que  se 
usó  del  poder  por  instrumento  de  la  jusliíicacion,  se 
puso  la  Justicia  en  manos  de  la  fuerza ,  y  quedó  la  sen- 
tencia á  solo  el  derecho  de  la  fortuna.  Notable  ejemplar 
&  los  reyes  para  poder  templarse  en  sus  afectos.  Perdió 
don  Felipe  el  Cuarto  antes  de  guerra  ó  batalla  dos  rei- 
nos en  una  semana. 

Habíase  pensado  sobre  si  podría  ser  conveniente  que 
desde  Tortosa  se  repartiese  el  ejército  en  dos  partes, 
llevando  la  una  el  camino  del  Coll,  y  la  otra  el  de  Tivisa, 
porque  la  marcha  se  luciese  mas  breve ;  pero  cesó  lue- 
go esta  plática,  entendiéndose  que  el  enemigo  estaba 
ventajosamente  fortificado  en  el  paso  del  Coll,  y  era  mas 
seguro  embestirle  con  todo  el  grueso  del  ejército ;  de  esta 
suerte  ajustándose  en  que  la  marcha  siguiese  el  camino 
real  de  Barcelona,  y  recibiendo  todos  las  órdenes  del 
maestre  de  campo  general ,  según  lo  que  cada  uno  ha- 
bía de  seguir,  amaneció  el  viernes,  dia  señalado,  llu- 
vioso y  melancólico,  como  haciendo  proporción  con 
aquel  fin  á  que  servia  de  principio. 

Comenzó  á  revolverse  el  ejército  al  eco  de  un  clarín , 
que  fué  la  señal  propuesta;  movióse,  y  marcharon  en 
esta  manera  :  era  el  primero  el  duque  de  San  Jorge,  á 
quien  tocó  la  vanguardia  aquel  dia ;  llevaba  delante,  co- 
mo es  uso,  sus  tropas  pequeñas,  y  estas  sus  batido- 
res; constaba  su  batallón  de  quinientos  caballos,  que  se 
doblaban  ó  desfilaban  según  se  les  ofrecía  el  camino ;  á 
poco  trecho  de  esta  caballería  siguió  el  regimiento  déla 
guardia,  su  teniente  coronel  don  Fernando  Ribera ;  á 
este  el  regimiento  propio  del  marqués  de  los  Vélez,  su 
teniente  coronel  don  Gonzalo  Fajardo  (ahora  conde  de 
Castro) ;  después  el  maestre  de  campo  Martín  de  los 
Arcos,  tras  quien  marchaba  el  regimiento  del  conde  de 
Oropesa,  su  teniente  coronel  don  Bernabé  de  Salazar; 
al  Salazar  seguían  dos  tercios  que  olvidamos  (cuéntese 
entre  los  mas  defectos  de  esta  historia );  y  de  retaguar- 
dia el  tercio  de  irlandeses,  su  maestre  de  campo  el  conde 
de  Tirón.  De  estos  se  formaba  la  vanguardia  del  ejér- 
cito, que  propiamente  gobernaba  el  Torrecusa. 

Seguía  poco  después,  aunque  en  partes  distintas,  el 
segundo  trozo,  llamado  batalla  en  estilo  militar :  era  de 
la  batalla  el  primer  tercio  el  dé  Pedro  de  Lesaca ;  al  de 
Lesaca  seguía  el  regimiento  del  duque  de  Medinaceli , 
su  teniente  coronel  don  Martin  de  Azlor,  y  á  este  el  del 
duque  de  Infantado,  su  teniente  coronel  don  Iñigo  de 
Mendoza;  ú  don  Iñigo  seguía  el  regimiento  del  gran 


Y  GUERRA  DE  CATALUÑA.  Wi 

Prior  de  Castilla,  su  teniente  coronel  don  Diego  Guar- 
diola ;  tras  de  este  el  marqués  de  Morata,  su  teniente  co- 
ronel don  Luís  Jerónimo  de  Contreras ;  después  del  <!e 
Morata  el  del  duque  de  Paslrana,su  teniente  coronel 
don  Pedro  de  Cañaveral,  á  quien  seguían  los  maestres 
de  campo  don  Alonso  de  Calafayud  y  don  Diego  de  To- 
ledo, que  llevaba  la  retaguardia  do  la  batalla;  gober- 
nábala por  su  persona  el  Vélez,  y  marchaba  entro  ella, 
según  la  parte  conveniente,  con  cien  caballos  conti- 
nuos de  la  guarda  de  su  persona,  á  cargo  de  don  Alonso 
Gaitan,  capitán  de  lanzas  españolas. 

El  costado  derecho  de  la  batalla  guarnecía  don  Al- 
varo de  Quiñones  con  hasta  seiscientos  caballos  de  las 
órdenes,  puestos  también  en  aquella  forma  que  el  ter- 
reno les  permitía;  el  siniestro  con  otros  tantos  cubría 
el  comisario  general  déla  caballería  ligera  Filangieri. 

Seguia  la  retaguardia  á  la  batalla  en  la  propia  dis- 
tancia que  esta  seguia  á  la  vanguardia  :  en  primer  lu- 
gar marchaba  el  tercio  de  los  presidios  de  Portugal ,  su 
maestre  de  campo  don  Tomás  Mesía  de  Acevedo;  so- 
guíale  el  de  don  Fernando  de  Tejada ;  luego  empezaba 
la  artillería  en  este  orden  :  de  vanguardia,  los  mansfolts 
y  a'gunas  otra«;picznspcqiienas  de  campaña;  á  estos  se- 
guían los  cuartosj  á  los  cuartos  los  medios  cañones,  en 
medio  los  morteros;  desta  suerte  se  deshacía  hacia  la 
retaguardia,  acabándose  otra  vez  en  los  mansfelts.  Tras 
de  la  artillería  los  carromatos,  y  tras  ellos  las  municio- 
nes, según  el  uso  de  ellas.  Lo  último  era  el  hospital  y  ba- 
gajes de  particulares.  Las  compañías  sueltas  de  italianos 
guarnecían  los  costados  del  tren ;  luego  el  tercio  do 
walones,  su  maestre  de  campo  el  de  Isínguíen ,  y  de 
retaguardia  el  de  portugueses,  su  maestre  de  campo 
don  Simón  Mascareñas. 

A  los  portugueses  seguían  otros  quinientos  caballos 
délas  órdenes,  mandados  por  don  Rodrigo  de  Herrera, 
su  comisario  general,  y  á  los  lados  de  la  artillería  mar- 
chaban algunas  compañías  de  caballos,  que  le  servían 
de  batidores  á  una  y  otra  parte. 

Y  aunque  el  estilo  común  de  los  ejércitos  de  España 
hace  que  con  todos  se  reparta  igualmente  del  honor  y 
del  peligro,  pasando  los  de  adelante  atrás,  y  estos  al  lu- 
gar de  aquellos,  todavía  fué  forzoso  alterar  este  uso  con 
atención  á  la  angostura  de  los  caminos  y  copia  del  ejér- 
cito, porque  se  juzgaba  impracticable,  y  lo  era,  que 
aquel  tercio  que  un  dia  llegase  postrero,  se  adelantase 
á  todos  para  marchar  al  siguiente  de  vanguardia.  Así, 
por  obviar  este  daño,  fué  determinado  que  los  tercios  se 
remudasen  y  sucediesen  unos  á  otros,  conforme  aquel 
estilo,  en  sus  mismos  trozos,  hasta  que,  haciendo  frente 
de  banderas,  se  alterase  la  forma  de  la  marcha;  y  que 
desta  suerte  se  podia  repartir  con  todos  de  la  confianza 
y  del  reposo.  Solo  el  regimiento  de  la  guardia  no  se  nui- 
dalia  cnu  ninguno. 

Así  salió  el  ejército  de  Tortosa ;  y  no  solo  podemos 
contar  por  infeliz  agüérela  terribilidad  dol  dia,  como 
algunos  observaron  entonces,  sino  también  el  haberse 
dispuesto  las  cosas  en  tal  forma,  que  el  Vélez,  dueño  de 
la  acción,  saliendo  de  noche  á  la  campaña,  fué  tan 
grande  la  confusión  y  obscuridad,  que  sin  advertir  en 
los  fuegos  del  ejército  ni  el  camino  anchísimo,  le  erra- 
ron las  guias,  y  se  perdió  el  Marqués  con  los  que  le  se- 
guían antes  de  llegará  su  cuartel,  que  alcanzó  tarde 
y  trabajosamente.  A  veces  con  estas  señales  nos  suele 


506  DON  FRANCISCO 

avisarla  Providencia  porque  nos  desviemos  del  daño. 

Marchóse  orillas  del  Ebro  por  gozar  de  sus  aguas  y 
de  la  leña  que  ofrecía  el  bosque  vecino;  liizo  alto  la  van- 
guardia en  un  llano  dos  leguas  de  Tortosa ,  y  aun  ha- 
biéndose apartado  tanto,  no  pudo  la  retaguardia  se- 
guirle aquel  dia;  se  alojó  fuera  de  la  muralla,  y  comenzó 
su  marcha  la  otra  mañana. 

Pretendía  el  Vélez  alojar  del  segundo  tránsito  en  Pe- 
rdió;, dos  leguas  distante  de  su  primer  cuartel :  ma- 
drugó el  Ribera  prevenido  de  artillería  é  instrumentos, 
llegó  presto,  y  en  sus  espaldas  los  tercios  de  la  van- 
guardia ;  salió  el  Vandestraten  á  recibirle  con  las  no- 
ticias de  lo  que  era  el  lugar;  tardó  poco  el  Torrecusa, 
y  reconociendo  la  campaña,  mandó  que  la  caballería 
ocupase  el  puesto  que  para  sí  habia  elegido  el  Vandes- 
traten, y  con  la  infantería  que  llegaba  fué  ciñendo  la 
villa  por  todas  partes,  alojando  los  primeros  tercios  por 
esotra  que  miraba  al  país  enemigo. 

Era  el  Perelló  pequeño  pueblo,  pero  murado,  según 
el  antiguo  uso  de  España;  tenia  dos  puertas,  y  esas 
guardadas  de  torres  que  las  cubrían  á  caballero.  Defen- 
dióse, llegó  la  artillería,  y  fué  batido  por  casi  un  dia 
enteró,  y  resistiera  otros  si  uno  de  los  de  adentro,  te- 
meroso por  la  vista  de  todo  el  ejército,  que  se  hallaba  ya 
junto,  no  se  determinara  á  rendirse.  Hizo  llamada  se- 
cretamente sin  dar  parte  á  los  suyos;  negoció  la  vida, 
y  dio  una  puerta ;  fué  entrado  el  lugar,  y  se  hallaron  so- 
lamente trece  hombres  :  cosa  digna  de  saberse ,  si  es 
cierto  que  la  ignorancia  no  se  llevó  la  mayor  parte  de 
aquel  hecho.  Llegó  el  Vélez,  y  el  lugar  fué  repartido  á 
los  que  le  seguían,  mas  como  cuartel  que  como  despo- 
jo :  el  ejército  alojó  en  campaña  en  torno  de  él,  y  aunque 
con  gruesos  cuerpos  de  guardia  se  estorbó  la  entrada  á 
la  multitud  de  la  gente,  ni  por  eso  dejaron  de  pegarle 
fuego;  ardieron  muchas  casas  con  tal  violencia,  que  los 
cabos  salieron  arrojados  de  las  llamas :  todavía,  por  ser 
la  villa  cercada  y  en  paso  importante,  pareció  se  debía 
guardar,  y  se  dejó  guarnecida  de  doscientos  infantes 
y  cincuenta  caballos,  á  cargo  de  don  Pedro  de  la  Bar- 
reda, capitán  en  el  tercio  de  los  presidios  de  Portugal. 

Dispúsose  la  marcha  en  demanda  del  Coll,  que  era  lo 
que  por  entonces  daba  mayor  cuidado.  Las  guias  y  gente 
del  campo  exageraban  el  sitio  de  áspero  y  la  fortifica- 
ción de  invencible ;  en  la  aspereza  decían  menos,  en  la 
defensa  mas ;  pero  lo  que  causaba  mayor  duda  era  sa- 
berse que  en  todo  el  camino  desde  el  Perelló  al  Coll  no 
se  hallarían  otras  aguas  que  las  de  unas  lagunas  ó  char- 
cos encenegados  y  casi  enjutos,  que  los  catalanes  sin 
trabajo  podían  sangrar  ó  cegar,  con  lo  cual  se  hacia 
consumadamente  estéril  el  camino.  No  temían  sin  ra- 
zón los  españoles;  pero  temían  inútilmente, porque  ya 
en  aquel  tiempo  el  ejército  no  podía  volver  atrás,  ni  el 
remedio  estaba  en  manos  del  recelo ,  sino  de  la  indus- 
tria. 

A  este  fin  de  imposibilitar  el  campo  católico  intenta- 
ron los  catalanes  su  ruina  por  otro  mas  extraño  medio, 
como  pareció  después  en  cartas  del  conde  de  Zavallá, 
gobernador  de  las  armas  de  aquella  frontera;  escribía- 
las á  Metrola,  que  mandaba  en  el  Coll,  y  le  ordenaba  en- 
venenase las  aguas  de  aquellos  cenagales  con  ciertos 
polvos ;  enviábale  al  artífice  y  artificio,  especificándole 
el  modo  de  usarle  con  toda  cautela  y  secreto.  No  me 
atreviera  á  escribir  una  resolución  tan  rara  en  el  mun- 


MANUEL  DE  Ml-LO. 

do,  de  que  se  hallan  pocos  ó  ningún  ejemplo  en  las  his- 
torias, ni  hiciera  memoria  de  esta  escandalosa  novedad, 
si  con  mis  ojos  no  hubiera  visto  y  leido  los  papeles  que 
hablaban  del  caso  repetidamente.  César  sobre  los  cam- 
posde  Lérida  embargó  el  agua  en  la  guerra  contra  Afra- 
nio  y  Pétreo,  detúvola  y  se  la  defendió ;  pero  conser- 
vóla sana;  venciólos  con  el  arte  y  lícita  industria  :  pa- 
rece que  ignoraban  los  antiguos  otro  modo  de  matar 
hombres  sino  á  yerro;  nosotros  ahora,  mas  peritos  en  la 
malicia,  fuimos  á  revolver  la  naturaleza,  haciendo  prac- 
ticables la  pestífera  calidad  de  algunas  cosas  que  la 
Providencia  recató  de  nosotros,  escondiéndolas  en  las 
entrañas  de  la  tierra.  Todavía  no  quiso  Dios  que  este 
mandamiento  se  cumpliese,  retardando  su  ejecución 
por  sus  secretos  juicios,  ó  porque  prevenía  á  aquellas 
armas  otro  mas  notorio  castigo. 

Llegó  el  ejército  á  la  campaña  de  las  lagunas,  y  la 
gente,  fatigada  de  la  sequedad  del  camino,  bebía  con  an- 
sia y  recelo,  porque  temían  lo  que  después  vino  á  cer- 
tificarse; pero  desengañados  unos  con  el  atrevimiento 
de  otros,  perdieron  el  temor  en  que  se  hallaban,  y  los 
soldados  salieron  de  la  aflicción  causada  de  la  sed. 

Dispusieron  entonces  la  frente  contra  el  Coll ,  repar- 
tiendo sus  cuarteles  con  respecto  á  las  avenidas  poco 
mas  de  una  legua  distantes  de  las  fortificaciones  con- 
trarias; y  porque  los  cabos  no  tenian  otro  conocimiento 
del  país  mas  de  aquella  incierta  noticia  que  ministra- 
ban los  naturales  temerosos  é  ignorantes,,  pareció  man- 
dar reconocer  la  campaña  sin  empeño  de  las  mayores 
personas :  salió  á  reconocerle  don  Diego  de  Bustíllos, 
teniente  de  maestre  de  campo  general,  y  en  su  guarda 
una  compañía  de  caballos  y  algunos  voluntarios.  A  poco 
mas  de  media  legua  tuvieron  vista  de  los  batidores  del 
enemigo,  que  discurrían  por  la  campaña  á  la  misma  di- 
ligencia. Mandó  don  Diego  se  adelantasen  los  aventu- 
reros, hiciéronlo;  pero  esperándolos  batidores,  dieron 
la  carga,  y  sin  recibirla,  se  retiraron,,  dejando  muerto, 
de  los  reales,  á  José  de  Agramonte,  soldado  particular. 
Fué  el  primero  que  dio  la  vida  por  su  rey  en  aquella 
guerra  :  no  será  justo  dejar  su  nombre  en  olvido. 

Baja  desde  el  pié  del  Coll  hacia  la  marina  un  valle 
ancho,  que  cuanto  se  acerca  á  la  mar  se  allana  y  di- 
lata, donde  los  antiguos  fabricaron  algunas  torres  para 
guarda  de  la  costa  y  reparo  de  los  ancones  que  allí  for- 
ma la  tierra;  entendíase  por  las  espías  que  los  catala- 
nes habian  guarnecido  las  atalayas  con  intención  de 
mantenerlas  para  todo  suceso.  Juzgábase  en  ello  por 
información  de  los  naturales,  y  se  creía  mucho  mas  de 
lo  que  debía  temerse.  Con  esta  noticia,  en  habiéndose 
acuartelado  el  campo,  mandó  el  Torrecusa  adelantar 
cuatrocientos  infantes  con  orden  de  que  ganasen  ó 
quemasen  las  torres,  y  que  después  se  incorporasen  con 
el  ejército. 

Llaman  los  catalanes  coll  á  todas  aquellas  eminen- 
cias que  los  castellanos  llaman  collado,  con  alguna  se- 
mejanza de  los  latinos;  es  célebre  entre  los  mas  déla 
provincia  este  llamado  Coll  de  Balaguer,ó  porque  le 
atraviesa  el  camino  que  baja  desde  Balaguer,  ó  porque 
se  deduce  de  unas  montañas  junto  á  aquella  ciudad ,  y 
desde  allí  corriendo  hacia  el  Ginestar  y  otros  pueblos 
fronteros  á  Ebro  contra  el  mediodía,  viene  á  caerse  en 
la  mar  por  esotra  parte  de  Tortosa.  Es  la  tierra  áspera 
y  llena  de  piedras,  partida  de  algunos  valles  profundos 


MOVIMIENTOS ,  SEPAI'.ACION 

!Í  un  lado  y  otro  del  camino,  quo  quebrando  en  muchas  | 
parles,  se  llalla  siempre  difícil  al  paso  de  los  caminantes. 
Corre  por  la  cima  de  un  monte ,  á  quien  otro  repecho  , 
que  queda  á  la  parte  de  levante  sirve  de  caballero; 
divídele  un  precipicio  de  otra  montañuela  no  superior  , 
que  se  va  levantando  liácia  el  poniente,  Habemos  an- 
ticipado su  descripción ,  porque  se  entiendan  mejor  ! 
las  disposiciones,  las  defensas  y  los  acometimientos.       ¡ 

Llegó  el  San  Jorge  y  su  caballería ,  y  poco  después 
el  Torrecusa  y  la  vanguardia  :  paróse  en  descubriendo 
el  Coll  por  reconocer  su  fuerza  y  aquel  terreno  que  no 
habia  visto  jamás.  Es  observación  precisa  de  capitán 
prudente  el  descubrir  y  entender  la  tierra  en  que  se 
lia  de  campear,  á  que  los  prácticos  llaman  ojo  de  la  cam- 
paña ,  y  se  cuenta  como  virtud  particular  en  algunos 
hombres. 

Los  catalanes  buscaban  su  defensa  como  lesera  po- 
sible, mas  no  por  aquellos  caminos  que  descubrió  el 
arte ;  habíanse  prevenido  de  grandes  cavas ,  que  de  al- 
guna manera  ayudasen  su  fortiíicacion ,  muchos  árbo- 
les corlados  y  acomodados  en  los  pasos  angostos;  era 
su  mayor  fuerza  la  de  uña  trinchera  de  piedra  y  algu- 
na fagina  en  forma  cuadrada  á  semejanza  de  fuerte,  pe- 
ro sin  ningún  artificio;  capaz  de  dos  mil  infantes,  con 
que  la  tenian  guarnecida.  En  la  eminencia  superior, 
algo  á  la  trinchera  y  mucho  al  camino  del  mismo  cos- 
tado diestro ,  tenian  una  plataforma  con  dos  cuartos 
de  cañón,  que  descortinaba  como  través  la  ladera;  en 
la  cumbre  opuesta  ala  mayor  fortiíicacion  fabricaron 
un  reducto,  quo  no  se  daba  la  mano  con  las  mas  de- 
fensas, por  estorbárselo  el  valle  que  divide  ambos  mon- 
tes ;  también  en  él  tenian  alguna  parte  de  su  infantería. 
Sus  cuarteles  estaban  puestos  en  la  tierra  que  va  ca- 
yéndose hacia  el  campo  de  Tarragona ,  de  tal  suerte, 
que  desde  el  pié  del  Coll  no  podianser  vistos  ni  ofendi- 
dos ;  eran  capaces  de  mucho  mayor  número  de  gente; 
y  sin  duda ,  si  los  catalanes  se  furliíicaran  así  como 
habían  sabido  elegir  los  puestos  de  la  fortificación, 
fuera  cosa  asaz  dificultosa  poder  ganarles  el  paso  sin 
gran  pérdida  ó  detención. 

No  tardó  el  maestre  de  campo  general  en  haberlo 
reconocido  todo,  haciéndolo  mas  por  su  propia  per- 
sona; y  habiéndolo  considerado  como  convenia,  juz- 
gando que  allí  el  terror  acabaría  mas  que  la  fuerza, 
pues  peleaban  con  gente  bisoña,  mondó  adelantar  las 
(los piezas  que  llevaba;  y  ordenando  se  formasen  los 
escuadrones  á  la  raíz  del  monte ,  .ordenó  que  el  tercio 
de  Martin  de  los  Arcos  y  el  regimiento  del  Vélez  mar- 
chasen abriendo  camino  ,  todo  lo  que  se  pudiese  junto 
al  agua,  porque  ciñiesen  por  aquella  parte  el  Coll ,  que, 
como  dijimos,  se  humilla  en  el  mar,  y  prosiguiesen 
su  camino  hasta  no  poder  pasar  adelante,  ó  desem- 
bocar a!  campo  de  Tarragona.  Entendía  que  solo  aque- 
lla retirada  le  podía  quedar  libre  al  enemigo,  si  quisie- 
se embarazarse  en  la  defensa ;  luego  mandó  á  don  Fer- 
nando de  Ribera  que  coa  trescientos  mosqueteros  en 
tres  mangas  subiese  á  paso  vagaroso  por  el  camino  or- 
dinario, y  que  en  habiéndose  mejorado ,  jugase  la  ar- 
tillería, que  por  su  calidad  y  distancia  no  podía  ser  de 
algún  efecto ,  y  que  todos  los  escuadrones  se  pusiesen 
en  orden  de  marchar  y  acometer  á  la  primer  seña. 

Pensaban  los  catalanes  con  poca  noticia  de  la  guerra 
que  sumullilud ,  su  reparo  y  aspereza  del  lugar  los  ha- 


Y  GLEItRA  DE  CATALUÑA. 


307 


cía  inexpugnables;  parecíales  cortísimo  el  ejército,  de 
que  hasta  entonces  no  habían  visto  sino  la  menor  par- 
le; creció  su  confianza  notando  el  pequeño  número 
de  los  escuadrones  reales;  salieron  algunos  desde  las 
trincheras  mostrando  despreciar  su  fuerza ;  sin  embar- 
go, marchaba  don  Fernando,  y  se  movían-algo  los  que 
subían.  A  este  punto  comenzó  á  disparar  la  artillería 
del  Torrecusa  sin  ningún  peligro ,  pero  con  grande  es- 
panto de  los  contrarios ;  quisieron  valerse  de  sus  caño- 
nes; mas  estaban  los  españoles' muy  al  pié  del  monte, 
y  no  hacían  puntería,  ni  podían  ofenderles  sus  balas; 
menos  á  las  mangas  que  ya  atacaban  la  escaramuza, 
porque  se  hallaban inascerca  que  los  escuadrones.  Dié- 
ronse  algunas  rociadas  unos  á  otros;  peroles  castella- 
nos, soldados  de  experiencia,  subían,  no  obstante  la  de- 
fensa del  enemigo  y  algunas  mueries  de  los  suyos. 
Üióla  segunda  y  tercera  carga  la  arlillería  española, 
cuando  después  de  media  hora  de  escaramuzas  poco 
importantes,  adelantándose  ya  algunos  pasos  todo  el 
cuerpo  de  la  vanguardia,  los  catalanes  desampararon 
las  fortificaciones  de  una  y  otra  parle  ,  dejando  todos 
las  armas  y  muchos  las  vidas :  avanzó  el  San  Jorge  lo 
po'íihle  con  sus  cabnllos,  porque  la  infantería,  fatigada 
(le  la  cuesta  y  manejo  de  las  armas,  no  podía  aprove- 
charse de  la  fuga  del  enemigo  para  en  mas  de  ocupar 
los  puestos  así  como  ellos  los  iban  dejando ;  otros  aten- 
dían con  mayor  prontitud  al  despojo  de  los  alojamien- 
tos ,  en  extremo  regalados  y  llenos  de  toda  vitualla. 

Había  el  conde  de  Zavallá  recibido  aquella  mañana 
aviso  del  Metrola,  gobernador  del  presidio,  cómo  el 
ejército  se  determinaba  en  subir  al  Coll ,  y  salió  de 
Cambrils,  donde  asistía  á  socorrerle  con  alguna  infan- 
tería y  una  compañía  de  caballos,  pero  á  tiempo  que 
topó  muchos  de  los  que  se  iban  retirando  :  retiróse  con 
ellos,  participando  tempranamente  de  aquel  mismo 
temor,  certificado  de  los  suyos,,  que  los  españoles  no 
paraban  en  cuanto  vencían.  Mandó  todavía  que  sus  ca- 
ballos llegasen  hasta  descubrir  el  enemigo;  mejoráron- 
se á  los  cuarteles  del  Coll,  cuando  ya  algunas  tropas  del 
San  Jorge  bajaban  sobre  ellos;  duró  poco  la  contienda, 
porqueel  poder  era  desigual :  fué  todo  uno  dar  la  carga, 
recibirla  y  tomarla  vuelta.  Escapáronse  casi  todos,  por 
ser  mas  prácticos  en  la  tierra ;  la  infantería  se  esparció 
por  diferentes  partes;  salváronse  cuantos  dejaron  el 
llano,  y  se  subieron  á  la  montaña ,  desde  donde  juntos 
hacían  gran  daño  á  los  castellanos,  que  poco  adverti- 
damente se  entregaban  al  saco  :  muchos  pensaron  re- 
tirarse sin  peligro  por  la  lengua  del  agua,  y  todos  ca- 
yeron en  manosde  los  tercios  que  marchaban'por  aque- 
lla parte;  era  esta  la  primer  venganza  de  los  soldados 
reales:  tal  fué  el  estrago.  Hallaban  poca  piedad  los  ren- 
didos ,  y  ni  los  muertos  estaban  seguros  de  la  indigna- 
ción de  los  victoriosos :  son  terribles  los  primeros  gol- 
pes de  la  ira.  Allí  vengaba  el  uno  la  ausencia  de  su  ca- 
sa ,  el  otro  la  violencia  con  que  fué  llevado  á  la  guerra, 
aquel  daba  satisfacción  al  agravio ,  este  obedecía  á  su 
ferocidad ;  los  mas  servían  á  la  furia ,  los  menos  al  cas- 
tigo. Fuera  mayor  el  daño  si  se  prosiguiera  en  su  al- 
cance :  llegaban  hambrientos  y  fatigados,  y  habiéndose 
hallado  abundantes  los  cuarteles  de  todas  provisiones, 
detúvolos  el  regalo ;  que  no  era  la  primer  vez  que  es- 
torbó las  grandes  victorias:  entregáronse  al  vino  y 
otras  bebidas  con  desorden ,  y  fué  causa  de  que  so  de- 


503  DON  FRANCISCO 

luviesencn  su  mayor  ímpetu,  vcncióiidosc  do  su  des- 
templanza los  mismos  que  poco  anlcs  habían  sido  ven- 
cedores de  la  fuerza  de  su  enemigo.  Fué  escandaloso 
aquel  modo  de  aplauso,  pero  permitido  de  los  cabos; 
que  en  los  yerros  comunes  viene  á  ser  remedio  la  disi- 
mulación, pues  no  los  puede  ahogar  el  castigo. 

El  Torrecusa,  que  por  su  persona  acudía  á  todas  las 
disposiciones,  coníiriendo  consigo  mismo  las  noti- 
cias que  tenia  de  la  fuerza  del  enemigo ,  y  la  facilidad 
con  que  le  había  postrado ,  entró  en  opinión  de  que  no 
seria  aquella  su  mayor  defensa,  y  que  sin  falta  podían 
tener  adelante  algún  olro  fuerte  o  plaza;  causa  ú  la  voz 
común  de  su  admirable  fortiíícacion.  En  esto  andaba 
ocupado  su  discurso. 

Hallábase  el  Vélez  con  la  batalla  y  retaguardia  del 
ejército,  sin  moverse  del  lugar  en  que  había  hecho  la 
frente,  ni  lo  determinaba  antes  de  acabar  con  las  tor- 
res de  la  marina,  temiendo  que  apartándose,  corrie- 
se algún  peligro  la  infantería  que  liabia  bajado  á  ren- 
dirlas; con  esta  duda  envío  por  el  maestre  de  campo 
don  Francisco  Manuel  á  comunicar  su  intento  al  Tor- 
recusa; hallólo  antes  de  la  subida  del  Coll ,  y  como  de 
aquel  suceso  pendía  la  resolución  de  su  voto ,  no  res- 
pondió sino  después  de  todo  acabado ,  siendo  de  pare- 
cer que  el  Vélez  á  toda  priesa  no  quedase  aquella  noche 
desunido  de  su  vanguardia.  Fueron  ganadas  las  torres 
casi  á  este  mismo  tiempo,  de  que  avisado  el  Vélez,  no 
aguardó  la  respuesta  de  lo  que  preguntaba ;  antes  man- 
dó marchasen  los  tercios,  y  de  esta  suerte  le  alcanzó  la 
nueva  y  el  enviado.  Promulgóse  con  alegría  como  prime- 
ra victoria  y  la  cosa  que  mas  importaba  acabar  que  to- 
das las  presentes;  volvió  luego  á  mandar  al  Torrecusa 
no  parase  hasta  bajar  al  campo  de  Tarragona ;  cum- 
pliólo, y  volviendo  á  marchar  la  vanguardia,  hizo 
punta á  una  casa  fuerte ,  llamada  Ilospitalet, que  está 
junto  al  mar,  donde  hasta  entonces  había  sido  el  alo- 
jamiento del  conde  de  Zavallá.  Llegáronse  al  pié  de  la 
muralla  algunos  caballos  y  gente  suelta,  á  quien  el 
vencimiento,  ó  quizá  la  embriaguez,  habían  dado  mas 
desorden  que  aliento;  intentaron  por  fuerza  la  entra- 
da, bien  que  la  miraban  dificultosa  por  aquella  vía;  los 
de  adentro  pidieron  las  vidas,  y  se  las  concedieron. 
Eran  poco  mas  de  sesenta  hombres  los  de  la  guarni- 
ción; entró  primero  don  Fernando  de  Ribera,  después 
el  Vélez ,  á  quien  siguió  el  ejército ;  acuartelóse  ,  ha- 
ciendo frente  al  camino  real ,  que  mostraba  querer  se- 
guir; hallóse  el  sitio  acomodado,  y  tan  abundante  de 
todas  cosas  necesarias  para  alojar  un  ejército,  queso 
obligó  á  descansar  en  él,  aunque  por  pocos  días,  de  las 
largas  marchas  y  alarmas  continuas,  con  que  se  fatiga 
la  gente  inexperta. 

Fué  considerable  el  despojo  del  Hospitalet,  midién- 
dose con  su  cortedad ;  pero  hízolo  mas  estimable  ha- 
ber topado  un  soldado  entre  la  ropa  del  conde  de  Za- 
vallá el  libro  en  que  se  registraban  las  órdenes  que 
recibía  y  daba  para  la  guerra;  por  el  cual  se  entendie- 
ron fácilmente  muchas  cosas  de  que  no  había  noticia, 
y  fueron  de  gran  utilidad  á  los  pensamientos  del  Vé- 
lez; particularmente  alcanzándose  por  algunos  despa- 
chos que  la  Diputación  no  estaba  segura  en  la  fe  de 
la  ciudad  de  Tarragona,  y  que  en  ella  se  temían  del 
ánimo  y  oficios  de  algunas  personas  conocidamente 
afectas  al  partido  real :  cosa  que  entonces  fué  á  los  cs- 


MANLEL  DE  MELÓ. 

panoles  de  gran  considoracion ,  porque  se  hallaban  fal- 
tos de  noticias  de  lo  que  so  pasaba  entre  sus  enemi- 
gos. El  libro  contenia  tantos  secretos  y  tan  provecho- 
sos para  el  servicio  del  Rey  Católico,  que  podemos  de- 
cir que  en  él  se  halló  un  retrato  de  los  ánimos  de  sus 
enemigos  y  un  cofre  de  sus  secretos;  conociólo  el  Ri- 
bera de  esta  suerte ,  y  recogiólo  á  su  poder  con  des- 
treza ;  demasiado  político ,  pensó  ganar  gracia  con  el 
Coüde-Duquc  enviándole  aquel  presente,  por  el  cual, 
como  el  piloto  en  la  carta,  podía  seguir  sin  peligro 
la  navegación  de  aquel  negocio.  Fué  avisado  el  Vélez, 
y  pidió  el  libro  como  general,  á  quien  verdaderamente 
tocaban  aquellas  observaciones ;  pero  el  Ribera,  ó  bien 
de  vanidad  ó  desconfianza,  se  excusaba  de  entregár- 
selo ;  instaba  el  Vélez  en  haberlo  ,  y  porfiaba  el  Ribe- 
ra vanamente  en  su  excusa :  ¡  caso  raro ,  que  pudiese 
tanto  la  apariencia  de  una  pequeña  lisonja,  que  le  en- 
j  caminase  á  faltar  á  un  hombre  de  sangre  y  de  juicioen 
las  obligaciones  de  subdito,  de  cuñado  y  de  amigo! 
que  todas  estas  quebrantaba  don  Fernando  en  resis- 
tirse. Creció  el  enojo  en  el  poderoso  y  la  obstinación 
en  el  descontento,  y  llegóse  cerca  de  un  extraño  su- 
ceso ,  porque  aquel  pensaba  obrarlo  todo  por  hacerse 
obedecer,  y  este  no  rehusaba  ninguna  desesperación 
á  trueco  de  no  humillarse  :  quiso  prenderlo  el  Vélez,  y 
lo  ordenó  así;  pero  la  industria  de  algún  mediüuero, 
á  quien  uno  escuchaba  con  amor,  y  otro  no  sin  respe- 
to, pudo  acomodarlo  todo.  El  libro  fué  traído  al  Vé- 
lez ,  y  del  se  sacaron  noticias  importantes  á  la  guerra. 

Corrió  al  instante  la  nueva  á  Barcelona  de  todo  lo 
sucedido  en  el  Coll  y  Hospitalet,  y  fué  recibida  con 
gran  sentimiento  y  no  menor  temor,  considerando  la 
facilidad  con  que  habían  perdido  la  mayor  defensa ;  en- 
tonces llegaron  á  entender  que  la  multitud  desordena- 
da por  sí  misma  se  enflaquece.  Despacharon  con  gran 
prontitud  correos  á  monsieur  Espernan  (de  quien  di- 
remos adelante),  á  cuyo  cargo  pusiera  el  Rey  Crístía- 
nísintolas  armas  auxiliares  de  Cataluña;  dábanle  cuen- 
ta de  cómo  habían  perdido  los  mejores  pasos ;  pedían- 
le no  dilatase  su  venida,  porque  por  instantes  se  les 
aumentaba  el  peligro ;  que  á  los  contraríos  igualmente 
crecían  fuerzas  y  reputación ,  y  se  abatían  los  ánimos 
de  los  naturales ,  viéndolos  comenzar  victoriosos. 

No  se  descuidó  el  francés ,  antes  como  hombre  que 
verdaderamente  deseaba  acudir  al  remedio  de  aquellas 
cosas  que  tenia  á  su  cargo,  tomó  la  posta,  y  dejando  or- 
den á  las  tropas  de  que  le  siguiesen,  entró  en  Darcelona, 
donde  fué  recibido  con  honra  y  alegría.  Pocos  días  des- 
pués llegaron  hasta  mil  caballos  de  los  suyos,  dando  ra- 
zón de  que  á  sus  espaldas  seguían  los  regimientos  dtl 
duque  de  Anguicn,  del  mismo  Espernan  y  el  de  Scríñar ; 
alentóse  la  ciudad  con  la  primera  esperanza  del  socorro, 
y  se  comenzaron  á  ejecutar  las  levas  prevenidas  en  las 
cofradías  (son  allí  cofradías  lo  que  en  Castilla  gremios); 
de  estos  se  había  de  formar  el  tercio  de  la  bandera  de 
Santa  Eulalia,  debajo  del  mando  de  su  tercero  conse- 
llcr  Pedro  Juan  Rosell. 

Dejólo  ajustado  el  Espernan,  fiando  mas  que  debie- 
ra en  las  promesas  de  gente  necesitada ;  refrescó  su  ca- 
ballería, y  marchó  á  Tarragona,  donde  el  ejército  ca- 
tólico se  encaminaba,  y  donde  su  desconfianza  de  los 
catalanes  lo  temía. 

Descansó  el  Vélez  junto  al  Hospitalet  los  diasque 


MOVIMIENTOS,  SEPARACIÓN 
lürdó  en  subir  y  bajar  el  Coll  su  artillería ;  deseaba  vi- 
vamente marchar  la  vuelta  de  Cambriis,  primera  plaza 
de  armas  de  los  catalanes,  antes  que  ellos  tuviesen  tiem- 
po de  acomodarse  á  la  resistencia.  Era  grande  la  fama 
que  corria  en  el  ejército  católico  de  la  multitud  de 
gente  que  habia  acudido  á  su  defensa,  aunque  en  medio 
de  estas  informaciones  no  faltaban  algunos  que  sospe- 
chaban y  querían  hacer  creer  á  los  otros  hallarían  la  pla- 
za desierta  :  esta  voz  tomó  fuerzas  en  los  ministros  ca- 
talanes del  partido  del  Rey,  que  sin  otro  motivo  mas 
que  lisonjear  el  poder  calidico,  antes  querían  ocasio- 
narle que  ofrecerle  una  duda. 

Habia  sacado  el  Vélez  desde  Aragón  algunos  religio- 
sos capuchinos,  de  cuya  autoridad  pudiese  ayudarse, 
por  ser  su  hábito  grandemente  venerado  en  Cataluña  : 
pareció  conveniente  enviar  uno  de  aquellos  varones  á 
Cambriis ,  porque  les  amonestase  el  arrepentimiento  y 
les  comunicase  el  perdón;  ofrecióse  para  este  servicio 
fray  Ambrosio.  Partió  del  ejército,  y  en  su  guarda  una 
compañía  de  caballos ,  que  dejándole  á  vista  de  las  pri- 
meras trincheras,  y  á  un  trompeta  para  hacer  llamada, 
según  uso  de  la  guerra,  se  volvió  luego;  entró  fray 
Ambrosio,  y  le  recibieron  con  reverencia  y  cautela,  con- 
tra la  esperanza  ó  temor  de  los  castellanos ,  que  ya  por 
su  .demora  interpretaban  alguna  barbaridad;  pero  al 
día  siguiente  llegó  el  enviado  sin  daño  ni  provecho  de 
su  jornada ;  dijo  que  los  cabos  de  aquel  presidio  se  de- 
lerniiiiaban  á  morir  por  su  libertad :  es  calidad  del  mie- 
do crecer  las  cantidades  y  disminuirlas  distancias  de 
aquellas  cosas  que  se  temen.  Dio  con  su  información 
fray  Ambrosio  bastante  obediencia  á  esta  costumbre; 
contó  que  el  lugar  tenia  gran  multitud  de  gente;  que 
los  de  adentro  subían  su  número  á  quince  mil  hombres; 
pero  que  el  ruido  que  habia  escuchado  no  parecía  de 
menor  multitud.  Poco  después  aportó  una  barca  en  la 
marina, escapada  aquella  niíiñana  desde  el  muelle  de 
Tarragona,  y  confirmó  no  menos  la  confusión  que  el 
temor  de  la  ciudad  y  su  campo;  que  en  ella  se  recogía 
la  riqueza  de  los  lugares  vecinos ;  que  los  socorros  no 
hablan  llegado  hasta  entonces  en  número  considera- 
ble ,  y  que  los  ciudadanos  no  estaban  desaficionados  al 
concierto. 

El  Vélez,  confiriéndolo  con  otros  avisos,  halló  ser 
conveniente  dar  vista  por  aquellas  plazas  con  la  mayor 
brevedad  posible,  por  gozar  también  de  la  ocasión  de 
su  duda ;  y  aunque  el  campo  se  hallaba  afligido  por  fal- 
ta de  víveres,  no  dando  lugar  el  tiempo  á  su  conduc- 
ción por  agua,  todavía  entendiendo  que  de  cualquier 
suerte  era  una  misma  la  necesidad,  mandó  marchar  el 
ejército,  habiendo  primero  condenado  á  muerte  por  los 
jueces  catalanes  que  le  seguían  y  su  auditor  general, 
nueve  de  los  prisioneros,  por  dar  cumplimiento  al  ban- 
do. Fueron  ahorcados  de  las  mismas  almenas  del  Hos- 
pitalet,  hasta  entonces  hospital  de  peregrinos,  dedi- 
cado al  descanso  y  clemencia  de  los  miserables,  y  aho- 
ra lugar  de  suplicio  y  afrenta. 

Ausente  por  la  pérdida  del  Coll,  ron  poca  reputación, 
el  de  Zavallá;,  gobernaba  la  plaza  de  armas  de  Cambriis 
don  Antonio  de  Armengol ,  barón  de  Rocafort ;  era  cabo 
de  la  gente  del  campo  de  Tarragona  de  que  constaba 
el  presidio,  Jacinto  Vilosa ,  y  sargento  mayor  de  la  pla- 
za Cáríos  Metrola  y  de  Caldés;  hombres  todos  de  valor 
y  fidelidad  á  su  pairia.  Estos  tres  mandaban,  pero  mas 


Y  GUERRA  DE  CATALUÑA.  bOí) 

podemos  decir  que  obedecían  á  la  furía  y  desorden  de 
los  subditos  :  infeliz  y  dificultoso  gobierno  aquel  que 
se  constituye  sobre  gente  vil  y  bisoña,  donde  jamás  la 
industria  pudo  hallar  consonancia  entre  la  multitud  de 
sus  voces  y  sentimientos. 

Descubrióse  el  ejército  á  tiempo  que  los  de  la  plaza 
se  daban  priesa,  unos  por  salir,  y  por  enti-ar  otros,  por- 
que la  misma  fama  del  peligro  á  unos  hacia  temer  y  á 
otros  osar.  De  esta  suerte  se  hallaba  casi  toda  la  campa- 
ña cubierta  de  gente  del  campo,  que  concurría  al  so- 
corro, cuando  improvisamente  fué  asaltada  de  quinien- 
tos caballos  de  los  cruzailos ,  con  que  su  teniente  don 
Alvaro  llevaba  aquel  día  la  vanguardia. 

Formó  sus  batallones ,  pensando  que  el  enemigo  le 
esperaba  fuera  de  la  fortificación  por  impedirle  los  pues- 
tos que  pretendía  ocupar ;  empero  conociendo  en  su  de- 
sorden la  buena  fortuna,  dividió  en  tropillas  los  dos  ba- 
tallones de  los  lados ,  quedándose  firme  el  de  en  medio; 
hizo  señal  de  embestir,  y  se  ejecutó  con  valor;  los 
contrarios,  inadvertidos  de  su  daño,  ni  sabían  huir  ni 
defenderse;  deseaban  la  resistencia,  mas  no  la  concer- 
taban. Fueron  degollados  hasta  cuatrocientos  hom- 
bres ,  no  sin  algún  daño  de  los  españoles,  porque  algu- 
nos catalanes,  amparados  de  los  troncos  de  los  árboles, 
podían,  tirando  cubiertos,  ofenderlos  caballos;  mu- 
rieron y  salieron  heridos  algunos  soldados  de  las  tro- 
pas, entre  ellos  la  persona  demás  importancia,  don  Mi- 
guel de  Itúrbida,  c;.'Pal¡ero  navarro  del  orden  de  San- 
tiago, capitán  de  caballos  reformado. 

Recibió  el  Marqués  este  confuso  aviso  en  medio  de  la 
marcha ,  y  mandó  que  la  vanguardia  apresurase  el  paso 
por  dar  abrigo  á  la  caballería;  hizose,  pero  no  de  tal 
suerte  que  el  ejército  viniese  en  desorden ,  porque  se- 
gún las  informaciones,  cada  instante  se  poilia  esperar 
el  enemigo  con  su  grueso ,  dando  á  este  recelo  mas 
ocasión  los  bosques  aun  que  los  avisos. 

Esto  mismo  les  sucedía  á  los  de  la  plaza ,  que  viendo 
crecer  tanto  el  número  de  los  sitiadores,  y  conociendo 
por  otra  parte  la  desigualdad  de  sus  fuerzas  sin  llegar 
el  socorro  y  artillería  que  esperaban,  entendiendo  ser 
su  perdición  irremediable ,  enviaron  un  religioso  car- 
melita descalzo,  pidiéndole  al  General  mandase  suspen- 
der la  hostilidad  por  espacio  de  cuatro  días,  mientras 
daban  aviso  á  Barcelona. 

No  era  todo  temor  en  los  sitiados ,  sino  tentar  al  Vé- 
lez con  la  promesa,  por  ver  si  podían  dilatar  su  peligro 
hasta  ser  socorridos  como  lo  esperaban ;  mas  él,  recono- 
ciendo sus  ruegos,  respondió  que  si  libremente  entre- 
gasen la  villa  ú  las  armas  de  su  rey,  les  valdría  las  vi- 
das esta  diligencia,  y  que  si  se  resistian,  prometía  de 
pasaríos  á  todos  al  01o  de  la  espada ,  y  que  él  no  aguar- 
daba mas  por  su  reducción  que  lo  que  sus  tropas  tarda- 
sen en  ponerse  sobre  la  villa. 

El  Quiñones,  después  de  haber  con  su  caballería  apar- 
tado de  la  muralla  la  gente  que  no  pereció  en  la  campa- 
ña, repartió  sus  cuerpos  de  guardia  á  la  larga  por  las 
avenidas,  y  con  lo  restante  de  sus  caballos  ocupó  los 
puestos  importantes.  Era  el  mas  conveniente  un  con- 
vento de  San  Agustín ,  fundado  al  salir  de  la  villa ,  fron- 
tero de  la  puerta  príncipal,  en  parte  donde  las  balerías 
podían  ser  provechosas  á  los  sitiadores ;  procuró  hacer- 
se dueño  deél,  encomendándolo  á  algunosdelos  suyos. 
Entraron  como  armados,  acudieron  prontamente  á  la 


510  DON  FRANCISCO 

defensa  los  frailes;  hacen  aquellos  casos  lícitas  las  ar- 
mas á  todos,  pero  también  hacen  igual  el  peligro  :  hirió 
de  un  pistoletazo  un.religioso  &  un  soldado;  retiróse 
aquel,  y  otro  en  su  lugar  vengó  con  la  vida  del  que  se 
defendía  las  heridas  de  su  compañero :  no  paró  allí  la  fu- 
ria; mas,  ocasionada  de  la  imprudencia,  pasaron  á  ma- 
yor número  las  muertes,  á  mayor  grado  los  escándalos; 
quedó,  en  fin ,  el  convento  en  manos  de  los  soldados. 

Hallábase  junto  el  ejército ,  y  repartidos  los  cuarte- 
les y  ataques  contra  la  villa,  comenzóse  la  batería  con 
las  piezas  menores  sin  efecto ,  de  que  tomaban  ocasión 
los  sitiados  para  defenderse  con  mayores  bríos.  Salió 
el  Yélcz  con  pocos  que  le  seguían  ,  á  ver  una  plataforma 
que  batía  la  puerta  principal  de  la  plaza  :  era  este  el  lu- 
gar mas  empeñado  con  el  enemigo,  y  donde  se  recono- 
cía hasta  el  pié  de  la  muralla;  mas  habiéndose  descu- 
bierto con  demasiado  despejo,  cargaron  á  aquella  parte 
las  rociadas  de  la  mosquetería  contraria,  de  que  súbi- 
tamente cayó  el  Marqués  y  su  caballo,  lierido  por  la 
frente  de  un  balazo.  Todos  pensaron  haber  aquella 
hora  perdido  su  general,  juzgándole  muerto;  volvió 
presto  el  Veloz,  y  con  sosiego  digno  de  gran  capitán 
subió  en  otro  caballo,  templando  maravillosamente  en 
su  semblante  el  temor  y  ja  alegría. 

Hallábase  el  ejército  en  esta  sazón  por  todo  extremo 
miserable  y  falto  de  vituallas;  cosa  que  á  los  generales 
ponía  en  gran  desconsuelo ,  porque  la  queja  ó  la  lásti- 
ma de  los  hambrientos  no  dejaba  lugar  seguro  de  sus 
voces  :  obedecían  sin  gana ;  no  era  tema  ó  desagrado, 
porque  con  la  larga  abstinencia  se  iban  postrando  las 
fuerzias ;  acordóse  mandar  la  caballería  á  refrescar  por 
los  lugares  del  campo ,  y  fueron  entrados  Monroíg,  Al- 
cover ,  la  Selva  y  otros  que  se  hallaron  abundanlisímos 
de  todos  granos  y  bebidas.  Rcus ,  lugar  mayor  y  mas 
rico,  se  ofreció  voluntario  á  la  servidumbre  por  esca- 
parse de  la  furia  de  los  invasores;  Vallsy  algunos  mas 
entrados  á  la  montaña  lo  prometían  también;  fué  to- 
do de  considerable  alivio  para  la  hambre  del  ejército, 
aunque  este  mismo  remedio,  usado  desordenadamente, 
hubo  de  traer  otro  mayor  daño ,  porque  los  soldados, 
sin  respeto  á  ninguna  disciplina ,  dejaban  sus  puestos  y 
aun  sus  armas ,  y  caminaban  á  buscar  lo  que  veían  go- 
zar á  los  otros.  Este  descuido  dispertó  la  indignación 
con  que  los  paisanos  miraban  el  estrago  de  sus  pueblos 
y  haciendas;  salíanles  á  los  caminos,  y  hacían  en  ellos 
crueles  presas;  muchos  se  topaban  cada  día  muertos 
por  la  campaña ,  y  algunos  disformemente  heridos. 

Continuábase  la  batería  de  la  plaza  entre  tanto ,  y  se 
mejoraban  los  aproches  encargados  á  don  Fernando  do 
Ribera  y  al  conde  de  Tirón ;  porque ,  como  los  sitiados 
no  tenían  artillería  gruesa  con  que  detener  al  enemigo, 
ganábase  fácilmente  la  tierra.  Esto  mismo  hacia  mayor 
el  peligro  de  parte  de  los  sitiadores ,  porque  despre- 
ciando la  defensa  de  la  plaza ,  se  acercaban  sin  respeto 
á  la  mosquetería,  con  que  los  tercios  cada  instante  re- 
cibían gran  daño.  Excusóles  la  facilidad  de  la  empresa  el 
trabajo  de  abrir  trincheras ;  y  así ,  como  no  había  lugar 
reparado,  no  le  había  seguro.  Defendiéronse  con  valor  al- 
gunos días;  pero  viendo  que  por  horas  se  les  acercaba 
el  enemigo  y  que  ya  no  podían  excusarse  del  asalto ,  co- 
menzó la  gente  popular  á  inquietarse,  á  que  la  obliga- 
ba tanto  como  el  poder  del  ejército  el  descuido  de  Bar- 
celona ,  donde  sucedía  lo  que  suele  á  veces  con  la  nalu- 


MANLEL  DE  MELÓ. 

I  raleza,  que  no  sin  providencia  se  descuida  de  enviar 
I  espíritus  á  la  parte  del  cuerpo  ya  mortificado.  Así  la 
I  Diputación,  creyendo  la  pérdida  de  Cambrils,  no  dis- 
1  ponía  su  socorro  por  no  desperdiciarle,  previniéndolo 
á  otra  defensa. 

Algunos  catalanes  piensan,  y  lo  han  escrito ,  haber 
dentro  en  la  plaza  hombre  que,  sobornado  del  niíedi 
ó  del  interés,  tuvo  orden  de  arrojar  gran  cantidad  do 
pólvora  en  un  pozo,  porque  su  imposibilidad  los  trajese 
mas  brevemente  al  concierto.  Ellos,  en  fin,  lo  desea- 
ban, perdida  toda  e'^peranza  de  otro  remedio;  pusié- 
ronlo en  plática,  y  llamaron  por  el  cuartel  del  Ribera; 
respondióseles ,  y  se  entendió  querían  introducir  algún 
tratado :  arrojaron  poco  después  un  papel  abierto  en 
que  pedían  tregua  por  cuatro  dias,  y  se  disponían  á  es- 
cuchar cualquier  justo  acomodamiento.  Recibió  don 
Fernando  el  aviso,  remitióle  al  Vélez  con  la  persona  del 
maestre  de  campo  don  Luís  de  Ribera ,  porque  le  in- 
formase de  todo  lo  sucedido;  llegó  don  Luis  á  tiefnpo 
que  halló  al  General  con  casi  todos  los  cabos  del  ejér- 
cito en  su  estancia ;  propuso  á  lo  que  venia ,  poniendo  el 
pliego  en  manos  del  Vélez,  que  ni  atendió  cuidadosa- 
mente á  recibirle  ni  mostró  despreciarle;  pero  el  Tor-^ 
recusa,  que  se  hallaba  presente,  hombre  de  natural  ve- 
loz y  colérico ,  mostró  gran  desplacer  de  la  proposición 
y  aun  de  la  embajada,  hablando  contra  todo  con  aspe- 
reza. No  era  aquel  su  ánimo  del  Vélez,  antes  interior- 
mente deseaba  escuchar  los  sitiados;  mas  detanído  en 
ver  que  el  Torrecusa  ,  no  español ,  se  declaraba  tanto 
contra  el  atrevimiento  de  los  catalanes ,  paróse  cuerda- 
mente pensando  en  cómo  podría  concertar  aquellas  con- 
tradicciones :  hallábase  á  la  mesa  cuando  llegó  el  aviso, 
mandó  á  don  Luís  se  volviese  sin  haberle  respondido 
nada;  platicó  con  los  mas,  y  encaminó  el  discurso  á 
otras  cosas. 

No  se  divertía  el  Torrecusa ;  mas  antes  considerando 
profundamente  el  negocio,  el  estado  en  que  se  halla- 
ban las  armas  del  Rey,  y  en  la  súbita  resolución  que  ha- 
bía tomado  en  todo ,  vino  á  caer  en  gran  silencio,  y  sin 
hablar,  mirar  ni  oirá  ninguno,  se  estuvo  así  un  espa- 
cio, al  cabo  del  cual,  como  sí  verdaderamente  salie- 
ra de  un  parasismo,  levantóse  en  pié,  y  dijo  al  Vélez 
que  él  conocía  de  su  natural  ser  mas  acomodado  á  la 
obra  que  no  al  consejo ;  que  le  suplicaba  se  sirviese  an- 
tes de  su  corazón  que  de  su  discurso;  que  á  veces  pro- 
curaba huir  de  sus  caprichos,  pero  que  su  mismo  es- 
píritu lo  llevaba  á  encontrarse  con  exquisitas  opiniones; 
que  había  hablado  con  poca  consideración  en  lo  que  di- 
jera ;  que  el  haberlo  pensado  después  le  ponía  en  obli- 
gación de  desdecirse  por  sí  mismo ,  antes  que  el  daño 
fuese  irremediable;  que  ya  se  le  estaba  representando 
aquel  ejército  fatigado  de  la  hambre,  todas  las  espe- 
ranzas de  su  socorro  puestas  en  los  vientos,  y  ellos  sin 
señales  de  cj)mpadecerse ,  según  porfiaban;  que  el  lu- 
gar se  había  defendido  algunos  dias,  y  lo  podía  hacer 
otros  tantos,  siendo  así  que  menos  bastaban  á  caer  su 
gente  en  desesperación;  que  el  sitio  de  la  miseria  que 
el  ejército  padecía,  era  mas  apretado  que  el  en  que 
se  hallaba  la  plaza ;  que  si  aquella  impaciencia  les  obli- 
gase á  anticipar  el  asalto,  forzosamente  habrían  de 
perder  en  él  buena  parte  de  gente  principal,  pues 
siendo  la  primera  acción  de  su  valor,  se  arrojaría  toda 
al  temprano  peligro;  que  no  solo  les  daban  el  lugar  los 


MOVIMIENTOS,  SEPARACIÓN 

que  se  lo  entregaban,  mas  que  también  de  sus  manos 
recibían  las  vidas  que  excusaban  de  perder ;  que  por  la 
misma  razón  que  eran  vasallos,  no  se  debian  apartar 
del  perdón,  antes  concedérseles  á  todos  tiempos;  que 
lo  contrario  parecería  buscar  la  ruina,  y  no  el  remedio; 
que  su  parecer  era  se  oyesen  los  que  llamaban ,  y  se 
les  hiciese  todo  el  favor  posible,  recibiendo  la  plaza. 

Dijo,  y  dejó  á  todos  admirados,  no  menos  de  su  mu- 
danza ,  siendo  cosa  contra  su  condición ,  que  del  gran 
valor  que  mostrara  en  reducirse  solo  á  las  voces  de  la 
razón,  pudiéndose  notar  como  caso  raro  en  siglos  don- 
de se  practican  las  obstinaciones  como  grandeza  de 
ánimo,  principalmente  en  los  poderosos,  cuyos  errores 
parece  que  nacen  ajenos  de  arrepentimiento,  como  si 
la  terquedad  fuera  mas  decente  á  las  púrpuras  que  la 
enmienda. 

Escuchó  el  Vélez  benignamente  las  palabras  del  Tor- 
recusa,  mas  con  gentil  artificio  no  quiso  seguirlas 
sin  otras  ponderaciones;  mandó  luego  á  todos  los  que 
podían  votar  dijesen  lo  que  se  les  ofrecía.  Fué  co- 
mún el  aplauso  en  los  circunstantes,  y  los  que  habla- 
ron solo  engrandecieron  el  sentimiento  del  Torrecu- 
sa.  Mostró  que  lo  pensaba  algo  mas  el  Vélez,  y  reso- 
luto en  lo  mismo  de  que  nunca  había  dudado,  ordenó 
al  maestre  de  campo  don  Francisco  Manuel  se  fuese  á 
ver  con  el  Ribera ,  y  advírtiéndole  de  su  voluntad  (sin 
llamarle  mas  de  permisión),  entrambos  ajustasen  el 
negocio,  rehusando  todo  lo  posible  el  modo  común  de 
capitulaciones,  que  los  reales  juzgaban  por  Cosa  in- 
decente, pero  que  la  plaza  se  recibiese  de  cualquier 
suerte. 

Había  don  Fernando  ajustado  con  los  sitiados  una 
suspensión  de  armas  por  dos  horas,  porque  como  el 
Marqués  alojaba  distante ,  era  necesario  todo  aquel  es- 
pacio para  darle  y  recibir  el  aviso.  Duraba  todavía  la 
suspensión  cuando  llegó  don  Francisco  con  la  nueva 
orden;  antes  que  los  catalanes  recibiesen  el  primer  de- 
sengaño ,  hicieron  llamada  los  sitiadores  y  salieron  al 
pié  de  la  muralla  don  Fernando,  don  Francisco,  don 
Luís  de  Ribera  y  don  Manuel  de  Aguiar ,  sargento  ma- 
yor del  regimiento  de  la  guardia.  Bajó  de  los  sitiados 
el  barón  deRocafort,  Vílosa  yMetrola,  y  cuando  se  co- 
menzaba á  introducir  entre  ellos  la  plática  de  las  cosas, 
se  tocó  al  arma  improvisamente  en  los  cuarteles  y  villa; 
con  esta  ocasión ,  dejando  el  negocio  imperfecto,  se  re- 
tiraron unos  y  otros  con  gran  peligro  de  los  de  afuera, 
que  pasaron  á  su  ataque  descubiertos  á  las  bocas  de  los 
mosquetes  contrarios.  Fué  que  como  los  irlandeses,  por 
estar  mas  cerca  y  haber  recibido  mayor  daño  de  la  pla- 
za, deseasen  que  por  sus  cuarteles  se  hiciesen  las  lla- 
madas y  negociaciones,  celosos  de  los  españoles,  ape- 
nas se  había  acabado  precisamente  el  término  de  las  dos 
horas,  cuando  ignorante  ó  disimulando  el  conde  de  Ti- 
rón las  pláticas  del  tratado,  hizo  romper  la  tregua  con- 
tra los  que  en  aquella  seguridad  se  asomaban  descuida- 
dos por  la  muralla.  Entendió  don  Fernando  el  suceso, 
y  avisó  al  irlandés,  que  no  acababa  de  reducirse ;  pero 
en  fin,  habiéndose  detenido,  volvió  á  salir  el  Aguiar  con 
muestras  de  gran  valor  á  solicitar  la  segunda  plática; 
continuóse  la  tregua ,  y  se  volvió  al  tratado.  Duró  poco 
la  negociación,  y  sin  otro  papel  ó  ceremonia ,  como 
gente  inexperta  en  aquel  manejo,  el  Barón  y  los  dos 
prometiei'ou  ponerla  plaza  en  manos  del  marqués  de 


Y  GUERRA  DE  CATALUÑA.  ni  í 

los  Vélez  en  nombre  del  rey  don  Felipe ,  sin  mas  parti- 
do ó  concierto  que  esperar  toda  clemencia  y  benigni- 
dad ,  como  se  podían  prometer  de  un  general  del  Rey 
Católico,  casi  natural ,  de  sangre  ilustre  y  de  ánimo  pió. 

Con  este  ajustamiento,  que  se  quedó  en  la  verdad  de 
unos  y  en  la  esperanza  de  otros ,  se  partió  don  Fran- 
cisco á  dar  razón  al  Vélez  de  lo  sucedido ,  que  con  mu- 
cho aplauso  recibió  la  nueva ,  y  aprobó  todo  lo  que  se 
había  obrado,  juzgándolo  por  conveniente  al  estado  de 
las  cosas,  sin  ofensa  á  la  majestad  del  Rey  y  reputa- 
ción de  las  armas. 

Dejóse  la  entrega  para  el  otro  día  ,  temiéndose  que 
si  luego  se  ejecutaba,  podia  causar  gran  turbación  al 
ejército,  donde  todos  esperaban  el  saco,  no  con  menos 
ira  que  ambición.  Es  uso  en  tales  casos  poner  el  ejér- 
to  sobre  las  armas;  porque,  estando  firme  cada  uno  en 
su  puesto,  no  dé  ocasión  al  tumulto  :  olvidóse  ó  disi- 
muló el  ToiTccusa  esta  diligencia ,  quizá  por  entender 
que  la  ocasión  no  merecía  ser  tratada  con  los  mismos 
respetos  que  las  grandes.  Mandó  que  solas  dos  compa- 
ñías de  caballos  ciñiesen  la  puerta  por  donde  habían  de 
salir  los  rendidos;  pero,  después  de  cerrada  la  medía- 
luna  de  la  caballería,  se  comenzó  á  inquietar  la  gente  y 
cargar  allí  con  sumo  desorden ;  en  fin ,  se  ejecutó  la 
salida  en  presencia  del  Torrecusa  y  algunos  maestres 
de  campo. 

Salían,  y  los  soldados,  gente  que  por  su  oficio  pien- 
sa es  obligada  al  daño  común ,  hacían  excesos  por  des- 
balijar  los  catalanes  :  algunos  lo  sufrían,  según  la  mi- 
sería  en  que  se  hallaban;  otros  con  entereza  se  defen- 
dían, como  les  era  lícito.  Dio  principio  al  lamentable 
caso  que  escribimos  la  codicia  é  insolencia,  antiguo 
origen  de  los  mayores  males;  metióse  por  entre  los  ca- 
ballos un  soldado  á  quitarle  á  un  rendido  la  capa  gas- 
cona con  que  venía  cubierto;  forcejó  el  rendido  en  de- 
fendería ,  y  el  soldado  porfió  en  quitársela ;  sacó  un  al- 
fanje el  catalán,  hirió  al  soldado  :  quisieron  los  de  la 
caballería  castigar  su  atrevimiento  dándole  algunas 
cuchilladas;  por  lo  cual,  temerosos  aquellos  que  lo 
miraban  mas  de  cerca ,  pensando  que  la  muerte  les 
aguardaba  engañosamente,  procuraron  escaparse  por 
todas  partes,  sin  mas  tino  que  el  débil  movimienlo  que 
les  ministraba  el  temor.  Otros  soldados  de  la  caballe- 
ria,  que  no  habían  sabido  el  principio  de  su  alteración, 
sacaron  las  espadas,  oponiéndose  á  la  fuga  de  los  que 
miserablemente  huían  del  antojo  á  la  muerte  :  espar- 
cióse luego  en  el  campo  una  maldita  voz  que  clamaba 
traición  repetidamente,  de  quien  sin  falta  fué  autor  al- 
guno de  los  heridos,  porque  entre  ellos  tenía  mas  apa- 
riencia de  poder  pensarse  y  temerse  que  no  dentro  de 
un  ejército  armado  y  vencedor.  Todos  gritaban  trai- 
ción; cada  uno  ja  esperaba  contra  sí ,  y  no  fiaba  de 
otro  ni  se  le  acercaba  sino  cautelosamente;  no  se  oían 
sino  quejas,  voces  y  llantos  de  los  que  sin  razón  se  veian 
despedazar ;  no  se  miraban  sino  cabezas  partidas,  bra- 
zos rotos,  entrañas  palpitantes;  todo  el  suelo  era  san- 
gre, todo  el  aire  clamores;  lo  que  se  escuchaba,  ruido; 
lo  que  se  advertía,  confusión;  la  lástima  andaba  mez- 
clada con  el  furor;  todos  mataban,  todos  se  compade- 
cían ,  ninguno  sabía  detenerse.  Acudieron  los  cabos  y 
oficiales  al  remedio ,  y  aunque  prontamente  para  la 
obligación ,  ya  tan  tarde  para  el  daño ,  que  yacían  de- 
gollados en  poco  espacio  de  campaña  casi  en  un  instan- 


512 


DON  FRANCISCO  MANUEL  DE  MELÓ. 


te  mas  de  setecientos  hombres,  dándoles  un  miserable 
espectáculo  á  los  ojos.  Aumentó  su  turbación  ver  el 
ejército  puesto  en  arma;  atónitos,  se  preguntaban  unos 
&  otros  la  causa  y  el  orden  con  que  babian  de  haberse; 
sosegóse  la  furia  de  la  caballeria,  porque  fallaron  pres- 
to vidas  en  que  emplearse;  pasó  aquel  ültscuro  nublado 
de  desastres ,  y  se  mostró  la  razón,  y  tras  ella  el  dolor 
y  la  afrenta  de  haberla  perdido. 

Salia  el  Yélez  de  su  cuartel  á  caballo  cuando  recibió 
la  nueva  del  suceso,  y  aunque  todos  le  disminuían  á 
lin  de  templar  su  desconsuelo,  todavía  habiendo  oido 
el  lamentable  caso,  y  juzgando  por  la  gran  inquietud 
de  todos  su  violencia,  volvióse  atrás,  y  se  retiró  á  su 
aposento,  donde  ninguno  le  vio  aquel  dia  sino  los  muy 
suyos.  Lloró  el  suceso  cristianamente,  abominó  el  he- 
cho con  palabras  de  grandísimo  dolor ,  diciendo  que  si 
viera  delante  de  sus  ojos  despedazar  dos  hijos  que  te- 
nia, no  igualara  aquel  sentimiento;  que  ofreciera  con 
gran  constancia  las  inocentes  vidas  de  sus  hijuelos,  á 
trueco  de  que  no  se  derramase  la  sangre  de  aquellos 
miserables;  palabras  cierto  dignas  de  un  caballero  ca- 
tólico, y  que  yo  escribo  con  entera  fe,  habiéndolas  oido 
de  su  boca,  y  me  hallo  obligado  á  escribirlas,  por  la 
gran  diferencia  con  que  algunos  papeles  de  los  que  se 
han  hecho  públicos  hablan  de  este  caso. 

No  descansaba  el  Torrecura  y  los  maestres  de  cam- 
po de  sosegar  el  ejército,  trabajando  lo  posible  por  re- 
ducir la  gente  á  órdon  militar;  consiguióse  larde ;  en- 
terráronse los  muertos  con  gran  diligencia,  disinmlan- 
do  su  número,  como  si  verdaderamente  con  ellos  se 
enterrase  el  escándalo ;  apartaron  de  los  ojos  los  lasti- 
mosos cadáveres;  cubrieron  los  cuerpos  y  la  sangre, 
mas  no  la  memoria  de  un  tal  hecho.  ( Semejante  lo  es- 
cribe en  Jubiles  nuestro  don  Diego  de  Mendoza  en  la 
Guerra  de  Granada ;  parece  que  como  nos  dio  la  luz 
para  escribir,  nos  ministra  el  ejemplo.)  Después  se  en- 
tendió en  el  saco,  repartiéndose  la  villa  por  cuarteles  á 
tercios,  según  uso  de  la  guerra. 

Habíase  tratado  en  junta  particular  de  los  jueces  ca- 
talanes que  seguían  al  ejército  qué  género  de  castigo 
se  daría  á  los  compreliendidos  en  el  bando  real  im- 
puesto al  Principado;  porque,  según  el,  todos  eran 
convencidos  en  crimen  de  traición  y  rebelión ,  y  por 
esto  dignos  de  muerte ;  porque  el  tratado  no  les  con- 
cedía mas  de  la  esperanza  del  perdón,  que  no  obligaba 
al  Rey  cuando  la  piedad  se  contraviniese  con  la  con- 
veniencia ;  que  ellos  se  habían  entregado  á  disposición 
y  arbitrio  de  los  vencedores;  que  sus  vidas  eran  enton- 
ces dos  veces  de  su  señor,  la  una  como  vasallos,  la 
otra  como  delincuentes.  Determinóse  que  para  poder 
satisfacer  al  castigo  sin  faltar  ala  clemencia,  conve- 
nia una  ejemplar  demostración  en  las  cabezas,  ordena- 
da al  temor  de  los  poderosos,  en  cuyas  manos  estaba  el 
gobierno  común ,  y  que  con  los  otros  se  podía  usar  mi- 
sericordia, dándoles  vida. 

El  Yélez  no  se  atrevía  á  perdonar  ni  deseaba  el  cas- 
tigo; parecióle  mas  seguro,  hallando  dificultades  en  to- 
do, dejará  la  justicia  que  obrase;  pero  aquellos  minis- 
tros, hombres  de  pequeña  fortuna,  ambiciosos  délos 
frutos  de  su  fidelidad,  no  descubrían  otra  satisfacción 
sino  la  sangre  de  sus  miserables  patricios.  Con  este 
pensamiento  y  la  libertad  en  que  el  Vélez  los  había  de- 
j-ído  para  que  ejecutasen  sin  dependencia  las  materias 


de  justicia,  prendieron  al  punto  los  cabos  y  magistrado 
de  la  villa;  eran  el  Rocafort,  Vilosa  y  Metrola  ,  con  los 
jurados  y  baile  :  fulminóseles  el  proceso  aquella  misma 
larde,  sin  que  se  les  diese  noticia  de  sus  cargos  ó  ad- 
mitiese alguna  defensa  de  ellos.  Lo  primero  que  enten- 
dieron, después  de  su  temor,  fué  la  sentencia  de  muer- 
te, que  se  ejecutó  aquella  noche,  dándoles  garrote  en 
secreto  :  amanecieron  colgados  de  las  almenas  de  la 
plaza,  y  con  ellos  sus  insignias  militares  y  políticas, 
porque  la  pena  no  parase  en  solo  la  persona ,  antes  se 
extendiese  á  la  dignidad ,  amenazando  de  aquella  suer- 
te todos  los  que  las  ocupaban  en  deservicio  de  su  rey. 

Miróse  con  gran  espanto  de  todo  el  ejército,  y  se  es- 
cuchó con  excesivo  enojo  del  Principado  la  muerte  de 
los  condenados.  Entre  los  castellanos  pensaban  algu- 
nos se  había  hecho  violencia  á  las  palabras  de  su  entre- 
ga; porque  los  catalanes  verdaderamente,  creyendo 
que  negociaban  con  mas  liberalidad  el  perdón,  no  le 
especificaron  en  el  tratado  :  es  fácil  cosa  de  entender 
que  ninguno  había  de  concertar  su  muerte ,  por  mayor 
que  fuese  el  [ieligro.  De  este  parecer  eran  todos  los  que 
manejaron  la  entrega;  pero  sentían,  mas  no  reme- 
diaban. 

Con  los  mas  rendidos  se  usó  diversamente,  según  los 
diferentes  pueblos  de  que  eran  naturales';  salieron  li- 
bres los  vecinos  de  los  que  habían  recibido  las  armas 
católicas,  condenando  á  galeras  los  moradores  de  las 
villas  que  seguían  la  voz  del  Principado. 

También  á  la  plaza  no  quedó  solo  el  castigo  de  las 
baterías  y  el  saco;  mandóse  arrasar  la  muralla;  era 
grande  la  obra,  pedia  mas  largo  tiempo  de  lo  que  el 
ejército  podía  detenerse ;  contentáronse  de  batir  una 
cortina  principal  hasta  ponerla  por  tierra,  y  volar  cou 
una  mina  la  mayor  torre. 

Era  Cambrils  lugar  de  cuatrocientos  vecinos,  puesto 
casi  junto  al  agua,  en  medio  de  una  vega,  fértil  de  viñas 
y  olivares ;  y  así  por  esto  como  por  su  ancón ,  capaz  de 
embarcaciones  pequeñas,  rico  y  nombrado  entre  los 
del  famoso  campo  de  Tarragona ,  plaza  de  armas  prin- 
cipal de  toda  aquella  frontera,  desde  entonces  acá  cé- 
lebre por  su  estrago. 

Alegrábanse  en  demasía  los  hombres  fáciles  é  in- 
considerados con  los  buenos  sucesos  del  ejército ,  y 
juzgaban  la  guerra  por  acabada  brevemente ,  según  el 
paso  á  que  caminaban  venciendo.  No  se  puede  llamar 
buena  suerte  aquella'que  solo  favorece  los  cortos  em- 
pleos; antes  entre  los  prudentes  causa  algún  género  de 
temor  ver  que  la  felicidad  se  encamine  á  cosas  peque- 
ñas ;  porque ,  según  la  experiencia  muestra ,  de  ordi- 
nario se  siguen  grandes  trabajos  á  las  menores  prospe- 
ridades. Así  discurría  el  Vélez,  casi  temeroso  de  lo  su- 
cedido, cuando  pensaba  en  el  valor  de  las  cosas  que  le 
faltaban  por  emprender. 

Hallábase  jimto  á  Tarragona,  ciudad  grande  y  forti- 
ficada (según  los  avisos),  socorrida  con  armas  auxilia- 
res y  cabos  expertos :  su  ejército  falto,  particularmente 
de  artillería  conveniente  para  las  baterías  gruesas,  po- 
brísimo  de  vituallas,  y  casi  cerrado  el  puerto  que  de- 
jaba á  las  espaldas  para  ser  socorrido.  Ni  el  Caray  y  sus 
seis  mil  infantes,  de  que  el  Rey  avisaba,  ni  las  galeras 
para  servicio  del  ejército  habían  llegado :  conocíalo ,  y 
lo  temía  todo ;  porque  de  la  falla,  y  aun  de  la  tardanza, 
de  cualquiera  de  estas  cosas  pendía  el  acierto  y  dichoso 


MOVIMIENTOS,  SEPARACIÓN 
fin  de  aquella  guerra ,  en  que  todo  el  mundo  tenia  los 
ojos,  y  de  que  España  esperaba  su  bien  y  quietud. 

Entendió  su  cuidado  el  duque  de  San  Jorge,  á  quien 
la  edad  y  gallardía  de  espíritu  incitaba  á  que  buscase 
una  gran  fama  por  medio  de  algún  emitiente  suceso  : 
cosa  contra  todas  las  reglas  de  la  prudencia ,  porque 
á  los  famosos  varones  no  será  tan  loable  emprender  los 
casos  arduos  voluntariamente,  cuanto  el  llevar  cons- 
tantes aquellos  en  que  los  metió  la  fortuna. 

Habia,  como  dijimos,  entendido  sus  pensamientos 
del  Vélez,  y  ofreció  fácilmente  ganarle  á  Tarragona  por 
interpresa  la  noche  siguiente.  Ni  la  habia  visto  ni  sa- 
bia de  su  defensa  mas  de  lo  que  le  informaban ;  resol- 
vióse temerario ;  mas  aun  así ,  supo  dar  tales  razones, 
que  juntas  á  la  necesidad  y  á  lo  que  se  liaba  de  su  valor, 
hacian  apariencia  de  posibilidad,  en  que  el  deseo  suele 
acudir  á  ios  ánimos  que  dejan  atropellarse  de  fantas- 
mas. Tanto  dijo  el  Duque  y  con  tal  afecto,  que  el  Vélez 
intentó  enviarle:  detúvose  admirablemente,  difiriéndo- 
lo hasta  el  otro  dia;  pero  tratándolo  después  con  perso- 
nas de  su  consejo,  salió  de  aquella  inclinación,  y  mandó 
que  marchase  el  ejército;  y  también  sobre  el  camino 
que  debia  seguirse  levantaron  dudas. 

Hacen  el  mar  y  tierra  entre  Cambrils  y  Tarragona 
un  puerto  asaz  nonjbrado  en  toda  la  costa  meridional 
de  España ,  dicho  Salou,  famoso  antiguamente  por  el 
hospedaje  de  la  armada  de  Cneyo  Escipion ,  donde  la 
guardó  y  detuvo  contra  Aníbal.  Allí ,  por  conveniencia 
de  las  galeras,  que  desde  Barcelona  á  Vinaroz  no  hallan 
otro  abrigo  acomoJado ,  comenzó  á  fabricar  Carlos  V 
un  fuerte  pequeño  de  cuatro  baluartes  en  la  eminen- 
cia del  puerto  :  llegó  la  obra  casi  á  ponerse  en  de- 
fensa por  la  parte  de  la  marina;  pero  en  los  caba- 
lleros que  miran  á  la  campaña,  como  cosa  entonces 
menos  necesaria,  no  igualó  los  mas.  En  este  estado  la 
dejó  aquel  gran  capitán  y  glorioso  monarca ,  y  lo  con- 
servó el  descuido  de  las  edades  pacíficas  que  sucedie- 
ron á  su  imperio,  hasta  que,  abiertas  en  España,  como 
en  Roma,  las  puertas  de  Jano,  volvió  otra  vez  la  guerra 
á  levantar  su  edificio  por  mano  de  los  catalanes  con  vi- 
vísimo cuidado  de  prevenir  la  defensa  de  aquel  puerto, 
mas  que  ningún  otro  dispuesto  á  sus  designios,  y  peli- 
groso por  invasión  de  armadas.  Habíanle  puesto  de  tal 
suerte,  que  pareció  capaz  de  recibir  y  conservar  presi- 
dio :  esta  era  la  noticia  de  sus  fuerzas  con  que  el  ejército 
se  hallaba,  y  si  bien  en  lo  mas  se  habla  siempre  dudoso, 
todos  creían  que  el  fuerte  se  prevenía  para  la  defensa. 

Marco  Antonio  Gandolfo,  teniente  de  maestre  de 
campo  general,  ingeniero  mayor  del  ejército ,  hombre 
de  gran  suficiencia  en  las  fortificaciones,  habiendo  re- 
conocido el  fuerte,  era  de  parecer  no  se  embarazase  el 
ejército  en  cosa  de  tan  poca  importancia ,  que  á  la  vista 
de  los  escuadrones  solamente  esperaba  se  entregase; 
decía  que  no  era  conveniente,  cuando  sabían  que  Tar- 
ragona, plaza  principal,  hallaba  corto  el  tiempo  para 
sus  preparaciones,  se  lo  aumentasen  ellos  tardando  mu- 
chos días  en  ir  sobre  ella;  que  esta  tardanza  vendría 
á  ser  el  mayor  socorro  que  le  deseaban  sus  amí¿.os; 
que  hecha  la  frente  sobre  la  ciudad,  cuando  el  fuerte 
se  resistiese,  se  podía  entonces  fácilmente  enviar  algu- 
oa  gente  suelta  á  aquel  servicio ,  cuanto  mas  que  la 
costumbre  de  los  ejércitos  era  postrar  con  la  opinión 
ludo  lo  que  no  podría  defenderse. 

H-i. 


Y  GUERRA  DE  CATALUÑA.  KI3 

0[tú.sose  á  su  parecer  el  Torrecusa,  ó  porque  enten- 
diese lo  contrario,  como  mostraba,  ó  porque  natural- 
mente aborrecía  al  Marco  Antonio,  viéndole  en  suma 
estimación  de  soldado  y  mayor  crédito  cerca  del  Conde 
Duque  que  ningún  otro  de  su  orden.  Arrimábase  el  Tor- 
recusa á  aquella  máxima  de  la  guerra,  á  su  parecer  in- 
dispensable, de  no  dejar  plaza á  las  espaldas;  anadia 
que  sobre  ser  plaza,  era  puerto  capaz  de  recibir  socor- 
ros dañosos  al  ejército ,  que  no  podía  llegar  á  impedír- 
selos de  lejos ;  que  sí  llegasen  en  aquella  sazón  las  ga- 
leras de  España  y  la  gente  que  esperaban  de  Rosellon, 
se  hallarían  sin  puerto  en  que  recogerlas ;  que  el  in- 
vierno riguroso  no  hacia  fácil ,  sino  imposible ,  la  des- 
embarcacion  en  la  marina ;  que  entonces  les  seria  for- 
zoso volver  atrás  por  ganar  lo  que  habían,  despreciado 
primero. 

El  Vélez  se  inclinaba  mas  al  parecer  del  Gandolfo, 
mas  viendo  que  su  maestre  de  campo  general  lo  im- 
pugnaba constante,  mandó  siguiesen  su  orden,  y  el 
ejército  se  fué  á  alojar  en  un  llano  que  yace  entre  Saluu 
y  Villaseca ;  esta  al  septentrión  y  aquel  á  mediodía,  dis- 
tantes uno  del  otro  poco  mas  de  media  legua.  Era  Vi- 
llaseca lugar  corto,  mas  cerrado,  fortalecido  de  una 
iglesia  antigua  y  fuerte,  eminente  por  su  fábrica,  no 
por  su  sitio ,  á  todo  el  pueblo ;  con  lo  que  se  prevenía 
á  la  defensa ,  obligado  de  las  órdenes  de  Tarragona. 

Marchaba  el  Vélez  la  vuelta  del  puerto  y  villa,  cuan- 
do en  el  camino  recibió  un  pliego  y  mensajero  de  per- 
sona particular  (cuyo  nombre  se  calla  por  ser  ajeno  do 
mí  intención  dañar  á  ninguno  con  esta  escritura ,  ofre- 
cida solamente  al  aprovechamiento  de  todos).  Dábale 
cuenta  del  estado  de  Barcelona ,  hacia  juicio  de  los  áni- 
mos de  sus  moradores ,  avisaba  y  prevenía  algunas  co- 
sas tocantes  al  partido  real ,  pedia  moderación  en  la 
hostilidad  de  algunos  lugares.  La  atención  del  Vélez  en 
recibir  la  carta ,  y  las  cautelas  con  que  fué  agasajado 
el  que  la  traía,  hizo  que  de  ella  se  esperasen  mayores  co- 
sas de  las  que  á  la  verdad  contenía.  Si  fueron  otras,  no 
llegaron  entonces  á  nuestra  noticia. 

Continuóse  la  marcha,  y  el  Torrecusa,  con  cuatro 
tercios  de  la  vanguardia,  se  puso  sobre  el  fuerte,  for- 
mando sus  escuadrones  al  pié  de  la  montaña  mas  dila- 
tada que  eminente,  en  que  está  fundado  el  castillo,  y 
ocupando  con  el  regimiento  de  la  vanguardia  el  cuartel 
de  la  batería;  compúsola  de  cuatro  medios  cañones, 
hizo  cubrir  la  gente,  repartió  los  cuerpos  de  guardia 
de  caballería  é  infantería  á  las  partes  por  donde  podía 
bajar  el  socorro ,  y  habiéndolo  dispuesto  con  suma  bre- 
vedad ,  comenzó  á  batir  al  primer  cuarto  de  la  noche. 

La  retaguardia,  gobernada  del  Xelí,  avanzó  todo  lo  po- 
sible, y  fué  á  amanecer  sobre  Villaseca;  defendíala 
monsieur  de  Sania  Colomba ,  teniente  de  mariscal  do 
campo,  con  trescientos  naturales  y  algunos  franceses 
que  le  acompañaban ;  habíale  convidado  el  Espernan  el 
(lia  antes  para  reconocer  la  capacidad  del  sitio  y  defen- 
sas, por  si  fuese  conveniente  embarazar  allí  al  contra- 
rio cuando  intentase  atacar  á  Tarragona. 

Batíale  el  Xelí  furiosamente,  como  en  oposición  al 
Torrecusa,  que  habia  comenzado  primero;  continuá- 
ronse unas  y  otras  baterías,  hasta  que  casi  en  una  hora 
misma  Villaseca  fué  entrada  por  brecha  y  asalto  con  po- 
ca resistencia,  y  menor  daño  del  ejército,  y  Salou  se  en- 
tregó por  monsieur  de  Aubiñí,  que  la  defendía.  Fuera 

33 


514  DON  FRANCISCO  MANUEL  DE  MELÓ 

venido  al  mismo  tiempo  y  servicio  que  el  Sania  Colom 


ba  á  Villaseca  :  quedaron  los  dos  prisioneros  y  un  cón- 
sul de  Tarragona,  que  se  hallaba  dentro  del  castillo,  y 
tratáronlos  con  gran  diferencia,  á  que  su  natural  dio 
causa,  Al  Santa  Colomba  se  guardó  aquel  respeto  que 
en  la  guerra  se  debe  á  tales  liombres,  porque  el  impe- 
rio no  contradice  la  urbanidad ,  antes  la  engrandece. 
El  Aubiñí  fué  llevado  á  prisión ,  retirándole  con  poca 
cortesía,  después  de  haber  hablado  sin  comedimiento 
á  los  generales  en  demanda  de  su  libertad. 

Enviara  Espernan  el  dia  antes  (no  sin  industria)  un 
trompeta  y  carta  al  Torrecusa ,  en  memoria  del  cono- 
cimiento que  habían  tenido  desde  la  guerra  de  Sálses; 
fundaba  así  la  razón  el  haberle  escrito;  preciábase  de 
tenerle  por  cojilrario  ( llega  la  vanidad  de  algunos  á  ha- 
cer gloria  del  odio ,  como  la  pudieran  hacer  de  la  amis- 
tad) :  decíale  que  se  hallaba  defendiendo  aquella  plaza, 
que  deseaba  entender  el  modo  de  hacer  la  guerra;  que 
pareciéndole  conveniente,  podían  asentar  el  cuartel  y 
canje  sin  diferencia  de  catalanes  y  franceses,  según  el 
uso  de  las  naciones  políticas.  Causó  esta  proposición 
gran  cuidado  en  los  ánimos  de  muchos;  llamó  el  Vélez 
á  consejo,  y  allí  fué  mayor  la  diferencia;  después  se  re- 
dujeron todos  al  parecer  del  San  Jorge ;  respondióse  al 
Espernan  que  primero  quisiese  declarar  por  cuál  ra- 
zón se  hallaba  dentro  de  los  reinos  de  España  haciendo 
guerra,  si  como  capitán  del  Rey  Cristianísimo  enemigo 
y  quejoso  del  Católico ,  ó  si  como  auxiliar'de  una  nación 
rebelde  á  su  señor  natural.  A  dos  fines  se  encaminaba 
esta  respuesta :  el  primero  á  excusarse  de  diferir  luego 
en  materia  de  tanta  importancia ,  en  que  la  experiencia 
podia  aconsejar  mejor  que  el  discurso;  el  segundo  ádarle 
á  conocer  á  Espernan  que  quien  advertía  la  diferencia 
de  los  asuntos  de  la  guerra  sabría  no  menos  acomodar- 
se á  ellos  en  el  modo  de  ella ,  según  su  resolución.  Con 
esto  pretendían  también  templar  su  orgullo,  dándole  á 
temer  lo  mismo  que  temían ;  aunque  su  intención  era 
íirmísima  de  conceder  el  cuartel ,  así  como  lo  pedía  el 
francés. 

Tardó  la  respuesta  de  Espernan ,  porque  igualmente 
esperíd-)a  le  aconsejase  el  suceso  para  sabei  se  determi- 
nar, y  tomando  esta  ocasión  el  San  Jorge ,  hombre  afi- 
cionado á  la  nación  y  lengua  francesa,  introdujo  su  plá- 
tica con  el  de  Santa  Colomba ,  diciéndole  que  extniñaba 
mucho  que  su  general  quisiese  confundir  las  razones 
de  aquella  guerra,  persuadiéndose  que  los  españoles 
no  distinguieran  el  tratamiento  que  se  debe  al  contra- 
rio ó  al  rebelde ;  que  no  sabia  con  qué  ocasión  podia  de- 
tenerse en  la  respuesta ,  siendo  cierto  que  comenzán- 
dose las  escaramuzas  y  reencuentros,  había  después  la 
razón  de  seguir  á  la  furia;  que  ninguno  en  la  venganza 
es  prudente.  Entendióle  el  Santa  Colomba,  y  que  su  ra- 
zonamiento se  encaminaba  á  algún  partido;  ofrecióse  á 
tratarlo  si  gozaba  libertad ;  pareció  que  convenia ,  y 
fué  enviado  cortesmcnte  y  con  mejores  noticias  del  po- 
der del  ejército ,  que  los  franceses  no  juzgaban  por  tal, 
según  las  erradas  informaciones  de  los  catalanes,  que  ó 
no  lo  creían  ó  lo  disimulaban. 

Entre  tanto  monsieur  de  San  Pol ,  que  gobernaba  las 
armas  en  Lérida,  entendió  que  para  estorbar  alguna 
parte  de  los  progresos  del  ejército  en  todo  aquel  distri- 
to, seria  conveniente  hacer  entrada  en  Aragón  y  algu- 
nos lugares  de  la  ribera  que  «slaban  á  devoción  del  Rey 


Católico;  y  tratándolo  con  el  magistrado,  pareció  se 
diese  luego  aviso  á  don  Juan  Copons,  para  que  con  la 
gente  de  su  cargo  intentase  al  mismo  tiempo  alguna 
facción  en  Tortosa  ó  en  la  villa  de  Orta,  que  también 
seguia  el  bando  real.  Juntó  el  San  Pol  su  gente  en  co- 
pioso número  :  constaba  todo  el  grueso  de  siete  tercios 
de  los  partidos  de  Tarraga,  Agramunt,  Pallas,  Manre- 
sa  y  Cervera ,  con  la  gente  de  Lérida ,  sus  maestres  de 
campo ,  el  paher  (1)  en  cap  de  la  misma  ciudad,  don 
Luis  de  Peguera,  don  José  Pons  de  Mondar,  don  Fran- 
cisco de  Viílanueva ,  don  Miguel  Gilbert ,  don  Pedro  de 
Aymerich ,  don  Luis  de  Rejadell.  Con  está  infantería  y 
algunos  pocos  caballos  salieron  á  campaña,  y  discur- 
riendo sobre  qué  lugar  podrían  acometer ,  hallaron  ser 
mas  acomodado  á  sus  designios  Tamarit  de  Litera, 
puesto  en  la  ribera  del  Cinca ,  que  los  españoles  habían 
hecho  cuartel  de  los  tercios  de  Navarra ,  á  cargo  del 
señor  de  Ablitas;  pero  el  San  Pol,  por  evitar  la  preven- 
ción con  que  el  contrario  podia  esperarle ,  mostró  mo- 
ver sus  tropas  á  otra  parte.  Revolvió  al  anochecer,  y 
enderezóse  á  Tamarit :  llegó  sin  ser  sentido,  y  escaló 
improvisamente  el  cuartel,  que  no  pudo  resistirse, 
ayudando  la  buena  ocasión  al  mas  poderoso;  murieron 
algunos  de  los  navarros,  y  fueron  prisioneros  hasta 
ciento  y  cincuenta ,  de  que  avisados  los  de  Fraga,  acu- 
dieron á  su  socorro  el  conde  de  Montijo  y  el  Parada; 
llegaron  tarde,  porque  el  San  Pol ,  habiendo  hecho  su 
asalto,  marchaba  ya  la  vuelta  de  Lérida. 

Es  Lérida  principal  ciudad  entre  las  de  Cataluña,  lla- 
mada de  los  geógrafos  Ilerda  (y  Leyda  bárbaramente) : 
fué  edificada  de  los  antiquísimos  sardones ,  pobladores 
de  la  Cerdaña ,  en  la  ribera  del  rio  dicho  entonces  Si- 
coris ,  y  ahora  de  nosotros  Segre,  famoso  en  las  histo- 
rias romanas,  masque  por  su  caudal,  por  las  batallas 
que  se  dieron  en  sus  campos  cuando  los  romanos  do- 
minaron en  España ,  Escipion  y  Aníbal ,  César  y  Afra- 
nio.  No  bastaron  tiempos  ni  el  diferente  ejercicio ,  tro- 
cando las  armas  por  las  letras  de  su  universidad ,  para 
que  Lérida  olvidase  su  belicoso  principio,  volviendo 
otra  vez  á  ser  presidio  observanlísimo  de  la  disciplina 
militar. 

El  Copons  con  su  tercio  y  algunas  otras  compañías 
de  almogávares,  ó  miquelets,  bajó  sobre  la  villa  de 
Orta,  desesperado  de  que  en  Tortosa  pudiese  obrar 
cosa  importante;  sitióla  y  apretóla  tanto,  que  los  mora- 
dores, obligados  de  la  necesidad,  pidieron  tiempo  para 
entregarse ;  concedióselo  el  Copons,  y  habiéndose  aca- 
bado el  término,  pidieron  segundo  y  les  fué  dado;  gas- 
tóse sin  fruto  una  y  otra  tregua ;  tercera  vez  la  intenta- 
ron los  sitiados,  esperando  por  instantes  el  socorro  de 
Tortosa;  pero  el  Copons,  como  despechado  de  sus  ir- 
resoluciones ,  embistió  la  villa  y  la  ganó.  Dicen  que  pu- 
diera defenderse  mas,  por  ser  bien  cercada  de  muro  y 
fortalecidade  un  castillo;  pero  que  el  mismo  temor  que 
sin  otra  ocasión  obligó  sus  moradores  á  entregarse  á  las 
armas  católicas  cuando  las  tenían  vecinas,  hizo  cómo 
ahora  se  postrasen  á  su  enemigo. 

El  gobernador  de  Tortosa,  Diego  de  Medina,  soldado 
de  larga  experiencia ,  trabajaba  en  tanto  por  socorrer 
la  villa ;  temió  al  principio  el  peligro ,  así  como  miraba 
contra  sí  la  amenaza  del  poder  contrario ;  no  obstante 
envió  quinientos  infantes  á  cargo  del  sargenta  mayor 

(1)  Nombre  que  tciiian  los  regidores  en  Lériifa. 


MOVIMIENTOS,  SEPARACIÓN 

don  Diego  de  Mendoza,  y  le  mandó  que  con  ellos  se 
adelantase  todo  lo  posible  hasta  socorrer  la  villa.  Llegó 
don  Diego ,  y  la  halló  atacada  por  el  enemigo;  no  qui- 
so tentar  la  fortuna  ni  haberla  menester;  volvióse  otra 
vez,  sin  hacer  mas  quedarle  aquella  mayor  circunstan- 
cia á  la  gloria  del  catalán ,  de  ganar  la  plaza  á  vista  del 
socorro.  Con  la  pérdida  de  Orta  y  asalto  de  Tamarit 
creció  la  reputación  a  las  armas  provinciales ,  y  las  del 
Rey  desfallecieron  en  el  crédito  que  las  ocasiones  pa- 
sadas les  hahian  dado. 

Apenas  el  Vélez  pudo  acomodar  las  cosas  del  fuerte 
y  puerto  de  Salou ,  cuando  mandó  marchar  el  ejército 
ia  vuelta  de  Tarragona  en  tul  concierto,  como  si  la  es- 
peranza del  tratado  no  estuviese  asegurando  todo  aco- 
Hiüdamiento.  Diósele  cargo  al  duque  de  San  Jorge  que 
con  mil  caballos  y  cuatrocientos  mosqueteros  fuese  á 
ganar  los  puestos  sobre  Tarragona,  y  le  seguían  dos 
mil  infantes  para  formarse  en  aquellas  partes  que  eli- 
giese. Prevínose  el  San  Jorge,  como  hombre  ambicioso 
«le  una  gran  fama;  sintió  después  que  los  negocios  se 
encaminasen  por  otra  via  que  las  armas. 

Hallábase  Espernan  en  la  plaza  afligido  y  engañado; 
porque  mirando  ya  tan  de  cerca  y  tan  poderoso  al  ene- 
migo, no  reconocía  en  los  moradores  verdadero  ánimo 
de  resistirle,  ni  tampoco  medios  para  la  resistencia.  De 
los  socorros  prometidos  por  la  Diputación,  solo  había 
llegado  el  tercio  dicho  de  Sania  Eulalia,  de  ochocien- 
tos infantes  bisónos;  no  se  juntaba  otra  infantería,  ni 
de  los  regimientos  de  Francia  tenia  seguras  noticias. 
De  otra  parte,  la  ciudad,  grande  y  sin  defensa  capaz,  no 
prometía  Grme  resistencia ;  el  vulgo,  dividido  en  bandos, 
solo  servia  al  temor;  unos  querían  al  Rey,  otros  la  re- 
pública; estos  y  aquellos  se  conformaban  en  disponer 
su  daño.  Hallábase  Tarragona  falta  de  forrajes  y  aun  sin 
los  víveres  necesarios,  falta  de  municiones ;  cosa  que  so- 
bre todas  se  le  representaba  terrible  á  Espernan,  por  no 
ser  visto  jamás  que  una  plaza  comience  á  esperar  sitio 
con  menos  caudal  que  otras  cuando  le  acaban.  Estas 
dilicultades  que  reconocía  cada  hora,  mas  que  el  horror 
del  ejército ,  le  ponían  en  desesperación  de  la  victoria. 
Hacíasele  dííícultoso  el  haber  entrado  en  la  ciudad; 
pero  llegó  á  creer  que  no  est'aba  obligado  á  la  defensa 
délos  mismos  hombres  que  se  desayudaban  en  ella; 
que  ninguno  debe  hacer  mus  por  otro  que  él  hace  por  sí 
mismo,  ni  esperar  de  él  mas  de  lo  que  sabe  ayudarse. 
Esforzó  su  descouíianza  la  plática  del  monsieur  de  Santa 
Colomba,  que  con  verdad  y  experiencia  le  informaba 
del  poder  contrario,  de  la  inclinación  que  hallara  en 
sus  cabos  para  el  acomodamiento;  pensólo ,  y  halló  no 
ser  para  despreciar  el  peligro.  Otros  dicen  que  cote- 
jándole con  su  instrucción  secreta,  juzgó  ser  este  el 
uno  de  los  casos  en  que  se  le  ordenaba  la  retirada  : 
alicionóse  al  remedio  y  púsolo  por  obra. 

Pretendía  el  Vélez  que  no  Solo  los  franceses  desam- 
parasen la  ciudad ,  sino  que  el  mismo  Espernan  traba- 
jjise  lo  posible  por  reducir  el  magistrado  á  que  se  en- 
tregase niodeslainente  en  manos  del  Rey;  dábale  á  en- 
tender con  destreza  lo  mismo  que  el  Espernan  estaba 
experimentando,  que  la  gente  mas  principal  de  Tarra- 
gona no  afectaba  á  la  defensa,  y  el  pueblo  la  temía ;  pero 
Espernan,  no  obstante  que  lo  entendía,  le  excusó  de 
aquel  discurso;  antes,  por  cumplir  la  satisfacción  de  su 
ánimo ,  envió  á  proponer  &  los  diputados  la  resistencia. 


Y  GUERRA  DE  CATALINA.  m-i 

Despachó  á  Francisco  de  Vilaplana ,  teniente  general 
de  la  caballería  del  país ;  decíales  cómo  había  llegado  á 
Tarragona,  y  qué  si  bien  los  medios  no  eran  acomoda- 
dos á  la  defensa ,  que  él  ofrecía  su  vida  por  el  bien  del 
Principado ;  que  la  infantería  era  poca,  que  le  socor- 
riesen de  alguna,  y  que  haría  desmontarla  mitad  de  la 
caballería  para  guarnecer  y  defender  su  muralla ,  y  con 
la  otra  parte  saldría  acampana  para  inquietar  el  enemi- 
go; que  esto  era  lo  mas  que  podía  hacer  de  su  parte; 
que  ellos  dispusiesen  de  la  suya  de  tal  suerte  que  su 
voluntad  no  se  malograse. 

Pero  los  diputados,  ó  con  mas  reconocimiento  de 
sus  pocas  fuerzas,  ó  con  mayor  deseo  de  emplearlas  en 
cosas  útiles  y  posibles,  ó  también  persuadidos  de  algu- 
nos aficionados  secretamente  al  Rey,  se  fueron  dila- 
tando de  tal  suerte,  que  el  Espernan  descifró  en  su  con- 
fusión su  respuesta,  juzgando  que  ellos  no  osaban  á 
elegir  su  perdición,  y  antes  se  acomodaban  á  sufrirla. 
Resolvióse  con  esto, y  envió  el  Santa  Colomba  al  ejór- 
cito  católico,  que  halló  ya  tendido  hermosamente  por 
la  cima  de  un  repecho  opuesto  á  la  mejor  frente  de  la 
ciudad,  que  mira  al  ocaso. 

Hallábase  el  ejército  en  bellísima  forma,  y  tal,  que 
visto  desde  la  plaza  parecía  mas  numeroso.  El  arte  sir- 
ve útilmente  á  la  fuerza  :  la  caballería  se  alojaba  en  lo 
llano ,  la  artillería  en  la  batalla ,  la  vanguardia  ocupó  el 
cuerno  derecho,  la  retaguardia  el  izquierdo.  El  Vélez 
hizo  su  cuartel  en  una  casa  de  campo,  fábrica  del  Gro- 
so ,  genovés,  junto  á  la  marina.  Así  recibió  al  Santa  Co- 
lomba, á  quien  escuchaba  y  respondía  el  San  Jorge,  y 
después  de  haberse  ajustado  en  algunas  dudas  ,  se  re- 
solvieron los  dos,  en  el  nombre  y  fe  de  sus  generales : 

Que  el  maestre  de  campo  general  monsieur  Esper- 
nan desocupase  la  ciudad  de  Tarragona  de  sii  persona 
y  de  las  armas  cristianísimas  que  se  hallaban  en  ella) 
que  de  la  misma  suerte  retiraría  todas  las  tropas  de  su 
cargo,  así  de  caballería  como  de  infanlería,  que  en 
aquella  sazón  se  hallasen  entre  Barcelona  y  Tarragona; 
que  su  persona  de  Espernan  no  entrase  en  ningún  lu- 
gar fuerte  del  Principado  ni  defendiese  alguna  plaza 
que  le  fuese  encargada  por  la  Diputación ;  que  haría  to- 
do lo  posible  por  reducir  al  servicio  del  Rey  Católico  el 
tercer  conseller  de  Barcelona,  coronel  del  tercio  do 
Santa  Eulalia,  y  que  su  geníe  se  incorporase  entre  el 
ejército  real;  que  dispondría,  medíante  su  autoridad  y 
oficios,  se  entregase  en  manos  del  marqués  de  los  Vé- 
lez aquella  venerable  insignia  y  pendón  que  se  hallaba 
dentro  en  la  plaza ;  que  aconsejase  á  la  ciudad  cómo  por 
sus  diputados  viniese  á  solicitar  la  gracia  del  Rey,  pi- 
diendo perdón  de  sus  yerros. 

Algunos  papeles  que  se  han  escrito  en  Qgtaluña  y 
han  llegado  á  mis  manos,  impresos  y  manuscritos,  quie- 
ren que  Espernan  capitulase  con  el  Veloz  sin  dar  noti- 
cia al  magistrado  de  lo  que  pretendía  hacer;  pero  no 
parece  creíble  que  un  hombre  cuerdo  y  extranjero  con- 
certase la  reducción  de  una  ciudad  sin  consentimiento 
de  sus  ciudadanos. 

Los  naturales,  atentos  al  peligro  que  les  estaba  es- 
perando ,  recibían  sin  hostilidad  al  ejército ,.  no  impi- 
diéndole el  paso  :  cosa  de  que  claramente  se  entendió 
que  ellos  aspiraban  mas  al  negocio  que  á  la  resistencia. 

Volvió  el  Santa  Colomba  á  la  plaza,  y  aquella  misma 
noche  remitió  el  Espernan  firmadas  las  capítulacione 


I 


516 

por  manos  de  monsieur  de  Boesac,  general  de  su  ca- 
ballería. Recibióle  el  Vélez  cortesmente ,  firmó  también 
lo  capitulado  con  el  francés,  y  á  otro  dia  se  vieron  en 
el  campo  español  y  comieron  juntos  unos  y  otros  cabos 
castellanos  y  franceses. 

No  tardó  la  ciudad  y  cabildo  eclesiástico  en  venir  á 
humillarse  á  la  majestad  del  Rey  en  la  persona  de  su 
general ;  vino,  y  con  aquella  pompa  y  autoridad  usada 
entre  ellos  á  imitación  de  las  repúblicas ;  pero  el  Vélez, 
notándolo  atentamente,  les  mandó  dar  á  entender,  an- 
tes de  escucharles,  cómo  afjuolla  era  ocasión  de  toda 
humildad  y  reverencia ;  y  que  así,  se  debían  ofrecer  de- 
lante su  persona  con  la  mayor  postración  posible,  y  no 
en  aquella  forma.  Cumplieron  los  diputados  la  orden 
impuesta,  no  dejando  de  temer  que  topasen  luego  al 
primer  paso  de  su  congratulación  efectos  del  enojo;  pe- 
ro juzgando  por  otra  parte  á  buena  suerte  que  sus  cas- 
tigos parasen  en  demostraciones  vanas  ó  poco  sensibles, 
oljedecieron  gustosamente,  y  entraron  como  les  fué  or- 
denado. 

Recibiólos  el  Vélez  á  pié  y  descubierto  poco  espacio 
fuera  de  su  cuartel;  llegaron  ellos  de  la  misma  suerte, 
y  añadiendo  algunas  lágrimas  y  señales  de  temor,  ha- 
bló primero  don  Antonio  de  Moneada,  canónigo  de  su 
iglesia  ,  p.or  el  estado  eclesiástico;  luego  los  diputados 
casi  dijeron  todos  unas  mismas  cosas,  y  llevaron  la  mis- 
ma respuesta  con  gravedad  y  entereza  pronunciada. 
Decía  que  en  nombre  de  su  majestad  católica  recibía 
aquella  ciudad  en  su  obediencia,  por  estar  seguro  de 
que  sus  ánimos  se  arrepentían  mucho  de  los  errores 
pasados,  y  que  habían  de  dar  al  mundo  en  finezas  y  en 
servicios  grande  satisfacción  de  sus  culpas. 

Mientras  duraba  esta  ceremonia  y  las  cortesías  y  con- 
vites del  Espernany  los  suyos ,  el  conseller  coronel,  de- 
sesperado de  remedio,  se  escapó  de  la  ciudad ,  llevan- 
do consigo  el  pendón  con  que  había  entrado  en  ella;  si- 
guiéronle de  los  fieles  á  la  república  los  que  quisieron 
seguirle  :  salió  con  facilidad  y  secreto. 

Habíase  ajustado  que  la  entrega  de  la  plaza  se  hiciese 
al  otro  día,  24  de  diciembre;  cumpliólo  el  Espernan, 
y  envió  luego  á  excusarse  de  la  retirada  del  conseller  y 
pendón  en  la  forma  que  habían  concertado :  ordinarios 
peligros  en  que  suelen  hallarse  todos  los  que  prometen 
sobre  acciones  ajenas. 

El  Vélez  todavía  conservaba  aquel  engaño  comenza- 
do en  la  corte ,  procedido  de  las  falsas  inteligencias  que 
había  con  catalanes;  entendía  (obligado  á  entenderlo), 
de  los  avisos  del  Rey,  que  en  Tarragona  se  hallaban  so- 
lamente doscientos  caballos;  despachó  el  San  Jorge  pa- 
ra que  contemporizase  con  las  últimas  ceremonias  de 
Esperna%  encargándole  advirtiese  cuidadosamente  el 
número  y  bondad  de  su  caballería,  atento  á  lo  venidero. 

Habían  los  franceses  sacado  sus  tropas  á  campaña 
por  la  parte  que  mira  al  camino  de  Barcelona ,  formán- 
dose en  diez  y  siete  batallones  medíanos,  que  entre  to- 
dos hacían  mas  de  mil  caballos;  no  fué  solo  urbanidad, 
sino  artificio  para  que  entre  tanto  la  infantería  catala- 
na, que  se  retiraba,  sus  caballos  y  bagajes  tuviesen 
tiempo  de  mejorarse  on  las  marchas. 

Despedido,  en  fin,  el  Espernan,  y  vacía  la  ciudad  de 
las  armas  francesas,  se  dispuso  luego  la  entrada  del 
Vélez ,  y  se  alojaron  en  ella  cuatro  tercios  de  infante- 
ría, repartiendo  los  mas  por  los  lugares  convecinos. 


DON  FRANCISCO  MANUEL  DE  MELÓ. 

Entró  el  Marqués  aquella  tarde  acompañado  de  toda  la 
corte  del  ejército ,  el  magistrado  de  Tarragona  y  otros 
nobles  de  la  ciudad;  caminó  á  la  iglesia  mayor,  donde 
fué  recibido  con  las  pías  ceremonias  con  que  la  Iglesia 
se  alegra  en  los  triunfos  de  sus  hijos;  los  demás  tercios 
y  caballería  marcharon  á  sus  cuarteles. 

Es  Tarragona  uno  de  los  mas  antiguos  pueblos  de  Es- 
paña y  que  en  ella  ha  dado  mayor  ocupación  á  las  his- 
torias. Muchos  autores  la  tienen  por  edificio  deTubal, 
llamándola  Tarazoan,  que  en  voz  armenia  y  caldea  (pro- 
pías  entonces)  dicen  significa  ayuntamiento  de  pasto- 
res, por  comenzar  su  población  en  esa  manera.  Otros, 
deshaciendo  algo  en  su  antigüedad,  quieren  la  fundase 
Taraco  ó  Tearco ,  príncipe  de  Etiopia  sobre  Egipto,  na- 
tural de  los  pueblos  Icucotíopes ;  el  cual ,  venido  á  Es- 
paña, y  después  de  retirado  de  Cádiz  mañosamente  por 
los  fénicos ,  pasó  á  las  riberas  del  Ebro ,  donde  batalló 
con  Teron,  capitán  de  los  ébricos  españoles  (que  hoy 
son  los  cántabros) ,  y  fué  por  él  vencido  y  arrojado.  En 
la  edad  de  romanos  subió  Tarragona  en  gloria  y  edifi- 
cios. Antes  de  Cneyo  Escipion  se  hallaba  ya  cercada  de 
muros;  pero  de  los  Escipiones  alcanzó  su  mayor  lustre, 
haciéndola  plaza  de  armas  general  contra  los  cartagi- 
neses. Recibió  la  fe  católica  cuando  los  primeros  pue- 
blos españoles  ,  por  lo  que  su  iglesia,  sobre  metrópoli 
en  su  provincia,  pretende  con  Toledo  y  Braga  la  prima- 
cía de  las  Españas.  Edificóla  su  fundador  en  una  emi- 
nencia que  viene  á  caerse  poco  á  poco  en  el  mar,  don- 
de después  la  tierra  humilde  se  dilata  en  una  aguda 
punta,  y  ayudada  del  muelle,  forma  abrigo,  aunque 
corto ,  á  los  bajeles ;  la  cuerda  de  los  cerros  que  sube  á 
septentrión  va  siempre  creciendo  y  levantándose  hasta 
que  se  remata  en  algunas  peñas ,  que  del  todo  encubren 
la  ciudad  á  los  que  la  buscan  por  la  parte  oriental ;  el 
medio  arco  que  describe  de  poniente  á  mediodía  es  mas 
descubierto;  pero  no  sin  alguna  defensa  de  antiguas 
torres  y  baluartes  modernos.  El  número  de  sus  mora- 
dores con  pocos  pasaba  de  tres  mil ;  sus  calles  angos- 
tas, sus  fábricas,  demuestran  mas  años  que  grandeza , 
Tal  fué  Tarragona  hasta  aquellos  tiempos  que  comenzó 
la  guerra,  que  es  cuando  la  vimos;  ahora  será  solo 
esta  en  el  estado  de  sus  principios. 

Siguióse  al  buen  suceso  del  Vélez  en  la  reducción  de 
la  ciudad  otro  no  menos  favorable  á  sus  intentos.  Ama- 
necieron surtas  las  galeras  de  España  y  Genova  en  nú- 
mero de  diez  y  siete;  poco  después  el  mismo  dia  lle- 
garon los  bergantines  de  Mallorca ,  con  que  el  ejército 
recibió  alegría ,  porque  de  ambas  flotas  esperaba  ser  so- 
corrido con  gente  ,  municiones  y  la  artillería  prome- 
tida de  Roseílon.  Pero  en  breve  se  entendió  que  las  ga- 
leras no  traían  mas  de  la  personado  don  Juan  de  Caray, 
conforme  á  las  antiguas  órdenes  que  se  le  habían  envia- 
do de  la  corte. 

Gobernaba  las  de  España  don  García  de  Toledo,  mar- 
qués de  Villafranca ,  y  las  de  Genova  Juanetín  de  Oria, 
hermano  del  duque  de  Túrsis,  á  las  órdenes  del  Vi- 
llafranca. Dcscmharcó  don  Juan,  y  fué  bien  recibido 
del  Vélez,  que,  aunque  deseaba  mas  su  ejército,  mos- 
tró estimar  igualmente  su  persona  (á  veces  vale  mas  la 
de  un  capitán  grande).  Solo  el  Torrecusa  dio  á  enten- 
der le  desplacía  su  venida ,  y  mucho  mas  viéndole  solo 
vsin  armas  que  gobernase ,  porque  entonces  temia  que 
¡í  se  le  diesen  por  compañero  en  el  manejo  de  aquel 


.MOVIMIEiNTOS,  SEPARACIÓN 

ejército,  ó  que  de  sus  tropas  le  separasen  algunas  con 
que  emplearle.  Era  tal  la  opinión  del  huésped,  que  nin- 
guno lo  esperaba  ocioso;  y  verdaderamenle  ello  se  fué 
disponiendo  de  tal  suerte,  ayudado  de  algunas  calum- 
nias de  hombres  entremetidos ,  que  el  Vélez  se  vio  á 
peligro  de  perderlos  á  entrambos ,  ó  por  lo  menos  en 
desesperación  de  aprovecharse  de  los  dos :  cosa  que  de- 
seaba, y  de  que  supiera  usar  con  destreza  si  la  seque- 
dad del  Torrecusa  y  presunción  del  Garay  le  dieran  al- 
gún espacio  para  hacerlo. 

Excusábase  don  Juan  de  no  haber  traido  la  infantería 
de  Rosellon,  diciendo  que  la  guerra  estaba  por  aquella 
parte  tan  viva ,  que  mas  se  hallaba  en  estado  de  ser  so- 
corrida que  de  socorrer  á  ninguno ;  que  las  plazas  eran 
muchas,  y  poca  la  gente  para  guarnecerlas;  que  los  ca- 
talanes andaban  en  campaña ,  y  que  las  tropas  del  Am- 
purdan  liacian  cada  dia  mas  fuerzas  y  vengauzas«en  los 
países  fieles.  No  le  faltaban  razones  para  poder  excusarse 
de  no  venir  armado;  pero  con  ninguna  satisfacía  el  ha- 
ber venido;  donde  se  entendió  entonces  que  el  Garay, 
temeroso  de  los  progresos  de  Rosellon ,  tomó  aquel 
motivo  para  dejar  la  provincia ,  juzgando  que  en  el  nue- 
vo empleo  de  las  armas  prometidas  aseguraba  sus  me- 
joras; que  en  Rosellon  se  peleaba  con  franceses,  y  en 
Cataluña  con  naturales  bisónos  y  mal  armados,  de  quie- 
nes no  se  podía  dudar  la  victoria,  embistiéndoles  tan 
copiosos  ejércitos. 

Dispúsose  luego  la  desémbarcacion  déla  artillería: 
eran  seis  cañones  enteros  y  otras  piezas  necesarias,  has- 
ta el  número  de  veinte ,  y  los  mas  pertrechos  convenien- 
tes á  su  cantidad.  Tratábase  también  del  despacho  de 
Jos  bergantines,  porque  hiciesen  segunda  provisión  de 
grano  á  la  caballería;  pero  en  medio  de  este  negocio  y  de 
las  muchas  observaciones  en  que  por  entonces  inútil- 
mente se  ocupaban  cerca  de  sus  preferencias  el  Vélez  y 
Villafranca,  llegó  un  correo  de  Madrid,  que  dio  princi- 
pio á  otras  novedades. 

Abriéronse  los  pliegos  y  con  ellos  las  puertas  á  mu- 
chos y  varios  discursos,  por  la  novedad  que  se  hizo  no- 
toria, de  la  cual  podremos  decir  vino  después  á  depen- 
der buena  parte  de  los  sucesos  que  escribimos. 

Avisaba  el  Rey  Católico  al  Vélez  cómo  el  reino  de 
Portugal  se  habia  declarado  en  su  desobediencia,  se- 
parándose de  su  monarquía  y  entregándose  á  nuevo  rey; 
ordenábale  muchas  cosas  sobre  este  caso,  encomen- 
dándole detuviese  todo  lo  posible  su  noticia ,  por  no  dar 
con  ella  mas  aliento  á  los  catalanes  y  causar  alguna  in- 
quietud en  los  muchos  portugueses  que  se  hallaban  sir- 
viendo en  aquel  ejército.  Empero  por  ser  la  cosa  tan 
grande  en  Europa ,  de  tanto  cuidado  á  los  príncipes  de 
olla,  y  de  tales  dependencias  con  mi  historia,  habré  yo 
de  contar  lo  sucedido  en  breve  digresión,  según  mi 
costumbre. 

Sesenta  años  habia  que  la  corona  de  Portugal  ocu- 
paba las  sienes  de  los  reyes  castellanos ,  con  que  no  solo 
consumaron  su  imperio  en  toda  España ,  mas  tuvieron 
entonces  ocasión  de  ceñir  con  sus  armas  fácilmente  el 
universo.  Fué  don  Felipe  el  Segundo,  rey  de  Castilla, 
hijo  de  la  emperatriz  doña  Isabel,  mujer  de  Carlos  V; 
ella  hija  de  don  Manuel,  único  deste  nombre,  rey  de 
Portugal ,  cuya  baronía,  extinta,  por  muerte  de  don  Se- 
bastian, en  el  cardenal  rey  don  Enrique,  su  tio,  pre- 
tendieron muchos  príncipes  la  sucesión  de  la  corona ,  y 


Y  GUERRA  DE  CATALUÑA.  617 

no  sin  derecho  pretendía  también  el  mismo  reino  here- 
darse á  sí  propio  y  nombrar  sucesor ,  como  ya  lo  hicie- 
ra en  otras  ocasiones.  Contendían,  en  fin,  por  mejor 
razón  Catalina ,  duquesa  de  Braganza ,  hija  entonces 
sola  (muerta  María,  su  mayor  hermana,  princesa  de  Par- 
ma)  de  Duarte,  infante  de  Portugal,  hijo  de  don  Ma- 
nuel y  hermano  de  la  Emperatriz  y  del  último  rey  car- 
denal; Duarte,  bien  que  por  su  edad  menor  que  el  mis- 
mo rey  su  hermano ,  por  su  sexo  mejor  que  la  Empera- 
triz su  hermana;  Catalina,  hija  de  Duarte,  y  Felipe,  hijo 
de  Isabel.  Vino  el  caso  de  valerse  cada  cual  de  la  repre- 
sentación de  aquella  persona  de  quien  recibía  la  ac- 
ción, como  si  verdaderamente  concurriesen  vivos,  Duar- 
te, varón,  con  Isabel,  hembra,  inferior  en  sexo,  bien 
qae  superior  en  años;  de  tal  suerte,  que  Catalina,  por 
la  gracia  á  que  el  derecho  llama  beneficio ,  quedaba  re- 
presentando el  infante  su  padre ,  y  Felipe  por  la  misma 
ocasión  enflaquecía  su  causa,  significando  la  Empera- 
triz su  madre.  Intentó  luego  don  Enrique,  hombre 
santo  y  viejo,  satis^facer  la  justicia  de  todos  los  prínci- 
pes contenciosos ,  por  excusar  á  su  reino  la  nueva  fati- 
ga de  una  guerra,  poniendo  el  negocio  en  términos  de 
derecho  común.  Muchos  le  acusan  esta  resolución,  y 
algunos  la  juzgan  por  la  mayor  de  sus  acciones;  porque 
cuanto  mas  liaba  de  su  justificación,  pudo  entregarse 
mas  confiadamente  al  sentimiento  de  otros  juicios,  te- 
niendo por  hecho  indigno  de  rey  católico  y  evangélico 
que  aquellas  cosas  tan  fáciles  de  acomodar  por  la  razón 
con  aplauso  del  mundo  y  paz  de  su  conciencia,  se  hu- 
biesen de  poner  en  manos  de  la  furia.  Nombró  jueces 
hombres  tales  que  pudiesen  juzgar  sobre  tan  grandes 
intereses.  Murió  antes  de  acabarlo  don  Enrique;  común 
infelicidad  de  Portugal  y  Castilla,  á  quienes  dejó  por 
herederos  de  la  discordia.  Mas  don  Felipe ,  antes  de  la 
sentencia  en  los  términos  legales,  ordenó  se  lo  pleitea- 
sen con  negociaciones  el  duque  de  Osuna  don  Pedro 
Girón,  y  don  Cristóbal  de  Mora,  ya  su  favorecido;  pero 
en  su  defecto,  no  despreciando  la  fuerza  como  el  artifi- 
cio, dispuso  que  también  de  otra  parte  mejorase  sus 
respetos  don  Fernando  Alvarcz  de  Toledo,  duque  de 
Alba,  con  treinta  mil  combatientes ;  y  de  las  dos  pode- 
rosas manos  que  don  Felipe  puso  en  este  negocio,  la 
una  Hberal  y  la  otra  fuerte,  no  se  puede  decir  cuál  fué 
mas  oficiosa  contra  la  libertad  del  reino ;  tal  el  interés, 
y  tal  el  asombro  opuesto  á  los  ánimos ,  donde  algunos 
resistiendo  al  temor,  no  Uegaron  á  alcanzar  victoria  de 
la  codicia.  Retiróse  doña  Catalina  de  la  pretensión,  no 
desengañada,  mas  temerosa,  guardando  en  su  sangre 
y  en  la  de  sus  hijos  y  nietos  su  propia  justicia  y  derecho 
anterior  á  la  corona;  y  guardando  también  los  portu- 
gueses, hasta  los  mas  obfigados  al  Rey  Católico,  en  su 
corazón  ó  en  su  escrúpulo  la  memoria  del  arte  y  la 
violencia  de  aquel  monarca,  obedecida  en  aquella  pri- 
mera edad  con  la  fuerza,  y  en  la  segunda  de  su  hijo  don 
Felipe  III,  tolerada  con  la  apacibilidad  del  gobierno; 
mas  del  todo  á  ellos  insufrible  en  la  de  don  Felipe  IV. 
Hallábase  la  nobleza  mas  que"  nunca  oprimida  y  des- 
estimada, cargada  la  plebe,  quejosa  la  iglesia;  era 
sobre  todo  acabado  el  tiempo  de  aquel  castigo.  Des- 
pertó la  queja  común  las  memorias  pasadas,  que  ya 
parece  dormían  pesadamente  en  el  sueño  de  sesenta 
años.  Pretendió  el  Rey  que  la  nobleza  de  Portugal  sa- 
liese á  servirle  en  el  castigo  de  la  libertad  catalana,  en 


518  '  DON  FRANCISCO 

que  los  poríugujscsreconocian  liermandad,  y  en  cuyas 
acciones,  como  á  un  clarísimo  espejo,  estaban  con- 
certando sus  ánimos  aun  dichoso  fin.  Amenazaba  don 
Felipe  por  boca  de  dos  ministros  terribles,  que  enton- 
ces manejaban  los  negocios  de  Portugal ,  con  crimen 
de  indignación  aquel  que  no  saliese  á  obedecerle  ;  esta 
asperísima  administración  de  imperio,  añadida  á  las 
primeras  razones,  dio  motivo  á  algunos  caballeros  y 
prelados  del  reino ,  en  corto  número,  para  que  se  re- 
solviesen á  comprar  con  sus  vidas  la  libertad  de  la  pa- 
tria, á  imitación  de  algunos  famosos  griegos  y  roma- 
nos, que  no  hicieron  mas  ni  tan  dichosamente.  Con- 
certáronlo, y  se  dispusieron  ú  quitar  y  le  quitaron  aque- 
lla corona  á  don  Felipe,  que  en  el  modo  por  que  dicen 
la  trataba,  hizo  la  mayor  información  contra  sí  mismo, 
ofreciéndola  á  su  propio  dueño,  que  también  en  acep- 
tarla sin  temor  de  la  contingencia  manifestó  al  mundo 
su  derecho.  Era  este  don  Juan ,  el  segundo  en  el  nom- 
bre dolos  duques  de  Braganza,  octavo  en  el  número 
de  ellos,  hijo  de  Teodosio  í,  duque  séptimo  y  nieto  de 
Catalina ,  la  despojada  princesa  de  Portugal ,  y  el  que 
fué  saludado  rey  legítimo  de  los  portugueses  en  Lis- 
boa á  1.°  de  diciembre.  A  cuya  voz  humilló  el  Señor 
el  poder  contrario,  de  tal  suerte ,  que  sin  defensa  ó 
contradicción,  el  nuevo  rey  se  hizo  obedecido  en  es- 
pacio de  nueve  días  por  todas  sus  gentes  y  provincias, 
y  las  muchas  plazas  marítimas  que  guardaban  los  puer- 
tos fueron  puestas  en  sus  manos  por  los  mismos  ca- 
pitanes del  Rey  Católico  que  las  defendían,  movidos 
ellos  (dicen  algunos)  de  una  fuerza  interior  que  les  ha- 
cia obedecer  á  su  propia  injuria :  tal  fué  la  princesa 
Margarita  de  Saboya,  duquesa  de  Mantua,  que  enton- 
ces gobernaba  el  reino,  cuyos  despachos  hicieron  me- 
dio á  la  entrega  de  las  mayores  fuerzas. 

Con  extruñcza  y  admiración  fué  recibido  en  el  ejér- 
cito este  gran  suceso  de  Portugal,  aunque  pareció  n)as 
grande  en  la  variedad  y  recato  con  que  se  trataba.  Po- 
co después  se  conoció  en  señales  exteriores,  habién- 
dose preso  por  órdenes  secretas  algunas  personas  de 
aquella  nación  y  alguna  de  estimación  y  partes  que  se 
hallaba  en  el  ejército,  cuya  gracia  cerca  de  los  que 
mandaban  la  pudo  hacer  mas  peligrosa. 

Muchos  pensaban  que  este  accidente  podía  resultar 
en  beneficio  de  Cataluña,  porque  el  Rey,  por  vengar  el 
agravio  recibido  de  portugueses,  se  habia  de  acomodar 
á  cualquiera  honesto  partido  con  el  Principado,  apro- 
vechándose de  las  armas  empleadas  en  él  para  el  otro 
castigo. 

Algunos  entendían  diferentemente,  temiendo  que 
las  asistencias  y  socorros  de  aquel  ejército  no  podían 
ser  cuales  pedia  la  necesidad,  porque  divertido  el  po- 
der del  Rey  Católico  á  otra  parle,  era  forzoso  faltar  allí 
lo  que  se  aplicase  al  nuevo  ejército. 

Con  la  misma  diferencia  juzgaban  los  catalanes ,  bien 
que  para  lo  venidero  todos  lo  tenían  por  conveniente  : 
tales  habia  que  desde  luego  lo  eslimaban  como  gran 
fortuna,  pareciéndoles  (fue  ya  el  enojo  del  Rey  se  habia 
de  repartir  entre  ellos  y  la  segunda  desobediencia;  y 
aun  creían  que  la  de  Portugal  llevase  la  mayor  parle  de 
la  indignación,  porque  en  los  ojos  del  Rey  Católico ,  y 
de  todos  los  monarcas  del  mundo ,  no  parecería  tan 
grande  el  delito  de  la  sedición  como  el  de  la  competen- 
cia; que  el  suyo  de  ellos  se  podría  rehusar,  era  fundado 


MANUEL  DE  MELÓ. 

¡  en  miseria ;  pero  el  de  los  portugueses  en  soberbia  y 
altivez,  donde  inferían  la  templanza  de  su  peligro. 

!  También  no  faltaban  otros  que  pensasen  consistía  en 
esta  novedad  su  mayor  daño,  porque  el  Rey,  deseoso  y 

!  aun  necesitado  de  hacer  la  guerra  á  Portugal,  debía  po- 

'  ner  todas  sus  fuerzas  por  acabar  mas  brevemente  la  de 
Cataluña,  pues  no  era  sano  acuerdo  abrir  los  cimientos 
á  un  tan  costoso  edificio  sin  haber  dado  fin  a  la  prime- 
ra obra. 

Así  discurrían  las  gentes  de  una  y  otra  nación;  y  los 
que  mas  temían,  mas  acertaban,  enseñándoles  después 
la  experiencia  cómo  el  temor  discurre  á  veces  mejor 
que  la  esperanza. 

LIBRO  QUINTO.      • 

I    Preparaciones  del  Principado.  —  Disposición  del  campo  español. 
¡       —  fffstancias  á  Espcrnan.—  Su  vuella  á  Francia.  —  Piérdese  Vi- 
!       liafranca  y  San  Sadumi;  Martorell  es  embestido.— Socórrele  Bar- 
¡       cclona.  —  Juicios  y  consejos  de  españoles  y  catalanes.  —  Intén- 
I       tase  la  ciudad.  —  Habla  el  Vélez  á  los  suyos.  —  Aclama  la  gene- 
ralidad al  Cristianísimo.  —  Expugnación  de  Monjuich.  —  El  San 
Jorge  pretende  entrar  las  puertas.  —Muere  en  ellas.— Atácanse 
las  escaramuzas.—  El  fuerte  se  defiende.—  Hompense  los  es- 
cuadrones.—Derrota  del  ejército.  —  Su  pérdida  y  mortandad.— 
Retírase  el  Vélez  á  Tarragona.  —  Acaba  su  gobierno. 

Mientras  el  Vélez  descansaba  en  Tarragona ,  ni  bit  n 
amado  como  amigo,  ni  bien  aborrecido  como  contra- 
rio, seguía  el  Espernansu  retirada,  melancólico  y  poco 
seguro  de  lodo  el  país,  que  le  miraba  con  dolor  y  odio. 
Cargábanlo  comunmente  la  culpa  de  la  pérdida  cíe  Tar- 
ragona, diciendoque  no  estaba  obligado  al  cumplimiento 
de  lo  prometido,  porque  no  podía  capitularen  perjui- 
cio del  acuerdo  entre  el  Rey  Cristianísimo  y  el  Princi- 
pado. Intentaban  con  esto  impedir  su  retirada,  y  que 
por  lo  menos  aguardase  aviso  del  Rey  para  ejecutarla  : 
á  ninguna  razón  obedecía  el  francés;  antes,  como  cada 
día  crecía  la  confusión  de  las  cosas  públicas,  así  se 
afirmaba  mas  en  la  resolución  de  cumplir  lo  capitulado 
con  los  españoles. 

Procuraba  entonces  la  Diputación  de  tener  al  enemi- 
go en  Martorell ,  porque  los  pasos  angostos  y  el  rio  di- 
ficultoso le  prometían  mas  segura  defensa ;  incansable- 
mente solicitaban  sus  levas,  que  con  suma  brevedad  se 
iban  engrosando  con  la  gente  de  Vich  ,  Manresa,  Ri- 
poll,  Granollers,  Valles,  Melaron,  Areñs,  San  Celoní, 
Hostalríc,  Mataró,  Cabrera,  Bas  y  costa  del  mar. 

Tal  era  el  grueso  de  todas  las  gentes  do  que  preten- 
dían formar  su  ejército ,  y  á  este  fin  salió  de  Barcelona 
el  doctor  Ferran ,  ministro  de  su  magistrado,  que  in- 
troducido en  aquellos  negocios ,  procuraba  con  celo  de 
verdadero  repúblico  dar  forma  á  la  defensa ,  así  por  lo 
que  tocaba  á  la  fortificación  como  al  campo;  pero  en 
ambas  diligencias  fué  inútil  su  cuidado,  conforme  lo 
mostró  la  experiencia,  dándonos  ejemplo  de  que  no 
basta  solo  el  celo  en  el  varón  si  no  se  ayuda  de  la  in- 
dustria y  suficiencia  ( buen  advertimiento  para  los  prín- 
cipes). Era  Ferran  oidor  eclesiástico,  ignoraba  tolal- 
mente  la  ciencia  militar,  y  por  mas  que  su  ánimo  le 
inclinaba  al  servicio  de  la  patria,  todavía  no  fué  bastan- 
te su  deseo  para  vencer  la  ignorancia;  de  suerte  que  el 
expediente  se  dilataba  por  aquel  mismo  instrumento 
que  fué  aplicado  á  la  ejecución. 

Crecian  las  fortificaciones  al  lento  paso  que  llegaba 
la  gente;  era  mayor  su  trabajo  que  su  fruto,  porque  sí 


MOVIMIENTOS,  SEPARACIÓN 
Lien  había  entre  ellos  algunas  personas  de  medianas 
noticias  en  aquel  arte,  todavía  padecían  la  costumbre 
de  querer  arbitrar  todos  sobre  la  profesión  ajena ,  que 
los  mas  ignoraban,  entendiendo  que  la  voluntad  de  acer- 
tar bastaba  para  guiarlos  al  acierto.  Introdujéronse  en 
el  gobierno  militar  algunos  hombres  mozos  ,  á  quienes 
el  ánimo  ardiente  del  bien  de  su  patria  había  hecho 
creer  de  sí  mas  de  lo  que  era  justo ;  los  cuales,  inter- 
puestos en  las  ejecuciones  de  los  negocios,  los  sacaban 
de  su  eStado  competente  hasta  traerlos  á  su  parecer. 
Es  en  los  mancebos  tan  loable  cosa  el  amar  las  ciencias, 
como  será  peligrosa  el  entender  que  las  han  consegui- 
do ;  porque  por  lo  primero  se  hacen  capaces  de  alcan- 
zar sabiduría,  y  con  lo  segundo  se  disponen  á  la  presun- 
ción, que  los  lleva  al  temprano  riesgo  del  mando,  hasta 
acabar  en  él. 

Varios  avisos  recibía  la  Diputación  de  los  intentos  de 
Vélez  ,  y  no  cesaba  de  instar  al  Espernan  que  con  su 
caballería  y  algunos  infantes  franceses  que  ya  se  jun- 
taban entrase  en  el  Panadés  ( es  una  pequeña  provin- 
cia, que  comprehende  algunos  buenos  lugares  de  aquel 
contorno) ;  á  que  se  había  de  seguir  la  catalana,  que  ya 
marchaba,  porí^ue  todos  saliesen  al  opósito  de  los  rea- 
les, que  sin  duda  mostraban  querer  ocupar  aquellos 
pasos.  Era  esta  su  misma  intención  del  Vclez,  recono- 
cido ya  de  la  necesidad  del  ejército,  que  apretado  en 
Tarragona  de  los  catalanes  sueltos,  que  fatigábanla 
campaña  por  todas  partes,  no  sabia  cómo,  valerse  ó  re- 
sistirlos. Usó  desordenadamente  de  la  fertilidad  de 
aquellos  pueblos ,  y  en  brevísimos  días  se  vino  á  hallar 
en  ia  misma  miseria  con  que  entrara  en  ellos,  sin  otro 
remedio  que  buscar  por  las  armas  el  sustento  ordi- 
nario. 

Ninguna  diligencia  fué  bastante  para  que  Espernan 
mudase  su  intención ;  bien  que  con  sumo  artificio  pro- 
curaba no  desesperar  los  catalanes  que  ya  temia;  pero 
cuanto  sabiau  acomodar  sus  palabras,  desmentían  las 
acciones  de  tal  suerte ,  que  entendiendo  la  Diputación 
cómo  se  había  retirado  á  la  retaguardia  de  Martorell  por 
no  hallarse  en  aquel  servicio ,  mandó  salir  de  Barcelo- 
na su  diputado  eclesiástico,  presidente  de  su  consisto- 
rio ,  porque  se  desengañase  del  ánimo  con  que  Esper- 
nan procedía.  Llegó,  y  asistido  del  Ferran  y  conseller 
tercero ,  asentaron  que  con  la  persona  de  monsieur  de 
Plesís  (capaz,  según  ellos  entendían,  de  reducir  al  Es- 
pernan) se  le  ordenase  imperiosamente  que  su  caba- 
llería pasase  luego  al  Panadés,  y  que  con  la  iufanteria 
guarneciese  á  Víllafranca ,  que  había  de  ser  la  que  pri- 
mero probase  la  furia  del  ejército  católico ;  pero  con 
tal  aviso,  que  si  el  enemigo  la  hubiese  entrado  primero 
que  ellos ,  se  excusase  la  escaramuza  y  se  retirasen  á 
Martorell ,  donde  sin  duda  habían  de  ser  de  mayor 
efecto.  Temían  con  razón  perder  cualquier  pequeña 
parte  de  su  tierra,  porque  aun  sin  contar  el  precio  y 
lástima  de  los  pueblos,  consideraban  por  el  mayor  da- 
ño la  pérdida  del  aliento  en  los  vasallos ;  ordinario  ac- 
cidente con  que  la  gente  inadvertida  suele  recibir  las 
primeras  desgracias  de  una  república  donde  la  guerra 
es  extraña. 

Con  este  ajustamiento  le  pareció  al  Diputado  que  las 
cosas  quedaban  de  suerte  que  ya  podía  excusarse  su 
asistencia ,  cuando  en  su  corte  concurrían  tantas  que 
!a pedían.  Volvióse,  y  con  su  apartamiento  volvieron 


Y  GL'ERRA  DE  CATALUÑA.  819 

también  los  negocios  al  mismo  estado  en  que  se  halla- 
ban antes;  no  se  obraba  nada  de  lo  prometido,  sino 
crecía  la  confusión  y  desorden. 

Vino  segunda  vez ,  y  esto  mismo  le  puso  en  obliga- 
ción de  no  dejar  aquel  negocio  sin  acabar  de  entender 
el  ánimo  de  Espernan  :  juntó  al  Plesís  y  Seriñan  como 
para  testigos  de  sus  promesas^  y  nuevamente  afirman 
ellos  que  prometió  el  francés  seguir  la  fortuna  del  Prin- 
cipado y  su  servicio ,  con  que  le  diesen  licencia  para 
dar  aviso  al  Vélez ,  haciéndole  notorias  las  causas  de  su 
imposibilidad.  Yo  creo  que  él  lo  pensaba  hacer  así,  pre- 
viniéndose para  cualquier  suceso;  procuraba  dejar  el 
Priíjcipado,  y  temia  no  poder  hacerlo;  pretendía  justi- 
ficarse con  su  enemigo ,  porque  si  la  fortuna  le  trajese 
otra  vez  á  sus  manos,  no  perdiese  por  la  palabra  que- 
brantada la  cortesía  de  los  vencedores;  igualmente  le 
asombraba  el  enojo  de  los  naturales  sí  una  vez  llegasen 
á  desesperar  de  su  compañía ;  así  obraba  dudoso ,  como 
entendía  lleno  de  duda. 

Deseaban  los  catalanes  que  los  caballos  franceses  en- 
trasen á  darse  la  mano  á  su  teniente  general  Vílaplana, 
que  con  solas  tres  compañías  de  caballería  ligera  dis- 
curría por  los  lugares  donde  el  ejército  católico  hacia 
frente ,  á  fin  de  reconocer  sus  intentos. 

Caso  es  este  digno  de  gran  consideración,  particular- 
mente para  todos  aquellos  que,  fundados  en  el  favor  de 
sus  amigos,  se  aventuran  á  pretender  cosas  grandes. 
Aquí  se  vé  que  un  hombre  estimado  por  capitán ,  vasa- 
llo de  un  rey  cristianísimo ,  justo  y  con  empeños  de  la 
misma  acción,  no  solo  se  determinase  á  faltar  en  el  ma- 
yor peligro  de  los  que  venia  á  defender,  sino  que  des- 
pués de  haber  faltado ,  ó  por  su  respeto  ó  por  su  dis- 
curso, los  embarazase  con  nuevos  prometimientos,  pu- 
diéndoles salir  mas  costosa  la  segunda  confianza  que 
la  primera  quiebra.  No  es  mi  intención  en  lo  que  digo 
condenar  el  cumplimiento  de  la  palabra  que  se  ofreció; 
admiróme  de  que  habiéndola  ofrecido,  consintiese  á  los 
catalanes  nueva  esperanza  de  su  auxilio.  Tiránicamente 
desterró  la  política  de  los  estadistas  á  la  llaneza  y  la 
verdad ,  haciendo  que  del  engaño  se  formase  ciencia, 
j  Qué  diremos  de  cosas  tan  grandes,  sino  contarlas  co- 
mo han  sido! 

El  Vélez  entro  tanto  en  Tarragona  disponía  su  salida, 
con  deseo  de  que  no  se  dilatase ;  había  ordenado  que 
algunas  tropas  de  gente  discurriesen  por  los  lugares  de 
aquel  partido ,  no  solo  por  poneries  en  obediencia  y  or- 
den ,  sino  también  para  que  los  soldados  pudiesen  va- 
lerse de  su  saco  y  se  socorriesen  contra  el  hambre  que 
generalmente  los  afligía. 

Poco  después ,  pareciendo  que  el  ejército  estaba  ya 
capaz  de  moverse ,  nombró  por  gobernador  de  Tarra- 
gona al  maestre  de  campo  don  Fernando  de  Tejada, 
para  que  con  su  tercio  y  alguna  caballería  quedase  ase- 
gurando aquella  plaza  tan  á  propósito  á  los  intentos  de 
unas  y  otras  armas,  y  que  los  enfermos  se  pasasen  á  la 
villa  de  Constantí ,  porque  la  ciudad  no  recibiese  algún 
contagio  de  su  compañía. 

Ninguna  cosa  pareció  ni  era  mas  dificultosa  de  aco- 
modar que  aquella  misma  sobre  que  se  fundaban  todas 
las  otras ,  como  si  fuese  fácil ;  no  se  hallaba  medio  á  la 
conducción  de  los  víveres  para  alimento  continuo  del 
ejército;  el  país,  arruinado  y  prevenido  por  sus  natu- 
rales, habia  retirado  hacia  dentro  de  sí  aquellos  pocos 


fi20  DOIS  FUAMCISCO 

frutos  que  pudo  escapar  á  las  manos  de  sus  mismos 
ofensores  y  defensores,  porque  la  ambición  6  desprecio 
en  la  guerra  casi  viene  á  ser  igual  entre  enemigos  y 
amigos. 

Luego  paraba  la  confianza  en  la  buena  compañía  de 
las  galeras  y  bergantines,  y  aquel  cuidado  que  justa- 
mente se  podia  tener  por  seguro ,  cargando  sobre  el 
Viliafranca,  su  general/Es  don  García  de  Toledo  liom- 
bre  en  quien  se  baila  valor  beredado  y  adquirido;  ca- 
mina á  la  grandeza  por  la  singularidad ,  afectando  mu- 
clias  extrañezas  ajenas  de  un  sugeto  nacido  y  criado 
para  el  mando ;  vive  en  él  la  prudencia  como  esclava 
del  gusto,  y  es  aun  así  de  los  mayores  ingenios  de  Es- 
paña. 

Deseaba  el  Vélez  pedir  le  ayudase  ;  empero  crcia  que 
el  Viliafranca  no  lardaría  masen  desviársele  que  lo  que 
tardase  en  entenderlo,  porque  á  la  verdad  él  en  su  áni- 
mo tenia  por  cosa  indigna  baber  de  servir  de  instru- 
mento á  los  aciertos  de  otro;  ordinario  vicio  entre  bom- 
bres poderosos,  deque  el  Príncipe  viene  apagar  la  ma- 
yor parte  de  sus  intereses. 

Pretendióse  que  el  Garay  fuese  el  medianero,  y  no 
bastó  todo  su  artificio  para  llevarle  á  ninguna  conve- 
niencia;  respondió  con  destreza  y  obró  con  industria. 
Pero  ya  desengañados  los  cabos  de  que  por  la  mar 
no  podían  ayudarse  según  convenia,  pensaron  que  de 
Tarragona  y  de  los  pueblos  que  quedaban  á  las  espal- 
das era  cosa  posible  abastecer  su  ejército  :  no  dejaban 
de  entender  que  los  catalanes  babían  de  procurar  cor- 
tarles el  paso;  pero  también  esperaban  que  el  ejército 
de  Fraga  á  la  orden  del  Nocbera  obraría  de  tal  suerte, 
que  llamando  á  su  oposición  las  fuerzas  provinciales, 
no  podían  ellos  juntar  en  otra  parte  lo  posible  para  es- 
torbar sus  convoyes ,  con  lo  que  el  campo  babria  de  ser 
suficientemente  socorrido. 

Érala  intención  del  P»ey  Católico  (por  lo  menos  lo  da- 
ban así  á  entender  sus  ministros)  invadir  el  Principado 
con  tres  ejércitos  á  un  mismo  tiempo;  cosa  que  si  pu- 
diese ejecutarse,  sin  duda  postrara  las  fuerzas  y  estor- 
bara la  entrada  de  los  auxiliares.  Conforme  á  esta  dis- 
posición salió  el  Nocbera  de  Zaragoza ,  y  su  maestre  de 
campo  general  el  Prior  de  Navarra ,  á  fin  de  quese  diese 
forma  en  las  rayas  de  Aragón  al  nuevo  y  prometido  ejér- 
cito; pero  como  por  natural  acbaque  del  gobierno  es- 
pañol, se  siguió  siempre  un  profundísimo  olvido  alas 
mas  vivas  preparaciones ,  no  duró  mas  el  cuidado  de 
aquella  acción  que  lo  que  fué  necesario  para  darla  prin- 
cipio con  asaz  fatiga  de  Aragón  y  Navarra.  No  se  le  acu- 
día con  los  efectos  competentes á  la  ejecución;  escribía 
el  de  Nocbera  é  importunaba,  y  no  era  socorrido;  an- 
tes se  recibía  la  eficacia  de  sus  avisos  casi  con  escánda- 
lo, por  ser  culpa  común  en  ministros  desatentos  repu- 
tar la  providencia  de  otros  como  cobardía. 

De  otra  parte ,  desayudado  el  Nocbera  por  algunas 
desconfianzas  entre  su  persona  y  la  del  Prior,  altivos 
ambos,  y  ambos  capricbosos,  ninguno  quiso  ni  supo 
convenir  ó  bumillarse  á  la  condición  ó  al  mando  ajeno; 
prosiguióse  la  competencia;  poco  después  fué  vengan- 
za, y  luego  desconcierto  del  servicio  de  su  rey;  y  sus 
tropas ,  de  cuyos  empleos  por  la  diversión  tanto  depen- 
día el  ejército  del  Vélez,  se  estuvieron  ociosas  todos 
aquellos  tiempos. 
Salieron  los  reales  de  Tarragona ,  y  se  ordenó  que  la 


MANUEL  DE  MELÓ. 

caballería  se  mejorase  siempre  cuanto  le  luesc  posibla 
bacía  Viliafranca  del  Panadés.  Ejecutólo  intrépidamente 
el  San  Jorge;  bailábase  en  la  plaza  el  teniente  general 
Vilaplana  con  desigual  poder;  fué  forzado  á  retirarse, 
y  lo  pudo  bacer  sin  pérdida  de  fuerzas  ni  de  opinión, 
por  ser  práctico  en  el  país ;  al  punto  ocuparon  los  rea- 
les el  paso,  contentándose  con  baberle  ganado,  sin  in- 
tentar por  entonces  otra  cosa  mientras  no  se  juntaba 
todo  el  ejército. 

Causó  la  retirada  de  Vilaplana  grandísimo 'descon- 
suelo en  Barcelona ;  entonces  volvieron  á  llorar  la  im- 
piedad del  Espernan ,  que  en  tal  peligro  los  babia  me- 
tido y  dejado ,  teniendo  por  seguro ,  ó  por  las  disculpas 
de  Vilaplanaó  porque  verdaderamente  les  pareciese  así, 
que  babíéndola  socorrido,  la  villa  pudiera  resistirse. 
Pero  el  francés ,  observante  de  las  atenciones  de  los 
catalanes,  y  no  menos  de  los  pasos  del  ejército  católi- 
co, dispuso  su  última  retirada  y  la  de  todos  sus  cabos 
y  tropas  á  Francia ;  contradecíansela  con  vivas  razones 
los  diputados,  que  su  mismo  dolor,  cuando  no  su  jus- 
ticia ,  les  estaba  dictando. 

No  se  detuvo  Espernan  á  ningún  oficio,  antes  pro- 
siguió su  camino  con  tanta  determinación ,  que  dio  mo- 
tivo á  que  se  pensase,  y  aun  escribiese ,  no  era  solo  el 
sencillo  deseo  de  cumplir  su  palabra  el  que  le  llevaba 
tan  resoluto.  Volvió  á  Francia,  donde  exteriormente 
fué  no  bien  recibido ;  todavía  ocupó  luego  su  gobierno 
propietario  de  Leucata.  Algunos  se  persuadieron  que 
mayor  espíritu  obraba  su  movimiento;  yo  no  puedo  es- 
cribir todo  lo  que  be  oido;  por  lo  que  se  ve  se  juzgue; 
lean  aquí  atentísimos  todos  los  que  aconsejan  sus  prín- 
cipes, que  el  caso  no  es  de  tan  pequeña  doctrina ;  asaz 
de  útil  ofrece  al  advertimiento  de  los  que  mucho  fian 
de  otro. 

Fué  la  salida  de  los  franceses  sentidísima  en  todo  el 
Principado,  é  bizo  cejar  mucbo  en  la  afición  con  que 
los  miraban  como  á  sus  libertadores.  Entonces,  vién- 
dose ya  asombrados  de  su  enemigo ,  recurrían  tal  vez 
á  culpar  la  primera  resolución;  otros  lo  juzgaban  á  in- 
felicísimo pronóstico;  y  tales  había  que  lo  considera- 
ban por  último  desengaño,  creyendo  que  la  desconfian- 
za de  su  conservación  llevaba  primero  aquellos  que  pri- 
mero la  conocían. 

Pero  los  hombres  en  que  el  valor  ardía  como  ele- 
mento, sin  otra  materia  de  interés  mas  que  su  propio 
celo ,  no  desmayando  con  la  ausencia  do  los  socorros, 
decían  que  así  les  babia  de  quedar  mayoría  gloria  del 
triunfo,  no  habiendo  de  partir  de  su  laurel  con  otras  ca- 
bezas ;  que  su  nación,  unida  y  sin  la  correspondencia  de 
otras  gentes,  quedaría  mas  fuerte  y  mas  segura,  pues 
entre  ellos  ya  no  era  tiempo  se  hallasen  los  ánimos  di- 
ferentes ó  indiferentes.  De  esta  suerte  alentaban  á  los 
temerosos. 

Marchaba  el  Vélez  en  tanto  al  Panadés,  donde  ya  la 
vanguardia  babia  ganado  á  Viliafranca;  ocupó  en  lle- 
gando con  su  grueso  el  lugar,  capaz  de  poder  recogerle 
todo.  Era  Viliafranca  pueblo  de  gran  vecindad  y  de  los 
mas  abundantes  de  España  en  su  provincia.  Aquel  mis- 
mo dia  se  ordenó  que  todos  los  caballos  ligeros  se  ade- 
I  lantasen  á  ganar  San  Sadurní,  distante  poco  mas  de 
una  legua  bacía  Martorell ,  donde  se  sabia  que  el  ene- 
'  migo  aguardaba  con  parte  de  la  gente  retirada  de  Villa- 
!  franca  y  todo  el  poder  que  tenían  junto  para  oponérsele. 


MOVIMIENTOS,  SEPARACIÓN 

Está  San  Sadunií  puesto  en  una  eminencia  acomo- 
dada para  defenderse,  desde  la  cual  hasta  Martoreli  se 
siguen  algunos  val'es  hondísimos,  que  van  siempre  ce- 
ñidos de  dos  cordilleras  de  montes,  que  unos  bajan  de 
las  serranías  de  Monserrate ,  y  otros  corren  la  tierra 
adentro,  pasando  poco  distantes  de  Barcelona. 

El  pueblo,  siendo  súbitamente  asaltado,  ni  por  eso 
dejó  de  resistirse,  confiado  en  que  la  vecindad  del  so- 
corro no  podia  faltarle;  pero  la  gran  fuerza  con  que  fué 
furiosamente  embestido  y  luego  entrado,  no  dejó  ver  la 
constancia  de  los  que  le  defendían,  ni  la  diligencia  de 
los  que  ya  caminaban  á  juntarse  con  ellos. 

Comenzaban  desde  allí  todas  sus  fortificaciones  de 
los  catalanes,  asentadas  en  sitios  favorables  á  sus  de- 
signios y  al  modo  de  guerra  común  á  los  hombres  ru- 
dos ;  pretendían  con  tropas  de  gente  bisoña ,  puestas 
en  aquellos  lugares  altos ,  libres  á  la  furia  de  la  caba- 
llería ,  defender  todo  el  paso ,  que  por  larguísima  dis- 
tancia continuaba  en  aquella  angostura;  este  fué  su  in- 
tento, y  lo  pudieran  lograr  á  poner  en  ello  mas  cuida- 
do. La  naturaleza  convida  con  la  defensa ,  el  arte  la  per- 
fecciona; la  necesidad  hace  poco  mas  que  desearla,  y  la 
estraga  á  veces;  el  temor  no  ayuda  al  acierto;  quien 
teme  no  sabe,  el  que  sabe  tiene  menos  qiie  temer;  la 
guerra  se  ha  reducido  á  términos  de  ciencia;  el  orden 
alcanza  mas  que  la  fortaleza. 

Detúvose  el  Vélez  por  discurrir  con  templanza  en  el 
modo  de  la  empresa  de  Martoreli ,  que  como  mas  pro- 
pia, por  ser  suyo  el  lugar,  como  hemos  dicho,  deseaba 
acertarla.  Hallábase  con  buenas  noticias  del  país  ene- 
migo, porque  en  su  campo  había  muchos  naturales  y 
otros  no  menos  prácticos :  todavía  procuró  haber  algu- 
nos paisanos  por  cuya  industria ,  no  solo  fuese  avisado, 
sino  guiado;  mandó  se  buscasen,  y  le  fueron  traídos 
por  las  tropas  de  la  caballería,  de  los  cuales  se  entendió 
cumplidamente  todo  lo  que  deseaba  saber. 

Había  gobernado  hasta  aquel  día  las  armas  de  los  ca- 
talanes su  oidor  eclesiástico  Forran ,  acompañado  de 
don  Pedro  Desbosch  y  don  Francisco  Miguel,  caballero 
de  San  Juan,  en  quienes ,  por  mas  que  se  adornaban  del 
celo  y  fidelidad ,  no  se  hallaban  aquellas  calidades  sufi- 
cientes al  grande  oficio  que  ejercían.  Con  este  conoci- 
miento fué  llamado  el  diputado  militar  Francisco  de 
Tamarit  (á  cuyo  puesto  tocaba  el  mando  de  las  armas 
naturales),  que  hasta  entonces  se  hallaba  ocupado  en 
el  Ampurdan ,  liaciendo  frente  y  resistencia  á  las  tropas 
reales  de  Rosellon.  Era  el  Tamarit  hombre  que  junta- 
mente llegó  á  enseñarla  milicia  á  los  suyos  y  aprender- 
la entre  ellos ,  pero  ya  en  opinión  de  capitán  ,  porque 
los  buenos  sucesos  anticipan  á  veces  la  gloria  del  aplau- 
so, á  que  parece  caminan  otros  y  rodean  por  el  mereci- 
miento. 

No  menos  los  negocios  del  'Ampurdan  eran  á  este 
tiempo  dignos  de  todo  cuidado  :  no  se  atrevía  el  Tama- 
rit á  dejarlos  expuestos  á  la  mejor  suerte  de  sus  ene- 
migos, ni  tampoco  pudo  excusarse  de  acudir  al  aviso 
de  su  repúbhca.  Dispuso  y  encargó  la  defensa  de  aque- 
lla provincia  como  le  pareció  mas  conveniente,  y  dejó 
en  su  guarnición  á  los  maestres  de  campo  don  Antón 
Casador,  don  Dalmau  .\lemany,  don  Bernardo  Montpa- 
lau,  don  Juan  Sanmenat  y  el  vizconde  de  Joch,  cuyos 
tercios ,  si  bien  no  eran  copiosos ,  parecía  que  por  en- 
tonces podían  hacer  resistencia  al  contrario,  que  ya  se 


Y  GUERRA  DE  CATALl.ÑA.  K21 

hallaba  con  mayores  pensamientos  en  la  parte  donde 
tenia  las  mayores  fuerzas;  y  habiendo  también  ordena- 
do á  las  compañías  de  caballos  de  Enrique  Juan,  el 
baile  de  Falsa  y  Manuel  de  Aux  le  siguiesen,  entró  en 
Barcelona  al  mismo  tiempo  que  le  llamaba  la  necesidad 
y  la  desconfianza  común.  Cobró  el  pueblo  nuevo  alien- 
to con  su  llegada ,  haciéndola  aun  mas  alegre  haber  en- 
trado casi  en  aquellos  días  monsieur  de  Plesís  y  mon- 
sieur  de  Seriñan  con  un  regimiento  de  irifaníería  fran- 
cesa, y  trescientos  caballos  no  comprchendidos  eu  las 
capitulaciones  de  Tarragona. 

Consistía  toda  su  esperanza  de  los  catalanes  en  de- 
fender el  paso  de  Martoreli,  juzgando  ser  aquella  la 
verdadera  defensa  y  fortificación  de  Barcelona ;  habifin 
perdido  el  Coll  con  facilidad,  cosa  entre  ellos  tenida 
por  insuperable  :  esta  consideración  los  llevaba  mas  al 
propósito  de  aquella  resistencia. 

Procuraban  dar  satisfacción  al  Principado,  cuyas 
fuerzas  tenían  juntas,  siendo  cierto  que  todos  sus  na- 
turales parece  habían  puesto  los  ojos  en  aquella  acción 
para  acabar  de  creer  ó  desesperar  en  su  defensa  :  á  lo 
que  mas  se  aplicaban  era  á  intentar  algún  buen  efecto 
por  manos  do  la  industria.  Pareció  conveniente  dar  avi- 
so al  Margarit,  que  emboscado  en  las  espesuras  de 
Monserrate,  hacia  la  guerra  en  continuos  asaltos,  para 
que  en  la  mejor  forma  que  el  tiempo  y  sus  fuerzas  die- 
sen lugar  se  acercase  á  Tarragona  y  picase  al  ejército 
vivamente  por  las  espaldas. 

Recibió  don  José  la  orden,  y  recogió  á  sí  toda  la  gen- 
te que  le  quiso  seguir,  y  con  algunos  almogávares  fué 
á  tentar  la  fortuna  con  determinación  de  dar  sobre  los 
lugares  que  el  ejército  católico  dejase  con  alguna 
guarnición;  asegurábase  en  que  la  caballería  tenia  des- 
ocupado el  campo  de  Tarragona ,  y  así  no  le  quedaba  el 
negocio  dificultoso. 

Marchó,  y  crecía  cada  instante  tanto  en  poder  y  pen- 
samientos, que  determinó  ir  á  dar  vista  á  la  misma 
ciudad  de  Tarragona;  empero  siendo  informado  de  su 
gran  presidio ,  revolvió  por  hacia  la  montaña  á  la  villa 
deConstantí,  distante  de  Tarragona  una  pequeña  le- 
gua. Es  Constantí  lugar  mediano ,  pero  fortalecido  de 
un  castillo  de  los  que  la  antigüedad  fundó  con  mayor 
arte;  está  eminente  á  todo  su  pueblo  y  á  toda  la  campaña , 
desde  donde  se  mira  no  menos  fuerte  que  agradable  ; 
servia  de  hospital  y  cárcel  á  castellanos  y  catalanes ;  pa- 
recióle al  Margarit  esta  empresa  acomodada  á  sus  fuer- 
zas ,  pensando  por  ventura  divertir  con  aquella  acción 
la  fuerza  del  ejército ,  como  suele  la  leona  dejar  algu- 
nas veces  la  presa  á  los  rugidos  de  los  cautivos  hijue- 
los; embistió  la  villa  en  el  mayor  descuido  de  la  no- 
che; ganaron  las  puertas  con  brío  los  catalanes,  no 
poco  defendidas  de  los  soldados  de  la  guarnición.  Es 
celebrado  entre  los  mas  el  aliento  de  un  Pedro  de  Tor- 
res, sargento  catalán;  nombrárnosle,  contra  costum- 
bre, porque  le  hallamos  nombrado  de  todos.  iJcIéndióso 
el  castillo  como  pudo ,  y  fué  entrado  con  la  primera  luz 
de  la  mañana ;  murieron  algunos  castellanos  en  número 
como  treinta;  cobraron  su  libertad  mas  de  trescienfos 
naturales  prisioneros,  y  sin  duda  pudiéramos  contar 
este  por  un  dichoso  suceso,  sí  no  oscureciera  mucho  de 
su  gloria  la  crueldad  con  que  fueron  tratados  los  heri- 
dos y  enfermos;  porque  habiéndose  reconocido  por  los 
vencedores  los  hospitales,  donde  yaciu;;  has!a  cuutry- 


522 


DON  FRANCISCO 


Tientos  soldados,  defendidos  solo  de  la  humanidad  y  re- 
ligión, úlliinos  privilegios  de  los  miserables,  fueron 
entrados  furiosamente,  y  sin  ninguna  piedad  despeda- 
zados y  muertos.  Corrió  la  tristísima  sangre  por  en 
medio  de  la  sala  en  forma  de  arroyo  :  nadaban  sobre 
ella  brazos,  piernas  y  cabezas;  los  cuerpos  humanos, 
perdida  su  primera  forma,  parecían  monstruosos  tron- 
cos de  carne.  Al  principio  las  quejas ,  lágrimas  y  voces 
formaron  un  horrible  estruendo ,  y  el  miedo  y  la  con- 
fusión fueron  para  algunos  tan  crueles  como  para  otros 
el  acero ;  los  lechos,  fabricados  á  la  paz  y  descanso  na- 
tural ,  se  veian  torpísimamente  bañados  en  sangre ,  y 
sucios  con  las  entrañas  de  sus  dueños,  figuraban  lasti- 
mosamente las  bárbaras  carnicerías  délos  gentiles.  No 
pudo  detenerse  á  ningún  respeto  el  furor  de  los  que 
vencían,  porque  parece  es  calidad  de  la  victoria  asen- 
tarse sobre  la  mayor  ruina ;  tampoco  la  venganza  obe- 
dece á  algún  consejo  de  la  piedad;  hallábanse  rabiosos 
los  catalanes  del  suceso  de  Cambrils,  y  obraban  de  suer- 
te en  Constantí,  como  si  con  aquella  violencia  enmen- 
dasen la  ya  padecida. 

Entendióse  con  brevedad  en  Tarragona  la  interpresa 
de  aquel  lugar,  y  aun  sin  prevenir  tan  grande  daño, 
mandó  el  Tejada  salir  la  caballería  é  infantería  que  pudo 
la  vuelta  del  enemigo ;  pero  el  Margarit,  que  no  dejaba 
de  temerse  de  los  socorros  de  Tarragona ,  habla  puesto 
de  reserva  fuera  de  la  villa  al  capitán  Cabanas  y  su  com- 
pañía (hombre  entre  ellos  de  buena  opinión),  con  or- 
den que  escaramuzase  con  los  socorredores  mientras 
se  juntase  la  gente  que  se  ocupaba  en  el  saco.  Tocaron 
al  arma  las  centinelas  del  Cabanas  que  se  hablan  ade- 
lantado por  todas  las  avenidas ,  y  su  cuerpo  de  guardia 
se  opuso  con  gran  valor  á  las  tropas  contrarias  :  llega- 
ron los  reales ,  y  atacándose  entre  unos  y  otros  vivísi- 
mamentela  contienda,  pelearon  hasta  que,  dispuestos 
ya  en  forma  militar  todos  los  catalanes,  se  resolvieron 
á  dejar  la  villa,  cuya  conservación  casi  parecía  imposi- 
ble é  inútil,  por  la  mucha  vecindad  del  poder  contrario. 
"No  ignoraba  el  Vélez  todas  las  prevenciones  del  ene- 
migo; y  así ,  desde  luego  determinó  servirse  del  artifi- 
cio. Llamó  á  consejo  casi  á  vista  de  Martorell ,  y  por 
todos  fué  ajustado  que  los  catalanes  fuesen  embestidos 
en  sus  fortificaciones,  mas  con  intención  de  medir  sus 
fuerzas  que  de  ganárselas;  que  si  ellas  fuesen  tales  que 
diesen  lugar  á  proseguir  el  asalto,  no  se  perdiese  co- 
yuntura y  se  apretase  lo  posible  por  desembarazar  el 
paso ;  pero  que  hallando  asi  fuerte  la  resistencia  y  que 
el  peligro  pareciese  mayor  que  el  útil,  se  retirasen,  y 
entreteniendo  al  contrario  con  escaramuzas,  se  enviase 
un  trozo  de  ejército  bien  gobernado,  que  subiendo  la 
inontaña  á  mano  izquierda,  bajase  al  collado  dicho  del 
Portell,  desde  donde  se  tomaba  al  enemigo  de  espal- 
das, y  se  pasaban  de  esotra  parte  del  rio  Llobregat;  con 
que  los  catalanes  quedaban  imposibilitados  de  la  reti- 
rada ó  socorro. 

Era  de  pocos  diasanles  entrado  en  el  gobierno  de 
aquellas  armas  el  diputado  militar  Tamarit,  que  no  des- 
preciando el  valor  de  los  católicos  (como  aquel  que  lo 
había  experimentado  de  cerca),  luego  que  reconoció  su 
ejército,  pidió  nuevos  socorros  á  Barcelona,  porque 
con  las  mudanzas  de  los  cabos  que  entre  los  catalanes 
liabian  sucedido,  se  desbaratara  buena  cantidad  de  gen- 
te, faltando  de  una  y  otra  casi  la  tercera  parte. 


MANLEL  DE  MELÓ. 

Fué  esta  nueva  escuchada  en  la  ciudad  con  mucho 
enojo  y  tristeza ;  oyen  mal  y  creen  peor  los  hombres 
pacíficos  los  aprietos  de  la  guerra ;  acusa  el  civil  de  pe- 
rezoso al  soldado  y  al  capitán  que  no  vence  según  su 
antojo ;  ninguno  acierta  á  medir  la  desigualdad  que  hay 
entre  sus  estados ;  el  ocio  de  la  guerra  es  terremoto  en 
la  república ;  lo  que  es  confusión  en  la  ciudad ,  es  quie- 
tud del  ejército  :  desdicfia  original  juzgar  de  las  accio- 
nes imperceptibles  de  la  guerra  el  tribunal  de  los  polí- 
ticos, tan  liberales  en  averiguar  las  calidades  del  peli- 
gro que  ignoran ,  donde  suele  salir  condenado  á  veces 
el  valor  y  á  veces  la  prudencia;  como  si  Marte  pesase 
en  la  balanza  de  Astrea,  y  entre  la  fortuna  y  la  razón 
hubiese  gran  conformidad. 

Quejáronse  los  catalanes ,  mas  no  se  entorpecieron 
del'afecto  con  que  se  quejaban ;  prevenían  con  todas 
diligencias  posibles  el  socorrer  al  Tamarit;  convocólos 
y  pidiólos  la  Diputación  con  imperio  de  señora  y  lágri- 
mas de  madre  igualmente  afligida  que  temerosa.  Valió- 
se la  ciudad  de  todas  sus  parroquias,  conventos,  co- 
fradías, gremios  y  universidades,  porque  aquellos  que 
se  podían  negar  al  mandamiento,  no  hallasen  modo  para 
excusarse  del  ruego;  esforzáronse  á  dar  ó  cortar  el 
brazo  por  salvación  del  cuerpo  de  su  república;  todos 
se  ofrecieron  al  remedio,  sin  reservar  la  sangre  ó  la  ha- 
cienda. Obligación  es  del  vasallo  ó  del  repúblico  acudir 
á  su  príncipe  ó  á  su  patria  afligida,  de  tal  suerte,  como 
si  solo  por  su  cuenta  estuviese  el  remedio ;  fáciimente 
se  pudiera  reparar  la  ruina  de  un  reino  donde  todos 
pensasen  que  el  daño  era  solamente  suyo ;  de  lo  contra- 
rio se  da  á  entender  ambición.  Certísimo  os  el  peligro 
donde  los  intereses  parecen  de  uno  solo  y  el  riesgo  do 
todos. 

Venció  la  diligencia  de  la  ciudad  el  alboroto  del  pue- 
blo, haciendo  cómo  marchase  la  gente  de  la  misma 
suerte  que  se  juntaba;  los  clérigos  y  frailes  desde  el  al- 
tar y  el  coro  pasaban  á  la  campaña;  niños,  ancianos  y 
enfermos,  ninguno  dejaba  sosegar  el  celo  de  su  defensa; 
cada  cual  media  sus  fuerzas  por  su  espíritu ,  no  este  por 
aquellas,  como  siempre.  Juntáronse  en  brevísimo  tiem- 
po mas  de  tres  mil  personas,  pero  con  poca  suficiencia 
para  las  armas,  en  extremo  ajenas  de  su  ejercicio. 

Entre  tanto  los  del  ejército  católico,  dispuestas  ya  sus 
acciones  según  el  orden  que  habian  tomado ,  y  desen- 
gañados de  que  por  el  frente  del  paso  era  tanta  la  re- 
sistencia, que  no  había  que  proseguir  por  aquella  parle, 
se  dividió  todo  el  grueso  en  dos  trozos.  Tomó  la  van- 
guardia por  su  cuenta  el  Torrecusa,  á  quien  seguían 
seis  mil  infantes  en  los  tercios  de  la  guardia,  en  los  de) 
duque  del  Infantado,  portugueses ,  vs'alones  y  el  de  los 
presidios  de  Portugal ,  y  hasta  quinientos  caballos ;  dejó . 
el  camino  real  á  mano  izquierda ,  y  entrándose  en  las 
asperezas  de  aquellas  serranías  que  suben  creciendo 
desde  el  agua  á  la  montaña ,  fué  marchando  y  haciendo 
su  camino  en  forma  de  arco  por  toda  la  tierra ,  que  los 
catalanes  pensaban  se  defendía  por  manos  de  la  natu- 
raleza. 

El  Vélez ,  entendiendo  que  su  viaje  liabria  de  ser  un 
poco  mas  dilatado,  y  aquella  suspensión  podría  ocasio- 
narles alguna  sospecha,  mandó  de  nuevo  atacar  dife- 
rentes escaramuzas  en  el  frente  con  las  trincheras  y  re- 
ductos ,  que  se  hallaban  bien  guarnecidos  y  eminentes 
ea  todos  los  pasos  á  propósito  de  la  defensa  en  el  cami- 


MOVIMIENTOS,  SEPARACIÓN 

no  real ;  mas ,  ó  que  fuese  flojedarl  ó  artificio  de  ios  cas-  ] 
teliarios,  ninguna  vez  pretendieron  arrimarse  á  las  for- 
tificaciones contrarias,  que  no  fuesen  rechazados  con 
gran  valor  y  destreza  por  los  catalanes.  Ocupóse  todo 
aquel  dia  en  las  escaramuzas ,  y  el  segundo  se  tocaron 
muchas  alarmas á  la  villa  por  el  costado  siniestro;  con 
que  crecia  en  los  embestidos  cada  hora  el  asombro, 
viéndose  atacados  por  tres  partes  á  un  mismo  tiempo. 

Ya  entonces  se  descubrían  las  tropas  del  Torrecu- 
sa;  tardó  un  poco  mas  de  lo  que  se  pensaba,  habién- 
dose detenido  en  quemar  un  burgo  que  se  puso  en  re- 
sistencia ,  no  sin  algún  daño  de  los  reales,  por  ser  de 
noche  la  contienda;  llegó,  en  fin,  sobre  Martorell  in- 
tempestivamente, y  reseñándoles  á  los  sitiados  los  cla- 
rines contrarios  por  las  espaldas,  dieron  su  perdición 
por  segura.  Aquellas  voces  á  un  mismo  paso  servían  de 
desmayo  y  aliento;  unos  aflojaban  como  perdidos,  y 
otros  se  alentaban  como  vencedores ;  apretáronse  las  es- 
caramuzas y  juego  de  la  artillería  con  horrible  estruen- 
do ,  multiplicándose  en  los  senos  de  los  valles  vecinos; 
crecia  el  horror,  y  se  desesperaba  en  la  defensa  de  tal 
suerte,  que  el  Seriñan,  reconociendo  el  riesgo  común, 
comenzó  á  introducir  la  plática  de  salvación.  Tuvieron 
su  consejo  el  Tamarit  y  tercer  conseller,  á  quienes  asis- 
lian  el  Seriñan  y  don  Josef  Zacosta,  y  ordenaron  que 
monsíeur  de  Aubiuí  saliese  á  reconocer  el  poder  del  Tor- 
recusa ,  que  era  quien  mas  les  afligía;  pero  siendo  in- 
formados prontamente  de  que  el  enemigo  bajaba  con 
todo  su  grueso ,  acompañado  de  nuevas  tropas  de  caba- 
llería y  seis  escuadrones,  con  los  cuales  igualaba,  cuan- 
do no  superase,  su  número,  resolvieron  no  exponer  al 
último  daño  aquel  pequeño  ejército;  que  el  postrer  pe- 
ligro íio  debía  ser  sino  cuando  se  hubiese  desbaratado 
toda  la  fuerza  é  industria;  que  Martorell  no  merecía  ser 
el  final  teatro  de  sus  desesperaciones ;  que  el  corazón 
de  la  patria  eran  aquellas  armas;  que  de  ellas  se  deriva- 
ba el  aliento  á  todo  el  cuerpo  de  su  república;  que  qui- 
zá en  Barcelona  los  aguardaba  la  suerte  próspera ;  que 
allá  era  la  resistencia  mas  segura ,  mas  cercanos  los  so- 
corros ,  mas  ejecutiva  la  desesperación ,  mayor  el  pue- 
blo, mayores  las  obligaciones;  que  ningún  cuerdo  de- 
jaba de  tomar  de  su  fortuna  aquella  tregua  con  que  le 
convidaba,  porque  entre  el  cuchillo  y  la  garganta  to- 
paron muchos  su  remedio;  que  el  entregarse  á  los  pe- 
ligros no  es  valor ,  sino  torpeza  del  miedo ,  que  no  deja 
solicitar  su  remedio  al  sumamente  cobarde. 

De  estas  razones  persuadidos,  mandaron  se  retirasen 
los  tercios  en  buen  orden ,  y  se  temían  de  no  poder  con- 
seguirlo, porque  se  dificultaba  tanto  en  el  indomable 
furor  de  los  suyos  como  en  la  pujanza  y  atrevimiento 
délos  contraríos. 

Los  cabos  españoles ,  reconociendo  la  misma  razón 
que  obligaba  á  retirarse  los  catalanes,  apretaban  con 
toda  furia  por  no  daries  lugar  á  la  salida ;  empero  ellos 
con  mayor  noticia  del  país  hicieron  avanzar  las  tropas 
de  su  caballería,  á  cuyo  abrigo  salían  los  infantes,  por- 
que no  era  menos  la  resistencia  en  el  frente ,  donde  el 
Vélez  determinó  de  hacer  dar  el  asalto  después  de  la 
venida  del  Torrecusa.  Habíanse  acercado  las  mangas  á 
sus  fortificaciones  por  menos  distancia  que  á  tiro  de 
arcabuz,  lo  que  habiendo  reconocido  monsíeur  de  Se- 
nesé,  á  cuyo  cargo  estaba  la  artillería,  con  el  de  Ba- 
landon  y  otros  que  les  seguían ,  dispusieron  de  tal  suer- 


Y  GUERRA  DE  CATALINA.  523 

te  su  manejo,  que  la  infantería  española  se  detuvo  todo 
el  tiempo  que  la  catalana  hubo  menester  para  dejar  el 
puesto,  y  seguir  la  otra  en  su  retirada. 

Entonces  fué  entrado  el  lugar  por  las  espaldas :  satis- 
fizóse  allí  la  venganza  de  unos  de  la  resistencia  de  otros, 
como  si  fuese  culpa  la  defensa;  no  perdonaba  la  furia 
á  edad  ó  sexo;  á  todos  igualó  la  crueldad  en  una  misma 
miseria.  Costó  la  entrada  de  Martorell  las  vidas  de  al- 
gunos soldados  y  oficiales ,  y  entre  ellos  fué  mas  sentida 
la  muerte  de  don  José  de  Saravia ,  caballero  del  hábito 
de  Santiago ,  teniente  de  maestre  de  campo  general ,  y 
el  hombre  mas  práctico  en  papeles  y  despachos  de  un 
■ejército  que  otro  ninguno.  Faltaron  de  los  catalanes 
mas  de  dos  mil  hombres  entre  infantes  y  caballos  lige- 
ros. Por  la  misma  razón  que  el  Vélez  esperaba  de  aquel 
lugar  mas  obediencia,  permitió  que  fuese  allí  mayor 
estrago. 

No  habían  las  tropas  de  su  caballería  del  Torrecusa 
acabado  de  bajar  por  el  coliado,  cuando  juzgando  ya 
la  victoria  por  suya ,  se  aventuraron  á  divertirse  y  en- 
trarse por  los  pueblos  vecinos,  porque  el  descuido  del 
contrario  acrecienta  las  fuerzas  y  aun  la  dicha  del  que 
acomete.  Algunas  partidas  de  caballos  sueltos  tomaron 
el  camino  de  San  Feliu  con  pretexto  de  corlar  los  so- 
corros de  Barcelona. 

Eran  de  poco  tiempo  llegados  á  aquel  paso  todos 
aquellos  con  que  la  ciudad  pudo  acudir  á  su  ejército; 
la  gente  bisoña  y  de  profesión  extraña  descansaba  sin 
tino  de  la  fatiga  de  las  armas;  llegaron  súbitamente  sus 
corredores,  y  les' dieron  aviso  del  peligro  en  que  se  ha- 
llaban :  constaba  el  socorro  de  hombres  los  mas  de  ellos 
eclesiásticos,  y  otros  algunos  oficiales  y  gente  llana, 
que  viéndose  vecina  á  la  muerte,  no  se  acababa  de  dis- 
poner ni  bien  á  la  fuga  ni  bien  á  la  resistencia ;  vueltos 
á  su  discurso  por  algún  particular  aliento  que  les  asistía, 
y  acompañados  de  los  infantes  franceses,  á  quienes  se 
arrimaron,  consiguieron  el  ponerse  en  forma  de  esperar 
al  enemigo.  Cobraron  una  colina  harto  favorable  á  su 
defensa ,  y  socorridos  también  de  una  compañía  de  ca- 
ballos, del  capitán  Borrell,  alcanzaron  mayor  confianza 
de  la  victoria.  Llegaban  las  tropas  con  intención  de  em- 
bestirlos, convidadas  de  su  primer  desorden,  y  no  obs- 
tante que  ellos  así  pudieran  defenderse  ,  dejaron  aquel 
sitio,  y  poco  á  poco  se  subieron  la  montaña,  donde  sin 
la  contingencia  déla  defensa,  alcanzaron  mayor  seguri- 
dad por  la  retirada,  entrándose  en  los  bosques.  Quedó  ol 
lugar  en  manos  de  los  vencedores,  y  sirvióles  de  cuar- 
tel asaz  á  propósito  para  su  intento  y  descanso. 

Detúvose  el  Vélez  un  dia  todo,  como  llorándolas  rui- 
nas de  su  Martorell ,  porque  si  bien  deseaba  pasar  ade- 
lante, no  le  era  posible  por  entonces ;  el  ejército,  suma- 
mente fatigado  de  las  marchas  y  escaramuzas  pasadas, 
no  se  hallaba  en  la  disposición  y  sosiego  de  que  necesi- 
tan las  gentes  que  han  de  comenzar  el  gran  hecho  de 
una  batalla  ó  sitio. 

Pareció  se  debía  dejar  allí  el  presidio  conveniente 
para  defensa  del  paso  del  Congost ,  donde  se  habían  de 
asegurar  los  víveres  que  bajasen  de  San  Sadurní ;  y  así, 
fué  ordenado  que  el  comisario  general  de  caballería  íh 
las  órdenes  con  quinientos  caballos  se  quedase  guar- 
dándole ,  y  que  en  Martorell  se  detuviesen  dos  tercios 
prontos  para  marchar  hacia  donde  les  fuese  ordenado. 
Con  estas  prevenciones  salió  el  Vélez  al  diasiguíen- 


824  DON  FRANCISCO 

te ,  y  ordenó  de  nuevo  que  su  vanguardia  en  buena  dis- 
posición avanzase  todo  lo  posible  basta  los  lugares  de 
Molins  de  Rey ,  San  Feliu  y  Esplúgas,  donde  pretendía 
dar  forma  de  batalla  ú  su  campo ,  según  la  acción  en 
que  asentase  que  debia  ser  empleado.  Mandó  adelantar 
sus  escuadrones ,  segiin  liemos  referido,  y  sin  dificul- 
tad ninguna  se  bizo  dueño  de  todos  los  pueblos  y  tierra 
de  aquel  contorno;  no  se  topaba  de  parte  del  contrario 
defensa  alguna  ,  ni  liabia  batidores  ó  centinelas  que 
procurasen  descubrir  sus  movimientos;  toda  la  tierra 
parecía  triste  y  liona  de  silencio ,  de  cuya  quietud  in- 
ferían los  españoles  el  temor  de  sus  contrarios;  todo  lo 
interpretaban  dicbnsamente  :  es  costumbre  del  deseo 
errar  siempre  el  juicio  en  las  figuras  de  los  sucesos 
prósperos. 

Hallábase  ya  acuartelado  el  ejército  en  los  pueblos 
vecinos  á  Barcelona ,  adonde  babiendo  llegado  el  Vélez, 
entendió  no  debia  fiar  una  cosa  tan  grande  de  solo  su 
arbitrio;  quiso  justificarse  con  su  ejército,  obligado  no 
menos  de  su  modestia  que  de  otros  vivos  pensamientos, 
que  no  le  dejaban  afirmar  en  ninguna  resolución,  por- 
que á  la  verdad  su  espíritu  jamás  le  dio  esperanza  de 
la  victoria.  Teaiia  interiormente,  y  procuró  ayudarse  do 
los  bombros  de  mucbos  ó  sus  esperanzas  para  llevar  el 
peso  de  la  contingencia.  Es  esta  la  mayor  usura  de  los 
políticos,  obrar  solos  aquellas  cosas  de  que  se  satisfa- 
cen, por  no  repartirla  gloria  del  acierto  con  ninguno, 
y  ayudarse  de  otros  en  aquellas  que  temen,  por  des- 
cargarse con  ellos  de  la  vergüenza  que  sigue  á  los  rui- 
nes acontecimientos. 

Llamó  á  consejo  los  primeros  y  segundos  cabos  de 
su  campo,  y  otras  algunas  personas  cuya  intervención 
podía  ser  pro vecbosa  para  el  acierto  ó  para  la  justifi- 
cación :  llamó  á  don  Luis  Monsuar,  baile  general  de 
Cataluña,  bombremuy  confidente  á  su  rey,  como  atrás 
habemos  diclio,  y  en  extremo  práctico  en  todas  las  co- 
sas públicas  y  particulares  del  Principado ;  bizo  tam- 
bién llamar  á  don  Francisco  Antonio  de  Alarcon,  del 
consejo  real  de  Castilla,  á  quien  el  Conde-Duque  ba- 
bia  enviado,  debajo  de  otros  pretextos,  como  para  fis- 
cal de  las  acciones  del  Vélez.  Ng  babia  en  el  Alarcon 
parte  ninguna  suficiente  para  lo  que  se  trataba;  empe- 
ro mucha  disposición  para  ser  creído  por  su  boca  el  gran 
desvelo  con  que  el  Vélez  procuraba  los  buenos  sucesos; 
juntos  entonces  dijo  así : 

«Que  pues  la  buena  fortuna,  guiada  de  la  justifica- 
ción del  Rey,  los  babia  traído  vencedores  tan  cerca  del 
lugar,  donde  los  delitos  pasados  clamaban  religiosa- 
mente por  castigo,  faltaba  solo  discurrir  en  el  modo 
mas  conveniente  de  la  venganza,  si  así  podían  llamar- 
se los  efectos  del  justísimo  enojo  de  su  monarca;  que 
ya  babian  conocido  en  mucbas  experiencias  el  poco  va- 
lor de  aquellas  gentes  miserables  ( en  fin  como  faltos  de 
razón),  pues  en  aquellos  días  fueron  tantas  las  victo- 
rias cuantas  las  veces  que  se  pusieron  á  vencerlos;  que 
la  espada  de  aquel  ejército,  ya  pendiente  sobre  el  cuello 
de  Barcelona,  estaba  también  destinada  para  castigo  de 
otras  provincias;  queel  tardar  en  el  primer  golpe  era  re- 
tardarse la  gloria  del  segundo  triunfo;  que  allí  no  iban 
á  mas  que  á  ensayarse  para  mayores  cosas;  que  haber- 
se contentado  con  pequeños  hechos  era  deshojarse  los 
copiosos  laureles  que  los  aguardaban;  que  toda  Espa- 
ña, toda  Euro[)a  y  todo  el  mundo  estaba  mirando  ateu- 


MANLEL  DE  MELÓ. 


lísímamente  sus  sucesos;  que  ya  era  menester  darles" 
satisfacción  á  la  esperanza  de  los  amigos  y  á  las  dudas 
de  los  neutrales;  que  mucbos  en  laciudad,  depositando 
la  fe  en  el  silencio  ó  temor,  no  esperaban  mas  que  ver 
tremolar  las  bamleras  reales  para  levantar  una  gran 
voz  en  favor  de  España;  que  de  la  misma  suerte  los 
obstinados,  por  ventura  que  esta  misma  diligencia 
aguardasen  para  reducirse,  dando  así  alguna  disculpa 
á  su  mudanza ;  que  esto  no  podía  ser  dudoso,  pues  don- 
de la  resistencia  los  convidaba  con  el  sitio,  ellos  no  ba- 
bian atinado  á  defenderse,  ni  parece  que  lo  solicitaban, 
según  todo  lo  perdían  sin  pérdida.  » 

Templó  luego  con  gran  destreza  el  orgullo  á  que  va- 
namente podían  inducir  sus  razones,  porque  sin  duda 
parece  que  en  estos  casos  pendo  de  la  boca  del  caudi- 
llo el  temor  ó  aliento  de  los  subditos.  Puso,  no  sin  cui- 
dado, antes  las  consideraciones  apacibles,  por  dar  á  en- 
tender á  los  que  escuchaban  que  su  lengua  le  minis- 
traba primero  aquellos  afectos  que  primero  topaba  en 
el  corazón;  ó  fué  también  traerles  últimamente  á  la 
memoria  sus  peligros,  deseando  que  los  tuviesen  mas 
cerca  de  los  ojos,  al  tiempo  que  se  determinasen;  él  no 
amaba  ni  elegía  lo  que  alabó,  antes  sentía  lo  contrario; 
y  añadió  luego : 

«Que ninguno  debia  arrojarse  al  precipicio  por  ver 
precipitado  al  que  pasó  delante ;  que  no  les  obligase  á 
torcer  ó  encubrir  alguna  parte  de  su  sentimiento  el  ha- 
ber entendido  que  su  ánimo  apetecía  aquella  empre- 
sa; que  midiesen  atentamente  las  fuerzas  del  ejército, 
y  su  disposición  con  la  multitud  de  aquel  pueblo  y  obs- 
tinación de  aquella  ciudad;  que  tampoco  tuviesen  por 
infalibles  las  señales  de  recibir  sus  armas  y  aclamar  su 
nombre,  porque  en  la  astucia  de  los  afligidos  no  hay 
promesa  imposible  ni  segura ;  que  si  se  les  ofrecía  otro 
modo  mas  acomodado  de  castigo  que  la  batalla  ó  sitio, 
lo  practicasen;  que  él  sabía  de  su  rey  que  mas  deseaba 
el  acierto  que  la  venganza;  que  los  alborotos  presen- 
tes de  España  pedían  atentísimo  juicio  cerca  de  los  em- 
pleos de  sus  armas,  porque  siendo  muchas  las  ocasio- 
nes y  uno  el  poder,  era  menester  no  ofrecerle  á  casos 
dudosos.» 

Mandó  luego  que  hablase  públicamente  el  goberna- 
dor de  Monjuich,  caballero  catalán,  que  la  nocheantes, 
mas  obligado  del  temor  que  de  la  fidelidad,  se  pasó  al 
ejército  católico ;  informó  en  público  de  las  cosas,  par- 
ticularmente de  su  castillo,  y  de  otras  de  la  ciudad,  fa- 
cilitándolas, como  es  uso  en  los  que  pretenden  lisonjear 
y  persuadir. 

Callado  este,  ordenó  el  Vélez  se  leyese  públicamente 
la  carta  de  su  rey  y  las  órdenes  del  Conde-Duque  sobre 
el  negocio  de  Barcelona;  todo  encaminado  á  las  pron- 
tas ejecuciones,  histaba  el  Conde  en  la  expugnación, 
prometía  el  suceso,  facilitaba  los  inconvenientes,  y  mos 
trábales  el  modo  de  la  segura  victoria;  en  fin,  la  dispo- 
nia  y  juzgaba ,  sin  otro  fundamento  que  su  deseo  vivo, 
en  cada  palabra  y  letra. 

No  hay  juicio  tan  experto  que  antes  de  la  experien- 
cia comprebenda  el  ser  de  las  cosas  ;  mucbos  ni  aun 
después  del  estudio  lo  han  conseguido.  El  favor  de  los 
principes  puede  hacer  los  hombres  grandes,  pero  no 
cientes;  algunos,  fundados  en  aquella  gracia  del  señor, 
como  se  ven  superiores  á  los  otros  en  la  fortuna,  pien- 
san que  lo  son  también  á  la  misma  fortuna ;  el  que  su- 


i 


MOVIMIENTOS,  SEPARACIÓN 

bió  ignorante  al  magistrado,  ignorante  caerá  del  ma-  ! 
gistrado ,  los  iiomlires  le  aplauden  y  le  engañan,  la  suer- 
te los  aborrece  y  escarmienta,  ellos  le  suben  sobre  tila,   ! 
y  él  se  arroja  desde  allá  después  de  subido.  Errada-  ; 
mente  suele  mandarlo  lodo  el  que  primero  no  mandó  j 
á  pocos  y  obedeció  á  algunos;  mas  ¡qué  erradamenlo  j 
dispone  los  ejércitos  el  que  no  ba  manejado  los  ejercí-  | 
tos !  Palabras  estudiadas  y  bien  compuestas  no  son  mas   i 
que  sonido  deleitable,  sueño  al  príncipe  que  las  escu-  | 
cha,  poco  después  precipicio  del  principado;  ninguno   i 
vence  desde  su  retrete,  bien  que  desde  allí  mandi;, 
contra  la  supersticiosa  fe  de  un  político;  la  guerra,  i 
animal  indómito,  jamás  acabó  de  obedecer  al  azote,   ¡ 
cuanto  mas  al  grito.  Son  testigos  los  ojos  de  Europa  de 
que  en  aquel  célebre  bufete,  tan  venerado  de  la  adula- 
ción española,  se  lian  escrito  muchas  mas  sentencias 
de  perdición  que  instrucciones  de  victorias. 

Oian  prontamente  los  del  Consejo  todas  las  razones 
referidas  del  Vélez,  y  ninguno  ignoraba  ó  desconocia 
los  unes  de  cada  cual ;  no  hubo  entre  ellos  hombre  que 
seguramente  entrase  en  aquella  misma  resolución,  de 
que  tampoco  dudó  ninguno,  porque  todos  temían  lo 
mismo  que  su  mayor  temía,  y  como  menos  poderosos, 
humillábanse  mas  presto  á  la  dirección  de  aquel  que 
los  mandaba.  Sabían  que  Barcelona  estaba  en  defensa, 
terraplenada  su  muralla,  capaz  toda  de  artillería,  y  con 
mas  de  cien  cañones  alojados  en  forma  suficiente;  lle- 
na de  hombres  desesperados,  socorrida  de  soldados 
viejos,  y  no  desamparada  de  cabos  expertos;  suya  la 
mar,  los  puestos  importantes  ocupados  y  defendidos, 
los  vasallos  fieles  al  Rey  pocos  y  encubiertos;  abundan- 
tísima la  pla/a  de  bastimentos.  De  otra  parte,  miraban 
su  ejército  ya  disminuido  en  infantería  y  caballería  por 
la  hambre,  por  la  guerra  y  por  la  enfermedad,  y  princi- 
palmente por  las  muchas  guarniciones  que  iban  de- 
jando atrás;  el  enemigo  á  las  espaldas  con  poder  con- 
siderable de  gente  y  en  su  país,  el  paso  de  Martorell 
poco  seguro  para  la  retirada;  mucha  gente  bisoña,  to- 
da hambrienta ;  el  manejo  de  las  provisiones  casi  impo- 
sible, el  mar  no  defendido ,  pocas  galeras  y  mal  arma- 
das; en  los  cabos  alguna  desconformidad;  los  socorros 
de  Castilla,  Aragón  y  Valencia  lentos  y  apartados :  todo 
los  ponía  en  gran  desconfianza. 

El  Caray  pretendió  á  los  principios  se  hiciese  la  guer- 
ra por  Rosellon,  como  habernos  dicho  ;  todavía  prose- 
guía en  su  parecer,  nunca  se  acomodó  al  sitio  de  Bar- 
celona por  aquella  parte;  consentíalo  forzado  ó  respe- 
loso.  El  Torrecusa  juzgábalo  ordinariamente;  enten- 
día que  la  empresa  no  era  mas  de  sitiar  una  ciudad 
grande,  cuya  defensa  no  podría  ser  larga.  Xeií  mostraba 
alguna  dificultad  en  el  sitio,  creyendo  que  el  poder  no 
era  proporcionado.  El  oidor  Alarcon  instaba  porque  se 
cumpliesen  las  ordenesreales;  los  catalanes  que  seguían 
al  ejército  también  incitaban  por  la  recuperación  de  Bar- 
celona ,  no  mirando  ni  discurriendo  mas  que  sobre  sus 
intereses.  De  los  cabos  menores,  algunos  eran  de  pare- 
cer se  dejase  la  ciudad  conforme  al  antiguo  del  Caray, 
y  que  el  ejército  vagase  por  la  provincia;  que  destruye- 
se los  campos  y  lugares  cortos,  sin  detenerse  en  cosas 
de  mucha  dilación  y  lidia;  que  el  enemigo  sin  ejército 
capaz  les  dejaba  libre  el  campo,  donde  se  podían  man- 
tener, y  dentro,  en  los  pueblos ,  apretarlos  de  tal  suerte 
que  los  mismos  naturales  pidiesen  sobre  sí  el  castigo. 


Y  CIERRA  DE  CATALUÑA.  HTS 

El  Vélez  no  se  desviaba  mucho  de  esta  opinión ;  pero 
el  silencio  de  los  tres  cabos,  Torrecusa,  Caray  y  Xeli, 
le  quitó  la  osadía  para  resistirse  á  los  mandamientos 
del  Rey.  Fué  resuelto  por  todos  que  el  ejército  se  me- 
jorase hasta  el  lugar  dicho  Sans ,  media  legua  de  Bar- 
celona ;  que  la  ciudad  se  intentase ;  que  se  reconociese 
¡Vlonjuich,  como  lugar  principal  de  la  e.\pugnacion ,  y 
que  las  fortificaciones  de  afuera  llegasen  á  ser  acometi- 
das, porque  con  verdad  se  entendiese  su  fuerza  ;  que 
últimamente,  manifestándose  la  justicia  real  con  todas 
las  gentes  del  mundo,  segunda  vez  fuesen  los  catalanes 
convidados  con  el  perdón,  porque  jamás  se  pensaso 
que  el  Rey  do  su  parte  había  faltado  con  alguna  dili- 
gencia de  padre  ú  oficio  de  señor  piadoso. 

Con  esto  marchó  el  ejército  hasta  el  lugar  señalado, 
y  se  gastó  todo  aquel  dia  en  reconocer  los  puestos,  ave- 
nidas y  partes  por  donde  la  ciudad  debía  ser  embestida. 
Encargóse  de  esta  diligencia  el  Torrecusa  con  otros 
algunos  oficiales  en  corto  número.  La  grandeza  del 
mando  no  desvia  los  riesgos,  antes  los  solicita.  No  se 
excusó  jamás  de  ningún  peligro  por  dar  satisfacción  á 
su  cargo ;  y  mas  á  su  opinión  entre  españoles,  con  quie- 
nes vivía  siempre  poco  confiado. 

Habíase  últimamente  entendido  y  propuesto  la  dis- 
posición de  la  empresa ,  como  les  era  posible ;  y  enton- 
ces pareció  conveniente  enviar  la  caria  propuesta  á  la 
ciudad;  final  protestación  por  la  conciencia  del  Rey,  y 
que  había  de  ser  excusa  de  los  daños  propincuos.  Des- 
pachóse con  un  trompeta,  según  forma  de  la  guerra. 

Contenía  en  nombre  del  Vélez,  que  hallándose  con  el 
ejército  real  sobre  aquella  ciudad,  quería  darse  por 
obligado  á  advertirles  que  la  orden  de  su  rey  y  sus  pro- 
píos designios  eran  solo  castigar  los  perturbadores  de 
la  paz  pública ;  que  le  recibiesen  como  á  ministro  de 
justicia,  y  no  como  á  caudillo ;  que  la  clemencia  cató- 
lica, aunque  ofendida  de  los  excesos  pasados ,  les  ofre- 
cía perdón  y  quietud,  y  estaba  pronto  á  recibirlos  como 
á  hijos ;  que  de  esta  suerte  se  podría  remitir  la  saña  de 
un  ejército ,  que  jamás  suele  parar  en  menos  daños  que 
en  la  ruina  universal  en  honras,  vidas  y  haciendas;  que 
abriesen  los  ojos  y  mirasen  su  peligro ;  que  se  com- 
padecía como  cristiano,  los  amonestaba  como  amigo  y 
los  aconsejaba  como  natural  é  hijo  de  su  provincia,  y 
uno  de  los  mas  interesados  en  su  bien  y  conservación. 

Acompañaba  la  carta  del  Vélez  á  otra  del  Rey  escrila 
con  gentil  artificio  ,  porque  encaminándose  también  al 
perdón ,  aunque  firmada  en  aquellos  últimos  días,  cuan- 
do ya  no  parecía  decente ,  su  data  era  muy  anterior, 
mostrando  haber  sido  escrita  en  aquel  tiempo  en  que 
las  cosas  mei-ecian  tratarse  de  otra  suerte. 

Era  en  estos  días  grandísima  la  turbación  en  la  ciu- 
dad, afligida  de  los  malos  sucesos  pasados  y  temerosa 
del  poder  y  fortuna  que  la  estaba  amenazando  :  recur- 
rían todos  á  Dios  con  ayunos,  oraciones  y  abstinencias; 
las  manos  de  los  sacerdotes  no  dejaban  las  mañanas  de 
obrar  sacrificios  apacibles  al  Señor ,  y  las  tardes  no  ce- 
saban sus  lenguas  de  persuadir  al  pueblo  tristísimo  la 
pmienda  y  penitencia  de  la  vida. 

Llegó  en  medio  de  estos  desconsuelos  comunes  el 
pliego  del  Vélez,  que  les  causó  no  pequeña  novedad  y 
mayor  cuidado ,  cuando  por  aquella  diligencia  se  cono- 
cía que  sus  contrarios  no  habían  olvidado  los  instru- 
mentos de  la  industria  allí  dentro  de  su  niavor  fuerza. 


;26 


DON  FRANCISCO  MAMEL  DE  MELÓ. 


Empezaron  á  temerse  de  nuevo  de  ellos  y  de  sí  mis- 
mos, tan  cuidadosos  contra  el  arte  como  contra  la 
fuerza. 

Juntáronse  en  concejo,  y  leidas  públicamente  las 
cartas,  hallaron  que  no  tenian  i;ada  que  prometerse  de 
un  ánimo  que  solo  procuraba  endulzar  los  oidos  igno- 
rantes con  palabras  pias,  por  hallar  mejor  medio  á  la 
violencia  y  crueldad.  Respondieron  de  común  parecer 
que  los  progresos  del  ejército  no  daban  lugar  á  que  le 
esperasen  en  su  favor ,  antes  para  desolación  de  la  pa- 
tria; que  no  liabia  modo  de  creer  una  fe  de  que  las 
obras  eran  tan  diferentes ;  que  sus  manos  en  las  ocasio- 
nes pasadas  se  hablan  visto  igualmente  crueles  en  los 
que  se  entregaban  y  los  que  se  defendían  ;  que  el  que 
caminaba  á  la  quietud  no  se  acompañaba  de  estruen- 
dos y  escándalos;  que  apartase  de  sí  las  armas,  y  seria 
obedecido ,  porque  entonces  se  conocería  que  lo  ue-  ! 
gociaba  el  amor,  y  no  el  miedo ;  que  este  debía  ser  el  ! 
primer  paso  de  la  concordia ,  y  que  habiendo  de  ser  tal  | 
d  medio  de  la  paz,  ¿cómo  podría  dificultarlo  siendo 
cristiano,  amigo  y  natural? 

Disponía  el  Vélez  entre  tanto  su  ejército  como  quien 
no  esperaba  cosa  de  aquella  diligencia;  pero  habiendo 
recibido  el  último  desprecio  en  la  respuesta  de  la  ciu- 
dad, ordenó,  con  parecer  de  los  cabos,  que  de  los  dos 
tercios  se  entresacasen  dos  mil  mosqueteros  á  satisfac- 
ción de  los  que  habían  de  mandarlos ;  que  de  estos  se 
formasen  dos  escuadrones  volantes,  de  que  se  dio  car- 
go al  maestre  de  campo  don  Fernando  de  Ribera  y  al 
conde  de  Tirón,  maestre  de  campo  de  irlandeses ;  que 
los  dos  subiesen  la  montaña  de  Monjuich  por  ambos 
costados;  que  el  primero  le  atacase  por  la  parle  izquier- 
da, entre  la  campaña  y  fuerte  de  la  eminencia ,  y  el  se- 
gundo por  entre  la  ciudad  y  la  montaña;  que  á  estos 
escuadrones  siguiesen  ocho  mil  infautes,  que  se  aloja- 
sen en  forma  de  batalla  por  la  falda  del  monle,  mejo- 
rándose cuanto  fuese  necesario  álos  volantes;  que  el 
San  Jorge  con  sus  batallones  ocupase  la  parte  mas  llana 
de  aquel  costado  para  cubrir  toda  esta  gente;  que  lo 
restante  de  la  infantería  se  redujese  á  escuadrones  de 
la  forma  que  el  terreno  diese  lugar,  y  que  con  este  tro- 
zo se  hiciese  frente  á  la  ciudad ;  que  la  caballería  de  las 
órdenes  poblase  un  vállete  que  podría  servir  de  avenida 
sobre  el  cuerno  izquierdo,  y  desde  allí  procurase  cor- 
tar la  caballería  enemiga  sí  acaso  se  aventurase  á  sa- 
lir contra  los  escuadrones ;  que  el  teniente  Chavarría 
tomase  con  algunas  piezas  un  puesto  que  so  juzgaba 
acomodado  para  batir  el  fuerte ;  que  el  General  y  su 
corte  se  detuviesen  en  el  Ilospítalet ;  que  después  de 
arrimados  los  volantes  al  fuerte,  hiciesen  todo  lo  posi- 
ble por  ganarle,  socorriéndolos  todos  los  tercios  de  la 
vanguardia  ;  que  el  dueño  y  cabeza  de  esta  acción  fuese 
el  Torrecusa,  propio  maestre  de  campo  general  del 
ejército ;  que  el  Caray  gobernase  como  tal  la  otra  par- 
te de  él ,  correspondiéndose  y  ayudándose  unos  á  otros, 
conforme  lo  pedia  la  importancia  del  caso. 

Igualmente  desesperaron  de  la  concordia  los  catala- 
nes luego  que  recibieron  la  carta  del  Vélez;  parecióles 
había  llegado  el  último  aprieto  de  su  miseria;  temie* 
ron  el  fin  de  aquel  gran  negocio,  y  aunque  ya,  según 
las  cosas ,  parecía  sin  fruto ,  volvieron  á  llamar  su  con- 
cejo Sabio,  siíiuiera  para  perderse,  sí  se  perdiesen, 
como  cuerdos.  Juntáronse  en  número  de  doscientos 


votos;  y  entonces ,  mas  como  en  conlerencía  que  con- 
cejo, habiendo  exclamado  primero  sobre  su  peligro, 
manifestaron  los  diputados  la  cortedad  de  sus  fuerzas, 
la  potencia  contraria ,  la  opresión  de  una  guerra  dilata- 
da, el  estrago  de  una  venganza  apetecida  de  tantos 
días,  la  intención  de  su  enemigo  y  la  justicia  de  su 
p;;tria. 

Minislrábalescntonces  el  dolor  cuantas  consideracio- 
nes olvidaron  al  principio ,  resolviendo  últimamente 
que  la  república  se  hallaba  incapaz  de  defenderse  por 
sus  fuerzas  solas  :  engañábales  el  espanto,  porque  en 
el  estado  presente  ellos  no  podían  sino  entregarse  ó  de- 
fenderse. Oyéronse  unos  á  otros  con  asaz  confusión, 
mezclando  las  lágrimas  del  temor  con  las  del  enojo ;  en 
fin  se  conformaron  : 

Que  ellos  se  huilahan  en  uno  de  los  casos  que  las  le- 
yes ponen  ,  en  que  á  la  república  pueda  ser  lícito  excu- 
sarse del  imperio  del  señor  natural,  y  elegir  otro,  se- 
gún los  mismos  fueros  de  la  naturaleza  ;  que  el  pretexto 
del  ejército  era  solo  la  destrucción  universal  del  Prin- 
cipado, abracando  sus  campañas,  arruinando  sus  pue- 
blos, consumiendo  sus  tesoros ,  vituperando  sus  hono- 
res, y  últimamente  reduciendo  la  ilustre  nación  cala- 
lana  á  miserable  csclavilud;  que  á  fin  de  conseguir  su 
castigo,  les  convidaba  el  Rey  con  la  honestidad  de  los 
partidos ,  disimulándose  en  todos  el  enojo  que  los  mo- 
vía ;  por  lo  cual  no  solo  decíanles  era  lícito  rehusar  co- 
mo violentísimo  y  tiránico  el  cetro  de  Felipe ,  sino  que 
también  debían  nombrar  y  escoger  un  príncipe  justo  y 
grande  á  quien  entregar  la  protección  de  su  principa- 
do ;  que  ninguno  por  virtud  y  por  grandeza  podía  ser 
mas  dignamente  dueño  y  amparo  de  su  nación  que  la 
majestad  cristianísima  de  Luis  decimotercero  del  nom- 
bre, rey  de  Francia,  grande ,  justo  y  vecino ,  y  á  quien 
las  razones  antiguas  de  su  origen  sin  falta  habían  de  in- 
clinar á  la  estimación  y  agradecimiento  de  tales  va- 
sallos. 

Habían  precedido  algunas  pláticas  del  Plesís  y  Seri- 
ñan ,  que  ingeniosamente  mostraban  la  felicidad  de  la 
corona  de  Francia,  haciéndolos  entenderque  toda  aque- 
lla quietud  los  aguarda!)aá  trueco  de  tan  suave  cosa, 
cual  era  el  entregarse  á  su  imperio.  Fué  aquel  día  todo 
del  temor,  mas  ni  por  eso  dejó  de  tener  su  parte  el  in- 
terés, tocando  los  corazones  de  algunos :  juzgaban  es- 
tos que  con  el  nuevo  señor  no  solo  se  aseguraban  de 
la  indignación  del  pasado,  mas  que  también,  sobre  pro- 
picio, les  había  de  ser  oücioso,  porque  es  costumbre  de 
los  que  nuevamente  suben  al  reinado  honrar  y  engran- 
decer los  instrumentos  que  los  sirvieron  al  principio. 

Otros  pensaban  que  con  la  mudanza  del  dominio  mu- 
darían también  de  fortuna,  igualando  y  excediendo á 
aquellos  que  no  igualaban  en  el  estado  presente,  como 
natural  cosa  en  la  rueda  que  vuelve  y  ministra  la  fortu- 
na de  los  reinos,  al  menor  giro  bajar  la  superficie  con 
que  miraba  al  cíelo ,  y  subir  á  su  lugar  la  que  tocaba  al 
polvo. 

Llevados  de  este  general  aplauso  los  catalanes,  so 
levantó  en  el  Concejo  una  voz  común  aclamando  por 
conde  de  Barcelona  á  Luís  el  Justo,  rey  de  Francia,  y 
detestando  juntamente  el  nombre  de  Felipe;  entonces, 
juntos  los  diputados,  oidores  y  conselleres,  hicieron 
escribir  un  papel  de  la  justicia  de  su  aclamación,  con- 
vidando á  la  posteridad  con  las  justificaciones  de  su 


MOVIMIENTOS,  SEPARACIOM 

hecho,  calificado  en  famosas  razones  políticas  y  mora- 
les; escribieron  junios  al  rey  aclamado;  avisaron  al 
pueblo,  que  recibió  el  nuevo  príncipe  y  gobierno  fácil 
y  alegre. 

Dieron  luego,  como  en  posesión  de  su  provincia,  par- 
fe  en  las  direcciones  y  acuerdos  públicos  á  los  cabos 
franceses  con  que  se  hallaban ;  nombraron  tres  para 
el  gobierno  universal  de  las  armas;  eran  el  Tamarit,  el 
conse'iler  en  cap  de  Barcelona  y  el  Plesís.  Formaron 
su  consejo  de  guerra ,  donde  llamaron  al  Scriñan ,  fray 
don  Miguel  de  Torrellas,  Francisco  Juan  de  Vergós  y 
Jaime  Damiá.  En  las  esíancias  ,  baluartes  y  fortifica- 
ciones pusieron  cabos  franceses  y  catalanes,  todos 
hombres  de  confianza  cual  se  pretendía ;  la  fuerza  de 
Monjuich  entregaron  á  monsieur  de  Aubiñí,  y  guarne- 
ciéronla con  nueve  compañías  de  gente  miliciana,  qi:e 
todas  constaban  de  hombres  comunes;  á  esta  se  junta- 
ban algunas  de  su  mejor  infantería  del  tercio  de  Santa 
Eulalia  y  el  capitán  Cabanas  con  hasta  doscientos  mi- 
quelets,  y  lo  que  entre  todo  venia  á  ser  de  mayor  im- 
portancia, eran  trescientos  soldados  viejos  franceses, 
que  se  habían  recogido  para  aquel  efecto  de  diferentes 
tropas  y  tercios  de  los  que  entraren  en  el  país. 

Los  franceses,  hombres  de  valor  y  práctica,  acudían 
«in  perder  punto  al  manejo  y  expedición  de  las  varias 
ocurrencias  y  negocios,  que  cada  instante  eran  de  ma- 
yor peso  y  peligro ;  no  cesaban  de  visitar  las  defensas, 
de  amonestar  la  gente  y  animarla ,  de  recibir  y  man- 
dar órdenes  á  todo  el  país,  de  allanar  dudas  y  confor- 
mar competencias.  En  fin,  ellos,  con  gran  diferencia  de 
lo  pasado,  disponían  las  cosas  como  propiamente  suyas; 
que  en  aquella  parte  no  les  engañó  su  esperanza  á  los 
catalanes. 

Hallábase  en  Tarrasa  el  conseller  tercero,  y  por  aquc- 
Uos  pueblos  retirada  la  mayor  parte  de  la  infantería  que 
se  escapó  de  Martorell ,  á  quien  se  enviaron  órdenes 
para  que  recogiendo  toda  su  gente  y  convoyando  otra, 
bajase  sobre  Barcelona  luego  que  tuviese  noticia  que 
el  enemigo  había  asentado  allí  sus  reales,  porque  no 
tuviese  lugar  de  fortificarse  seguro  en  ninguna  parte ; 
aun  ellos  no  pensaban  de  su  furia  de  los  españoles  tan- 
to, que  temiesen  la  súbita  embestida. 

De  la  misma  suerte  se  le  ordenó  al  Margarit  se  fuese 
áMonserrafe,  y  desde  allí  ocupase  todos  los  pasos  con- 
venientes para  estorbar  los  socorros  del  ejército  real, 
y  aun  su  misma  retirada,  si  ellos  se  hubiesen  en  nece- 
sidad de  seguirla. 

Dispuestas  así  las  cosas  de  una  y  de  otra  parte,  ama- 
neció el  día  sábado  26  de  enero  del  nuevo  año  de  4'1, 
mostrándose  sereno  el  cielo  y  claro  el  sol,  quizá  por 
darles  ejemplo  de  quietud  y  mansedumbre  al  furor  de 
los  homlires. 

A  la  seña  de  un  clarín  comenzó  á  moverse  todo  el 
ejército  en  aquella  foi  ma  que  se  había  ordenado  por  sus 
cabos;  así  tendido  por  toda  la  campaña,  representaba 
A  los  ojos  tan  hermosa  visión,  cuanto  lamentable  al 
discurso.  Tremolaban  los  plumajes  y  tafetanes  vistosa- 
mente, relucían  en  reflejos  los  petos  en  los  escuadro- 
nes ,  oíanse  mover  las  tropas  de  los  caballos  con  des- 
templado rumor  de  las  corazas;  los  carros  y  bagajes 
de  la  artillería,  ordenados  en  hileras  á  semejanza  de  ca- 
lles, figuraban  una  caminante  ciudad  populosa;  las  ca- 
jas, pífanos,  trompetas  y  clarines  despedían  todo  el 


Y  GUERRA  DE  CATALCAA.  B27 

temor  de  los  bisoñes ,  dándole  á  cada  uno  nuevos  bríos 
y  alientos;  el  orden  y  reposo  del  movimiento  del  ejér- 
cito aseguraba  el  buen  suceso  de  su  empresa;  el  coraje 
de  los  soldados  prometía  una  gran  victoria. 

El  Vélez  en  tanto,  alegrísimo  de  ver  sus  gentes,  y  la 
felicidad  con  que  se  hallaba  ya  cercano  á  la  cosa  para 
que  allí  era  venido,  mandó  hacer  alto  á  los  suyos,  y 
llamando  para  junto  á  su  persona  los  qua  podían  escu- 
charle ,  dijo : 

CiAunque  la  costumbre  militar  nos  enseñe  ser  pro- 
vechosas las  razones  del  caudillo  antes  del  acometi- 
miento, yo  no  veo  que  ahora  pueda  ser  necesario,  por- 
que ni  la  justificación  de  la  causa  que  aquí  os  ha  traí- 
do se  puede  olvidar  á  ninguno ,  ni  tampoco  hay  para 
qué  acordaros  ¡  oh  españoles!  aquel  excelente  afecto  de 
vuestra  valor;  que  son  las  dos  principales  cosas  que  en 
tales  casos  se  suelen  traer  á  la  memoria  de  los  comba- 
tientes. De  lo  uno  y  otro  son  testigos  vuestros  ojos  y 
vuestros  corazones;  aquellos  mirando  la  rebeldía  con- 
traria que  os  presenta  esa  miserable  ciudad ,  y  experi- 
mentando estos  los  continuos  impulsos  de  vuestr  j  celo. 
Yo  por  cierto  tan  ajeno  me  hallaba  ahora  de  persuadi- 
ros ,  que  á  no  ser  por  respetar  el  uso  de  esta  humana 
ceremonia  de  la  guerra,  excusara  como  desorden  el 
deteneros  aquí ,  creyendo  que  cada  instante  que  os  de- 
tengo en  esta  obra ,  os  estoy  á  deber  de  gloria  y  fama. 
Ni  discurro  por  su  desaliento  de  los  contrarios ,  que  po- 
déis medir  por  su  delito,  ni  por  la  gran  ventaja  con  que 
nos  hallamos  en  todo  á  su  partido ,  porque  ya  empecé 
á  deciros  que  no  han  de  ser  mis  palabras ,  sino  vuestra 
razón,  el  móvil  que  arrebate  los  movimientos  de  vuestro 
espíritu;  solo  os  debo  advertir  que  si  la  suerte  no  qui- 
siere acomodarse  á  dispensarnos  sin  sangre  la  victoria, 
no  os  debe  costar  mucho  cuidado  á  los  que  faltareis  el 
amparo  de  las  prendas  que  dejéis  en  la  vida ;  porque  la 
piedad ,  la  grandeza  y  la  promesa  de  vuestro  rey  os  puede 
justamente  aliviar  este  peso ,  que  es  todo  lo  que  cabe 
en  el  poder  de  los  hombres  cerca  de  la  correspondencia 
con  los  que  acaban.  De  mí  oso  á  deciros  que  habré  de 
ser  compañero  á  los  vivos  y  amigo  á  los  muertos ,  y  que 
si  á  costa  de  cualquier  daño  mío  se  pudiese  excusar 
vuestro  peligro ,  habré  yo  de  ser  el  primero  que  me 
ofrezca  á  él  por  cada  cual  de  vosotros.» 

Ya  las  últimas  palabras  de  este  razonamiento  se  oían 
medio  confundidas  de  las  voces  de  los  soldados ,  que  en 
diferentes  cláusulas  sonaban  por  todas  partes ,  claman- 
do y  pidiendo  la  vida  de  su  rey  y  de  su  general  y  el  cas- 
tigo de  sus  contrarios.  Echaron  casi  todos  los  sombre^ 
rosal  aire  en  un  mismo  tiempo,  señal  común  de  alegría 
y  conformidad  en  los  ejércitos;  y  volviendo  á  su  primer 
movimiento,  en  breve  espacio  de  tiempo  llegaron  á 
asomarse  lofí  batidores  á  vista  de  Barcelona  por  la  Cruz 
Cubierta,  que  mira  al  portal  de  San  Antonio. 

La  ciudad,  habiéndolos  reconocido,  también  comen- 
zó á  crecer  en  ruido  tal,  tan  furioso  y  melancólico,  que 
bien  informaba  de  la  gran  causa  de  que  procedía.  En- 
tonces el  Tamarit,  con  los  maríscales  Plesís  y  Seriñan, 
que  se  hallaban  reconociendo  los  puestos,  viendo  quo 
los  seguía  mucha  gente,  y  que  su  tristeza  revelaba  la 
gran  duda  en  que  se  hallaba  su  ánimo ,  juzgando  ser  con- 
veniente darles  algún  aliento ,  hizo  seña  de  querer  ha- 
blarlos ,  y  fué  fama  les  dijo  así : 

«Si  dudáis,  valerosos  catalanes,  por  la  condición  de 


528  DON  FRANCISCO 

la  fortuna ,  yo  creo  tenéis  razón ;  pero  si  mostráis  temer 
las  fuerzas  que  os  amenazan ,  vano  y  ocioso  es  vuestro 
recelo ;  vecino  está  vuestro  mayor  enemigo ;  veislo  allí; 
detrás  de  aquella  montaña  se  esconde  la  ruina  de  vues- 
tra patria ;  veis,  allí  está  el  gran  vaso  de  veneno  que 
presto  se  pondrá  en  vuestras  manos;  escoged,  seño- 
res ,  si  lo  queréis  beber  para  morir  infamemente ,  ó  sí 
arrojarle  luiciéndole  pedazos ,  en  que  consiste  vuestra 
vida ;  todo  se  verá  presto  en  vuestra  elección ,  y  de  lo 
que  estuviere  por  cuenta  de  Dios ,  bien  podemos  con- 
tarnos por  seguros,  que  no  correrá  peligro.  Volved 
sobre  vosotros,  que  este  gigante  es  hueco,  óá  lo  menos 
estatua  de  bálago ;  muchas  de  sus  tropas  bisoñas ,  al- 
gunas desarmadas,  y  todas  oprimidas;  ninguno  pelea 
por  amor;  el  que  mas  hace  viene,  el  que  mas  desea  se 
vuelve  bailando  por  dónde ;  el  que  mas  sabe  no  es  obe- 
decido ;  su  rey  ausente,  su  general  con  pocas  experien- 
cias, sus  cabos  enemigos,  hambriento  todo  el  campo, 
manchado  de  pecados,  y  sus  espíritus  llenos  de  propó- 
sitos torpes,  su  justicia  ninguna,  y  lo  que  es  mas,  la 
suerte  de  aquel  rey  cansada  de  favorecerle.  ¿Qué  es  lo 
que  teméis,  sino  que  no  lleguen  presto  y  que  se  os  es- 
cape de  las  manos  este  triunfo  ?  Por  vosotros  está  la  ra- 
zón ;  hoy  habéis  de  acabar  el  grande  edificio  de  la  liber- 
tad que  habéis  levantado ;  hoy  se  ha  de  dar  la  sentencia 
en  que  se  publicará  al  mundo  vuestra  gloria  ó  vuestra 
infamia ;  á  este  dia  se  dedicaron  todos  los  aciertos  que 
obrasteis  hasta  ahora;  punto  es  este  en  que  se  definirá 
&  la  posteridad  vuestro  nombre,  ó  por  libertador  ó  fe- 
mentido; aguardad  y  sufrid  constantes  los  golpes  del 
contrario,  que  no  se  os  ha  de  dar  barata  la  gloria  de 
este  dichoso  dia.  Si  os  atemoriza  el  ver  que  han  vencido 
hasta  aquí ,  esa  es  mas  cierta  señal  de  su  próxima  rui- 
na. Si  creéis  á  mis  palabras,  luego  veréis  mis  acciones ; 
yo  no  soy  de  los  que  procurarán  reservarse  para  el  pre- 
mio ;  capitán  quiero  ser  de  los  muertos ,  y  si  no  os  hago 
falta,  yo  quiero  ser  el  primero  que  os  falte;  si  no  me 
liallareis  entre  vosotros,  buscadme  allá  entre  los  ene- 
migos. Una  sola  cosa  os  pido  entrañablemente;  que 
guardéis  en  esta  ocasión  la  observancia  de  las  órdenes 
militares,  y  que  mas  quiera  cada  cual  ser  cobarde  en  su 
puesto  que  valiente  en  el  ajeno ,  porque  de  la  consonan- 
cia de  los  constantes  y  los  osados  pende  la  armonía  de 
la  victoria.  Con  vosotros  tenéis  la  fortuna  de  César;  de 
César  no,  que  es  poco;  pero  del  mayor  rey  de  los  cris- 
tianos, del  mas  venturoso  de  los  vivientes;  no  es  este 
solo  el  que  os  ha  de  defender.  ¿Qué  otra  cosa  ha  queri- 
do mostraros  el  cielo  en  la  tan  impensada  nueva,  que 
hoy  se  os  entró  por  las  puertas,  del  nuevo  rey  de  Portu- 
gal, sino  que  anda  Dios  juntando  y  fabricando  prínci- 
pes por  el  mundo  para  defendernos  con  ellos?  La  ma- 
jestad de  un  rey  justo  os  asiste,  la  hermandad  de  otro 
justificado  se  os  ofrece ,  la  inocencia  de  una  justísima 
república  os  ampara,  el  poder  de  un  Dios  sobre  todo 
justo  os  ha  de  valer. » 

Acabó  el  diputado,  á  cuyas  razones  los  cabos  france- 
ses añadieron  algunas  palabras  en  abono  del  afecto  de 
su  rey,  prometiéndoles  en  su  nombre  socorro  y  des- 
canso. Piospiró  con  esto  la  plebe  del  dolor  que  la  opri- 
mía, sin  oli'a  diligencia  que  haber  creído  sus  afectos. 

Luego  los  cabos  ó  gobernadores  de  las  armas  man- 
daron que  la  infantería  de  los  tercios  principales  guar- 
neciese toda  la  muralla ;  era  en  número  suficiente  á  ma- 


manuel  de  meló. 

í  yores  defensas.  El  regimiento  del  Scriñan  ocupó  las 
i  puertas,  y  con  particularidad  se  le  encargó  la  defensa 
i  de  la  media  luna  del  portal  de  San  Antonio,  la  de  ma- 
!  yor  riesgo.  Los  capitanes  de  caballos  franceses  y  cata- 
lanes, monsieur  de  Fontarelles,  monsieur  de  Bridoirs, 
monsieur  de  Guidane,  el  de  Sagé  y  el  de  la  Talle;  don 
Josef  Dardena,  don  Josef  de  Pinos,  Henrique  Juan,  Ma- 
nuel de  Aux  y  Borrellas,  todos  á  orden  del  Seriñan, 
formaron  sus  batallones  haciendo  frente  al  enemigo  en 
■  aquel  llano  que  yace  junto  á  los  caminos  de  Valdonse- 
lia  y  el  Crucero.  Previniéronse  las  baterías  en  todo  el 
círculo  de  la  muralla ;  separóse  á  una  parte  alguna  gente 
para  el  socorro  del  fuerte,  y  en  otra  las  reservas  con 
que  se  había  de  acudir  ala  misma  ciudad.  Facilitóse  el 
modo  de  municionar  la  gente ,  empleando  en  este  ser- 
vicio la  inútil ;  á  otros  se  dio  cuidado  de  retirar  los 
muertos.  Abriéronse  los  hospitales  y  casas  de  devoción. 
Algunos  entendían  en  el  regalo  y  esfuerzo  de  los  otros, 
acariciándolos,  como  sucede  al  cazador  regalar  el  le- 
brel por  echarle  á  la  presa.  Algunos  se  ocupaban  en 
incitar  al  vulgo  con  altos  gritos;  cuáles  prometían  pre- 
mios al  que  se  señalase  en  el  valor  y  resistencia.  En 
medio  de  estos  no  faltaban  muchos  que  temían  y  llora- 
ban; en  fin,  todos  ocupados  en  la  incertidumbre  del  su- 
ceso, el  que  mas  le  esperaba  feliz  no  dejaba  de  mirarle 
contingente.  Los  templos,  patentes  al  pueblo,  asegura- 
ban á  todos  misericordia. 

Continuábase  lentamente  la  marcha  del  ejército,  y 
ron  mas  vivo  paso  el  trozo  de  la  vanguardia,  destinado 
á  la  expugnación  deMonjuich ;  pero  habiendo  llegado  & 
los  molinos,  hizo  alto;  el  segundo  trozo  volviendo  el 
frente  á  la  ciudad  estúvose,  y  á  su  mano  izquierda  la 
artillería  y  la  caballería  en  sus  puestos,  señalados  en  la 
forma  que  atrás  hemos  escrito. 

Subia  la  vanguardia  al  monte  ,  donde  habiéndose  ya 
mejorado  en  alguna  parte  el  primer  batallón,  que  cons- 
taba de  los  dos  escuadrones  volantes,  se  dividió  á  los 
descaminos  que  cada  cual  había  de  seguir;  los  otros 
de  aquel  mismo  trozo,  formando  un  solo  cuerpo,  pre- 
tendieron subir  la  eminencia;  con  asaz  trabajo  de  los 
soldados  lo  podían  conseguir  espaciosamente. 

Pero  porque  nos  sea  mas  fácil  dar  á  entender  la  dis- 
posición de  la  embi'Sl  ida  ,  describiré  en  este  lugar  la 
ciudad  de  Barcelona  y  su  Monjuich  con  toiTa  brevedad 
posible. 

Barcelona,  diclia  dePlohmeo  Brachino,  antigua  ca- 
beza de  su  condado,  y  metrópoli  ahora  de  toda  la  tierra 
llamada  Cataluña,  creen  sus  historiadores  ser  fundación 
de  Hércules  Líbico;  bien  que  algunos,  mas  atentos  á  la 
verdad  que  á  la  gloria,  juzgan  ser  obra  de  Barcino,  co- 
mo su  nombre  parece  lo  da  á  entender.  Frecuentáronla 
y  la  engrandecieron  los  cartagineses  y  romanos,  que 
un  tiempo  la  llamaron  Favencia;  no  menos  los  godos, 
por  la  comodidad  que  ofrecía  su  puerto  al  comercio  del 
África,  Italia  y  España.  Agro  Laletano  decían  los  anti- 
guos á  la  campaña,  donde  yace  tendida  en  una  vega  no 
muy  dilatada,  pero  hermosamente  cubierta  y  abundan- 
te, que  se  comprehende  entre  los  dos  rios  Llobregat, 
que  es  el  Robrícato,á  la  parte  del  poniente,  y  Besos,  quo 
fué  el  Bétulo,  á  la  de  levante;  y  aunque  no  muy  veci- 
nos, sirven  de  fertilizar  su  tierra.  Cíñcnla  en  forma  de 
arco  mas  de  medianamente  corvo  unas  montañas ,  ter- 
minadas de  una  y  otra  punta  en  la  mar,  que  puede  ser- 


MOVIMIENTOS,  SEPARACIÓN 
vír  de  cuerda  al  arco  de  las  serranías  por  la  línea  de  su  ' 
horizonte,  el  cual  cierra  clareo  de  un  extremo á  otro 
hacia  mediodía.  Sube  desde  el  agua  por  la  punta  oc- 
cidental, caminando  al  septentrión,  un  promontorio 
que,  después  de  parar  en  una  mediana  eminencia ,  va 
cayéndose  de  esotra  parle  en  mas  dilatada  cuesta ;  este 
es  el  monte  llamado  Monjuich,  que  algunos  quieren  sig- 
nifique monte  de  Jove,  en  memoria  de  que  los  gentiles 
habían  allí  fabricado  á  su  Júpiter  aras  y  templo;  otros 
le  interpretan  monte  de  los  Judíos ,  por  ser  en  algún 
tiempo  cernen  lerío  de  aquella  gente :  séase  esta  ó  aquel. 
Abriga  á  la  ciudad  por  aquella  parte  de  la  fuerza  de  los 
vientos  ponientes ,  y  ayuda  á  su  sanidad ,  reparándola 
del  vapor  de  ciertas  lagunas  que  están  de  esotro  lado  de 
la  montaña ;  pero  cuanto  sirve  á  la  salud,  desordena  su 
defensa.  No  sube  mucho,  pero  levántase  aquella  altura 
que  basta  para  quedar  eminente  á  toda  la  ciudad,  de  la 
cual  apartado  poco  mas  de  mil  pasos,  ofrece  contra  ella 
acomodada  l»atería.  Guardó  aquel  sitio  sin  defensa  al- 
guna la  conlianza  ó  la  ignorancia  de  los  pasados.  Solo 
habian  fabricado  en  lo  mas  alto  una  pequeña  torre,  que 
servia  de  atalaya  al  mar  y  puerto ;  pero  recelosos  ya  de 
la  potencia  del  Rey,  que  los  amenazaba  desde  los  pri- 
meros alborotos,  entendieron  en  fortificar  aquella  parte 
dañosa  notablemente.  Comenzaron  la  fábrica  por  in- 
dustria de  personas  ignorantes  ó  difidentes;  dispúsose 
tan  grande,  que  pareció  imposible  de  proseguir ;  pararon 
con  la  obra  hasta  que  el  temor  del  ejército  dispertó  se- 
gunda vez  su  cuidado;  redujeron  la  larga  fortificación 
comenzada  á  un  mediano  fuerte  en  forma  de  cuadro, 
defendido  de  cuatro  medios  baluartes ;  cortaron  lo  que 
pudieron  del  monte  en  zanjas  y  cavas  altas,  y  atravesá- 
ronle con  algunas  trincheras  en  las  estancias  conve- 
nientes :  esta  es  Barcelona  y  Monjuich. 

Eran  las  nuevo  del  día  cuando  el  escuadrón  volante, 
gobernado  por  el  conde  de  Tirón,  que  subía  por  la  co- 
lina opuesta  á  Castelldefels,  atacó  la  primera  escara- 
muza, aunque  el  Conde  con  ánimo  bizarro  procuraba 
mas  acercarse  que  ofender,  ó  defender  de  las  muchas 
cargas  de  mosquetería  conque  ya  le  recibían  los  con- 
trarios; todavía,  reconociendo  su  daño  y  desigualdad, 
ordenó  á  su  gente  pelease  como  le  fuese  posible. 

Habían  pensado  los  cabos  católicos  antes  de  la  em- 
bestida, mucho  menos  de  la  fortificación  de  lo  que  ha- 
llaron después;  este  mismo  yerro  les  sucederá  siempre 
á  los  fáciles  en  persuadirse  de  informaciones  del  ene- 
migo; era  así  común  el  peligro  en  todos :  á  pecho  des- 
cubierto, ó  cureña  rasa,  según  su  estilo,  se  estaban 
firmes  peleando  con  hombres  cubiertos  de  sus  defen- 
sas. La  tierra  propia  comunica  alientos  contra  el  que 
pretende  ganarla,  y  puesta  delante  da  ánimo  al  mas 
cobarde  para  defenderse.  Esto  quisieron  decir  los  an- 
tiguos por  las  ficciones  de  su  Anteo.  El  que  no  defiende 
su  patria,  ó  no  es  hombre  ó  no  es  hijo. 

Murió  de  un  mosquetazo  por  los  pechos  el  Tirón, 
ilustrísimo  irlandés  y  firmísimo  católico ,  soldado  de 
larga  experiencia,  con  sentimiento  y  agüero  de  los  que 
mandaba,  juzgando  por  infeliz  pronóstico  la  anticipada 
muerte  de  su  cabo.  Sucedía  á  esle  escuadrón  el  de  por- 
tugueses, gobernado  por  don  Simón  Mascareñas ;  re- 
paró diestramente  en  la  duda  ó  espauto  de  los  que  no 
se  mejoraban  pudíendo  hacerlo;  y  habiendo  sabido 
que  la  causa  era  la  muerte  del  maestre  de  campo^  dejó 

II-i. 


Y  GUERRA  DE  CATALUÑA.  529 

su  puesto  y  se  pasó  á  gobernar  el  volante  con  bizarro 
ejemplo. 

No  cesaban  un  punto  las  cargas  de  mosquetería  por 
todas  partes,  sí  bien  con  menos  daño  en  la  que  gober- 
naba el  Ribera  :  era  su  camino  mas  acomodado,  porque 
Se  enderezaba  por  el  fondo  de  una  canal  que  entre  sí 
mismo  abre  el  monte,  y  va  á  fenecer  en  el  frente  de  la 
antigua  torre  de  la  atalaya.  Como  pudo  marchar  cu- 
bierto, no  fué  sentido  hasta  que  improvisamente  dio  la 
carga  sobre  todos  los  que  defendían  lo  alto  de  la  colina. 
Apenas  había  llegado  á  su  nuevo  lugar  el  Mascare- 
ñas,  cuando  mandó  avanzar  el  escuadrón,  que  aflojando 
por  la  muerte  del  Conde  y  muchos  otros  que  de  con- 
tinuo caian  en  tierra,  había  perdido  buenos  pasos :  ayu- 
dóles la  ocasión,  porque  á  este  mismo  tiempo  se  descu- 
bría ya  otro  escuadrón,  que  gobernaba  el  sargento  ma- 
yor don  Diego  de  Cárdenas  y  Luson,  por  su  maestre  de 
campo  Martin  de  los  Arcos ,  que  de  pocos  días  había 
muerto  :  alentáronse  uno  á  otro,  y  prosiguieron  la  em- 
bestida con  grande  aliento.  Era  práctico  el  Cárdenas, 
y  reconociendo  el  lugar,  mandó  mejorar  algunas  man- 
gas de  mosquetería,  que  revolviéndose  sobre  el  costado 
derecho,  daban  la  carga  por  las  espaldas  á  los  catalanes, 
y  defendían  las  trincheras  de  la  colina,  donde  el  Mas- 
careñas llevaba  el  frente ;  pero  ellos,  conociendo  su  pe- 
ligro ,  puestos  en  retirada ,  se  fueron  al  abrigo  de  su 
fuerte,  dejando  los  puestos,  no  sin  considerable  pérdida 
de  los  españoles.  Fué  muerto  el  sargento  mayor  Cárde- 
nas, que  retiraron  pasado  de  dos  balazos,  y  el  maestre 
de  campo  don  Simón ,  herido  dichosamente  en  la  ca- 
beza :  murieron  otros  capitanes  y  soldados,  dejando  á 
los  suyos  mas  gloria  que  utilidad,  porque  habiendo  ga- 
nado con  gran  peligro  y  afán,  hubieron  de  perderlo 
luego,  retirándose  fácilmente  del  puesto. 

Guarnecía  la  estancia  de  Santa  Madrona  y  San  Fer- 
riol  por  los  catalanes  el  capitán  Gallert  y  Valencia  con 
menos  cuidado  de  lo  que  pedia  la  ocasión ;  y  así,  reci- 
bieron los  avisos  de  su  descuido  por  las  mismas  bocas 
de  los  mosquetes  contrarios.  Comenzó  á  inquietarse  la 
gente ,  ayudándoles  para  el  susto  el  peligro  y  la  nove- 
dad; pero  los  capitanes ,  haciendo  por  fuerza  volver 
las  caras  á  los  suyos,  mandaron  darle  la  carga  :  no  los 
dejó  el  temor  obrar  ni  obedecer  mas  que  á  su  misma 
violencia;  cumplieron  los  dos  su  obligación;  mas  ni  su 
ejemplo  ni  las  voces  fueron  bastantes  á  detenerlos. 
Viendo  el  Valencia  su  peligro ,  hizo  cómo  se  retirasen 
con  algún  concierto ,  y  dejándolos  ya  seguros ,  subió  á 
pedir  al  Aubíñí  les  socorriese  con  alguna  gente  prácti- 
ca, porque,  mezclada  con  la  suya,  sirviese  como  de  co- 
razón al  cuerpo  de  sus  naturales. 

En  medio  de  esto,  habiendo  reconocido  el  Seríñan  que 
las  tropas  del  San  Jorge  se  asentaban  en  aquel  puesto, 
solo  á  fin  de  embarazar  todo  el  socorro  y  retirada  de  la 
gente  de  Monjuich,  quiso  ver  si  podia  inquietarlo  y  mo- 
verlo, porque  entonces  le  quedase  mas  acomodada  la 
empresa. 

Ordéíi'ó  al  capitán  Aux  que  con  algunos  caballos  ca- 
talanes y  franceses,  al  abrigo  de  una  manga  de  mosque- 
tería, saliese  á  escaramuzar  con  el  enemigo.  Acomodó 
el  capitán  sus  infantes,  arrimándolos  sobre  la  margen 
opuestaáia  caballería  del  San  Jorge,  donde,  alteándose 
por  aquella  parte  la  tierra,  le  servia  de  trinchera.  Eran 
continuas  las  cargas  de  los  mampuestos,  cuyo  daño 

34 


B30  DON  FRANaSCO 

provocaba  mas  al  San  Jorge  que  no  la  osadía  de  los  ca- 
ballos que  le  convidaban  á  la  escaramuza  :  mandó  sa- 
lir algunos  de  los  suyos  por  entretenerlos ;  pero  los  ca- 
talanes advertidamente  se  retiraban,  dejando  siempre 
firme  la  infantería,  porque  cada  instante  se  reconocía 
mas  el  daño  de  las  tropas  reales. 

Entonces  vino  á  entender  el  San  Jorge  que  su  salud 
consistía  en  desalojar  de  aquel  sitio  al  enemigo ,  y  que 
con  su  caballería ,  aunque  poca,  bastaba  para  tenerle 
seguro  sí  una  vez  se  ganase.  Avisó  al  Garay,  que  man- 
daba los  escuadrones  del  frente,  porque  le  envíase  dos- 
cientos mosqueteros  para  aquel  servicio ;  pero  él ,  en 
Gn,  hombre  agudo,  conociendo  el  suceso,  se  excusó  de 
mandárselos ,  díciéndole  que  sufriese  cuanto  le  fuese 
posible  la  carga  del  enemigo ,  porque  si  le  arrojaba  de 
aquel  puesto,  habría  de  ser  forzoso  ocuparlo  al  punto 
con  sus  tropas;  lo  que  era  sin  duda  de  mayor  peligro, 
pues  cuanto  se  mejoraba ,  tanto  se  descubría  mas  á  las 
baterías  de  sus  cañones. 

No  se  acomodó  el  San  Jorge  á  su  sentimiento  :  vol- 
vió á  mandar  pedir  á  los  escuadrones  mas  cercanos  se 
le  envíase  alguna  infantería;  llegó  prontamente,  y  po- 
niéndola en  parte  acomodada,  empezaron  á  dar  tan  fu- 
riosas cargas  al  mampuesto  contrario,  que  á  pocas  ro- 
ciadas volvieron  los  catalanes  las  caras ,  retirándose 
hacia  la  muralla  y  media  luna  del  portal  de  San  Anto- 
nio. Pero  apenas  hablan  dejado  el  puesto,  cuando  el 
San  Jorge,  por  no  dar  lugar  á  que  le  ocupasen  con  ma- 
yor poder ,  movió  con  los  batallones  de  su  vanguardia 
adelante,  y  pasó  á  formarlos  en  el  sitio  que  el  enemigo 
había  perdido. 

Viéndole  ya  tan  empeñado  el  Seriñan,  mandó  le  ba- 
tiesen con  la  artillería;  hízose  con  todo  efecto,  antes 
que  él  pensase  en  si  podía  retirarse.  Tras  de  la  bate- 
ría salieron  por  escaramuzar  con  las  suyas  algunas  tro- 
pas de  la  caballería  francesa ,  dándole  á  entender  que 
en  ellas  consistía  todo  su  grueso ,  según  el  modo  por 
que  le  acometían  y  se  retiraban. 

Era  el  San  Jorge  caballero  mozo  y  de  gran  valor; 
procuraba  engrandecer  su  nombre  mereciendo  en  los 
excesos  de  la  bizarría  el  anticipado  aplauso  que  ya  go- 
zaba entre  españoles,  que  amaba  en  extremo;  juzgó 
que  la  fortuna  le  había  traído  el  mejor  día;  llevado  de  es- 
ta esperanza,  no  quiso  ó  no  supo  mirar  la  íncertídum- 
bre.  Despachó  luego  un  teniente  con  aviso  al  Quiño- 
nes, que  gobernaba  la  de  las  órdenes,  y  con  sus  caba- 
llos ocupaba  lo  mas  hondo  del  valle  por  cubrir  el  cuer- 
no izquierdo ,  para  que  viendo  embestir  sus  tropas ,  á 
cuyo  golpe  sin  duda  el  enemigo  había  de  volver,  le  cor- 
tase, metiéndose  con  la  cara  á  Monjuich ,  y  dándole  el 
costado  diestro  á  la  ciudad. 

Con  esta  diligencia,  creyendo  no  faltaba  otra  para  la 
victoria,  mandó  prevenir  toda  su  gente  para  la  embes- 
tida. Continuaba  el  Aux  en  inquietarle ,  cuando  el  San 
Jorge,  recibiendo  la  carga,  corrió  á  toda  furia.     • 

No  cesaba  el  juego  de  la  mosquetería  de  todas  las 
defensas  con  mas  daño  que  horror,  ni  el  de  las  baterías 
con  mas  horror  que  daño ;  uno  y  otro  bastante  á  dete- 
ner á  cuantos  con  menos  aliento  ó  con  mas  cordura 
veían  aventurar  sus  vidas  desesperadamente.  Movié- 
ronse todos  con  el  San  Jorge ;  pero  acompañóle  solo  su 
batallón  de  corazas  y  el  que  gobernaba  Filangieri;  cor- 
rían con  tatito  ímpetu ,  que  el  desdichado  Duque  no 


MANL'EL  DE  MELÓ. 

tuvo  'lugar  de  advertir  el  poder  de  su  contrario  ni  la 
falta  de  los  suyos ;  corrió ,  en  fin ,  como  quien  corría  á 
la  muerte,  dando  entre  todos  señaladas  muestras  de  su 
gran  aliento. 

Hallábanse  en  sus  puestos  los  monsieures  de  la  Halle  y 
de  Godenés  con  dos  buenas  compañías  de  caballos  fran- 
ceses, que,  advirtíendo  la  ceguedad  de  los  españoles  y 
los  pocos  que  ya  seguían  sus  cabos ,  volvieron  sobre 
ellos  con  gran  destreza  y  valentía.  Encendióse  brava- 
mente la  escaramuza,  al  mismo  paso  que  en  los  unos 
iba  faltando  la  esperanza  de  la  vida,  y  en  los  otros  cre- 
cía la  de  la  victoria. 

El  San  Jorge,  ya  como  perdido,  viéndose  seguir  de 
pocos  y  entre  todo  el  poder  de  su  enemigo,  procuró  re- 
volverse con  ellos,  y  hacer  con  ellos  la  entrada  por  la 
puerta  de  la  ciudad ,  creyendo  que  antes  le  socorrería 
el  Quiñones,  que  por  instantes  aguardaba;  pero  él,  que 
desde  luego  reconoció  el  peligro  de  su  pensamiento, 
no  se  dispuso  á  remediar  el  daño  por  no  entrar  también 
á  parte  con  él.  Miraba  desde  su  puesto  la  tragedia  del 
otro:  ellos  dicen  que  la  ignoraba;  pero  su  templanza 
pareció  aquel  día  excesiva  cordura. 

Prosiguió  el  San  Jorge  su  desigual  escaramuza  has- 
ta llegarse  á  la  mosquetería  de  los  reductos  de  afuera, 
con  que  se  defendía  la  puerta,  y  siendo  conocido  porel 
hábito  (y  mas  lo  pudiera  ser  por  el  valor),  tiráronle 
muchos,  y  le  acertaron  cinco  balas,  de  que  cayó  en 
tierra  mortalmente  herido.  Cargaron  á  socorrerle  has- 
ta veinte  soldados  de  los  suyos,  parientes  y  amigos ,  y 
algunos  otros  oficiales ,  señalándose  entre  ellos  el  Fi- 
langieri, y  recibiendo  muchas  heridas,  todas  mortales, 
aunque  mas  dichosas. 

Murieron  noblemente  sobre  el  cuerpo  de  su  caudillo 
al  golpe  de  espada  los  capitanes  de  caballos  don  Mucio 
y  don  Fadrique  de  Espetafora  y  don  García  Cavanillas. 
Los  golpes,  el  estruendo,  el  humo,  el  clamor  y  sangre, 
mezclados  "Confusamente ;  los  vivas  de  los  que  triunfa- 
ban, los  aves  de  los  que  morían,  todo  formaba  una 
constante  lástima  de  sus  malogrados  años  y  esperanzas. 

Algunos  que  le  seguían  ,  llamados  quizá  del  mismo 
peligro ,  viéndole  ya  perder  la  vida,  se  contentaron  con 
escapar  su  cuerpo  desangrado ;  rompieron  furiosamen- 
te por  entre  los  franceses,  que,  admirados  ó  coléricos, 
cargaban  sobre  los  rendidos :  tuvieron  lugar  entonces 
de  retirarie  lánguido  y  casi  muerto ,  en  cuya  compañía 
pudo  también  escaparse  el  Filangieri. 

Estaba  á  media  ladera  de  la  montaña  el  Torrecusa, 
cuando  vio  mover  intrépidamente  el  hijo ;  no  dejó  de 
temer  su  resolución,  pero  alegróse  interiormente  de 
tenerie  por  compañero  en  la  victoria  que  esperaba;  al- 
zó la  voz,  y  arrebatado  del  afecto  natural  de  padre,  bien 
que  distante  ,  dicen  que  dijo  :  «  Ea ,  Carlos  María ,  mo- 
rir ó  vencer;  Dios  y  tu  honra; »  palabras  cierto  dignas 
de  un  grande  espíritu. 

Subió  después  á  las  trincheras ,  donde  por  instantes 
recibía  avisos  de  los  malos  sucesos,  y  los  remediaba 
según  le  era  posible.  Hallábanse  los  tercios  ocupando 
y  cíñendo  ya  casi  toda  la  eminencia,  y  los  que  mas  per- 
dían eran  aquellos  que  mas  habían  ganado ;  porque, 
cuanto  llegaban  á  descubrirse  mas  presto,  daban  mas 
tiempo  á  los  contrarios  de  emplear  en  ellos  sus  bale- 
rias.  Caian  cada  instante  por  todos  los  escuadrones 
iniielios  hombres  muertos,  otros  se  retiraban  heridos; 


MOVIMIENTOS,  SEPARACIÓN 
ya  íiíHguno  esperaba  la  hora  de  la  victoria ,  sino  la  de 
ía  muerte ,  ni  su  consideración  se  ocupaba  en  el  modo 
de  pelear  con  reputación ,  sino  de  escaparse  con  ella: 
tul  era  el  daño ;  en  los  grandes  riesgos  pocos  discursos 
abrazan  la  osadía. 

]No  fué  menor  el  espauto  de  los  catalanes,  viéndose 
en  tan  corlo  número,  mal  defendidos  de  una  sola  for- 
tificación, ocupada  en  torno  de  las  banderas  enemigas. 
Dieron  seriales  ala  ciudad,  según  habían  concertado, 
pidiéndole  socorros,  porque  de  aquella  misma  deten- 
ción, que  en  los  españoles  era  ya  duda,  se  temianello?, 
pensando  que  descansaban  para  volver  al  asalto  con  ma- 
yor brio.  Hacían  grandes  humaredas  de  pólvora  hu- 
medecida, según  uso  de  la  guerra;  correspondíanlos 
de  la  ciudad  con  otras  no  menos  conocidas. 

Mientras  en  Monjuich  se  combatía  de  esta  suerte ,  los 
^ue  hacían  frente  á  Barcelona  también  procuraban  in- 
-quietarla  con  baterías  de  sus  cañones  y  algunas  man- 
gas que  sacaban  cubiertas,  según  el  terreno  permitía, 
por  desalojar  al  enemigo  de  la  muralla. 

Gobernaba  la  artillería  en  la  ciudad  el  capitán  Monfar 
y  Sorts,  hombre  práctico  en  este  ministerio;  no  des- 
cansaba de  trabajar  en  aquellas  baterías ,  que  mejor  po- 
dían ofender  los  escuadrones  contrarios;  empleó  algu- 
nas, todas  en  gran  daño  de  los  españoles,  que,  reco- 
nociendo cada  vez  mas  la  resistencia  de  la  plaza  y  fuer- 
te, á  gran  priesa  desconliaban  del  suceso. 

Hallábase  la  ciudad  mas  alentada,  viendo  que  tan 
contra  su  temor  el  enemigo  se  detenia ,  añadiéndosele 
de  ánimo  y  de  esperanza  todos  los  espacios  de  tiempo 
que  se  veían  perder.  De  esta  suerte  se  peleaba  con  bra- 
vo alíenlo  ,y  de  esta  suerte  se  esperaba  el  combate  uni- 
versal ,  íírme  cada  uno  en  su  puesto,  cuando  los  cabos, 
advertidos  de  las  señales  de  Monjuich,  comenzaron  á 
mandar  se  entresacase  gente  de  guarnición  para  el  so- 
corro del  fuerte;  no  fué  pequeña  duda  entonces,  por- 
que cualquiera  pretendía  ser  el  primero,  corriendo  des- 
ordenadamente á  aquella  parte  por  donde  había  de  sa- 
lir el  socorro.  Venció  la  diligencia  y  autoridad  del  di- 
putado y  los  que  le  seguían  la  dificultad  en  que  les  po- 
nía su  mismo  efecto;  y  así,  separando  de  todos  cerca 
de  dos  mil  mosqueteros ,  la  gente  mas  ágil,  para  que 
pudiese  llegar  con  prontitud ,  se  despachó  el  socorro  & 
buen  paso  por  el  camino  encubierto  que  va  des^e  la 
ciudad  al  fuerte,  al  mismo  tiempo  que  la  gente  con- 
ducida de  la  ribera  desembarcaba  al  pié  de  su  montaña 
y  lasubia. 

Habían  los  reales  que  combatían  arriba  muchas  ve- 
ces acercado  y  retirado  sus  escuadrones,  conforme  la 
resistencia  con  que  los  recibían.  Algunas  voces,  se- 
gún era  el  aliento  de  los  capitanes  que  gobernaban  las 
escaramuzas,  se  juntaban  tres  y  cuatro,  y  con  inútil 
gallardía  corrían  hasta  tocar  las  ujismas  defensas  y  trin- 
cheras del  enemigo ;  otros ,  oprimidos  del  espanto  y  del 
riesgo,  se  retiraban.  En  estas  ondas  parece  que  fluc- 
tuaba su  fortuna  de  estas  y  aquellas  armas,  ó  por  mas 
alto  modo,  en  estos  visos  mostraba  la  Providencia  co- 
mo á  su  disposición  estaba  el  castigo  de  unos  y  otros, 
pues  con  tanta  diferencia  los  movia,  ahora  pareciendo 
estos  los  vencedores,  y  ahora  mudando  toda  la  aparien- 
cia del  suceso  por  bien  pequeños  accidentes. 

En  esta  neutralidad  llegó  el  Torrecusa,  que  enga- 
ñado^ entendía,  después  de  ver  mover  al  hijo,  no  le 


Y  GLERRA  DE  CATALUÑA.  B31 

fallaba  otra  cosa  que  acabar  con  el  fuerte  para  alzar  el 
g.  ilo  de  la  victoria.  Y  viendo  los  soldados  con  desmayo, 
y  aun  los  otros  cabos  sin  orgullo ,  dio  voces ,  incitándo- 
los al  acometimiento.  Persuadiéronse  con  la  presencia 
y  autoridad  del  que  los  mandaba,  y  se  mejoraron  hasta 
que  por  todos  fué  reconocido  ser  el  asalto  imposible  por 
falta  de  escalas  y  otros  instrumentos  con  que  el  arte  lo 
facilita.  Hallábase  en  aquella  parte  del  fuerte  un  arti- 
llero catalán ,  dicstrísimo  en  su  manejo ;  el  cuul ,  viendo 
que  el  enemigo  se  le  acercaba  tanto ,  dio  fuego  aun  pe- 
drero grueso,  alojado  en  uno  de  los  flancos  del  fuerte, 
que  defendía  todo  aquel  lienzo  donde  los  reales  hacían 
el  frente.  Fué  grandísimo  el  daño  que  recibió  la  van- 
guardia; empero  ni  por  eso  perdieron  tierra  ios  espa- 
ñoles, antes  se  acercaban  cada  vez  mas;  con  todo,  vien- 
do el  Torrecusa  ya  con  experiencia  cómo  la  escalada  de 
aquella  vez  era  imposible  sin  otras  prevenciones,  mandó 
con  repetidos  avisos  al  marqués  Xeii ,  general  de  la  ar- 
tillería, le  enviase  escalas  en  número  bastante,  porque 
él  no  había  de  bajar,  dejando  el  fuerte  en  manos  del 
enemigo.  Ordenábale  también  que  no  parase  en  las  ba- 
terías de  la  ciudad ,  porque  los  socorros  no  subiesen  tan 
prontos;  que  todo  vendría  á  estorbárselos  si  los  es- 
cuadrones de  abajo  hacían  semblante  de  la  embestida 

Continuábanse  lascargas  de  una  parte  y  de  otra,  aun- 
que la  pérdida  de  los  catalanes ,  reparados  de  las  trin- 
cheras y  fuerte,  era  muy  desigual  á  la  de  los  reales  to- 
davía ,  como  también  lo  eran  sus  fuerzas ;  y  reconocien- 
do que  su  deliberación  procedía  en  embestirlos  dentro 
de  sus  defensas,  llegaron  casi  á  desesperar  del  suceso; 
no  faltando  algunos ,  como  es  cierto,  que  ya  entre  sí 
platicasen  las  buenas  condiciones  de  un  partido;  otros, 
menos  advertidos,  con  lamentables  quejas  acusaban  y 
maldecían  su  desdicha. 

El  Vélez,  con  diferente  cuidado  que  el  Torrecusa,  se 
hallaba  considerando  y  mirando  lo  que  pasaba  en  todas 
partes,  y  sentía  interiormente ,  como  hombre  cuerdo, 
que  habiendo  sido  el  mayor  socorro  en  que  se  fiaba  la 
confidencia  prometida,  hasta  aquel  ptmto  no  se  reco- 
nocía en  la  ciudad  señal  ninguna  en  favor  del  ejército, 
antes  una  común  y  firme  voluntad  á  la  resistencia. 

Al  sonido  de  las  voces ,  que  cada  vez  crecía  con  mas 
desesperación  en  todos  los  que  esperaban  por  instantes 
la  muerte,  salió  ala  plaza  superior  del  fuerte  el  sargen- 
to Ferrer,  llevado  de  algún  eficacísimo  impulso,  y  con 
celo  de  verdadero  patricio  procuró  entregar  la  vida  por 
la  defensa  de  su  república.  Era  común  en  los  catalanes 
la  voz  de  que  todo  se  perdía  y  que  el  enemigo  los  asal- 
taba, cuando  Ferrer  impaciente  miraba  aun  lado  y  otro 
por  reconocer  la  parle  donde  eran  acometidos;  topó 
antes  con  el  semblante  de  la  gente  que  marchaba  d(! 
socorro,  así  de  la  ciudad  como  de  la  marina ,  que  ya  se 
hallaba  mas  cerca  del  fuerte  que  los  mismos  escuadro- 
nes contrarios.  Entonces  con  nuevo  aliento  levantó  el 
grito  publicando  el  socorro ;  volvió  sobre  sí  la  gente  en- 
tre alegre  y  temerosa ,  multiplicando  sus  fuerzas  y  di- 
latando su  espíritu  de  tal  suerte,  que  ellos  comenzaron 
á  osar  con  tanto  exceso  como  de  antes  habían  temido. 

Llegaron  los  nuevos  soldados  llenos  de  valor  y  envi- 
dia unos  de  otros;  comenzaron  á  dar  pesadas  y  conti- 
nuas cargas  á  los  reales ,  que  á  pocos  pasos  de  su  em- 
bestida conocían  por  el  brio  del  segundo  combale  cómo 
se  fundaba  en  nuevas  fuerzas.  Aumentábanse  las  muer- 


o32 


DON  FRANCISCO  MANUEL  DE  MELÓ. 


los  y  peligros  por  todas  parles ;  en  ninguna  iiabia  lugar 
seguro ;  los  valerosos  eran  los  mas  desdicliados  (si  po- 
demos llamar  ruin  suerte  aquella  que  dispone  la  gloria 
y  fama);  la  osadía  y  constancia  eran  continuas  nego- 
ciaciones del  peligro.  El  que  procuraba  adelantarse  á 
los  mas,  en  un  instante  le  retiraban  en  brazos  del  ami- 
go ó  del  dicboso ;  quien  pretendía  aplauso  por  sus  ac- 
ciones, ellas  mismas  lo  llevaban  mas  ciertamente  á  la 
lástima  :  de  esta  suerte  engañó  á  rauclios  la  fortuna  en 
la  mesa  de  Marte.  Murieron  lastimosamente  don  An- 
tonio y  don  Diego  Fajardo,  entrambos  sobrinos  del  Vé- 
lez,  hijo  el  primero  de  don  Gonzalo  Fajardo,  y  nieto  el 
.segundo  de  don  Luis  Fajardo,  general  que  fué  en  el 
mar  Océano;  iguales  en  edad  tierna  y  anticipada  des- 
(licba.  Otros  caballeros  y  capitanes  murieron  aquel  día, 
de  cuyos  nombres  no  podemos  hacer  cierta  relación; 
aun  en  esto  les  siguió  la  desdicha ,  acabar  sin  esta  ce- 
remonia de  la  fama  que  se  ofrece  á  la  posteridad  como 
en  sacrificio, 

A  la  parte  de  San  Ferriol  se  habían  engrosado  los 
reales,  porque  todos  embistiesen  á  un  mismo  tiempo; 
pero  como  para  acometer  aquella  estancia  era  fuerza 
descubrirse á las  liaterías  de  la  ciudad,  cuando  llega- 
ron á  ser  descubiertos  fueron  bravamente  batidos  de 
las  culebrinas,  que  aunque  desviadas  buen  espacio ,  no 
dejaron  de  hacer  tan  grande  efecto,  que  los  españoles  no 
se  atrevieron  á  pasar,  con  poca  satisfacción  del  Ribera, 
.que  los  mandaba. 

Ningún  desaliento  ó  retirada  de  los  suyos  bastaba 
para  que  el  Torrecusa  dejase  de  forzarlos,  porque  al 
mismo  instante  cobrasen  lo  que  habían  perdido.  Mi- 
diendo el  tiempo,  quería  alojar  su  gente  en  parte  don- 
de pudiese  dar  la  escalada  al  mismo  punto  que  llegasen 
los  instrumentos,  porque  no  les  faltase  el  día,  circuns- 
tancia tan  notable  en  las  batallas;  pero  como  el  daño  y 
mortandad  era  grande,  ordenó  que  aquel  escuadrón  del 
costado  izquierdo,  que  recibía  lo  mas  furioso  de  la 
batería  contraría,  se  abrigase  en  unos  olivares  que  es- 
taban á  un  lado  del  mismo  escuadrón. 

Hallábase  ya  en  aquel  bosque  de  mampuesto  el  capi- 
tán Cabanas  con  su  compañía,  y  pretendiendo  entrar 
por  esotra  parte  de  él  á  desalojar  los  españoles,,  fué  re- 
conocido su  intento  de  una  tropa  de  caballería  real  que 
tenia  aquel  llano,  la  cual,  revolviendo  por  las  espaldas 
de  otro  escuadrón ,  quiso  cortar  al  Cabanas;  pero  tam- 
bién se  lo  estorbó  la  artillería  de  la  muralla ,  que  obli- 
gó á  volver  la  tropa ,  y  aun  á  relírarse  del  lugar  en  que 
antes  estaba,  no  lográndose  por  entonces  los  intentos 
de  estos  ó  aquellos. 

Mientras  duraba  el  combato  en  Monjuich  y  la  batería 
de  la  ciudad,  que  el  Xeli  continuaba  con  mas  furia  des_ 
pues  do  la  orden  del  maestre  de  campo  general ,  no  ce- 
saban los  diputados  y  conselleres  con  toda  la  gente  no- 
ble de  visitar  la  muralla  y  los  puestos  de  mayor  impoi- 
tancia  en  vivísimo  cuidado ,  ímimando  á  todos  y  prome- 
tiéndoles seguro  el  vencimiento. 

Constaba  su  guarnición  de  los  tercios  de  sus  patri- 
cios, que  gobernaban  los  maestres  de  campo  Domingo 
Moradtíll,  Galceran  Dusay,  Joscf  Navel.  los  cabos  y  ofi- 
ciales franceses  con  extraordinaria  fatiga  se  hallaban 
en  todos  los  sucesos,  unos  y  otros  nuevamente  ani- 
mados, viendo  lo  poco  que  obraban  sus  enemigos  en 
Uuitas  horas  de  trabajo.  Este  aliento  de  los  cabos,  de- 


ducido, como  suele,  á  los  soldados  y  gente  inferior, 
brotaba  felicísimamente  en  los  ánimos  populares;  de 
suerte  que  en  poco  tiempo,  con  extraña  diferencia  ellos 
en  su  corazón  y  en  sus  obras,  mostraban  no  temer  el 
ejército.  Habían  notado  la  derrota  de  la  caballería  es- 
pañola ,  y  aunque  hasta  entonces  no  se  entendía  cum- 
plidamente su  buen  suceso ,  todavía  la  certeza  de  no 
haber  perdido  ninguna  de  sus  tropas  los  habia  dado  es- 
peranza y  alegría. 

Eran  las  tres  de  la  tarde ,  y  se  combatía  en  Monjuich 
mas  duramente  que  hasta  entonces,  porque  la  ira  de 
unos  y  otros  con  la  contradicción  se  hallaba  en  aquel 
punto  mas  encendida.  Iban  entrando  sin  cesar  los  sol- 
dados á  las  baterías  del  fuerte ;  el  que  una  vez  dispara- 
ba, no  lo  podia  volverá  hacer  de  allí  á  largo  espacio, 
por  los  muchos  que  concurrían  á  ocupar  su  puesto. 
Afírmase  haber  sido  tales  las  rociadas  de  la  mosquete- 
ría catalana,  que  mientras  se  manejaba ,  á  quien  la  es- 
cuchó de  lejos  parecía  un  continuado  sonido,  sin  que 
entre  uno  y  otro  estruendo  hubiese  intermisión  ó  pausa 
perceptible  á  los  oidos. 

Confusos  se  hallábanlos  españoles,  sin  saber  hasta 
entonces  lo  que  hablan  de  ganar  por  aquel  peligro, 
porque  ya  los  oficiales  y  soldados,  llevados  del  recelo  ó 
del  desorden,  igualmente  dudaban  y  temían  el  fin  de 
aquel  negocio.  Algunos  lo  daban  ya  á  entender  con  las 
voces,  acusando  la  disposición  del  que  los  traía  á  mo- 
rir sin  honra  ni  esperanza ,  como  ya  deseoso  de  que 
no  escapase  de  aquel  trance  ninguno  que  pudiese  acu- 
sar sus  desaciertos.  No  dejaba  de  oír  sus  quejas  el  Tor- 
recusa ,  ni  tampoco  ignoraba  su  peligro ;  empero  en- 
tendía que  siéndole  posible  el  estarse  firme ,  sin  duda 
los  catalanes  perderían  el  puesto,  por  ser  inalterable 
costumbre  de  las  batallas  quedarse  la  victoria  á  la  par- 
te donde  se  halla  la  constancia  con  mas  actividad.  Ins- 
taba con  nuevas  órdenes  al  Xeli  le  enviase  instrumen- 
tos de  escalar  y  cubrirse ;  por  ventura  raro  ó  nunca 
visto  descuido  en  un  soldado  grande,  disponerse  á  la 
expugnación  de  una  fuerza  sin  querer  usar  ó  prevenir 
ninguno  de  los  medios  para  poder  conseguirlo. 

Habia  llegado  ya  aquella  última  hora  que  la  divina 
Providencia  decretara  para  castigo  no  solo  del  ejército, 
mas  de  toda  la  monarquía  de  España ,  cuyas  ruinas  allí 
se  declararon.  Así ,  dejando  obrar  las  causas  de  su  per- 
dición ,  se  fueron  sucediendo  unos  á  otros  los  aconteci- 
mientos de  tal  suerte,  que  aquel  suceso  en  que  todos 
vinieron  á  conformarse,  ya  parecía  cosa  antes  necesaria . 
que  contingente.  Pendia  del  menor  desorden  la  última 
desesperación  de  los  reales;  no  se  hallaba  entre  ellos 
alguno  que  no  desease  interiormente  cualquiera  oca- 
sión honesta  de  escapar  la  vida. 

A  este  tiempo  (podemos  decir  que  arrebatado  de  su- 
perior fuerza)  un  ayudante  catalán,  cuyo  nombre  ig- 
noramos, y  aun  lo  callan  sus  relaciones,  á  quien  si- 
guió el  segundo  Verge ,  sargento  francés ,  comenzó  á 
dar  improvisas  voces,  convidando  los  suyos  á  la  victo- 
ría  del  enemigo,  y  clamando  (aun  entonces  no  aconte- 
cida) la  fuga  de  los  españoles;  acudieron  á  su  clamor 
hasta  cuarenta  de  los  menos  cuerdos  que  se  hallaban 
en  el  fuerte ,  y  sin  otro  discurso  ó  disciplina  mas  que  la 
obediencia  de  su  ímpetu ,  se  descolgaron  de  la  muralla 
á  la  campaña  por  la  misma  parte  donde  los  escuadro- 
nes tenían  la  frente.  Llevábalos  tan  intrépidos  el  furor, 


MOVIMIENTOS,  SEPARACIÓN 
como  los  miraba  temerosos  el  recelo  de  los  reales ,  que 
>in  esperar  oiro  aviso  ó  espanto  mas  que  la  duilosa  iii- 
forniacion  de  los  ojos,  averiguada  del  temor,  y  creyendo 
bajaba  sobre  ellos  todo  el  poder  contrario,  palateando 
las  picas  y  revolviendo  los  escuadrones  entre  sí  ( mani- 
fiesta señal  de  su  ruina),  comenzaron  á  bajar  corriendo 
hacia  la  falda  de  la  montana,  alzando  un  espantoso  bra- 
mido y  queja  universal.  Los  que  primero  se  desorde- 
naron fueron  los  que  estaban  mas  al  pié  de  la  muralla 
3nemiga  :  tan  presto  el  mayor  valor  se  corrompe  en 
afrenta ;  otros  con  ciego  espanto  cargaban  sobre  los 
otros  de  tropel,  y  llenos  de  furia,  rompían  sus  primeros 
Bscuadrones,  y  estos  á  los  otros,  y  de  la  misma  suerte 
íjue  sucede  á  un  arroyo,  que  con  el  caudal  de  otras  aguas 
que  se  le  van  entrando  va  cobrando  cada  vez  mayores 
fuerzas  para  llevar  delante  cuanto  se  le  opone,  así  el 
corriente  de  los  que  comenzaban  á  bajar  atropellando  y 
trayéndose  los  mas  vecinos,  llegaba  ya  con  dobladas 
fuerzas  á  los  otros ,  por  lo  cuaJ  los  que  se  hallaban  mas 
lejos  llevaron  el  mayor  golpe.  Unos  se  caian ,  otros  se 
embarazaban,  cuáles atropellaban  á  estos,  y  eran  des- 
pués hollados  de  otros.  Algunas  veces  en  confusos  y 
varios  remolinos  pensaban  que  iban  adelante ,  y  volvían 
atrás,  ó  lo  caminaban  siempre  en  un  lugar  mismo;  to- 
dos lloraban;  los  gritos  y  clamores  no  tenían  número  ni 
lin;  todos  pedían  sin  saber  lo  que  pedían,  todos  man- 
daban sin  saber  loque  mandaban ;  los  oíiciales  mayores, 
llenos  de  afán  y  vergüenza,  los  incitaban  á  que  se  detu- 
viesen ;  pero  ninguno  entonces  conoció  otra  voz  que  la 
de  su  miedo  ó  antojo,  que  le  hablaba  al  oído.  Algún 
maestre  de  campo  procuró  detener  los  suyos ,  y  con  la 
espada  en  la  mano,  así  como  se  hallaba,  fué  arrebatado 
del  torbellino  de  gente ;  pero  dejando  el  espíritu  adon- 
de la  obligación ,  el  cuerpo  seguía  el  mismo  descamino 
que  llevaba  la  furia  de  los  otros ;  ni  el  valor  ni  la  auto- 
ridad tenia  fuerza;  ninguno  obedecía  mas  que  al  de- 
seo de  escapar  la  vida. 

A  este  primer  desconcierto  esforzó  luego  la  saña  de 
los  vencedores ,  arrojándose  tras  de  los  primeros  algu- 
nos otros  que  hizo  atrevidos  la  cobardía  de  los  contra- 
rios; tales  con  las  espadas,  tales  con  las  picas  ó  chu- 
zos, algunos  con  hachas  y  alfanjes,  no  de  otra  suerte 
que  los  segadores  por  los  campos,  bajaban  cortando  los 
miserables  castellanos.  Mirábanse  disformes  cuchilla- 
das, profundísimos  golpes  é  inhumanas  heridas;  los 
dichosos  eran  los  que  se  morían  primero  :  tal  era  el  ri- 
gor y  crueldad ,  que  ni  los  muertos  se  escapaban ;  po- 
día llamarse  piadoso  el  que  solo  atravesaba  el  corazón 
de  su  contrarío.  Algunos  bárbaros,  aunque  advertida- 
mente, no  querían  acabar  de  matarlos,  porque  tuviese 
todavía  en  que  cebarse  el  furor  de  los  que  llegaban  des- 
pués; corría  la  sangre  como  río,  y  en  oirás  partes  se 
detenía  como  lago  horrible  á  la  vista,  y  peligroso  aun  á 
la  vida  de  alguno  que ,  escapado  del  hierro  del  contra- 
rio ,  vino  á  ahogarse  en  la  sangre  del  amigo. 

Los  mas,  sin  escoger  otra  senda  que  la  que  miraban 
mas  breve,  se  despeñaron  por  aquellas  zanjas  y  ribazos, 
donde  quedaron  para  siempre;  otros,  enlazados  en  las 
zarzas  y  malezas,  se  prendían  hasta  llegar  el  golpe;  mu- 
chos, precipitados  sobre  sus  propias  armas,  morían 
castigados  de  su  misma  mano;  las  picas  y  mosquetes, 
cruzados  y  revueltos  por  toda  la  campaña,  era  el  mayor 
embarazo  de  su  fuga,  y  ocasión  de  su  caida  y  muerte. 


Y  GUERRA  DE  CATALUÑA.  b33 

No  se  niega  que  entre  la  multitud  de  los  que  vergou-, 
zosamente  se  retiraron,  se  hallaron  muchos  hombres 
de  valor  desdichada  é  inútilmente;  algunos  que  mu- 
rieron con  gallardía  por  la  reputación  de  sus  armas ,  y 
otros  que  lo  desearon  por  no  perderla  :  singular  dicha 
y  virtud  han  menester  los  hombres  para  salir  con  boma 
de  los  casos  donde  todos  la  pierden ,  porque  el  suceso 
común  ahoga  los  famosos  hechos  de  un  partícul  r ;  to- 
davía esta  razón  no  desobliga  á  los  honrados ,  bien  que 
los  aflige. 

El  maestre  de  campó  don  Gonzalo  Fajardo  salió  he- 
rido considerablemente;  con  todo  era  su  mayor  riesgo 
la  muerte  del  hijo  único  que  dejaba  en  líerra.Don  Luis 
Jerónimo  de  Contreras,  don  Bernabé  de  Salazar  y  el 
Isinguíen ,  todos  iguales  en  puesto  al  Fajardo,  sacaron 
mas  que  ordinarias  heridas,  con  otros  muchos  oíiciales 
y  caballeros,  que  no  pretendemos  nos  sean  acreedores 
de  su  gloria ,  sí  ella  no  pudo  adquirirse  en  tan  siniestro 
día  para  su  nación. 

Las  banderas  de  Castilla,  poco  antes  desplegadas  al 
viento  en  señal  de  su  victoria,  andaban  caídas  y  holla- 
das de  los  píes  de  sus  enemigos,  donde  muchos  ni  para 
trofeos  y  adorno  del  triunfo  las  alzaban :  á  tanta  deses- 
timación vieron  reducirse.  Las  armas  perdidas  por  toda 
la  campaña  eran  ya  en  tanto  número,  que  pudieron 
servir  mejor  entonces  de  defensa  que  en  las  manos  de 
sus  dueños,  por  la  dificultad  que  causaban  al  camino; 
solo  la  muerte  y  la  venganza  lisonjeada  en  la  tragedia 
española  parece  se  deleitaban  en  aquella  horrible  re- 
presentación. 

Casi  á  este  tiempo  llegó  al  Torrecusa  nueva  de  la 
muerte  de  su  hijo  y  los  suyos.  Recibióla  con  impacien- 
cia, y  arrojando  la  insignia  militar,  forcejaba  por  rom- 
per sus  ropas  :  desigual  demostración  de  lo  que  se 
prometía  de  su  espíritu.  Los  hombres  primero  son 
hombres;  primero  la  naturaleza  acude  á  sus  afectos, 
después  se  siguen  esotros  que  canonizó  la  vanidad,  lla- 
mándoles con  diferentes  nombres  de  gloría  indigna; 
como  si  al  hombre  le  fuera  mas  decente  la  insensibili- 
dad que  la  lástima. 

Llegábanle  cada  instante  tristísimos  avisos  de  la  ro- 
ta, de  que  también  pudieron  sus  ojos  y  su  peligro  avi- 
sarlo ,  si  las  lágrimas  diesen  lugar  á  la  vista  y  la  pena  al 
discurso.  Desde  aquel  punto  no  quiso  oír  ni  mandar, 
ni  permitió  que  ninguno  le  viese;  no  era  entonces  la 
mayor  falta  la  de  quien  mandase ,  porque  en  todo  aquel 
día  fué  mas  dificultoso  hallar  quien  obedeciese. 

Los  que  estaban  abajo  con  la  frente  á  Barcelona  mir 
raban  casi  con  igual  asombro  la  suerte  de  sus  compa- 
ñeros; esperábanlos  mas  constantes,  no  por  temer  me- 
nos el  peligro,  sino  porque  llegados,  ellos  tuviesen  en- 
tonces mejor  disculpa  ásu  retirada.  Era  ya  sabida  en  el 
campo  la  pérdida  del  San  Jorge,  y  en  esta  noticia  fun- 
daba mas  su  temor  que  en  ningún  otro  accidente. 

El  Vélez  á  un  mismo  tiempo  miraba  perderse  en  mu- 
chas partes ,  y  no  recelaba  menos  la  inconstancia  dé  Jos 
suyos,  que  ya  empezaban  á  moverse,  que  el  desorden 
de  los  que  bajaban  rotos.  El  peligro  no  daba  lugar  al 
consejo  ó  ponderación  espaciosa;  y  así,  informado  de 
que  el  Torrecusa  había  dejado  el  mando,  llamó  al  Ca- 
ray y  le  entregó  la  dirección  de  todo.  No  se  puede  lla- 
mar dicha ,  aunque  suele  ser  ventura,  ser  escogido  para 
remediar  lo  que  lia  errado  otro,  porque  parece  queso 


534  DOiN  FRANCISCO  M 

obliga  el  segundo  á  mayores  aciertos,  faltándole  los 
medios  proporcionados  á  la  felicidad;  para  esto  son  mas 
los  hombres  dichosos  que  los  prudentes. 

Recibió  el  Caray  su  gobierno  ,  y  fué  la  primera  dili- 
gencia ordenar  que  los  escuadrones  del  Irente  murclia- 
sen  luego  y  ú  toda  priesa  hacia  fuera,  dando  las  espaldas 
al  lugar  de  Sans,  y  que  la  caballería  se  opusiese  a  la 
gente  que  bajaba  en  desorden,  con  ánimo  de  pasarla  á 
cuchillo  si  no  se  detuviese;  con  lo  cual  se  poilria  con- 
seguir que,  medrosos  ellos  délos  mismos  amigos,  si- 
quiera por  benelicio  del  nuevo  espanto  se  parasen ;  que 
era  lo  que  por  entonces  pretendía  el  que  gobernaba,  para 
poderlos  dar  aliento  y  forma. 

Marchó  el  Vélez  con  su  trozo  llevando  la  artillería  en 
medio,  y  el  Caray  salió  á  recibir  los  tercios  desordena- 
dos, que  ni  al  respeto  de  su  presencia  ni  al  rigor  de 
muchos  oficiales  que  lo  procuraban  por  cualquier  me- 
dio, acababan  de  detenerse  y  hallar  entre  los  suyos 
aquel  ánimo  que  habían  perdido  cerca  de  los  enemigos; 
antes  con  voces  de  sumo  desorden  clamaban  :  «Retira, 
retira.»  En  íin,  la  diligencia  del  propio  cansancio  y  fa- 
tiga, que  no  les  permitía  mayor  movimiento,  les  fué 
cortando  el  paso  o  las  fuerzas,  de  suerte  que  ellos,  sin 
saber  cómo,  unos  se  paraban ,  otros  se  caian  por  tierra. 

Grande  fuera  el  estrago  si  los  catalanes  prosiguieran 
el  alcance;  puro  como  habían  salido  sin  otra  preven- 
ción mas  de  la  furia ,  Jamás  sus  pensamientos  llegaron 
á  creer  que  podían  conseguir  otra  cosa  que  la  defensa. 
No  hubo  hombre  práctico  que ,  viendo  arrojar  á  los  su- 
yos, no  los  juzgase  perdidos;  esto  los  detuvo,  y  fué 
6u  mayor  dicha  de  los  que  se  retiraban  y  su  mayor 
afrenta. 

Estaba  !a  ciudad  con  la  vista  pronta  en  todas  las  ac- 
ciones del  fuerte,  y  habiendo  reconocido  la  retirada  de 
los  escuadrones  españoles,  fué  increíble  el  gozo  y  ale- 
gría que  súbitamente  se  infundió  en  sus  corazones;  en 
ün,  como  aquellos  que  en  una  hora  desde  la  esclavitud 
te  veían  subir  al  imperio. 

Alababan  el  nombre  de  Dios  con  festivos  clamores, 
bendecían  la  patria ,  ensalzaban  el  celo  de  los  suyos, 
engrandecían  últimamente  la  gloría  de  so  nuevo  prín- 
cipe, cuya  soberana  fortuna  tan  presto  los  había  hecho 
gozar  de  la  felicidad  común  de  aquella  monarquía. 

El  Caray,  sin  perder  un  punto  en  el  manejo  de  su  de- 
fensa ,  como  hombre  que  verdaderamente  ignoraba  la 
ocasión  de  su  derrota,  hizo  echar  bando  que  todos  al 
instante  acudiesen  á  sus  banderas,  ó  por  lo  menos  á 
cualquiera  de  las  de  sus  tercios  que  conociesen;  y  or- 
denó que  ellos  tomasen  la  mas  breve  forma  posible  de 
ponerse  en  escuadrón,  porque  vuelto  á  componer  el 
ejército,  pudiese  respirar  su  espíritu.  Cousiguíólo,  pero 
tarde ,  con  fatiga  increíble ,  y  somos  ciertos  oír  de  su 
boca  que  fué  tan  grande  aquel  trabajo ,  tan  difícil  y  tan 
provechoso,  que  en  sola  esta  acción  se  había  juzgado 
digno  de  gobernaron  ejército. 

Hecho  esto,  se  juntaron  los  cabos ,  menos  el  Torre- 
cusa,  que  desde  el  punto  que  dijimos  se  excuso  del 
mando ,  sin  haber  cosa  que  le  obligase  á  la  templanza ; 
y  después  de  haber  llorado  entre  todos  la  muerte  délos 
suyos,  y  en  primer  lugar  la  lástima  del  San  Jorge,  dis- 
currieron por  los  daños  ya  sensibles  entonces  al  ejér- 
cito, diciendo  que  la  gente  se  hallaba  en  sumo  des- 
aliento ;  que  las  provisiones  faltaban ;  que  la  fama  de  la 


ANÜEL  DE  MELÓ. 

pérdida  no  dejaría  lugar  fiel  en  louo  el  país;  que  el  po- 
der no  bastante  á  ganar  un  solo  puesto  cuando  entero 
y  orgulloso,  mal  llegaba  á  combatir  una  ciudad  des- 
pués de  roto  y  desmayado ;  que  Barcelona  había  de  ser 
socorrida  por  los  paisanos  y  auxiliares ;  que  al  duquede 
Luí  se  afirmaba  estaban  aguardando  por  instantes;  que 
las  galeras  de  España  se  habían  apartado;  que  don  Jo- 
scf  Margarit,  según  las  informaciones  de  algunos  natu- 
rales, bajaba  con  la  gente  de  la  montaña  á  ocuparlos 
pasos  de  Martorell  y  elCongost;  que  el  ejército  se  halla- 
ba con  menos  de  dos  mil  infantes  y  muchos  caballos  de 
los  con  que  había  subido,  entre  muertos,  heridos  y 
derrotados;  que  también  faltaban  algunas  personas  de 
los  cabos,  cuyos  lugares  debían  ser  ocupados  con  gran 
consideración;  que  se  habían  perdido  en  todas  las  com- 
pañías mas  de  cuatro  mil  armas;  que  con  estas  mas  se 
hallaba  el  enemigo  para  poder  resistirse ;  que  ni  el  tiem- 
po ni  la  fortuna  ni  el  estrago  daban  lugar  para  que  se 
consultase  con  el  Rey  su  resolución;  que  la  salud  pú- 
blica de  aquel  ejército  consistía  en  lo  que  se  acertase  y 
ejecutase  antes  del  amanecer ;  que  lo  mas  conveniente 
era  volver  á  Tarragona  con  suma  brevedad ,  porque  los 
pasos  no  se  embarazasen ,  y  primero  que  los  de  Barce- 
lona saliesen  á  impedírselo  con  escaramuzas;  que  se 
debían  anticipará  las  noticias  de  su  desgracia,  porque 
llegasen  sin  ella  á  los  lugares  que  dejaban  á  las  espal- 
das, sin  darles  ocasión  de  que  con  su  pérdida  los  to- 
masen otra  vez ,  y  les  fuese  necesario  volver  á  ganarlos 
de  nuevo;  que  desde  aquella  plaza  se  podía  dar  aviso  al 
Rey,  y  esperar  sus  órdenes  y  socorros. 

Todo  lo  escuchaba  el  Vélez,  suspenso  en  la  conside- 
ración de  su  fortuna,  haciendo  en  su  ánimo  firme  pro- 
pósito de  no  recibir  por  ella  otra  injuria.  No  hubo  entre 
todos  alguno  que  contraviniese  el  acuerdo,  en  todo  ajus- 
tado alo  propuesto. 

Ocupáronse  aquella  tarde  los  catalanes,  ya  vencedo- 
res, en  recoger  los  despojos  de  su  triunfo,  y  entre  ellos, 
como  mas  insigne,  llevaron  á  la  ciudad  once  banderas 
españolas,  siendo  diez  y  nueve  las  perdidas  del  ejército, 
que  poco  después  colgaron  desde  la  casa  de  su  diputa- 
ción á  vista  de  todo  el  pueblo,  que  las  miraba  con  igual 
saña  y  alegría ;  llevaron  notable  cantidad  de  todas  ar- 
mas, carros ,  bagajes  y  pabellones ,  que  servirán  á  la 
posteridad  como  testigos  de  aquella  gran  pérdida  de 
españoles. 

No  se  descuidaron  un  punto  de  la  guardia  de  su  fuer- 
te, ni  quisieron  pedir  mas  halagos  á  su  fortuna  que  la 
buena  suerte  de  aquel  día ;  guarneciéronle  con  nuevo 
y  grueso  presidio,  habiendo  recibido  aquella  noche  mas 
de  cuatro  mil  infantes  de  los  lugares  convecinos,  como 
si  verdaderamente  temiesen  el  segundo  asalto. 

Estas  diligencias,  que  no  pudieron  hacerse  sin  gran 
ruido  de  toda  la  campaña,  y  alguna  artillería  que  á  es- 
pacios señalados  disparaba  la  ciudad  por  tener  su  gente 
cuidadosa,  servia  aun  mas  de  temor  al  ejército  que  de 
prevención  á  los  suyos,  á  quienes  el  deseo  de  la  consu- 
mada victoria  tenía  alegres  y  puntuales  ordenadamente 
en  sus  estancias,  todavía  inciertos  de  loque  habían  con- 
seguido. 

Descubrióse  al  amanecer  el  fuerte  de  Monjuich  y  sus 
trincheras,  coronado  de  copiosa  multitud  de  gente,  que 
habia  subido  á  notar  el  estrago  de  los  reales,  de  que  to- 
davía se  hallaban  señas  recientes  en  la  sangre  y  cadú» 


MOVIMIENTOS,  SEPARACIÓN 

veres  de  sus  enemigos ;  pero  los  castellanos ,  habiendo 
temido  de  su  nioviinieuto  alguna  determinación  de  las 
áque  podía  convidarles  el  buen  semblante  de  la  fortu- 
na de  sus  contrarios ,  obedeciendo  á  ella ,  comenzaron 
á  moverse  antes  del  dia  la  vuelta  de  Tarragona,  tan  lle- 
nos de  lástima  y  desconsuelo,  como  los  catalanes  se 
quedaban  de  honra  y  alegría. 

Antesfué  enterrado  el  San  Jorge  miserablemente  en 
la  campaña;  espiró  aquella  noche ,  mezclando  entre  las 
palabras  que  ofrecía  á  Dios ,  algunas  que  bien  signifi- 
caban el  celo  del  servicio  de  su  rey.  Acompañáronle 
muchos  otros,  cuyos  cuerpos,  esparcidos  por  la  tierra, 
asemejaban  un  horrible  escuadrón  asaz  poderoso  para 
vencer  la  vanidad  de  los  vanamente  confiados. 

La  pérdida  de  los  naturales  fué  desigual ,  bien  que 
murieron  algunos ;  porque  como  siempre  pelearon 
dentro  de  sus  reparos,  no  había  tanto  lugar  de  emplear- 
se en  ellos  las  balas  enemigas. 

Marclió  el  infeliz  ejército  con  tales  pasos,  que  bien 


Y  GUERRA  DE  CATALUÑA.  B35 

informaban  del  temeroso  espíritu  que  lo  movía;  cami- 
nó en  dos  días  desengañado  lo  que  en  veinte  había  pií 
sado  soberbio;  atravesó  los  pasos  con  temor,  pero  sin 
resistencia;  entró  en  Tarragona  con  lágrimas,  fué  re- 
cibido con  desconsuelo ,  donde  el  Vélez,  dando  aviso  al 
Rey  Católico,  pidió  por  merced  loque  podía  temer  como 
castigo.  Excusóse  de  aquel  puesto,  y  lo  excusó  su  rey, 
mandándole  sucediese  Federico  Colona,  condestable 
de  Ñapóles ,  príncipe  de  Rutera ,  vírey  entonces  en  Va- 
lencia ,  que  poco  tiempo  después  representó  su  trage- 
dia en  el  mismo  teatro ,  perdiendo  la  vida  sitiado  por 
franceses  y  catalanes  en  Tarragona. 

Nopararon  aquí  los  sucesos  y  ruinas  de  las  armas  del 
rey  don  Felipe  en  Cataluña,  reservadas  quizá  á  mayor 
escritor,  así  como  ellas  fueron  mayores.  A  mí  me  basta 
haber  referido  con  verdad  y  llaneza ,  como  testigo  de 
vista,  estos  primeros  casos,  donde  los  príncipes  pueden 
aprender  á  moderar  sus  afectos ,  y  todo  el  mundo  ense- 
ñanza para  sus  acontecimientos. 


Fl.N  DEL  TOMO  PRIMEBO  DE  HISTOIUADORES  DE  SUCESOS  PARTICULARES. 


índice. 


pAfi. 
Noticia  de  las  obras  r  autores  oi'e  contiene  el  presentí 

TOMO V 

Documentos  que  se  citan  en  la  noticia  precedente xxiii 

EXPEDICIÓN  DE  LOS  CATALANES  Y  ARAGONESES  CON- 
TRA TURCOS  Y  GRIEGOS.  —  A  Don  Juan  de  Moncada.       i 

Libro  primero.  —  Proemio 2 

Capítulo  primero.  Estado  de  ios  reinos  y  reyes  de  la  casa 
de  Aragón  por  este  tiempo 2 

Cap.  II.  Elección  de  general 4 

Cap.  III.  Quién  fué  Roger  de  Flor 5 

Cap.  IV.  Determinan  los  capitanes  su  jornada,  y  suplican  al 
Rey  les  favorezca 5 

Cap.  V.  Embajada  de  los  nuestros  al  emperador  Andrónico, 
y  su  respuesta 6 

Cap.  VI.  Señala  sueldo  el  Emperador  á  la  gente  de  guerra, 
y  hace  muchas  honras  y  mercedes  á  sus  capitanes.    .    .       7 

Cap.  VII.  Parte  de  Sicilia  la  armada,  y  qué  gente  y  milicia 
fué  la  de  los  almugavares 8 

Cap.  VIII.  Roger  se  casa.  Pelean  catalanes  y  genoveses  dentro 
de  Constantinopla ^ 

Cap.  IX.  Pasa  la  armada  á  la  Natolia ,  y  echa  la  gente  en  el  ca- 
bo de  Artacio 10 

Cap.  X.  Vencen  los  catalanes  y  aragoneses  á  los  turcos.  .    .     11 

Cap.  XI.  Retírase  el  ejército,  para  invernar  en  el  cabo  de  Ar- 
tacio, ú  sus  alojamientos 11 

Cap.  XII.  Fernán  J.menez  de  Árenos  se  aparta  de  los  suyos. .     12 

Cap.  XIII.  Parte  el  ejército  á  socorrer  á  Filadelíia.y  vencen  á 
Caramano,  turco,  general  de  los  que  la  tonian  sitiada.  .      13 

Cap.  XIV.  Entra  en  Filadellia  el  ejército  vitorioso.  Gánanse  al- 
gunos fuertes  que  el  enemigo  tenia  cerca  de  la  ciudad ,  y 
dan  segunda  rota  á  los  turcos  junto  áTiria 14 

Cap.  XV.  Llega  Bcrenguer  de  Rocafort  con  su  gente  á  Cons- 
tantinopla ,  y  por  orden  del  Emperador  se  junta  con  Ro- 
ger en  Efeso 15 

Cap.  XVI.  Reprimen  los  nuestros  el  atrevimiento  de  Sarcano 
Turco.  Llegan  nuestras  banderas  á  los  confines  de  la  Na- 
lolia  y  reino  de  Armenia 16 

Cap.  XVII.  Pelean  con  todo  el  poder  de  los  tarcos  los  catalanes 
y  aragoneses  en  las  faldas  del  monte  Tauro,  y  alcanzan 
(Icllos  señaladísima  vitoria IG 

Cap.  XVIII.  Con  la  entrada  del  invierno  vuelven  los  nuestros  á 
las  provincias  marítimas.  Rebélanse  los  de  Magnesia, 
póneles  sitio  Roger,  pero  llamado  de  Andrónico,  le  le- 
vanta ,  y  llega  á  la  boca  del  estrecho  con  todo  el  ejército.      17 

Cap.  XIX.  Alójase  el  sjército  en  la  Tracia  Cheisoncso,  y  Ro- 
ger parte  á  Constantinopla 19 

Cap.  XX.  Berenguer  de  Entenza  con  nuevo  socorro  llega  á 
Constantinopla ,  donde  se  le  dio  el  cargo  de  megaduque, 

y  á  Roger  le  ofrecieron  el  de  cesar. 19 

Cap.  XXI.  Los  genoveses  persuaden  al  Emperador  la  guerra 
contra  los  catalanes,  y  Miguel  Paleólogo  hace  lo  mismo, 

y  alborótase  en  Gaiípoli  la  gente  de  guerra 20 

Cap.  XXII.  Págase  la  gente  de  guerra  por  orden  de  Andrónico 

con  moneda  corta,  de  donde  nacieron  nuevos  alborotos.      22 
Cap.  xxiii.  Da  el  emperador  Andrónico  en  feudo  á  los  capita- 
nes catalanes  y  aragoneses  las  provincias  del  Asia.    .    .     25 


Cap.  xxiv.  La  gente  de  guerra  con  mayor  furia  que  antes  se 
alborota,  porque  tiene  alguna  desconfianza  de  Roger.    .     ti 

Cap.  XXV.  Concluyese  el  trato  de  pasar  al  oriente ,  y  Roger  re- 
cibe las  insignias  de  cesar  y  dinero 24 

Cap.  XXVI.  Párlese  Roger  á  verse  con  Miguel  Paleólogo;  con- 
tradícelo  María  su  mujer  y  los  demás  capitanes.  ...     '24 

Cap.  xxvii.  Matan  á  Roger  con  gran  crueldad  los  alanos ,  es- 
tando comiendo  con  los  emperadores  Miguel  y  María ,  y  á 
todos  los  que  fueron  en  su  compañía ■   .    .     25 

Cap.  XXVIII.  La  gente  de  guerra  toma  descubiertamente  las 
armas  contra  los  griegos ,  y  en  diferentes  partes  del  im- 
perio se  matan  los  catalanes  y  aragoneses 26 

Cap.  XXIX.  Berenguer  de  Entenza  y  los  que  estaban  dentro  de 
Galipoli ,  sabida  la  muerte  de  Roger,  degüellan  Iodos  los 
vecinos  de  Gaiípoli ,  y  el  campo  enemigo  los  sitia.    .    .     27 

Cap.  XXX.  Tienen  los  nuestros  consejo ;  sígnese  el  de  Beren- 
guer de  Entenza ,  no  por  el  mejor,  pero  por  ser  del  mas 
poderoso 2'$ 

Cap.  XXXI.  Los  embajadores  de  nuestro  ejército,  á  la  vuelta 
de  Constantinopla ,  por  orden  del  Emperador  fueron  pre- 
so» y  muertos  cruelmente  en  la  ciudad  de  Rodesto.   .    .     2í) 

Cap.  XXXII.  Envíanse  embajadores  á  Sicilia,  y  sale  Berenguer 
con  su  armada ;  gana  la  ciudad  de  Recrea ,  y  vence  en 
tierra  á  Calo  Juan,  hijo  de  Andrónico 30 

Cap.  XXXIII.  Prisión  de  Berenguer  de  Entenza,  con  notable 
pérdida  de  los  suyos 51 

Cap.  XXXIV.  Los  pocos  que  quedaron  en  Galipoli  dan  barreno 
á  todos  los  navios  de  su  armada 32 

Cap.  XXXV.  Salen  los  nuestros  de  Galipoli  á  pelear  con  los 
griegos,  y  alcanzan  dellos  señaladisiraa  Vitoria.  ...     32 

Cap.  XXXVI.  Previénese  Miguel  Paleólogo  para  venir  sobre  Ga- 
lipoli; los  nuestros  salen  á  pelear  con  él  tres  jornadas 
lejos ,  y  entre  los  lugares  de  Apros  y  Cipsela  se  da  la  ba- 
talla ;  sale  della  Miguel  vencido  y  herido 33 

Cap.  xxxvii.  Estado  de  las  cosas  de  Andrónico  y  de  los  grie- 
gos  3G 

Cap.  xxxviii.  Los  nuestros  hacen  algunas  correrías,  y  toman 
á  las  ciudades  de  Rodesto  y  Paccia 36 

Cap  xxxix.  Fernán  Jiménez  de  Árenos  llega  A  Gaiípoli ,  entra 
á  correr  la  tierra,  y  al  retirarse  rompe  dos  rail  infantes 
y  ochocientos  caballos  del  enemigo 57 

Cap.  xl.  Fernán  Jiménez  gana  el  castillo  y  lugar  de  Módico.     57 

Cap.  xli.  Divídense  los  nuestros  en  cuatro  plazas;  Montaner 
rompe  á  George  de  Cristopol 38 

Cap.  xlii.  Rocafort  y  Fernán  Jiménez  de  Árenos  tonsan  al  Es- 
lañara y  cobran  sus  cuatro  galeras 58 

Cap.  XLiii.  Los  catalanes  y  aragoneses,  por  dar  cumplimiento  á 
su  venganza ,  á  las  faldas  del  monte  Homo  vencen  á  los 
niasagelas 59 

Cap.  xliv.  Acometen  los  genoveses  i  Gaiípoli ,  y  rctíransecon 
pérdida  de  su  general 41 

Cap.  xlv.  Los  turcos  y  turcoples  vienen  al  servirlo  de  los  ca- 
talanes  i^ 

Cap.  xlvt.  Sucesos  de  Berenguer  de  Entenza  después  de  su 
prisión  hasta  su  libertad ,  y  su  vuelta  á  Galipoli.  ...      A'i 

Cap.  xLvii.  Berenguer  de  Entenza  y  Berenguer  de  Rocafort  di- 
viden el  ejército  en  bandos ü 

C\p.  xLviii.  Rocufort  pone  sitio  á  Nona,  Bcrenguer  i  Megaux- 


538  índice. 


fia. 

45 

4G 
i1 

49 


y  Ticiii  Jaijiieria,  (jenovés,  con  ayuda  de  gente  catalana 
loma  el  castillo  y  lugar  de  Fruilla 

Cap.  XLix.  El  infante  don  Fernando,  hijo  del  rey  de  Mallorca , 
enviado  del  rey  don  Fadrique,  llega  á  Galípoli  para  go- 
bernar el  cjéreito  en  su  nombre . 

Cap.  l.  El  Infante  es  excluido  del  gobierno  por  la»  mañas  de 
Hocafort .    < 

Cap.  li.  Rocafort ,  antes  de  partirse  el  Infante  del  ejército,  ga- 
nó íí  Nona ,  y  de  común  acuerdo  de  los  capitanes ,  deja  el 
ejército  los  presidios  de  Tracia  y  determina  pasar  i  Ma- 
cedonia ,    j    .•    .    . 

C.\p.  MI.  La  vanguarda  del  campo  del  Infante  y  Berengner  al- 
canza la  relaguarda  de  Rocafoit,  y  llegan  casi  á  darse  la 
batalla  ;  mata  Rocafort  ú  Berenguer  de  Entenza ;  y  Fer- 
nán Jiménez  de  Árenos,  huyendo  del  mismo  peligro,  se 
pone  en  manos  de  los  griegos SO 

Cap.  liii.  Deja  el  Infante  nuestra  compañía,  y  lleva  consigo 
á  Montaner,  después  de  entregar  la  armada Si 

Cap.  Liv.  Pasa  el  ejército  á  Macedonia S-2 

Cap.  lv.  Prisión  del  infante  don  Fernando  en  Negroponte.   .      52 

Cap.  lvi.  Rocafort  y  su  gente  prestan  juramento  de  fidelidad 
á  Tibaldo  de  Sipoys,  en  nombre  de  Carlos  de  Francia. .     S3 

Cap.  Lvii.  Montaner  con  las  galeras  venecianas  vuelve  al  Ne- 
groponte, y  en  Att-nas  se  ve  con  el  infante  don  Fernando.     S.> 

Cap.  lviii.  Prisión  de  Berenguer  y  Gisbert  de  Rocafort.    .    .      51 

Cap.  ux.  Tibaldo,  llevando  consigo  los  dos  hermanos  presos, 
deja  el  ejército,  y  los  lleva  i  Ñapóles,  donde  les  dieron 
muerte 5o 

Cap.  lx.  Eligen  los  catalanes  gobernadores ;  y  solicitados  del 

dtiquade  Atenas,  ofrecen  de  serville 56 

Cap.  Lxi.  Sale  el  ejército  de  Casandria,  y  pasa  á  Tesalia.    .     56 

Cap.  lxii.  Baja  el  ejército  de  los  catalanes  á  Tesalia ,  y  por 
concierto  dejan  esta  provincia  y  pasan  á  la  de  Acaya.    .     57 

Cap.  Lxin.  El  duque  de  Atenas  recibe  á  los  catalanes.     .    .     58 

C.VP.  ixiv.  Despide  el  Duque  con  suma  ingratitud  á  los  catala- 
nes que  le  habían  servido,  sin  quererles  pagar;  con  que 
los  unos  y  los  otros  se  previenen  para  la  guerra.  ...     58 

Cap.  lxv.  Vitoria  de  los  catalanes  contra  el  duque  de  Atenas, 
y  su  muerte;  con  que  los  catalanes  se  apoderaron  de 
aquellos  estados,  y  dieron  fin  á  su  peregrinación.    .    .     59 

Cap.  lxvi.  Los  turcos ,  con  el  deseo  de  volver  á  la  patria  ,  de- 
jan el  servicio  de  los  catalanes ,  y  por  el  mismo  camino 
que  vinieron,  vuelven  áGalipoli GO 

Cap.  Lxvii.  Los  griegos  rompen  la  fe  prometida  álos  turcos, 
y  descubierta  la  traición ,  ganan  un  castillo,  donde  se  for- 
tificaron.    .    , Cl 

Cap.  lxviii.  Los  turcos  vencen  á  Miguel,  y  hacen  grandes  da- 
ños en  Tracia 61 

Cap  lxix.  Files  Paleólogo  vence  i  los  turcos  ;  con  que  todos 
quedaron  muertos  y  presos 62 

Cap.  Lxx.,De  algunos  sucesos  de  los  catalanes  y  aragoneses 
en  Atenas 62 

GUERRA  DE  GRANADA.— Al  LECTOR 65 

Introducción 07 

Libro  primero. — Antiguos  pobladores  de  Granada.— Los  Re- 
yes Católicos  la  conquistan.— Primera  rebelión  apacigua- 
da.—Gobierno  que  quedó  establecido.— Leyes  contra  los 
cristianos  nuevos. —  Señales  de  nueva  rebelión.— Juntas 
de  los  conjurados.— Comisión  del  marqués  de  Mondéjar. 
—Plática  de  don  Fernando  el  Zaguer.— Don  Fernando  de 
Valor  es  elegido  rey.— Primer  insulto  de  los  conjurados. 
— Socorros  del  Turco  y  de  África. — Los  moriscos  armados 
se  encaminan  á  Granada.— Prudencia  del  marqués  de  Mon- 
déjar.—Retíranse  los  rebeldes.— Llegan  socorros  á  Gra- 
nada.—Orden  al  marqués  de  los  Vélez.— Abenhumeya  se 
recoge  á  la  Alpujarra— Acometen  los  rebeldes  á  Órgiba. 
—Proclamación  de  don  Fernando  de  Valor.— Comienzan 
las  persecuciones  contra  los  cristianos.— Persiguen  los 
rebeldes  á  Diego  de  la  Gasea.— Rómpelos  don  García  de 
Villarroel.  —  Ganan  á  Castil  de  Ferro ,  y  vuelven  sobre 
Adra.— Son  vencidos  por  el  capitán  Gasea.— Gana  Aben 
huraeya  la  puente  de  Tablate.— El  marqués  de  Mondéjar 
en  Diircal.— Acomete  y  toma  la  puente  de  Tablate.— So- 
corro de  Órgiba.— Batalla  de  Poqueira,  ganada  par  el 

Marqués.— Gánase  el  castillo  de  Jubiles 68 

I.iDRo  SECUNDO. —Toman  los  rebeldes  la  puente  de  Tablate.— 
Sondcrrotadoscnlñiza.— El  marqués  de  Mondéjar  en  An- 
darax.— Muerte  de  Diego  de  la  Gasea.—  El  marqués  de  Vé- 


pA«. 


81 


lez  entra  por  el  rio  de  Almería ,  y  gana  varios  lugares  — 
Miedo  de  los  rebeldes.— Jornada  de  las  Guájaras.— Muerte 
de  don  Juan  de  Villarroel  y  otras  personas  principales  — 
Tomadelfuer.edelasGuájaras.-Redúcense muchos  mo- 
riscos, aunque  sin  fruto.— Acusaciones  contra  el  de  Mon- 
déjar. —  Guerra  de  Almería.  —  Triunfos  del  de  Vélez.  — 
Prisión  malograda  de  Aben  Humeya.— Rota  de  los  de 
Mondéjar  en  Valor.— Manda  el  Rey  suspender  las  hosti- 
lidades, y  piensa  en  nombrar  caudillo  contra  los  rebel- 
des á  don  Juan  de  Austria.— Alboroto  en  Granada  contra 
los  moriscos  presos  en  las  cárceles,  de  que  mueren  casi 
lodos.  —  Intentan  los  moros  apoderarse  de  Almería.  — 
Combaten  las  tropas  la  sierra  de  Gádor,  y  gañanía.  — 
Muerte  del  Zaguer.  —  Toma  el  mando  del  ejército  don 
Juan  de  Austria.  —  Provisiones  de  don  Juan.— Descrip- 
ción de  la  ciudad  de  Granada.  -  Desórdenes  de  los  sol- 
dados.—Estado  de  Aben  Humeya.— Mortandad  de  dos- 
cientos cincuenta  soldados  en  la  cuesta  de  Talera.  — 
Empresa  y  toma  de  las  Albuñuelas.  — Expulsión  de  los 
moriscos  de  Granada.— Levántase  la  sierra  de  Bentomiz. 
—Empresa  del  rey  de  Argel  contra  el  de  Túnez.    .    .    . 

Libro  tercero.— Vienen  á  España  con  las  galeras  de  Italia  el 
Comendador  mayor  y  don  Alvaro  de  Bazan.—  Victoria  en  el 
fuerte  de  Frexiliana.— Levántanse  de  nuevo  muchos  pae- 
blos  de  la  Vega.— El  marquésde  Vélez  es  nombrado  gene- 
ral de  la  guerra  de  Granada.— Acércase  el  Rey  á  la  guer- 
ra.—Vana  tentativa  de  Aben  Humeya.— Otros  sucesos. 
—  Miseria  del  ejército  de  Vélez.— Sale  este  contra  Aben 
Humeya.  —Llama  el  Rey  al  marqués  de  Mondéjar.  — 
Cargos  al  de  Vélez.  —  Desórdenes  en  Granada.  —  Sale 
el  de  Vélez  en  busca  de  los  enemigos,  y  se  encamina  i 
Baza.— Toma  Aben  Humeya  el  logar  de  las  Cuevas. -In- 
tenta destruir  á  Motril.  — Muere  asesinado.  —  Eligen  en 
su  lugar  á  Abenabó.— Suceso  de  Órgiba.— Levantamien- 
to de  Galera ,  de  Orce  y  el  rio  de  Alraanzora.— Ceieo  de 
Galera  y  jornada  de  Guéjar.— Entra  don  Juan  de  Austria 
en  Guéjar  sin  hallar  enemigos,  —  Prepárase  después 
para  ir  al  cerco  de  Galera 04 

Libro  cuarto— Prosigúese  la  empresa  de  Galera  y  gánase  i 
los  enemigos.- Estado  de  Abenabó.— Marcha  del  duque 
de  Sesa.— Sale  don  Juan  de  Austria  para  Serón,  donde  en- 
tra derrotando  á  los  enemigos.— Muerte  de  Luis  Quijada. 
—Ordenes  de  Abenabó.— Hambre  en  el  campo  del  duque 
de  Sesa.  —  Rota  del  marqués  de  la  Favara.  —  Matan  los 
rebeldes  á  ciertos  amotinados  que  salieron  de  Adra.  — 
Reducción  intentada  por  don  Juan  de  Austria  y  contra- 
riada por  los  ministros.  —El  duque  de  Sesa  se  apodera 
de  Castil  de  Ferro.  —  Don  Antonio  de  Luna  es  enviado 
á  Vélez  Málaga  y  á  expulsar  los  moriscos  de  la  sierra 
de  Ronda. —  Desorden  de  los  soldados,  de  que  se  apro- 
vechan los  enemigos.  —  Estancia  del  Rey  en  Sevilla.  — 
Sale  el  duque  de  Arcos  ú  un  reconocimiento  por  la  parte 
de  Sierra  Bermeja.— Consigue  algunos  triunfos.— Orden 
para  la  expulsión  general  de  los  moriscos. — Concluye  el 
duque  de  Arcos  la  guerra  en  la  sieiTa  de  Ronda. — El  Co- 
mendador mayor  recorre  la  Alpujarra.  —  Pártese  don 
Juan  de  Austria  á  Madrid  con  el  duque  de  Sesa  y  el  Co- 
mendador mayor.-^Muerte  y  suplicio  de  Abenabó.    .    .    IH 

HISTORIA  DEL  REBELIÓN  Y  CASTIGO  DE  LOS  MORIS- 
COS I>1:L  reino  DE  GRANADA.— Dedicatoria.  .    .    .    1'2,> 


Prólogo 1"2* 

Libro  primero.— Capítulo  primero.  Que  trata  de  la  provincia 
de  la  Andalucía ,  que  los  antiguos  llamaron  Bética ,  y  có- 
mo cl  reino  de  Granada  es  ana  parte  delta 1-26 

Cap.  II.  Que  trata  de  la  descripción  del  reino  de  Granada, 
como  lo  poseía  el  rey  moro  Abnl  Hacen  cuando  los  cató- 
licos reyes  don  Hernando  y  doña  Isabel  comenzaron  á  rei- 
nar en  Castilla  y  en  León i27 

Cap.  III.  Que  trata  de  la  antigua  ciudad  de  Iliberia,  que  fué 

en  este  reino  de  Granada 128 

Cap.  IV.  En  que  se  declara  dónde  fué  la  villa  de  I«$ Judíos  que 
Raxid  dice 

Cap.  v.  En  el  cual  y  en  los  que  se  siguen  se  trata  de  la  des- 
cripción de  la  ciudad  de  Granada  y  de  su  fundación. .    . 

Cap.  VI.  En  que  prosigue  la  descripción  y  fundación  de  la  ciu- 
dad de  Granada ...    131 

Cap.  vn.  En  que  prosigue  la  descripción  de  Granada,  y  trata 


129 


130 


índice. 


53f> 


del  reino  de  los  Alahamarcs ,  y  de  los  ediOcios  que  edífí- 
caron. 

Cap.  vni.  Que  contiene  la  materia  del  pasado,  y  trata  de  las 
recreaciones  que  tenian  los  reyes  moros  en  esta  ciudad. 

Cap.  IX.  Qne  prosigue  la  materia  del  pasado,  y  trata  de  otras 
poblaciones  y  de  ios  rios  Darro  y  Genil 

Cap.  X.  Que  prosigue  la  materia  de  los  pasados ,  y  trata  de  la 
fuente  de  Alfacar,  y  de  otras  fuentes  y  huertas  fuera  de 
Granada 

Cap.  XI.  Que  prosigue  la  materia  del  pasado,  y  trata  de  la  fer- 
tilidad y  abundancia  de  Granada.  Pónense  aquí  los  cua- 
tro epitafios  que  estaban  en  la  rauda  de  la  Alhambra ,  y 
la  computación  del  año  árabe  lunar  con  el  latino  solar. . 

Cap.  xíi.  De  la  conquista  que  los  catrtiicos  reyes  don  Hernan- 
do y  doña  Isabel  hicieron  en  el  reino  de  Granada  desde 
el  año  1482  hasta  el  de  1185 

Cap.  XIII.  De  lo  que  los  Reyes  Catiilicos  hicieron  en  la  con- 
quista del  reino  de  Granada  el  año  de  86 

Cap.  XIV.  Cómo  los  Reyes  Católicos,  prosiguiendo  en  la  con- 
quista del  reino  de  Granada  ,  ganaron  las  ciudades  de 
Vélez  Málaga  y  otras. 

Cap  XV.  Cómo  los  Reyes  Católicos  prosiguieron  en  su  con- 
quista ,  y  lo  que  hicieron  á  la  parte  oriental  de  aquel  reino 
el  año  de  1-188 

Cap.  XVI.  Cómo  los  Reyes  Católicos  ganaron  las  ciudades  de 
Baza  y  Guadix ,  y  hicieron  otros  muchos  efetos  en  el  año 
del  Señor  1489 

Cap.  XVII.  Cómo  los  Reyes  Católicos  volvieron  á  la  conquista, 
y  lo  que  hicieron  el  año  de  1490 

Cap.  xvm.  Cómo  los  Reyes  Católicos  tornaron  á  la  conquista 
el  año  de  1491 ,  y  cercaron  la  ciudad  de  Granada.     .    . 

Cap.  XIX.  Cómo  los  moros  acordaron  de  rendirá  Granada,  y 
las  capitulaciones  que  sobre  ello  se  hicieron 

Cap  XX.  Cómo  los  moros  entregaron  la  ciudad  de  Granada  y 
sus  fortalezas  á  los  Reyes  Católicos 

Cap.  XXI.  Cómo  los  Reyes  Católicos  proveyeron  por  arzobispo 
de  Granada  á  don  fray  Hernando  de  Talavera,  y  comenzó 
á  tratar  de  la  comisión  de  los  moros 

Cap.  XXII.  Cómo  se  comenzó  á  tratar  de  que  los  moros  de 
Granada  se  convirtiesen  á  la  fe,  ó  los  enviasen  á  Berbe- 
ría  

Cap.  XXIII.  Cómo  los  Reyes  Católicos ,  sabiendo  qne  los  mo- 
ros se  convertían  á  la  fe ,  mandaron  ir  á  Granada  á  don 
fray  Francisco  Jiménez  de  Cisneros,  arzobispo  de  Tole- 
do, para  que  ayudase  en  tan  santa  obra  al  arzobispo  de 
Granada . 

Cap.  XXIV.  Cómo  el  arzobispo  de  Toledo  mandó  prender  al 
Zegrí  porque  impedía  la  conversión  de  los  moros,  y  có- 
mo se  vino  á  convertir 

Cap.  XXV.  Cómo  los  moros  del  Albaicin  de  Granada  se  rebe- 
laron la  primera  vez  sobre  la  conversión  ,  y  la  orden  que 
se  tuvo  en  apaciguarlos 

Cap.  xxvi.  Cómo  el  Rey  Católico  se  enojó  con  el  arzobispo 
de  Toledo  cuando  supo  la  causa  del  rebelión  de  los  mo- 
ros, y  oído  su  descargo,  le  mandó  proseguir  en  la  con- 
versión  

Cap.  XXVII.  Cómo  los  Reyes  Católicos  allanaron  algunas  alte- 
raciones que  hubo  en  el  reino  de  Granada  sobre  la  con- 
versión de  los  moros 

Libro  secundo. —  Capítclo  primero.  Cómo  los  nuevamente 
convertidos  sintieron  siempre  mal  de  la  fe.  Trata  de  los 
nombres  de  moro  y  mudejar 

Cap.  II.  Cómo  el  emperador  don  Carlos  mandó  hacer  junta  de 
prelados  en  la  ciudad  de  Granada  para  reformación  de 
los  moriscos. . 

Cap.  III.  Cómo  se  quitó  á  los  moriscos  que  no  pudiesen  ser- 
virse de  esclavos  negros ,  y  se  les  mandó  á  los  que  tenian 
licencias  de  amas  que  las  llevasen  á  sellar  ante  el  Capi- 
tán general 

Cap.  IV.  Cómo  se  mandó  que  los  moriscos  delincuentes  no  te 
acogiesen  á  lugares  de  señorío  ni  gozasen  de  la  inmuni- 
dad de  la  iglesia  mas  de  tres  días 

Cap.  V.  Cómo  su  majestad  mandó  hacer  junta  en  la  villa  de 
Madrid  sobre  la  reformación  de  los  moriscos,  y  se  man- 
daron ejecutar  los  capítulos  de  la  junta  del  año  de  1526. 

Cap.  VI.  En  que  se  contienen  los  capítulos  que  se  hicieron  en 
la  junta  de  la  villa  de  Madrid  sobre  la  reformación  de  los 
moriscos 

Cap.  vil.  Cómo  su  majestad  proveyó  por  presidente  de  la  au- 


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diencia  real  de  Granada  al  licenciado  don  Pedro  de  De- 
za,  y  se  le  enviaron  los  capítulos ICI 

Cap.  VIH.  Cómo  se  pregonaron  los  capítulos  de  la  nueva  pre- 
mática,  y  del  sentimiento  que  hicieron  los  moriscos.    .    ua 

Cap.  IX.  Cómo  los  moriscos  contradijeron  los  capítulos  de  la         * 
nueva  premática ,  y  un  razonamiento  que  Francisco  Nu- 
ñcj!  Muley  hizo  al  Presidente  sobre  ello ic3 

Cap.  XI.  De  lo  que  el  Presidente  respondió  á  los  moriscos,  y 
cómo  avisó  á  su  majestad  dello,  y  de  algunas  cosas  que 
convenia  proveerse ^q-j 

Cap.  XII.  De  lo  que  el  marqués  de  Mondéjar  informó  á  su 
majestad  acerca  de  los  capítulos  que  se  mandaban  eje- 
cutar  107 

Cap.  XIII.  De  algunas  cosas  que  el  presidente  de  Granada 
proveyó  estos  dias,  y  cómo  los  moriscos  se  agraviaron 
dolías ^Q-y 

Libro  tercero.  —  Capítulo  primero.  Cómo  don  Juan  Enri- 
quez  y  con  él  algunos  moriscos  principales  fueron  i  la 
corte  sobre  la  suspensión  de  la  premática 10.S 

Cap.  II.  Cómo  los  moriscos  fueron  con  el  memorial  remitido 
al  presidente  de  Granada ,  y  lo  que  pasaron  con  él.  .    .    1C3 

Cap.  III.  En  que  se  contienen  los  pronósticos  ó  ficciones  que 
los  moriscos  del  reino  de  Granada  tenian  cerca  de  su 
libertad.. ^q^ 

Cap.  iy.  Cómo  se  tuvo  aviso  en  Granada  que  los  moriscos  de 
la  Alpujarra  trataban  de  alzarse,  y  lo  que  se  previno  en 
ello ^71 

Cap.  v.  Cómo  los  moriscos  del  Albaicin  mostraron  sentimiento 
de  que  se  dijese  que  se  querían  rebelar,  y  de  lo  que  se 
previno 175 

Cap.  vi.  De  un  razonamiento  que  el  conde  de  Tendilla  hizo  i 
los  moriscos  del  Albaicin  estos  dias ^7(5 

Cap.  vil.  Cómo  se  tocó  rebato  la  víspera  de  Pascua  en  Gra- 
nada ,  pensando  que  se  alzaba  el  Albaicin ,  y  el  escánda- 
lo que  hubo  en  la  ciudad [-¡q 

Cap.  VIII.  Cómo  el  marqués  de  Mondéjar  vino  á  á  Granada ,  y 
don  Alonso  de  Granada  Venegas  fué  á  informará  su  ma- 
jestad délos  negocios  de  aquel  reino 177 

Cap.  IX.  Cómo  yendo  el  margines  de  Mondéjar  á  visitarla  costa 
de  la  mar,  se  entendió  mas  claramente  el  desasosiego  de 
los  moriscos  por  unas  cartas  que  se  tomaron  i  Daod ,  uno 
de  los  autores  del  rebelión,  que  iba  á  procurar  favores  i 
Berbería Í73 

Libro  CUARTO.  —  Capítilo  primero.  Cómo  los  moriscos  del 
Albaicin  que  trataban  del  negocio  de  rebelión  se  resol- 
vieron en  que  se  hiciese,  y  la  orden  que  dieron  en  ello.    181 

Cap.  II.  Cómo  se  hicieron  nuevos  apereebimientos  en  Grana- 
da con  sospecha  del  rebelión is-2 

Cap.  III.  Cómo  los  caudillos  de  los  monfís  comenzaron  el  re- 
belión en  la  Alpujarra  por  cudícia  de  matar  unos  cris- 
tianos en  la  taa  de  Poqueira  y  en  Cádiar 183 

Cap.  IV.  Cómo  en  Granada  se  supo  las  muertes  qne  los  monfis 
hablan  hecho,  y  cómo  Abenfarax  quiso  alzar  el  Albaicin.    184 

Cap.  V.  De  lo  que  los  cristianos  hicieron  cuando  supieron  la 
entrada  de  los  monfís  en  el  Albaicin 185 

Cap.  vi.  Cómo  el  marqués  de  Mondéjar  salió  en  busca  délos 
monfís  que  hablan  entrado  en  el  Albaicin 18S 

Cap.  VII.  Que  trata  de  don  Hernando  de  Córdoba  y  de  Valor, 
y  cómo  los  rebeldes  le  alzaron  por  rey .187 

Cap.  tiii.  Que  trata  del  levantamiento  general  de  los  moriscos 
de  la  Alpujarra 18!> 

Cap.  IX.  De  la  descripción  de  la  taa  de  Órgiba,  y  cómo  se  al- 
zaron los  lugares  della,  y  cercaron  los  cristianos  en  la 
torre  de  Albacete 18;> 

Cap.  X.  Cómo  se  alzaron  los  lugares  de  las  taas  de  Poqueira 
y  Ferreira,  y  la  descripción  dellas I'.X) 

Cap.  XI.  Cómo  se  alzaron  los  lugares  de  la  taa  de  Jubiles,  y 
la  descripción  della 193 

Cap.  XII.  Cómo  se  alzaron  las  taas  de  los  dos  Cébeles,  y  la 
desciipcion  dellas i:U 

Cap.  XIII.  Cómo  los  lugares  de  la  taa  de  Ujíjar  se  alzaron,  y 

la  descripción  della..    .    .■ i'J-í 

Cap.  XIV.  Cómo  el  capitán  Diego  Gasea  tuvo  aviso  que  habla 
moros  en  la  tierra,  y  partió  de  Dalias  en  su  busca,  y  có- 
mo llegó  i  Ujíjar  estando  alzado  el  lugar I9G 

Cap.  xt.  Cómo  los  rebeldes  volvieron  á  Ujíjar,  y  fómo  ba- 
tieron las  torres  donde  estaban  los  cristianos,  y  se  les 
rindieron I9'f 

Cap.  XVI.  Cómo  los  alzados  mataron  los  cristianos  que  se  les 


liiO 


ÍNDICE. 


habían  rendido  m  las  torres  de  Ujíjar ;  y  cómo  el  Zagucr, 
arrepentido  de  lo  hecho,  quisiera  que  no  pasara  adelante 
el  negocio  del  rebelión 

Cap.  XVII.  Cómo  Laróles  y  los  otros  lugares  de  la  taa  de  Ujf- 
jar  se  alzaron 

C.\p.  XVIII.  Cómo  los  lugares  de  la  tierra  de  Adra  se  alzaron, 
y  la  descripción  della 

Cap.  XIX.  Cómo  los  lugares  de  la  taa  de  Berja  se  alzaron,  y  la 
descripción  della 

Cap.  XX.  Cómo  los  lugares  de  la  taa  de  Andaras  se  alzaron, 
y  la  descripción  della 

Cap.  XXI.  Cómo  los  lugares  de  la  taa  de  Dalias  se  alzaron ,  y  la 
descripción  della 

Cap.  XXII.  Cómo  Mahamet  Aben  Humeya  entró  en  la  Alpu- 
jarra  después  de  electo  en  Béznar,  y  lo  que  proveyó 
en  ella 

Cap.  xxiii.  Cómo  los  lugares  de  la  taa  de  Lucharse  alzaron, 
y  la  descripción  della 

Cap.  XXIV.  Cómo  los  lugares  de  la  taa  de  Maichena  se  alza- 
ron, y  la  descripción  della 

Cap.  XXV.  Cómo  los  lugares  del  rio  de  Boloduí  se  alzaron  ,  y 
la  descripción  del , 

Cap.  XXVI.  De  lo  que  se  hacia  en  este  tiempo  en  la  ciudad  de 
Granada  para  asegurarse  de  los  moriscos,  y  las  desculpas 
que  daban  ellos 

Cap.  xxvii.  Cómo  los  lugares  de  tierra  de  Salobreña  se  alza- 
ron, y  la  descripción  della 

Cap.  XXVIII.  Cómo  los  moros  combatieron  la  torre  de  Órgiba. 

Cap.  XXIX.  De  lo  que  se  hizo  estos  dias  á  la  parte  de  Alme- 
ría, y  la  descripción  de  aquella  tierra  y  de  algunos  luga- 
res que  se  alzaron  en  ella 

Cap.  XXX.  Cómo  se  alzaron  Abla  y  Lauricena,  lugares  de  tier- 
ra de  Guadix,  y  la  descripción  della 

C.4P.  XXXI.  Cómo  don  Diego  de  Quesada  fué  á  ocupar  á  Ta- 
blate,  lugar  del  valle  deLecrin,  y  los  moros  le  desbara- 
taron, y  la  descripción  de  aquel  valle 

Cap.  XXXII.  De  los  apercebimientos  que  el  marqués  de  Mon- 
déjar  y  la  ciudad  de  Granada  hicieron  estos  dias. .    .    . 

Cap.  XXXIII.  Cómo  don  Juan  Zapata  fué  con  ciento  y  cincuenta 
soldados  á  favorecer  el  lugar  de  Cuajaras  del  Fondón, 
y  los  moros  los  mataron 

Cap.  xxxiv.  Cómo  los  moros  quisieron  alzar  los  lugares  del  rio 
de  Almanzora,  y  la  causa  por  que  no  se  alzaron.  .    .    . 

Cap.  xxxv.  Que  trata  de  la  descripción  de  Marbella  y  su  tier- 
ra, y  cómo  los  moriscos  del  lugar  de  Istan  se  alzaron.    . 

Cap.  xxxvi.  Cómo  las  ciudades  de  Ronda,  Marbella  y  Málaga 
acudieron  luego  contra  los  alzados,  y  de  las  prevencio- 
nes que  Málaga  hizo  en  sus  lugares 

Cap.  xxxvii.  Cómo  los  moriscos  de  los  lugares  del  marquesa- 
do del  Cénete  se  alzaron,  y  la  descripción  de  aquella 
tierra.    .    , 

Cap.  xxxviii.  Cómo  los  moros  alzados  acabaron  de  levantar  los 
lugares  del  rio  de  Almería ,  y  se  juntaron  en  Benahaduz 
para  ir  á  cercar  la  ciudad 

Cap.  XXXIX.  Cómo  los  lugares  de  las  Albuñuelas  y  Salares  se 
alzaron 

Libro  ouinto. — Capítulo  primero.  Cómo  el  marqués  de  Mon- 
déjar  formó  su  campo  contra  los  rebeldes 

Cap.  II.  Cómo  estando  el  marqués  de  Mondéjar  en  el  Padul, 
los  moros  acometieron  nuestra  gente,  que  estaba  en 
Dürcal ,  y  fueron  desbaratados 

Cap.  III.  Cómo  la  gente  de  Almería  salió  á  reconocer  los  mo- 
ros que  se  hablan  puesto  en  Benahaduz ,  y  cómo  después 
volvió  sobre  ellos  y  los  desbarató 

Cap.  IV.  Cómo  se  fué  engrosando  el  campo  del  marqués  de 
Mondéjar,  y  cómo  los  moros  de  las  Albuñuelas  se  redu- 
jeron  

Cap.  V.  Cómo  el  marqués  de  los  Vélez ,  por  los  avisos  que 
tuvo ,  juntó  cantidad  de  gente  y  entró  en  el  reino  de 
Granada  á  oprimirlos  rebeldes 

Cap.  vi.  Cómo  los  moros  del  marquesado  del  Cénete  cercaron 
la  fortaleza  de  la  Calahorra,  y  Pedro  Arias  de  Avila  la  so- 
corrió  

Cap  Vil.  De  las  diligencias  que  el  conde  deTendilla  hizo  para 
proveer  de  bastimentos  el  campo  del  Marqués  su  padre. 

Cap.  VIH.  Cómo  se  mandó  alojar  la  gente  de  guerra  que  acu- 
día á  Granada  en  las  casas  de  los  moriscos, y  el  senti- 
miento que  dello  hicieron 

ilAP.  ix.  Cómo  nuestro  campo  ocupó  el  pasu  de  Tablalc. .    . 


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Car.  X.  Ciimo, nuestro  campo  pasó  á  Lanjaron,  y  de  allí  á 
Órgiba,  y  socorrió  la  torre 

Cap.  XI.  Cómo  el  marqués  de  .Mondéjar  pasi  á  la  taa  de  Po- 
qucira  y  la  ganó 

Cap.  XII.  Ciimo  los  moros  degollaron  la  gente  que  habia  que- 
dado de  presidio  en  Tablate 

Cap.  xiii.  Cómo  el  marqués  délos  Véleí  tuvo  orden  de  su  ma- 
jestad para  acudirá  lo  de  Almería,  y  fué  sobre  los  mo- 
ros que  se  habian  juntado  en  Guécija  y  los  desbarató.    . 

Cap.  XIV.  De  una  entrada  que  la  gente  de  Guadix  hizo  en  el 
marquesado  del  Cénete 

Cap.  XV.  Cómo  el  marqués  de  Mondéjar  pasó  á  Pitres  de  Fer- 
reira,  y  de  una  plática  que  don  Hernando  el  Zaguer  hizo 
á  los  alzados 

Cap.  XVI.  Cómo  los  moros  acometieron  á  entrar  en  Pitres  es- 
tando nuestro  campo  dentro  del  lugar 

Cap.  XVII.  Cómo  el  campo  del  marqués  de  Mondéjar  partió  de 
Pitres  en  seguimiento  del  enemigo 

Cap.  XVIII.  Cómo  el  marqués  de  Mondéjar  pasó  al  castillo  de 
Jubiles,  y  los  caudillos  de  los  moros  se  fueron  huyendo 
sin  pelear 

Cap.  XIX.  Cómo  el  beneliciado  Torrijos,  y  con  él  muchos  al- 
guaciles de  la  Alpujarra,  vinieron  á  nuestro  campo  á  tra- 
tar de  reducir  la  tierra. .    .    .    .    . 

Cap.  XX.  Cómo  los  cristianos  ocuparon  el  castillo  de  Jubiles, 
y  de  la  mortandad  que  hicieron  aquella  noche  en  la  gen- 
te rendida 

Cap.  XXI.  Cómo  el  marqués  de  Mondéjar  comenzó  á  dar  sal- 
vaguardia á  los  moros  reducidos,  y  envió  las  cristianas 
captivas  á  Granada 

Cap.  XXII.  De  la  entrada  que  el  marqués  de  los  Vélez  hizo  es- 
tos dias  contra  los  moros  de  Filix 

Cap.  xxiu.  Cómo  el  campo  del  marqués  de  Mondéjar  pasó  á 
Cádiar  y  á  Ujijar,  y  combatió  algunas  cuevas  donde  se 
habian  recogido  caiitidad  de  moros 

Cap.  XXIV.  Cómo  el  campo  del  marqués  de  Mondéjar  fué  á  Iñi- 
za  y  á  Paterna  en  busca  de  los  enemigos ,  y  de  los  tratos 
que  hubo  para  que. \ben  Humeya  se  redujese 

Cap.  XXV.  Cómo  partió  el  campo  de  Paterna  y  fué  á  Andarax, 
y  cómo  sin  pasar  adelante  volvió  á  Ujíjar  para  hacer  la 
jornada  de  las  Cuajaras. 

Cap.  XXVI,  Cómo  el  marqués  de  los  Vejez  partió  con  su  campo 
hacia  lo  de  Andarax,  y  desbarató  los  moros  que  se  ha- 
bian recogido  en  la  sierra  de  Ohánez 

Cap.  XXVII.  Cómo  don  Francisco  de  Córdoba  fué  sobre  el  fuerte 
de  la  sierra  de  Inox 

Cap.  XXVIII.  Cómo  se  combatió  y  ganó  el  fuerte  de  la  sierra 
de  Inox 

Cap.  XXIX.  Cómo  el  marqués  de  Mondéjar  partió  de  Ujíjar 
para  ir  á  las  Cuajaras ,  y  la  descripción  de  aquella 
tierra . 

Cap.  XXX.  Cómo  algunos  caballeros  de  nuestro  campo  quisie- 
ron ocupar  el  peñón  de  las  Cuajaras,  so  color  de  irle  á 
reconocer,  y  los  moros  los  desbarataron,  y  mataron  algu- 
nos dellos 

Cap.  XXXI.  Cómo  se  combatió  y  ganó  el  fuerte  de  las  Cuajaras. 

Cap.  xxxii.  Cómo  se  declaró  que  los  prisioneros  en  esta  guer- 
ra fuesen  esclavos  con  cierta  moderación 

Cap.  xxxiii.  Cómo  se  prosiguió  la  reducion  de  la  Alpujarra , 
y  de  las  contradiciones  que  para  ello  hubo 

Cap.  xxxiv.  Cómo  el  marqués  de  Mondéjar  fué  avisado  dónde 
se  recogían  Aben  Humeya  y  el  Zaguer,  y  envió  secreta- 
mente á  prenderlos 

Cap.  xxxv.  Cómo  nuestra  gente  saqueó  el  lugar  de  Laróles ,  es- 
tando de  paces 

Cap.  xxxvi.  De  las  diferencias  que  hubo  en  la  ciudad  de  Al- 
raería  entre  los  capitanes  sobre  el  partir  de  la  cabalgada 
de  Inox 

Cap.  xxxvii.  Cómo  su  majestad  acordó  de  enviar  á  Granada  á 
don  Juan  de  Austria,  su  hermano,  y  de  otras  provisio- 
nes que  se  hicieron  estos  dias 

Cap.  xxxviii.  Cómo  mataron  los  moriscos  que  estaban  presos 
en  la  cárcel  de  chancillería. 

Libro  sexto. —  Capítilo  primero.  Cómo  estando  ya  reduci- 
dos los  lugares  de  la  Alpujarra ,  Alvaro  Flores  y  Antonio 
de  Avila  saquearon  á  Valor,  y  se  perdieron  con  la  gente 
que  llevaban 

Cap.  II.  Ciimo  los  moros  de  Turón  mataron  al  capitán  Diejio 
Casca,  y  sus  soldados  saquearon  el  lugar 


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Cap.  iii.  De  otras  desiírdenes  que  la  gente  desmandada  hizo 

estos  diasen  los  tusares  reducidos '    •    " 

Cap  IV.  Como  los  moros  de  la  Alpujarra  se  tornaron  á  levan- 
tar, y  juntándose  con  Aben  Humeya  renovaron  la  guerra ; 
y  de  algunas  provisiones  que  su  majestad  hizo  estos  días. 
Cap.  y.  Del  recebimiento  que  se  le  hizo  á  don  Juan  de  Austria 

cuando  entró  en  Granada ^' 

Cap  vi.  Cómo  los  moriscos  del  Albaicin  diputaron  personas 
que  fuesen  á  besar  las  manos  á  don  Juan  de  Austria  y  á 

darle  cuenta  de  sus  trabajos • 

Cap  vil.  Cómo  don  Juan  de  Austria  comenzó  á  entender  en  el 

negocio  del  rebelión,  y  las  relaciones  que  el  marqués  de 

Mo"ndéiarvel  Presidente  hicieron  en  el  Consejo.  .    .    . 

Cap  viii.  De  los  pareceres  que  hubo  en  Granada  sobre  sacar 

de  allí  los  moriscos ,  y  de  algunas  provisiones  que  don    ^ 

Juan  de  Austria  hizo -^^ 

Cap  IX.  Cómo  el  marques  de  los  Vélez  quiso  meter  su  campo 
en  la  Alpujarra  y  hacer  un  fuerte  en  el  puerto  de  la  Ra- 
vaha,  y  cómo  se  le  estorbó  la  entrada,  y  los  moros  des- 
barataron los  soldados  que  hacian  el  fuerte 2C0 

C  kP.  X.  De  los  apercebimientos  y  prevenciones  que  Aben  Hu- 
meya hacia  en  este  tiempo  en  la  Alpujarra ,  y  cómo  alzó 

el  lugar  de  la  Peza 

Cap  XI.  Cómo  el  Maleh  fué  á  levantar  la  villa  de  Fiñana,  y 
Francisco  de  Molina  socorrió  la  fortaleza  con  la  gente 

de  Guadix • „'  . '    '    ' 

Cap  XII.  Cómo  los  lugares  de  Guéjar,  Dudar  y  Quénlar  se 
alzaron ,  y  don  Juan  de  Austria  mandó  retirar  los  vecinos 

de  Pinos  y  de  Monachil  á  la  vega  de  Granada -:62 

C\p  XIII.  Cómo  los  moros  robaron  una  escolta  que  iba  de 
Granada  á  Guadix ,  y  Francisco  de  Molina  salió  á  ellos, 

y  los  desbarató  V  se  la  quitó 

Cap.  XIV.  Cómo  el  comendador  mayor  de  Castilla,  viniendo  de 
Italia  con  veinte  y  cuatro  galeras  cargadas  de  infantería , 

corrió  tormenta  y  aportó  á  Palamós 263 

Cap  XV  Qive  trata  la  descripción  de  la  sierra  de  Bentoraíz,  y 
cómo  los  moriscos  de  Canilles  de  Aceituno  comenzaron 

•á  levantar  la  tierra  y  cercaron  la  fortaleza 

Cap.  xvi.  Cómo  Arévalo  de  Zuazo,  corregidor  de  Vélez,  so- 
corrió la  fortaleza  de  Canilles  de  Aceituno 

Cap.  XVII.  Cómo  Competa  y  los  otros  lugares  de  la  sierra  de 
Bentomiz  se  alzaron ,  y  se  recogieron  al  fuerte  peuon  de 

Fregiliana.. •    • 

C\p.  xviii.  Cómo  Arévalo  de  Zuazo  juntó  la  gente  de  su  cor- 
regimiento y  fué  contra  los  alzados  de  la  sierra  de  Ben- 
tomiz ;  y  la  descripción  del  peñón  de  Fregiliana.      .    . 
Cap  XIX.  Cómo  tuvo  aviso  el  marqués  de  los  Vélez  en  Berja 
que  Aben  Humeva  iba  sobre  él,  y  se  apercibió  para  es- 


2G1 


202 


205 


206 


267 


208 


pera 


270 


Cap.  XX.  Cómo  Aben  Humeya  acometió  el  campo  del  marqués 
de  los  Vélez  en  Berja •    •    •    •    *,• 

Cap  XXI.  Cómo  don  Antonio  de  Luna  fué  sobre  el  lugar  de 
las  Albufiuelas ,  estando  de  paces ,  porque  recetaban  mo- 
ros de  guerra „  '  .,■,    ¡i   '•  Ái' 

Cap  XXII.  Cómo  el  comendador  mayor  de  Castilla  llego  a  la 
playa  de  Vélez,  v  avisado  del  suceso  del  peñón  de  bregi- 
üana,  determinó" de  hacerla  empresa  por  su  persona  con 
la  gente  que  llevaba '.    '.'i*    '." 

Cvp  xxiii  Cómo  el  Comendador  mayor  junto  toda  la  gente 
en  Torrox,  y  de  allí  fué  á  poner  su  campo  sobre  d  pe- 
ñón de  Fregiliana ,  ■    ■    '    ¡ 

Cap.  XXIV.  Cómo  se  combatió  y  «ano  por  fuerza  de  armas  el 
fuerte  de  Fregiliana.    .    .    •    •    •    •    •    •  ,  •    ■„■.; 

Cap  XXV.  Cómo  Aben  Humeya  envió  á  levantar  los  lugares  del 
rio  Almanzora ,  v  la  descripción  de  aquella  tierra.     .    . 

C^p.  XXVI.  Cómo  los  moros  volvieron  á  cercar  el  castillo  de 
■Serón .  y  yendo  á  socorrerle  don  Alonso  de  Carvajal  se 
le  mandó  que  r.o  fuese,  y  se  voUió  á  su  \¡"f,Jf. ¡.«f»;- 

C^p.  XXVII.  Cómo  se  sacaron  los  moriscos  del  Albaicm  de 
Granada,  y  los  metieron  la  tierra  adentro.   .    .    •    -    •    ¿n 

Cap.  XXVIII.  Cómo  don  Enrique  Enriqucz  envió  a  don  Anto- 
nio Enriquez,  su  hermano,  en  socorro  del  castillo  de 
Serón,  v  los  moros  le  desbarataron. • 

Cap.  XXIX.  Cómo  Diego  de  Mirones  salió  á  buscar  socorro  y 
fué  preso,  y  los  cercados  rindieron  el  castillo  de  Seíon. 

Cap  nxx  Cómo  don  Juan  de  Austria  mandó  proveer  de  gente 
laríortalezas  de  los  Vélez  y  Oria,  y  encomendó  aquel 
iiartido  á  don  Juan  de  Haio.  .    .    '    •    •  /    ■.  *    '    ' 

Cap.  xxM.  Cuno  Abo  Humeya  escribió  á  don  Juan  de  Aus- 


271 


272 


273 


274 


276 


278 


279 


tria  pidiéndole  que  le  rescatase  á  su  padre  y  hermano, 

que  estaban  presos  en  Granada '^^ 

Cap.  xxxii.  Cómo  Aben  Humeya  juntó  su  campo  en  Andarax 
para  ir  sobre  Almería,  y  comodón  Garcia  de  Villaroel 
dio  sobre  Guécija ,  y  le  desbarató  el  desinio  que  llevaba.  281 
Cap.  xxxiii.  De  una  entrada  que  don  Antonio  de  Luna  hizo  en 
el  valle  de  Lecrin ,  donde  murió  el  capitán  Céspedes,  y 
de  algunos  recuentros  que  hubo  estos  días  con  los  ene- 
migos á  la  parte  de  Salobreña 2S-.! 

Libro  sétimo.—  Capítllo  primero.  Cómo  su  m.ijestad  man- 
dó reforzar  el  campo  del  marqués  de  los  Vélez,  y  se  le 

ordenó  que  allanase  la  Alpujarra 283 

Cap.  II.  Cómo  el  marqués  de  los  Vélez  partió  con  su  campo 
de  .\dra,  y  cómo  los  moros  le  salieron  al  camino  y  los 

desbarató,  y  pasó  á  Ujijar 281 

O*.  III.  Cómo  nuestro  campo  fué  en  busca  del  enemigo ,  y 

peleó  con  él  en  Valor,  y  le  venció 2S5 

Cap.  IV.  Cómo  Hernando  el  Habaqui  pasó  á  Berbería  por  so- 
corro, y  cómo  Aben  Humeya  se  rehizo  con  los  socorros 

que  le  vinieron  de  Argel  y  de  otras  partes 280 

Cap.  V.  Cómo  los  moros  del  valle  de  Lecrin  combatieron  el 
fuerte  que  los  nuestros  tenían  hecho  en  el  Padul,  y  que- 
maron parte  de  las  casas  del  lugar 287 

Cap  vi.  De  las  pláticas  que  hubo  sobre  la  salida  que  el  mar- 
qués de  los  Vélez  hizo  á  la  Calahorra,  y  cómo  el  marqués 

de  Mondéjar  fué  llamado  á  corte 2SS 

Cap  VII.  Cómo  el  capitán  Francisco  de  Molina  se  fortaleció 
en  Albacete  de  Órgiba,  y  de  una  escaramuza  que  hubo 

con  los  moros  sobre  el  quitar  el  agua 289 

Cap.  viii.  Cómo  Aben  Humeya  alzó  el  lugar  de  las  Cuevas  y 
fué  á  cercar  á  Vera  ,  y  cómo  Lorca  socorrió  aquella  ciu- 
dad  .••:,•.■,■■  '^^ 

Cap  IX  Cómo  unos  soldados  que  se  iban  sin  orden  del  cam- 
po del  marqués  de  los  Vélez  hirieron  á  don  Diego  Fa- 
jardo queriéndolos  volver  al  campo 290 

Cap.  X.  De  una  Vitoria  que  don  García  Manrique  hubo  del  Ana- 
coz  en  el  valle  de  Lecrin 291 

Cap.  XI.  De  algunas  provisiones  que  su  majestad  hizo  estos 
días  para  el  breve  despacho  de  la  guerra 

Cap.  XII.  Cómo  los  moros  mataron  á  Aben  Humeya ,  y  nombra- 
ron en  su  lugar  á  Diego  López  Aben  Aboo 29- 

Cap.  XIII.  Cómo  Aben  Aboo  juntó  la  gente  de  la  Alpujarra  y  fue 
acercar  á  Órgiba •    •    ■    :  ^    ' 

Cap  XIV  Cómo  el  duque  de  Sesa  salió  á  socorrer  a  Orgiba, 
'v  cómo  Aben  Aboo  alzó  el  cerco  y  le  fué  á  defender  el 

•'  297 

paso 

C\p  XV  Cómo  Aben  Aboo,  procurando  que  nuestro  campo 
'no  pasase  á  socorrer  á  Órgiba,  peleó  con  él  entre  Ace- 
quia v  Lanjaron •    ■'    '  ,' a'  ■' 

C^P  XVI  Cómo  Francisco  de  Molina  dejo  el  fuerte  de  Orgi- 
'ba ,  y  se  retiró  con  toda  la  gente  á  Motril ,  y  el  duque  de 
Sesa  se  volvió  á  Granada.     .    .    ••.,;:    ;.  ,'   ;   ¿ 

f  íP  XVII.  Cómo  Jerónimo  el  Maleh  alzo  la  villa  de  Gale  a    y 

'    'cómo  los  de  Gúéscar  fueron  á  socorrer  unos  soldados 

que  se  hicieron  fuertes  en  la  iglesia.     .    •    •    •    ■    • 

fvP  xviii.  Cómo  la  gente  de  Güéscar  volvió  sobre  Galera ,  y 
'    'volviendo  desbaratados,  quisieron  matarlos  moriscos   ^^ 

nue  vivían  en  Güéscar ,',■.■,■    '    'i," 

Cvp  XIX  Cómo  el  marqués  de  los  Vélez  fue  avisado  que  Je- 
rónimo el  Maleh  iba  á  cercar  la  fortaleza  de  una,  y  cómo   ^^^^ 

fue  luego  socorrida .;    *  /■.' 

CiP  XX  Cómo  la  gente  de  Lorca,  habiendo  socorrido  á  Orí 
v  pasando  á  Cantória ,  quemando  á  los  moros  la  casa  de 
LEion  que  allí  tenian,  de  vuelta  pelearon  con  ellps  y    _^^ 

fvp'xxi' De' algunas 'provisiones  que  don  Juan  de  Austria 
Zo  á  la  pane  de  Granada  estos  días ,  por  los  danos  que 
los  moros  de  Guéjar  hacían..    •    •    •    •    ;   ;    ;    • .  ••  "  '' 

Cap.  XXII.  De  la  entrada  que  el  marqués  de  los  \  elez  hizo 


292 


297 


20S 


200 


^'  "^  L  Co"mo  ei  marqués  de  los  Vélez  tuvo  "orden  dej, 


aie¿tad  para  acudir  al  partido  de  Baza ,  y  cómo  el  Ma- 

h  fué  sobre  Güéscar,  y  lo  que  sucedió  estos  días  hacia    _^^ 


Cap.  xxii 
m 
leh 

Cap  «"iÍ^cS Tello  Gonzilei  d¿  AguilarVsbaVató  los  mo 
ros  de  Guéjar  que  venían  á  correr  a  Granada.  .    .    • 

C  .P  XXV  Cómo  su  majestad  mand.i  formar  dos  campos  con- 
,H]..u\i^úos.  v  uue  don  Juan  de  Austria  fuese  con  el 


ZO'J 


tra  los  alzados,  y  que  don  Juan  «e  aumi.-  .u.,-»^ •    ^^„ 

uno 


ÍNDICE. 


.'06 
308 


Cap.  XXVI.  Cómo  los  moros  de  la  sierra  de  Bentomiz  volvie- 
ron á  poblar  sus  casas,  y  quemaron  la  fortaleza  de  Tor- 
rox,  y  hicieron  oíros  daños  en  la  tierra 306 

Cap.  xxvii.  Cómo  don  Juan  de  Austria  fué  sobre  el  lugar  de 
üui'jar,y  loganó 

Cap.  xxviii.  Del  lin  que  hubo  el  traidor  de  Farax  Aben  Farax. 

LiBBo  OCTAVO.—  Capítulo  primero.  Cómo  don  Juan  de  Aus- 
tria fué  á  la  jornada  del  rio  de  Almanzora ,  y  el  marqués 
de  los  Vélez  alzó  el  cerco  de  sobre  Galera 309 

Cap.  II.  Cómo  don  Juan  de  Austria  fué  sobre  la  villa  de  Ga- 
lera, y  la  cercó 310 

Cap.  III.  Cómo  se  plantaron  las  baterías  contra  la  villa  de  Ga- 
lera y  se  dieron  dos  asaltos  ,  uno  á  la  iglesia  y  otro  i  la 
villa 311 

Cap.  IV.  Cómo  se  dio  otro  asalto  á  la  villa  de  Galera,  en  que 
murió  mucha  gente  principal €íO 

Cap.  v.  Cómo  don  Juan  de  Austria  mandó  hacer  otras  dos  mi- 
nas en  la  villa  de  Galera ,  y  la  combatió  y  ganó  por  fuer- 
za de  armas.    .         312 

Cap.  vi.  C(imo  don  Juan  de  Austria  fué  á  Baza  y  envió  á  re- 
conocer á  Serón 314 

Cap.  vil.  Cómo  don  Juan  de  Austria  fué  á  reconocer  á  Serón , 
y  los  moros  le  desbarataron,  y  la  muerte  de  Luis  Quijada.    315 

Cap.  VIH.  De  lo  que  proveyó  el  duque  de  Sesa  en  Granada ,  y 
cómo  salió  i  juntar  su  campo  en  el  lugar  del  Padul  para 
entrar  en  la  Aipujarra 316 

Cap.  IX.  Cómo  don  Antonio  de  Luna  corrió  la  sierra  de  Ben- 
tomiz  y  puso  presidio  en  Zalia ,  y  retiró  los  moriscos  de 
algunos  lugares  de  la  jarquía  de  Málaga 31- 

Cap.  X.  Cómo  se  comenzó  á  hacer  negociación  para  que  los 
alzados  se  redujesen 31' 

Cap.  XI.  Cómo  don  Juan  de  .\ustria  fué  sobre  la  villa  de  Se- 
rón y  la  ganó ."i 

Cap.  XII.  Cómo  el  duque  de  Sesa  fué  con  su  campo  á  Órgiba , 
y  de  algunas  escaramuzas  que  tuvo  con  Aben  Aboo  es- 
tando en  aquel  alojamiento Zl'l 

Cap.  XIII.  Cómo  se  sacaron  ios  moriscos  de  paces  de  los  la- 
gares de  la  vega  de  Granada ,  y  los  llevaron  la  tierra 
adentro  ,  y  la  orden  que  en  ello  se  tuvo Zt' 

Cap.  XIV.  Cómo  don  Juan  de  Austria  fué  sobre  la  villa  de  li- 
jóla ,  y  cómo  el  capitán  Francisco  de  Molina  y  don  Fran- 
cisco de  Córdoba  tuvieron  pláticas  con  el  Habaqui,  per- 
suadiéndole á  que  se  redujese 325 

Cip.  XV.  Cómo  don  Juan  de  Austria  combatió  y  ganó  la  villa 
de  Tíjola ."iíii 

Cap.  XVI.  Cómo  don  Juan  de  Austria  pasó  á  Purchena.    .    .    Zil 

Cap.  XVII.  Cómo  se  ganaron  estos  dias  el  castillo  de  Vélez  de 
Ben  Audalla  y  el  fuerte  de  Lenteji 3'27 

Cap.  XVIII.  De  un  ardid  que  usó  Aben  Aboo  para  romper  una 
escolta  que  iba  al  campo  del  duque  de  Sesa  con  basti- 
mentos  328 

Cap.  XIX.  Cómo  el  duque  de  Sesa  partió  de  órgiba  y  fué  á  alo- 
jarse al  aljibe  de  Campuzano,  y  de  una  refriega  que  tuvo 
con  la  gente  de  .\ben  .\boo 520 

Cap.  XX.  Cómo  pasó  el  duque  de  Sesa  á  Pórtugos ,  y  envió  á 
correr  las  sierras ,    .    .    550 

Cap.  XXI.  Del  progreso  que  el  campo  de  don  Juan  de  Austria 
hizo  desde  que  partió  de  Purchena  hasta  que  se  alojó  en 
Santa  Fe  de  Rioja ;  y  las  diligencias  que  se  hicieron  cer- 
ca de  la  reducion  de  los  moros 550 

C;p.  XXII.  Üel  pro  iíreso  que  hizo  el  campo  del  duqne  de  Sesa 
desde  que  partió  de  Pórtugos  hasta  llegará  Ujijar,  y  có- 
mo Aben  Aboo  repartió  su  gente 552 

Cap.  xxiii.  Cómo  don  Antonio  de  Luna  volvió  á  correrla  sierra 
de  Benlomiz,  y  puso  presidios  en  Competa  y  en  Nerja.    555 

Cap.  xxiv.  Cómo  los  moros  desbarataron  la  escolta  que  lle- 
vaba el  marqués  de  la  Favara  á  la  Calahorra 35% 

Cap  XXV.  Cómo  el  duque  de  Sesa  fué  á  poner  su  campo  en  la 

I  villa  de  Adra 33i 

'.  XXVI.  De  lo  que  se  hizo  en  Adra  mientras  el  campo  del 
' ..     duque  de  Sesa  estuvo  en  aquel  alojamiento;  y  cómo  se 

apercibió  para  ir  sobre  Castil  de  Ferro 335 

C.vp.  XXVI!.  Cómo  don  Alonso  de  Granada  Venegas  escribida 
Aben  Aboo  persuadiéndole  á  que  so  redujese ;  y  lo  que 
el  moro  le  respondió 35íi 

Cap.  xxviii.  Del  progreso  del  campo  de  don  Juan  de  Austria 
desde  que  partió  de  Santa  Fe  hasta  que  se  alojó  en  Pa- 
diíles  de  Andarax ,  y  cómo  se  prosiguió  en  la  reducion  de 
los  alzados 336 


pAc. 
~358 


339 


310 
311 

3i2 

344 
344 

346 

346 

348 

349 
550 


3.'.1 
352 


3.H3 


Cap.  XXIX  Cómo  el  duque  de  Sesa  ocupó  á  Castil  de  Ferro. 

Cap.  XXX.  Del  progreso  que  hizo  el  campo  del  duque  de  Sesa 
desde  que  volvió  á  Adra  hasta  que  se  juntó  con  el  de  don 
Juan  de  Austria 

Libro  noveno.— Capítulo  primero.  Cómo  el  Habaqui  y  otros 
alcaides  moros  se  juntaron  en  el  Fondón  de  Andarax  con 
los  caballeros  comisarios  para  tratar  del  negocio  de  la 
reducion 

Cap.  II.  Como  volvieron  los  caballeros  comisarios  al  Fondón 
de  .\ndarax,  y  concluyeron  el  negocio  de  la  reducion. 

Cap.  III.  Cómo  don  Antonio  de  Luna  fué  á  despoblar  los  lu- 
gares de  la  sierra  de  Ronda 

C.\p.  IV.  Cómo  el  Habaqui  volvió  al  campo  de  don  Juan  de 
Austria  con  resolución,  y  se  dio  orden  á  los  caballeros 
comisarios  que  habían  de  recoger  los  moros  que  vinie- 
sen á  reducirse 

Cap.  V.  Cómo  don  Alonso  de  Granada  Venegas  fué  á  verse  con 
Aben  Aboo 

Cap.  vi.  Cómo  don  Alonso  de  Granada  Venegas  avisó  á  don 
Juan  de  Austria  de  lo  que  habla  pasado  con  Aben  Aboo. 

Cap.  vil.  De  algunas  entradas  que  los  capitanes  hicieron  es- 
tos dias  en  diferentes  partes  del  reino  contra  los  que  no 
se  iban  á  reducir 

Cap.  VIH.  Cómo  el  Habaqui  embarcó  los  turcos,  y  vinieron 
otros  de  nuevo  en  socorro  de  los  alzados ;  y  cómo  Aben 
Aboo  mudó  parecer 

Cap.  II.  Como  el  Habaqui  quiso  prender  á  Aben  Aboo  viendo 
que  mudaba  parecer,  y  cómo  Aben  Aboo  lo  hizo  prender 
y  matar  á  él 

Cap.  X.  Cómo  Aben  Aboo  escribió  á  unos  alcaides  turcos  de 
Argel ,  dándoles  cuenta  de  la  muerte  del  Habaqui.    .    . 

Cap.  XI.  Cómo  los  vecinos  de  Alora  mataron  al  Galipe,  her- 
mano de  Aben  Aboo,  que  iba  á  recoger  los  alzados  de  la 
sierra  de  Ronda 

Cap.  XII.  Cómo  los  moros  de  la  sierra  de  Ronda  fueron  so- 
bre la  villa  de  Alozaina  y  la  saquearon 

Cap.  XIII.  Cómo  Hernán  Valle  de  Palacios  fué  á  verse  con 
Aben  Aboo  en  lugar  de  don  Hernando  de  Barradas,  y  lo 
que  trató  con  él 

Cap.  XIV.  Cómo  Aben  Aboo  tornó  á  escrebir  diciendo  que  se 
queria  reducir;  y  Cíimo  se  acabó  de  entender  el  fin  por 
que  lo  hacia ,  y  se  dio  orden  en  la  entrada  de  la  Aipu- 
jarra  , 

Libro  décimo.—  Capítulo  primero.  Cómo  su  majestad  come- 
tió al  duque  de  Arcos  la  reducion  de  los  moros  de  la 
serranía  de  Ronda,  y  lo  que  se  trató  con  ellos.    .    .    . 

Cap.  II.  Cómo  el  comendador  mayor  de  Castilla  juntó  la 
gente  con  que  había  de  entrar  en  la  Aipujarra.     .    .    . 

Cap.  ui.  Cómo  el  duque  de  Arcos  salió  contra  los  alzados  de 
la  sierra  de  Ronda ,  y  los  echó  del  fuerte  de  Arbolo. .    . 

Cap.  IV.  De  lo  que  el  duque  de  Arcos  hizo  en  prosecución 
desta  guerra  hasta  que  volvió  á  Ronda 

Cap.  V.  Del  progreso  del  campo  del  comendador  mayor  de 
Castilla  desde  que  se  juntaron  los  dos  campos  hasta  que 
volvió  á  Cádiar 

Cap.  VI.  Cómo  su  majestad  mandó  sacar  todos  los  moriscos 
que  habla  en  el  reino  de  Granada  ,  ansí  de  paces  como 
reducidos,  y  meterlos  la  tierra  adentro 

Cap.  VII.  Cómo  don  Juan  de  Austria  y  el  comendador  mayor 
de  Castilla  despidieron  la  gente  de  guerra  ,  y  se  dio  or- 
den cómo  se  acabasen  los  rebeldes  que  hablan  quedado 
en  la  sierra 

Cap.  VIII.  Que  trata  de  la  muerte  de  Aben  Aboo  y  Qn  desta 
guerra , 

RELACIÓN  DE  LAS  COMUNIDADES  DE  CASTILLA.— 
Prokmio 3G7 

Capítulo  primero.  Del  principio  y  origen  de  las  comunida- 
des de  Castilla,  y  cómo  comenzaron  en  Toledo,  y  quién 
fueron  sus  principales  caudillos,  y  de  las  primeras  dili- 
gencias que  hicieron  escribiendo  cartas  á  todas  las  ciu- 
dades ,  y  del  llamamiento  de  cortes  para  la  ciudad  de 
Santiago 507 

C\P.  II.  De  cómo  pasó  lo  de  la  partida  del  Emperador  de  Va- 
lladolid  á  hacer  las  cortes  de  Santiago,  y  lo  que  los  men- 
sajeros  de  Toledo  hicieron ,  y  de  las  otras  cosas  que  pa- 
saron en  aquella  ciudad 370 

Cap.  III  De  qué  manera  pasó  el  levantamiento  de  Toledo,  y 
las  cosas  que  en  él  pasaron 371 


351 

353 
355 
357 
358 

359 

360 

36-2 
363 


Cap.  IV.  Oe  la  resolución  que  el  Emperador  tomó,  sabida  la 
alteración  de  Toledo,  y  cómo  se  concluyeron  las  Cor- 
tes, y  él  se  embarcó  y  partió,  y  á  quién  dejó  por  go- 
bernador en  Castilla 374 

Cap.  V.  De  las  cosas  que  sucedieron  en  Castilla  luego  que  el 
Emperador  partió  della ,  y  cómo  fueron  en  crecimiento 
los  alborotos  y  escándalos  populares 375 

Cap.  vi.  Cómo  el  Rey  fué  avisado  de  lo  que  en  Castilla  pa- 
saba ,  y  lu  que  proveyó  sobre  ello,  y  lo  que  el  Cardenal 
Gobernador  hizo,  y  las  otras  cosas  que  sucedieron.  .    .    377 

Cap.  vil.  Del  levantamiento  de  Valladolid  ,y  de  lo  que  hicie- 
ron los  de  la  junta  y  capitanes  de  la  Comunidad  después 
de  la  quema  de  Medina  del  Campo 379 

Cap.  viii.  De  las  cosas  que  pasaron  estos  dias  en  diversas 
partes 381 

Cap.  IX.  IJe  cómo  el  Rey  proveyó  para  Castilla  de  nuevos  go- 
bernadores, y  los  desacatos  y  enormidades  que  dijeron 
y  hicieron  los  de  la  junta  que  en  Tordesillas  estaban,  y 
las  cartas  que  escribieron  al  Emperador,  y  qué  tales 
eran  los  capítulos  que  ordenaron  para  le  enviar.  .    .    .    583 

Cap.  x.  Cómo  el  Condestable  comenzó  á  usar  la  gobernación , 
y  cómo  los  de  la  Junta  hicieron  capitán  general  y  junta- 
ron sus  gentes ,  y  lo  que  los  grandes  an&imesmo  hicie- 
ron  386 

Cap.  XI.  Cómo  el  Emperador  partió  de  Flándes  para  Alemana, 
y  de  qué  manera  pasó  su  coronación,  y  lo  que  acaesció 
i  los  que  le  llevaban  las  cartas  y  capítulos  de  la  Junta.    388 

Cap.  XII.  Cómo  los  de  la  Junta  sacaron  su  ejército  al  campo 
y  se  acercaron  á  Rioseco,  y  cómo  los  grandes  juntaron 
el  suyo,  y  las  cosas  que  pasaron  hasta  que  el  campo  real 
fué  sobre  Tordesillas 391 

Cap.  XIII.  De  cómo  el  ejército  real  y  los  grandes  fueron  sobre 
la  villa  de  Tordesillas  y  la  combatieron ,  y  cómo  pasó  el 
combate  y  toma  della 393 

Cap.  XIV.  De  lo  que  el  campo  de  la  Junta  hizo  sobre  la  toma 
de  Tordesillas ,  y  asimesrao  los  grandes  que  en  ella  es- 
taban con  el  suyo ,  y  estado  en  que  se  puso  la  guerra  de 
ambas  partes 394 

Cap.  XV.  De  lo  que  sucedió  al  Condestable  en  Burgos,  y  lo 
que  pasaba  en  el  reino  de  Toledo  en  esta  sazón,  y  lo  que 
hicieron  las  ciudades  del  Andalucía,  y  otras  cosas  que 
sucedieron 397 

Cap.  XVI.  De  lo  que  el  Almirante  Gobernador  y  los  grandes 
que  en  Tordesillas  estaban  hicieron  en  estos  dias,  y  cómo 
Juan  de  Padilla  y  el  campo  de  la  Comunidad  fueron  so- 
bre Torre  de  Lobaton  y  la  combatieron ,  y  el  suceso  que 
hubo  en  esto  y  en  lo  demás 400 

Cap.  XVII.  Cómo  pasada  la  tregua ,  se  tornó  á  continuar  la 
guerra  entre  el  campo  de  la  Comunidad  y  el  de  los  go- 
bernadores, y  las  cosas  que  en  ella  pasaron  y  que  en  el 
reino  de  Toledo  hacia  el  prior  de  San  Juan 402 

Cap.  XVIII.  Del  propósito  y  acuerdo  que  Juan  de  Padilla  y  los 
otros  capitanes  comuneros  tenían ,  y  cómo  pasó  la  bata- 
lla de  Villalar,  y  las  cosas  que  después  de  pasada  suce- 
dieron  '  .    405 

COMENTARIO  DE  LA  GUERRA  DE  ALEMANIA.—  DKni.u- 

TORIA 4Ü9 

I..IBHO  ['Rl.M£no 410 


índice.  5i3 

PAC. 

Libro  SEGüNoo , 435 

JORNADA  DE  C.\RLOS  V  Á  TÚNEZ 451 

HISTORIA  DE  LOS  MOVIMIENTOS,  SEPARACIÓN  Y  GUER- 

RA  DE  CATALUÑA 459 

Libro  primero.— Intereses  y  discordias  entre  España  y  Fran- 
cia. —  Progresos  de  las  armas  católicas  y  cristianísimas 
en  Flándes,  Francia  é  Italia.—  Ocupación  de  Tierra  de 
Labor.  —  Sitios ,  embestidas  y  tomas  de  Leucata ,  Fuen- 
terrabía  ,  Coruña  y  Salses.—  Guerra  y  ejércitos  en  Espa- 
ña, origen  de  escándalos  y  alborotos  en  Cataluña. — 
Descripción  de  aquella  provincia.  —  Violencias  en  su 
gobierno.— Descontento  común.  —  Prisión  de  sus  mi- 
nistros.—  Entrada  de  los  segadores.  —  Movimientos  de 
Barcelona.  —  Muerte  del  Santa  Coloma,  virey  del  Prin- 
cipado  461 

Libro  segundo.  — Torlosa  sigúela  inquietud  de  la  provincia. 
—  Gobierno  del  Cardona.  —  Sus  acciones  y  muerte.  — 
Junta  el  Arce  las  armas  reales.  —  Su  camino.  —  Asalto 
de  Perpiñan.  — Obispo  de  Barcelona,  nuevo  virey.  — La 
Diputación  envía  embajada  al  Rey  Católico.— Efectos  de 
ella.— Previene  el  Conde-Duque  gran  junta  cerca  de  los 
negocios  del  Principado.  —  Sus  proposiciones  y  parece- 
res. —  Resuélvese  la  guerra 475 

Libro  tercero.  —  Elección  de  general  del  ejército  del  Rey 
Católico.—  Examen  de  los  sugetos  suflcientes.  —  Junta 
de  la  generalidad  en  Barcelona.—  Ventílase  de  la  paz  ó 
defensa.  — Llümanse  los  títulos  catalanes.  — Embajada  y 
rehenes á  Francia.— Juicios  de  aquel  reino.— Capitula- 
ciones y  ajustamiento  con  el  Cristianísimo.  —  Rompe  el 
Garay  con  hostilidad  en  Rosellon.  — Sucesos  de  sus  ar- 
mas.—Redúcese  Tortosa.  — Ociipanla  los  reales.- En- 
tra en  ella  el  marqués  de  los  Vélez.  —  Jura  de  virey  del 
Principado 484 

Libro  cuarto.  —  Progresos  de  las  armas  mientras  el  Vélez 
asistía  en  Tortosa. — Tomas  de  las  villas  y  pasos  de 
Cherta ,  Aldover  y  Tivenys.  —  Primera  /orma  del  ejército 
en  campaña.  —  Gánase  el  Perelló.  — Embestida  y  toma 
del  Coll  de  Balaguer.  —  Retírase  el  conde  de  Zavallá.  — 
Sitio  de  Cambrils.  — Razón  del  caso  de  los  rendidos. — 
Muerte  del  barón  de  Rocafort.  —  Ocúpase  el  campo  de 
Tarragona.  —  Asalto  de  Villaseca.  —  Sitio  del  fuerte  de 
Salou.  —  Frente  sobre  Tarragona.— Negociaciones  con 
Espernan.  — Retirada  del  pendón  y  Conseller.—  Entrega 
de  la  ciudad.  — Suceso  de  Portugal.  — .Mojamiento  del 
ejército r.00 

Libro  QUINTO.  —  Preparaciones  del  Principado.  —  Disposi- 
ción del  campo  español.  —  Instancias  á  Espernan.  —  Su 
vuelta  á  Francia.  —  Piérdese  Villafranca  y  San  Sadurnf ; 
Martorell  es  embestido.— Socórrele  Barcelona.— Juicios 
y  consejos  de  españoles  y  catalanes.  —  Inténtase  la  ciu- 
dad. —  Habla  el  Vélez  á  los  suyos.  —  Aclama  la  genera- 
lidad al  Cristianísimo.  —  Expugnación  de  Monjuicb. — 
El  San  Jorge  pretende  entrar  las  puertas.  — Mucre  en 
ellas. —  Atácanse  las  escaramuzas.—  El  fuerte  se  defien- 
de.— Rómpense  los  escuadrones.  —  Derrota  del  ejérci- 
to.— Su  pérdida  y  mortandad.  —  l!rtir;ise  el  Vélez  á  Tar- 
ragona.—Acaba  su  gobierno ülü 


FIN   DEL    IXDICK. 


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Biblioteca  de  autores 
españoles 


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